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martes, 14 de enero de 2025

Capítulo 44, Románico Aragonés- Sástago, Monasterio de Nuestra Señora de Rueda, Monasterio de Piedra, Real Monasterio de Santa María de Sigena

Sástago
Escatrón está situado en la Ribera Baja del Ebro, a una distancia de 78 km de Zaragoza. Para llegar a Escatrón hay que tomar la A-68, que a partir de Burgo de Ebro se convierte en la N-232. A la altura de Quinto de Ebro, se toma la A-221 hasta La Zaida y desde allí, por la CP-16, hasta Sástago y hacia Escatrón. Antes de llegar a esta localidad, y sin cruzar el río, un camino que se desvía de la carretera hacia la izquierda nos lleva directamente al monasterio. El monasterio está frente a la localidad de Escatrón, pero pertenece al municipio de Sástago.

Monasterio de Nuestra Señora de Rueda
Rueda es un monasterio cuya suerte ha sido desigual a lo largo de su historia. De ser uno de los grandes monasterios de la Orden en Aragón durante el Medioevo y la época Moderna, pasó al abandono, la desidia y el olvido a partir de la Desamortización de Mendizábal. Desde entonces se precipitó su decadencia, sin que se hiciera nada por detener su ruina inevitable. En el siglo XX la situación no cambió, e incluso se agravó su deterioro al quedar a merced de los efluvios de la Central Térmica de Escatrón, que afectaron en algunas partes irremediablemente a la piedra de la construcción. Hubo que esperar al final de la década de los setenta para que por fin se acometiera un proceso de restauración, dirigido por D. Fernando Chueca Goitia, que también tuvo resultados desiguales, porque aunque sirvió para recomponer buena parte de los edificios más dañados, algunas actuaciones resultaron un tanto agresivas con algunas construcciones desde el punto de vista del rigor histórico. Aún así el monasterio seguía muy distante de las líneas de atención artística de nuestra región, que no acababa de comprender la importancia enorme de este monumento. Finalmente, a comienzos de los años noventa se emprendió una restauración definitiva, seria y de amplias miras, dirigida por Javier Ibargüen, que ha recuperado brillantemente el monasterio.
El establecimiento en Rueda se produce por una doble consecuencia. En primer lugar por la donación realizada por Alfonso II en 1182 de la Villa de Escatrón, que se convertirá en granja de la abadía predecesora de Juncerías.
La segunda motivación coincide con la propia decadencia de las abadías predecesoras al Monasterio de Rueda, Salz y Juncerías, cuyo deterioro y posterior abandono anima a los monjes a trasladarse al nuevo emplazamiento. A partir de 1202, fecha en que se produce el primer traslado de la comunidad de Juncerías al nuevo establecimiento, aumentarán las donaciones y privilegios, especialmente a partir de 1225, en tiempos ya de Jaime I.
Un primer apunte documental señala que muy poco tiempo después de confirmarse la donación de Alfonso II en mayo de 1182 se habría empezado la edificación del Monasterio, en tiempos por tanto del abad Guillermo Pérez. Obra que al parecer continuaba en la década siguiente, como lo prueban las exenciones habidas en 1194 y 1195. Todo ello permite que en 1202 se inaugure este nuevo monasterio por el abad Guillermo Arnáldez, sucesor de los breves abaciados de fray Pedro de Panzano y fray Jimeno, ambos procedentes de Juncerías. Pero en ningún caso podía ser de mucha entidad lo que entonces se inaugura. Juncerías aún existía como tal abadía a pesar de su progresiva decadencia, lo que quiere decir que la comunidad que se traslada al nuevo emplazamiento no podía ser muy numerosa. Tampoco parece admisible desde el punto de vista formal, que las actuales edificaciones del monasterio ya estuvieran concluidas antes del siglo xiii. Es más que probable que sólo se tratara estancias provisionales.
Tradicionalmente se ha considerado esta fecha de 1202 como el punto de arranque de la construcción del monasterio definitivo. Paradójicamente al estar documentado el comienzo de obras de la iglesia en 1225, se deducía que las dependencias monásticas se habían levantado con anterioridad al templo, lo que constituía un caso singular.
Sin embargo resulta significativo que desde 1202 hasta 1225 no vuelvan a encontrarse noticias relativas al proceso de construcción de la abadía. Juncerías por otra parte aún no ha desaparecido, y lo que es más importante, Rueda se encuentra en un momento delicado desde el punto de vista económico, consecuencia del declive de Juncerías y de la muerte de Alfonso II en 1196, cuyo sucesor Pedro II no profesará la misma generosidad con la Orden que su antecesor. De hecho, las obras realizadas desde 1182 habían provocado deudas en la comunidad que tienen que satisfacerse con préstamos varios. Por otro lado, establecida provisionalmente la comunidad, sabemos que suele transcurrir un tiempo prudencial hasta iniciarse las obras definitivas, el que requiere la constitución del patrimonio monástico.
Hay que esperar al comienzo de la década de 1220 para que cambie la situación y se inicie una etapa nueva en la historia del monasterio: se produce entonces el abandono definitivo de Juncerías lo que obliga a una definitiva ampliación del monasterio levantado en Escatrón. Particularmente significativa resulta también la llegada en 1215 de Martín de Nogarol como operarius, procedente de la abadía de Gimont y que en 1223 es elevado a la dignidad de nuevo abad. En 1225 precisamente, el rey Jaime I concede una serie de importantes privilegios a la abadía, y en cierto modo como consecuencia de todo ello en ese mismo año de 1225 se tiene noticia de la apertura de los cimientos de la nueva iglesia.
En 1226 vuelve a producirse una nueva y solemne ceremonia inaugural con ocasión de la colocación de la primera piedra de la iglesia. Participan en ella Martín de Nogarol (entonces abad de Gimont), el nuevo abad de Rueda, fray Fortún, y Gil Rubio, fraile que al parecer asume la dirección arquitectónica del proyecto.
Doce años después se procede a la consagración del Altar Mayor de la iglesia, dato que como sabemos tampoco resulta determinante de un final de obras. Tampoco en este caso lo es. Iglesia y dependencias monásticas prolongarán sus obras todavía durante décadas, como lo demuestra el propio análisis formal del monumento, así como otras referencias documentales entre las que se puede citar la que fecha los cierres claustrales del ala oriental en 1247 y del ala norte en 1276.

Vista desde el lado oeste 

Todavía en el siglo XIV se inicia una nueva fase constructiva gracias al apoyo y mecenazgo de D. Pedro Fernández de Híjar, la que daré en llamar etapa mudéjar que es la que definitivamente permite concluir la iglesia abacial, a la que aún le faltaba por construir toda la parte alta de la nave central, sus bóvedas y la torre.
La iglesia abacial de este monasterio de Rueda presenta planta de tres naves de cinco tramos y cabecera de ábside recto y capillas laterales igualmente rectas.
El crucero no destaca en planta, siendo las naves laterales más estrechas y de menor altura que la central. Lo mismo ocurre con el ábside central en relación a las capillas laterales. La linealidad en el trazado de las naves sólo se rompe en el muro norte, al abrirse una capilla funeraria, la del Santo Cristo, única de época medieval entre las demás, que son añadidos barrocos.
Este tipo de planta de líneas rectas y cabecera plana sigue las directrices de las que se conocen como “planta bernarda”. Tipología que nace de las consideraciones artísticas de San Bernardo y de su interés por plasmar en la concepción general de las iglesias abaciales de la Orden su ideal de pureza y rigor estético. De ahí esas plantas de líneas rectas y formas anguladas, paradigma de austeridad cisterciense.


Plaza de San Pedro con restos de la iglesia primitiva 

La cabecera de la iglesia abacial de Rueda presenta un testero recto que consta de una capilla central y dos capillas laterales más estrechas y de menor altura que aquélla. El conjunto constituye la parte menos evolucionada de todo el edificio. Las capillas laterales se abren hacia las naves por medio de arcos apuntados de sección prismática. Las dos se hallan algo más elevadas que las naves por lo que se accede a ellas mediante tres escalones; las dos cuentan con una ventana en su frontis oriental en arco de medio punto con amplio derrame interno y ambas también se cubren con crucería sencilla. Eso sí, la capilla norte es ligeramente más ancha que la sur, consecuencia de los desajustes y disimetrías que caracterizan la mitad oriental de este templo. Además, esta misma capilla se orienta hacia la nave lateral ligeramente desplazada de su eje longitudinal. En cuanto al ábside central es más ancho y más alto que las capillas laterales y abre a la nave central por medio de un arco triunfal apuntado, doblado y de sección prismática.



Ábside central 

Se cubre con una bóveda cuyos nervios diagonales de doble bocel apean directamente sobre cuatro ménsulas en nacela y éstas a su vez, sobre un pequeño capitel liso que se prolonga en un pequeño fuste colgado. La plementería en este caso, lo mismo que ocurría en las capillas laterales, es de piedra sillar. Al fondo del ábside se abre un amplio ventanal, de tres ventanales o en triplet, y un cuarto encima, todos en amplio derrame interno y en arco de medio punto. Uno de sus elementos más curiosos son dos grupos de tres columnas situadas a uno y otro lado de la entrada al ábside. En realidad actúan en conjunto como un elemento de soporte del arco formero del primer tramo de la nave central, así como  del arco diagonal de la bóveda del primer tramo de la nave de la epístola. 



Columnas nervuradas

El cuerpo central de la iglesia consta de tres naves sin crucero que se acuse en planta. La nave central es más ancha y alta que las laterales, aunque en general se advierten algunos desajustes constructivos que impiden que podamos hablar de una regularidad en las medidas de los tramos. El sistema de soportes se dispone de forma uniforme a lo largo de toda la iglesia. Se trata de pilares cruciformes con semicolumnas adosadas en todas las caras.
Todas sus basas son dentadas a excepción de las correspondientes a los dos últimos pilares. En cuanto a los arcos, todos son apuntados, con perfil abocelado en sus esquinas, a excepción del formero del primer tramo del lado sur, cuyo intradós es de triple bocel. Los fajones de la nave son igualmente apuntados y presentan todos ellos el intradós también de triple bocel; todos menos el arco triunfal de acceso al ábside, que como ya se comentó es liso y de perfil aristado.
Las partes altas de la nave central, por encima de los arcos formeros, están construidas en ladrillo en todos sus tramos, lo que testimonia una amplia participación mudejarizante en la obra de esta abadía, que se hace especialmente notoria en esta parte de la iglesia abacial, hasta el punto de poder afirmar la existencia de una etapa mudéjar en la construcción de la misma.
Precisamente una muestra de dicha fase viene dada por la ejecución de las partes altas de la nave central y sus bóvedas, que curiosamente eran originariamente de crucería con plementería de ladrillo. También los ventanales de esta parte alta son de clara tradición mudéjar.
En la nave de la epístola se abre una puerta con arco de medio punto que sirve de acceso a la sacristía, y otro acceso a la altura del segundo tramo, la Puerta de los Monjes, que permite el acceso al claustro. Entre ambas puertas se encuentra el cuerpo de escaleras que servía de acceso al dormitorio. También en la nave de la epístola se localiza a los pies de la iglesia la Puerta de Conversos en su lugar estipulado y habitual. Presenta arco de medio punto con perfil en arista viva y carente por completo de decoración.
En la nave del evangelio se abren tres capillas, dos barrocas construidas en el siglo XVII y entre medio de ambas, a la altura por tanto del segundo tramo de la nave, la llamada Capilla del Santo Cristo, que sí pertenece a la fábrica original y tendría una clara función de capilla funeraria.
Mención aparte merece en el estudio de la iglesia su torre-campanario, otro claro ejemplo de obra mudéjar.

Torre y cabecera 

Se encuentra situada encima de la capilla meridional de la cabecera, localización poco común, pero que responde tal vez a la peculiaridad de la planta de esta iglesia que carece de brazos de crucero, y también a la tardanza con que se termina la fachada de los pies, ya en el siglo XV, lo que desecharía la idea de colocarla a la entrada del templo.
Presenta planta octogonal y tres cuerpos diferenciados, el último de época barroca y los dos inferiores de estilo mudéjar, fechables éstos en el siglo XIV. Su decoración es poco exhaustiva, a base de frisos de esquinillas al tresbolillo, bandas en zigzag y, en la parte alta, vanos gemelos en arco apuntado, separados por pilarcitos de ladrillo. La torre debe inscribirse en el grupo de torres octogonales que presentan estructura de alminar, entre las cuales muestra un mayor parecido con dos de las más significativas en Aragón, las de San Pablo de Zaragoza y la de Santa María de Tauste.
Queda claro por tanto que la iglesia se desarrolla en dos etapas constructivas claramente diferenciadas: una primera etapa se desarrolla a partir de 1225 e incluye la construcción de la cabecera, los tres primeros tramos de las naves y las partes bajas de los muros laterales en toda su longitud. El tipo de bóvedas utilizadas en la cabecera, los modelos de ventanas, elementos ornamentales, etc., prueba cierta unidad en esta primera campaña constructiva y asimismo una relación con talleres castellanos que emplean los mismos recursos formales y ornamentales en otras obras castellanas e incluso aragonesas, como ocurre en el Monasterio de Piedra. Una segunda etapa, correspondería a la fase mudéjar, que completaría la construcción del edificio en partes altas, bóvedas y torre.
En cuanto a las estancias monásticas, la distribución de las distintas habitaciones conventuales es la habitual entre los monasterios de la Orden. Así, el ala oriental da acceso en primer lugar al armario, la Sala Capitular, escalera de acceso al dormitorio y prisión, locutorio, acceso al jardín y finalmente la sala de los monjes. En su extremo meridional se instala después la gran escalera barroca. En el ala sur, el refectorio y la cocina.

Del claustro podemos decir que está situado al sur de la iglesia y lo mismo que vimos en el templo, advertimos en su trazado ciertas irregularidades que lo convierten en un patio trapezoidal. En su disposición, se adosa a las naves de la iglesia ocupando prácticamente toda su longitud, hasta el límite de la cabecera.


