jueves, 9 de enero de 2025

Capítulo 40, Románico Aragonés- La Hoya de Huesca, Aguero, Loarre

La Hoya de Huesca
La transición entre las montañosas tierras prepirenaicas y el amplio valle del Ebro está monopolizado, en gran parte, por la conocida comarca de la Hoya de Huesca que comparte montaña y llanura, circunstancia ésta que la dota de unas peculiaridades a la hora de entender su historia. Las zonas forestales del Norte contrastan con las llanuras cerealistas del Sur, todo ello en torno a la gran ciudad que centra la vida en el territorio: Huesca, antaño la segunda capital del reino de Aragón y actualmente capital de la comarca y de la provincia.
Esta circunstancia de ser el espacio que conecta los valles pirenaicos con el corredor del valle del Ebro, ha ido definiendo una autentica “extremadura” en los primeros siglos de andadura del reino de Aragón donde discutían el dominio los ejércitos cristianos y los musulmanes, los del reino aragonés y los de los señores de Huesca, ciudad que cayó en manos del islam en fechas muy próximas a su llegada a la península. Ese encuentro, ampliado además por el poso de las culturas godas y carolingias que se habían movido con soltura por este espacio, hicieron que pudieran definirse diferentes ámbitos en función de su legado patrimonial y de su gestión del territorio.
Muy importante ha sido siempre el espacio que conocemos como el reino de los Mallos, un conjunto de tierras y pueblos ubicados al noroeste y atravesados –incluso definidos– por el río Gállego que va en busca de las llanuras de La Sotonera y de la Val de Ayerbe. Históricamente su definición como reino autónomo dentro del reino aragonés, en reconocimiento a la viuda del rey Pedro I, lo convirtió en una unidad singular y de notable peso en el desarrollo del territorio.
Al Noreste nos encontramos con la Sierra de Gratal y de Guara, un espacio de geografía muy difícil que ha logrado englobar importantes santuarios, sin duda lugares con poderes benéficos para la mentalidad de las sociedades que han habitado este territorio. La Val d´Onsera o los valles de Belsué y Nocito se hunden en los primeros momentos de la alta edad media y los contemplamos como definidores de modos de construir y de entender el mundo. Un papel de liderazgo que llevará a convertirlos hacia finales del siglo XIII en un espacio de innovación, espacio que hoy nos permite recuperar su legado artístico y construir un itinerario del gótico lineal a través de las pinturas conservadas.
La llanura está centrada en grandes poblaciones, como por ejemplo Almudévar, y es el espacio por el que se irá avanzando rumbo a Zaragoza entorno al 1100. Paisajes esteparios se alternan con obras hidráulicas para conservar agua, que nos documentan la labor de colonización que llevan a efecto las órdenes militares en el Aragón del siglo XII.
Estamos hablando de 2.525 km2 que se reparten en una cuarentena de municipios, en los cuales se han ido integrando 120 núcleos de población que soportan los casi 70.000 habitantes, de los cuales aproximadamente 50.000 residen en la capital oscense. Este hecho dota de gran dinamismo a la ciudad de Huesca, fundación antigua en la que los romanos establecieron uno de los grandes centros de poder en Hispania y en la que el cristianismo asentó una potente diócesis bajo la protección del oscense san Lorenzo.
A principios del siglo XI estos territorios vivieron un momento de pánico notable, no a causa del terror milenario sino como consecuencia de la crisis institucional que sufrió el califato de Córdoba, destruido desde dentro por las rencillas entre las poderosas familias y por los desórdenes que ellos auspiciaron. La desaparición del poder central provocó que fueran adquiriendo auge pequeños estados –a los que conocemos como reinos de Taifas– que fueron vinculándose a ciudades poderosas. Estas tierras pasaron a formar la Frontera Superior de la taifa de Zaragoza, que tuvo que plantearse seriamente los modos para tranquilizar a los poderes que estaban surgiendo al Norte y que en el año 1035 se personalizan como reino de Aragón.
Su primer rey, Ramiro I de Aragón, será la persona que –cuando supere las brutales enemistades con sus hermanos los reyes de Pamplona y Castilla– pueda ocuparse de buscar solución a dos problemas graves de su minúsculo estado: la falta de territorio para cultivar y la falta de espacio para vivir una población en crecimiento demográfico. La solución la tenía en la llanura que ocupaban los musulmanes, razón por la cual en torno a 1050 ya está ocupado en planificar la expansión y el asalto desde los valles hacia Huesca. En primer lugar por el valle del Gállego que ya tiene, desde tiempos de su padre el rey Sancho el Mayor de Pamplona, una serie de fortalezas controlando el territorio desde las alturas que llevan el cauce del río que viene desde el valle de Tena.
Castillos como el de Agüero y, de manera muy especial, Loarre juegan un papel clave como punto de apoyo para estas expediciones. Fue punto de partida y punto de refugio para el ejército, espacio de libertad para los mozárabes que huyan de las poblaciones de la zona, cuando descubra el poder islámico que están trabajando para rendir los pueblos a los aragoneses, en algunas ocasiones con castigos brutales para ellos o sus familias, en el caso de que hayan podido huir.
La ciudad de Huesca, bien alimentada y muy bien protegida con una muralla de la que cantan los poemas sus 99 torres, resiste cualquier agresión aragonesa hasta los años finales del siglo. En la década de 1080, contando ya con el poderoso castillo de Loarre, los aragoneses se atreven a planificar expediciones de castigo que aparecen en el verano y recolectan las cosechas ante la mirada atónita de los musulmanes. Estas operaciones puntuales minaron la seguridad de la sociedad oscense y esta circunstancia provoca, como ha señalado el profesor Laliena, que muchos campesinos de Huesca abandonen la ciudad en busca de nuevos espacios del valle del Ebro, mucho más seguros y en los que sus cosechas no se verán robadas por ejércitos muy armados y cuadrillas muy rápidas y eficaces.
La construcción de Montearagón, el castillo que acaba de cercar a la ciudad de Huesca dejándola sin posibilidad de movimiento, en torno al año 1086 provoca que crezcan los musulmanes que abandonan Huesca y que aumente la inseguridad psicológica de los que se quedan. En esta circunstancia, el gran rey Sancho Ramírez decide comenzar a plantearse el sitio definitivo de la ciudad de Huesca. En 1094 intenta conquistarla, levantando ante ella un poderoso campamento que controla los movimientos de entrada y salida, haciendo imposible cualquier operación estratégica de los gobernantes musulmanes. La mala suerte hizo que un arquero musulmán lograra, en un reconocimiento del rey aragonés frente a la muralla de tapial, clavarle una saeta en el pulmón provocándole la muerte, en un proceso de doloroso ahogamiento. Era el mes de junio del año 1094 y las cosas ya no tendrán vuelta, sobre todo porque el heredero –Pedro I de Aragón– jura a su padre lograr la conquista de la ciudad de Huesca, ante cuyos muros muere.
Poco después, en el otoño de 1096 la ciudad será conquistada y ocupada por los aragoneses, tras derrotar a los ejércitos de Al-Mustain de Zaragoza en la famosa batalla de Alcoraz, en la cual dice la tradición que ayudó a los aragoneses san Jorge que saldrá de la contienda convertido en patrón y protector del reino de Aragón.
La conquista de Huesca supone el avance rápido hacia Zaragoza por las llanuras que rodean a la capital y en las que es necesario organizar toda una ordenación del territorio y de sus recursos. El proceso es rápido y afecta a toda la Hoya de Huesca, puesto que hay que pensar que la última población que se conquista es Bolea y ocurre en 1101. Cuando todo está en manos cristianas, se producen algunos movimientos poblacionales de gran interés.
Por un lado, los musulmanes que pueden emigran (incluso algunos huyeron) desde Huesca a otros parajes dominados por sus líderes religiosos. Por otro, desde la montaña bajan los aragoneses a encargarse de la explotación de las tierras incorporadas, llamados por sus señores o simplemente atraídos por las inmensas posibilidades económicas que se abren, sin olvidar que aventurarse en esta nueva singladura les reportaba una mayor libertad personal. La monarquía ha comenzado el reparto de las tierras entre los dos grandes beneficiarios: la nobleza y la Iglesia, que luchan por hacerse con las mejores tierras. El obispo de Huesca tiene que hacer frente a las apetencias de poderosos monasterios como Montearagón o de iglesias como Alquézar, colisión de intereses que abrirá una época de grandes pleitos que durará hasta avanzado el siglo XIII.
Pero, en este panorama de repartos, pronto se produce un importante cambio cuando la gran nobleza abandona estas tierras y baja a la llanura del Ebro, a Zaragoza, dispuesta a hacerse con propiedades más importantes en ese nuevo marco territorial que abre la conquista de la capital del Ebro en 1118 por Alfonso el Batallador. Se han organizado comunidades señoriales en la Hoya de Huesca, lideradas por linajes importantes que pactan con sus campesinos y artesanos un cuerpo de costumbres locales, algunas veces materializadas en fueros y siempre en el poder de la costumbre. Estas comunidades serán las que acabarán en manos de la pequeña nobleza, en manos de los segundones de las casas que inauguran linajes más rurales y menos vinculados a la corte. Al bajar la categoría de los representantes nobiliarios, cobra mayor protagonismo el alto clero que gobierna abadías como Montearagón o la propia catedral de Huesca, que irá adaptando sus espacios con lentitud a la nueva situación mientras sus canónigos lideran la organización de la nueva sociedad oscense que controlará todo el territorio. Huesca continúa jugando el gran papel de punto de confluencia de las grandes rutas peninsulares que conectan con el exterior, incluso manteniendo el importante camino que iba desde Tarragona hasta Astorga, pasando por la propia Huesca y por poblaciones como Pertusa.
Toda esta situación es la que lidera y hace posible la implantación en las llanuras oscenses del arte románico, importado desde las tierras del Viejo Aragón y consolidándose con imágenes como la del castillo de Loarre. Escribí que es el momento en el que el románico adquiere carta de naturaleza y facilita el nacimiento de los grandes santuarios de la llanura oscense. Es un proceso vivido en etapas, comenzando por los reinados de Sancho Ramírez y su hijo Pedro I, en la segunda mitad del siglo XI, cuando se edifican pequeñas iglesias románicas que hacen presente la profunda vinculación de la construcción de Aragón con el fervor de cruzada predicado por la Santa Sede.
Estas pequeñas construcciones están orientadas, recalcando la importancia del ábside como centro de la liturgia, y forman parte de ese arte funcional, rural, que produce multitud de ejemplos del hacer de muchos artistas locales que siguen las pautas de esas cuadrillas de canteros que se mueven, enseñando el románico, con obras como la de Loarre o la de Montearagón, donde se conjugan espacios militares y eclesiásticos en perfecta sintonía.
También hay que valorar que este papel de ejemplo no es el único que ejercen estos grandes monasterios fortaleza. Es muy importante entender que el mecenazgo de la mayor parte de estos edificios románicos se debe al interés de estos monasterios, por crear poblaciones y controlar las comunidades que se hacen cargo de la explotación de la tierra. Este mecenazgo tendrá además obras singulares, caso excepcional es el del monasterio de Santiago de Agüero que construye el monasterio de San Juan de la Peña como espacio más cercano al poder real asentado en el valle del Ebro. Esta obra abre una segunda etapa en la que abandonamos la influencia francesa, apostando por lo castellano y, sobre todo, consolidando el arte románico jaqués que se ha convertido en el arte de la corte, en el estilo en el que se expresa el linaje de Ramiro I. No está alejada de esta cuestión la tarea de cristianizar Huesca que asumen los reyes aragoneses, comenzando por atender las necesidades espirituales en la iglesia de Santa María que sacraliza la mezquita y en las necesidades residenciales que les llevan a construir el palacio real de Huesca. Alfonso I aportó la iglesia de las Miguelas y su hermano Ramiro II el Monje amplió el monasterio de San Pedro el Viejo –con un magnífico claustro de 38 capiteles– a la vez que hacía el palacio real en el que viviría su hija la reina doña Petronila de Aragón.
Ramiro II será también el monarca, quizás por su condición de monje y obispo, que difunda la devoción a María en tierras oscenses, hecho que acabará produciendo magníficas tallas como la Virgen de los Ríos de Rasal, la de Agüero, la del Mallo en Riglos, la de Astón en Alcalá de Gurrea, la de Casbas en Ayerbe o la de Salas, de principios del siglo XIII. Todas ellas, muy vinculadas al poder real y sentadas en un elaborado trono con balaustres torneados, definen el tipo de las imágenes oscenses del entorno del año 1200.
Estas imágenes serán las que presidan las iglesias románicas, de arquitectura elemental con nave seguida de cabecera semicircular y con escasa decoración que cuando aparece lo hace en canecillos y en portadas.
Todos estos ejemplos románicos acabarán sufriendo el ansia de modernización que acomete estas tierras en el mundo del barroco, a caballo entre los siglos XVII y XVIII.
En lo referente a su arte, se trata de un románico tardío muy afectado por el estilo cisterciense de las órdenes militares que señorearon en Aragón.
Llamamos la atención sobre el desarrollo de las portadas de este románico. Son de grandes dimensiones y numerosísimas arquivoltas.
En otra faceta completamente distinta, las formas elegidas en su escultura y el simbolismo que derrochan, hacen del maestro de Alquézar uno de los más interesantes del románico español.
En la selección de monumentos que hemos hecho se encuentra las iglesias de San Salvador y Santiago de Agüero, el Castillo de Loarre, San Pedro el Viejo de Huesca, con su magnífico claustro y el claustro de la Colegiata de Santa María de Alquézar. 

Agüero
Pintoresca población emplazada en un cerro al pie de una montaña, la de los famosos Mallos, que citando a Aramendía “nada tienen que envidiar a los de Riglos” y que están caracterizados por sus caprichosas formas modeladas en rojizos conglomerados. Agüero se sitúa a tan sólo 42 km de Huesca y se llega tomando la A-132, que une la capital altoaragonesa con Pamplona. A escasos 3 km una vez pasada la zaragozana localidad de Concilio, se toma un desvío a la izquierda por la HU-534 que lleva en poco más de 4 km hasta Agüero, población que se encuentra justo después de tomar una cerrada curva.
Su entramado urbano está presidido por sus empinadas calles, con su peculiar trazado medieval en las que algunas casas conservan aún la castiza fisonomía prepirenaica, si bien lo más reseñable es el conjunto románico que alberga, uno de los más interesantes de Aragón. En su término se ubican varias ermitas en varias direcciones, a saber, las de la Virgen del Llano, San Miguel, San Esteban, Santa Quiteria y Santiago. Asimismo conserva meros vestigios del basamento de su castillo medieval al pie de Peña Sola, junto al que existen posibles celdas eremíticas colgadas en el murallón de su derecha, comunicadas mediante la llamada Faja de la Reina.
Emplazamiento natural en las estribaciones de la sierra de Santo Domingo que comunicaba las Cinco Villas con San Juan de la Peña y excelente ubicación para una defensa militar, los documentos históricos referidos a Agüero se remontan al tiempo de los primeros cristianos, si bien tanto los testimonios materiales como la cerámica clara encontrada en sus cercanías nos informan de esta presencia ya a mediados del siglo X.
Hacia el año 921 Sancho Garcés I de Pamplona inició una campaña de ocupación que concluirá, según cita la Crónica de San Juan de la Peña, con la conquista de “todas las montañas de Aragón y Sobrarbe”, incluyendo Agüero y sus mallos. Asimismo esta localidad queda citada en documentos de Leyre del año 938, ya que este monasterio recibía las décimas recogidas tanto en Agüero como en Castelmanco y otros lugares cercanos. Consta que en el año 992 el rey Sancho Garcés II y su esposa doña Urraca donaron al monasterio de Santa Cruz de la Serós una heredad en Agüero y constan otras dádivas de tierras de este lugar por el Sancho III el Mayor en el año 1033, por Sancho Galíndez en 1080 y por Sancho Ramírez en 1088; en particular, este donó al monasterio pinatense las iglesias de San Martín y de San Julián de Agüero, a las que llamaba personalmente “mis capillas”. Todos estos hechos prueban sin duda la importancia que Agüero poseía como lugar en parte de los reyes de Aragón.
Agüero fue una plaza codiciada por todos, ya que desde aquí se inició la acción reconquistadora: así lo verifica un documento fechado en 1033 en el que se cita el desalojo de los musulmanes de manos de Gallo Pennero, pasando el poder militar a manos de Sancho III el Mayor de Navarra, quien conquistó la localidad y a su vez donó el castillo al señor Jimeno Íñiguez, el primero de sus tenentes, a la vez que inició una política de repoblación en la zona. Desde entonces fue Agüero de realengo, y quedan documentados los nombres de once seniores entre 1033 y 1165, alguno de los cuales alcanzó el rango de alférez real.
Sobre este orden de cosas nacerá, si bien con una corta vida, el reino de los Mallos, pequeño territorio o mini reino dentro del reino de Aragón que fue gobernado por la reina doña Berta, como consecuencia de la dote que le otorgó su esposo, el rey Pedro I de Aragón, con motivo de sus esponsales en el año 1096. Dicha dote comprendía además de Agüero, Murillo, Riglos, Marcuello, Ayerbe, Sangarrén y Callén.
Fue administrado este territorio según el sistema de tenentes y tuvo vida hasta el año 1111 aproximadamente, momento en el que pasó totalmente a la corona de Alfonso I el Batallador quien, después de terminar con esta realidad, entregó el distrito militar a Castán de Biel, uno de los últimos tenentes de Agüero. Después le sucedería Loferrench y el señorío de Luna que finalizó en el año 1172.
Durante el siglo xiii el castillo de Agüero en Peña Sola pasó a ser del obispo de Jaca, si bien en 1276 Jaime I lo dejó en testamento a su hijo Pedro, señor de Ayerbe; en 1372 Pedro IV incorporó a la Corona dicho castillo y el lugar de Agüero con la condición de que nunca fuese enajenado. Sin embargo, en 1374 el infante don Juan concedió a Lope de Gurrea el gobierno de Agüero, comenzando desde este momento el poderoso señorío de los Gurrea que se prolongó hasta 1516. De esta forma fue durante el siglo XIV, más concretamente en su último tercio, momento en que Agüero pasó de ser lugar de realengo a señorío.
A pesar de sus escasos restos visibles, el castillo de Agüero en Peña Sola tuvo una larga vida, pues aún tenemos noticias del mismo en el siglo XVII, momento en el que un preso encerrado en el mismo se tiró desde su parte más alta, según consta en el libro de muertos de la iglesia parroquial. Junto al mismo existió en tiempos la que fue la antigua iglesia del castillo, bajo la advocación de San Miguel, que asimismo funcionó como la parroquial del primitivo asentamiento de Agüero. Coexistió en estos momentos junto a San Miguel un antiguo monasterio, el de San Salvador, ya citado por documentos en 1082, momento en que Sancho Ramírez lo donó al monasterio de San Pedro de Siresa, si bien en 1138 el conde Ramón Berenguer IV concedió a los laicos y clérigos de Agüero tres mil sueldos, con la condición no dependiesen ya del monasterio de Siresa. El antiguo monasterio de San Salvador pasaría más adelante a ser la iglesia parroquial de San Salvador, cuando la localidad de Agüero fue trasladada desde su antiguo emplazamiento en los pies del castillo al actual, en una zona más baja.
Eclesiásticamente, Agüero inició su historia incluida dentro del domino de la diócesis de Pamplona, ya que desde fines del siglo X el obispo pamplonés poseía en este lugar sus bienes y patrimonio. Hasta el siglo XI ejerció dicho obispo su dominio espiritual sobre la parroquial, si bien en estos momentos el obispo aragonés García de Aragón comenzó a reivindicar estas zonas que antaño pertenecieron al obispado de Huesca. Este hecho provocó las continuas luchas de poder entre los obispados de Huesca-Jaca y Pamplona con las que hubo de terminar el Papado. En 1101 los obispos Esteban de Huesca-Jaca y Pedro de Pamplona resuelven que Agüero y Murillo quedarán en manos de Pamplona, mientras que el monasterio de San Felices quede para el oscense. En la actualidad pertenece al obispado de Jaca. 

Iglesia de San Salvador
En su plaza principal se ubica el templo parroquial de San Salvador, edificio muy transformado que, aunque se ha fechado desde finales del siglo XI, muy posiblemente los restos más antiguos de su fábrica actual no sean anteriores a la mitad del siglo XII. Descuella entre el caserío su elevada torre de planta cuadrada de los siglos XVI-XVII.
Si bien la iglesia fue iniciada en su etapa románica con un proyecto en planta de una sola nave y ábside, en la actualidad se nos presenta con tres naves, de las que las dos laterales son resultado de su posterior fase gótica y la central de una etapa románica muy avanzada. Esta nave central se encuentra en la actualidad cubierta por una bóveda apuntada que posiblemente sustituyó a la original de cañón.
Las transformaciones del periodo gótico, además, abrieron unos grandes arcos apuntados en los muros laterales de la nave. No obstante aún se conservan los grandes capiteles de la fase románica, que soportan los arcos fajones, así como el arranque superior de las columnas. Los dos capiteles del arco presbiterial son cestas dobles que descansan sobre columnas geminadas y que están decorados con motivos vegetales, el del lado norte, y con dos leones, el opuesto. Los del arco fajón, son cestas simples sobre fuste único y presentan motivos similares a los anteriores: tema vegetal en el lado septentrional y un león en el meridional. La percepción interior del ábside original románico fue transformada por un retablo mayor de época barroca.

Capitel del arco fajón de la bóveda

Capitel del arco fajón de la bóveda 

En el lado sur se conserva una puerta ojival desde la que se accede a un atrio que comunica, en la parte inferior, con un espacio de una sola nave con arco muy rebajado, obra moderna que pudo estar destinado a las funciones de cripta.
En este lugar se puede contemplar actualmente una talla policromada de la Virgen con el Niño procedente de la vecina ermita de la Virgen del Llano, así como otras valiosas piezas que configuran un pequeño museo parroquial. 


