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sábado, 18 de enero de 2025

Capítulo 46-3, Románico en Navarra, Merindad de Sanguesa, Santa María la Real , Iglesia de Santiago

Románico en la Merindad de Sangüesa
Las merindades de Navarra eran territorios administrados por un merino que se ocupaba de su economía, justicia y defensa. Navarra estuvo dividida en las Merindades de Montaña o Pamplona, Tierra Estella, Sangüesa y Ribera, hasta que se creó otra nueva correspondiente a Olite.
Merindad de Sangüesa fue una de las más extensas y ricas de la Navarra medieval. Ocupaba todo el sector nororiental del antiguo Reino, desde el límite con los llanos y fértiles valles de la Ribera hasta las altas montañas de los Pirineos.
Aunque esta página se titula El Románico en la Merindad de Sangüesa, hay territorios dentro de ésta, que por su personalidad propia, se han desplazado a una página propia, como es el caso de la Comarca de la Valdorba.
Así que aquí nos dedicaremos exclusivamente a la villa de Sangüesa y sus proximidades.
El románico sangüesino está influido por el Camino de Santiago que tiene en Sangüesa una de sus referencias más importantes puesto que por aquí penetra la rama aragonesa que proviene de Jaca y Somport.
Nos ocuparemos de excelente iglesia de Santa María la Real de Sangüesa y de las partes románicas de la iglesia de Santiago.
De las proximidades de Sangüesa, también trataremos de la iglesia de la cercana localidad de Lerga.
Tampoco podría faltar la referencia al espectacular Monasterio de Leyre.

 

Sangüesa / Zangoza
Capital de la merindad del mismo nombre desde el siglo XIII, Sangüesa se encuentra emplazada a 404 m de altitud sobre una terraza poco elevada en la margen izquierda del río Aragón –que ve su curso acrecentado en las proximidades por las aguas del Irati–, en el piedemonte interno de las sierras de Leire y Peña. Está situada a 45 km al Este de Pamplona y a ella se puede acceder a través de la carretera N-240 Pamplona-Huesca hasta Liédena, donde se toma la comarcal NA-127, que luego continúa hacia Sos del Rey Católico y las Cinco Villas aragonesas. También se puede llegar desde el Sur, a través de la comarcal NA-132 Estella-Tafalla, que enlaza con Sangüesa pasando por Aibar.
En la actualidad es la ciudad más importante de la Navarra Media oriental y la quinta de la Comunidad Foral. Su origen y desarrollo están relacionados con su situación como encrucijada de diferentes caminos. En cuanto a los terrestres, deben destacarse el que comunicaba la Val de Aibar con Tafalla, el que enlazaba con Pamplona por el puerto de Loiti y la ruta de las cañadas pirenaicas –itinerario de trashumancia ganadera desde los valles de Salazar y Roncal hacia los pastos de Las Bardenas– que conectaba la Montaña y la Ribera. A éstos se pueden sumar las vías fluviales de los ríos Irati y Aragón a través de los cuales se desplazaban las cargas de madera por medio de balsas (almadías) desde los valles septentrionales hasta Sangüesa, punto del comercio comarcal.
Diversos vestigios arqueológicos hallados en su término municipal demuestran una temprana ocupación desde la Edad del Bronce, que continuó durante la Edad del Hierro y la dominación romana, siendo esta última la etapa que dejó mayor abundancia de restos materiales que demuestran una notable densidad de asentamientos (tanto villas de explotación agrícola como campamentos militares) comunicados por una profusa red viaria.
La primitiva población medieval de Sangüesa la Vieja tuvo su emplazamiento, ya desde los tiempos de la romanización, en una colina que se corresponde con la actual villa de Rocaforte. Hacia el siglo IX, en la zona más alta de este cabezo y controlando una panorámica completa de las sierras de Izco, Leire, Peña y Ujué, de la Val de Aibar y de los ríos Irati, Aragón y Onsella, ya existía un castillo que formaba parte –junto con otras fortalezas cercanas ordenadas construir por el rey García Íñiguez, como Cáseda, Gallipienzo y Aibar– de la línea defensiva del reino de Pamplona frente a las invasiones musulmanas. En 882 fue tomada por las tropas musulmanas y pocos años después fue recuperada por el monarca Sancho Garcés I –nacido en Sangüesa la Vieja, según lo indican fuentes árabes–. Durante su reinado se sucedieron numerosas incursiones de castigo en la comarca, especialmente durante el primer cuarto del siglo X, siendo una de las más graves la que efectuó Al Nasir Abd-al-Rahman III ocupando, entre otras fortificaciones, el castillo de Sangüesa la Vieja en 924. García Sánchez I logró rescatarlo posteriormente junto con el de Monreal. Tiempo después, Sancho Garcés II consiguió estabilizar la comarca y avanzar en la línea de frontera hacia el Sur conquistando la Val de Aibar, Cáseda y Gallipienzo hasta San Martín de Unx.
A la muerte de Sancho III el Mayor, la fortaleza de Sangüesa la Vieja continuó formando parte de la tenencia navarra de la mano de los reyes García III el de Nájera y Sancho IV el de Peñalén hasta 1063, cuando este último cedió al monarca aragonés Ramiro I, a través de un convenio, tanto el castillo como las villas de Lerda y Undués, volviendo a reincorporarse al reino diez años después. En esta época, la población de la plaza fuerte se limitaba a los servidores del mismo y a la guarnición militar, con lo que se hizo necesario hacer de éste un lugar más populoso. Fue Sancho Ramírez, rey de Pamplona y Aragón, quien, con este objeto, concedió hacia el año 1090 el fuero de Jaca a Sangüesa la Vieja, lo que provocó la construcción de nuevos edificios y la llegada de gentes foráneas, fundamentalmente francas, que generaron una gran prosperidad en la localidad y la edificación de numerosos edificios religiosos durante los años siguientes, como lo demuestra la donación efectuada en 1093 por este mismo monarca al monasterio de Montearagón de la iglesia de San Juan de Sangüesa –la capilla del castillo– junto con otras iglesias y ermitas del territorio (como San Paulo, San Vicente, San Martín, San Agustín, San Miguel y Santa María).
Los siguientes reyes continuaron esta actividad repobladora mediante la concesión de nuevos privilegios. Así, en 1117 Alfonso I el Batallador otorgó a Sangüesa la Vieja un nuevo fuero por el cual dispensó una serie de ventajas de pastoreo a todos sus habitantes con el fin de atraer al término a nuevos pobladores. Sin embargo, será en la llanura donde se irán asentando definitivamente los vecinos de Sangüesa y los forasteros llegados a partir de la concesión en 1122 por Alfonso I del Fuero de Jaca al burgo nouo prope illo ponte iuxta illo nostro palatio de Sangossa. Éste fue el incentivo que permitió que Sangüesa “la Nueva”, dispuesta en la planicie junto al río, continuase creciendo en las centurias siguientes, tanto en número de habitantes como en trazado urbano.
La decisión del Batallador de crear un nuevo núcleo de población en la plana se debió a varias razones. En primer lugar, porque ya desde finales del siglo XI existía en esta zona un puente sobre el río Aragón y un palacio con su capilla, construidos por el rey Sancho Ramírez, y alrededor de ellos ya se habían instalado, de forma extraoficial, algunos vecinos de la zona alta. Por otra parte, las características abruptas del emplazamiento de la fortaleza no permitían una expansión urbanística desahogada. Y además, una población en la llanura facilitaría el trazado de una red de comunicaciones que conectara la localidad con los valles septentrionales y con Aragón y permitiría una explotación más intensa de las vegas de los ríos Aragón, Onsella e Irati. Finalmente, debe considerarse el empeño personal del monarca en la creación de un centro urbano suficientemente próspero y poblado que constituyese la entrada del Camino de Santiago al reino, como sucedía en Aragón, donde la ruta discurría atravesando dos destacados núcleos: Somport y Jaca. Para lograrlo, este fuero establecía una serie de ventajas para los nuevos pobladores (francos de Sangüesa la Vieja sin heredades, o bien nuevos francos o mercaderes procedentes de otras tierras) que no tendrían ningún tipo de servidumbre señorial, estarían regidos por autoridades judiciales propias bajo jurisdicción directa del rey, creando “un núcleo urbano formado por hombres libres” y “dedicados principalmente a la artesanía y al comercio”, según observa Labeaga.
En un nuevo fuero datado en 1132, Alfonso el Batallador instaba a los habitantes del castillo viejo a que poblasen el campo llano situado justo debajo de la loma, pero algunos de ellos prefirieron instalarse, de forma espontánea y al margen de la acción regia, en un terreno situado en la otra orilla del río, que no se configuró como barrio hasta finales del siglo XII, cuando tomó la designación de La Oltra (ultra pontem) o de San Andrés del Arenal y en el que se construyó la iglesia de San Andrés, perteneciente hasta 1351 a San Juan de Jerusalén, año en que pasó, al igual que el resto de las iglesias de la ciudad bajo su competencia, a manos del obispo.
Paralelamente, y como consecuencia de estas acciones, se fue conformando al Norte de La Oltra un nuevo barrio, el de San Nicolás, con su iglesia homónima y la granja-hospital de las Dueñas o Seroras. Su ubicación en pleno Camino de Santiago y en una tierra de gran fertilidad interesó muy prontamente a la colegiata de Roncesvalles y, de hecho, en 1150 obtuvo de García Ramírez la donación de su iglesia, población y heredades, acrecentando así su abundante patrimonio.
A la muerte de Alfonso I en 1134, Sangüesa quedó en manos del monarca pamplonés García Ramírez como ciudad fronteriza con Aragón, bajo reinado de Ramiro II. Los diferentes altercados que tuvieron lugar en estos años entre los dos reinos obligaron a la construcción de una muralla con torres rectangulares, como las de las iglesias de Santa María –propiedad de la Orden de San Juan de Jerusalén desde 1131 hasta 1351– y Santiago, alrededor del perímetro urbano. Durante este reinado, entre los años 1130 a 1150, García Ramírez no potenció desarrollo urbanístico alguno y se limitó a confirmar los fueros otorgados por sus predecesores.
Posteriormente, Sancho VI el Sabio ratificó en 1158 los fueros concedidos a todos los sangüesinos. Y unos años después, en 1171, fundó un nuevo burgo ubicado justo al otro lado del puente sobre el Aragón, en el alto de Arangoiz y que designó como El Castellón. Para ello le otorgó el fuero de Jaca, le adjudicó unos terrenos delimitados y le concedió los mismos privilegios que al resto de sus vecinos, pero se aseguró de que estuviese adscrito al Burgo Nuevo, haciéndolo depender de su alcalde y almirante y además estimuló la construcción de dos iglesias, San Esteban y San Bartolomé –levantada por gentes de Aibar recién asentadas en esta área–, bajo dominio sanjuanista. El objetivo de esta nueva acción repobladora y urbanizadora fue dotar a Sangüesa la Nueva de una línea defensiva al otro lado del río, extendiendo el cerco de la villa. Esta fortaleza de El Castellón desempeñó durante esta época una gran importancia estratégica y militar, como demuestra el hecho de que éste fuera uno de los cinco castillos (junto a los de Ablitas, Ujué, Valtierra y Monteagudo) que Sancho el Sabio incluyó en el pacto de alianza contra Castilla con Alfonso II de Aragón.
Asimismo debe señalarse que durante la segunda mitad del siglo XIII, y coincidiendo con un nuevo período de paz, nació un nuevo burgo, La Población, ubicado al Sur de la villa y poblado por gentes llegadas de los cercanos lugares de Ull, Anués y Santa Olalla. En él se erigió, a finales de la centuria, la parroquia de San Salvador. Posteriormente, allí se asentaron otros establecimientos religiosos, como los Mercedarios o los Carmelitas. Y en el siglo XIV, ante una nueva etapa de crisis bélica con Aragón, fue necesario construir a su alrededor una muralla que se unió a la que circundaba el resto de la villa desde tiempo atrás.
En las centurias siguientes el desarrollo urbanístico de Sangüesa fue en aumento y se fundaron nuevos barrios que se vieron afectados, al igual que el resto de la localidad, por las inundaciones que tuvieron lugar en 1330 y 1430, catástrofes que continuaron en los siglos sucesivos, recordándose como especialmente trágicas las de los años 1582, 1787 y 1947.
Pero las actuaciones de los monarcas durante esta época y las centurias siguientes se centraron en la confirmación de los fueros concedidos a la villa por sus antecesores; así lo hicieron Sancho VII el Fuerte (1201), Teobaldo I (1234), Teobaldo II (1253), Enrique I (1270) y Felipe II el Largo (1298). Y en el reforzamiento del papel comercial de la villa, tal y como hizo Sancho VII, otorgando en 1201 la exención de lezdas o cargas impositivas sobre el tráfico de productos en el interior del reino, o posteriormente Carlos III el Noble, instituyendo el derecho de feria anual de diez días (1399), o concediéndole privilegios de mercado, como hizo su hija la reina Blanca en 1430.
Terminando con estas cuestiones, debe destacarse el papel jugado por esta localidad en el Camino de Santiago durante los siglos XI a XV, período en que Sangüesa se convirtió en una de las grandes urbes del reino –sujeta a una gran actividad comercial, religiosa y cultural, y ocupada por numerosos establecimientos eclesiásticos y diversas órdenes–, gracias al paso de gentes llegadas desde diferentes rincones de la península y el continente europeo. Paralelamente, y con el objeto de atender a todos estos visitantes, se creó una profusa red de servicios, entre los que destacan los establecimientos hospitalarios, la mayoría dedicados al cuidado de los peregrinos, como Santa Cristina –filial del de Somport– fundado en 1151; San Lázaro, que ya existía hacia 1292; el de los judíos, conocido hacia 1366; San Adrián de Vadoluengo, mencionado ya en 1035; la Magdalena, documentado en el siglo XIV; Santa Olalla y Santa Eufemia, donados a la Orden del Hospital en 1131 junto con el de San Juan de Jerusalén o Santa María; el de Santiago y el de San Salvador, ambos de origen desconocido y citados en documentación del siglo XVI; el Hospital General y Municipal, ya existente en el XV; y San Babil, con testimonios que lo mencionan en activo desde principios del XIV.
Respecto al ámbito demográfico, debe indicarse que, a mediados del siglo XIII, la villa estaba poblada por trescientos cuarenta y seis fuegos, que descendieron a doscientos ochenta y cinco en 1350 y que se vieron nuevamente ampliados a cuatrocientos cuarenta y cinco (cuatrocientos sesenta y seis según García Arancón) en 1366 –cuatrocientos diecisiete correspondientes a campesinos, comerciantes y profesionales variados, veinticinco a judíos y tres a hidalgos–. Éste fue el momento de plenitud de la villa, que se convirtió en la cuarta población de Navarra, con la mitad de habitantes que Pamplona y por delante de Tafalla. No obstante, esta evolución sufrió un revés y descendió en las centurias posteriores, contándose 441 familias en 1400 y 274 en 1428. De hecho, al igual que ocurrió con otras urbes del reino como Estella, no se obtuvo una recuperación poblacional efectiva hasta finales del siglo XVI, cuando se alcanzaron los setecientos hogares.
Para finalizar, es importante resaltar que Sangüesa tuvo siempre asiento y representación en las Cortes del reino por el brazo de las “Universidades” y que fue sede de la celebración de las mismas en diferentes ocasiones. E igualmente contó con el honor de ser residencia habitual de los primeros monarcas navarros, como ya se ha comentado, así como de otros, tales como Teobaldo I (1236, 1244) y Teobaldo II (1254, 1264), Enrique I (1271), Luis I el Hutín (1307), Juana II (1334), Carlos II (1362), Carlos III (1382, 1394, 1399, 1413), Blanca (1430) y el príncipe de Viana, que fijó su residencia en la villa durante algunos períodos de los años 1442 y 1443; así como Juan II y su segunda esposa Juana Enríquez, o doña Leonor, hermana de Carlos de Viana. 

Urbanismo de Sangüesa
Sangüesa es otra de las villas navarras que nacieron y crecieron en el contexto de la necesidad repobladora vivida por los reinos hispanos durante los siglos XI y XII, de forma que lo que hoy conocemos como su núcleo histórico quedó configurado en los siglos del románico. Dos elementos definen el urbanismo de la población: su situación en el ramal del Camino de Santiago que atraviesa el Pirineo por Somport y su relación con el puente que salva el río Aragón.
Cuando la denominada “Sangüesa la Vieja” se erigió en lo alto de un cerro conocido como Rocaforte, prevalecía la urgencia de defenderse de las incursiones musulmanas. Sin embargo, a mediados del siglo XI la coyuntura había cambiado, pues la frontera con los musulmanes se había establecido bastante más al Sur, y vivir en lo alto ya no resultaba necesario. Por eso sus habitantes empezaron a descender a la llanura y a establecerse en la margen izquierda del río Aragón, cerca del palacio real de Sancho Ramírez, con lo que se beneficiaban de las mejores condiciones agrícolas de la ribera del río. Corrían los años en que los monarcas desarrollaron como fórmula de repoblación de las tierras definitivamente reconquistadas reinstaurar en ellas la vida urbana, priorizando como eje el trazado de la ruta jacobea. Con estos factores surgió “Sangüesa la Nueva”.
La nueva villa está vinculada al rey Alfonso I el Batallador, quien en 1122 le otorgó el fuero de Jaca. Con ello sancionaba y confirmaba el nuevo asentamiento generado alrededor del palacio real. A partir de entonces el núcleo urbano se desarrolló y organizó con un criterio geométrico y ordenado, de acuerdo con la tipología románica de estas formas de repoblación. Indudablemente en Sangüesa, como en Puente la Reina, adquiere especial protagonismo la rúa Mayor, con una orientación Este-Oeste, que se convierte en un tramo urbano del Camino de Santiago, ya que a través de ella se accedía directamente al puente que salva el río Aragón.
Con este eje principal la trama urbana se cuadricula con otras calles paralelas y transversales. En los terrenos del Norte, al tener una superficie menor, sólo se trazó una vía paralela a la Mayor, la calle de San Miguel, mientras que al Sur la mayor extensión permitió tres viales: Nueva, Amadores y Oscura. Esta última dibuja en el plano una amplia curvatura que a través de la calle Bastería y Las Torres parte de la Mayor y regresa a ella, en modo parecido al trazado del burgo pamplonés de San Cernin. Por su parte las transversales, Mediavilla y Santiago, drenan el área meridional pero no se prolongan hacia el Norte, de forma que son otras tres las callejas que comunican con San Miguel.
Elemento fundamental de estas nuevas poblaciones era la iglesia parroquial, siempre erigida en un punto singular. En esta primera fase de la nueva Sangüesa se levantó la parroquia de Santa María, cuyo origen está en la capilla del palacio real. Su solar corresponde al antiguo palacio regio, de tal suerte que, con respecto a la nueva urbanización, quedó al terminar el tramo urbano del Camino, justo antes de que el caminante accediera al puente sobre el Aragón. Esta localización excéntrica (ángulo Noroeste) quedó equilibrada mediante la ubicación de la otra parroquia de época románica, la de Santiago, en el extremo Sureste de la localidad, con lo que quedaban atendidos todos los nuevos pobladores.
En un principio no parece que el núcleo inicial de Sangüesa estuviera fortificado, pero la nueva situación histórica nacida a raíz de la separación de los reinos de Pamplona y Aragón, tras la muerte de Alfonso I el Batallador (1134), hizo que el rey García Ramírez impulsara su recinto amurallado. Como la mayor parte de los cercos de la época, constaba de cubos prismáticos de planta rectangular, conectados mediante cortinas, y se comunicaba con el exterior a través de cuatro puertas abiertas a los cuatro puntos cardinales. Por el momento, sólo ha podido fecharse con cierta seguridad la ampliación del amurallamiento que protegía los nuevos barrios de época gótica, en el flanco meridional de la población. Se han atribuido a época románica otros restos que configurarían un recinto bastante regular, en concreto cuatro torreones en las inmediaciones de la calle Oscura y dos de la calle San Miguel (parcialmente rehechos); la propia denominación de la calle de las Torres nos evoca igualmente la presencia de construcciones defensivas.
Sangüesa todavía tuvo otro momento de crecimiento en la segunda mitad del siglo XIII. Entonces se organizó un nuevo barrio, conocido como la Población, al Suroeste y fuera del recinto amurallado primitivo, lo que favoreció que englobara alguno de los conventos mendicantes, hasta entonces extramuros (el Carmen y Santo Domingo). Su urbanismo con disposición alargada, carece de una articulación clara y ordenada, salvo la determinada por la confluencia final de varios viales con el camino de la Valdonsella. Todo ello contribuye, quizá, a que cuando hoy observamos el plano de la Sangüesa medieval nos parezca algo desorganizado y poco geométrico. La parroquia gótica del Salvador se construyó para los fieles del nuevo asentamiento.
Como ocurre en otros casos, hoy sólo nos podemos hacer idea de esta Sangüesa románica a través de la urdimbre urbana y de la parcelación de los solares que en buena medida mantienen la distribución primitiva, caracterizada por sus dimensiones estrechas y profundas. En cuanto a las construcciones contemporáneas, sólo en la parroquia de Santa María y en determinados elementos de la de Santiago se manifiesta con todo su esplendor el lenguaje románico.

Iglesia de Santa María la Real
La iglesia de Santa María de Sangüesa tiene una ubicación clave y especialmente significativa dentro del conjunto urbano: en el extremo sur de la villa, al final de la calle mayor –antigua rúa de peregrinos– y a la orilla del río Aragón, al lado del puente que lo cruza. En su configuración exterior resultan particularmente relevantes la cabecera, la portada y la torre-cimborrio.

Fases de la construcción
Para la mayoría de especialistas, la construcción de Santa María la Real de Sangüesa fue llevada a cabo en cuatro fases principales:
La primera de ellas habría que contextualizarla a partir de 1131, año en el que, tal y como está documentado, el rey Alfonso el Batallador dona a la Orden de San Juan de Jerusalén los terrenos del palacio real de su predecesor para la construcción de la iglesia. Como solía ser habitual, las obras empezarían por la cabecera, de manera que es ésta la parte más antigua conservada de todo el conjunto.
La segunda etapa habría que contextualizarla aproximadamente en torno a 1160, cuando el maestro borgoñón Leodegarius desembarcaría en Sangüesa probablemente tras esculpir el sepulcro de Doña Blanca de Navarra (Nájera) para llevar a cabo las obras de la portada principal.
Al propio Leodegarius y adscribible a esta segunda etapa se le adjudica la autoría de algunos de los capiteles de la parte alta de la cabecera, de la cual es lógico pensar que sus obras irían ya bastante avanzadas.
Durante la tercera fase, a lo largo del último cuarto del siglo XII y quizás rebasando incluso el umbral de la decimotercera centuria, además de rematarse el friso superior de la portada, se procedería al cerramiento de muros, naves y bóvedas; dotando al templo de cierto aire fortificado debido a su estratégica posición junto al puente en un contexto de continuos enfrentamientos entre Navarra y Aragón durante el reinado de Sancho el Sabio.
Ya a mediados del siglo XIII se culminarían las obras con la erección del cuerpo de ventanas y el remate en chapitel del cimborrio en un estilo puramente gótico y, ya aproximadamente un siglo después, sería añadida al costado norte una nueva capilla dedicada a San Miguel y que taparía en parte la absidiola septentrional de la cabecera.

