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domingo, 19 de enero de 2025

Capítulo 47, Románico en Navarra- Románico porticado en los alrededores de Pamplona, Gozólaz, Larraya, Eusa, Artaiz, Arce

Románico porticado en los alrededores de Pamplona
En los alrededores de Pamplona hay cinco iglesias que conservan galería porticada: Gazólaz, Eusa, Larraya, Sagües y Larumbe, aunque de ésta última no nos ocuparemos en este apartado por encontrase bastante más al norte, en las proximidades de la Sierra de Aralar.
El románico porticado pamplonés es un fenómeno curioso por estar tan alejadas del foco soriano y segoviano, donde estas estructuras se desarrollaron tan ampliamente. 


Gazólaz
Este lugar forma parte de la llamada Cuenca de Pamplona, pertenece administrativamente a la Cendea de Cizur, y se sitúa al Oeste de la capital, a 6,5 km. Su acceso se realiza desde la autovía del Camino de Santiago, A-12, a su paso por Zizur Mayor. Allí se toma la carretera local NA-7015 que nos conduce directamente a la localidad.
La primera referencia histórica data de 1055, cuando se la nombra como lugar. Las noticias referidas a los inicios del siglo XIII hablan de las propiedades que tenían en su término el rey Sancho VII el Fuerte, la catedral de Pamplona, el monasterio de Irache (al que donó en 1228 María García de González los bienes que poseía en este lugar), y la orden de San Juan de Jerusalén, quien por compra y permuta rubrica unos documentos para hacerse con bienes raíces en ese lugar en 1192, 1228 y 1277. En ninguno de los diplomas se cita expresamente la iglesia.
Mayor trascendencia tiene el nacimiento en la localidad de don Pedro Jiménez de Gazólaz, quien fue obispo de Pamplona entre 1242 y 1266. Pudo haber sido hijo de don Jimeno de Gazólaz, nombrado caballero en 1223. Hay autores que consideran que esta estirpe pudo patrocinar la construcción de esta parroquial, aunque ningún dato documental lo confirme.
El lugar de Gazólaz contaba en 1350 con nueve fuegos, que habían quedado reducidos a cuatro en 1366.

Iglesia de la Purificación de Nuestra Señora
Su edificio más singular es el templo parroquial, cuyo pórtico, particularmente, ha suscitado desde antiguo el interés de los historiadores. Ya Pedro de Madrazo en el siglo XIX, dada la tosquedad de la labra de sus relieves románicos, lo dató en el siglo XI. Biurrun, por su parte, lo englobó dentro del conjunto de arquitectura sanjuanista y lo fechó a comienzos del siglo XIII, mientras que Uranga e Íñiguez y asimismo Lojendio optaron por avanzar algo su cronología dentro de la misma centuria.
La parroquia de la Purificación, abierta a la plaza y localizada en el centro del pequeño caserío dispuesto a ambos lados de la antigua carretera local, destaca por la armonía de su volumen de sillar irregular, bien trazado, de agradables tonalidades doradas, por la proporción de sus distintos cuerpos, bellamente trabados, y por la curiosidad de su tejado de lajas de piedra. La torre, contemporánea del edificio, se alza al Oeste, sobre el tramo de los pies, con un bloque prismático reforzado por dos contrafuertes en ángulo. Una pareja de arcos rebajados para las campanas, remodelados en época moderna, se abren en el muro este, hacía la población. La cornisa de remate de la torre se adorna con canes lisos, excepto en los ángulos que recuerdan un rostro.

La fachada septentrional del templo se muestra totalmente cerrada, sin ventanas, y responde a añadidos de muy distinta cronología, todos ellos posmedievales. En su tramo occidental, junto a la torre, se añadió durante el siglo XVI la escalera de caracol, encerrada en una caja prismática. Viene a continuación el muro dispuesto para la ubicación de la escalera de acceso al coro y, siguiendo hacia la cabecera, una capilla destinada a uso particular. Por último, la sacristía, apoyada en el ábside, que al igual que los restantes fue ejecutada con aparejo distinto al de la fábrica original.
Los dos tramos liberados del ábside semicircular están articulados por contrafuertes rectangulares que llegan hasta la cornisa de remate y entre ellos se abre una sencilla ventana de medio punto. Una cornisa de canes lisos, muchos de ellos repuestos en la restauración, recorre todo el perímetro de la fábrica a la altura del alero.
Pero lo más característico de esta parroquia es el pórtico dispuesto en el muro sur, cuya longitud es ligeramente superior a la de la nave del templo. Al exterior configura una secuencia de cuatro amplias arcadas de medio punto sobre alto pedestal, separadas por contrafuertes, que acogen en plano retranqueado dobles arquillos también semicirculares o ligeramente apuntados con parteluz, salvo el tramo que coincide con la puerta del templo, que amplia los arcos a tres (el de acceso entre dos menores a manera de ventanas). El pórtico cuenta con otro ingreso, más sencillo, junto al ábside, definido por un arco doble de medio punto sobre columnas. Los dos arcos exteriores correspondientes a los tramos centrales descansan en dobles columnas de distinta factura, siendo las más descuidadas las orientales.


Entre los arcos envolventes se sitúan poderosos contrafuertes que, tras un escalón en pendiente, llegan a la cornisa. El contrafuerte que separa los dos arcos orientales se labró en su parte baja a modo de semicolumna muy gruesa, que recuerda a las soluciones en forma de orden gigante del románico provenzal y algunos edificios hispanos derivados (como el claustro de la catedral de Tarragona). Por detrás de los arcos envolventes se sitúa la citada segunda arquería, sobre soportes variados. Parece que el sistema inicialmente previsto consistía en apear los arquillos en parejas de columnas, con soportes tetrástilos situados por detrás de los contrafuertes, pero la realidad es que cada tramo se concibió de modo distinto.
La serie se inicia correctamente por el Este. En el segundo tramo, la doble columna central es sustituida por un bloque de cuatro columnas. En el tercero, el de ingreso, los tres arquillos tienen como soportes intermedios pilares de sección cuadrangular. Por último, el tramo de los pies sólo tiene dos parejas de columnas, quedando sustituida la tercera pareja por un machón. La teoría de arcos es semejante a las de los claustros, con doble podio.
Las columnas están formadas por un pequeño plinto cuadrado y basa circular, en muchos casos prácticamente perdidos, y rematan en capitel decorado y cimacio, fundamentalmente labrado, aunque también hay piezas lisas.


Mientras que la decoración de los cimacios (incluidos los de los pilares) ofrece distintos motivos vegetales (roleos más o menos esquematizados, algunos con racimos, entrelazos) combinados con otros lisos, los capiteles despliegan un interesante repertorio figurado que incluye alguna escena religiosa, composiciones a base de animales reales o fantásticos y también ornamentaciones vegetales.


Capiteles en el pórtico de entrada

Capiteles en el pórtico de entrada

Capiteles en el pórtico de entrada 

Haremos el recorrido describiendo los capiteles desde la cabecera a los pies. Así, en la arcada lateral del pórtico observamos unas palmetas estilizadas, con simples incisiones y bolas angulares en los capiteles del arco exterior mientras que uno de los interiores se dedica a las primeras escenas de la Pasión, con el Prendimiento en que se distinguirían el beso de Judas, la oración en el Huerto (?) y Pedro alzando el puñal para cortar la oreja a Malco.

Las reservas en la identificación de alguno de estos asuntos se basan en la existencia de iconografías románicas en las que Malco aparece arrodillado, de forma que el personaje que aquí adopta tal postura podría ser tanto el siervo como Jesucristo (carece de nimbo crucífero, pero tampoco lo tiene el situado en el beso de Judas). El báculo que hay junto a la figura que alza el puñal podría ser el atributo de San Pedro. Podemos señalar que uno de los capiteles del claustro románico de la catedral de Pamplona presenta estos mismos episodios, excepto la oración en el Huerto, que resulta poco habitual en el repertorio iconográfico del románico.
El otro capitel en cambio representa animales, como dos aves que se dan la espalda picándose las patas y el pecho, versión tosca del tema que aparecía en la portada de la catedral de Pamplona, y un cuadrúpedo de largo cuello y cabeza indefinida. Los dos capiteles del arco envolvente se decoran con hojas lisas vueltas en bolas o volutas, muy toscas.
El siguiente capitel de la arquería interior, localizado ya en el frente meridional del pórtico, en la arcada primera desde la cabecera, cubre la superficie con una única hilera de hojas de acanto muy esquematizadas, casi a manera de palmas, que se vuelven en la parte superior en la forma digitada propia del taller de Esteban de la catedral pamplonesa; encima asoman volutillas. El capitel central mantiene el tema vegetal, pero a base de entrelazos combinados con hojas muy festoneadas de adornos incisos, con botones en resalte. Otra versión de las aves picoteándose, de distinta mano que las anteriores por el tratamiento del plumaje mediante suave rallado, se acopla al capitel de cierre de esta arcada. El arco envolvente reposa en capiteles por su lado occidental, con superficies lisas sólo decoradas mediante cabecitas y resaltes en las esquinas.
El siguiente tramo del pórtico cuenta, como arranque de la arcada exterior, con una pareja de capiteles decorados con hojas muy sumarias. Los arcos interiores apean en uno decorado por medio de hojas abiertas a manera de abanico, entre las que surgen piñas, otro donde vuelve el esquematismo vegetal con la particularidad de colgar bolas esquineras y en el centro cuatro columnas ceñidas culminadas en un capitel único cuya escena figurativa se ha identificado con la entrada de Cristo en Jerusalén, ya que se reconoce a Cristo montado en el asno, seguido por un ángel de alas desplegadas, los doce apóstoles acompañándole, y dos torres de las que surgen cabezas humanas a manera de vigías, en referencia a la ciudad santa. Este capitel es el que más curiosidad ha despertado del conjunto y ha sido objeto de distintas lecturas. Así, Madrazo y otros estudiosos propusieron la ilustración de una leyenda medieval, Biurrun, por su parte, vio la plasmación de la parábola de las vírgenes prudentes y necias, mientras Huici lo interpretó como la entrada de Cristo en Jerusalén.


Entre los dos primeros tramos y apeando los nervios fue ejecutado un soporte de cuatro columnas al que le corresponde un gran capitel en el que figura un caballero cristiano (lleva cruz en su escudo almendrado) alanceando la cabeza de un dragón cuya cola probablemente se retuerce (queda oculta por el machón de los arcos envolventes). Se trata de la simplificación de un motivo que figura en capiteles del ábside de Irache, de la portada de San Pedro de Olite y que muy probablemente existió en la catedral de Pamplona (ya que el precedente se localiza en San Saturnino de Tolosa). Una pareja de grifos y un centauro con arco completan los motivos de este capitel.
La arcada de acceso por el frente meridional enfatiza su función por el triple arco, con el central apoyando en pilares ceñidos con una simple imposta decorada como los cimacios, mientras que los laterales apoyan como el resto del conjunto en dobles columnas. El fuste de las columnas exteriores es producto de una restauración. Muy deteriorado se encuentra el capitel derecho, esculpido con unas cabezas de animales, de cuyas bocas penden unas grandes argollas, así como su opuesto, con rostros humanos con los que se emparejan otros de motivos vegetales planos hendidos, que se recogen en las esquinas con piñas, roleos y pequeñas cabecitas en resalte. Mayor interés despierta el capitel interior del potente pilar, detrás del contrafuerte, formado por columnas cuádruples flanqueadas por pareadas, que soporta el arco de separación entre los tramos segundo y tercero del pórtico. Se trata de un capitel corrido, labrado sin solución de continuidad, en el que no se describe una escena, sino que está dedicado a personajes, muchos de los cuales se pueden identificar, pero se nos escapa su significado. En la esquina exterior aparecen tres personajes con cuerpo sin modelar, totalmente plano, seguidos por un ángel con las alas extendidas; en la esquina del interior del pórtico se distingue un grupo de tres personas con un cuerpo cilíndrico en el que destacan las manos y el rostro, que pueden identificarse, por los tocados, con dos hombres y una mujer en el centro; continúa en la cara larga del capitel con un toro alado, en el siguiente ángulo un niño sumergido en una cubeta con dos figuras sujetándole, en la cara pequeña una figura difícil de identificar, probablemente un águila explayada; finalmente en el ángulo exterior, pero muy escondido, un grupo de tres hombres, uno de ellos con niño en el regazo. Cabe señalar cómo en este capitel se ha elegido la triple figura para las esquinas. Ángel, toro alado y águila se corresponden con los símbolos del tetramorfos y quizá en el lado oculto esté la figura del león de San Marcos, con lo que tendríamos a los cuatro evangelistas. ¿Se buscó la representación del bautismo vinculándolo con las figuras de los cuatro vivientes?
El tramo del pórtico que corresponde al coro de la iglesia presenta dos capiteles sobre el muro, decorados con hojas con labor de rallado y pencas en las esquinas, otros dos en el soporte central, con hojas planas hendidas y bolas esquineras, y otros en el contrafuerte interior, con palmetas y piñas combadas. El atrio remata en un alero con canecillos lisos, salvo uno que se sitúa sobre la primera arcada principal que presenta dos bolas, y otros dos en la siguiente en los que se reconoce la figura del contorsionista y otro hombre.
Describamos ahora la estructura arquitectónica del interior del atrio. Su planta rectangular se divide en cuatro tramos desiguales, sobre los que voltean bóvedas de nervios con gruesos baquetones y resaltes prismáticos. Los arcos perpiaños, de dovelaje menudo, se trazaron ligeramente apuntados. Se emplean dos tipos de crucería: en dos tramos se optó por la crucería simple y en otros dos por las compuestas por ocho nervios. Las sencillas aparecen en el ámbito occidental, de reducidas dimensiones, y en el emplazado ante la puerta, donde no podía disponerse un nervio central ya que habría de morir en el centro de los dos vanos, el del ingreso al pórtico y el del ingreso a la iglesia.
Las bóvedas de ocho nervios cubren los dos ámbitos cuadrados situados hacia la cabecera. No son bóvedas octopartitas estructurales, puesto que no cuentan con ocho apoyos, sino que los nervios que dibujan la cruz simplemente recorren los ápices de los plementos. Ambos cuentan con soportes intermedios en el lado de la arquería, pero no son bóvedas Los apoyos del lado exterior de la bóveda se han descrito anteriormente, mientras que los del interior consisten en pilares con columnas adosadas, excepto en un caso en el que el nervio descansa sobre una gran ménsula. Los nervios penetran en el muro como en obras de muy finales del siglo XII (palacio real de Pamplona) y su sección se corresponde con la de bóvedas de crucería primigenias de la segunda mitad del siglo XII y muy principios del XIII.
Al segundo tramo del pórtico y segundo de la nave por la vertiente sur, según norma habitual en el románico, se abre la portada, de concepción y tratamiento más esmerado que el pórtico; se acomoda a un medio punto que abocina en triple arquivolta baquetonada entre medias cañas recorridas. El conjunto enmarca un sencillo tímpano, decorado únicamente con el crismón trinitario y apoyado en hermosas ménsulas labradas: la izquierda, con una cabeza de toro, y la derecha, con otra de león devorando a un hombre, tema muy frecuente en el románico navarro a partir de la portada catedralicia pamplonesa.
Las columnas, muy esbeltas, tres a cada lado, apoyan en un pequeño podio corrido y constan de basa sobre plinto, con adornos de esquina. Los fustes cilíndricos lisos rematan en los correspondientes capiteles y cimacio en el coronamiento. La decoración de la portada se concentra en estos dos elementos, las ménsulas descritas y la chambrana adornada mediante sucesión de palmetas esquematizadas. A manera de cenefa se decoran los cimacios de ambos lados con roleos consistentes en tallos triples de los que brotan hojas dobles digitadas y un caulículo avolutado, un diseño, en fin, amanerado a partir de soluciones vistas en Pamplona, eso sí, de labra cuidada y rica en claroscuros. El mismo tratamiento delicado presentan los capiteles en los que se interpreta de forma distinta el tema vegetal y el entrelazo, lo que confiere gran variedad al conjunto escultórico.
Portada
Capiteles lado  derecho
Capiteles lado izquierdo

