lunes, 6 de enero de 2025

Capítulo 37-1, Románico Aragonés- Románico del Gállego, Comarca de la Jacetania

Románico del Gállego
Así definido por hallarse su núcleo principal sobre la orilla izquierda del río Gállego, entre Biescas y Sabiñánigo al sur del puerto de Cotefablo, contando con ejemplares en lo alto del Sobrepuerto de Biescas. A pesar de esta relativamente circunscrita localización de sus templos, también los hay alejados de este núcleo como los casos de Rasal, Ordovés o Sescún, distantes unos treinta kilómetros en línea recta desde Lárrede.
Su edificación se realizó a base de sillarejo trabajado a maza extraído de las generosas canteras que suponen los flisch eocénicos del Gállego. Los estratos paralelos que vemos a los lados de las carreteras fueron una magnífica fuente de materia prima fácil de convertir en sillarejos con unos pocos golpes de maza. Sillarejos dispuestos a soga y tizón, en hiladas regulares y con mechinales pareados edificativos. También poseen sillares mejor acabados aunque sin la perfección que vemos ya en el románico pleno. La orientación de estos templos es canónica. Son de nave única rectangular rematados al este por ábside cilíndrico que luce una decoración característica a base de arquillos ciegos apeados en lesenas situados entre dos molduras tóricas. Por encima corre una secuencia de baquetones verticales que les aportan personalidad al tiempo que sirven de sustento a la cornisa del ábside. No hay decoración escultórica y su gracia se la aportan los juegos de luces y sombras que les proporcionan los elementos formales descritos. Las puertas de acceso al templo se suelen disponer en el muro sur y son de falsa herradura, simulada a base de peraltar el arco de medio punto sobre unas impostas biseladas, que contribuyen a transmitir este efecto. Es típica la ubicación de los vanos rehundidos en alfiz y conformados por dos o tres huecos cada uno. Algunos ejemplares lucen esbelta torre, cuyo arquetipo, Lárrede, vemos emerger en la imagen de cabecera entre la vegetación del río Gállego.
En la actualidad se acepta que estos templos, con sus particularidades e influencias ya señaladas, se alzaron hacia la mitad del siglo XI durante el reinado de Ramiro I como impulso de repoblación de la zona.
Estos templos se edificaron para celebrar en ellos la vieja liturgia hispana. Y muy probablemente las gentes que los llenaron fueran mozárabes en sentido estricto de la palabra: "mozárabe" deriva de la voz árabe "musta ´rab" definitoria del cristiano hispánico que vivió en territorio musulmán conservando su religión. En este caso pertenecientes al distrito rural del Gállego de nahiya-al-Yilliq dependiente del waliato de Huesca.
Sus formas evocan con fuerza al arte lombardo aunque con particularidades que los hacen únicos, excepcionales y merecedores de una subclase propia. La particularidad que los diferencia son detalles decorativos atribuibles en buena parte a elementos probablemente prestados del islam, como los vanos rehundidos en alfiz o los campanarios al modo de los alminares desde los que se llama a la oración. Ya Iñiguez Almerch hizo notar la similitud de la torre de Lárrede con el alminar de la mezquita de Omar en Bosra (Siria). Aunque, según matiza acertadamente Antonio Durán Gudiol, no tendrían que ir tan lejos a buscar modelo porque la torre de la desaparecida mezquita de la Huesca musulmana les podría haber servido a este fin.
Tiene esta zona otra particularidad y es el hecho de que aquí fue desterrado el influyente Abad Banzo de Fanlo al caer en desgracia por oponerse al Rey Sancho Ramírez en su deseo de "europeización" y mantenerse anclado en el viejo rito hispano visigodo frente al oficial romano que deseaba importar el monarca como parte de las contraprestaciones a Roma por su apoyo. Se ha invocado este hecho para explicar la peculiaridad edificativa de esta comarca. Ello y la probable repoblación con gentes llegadas de Siria, como documenta Duran Gudiol, podría están en el origen de algunos de esos estos detalles islámicos añadidos al primer románico que llega desde el este.
Los vanos rehundidos en alfiz de la fachada sur de Lárrede propician unos bellos juegos de luces y sombras. Y al interior estos templos poseen presbiterio atrofiado y cubre su nave por medio de techumbre de madera a dos aguas. San Pedro de Lárrede se abovedó en origen, aunque la actual bóveda proceda de la restauración de 1933 efectuada por Íñiguez. Es obligado recordar a los pioneros en esta zona: Sánchez Ventura y Francisco Íñiguez Almerch quienes dieron a conocer buen número de estos templos serrableses. Sánchez Ventura advertido por un cazador de la zona los descubrió en 1922 acompañado por Joaquín Gil Marraco como fotógrafo. A pesar de ser "redescubiertos" cayeron en la desidia y el olvido hasta los años 70 del siglo pasado en que la activa asociación de Amigos de Serrablo capitaneada por el entusiasta Julio Gavín (desaparecido en 2006) los consolidó, estudió y relanzó, siendo hoy orgullo de la zona y referente para los amantes del arte medieval de todo el mundo.
Uno de los distintivos de estos templos, sin duda el más llamativo, son los frisos de baquetones verticales que decoran sus cabeceras. Yuxtapuestos a lo largo de todo el ábside, por encima de los arquillos ciegos y enmarcados entre dos molduras tóricas, dan personalidad y distinción a estos edificios. A pesar de que la sensación en el edificio acabado es la de ser pequeñas columnillas, no son tal. Observando un templo semidestruido, como es el de Gavín, afectado en la Guerra Civil de 1936 recuperado y trasladado al parque de Sabiñánigo por "Amigos de Serrablo", vemos que el baquetón es el extremo redondeado de una laja dispuesta verticalmente a tizón (abajo derecha). Yendo más lejos en mis consideraciones, su hechura como elemento aislado es idéntica a las piezas que componen las molduras tóricas absidales. Muchas veces pretendemos ver simbología en elementos edificativos que pueden no ser sino un recurso de utilización de material existente dispuesto con habilidad y estética. Probablemente allá en Sescún cuando dispusieron verticales los sucesivos tizones de sillarejo sin redondear su extremo visto, sentaron las bases de esta peculiar forma de expresión decorativa.
Yendo un paso más allá en lo funcional, podemos afirmar que esos baquetones no son otra cosa que canecillos a los que se ha recortado su porción más prominente y cuyo acabado redondeado los hace aparentar sucesión de columnillas. Funcionalmente están destinados a sustentar la cornisa, al igual que los canecillos convencionales, si bien al no sobresalir como aquellos, son necesarias dos hiladas de lajas para que la cornisa sea prominente y por tanto funcional en su misión de alejar el agua de lluvia del muro. (artículo monográfico a continuación). 
CORNISAS, CANECILLOS Y FRISOS DE BAQUETONES. SOLUCIONES CLÁSICAS PARA EL ARTE ROMÁNICO “Nihil novum sub sole” (No hay nada nuevo bajo el sol). Cuando creemos que un concepto o una idea es novedosa lo más probable es que alguien en algún momento de la historia la haya señalado antes que nosotros. Todo lo que no es original es copia, aunque para indagar en busca del original en muchas ocasiones haya que remontarse al periodo clásico para descubrir a través de sus fundamentos que aquello que aparentaba originalidad no es sino adaptación de sus ideas, formas y soluciones al modo de hacer o a las necesidades de cada momento. Traigo esta reflexión a cuenta de que he tratado de mirar con otros ojos algunos elementos arquitectónicos románicos buscando su originalidad y me he encontrado con que esa presumible innovación no es sino adaptación de las ideas clásicas a las necesidades o al modo de hacer más eficaz para llevar a cabo una obra aparentemente “diferente”. Mi reflexión surge de la contemplación de los frisos de los baquetones del “Románico del Gállego” (Imagen 1) un endemismo edificativo situado en la zona aragonesa de Serrablo próxima al río Gállego en el entorno de la localidad de Biescas cuyo arquetipo es la iglesia de san Pedro de Lárrede, compuesto por apenas docena y media de iglesias.

Imagen 1 

Durante mucho tiempo se trató de mostrar a estas edificaciones como mozárabes, buscando quizá el valor añadido del “mozarabismo del Gállego” como un elemento diferenciador tendente a realzar un prestigio arquitectónico que sin duda posee y que no precisaba de subterfugios para sobresalir. Dicho lo cual hay que señalar que acaso esta confusión terminológica, probablemente bienintencionada, pudo derivarse de la definición del “redescubrimiento” de este grupo de templos en 1922 por Rafael Sánchez Ventura y el fotógrafo Joaquín Gil Marraco, a los que un cazador de la zona les habló de su olvidada existencia. En 1933, Rafael Sánchez publicó el hallazgo junto a Francisco Íñiguez Almerch, en Archivo Español de Arte y Arqueología, Centro de Estudios Históricos. Ya desde su redescubrimiento surgió el germen de la polémica dado que de ellos dijeron quienes los sacaron del olvido: “Parecen traducir estas iglesias un mozárabe mal interpretado...” Quizá en esa primera aproximación a estos templos y en el enjuiciamiento citado pueda radicar el germen de la denominación que por "romanticismo" se usó para definirlos. El término "Románico" ya estaba vigente. También el referente al arte "Lombardo". La necesidad científica de catalogar y encasillarlo todo, con sus respectivos "filum" de antecedentes y consecuentes propició su encasillamiento como "templos mozárabes de Serrablo". En el fondo, con el pensamiento de hoy, podría decirse que se estaba acuñando una marca o seña de identidad corporativa. A mi modo de ver el acierto fue reconocer a este grupo de templos como "diferentes" porque realmente lo son en tanto en cuanto que en ellos convergen una serie de elementos diferenciales que no existen en otros templos. Y estos son los arcos de herradura o de falsa herradura, la existencia de alfices de ascendiente islámico y las torres-campanario con probables raíces islámicas. Pero sobre todo, la adición de un elemento nuevo y diferenciador como es la decoración que les añaden a sus ábsides entre el extra dós de los arquillos ciegos y la cornisa. Me refiero a lo que se conoce como " friso de baquetones", ubicado entre la cornisa y una moldura tórica en su forma típica. La influencia de mi profesión de cirujano en la cual la observación del aspecto formal de la anatomía humana normal de cara a comprender su funcionamiento y patologías así como por las autopsias, que es la forma de intentar comprender la composición y funcionamiento de nuestras estructuras a través de su disección, me ha hecho ver la arquitectura bajo otro punto de vista. Es por ello que la contemplación de edificios en ruina dejando ver el interior de estructuras habitualmente ocultas con el edificio íntegro (verdaderas “autopsias arquitectónicas”), pudo constituir el punto de inflexión para comprender algunos extremos tendentes a entender cómo se llevaron a cabo y por qué se hicieron así. En la imagen de la zona superior del arruinado ábside de Yosa de Garcipollera podemos ver en primer plano la profundidad alcanzada por el canecillo hacia el espesor del muro, una pieza de cornisa y una metopa de superficie lisa. Los canecillos (como puede apreciarse en la imagen) son elementos atizonados de los cuales solo podemos ver su extremidad exterior, la que en ocasiones recibe decoración escultórica. En el viaje a Roma de 1068 Sancho Ramírez infeudó el reino de Aragón con todo lo que ello supuso de sumisión, protección y asunción del modo romano en lo relativo a aspectos como la liturgia o la arquitectura. La liturgia oficial romana a través del movimiento benedictino cluniacense se introdujo en la península a través del reino de Aragón, oficializándose de modo solemne el 22 de marzo de 1071 en la iglesia alta del monasterio de San Juan de la Peña. De modo paralelo a este hecho fue asumido el nuevo modo de edificar los templos en los que la nueva liturgia se haría efectiva. Así llegó el arte románico a Aragón y a través suyo a los diferentes reinos peninsulares. A partir de entonces decaerá la forma de edificar en clave hispano-visigoda o lombarda a favor del nuevo estilo basado en el arte clásico. Roma es el arquetipo al cual volver la mirada y la planta basilical será la preferida para los templos cristianos que serán alzados bajo la geometría del arco de medio punto, usando sillares perfectamente labrados y escuadrados, utilizando la escultura integrada como vehículo de ideas catequéticas y todo ello auspiciado y controlado por Roma a través de los monjes cluniacenses. Edificios que se habían iniciado en clave lombarda, como la catedral de Jaca, serán acabados bajo las nuevas formas edificativas en las cuales el mundo clásico se hace evidente tanto en la arquitectura como en la escultura integrada en los mismos. El ábside meridional de la seo jaquesa es el vestigio de un paradigma que será imitado y repetido en muchos otros edificios de este primer momento del arte románico (Imagen 2).

Imagen 2 

En el mismo subyace la arquitectura clásica griega asumida por Roma y adecuada al arte románico. Desde un modelo basado en el entablamento en que predominaba la arquitectura adintelada se pasó al predominio del arco de medio punto con edificaciones abovedadas, pero manteniendo muchos elementos bellos (“venustas”) del arte clásico. Así la belleza y también la utilidad (“utilitas”) del entablamento que remata el edificio griego se van a mantener en el modo de hacer románico en el que encontraremos dos de sus tres componentes: la cornisa y el friso. El arquitrabe no tendrá ya cabida en una arquitectura que como he dicho abandona el concepto clásico del adintelado para dar paso a la arquitectura basada en el cierre perimetral del edificio supliendo las sucesiones de columnas por un muro continúo y en el uso generalizado del arco de medio punto en vanos y bóvedas. En la génesis del modelo clásico destinado a rematar en altura los edificios griegos por medio del entablamento (Imagen 3) parece ser que se trató de imitar el modo de construir del un tiempo en que estas edificaciones se edificaron con madera, siendo el arquitrabe la representación de los gruesos maderos conformando el dintel perimetral sobre los que se alineaban transversalmente otros menores cuyos sobresalientes extremos se representaron por medio de los triglifos como traducción a la piedra de esos elementos lígneos.

Imagen 3 

En los espacios entre la representación de esas sobresalientes cabezas de maderos (triglifos) dispusieron placas adornadas con motivos escultóricos denominadas metopas para embellecer y dar continuidad al friso. Es un modelo sin duda bello pero sin que esa belleza haga olvidar que también posee una importante función como es la de sustentar a una cornisa que al situarse avanzada con respecto a la vertical del muro permitirá que el agua de lluvia sea evacuada sin que resbale por el mismo con lo que ello supondría de erosión a sillares y mortero. De este modo en el ábside meridional del templo románico hispano por antonomasia, como es la catedral de Jaca, podemos rastrear esos elementos de la arquitectura clásica asimilada por Roma y recibida por el arte románico. Del elemento fundamental que es el entablamento, persiste la cornisa con su importante función ya señalada. Los triglifos, como exponente del extremo de los largueros que la sustentaban, se han transformado en los actuales canecillos; y entre canecillo y canecillo, al igual que ocurría entre cada dos triglifos, seguimos encontrando metopas decoradas con escultura, naturalmente clásica. A pesar de no existir arquitrabe, que en el paso de arquitectura adintelada a la basada en el arco de medio punto fue sustituido por el propio muro del edificio, los arquitectos del románico no renunciaron a tener un recuerdo hacia la sucesión de columnas perimetrales que lo sustentaban y añadieron columnas, semicolumnas o pilastras adosadas al muro rematadas en altura por capiteles que ya no soportarán el empuje del desaparecido arquitrabe sino tan solo el de la cornisa. Vamos a avanzar un paso más. Imaginemos que quien edifica un ábside románico buscando la sencillez de formas decide eliminar las metopas y utilizar como sustento de la cornisa tan solo una sucesión de canecillos de sencilla hechura de modo que su extremo apenas sobresalga de la línea de fachada. Por otra parte, al no sobresalir el canecillo, tuvo la necesidad de colocar sobre el mismo una doble línea de cornisa para avanzar la superior sobre la inferior consiguiendo así el efecto de voladizo para alejar el agua del muro. Como estamos ante un constructor que ahorra esfuerzo y por tanto utiliza piezas ya hechas usándolas en posiciones y funciones diferentes, no nos ha de sorprender que los elementos que componen las molduras tóricas destinadas a enmarcar la arquería ciega de la cabecera puedan servirle también para ser utilizadas para componer los canecillos descritos. Estas piezas, tanto de moldura como los canecillos/baquetones no son sino lajas de sillarejo cuyo extremo libre se ha redondeado para que al ser colocadas en sucesión horizontal formen una moldura tórica, mientras que si se colocan en posición vertical una a continuación de otra, atizonadas, además de servir para sustentar la cornisa como canecillos/triglifos que son, compondrán el bello y exclusivo efecto de sugerir una sucesión de columnillas, algo que ya conocemos bajo la denominación de friso de baquetones. De esta forma podemos comprender que el friso de baquetones, santo y seña del arte del románico del Gállego, puede ser considerado como una fase evolutiva del entablamento clásico al que se ha desprovisto de su porción inferior (el arquitrabe) así como de las metopas dispuestas alternando con los canecillos por lo cual podemos concluir que esa exclusiva decoración está compuesta por una apretada sucesión de canecillos sustentantes de la cornisa con su borde libre tallado en vertical con un perfil redondeado simulando ser una columnilla o un baquetón.
En la imagen final (Imagen 4) muestro una serie de cabeceras románicas y sobre ellas, en sección, los correspondientes modelos que los originan para mejor comprender la similitud funcional de algunas estructuras. En rojo he señalado la cornisa, en azul los canecillos así como los baquetones que componen los frisos de las cabeceras de las iglesias larredenses y también las molduras tóricas de las mismas, que a fin de cuentas están compuestas por piezas edificativas idénticas a aquellos. En los dos ejemplos finales, san Aventín de Bonansa y san Pedro de Obarra, el modelo evolutivo destinado a alejar el agua de los paramentos verticales se ha visto reducido a su mínima expresión: tan solo una línea de cornisa ligeramente sobresaliente en el primero o la ausencia total de la misma en el segundo, apeando la cubierta directamente sobre el final del muro, siendo las sobresalientes lajas de pizarra las que alejen el agua pluvial del mismo. Quizá traduzcan ejemplares “alejados de la evolución” del arte clásico Nada nuevo bajo el sol. Esos delicados acabados absidales en altura, con o sin canecillos o metopas, o las originales sucesiones de los frisos de baquetones larredenses nos están remitiendo a un origen común clásico, al entablamento de la arquitectura griega modulado en primer lugar a través de la cultura romana y posteriormente por el arte románico, origen clásico del cual sin duda derivan. A. García Omedes de la Real Academia de San Luis. 1 de octubre de 2019.
Estos templos (apenas diecisiete) fueron “redescubiertos” en 1922 por Rafael Sánchez Ventura y el fotógrafo Joaquín Gil Marraco, a los que un cazador de la zona les habló de su olvidada existencia. En 1933, Rafael Sánchez publicó el hallazgo junto a Francisco Íñiguez Almerch, en Archivo Español de Arte y Arqueología, Centro de Estudios Históricos. Ya desde su redescubrimiento surgió el germen de la polémica, dado que de ellos dijeron quienes los sacaron del olvido: “Parecen traducir estas iglesias un mozárabe mal interpretado...”
Quizá en esa primera aproximación a estos templos y en el enjuiciamiento citado pueda radicar el germen de la denominación que por "romanticismo" se usó para definirlos. El término "Románico" ya estaba vigente. También el referente al arte "Lombardo". La necesidad científica de catalogar y encasillarlo todo, con sus respectivos "filum" de antecedentes y consecuentes propició su encasillamiento como "templos mozárabes de Serrablo". En el fondo, con el pensamiento de hoy, podría decirse que se estaba acuñando una marca o seña de identidad corporativa. A mi modo de ver, el acierto fue reconocer a este grupo de templos como "diferentes" porque realmente lo son en tanto en cuanto que en ellos convergen una serie de elementos diferenciales no presentes en otros templos. Y éstos son los arcos de herradura o falsa herradura, la existencia de alfices de ascendiente islámico y las torres-campanario con claras raíces islámicas. Pero sobre todo, un elemento nuevo y diferenciador como es la decoración que les añaden a sus ábsides entre los arquillos ciegos y la cornisa. Me refiero a lo que se conoce como "friso de baquetones", ubicado entre una moldura tórica y la cornisa a la cual sustentan.
Por otro lado, los detractores del "mozarabismo" de estos templos se basan en las claras coincidencias de su estilo básico con el extendido y pujante arte lombardo/lombardista omnipresente en las zonas orientales de Aragón y cuyo empuje y expansión solo pudo ser frenado por el triunfo de Cluny y su movimiento ideológico-religioso-artístico: El Románico.
La forma lombarda de edificar en Aragón la encontramos en pequeñas iglesias, grandes monasterios y en edificaciones de carácter militar. Su construcción se lleva a cabo con sillarejo apenas desbastado a maza, con muros de tres capas (dos vistas y una tercera central que les aporta solidez), con bóvedas de medio cañón o de arista, con presbiterios atróficos tan apenas señalados y sobre todo con ausencia de decoración escultórica. La elegancia de esta forma de edificar se basa en los juegos de luces y sombras que producen sus elementos adosados a los paramentos verticales. Lesenas que animan y articulan muros y ábsides a la vez que ofrecen soporte a los arquillos ciegos que en altura adornan cabeceras y muros laterales.
Uno de los elementos que hemos señalado como propio del arte lombardo es la existencia de "dobladura lombarda" en algunos vanos. Su finalidad es estética y consiste en colocar una serie de sillarejos a soga perfilando el trasdos de los vanos y formando una especie de sobrecírculo ornamental que además ayuda a homogeneizar el medio punto del arco.
Queda patente que aun careciendo de decoración escultórica es un arte que no renuncia a la belleza estética Ya he mencionado las lesenas y los arquillos ciegos. En esta línea es frecuente encontrar un acabado decorativo en la altura de los cilindros absidales. Por encima de los arquillos ciegos y hasta llegar a la cornisa, es frecuente hallar motivos decorativos enmarcados en ocasiones por sendas molduras. Así son frecuentes las decoraciones de "dientes de sierra" o "esquinillas" como ocurre en los ábsides laterales del monasterio de Obarra. Algo similar hallamos en otros edificios más modestos, como la ermita de San Clemente de Palo.
Para la decoración del ábside central de Santa María de Obarra se optó por algo más elaborado que los frisos de esquinillas utilizados en los ábsides laterales. Allí, entre las dos molduras longitudinales sobre la arquería ciega se implementó un sistema de lajas entrecruzadas a modo de aspa que le aporta un toque de elegancia al edificio. En otro monasterio con influencia lombarda como es el de Alaón, el motivo decorativo elegido en sus muros fue el de tacos de sillarejo tresbolillados formando una auténtica y primitiva forma de ajedrezado. En las cabeceras, este motivo cede paso a un friso de esquinillas que aquí consta de tres filas superpuestas.
En fin, que a pesar de la sencillez edificativa, los constructores lombardos no renunciaron a usar motivos decorativos ni tampoco a probar con diferentes formas de llevarlos a cabo usando los materiales a su alcance para generar sucesiones de diferentes figuras geométricas entre la cornisa y los arquillos ciegos, por lo general entre dos filas de sillarejos formando molduras.
Hay un templo en Huesca situado en mitad de la nada entre los embalses de Belsué y de Vadiello que fue rescatado del olvido gracias a miembros de Peña Guara. Consolidado en su estado de ruina, es un referente que plantea más dudas de las que aclara. Me refiero a la ermita de la Virgen de Sescún. Cronológicamente es el único enclave de esta corta serie del que se tienen constancia documental. Durán Gudiol cita que "el 15 de diciembre de 992 el presbítero Mancio lego en testamento al monasterio de San Úrbez de Nocito propiedades en Sescún, San Saturnino, Onás y Villobas". 

