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miércoles, 22 de enero de 2025

Capítulo 51, Románico en Navarra, Fitero, Cabanillas

Fitero
En la Ribera tudelana, el monasterio de Santa María la Real de Fitero se sitúa en el término municipal de este mismo nombre a 105 km de Pamplona. Se llega a él por la carretera N-113 hasta Cintruénigo para, desde aquí, tomar la NA-160. La iglesia es, en la actualidad, la parroquia de la localidad que, a partir del siglo XV y a orillas del río Alhama, comenzó a formarse en torno a la fundación cisterciense.

Monasterio de Santa María la Real
Los primeros siglos de existencia del monasterio de Fitero están vinculados a la monarquía castellana, que siempre manifestó predilección hacia él, pues fue erigido en un lugar estratégico conquistado a los musulmanes en 1119 por Alfonso I el Batallador. Este hecho no fue impedimento para que, por su ubicación fronteriza, cuestión analizada recientemente por Pavón, Miranda y Olcoz, fuera pretendido por los reyes navarros, que le concedieron reiteradamente distintos privilegios. Así, en Fitero se cumplieron las razones socioeconómicas, políticas y religiosas necesarias para la fundación de un monasterio, siendo determinante la voluntad política, por parte de Castilla, para controlar la frontera entre los tres reinos peninsulares.
En octubre de 1140 Alfonso VII concede la villa y el lugar de Niencebas a la iglesia de Santa María de Yerga, en la diócesis de Calahorra, cuya comunidad era gobernada por Durando, aunque no aparece citado como abad. El interés demostrado por la monarquía castellana sería lo que provocó el deseo de García Ramírez de Navarra de amparar y proteger la nueva fundación. Para ello dona, el 27 de mayo de 1145, al abad Raimundo de Niencebas “los lugares de La Oliva y Veruela”, que darán origen a los monasterios cistercienses del mismo nombre. Finalmente, en 1147, el papa Eugenio III tomó bajo su protección el nuevo monasterio y todas sus posesiones. De esta forma, la hipótesis tradicional sobre la fundación de Fitero confirmaría que Alfonso VII, rey de Castilla, había dado cabida en su frontera nororiental a una comunidad cisterciense, tutelada y amparada bajo su corona, reforzando directamente esta estratégica región con la finalidad, incluso, de vigilar y hostigar el territorio pamplonés gobernado por García Ramírez (1134-1150).
Admitir la autenticidad de este documento supone, por tanto, aceptar que el monasterio ya estaba fundado en 1140, en su primer asentamiento de Yerga. Según Monterde, la ermita, fundada en 1072 en la cima del monte del mismo nombre, sirvió de iglesia y residencia a Durando y sus a monjes hasta que éstos recibieron la citada donación de la villa desierta de Niencebas, donde erigen el monasterio, al que se trasladan al año siguiente. Para muchos autores, el nombre de Durando es de origen ultrapirenaico, lo que supondría un refrendo de la vinculación de Fitero, desde los primeros momentos, a Scala Dei (Gascuña), abadía filial de Morimond. Esta última actuaba de manera indirecta al servirse de monjes procedentes de sus filiales, ubicadas en el sur de Francia. Así, su actividad colonizadora fue especialmente productiva en los territorios centro-orientales de la Península Ibérica fundando, entre otros, Santa María de Huerta, Sacramenia, Bujedo de Juarros, Veruela y La Oliva. Si aceptamos esta propuesta, supondría considerar a Fitero como la primera fundación cisterciense de Castilla, incluso de los reinos hispanos, tesis asumida por Calatayud y Cocheril y, más recientemente, por Olcoz y Melero, frente a otros autores que dan la supremacía a Moreruela (Zamora), o Sobrado de los Monjes (A Coruña), como propone C. Valle.
Recientemente Olcoz ha realizado otra interpretación de los primeros años de Fitero, defendiendo que la verdadera donación de Niencebas fue otorgada directamente al monasterio de Scala Dei, del que procederían los monjes cistercienses que, dirigidos por Raimundo, fundaron el monasterio. Asimismo, propone que la tradición de Durando y del Monte Yerga se debe a la manipulación, de finales del siglo XII o principios del XIII, de un diploma original, desaparecido, de Alfonso VII, fechado en 1140, que se limitaría a la donación de Niencebas para la erección del primitivo monasterio, destinada a justificar la propiedad del monte Yerga para la comunidad de Fitero. La donación fue recibida por Raimundo, por lo que es considerado el primer abad, aunque aparezca documentado como tal, por primera vez, en junio de 1141, cuando Pedro Tizón (abuelo del arzobispo Jiménez de Rada), su mujer Toda y sus hijos le donan su heredad de Niencebas. Para tal aseveración, Olcoz maneja tres argumentos: primero, en ninguna de las bulas que recibió el monasterio en el siglo XII se menciona la iglesia o el monasterio de Yerga, apareciendo este topónimo por primera vez como granja, en una bula de Inocencio III otorgada hacia 1200; segundo, considera que tampoco hay documentos que mencionen la afiliación de Yerga al Cister ni el traslado desde Yerga a Niencebas; y, tercero, que sin embargo sí hay constancia de la fundación cisterciense de Niencebas y de su traslado a Fitero en un documento que data de 1187, en el que Rodrigo de Cascante, obispo de Calahorra, dirige una súplica a Urbano III, alegando que su antecesor Sancho de Funes consagró el altar de la iglesia de Niencebas y bendijo a su primer abad cisterciense, Raimundo. Este mismo obispo será quien dé el permiso para su traslado desde Niencebas a Castellón (Fitero) y, una vez allí, bendice su cementerio, quedando constancia de él y de la transformación de Niencebas en granja del monasterio de Fitero en la bula de Eugenio III de julio de 1152.
Por su parte, Miranda ha planteado algunas dudas sobre esta hipótesis. Así, por ejemplo, se pregunta cómo es posible que un diploma tan importante para la vida monástica como el documento fundacional no conste ni en su posible versión original ni en la adulterada, en el Cartulario que el monasterio elaboró en torno a 1210 y que sólo se conozca, en sus versiones más antiguas, a través del diploma manipulado y de copias del siglo XVI o posteriores. Quizás, la razón esté en que la manipulación se produjo con posterioridad a 1210, por lo que no pudo incluirse en el Cartulario, aunque ello no explicaría que sí figuren otras donaciones y confirmaciones de Alfonso VII, como las de 1146 o 1153. Tampoco se recogen en el Cartulario las primeras bulas de Eugenio III, con la confirmación de bienes (1147), o la concesión de exenciones efectuada por Sancho VI el Sabio en enero de 1157, realizada, extrañamente, a un monasterio situado entonces fuera del territorio navarro. En este sentido, dicho autor apunta la posibilidad de vincular los primeros tiempos de Niencebas-Fitero al impulso nobiliario y adjudicar a la monarquía un posterior interés por la protección y desarrollo monástico, en la línea de lo ocurrido con otros centros castellanos.