Cripta

Cripta. Virgen románica

El muro norte de la nave central está coronado por unos canecillos que soportaban el primitivo alero, que incluso se pueden contemplar de cerca accediendo por una bella escalera románica de caracol situada a los pies del mismo muro. Dichos canecillos presentan motivos geométricos, decoración de rollos, animales (un león, una cabeza de bovino y un ave que se pica las patas), un rostro de un individuo barbado con corona, una cabeza diabólica con cuernos, más otras figuras de difícil interpretación. Su estilo no coincide con los capiteles del interior ni con lo que veremos en la portada.
Sin duda el elemento románico más destacado del templo es la portada septentrional, ubicada en un porche de época posterior, que ha perdido su cubierta y que cuenta con dos grandes arcos de medio punto en su lado norte.
Dicha portada está formada por cuatro arquivoltas y una chambrana de taqueado. Aquellas están decoradas, desde el interior, por una estructura en retícula formada por tres hileras de celdillas cuadradas, una moldura de grueso bocel, un friso de tallos que se encierran sobre sí mismos, rematados en dos bucles en los extremos inferiores, y que delimitan círculos en los que se ubican flores tripétalas y, en la exterior un tallo que se desarrolla en sinuoso movimiento y del que surgen alternativamente a cada lado unas flores de forma triangular con dos hojas curvadas en su base. Las arquivoltas descansan sobre sendos pares de columnas rematadas por capiteles figurativos cuyos cimacios presentan una decoración, coincidente con las impostas, que está formada por motivos diferentes a ambos lados de la portada. Mientras que el conjunto imposta cimacios del lado oriental se orna con una serie de hojas de marcado relieve formadas por siete pétalos puntiagudos y enmarcadas por dos tramos de tallos finalizados en bucle, en el lado opuesto se repite un motivo compuesto por una planta de seis finas y curvadas hojas, remada por un fruto en forma de lágrima.
En las dos parejas de capiteles que soportan las arquivoltas se representa, en el lado occidental, a dos leones enfrentados que comparten la cabeza y a un personaje sentado en cuclillas entre dos aves y que sopla por dos cuernos; por su parte, en los del lado oriental figuran una sirena-ave con las alas desplegadas y las garras apoyadas en el collarino y dos rapaces afrontadas que sujetan con sus garras sendos animales que parecen peces.

Resulta una solución extraña la sustitución de las habituales mochetas empotradas en las jambas por una pareja de capiteles, con sus respectivas columnas, para soportar el tímpano. Estos capiteles muestran también una decoración figurada formada, el del lado este, por un individuo desnudo y agachado que sujeta por el cuello a dos seres híbridos con alas, cabeza de ave y cola de reptil, y el del lado opuesto, a un personaje con casulla y báculo que bendice entre dos leones. Ambas piezas, cuyo estilo coincide con el de las otras cuatro cestas de la portada, tienen gran interés. El primero porque, de forma más tosca y algo transformada, replica el modelo iconográfico del capitel del personaje desnudo entre águilas del interior de la iglesia de Santiago de la misma localidad; el segundo porque, a pesar de lo que a priori puede hacer pensar su indumentaria, puede ser interpretado como Daniel en el foso de los leones, dado que este personaje veterotestamentario no es extraño que aparezca representado con vestimenta clerical (Olañeta, 2012, pp. 101-105).

Pero, sin duda, el elemento de más interés de toda la portada es su gran tímpano, el cual presenta una Maiestas Domini sedente, con nimbo crucífero, enmarcada en una alargada mandorla y que bendice con su mano derecha mientras sujeta con la izquierda un libro abierto, el cual apoya en sobre su pierna. Se encuentra acompañado de los cuatro símbolos del Tetramorfos, los cuales están identificados por sendos títuli con el nombre de cada evangelista: IOH(ANNE)S, LVCAS, MARCVS Y [MAT]EVS. Mientras tres de los vivientes portan sendos libros, el águila sujeta con sus garras una cartela con la inscripción in principio erat verbum, frase con la que se inicia el Evangelio de san Juan. Resulta interesante observar como los dos símbolos aéreos, el águila y el ángel, salen de unas nubes representadas por varias líneas onduladas. Dulce Ocón relacionó este tímpano con el friso de la iglesia de Santiago de Carrión de los Condes –por su planificación general, diseño de las figuras y ciertos rasgos estilísticos como los pliegues que caen sobre las rodillas–, si bien señaló la mayor rudeza de la pieza oscense, fruto de una menor habilidad. Para esta autora la portada de Agüero suponía “la cabeza de serie de un grupo de tímpanos de igual temática repartidos por la geografía aragonesa” en el que incluía los de Sos del Rey Católico y Luesia, y la considera obra que podría datarse a comienzos de siglo XIII (Ocón, 1985, I, pp. 29-30), fecha que, como ya veremos, nos parece demasiado tardía.
Hasta hace poco han pasado desapercibidos ciertos aspectos, tanto estilísticos como estructurales, de esta portada que resultan fundamentales para entenderla (Olañeta, 2010). Un análisis pormenorizado de los distintos elementos que la componen nos permite observar que la talla del tímpano presenta un tratamiento de la proporción de las figuras, de su anatomía y de los pliegues mucho más naturalista que la de los capiteles. Estas diferencias se ponen claramente de manifiesto cuando se comparan figuras similares, como el león de san Marcos con los felinos de los capiteles o el águila de san Juan con las rapaces del capitel del lado este, por no hablar de la gran distancia que separa la calidad de la Maiestas Domini de la presunta imagen de Daniel.
Desde el punto de vista estructural, se observa que las piezas centrales de cada arquivolta son más cortas y provocan una interrupción en la secuencia decorativa, lo cual es claro indicio de que han sido cortadas. En la chambrana puede comprobarse como la adaptación de una de las piezas provoca la ruptura de la alternancia de tacos, de tal forma que dos de ellos se convierten en un largo cilindro al pasar a ser uno prolongación del otro. La utilización de columnas, con sus correspondientes capiteles, en lugar de jambas lisas y ménsulas para sostener el tímpano es, como ya hemos comentado, una característica nada habitual, la cual, junto al añadido de unos estrechos sillares detrás de las columnas-jamba, difícilmente puede entenderse como una solución estructural fruto del diseño original de la portada. Las impostas también han sido cortadas y ampliadas, y rellenos los huecos generados con esta operación. Asimismo resulta extraño que las basas de las columnas interiores hayan sido recortadas para que no sobresalgan de los fustes. Todos estos aspectos estilísticos y estructurales apuntan a que el tímpano fue incorporado a una portada que carecía de él, una vez esta ya estaba realizada.
Este tímpano, obra de un taller diferente y más dotado técnicamente que el que realizó el resto de la portada, fue proyectado muy posiblemente, para la cercana iglesia de Santiago, cuya interrupción de la primera etapa provocó que esta pieza quedara descontextualizada y sin ser incorporada a la portada para la que se había proyectado (Olañeta, 2010). Son numerosos los estilemas que comparte este tímpano con los frisos de los ábsides de Santiago de Agüero. Sorprende el gran parecido de las cabezas de los ángeles –el de san Mateo en la parroquial y el de la escena del sueño de los Magos en la de Santiago–, las cuales presentan idéntico tratamiento de los acaracolados bucles de sus cabellos, de los ojos (incisiones de trépano en los extremos y globos oculares esféricos), cejas, párpados, boca (recogida y con trépano en las comisuras) y prominente mentón. También se observan notables semejanzas en las alas de estas figuras angélicas o en la anatomía del león de san Marcos del tímpano y de uno de los grifos del friso exterior del ábside central.
Por si estos paralelismos no fueran suficientes, es posible observar también similitudes con la escultura de la cabecera de Santo Domingo de la Calzada, obra con la que se relacionan los frisos de la iglesia de Santiago. Son especialmente reseñables los aspectos en común existentes entre la Maiestas Domini del tímpano con la Trinidad paternitas riojana, o entre el águila de san Juan y el mismo símbolo que aparece junto a la citada figuración trinitaria.
Si tenemos en cuenta que la portada de la parroquial no se encuentra en el lugar para el que fue proyectada y que fue trasladada al muro norte, posiblemente en el siglo XVI, desde su ubicación original en el primitivo muro oriental, quizás no resulte descabellado proponer este como el momento en el que se modificó su estructura para que pudiera albergar el tímpano descontextualizado de Santiago.
En la ficha dedicada a la iglesia de Santiago hemos propuesto, a pesar de la opinión mayoritariamente contraria de los especialistas, la precedencia cronológica de Santiago de Agüero respecto a la Calzada, y una datación para los frisos oscenses entre 1155 y 1165. Por lo comentado, cabría hacer extensiva esta datación al tímpano. Si a ello añadimos la ya comentada inspiración de uno de los capiteles de la portada en otro del interior de Santiago, la fecha de finales del siglo XI que en algún momento se ha manejado para la portada resulta del todo inadecuada. 

Iglesia de Santiago
Antes de llegar al pueblo, y tras disfrutar del sublime paisaje que enmarca las impresionantes moles conglomeradas de sus mallos, hay que tomar un camino rural a la derecha que, tras 1 km escaso, acaba en la puerta del templo, el cual se encuentra emplazado sobre una altiplanicie desde la que se contempla el cielo del lejano horizonte en quebrado recorte tras las sierras circundantes donde destaca el castillo de Marcuello y las moles erguidas de los Mallos de Riglos, al Noreste, y los Mallos de Agüero, al Noroeste.
El edificio ocupa un área explanada al efecto, en una colina con suave pendiente de orientación sureste. El terreno cubierto de abundante vegetación de arbustos y arbolado, oculta la naturaleza pétrea del subsuelo. Observando esta ladera hacia su cima, se detectan varios afloramientos rocosos estratificados, de potencia considerable que, sin duda, fueron aprovechados como cantera de extracción para la construcción de la iglesia.
La primera impresión al contemplar este templo es de perplejidad por sus extraordinarias dimensiones en relación al entorno en el que se encuentra, que lo alejan de lo que podría ser una sencilla capilla rural, y por la sensación de encontrarnos ante una ambiciosa obra que quedó inconclusa. Por desgracia, las fuentes históricas nos niegan cualquier información que pudiera ayudarnos a explicar la razón de ser de esta peculiar iglesia, su naturaleza y las vicisitudes de su construcción. En consecuencia, el propio edificio constituye, por el momento, la única fuente de información fidedigna disponible.
La inscripción que se encuentra en la columna adosada al primer pilar de la nave y que reza ECIA DE ARESA ME F[ECIT] podría ofrecer alguna pista, pero hasta la fecha nadie ha aportado ninguna idea concluyente al respecto más allá de una hipotética referencia a un apellido u origen del personaje citado vinculado con Resa o Arresa, localidad cercana a Lodosa (Navarra). Asimismo sigue siendo una incógnita la interpretación de las reiteradas inscripciones de los muros con la palabra anoll, la cual, figura también en seis ocasiones –cinco de ellas de forma especular, característica que también se da en alguna de las marcas de Agüero– en la cabecera del la iglesia del monasterio de Santa María de Poblet (García Omedes, 2014b), lo que no deja de ser un indicio sobre una posible relación entre ambos edificios. Ha habido quien ha propuesto una hipotética procedencia del presunto personaje firmante de la zona del monte Anulo y el hospital de Anol, localizada en plena ruta jacobea, en el recorrido de Jaca a Berdún.

Arquitectura
Su desproporcionada e inusual planta evidencia un anómalo proceso edificatorio.
La cabecera, que sigue el prototipo de modelos adscritos al románico pleno, está formada por tres ábsides de planta semicircular en posición escalonada, de los que el central es de mayor diámetro y altura. Antecede a este un presbiterio bien desarrollado y articulado, del que carecen los ábsides laterales, en los que tan solo los extremos lindantes con el central parecen delimitar un cierto espacio presbiteral, dado que los otros paramentos coinciden con el muro de cierre de las fachadas norte y sur, sin retranqueos en el plano del lienzo interior. Una imposta de zócalo, de diseño diferente al exterior –doble bisel– que en el interior –moldura en bocel superior–, recorre el perímetro de la cabecera, y sirve de apoyo y nivel regulador para el arranque de los respectivos lienzos. Resulta apreciable a simple vista la fragmentación vertical del interior del conjunto de la cabecera, la cual se estructura en tres zonas diferenciadas acotadas por sus respectivas líneas de impostas: lienzo de zócalo, lienzo bajo o de arquerías y lienzo alto contenedor de vanos. Esta misma fragmentación se observa en los ábsides laterales, con la salvedad de que el lienzo bajo no presenta arquería y la tipología de los vanos es diferente. Al exterior, también se hace efectiva esta división, delimitada por sus respectivas impostas o frisos horizontales. Cada una de estas franjas horizontales posee su propio diseño de remate. 


Vista general 

Fachada sur 

Ábsides de la Iglesia de Santiago 

Ábsides sur y central 

Ábside sur

Ábside central

Ábsides central y norte

Capitel de las columnas exteriores de los ábsides 

Los ábsides, que se cubren con la habitual bóveda de cuarto de esfera, presentan una variedad de soportes simples y compuestos con cierta disparidad en su disposición. En el ábside septentrional la columna adosada aparece desplazada 45º respecto al eje, mientras que en el meridional un fuste semicilíndrico está centrado en relación al eje, y otro contrafuerte compuesto por dos fustes cilíndricos exentos se posiciona también a 45º al Sur y genera el encuentro o entrega a la fachada meridional. En el ábside central dos columnas de fuste semicilíndrico, adosadas al interior, se corresponden con sendos soportes compuestos al exterior, formados estos por un machón de sección rectangular al que se integra en su cara central una columna, también semicilíndrica, de diámetro considerablemente mayor, completándose el soporte con dos columnas laterales de fuste cilíndrico y naturaleza exenta al lienzo. Todo el conjunto conforma un bloque homogéneo, a modo de contrafuerte, que incrementa el espesor del muro.
Efecto novedoso es la incorporación de dos arcos, ligeramente rampantes y de sección prácticamente cuadrada, como apoyo del abovedado en la cabecera central, que arrancando de las columnas integradas en la arquería interior, confluyen y comparten el sillar de clave del arco presbiterial. Con esta solución se justifica la dupla de soportes al exterior, que hacen las veces de contrafuertes que compensan el posible empuje trasmitido por esos arcos. En realidad, su efectividad real es muy reducida, ya que la bóveda constituye por si misma el elemento estructural de soporte de la cubierta. Su contribución resulta más estética y compositiva que estructural. Por último, está el arco triunfal o presbiterial, en una sola rosca de espesor, que enmarca el acceso al ábside entre las pareadas columnas de fuste semicilíndrico y las homónimas enfrentadas. Este arco tiene una desproporcionada sección rectangular uniforme, una traza ligeramente apuntada e incorpora como clave una pieza en forma de y que enlaza con los dos arcos en nervadura rampante dispuestos bajo el abovedado absidal. 


Ábside central

Iglesia de Santiago. Interior. Cabecera

Ábside lateral, ábside norte

Ábside sur 

Continúa un tramo de nave en cada una de las cabeceras, delimitadas entre los arcos formeros, de traza ligeramente apuntada, los soportes presbiteriales y el muro de cierre a poniente por el eje central, y los lienzos interiores de las fachadas norte y sur, por los límites laterales. Con esta situación parece como si las naves fueran una continuidad de los ábsides. Sobre si hubo intención de articular un crucero, con o sin remate en cimborrio, lo edificado no despeja las dudas.
Dada la entidad de la planta y alzado de la cabecera, la solución de nave crucero resulta la más apropiada, para proseguir con la ampliación en longitud mediante, al menos, dos tramos de nave más. La desproporción en las dimensiones de los paramentos enfrentados, Norte-Sur y Este-Oeste, a favor de los primeros, indica la contradicción de formato estereotipado con cualquier otro ejemplo de modelo similar construido. La ortodoxia del modelo en el desarrollo de la cabecera queda truncada con el cierre precipitado como fachada oeste o muro de fondo. El resto de la distribución en planta resulta un ejercicio de improvisación constructiva, en el que se aplican soluciones edificatorias vinculadas a la resolución de la problemática generada por el cambio tan sustancial del proyecto inicialmente propuesto. El cierre al fondo es, evidentemente, fruto de urgencia e improvisación por acabar. En este paramento se observa una serie de columnas que integran un soporte compuesto, literalmente empotrado puesto que el elemento fue levantado como pilar aislado, para adosarle, con posterioridad el grueso del muro a cada lado de su eje Norte-Sur. Prueba de esta interrupción del plan inicialmente trazado para acometer una finalización precipitada son las numerosas piezas talladas desperdigadas o apiladas en el interior del templo y las que se encuentran actualmente en algún espacio público del pueblo. Son sillares “sobrantes”, esto es, elaborados para su cometido específico dentro del programa edilicio, que por diversas circunstancias, no encontraron acomodo en su estado proyectado. Así, se contabilizan varias piezas de fuste de formato semicilíndrico, que por su dimensión se asimilan a las integrantes del pilar empotrado en el muro occidental.
Tres capiteles sirven de apoyo a las losas de altar, uno de formato y tamaño semejante al del pilar empotrado, ubicado en la cabecera central. En el ábside sur, los otros dos capiteles colocados sobrepuestos, sostienen la piedra del ara.
Como ocurre con la planta, en el abovedamiento también se evidencia ese proceder intuitivo, mezcla de métodos reglados y enmiendas espontáneas para remedios improvisados. Los tramos de bóveda levantados quedan lejos de la posible solución proyectada inicialmente. Aunque, en origen, debió plantearse una nave transepto como transición entre los ábsides y el primer tramo de sus naves correspondientes, en la práctica ha quedado reducido ese tránsito a una ruptura según el modelo adecuado al soporte de cada zona.
Básicamente, el conjunto cabecera-nave se cubre con sendas bóvedas de formato asimilado a cada tramo de esa dualidad.
Las cabeceras mediante bóveda en casquete esférico o cuarto de esfera, dejando para las naves la bóveda de medio cañón apuntado. En cambio, el desarrollo de la bóveda en las naves laterales ha sido alterado con respecto al lógico proceder metodológico. Al no quedar definido y delimitado el espacio integrado por sus respectivos presbiterios, la fábrica abovedada del tramo propio de la nave se prolonga más allá del inexistente arco triunfal o presbiterial, llegando hasta el plano vertical que forma la embocadura del ábside. Para posibilitar el completo desarrollo de los arcos formeros, –la altura de clave de estos condiciona las líneas de arranque de estos tramos de bóveda– fue necesario recrecer, con un muro mampuesto, sobre las dovelas que rematan los arcos abovedados de ingreso al espacio absidal. Cada uno de estos tramos tiene características peculiares en cuanto al diseño y construcción de sus respectivas bóvedas. La nave sur se cubre con bóvedas, en plural, porque son dos tramos diferentes los que presenta, con 46 cm de diferencia de luz, debido al retranqueo del cuerpo que formaliza la portada interior. Ambos tramos de bóveda fueron ejecutados en dos fases y doble cimbrado, con longitud similar. Por su parte, la nave septentrional se cubre con una sola bóveda. La presencia de seis sillares en vuelo, a modo de ménsulas, dispuestos tres a tres en las impostas de arranque laterales, es testimonio del empleo de una única estructura de cimbrado. Finalmente, en la nave central las tres zonas articuladas y reconocidas en planta (ábside, presbiterio y nave) comparten una sola bóveda continua y ligeramente apuntada.

Arco de la nave 

Los dos arcos formeros, de doble rosca ligeramente apuntada, se apoyan sobre cuatro soportes. Los dos que rematan el presbiterio están compuestos por potentes columnas semicilíndricas integradas en la fábrica del machón rectangular, y flanqueadas por sendas parejas de columnas de fuste en tambor y diámetro notablemente inferior, emplazadas exentas de la fábrica. Las primeras soportan la rosca del arco formero propiamente dicho, mientras que las segundas soportan el arco doblado que lo enmarca. Enfrentados a estos, e integrando en el muro de cierre a poniente, se sitúan otros dos soportes de formato muy diferenciado; mientras que el suroeste es de similar sección vista que los anteriormente descritos, el noroeste es prismático y su factura evidencia la continuidad del paramento interior por la disposición de sus hiladas aparejadas en sus diferentes paños de lienzo. Esta tipología de soportes compuestos comparte afinidades con los levantados en Sangüesa, Puilampa o Daroca, por citar algunos ejemplos de otros múltiples templos contemporáneos.

Tramo de la nave

Capiteles del crucero

Capitel de la nave

Capitel de la nave.

Capitel de una columna adosada a un pilar del crucero 

La fachada occidental es el exponente de las sucesivas modificaciones realizadas para paliar los avatares transformadores y sus circunstancias, originando, en consecuencia, una serie de intervenciones ajenas al programa inicialmente ideado.
Sobresale el contorno del citado soporte compuesto, que ocupa el lienzo bajo y se halla empotrado en el plano de la fábrica que formaliza el muro de fachada. También se aprecian dos líneas de imposta que fragmentan ese plano vertical y determinan las fases de continuidad en el proceso de ejecución. Por su parte, la fachada septentrional pasa por ser una solución circunstancial propiciada por las modificaciones surgidas. El plano del lienzo que la constituye, que escasamente sobresale del terreno, es tan solo compartimentado por dos machones a modo de refuerzos sin finalidad aparente. La parte vista de este cierre, la fachada, apenas alcanza la mitad de la altura del muro interior. 