Lógicamente, la comunicación entre ambos espacios se produce a través de la Puerta de los Monjes, situada en el primer tramo de la iglesia y a través también de la Puerta de conversos. Está cubierto con bóvedas de crucería con nervios diagonales finamente abocelados y arcos fajones apuntados de un solo bocel, muy bien moldurados. A su vez, los perfiles apuntados de los muros exteriores y de las arcadas abiertas al patio están ornamentados en todos los tramos con motivos de puntas de diamante, elemento muy extendido en la decoración de toda la obra monástica. En cuanto a los vanos que abren al patio, se distinguen hasta tres tipologías: un primer tipo vendría dado por un ventanal de doble arco apuntado que apoya sobre una frágil columnita. El arco está rematado por un óculo de ocho lóbulos de fina ejecución, y todo ello enmarcado en un arco apuntado mayor, decorado en su perfil con puntas de diamante. El segundo presenta una misma disposición, a base de una ventana geminada, si bien se observa que los arcos están más abocinados y que el apoyo de los mismos varía, ya que consiste en un pilar cruciforme con cuatro columnitas adosadas en las caras del pilar. El tercero corresponde al ala occidental del claustro, la última en realizarse y que por eso mismo presenta hacia el patio auténticas tracerías góticas.


Panda norte

Galería oriental del claustro 

Columnas del claustro 

Panda este 

Entre las estancias monásticas de mayor interés podríamos hablar en primer lugar de las que completan el ala meridional. La Sala Capitular, en primer lugar, es muy similar a la del Monasterio de Piedra y consiste en un rectángulo dividido en seis tramos, cuyas bóvedas son de crucería y apoyan directamente sobre dos grandes pilares fasciculados de amplio tambor octogonal.

Entrada a la sala capitular

Sala capitular 

Puerta sala capitular

Ventana sala capitular 

Dichas bóvedas presentan nervios de perfiles en bocel y resultan en general muy airosas, al contrario que sus soportes que transmiten cierta sensación de pesadez. En cuanto a su fachada externa resulta muy vistosa. Su estructura es de lo más habitual, con una puerta de entrada en el centro y dos arcadas flanqueándola. Ambas articuladas a modo de ventanas, se parten en dos por medio de un soporte cruciforme con columnitas adosadas en los codillos. Las ventanas son de arco apuntado y decoración generosa de puntas de diamante en sus perfiles. Sobre éstas se abre un óculo decorado al interior con motivos de lacería y puntas de diamante festoneando el perfil. A su vez, todo el conjunto se engloba en un arco mayor también apuntado, arquivoltas aboceladas y un remate característico de polilóbulos, idéntico al que veremos en la puerta de acceso al claustro en el lado occidental, así como en la puerta del Refectorio.
En la misma sala capitular se abren hacia el claustro un acceso al dormitorio, en cuyo cuerpo de escaleras se localiza un hueco al efecto que se utilizaría como prisión.
A su lado, el locutorio y finalmente la Sala de los Monjes, que constituye un rectángulo dividido en dos naves de tres tramos cada una, y cubierto con bóvedas de crucería que cuentan con nervios bastante toscos de perfiles achaflanados. Apoyan éstos en dos gruesos pilares octogonales, completamente lisos, que semejan una palmera abierta.
En cuanto al dormitorio, situado en la planta superior, consiste en un amplio espacio rectangular que ocuparía todo el ala este, de más de treinta metros de largo, cubierto con una bóveda soportada por arcos apuntados diafragma de ladrillo.

Scriptorium

Dormitorio 

En el ala sur destaca en primer término el Refectorio o comedor monástico, uno de los espacios mejor conservados del cenobio. Presenta planta rectangular con una bóveda de cañón apuntado, que apoya sobre cinco arcos fajones de intradós muy abocelado. Descansan los arcos sobre gruesos modillones y baquetones colgados a media altura. El refectorio abre ventanas de medio punto y derrame interno, y cuenta además, como es habitual en los monasterios de la Orden, con un hermoso púlpito, al que se accede por medio de una escalera abierta en la pared, que consta de una serie de arcos rampantes que también decoran sus roscas con puntas de diamante, y que como tal púlpito, se dispone con un frontis semihexagonal, que apoya en ménsula y baquetón colgado.

Refectorio 

Refectorio 

Púlpito refectorio. Real Monasterio de Nuestra Señora de RuedaLa similitud de esta escalera con la de Santa María de Huerta (Soria) es evidente. 

Frente al refectorio se construye el templete que sirve como Pabellón de la Fuente. El de Rueda es uno de los ejemplos más singulares que se conservan en nuestro país. En primer lugar por su planta octogonal, caso único entre los monasterios cistercienses peninsulares. En sus ocho lados predomina el muro sobre el vano, y se abren al patio y a la galería sur del claustro por medio de ocho arcos apuntados muy sobrios y de perfiles achaflanados. El edículo se cubre con una cúpula de nervios que se cruzan en la clave, una cúpula ojival por tanto, de nervios que coinciden en la clave al modo de las bóvedas esquifadas musulmanas.

Templete, pabellón de la fuente

Lavatorio 

Finalmente, la cocina, hoy totalmente restaurada, y que constituye una habitación prácticamente cuadrada y cubierta con una bóveda de cañón apuntado, igual que el refectorio.
Quedarían por citar, fuera ya del recinto propiamente monástico, otras construcciones suplementarias, como su magnífica noria medieval, que en origen podía verse desde muy lejos, actuando así como un referente indiscutible del monasterio hasta terminar por convertirse en su topónimo, y que ha sido reciente y felizmente recuperada; así como los molinos de trigo y aceite, y la fresquera o nevera medieval. Asimismo, fuera del recinto claustral se encuentra el Cillero Su localización no es la que suele ser habitual en los monasterios de la Orden. No se halla paralelo al muro occidental, sino en línea con él, algunos metros más al sur y como un edificio en cierto modo aislado. Se trata de una amplia sala rectangular dividida en dos naves de cinco tramos cada una, apoyadas en cuatro pilares octogonales. Tanto las bóvedas de crucería, con nervios de perfil achaflanado, como los pilares octogonales (que son completamente lisos, con capiteles prismáticos y cimacios en bocel con una estría central), repiten elementos formales ya vistos en la Sala de los Monjes. También las ménsulas son lisas, muy sobrias y con un pequeño baquetón colgante.

En conjunto todo este espacio monástico presenta cierta homogeneidad constructiva y todo él, a excepción de la cubrición y cierre del ala occidental del claustro (coincidente con las campañas constructivas del siglo XIV), puede fecharse en un período paralelo al de la construcción de la primera campaña de la iglesia y ejecutado además por los mismos talleres castellanos, que vuelven a manifestar sus múltiples recursos característicos en estas obras, como los capiteles de crochet, las basas dentadas o la decoración tan abundante de puntas de diamante. 

 

Monasterio de Piedra
El Monasterio de Piedra es actualmente una zona turística situada en un paraje solitario y feroz que ocupa la zona dominada por un antiguo monasterio en la Comunidad de Calataiud, Aragón.

Historia
El Monasterio de Piedra se encuentra en una región montañosa, a unos 736 m sobre el nivel del mar en el Sistema Ibérico. El camino tradicional de acceso al monasterio sigue el río Piedra, partiendo del pueblo de Nuevalos. A lo largo del antiguo camino se encuentran las ruinas de mampostería de un molino de agua o rueda. Este hermoso lugar es utilizado a menudo por los cistercienses como inspiración para su trabajo y oración.
El Monasterio de Piedra fue fundado por Alfonso II en 1194 con monjes de Poblet. El trabajo comenzó en 1195 y se completó en 1219. El monasterio se encuentra en la confluencia de los ríos Ortiz y Piedra, en una tierra de aguas termales, como Alhama y Jaraba. Los seguidores del islam buscaron establecer sus ciudades en las orillas de los ríos porque su economía se basaba en la agricultura, que se realizaba a través del trabajo de las tierras de regadío. Es por eso que eligieron vivir en tierras bajas y no ocuparon efectivamente las zonas más altas de los Pirineos, donde simplemente controlaban el tráfico de personas y mercancías a través de escalones fortificados a la entrada de los valles. Esta es también la razón por la cual el clero noble y cristiano, que sería el más propenso a sufrir debido a la llegada del islam, tuvo que establecerse en las regiones del norte de la Península Ibérica, donde comenzaron a establecer iglesias y monasterios que sostendrían esas primeras comunidades cristianas.
Los musulmanes ocuparon las ciudades existentes del Imperio Romano y la civilización visigoda, restaurándolas a un nuevo esplendor.
Es el caso de Huesca, Tarazona, Calahorra y, por supuesto, Zaragoza. En otros casos, fundaron nuevas ciudades, como Tudela, Calatayud, Daroca y Barbastro.
Es el caso de la comarca de Calatayud, a la que actualmente pertenece Nuevalos y al Monasterio de Piedra. El área tenía una gran población musulmana que resistió con éxito la reconquista cristiana varias veces, así como los intentos de asimilación cultural. Los monasterios sirvieron, entre otras cosas, como centros de evangelización y colonización.
El monasterio fue construido para la fuerza defensiva, con una red de fortalezas menores, en un área densamente poblada por musulmanes. Desde la época musulmana, hubo abundantes sistemas de riego, canales, acequias y castillos.
Extractos del Archivo Histórico Nacional en España en lengua aragonesa corresponden a una sentencia de la segunda mitad del siglo XIII (entre 1260 y 1265). Podemos ver entre otras cosas: el origen del término "pieça", (pieza, parte), que actualmente se mantiene en el pueblo de Llumes para designar las fincas, pero se pierde en el resto de Aragón; las referencias a localidades están bajo sus nombres actuales a excepción de Calatayud que aparece como "Calataiub". El pueblo ahora llamado Llumes se llama "Flumes" de Flumen, o "río" en latín. Los municipios se corresponden con los actuales, el límite entre Monterde y Llumes sigue siendo la carretera de Cubel al Monasterio, que es el límite actual de la Parroquia de San Miguel.
Había que cruzar la torre del homenaje medieval para entrar por las murallas La iglesia se abría al claustro, conocido por sus grandes arcos, y los diversos locales del monasterio. La sala capitular (desde principios del siglo XII) fue el centro vital de la vida monástica; Los monjes residían en el edificio principal construido en el siglo XVII. Las columnas románicas de la residencia del antiguo abad apoyan la actual neoclásica, construida en el siglo XVIII. Frente a la torre del homenaje hay varios recintos de parto de piedras antiguas transformados en habitaciones de hotel, con sus corrales ajardinados.
El monasterio fue cerrado en 1835 durante el gobierno de Isabel II de España debido a las Desamortizaciones Eclesiásticas de Mendizábal. La Desamortización, o secularización, del lugar puso fin a la vida monástica y la iglesia principal fue destruida.  El edificio principal se ha convertido hoy en un hotel tranquilo.
En febrero de 1836, la Ley Eclesiástica de Desamortización de Mendizábal declaró la venta de todas las propiedades pertenecientes al clero regular, y los ingresos estaban destinados a amortizar la deuda. El decreto formaba parte de un programa que buscaba ganar la Guerra Civil Carlista para recaudar fondos y tropas para restablecer la confianza en el crédito del Estado y, a largo plazo, permitir la reforma fiscal. Mendizábal, en el preámbulo, expuso otros objetivos básicos de la incautación: sanear la Hacienda y reducir la deuda, acceder a la propiedad de sectores burgueses, lo que mejoraría la producción y la revalorización, y crear un nuevo sector social relacionado con los propietarios del sistema y con el lado de la reina Cristina.
Desde que fue abandonado en 1840, Pablo Muntadas Campeny, un rico comerciante catalán, compró el monasterio, manteniendo la agricultura y la ganadería en el lugar. Se sorprendió por el ambiente fresco en esta zona rural seca y remota.
Su hijo, Juan Federico Muntadas, dio forma al parque haciendo cambios en los senderos y pasarelas y plantando. Más cercano al circuito de los balnearios españoles del siglo 19, y consciente de la responsabilidad de conservar el paisaje y el estado precario del monasterio, Campeny compró el monasterio abandonado y sus alrededores, y probó varios negocios viables. Estos incluyen un spa, un hotel y una granja de salmón. En 1860, después de descubrir la cueva del Iris, se abrió al público. En 1867, creó la primera piscifactoría de España, y naturalizó la trucha marrón y el cangrejo ibérico en las aguas del río Piedra. Posteriormente, en 1886, el Centro de Pesca del Monasterio de Piedra fue cedido al Gobierno español. El centro continúa hoy en día teniendo ríos llenos de especies para la reforestación. El resultado de estas actividades es el jardín que hoy conocemos fue declarado "Paraje Pintoresco Nacional" en 1940.
Don Juan Federico Muntadas, fundador y arquitecto del parque, naturalizó varias especies de salmónidos en el río Piedra. Exploró las cuevas existentes, limpió y abrió un camino, y trajo hermosas especies de árboles, llevando un spa a la condición y uso de los balnearios de aguas medicinales de la época.
La iglesia tiene tres naves y su crucero está muy estropeado, especialmente las bóvedas, que cayeron por completo tras el abandono obligado por la desamortización. Al Monasterio de Piedra se accede por una muralla medieval que se erige como la atalaya medieval. La construcción del monasterio progresó en tres etapas arquitectónicas: gótico (siglo XIII), gótico renacentista (siglo XVI) y clásico-barroco (siglo XVIII).
Los cinco ábsides con el central semicircular son partes importantes de la cabeza. La puerta occidental está bien conservada, a pesar de la fachada en mal estado. Tiene el aspecto de un estilo románico tardío, con arcos apuntados y dientes de sierra, al igual que otros monasterios cistercienses.
La facultad es decididamente gótica, con bóvedas y arcos de gran simplicidad. El Cabildo del Monasterio de Piedra es probablemente muy valioso, sobre todo después de su ejemplar restauración que le ha devuelto todo su esplendor. Tiene una plaza. Las bóvedas son pilares de crucería con múltiples columnas en el centro (con restos de pintura original) y soportan las paredes en forma de soportes. También tiene una sala de profesores dramática con arcos de doble lanceta y oculares puntiagudos de multitud de elegantes columnas con "ganchillos" a base de vegetales. Otras unidades conservadas que uno no debe dejar de ver son la cocina de los monjes, el refectorio y la Cilla. 