La postura de C. Valle es radicalmente opuesta. Cree que la incorporación de Fitero a la orden del Cister se produce hacia 1147-1148 y, por lo tanto, por el sistema de afiliación a Scala Dei. El primer indicio relativamente seguro de que Fitero es ya cisterciense se recoge en un documento fechado el 6 de febrero de 1148, con lo que la adscripción al Instituto sería aprobada en el Capítulo General de septiembre de 1147, pocos días después del otorgamiento, por parte de Eugenio III, de la bula de protección y confirmación de sus posesiones. Así, la donación que García Ramírez hace el 27 de mayo de 1145 a Niencebas de los lugares de La Oliva y Veruela, donde se dice que el monasterio es cisterciense, sería, por tanto, una interpolación conocida únicamente por un traslado de finales del siglo XV. Por otro lado, la súplica dirigida por Rodrigo de Cascante a Urbano III, en 1187, donde se alude a la bendición de San Raimundo como primer abad de la comunidad y en la que se cita el carácter cisterciense del cenobio no implicaría que lo fuera en los momentos de su fundación.
Entrando en la misma cuestión, M. Melero acepta como buena la donación de terrenos realizada, en 1140, por Alfonso VII en beneficio de Durando y su comunidad a la iglesia de Yerga. Este privilegio permitiría la primera instalación del monasterio de Fitero en el lugar llamado Niencebas, en 1141, año en el que tenemos noticias documentales del monasterio y de su primer abad, Raimundo. La autora se plantea la posibilidad, como más adelante veremos defendida por Olcoz, de que entre el asentamiento de Niencebas y el definitivo de Fitero pasaran antes por otro término cercano, conocido como Castellón, dado que, concluye, en diferentes documentos de la época (por ejemplo, la donación de 2 de diciembre de 1189 de Alfonso VIII) la abadía de Fitero también era denominada de Castellón: …quod ipse olim monasterio de Castellón, quod nunc dicitur de Fitero. Al admitir como válido el documento de 1145, considera que Fitero es cisterciense desde su inicio (1141) o bien su afiliación se produciría entre 1141 y 1145, aunque no haya quedado registrada.
Independientemente de la tesis elegida para la fundación, parece que el altar de Niencebas fue consagrado por Sancho, obispo de Calahorra, quien, asimismo, bendijo a Raimundo, su primer abad (1141-1161). Hacia 1152, la comunidad, ya cisterciense, se traslada de manera definitiva a Fitero, donde había comenzado la adquisición de tierras, seguramente buscando agua para sus molinos, una de las obsesiones de la economía de la época y de los cistercienses, y para consolidar la presencia castellana en la ribera del Alhama, frontera natural con el reino de Pamplona. El 9 de junio de ese año de 1152, Eugenio III ratificaba la protección a Sancte Marie Fiteriensis y el obispo de Calahorra, Rodrigo de Cascante, daba su consentimiento al traslado. A partir de este momento y, sobre todo, desde finales del siglo XII, el cenobio se convertirá en uno de los más importantes de Navarra, y su patrimonio, engrandecido gracias a las donaciones reales y pontificias, le permitirá afrontar la construcción de una ambiciosa fábrica.
Fue el abad Raimundo, verdadero artífice de la pujanza de esta comunidad en sus primeros años, quien reunió un dominio concentrado en el término de Fitero, la vega del Alhama y el castillo de Tudején. Los cronistas generales del Cister lo hacen natural de Tarazona, aunque no se descarta su procedencia de San Gaudencio de Cominges; incluso Moret afirma que tomó el hábito en Scala Dei y vino con Durando a Yerga, donde fue prior. A él se debe un episodio fundamental para la vida del monasterio: la fundación de la orden de Calatrava en 1158, confirmada por el Papa Alejandro III en 1164. La nueva orden le dio mucho prestigio, pero también supuso un gran esfuerzo económico y humano para el monasterio e, incluso, diferencias con la Casa Madre. En los primeros años se suceden las donaciones regias. Así, en octubre de 1146 Alfonso VII visita el asentamiento de Niencebas, concediéndole la serna de Cervera y otras posesiones, junto a los baños de Tudején; dos años después, el mismo monarca, durante una estancia en Almazán, les cede el monasterio de San Bartolomé de Anaguera, con sus diezmos y primicias, y todas sus posesiones entre Tudelilla y la villa de Arrendo.
Durante el gobierno de Guillermo (1162-1181), sucesor de Raimundo, el asentamiento monástico se estabilizó, continuándose la política de expansión territorial y ampliando su dominio patrimonial, tanto por la comarca como por Tudela, Soria y Yanguas. Desde este momento, los abades siempre se denominaron de “Fitero” dejando como términos complementarios los de Niencebas o Castellón. El abad Guillermo obtuvo la confirmación de todos los bienes del monasterio y las exenciones tributarias, con la explícita protección de Alejandro III, quien lo tomaba bajo su protección, y la confirmación de su regla cisterciense, en 1162 y 1179. Los reyes castellanos volvieron a mostrar su apoyo a Fitero aunque, a finales del siglo XII y durante la primera mitad del XIII, el crecimiento patrimonial se detiene al concentrarse, seguramente, el destino de sus recursos en la construcción de la actual iglesia. Desde 1179, bajo un clima de enfrentamientos con frecuentes tensiones, el monasterio pasa a ser tutelado por el obispo de Tarazona, hasta 1187 en que se pacifican las cuestiones.
Tras los abadiatos de Marino (1183-1187) y Pedro de Quesada (1187-1189), aunque las donaciones reales y los beneficios de los pontífices eran importantes, el monasterio entró en una decadencia espiritual y de gobierno. Así, en 1191 se acusa en el Capítulo General del Cister al abad de Fitero de haber consultado a un agorero, ocultar una deuda y despedir al cillero por revelarla; dos años después se repiten las acusaciones, aunque el abad no asiste a la reunión, continuando los problemas en años sucesivos. Con el abad García, que lo fue desde 1210, se da por zanjada la crisis disciplinar, se elabora el Cartulario y se afianza la cercanía con los soberanos de Castilla, Fernando III y Alfonso X. A pesar de esta protección castellana, que se continuará en tiempos de Fernando IV y Alfonso XI, el monasterio acabó entrando en la órbita navarra, quizás por el interés demostrado por los monarcas franceses de Navarra. Así se interpreta la presencia del abad francés Guillén de Montpesat (1308) y la directa administración que ejerció Scala Dei en 1332. Esta situación acabó siendo insostenible y, por ello, provocando un verdadero litigio; en 1335 el monasterio estaba en poder de Navarra y, tras varias refriegas, se puso el asunto ante el arbitrio papal. El legado pontificio en los reinos españoles, Guido de Bolonia, desoyendo los argumentos castellanos, sentenció el 4 de octubre de 1373 que Santa María de Fitero pertenecía a los términos de Tudela y Corella y, por tanto, era navarro.

