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lunes, 13 de enero de 2025

Capítulo 41-3, Románico Aragonés- Layana, Biota, El Frago, Luna, Asín


Layana
Este municipio se emplaza a medio camino entre Sádaba, villa de la que dista tres kilómetros, y Uncastillo. Layana se encuentra en el corazón de las Cinco Villas y su término municipal linda con los de Castiliscar, Sos, Malpica, Biota y Sádaba. Pertenece al partido judicial de Ejea de los Caballeros y a la diócesis de Jaca. Dista 105 km de Zaragoza y se puede llegar hasta allí a través de la autovía A-68 que conduce desde la capital aragonesa hasta Alagón. Desde aquí se continúa por la carretera A-126 hasta Tauste, donde se toma la A-127 hasta Sádaba. En esta localidad es preciso desviarse a la derecha por la carretera A-1202 hasta Layana.
La villa se alza majestuosa sobre un discreto altozano junto al río Riguel. Su antiguo origen queda atestiguado por una serie de yacimientos arqueológicos y restos histórico-artísticos que todavía se conservan dentro del núcleo urbano y en los alrededores. Los yacimientos abarcan una amplia cronología que va desde el Neolítico hasta la época romana con enclaves importantes y realmente significativos. Los vestigios de época romana se han localizado en la margen izquierda del río Riguel y mantienen una evidente dependencia con el conjunto monumental de los Bañales.
Layana como villa tiene un origen medieval. Los siglos XI y XII han sido considerados como de gran florecimiento para el asentamiento y posterior consolidación de pobladores en el municipio. Entre otros diplomas, aparece citada en un documento de Alfonso II fechado en el año 1186 de confirmación de posesión a Sancho de Biota. De igual modo, existen referencias a las imposiciones económicas que afectaban a sus iglesias en colecciones diplomáticas monásticas (por ejemplo, Leire y catedral de Pamplona en 1197 y 1201).
Estos siglos medievales son de gran interés tanto para la historia como para la cultura de Layana y han dejado su impronta en su urbanismo, en el que todavía puede distinguirse perfectamente lo que fue su primitivo núcleo. Preside el conjunto de la villa el torreón, el cual se encuentra muy próximo a la iglesia de Santo Tomás de Canterbury en la plaza de mayor importancia del pueblo. Precisamente desde ella se avista, en un otero cercano y apenas a un kilómetro, la también románica ermita de la Virgen de la Leche, quedando configurados de este modo los tres hitos arquitectónicos de mayor singularidad de la villa.

Iglesia de Santo Tomás de Canterbury
Layana todavía conserva su primitivo templo parroquial, levantado bajo la advocación de Santo Tomás de Canterbury en la zona alta del casco urbano y perfectamente visible desde las llanuras adyacentes. De hecho, fue esta posición como primitivo enclave defensivo la que determinó el primer trazado urbano y es el enorme torreón, originalmente parte de un castillo de mayor tamaño, junto a la iglesia, el hito visual que domina la plaza. Precisamente, a partir de ésta, y con el templo a modo de cerramiento en la zona alta, la población fue ampliándose con el correr del tiempo.
El monumento no permaneció ajeno a los avatares de la historia y, al igual que a finales de la Edad Media se amplió el trazado urbano, perteneciendo al siglo XVI la práctica totalidad de la Calle Mayor, así también sufrió la iglesia una pequeña reforma que supuso dos modificaciones sustanciales. En primer lugar, la elevación de la zona del coro, emplazado a los pies del templo, y en segundo, la construcción de una sacristía de planta rectangular emplazada junto a la cabecera, cubierta por medio de una bóveda de crucería. La iglesia no fue renovada ni interior ni exteriormente hasta bien avanzado el siglo XX cuando, en el año 1968, se recrecieron parcialmente los muros y se levantó además un pequeño pórtico en el lado septentrional como elemento protector de la original portada románica, la cual quedó, de este modo, oculta desde el exterior.
En conjunto supuso más una variación de la volumetría, entendida en un sentido amplio, que un cambio sustancial respecto de la edificación primigenia, si bien es cierto que en el interior la transformación implicó una alteración de la definición espacial, modificando la zona de los pies y otorgándole un aspecto de cuerpo más reducido. La restauración o intervención de este momento se plasma, además, en las diferencias de juntas entre sillares, así como el cambio de material con el cual están tomados entre sí, siendo en numerosos casos directamente cemento.
La iglesia románica está conformada por una planta rectangular rematada por medio de una cabecera absidal de forma semicircular a la que originalmente abrían tres estrechas ventanas de medio punto, de las cuales la central permanece oculta por el retablo. El templo posee solamente una nave dividida en cuatro tramos diferenciados por medio de arcos fajones y cubierta a base de una bóveda de cañón apuntado. Las dimensiones totales de la nave son 16,5 m de longitud y 7,7 m de anchura, mientras que la portada original tiene 2,07 m de anchura frente a los 1,65 m de la portada de nueva construcción de 1968. Al exterior cuenta con una serie de refuerzos en forma de contrafuertes de planta cuadrada adosados al lateral meridional, llegando a ser cinco, que continúan en la zona absidal.
En cuanto al aparejo empleado en el levantamiento de la iglesia, se pueden distinguir, al menos, tres fases diferenciadas. La original presenta un trabajo de sillares de mayor tamaño, en torno a los 33-35 cm de altura de hiladas, en las que además se marcan claramente las herramientas de los canteros con un resultado que al exterior da una apariencia casi de labra abujardada por lo rugoso de su textura. Asimismo, presenta marcas similares a las de la iglesia de Santa María de Asín, en forma de V horizontal. En cuanto a las reformas posteriores, oscilan entre la modificación del siglo XVI, en la cual se reduce el tamaño en longitud de los bloques, dando como resultado sillares casi cúbicos en algunas zonas de la sacristía, y la intervención del siglo XX, en la que se buscó una similitud formal con respecto a la fábrica original, si bien la tonalidad de la roca es mucho más clara y la factura exterior más trabajada y pulida frente a las estrías de los sillares primigenios. En la zona de los pies aparece un doble cambio de aparejo.
La resolución formal en altura con una triple espadaña presenta sillares diferentes de los originales, de menor tamaño y coloración distinta, así como una entrada a pie de calle realizada a base de un arco de medio punto con una levísima herradura, el cual está tapiado con una combinación de piedra sillar arenisca muy desgastada en su tercio inferior y a base de cemento en el resto del vano.
Sin duda es la cabecera semicircular el punto más sobresaliente del entramado exterior, tanto por el cuidado en el trabajo de los sillares como por la presencia de elementos decorativos. En primer lugar cabe resaltar los dos estrechos vanos de medio punto abocinados al interior, con decoración en el arco, consistente en una orla de bolas de enmarque. Se ubican en la semicircunferencia, quedando tapiado en la actualidad precisamente aquél que se encuentra en el eje de la iglesia. Aparece una tercera apertura, correspondiente a la iluminación de la sacristía, también con la forma de arco de medio punto, si bien en este caso es de mayor tamaño y cuenta con restos de decoración como una doble moldura acañonada y leves rehundidos en el extradós a modo de enmarcación que, no obstante, se hallan bastante deteriorados. La zona del remate es la que mejor ha soportado el paso del tiempo y en ella son perfectamente visibles los canecillos que sustentan una moldura corrida, los cuales están individualizados, apareciendo decoraciones geométricas, en forma de aspa y friso de rombos e incluso por medio de un rollo cilíndrico engarzado con restos de decoración en los laterales. Esta sucesión de canetes continúa en toda la extensión del lienzo septentrional, si bien sin modificaciones sustanciales de la forma geométrica original. En cuanto a marcas o inscripciones de algún tipo, solamente cabe destacar la presencia de algunas cruces en el tramo de confluencia del ábside primigenio con el muro recto de la sacristía, entre la primera y la quinta hiladas, refiriéndose éstas previsiblemente a enterramientos o a marcas de sepulturas.

La decoración interior es también escasa, apareciendo el muro desnudo y con la piedra vista a excepción de dos elementos diferenciadores: los capiteles y una franja de ajedrezado compuesto a base de tres hileras de billetes en la zona del ábside, toscamente rehecho a base de cemento en alguno de sus tramos. Los capiteles constituyen uno de los elementos más cuidados del trabajo de los artistas románicos en el templo, individualizados y con labras poco complejas, consistentes en motivos vegetales esquematizados, casi a modo de reinterpretación de hojas de acanto, unidos con detalles antropomorfos, palmetas y flores inscritas en el interior de lazos. Este último motivo, precisamente, se repite también en las molduras superiores, punto de arranque de los arcos fajones que configuran los tramos de la iglesia.

La portada de acceso original, muy sencilla, cuenta con tímpano decorado mediante tres circunferencias talladas en la piedra. La central es la de mayor tamaño y posee un fino resalte, quedando inscrito en su interior un estilizado crismón de brazos curvos, completado con la presencia de las letras griegas alfa y omega, así como una cruz. Sobre el crismón se alza una Dextera Domini, que también aparece asociada al crismón en otros templos de Cinco Villas. En las otras, de escaso relieve, se reconocen los habituales motivos cósmicos de enmarque de crismón: una representa un sol en forma estrellada de veintiuna puntas, destacada sobre el fondo rehundido, mientras que en la tercera se reconoce un creciente volteado, símbolo de la luna. En las ménsulas igualmente vemos ornamentación muy sencilla de carácter geométrico. 
Las dimensiones del edificio y la distribución de vanos de la cabecera son propias de época tardorrománica, por lo que el grueso de la iglesia se erigió a partir de la segunda mitad siglo XII. La propia dedicación del templo, a Santo Tomás cantuariense, aboga por una realización necesariamente posterior a 1170, año del asesinato del titular. La ampliación que tuvo lugar en el templo a mediados del siglo XVI alteró notablemente tanto en el interior como al exterior la morfología original. 


Biota
En la comarca aragonesa de las Cinco Villas, a unos 17 km al suroeste de Uncastillo y unos 19 km al noroeste de Ejea de los Caballeros, se encuentra la localidad de Biota. El enclave, estratégicamente situado en la ribera del río Arba de Luesia y sobre una elevación del terreno, contó con cierta importancia en época medieval. Dista 103 km de la capital provincial, que se recorren saliendo por la autovía de Logroño (A-68) hasta Alagón, donde se toma la A-126 que conduce a Tauste. Desde allí se ha de proseguir por la A-127 que nos lleva a Ejea de los Caballeros. No abandonaremos dicha vía, en dirección a Sádaba, hasta alcanzar el cruce con la CV-626, desviación situada a mano derecha que termina en Biota.
Aunque en los muros del palacio barroco de los Condes de Aranda se han identificado los restos de una fortaleza de la línea de defensa musulmana frente al reino de Pamplona, nada dicen de esta localidad las fuentes islámicas y hay que esperar hasta principios del siglo xi para encontrar las primeras referencias escritas a la villa de Biota. En 1025 se confirma el memorial de la donación de Botia (según A. Ubieto topónimo que corresponde a Biota) efectuada por Lope Álvarez y su mujer Blasquita a los monjes de San Juan de la Peña. Pero la fecha que la mayoría de autores utiliza para indicar las citas más antiguas sobre el núcleo poblacional es la de 1071, cuando el obispo de Aragón cede al monasterio de San Juan de la Peña la iglesia de sancta Maria de Botia cum tota villa, templo dependiente hasta ese momento de la entidad monástica de San Esteban de Oraste. Años más tarde, en septiembre de 1091, el rey Sancho Ramírez entrega a Fortún y Sancho Aznáriz la torre de Biota con el objetivo de “repoblar” el lugar. Una nueva referencia nos lleva hasta 1098, momento en el que el obispo Pedro de Pamplona, en el acta de consagración del monasterio de Leire, otorga diversos bienes en tierra de frontera con Aragón atque de Biota.
Al margen de estas menciones puntuales a la localidad, en los registros medievales la población aparece ligada a la élite nobiliaria aragonesa de los Urrea, familia que sirvió a los monarcas Pedro I y Alfonso I, y participó en la conquista de Zaragoza. Pere Semenç (Jiménez de Orreia), casado con Oria y denominado en 1123 como regis iustitia, aparece como Pedro de Biota, adalid de Alfonso I, en un documento de 1133. Según lo establecido en el testamento que se conserva en el cartulario de la Seo de Zaragoza, Pedro de Orea deja a su familia Biota ab integra eremum vel populatum en 1169. El mismo año (fecha erróneamente interpretada por algunos autores como 1196 o 1198), el rey Alfonso II entrega a Toda Pérez (fallecida su madre y su hermano Rodrigo Pérez) lo que anteriormente el rey Sancho le había concedido a Lope Garcés: illo castro de Biota et de ipsa villa.
No obstante, más allá del linaje de los Urrea, los diplomas dejan referencias a otros personajes importantes vinculados con la localidad. Fertum Galiz aparece como firmante en la carta de población a la villa de Tauste de 1138, mientras Sancio de Biota es testigo en multitud de pergaminos entre 1139 y 1141. De este Sancho consta que es clérigo de Santa María y San Martín de Uncastillo entre 1155 y 1158, suscribe diplomas como prior de 1181 a 1190 y seguramente es el mismo que en 1171 ejerce de merino en una donación real a San Pedro el Viejo de Huesca (según E. Piedrafita, podría ser el nieto de Sancho Aznáriz).
En contraste con la duodécima centuria, a partir del siglo xiii las noticias de la ecclesia de Biota son relativamente frecuentes. De entre ellas destaca la de 1201, cuando el obispado de Pamplona reclama al abad de San Martín de Uncastillo las cuartas de esta parroquia; y la de 1216, cuando Guillermo, obispo de Pamplona, la dona, a instancias de Rodrigo y Urraca, señores de Biota, al hospital de Santa Cristina de Somport. Habrá que esperar hasta 1247 para encontrar una mención a los clérigos de San Miguel, dato que no excluye su existencia desde antes.
La documentación conservada nada dice sobre las fechas de construcción y consagración del edificio que nos ocupa, pero la tipología arquitectónica, los vínculos iconográficos y las filiaciones formales de la escultura sirven para afinar la cronología del conjunto.