Vista general

Cabecera 

La cabecera está integrada por tres ábsides semicirculares, correspondientes a las tres naves con que cuenta la iglesia. Como es norma, el central es de mayores dimensiones que los laterales, tanto en planta como en alzado; dos contrafuertes lo articulan verticalmente en tres paños, que, a su vez, quedan divididos horizontalmente por dos impostas taqueadas en tres niveles: el inferior constituye el zócalo liso, el intermedio está perforado por tres ventanas –una por paño– y el superior por otros tantos óculos –uno por paño– rodeados por una moldura ornamentada con motivos vegetales a base de flores y entrelazos. Los ábsides laterales, debido a su menor tamaño, cuentan con un único contrafuerte, que los articula en dos paños, y con una sola imposta, que los divide en dos niveles: el inferior el zócalo y el superior correspondiente a las ventanas; en este punto se produce una diferencia entre ambos, pues mientras el meridional tiene dos ventanas, el septentrional –al menos actualmente– solo ofrece una, ya que el paño inmediato al cuerpo de naves casi queda oculto por una capilla adosada al lado norte de la iglesia en fecha muy posterior, quizás en el siglo XIV, y dedicada a San Miguel. Los tres ábsides están rematados por una cornisa lisa, en la que descansa el alero, sustentada por modillones esculpidos, pero solo cuatro son originales. Para Martínez de Aguirre la organización de la cabecera, particularmente del ábside central, debió inspirarse en la de su equivalente de la catedral de Pamplona, con algunas diferencias, notoriamente la forma, semicircular tanto al exterior como al interior, en tanto que en Pamplona era poligonal al exterior.
Las ventanas tienen todas el mismo tamaño y estructura, y similar decoración escultórica. Están formadas por una estrecha saetera de medio punto –excepto la más occidental del ábside sur que es ciega–, enmarcada por una arquivolta baquetonada asimismo de medio punto, apeada en sendas columnas rematadas por capiteles con sus correspondientes cimacios prolongados por molduras que recorren todo el perímetro del paño, y rodeada por un guardapolvo. Capiteles y cimacios están muy deteriorados, pero, aún así, Martínez de Aguirre concluye que pertenecen al repertorio hispano-languedociano, derivado probablemente de la catedral de Pamplona. En las cestas se reconocen hojas lisas picudas con bolas, hojas digitadas, palmas hendidas, volutas acaracoladas, trenzados, animales de esquina de cuyas bocas brotan vegetales, figuras en cuclillas, personajes cabalgando sobre leones, etc. Los cimacios ofrecen una decoración a base de variados motivos geométricos y vegetales: cuatro cordones que se entrelazan en los vértices, otros formando círculos entrelazados, roleos con palmetas, hojas inscritas en círculos o trifolios asimétricos etc. Algunos de estos temas los volveremos a encontrar en San Martín de Unx. 

Consolas del ábside sur

Ábside

Ventana 

Arquitectura
La pequeña iglesia de Santa María la Real, está constituida por una planta de tres naves que terminan en ábsides semicirculares y un crucero alineado, destacando en el alzado por una torre con linterna. Los arcos principales son apuntados. Las bóvedas, con nervios que convergen a las pilastras.
La estructura general de las pilastras es un núcleo prismático con medias columnas adosadas en las caras y fustes en las esquinas. Los ábsides están perforados por ventanas; tres en el central y una, en los laterales.
Las ventanas, achaflanadas, definidas, interior y exteriormente por arcos que apean sobre columnas completas, con basa y capiteles esculpidos, muchos de los cuales datan de la iglesia primitiva.
Sobre las ventanas, el interior está decorado con una arquería ciega, perforada por dos ojos de buey en el ábside central. En éste, se halla un gran retablo con la imagen de Nuestra Señora, obra que ha sido considerada como contemporánea de la antigua iglesia de Alfonso I el Batallador y comparada con otra obra semejante de Roncesvalles.
La nave central es poco más alta que las laterales y no posee iluminación. En tiempos, el faldón occidental tuvo una enorme ventana, que más tarde fue cegada. Sobre el crucero se levanta una linterna y para obtener una base cuadrada fué necesario unir al ábside, el costado occidental del primer arco. Una imposta general, interceptada por ojos de buey, marca el arranque de las pechinas cónicas que convierten el cuadrado en un octógono que cierra en bóveda nervada.
La linterna posee ocho ventanas con arcos apuntados. El exterior es liso y severo, con formas macizas, simples. La entrada se halla en el costado sur, bien por la disposición original de las construcciones que la rodeaban, bien por la tendencia española a colocarla en ese lado. Sobre ella se levanta la estructura dominante de la torre linterna.
La torre, tiene forma octogonal y remata en punta. En el octógono, pueden señalarse tres partes: la sólida base con los oculi, la parte mediana en la que se abren las ventanas apuntadas, coronada por una cornisa decorada con gárgolas, y la parte superior con estrecha arquería, bajo un coronamiento almenado. Las ventanas con doble derrame y tracería. En un lado, cortando los oculi, las ventanas y la imposta, se halla una torre que contiene una escalera de caracol.
Los ábsides, están afianzados al exterior con contrafuertes y divididos horizontalmente en tres secciones. Una parte inferior lisa, soporta la zona de la ventana señalada por una imposta decorada, y encima de las ventanas, el ábside central está perforado por dos oculi. También es de notar en el exterior, una cornisa con modillones figurados que corona los tres ábsides.
La iglesia aparece primeramente mencionada en el documento de 1131, cuando el rey Alfonso I da a la Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, su palacio y la iglesia de Santa María la Real, situada en el patio.
Lampérez, cuya obra ofrece el primer análisis de cierta extensión, cree que ciertas partes de la iglesia, pertenecen a la construcción primitiva de comienzos del siglo XII: el actual extremo oriental, el plan general, los muros del perímetro y la parte alta de la portada, por encima del arco apuntado. Por otra parte considera las ventanas, las bóvedas de los ábsides y las jambas de la portada, de carácter más tardío, pertenecientes a una reconstrucción en la que se construirían los pilares de la nave, las bóvedas y las pechinas de la linterna.
Lampérez sostiene que la iglesia de Alfonso, fué reconstruida alrededor del 1200, y fué restaurada en el primer tercio del siglo XIII, a cuya época atribuye el primer piso de la linterna. La restauración reciente, efectuada por la "Institución Príncipe de Viana", ha confirmado, en gran parte, los puntos de vista de Lampérez, al ampliar los elementos de juicio de que hasta ahora se disponía.
De la construcción original de 1132 pueden citarse: unas pocas indicaciones sobre los ábsides originales, varios capiteles de esa misma zona, restos de una ventana en el perímetro de la bóveda (citada como dudosa por Lampérez) y algunos elementos de la construcción original en el muro superior de la portada.
Puede añadirse que al extremo oriental románico que sobrevive de la iglesia original, y a un estilo estrechamente emparentado con el maestro de Jaca, se le añadió el resto de la actual construcción, tres naves de tipo cisterciense y un crucero alineado cubierto con una linterna, todo del siglo XIII. Biurrun y Sótil, considera esta iglesia de un estilo arquitectónico de tipo cisterciense modificado que llama Sanjuanista, tipo de arquitectura promulgado por la Orden de San Juan, semejante al cisterciense en su sencillez y sobriedad, aunque admite mayor decoración simbólica y emblemas. Entre todo el territorio de esa Orden en Navarra, señala la iglesia de Sangüesa como el ejemplo más importante y mejor.
Entre la escultura más fina de Sangüesa, destaca un grupo de capiteles; los de la ventana antigua, cerca de la entrada de la capilla de San José, unos pocos reutilizados en las naves y los del exterior, en particular los de la zona de los ábsides.
Estos capiteles, decorados con follajes, escenas historiadas y animales fantásticos se ha comprobado que pertenecen a la iglesia primitiva de Alfonso el Batallador, y están todos ellos inspirados en la misma fuente: la Catedral de Jaca. Los temas de estos capiteles son:
1.° La Muerte de Juan el Bautista, con Salomé bailando.
2.º Escena de la Natividad, muy destruida.
3.° La Jornada de los Magos.
4.° La Avaricia (?).
5.º La huida a Egipto.
Estas escenas, realizadas con gran destreza técnica y sensibilidad artística, son particularmente notables por desarrollarse las figuras alrededor del capitel de izquierda a derecha. Un ejemplo magnífico es la huida a Egipto. Otros capiteles del mismo grupo, muestran modelos ricos, ritmos complicados talla plástica y un raro acabado. Pertenecen a manos distintas dentro de una misma escuela, inspirada en Jaca. También pertenecen a este estilo jaqués, los erosionados modillones de los ábsides. En contraste con ellos, los restantes capiteles de las naves son de menor calidad y de fecha tardía, correspondiendo a la reconstrucción de la iglesia. Pertenecen a esta categoría capiteles con grandes hojas tratadas de un modo plano y apretujado, en composiciones esquematizadas, además de animales chapuceramente indicados, de composición e interpretación inhábil que les da un carácter decididamente bárbaro.
La sobriedad general y falta de riqueza, son características cistercienses, en consonancia con la arquitectura del tiempo. Muchos de los capiteles son dobles, como en otras varias obras cistercienses, y Uranga ha sugerido su comparación con la iglesia monacal de La Oliva. 

Portada
La portada de Santa María la Real, está íntimamente relacionada con el problema de la reconstrucción de la Iglesia. Biurrun y Sótil, siguiendo su teoría de una construcción única y completa del siglo XIII, la considera como una obra armónica y ordenada con un esquema iconográfico orgánico. Bertaux clasifica la obra como realizada conjuntamente en el siglo XIII. Porter fecha la escultura de la parte baja poco después de la donación de Alfonso I en 1131.
Comparando las jambas del portal de Sangüesa con las de Chartres, sugiere las proximidades de 1155 como fecha. Sobre la base de semejanzas con la escultura borgoñesa de Autun y la existencia del nombre de Leodegarius llega como fechas, de 1132 a 1170. Frente a estas teorías, está la evidencia de una posible reconstrucción de la portada. Lampérez señala que el tímpano fué recortado para hacer el arco apuntado, puesto que el arco del dintel es asimétrico.
La falta de homogeneidad es más notoria en las enjutas que poseen temas variados y mezclados; las composiciones tienen forma cuadrada, redonda o irregular, y los tamaños pertenecen a varios cánones. También señala Lampérez que el portal original probablemente carecía de columnas, puesto que las columnas sobre las caras de las jambas, no se levantan desde el suelo sino que montan en podios. Finalmente, la decoración de las columnas revela su fecha tardía, pues aparece a diversas alturas indicando que fué realizada después que las nuevas columnas se hallaban ya en su lugar. Otros signos de reconstrucción incluyen varias figuras de las arquivoltas que se extienden encima y abajo de la cúspide y miran, inclinadas hacia el otro lado, y la presencia de una o dos cabezas aisladas.
También se notan incongruencias en el aparente exceso de esculturas colocadas al azar sobre los hastiales (contrafuertes) y el tamaño, considerablemente más ancho de la enjuta occidental.
El punto en que la arquivolta divide las enjutas, está al este del centro. Junto al contrafuerte lateral de la enjuta del oeste hay un espacio liso que si correspondiera al resto del portal habría debido rellenarse de esculturas. Por otra parte ese espacio liso tiene la anchura necesaria para que coincidieran el centro de la arquivolta y el del portal, si fuera eliminado.
De este modo ese espacio pudo ser rellenado en época más tardía. Finalmente, el ábaco de la columna de la jamba revela una adaptación. Está colocada junto a bordes mellados y da la impresión de haber sido labrada aparte y reutilizada en su forma actual. Ante todos los hechos mencionados podemos concluir que la portada ofrece pruebas indudables de una reconstrucción y de adiciones de época posterior.
La nueva versión de la portada se relaciona con la reconstrucción de la propia iglesia, que de acuerdo con Serrano Fatigati, Lampérez, Madrazo y Miss King, data de fines del siglo XII o de comienzos del siglo XIII. Que las jambas son nuevas adiciones pertenecientes a esa fecha de reconstrucción, fué sugerido primeramente por Serrano Fatigati y luego por Lampérez.
Convienen a esa fecha, no solo los datos constructivos anteriormente mencionados, de la iglesia y de la portada, sino también el carácter de las jambas que corresponden a la corriente contemporánea francesa particularmente importante durante los reinados de Sancho el Sabio (1150-1194) y de Sancho el fuerte (1194-1236). Biurrun y Sótil ha señalado que la Orden de San Juan se hallaba en buenas relaciones con Sancho el Sabio, y conecta la Orden y en particular Sangüesa con Sancho el fuerte.


Las estatuas de las jambas de la portada
La puerta de Santa María la Real, está flanqueada por tres columnas a cada lado que poseen estatuas adosadas. Originariamente cinco de ellas llevaban nimbo, pero solo se conservan restos de ellos. La única figura que no tenía nimbo y que forma algo aparte por su tamaño más pequeño y por su parcial desnudez, está situada en la columna externa del lado oriental.
Su cabeza se inclina hacia un lado y muestra un nudo rodeándole el cuello, del que aparece colgado. Viste una túnica que le cubre solo hasta las rodillas, asomando por debajo las piernas desnudas, la izquierda ligeramente cruzada hacia la derecha.
Serrano Fatigad pronto reconoció en esa figura la apariencia de una máscara de la muerte. La figura recuerda la historia de Judas Iscariote (Mat. XVII, 5), que se ahorcó en su desesperación, figurando el nombre también inscrito sobre la misma.
Próximo a Judas, se halla un hombre barbudo que sostiene un libro. Su cuerpo, largo y delgado, aparece enfundado en larga vestimenta sobre la que lleva un sayo cuya verdadera naturaleza está enmascarada por infinidad de líneas incisas. Los círculos concéntricos en cascada que vemos bajo sus manos, parecen sugerir que se trata de una túnica, pero lo desmiente su comparación con la túnica más lograda que viste la figura femenina (María Madre de Dios) del lado opuesto.
La figura inmediata más hacia el interior está vestida de modo semejante, pero su capa cae lisa desde sus hombros y la masa de líneas caen bajo sus manos, pero no se extienden sobre las rodillas.
Las incisiones sobre el vestido tubular inferior son verticales y paralelas, como en la otra figura masculina descrita, pero en ésta, las rodillas están indicadas con círculos acanalados. Su barba tiesa y corta, con tino, y sobre su frente caen guedejas de su cabello. La nariz está desgastada, pero sus pies, mejor conservados muestran los dedos. Originariamente agarraba un objeto con sus manos, probablemente una llave,
Su mano izquierda, cerrada, y los dedos extendidos de su mano derecha demuestran que no se trataba de un libro lo que tenía en las manos, como en la otra figura, sino de un objeto pequeño que hiciera posible sostenerlo con esa postura.
Se trata por consiguiente de San Pedro, mientras su compañero, calvo, es sin duda San Pablo.
La figura más externa con los  brazos apretados junto al cuerpo en posición análoga, apenas separados de la forma general de columna que presenta la figura. El ropaje está tratado de modo semejante, y las caras emparejadas, con la frente sin cejas, bocas pequeñas entreabiertas y barbas rechonchas.
Las figuras femeninas del lado izquierdo del portal, se identifican fácilmente gracias a las inscripciones que llevan grabadas. Santa María Magdalena (n°4), María Mater XPI Leodegarius me fecit (n°5) y María Jacobi (n°6).
María Magdalena aparece vestida al modo aragonés, cabeza cubierta con velo que envuelve los hombros bajo la barbilla. Lleva una elegante túnica con una banda horizontal de bordados. Por encima, usa una capa colgante, pegada al cuerpo que desciende hasta las rodillas uno de cuyos extremos trazado en forma de surcos repetidos, se arrebuja alrededor del cuello.
El dobladillo de su blusa se decora también con una elegante banda horizontal. La falda del vestido cae en leves pliegues tubulares hasta los pies. De sus muñecas cuelgan anchas mangas sin romper la línea estricta de la columna. En sus extremos vemos ondas planas de pliegues esquemáticos en pequeños zig-zags.
Un adelgazamiento gradual hacia abajo insiste en la verticalidad y forma acolumnada del conjunto. Junto a su costado izquierdo sostiene un libro en el que aparece su inscripción.
La Virgen coronada del centro está vestida con ropas más ricas, y el estilo de labra de las telas es el más cuidado y complejo. El vestido está modelado con una labor de líneas finas verticales, que junto al motivo en zig-zags de los dobladillos, hacen de su ropaje el más completo de todas las figuras.
A pesar de la multiplicidad de hiladas, sus pliegues se desarrollan de una manera más lógica y orgánica que en el caso de las otras figuras y en particular de las figuras masculinas.
Esta figura se aparta jerárquicamente de las otras por su posición frontal y su simetría bilateral. Esta preeminencia, de naturaleza religiosa, se apoya también en el sentido artístico.
El artista tuvo plena consciencia de ello, pues puso su nombre sobre esta figura central, la más grande de la portada. Sobre el libro que sostiene dice "Leodegarius me fecit". Podemos sospechar que no fué sin satisfacción que puso ahí su nombre, pues la Virgen literalmente señala la importancia de la inscripción con su índice, extremadamente largo.
María Jacobi (n°6), el mismo tipo de figura acolumnada de las otras, tiene ciertas peculiaridades individuales de estilo. Tiene la cabeza cubierta pero enseña el cabello. Dentro de las líneas verticales básicas de la figura, el modo de realizar la pañería sobre la superficie curvilínea es interesante. La capa desde un lado, en graciosa curva, se recoge en el brazo opuesto.
En la túnica inferior se repite este modo desusado de recoger el vestido en forma de pliegues lobulares más anchos y menos finos. La estructura de su cuerpo aparece levemente más destacada por la indicación de las rodillas y la caída de los pliegues sobre los pies.
Como sus compañeras, sostiene un libro sobre el que aparece inscrito su nombre.
Casi todos los escritos que han tratado de estas jambas, han notado su semejanza con las correspondientes figuras de la puerta real de Chartres. Ya la sola presencia de la moda femenina, permite mantener esas relaciones.
Las Marías de Sangüesa están cubiertas con los atavíos extremadamente elegantes y aristocráticos de Chartres, con una fidelidad que pocas figuras francesas inspiradas en Chartres presentan.
Ciertamente en España no hay ejemplos que puedan competir en elegancia. Además de las delgadas túnicas plisadas que descienden llanamente hasta los pies y cuyos bordes se realzan con pliegues planos repetidos en zig-zag, hay detalles análogos, como la rica decoración de los bordes de la túnica de María Magdalena, que cubre sus hombros, o la graciosa curva de la capa de María Jacobi que se recoge sobre el brazo opuesto. Existe, pues, un poderoso intento de aproximación, realizado en un país vecino, a la moda de la alta costura de Chartres, que se esfuerza en imitar la suavidad de la galanura urbana. Además de la comprensión general por Leodegarius, de la nueva visión del siglo XII, ha incluido detalles de las figuras de Chartres, que están reproducidas con fidelidad que sugiere la observación directa.
El ropaje de María Magdalena es un buen ejemplo. Su sobre blusa, sus largas mangas caídas y su larga capa, corresponde con gran exactitud a las mismas modas que muchas reinas de Chartres.
El velo de las cabezas también está visto en Chartres, y en términos generales la propia fisonomía es semejante en el modelado uniforme, sereno, de las caras, con las bocas entreabiertas. Posiblemente la relación más estrecha es la cabeza de María Jacobi, casi una copia de la reina de Chartres que se halla sobre la cara izquierda de la puerta central. Ambas muestran la cabeza cubierta de modo semejante que muestra el cabello partido en el centro y dirigido hacia la espalda. Tanto la expresión facial como el modo de hacer la cabeza es idéntico. Las Marías de los dos países han sido realizadas desde el punto de vista de la moda. Una perspectiva semejante es necesaria para verlas como creación artística.
En Sangüesa, su realización es mucho más simple y tosca que en el caso de las reinas de Chartres, verdaderamente urbanas. Porter, cuando analiza las relaciones de Chartres cree que las diferencias son más bien estilísticas que derivadas de deficiencias técnicas, y relaciona las Marías de Sangüesa con obras borgoñesas en particular de Autun, y coloca a nuestro escultor en la tradición del románico por comparaciones con varios capiteles de la catedral de Autun. Para los pliegues del cuello del chal de María Jacobi, aduce la colcha del "Sueño de los Magos", y para las líneas de la superficie indicando pliegues, capiteles de Autun como el de la "Liberación de San Pedro de la Cárcel". La cuidadosa curvatura de la superficie es muy similar, pero para nosotros es más importante observar el modo como era usado este motivo.
En Autun las líneas incisas eran simplemente motivos decorativos con escasa o ninguna conexión orgánica con el vestido. En Sangüesa, las incisiones son ropajes en su sentido estructural, cayendo en repetidos pliegues determinados por la naturaleza del vestido. Y no solo eso, sino que aparecen las incisiones orgánicamente conectadas con el traje, abandonando si es necesario la superficie para acentuar el relieve, como en los pliegues concéntricos de los cuellos de las Marías.
La pañería del cuello en Sangüesa está utilizada en un intento muy naturalista de indicar los volúmenes y ello apunta hacia lo gótico, no al anterior románico, es decir que estas figuras de Sangüesa solo pueden calificarse de borgoñonas en el sentido que pueda calificarse de borgoñona la escultura del Maestro de Chartres por haberse derivado de aquellas fuentes.
La otra comparación de Porter, los fragmentos de la tumba de St. Lazarre, de Autun conservados en el Museo lapidario de esa ciudad, es preferible desde el punto de vista de la fecha.
El buen monje Martín, que trabajaba alrededor del año 1170 era sin duda un contemporáneo de Leodegario. No obstante, el volumen, fuerza y vitalidad de la obra de Martín es técnica y estilísticamente más avanzada y apunta hacia la obra posterior de Claus Sluter.
Leodegarius, está mucho más próximo de los ejemplos entroncados directamente con Chartres, ejemplos que, admitimos, son mucho más reproducciones serviles y que carecen de la visión progresiva de Martín.
Del mencionado grupo, la figura de la jamba de San Lazarre de Avallon, también fechada en los alrededores de 1170, tiene muchos puntos de común con Sangüesa, en particular en el alargamiento de la figura, realizado en un débil intento de acercarse a la expresiva grandeza religiosa de Chartres.
Si comparamos San Lazarre y otras poco felices copias francesas de Chartres de la segunda mitad del siglo XII, con nuestra escultura, vemos que Leodegarius muestra una comprensión mejor y una notable relación con ciertos caracteres importantes de Chartres.
Los mencionados ejemplos franceses sitúan invariablemente la figura inmediatamente debajo del capitel. Sangüesa evita el efecto de cariátide de una figura aplastada bajo la anchura del capitel. Las figuras están separadas de su posición en la arquitectura y colocadas más bajas y dan la libertad que constituye la característica del maestro principal de Chartres.
Las figuras están relevadas de su función románica y comienzan a vivir en el nuevo ámbito del gótico. También Leodegarius comprende bien las calidades de volumen de las figuras de Chartres que tienen el cuerpo exento de la columna en sus tres cuartas partes. Las copias francesas embeben las figuras en los tambores de las columnas restringiéndolas al viejo sentido románico de la decoración arquitectónica. En las jambas de Sangüesa, la relativa independencia en relación a las columnas, da a las figuras una buena parte de la plasticidad y volumen de Chartres. En resumen, que la visión artística de Leodegarius es algo más avanzada que la rusticidad de su mano. Sus miradas se fijaban más en el estilo avanzado del gótico naciente que en el retrógrado románico. Su mano seguía como mejor podía.
Las jambas de Sangüesa desarrollan modismos que acusan peculiaridades personales de Leodegarius. Quizás la más destacada, es la gran anchura de los hombros que da poder al torso y contribuye a destacar las figuras de sus columnas. En contraste, la parte inferior de los largos cuerpos, estirada hacia abajo casi se funde con las columnas de modo que parece que los pies brotan del tambor, calidad vegetativa disimulada por la decoración foliácea que trepa sobre el pedestal.
La neta distinción entre los bordes del vestido y los pies, como en Chartres, parece querer continuar la distinción que hemos visto en los torsos. Pero en los pies, en apariencia, Leodegarius se aventuró mucho menos en la tendencia gótica, o ¿recordaría quizás a San Denis? La escultura de San Denis, como pervive en los grabados de las jambas y en un rey del claustro de Montfaucon (fechado de 1145 a 1150) y conservado en el Metropolitan Museum of Art, muestra igual modo de fundirse vestido y pie.
No aparece la clara distinción de Chartres, ni los vestidos han empezado a colgar rectos pero lucen suavemente sobre el pie. Es difícil aducir comparaciones más estrechas dada la escasez de evidencia para el estilo de San Denis. Existen sin embargo diferencias estilísticas que hablan de varias manos entre las figuras masculinas y femeninas de Sangüesa. Pero para nuestro propósito el concepto estilístico dominante, se identifica con la persona de Leodegarius.
En el problema general de la escultura de las jambas, España ofrece varios ejemplos análogos a Sangüesa, algunos de los cuales se relacionan con la misma fuente. Según Miss King, existen en España una serie de jambas, comenzando por las de Sangüesa, que probablemente fueron inspiradas por Chartres. En ese grupo incluye, Orense, Benavente y San Juan de Mercada una iglesia de Templarios. Porter anota otras semejanzas en San Esteban de Sos. Esta última iglesia es particularmente interesante porque en su portada septentrional existe una figura muy semejante al Judas de Sangüesa. Dicha figura está en una posición hundida y se halla vestida parcialmente, con las piernas desnudas desde las rodillas. Gudiol y Ricart, considera la escultura de Sos como derivada de Sangüesa, obra del mismo maestro en un momento posterior.
Cada columna de las jambas posee un capitel labrado. En el más occidental (n°4A) vemos una composición de tres figuras: Un ángel y dos personajes. Ha sido identificado como una escena indefinida del Antiguo Testamento.
Miss King habla explícitamente de esta escena como "la expulsión del Paraíso" (Gen. III, 24). Biurrun y Sótil considera que se trata de la "Anunciación”, conjetura que me parece más satisfactoria, pues las dos figuras vestidas son claramente dos mujeres (o por lo menos así nos parece en la fotografía); el ángel y la figura más externa señalan, ambas hacia su compañera y hacen de testigos.
En el capitel situado encima de la Virgen (n°5A) está labrada una escena de cuatro figuras.
Para Miss King representa la "Presentación de Cristo al templo" (Luc. II, 22-38). Biurrun y Sótil, concreta que la escena incluye la "Circuncisión".
María coloca al Niño Jesús sobre un objeto, aparentemente un altar, donde es recibido por Simeón barbado.
En la esquina inferior se halla un personaje femenino que lleva una paloma. La "Degollación de los inocentes" (Mat. II, 4), se halla sobre el capitel central del lado opuesto (n°2A) que es el último capitel historiado. La figura central de Herodes está sentada en un trono y tiene en sus manos una espada levantada. Sobre el pequeño ábaco y sobre el cuerpo del capitel, a su izquierda, se hallan varias líneas de inscripción desgastada. A su derecha aparecen dos figuras femeninas vestidas, extraídas de la versión helenística o simbólica de la escena, cuando las madres apelan a Herodes.
Sin embargo la presencia de la espada relaciona la escena con la versión sino-egipcia según la cual los inocentes fueron sacrificados con esa arma. En términos generales, el incidente simboliza la lucha de la Cristiandad contra las fuerzas del Paganismo.
Las escenas de la "Anunciación" y de la "Presentación", preludian la victoria en esa lucha, con la aparición de Cristo. Todas tres, puesto que se relacionan con la vida de Cristo, implican el triunfo del Cristianismo.
Los capiteles interiores de ambos lados (n°3A y 6A), presentan la decoración igual. Dibujos de tabernáculos rectangulares junto con modelos decorativos en forma de palmetas y pájaros, constituyen la transición al fuste cilindrico.
El tema y la distribución sobre el capitel, son semejantes a los capiteles de tabernáculos de Chartres. Sin embargo, en contraste con la "Jerusalem celeste" de Chartres, se referirá más bien aquí a la "Jerusalem terrena" de la que en cierto modo, todos los Caballeros de la Orden eran Señores.
El tema aparece, de nuevo, en iglesias de Templarios. Un ejemplo análogo se ve en Carrión de los Condes. Su presencia es adecuada para recordar que esos Caballeros participaban activamente en la batalla contra las fuerzas del paganismo. Sobre el extremo oriental, se halla el último capitel (n°1A) que posee una decoración floral de hojas de acanto con rollos o volutas, sobre las esquinas del ábaco. Miss King lo describe como típicamente románico de tema y trazado. Serrano Fatigati lo considera del tipo corintio de comienzos del siglo XIII, más tardío que los capiteles historiados que fecha en el siglo XII. 