La iglesia
El templo de Fitero presenta una tipología que responde perfectamente a las necesidades funcionales de los monjes cistercienses, sin concesión alguna para el ornato. Consta de tres naves de seis tramos, transepto acusado en planta, con dos capillas semicirculares abiertas en cada brazo. La cabecera se articula con la capilla mayor semicircular, precedida de tramo recto, y girola con dos tramos rectangulares en los extremos y cinco trapezoidales, que se corresponden con otras tantas capillas radiales; en el lado norte se abre un husillo y en el sur una pequeña sacristía.
Las capillas del brazo meridional del transepto y la adyacente de la girola fueron destruidas al construir la sacristía moderna.
La elección del modelo planimétrico de cabecera con girola y capillas radiales indica claramente, además de la necesidad de multiplicación de altares para celebrar diariamente las misas, el deseo de destacar esta parte del templo con un tratamiento monumental. Esta fórmula de cabeceras con girola, que en el gótico alcanzará mejores soluciones constructivas, será empleada durante el tardorrománico por importantes comunidades monásticas hispanas como Moreruela, Poblet, Veruela, Gradefes y ésta de Fitero, inspiradas en la cabecera de Claraval II (MUÑOZ PÁRRAGA).

Nave central

Aunque partiendo del modelo común borgoñón –lo que provocó que parte de la historiografía los considerase templos realizados por un mismo arquitecto–, su materialización responde a proyectos y constructores muy diferentes, formados en las prácticas arquitectónicas de sus regiones, que no conocían directamente el modelo, por lo que siguieron las sugerencias de los monjes que procedían de la casa francesa. Cada uno de los maestros se enfrentó a su respectivo encargo según la tradición de su propia formación y experiencia, aplicando por consiguiente soluciones diferentes. Así, para solventar el principal inconveniente de esta disposición, que era la dificultad de iluminar la girola, tanto en Moreruela como en Veruela se dispusieron vanos por encima de las capillas, mientras que en las otras tres iglesias, antes citadas, la girola recibió únicamente la luz que llegaba desde las ventanas de las capillas radiales. El desarrollo arquitectónico de la cabecera de Fitero precisó soluciones similares a las de Santo Domingo de la Calzada, que funcionó como su foco inspirador (BANGO).
Al igual que el Maestro Garsión en La Calzada, el arquitecto de Fitero utiliza en las capillas radiales la construcción románica, en aras de la seguridad, cubriéndolas con bóveda de horno y un grueso arco de ingreso, a la vez que pone en práctica ciertos ensayos góticos, aún muy rudimentarios, en la capilla central –con dos nervios–, y en la misma girola –con arcos cruzados de perfil curvo–, que le obligan a utilizar potentes contrafuertes externos. Por el interior del muro de cierre de la girola se empleó un soporte en forma de T para recibir, en la columna del frente, los arcos perpiaños y en las laterales, más pequeñas, los cruceros de la bóveda.
Los cuatro pilares torales son cruciformes con dobles columnas en sus frentes, excepto en las caras contrarias al crucero, donde solo hay una; en los brazos del transepto, excepto en los ángulos donde no hay soporte, se alza una columna simple. Es probable que la inseguridad del arquitecto le llevara, para cubrir los espacios más amplios, a proyectar soportes que recibieran abovedamientos más conservadores. Aunque el sistema de soportes se planteó para una bóveda de cañón con fajones, sólo doblados en el crucero y en la nave central, sin embargo, el proyecto se modificó sobre la marcha y ya, en altura, se pensó en una bóveda gótica, utilizando los codillos de la columna para doblar los fajones de los brazos del transepto. Por esta razón, en el crucero, los capiteles de las columnas acodilladas aparecen girados para recibir los cruceros de las bóvedas góticas, mientras que en el tramo recto del presbiterio y en los brazos del transepto se embutieron capiteles, a modo de ménsulas, para apear los arcos cruceros (LÓPEZ DE GUEREÑO). Este proceso de acomodación a las nuevas modas es habitual en el tardorrománico, con fábricas realizadas en torno a 1200 que proyectan sus soportes en románico y, por el lento proceso constructivo o las nuevas modas, terminan utilizando cubiertas góticas, generalmente de crucería.

Transepto y Retablo

Transepto norte 

La misma dependencia de La Calzada se aprecia en el exterior del edificio en la articulación paramental de las capillas radiales y en los vanos, con un fuerte contraste de juego de luces, aunque en Fitero prima la sobriedad de líneas.
Esta compleja cabecera no tiene continuidad en el cuerpo de naves, pues la obra se interrumpe cuando ya se había levantado el soporte del primer tramo de la nave central, donde se había abierto la puerta de los monjes; por el otro lado, ni tan siquiera se llegó a levantar el primer soporte de la nave norte. A partir de ahora, superado el proyecto original y hechas las adaptaciones para recibir los nuevos abovedamientos, en las partes altas del presbiterio y transepto, se trazan los pilares del cuerpo de naves con una simplificación total: soportes cruciformes sin columnas, únicamente con pilastras acodilladas en las esquinas, que reciben los formeros doblados, mientras que en la nave central, los fajones apuntados sin doblar y los cruceros, de sección cuadrada achaflanados o con finos baquetones angulares, apoyan en toscos capiteles completamente lisos.

Girola

Capiteles de la girola

Detalle

Capilla central de la Girola 

Al exterior todo el templo está articulado con potentes contrafuertes, que se corresponden con las responsiones interiores; entre ellos se abren ventanas de medio punto y grandes rosetones en los brazos del transepto y del hastial. La cornisa que rodea el edificio está sostenida por modillones lisos y de rollo. Es interesante constatar cómo en los muros del templo hay numerosas marcas de cantería que ponen en relación la fábrica de Fitero con las de los monasterios de La Oliva y Veruela. A los pies, en la fachada occidental, se dispone una puerta abocinada con cuatro arquivoltas de medio punto que descansan en columnas con capiteles de flora muy estilizada y aves que picotean frutos, y, sobre ella, un camino de ronda y un rosetón.