Fachada occidental 

Básicamente se utilizan en el edificio dos tipos de vanos, según la fase de obra en la que se ejecutaron. Los ubicados en la cabecera siguen modelos definidos en el proyecto inicial, aun cuando se levantaron en fases discontinuas, mientras que los emplazados en la fachada oeste pertenecen la fase de cierre y finalización forzada. Son característica común en todos ellos la ponderada estrechez del hueco en el plano horizontal, lo que confiriere una ostensible esbeltez al vano, así como el derrame abocinado al interior, pronunciadísimo, en los paramentos de su contorno. En el ábside central se abren tres parejas de ventanas, las cuales siguen un diseño similar al que también se puede ver en la cabecera de la catedral de Santo Domingo de la Calzada. Aunque la doble ventana planteada para los absidiolos guarda ciertas semejanzas con las del central, sus dimensiones son notablemente más reducidas y el diseño del encuentro de sus vanos se resuelve de forma diferente, mediante un frente suficientemente achaflanado que permite adosar dos columnillas pareadas de fuste circular monolítico, las cuales comparten basa y capitel de doble cesta. Los tres vanos de la fachada oeste, como toda ella, denotan simplicidad e improvisación, tanto por su formato como por su aleatoria y dispar ubicación.
El sistema estructural adoptado provoca unas soluciones de cubierta nada habituales para esta tipología de edificios: una inusual doble vertiente de cubierta por tramo de nave diferente. Esquemáticamente se puede describir como un conjunto de seis volúmenes bien diferenciados, acordes con los espacios que los generan y cubren. Para cada una de las naves se individualiza una cubierta a dos vertientes, separada la central de las laterales por un rebaje en salto de obra, a modo de canal, donde vierten cuatro de los seis tramos de pendientes; solo las fachadas sur y norte reciben las escorrentías de sus respectivas vertientes. Estos canales evacuan mediante dos embocaduras puntuales de fachada oeste, a modo de gárgolas voladas.
Consecuencia de la composición en planta descrita al inicio, es la localización de la única portada de acceso en el tramo sur de la nave meridional, anomalía justificada al conjugar, por un lado, la paradójica distribución espacial, y por otro, la naturaleza y orografía del entorno delimitado. Describiremos la estructura de la portada al hablar de la escultura.
La sillería está magníficamente tallada en sus caras vistas, con trabajados remates en sus caras ocultas, dispuestas para integrarse en hiladas de espesor uniforme, sin aparente mortero de agarre. La fábrica se compone de dos lienzos prácticamente homogéneos en la disposición de hiladas, con las caras exteriores trabajadas con aparejos de diferente atributo que recuerdan al emplectum romano. El relleno se compone de ripios pétreos mezclados con mortero aglutinante de mediocre calidad. Los paramentos presentan, en general, un aparejo de gran regularidad y perfección en su disposición por hiladas, tanto por la uniformidad de nivel en el plano horizontal, como en la gama de espesores distribuidos en equilibrada relación. El espesor o sección total de estos paramentos, entre 1,40 m y 1,80 m, pone de manifiesto la tradición constructiva del románico pleno: potentes muros portantes por todo el perímetro exterior, con incipientes contrafuertes, dispuestos con rítmica frecuencia en ambas caras de los lienzos para desempeñar una mera función estética. No obstante, esta regularidad no se manifiesta en toda la superficie de los lienzos. Pueden apreciarse con nitidez ciertas alteraciones en la ordenación de las hiladas aparejadas en algunas zonas puntuales y delimitadas. Asimismo, también es destacable la diferencia de acabado superficial y escuadría de aristas, entre áreas concretas localizadas, por lo general, en los lienzos altos exteriores de los ábsides y, sobre todo, en el muro de cierre a poniente.
Las variadas vicisitudes del proceso constructivo pueden reconstruirse gracias a ciertos indicios presentes en la fábrica actual, tales como la presencia o ausencia de determinadas marcas de cantero, las soluciones arquitectónicas aparentemente improvisadas, ajenas al proyecto inicial y la evidente diferencia de calidad en la ejecución o acabado. Los trabajos se acometieron en dos etapas diferenciadas, las cuales pueden descomponerse, a su vez, en diferentes fases.
En la primera etapa, tras el replanteo íntegro de la cabecera, se dispondrían las hiladas de cimientos y zócalos de Norte a Sur. Al aflorar las primeras indecisiones respecto al modelo a seguir se pudo producir una paralización o ralentización de la obra. La segunda etapa, en la que se incorporarían nuevas soluciones adecuando lo existente, se iniciaría con la elevación del pilar suroeste para que sirviera de referencia tridimensional. A continuación se realizaron algunas adaptaciones puntuales de urgencia y se abrió la nueva portada en el muro sur. En una tercera fase de esta segunda etapa se procedió al levantamiento paulatino de lienzos absidales de Sur a Norte, utilizando para ello material que ya había quedado elaborado en la primera etapa, más los nuevos operarios incorporados en esta etapa. Una vez estuvo cubierta la nave lateral sur, se acometió la septentrional y, posteriormente el ábside y la nave central adquirieron su plenitud. Con el remate y entrega entre las vertientes de cubierta y la coronación de los lienzos altos, además de perfilar la formalización como encuentros del alero, se dio por concluida la obra.
Una de las cosas que llama la atención en este templo es la abundancia de signos lapidarios que pueblan sus paramentos. Un profundo estudio realizado recientemente ha mostrado la presencia de mil quinientas treinta y dos marcas, que siguen cincuenta y dos modelos diferentes. Como extraordinarias, y genuinas de este edificio, cabe destacar la ya citada marca an oll, que posiblemente alude al responsable de, por lo menos, el replanteo inicial. También aparece la figura de una llave, cuya precisión y maestría de talla resultan contradictorias con el carácter de simplicidad asociado a este tipo de trabajo mera identificación de labor y autoría. La mar - ca representada por una cruz potenzada es la más numerosa con trescientas noventa localizaciones, preferentemente en la fachada meridional.
En resumida descripción arquitectónica, se trata de un edificio iniciado bajo las directrices asociables con un modelo genuino del románico pleno, en cuanto a la disposición y traza de planta para su cabecera y, en una prolongada consonancia, asumidas por las proporciones compositivas de los lienzos alzados. Prueba evidente del conocimiento y dominio en métrica y geometría, preciso para generar metodología y práctica, tanto del diseño previo, como en su puesta en obra.
En un momento de su proceso de ejecución, y sin casuística aparente justificable, se vio alterado el desarrollo de los trabajos, propiciando su finalización precipitada tras adoptar soluciones y métodos constructivos ajenos, incluso contradictorios, al modelo inicialmente proyectado.
Aprovechando los preceptos de Vitruvio (Alberti, 1582), sin lugar a dudas, el resultado construido como cabecera de esta iglesia, representa un ejemplo inmejorable para demostrar el concepto denominado euritmia. Básicamente puede interpretarse como la propiedad de someter todo el espacio arquitectónico a un ritmo determinado en aplicación del control proporcional, simetría, donde las soluciones parciales, tanto en planta como en alzado, admitan una analogía cierta, incluso posibiliten la superposición. Esto es, la identidad armónica del resultado, según lo define el profesor Esteban Lorente en 2001. 

Escultura
En la decoración escultórica de la iglesia de Santiago se pueden distinguir varios modos o estilos diferenciados.
El primero de ellos se observa en las tres impostas que se disponen a la altura de la base de las ventanas del muro exterior del ábside central y de los paramentos interiores del meridional y septentrional. El deficiente estado en el que se encuentra buena parte de la imposta ubicada en el paño sur del ábside central no ha impedido que se haya identificado la decoración del friso con la historia de Job, episodio poco habitual en la figuración románica, y que se haya relacionado con la representación del mismo de la girola de la catedral de Santo Domingo de la Calzada. Entre los escasos restos de la escena más occidental parece adivinarse a un personaje arrodillado delante de un objeto cuadrado que podría ser un altar, y que se ha identificado como la ofrenda de holocaustos que realiza Job a Dios por sus hijos. En el siguiente sillar se ha querido ver otra ofrenda de las muchas realizadas por Job, sin embargo, parece distinguirse entre las escasas trazas de la talla que se han conservado, de izquierda a derecha del espectador, un cuerpo pequeño con dos patas, un personaje de pie con larga túnica, otro personaje que da la espalda al anterior y que parece sentado en una especie de trono y, delante de este último, uno o dos personajes de pie, ataviados también con túnica. Si consideramos que el primer objeto de dos patas podría identificarse con una imagen diabólica, las dos figuras iniciales podrían plasmar el dialogo entre Dios y Satanás que es el origen de las desgracias de Job (Job 1, 6-12).

Imposta exterior del ábside central. Historia de Job 

El personaje sedente podría representar a Job recibiendo las noticias de sus desgracias por medio de diferentes mensajeros. En la siguiente escena, también muy mutilada y de difícil interpretación, aparecen un personaje tumbado y una imagen angélica de grandes alas de pie. A continuación una grotesca figura de gran cabeza y pezuñas que tiene frente a ella a un personaje vestido con túnica talar que parece interpelarle elevando su brazo derecho y manteniendo el dedo índice estirado, se ha considerado como la segunda conversación entre Jehová y Satanás, la cual tiene como consecuencia los problemas de salud de Job (Job 2, 1-6). Todavía peor es el estado del siguiente sillar, en el cual, a pesar de haber perdido prácticamente toda su talla, se han querido vislumbrar los cuerpos de dos aves afrontadas. Al no encontrarse en ellas relación alguna con la historia de Job, se ha propuesto que podrían desempeñar una función ornamental. No obstante, considerando que no está tan claro que la imagen de la izquierda del espectador se trate de un ave y que Job, cuando narra su desgracia dice, “He venido a ser hermano de chacales, y compañero de avestruces” (Job, 30, 29), pensamos que no se debe descartar la vinculación de esta imagen con el episodio bíblico. En la parte mejor conservada de este tramo de la imposta, una mujer con túnica y toca y que sostiene con su mano izquierda un huso, se alza frente a un ángel que lleva sombrero, porta un bastón y avanza hacia la mujer. A continuación aparece Job acostado, con el cuerpo cubierto por una sábana o manta, y mostrando su pierna izquierda a otro ángel, también con sombrero y bastón, que tiende su mano izquierda hacia el desdichado personaje bíblico. Esta escena ha sido interpretada como el momento de la conversación de Job con su mujer en el muladar (Job, 2, 8-10). La presencia de los seres angélicos, que no forman parte del texto bíblico, se ha explicado como el anuncio a Job y su mujer del fin de sus desgracias. Sin embargo, la colocación de los personajes, así como los atributos de los ángeles, más propios de un caminante o peregrino, lleva a dudar de estas dos últimas lecturas.

Imposta exterior del ábside central. Ángel con un cáliz y Dextera Domini 

Ante estas incongruencias entre la narración bíblica y la figuración de las escenas de Santo Domingo de la Calzada y Agüero, Esther Lozano ha propuesto una lectura que se basa en un texto denominado Auto de la paciencia de Job, recopilado en un Códice de Autos Viejos datado en el siglo XVI, y en el que Job habla con un pobre mendigo, que en realidad es Satanás, al que ofrece los gusanos que se alimentan con su carne. Además, en el Auto, su mujer se pone a mendigar para mantenerle, hasta que el diablo la engaña para que induzca a su marido a maldecir a Dios. Esta sugerente propuesta permite explicar el atuendo de los ángeles, su presencia en la escena, su interacción con Job y su mujer por separado. Cierra la decoración de esta parte del friso la imagen de un grifo que gira su cabeza por encima de su lomo para observar toda la escena. A este último también se le ha atribuido una función ornamental.
En el tramo de la imposta del paño central del ábside no se desarrolla una narración continua como en el caso anterior. Desde el lado sur se inicia la decoración con un centauro sagitario que apunta su arco hacia un animal en forma de ave, que podría parecer un búho, de no ser por su cola de reptil.
Prosigue la decoración con dos dragones afrontados de largos cuellos, que sitúan sus cabezas a ras de suelo y muestran sus fauces, en una composición muy similar a la que se puede ver en la cabecera de la catedral de Santo Domingo de la Calzada. Después de dos aves que picotean los frutos de una planta, un ángel que asoma entre unas nubes sostiene con las manos veladas un cáliz que es bendecido por la Dextera Domini, que también surge de unas onduladas nubes. Detrás de los dedos extendidos de la mano de Dios se aprecian los brazos de la cruz. Esta pieza está situada estratégica e intencionadamente debajo del machón central que divide las dos ventanas del paño del ábside. A continuación un individuo arrodillado y con un hacha de largo mango observa como dos fieras, quizás lobos o leones, muerden el cuello y vientre de una caballería ensillada que yace en el suelo boca arriba. Con dos esfinges afrontadas que parece que lucen un gorro finaliza este tramo central del friso.


Finalmente, en el paño norte del mismo ábside dos arpías coronadas y afrontadas, con cola y pecho escamados y pezuñas de carnero o de bóvido abren su boca para mostrar sus dentaduras. También muestran sus fauces las dos fieras afrontadas y agachadas que tienen al lado. Las trazas de la melena de una de ellas y la característica forma de representar su cola pasando por entre las patas traseras para elevarse por delante del tronco permiten afirmar que se trata de sendos leones. A partir de aquí los restos de la imposta que no se han perdido están muy dañados, por lo que resulta muy difícil discernir que animales están reproducidos en las cuatro figuras restantes.
En los relieves de la imposta que recorre el interior del ábside meridional se narran pasajes de la infancia de Jesús. Se inicia la decoración, por su lado norte, con un personaje nimbado entre abundante vegetación. El deficiente estado de conservación de esta parte del friso dificulta su identificación. Con la Anunciación, también muy dañada y situada sobre un fondo vegetal formado por grandes hojas, se inicia propiamente el ciclo de la infancia de Cristo. Los restos del trazo inciso de dos nimbos unidos son el único vestigio de una Visitación que prácticamente ha desaparecido. 


Imposta interior del ábside sur. Los Reyes Magos a caballo 

Le sigue una Natividad formada por la imagen de María yacente en el lecho, sobre el que se aprecia una muy deteriorada cuna del Niño, y por un san José, en mejor estado, que apoya la cabeza en su mano derecha para adoptar su habitual postura pensante o durmiente. Acto seguido, y avanzando hacia el Sur, los tres Magos a caballo se disponen en fila entre grandes y hermosas hojas que encierran granados frutos. Los tres lucen coronas decoradas con trazo inciso en forma de retícula. Siguen la estrella de seis puntas que se sitúa en lo alto, entre el que encabeza el séquito y el del medio, el cual señala hacia ella con su mano derecha mientras gira su cabeza para indicar el camino al que cierra la cabalgata. García Omedes ha puesto de manifiesto la existencia de unos tituli levemente incisos que los identifican: MELHVMO sobre el más septentrional, en clara alusión a Melchor; VALT sobre el siguiente, que es así identificado como Baltasar, y, finalmente ASPAR, sobre que lidera el grupo y que, obviamente, es Gaspar. La secuencia de inclinada y sinuosa decoración foliar y frutos se prolonga a lo largo de la siguiente pieza. Entre la vegetación se hallan tres personajes en los que se ha querido ver la figura de los pajes. Sin embargo, el gesto de uno de ellos levantando el dedo índice también nos puede hacer pensar en el anuncio a los pastores.

La narración prosigue con la Epifanía, en la que los tres Magos, ya a pie y portando los obsequios, avanzan entre el mismo tipo de fondo vegetal hacia la Virgen sedente, que tiene al Niño entre sus rodillas y sostiene un cetro rematado con un motivo vegetal. En esta escena la gestualidad adquiere un especial protagonismo: el primer Mago se postra y se quita la corona, el del centro señala hacia delante, el Niño bendice y, tras la Virgen, san José, cubierto con una gorra, apoya de nuevo la cabeza en su mano y, como no puede ser de otra forma, se desentiende de la escena sumido en sus pensamientos. Entrañable y maravillosa es la escena del sueño de los Magos, la cual sigue un modelo iconográfico muy habitual en la época. Estos comparten lecho y asoman sus cabezas por encima de las sábanas, mientras que un hermoso ángel de cabellos acaracolados surge de unas nubes onduladas y les avisa con el dedo de que no han de volver a visitar a Herodes. Los tres apoyan sus coronadas cabezas en una almohada cuidadosamente trabajada con decoración incisa en cuadrícula. La narración del ciclo de los Magos es interrumpida por la escena de la Presentación en el templo. Esta aparente anomalía en la secuencia de la narración de los hechos de acuerdo con los textos canónicos es coherente con el apócrifo Evangelio Armenio de la Infancia, en el cual, además, se informa del número de los Magos y de sus nombres.

Imposta interior del ábside sur. Sueño de los Magos

Imposta interior del ábside sur. Presentación en el templo

Imposta interior del ábside sur. Herodes con sus soldados, los sabios astrónomos y los escribas 

En la escena de la Presentación se muestra a Simeón y a una mujer con toca sujetando al Niño, quien subido sobre el altar, y con nimbo crucífero, levanta su mano derecha en actitud de bendecir. A continuación, san José sujeta con las manos veladas unas palomas y, detrás de él, una segunda dama con la cabeza cubierta con un velo y, como el resto de personajes, con nimbo, eleva un cirio. Se han propuesto varias identificaciones para estas dos figuras femeninas: la profetisa Ana y la Virgen, María y la “candelaria” o portadora de velas. La presencia de una figura con un cirio es un motivo iconográfico cuyo origen no se encuentra en el relato bíblico sino en la liturgia y que resulta muy raro en la iconografía románica –uno de los escasos ejemplos que se puede citar es una vidriera de la fachada occidental de la catedral de Chartres–. Dado que es muy habitual que sea la Virgen la que recibe el Niño de manos de Simeón, muy posiblemente se deba identificar como la profetisa Ana, personaje que normalmente aparece en un segundo plano, a la portadora de la vela. Esta figura con el cirio podría ser un primer reflejo de la procesión de las Candelas que se celebraba en numerosas iglesias el 2 de febrero, fiesta de la Purificación, conocida desde el siglo IX como día de la Candelaria. En la siguiente escena se recupera el ciclo de los Magos, con la imagen sedente de Herodes, que lleva cetro, flanqueado por tres soldados a su derecha, y un personaje, aparentemente femenino, con un libro abierto y dos hombres barbados que leen un documento, a su izquierda. Estos tres últimos personajes, que están sedentes, son los sabios, astrónomos y escribas a los que llamó el rey con motivo de la visita de los Magos para consultarles sobre la venida del Mesías (Mateo, 2, 2-6). Finaliza la narración con el sueño de san José, que tiene una composición muy similar a la del sueño de los Magos, y con la huida a Egipto, relieve muy deteriorado situado en la esquina sur del friso, en el que aparece san José caminando con un hatillo al hombro y llevando las riendas de una cabalgadura sobre la que van la Virgen y el Niño.

Huida a Egipto 

Íñiguez (en 1968) fue el primero que puso de manifiesto la relación estilística existente entre el friso de Agüero y la escultura del interior de la cabecera de Santo Domingo de la Calzada. Desde entonces otros autores han hablado bien de dependencia, bien de identidad de los talleres ejecutores de ambas obras.
Los paralelismos entre ambas obras son tanto iconográficos como estilísticos. En lo que respecta a los primeros, ya hemos citado los casos de la historia de Job y los dragones afrontados, a los que habría que añadir, aunque con una vinculación más débil, las arpías afrontadas que muestran la dentadura. En lo que se refiere a las afinidades estilísticas, varios autores han señalado la similitud de la decoración vegetal de la imposta del ábside sur con algunos motivos vegetales de la catedral calceatense, la de ciertos rasgos fisonómicos de los personajes, como el tratamiento de los mechones de las barbas, o la forma de reproducir objetos como las coronas. Es especialmente cercana la forma de tallar el rostro y cabello acaracolado del ángel del sueño de los Magos con las imágenes angélicas calceatenses, en las cuales también se aprecian estilemas comunes como las incisiones de trépano en los extremos de los ojos, el tratamiento esférico del globo ocular, los párpados trazados con líneas curvas paralelas y las cejas finas y prolongadas.
Al hablar de la decoración escultórica de los frisos de la iglesia de Santiago de Agüero, entendemos que es preciso hacer referencia al tímpano que actualmente decora la portada norte de la iglesia parroquial de San Salvador de dicha localidad, el cual, como hemos propuesto hace ya un tiempo (2010), muy posiblemente fue realizado para la iglesia de Santiago. Con posterioridad a su ejecución, y al quedar descontextualizado y sin ser ubicado en el lugar para el que fue concebido –muy posiblemente una portada oeste que nunca se llegó a realizar–, fue reutilizado en la portada, ya existente, del otro templo de la localidad, la cual, inicialmente no contaba con este elemento. La filiación con la escultura de las impostas de Santiago es evidente y se explica en la ficha dedicada a dicho edificio en esta misma obra. Esta propuesta tiene su relevancia en lo que a la vinculación con Santo Domingo de la Calzada se refiere, puesto que aporta nuevos elementos de comparación entre ambos edificios. Así, se detectan varios aspectos en común entre la Maiestas Domini de Agüero y la Trinidad paternitas riojana, o entre el águila de san Juan del tímpano y el mismo símbolo evangélico que aparece junto a la citada figuración trinitaria.
Puede incluirse en este primer modo de trabajar el friso que, por debajo de una secuencia de círculos tangentes, recorre el paramento interior del ábside septentrional, a la altura de la base de sus ventanas, el cual, está ornado con un motivo repetido formado por un fruto que surge entre sendas hojas simétricas en forma de S.
Aunque en los dos de los capiteles vegetales de las ventanas del ábside sur se observa un tratamiento similar al de este primer modo en el trabajo de las sinuosas y dinámicas líneas curvas, en el vaciado cóncavo de la superficie de las hojas, en sus perfiles y en la forma de doblar la parte superior de estas, una minuciosa comparación de los detalles y estilemas nos indica que estamos ya ante un segundo modo de trabajar, al cual se puede asignar buena parte de la labor esculpida de la nave sur. El tercer capitel de las ventanas del ábside meridional está formado por tres grandes hojas lisas y carnosas de cuya cúspide cuelgan, a modo de frutos, piñas. Resulta muy característica la forma de u que se dibuja en el centro de las caras, en el punto en el que arrancan las hojas grandes. La composición y configuración de este capitel recuerda, de nuevo, a las cestas vegetales del interior de la girola de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, en las cuales este modelo se diversifica notablemente. Esta cesta, al igual que los dos capiteles descontextualizados que soportan actualmente la mesa de altar del ábside sur, el más occidental del cuerpo interior de la portada y los tres del pilar situado como prolongación del muro presbiteral que divide los ábsides central y meridional pueden asociarse a este segundo modo o estilo, sobre cuya filiación hablaremos más adelante.
El tercer modo o estilo que se detecta en Santiago de Agüero es el que labró la ornamentación del interior del ábside central. En los tres tramos de la arquería del nivel inferior del tambor absidal los capiteles y cimacios presentan decoración esculpida. En las cestas de los diecisiete capiteles predominan los temas vegetales, buena parte de ellos con una composición similar a la que hemos descrito para un capitel de la ventana del ábside sur, aunque trabajados con un relieve más plano en el que las hojas no resultan tan carnosas ni se crean contrastes tan pronunciados entre las diferentes superficies. Estas diferencias de factura, nos llevan a pensar que, aunque siguen un modelo similar, son obra de otro grupo de artífices.
Las imágenes sucesivas, ilustran los tres grupos de arquillos y columnas del ábside central con detalle de sus capiteles historiados. A destacar los motivos de lacería de la misma hechura que el friso de la iglesia de Puilampa relacionando una vez más este templo con los cincovillas. Es excepcional con una cabeza coronada, adornada de cuidado bigote y barba rematada en colección de rizos simétricos. Se ha querido ver en este busto la imagen del rey Pedro I de Aragón a modo de homenaje de su viuda, la reina Berta. También, según reciente hipótesis podría tratarse de Ramiro II, de haber sido él el personaje para quien se edificase este suntuoso templo monástico como retiro real tras dejar el poder en manos de su hija Dª Petronila. Su fallecimiento en 1157 hubiera sido causa de la interrupción de este fastuoso proyecto. Bozal cree que puede ser un vizconde Bearnés del entorno de Alfonso I, quizá Gastón IV.
..El Reino de los Mallos, con su reina-viuda ordenando la edificación de un majestuosos templo de planta basilical, en memoria de su esposo al que conmemora en capitel del altar mayor.. Un rey-monje que abdica de su poder y espera en San Pedro el Viejo de Huesca la conclusión del monasterio real donde acabar sus días... "Si no e vero e be trovato".
Ya vemos que poco a poco vamos retrasando la cronología del personaje y por tanto del templo. Lo último (diciembre de 2020 en la revista ROMÁNICO") es la aportación de García Lloret en el sentido de que el promotor del templo pudo haber sido Alfonso II, pensando en este lugar como panteón para sí mismo, trayendo hasta aquí obreros de Poblet y de Santo Domingo de la Calzada. Encaja con el aspecto cisterciense y la relación con templos de ese momento en su entorno.
En el resto de los capiteles hay motivos vegetales y geométricos siendo muy variadas y curiosas las decoraciones de los ábacos. 