En Sescún encontramos una forma decorativa en consonancia con lo que hasta ahora hemos visto en templos lombardos. En altura del ábside, entre los arquillos ciegos y la cornisa colocan elementos decorativos repetitivos entre dos toscas molduras corridas. Los elementos decorativos aquí no son esquinillas ni lajas ni taqueado. Aquí son elementos a modo de pequeñas columnillas verticales que le aportan un aire peculiar. Columnillas poco trabajadas que no son sino sillarejos de semejante altura colocados de modo sucesivo, verticalmente y a tizón. Es obvio que estoy describiendo el emblemático y definitorio friso de baquetones de las iglesias del Gállego de las cuales Sescún pudiera ser la primera de todas ellas.

En las formas típicas de las iglesias del Gállego, los frisos de baquetones, al igual que el resto de los elementos edificativos muestran una esmerada y repetitiva forma de preparación. Los frisos de baquetones aparentan ser una sucesión de columnillas colocadas en vertical decorando la zona alta de la cabecera de estos templos.
Cuando se tiene la suerte de poder observar uno de estos edificios arruinado, como el que hay en el parque de Sabiñánigo procedente de la población de Gavín, es posible comprobar que los baquetones no son otra cosa que sillarejos en los que su borde libre ha sido trabajado para darle forma redondeada. Estas piezas lo mismo pueden usarse para formar las molduras tóricas del ábside, colocándolas horizontalmente, como en sucesión vertical para generar el emblemático friso de baquetones. Es un progreso más en la decoración que los herecderos del modo de hacer lombardo plasman aquí de un modo totalmente novedoso. 

Muy próximo a Lárrede, un poco al norte siguiendo la pista asfaltada hacia Biescas, hallamos el templo de San Juan Bautista de Busa. Su estampa, aislado en medio de un prado y con la peculiar forma de su cubierta, lo asemeja a un barco varado. Quienes lo edificaron tomaron modelo o aprendieron junto con los avezados constructores de Lárrede. Similares planteamientos pero con peor técnica que les hizo recurrir a la prudencia y renunciar a abovedar, ni siquiera la cabecera. De ahí el recrecido sobre la misma y la única cubierta a dos aguas. Su portada es de falsa herradura, también rehundida en alfiz. Difiere de todos los demás ejemplares en que sus dovelas exteriores muestran una somera decoración a modo de palmetas simuladas por un trazo continuo deferencial que alberga en las sucesivas concavidades lo que se ha interpretado como una oración islámica. Para Enríquez de Salamanca sería una inscripción en caracteres cúficos que reza: "la ilaha illa Allah": "No hay (otro) dios que Alá"; aunque la opinión del profesor Fernando Galtier es que no son sino palmetas decorativas que vendrían a corroborar la existencia de esa decoración en Jaca de la cual ésta sería deudora. Hay un pequeño símbolo espiroideo en la dovela a derecha de la clave, que si os fijáis la próxima vez que visitéis el templo, se repite en la pieza que forma el quicio de la puerta sobre la que pisamos al entrar.

San Juan Bautista de Busa 

Satué y Oliván son otros dos templos típicos de esta variedad del románico altoaragonés. El primero se ha considerado como el ábside más perfecto de todos los edificados por estas gentes. Oliván cuenta con torre adosada al costado norte y su muro sur se demolió, sustituyéndose por un gran arco formero de comunicación con la nave sur añadida. En esta obra desapareció su portada original.

Iglesia de San Andrés (Satué) 

Iglesia Románica de Oliván. 

Sobre una elevación poco al sur de Oliván dominando el cauce del Gállego se halla la población de Susín. Merece la pena solicitar permiso en el ayuntamiento de Biescas para utilizar la pista restringida que conduce al sobrepuerto y que permite acceder hasta muy cerca de Susín. Paisaje sereno y espectacular. Caserío semiabandonado y templo soberbio al que en un momento tardío se invirtió la orientación litúrgica utilizando la cabecera como sacristía, soporte de torre y acceso al coro. Pero afortunadamente se conservó (abajo izquierda). El pequeño ventanal presbiteral, rehundido en alfiz, es de ruda belleza, como se puede advertir en la fotografía del mismo (abajo a derecha). Abundantes marcas y símbolos burilados en los sillares de esta cabecera, entre ellos un arcaico crismón rotado, nos hablan de reutilización de elementos de un templo anterior, probablemente hispano-visigodo.

A bastante distancia del núcleo de Lárrede, casi treinta kilómetros al sur, se halla Ordovés  ya en la ribera del río Guarga. Sus hechuras arcaicas y el notable peralte en planta de su ábside hicieron que Durán Gudiol lo asimilara a uno de los más antiguos del grupo al que en realidad no lo une nada más que el friso de baquetones de piedra toba que hallamos semiocultos bajo el alero absidal.

San Bartolomé de Gavín 

Un templo al que hay que considerar con mucho detenimiento y cuidado es San Bartolomé de Gavín. Hay que circular desde Biescas en dirección a Ordesa por el puerto de Cotefablo. Un par de kilómetros más allá de Gavín, a la salida de un túnel se cruza puente sobre el barranco de San Bartolomé. Nos desviamos a la izquierda por pista asfaltada y en un kilómetro llegaremos a este lugar. La nave del templo estaba arruinada siendo la actual mayoritariamente obra rehecha por vecinos del pueblo y por "Amigos de Serrablo". La torre, que se adosó al primitivo templo, es la original del mismo.
Digo que hay que pararse y prestar atención a este templo porque su planta lo relaciona con los templos arcaicos de esta zona (Asprilla, Santa María y San Juan de Espierre, San Bartolomé de Bergua y San Blas de Broto) que se remontan al último tercio del X. La torre se edificó posteriormente, poco después de acabado el templo, y su porción inferior es cronológicamente muy similar a aquél. Solo hay que ver la comunicación entre torre y templo (abajo derecha), para comprender que es de la misma hechura que los vanos de acceso de los mencionados. Arco de herradura de gran belleza acrecentado por su tosquedad, que nos transporta no a lo mozárabe, sino a lo hispano-visigodo. Y bajo ella, las impostas biseladas que veremos repetidas, remedándolas, en los templos del Gállego.

Otra característica exclusiva de esta torre es la decoración existente entre dos molduras, bajo el último tramo. Allí se dispusieron unos adornos a modo de roscas compuestos por dovelas en forma de cuña, dejando un pequeño vano central. Y las enmarcan con baquetón dispuesto de modo vertical en los laterales. Baquetones verticales, otro punto de enlace con lo que se difundirá por la zona. Bajo el alero, ya hallamos el friso de baquetones, que de ser cierta mi intuición, sería el primero del románico del Gállego. El cuerpo superior de esta torre da la sensación de ser ya "Larredense". Y visto lo anterior, así como su rudeza y tosquedad de sus vanos, me atrevo a creer que estamos ante el "interfase" entre dos momentos edificativos que aquí cuaja en este modo de hacer específico de las iglesias del Gállego partiendo de un modelo hispano-visigodo y llegando a experimentar lo que después se repetirá en el resto de los templos de la zona. Así pues, la arquitectura de este templo nos está indicando que estamos ante el "eslabón" que une el arte hispano-visigodo con el larredense.

Siguiendo el curso del Gállego, río abajo y antes de que se represa en La Peña, hay en sus proximidades una ermita dedicada San Juan Bautista. Se halla a cosa de un kilómetro al oeste de Rasal sobre un altozano desde el que luce orgullosa sus arcuaciones ciegas coronadas de friso de baquetones, lanzando al aire su mensaje a todo aquél que sepa escucharlo. A mí me llegó no solo desde el exterior, sino desde su abandonado interior. Bajo un manto de encalado en su ábside descubrí aflorar pintura mural inédita de la que "asoma la patita" el León de San Marcos (Abajo izquierda y derecha). Denuncié el hallazgo a los responsables de Cultura. Se organizaron romerías-reivindicativas dos años sucesivos y al final la ermita que amenazaba ruina, se consolidó. Ya no se cae. Ya no se deteriorará más lo que haya bajo el encalado. Ahora queda restaurar estas pinturas todavía más interesantes por constituir la única manifestación pictórica "in situ" en este reducido grupo de templos. Pero "las cosas de palacio van despacio" y en esta guerra los políticos no ganan méritos ni votos... Habrá que esperar; pero no olvidar.

Ermita dedicada San Juan Bautista

En la actualidad sabemos que la decoración pictórica del ábside es posterior a época románica. En la mandorla apareció una imagen de "Paternitas", probablemente del XIV.

Otros dos templos en que pasa a primer plano lo lombardo son Banaguás y Larrosa. El primero conserva alguna lesena medial; pero la mayoría de sus arquillos apean en ménsulas. La dobladura lombarda de su vano, refuerza las conexiones entre ambos estilos.

Banaguás- Parroquia de San Jun Bautista 

Larrosa de Garcipollera – Iglesia de San Bartolomé 

Muy distante del foco inicial de este estilo pero con las características de su momento tardío hallamos a San Andrés de Nasarre. Treinta kilómetros al sur de Lárrede en línea recta. Arquillos ciegos sobre ménsulas y friso de baquetones que en este templo -y solo en él- aparecen decorados con sogueados.
A su lado (abajo a derecha), la cabecera de Otal, población deshabitada en el sobrepuerto de Biescas, que requiere de una importante caminata para poder disfrutarla. Edificada al modo de Lárrede, pero en un momento avanzado, con signos de evolución. Nueve son sus arquillos ciegos, cuando lo habitual en el "tipo" son cinco o siete a lo sumo. Y tres vanos. Merece la pena el esfuerzo para apreciarla. (En la actualidad hay una pista -restringida- practicable con 4x4 que desde la boca oriental del túnel de Cotefablo permite acceder hasta la misma iglesia).

San Andrés de Nasarre

Otal – Parroquia de San Miguel 

Sin duda estos ejemplares de templo hispano con matices visigodos y sin ninguna influencia islámica ni mozárabe, fueron la base edificativa sobre la cual se desarrolló posteriormente el románico del Gállego en una feliz simbiosis entre lo tradicional autóctono: la corriente lombarda del primer románico que nos llegaba desde el este y las delicadas aportaciones puntuales que operarios islámicos aportaron al mismo. Mozárabes fueron quienes utilizaron estos edificios. Pero sus hechuras no lo son. Son, sencillamente, "Románico del Gállego".
En el esquema de la ubicación de edificios, señalo con punto rojo y blanco los arcaicos, hispano-visigodos. En Rojo y amarillo los del Románico del Gállego típicos y en rojo y azul algunos de los correspondientes a epígonos de este arte.


En la Comarca de la Jacetania
Existen al menos dos estilos románicos: el románico lombardo, desde finales del siglo X hasta el año 1075, aproximadamente, el románico pleno, hasta mediados del siglo XII, aunque sus formas artísticas pervivirán, sobre todo en los pequeños núcleos rurales y con formas arcaizantes, hasta bien entrado el siglo XIII. 
Sólo en dos regiones españolas cuentan con ejemplares del románico lombardo: Cataluña y Aragón, y dentro de esta última, sólo se da en la Ribagorza, Sobrarbe y La Jacetania, por lo que la comarca de la Jacetania es una de esa pocas y privilegiadas regiones españolas en las que el caminante podrá disfrutar de magníficos ejemplares lombardos, junto a otros del románico pleno, como ocurre, en la bella localidad de Santa Cruz de la Serós con sus dos templos: San Caprasio (románico lombardo, principios del siglo XI) Y Santa Maria(románico pleno de la segunda mitad del siglo XI).

Etapas del románico en la Jacetania  
Cronológicamente hablando, el románico lombardo es el primero de los estilos en los que podemos catalogar el arte románico en general. Este peculiar y geográficamente limitado estilo, hunde sus raíces en la Lombardía (Italia) y sus características fueron propagadas por los Magistri Comanici, compañías de maestros lombardos itinerantes que a principio del siglo XI llegaron a España. 
Las características generales de la arquitectura lombarda en Aragón son el uso del sillarejo (piedras de pequeño tamaño trabajadas a maza) y el aparejo homogéneo, como recuerdo al ladrillo, material habitualmente empleado en las construcciones de la Lombardía. 
Respecto a la decoración exterior de estos templos, que es lo primero que llama nuestra atención, es, que es de tipo arquitectónico y en ella está totalmente ausente la escultura, que sí veremos desarrollada en el románico pleno. 
Sus dos elementos más característicos son los frisos de arquillos ciegos, acompañados o no por frisos de esquinillas o dientes de la sierra, y las lesenas o bandas verticales. Arquillos y lesenas se emplean sistemáticamente para articular los ábsides y con menos frecuencia en los muros laterales. Con tan sencillos elementos los maestros lombardos consiguieron crear sorprendentes efectos de claroscuro y aligerar los recios muros de piedra. 
El tipo de decoración lombarda que acabamos de exponer, pervive en núcleos rurales de La Jacetania hasta bien entrado el siglo XII, de ahí, que en nuestra comarca, podamos contemplar algunos templos “híbridos” que mezclan las formas escultóricas típicas del románico jaqués, con la decoración lombarda, como por ejemplo las iglesias de San Adrián de Sasave, San Fructuoso de Barós, San Andrés de Asieso y Los Angeles de Binacua. 
Y mención especial en este apartado dedicado al románico lombardo en La Jacetania, merecen los ábsides de tres iglesias parroquiales: San Juan Bautista de Banagüás, San Bartolomé de Larrosa de La Garcipollera y San Miguel de Lerés, cuyas cabeceras, realizadas a finales del siglo XI, presentan arquillos lombardos por encima de los cuales se dispone un friso de baquetones o rollos verticales al estilo de la decoración de las peculiares iglesias de la comarca hermana del Alto Gállego. 