En la jamba izquierda, el capitel exterior presenta hojas de palma festoneadas en el nivel inferior, con remates vueltos en abanicos, y hojas igualmente festoneadas con nervio central que rematan en volutillas, en el nivel superior. El intermedio consta de tallos triples entrelazados, de forma que los senos amplios enmarcan hojitas de palma festoneadas con bolas en los ápices; en las esquinas, volutas y piñitas. El tercero, interior, consiste en la esquematización de hojas entrelazadas en espiral, con tallos asimismo triples. El interior de la jamba derecha se cubre con un abigarrado entrelazo de ochos, combinando senos amplios con apretados, alguno de cuyos tallos, en vez de ser triples, se enriquecen con perlado; en las esquinas se insinúan volutillas. El capitel central dispone las hojas en dos niveles, el inferior de los cuales lo ocupan palmetas inscritas festoneadas entrelazadas, y el superior hojas digitadas combinadas con entrelazos de otras hojas que rebasan por la parte superior. Cierra la serie el capitel exterior, el más sencillo del conjunto, al esculpir hojas grandes hendidas, de cuyo eje brotan multitud de lancetas de nervio axial, rematadas en piñas colgantes entrecruzadas.

El interior de la iglesia mantiene prácticamente sin alteración el espacio primitivo, ya que apenas le afectan la sacristía y el coro que se levantaron en el siglo XVI.
Consta de nave rectangular, que mide 6,09 x 18,84 m, divida en tres tramos, cabecera semicircular, capilla rectangular abierta al Norte, también añadida a la edificación románica, y hornacina en el lado sur. Cubre la nave una bóveda apuntada con gruesos arcos fajones, dobles los del arco triunfal que da acceso a la bóveda de horno del presbiterio, mientras que la capilla lateral se cubre con un profundo cañón. Distintos formatos de soporte sostienen la cubierta. Así, el arco del coro lo hace sobre pilastras, la nave sobre gruesas ménsulas escalonadas en curiosa conformación, de modo que el arco apea en una imposta sobre dos resaltes en cuarto de bocel, que a su vez reposan en secciones de pilastra sostenidas por tres resaltes del mismo tipo, y el arco de embocadura del ábside sobre pilastras parcialmente dobladas. Una moldura recta recorre todo el perímetro, salvo el muro hastial, para marcar el tránsito entre la bóveda y el muro.
Para iluminar el interior, siguiendo las pautas del románico, se abrieron tres ventanas abocinadas en el ábside, aunque sólo por la del muro sur penetra la luz, ya que la central queda tras el retablo y la del norte resultó cegada por la sacristía. No corresponde a la fábrica original la ventana del coro.
El principal interés del templo, como se viene insistiendo, estriba en su galería porticada, espacio plurifuncional que se extiende en Navarra con especial presencia en la Cuenca de Pamplona y valles aledaños. Pueden recordarse aquí los ejemplares de Eusa, Larraya, Sagüés, Esáin, etc. Sin embargo, éste de Gazólaz es el más atractivo, tanto por su fábrica como por el trabajo de su escultura. Recientemente se ha recalcado que el repertorio ornamental empleado en este templo está inspirado en algunas obras de la catedral románica de Pamplona, aunque sus artífices en ningún momento alcanzan el nivel artístico de los escultores catedralicios. Así, una ménsula de la portada de Gazólaz deriva del monstruo antropófago que existió en la portada occidental de templo pamplonés, y a ella remite también el tema de los capiteles de aves enfrentadas picoteándose las patas, mientras que los capiteles vegetales de la portada se vinculan con algunos del claustro catedralicio.
Por la desigual calidad de la escultura, resulta evidente que en Gazólaz trabajaron distintos talleres. Por una parte se distingue que un maestro hábil y capaz se encargó de la portada, mientras que el dedicado a los capiteles del atrio se muestra más tosco y rudo, e incluso en él pudieron coincidir dos manos, una responsable de los capiteles más planos y otra de los de relieve más profundo.
No se sabe si a la poca pericia de sus autores o a otra razón se debe la particularidad de que algunos de los relieves resultan casi inaccesibles al quedar ocultos por las columnas. Sin embargo, es innegable, que el conjunto sigue atrayendo por su simplicidad e ingenuidad.
En cuanto a su cronología, si bien los motivos de los capiteles de la puerta aparentemente nos situarían en el segundo tercio del siglo XII, un examen más atento nos hace ver que las hojas del último capitel parecen mezclar las soluciones pamplonesas, con las grandes hojas lisas que tanto abundaron en el último tercio, lo que llevaría a retrasar su ejecución, siempre dentro de dicha centuria. En cuanto al pórtico, la construcción se revela coherente en su torpeza, ya que se observan claras inconsecuencias en sus distintos tramos. El constructor no se sentía muy seguro del sistema de abovedamiento y contrarrestos que estaba empleando, lo que le llevó a exagerar las dimensiones de los soportes y, a la vez, a ejecutarlos con modificaciones que revelan cierta improvisación o bien la preferencia por la variedad, en la confianza de que el volumen pétreo empleado contrarrestaría el efecto visual de las posibles irregularidades. Es muy raro el uso de bóveda de crucería con ocho nervios, lo que nos lleva a concluir una elaboración del pórtico ya entrado el siglo XIII, cronología que vendría confirmada por los capiteles lisos en que descansan las bóvedas de los dos tramos cercanos a la cabecera.
La parroquia de Gazólaz fue declarada Monumento en 1931, lo que indica que desde muy temprano fue considerada como una construcción interesante, digna de especial protección, que se concreta en las sucesivas restauraciones llevadas a cabo y que se iniciaron en 1946, continuaron en los años 50-60 y terminaron en 1982 con el tejado.

 

Larraya
Este lugar de la Cuenca de Pamplona y perteneciente a la Merindad de Pamplona se halla vinculado administrativamente al concejo de la Cendea de Cizur. Se sitúa a una distancia de 11,5 km de Pamplona, ciudad desde donde se puede acceder a través de la A-12, enlazando después con la NA-7015 vía Gazólaz y atravesando Paternáin en dirección a Belascoáin.
En cuanto a su origen histórico, debe indicarse la existencia de un monasterio en Larraya desde finales del siglo XI, ya que en este período, o quizá a comienzos del XII, se conoce la donación de este cenobio por su abad y constructor, Fortunio de Andión, que lo entregó con todas sus propiedades a la catedral de Pamplona: Igitur ego supradictus abbas Fortunius dono post mortem meam ad supradictum locum illum meum monasterium de Larraya, quem ego construxi, cum tota sua radice et suis pertenentiis quas habeo et post hac habere potuero, totum laudo et dono Sancte Marie. En la centuria siguiente la seo pamplonesa continuó acopiando heredades en el lugar. Sin embargo, este monasterio fue tempranamente enajenado a los canónigos catedralicios por la corona per negligenciam prepositorum et archidiaconorum, y no fue restituido hasta 1136 por mano de García Ramírez el Restaurador para que permaneciera en manos de la enfermería, lo que confirmó el obispo Sancho pocos años después. Existen otros documentos, datados en el siglo XII que mencionan a habitantes o propiedades del lugar y a sus relaciones con la Orden de San Juan de Jerusalén.
El Libro de Fuegos de 1366 menciona siete hogares, de los cuales cuatro correspondían a hidalgos y tres a labradores. El Libro del Rediezmo de 1363 incluía dos clérigos en dicha población, número que todavía se mantenía mediado el siglo XIX, en calidad de abad de provisión y sacristán lego elegidos por el rey y los vecinos respectivamente, según indicaba Madoz.

Iglesia de San Román
La iglesia parroquial se halla situada sobre una colina que domina el pueblo frente al palacio cabo de armería y junto al frontón de la localidad. Desde ella se tiene una vista privilegiada de todo el caserío. Su exterior compone un bloque pétreo que combina dos tonos de color. Por un lado, el dorado de tonalidades rosáceas que predomina en la torre e iglesia y que se extiende a algunas partes del pórtico (arcos y columnas, canecillos, hornacina y zonas superiores de contrafuertes así como cubiertas interiores). Y por otro, el gris que descuella en los sillares del pórtico, contrafuertes, así como en algunas áreas del muro norte y en las lajas de piedra que componen los tejados del templo y del atrio. A simple vista también puede apreciarse una notable inclinación y deformación estructural que se percibe de forma singular en los elementos constructivos del porche. Así queda de manifiesto una vez que se ingresa en su interior y se puede observar con detalle la falta de verticalidad de sus muros y la tosca disposición de sus arcos y bóvedas que, sin embargo, le confieren una apariencia muy rústica y coqueta.

El ábside semicircular se apoya sobre un pedestal a base de tres hiladas de sillares más toscos y de mayor tamaño (38 cm de galga frente a los 23-26 cm de media del resto) que salvan el desnivel existente en el lugar.
Está consolidado por tres potentes contrafuertes (119 cm de ancho por 103 de profundidad) que muestran mayor amplitud en su tercio inferior y doble refuerzo en su zona superior llegando hasta el tejaroz. En sus muros se abren dos ventanas, una cuadrangular posmedieval en el lado sudeste y otra original, terminada en medio punto, en el eje. Su flanco norte muestra varias etapas constructivas y tres largos contrafuertes con doble refuerzo. En él sobresale el cuerpo de una capilla tardogótica. A continuación, en su tramo occidental, se encuentra ubicada una torre de planta rectangular asegurada por cuatro estribos de distintas alturas y anchuras (el más amplio aloja la escalera). Los vanos que la recorren son una ventana rectangular bajo el doble arco en el cuerpo de campanas, orientado hacia el Oeste, y pequeñas saeteras distribuidas por los paños sur y este.
Adosado a ella, se emplaza un pequeño cementerio donde todavía se da sepultura a los vecinos de la población. Todo el perímetro del tejaroz del edificio, así como la parte baja del lienzo meridional de la torre, se encuentra ornamentado por modillones convexos lisos.
Su muro sur está presidido por un pórtico de aparejo de pequeño tamaño (10-14 cm) recorrido por varios vanos (uno de entrada, semicircular, y dos galerías de arcadas, de medio punto con dobles columnas) que quedan flanqueados por tres contrafuertes de factura similar a los del ábside y del muro norte. Bajo el tejaroz meridional, diferentes grupos de canecillos. En primer lugar, sobre el arco principal de ingreso, ménsulas lisas cóncavas formando ángulos rectos. Sobre la galería de arcadas occidental: liso convexo, figurita humana muy esquematizada bebiendo de un tonel que porta al cuello (tradicionalmente identificado como representación del borracho y símbolo de la gula; aparece en otros modillones como en Echano, Larumbe, San Adrián de Vadolunego, Arce o Añézcar; una interpretación reciente plantea que el tonel sea un instrumento musical), monstruo que devora cabecita humana, representación esquemática de un animal (quizá jabalí, símbolo demoníaco, como en el Santo Sepulcro de Estella, claustro y nave de la seo pamplonesa; cerdo, representación de la gula, lujuria y pereza; o simio, alegoría del diablo, esculpido en Esparza de Galar, Aibar o San Martín de Unx) y otro monstruo con fauces abiertas entre las que devora otra cabecita humana de mayor tamaño que la anterior (deteriorado; muy típico de modillones como ocurre en Echano y Arce; y de ménsulas que flanquean portadas, como en Gazólaz, Otazu o Larumbe). Y finalmente, un tercer grupo con ménsulas lisas convexas sobre la arquería más oriental, bajo las cuales se halla una ventanita ciega, a modo de hornacina.




