Lleida
y su territorio en los siglos del románico
La desestructuración
del territorio tras la invasión islámica en el siglo VIII facilitó la
penetración franca, estabilizando la frontera al inicio del siglo IX. La unidad
carolingia se resquebrajó por su crisis interna, lo que derivó en unos condados
autónomos, que se consolidaron económica, social y políticamente entre los
siglos IX y X. Durante este siglo, la aristocracia formada por familias
condales, vizcondales y vicariales y la jerarquía eclesiástica, constituida por
obispos y monasterios, se abocan sobre la frontera identificada con un espacio
de separación administrativamente desorganizado y que pasa a estructurarse
mediante distritos castrales y el impulso agrario. La feudalización y la
reforma gregoriana se alían para justificar ideológicamente la conquista del
territorio musulmán en el siglo Xl, lo que da lugar a una sistemática
estructuración de las tierras nuevas. A mediados del siglo XII, la ocupación de
Lérida, hasta entonces la ciudad musulmana más extrema, no sólo cierra
temporalmente la fase expansiva sino que da paso a una dinámica febril de
atracción demográfica, desarrollo económico y especulación urbanística, que
aúna la consolidación del feudalismo y la pujanza de las nuevas elites urbanas
un nuevo marco institucional y social surge de este aparejamiento, que no deja
de reflejarse en la huella arquitectónica y expresiva.
Establecimiento y
consolidación de la sociedad condal
En 726 los musulmanes
culminan su absorción del antiguo y caduco reino visigodo al completar la
conquista de Septimania, la provincia goda al norte de los Pirineos.
Inmediatamente, la
falta de cohesión de la sociedad islámica contrasta con el reforzamiento franco
impregnado por los pipínidas. Así, los francos, que en los siglos
precedentes habían protagonizado repetidas tensiones fronterizas contra los
visigodos, ahora justifican su apetencia sobre el antiguo reino godo como un
justo acto de liberación combatiendo al invasor musulmán. En 759 toman Narbona,
pero en 778 fracasan ante Zaragoza. En vez de un rápido avance sobre el valle
del Ebro, se impone un progresivo afianzamiento al sur de los Pirineos,
integrando Cerdaña y Urgel en el 789, si bien dos años después el ataque
musulmán destruye Urgel. La toma de Barcelona en 801 estabiliza el avance
Franco hasta el eje fluvial Llobregat-Cardener y las cabeceras montañosas tras
la sierra de Boumort.
El poder carolingio
estructura estos territorios mediante condes, situando bajo la responsabilidad
de cada uno un conjunto de valles o territorios homogéneos, a veces denominados
pagus: el conde de Urgell rige los valles de Andorra, San Juan, Castell-Lleó,
Vall- Llobregá, Tost y los territorios Elisitano y de Urgel, del mismo modo que
el conde de Cerdaña singulariza el espacio occidental de sus dominios como
pagus Baridanense. Una misma percepción puede expresarse mediante
diversas denominaciones, como sucede en Pallars con el territorio de Orrit,
nítidamente singularizado si bien referenciado, en los siglos IX y X, como
valle Urritense, pago Orri tense, in apendicio de chastro Oritense o
simplemente in apendicio Uritense. Así, la unidad socioeconómica
territorial puede reforzarse gracias al papel districtual ejercido por una
fortaleza a la vez defensiva y controladora, tal como también sucede con los
castillos de Bar y Elins sobre los mencionados territorios Baridense y
Elisitano. En cualquier caso, el condado no es referente en este momento: en
868, por ejemplo, se dona una propiedad in pago Palariense in locum ubi
dicitur Insitile.
La acusación de
adopcionismo, que acaba con el obispo Félix de Urgel encarcelado en Lión desde
el 799 hasta su muerte en 818, facilita la substitución de la Iglesia visigoda
por la carolingia. La diócesis de Urgel, como las de Elna, Gerona y Barcelona,
restan adscritas a la sede arzobispal de Narbona y la imposición de la liturgia
romanofranca modifica el santoral, las oraciones y el ritual.