El apostolado de la fachada de santa maría la real.
Aproximadamente el último tercio de la fachada, está dedicado a un friso de dos arquerías superpuestas que incluyen figuras. Las arquerías están formadas con arcos regulares de medio punto, apeados en fustes gemelos con excepción de los cuatro extremos que poseen un solo fuste. Los dobles fustes están unidos por un capitel único que presenta una decoración sencilla, y utiliza dibujos de hojas de acanto y motivos derivados. En el centro de la arquería superior se inserta, en una composición rectangular, la visión del "Hijo del Hombre" según San Juan.
Cristo sentado (n°7), excelsamente vestido, lleva corona y posee nimbo crucífero. Levanta su mano derecha y da la bendición con los dedos. Con la izquierda sostiene la Biblia. Rodeando esta figura central se hallan los cuatro símbolos de los evangelistas, integrados en la mencionada composición rectangular. A la derecha se halla el águila de San Juan (n°7A), y el toro alado de San Lucas (n°7B). Cada uno tiene su respectivo evangelio, y mira por encima de su espalda en dirección a Cristo.
En la parte alta de la izquierda se halla el ángel de San Mateo, (n°7C) que lleva el evangelio en la mano izquierda y señala con la derecha a Cristo. También aparece con ricas vestiduras y tiene las mismas proporciones que Cristo. Debajo, y mirando en la misma dirección, se halla el león de San Marcos (n°7D), con el evangelio entre sus garras. En su cara aparece la misma extraña sonrisa "china" que en Moissac. Hemos de notar que el león y el ángel, están orientados en la misma dirección, mirando hacia Cristo, mientras los símbolos del lado opuesto, se orientan en dirección contraria de su propia mirada. No se trata de una inhabilidad de un artista local, sino de una disposición sutil que refleja el refinamiento y madurez del arte románico, que se halla nada menos que sobre un monumento de la categoría de San Severo Apocalipse.
A cada lado de esta composición y en la hilada inferior bajo los arcos aparecen catorce figuras. En la inmediata proximidad de Cristo y de los tetramorfos, vemos dos ángeles (n°7E). Su inclusión aquí recuerda la portada del Oeste de la Catedral de Chartres donde el Maestro añadió dos figuras para representar mejor la fantasía del Apocalipsis. Cerca del ángel de la derecha, se halla la figura de San Pedro (n°7F), con su llave. En la hilera inferior, aparece una figura con un bastón, (n°7G), que Serrano Fatigati describe como un peregrino, y al que Miss King identifica como Santiago. Las diez figuras restantes aparecen con ricas vestiduras y llevan rollos o libros.
Las cuatro figuras de los extremos miran hacia el Cristo central, y las otras, de frente. No poseen características individuales y son simplemente los Apóstoles.
Todas las figuras del friso son de estilo semejante, y obra probablemente de la misma mano. Están labradas en un canon uniforme, con caras cuadradas, ojos combados, manos gruesas, cuadradas y vestidos abultados, definidos con líneas superficiales arremolinadas.
Dos de las figuras de la hilada inferior (n°7H), son de estatura más baja y más delgadas, pero tratadas de modo semejante que indica no una mano distinta ni una pieza reutilizada, quizás una adición posterior.
Este extravagante estilo se aprecia mejor en un grupo de monumentos del próximo Aragón: los capiteles del claustro de San Pedro el Viejo en Huesca, la portada de Santiago, en Agüero, el portal de Egea de los Caballeros, y la escultura del claustro de San Juan de la Peña. Gudiol y Ricart ha clasificado todas estas obras como producto del maestro de San Juan de la Peña. En todo caso son ciertamente el producto de un taller fuertemente influenciado por una personalidad excéntrica. Lampérez, querría colocar alguna de estas obras en la primera mitad del siglo XII, pero Porter, y Gudiol y Ricart, las consideran todas de fines de esta centuria, fecha indicada por la presencia de una inscripción de 1197 sobre una pilastra del claustro de San Pedro el Viejo de Huesca. La similitud de ejecución de todo el conjunto parace indicar que todas esas obras se llevaron a cabo alrededor de esa fecha.
Es evidente la estrecha semejanza entre estas obras y el friso de Sangüesa. Todas las figuras pertenecen a un mismo patrón, de construcción cuadrada, con ojos combados labrados simplemente con líneas incisas, y todas las vestiduras realizadas de la misma manera caligráfica con pequeños círculos de líneas juntas. También se aprecian otras semejanzas: las dos molduras que separan los dos pisos del friso, se ven sobre un capitel del claustro de San Juan de la Peña. Otro ejemplo de este mismo estilo vemos en la iglesia de Santiago en Puente de la Reina. Como ha señalado Serrano Fatigati y Miss King, sobre el lado izquierdo de la portada vemos una réplica de nuestro n°11, otra obra en Sangüesa del maestro de San Juan de la Peña. En 1122 Alfonso I el Batallador otorga una donación para la escultura de esta puerta de la iglesia de Santiago, pero la obra aparentemente fué realizada durante el reinado de Sancho el Fuerte (1194-1236) época que corre parejas con la de Sangüesa.
Es interesante notar que la iglesia de Santiago pertenecía también a la Orden de San Juan. Del mismo modo que hemos visto influencia de fuente francesa en la escultura de las jambas, también para el friso se pueden señalar importantes antecedentes galos y en particular obras del occidente de Francia. El esquema peculiar de arquerías sobre la fachada se origina probablemente en el siglo XI en el área de Saintonge; sin embargo, se conservan del siglo XII un buen número de ejemplos de ese tipo de decoración de figuras bajo arcos. Miss King sugiere como modelo para Sangüesa la iglesia de Perignac en Saintonge. Miss Shipley, mantiene esa relación y añade la iglesia de Ruffec, obra cinco años posterior, fechada en 1140. La composición de Cristo y los tetramorfos, en relación con figuras bajo arcos, es muy similar a la de Sangüesa. La Catedral de Saint Pierre, en Angulema, que alardea de uno de los mayores programas esculpidos sobre la fachada, ofrece otro paralelo. En la zona alta que probablemente data de poco después de la consagración de la iglesia, en 1128, Cristo y los tetramorfos van acompañados de arquerías con profetas y ángeles. Miss Mendell, defiende la idea de un origen en Angulema y señala que incluso Perignac, aunque situado en Saintonge, se halla más en concordancia con la obra de Angulema. La combinación de arquerías arquitectónicas y decoración esculpida, se halla en su forma más elaborada y al propio tiempo establecida de un modo más ordenado, sobre la fachada de Notre Dame la Grande de Poitiers. Su fachada parece datar de los alrededores de 1135 y estar relacionada con la última obra de Angulema. Las arquerías están desarrolladas de un modo más amplio, y al propio tiempo con mayor unidad de plan que en Angulema y la escultura más coordinada con la estructura arquitectónica de la fachada. La altura viene determinada en proporción al área utilizable para la escultura, y ésta no rebasa sobre los lados. Estas arcadas, junto con las esculturas bajas a cada lado de los arcos de la entrada, convierten a esa iglesia en uno de los más inmediatos precursores de Sangüesa. Los paralelos españoles más próximos, se hallan en fachadas de varias iglesias de Palencia. La portada de Moaves, aunque más elaborada, es muy semejante a Sangüesa en la composición rectangular de Cristo y los tetramorfos rodeados por una arquería que incluye figuras. La iglesia de Santiago, de Carrión, de comienzos del siglo XIII muestra un friso análogo. Estas iglesias son semejantes a Sangüesa en el tema, pero son de una época más tardía, y se inspiran en otras fuentes francesas.

Tímpano 

El tímpano, originariamente de arco redondo, contiene la escena del "Juicio Final", descrita según la visión de San Juan en el Apocalipsis. Un gran Cristo, con barba (n°8), aparece sentado en el centro. Su mano derecha levantada bendiciendo con dos dedos y sobre su rodilla izquierda tenía originariamente una Biblia, que ahora ha desaparecido.
El ropaje sobre su brazo izquierdo, descubriendo su brazo derecho y el pecho, cae en forma de cascada sobre sus rodillas con pliegues bien acusados. Su cabeza, ceñida por una corona mitral, está respaldada en un nimbo crucífero. Cuatro ángeles rodean a Cristo (n°8A-D) soplando vigorosamente sus olifantes, con las rodillas dobladas de acuerdo con los bordes verticales de esa composición central. Aunque los ángeles aparecen en posturas semejantes, hay variaciones entre ellos, así por ejemplo, el ángel de la parte baja de la derecha (n°8B), es bastante más pequeño que los otros, y la trompeta del ángel situado enfrente, está labrada siguiendo la junta vertical del sillar.
En ambos lados del grupo central, aparecen dos filas de Bienaventurados y Condenados. Las dos filas de Justos, a la izquierda del portal (n°8 E-F). Quince figuras vestidas con largas túnicas y capas, miran hacia Cristo, se abrazan, y manifiestan su alegría, para eterna contemplación de la escena del goce del premio de los Justos.
Las siete figuras de la parte alta son de alturas distintas, y se hallan dispuestas conforme a la curvatura del arco. Sobre el lado derecho, llenan el espacio ocho figuras desnudas de condenados (n°8G) que aparecen agrupados como si estuvieran encadenados uno detrás de otro, y se doblan hacia atrás bajo el arco. Debajo, vemos tres figuras vestidas, que juntan sus manos en adoración y alegría (n°8H); acaban de ser examinados y aprobados por San Miguel (n°81). Este continúa su tarea en el juicio, pesando la Paloma de la Pureza, con otra alma.
A su izquierda se hallan dos almas infortunadas que han sido halladas faltas de peso. El espacio restante está relleno de cabezas apretujadas de aspecto terrible, dos de las cuales, las mayores, corresponden a diablos.
Las otras ocho cabezas quieren ser una representación gráfica de como el Infierno asolador puede arruinar la fisonomía humana.
El dintel ocupa poco más de una tercera parte del tímpano. En él aparece, bajo arcos irregulares apeados en fustes sencillos, la Virgen con el Niño y los once Apóstoles.
Los capiteles se decoran con pequeñas volutas, derivaciones del acanto, y temas foliáceos, algunos en forma de lacerías y roleos sobre el cubo del capitel. Varios de los fustes tienen nudos como si se tratara de troncos de árboles, mientras otros están decorados con meandros, zig-zags y espirales de modo semejante a como aparecen en La Charité-sur-Loire.
Muchos de los fustes no son verticales, sino inclinados. Particularmente irregulares son los fustes que incluyen la Virgen con el Niño (n°8Q). La Virgen, con corona, está sentada en un tosco trono y tiene el Niño sentado en su rodilla izquierda, e inclina levemente su cabeza sobre él, rodeándolo con el brazo izquierdo para sostenerlo.
La mano derecha está levantada, bendiciendo. Los Apóstoles pueden identificarse en muchos casos por presentar inscripciones:
8 L — TOMAS
8 M — JACOBVS
8 N — ...PVS (¿el joven San Juan?)
8 O — PAVLVS
8 R — LVCAS
8 S — BARTOLOMEVS
8 T — SATA MATEVS
8 U — ST... IVDE San Pedro (n°8P), se reconoce por su llave.
Los restantes, excepto Tomás y Santiago, llevan rollos o libros. Tres figuras no pueden identificarse.
Los cinco apóstoles de la extrema derecha, llevan nimbo. Estas esculturas como en el caso de las jambas y del friso, se relacionan con obras francesas del siglo XII.
Cristo como Juez Severo, recuerda exactamente la figura languedociense de Moissac. Como han señalado Porter. Bertaux, Miss King y Madrazo, el aspecto prohibitivo de la figura y en particular la corona mitrada indica la misma fuente.
A esas analogías puede añadirse la exactitud de postura, con la mano derecha bendiciendo, y la izquierda sosteniendo un libro sobre la rodilla, y vestidura semejante que cubre su hombro izquierdo. Ya hemos señalado que el hombro derecho aparece desnudo, lo que le aproxima al Cristo de Beaulieu, aunque en Sangüesa, no muestra sus heridas por lo que se asemeja más al Cristo de la iglesia de Conques. Miss King, también ha comparado el dintel de Sangüesa con el arco sobre la portada norte de la iglesia de Cahors, no lejos de Moissac y de Beaulieu.
El resto del tímpano, parece que se deriva de otras fuentes distintas. Madrazo lo relaciona con representaciones de Justos y Condenados del Codex Emilianense de la Biblioteca del Escorial, del siglo XI.
Porter lo considera próximo al friso de la iglesia de Saint Trophime de Arlés. Sangüesa posee la misma cualidad de friso duplicado como en Arles, con los Bienaventurados dispuestos en severas verticales consecutivas, y los Condenados en agitados zig-zags.
Los Condenados son muy semejantes. Al modo de Arlés, cada uno de ellos pone su mano derecha sobre la figura que está delante, las piernas dobladas en series rítmicas y sus cabezas vueltas de cara al espectador.
El único elemento que falta son las cadenas.
Entre los monumentos españoles el paralelo más estrecho aparece sobre la fachada de la iglesia de San Miguel de Estella (Navarra), en la cual también se halla la escena de San Miguel pesando las almas, que según Miss King, es la única iglesia parroquial situada en el camino de la Peregrinación que tiene este tema. Prestado acaso de Francia este tema es originario de Egipto y ocupaba igual importancia en la religión egipcia. Más tarde, a lo largo del camino de la Peregrinación, el tema cambia levemente y Santiago tomará para si la tarea de pesar las almas, como en Santiago de Compostela. La relación iconográfica del "Juicio Final" de Sangüesa, con sus fuentes francesas es interesante, y ofrece una muestra de un problema único. En resumen, que refleja un momento de transición en la iconografía francesa. Male ha mostrado, que a mediados del siglo XII, las representaciones francesas del "Juicio final" evolucionan desde la representación del Cristo severo del Apocalipsis, al más humano "Hijo del Hombre" que aparece en el Midi. El impresionante Cristo coronado de Moissac, con sus ancianos y bestias apocalípticas, ha dado paso a un "Hombre-Juez" más humano.
El primer ejemplo verdaderamente meridional, está en la iglesia de Beaulieu. Cristo no lleva corona, y su humanidad está más destacada porque se le representa mostrando sus llagas. En las cuatro esquinas del mundo, aparecen ángeles soplando sus olifantes para despertar a los muertos llamándolos al Juicio. Para acentuar más la cualidad humana del Cristo, se incluyen los instrumentos de la Pasión. Así, pues, tuvo lugar un cambio, y el "Hijo del Hombre", substituye al "Rey y Juez". Este desarrollo es una muestra de los nuevos derroteros que toma la interpretación filosófica religiosa de Cristo. La obra de Honorio de Autun, es típica de ese cambio. En el tercer capítulo de su "Elucidarium", describe el fin del mundo y el juicio en esos mismos términos. Escrito alrededor del año 1100, esta obra ha debido influir en las representaciones pictóricas; en todo caso, está evidentemente en la misma dirección. La nueva versión pictórica que surge en el Midi, incluye cada vez más episodios humanos y anecdóticos. Añade más color a la escena del Juicio, el peso de las almas, los Apóstoles como jueces de las Doce Tribus, e incluye la Virgen y San Juan como mediadores. Vemos pues que Sangüesa utiliza el Cristo apocalíptico del tipo de Moissac, pero lo humaniza desnudando sus brazos y pies, y de acuerdo con la nueva dirección, los animales apocalípticos, son descartados a favor de escenas más humanas de Bienaventurados y Condenados, el peso de las almas y la Virgen entre los Apóstoles.
Los manuscritos iluminados se han considerado como agentes importantes en la transmisión de temas y estilos, pero también es muy notable su papel de creadores de caracteres del arte cristiano. Este último papel está íntimamente conectado con el tímpano de Sangüesa por el elemento iconográfico de los ángeles soplando olifantes. Este tema, como ha señalado Porter, no tiene relación con las descripciones del Juicio final de San Mateo y San Juan. Tal como lo vemos en los notables ejemplos de la Puerta de las Platerías de Santiago de Compostela, y en la Catedral de Angulema, sugiere un origen en los manuscritos de los Beatos.
Para reforzar su hipótesis, Porter, aduce un ejemplo en la escultura germana de Hecklingen, donde los ángeles conservan sobre sus alas las espirales caligráficas de los manuscritos iluminados. No solo los manuscritos dieron nacimiento al tema, sino que también dan luz sobre su evolución iconográfica. El tema puede encontrarse con anterioridad, en manuscritos primitivos españoles con dibujos de cabezas de ángeles soplando cuernos. Estas representaciones parece que proceden de la evolución de un tema clásico, las cabezas de los cuatro vientos. Los cuatro vientos, asociados con los cuatro puntos cardinales en la antigua especulación filosófica pasan a la Edad Media, y se adaptan, para originar los ángeles trompeteros que despiertan a los muertos sobre la tierra. 

Las arquivoltas de la portada de santa maría la real.
Rodeando el tímpano, se hallan cinco arquivoltas con figuras, separadas por molduras decorativas desgastadas, de meandros, zig-zags y temas vegetales. Las figuras son de varios tamaños dentro de la línea del arco, y en conjunto no presentan una unidad de esquema iconográfico.
La arquivolta interior (n°1) es la más pequeña de las cinco, pero contiene once composiciones.
En la parte baja de la derecha (n°1A), una figura con barba, junta las manos en oración o contemplación, de modo análogo a los Bienaventurados del tímpano.
La figura simétrica del otro lado (n°1L), es también otra figura barbuda en la misma posición, pero su gesto hacia el dintel, parece indicar su relación con los Apóstoles.
El estilo escultórico de la figura n°1L, muestra las mismas arrugas finas que caracterizan vestido y cabello del San Bartolomé del dintel que se halla inmediato. El modo de tratar los Apóstoles del otro lado del dintel es más suave y curvilíneo, y como queda indicado, llevan nimbos.
La figura n°1A, próxima a San Mateo y San Judas, posee su misma suavidad, con vestiduras definidas por líneas quebradas estrechas. Las figuras 1A y IL, parecen pertenecer a dos manos distintas, quizás a los mismos escultores que realizaron el dintel. Observada esta relación, uno se halla inclinado a buscar también una relación iconográfica con el dintel. Parece que éstas figuras se mueven sobre los Apóstoles contemplándolos o atestiguándolos.
¿Podrán ser estas figuras Testigos del Apocalipsis, cuyo papel ha sido mencionado en relación al friso superior?.
El n°1C, ofrece una de las escenas narrativas que aparecen con más frecuencia sobre la depravación y negligencia humanas en la escultura del siglo XII de España y Sur de Francia. Una mujer desnuda es molestada por una culebra y una criatura en forma de sapo. Son muy frecuentes versiones diversas de este mismo tema, sin embargo parece que todos proceden de un doble origen, por un lado el concepto de Avaricia, principalmente masculino, y por otro la impureza o Lujuria, femenino.
El tema de la Avaricia se representa generalmente con un hombre, con una bolsa de dinero colgada del cuello y dos serpientes que le muerden la cabeza; a menudo, lleva serpientes en las manos y sapos en los pies.
La Lujuria se representa comúnmente como una mujer desnuda en la misma forma que el n°10, o con dos serpientes o una culebra y un sapo en sus pechos. Como hemos mencionado, los temas se mezclan algunas veces, y así, la Lujuria es pintada como Avaricia con culebras mordiéndole la cabeza. A medida que las representaciones se hacen menos puras, la interpretación aparece más casta y significa pecados como la Cólera o los Celos. La popularidad de la Lujuria se aplica fácilmente teniendo en cuenta las circunstancias medievales contemporáneas. El miedo a la mujer, como instrumento y compañero del diablo, era casi universal, y aparece ya en un momento tan antiguo como el siglo IV.