Arquitectura
Como en la mayor parte de abadías cistercienses, un primer recinto amurallado —conservado hoy en buena parte— cerraba el conjunto. Cerca de una barrancada del río está la puerta de entrada a este primer ámbito; es una torre del recinto, probablemente de finales del siglo XII, llamada torre del homenaje.
Es un prisma cuadrangular de dos pisos y terraza enmerletada que tiene la puerta de arco de medio punto formando túnel en la planta baja y encima; está protegida por un voluminoso matacán. Pasada la puerta, encontramos un patio con el palacio abacial construido en época moderna. Es un edificio de dos plantas con larga fachada marcada rítmicamente por tres niveles de pilares y columnas adosadas de factura medieval, procedentes sin duda de una construcción anterior. El portalón, que es un ejemplar de medio punto, tiene encima una hornacina decorada con un relieve que representa el mirlo de la Lactatio Bernardi (el amamantamiento de la Virgen a san Bernardo), y a los lados presenta heráldica de dos abades.
Atravesado el vestíbulo del palacio del abad, se sale a la plaza Mayor del monasterio, que está rodeada de edificios de servicios (la portería, un oratorio...) y la iglesia; en el lado oeste de la plaza hay dos puertas que dan a la clausura.

Torre del homenaje

Fachada principal

Puerta

El relieve de la "Lactatio Bernardi", s. XVI. 

El claustro mayor y las edificaciones contiguas
Leyenda de la imagen
1.     Sala capitular
2.     Sacristía
3.     Armarium
4.     Auditorio
5.     Scriptorium
6.     Calefactorium
7.     Refectorio
8.     Claustro
9.     Cocina
10.  Locutorio del cillero
11.  Callejuela negra o Callejón de los conversos
12.  Cilla
13.  Refectorio de los conversos
14.  Capilla barroca
15.  Granero (Bar)
16.  Marcas de cantería

Los edificios principales de la clausura (aula capitular, refetor, cocina...) se ordenan, como es lógico, en el entorno del claustro, situado al sur de la iglesia.
Son construcciones antiguas, tardorrománicas o góticas, todas, menos la iglesia, conservadas en buen estado. El claustro es cuadrado y claramente gótico, pero de una severidad extrema que no se ve en ningún otro de los claustros catalanes, o de esta filiación, en la Corona de Aragón.
Las galerías (galería), todas iguales y cubiertas de bóveda de crucería, están constituidas por anchos arcadas apuntadas que, con los pilares de apoyo, señalan los tramos en cada ala. Probablemente, donde la austeridad se pone más en evidencia sea en la manera simplísima de arrancar los arcos, monte que lo hacen directamente del pilar, sin capiteles ni impostas que marquen los puntos de arranque. Sin embargo, esta simplicidad no parece que la hubieran tenido en origen; según afirma Martínez (1998, p. 304), a los lados de cada arcada había columnas y capiteles adosados (como en el monasterio de Santa María de Huerta y en el de Fitero) que fueron utilizados, en el siglo XVI, para decorar la fachada del palacio abacial. Los pilares, a pesar de ser muy macizos, todavía están reforzados por el lado del jardín por potentes contrafuertes escalonados que acentúan su robustita.
Hasta hace pocos años las arcadas habían sido tapiadas y se pensaba que tal vez los muros escondían tracerías (tracería); una vez destapadas se ha podido comprobar el error de aquella suposición y la belleza desnuda de la galería. Toda la estructura de la crucería descansa en ménsulas murales decoradas de hojaldre.
Llama la atención el pasillo llamado Callejuela negra o Callejón de los conversos, de estilo románico y perteneciente, según se cree, a castillo anterior al monasterio. Este paso, paralelo a una de las galerías del claustro, se usaba para el acceso de los trabajadores conversos sin que tuvieran contacto con los monjes.






Callejón de los conversos


Escudo de la abadía cisterciense situado en el claustro.

Altar barroco en el claustro del Monasterio de Santa María de Piedra, en Nuévalos 

Situada en el ángulo noreste del claustro. Levantada en la etapa barroca esta dedicada a san Benito de Nursia

Capilla claustral del Monasterio de Piedra

Retablo en el claustro del Monasterio de Piedra 

En el ala oriental está la sacristía, con bóveda de cañón, y a continuación la sala capitular. 

Sala  Capitular
Construida al mismo tiempo que la iglesia, siglo XIII. Como suele suceder, el aula del capítulo es una de las estancias más importantes del cenobio y, a pesar de seguir el esquema cisterciense puro, estilísticamente acusa al mismo goticismo burgalés del templo. Es rectangular y rodeada con nueve tramos de crucería soportada por cuatro pilares exentos, de núcleo octogonal, y ménsulas murales. Los arcos estructurales bajan hasta tierra de los pilares, como en el templo. Su entrada desde el claustro adopta la fórmula más habitual en los capítulos: lleva flanqueada por dos ventanas geminadas, todas ojivales y de muy buena factura, recortadas de arquivoltas lisas o decoradas con punta de diamante, parecida a las de la puerta de la iglesia. Al fondo de la sala hay tres ventanas de arcos apuntados y ceperías, que combinan con las tres aberturas del acceso y dan luz a la sala. Encima de estas piezas, como suele suceder en los monasterios cistercienses, está el dormidero (que hoy sirve de comedor del hotel); es una sala alargada cubierta de bóveda de cañón apuntado con arcos fajones de refuerzo.

Entrada a la sala capitular

Puerta

 

En el ala sur del claustro está el refectorio, que es otro de los edificios principales de la clausura bien conservado (esperemos que un día le laven el yeso que cubre los muros).

Es una sala larga de considerables dimensiones, cubierta de seis tramos de crucería que carga en ménsulas y columnillas truncadas; Lambert lo relaciona con el del monasterio hermano de Santa María de Huerta (Soria).
En el muro del fondo, enmarcado por la doble vertiente del tejado, hay un gran ventanal apuntado, partido por un mainell de tradición románica (actualmente con cristales de colores que se apartan mucho de la estética cisterciense). La entrada es barroca y encima hay un curioso edicle con linterna sostenido por contrafuertes.
Finalmente, junto al refectorio se conserva la cocina primitiva; es cuadrada, con bóveda servada por ocho arcos y con chimenea central.
Encima de los edificios de esta ala sur está el archivo o biblioteca, cubierto de una crucería gótica tardía del siglo XVI. Paralelo y junto al ala oeste del claustro, corre un largo y corredor rodeado de cañón; es el callejón de conversos (locutorio (arquitectura)), una reliquia, si tenemos en cuenta que ha desaparecido de la mayor parte de monasterios (en Santes Creus, para agrandar el claustro). 

Al lado está la bodega, con una estructura de arco diafragma y un sótano rodeado de cañón (estas dependencias restauradas recientemente son hoy museo del vino). En el extremo sur del corredor de los conversos está la antigua portería, por donde se accedía al claustro; es una puerta románica que ostenta las armas de la Corona de Aragón. 
El calefactorio era la única estancia que contaba con calefacción con el sistema de gloria. Sobre él se ubica la biblioteca y en estas dos estancias se hacía la vida monasterial fuera de las labores rutinarias, se usaba para mantener a los monjes enfermos o como barbería.

Chocolatera antigua, expuesta en la cocina con las paredes negras a causa del humo del incendio que casi destruyó el monasterio.Se dice que en este lugar se elaboró por primera vez en Europa el chocolate, tal y como lo conocemos. Monasterio Cisterciense (año 1195)

Interior de la gloria (antiguo sistema de calefacción)

Bodega 

La iglesia
La iglesia tiene planta cisterciense, tres naves, crucero y cabecera con ábside central poligonal, de cinco cerraduras, y dos absidiolos cerrados por banda que responde el típico "plan bernardiano" empleado también en Benifassà como muy bien señala Martínez (1994:137-38).
Las naves están muy dañadas, sobre todo la central, carente de cubierta. La estructura de soporte presenta un estado lamentable; sin embargo, con el deterioro, se ha puesto al descubierto sus formas originales, que habían sido revestidas de yeso al estilo de los templos barrocos más exumerantes.
Las tres naves estaban cubiertas de crucería, cuyos arcos reposaban sobre capiteles florales y columnillas adosadas, las cuales —siguiendo una fórmula muy cisterciense— se truncaban antes de llegar a tierra.
Como la nave central, el transepto ha perdido la crucería que lo cubría; en cambio mantiene, aunque estropeadas, las bóvedas ojivales de los cinco ábsides, con los arcos retombando sobre capiteles y columnillas, que, en este caso, bajan hasta el suelo. Cada lado del ábside mayor tiene una ventana de arco de medio punto y doble esplandito, alguna conserva yeserías de tradición mudéjar, que según Martínez (1998:293) no son originales sino añadidos posteriores. Del mismo tipo son las ventanas que iluminaban los cinco tramos de la nave.
Exteriormente, la cabecera muestra la austeridad y la pureza más propias de los templos cistercienses; destacan los contrafuertes, que bajan formando planos escalonados, y la cornisa con permódolos lisos.

Aproximación a la Planta de la Iglesia y marcas de cantería.

Iglesia

 


La puerta principal está situada al pie, en la fachada occidental que da a la plaza Major. En este lugar, en época moderna añadieron un pórtico que hoy está totalmente destruido. El frontispicio forma doble vertiente y tiene en la parte alta una gran rosa que, desgraciadamente, ha perdido toda la tracería; debajo está el espléndito portalón de arco apuntado con cinco arquivoltas decoradas en zigzag, fistón, punta de diamante... En tiempos barroco los paramentos de al lado fueron adulterados con el añadido de unos elementos escultóricos de yeso, de factura popular, que representan Alfons el Cast y Jaume el Conqueridor, los condes-reyes que iniciaron y terminaron la construcción del monasterio. A pesar de la carencia de datos sobre la construcción de esta iglesia, es evidente que forma parte de las primeras construcciones del monasterio, realizadas durante el siglo xiii. En conjunto, sin embargo, muestra un goticismo que no tienen las iglesias de los principales monasterios catalanes y sí algunos aragoneses, como son el monasterio de Rueda, el monasterio de Veruela y el monasterio valenciano de Benifassà. Élie Lambert (1977: 270-71) atribuye esta pureza de estilo a influencias del gótico burgalés. 

Parque natural del Monasterio de Piedra
El parque natural del Monasterio de Piedra fue creado por Juan Federico Muntadas.
El río Piedra forma, al pasar por las inmediaciones del monasterio, un paraje de gran belleza paisajística, con muchas cascadas de agua que se dividen en innumerables hilos de agua o chorreras, siendo la cascada de la Cola del Caballo, con más de 50 metros, la de mayor altura. Sin embargo, es la cascada de La Caprichosa la que más interés genera. Ya desde principios del siglo XIV llegaban a la cascada numerosos viajeros en busca de un milagro, pues cuenta la leyenda que si el destino de la persona que lo pide es caprichoso, puede cumplir deseos.
Unos senderos debidamente señalizados conducen por todo el parque, a lo largo de unos 5 km, a todos los sitios de interés del mismo.
Estas cascadas están formadas por la disolución de las calizas y la posterior precipitación de las mismas la cual ocurre al disminuir el caudal, con lo que la caliza disuelta va depositándose en capas sucesivas por las que discurre el agua formando innumerables saltos. Se trata de un fenómeno kárstico originado por las ligeras fluctuaciones en el propio caudal del río. Ese río es conocido como Río Piedra ya que contiene altas cantidades de carbonato cálcico que se deposita sobre el suelo, las plantas... y hace que se cree una costra dura. ​
El parque también cuenta con varias grutas, descubiertas por el fundador del parque. Allí también se encuentra el llamado Lago Espejo. Recientemente, se pueden presenciar en las inmediaciones del parque espectáculos con aves, entre las que se encuentran lechuzas, águilas, buitres,  búhos y alimoches....
El parque natural, junto al conjunto del Monasterio y el hotel anexo, es el espacio natural más buscado por los usuarios de internet en España; ​ hecho que refleja la importancia y la fama del parque natural.

Baño de Diana, Parque Natural del Monasterio de Piedra.

Cascada Trinidad, Parque Natural del Monasterio de Piedra. 

Los Fresnos Altos, Parque Natural del Monasterio de Piedra. 

Cascada La Caprichosa, Parque Natural del Monasterio de Piedra.

Los Fresnos Bajos, Parque Natural del Monasterio de Piedra. 

Cascada iris, Parque Natural del Monasterio de Piedra.

Cascada Cola de Caballo, Parque Natural del Monasterio de Piedra.

Cascada Sombría, Parque Natural del Monasterio de Piedra.

Fuente del Señor, Parque Natural del Monasterio de Piedra. 

Lago del Espejo, Parque Natural del Monasterio de Piedra.

 

Real Monasterio de Santa María de Sigena
El monasterio de Sigena fue fundado a finales del siglo XII por la reina doña Sancha, esposa de Alfonso II el Casto. Su fundación quiso atribuirse a las traslaciones de la Virgen desde la iglesia del antiguo pueblo de Sigena a un islote situado en una laguna cercana al río Alcanadre. Precisamente en ese mismo lugar se empezó a edificar el monasterio hacia 1183 y en 1188 ya estaba consagrado y operativo para la vida en comunidad. Junto con las razones que apuntan a un origen providencial del monasterio, existieron esencialmente razones de tipo geo-político que explican de un modo más empírico los aspectos que valoraron los monarcas aragoneses para decidir fundar un monasterio en las tierras de Sigena.
Según Ubieto, para una corte itinerante como era la aragonesa, Sigena era un punto de paso obligado en los caminos que llevan desde Huesca o Barbastro al Ebro, Fraga y Lérida, por lo que no es de extrañar que los reyes aragoneses decidieran establecer un centro administrativo de poder en la zona de los Monegros. Esta circunstancia, sin embargo, no merma la influencia que la noticia de la aparición de la Virgen debió ejercer en la elección del lugar para fundar el monasterio. Como destaca Arribas Salaberri, uno de los pocos autores que, junto con Ubieto, han escrito una historia de Sigena con rigor científico, fue un error desde un punto de vista económico, arquitectónico y sanitario edificar el monasterio en el lugar que finalmente ocupó. Esta circunstancia permitiría concluir que la noticia de los hechos milagrosos pudo ser un factor determinante en la decisión de los monarcas aragoneses de ubicar en aquel lugar pantanoso e insalubre el cenobio sigenense.

