Archivo del blog

sábado, 18 de enero de 2025

Capítulo 46-2, Románico en Navarra, Sierra de Aralar, Iturmendi, Equiarreta, Lete, Berriooplano

Sierra de Aralar
Iturmendi
Lugar y municipio de la Barranca-Burunda perteneciente la Merindad de Pamplona, se halla situado a 38 km de la capital navarra. Desde ella se puede llegar a través de la AP-15 hasta Irurzun. A continuación se enlaza con la A-10 hacia Alsasua. Poco después de pasar Bacaicoa se alcanza Iturmendi tras tomar el desvío de acceso a la localidad.
La actual ermita de la Asunción de Iturmendi fue, en origen, la parroquia del lugar de Aizaga-Aitzaga, posteriormente un despoblado. Dada la proximidad de ambas localidades, Iturmendi acabó por incorporar a su término la iglesia de Aizaga, en calidad de ermita. Ambas poblaciones estaban enclavadas en el Corredor del Araquil, una ruta natural que conducía desde la Cuenca de Pamplona a las tierras de Álava y Castilla. En época romana fue el eje de la calzada Burdeos-Astorga y posteriormente, hasta el siglo X, constituyó la ruta de peregrinación a Santiago de Compostela a su paso por Navarra, hasta su desvío por las tierras de Estella y Nájera. A lo largo de esta antigua ruta de comunicación, se pueden encontrar otros templos románicos como el santuario de San Miguel de Aralar, Santiago de Itsasperri en Eguiarreta y Santa María de Zamarce en Huarte-Araquil.
En los años 1199-1200 Alfonso VIII de Castilla conquistó Álava y Guipúzcoa, creándose una línea de separación territorial con el reino de Navarra que favoreció el bandidaje dirigido desde el otro lado de la frontera, lo que tuvo como consecuencia el despoblamiento de la comarca. Aizaga se asentaba junto al río Burunda, muy próxima a la antigua calzada romana. Según Arbizu Gabirondo, la primera mención documentada a este lugar dataría de 1196 y estaría localizada en el testamento de Rodrigo de Argaiz en el cual donaba al hospital de Roncesvalles ciertos bienes en Unzu, Navaz, Echagüe y Eizaga. Como las tres primeras localidades se encuentran emplazadas en la Merindad de Pamplona, puede pensarse en que dicha población podría ser la que se ubica en la Burunda. Sin embargo, y dado que el apellido toponímico de este testador es Argaiz (villa del valle de Lónguida) y que en dicha carta son nombrados Zuazu, Sansoáin, Ongoz, Irangoz y Erreta, pertenecientes a la Merindad de Sangüesa, existe la posibilidad de que ese Eizaga sea un término en las proximidades de la peña de Izaga, en el valle de Izagaondoa. Aunque podría ser más probable que se tratase del lugar en el cual se emplazaba el cenobio de Santo Tomás de Mendibezúa o de Izaga que, junto con todas sus pertenencias, fue donado en 1103 por Pedro I a San Miguel de Excelsis para levantar allí un monasterio. Este templo estaba ubicado en la villa de Arguindoáin, en el Corredor del Araquil (supra uilla de Arguindoayn et iussu uilla de Verroheta inter ubi duos fontes manant). Unas centurias después, Arguindoáin fue destruida, junto con otras cercanas, para que sus habitantes poblaran Huarte-Araquil. Así pues, por todo lo comentado, debe concluirse que, en ninguno de los dos casos, se identificaría con la población de Aizaga ubicada en las proximidades de Iturmendi.
La siguiente mención a Izaga sí que hace referencia a la localidad cercana a Iturmendi. Aparece en un documento datado en 1197 por el cual Sancho VII el Fuerte otorgaba a Iranzu el lugar de Elcorri, ubicado en la Burunda ata el somo de Hueçaga. En 1268 era mencionada de nuevo, junto con Iturmendi y Urdiáin, en el Libro del Rediezmo. Para 1328 estaría despoblada como consecuencia de la inestabilidad socioeconómica de la zona. Décadas después habría sido repoblada y contaría con diez fuegos de labradores en 1350, que se redujeron a cinco en 1366. En 1368 pasó a tener ocho hogares. En 1373 todavía se cobraba la primicia de Izaga, que era destinada por aquel entonces a la reparación y fortificación de las torres de Echarri. En 1379 aún se registraban ocho pecheros. En 1427 ya no se contabilizaba ningún habitante y quedó despoblada definitivamente. Además, en 1363 el Libro del Rediezmo anotaba un clérigo al servicio de su iglesia. Iturmendi, por su parte, pudo ser fundada con posterioridad a Aizaga, ya que sólo se conocen referencias documentales a partir de 1260.

Ermita de la Asunción de Nuestra Señora o de Aizaga
La ermita se halla ubicada en las afueras de la población, y a ella se puede llegar a través de un camino asfaltado que salva el río Burunda. Sobre una loma rodeada de arbolado se emplaza el templo. Su exterior es un bloque rectangular compacto de sillarejo de mediano tamaño. El sillar escuadrado queda reservado para las esquinas y la portada. Originalmente en su lado oriental tuvo adosado un ábside semicircular que, ante la amenaza de derrumbe, fue demolido en los primeros años del siglo XIX, según afirma Arbizu Gabirondo. De este modo, su configuración primitiva habría estado más cerca de lo habitual en templos románicos rurales.
Actualmente, y tras la restauración efectuada por los vecinos en colaboración con la Institución Príncipe de Viana en la década de 1990, se halla compuesta por tejado a dos aguas, cabecera recta, muro norte compacto, frente occidental perforado por una saetera –a la altura del coro–, y sur con dos ventanas rectangulares posmedievales y portada románica abocinada (3,70 m de frente por 1,16 de vano). Ésta última se halla embutida en un paramento de piedra que sobresale del muro sur 23 cm.
Está formada por tres arquivoltas en arista viva y lisas de las cuales sólo la exterior está ornamentada por una decoración a base de puntas de diamante.
Las externas apean en columnas con dos parejas de capiteles, frente a la interna que hace lo propio sobre pies derechos. Se aprecia talla de boceles tanto en las esquinas del resalte de la portada como las esquinas de las jambas, lo que denota su ejecución en época tardorrománica. Las columnas, monolíticas, apoyan sobre basas cuadrangulares muy desgastadas –algunas de ellas todavía conservan su primitiva decoración a base de haces de acanaladuras verticales– y plintos moldurados. El perfil de las basas asimismo evidencia una ejecución tardía.
En los cuatro capiteles se cincela una decoración historiada en la que predominan las criaturas fantásticas. El primero y más occidental exhibe en ambos frentes serpientes entrelazadas y dos personajes enroscados, apenas visibles, que luchan contra ellas. En el segundo se disponen sendas arpías divergentes. El tercero y el cuarto lucen respectivamente dos parejas de grifos y de leones afrontadas; los leones, como en otros ejemplos románicos, presentan la cola enhiesta por delante del lomo. Sobre ellos, se dispone un cimacio corrido con decoración vegetal y floral donde se alternan, de Oeste a Este, palmetas, hojas palmeadas polilobuladas, combinaciones de hojas lanceoladas, trifolios y vegetación variada. Finalmente, en el más occidental, entrelazos de tallos vegetales. Y en las partes externas se alinean bandas ajedrezadas. Estos motivos alternan fórmulas del románico pleno y del tardío. 



Detalle 

En los seis canecillos que se acomodan en el frente superior del paramento, vuelve a repetirse una temática decorativa bastante similar a la zona inferior. En la primera se labra, en su parte baja, una figura alada que quizás podría ser un águila. Sobre ella se despliega un tallo vegetal formando entrelazos. En la segunda aparecen cinceladas dos figuras humanas barbadas y vestidas con faldilla trabadas en lucha, remitiendo quizás al frecuente tema de la ira representada como escena pugilística (otros combates similares también pueden encontrarse en Berrioplano, Artaiz, San Pedro de la Rúa de Estella y Santa María de Sangüesa). En la tercera se talla una cabeza animal devorando a algún otro ser que se retuerce entre sus mandíbulas. También en la cuarta aparece esculpido un monstruo antropófago; y en la quinta una cabeza animal muy deteriorada. Finalmente en la sexta podrían representarse quizás dos arpías, sin que se pueda distinguir claramente su identidad.
El interior del edificio se muestra como un espacio de nave única (6,38 m de anchura por 13,42 de longitud) de morfología rectangular organizado en tres tramos apenas visibles. En 1800 se sustituyó su ábside semicircular por un muro recto. En esta época, también se reformó la parte alta de los muros e igualmente el coro y las cubiertas. En la última restauración se abrió de nuevo la saetera original ubicada en el hastial y cegada en 1629. Y se levantó el suelo de hormigón, dejando al descubierto un enlosado de cantos rodados, que sólo ha sido conservado en el área junto a la puerta.
Tres capiteles, que debieron formar parte de la iglesia primitiva, son guardados en el interior del templo, bajo el pequeño retablo de madera del presbiterio. Fueron trasladados allí en la última restauración, pero anteriormente –posiblemente en el siglo XIX–, dos de ellos fueron sido incrustados en las partes altas del frente sur y el restante en el oriental.
El primero, colocado al Norte, exhibe arpías en los frentes entre maraña flanqueando una cabecita humana esculpida en la esquina. Recuerda a fórmulas derivadas del segundo taller de Silos.
El segundo muestra haces de tallos doblados que se extienden hacia los laterales de los frentes dejando libre, en cada uno de ellos, un espacio central donde luce una piña. En una parte de su ábaco, se esculpe una cenefa incisa en zigzag.
Y en el tercero, uno de sus frentes ostenta una cabeza monstruosa de la que nace una serpiente (en un capitel de la portada de Santa María de Zamarce se esculpen cabezas de cuyas bocas brotan tallos vegetales que se entrelazan entre sí). Junto a ella, descuella una criatura con cuerpo de reptil y cabeza de loro (quizás un grifo, como los de la portada).