Más tarde San Bernardo añade su peso a la campaña contra los mujeriegos. Los monjes, siempre ansiosos por la preservación de sus almas y las de los demás, ponían amonestaciones sobre las portadas de sus iglesias como recuerdo diario de los pecados y faltas de las mujeres.
Estas amonestaciones esculpidas contra el vicio de la lujuria se documentan muy pronto a comienzos del siglo XII, y poco después se desarrollan ampliamente. Male considera el tema como la principal creación del arte del Languedoc, adaptado de fuentes antiguas y extendido rápidamente debido al celo de los monjes. Como ejemplos primitivos cita el pórtico de Moissac, y la portada meridional de la Catedral de Saint Cerni de Toulouse.
Cree que su iconografía probablemente se relaciona con la antigua imagen femenina de la Tierra alimentando animales. Shapiro, tratando de este tema y del de la Avaricia, considera que las representaciones españolas son de la misma época que las francesas. Para la lujuria, cita un capitel del Panteón de los Reyes en León, de 1063, y para la Avaricia, menciona un ejemplo de la iglesia de Iguacel de 1072. Más aún, sugiere un origen español para el vicio femenino y aunque el tema no figura en el arte musulmán, sí figura en la literatura musulmana. Gaillard, avanza un origen leonés o tolosano para la Avaricia. Las restantes figuras de la arquivolta incluyen: tres profetas, uno, que lleva un rollo (1B) llama la atención, señalándola, hacia una inscripción ahora ilegible.
Otro, con un rollo vacío (n°1I), y un tercero con un libro abierto (n°1J); dos santos juveniles (1F y 1K), un monje con sus manos metidas en el cinturón (1G); dos Viejos, con barbas, uno de los cuales (1D) lleva su frasco de perfume; y finalmente una cabeza pequeña (n°1E) que posiblemente pertenece a una figura dañada cuando fue recortado el tímpano para hacer el arco apuntado.
La segunda arquivolta contiene dieciocho composiciones, que de nuevo son de tamaño y temas diversos. Aquí sin embargo los temas son de preferencia seculares e incluyen temas de oficios.
Comenzando por la parte baja de la izquierda, las tres primeras figuras (números 2A, 2B, 2C), pertenecen a esta última categoría, de oficios. Los tres representan zapateros con un zapato como atributo. El n°2A trabaja en la hebilla de su zapato; el n°2C, corta la suela y el 2B contempla su obra terminada.
A y B, visten el delantal de zapatero, pero el desgaste de las esculturas obscurece sus facciones. El hecho de que sean tres las figuras de zapatero, hace más probable que constituyan representaciones de un oficio cotidiano que un Trabajo, símbolo mensual de un calendario cristiano.
Si tiene algún propósito, es recordar al espectador el beneficio de la industria para el cristiano. La composición del lado opuesto muestra una figura (n°2R), trabajando en su yunque. Tiene en su izquierda unas pinzas con las que sostiene un objeto al que golpea. Porter, citando a Gómez Moreno considera que la escena se refiere al oficio de herrero, y lo compara con "Vermundo el herrero" del campanario de la iglesia de San Cebrián de Zamora del siglo XI.
Como prueba la inscripción, Vermundo representa un oficio y no la representación simbólica de un mes con un Trabajo. Por consiguiente, el herrero de Sangüesa con idéntica postura y herramientas representará también un oficio.
Esta interpretación de la figura ayuda considerablemente a identificar los zapateros y otras escenas como figuras de oficios y no como representaciones de los Meses. El n°2D, retrata a un hombre con un cuchillo en una mano y un pequeño animal con largas orejas de conejo en la otra. Sobre él, el n°2E vemos también otra figura con un cuchillo y un animal más grande que parece una cabra. Las figuras pueden representar un Trabajo, en cuyo caso la matanza de cerdo es la más adecuada para estas figuras y es de recordar que este trabajo es el más importante —incluido el sacrificio de ganado— de los meses de invierno de noviembre a enero. Existen con frecuencia casos en que aparecen varios calendarios repetidos o mezclados como en Sangüesa y repiten las escenas, sin embargo, tanto los zapateros como el herrero son claramente escenas de género y no calendarios.
Desde este punto de vista, las representaciones que nos ocupan pueden interpretarse también como escenas caseras. Una prueba más concluyente para este punto de vista es la figura n°2L en la que vemos una representación clara y exacta de la "matanza". En cuanto a símbolo de calendario, la matanza aparece en Francia como el mes de diciembre, pero entre los calendarios españoles, el tapiz de la Catedral de Gerona y la portada de Santa Ma ría de Ripoll, la colocan ambas como mes de noviembre. En todo caso este último mes de noviembre sería el representado aquí, pues como hemos de ver, diciembre y octubre se representan de otra manera.
El lado derecho de esta arquivolta termina con tres figuras pequeñas y una cabeza aislada en el extremo. El n°2F y 2G, son figuras pequeñas ricamente vestidas.
Encima de una figura masculina F, aparece otra femenina, C, con larga cabellera. Ninguna de las dos posee atributos. La figura de octubre, 2H es un hombre llevando un haz de leña que ha recogido para prepararse para el invierno.
En el lado izquierdo del arco, se hallan las mencionadas figuras 2K y 2M, ambas vestidas. Miss King habla de invierno o de mes de diciembre, con su copa y fuente.
Esta identificación aplicada a las dos figuras indicaría la existencia de dos series del calendario. Los números 2N, 20, 2P y 2Q, presentan animales. N y O, son dos cuadrúpedos inidentificables, ambos agrupados en una misma composición.
Vuelven sus cabezas, al socaire, sobre su lomo. Los otros dos animales son más grandes y están labrados por separado. Aries, el carnero de Marzo (n°2P), está sobre Taurus, el toro de abril (n°2Q). También éste, con la lengua fuera, vuelve la cabeza sobre su espalda mostrando pequeños bultos que se identifican como los cuernos.
La tercera arquivolta también contiene dieciocho figuras. Comenzando en parte baja de la derecha vemos:
Un profeta con barba (n°3A) con un libro sin inscripción; un obispo completo con su mitra, báculo y capa pluvial (número 3B); y un peregrino apoyándose sobre su bastón (n°3C).
Estas figuras que llevan solo atributos generales, no tienen particularidades que caractericen su individualidad. La cuarta figura, (n°3D), es seguramente Aquarius, puesto que tiene los botes de agua sobre las rodillas.
Simbolizando el mes de enero, Aquarius figura como uno de los varios signos del Zodíaco que muestra aquí la presencia de un calendario cristiano, y apoya la hipótesis de los Trabajos como símbolo de meses. El n°3E constituye una extraña composición.
Un hombre lleva en los brazos una cabra. De primera intención uno se siente inclinado a considerar esta escena como símbolo de Capricornio. En otro famoso calendario español, el tapiz de la Catedral de Gerona del siglo XII, Webster ha identificado una escena análoga como labor del mes de marzo.
Miss King, sugiere sin embargo otro aspecto, cuando compara esta composición y otra en la que aparece un hombre que lleva el signo del toro, con las dos mujeres de Toulouse que llevan respectivamente los símbolos del cordero y del león. Estas mujeres sentadas, con las piernas cruzadas llevando un león y un cordero aparecen sobre relieves que proceden de San Sernin de Toulouse, pero que se hallan en la actualidad en el Museo de Toulouse.
Lahondes, reconoce en ellas la ilustración de una leyenda atribuida a San Agustín, pero de fecha mucho más tardía. Se creía que en tiempo de Julio César tuvo lugar un extraño milagro. En Compostela, Roma y Jerusalem, una mujer dió a luz un cordero y un león, simbolizando la doble naturaleza del futuro Mesías.
No obstante, Compostela, fué substituido por Toulouse en San Sernin. De ahí fué tomado el tema como indica una inscripción de la Puerta de las Platerías de Santiago de Compostela.
Miss King, en su comentario del tema, menciona no sólo al hombre con la cabra de Sangüesa, sino también un hombre con el signo del toro. Este último es el n°2E de nuestro portal, sin embargo el animal no parece un toro y la presencia de un cuchillo presta una nota de ignominia que sería incongruente.
Sobre el lado izquierdo del arco los números 3P y 3O nos ofrecen una interesante composición. O, es un hombre que toca un violín y se halla sobre la figura femenina P que lleva cabellera larga que le cae sobre los hombros. Ambas figuras forman composición única, pues no hay separación entre ellas.
La composición es un interesante retrato de juglares, los músicos y acróbatas que se ven con frecuencia en el sudoeste de Francia sobre portadas románicas o manuscritos litúrgicos de los siglos XI y XII.
De espíritu mundano, admitían también juglaresas. Eran una fuente popular de entretenimiento, y aunque denunciadas por la iglesia, entraban no obstante en asociaciones religiosas.
La fama de los juglares en el siglo XII es atestiguada por la comparación que hace San Bernardo de sus cistercienses con los juglares: "A los ojos de todo el mundo tenemos el aire de realizar grandes portentos. Deseamos todo lo que huye y cuanto huye, anhelamos como los juglares y danzantes que con la cabeza hacia abajo en una posición nada humana se mantienen o andan sobre sus manos y atraen las miradas de todo el mundo". Así pues, consideradas en su sociedad contemporánea, tales personajes son compatibles con sus compañeras de Sangüesa.
Schapiro menciona sin embargo una finalidad más drástica de la escultura románica francesa, especialmente en las arquivoltas, donde los viejos del Apocalipsis son abstraídos de su texto y colocados entre los bufones y acróbatas.
El resultado fué la expresión de un parentesco secular entre música, juegos físicos, festejos y poder. Incluso los instrumentos musicales en sí mismos tenían el valor de un objeto completamente personal, especialmente para los miembros cultivados de las clases bajas, símbolo de la libertad, del alma espontánea en la vida secular —el juglar vagabundo y atolondrado—, y en la vida religiosa —el monje herético—. De este modo el n°3P y 3O, forma un complejo en el espíritu de la época, que combina el espíritu mundano de la hazaña física y la mujer, con el espíritu religioso sugerido por los músicos, de quienes se hacen eco los viejos. Entra en esta misma clase de explicación el n°3K, réplica del n°3P en aspecto y técnica escultórica. Su cabello cae sobre sus hombros y abraza sus rodillas. Su compañero, acróbata, está muy desgastado, no obstante ha sido su compañero la figura mutilada 3H.
La última figura, 3R es una pequeña figura humana que lleva un halcón. La escena ha sido identificada por Miss King como símbolo de un mes.
El tema presenta interés histórico, tanto en su idea como en su aplicación al calendario zodiacal.
El pasatiempo de la halconería evoluciona desde tiempos antiguos y de la antigua mitología. Es también emblema de nobleza y marca de caballero, que los señores de la Edad Media llevaron a la guerra.
El mismo desarrollo se observa en la aplicación de la halconería al calendario. El febrero de la temprana Edad Media que se simbolizaba con un cazador con el halcón, se deriva de un modo claro, aunque simplificado, de la forma antigua en la que el caballero noble era acompañado por sus siervos a la caza de aves de presa.
También las primitivas representaciones de la escena pertenecen al mes de noviembre. Más tarde, la escena fué traspasada a mayo, el mes dedicado a los nobles y sus deportes.
El noble era concebido primariamente como un caballero acompañado de su halcón que lo identificaba como un cazador. Aquí, en Sangüesa, esta versión de mayo no sigue la vieja tradición medieval, pues presenta un halconero en lugar de un caballero.
Figuras adicionales en el lado derecho, incluyen un par de cuadrúpedos (n°3F y 3M) que vuelven la cabeza sobre su lomo.
El n°3M ha perdido la lengua, pero por su posición, apariencia y modo de ser tratada, es una réplica del n°3F.
El n°3G, es un profeta con barba que lleva un rollo, y una figura no descrita, corona el punto del arco (n°31).
Las restantes figuras sobre la izquierda son: un personaje vestido (n°4J) que lleva un objeto redondo, otro con ricas vestiduras y barba (n°L), en cuya capa aparece una inscripción desgastada; un patriarca con barba (n°3N) con sus manos juntas en oración y una pequeña figura, que lleva un libro. Este último, de apariencia juvenil, es quizás otro profeta.
La cuarta arquivolta comienza en la posición baja del lado derecho con un Santo ricamente vestido y con barba (n°4A).
Encima, aparece otra figura de Santo (n°4C), con las manos juntas en oración. De los dos profetas presentes, el n°4B, lleva un libro y señala hacia una inscripción gastada, mientras que en 4F, señala un rollo vacío y liso.
En 4E vemos una figura vestida en ropas de obispo aunque ha perdido sus atributos, y a otra, n° 41 le falta la cabeza, que probablemente ahora se halla en 1E.
Un juglar solitario en el n°4G, vuelve sus piernas sobre la espalda y enlaza los pies con las manos. Finalmente aparece aquí una labor del mes de marzo, la Poda.
En el centro del arco, un pequeño animal inicia la transición al lado izquierdo. El lado izquierdo comienza con un viejo (n°4K), sentado, que lleva un frasco de perfume, símbolo del olor de santidad. Acompañándole, aparecen otros tres santos con barbas (números O8 4L, 4P y 4R).
También 4R y 4M son dos figuras separadas, combinadas en una misma composición. Una de ellas (número 4M), está de pie sobre la cabeza de su compañero y con un objeto roto entre las piernas. El juglar acróbata contribuye con su entretenimiento mundano, a la temática moral y religiosa que hallamos. Completando la arquivolta aparece una figura (n°40) que levanta su mano derecha, probable indicación de algún milagro, como se muestra Cristo curando al paralítico. En la relación de San Lucas se menciona explícitamente la mano derecha lo que se corresponde estrechamente con el n°40, pero aquí, teniendo en cuenta que los milagros eran muy frecuentes en la Edad Media y a lo largo del camino de la Peregrinación, nos hallamos probablemente ante la representación de un milagro local.
Las 22 figuras de la arquivolta exterior, abarcan una mayor variedad de escenas. La primera figura del lado derecho n°5A, presenta el mencionado tema de la lujuria. La mujer desnuda se representa con una culebra y un sapo mamando sus pechos. Las dos figuras siguientes forman una composición (n°5B).
Una mujer sentada a horcajadas sobre los hombros de su compañero abraza sus piernas y se sostiene la cabeza.
Tal como se representa aquí, la escena sugiere inmediatamente que se trata de juglares. El tema era evidentemente popular en Sangüesa y como la mujer también participaba de esa profesión, la aparición de esta juglaresa es totalmente normal.
Webster, tratando un asunto semejante, tal como aparece en la arquivolta de la iglesia de Santa Magdalena de Vezelay, compara la escena con las miniaturas tardías del siglo XIII de la Laurentian Library (Plut. XXV, cod. 3) en donde aparece el Año montado sobre el invierno.
Interpretando el ejemplo de Vezelay como un símbolo zodiacal, sugiere que representa el mes de noviembre llevando a cuestas al mes de diciembre. Más próximo a Sangüesa, el tema aparece en la fachada de la iglesia de San Miguel en Estella, iglesia cuyas esculturas son bastante parecidas a las de Santa María la Real de Sangüesa.
La tercera figura del lado derecho, es una mujer (n°5C) con larga cabellera que cae sobre los hombros. Sus manos descansan sobre la falda. Su largo vestido abierto por el centro desnuda sus pechos.
De nuevo aquí la mujer es una criatura con significado moralizador y está evidentemente tratada como un aviso para los mujeriegos. El tema es ciertamente una reminiscencia de la "Adultera" de Santiago de Compostela, cuyos devaneos amorosos están tratados de modo similar, aunque más elaborado. El n°5D presenta un acróbata que juguetea sobre las manos y piruetea los dedos sobre la espalda para alcanzar la cabeza.
El asunto es muy similar de composición y espíritu al n°4G. Sobre el juglar se halla un viejo con barba que toca el violín. El nº 5, es una mujer molestada por culebras, una de las cuales le muerde la oreja derecha mientras otra se encarama por sus piernas y hombros. Sobre su hombro izquierdo aparece un objeto que, aunque no se distingue muy bien parece una bolsa de dinero.
Aquí el vicio femenino de la Lujuria, se ha cruzado con el de la Avaricia, usualmente masculina.
Estos temas eran muy populares en el sur de Francia y particularmente aquí los dos vicios más aborrecidos. Probablemente las mezclas que vemos en Sangüesa no son debidas a inventiva propia u originalidad, sino a una tradición generalizada.
El n°5G es una figura de hombre desnudo y sentado sin atributo específico. Encima se halla un viejo soplando su cuerno. Los números O1 5J y 5L son también viejos con sus frascos de perfume.
Los n. O1 5M y 5N presentan dos figuras embutidas en armaduras empuñando escudos, una lanza (5M) y una espada (5N), Miss King los llama los gemelos de Gemini vestidos de caballeros tal como aparecen en Chartres.
Las figuras sin embargo sugieren otro tema, la alegoría medieval de la Psychomachia. Originada en el famoso poema de Prudencio, la Psychomachia, el tema evoluciona en un ciclo narrativo que presenta en forma pictórica la invisible lucha espiritual entre el bien y el mal. Después de su desarrollo durante los siglos IX y X, el ciclo declina durante el siglo XI y sólo vuelve a popularizarse en los siglos XII y XIII en la escultura francesa.
Tanto en su medio original, los manuscritos iluminados, como en su adaptación escultórica, el tema sufre muchos cambios. Las primeras representaciones se manifiestan con una fiereza sin límites, y los vicios vencidos se pintan como demonios enanos de aspecto bestial bajo los pies de las virtudes armadas.
En ejemplares tardíos, como la arquivolta del siglo XII de la Catedral de Lahon, los demonios aparecen más humanizados y las virtudes no se representan sobre ellos para hacer su humillación más completa. Incluso cambia la armadura como reflejo de los nuevos tiempos, y las virtudes que primitivamente se pintaban armadas como soldados romanos, aparecerán ahora como caballeros de la alta Edad Media o Cruzados, blandiendo la espada larga de la primera cruzada (n°5M).
Algunas veces en forma bestial e incluso femenina, la Psychomachia aparece esculpida a menudo en el sudoeste de Francia. Quizá el ejemplo más notable se halla en la portada occidental de la iglesia de Aulnay, donde el tema aparece muy elaborado. Otros ejemplos aparecen sobre la ventana del crucero meridional de Aulnay, y en la portada occidental de la iglesia de Notre Dame de la Couldre.
La siguiente composición (n°50), muestra un ángel al que falta la cabeza, que lleva en la falda una pequeña figura en oración. La escena constituye un buen ejemplo de la influencia de los manuscritos iluminados y del arte hermano de los marfiles sobre el arte monumental.
Un marfil de particular interés es por ejemplo la cubierta de un libro de Carlos el Calvo de la Biblioteca Nacional de París. En la cubierta, aparece un ángel que lleva un niño sobre sus rodillas y lo defiende contra el ataque de dos leones. Cahier quiere reconocer en él una misteriosa escena de la historia de Julián el Apóstol, sin embargo, Paul Durand, muestra que es una copia del psalterio de Utrecht u otro manuscrito similar que ilustra el salmo LVI.
Aunque en Sangüesa, los elementos del mal han sido eliminados, el ángel y el niño se refieren al mismo tema de la liberación del alma de la muerte.
Entre el ángel y el niño aparecen un par de piernas, única prueba de que la composición ha sido mutilada. El n°50 muestra un pequeño animal híbrido de perfecta conservación. El cuerpo largo, la cola y las cuatro patas son de toro, pero la cabeza, garras y alas pertenecen a la familia de las aves.
Indiferente por completo a la presencia de esa fiera, se halla un pequeño peregrino (n°5R) apoyado plácidamente en su bastón. A su vera, una sirena agarra los dos peces, el signo zodiacal del mes de febrero. Completan el conjunto un viejo y un profeta con su rollo.