El románico pleno en la Jacetania  
La etapa del románico pleno en La Jacetania, y en toda Europa en general, corresponde al momento en el que se construyen los templos que podríamos denominar “arquetipos” del estilo románico, como seria, para nuestra comarca, la Catedral de San Pedro de Jaca. Mandada construir por el rey Sancho Ramírez a partir de esa fecha de 1077 en la que Jaca se convierte en Capital del Reino, su grandiosidad y sus novedades arquitectónicas y escultóricas, se dejarán sentir, como veremos en todos los aspectos de los nuevos templos románicos rurales, por muy pequeños que sean. 
Aragón se ha convertido ya en un país seguro, con unas fronteras bien guardadas y empezó a experimentar un auge económico, por lo que se crearon nuevos núcleos de población que requerían nuevos templos, que se construirán ya en románico o, incluso, en algunos casos como la pequeña ermita de Santiago de Ruesta o el magnífico ejemplar de Santa María de Iguácel, los templos preexistentes serán remozados para adaptarse a la nueva estética que triunfaba en la corte jaquesa. 
Junto al avance de la Reconquista y la bonanza económica de Aragón, la difusión del nuevo estilo románico debe mucho a la labor de los monjes benedictinos que, aliados con el rey, fundarán nuevos monasterios en los que se impondrá la Regla Benedictina y la Liturgia Romana sustituyendo a las tradiciones nacionales. Así, por ejemplo, la Iglesia Alta del Monasterio de San Juan de la Peña acogerá en el año 1071 y por primera vez en España, una celebración litúrgica bajo el rito romano, sellando la alianza de Sancho Ramírez con el Papado. 
También será muy importante en la difusión y consolidación del románico pleno, el propio Camino de Santiago, por el que marchaban no sólo peregrinos, sino también compañías itinerantes de maestros arquitectos, escultores, pintores, orfebres…, que llevarán las novedades del estilo jaqués a toda la comarca. 
Las dos características más universales de este románico pleno son el uso de la piedra-sillar de mayor tamaño que lo visto en el lombardo, (aunque en los templos rurales se siga utilizando el sillarejo para los muros laterales y sólo el ábside y la portada se realicen con sillares de gran tamaño), y el empleo sistemático de la escultura monumental, aunque ésta se reduzca a un simple crismón sobre la puerta de entrada en los más modestos templos rurales, caso de la Iglesia parroquial de San Pedro de Caniás o la de Esteban de Ipas. 
La pintura, (un templo románico no estaba completamente terminado hasta que sus muros no estuvieran totalmente cubiertos por pinturas) y la escultura, aparecen desde el románico pleno ligadas a la arquitectura de las iglesias y de los claustros monásticos (en capiteles de las columnas, tímpanos, crismones de las portadas…), pero no con un afán simplemente decorativo, sino que a él se unía una clara intención de actuar sobre las almas de los fieles haciéndoles tomar el buen camino. Se trataba de representar con imágenes toda la Historia de la Salvación y los grandes dogmas de la Fe de la Iglesia, de forma que las gentes que no sabían leer lo comprendieran, convirtiendo así a los templos en la Biblia de los iletrados como defendía San Gregorio Magno. 
Al margen de las grandes construcciones del románico pleno, de los que hay excelentes ejemplares en la Comarca de la Jacetania, Catedral de Jaca, los monasterios de San Juan de la Peña, San Adrián de Sasave, San Pedro de Siresa y Santa Maria de Santa Cruz de la Serós, la parroquial de San Salvador de Majones o la ermita de Santa Maria de Iguácel, existen también en nuestro territorio un gran número de muy bellos ejemplares de lo que podríamos denominar románico, rural. Son iglesias parroquiales o ermitas de pequeño tamaño (porque el románico supo adaptarse a las necesidades de cada población), generalmente de una sola nave cubierta por techumbre de madera, siempre orientadas al Este, con bellos ábsides cubiertos por bóvedas de cuarto de esfera, y herederas de la decoración escultórica de su “hermana mayor”. La Seo de Jaca, de la que tomarán motivos como el ajedrezado o taqueado jaqués (tanto en los interiores: ermita de la Virgen del Rosario de Osia, como exteriores, ábside de la Iglesia Parroquial de San Miguel Arcángel de Alastruey) o en los tímpanos con crismones (Iglesia parroquial de la Asunción de Nuestra Señora de Navasa). Pero, ahora bien, en muchos de estos ejemplares del Románico rural sólo conservamos de época románica los ábsides y con suerte, las portadas, porque el “cuerpo “de la iglesia sufrió importantes modificaciones y ampliaciones a lo largo de los siglos XVI y XVII, respondiendo a las nuevas necesidades litúrgicas, el crecimiento demográfico y los gustos estéticos renacentistas, entre otros muchos ,La Iglesia Parroquial de San Andrés de Abay, la de San Pedro Apóstol de Arbués o la de San Esteban Protomártir de Sigüés.

El visitante podrá contemplar al acercarse a los templos románicos de la comarca de la Jacetania, sean grandes como pequeños, los artífices románicos levantaban sus edificios para cubrir las necesidades de las pequeñas aldeas con obras que cumplían una función de cohesión social, y además iban dotadas de una espiritualidad y un estilo propio que difícilmente se verán en los estilos arquitectónicos sucesivos. 
Los templos románicos en los siglos altomedievales se convirtieron en un elemento de cohesión social y en un motivo de “orgullo” para todos los pequeños núcleos de población, que deseaban que sus iglesias se construyeran ya, a la nueva moda románica. 

Jaca
Jaca se levanta en la zona noroeste de la provincia de Huesca, ocupando parte de la llanura de la meseta situada en la margen izquierda del río Aragón. Ubicada a la entrada del valle del Aragón, al pie de los Pirineos, es el punto de encuentro de todos los caminos que comunican la llanura y la montaña, a través de la importante Canal de Berdún que ordena las tierras prepirenaicas de Este a Oeste. La ciudad se extiende dominada por la histórica mole del Monte Oroel (de 1.769 m de altitud), a la que han dedicado importantes textos y descripciones escritores como Unamuno o Ramón y Cajal. Rodeada de esas altas y nevadas montañas, a las que se hace referencia en el Quijote de Cervantes, Jaca está situada a 820 m de altitud sobre el nivel del mar, a 90 km de Huesca y a 31 de la frontera francesa de Somport, lugar por donde entraba en España el Camino de Santiago.
Jaca, la primera capital del reino de Aragón, tiene un importante pasado que nos llevaría a la más remota antigüedad tal y como nos recuerdan constantemente los humanistas renacentistas. Alonso de Nebrija explicaba en la Universidad de Alcalá de Henares que Jaca fue fundada por el capitán griego Dionisio Baco, de sobrenombre Yaco, en torno al año 1325 antes de Cristo, razón por lo que el padre Huesca concluía señalando que “es una de las ciudades antiguas de España”.
La clave para entender su historia es entender que fue asentada sobre una meseta cómodamente defendible, protegida por las aguas del río Aragón y por las del Gas, río que también alimenta importantes espacios de huertas en los que la ciudad basaba su alimentación. Además, situada en el valle del Aragón estaba controlando el eje de comunicación más importante entre el sur de Francia y el valle del Ebro, al mismo tiempo que desde la meseta vigilaba el camino Este-Oeste que recorría la Canal de Berdún, también conocida como Canal de Jaca, que conecta las tierras de Pamplona con la frontera de Cataluña.
Su ubicación en el camino natural Este-Oeste que recorre las tierras prepirenaicas, la convirtió en la ciudad que ha controlado un importante cruce de caminos que ya fue recorrido tanto por los pastores itinerantes en el segundo milenio antes de Cristo, como por los pueblos indoeuropeos en el primer milenio antes de Cristo. Pero, el gran momento de estas tierras se vive en el siglo III antes de Cristo, cuando ya está establecida en esta meseta una población ibera que recibe el nombre de Iaka y que está habitada por los iacetanos (Iakketanoí), un pueblo pastoril que vive para la guerra, mientras sus mujeres desarrollan las tareas agrícolas, y que ha establecido su capital en esta fortaleza –de muralla megalitica– que se llamó Iaka y que se situó en la zona sureste de la actual ciudad.
Conquistada la ciudad por los romanos, con una estrategia basada en el engaño por parte de un poderoso ejército senatorial a las órdenes del cónsul Marco Poncio Catón, en el año 195 antes de Cristo, se convirtió en una ciudad estipendiaria en la que se estableció un notable centro comercial, con un gran mercado público en el que se desarrolla cierta actividad mercantil hasta la crisis del siglo III, cuando los ejércitos romanos no pueden hacer frente a los grupos de bandidos que siembran el pánico en las calzadas del Pirineo. A partir del siglo IV de nuestra era va despoblándose y sus gentes buscan la protección del entorno de valles y bosques, mientras la parte militar de la ciudad amurallada queda para residencia de algunos destacamentos militares que controlan los caminos.
Los musulmanes, a principios del siglo VIII, recorren estas tierras y no manifestaron especial interés en utilizar la vieja fortaleza ibero-romana, puesto que deciden construir enclaves militares, como los del monte Rapitán o Castiello de Jaca, desde el que controlar esta comarca o “pago de los jacetanos” formada por el Campo de Jaca –las tierras del entorno rural de la vieja fortaleza– y el valle del Aragón. Y en el siglo X, en la segunda década de esa centuria, serán los aragoneses del condado de Aragón los que recorran estas tierras para hacerse con su control y dominio. La realidad es que el conde aragonés Galindo Aznárez II se encuentra en la necesidad de consolidar su dominio como conde propio de Aragón, borrando de esa manera la historia de una familia que se estableció en los valles pirenaicos como condes-funcionarios de los reyes carolingios.
Para ello, decide acometer una política de expansión territorial que le lleva a la conquista de todos los valles situados hasta el del río Gállego. De esa manera amplia sus dominios, adquiere mayor cantidad de recursos económicos y puede ordenar el territorio con la ayuda de los monasterios que funda: el de San Martín de Cercito en el valle del Aurín, el de San Julián y Santa Basilisa que luego será el real monasterio de San Juan de la Peña, y el de San Pedro de Jaca, llamado a ser instrumento clave en la consolidación del dominio condal en esta meseta por la que pasan los grandes ejes de comunicación del territorio pirenaico.
San Pedro de Jaca es un monasterio fundado en las cercanías de donde hoy está la catedral, por la sencilla razón que utilizan un viejo enclave monástico visigótico, configurando una especie de zona eclesial que es el contrapunto a la fortaleza jacetana en la que establecen su residencia los condes aragoneses, operación que los legitima como restauradores del viejo orden legal romano. Jaca renace sobre sus ruinas, convertida en una gran propiedad de la familia que gobierna el territorio aragonés. Pero muy pronto, en el año 922, el rey Sancho Garcés I de Pamplona conquista militarmente el condado aragonés y decide vincular la vieja ciudad a la familia que gobierna con juntamente el reino de Pamplona y el condado de Aragón.
La existencia de dos núcleos –el militar y el monástico– consolidan los dos barrios originales de Jaca: por un lado la vieja fortaleza ibera que estaría en la zona que hoy ocupa el actual barrio de las Benitas y por otro el nuevo monasterio que se ubica en el actual barrio de San Pedro, en la plaza de ese mismo nombre que ha sido recientemente excavada y sobre la que se habla en extenso más adelante. Para unirlos, como era lógico, se va consolidando un camino de comunicación que da lugar al barrio de la Zapatería (hoy calle Bellido) que estaba muy vinculado a los zapateros que atendían las necesidades de los peregrinos a Santiago de Compostela.
En el siglo XI, el año 1035, el condado de Aragón se convierte en reino por voluntad de Sancho el Mayor de Pamplona, siendo su hijo Ramiro I el que inicia la dinastía aragonesa. El nuevo monarca se ocupa de las tierras y palacio de Jaca que le aportan importantes ingresos y que le permite controlar el comercio que –a través del valle del río Aragón– realizan los comerciantes musulmanes y cristianos. Dos razones de peso para que su hijo, Sancho Ramírez, se decida a organizar políticamente este nuevo reino desde la conversión de Jaca en la capital del estado. En este orden de cosas, el monarca escribía la famosa frase de “sepan todos los hombres... que yo quiero constituir una ciudad en mi villa que es llamada Jaca”. Lo hacía con ocasión de su conversión en ciudad y la concesión del Fuero de Jaca, que por su importancia sería copiado en otras ciudades del Camino de Santiago y que constituyó, en su tiempo, un importante avance en la organización de una ciudad comercial, poblada por comerciantes y dedicada a la atención de mercaderes, viajeros y peregrinos.
A partir de la transformación de la ciudad de Jaca en capital de Aragón, en 1077, el rey comienza a organizar la Iglesia aragonesa dotándola de una catedral románica, que se dedicará a San Pedro como el viejo monasterio del siglo X, y sentando en ella al nuevo obispo de Jaca, su propio hermano el infante García, que ejercerá funciones de obispo de Aragón. Mientras tanto, se organiza la ciudad románica y el rey decide invitar a que cada uno cierre su parcela, construyendo el trozo de muro que le corresponda, y ordenando las calles en torno a unos ejes que se cruzan perpendicularmente –recordando la idea de la ciudad ortogonal romana– en torno a la carrera o calle Mayor, que sería el decúmano.
En el siglo XII, la ciudad de Jaca ya tiene nuevas murallas, construidas por sus habitantes, que le vendrán muy bien para resistir los primeros ataques de las tropas navarras que llegarán a quemar sus arrabales comerciales, pero no logrará mantener su nivel de desarrollo porque la capital –desde el año 1096– se ha trasladado a la ciudad de Huesca y con ello han salido de Jaca la familia real y el obispo de Aragón. Jaca, no obstante, mantendrá durante siglos su prestigio y su condición de ciudad real, siendo el escenario de las bodas reales y la ciudad que proclama –como en el caso de Ramiro II el Monje en 1134– a los reyes cuando la dinastía pasa por problemas sucesorios.
Su ubicación a orillas del camino jacobeo es fundamental para estudiar su desarrollo urbano, profundamente condicionada por su función asistencial al peregrino, y para convertirla en un lugar de referencia por el que pasan reyes extranjeros camino de Santiago de Compostela (Luis VII de Francia o Eduardo III de Inglaterra), se firman paces internacionales –por ejemplo con ocasión de la Guerra de los Cien Años– y se avanza en la construcción del derecho urbano creando instituciones de la importancia del Consejo de Ciento que se crea en 1238, que estará compuesto por “cien hombres de Jaca” que ayudarán a los jurados en el gobierno de la ciudad, y que será impuesto en Barcelona el año 1265 para acabar convertido en una clave del modelo concejil de la Corona de Aragón.
Tras una intensa Edad Media, en la que sufrió devastadores incendios, la ciudad de Jaca llega al mundo renacentista con un notable prestigio y con una economía que le permite ir remozando la vieja imagen románica y construyendo en el estilo gótico casas y palacios, al mismo tiempo que en la catedral se apuesta por adosar a la fábrica románica capillas renacentistas que son pioneras en la introducción en España del quehacer de los artistas italianos, además de ser piezas de primera magnitud en la historia del arte español.

Catedral de San Pedro
En los últimos años se viene aceptando que las obras de la catedral se inician poco después de 1077, cuando el monarca Sancho Ramírez ya ha convertido su villa de Jaca en la nueva ciudad real y la ha dotado de un obispo que presidirá los actos religiosos de la monarquía. En consecuencia, si hay una ciudad y un obispo se puede construir una catedral, razón por la cual se debe comenzar a fabricar la arquitectura eclesial financiada por los abundantes ingresos que le llegan al monarca, procedentes del cobro de impuestos a los mercaderes en los pasos pirenaicos y muy especialmente en la aduana o campo franco de Canfranc.
No obstante, sigue siendo interesante plantear que pudiera ser que el comienzo de estas obras no fuera más que la continuación de un plan anterior que habría respondido a la inquietud del rey Ramiro I (1035-1063), primer monarca aragonés y padre de Sancho Ramírez (1063-1094), por dotar a la sede de la familia real con un templo que pudiera dar la imagen del nuevo poder que estaba empeñado en lograr. Hay un documento, correspondiente al año 1063, que nos habla de la celebración en la villa de Jaca de un concilio eclesiástico, en torno al cual el rey Ramiro I y su hijo conceden unas importantes rentas, procedentes de peajes comerciales, para contribuir a la construcción de “la obra consagrada a Dios y al bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles”, cubierta con bóveda de piedra y que ya habían comenzado a edificar, dentro de esa profunda religiosidad que caracteriza a la familia real aragonesa.
Conocemos documentalmente que Ramiro I fue un hombre profundamente preocupado con la recuperación de la espiritualidad en su complejo y agreste territorio, religiosamente controlado por clérigos poco preparados y castigados frecuentemente con penurias económicas. La cuestión se complicaba al intentar ordenar espiritualmente el reino, abocando al monarca a las manos de algunos monasterios, desde los cuales se pudiera controlar la evangelización y los no escasos recursos que ella producía. No podemos olvidar que Ramiro decía en su testamento –refiriéndose a los monjes pinatenses– “que yo les amé más que al resto de los hombres”, participando de esa sensación de “cuanto dependía su propio poder del apoyo incondicional de los monjes, que les transferían algo de la veneración que obtenían a su vez de los santos a través de los festejos litúrgicos, de la proximidad física durante largas etapas en cada año, del refugio que encontraban los cuerpos reales en los panteones monásticos”, como apunta Laliena.
Esa necesidad de contar con los monjes que rezan “por la estabilidad de mi poder y de mi reino” –como escribirá Pedro I en 1100– ya estaba latente en las preocupaciones de su abuelo Ramiro I y en sus actuaciones. Un ejemplo es su intervención en el monasterio de Ciella en 1041, denunciando a sus monjes al considerar que “mi casa es casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones”, razón por la que decide reformar las cosas y expulsar a los secularium et vane viventium. Para esta operación, el rey se apoya en el obispo al que obliga a vivir en la corte y al que siguen considerando como heredero de los prelados oscenses, ejemplo de lo cual es la denominación de Oscensis episcopus dada el año 1030 al obispo Sancho. Pero, esta cuestión vivirá un giro importante con el obispo García, un hombre cortesano y profundamente vinculado a la empresa política del rey Ramiro en la década de 1040, que comienza a titularse como Garcias episcopus in Aragone et in Suprarbi, vinculando su liderazgo moral al territorio controlado por el monarca y dejando en el olvido la historia anterior, incluida la vinculación al monasterio de Sasabe, que había sido desde el siglo x la sede de estos obispos que gobiernan eclesiásticamente primero el condado y después el reino de Aragón.
Este obispo, en 1042, escribe un documento que firma el rey recordando que fue extirpado “del monasterio llamado Sasabe, que está en el valle de Borau, junto a los Pirineos, la escandalosa relajación de las personas seglares que en él vivían licenciosamente y lo llevé a efecto tal como me lo había inspirado la Providencia. Y puse este monasterio bajo la potestad de don García, obispo de Aragón, con todas sus propiedades”, entre las que estaba in Iacca monasterium nomine sancti Petri cum suas hereditates. El proceso de anulación de la sede sasabense es clave en la política eclesiástica de Ramiro I y quizás su traslado a Jaca en fechas más tempranas de las que creemos, siendo en todo caso este momento el de la consolidación del obispo cortesano como legitimo heredero de la sede de Sasabe y de todos los derechos que en ella residieran. Idea que inspira un documento del monasterio de Fanlo –escrito en 1050– hablando del episcopus domnus Garsias Sabiensis. 