A continuación, en la esquina, se dispone una oronda figura humana vestida con hábito que porta un libro abierto en la mano izquierda, bendice con la diestra y además lleva una taleguilla en el costado derecho. Mientras que en el siguiente frente se esculpe otra persona arrodillada que podría portar en su mano derecha un objeto colgante, quizás una honda, y que también podría interpretarse como un monaguillo con incensario como afirma Arbizu Gabirondo. En ella se observa la misma fisonomía (cabeza y ojos especialmente) que se puede apreciar en los restantes vestigios escultóricos conservados y pertenecientes a esta iglesia, de los cuales se hablará en breve. Bajo ellos, una losa rectangular escuadrada de piedra fue suprimida en 1800 del tejaroz que cubría la zona superior del paramento de la portada, al igual que se dispone en la ermita del Santo Cristo de Cataláin de Garínoain o en la de Santa María de Arce. Sin embargo, fue reubicada y empotrada en la pared, bajo el retablo. Sus bordes están tallados con una cenefa ajedrezada. Por último, y en esta misma área, también subsisten restos de dos pequeñas aguabenditeras con taza cuadrangular que han sido reutilizadas como peanas y maceteros y cuya ornamentación está muy desgastada, si bien podrían tener talladas cabezas en sus esquinas.

En la casa parroquial se conservan otros restos románicos de la ermita. En primer lugar, varios fragmentos de columnas monolíticas de pequeño tamaño.
Muy probablemente, junto con los capiteles expuestos en la ermita, formaron parte de una de las ventanas del ábside desmontado. Pero además, existe también un modillón –el único conservado de una serie que habría estado colocada bajo el alero del tejado–, en el que aparecen tallados dos personajes humanos entrelazados y en acción de luchar. Aunque les faltan sus extremidades inferiores, uno de ellos ciñe su cintura con un cíngulo trenzado con cabos pendientes. Esta escena pugilística se relaciona con la que se puede ver en uno de los canecillos del paramento de la portada de la ermita.
Finalmente, en la parroquia de San Miguel Arcángel se custodia la pila bautismal de la iglesia de Aizaga que fue trasladada allí en 1864. Fue dispuesta en el sotocoro donde permaneció empotrada en un nicho, cubierta por una capa de cal. Hace unas décadas, fue reubicada en el brazo norte del crucero, donde está situada en la actualidad. Sin embargo, su emplazamiento original fue el ángulo noroccidental de la iglesia de Aizaga, donde permaneció su pedestal cuadrangular hasta hace pocos años, cuando su pavimento de cantos rodados fue sustituido por baldosa y la plataforma fue colocada en el exterior de la ermita, junto a la portada.
Esta pila bautismal constituye una pieza excepcional dentro del panorama medieval navarro, pues es uno de los escasos ejemplares que conservan decoración figurada e historiada. Su taza semiesférica (95 cm de diámetro por 47 de altura) aparece organizada en dos niveles. En el inferior se labran gallones lisos de gran profundidad con gajos muy marcados aunque planos, sin apenas curvatura. En el friso superior, sin embargo, se narran diversas escenas. En primer lugar, aparece tallado un centauro sagitario apuntando a una pareja de arpías afrontadas separadas por una piña colgante entre sus cabezas. Ambas narraciones están enmarcadas por motivos vegetales. A continuación se dispone un grupo de tres mujeres, las tres Marías dirigiéndose hacia el sepulcro donde reposaba el cuerpo de Jesús.

Escena las Tres Marías ante el sepulcro

Detalle Escena de la Guardia del Sepulcro

Arpías y sagitario

Están vestidas con tocas con barboquejos, largas túnicas y mantos en una escena marcada por un manifiesto movimiento de avance. Llevan, además, en sus manos derechas unos recipientes con perfumes para embalsamar el cadáver. Seguidamente se esculpe el sarcófago de piedra con la tapa ligeramente alzada, vacío, y del cual pende un extremo del sudario. Justo al lado, aparecen figurados los tres soldados que custodiaban la tumba, portando espadas en sus manos.
Manifiestan gestos de terror en sus expresivas caras, que cubren con sus manos. La escena resulta cómica, pues el último de ellos prácticamente cae al suelo como consecuencia del susto. Finalmente, aparece cincelada una doble escena caballeresca. En primer lugar, un caballero con escudo adornado con rodela monta su caballo enjaezado. Justo a su lado, otro caballero de pie, conduce a su montura, sujetándolo por las riendas, a abrevar en una fuente. Esta representación incluye temas que evidentemente conforman un programa iconográfico reconocible, junto a otros habituales o menos frecuentes en conjuntos románicos. Sin duda, la presencia de las tres Marías tiene que ver con la victoria de Cristo sobre la muerte evidenciada en su Resurrección, que a veces la teología cristiana ha relacionado con la muerte del hombre viejo y el renacer del nuevo al ser liberado del pecado original mediante el bautismo. Según Domeño y de acuerdo con explicaciones propuestas para grupos semejantes, la escena del centauro y las arpías podrían aludir a la lucha contra el pecado. Mucho más problemática es la captación del significado de los caballeros, si es que lo tuvieron con relación a un programa de contenido religioso. La citada autora piensa que el caballero cabalgando con escudo representaría a Jesús resucitado mientras que el caballero que alimenta a su cabalgadura responde a Cristo conduciendo al buen cristiano a una Vida plena a través de la Eucaristía. Pero no hay ejemplos comparables coetáneos con los que sustentar la hipótesis.
La fuente apoya sobre un fuste prismático (39 cm) con su correspondiente basa circular. Ambos son lisos y se conservan en bastante mal estado.
Estilísticamente, todos los restos escultóricos pertenecientes a la ermita de Aizaga (canecillo, capiteles, pila bautismal) guardan grandes similitudes entre sí, especialmente las figuras humanas. Por tanto, puede deducirse que son obra de un mismo escultor ya que todas ellas responden a idéntica labra y detalles, tanto en sus cabezas, redondas y un tanto desproporcionadas, como en los ojos rasgados, las formas de las manos y la constitución del cuerpo. La ermita ha sido datada, al igual que la pila y el conjunto de vestigios escultóricos, en el siglo XII por los autores del Catálogo Monumental de Navarra. La inclusión de hojarasca avanzada en la pila y otros detalles como el perfil de las basas o el progresivo alejamiento de los repertorios tardorrománicos más clásicos lleva a pensar que se hizo poco después, ya en las primeras décadas del XIII.
Para terminar, debe indicarse que Clavería y Arbizu Gabirondo recogen la existencia de una imagen mariana románica perteneciente a Aizaga que permaneció en la ermita hasta 1915. En este momento, un devoto, ante su mal estado de conservación, solicitó a diversos talleres de Pamplona la realización de una copia, pero, finalmente, se realizó otra imagen diferente sin ningún valor artístico, dedicada a la Asunción, y la talla románica desapareció.

 

Eguiarreta/Egiarreta
La iglesia de Santiago de Itsasperri pertenece al término del concejo de Eguiarreta, que a su vez forma parte del ayuntamiento de Araquil. A unos 25 km de Pamplona, tras alcanzar Irurzun por la A-15, desde el centro del pueblo tomamos la NA-7500 dirección Odéritz y Lecunberri. A unos dos kilómetros, el desvío a Eguiarreta (NA-7501) nos lleva hasta la ermita, que se sitúa en una despejada ladera con un amplio panorama del valle a sus pies.
El término municipal de Arakil se enclava en el oriente del corredor de la Barranca-Burunda. Esta amplia unidad geográfica engloba de Oeste a Este las comarcas de la Burunda, la Tierra de Aranaz y el Val de Araquil, delimitadas al Norte por la sierra de Aralar, al Sur por las de Urbasa y Andía y al Este por la Cuenca de Pamplona. En contraposición a lo sucedido en épocas más antiguas, durante los siglos XII y XIII la Barranca estuvo relativamente apartada de las rutas de comunicación que atravesaban el reino y unían sus principales centros económicos y culturales.
La actual denominación del valle aparece citada ya como sobrenombre locativo a fines del siglo X, pervivencia quizá de una circunscripción más antigua e integrante del núcleo originario de la monarquía pamplonesa. Las rentas de la corona se consolidaron en la parte oriental de la comarca, alrededor de Irurzun, a partir del fuero concedido por Sancho el Fuerte en 1210. En dicho documento se citan las poblaciones de Aizkorbe, Arraizaga, Izurdiaga, Echeberri, Irurzun, Latorlegui e Iruñeta. También tuvieron heredades en el valle los monasterios de Irache, Iranzu y Roncesvalles, además de los Hospitalarios de San Juan, la catedral de Pamplona y el santuario de San Miguel de Aralar.
La población de Eguiarreta en el siglo XIV alcanzaba “XII fuegos con los II mayorales” según el Libro del Monedaje de 1350; en 1366 se contabilizan tres fuegos hidalgos y ocho de labradores.

Ermita de Santiago de Itsasperri
Aunque se ha considerado que el lugar de Itsasperri estuvo primitivamente poblado, su abandono debió de producirse todavía en la Edad Media. No se conocen ni documentos ni restos arqueológicos que puedan confirmar un hipotético poblamiento en torno a la iglesia. Sea como fuere, el templo erigido es el más antiguo de la comarca, y como tal ha ocupado desde siempre un papel central en la vida cotidiana de las gentes del valle.
De hecho, la vinculación sentimental, administrativa y litúrgica de la iglesia de Santiago de Itsasperri y los vecinos de Val de Araquil es profunda y antigua. Además de San Isidro y numerosas romerías de cada concejo, se celebra allí durante la festividad de Santiago el día del valle. Hasta hace unos treinta años, el ayuntamiento congregaba en la iglesia sus sesiones plenarias; de hecho, la titularidad del templo pertenece a la municipalidad del valle. El inventario elaborado por el Gobierno de Navarra, con motivo de la segregación de Irurzun como municipio independiente, señalaba la ermita de Santiago como Casa Consistorial. En fechas recientes, consistorio y arzobispado han alcanzado un acuerdo que facultaba a la diócesis a organizar el culto y su liturgia con plena libertad.
Desde los primeros años ochenta del pasado siglo ha sido protegida como bien cultural, restaurándose y rehabilitándose en profundidad. Se ha intervenido sobre todo en las cubiertas de la nave, la portada sur y la consolidación de algunos lienzos murales exteriores con sus respectivos contrafuertes.