La escultura de la enjuta derecha de la portada.
En la cima de las arquivoltas, algo a la derecha, se halla una pequeña figura masculina (n°9). A pesar de que se halla maltratada e irreconocible, su tamaño, posición y modo de ser labrada indica que en un principio estuvo colocada en la arquivolta y probablemente representaría uno de los Meses o un Oficio. Las otras composiciones en la fila superior, son criaturas híbridas de carácter fantástico. Los números 10 y 12, son grifos, cuadrúpedos con cabeza de ave y alas, que Serrano Fatigati compara con motivos semejantes en la fachada de San Millán de Segovia.
Entre ambas piezas, se halla una pareja de figuras híbridas, con cuerpo de reptil (n°11), patas de ave, alas y cabezas humanas.
La pareja recuerda inmediatamente al Maestro de San Juan de la Peña que ejecutó el friso alto de la portada. Sus ojos saltones, delineados por líneas incisas y el pelo sogueado, se presenta de modo análogo a uno de los Apóstoles. El tratado de las escamas en líneas caligráficas respaldadas por pequeños discos, es igual que los pliegues de los vestidos de los Apóstoles.
Finalmente las alas son iguales a las de los tetramorfos. Serrano Fatigati y Miss King, recuerdan un grupo zoomorfo similar, verdadera réplica exacta, sobre el lado izquierdo de la portada de la iglesia de Santiago en Puente de la Reina.
Teniendo en cuenta el estilo y la fecha, las esculturas de Puente pueden considerarse con certeza como obra del maestro de San Juan de la Peña.
En Sangüesa, ese maestro no sólo completó el apostolado, sino que ejecutó otras esculturas de la portada. Establecida la paternidad de la figura n°11 nos falta considerar la mano que labró los grifos (números 10 y 12).
Su composición afrontada muestra relación con la pareja de serpientes del n°11. Sus alas y piernas se asemejan al modo de ser tratada la pieza n°11 y los tetramorfos.
El arranque del pecho y las cabezas les acercan a los mismos elementos del águila tetramorfa, y las colas y las espaldas ensortijadas reproducen las del león alado tetramorfo. Por consiguiente, parece claro que los dos grifos fueron ejecutados por el maestro de San Juan de la Peña.
Mayor evidencia de la misma mano presentan las piezas números 13, 14 y 16. El n°13 representa una criatura fantástica bordeando la arquivolta, que combina el cuerpo del n°11 con la cabeza, levemente modificada del león tetramorfo.
Ambas figuras poseen la misma sonrisa china. También se muestra el maestro de San Juan de la Peña en el n°14 y en su pieza gemela (n°16).
El n°14 representa una figura masculina vestida con manto y con una vaina vacía. El n°16 figura que hunde su espada en un dragón. Ambas piezas por sus incisiones caligráficas, ojos saltones y pelo sogueado, así como por la estatura rechoncha del n°14 muestran ser de la misma mano. Incluso el dragón del n°16, es pariente de otras figuras zoomorfas de ese mismo maestro y de nuevo muestra la sonrisa china.
La figura humana y el dragón (n°16) aparecen en otra obra del mismo maestro, el claustro de San Pedro el Viejo en Huesca. En San Pedro el Viejo esa representación ha sido ligada iconográficamente a fuentes diversas. Para Serrano Fatigati, la escena se refiere a la antigua leyenda del Caballero Vilardell. Sin embargo Piñedo, interpreta la figura armada como Cristo luchando contra el demonio, Sagitarius, tema popular durante la Edad Media.
Esa interpretación cristiana se halla reforzada con múltiples referencias bíblicas. El tema aunque de origen muy viejo, fué aplicado a los soldados de Cristo tales como los Templarios o los Caballeros de San Juan, de ahí que se tratara de un tema muy adecuado para las iglesias de esas Ordenes militares.
En la iglesia de Santiago, en Puente de la Reina, una composición similar, se cree que se refiere al héroe Marduk matando al dragón Tihamat y simbolizando el triunfo del hombre sobre los animales inferiores.
La popularidad del tema se comprueba con su aparición en San Pedro de la Rúa, en donde el hijo de Odin combate a la serpiente Midgard, en una escena procedente de los Eddas. Sin embargo, en Sangüesa, esa escena, desafía todas esas explicaciones, puesto que como ha notado Anderson, la yuxtaposición de esa escena con la escena del yunque (n°19), parece algo más que una simple coincidencia, y ello lo relaciona con la Saga de Sigurd. Aunque Serrano Fatigati describe la pieza del yunque como una escena de género y Gómez Moreno sugiere analogías con un relieve de San Ciprián de Zamora, muchos escritores aceptan para Sangüesa la iconografía de la Saga de Sigurd.
En Sangüesa, las escenas son casi una réplica de algunas de la portada de Hyllestad. Sigurd hunde su espada "Nothung" en el dragón "Fafner", y directamente debajo el barbudo Regin forja la espada en el yunque.
Según la leyenda, Sigurd entrega a Regin el corazón de Fafner en pago de la espada. A la derecha de la escena del yunque, se halla la figura de Sigurd (n°20), acercándose con el corazón en la mano. La figura n°18, situada a la izquierda del yunque, se halla muy dañada y carece de cabeza, no obstante su estrecha correspondencia con un ejemplo de la iglesia de Hyllestad permite suponer que se trata de la figura de Sigurd empuñando el fuelle para la forja.
Originariamente la Saga de Sigurd simbolizaba la lozanía y vigor primaveral del sol hiriendo el dragón del invierno y liberando de sus garras los tesoros de la tierra. La naturaleza de la leyenda permitía fácilmente su integración en la concepción de la ética y teología cristianas. Cuando el cristianismo se impuso en Noruega, asimiló alguna de sus leyendas mitológicas. Sigurd, el popular semidiós matador de Fafner, se transformó en el símbolo de Cristo vencedor de Satán.
La semejanza con San Jorge y San Miguel es bien clara. En forma más primitiva existen muchos ejemplos sorprendentes de la Saga, en los monumentos rúnicos escandinavos, simples estelas sepulcrales o insculturas rupestres. De alrededor del año 1000 son las piedras sepulcrales llamadas Ramsunds y la piedra Gork, ambas en Suecia. Se cree que estos relieves son las primeras obras labradas que se refieren al ciclo de Sigurd.
Poco después, entre el año 1000 y el 1050, se fecha la piedra funeraria de Drafle en Upland, Suecia. Esta última, más el monolito de Manadsbladet (Suecia) y el bloque Nordenhov (Noruega), son quizás, las representaciones más abreviadas, pues sólo contienen la escena de Sigurd y el dragón.
La aparición de la Saga de Sigurd en Sangüesa está sin duda en relación con el Camino de la Peregrinación y los viajes de los peregrinos. Aunque aparecen ejemplos del mito en fecha muy antigua en el norte de Inglaterra e Irlanda, y aunque la leyenda pertenezca también al folklore germánico 165 la fuente de inspiración para Sangüesa es sin duda Escandinavia y en especial Noruega, donde la leyenda fué empleada de modo semejante en la decoración de iglesias que se fechan en época posterior a Sangüesa, pero que siguen tradiciones más primitivas. Que esta leyenda se extendió por el Camino de la Peregrinación se comprueba por el amplio desarrollo de temas similares como la canción de Roland.
La canción, escrita por el poeta normando Theraulde en el siglo XI avanzado, se conservó en los Pirineos alrededor de Roncesvalles. Más tarde viajó por el Camino de la Peregrinación y alcanzó gran popularidad en España.
Además de los peregrinos, también los cruzados fueron instrumentos de trasmisión de influencias forasteras hacia España. Excelentes ejemplos nos lo ofrecen los cruzados Sigurd Jorsalafak, rey de Noruega (1109-1110) y Karl el Danés. Este último sobre todo, es interesante para nuestro propósito, puesto que no solamente se cree que había inspirado la Canción de Roland, sino que también figura como pariente de Alfonso el Batallador.
Estos dos ejemplos muestran de un modo claro que la aparición de la Saga de Sigurd en Sangüesa no es un fenómeno único o extraño, sino que es fácilmente explicable desde el punto de vista de la historia contemporánea.
Sangüesa demuestra muy claramente que el Arte medieval no es una manifestación local o provincial, sino un lenguaje internacional con raíces y brotes en muchos lugares.
La última figura de Sigurd (n°14), se halla sobre la enjuta derecha, de pie, con la espada en la mano y agarrando la vaina vacía como si acabara de desenvainar el arma. Mira hacia su vecino, una gran figura encorvada (n°15).
La única escena importante que falta es la "Prueba de la espada", cuando Sigurd quiebra la espada sobre el yunque, y la posición de esa última figura sugiere que se trata precisamente de esa escena.
La figura grotesca que le acompaña probablemente no pertenece a la escena de Sigurd es un "Gusano de cabeza brillante" y sus proporciones y técnica no corresponden a las representaciones de ese ciclo. Tal vez pueda asimilarse a representaciones contemporáneas o posteriores de Satán como Serpiente de Tentación.
Peter Comestor en su "Comentario del Génesis", fechado antes de su muerte en 1173, es quien menciona primero la Serpiente con cabeza de mujer. Yincent de Beauvais (alrededor de 1190-1264) en su "Speculum Natural" también describe una poderosa serpiente con pies y cuerpo de dragón y cabeza de mujer.
Representaciones paralelas, aunque posteriores, se ven en manuscritos iluminados, en los que se representa a Satán con cabeza humana, cola de dragón o lagarto y andando sobre dos piernas. El "Speculum humanae salvationis" del siglo XIV le da anchas alas, cabeza de mujer con cuello largo y cola de reptil.
Otro ejemplo se ve en la página genealógica del Beatus Morgan del siglo XIII.
Surgiendo de la influencia de los escritores escolásticos, esos retratos de Satanás como serpiente, se hacen muy frecuentes. En la figura de Sangüesa no existe la cola (posiblemente rota), pero apunta esa identificación con Satanás la cabeza femenina con cabello largo, brazos humanos y los pies en forma de garras. Finalmente, el tratamiento de esa escultura no es el del maestro de San Juan de la Peña, el maestro de Sigurd, sino que corresponde al mismo tratamiento del león alado de San Marcos que se halla debajo en la curvatura del arco. Su gran tamaño, el pelo lineal sobre el cuerpo liso, la hechura de las piernas de pájaro y las garras de los pies con bandas de círculos, todo en suma, señala la misma mano. Parece clara la conclusión de que la serpiente y la figura de Sigurd fueron yuxtapuestas cuando tuvo lugar la antigua reconstrucción de la portada. El que la organizó, utilizando los elementos que tenía a mano, compuso una alusión simbólica, utilizando la Saga de Sigurd y sus implicaciones cristianas.

Antes de acabar con esa figura grotesca podemos señalar una última analogía. En el folio 65v de la Biblia de Roda (París: Bibl. Nat., Cod. Lat. 6), y en el folio 227v de la Biblia de Farfa de Santa María de Ripoll (Roma: Vatican, Cod. Vat. Lat. 5.729), vemos una representación de Nabucodonosor quien de acuerdo con el cuarto libro de Daniel se transforma en una bestia selvática.
La figura de Nabucodonosor muestra un raro parecido con la representación de Sangüesa, con largo pelo, posición encorvada, los mismos brazos colgantes, y piernas de bestia terminadas en garras. Nabucodonosor sin embargo se presenta con barba, mientras la figura de Sangüesa carece de ella, hecho que para muchos escritores parece indicar su carácter femenino.
Desde este punto de vista ambas figuras parecen irreconciliables. No obstante es interesante el hecho de que quizás la figura de Sangüesa, como en el caso de su vecino Sigurd, fué retocada más tarde para adaptarla a la combinación que ahora vemos. El león alado de San Marcos ya mencionado (n°17), la mayor de todas las figuras del lado derecho, lleva su evangelio, y corresponde a las dos figuras de tetramorfos de la enjuta izquierda, el águila (n°40) y el toro (n°31).
Estos animales son más grandes y corresponden a un estilo único y homogéneo. Tienen los cuartos traseros lisos y la estructura de las alas detallada, con las plumas finas bien dibujadas y con un bucle hacia el centro.
El mismo tipo de pata ya mencionado del león aparece en el águila. En conjunto el tratamiento escultórico parece combinar áreas lisas sutilmente modeladas, con otras cubiertas de minuciosas líneas incisas. Este estilo, con su notable acercamiento al natural, como por ejemplo en el toro o en el plumaje, es quizás el más avanzado de toda la portada y es obra de una mano que designamos como el Maestro de los Grandes tetramorfos.
Cerca del león de San Marcos, un pequeño caballero armado blande su lanza contra un adversario invisible (n°21). La figura quizás se refiere a los patronos de Sangüesa, los Caballeros de San Juan. Un tema similar, aunque caballero ecuestre vemos sobre el contrafuerte izquierdo (n°62).
Los Caballeros de la Orden de San Juan eran famosos por sus proezas en las batallas y es lógico que esos detalles aparezcan en sus iglesias. Además ya hemos sugerido que esa iglesia les fué entregada porque Alfonso el Batallador deseaba obtener su ayuda militar. Esas pequeñas figuras de caballeros aluden probablemente a ello. El resto de la hilera incluye un venado atacado por un perro (n°22) tema favorito del románico. En este caso el perro es tomado como símbolo del mal persiguiendo al venado que representa la bondad. La figura del ciervo es de derivación escítica.
Composiciones análogas, en las que perros acosan a ciervos con jinetes cazándolos, eran populares en Escandinavia, en particular en el sur de Suecia y posiblemente el tema llegó a Sangüesa con el de la Saga de Sigurd. En último término su origen era italiano, y el perro y venado de Sangüesa pueden proceder directamente de Italia junto con otros elementos lombardos como los leones de los contrafuertes.
Semejantes creaciones lombardas aparecen en Santa María de Naranco.
En la estrechez de la enjuta, un gran pájaro picotea su espalda (n°23) y va acompañado de un par de pájaros más pequeños (n°24). Aunque estos han perdido sus cabezas, la posición de los cuellos parece indicar que también volvían la cabeza hacia atrás.
El modo de tratar estas figuras es parecido al de los grandes tetramorfos.
Aparece el mismo tratamiento del plumaje y de las garras peculiar de ese maestro. Debajo, cuelga de anillas un lienzo de tela (número 25) que recuerda los frescos románicos catalanes o incluso manuscritos españoles tan antiguos como el Pentateuco Ashburnham (París: Bibl. Nat., Nouv. Acq. Lat. 2.334, folio 76).
Los números 26 y 28 representan una simple trenza y una lacería respectivamente.
Estos temas, e incluso con nudos más complicados, pueden considerarse entre los elementos merovingios, tales como fíbulas o hebillas por lo que de su origen puede deducirse. Su gran expansión ha llevado a algunos estudiosos a buscar su origen entre los godos del área del Mar Negro. Su predominio y continuo uso en regiones isleñas como Irlanda, y Escandinavia, hace que algunos autores busquen su origen hacia aquellas tierras. Es posible que los ejemplos de Sangüesa procedan de Escandinavia junto con la Saga de Sigurd, sin embargo su presencia en otros muchos monumentos españoles muestra la existencia de una tradición bien desarrollada en España antes de que hiciera su aparición el tema de la Saga. Nudos idénticos, trenzas y lacerías se ven en la portada occidental de San Salvador de Leyre, y las lacerías son análogas a las que aparecen en capiteles de la iglesia de Santillana del Mar.
Finalmente entre los nudos, aparece una pequeña escena (n°27) en la que dos pequeños animales levantados sobre sus cuartos traseros muerden un árbol.
La composición nos trae a la mente el "Sueño del árbol" de Nabucodonosor, descrito en el libro IV de Daniel.
La comparación con otras representaciones del tema apoya esta interpretación. En las pinturas murales del Panteón de los Reyes de la Catedral de León, vemos una escena análoga. Incluso la forma de los cuernos de los animales se asemeja a los cuernos u orejas de los animales de Sangüesa.
En el arte de los manuscritos, que ofrecen paralelos con la escena de Sangüesa, el folio 227v de la Biblia de Farfa presenta el "Sueño" de modo análogo. Entre otras escenas, probablemente relacionadas con ella, hemos visto la n°15 representando una historia de Nabucodonosor y el nº 54 que puede considerarse como formando parte de este mismo "Sueño del Árbol". 

Las esculturas de la enjuta izquierda de la portada.
La enjuta izquierda contiene aproximadamente veintiocho escenas. Las tres composiciones zoomorfas de la fila superior son de tema similar a las de la enjuta opuesta. En el extremo izquierdo, se halla un basilisco descrito de modo vivaz (n°29), cuyo cuerpo de reptil, escamoso, se completa con pies de ave, alas y cabeza de gallo. Serrano Fatigati le reconoce como emparentado con una de las ilustraciones del bestiario que aparece en varios folios del Codex Vigilanus.
El basilisco era considerado en la Edad Media como símbolo de todos los vicios y maldades. Sin embargo Biurrun y Sótil ha puntualizado que simbolizaba principalmente los pecados de ira y soberbia.
A la derecha, vemos formando una composición, dos reptiles afrontados (n°30), con patas delanteras y alas. Estos tres animales muestran de nuevo la mano del Maestro de San Juan de la Peña.
Aparte de sus cabezas, el par de reptiles son un duplicado del n°11.
El basilisco, combina su cola con las piernas, pecho y cabeza del águila tetramorfa del friso alto. Se hallan presentes en estas figuras todas las características de ese Maestro que hemos mencionado anteriormente, lo que hace innecesaria su reiteración.
En la fila siguiente se halla una pequeña figura maltratada (n°32), que originariamente constituiría una pieza de la arquivolta, representando un Trabajo o un Oficio. Junto a ella vemos el tema familiar de la mujer molestada por culebras y un sapo (n°33).
Una gran culebra, con pequeños cuernos sobre los ojos, engulle la pobre mujer, mientras sus compañeros, un reptil parecido y un sapo muerden su brazo y pecho. La composición combina el repetido tema de la Lujuria con el pecado original representado usualmente como un animal tragándose un ser humano. A la derecha vemos un gran nudo (n°34), cuyos entrelazos muestran una decoración de cuentas. El dibujo de las cuentas y el modo de tratarlas son idénticos a la pieza ya mencionada (n°26) y a su vez, análogos a la rosácea n°56 en la estrechez de la enjuta, esta última parece referirse al símbolo del Paraíso Místico descrito por Katzenellenbogen.
Biurrun y Sótil clasifica todas estas piezas como símbolos de la inmensidad, omnipotencia e infinidad de Dios.
Cerca del nudo, aparece una interesante figura de caballero (n°35), sobre una figura humana postrada.
El jinete, cuya cabeza está mutilada, sostiene las riendas con la mano izquierda y empuña con la derecha un objeto desaparecido. Ambas manos son de tamaño exagerado. Bajo el vientre del caballo yace boca arriba la víctima desnuda y con barba.
Serrano Fatigati, describe la figura ecuestre como un Cruzado pisoteando un infiel.
Miss King, especifica su identificación con Santiago. San Jaime aparece en la iglesia de Santiago, Betanzos (La Coruña) como caballero en la misma posición, con la mano levantada empuñando la espada.
Sin duda, la figura de Sangüesa llevaba un arma similar; sin embargo su compañero postrado es distinto de la figura caída sobre las rodillas, de Betanzos.
Más semejante a Sangüesa es el San Jaime del códice llamado Tumbo A, del Archivo de la Catedral de Santiago de Compostela, que pisotea moros bajo el caballo. En la categoría general de Cruzado, existe una representación más emparentada con la escena de Sangüesa. En el folio 342 de la Biblia de Ripoll, aparece una escena en la que los Cruzados guerrean contra los infieles, que, tanto en espíritu como en detalle, es semejante a la de Sangüesa.
La mano que lo ejecutó no es ciertamente la del Maestro de San Juan de la Peña que labró los Sigurds, sin embargo, hemos notado que aparece una mano adicional en la obra de Regin y la escena del yunque, y la comparación entre nuestro caballero y Regin, muestra algunas semejanzas y quizás la misma mano.
El diseño del vestuario de la capa de Regin y la del caballero son semejantes en sus pliegues de simples líneas. Más semejante es aún la blusa de ambos, con las bocamangas dibujadas por varios anillos y el dobladillo descrito como una banda que cae sobre un vientre prominente. Aunque el caballero carece de cabeza, la barba de la figura caída puede compararse con éxito con la de Regin. Así, por la observación de las piezas, parecería que esta composición del caballero fué ejecutada por el Maestro de Regin y posiblemente pudo figurar entre las escenas de la Saga. Apretujada entre el caballero y el gran toro de San Lucas, se halla una pequeña figura femenina (n°36) que con los brazos rodea sus propias piernas. La pieza posee el mismo espíritu que las juglaresas de las arquivoltas, pero parece que aquí tenemos un significado diverso. Esta misma figura aparece en la iglesia de Santa María de Loarre, y de nuevo en el Claustro de San Pedro el Viejo en Huesca, aunque aquí la figura femenina tiene piernas de ave y garras.
 De modo claro, la figura femenina de Sangüesa, se relaciona con las Sirenas, una de las varias creaciones de la imaginación medieval, que también decoran frecuentemente los capiteles.
En el extremo izquierdo Adán y Eva (n°37) aparecen apoyados cerca del árbol.
La escena, descrita en el Génesis III, 6, está completa, con la serpiente enroscada al árbol ofreciendo a Eva la fruta prohibida.
Tanto Adán como Eva, aparecen en un estado original, solo cubiertos por las ramas del árbol. Cerca de la pareja, se halla una figura sin cabeza, sentada y con un libro en la mano (n°38).
Sobre sus hombros, mutilados parece adivinarse indicios de alas. La presencia de esas alas sugiere al ángel que escoltó a la pareja pecadora al salir del Paraíso. Aquí sin embargo parece puesto con un designio concreto, sentado confortablemente y agarrando un libro parece indicar sabiduría o una profecía.
En esta forma y relacionado con la composición vecina parece corresponder al sueño de los profetas y a su desarrollo descrito por Mâle. Habiéndose desarrollado fuera del drama litúrgico del ciclo de Navidad, la aparición de profetas que anuncian sus profecías, fué incorporada más tarde al más antiguo de nuestros misterios, el drama de Adán y Eva. La combinación resultante contrastaba la debilidad humana con la esperanza de un Salvador expresado por el profeta.
Sangüesa puede posiblemente presentar en los números 37 y 38 una versión abreviada de ese drama. La versión presenta muchos puntos de contacto con la que aparece en la fachada de Notre Dame la Grande de Poitiers, aunque allí el tema es más completo y más elaborado. La escena vecina de dos hombres que luchan (n°39), ha sido identificada por Miss Kink como Caín matando a Abel.
La escena no es la del Génesis IV, 8, con el crimen perpetrado, sino la lucha entre los hermanos en la cual Abel coge la mano de Caín que empuña el arma fratricida.
Si esta iconografía es correcta, la escena ayuda a la identificación de la figura sentada sin cabeza (n°38), que representaría a San Juan sosteniendo el libro de su primera Epístola, en la que desarrolla las consecuencias del Fratricidio (Cap. III, 12).
En ayuda de la interpretación del Fratricidio viene el folio 12 de la Biblia del siglo XII, de la Biblioteca provincial de Burgos, que muestra otro ejemplo. Ambas representaciones se corresponden casi exactamente en su composición y en el vestuario, y además, la Biblia de Burgos combina la escena con la "Tentación".
De igual importancia es el hecho de que en Sangüesa muchas veces la inspiración procede de los manuscritos, y que ese artista, designado como el Maestro de las manos grandes, se halle enamorado del arte de los manuscritos.
Una comparación con sus otras figuras revela las mismas pro porciones rechonchas, grandes manos y orejas, y la misma construcción de la cara con bocas entreabiertas y amplios ojos vivos, cuyas pupilas están indicadas por pequeños agujeros taladrados.
Este tema de lucha, es complejo en su desarrollo y significación, y sus numerosas apariciones en el arte románico constituyen un problema interesante aunque desconcertante. Porter, tratando de la escena, sugiere la interpretación de Jacob, luchando con el ángel (Génesis XXXII, 24-26).
La hilada siguiente contiene cuatro escenas muy mutiladas. Un rey sentado, acompañado de dos mujeres de pie, dos figuras y un niño y otras dos figuras separadas. El rey y sus compañeras (n°41), quizás represente a David con sus dos esposas, Abigail y Ahinoam; sin embargo el extremo desgaste de las piezas previene contra una identificación firme. El n°42, contiene una figura vestida con débiles restos de alas, y una pequeña figura sosteniendo en alto un niño aterrorizado.
En la versión provenzal de la Matanza de los inocentes, el niño está aplastado en el suelo.
La solitaria mujer de pie (n°43), parece una de las bellas señoras de las Artes Liberales.
Su atributo ahora muy mutilado parece asemejarse a un globo lo cual la especificaría como representación de la Geometría.
La última figura (n°44) de la fila, es una mujer sin cabeza que luce un velo. Esta pieza al contrario de las otras que son rectangulares es triangular por su proximidad al arco. Su posición rítmica y el velo flotante sugieren que se trata de Salomé.
Otra solución vemos en el mencionado manuscrito de Prudentius, donde las seducciones de la Lujuria se ilustran precisamente con una mujer, aunque en el manuscrito va acompañada de mujeres músicos.
Cuatro pequeñas figuras sentadas ocupan la quinta fila. El n°45, la más completa es un varón barbudo que se balancea sobre las piernas que aparecen como una tabla lisa. El n°46 al que falta la cabeza y el hombro derecho sostiene un objeto y un cuchillo.
Las dos figuras recuerdan casi exactamente al Pitágoras y Aristóteles de la portada occidental de Chartres. La figura adjunta, n°47 está demasiado mutilada para poderse identificar, pero el n°48 lleva un ramo de flores y en ella podemos reconocer una figura del Calendario correspondiente al mes de abril.
El tema fue originariamente copiado de la antigüedad, y constituye el único mes en el que la concepción antigua mantiene su integridad a través de todo el período románico. Posiblemente la mente medieval vió en él la referencia a una actividad como la recolección de flores.
Sin embargo si fué así, la idea no halló expresión en los ciclos del siglo XII, sino que más bien, como en la antigua tradición cuya forma mantiene, conmemoraba la llegada de la primavera por una referencia simbólica al florecimiento de la vegetación nueva. Ejemplos españoles semejantes se ven en las pinturas murales de la Catedral de Roda en Isabenna y en las pinturas del arco del Panteón de los Reyes de la catedral de León.
En la estrechez de la enjuta, las composiciones se reducen primero a dos y luego a una.
La fila sexta contiene un caballo (n°49) y una pequeña figura sentada (n°50). El caballo, posiblemente se relacione con la Saga de Sigurd y sería Grane, ensillado. No obstante, el mal estado de la pieza impide su adscripción a un determinado artista y el caballo pudiera relacionarse con la figura ecuestre n°35 o con el pequeño caballero n°21 y figurar en el tema de la Orden de San Juan.
Los jaeces, silla y bridas, tal como se conservan, son parecidos al n°35, pero los restos de las crines no tienen paralelo en aquél. La figura sentada n°50 enigmática y difícil de identificar, en cuanto a autor, se relaciona con el n°48. El vestido y el modo de tratar el ropaje y la banda decorativa que posee, es el mismo.
En Sangüesa es posible que esta figura sea la única simplemente decorativa, sacada del arte de los manuscritos. La última hilera, con dos composiciones, muestra un pequeño árbol (n°51) y un animal hembra amamantando su cría (n°52).
En las ramas entrelazadas del árbol hay pequeños bultos parecidos a las manzanas del árbol de Adán y Eva. También las hojas recuerdan las del árbol del Conocimiento, y aunque están mutiladas presentan el mismo dibujo. Entre los bultos mencionados, uno por lo menos parece tener forma de pájaro, sugiriendo el incidente de la Saga de Sigurd, cuando éste, después de probar el corazón del dragón fué capaz de entender la charla de los pájaros que le avisaban las aviesas intenciones de Regin.
El animal inmediato y su cría, son los descritos por Miss King como la cierva amamantando a su cría.
El resto de la enjuta, está ocupado por composiciones únicas: un león (número 53) que se lame la espalda; tres animales comiendo de un árbol (n°54); una figura en una rueda (n°55) y una roseta (n°56).
El león recuerda por su posición y modo de ser tratado, los grandes tetramorfos (números 40, 31 y 17). El tipo de garras tan característico de ese Maestro es idéntico al del n°17, y prueba que se trata de la misma mano.
Además, las orejas, los ojos dentados, las ventanas de la nariz y la boca limitada por líneas incisas son análogos al león n°17.
Debajo, se hallan cuadrúpedos (número 54), levantados sobre sus cuartos traseros para alcanzar las ramas de un árbol. Seguramente esta pieza se relaciona con el n°27 e ilustra el mismo "Sueño del Árbol", de Nabucodonosor.
Las ramas enlazadas y las hojas del árbol se parecen a las del n°27 y los animales son réplicas exactas. Las dos últimas composiciones son de forma circular. La figura en la rueda n°55, puede referirse a San Jorge que es asociado con ese símbolo del martirio, o quizás se trate de una figura del zodíaco.
La mano que lo labró es ciertamente la del Maestro de las manos grandes, y del mismo modo que el n°50, sugiere un origen análogo en el arte de los manuscritos. Esta pieza n°55 más que representar un martirio, tiene el aire descuidado de una pequeña figura propia para ilustrar la letra "O" inicial de un manuscrito. La roseta que completa el conjunto, se relaciona con los nudos y trenzas que hemos visto en otra parte. 