Función repobladora, patrimonio territorial y hacienda
El avance de la Reconquista exigía la administración de los nuevos territorios reconquistados. Los reyes de Aragón a partir de Alfonso I el Batallador encomendaron la administración de dichas tierras a las órdenes militares, principalmente a la Orden del Temple y a la Orden de San Juan de Jerusalén. Con anterioridad a la fundación del monasterio existían en la zona algunos núcleos de población que, por decisión de Ramón Berenguer IV (1157), quedaron sometidos a la jurisdicción de la Orden de San Juan de Jerusalén. Sin embargo, la concurrencia de dos factores determinó que éste no fuera un territorio muy poblado para los estándares de la época. Por un lado, la propia dureza del medio (escasas precipitaciones y clima extremo y, en consecuencia, cosechas pobres) no alentaba la presencia de nuevos colonos. Por otro, el hecho de que los Monegros fuera una zona de transición entre los dominios cristianos y musulmanes (como así revelan las fechas de las conquistas cristianas de las principales plazas fuertes de la zona), y por tanto, sujeta a los vaivenes de la Reconquista, habría retraído a los nuevos pobladores, quienes habrían buscado zonas más tranquilas para establecerse.
No resulta extraño, por tanto, que, una vez conquistadas las principales plazas sarracenas de la zona, los monarcas aragoneses se planteen la necesidad de repoblar estas tierras en torno a un nuevo monasterio. Por ello, el monasterio de Sigena, como otros monasterios aragoneses fundados en la misma época, cumplió una función repobladora, siendo la administración del monasterio y de todos sus dominios encomendada a la Orden de San Juan de Jerusalén, posteriormente conocida como la Orden de Malta. En este contexto, el monasterio de Sigena no fue solamente un lugar de recogimiento y oración, sino también un foco de poder administrativo desde el que las monjas, con su priora a la cabeza, ejercían su poder feudal sobre los habitantes de la zona. Los dominios del señorío de Sigena llegaron a extenderse a lo largo de más de 700 km cuadrados abarcando un territorio que se corresponde aproximadamente con los actuales términos municipales de Villanueva de Sigena, Ontiñena, Sena, Lanaja, Ballobar, Alcolea, Candasnos, Bujaraloz y Peñalba, además de otros territorios más allá del territorio de los Monegros. Teniendo en cuenta la importancia estratégica del monasterio, no es de extrañar que la vida económica y religiosa de estos territorios girase durante muchos siglos en torno al monasterio.
El desarrollo y sustento económico del monasterio se organizó en torno a cuatro formas de financiación. Por un lado, las donaciones de particulares, muchas de ellas a resultas del ingreso de alguna persona notable en la comunidad. En segundo lugar, la concesión de préstamos por los que previsiblemente se percibían intereses. En tercer lugar, la explotación de los bienes rústicos del monasterio mediante la entrega de tierras a treudo, tanto a particulares como a colectividades, proporcionó también pingües beneficios al monasterio. A cambio de explotar estas tierras, los labriegos o señores de la zona o, en su caso, los pueblos arrendatarios pagaban un canon anual a las monjas. Finalmente, los pobladores sujetos a la jurisdicción del monasterio tenían que pagar un tributo anual, cuya cuantía variaba en función del municipio en el que habitaban.
La importancia de las diferentes formas de financiación no fue homogénea en los diferentes periodos históricos de Sigena, sino que predominará según la época una u otra. Por ejemplo, según Arribas Salaberri, en el siglo XIV el principal impuesto que tenía el monasterio era la preguera. Se trataba de un impuesto que consistía originariamente en una décima parte (y posteriormente en una sesena y setena de algunos productos que se determinaban en la ordenanza correspondiente). Además de este impuesto, la hacienda de Sigena se nutría también de las conrerrías (arrendamientos urbanos) y del empriu (arrendamientos rústicos).
Las anteriores consideraciones revelan que, en parte, las monjas del cenobio sigenense pudieron subsistir, realizar obras arquitectónicas y encargar todo tipo de obras de arte para el adorno del culto gracias a las contribuciones de los labriegos, señores y pueblos sujetos a su jurisdicción. 

Sigena y la monarquía aragonesa
El monasterio de Sigena fue desde su fundación un monasterio dúplice, esto es, compuesto por frailes y monjas organizados en sus respectivos claustros. Sin embargo, a diferencia de otros monasterios, el claustro masculino quedó sometido desde sus orígenes al claustro femenino, con su priora a la cabeza. Al ser un monasterio perteneciente a la Orden de San Juan, la priora estaba sometida a la autoridad del castellán de Amposta en cuanto que administrador de la demarcación sanjuanista a la que pertenecía el cenobio. Las tensiones entre la priora y el castellán fueron frecuentes aunque, en general, se puede concluir que la autoridad del castellán raras veces mermó la autonomía de las prioras a la hora de gobernar el señorío de Sigena, entre otras razones, porque Sigena contó con la protección real y el favor de la alta nobleza aragonesa.
A diferencia de otros monasterios aragoneses, la historia del monasterio de Sigena está desde sus orígenes ligada a las vicisitudes de la monarquía y la nobleza aragonesas. No en vano, durante más de un siglo será panteón de los reyes de Aragón y sede del Archivo de la Corona.
En Sigena se retiraría parcialmente su fundadora, la reina doña Sancha, siendo posteriormente enterrada también en Sigena, al igual que dos de sus hijas, las infantas Leonor y Dulce. El rey Pedro II el Católico, tras ser abatido en la batalla de Muret en Francia (1213), fue también enterrado en Sigena, junto con siete de sus caballeros; entre ellos, el noble aragonés don Rodrigo de Lizana, héroe victorioso junto con Pedro II de la batalla de las Navas de Tolosa (1212) que tan crucial resultó en la marcha de la Reconquista.
El siglo XIV nos ofrece también ejemplos del maridaje entre Sigena y las clases dirigentes de la Corona de Aragón. La infanta doña Blanca, hija del rey Jaime II de Aragón, profesa como monja en Sigena y es elegida priora en 1321. Esto determinará que el monarca tome el monasterio bajo su directa protección, sufragando en varias ocasiones los dispendios arquitectónicos y artísticos de la priora. No debemos olvidar que siendo priora doña Blanca de Aragón (1321-1348) el convento adquirió el aspecto de una residencia real, construyéndose una de sus estancias más significativas: la Sala Pintada, también llamada Salón del Trono. A principios del siglo XV profesa como monja en Sigena la hija del conde de Urgel, uno de los nobles más influyentes y ricos de Aragón. Doña Isabel de Aragón hubiera sido priora de Sigena si las circunstancias históricas lo hubiesen permitido. Las dueñas de Sigena no fueron ajenas a la lucha sucesoria que tuvo lugar tras la muerte sin descendencia del rey Martín el Humano (1410). Las tensiones entre los partidarios de don Jaime, conde de Urgel y hermano de doña Isabel de Aragón, y aquéllos de Fernando de Antequera, miembro de la Casa de Trastámara, se trasladaron también al claustro de Sigena, donde las monjas se dividieron en dos bandos que reflejaban las preferencias de sus respectivas familias por uno u otro pretendiente.
En el Compromiso de Caspe (1412) los nueve representantes del reino de Aragón, del reino de Valencia y del principado de Cataluña declararon el mejor derecho al trono del pretendiente de la Casa de Trastámara, Fernando I de Antequera. Don Jaime de Urgel no acató la elección de los compromisarios y se alzó en armas contra el monarca legítimamente elegido, siendo finalmente derrotado y encarcelado por las tropas leales a Fernando I. En esa época Sigena se convierte en prisión de la nobleza aragonesa, ya que el nuevo monarca ordenó recluir en Sigena a la esposa e hijas del pretendiente derrotado, don Jaime de Urgel.
La entronización de la casa de Trastámara en la Corona de Aragón supuso la ruptura del nexo que desde su fundación había existido entre Sigena y las clases dirigentes de la Corona de Aragón, ya que a partir de mediados del siglo XV no profesaría en Sigena ninguna monja de sangre real, siendo precisamente Isabel de Aragón, hermana de Jaime el Desdichado, la última dueña de esa estirpe. 

Decadencia y ruina
Desde el siglo XV hasta principios del siglo XIX el señorío de Sigena continuó existiendo con relativa normalidad. El saqueo por las tropas francesas de algunas de las estancias de Sigena durante la guerra de la Independencia (1808-1814) hacía presagiar que el siglo XIX no iba a ser un periodo histórico plácido para la comunidad de Sigena. En plena guerra de la Independencia, las Cortes de Cádiz (1811) suprimen los señoríos jurisdiccionales, si bien el retorno del régimen absolutista de Fernando VII retrasó la ejecución de las medidas desamortizadoras hasta 1834. En ese año la Hacienda comunica a las monjas que todos sus bienes, incluido el recinto del monasterio, habían pasado a manos del Estado y en 1836, coincidiendo con la aprobación de la Ley Mendizábal, se subastan al mejor postor.
Son tiempos difíciles para Sigena, en los que la existencia del monasterio y de su comunidad corrió serio peligro de desaparecer. Afortunadamente, la venta del convento fue declarada nula años más tarde por un defecto de forma y hacia 1857 las monjas pudieron restablecer la vida en comunidad. Son años en los que las monjas subsisten y realizan obras de conservación en el monasterio gracias a las limosnas y a algunas donaciones. La restauración borbónica en 1874 introduce un mayor grado de sosiego en la vida conventual, lo que incluso permitirá celebrar el centenario del monasterio en 1888. Como ha destacado el profesor Ubieto, es ésta una época de vocaciones meditadas en las que el cenobio se sitúa «a la altura del pueblo y no sobre el pueblo.
Y así llegamos a agosto de 1936, cuando poco después del inicio de la guerra civil y en un ambiente de profundo anticlericalismo, no siempre contenido por las autoridades republicanas, el monasterio de Sigena fue incendiado y saqueado por una columna de anarquistas que se dirigían al frente de Huesca. Prácticamente todas sus estancias, a excepción de la iglesia románica y el Panteón Real, fueron destruidas por el incendio. Las tumbas de los reyes de Aragón, durante siglos custodiadas en el monasterio, fueron salvajemente profanadas. Muchas de las obras de arte del cenobio fueron destruidas, mientras que otras desaparecieron o fueron seriamente dañadas Finalizada la guerra civil se realizaron trabajos de desescombro y algunas obras de rehabilitación de escasa importancia. Hubo que esperar hasta los años sesenta para encontrar en Sigena alguna actividad restauradora de cierta envergadura que, en cualquier caso, quedó súbitamente interrumpida por falta de presupuesto. La última labor de restauración de cierta entidad tuvo lugar en 1988, cuando se reconstruyó, en un estilo no excesivamente florido, la sala capitular. Ninguna de estas restauraciones parciales contribuyó a devolver al monasterio de Sigena la dignidad que un monumento tan significativo en la historia de Aragón merece.

Plano 

Arquitectura y arte
La relación del monasterio de Sigena con la monarquía y nobleza aragonesa se tradujo en la creación de un monasterio-palacio que, con el paso del tiempo, se convertiría en el más magnificente monumento artístico de la Orden de San Juan de Jerusalén en toda Europa.                                                            

Vista general  

Monasterio de Sigena - Lateral 

Monasterio de Sigena - Lateral – Crucero 

En la parte alta de los muros de la nave hay una serie de arquillos de tradición lombarda apeando en ménsulas decoradas como soporte de la cornisa. Particularmente bello es el ventanal que centra el brazo sur del crucero  compuesto de cuatro arquivoltas muy abocinadas y sobresalientes del nivel del muro, que apean en sus correspondientes capiteles decorados con motivos vegetales, seres monstruosos y figuras humanas. 