La planta del templo se nos presenta hoy regular y homogénea. Completamente desembarazada de añadidos perimetrales, destaca por su cabecera semicircular, profunda y peculiar, y el enorme desarrollo y potencia de los estribos que refuerzan el muro norte. Cada contrafuerte señala la división interna de nave y cabecera. Efectivamente, son tres los tramos rectangulares e iguales que conforman la nave. La ausencia de soportes interiores allí se conjuga con los pilares con semicolumna adosada que soportan el de embocadura del presbiterio. La definición planimétrica del ábside, algo más estrecho, es curiosa e irregular; el cierre semicircular sigue su perímetro mural en continuidad con un anteábside trapezoidal. Da la impresión de ser una versión un tanto desnaturalizada y popular de los presbiterios con ábsides y anteábsides característicos del románico pleno. Como es habitual, la puerta principal se abre a un poderoso paramento adosado al tramo intermedio del muro sur de la nave. Una segunda puerta, de menores dimensiones y aparato decorativo, horada el muro del hastial. Las amplias dimensiones generales del templo lo definen como una construcción rural de cierto empeño. Su longitud total es de 18 m por 6,4 en la nave y 5,7 en la parte más ancha de la cabecera.

Una vez dentro, la amplitud del volumen construido es subrayada por el incontestable protagonismo del perímetro mural, prácticamente sin vanos y con hiladas regulares y continuas de sillares oscuros sin facetar. El resultado es rotundo, de una textura ruda y expresionista. Lógicamente los paramentos irían primitivamente lucidos y pintados. La división planimétrica observada entre cabecera y nave se refuerza también en el interior, con una mayor altura y anchura para la segunda.
Como es habitual, la parte más articulada desde el punto de vista arquitectónico es el presbiterio. Se cubre mediante cañón ligeramente apuntado y bóveda de horno, muy rebajada, que se refuerza mediante dos semiarcos de sección cuadrada. Estos apean en ménsulas de un sólo lóbulo, fino baquetón y listel. Los semiarcos confluyen sobre la misma bóveda del exordio trapezoidal. En la práctica, su luz es menor que la del horno, por lo que actúa como un fajón continuo de rosca asimétrica.
Si nos fijamos con detenimiento en la articulación de las bóvedas del presbiterio, son patentes las irregularidades propias de una concepción arquitectónica ya alejada de los modelos que iniciaron el tipo.
Los vanos superan la imposta que corre por el presbiterio a la altura de los cimacios de las ménsulas, por lo que el muro sigue recto más allá del arranque de los dos semiarcos. Éstos deben embutirse en él hasta la altura de sus riñones, punto donde verdaderamente se inicia la semiesfera rebajada. Este insólito sistema de adecuación de vanos, muros y bóvedas recuerda al ábside de la ermita de Eunate; no obstante, su fisonomía general, así como el encuentro de los semiarcos y la bóveda del preámbulo absidal, viene a coincidir con otros ejemplos característicos del último románico rural, como la parroquial de Santa Catalina de Muniáin en Guesálaz, al otro lado de las sierras de Andía y Satrústegui.

Imagen de Santiago en el interior de la ermita 

La bóveda de la nave, algo más elevada que la cabecera, es de cañón apuntado con fajones de sección rectangular. En la actualidad los dos tercios superiores aparecen lucidos, ya que fueron recuperados durante las últimas obras de restauración. De sus cimacios parte una imposta decorada con bolas que recorre los muros laterales. Se refuerza mediante dos fajones de sección rectangular, que apean en cuatro ménsulas iguales, simples pero originales. Va reduciendo su volumen desde el cimacio en dos piezas: la superior, con listel seguido de dos rollos; la inferior, con listel y un solo rollo.
El arco triunfal, doblado y levemente apuntado, apea sobre pilares con semicolumnas adosadas; hacia la cabecera el escalonamiento del pilar se enjuga con el estrechamiento del ábside, por lo que la semicolumna se monta sobre su muro de cierre. Los dos capiteles, únicas referencias escultóricas del interior, acogen decoraciones bastante simplificadas y deterioradas, con dos niveles de hojas hendidas y lisas con bolas. El del lado norte acoge en los ángulos del primer nivel animales monstruosos con sus patas hacia el collarino; en los superiores se adivinan hojitas incipientemente naturalistas. Por el otro lado los animales son sustituidos por volutas. Sobre ellas vemos, muy deteriorado, un vástago vegetal en bulto redondo, que une voluta inferior y pico de la hoja superior. Esta resolución del capitel está claramente inspirada en repertorios característicos de la Valdorba y el segundo tercio del XII, sólo que aquí, con su evidente esquematismo, parece ya lejos de los modelos originales. Las basas, no demasiado elevadas, siguen la tradicional composición de toro, nacela (casi listel) y toro, con bolas en los ángulos del plinto.
Como trasmitía nuestra primera sensación al ingresar en el templo, los vanos se reducen a dos ventanas en el ábside y un óculo con tracería en la parte superior del hastial occidental. Los dos vanos del ábside siguen la tradicional seriación simétrica de tres vanos, con uno axial. En Itsasperri no se horadó el septentrional, cuya rosca, no obstante, sí aparece en el exterior. Ambos son de medio punto, con doble abocinamiento simétrico, aristas lisas y guardapolvos superior también liso en continuidad con la imposta. El óculo, según Lacarra, es fruto de la restauración de finales del siglo XX, aunque no indica hasta qué punto puede seguir pautas de restos hasta entonces conservados. Está integrado por una sólida tracería de seis piezas iguales. Componen un hueco con forma de flor de seis pétalos en lanceta con remates flordelisados para las puntas interiores del sillar. Hacia la rosca, cada pieza acoge un hueco circular simétrico. El resultado es una tracería gótica, todavía con un acentuado dominio del sillar sobre el hueco. Su compartimentación en sillares y su fisonomía general recuerdan, por ejemplo, a los óculos de la nave central de la colegiata de Roncesvalles.
El exterior, tras la restauración, presenta un aspecto unitario y compacto, con una equilibrada jerarquización de los volúmenes de nave y cabecera. Realza el conjunto su pintoresco emplazamiento, en la leve pendiente de prados y bosques que llega al fondo del valle. Todo el perímetro mural está rematado por un tejaroz liso, soportado por canes igualmente lisos, que se repite también sobre el cilindro absidal.
Como proponía claramente el análisis planimétrico, además de las bellas proporciones de ábside y naves, llaman la atención los robustísimos contrafuertes del muro norte. Realmente sus dimensiones son sorprendentes para un edificio del tamaño y estructura del de Santiago: el correspondiente al toral, junto al ábside, supera los 2,5 m de grosor por una profundidad, junto a la columna interior, de 3,2; los otros tres superan el metro y medio de anchura por los 2,5 de profundidad. De elevado cuerpo prismático, rematan con placas ligeramente diagonales y una pilastra breve y poco resaltada que alcanza el tejaroz. Todas sus partes altas aparecen notablemente rehechas.
Su diseño general, muy sobredimensionado, parece obedecer a una intervención de consolidación del muro norte del templo. El recrecimiento de los contrafuertes es especialmente visible en los cambios de sillar e hiladas que configuran el más occidental, junto al hastial. Da la impresión de que los primitivos serían notablemente más finos.
Quizá una pista sobre su resalte primitivo nos la den los estribos que refuerzan el hastial occidental. Al interior se observa claramente la desviación hacia afuera de las partes altas de los muros de la nave, especialmente el norte que se ha desviado claramente al norte del eje vertical. Esta peculiar deriva de las estructuras, frecuente en los templos románicos, es una consecuencia directa del empuje hacia afuera de la bóveda y los problemas de muros y cimentaciones en retenerlo. Recordemos que en Santiago el muro sur estaba reforzado por el paramento adelantado de la portada. ¿Provocó el desplazamiento del muro norte el desplome de parte de las bóvedas? Así parece atestiguarlo la historia del edificio y la pérdida y reconstrucción de la bóveda.
Sigamos circundando el edificio. Tras el muro norte, el hastial acoge dos finos estribos prismáticos, la portadita central y el gran óculo superior. Lo más significativo es el rosetón con sus cuatro coronas concéntricas de abocinamiento liso y achaflanado. La portadita lleva doble arco de mediopunto, el interior liso, y el exterior de grueso baquetón angular, sobre columnas acodilladas. Sus basas son similares a las del interior, con basa con bolas en los plintos; los capiteles se decoran con entrecruzamientos de inspiración vegetal.