Decoración del paño norte:




Decoración del paño central

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Decoración del paño sur:



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Los capiteles que decoran el interior del ábside central lucen (salvo uno, que ostenta una cabeza coronada) motivos geométricos y vegetales en una línea ya bien distinta del resto de los capiteles del templo, de la mano del maestro de Agüero. Su estilo apunta ya a lo cisterciense y la decoración de entrelazos del colindante al capitel real, evoca con fuerza a la decoración del cincovillas templo de Puilampa. No hay dos ábacos iguales. Todos lucen motivos distintos como decorado de fondo así como las figuritas talladas en sus esquinas. Tanto los capiteles como las basas áticas en que apean las columnas son piezas estructurales del paramento, es decir, se colocaron allí cuando se estaba iniciando la edificación del templo en una fase en que aún no se pensaba en su prematuro acabado. Lo que choca con el estilo más rudo del resto de los capiteles y tímpano, de la mano del maestro de Agüero quizá adquiridos ya labrados al importante taller que debió de existir para surtir a una zona tan amplia como la que supone la difusión de su peculiar estilo.
Tres de estos capiteles de la arquería presentan decoración de lacería, en dos de ellos combinada con motivos vegetales y en un tercer caso imitando una cesta. Sin embargo, es un capitel cuya superficie está ocupada por el potente rostro de un rey el que más destaca del conjunto. Su composición y estilo nos recuerda, de nuevo, a una pieza de la catedral calceatense, en concreto a un capitel decorado con un rostro femenino situado en una ventana del exterior de la cabecera. El hecho de que el único capitel figurado en el privilegiado espacio del hemiciclo absidal sea un monarca, puede llevar a pensar en la existencia de algún tipo de vinculación de este templo con la familia real aragonesa. La hipotética relevancia de esta imagen se podría ver confirmada si finalmente se comprueba que no es meramente casual que dicha cesta se ilumine durante nueve minutos en el momento del cenit solar del solsticio de invierno, como se ha descubierto recientemente (2014).
Los cimacios situados sobre los capiteles, que presentan ornamentación vegetal y geométrica variada, concentran su decoración figurativa en las esquinas, donde se representan cabezas monstruosas y de animales variados (bóvidos, felinos, etc.), rostros humanos, aves en diferentes posiciones (con las alas abiertas, subidas a soportes de cetrería o libando de un cáliz), cuadrúpedos y un músico tocando el arpa. Una de las piezas destaca porque la representación figurada ocupa la totalidad de su superficie. Se trata de dos personajes que son devorados por sendos dragones alados. En la talla de los rostros de los cimacios se observan ciertos estilemas que no coinciden con los de la cabeza del rey, por lo que posiblemente este último es obra de otra mano.

Capitel de la arquería ciega del ábside central

Capitel de la arquería ciega del ábside central 

Capitel de la arquería ciega del ábside central 

Capitel de la arquería ciega del ábside central 

Capitel de la arquería ciega del ábside central 

El cuarto modo de trabajar lo encontramos en la parte del edificio que más ha llamado la atención: la portada meridional, la cual ha sido incluida por diversos autores en la nómina del denominado maestro de San Juan de la Peña. La misma está formada por cuatro arquivoltas –las dos inferiores con sendas molduras aboceladas en sus esquinas, y las otras dos lisas, de sección rectangular– enmarcadas exteriormente por una chambrana de perfil en doble bocel.
Estas arquivoltas rodean un tímpano deficientemente acoplado en el hueco de la primera arquivolta mediante acuñado pétreo y mortero, y cuyo tamaño es desproporcionadamente pequeño en relación a las dimensiones de la portada. Este elemento está decorado con el episodio de la Adoración de los Magos, cuyo centro está presidido por la destacada imagen sedente de la Virgen –su cuerpo es de mayor tamaño que el del resto de los personajes–, que alberga en su regazo la alargada figura del Niño. Aquella porta corona, viste toca, larga túnica y manto orlado con una bella cenefa y sujeta con ambas manos a su Hijo, que es el único personaje representado con nimbo, y que eleva su mano derecha para bendecir, mientras que con la otra sujeta el obsequio, un cofre esférico ricamente tallado, que le ha entregado el primero de los Magos. Este se postra y besa sus desnudos pies adoptando la posición de veneración denominada prokynesis, de origen persa pero practicada en los monasterios visigodos.
Probablemente, la representación de Agüero se base en textos como la compilación carolingia de relatos apócrifos del Liber de Infantia Salvatoris, en la que se narra como los Magos, tras saludar al Niño, se postraron en tierra sobre sus rostros y le fueron besando las plantas de los pies. En un capitel de la iglesia segoviana de Grado del Pico figura también la Adoración de los Magos con el rey de mayor edad adoptando dicha postura, lo que ha permitido a algunos autores hablar de un posible intercambio de modelos iconográficos y estilísticos entre el círculo del maestro de San Juan de la Peña y los artistas de la escuela silense.
En pie, detrás del primer rey, los otros dos Magos conversan. El primero gira su cabeza y señala hacia la estrella, situada sobre el hombro izquierdo de María, mientras que el segundo gesticula mostrando la palma de la mano derecha en actitud de asombro. Ambos personajes portan sendos recipientes similares al ya descrito. Se observa que hay una intención de utilizar la barba para marcar la diferente edad de los Magos: más larga la del rey postrado, algo más corta la del siguiente, y rostro imberbe en el tercero. San José ocupa el lado oriental del tímpano y tal y como ya hemos visto en el friso interior, se le representa absorto en sus pensamientos, sentado, con la cabeza apoyada en su mano derecha, mientras que con la izquierda sujeta un bastón en forma de tau.
Otras dos obras atribuidas al maestro de San Juan de la Peña, la portada occidental de San Miguel de Biota y la sur de San Nicolás de El Frago, ambas en la comarca de las Cinco Villas (Zaragoza), poseen sendos tímpanos con el mismo tema y composición y factura semejantes, aunque con ciertas diferencias iconográficas y estilísticas.
Soportan el tímpano dos ménsulas con sendas cabezas monstruosas cubiertas de mechones acaracolados y en las que destacan sus grandes ojos saltones. La del lado oeste muerde el pie de un individuo que se defiende con una maza y clavándole un puñal en la frente. La del lado opuesto muerde los dos pies de una figura femenina desnuda que eleva su mano izquierda, de tal forma que resulta particularmente próxima con la ménsula norte de la portada occidental de Biota. Es esta decoración de las ménsulas una seña de identidad en las portadas atribuidas al maestro de San Juan de la Peña. Se ha interpretado como una evocación al Juicio Final (Osácar, 2004) o en clave iniciática, como la plasmación del proceso muerte-resurrección por el cual el hombre ha de transitar por un submundo infernal como paso indispensable para lograr su regeneración. Más recientemente, considerando una hipotética asociación en el uso de la maza con la representación de los musulmanes, se ha propuesto que el personaje de la ménsula oeste podría estar relacionado con el guerrero musulmán representado en el capitel exterior.

Monstruo devorador de hombres, Ménsula de la Portada

Monstruo devorador de hombres, Ménsula de la Portada 

En el capitel más occidental, dos leones devoran a un cabrito tumbado, al tiempo que juntan dos de sus garras delanteras. Esta misma escena, muy habitual en el repertorio del maestro de San Juan de la Peña, se repite siguiendo el mismo modelo iconográfico en el claustro de San Pedro el Viejo de Huesca, en la portada oeste de Biota y en el interior de Santa María la Real de Sangüesa. En una de las cestas del lado opuesto de la portada de Agüero volvemos a ver el mismo tema pero con un estilo algo más tosco y simplificado, y con ciertas diferencias en la composición.
Los dos capiteles centrales del lado oeste reproducen sendas escenas de danza que, quizás, podrían formar parte de una misma narración. En el primero, un arpista ajusta su instrumento con una clavija en forma de T, mientras que una danzarina en pie y con las manos en las caderas le contempla, quizás esperando a que inicie la música una vez afinado el arpa-salterio.
Detrás de ella otro músico de pie tañe con un arco una fídula.
En el siguiente ya se ha iniciado la danza y un músico con capucha toca un albogue, mientras que una bailarina, con los brazos también en la cintura, contorsiona pronunciadamente su cuerpo hacia atrás hasta tocar con su larga cabellera el suelo.
Recientemente, se ha propuesto que este músico de la caperuza cónica y la bailarina contorsionista podrían ser una pareja de artistas musulmanes. Es la representación de músicos y bailarinas uno de los temas más característicos y frecuentes de este círculo estilístico. Así, los encontramos en composición y postura muy similar en las dos portadas de San Salvador de Ejea de los Caballeros, en las portadas sur de Biota y de San Nicolás de El Frago, en el claustro de San Pedro el Viejo, en el interior de San Gil de Luna y en un capitel descontextualizado de Tauste.
En la cara exterior del último capitel de este lado occidental, aparecen dos individuos ataviados con largas túnicas y mantos, que dialogan y señalan a la escena representada en el otro lado cara de la cesta, en el que dos guerreros vestidos con cota de malla combaten protegidos tras sus largos escudos del tipo normando y sujetan unas voluminosas espadas de marcada forma fusiforme que más parecen garrotes. La superficie de uno de los escudos está decorada con lunas crecientes, lo que ha llevado a algún autor a plantear que podría tratarse de la lucha entre un musulmán y un cristiano. Se ha querido ver en ambos episodios una oposición entre la paz, representada por dos filósofos dialogando, frente a la guerra. De nuevo, es posible apreciar paralelismos de la escena de lucha de guerreros con otras obras del círculo del maestro de San Juan de la Peña, en concreto con la portada oeste de Biota y con un capitel procedente de Santa María la Real de Sangüesa conservado en el Museo de Navarra.
Los capiteles del lado este se decoran con escenas zoomórficas, en las que aparecen desde seres monstruosos, como dos mantícoras rampantes –aunque no puede descartarse que sean esfinges–, a animales más comunes, como dos perros sentados y colocados de forma simétrica. El capitel más oriental del conjunto es una cesta doble en la que sendos centauros sagitarios, que llevan colgando el carcaj con las flechas, luchan contra un grifo y contra un guerrero con un escudo y espada, respectivamente.

Combate de centauros

Dos leones devorando una cabra

Perros enfrentados

Centauro cazando un ave

Centauro 

Los cimacios se decoran con motivos vegetales compuestos por tallos sinuosos que rodean carnosas hojas de variado diseño.
La decoración de los seis canecillos que soportan el tejaroz que corona la portada repite la temática ya vista en los capiteles: bailarina contorsionista, seres monstruosos (arpía, dos dragones) y animales (león). Es particularmente interesante el que muestra a un hombre de pie –que se sujeta un pliegue del manto con la mano de la misma forma que uno de los presuntos filósofos– junto a una mujer que apoya una mano en la cintura y eleva una hoja con la otra.

Una arpía, canecillo bajo el tejaroz

Un dragón que se muerde la cola, canecillo bajo el tejaroz

Un hombre y una mujer, canecillo bajo el tejaroz

Un juglar contorsionista, canecillo bajo el tejaroz

Un león, canecillo bajo el tejaroz

Un dragón, canecillo bajo el tejaroz 

Cabría plantearse si podría tratarse de una escena de amor cortés. Aunque algún autor ha visto en estas dos figuras a una pareja de bailarinas, consideramos que las diferencias anatómicas que se observan entre ambas figuras (una tiene los pechos y la cintura muy marcados) buscan el diferenciar entre ambos sexos. Además, a pesar del desgaste del rostro del presunto hombre, parecen percibirse los trazos de una barba.
Se ha comentado en alguna ocasión que la portada fue recrecida añadiendo dos arquivoltas. Indicios de ello podrían ser la diferente configuración de las dos arquivoltas exteriores en relación a las dos inferiores, y el cambio de planteamiento que se podría deducir del hecho de que el espacio entre las dos primeras columnas esté ocupado por sendas molduras aboceladas rematadas por pequeños capiteles con decoración vegetal, mientras que entre el resto de columnas se haya decidido dejar la arista viva de la jamba. Sin embargo, no se observa ningún cambio significativo en el estilo de los capiteles ni cimacios que pudiera justificar la existencia de tal fase de recrecimiento. Además, las dos basas centrales de cada lado están trabajadas sobre un mismo bloque, lo que no sería posible en el caso de que fuera cierta la hipótesis del recrecimiento. En consecuencia, entendemos que más bien se trata de un cambio en el diseño de la portada, que no de un recrecimiento de una estructura ya realizada y finalizada.
También se ha comentado que el deficiente encaje perimetral de del tímpano puede ser resultado de una colocación posterior al levantamiento de la portada. La comparación estilística con los capiteles pone de manifiesto la identidad de estilemas, sobre todo en lo que se refiere al tratamiento de pliegues y cabellos. Quizás haya que pensar que estos desajustes estructurales nada tienen que ver con diferentes fases de construcción de la portada.

Capitel interior de la entrada 

El cuerpo interior de la portada, que sobresale respecto al paramento del muro sur, tiene dos parejas de columnas geminadas que flanquean el tramo abovedado en medio punto que formaliza el acceso, las cuales se rematan con sendas cestas dobles en las que se representan dos parejas mixtas de arpías con cola de escorpión, la del lado oriental, y dos combates de guerreros a caballo, en la occidental. Dos de los jinetes combaten enfrentados, como también sucede en dos de los capiteles de la portada sur de San Nicolás de El Frago, mientras que las monturas de los otros dos avanzan en el mismo sentido, como si se tratara de una persecución.

Capitel interior de la entrada

Capitel interior de la entrada 

El jinete que va en cabeza gira su cuerpo hacía atrás, sostiene en su mano un objeto en forma de elipsoide, quizás una piedra o un garrote, y se protege de su oponente con un escudo circular, lo que ha motivado que se ha haya visto en él a un guerrero musulmán. De esta forma, tanto en el exterior como en el interior de la portada podría estar representado el combate entre cristianos y musulmanes, con la diferencia de que en la escena interior, el sarraceno, al darse a la fuga, podría estar próximo a su derrota –podría reforzar esta idea el hecho de que el escudo haya sido atravesado por la punta de una lanza–. Cabría preguntarse si, como ocurre con el tímpano trabajado por las dos caras de la iglesia cántabra de Santa María de Yermo, el sentido de la marcha en el momento en el que el espectador contempla la decoración de la portada podría estar determinando una intención de destacar el importante rol de la Iglesia en la guerra contra el islam –en Yermo más bien se pone de manifiesto su papel en la lucha del Bien contra el Mal–. Si al entrar en la iglesia el combate está igualado, incluso es el sarraceno el que toma la iniciativa atacando con su espada, al salir el fiel observa la huida del musulmán y el previsible triunfo del cristiano. Lo que ha mediado entre una escena y otra ha sido su paso por la iglesia, o más bien, por la Iglesia. Se opone a este capitel, al otro lado de un pequeño arco que se abre en este cuerpo avanzado, una de las cestas con decoración vegetal que ya hemos mencionado al hablar del segundo grupo de escultores, y que es claramente un elemento reutilizado, posiblemente destinado a ocupar otro lugar del edificio. Los cimacios de estos capiteles incorporan una decoración vegetal formada por sinuosos tallos de los salen voluminosas hojas.
A pesar de que algunos especialistas han negado la posibilidad de que la decoración de la portada incorpore una lectura o programa que vaya más allá de una función ornamental, y a pesar de que la mayor parte de los temas representados forman parte del repertorio iconográfico habitual del taller de escultores que los ejecutaron, se observan ciertos elementos que parecen desmentir esta idea. Los capiteles y canecillos, tanto del exterior como del interior de la portada hacen referencia a la lucha entre el Bien y el Mal –representado este por el islam–, a la tentación –personificada en los músicos y bailarinas– y a la amenaza de seres monstruosos y leones que acechan el alma del cristiano. Recordemos que en varios textos bíblicos, como los Salmos o las Epístolas de san Pedro advierten sobre este tipo de peligros y vinculan los leones al diablo. Este último sentido es el que habría que dar a la presencia de las mantícoras, animales devoradores de carne humana. En este contexto, la Epifanía del tímpano representa la venida del Señor, la Redención y la esperanza de salvación para aquellos que consigan vencer los peligros representados en los capiteles. Muy posiblemente, la figura preeminente de la Virgen encuentre su razón de ser en la intención de destacar el papel de la Iglesia como intercesora fundamental e imprescindible para alcanzar la salvación del alma. Por otra parte, si la ya citada interpretación de los músicos y danzantes como artistas musulmanes es acertada, su presencia sería totalmente coherente con las escenas de guerra contra el islam y con el destacado papel de María en el tímpano, que haría de contrapunto a las pecaminosas danzantes sarracenas y constituiría todo un alegato al fundamental papel de la Iglesia en la guerra contra el sarraceno. La decoración de las mochetas que soportan el tímpano, ya sea en su interpretación escatológica, ya en el sentido iniciático del proceso muerte-resurrección, ya en su lectura vinculada al castigo del infiel, no hace sino reforzar este mensaje moral, salvífico y de promoción de la guerra santa.
En el fuste monolítico de la columna más próxima a la puerta, bajo el capitel de la lucha entre caballeros se ha descubierto recientemente una inscripción, AMOR VINCI(t) OMNIA (“el amor todo lo vence”) que podría reproducir una cita de Virgilio (Bucólicas, 10, 69), bien un texto de san Agustín y que resulta del todo coherente con el programa iconográfico descrito.
Desde un punto de vista estilístico, en casi todas las piezas esculpidas de la portada se aprecian numerosas características propias del círculo que se ha denominado maestro de San Juan de la Peña. Sus estilemas más representativos son los pliegues curvos con muescas, las texturas reticulares, los cabellos de finos trazos paralelos, la estructura cúbica de las cabezas, los ojos saltones en forma de almendra y el tratamiento plano de los cuerpos. Tan solo hay un elemento que parece desentonar desde el punto de vista estilístico. Se trata del capitel de los leones devorando un cabrito en el lado oriental. Quizás haya que atribuir las diferencias en su factura al hecho de que posiblemente quedo sin finalizar, con las imágenes esbozadas sin que en ellas se realizara la fase final de tallado fino.
La personalidad y catálogo de obras del que se ha denominado maestro de San Juan de la Peña sigue siendo un asunto no resuelto de forma satisfactoria. A lo largo de la controversia sobre tan misteriosa personalidad artística, varios especialistas han propuesto diferentes hipótesis sobre si se trataba de uno o más talleres. No es este un tema que debamos tratar de resolver aquí, pero sí que es de reseñar que uno de estos autores, Francisco Abbad Ríos, propuso en 1950 la existencia de un taller diferente al del maestro de San Juan de la Peña, que bautizó como maestro de Agüero.
Mención aparte merecen los capiteles que coronan los pilares en los que se apoya el arco formero sur. El central de los tres capiteles visibles desde el interior del templo en el pilar suroeste presenta en su cara frontal a un individuo desnudo, quizás un niño, que muestra sus genitales, y que sujeta el cuello de dos rapaces desproporcionadamente grandes que le picotean su rizado cabello. Su interpretación nos resulta una incógnita, si bien, en cualquier caso, y dado que los animales no son grifos, entendemos que cabe descartar que se trate de la leyenda de la ascensión de Alejandro. Un capitel con una composición similar forma parte de la portada norte de la iglesia parroquial de Agüero. Aunque no hay ninguna relación estilística entre ambas piezas, si que es factible pensar que el de la parroquial pudo copiar la cesta de Santiago. En las caras laterales de la cesta, sendas rapaces apoyan sus patas en la pared, como si estuvieran trepando por ella, y giran sus cabezas para picotear unos frutos. Los otros dos capiteles ubicados a ambos lados del central presentan a dos grifos, el del Norte, y a dos seres híbridos alados con cabeza humana, cuerpo y cola de reptil y patas de león, el meridional.
Estos últimos muestran sus dientes al igual que dos animales monstruosos similares que ya hemos visto en el friso exterior y otros dos que decoran una de las pilastras del ábside central de la catedral de Santo Domingo de la Calzada. Como consecuencia de que el pilar donde se localizan los tres capiteles descritos se encuentra empotrado en el muro sur, dos de los capiteles que decoran el lado opuesto del mismo están parcialmente ocultos por el paramento. En los mismos se pueden ver dos dragones que se muerden mutuamente las patas entrecruzando sus largos cuellos y dos leones, respectivamente. Posiblemente en la parte oculta de los mismos se reproduzcan de forma simétrica los mismos motivos.