Ábsides

Ábsides

Ventana 

La iglesia del monasterio tiene planta de cruz latina de cuatro tramos divididos por pilastras que sustentan fajones apuntados a los cuales se adosan semicolumnas con capiteles lisos y fajones más estrechos, doblándolos. La bóveda es apuntada, indicando ya una fecha tardía de ejecución. En el cilindro absidal quedan restos de la pintura que lo decoró En principio creí que se trataba de sinopias, probablemente residuales a un arrancamiento de las mismas, pero a mediados de mayo de 2017 el profesor Guillermo Torres de la Escuela Superior de Conservación y Restauración de BB. CC. del Gobierno de Aragón en Huesca ha comprobado que se trata de la capa pictórica entera, en algunas zonas afectada por el fuego, pero sin que haya sido arrancada y que conserva pigmentos y zonas sobredoradas.
En su fachada sur se conserva su imponente portada de estilo románico, abocinada por catorce arquivoltas acabadas en 26 columnas cilíndricas. La portada fue ordenada construir por Jaime I por parecerle pequeña la primitiva puerta de entrada a la iglesia, aunque la obra no se ejecutaría hasta el reinado de Pedro III (1282).
La portada del templo es hipnótica y emblemática. Sus catorce arquivoltas de baquetón apeando alternativamente en columnas con y sin capitel (sin decoración), le confieren un especial ritmo geométrico. Se disponen de forma que el conjunto es marcadamente abocinado, repetitivo y de potente atractivo visual a pesar de su desnudez ornamental escultórica.
A la derecha de la portada hay un arcosolio vacío al estilo del existente en Chalamera. Este era el lugar de reposo de los restos de Don Rodrigo de Lizana cuyo sarcófago sin decoración, "desapareció" a mediados de los 70.
A principios del siglo XIII, y probablemente bajo el mecenazgo de la reina Constanza de Sicilia, hija de doña Sancha y Alfonso II, se construyó la Sala Capitular, una de las estancias más emblemáticas del monasterio. Situada en uno de los extremos de la iglesia, tenía planta rectangular (dieciséis metros de fondo por ocho de ancho) y estaba dividida por cinco arcos apuntados. Sus paredes y arcos fueron decorados con escenas del Nuevo y del Antiguo Testamento, que la convirtieron en una auténtica Biblia pictórica que explicaba la historia de la humanidad desde el Pecado Original hasta la Salvación.
No conocemos la identidad del artista que decoró los muros de la Sala Capitular, pero no hay duda de que fue un artista con un excepcional dominio de su oficio. El Maestro de Sigena dejó para la posteridad el conjunto pictórico mural románico de mayor calidad artística del siglo XIII en todo el Occidente europeo.
¿Qué es entonces lo que caracteriza a estas pinturas y las destaca sobre otras pinturas contemporáneas? Si tenemos en cuenta el periodo durante el que se ejecutan los frescos (principios del siglo XIII), vemos que se trata de un periodo dominado por la pintura románica (de composición geométrica, formas hieráticas y esencialmente bidimensional). El Maestro de Sigena se aparta de este estilo y realiza una composición llena de naturalidad y detalle que abraza de manera incipiente las formas tridimensionales.
Parece admitido que se trataba de un artista muy familiarizado con la pintura bizantina, por lo que no se descarta que pudiera haberse formado en Constantinopla o en Sicilia; también se le ha vinculado a la miniatura inglesa, en concreto con la Biblia de Winchester. La influencia inglesa en el Maestro de Sigena vendría también corroborada por un detalle que aparece en sus frescos: en la escena que muestra a Moisés recibiendo de Dios las Tablas de la Ley aparece junto a éste un árbol de cuyas ramas penden pájaros a modo de frutos. Pues bien, esta misma filigrana aparece durante un cierto tiempo en el Bestiario Inglés, obra contemporánea a los frescos de la Sala Capitular de Sigena.
Las pinturas de la Sala Capitular fueron seriamente dañadas durante los trágicos sucesos del verano de 1936 que anteriormente se han relatado. Sin embargo, tras una restauración minuciosa, los fragmentos que se salvaron del incendio pueden contemplarse en el Museo de Arte de Cataluña, donde se custodian en calidad de depósito.

Pinturas de la sala capitular de Sixena
Las pinturas de Sixena están consideradas como una de las muestras más relevantes de pintura románica en la Península Ibérica.  Fueron pintadas entre 1196 y 1208. En Sixena, hay indicios de que el conjunto pictórico había sido decorado con molduras policromadas que enmarcaban los arcos y la separación entre muros, con incrustaciones a los nimbos de los personajes sagrados.  Posiblemente, en algunas escenas como La Natividad, aparecían estrellas doradas; esta técnica y estilo sólo tiene semejanza con pinturas murales procedentes de Navarra, de época más tardía.  Otras pinturas presentan patrones pictóricos parecidos a los que aparecen en las pinturas de Santa María de Sixena; estas son las decoraciones vegetales de Sant Esteve d'Andorra y Sant Cristòfol de Tosses (ambas en el MNAC). Las pinturas de San Pedro de Arlanza muestran similitud con las de Sixena en los motivos vegetales y en los temas de animales fabulosos. 
La composición de los morteros en Sixena era básicamente a base de cal y arena, aunque también fibras vegetales como paja o hierba o pelos animales, muy utilizados en pintura romana de Oriente. Para los colores azules, en Sixena se empleaban la aerinita y la azurita, al contrario que en conjuntos pictóricos de Inglaterra o Francia, donde era más utilizado el lapislázuli (aunque en algunos casos también la azurita, nunca aerinita). En cuanto a los pigmentos verdes, en Sixena se ha identificado la tierra verde (pigmento derivado del cobre); aunque a veces es bastante complicado diferenciarlo de la aerinita por la mala conservación de las pinturas por culpa del fuego.  También por culpa del incendio, no se ha podido determinar la utilización de pigmentos orgánicos rojos en las pinturas.  En el caso de Sixena, los pigmentos azules se suelen encontrar enmarcados por pigmentos verdes, tal como también ocurre en la catedral de Canterbury.
En las pinturas de Sixena se han encontrado marcas de compás en los círculos decorativos, tal y como también se ha encontrado en Winchester, Canterbury y Norwich. 
Las pinturas de la sala capitular del monasterio de Santa María de Sigena constituyen el más extraordinario conjunto europeo de pinturas murales del entorno del año 1200. La terrible agresión sufrida por este conjunto en el curso del verano de 1936 y que destruyó la policromía y luminosidad originales no consiguió difuminar la calidad pictórica y la intensidad expresiva de estas pinturas que se pueden contemplar hoy día en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
El monasterio fue fundado en 1188 por la reina Doña Sancha (1174 – 1208) esposa de Alfonso II conde de Barcelona y rey de Aragón (1162-1196). En este lugar pronunció sus votos a la muerte de Alfonso y allí fue enterrada en 1208. En la capilla de San Pedro, al extremo sur del transepto de la iglesia fueron inhumadas a su lado sus hijas Dulce –confiada al monasterio a la edad de siete años y muerta todavía niña (1189), Leonor (muerta en 1212) y su hijo Pedro II –muerto en 1213 en el desastre de Muret-. La institución fue confiada a la orden del Hospital de San Juan de Jerusalén que estaba de actualidad en la nobleza por haberse distinguido en la defensa de los Santos Lugares. Los hospitalarios habían sido expulsados justo un año antes (1187), tras la toma de la ciudad por Saladino, y vinieron a establecerse en Europa. La fundación de Sigena siguió de cerca de la del primer monasterio femenino en Occidente, el monasterio de Buckland, que había sido creado por Enrique II Plantagenet en 1180 para reunir las diferentes “dependencias” de la orden.
El monasterio femenino de Sigena rodeaba al claustro que se adosaba al muro septentrional de la nave de la iglesia. En su ala sur se hallan los edificios de los hermanos sanjuanistas, comunidad preexistente que fue subordinada a la comunidad femenina. La sala capitular, flanqueaba el lado sur de la nave y no el transepto como solía ser habitual, ocupaba cuatro tramos del ala oriental del claustro. La estructura arquitectónica de la sala sigue el modelo impuesto a todos los claustros de Sigena: amplios arcos diafragmas soportando los armazones, composición poco frecuente en las salas capitulares de España más propia de lugares civiles o en otros espacios funcionales de los monasterios. En el contexto catalano-aragonés encontramos este tipo de estructura en los dormitorios de Poblet y Santes Creus.
La decoración pictórica contribuyó a hacer excepcional esta sala capitular. Pintores formados probablemente en los talleres de Winchester o de Canterbury recubrieron por completo los muros perimetrales y los arcos con pinturas que evidencian el conocimiento de un repertorio bizantinizante similar al de los mosaicos realizados en el reino normando de Sicilia hacia mediados del siglo XII.
Tal como lo muestra una bella acuarela del pintor oscense Valentín Carderera (1796-1880) que tuvo la ocasión de reproducir la sala en 1866, el aspecto del de Sigena con el interior de los edificios siculo-normandos debía de ser impresionante. Al igual que la Martorane, la Capilla Palatina de Palermo o la iglesia de Santa María de Monreal, Sigena ofrecía una sabia combinación de arquitectura occidental matizada por la tradición islámica en la techumbre de madera y por el estilo pictórico bizantino. La estructura arquitectónica original intensificaba de modo notable el parecido con la decoración en mosaico de las iglesias sicilianas obligando a la decoración pictórica a adaptarse a un formato poco común en el románico de España: las superficies semitriangulares de las dos enjutas del arco.
La infrecuente riqueza elegida para esta sala fue rematada con la imitación de lapis lázuli empleado sobre los más ricos manuscritos y con la inserción de apliques dorados, probablemente estrellas o cuadrifolios en los fondos, discos en forma de halo para los personajes y molduras polícromas en las impostas de los arcos. Este procedimiento sin precedentes en la pintura mural española asemeja al utilizado en algunas pinturas inglesas como las de una capilla de San Anselmo en la catedral de Canterbury o como las de la capilla de los Ángeles Guardianes en la catedral de Winchester de hacia 1220.
Coronaba la sala el excepcional artesonado mudéjar en madera dorada y policromada que fue reducido a cenizas durante su incendio, Su estructura fuera de la tradición del arte hispano-musulmán anterior se inspiraría en el no menos magnífico techo de la capilla Palatina. Sin embargo, aunque importase algún detalle foráneo, la decoración se basa en el arte islámico local reproduciendo sobre sus paneles las soluciones geométricas de los paneles murales y de las celosías del palacio de la Aljafería de Zaragoza y de la Alcazaba de Balaguer (Lérida). Sobre las paredes de cada uno de los artesonados figuraban inscripciones en árabe al estilo de la capilla Palatina con fórmulas como “Dios es el único soberano”. La estructura decorativa de la techumbre con sus numerosas composiciones estrelladas podría contribuir al recuerdo de arquetipos decorativos suntuarios islámicos de orientación teocrática, fácilmente accesibles tanto a los artistas mudéjares que confeccionaron la techumbre como a sus mecenas, como es el caso del techo del Salón del Trono del palacio de la Aljafería donde se representa el globo terrestre como atributo de la realeza. Allí, “el rey al-Muqtadir probablemente recubierto de una capa tachonada de estrellas estaba presente para sus asuntos y embajadores extranjeros como un sol rodeado por su firmamento”. El carácter suntuario que poseían estos techos por si mismos, como indica el Libro de Alejandro citado por Torres Balbás, se completaba con bolas doradas de diversos tamaños suspendidas de cordones y que a modo de péndulos en movimiento, jugaban con los rayos de luz proyectando reflejos fantásticos por toda la sala.
Antes de su destrucción, esta sala constituyó un excepcional ejemplo de espacio suntuario de finales del siglo XII o inicios del XIII. Su decoración la hacía digna de un monasterio real y también de una reina como doña Sancha que pasa largas temporadas de su vida rodeada por la corte de damas nobles que la acompañaban incluso antes de que pronunciase sus votos. El cartulario del monasterio muestra un retrato de la fuerte personalidad de la reina. Lo mismo desde la corte como más tarde desde la clausura, Sancha dirigirá personalmente la fundación con mano de hierro. Su poderosa influencia debió de ejercerse también en el terreno artístico.
La afinidad de pinturas con el estilo de ciertos maestros participantes en la última fase de la ilustración de la Biblia de Winchester indujo a los especialistas en miniatura inglesa a conjeturar para los pintores de Sigena una cronología hacia los años 1180 – 1190. Estos datos harían entender que doña Sancha fue el mecenas de la sala capitular. Sin ninguna duda en esta época las cordiales relaciones entre Alfonso II y Enrique II aliados en la lucha contra el señor de Midi pudieron facilitar la presencia de maestros ingleses en Sigena.
Entre 1196, fecha en que enviudó de Emeric de Hungría y 1209 año en que partió hacia Sicilia para casarse con Federico II, Constanza (+1223) hija mayor de los reyes de Aragón residió en el monasterio al lado de su madre. Dos religiosas de Sigena la acompañaron en su viaje a Palermo. G. Borrás Gualix y M. García Guatas son partidarios de asociar su patrocinio a la decoración de la sala capitular. Mediante su edificación, Constanza habría deseado honrar al monasterio en el que descansaban los restos de su madre, enviando para ello a un pintor de Sicilia, bien fuese por propia voluntad o por indicación de su hermano Pedro II.
La presencia de dos reinas en el monasterio –tres si se toma en cuenta la de María de Montpelier, esposa de quien era entonces rey de Aragón, Pedro II- en el momento de la dedicación del templo en abril de 1208, sugiere que además de las funciones propias de un lugar de este género, la sala capitular de Sigena haya podido cumplir además una función suntuaria. Considerando el carácter polivalente que caracterizó a estos espacios monásticos en la Edad Media, no se encontraría desfasada esta función. W. Tonzo ha estudiado el doble uso desarrollado por la Capilla Palatina en ciertas ocasiones como en el día de Navidad cuando, después de la ceremonia religiosa que conmemora el nacimiento de Cristo, el espacio de la nave se transformaba en salón de recepción donde Roger II era saludado como vicario de Cristo en un trono situado a su extremo occidental. Desgraciadamente no poseemos ningún testimonio ilustrando el uso eventual de la Sala capitular de Sigena como marco de recepciones de las reinas de la casa de Aragón. Poseemos sin embargo un testimonio indicando que los miembros de la casa real gozaban de un status especial en este monasterio estrechamente ligado a la monarquía como lo prueba el hecho de que antes de la reorganización de los Archivos de la Corona de Aragón llevada a cabo por Jaime II, se encontraban aquí los archivos más importantes del reino. En una carta de octubre de 1196, Sancha especificaba a la priora Beatriz de Capraria que debía de hacer una excepción con las personas de sangre real en el asunto de la prohibición general a los laicos para asistir al coro de las religiosas citando expresamente a su hija Constanza.
La atmósfera obtenida en esta espléndida sala que evocaba el prestigioso arte bizantino y los conjuntos siculo-normandos era acorde con el momento de proyección internacional que conocía el reino de Aragón y su política de alianzas dinásticas. Si en 1173 Alfonso II logró establecerse en el marquesado de Provenza gracias a la ayuda de Enrique II, el matrimonio de María de Montpellier –hija de la princesa bizantina Eudoxia Comnène y de Guillermo VIII de Montpelier- con Pedro II en 1204, le permitió acentuar el control sobre el sur de Francia. Lo que haría posible un posible deseo del difunto Alfonso II de lograr alianza con el pujante emperador de Bizancio Manuel I Comnène, empresa que en su tiempo parecía haberse desvanecido. 