Fachada sur 

La fachada sur del templo acoge la monumental puerta principal. Inscribe su abocinamiento en un paramento adelantado con tejaroz sobre canes lisos. Presenta guardalluvias y cuatro arquivoltas de medio punto, con baquetón angular entre nacelas, y cuatro pares de columnas monolíticas, de codillos con aristas baquetonadas. Sólo son originales las dos arquivoltas interiores. El resto de la parte superior de la puerta, incluido el guardalluvias y el paramento con canes y tejaroz, fue reconstruido durante la restauración. La interior, rosca del vano, se moldura con listel angulado entre dos baquetones y nacelas, que encontramos en otras edificaciones tardorrománicas rurales del entorno pamplonés. Han conservado parcialmente, y también deteriorado, un cimacio con una elaborada moldura de roleos y palmetas.
Los capiteles están también bastante deteriorados. La articulación de sus copas muestra alternativamente remates “almenados” o lisos. Los dos de la arquivolta interior son dobles, en correspondencia con el arco, y sus fustes igualmente doblados. Por el lado izquierdo, llevan hojas festoneadas con pares de piñas y capullos en los ángulos superiores; por el otro lado se sustituyen las piñas por hojas incipientemente naturalistas, que nacen de los picos curvados. Enlazan con un tipo de capitel de gran éxito en el tardorrománico estellés. Los otros seis capiteles, comenzando de nuevo por la izquierda, llevan entrelazos en forma de rombos, hojas hendidas ralladas con volutas en los ángulos superiores, entrelazos perlados y, ya en el otro lado, entrelazos de tallos triples con máscara superior, hojitas ralladas con volutas y cabezas monstruosas, y entrelazos triples de retícula romboidal. Destacan los dos interiores, compuestos por fondo de cuatro hojas planas de desarrollo angular que rematan en volutas con flores de lis invertidas.



Para terminar con este virtual paseo circular a Santiago de Itsasperri, el ábside centra las perspectivas más pintorescas del edificio. Más estrecho y bajo que la nave, acoge sobre el cilindro de cierre las roscas lisas exteriores de los tres vanos simétricos. Las tres nacen de una imposta lisa casi perdida, que se convierte en guardalluvias. Su articulación es muy simple y, de nuevo, un tanto ruda y popular. Sólo los dos más meridionales se horadan, con un vano, descentrado en el sur. Las ventanas se rinden a las propias circunstancias climatológicas de la zona, con abundante humedad e inviernos fríos.
Tanto las decoraciones de los capiteles exteriores, como la cubierta de la cabecera, así como las ménsulas trilobuladas y el propio óculo del hastial, parecen confluir ya en los primeros años del siglo XIII. Nos encontramos ante la obra de un maestro que, formado en los modos de construir característicos del ámbito rural, maneja las plantas tradicionales. Para el cierre del ábside elige una bóveda con refuerzos, introducida en Navarra en los primeros años del último tercio del siglo XII. No obstante, muestra poca habilidad en la trabazón de todos los elementos estructurales implicados, en lo que parece la recreación de una referencia arquitectónica no practicada, sino observada. Lo mismo cabe decir de los escasos elementos decorativos conservados. Muestran un repertorio basado en formas de plena vigencia en el segundo tercio del XII, con sus entrelazos, palmetas, hojas festoneadas, máscaras y cabezas… Añade a ellas otros temas vegetales que se generalizan ya en el último tercio, con elementos puntuales más naturalistas, pero tratados de manera rutinaria y ruda. El óculo con tracería ya gótica puede ser tanto una incorporación completamente nueva como haber sido restaurado conforme a vestigios que acusarían un síntoma de lo tardío de la cronología del templo, pues se inscribiría ya en el XIII. Los vanos del ábside son amplios y aprovechan al máximo las posibilidades de bóveda y paramento. El primer tercio del siglo XIII puede ser el marco cronológico en el que se inscriban la mayor parte de elementos citados. Esta va a ser nuestra propuesta cronológica, documentando así la perduración de los repertorios decorativos del siglo XII, el medio punto en los vanos y la bóveda de cañón como cerramiento, durante el siglo XIII en ámbitos rurales relativamente alejados de los centros creadores más dinámicos.

 

Lete
El lugar de Lete se localiza en el extremo Noroeste de la Cuenca de Pamplona y a él se llega por la carretera NA-700 hasta Ororbia, desde donde se sigue por la NA-7010, hacia el Norte, a unos 17 km de la capital. Su emplazamiento septentrional conlleva un paisaje más cerrado que lo característico de la Cuenca, salvaguardado por suaves montículos. En su término y cerca de la población se localiza el monasterio de Yarte.
Las noticias de los archivos indican que la catedral de Pamplona administró propiedades en su término desde el siglo XI, mientras que el patronato de la iglesia dependía en 1322 del monasterio de Irache. La presencia de esta localidad en la historia de Navarra viene dada por el linaje de Lete o Lehet, uno de los principales de la nobleza del reino. Figura entre los doce ricoshombres cuyas armas acompañan a las del monarca en el Libro de Armería del Reino y en las claves del refectorio catedralicio pamplonés. Jimeno Fortuñones de Leet aparece repetidamente en la documentación navarra desde 1090 hasta el siglo XII, lo mismo que Martín, quien figura como testigo del testamento de Alfonso I el Batallador y en numerosos diplomas de García Ramírez el Restaurador y Sancho el Sabio.
Sobre la población podemos decir que en 1350 contaba con diez fuegos, que se redujeron a seis en 1366, población que era servida religiosamente en 1363 por dos clérigos.
En el centro del lugar se levanta la iglesia parroquial de San Millán, edificio que sigue los usos constructivos de la arquitectura religiosa rural de inercia románica, muy conservadora en sus elementos, como por ejemplo en el empleo de la bóveda de cañón apuntado así como en el tipo de ménsulas de apoyo. En contraste, la portada, de arco y arquivoltas apuntadas de molduraje elaborado, sitúa al templo en el siglo XIII.

Monasterio de Santa María de Yarte
El monasterio de Yarte está situado en el término municipal de Lete, en las inmediaciones de la antigua vía romana que conducía desde Astorga hasta Burdeos, justo donde dicha vía accedía a la Cuenca de Pamplona. La iglesia y sus edificaciones anejas no quedan lejos del río Araquil, a mano izquierda de la carretera que conduce a dicha localidad.
Las referencias más antiguas provienen de la donación del monasterio superior e inferior de Yarte efectuada por Sancho el Mayor y su esposa Mumadona al abad Leoario de Albelda en 1024 Del mismo año data una entrega de heredades a los monasterios de Yarte y de Anoz (ad ipsas cenobitas que uocitantur Yharte et Anoz, que Lacarra traduce como “monasterio de religiosas de Yarte y Anoz”). Tras un período de pertenencia a Albelda, García el de Nájera concedió Santa María de Yarte y otras posesiones al monasterio de Irache en 1045 a cambio del castillo de Monjardín. Ningún resto visible en la actual iglesia puede identificarse como prerrománico. Con motivo de las obras de restauración (2002-2006), se han llevado a cabo excavaciones en el interior del templo y su entorno cuya publicación permitirá conocer mejor sus orígenes.
Yarte funcionó como priorato del que dependían otras propiedades irachenses cercanas. Aquí se centralizaba la recepción de rentas que luego se remitían a la abadía benedictina. En 1110 era prior Eximinus y consta la existencia de otros clérigos en el lugar. Resulta muy interesante la donación de Aznar Oriol de Sotés, quien previó que su cuerpo y el de su hijo habrían de ser enterrados en Yarte, lo que motivó un conflicto acerca de ciertas heredades legadas por el difunto a Irache, resuelto antes de 1131. No es descartable que algún particular ayudase a la financiación de la construcción de la iglesia con la intención de ser sepultado en su interior o en sus inmediaciones, como sucedió con otros templos del siglo XII. Hacia 1200 aparece citado repetidas veces el prior Sancho Zutur, lo que hace suponer que fue un período brillante en la vida del pequeño cenobio. Le sucedió Martín (1217) y años después Íñigo Zutur (1227-1250). Justamente en tiempos de este último (1229) aparece la única referencia documental a obras en el monasterio (la venta de dos collazos ad opus monasterii Sancte Marie de Ihart). Es bien conocido que el concepto medieval de “obra” de un monasterio no hace referencia exclusivamente a la concreta edificación de la iglesia, sino también a su mantenimiento o lo relativo a otros edificios y labores, por lo que su cita en un documento no es definitiva a la hora de asignar cronología a edificaciones hoy en pie.
Las dimensiones de la edificación son humildes y proporcionadas con el tipo de culto que allí iba a tener lugar. Sería equivocado pensar que estamos ante una iglesia importante y que hubo una organización de topografía monástica (claustro y dependencias) semejante a la localizable en el propio monasterio de Irache.
En la rica documentación posmedieval sólo consta la existencia de la iglesia, la casa aneja, el patio con su pozo y las construcciones destinadas a almacén, granja, molino y viviendas de colonos. Diversas descripciones de los siglos XVII y XVIII, como un inventario de 1662 y la relación redactada por el prior Soldevilla hacia 1790 en el Libro Manual de Yarte, describen la decadencia del priorato. En 1802 se afirma que lo habitaban “un monje y dos criados, que regularmente son 20 personas”. En 1850 había un vecino y seis almas. Los avatares de la desamortización en este enclave fueron estudiados por Mutiloa. El interior siempre resultó austero. En el siglo XVII tenía una imagen de la Virgen y un calvario que fue enterrado junto al arco del coro. Aneja a la iglesia existió la casa del priorato, con lo necesario para la vida de un muy reducido número de monjes (nunca se documentan más de dos al mismo tiempo), y los almacenes necesarios para centralizar las rentas. Los edificios de los colonos se reconstruyeron a finales del siglo XVIII.