La reunión sinodal de Jaca
Pero, el avance de los tiempos y la consolidación de la incipiente autoridad del rey, provoca que en la iglesia aragonesa se produzca un paso importante. El nuevo obispo Sancho, también buen colaborador del rey desde 1058, fija definitivamente su responsabilidad como episcopus in Aragone (intitulación que es habitual entre 1057 y 1073) y sobre todo como obispo en Jaca a partir de 1058. Dos documentos, nada sospechosos de haber sido falsificados nos hablan, en 1058, del episcopus domnus Sancius in Iaca y en octubre de 1068 del episcopo don Sancio in Iaka.
Y en los primeros meses del año 1063, este obispo don Sancho probablemente organizó una importante reunión de los responsables eclesiásticos de estos territorios y sus entornos. Esta asamblea, al modo de las que habitualmente celebraron estos reyes para buscar la protección divina antes de alguna acción importante, reunió un grupo de poderosos dispuestos a aconsejar a la monarquía aragonesa las líneas por las que debería ir la política eclesial del nuevo reino.
Partiendo de la información que tenemos, aún reconociendo que algunas cuestiones no soportan una crítica historiográfica adecuada, es posible suponer que la asamblea fue presidida por el arzobispo de Aux como metropolitano de todos estos obispados, y contó con la asistencia de los obispos Guillermo de Urgell, Eraclio de Bigorra, Esteban de Olorón, Gómez de Calahorra, Paterno de Zaragoza, Arnulfo de Roda, el obispo de Pamplona y el propio anfitrión, el obispo Sancho de Aragón.
Como si se tratase de una asamblea visigótica, fueron presididos igualmente por el propio rey Ramiro I, al que acompañaron sus hijos el infante Sancho Ramírez y el conde Sancho Ramírez, los magnates del reino (con los que es bueno consolidar su fidelidad implicándolos en los asuntos de gobierno importantes) y algunos miembros de la familia real como el conde Sancho Galíndez. Tampoco faltaron a la reunión los abades Blasco de San Juan de la Peña, Banzo de San Andrés de Fanlo y Garuso de San Victorián.
Sin olvidar la notoriedad de los asistentes, esta reunión celebrada en la sede y villa real de Jaca tiene una enorme importancia para trazar la biografía de la catedral, tanto para aquellos que la consideran producto de una falsedad como para los que aceptan su celebración. Aquellos opinan que es una patraña para dotar de mayor antigüedad a la iglesia jaquesa y estos consideran que en sus acuerdos está marcado el carácter ramirense de este edificio. En los dos casos la celebración de la asamblea sinodal popularizada como “Concilio de Jaca” (nombre que no debemos olvidar le fue adjudicado por el cronista Jerónimo Zurita en el siglo XVI) es determinante y, por esa causa, las quince copias –ordenadas en cinco grupos y conservadas en las catedrales de Jaca y Huesca, así como en el Ayuntamiento jacetano– que nos transcriben las posibles actas de aquella asamblea (que no debió de ser algo más que esto) siempre han tenido mucha importancia histórica, lo cual no desmerece de los valores artísticos que hay que reconocer en algunos de esos manuscritos iluminados a principios del siglo xii, como es el caso de los tres conservados en la catedral.
Es tenida por la copia más antigua la del pergamino gótico que se conserva en la catedral oscense y cuyas miniaturas se relacionan con el taller episcopal oscense de pintura, activo en los primeros años del siglo XII. Así se han manifestado desde el padre Francisco Diego de Ainsa (1619) hasta Federico Balaguer (1950) y el archivero Durán Gudiol que hizo su edición comparada con el resto de las copias sin aducir falsedad documental. Escrito seguramente al filo del año 1100, se trata del documento por el que el rey Ramiro I y su hijo manifiestan que, al ver la urgencia de restaurar el estado de la Santa Madre Iglesia en su reino, al que contemplan casi corrompido por la dejadez de sus antepasados y de ellos mismos, convocaron un sínodo en Jaca al que acudieron los responsables eclesiásticos y los políticos. Una reunión que se celebra en los últimos meses de vida del propio rey Ramiro, en abril de 1063, justo antes de que parta para la conquista de las tierras del Cinca (a cuya ordenación eclesiástica se hace mención en estas fuentes documentales), en las que morirá en el asalto a Graus, para unos en mayo de 1063 y para otros –como su biógrafo Durán Gudiol– en marzo de 1064.
Se ha reconocido que el contenido de estas actas se asemeja a lo que sería un privilegio de Ramiro I de Aragón estableciendo la sede episcopal en Jaca, ante la circunstancia que Huesca y Zaragoza estaban todavía en poder de los musulmanes. No cabe duda que había necesidad de hacer una previsión de cómo iba a organizarse el nuevo mapa eclesiástico, valorar la recuperación de sedes como la de Huesca o Zaragoza en el futuro inmediato, y negociar cuáles eran las participaciones en el reparto de tierras y rentas que iba a tener la Iglesia.
Por lo tanto, no es un absurdo el pensar que los responsables eclesiales discutan el modo de mejorar el estado de la iglesia altoaragonesa y acuerden dos cosas importantes. Primero, reafirmar muchas de las disposiciones de los Sagrados Cánones, y en segundo lugar reestablecer en Jaca el antiguo obispado de Huesca, itinerante desde la invasión y destrucción de los paganos, aunque desde la intervención en el monasterio de Sasabe está residiendo en la corte jacetana.
Resultado de todo ello, tuvo que ser un plan para restaurar el estado de la Iglesia en el reino de Aragón, partiendo de Jaca (in qua episcopatum restauramos) a la que se plantea dotarla con importantes propiedades como los monasterios de Sasabe (cenobium quod vocatur Sasaue cum ómnibus suis pertinentiis), Lierda, Sietefuentes y Rabaga, además de la décima parte del señorío del castillo de Atarés, del tributo de tránsito de Jaca (teloneo), de los homicidios y sentencias reales (regalibus placitus) y el tercio del diezmo de los tributos que deberían recibir de Huesca, Zaragoza y Tudela.
A este soporte económico se sumó la contribución testimonial del infante Sancho Ramírez: una casa que poseía en Jaca que se la entrega a Dios y al santo de las llaves (beato Clauiculario), decisión que nos habla del titular de la iglesia de San Pedro. Pero, las donaciones reales no sólo vinieron a atender las nuevas obligaciones que le competían a Jaca como sede en la que se restauraba Huesca, sino que intentaban marcar una línea de apoyo a la Iglesia aragonesa que –por voluntad del rey Ramiro I– se había visto inmersa en un proceso de modernización y revisión muy intenso ya intuido por Durán Gudiol.
Además de estos intentos de organizarla territorial y económicamente, era evidente que la familia real –que avala la reunión con su presencia masiva– quería dejar resuelto el problema del propio templo de su villa real de Jaca, para lo cual se abre una línea de donaciones que conocemos por documentos posteriores. El primero (la concesión de trece iglesias situadas en los alrededores) es de gran importancia para entender los orígenes de la catedral de Jaca porque nos relata la dotación de la iglesia de Jaca por decisión de Ramiro I y de su hijo Sancho Ramírez, en aquellos momentos con responsabilidades ya en el gobierno de este territorio aragonés. El rey da a la iglesia de San Pedro de Jaca “que nosotros hemos fundado” (per nos dinoscitur esse fundatam), y a los canónigos que en ella viven y sirven a Dios (“de acuerdo con nuestro maestro el obispo Sancho”), las iglesias de Abós, Ipas, Bandrés, Guasa, Ulle, Barós, Aín, Larbesa, el monasterio de San Julián de Esa, Guaso, Abay, Banaguas y Asieso. El documento explica que “hecha fue esta carta en el monasterio de San Juan de la Peña, en la era 1101, Indicción XIII, en el mes de abril, año 1063 de la Natividad del Señor”.

Un nuevo documento vendrá a completar las donaciones, cediendo temporalmente algunas de las rentas que le correspondían a la monarquía en el mercado y peaje de Jaca y Canfranc (emolumenta que habemus in foro seu mercato de pedagiis in Iacca et de Campofranco cum eius scribania) para “acabar la obra de la sagrada basílica jaquesa de Dios y del beato Pedro, pescador y jefe de los apóstoles, comenzada por nosotros”. Esta concesión la hace el rey para “que se haga el techo y se concluya con concavidades de piedra o sea de bóveda en las tres naves a lo largo, comenzando por la entrada de la gran puerta hasta los altares mayores que están en la cabecera de la iglesia. Y edificar una torre sobre la misma puerta, donde ya la hemos empezado para un campanario con ocho campanas, cuatro grandes, dos medianas y dos pequeñas, con las que Dios nuestro piadoso Padre Celestial, pueda ser alabado y todo el pueblo pueda ser convocado. Su techo queremos se haga también de piedra firme”.
Este documento nos habla de la decisión de aportar los recursos para que puedan avanzar las obras de la nueva catedral, en concreto el plan de abovedar el templo y construir la torre de campanas. Estamos ante un documento clave, que para algunos no tiene valor por presentar carencias diplomáticas –el escatocolo, por ejemplo–, mientras para otros “parece trasmitir un proyecto de edificación para la catedral que coincide con los datos que proporciona la propia arquitectura, de ahí la defensa de su autenticidad en la descripción de la catedral mantenida por Iñiguez Almech, Canellas López y San Vicente”, como ha apuntado Lacarra Ducay (1993).
Todo esto debía de acontecer en los inicios de la década de 1060, cuando Ramiro ya ha logrado una cierta estabilidad, y goza de una época de paz al cerrar buenos acuerdos con sus vecinos del Este. Es el momento en el que puede pensar en levantar una catedral y ordenar el mapa diocesano, tareas que en todo caso no culminó por su inmediata muerte. Con estas referencias documentales, se pueden concluir algunas cuestiones generales como la propia celebración de una reunión en la sede real (synodum nouen episcoporum congregari fecimus in loco a priscis olim temporibus Iacca nominato) con las autoridades (in quo synodali conuentu presentibus atque consentientibus cunctis nostri principatus primatibus atque magnatibus), para poner orden en el mapa espiritual, evitar los choques con la creciente autoridad pontificia, y buscar los modos de poder controlar la inminente recuperación de la sede de Huesca que les produce un cierto temor, conscientes que su obispo concentrará en sus manos mucho poder y eso nunca sería bueno para la naciente monarquía.
A esa reunión se refiere la cuestionada bula papal de Urbano II, el 11 de mayo de 1098, ratificando los límites del obispado de Jaca-Huesca que habían sido señalados por el papa Gregorio VII y confirmando la donación que Ramiro I hiciera a la catedral de Jaca: “todos los que concedió el citado rey al obispo para sustento de sus clérigos el día que estableció la canónica en Jaca en presencia de nueve prelados” (episcopo et canonices in presentia novem pontificum). Esta bula se asienta sobre la Bula Apostolica sedes (fechable hacia los años 1084-1085) emitida por la cancillería pontificia de Gregorio VII, a petición del obispo García de Jaca (la persona que en realidad la pide y la gestiona citando a su padre Ramiro como un varapalo a su hermano Sancho Ramírez), señalando los limites orientales y septentrionales del obispado de Jaca así como confirmando las donaciones de monasterios y bienes a dicha iglesia. En la bula, en contra de las tesis reales de intentar frenar la consolidación del obispado en Huesca, el papa escribe y manda que “disponemos además que cuando Dios lo permita que se rescate la sede de Huesca, que al presente está bajo el poder de los moros con la mayor parte de sus riquezas, ella sea la cabeza de la diócesis”. 

Los inicios de la construcción catedralicia
Es un tiempo en el que parece lógico situar las decisiones que nos trasmiten los documentos, incluso entender como razonables los intentos de la monarquía por dotarse de un escenario religioso en la ciudad de Jaca, donde ya residía de manera estable el obispo. Se puede admitir que estamos en un entorno cortesano profundamente espiritual que, en busca del consejo y apoyo del alto clero, acabó reuniéndolo en su sede real para poder tratar de dar forma a grandes proyectos de estado, en una asamblea de autoridades religiosas bajo la forma de sínodo o concilio provincial.
Los textos referidos, cuestionados diplomáticamente en 1964 por Antonio Ubieto, tienen que responder en lógica a un fondo de verdad que se ajusta bien a lo que sabemos del panorama político-religioso de ese momento. Nos permiten suponer que el piadoso Ramiro I, después de encontrarse enfermo en 1062, decide dotar a su villa real con una iglesia que sea el escenario de las celebraciones religiosas de la corte y que manifieste el interés de la familia por gobernar el reino dentro de los principios cristianos, que los primeros legados pontificios les dejarán muy claros. Y si esta cuestión parece asentarse en noticia veraz de lo que pasó, la propia arqueología catedralicia nos viene a abrir un campo de importantes posibilidades que habrá que trabajar con alguna labor más puntual.
Dicho todo lo anterior, no puede olvidarse que en mayo de 1063, pocas semanas después (si aceptamos la fecha de mayo de 1063) o pocos meses después (si optamos por la de marzo de 1064) de este sínodo en Jaca, el rey Ramiro I muere en el sitio de Graus y queda como depositario de todo este proyecto su hijo, el nuevo rey Sancho Ramírez, que va a tener el mayor protagonismo en esta tarea que conocemos por poco menos de una veintena de noticias documentales.
Mientras tanto y antes de conocer algunos de los testigos arqueológicos, la cuestión giró en torno a los documentos que hemos referido marcando dos grandes etapas que divide el año 1964. En ese momento, cuando la ciudad de Jaca celebra el IX centenario de su catedral, el profesor Ubieto Arteta publica su criterio de considerarlos falsos y apunta que la cronología de la catedral debe ir entre 1076 y 1098, momentos extremos que marcan la creación del obispado en Jaca y su traslado a la conquistada ciudad de Huesca. Para Ubieto las actas irían en su ejecución desde 1097-1098, la donación de las trece iglesias se haría hacia 1200 y el documento del mercado, el que contiene minuciosas referencias al estado de la construcción, sería del siglo XIV. Con esta tesis se intentaba cerrar la historiografía anterior a 1960 que consideraba a la seo jaquesa en obras ya en la década de 1060.
Uno de los primeros que así lo consideró fue Gómez Moreno que apostó por el año 1063, el del sínodo, como punto de partida a la construcción de la catedral. La historiografía del momento consideró que era complicado aceptarlo puesto que, ese año, convertía a la catedral de Jaca en la obra más antigua del románico español, incluso anterior a la fundamental iglesia de Saint-Sernin de Toulouse. Un año después Georges Gaillard (1935) escribe que “le texte indique clairement qu’il s’agit des intentions du fondateur et non pas d’une œuvre déjà réalisée. Personne ne songe à rapporter à cette date de 1063 l’ensemble de la construction, mais il est très précieux de savoir qu’à cette date elle était déjà comencé”. Con estas palabras matizaba las tesis de Gómez Moreno, considerando que 1063 sólo era la fecha de comienzo de una catedral, cuyos trabajos realmente serían activos sólo desde 1075.
El debate que plantea Ubieto provoca apoyos y críticas. Le van a seguir en la propuesta de retrasar la cronología varios autores, el primero de ellos Moralejo Álvarez (1973), que apuntará dos fases partiendo del estudio de la escultura. La primera (1070-1094) protagonizada “por aquel grupo de canteros que trabajaron en la realización de la mayor parte de la decoración escultórica de la iglesia: ventanas y coronamiento de los ábsides, portal oeste, portal sur…”, y la segunda (1096-1120) en la que no hay cambios sustanciales de lo ensayado en la etapa constructiva anterior. Además de las opiniones de De la Torre (1980), será Marcel Durliat (1993) quien escriba que no se puede comenzar la catedral antes de crear el obispado y establecer un cabildo (según las prescripciones del Sínodo Romano del año 1059), cuestión que le lleva a proponer la fecha de 1080 para el comienzo de las obras, contando que debería haber otra iglesia anterior a San Pedro, como así es. Durliat, al hablar de la construcción de la catedral que considera larga en el tiempo, señala dos grandes campañas: “la primera se caracteriza por el empleo de material irregular tallado con rudeza, la segunda muestra la piedra perfectamente tallada, frecuentemente marcada con signos de cantero y con una rica escultura de acompañamiento”.
Los paleógrafos Canellas López –cuya tesis precisamente la dedicó a la colección diplomática de Sancho Ramírez– y San Vicente Pino no aceptaron las tesis de la falsedad de los documentos tal como la manifiesta Ubieto y apuntan (1979) que no debe verse en estos documentos una “intención jurídica fraudulenta”, razón por la cual les lleva a estos especialistas a considerar que las conocidas como Actas del Concilio y los documentos que las acompañan responden a un hecho cierto que aconteció en los últimos años de vida de Ramiro I.
Una cuestionada intervención restauradora en la zona del ábside norte de la catedral, realizada por el arquitecto Luis Burillo (1992/1995), puso al descubierto restos del ábside norte que había estado oculto por construcciones añadidas, como la sacristía, desde 1562. Este hecho provocó la atención de muchos estudiosos y la recuperación de las viejas tesis que hablaban de la catedral como espacio en obras ya con Ramiro I, especialmente en lo correspondiente al trazado de los ábsides y al menos en lo concerniente a la cimentación y primeras hiladas del septentrional.
Esteban Lorente (1999) apuesta por un primer arquitecto que “debió de construir al menos la parte baja del ábside norte (que tiene un paramento exterior de aspecto lombardo)”. Ahondando en la metrología, opina que el sistema de proporciones que se ha usado en la cabecera jaquesa está basado en la geometría del triángulo equilátero, siendo muy diferente al utilizado en fases posteriores del edificio, llevándole unas y otras razones a proponer (2008) que el inicio de los ábsides de la catedral se debe situar dentro de la tradición lombarda, posiblemente antes de 1063. Su trabajo se basa en la proporción del triángulo equilátero que rige la forma y medidas de los presbiterios y las naves laterales jacetanas, al igual que ordena la construcción de algunos edificios románicos de mediados del siglo xi, como el presbiterio de Cluny II, los dos primeros tramos de Obarra, Santa María de Alaón o Saint-Hilaire de Poitiers hacia 1040.
Es evidente que la mayoría de los estudiosos de la catedral, analizando las proporciones y la materialidad (aparejo y composición), reconocen que hay un primer momento en el que se detecta un planteamiento lombardo del templo, reafirmado con ese ritmo de soportes que separan las naves alternando pilares de sección cruciforme (que llevan adosadas columnas en sus cuatro lados) con pilastras circulares en un ritmo claramente lombardo, correspondiendo dos tramos de bóveda en las laterales por cada uno de la central. A este respecto, Galtier Martí (2004) ha señalado que “el primer proyecto de la catedral, impulsado por Ramiro I, hubo de concebir una obra organizada en tramos lombardos (es decir, uno en la nave central por dos en las colaterales), uno de los modelos más bellos y novedosos de iglesia que entonces estaban en boga”. No debemos olvidar que es muy lombarda la embocadura de la cabecera, carente del característico arco triunfal que se generalizará después, y que no están alejadas de ese planteamiento las dobles columnas adosadas posteriormente, en la zona de encuentro de las cabeceras, que se remataron en altura con capiteles recrecidos que eran necesarios para dar cabida a las ideas de los maestros románicos que obran en la catedral a finales del siglo XI.
Cabañero Subiza (2007) reitera el estilo lombardo de las siete primeras hiladas de este ábside norte, dejadas a la vista en la citada intervención de finales del siglo pasado, que le sugieren la idea de que el templo se comenzó en la base de este ábside norte. Después de explicar que responden al sistema constructivo de los canteros lombardos, llama la atención sobre “el plano rehundido, delimitado por la lesena medial del lado norte, que debió ser concebido para estar coronado por arquillos ciegos. Probablemente se pensó en un primer momento en animar decorativamente este ábside norte con tres series de arquillos ciegos cada una, apeados sobre lesenas mediales y marginales. Esta animación mural, que es muy armónica, ya había sido utilizada con anterioridad a la Seo de Jaca en los ábsides laterales de la iglesia lombarda de Santa María de Obarra”. Y concluye describiendo cómo, por encima, aparece la sillería del arte jaques “que coincide por sus dimensiones y modo de talla con la del basamento del ábside meridional”.
Recientemente, Martínez de Aguirre (2011) ha señalado que no está de acuerdo con el criterio mantenido por los profesores de la Universidad de Zaragoza puesto que, en su opinión, esta secuencia del ábside norte no corresponde a una fase distinta porque él considera una constante “la falta de regularidad del aparejo de la catedral y, dentro de dicha irregularidad, no son raras las secuencias de varias hiladas de esta altura”. En consecuencia, no considera que haya una primera presencia de un maestro o taller lombardista en el reinado de Ramiro I, anterior al que llevara a cabo la construcción del ábside septentrional y la totalidad del meridional, así como los muros perimetrales de las naves. Señala que no se puede hablar de catedral en Jaca hasta la creación del obispado y de la ciudad, asuntos que entiende cobran valor después de que Sancho Ramírez se titule rey desde la anexión de Pamplona. Pudiera pensarse que este asunto nos lleva a una historiografía minimizadora del papel del reino aragonés y del rey Sancho como su líder, monarca que usó con frecuencia fórmulas que refuerzan el linaje –manifestando que es “hijo del rey Ramiro”– y titulándose como rey desde su regreso de la visita al papa de Roma.
Para completar las noticias sobre este primer momento constructivo, interesa aportar las conclusiones del estudio de las marcas de cantero, realizado por García Omedes (2012), en el que se concluye que hay “una fase edificativa que afecta a las cabeceras en su zona inferior y anterior en la que no aparecen marcas de cantería (cilindros absidales y bóvedas de cuarto de esfera), lo que apunta hacia un inicio por esta zona, en una fase precoz, previa al resto del templo”. Y concluye: “la fase edificativa ulterior de las cabeceras en la que aparecen marcas, afecta a los paramentos verticales a partir de una cierta altura y a las bóvedas de los presbiterios”.
Entendiendo que puede ser sostenida, documental y arqueológicamente, la decisión de construirla y acaso el inicio de las obras de la catedral en los últimos años y meses del reinado de Ramiro I, es importante apuntar que si el caótico plan que pone en marcha la construcción de la catedral es obra de una cuadrilla de maestros lombardos, a la estética del diseño que se acomete por aquellos debemos no poco de la belleza de la actual visión interior del templo. En este sentido, hay que anotar que la estructuración de los muros entre las naves es de gran belleza y ligereza, planteándose la comunicación espacial entre ellas por arcos formeros de medio punto y doblados que se acompañan de una sucesión de capiteles que constituyen la mayor riqueza de la catedral. Ahora bien, la presencia de esa inquietud decorativa no corresponde a estos primeros momentos, puesto que escasamente se trazarían los cimientos, se verían los problemas técnicos y se entendería que había otras apuestas constructivas más urgentes para el reino, como la modernización y ampliación del castillo de Loarre.
Incluso, las necesidades de salvar la integridad del reino pudieron ser causa para que esta empresa constructiva no avanzara más allá de la incorporación del diseño sobre un espacio que comenzaba a ser urbanizado en lo que sería el barrio eclesiástico, con su vieja iglesia de San Pedro, su monasterio anexo y sus viejos cementerios. Todo quedó planteado sobre el terreno y solamente serían visibles algunos muros que adquirían cierta altura, cuando el reino se enfrenta a la dramática muerte de Ramiro I en el asedio de Graus. Son tiempos en los que la guerra ocupa toda la maquinaria del incipiente Estado y en los que los monarcas tienen que buscar su propia consolidación como lideres de una sociedad compleja y falta de recursos. 