Iglesia de San Miguel Arcángel
En la plaza de España, situada en el centro de Biota y sobre un lugar elevado, se encuentra el edificio del siglo XII consagrado a San Miguel, del que destaca la decoración de sus dos interesantes portadas.
Erigida en sillar bien escuadrado con una notable homogeneidad, la fábrica románica presenta una fachada occidental rematada en piñón y articulada en tres paños verticales separados por dos gruesos contrafuertes. El central alcanza mayor protagonismo debido a la presencia de la puerta y la ventana con sus correspondientes enmarques ornamentados. Se ordena en tres niveles, marcados por la línea de impostas de las arquivoltas y por el tejaroz que protege la puerta. Tanto los cimacios de los capiteles de la puerta como dicho tejaroz se prolongan en molduras que recorren el frente de ambos contrafuertes, sobre los cuales fueron ubicados sendos leones agazapados, tan deteriorados que resulta imposible determinar su aspecto original. Coincidiendo en parte con el primer y segundo tramos de la nave, contados desde los pies del templo, y adosada al muro meridional, se alza una torre de cinco pisos de base románica, edificada al mismo tiempo que el muro perimetral; sus tres últimos cuerpos corresponden a las reformas de los siglos XVI y XVII (a su lado se había añadido una estancia, hoy desaparecida, que las fotografías antiguas de los años 20 del pasado siglo permiten constatar). Entre dos contrafuertes, a falta de tres tramos para el ábside, se abre también en el muro meridional la portada de la Psicostasis. Avanzando hacia el Este se encuentra la dependencia cuadrada de la sacristía erigida en época moderna. Cinco contrafuertes articulan el paramento del presbiterio y sus espacios intermedios albergan estrechas ventanas que proporcionan la escasa luz que la iglesia obtiene del exterior. En el muro norte se aprecia una puerta, hoy cegada, por la que se accedía al claustro, recinto cuya presencia ha sido confirmada por las excavaciones que hallaron dos arcos de medio punto y un pilar de ángulo correspondientes a la galería sur. En la intervención arqueológica de 1998, E. Llamas, F. J. Vidosa, y M. A. Pueyo localizaron en la zona tumbas de lajas del siglo X, estelas discoidales similares a la que preside la fachada con la inscripción de 1097, sarcófagos antropomorfos y vestigios de un muro que no discurre paralelo a la iglesia.
Todo parece indicar que existió un edificio anterior, quizá la mencionada Sancta Maria de Botia.
La tipología de la construcción actual remite a la arquitectura común de la comarca de las Cinco Villas y se puede vincular en planta con Santa María de Uncastillo (consagrada en 1155) y en alzado con Santa María de Ejea de los Caballeros (consagrada en 1174). El interior consta de nave única, dividida en seis tramos de diferentes dimensiones mediante arcos fajones doblados que descansan en pilastras con semicolumnas rematadas en toscos capiteles vegetales que articulan la cubierta de bóveda de cañón apuntado.
El ábside, visible durante la restauración del retablo del siglo XVI llevada a cabo entre 2005 y 2008, se cubre con bóveda de horno y se articula a partir de cinco ventanas abocinadas sin ornamentación. La morfología del templo medieval cambió sustancialmente por las obras del siglo XVI, cuando se realizó un gran arco a los pies de la nave para disponer un coro en alto al que se accede por la caja de escaleras abierta en el muro meridional. En esa misma época se añadieron retablos entre las pilastras, por lo que se rehicieron las paredes de los tres tramos de la nave cercanos a la cabecera y se construyó la sacristía cubierta con bóveda de crucería estrellada.
Si bien en el panorama del tardorrománico los rasgos arquitectónicos no resultan destacables, la escultura es realmente interesante y permite profundizar en la iconografía y el estilo de uno de los talleres más fecundos de los reinos cristianos peninsulares.

La portada oeste está formada por cuatro arquivoltas de sección cuadrada sin decoración esculpida. En la primera se adivinan restos pictóricos del viaje de los Reyes Magos, tema conectado con el motivo principal.
El tímpano muestra una imagen del ciclo de la Infancia de Cristo, la Epifanía o Adoración de los Magos (Mt 2, 11) con una peculiar e interesante composición que remite a los evangelios apócrifos (Liber Infantia Salvationis, 91:han caído en tierra sobre sus rostros (…) cada uno va besando por separado las plantas del infante”). En el centro, la Virgen coronada está sentada frontalmente, con Jesús de perfil en su regazo. El Niño bendice con la mano derecha a la vez que señala la estrella de seis puntas y sostiene un regalo en la otra mano. El primer Rey se postra en el suelo y levanta la cabeza para besar al pequeño en el pie, mientras por detrás, el segundo Mago señala la estrella, y el tercero, imberbe, responde con un gesto de aceptación. José, ligeramente inclinado, porta bonete y bastón, y coloca su mano derecha sobre el pómulo en el habitual gesto de meditación.
La fórmula de la proskinesis o postratio, en este caso de claro carácter espiritual a la vez que corporal, debe conectarse con repertorios de imágenes bizantinas que circulaban por los reinos cristianos peninsulares, pero también puede vincularse con el ritual vasallático practicado en las cortes occidentales e incluso con la liturgia monástica de época visigoda (I. Bango). Aunque la composición cuenta con paralelos tardíos en el ámbito italiano, resulta excepcional en el panorama románico y sólo se encuentra una disposición similar en tres lugares: en los tímpanos de Santiago de Agüero y San Nicolás de El Frago, y en el capitel de Grado del Pico. Sin duda, el tema insiste en la doble naturaleza de Cristo al mostrar la aceptación de la Divinidad por parte de los poderosos de la Tierra, al tiempo que se atestigua la Encarnación y se conmemora su reconocimiento como Rey de Reyes, mensaje que también aparece interpretado de manera monumental en los relieves castellanos de Silos, Ahedo de Butrón y Cerezo de Riotirón.

Portada oeste



Tímpano de la Epifanía. Portada oeste 

Bajo el cimacio de decoración vegetal, los capiteles, ocho a cada lado del vano, remiten, según C. Sánchez, a lo que debe de ser la vida del cristiano y revelan el camino que éste debe seguir hasta el conocimiento de Dios. El notable deterioro del primer relieve de la izquierda del espectador impide ver el rostro del cantero agachado que, enmarcado por dos elementos vegetales, parece tallar un sillar. Justo después, dos aves de perfil giran sus cuellos hacia atrás para picotear un vegetal que se encuentra en la esquina. Al lado, una pareja de leones se abalanza sobre un chivo agazapado. Y finalmente se dispone una Maiestas Domini rodeada de los símbolos de los Evangelistas, única imagen bíblica de los soportes. En las mochetas, dos cabezas monstruosas con rasgos leoninos encarnan los miedos y las amenazas que atormentan la vida del fiel. De la boca del primer animal surge una figura desnuda de largos cabellos que muestra la palma de su mano derecha a la altura del pecho, mientras coloca la izquierda sobre su vientre.
De las fauces del segundo ser fantástico, situado a la diestra del espectador, emerge otra figura sin atuendo que abre los brazos para clavar una espada en la zona supraciliar de la cabeza del monstruo. Las bestias terroríficas cuentan con paralelos en los mismos emplazamientos en Santiago de Agüero, San Nicolás de El Frago, San Salvador de Luesia, San Salvador de Ejea de los Caballeros y San Felices de Uncastillo. Y los personajes desnudos, identificados como Adán y Eva (M. García Guatas), guerreros (J. L. García Lloret) o mujeres (O. Pérez Monzón y C. Sánchez), tienen un interesante equivalente en Agüero. De nuevo en los capiteles, el primero presenta a dos caballeros con escudos y lanza en ristre que se persiguen en dirección al templo.
Al lado, una pareja de leones es mordida en el cuello por animales monstruosos que se enroscan en sus cuerpos. Más allá, un arquero arrodillado dispara sobre un dragón herido. Y la secuencia se acaba con dos hombres ataviados con cota de malla y protegidos por escudos diferenciados, que se enfrentan a pie con garrotes en sus manos.


Capiteles lado izquierdo 

Capiteles lado izquierdo 

Modillón lado izquierdo 


Capiteles lado derecho 

Capiteles lado derecho 

Modillón lado derecho

La portada sur está formada también por cuatro arquivoltas de sección cuadrada, pero las diferencias son notables respecto a la entrada oeste: un baquetón refuerza el ángulo de la rosca interior; en la segunda, cada dovela se ornamenta con moldura triple en forma de V, que al juntarse dibujan un trazado zigzagueante por el frente del arco; en la tercera, las dovelas se adornan con molduras en aspa que unidas forman una sucesión de rombos; la cuarta arquivolta es lisa y está circunscrita por una moldura doble baquetonada a manera de chambrana. Este recurso ornamental de base geométrica aparece en las portadas aragonesas de San Miguel de Uncastillo y Santa María de Ejea de los Caballeros. Además, los fustes de las columnas están profusamente decorados con roleos, entorchados y otros motivos, y los capiteles figurados se alternan con los remates triangulares de estrechas columnillas, asimismo repletos de elementos vegetales. Bajo las mochetas, parejas de columnas bajo remate vegetal completan la cuidada organización de la puerta. Merece la pena señalar la presencia de escudos pintados en el intradós de la segunda arquivolta, aunque sean posteriores a la ejecución de la portada; el diseño triangular curvilíneo y la complejidad de las armerías, en algún caso con bordura componada, evidencian que se realizaron en plena época gótica.

Fachada sur

El tímpano está dedicado a San Miguel como vencedor del dragón, protector de las almas y encargado de pesar las buenas y malas acciones del difunto, tema de carácter excepcional por su triple vertiente que no cuenta con paralelos. En el centro, el protagonista aguanta la balanza (cuyo deterioro solo ha respetado un platillo) mientras con la mano izquierda sostiene una lanza crucífera a la que se aferra un pequeño demonio que persigue a una figurilla humana que se refugia en la túnica del arcángel: se trata de un alma en disputa.


Tímpano de San Miguel. Portada sur 

A su izquierda, dos ángeles de pie (con restos de policromía en sus rostros y alas) portan las cabecitas de los bienaventurados en lienzos a la manera del Seno de Abraham. En el lado opuesto se encuentran los agentes del maligno y, aunque el acusado desgaste de la piedra impide afirmar con certeza a qué corresponden las formas, parecen surgir cuatro diablos en diferentes posiciones en torno al cuerpo del condenado que se halla justo debajo de uno de los recipientes de la balanza. El difunto muestra la cabeza cubierta con una capucha, y del cuello le cuelga una bolsa, atributo que remite a la figura del avaro. En la balanza se observa la cabeza de una serpiente que se enrosca por todos los personajes negativos hasta dividirse en dos a los pies del diablo tumbado; según C. Sánchez este animal se relaciona con la muerte tal y como consta en el libro XII De animalibus de Isidoro de Sevilla.
El ángel psicopompo se encuentra en repetidas ocasiones en el ámbito peninsular (San Miguel de Estella, Santa María de Sangüesa, San Martín de Artaiz, Villanueva de la Peña, Rebolledo de la Torre, San Miguel de Fuentidueña, San Pedro de Soria o Berlanga de Duero), pero no existe ni un ejemplo románico que muestre a la vez a San Miguel como defensor del bien, portador de la balanza de la justicia divina y jefe de los ejércitos celestiales; asimismo, tampoco constan paralelos escultóricos para la composición de los diablos en torno al avaro. El asunto recuerda el Juicio Final, afirma la esperanza en la salvación y recuerda el destino de los pecadores.

Capiteles lado izquierdo 


En el primer capitel de la izquierda del espectador hay dos aves enfrentadas a un vegetal, muy parecidas a las de la portada oeste pero con diferente calidad.

Al lado, un personaje (descrito por la mayoría de autores como una mujer) sujeta desde la esquina las alas de dos dragones según el esquema de la Ascensión de Alejandro Magno. Justo después, un par de reptiles alados cruzan sus cuellos para morderse las patas el uno al otro. Y la serie finaliza con una escena en la que un tañedor afina su arpa al lado de un hombre que muestra un aparente rechazo hacia la mujer con cabello descubierto que está sentada a su costado. 

Mocheta izquierda

En la primera mocheta se aprecia el busto de un anciano que se mesa las barbas al tiempo que sujeta un hacha sobre su hombro (interpretado por J. L García Lloret como un retrato del maestro).

Mocheta derecha

A la derecha se localiza la cabeza de un monstruo que muerde la pierna de un hombre quien, ayudado por un mazo, escapa de sus fauces al clavar una espada en el cráneo de la bestia.

Capiteles lado derecho


La secuencia de los capiteles continúa con dos grifos que oponen sus cuartos traseros y enfrentan sus cabezas. Sigue un músico que toca un albogue de tubo doble mientras una bailarina se inclina hacia atrás con la melena al aire y las manos en las caderas.
Al lado se dispone junto a un elemento vegetal una arpía femenina y otra masculina. Y finalmente dos hombres desnudos luchan con mazas a lomos de monstruos que agarran por las orejas. La portada está protegida por un tejaroz apoyado en ocho ménsulas que sufren un deterioro tan acusado que imposibilita su descripción (principalmente se trata de cabezas de animales monstruosos, un músico y un contorsionista).