Decoración pictórica de la sala capitular. La serie de las genealogías.
La sala capitular de Sigena forma parte de un grupo restringido a ocho salas capitulares anteriores a 1250 cuya decoración pictórica ha llegado hasta nosotros. Cinco corresponden a la segunda mitad del siglo XII o principios del XIII: son las de la abadía de Bauweiler, de la catedral de Worcester, de la catedral de Puy, del monasterio de Lavaudieu (Vallis Dei) y del monasterio de Sigena. De entre ellas, la de Sigena constituye el ejemplar más completo.
Al igual que en la mayor parte de las salas, el programa pictórico de Sigena reúne escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. Las del Nuevo Testamento ocuparan aquí los muros de la sala capitular en un discurso que de norte a sur recorre la historia de la salvación desde la Encarnación hasta la Anastasis. Las enjutas de los arcos diafragmas fueron dedicadas a un ciclo del Antiguo Testamento en el que predominan las escenas del Génesis que ocupan dos arcos completos, mientras que los otros tres contienen episodios elegidos de las vidas de Noé, Abraham, Moisés y David. Estas pinturas que son probablemente de las más estudiadas de Sigena son también las que muestran mayor afinidad con las miniaturas preliminares de los salterios ingleses. Se basan en la proximidad iconográfica de la mayor parte de las escenas con las representaciones preliminares del Gran Salterio de Canterbury al que se atribuyó cronología entre 1180 y 1200, F. Probst afirma que debió de ser usado directamente como modelo por los artistas de Sigena. Este manuscrito que gozó de una gran libertad frente a sus prototipos se encontraba en el reino de Aragón en el siglo XIV cuando un pintor italianizante completó sus ilustraciones a partir del salmo 98. La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿Desde cuándo estaba aquí? Se trata de uno de los misterios que planean sobre este manuscrito. Ignoramos quién contrató a este último pintor, pero el lujo con que fue decorado parecen indicar que este excepcional encargo debió de ser hecho por una personalidad con gran poder adquisitivo. Posiblemente fuese un encargo de los reyes de Aragón o un presente recibido de un alto personaje inglés. ¿Quizá el propio Enrique II?. Evidentemente el estilo de este manuscrito debía de ajustarse al gusto artístico manifestado por los promotores que habías sabido atraer a Aragón pintores de la talla de los que decoraron la sala capitular. ¿Pero cómo podemos explicar que una pieza de tal valor llegarse inacabada? No sería lógico que los artistas necesarios para acabar el trabajo fuesen enviados a la vez. Puesto que en Canterbury no queda ningún otro ejemplar realizado con el mismo estilo, se cree que el salterio fue ilustrado por pintores itinerantes. Puede considerarse que un mismo equipo de pintores haya aportado su contribución a un texto ya copiado pero cuya iluminación no estaba terminada y que una vez acabada se dedicasen a realizar las pinturas de la sala capitular.
Las zonas de la arquería de Sigena más próximas a la techumbre, en las que es casi imposible representar personajes, fueron decoradas con profusión de motivos vegetales y un rico repertorio de animalístico que parece haberse inspirado en algún bestiario, probablemente inglés. Este repertorio, aunque pueda haber tenido un significado religioso, se halla muy adaptado al gusto de la aristocracia de la época. Se pueden observar en las pinturas murales de una sala del monasterio de Arlanza (Burgos), representaciones similares extraídas de los bestiarios, que fueron realizadas hacia 1200. Aunque originalmente se creyó que esta sala pudiera haber sido la sala capitular del monasterio, hoy se considera que debió de asociarse al culto de fundación mítica de la dinastía castellana, Fernán González.
Para encadenar los dos ciclos, el del Antiguo y el del Nuevo Testamento, se representa a los antepasados de Cristo en los intradoses de los arcos. La serie de las genealogías de Sigena constituye un “unicum” en la pintura española. No hay en esta última fase del románico más que otro ejemplo pictórico que represente a los antepasados de Cristo. Se trata de las pinturas de la bóveda de San Clemente de Segovia que de hecho muestran una iconografía bien diferente. Allí los ancestros de Cristo están integrados en un Árbol de Jesé tal como se muestran en las pinturas de la bóveda de la abadía de Moissac, pinturas que Virginia Czerniak cree fueron realizadas por algunos de los maestros que trabajaron en Sigena. Las pinturas probablemente habrían sido realizadas en consonancia con la presencia de los Plantagenet en le Quercy (1188-1199) y su promotor había sido Ricardo Corazón de León o su hermana Juana, casada con Ramón VI de Toulouse después de enviudar de Guillermo II de Sicilia.
Gracias a las fotografías tomadas antes de la destrucción de la sala se han podido inventariar hasta setenta retratos de antepasados de Cristo, es decir, catorce por arco. Tras el incendio se pudieron recuperar veinticuatro de estos retratos, que se pueden contemplar en el MNAC. Al contrario de la creencia generalmente admitida de que la totalidad de los antepasados representados en Sigena se limitaban a los setenta mencionados por las Escrituras, Karl Schuller sugirió que podrían haber existido ochenta (dieciséis por arco) a la vista de la hipotética desaparición de dos retratos por arco acaecida antes de su extracción. El eventual deterioro provocado en estas imágenes por la humedad y la descomposición de la piedra podrían haber provocado su reemplazo por ménsulas en el momento de la redecoración de la sala en el siglo XVII. Poseemos pruebas de que de que otros retratos situados en la base de los intradoses fueron deteriorados por los mismos agentes naturales, lo que en el siglo XIX obligó al monasterio a encargar a un pintor local, Joaquín Carpi y Ruata (Tamarite de Litera 1855-1910) a realizar retoques que pueden apreciarse hoy día en algunos de los antepasados de Cristo.
Oakeshot identifica 54 de estos retratos imaginarios; la lista se amplió hasta 68 ancestros por Schuller que aportó 14 nuevas identificaciones garantizadas proponiendo una recomposición de los ochenta ancestros cuya serie completa podría haberse llevado a cabo. El conjunto de los personajes representados en Sigena remite a las series de antepasados de Cristo consignadas por Mateo y Lucas, dejando aparte algunas omisiones. De los 40 ancestros mencionados por Mateo, 28 se representan en Sigena (Mt,1,1-16). De esta lista que comienza por Abraham y acaba en José se puede asegurar la representación de 28 aunque podrían ser 32 según la hipótesis de Schuller. Sus efigies se representan en los intradoses de los dos primeros arcos del lado norte. Cada representación incluye un personaje adulto acompañado de su hijo adolescente; llevan al pie un “tituli” en el cual figuran los nombres del padre y del hijo separados por las palabras “Autem genuit” en abreviatura (A.G. o A.Gen.): “SALOMÓN A.G. ROBOAM”, una clara referencia al principio del texto de Mateo extraído de la Vulgata: “Abraham genuit Isaac”. De la genealogía de Lucas (Lc. 3-23-38), que contiene 75 nombres de ancestros de Cristo yendo desde José a Adán, 42 (48 según Schuller) se representan solos en los tres arcos siguientes con sus nombres precedidos de la expresión “qui fuit”.
La amplitud del ciclo de los antepasados de Cristo en Sigena no es comparable más que a la que se representó en el cielo raso de la catedral de Canterbury (1178-1207) donde según M. Caviness, 88 personajes habrían sido representados, de los que 84 corresponden a los ancestros de Cristo. Al contrario que en otros ciclos occidentales, en Sigena y en Canterbury no se insiste en la ascendencia real de Cristo y la existencia de cabezas coronadas es muy limitada. En Sigena tan solo David y Salomón están presentes como reyes, con los atributos de su condición en el primer arco extraído de la genealogía de Mateo; en el cuarto arco, que corresponde a la genealogía de Lucas, David aparece sin atributos reales. La conclusión de M. Caviness según la cual el programa de Canterbury sería adecuado para una iglesia monástica podría aplicarse también al ciclo de Sigena. Sin embargo, la preferencia por la genealogía de Lucas, o la inclusión de un número más elevado de patriarcas anteriores a David diluye de alguna manera la cuestión del linaje real, que es más acentuada en Canterbury que en Sigena. En las vidrieras de la catedral inglesas tan solo ocho ancestros de la genealogía de Mateo se ajustan a los 76 personajes mencionados por Lucas. Al contrario, en Sigena se optó por un mayor equilibrio (42-48 de Lucas frente a 28-32 de Mateo). Podría creerse que dados los fuertes lazos existentes entre el monasterio del valle del Alcanadre y la monarquía aragonesa, los ideólogos del programa buscando establecer el equilibrio entre una cuidadosa atención a los aspectos reales y dinásticos se apartaron de la genealogía de Mateo decantándose por la sucesión natural de Lucas.
Los ancestros de Canterbury presentan innegables semejanzas en cuanto a las poses y a los gestos con los retratos de Sigena. No ha de extrañar que, de todo el ciclo de Canterbury, los personajes que asemejan más a los ancestros representados en la sala capitular aragonesa sean aquellos que han sido atribuidos por M. Caviness a maestros que intervinieron hacia 1180-1207 y cuyo estilo es próximo al de los mismos miniaturistas del scriptorium de Winchester que se han relacionado con las pinturas de Sigena, el “Master of the Morgan Leaf” y el “Master of the Gothic Majesty”. Se trata de retratos impregnados por la misma claridad y serenidad de aspecto clásico que encontramos en Sigena y se supone que podrían estar asociados a una probable difusión en Inglaterra de las innovadoras propuestas de algunas representaciones de la capilla Palatina.
En el cielo raso de la iglesia de la abadía de Saynt-Yvred de Branie, de la orden premostratense, uno de los maestros que trabaja en Canterbury durante la campaña 1190-1207 realiza análogos retratos de antepasados de Cristo en un ciclo mixto de las genealogías de Mateo y de Lucas. Las vidrieras fueron encargadas por una reina de Inglaterra, quizá Leonor de Inglaterra o Isabel de Angulema.
Sobre los dos grupos de vidrieras, los antepasados de Cristo fueron representados con su figura entera y sentados en sus tronos. Generalmente se hallan bajo doseles rectos o con diversas formas de arco. Si los artistas que decoraron la sala capitular de Sigena tenían presente la esencia de las vidrieras de Canterbury, obras que sin duda conocían dada la formación que se les supone, es lícito pensar que adecuaron las figuras al formato de los bustos para no perder el carácter monumental de los personajes seleccionados para ocupar las casillas relativamente exiguas del intrados de los arcos de la sala capitular, mucho menores que los paneles de Canterbury o de Saint-Yvred de Braine. No hay duda de que los pintores ingleses de Winchester y Canterbury conocían la fórmula del retrato de busto, la más extendida en occidente para representar a los ancestros de Cristo. Algunas iniciales de la Biblia de Winchester que envuelven, como en el caso de la inicial de las Lamentaciones de Jeremías atribuido al Master of the Morgan Leaf, envuelven este tipo de retrato que puede proceder de un contacto directo con los mosaicos siculo-normandos. El matrimonio de Guillermo II con Juana Plantagenet, celebrado en la capilla Palatina de Palermo el 13 de febrero de 1177, y sus preparativos podrían haber provisto al maestro inglés de excelentes ocasiones para conocer de primera mano algunas de las impresionantes representaciones de esta capilla como el busto de Cristo Pantocrator del ábside central, los magníficos bustos de Pablo y Andrés de los ábsides laterales (1158-1162?) y buen número de bustos de profetas y patriarcas. Es precisamente en este terreno, el de los tipos humanos de los profetas y de los patriarcas, donde el Maestro Morgan se aproxima más a las fuentes bizantinas. El tratamiento clásico reservado a los ancestros de Sigena con su arcaizante monumentalidad, la intensidad psicológica que allí se manifiesta los acerca a las obras maestras del arte de finales del siglo XII. Los personajes se presentan de tres cuartos, en poses naturales con la cabeza ligeramente girada o inclinada. La fórmula de los bustos en tres cuartos no es el único matiz que diferencia a las antiguas vidrieras de Canterbury y a los de Saint-Ived de Braine. En Sigena, cada personaje se halla individualizado por un marco rectangular que tiene mucha más importancia de la que a primera vista parece, puesto que este transforma el concepto de retrato y la manera de presentarlo al espectador. A diferencia de sus homónimos de Canterbury, el encuadre rectangular que envuelve a los ancestros de Sigena no aísla al personaje y no contribuye demasiado a reforzar su dignidad; por el contrario, contribuye a animarlo, dando la impresión de hallarse frente a un fragmento de realidad visual. Eso confiere una fuerte presencia y suprime la distancia que lo separa del espectador. Se diría que se concentra aquí todo el saber clásico del retrato. El cuadro rectangular contribuye a acentuar el recuerdo de la pintura clásica de caballete –ya desaparecida- en la que las fórmulas supervivientes como, por ejemplo, en ciertas miniaturas carolingias, por ejemplo en los retratos de los evangelistas de los evangelios de la Coronación (Viena, Weltliche Schatzkammer der Hofburg, fol. 178v, fin del siglo VIII) donde la imagen tiende también a traspasar el cuadro adquiriendo una vida propia y creando una sensación tridimensional.
Un prototipo de retrato muy próximo al que hallamos en Sigena fue cultivado en las miniaturas bizantinas de finales del siglo XII. Se puede observar en uno de los raros Libros de los Profetas, el Oxford New College 44 de la Bodleian Library, un manuscrito ilustrado de Constantinopla de una época cercana a la datación prevista de la realización de las pinturas de Huesca. Se ignora todo acerca de la identidad de sus propietarios y de la fecha de su llegada a Inglaterra. La única información segura de la que disponemos es que en 1558 pertenecía a Reginald Pol y que se encontraba allí. En este manuscrito, los textos de los profetas están precedidos por un retrato de cada uno de ellos representado de medio cuerpo e inscrito en un cuadro de 7, cm. x 7,5 cm. Como en los retratos de Sigena, los personajes del manuscrito del Oxford Collage invaden el cuadro de la pintura como si quisieran salir de ella. A favor de las pinturas de Sigena, hay que reconocer que las genealogías muestran un amplio abanico de tipos humanos frente al carácter restrictivo observado en este territorio en los retratos de los profetas de este manuscrito. Los personajes de la genealogía de Lucas se distinguen también por una mayor variedad de gestos en sus manos. La fórmula más utilizada en el libro de Oxford es la que caracteriza a los profetas, con uno o más dedos extendidos en horizontal. Este gesto retórico que simboliza la enseñanza y que comparten los profetas y los maestros en el lenguaje de la imagen, se halla en Sigena en ciertos retratos de ancestros como en los de Nagge, Simeón, Jessé; Gnos o Er. En ciertos retratos las manos señalan hacia lo alto, continuando la diagonal o vuelven incluso hacia el personaje, extendiendo en unas ocasiones el índice y el mayor o en otras ocasiones el índice y el meñique, siguiendo fórmulas que evocan a las habituales en los profetas de las miniaturas como Resa, Jacob u Obed. El hecho de que esos personajes apunten con más de un dedo es un signo evidente de autoridad o de magisterio. Otros señalan a lo alto con el índice en el gesto clásico de la orden que se les ha dado, como entre Naum, Set y José. Otros, por fin, como Eliachim o Semen, alzan la mano con la palma vuelta, lo que traduce habitualmente la disponibilidad o la aceptación. Este repertorio de gestos no agota la gama utilizada en los ancestros de Sigena. Otras muestran el dolor o el peso moral que les agobia, bien sea sosteniendo la cabeza con su mano (Mathan) o inclinando la cabeza y colocando la mano en la mejilla (Isaac) o incluso sostenido el mentón con la mano (Matatías).
No es imposible que los artistas hayan realizado las pinturas de la sala capitular hayan podido conocer un libro cualquiera de profetas, siendo un hecho que dos de esos raros libros se encuentran hoy en día en Inglaterra, pero no se puede estar absolutamente seguro. De cualquier forma tanto los retratos de Sigena como los del Libro de los Profetas de Oxford, emanan de la misma tradición del retrato de caballete que se realza en los iconos bizantinos de finales del siglo XII en los que se manifiesta el arte más humanizado y amable del periodo en cuestión. Encontramos también la presencia a la vez intensa y próxima que se desprende de estos retratos en algunos retratos-bustos de los profetas y patriarcas de Palermo, en los ancestros de Santa María Nueva de Monreal y entre los retratos de la genealogía del Gran Salterio de Canterbury. Todos estos ejemplos se ajustan al estándar adoptado por el arte bizantino en los retratos de profetas y de patriarcas del Antiguo Testamento, modelo que se vuelve a encontrar alrededor de los profetas de Oxford o los ancestros de Sigena. En ocasiones los medallones en que se insertan tanto los personajes de Palermo o de Monreal como los del salterio aminoran el impacto del retrato y acentúan su carácter suntuario. Aunque también de origen clásico, la imagen en medallón es comparable a la de los retratos que rodean el retrato de la Virgen, de Cristo o de un santo en los iconos que Weitzman hace proceder de los esmaltes encuadrados.
El taller de la abadía benedictina de Helmarhausen, transformado en la época del duque de Saxe Enrique el Lion (1129-1196) en importante centro de producción de manuscritos, utiliza en los alrededores del último decenio del siglo XII los dos formatos, el del portarretratos en medallón y el del retrato de encuadre rectangular. Se puede observar la alternancia en una de las obras más importantes salidas del scriptorium, los Evangelios de Enrique el León (Wolfenbüttel, Herzog, August Bibliothek cod. Guelp 105 Noviss. 2º) de hacia 1186. El folio 19v donde figuran las genealogías de Cristo se inscribe en la acreditada formula del medallón para los retratos de los ancestros. La ilustración ocupa toda una cara del folio 172r de este manuscrito muestra en cambio un Cristo en Majestad rodeado en los cuatro ángulos por los retratos de Moisés, David, Salomón y Boecio que parecen surgir de la estructura cuadrangular. Esta ilustración hecha pendiente en la Coronación espiritual de Enrique en León y de Matilde figurando al reverso del folio anterior. Se trata de una interesante miniatura a página entera donde se entremezclan los retratos profanos y los sacros; los Duques de Saxe aparecen allí acompañados de sus parientes y el Cristo de los Santos y comprende a Tomas Becket, recientemente canonizado, que se encuentra en la vertical de Enrique II de Inglaterra, el padre de Matilde. La escena se estructura, como la de la Majestad, en cuatro retratos y encuadres rectangulares. El retrato en busto se reserva a los personajes santos y comprende a Cristo, mientras que los laicos se representan en pie.
El profundo sello dejado por el arte carolingio u otoniano en estas regiones que constituyeron el corazón del Imperio podrían bastar para explicar el uso del encuadre rectangular en el taller de Helmarhausen. El uso diferente que se hace en la tipología de los personajes invitan en ocasiones a considerar la posibilidad de una influencia ejercida en estos lugares por objetos muebles de arte bizantino, en especial iconos, cuya circulación está acreditada con gran certeza tanto en el norte de Europa como en Inglaterra o en otros territorios europeos. En este sentido, no es menos significativo que el Evangeliario de Enrique el León fue concebido para permanecer abierto sobre el altar de la Virgen de la catedral de Brunswick, construida por Enrique para acoger las reliquias que había traído de su peregrinación a Tierra santa entre 1172 – 1173.
Los retratos-busto en medallón habían desaparecido de los iconos bizantinos en el curso del siglo XII siendo reemplazados por bustos de aspecto más pictóricos. Un icono del monte Sinaí, reconocido por K. Wietzmann como obra de un artista occidental que trabajó en la mitad del siglo XII para el monasterio de Santa Catalina, constituye una versión donde los bustos que flanquean la Crucifixión están desprovistos de cualquier encuadre. Sobre os mosaicos del muro sur de la nave de la iglesia de la Natividad de Belén, bajo las representaciones de Concilios, artistas bizantinos realizaron bustos parecidos para los ancestros de Cristo. Estas representaciones cuya realización se remonta a alrededor de 1169 atestiguan la introducción del estilo pictórico del arte comneno tardío en el reino cruzado gracias a la colaboración política y artística entre el rey Amalric (1136-1174) y el emperador Manuel Comneno, cuya hija menos Maria Comneno estaba casada con el rey de Jerusalén en 1167. Es fácil suponer que estas pinturas hayan podido proceder de la imaginería europea evocada con nostalgia por los religiosos Hospitalarios cuando, tras abandonar sus establecimientos en Palestina, hubieron de buscar nuevos acomodos en el continente.
Si es arriesgado proponer que las genealogías de Belén hayan podido reflejarse en la programación de un ciclo de ancestros en la sala capitular de Sigena admitiendo la popularidad que gozaba este ciclo en el arte europeo de finales del siglo XII, al menos hay razones de peso para pensar que en el espíritu de los promotores occidentales existían relaciones entre la Tierra Santa y el estilo pictórico bizantino con el cual habían sido decorados los principales edificios del reino cruzado de Jerusalén.
La tipología de los retratos dobles, padre e hijo, de la genealogía de Mateo en los arcos de la sala capitular de Sigena remite al mundo artístico del Mediterráneo oriental. Mutatis mutandis, la tipología de la que derivan estos personajes de la genealogía de Mateo, corresponde a la de las Vírgenes Eleousas; los retratos de Sigena comparten con ellas la tipología general y detalles concretos como la inclinación de la cabeza. El arte bizantino asoció visualmente la Virgen Eleousa y los personajes de Simeón con niño. Una de las versiones más interesantes por la cercanía estilística y cronológica con Sigena es la de Simeón de los frescos de la Panagia tou Arkakos cerca de Lagoudera en Chipre (hacia 1192). Como otros ejemplos en iconos o en pintura mural del siglo XII, se trata de un Simeón pensado como imagen devocional aislada extraída de la escena de la Presentación en el Templo. Sus trazos destilan la intensidad emocional del arte que emana de Constantinopla en esa época y refleja con bastante fidelidad uno de los cánones más repetidos en los libros de los profetas que se produjeron en metrópoli a finales del siglo XII. Mientras que versiones particulares del arte comneno tardío reflejan arquetipos tradicionales adoptados en Bizancio para representar a los profetas, el estereotipo humano que corresponde a Simeón será adoptado por las realizaciones occidentales pertenecientes a la órbita del arte bizantino; pero es más raro que adopten el modelo con el niño. Así se pueden reconocer ancianos de aspecto idéntico en los bustos de los profetas en el tambor de la cúpula de la Capilla Palatina y en los dos Isaías de los mosaicos de Venecia. En Sigena encontramos semejanzas en las representaciones de la genealogía de Lucas (Naum, Noe, Ioram, Abraham, Job, Iamne, Jesse o Jesús) aunque con algunas variantes –como una cabellera o una barba más o menos largas o incluso los peinados- que muestran la adaptación de los modelos bizantinos a los gustos occidentales y a los criterios estéticos de la “variatio”. Adoptando el mismo proceso observado en las genealogías del salterio de Canterbury, los artistas de Sigena combinan un número restringido de fisonomías, barbas, peinados, tocas y vestidos, logrando resultados muy variados.
Los retratos de los ancestros representados en forma padre e hijo fueron realizados también para ilustrar la genealogía de Mateo en una obra más o menos contemporánea de las pinturas de Sigena, en el caso de la Biblia de Pamplona (Harburg MS ½ lat. 4ª-15) que F. Boucher sitúa hacia 1199-1202. En ese manuscrito, los ancestros se representan sentados y con su descendiente sobre una rodilla, siguiendo un modelo más conforme con la tipología de las vírgenes con niño góticas que el de las vírgenes Eleousas. El carácter excepcional de este modo de representar a los ancestros no es el único punto de coincidencia entre la Biblia Harburg y Sigena; al igual que en las pinturas de su sala capitular, el ciclo de las genealogías establece allí un enlace entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Para Boucher, por quien ese manuscrito podría haber sido realizado por Doña Sancha, este no sería el modelo de las pinturas pero, al contrario, el transvase de influencias se habría dado en sentido inverso siendo Sigena quien habría influenciado al Maestro principal de la Biblia de Pamplona.
El conocimiento de la versión masculina de la Virgen Eleousa confirma la afirmación de W. Oakeshot para quien los artistas de Sigena debieron tener acceso a otras fuentes bizantinas además del mosaico de Sibila. El problema estriba en determinar a qué obras tuvieron acceso. La circulación de objetos de arte mueble en la Europa de finales del XII y principios del XIII pudo poner a su alcance todo un abanico de obras, manuscritos, iconos o esmaltes, no forzosamente realizados en Constantinopla pero si en los talleres de Jerusalén, Acre o Chipre. Como ha observado K. Weitzmann, por el contacto con estas obras los artistas europeos asimilaron el estilo pictórico bizantino y produjeron un considerable número de manuscritos y de iconos. Aunque los manuscritos parecen haber sido destinados principalmente a la corte, los iconos lo fueron también para los patrones de poderosas órdenes militares como los templarios. Aun cuando la mayoría de estas obras ha desaparecido, podemos imaginar razonablemente que un buen número de ellas debieron abandonar Tierra santa con ellos.
La disposición arquitectónica de los retratos de los ancestros en los intradoses de Sigena se ha comparado con el ordenamiento de los retratos-medallones superpuestos a los arcos de la Capilla Palatina o de Santa María la Nueva de Monreal. A menudo lo que sugiere la sucesión de cuadros bajo la forma de paneles de retratos de Sigena es muchas veces una sucesión de iconos. La semejanza se encontraría reforzada por la incorporación de elementos metálicos –desaparecidos hoy en día, pero de los que dan fe los pequeños orificios que los anclaban al muro- que adornaban cada uno de los retratos. Todo ello intensificaría el parecido de esta atmósfera con la de las iglesias bizantinas. Entonces, durante el siglo XII se asentó la tendencia a decorar con iconos de gran talla el templon y los muros de otros lugares de la iglesia, como la naos o el nártex. Muchas veces los iconos han sido retirados de su lugar de origen pero algunos que hoy se muestran como obras aisladas deben de haber desempeñado esta función como es el caso de los iconos de Novgorod. En San Pantaleón de Nerezi (1164) se advierten todavía los santos intercesores a cada lado del templon de mármol al igual que en la iglesia de Studenica (hacia 1207-1208) en el pilar del muro norte de la nave. Del mismo modo, muchos iconos representando a un santo de medio cuerpo y de medio perfil debieron de formar parte de una Gran Deesis situada en un epystillon cuyos otros paneles se perdieron, como es el caso del icono de “el ángel de cabellos de oro” de la segunda mitad del XII conservado en el museo ruso de San Petersburgo. Algunas de estas figuraciones, que en realidad eran de la pintura mural, se reconvirtieron en iconos portables; en ocasiones el encuadre era simulado o bien se rodearon de un verdadero marco de mármol o estuco. Se llegó incluso a simular el clavo y la anilla que servían para colgar las verdaderas pinturas sobre tabla. Estos iconos murales existieron en numerosas iglesias de Constantinopla, de Kastoría, del Peloponeso, de Serbia o de Kiev.
La tendencia a tapizar las iglesias con iconos auténticos motivaron que los edificios de orientación occidental se vieran muy influenciados por modelos del imperio bizantino. Las columnas de la iglesia de la Natividad de Belén fueron objeto de una decoración pictórica representando a obispos latinos y vírgenes Glykophilousa y Galaktrotrophousa, lo que denota su origen en un icono bizantino. El hecho es que los occidentales no pudieron escapar al prestigio del icono ni a su efectividad como propaganda pictórica afirmando una verdad religiosa. Se encuentra la misma tendencia en las pinturas de la catedral del Puy (Alto Loira) así como en el centro de Francia, constituyendo un ejemplo culminante de bizantinismo de la pintura europea de alrededor de 1200. Al lado de los personajes con sus aureolas adornadas con metal estampado y rodeados por marcos dorados se halla en la impresionante Crucifixión de la sala capitular, o sala de los Muertos, el espléndido revestimiento metálico de algunos iconos. A pesar de las diferencias iconográficas, la fuerza expresiva de las pinturas de la catedral del Puy está muy cerca de la de las pinturas de Sigena. Se representan impresionantes personajes de medio cuerpo, como Isaías y Juan Bautista acompañando a la Virgen con Niño en el muro norte del porche, o Osée, Isaías, Philon y Jeremías dispuestos de dos en dos en la escena de la Crucifixión.
Así como han sospechado ciertos historiadores de arte, la aptitud que el principal maestro de Sigena manifiesta con su estilo y soltura en el mundo pictórico bizantino no puede explicarse únicamente por un hipotético conocimiento de los mosaicos de Sicilia; desde Oakeshot, se aceptaría que este maestro probablemente inglés hizo una parte de su aprendizaje en medio bizantino más al este de Sicilia, adquiriendo una experiencia de primera mano en la pintura monumental. La utilización en las pinturas de Sigena del método característico de las pinturas bizantinas consistente en incorporar fibras vegetales al enlucido para conservar durante más tiempo la humedad, confirma esta opinión. Tras la conclusión del estudio técnico realizado en 1996, el dibujo preliminar de las pinturas de los arcos y del muro sur de la sala capitular de Sigena, es una sinopia hecha a mano realizada directamente con ocre rojo y no en dos fases como en el caso de las escenas del Antiguo Testamento y las pinturas de la Capilla del Santo Sepulcro de Winchester atribuidas al Maestro de la Hoja Morgan. Ello arroja una duda sobre la atribución de todas las pinturas de Sigena a un mismo equipo o un mismo pintor. Quizá podría considerarse que con los maestros ingleses, o después de ellos, haya intervenido un maestro formado en algún taller bizantino oriental. Como ha propuesto K. Weitzmann no hay razón alguna para creer que todos los pintores occidentales que trabajaron en los talleres de Tierra Santa donde aprendieron los métodos pictóricos bizantinos se quedasen en Chipre tras la pérdida de Jerusalén; algunos de ellos debieron de volver a sus países de origen llevando sus libros de modelos y produjeron obras de arte.
Los pintores que llegaron a Aragón para realizar la decoración de esta magnífica sala revelan a través del repertorio pictórico usado, que poseían la formación típica de los artistas itinerantes. Estos artistas tuvieron sin duda la ocasión de moverse en este mundo del Mediterráneo oriental que a despecho de la debacle de los cruzados, continuaba suscitando la ambición de los latinos. Tras la pérdida de Jerusalén, Ricardo Corazón de León conquistó y vendió Chipre, primero a los templarios (1191), luego a Guy de Lusignan (1192) para compensar a éste último de la pérdida del trono de Jerusalén. En Pedro II enviará emisarios en 1206 a San Juan de Acre con proposiciones concretas para preparar su boda con Maria de Monferrat, heredera del trono de Jerusalén, mientras que el Papa no se había pronunciado aún sobre la disolución de su matrimonio con Maria de Motpellier. Es en este contexto histórico de los años inmediatamente anteriores y posteriores a la pérdida de los Santos Lugares cuando fue estimulada la producción y difusión de los modelos pictóricos bizantinos por la cuenca del Mediterráneo y que explica la decoración de la sala capitular de Sigena.