La iglesia románica de Santa María de Yarte cuenta con un número muy reducido de referencias en la bibliografía histórico-artística. Biurrun ignora su fábrica aunque demuestra conocer el lugar, ya que habla de una antigua cruz parroquial de madera pintada, que considera románica: “de madera, no se recubre con chapas de metal, como otras conocidas, sino de pintura románica, en que aparecen los evangelistas, representados en los emblemas, que ya son bastante conocidos. Su factura no es como la arqueta de Fitero, ni como la custodiada en la Catedral de Pamplona, y que procede del Monasterio de Leyre.
Es de mayor perfección pictórica que el cofre de reliquias Fiterano: se emplearon algunos tonos más que en la arqueta: y aún pudiera decirse que, si en la primera predomina una dificultad ornamental, cual correspondía a los monjes blancos, en esta otra se advierten influencias de un arte más jugoso y acostumbrado al ornato en figuras y representaciones”. Se desconoce su paradero actual. El templo fue descrito por Clavería y otros autores, que lo datan a mediados o en la segunda mitad del siglo XII y lo relacionan con Navascués y Eusa por la existencia de una torre ante la cabecera. Uranga e Íñiguez caracterizaron este grupo de iglesias como “tipo Loarre” y en él incluyeron también Olleta, Azuelo, Cataláin y Ballariáin. El Catálogo Monumental de Navarra hace referencia a las pinturas murales góticas ubicadas en el tramo con cúpula.
La iglesia fue edificada en un único impulso constructivo, como revela el análisis de paramentos. Se empleó un sillarejo bastante regular, del tamaño habitual en otras edificaciones románicas del siglo XII (altura de hiladas entre 20 y 40 centímetros), aunque no tan cuidado en la elección del material y en la labra de sus superficies como en templos de mayor empeño.
El mayor esmero en la zona septentrional del ábside lleva a pensar que las obras se iniciaron por esa área. También el contrafuerte emplazado al norte, en la conjunción de cabecera y tramo abovedado, presenta un alzado más complejo (con doble esquina) que el correspondiente del lado sur, lo que indicaría su construcción anterior.


El templo consta de tres espacios diferenciados: cabecera, tramo con cúpula y nave. La cabecera presenta exterior de trazado semicircular e interior poligonal de siete paños, que dibujan un polígono irregular, a manera de herradura, como refleja claramente el plano. El exterior de la cabecera muestra tres ventanas estrechas, parcialmente rota la central, talladas en sillares diferentes al resto del muro (con otro tipo de piedra y labra esmerada). Son semejantes a muchas otras ventanas en aspillera de construcciones románicas rurales. Los muros se alzan sin interrupciones hasta la cornisa, sustentada sobre canecillos abiselados. La cubierta llegada a nuestros días era principalmente de laja y teja.

El interior de la cabecera resulta más interesante, sobre todo a la altura de las ventanas. A este nivel en los siete paños se practicaron rebajes de remate semicircular. En el eje y en los intermedios se abren las correspondientes ventanas abocinadas, mientras que en los otros cuatro paños dichos rebajes arqueados quedaron ciegos. Sobre los siete lados arranca una bóveda por paños y no la habitual de horno tan característica del románico. Alzada en mampostería pequeña e irregular, fue revestida de un revoque de color arenoso sobre el que pintaron probablemente desde el origen un despiece de tamaño pequeño, recuperado durante la reciente restauración. Dicho despiece parece haber decorado asimismo los muros. Está animado por una cruz griega de brazos ensanchados en la cúspide de la bóveda, un diseño a manera de dovelas en el borde de los arcos rebajados y una cinta en rudimentaria greca bajo el arranque de la bóveda. Hasta la reciente restauración (2002-2005) el altar se situaba anejo al muro. Hoy se emplaza en el centro del presbiterio; consta de un ara monolítica con su receptáculo de reliquias.

Interior del ábside 

Detalle de la bóveda del ábside 

El tramo con cúpula se manifiesta al exterior mediante muros más altos que la cabecera y la nave. Ya hemos mencionado la peor calidad en el aparejo, a lo que hay que añadir la inexistencia de canecillos bajo la cornisa. La cúpula se manifiesta al exterior rebajada, con el perfil condicionado por su conexión con la espadaña. Llegó al 2002 cubierta de laja y teja como la cabecera y rematada en una linternita de ladrillo barroca.
El interior del tramo con cúpula se acusa por la presencia de gruesos machones de un metro de frente y casi otro tanto de resalte. Sirven para soportar dos grandes arcos de medio punto. En el muro sur se abre una ventana elevada, semejante a las de la cabecera. Bajo ella se localizan dos nichos de remate semicircular como los de la cabecera. En el muro norte no hay ventana, pero sí los correspondientes dos nichos parejos a los situados enfrente (el lugar del tercero se ve parcialmente cubierto de revoque que, al haber desaparecido en algunos lugares, facilita comprobar su inexistencia).
Resulta muy normal en la arquitectura medieval navarra que no haya ventanas abiertas en el muro septentrional. En ambos muros se emplazaron hornacinas de menor altura y mayor profundidad de finalidad litúrgica. La transición del cuadrado a la cúpula se realiza mediante cuatro superficies triangulares en las esquinas, donde normalmente (me refiero a otros edificios del siglo XII) vemos trompas. Una moldura sencilla marca el arranque de la cúpula en su muro oriental. La cubierta está formada por ocho paños curvos, es decir, obedece a un sistema semejante al empleado en la cabecera.
El aparejo también es idéntico. En el centro se abre el hueco correspondiente a la linternita. El modo como están terminados los sillarejos que constituyen el orificio recuerdan a los que trazan los arcos de las puertas, de lo que es deducible la apertura del óculo desde el origen.

Lado sur 

El tramo de nave se encontraba hasta 2002 muy desfigurado. Tras la reciente intervención ha recuperado la apariencia de época románica: un espacio único con su puerta principal sensiblemente centrada en el lado norte y la correspondiente ventana en el lado sur. La puerta principal abierta mantiene su arco original y un resalte exterior en las enjutas. Carece de cualquier otro elemento tallado: ni fustes, ni capiteles, ni arquivoltas. La ventana meridional todavía conserva su enmarque moldurado y su abocinamiento original. Una segunda ventana se abre a nivel más alto en el hastial. Ambas presentan hacia el exterior el mismo despiece y hacia el interior el mismo abocinamiento que las de la cabecera. Una moldura pétrea de perfil oblicuo recorre los muros meridional y septentrional a la altura de la imposta de la ventana meridional a la que enmarca. La puerta meridional está muy deteriorada pero probablemente existió allí desde el principio. La nave se cubre con bóveda de medio cañón de la misma mampostería que cúpula y cabecera; conserva canecillos bajo la cornisa. En el exterior del muro occidental todavía se ven ménsulas que pudieron corresponder a alguna construcción antigua. El hecho de que la casa prioral moderna ocupara ese mismo lugar hace suponer que desde el principio se planteó la edificación complementaria en esta zona de la iglesia. La hipotética primera construcción sería muy elemental, de madera, y no ha dejado otra huella. Desde el exterior se aprecia una espadaña alzada sobre el encuentro de cúpula y nave. Es muy sencilla, de arco semicircular único, con ciertos refuerzos en el muro (ménsula visible en la esquina de la nave).