Cuando hemos hecho referencia al segundo modo, hemos citado los tres capiteles de temática vegetal del pilar opuesto del mismo arco formero y su vinculación con otras piezas del templo. En las esquinas de las dos cestas laterales aparecen sendos rostros humanos de factura es muy similar a la cara del individuo desnudo que aparece entre dos rapaces. Si a esto añadimos los paralelismos entre los tallos vegetales con frutos y hojas en forma de v en ambos conjuntos, no es descabellado plantear que son obra de los mismos artífices. Los capiteles del pilar suroeste se han relacionado con el círculo estilístico del maestro de San Juan de la Peña, aunque algún autor ha propuesto que podrían ser obra de “artistas secundarios del taller”. Lo curioso de todas estas piezas, que hemos agrupado en un mismo modo de trabajar es que, a pesar de que no presentan los estilemas ni del maestro pinatense, ni de los escultores de Santo Domingo de la Calzada, utilizan modelos iconográficos de ambos talleres.
Entre lo poco que se conserva del capitel del lado oeste de este mismo pilar, se adivina una gran hoja con los nervios incisos en paralelo, muy similar en su factura a las del gran capitel que soporta actualmente la mesa de altar del ábside central, el cual, muy probablemente, estaba destinado a uno de los pilares del templo. Estos dos capiteles, junto a los de las ventanas del ábside septentrional, los tres del pilar que separa los ábsides norte y central, los de las columnas grandes del ábside central y el presbiterio, los superiores de los pies de la nave sur y los que coronan las columnas adosadas en los muros exteriores se pueden asociar al último modo o estilo presente en el edificio. Este estilo se caracteriza, además de por la presencia de dichas grandes hojas estriadas, por incluir también unas grandes hojas lisas rematadas en unas potentes volutas. Los artífices de este grupo de capiteles asume la forma en u para la división de las hojas característica de las cestas vegetales del segundo y tercer modo.

Finalizaremos la descripción de los elementos escultóricos aludiendo a un inquietante canecillo ubicado en la esquina noroeste en el que se representa la cara de un diablo, lo que nos lleva a preguntarnos sobre si los motivos que llevaron a colocar esta imagen precisamente en este lugar, el último que se realizó, no tendrían que ver con el azaroso proceso constructivo de este edificio.
Para la datación de la labor escultórica se han de tener en cuenta los diferentes modos descritos y sus relaciones con otras obras. Una gran mayoría de los especialistas considera que algunos escultores que trabajaron en la catedral de Santo Domingo de la Calzada –cuya cabecera se suele datar entre 1158 y 1180– se desplazaron posteriormente a Agüero para realizar, fundamentalmente, los frisos y algunos capiteles, lo que les lleva a datar estos últimos en un rango de fechas que se mueve, según los autores, entre 1170 y 1185. La justificación de esta generalizada opinión sobre la presunta precedencia de la obra de la catedral calceatense respecto a Agüero hay que buscarla en la mayor calidad y técnica de la talla de aquella. Sin embargo, algunos aspectos que no se han tenido en cuenta hasta el momento podrían llevar a plantear la hipótesis contraria. En primer lugar, las diferencias técnicas pueden ser ocasionadas por el diferente material empleado en ambas obras. En este caso, la piedra de Agüero es más basta y menos propicia para filigranas. Además, como hemos visto, y al contrario de lo que se ha dicho en alguna ocasión, en la iglesia oscense la historia de Job está posiblemente más desarrollada, lo cual sería un indicio de su precedencia. De esta manera, las diferencias de calidad que se observan podrían ser más bien el resultado del natural proceso de evolución y aprendizaje de los talleres como consecuencia del ejercicio de su actividad. Ello nos llevaría a adelantar la datación parte de la obra de Agüero –la que afectaría a tres de los modos descritos– a un rango cronológico entre 1155 y 1165.
La portada –dejando al margen la tardía cronología propuesta por Louis Réau sobre la base de unos presupuestos erróneos en torno al origen de la postura de la prokynesis (finales siglo XIII)– se ha datado a finales del siglo XII (Canellas, San Vicente, Melero), aunque algún autor ha cerrado algo más dicho margen cronológico situándolo entre 1185-1195 (García Lloret) y otros lo han ampliado hasta el primer cuarto del siglo XIII (Ocón). 

Virgen con el Niño
Es conocido que, a finales del siglo XII, los monjes pinatenses también se acercan al lugar de Agüero que está custodiado –en nombre del rey– por miembros de la incipiente casa de los Luna, atraídos por su cercanía a la ciudad de Huesca y por ser territorio en el que tienen importantes propiedades. La operación de reubicación del monasterio de San Juan de la Peña comenzó por la edificación de la que sería su gran iglesia y en esa tarea terminó el intento, justo en el momento en el que las deudas económicas ahogaban la supervivencia de la que fuera una de las estructuras socioeconómicas más poderosas del mundo pirenaico. De esa iglesia (considerada y tenida como ermita de Santiago desde hace algunos siglos) pudo proceder la talla que acabó en la románica iglesia parroquial y que, en el año 1922, pasó a formar parte de los fondos del Museo de Bellas Artes de Huesca, en el que se encuentra actualmente.
La singularidad de esta talla de madera policromada, con una altura de 67 cm, es que presenta en el lateral del trono los colores y las barras aragonesas, que simbolizan la dinastía reinante con la que el monasterio quería recuperar la perdida cercanía y a la que estaba unida por su condición de panteón real. No hay que olvidar que estas barras aragonesas nos aparecen también en la base del trono de Nuestra Señora de la Consolación, imagen de principios del siglo XIII custodiada en la zaragozana comunidad de Santa Catalina, y un cobertor heráldico con las barras rojas y gualdas de la corona de Aragón está cubriendo el lecho de muerte de san Martín en el frontal de Chía, fechado por García Guatas a finales del siglo XIII.
Conviene completar esta relación de tallas marianas medievales con representaciones de la casa real aragonesa, por lo que deberemos hablar de otras dos tallas, en madera policromada, de la colección Godia de Pedralbes y que proceden de la comarca y diócesis de Vich. Las dos son del siglo XIII, siendo la primera (catálogo nº 22) una Virgen sedente que “en el trono, de laterales escalonados, lleva en el reverso los palos heráldicos catalano-aragoneses” (palos que si hablamos con exactitud histórica son exclusivamente la Señal de Aragón). La segunda talla se trata de una Virgen sobre escabel (catálogo nº 23) y “en el reverso del trono, franjas heráldicas de gules sobre fondo amarillo”. Esta referencia a la familia reinante, ya hemos indicado cómo nos posibilita el detectar un posible círculo real en el mundo de la imaginería medieval.
Esta Virgen que nos ocupa, plenamente inmersa en los cánones románicos, está sentada en un trono sencillo que algunos autores identifican como perteneciente a los talleres oscenses, se presenta con el Niño ladeado y con la mano izquierda sobre la rodilla derecha de su hijo (la mano derecha de la Virgen se cercenó para convertirla en imagen de vestir). La indumentaria es la típica del momento, madre e hijo portan coronas y la anular de María sujeta un tocado cuyo velo cae sobre los hombros y brazos en un airoso diseño, explayándose sobre el pecho en un abanico de pliegues, que nos recuerda –con la distancia del material– a los que presenta la imagen titular de Irache. El manto está abierto y tratado como una capa sujeta al cuello por un cierre, a modo de broche rectangular, decorado con un elemento vegetal cuadrilobulado, motivo que se repite en la cenefa del cuello. La túnica ofrece plegados verticales rectos en la zona central y circulares en las porciones que coinciden con las piernas. 
Destacan sus rasgos de modernidad y acaso sea muy importante la desaparición del sistema de proporciones irreales provocadas por el tamaño de la cabeza. Por ello la incluí hace años (1993) en una banda cronológica que abarcaba las dos últimas décadas del siglo XII. Es oportuno volver a señalar que presenta algunas similitudes (caída del velo, por ejemplo) con las tallas tipológicamente incluidas en el círculo de la Virgen de Pamplona que se fechan a finales del siglo XII y principios del siglo XIII. Una razón más para ubicar esta talla en el arco cronológico del último cuarto del siglo XII, tal y como ya se apuntó anteriormente. 


Loarre
La villa de Loarre, en cuyo término está el castillo, dista unos 28 km de Huesca en dirección noroeste. Se sitúa en las estribaciones de la sierra de Loarre y junto con las sierras de Caballera y Gratal componen una barrera geográfica que separa la Hoya de Huesca del valle transversal del río Garona. Ese pequeño valle fue en época alto medieval una vía de comunicación relativamente segura para las gentes cristianas que, a través del mismo, circulaban entre el reino de Pamplona, al Oeste, hacia la zona de Aínsa-Boltaña, al Este. Quizá por ese motivo se encuentren allí monumentos tan singulares como la ermita de San Juan Bautista de Rasal, de estilo larredense, o los vestigios de la galería porticada de Bentué de Rasal.
Tan solo unos 5 km separan cada uno de estos vestigios del emplazamiento del castillo de Loarre, estratégicamente dispuesto a una altura de 1.070 m. Desde su privilegiada posición domina toda la llanura de la Sotonera acechando a la población de Bolea, primera de las defensas en una época en que la llanura era territorio musulmán. Poco más de 8 km en dirección Sudeste separan Loarre de Bolea, y alrededor de 25 hay hasta Huesca. Para los primeros reyes de Aragón, conquistar Huesca suponía tomar la plaza fuerte de Bolea como paso previo a ese objetivo militar en la expansión del reino hacia Zaragoza y hacia las tierras del valle del Ebro.

Castillo
El conjunto religioso-militar que hoy se conoce no siempre tuvo el aspecto actual.
La construcción de un castillo, o de una torre de vigilancia edificada en piedra, dominando visualmente Bolea y la llanura de la Sotonera no hubiera sido consentida por las tropas musulmanas. Inicialmente debió alzarse tan solo una pequeña mota fortificada, realizada con materiales sencillos como tierra y madera.
El gran monarca cristiano Sancho III el Mayor de Pamplona (1004-1035) desplegó una amplia línea de fortificaciones ante los musulmanes en la que Loarre fue en origen uno más de sus elementos. Ruesta, Sos, Uncastillo, Luesia, Biel, Cacabiello, Agüero o Murillo, fueron algunos de los lugares donde también dispuso fortificaciones en las actuales tierras de Aragón. La cronología de estas fortificaciones –entendidas en general como motas fortificadas– inmersas en la política de incursión y repoblación del territorio por el monarca pamplonés hay que llevarlas hacia los años 1016-1020. Ese es el rango cronológico más probable para el puesto avanzado de vigilancia en el lugar donde con el tiempo surgirá el castillo de Loarre.

Habitualmente se alude a las fases edificativas del castillo obviando la más arcaica debido a que no ha dejado vestigios materiales de su existencia. Así se hace referencia a estructuras de estilo lombardo, atribuidas a Sancho III el Mayor; a la magnífica y atrevida ampliación de Sancho Ramírez para adaptar el castillo a las necesidades de una comunidad monástica con sus requerimientos específicos y, por fin, a la edificación de una muralla perimetral defendiendo los accesos más vulnerables del conjunto religioso-militar.
A la vista de estudios y consideraciones recientes, entre las que quiero destacar las publicadas por la profesora M. Poza, las estructuras que se venían atribuyendo a Sancho III el Mayor han de ser retrasadas en el tiempo hasta la segunda mitad del siglo XI en pleno reinado de Ramiro I (1035-1063). Es, en ese momento de creación, asentamiento y expansión del reino de Aragón, cuando parece lógico que pudieran edificarse, por iniciativa real, estructuras formales capaces de amenazar a la plaza fuerte de Bolea. Esta investigadora señala que los diferentes matices edificativos de esa fase arcaica corresponden a dos momentos sucesivos en el tiempo pero ambos situados cronológicamente dentro del reinado de Ramiro I. El más antiguo de ellos, caracterizado en su aspecto formal por estructuras de hechura lombarda, correspondería a la década de los 50, mientras que el más evolucionado, aparejado con sillares mejor escuadrados, lo lleva hasta el inicio de la década de los años 60.
Más concordancia hay entre los investigadores en cuanto a la cronología de la reforma impulsada por Sancho Ramírez. Para comprender este momento hay que relacionar Loarre con otros dos monumentos fundamentales en la historia del reino de Aragón. Me refiero al monasterio de San Juan de la Peña y a la catedral de San Pedro de Jaca. El profesor Buesa destaca el hecho de que en ese tiempo la monarquía aragonesa poseía una corte itinerante sin un lugar estable, cuyos eventos importantes transcurrían en tres enclaves fundamentales: una catedral, un panteón y un castillo (San Pedro de Jaca, San Juan de la Peña y el castillo de Loarre). Sancho Ramírez viaja a Roma en 1068 para infeudar su reino y hacerse vasallo del papa. De ese modo consigue protección ante sus enemigos exteriores y también ante los nobles del reino. Una consecuencia de este pacto será la llegada a Aragón de la liturgia oficial romana en detrimento de la hispanovisigoda (en San Juan de la Peña el 22 de marzo de 1071) así como de las nuevas formas edificativas que desde Cluny se expanden por la cristiandad gracias a los monjes benedictinos.
En 1070 Sancho Ramírez recuperó la fortaleza loarresa que había permanecido un corto espacio de tiempo en manos de los musulmanes. El 18 de octubre de 1071 el papa Alejandro II emitió desde Letrán la bula Quamquam sedes dirigida al prepósito Simeón de San Pedro de Loarre por la cual toma bajo su protección al monasterio loarrés. En ella señala al monarca aragonés para llevar a cabo su construcción con la mediación del legado pontificio Hugo Cándido y del abad de San Juan de la Peña. Apunta el doctor García Lloret hacia la década de los ochenta del siglo XI como periodo probable para la realización de esta obra que se ha de considerar finalizada antes de 1094, año en que muere el monarca. En 1093 se inició la edificación de la iglesia del castillo de Montearagón destinado a tomar la ciudad de Huesca (1096) y en 1097 la comunidad de canónigos ya ha dejado Loarre y está aposentada en Montearagón. Para entonces la obra del castillo de Loarre debió estar concluida, siendo poco probable que continuase activa ya superada su función y habiendo quedado en la retaguardia.
Es probable que algunas de las estructuras planteadas en época de Sancho Ramírez en el recinto del castillo primitivo no llegaran a ser acabadas. La ausencia de restos materiales habla favorablemente respecto a esta hipótesis. Deberían llevarse a cabo campañas de prospección arqueológica en el castillo que, a buen seguro, aportarían datos de importancia en este y otros sentidos. La primera persona que atendió al monumento, de cara a su restauración integral y conservación, fue el arquitecto don Luis de la Figuera y Lezcano (1869-1941), numerario y secretario general de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza. Su informe, mecanografiado y con correcciones manuscritas, está firmado y fechado en Zaragoza en 1917. Se conserva en los fondos de la biblioteca del museo de Larrés con el número 480 por donación en 1988 de su hija Carmen a la “Asociación de Amigos de Serrablo”. En ese documento, el arquitecto deja constancia por medio de informes, dibujos y fotografías del estado del monumento entre los años de 1913 y 1917. Es reseñable la presencia de la colmatación de estructuras, hoy visibles, como la planta excavada del llamado palacio real, o de los pabellones norte. En su informe dice textualmente “Yo creo que lo más antiguo de las construcciones de Loarre está por estudiar y acaso por descubrir en la parte correspondiente al espacio entre el castillo y la muralla”.
Para poder sistematizar la descripción del complejo monumento que es el castillo de Loarre, seguiremos un esquema fundamentalmente cronológico, comenzando por las estructuras arcaicas, continuando por las que se añadieron en la fase de ampliación de Sancho Ramírez y concluyendo con la estructura envolvente que es la muralla perimetral.

Estructuras arcaicas
Ya se han señalado en la introducción algunas hipótesis acerca de la cronología del primitivo castillo de Loarre en relación con los restos materiales existentes en la actualidad.
Tradicionalmente se vienen definiendo como “castillo lombardo” las construcciones más arcaicas del núcleo primitivo, teniendo en cuenta para ello los materiales empleados en su construcción y algunos detalles edificativos, como la dobladura de los arcos de medio punto.

Lado sur de la muralla y de la iglesia castrense de Santa María de Valverde 

Las edificaciones correspondientes al castillo primitivo forman una estructura militar situada en lo alto de uno de los espolones rocosos que afloran en la ladera meridional de la sierra de Loarre. En la visita convencional al castillo será la última zona a la que se accede dada su elevada posición. En líneas generales compone esta fase un recinto amurallado de forma vagamente pentagonal con torres en algunos de sus ángulos, una pequeña iglesia castrense y una magnífica torre militar exenta situada poco al este del conjunto.
Los materiales empleados en la edificación de esta fase son de dos tipos: sillarejos alargados y de poca altura trabajados a maza y aparejados, fundamentalmente, a soga con abundante mortero para regularizar su falta de acabado y sillares mejor acabados y más regulares pero imperfectos comparados con los de la fase plena de Sancho Ramírez. Ambos carecen de marcas de cantería. Los paramentos edificados con estos materiales se alzan al modo romano de “muro compuesto”.
De un modo regular se advierten en sus lienzos huecos pareados edificativos llamados mechinales, en cuyo interior es frecuente encontrar parte de los maderos empleados durante la edificación. Una adecuada técnica de estudio de los mismos (por medio de dendrocronología y/o radiocarbono) podría ayudar a datar el muro que los contiene.
Las diferencias en el uso de materiales y en la hechura de las obras de esta fase arcaica corresponden, según M. Poza, a las sucesivas etapas edificativas llevadas a cabo durante el reinado de Ramiro I en la segunda mitad del XI y primeros años del XII.
Se estudiará sucesivamente la muralla del recinto superior, la torre del homenaje, la Torre de la Reina, los restos de la torre norte, la hipotética torre sur y la capilla de Santa María de Valverde.

Torre de la Reina

Torre norte 

La zona en que mejor se ha conservado la muralla del recinto primitivo es el lienzo levemente angulado situado entre la Torre de la Reina y los restos de la torre norte. En altura mantuvo el remate almenado original que Luis de la Figuera acertó a conservar en la restauración de 1915. Tanto en su superficie interna como en la externa conserva arranques de arcos que se añadieron en reformas posteriores.

Exterior norte de la iglesia de Santa María de Valverde y Mirador de la Reina

Iglesia de Santa María de Valverde

Interior Iglesia de Santa María de Valverde. 

El lienzo oriental del muro del recinto primitivo se desarrolla entre la Torre de la Reina y la iglesia castrense de Santa María de Valverde. En su mayor parte forma el cierre de Poniente de la iglesia de San Pedro que se edificó adosada al mismo. Un pequeño tramo de este lienzo, adyacente a la Torre de la Reina, contiene la puerta del castillo primitivo. Se trata de un sencillo vano de arco de medio punto dovelado, provisto de dobladura lombarda en su extradós, lo que igualmente se verá en muchos de los vanos de esta fase.
Las zonas norte y oeste de la muralla primitiva situadas entre la torre norte y la hipotética torre sur son las peor conservadas por el hecho de haber sido sustituidas, en buena parte, por estructuras como el aljibe o la alargada sala conocida como “palacio real”.
En el lado sur de la muralla situada sobre lo alto del peñasco que acoge al castillo, se alza la fachada meridional de la pequeña iglesia castrense, edificada a continuación de un elevado muro construido desde la base de la roca que sirve de asiento al conjunto.
A continuación analizaré las torres y la iglesia que formaron parte de este primitivo conjunto religioso-militar. En su ángulo oriental se halla la conocida como “Torre de la Reina”. Es una torre edificada con sillarejo cuya planta rectangular mide 4,5 x 7,5 m de lado y en torno a 24 m de altura. Situada en el ángulo de la zona más accesible del castillo, tuvo como función la vigilancia del acceso a la fortaleza. En el interior se compartimentó en tres alturas por medio de pisos de madera. En la planta inferior hallamos tres vanos abiertos en el muro sur, el que conforma la línea de muralla. En el exterior posee una estrecha aspillera mientras que al interior los vanos son derramados. En la segunda planta hay dos vanos de doble derrama. La planta tercera es la que recibió una decoración más elaborada: una galería de tres vanos geminados, orientados al Mediodía, componiendo un elemento ornamental inusual para una finalidad castrense. Dicha galería está formada por una sucesión de tres vanos geminados, de medio punto con dobladura, provistos de apeo central en cada uno de ellos formado por una tosca zapata-capitel sustentada por un parteluz cilíndrico. Quizá por la existencia de este bello motivo arquitectónico se le otorgó la romántica denominación de “Torre de la Reina”, considerando que desde este lugar una hipotética reina contemplaría la llanura de la Sotonera. Lo cierto es que su función de observatorio queda fuera de toda duda, en especial en un tiempo en el que la iglesia de San Pedro aún no se había edificado y no existían obstáculos para el amplio control visual de la llanura.