A pesar de la escasez de documentación, se puede esbozar un proceso crono-constructivo de dos fases, admitidas con matices por la historiografía. Tal y como hemos visto anteriormente está claro que, aunque el monasterio hubiera sido fundado en Fitero a mediados del siglo XII, el edificio que hemos conservado no se inició al menos hasta finales de dicha centuria.
Las obras, costeadas gracias a los recursos de la propia abadía, habrían comenzado hacia 1180. En 1181, entre los testigos del monasterio que realizaron un convenio con los clérigos de Ágreda, se cita, entre otros, a Diagus, Arnaldus custos operis omnisque conventus (MONTERDE y OLCOZ). Esta primera etapa se correspondería con el abadiato de Marino (1183-1187) y Pedro de Quesada (1187-1189), momento en que disminuyen los documentos referentes a compras, quizás, porque los recursos se dedicarían a la fábrica (MONTERDE), lo que haría a Fitero ser la más tardía de las iglesias cistercienses hispanas con girola. Las obras se interrumpen a finales de siglo, probablemente por la falta de recursos y los conflictos que afectan a la comunidad desde 1191. Durante esta campaña se realizaría la cabecera con sus abovedamientos, excepto el tramo recto del presbiterio, las partes bajas del transepto y del primer tramo de la nave sur, donde se abre la puerta de los monjes (LÓPEZ DE GUEREÑO). Es posible que ahora se lleve a cabo el cierre de los muros perimetrales del templo, sin las responsiones, abriendo la portada occidental, de estructura románica, aunque para Melero los motivos decorativos góticos justifican que la portada se realice en el siglo XIII.
A principios del siglo XIII se comienza la segunda etapa constructiva. Durante el abadiato de Guillermo Fuerte (1214-1238), según García Sesma, se reemprenden los trabajos en las partes altas del transepto y del tramo recto del presbiterio, adaptando sus soportes a las bóvedas de crucería y girando los capiteles del crucero para recibir los nervios y embutir otros, a modo de ménsulas, en el resto. Quizás, como apunta Melero, para intentar reducir el coste de la obra y lograr mayor rapidez, se continúa trabajando por las naves con un replanteamiento del proyecto constructivo que consiste en simplificar los soportes –pilastras sin capiteles en las naves– y elementos decorativos, motivado quizás por la escasez de recursos, y empleando ya soluciones plenamente góticas en los abovedamientos.
La iglesia estaría terminada a mediados del siglo XIII, ya que el 13 de mayo de 1247, siendo abad Bernardo (1246-1250), Inocencio IV otorga una bula concediendo indulgencias a quienes la visitaran en la fiesta de su dedicación y en consideración a Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, seguramente verdadero promotor de esta fase de la obra: qui propiis sumtibus eam contruxise dicitur (A.H.N., Tumbo del Monasterio de Fitero, ca 1634, fols. 394 y 507 y Sección Clero, Fitero, Carp. 1398, n. 14). Quizás, en este contexto de llamamiento para visitar la iglesia que se desprende de la bula papal, debemos interpretar la realización de la portada occidental para el acceso de los laicos, solución que conculca el espíritu cisterciense original (MELERO).
Como indica Lampérez, seguramente el carácter fronterizo que hemos aludido al inicio, hizo que el conjunto monástico estuviera ya cercado por una primera muralla, con sus almenas y torres en la iglesia, terminada en 1287 y destruida a fines del siglo XVI y comienzos del siguiente, al levantarse otra de mayor perímetro.
El derrumbamiento en el siglo XVI de las bóvedas de los tres primeros tramos de la nave central hizo que fueran sustituidas en tiempos del abad Martín de Egüés I (1503- 1504) por bóvedas estrelladas y, para contrarrestar sus empujes, se colocaron unos arbotantes. Asimismo, en la segunda mitad del siglo XVI se abrió en el segundo tramo de la nave de la Epístola la capilla bautismal, de planta rectangular y cubierta también por bóveda estrellada. En el siglo XVII se levantó la torre de ladrillo, aprovechando la escalera de caracol de una de las torres de vigilancia derruidas entonces, mientras que entre 1732 y 1736 se construyó en la nave del Evangelio, junto al transepto, la capilla de la Virgen de la Barda, en el lugar que ocupaba otra capilla del siglo XVII.

Las dependencias claustrales
Los monjes cistercienses adoptan la topografía claustral del monasterio benedictino aunque, en ocasiones, y dado el lento proceso constructivo, yuxtaponen a las formas románicas soluciones góticas. En lo referente a las dependencias monásticas, los monjes blancos introducen ciertos cambios arquitectónicos y estéticos, lo que proporciona al conjunto un aspecto novedoso. Fitero, a pesar del cambio operado en algunas partes del entorno claustral, es el monasterio navarro que mejor responde a la definición del modelo cisterciense. El claustro ha sufrido profundas reformas en época moderna pero, aún así, todavía podemos reconstruir la topografía medieval.
La puerta de los monjes, de estructura plenamente románica, con dos arquivoltas de medio punto, crismón en la clave y capiteles de flora y piñas, da paso, desde la iglesia, a la panda del capítulo, que se alza al sur del templo. Las dependencias siguen el esquema habitual del plano cisterciense, con la única variante de situar una pequeña sacristía entre la capilla meridional de la girola y la inmediata del brazo sur del transepto. Con esta disposición anómala la sala capitular queda adosada a la iglesia.
El capítulo está abierto a la panda a través de vanos de medio punto, con capiteles vegetales e imposta de ajedrezado, mientras que en el interior cuatro columnas compartimentan el espacio en nueve tramos cubiertos con bóvedas de crucería de triple baquetón. Las cestas de los capiteles se cubren con palmetas estilizadas, piñas, hojas esquemáticas y motivos geométricos; en sus capiteles, las columnas perimetrales presentan arquerías y entrelazos que sujetan puños, y parecen haber sido tallados por los mismos artífices que trabajan en la girola (MELERO). Tanto los muros como los vanos que se abren al claustro y las ventanas del lado este, son de una clara factura románica, mientras que las bóvedas son de crucería con nervios baquetonados.