Canecillos del alero puerta sur

Canecillos del alero puerta sur 

Canecillos del alero puerta sur 

En el conjunto de la iglesia, la conexión de los programas es indudable, ya que sin el reconocimiento de la Encarnación es imposible hablar del destino del alma.
Al evidenciar que quienes han llevado una vida de pecado (soberbios, lujuriosos, avariciosos, iracundos o envidiosos) no merecen la redención y por ello sufrirán las torturas del maligno, se advierte al fiel de los variados rostros de la tentación y se exhorta a la virtud. La coincidencia de composiciones y temas (aves enfrentadas, cantero, leones, arquero, juglar y danzarina, grifos, arpías y hombres a lomos de monstruos) hace imprescindible mencionar los cuadernos de bocetos compartidos que circulaban por los principales recintos eclesiásticos del territorio aragonés (Agüero, El Frago, San Pedro el Viejo de Huesca, Ejea de los Caballeros, San Felices de Uncastillo, San Gil de Luna y la Seo de Zaragoza, entre otros).
Estilísticamente las divergencias entre los dos tímpanos son notables, de manera que podemos hablar de dos maneras de esculpir en un mismo proyecto.
Por el taller habrían pasado dos maestros principales (el que realiza el tímpano de San Miguel y el de la Epifanía) auxiliados por un ayudante o dos en la realización de capiteles y ménsulas. Tradicionalmente la escultura de la zona norte de Aragón se ha personalizado bajo el nombre del “maestro de San Juan de la Peña” y a él se le han atribuido gran cantidad de obras, entre ellas Biota (A. K. Porter, F. Abbad, R. Crozet, J. Lacoste y J. L. García Lloret). No obstante, en las últimas décadas son varios los autores que han señalado que no todas las esculturas corresponden a los mismos artistas y se han matizado las filiaciones y la cronología. El replanteamiento del llamado “taller de San Juan de la Peña” y la conclusión de M. Melero de que existieron tres talleres diferenciados (el de Biota en cuya puerta sur se definieron las características principales que lo constituyen como modelo, el de San Pedro el Viejo de Huesca y el de San Juan de la Peña –con un papel más secundario de lo que se venía admitiendo–), marca el punto de inflexión para la investigación de buena parte del románico aragonés.
Sin duda, el artista del tímpano de la puerta sur presenta una calidad superior al resto y muestra coincidencias formales con El Burgo de Osma y Santo Domingo de Soria (especialmente en pliegues y rostros), de modo que es factible que conociera las recetas del taller soriano que partieron de Osma y las interpretara según su formación. M. Melero establece una filiación tangencial en el ábside de San Salvador de Zaragoza y considera que el maestro de Biota pudo formarse en Tudela. Sin negar ciertas similitudes con las esculturas de estos focos artísticos, cabe destacar un descenso de calidad respecto a San Nicolás de Tudela y la Seo. Las filiaciones y el establecimiento de los puntos de enlace se complican porque muchos repertorios iconográficos y formales se comparten en Castilla, Navarra y Aragón.

Respecto al tímpano de la puerta oeste, las semejanzas más evidentes se establecen con Agüero y El Frago, si bien la menor destreza en su ejecución las convierte en seguidoras de Biota. Las entradas del Salvador de Ejea de los Caballeros, San Felices de Uncastillo y una parte de la escultura de Sangüesa localizada en el interior y en las enjutas de la puerta son atribuidas por M. Melero a los escultores biotanos de la Epifanía. Y entre las últimas aportaciones cabe destacar la reciente descatalogación de San Miguel de la obra del “taller de San Juan de la Peña” (C. Sánchez), hipótesis que choca frontalmente con los estudios de J. L. García Lloret quien ve en Biota la culminación del estilo.
La mencionada ausencia de documentos y las divergencias interpretativas del estilo producen una falta de consenso en la cronología. Crozet es quien propone unas dataciones más tempranas para el grupo de obras del llamado “maestro de San Juan de la Peña” entre 1145 y 1175, pese a que no determina fechas para Biota apunta que es contemporánea de Santa María de Egea, consagrada en 1174. En esa línea, ciertos autores creen que en 1170 se concluyen las obras (O. Pérez Monzón) y otros opinan que la actividad del “maestro de Agüero”, a quien se le atribuye la realización de San Miguel, tiene lugar cerca de 1174 (F. Abbad). La mayoría de estudiosos sitúa la escultura a finales del xii (J. Lacoste, J. Yarza y M. Melero) y algunos la concretan entre 1185 y 1195 (C. Sánchez).
Los defensores de dataciones más tardías ven el inicio de la iglesia alrededor de 1196 (J. L. García Lloret) o directamente se decantan por el siglo XIII (Á. Canellas y V. San Vicente). Aunque el problema de la cronología es difícil de resolver, varias son las evidencias que respaldan los trabajos en torno a 1170 en importantes centros artísticos peninsulares como Osma, Soria, la Seo y Tudela, lugares sin los que no se comprende la portada sur de Biota. La coincidencia en el tiempo de dos maestros con estilos claramente diferenciados hace más significativo el reciente descubrimiento de un par de inscripciones con nombres en la portada occidental. La de la base del tímpano de la proskinesis ha sido leída como BIDAA ME FECIT y la de la mocheta como GIRALDE (con dudas), y ambas han servido a J. L. García Lloret y A. García Omedes para especular acerca del papel de ambos personajes en la construcción de la iglesia de Biota y su posible vinculación con la obra de la Seo de Zaragoza. El interés de las novedades iconográficas y la coexistencia de dos escultores de diferente calidad convierten a la parroquia de San Miguel en un testigo fundamental de la intensa actividad constructiva llevada a cabo en la segunda mitad del siglo XII.

 
El Frago
La villa de El Frago pertenece a la comarca de las Cinco Villas, ubicada en su parte más occidental. Su caserío está situado en un enclave privilegiado, en la orilla izquierda del río Arba de Biel, dominando este valle y el barranco de Cervera, a una altitud de 629 metros. Dista de Zaragoza 79,5 km y para llegar hasta allí deberemos encaminarnos en primer lugar a la autovía A-23 en dirección a Huesca. Tomaremos la salida 527, a la altura de Zuera, girando a la derecha para incorporarnos a la carretera A-1103 (también aparece como A-124), con dirección a Ejea de los Caballeros. Seguiremos por esta carretera, pasando por Las Pedrosas, Sierra de Luna y Luna, hasta girar a la derecha por el desvío que indica El Frago, para atravesar el puente sobre el Arba de Biel. El último tramo, unos escasos 3 km, se realiza por la carretera CV-106.
La presencia humana en estas tierras está atestiguada desde época prehistórica, aunque la primera mención documental directa data del siglo XI, durante la conquista cristiana llevada a cabo por Sancho Ramírez. Es concretamente en el año 1068 cuando aparece citado por primera vez, en un documento conservado en el cartulario del monasterio de San Juan de la Peña, por el que este monarca dio a San Esteban de Orastre (en la sierra de Santo Domingo e integrada entre las posesiones de San Juan de la Peña) las décimas de Biel junto con una serie de concesiones, entre las que figura illo molendino de illo Frago. En un escrito posterior se indica que el mismo rey construyó un palacio en este lugar, lo que puede considerarse como su fundación y una primera población.
En un documento recogido por Ubieto como falso, fechado en agosto de 1095, se señala que Pedro I donó la iglesia de El Frago a dicho monasterio. Fue el monarca Alfonso I el Batallador quien dio el definitivo empuje a dicho poblamiento, en lo que Berraondo denomina una segunda repoblación, a la que se hace referencia en un documento fechado por Lacarra en 1115 o 1116. En él, bajo el título “Memoria de la donación que Alfonso I de Aragón hizo a Giraldo, monje de San Ruf de Francia, de un lugar desierto llamado Frago, donde estuvo el palacio del rey Sancho en Arba de Biel”, se narra la curiosa historia de la fundación del lugar, en la que el monarca, por la salvación de su alma y de sus antepasados, construyó una iglesia “en el lugar desierto llamado El Frago”, en el que anteriormente su padre había edificado un palacio, y la donó al monje Guiraldo para que allí morase como ermitaño. Éste, abrumado por lo inhóspito de la comarca en donde en aquellos tiempos eran frecuentes los lobos, otras fieras y los malos hombres, pidió ayuda a los monjes de la iglesia de San Martín de Biel, en donde se refugió. Estos monjes poco a poco se ocuparon de la repoblación de El Frago durante siete años, poniendo en marcha cultivos y estableciendo habitantes. El monarca mandó al eremita que regresara a El Frago y éste, viendo pacificada y habitada la zona, pactó con el abad de Biel ocuparse de nuevo de la iglesia de El Frago, cediendo a San Martín de Biel todos los derechos de la iglesia de San Nicolás. Para que pudiera establecerse de nuevo, el abad le entregó una mula, un vestido nuevo y 700 sueldos jaqueses. En 1115, Alfonso I el Batallador otorgó fueros a sus pobladores. Por este mismo documento concedía los diezmos y primicias de El Frago a San Juan de la Peña, al pertenecer la iglesia de San Nicolás a este monasterio. En 1284, Pedro III cedió al infante Alfonso todas las posesiones de la reina Constanza en Aragón, entre ellas las situadas en El Frago. Más adelante, en un documento fechado el 8 de octubre de 1320, Jaime II lo donó a un particular. En 1441, Alfonso V concedió privilegio a este lugar. El 28 de diciembre de 1444 el arzobispo de Zaragoza Dalmau de Mur compró a Jaime Martínez de Luna y a su mujer Sancha de Guzmán la baronía de Biel, que incluía la población de El Frago. A lo largo de la época medieval, tras la conquista cristiana, se produce el asentamiento de una importante comunidad hebrea, expulsada finalmente en 1492. A falta de noticias más antiguas, ofrecemos la del fogaje de 1495, en la que se contabilizaron 24 fuegos.
La villa de El Frago, al conservar en perfecto estado la mayor parte de su antiguo caserío, forma un bello conjunto arquitectónico medieval que todavía mantiene entre sus empinadas calles los restos de su judería. Como testigos de este barrio existen dos sillares en una fachada de la calle Mayor, uno procedente de la tumba del rabí Yom Tob, hijo del rabí Yishaq, y otro correspondiente al rabí Hayyim. En cuanto al arte románico podemos encontrar importantes ejemplos en la iglesia parroquial de San Nicolás de Bari y en la ermita de San Miguel, dentro de la propia localidad, que desarrollaremos a continuación. En sus alrededores existen dos ermitas, también románicas, que son prueba de la importancia medieval de este enclave. Son las de San Miguel de Cheulas, de la que tan sólo quedan sus ruinas, y la de Santa Ana, una sencilla construcción que podemos encontrar en lo alto de una colina a 1 km del núcleo urbano. Existe cierta controversia en la datación de este pequeño edificio, ya que Abbad sitúa su construcción a finales del siglo xii, mientras que otros autores como Almería la retrasan hasta el siglo XVI, aunque sin negar su inspiración románica.

Iglesia de San Nicolás
En la parte más elevada de El Frago, en una zona conocida como el Fosal, se levanta la iglesia parroquial de San Nicolás de Bari. Forma parte de un conjunto fortificado al que se accede por una portada abierta en arco de medio punto, en el lado sur. Su enclave da pistas sobre su función defensiva, idea reforzada, en palabras de Guitart, por las saeteras abiertas en la parte alta de la nave y del ábside. No es extraño encontrar este conjunto en esta población, ya que El Frago fue una avanzada de Biel hacia el Sur, siguiendo el camino natural formado por el valle del río Arba.
La fábrica original románica fue reformada a lo largo de la primera mitad del siglo XVI, al igual que otras muchas de este territorio comarcal. A los pies se añadió una torre, en el lado norte una capilla lateral y en el lado sur otra capilla y el espacio de la sacristía. En el interior, a los pies, se realizó un coro alto sobre vigas de madera reforzadas por arcos diafragma. Tanto las capillas laterales citadas como la sacristía se cubrieron con bóvedas de crucería estrellada. La torre tiene una planta cuadrada y dos alturas en su alzado, con campanario en el cuerpo superior, en el que abren tres vanos. La remata un chapitel de sección piramidal con crestería de tipo goticista. Este edificio fue declarado Bien de Interés Cultural, en la categoría de Monumento, por el Gobierno de Aragón, según el decreto 280/2001 de 6 de noviembre.

La planta, románica, es de forma rectangular, ligeramente irregular. Presenta nave única dividida en cuatro tramos rematados por un ábside semicircular orientado al Este. Tiene una longitud que alcanza los 30 m y una anchura de 6,90 m en la nave. Dispone de dos accesos que se sitúan a los pies y en el segundo tramo del muro sur. Bajo la cabecera existe una cripta con las mismas dimensiones que ésta, gracias a la cual se niveló el terreno previamente a la construcción de la iglesia superior, optimizando de esta manera el espacio disponible. La planta de la cripta se desarrolla en dos tramos, uno rectangular y otro semicircular. Se accede a ella mediante unas escaleras por una puerta central. En el interior del templo parroquial domina la severidad arquitectónica, a lo que contribuye la escueta iluminación del conjunto a través tan sólo de tres ventanas: una centrada en el ábside, tras el retablo, otra a los pies, sobre el coro alto, ligeramente descentrada hacia el Sur, y la última en el primer tramo del lado sur. El hecho de que tanto la puerta como la ventana del hastial estén descentradas permite aventurar la preexistencia de la torre aneja, que sólo tiene como elemento a señalar una puerta sencilla de medio punto, cegada en su cara meridional. En el espacio de la cripta se abre otro vano, tan sólo observable desde el exterior, ya que al interior queda oculto por el retablo barroco del Santo Cristo.

El conjunto está realizado con buena piedra sillar aunque tan sólo se aprecia en los muros exteriores, ya que el interior está completamente enlucido y pintado. En la cripta ocurre lo mismo, salvo por el zócalo que recorre el perímetro bajo de sus muros. Se registran numerosas marcas de cantero en los sillares exteriores. Debido a la cripta, el presbiterio y el cilindro absidal se encuentran elevados a un nivel superior con respecto a la nave. Los sistemas de cubrición usados son la bóveda de cañón apuntado sobre arcos fajones para los tres tramos de la nave y el presbiterio, y la bóveda de horno apuntada para el ábside.
Esta última se refuerza con dos nervios con baquetón, que confluyen en el arco de embocadura y apean en columnas ocultas tras el retablo mayor. El diseño de la cabecera constituye, por tanto, una simplificación de las grandes cabeceras nervadas tardorrománicas tan habituales en las Cinco Villas (Ejea, Luna, El Bayo, etc.). La cripta, a su vez, también está cubierta por bóveda de cañón para el tramo rectangular y de cuarto de esfera para el ábside, naciendo ambas desde el zócalo que rodea su perímetro. Los elementos sustentantes usados en la iglesia son columnas adosadas a los muros, rematadas en capiteles decorados a base de hojas.

La cabecera, de sección semicircular, está dividida en tres lienzos por las columnas que sostienen a los nervios que refuerzan la bóveda de horno usada en la cubrición. Los nervios confluyen en lo alto de la bóveda en una clave con la cabeza de un animal esculpida, de ojos saltones y gran hocico, tan sólo identificable con algún ser fantástico. Según Almería, los capiteles de las columnas del ábside que quedan ocultas tras el retablo tienen decoración escultórica; el septentrional con temática vegetal y, el meridional figurado, mostrando dos aves con los cuellos entrelazados y picoteándose las patas (tema habitual en Cinco Villas derivado de un modelo pamplonés y legerense que halló eco en Sos).
El arco fajón que realiza la transición entre el tramo de bóveda de cuarto de esfera y el de cañón del presbiterio es ligeramente más ancho que el resto y apea en dobles columnas adosadas, con capiteles decorados a base de motivos vegetales del románico tardío: hojas grandes unidas por combados y con volutas en sus ángulos. A la altura de los cimacios, una imposta moldurada con baquetón horizontal bajo recorre todo el perímetro interior del edificio.