En cuanto a la galería, comenzando por la arcada occidental (2,42 m de largo por 1,04 m de ancho), sus tres columnas reposan sobre dos toros, escocia y plinto cuadrangular. Sus capiteles muestran relación con el capitel ubicado en el interior de la nave y responden a diferentes esquemas vegetales: el exterior bastante deteriorado, con hojas hendidas festoneadas que terminan en volutas angulares; el central, semejante pero con hojas perforadas; y el interior, muy maltratado, deja entrever un diseño a base de un motivo muy similar a los anteriores. Los tres se completan con cimacios lisos. Mientras que el grupo de triples columnas de la arcada oriental (1,82 m de largura por 1,82 m de anchura) apoyan directamente sobre plinto de sección cuadrada. Sus capiteles están formados por pencas lisas finalizadas en bolas a las que se suman en las esquinas hojas alancetadas con doble hendidura y coronadas por piñas, en el caso del exterior; el intermedio reproduce un esquema similar pero de mayor sencillez copiando únicamente el aderezo de pencas redondeadas con esferas y hoja alancetada con doble hendidura; el interior, también en esta ocasión se halla muy dañado pero parece imitar el adorno antedicho. También aquí cada capitel se termina con un cimacio individual liso.
El acceso al atrio puede efectuarse a través del arco principal de medio punto entre dos contrafuertes o bien por otro, apuntado, ubicado al Este, cerca de la cabecera. El interior del porche (de 13,36 m de largura y 2,75 m de anchura), está compuesto por tres tramos, dos con bóveda de medio cañón apuntado y el situado ante la puerta con crucería sencilla de nervios de sección cuadrangular.

Los arcos fajones (muy deformados) apean al Sur sobre medias columnas despiezadas ornamentadas con capiteles y al Norte sobre ménsulas trilobuladas (semejantes a las de la nave). La crucería descansa, en el lado meridional, sobre dos parejas de capiteles dobles de distintas alturas con cimacios de sección circular y, en el septentrional, directamente sobre el muro.
Todos ellos, enumerados de Oeste a Este, encierran una unidad temática con el resto de los existentes en el edificio y contienen los siguientes motivos ornamentales. Una pareja inicial agrupa dos capiteles a diferentes niveles. El primero está compuesto por hojas lisas unidas por combados y rematadas por volutas con bolas en los ángulos más un cimacio superior con roleos, lo que permite datarlo con posterioridad a 1180. Esta ornamentación de hojas con volutas y bolas en esquinas se repite en Eusa (capitel más oriental de la galería de arcos) y en otras iglesias rurales.



El segundo, de menor altura, está formado por hojas lisas con remates angulares de esferas; su morfología troncocónica y su cimacio de sección circular apuntan una cronología de comienzos del siglo XIII. Un segundo conjunto combina otros dos capiteles distribuidos a la inversa.

El tercero, más bajo y de sección circular, se adorna con hojas lisas unidas por combados y finalizadas con bolas; más una penca lisa triangular con doble hendidura, en el extremo derecho (componiendo un aderezo muy similar al que se veía en el capitel exterior de la arcada oriental) y grupo de tres hojitas horadadas en los laterales (como en el capitel sur del coro). El cuarto sigue un esquema análogo a base de hojas lisas con esferas más otras alancetadas con doble hendidura en los ángulos y con un cimacio adornado con círculos y estrellas de seis puntas (elemento que también se encuentra en Gazólaz). Y el quinto está formado por pencas lisas terminadas en volutas en las esquinas. Una línea de imposta a la altura de los cimacios corre a lo largo de gran parte de los muros principales.
Al igual que se puede advertir en los pórticos de Sagüés, Eusa o Gazólaz, en el lienzo norte se ubican dos arcos apuntados de diferentes características con una clara finalidad funeraria –posiblemente tengan conexión con el palacio cabo de armería de la localidad, así como con la lauda sepulcral y con la capilla lateral del templo–. El orientado hacia el Este resulta ser más alto y ancho y su arco está construido con piedra dorada. El más cercano a la puerta de ingreso, más pequeño y apuntado, se fabricó con piedra gris. Existen trazas de un tercer arco, ubicado al Oeste de la puerta de ingreso, coincidiendo con el tramo del coro, que quizá pudo ser una puerta de entrada al baptisterio y finalmente no se llegó a construir (también pueden observarse puertas tapiadas en tramos exteriores de sotocoros, donde se localiza el baptisterio, en Azoz o Ballariáin, por ejemplo).

La portada resalta por la sencillez de sus líneas y por su pequeño tamaño (1,40 m de anchura del vano, 3,06 m de frente y 1,30 m de profundidad), siguiendo una factura muy parecida a la de Sagüés. Está compuesta por dos arquivoltas de medio punto, apoyadas sobre pies derechos con cimacios lisos, y un tímpano sobre ménsulas en nacela enmarcado por una moldura semicircular; en su interior se inserta un crismón trinitario muy deteriorado (sólo se conservan fragmentos de la P, la Omega y la S).

Portada de acceso al templo

Crismón 

Así pues, y por todo lo indicado, es menester explicar las grandes similitudes que guarda este pórtico con otros también localizados en Navarra. Tradicionalmente, tanto Biurrun como Uranga e Íñiguez o Lojendio han relacionado las iglesias de Gazólaz, Larraya, Sagüés y Eusa por la similitud de su fisonomía: con torre las tres últimas, si bien central la de Eusa frente a la lateral de las otras; todas con pórtico de arquerías (Sagüés sin columnas ni capiteles). Larraya coincide con Sagüés en el diseño de las bóvedas. A ellos también sumaban las semejanzas de otros ejemplares de soportales, tales como Larumbe y Ochovi, que ciertamente son góticos, muy posteriores. Estos autores sólo clasificaban como netamente románicos los de Eusa y Larraya, que eran en opinión de Uranga e Íñiguez los más parecidos a los pórticos sorianos “menos desarrollados, de corto fuste y arcos semicirculares”.

Respecto a su interior, debe señalarse que la iglesia se compone por una planta de nave única (18,56 m de largo y 6,46 m de ancho) con cuatro tramos (siendo más estrechos los del coro y el presbiterio) y ábside semicircular. Las cubiertas son bóvedas de cañón apuntado para la nave y de cuarto de esfera para la cabecera. Los arcos que recorren estas bóvedas apean sobre ménsulas trilobuladas de diferente factura, salvo el arco que separa el ábside de la nave, en cuyo caso apoya directamente sobre el muro, y el del coro, doblado y sustentado por pilastras y medias columnas adosadas, decoradas con capiteles. El del evangelio cuenta con una decoración vegetal a base de palmetas simples con nervio inciso en los ángulos y con hojitas perforadas en los frentes, estando divididas ambas decoraciones mediante tallos vegetales que se dispersan por la zona superior y sus ángulos, donde terminan en cabecillas con cogulla (conectadas con la portada de Zariquiegui).
Las zonas laterales se adornan con tallos vegetales simples en forma de Y. Por encima, se diferencia ornamentación a base de dobles eslabones. Remata el conjunto un cimacio liso. El capitel de la epístola llama la atención por estar compuesto por una representación figurativa fantástica con cuerpo desnudo femenino y cabeza de lagarto en el frente. Esta imagen podría identificarse con un híbrido entre ser humano y demonio que significaría el mal o la lujuria, quizás como alusión al lugar donde está ubicado, cerca del muro oeste (relacionado con las tinieblas y el pecado) y del baptisterio (lugar de renacimiento a la Vida Eterna). Flanqueando este motivo, vuelven a aparecer sendas palmetas con nervio inciso y hojas cóncavas, más estilizadas que las que se veían en el capitel anterior, y terminadas por hoja vuelta en bola simple en la esquina derecha, doble en la izquierda. Triples tallos vegetales enmarcan ambas escenas que se combinan en el lateral derecho con un tallo triple, tres pequeñas hojas perforadas y una estrella de cuatro puntas. Completa el capitel un cimacio liso con doble moldura. Todos los cimacios que coronan capiteles y ménsulas se distribuyen de forma paralela a una moldura lisa de sección cuadrangular que se distribuye por todo el perímetro mural del templo.


Capitel del coro
 

El edificio fue abandonado en la década de 1970 y cerrado al culto. En 1982 la Institución Príncipe de Viana comenzó a plantearse su restauración encargando a Blanca Itoiz, Silvia Fernández y Blanca Palacio un estudio histórico-artístico sobre el mismo. Finalmente, en 1983 se emprendió una profunda restauración que fue llevada a cabo en tres campañas durante los años 1983-1984, 1986- 1987 y 1992. Las primeras actuaciones consistieron en una consolidación general de muros, bóvedas y cubiertas, que amenazaban derrumbe e igualmente, se optó por demoler la sacristía. A partir de 1986 se procedió a la restauración del exterior de la iglesia (rejuntado de muros del ábside) y del pórtico (desmontado de mampostería de un arco del pórtico y consolidación de su muro, reposición de algunas basas y de tapas de arquerías, apertura del hueco oriental, cegado, y pavimentación del pórtico). En 1987 se derribó la casa parroquial adosada al muro norte y se procedió a la consolidación de todo este lienzo. En el curso de las labores de limpieza y enfoscado de los muros interiores, salieron a la luz los dos capiteles del coro, así como un sagrario en el presbiterio. Por último, en 1992 se completó la intervención con un acondicionamiento de la explanada circundante.
A la planta original le fue añadida en el siglo XVI en su lienzo norte, justo ante el presbiterio, una capilla cubierta con bóveda de crucería. La sacristía, levantada por el mismo cantero que construyó la capilla, fue suprimida en la restauración, como se ha dicho. En cuanto a los vanos que horadan los muros del edificio, se reconocen dos ventanas abocinadas originales, de medio punto la ubicada en el eje del ábside y de arco rebajado posmedieval la del lienzo sudeste de la cabecera; y una tercera, de factura más reciente, en el muro hastial. En este tramo, se ubica el coro levantado a principios del siglo XVIII. Embutida en el ángulo noroeste de esta misma área se encuentra construida la escalera de acceso a la torre. En la cabecera existe un curioso sagrario renacentista, reconstruido en las labores de restauración del edificio (su parte central, formada por baquetones interiores, pudo ser labrada en la época de construcción de la iglesia, y después pudo ser añadido el orden arquitectónico con sendas columnas, según se indica en la memoria final de restauración de Príncipe de Viana).
Y en el sotocoro se emplaza una pila bautismal (antes embutida en la antigua escalera) compuesta por taza semiesférica lisa con doble moldura de sección triangular (113 cm de diámetro y 40 cm de altura) que apoya sobre pedestal prismático (42 cm) con modillones rectangulares almohadillados, datado en el siglo XVII.
Por las características anteriormente señaladas, a las que habría que añadir la disposición a dos alturas de los capiteles que soportan y enmarcan la bóveda de crucería del pórtico, a la manera de Irache, esta iglesia puede datarse entrado el siglo XIII. 


Eusa
Lugar del Valle de Ezcabarte, situado en la Merindad de Pamplona. Dista 8 km de la capital navarra, desde donde se puede acceder a través de dos recorridos. El primero, por los túneles de Ezcaba, enlazando con la N-121-A Pamplona-Behovia hacia Oricáin, desde donde se conecta con la carretera comarcal NA-4210. Y el segundo por la carretera N-240-A, dirección San Sebastián. Una vez pasado Aizoáin, se empalma con la NA-4100 hacia Berriosuso. Poco después hay que tomar la NA-4210 y atravesar las localidades de Unzu, Cildoz, Orrio y Maquírriain para alcanzar Eusa.
El monasterio de Leire tuvo propiedades en el lugar ya desde finales del siglo XI cuando se mencionaban en 1090, a raíz de un acta de autorización a los vecinos de Ezcaba para plantar viñas y labrar tierras en el término de Erauso, propiedad de la abadía, siempre que pagasen la cuarta y el diezmo a su cenobio local de Sanctum Michaelem de Eusa. En 1094, el abad Raimundo imponía a todas las decanías del establecimiento, entre ellas Eusa, la obligación de ofrecer una comida anual a los miembros de la comunidad legerense. En 1095, Jimeno López de Burlada donó el diezmo de sus viñas de Erauso al monasterio dependiente de San Miguel de Eusa, que pasarían a ser propiedad del mismo cuando falleciera el donante. Por esta época, el abad Raimundo presentaba una serie de quejas contra el obispo de Pamplona y sus clérigos, en la que también se menciona al de Eusa. A finales del siglo XII, en 1174 y 1198, de la mano de los papas Alejandro III e Inocencio III respectivamente, Leire veía confirmadas sus posesiones y derechos sobre este cenobio y las poblaciones contiguas (monasterium de Elizauerria de Eussa cum Adiriz, Garrues et Maquirriein).
Respecto a su evolución demográfica, la población contaba con once fuegos en 1350, según se indica en el Libro del Monedaje, en el que también se anotaba la existencia de II pobres mulleres. El Libro de Fuegos de 1366 hace referencia a nueve hogares, de los cuales cuatro correspondían a hidalgos y cinco a labradores, datos a los que habría añadir dos clérigos, consignados en el Libro del Rediezmo (1363) y que habrían descendido a uno, que ostentaría la categoría de vicario, a mitades del siglo XIX, según explicaba Madoz.