Lado norte

Puerta norte

Puerta norte

Como se deduce de los elementos espaciales y de las técnicas constructivas, la iglesia de Santa María de Yarte parece haberse edificado en una campaña única no muy dilatada. Fue proyectado un templo peculiar, organizado en tres ámbitos. La cabecera destaca por la combinación de diseño semicircular exterior y poligonal interior, y también por la alternancia de ventanas y arquería ciega. Ambos rasgos los comparte con otras construcciones navarras del siglo XII, derivadas de la desaparecida catedral románica de Pamplona. Dadas las vinculaciones de Yarte, sin duda se siguió, simplificándolo, el modelo constructivo irachense. Allí encontramos la combinación semicírculopolígono, si bien al revés, ya que el semicírculo corresponde al interior del ábside y el polígono al exterior. Del mismo modo, en Irache se da la alternancia ventanas-arcos ciegos y la existencia de siete paños, con la diferencia de que fueron muy decorados y se añadió un nivel de óculos.
En resumen, la cabecera de Yarte simplifica la de Irache mediante un recurso que abarató considerablemente el costo al prescindir de cualquier elemento escultórico (lo que permitía además trabajar con piedra de menor calidad y con canteros menos diestros). Otra particularidad de la cabecera de Yarte es el hecho de que los paños occidentales no sean paralelos sino convergentes, de forma que el polígono dibuja una herradura. Sin duda es algo intencionado, pero no sabemos a qué se debe. Una explicación atractiva lleva a suponer que en la construcción prerrománica de Yarte la cabecera dibujara una herradura, como las de muchas iglesias hispanas del siglo X, de forma que la renovación románica habría mantenido un recuerdo del trazado original.
La existencia de una cúpula en el primer tramo ha sido puesta en comparación con Loarre y con varias iglesias navarras (Olleta, Cataláin y Azuelo principalmente).
Todas comparten la organización en tres espacios: ábside, tramo con cúpula y nave. Pero existen diferencias entre ellas. Así, la vinculación de Yarte con Loarre se manifiesta especialmente cercana en la presencia de tres ventanas en el muro sur del tramo con cúpula aragonés, que recuerda a la ventana más dos arcos ciegos de Yarte. Sin embargo, existen claras divergencias: dejando de lado que Yarte carece de arquería ciega en la parte inferior del ábside, Loarre tiene una ventana en el muro norte del tramo con cúpula, presenta óculos entre las trompas y, sobre todo, no tiene linterna. En cuanto a las navarras, tanto Olleta como Cataláin disponen linterna (ninguna llegada a nuestros días es de factura románica), pero el modo como se sustentan sus cúpulas es distinto. En Olleta se alza sobre dos arcos semicirculares completos transversales y dos cuartos de círculo longitudinales. Cataláin, que sí tiene arquillos ciegos en el zócalo del ábside (como Loarre), ofrece un interior muy reformado. Azuelo carece de linterna y la soportan una combinación de arcos apuntados y semicirculares. Tanto Loarre como Olleta y Azuelo elevan las cúpulas sobre trompas (dobles las aragonesas) y se enriquecen con decoración escultórica. De este modo, mientras la derivación irachense de la cabecera resulta evidente, el tramo con cúpula no remite directamente a ninguna obra que haya llegado a la actualidad. No hemos de olvidar que también Irache contó con una cúpula románica –o al menos con su proyecto– sobre el crucero; es imposible averiguar si en algún diseño inicial contaba con linterna. La comparación con otras iglesias mencionadas por Uranga e Íñiguez, como Ballariáin o Eusa, topa con la dificultad de que ambas tienen torre sobre este tramo, no cúpula, mientras que Yarte se conforma con una espadaña. No hay razones para pensar que tuvo torre campanario luego derruida, como supone Mutiloa.
En cuanto al tramo de nave, la presencia de la puerta centrada en su muro norte resulta semejante a Olleta o a Villaveta, aunque en este caso simplemente se acude a una solución tan normal que no es posible extraer demasiadas consecuencias: la colocación de las puertas en las iglesias románicas responde a la circulación en el exterior y a la relación con edificaciones cercanas. Ni Olleta ni Loarre tienen puerta occidental (sí la hay en Azuelo). Acerca de la ausencia de campanario en Yarte y su sustitución por espadaña, la solución recuerda a otras obras vinculadas con la catedral de Pamplona como Cataláin y Eunate. También Azuelo fue dotada de espadaña, pero en la zona más alterada por recrecimientos tardogóticos. Loarre carece de espadaña y de torre campanario en la capilla castrense. Olleta tiene a los pies torre con este cometido. Muchas iglesias navarras románicas dispusieron de espadaña. En Yarte los contrafuertes de su cara occidental no son simétricos. El meridional fue situado un poco más hacia el interior, lo que obligó a colocar una ménsula junto al arranque de la bóveda de la nave. En cambio, el septentrional, al ubicarse más hacia fuera, fue a apoyar sobre el muro lateral, de suerte que no hubo necesidad de disponer otra ménsula.
¿Qué tiene en común Yarte con las iglesias románicas navarras aquí citadas? ¿Acaso el tramo con cúpula era empleado con alguna finalidad litúrgica desconocida? La iglesia de Loarre corresponde a una canónica agustiniana y su construcción ha sido puesta en relación con obras languedocianas. Olleta era sede de una encomienda sanjuanista. Cataláin fue donada a Roncesvalles y en ella se celebraban reuniones del valle, pero no sabemos exactamente con qué finalidad fue construida. La única iglesia que vivió una trayectoria histórica similar a Yarte es Azuelo, dado que existía antes del año 1000, fue donada por García el de Nájera (el mismo monarca que cambió Yarte por Monjardín con los monjes de Irache) a Santa María de Nájera y quedó como priorato de este monasterio benedictino. En la imposibilidad de saber si la planta y los alzados de Yarte respondían a algún contenido simbólico o tenían usos litúrgicos que ignoramos, lo cierto es que las semejanzas planimétricas y de alzado entre Azuelo y Yarte estrechan los paralelismos entre ambos prioratos. Quizá los monjes de Irache tenían Azuelo como modelo de lo que había de ser una iglesia prioral (la nave de Azuelo fue redimensionada en el siglo XVI).
Fue contratado para ejecutar este proyecto un grupo reducido de canteros, no demasiado duchos ni atrevidos, que simplificaron soluciones e introdujeron cambios de matiz (polígono interior y semicírculo exterior en vez de lo contrario). El aparejo no es el más esmerado de su tiempo, los elementos ornamentales quedan reducidos al mínimo e incluso las soluciones constructivas manifiestan limitaciones técnicas: prefirieron bóvedas de paños, más sencillas que las hermosas de horno que vemos en la mayor parte de los ábsides navarros, o que la cúpula semiesférica esperable en el primer tramo (quizá se vieron impelidos por el polígono interior que dibuja la cabecera). Que no manejaban con soltura la ejecución de superficies curvas lo demuestra asimismo la presencia de los triángulos de esquina en vez de trompas bajo la cúpula. El escaso esmero en la labra de los sillarejos conllevó la ausencia de marcas de cantero, de manera que no podemos establecer conexiones con otras obras románicas navarras donde sí aparecen, ni tampoco nos permiten aproximar el número de maestros contratados para la obra.
En cuanto a la cronología, la derivación segura de Irache y probable de Azuelo permite afirmar un término post quem. Dado que datan de las décadas centrales del siglo XII, la obra de Yarte habría de situarse a partir de los años sesenta de dicha centuria. Todo lleva a pensar que la opción desornamentada, es decir, la no inclusión de escultores, obedeció más a razones de proyecto que a una imposibilidad de encontrar artistas capaces de decorar LETE / 785 puertas o ventanas (otras iglesias de la época, no muy importantes, sí se dotaron de capiteles decorados). Existe un claro paralelo en este deseo de austeridad con alguna obra románica navarra, especialmente con el palacio real de Pamplona, edificado a finales de siglo, pero no hay nexos más cercanos que vinculen ambos edificios. Al examinar la documentación hemos citado que el período con mayor número de menciones de Yarte corresponde a los años finales del siglo XII y comienzos del XIII, en tiempos de los priores Sancho Zutur (hacia 1190-1210) e Íñigo Zutur (1127-1250). Así que todo apunta a que la cronología avanzada por Uranga e Íñiguez es la que todavía hoy debe mantenerse: segunda mitad del siglo XII, más bien hacia las décadas finales. De dar crédito a una posible interpretación de la documentación, sería el entorno de 1230 el que vio la edificación de esta interesante iglesia rural, pero extrañaría que de haberse alzado por entonces no hubiesen hecho mayor uso del arco apuntado o de soluciones propias del gótico. Las modificaciones introducidas con posterioridad fueron poco importantes. No era una iglesia pobre, como demuestran tantas cuentas relativas a rentas, pero todos estos bienes estaban destinados a Irache. Incluso quedó expresado por escrito, aunque en fechas muy tardías (finales del siglo XVIII) que, según un abad de Irache, para nada servía un priorato donde hubiera que invertir sumas altas a tomar de las rentas destinadas a la abadía madre. 

Imagen de la Virgen con el Niño
En el interior, en una capilla del lado del lado norte, se venera una talla de la Virgen con el Niño (69 x 31 x 28 cm). La imagen se encuadra dentro del románico y se incluye, de acuerdo con la clasificación de Fernández-Ladreda, en el grupo de imágenes rurales, que junto con la de Domeño y la de la colección Huarte constituyen uno de los tipos. La talla reproduce el esquema de Sedes Sapientiae, con María sentada extendiendo los brazos en ángulo y estrictamente paralelos para significar su papel de Madre de Dios, que presenta su Hijo a los fieles; ni lo protege, ni lo acaricia, se limita a mostrarlo. El Niño, a su vez, se sienta en el regazo de su madre, con un leve desplazamiento hacia la izquierda, que queda compensado por la mano derecha, con la que bendice mientras que la otra, recogida, sostiene el libro.
El atuendo se ajusta a una de las posibilidades habituales, que en el caso de María consiste en túnica con ceñidor de correa, manto y velo, mientras que en el Niño se suprime el último elemento, todo ello tratado con sobriedad y geometría, lejos de la abundancia de plegados de muchas de las imágenes derivadas de los modelos de Pamplona e Irache. Sólo en la zona de los hombros –con superficies de ondulaciones verticales–, en el velo –que cae en ligero zigzag conformando pequeñas pinzas– y en la parte inferior de la túnica –con escasos pliegues superpuestos tratados con algo de gracia– el escultor quiso enriquecer el tratamiento del atuendo. Ya hemos aludido al libro que porta Cristo, atributo que se completa con la bola de la Madre, además de las coronas, que en el caso de la Virgen se ha reducido al aro; no así en la otra figura, que la conserva íntegra.
Vale la pena resaltar la calidad de los rostros, de cara ovalada, nariz recta y fina y boca pequeña, que logran transmitir esa lejanía y ausencia, tan conveniente al misterio religioso, pero desde lo grato.
En cuanto a la cronología, tanto Clavería como Fernández-Ladreda la sitúan entre el siglo XII y XIII, aunque, frente a la amplitud del primero, la segunda ajusta las fechas entre los años finales de uno y los comienzo del otro, avance justificado por la mayor modernidad que se plasma en el tratamiento de los atuendos.
Nada sabemos acerca de si esta talla se hizo desde el comienzo para esta iglesia o se trata de la original del vecino monasterio de Yarte, priorato que dependía de Irache. Argumento a favor de su procedencia de Yarte es una descripción inédita de dicho priorato, según la cual, en el siglo XVII, quedaba en el Altar Mayor una Ymagen de Nuestra Señora de bulto con su Niño Jesús vestida de damasco dorado con un manto de tafetán blanco. El argumento en contra radica justamente en que la talla no sigue el modelo irachense, tan repetido en otras tallas marianas navarras. Para la recién recuperada iglesia de Yarte se ha realizado una réplica de esta estatua en el año 2007, momento en el que se aprovechó para restaurar la talla original, restauración que se ha concentrado principalmente en la desinsectación, consolidación de la madera, limpieza y algunas reintegraciones volumétricas y pictóricas. No se consideró oportuno reponer los pies del Niño.