A continuación de la sala capitular se abren tres puertas que podrían corresponder, la primera, a la escalera (que permitía a los monjes llegar con prontitud a los oficios nocturnos, desde el dormitorio a la iglesia, y de la que aún queda algún vestigio en el brazo sur del transepto); la segunda, al locutorio y, la tercera, a la sala de monjes. Estas dos últimas estancias desaparecieron en época moderna cuando se hizo un nuevo refectorio de dos alturas. En la sala de monjes sólo los muros son de época medieval. Por debajo del nivel del suelo de lo que fue la sala de monjes hay un espacio formado por dos naves cubiertas con cañón y comunicadas por pasillos abiertos en el muro de separación que, quizás, se utilizó como bodega del monasterio. Sobre toda la panda capitular se alzaba el dormitorio, del que sólo se conservan los dos tramos correspondientes al capítulo. Debió de tener una disposición similar a la de las abadías catalanas de Poblet y Santes Creus, cubriéndose con una armadura de madera sostenida por arcos diafragma que volteaban en ménsulas. La iluminación se hacía a través de ventanas de medio punto que, todavía hoy, pueden verse por el sobreclaustro.
La panda del refectorio es la que ha sufrido las mayores transformaciones. Del calefactorio medieval no queda nada, excepto las dos puertas por las que se accedía desde el claustro. A continuación, se encontraba el refectorio medieval, dispuesto perpendicular a la panda, al que se entraba por una sencilla puerta de medio punto. Tuvo seis tramos, cubiertos con armadura de madera que apoyaba en arcos diafragma y contrafuertes al exterior. A principios del siglo XVII se desmontó la cubierta y sus muros se recrecieron con verdugadas de ladrillo. Tras este cambio se ubicó en él la biblioteca. En el jardín del claustro, frente al refectorio, se alzaba el lavabo, estructura en la que se reflejaba el simbolismo del agua y donde los monjes se lavaban las manos y la boca antes de entrar al refectorio. Por último, cierra la panda la cocina, conocida actualmente con el nombre de Palacio del Conde Tizón. Era de planta cuadrada cubierta con bóveda de crucería apoyada en grandes ménsulas en las esquinas, que aún hoy pueden apreciarse; se comunicaba con el claustro por una puerta de medio punto. En la actualidad es una vivienda particular.
Por lo que se refiere al pabellón de conversos, realmente poco podemos decir. Cuando, a partir del siglo XVII, las comunidades necesitan nuevos espacios para el discurrir de la vida cotidiana, ya han desaparecido prácticamente los conversos. Por ello, los monjes rehabilitan su pabellón para convertirlo en grandes bibliotecas. Sin embargo, en Fitero no fue así, pues la librería se hace sobre el refectorio medieval, señal de que, quizás, nunca hubo un pabellón de conversos monumental como en otros monasterios. Corroborando esta circunstancia, y como ya hemos visto, la comunidad utilizaba como bodega el espacio que había bajo la sala de monjes y no una zona en la panda occidental. Sí hubo paso de conversos en Fitero, que Melero ha identificado con la estrecha calle adosada al muro oeste del claustro y el pabellón de conversos con un grupo de casas que limitan dicho pasillo. En el segundo tramo de la iglesia se conserva una puerta en arco de medio punto que, por su situación, podría ser la que los conversos utilizaban para llegar a la iglesia. En el último cuarto del siglo XVI se aprovechó parte de su espacio para construir la capilla de la pila bautismal.
De las dependencias extraclaustrales de Fitero nada sabemos, aunque es posible que hacia el este del pabellón de monjes existiesen la enfermería y el noviciado. Lampérez, por su parte, creyó ver restos del dormitorio de novicios entre las construcciones barrocas.
Recientemente, Melero ha analizado unos restos arquitectónicos aparecidos junto al molino de los monjes que, a su vez, identifica con una dependencia relacionada con éste y no con la primitiva iglesia monástica. Se trata de una estancia de planta rectangular, cubierta por cuatro arcos diafragma apuntados, con sus correspondientes contrafuertes, de la que únicamente se conservan los muros norte y sur. Para Olcoz estaríamos ante la iglesia de la primera abadía de Fitero, a la que le faltaría el ábside semicircular. Es la que identifica con el monasterio de Raimundo en Castellón-Fitero, antes de llegar a su emplazamiento definitivo, una vez transformando el primitivo monasterio de Niencebas en un priorato-granja. Sin embargo, para Melero, de ser cierto que existió una iglesia de Santa María de Castellón antes de realizar la de Santa María de Fitero, dicho templo estaría en la misma zona donde después se construyó la iglesia actual.
Como en otros monasterios cistercienses, durante la primera campaña constructiva del templo se trazó el pabellón de monjes con la sala capitular, concentrando, como es habitual, los elementos decorativos en los vanos de ingresos al capítulo y, aunque éstos son románicos como ya hemos expuesto, se cubre con bóveda de crucería. Sin duda esto se debe a un cambio en la marcha de las obras, a dos fases constructivas o, incluso, al ser, junto con la iglesia, la estancia más importante del monasterio, se suele optar por aplicar en ella las soluciones más avanzadas del momento. En Fitero, como en otros muchos monasterios, es probable que los muros perimetrales de la panda, junto con sus vanos, pertenezcan a la misma campaña constructiva que la cabecera (LÓPEZ DE GUEREÑO). Tras la conclusión del pabellón de monjes, las pandas del refectorio y de la cilla se construyeron a lo largo del siglo XIII, aunque sin que sepamos con exactitud qué fue lo realizado en esta centuria.
Finalmente, quizás por problemas económicos, las galerías claustrales debieron de quedar cubiertas con madera hasta que, en el siglo XVI, son sustituidas por bóvedas bajo el patrocinio de los Egüés. En una primera etapa, correspondiente al gobierno de Martín de Egüés I, se cerró la panda oriental, con la intervención del maestro Baltasar de Arrás, citado en un documento de 1545 y, en la segunda campaña, durante el abadiato de Martín de Egüés II, a lo largo de la segunda mitad de siglo, se ultimaron las otras tres pandas. El sobreclaustro fue realizado a finales del siglo XVI y comienzos del siguiente, fundamentalmente durante el gobierno del abad Ignacio de Ibero, siendo concluido en 1613.

 

Cabanillas
Villa y municipio de la Merindad de la Ribera que dista 101 km de Pamplona. A ella se puede llegar a través de la autopista AP-15 que enlaza Pamplona con Tudela. Una vez en esta ciudad se ha de tomar la NA-126 hasta alcanzar Cabanillas.
La historia de esta localidad se halla unida a la ocupación musulmana y posterior reconquista por los cristianos que tuvo lugar, junto con Tudela, en 1119. En ese mismo año recibió los fueros de Sobrarbe. Hacia 1124 o 1127 Alfonso el Batallador concedió a sus habitantes el fuero de Cornago. En 1130 este mismo monarca entregó una serie de bienes en la localidad a Hugo de Jalón, que hacia 1140 las donó a Roncesvalles. Una década después, este establecimiento efectuó una reordenación de todas las propiedades que poseía en aquella comarca intercambiando heredades y adquiriendo otras nuevas. También García Ramírez el Restaurador otorgó en 1140 la tercera parte de la almunia de Azut a Pedro Raimundo de Ricla, probablemente miembro de la Orden de San Juan de Jerusalén, estableciendo un antecedente para posteriores actuaciones a favor de los Hospitalarios en esta zona de Navarra, donde sus encomiendas llegaron a ser muy potentes. Poco después, en 1142, el Restaurador donaba las villas de Cabanillas y Fustiñana, con todos sus términos, pastos y aguas a los sanjuanistas que ya se habrían asentado en esta zona del Ebro con anterioridad, concretamente en Mallén. Ambas poblaciones dependieron del Priorato de Aragón hasta 1151, momento en que se constituye el de Navarra. No fue hasta 1189 cuando se debió de configurar una encomienda, bajo la titularidad de Fustiñana, y que englobaba ambas propiedades. En 1197 esta demarcación se dividió en dos independientes, Fustiñana y Cabanillas, aunque siguieron guardando una estrecha relación y colaboración. La protección de los monarcas hacia estas villas fue continua a lo largo de los siglos. En 1239 el prior de San Juan reconocía que las iglesias de Calchetas, Fustiñana y Cabanillas, con sus rentas, estaban sujetas al deanato de Tudela.
El Libro de Fuegos de la Merindad de Tudela de 1353 registraba en Cabanillas 90 hogares, repartidos entre 61 de hidalgos, uno del clero y 28 familias añadidas en la revisión. En 1366, el Libro del Rediezmo anotaba la existencia de un clérigo. Por último, el Libro de Fuegos de 1366 consignaba un notable descenso a 48 fuegos (42 hidalgos y 6 francos). Mediado el siglo XIX, según Madoz, la iglesia parroquial era servida por un párroco vicario, que el gran prior de Navarra se encargaba de presentar y nombrar, y un capellán. El cementerio local aún estaba emplazado junto al templo.

Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora
La iglesia se encuentra en un extremo de la población, al borde de la parte más antigua, en una explanada rodeada de viviendas. Desde ella se divisa el Ebro y la vega agrícola de la localidad. El exterior del edificio ha sido muy modificado por diferentes intervenciones. Hasta la década de 1980 todavía quedaba en pie una parte de las dependencias conventuales, de trazas modernas, ubicadas al Norte y anexas al edificio, como ocurría en Cizur Menor o Aberin.
Podría especularse con que las primitivas posiblemente estuvieran formadas por un claustro interior más antiguo que actuaba como espacio cementerial, más una serie de edificios destinados a uso administrativo y residencial. Igualmente, al Sur se adosaban una serie de volúmenes añadidos en época moderna, de Oeste a Este: un pórtico, unos almacenes, una sacristía y otras dependencias. Así se puede apreciar en la planta presentada en diferentes publicaciones como el Catálogo Monumental de Navarra. En 1975 fue suprimido el culto y la iglesia pasó a ser empleada como almacén de imágenes sacras. En 1983 fue declarada Monumento Histórico Artístico. Finalmente, entre los años 1996-2001 la Institución Príncipe de Viana efectuó una profunda restauración del edificio, cedido luego en usufructo al pueblo; actualmente se utiliza como iglesia, compartiendo esta función con la parroquia de la Asunción (siglo XX). Dicha restauración buscó devolver al templo su identidad primitiva, por lo que se eliminaron las construcciones yuxtapuestas, se suprimió el último tramo occidental, agregado en 1904 (en cuyo muro occidental se reaprovecharon sillares del lienzo desmontado), y se volvió a levantar una nueva pared oeste más al oriente, en su emplazamiento original.
En dicho hastial se horadó un óculo y una sencilla puerta de ingreso y fue coronado por una espadaña nueva, reflejo de la que allí se encontraba anteriormente (aunque la restauración ha permitido conocer que la espadaña primitiva estaba situada en la unión de cabecera y nave). Asimismo, se eliminó el muro recrecido con ladrillo en el barroco que cubría todo el perímetro del edificio, para posteriormente ser de nuevo reconstruido, salvo en la cabecera, donde se conservó la altura primigenia. Y de igual manera se suprimieron los recrecimientos que recubrían los contrafuertes originales descubriéndose unos estribos más bajos, de sección cuadrangular y remate piramidal. Los vanos se respetaron y se abrieron nuevas ventanas, como las del ábside, tapiadas, y una puerta en el Noroeste, que había sido cegada por el recrecimiento del contrafuerte allí ubicado. La portada fue trasladada en 1904 desde su emplazamiento primigenio al área sudoccidental del nuevo tramo recién levantado y protegida bajo un pórtico construido expresamente para albergarla. Cuando en 1996-2001 esta zona fue demolida, nuevamente fue desmontada y devuelta a su ubicación original, situada, según se pudo observar en los sillares, en el primer tramo sur, donde se había construido a principios de siglo, una puerta de acceso a los almacenes. Igualmente, durante la intervención fueron sustituidos numerosos elementos pétreos.

Entrando en materia, debe comenzarse la descripción del exterior del templo por el ábside, semicircular, cuya mitad inferior se levanta sobre un podio sobresaliente de tres-cuatro hileras de cubos de piedra. Sobre él se alza un lienzo de muro decreciente compuesto por otras cuatro hiladas de menor tamaño que se rematan con una moldura que corre bajo las ventanas.
Cuatro estribos prismáticos se anexan al Norte y al Sur: los primeros están ubicados en las zonas de unión entre cabecera y nave y los segundos entre el ábside propiamente dicho y el anteábside. En la curvatura del mismo, dos zócalos que continúan hasta la imposta soportan sendas columnas adosadas finalizadas en capiteles con pencas de nervio central rehundido terminadas en volutas de las que cuelgan piñas (relacionables con los ábsides de San Miguel de Cizur Menor –interior– o Sagüés –exterior–).

Sus basas son semejantes a las que se verán en el interior del ábside: dos toros y escocia, y lengüetas en los frentes sobre plinto. En muchas otras iglesias navarras, especialmente en Tierra Estella, pueden encontrarse columnas adosadas a la zona central del ábside.
La peculiaridad de Cabanillas consiste en la altura del zócalo. Tres ventanas saeteras, de pequeño tamaño (una axial y dos laterales), se disponen en los paños del ábside. Las laterales son más sencillas que la central: están formadas por arco simple de medio punto y chambrana lisa. La central, sin embargo, queda constituida por dos arcos de medio punto.
El exterior está cubierto por chambrana que apea en cimacios corridos. Estos coinciden con los cimacios de los capiteles que coronan sendas columnillas en el arco interior. Se decoran con pencas lisas con hoja vuelta finalizada en voluta y de las cuales penden piñas. Sobre ellas y en las intersecciones entre las distintas hojas también se intercalan piñas. En la ventana se embutieron ménsulas destinadas a alguna edificación aneja. Bajo el tejaroz, una hilera de canecillos decorados remata el conjunto. En ellos se cincelan elementos muy heterogéneos: triples rollos de distintas características, dos cruces (una de San Andrés, otra resarcelada), motivos vegetales (palmetas, hojas varias), motivos geométricos (grupos de líneas paralelas, un grupo de bolas, una retícula romboidal, un entrelazo de líneas que asemeja a una concha, una superposición de rectángulos, entrelazos de cintas o de círculos).
Así como figuraciones animales (cabezas de animales que parecen un pez, una liebre, varios monstruos con fauces abiertas, todos ellos muy deteriorados, y otro andrófago, muy esquemático, formado por dos rollos y una bola –que se asemeja a un modillón de rasgos semejantes ubicado en Larraya–) y humanas (personaje muy esquematizado de pie, otro que podría semejar hombre portando barril, de líneas muy simples, también como en Larraya).