La construcción de la catedral
Sancho Ramírez será el rey que, entendiendo estas claves, pondrá en marcha la construcción del nuevo orden político buscando el apoyo incondicional y seguro del papado de Roma, al que integrará en su proyecto a cambio de sustanciosas donaciones monetarias y patrimoniales. Por ello, es importante reconocer que la construcción de esta catedral la potencia definitivamente el rey Sancho Ramírez después de su peregrinación a Roma en 1068, ciudad en cuya corte papal vive la Semana Santa de ese año y en la que se compromete a actuar bajo la protección del Papa, no sólo aportando cantidades para mantener a la iglesia sino comprometiéndose a ensayar la idea de Cruzada contra el Islam en su reino, y a imponer el rito romano en la Iglesia de Aragón para desechar definitivamente el espíritu nacionalista hispanogodo o mozárabe, contrario a las novedades y un freno a la ingerencia de Roma.
Esta vinculación de la obra jacetana a la presencia del monarca en la basílica romana de San Pedro, según Esteban Lorente (2000), se detecta en posibles similitudes entre las dos: el ser una iglesia de cuatro columnas (“como cuatro columnas, en anchura, tenía la basílica de San Pedro”), tener cinco tramos en longitud como cinco naves tuvo San Pedro, tener techumbre de madera y usar como medida el pie romano. Además, como concluye Esteban Lorente, “el eje de la catedral está perfectamente orientado a la salida y puesta del sol del equinoccio”. Es decir, rigurosamente mira al Este, a Roma, la ciudad a la que se vincula el reino aragonés en estos años de la segunda mitad del siglo XI, que está prácticamente en la misma latitud y a una hora solar de distancia.
Aceptemos o no estas analogías, lo que es evidente es que al volver de Roma el monarca siente la necesidad de poner en marcha la obra de la iglesia catedral que apenas inició su padre. Esta segunda fase es la que dará unidad y forma al conjunto, definiendo la planta catedralicia y comenzando a levantar los muros, en especial la cabecera. El modelo de iglesia que se emplea es una tipología que se está utilizando en tierras castellano-leonesas, hacia el año 1080, compuesta de una planta rectangular, sin crucero o transepto, con tres naves que terminan en otros tantos ábsides. Esta fase, viene además provocada por la necesidad que existe de tener una catedral para centrar la vida espiritual de la capital del reino y, de manera especial, para que sea sede del obispo García que acaba de ser reconocido como obispo de Jaca en 1077.
Algunos autores –no hay que olvidar que en este continuado debate sobre la cronología jaquesa hay que entender la existencia de intereses para primar la antigüedad de un templo sobre otro– opinan que en esta etapa constructiva que iría entre 1076 y 1082, principio y fin del poder del obispo García, se comenzaría construyendo la cabecera sobre una planta basilical rectangular ya definida, sin transepto saliente a la moda de San Martín de Frómista, Santo Domingo de Silos o San Pedro de Arlanza. Incluso, como algunos afirmaron, continuando las ideas que inspiran el templo de Iguácel, cuestión que es un notable problema y que conviene ampliar para poder explicar con lógica la inscripción fundacional de 1072 y su estilo jaqués.
El problema que plantea la iglesia de Santa María de Iguácel, levantada en los territorios de una importante familia que está vinculada con la casa real, es su ubicación cronológica en función de una inscripción que nos da el año 1072 como referencia, año interpretado tradicionalmente como el de la consagración del templo. Está claro que esta fecha no puede mantenerse, puesto que Jaca e Iguácel son contemporáneas debido a las similitudes existentes “tanto en la estructura arquitectónica (ábsides, contrafuertes, ventanas de doble derrame y columnas entregas) como en la decorativa (cornisas y aleros con decoración en ajedrezado y ornamentación vegetal de los capiteles)”, que han sido destacadas por Caamaño Martínez (1993) quien piensa que esta inscripción marca una intencionalidad futura y pudo colocarse en el momento de comenzar a recaudar fondos para su construcción. Eso explicaría que el ajedrezado de Iguácel “evoca la fascinación de Jaca”, estando en la misma línea que la propuesta de Moralejo Álvarez (1976) al opinar que la palabra ingrediunt, que aparece en el texto epigráfico, debe ser leída como ingrediuntur y traducida como los fieles “entrarán” en este templo que se construirá.
El caso es que estamos avanzando por los años finales de la década de 1070, momento en el que algunos historiadores –como Durán Gudiol– consideraba que se iniciaba la construcción de la iglesia románica, estando trabajando ya el maestro que realiza el levantamiento de pilares y columnas, a las que dotó de gran altura, y el recrecimiento de los muros de la catedral al diseñarlos con piedra sillar. Un recrecimiento que responde con claridad a preocupaciones que ya tuvo el primer maestro de obras, seguramente italiano, al asumir su incapacidad para voltear unas bóvedas que cubrieran las amplias naves, razón por la que decidió dejarla cubierta por techumbre plana de madera, que sabemos se quemó en 1440 según relata el diario del jacetano Villacampa cuando cuenta que “en un día, se cremó toda la Seo, que todo era de fusta y se perdieron muchas scripturas antiguas de la Seo”. Este es el momento también en el que se abandona el tramo lombardo por las dificultades que presentaba para cubrirlo con bóveda, tal como ocurrió en la iglesia segoviana de San Millán, réplica jacetana de principios del siglo XII según apunta Merino de Cáceres.
Las obras de la catedral van a buen ritmo, comandadas por un maestro que respeta –quizás como sugerencia del propio rey que pudo estar muy implicado en la definición del proyecto– el plan constructivo que dejó el primer maestro, al que podríamos aceptar aplicarle el utilizado adjetivo de lombardo. De él se encontraría el plan constructivo, los cimientos de la cabecera, los inicios del ábside norte y algunas pequeñas actuaciones de ordenación del espacio sobre el terreno, ubicado en este barrio episcopal en el que pueden disponer de terreno. El nuevo artífice es un hombre que apuesta por la piedra sillar abandonando el aparejo de sillarejo, razón por la que engrosa el espesor de los muros del presbiterio en casi diez centímetros, levantó el muro norte para darle estabilidad al claustro, incrementó altura a las columnas pensadas anteriormente y provocó ese efecto plástico de la alternancia de pilares y columnas, tan fiel al modo vitruviano, en plena década de 1070.
Lacarra Ducay (1993) da una opinión interesante al estudiar la “diferencia de carácter que denotan las partes extremas de la basílica, cabecera y pórtico, respecto a la intermedia”, planteando que la solución dada al abovedamientos de la cabecera “denota su fidelidad a una tradición constructiva peninsular que enlaza con nuestro prerrománico”, al contrario de lo que ocurre en la ampliación de las naves que evidencia un nuevo proyecto –en el que se ha debido abandonar la idea de abovedar– que enlazaría con ejemplos normandos como Nuestra Señora de Jumieges consagrada en 1067.
En este segundo momento constructivo, vinculado a los años de entendimiento del rey Sancho Ramírez y de su hermano el obispo García, nos vamos adentrando hasta mediados de la década de 1080, momento en el que el obispo caerá en desgracia y acabará muriendo de manera súbita (17 de julio de 1086) nada más separarse de su hermano el rey, tras ajustar teóricamente las paces en el campamento castellano ante el santuario de las Santas Masas de Zaragoza. La causa de ese brutal enfrentamiento había venido provocado por la oposición del prelado jaqués –muy apegado a grupos indigenistas y partidario de la tradición– a la política europeísta del monarca que pretendía potenciar la influencia y capacidad de decisión de la corte pontificia en la Iglesia aragonesa.
Concluía el tiempo de los hermanos –el rey, el obispo y la condesa doña Sancha Ramírez– que había sido el momento de esta intensa actividad constructiva (levantamiento de muros y consolidación del modelo de planta basilical) sin escatimar medios como corresponde a un reino con una economía en crecimiento. Pero se ha indicado que había sido también el tiempo de los problemas personales que acaban produciendo la ralentización de las obras, justo cuando hay zonas en donde los capiteles ya están colocados y otras en donde sólo existe la implantación de los cimientos. Ralentizadas las obras de Jaca, se había apostado por concluir las obras de Loarre que tan bien gestionó el propio obispo García, potenciar la obra del castillo románico de Montearagón y acometer la construcción de la iglesia del Real monasterio de San Juan de la Peña. Y esta inactividad no sólo se mantiene durante los últimos años del episcopado del infante García († 1086) sino que abarcan el de su sucesor –el obispo Pedro de Jaca– que también se lleva mal con el rey y con su hijo, el futuro Pedro I. Consecuencia de todo ello, se acabará trasladando la diócesis a Huesca y dejando sin sentido las costosas obras de esta catedral que había estado llamada a ser la iglesia de la Casa real. 

La terminación de la catedral
No obstante de este desencuentro con el prelado jacetano, una vez muerto el obispo García Ramírez, la familia real vuelve sus ojos a la catedral de Jaca como si quisieran cerrar la compleja etapa vivida y concluir una empresa constructiva que había nacido con el propio reino. La llegada al obispado de Huesca-Jaca de Esteban, amigo personal del futuro Alfonso I, trae consigo la apertura de una tercera fase constructiva en la catedral que contará, especialmente, con contribuciones económicas de miembros de la familia de Sancho Ramírez. No debemos ignorar que el obispo Esteban ocupa la sede desde 1099 a 1130, tres décadas que son claves para concluir la catedral que es contemporánea con la construcción de otra catedral de Pedro I, la de Pamplona iniciada en 1100 y concluida en 1127 con el obispo Sancho de Larrosa, clérigo originario del valle jacetano del Aragón.
Ese sentido de compromiso de la familia real con la Seo jaquesa posibilitó algunas donaciones como las hechas por la infanta doña Urraca “para la construcción de San Pedro de Jaca” (ad labore de sancti Petri de Iacca), hacia 1078, y las que hace el conde Sancho Ramírez –en 1097 y en su testamento de mayo de 1105– a las obras de la catedral y especialmente para la terminación del ábside meridional de la catedral, que cerraría la cabecera muchos años después de haberse levantado los otros dos ábsides por la magnificencia de su hermano el rey Sancho.
No son menores las atenciones del propio rey Pedro I que primero daba a la catedral un excusado de su propiedad, coincidiendo con su boda en Jaca el año 1086, y luego siendo rey se obliga a entregar cien sueldos al año. Poco antes de morir entregaría la novena que acostumbraban a dar los pobladores de San Félix, pastos en los montes de Agüero y el usufructo de la hierba, leña, madera y bellotas, y unos años antes había entregado lo que tenía en Araguás y Larbesa con ocasión de la celebración de una gran asamblea en abril de 1096, celebrando la Pascua en la ciudad de Jaca, a la que acuden los obispos de Jaca, Pamplona, Roda, varios abades, y once poderosos nobles que configuran una asamblea de magnates del reino. Es una reunión (pienso que al modo de la que se debió de celebrar en 1063) que la monarquía emplea para entregar donaciones –como ofrenda ritual–, para la consolidación de una catedral que todos debieron visitar, para cerrar problemas con las lorigas del obispo García que la familia real debía a los canónigos, y para asociar al santo titular de la catedral –san Pedro– a la gran empresa que les iba a llevar a conquistar Huesca, una empresa en la que el rey le pedía que le conservara la vida. Está claro que la familia real hace donaciones a la obra de la catedral de Jaca, pero es evidente que son muy poco significativas a pesar de que sabemos que –desde 1076– la catedral tuvo acceso a rentas periódicas sobre los ingresos reales, pues se beneficiaba del diezmo del peaje real en Jaca, al igual que de los ingresos del rey en concepto de multas judiciales y de las parias de los musulmanes.
Aunque es fecha fundamental la de la recuperación de la intensidad en las relaciones con el papado (1088) para suponer que las obras de la catedral dejarían de estar ralentizadas, será con el reinado de Pedro I de Aragón (†1104) cuando entramos en la tercera etapa constructiva de la catedral jacetana, en el entorno del año 1100, que fue el momento en el que se fueron cerrando espacios, acabando la construcción del ábside meridional y ajustando el pórtico que se levanta a los pies del templo, para dotar de un espacio propio a la gran portada y ubicar sobre él la torre campanario. Correspondería con la que Moralejo considera segunda y que va entre los años 1096 y 1120, o la que Esteban Lorente considera espacio de un cuarto arquitecto que se preocupa especialmente de construir el pórtico, comenzar la torre y piensa que abovedar el crucero.
Es el momento (1090-1100) en el que Francisco de Asís García (2010) plantea la realización del crismón de Jaca, que no era otra cosa que el signo de fidelidad de los reyes de Aragón a Roma (como apuntó Odón en 2003), entendido como la imagen del prestigioso pasado de la antigua sede episcopal y de la primera capital del reino, una imagen que continuará teniendo poder de símbolo incluso cuando los reyes aragoneses hayan puesto sus miras en tierras meridionales. Como ha señalado Sonia Simon (1994) “la catedral de Jaca suponía la máxima expresión de la identidad del reino en términos edilicios y plásticos que podía hallarse en la capital”. A finales del siglo (cuando ya está en el trono Pedro I) y a principios del siglo xii (incluso cuando le suceda su hermano Alfonso I el Batallador), el barrio jaqués del obispo vive una intensa actividad en la que tienen un peso determinante los escultores que están acometiendo la decoración de la catedral, al mismo tiempo que van creando las imágenes y articulando un discurso visual que el poder necesita como referencia de su dimensión sagrada. Como ha escrito con claridad García García (2012) “la nueva cultura de la imagen constituyó un privilegiado mecanismo de afirmación y legitimación del poder regio y un instrumento de propaganda sensible a la creciente implicación del papado en la lucha contra el islam peninsular”.
Para el cierre de la construcción de la catedral de San Pedro, si nos atenemos a las aportaciones documentales, la fecha clave es el año 1139, momento en el que la Bula papal de Inocencio III nos confirma que la catedral está terminada y también su claustro principal, en cuyo lado oeste incluso se ha construido la casa del obispo. Ahora bien, está claro que continuarán activos talleres de escultores que van enriqueciendo la catedral aragonesa y que hacen de Jaca, por lo menos hasta 1150, el foco único de la escultura en el reino de los Ramírez. La influencia del arte de la corte jaquesa se ha mantenido más allá del reinado de Ramiro II el Monje (1134-1137) que decide liderar las obras en la iglesia abacial de San Pedro el Viejo de Huesca, donde se retira a vivir y a ejercer un mecenazgo que ya no apoya los modos artísticos de la corte de Jaca. El paso de los años, con malos inviernos y brutales incendios, harán que la fábrica de la iglesia comience a deteriorarse sin que puedan aplicarse rentas debido a la pobreza o “esterilidad de las montañas”. 
La catedral
Exterior
El edificio conserva la estructura y configuración románicas. Es de planta basilical, rectangular, con tres naves de cinco tramos cada una; la central es más ancha y alta que las laterales y las tres desembocan en sus respectivos ábsides semicirculares, de los que únicamente se conserva el de la nave sur. En este se encuentran los elementos arquitectónicos que resumen el lenguaje característico de la arquitectura románica del Camino de Santiago: el ajedrezado que se muestra en forma de imposta, y las bolas, presentes en los soportes interiores.
La puerta principal se sitúa a los pies de la nave, orientada al oeste. Tiene un espacioso pórtico que enlaza en altura con la nave principal. En la plaza que la precede, estuvo el monasterio bajo la advocación de san Pedro, advocación que se repitió después en la catedral románica.
Nada queda de la primitiva torre románica. La actual es la suma de intervenciones y modificaciones que tienen su origen en el siglo XV, que experimenta diversas reformas en el siglo XVII, que culminan en 1882. ​ El resultado es una torre campanario de dimensiones desmesuradas, pesada y desconectada del templo románico.
En el muro sur se abre una puerta que comunica con la plaza de la Catedral. Conserva el tímpano románico, al que posteriormente se añadió el escudo pontificio (tiara y llaves de san Pedro), para ello se destruyó el pantocrátor original. Lo flanquean las representaciones de los evangelistas san Lucas y san Marcos (toro y león). Posteriormente, en la construcción del pórtico que protege la puerta, se reutilizaron capiteles del templo románico con las temáticas siguientes:
·       Puerta románica (capitel de la derecha): Sacrificio de Isaac por su padre Abraham en el que figura el ángel que lo impide
·       Puerta románica (capitel de la izquierda): Balaam queda inmovilizado porque su burra no puede andar porque se lo impide un ángel
·       Pórtico: El rey David rodeado de once músicos
·       Pórtico: Vida y martirio del papa Sixto II
A ellos se añaden, en el pórtico, dos capiteles con motivos vegetales y tres con figuras humanas que sujetan grandes aves, representadas muy esquemáticamente.