Iglesia de San Esteban
La iglesia se halla emplazada sobre un promontorio dominando la población, y a ella se puede acceder desde un camino de cemento para vehículos que discurre paralelo a una vía peatonal escalonada. Fue declarada Bien de Interés Cultural en 1983 y ha sido sometida a restauración por la Institución Príncipe de Viana, en dos campañas, durante los años 1955 y 1992-1993.

Este edificio destaca, en su aspecto exterior, por estar compuesto por diferentes cuerpos adosados, construidos con sillares de diferentes calidades y tamaños.
En el centro sobresale la iglesia propiamente dicha y, por encima de él, una torre campanario. Al Sur, despunta un precioso pórtico con dos arcadas. Al Este, se observa un bloque añadido correspondiente a una sacristía posmedieval que oculta una cabecera, de tipología cuadrada. Y al Norte se aprecia, por un lado, un contrafuerte que separa el presbiterio de la nave y, por otro, un cuerpo anexo, ubicado a un lado de la torre y correspondiente a una capilla lateral agregada a la construcción original. Además, una torre asoma en lo alto del edificio, justo encima del cuerpo central, a diferencia de otros templos con pórtico, como Larraya o Sagüés, en los que la torre se emplaza al Oeste resultando más airosa y visible. En el caso de Eusa, la torre podría derivar, según opinaban Uranga e Íñiguez, del modelo emanado de Loarre, que tuvo repercusión en otras iglesias navarras, como Nuestra Señora del Campo en Navascués, Olleta, Azuelo, Yarte o las parroquias de Ballariáin, Gazólaz, Muniáin de Guesálaz o Najurieta. Esta torre se abre al Sur por medio de dos arcos que alojan el cuerpo de campanas; a los cuales hay que añadir otros dos pequeños vanos a modo de ventanas, en su frente norte y en su ángulo nororiental y que tendrían la función de iluminar las dos capillas laterales situadas también en el centro de la nave.
La iglesia posee uno de los pórticos románicos más sobresalientes de Navarra. Ya desde principios del siglo XX llamó la atención de investigadores como Biurrun, Lojendio y Uranga e Íñiguez, por guardar una gran similitud con los pórticos de las iglesias de Gazólaz y Larraya (arcos de medio punto, columnas con capiteles decorados). Uranga e Íñiguez observaron en ellos la influencia de otros templos semejantes distribuidos por el territorio castellano, tanto en Segovia como en Guadalajara o Burgos, si bien creían en una influencia soriana más tangible y directa, ya que en esta región existían iglesias rurales con pórticos meridionales “menos desarrollados, de corto fuste y arcos semicirculares” que se asemejaban en mayor medida a los ejemplares navarros.
El exterior de este atrio está formado por cinco tramos separados por pequeños contrafuertes de diferentes formas y alturas. Todos ellos, salvo el de la portada, se rematan a la altura del tejaroz por líneas de imposta apoyadas sobre ménsulas convexas lisas.
En el segundo tramo se halla la puerta principal de ingreso que se abre paralela a la puerta del templo y sobresale del resto del muro mediante un parapeto que se apoya en dos contrafuertes más pequeños que los restantes. Su zona superior está decorada por cuatro canecillos, tres de ellos ornamentados. El primero, a la izquierda, es una cabeza humana con boca gesticulante y burlona.


El siguiente, de simbolismo más complejo, representa a una pareja de figuras humanas paralelas que tapan su desnudez con sus manos al tiempo que una de ellas abre su boca en una mueca. Su lateral derecho termina en una cabecita. Este tipo de representación, que Aragonés ha identificado con la lujuria de los amantes fuera del matrimonio, también puede encontrarse en modillones de otras iglesias, como Santa María La Real de Sangüesa, la ermita del Santo Cristo de Cataláin o la de Concepción de Arce.
El tercero, vuelve a mostrar una cabeza humana, esta vez con gesto adusto. Y el cuarto se halla totalmente destrozado. Bajo ellos se dispone una portada de tres arquivoltas apuntadas en platabanda que reposan sobre pies derechos, adornados con cimacios decorados con motivos taqueados y cabecitas angulares. La arquivolta interior está adornada en su clave con un crismón que contiene las letras P (repetida e inversa), S, omega (desplazada de su lugar habitual), un círculo en la zona donde suele situarse el alfa y un pececillo muy tosco en su parte baja, monograma de Cristo (IXOYS). Y además está ornamentada con una doble moldura baquetonada. El conjunto se remata en su zona exterior por una chambrana también aderezada con taqueado jaqués.


A continuación, en los dos tramos siguientes, se distribuyen dos galerías con triples arcos de medio punto, rematados por chambranas y sostenidos por columnas con cimacio liso y basa compuesta por bocel sobre plinto cuadrado con bolas angulares dentro de volutas. En los machones laterales los arcos reposan sobre molduras encajadas en los muros a modo de impostas. Los capiteles de la galería occidental están formados por los siguientes elementos. En el primero de ellos, se alternan en sus frentes dos molduras dobles formando combados entrelazados que terminan en volutas angulares. En el segundo, aparecen dobles cintas combadas paralelas que concluyen en las esquinas en botones con incisiones en forma de cruz. En sus áreas superiores libres, se distribuyen cruces patadas (en frentes sur y este) y discos solares (liso en el lado norte e inciso con cuatro líneas perpendiculares a modo de estrellas en el oeste) que en sus partes inferiores están completados por botones lisos. Los de la arcada oriental reproducen motivos similares. En el de la izquierda, aparecen cordones en resalte de sección triangular que ondulan por todos los frentes del capitel y se adornan con botones alternantes. Finalizan sus esquinas cabecitas humanas con rasgos claramente definidos. En ellas persisten restos de la policromía original. Y el de la derecha se presenta con pencas lisas distribuidas en los ángulos y terminadas en dobles volutas que envuelven dos bolas. Este motivo se relaciona con Larraya, donde puede encontrarse un capitel en el muro del pórtico (el primero al Oeste) con una ornamentación muy similar, si bien en Eusa se representa de forma más esquematizada.




Un segundo vano de acceso se abre al oriente del pórtico, paralelo a la cabecera. Está formado por una portada de diseño muy sencillo, compuesto por arquivolta con doble moldura incisa, bajo la cual se localiza un tímpano semicircular en el que se inscribe un crismón con todas las letras típicas, si bien cuenta con algunas peculiaridades: una P superior con una cruz inscrita en su palo, el alfa y la omega están desplazadas y cuelgan de travesaños transversales, mientras que sus lugares son ocupados por dos sílabas que configuran la palabra VOBIS, lo que propicia la lectura del lema cristológico pax vobis. El conjunto se corona por un guardalluvia decorado con taqueado jaqués, mientras que los pies derechos sobre los que apean ambos arcos se adornan con retícula romboidal (igual que en los capiteles de la ventana absidal). Dos ménsulas trilobuladas soportan el peso del conjunto. Dobles molduras incisas adornan el tímpano y las jambas interiores y exteriores esculpidas bajo los cimacios.


Al interior del porche (16,13 m de longitud y 2,84 m de anchura), puede apreciarse con claridad su cubierta, a base de cielo raso con vigas de madera, que apoya directamente sobre el muro. En su lado sur se abren, como ya se ha señalado, el vano principal de entrada y dos arcadas ciegas, que en este caso también al interior se rematan por una línea de imposta apoyada sobre ménsulas lisas convexas. En los podios que soportan las arquerías pueden localizarse dos parejas de juegos incisos en la superficie pétrea: en el oriental, dos agujeritos y un damero, y en el occidental, otra cavidad y un laberinto.

En su lado norte destaca la existencia de dos arcos apuntados, de diferentes medidas, entre dos contrafuertes; en ellos se ubicarían sendas sepulturas, como también ocurría en Larraya y Sagüés. En el orientado hacia el Oeste (2,04 m de largura y 71 cm de profundidad) todavía se conserva el sepulcro, cubierto con una lápida decorada con una espada, posiblemente datada en el siglo XVI; mientras que el oriental (2,09 m de largo por 66 cm de profundidad) no conserva ningún elemento funerario. En su paño superior existe un rebaje del muro en cuya zona alta se inserta una viga de madera sostenida por medio de dos ménsulas de piedra, una vertical rectangular y otra inmediata de forma convexa lisa. El tramo contiguo aparece relleno por mampostería encalada, y en su zona más alta está perforado por una ventanita rectangular que da luz a la capilla lateral sur. En el tramo siguiente se localiza la fachada que acoge la puerta del templo y finalmente existe un último tramo, también encalado; en su muro oeste se abría una ventana rectangular que fue cegada.

La portada de acceso a la iglesia (4,43 m de frente, 1,95 m de anchura del vano y 1,87 m de profundidad) está integrada por tres arquivoltas de medio punto baquetonadas y seccionadas por molduras en pico (también empleadas en la catedral de Tudela). En la clave de la dovela central de la arquivolta interior se inserta un tercer crismón con todas las letras típicas en sus respectivos lugares. Se repite una P invertida en el travesaño superior izquierdo y, junto a ella, una pequeña media luna. Los tres crismones descritos parecen estar labrados por diferentes escultores en estilos diversos y suponen un conjunto excepcional dentro del panorama navarro, componiendo un muestrario único. Los arcos de la portada, que conserva restos de la policromía rojiza original, quedan protegidos por una chambrana baquetonada. Todos ellos apean sobre columnas despiezadas con dobles cimacios lisos.




Sus capiteles, con collarinos, se adornan con motivos muy diversos, de Este a Oeste. El primero, mediante pencas unidas con combados y rematadas en los ángulos por frutos semejantes a fresones, que también se reparten por la zona superior de los frentes. En la esquina debe subrayarse la presencia de una cinta excavada con dibujo romboidal. El segundo, el más singular de todos, está compuesto por dos figuras humanas en cada frente (una mujer con un vestido acampanado y un hombre desnudo) enmarcadas por pencas acabadas en volutas. En su ángulo, una cabeza humana se corona con un tocado triangular, pudiendo simbolizar a un monarca, o bien a un obispo. El tercero se conforma por hojas lisas alternadas con otras hojas excavadas en cada frente; todas ellas concluyen en bolas. El cuarto reproduce un motivo vegetal muy semejante al anterior, aunque de mejor factura. En este caso, las hojas forman un combado más complejo, presentan una acanaladura central y concluyen en volutas, en lugar de bolas. Esta ornamentación es muy semejante a la de tres capiteles de la portada de Berrioplano. El quinto simplifica los motivos habituales hasta reducirlos a bolas unidas por cintas que se comban en los frentes. Y el sexto reproduce el mismo motivo que el primero, aunque, en este caso, el encintado romboidal se extiende a todos los frentes del capitel. Finalmente, todas las basas constituidas con toros y escocias reposan sobre plintos cuadrados cuyas esquinas están rematadas por bolas con triángulos (dos bolas en el caso de los más cercanos a la puerta) y por cabecitas humanas (en los exteriores).
Para terminar con el pórtico, debe señalarse que toda esta construcción se fabricó a base de sillarejo irregular. Y que todos sus elementos (tanto bloques de piedra como arcos, columnas, piezas de capiteles o de arquivoltas) se encuentran unidos por cemento, lo que puede indicar que, posiblemente, fueron desmontados en la restauración del mismo que la Institución Príncipe de Viana efectuó en el año 1955 y durante la cual también se restauró la arquería y se rehizo la cubierta de este atrio. En 1993 se ocupó de levantar el atrio, instalando una cámara ventilada cubierta con solado de ladrillo viejo.

En el interior, la nave única (14,54 m de longitud y 4,87 m de anchura) se divide en tres tramos de diferentes características, y queda rematada por una cabecera recta a la que se le añadió a principios del siglo XVII una sacristía de dimensiones similares. En el primer tramo se ubicaba un coro que fue desmontado y suprimido en la restauración. En su muro sur, a la derecha de la puerta, se localiza un contrafuerte que se alza hasta media altura, y en el hastial se abre una ventana rectangular con arco rebajado. Su cubierta consiste en una bóveda de medio cañón apuntado, apoyada en pilastras adosadas con cimacios lisos que se ubican paralelos a la línea de imposta de ambos muros.