 

Berrioplano
Lugar de la Cuenca de Pamplona perteneciente a la Cendea de Berrioplano y dependiente de la Merindad de Pamplona. Se halla situado a una distancia de 7 km de la capital navarra, desde donde se puede acceder a través de la carretera N-240-A a San Sebastián.
Sobre su toponimia, cabe indicar que, dada la existencia de tres núcleos próximos que compartían el topónimo “berrio” (Berrioplano, Berriosuso y Berriozar) en algunas ocasiones es difícil distinguir a cuál de ellos se refiere la documentación. Esta dificultad se acrecienta con respecto a los dos primeros, a los cuales se les adjudicaría indistintamente durante el siglo XIII la designación de Berrio. Es ya en el XIV cuando se les diferencia claramente con los nombres llegados hasta nuestros días: primero Berrio de Yuso (“barrio de arriba”, según el Libro del Monedaje de 1350) y posteriormente Berrio de la Plana (Berrioplano, en el Libro de Fuegos de 1366), Berrio de Suso (Berriosuso o “el barrio de abajo”, ya desde 1350) y Berrio Zahar o Berrioçar (Berriozar o “el barrio viejo”, en 1350).
Este pueblo fue un antiguo lugar de señorío, según quedaba recogido en diferentes documentos. En 1205, Berrio juntamente con Aizoáin, pertenecía a doña Narbona, mujer de Martín de Subiza, la cual los intercambió con Sancho VII el Fuerte, por el lugar de Abaiz, en el valle de Aibar. En 1296 la propietaria de Berrioplano y Aizoáin era Inés Pérez de Subiza, y en ese año los cedía en prenda al vecino de Pamplona Martín de Arbea debido a una deuda de mil cahíces que mantenía con él y no había saldado. Yanguas y Miranda recogían en las cuentas del patrimonio real del año 1393 una mención a la población de Berrio como parte integrante del mismo. Sin embargo hasta el momento no se ha llegado a discernir con cuál de las tres “berrios” se correspondería esta referencia, pudiendo identificarse quizás con Berrioplano.
Con respecto a su evolución demográfica, debe señalarse que Berrio de Yuso contaba en 1350 con diez fuegos, según quedaba anotado en el Libro del Monedaje. En 1366 su población descendía a siete fuegos, dos correspondientes a hidalgos y cinco a labradores. A ellos se debían sumar dos clérigos que servían en la iglesia parroquial en 1363, como lo indicaba el Libro del Rediezmo. Religiosos que, sin embargo, se vieron reducidos a uno posteriormente, con categoría de cura, según los datos que ofrecía Madoz para mitades del siglo XIX.

Iglesia de la Purificación de Nuestra Señora
La iglesia se localiza en una explanada en el extremo de la población y rodeada de casas, algunas de las cuales se encuentran anexas a sus muros.
Su exterior, edificado a base de sillar de pequeño tamaño, revela las diferentes etapas constructivas a las que el templo ha sido sometido a lo largo de los siglos, así como una reciente restauración (no se ha podido determinar la fecha exacta, quizás en 1977). Este proceso se aprecia de forma especialmente clara en el ábside, semicircular y reforzado por cuatro contrafuertes prismáticos (101 cm de frente por 42 cm de profundidad). Posteriormente la fábrica románica fue recrecida tanto en muros como en contrafuertes, alzados hasta la altura del tejado.
En este espacio de la cabecera pueden observarse dos ventanas. La primera se localiza en el eje del ábside (a 12 hiladas de altura) y está formada por una arquivolta baquetonada con una chambrana que apoya sobre sendos capiteles idénticos (con cimacios lisos) de hojas lisas hendidas terminadas en volutas de doble espiral, parecidas a algunos capiteles de la portada y a otros de San Miguel de Cizur Menor. Las columnas apean sobre baquetones y pedestal cuadrangular con bolas en sus esquinas. En la clave del arco interior se ve una cruz patada en resalte dentro de un círculo. Otro vano muy estrecho y con remate semicircular se abre en el lienzo sudeste de la cabecera, realizada con el mismo tipo de sillares de arenisca empleados en los elementos que reciben decoración escultórica.

En su fachada sur se adosaron una capilla y un pórtico, abierto al frente mediante dos arcos apuntados; al oriente, otro arco de medio punto permite el acceso lateral. Por encima sobresale la nave del templo, pudiéndose observar también aquí la diferencia de sillar y el recrecimiento superior del muro y de los estribos que lo afianzan.
Al Oeste se alza una torre de planta rectangular que apoya sobre cuatro contrafuertes, siendo el más ancho el situado en el ángulo sudoccidental. Está recorrido por pequeñas ventanas y aloja en su interior la escalera que conduce al campanario que se abre al Este mediante dos arcadas semicirculares en un frente de ladrillo. Mientras que al Oeste otros dos arcos de características semejantes, más antiguos, están cegados.
Bajo ellos, una ventana moderna, también con remate semicircular, se abre sobre el coro. Y junto a ella se ubicaba antiguamente el frontón de la localidad.
Igualmente el frente septentrional se halla parcialmente oculto debido a una serie de construcciones anejas que no permiten ver los muros en su conjunto, aunque desde una explanada que se abre al Noreste puede observarse la totalidad del templo con la sacristía, la capilla adosada al Norte y el remate superior.

Portada 

La portada (3,90 m de frente y 1,38 m de anchura del vano), ubicada en el interior del pórtico, está formada por tres arquivoltas de arco apuntado, con chambrana exterior, que reposan sobre columnas de fustes monolíticos y basas compuestas por toro y plinto de base circular sobre pedestal cuadrado. En su zona interior enmarca la puerta un arco apuntado en platabanda, sin tímpano. En su clave se labró un crismón trinitario con la P ligeramente desplazada, la S invertida, alfa y omega. Sus seis travesaños, terminados en formas horquilladas, y el anillo exterior incluyen una incisión longitudinal. Tanto el fondo del crismón como su perfil exterior conservan restos de la policromía, verde en el primer caso y rojiza en el segundo. Iturgáiz señala que “las letras lucen una caligrafía muy personal” de carácter arabizado que le resulta muy similar a otros crismones, como el de la cercana iglesia de Añézcar o el de Larumbe.
Destacan los motivos ornamentales de los capiteles, que combinan elementos vegetales y figuraciones de tema simbólico-fantástico y de carácter religioso, así como los cimacios, que tienen la particularidad de poseer ornamentaciones individualizadas.
Así pues, el primer capitel a la izquierda del observador cuenta en cada frente con sendos centauros cuyas colas se ramifican en motivos vegetales (uno en forma de ramas y otro en forma de volutas con hojitas). El gesto amable de ambos personajes se refuerza con la posición de ambas figuras sujetando conjuntamente una flor de lis, tallada justo en el ángulo del capitel. Su cimacio está conformado por roleos que enmarcan hojas digitadas en espiral y terminadas en volutas. Recuerda a algunos cimacios del claustro románico de la catedral de Pamplona.
En el segundo, su cara meridional muestra un interesantísimo motivo: la representación más antigua de San Miguel in Excelsis, disponiendo un ángel con sus alas y sus brazos en alto sosteniendo una cruz con una peana. Se trata de una iconografía muy particular, de forma que la relevancia de este capitel consiste en que confirma que tal fórmula, semejante a la del ángel de Aralar tal y como ha llegado hasta nuestros días, era conocida en Navarra en época románica. Algunos autores han puesto en conexión esta imagen con los relieves de Villatuerta, por sus figuras de ángeles y personajes de brazos alzados. Sin embargo, y a pesar de la relación fisonómica existente entre ellos, en ningún caso puede observarse que en aquéllos se personifique la figura de San Miguel de Aralar, sino que estarían relacionados con una temática bien distinta, que ha sido expuesta por Silva y Verástegui, como ha analizado Martínez de Aguirre.
En su cara oriental se esculpe una escena en la que dos figuras humanas se enfrentan en lucha pugilística, que Aragonés Estella ha interpretado como una manifestación simbólica del pecado de la ira. Su cimacio presenta una serie de palmetas inscritas en tallos que dibujan herraduras y siguen de nuevo el estilo de algunos capiteles del claustro románico de la seo pamplonesa.
El tercer capitel, que remite a los capiteles de la ventana absidal, acoge grandes hojas lisas hendidas a modo de acanaladuras, concluidas en volutas de marcada espiral, resultando un conjunto muy esquematizado. Es muy similar a otro capitel de la portada de Eusa. Su cimacio presenta dos decoraciones distintas: roleos formados por tallos vegetales y cordones que se ondulan aislando pequeños capullos de flor, combinados con tallos vegetales que continúan desde la otra cara.
Al otro lado del vano, el cuarto capitel repite el mismo motivo que el tercero, pero el tratamiento es de mejor labra, lo que se aprecia en mayor medida en las volutas de los ángulos. Su cimacio combina diferentes haces de hojas que quedan circunscritos por tallos que asemejan herraduras, enlazando así con el cimacio del segundo capitel y el taller de la catedral de Pamplona.
El quinto reproduce otra escena de centauros afrontados, y su cimacio repite un adorno idéntico al que corona el segundo capitel, a base de palmetas y arcos de herradura.
Y finalmente el sexto remeda la decoración vegetal del tercer capitel, y su cimacio es muy similar al primero, también con roleos de tallos vegetales y hojitas digitadas, aunque éste ha sido tallado con mayor delicadeza. Sobre la portada puede apreciarse una hilera de ménsulas convexas lisas bajo una moldura.
Es interesante señalar además que esta portada destaca por la gran cantidad de marcas y petroglifos que presenta y que pueden localizarse en ambas jambas (en la derecha pueden apreciarse varias letras cinceladas que podrían ser marcas de cantero), en los intercolumnios y en las propias columnas. De entre todas ellas, llama la atención por su notable tamaño un signo que se encuentra en el frontal derecho, entre la jamba de la puerta y el conjunto de columnas. Está conformado quizá por una espiral o bien por círculos concéntricos, quedando dividido en diferentes secciones por líneas perpendiculares al eje y alcanzando así una apariencia similar a una tela de araña.