Catedral de Jaca Exterior sur  

También aquí, en el muro, se encuentra tallada la unidad de longitud denominada vara jaquesa, equivalente a 77 centímetros​. Se utilizó durante siglos como referencia oficial.

Pórtico sur 

La fachada sur de la catedral abre la portada meridional del templo románico cobijada por un amplio porche cerrado con verja de hierro y sustentado por siete columnas con sus respectivos capiteles. Estructura moderna realizada con elementos reutilizados y datable alrededor de 1600. Al conjunto se le denomina "Lonja Chica"; para diferenciarlo de la Lonja Principal o Mayor, en el acceso occidental. (También a esta puerta se la llama "puerta de santa Orosia" y a la occidental, "puerta de san Pedro"). Buena parte de los elementos que la componen fueron reutilizados, procedentes en parte del desaparecido claustro del templo. Esta estructura abre a la plaza del mercado medieval y en el lado derecho de la puerta está cincelada por dos veces la longitud de la vara jaquesa que garantizaba la regularidad de las transacciones. Lo mismo ocurre en otros lugares de mercado como Sos del Rey Católico o Santa María de Uncastillo.
La puerta propiamente dicha posee un tímpano rehecho con símbolos de dos de los Tetramorfos, reutilizados y un escudo barroco con la tiara y las llaves de San Pedro. Los capiteles que la enmarcan son dos verdaderas obras de arte de la mano del Maestro de Jaca.

Pórtico sur

Imagen 12

Imagen 14 

En el contrafuerte situado a la derecha de la puerta sur, se hallan grabadas en los sillares románicos los moldes donde se validaba la adecuada longitud de la vara jaques con la que realizar las transacciones comerciales. Es el patrón del comercio jaqués y para otorgarle autenticidad y credibilidad, se grabaron sobre ellas en bajorrelieve sendas marcas. Una representa el escudo de Jaca, con su cruz papal de doble travesaño (Imagen 14), y la otra es una letra minúscula gótica, aparentemente una "b" (Imagen 12).
Los "moldes" han adquirido pátina a causa de las numerosas veces que se debió de verificar la adecuada medida móvil de los mercaderes. También se halla subdividida en divisores: media vara y otras medidas menores gracias a adecuadas ranuras.
Dos de los más bellos capiteles del templo flanquean la portada de la Lonja Chica. El oriental, representa el Sacrificio de Isaac, a quien vemos desnudo en el ángulo sobresaliente del capitel, mientras que Abraham es detenido en su acción por un ángel al tiempo que otro (sin descartar que pueda ser el propio Abraham) prepara el sacrificio alternativo de un carnero sobre el ara ritual en el frontal del capitel.
Para muchos autores, es la obra maestra del estilo jaqués. Su estado de conservación es excelente, apenas empañado por la falta de un pequeño fragmento del hombro izquierdo de Isaac. Los peinados de Abraham e Isaac son muy elaborados y poco frecuentes. Hoy los denominaríamos "rastas". A juicio de Gaillard es "el más extraordinario de los desnudos que conocemos en la escultura románica, seguramente inspirado en algún modelo clásico". Se le conoce también bajo la denominación del "capitel del canon" por ajustarse las medidas humanas a los modelos clásicos del canon de belleza.
El capitel occidental, representa un raro tema en la iconografía románica: "La Burra de Balam", adornado con los emblemáticos "pitones jaqueses" en dos de sus esquinas. Estos "pitones", como cuernos estriados y curvados hacia adelante y abajo son "la marca de la casa" del Maestro de Jaca, junto con los sogueados en la parte central alta de cada capitel y las bolas jaquesas, que aparecen incluso en las basas de las columnas.
Estos capiteles, al igual que otros en las portadas del templo, poseen una tercera cara, prácticamente oculta. Quizá sea consecuencia de que se labraron antes de saber en qué lado de la portada fueran a situarse. De este modo serían "polivalentes" y podrían colocarse tanto al lado derecho como al izquierdo. 

Capitel del rey David con músicos en la portada sur

Capitel pórtico sur

Sacrificio de Isaac portal sur

La burra de Balam 

El artista representó con gran cuidado los arreos de la burra incluido el largo estribo en que mete su pie Balam. Asimismo es destacable la perfección del ángel que lo detiene con su espada en alto. Es este un motivo muy raro en la iconografía románica. Solo lo he visto repetido, en forma muy similar a la jaquesa, en la preciosa portada de San Zoilo de Carrión de los Condes (Palencia). El episodio descrito en el capitel hace referencia a la historia del Antiguo Testamento (Números, 22; 21-36) protagonizada por Balam, adivino de Mesopotamia que fue llamado por el rey moabita Balac para maldecir al pueblo de Israel.
"Levantose Balam de mañana, aparejó su asna y se fue con los príncipes de Moab. Pero Dios estaba indignado de que fuese y el ángel de Yavé se puso delante de él en el camino, para cerrarle el paso. Iba montado en su asna y llevaba consigo a dos de sus criados. El asna al ver al ángel de Yavé parado en el camino con la espada desenvainada en la mano, se salió del camino y echó por el campo, y Balam se puso a fustigarla para retraerla al camino. Entonces el ángel se puso en un estrecho entre las viñas, entre la pared de un lado y la pared de otro; y al verle el asna echose contra una de las paredes, cogiendo entre ella y la pared la pierna de Balam. Este se puso de nuevo a fustigarla. El ángel de Yavé volvió a ponerse en una angostura, de donde ni a derecha ni a izquierda podía desviarse; y al verle el asna se echó debajo de Balam, quien enfurecido la fustigó más. Abrió entonces Yavé la boca del asna, que dijo a Balam: Qué te he hecho yo para que por tres veces me hayas fustigado. Y Balam respondió: ¿Por qué te burlas de mi? Si tuviera a mano una espada, ahora mismo te mataría. Y el asna dijo a Balam ¿No soy tu asna? Tu me has montado desde que soy tuya hasta hoy. ¿Te he hecho yo nunca cosa semejante? Y el respondió: No. Entonces abrió Yavé los ojos a Balam y éste vio al ángel de Yavé, que estaba en el camino con la espada desenvainada en la mano. Balam se postró, echándose sobre el rostro, y el ángel le dijo ¿Por qué por tres veces has fustigado a tu asna? Es que he salido yo para cerrarte el camino, porque es malo ante mi el que llevas. El asna me ha visto y ha querido apartarse luego de delante de mi las tres veces; si ella no me hubiera esquivado, te hubiera matado a ti, dejándola a ella viva. (Números 22:21-34).

El capitel que sustenta la columna oriental del acceso exterior a la Lonja Chica, también es excepcional. Representa escenas de la vida de San Sixto II, papa griego natural de Atenas. Su pontificado se extendió en torno al 257 coincidiendo con la persecución de Valeriano. Es obra del Maestro de Doña Sancha. Los personajes mofletudos, los pliegues de los vestidos, el pelo, etc. lo delatan con claridad, en la voluta izquierda podemos ver cincelado el nombre del citado papa (S.SISTVS). Hay un detalle técnico que repite en el tímpano de acceso al claustro de San Pedro el Viejo: en el de San Sixto, bajo los dedos índice y medio del Santo el artista dejó un "taco" de piedra para evitar su rotura al tallarlos. En San Pedro el Viejo el escultor hace lo mismo con la mano derecha del Niño Jesús. La caída de los pliegues del manto con el que San Sixto sujeta el libro sagrado en la imagen tiene idéntica hechura a los del rey mago que hace la ofrenda en el tímpano del claustro de San Pedro el Viejo de Huesca.

Es revelador el hecho de que este capitel dedicado a san Sixto, especial y personalizado, se talle en Jaca. A los tres días de ser martirizado y muerto, san Sixto siguió su misma suerte su diácono san Lorenzo, quien hizo llegar el Santo Grial a Huesca. Este excepcional capitel refuerza el hecho de que aquí se guardara el Santo Grial entre 1044 y 1076. San Lorenzo aparece en el capitel hablando con el papa, recibiendo su encomienda acerca de los bienes de la Iglesia que debe de repartir entre los necesitados. Obedece en casi todo. El Santo Grial, es algo especial y bien pudiera ser el objeto envuelto que da a sus discípulos para que lleven a Huesca reforzando esta idea con el señalamiento de la cruz con su diestra, entregando el objeto con la izquierda que parece bendecir mientras es recibido por los discípulos con reverencia y haciendo la misma señal. Luego es llevado ante Valeriano y Flagelado como se advierte en dos de las caras del capitel.

Portal sur                                                    

Portal románico siglo XI 

Tímpano de la portada

Campanario de la Catedral de San Pedro, en Jaca; dicho monumento tiene el honor de ser la catedral románica más antigua de España. 

El porche occidental o Lonja Mayor es una pesada estructura con bóveda de medio cañón que apea sobre cortas y gruesas columnas de grandes capiteles de decoración vegetal. Se articula por medio de un arco fajón hacia mitad de su tramo y en origen poseía cuatro vanos laterales de medio punto doblado apeados en grandes capiteles con sus columnas y basas. Data de alrededor de 1080. Su edificación es algo posterior a la de la catedral y su portada occidental, siendo un añadido a la misma. Los grandes capiteles que lindan con el muro occidental de la catedral no son estructurales, no penetran en el muro porque se situaron allí a muro hecho y tan solo están apuestos. Es una de las zonas más interesantes de la Catedral por el profundo significado que tuvo la puerta del templo como lugar penitencial y de acceso a la Jerusalén Celestial.
Es un pórtico penitencial que exhorta a la súplica y al arrepentimiento, a lo que contribuye la iconografía escultórica con el crismón trinitario flanqueado por sus dos leones. El de la derecha tiene bajo sus garras a un oso y un basilisco, símbolo de las fuerzas del mal. "Es un león potente, hollando el imperio de la muerte". El de la izquierda, "león misericordioso", representa a Cristo perdonando al pecador arrepentido postrado bajo las garras del león y con una serpiente en sus manos. "El león sabe respetar al que se prosterna y Cristo al suplicante". Completa el sentido la inscripción sobre el dintel: "Si quieres vivir, tu que estás sujeto a la ley de la muerte, ven aquí suplicante, desechando los placeres venenosos. Limpia tu corazón de pecados para no morir de una segunda muerte". 

Fachada occidental 

La portada se compone de seis arquivoltas con perfil de baquetón las dos que apean en capiteles y liso las restantes. Enmarcando el conjunto, hay un guardapolvo de ajedrezado jaqués. Sobre los capiteles, ábaco corrido decorado con palmetas y apeando los mismos, largas columnas cilíndricas, lisas, que descansan en basas áticas. La columna del lado sur, posee en su porción inferior decoración sencilla a base de engrosamientos concéntricos, conformando una sucesión de tres anillos, más dos engrosamientos entre estos y la basa. La opuesta "luce" un profundo desgaste, al nivel en que la devoción popular la roza y se santigua. En resumen, un espacio de anteiglesia monumental por sus dimensiones en el cual destaca sobremanera su tímpano, excepcional pieza en lo material y en lo ideológico. Es referente para todos los restantes del Camino Jacobeo.

Portada occidental 

La portada occidental de la seo jaquesa es sin lugar a dudas un lugar magnífico en el que el Maestro de Jaca supo verter su talento artístico a la par que creaba un modelo tanto en lo estructural como en lo simbólico. Este modelo sería repetido en muchos otros lugares. En el entorno próximo, portadas al modo de Jaca se injertaron en templos ya existentes como Iguácel, Sásabe o San Pedro de Loarre. El crismón trinitario que aquí toma categoría de "declaración de principios" será repetido infinidad de veces en todos aquellos lugares donde llegó la influencia del reino de Aragón.
El primero de los capiteles por nuestra izquierda muestra en sus caras vistas dos parejas de personajes vestidos al modo clásico. Los de la cara frontal se hallan en conversación y uno de ellos porta en la mano una especie de bastón. En la cara interior dos personajes portan un bloque cuadrado que parece pesado. Hay una cara oculta, como en todos los capiteles de portada de Jaca apenas visible, en la que aparecen personajes prosternados.
Este capitel se ha interpretado como una probable representación del propio constructor de la catedral. Sería quien porta la vara, medida con la que efectuaba los cálculos, mientras que los personajes del lateral se afanan en acarrear sillares para la edificación del templo, pero su lectura más correcta y aceptada es la postulada por el profesor David Simon: "A Moses capital at Jaca" en "Imágenes y promotorres en el arte medieval. Miscelánea en homenaje a J. Yarza". Bellaterra 2001, pag 215. Según la hipótesis de D. Simon, la pareja representa a los hemanos Moisés y Aarón, el primero portando la vara con la que obraba milagros, como conductores del pueblo elegido hacia la tierra prometida. La inclusión de esta pareja de hermanos bíblicos señala hacia la pareja real que en ese momento dirige el reino: el rey Sancho Ramírez y su hermano el obispo-infante García a los cuales aludiría la iconografía en clara semejanza con Moisés y Aarón. De hecho, el pontífice Gregorio VII se refirió al rey en su bula "Apostolica sedes" de hacia 1084 como "quasi alter Moyses".

En el lado sur de la portada hallamos un ciclo completo narrado en los dos capiteles existentes, genialmente reconocido por Serafín Moralejo como correspondiente al episodio de Daniel en el foso de los leones alimentado por Habacuc (Daniel 14, 32-39).
En el capitel más interior vemos narrado en piedra cómo el ángel busca al profeta Habacuc que lleva la comida a sus trabajadores en el campo y le ordena llevar el alimento a Daniel que está en el foso de los leones. Las fieras milagrosamente no le atacan, pero él no tiene con qué alimentarse. Habacuc argumenta que no sabe cómo llegar a Babilonia donde está Daniel y entonces el ángel lo toma por los pelos de la cabeza y lo lleva en rápido vuelo hasta Daniel. Todo esto vemos en el capitel y como entrega Habacuc alimento en forma de pan circular (simbología eucarística) a Daniel que sentado lo recibe. Dos cabezas de leoncitos aparecen junto a su pierna izquierda.
En el siguiente capitel puede rastrearse otro episodio de la historia de Daniel. Concretamente cuando desenmascara a los sacerdotes que custodiaban a una deidad con forma de dragón (representado como una serpiente en el capitel). Aseguraban que el dios consumía por la noche las ofrendas en forma de alimentos que se depositaban ante él, cuando en realidad lo hacían los sacerdotes y sus familias. Daniel espolvorea hollín por el suelo y demuestra a la mañana siguiente que hay rastro de los pies de los sacerdotes hasta una entrada secreta. El rey manda matar a los sacerdotes. 
Se nos muestra con el lenguaje plástico que Serafín Moralejo relacionó magistralmente, uniendo lo visto el sarcófago de Husillos (Palencia) hoy en el MAN y el lenguaje formal de esculturas como el capitel de Caín y Abel de Frómista o los de esta portada. Vemos la postura quiástica (brazos y piernas separados en "X") de algunos personajes. La expresividad del terror volviendo la cara y presentando las palmas de las manos, serpientes tomadas con la mano al modo de las Furias o el uso de los paños alargados dando continuidad a narraciones. 


Los ábsides
Saliendo de la plaza del Mercado, hacia el Este, nos encontramos con los ábsides y las edificaciones que se levantaron en el terreno que ocupaba el antiguo espacio del cementerio catedralicio, actualmente en un proceso de urbanización que hará visibles las fábricas absidiales. De los tres ábsides que se plantean en el proyecto sólo nos queda el meridional, pues los otros dos fueron total o parcialmente destruidos. El ábside norte –que ha recuperado su volumen en una discutible actuación reciente– sufrió la edificación de la Sacristía en 1562, y el central se derribó en 1790 para ampliar el presbiterio y decidir traer a este lugar el coro de la catedral, que estaba ubicado en medio de la nave. La nueva ampliación concluyó en 1793 con la ejecución de las pinturas al fresco realizadas por el cartujo Bayeu con representaciones de la Trinidad, la Gloria y de la vida de san Pedro.
En esta reconstrucción del ábside central dieciochesco se emplearon materiales procedentes del derribado muro absidial y se recolocaran algunos canecillos en la nueva cornisa. García Omedes (2012a) ha documentado gráficamente una serie de sillares que presentan signos zodiacales (Sagitario, Acuario, Tauro y Piscis), sin duda de los reutilizados, colo cados unas hiladas al sur del arranque del óculo central. No es extraño que la catedral tuviera un zodiaco, puesto que así ocurre en la portada del Cordero de San Isidoro de León o en la de las Platerías de Santiago, aunque es muy complicado poder ubicarlo en el edificio románico por lo que se han pro puesto la puerta meridional o incluso los espacios existentes entre los canecillos, a modo de metopas.
En un acercamiento general, interesa la valoración de Galtier Martí (2004) señalando que los ábsides recibieron al exterior series de molduras con ajedrezados y columnas adosadas, que estructuran el desarrollo vertical en varios re gistros, mientras que el tejaroz se ennobleció con canecillos y las ventanas con columnas acodilladas sobre las que voltean moldurados arcos. Esta decoración de los ábsides hay que reiterar que se enriquece con una cornisa con modillones de sofitos y metopas, que nos recuerdan modelos del centro de Francia y especialmente la torre-porche de la colegiata de San Hilario de Poitiers, aunque –para Durliat (1993)– en Jaca los trabajos son obra de un escultor más refinado.
Entre los modillones del lado sudeste del ábside central hay uno excepcional que nos presenta a un ángel, saliendo entre nubes y blandiendo una cruz, que Moralejó vinculó (ya en 1973) con la mesa del altar de Saint-Sernin de Toulouse, consagrada por el papa Urbano II el 24 de mayo de 1096, que fue realizada y firmada por el escultor Bernardo Gilduin. El altar de mármol, con relieves de ángeles, aves y motivos vegetales, está presente en este modillón que nos confirma las importantes conexiones de Jaca y Toulouse, a finales del siglo XI.
El ábside que se ha conservado integro es el meridional, el de la Epístola, y en él se encuentran integrados los dos elementos que se consideran como base del lenguaje arquitectónico jaqués: el ajedrezado, que discurre en forma de imposta, y las bolas que se hacen presentes en los apoyos interiores. Lo que es conocido como “ajedrezado jaqués” es la única decoración escultórica anicónica realmente representativa del mundo románico, siendo gestado en el ámbito languedociano para desarrollarse posteriormente en la península ibérica y alcanzar su mayor difusión desde el territorio aragonés, como ha demostrado Sgrigna recientemente.
Decorado y quizás diseñado por el Maestro de Jaca, este ábside se estructura en tres niveles horizontales separados por una imposta con los tacos o billetes del ajedrezado que recorre el ábside por debajo de la ventana, continuando más arriba por la línea del ábaco y cerrando por el alero del tejado soportado por los canecillos. Y tres zonas presenta el ábside también en su desarrollo vertical. Apoyada en la lesena que queda íntegra –la otra aparece reducida quizás como consecuencia de la obra del nuevo ábside central– se levanta una columna adosada con su basa ática, el fuste liso y el capitel corintio, que llega hasta el alero del mismo, marcando un elemento vertical que se correspondería con otro similar al otro lado y que da unidad y esbeltez al cuerpo absidial. Lacarra Ducay escribe que esta columna adosada “testimonia el descubrimiento del lenguaje arquitectónico clásico por los artistas cortesanos del Alto Aragón en la segunda mitad del siglo XI”.
No falta quien señala que, este cambio de lesena a columna, obedece a un cambio de criterio constructivo que po dría responder a que la catedral se comenzó con un esquema edificativo de tipo lombardo para continuar finalmente con el estilo románico pleno; puesto que en San Isidoro de León o en San Martín de Frómista arrancan las columnas desde el basamento inferior. Además, no puede ocultarse que contemplando el ábside conservado se puede detectar el clasicismo del lenguaje arquitectónico de los artistas de la corte del rey Sancho Ramírez, muy emparentado con otros edificios del Camino de Santiago ubicados en León y Frómista.

El ábside sur, único que permanece original de la construcción de la catedral. Su decoración es del Maestro de Jaca. Se estructura en tres niveles horizontales separados por moldura de ajedrezado jaqués que corre bajo el nivel de la ventana, y continuando los ábacos de los capiteles. También orla el medio punto de dovela y baquetón de la ventana y el remate del tejado sostenido por canecillos decorados y con metopas bajo el alero.

Ábside central 

Una columna adosada de basa ática, capitel corintio y fuste liso, que apea sobre una pilastra a nivel del tercio inferior del ábside, articula sus tres niveles. Probablemente hubo otra al lado norte de la ventana que quizá desaparecería al rehacer el ábside central.
La ventana que centra el ábside es prototipo del ventanal jaqués flanqueado por dos columnas rematadas en capitel como si una pequeña portada fuese. El capitel sur es de entrelazo, que surge de las fauces de un león en la esquina. El norte, peor conservado, muestra una lechuza.

Ábside

Detalle del ábside 

Los talleres escultóricos de la Catedral
A finales del siglo XI las obras de la catedral ya han avanzado lo suficiente como para dar cabida a las gentes que la van a decorar, de acuerdo con un programa pensado y diseñado por los canónigos que la habitan, gente preparada y empeñada en ejercer dos papeles: el de pastores para una comunidad burguesa que debe salvarse y el de diseñadores de la idea de una monarquía vinculada al hecho religioso y asentada en el tutelaje que le ofrece el papado de Roma.
En un territorio en el que las muestras que habían proliferado hasta entonces eran, además de muy escasas, de ruda ejecución era necesario traer maestros que pudieran acometer la decoración de aquellos edificios que están siendo construidos por el poder real o por el mecenazgo episcopal. En los últimos años del reinado de Sancho Ramírez y durante los de su hijo –Pedro I– está en Jaca un gran escultor que conocemos como Maestro de Jaca y al que hay que adscribir la mayor parte del trabajo escultórico de la catedral.
Este maestro viene de tierras castellanas, como apunta Prado-Vilar (2008 y 2010) y forma parte de un taller que se ha originado en la obra de San Martín de Fromista donde el conocido como Maestro de Husillos ha realizado un magnífico capitel del ábside, en el que se representa la muerte de Abel a manos de su hermano Caín, un crimen familiar en el que se quiere contribuir a criticar el grave problema de la violencia familiar que vive aquel reino en ese momento.
Este capitel, pieza clave en este templo concluido hacia 1090, se inspira en el sarcófago de la Orestiada, del primer tercio del siglo II de nuestra Era y conservado actualmente en el Museo Arqueológico Nacional, aunque en aquellos años estaba muy cerca de Fromista, en el palentino monasterio de Husillos donde lo vieron los asistentes al Concilio convocado por Alfonso VI en 1088. Presenta la venganza de Orestes y su periplo en busca de la expiación de su crimen y es el punto de referencia para un taller que apuesta por recuperar el arte romano, especialmente ese tratamiento clásico de los desnudos, la gesticulación y el drama de las escenas presididas por los héroes matando a espada.

Sarcófago de Husillos 

Al inicio de la década de 1090, concluida la iglesia, el maestro y su taller se trasladan a Santa María la Real de Nájera en donde siguen trabajando aunque va consolidándose una segunda generación de escultores que ha formado el Maestro de Husillos y que, como señaló Marcel Durliat (1990), desprenden “un esprit de jeunesse, une vivacité et une spontanéité remplis de séduction”. Ese grupo decide dirigirse hacia el Este, donde se sabe que el rey de Aragón está empeñado en construir una catedral en su capital, llegando a Jaca hacia 1093.
Estará liderado por el que conocemos como Maestro de Jaca y tienen ya un estilo muy definido que Moralejo describe con “desnudos en poses quiásticas, con melenas desordenadas de mechones profundamente definidos, amplios paños ondulantes y figuras blandiendo serpientes”, aportando una iconografía de gran originalidad, sensualidad e intensidad trágica del vivir humano. No deja de ser interesante su apuesta por las formas sinuosas, con desnudos serpentiformes que han perdido la rotundidad muscular de su maestro castellano y con serpientes en las manos que se convierten en la marca de este magnífico escultor figurativo y que acaso nos recuerdan la capacidad para renovarse de este animal que cambia la piel en cuarenta días.
La espaciosa presencia en la catedral de este Maestro de Jaca, cuyo trabajo marcó la escultura del siglo XII, se justifica por ser persona profundamente vinculada a la monarquía aragonesa. Posiblemente puede ser considerado su escultor áulico, motivo por el que incluso se le encargaría la realización de la imagen del rey Sancho Ramírez que iba destinada a validar las monedas del nuevo Aragón. Por esa razón también intuimos su presencia en edificios reales como el Castillo de Loarre, en cuya gran capilla sigue demostrando su amor por el desnudo y su apuesta por la iconografía romana, asunto que vuelve a detectarse en el friso de personajes (clásico elemento de decoración romana que no ha utilizado en Jaca) que desfilan sobre la puerta de entrada al castillo y que se presentan al modo romano. Hay trabajo de otro discípulo suyo en Iguácel (especialmente en la cabeza tallada en el ángulo de un ábaco) y el quehacer del Maestro de Jaca influye en tierras del Béarn en opinión de Lacoste (1993). En todas las obras de este taller, se observa cómo utilizan sus escultores las escenas del sarcófago romano como fuente de un teórico repertorio de formas, aunque irán dando respuesta a las nuevas necesidades de un Estado que quiere crear su propio código visual.
Este grupo retornará a tierras castellanas, si hacemos caso a las influencias jaquesas que se ven en el tímpano de la portada del Cordero de San Isidoro de León –realizada hacia el año 1100– que parece ser producto de un taller de formación jaquesa que conoce bien la portada meridional de Jaca, aunque en León le dará mayor monumentalidad y le incorporará un zodiaco. El vacío dejado por estos escultores se pudo llenar por un grupo de artistas procedentes de Compostela que acometen la decoración del claustro y que dejan ver su vinculación con la escultura antigua, si aceptamos las tesis de Lacoste cuando les adscribe una serie de capiteles que se han conservado en la catedral y en la jacetana iglesia de Santiago.
No obstante, recientemente Prado-Vilar (2010) ha formulado novedosas cuestiones que creo deben ser tenidas muy en cuenta, pudiendo aclarar ese ámbito de trabajo que plan tea Lacoste sin documentar. Estamos hablando del que bautiza como Maestro del Sátiro, un artista que tiene una clara influencia de los sarcófagos romanos, que se inspira en el repertorio dionisíaco y que “logra crear una poética del cuerpo revolucionaria para su época”. Este escultor se convierte, en la primera década del siglo XII, en el autor de una propuesta de vanguardia en la que, repensando las influencias romanas, va a una concepción plástica que encuentra su principio generador en la sinuosidad ondulante del sátiro, su mejor obra.

Capitel del Sátiro antes de su traslado al Museo Diocesano 

De su trabajo pueden ser unos capiteles procedentes del claustro catedralicio que se conservaron bajo la mesa de altar del ábside sur, hasta su traslado al Museo Diocesano. Son el conocido como capitel del Sátiro (que lo fecha en 1105 1110) y otro decorado en las esquinas con figuras masculinas, dos de ellas barbadas. Junto a ellos, estará el capitel conserva do en la iglesia de Santiago que remite al sarcófago Badminton, conservado en el Museo Metropolitano de Nueva York, que constituye una variante más de la iconografía mostrando el Triunfo de Dionisio y las Estaciones. Todos ellos parten de “una interpretación de la escultura antigua” y la escultura presenta una clara y potente sensualidad, aunque como en el caso del Sátiro lo que pretenda es condenar la lujuria.

Capitel de San Sixto 

Ya en el reinado de Alfonso I el Batallador, en el segundo cuarto del siglo XII el escultor que está trabajando en la corte aragonesa se ve presionado por nuevos retos que le plantea la creciente necesidad de dotar de imagen al dogma cristiano. La búsqueda de nuevos repertorios de modelos le lleva a mirar la pintura mural, los trabajos en marfil y la miniatura, que le provocan una fuerte estilización de la imagen y el nacimiento de nuevas fórmulas en la escultura románica. Este nuevo escultor es el que conocemos como Maestro de doña Sancha, pues trabajó la parte frontal de su sarcófago, la persona que vuelve a colocar a la ciudad de Jaca en el centro de las nuevas aportaciones de la escultura románica hasta 1140.

Capitel del sacrificio de Isaac 

Es claro que los vínculos estilísticos de este maestro hay que situarlos en el entorno hispano-languedociano y saber que ya no copia los modelos de la antigüedad; que ha roto con la pervivencia de los modelos romanos y que ahora saca su inspiración de la pintura o la eboraria, que le aportan la gestualidad de sus figuras y el dinamismo de sus grupos. Cuando este hombre está en Jaca hay actividad especialmente en la ciudad y en el monasterio de Santa Cruz de la Serós, que se está construyendo gracias a las donaciones que ha hecho la condesa doña Sancha al morir.
Este escultor es también conocido como Maestro de san Sixto por haber sido el autor del notable capitel de la lonja meridional, pieza que se suma a otras obras como algunos capiteles en Serós (en concreto, con el tema de la Anunciación). Evidentemente, se aleja de las concepciones romanas y hace figuras de gesticulaciones expresivas, de caras mofletudas, de pelo lacio y de vestiduras que pierden volumen y ganan en elaboración de sus plegados. Lacoste ha señalado que no sabemos si aprendió del Maestro de Jaca, pero está relacionado con el tímpano de la portada occidental de Sainte-Marie de Olorón –fechable hacia 1120–, aunque se aleja de ella por su evolución: más volumen y agitación pero menos elegancia.
Recientemente García Omedes (2010) ha descubierto que, en tres de los cuatro grandes capiteles que rematan los pilares cilíndricos de la nave central, aparece la firma de un maestro llamado Bernard, quizás un Bernardus que según apuesta su descubridor pudo formar parte del grupo de can teros que van con el Maestro de Jaca, si no es el nombre del propio jefe del taller. 
Uno de los elementos escultóricos sin duda más interesantes de este templo son los canecillos. En ellos encontramos una escultura tan interesante como extensa. Por el ejemplo del ábside sur, único conservado de modo íntegro, podemos apreciar cómo se dispusieron intercalados con placas esculpidas sujetando las piezas de la cornisa decoradas con ajedrezado en su borde libre y motivos geométricos en la cara vista.
La mayor parte de los canecillos de la cabecera del templo que podemos apreciar desde diversos puntos de la catedral corresponden a los que estuvieron en el ábside central (y quizá del norte) demolido y reutilizados. También en algún punto del lado norte del neo-ábside central podemos encontrar metopas con su decoración. 










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Crismón
El tímpano de la puerta principal es un bajorrelieve que está presidido por un crismón y flanqueado por dos leones en cuyas garras aparecen sendas figuras humanas. Se trata de una pieza románica excepcional por la calidad de la escultura, sus grandes dimensiones y, ante todo, por su significado iconográfico que, en este caso, está reforzado por textos latinos que figuran en el crismón, en cada uno de los leones y en el dintel. ​
Francisco de Asís García, que lo ha estudiado, sostiene que, en este caso, el crismón es una referencia a la doctrina derivada de la figura de Constantino el Grande, quien mediante el Edicto de Milán estableció por vez primera la colaboración entre el poder temporal y el espiritual, entre el Imperio romano y la Iglesia. En el caso de Jaca, la exposición del crismón en la catedral de san Pedro tendría por objeto manifestar la relación estrecha entre el naciente reino de Aragón, a cuyo frente se encontraba Sancho Ramírez, y el papado, del que era feudatario, personificado en Alejando II. ​
El texto latino inscrito en el círculo que rodea el crismón hace referencia a la santísima Trinidad. El círculo representaría la eternidad y las rosetas inscritas entre los ocho radios se relacionarían con el Paraíso. ​
Hac in sculptura, lector, sic noscere cura: P. Pater, A. Genitus, duplex est Spiritus Almus. Hii tres iure quidem Dominus sunt unus et idem.
El león situado a la izquierda del espectador tiene boca cerrada y protege a un hombre, situado a sus pies, que con la mano sujeta una serpiente, que podría relacionarse con la muerte. Encima una inscripción latina manifiesta: "El león sabe perdonar al caído, y Cristo a quien le implora".
Parcere sterneni leo scit, Xristus petenti.
Por su parte, el león de la derecha, simétrico del que tiene enfrente, con la boca abierta, enseña los dientes y pisa a un oso y a un basilisco. La traducción latina de su inscripción viene a decir: "El poderoso león aplasta el imperio de la muerte".
Imperium mortis conculcans est leo fortis
La traducción del texto latino situado al pie del tímpano vendría a decir: "Si quieres vivir, tú que estás sujeto a la ley de la muerte, ven suplicando, rechazando venenosos placeres. Limpia el corazón de pecados, para no morir de una segunda muerte".
Vivere si queris qui mortis lege teneris, huc splicando veni renvens fomenta veneri. Cor viciis munda, pereas ne morte secunda

Tímpano de la portada oeste 

La portada de grandes dimensiones, en la que se inscribe el crismón, está cerrada por seis arquivoltas de listel y toro que se apoyan en dos pares de columnas con sus respectivos capiteles, tres de ellos esculpidos con motivos figurativos y el cuarto con hojas de acanto. Una de las columnas está desgastada por la costumbre de los peregrinos de apoyar su mano en ella, de la misma manera que se hace en el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela. 

Interior
La planta del templo es basilical de tres naves, con cinco tramos cada una. La central (mide 28,30x9 metros) ​ es más ancha y alta que las laterales, lo que permitió, en el siglo XVI, al levantarse la nueva bóveda, abrir cinco ventanales a cada lado para iluminar el interior del templo. Un elemento destacable es la alternancia en la nave central de columnas (dos pares) y pilares cruciformes con columnas adosadas (tres pares) que sostienen cinco arcos de medio punto.

En el interior del templo, repartidos en los pilares, columnas, muros y presbiterio, se contabilizan 28 capiteles, de diversos tamaños, con temas figurativos, vegetales y esquemáticos que revelan la existencia de varios escultores. ​

Las naves remataban en ábsides semicirculares con bóveda de cuarto de esfera, de los que únicamente se conserva íntegro el de la nave de la epístola (la derecha del espectador). El ábside está recorrido por una cenefa de ajedrezado jaqués, que después se repetirá en los templos románicos del Camino de Santiago. Por otra parte, destaca la reja románica de hierro forjado que impide el acceso al altar. El ábside central fue ampliado en 1790 para darle más profundidad, mientras que el de la nave del evangelio se conserva con alguna mutilación.

Plano de la Catedral 

El transepto, o nave transversal, no se destaca en el exterior, ya que tiene la misma anchura que las tres naves, aunque es más alta. En el crucero, de planta cuadrada, que se transforma en octogonal mediante la utilización de trompas, se levanta una cúpula románica, reforzada por cuatro arcos de medio punto los cuales se cruzan en el centro. En la base de las trompas, a manera de ménsula, figuran los tetramorfos, con tamaño pequeño que dificulta su contemplación, tratados de manera esquemática y tosca.

Cúpula de Catedral de San Pedro de Jaca (altar mayor) 

Obras entre los siglos XVI-XXI
En contraste con el estado ruinoso en que presentaba la catedral y sus dependencias en el siglo XV, en el siguiente, como señala Oliván en su artículo sobre las obras emprendidas en el XXI, se produce "una febril actividad renovadora del templo y sus dependencias, que se prolongará hasta las primeras décadas del siglo XVII".​ Esta etapa de extraordinaria actividad se debe, entre otros motivos, a la necesidad perentoria de reparar la vieja catedral, al deseo de las principales familias burguesas de Jaca de promocionarse socialmente mediante la construcción de capillas en el templo catedralicio y, finalmente, porque en 1571 una bula de Pío V dispuso que el obispado de Huesca-Jaca, constituido en 1097, se dividiera en tres: Huesca, Jaca y Barbastro. ​ A partir de entonces, la diócesis jaquesa inició una etapa de progreso.
La catedral tenía cubiertas de madera, que Bango considera que se construyeron por falta de recursos económicos, para levantar bóvedas de piedra.​ Esta circunstancia propició frecuentes incendios. El más pavoroso, registrado en 1447, obligó al cabildo a construir las bóvedas actuales. Se comenzó por las laterales iniciadas en 1520 y, a partir de 1598, con la nave central, que fue construida en seis años por el arquitecto y escultor, vecino de Zaragoza, Juan Bescós, el cual por este encargó cobró 6300 libras jaquesas que aportó el canónigo de la seo de Zaragoza Francisco de Hervás. ​ A pesar de ser levantadas en el siglo XVI, en época del Renacimiento, las bóvedas de las tres naves son de tracería gótica tardía.
A principios de siglo, en 1514, se derribó el coro románico y se construyó otro ya dentro del estilo renacentista. Ocupaba los tramos tercero y cuarto de la nave central, contados desde el presbiterio. Años más tarde, en 1562 se edificó la nueva sacristía que se cubrió con bóveda de crucería. Una vez reparadas las cubiertas de las naves laterales, se construyó buena parte de las capillas que en ellas se alojan, como la portada tardo gótica de san Sebastián, la de santa Ana, de estilo hispano flamenco; la Anunciación a María ya plateresca, la monumental renacentista de san Miguel, la romanista de la santísima Trinidad y, por último, la de san Jerónimo, renacentista con elementos ya barrocos.
En el siglo XVII se llevó a cabo el derribo del claustro románico para construir el actual. Aquí, desde 1970, se encuentra el Museo Diocesano de Jaca, que alberga una extraordinaria colección de pinturas murales románicas procedentes de las iglesias del entorno, entre las que destacan las de la localidad de Bagués. A finales de esta centuria, en pleno apogeo del barroco, se construyó la más grande de las capillas de la catedral, dedicada a la patrona de la diócesis de Jaca, santa Orosia.
En 1790, se amplió el presbiterio lo que tuvo como consecuencia la destrucción del ábside románico de la nave central y del retablo de piedra de estilo romanista que lo presidía, obra contratada a Juan Bescós, el arquitecto que había construido la bóveda de la nave central. ​ El nuevo espacio se cubrió con una cúpula sobre pechinas. En 1792 el cartujo Manuel Bayeu, cuñado de Francisco de Goya, realizó las pinturas murales, con episodios de la vida de san Pedro -el titular de la catedral- en los muros laterales, la apoteosis de la santísima Trinidad en la cúpula y con representaciones de las virtudes Fe, Esperanza, Caridad y Templanza en las pechinas.
En el siglo XIX, azotado por la guerra de la Independencia y las tres carlistas, además de diversos episodios revolucionarios, las obras emprendidas fueron de menor trascendencia: el blanqueo del templo y el arreglo del órgano en 1859, las pinturas de la capilla de santa Orosia en 1860, la restauración del porche pequeño en 1864, la pavimentación del mayor al año siguiente, y la pavimentación de las naves laterales en 1868. ​
En 1919 el coro del cabildo, hasta entonces situado en el centro de la nave principal, el lugar que ocupaba tradicionalmente en las catedrales españolas, y el órgano, emplazado detrás, ​ se trasladaron al presbiterio ampliado a fines del siglo XVIII. De esta manera quedó diáfana la vista interior de la catedral, aunque la situación del órgano, infrecuente, le quitó sonoridad y ocultó las pinturas de Manuel Bayeu situadas detrás, en el ábside, con el tema de la entrega de las llaves a san Pedro.
Inicialmente hubo un órgano renacentista, que en 1703 se transformó en barroco y que, finalmente, en 1870, adquirió las características de romántico. ​ Fue restaurado en 2018, con un presupuesto de 300.000 euros, gracias al mecenazgo particular. ​

Nave principal

En el siglo XVI se cambian la cubierta románica por bóvedas de estilo gótico tardío.

Interior. La nave. De este a oeste. Románico. Siglo XI 

Interior lado derecho 

Capiteles

Capitel 

Pilastra románica con decoración figurativa.

Pilastra románica con decoración figurativa. 

Capitel de la nave central

Pilastra románica con capitel figurativo.

Capitel románico 

Capillas
En la primera mitad del siglo xvi, una vez construidas las bóvedas góticas de las naves laterales, se habilitaron diversas capillas promovidas por los sectores eclesiásticos, gremios y familias acaudaladas de la ciudad. ​ 

Santa Ana
(Número 6 en el plano). Era propiedad de los racioneros, fue construida a principios del siglo XVI para lo cual se aprovechó parte del pórtico occidental. Tiene planta cuadrada y crucería del mismo estilo gótico tardío que el de las naves laterales. El retablo de estilo hispano-flamenco, con rasgos renacentistas en el guadapolvo, está dedicado a santa Ana, que figura en la calle central acompañada de María y del Niño Jesús, que se inclina para coger los frutos que la abuela sostiene en un canastillo. Es una talla de madera policromada correctamente ejecutada. La flanquean sendas tablas de pintura al óleo con las imágenes de san Jerónimo y de santa  Elena, con la cruz de Cristo que ayudó a descubrir. Destaca el trabajo de talla gótica de los doseletes que cubren las casas del retablo. La capilla fue restaurada en 2011.
A la derecha se encuentra un crucifijo de tamaño natural, en madera policromada, al que los fieles tienen especial devoción.

Anunciación
(Número 5 en el plano). Está rehundida en el muro, por lo que tiene poca profundidad, se abre con un arco escarzano y la cubre una estrecha bóveda de crucería. El retablo, de pequeñas dimensiones, es de madera policromada, de estilo renacentista, decorado con grutescos. Tiene banco con la escena de la Última Cena, aunque faltan los dos relieves que la flanqueaban, y tres calles con dos pisos. En la central, que ocupa los dos pisos, figura la escena de, aunque la Anunciación y sobre ella aparece un tondo en el que se inscribe a María con el Niño en los brazos, de un estilo directamente relacionado con el renacimiento italiano. La escena del Calvario remata el conjunto. Se atribuye al maestro aragonés Pedro de Lasaosa, que perteneció al círculo del escultor florentino afincado en Zaragoza Juan de Moreto.

Detalle 

San Sebastián
(Número 4 en el plano). La capilla está precedida de un arco carpanel flanqueado por pilastras que rematan en largos pináculos, este conjunto arquitectónico pertenece al estilo Reyes Católicos. El zócalo está revestido de azulejos barrocos. El centro del arco está ocupado por un escudo heráldico sostenido por dos ángeles y en los capiteles se repite el escudo que, en cada caso, sujeta un ángel. El retablo está presidido por una pintura sobre lienzo, de estilo barroco, con el tema del martirio de san Sebastián. Su conservación es deficiente, por lo que no es posible contemplarlo con detalle. A la izquierda se encuentra un pequeño retablo barroco con un óleo de la Asunción que se atribuye a la escuela madrileña de Vicente Carducho.

San Miguel

Retablo de san Miguel 

(Número 3 en el plano). Fue construida por iniciativa del próspero mercader de Jaca Juan de Lasala y Santa Fe, "banquero al servicio de Carlos V, ​ y de su esposa Juana Bonet. Como era habitual en la época, el promotor hizo lucir su escudo repetidamente: en el intradós del arco, en las enjutas y en el sotabanco del retablo. ​Es un proyecto ambicioso, ejecutado entre 1523 y 1526, de elevado coste, para el que recurrió a los artistas más relevantes de su momento tal y como se informa en la inscripción grabada en la jamba derecha del arco triunfal, donde se señala que la obra corresponde a "Ioha de Moreto Florentino" en el año 1523; al tiempo que en el otro lado se hace mención del promotor: "Esta capilla mando hazere el ohonrado Ioha de Lasla [Lasala], mercadero i ciudadano de la ciudat de Iacca". El proyecto de la portada y del retablo fue obra de Juan de Moreto el Florentino y con él colaboraron los escultores Gil Morlanes el Joven y Juan de Salas, discípulo de Damián Forment; mientras que la policromía de la portada y del retablo correspondió a Juan Navarro. ​

Vigen y María y santa Isabel 

La portada de la capilla reproduce un monumental arco triunfal (tiene 10 metros de altura), con arco de medio punto, enmarcado por dos cuerpos con dos pisos, rematados por frontones triangulares, en los que aparecen (de izquierda a derecha del espectador, y de abajo arriba) las esculturas de bulto redondo de san Cristóbal, san Roque, san Pablo y san José (estas dos últimas tienen a sus pies cartelas con sus nombres). Encima de cada hornacina aparecen en tondos los cuatro evangelistas. La portada se remata con un óculo que a cada lado tiene un tritón, un tema claramente renacentista. La capilla es de bóveda de cañón con casetones de diversas formas geométricas, lo que contrasta con las bóvedas góticas levantadas por aquellos mismos años en las naves de la catedral. El retablo, ​ de estilo renacentista, con grutescos y columnas abalaustradas, consta de sotabanco y banco con cinco hornacinas aveneradas, en las que aparecen santa Juliana, posiblemente santa Catalina de Alejandría, san Jorge atacando al dragón, santa Ana y santa Isabel. Tiene tres calles y dos pisos; lo remata el ático con el Calvario flanqueado, como en la portada, por dos tritones. En la calle central figura el titular de la capilla, el arcángel san Miguel que alancea un monstruoso demonio, encima figura un tondo renacentista con la Virgen y el Niño, un asunto que aparece también en el retablo de la Anunciación (Número 5). A los lados de la hornacina de san Miguel (de izquierda a derecha) están representados san Juan Bautista y san Juan Evangelista. En el piso superior se encuentran las imágenes de dos arcángeles, el de la izquierda puede representar a san Gabriel, y el de la derecha a san Rafael. El conjunto fue restaurado en 2004 con el patrocinio de una entidad financiera.

San Juan Bautista

San Marcos

San Juan evangelista

San Miguel 

San Jerónimo
(Número 12 en el plano). Fue promovida por el obispo Pedro Baguer, natural de Jaca, que intervino en el concilio de Trento, desempeñó cargos políticos y ocupó la sede episcopal de Algher (Cerdeña). El retablo ocupa el ábside románico de la nave del Evangelio, donde se conserva la bóveda de cuarto de esfera y tres cenefas de ajedrezado. Una reja románica, similar a la del ábside de la Epístola, la separa de la nave. El retablo, renacentista, de madera policromada, es obra de Jorge de Flandes, ​ y la policromía de Pedro de San Pelay y Antón Claver, está fechado en 1573, como se lee en las dos cartelas situada en el banco: "Izo san Pelay..." y "Año 1573". Consta de banco con cinco casas aveneradas, tres calles, dos pisos y ático rematado con frontón triangular del que emerge Dios Padre en actitud de bendecir; como en el retablo de san Miguel, dos tritones lo flanquean.
La calle central está presidida por san Jerónimo penitente, con el león a sus pies, y lo flanquean san Juan Evangelista y san Juan Bautista. En el piso superior se encuentran las esculturas de san Jorge alanceando al dragón y san Martín de Tours. 

Sepulcro del obispo Pedro Baguer
(Número 11 en el plano). De estilo renacentista, realizado en el último tercio del siglo XVI, constituye un soberbio testimonio de la arquitectura funeraria renacentista. Es obra del barcelonés Juan de Rigalte​ y del mallorquín Guillem Salbán, quienes por aquellas fechas residían en Zaragoza. ​El monumento consta de cama fúnebre, ilustrada en su frente con las representaciones de las virtudes Fe, Caridad, Templanza, Justicia y Prudencia. La imagen del difunto, realizada en alabastro, es de cuerpo entero, yacente, con los atributos episcopales, como son el báculo y la mitra.
Sobre él, adosada al muro, se muestra la Asunción de María con la luna a sus pies, como se recoge en el Apocalipsis, ​ y con tres ángeles, de inspiración migelangelesca a su alrededor, mientras que dos angelitos le colocan la corona.
Todo ello está enmarcado por un arco de medio punto, con altorrelieves en las enjutas que representan a profetas, arquitrabe partido y rematado por un frontón triangular, que sustentan dos columnas corintias decoradas en el primer tercio con relieves renacentistas de buena factura. Corresponden a Juan de Anchieta los profetas de las enjutas y el relieve de la Asunción, los dos realizados en alabastro. ​El escudo de la familia Baguer figura en las basas de las columnas y el del obispo en el frontón. El conjunto fue restaurado en 2004, al mismo tiempo que la capilla de san Miguel, con el patrocinio de una entidad bancaria.


Detalle 

Santa Orosia
(Número 9 en el plano). Se construyó en el siglo XVII, en pleno barroco, a costa de la cofradía de santa Orosia. ​ Con anterioridad la catedral contaba con un altar dedicado a esta santa, como se desprende de la bula de Gregorio XIII, firmada en 1578, por la que se concedía indulgencia plenaria a las misas de difuntos celebradas en él. ​
La nave, de grandes dimensiones, se sitúa transversal al eje del templo, tiene planta rectangular y en la cabecera se levanta una cúpula con tambor que descansa en pechinas. El retablo muestra un barroco abigarrado, de madera dorada y policromada. Predominan los elementos ornamentales, como los dos pares de columnas salomónicas adornadas con racimos de uva, y las grandes volutas que se apoyan en el arquitrabe. En cuanto a las figuras, se reducen a la titular de la capilla, en la casa central, de cuerpo entero, coronada por ángeles, y a san Juan Bautista sedente, en el remate.
La cúpula está decorada con la llegada triunfal al Cielo de santa Orosia, patrona de la ciudad y de la diócesis de Jaca, y en los muros laterales aparecen seis escenas de su vida. En el muro de la derecha se describe la recepción por el cabildo de Jaca de las reliquias de santa Orosia, el corte de la cabellera de santa por el obispo de Huesca y los fenómenos extraordinarios que se produjeron en la Naturaleza; y la intervención de las reliquias para conjurar el pedrisco. En el muro de la izquierda se contempla el martirio de la santa, la resurrección de una "niña de Bohemia" y la curación de un ciego. El zócalo está decorado con motivos arquitectónicos y trampantojos. Estas pinturas fueron realizadas en 1789 por Luis Muñoz, afincado en Huesca, con estilo barroco aunque con técnica rudimentaria. ​El conjunto fue restaurado en 1999 con la ayuda de una entidad de ahorro.

Capilla de Santa Orosia, patrona de la ciudad, del siglo XVII.

Capilla de Santa Orosia 

Trinidad
(Número 8 en el plano). Fue construida en 1572 por encargo del próspero mercader de Jaca Martín de Sarasa y su esposa Juana de Aranda, con el fin de que fuera el lugar de su enterramiento y, para ello, la dotaron con una cuantiosa suma, que posibilitó la contratación de artistas de prestigio y, posteriormente, el mantenimiento del culto. Como era práctica generalizada, los escudos de los fundadores de la capilla lucen tanto en la portada (en el tímpano) como en el retablo (en el sotabanco).
La precede un arco clásico de medio punto que flanquean sendas columnas corintias; en las enjutas del arco se encuentran las alegorías de la Caridad (amamanta a dos niños) y de la Templanza (escancia vino). El friso inmediatamente superior lleva decoración de putti y en el centro figura la Verónica; en los dos extremos, inscritos en sendos tondos, aparece los bustos de un hombre (izquierda del espectador) y una mujer (derecha) que podrían representar a los fundadores de la capilla. ​ Finalmente, en el tímpano que remata la portada, destaca el relieve de la Virgen con el Niño inscrito en un óvalo, obra de Juan de Anchieta; mientras que a ambos lados se reproducen los escudos de los dos comitentes. Esta portada fue proyectada por Guillén Salbán, autor del sepulcro del obispo Pedro Baguer, situado en esta misma nave lateral. Posiblemente también trabajó en esta capilla un escultor, de menor calidad que los dos precedentes, que podría ser el artífice afincado en Jaca Juan de Flandes. ​ El conjunto arquitectónico conserva la policromía original que lo cubre parcialmente, según el gusto de la época.
La planta de la capilla es cuadrada, se cubre con cúpula semiesférica, apoyada en trompas, y está decorada con casetones adornados con florones en el centro. Tiene linterna que ilumina el interior.
El retablo, realizado en "arenisca de cemento calizo",​ consta de banco con tres escenas apaisadas de gran calidad artística (la Visitación, nacimiento de san Juan Bautista, los judíos preguntan a san Juan Bautista si es el Mesías. Tiene tres calles, separadas por columnas corintias; en la calle central se representa a la Trinidad: Dios Padre sentado (su rostro recuerda al Moisés de Miguel Ángel), que sostiene con sus manos al Hijo crucificado y entre los dos está la paloma del Espíritu Santo. Esta escena está flanqueada por un ángel custodio, con una corona en la mano (a la izquierda del espectador) y por san Martín de Tours (derecha). En el ático figura un relieve con la escena de la Piedad resuelta con serenidad clásica, mientras que sobre el arquitrabe de las cuatro columnas aparecen los evangelistas, sentados y con sus respectivos símbolos. La policromía, en la que predominan los dorados, corrió a cargo del pintor jaqués Nicolás Jalón. El conjunto fue restaurado en 2002 con el patrocinio de una entidad de ahorro aragonesa.

Retablo

Capilla de la Trinidad realizada por Juan de Anchieta en 1572. La Trinidad, detalle.

 

 

 

 

 

 

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