A continuación, en el siguiente tramo de la nave se distinguen, en los muros de la epístola y del evangelio, dos ventanas con remate semicircular. Al igual que las laterales del ábside, están formadas por una chambrana exterior, si bien en este caso se hallan adornadas en su zona superior por una hilera de ondulaciones. En los laterales se incluyeron motivos escultóricos. En la septentrional, se distinguen un mono a la izquierda (Martínez de Aguirre también menciona un posible mono en los relieves de San Miguel de Villatuerta y Uranga e Íñiguez recogen otro en un capitel de San Pedro de Aibar) y a la derecha un personaje humano que tiende una mano y parece portar alas. Mientras que en la meridional se aprecia una figura humana en cuclillas a la izquierda –similar a las que se verán en lugar y posición semejante en la portada–, y un león andrófago a la derecha. En el mismo tramo donde se ubica la ventana sur, pero en el borde del lienzo donde termina el muro de piedra, se aprecia un sillar aislado que aparece tallado con una escena en la que se representa a un personaje alado que emerge de una nube y sopla un cuerno. Debajo de su brazo izquierdo se ha cincelado un instrumento semejante a una tenaza. En ambos muros se observan dos fases constructivas. Melero Moneo los relaciona con muro románico, en la parte baja, y muro gótico (en el que estarían incluidas las ventanas, de la misma época) en la superior, levantado a mayor altura para dar cabida a las bóvedas góticas. Perduran los contrafuertes prismáticos románicos (algunos repuestos), recrecidos posteriormente, que coincidirían con los soportes interiores pensados para bóvedas nervadas. 


Por último, en el sur del tramo occidental se emplaza la portada abocinada (4,50 m de derrame, 2,05 m de luz y 1,25 m de profundidad), formada por tres arquivoltas de medio punto profusamente decoradas, al igual que la chambrana que cubre el conjunto. Todas ellas descansan en sendas columnas monolíticas que han sido repuestas.

Sus basas, sobre pedestal, están integradas por toro simple ornamentado con tallajes y lengüeta frontal.
La decoración de las arquivoltas y de los capiteles ya incorpora un repertorio ornamental propio del primer gótico, como vio Melero. En la exterior, una sucesión de figuras vestidas con largas túnicas plegadas alternan diferentes posturas: unas sostienen libros en sus manos mientras que otras están tocadas con alas cruzadas sobre el regazo. Se acompaña en su trasdós por roleo con hojas lanceoladas, mientras que en el intradós se talla una hilera de palmas. En la intermedia, se suceden en la mitad occidental dragones y dragoncillos con cabezas humanas que se cubren con distintos tocados: corona, cogulla, capiello con barboquejo (relación de monjes y dragoncillos de cola retorcida con la portada de Eunate), frente al área oriental donde se alternan leones antropófagos y rampantes; en su trasdós, rosáceas; y en su intradós, hojarasca trilobulada y una flor de lis en una dovela oriental inferior. En la arquivolta interior, en arista viva, se suceden nuevamente rosetas de mayor tamaño con dos y tres filas de pétalos (relación temática para Uranga-Íñiguez con las portadas de Villaveta y Eunate y ventana de Olejua). Repartido entre sus dos dovelas centrales se talla un crismón trinitario que asoma entre flores y cuyas letras alfa y omega ocupan posiciones contrarias a lo habitual. Al Oeste, dentro de una flor, un nimbo circunscribe una cruz entrelazada compuesta por doble moldura. El guardalluvias completa la decoración floral y vegetal a base de crochets de remate vegetal, grandes e individualizados, como serán frecuentes en los dos primeros tercios del siglo XIII, además de una cabeza humana barbada al oriente. En su parte inferior, bajo el arco, se amparan dos figuras muy similares a las que ya se han visto en las ventanas de la nave, acuclilladas y ligeramente recostadas, que apoyan las cabezas en sus manos.
En cuanto a los capiteles, todos ellos presentan una decoración vegetal de tipo naturalista propia del inicio del gótico en la que se evidencian hojas lobuladas estilizadas vueltas en sus remates.

El capitel cuarto, además, incluye en las esquinas pequeñas piñas. Los capiteles quinto y sexto lucen bolas en dichos lugares, además de cuadrúpedos en sus frentes, con largos cuellos que alcanzan el ábaco donde comen hojas redondeadas y romboidales dispuestas en hilera. Podrían ser jirafas. Y el quinto, en este mismo lugar, dos cabecitas de león.
Los cimacios de todos ellos, corridos y muy desarrollados, exhiben hojarasca trilobulada asimismo del gótico inicial.
En conjunto, en esta puerta predomina el repertorio ornamental propio del primer gótico.

Al interior, el edificio se distribuye en una nave única (21,55 m de largura por 7,61 m de anchura) organizada en dos tramos más ábside semicircular. La cubierta original de la nave no se ha conservado, sino que fue sustituida en el siglo XVI por una bóveda gótica de terceletes, que apea en el centro de la nave sobre soportes fasciculados propios del gótico de la primera mitad del siglo XIII. El presbiterio mantuvo las características primigenias (en la restauración fue eliminado un cascarón de ladrillo y yeso que ocultaba el lienzo del ábside) y guarda una gran similitud con el de la iglesia de San Miguel de Cizur Menor. Como allí, está organizado en dos áreas bien diferenciadas. El ábside, semicircular, está cubierto con cuarto de esfera apuntado.
Mientras que el anteábside, ligeramente más ancho, se cubre con bóveda de cañón apuntada que apea en un arco doblado (tanto la bóveda como el arco tuvieron que ser consolidados en 1987). Éste marca la transición de la cabecera a la nave y apoya en potentes pilastras sobre las que se adosan columnas con capiteles decorados. El del Norte está formado por tres niveles de hojas. Los dos primeros son pencas lisas vueltas de las que penden bolas y el tercero está formado por hojas alancetadas terminadas en volutas (capitel relacionado por Melero Moneo con otro de Olleta). Remata el conjunto una hilera de elementos cuadrangulares a modo de cenefa. Frente al del Sur, compuesto de pencas lisas con nervio central inciso de las cuales también cuelgan bolas (motivos que Melero Moneo compara con Fitero). En sus caras laterales así como en la fila superior, se alternan palmetas. Los capiteles son coronados por cimacios lisos que se prolongan en imposta por el resto de la pilastra. El conjunto, a su vez, reposa sobre un gran pedestal cuadrangular que salva el desnivel existente hasta el suelo y que se prolonga a modo de zócalo sobresaliente por todo el lienzo inferior de la cabecera.
El ábside está horadado por tres ventanas enmarcadas por una doble línea de imposta muy restaurada (en nacela la de arriba y baquetonada la de abajo) que delimita sus alturas inferior y superior. Estas ventanas, abocinadas, con remate semicircular y doble arquivolta, son coronadas por chambrana.
El arco exterior apea en pies derechos cubiertos con cimacio liso y el interior lo hace en pequeñas columnas con capiteles. La disposición de las ventanas de esta cabecera, así como su tipología, guarda gran parecido con la que se puede observar en otras iglesias de la Orden de San Juan de Jerusalén como San Miguel Arcángel de Cizur Menor y, en menor medida, con Aberin, si bien las ventanas de Cabanillas son de menores dimensiones, al igual que su ábside.
También ha sido puesto en relación por Martínez Álava con el presbiterio de Tulebras. El capitel derecho de la ventana meridional está formado por pencas lisas terminadas en volutas. De sus puntas cuelgan elementos que asemejan piñas. Y en las intersecciones, entre hojas, se aprecian frutos en sus partes altas.
En un registro superior, ubicado a mayor altura, se disponen las habituales hileras de cubos tardorrománicas, que se repiten en todos los capiteles del interior. El de la izquierda se distribuye en dos niveles de hojas festoneadas, semidestruidas, entre las que se intercalan hojas similares, con forma triangular y romboidal. En la ventana axial se repite, en el capitel de la derecha, el motivo de grandes hojas festoneadas, que finalizan en volutas en sus esquinas. El de la izquierda, se compone por una serie de pencas lisas organizadas en dos alturas.
En la zona inferior se combinan hojas simples de nervio central en resalte y otras hojas dobles de nervio semejante. En la superior, hojas lisas se vuelven sobre sí mismas para transformarse en volutas. Y en las intersecciones entre ambas, una hojita sencilla con nervio prominente. Finalmente, los capiteles de la ventana septentrional reproducen modelos combinados de las ventanas anteriores, a pesar de no distinguirse claramente por estar bastante dañados. En el de la derecha, se labran grandes pencas lisas rematadas por volutas de las cuales penden frutos, como también de las hojas intermedias emplazadas entre ellas. Mientras que el de la izquierda presenta nivel bajo de lancetas con nervio axial prominente y hojas altas festoneadas. Las hojas alancetadas con nervio en resalte y otros motivos guardan cierta conexión con otras iglesias tardorrománicas (parroquias de Cizur Menor y Ubani). En la restauración efectuada entre 1996-2001 fue eliminada una puerta, ubicada en el paramento sur del ábside, que daba paso a la sacristía. Y se mantuvo el antiguo sagrario rematado por un arco apuntado.
La nave ha sido objeto de mayores modificaciones en la historia del edificio. En el año 1904 su muro hastial fue derruido para ampliarla en un tramo más y ubicar un coro en el área superior. En la restauración de 1996-2001 se volvieron a suprimir dicho tramo y coro y se reconstruyó de nuevo este muro occidental, donde se abrió, además, un óculo, que pudo haber estado incluido en el proyecto primitivo del edificio (Melero Moneo piensa en rosetón).