Ventanas ajimezadas en la torre de la Reina. 

En el lienzo occidental de este piso hay otra amplia ventana con dobladura lombarda al exterior desde la cual se divisa todo el interior del recinto castrense. Finalmente, en el muro norte se abre una puerta de medio punto dovelado, también con dobladura lombarda, situada al mismo nivel que las puertas de acceso a las torres norte y albarrana. Desde esta, mediante un paso de ronda sobre la muralla y de una estructura móvil de madera, podía accederse a las torres mencionadas. El remate en altura de la torre es un añadido de la restauración. Su aspecto almenado induce a error, siendo lo normal que cubriera con un tejado de madera a cuatro aguas.

Arco capiteles del Mirador o ventana de la Reina 

La torre norte, de la que hoy quedan pocos aunque evidentes vestigios, se situó ocupando el ángulo nordeste de la fortificación, justo frente a la puerta de acceso al recinto primitivo. La intrusión de edificaciones posteriores y la apertura de vanos en sus lienzos dificultan, a primera vista, su reconocimiento como tal. Lo conservado de sus lienzos oriental y meridional alcanza hasta el nivel de la segunda planta. En el primero de ellos permanece la puerta de acceso situada al mismo nivel que las existentes en la torre del homenaje y superior de la Torre de la Reina, circunstancia lógica de cara a la circulación en altura entre ellas. En el exterior presenta idéntica hechura que las mencionadas, destacando la dobladura lombarda habitual. Los niveles de plantas están señalados por sillares sobresalientes para la sujeción de la tablazón. También permanecen en el lienzo oriental los arranques injertados de dos arcos utilizados para sustentar la solera entre plantas.
La torre que ocupó el ángulo sur del perímetro murado es más un vestigio arqueológico que real del que puede rastrearse trazas de su planta. Los lienzos oriental y meridional son hoy el muro de cierre de la iglesia castrense y parte del “mirador de la reina”, respectivamente.
La iglesia castrense de Santa María de Valverde contribuye con su muro sur a configurar el cierre meridional del recinto. Sus dimensiones son de 12 por 5 m y se remata al Este por medio de un poco prominente ábside, que destacaba en altura hasta que la edificación de la iglesia de San Pedro lo ocultó casi por completo. El acceso se efectúa a través de un vano de medio punto con dobladura lombarda situado a los pies del muro norte. Una pareja de vanos de doble derrame se abren en cada uno de los muros laterales del templo, iluminando un interior sobrio, abovedado en piedra, sin impostas y con articulación telescopada entre el ábside y la nave. Posee una pequeña credencia en el arranque del muro sur y centrando el cilindro absidal hallamos un vano derramado de medio punto que recibe luz del exterior gracias a un pequeño paso oblicuo abierto en el muro sur de la iglesia de San Pedro.
Las evidentes fases edificativas del templo castrense, en especial en su zona alta en la que destacan sillares de diferente hechura y con menor cantidad de mortero entre ellos, traducen los sucesivos momentos edificativos de la obra de Ramiro I, según se ya ha apuntado. Es probable que en la primera fase el templo se cubriera con madera y más tarde se abovedase en piedra.
La torre albarrana o del homenaje es una espléndida construcción militar que ha llegado hasta hoy magníficamente conservada. Se sitúa un poco al Este del recinto primitivo, del que la separan tan sólo 3 m. Con sus 31 m de altura, debió ofrecer una imponente estampa antes de quedar intramuros debido a la ampliación de la fortaleza. Las dimensiones en planta son de 10 x 5 m, disponiéndose sus lados largos hacia el Sudeste y Noroeste, respectivamente. Cinco son las alturas en que se dividió su interior, por medio de pisos de madera que en la actualidad se han recreado, aunque no de modo fiel, como en el caso de la amplia “planta” de acceso actual cuyo espacio es la suma del de ésta y de la superior. La puerta de acceso se abre en el lienzo noroeste de la tercera planta, situándose al mismo nivel de las puertas de las torres de la reina y norte.
Posee dobladura lombarda y mechinales en los que todavía hay restos de la madera que sustentó la estructura que permitía el paso hacia la puerta alta de la Torre de la Reina. Una vez hubo quedado intramuros, tras la reforma de Sancho Ramírez, el mencionado paso de madera fue sustituido por el actual de fábrica entre la muralla y el acceso a la torre, a través de un estrecho paso con pretiles laterales sobre arco de medio punto.
Los vanos en las tres primeras plantas son defensivos, aspillerados y adintelados hacia el exterior y de un amplio derrame hacia el interior, especialmente los de la planta de acceso en los que su amplitud y altura les confieren un elegante porte. Se abren vanos de cadalso en las dos últimas plantas: ocho en la superior, tres en cada uno de los lados largos frente a uno en cada lado corto, y cinco en la planta cuarta, dos en el lado largo sudeste, uno en el opuesto y otro en cada lado corto. Es destacable el hecho de que, en la planta quinta, los mechinales señalan la existencia de un cadalso corrido mientras que en la cuarta, las estructuras sobresalientes debieron ser semejantes a pequeñas galerías delante de cada vano. 


Puerta exterior Torre del Homenaje 

En el interior hay dos detalles reseñables: una chimenea situada en la planta de acceso, elemento excepcional en época románica, y el retrete construido en el espesor del muro, en el lado corto septentrional de la segunda planta. La presencia de estos dos infrecuentes elementos de “confort” en las plantas segunda y tercera dan pie a pensar que esta torre aparte de su función defensiva pudo haber sido lugar de residencia del señor del castillo, desempeñando el papel de un verdadero donjon.

Torre del homenaje: chimenea troncocónica original en muro norte.

Torre del homenaje: interior.

Ocupando parte del patio de armas aparece una estructura rectangular próxima a la torre norte que protege a un aljibe, compuesto por dos salas abovedadas en medio cañón, dispuestas en paralelo e intercomunicadas en su extremo septentrional por medio de un arco de medio punto. Los sillares con que se edificó el aljibe son coherentes con la segunda fase edificativa del recinto primitivo. Quedan restos de su revestimiento de cemento hidráulico para impermeabilizarlo. Los aljibes y el pozo situado en esta estructura almacenaron agua que hubo de ser direccionada desde las cubiertas o acarreada por otros medios hasta este lugar. 

La ampliación de Sancho Ramírez
El castillo de Loarre no hubiera pasado de ser una más de las fortificaciones medievales de Aragón de no haber concurrido la circunstancia de que el rey Sancho Ramírez haciendo gala de una gran visión política decidiera hacerse vasallo del papa e infeudar su reino a la Santa Sede. De este modo pasó a ser rey “por la gracia de Dios” disfrutando del aval y de la protección de Roma lo cual le situaba en posición de ventaja ante sus vecinos y ante los nobles del reino.
Los grandes símbolos externos de esta toma de posición fueron la catedral de Jaca desde la cual y a través del lábaro-crismón trinitario se alineaba con la postura oficial de la Iglesia; el monasterio-panteón de San Juan de la Peña, lugar de descanso eterno de la familia real en el que se abandonó el 22 de marzo de 1071 el rito hispanovisigodo para abrazar el oficial romano y el castillo de Loarre, cuya capilla real es un verdadero documento en piedra que vino a sellar el alineamiento de Aragón con Roma, con su liturgia, su arte y su doctrina oficial.
El papa Alejandro II (1061-1073) a través de la bula Quamquam sedes, fechada en Letrán el 18 de octubre de 1071, tomaba bajo su protección al monasterio loarrés encargando su construcción al rey Sancho Ramírez. La empresa de transformar un enriscado recinto castrense en un lugar apto para acoger a una comunidad de canónigos debió ser, sin duda, una tremenda encomienda para el monarca aragonés. Las torres lombardas, la pequeña capilla castrense y el recinto fortificado bastaban para la guarnición militar del castillo pero los canónigos de San Agustín, es obvio que tenían otras necesidades específicas derivadas de su vida monacal.
Necesitaban, entre otras cosas, un lugar de habitación, unas dependencias monásticas y una iglesia a la que debían acudir varias veces al día para celebrar el oficio divino y las horas canónicas. La obra de ampliación debía de ser efectuada de manera que pudiesen convivir en este espacio dos comunidades con requerimientos bien dispares.
La solución fue magistral, tanto en lo ideológico como en lo formal, ampliándose hacia el Este el recinto del castillo, llegando casi a duplicar su superficie alrededor de la torre del homenaje, dejándola intramuros así como al lienzo oriental de la muralla primitiva. Edificó en este espacio una serie de estructuras al servicio de los canónigos, conocidas hoy como “los pabellones norte”. Dispuso la edificación de un espectacular templo dedicado a San Pedro, adosado por sus pies al paño de muralla oriental del castillo. También creó una comunicación entre los pabellones monásticos y la iglesia, que los canónigos habían de recorrer varias veces al día para desarrollar sus celebraciones litúrgicas. La zona de tránsito se planteó doble e independiente, dada la coexistencia de soldados y canónigos con alojamientos y necesidades bien distintas. La solución adoptada fue la creación de un sistema de pasos superpuestos. Por otra parte, fue recrecida la fortaleza hacia el Oeste con el llamado “palacio real” y unas salas elevadas, hoy desaparecidas, (de las que restan vestigios de los arranques de sus arcos) entre la torre norte y la Torre de la Reina y también al Norte de la estructura que contiene los aljibes.
El acabado de la obra es diferente en estas zonas. En la iglesia los sillares son más cuidados, trabajados a tallante y trinchante por lo que requieren menor cantidad de argamasa para su asiento, mientras que en las dependencias el trabajo de los sillares se hace de modo más tosco: a pico. En ambos casos presentan marcas de cantería, señalando Martínez Prades el hecho de que hay canteros que trabajan fundamentalmente en la iglesia, otros en las dependencias y por fin un tercer grupo cuyas marcas aparecen en ambos lugares, certificando que en los dos tajos se trabajó al mismo tiempo. 

Pabellones norte, dependencias y zonas de tránsito
Los “pabellones norte” ocupan el ángulo nordeste de la fortaleza, delimitándose en su lado oriental, por lo que pudo ser una torre más del castillo arcaico, según señala Adolfo Castán. La irregularidad y tamaño ciclópeo de los bloques de piedra empleados en su fundamento, entre otras circunstancias, parecen corroborarlo. Se trataría de una torre abierta hacia el interior del recinto y según esta hipótesis el muro septentrional de cierre de los pabellones formaría parte de un primer recinto alrededor de la torre del homenaje. La lectura atenta de este muro, sus vanos aspillerados y adintelados y sus retranqueos, algunos de los cuales no guardan relación con las estructuras monásticas aquí ubicadas, apuntan en este sentido.
Lo cierto es que en este alargado espacio, de unos 25 m de largo por 7 de ancho, se consiguió un notable volumen utilizable, repartido en tres plantas a la vista de los arcos, vanos de acceso y retranqueos murales. La planta baja es continuación del paso inferior y la planta alta continua el paso superior (hoy interrumpido a nivel de la llamada “sala de armas”).
Seis arcos de medio punto, arrancando a ras del suelo desde los muros con la correspondiente cubierta de madera sobre ellos, delimitaron un primer nivel hacia donde se abren, en su muro sudoeste, dos amplios vanos de acceso de medio punto dovelado, enmarcados en el interior por arco plano adintelado que formó parte del retranqueo de apoyo para la hoy desaparecida cubierta. Sobre esta planta hubo otra en la que se abren tres puertas, también en el muro sudoeste, por encima de las descritas. Delimitan su altura una serie de arcos diafragma de medio punto que arrancan desde el muro, sobre los que también hubo otra cubierta de madera. Destaca en este nivel una sala transversal abovedada en piedra, de la que resta parte de la estructura adosada al muro septentrional y que por diferenciarse de las anteriores se considera como probable alojamiento de algún personaje de relevancia. A ello contribuye el hecho de que a la derecha de su puerta de acceso hay un sillar donde se puede leer epigrafiada la palabra SANCIUS. La tercera de las alturas, cuya solera fue el techo de la anterior, no ha conservado apenas vestigios que permitan conjeturar nada sobre la misma, si bien es probable que se tratase de una terraza-paso de ronda perimetral que pudo continuar hasta la zona superior del ábside del templo.
En el nivel inferior, entre los pabellones norte y la muralla primitiva, hay una sala abovedada a la que se atribuye función de calabozo pero probablemente sería la bodega monástica. Sobre ella, en lo que hoy es “terraza” hubo otra dependencia, paralela a los pabellones norte, a juzgar por los restos de los arranques de arcos de medio punto que permanecen en el muro original del castillo lombardo. Otra más se adivina, adosada al lienzo occidental de la torre del homenaje. Por los vestigios conservados y los indicios de lo que hubo, es evidente que el espacio ganado en esta ampliación fue realmente importante.
Alrededor de la base de la torre del homenaje y apeados en la base de sus lienzos meridional y occidental se edificaron dos pasos con forma de cuarto de cañón abovedado, comunicados con el nivel inferior de los pabellones norte al que abre el “calabozo”. Por medio de los mismos y del nivel inferior de acceso es posible circundar por completo la base de esta torre.

Zona de tránsito y pasos superpuestos 

A la vista de este intrincado sistema de pasos superpuestos y buscando su funcionalidad propongo una explicación que puede parecer lógica. La primera planta de los pabellones norte pudo ser el lugar de habitación de la comunidad monástica. La circulación procedente de esa planta, gracias a un piso de madera hoy desaparecido, desembocaba en el vestíbulo de la gran sala abovedada situada entre la Torre de la Reina y del homenaje. Continuando el recorrido transitaban los monjes por el paso superpuesto superior, dotado de bellos vanos geminados, que viene a terminar junto al exterior del lado norte del ábside. Descendiendo un tramo de escalones alcanzaban el acceso al templo situado a continuación de la cabecera del mismo. Se trata de una sobria y estilizada puerta, decorada en el intradós de sus impostas con elegantes palmetas, a la que defino como “puerta de los canónigos”.

Aposentos de canónigos y nobles 

Abundando en esta idea y dado que esta zona de tránsito entre pabellones norte e iglesia debió de ser la más utilizada por la comunidad monástica, realizo otra propuesta señalando a la sala abovedada entre torres como probable ubicación de la sala capitular monástica. Se trata de una sala próxima a la iglesia que además de ser la estructura más amplia y noble de esta zona de uso canonical, hay que recordar que en el cierre oriental de su antesala tuvo un magnífico ventanal geminado semejante al que, en origen, hubo en el mirador de la reina. Las fotografías Luis de la Figuera anteriores a su restauración muestran este vano geminado. Desgraciadamente en las labores de restauración de 1915 se vino abajo, hecho del que da cuenta en su informe el mencionado arquitecto, siendo lo hoy existente fruto de la restauración.
El segundo de los pasos superpuestos, situado en el nivel inferior, se inicia en la bifurcación oriental de la escalera principal que cruza bajo el templo, continuando paralelo al muro norte del mismo y que al llegar al ábside, gira al Norte dirigiéndose hacia la zona inferior de los pabellones monásticos. A medio camino del nivel de la Torre de la Reina, a través de un vano y varios tramos de escalones, permite el acceso hacia la portada del castillo arcaico recuperando el primitivo paso truncado por las edificaciones de la fase de Sancho Ramírez.
Sería este un circuito “laico” para acceder al recinto militar sin interferir con la vida monástica.
En el caso de no desviamos hacia la fortaleza y continuando el trayecto, se puede acceder a la planta inferior los pabellones monásticos y al circuito perimetral en torno a la base de la torre del homenaje.
Una vez comprendidas estas ideas, la observación del muro exterior entre la iglesia de San Pedro y los pabellones norte, con sus vanos a diferentes alturas dibujando las zonas de tránsito y los niveles de habitación, se puede imaginar mejor la funcionalidad de este ingenioso sistema de pasos superpuestos.
En el recinto superior también quedan vestigios de la reforma acometida por Sancho Ramírez. Lo más destacable es el arranque de la alargada sala que delimita a Poniente el actual recinto, a la que se da el apelativo de “palacio real”.
Las medidas aproximadas son de 30 por 9 m y se proyectó sobre recrecimientos hacia el oeste de la primitiva muralla, por lo que su planta aparece compartimentada longitudinalmente.
Esta estructura estaba colmatada, según se aprecia en las fotografías tomadas por Luis de la Figuera antes de su excavación. Se cierra al Sur por medio de un gran ventanal que en origen fue geminado, semejante al que desapareció durante la restauración de 1915 en la sala entre torres. Este detalle se confirma por los dibujos de 1637 recuperados del Codex Valentinus. La estructura recibe el nombre de “mirador de la reina” y desde aquí se divisa buena parte de la Sotonera. Se decora el intradós del arco con una arquivolta de baquetón grueso, sustentada sobre capiteles decorados con motivos vegetales.
Faltan las columnillas acodilladas y sus basas. En el extradós se decora con un guardapolvo de ajedrezado jaqués. Quedan vestigios de semicolumnas adosadas y basas desde las que debieron haber arrancado los arcos fajones y formeros de esta doble sala, que quizá no llegó a edificarse. 



Zona de tránsito y acceso a la iglesia 

La iglesia de San Pedro
La iglesia de San Pedro de Loarre fue uno de los tres lugares destacados del itinerante reino de Aragón en la época de Sancho Ramírez. El monarca, una vez que puso su reino bajo la potestad de Roma y facilitado el abandono del rito hispanovisigodo, estuvo en disposición de recibir ayuda ideológica, militar y también en las nuevas formas de hacer, tanto en lo constructivo como en lo escultórico. La forma de edificar que Cluny estandariza y extiende por medio de los monjes benedictinos llegará a Aragón gracias a esta circunstancia. Se abandonarán en el reino las formas edificativas hispanovisigodas, lombardas y lombardistas, levantándose los edificios señeros de acuerdo con un nuevo canon. Es el tiempo en el que el Románico se hace presente en Aragón recibiendo influencias de centros próximos como Toulouse o Moissac.
Sancho Ramírez recibe en 1071 el encargo papal de edificar el monasterio loarrés. Como es lógico debió acometer la empresa construyendo un lugar de habitación para el acomodo de la comunidad monástica. La capilla real de Loarre fue edificada teniendo como modelo la catedral de Jaca, que precede a Loarre en el tiempo. La doctora M. Poza señala en su trabajo (2009) dedicado a Loarre en “Siete Maravillas del Románico Español” las posibles fechas para la edificación de la catedral de Jaca. Cita, por una parte, a Antonio Ubieto quien apunta el periodo entre 1077-1098. En el otro extremo sitúa a Bango Torviso quien señala para la construcción de Jaca hacia el inicio de la década de los 70 dando relevancia entre otros factores a la epigrafía de Iguácel. La doctora Poza, a expensas del controvertido asunto de la cronología jaquesa, cree probable para la edificación de Loarre unas fechas cercanas a la mitad de la década de 1080.
Hay que señalar como dato seguro que en 1097 la comunidad canónica ya había abandonado Loarre y está instalada en Montearagón, por lo que es lógico pensar que para esa fecha ya no continuaría el proceso edificativo en Loarre. Señala M. Poza un dato de gran interés que sería la presencia documentada, en abril de 1094 en Loarre “del rey en compañía de Frotardo, abad de Saint-Pons-de-Thomières, Aymerico, abad de San Juan de la Peña, Pedro, obispo de Pamplona y Pedro, obispo de Jaca, junto a un nutrido número de notables del reino” apuntando a la solemne consagración del templo como causa probable para esta reunión.
La obligada orientación litúrgica de la iglesia hizo que se dispusiese extramuros, por delante de la capilla de Santa María de Valverde, adosada al lienzo oriental de la muralla arcaica que le servirá de muro de cierre. La fachada meridional y su cilindro absidal van a formar parte del nuevo perímetro defensivo castrense interponiéndose en el camino de acceso al recinto superior que resultó interrumpido. Esta circunstancia negativa se resolvió creando una circulación a su través, tanto para las tropas como para la comunidad monástica.
Con la finalidad de lograr un plano horizontal apto para la edificación de la capilla real de San Pedro, se dispuso una primera fase constructiva compuesta por tres volúmenes consecutivos que, de Oeste a Este son: el cuerpo de guardia, la caja de la escalera principal y la iglesia inferior (cripta) de Santa Quiteria. Sobre esta superficie horizontal, ganada al vacío y a la roca, se edificó un templo provisto de una magnífica cabecera, un falso crucero con arcos torales que sustentan una bóveda de media esfera, y una corta nave cerrada a poniente por la muralla arcaica. El edificio fue construido con piedra sillar perfectamente escuadrada, abovedado en piedra y recibió una abundante y delicada escultura integrada en su fábrica, como corresponde al arquetipo del arte románico.
La iglesia de San Pedro se interpuso en el acceso al recinto del primitivo castillo, adaptándose al escarpado y desigual terreno en que se asienta. Contemplada desde el Sur, ocupa la mayor parte de la zona exterior de la fortaleza dado que su fachada meridional y el tambor absidal forman una parte eficaz de la defensa del enclave militar. La magnífica escalera bajo la nave de la iglesia es en si misma una notable obra de arquitectura y diseño. Por la categoría de la iglesia y su calidad constructiva hubiera debido levantarse como una edificación de planta basilical de tres naves; pero la orografía obligó a construir solamente una. A pesar de ello sus constructores no renunciaron a elevar una innovadora y soberbia cúpula en la zona del “hipotético” crucero. Excepción hecha de la catedral de San Pedro de Jaca, este templo es el de mayor tamaño y rango de los edificados en Aragón en este momento. 