Las esculturas de los contrafuertes de la portada.
Por último, los elementos arquitectónicos que rodean la portada, se hallan decorados con composiciones escultóricas. Algunas de ellas como las de los canecillos, parecen haber sido labradas originariamente para el lugar que ocupan, otras son piezas variadas y mezcladas, probablemente desplazadas de la fachada en el momento de su restauración y colocadas a voleo en los contrafuertes. El conjunto de la portada está coronado por una cornisa de diez modillones de los que se conservan nueve intactos. La composición central, dos monos que se abrazan (n°57), está rodeada por cabezas de ovejas, toros, y un mono aislado. La rudeza de la composición central recuerda la escultura más primitiva del interior de la linterna y pertenece probablemente a la misma mano. Al extremo izquierdo aparece una cabeza (n°58) muy semejante a algunas esculturas de los modillones del ábside de la Catedral de Jaca 220.
La cabeza triangular con escaso modelado, los ojos saltones y las pequeñas orejas redondas son semejantes a las de Jaca. El mismo tipo de cabezas vemos también en la Puerta de las Platerías de Santiago. Sobre el contrafuerte de la derecha y al nivel del friso (n°59) y a la misma altura en el contrafuerte izquierdo (n°60) se hallan dos canecillos que aunque originariamente se hallaran en los extremos de la cornisa, tienen un aspecto muy distinto de los modillones que se hallan en su sitio. Son de un estilo muy elaborado, solo comparable al tipo jaqués mencionado (n°58).
Se trata de dos representaciones fantásticas, un reptil y un animal cornúpeto. En el contrafuerte de la derecha aparece una pequeña figura humana (n°61), semejante a los Santos de las arquivoltas, obra clara del Maestro de las manos grandes que también labró las esculturas inmediatas de la enjuta izquierda.
Debajo del modillón aparece una figura ecuestre con un escudo, muy mal conservada (n°62). Aunque su estado de conservación no permite comparaciones amplias, los restos del caballo que se aprecian parecen ser exactos al caballo de la enjuta (n°49), de posición semejante, e iguales cuartos traseros y crines, obra seguramente de la misma mano. El escudo del caballero es el tipo triangular de los cruzados.
Probablemente representa un caballero de la Orden de San Juan, pareja del caballero que hemos visto al pie de la enjuta derecha (n°21). Debajo se hallan dos aves con los cuellos entrelazados (n°63) que pertenecerían originariamente a la decoración de un capitel.
Aparecen tipos exactamente idénticos en espíritu y técnica con los pájaros de los números 23 y 24 por lo cual es probablemente obra del Maestro de los grandes tetramorfos. El n°64, presenta un cuadrúpedo muy maltratado, que se lamía la espalda. Esta figura, con la mencionada figura zoomorfa del contrafuerte derecho (n°65) constituyen el par de leones de casta lombarda descritos por Miss King.
Comparativamente, de técnica ruda, estos animales, junto con el perro y venado del n°24 son obra de una sola mano imbuida de inspiración lombarda.
Otra figura pertenece también a la misma mano, la n°66 exacta al perro del n°24 y posiblemente pertenecería originariamente a la misma escena.
Justo debajo del friso, en el contrafuerte del lado derecho, hay una composición de cuatro figuras masculinas (n°67), apretujadas en el lado izquierdo y extendiéndose por la esquina.
En el ángulo se halla Cristo sentado con el libro de los Evangelios. Rodeándole aparecen tres discípulos, uno de los cuales lleva un rollo.
Porter, Miss King y Uranga clasifican la composición como una escena de Cristo enseñando.
En el lado interno del mismo contrafuerte, e inmediatamente debajo, aparece una escena de tres figuras femeninas con velos (n°68). La mujer del centro está muy mutilada y le falta la cabeza.
Porter identifica el grupo como la Virgen con Zelemie y Salomé.
La fuente para esta historia se halla en el evangelio del Pseudo Mateo.
Las dos comadres, Zelemie y Salomé ayudando a María atestiguan el milagroso nacimiento de Cristo. Maravilladas de que una virgen pudiera dar a luz un niño, piden tocar el vientre de María para comprobar el milagro.
Las dudas de Zelemie desaparecen después del tacto, pero Salomé todavía deseaba una nueva prueba y como castigo a su reticencia en aceptar el milagro, se le secó una mano.
Este grupo se refiere a la primera parte del cuento, cuando las comadres muestran sus dudas. La segunda parte se ve en lugar más bajo del otro lado del mismo contrafuerte (n°69), cuando María sostiene la mano marchita de Salomé.
Estas últimas figuras están muy mutiladas, pero la composición, el ropaje y posiciones, corresponden a las del grupo alto. Sin duda estas dos escenas fueron labradas para ir juntas probablemente en la enjuta, pero en la antigua reconstrucción de la portada se colocaron al azar en el contrafuerte. Entre estas secuencias hay una amplia composición de dos figuras sentadas debajo de arcos en las caras interna y externa del contrafuerte, y dos figuras de pie en las esquinas (n°70).
Representan mujeres vestidas que Miss King identifica con las Vírgenes Prudentes (Mat. XXV, 1) simbolizando la diferencia entre el Bien y el Mal.
Porter y Uranga, por otra parte describen la escena como las Marías en el sepulcro (Lucas XXIV; Marc. XVI).
La composición puesto que indica un espacio interior y soporta un techo con columnas o un ciborium, sugiere la antigua versión siria de la escena.
Aparece también un intento similar de labra en celosía decorando la estructura. No obstante presenta la escena muestras de la versión del siglo XII que fué modificada por el drama litúrgico. El sarcófago o ataúd se representaba acompañado por un ángel que se sentaba encima de él. De la misma manera aquí la figura sentada interior pudiera representar el ángel sentado en el sepulcro. Los arcos decorativos y la decoración de celosía en Sangüesa sugiere una especie de baldaquino copiado del ciborium que se levantaba en las iglesias para la mañana de Pascua como parte del drama litúrgico.
Debemos notar que las Marías llevan en las manos vasos conteniendo perfumes. Este atributo, típico del siglo XII también tiene su origen en el drama litúrgico. Una representación española análoga se ve en los frescos de San Baudilio de Berlanga, donde las correspondientes mujeres, vestidas de modo semejante llevan los mismos tarros de perfume. Quizás el ejemplo más exacto se ve en la portada norte de la iglesia de San Miguel de Estella que presenta muchas coincidencias con Sangüesa. Las últimas esculturas incluyen, un fragmento de trenza o tejido (n°71) y un gran animal casi destruido (n°72).
La trenza recuerda los otros adornos de ese tipo y más concretamente la roseta n°28, con sus delgados filetes como cordeles más que la forma más plástica de los nudos. El animal n°72 corresponde al gran toro alado de la enjuta izquierda, n°31. El gran tamaño y la plasticidad de tratamiento acusa la misma mano, el Maestro de los grandes tetramorfos, a pesar de que la extremada destrucción de esta composición impide mayores precisiones así como la total identificación del autor. 

Interior
Traspasada la puerta se advierte la disposición interior del edificio. La cabecera está compuesta por tres capillas, cuyo exterior ya fue descrito, a las que sigue un crucero alineado y un cuerpo de naves, integrado por tres naves –como siempre mayor la central en armonía con la capilla correspondiente–, cada una con dos tramos de desigual longitud (los inmediatos al hastial son más cortos), irregularidad debida a la presencia del recinto amurallado –del que formó parte dicho hastial–, que, a su vez, seguía el curso del río. Adosadas al costado septentrional se encuentran la capilla de San Miguel, ya aludida al hablar del exterior, que se extiende paralelamente al ábside y el brazo de crucero, y, a continuación, la de la Piedad, que coincide con el tramo oriental del cuerpo de naves, ambas góticas.
La capilla mayor está formada por un tramo recto y un ábside semicircular que queda oculto por un retablo renacentista, pero es posible acceder a él por una puertecilla que hay en el propio retablo, lo que nos permite conocer su organización, que prolonga la del anteábside. Ambos repiten la división exterior en tres registros superpuestos separados mediante impostas ajedrezadas. El inferior constituye un zócalo liso; el intermedio se articula mediante cinco arquerías, de las cuales las tres que corresponden al hemiciclo apean en columnas dobles y albergan las tres ventanas visibles al exterior, en tanto que las dos del tramo recto lo hacen en columnas simples y están ciegas; finalmente, el superior está ocupado por cinco óculos, los correspondientes al ábside coincidentes con los del exterior y los del tramo recto ciegos. Tanto el arco acceso al presbiterio como el que da paso al hemiciclo son doblados y apuntados, y descansan en sendas pilastras con una única columna adosada en el frente. El anteábside se cubre con bóveda de cañón apuntado y el ábside lo hace con bóveda de horno asimismo apuntada. Para Martínez de Aguirre también en este caso el modelo fue la capilla mayor de la seo pamplonesa.

Los ábsides laterales, debido a su menor tamaño, carecen de tramo recto y, al igual que sucedía al exterior, cuentan solo con dos registros superpuestos separados por la imposta taqueada de rigor: correspondientes respectivamente al zócalo y al nivel de arquerías. Por lo demás, como ya vimos al exterior, resultan diferentes: el meridional es algo mayor y en él las arquerías son cinco, la central ocupada por la ventana citada al describir el exterior y las laterales ciegas, mientras que en el septentrional se reducen a tres, de nuevo la del eje correspondiente a la ventana; todas ellas descansan en columnas simples. Los arcos de embocadura y sus soportes, así como la cubierta, repiten lo visto en el ábside central.
La casi totalidad de los capiteles del interior de la cabecera, en opinión de Martinez de Aguirre, obedecen al mismo repertorio hispanolanguedociano derivado de la catedral de Pamplona que los del exterior. Los más notables son los figurados, aunque hay también alguno animalístico no desdeñable, pero la mayoría son vegetales. En el ábside norte encontramos dos figurados: uno con el típico avaro, reconocible por su característico atributo, la bolsa colgada del cuello, y otro con el banquete de Herodes, el baile de Salomé y la degollación de San Juan Bautista. En la capilla mayor localizamos otra cesta –en este caso doble– de temática figurada, la más importante de su grupo, con la escena de la Huida a Egipto, y una animalística, que representa la lucha entre un ave y un mamífero.
Por su parte, el ábside meridional ofrece varios capiteles de tema animalístico, destacando los dos de la embocadura, en los que figuran respectivamente leones rampantes envueltos en entrelazos vegetales y sirenas aves, aunque pueden citarse también dos de la arquería interior, uno con “leonas” que se muerden el lomo y otro con grifos rampantes. Las cestas de temática vegetal, que se distribuyen por los tres ábsides, presentan generalmente hojas: lisas y hendidas con bolas pendientes de las puntas y coronadas por volutas, hendidas y festoneadas, lisas con bolas colgando de la punta, nervadas y picudas con volutas encima, etc.; algunos de estos motivos coinciden con los vistos en la catedral pamplonesa. Los cimacios repiten la temática de los exteriores, aunque no son exactamente iguales, como los entrelazos de distintos tipos, combinados o no con cabezotas, los roleos con trifolios asimétricos y las palmetas enmarcadas por tallos.

Capitel del ábside septentrional. Avaro. Maestro de Uncastillo

Capitel del ábside septentrional. Banquete de Herodes, baile de Salomé y degollación de San Juan Bautista. Maestro de Uncastillo 

Capitel de la capilla mayor. Huida a Egipto. Maestro de Uncastillo 

Capitel del ábside meridional. Grifos afrontados. Maestro de Uncastillo

Capitel del ábside meridional. Sirenas ave. Maestro de Uncastillo 

Desde el punto de vista formal estamos ante un escultor que sabe componer las escenas, a base de figuras grandes y bien distribuidas, que se mueven con naturalidad. Le gustan los personajes de anatomía robusta, con volúmenes redondeados, y con cabezas, manos y pies grandes. Presenta un tratamiento de los ojos muy característico, con dobles incisiones en ambos párpados y toques de trépano en las pupilas, detalle este que se repite también en las fosas nasales y comisuras de los labios, y que está tomado de Toulouse. Los cabellos unas veces están formados por mechones cortos y lacios, mientras en otras se curvan en rizos avolutados. Los pliegues constituyen una versión simplificada de los pliegues hispanolanguedocianos, ya que las ondas que articulan los vestidos carecen de la doble incisión típica de aquellos. En las orlas de los vestidos y en los tocados hace gala de un cierto preciosismo.
Este análisis formal ha llevado a Lacoste a atribuir las esculturas de la cabecera sangüesina a un escultor conocido como maestro de Uncastillo, en base a su obra más importante, la decoración escultórica de Santa María de Uncastillo. Por otro lado, el mismo análisis ha permitido a Martínez de Aguirre inscribir a este artífice en la corriente hispanolanguedociana y reconocer el origen compostelano de muchos de sus motivos, llevándole igualmente a plantear la posibilidad de que hubiera trabajado en el templo catedralicio pamplonés.
Excepcionalmente, los dos capiteles que sustentan el arco de paso del anteábside al ábside principal han sido puestos en relación, por Uranga e Iñiguez y por mí misma, con otro escultor, Leodegario, al que ya vimos trabajando en la portada. Están en muy mal estado, pues debieron picarse para insertar el retablo renacentista, de tal modo que en uno solo se conserva la figura de Adán con el característico gesto de llevarse la mano al cuello, lo que permite suponer que representaba el Pecado Original, y en el otro una arquitectura en la parte superior, por lo que resulta irreconocible.
En el cuerpo de naves resulta particularmente interesante señalar el empleo de distintos modelos de soportes –analizados por Martínez Álava–. Los dos que flanquean el arco triunfal y el adosado al muro sur –que marca la separación entre el brazo del crucero y el cuerpo de naves– reiteran la tipología usada en la cabecera: pilastra con una única columna adosada en el frente; pero, para adaptarlos a los opuestos que –como veremos– contaban con columnas geminadas en cada frente, lo que, a su vez, imponía una mayor anchura de fajones y formeros, se reemplaza el capitel único que lógicamente debería rematar esta columna única por uno doble, que descansa tanto sobre el fuste de la columna en cuestión como sobre dos muñones semiesféricos decorados con incisiones a modo de gajos, constituyendo una solución insólita y original, que, por eso mismo, ha llamado la atención de los especialistas, aunque no siempre de modo positivo. El intermedio entre los dos tramos de la nave del mismo muro meridional y los dos del muro opuesto carecen de pilastra y las columnas son pareadas y yuxtapuestas directamente al muro, aunque no ofrecen codillos.
Finalmente, los cuatro grandes pilares exentos que separan la nave central de las laterales están constituidos por un núcleo cruciforme con columnas geminadas en los frentes y columnillas acodilladas en los ángulos. Como veremos, estos cambios de soporte están en función de los distintos modelos de cubierta proyectados y guardan relación con las distintas fases constructivas.
Excepto el cuadrado central del crucero, el resto del templo se cubre con bóvedas de arcos entrecruzados. En la nave central esto no plantea ningún problema, ya que los soportes fueron diseñados en función de estas bóvedas, de tal manera que todos los elementos cuentan con su correspondiente apoyo: los arcos fajones y formeros apean en las columnas pareadas de los frentes y los cruzados en las columnillas de los codillos. Pero no sucede igual en el caso de los brazos del crucero y de las naves laterales, en los que los soportes perimetrales no ofrecen columnas acodilladas donde apoyar los arcos cruzados, lo que obligó a introducir ménsulas embutidas en el muro para recibirlos.
Aunque, como es usual, la nave central es más alta que las laterales, la diferencia entre una y otras es relativamente reducida, algo insólito en la arquitectura navarra coetánea, como advierte Martínez Álava. El mismo especialista señala que está limitada diferencia de altura entre las naves se justifica porque viene condicionada por las dimensiones de las tres capillas de la cabecera, que corresponden a una fase constructiva anterior y que además probablemente preveían una nave central cubierta con bóveda de cañón apuntado –prolongación de la cubierta del anteábside de la capilla mayor–, que descargaría su peso sobre las laterales cubiertas asimismo con cañón apuntado o cuarto de cañón.

Como ya se señaló, sobre el cuadrado del crucero se localiza un cimborrio. En el se pueden distinguir claramente dos zonas, que se corresponden con los dos cuerpos bajos descritos al exterior. En la zona inferior, en los ángulos del cuadrado que se eleva por encima de los arcos torales y sobre una imposta lisa que las separa de los citados arcos, se sitúan las trompas, apeadas en ménsulas esculpidas, y al mismo nivel en los lados norte y sur se abren los dos óculos citados al exterior. Sobre esta base se asienta la zona alta, que constituye el cimborrio propiamente y coincide con el segundo cuerpo exterior; separada de la anterior por una imposta moldurada, está constituida por un tambor octogonal, con las caras perforadas por ventanas de arco apuntado muy abocinadas con una organización y tratamiento muy similar al visto al exterior, cubierto con una bóveda de ocho plementos, con los nervios apeados en otras tantas columnillas que ocupan los ángulos. Como ya indicamos al tratar del exterior, los elementos de la zona inferior son netamente románicos, en tanto que los de la superior pertenecen ya al gótico.

La escasa diferencia de altura provocó que no se pudieran abrir ventanas en la nave central. Las secundarias tampoco presentan ventanas en los muros laterales, a excepción de una en el tramo más oriental de la nave septentrional parcialmente destruida por el arco de entrada a la capilla de San Miguel. Por el contrario, en el hastial se abren tres, una en cada nave; la correspondiente a la nave central presenta estructura románica y reaprovecha elementos originales, pero –como ya apuntamos– probablemente pertenece a una reforma posterior; las de las naves laterales, que por el contrario parecen originales, son abocinadas de forma que al exterior quedan reducidas a una simple saetera y están constituidas por una rosca de arco de medio punto sobre columnas. La iluminación del cuerpo de naves procede fundamentalmente de las ventanas del segundo cuerpo del cimborrio, que como vimos es muy posterior, lo que indica que, primitivamente, el cuerpo de naves de Santa María de Sangüesa era predominantemente oscuro de acuerdo con la tradición románica –como ha observado Martínez Álava–, aunque, en origen, esto se vería paliado por la luz procedente de las ventanas del ábside central, actualmente ocultas por el retablo.
Entre los capiteles esculpidos del cuerpo de naves hay que destacar cuatro. Dos de ellos, que fueron atribuidos por Uranga e Iñiguez al taller de Leodegario, representan escenas del ciclo de Infancia: la Natividad y el viaje de los Magos.
Al contrario de las cestas del mismo taller de la capilla mayor, no ocupan su localización original –que, por otra parte, ignoramos cuál pudo ser–, sino que han sido reutilizados, como demuestra el que tratándose de capiteles concebidos para un soporte de columna única se hayan empleado en soportes de columnas pareadas, lo que obligó a yuxtaponerles unas cestas de temática y estilo completamente distinto que coronan la columna gemela, lo que produce un extraño efecto. Los otros dos –estudiados por Melero, Fernández-Ladreda y García Lloret– corresponden al taller de Biota y figuran respectivamente parejas de arpías afrontadas y parejas de leones devorando cabras. El resto son mayoritariamente de temática vegetal y realizados con una labra muy sumaria de escasa calidad.

Capitel de las naves. Viaje de los Reyes Magos.Taller de Leodegario

Capitel de las naves. Arpías afrontadas. Taller de Biota

Leones

Toneleros. Ménsula de una de las trompas del cimborrio 

La observación de los elementos estructurales y plásticos permite esbozar el proceso constructivo del templo, estableciendo cuatro etapas, que, a su vez, pueden datarse con relativa seguridad por el análisis interno de los propios elementos, por cotejos con otros edificios o poniéndolas en relación con datos documentales. Como veremos, las iniciales se suceden sin solución de continuidad y casi se solapan.
Para Martínez Álava, la cabecera y el tramo del muro sur inmediato a ella, incluida la parte de la portada relacionada con Leodegario, corresponden a la fase inicial. Su adscripción a una sola y misma etapa constructiva se deduce claramente del carácter unitario de su arquitectura, patente en el empleo de las mismas tipologías: pilares y pilastras con una única columna adosada, y bóvedas de horno y cañón apuntadas. En cambio, la parte escultórica es obra de dos artífices, ayudados por sus respectivos talleres: el “maestro de Uncastillo”, al que se deben la casi totalidad de las esculturas originales de los ábsides, y Leodegario, al que hay que atribuir los dos capiteles del arco que separa el ábside principal de su anteábside y la mayoría de las esculturas de la portada.
Del tipo de soportes empleados se deduce que por entonces se pensaba cubrir las naves con algún tipo de bóveda de cañón y no con bóveda de nervios como posteriormente se hizo.
Esta primera fase –según Javier Martínez de Aguirre– debió de arrancar de la donación hecha en 1131 por Alfonso I el Batallador, rey de Navarra y Aragón, del palacio que tenía en Sangüesa con su correspondiente iglesia a la orden de San Juan de Jerusalén. La vinculación de esta parte del edificio a los hospitalarios quedaría corroborada por el hecho de que la capilla septentrional está bajo la advocación de San Juan Bautista y cuenta además con un capitel dedicado a este santo. Por otra parte, la mayoría de los capiteles de la cabecera se atribuyen al “maestro de Uncastillo”. Este artífice intervino en las iglesias de Santa María de Uncastillo y San Martín de Unx, consagradas respectivamente en 1155 y 1156, pero para el mismo investigador, las realizaciones sangüesinas están más cerca de sus fuentes tolosanas y compostelanas que las de Uncastillo y Unx, por lo que las fecha con anterioridad a ellas, entre 1135 y 1150. Finalmente, hay que tener en cuenta que dos de los capiteles de la cabecera y la parte de la portada atribuida a esta fase se vinculan al maestro Leodegario y su taller. Como indiqué en una publicación anterior, la portada sangüesina tiene que ser posterior a sus fuentes de influencia, las portadas occidentales de Chartres, datadas entre 1145 y 1155, y al sepulcro de la infanta doña Blanca, esposa del futuro Sancho III de Castilla, en Nájera, fechado con bastante precisión y seguridad entre 1156 y 1158, que muy probablemente fue la primera producción hispana de Leodegario; en sentido contrario, hay que recordar que al taller de Leodegario se le adjudican las esculturas del ábside de San Martín de Uncastillo, templo consagrado en 1179, año en el cual debía estar construida la cabecera, que, lógicamente, debió iniciarse algo antes, hacia 1170; entre una y otra fecha, 1158 y 1170, habría que situar la intervención de Leodegario en Sangüesa, es decir, más o menos en la década de 1160; datación corroborada por el hecho de que los dos capiteles atribuidos al taller de Leodegario se localizan en la parte alta de la capilla mayor, siendo los restantes del maestro de Uncastillo y su taller, por lo que da la impresión de que el escultor francés intervino al final de la etapa. Por consiguiente, parece que habría que situar esta fase inicial entre poco después de 1131 y c. 1170 o poco antes, cronología avanzada ya por Martínez Álava.

El resto de los muros laterales y los dos tercios del hastial occidental, es decir la casi totalidad del perímetro del cuerpo de naves, han sido adjudicados por este mismo autor a una fase diferente, que sería la segunda, en base al cambio en la tipología de soportes, que pasan a estar constituidos por dos columnas pareadas adosadas directamente al muro, sin pilastra. La ausencia de codillos para recibir los nervios pone de manifiesto que seguía pensándose en cubrir las naves con bóveda de cañón apuntado. En esta fase se culminó la portada, concretamente se añadió el friso de la parte superior y se reorganizaron las enjutas incorporando nuevas figuras; todas estas esculturas fueron labradas por el taller de Biota. El propio Martínez Álava sitúa la arquitectura de esta segunda etapa en el último cuarto del XII, debido a la coincidencia de los soportes con los del presbiterio de la abacial de La Oliva. Tal datación quedaría confirmada por la intervención del taller de Biota, al que hay que atribuir no solo la zona alta de la portada sino dos de los capiteles de los soportes de los muros perimetrales, concretamente el del más oriental del muro norte y el del más occidental del muro sur. En efecto, la actividad del taller de Biota ha sido situada por Melero en la década de 1190 y principios del XIII, en base a su derivación de las esculturas de Tudela y Zaragoza –galería norte del claustro catedralicio y tímpano de San Nicolás de Tudela, y decoración interior del ábside de la seo cesaraugustana–, por lo que por esas fechas habría que colocar su participación en la obra sangüesina, lo que encajaría bien con la datación adjudicada a esta segunda etapa, último cuarto del XII.
Para Martínez Álava los cuatro pilares centrales deben pertenecer a una fase distinta, la tercera, pues muestran una tipología diferente de los de la precedente, ya que no solo presentan columnas pareadas en los frentes sino también columnillas en los codillos, lo que, a su vez, indica que fueron ya proyectados para una cubierta de bóveda de nervios a diferencia de los anteriores. En cualquier caso, las bóvedas de nervios de los brazos del crucero y de las tres naves no pudieron levantarse hasta que se hubieran construido estos cuatro pilares y lo mismo ocurre con la parte inferior del cimborrio, por lo que habría que atribuirlos también a esta etapa. Parece evidente que para este momento el taller de Biota había abandonado la cantería sangüesina, pues no se detecta su presencia en ninguno de los capiteles de los cuatro pilares centrales ni en las ménsulas de las trompas, cuya labra, a base de temas mayoritariamente vegetales con algunas figuras humanas o animales, es formalmente muy diferente y de una calidad muy inferior. Esta tercera fase ha sido situada por Martínez Álava en el primer tercio del XIII, apoyándose en la coincidencia entre la tipología de sus soportes y los de las naves de La Oliva e Irache.
Finalmente, tendríamos una cuarta fase, que rebasa el marco del románico, ya que es obvio que el cuerpo de ventanas del cimborrio es ya gótico, como indican sus estilemas, pudiendo fecharse, en base a las similitudes de sus vanos y el cuerpo de luces de la catedral de Tudela, en el segundo tercio del XIII. 


Iglesia de Santiago
La bella iglesia de Santiago se encuentra al sureste de la ciudad; si unimos con vectores Santa María, el palacio del Príncipe de Viana, Santiago y el Salvador, trazamos un cuadrángulo en el que Santa María y Santiago ocuparían los extremos de una de sus diagonales. Ambas se erigirían como baluartes defensivos asociados al recinto amurallado. Su fisonomía exterior queda determinada por una airosa torre almenada que se erigió en la Baja Edad Media sobre la plataforma del anteábside.
Muy afectado por ampliaciones, embellecimientos y los efectos de las guerras, el edificio recuperó su fisonomía interior medieval a partir una compleja restauración que, iniciada en 1966, quedó finalmente inconclusa. Hoy resta por definir la fachada occidental, tanto en el alero del paramento de la portada, como en el vano de la parte superior.
Durante las obras se hallaron diversas estructuras y elementos pertenecientes a la obra románica del hastial (una ventana, varios capiteles, una escalera de caracol, etc.). El ábside central románico queda oculto por el retablo mayor. Son muchos los sillares rotos y desaparecidos; no obstante, conserva los tres vanos moldurados, los seis capiteles de las semicolumnas, la bóveda de horno reforzada por semiarcos, etc. También está a la espera de una intervención que lo rehabilite y facilite su conocimiento público.
El documento más antiguo asociado a la historia de la iglesia data del episcopado de Sancho de Larrosa (1122- 1142): el obispo pamplonés nombra abad de la iglesia a un antiguo capellán llamado “Diosayuda”. En 1144 el papa Celestino II confirma las posesiones y derechos de la iglesia pamplonesa, incluyendo entre sus bienes episcopales la parroquia de Santiago. Casi medio siglo después, en 1189, figura como abad de la iglesia Pedro Bernárdez, que aparece ya al frente de una comunidad de varios clérigos.
Las magníficas naves que hoy observamos pertenecen estilísticamente al periodo gótico, por lo que el origen románico del templo ha quedado habitualmente en un segundo plano. La interesante articulación gótica no es la única causa que ha provocado el anonimato de las partes más antiguas de la iglesia: un retablo barroco oculta la articulación del ábside central; al exterior, la gran torre almenada obligó a asegurar el perímetro de la cabecera con construcciones perimetrales que también ocultan su configuración. Además el interior estaba muy alterado; fue la restauración la que “descubrió” el ábside norte, el mejor conservado, y en general, el edificio como un conjunto arquitectónico medieval.
Vamos a observar los diferentes elementos que hoy caracterizan el primitivo templo tardorrománico. Siguiendo las pautas constructivas tradicionales, las obras de la iglesia se iniciaron por los ábsides y la portada del hastial occidental.
Es probable que conforme avanzaba la construcción de la cabecera, se cerrara también el perímetro mural del templo. Hoy conservamos de este impulso constructivo los tres ábsides, con sus capiteles y soportes, y la mitad inferior del hastial occidental, con su portada, vanos y soportes interiores. Son suficientes elementos como para hacernos una idea del proyecto románico que inició el templo tal y como hoy lo conocemos.
Comencemos con la planta. Muestra una cabecera de tres ábsides, el central, y el septentrional semicirculares, y el meridional recto, que se abren a un cuerpo de tres naves, divididas en cuatro tramos sin crucero. Las dimensiones generales superan ligeramente a Santa María, con algo más de 32 m de longitud, por 13 para las tres naves y unos 6,5 para el presbiterio.

El ábside de la epístola exhibe un cierre recto gótico; sobre el cilindro absidal se encajó la escalera de caracol que lleva a la parte superior de la torre finalizada en el siglo XIV. Como veremos luego, el acceso a la plataforma del presbiterio se haría a través de la escalera que la restauración descubrió en el hastial occidental. La escalera accedía a la parte superior del antepecho de la portada, de ahí a la parte alta de los muros perimetrales, después naves laterales, y desde el cerramiento de los ábsides a la plataforma superior del presbiterio. Para ese fin se amplió ligeramente por el lado norte.
A pesar de estas reformas e intervenciones góticas, en origen el plano de la cabecera no debió de ser simétrico; el ábside sur carece de soportes por un lado y no traba con la articulación general de los torales del presbiterio. Las asimetrías e irregularidades son también palpables en las naves laterales, determinadas seguramente por la configuración irregular del ábside de la epístola. De hecho, la del evangelio es casi un metro más ancho que la de la Epístola.
El presbiterio, de notables dimensiones, destaca frente a los ábsides laterales, convertidos comparativamente en simples edículos. Prácticamente alcanza 10,5 m de longitud por unos 6 de anchura. Se puede comparar con las dimensiones de la capilla mayor de San Miguel de Estella, que se aproximan a 8 por 6,2.
Destaca su longitud, que es sólo un metro menor que la del presbiterio de la abacial de La Oliva. El ábside norte mide 4,25 m de longitud por 2,6 de anchura; el del otro lado muestra también la misma anchura. El protagonismo del ábside central frente a los laterales, tanto en anchura como en longitud, es excepcional en Navarra. El cierre cilíndrico está precedido por un anteábside cuadrado sobre el que se levantó la torre. Como en La Oliva, su paramento oriental se articula mediante semicolumnas adosadas, aquí dos, que libertan tres paramentos simétricos horadados con ventanas. El fajón que subraya el encuentro entre ábside y anteábside apea sobre pares de semicolumnas adosadas, siguiendo de nuevo el modelo de la abacial cisterciense.
Tras la restauración de los años sesenta, el interior de Santiago adquirió el aspecto noble y proporcionado que hoy podemos admirar. Lamentablemente la articulación del interesantísimo presbiterio románico queda oculta por el retablo mayor barroco que se adhiere a ella. Aunque maltrecha por el paso del tiempo, se puede examinar a través de una puerta abierta en el banco del retablo que da a un exiguo pasaje interior, prácticamente intransitable de puro angosto. Completo y más fácil de apreciar, el ábside norte es el que primero concentra las características románicas de la iglesia. Vamos a comenzar por ahí el análisis del interior del templo.
La restauración lo liberó de las estructuras añadidas, descubriendo una bella capilla románica de reducidas dimensiones. Muestra anteábside rectangular y cierre semicircular, con bóveda de cañón apuntado para el primero y horno para el segundo. Una imposta con molduras curvas señala el arranque del vano axial. De profundo abocinamiento, arma su rosca mediante dos columnas acodilladas sobre las que apea un arco de medio punto de elaborada molduración. Cada una de sus dovelas acoge triple baquetón, el central en el ángulo; el externo forma un zigzag que remata la rosca. El medio punto del arco se subraya mediante un guardapolvo con puntas de diamante. A la altura de los riñones del arco corre una segunda imposta, con un sillar taqueado y el resto lisos moldurados.
Como es habitual, lo más decorativo de la ventana son los capiteles y las basas. El del lado derecho está muy deteriorado, si bien se adivinan hojas y volutas en el tercio superior; el del otro lado, mucho mejor conservado, lleva dos niveles de hojas bastante naturalistas, con piñas en los centros superiores y una serie de hojitas de remate a modo de cimacio. Las basas, bastante elaboradas, llevan un toro con volutas en los ángulos, media caña y toro fino como remate. El arco de embocadura de la capilla apea en dos poderosas semicolumnas adosadas de similares proporciones a las que veremos en el interior del presbiterio. También coinciden con aquellas los motivos decorativos. Por el lado izquierdo destaca un capitel con hojas de labra poco profunda. Sus venas, abiertas en abanico desde el pedúnculo, muestran curiosas discontinuidades y bordes dentados. La composición básica es muy conocida: hojas angulares que, a modo de anchas lancetas, buscan con sus picos los ángulos del cimacio. Los centros se ocupan con otras semicirculares. Por el otro lado el capitel sigue una composición similar, con hojas lisas que se avolutan en los ángulos superiores, y dobles en los centros. Las basas de los pilares, con elevados plintos de ángulo baquetonado, son muy planas, con garras en los ángulos, y en ocasiones arquillos sobre el toro inferior.
El monumental presbiterio, con sus dos tramos perfectamente diferenciados, era el centro focal y monumental del edificio. La articulación del semicilindro que lo cierra por oriente es, desde el punto de vista arquitectónico y decorativo, lo más elaborado. Verticalmente se compartimenta mediante semicolumnas adosadas de dimensiones y características similares a las de la embocadura de las capillas laterales. A ambos lados el conjunto aparece rematado por pares de semicolumnas adosadas. Cada uno de los tres paramentos resultantes acoge un vano también similar al del ábside norte. Nacen de una imposta taqueada que, como en el ábside sur, y en la capilla central de Santa María, recorre también los fustes de las semicolumnas. Seguía también por el anteábside pero sus sillares fueron afeitados.
Los capiteles de la doble columna del lado sur llevan hojas lisas con bolas y hojas venosas y dentadas con volutas en sus picos. Como es característico del taller que las labró, sus venillas son discontinuas. El vano ha perdido las columnas y prácticamente los dos capiteles. Por el lado izquierdo ha sido picado, aunque conserva parcialmente su cara interior, que parece llevar hojas con venillas perladas y discontinuas. Sólo conserva el arco con triple baquetón y el guardalluvia de puntas de diamante. El hueco ha sido parcialmente rellenado con piedra para asegurar el apeo de la torre. En la semicolumna siguiente fue desmontado parcialmente el fuste para facilitar el paso por detrás del retablo. Su capitel lleva dos niveles de hojas, las inferiores preferentemente lisas, las superiores de tallos y venas perladas con piñas en los ángulos. El vano axial y el paramento central quedan prácticamente ocultos por la hornacina central del retablo. Entre el maderamen se llega a vislumbrar uno de los capiteles de la ventana. Ha perdido el fuste, como las demás, si bien la molduración de su rosca es la misma.
Uno de los capiteles acoge una figura de gran cabeza en el ángulo con grandes manos en la parte inferior. Es el único figurado de las ventanas de la iglesia. Arco y guardalluvias repiten molduración tribaquetonada y de puntas de diamantes. La segunda semicolumna adosada lleva el conocido capitel de hojas dentadas y con volutas en los picos, de marcadas venillas discontinuas. El tercer paramento conserva el vano más completo de los tres que iluminaron primitivamente el presbiterio. Por la izquierda conserva el fuste de la columnilla acodillada, su capitel lleva hojas lisas y piñas en los ángulos y centros; por el otro lado también hojas lisas con volutas en los picos. El arco se moldura de nuevo con triple baquetón; y puntas de diamante en el guardapolvo. Las basas, como las de los soportes torales del ábside, muestran volutas en los ángulos. De los dos capiteles del último soporte, ya por el lado norte del semicilindro absidal, uno muestra dos niveles de hojas venosas en abanico y venilllas discontinuas; las superiores se avolutan en los ángulos, mientras que en los centros de cada cara se colocan cabezas humanas. El siguiente, muy tapado, parece mostrar hojas lisas.
La bóveda de horno nace de una imposta lisa que continúa los cimacios de las semicolumnas. Las molduras de puntas de diamantes son prácticamente tangentes a la línea que dibuja la imposta. Está reforzada por potentes semiarcos de sección cuadrada. Tanto arcos como bóveda están policromados. Las pinturas parecen de los siglos XVI o XVII, lógicamente anteriores a la construcción del retablo mayor rococó. Como ya se ha avanzado en el análisis planimétrico, tanto la génesis de la cubierta, como el propio diseño de los soportes, incluyendo las semicolumnas pareadas del fajón, coinciden estilísticamente con la cabecera de la abacial de La Oliva. Recordemos que el presbiterio de La Oliva, de mayor anchura que el de Santiago, refuerza la bóveda con cuatro semiarcos, por lo que son cuatro los soportes y cinco las secciones y los vanos. Estas diferencias cuantitativas no impiden constatar la relación del presbiterio de Santiago con el de la abacial cisterciense.
En el suelo del impracticable “pasadizo” que queda entre retablo y muro, se conservan algunas piezas sueltas de las que destacan dos fragmentos con cabezas. La mejor conservada representa a un monstruo que saca su lengua puntiaguda. Recuerda vivamente a uno de los demonios del infierno de la portada de Santa María, también en Sangüesa. Como aquellos, muestra los característicos ojos abultados con iris horadados. La otra pieza, peor conservada, parece una cabeza de perro o felino.
El anteábside incorpora en su bóveda importantes novedades estilísticas. Da la impresión de que, construidos muros y soportes, se varía el diseño inicialmente previsto para el cerramiento superior. Se adopta una nueva bóveda de arcos cruzados en lugar del cañón que los soportes predecían. La sección de los cruzados, con triple baquetón sobre base prismática, las pequeñas dimensiones de sus sillares, la irregularidad sinuosa de su trazado y el diseño de los encuentros en cruz coinciden con los de las naves y el crucero de Santa María.
Las columnas acodilladas del interior del presbiterio forman parte de los dos pilares torales que soportan el apeo del gran arco triunfal apuntado y doblado.
Estos soportes están diseñados para recibir un arco y su correspondiente dobladura. Se forma superponiendo una cruz sobre un cuadrado, al que se añaden las columnas en los codillos y en los frentes. Sorprendentemente los dos no son iguales. El septentrional lleva tres semicolumnas adosadas y cinco en los codillos. Para la configuración ideal del soporte sólo falta la acodillada del interior de la capilla absidal, cuyo arco de embocadura no tiene dobladura.
El meridional no acoge ninguna columna adosada en la embocadura de la capilla lateral. Como se verá más adelante esta irregularidad parece determinada por la sucesión de dos planes constructivos distintos. Todas las basas son iguales y presentan un aspecto general plano; están integradas por un doble baquetoncillo superior, nacela y semitoro inferior sobre base prismática. El semitoro lleva una característica decoración a base de arquillos, con garras geometrizadas en los vértices del plano de la base; esta combinación es muy común en la arquitectura navarra del último tercio del XII. En Navarra, el soporte descrito no es demasiado habitual; se han conservado ejemplos similares en San Nicolás de Pamplona y en la abacial de Irache.
Los torales de embocadura del presbiterio repiten repertorios decorativos ya observados en la capilla norte y sus soportes. El del lado izquierdo, liso sobre la semicolumna principal, añade bolas en los ángulos y centros. Los menores son también lisos con los citados motivos de hojas lancetadas con los picos hacia los ángulos, y bolas y volutas en los tercios superiores. Por el otro lado, el toral acoge capiteles con decoraciones figuradas de factura ruda y popular, pero composición curiosa y decorativa. El del centro se divide en tres partes: la inferior lisa, la intermedia con personajes en los ángulos que asoman las piernas entre las hojas lisas y bolas gallonadas. El tercio superior acoge cuatro pájaros que unen sus testas en los ángulos sobre las figuras humanas. Les picotean las cabezas. Sus plumas están labradas con gran minuciosidad, a partir de secuencias rectangulares rellenas de líneas paralelas perpendiculares. Es un motivo que parece hundir sus raíces en los repertorios decorativos de la primera mitad del siglo.
Una composición similar, ocupando allí el centro del capitel, decora el interior de Santiago de Agüero. A su izquierda aparece un soldado con espada y enorme escudo oval, y hojas dentadas con volutas. Al otro lado, entre los dos niveles de hojas venosas y dentadas ya conocidos, aparece una figura de cabeza humana (¿ángel?). El siguiente, avanzando hacia la capilla sur lleva cimacio taqueado y los restos de una figura muy perdida en ángulo.

Vamos a concluir el análisis de la cabecera de la iglesia de Santiago en el ábside sur. Más pequeño, oscuro y sustancialmente alterado con la introducción de la escalera de la torre gótica, conserva un alzado que nos va a permitir concretar más las características del primer proyecto de la cabecera. Hoy vemos un breve espacio rectangular cubierto con bóveda de cañón. Por el lado izquierdo, el arco de embocadura apea en un capitel con fuste cortado a bastante altura. Como el cilindro absidal, dos niveles de impostas articulan el muro y señalan el arranque de la bóveda de cañón apuntado. A media altura son taqueadas y rodean también el fuste de la columna meridional; sobre los capiteles no son simétricas, ya que la del muro sur es taqueada, mientras que la del muro contrario es lisa. También los capiteles son diferentes: el izquierdo conecta perfectamente con los otros del toral; el derecho se relaciona mejor con los del cierre del presbiterio. Pero volvamos a las impostas.
La inferior izquierda sube perpendicular a la altura del soporte. ¿Hacia dónde? ¿Cuál era su función? Podemos establecer una hipótesis. La imposta sube, sustituyendo a la semicolumna como soporte, porque por ese lado no había apeo que soportar. El arco previsto para la capilla debió de ser primitivamente de cuarto de cañón. Como sabemos, era un tipo de cubierta relativamente frecuente en Sangüesa y su entorno mediado el siglo XII. Así se definen las laterales de San Pedro de Aibar y de la desparecida de San Nicolás en la misma Sangüesa.
Además, su función tectónica ayudaría a soportar el empuje de la torre proyectada sobre el anteábside. De este primer proyecto se habría construido muy poco: el cierre cilíndrico central con sus semicolumnas y los muros perimetrales de la capilla sur. También se inició por entonces el hastial occidental con su portada. Las obras avanzaban lentamente, quizá porque la iglesia primitiva, documentada desde los años 40 del siglo XII estaba dentro del recinto que se construía. La fábrica avanzó tan poco que cuando se continúa el presbiterio por el anteábside y se inicia la capilla norte se adopta un nuevo plan constructivo, más acorde con planteamientos tardorrománicos. Entonces se erigen las cubiertas de las capillas, transformándose la definición arquitectónica del ábside meridional.
Observemos detenidamente los capiteles. En la parte baja del toral, ya en el acceso de la capilla, aparece una figura humana en esquina, con la cabeza en el ángulo superior. Sus vestimentas, con cinturón y cenefas arriba y abajo parecen ser nobles. A los lados volutas perladas y elementos con incisiones cruzadas y paralelas que parecen sugerir las arquerías sobre una columna exenta. Con la mano izquierda parece romper la columna. Es la representación de Sansón. La desproporción y rudeza de la labra es el denominador común de todas las representaciones humanas. Junto a él destaca otro gran capitel de hojas lisas y aspecto primitivo. También es liso el de la semicolumna suspendida que soporta el arco de embocadura de la capilla. Frente a él, otro muy elaborado lleva dos niveles de hojas dentadas y venosas con volutas en los ángulos, otras menores intermedias y figuras o cabezas en los centros: por la cara oeste una de rostro masculino con gesto serio que surge entre el follaje; en la cara central otra figura masculina de cuerpo entero hace un gesto con su mano derecha hacia una tercera (¿femenina?), que ya por el otro lado del capitel muestra sus manos caídas entre la hojas. Llevan cimacio taqueado.
Si asociamos el esquematismo con que está tratada la escena, con la reducción de los gestos y atributos de los personajes, no es fácil realizar una interpretación. ¿Nos presenta el capitel el tema de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso? Puede ser. Coincidiría con otro muy perdido del toral del presbiterio de Santa María la Real. La proximidad iconográfica y compositiva de ambos es proporcional a la distancia que muestran en la calidad de la labra. Curiosamente, desde el punto de vista estilístico, sus rasgos coinciden perfectamente con los de las figuras que decoran las ménsulas de las trompas del cimborrio de aquella.

Tras atravesar las naves góticas, sobre el hastial occidental, volvemos a encontrarnos con elementos románicos. Todo el muro inferior, con los dos soportes que debían soportar el apeo de los perpiaños románicos, se erigió a la vez que se iniciaba la construcción de la cabecera. La obra gótica adaptó estos soportes, desplazando unos centímetros el capitel meridional. Son dos los capiteles conservados. Los dos muy interesantes. El del lado de la epístola es vegetal. Se organiza en tres niveles: el inferior con hojas que nacen en los centros y se curvan hacia arriba, a media altura; el intermedio con amplias hojas de acantos que ocupan los ángulos; sobre ellas aparecen volutas de tallos ligeramente diagonales y en los centros un tercer plano de hojas más pequeñas. Los tres planos están claramente diferenciados por el propio volumen de las hojas. Su labra es carnosa, con venillas y hendiduras que se abren en abanicos; con simétricas labores de trépano que abundan en un ya de por sí trabajado claroscuro. El aspecto final de la pieza, de bello clasicismo, descubre el trabajo de un escultor dotado y minucioso, muy diferente de los que realizan los capiteles de la cabecera.
Lo mismo sucede, ahora a partir de motivos figurados, con el que remata la semicolumna del lado norte. Los dos niveles de hojas son sustituidos por cuatro leones simétricos y rampantes. Los del frente largo de la copa vuelven sus cabezas para morder las orejas de un personaje cuya cara ocupa el centro del capitel en su parte alta. Las aristas superiores llevan tallos que se avolutan y hojas colgantes, en un motivo que veremos también en la portada. El conjunto está resuelto con maestría. Los leones entrelazan sus patas traseras marcando con claridad los diferentes planos de la composición; sus melenas, formadas por mechones rizados, son plásticas y variadas.
¿Aporta el rostro humano algún elemento más de análisis en cuanto a la concreción de los modos de labra del taller? Su estado de conservación no facilita las cosas. La cara es cuadrada, de carrillos carnosos y nariz ancha. La boca está labrada con seguridad, lo mismo que los ojos, de doble línea en los párpados y en forma de lágrima que se angula hacia las sienes. Las orejas, quizá determinadas por el propio motivo decorativo, son enormes. Los cabellos se labran, a partir de una raya central, en finos mechones ligeramente ondulantes y paralelos. ¿Nos llevan estas características a la fijación de algún taller de los que durante el siglo XII trabajaron en la ciudad? La composición general de rostro recuerda a alguna del tímpano (condenados) o las arquivoltas (lujuria) de la portada de Santa María.



En el exterior tampoco es fácil observar los elementos más antiguos del edificio. La gran torre almenada erigida sobre el anteábside cuadrado obligó a reforzar perimetralmente toda la cabecera, ocultando así su articulación exterior. Por encima de los tejados de la sacristía, reforzando el semicilindro del ábside central, se observan dos semicolumnas adosadas. Son paralelas a las que por dentro soportan el apeo de los semiarcos de la bóveda. Si los tuvieron alguna vez, no conservan los capiteles de remate, ni alero o tejaroz que remate el ábside por ese lado.


La fachada occidental presenta mejor el espíritu del templo románico primitivo.
En el centro conserva la gran portada abierta sobre un grueso paramento adelantado. Durante la restauración se desmontó una escalera de caracol acodillada a su ángulo derecho. Junto a ella se tapó un vano de medio punto, todavía visible por el interior. Los principales elementos responden a una organización de fachada especialmente frecuente en los templos navarros de tres naves del último tercio del siglo XII: puerta integrada en un profundo paramento adelantado, ventanas en las secciones laterales retranqueadas, escalera que comunica el interior del templo y la parte alta del paramento, y pasaje externo que va también sobre las naves laterales aquí desaparecido. La definición superior del hastial, habitualmente ya gótica, acogía un gran óculo o rosetón. En Santiago de Sangüesa se conserva prácticamente completo el primer nivel de esta forma de organizar el hastial.
Más original es la composición del propio paramento. Sus aristas laterales vienen subrayadas por dobles semicolumnas, divididas a su vez en dos niveles, el inferior asociado al jambaje de la puerta, y el superior con semicolumnas dobles propiamente dichas. Recuerda a configuraciones del sudoeste francés; más cerca se conserva una utilización parecida de las dobles columnas de nuevo en Santiago de Agüero.




Ménsula de apoyo del tímpano portada

Ménsula de apoyo del tímpano portada 

La portada es monumental y de grandes dimensiones. La profundidad del paramento permite un matizado derrame integrado por seis arquivoltas ligeramente apuntadas y molduradas con baquetón entre medias cañas. Apean sobre tres pares de columnas de fustes monolíticos y codillos intermedios también baquetonados. A ambos lados dobles columnillas adosadas continúan el jambaje ya sobre el paramento exterior. Soportan el apeo de abultadas semicolumnas adosadas e integradas en el despiece de las hiladas del muro. Dos zapatas sostienen un tímpano liso, con un Santiago muy posterior en el centro y dos peregrinos pintados ambos lados.
Analicemos con detenimiento los capiteles y zapatas. Todos ellos son vegetales, de labra profunda y formas carnosas. Coinciden con las características y composición del vegetal ya descrito en el interior del hastial. Lógicamente su grado de conservación es peor. La acción de la intemperie ha sido fatal con los más expuestos. El doble de la izquierda conserva una cabecita que en la parte alta del centro asoma entre las hojas de acanto. Es un motivo ya observado en el interior. No obstante, aquí está tratado con más finura, plasticidad y detalle. El siguiente permite determinar mejor las características del grupo. Los elementos vegetales se organizan de nuevo en tres niveles de acantos: el inferior con hojas medianas en los centros; el intermedio con hojas grandes que ocupan los ángulos; sobre ellas tallos diagonales que se avolutan en las esquinas y cabecitas humanas centrales. Las hojas se abren en abanico, con perímetro dentado y labores de trépano para acentuar el claroscuro. Las cabecitas están finamente labradas, con los mofletes bien resueltos, párpados con doble línea incisa, labios individualizados y cabellos organizados en mechones paralelos. El siguiente capitel, más deteriorado, sigue las mismas características. El último de este lado obedece a un esquema compositivo dividido ahora en dos los niveles. Por abajo las mismas hojas carnosas que se doblan hacia arriba; la mitad superior lleva abultados tallos triples que se avolutan en los ángulos, formando flores y una gran hoja ovoide que cae hasta el nivel inferior. Ya por el otro lado, el siguiente, uno de los mejor conservados, sigue una articulación similar: hojas abajo y tallos triples que se vuelven volutas de hojas, con otras menores en los centros y una tercera que de la voluta angular nace hacia abajo. El siguiente sustituye los tallos superiores por hojas. El último del jambaje, muy deteriorado, lleva sobre las hojas del primer nivel, torsos humanos muy perdidos. También está muy deteriorado el doble capitel que remata el paramento por la derecha.
De nuevo se observan dos niveles de hojas y volutas en los ángulos. Las zapatas acogen cabezas de monstruos que aprovechan toda la volumetría del ángulo de la zapata. El de la izquierda es un felino, de boca en forma de pajarita, grandes ojos, nariz prominente y orejas puntiagudas. El del otro lado es muy original.
Antropomorfo, con grandes ojos y mechones picudos de pelo desde las cejas; añade bigote de mechones paralelos y colmillos. Sobre su papada el escultor labra una cara infantil, cómica y mofletuda; nos saca la lengua mientras de su boca nacen sendos caulículos que por los laterales se llenan de hojas digitadas.
Son casi cuarenta las marcas de cantero detectadas en el conjunto del templo.
Su análisis no es fácil, ya que son numerosos los muros movidos y los sillares reutilizados, sobre todo en las capillas laterales a las naves. Como era previsible confirman algunos de los lazos que desde el punto de vista formal se habían ya propuesto. Al menos cinco aparecen en los soportes de Santa María de Sangüesa; siete se observan también en La Oliva, principalmente en las dependencias del ala del capítulo.
Como se ha apuntado repetidamente, la iglesia de Santiago se construyó en íntima relación con la evolución constructiva de su vecina Santa María. Da la impresión de que le sigue cronológicamente un paso por detrás. Los vínculos se observan en el uso de impostas del primer proyecto, en los escultores del segundo, en la bóveda del presbiterio, en algunos motivos decorativos aislados y por último en algunas marcas de cantería. Así, da la impresión de que el inicio de las obras, de las que se realizó muy poco, se concentra en el ábside meridional y probablemente también en la portada; sus características formales reproducen elementos de la cabecera de Santa María y quizá también de otras obras activas a mediados del siglo XII. Se le ha de asignar el límite cronológico más tardío, que se inscribiría quizá en el tercer cuarto del siglo. Muy unido a él, el diseño del presbiterio muestra ya el influjo de La Oliva, y por tanto su cronología se debe inscribir en el último tercio. En los años finales del XII o los inicios del XIII se observa la participación de un taller muy poco dotado, con obra en el primer nivel del cimborrio de Santa María; de entonces debe ser también la bóveda de arcos cruzados. Ya en la primera mitad del siglo XIII se erigirán las naves.

 

Iglesia de San Adrián de Vadoluengo
El término de Vadoluengo se encuentra a las afueras de Sangüesa, en la carretera que va a Sos del Rey Católico (NA-127). En la actualidad pertenece al término municipal de Sangüesa. En la documentación medieval se cita como uno de los hitos de la frontera que marcaba el patrimonio confiado en 1035 por Sancho III el Mayor a su hijo Ramiro. Efectivamente, unos años después el rey Ramiro I decía reinar “desde Vadoluengo hasta Ribagorza”. Se ubica junto al río Onsella, desde la Edad Media frontera histórica entre los reinos de Navarra y Aragón.
Esa estratégica situación lo convirtió en escenario de las negociaciones de paz entre García Ramírez de Navarra y Ramiro II de Aragón en enero de 1135.
Su topónimo no aparece en los censos históricos, por lo que nunca tuvo un poblamiento más allá de la casa asociada al templo y la explotación agrícola circundante. No obstante, en 1802 aparece consignado como despoblado, perteneciendo entonces a los señores de Góngora. En su término se documenta también otra ermita dedicada a la Magdalena.
La historia y documentación relativa al origen y primeros decenios en la vida del templo de San Adrián son ricas e interesantes. Su nacimiento y construcción inicial están vinculados directamente a la figura de Fortún Garcés Cajal (también Garceiz Caisal o Caxal). Este noble de origen aragonés, muy cercano a Alfonso el Batallador (en 1116 figura como mayordomo del rey), recibió ya en 1122 un solar en el Burgo Nuevo de Sangüesa. Junto al palacio allí erigido (donado en 1136 y 1145), sus propiedades en el entorno de Sangüesa incluían también el término de Vadoluengo. De hecho, un documento regio de 1127 cita como testigo al tal Cajal como tenente in Sancto Adriano y en Nájera. Da la impresión de que el patrimonio familiar estaba entonces repartido entre las dos fundaciones fronterizas citadas. En este contexto cabe situar la donación que en 1133 Fortún y su mujer Toda hacen a Santa María de Nájera, patrimonio entonces de Cluny, de “la iglesia de San Adrián de Sangüesa, con todas las heredades que tenemos allí y con todos nuestros derechos”, a condición de disfrutar de ellos durante su vida.
Muy pronto los intereses de Cajal se van a concentrar en Sangüesa y su entorno. La consecuencia más palpable es que sólo un año después se documenta otra donación de San Andrés de Vadoluengo, esta vez con el monasterio de Leire como beneficiario. Los vínculos entre el noble aragonés, Ramiro II, y el abad García debieron de ser muy estrechos. De hecho, ambos tuvieron que recurrir a la ayuda de Leire como financiación de su rescate o refugio. Quizá la donación a Leire se inscriba en el capítulo del rescate que pagó el abad del monasterio benedictino para liberar a Cajal, que había sido detenido en Cirauqui por los partidarios de García Ramirez. Finalmente iglesia y propiedades fueron a parar a Cluny por donación confirmada en 1145 ante el obispo de Pamplona y los abades de Leire, San Juan de la Peña e Irache. Unos años antes, la iglesia construida por iniciativa de Fortún Garcés ya había sido consagrada. Moret apunta que la ceremonia fue presidida por Sancho Larrosa, obispo de Pamplona, lógicamente antes de 1142 año del fallecimiento del prelado.
Las rentas que generaban las propiedades asociadas a Vadoluengo eran percibidas directamente por Cluny, que solía conceder el priorato en usufructo vitalicio. A fines del siglo XIII iglesia y dependencias pasan a jugar un destacado papel en los enfrentamientos que benedictinos y cistercienses protagonizan por el control de Leire. Durante unos años Vadoluengo fue refugio y casa de los benedictinos expulsados del monasterio legerense. Finalmente, edificios y beneficios son confiados al prior de Carrión de los Condes, delegado de orden benedictina en España. A partir de entonces el priorato se consolida como una explotación agrícola, quedando la función litúrgica de la iglesia en segundo plano.
Ya en la Edad Moderna, el marqués de Góngora adquiere la propiedad, incluidos los diezmos y primicias. No obstante, la iglesia está semiabandonada. En 1724 el obispo de Pamplona ordena “que en la basílica de San Adrián, de que es patrón el marqués de Góngora, se ponga ara, por hallarse rota la que hay, se hagan frontal y demás ornamentos necesarios y se asegure la puerta de dicha basílica echando buena cerradura, para impedir que se introduzcan en ella gallinas y ganado”. No parece que la orden tuviera mucho éxito. Cinco años después se sigue prescribiendo “que se cierre del todo la puerta que corresponde al corral, y no se introduzcan los ganados ni gallinas, ni sirva la iglesia de granero, amasador de pan ni de otra cosa profana, sino que se trate y venere como lugar sagrado”. A pesar de ciertos embellecimientos y períodos de uso y cuidado litúrgico, su vecindad con la explotación agraria y relativo aislamiento respecto a su entorno la abocan a que, de nuevo a principios del siglo XIX, se constate un evidente abandono. Cuando Biurrun y Lojendio la visitan, respectivamente en los años treinta y sesenta del siglo XX, la portada principal está tapiada y semioculta por un cobertizo que sirve de pajar y corral. El edificio está unido al cuerpo principal de la casa solariega, con una puerta abierta sobre el cilindro absidal, y otra de comunicación interna sobre el muro norte.
Paradojas de la historia. La asociación directa del templo a la casa y su actividad cotidiana, que lo fagocitó durante la mayor parte de su vida, es la que en último término la ha salvado y perpetuado hasta hoy. Así, esta bella propiedad particular ha resistido con éxito al frecuente abandono y rapiña; por fortuna ha sobrevivido incluso a las ofertas de compra y traslado. En los años setenta del siglo XX una profunda intervención en el edificio y su entorno lo libera de los añadidos perimetrales, cierra el cilindro absidal rehaciendo su ventana axial, abre la puerta sur y añade pilares centrales a los vanos de la torre. El resultado es la iglesita que vemos hoy, depurada en la simplicidad de su composición arquitectónica, rica y variada en su escultura monumental.

La planta de San Adrián nos muestra formas simplificadas y tradicionales, con un profundo ábside semicircular asociado a una nave de dos tramos cuadrados algo más anchos. Aunque las dimensiones generales son muy contenidas (15,2 m de longitud por 5,5 de anchura), los muros son gruesos (algo más de un metro). El toral del presbiterio lleva como soportes sendas pilastras prismáticas, mientras que el fajón de la nave apea sobre semicolumnas adosadas directamente al muro. Ninguno de ellos asocia contrafuertes externos, sólo presentes en la unión del semicilindro absidal y los muros del anteábside. En la actualidad son tres las ventanas que iluminan el interior. En la planta destaca el protagonismo de la portada, abierta al muro sur sobre un paramento adelantado de nada menos que casi siete metros de longitud por algo más de dos metros de grosor.

Pero pasemos al interior. Las dimensiones contenidas de la planta se corresponden perfectamente con el espacio interno del templo, equilibrado y sobrio. Todos los elementos arquitectónicos se unen y subrayan mediante líneas compositivas homogeneizadoras: los muros se montan sobre un banco corrido baquetonado; las bóvedas nacen de una imposta lisa que remata también el perímetro mural. El profundo cilindro absidal se cubre mediante bóveda de horno reforzada por un robusto arco toral de sección cuadrada y su correspondiente dobladura externa. Sobre los dos tramos de la nave se coloca una airosa bóveda de cañón con fajón central también de sección cuadrada.
Frente a la riqueza escultórica del exterior, el interior se nos muestra muy austero. De hecho, ni vanos ni soportes torales se articulan con columnas ni arquerías. Las únicas muestras de escultura monumental se encuentran en los dos capiteles que rematan los fustes adosados de los soportes de la nave.
Curiosamente la semicolumna del lado norte no traba con las hiladas del muro, sino que va simplemente “pegada”. Algo parecido se observa en la solución dada al encuentro del hastial y los muros laterales. Sus basas son altas, con el habitual juego de toro muy grueso, nacela intermedia y toro superior fino. Por el lado septentrional, la copa del capitel se compone con tres niveles de hojas lisas, que como es tradicional nacen del collarino y apuntan hacia arriba sus picos simétricamente ordenados. El nivel superior alberga los también típicos tallos diagonales que se avolutan en las esquinas superiores. Hojas y cimacio conservan las sombras y huellas de la oxidación de una policromía completamente perdida. Por el otro lado, el capitel decora la parte superior de su copa de nuevo con tallos diagonales y volutas. Los dos niveles de hojas son ahora sustituidos por dos bellas águilas explayadas en esquina, con sus cabezas entre las volutas superiores y las garras asiendo firmemente el collarino de la columna. El capitel está perfectamente conservado, sólo se han perdido los picos, permitiendo la observación del tratamiento dado por el escultor al plumaje de las aves. Las del cuerpo son lancetas hendidas en forma de retícula romboidal; en las alas son besantes o lágrimas tangentes arriba, y largas plumas lisas hacia las puntas. También son lisas las de las colas, que se abren en abanico tras las patas. Sus tarsos, muy gruesos, quedan lisos; las garras, de dedos fuertes y huesudos, rematan en uñas afiladas.


Como sabemos, son tres los vanos que iluminan el interior del templo, todos de profundo abocinamiento liso y hueco exterior en aspillera. El axial del ábside fue casi completamente rehecho durante la restauración. El que se abre al primer tramo del muro sur apea su rosca sobre la imposta lisa. El del hastial se articula tras un arco de descarga igualmente liso.
Para terminar con la descripción del espacio interno, en la parte baja del muro norte del anteábside se observan curiosas letras incisas de problemática identificación. Llevan una A mayúscula, R vuelta y B también vuelta y hendida de mayor tamaño; sobre las dos primeras una línea curva. Otras veces sólo aparecen las “RA” rematadas. Su tamaño y detallismo no se corresponden con marcas de cantería al uso. Tampoco son habituales otras marcas, en ocasiones tres diferentes en un sillar, con cruces, E, líneas, etc. Junto a ellas se observan también otras, estas sí señales gliptográficas al uso con breves líneas elípticas.

Al exterior destacan de nuevo las dimensiones contenidas del conjunto, su composición proporcionada y bella, la riqueza y empeño de sus detalles decorativos y las hiladas regulares de sillares de buen tamaño y labra perfectamente escuadrada.


El resalte y derrame de la elegante puerta monumental monopoliza el protagonismo de la fachada sur del templo. De hecho, sus más de 36 m2 de paramento suponen más de la mitad del muro de la nave. Articula su abocinamiento a través de tres gruesas arquivoltas, las dos exteriores de platabanda y la interior con grueso bocel en esquina. Ésta apea sobre un par de bellas columnas con cimacios y capiteles decorados. Sus fustes son lisos, cortos y monolíticos. Nacen en basa de gran diámetro y notable altura. Las otras dos arquivoltas apean sobre jambaje liso y cimacio con retícula de tacos compuesta por cuatro fajas y listel. Entre ambas se inserta una sencilla moldura con bolas lisas; por fuera, otra moldura, a modo de vierteaguas, se decora con las conocidas cuatro bandas de tacos. En el centro queda el espacio del tímpano, con un delicado crismón trinitario, y dintel sobre montantes lisos. Sus características generales coinciden con las de la portada norte de San Pedro de Aibar.
De nuevo los elementos escultóricos más elaborados los encontramos en los capiteles y sus cimacios. El derecho enriquece las pautas compositivas ya descritas en el vegetal del interior. Son tres los niveles vegetales, los dos inferiores de hojas hendidas y festoneadas, y el superior con tallos diagonales y carnosas volutas que se repiten en los laterales. En el cimacio se coloca una interesante cabeza en esquina que se adapta perfectamente a la geometría del sillar. Además de su composición esquemática y simétrica, organiza los mechones de su barba y bigote en un juego de líneas verticales o helicoidales perfectamente peinadas y ordenadas. Algo parecido se observa por ejemplo en la cripta de San Martín de Unx. A ambos lados intersecciones de pares de tallos en círculos con flores inscritas de cuatro pétalos y una estrella a cada lado. Sobre el portante de este lado, el cimacio lleva moldura con cuatro líneas de sogueados de elipses contrarias y escalonadas.

El capitel del otro lado lleva motivos zoomórficos. Ahora son dos leones rampantes que unen sus cabezas en la esquina superior. Lamentablemente las figuras están muy deterioradas y han perdido las cabezas. De nuevo las melenas se organizan a base de mechones de líneas paralelas ordenadas y peinadas. Las garras son muy robustas, con dedos fuertes y uñas afiladas. El cimacio acoge roleos, besantes y flores de pétalos ondulados. El cimacio del portante lleva un juego de círculos entrelazados con sogas arriba y abajo.
Además de la portada, el grueso de la decoración esculpida del templo se encuentra en la rica y variada colección de cuarenta y cuatro canecillos, la mayor parte originales (durante las obras de restauración se labraron cinco nuevos, marcados con la habitual R). Vamos a rodear la iglesia desde el extremo occidental del muro sur, frente a la puerta, hasta terminar justo por el otro lado, de nuevo en el hastial. Los repertorios figurativos van a ser los habituales, con felinos, leones rampantes, águilas y pájaros, personajes en diferentes actitudes y hojas, entrelazos y cuerdas de formas y composición variadas. Como es normal, el estado de conservación de algunos dificulta notablemente su identificación segura. A la izquierda del paramento de la portada se inicia la serie con una liebre o asno que corre boca abajo, seguida de un canecillo liso con arista central y dos caras oblicuas y ligeramente cóncavas. El tejaroz del paramento de la portada se inicia con una flor de tallos cruzados muy deteriorada, ya vista en Aibar, dos más rotas o rehechas, otra con lo que pudiera ser un músico tañendo el arpa, otras más rehecha, la penúltima con un león rampante también muy perdido y, para finalizar la serie, un cordel con finos motivos de entrelazo y otro león rampante similar al anterior. Para concluir los canes del muro sur de la nave quedan cuatro más: liso con arista central y facetas cóncavas, igual con flores cuadripétalas, otro muy perdido con manos o garras (¿contorsionista?) y bella hoja hendida, festoneada y rellena.
El tejaroz del presbiterio corre sobre catorce canecillos, dos por cada anteábside y diez para el cilindro absidal. Además los dos contrafuertes prismáticos enlazan con él a través de sendos sillares labrados con retícula de ajedrezado, coincidiendo de nuevo con San Pedro de Aibar. La primera pareja acoge un gran felino, frontal y rampante, mostrando sus garras, y tallos entrelazados en marco sogueado. Los diez del semicírculo absidal llevan león rampante, pirámide escalonada con bolas inferiores, hombre bebiendo de un barril, con bigote y ojos almendrados, cuatro pájaros, los superiores uniendo sus cabezas, los inferiores separándolas (perdidas), león de similar posición que la liebre del hastial, entrelazo de soga lisa, tallos formando ondas y círculos, y, para terminar, tres rehechos. Tras el sillar con ajedrezado que remata el estribo, el alero absidal termina con otro más rehecho y uno más con dobles tallos entrelazados y marco sogueado.
Otra vez en el muro de la nave, ahora por el lado norte, el primer canecillo es uno de los más bellos, con dos pájaros que unen sus torsos, mientras separan sus cabezas. De sus picos pende un objeto triangular (¿hoja?). La concepción de las alas recuerda a las águilas interiores. Con sus patas se agarran a una rama en forma de botón. El plumaje de la cabeza lleva retícula esgrafiada de formas romboidales; en el cuerpo e inicio de las alas se convierten en besantes, de labra algo más profunda. Las alas se esculpen representando plumas largas y paralelas. Quizá representen palomas con la hoja de olivo en sus picos. Le sigue otro liso con arista central, bellos círculos enlazados al modo de una cadeneta muy realista, un gran pez boca abajo con las escamas a modo de besantes, un cilindro curvo y liso, otra hoja hendida, festoneada y rellena, figura humana muy perdida, con manto que cae en zigzag, triple cilindro curvo y liso, rollos muy perdidos, geométrica con rombos y cruz central, serpiente (?) con la cabeza perdida, águila explayada con una liebre (?) en sus garras, bellos tallos que forman cuatro besantes y flores inscritas como los cimacios de la portada, caballo o burro de similar posición que la liebre inicial, mujer exhibicionista y, para terminar, uno liso con profunda hendidura central.


No se puede finalizar el análisis del exterior sin referirnos a la torre de los pies, de bellos y proporcionados volúmenes aunque reducida altura. Con sus casi 12 m viene a doblar en alzado a los muros. Es algo más estrecha que la nave, aproximándose a la planta cuadrada. Las dos hiladas superiores fueron añadidas durante la restauración.
Lo más característico son sus cuatro vanos, uno por cada lado, asociados por una imposta con taqueado sobre la que apean sendos vierteaguas, también ajedrezados, y las roscas lisas de los arcos de descarga. El vano en sí se organiza mediante un dintel con dos vanos de medio punto que debían de descansar al centro sobre una columna como mainel, tal y como se puede ver hoy en la torre de Santa María del Campo de Navascués. Perdidas o nunca colocadas, también durante la restauración se añadieron las pilastras prismáticas que ahora contemplamos. La elaboración plástica de la torre no hace sino reforzar el alto grado de proporción y empeño con el que se erigió este pequeño templo.
Ciertamente la iglesia de San Andrés de Vadoluengo se asemeja a una cajita preciosa de proporciones delicadas, realizada con esmero por un taller de escultores que conocía perfectamente su oficio. Estaba además al corriente de los repertorios decorativos fijados en la escultura navarra en general, y sangüesina en particular, del segundo cuarto del siglo XII (recordar de nuevo las múltiples concomitancias con Aibar). Si bien Yárnoz había observado cierta vinculación jaquesa de las formas decorativas, más recientemente Martínez de Aguirre ha relacionado los repertorios y maneras de Vadoluengo con las derivaciones estilísticas de la catedral de Pamplona y de los modelos del “taller de Esteban”. Esta fuente estilística concuerda perfectamente con la documentación conservada del edificio, que podemos considerar erigido como término ante quem para 1142, data ésta muy próxima, por ejemplo, a la documentada también para San Pedro de Aibar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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