La introducción de los
nuevos libros litúrgicos, rápidamente copiados durante el primer cuarto del
siglo IX, especialmente en Narbona y Aniana, facilita la difusión de la letra
carolina y no obstaculiza que las bibliotecas mantengan las obras de autores clásicos
procedentes de la Hispania visigoda, como Isidoro de Sevilla, o que la justicia
y la ordenación de la cotidianidad siga aplicándose, hasta el siglo XII,
mediante el Liber Ludiciorum Visigodo. Las canónicas, por su parte, se
acogen a la regla de San Crodegando asumida en 816 por la asamblea de
Aquisgrán, tal como aplica la catedral de Urgel en 835, a la vez que las
comunidades religiosas asumen la regla benedictina según la adaptación de
Benito de Aniana aprobada en la asamblea de Aquisgrán de 817. Los magnates
canalizan su piedad y sus intereses familiares mediante la fundación de
numerosos monasterios, inicialmente en ásperos espacios montañosos, sobre los
que en general mantienen su injerencia, especialmente en la designación de sus
rectores.
La Iglesia recibe
numerosas y cuantiosas donaciones por piedad, especialmente a modo de legados
testamentarios, pero también como penitencia (Ermengol I en 997 cede a la
Iglesia catedralicia las villas de Lart y de Arcavell como penitencia por un
homicidio), y como resultado de sus diversas reclamaciones judiciales o de
adquisiciones. Los grandes cenobios pronto absorberán a los menores y
extenderán su influencia: Sant Serni de Tavérnoles en 914 integra cinco
comunidades menores próximas y en 1019 impone la regla benedictina a Sant
Llorenç de Morunys. También las iniciales fundaciones femeninas van siendo
integradas bajo el dominio de cenobios masculinos: Sant Pere del Burgal en 966
ya depende de Gerri de la Sal. La relación que el mismo cenobio de Burgal pudo
mantener con la Grassa en el siglo X ejemplifica la generalizada relación con
el norte del Pirineo, también patente en las donaciones piadosas.
El poder condal integra
entre sus deberes la atención hacia la Iglesia: Ermengol I en 1004 impone la
fusión del cenobio de Sant Climent de Codinet con Sant Andreu de Tresponts o de
Centelles. La misma injerencia se ejerce sobre el episcopado por parte del
conde de Urgel, lo que levanta recelos en los otros condados que comparten
obispado, Pallars y Cerdaña, con momentos especialmente tensos como sucede en
este último a fines del siglo IX. El pacto establecido poco antes de 1003 entre
el conde Ermengol y el obispo Sala, hijo del vizconde cerdano de Conflent,
garantiza la sucesión del prelado en su sobrino a cambio de que jure fidelidad
al conde y de que éste reciba una compensación económica, lo que pone en
evidencia el nivel de patrimonialización de los oficios eclesiásticos.
Inicialmente los condes
apenas residen en el condado, dado que éste se suma a la retahíla de
titulaciones de que son objeto de confianza por el soberano, participando
activamente en las tensiones dinásticas que, en el siglo IX, van fracturando un
imperio cada vez más segmentado entre señoríos y linajes. La estrecha relación
con los territorios orientales y, por aquí, con el eje del Ródano que comunica
directamente con Borgoña, es compatible con la participación dentro del ámbito
de Aquitania mediante la vinculación con Tolosa, nítida en Ribagorza y Pallars
hasta el 872. En 878 el conde Wifredo de Urgel y Cerdaña es designado, a la
vez, conde de Barcelona y Gerona. Es el último nombramiento real: con la
división del imperio carolingio en 843 los dominios pirenaicos habían pasado a
formar parte de la Francia occidentalis, pero la propia crisis carolingia
alejará las intervenciones directas del soberano. Las visitas condales a la
corte real hasta mediados del siglo X, los privilegios recabados al monarca
hasta el cambio de dinastía en 987 e incluso la datación documental por los
reyes franceses hasta fines del siglo XII, son compatibles con una práctica
independencia condal. A partir del 897 Cerdaña y Urgel dejan de compartir
titular, como sucede entre Ribagorza y Pallars a partir de 920. Se afianzan los
respectivos linajes condales, con los titulares sucedidos por sus descendientes
y utilizando como propio el disco condal. Las peregrinaciones a Roma facilitan
la visualización de la posición condal: Ermengol I en 998 trata con el papa Gregorio
V y el emperador Otón III, y en 1001 se entrevista con Silvestre II. Las
fuentes musulmanas se referirán a él con el tratamiento propio de los soberanos:
malik Armaqumd.