Planta de la iglesia

Sección longitudinal de la iglesia 

Su tambor absidal es un verdadero cubo de muralla que se alza sobre la roca firme y permanece exento en sus tres quintas partes, ya que el resto quedó ocultó al edificar las estructuras que contienen los pasos superpuestos de acceso al recinto militar y a las dependencias monásticas. Una serie de pilastras y haces de columnas-contrafuerte dividen en tres lienzos la superficie absidal visible, a la par que acentúan la verticalidad de la construcción. En el plano horizontal, cuatro molduras de ajedrezado jaqués segmentan y animan su superficie. Dos de ellas prolongan los ábacos de los vanos de las iglesias superior e inferior, otro corre bajo el nivel de los vanos de la iglesia superior, y el cuarto marca la división entre ambas iglesias. Esta última moldura se prolonga durante un corto recorrido sobre el plano que reúne la cabecera con el lienzo exterior de los pasos superpuestos. En esa zona intermedia hay una banda vertical de sillares correspondientes a la obra de Sancho Ramírez. Posee tres o cuatro sillares de amplitud y en altura rebasa la prolongación de la moldura señalada. La sensación que transmite este encuentro es la de intentar reunir una obra nueva con otra preexistente, lo cual abogaría a favor de la hipótesis de Adolfo Castán de la existencia de una primitiva torre nordeste y también de sendos tramos de muralla convergentes en la misma: uno incluido en el muro septentrional de los pabellones norte y otro que se continúa con la mencionada prolongación del ábside de la iglesia de San Pedro.
Los seis ventanales vistos al exterior en el cilindro absidal son típicamente jaqueses. Los correspondientes a la iglesia superior tienen un guardapolvo ajedrezado de mayor amplitud debido a la interposición de un arco de medio punto dovelado entre el baquetón de la arquivolta y esa moldura. Por otra parte, los correspondientes a la iglesia inferior enmarcan discretas aspilleras como corresponde a la funcionalidad defensiva del conjunto.

La fachada sur del templo aparece escasamente animada, tan solo se prolonga por este espacio la moldura de ajedrezado que continúa los ábacos de la cabecera superior, haciendo una especie de escalón en su extremo occidental, para ajustar con el vano del tramo posterior de la iglesia, situado a menor altura. Pertenecen al tramo central de la iglesia superior, los tres vanos situados a dos niveles, siendo los vanos de la mitad inferior del muro sur planos y carentes de decoración. Tan solo es destacable uno de ellos que se abre a los pies de la nave y que aparenta ser una puerta (quizá de un paso móvil hacia la prolongación en altura de la estructura denominada “aljibe”) y por supuesto la magnífica portada sur, la única que permite el paso hacia toda la fortaleza.
La fachada norte del templo es sobria y funcional. No posee vanos en el ábside, siendo la estructura en el espesor del muro de acceso a la cubierta el único dato edificativo reseñable en este lado de la cabecera. Una pilastra-contrafuerte la separa de la nave al igual que ocurre en la fachada meridional. La zona inferior del lado septentrional del templo queda oculta a la vista desde el nivel de la terraza interior, dado que conforma uno de los lados del paso desde la escalera principal de acceso hacia las zonas superiores de la fortaleza. En este tramo del muro existen cuatro arcos de descarga adosados al muro norte del templo como sustento de la cubierta del propio paso abovedado y de la terraza situada sobre él. La escalera principal de acceso a la fortaleza desemboca en el arco situado más a Poniente de los cuatro mencionados.
Hacia los pies del templo, correspondiendo al interior con el extremo occidental del falso crucero, se abre la portada principal de la iglesia. Está formada por una arquivolta de grueso baquetón, que se apea en dos columnas acodilladas rematadas por elegantes capiteles vegetales muy semejantes en su hechura. En el exterior es de arco de medio punto dovelado y guardapolvo de ajedrezado jaqués. Frente a ella hay un amplio arco de medio punto y restos de un segundo arco menor enmarcando la roca viva que aflora también en este lugar. Esta estructura tiene función de soporte para el nuevo acceso al recinto superior de la fortaleza. Es en este punto donde la tradición situaba el desaparecido enterramiento del conde Don Julián a quien se señaló en el XVII como facilitador de la entrada de los musulmanes en España.
Una segunda portada se abre junto a la cabecera del templo, en el lado norte del falso crucero. Se trata de la “puerta de los canónigos”, ya señalada como objetivo del paso superpuesto superior. Es una puerta estrecha, sobria, de medio punto dovelado y tan solo en el intradós de sus impostas, posee decoración a base de palmetas. Centrando este lado del falso crucero encontramos en altura el único ventanal del lado norte del templo. Su hechura formal es la misma que la vista en los vanos del lado sur de la iglesia superior.
que la vista en los vanos del lado sur de la iglesia superior. Prolongando en altura el tramo central del templo, se alza la estructura octogonal destinada a contener la bóveda de media esfera. Cuatro casetones angulares albergan las dobles trompas y entre ellos abren otros tantos óculos abocinados y orlados con ajedrezado jaqués.
Dejo la magnífica portada meridional para el final de la fase descriptiva del exterior del templo porque perteneciendo por situación a la fachada de la iglesia, sirve funcionalmente a la totalidad del recinto fortificado, por ser este el único acceso al interior del mismo. Se sitúa en un cuerpo ligeramente adelantado al muro sur al que está adosado, sin que haya coherencia en las hiladas de sillares de ambos. Formalmente es similar a la ya vista en el muro norte como acceso principal al interior de la iglesia de San Pedro. Posee una arquivolta de grueso baquetón flaqueado por otros dos de menor diámetro y está apoyada en sendas columnas acodilladas, provistas de capiteles y basas. La protege un guardapolvo de ajedrezado jaqués rodeando al arco de medio punto dovelado situado por fuera de la arquivolta. Tangente al guardapolvo discurre una moldura de ajedrezado sobre la que queda la mitad inferior del magnífico friso escultórico que decoró la entrada al castillo.

Portada sur 

Hay que señalar que el friso que adornó de modo excepcional esta portada fue lamentablemente mutilado en el siglo XVIII por las obras realizadas para adosar una edificación a la fachada sur del templo. En la restauración de 1915 fue retirada por el arquitecto La Figuera, devolviéndole su aspecto original aunque con la importante pérdida mencionada. Lo habitual en el románico peninsular es ubicar en el tímpano la decoración escultórica de mayor entidad, pero Loarre es diferente y probablemente las influencias de Toulouse y del maestro Leodegarius estén detrás de este excepcional detalle decorativo aplacado.

Restos del friso 

Casi a la altura de nuestros ojos y algo por fuera de la columna del lado oriental hay en la portada una epigrafía dedicada a perpetuar la memoria de un personaje de nombre “Tulgas”, destacable por cuanto que la epigrafía nos proporciona fecha post quem para esta portada. A pesar del deterioro puede leerse: + IN DEI NNE HIC RE / QVIESCIT FAMULUS DE / I TVLGAS QVI OBIIT PRI / DIE KLS DECEMBRIS IN E / RA MCXXXIIII QVI / LEGERIT ISTAS LITERAS / ORET PATER AVE MARIA REQU / IEVIT ILLE REQUIESCAT IN PACE. La traducción sería: “+ En el nombre de Dios: Aquí descansa el Siervo de Dios Tulgas, que falleció el 30 de Noviembre de la era MCXXXIIII (año 1096). Quien leyera estas letras rece un Padre (Nuestro) y un Ave María para que descanse aquél y descansen en paz (todos que lo lean)”.
La decoración de los capiteles, en concreto el de nuestra izquierda, muestra una escena en que aparece, entre un elegante fondo de vegetación, una alusión al sacrificio de Isaac. La exigua vestidura clásica del personaje que porta la espada remite al existente en la portada sur de la catedral de Jaca. Frente a éste hay otro en el que, entre decoración vegetal y de bolas, hay dos monos en cuclillas agarrando con pies y manos el collarino. 


Capiteles de la portada 

Los ábacos, así como sus prolongaciones en las impostas, lucen decoración de palmetas.
El friso escultórico situado en altura estaba compuesto por varios elementos aplacados formando una composición apocalíptica simétrica. En el elemento aplacado central, presidiendo el conjunto y toda la fortaleza, está la figura de Cristo en majestad dentro de la mandorla, en la que Gaillard y Durliat citados por F. Español leyeron parte de su inscripción: (..)NIAS INVICTAS UBI T (..) FONS EGO SUM VITA. En los ángulos inferiores de esta placa central podemos distinguir dos figuras del Tetramorfos faltando las otras dos, pertenecientes a la desaparecida mitad superior. Este elemento toma modelo sin duda de una escultura aplacada existente en el deambulatorio de la cripta de la basílica de Saint-Sernin de Toulouse con la que coincide, incluso en la decoración del escabel de Cristo representado a base de hileras superpuestas de vanos de medio punto sobre columnillas. También son similares los ángeles que veremos flanqueando a Cristo. Inesperadamente, entre el Pantocrátor con su Tetramorfos esculpidos en la misma pieza y los mencionados ángeles, se dispuso un Tetramorfos de mayor tamaño, del que permanecen las figuras inferiores: el toro de san Lucas, a la izquierda, y el león de san Marcos a la derecha. Puede ser debido a una reutilización de materiales de otra procedencia, o –creo que menos probable– de un error del teólogo director.

El arquitecto Luis de la Figuera señala en su informe que recolocó en este friso la pieza situada a nuestra derecha, con personajes tras una cortina ondulante que estaba empotrada en el edificio existente por delante de la fachada sur de la iglesia. También indica que recuperó y recolocó algunos canecillos y metopas pertenecientes a esta portada.
Fuera del segundo grupo de figuras del Tetramorfos, encontramos la mitad inferior de dos ángeles portando filacterias. Ricardo del Arco (también citado por F. Español) leyó en el de nuestra izquierda: GAB – RIE – LFO – RTI – TU – DO – DEI. Probablemente el otro ángel fuese san Miguel. Más allá de los ángeles hay dos grupos de personas desnudas, seis a la derecha y cinco a la izquierda, portando un elemento alargado y ondulado, como si fuese un paño cuyo borde superior toman decididamente con sus manos y hace ocultar parcialmente sus cuerpos. Sus pies asoman por debajo de este elemento ondulante. La altura de estas dos placas esculpidas es la mitad del friso que contiene el Pantocrátor y los ángeles, por lo que no fueron partidas y los personajes descritos aparecen enteros.
Hay un excepcional dibujo realizado hacia el año 1637 que muestra cómo era originalmente este friso. Se trata de un sencillo boceto realizado con carboncillo y repasado a plumilla que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid formando parte del manuscrito nº 3.610 conocido como Codex Valentinus. El Codex es un corpus de motivos e inscripciones romanas perteneciente al conde de Guimerá en el que se incluyó el castillo de Loarre por creerlo “obra de romanos”. Al adosar en el siglo XVIII un edificio por delante de la fachada sur de la iglesia, partieron y retiraron la mitad superior del friso. Probablemente sus piezas fueran reutilizadas en ese momento para igualar la solera de la cripta, que en los dibujos del Codex Valentinus aparece provista de tres escalones para descender a ella, cuando hoy entramos a pie llano. También hoy se advierte la aparente desaparición de la bancada perimetral de la cripta por haber quedado nivelada con la solera añadida. Si las piezas del Pantocrátor se hubiesen reutilizado como material de construcción en el edificio demolido por La Figuera, él las hubiese detectado como hizo con el grupo de personas del lado derecho del friso o con algunas metopas y canecillos. Por ello existe la posibilidad de que los fragmentos retirados del friso escultórico hayan sido reutilizados como losas en el suelo de la cripta con su cara esculpida hacia abajo.
La portada descrita da paso hacia el elemento central de los tres que se dispusieron para conseguir un plano horizontal sobre el cual alzar la iglesia de San Pedro (cuerpo de guardia, escalera y cripta). La escalera tiene un trayecto ascendente obligado por la pendiente del terreno y posee dos estrechas hileras laterales de escalones elevados con respecto a los centrales, que le aportan un toque de elegancia. En altura se cubre por medio de bóveda de medio cañón, ya dispuesta en el conseguido plano horizontal. Entre la bóveda y los muros de la caja de la escalera corre una imposta de ajedrezado jaqués que continúa sobre el medio punto interior de la portada y sobre las pilastras de sustento del fajón que, a modo de arco triunfal, señala su final en el extremo superior. Hacia la mitad del recorrido ascendente se abren dos vanos. A la izquierda se ubica el de acceso al cuerpo de guardia y frente a él, el correspondiente a la cripta de Santa Quiteria. Ambos son de sencilla hechura, de medio punto dovelado, siendo de evidente una mayor altura y algo más estrecho el correspondiente al cuerpo de guardia.
El llamado “cuerpo de guardia” es una discreta estancia abovedada con medio cañón paralelo al de la escalera y delimitado por sendos muros planos, uno que corresponde a la fachada sur de la iglesia y frente a él otro que cierra el espacio a nivel del interior del vano de acceso. Centrado en altura, el muro meridional posee un pequeño vano aspillerado y adintelado.
Frente a esta puerta se abre la que da acceso a la cripta de Santa Quiteria. Sobre la clave, algo descentrado a la derecha y en un sillar que parece reutilizado, hay un crismón decorado con numerosos símbolos sobre el que se conjetura pudiera mostrar reminiscencias de fórmulas bizantinas o tener influencias visigóticas por la semejanza con algunos monogramas empleados en esta época.
En el zaguán existente tras el vano se abren, a derecha e izquierda, sendas escaleras en el espesor del muro que permiten el acceso directo a la iglesia superior, aflorando justo por detrás de su cabecera. Cada una de ellas consta de dos angostos tramos en paralelo, cubiertos los inferiores por medio cañón ascendente, y desprovistos de cubierta los superiores, que se abren directamente en el suelo de la iglesia. En el correspondiente al lado sur hay un pequeño vano de iluminación aspillerado en el exterior y de medio punto derramado hacia el interior en el que hoy se aloja una pequeña campana de bronce fechada en 1890.

La cripta posee un corto espacio rectangular, continuado hacia el Este por el cilindro absidal, que se decora por medio de cinco arcos de medio punto dovelado, que se apean en columnas provistas de capiteles y basas áticas. Las basas se alzan sobre una bancada corrida que pasa desapercibida por haber sido sobreelevado el pavimento de la cripta con sillares irregulares reutilizados. Dos molduras de ajedrezado jaqués recorren la cripta hasta el muro de cierre. Una es la misma prolongación de los ábacos y la otra discurre tangencialmente a los vanos descritos, señalando el límite entre muro vertical y bóveda. Tres de estos arquillos, el central y los dos meridionales, enmarcan ventanales aspillerados y derramados hacia el interior, siendo notablemente más estrecho el central. Los situados en el lado norte son ciegos, por situarse el muro de esta zona adosado a la roca viva que se ve aflorar tras ellos a los pies de la cripta. Se cubre el espacio con una bóveda de cuarto de esfera, prolongada hacia los pies por un corto tramo de bóveda de cañón.

Cripta

La decoración escultórica del interior de la cripta consiste en diez capiteles que adornan los cinco arcos descritos. En general sus formas son sencillas, predominando los motivos vegetales, de palmetas y entrelazos que también veremos adornando los cimacios. Tan solo uno de ellos muestra un motivo figurado. Está en el lado derecho del vano situado en medio de los tres abiertos al exterior. En su cesta aparecen, con delicada labra, una pareja de basiliscos afrontados, asiendo con sus garras una esfera situada bajo sus picos. Esta decoración la veremos repetida en la arquería de la iglesia superior y evoca otro capitel decorado con idéntico motivo en el claustro de Moissac. La sensación que producen los capiteles de este espacio, excepción hecha del decorado con basiliscos es de arcaicidad, si los comparamos con lo que veremos en la iglesia superior o incluso en el exterior de la cripta.
Es en este espacio donde se guardaban los restos de san Demetrio en una preciosa arqueta del último tercio del siglo XI de 30 x 30 x 60 cm que actualmente se conserva en la parroquial de Loarre. Es una delicada pieza de orfebrería decorada con un apostolado, serafines, un Pantocrátor y una imagen de Cristo triunfante.
La escalera principal de la fortaleza nos permite acceder al lado norte del templo, pasando entre el cuerpo de guardia y la cripta a los lados y cruzando por debajo de la iglesia superior. Es una disposición claramente defensiva que viene a solucionar los problemas derivados de la agreste orografía en la que asienta este castillo, al tiempo que genera un acceso único fácil de controlar. Soluciones similares, pero desarrolladas en un plano horizontal, existen en el monasterio de Leyre y en el templo de Sos del Rey Católico.
Gracias a esta compleja obra se logró un plano horizontal sobre el que poder edificar la iglesia superior, dedicada a San Pedro. Al acceder a su interior nos sorprende de inmediato la pureza de sus formas, la completa edificación con piedra sillar incluidas las bóvedas, la gran altura edificativa lograda en ese espacio, la rítmica decoración de la cabecera, a base de doble fila de arquillos superpuestos y sobre todo la espectacular e innovadora bóveda para la que no hay precedente en el arte románico. En lo formal distinguiremos en el templo tres ambientes consecutivos bien definidos: la cabecera, el falso crucero y la nave.
La cabecera del templo consta de cilindro absidal y bóveda de cuarto de esfera, estructuras que se prolongan a Poniente de forma insensible –al igual que hemos visto en la cripta subyacente– por medio de un tramo recto, cubierto por bóveda de cañón. El cilindro absidal se organiza en dos niveles, separados por una imposta de ajedrezado jaqués. Sobre ésta hay cinco grandes arcos de medio punto adornados por una arquivolta con decoración de baquetón que, a través del capitel, aparenta continuar cada columna acodillada. Un guardapolvo ajedrezado, enmarcando el arco y la prolongación de los ábacos por moldura decorada, completan el esquema de estos arcos que enmarcan vanos. Los dos del lado norte se edificaron ciegos como exigencia de la estructura yuxtapuesta de los pasos intermedios. Tras ellos se ubica la estructura adosada al ábside para acceder a las terrazas existentes sobre el ábside y los pasos intermedios.
La parte inferior del cilindro absidal se decora con una sucesión de trece arquillos de medio punto, decorados con grueso baquetón y con orla ajedrezada al exterior. Se sustentan sobre los cimacios de catorce bellos capiteles cuyas columnas y basas se levantan desde una bancada corrida que perfila todo el cilindro absidal y su prolongación. Una segunda imposta de ajedrezado jaqués, delimita la separación entre el paramento vertical y la bóveda.

Capilla Real del Castillo de Loarre

La disposición en dos niveles de vanos y arquillos, con su cuidada decoración, genera un ritmo edificativo de gran elegancia plástica que servirá de modelo a edificios posteriores.
El tramo central de la iglesia, al que denominamos “falso crucero”, es un espacio cuadrado arquitectónicamente complejo e innovador. Se desarrolla alrededor de cuatro grandes pilastras que lo delimitan y separan de la cabecera y de la nave. Las pilastras traducen la articulación de este tramo con la cabecera, provista de una gran potencia en su muro. Las dos posteriores se adelantan al muro hasta igualar la profundidad de las primeras. Por delante de las cuatro pilastras hay plintos sobre los que se alzan, sobre basas áticas, otras tantas semicolumnas adosadas de notable diámetro, que acaban en los cuatro grandes capiteles sustentantes de los arcos fajones transformados en torales.
El menor espesor de los muros laterales de este tramo, en comparación con el de la cabecera, permite rehundirlos generando dos espacios delimitados por arcos que, asumiendo también la función de torales, se soportan sobre columnas acodilladas simulando, en conjunto, el perfil de las embocaduras de dos hipotéticas naves laterales.
En un alarde de delicadeza y oficio, perfilando el interior de los cuatro arcos torales, se dispusieron otras tantas molduras compuestas por grueso bocel y ajedrezado jaqués hacia el interior de este espacio. Convergen en la base de las trompas siendo recibidas, por cada una de las tres esquinas del perfil de cada pilastra, a través de una imposta escalonada que continúa la línea de los ábacos y que posee una cuidada decoración escultórica. Además, en el vértice de cada trompa, se dispuso una ménsula decorada con cabecitas delicadamente esculpidas sobre las que quizá se colocaron tallas o esculturas móviles del Tetramorfos. La Figuera en su restauración de 1915 ya documenta fotográficamente estas pequeñas ménsulas en esa misma posición.
Pero, como si todo este alarde de técnica, arte y oficio pareciera insuficiente, el arquitecto de Loarre se sale de la forma habitual de edificar dejando a un lado la solución estandarizada de alzar una bóveda de media esfera pasando del cuadrado al octógono por medio de trompas. Lo que hace es crear un sistema doble de trompas superpuestas consiguiendo, de ese modo, dos objetivos: generar un espacio a modo de linterna en el que abrir cuatro óculos –que naturalmente orló con ajedrezado jaqués–, y en segundo lugar, conseguir el mismo efecto que si estuviese trabajando con pechinas logrando la sensación de que la bóveda flanqueada por los óculos parezca flotar sobre el falso crucero. La circunferencia que delimita la bóveda también recibió una orla de ajedrezado jaqués. Hacia el interior de este círculo de ajedrezado hay otros veintinueve, concéntricos y realizados con dovelas cuidadosamente talladas formando una perfecta bóveda que cierra por medio de clave compuesta por dos dovelas de perfil semicircular.
No hay precedentes en el románico para esta innovadora forma edificativa. Simular pechinas con sistemas dobles de trompas es novedoso y además consigue la creación de cuatro trapecios esféricos en los que abrir otros tantos óculos hacia los puntos cardinales. ¿Dónde se inspiró el arquitecto para hacer esta obra? Es difícil de asegurar pero en ese momento hay un edificio que es referente en la arquitectura y quizá hacia allí haya que dirigir la mirada para comprender la bóveda de San Pedro de Loarre. Me refiero a la basílica de Santa Sofía en Constantinopla, donde su gran bóveda del siglo VI se alzó sobre pechinas y bien pudo ser un referente para Loarre.
En el muro meridional del falso crucero se abren tres vanos, iguales a todos los que vemos en el interior del templo. Uno centrado en altura y dos a un nivel ligeramente inferior al mismo.
Encontramos dos molduras de ajedrezado jaqués, una de ellas corre por la base del vano superior y se continúa con los ábacos de los capiteles y con las molduras que delimitan bóvedas de paramentos verticales en los otros dos tramos del templo; la segunda prolonga los cimacios de los capiteles de los dos vanos inferiores y no sobrepasa esta superficie.
En el muro septentrional, tanto vano como moldura superiores se hallan en la misma disposición que el del muro sur. En la base de este muro, a ambos extremos junto a las pilastras, se abren dos puertas. Hacia los pies del templo lo hace la correspondiente a la portada principal, situada a un nivel inferior al piso de la iglesia. Hacia la cabecera encontramos la “puerta de los canónigos” dispuesta en una posición elevada, de modo que precisa dos escalones para descender hasta la bancada adosada al muro.
El tramo de los pies del templo tiene como muro de cierre la propia muralla del castillo arcaico, por esa razón sus sillares no corresponden con la perfección de los vistos en el resto del templo. La roca sobre la que se alza el castillo aflora en la base de este muro al que se adosó el templo. En altura del ángulo sudoeste podemos ver parte de la estructura de la capilla de Santa María de Valverde. También podemos advertir en la zona superior del muro dos vanos aspillerados que corresponden a la muralla original.
El muro norte de este tramo posee una arcada ciega decorada con arquivolta de baquetón sustentada sobre capiteles, columnas y basas. En el lado occidental, la columna es muy corta puesto que arranca desde la roca que aflora en este lugar. La moldura de ajedrezado que delimita la bóveda de paramento vertical es tangente a la arcada descrita. Frente al muro norte, el muro sur posee una hechura semejante en lo formal, si bien se diferencia en que posee dos vanos. Uno es un ventanal en altura similar a los del resto del templo. La prolongación de los cimacios de sus capiteles está decorada con ajedrezado jaqués y tiene la característica –infrecuente en este perfecto templo– de no ser coherente con los cimacios de los capiteles de la arcada ciega que lo alberga y que se hallan a un nivel ligeramente inferior. El otro vano tiene aspecto de puerta y se sitúa adosado a la pilastra anterior que delimita el muro. Una puerta abierta al vacío en una aparente contradicción, salvo que sirviera de comunicación a través de un paso de madera con una estructura exterior, quizá con la prolongación en altura de la que, situada por delante del muro sur de la iglesia, conocemos como “aljibe”. Este tramo posterior se aboveda, como corresponde, con piedra sillar formando un medio cañón.