Al exterior las columnas interiores, tanto de la cabecera como de la nave, tienen su proyección en contrafuertes notablemente anchos que recorren en altura todo el alzado. En el entronque del cilindro absidal con el presbiterio se disponen sendas columnas de capiteles lisos, adosadas a los contrafuertes que refuerzan esta zona. El perímetro exterior de la cabecera está recorrido por una imposta de moldura doble a la altura de la base de la ventana central del ábside, que se detiene en los tramos de la nave del muro norte pero que continúa por toda la superficie del muro sur, enmarcando incluso la portada oeste. La interrupción de la moldura en la fachada septentrional coincide con un corte de obra manifiesto en la falta de trabazón de las hiladas. La ventana del ábside tiene una configuración exterior en aspillera, con las aristas achaflanadas y con el dintel de una pieza en la que se ha vaciado el arco de medio punto. La proyección hacia el interior queda oculta tras el retablo central, al igual que la del pequeño vano de la cripta, en este caso adintelado en la actualidad, si bien quedan vestigios para pensar que en origen también remataba en medio punto. Carece de cornisa y modillones, porque los muros se ven elevados varias hiladas por encima del remate de los contrafuertes, probablemente con intencionalidad militar.
Los arcos fajones apean sobre columnas adosadas al muro con capiteles lisos o pobremente decorados (a base de motivos vegetales muy esquematizados como hojas grandes lisas rematadas en volutas y bolas, o crecientes volteados), de canon poco esbelto.
Al exterior, en el primer tramo del muro sur, sobre la imposta que recorre esta parte del perímetro del edificio, abre un vano de medio punto con abocinamiento interior y exterior. La composición de la ventana es igual a ambos lados, aunque al interior se encuentra parcialmente oculta tras los arcos que sostienen el coro alto de los pies. Sobre el vano se dispone una arquivolta lisa que apea en columnillas de fuste cilíndrico, con capiteles lisos y basas con dos toros y una escocia.

La portada de los pies, en la parte meridional del muro hastial, tiene una anchura de 2,95 m, con una luz de 1,08 m en su vano. Se compone de dos arquivoltas de medio punto colocadas en gradación, lisa la exterior y con baquetón simple la interior. Cobijan un tímpano semicircular, sostenido por ménsulas de triple bocel, que está decorado por un crismón sostenido por dos ángeles. El crismón es circular, trinitario, de seis brazos, con enmarque en aro y con las letras griegas alfa y omega permutadas, la segunda de ellas en forma de flor de lis. La S del brazo inferior aparece invertida. Los ángeles que lo sostienen visten túnicas y aparecen en genuflexión, adaptando así sus figuras y alas al espacio semicircular.

Portada occidental 

Detalle de la portada occidental 

La arquivolta interior apoya en columnas de fuste cilíndrico, rematadas en capiteles decorados a base de esquemáticas palmas de múltiples nervios y piñas o frutos en sus ángulos, mientras que la exterior lo hace en jambas rectas. En uno de los sillares de la jamba norte existe una inscripción que no ha sido transcrita íntegramente. Una chambrana con doble bocel enmarca el conjunto.
La portada sur, en resalte con respecto al muro para disponer de profundidad suficiente, se configura por cinco arquivoltas y chambrana decorada con flores de cuatro pétalos, sobre la que se dispone un pequeño alero sustentado por diez canecillos lisos. Las arquivoltas apean en ocho columnas cilíndricas, cuatro a cada lado, con capiteles historiados, y dos montantes rectos. Por encima de los capiteles se dispone una imposta que ha perdido la mayor parte de su decoración a base de un módulo repetido de hojas y frutos. La anchura total de esta portada, ligeramente acortada en su lado este por el volumen de la capilla lateral añadida en el siglo xvi, es de 5,50 m, con una luz de 1,62 m en su vano. Las arquivoltas, desde el exterior hacia el interior, presentan diversos motivos esculpidos.
La exterior, más ancha que las demás, es totalmente lisa. La siguiente hacia el interior presenta un toro con dos escocias a cada lado. La tercera incluye un toro ligeramente mayor que el anterior, con cinta en zigzag que recorre toda su parte interna. La siguiente arquivolta es exactamente igual que la segunda comentada. Finalmente, la interna más cercana al tímpano es la que confiere a esta portada su mayor valía, por el interés iconográfico del calendario esculpido en ella. Sobre el sentido de lectura de este calendario parece que los expertos no se ponen de acuerdo, lo que unido al deterioro de algunas de sus escenas no ayuda a clarificar este aspecto. Los últimos estudios parecen decantarse por una lectura de derecha a izquierda, en donde los meses, de enero a diciembre, seguirían el sentido contrario a las agujas del reloj y, por consiguiente, el mismo recorrido que el ciclo solar.

En cada una de las doce dovelas de esta arquivolta se distribuye una alegoría de cada mes del año, mostrando las escenas de los trabajos agrícolas y acciones más características de cada uno de ellos. Las escenas de las tres dovelas inferiores de cada lado (enero, febrero, marzo, octubre, noviembre y diciembre) alinean sus personajes en sentido longitudinal, mientras que las seis superiores siguen la dirección radial.
Conforme a estas pautas de lectura e interpretación nos encontramos con las siguientes escenas: en la primera dovela del lado este aparece un hombre con un haz de leña a sus espaldas que viste ropas de abrigo; en la siguiente, correspondiente al mes de febrero, encontramos otra figura encapuchada, con ropas de abrigo y sentada ante el fuego. Según Gómez de Valenzuela el sayo con capucha que usa es idéntico al que llevan los pastores del capitel que representa el nacimiento de Cristo en el monasterio de San Juan de la Peña; en el tercer capitel, correspondiente a marzo, el hombre está podando vides y ya viste sayo corto y abarcas; el cuarto capitel muestra la figura de una mujer portando un ramo en forma de flor de lis en su mano derecha, con el brazo extendido, que parece aludir a la primavera. En los ropajes de esta figura, Gómez de Valenzuela también observa similitudes con las figuras femeninas del claustro de San Juan de la Peña; el siguiente capitel representa el mes de mayo y, aunque dudoso por su deterioro, parece verse una escena de cetrería en la que el cazador sostiene con su mano derecha un ave rapaz; en las dos siguientes dovelas, correspondientes a junio y a julio, se identifican trabajos de siega en los que el labrador parece blandir una hoz; el mes de agosto está representado por la escena de la trilla con mayal; la novena dovela, correspondiente a septiembre, está bastante deteriorada por la erosión, por lo que ha sido interpretada de diversas maneras. En todo caso parece que se trata de un hombre vareando un árbol, sin quedar claro si su intención es recoger sus frutos o alimentar a los cerdos con bellotas; en la dovela correspondiente a octubre se alude a la vendimia y posterior trasiego, mediante una escena en donde el campesino, todavía vestido con ropajes cortos, vierte el contenido de una vasija en una cuba asentada en el suelo; la undécima dovela representa el mes de noviembre con la matanza del cerdo, lo que coincide con la festividad de San Martín, el día 11 de dicho mes. De nuevo Gómez de Valenzuela ve similitudes entre esta composición y la de Caín y Abel en el claustro de San Juan de la Peña; finalmente, en la última dovela, el mes de diciembre se identifica una mesa con mantel de lino sobre la que se disponen los alimentos a modo de premio y descanso tras el tiempo de trabajo. De esta forma se cierra el ciclo, coincidiendo con la celebración de la Navidad, algo que otros autores como Aísa relacionan también con esta escena.
Asimismo, Guarc interpreta esta escena como un hombre descansando sobre una cama. Esta variación en la interpretación de ciertas escenas se debe principalmente a la erosión de algunas de las dovelas, que lleva a identificarlas de diferentes formas. La utilizada en este estudio basa su interpretación en otros calendarios coetáneos de España, como el de la portada de Ripoll, en Girona (con el que incluso coincide en el sentido de lectura), el de la arquivolta de Beleña de Sorbe, en Guadalajara, y las pinturas de San Isidoro de León. Para Gómez de Valenzuela, este tipo de representaciones, dentro del arte románico, suelen transmitir la idea de ciclo presidido por Cristo, símbolo del geocentrismo tan acorde con la mentalidad de la alta Edad Media. Al estar situada esta serie en la fachada meridional de la iglesia, el año comienza en el mismo lugar que el día: a la derecha, es decir, al Este, por donde sale el sol.







De esta forma el ritmo anual coincide con el ritmo solar, en una perfecta combinación del tema representado con el correr cotidiano del tiempo, que subraya el fluir de los meses con Cristo como centro. Algunos autores rechazan este simbolismo religioso, indicando que se tratan de simples almanaques en donde se dispone un tema profano sin más, pero en el caso de El Frago se aprecia claramente que el tema pagano del ciclo anual se encuentra cristianizado y cargado de simbolismo religioso por la Iglesia, reforzado todavía más con la representación de la epifanía del tímpano. Dicho tímpano apoya sobre dos ménsulas en las que se adivina el tema habitual del hombre enfrentado a una cabeza de monstruo. Hoy en día, presentan un grave deterioro por lo que su interpretación es bastante confusa, sobre todo en el caso de la del lado occidental. Sobre ellas se desarrolla la escena de la epifanía comentada, en la que se ve a los reyes entregando a Jesús, sentado en las rodillas de su madre, los obsequios que traen desde Oriente, mientras José dormita o medita, sentado en el lado derecho de la escena, ajeno al acontecimiento. Dicho relieve es muy similar al de San Miguel de Biota, entre otras cosas en la idéntica posición de los personajes (entre los que destaca la prosternación del primer rey, postura que ha sido puesta en relación con la proskynesis bizantina), siendo ambos herederos del modelo del tímpano de la iglesia de Santiago de Agüero.
Las arquivoltas de la portada apean en ocho columnas provistas de capiteles figurados, algunos de ellos muy desgastados por la erosión. Comenzando por el lado oeste, en el capitel exterior podemos ver un personaje sometiendo a un águila, interpretado también como un arquero disparando contra una arpía. En el siguiente aparece una contorsionista ante el tañedor de un arpa, como en Biota y Ejea, y en los dos siguientes dos guerreros sobre sus cabalgaduras en acción de acometerse. En el lado este, siguiendo el mismo orden de exterior a interior, aparecen dos grifos enfrentados en el primero, un cantero tallando un sillar en el segundo, una bailarina contorsionada ante un músico que toca un albogue, en el tercero y una escena religiosa de dudosa identificación con tres figuras, una de ellas un ángel, en el más cercano a la puerta, que para Giménez Aísa representaría la Anunciación.

El conjunto de ambas portadas es atribuible al maestro de Agüero, también conocido como taller de San Juan de la Peña, entendiendo como tal la escuela de escultores que recorrieron esta zona aragonesa de Cinco Villas durante los años finales del siglo XII y los primeros del XIII y extendieron en numerosas localidades una manera de trabajar y un repertorio temático muy caracterizados, que tienen en el claustro de dicho monasterio una de sus producciones más relevantes. Se encuentran numerosos ejemplos similares en la zona, tanto en arquitectura como en escultura, que han podido servir de modelo o haber recibido influencia del edificio que nos ocupa. A las ya citadas habría que añadir la cripta de la iglesia de Santiago en Luna, que es idéntica a ésta.
En cuanto a la decoración escultórica, hay que volver a hacer referencia a la iglesia de Agüero. También existen tímpanos similares al de la portada occidental de El Frago en San Felices en Uncastillo y en San Salvador de Ejea de los Caballeros (todos ellos hacen evolucionar los modelos de San Pedro el Viejo de Huesca). En lo referente a temas concretos de la arquivolta interior de la portada sur, varios motivos se relacionan con el arte borgoñón del segundo tercio del siglo xii, caso del encapuchado junto al fuego o el que transporta un haz de leña, este último similar al del mes de noviembre en el calendario de San Lázaro de Autun. Estas influencias son visibles también en relieves que este taller dejó en la portada de Santa María la Real en Sangüesa, quizá derivadas de su contacto con el escultor Leodegario. Por otro lado, el tema del festín y los personajes sentados a la mesa están en otras iglesias del norte de Francia, como Chartres.

Dentro de la iglesia, bajo el coro alto de los pies, se conserva una pila bautismal románica. Se trata de una gran copa vaciada en una sola pieza de piedra, lisa y de forma semiesférica. Mediante una sencilla basa apoya en un doble pedestal circular, también de piedra, muy similar al de la pila bautismal de la ermita de la Virgen de Cabañas en la Almunia de Doña Godina. En la sacristía de la iglesia se guarda una talla de madera policromada gótica de la Virgen sedente con el Niño sentado en su rodilla izquierda.

Interior 

Interior 

Pila bautismal 

No existe documento alguno que sirva para conocer la fecha de consagración de esta iglesia, pero gracias a las semejanzas arquitectónicas y escultóricas comentadas se puede proponer una fecha aproximada. Tomando como referencia la escena de la epifanía esculpida en el tímpano de la portada sur y su similitud con la realizada previamente en la iglesia de Agüero y después en San Miguel de Biota, se puede datar esta obra en torno al año 1190, algo en lo que coinciden la mayoría de los expertos. Algunos de ellos, como Gómez de Valenzuela amplían la horquilla temporal hasta la segunda mitad del siglo XII o se deciden por los años 1170-1180, como Castiñeiras; Almería la retrasa hasta los primeros años del siglo XIII, por su similitud con las iglesias ejeanas. 