Al interior, el edificio se compone de nave única rectangular (aproximadamente 17 m de longitud por 6,15 m de anchura) dividida en tres tramos desiguales y concluida en ábside semicircular.
La nave se cubre con bóveda de cañón apuntada sobre arcos fajones asimismo apuntados que apean en pilastras con cimacios lisos que fueron recortados con posterioridad para dar mayor capacidad a la nave, siendo rematados entonces por una terminación a base de lóbulos.
El tramo que separa la nave del coro está formado por un arco peraltado que sustituyó al proyecto original donde se había ideado un arco doblado del que todavía se conservan los arranques.
En la cabecera vemos bóveda de horno apuntada. Una moldura lisa de sección cuadrada recorre todo el perímetro del templo a la altura de los cimacios de las pilastras. El enlucido que recubre todo el interior impide una correcta lectura de paramentos para ver las consecuencias del recrecimiento de nave visible desde fuera. En el tramo anterior al presbiterio fueron abiertas con posterioridad, al Norte y al Sur, sendas capillas. La septentrional tiene mayores dimensiones que la meridional, y por ella se accede a la sacristía agregada en el lado norte de la cabecera.
En cuanto a los vanos que se abren en los muros del templo (1,80 m de grosor), dos son románicos: la ventana en el eje del ábside que se encuentra tapada por el retablo y una segunda, abocinada y con remate semicircular. No ha sido posible ver el exterior de la del hastial para confirmar su cronología.
Esta iglesia ha sido objeto de dos dataciones bien diferentes: mientras que Uranga-Íñiguez la encuadraron en el marco de finales del siglo XI y la primera mitad del XII, el Catálogo Monumental de Navarra, más acertadamente, ha retrasado su fábrica hasta finales del XII o comienzos del XIII.
En el presbiterio junto al altar se localiza una pila bautismal que combina una taza gallonada posmedieval (66 cm de diámetro) con un fuste más antiguo (60 cm de altura), a manera de capitel invertido. Su parte superior, en contacto con la copa de la pila, se adorna con un plinto cuadrangular con bolas en sus esquinas. A continuación, toro y escocia dan paso al fuste cilíndrico que descansa en un seudocapitel (sus formas no se corresponden con los repertorios habituales) con collarino. En él se alternan dos tipos de hojas que se distribuyen en dos planos, uno secundario y otro principal, en el que quedan más resaltadas y sobresalientes. En el frente derecho, mirando hacia el sur, se distingue una cabecita, con una morfología que recuerda a las que se pueden observar en diferentes zonas de la portada de Eusa. Este fuste-capitel conserva restos de policromía. Otro capitel vegetal románico con bolas en su plinto y colocado de forma invertida puede verse en la pila bautismal de la cercana iglesia de San Esteban del casco antiguo de Berriozar. Según indican vecinos de Berrioplano, la actual pila bautismal de su parroquia, fue anteriormente la pila aguabenditera. La antigua pila bautismal, ubicada en el ángulo noroccidental del sotocoro, tenía un estilo muy similar a ésta y seguiría los modelos estilísticos de las de Berriozar, Azoz o Aldaba. Hacia los años 1950- 1960 fue sustituida por otra pila bautismal de mármol. Posteriormente y ante la pérdida de ambas fuentes, la aguabenditera, situada junto a la puerta de entrada, adquirió la función de pila de bautismos, tal y como sucede en la actualidad. 

 

 

 

 

Bibliografía
ALTADILL, Julio, Geografía General del País Vasco-Navarro. Provincia de Navarra, Barcelona, s.a. (Bilbao, 1980), 2 vols.
ARAGONÉS ESTELLA, Esperanza, La imagen del mal en el románico navarro, Pamplona, 1996.
ARBIZU GABIRONDO, Nicolás, “Ermitas de Iturmendi”, Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, XXIV (1992), pp. 95-113.
AZCÁRATE, José Mª de, “Sincretismo de la escultura románica navarra”, Príncipe de Viana, XXXVII (1976), pp. 131-150.
BELASKO, Mikel, Diccionario etimológico de los nombres de los pueblos, villas y ciudades de Navarra. Apellidos navarros, Pamplona, 1996.
BIURRUN Y SOTIL, Tomás, El arte románico en Navarra o las órdenes monacales, sistemas constructivos y monumentos cluniacenses, sanjuanistas, agustinianos, cistercienses y templarios, Pamplona, 1936.
CARASATORRE VIDAURRE, Rafael, Barranca Burunda, Pamplona, 1993.
CARRASCO PÉREZ, Juan, La población de Navarra en el siglo XIV, Pamplona, 1973.
CASTRO, José Ramón, Archivo General de Navarra. Catálogo de la Sección de Comptos. Documentos. Tomo I (Años 842-1331), Pamplona, 1952.
CLAVERÍA ARANGUA, Jacinto, Iconografía y santuarios de la Virgen en Navarra, Madrid, 1941-1944, 2 vols.
CMN, V*, 1994, pp. 159-160; GEN, voz “Eguiarreta”, 1990, IV, p. 194; GEN, voz “Itxasperri”, 1990, VI, p. 244;
DOMEÑO MARTÍNEZ DE MORENTIN, Asunción, Pilas bautismales en Navarra: tipos, formas y símbolos, Pamplona, 1992.
FELONES MORRÁS, Román, “Contribución al estudio de la iglesia navarra del siglo XIII: el Libro del Rediezmo de 1268. I. Estudio y valoración” y “Contribución al estudio de la iglesia navarra del s. XIII: el Libro del Rediezmo de 1268. II. Transcripción e índices”, Príncipe de Viana, XLIII (1982), pp. 129-210 y 623-713.
FELONES MORRÁS, Román, Los Caminos de Santiago en Navarra, Pamplona, 2005.
FERNÁNDEZ-LADREDA AGUADÉ, Clara, “Arquitectura medieval”, Ibaiak eta Haranak. Guía del Patrimonio histórico-artístico y paisajístico. Navarra, 8, San Sebastián, 1991, pp. 101-174.
FERNÁNDEZ-LADREDA AGUADÉ, Clara (dir.), MARTÍNEZ DE AGUIRRE, Javier y MARTÍNEZ ÁLAVA, Carlos J., El arte románico en Navarra, Pamplona, 2002.
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, Luis Javier, “Colección de fueros menores de Navarra y otros privilegios locales (I y II)”, Príncipe de Viana, XLIII (1982), pp. 273-346 y 951-1036.
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, Luis Javier, “Fueros medievales”, MARTÍN DUQUE, Ángel J. (dir.), Gran Atlas de Navarra. II. Historia, Pamplona, 1986, pp. 72-80.
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, Luis Javier, Leire, un señorío monástico en Navarra (siglos IX-XIX), Pamplona, 1993.
GOÑI GAZTAMBIDE, José, Catálogo del Archivo Catedral de Pamplona. Tomo I (829-1500), Pamplona, 1965.
GOÑI GAZTAMBIDE, José, Historia de los obispos de Pamplona. I. Siglos IV-XIII, Pamplona, 1979.
GOÑI GAZTAMBIDE, José, Colección Diplomática de la Catedral de Pamplona. Tomo I (829-1243), Pamplona, 1997.
IRÁIZOZ UNZUÉ, Jenaro, La Cuenca, Pamplona, 1971 (TCP 123).
ITURGÁIZ CIRIZA, Domingo, El crismón románico en Navarra, Pamplona, 1998.
JIMENO JURÍO, José Mª, “El libro rubro de Iranzu”, Príncipe de Viana, XXXI (1970), pp. 221-269.
JIMENO JURÍO, José Mª, Rutas menores a Santiago, Pamplona, 1971 (TCP 111).
LACARRA, José Mª, “Imágenes de caballeros”, Príncipe de Viana, II (1941), pp. 37-39.
LACARRA, José Mª y MARTÍN DUQUE, Ángel J., Colección diplomática de Irache II (1223-1397), Pamplona, 1986.
MADOZ, Pascual, Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, Madrid, 1845- 1850 (Valladolid, 1986).
MADRAZO, Pedro de, España. Sus monumentos y artes, su naturaleza e historia. Navarra y Logroño, Barcelona, 1886, 3 vols.
MALAXECHEVERRÍA, Ignacio, El bestiario esculpido en Navarra, Pamplona, 1982 (1990 2ª ed. corregida; 1997 3ª ed. corregida y aumentada).
MARTÍN DUQUE, Ángel J., Documentación medieval de Leire (siglos IX-XII), Pamplona, 1983.
MARTÍN DUQUE, Ángel J. (dir.), JUSUÉ SIMONENA, Carmen, MIRANDA GARCÍA, Fermín, RAMÍREZ VAQUERO, Eloísa y CORPAS MAULEÓN, Juan Ramón, Camino de Santiago en Navarra, Pamplona, 1991.
MARTÍNEZ DE AGUIRRE ALDAZ, Javier, “El paisaje monumental: un blanco manto de iglesias”, MARTÍN DUQUE, Ángel J. (dir.), Signos de identidad histórica para Navarra, Pamplona, 1996, I, pp. 289-312.
MARTÍNEZ DE AGUIRRE ALDAZ, Javier, “La práctica urbanizadora en la Navarra medieval”, MARTÍN DUQUE, Ángel J. (dir.), Signos de identidad histórica para Navarra, Pamplona, 1996, I, pp. 313-326.
NAVALLAS REBOLÉ, Arturo y LACARRA DUCAY, Mª Carmen, Navarra. Guía y mapa, Pamplona, 1986.
OSTOLAZA, Mª Isabel, Colección Diplomática de Santa María de Roncesvalles (1127-1300), Pamplona, 1978.
PAVÓN BENITO, Julia, Poblamiento altomedieval navarro. Base socioeconómica del espacio monárquico, Pamplona, 2001.
PÉREZ OLLO, Fernando, Ermitas de Navarra, Pamplona, 1983.
UBIETO ARTETA, Antonio, Colección diplomática de Pedro I de Aragón y Navarra, Zaragoza, 1951.
URANGA GALDIANO, José Esteban e ÍÑIGUEZ ALMECH, Francisco, Arte medieval navarro, Pamplona, 1973, 5 vols.
YANGUAS Y MIRANDA, José, Diccionario histórico-político de Tudela, Zaragoza, 1823.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario