Jacetania
Siresa
La localidad de Siresa se sitúa al norte del
valle de Echo/Hecho, a 2 km de la población que da nombre a esta zona. El
acceso se puede realizar desde el cruce de Puente la Reina por la carretera
N-240. Por los alrededores discurre la calzada romana Zaragoza-Lescar, que fue
reparada en el año 382, como lo manifiesta una lápida romana conmemorativa
conservada en la iglesia de San Pedro, que hace referencia a la vía que por ahí
transitaba y que unía Caesaragusta con las tierras francesas a través del
puerto de Palo, usada posteriormente en la Edad Media, como vía de acceso al
país vecino y como ramal del Camino de Santiago.
Ubicado en la margen derecha del río Aragón
Subordán, el casco urbano de Siresa yace al pie de un cono montañoso, donde
destaca el impotente conjunto de la parroquial de San Pedro, anteriormente
monasterio. Se trata de uno de los más antiguos cenobios de Aragón, ligado a la
historia de estas tierras y reino, cuyas primeras noticias documentales y
arqueológicas se remontan hasta el siglo IX. Su historia se relaciona con la
más remota del condado de Aragón, donde algunos propietarios descendientes de
godos mantuvieron cierta independencia respecto a los musulmanes de Huesca y
francos.
Hay dos líneas de investigación abiertas para
explicar el origen del monasterio. Domingo Bue sa al estudiar los monasterios
altoaragoneses las explica señalando que “el problema de este enclave es
determinar si es una fundación carolingia o, por el contrario, como concluye
José Luis Corral es instituido por un conde denominado Galindo Garcés,
posiblemente hijo del conde García el Malo (el mismo que expulsó a los carolingios
de Sobrarbe en el año 816) y de una princesa pamplonesa”.
En este caso, la fundación sería una
manifestación indígena contra la presencia carolingia en el valle y el propio
monasterio sería ‘una especie de santuario nacional’ que estaba llamado a
ser el núcleo de la resistencia contra los extranjeros francos. En esta tesis,
completa la explicación del auge del monasterio el hecho de considerarlo
refugio de los clérigos mozárabes, que huyen de la Zaragoza musulmana y buscan
refugio en el Pirineo. Para José Luis Corral, en Siresa se habría refugiado la
gran escuela monástica que creara san Braulio, llegando del valle del Ebro con
toda la importante biblioteca que tenían y que será la que llamaba la atención
a los visitantes del cenobio cheso”.
Si aceptamos esta propuesta, una vez que el
monasterio fue fundado, el conde carolingio Ga lindo I conquistó el valle y,
opina Corral, “inició un proceso de identificación de su dinastía con el
territorio aragonés. Para ello, nada mejor que mantener el monasterio de Siresa
como santuario nacional” al que llegó a entregar la villa de Hecho, “el
centro urbano más relevante del pequeño condado”. Y todo ello sin romper las
relaciones de dependencia teóricas con el rey de los francos, mientras buscaban
la ayuda de Pamplona por medio de una pensada política matrimonial.
Opinión contraria es la planteada por Durán
Gudiol y otros especialistas que incluso hablan de la fundación del monasterio
de Siresa para ser un santuario erigido por los carolingios en homenaje a los
muertos en la batalla de Roncesvalles, confrontación militar que el defensor de
esta tesis –Antonio Ubieto– sitúa a la entrada de la Selva de Oza en un paraje
en donde la arqueología nos ha aportado grandes restos de armas y de utensilios
de batalla, concretamente en un espacio conocido como la “Corona de los Muertos”
que fue excavada y en la que se encontraron armas. Junto a él, Antonio Durán
apostó claramente por el origen carolingio de Siresa vinculándolo a la entrada
en el valle de las tropas de Galindo I.
En ese momento se pondría en marcha el nuevo
monasterio, que se hace sobre un lugar sacralizado ya anteriormente y que se
encomienda a un hombre muy emprendedor. Este es el abad Zacarías, que compra
varías villas agrícolas y muchas propiedades con las que mantener el costoso
modelo monástico que ponía en funcionamiento, y al que pronto sucederá uno de
los suyos llamado Odoario, personaje que según san Eulogio de Córdoba es “hombre
de gran santidad y de mucha sabiduría”. Como consecuencia de estas dos
propuestas, el caso de Siresa, fuera establecido sobre un monasterio o una
iglesia anterior, nos plantea el modelo de expansión que el emperador Carlo
magno puso de moda y que los reyes hispanos altomedievales copiaron
descaradamente. Inmediata a la ocupación militar del ejército debe diseñarse la
consolidación de la nueva conquista con la fundación de monasterios que
organicen social y económicamente esos espacios recién incorporados.
Pasando a las citas documentales, la primera es
la de Galindo Garcés, hijo de García Galíndez, en el año 833, junto con su
esposa Guldreguth, regalando unas tierras a Siresa en el valle de Hecho. Esta
es la primera noticia documental conocida relativa al monasterio. Siresa, bajo
la advocación del apóstol San Pedro, fue refugio de numerosas reliquias de los
santos Andrés, Esteban, Sebastián, Benito, Adrián, Juan Bautista, Lupercio,
Medardo y otros. San Eulogio de Córdoba visitó el monasterio por aquellas fechas
y lo elogio a través de una carta que escribió al obispo de Pamplona
Wilensindo. La familia Aznar volvió a establecerse en Aragón y el Conde Galindo
Aznar concedió a Siresa antes del año 867, la villa de Hecho, cabecera del
valle. En estos primeros años Siresa vivió una íntima relación con las Galias,
pero debido al cambio de dinastía en Pamplona y la expansión de su rey Sancho I
Garcés desde el siglo IX dominaron las tierras los hispanos de Pamplona y del
valle del Ebro, quienes arrinconaron el valle de Hecho. En el año 922, al
restaurarse la sede eclesiástica aragonesa, el obispo Ferriolo animó la vida
eclesiástica de la región y Siresa reaparece en los documentos.
El conde Galindo II dotó al monasterio con más
tierras en el valle a partir de la Foz. Endregoto, hija y heredera del conde,
llevó a su esposo el rey de Pamplona, García I Sánchez, a Siresa en el año 933,
quien concedió privilegios y heredades. Por aquel entonces era abad Sancho
Garcés y nueve años más tarde Agilano. El hijo de Endregoto, Sancho II Garcés
regaló a Siresa, a instancias de su madre, el pueblo de Javierremartes en el
año 971. El monasterio de Siresa sufrió, como otros muchos monasterios navarro-aragoneses,
los efectos de las campañas de los ejércitos musulmanes de Almanzor y al
comenzar el siglo XI estaba secularizado. En este tiempo fueron abades del
monasterio Galindo y Zacarías.
La independencia política de Aragón bajo Ramiro
I (1035-1063), supuso unas nuevas condiciones para el país, que no debieron
afectar a Siresa, donde por aquel entonces era abad Fortún Ballanes. En 1071,
bajo Sancho Ramírez, benedictinos cluniacenses afincados en la diócesis de Auch
se instalaban en algunos viejos monasterios aragoneses, y en 1077, Siresa
aceptaba canónigos agustinianos y se convertía en priorato de la iglesia de
Jaca, aunque manteniendo prácticamente la independencia, pues, declarada capilla
real, Sancho Ramírez asumió la jurisdicción directa delegándola a su hermana la
condesa Sancha, viuda de Ermengol III de Urgell.
En agosto de 1093, Sancho Ramírez disipaba las
diferencias de Siresa y el obispado de Jaca sobre la percepción de diezmos en
las iglesias del valle de Hecho por aquel entonces era prior el canónigo
Arnaldo. A finales de siglo el infante Alfonso, hijo del rey y de su segunda
esposa Felicia de Roucy, fue llevado al monasterio, donde se crió bajo la
tutoría de su tía, la condesa Sancha y su hermano, el rey Ramiro II. Alfonso I,
siendo rey de Aragón, sancionó en 1113 a Siresa y a su abad prior García los antiguos
privilegios. En 1134, el prior Iñigo concedió libertad a los chesos y Ramiro II
compensó esta libertad del monasterio.
Bajo la dinastía real de los Ramírez se realizó
la importante obra de la nueva iglesia. En los documentos consta una
restauración de la iglesia en 1152, efectuada por don Arnaldo Dogón, obispo de
Jaca y Huesca, que afectó también a la organización de racioneros. La atención
política se desplazó al valle del Ebro y tierras ibéricas, lo que explica
dilataciones en una obra relegada al lejano valle de Hecho. En un documento de
1239 se recoge que el obispo de Huesca concedía indulgencias a aquellos que con
sus limosnas ayudasen a concluir la obra de la iglesia de Siresa.
Monasterio de
San Pedro de Siresa
Han sido muchos los estudiosos y expertos que
han investigado sobre la iglesia del antiguo monasterio de San Pedro de Siresa,
así como muchas las opiniones ligadas a su construcción, lo que ha dado lugar a
múltiples controversias historiográficas. Las características arquitectónicas
de la iglesia, así como las múltiples reformas y modificaciones que desde sus
inicios se han venido sucediendo, hacen de ella una construcción especialmente
interesante y compleja de interpretar.
Fue Durán Gudiol quien dedujo por unos
documentos que se trataba de una iglesia no ya del siglo X sino anterior, del
siglo IX. Una iglesia correspondiente a un monasterio que había visitado el
cordobés san Eulogio, que tras su estancia escribió una carta dirigida al
obispo Wilensindo de Pamplona fechada el 15 de noviembre del año 851 contando
sus andanzas por distintos monasterios pirenaicos y, entre ellos hablaba del
monasterio de Siresa, siendo abad en aquellos días Odoario, que contaba con
gran número de monjes. El santo describía y admiraba la rica e inmensa
biblioteca del monasterio, de la cual se llevó una serie de rarezas
bibliográficas que pertenecían al activo escritorio de Siresa. Aunque la gran
prosperidad del cenobio, a la que se refieren algunos documentos, hizo pensar
que esta comunidad necesitaba de una iglesia de estas dimensiones, lo cierto es
que las circunstancias económicas del condado de Aragón, que era extremadamente
pequeño y sin recursos, hacen improbable que se levantara en el siglo IX o X.
No hay que confundir la fundación del monasterio, que sí indudablemente sería
de este tiempo, con la construcción de la iglesia. Así algunos autores han
deducido que esta no podía ser la iglesia prerrománica de este convento.
A comienzos de los noventa, cuando fue
restaurada por la Diputación General de Aragón, el restaurador quiso darle un
aspecto carolingio debido a la tesis antes planteada y fue así como se añadió
un cimborrio sobre el crucero. Esto ha motivado una viva polémica entre quienes
defienden un ori gen románico y los partidarios de su adscripción carolingia.
Fue en esta intervención cuando también fue reconstruido el pavimento de la
nave, que se decoró, probablemente en el siglo XIII, con la representación de un
laberinto realizado con piedrecitas de río asentadas de canto.
Rafael Puertas Tricas hizo, en 1991, el
Planteamiento general de las excavaciones de San Pedro de Siresa cuando
descubrió de bajo de la actual iglesia los restos de una edificación anterior
que se califica como cripta o cabecera de un posible templo anterior. Escribe
en las conclusiones que pudiera existir “una estructura anterior a la actual
iglesia, formada quizá por una iglesia de tres naves con cabecera o ábside
cuadrangular. Sería por tanto prerrománica, es decir anterior al siglo XI, sin
que podamos precisar de momento si fue carolingia o mozárabe. Es decir su
cronología y estilo”. Más adelante completa el comentario señalando que “los
principales paralelos para las estructuras arquitectónicas aparecidas en el
subsuelo de Siresa, se encuentran en un grupo de iglesias prerrománicas, en su
mayoría visigodas, con ábside rectangular al exterior y tres naves al interior.
Podemos considerar como un precedente la basílica paleocristiana de Isla del
Rey en Menorca”.
Concluye apuntando la posibilidad de que esta
vieja cabe cera eclesial “quizás parcialmente reconstruida, pudo utilizarse
como cripta en la iglesia actualmente existente, aunque estaría fuera de uso el
resto de los muros que configuraban dicha iglesia prerrománica”. Tras la
restauración se procedió a realizar una excavación en el interior de la
iglesia, no encontrando la cripta carolingia que se buscaba sino una iglesia
del siglo IX. La conclusión de las excavaciones certifica la existencia de una
estructura anterior a la actual, formada por un templo de tres naves con
cabecera o ábside cuadrangular. Sería, por tanto, prerrománica, es decir,
anterior al siglo XI, sin que podamos precisar su cronología y estilo por la
falta de hallazgos, ya sean cerámicos o de otro tipo, que ha impedido dar una
datación absoluta a los muros hallados en las excavaciones.
En los últimos años Javier Martínez de Aguirre
y su equipo de investigación (especialmente para este edificio su estudiosa
Lozano López) han lanzado una nueva teoría sobre la datación del edificio y su
posible promotor. Según estos autores, el edificio que vemos hoy habría sido
erigido en tiempos de Alfonso I el Batallador (1104-1135), monarca que
favoreció con abundantes privilegios y legados a la canónica allí instalada.
Entre otros aspectos, señalan que la planta en cruz y la forma en que los
absidiolos se trasdosan en contra fuertes se podría explicar en caso de haberse
construido con posterioridad a Santa Cruz de la Serós. Además, la combinación
de semicírculo-polígono en la cabecera encuentra un antecedente en la catedral
de Pamplona, proyectada hacía 1100 y consagrada en 1127. Por todo ello, la
década de 1130-1140 será el marco cronológico más probable para la finalización
de los trabajos.
Actualmente, la iglesia de San Pedro presenta una nave única dividida en tres tramos separados por pilastras adosadas al muro, sobre las que se apoya una elevada bóveda de medio cañón reforzada por anchos arcos fajones. El aparejo, realiza do en piedra caliza, se caracteriza por la presencia de hiladas lombardas que coexisten con otra serie de bloques de mayor tamaño. Este tipo de aparejo corresponde con la intervención de dos grupos de canteros contemporáneos, de los cuáles uno de ellos se aferra a las tradiciones locales, mientras que el otro está integrado por maestros mucho más receptivos a nuevas técnicas constructivas que acabaron imponiéndose. Este fenómeno presenta características similares a las del castillo de Ruesta en Zaragoza, bastante próximo a Siresa y, al castillo de Troncedo situado en la zona de la Ribagorza en Huesca.
La nueva iglesia fue comenzada por el ábside,
el cual destaca por sus grandes dimensiones y planta poligonal. En su parte
inferior sin vanos queda reforzado por una serie de contrafuertes de sección
rectangulares en sus ángulos, semejantes para algunos a los del ábside de Santa
María de Iguácel y a los del ábside meridional de la catedral de Jaca. En la
parte superior presenta cinco ventanales abiertos en arcos de medio punto, los
laterales y el central abiertos mientras que los otros dos fueron siempre ciegos
y con función meramente ornamental. Las placas de alabastro que ahora se ven se
colocaron en 1949. Su diseño, escalonado al exterior y derramado al interior,
es también idéntico al de Iguácel. En la cornisa se aprecian algunas ménsulas o
canecillos de estilo jaqués.
Ábside
de la iglesia de San Pedro de Siresa.
A continuación se realizaron las obras del
cuerpo occidental, el cual no está perfectamente alineado con la cabecera, cuya
estructura está estrechamente vinculada al arte lombardo no sólo por su propio
aparejo sino por su misma concepción.
Junto al ábside se sitúan los brazos del
transepto, el del lado sur queda un tanto desvirtuado por la construcción
posterior de una capilla moderna. El transepto presenta igualmente gruesos
contrafuertes, adosados al muro, dispuestos a media altura, entre los que se
intercalan ventana les abocinados de medio punto. Algún autor ha escrito que el
arco mitriforme es uno de los escasos elementos decorativos de la iglesia y
recuerda a los de la Turhalle de San Miguel de Lorsch, cerca de Worms, y a los
de las iglesias francesas de Saint-Généreux y Cravant. Se trata de un elemento
importa do de influencia carolingia. Por último destaca el cimborrio, al
parecer obra de la restauración, cuyas formas sobresalen sobre el resto de la
construcción.
En el muro sur se abren diversos vanos, tres de
ellos son de iluminación al interior en arco de medio punto y abocinados.
También aquí se abre la puerta de ingreso de época moderna, según los gustos
clásicos, en arco de medio punto. A ambos lados de esta puerta se sitúan otros
dos arcos de medio punto cegados, donde algunos quieren ver restos de la
primitiva iglesia carolingia transformada a partir del siglo XI. No se conocen
arcos iguales en Aragón, pero sí en construcciones italianas de los siglos v al
viii, concretamente en las comarcas de Rávena y Pavía, donde abundan. En la
parte de poniente el muro queda rematado por una pequeña torre en cuya parte
superior hay dos vanos de medio punto donde se ubican las campanas.
En el brazo septentrional del transepto,
encontramos una escultura de piedra de difícil explicación que, algunos autores
afirman que puede proceder de otro lugar, se la conoce como “El moro”.
Está orientada en dirección Norte-Sur y representa una pareja arrodillada
abrazándose por la cintura con ambos rostros mirando hacia atrás. Mide
aproximadamente medio metro de altura y entre veinte y treinta centímetros de
anchura.
Forma parte del sillar sobre el que se apoya,
lo que indica una elaboración para su colocación en un lugar terminal, como
aquí la encontramos. Los rostros presentan ojos contorneados, dibujados en la
piedra en bajo relieve; la frente es estrecha, desgastada por la erosión; la
nariz queda sugerida por unos trazos triangulares, bajo los que aparecen unos
labios ligeramente abultados a modo de comisuras; la barbilla abultada enlaza
directamente la cabeza con el cuerpo; los brazos son bastante desproporcionados
por su largura y el acordona miento de las manos; por último la representación
de la punta de los pies se disuelve en el sillar sobre el que nace.
El muro del lado oeste, formado por varios
cuerpos arquitectónicos diferentes, también destaca por su gran volumen y por
constituir una especie de anteiglesia o atrio, siendo vehículo de arquitectura
que asimila elementos carolingios, sobresale de la planta de la nave y se
corona con una torre con diversos vanos para las campanas. En su parte inferior
se abre un arco de medio punto realzado por una imposta que dibuja su forma, el
cual cobija la puerta de ingreso románica, donde destaca su tímpano decorado en
su parte central con un crismón, bastante rústico y con sus habituales
componentes simbólicos, colocado con posterioridad al siglo XVIII. Juan
Bautista Labaña, que visitó el monasterio en 1610, describió en la entrada de
la puerta, sobre un arco, una piedra redonda con letras redondas en relieve;
además, el padre Huesca vio en el atrio el lábaro y el escudo real de Sobrarbe,
estas dos fuentes evidencian las modificaciones que ha habido en este corredor.
Portada
de la iglesia de San Pedro de Siresa.
Portada
Crismón
El interior corresponde a un espléndido y
sobrio edificio de planta de cruz latina. Desde los pies podemos contemplar al
ábside de planta semicircular, cubierto con bóveda de horno, bajo la que se
abren cinco ventanas, a modo de iluminación y, como ya hemos mencionado
anteriormente, adornadas con dobles arcos de medio punto, que se apoyan sobre
medias pilastras con imposta corrida y horizontal que hacen de unión entre unas
y otras. Enmarcando las ventanas, arriba y abajo, otras dos impostas recorren
el ábside.
La nave está cubierta con bóveda de cañón
reforzada por arcos fajones, entre los que se abren vanos de medio punto que
sirven de iluminación. La zona del crucero se cubre actualmente con bóveda de
cañón en piedra sillar, así como los brazos del mismo, en los que se suceden
tres niveles de arcos de medio punto ciegos.
El hastial de los pies corresponde con la
citada anteiglesia vista por el exterior, formando un westerk o anteiglesia en
cuya planta se ubica un pequeño atrio a modo de nártex.
Adopta la forma de tribuna, propia de la
corriente carolingia o ramirense, pues es muy similar a la de Saint-Aubien de
Beaune y a las asturianas de San Miguel de Lillo y Santa Cris tina de Lena. Es
difícil saber qué uso pudo tener. En la parte superior se insertan una serie de
arcos de mayor o menor tamaño, la tribuna propiamente dicha que se sitúa encima
de la ancha puerta de ingreso y se cubre con bóveda de arista.
Estas ventanas de medio punto, abiertas al
principio, se cegaron después y permanecieron así durante mucho tiempo. Su
reapertura es fruto de la última restauración. El acceso se realiza por la
escalera que arranca en el lado norte, tras pasar el umbral de una puerta
realizada con diversos restos de las diversas partes con que contó esta
iglesia. A ambos lados, sobre tarimas de piedra, encontramos las dos grandes
pilas bautismales, cuya función hoy es meramente decorativa. La de la derecha,
fabricada en jaspe, es mucho más moderna y la otra ha sido utilizada hasta
tiempos recientes. El piso estuvo alfombrado por un laberinto circular de tipo
cretense datado en el siglo XIII. Éste quedó mutilado al colocarse losas de
piedra a los lados en obras posteriores. Tras la última restauración se ha
vuelto a recuperar.
En principio no hubo más que el altar
principal; en todo caso uno a cada lado en los muros orientales del transepto,
aunque se ha llegado a ver hasta nueve, todos ellos de finales de la Edad Media
o principios del Renacimiento. Tras las últimas modificaciones se han reducido
a cinco.
Durante las obras últimas obras de restauración
que se llevaron a cabo, tuvo lugar un hallazgo excepcional. Cuando se procedía
a quitar el viejo altar de mampostería, adosado al absidiolo situado en frente
del transepto meridional, se descubrió una soberbia talla de madera de nogal de
Cristo Crucificado. La imagen se encontró en posición horizontal y tenía los
brazos separados del torso y próximos al cuerpo, para favorecer su
conservación. La escultura, de factura extraordinaria, mide más de dos metros de
altura. Fue trabajada en madera de nogal y conserva todavía restos de
policromía. Por la posición caída del brazo derecho y la inclinación de la
figura, se sospecha que pudo pertenecer en origen a un Descendimiento en el
cual participaron otras piezas escultóricas.
La imagen de gran tamaño representa a un hombre
joven que acaba de morir, ya en la Gloria, tal y como simbolizan sus ojos
cerrados y su boca entreabierta. Se trataba de un Cristo de cuatro clavos, de
tradición temprana en la Edad Media. Conserva los dos orificios en los pies que
lo sujetaba al madero de la cruz y un hueco en la parte alta del dorso que,
como indica María del Carmen Lacarra, pudo estar preparado quizás para contener
un fragmento del Lignum Crucis que era venerado en el monasterio de Siresa en
tiempos del conde Galindo Aznárez I. La cabeza está inclinada sobre su hombro
derecho; el cabello peinado con raya en medio de la frente y cabellera recogida
detrás de las orejas hasta los hombros; y la barba, rizada en forma de volutas.
Su rostro trasmite serenidad, debido a la delicadeza con que se trabajaron sus
rasgos. Los ojos son grandes y cerrados, la nariz recta y algo puntiaguda, y la
boca entreabierta, rasgo que humaniza y sugiere expresión de agonía.
En su anatomía se aprecian detalles que
anuncian un incipiente naturalismo, particularmente en la zona del tronco. Las
piernas se representan de forma esbelta, con grandes pies y largos dedos muy
finamente talla dos. La talla conserva restos de policromía original en restos
de gotas rojas de sangre en la zona del rostro, la herida del costado derecho,
en la tela del perizonium, piernas, manos y pies. El Cristo de Siresa posee
rasgos propios de los crucificados realizados en el segundo tercio del siglo XIII,
por lo que claramente se fecha en esta época. Tras su restauración, la
escultura se colocó en el transepto norte.
La iglesia de San Pedro de Siresa también
guarda otros interesantes bienes muebles entre los que destacan dos tallas de
la Virgen, fechables igualmente en el siglo xiii, conocidas como la Virgen de
Siresa, entronizada y con el Niño sentado en la rodilla izquierda, que se
encuentra algo deteriorada y se conserva en la sacristía. La otra imagen es la
de Nuestra Señora del Pueyo, titular de la ermita que se levanta en el propio
casco urbano de Siresa. Es una figura también sedente en madera dorada, con el Niño
en su rodilla izquierda.
En el transepto sur encontramos el retablo de
San Juan Evangelista, pintura al temple sobre tabla, del XV de Blasco de
Grañén, el retablo de la Santísima Trinidad, pintura al temple sobre tabla, del
S XV atribuido a Pedro García de Benabarre y el retablo de Nuestra Señora del
Rosario, pintura al óleo sobre tabla, del XVIII.
La decoración del templo, no es al estilo
jaqués dado a la profusión de capiteles y motivos geométricos o vegetales en
impostas y ábacos, sino sobria y carente de esculturas. La única decoración la
constituyen la presencia de arquería ciega a varios niveles alternando con los
vanos de iluminación y las impostas descritas. Pero tampoco recuerda al estilo
lombardo, muy diferente a pesar de su similitud en la sobriedad escultórica.
Siresa es, felizmente diferente. Esa sobriedad decorativa probablemente se deba
a su edificación en tiempos de Alfonso I "El Batallador", al
igual que sucede con San Pedro el Viejo de Huesca, templo con el que guarda
algún parecido estructural.
Situada frente a la puerta sur, adosada al muro
norte, encontramos la talla románica de la Virgen de Siresa en madera
policromada. Es una talla sedente, una "Virgen-Trono"
sustentando a Cristo sobre su rodilla izquierda. Es obra del S XIII.
A los lados de la puerta oeste hay dos
pilas bautismales; una moderna jaspeada y otra más antigua cinchada con aros
metálicos. Junto a la segunda de ellas y sobre un pedestal sorprende la
contemplación de una basa ática con bolas jaquesas en sus esquinas que no
concuerda con el estilo del templo. Cronológicamente lo más similar sería el
tímpano con crismón de la portada oeste.
El Altar Mayor está presidido por la figura de
San Pedro sentado en su catedra, con la tiara papal y las llaves del Cielo en
sus manos. Es obra en piedra policromada realizada en 1604 en estilo barroco
por Juan de Bescós. La talla procede del antiguo retablo de la Catedral de
Jaca.
Leyendas
El
Santo Grial
Se dice que en un hueco abierto en
el ábside se encontró el Santo Grial, al que se relaciona
también con algunas otras edificaciones religiosas de las cercanías, como
el monasterio de San Juan de la Peña, la cueva de Yebra de Basa,
la iglesia de San Adrián de Sásabe, San Pedro de la Sede Real de
Bailo, o la Catedral de Jaca, hasta su posterior traslado a Valencia,
concretamente a su catedral después de pasar
por Zaragoza y Barcelona.
Iguácel
La iglesia del antiguo cenobio de Santa María
de Iguácel, declarada Bien de Interés Cultural en 1990, se encuentra en el
extremo más septentrional del valle de la Garcipollera o valliscepollaria
(valle de las cebollas), que desemboca en el río Aragón junto al pueblo de
Castiello de Jaca. Este valle se encuentra en la actualidad prácticamente
abandonado. Hasta hace pocos años tuvo varios pueblos, que fueron abandonados y
cuyo estado de ruina es ya inevitable.
El acceso podemos realizarlo por la pista
forestal que arranca de Castiello de Jaca, dejando a nuestro paso Bescós de la
Garcipollera, Acín de la Garcipollera y por último Larrosa, remontando hasta el
río Ijuez hasta casi su cabecera. El recorrido puede realizarse por la pista en
coche hasta este punto; una vez allí debe cruzarse el curso fluvial, sin que
exista puente ni paso especial a la otra orilla y, en unos pocos metros,
siguiendo el camino que nos dirige al Norte, se ubica esta magnífica construcción
románica.
Encontramos referencias documentales ya en 1068
en el Cartulario de San Juan de la Peña, donde aparece citado como Sancta
Marías de Ibaucele. En él aparecen diversas donaciones al monasterio y la
pertenencia del mismo al conde Sancho Galíndez. Este conde gobernó diversas
propiedades pirenaicas como Boltaña, Atarés y Sos. Recibió como herencia de sus
padres, entre un ingente patrimonio, una iglesia dedicada a Santa María en este
lugar, que él reconstruyó junto con su mujer Urraca. El templo tuvo muchos devotos,
entre los que se encontraba el propio rey Sancho Ramírez, quien con motivo de
la construcción de la actual iglesia donó a la misma la villa de Larrosa. Ya en
1080 vuelve a nombrarse en el mismo cartulario, con motivo de la consagración
de la nueva iglesia del monasterio benedictino de San Juan de la Peña, donde
aparece la donación en el mismo año de la iglesia de Santa María de Ivozore,
por el conde Sancho Galíndez al monasterio pinatense, cuyos monjes la
convirtieron en priorato dependiente de aquella abadía.
El primer prior de Iguácel fue Lupo, a quien
sustituyó en 1092 Fortuño. En 1094, Pedro Sánchez, hijo del conde Sancho
Galíndez, concedía aceite y cera para iluminar la capilla durante la Cuaresma
mientras viviera. A finales del siglo XII, los benedictinos abandonaron la
iglesia y ésta pasó a ser ocupada por monjas del Císter hasta bien entrado el
siglo xiii, cuando se trasladaron al monasterio de Santa María de Cambrón,
cerca de Sádaba, en las Cinco Villas. Encontramos un documento que hace
referencia a este hecho, fechado en Barbastro, el 9 de mayo de 1208, donde
Pedro II, rey de Aragón, autoriza a doña Ozenda y a su hermano García Romeu a
construir un cenobio de la Orden del Císter en el lugar de Cambrón, añadiendo a
esta autorización dos donaciones. Una de éstas hace referencia a Sancta María
de Juocer, in ualle cebolera, retirándola, a todos sus efectos de la órbita de
San Juan de la Peña.
Al parecer las religiosas de aquel lugar debían
soportar las asperezas y el mal clima, pero debemos añadir que fue un papa el
que determinó prohibir la existencia de comunidades religiosas femeninas en
lugares apartados, por los peligros que corrían o por poder transformarse en
algo muy distinto a lo que pretendían ser. A partir de 1245, la iglesia de
Iguácel aparece documentada de nuevo como pertenencia del monasterio de San
Juan de la Peña. Ya en el siglo xvi pasó al monasterio de Santa Lucía de Zaragoza,
lugar en el que acabaron viviendo las monjas que lo habían habitado.
Es interesante hacer referencia a la
descripción que Fray Alberto Faci nos hace de Iguácel en 1703 y 1750, en su
obra Aragón. Reyno de Christo y dote de María Santíssima, ya que aporta
numerosos datos y descripciones históricas:
“En las Riberas del Río Ichuez, y en los
términos del Lugar de la Rosa, título, y cabeza de su Condado, a distancia de
media legua de este, y los Lugares de Assin, y Cenarbe, se conserva muy
venerada cerca de los Montes Piryneos, sobre la Ciudad de Jaca la antigua
Hermita de N. Sa. de Iguazel, o Iguazan, como la llama el Abad D. Juan Briz
Martínez: los antiguos, porque se dize de el Esposo, que anda saltando en los
montes procuraron llevar á ellos á sus Esposas, las Virgines consagradas por su
pureza á aquel Divino Señor, como dize el mismo Autor: por este motivo quizá N.
Antiguos Reyes dieron á las Religiosas Cistercienses para Monasterio el sitio
de N. Sa . De Iguazel, Iguazar, ó Ibozar y en el vivieron mucho tiempo con las
pingues rentas, que las cedieron, siempre pios, y oy se ven algunos vestigios
de aquel Real Monasterio, que indican, quan Magnifica era su fábrica: El primer
Monasterio, que aquí hubo, fue de Monjes Benitos, fundado por el Conde Don
Sancho, Abuelo de Don Pedro de Atheres, aquel, que estuvo tan cerca de ser Rey
de Aragón y de quien descienden los de la Casa de Borja; fue después de San
Juan de la Peña, dicho Monasterio, y al fin por donación, ó permuta con otros
Lugares del Honor de Mathidero, que hizo el Real Monasterio de San Juan de la
Peña Á Don Pedro II de Aragón, fundó este Rey el de Monjas de S. Bernardo,
donde vivieron, hasta que después de muchos años considerando dichas
Religiosas, que el sitio por muy frio, era casi inhabitable, trasladaron su
habitación á los términos de Cambron cerca de la Villa de Sadava, hasta que
después con autoridad de Sixto V. Fue trasladado al Monasterio segunda vez al
sitio, que oy logra en Zaragoza, llamado Santa Lucía, en donde han florecido
siempre la virtud, y la Nobleza: Estas Religiosas son las que tan dilatados
años se emplearon el alabanzas de N. Señora en su Santa Imagen de Iguacel”.
“Después de la deserción, que hizieron éstas Religiosas de dicho Monasterio,
quedó la Sa. Imagen. Venerada en la misma Iglesia por los Nobles Montañeses,
que siempre experimentaron soberanos favores en sus Aras: esta Sa. Imagen según
la tradición de todos los pueblos vecinos fue en aquellos antiguos siglos
Aparecida, y desde estos ha quedado siempre heredada en ellos la devoción de la
Reyna Soberana de los Cielos”.
Dicha imagen de la Virgen sedente, tallada en
madera en el siglo XII, se conserva actualmente en el Museo Diocesano de Jaca y
vuelve en romería a la ermita de Iguácel el día de su festividad, el segundo
domingo de julio, recuperando la tradición y reuniendo a numerosos habitantes
de los pueblos del valle.
Iglesia de Santa María de Iguácel
Historia
Su origen se remonta a los años 1040 o 1050 en que
comienza su construcción por orden del conde Galindo, un importante señor
aragonés de entonces. Después de su muerte, y heredada por su hijo el
conde Sancho Galíndez, la iglesia fue remodelada al gusto de su nuevo
dueño, muy cercano al de la catedral de Jaca, como se aprecia en la
inscripción que se encuentra en la parte superior de la portada. Se data el
final de las obras en 1072, año en el que se acabaron las obras de remodelación
que se hicieron siguiendo los gustos de la corte jaquesa, sustituyendo la
puerta oeste por un pórtico jaqués con tejaroz sostenido por canecillos y una
importante inscripción bajo ellos que data la iglesia y a sus autores. Además
se adornaron todas las ventanas con pares de finas columnas rematadas en
capiteles. También se hicieron remodelaciones en el interior, decorando el
ábside con arquería ciega de cinco elementos, que dejó sin función a los
ventanales originales. Sin embargo, la torre cuadrangular es posterior,
siglo XIII o XIV. También la decoración del ábside se hizo en
siglos posteriores, en el siglo XV, con pinturas góticas en las
que se representan figuras de santos, la vida de la virgen y el calvario de
Cristo. Las primeras noticias del templo se encuentran en un escrito de 1068.
En 1080, el conde Sancho Galíndez y su esposa
donaron la iglesia al monasterio de San Juan de la Peña. Más tarde se
instaló una pequeña comunidad de monjas cisterciense que permaneció hasta 1212,
cuando se trasladarían a Cambrón donde los inviernos no eran tan duros, y al
final la comunidad se trasladó al monasterio Cisterciense de Santa Lucía de
Zaragoza.
En la Obra de Ricardo del Arco de 1942 hace
mención del templo diciendo que lo ocupaban monjes benedictinos, comunidad
establecida por su fundador el Conde D. Sancho. Trasladados al monasterio de
San Juan de la Peña en el reinado de Pedro I (inicio del XII) el monasterio fue
ocupado por una comunidad de religiosas bernardas, que posteriormente se
trasladaron a Cambrón y de allí -antes de 1454- a Santa María in Foris de
Huesca hasta 1473 en que regresaron a Cambrón. De allí por privilegio de Sixto
V pasaron a Zaragoza, al convento de Santa Lucía.
Descripción
La importancia del edificio estriba en ser una
de las primeras iglesias de Aragón con cabecera semicircular, característica
que se extendería más tarde por toda la Jacetania. Además presenta importantes
pinturas murales y esculturas. Su construcción se realizó en diferentes etapas.
Se trata de un edificio de planta
rectangular, de única nave, de gran altura, cerrada con una techumbre de madera
a dos aguas.
La cabecera está formada por un
corto presbiterio cubierto por una bóveda de cañón que
termina en un ábside cerrado por una bóveda de horno o de
cuarta esfera. La nave se abre en tres puertas: la frontal, al Oeste, una
lateral en el muro Sur y una al Norte que da acceso a la torre cuadrangular.
La portada de la iglesia sobresale en un cuerpo
que se prolonga hacia arriba en dos contrafuertes que escoltan el ventanal
superior, en forma de arco de medio punto que se sustenta sobre dos columnas
lisas con capiteles decorados con figuras humanas.
El conjunto de la portada se forma con cinco
arquivoltas: la primera dovelada, la segunda con palmetas, luego un
baquetón dividido en tres y por último una arquivolta dovelada rematada con
otra formada de taqueado jaqués. La primera arquivolta descansa sobre dos
capiteles de palmetas que decoran las jambas de la puerta. Sobre esta
portada se sobrepone un tejaroz sostenido por canecillos, un tejado saliente.
Sobre esta portada hallamos una inscripción, escrita en la remodelación de 1072,
en latín en la que se puede leer:
Esta es la puerta del Señor por donde
entran los fieles en la casa del señor, que es la iglesia fundada en honor de
Santa María. Ha sido fabricada por mandato del conde Sancho junto con su esposa
Urraca. Ha sido terminada en la era 1110 (1072 en nuestro calendario actual),
reinando Sancho Ramírez en Aragón, el cual ofreció por su alma en honor a Santa
María la villa llamada Larrosa, para que le dé el Señor la vida eterna, amén.
El escritor de estas letras se llama Aznar y el maestro de las pinturas se llama
Galindo Garcés.
Esta inscripción es muy
rara, pues muy pocas veces se puede encontrar en iglesias de estas dimensiones
a los autores de las obras, parece ser que tienen un sentido propagandístico.
De las pinturas que Aznar, autor de esta inscripción, dice hechas por Galindo,
hoy no quedan restos pues posteriormente se pintaron otras góticas.
Fachada
Existen
otros vanos: dos ventanas laterales en el muro Sur de arco de medio
punto, soportado por dos pequeñas columnas con
un capitel decorado con motivos vegetales, unida por una imposta a la
altura de los capiteles que a modo de cornisa decorada las une.
Además aparecen tres ventanas más en el ábside, formadas por arcos de medio
punto, apoyadas en capiteles decorados, hoy restaurados, y otros cuatro vanos
en el campanario.
El ábside tiene
cuatro contrafuertes, dos en los extremos, dividiendo el muro en
tres paños, en los que se abren los tres ventanales. A la altura de los
capiteles se desarrolla una imposta que une los tres vanos. La cornisa del
ábside está decorada con ajedrezado, asentándose sobre canecillos. El interior
del ábside está decorado con pinturas, clasificadas como pintura gótica
internacional del siglo XV; por debajo se encuentran representados los
apóstoles y más por debajo, separados por las ventanas, escenas de la virgen,
por encima se representan escenas del calvario de Cristo rodeadas por ángeles.
La iglesia tiene un
conjunto escultórico románico considerable formado por: capiteles (en
un total de 22 piezas tanto en el interior como en el
exterior), modillones con decoración vegetal, geométrica y figurativa
y una basa de columna fechados en el siglo XI.
La talla románica de la
virgen, de Iguácel (que comparte características con las tallas románicas de
Agüero y Ayerbe), al igual que ocurre con el resto de las obras escultóricas
exentas que tenía en su interior, se conservan en el Museo Diocesano de
Jaca.
Monasterio de Santa María de Iguacel
En la reforma que llevó a cabo en
1072 el conde Sancho Galíndez en el templo heredado de su padre edificado hacia
1040, se efectuó una "modernización" del mismo, adaptándolo al
nuevo estilo de moda en el joven reino. Hablamos del románico francés o
internacional que trajo la apertura del reino a las corrientes
europeas. El sobrio templo de principios del XI en el que toda su
decoración se resumía en una moldura biselada a modo de cuadro escalonado en su
fachada sur y otras similares al interior y exterior del cilindro absidal,
recibió una buena muestra del arte jaqués.
Excepcional es el capitel del lado de poniente
en el ventanal sur absidal que muestra torsos de personas sobre un fondo
ondulado que según los medios consultados se interpreta como agua o como fuego.
El mismo tema se repite al interior, así como en la catedral de Jaca, con
figuras mucho más clásicas y elaboradas y en el Castillo de Loarre.
Leones, águilas (a ambos lados del ventanal central absidal), palmetas,
volutas, piñas. A continuación muestro todos ellos.
Los canecillos que sustentan el tejaroz
sobre la magnífica inscripción que da fe de la iglesia, son de muy buena
hechura. Se decoran en todas sus caras libres con exquisito cuidado. Palmetas,
entrelazos, figuras humanas, fieras... Incluso un exvoto en forma de pierna que
algún caballero o cantero debió de perder y ofreció a la virgen.
Ábside
Detalle de la portada de la iglesia donde se pueden observar perfectamente las arquivoltas
Detalle de uno de los capiteles originales de la iglesia
Los capiteles del pórtico oeste -al gusto
jaqués- y la decorada basa del septentrional que muestra lo que parece un
león descabezado por algún vándalo. La excepcionalidad también alcanza al
hecho de existir capiteles de influencia corintia en lo alto de las jambas
rectas de su portada oeste. Su perfil es cuadrado, en contra del troncocónico
habitual. Además, la hechura de palmetas pitones y volutas señalan gran
sencillez en sus maneras, que raya en lo arcaico. Probablemente procedan de la
primitiva decoración del templo inicial, antes de recibir la portada al modo
jaqués. (Hay que reseñar que en el ángulo de esos capiteles cuadrados de
regusto arcáico, hay motivos alargados que coinciden con lo que he señalado
como las espigas florales del acanto, genial aportación del maestro de Jaca
expendida a o largo de toda la ruta jacobea).
Interior
Al interior lo primero que llama nuestra
atención es la considerable altura de la nave que acaba en ábside cubierto por
cuarto de esfera con doble imposta enmarcando el espacio destinado a las
arquerías. Por delante posee un corto presbiterio cubierto por medio cañón. En
la imagen se muestra el cilindro absidal con las cinco arcuaciones ciegas
cegando las ventanas originales y también la decoración pictórica del XV
restaurada entre los años 1976 y 1982.
Las pinturas que se hallaron y consolidaron en
el cilindro absidal corresponden al estilo denominado gótico internacional. Son
del XV. Muestran una serie de figuras de santos, identificados en alguno de los
casos en su nimbo; como es el caso del dominico San Pedro Mártir quien comparte
lugar preferente con Santa Apolonia, patrona de los dentistas, en el cilindro
absidal. Ambos poseen mayor módulo que los demás (Imagen 10, y página
siguiente). Carmen Lacarra señala que los personajes de la zona inferior del ábside
compusieron un apostolario: "Desde el lado del evangelio estaría primero
la figura de san Pedro para formar pareja con la de san Pablo situada en el
extremo opuesto; luego tal vez san Juan Evangelista que no se encuentra entre
los conservados, para continuar con san Mateo -incompleto- seguido de san
Matías, dos apóstoles desaparecidos (¿san Andrés, san Simón?) que fueron
sorprendentemente sustituidos por dos santos de posible devoción local: santo
Domingo de Guzmán (al que un poco ilustrado artífice dio los atributos de san
Pedro de Verona) y de santa Apolonia, santa muy popular en Aragón como abogada
contra el dolor de muelas y demás males de la dentadura. Seguidamente, se
localizan san Felipe, santo Tomás, Santiago el Menor, san Bartolomé, Santiago
el Mayor con bastón de peregrino y sombrero y san Pablo" (Anales de Hª del
Arte, nº 4, pp. 607 y 608, 1994)"
Las escenas que decoran los vanos de la
arquería absidal muestran escenas en relación con la vida de la Virgen a la que
se dedicó el templo. Centra el ábside una escena de la Virgen de la Buena Leche
a la que pudorosamente le colocaron el pecho a nivel del cuello (Imagen 5).
También una Epifanía y un Nacimiento (Imagen 6) en el que el niño parece
estar pintado sobre una caja, más que hallarse dentro de su cuna.
Al lado norte del cilindro absidal hallamos a
los apóstoles de los que destaco la curiosa representación de Judas, al que se
señala con la bolsa del dinero en la mano derecha y nimbo negro, de color
opuesto al del resto, que es blanco
Pinturas de Santa Mª de Igüacel.