En un nivel más bajo, un arco apuntado con cimacios propios da paso al segundo tramo, más estrecho que el anterior. A él se abren dos reducidas capillas ubicadas en los laterales, con acceso a través de arcos apuntados que sostienen una cúpula rebajada con pechinas (reconstruidapor el Concejo hace años) que cerró el interior de la torre. Estas capillas han sido objeto de estudio por diferentes investigadores (Biurrun, Uranga e Íñiguez, Lojendio, Monreal), que han creído ver en ellas, en unos casos, capillas funerarias o de patronazgo de linaje, frente a otros que han pensado en una finalidad meramente constructiva.
Para resolver esta cuestión, se ha observado atentamente la continuidad de las hiladas de los muros interiores y exteriores así como sus vanos, todo lo cual ha permitido concluir que estas capillas laterales fueron abiertas con posterioridad al edificio original siguiendo la traza de los arcos laterales que soportaban el peso de la bóveda, posiblemente con el fin de constituir capillas de patronazgo. De este modo, la capilla norte es más espaciosa que la sur, debido a que resultó más fácil darle profundidad al no existir ningún impedimento exterior. Sin embargo, la sur resulta más estrecha, ya que sólo se pudo ampliar a la anchura que permitían sus muros para que no interfiriese con el pórtico sur, al igual que ocurrió en Sagüés. En los muros septentrional y meridional se abren sendas ventanas rectangulares y, bajo ellas, una imposta recorre el lienzo de pared. Tradicionalmente estas capillas han sido relacionadas con las que se despliegan en el tramo central de la iglesia de San Andrés de Learza, cubiertas con bóvedas perpendiculares a las de la nave (como también ocurre en Sagüés) y se prolongan al exterior aprovechando las posibilidades que ofrecen los contrafuertes prismáticos. Capillas similares a estas pueden encontrarse en otros templos navarros, como en las cercanas parroquias de Ballarián y Sagües, en Muniáin de Guesálaz, San Miguel de Mendilibarri (arcos apuntados), San Pedro de Nazar o San Andrés de Mendívil. Y en otras regiones de España, como en Burgos (Santa María de Siones, Monasterio de Rodilla), La Rioja (Tirgo, Ochaduri, Villaseca, Sorejana) o Álava (Santo Cristo de Labastida, Santa María de Cripán, Ledesma de la Cogolla).
El tercer y último tramo, al que también se ingresa por un arco apuntado, está compuesto por una dependencia cuadrada cubierta por bóveda de crucería. Sin embargo, los nervios de sección circular que la recorren cuentan con la peculiaridad de arrancar desde más abajo de la línea de intersección de bóveda y muro. Los capiteles acogen pencas lisas muy desgastadas que se coronan en los ángulos con bolas, al igual que en los plintos. Algunos de ellos guardan restos de la policromía rojiza original. No tienen cimacios propios sino que la línea de imposta que se extiende por todo el perímetro mural de la cabecera actúa como tal sobre los cuatro capiteles. La sección de dichos nervios, e incluso la totalidad de la cabecera, recuerda a la capilla de Jesucristo del palacio episcopal pamplonés, lo que nos servirá de guía a la hora de proponer su cronología. Del mismo modo, la opción por una cabecera recta con capilla mayor abovedada, tipología atípica en el románico rural navarro, podría explicarse como derivación de la capilla de la capital. El Concejo del lugar pavimentó esta área con piedra, distinguiéndola del resto de la nave, cubierta con madera, que fue sustituida por Príncipe de Viana en 1992 debido al mal estado en que se encontraba debido a las filtraciones que provocaba un depósito de aguas ubicado en el exterior del muro norte que fue demolido.

En el centro del muro testero, recto como ya se ha apuntado anteriormente, se abre una ventana abocinada con una arquivolta baquetonada con chambrana que reposa sobre cimacios con retícula romboidal (como en San Andrés de Learza). Está flanqueada por dos columnillas con capiteles de hojas lisas con incisiones laterales y dobles volutas en los ángulos superiores. Sus basas están formadas por toros sobre plintos cuadrados y bolas en las esquinas. Otra ventana más moderna se ubica en el lateral sur. Además, pueden verse varias aberturas, a modo de hornacinas, distribuidas en los muros este (con función de sagrario), norte y sur. Una puerta lateral a la derecha conduce a la sacristía, ubicada en la parte trasera, con planta cuadrada y bóveda de cañón, desde la que se ve el exterior del muro de la cabecera.
Todos los elementos interiores, al igual que se ha comentado para el pórtico, se hallan rejuntados con cemento, que delatan una profunda restauración del edificio. La iglesia ha sido datada por Biurrun, Uranga e Íñiguez, así como por el Catálogo Monumental de Navarra en la segunda mitad del siglo XII. Se han citado un par de elementos que permiten llevarla al entorno de 1200, ya que en ella hay ecos de Santa María de Tudela (o de otras que emplean la misma solución del doble baquetón unido por moldura con doble bisel) y muy especialmente de la capilla de Jesucristo del conjunto catedralicio pamplonés.
Esta última puede situarse, por la tipología de sus ménsulas, comparable con las de Iranzu, a finales del siglo XII, por lo que Eusa ha de ser inmediatamente posterior. De igual modo, es necesario destacar que esta iglesia sobresale por la estrechez de su nave, circunstancia que acentúa su altura, al igual que sucede en algunas iglesias del entorno de Santa María de Campo de Navascués, como Iciz y Uscarrés, que parecen haber sido edificadas siguiendo su mismo patrón arquitectónico. De hecho, Eusa reúne unas medidas muy similares a las de aquéllas y además está coronada por una torre central, como en Santa María del Campo, por lo que habría que tener en cuenta una notable influencia de esta construcción en su proyecto arquitectónico.

 

Artaiz
Artaiz, concejo perteneciente al valle de Unciti dentro de la merindad de Sangüesa, dista 23 km de Pamplona. El acceso más cómodo se inicia en la AP-15 dirección Zaragoza. En Noáin hemos de tomar la autovía A-21, que abandonaremos en la desviación que indica Urroz. A continuación recorreremos el valle de Unciti por la NA-234 hasta la confluencia con la NA2400 que atraviesa Izagaondoa. Artaiz es la primera población en esta última carretera. Su caserío se arracima entre la carretera y la iglesia parroquial, rodeado por un ameno paisaje a los pies de la Peña de Izaga cuyo poderoso perfil domina la comarca.
Antiguo lugar de señorío plurinobiliario, llama poderosamente la atención la inexistencia de referencias documentales a la localidad y su iglesia durante el siglo XII. Entre los candidatos a haber promovido la edificación de un templo con decoración escultórica tan esmerada se encuentran los Almoravid, linaje de ricoshombres que ocupan cargos relevantes en el reino especialmente en los siglos XII y XIII. Sabemos que entre las propiedades de la familia confiscadas por la corona en el siglo XIII se encontraban las de Artaiz. La torre señorial que se alza frente a la iglesia presenta sobre la puerta un dintel con tres escudos, uno de ellos identificable con las armas de los Almoravid. Sin embargo, por el momento no es posible demostrar una vinculación directa entre este linaje y el pueblo o la iglesia en la época de realización de la parroquia, en el segundo cuarto del siglo XII.
En 1366 el lugar contaba con once fuegos, de los que ocho eran hidalgos y tres de labradores, lo que la situaba en tercer lugar en el valle, por detrás de Alzórriz y Unciti. En el Libro del Rediezmo de 1363 Artaiz (Arceiz) aparece como cabeza de corredío, con cuatro clérigos, lo que evidencia una importancia religiosa superior a la demográfica.

Iglesia de San Martín
Situada en la parte alta del pueblo, del que constituye el límite septentrional, la parroquia de San Martín es uno de los templos románicos rurales más conocidos de Navarra, justamente afamado por la calidad formal y la variedad iconográfica de sus capiteles y relieves. Ya Biurrun se hizo eco de la complejidad de su programa escultórico y atribuyó su relevancia a la hipótesis de ser cabeza de señorío, circunstancia que deducía de la existencia en la localidad de la única torre fuerte medieval conservada en el valle de Unciti. Diversos autores, como Gudiol y Gaya Nuño, vieron en su portada la conjunción de dos corrientes: la que venía de Jaca a través de Leire y otra perteneciente al grupo que habían definido como “más auténticamente navarro”, derivado a su juicio del aragonés Maestro de Doña Sancha. Más tarde, Lojendio le concedió todo un capítulo por considerarla “la más representativa de las numerosas y bellas iglesias románicas de Navarra pertenecientes al arte rural” y estableció conexiones con Leire y el foco sangüesino. Con posterioridad, especialmente a partir de Uranga e Íñiguez, varios estudiosos han advertido que los capiteles conectan con el claustro catedralicio pamplonés. Son partidarios de una datación en la primera mitad del siglo XII autores como Caldwell (a comienzos), Gudiol y Gaya Nuño, Uranga e Íñiguez y Martínez de Aguirre (1140-1150). En los primeros años de la segunda mitad la sitúa Melero, y prefieren una cronología tardía Azcárate, los autores del Catálogo Monumental de Navarra (último tercio del XII), así como Biurrun y M. C. Lacarra (hacia 1200). El templo fue restaurado entre 1956 y 1962; durante los trabajos desmontaron y fotografiaron cada elemento de la portada. En 1997 se reparó la cubierta de la torre. Fue declarado Bien de Interés Cultural en 1983.

Su arquitectura obedece a pautas comunes en su tipo. En la actualidad consta de una cabecera semicircular tanto al interior como al exterior, seguida de una nave única organizada en cuatro tramos: los dos más cercanos al ábside presentan bóvedas de terceletes del siglo XVI, mientras que los siguientes incorporan medio cañón apuntado, con un potente fajón sobre ménsulas lobuladas bajo el muro oriental de la torre.
El ábside se cubre con bóveda de horno de factura mucho más descuidada que los muros, lo que apunta a una reconstrucción posterior a la época románica. En su parte baja ofrece un banco corrido que recorre la curva interior. Vista desde el exterior, se aprecian tres volúmenes en la fábrica: el semicilindro absidal, la nave y la torre a los pies, pero la nave sólo cuenta con contrafuertes (uno a cado lado) en el tramo inmediato al ábside, y la puerta principal se sitúa más o menos en su centro. Las modificaciones introducidas en el siglo XVI alteraron la distribución de bóvedas y soportes interiores, lo que dificulta el análisis compositivo de la arquitectura.
La factura de los capiteles del arco de embocadura del ábside, donde vemos una sucesión de cabezas y figuras humanas tratadas de manera muy distinta a las de los exteriores, introduce nuevas dudas acerca del proceso constructivo.
Dichos capiteles culminan en cimacio ajedrezado, que se prolonga en moldura que marca la imposta de la bóveda absidal. Son añadidos posmedievales la sacristía y una capilla abierta en el primer tramo del muro del evangelio. Varias puertas cegadas, dos en el muro norte y una en el eje del hastial, evidencian usos sucesivos de difícil concreción. El interior se ilumina mediante tres sencillas ventanas con exterior en saetera e interior abocinado, una en el eje del ábside, otra en el del hastial y la tercera en el tramo inmediato al ábside, interrumpida en su parte inferior por una hornacina añadida. La construcción emplea un aparejo mediano y cuidado, de hiladas de 20 a 30 cm de altura, bien trabajadas, sin apenas marcas de cantero y con algún elemento ornamental de discutida significación.
Destaca una cruz de brazos ensanchados labrada en el ábside, que podría señalizar algún enterramiento. La torre situada sobre el tramo de los pies se ejecutó levantando primero el hastial y el muro oriental, y luego rellenando los paramentos norte y sur; tuvo dos vanos hacia el Oeste, hoy cegados y sustituidos por el de la fachada meridional.
Sendos cosidos de sillares en el aparejo prueban cortes de obra a la altura del tramo occidental del muro meridional y también en la parte interior correspondiente al contrafuerte sur, donde debió de haber un soporte desaparecido con las reformas renacentistas. El frente del coro alto de los pies es renacentista; en el muro septentrional hay huellas de una primitiva escalera de acceso interior.
La organización del edificio se asemeja a otros templos coetáneos donde la escultura ocupa mayor importancia de la habitual, como el no muy lejano de Villaveta. Es sin duda esta ornamentación esculpida la protagonista actual del templo. Se despliega por la portada y la colección de canecillos, mientras que no decora ninguna ventana, en lo que también nos recuerda a Villaveta.
La portada forma el conjunto más significativo. Se halla en el centro del lienzo meridional de la nave, dispuesta en un resalte de 4,75 m de frente y 5,45 de altura, que sobresale 1,14 respecto del muro, lo que permite el desarrollo del abocinamiento. En su centro se encuentra el tímpano, decorado con un crismón bastante esmerado, formado por las habituales X y P cruzadas de brazos ensanchados en los extremos. Un travesaño corto en el centro marca la señal de la cruz. Las letras alfa y omega ocupan los laterales, más allá del travesaño (del que no cuelgan).
La S se enlaza con el palo inferior de la P. Flanquean el crismón dos dobles círculos concéntricos con rosetas de seis pétalos, tan frecuentes en el románico rural navarro, cuya significación se nos escapa. Los trazos principales de círculos y crismón se reforzaron con pintura roja en fecha indeterminada. El tímpano, ligeramente peraltado, descansa en ménsulas, una de ellas con cabeza leonina. Enmarcan el tímpano tres arquivoltas de medio punto baquetonadas.

La interior está flanqueada por molduras achaflanadas; la intermedia por sendos baquetones de menor diámetro; y la exterior por dos medias cañas, de las cuales la interior tiene una bola por dovela y la que da al frente está recorrida por rosetas protuberantes de ocho pétalos, dos por dovela. Una moldura de tres filas de ajedrezado enmarca el conjunto. Las arquivoltas descansan en columnas monolíticas constituidas por basas sencillas restauradas (toros decrecientes separados por escocia) sobre plinto oblicuo.

El elemento más destacable son los capiteles, que describiremos de izquierda a derecha del observador. El primero está formado por hojas acantiformes de superficies onduladas de notable volumen, que se vuelven en su parte superior formando remates que recuerdan a los diseños digitados propios de la tradición languedociano-compostelana empleados en la portada de la catedral de Pamplona. Existen tres niveles de hojas: el intermedio incluye bolas en el centro y en el superior las hojas centrales hendidas se combinan con volutas en caracola en las esquinas.
Las pautas básicas de este capitel proceden de Toulouse, donde encontramos precedentes entre los originarios de la Daurade conservados en el Museo de los Agustinos.
El segundo capitel está formado por tres tallos triples que brotan del collarino para ramificarse en las superficies; los de los extremos empiezan a rizarse en terminaciones acaracoladas hasta cinco veces en sucesivas alturas; el tallo central se bifurca de forma que en sus extremos florecen dos cabezas femeninas de miradas convergentes y envueltas en pétalos; en su centro deja sitio al motivo de esquina: un personaje sedente cuyos brazos agarran tallos curvados, con una extraña cabeza, ya que se trata de un trifronte: el rostro central mira al frente con seriedad, mientras los de ambos lados soplan.
El tercer capitel incluye personajes de naturaleza y tamaño diferentes. Básicamente se organiza en dos niveles. En el inferior, sobre un fondo constituido por hojas festoneadas terminadas en volutas, apreciamos en su frente una extraña bestia cuadrúpeda con melena sobre el lomo y cabeza vuelta (un endriago según Uranga e Íñiguez, híbrido con rasgos de león y macho cabrío); mientras que en la cara interior un galgo husmea el suelo. Encima, una figura sentada muy estropeada ocupa el frente, y otra arrodillada el lado interno, llevándose algo a la boca (o a la nariz, según Uranga e Íñiguez). En el centro se encuentra una cabezota masculina, y pegada al fondo se reconoce una cabeza de ave de presa. Por encima asoman volutas acaracoladas.
Al otro lado de la puerta, el cuarto capitel también se divide en dos niveles. En el inferior, la cara interna despliega un combate de jóvenes descalzos que visten calzones y se sujetan las cabezas como si fueran a iniciar una lucha deportiva; al otro lado una bestia leonina se sienta sobre los cuartos traseros de modo que deja ver sus fauces en la parte central. En el nivel superior, dos aves entrecruzan sus cuellos para picotear las manos de los contendientes; sobre la bestia, un personaje de labios prominentes y cabeza en riguroso perfil adopta una postura acrobática, medio en cuclillas y pasando el brazo derecho por detrás de su cabeza. En el vértice superior, juego de volutas.
El quinto presenta dos grandes arpías con cabezas femeninas, cuerpos de ave, patas terminadas en pezuñas y largas colas que se vuelven sobre sí mismas.
Cada una ocupa una cara, de suerte que sus cuerpos divergen pero giran las cabezas para que confluyan sus miradas; en el centro, un gran florón.
El sexto está muy dañado.
Una figura masculina se lleva el dedo índice izquierdo a la mejilla, y la mano izquierda al otro lado de la cabeza, junto a medio cuerpo de cuadrúpedo y una especie de liebre que se rasca las orejas o se quiere tapar los ojos. Todos los cimacios se decoran con reticulado de rombos. En las enjutas de la puerta se ven dos leones. Seguramente lo primero que llamará nuestra atención son los leones que flanquean la puerta.
El de la izquierda devora a un hombre mientras mantiene a otro apresado con sus enormes zarpas.
En cambio el de la derecha parece proteger a otro ser humano sonriente entre sus patas. Son los guardianes del templo, que castigan al pecador y defienden al piadoso siguiendo el mandato de Dios.
En el Antiguo Testamento ya se compara el poder de Dios con la fuerza y fiereza del león: “Él devora a las naciones enemigas, les tritura los huesos y las hiere con sus flechas. Se agazapa, se recuesta, como un león, como una leona.
El mal y el que lo comete deben quedar fuera del templo-paraiso. A modo de advertencia para aquel hombre del Medievo, monstruos de todo tipo y seres infernales pululan en capiteles y canecillos. Ante nosotros se plantea una lucha que ha acompañado al ser humano desde su origen: la lucha del bien y el mal.
El mal está representado en esos seres que castigan a los pecadores, como las grandes aves que picotean a los dos entre grandes bestias.
Enigmático es el personaje del segundo capitel de la izquierda, sentado entre dos cabezas y rodeado de entrelazos vegetales. Con tres caras, dos de sus bocas soplan hacia los lados. Se ha interpretado como alusión a la Trinidad. En cambió, es muy habitual que estos entrelazos que apresan e inmovilizan a los personajes se consideren suplicio de pecadores. ¿Quizás el personaje sopla las llamas del infierno que le van a consumir? 


El resalte de la portada culmina en un tejadillo con canecillos y metopas. Entre los canecillos del tejaroz cuatro parecen componer una escena de juglaría. El primero es una figura de un músico tocando la lira.

Canecillos 1 y 2 comenzando por la izquierda 

El segundo parece una cantante o bailarina, pues la figura femenina de largos cabellos se lleva las manos a la cintura, como las danzantes-contorsionistas frecuentes en el románico aragonés (hoy diríamos que se dispone a cantar una jota).
El tercero quizá sea un músico, pero está muy perdido. En el cuarto, el músico hace sonar un cordófono, probablemente un rabel, apoyado en su hombro. En el quinto, una mujer cubierta con toca y portadora de una vasija gira la cabeza hacia un lado mientras entre sus piernas vemos un gran orificio y lo que parece ser un niño asomando la cabeza; este canecillo ha sido interpretado como un tema de parto (especialmente por Gómez, quien ve un cuchillo en la mano del neonato). En el sexto encontramos un hombre exhibicionista, y en el séptimo un guerrero con escudo crucífero clavando la lanza sobre un dragón.

Canecillos 3 y 4 comenzando por la izquierda 

Canecillos 5 y 6 comenzando por la izquierda 

Canecillos 6 y 7 comenzando por la izquierda 

Los seis relieves entre canecillos, que denominaremos metopas o tabicas, se distribuyen del siguiente modo: en el primero, las fotografías antiguas permiten reconocer con nitidez un personaje con dos alas cruzadas por delante del cuerpo que sujeta una balanza con dos platillos globulosos, mientras con la derecha amenaza con una lanza al ser monstruoso situado enfrente, el demonio, que intenta apoyar su dedo sobre el platillo para hacer trampa, acompañado de un personajillo erguido ante él (Aragonés parece reconocer en él al alma que se ha llevado el diablo). Es la conocida escena del peso de las almas por San Miguel.
En la segunda, un sacerdote alza los brazos en oración ante un altar con un gran cáliz encima; a su lado derecho un acólito sujeta un libro, mientras a su izquierda otro porta un incensario. Se ha identificado tradicionalmente con la celebración de la misa.
En la tercera, y viniendo desde la derecha, Jesucristo, que sujeta en su mano izquierda una cruz con astil clavada en una calavera, alarga su mano para sacar de la cabeza monstruosa de Leviatán una figura masculina que será Adán; otra más pequeña se ve por detrás, teniendo su brazo atrapado por un prótomo canino (¿Cancerbero?) y dos cabecitas asoman a los lados.
La cuarta está muy estropeada. Se ve una figura que sujeta por la cabeza a otra más pequeña que parece rezar sentada encima de un altar; por detrás se intuye un animal que podría ser el carnero enredado del sacrificio de Isaac.
En la quinta festejan varios personajes sentados a una mesa. El más orondo, Epulón, de gran cabezota, levanta una copa, mientras otro le sirve y una pareja se acerca en actitud pedigüeña. Debajo, tumbado, el que parece ser el pobre Lázaro es lamido por un perrillo.
En la sexta, dos jinetes sobre caballos afrontados pugnan con lanzas y escudos almendrados.
Los canecillos del alero se reparten de manera ordenada por el ábside y alternan con vacíos en los muros norte y sur, es decir, no se conservan en los lugares donde la cubierta ha sufrido más modificaciones a lo largo de los siglos.
Empezando desde el hastial encontramos bajo la cornisa meridional uno muy deteriorado; le sigue una cabeza de caballo con cabezada y riendas; luego, una cabezota de personaje calvo que se abre exageradamente la boca ayudado de sus dos manos; viene a continuación el más famoso: una cabeza triforme de apuradas líneas; en el espacio entre esta figura y el siguiente canecillo fue ubicado un relieve con obispo que porta mitra y báculo alzando los brazos; le sigue una cabeza muy expresiva de personaje que se muerde ambas manos, y otro calvo de largos bigotes; ya sobre la puerta, una cabeza muy lavada parece tocar una flauta de pan; más allá, un híbrido de perfil con cabeza barbada y cuerpo de ave; cabeza que parece sacar la lengua y otra de difícil identificación.


Detalle
 

A la altura de la puerta se interrumpen hasta llegar al otro lado del contrafuerte, donde encontramos dos cabezas animales deterioradas y una cabeza rota, entre un pez con dos cuerpos y una cabeza.
Por fin, en el ábside, cabeza de cabra deteriorada, objeto fálico, animal, cabeza bovina, cabeza monstruosa que saca la lengua, instrumento musical tipo cuerno, cántaro boca abajo, otro instrumento, animales en extraña postura, rollos, tonel, bolas, cabeza monstruosa y otro de difícil identificación con agujero superior.