Ermita de San Miguel
Este edificio se encuentra situado en la carretera de acceso a la localidad, una vez cruzado el río Arba de Biel. Se trata de una pequeña construcción de origen románico a la que en algún momento posterior se le añadió un coro alto en el tramo de los pies, del que quedan algunos indicios de su existencia, como algunos mechinales que sustentarían su solera. Ha sido restaurado recientemente por la Diputación Provincial de Zaragoza, entre 2002 y 2004.
Consta de una nave rectangular dividida en tres tramos, rematada en testero recto orientado al Este. Cuenta con una longitud de 15,50 m y una anchura de 6 m en la nave y de 5,15 m en el tramo de la cabecera. El volumen del cuerpo de la nave es más ancho y alto que el tramo de la cabecera, tanto en el exterior como en el interior. Tan solo existe un acceso, ubicado en el segundo tramo del lado sur, y tres vanos de iluminación, uno en el muro este, otro en el muro sur de la cabecera y otro en el hastial.
El aparejo usado en todo el conjunto es la piedra sillar, estructurada en hiladas de unos 24-26 cm, sobre las que abundan las marcas de cantería. La ermita está cubierta mediante bóveda de cañón apuntada sobre arcos fajones que apean en columnas de fuste cilíndrico adosadas al muro, terminadas en capiteles lisos. Una imposta lisa recorre, a la altura de sus cimacios, los muros norte y sur.
Los vanos comentados abren en aspillera al exterior y con derrame al interior. Este derrame forma sendos arcos de medio punto para las ventanas del eje longitudinal, mientras que en el caso de la del lado sur de la cabecera lo hace de forma adintelada. Existe otro vano de medio punto rebajado en el muro norte de la cabecera, con un hueco proyectado en el interior del muro. En la parte baja de los muros norte y sur de la cabecera se dispone un banco de piedra, ocupando toda la longitud de dicho tramo. En el exterior, los muros, tanto de la nave como de la cabecera, se coronan mediante dos aleros de escaso vuelo sustentados por canecillos lisos, de los cuales sólo son originales los del tramo de la cabecera. Éstos dan paso a dos tipos de cubierta en la parte exterior, una compuesta por una serie de losas pétreas sobrepuestas en la cabecera, y otra fruto de la última restauración, a base de teja, ambas a dos vertientes.

La portada, situada en el muro sur del segundo tramo, abre en arco de medio punto, formado por cuatro arquivoltas lisas y una chambrana exterior sin decoración. La anchura de esta portada alcanza los 4,40 m, y la luz de su vano los 1,38 m. De las cuatro arquivoltas, tan solo la primera y la tercera, desde el interior, presentan en su arista un baquetón enmarcado por dos escocias, mientras que las otras dos se componen de dovelas lisas. En esquema general y detalles se aprecia su inspiración en la de San Miguel de Cheulas.

Las arquivoltas baquetonadas apean sobre capiteles bastante deteriorados (dos a cada lado, por tanto) que han perdido sus fustes cilíndricos, mientras que las arquivoltas lisas descansan sobre jambas rectas. Los capiteles exteriores son lisos (lo que entra en contradicción con lo afirmado por Abbad, quien describió que la portada contenía tres capiteles decorados con hojas y uno de ellos con entrelazo; quizá confundió en sus notas San Miguel con San Miguel de Cheulas).
Respecto a los capiteles interiores, el oriental está decorado con un motivo de entrelazo muy torpe y el occidental con una sencilla decoración vegetal que ha perdido gran parte de su superficie. Es evidente que simplifican los motivos desarrollados en Cheulas. Por encima de los capiteles existe una imposta lisa, que se prolonga por todo el muro sur del cuerpo de la nave, deteniéndose en el tramo de la cabecera y en el muro de los pies. Dos ménsulas con estrías verticales sustentan la pieza más importante de este edificio, el tímpano, que presenta un crismón sobre un fondo liso. Se trata de un crismón circular, trinitario, de seis brazos, con aro muy resaltado con respecto al fondo del tímpano y con las letras griegas alfa y omega permutadas, con la particularidad de que la primera de ellas presenta forma cuadrada, y la segunda forma de flor de lis. Se trata de una pieza bastante sobria y sin adornos.

En el exterior, junto a la entrada, quedan fragmentos de dos losas pétreas pertenecientes a algún enterramiento, y en el interior, bajo el banco del muro sur de la cabecera, se aprecia otra sobresaliendo la mitad de su superficie. A falta de elementos escultóricos de calidad, carecemos de argumentos definitivos para datar el edificio. El apuntamiento de las bóvedas evidencia su carácter tardorrománico, y la forma de las letras del crismón lo relaciona con otros de Cinco Villas. La portada está evidentemente inspirada en la de San Miguel de Cheulas, por lo que ha de ser posterior y no realizada por los mismos canteros. Cabe proponer que se construyera a comienzos del siglo xiii por maestros de carácter rural.

 

Luna
Luna se encuentra en la margen derecha del río Arba de Biel, justo a los pies de la sierra del mismo nombre. Dista tan sólo 65 km de Zaragoza y es una de las localidades de mayor entidad de la comarca de las Cinco Villas. Su término municipal linda al Norte con El Frago y Murillo de Gállego, al Este con Ardisa, Valpalmas y Piedratajada, al Sur con Sierra de Luna y Erla, y al Oeste con Ejea de los Caballeros.
A Luna se llega desde Zaragoza por la autovía A-23, dirección Huesca, que ha de abandonarse a la altura Zuera, desde donde se toma la carretera A-124 hasta las inmediaciones de Erla, donde cruza con la A-125. Desde allí se continúa por la A-1103 y a unos 7 km se alcanza la localidad de Luna.
Relatos legendarios atribuyen el nombre de la localidad a un pasaje histórico que se remonta a tiempos de Sancho Ramírez. La historia cuenta que éste reconquistó la villa a los musulmanes en el año 1092 siendo la luna su mejor aliada, lo que motivó que se sustituyese el nombre de Monte Mayor por el que conocemos ahora. Los numerosos restos arqueológicos que se conservan han llevado a algunos historiadores a identificar la villa con la población romana de Gallicolis, punto clave de la vía que comunicaba Caesaraugusta con Oloron. La realidad histórica certifica que esta zona fue escenario de acciones de expansión del territorio aragonés desde el siglo X y que fue repoblada por iniciativa de Sancho Ramírez, quien reconquistó y consolidó una amplia franja en la entonces Extrematura del reino. En 1093 el monarca entregó a Banzo Azones terrenos en Luna para levantar una torre. Una donación a San Juan de la Peña por parte de dicho monarca prueba que en la década de los noventa había quedado organizada la nueva población. A partir de esa fecha abundan las noticias relativas a tan importante enclave. A lo largo de la Edad Media Luna tuvo tenentes de gran relevancia histórica; el primero de ellos fue el futuro rey Alfonso I desde 1097 hasta 1104. Posteriormente, pasó a Lope Garcés Peregrino y Beltrán de Labarza, aunque con quien consiguió la categoría de señorío fue con Lope Íñiguez en el año 1136. Desde ese momento la villa quedó patrimonialmente vinculada a su descendencia, dando origen al apellido de la familia Luna, un linaje que hunde sus raíces en Navarra.
Los derechos de las iglesias de Luna fueron cedidos por el obispado de Pamplona al monasterio de San Juan de la Peña, aunque más tarde, desde 1167 a 1174, pasaron a manos de la orden de los Templarios, que igualmente tuvo una influencia evidente en la zona mediante una encomienda. Ya en el siglo xiv el rey Jaime II donó a su hijo Alfonso IV, en el año 1320, la villa y el castillo. Tiempo después Pedro IV la vendió a Lope Fernández de Luna, quien además obtuvo el título de Conde de Luna. En el año 1430 Alfonso V confiscó el castillo a Fadrique de Aragón y un año después quedó vinculado, ya mediante compra, a Pedro López de Gurrea, pasando más tarde a depender de los duques de Villahermosa.
Los importantes ejemplos de arquitectura civil de los siglos XV y XVI que se conservan en la actualidad dan buena cuenta del ilustre pasado histórico que tuvo la villa. Destaca, entre todos, el palacio de los Condes de Luna, un edificio de grandes dimensiones que, aunque se ha modificado sustancialmente, mantiene todavía su galería superior de arcos conopiales y un interesante alero labrado en madera.

Iglesia de San Gil
La iglesia de San Gil se localiza aislada en las afueras de Luna, próxima a la cima del promontorio en que se asienta la población, sobre un collado que domina el valle del río Arba de Luesia. Al parecer fue construida extramuros del antiguo recinto amurallado de Luna, si bien era una iglesia asociada a un castillo, que se alzó en sus inmediaciones hasta la década de los años cincuenta del siglo XX, cuando fue demolido para reaprovechar sus sillares.
La casi total ausencia de documentación relativa a esta iglesia no impide que podamos conocer con bastante exactitud las fechas de su construcción e incluso descubrir la identidad de los comitentes que encargaron su obra. Su excepcional calidad artística, que introduce un nuevo lenguaje arquitectónico de carácter protogótico, así como la riqueza y los temas de su escultura monumental, la señalan como capilla regia de Alfonso II de Aragón (1162-1196), construida hacia 1168-1174.

La fábrica original de la iglesia de San Gil ha llegado prácticamente íntegra a nuestros días, sin los añadidos ni reformas de épocas posteriores que suelen afectar a las iglesias parroquiales, hecho que subraya el carácter palaciego del edificio, de propiedad real. Para observar los acontecimientos históricos que rodearon su construcción es necesario hacer un análisis previo de su arquitectura y de su escultura monumental.
Cuando el visitante se aproxima a la iglesia de San Gil lo primero que destaca es su austero tratamiento exterior, de carácter funcional, próximo a la estética de la arquitectura cisterciense. El grueso muro, fajado a tramos por contrafuertes de escaso resalte, se muestra perforado por tres ventanas en la cabecera, un óculo y una sencilla portada en el muro de los pies, más la portada principal abierta en el muro norte.
La iglesia de San Gil sigue un modelo arquitectónico de posible origen languedociano, vinculado a las órdenes religioso-militares del temple y del hospital, próximas a la orden del Císter en sus ideales de austeridad. Su planta de nave única con cabecera poligonal de cinco lados es excepcional en el arte románico, lo que resalta su conexión con dos singulares construcciones: la iglesia templaria de Santa María de Gardeny, en Lérida, perteneciente a una encomienda fundada en 1149 y consolidada con el nombramiento de su primer comendador en 1156; y la iglesia del Hospital de San Juan de Jerusalén en Cizur Menor, cercana a Pamplona, cuyo primer comendador inicia su mandato en 1181.
La iglesia de Luna comparte con las de Gardeny y Cizur Menor una concepción espacial cercana, la nave cubierta con cañón apuntado y la cabecera poligonal de cinco lados, que ha llegado muy transformada en Gardeny, cuya iglesia fue utilizada como polvorín durante la Edad Moderna. Santa María de Gardeny y San Gil de Luna se relacionan además por la traza de sus respectivas portadas occidentales, que tienen la peculiaridad de ser de arco de medio punto rebajado, con un diseño sumamente austero.
El modelo arquitectónico al que responden los tres templos, resuelto con extrema austeridad de formas en Gardeny y en Cizur Menor, sirvió en cambio para acoger un lujoso lenguaje arquitectónico y decorativo en la iglesia de Luna, que sólo se descubre al penetrar en su interior. Puede observarse en primer lugar cómo la bóveda de la nave apoya sobre tres arcos fajones apuntados, de los cuales el central apea en ménsulas y los de los lados este y oeste, que son arcos doblados, apean en pilastras de columnas pareadas. La cabecera, por su parte, se cubre con una bóveda de horno, reforzada por seis nervios que parten de una misma clave para apoyar en las columnas adosadas a los ángulos del polígono absidal. Estos elementos sustentantes se entrelazan en la zona inferior con una arquería ciega que recorre el perímetro interno, para interrumpirse al llegar a las pilastras occidentales.
La cubierta de la cabecera de San Gil ha sido confundida en ocasiones con una bóveda de crucería gótica, si bien se trata de una solución bastante más primitiva. Está formada por una bóveda de horno capialzada, de tradición románica, con los sillares dispuestos en hiladas concéntricas, reforzada por ojivas que comparten la clave con un arco preabsidal; una solución muy distinta de la bóveda gótica de crucería radial, generalizada a partir de 1200, donde la clave se independiza del arco preabsidal y los sillares se disponen en sentido radial a ésta.
Por las características señaladas, la cabecera de la iglesia de San Gil tiene mucho más que ver con la cúpula de la catedral de Zamora, finalizada hacia 1174, y con la cúpula de la catedral vieja de Salamanca, que al interior se organizan con sillares en hiladas concéntricas sobre nervios de refuerzo, los cuales apean en columnas adosadas que se integran, como en la iglesia aragonesa, en un orden de arquerías. La similitud de soluciones es tal que José María de Azcárate no dudó en denominar como “media cúpula” a la cabecera de San Gil de Luna. Otras bóvedas de horno reforzadas por nervios se encuentran en cabeceras de numerosas iglesias edificadas durante el último tercio del siglo xii, como son las de San Juan de Ortega (Burgos), San Juan de Rabanera en Soria, San Gil en Atienza o Santa María Magdalena en Zamora, entre otras muchas.
Un segundo elemento clave para catalogar la iglesia de San Gil lo constituyen las pilastras que sustentan el arco triunfal y el arco occidental de la nave. Su disposición con un frente al que se adosan medias columnas gemelas, flanqueado por otras dos columnas de menor diámetro, coincide con la del soporte característico de la arquitectura “hispano-languedociana”, que Elie Lambert denominó de este modo por considerarla originaria del sur de Francia. Se trata de un estilo caracterizado por el empleo sistemático de este tipo de soporte, bien como pilastra de cuatro columnas, bien como pilar exento de doce columnas, asociado a bóvedas de crucería simple, cuya difusión geográfica se circunscribe al cuadrante nororiental de la Península Ibérica, en construcciones localizadas en territorios de Cataluña, Aragón, Navarra y La Rioja.
Dentro de este amplio grupo de obras, el vigoroso lenguaje plástico desplegado en el interior de la iglesia de San Gil encuentra su vinculación más inmediata en una construcción cercana en la geografía, la llamada “sala de doña Petronila”, que se ubica en el segundo piso de la torre del homenaje del palacio real de Huesca. Aunque ha perdido su cubierta original, esta estancia comparte con la iglesia de San Gil la cabecera poligonal de cinco lados, la arquería ciega que recorre el perímetro interno y una distribución de pilastras y columnas adosadas muy parecida. Similitud que se confirma en los capiteles de las arquerías de ambos templos, que se deben al mismo escultor.
Las innovadoras soluciones introducidas en la iglesia San Gil de Luna y en el palacio real de Huesca no tardaron en ser imitadas en la región, como demuestra la cabecera de la iglesia de Santa María de Ejea de los Caballeros, consagrada en 1174, que comparte con ambas construcciones la planta poligonal de cinco lados, cubierta con bóveda de horno sobre nervios, e incluso la arquería ciega que recorre su zona inferior. Esta conexión resulta lógica en virtud del camino que en la Edad Media comunicaba Ejea de los Caballeros con Huesca, que precisamente atravesaba el río Gállego en las inmediaciones de Luna, en la localidad de Puendeluna (Zaragoza).
Los detalles de construcción de la iglesia de San Gil revelan que el templo fue realizado en dos etapas consecutivas, por diferentes equipos. El primer taller es el más importante y refinado, ya que realiza toda la escultura monumental del templo, con la colaboración de dos escultores distintos. A él se debe la construcción de la cabecera, con su bóveda nervada; el presbiterio, con su bóveda de cañón apuntado, el arco triunfal y las pilastras occidentales; y también los muros laterales, con la arquería ciega interna. Este taller deja interrumpida la iglesia en el primer tramo de la nave, que queda sin cubierta y sin cerramiento a occidente. Se trata del mismo taller que trabaja en la sala de doña Petronila del palacio oscense, cuya cubierta original no se conserva, aunque los soportes de su cabecera demuestran que estuvo preparada al menos para recibir una bóveda nervada semejante a la de San Gil.
La iglesia de San Gil fue finalizada por un equipo de estilo más rudo, con una austeridad propia de la arquitectura monástica de las órdenes del Císter, el Temple o el Hospital. A él se debe la construcción de las pilastras occidentales, la fachada oeste, con una sencilla portada, y la cubierta de la nave, con una bóveda de cañón apuntado.
El cambio de taller es evidente en la unión de la fachada oeste con los muros laterales, o en la “cicatriz”, debida a la discordancia de aparejo, que recorre la bóveda de la nave en su unión con el arco triunfal. También al exterior del templo, en los modillones del alero, ya que los correspondientes a la cabecera muestran figuras del bestiario, mientras que los de los muros laterales resumen su decoración a sencillas formas geométricas.

Canecillo de la nave de San Gil de Luna

Canecillo de la nave de San Gil de Luna 

Canecillo de la nave de San Gil de Luna 

Canecillo de la nave de San Gil de Luna 

Canecillo de la nave de San Gil de Luna 

Canecillo de la nave de San Gil de Luna 

Canecillo de la nave de San Gil de Luna 

Canecillos de la portada


Todos estos detalles demuestran que la iglesia se finalizó de manera apresurada, quizá debido al agotamiento de recursos. Antonio García Omedes, pionero en observar las incongruencias constructivas del templo, señala que su plan original debió incluir una nave con dos tramos, cubiertos con bóvedas de crucería, de acuerdo con el modelo de la iglesia de Puilampa, en el término municipal de Sádaba (Zaragoza), que así mismo es una construcción de estilo hispano-languedociano. Hay que observar, no obstante, que las pilastras de la nave de San Gil no están preparadas para recibir ojivas, ya que los capiteles de las columnas laterales no adoptan la disposición diagonal necesaria, que se observa en Puilampa y en muchas otras iglesias del grupo languedociano, en las que este soporte se asocia a bóvedas de crucería.
La iglesia de San Gil coincide por tanto con otras primerizas construcciones del grupo languedociano que conservan pilastras de cuatro columnas asociadas a bóvedas de cañón apuntado: la llamada iglesia de “San Jesucristo” localizada en el monasterio de Santa María de la Oliva, fruto de los primeros trabajos constructivos en el monasterio, cuya nave única viene a ser un ensayo a pequeña escala de las soluciones que se emplearán en su iglesia abacial (edificada entre 1162 y 1200), incluyendo ya la bóveda de ojivas en su cabecera; y la zona occidental de la iglesia de Santo Domingo de en Soria, cuya construcción se data hacia 1170, raro ejemplo de iglesia de tres naves cubiertas con bóvedas de cañón apuntado, paralelas.
Al parecer, la bóveda de crucería, ensayada primero en subestructuras, cúpulas y cabeceras de templos, no se generaliza en la arquitectura del grupo languedociano hasta los años ochenta y noventa del siglo XII, con la cubierta de las grandes iglesias de tres naves (catedral de Tarragona, catedral de Tudela, iglesias abaciales de Santa María de la Oliva y Santa María la Real de Irache, Santa María la Real de Sangüesa, etc.) o con la propia iglesia de Puilampa, cuyos muros laterales aparecen datados por inscripciones en 1189.
La actuación de dos equipos de constructores distintos en la iglesia de San Gil parece reflejarse además en las distintas inscripciones epigráficas que la observación paciente de García Omedes ha localizado en lugares recónditos del templo, ya que existe una clara diferencia entre las letras de cuidada caligrafía que se conservan en varios capiteles del área de la cabecera, y la inscripción de extraños caracteres grabada en la clave del arco triunfal del templo, que hasta el momento no ha podido ser descifrada.
La iglesia de San Gil conserva abundante decoración escultórica de tipo narrativo, que se distribuye entre la zona baja del templo (portada norte, capiteles de la arquería ciega) y los soportes localizados a la altura de la bóveda (capiteles de pilastras, columnas adosadas y ventanas, modillones de alero). En esta rica decoración se distingue con nitidez la actuación de dos escultores, a los que propongo denominar como “primer maestro de San Gil” y “maestro de San Juan de la Peña”, así como otros estilos secundarios en los modillones del alero, que contienen la decoración menos relevante. 

El primer maestro de San Gil
Con esta denominación nos referimos al escultor que esculpe los soportes de la iglesia más cercanos al espectador: los capiteles de la arquería ciega interna y el tímpano de la portada norte.
El tímpano muestra una escena de la vida eremítica de san Gil, titular del templo. Aunque ha llegado a nuestros días en pésimo estado de conservación –debido a la bárbara costumbre de apedrear esculturas, común hasta no hace mucho tiempo entre los niños de Luna– parece obra del primer maestro por la manera de representar la maraña vegetal situada en su parte izquierda, muy similar al follaje de los árboles esculpidos en varios capiteles de la arquería interna.
Representa el episodio en que una mesnada de cazadores, caracterizados con escudos y espadas, se adentra en el bosque en que habita San Gil ermitaño, persiguiendo a la cierva que alimenta con su leche al santo.

Portada norte con una estatua-columna

Tímpano de la portada norte. Leyenda de San Gil de Provenza 

En el extremo izquierdo del tímpano se puede apreciar a un hombre postrado ante una maraña vegetal, que según la leyenda debe ser el obispo de Nimes en el momento de rendir homenaje a San Gil ermitaño, protagonista de la escena que, sin embargo, no aparece representado, quizá porque se le supone oculto en su cueva cubierta por la maleza.
El tímpano se inserta en una portada de arco de medio punto compuesta por dos arquivoltas de baquetón, de las cuales sólo la interna apoya en columnas con capiteles, conservándose únicamente el fuste del lado izquierdo (frente al espectador), que es una estatua-columna, bastante maltrecha y descabezada.
Es posible que esta talla representara al propio San Gil abad, recibiendo el homenaje de los personajes representados en el tímpano; así lo indica que todas las figuras humanas allí esculpidas estén mirando al lado izquierdo de la portada, en especial la figura del obispo postrado en dirección hacia la estatua-columna.
Al otro lado de la misma arquivolta debió de existir en origen una segunda estatua-columna, quizá con la figura de San Ginés de Arlés decapitado, llevando su cabeza en las manos. Ambas figuras se corresponderían con los ciclos escultóricos sobre San Gil y San Ginés que se encuentran esculpidos en el interior del templo, uno frente a otro, bajo el arco triunfal de la nave. Debe tenerse en cuenta que la representación de santos fue común en las estatuas-columna de las portadas románicas, como todavía puede apreciarse en las portadas de las iglesias de San Esteban de Sos (Zaragoza) y Saint Just de Valcabrère (Haute-Garonne), cercanas geográficamente a Luna.
Por otra parte, la arquería interna de la iglesia de San Gil se dispone a modo de un claustro románico, con capiteles dobles y simples (que en realidad son sillares esculpidos, encastrados en el muro) a los que correspondían igual número de fustes (desaparecidos en su mayor parte), incluyendo un par de frisos narrativos, justo debajo de las ménsulas en que apea el arco fajón central. Sus capiteles representan un completo ciclo de la vida de Jesús, desde el nacimiento hasta su muerte y resurrección, que sigue el sentido de las agujas del reloj, comenzando en el primer capitel que queda a mano izquierda nada más traspasar la portada. Las escenas que lo integran se describen a continuación, a partir de la numeración de capiteles incluida en la planta de la iglesia.
1. Anunciación, visitación y nacimiento de Jesús. 2. Anuncio a los pastores. 3. Tres Reyes Magos erguidos llevando a sus caballos. 4. Epifanía. 5. Capitel arrancado, que Francisco Iñiguez vió en los años sesenta del siglo XX. Representaba el aviso del ángel a los Reyes Magos de no volver a Herodes. 6 y 7. Matanza de los Santos Inocentes. 8. Sueño de San José, a juzgar por una figura de ángel y otra de San José, a los lados de un motivo central destruido. 9 y 10. Huida a Egipto, en dos capiteles, el primero con la Sagrada Familia en la iconografía clásica y el segundo con figuras de animales salvajes que ambientan su viaje. 11, 12 y 13. Presentación en el Templo de Jerusalén, en tres capiteles, el primero con el Niño Jesús sobre el altar entre la Virgen y el anciano Simeón, el segundo con figuras humanas en procesión y el tercero con una representación arquitectónica que simboliza el templo de Jerusalén. 14. Tentaciones de Jesús en el desierto, con Jesús frente al diablo. 15, 16 y 17. Resurrección de Lázaro en tres capiteles, el primero con dos hombres y dos mujeres (quizá Marta y María) que asisten al milagro, el segundo con Jesús (destruido) que sacaba a Lázaro del sepulcro y el tercero con unos hombres que se arremangan los brazos derechos, quizá para mostrar su enfado, posible alusión a la decisión de matar a Jesús por los sacerdotes judíos. 18 y 19. Entrada de Cristo en Jerusalén, en dos capiteles, el primero con una puerta amurallada de ciudad, un árbol y un grupo de hombres que llevan ropas en sus manos; el segundo con Jesús montado en la borrica, en dirección hacia el anterior capitel. 20. Última Cena, desarrollada en un friso corrido y en el capitel contiguo. 21. Lavatorio de los pies. 22. Beso de Judas. 23. San Pedro cortando la oreja a Malco y figura de Judas ahorcado. 24. Descendimiento de Jesús de la cruz. 25. Santo Entierro y visita de las tres Marías al sepulcro de Cristo, que ocupa un friso tallado en el muro.

Capitel de la arquería interna. Anunciación y Nacimiento de Jesús 

Todos los rasgos que caracterizan al arte del primer maestro de San Gil se descubren en los capiteles de otra arquería ciega, hermana de la arquería de Luna, que recorre el interior de la llamada sala de doña Petronila del palacio real de Huesca. Aquí sólo se conservan los capiteles originales del área de la cabecera, donde se descubre un ciclo del nacimiento de Jesús, interrumpido en la escena de la matanza de los Santos Inocentes, de rasgos similares al esculpido en San Gil de Luna.
Ambos ciclos comparten modelos y un estilo muy cercano, patente en pliegues de ropajes, rostros ovalados de los personajes, formas vegetales, etc.; en la costumbre de representar algunos temas, por ejemplo la Huida a Egipto, a lo largo de dos o más capiteles; en la decoración vegetal idéntica de algunos ábacos; o en la representación de figuras fuera de la cesta de algunos capiteles, invadiendo el muro contiguo.
Los capiteles de la sala de doña Petronila conservan parte de la policromía que originalmente cubría sus relieves, que acentúa la expresividad de los rostros humanos y proporciona un refinado acabado a los atuendos de los personajes. Por el contrario, los capiteles de la arquería de San Gil de Luna, mucho peor conservados, resultan hieráticos e inexpresivos tras haber perdido su coloración original.
El primer maestro de San Gil no dejó otras muestras de su trabajo en la región, hecho que le señala como artista procedente de Francia, introductor de la estatua-columna en la decoración de las portadas románicas. Esta peculiaridad le hace coincidir con otro maestro de origen francés, Leodegario, que en fechas cercanas trabajó en dos iglesias geográficamente próximas: Santa María la Real de Sangüesa y San Martín de Uncastillo. 

El maestro de San Juan de la Peña
El segundo estilo diferenciable en la escultura monumental de San Gil de Luna se localiza en los capiteles de las zonas altas del templo, a la altura del arranque de la bóveda, en el área de la cabecera. Aquí se reconoce un tipo distinto de talla, que Jacques Lacoste relacionó por primera vez en 1979 con el anónimo maestro de San Juan de la Peña, también conocido como maestro de Agüero. Al parecer un artista de origen autóctono, autor de una parte de los capiteles del claustro monacal de San Juan de la Peña (Huesca), cuyo singular estilo se encuentra difundido en iglesias tardorrománicas localizadas en la actual comarca de las Cinco Villas de la provincia de Zaragoza y en su entorno inmediato, en las provincias de Navarra y Huesca.
En la iglesia de San Gil este artista esculpe los capiteles de las pilastras en que apoya el arco triunfal de la nave, los capiteles de las columnas sustentantes de la cabecera y los capiteles correspondientes a las ventanas del ábside, en su parte interna. Estas obras muestran las constantes formales más características de su arte, por ejemplo los “pliegues de muescas” en los atuendos de las figuras humanas, y también algunos de sus temas clásicos, apreciables sobre todo en las ventanas de la cabecera, donde destaca una pareja de arpías macho y hembra con su inconfundible estilo, y una bailarina contorsionada acompañada de un músico arpista, sin duda su tema más repetido.
Junto a rasgos comunes en toda su producción encontramos también algunas tallas singulares, no sólo en relación con sus obras, sino en el marco más amplio de la escultura románica española. Se trata de las peculiares representaciones de contenido apocalíptico que ocupan tres capiteles de las columnas de la cabecera: representan a los cuatro evangelistas, de acuerdo con la variante iconográfica que muestra sus correspondientes símbolos (toro, águila, león y hombre) acompañados por ángeles que llevan en sus manos libros abiertos. Una iconografía poco frecuente, aunque común en el arte románico del ámbito pirenaico, que puede observarse en pinturas murales de las iglesias de San Clemente de Tahüll (Lérida), San Miguel de Engolasters (Andorra), San Martín de Fenollar (Rosellón) o San Juan Bautista de Ruesta (Zaragoza), donde los evangelistas y sus respectivos ángeles aparecen flanqueando al Pantocrátor; así como en la escultura, en los tímpanos de las portadas de Saint Just de Valcábrere y Saint Aventin de l’Arboust (Haute-Garonne), y en el pie del sarcófago monumental de San Ramón, conservado en la iglesia de San Vicente de Roda de Isábena (Huesca).
No obstante, los evangelistas representados en Luna muestran variantes iconográficas únicas, ya que representan a dos leones sin alas (San Marcos) y a dos águilas (San Juan) flanqueando, en sendos capiteles, la figura del ángel con el libro. Mientras que el tercer capitel muestra también al ángel en su cara frontal, flanqueado a la derecha por dos figuras de hombres (San Mateo), cuyos rostros son característicos del maestro de San Juan de la Peña, y a la izquierda por un toro alado (San Lucas), que sostiene una cruz con una pata; una extraña iconografía que en realidad corresponde al cordero apocalíptico en las teofanías del arte románico. Sorprendentemente, el toro es identificado erróneamente como símbolo de San Marcos, por la inscripción MARCHVS grabada en el libro que señala el ángel, y la abreviatura EVL situada en su parte superior.



Al margen de estas incongruencias, debidas quizá a la inexperiencia de un artista novel, es evidente que los evangelistas se representan en la zona de mayor importancia estructural del templo, los capiteles que sustentan las ojivas de la cabecera, como apoyos fundamentales de los evangelios y de la iglesia, de acuerdo con una antigua tradición simbólica en la arquitectura cristiana. No obstante, su distribución es asimétrica, ya que sólo ocupa tres de estos seis capiteles. De los otros tres restantes, dos aparecen tallados con una sencilla decoración vegetal y el tercero, situado en el muro norte, con una representación inspirada en el Antiguo Testamento: David salvando a una res de su rebaño de ser devorada por el león.
Finalmente, la iglesia de San Gil conserva otras tallas singulares del maestro de San Juan de la Peña, específicas de su actuación en este templo, aunque conectadas con sus realizaciones más cercanas en la cronología. Se trata de los capiteles que representan la leyenda de San Gil abad y el martirio de San Ginés de Arlés, ambos santos originarios de Provenza, situados bajo el arco triunfal de la nave, que forman grupo con otras singulares representaciones de contenido hagiográfico atribuidas al mismo artista: el tímpano del martirio de San Félix de Gerona, localizado en la iglesia de San Felices de Uncastillo, y los capiteles dedicados a la leyenda del pontífice San Silvestre que se localizan en el claustro de San Pedro el Viejo de Huesca.
Los capiteles de la pilastra norte muestran escenas de la vida de San Gil, santo taumaturgo que según la tradición se estableció en Provenza para hacer vida eremítica, donde fundó el monasterio que se convertiría en centro de su culto, Saint-Gilles du Gard, cercano a la ciudad de Arlés.

Capiteles de la pilastra noreste. Leyenda de San Gil de Provenza 

Capiteles de la pilastra noreste. Leyenda de San Gil de Provenza 

De acuerdo con los episodios narrados en la Vida de san Gil de Guillaume de Berneville, escrita hacia 1170, las escenas se leen de izquierda a derecha del espectador, comenzando por sus curaciones milagrosas: San Gil curando a un paralítico con su manto, diálogo de San Gil con sus barones y curación del hombre picado por la serpiente. Sigue una composición enigmática que muestra a dos hombres conversando delante de una construcción de piedra sillar, que tradicionalmente se identifica con la entrevista de San Gil con San Cesáreo, obispo de Arlés, aunque debe representar un pasaje anterior, la curación del endemoniado, a juzgar por la cabeza monstruosa que parece salir del cuello de uno de los personajes; un episodio que según la Vida ocurre cuando San Gil llega a la ciudad francesa de Arlés.





El siguiente capitel representa un episodio de la vida eremítica de San Gil, que antecede al representado en el tímpano de la portada, abierta en el mismo muro norte. Muestra a un cazador de la corte de Montpellier a caballo, con un ave de cetrería en la mano, siguiendo a una cierva que corre a refugiarse en la cueva de San Gil, acosada por un perro que salta sobre su nalga. Bajo su regazo, un animalito debe representar su cría, para señalar que es la cierva nutricia, que alimenta con su leche al ermitaño. Lo más curioso es que San Gil aparece dentro de una cueva real, con su brazo alzado en actitud protectora, sosteniendo un báculo. En efecto, su figura se encuentra medio oculta por el follaje que decora el siguiente capitel, donde dos serpientes con sus cuellos entrelazados aluden al carácter selvático del lugar en que habitaba el santo.
Justo enfrente del ciclo de San Gil, en los capiteles que quedan al otro lado del arco triunfal de la nave, se encuentra representado el martirio de San Ginés, soldado y escribano que según la tradición fue degollado a principios del siglo IV en Arlés, en tiempos del emperador Diocleciano, por negarse a escribir un edicto que ordenaba la persecución de los cristianos.

Capiteles de la pilastra sureste. Martirio de San Ginés de Arles

Capiteles de la pilastra sureste. Martirio de San Ginés de Arles







La identidad del protagonista aparece señalada por medio de la inscripción S(an)C(t)I: GENIESII sobre su cabeza de rostro barbado, que luce nimbo, en la primera escena del ciclo, que le muestra escoltado por un soldado, compareciendo ante el jerarca romano entronizado.
El siguiente capitel muestra la decapitación de San Ginés, con la figura de un verdugo, precedido por una serpiente que le habla a la oreja, que cercena el cuello del santo, cuyo tronco arrodillado recoge su propia cabeza entre los brazos; y el viaje milagroso de sus reliquias por el río Ródano, de nuevo con el cuerpo del santo que lleva su cabeza cortada en las manos, bendecido por la mano derecha de Dios, flotando sobre el agua, representada con pececillos y líneas onduladas paralelas. Esta última escena se inspira en la peculiar leyenda de San Ginés recogida por Aymeric Picaud en el Liber peregrinationis, escrito hacia 1140, donde se narra cómo, tras ser decapitado, “el santo en persona tomó su propia cabeza en sus manos y la arrojó al Ródano y su cuerpo fue transportado por el río hasta la basílica de San Honorato, en la que yace con todos los honores. Su cabeza, en cambio, flotando por el Ródano y el mar, llegó guiada por ángeles a la ciudad española de Cartagena, donde en la actualidad descansa gloriosamente y obra numerosos milagros”.
Sigue una composición que muestra un sepulcro sobre el que yace el cuerpo sin cabeza de San Ginés y la ascensión de su alma recogida por dos ángeles, acompañada en la cara contigua del capitel por un motivo de aves enfrentadas picando de un fruto, como posible símbolo de inmortalidad. El ciclo se cierra en un cuarto capitel con una composición de animales fieros, parecidos a leones.

Cronología
La documentación medieval vincula la iglesia de Luna con la diócesis de Zaragoza y en especial con el episcopado de don Pedro Torroja y Vilabertrán (1152-1184), quien, durante los primeros años de su mandato, logró adjudicar definitivamente los templos de esta localidad a la mitra aragonesa, tras haber mantenido sucesivos litigios por su posesión con el obispado de Pamplona y con el monasterio de San Juan de la Peña.
El mecenazgo de Pedro Torroja en la construcción y decoración de la iglesia de San Gil parece evidente, en primer lugar, porque en el interior del templo se detecta la huella del maestro de San Juan de la Peña, que alrededor de 1165 trabaja ya para el obispo cesaraugustano, en la decoración de la iglesia de San Felices de Uncastillo. Y en segundo lugar, porque los capiteles de la cabecera que muestran símbolos de evangelistas siguen una variante iconográfica similar a la escogida en el pie del sepulcro de San Ramón de Roda de Isábena, realizado hacia 1170 bajo el patronazgo del mismo obispo.
Don Pedro Torroja pertenecía al círculo más íntimo de la casa real catalano-aragonesa, como fiel colaborador del príncipe Ramón Berenguer IV (1137-1162) y más tarde como consejero de estado durante la minoría de edad del rey Alfonso II de Aragón (1162-1196), cuando llevó las riendas de la política aragonesa, en estrecha colaboración con su hermano Guillermo Torroja, obispo de Barcelona (1144-1171). Además de acompañar constantemente al joven rey durante los primeros años de su reinado, ambos obispos influyeron en sus decisiones, apoyando la expedición que hizo al Languedoc en 1167, para ser reconocido como legítimo sucesor de su primo Ramón Berenguer III de Provenza, muerto en 1166.
Es posible que la iglesia de San Gil de Luna fuera comenzada al regreso de la triunfal expedición de Alfonso II a Provenza, quizá durante la estancia del rey en Zaragoza entre mayo y junio de 1168, cuando convoca curia general con el alto clero y los nobles de Aragón. La iglesia de San Gil podría ser una construcción conmemorativa de la hazaña, a juzgar por las abundantes referencias a lugares y personajes de aquella tierra que contiene su escultura monumental, recuerdo de lugares y personajes reales conocidos durante el viaje. No en vano, el rey y su séquito disfrutaron de una prolongada estancia en Arlés y fueron agasajados en su camino por el señor de Montpellier.
El mecenazgo de Alfonso II parece obvio si se tiene en cuenta que la iglesia de San Gil fue de propiedad regia. En efecto, la existencia de una capilla real en Luna, dedicada a San Nicolás, se documenta ya en 1099, cuando Pedro I la dona al monasterio de San Juan de la Peña. Además, Luna fue villa de realengo desde su repoblación cristiana en 1092 hasta el año 1343, en que pasó a manos señoriales, tras ser vendida por Pedro IV el Ceremonioso a don Lope de Luna. Datos que refuerzan y explican la conexión estilística que vincula a la iglesia de San Gil con la llamada sala de doña Petronila del palacio real de Huesca, situada en un palacio que debió de ser residencia habitual de la reina Petronila (1137-1162), madre de Alfonso II, fallecida en 1173.
Junto al rey de Aragón y al obispo de Zaragoza, la orden del Temple parece haber sido la tercera entidad directamente implicada en la construcción de la iglesia de San Gil. En efecto, los templarios establecieron en Luna una importante encomienda, de rasgos inusuales, cuya efímera existencia entre 1167 y 1174 parece coincidir con el período de construcción del templo. El fundador de esta encomienda no debió de ser otro que Arnaldo Torroja, hermano de los obispos Pedro de Zaragoza y Guillermo de Barcelona. Caballero y diplomático de la corte de Ramón Berenguer IV, Arnaldo Torroja ingresó en 1162 en la encomienda templaria de Gardeny, en Lérida, para desempeñar poco después el relevante cargo de maestre de la orden del Temple para los territorios de Cataluña, Aragón y Provenza, entre 1166 y 1180. El investigador Sans i Travé ha destacado cómo la creación de nuevas encomiendas fue una de las prioridades del maestre Arnaldo, que además se encargaba de nombrar personalmente a sus comendadores. Éste parece ser el caso de la encomienda de Luna, formada en 1167 por cuatro freires, de los cuales tres eran de origen catalán, entre ellos su comendador, Ramón de Cervera, perteneciente a un linaje emparentado familiarmente con los Torroja, originario de su mismo espacio geográfico en la provincia de Lérida.
La huella de Arnaldo Torroja se rastrea en el modelo de iglesia de San Gil, emparentado con la iglesia templaria de Santa María de Gardeny. Los templarios parecen haber intervenido incluso en la finalización del templo, como indica el austero lenguaje arquitectónico de su fachada oeste, propio de las órdenes militares; los modillones tallados con símbolos geométricos que se sitúan bajo la cornisa de los muros laterales; o las pilastras que sustentan el arco fajón occidental, cuyos capiteles muestran una extrema sencillez, ya que los del lado sur están sin labrar y los del lado norte muestran unos esquemáticos motivos, entre los que destaca una cruz patada, símbolo de la orden templaria. Hay que destacar que en la iglesia templaria de San Bartolomé de Ucero (Soria) se encuentra esculpida una cruz patada en ubicación semejante, sobre uno de los capiteles que sustentan el arco fajón occidental de la nave.
Es posible que los templarios financiaran la obra de la iglesia de San Gil desde sus inicios, actuando como banqueros de la casa real. Así lo indica un documento fechado en noviembre de 1169 por el cual Alfonso ii se compromete a pagar a la orden del Temple 1000 morabetinos anuales, en cuanto recupere el cuantioso tributo que Muhammad Ibn Mardanish, el rey Lobo de Valencia y Murcia (1147-1172), adeudaba al reino de Aragón desde la muerte de Ramón Berenguer IV. Una donación que otorga directamente al maestre Arnaldo Torroja, en presencia de Ramón de Cervera, sin duda el comendador de Luna-Huesca, y de otros freires templarios, de acuerdo con el documento dado a conocer por Forey y otros autores.
La importancia que entonces se otorga a la tributación del rey Lobo, a la que se refieren otros documentos reales fechados en 1168 y 1170, parece relacionada con las representaciones del martirio de San Ginés conservadas en la iglesia de Luna. No en vano este santo contaba con un importante centro de devoción en la taifa de Valencia y Murcia, concretamente el monasterio de San Ginés de la Jara localizado en el monte Miral, cercano a Cartagena. Efectivamente, la escena que muestra el tronco de San Ginés flotando en las aguas del Ródano, con su cabeza en las manos, o la que muestra su cadáver decapitado sobre un sepulcro, contienen alusiones al viaje milagroso de la cabeza de San Ginés, que según la leyenda recogida en el Liber Peregrinationis, de mediados del siglo XII, llegó flotando por el Ródano y el mar hasta la ciudad española de Cartagena.
En las representaciones hagiográficas de la iglesia de San Gil de Luna se da por tanto un juego de correspondencias simbólicas entre el arte, la leyenda y la vida política del momento, similar al que se observa en otras esculturas de cronología cercana, como son los capiteles del ciclo de San Silvestre localizados en el claustro de San Pedro el Viejo de Huesca. 