Pinturas murales de Santa María de Iguácel.
Réplica de la Virgen de Santa María de Igüácel
Pintura mural. Santa María de Iguácel.
Capiteles
1
2
3
4
5
6
7
8 9
10
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20
21
22
Borau
Dos rutas hallamos desde Jaca que conducen al
lugar de Borau: desde el valle de Aísa, accediendo a su homónima carretera
desde el Paseo de la Constitución de Jaca, o siguiendo el recorrido del río
Aragón hacia su nacimiento, por el valle de Canfranc. Sobre este segundo
recorrido, un desvío se abre a la izquierda, poco antes de llegar a Villanúa;
las correspondientes indicaciones nos advierten de la próxima localización de
Aratorés, Borau, y por supuesto del enclave artístico destacado de la zona: San
Adrián de Sasabe.
A escasos 14 km de Jaca, y a 86 de Huesca, la
población de Borau se alza a 1008 m de altitud. La carretera, sinuosa, nos
ubica de tal manera desde el automóvil que gozamos de una vista extraordinaria
sobre la villa, contemplando sus viviendas típicamente escalonadas. Limita al
Este con el valle de Canfranc y al Oeste con el valle de Aísa, mientras, al
Norte encontramos la frontera francesa, y al Sur, discurre el río Aragón, junto
a las poblaciones de Jaca, Caniás o Araguás.
La primera mención con la que contamos del
lugar data de 1100-1104. El documento hace referencia al acto de consagración
de la iglesia del antiguo cenobio de San Adrián de Sasabe o Sásave.
San Adrián de Sásave
El monasterio de San Adrián de Sasabe,
fundado a finales del siglo IX, sirvió de sede al primer obispo
del condado de Aragón y se encontraba en el Valle de Lubierre,
en el actual municipio de Borau. Todo lo que queda en la actualidad es la
iglesia románica de San Adrián de Sasabe, originaria del siglo XII,
puesto que del monasterio seguramente queden ruinas enterradas.
La iglesia formaba parte del antiguo
monasterio, que fue el más importante del condado de Aragón en el
siglo X y fue una de las sedes de los obispos de Aragón (en su etapa
itinerante, sin sede episcopal única debido a las incursiones sarracenas
del emirato primero y del califato de Córdoba después)
hasta 1077, cuando los obispos se trasladaron definitivamente a Jaca. Aún
existe una inscripción en la iglesia de San Adrián de Sasabe que dice: "Aquí
descansan tres obispos". El primero de esos obispos fue Ferriolo,
intitulado obispo sisabensis, que fue consagrado por el obispo de
Pamplona a principios del siglo X, cuando los condes de
Aragón pasaron a ser los reyes de Pamplona de la Dinastía
Jimena mediante un cambio de dinastía por vía matrimonial (junto con una
ocupación militar navarra hasta el valle alto del río Gállego).
El monasterio estaba situado en el mismo lugar
en que levanta la iglesia hoy, en la margen izquierda del
río Lubierre (afluente del río Aragón), poco después de la
confluencia de los arroyos Cáncil y Lupán, que forman el citado río Lubierre.
Se accede a la iglesia a través de la pista forestal HF-3102-AA, que se toma
desde la carretera vecinal, de Borau a Aísa, HU-V-2201 cuando
ésta abandona el valle del Lubierre. Después de estar sepultada durante varios
siglos, los vecinos de Borau pidieron que se desenterrara la iglesia, pues
estaba llena de aguas estancadas.
Se dice que los obispos de Huesca, en su
huida de los musulmanes, se ocultaron en San Adrián de Sasabe con el Santo
Grial para protegerlo de los invasores.
Historia
Durante los 380 años de
dominio morisco en gran parte de la actual región de Aragón,
los obispos de Huesca buscaron refugio en los monasterios de los
Pirineos, que se habían salvado de la invasión islámica. Durante este tiempo,
trasladaron su sede episcopal a Jaca, Siresa, San Juan de la
Peña y San Adrián de Sásave, hasta que Huesca volvió a ser obispado en
1096.
Alrededor de 1050 el monasterio fue
reconstruido, entre 1100 y 1104 la iglesia fue terminada. Según la leyenda,
el Santo Cáliz se guardó aquí antes de ser llevado al Monasterio de
San Juan de la Peña y más tarde a la Catedral de Valencia, donde todavía
se venera hoy en día en su propia capilla.
Con el paso del tiempo, la iglesia fue
enterrada. Solo la parte superior, a la que se podía acceder a través de una
ventana sobre el portal oeste, era utilizada por los pastores como refugio. A
pesar de su exposición, la iglesia continúa en riesgo de inundaciones.
Arquitectura
La iglesia está construida con piedras talladas
regularmente y cuidadosamente ensartadas. Al este de la nave de
una sola nave hay un yugo de coro estrecho y rectangular y
un ábside semicircular cubierto con una calota. El coro se eleva
por tres escalones. En el lado norte de la nave, una puerta se abre a la torre,
de la cual solo queda la subestructura. Los dos portales de la iglesia se
encuentran en las fachadas sur y oeste.
La iglesia de San Adrián es templo de nave
única, orientado y acabado en ábside semicircular al este. En él se mezclan con
elegancia las formas de hacer de quienes aprendieron a edificar templos con los
maestros lombardos y las nuevas corrientes constructivas y escultóricas
que desde la emergente Jaca irradiarán a todo el mundo románico. Su gran
altura de nave, que no aparenta al exterior tanto al estar todavía soterrados
los últimos metros de la misma y la portada jaquesa implementada en un templo
lombardista, la relacionan directamente con lo visto en Iguacel, si bien
aquella es de mayor antigüedad en su obra original. Aquí el templo transmite la
sensación de que puede haber sido edificado en una única campaña sobre otro
preexistente, con dimensiones aúlicas al modo de Iguácel, pero con hechura de
sillares ya de un primer momento jaqués y no con aparejo de sillarejo
lombardista, como se inició Jaca.
Al igual que Iguacel, cuenta con una segunda
portada hacia la parte delantera del muro sur y una torre adosada a su costado
norte comunicada con la nave. Ambas portadas se hallan bajo el nivel del actual
terreno y para acceder a ellas se construyeron unas cajas de escalera pétrea
con sus correspondientes peldaños. En un sillar cercano a la portada sur,
un poco hacia poniente, hallamos la inscripción que recuerda que en este lugar
descansan los restos de tres obispos de Aragón: "HIC REQVIESCVNT
TRES EPISCOPI".
Ábside
La pared exterior del ábside se divide en
tres secciones de la pared, cada una de las cuales está atravesada
por una estrecha ventana de arco de medio punto. Los arcos ciegos se basan
en piedras en voladizo esculpidas con rosetas. En una piedra en
voladizo se representa una cabeza, en otra una cruz isósceles que incluye una
mano.
Además el templo, a pesar de su evidente
acabado formal lombardista, comparte rasgos conceptuales del románico pleno
como es el caso de la escultura integrada, entendiendo por tal, las
decoraciones de las ménsulas absidales y por supuesto los dos capiteles de su
portada oeste.
La planta del templo es de una nave
rematada a oriente por medio de ábside decorado al exterior con arcuaciones
lombardas (5-5-5), dos lesenas marginales y otras dos mediales que configuran
tres segmentos centrados por sus respectivos ventanales. Su orientación es
canónica con su ábside edificado hacia el sol naciente. Adosado al costado de
la cabecera del muro norte queda el arranque de su torre que en la actualidad
alcanza el nivel del alero de la misma.
Hay que recordar el hecho de que a pesar de
haber sido rescatada de su secular enruna, los últimos dos metros de esta
cabecera permanecen bajo el nivel del suelo. Tan solo cuatro hiladas a partir
de la base de los vanos aparecen vistas. Con la referencia de los vanos, un
vistazo al interior nos permite hacernos una clara idea de lo
señalado así como del motivo de que siga filtrando agua por los mechinales
interiores más bajos.
Los ventanales absidales aparecen rehundidos y
con doble derrama, sin motivos ornamentales. En la actualidad se han
ocluido sus vanos con placas de alabastro. Los arquillos ciegos lombardos
apean, además de en sus respectivas lesenas, en una serie de doce ménsulas
-cuatro por lienzo- de las que ocho se decoraron con escultura o trazos incisos
y cuatro son lisas.
Hay un motivo escultórico que creo puede
ser importante. Ocupa la primera ménsula del lado norte del ábside y muestra
una cabecita imberbe delicadamente tallada, con ojos almendrados, finos labios
y un peinado que aparenta casco. Este es el motivo escultórico que se ha
mencionado como "signum" en referencia a Sancho de Larrosa,
penolista de la catedral oscense que firmaba sus escritos con una carita
sonriente y que fue abad en este lugar en el momento de su consagración, por lo
que es dado pensar que lo fuese en la última fase de la obra en que se colocan
ménsulas y aparejan bóvedas. Recuerdo que 1104 es la fecha de la consagración
de este templo por el obispo Esteban de Huesca y que Sancho de Larrosa firma
escritos en esa ciudad entre 1098 y 1101. Una carita similar la he visto
en la muralla del Castillo de Loarre.