En el muro norte, cerca de la cabecera hay un grupo con una bola, torso masculino que abre la boca, cuatro bolas y una pareja de personajes demacrados que se abrazan. Ya a los pies, cabeza barbada de ojos globulosos, dos cabezas divergentes encima de lo que parece un tonel, personaje que porta a otro sobre sus hombros, cabeza de boca entreabierta cuyos cabellos se prolongan en cuernos (identificada con el diablo por Aragonés), figura en cuclillas que se levanta la ropa sobre las rodillas (¿exhibicionista? muy deteriorado), cabeza con barba en cola de milano, para terminar junto a la esquina con cabeza de largos cabellos muy deteriorada. Por un hueco del hastial se puede ver embutido en el muro otro canecillo con una figura frontal que lleva en sus manos un libro abierto con una inscripción que por el momento no ha sido posible leer.
La cornisa está formada por piezas sustentadas por los capiteles. En su plano oblicuo varias, especialmente en la cabecera, se adornan con ajedrezados, entrelazos en red y cruciformes, esquematizaciones vegetales y diversos diseños de roleos. Alguna cobija presenta estrella o flor de seis pétalos inscrita en círculos.
Desde el punto de vista formal, las pautas de ejecución de la portada responden a dos tradiciones escultóricas desarrolladas en Navarra entre los años veinte y cuarenta del siglo XII. Por una parte, los leones de las enjutas, ciertos canecillos y las tabicas recuerdan en sus formas al foco desarrollado en la merindad de Sangüesa vinculado a la portada occidental de Leire. Reconocemos con Lojendio rasgos legerenses en la labra de los leones, también en los rostros alargados de determinados personajes, en la talla sumaria de las vestiduras y en el canon generalmente achaparrado. La tosquedad reina en las metopas, donde las desproporciones de los cuerpos son acusadas, al tiempo que evidencia cierta capacidad narrativa a la hora de seleccionar los momentos a representar. Otros modos en cuanto a composición y repertorios caracterizan los capiteles, donde apreciamos posturas más complejas en las figuras humanas, novedades en la flora y en los animales, etc. Los plegados en ondas paralelas recuerdan a soluciones languedocianas y la anatomía del vientre prominente aparece en el claustro pamplonés. Aunque se ha apuntado una derivación jaquesa (Gudiol y Gaya), este segundo modo revela el conocimiento de las novedades que trajo a Navarra el taller del claustro de la catedral pamplonesa (Uranga e Íñiguez, Melero, Martínez de Aguirre). La conjunción de las distintas maneras de esculpir nos da pautas para conocer el reparto del trabajo en una obra de este tipo, en la que confluyeron al menos dos maestros (probablemente cada uno con algún ayudante, a quien atribuimos las labras más torpes, especialmente algunos canecillos) de procedencias diversas, aunque ambos insertos en el ámbito navarro.
Además, nos proporciona criterio para establecer un marco cronológico. La portada parece haberse ejecutado en un único impulso, en el que confluyeron un artista formado hacia 1120 y otro posterior. Una fecha favorable de ejecución correspondería a los años cuarenta de la duodécima centuria. Las relaciones establecidas con Covet (planteada por Gudiol y Gaya, Durliat, Yarza) no parecen ir más allá de la común derivación de las corrientes languedocianas y su carácter de portadas excepcionales en ámbitos rurales.
Lo que más ha interesado a los estudiosos y al numeroso público que visita esta iglesia es el sentido que pudieran tener tantas extrañas figuras, y si todas ellas forman un programa coherente. Biurrun se aventuró a relacionar las aves que pican cabezas con el castigo de Prometeo, vio en el personaje trifronte una representación trinitaria e interpretó en los canecillos “los excesos y consecuencias de la carnalidad, la tristeza, vergüenza y abandono de jóvenes deshonradas y el cinismo y desahogo de cómplices sin entrañas”, junto a “alegorías en que se pintan la gula, la ira, la pereza, son el reproche de los que pasan la vida en comilonas y embriagueces, en lujurias y deshonestidades, en riñas y en contiendas”. Y concluye: “¿Será ligereza atribuir a todo esto el sentido moral de los pecados, novísimos y sobre todo del juicio y suplicios del infierno?”. Otros estudiosos han concluido que se trata de una evocación de la lucha entre el bien y el mal (Gudiol y Gaya), han supuesto un “carácter infernal islámico” de muy difícil interpretación (Uranga e Íñiguez) o se han reconocido incapaces de entender su sentido (Lojendio).
Desde luego, el grupo de más sencilla explicación es el constituido por las tabicas. El peso de las almas por San Miguel es integrante habitual de programas escatológicos, es decir, aquellos que tienen como objetivo mostrar lo que pasará en el más allá, dado que fue un modo habitual de representar el juicio final en el románico. También la tercera metopa con la Anástasis o descenso de Cristo a los infiernos se sitúa en el mismo diapasón significativo, ya que en esa escena Jesús rompió el poder de la muerte y abrió el cielo a los hasta entonces condenados por el pecado. El sacrificio de Isaac forma parte de los repertorios vinculados a la salvación de las almas desde época paleocristiana. La parábola de Epulón y Lázaro integra habitualmente conjuntos románicos relacionados con el final de los tiempos, como Moissac. Las dos menos frecuentes en estos contextos son la celebración de la Santa Misa (segunda metopa) y el combate ecuestre. La conexión de la misa con el ciclo escatológico es especialmente relevante en época románica, cuando se predicaban las virtudes que para los difuntos podían tener las misas celebradas en su sufragio, doctrina predicada por Cluny. Por último, el combate de caballeros aparece en otros entornos funerarios, como el sarcófago de doña Sancha, hoy en Jaca y antiguamente en Santa María de Santa Cruz de la Serós. Su significado ha sido visto en relación con la lucha de las almas en la tierra. De esta forma, el conjunto de las tabicas parece presentar un programa coherente relacionado con el más allá, hasta el punto de constituir uno de los más completos de las portadas rurales hispanas.
Según varios autores, también los canecillos que flanquean las tabicas participan del programa. Para Aragonés su intervención deriva de ser imágenes negativas: música profana y figuras procaces. Varias de ellas pertenecen a los repertorios normales en esta ubicación marginal, como los músicos. La mujer con toca portadora de una vasija y con un niño entre las piernas que parece asomar la cabeza por su vulva ha sido vista como imagen del parto; sería posible forzar su significado para ver en ella el comienzo de la vida, en relación con el conjunto escatológico de las tabicas, pero sin duda se trata de una explicación un tanto voluntarista, sin apoyatura en ejemplos coetáneos. Gómez ha propuesto una interpretación contraria, al ver en el niño “que nace con un cuchillo” el tema de “la lujuria, parto y muerte recogida en la Epístola de Santiago”. El hombre que defeca con el orinal situado a su lado también forma parte de los temas procaces frecuentes en canecillos. Por último, el séptimo, con el vencedor del dragón, podría tener conexiones de contenido con la metopa de San Miguel (aunque hemos de hacer notar que el soldado del canecillo no lleva alas) y con la victoria sobre el mal, de contenido escatológico. Para Aragonés el reparto se haría de forma que “la interpretación de las escenas de juglaría con un carácter negativo serviría para considerar al caballero cristiano como la imagen del bien, que vence al pecado, modelo de virtudes que hay que seguir frente a los vicios marcados por los músicos”.
Los leones fácilmente podrían integrarse en esta línea explicativa. Si el creador del programa se inspiró en Jaca, no habría duda, puesto que en la puerta occidental de esta catedral el escultor representó dos leones, uno que protege a quien se acerca a él en actitud humilde y el otro venciendo a sus enemigos. Una explícita inscripción razona que ambos leones son imagen de Cristo, que es el león fuerte que vence al imperio de la muerte y que sabe acoger a quien se acerca implorando perdón. La diferencia con Artaiz estriba en que en Jaca el león protector se sitúa a la izquierda del observador, y el vencedor del enemigo a la derecha. Otras explicaciones en la misma línea ven en el devorador el paso necesario para la salvación de las almas o la resurrección. Aragonés advierte que el personaje bajo las garras del devorador tiene ojos cerrados, “en alusión a la muerte del alma por el pecado”, de forma que “ser devorados por esta fiera nos habla del castigo correspondiente a su pecado”. Al otro lado el león-Cristo protege al pecador “sonriente, de ojos abiertos que se agarra con seguridad a la fiera”.
En cuanto a los capiteles, buscar en ellos un programa coherente es tarea más complicada. Sin duda se reconocen varias figuras de carácter negativo (por ejemplo, la lucha cuerpo a cuerpo suele verse como imagen de la ira; “los iracundos en lucha sin fin” los llamó Íñiguez). En la misma línea se situarían los monstruos. Pero hay un salto muy arriesgado hasta entender que todo tiene sentido en un programa unitario. La discusión más candente se ha centrado en el trifronte del segundo capitel. Desde el principio se planteó si podría figurar la Trinidad. El primer estudioso de las representaciones trinitarias en España, el padre Germán de Pamplona, lo consideraba “pretrinitario y neutro; y no se adivina en el artista intención alguna de representar una Trinidad cristiana”. En otra línea se halla la interpretación de Aragonés, para quien la cabeza con tres rostros sí sería una visión de la Trinidad y las mujeres-flores próximas, almas del Paraíso. La autora hace un recorrido por diferentes significados del vultus trifons, entre los que señala el Anticristo, la imagen de los vientos que soplan en distintos sentidos o el tiempo con sus facetas de pasado, presente y futuro. La comparación con la portada de Toro (muy posterior) la inclina a interpretar el capitel como una imagen de la visión celestial. Añade que las arpías situadas enfrente (capitel quinto) serían representación demoníaca, de modo que el autor de Artaiz habría cometido “la osadía de representar a un mismo nivel la visión de Dios y la de Satanás”. Abundando en esta idea, considera que el canecillo trifronte de la cornisa sería igualmente imagen divina opuesta a la máscara con cuernos demoníaca que se ve en el lado norte. La explicación no salva las dificultades de la presencia de otras imágenes susceptibles de ser entendidas como diabólicas en un canecillo encima de la portada o de los otros sentidos del trifronte del capitel. En el estudio más extenso sobre el tema, Sastre abunda en la identificación con los vientos, especialmente por el hecho de que los dos rostros laterales de Artaiz juntan los labios en el típico gesto de soplido, pero deja en el terreno de la hipótesis el que sea una representación trinitaria dado que, según Hugo de Fouilloy, la sibila del Rhin explica que gracias al viento del Sur se eleva el hombre desde las tentaciones de la concupiscencia de la carne hasta la buena fe.
Concluye que “tal imagen podría ser vista en la Edad Media como la de la propia Trinidad” y señala que estaríamos ante un unicum en la escultura medieval. En otra línea han ido las aportaciones de Uranga e Iñiguez, quienes, tras plantear la posibilidad de que el trifronte fuera imagen del Anticristo, insinuaban una representación mitológica ultrapirenaica (proponen el gálico Cornunnos y el germano Thor); las cabecitas que la flanquean les recordaban “leyendas de tentación, con las plantas-mujeres, que nos llevan a los monjes de Oriente”.
Como conclusión, estimo que han de aportarse mayor número de argumentos para que resulten convincentes las propuestas que pretenden encontrar un sentido a la variada decoración de los capiteles de Artaiz. Con respecto al motivo de discusión principal, resulta difícil sostener que en una época en la que las imágenes de Cristo alcanzan habitualmente mayor tamaño que las circundantes y ocupan casi siempre lugares destacados, el mayor misterio del cristianismo, la Trinidad, fuera figurado mediante un personajillo sentado entre maraña y con gesto descompuesto por el soplido. Todavía más difícil se nos antoja encontrar un argumento común entre los canecillos del tejaroz, ya que, para empezar, la serie es incompleta. Diversos estudiosos han visto significados simbólicos en algunos, como el trifronte y el supuesto diablo, o la cabezota con la boca exageradamente abierta sujeta con dos manitas, en la que Íñiguez vio la representación de los maldicientes, conforme a fuentes musulmanas. Cabezas y cuerpos de animales, o cabezas humanas son tema habitual en estos emplazamientos marginales y casi siempre su cometido era puramente ornamental.
El ábside fue decorado con pinturas murales de gran calidad, que tienen como tema principal la adoración del Cordero, representado en pequeño tamaño sobre la ventana axial. A cada lado, dos arcos apuntados con ángeles músicos en las enjutas acogen una multitud. El primer grupo de la izquierda del observador está encabezado por tres personajes nimbados con vestiduras litúrgicas y palio. Por detrás le sigue otro grupo con figuras coronadas. En la parte derecha vemos dos grupos que levantan sus manos en oración hacia el Agnus Dei.




Como vemos, el programa apocalíptico coincide perfectamente con el mensaje principal al que se dedican las metopas de la portada, y lleva a pensar en un destino funerario (quizá de algún miembro del citado linaje Almoravid) que justificara la cuidada ornamentación de todo el templo. Bucher y otros dataron los murales en el segundo cuarto o tercio del siglo XIII, mientras que Mª Carmen Lacarra lo consideraba del entorno de 1300. Arrancado en 1958, en la actualidad el magnífico conjunto pictórico puede admirarse en el Museo de Navarra (Pamplona).
La parroquial conserva en su interior una hermosa pila bautismal de muy probable cronología románica, cuya taza se decora con una arquería sobre dobles columnas, que recuerdan al aspecto que pudo haber tenido el claustro de la catedral de Pamplona del segundo cuarto del siglo XII. Se completa con una moldura decorada con bolas. Su decoración es cercana a otras pilas probablemente coetáneas, como la de Grez.
 
Fuente
La otra construcción románica a destacar es la fuente situada a los pies del pueblo, a un tiro de piedra, cerca del camino que conduce hacia Izagaondoa. Fue descubierta hace escasos años y restaurada entre 1995 y 1997. Hasta entonces había quedado oculta por la acumulación de barro procedente de una loma cercana. Cuando fue localizada constaba de los cuatro muros perimetrales del aljibe, que se prolongaban el oriental en forma de piñón y el occidental perforado por dos vanos semicirculares, uno de ellos doblado. De planta rectangular (5,21 m de frente por 7 de fondo), los muros norte y sur existían hasta el arranque de la bóveda, que sería probablemente de medio cañón apuntado. En la parte subterránea el lienzo occidental se organizaba en gradas que descendían varios metros hacia la profundad del aljibe. También en el interior del lienzo meridional se veían dos ménsulas. Sigue las pautas de las denominadas fuentes-aljibe, tipología repetida en otros lugares de la geografía navarra, como Villamayor de Monjardín, que perduró más allá de época románica. La de Artaiz es la más antigua del grupo y se caracteriza por carecer de ornamentación escultórica (lo que hurta argumentos para afinar cronología) y por ofrecer dos vanos semicirculares de 77 cm de luz (frente a los restantes ejemplos que los tienen apuntados). Se ha propuesto para ella una datación en el siglo XII.


Arce / Artzi
La belleza de la iglesia de la Purísima Concepción adquiere si cabe mayor encanto por su emplazamiento en un lugar solitario, alejada de todo núcleo urbano, en plena naturaleza y rodeada por un amable paisaje de monte bajo. La localidad de la que era parroquia dio nombre al municipio de Arce y a todo el valle atravesado por las aguas del río Urrobi. Se localiza al Noreste de Pamplona, de la que dista 42 km, que se recorren mediante la NA-150 hasta Villaveta, donde se toma la NA-172 que conduce hacia Aoiz; una vez rebasada esta población quedan apenas 12,5 km hasta las inmediaciones del templo, que se ve desde la carretera. Forma parte de la merindad de Sangüesa y religiosamente está vinculado a Roncesvalles, en cuyas romerías ha participado desde tiempo inmemorial.
Arce hoy se presenta como un lugar despoblado, en el que quedan restos de arquitectura doméstica muy arruinada, entre la que destaca el palacio del siglo XVI. A poca distancia de lo que fuera el núcleo urbano, sobre un montículo, se levanta la iglesia restaurada en la década de 1960 y que fue declara Bien de Interés Cultural en 1984. Se trata de un interesante ejemplo del románico rural, que debió de contar con un promotor dispuesto a gastar algo más de lo habitual que en las pequeñas iglesias rurales de los valles del entorno. Desde la década de 1140 figura en la documentación navarra (Archivo General de Navarra y Archivo de la Catedral de Pamplona) Lope Garceiz de Arce, personaje cercano a los monarcas García Ramírez el Restaurador y Sancho el Sabio, del que consiguió beneficios para su comunidad. Muy probablemente fue este noble el responsable de que en Arce interviniera un taller de cierta calidad tanto en las soluciones arquitectónicas como escultóricas. En 1350 este lugar reunía veintidós fuegos y en 1363 estaba servido espiritualmente por un clérigo.
El interés de su templo no pasó desapercibido a los estudiosos del románico en Navarra, que lo citan en sus trabajos. Biurrun lo incluye dentro del grupo de la arquitectura parroquial y lo fecha en el siglo XII, a la vez que insinúa que su construcción puede estar vinculada con algún señor ilustre del lugar. Lojendio también comenta su arquitectura aunque no concreta su cronología. Por el contrario Uranga e Iñiguez la datan hacia 1150 y relacionan su cabecera con el monasterio de Irache. Recientemente, Martínez de Aguirre profundiza en esta relación que tiene como modelo inicial la catedral pamplonesa.

Iglesia de la Purísima Concepción
El edificio, de bellas proporciones, ha llegado hasta nuestros días íntegro, sin alteraciones de importancia, a no ser la sacristía, que se construyó en época posmedieval apoyada en el muro sur. El exterior se impone por su solidez, con un cuidado sillar en el que predominan los tonos grises y ocres de las canteras de la zona, de hiladas rectangulares con una media de 20 o 30 cm de galga.
El exterior queda articulado por contrafuertes de poco menos de un metro de anchura y resalte entre 20 y 28 cm, que llegan hasta la cornisa. Otro rasgo destacable es la disposición escalonada de los distintos cuerpos, en cuatro niveles. La torre alcanza el hito más alto, mientras la cabecera es lo más bajo; entre ellos, con distintas alturas, se sitúan la nave y el anteábside.

El lado norte, como es habitual, carece de huecos, pero cuenta con canecillos bajo la línea del alero, que se prolongan por el resto del templo, salvo la torre.
Desde ésta al ábside se representan los siguientes temas: barril y dos cabezas de carnero en el primer tramo y una bola, cabeza de hombre y un diseño avolutado en los reconocibles del segundo. De los modillones del anteábside que se conservan identificamos un sogueado, una bola encintada y, ya en el semicírculo, cabezas humanas y monstruosas además de figuras sentadas. Los que asoman sobre el muro sur despliegan estos temas: una figura abriendo la boca, otra fragmentada, un tocador de arpa y hombre con libro abierto. Continúan en el siguiente tramo un animal, aunque parcialmente roto, un monstruo, dos hombres emparejados, hombre con barril y una cabeza devorando un cuerpo del que se ven las piernas. Cierra la serie una cabeza de animal situada sobre la puerta. La amplia imaginación de la escultura de los canes recuerda obras como Artaiz o Echano, por ejemplo.
El ábside semicircular, cuya escasa altura actual puede deberse a la acumulación de tierra de la pendiente inmediata, carece de contrafuertes.
Dispone tres ventanas unidas a la altura del cimacio de sus capiteles por una moldura. Están formadas por un arco de medio punto abocinado, compuesto por una arquivolta de bocel y una media caña lisa con chambrana. Apoyan en pequeñas columnas de fuste liso y capitel decorado con motivos vegetales que en la ventana derecha representan, por un lado, tres palmas con la nervadura bien marcada bajo un nivel de roleos y, por otro, palmas en los extremos y un entrelazo tosco; en la central, palmas sobre enmarques lisos en doble lanceta y una estilizada hoja cuyo tallo se ondula; y en la izquierda, más palmas dispuestas en dos alturas bajo volutas, interpretación popular del esquema corintio (el sexto capitel, liso, se repuso en la restauración).


El interés del muro sur se concentra en la ventana y en la portada, con sus respectivos capiteles, además de la secuencia de canes del tejado y de la protección del acceso al templo. La ventana repite el modelo de las del ábside, salvo en la arquivolta exterior, que se decora con ajedrezado, y en la imposta, que no es lisa sino moldurada con acanaladuras horizontales. En el capitel de la derecha se esculpen cuatro aves, dos afrontadas y las otras montadas sobre las primeras; el izquierdo está ocupado por dos filas de palmas con sus volutas, de talla más elaborada que las del ábside.

Ventana fachada sur 

Capitel ventana 

Capitel ventana 

La puerta, siguiendo el modelo codificado en la época, se abre al tramo anterior al de los pies, resaltada entre contrafuertes (el resalte mide 3,83 m de frente y 0,65 de profundidad; el vano alcanza 1,50 m de anchura) y protegida por un vierteaguas. Sostienen la cornisa taqueada una serie de canecillos muy perdidos, algunos lisos y otros figurados, entre los que identificamos cabezas animales, humana y un contorsionista.







Canecillos de la cornisa 

Las tres arquivoltas con bocel y medias cañas más chambrana, que a pesar del deterioro conserva fragmentos de la decoración a base de roleos, dibujan arcos de medio punto. Completa el ornato de la arcada una hilera de bolas esculpidas en la media caña interior; en la exterior, aleatoriamente se suceden bolas, cabezas masculinas barbadas, piñas y otros motivos de difícil identificación. Este conjunto apoya en cuatro columnas de fuste liso, dos a cada lado, cuyas basas se han perdido o quedan ocultas bajo el actual pavimento. Los cimacios se decoran con tacos y roleos de palmetas, si bien el correspondiente a la jamba derecha ha desaparecido casi por completo. De este repertorio destaca la parte interior del primer capitel occidental, con una delicada talla en que se reconocen animales y monstruos (león, híbrido con cabeza humana encogullada y otra cabeza con tocado) entre la vegetación. Recuerda a soluciones ornamentales de cimacios característicos de la segunda mitad del siglo XII.
Los dos capiteles exteriores de la portada representan un motivo de entrelazo vegetal, de ritmo espiral y talla profunda, de factura más fina que los reseñados hasta el momento. Recuerdan a soluciones languedocianas o incluso provenzales, propias de talleres formados en repertorios clásicos. Ambos enmarcan los dos capiteles interiores, los únicos historiados de esta iglesia, cuya interpretación ha sido discutida (en parte por el mal estado en que han llegado).
Biurrun vio en ellos la plasmación de la parábola de las vírgenes prudentes y necias, mientras que Lojendio reconoció el tema románico del Cristo en majestad rodeado por el apostolado. Por su parte Omeñaca identificó el episodio de la Ascensión con la presencia de los apóstoles, interpretación que ha tenido éxito entre los analistas posteriores. En el capitel de la derecha se esculpe a Cristo erguido y vestido con rico manto, envuelto en una mandorla sogueada entre dos ángeles. Le acompañan cuatro personajes masculinos, uno en la cara interior y tres en la exterior, a los que hay que añadir otros siete representados en el otro capitel, si bien los dos personajes labrados en las esquinas nos han llegado fragmentados. A la luz de lo descrito se puede afirmar que estamos ante una representación de Cristo glorioso con el apostolado, en una iconografía típicamente románica, que bien puede representar la Ascensión, como planteó Omeñaca, ya que la presencia de once apóstoles habla de la muerte de Judas. Este tema cuenta con otra bella versión en un capitel del claustro románico de la catedral de Tudela.
El análisis de estos relieves revela la mano de un maestro con recursos, aunque algo torpe, que trata con minuciosidad los rostros y la vestimenta, a la que dota de cenefas, broches y elaborados pliegues. A pesar de no ser un maestro de primer orden, conoce los procedimientos de los talleres más representativos que por entonces trabajaban en Navarra y especialmente en Pamplona.
En cuanto a la filiación del autor de esta portada, Lojendio la relacionó con Artaiz, aunque el maestro que trabajó en este último monumento se expresaba con más vigor, mientras que Omeñaca propuso al maestro de San Juan de la Peña, cuya actividad se rastrea en lugares no tan lejanos de Arce, como Sangüesa o Huesca. Esta atribución ha de ser abandonada ya que no coinciden ni en la composición y distribución de los personajes dentro de las distintas caras del capitel, ni en el formato de los personajes, ni en el modo de realizar los plegados, ni en la representación de las anatomías (especialmente rostros y ojos). Como hemos adelantado, por el repertorio empleado y por las maneras de realizar la obra, más bien se acerca a fórmulas derivadas de la segunda oleada languedociana que se desarrolla durante el segundo tercio del siglo XII.
La iglesia conserva la torre primitiva con el cuerpo de campanas prismático que se levanta sobre el tramo rectangular de la nave, donde existió un desaparecido coro elevado. Refuerzan sus ángulos y el centro del muro oeste contrafuertes muy planos. El sonido de las campanas se expande por los dos medios puntos abiertos en lo alto del paño oeste y otro en el lado sur.

Al interior se percibe con nitidez la planta románica (14,64 x 8,56 m), que describe un rectángulo dividido en tres tramos coronados por la cabecera, que consta de un tramo recto y el medio círculo característico del momento. Tras la restauración quedó a la vista el sillar. Como apoyo de la cubierta se recurre a pilastras rectangulares, divididas en dos niveles por una doble moldura que se prolonga por todo el muro, excepto en el hastial. En determinados tramos se adorna con ajedrezado, a veces restaurado. Una segunda moldura dispuesta a media altura sirve para marcar el arranque de ventanas o arcos ciegos y, en cierta medida, resta esbeltez a la nave.
Cubre el interior una bóveda de medio cañón rebajado, articulada por fajones sobre la nave y una bóveda de horno en la cabecera (ya se ha dicho que tanto el ábside como el anteábside alcanzan menor altura).El interior de la iglesia de Arce resulta muy variado no sólo por la doble línea de molduras a la que hemos aludido, sino también por las ventanas y arcos ciegos que rompen la pesadez de los muros y del ábside, espacio éste que además queda individualizado por su estructuración horizontal en tres niveles a base de molduras (el inferior, el central con ventanales y el cascarón).

De los ocho arcos interiores existentes, sólo cinco enmarcan ventanas, mientras que los otros tres sirven para mantener la simetría de los elementos. Los cinco primeros se reparten por el centro del ábside (en triple ventanal), en el muro sur y en el hastial. Los ciegos, uno en el muro norte frente a la ventana meridional, y otros dos a cada lado del tramo recto de la cabecera. La elaboración también indica la importancia del lugar que ocupan, ya que los cuatro vanos laterales se resuelven con un arco de medio punto que descansa en capitel, columna y basa cuadrada, mientras que los tres abiertos en el frente del semicírculo son abocinados con chambrana de tacos y bocel, dobles columnas con sus correspondientes capiteles y basas. En todas las ventanas sobre el capitel descansa un ábaco liso que se prolonga por el paramento de encuadre. Este conjunto de capiteles contiene la decoración del interior del templo. Los dos de la arcada ciega del muro norte representan, uno, palmas con volutas y el otro, tallos curvos con piñas colgantes; los capiteles del siguiente arco muestran tallos sinuosos terminados en hojas digitadas por un lado, y por el otro, leones de tradición languedociana, inclinando la cabeza hacia el suelo bajo volutas.
Pasemos a los del ábside. La ventana izquierda incluye palmas o palmetas hendidas con volutas. Al estar los vanos tan próximos, los capiteles intermedios son dobles. En la ventana central destaca el ornamentado con esquema de círculos que encierran flores con cuatro pétalos. Finalmente, la ventana derecha luce un motivo curioso de difícil identificación, con dos arcos que enmarcan elementos con incisiones. Ya en el muro sur hay que reseñar los capiteles del vano ciego, liso uno y el otro con roleos con palmetas, mientras que la ventana que se abre a continuación presenta palmas inscritas bajo volutas así como grandes hojas nervadas.
Antes de terminar con el interior de esta iglesia hay que detenerse, por lo singular del caso, en el nicho abierto en el muro norte, junto a la cabecera, de poca profundidad (0,31) que alcanza 1,84 m de vano, apropiado para lucillo funerario. No sería descabellado pensar que el linaje de los Arce, con quienes hemos relacionado esta iglesia, lo hubieran escogido como lugar de enterramiento privilegiado. En este sentido hemos de recordar que en pleno siglo XII el panteón de la familia real en Leire adquirió la forma de dos arcos ciegos dispuestos muy cerca de la cabecera. En Arce, frente a este arcosolio hubo otro semejante, modificado cuando se hizo la sacristía. Más llamativos resultan los dos arcos apuntados, ciegos, situados en lo alto del muro norte, en los dos tramos occidentales de la nave, cuya función funeraria no es viable por la altura de su ubicación, aunque a ellos se accedía desde el desaparecido coro de madera. La puerta de acceso está enmarcada por un arco de medio punto.

La iglesia cuenta con un bancal corrido y con una hermosa pila bautismal lisa, ubicada a los pies, que mide 1,05 m de altura y 0,87 cm de diámetro.
La iglesia de Arce, por todo lo que se ha visto, se ajusta a los parámetros del románico rural, derivado de la gran empresa de la catedral de Pamplona, por lo que cabe considerarla del segundo tercio del siglo XII. Con todo, su concepción espacial, la proporción de sus cuerpos, la articulación y variedad de los elementos con abundancia de los arcos, sobre todo en el interior, la hacen especialmente interesante y rica, alejada de las soluciones codificadas y elementales en la arquitectura rural de la época.

 

 

 

 

 

 

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