Asín
Esta localidad se sitúa, según recoge Madoz, en un pequeño valle rodeado de colinas, con buena ventilación y clima templado. Asín está emplazado a 584 m de altitud en un terreno medianamente montañoso, en el extremo sur del Prepirineo donde éste se abre hacia el valle del Ebro. Limita por el Norte con el término de Luesia, al Este con el de Orés y al Sur y al Oeste con Ejea de los Caballeros. Se encuentra a una distancia de 95 km de Zaragoza. Desde la capital se llega por la autovía A-68 hasta Alagón, donde se deja la vía principal y se toma la A-126 hasta Tauste y desde allí se sigue por la A-127 hasta Ejea de los Caballeros, donde es preciso desviarse por la carretera que conduce a Luesia, y después de 30 km de sinuoso recorrido se llega a Asín.
Su casco urbano se asienta escalonadamente en torno a la ladera de una colina que se eleva sobre el valle del río Agonia conocido también como Farasdués. Su estructura urbana es sencilla y lógica debido a su carácter claramente defensivo por ser un enclave cristiano que nació con este carácter durante los primeros años de la Reconquista. El primer documento escrito (falsificado) data del año 938, cuando García Sánchez otorgó al monasterio navarro de Leire los diezmos de la iglesia de Asín a la vez que permitió a dicho monasterio incorporar a sus dominios los bienes ganados a los musulmanes, con el fin de fortalecer y asegurar la presencia cristiana en las tierras reconquistadas. Durante los siglos XI y XII, no tuvo más de una docena de casas agrupadas en torno a un castillo que existía en la primera mitad del siglo X. De su patrimonio arquitectónico perviven algunos elementos de interés más tardíos, como escudos heráldicos. Durante un tiempo Asín perteneció al reino de Pamplona hasta que en el año 1035, como consecuencia del reparto de Sancho III el Mayor, pasó al reino aragonés y al ámbito de influencia del monasterio de San Juan de la Peña. El rey Alfonso I concedió a Asín su carta de población el 4 de marzo de 1132 destinada a consolidar la reconquista y a facilitar la repoblación con el asentamiento de colonos cristianos, otorgándole los mismos fueros que a la villa de Sangüesa, según consta en las confirmaciones realizadas posteriormente por Jaime II en 1320 y 1322, y Alfonso IV en 1328. En un documento fechado en 1134 relativo al segundo testamento del rey, Asín fue confiado a la tutela de la Orden de San Juan de Jerusalén, aunque este testamento no tuvo efectos. Desde los primeros tiempos de la Reconquista fue lugar de realengo, esto es, era propiedad del rey, quien tenía potestad sobre su término y podía ceder parte de sus rentas a cualquier noble del reino y a instituciones eclesiásticas. De esta manera, a lo largo de toda la Edad Media cambió constantemente de propietario y pasó a pertenecer a algunas de las familias más influyentes de Aragón como fue el caso de los Urrea, los Luna o los Fernández de Heredia y seguramente su iglesia perteneció al monasterio de San Juan de la Peña, uno de los señoríos eclesiásticos más importantes del reino. El censo más antiguo del que se tiene constancia está fechado en el año 1287 cuando se señala que había 79 fuegos, lo que resulta ser casi cuatro veces más de los que se contabilizaron en 1495 cuando la localidad se redujo a sólo 20 fuegos. A partir de la segunda mitad del siglo XIII la administración religiosa de Asín comenzó a desvincularse del control del monasterio pinatense pasando a depender de manera mucho más directa del obispado de Pamplona que, desde entonces, gestionó y recaudó los diezmos y los impuestos eclesiásticos. Hasta 1795 estuvo integrada en el arciprestazgo de la Valdonsella formando parte de la diócesis de Pamplona. 

Iglesia de Santa María del Rosario
La iglesia de Santa María del Rosario es el edificio más destacado de todo el conjunto urbano de Asín tanto por sus dimensiones como por su calidad artística.
La iglesia está situada en la parte alta de la localidad y centra alrededor de sí misma la mayoría de construcciones del pueblo.
En la actualidad consta de una única nave, dividida en dos tramos por un arco fajón y rematada en cabecera con ábside semicircular. El templo tuvo una reforma importante durante el siglo xvi cuando se realizaron ampliaciones y adiciones de diferentes elementos; por un lado, la construcción de dos capillas situadas a cada lado de la embocadura del ábside y, por otro, el coro alto a los pies de la iglesia. En la segunda mitad del siglo XX la iglesia fue restaurada en diferentes campañas. En 1960 se eliminaron construcciones que se habían adosado a la fábrica en su parte exterior (se ven las huellas del añadido en la parte meridional del ábside) y se repicaron los paramentos interiores de los muros, excepto los del ábside por estar allí el retablo y detrás de él las pinturas murales descubiertas dieciocho años más tarde. En la década de los 70 y 90 también se restauró el templo y durante las obras aparecieron dos interesantes capiteles que habían sido reutilizados como material de construcción. Se trata de una pareja de capiteles de ángulo decorados a base de motivos vegetales compuestos por hojas de acanto, que se pueden datar entre finales del XII y principios del XIII.

Vista trasera de la iglesia de Santa María, con el ábside en primer plano. 

La iglesia primitiva fue construida en la segunda mitad del siglo XII. Constaba de nave única de planta rectangular con unas medidas de 11,75 m de longitud y 6,50 de anchura. Su cabecera formada por un ábside semicircular tiene 4,60 m de profundidad. La nave de la iglesia se cubre con bóveda de medio cañón apuntado, en la que también se aprecia la intervención del siglo XVI y la restauración del XX, mientras que las capillas laterales se cubren con bóveda de crucería y el ábside se corona con una bóveda de cuarto de esfera. El acceso a la iglesia se realiza por el lado meridional a través de un vano que tiene 1,4 m en la parte interior y 2,55 de anchura en la parte exterior.

Vista desde el lado sureste 

Ábside 

En el interior, originalmente, la nave quedaba dividida en tramos irregulares marcados por la presencia de arcos fajones, parcialmente suprimidos en las reformas renacentistas. Se conserva el que apea la bóveda en el tramo más próximo a los pies, a la altura del coro. El fajón apoya en dos pilastras de sección cuadrangular a las que se adosan semicolumnas rematadas en grandes capiteles: el del lado sur es liso, mientras que el de septentrión, de mayor tamaño, está decorado con cinco sencillas hojas labradas en bajorrelieve. Sobre la cubierta se elevan dos espadañas.
La primera de ellas es consecuencia del recrecimiento del muro por los pies, posee dos vanos de medio punto y fue construida con un aparejo muy similar al del resto de la fábrica. La otra se eleva sobre el arco fajón y es de características similares pero de menores dimensiones. Espadañas como las de Asín las podemos encontrar en otros ejemplos románicos de la comarca, como las iglesias de Castiliscar, Gordués y Lacasta. Al margen del acceso principal, la iglesia original tan sólo debía de contar con un ventanal en el ábside en forma de aspillera con abocinamiento interior. En su exterior se aprecian restos de la intervención restauradora. El templo cuenta con otro vano, abierto en los pies sobre el coro y la habitual ventana posmedieval de iluminación del retablo. Toda la iglesia está construida en piedra caliza asentada sobre la roca; sus sillares presen tan una apariencia bastante blanda, de hecho, muchos de ellos muestran una fuerte erosión. La parte más antigua de la nave y el ábside acusan en el despiece irregular de los sillares del interior las modificaciones sufridas a lo largo de los siglos. Las hiladas románicas son más grandes en la base, y el tamaño de sus sillares oscila entre 60 y 30 cm de largo y entre 40 y 60 cm de alto. Las capillas están edificadas con aparejo algo más regular, mientras que los sillares de la sacristía se ven bien labrados, escuadrados, muy alargados y dispuestos a soga y tizón. Los de la espadaña oeste son muy desiguales y se acomodan al primitivo muro occidental.
Las marcas de cantero no son muy abundantes y tienen un tamaño muy similar, que oscila entre los 10 y 15 cm. En el ábside sólo se han encontrado marcas muy simples cruciformes, en ocasiones de finalidad funeraria. En la portada se observan otros tipos, como un ángulo agudo y trazos a modo de tridente.
Como muchas iglesias románicas (pueden verse numerosos ejemplos similares en las Cinco Villas, como San Nicolás de Ceñito, los Santos Julián y Basilisa de Bagüés o San Martín de Urriés), el templo primitivo disponía de un estrechamiento en planta en la zona de la cabecera que debió de ser suprimido al construirse, en el siglo XVI, las capillas laterales y por ello no se aprecia en la actualidad. Este detalle nos indica que las obras del XVI fueron más extensas de lo que a primera vista aparentan y afectaron a muros y bóvedas. La embocadura del ábside mide 6,30 m de anchura mientras que el resto de la nave, tal y como antes se ha señalado, alcanza los 6,50 m.
Al exterior, la iglesia primitiva debía de tener sencillos contrafuertes de los que, hoy en día, se conservan tres (no contamos los cuatro ubicados en las esquinas de las capillas laterales, construidos en el siglo XVI). Dos de ellos contrarrestan al exterior el arco fajón, mientras que el tercero se sitúa a los pies del muro sur.

Fachada sur 

El acceso a la nave se abre en el lado sur y está constituido por una portada abocinada con tímpano y tres arquivoltas de medio punto. Las dos exteriores se adornan con una sencilla moldura semicircular entre dos escocias, mientras que la interior presenta la esquina sin ornamentación. Todas descansan en su correspondiente imposta de escasa molduración y ésta en jambas esquinadas.
La imposta se prolonga por el contrafuerte que encuadra la portada en su parte occidental. La portada remata en una cornisa que apoya en cinco canecillos que carecen de decoración. Destaca sobremanera el tímpano donde se incluye un crismón de ocho radios con las tres letras XPS que aluden Cristo. La letra P se completa con un pequeño trazo horizontal en su parte superior izquierda que, unido al vertical, forma la cruz de Cristo. Incluye las letras griegas alfa y omega pendientes de los extremos superiores de la X: lo rodean otros diseños circulares, que Abbad Ríos (1954) describió como “una cruz aspada, tres rosas y dos estrellas”. En realidad hay hasta ocho símbolos circulares, dispuestos de manera simétrica y que contienen decoraciones radiales con posibles alusiones cósmicas. A la derecha del espectador se aprecia un “sol” con círculos concéntricos, dieciséis puntas y otros dieciséis “rayos” radiales que brotan como bulbos.
A la izquierda, el motivo se presenta como una cruz patada muy ensanchada. Estos dos elementos –los de mayor tamaño– se completan con dos rosetas de ocho radios, una situada sobre la cruz patada y la otra en la parte inferior del “sol”. Otras dos rosetas menores de seis pétalos se ubican en los extremos inferiores del tímpano. Completan el tímpano un séptimo círculo que contiene una roseta de doce pétalos con recuadro en el centro y el octavo con treinta y dos radios. Todo este conjunto puede ser interpretado en clave de imagen cósmica y puede ponerse en relación con otros tímpanos de diseños simbólicos en torno al crismón, como el de Leache (Navarra). Pero de la portada no sólo hay que destacar su singular crismón sino también las interesantes inscripciones que se localizan a ambos lados de la puerta de acceso, de las que lamentamos el proceso grave e irreparable de erosión que han sufrido, de tal suerte que hoy es imposible leerlas en su integridad. En el año 1927, el entonces alcalde de Asín, Fructuoso Arbués, mandó hacer una transcripción de las mismas que se repitió años después, en 1943. El primero que las estudió fue Abbad Ríos en 1954 quien, sin embargo, no las tradujo. Hubo que esperar a 1992 para que Bernabé Cabañero Subiza y Juan Carlos Escribano Sánchez se ocuparan de su traducción, que nos proporciona interesantes datos para fechar la construcción de la iglesia: “El día sexto de las calendas de diciembre murió Don Juan Abad, vicario de la iglesia de Santa María de Asín. Orad por su alma un padrenuestro. En la ERA M: CC: XX: IIII al mediodía”. Del contenido de esta inscripción se puede deducir que una primera fase constructiva de esta iglesia ya estaría acabada para el año 1186.
Otra de las joyas que posee la iglesia de Asín es el ciclo de pinturas murales conservadas intactas en el ábside durante siglos. Se encontraron de manera casual el 4 de junio de 1978, pero no pudieron observarse con total claridad hasta que se desmontó el retablo mayor en el año 1981.
Los especialistas las han datado en el último cuarto del siglo XIII dentro del estilo gótico lineal. Por su calidad artística pueden considerarse como uno de los conjuntos murales pictóricos de mayor calidad y más antiguos conservados en la provincia, tras los de Bagüés, Ruesta, Urriés o Uncastillo.

Destaca la pila bautismal en el brazo sur y en el brazo norte, la imagen de la Virgen del Campo procedente de la arruinada ermita del mismo nombre situada a unos 500 m. al norte del caserío ya en tierras de Luesia. Es una talla en madera policromada, con el niño sobre el brazo izquierdo, de bella hechura. Orlándola hay restos de pasajes de un retablo gótico con escenas bíblicas de la misma procedencia.

La iglesia de Asín se corresponde fielmente con las características propias del románico en las Cinco Villas. En su fábrica se puede establecer referencias con un grupo de edificios, de reducidas dimensiones, que tienen un estilo popular y que se desarrollaron en la comarca en la segunda mitad del siglo XII. Así, por su nave única se puede relacionar con ermitas románicas de las Altas Cinco Villas, como Santa Lucía de Sos, Santa Quiteria en Sibirana o San Nicolás de Ceñito. También se puede establecer relación entre el ábside de Asín y los de Lacasta, Navardún y la ermita de San Esteban de Gordués. Por la disposición de su planta, el hecho de que se trate de una nave única y dos capillas añadidas en época gótica tardía, podemos relacionar Asín con las iglesias de Urriés y Escó. Todo ello viene a corroborar la gran dependencia artística y tradición constructiva que mantuvo Asín con las Altas Cinco Villas.

 

 

 

 

 

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