Las aristas posteriores de las pilastras que delimitan el tramo de los pies, se dividen en dos por medio de una muesca en forma de v tallada en un sillar para generar, a partir de ese punto, el perfil del arco que adorna el espacio lateral de cada uno de los muros de este tramo. Es este un modo infrecuente de dividir una arista aunque se utiliza en la catedral de Jaca y probablemente sea una solución técnica traída de ese templo. En Jaca se utiliza a la altura del séptimo sillar de las pilastras de separación entre ábsides, para generar los arcos que orlan cada presbiterio, y haciendo gala de una refinada técnica se adornó el ángulo de la v con una pequeña bola jaquesa.
La iglesia posee un total de 82 capiteles estructurales más el gran capitel que sustenta el ara del altar. Del total, dos corresponden a la portada meridional del templo, dieciséis a la cripta y sesenta y cuatro a la iglesia de San Pedro (sumando los exteriores e interiores).
En el exterior aparecen decorando los diez ventanales existentes. Los motivos son variados: pequeños leones, aves, monos, personajes sujetando a monos, grifos, etc. Destaco uno de los que decora el ventanal posterior del falso crucero y que muestra a dos dragones mordiendo la cabeza de una persona, quizá un clérigo. La disposición de su ropaje y la forma de sus pliegues lo relacionan con el taller tolosano de Bernardus Guilduinus, similares a su vez a los ropajes y pliegues que se labraron en ángeles y Pantocrátor del friso de la portada meridional. La hechura del mencionado capitel es idéntica a la de otro existente en la puerta de Miégeville de Saint-Sernin de Toulouse. R. Guesuraga relaciona este tormento de dragones devorando la cabeza de personas con la metáfora del castigo infringido por simonía o discrepancias ideológicas con lo establecido por la reforma gregoriana. Señala que en el caso de Loarre, la “crítica” iría contra el obispo García, opositor a la mencionada reforma.
Cuatro son los grandes capiteles que sustentan los arcos fajones-torales que delimitan los tres espacios del templo. Por su tamaño son los más conocidos, aunque dada su situación a notable altura sus detalles pasan desapercibidos en la visita al templo.
El que se halla situado en la unión de la cabecera con el muro sur nos muestra el pasaje del Pecado Original. Centrando su cara frontal aparece el árbol prohibido provisto de ocho hojas nervadas y cuatro frutos globulosos. La serpiente, enroscada al tronco del árbol, aparece junto a la cabeza de Eva como susurrándole al oído la tentación de comer ese fruto que está tomando con su mano derecha. En el otro lado, Adán se muestra en la pose clásica de agarrarse la garganta con la mano derecha. Ambos desnudos, tapan sus genitales con sendas hojas que sujetan con la mano izquierda. Tras ellos, en los laterales, hay sendos ángeles señalándoles con sus índices. El cimacio se decora con elaboradas y alargadas palmetas enmarcadas por motivos vegetales aplanados y enrollados en sus extremos.
Frente a este hay un capitel que, en la cara frontal, muestra una escena en la que un personaje abre exageradamente la boca de un león, colocando las manos en las comisuras de sus fauces. La escena es doble y aparenta simetría, pero tan solo se esculpe el cuerpo del león que pasa hacia la derecha mostrando, en el lado izquierdo, tan solo la cabeza de la fiera. De la boca de una pequeña cabeza de león, situada entre el arranque de las volutas, surgen dos aves que con una de sus garras hacen presa en el cuerpo del león y con la otra en el brazo de los personajes a quienes picotean sus hombros. El león del lado izquierdo muerde la cola del otro, aunque este capitel se rompió al tallarlo (quedan indicios dentro de la boca del león y en los cuartos traseros del otro león). Puede aseverarse este extremo dado que hay tres capiteles prácticamente idénticos en su temática. El que describimos, el situado en la unión del muro norte con el tramo de los pies del templo y un tercero en Jaca, que debió de servir de modelo a ambos. Todavía hay un cuarto capitel idéntico en temática en el monasterio palentino de San Zoilo en Carrión de los Condes.
En las caras laterales del capitel hallamos a nuestra derecha un personaje desnudo, con una exigua capa al cuello, que porta un objeto alargado acabado en penacho. Falta su mano derecha y el extremo inferior del objeto. En el lado izquierdo hay otro personaje, sentado y que se levanta la túnica con su mano derecha como para mostrar la rodilla, mientras que con la izquierda toma el brazo de quien abre la boca al león. El cimacio es idéntico al del Pecado Original, situado frente a este. Este capitel sigue fielmente el modelo del existente en Jaca mientras el que veremos a continuación presenta algunas diferencias.
En la unión del muro norte con el tramo posterior del templo el capitel que se ve guarda gran semejanza con el descrito, siendo sus diferencias el largo cabello rizado de los personajes que abren la boca del león, el hecho de que las aves tienen sus dos patas sobre el lomo del león y no picotean el hombro del personaje y que el león de la izquierda no muerde la cola del otro, sobre todo porque hay un cuerpo central común para ambos leones formado por dos mitades y la cola común aparece medial. En cuanto a los laterales, en el derecho hay un personaje vestido con túnica que porta maza al igual que el del lado izquierdo, que aquí también está en pie y viste capa con dos cintas cruzadas sobre el pecho. El cimacio se decora con pequeños leones pasantes, siendo esta una buena referencia para diferenciarlo a primera vista del anterior.
Por fin, en la unión del muro sur con el tramo de los pies del templo hallamos un capitel que nos narra el episodio de Daniel en el foso de los leones alimentado por el profeta Habacuc. Lo mostrado en su cesta sigue de modo fiel el pasaje bíblico (Daniel 14, 32-39). En la cara frontal del capitel vemos a Daniel, descalzo y sentado, vestido con túnica y capa, agarrando con sus manos las colas de los dos leones que lo flanquean. Sobre los leones aparecen sendos ángeles con las alas desplegadas portando cada uno una cruz en el extremo de un largo astil. La clave del capitel la aportan las caras laterales. En la izquierda vemos que el ángel en vuelo toma a un personaje por los cabellos. Es Habacuc quien, provisto de cazuela y escudilla para alimentar a sus braceros, es llevado por el ángel a Babilonia para a alimentar a Daniel. En el lado de la derecha nos muestra al ángel devolviendo al profeta a su lugar de origen. Este episodio fue identificado y publicado por el profesor Simon en 1975. Con diferente labra se repite en la portada oeste de Jaca y también (reconocible aunque deteriorado) en la iglesia superior de San Juan de la Peña, lo que viene a reforzar la unidad ideológica de estos tres lugares señeros del reino.
A la izquierda del frontal de este capitel, el ábaco se decora con una delicada escultura que muestra una pequeña cabeza angélica con las alas desplegadas, enmarcada por un círculo sogueado delicadamente esculpido, que como otros detalles decorativos de calidad, se ha relacionado con el maestro tolosano Bernardo Guilduino.
La arquería absidal se decora con catorce capiteles. El primero y el último lucen un cuidado entrelazo en su cesta. Desde la izquierda, el segundo capitel muestra personajes con vestidura talar mordidos en la cabeza por serpientes anfisbenas, interpretado por R. Guesuraga como una crítica a los opositores a la reforma Gregoriana, concretamente a la figura del obispo-infante García. El tercero está muy deteriorado aunque parece intuirse que fue también de entrelazo. El cuarto muestra cuatro leones y la cabeza de un quinto león, boca arriba, sobre el centro del collarino que interpreto como alusión al Fisiólogo, texto en donde se relata que el león nace muerto y al tercer día el macho exhala sobre él su aliento resucitándolo en clara simbología cristológica de muerte-resurrección, reforzada con la decoración a base de frondes de helecho, planta que por resurgir tras ser cortada posee también ese mismo significado. El quinto capitel muestra un personaje entre leones delicadamente tallado. El sexto luce una meticulosa labor de roleos en su cesta y es idéntico a otro capitel doble situado en el claustro de Moissac. En el séptimo, también muy desgastado, se reconocen leones en su cesta. El octavo capitel muestra dos personajes flanqueados por sendos ángeles, uno de ellos porta una vara y lo considero capitel fundacional, como comentaré al final de este párrafo.
El noveno, también deteriorado, es de temática vegetal. El décimo, junto con el octavo, compone el ciclo fundacional del templo. El undécimo muestra a personajes que sujetan con correas a monos, en alusión al control de las pasiones. El duodécimo es de temática vegetal, delicadamente labrado y perfectamente conservado. Es reseñable que la exclusiva decoración de su ábaco, a base de pequeñas cabezas de animales dentro de roleos, se repite en la sala capitular de la catedral de Jaca y en una de las arquivoltas de la portada norte de San Pedro el Viejo de Huesca. El decimotercero, muy erosionado, muestra a dos parejas de basiliscos enfrentados repitiendo el esquema del existente en la cripta.
En la trascendental portada occidental de Jaca hay un capitel (el primero por la izquierda) que en su cara frontal muestra a dos personajes con vestidura clásica portando uno de ellos una vara. D. Simon publicó un artículo en 2001 identificando al personaje que porta la vara con Moisés, tema que Martínez de Aguirre retoma en 2011 estableciendo un paralelismo entre estos dos personajes –Moisés y Aarón– con el rey Sancho Ramírez y su hermano, el obispo García, identificando a Moisés, provisto de su vara milagrosa, con Sancho Ramírez conduciendo a su pueblo hacia la tierra prometida.
Esa misma pareja –con labra diferente– en la que uno porta una vara, vuelve a aparecer en un capitel del cilindro absidal de Loarre, aunque este difiere en que los personajes aparecen flanqueados por dos ángeles, hecho significativo para Castiñeiras quien, comparándolo con los capiteles fundacionales de Santiago de Compostela en los que aparece Alfonso VI entre dos ángeles en un capitel y el obispo Diego Peláez, también entre ángeles, en el situado en el lado opuesto de la embocadura de la capilla fundacional, señala en una publicación de 2010 que este episodio escultórico del capitel loarrés es semejante y puede hacer referencia a la fundación del templo, reforzando su hipótesis con la aparición en uno de los cimacios de pequeñas cabezas angélicas aladas.
Decorando los vanos de la arquería superior absidal hay diez capiteles entre los que podemos ver entrelazos, roleos, leones acechando, un personaje surgiendo de la boca única de dos leones enfrentados, un pastor con reses, un personaje sujetando a un oso por medio de una soga o una pareja de ángeles. Por último, la descripción del situado en el lado derecho del vano central. En su cesta se ven cuatro personajes desnudos, situados tras un alargado elemento ondulante al que agarran con una de sus manos, transmitiendo una clara imagen de asir un objeto textil. Los personajes centrales, además, se pasan la mano por el hombro en un gesto de fraternidad. Este capitel está justo en la vertical del que he comentado como fundacional. Puede ser casualidad, pero la casualidad no suele ser norma en la simbología románica de la que si, de algo debemos de hacer gala, es de desconocimiento.
La escena guarda relación directa con los grupos de personas de los extremos del friso visto sobre la portada principal y se repetirá con el mismo motivo en la iglesia de Santa María de Iguácel (tanto en el exterior como en el interior) e incluso en Santiago de Compostela en capitel dedicado a Santa Fe.
En los vanos del tramo central del templo podemos encontrar grifos rampantes o comiendo los frutos de una planta, deliciosas sirenas-pez de largas trenzas, águilas devorando una liebre entre personajes tentados por serpientes, un personaje flanqueado por otros dos detrás junto a dos leones enfrentados a los que abre las comisuras de sus bocas con ambas manos, otro personaje tras un león al que ataca con la espada en alto y en el único vano del lado norte los dos capiteles muestran el mismo tema: ángeles portando clípeo con figura en su interior alusivo a la elevación al cielo del alma, lo cual también tiene su precedente en la catedral jaquesa. Los capiteles que soportan los arcos formeros del falso crucero lucen motivos vegetales y en general se hallan bastante meteorizados.
En el tramo posterior del templo, en su único vano los capiteles tienen decoración de palmetas, a un lado y vegetal, quizá una parra con frutos, al otro. Decorando los arcos laterales de nuevo vemos palmetas, diversos motivos vegetales, aves entre vegetación o figuras humanas muy desgastadas.
Hay que destacar los capiteles que decoran, en su parte exterior, el único vano del lado norte del tramo central del templo. Muestra, en el capitel de la izquierda, dos personajes desnudos cabalgando leones y el de la derecha, decorado con aves enfrentadas y cabezas de fieras que asoman verticales por detrás de grandes hojas vegetales lisas. En los ábacos hay carnosos roleos vegetales, en el primero, y tres deliciosas arpías-pájaro junto a un gusano marino serpentiforme emergiendo de lo que parece un huevo o capullo.
La delicada técnica empleada en la labra de estos motivos descritos, la técnica de su acabado o la minuciosidad en señalar los rasgos faciales de personajes y arpías, sitúan a su autor fuera del ámbito del resto de los escultores que trabajan en Loarre. La perfección de formas y detalles evocan el modo de hacer de quien labró los capiteles de la sala capitular de Jaca y el poco conocido capitel del sátiro que se hallaba como soporte del altar del ábside sur de la seo jaquesa y ya está incorporado al Museo Diocesano desde febrero del 2015.
Incluso en la elección del material para esculpir estos motivos se distingue la mano de un maestro de primera fila. Pese a estar situados en el lado norte y por tanto sometidos a mayor meteorización, los desperfectos que presentan no se deben a esa causa sino a disparos que han hecho desaparecer las cabezas de los leones y de las aves. Como confirmación de lo dicho, señalar que los situados en el interior en este mismo vano (ángeles portando clípeos) están mucho más deteriorados que los mencionados.
Las tallas románicas de la Virgen del Castillo y del titular del templo, san Pedro, que adornaron este espacio litúrgico, se conservan en la iglesia parroquial de Loarre. 

La muralla y el espacio intramuros
La muralla perimetral que circunda el afloramiento rocoso sobre el que se alza el castillo delimita un espacio ligeramente rectangular de casi 8000 m2 protegiendo sobre todo los accesos oriental y meridional, los más vulnerables por su orografía. La longitud conservada en la actualidad es de 220 m, pero es posible que haya desaparecido algún tramo que cerrase por completo el recinto en su ángulo sudoeste. Las múltiples reformas sufridas y la reutilización de materiales crean dificultades para establecer una cronología. Tanto Antonio Durán como Cristóbal Guitart apuntan un origen tardío para la muralla señalando la fecha de 1287 para su construcción, como respuesta a la matanza provocada por el ataque de Pedro de Ayerbe. Para Martínez Prades la muralla ya estaría conformada en su desarrollo en la fase de ampliación de Sancho Ramírez, que la adaptaría a sus necesidades justificando así la aparición de sillares propios de esta fase con marcas de cantería en la “puerta de los reyes” o el uso del arco plano adintelado del interior de la portada meridional, muy semejantes en hechura a los utilizados de modo exclusivo en los vanos de las dependencias monásticas. Por fin, Adolfo Castán va más allá y propone una datación muy anterior, coherente con la fase arcaica del castillo, por lo menos para el arranque de la muralla argumentando la existencia en ella de orificios perforantes de trayecto oblicuo, hechos para verter a través de ellos líquidos ardientes o inflamables, idénticos a los existentes en la muralla perimetral de Abizanda. Es interesante esta semejanza dado que la torre donjon de Abizanda se situaba dentro de un recinto exclusivo adosado a un segundo recinto más amplio situado al sur. Si la hipótesis de Castán de que la torre nordeste (cabecera de los pabellones norte) es cierta podríamos considerar la existencia de un primer recinto defensivo en Loarre que dejase intramuros desde su origen a la torre donjon del homenaje, como ocurre en Abizanda. 

Torre Albarrana

Puerta principal

En la actualidad podemos advertir once torreones perimetrales, diez de ellos semicilíndricos y abiertos hacia el interior de la muralla de los que, de uno de los meridionales, tan solo queda el vestigio de su arranque adosado al lienzo de la muralla rehecha. El único que no es semicilíndrico es el situado hacia el extremo sudoeste de la muralla, conocido como “la puerta de los reyes”, consiste en una torre-puerta de planta cuadrada y carácter defensivo. Por encima de la muralla discurría un estrecho paso de ronda, que se mantiene en alguno de sus tramos. Hay en esta muralla dos puertas de acceso, la oriental, por la que accedemos en la visita y la ya mencionada “puerta de los reyes” al Sur.
La puerta oriental utiliza el espacio entre dos cubos de muralla para adosar a ellos sus jambas. En el exterior posee un arco de medio punto dovelado con impostas sobresalientes sin decoración. Sobre la clave, algo ladeado a la izquierda, hay un sillar que muestra en relieve la escultura de un rostro que sonríe. Desde el interior vemos una estructura sobresaliente, prolongando los perfiles interiores de los cubos de muralla, para crear un zaguán. La embocadura interior es muy elevada, coronada por un arco de medio punto dovelado y rehundido en él, hay un arco plano dovelado con función de dintel, típico de las portadas de las dependencias monásticas, lo que acaso pueda señalar la cronología para esta estructura.
La “puerta de los reyes” es la estructura meridional de acceso al recinto. Es una torre-puerta con su acceso en el lienzo occidental, a fin de conseguir una línea de entrada angulada en noventa grados, más fácil de defender desde el interior. En su planta cuadrada podemos ver tres retranqueos sucesivos del muro, indicativos de otros tantos pisos de madera que la compartimentaron en origen. Quedan también los arranques de arcos de medio punto como sustento adicional de los mencionados pisos.
El cubo de muralla situado al este de la “puerta de los reyes” muestra vestigios de haber tenido un cierre murado en el plano que lo comunica con el recinto. Además, a la altura del lado oriental, posee una especie de alargada hornacina de medio punto que no es más que un retrete con desagüe extramuros, circunstancia que destaca funcionalmente a este torreón de los restantes.
En el espacio intramuros hay vestigios de edificaciones, algunas de las cuales dejaron su impronta en forma de arcos de apeo en el interior del lienzo sur de la muralla. También los dibujos del Codex Valentinus de 1637 muestran trazas de edificios alzados en el interior de la muralla. De cualquier forma, son cuestiones limítrofes con el campo de la arqueología.
Es destacable la llamada “torre del vigía”, situada a la izquierda, en el camino de acceso entre la puerta oriental y el castillo. Se trata de una esbelta torre provista de vanos geminados, en la parte superior de los lienzos oriental y occidental, y otro único en el meridional. En la fotografía tomada por Luis de la Figuera en 1913 aparece con su zona superior derruida hasta la mitad de los vanos laterales. Conservaba el arranque de una trompa a partir del cual se pudo conocer y rehacer su forma de cierre. Observando su lienzo oriental se advierte que, en la base de su lado sur, hay una estructura previa rematada en cornisa a la que se adosó la torre. Se trata, como señala J. A. Asensio, en su trabajo del año 2000, de un edificio prerrománico de planta rectangular con probable ábside a Oriente, también cuadrangular que encajaría con un templo hispanovisigodo anterior a la edificación de la fortaleza. Algunos de los sillares empleados en sus muros tienen listel perimetral y son de hechuras musulmanas. Posteriormente se le añadió una bóveda de medio cañón de la que permanece su arranque norte y también la torre que estamos mencionando. Si tenemos en cuenta la existencia de tumbas de lajas en esta zona, debe de haber sido la torre-campanario de una iglesia previa, reutilizada tiempo después quizá para la población asentada intramuros del castillo.
En el resto oriental del edificio prerrománico, que forma parte del lienzo de la torre, hay sillares que muestran toscas decoraciones como dientes de sierra, cruces y lo que podría ser un esquema de la planta del templo hispanovisigodo.
Como he apuntado, es esta una zona en la que es necesaria intervención arqueológica, ya reclamada por Luis de la Figuera en 1917, y que vendría a aclarar muchas de estas circunstancias que hoy son tan solo conjeturas. 

 

 

 

 

 

 

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