En el lienzo central, al lado sur sobre la
ventana hallamos una ménsula decorada con una cruz de brazos redondeados e
iguales sujetada por una mano izquierda. Sobre ella, a cada lado del vástago
superior hay sendos bezantes o perlas.
Otras ménsulas lucen motivos de simetría
hexagonal radial como la hexapétala o la rueda solar de seis radios que pueden
ser labradas a partir de un mismo esquema común geométrico. En la ménsula
podemos ver el trazo sencillo del escultor para ubicar en ella los motivos a
labrar. El central es una figura circular de seis radios y las restantes
muestran cinco parejas de semicírculos concéntricos, uno de los cuales ya se ha
señalado en el interior para esculpir una palmeta. Es pues una ménsula inacabada,
al igual que otra también del lienzo sur (la última, junto a la lesena
marginal) que muestra una fina retícula formada por líneas diagonales paralelas
entrecruzadas que componen cuadraditos y sus diagonales, quizá para vaciarlos
formando retícula de triángulos (?).
La preciosa hexapétala tiene un detalle a modo
de zarcillo que me evoca a lo visto en un ábaco de Iguacel
Roseta
Portal oeste
La portada oeste se halla en un cuerpo
ligeramente adelantado al muro de poniente. Se compone de tres
arquivoltas, rectas las de los extremos y decorada con recio baquetón situado
entre otros dos más delgados, la central. Por fuera, guardapolvo de ajedrezado
jaqués. Apean en imposta corrida que se prolonga por los laterales del cuerpo
que contiene la portada. Su decoración a base de palmetas de bella decoración
exterior es muy elaborada tanto en la zona correspondiente a los ábacos como
sobre las jambas del vano, siendo lisa al exterior. Hay señales de que esa
portada tuvo un tejaroz protegiéndola hoy desaparecido y sustituido por unas
hiladas añadidas de sillarejo y mampuesto con tejadillo de pizarra
cubriéndolos.
La arquivolta central apea en capiteles
labrados, con sus columnas y basas. El situado al lado norte es magnífico. Su
cesta luce decoración a cuatro niveles: caulículos estriados al modo clásico
entre los que hallamos motivos decorados con tres filas de sogueado. Por
debajo, hojas vegetales y en las esquinas pitones jaqueses estriados. Más abajo
hojas vegetales que se incurvan y lucen bolas (¿perlas?) en sus extremos. Y en
la base, sobre el collarín, palmetas. Elaborada ejecución en la que hallamos la
esencia del estilo jaqués. Merece la pena acercarse al templo solo por
contemplarlo.
Capiteles de la portada
Interior
El interior ha sido durante mucho tiempo un
verdadero aljibe y había que hacer algún equilibrio para pasar por la bancada
que rodea la nave por su izquierda para llegar hasta la cabecera. En
compensación, las imágenes producidas por los reflejos del agua eran
espectaculares. Ello era fruto del lugar de edificación del templo entre dos
barrancos: Calcil y Lupán. La elección de este lugar para edificar el templo es
extraña. Hablamos de un tipo de edificios que por lo general buscaban la roca
viva para su asiento y la proximidad de cursos de agua, pero no en zonas
inundables. Alguna causa muy poderosa hubo de concurrir para afrontar tanta
dificultad.
En lo estructural, la cabecera se compone de
cilindro absidal cubierto por bóveda de cuarto de esfera. Tres alargados vanos
rehundidos y de doble derrama vierten luz "trinitaria" al
altar. Por delante, presbiterio corto de tradición lombarda cubierto por medio
cañón. La imposta con ligera decoración a base de delicado baquetón e su
borde libre al igual que lo visto rematando el exterior del ábside, delimita
cilindro y presbiterio de sus bóvedas.
Tres escalones sobreelevan el espacio
sagrado de la nave destinada a los fieles. Circundando la nave hay un
canaloncillo excavado en su suelo que encauza el agua al exterior. Su rumor
continuo es como un mantra que nos recuerda dónde está el templo y su gran
diferencia con el resto de los templos románicos.
Barós
Desde Jaca, en dirección Sabiñánigo por la
N-330, después de pasar las dos instalaciones deportivas que constituyen las
Pistas de Hielo de Jaca, anejas a la carretera, toparemos con una rotonda desde
la que, tomando el desvío de la derecha, hallaremos, a una distancia de no más
de 3 km, la pequeña localidad de Barós, sita entre los barrancos de las
Tejerías y Riazo. A 993 m de altitud se despliega, en un llano, un caserío
variopinto, que mezcla lo tradicional con lo moderno, configurando una estética
clásica, sin estridencias. Desde allí, en la orilla izquierda del río Gas y
bajo el perfil septentrional de la Peña Oroel, podremos contemplar la ciudad de
Jaca y la cordillera pirenaica que la protege.
Como nos explica Ricardo Mur, “el topónimo
prerromano “Barós”, como tantos otros del Campo de Jaca, nos habla sobre
lo remoto, y por tanto oscuro de la población de estos lugares. Barós quizá
signifique “huerta fría” (del vascón “baratz” –huerta– y “otz”,
frío).”
Tenemos noticias de su existencia ya en el
siglo xi, ya que es en 1063 cuando, por decisión real, la ecclesiam de Barosse
se une a la de San Pedro de Jaca; sin embargo, este documento recogido en la
Colección diplomática de la catedral de Huesca, se trata de una falsificación.
En cambio, otro documento de 1062, incluido en la citada colección diplomática,
nombra a Scemeno, monako de Barosse. Gracias a la recopilación de
Antonio Durán sabemos que en marzo de 1084 el rey Sancho Ramírez de Aragón
ofrece a Jaca la villa de Barós. Se constata así la dependencia existente entre
Barós, y la citada capital del naciente reino de Aragón.
En los trabajos de recopilación de Durán
Gudiol, Ubieto Arteta, y otros, aparecen los nombres de personajes originarios
o asentados en Barós, como por ejemplo el senior Sancho Aznárez, García
Fortuñones, Domingo, Juan, Toda u Oria, sin aportar datos significativos para
la historia del lugar. Consta como priorato de la catedral de Jaca en 1279 e
iglesia del arciprestazgo del Campo de Jaca. Hasta la remodelación de las
diócesis aragonesas, en 1571, formaba parte de los bienes del obispado de
Huesca. Tras esta fecha pasará a la diócesis de Jaca.
Un viajero francés del siglo XIX, Saint-Saud,
menciona en sus cuadernos de viaje esta pequeña y encantadora localidad. Con
motivo de sus excursiones desde Jaca a la Peña Oroel, en junio de 1881, visita
con atención esta villa tan cercana a la capital. Dato a remarcar, que muestra
la relevancia del lugar y la hospitalidad de sus vecinos.
Iglesia de San Fructuoso
Al final de la calle Mayor de Barós, frente al
recién restaurado lavadero, se alza señorial el templo dedica do a San
Fructuoso. Han sido muchos los estudiosos que han sentido una gran fascinación
por tan curioso monumento lleno de incógnitas, lleno de ese embrujo que sólo el
románico sabe aglutinar entre sus muros. Los primeros en dar a conocer la
iglesia de Barós fueron Francisco Íñiguez Almech y Rafael Sánchez Ventura, cuyo
artículo publicado en el año 1933 en la revista Archivo Español de Arte y
Arqueología rescató del olvido algunos monumentos de la zona, entre los que se
encontraba el que actualmente nos ocupa.
También acaparó el interés de Antonio Durán
Gudiol, Ángel Canellas y Ángel San Vicente, Manuel Gómez de Valenzuela o
Ricardo Mur, pero quien con más interés y profundidad estudió el monumento fue
Fernando Galtier Martí, a quien seguirá este artículo en la gran mayoría de
interpretaciones de este magnífico ejemplo de un románico híbrido, a caballo
entre la tradición lombarda y jaquesa.
Su origen románico no fue óbice para que, a lo
largo de los siglos, los enriquecimientos y reformas se sucedieron
consecutivamente. A mediados del siglo XVI se abre una capilla
gótico-renacentista junto al ábside, lo que conllevó la demo lición parcial del
paramento norte; en el siglo XVII se edifica, seguramente, la primitiva
sacristía en el muro meridional, que fue derribada en 1981 y cuyo antiguo
acceso, hoy cegado, todavía resulta visible al interior; del siglo XVIII data
la torre levantada a los pies, y del siglo XIX, una lonja y coro super puestos
a poniente, desaparecidos en la última restauración.
Su perfil actual es resultado del último
proyecto de restauración, iniciado en 1991, promovido por la Asociación Sancho
Ramírez y subvencionado en su mayor parte por la Diputación General de Aragón.
Fueron los especialistas Roberto Benedicto Salas, arquitecto restaurador, y
Fernan do Galtier Martí, catedrático de Historia del Arte, quienes dirigieron
este ambicioso y delicado plan de recuperación monumental. Sus objetivos se
centraron en tres puntos fundamentales: sustitución de la cubierta de la nave, restauración
del ábside y, por último, demolición de la lonja y coro y restitución del
imafronte en su parte superior.
Hoy, al acercarnos al monumento, distinguimos
un templo que nos sorprende por su rotunda presencia, que guarda una estructura
semejante a otros ejemplos del entorno jaqués, aunque con ciertas
peculiaridades que lo hacen especial. Su única nave rectangular se remata en un
ábside atípicamente ultrasemicircular al interior, previa transición a través
de un presbiterio atrofiado no acusado en planta. Ambos espacios reciben
cubrición abovedada, de medio cañón y de horno, respectivamente.
Posee dos accesos, uno en el imafronte, abierto
en el siglo XIX, y el original románico, en el paramento sur, con la habitual
estructura en arco de medio punto coronada con dobladura lombarda al exterior,
mientras al interior, posee dintel, tímpano y doble arco de medio punto en
gradación. Los paramentos murales son de sillarejo aparejado a soga, de factura
regular, con golpes de puntero en su labra, como bien nos hace observar
Fernando Galtier.
Fachada occidental
Ábside
La zona de la cabecera reúne algunas de las
peculiaridades más interesantes del conjunto, tanto al exterior como al
interior. Causa de esta notable notoriedad es su célebre decoración
escultórica, exquisita teniendo en cuenta que se trata de un edificio de
reducidas dimensiones.
El ábside, que posee menor altura que la nave,
es de planta de herradura al interior y semicircular al exterior. La decoración
viene compartimentada teniendo en cuenta la disposición de tres bandas
lombardas delimitadas por dos lesenas mediales y dos marginales. Coronando
estas bandas, nueve arquillos se distribuyen en dos series binarias margina
les, y otra de cinco en la banda central. Sobre los arquillos destaca un motivo
poco repetido en los templos circundan tes: una hilada de dientes de sierra que
se desarrolla entre dos listeles, de manera que el superior sirve de apoyo a
dos cornisas sobre las que descansa el tejaroz.
El hastial o piñón este, resultado del desnivel
entre la nave y el ábside, aparece decorado por una serie de cinco arquillos
sujetados por sencillas ménsulas, hallándose cobijados por una banda lombarda y
dos lesenas marginales. Ahí, justo debajo del piñón, destaca sobremanera el
arquillo central, donde se abre un óculo que cobija una ventana cruciforme;
mientras, las demás arcuaciones son rampantes. A pesar del recrecimiento al que
fue sometido este hastial, en el ángulo sureste se han conservado un par de
sillares con ajedrezado jaqués, señal de ese carácter híbrido que antes
señalábamos.
En el paramento sur, muy cerca del ábside, se
encuentran algunas de las famosas placas de decoración escultórica que hacen de
este monumento un edificio singular. El muro de mediodía se decora con dos
bandas lombardas entre las que se despliegan siete arquillos ciegos, bajo los
cuales se sitúan estos excelentes motivos, sin olvidar las ménsulas, figuradas
a su vez. No falta el friso de dientes de sierra antes observado en el ábside;
y como en aquella zona, aquí también se conservan sillares con ajedrezado jaqués.
Bajo estos sietes arquillos contamos con un
total de seis piezas escultóricas de gran interés. La primera de ellas, situada
más al Oeste, cumple la función de ménsula. Se trata de una cabeza de caballo
en bulto redondo que presenta una labra exquisita: ojos redondeados,
puntiagudas orejas, unos arreos muy realistas, etc. Junto a ella, una de las
piezas más curiosas y más castigadas por las inclemencias del tiempo, la escena
de una acalorada lucha entre dos personajes coronan do la lesena medial.
Cobijada en el sexto arquillo del paramento
sur, la primera de las placas muestra un personaje definido en un altorrelieve
bastante cuidado: viste una túnica que le llega hasta las rodillas, y sobre
ella cae una estola. De un cuerpo desproporcionado emerge una cabeza excesiva
en la que se sugieren algunos rasgos con sumarios trazos. La figura se halla en
tensión, con los brazos levantados, uno en actitud de bendecir, y el otro
sosteniendo un báculo en forma de T o tau; algunos lo identifican con la efigie
de un abad. Antes de pasar al último arquillo, completa el anterior una placa
con motivos de entrelazo, una decoración sinuosa a base de curvas y
contracurvas.
Decoración en la fachada sur
Decoración en la fachada sur
Casi en el enlace del paramento sur con el
ábside, el séptimo arquillo nos ofrece uno de los personajes más enigmáticos.
En esta placa, una figura en bajorrelieve
rebosa hieratismo. Aunque inexpresiva, algunas incisiones marcan ojos, nariz y
boca. Bajo su vestimenta emergen unas desproporcionadas manos que sujetan un
objeto, probablemente un libro. Por último, un rostro humano hace las funciones
de ménsula. Su aspecto, definido por el alargamiento de sus facciones, expresa
una profunda tristeza.
Todos estos motivos, su estilo y definición, se
han pues to en relación con otros edificios estilísticamente híbridos de la
zona, como por ejemplo San Adrián de Sásabe o la iglesia de los Santos Julián y
Basilisa de Bagüés. Asimismo, la incorporación de estas placas random en el
conjunto de este curioso programa decorativo constituye otra muestra de ese
carácter híbrido, al manifestarse la tradición prerrománica de las mismas, en
convivencia armónica con la lombarda o jaquesa, que continúan y estilizan las formas
constructivas y decorativas precedentes.
Al interior, el templo nos transmite toda su
fuerza y espiritualidad. Su iluminación, escasa pero controlada, se consigue
mediante cuatro pequeños vanos para ello dispuestos: el central del ábside, el
del paramento sur, el vano cruciforme en el hastial este, y el del imafronte.
En la capilla gótico-renacentista se conserva
una pila bautismal de piedra, bien trabajada y pulimentada. Presenta forma de
copa, con una base circular muy rudimentaria sobre la que monta un doble
tambor, también muy sencillo.
Lo más destacable reside en su escueta
decoración. En primer lugar, tres peces en bajorrelieve dispuestos en Y,
símbolo cristológico por antonomasia, referencia asimismo del misterio de la
trinidad, la unión de las tres personas en una, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y
del sacramento del bautismo inclusive. En segundo lugar, un friso de estrellas
con bolas jaquesas en alternancia completa un reducido catálogo de motivos, no
por ello menos interesante.
Un curioso elemento de gran importancia, sito
en la bóveda absidal, lo protagonizan las “ánforas de resonancia o acústicas”
que se hallaron durante la restauración. Se trata de cuatro piezas, situándose
una de ellas en la clave, y el resto alineadas a derecha e izquierda, cuya
instalación constituye un recurso acústico para aumentar la reverberación, ya
conocido en el mundo romano, y no del todo atípico en el arte medieval
(contamos con el ejemplo de la iglesia de Saint-Jean-Baptiste de Grandson, en
cantón de Vaud, Suiza); aunque en Barós, su colocación, en número escaso para
lograr el efecto deseado, delata la falta de conocimiento o pericia del
maestro, pero es un dato que ayuda a comprender el por qué la planta de la
iglesia es de herradura al interior.
Junto al altar, el antiguo acceso a la
sacristía, hoy tapiado, nos ofrece el último tesoro de este rico conjunto de
Barós: una colección de placas decoradas, cuyo emplazamiento original no es
seguro, pero que en la última restauración fueron trasladadas desde el muro sur
de la derribada lonja, hasta este pequeño, pero destacado espacio.
Existen varias placas con decoración de
entrelazo, dos que acogen la representación de un animal cuadrúpedo, y un
crismón, de tipo cristológico (ya que carece de S), que se presenta en
bajorrelieve con las letras P, X, alfa y omega. Algunos han
pensado que su ubicación primitiva correspondería con el acceso sur, es decir,
sobre el trasdós de la dobladura lombarda (todavía son visibles las oquedades
donde estuvieron empotradas). Allí se presentaría el crismón con los dos
cuadrúpedos enfrentados, imitando toscamente el ejemplo jaqués. Cerrando el
programa, las placas de entrelazo geométrico, motivo relacionado por Manuel
Gómez de Valenzuela con algunos signos notariales, presentes en documentos
originales aragoneses de los siglos XI y XII.
Sin ahondar excesivamente en los misterios que
nutren las hipótesis de algunos estudiosos, se dirá que la amplía riqueza del
conjunto hace dudar sobre su condición primitiva, que parece ir más allá de una
simple iglesia parroquial. Quizá podría tratarse de un antiguo monasterio o
monasteriolo. Esta tesis explicaría algunos detalles del conjunto, como la
colocación de ánforas en la bóveda absidal, o la descrita placa que representa
un abad, pudiendo así abrazar la idea de su posible tradición cenobítica.
Resulta harto complicado establecer una
datación satisfactoria. La carencia de documentación, unida a la falta de
acuerdo sobre la cronología de la Seo jaquesa, debilita una decisión ajustada
para el análisis del entorno. Sin embargo, la mayor parte de los estudiosos
coinciden en retrasar la construcción de la Iglesia de San Fructuoso hasta los
años finales del siglo XI.
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