Litigio por las pinturas de Sixena
En el año 2013 el Gobierno de Aragón reclamó las pinturas a la Generalidad de Cataluña. Los principales argumentos de la generalidad para que las obras continúen en Cataluña son la usucapión y la buena fe con la que según el Consejero de Cultura Ferran Geli se llevó a cabo el traslado.  En 2014 el gobierno aragonés interpuso una demanda contra el Ministerio de Cultura, la Generalitat y el MNAC. En julio de 2016, el juzgado de primera instancia de Huesca sentencia al MNAC a devolver las obras a Sixena, y en noviembre de 2016 solicitó la ejecución provisional de la sentencia. La jueza dio un plazo de 20 días para que se notificaran las condiciones del desmontaje y traslado de las pinturas, así como el número y nombre de los técnicos que llevarían a cabo el proceso.  En la misma sentencia, la jueza requería al gobierno aragonés que en un plazo máximo de 10 días informes de las condiciones estructurales y climáticas de la Sala Capitular.  Entre noviembre y diciembre de 2016, el MNAC presentó diferentes informes encargados a varios expertos en relación al traslado de las pinturas. Entre los informes, destaca el realizado por la Dra. Simona Sajeva, donde se decía que era imposible trasladar las pinturas del MNAC a Sixena sin dañarlas irremediablemente.  El informe, señalaba la necesidad de mantener los apoyos y las condiciones de conservación del MNAC en el Monasterio de Sixena; según este informe, los soportes de las pinturas, expresos para la instalación en el MNAC, hacían imposible el traslado. 
A finales de noviembre de 2017, esta disputa se resolvió por orden del Ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, debido a que tras la aplicación del artículo 155 en Cataluña, además de Ministro también es responsable de la consejería de Cultura de la Generalidad. ​
El 11 de diciembre de 2017 en cumplimiento de una orden judicial las obras se trasladaron de Lérida a Sijena. La consejera aragonesa de Cultura, Mayte Martín, declaró: "Es una jornada histórica para la comunidad autónoma de Aragón. Lo que ha ocurrido hoy es que se ha cumplido la legalidad, y por ello, se ha hecho justicia con el pueblo aragonés por cuanto se ha cometido un acto de defensa de su identidad y de su patrimonio."  ​El traslado estuvo rodeado de una importante tensión con grupo de independentistas catalanes con picos máximos de hasta 300 personas protestando, que se agolpaban a la entrada del museo para imposibilitar la salida del camión y la furgoneta que han servido para llevar las obras a Sijena. ​Los vecinos de Sijena recibieron los bienes entre vítores y exclamaciones de alegría.



Visión general de la sala donde se encuentran expuestas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña
 

Segundo arco (MNAC)

 Cuarto arco (MNAC). D'Er a Simeó de la genealogía de Cristo según Lluc [18]  

Juicio final,  procedente probablemete del coro alto de Sigena

Cristo ante Herodes

La leyenda dorada. Un ángel, con las alas extendidas, ocasiona el encuentro de San Joaquín y Santa Ana. Un pastor y una joven contemplan la escena. Magnífica tabla (1515-1529) del Maestro de Sigena.

Jesús con la cruz a cuestas

La obra representa el momento en que la Virgen María fue presentada por sus padres, como era preceptivo según las leyes de Moisés, en el Templo de Jerusalén.

Jesús entre los doctores de la ley

La obra representa el nacimiento o la natividad de Jesucristo, y formó parte del retablo mayor del Panteón Real

"Ascensión", óleo sobre lienzo del Maestro de Sigena (1510-1521); Museo de Santa Cruz, Toledo

Otra de las estancias que más realce dio al monasterio es la Sala Pintada o Salón del Trono. Esta estancia formaba parte del conjunto de edificaciones que conformaban el Palacio Prioral que mandó construir la priora doña Blanca de Aragón. La Sala Pintada era una sala de grandes dimensiones (catorce metros de fondo por siete de ancho) donde la priora y su séquito recibían a los visitantes notables entre paredes adornadas con valiosos y ostentosos tapices. A finales del siglo XVIII, el cartujo Manuel Bayeu recibió el encargo de pintar en el Salón del Trono unos frescos retratando a las prioras más notables de Sigena, obra que ejecutó con gran maestría y que perduraría hasta su destrucción en 1936.
Además de la Sala Capitular y la Sala Pintada, la iglesia y los salones del monasterio se enriquecieron a lo largo de los siglos con importantes obras de arte, entre las que destacan numerosos retablos y tablas góticos (entre ellos, el emblemático retablo de la Virgen atribuido a Pedro Serra –finales del siglo XIV– y adquirido por el Museo de Arte de Cataluña en 1918), esculturas, tumbas de prioras, relicarios, la silla prioral de doña Blanca o la misma sillería del coro.
El retablo de la Virgen es una obra de pintura al temple sobre tabla realizada entre 1367 y 1381 por un maestro anónimo que se ha identificado con Pere Serra o con Jaume Serra. Actualmente se conserva en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
La obra testimonia el desarrollo experimentado por el retablo a partir del segundo tercio del siglo XIV. En la tabla principal se representa a la Virgen María entronizada con el Niño y las santas Catalina de Alejandría y María Magdalena.
La figura del comitente del retablo, es decir, quien lo ha encargado, se sitúa de rodillas a los pies de la Virgen y su identificación consta en una inscripción sobreañadida al hábito: FRA: FONTANER: D: GLRA: COMNADOR: D: SIXENA. Esta leyenda es una referencia importante para la historia del retablo ya que no se conoce ningún documento donde se aluda a su contratación ni a su pago. Fray Fontaner de Glera fue comendador de Sigena en una fecha posterior a 1363. Por tanto, Jaume y Pere Serra (especialmente este último) podrían haber sido los autores en el periodo 1363-1375, ya que Francesc Serra murió en 1362. Las doce escenas de las calles laterales tienen relación con los siete gozos de María, con historias evangélicas y de los Hechos de los Apóstoles desde la Anunciación a la Coronación de María y se rematan con el Gólgota en el ático.
En cuanto a la predela, cuatro milagros eucarísticos acompañan la representación central de la Última Cena. En las pinturas dedicadas a los milagros eucarísticos se puede observar la expresión de un mensaje explícito a través de la imagen que alude a la consideración negativa que la sociedad medieval tenía del pueblo judío y a su relación con la ira divina, concretada en los sucesivos rebrotes de la peste de aquellos años y en la hambruna. ​
Muchas de las obras de arte mueble propiedad del monasterio se salvaron del incendio provocado en los albores de la guerra civil española y, en la actualidad, o bien se desconoce su paradero o bien se encuentran desperdigadas por diversos museos dentro y fuera de Aragón. Por el momento no parece que exista interés alguno por parte de sus propietarios o meros poseedores de vender o devolver al patrimonio aragonés, según sea el caso, las obras de arte de Sigena que, bien está recordarlo, fueron sufragadas en gran parte con los tributos pagados a lo largo de los siglos por los feligreses del señorío de Sigena.
Algunas obras de arte, que pudieran haber sido devueltas o adquiridas por el Gobierno de Aragón sin mayor dificultad, fueron enajenadas a la Generalidad de Cataluña por las monjas de Valldoreix (en oscuras circunstancias) en los años 1983, 1992 y 1994. Finalmente sorprende que ninguna institución pública haya reclamado la devolución de la Sala Capitular de Sigena que se encuentra en mero depósito en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Panteón real 

Situación actual del monasterio de Sigena
Pese a que del antiguo esplendor del monasterio apenas queda nada, no todo es desolación en Sigena. Se conserva en buen estado la iglesia, el Panteón Real, y su bella portada románica, única en su género.
La Sala Capitular, tras la restauración de 1988, también merece una visita, así como el primitivo dormitorio de las dueñas, del que sólo quedan unas arcadas en pie, pero que incitan al visitante a imaginar los momentos de gloria y esplendor que antaño acompañaron el devenir del monasterio.
La llegada de las monjas de la comunidad de Belén y Asunción de la Virgen en 1985 devolvió al cenobio su recogimiento y espiritualidad en una época en la que todas sus estancias amenazaban ruina ante la pasividad de las autoridades. Es precisamente en esta época cuando se cierra el recinto, al que antes podían acceder sin ningún control todo tipo de personas.
La iglesia, vacía durante lustros, se acondicionó de nuevo para el culto y el refectorio, antes también abandonado, se convirtió tras una acertada rehabilitación en un lugar de recogimiento y oración, en el que los fieles pueden asistir a determinadas liturgias para rezar con la comunidad. En la actualidad, el monasterio de Sigena es un monumento vivo que cada vez recibe más visitantes y que lleva camino de convertirse en un notable centro de peregrinación en el que creyentes y no creyentes pueden disfrutar de un clima de espiritualidad, sosiego y soledad difícil de encontrar en otros complejos arquitectónicos de tipo religioso, entregados en su mayoría a turbas de ruidosos turistas.
Además de un centro espiritual, Sigena se ha convertido en el símbolo de la lucha de un pueblo por la recuperación de su memoria histórica, que se manifiesta en la reivindicación de la restauración plena del monasterio y el retorno de todas aquellas obras de arte que en diferentes momentos históricos han sido expoliadas.
En 1975 don Julio Arribas Salaberri, fundador del Instituto de Estudios Sigenenses Miguel Servet y uno de los hombres que más esfuerzos dedicó a reivindicar la dignidad del cenobio sigenense, publicaba su Historia de Sigena. En dicho libro, el autor advertía con tristeza en relación con las ruinas de Sigena que «son ruinas que nos avergüenzan y que Aragón entero debería indignarse de ver la pasividad e indiferencia que para esta obra de arte tiene la Dirección General correspondiente».
Han tenido que transcurrir casi treinta años para que estas palabras hayan dejado de ser una realidad incontestable. A finales del año 2004, se iniciaron las obras de rehabilitación de algunas de las estancias más emblemáticas del monasterio (esencialmente su claustro, el primitivo dormitorio, y los muros y torres exteriores) en el marco de un ambicioso proyecto cofinanciado por el Gobierno de Aragón y la Fundación Caja Madrid. De ejecutarse correctamente, este proyecto pondrá fin al estado ruinoso en el que se encuentran los elementos arquitectónicos citados y que desde hace más de cinco décadas han enlutado el paisaje extremo de los Monegros y perpetuado ese pintoresquismo tercermundista que todavía contamina muchos paisajes españoles. Pero la recuperación del inmueble no es suficiente y, por ello, el Instituto de Estudios Sigenenses Miguel Servet ha propuesto formalmente al Gobierno de Aragón la creación de un Centro de Interpretación en el monasterio que permita difundir la importancia del monumento y que, llegado el momento, pueda acoger algunas de las obras de arte que un día abandonaron Sigena. En una época en la que se insiste en la importancia de recuperar el patrimonio artístico aragonés, las instituciones públicas y privadas aragonesas tienen la obligación moral de redoblar sus esfuerzos para que las obras de arte que un día pertenecieron al monasterio vuelvan, en la medida de lo posible, a su ubicación inicial. Al fin y al cabo, se trata de recuperar para la sociedad aragonesa un entorno religioso y artístico que un día fue la delicia de los monarcas aragoneses y que, por ésta y otras razones, constituye un retazo importante de la historia de Aragón.

 

 

 

 

 

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