Varias ventanas más perforan los muros de la nave: dos situadas en las zonas norte y sur del tramo inmediatamente anterior al presbiterio. Ambas responden a una misma tipología: abocinadas, alargadas (de mayor altura que las de la cabecera) y con remate semicircular, sin ningún tipo de ornamentación. Completan este conjunto una ventana rectangular emplazada en el Norte del primer tramo (que ya fue modificada en obra y nuevamente en fecha posterior) y ha sido reestructurada en la restauración. Otra ventana se habría proyectado, paralelamente, en el muro sur aunque parece que, finalmente, no prosperó ya que sólo se han encontrado algunas trazas de las mochetas en la labra.
Ambas constituirían vestigios de las cuatro ventanas románicas que, según indica Melero Moneo acertadamente, habrían existido originalmente en la nave.
Así como tres puertas de distintas épocas. La ubicada a occidente fue incluida ex novo en la última restauración. Las otras dos están emplazadas en el muro del evangelio. Cerca del hastial, elevada en altura, se dispone una pequeña puerta con remate de medio punto, reaprovechada actualmente como hornacina.
Su situación es muy semejante a la que se observa en otra portezuela similar situada en el interior de la torre occidental de San Miguel en Cizur Menor y, como aquélla, daría paso al nivel superior del claustro y de las dependencias de los monjes ubicadas en la explanada norte. Otra baja, emplazada en el mismo tramo junto a la columna, también daría paso al recinto claustral. En este primer tramo, al Sur, se reubicó la portada principal en 1996-2001.

Sobre la evolución del edificio, los autores sostienen diferentes teorías. Lojendio y Uranga-Íñiguez creen que los únicos elementos románicos existentes en él son el ábside y la portada. En el Catálogo Monumental de Navarra, se incluyen también los muros norte y sur de la iglesia como una perduración de la fábrica primitiva. Por su parte, Melero Moneo, a diferencia de todos ellos, opina que sólo el ábside y la parte baja de los lienzos septentrional y meridional son románicos, al igual que la ventana noroccidental. Mientras que su parte alta, en la que se introdujeron las dos ventanas con decoración figurada, habría sido modificada posteriormente y se incluiría en un estilo gótico tardío (siglo XVI). También cree que la portada es gótica –a pesar de que mantiene una composición románica– y que corresponde a la época final del románico navarro porque recibe ya las influencias de Chartres, a través del plegado de las figuras de la arquivolta central.
Afirma, asimismo, el predominio de los elementos vegetales típicos del gótico sobre las escenas historiadas, de tradición románica.
Respecto a la datación del edificio, Melero Moneo señala que las fechas de construcción, tanto de la iglesia como de la portada, deberían ser retrasadas hasta el primer o segundo cuarto del siglo XIII, al igual que sucede en San Miguel de Cizur Menor, también encomienda sanjuanista. De este modo, revoca las teorías de autores como García Gainza o Asiáin Cervera que la databan en la segunda mitad del siglo XII. Y se acerca más a las posturas de Lojendio, Biurrun o Azcárate para los cuales la portada estaría fechada en torno a 1200. En su conjunto todo el edificio parece tardío. Los capiteles de la cabecera responden a fórmulas propias del entorno de 1200, tratadas con sequedad, lo que animaría a situarlos ya a comienzos de la decimotercera centuria. Evidentemente la portada incluye un repertorio que se desarrolla en Navarra en el segundo cuarto del siglo XIII. Probablemente no se dio una interrupción dilatada entre ambas fases, ya que uno de los canecillos incorpora un entrelazo parecido al desarrollado en la portada.
Por último, como principales piezas de arte mueble medieval, puede mencionarse el ara primitiva del altar –hallada en el transcurso de las labores de rehabilitación– que fue parcialmente reconstruida y devuelta a su lugar primigenio. Así como una pila bautismal, que también fue sometida a restauración. Anteriormente fue reubicada en las dependencias anexas del frente sur para después ser trasladada a la iglesia nueva. Tras la conclusión de las obras, ha vuelto a ser colocada en el ángulo noroccidental de la nave, donde pudo emplazarse originalmente. Está compuesta por una taza semiesférica lisa (95 cm de diámetro y 60 de altura) con gallones incisos de gran anchura y prácticamente planos, sin relieve. Otras pilas navarras que registran un tipo de gallón de características muy similares son Larrión e Iturmendi. También en Ardanaz de Egüés, Eransus, Lorca o Zunzarren se encuentra una decoración semejante, si bien en estos casos el gallón plasma mayor curvatura. Y queda soportada por un fuste cilíndrico liso (44 cm de altura). Finalmente, debe señalarse la gran similitud artística que, según afirmaban Biurrun, García Larragueta y Melero Moneo debía existir entre las iglesias de Cabanillas, Calchetas (desaparecida), Fustiñana y Buñuel, aunque estas dos últimas sufrieron grandes modificaciones.



 

 

 

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