El control del saber
por parte eclesiástica garantiza a la Iglesia un fuerte acceso al poder condal,
en instancias judiciales y controlando la escribanía. Tras los condes, destacan
el vizconde (con matizaciones en Pallars, donde la figura se perfila en el
siglo Xl), y los vicarios, encargados de custodiar y regir distritos castrales.
Los posesores de estos oficios los van patrimonializando, a la vez que se
apropian de las rentas inherentes, tanto los vicarios con las tributaciones
locales como los vizcondes reteniendo dominios como hace el urgelés en
Castellbó antes de cerrar el siglo X. Así, una progresiva señorialización y centralización
va afianzando una aristocracia basada en las familias vizcondales y vicariales.
No faltan, con ello, las tensiones con los condes, razón por la que en el 964
el conde de Ribagorza secuestra bienes de diversos barones a los que acusa de
traidores.
Todos se benefician del
aumento demográfico y del incremento del espacio agrario mediante aprisio (presura)
de tierras no cultivadas por parte de unidades familiares, actuación que va
poniendo de relieve la falta de unidad de explotación y de propiedad de las
antiguas villas, aún utilizadas como referente espacial tributario hasta
alrededor del año 1000. Los señores no dejan de estar atentos a la ganadería
bovina y porcina: en 1007, el testamento de Ermengol I dispone de cien cerdos
procedentes de la bailía de Isarn. El incremento de la viña y del cereal
concuerda con el desarrollo de molinos hidráulicos para elaborar harina,
aprovechando los diversos cursos fluviales del Pirineo. La ferramenta de
algunas piezas necesarias se suma a la mejora en los utensilios agrícolas para
incentivar incipientes herrerías, en el mismo escenario de montaña. Los
excedentes agrarios se pueden intercambiar en los mercados que, a la vez atraen
productos lujosos (orfebrería, telas y especias) gracias a las vías de
comunicación con el sur a través de capitales musulmanas como Lérida. El
mercado de Urgel ha mantenido su posición, revertiendo una tercera parte del
teloneo de los productos a la sede episcopal, según la donación de Carlos el
Calvo en 860: terciam partem telonei omnlum negociatorum per eandem
parroechiam transeuntlum atque merchiantium. El vigor no hará más que
afianzarse. en las primeras décadas del siglo Xl una feria completa el mercado
semanal de Urgel. Al mismo tiempo, otros centros van desarrollando destacados
mercados: en Pallars se documentan, en los siglos X y Xl los de Llavorsí, Corts
o Peramea, Castellsalat y destacadamente Gerri, estos tres últimos favorecidos
como centros extractores de sal. Las capitalidades afianzadas por las sedes con
dales contribuyen a cohesionar el respectivo condado, justo cuando se está
asentando la función gubernativa de su titular. La unidad territorial de los
condados va siendo asumida popularmente en el siglo X, tal como evidencia su
uso en ubicaciones. Burgal, por ejemplo, se sitúa en el valle de Áneu, a su vez
en el condado de Pallars: alodem nostrum quem habemos in comitatum
Paliarense in valle que nuncupant Anaviense".
Los núcleos urbanos
incrementan sus dimensiones al mismo tiempo que se densifica el espacio rural.
El vigor socioeconómico impulsa la expansión más allá de los iniciales límites
con dales: en la antepenúltima década del siglo IX se incorporan al condado de Urgel
los valles de Nempás (Cabó), Lavansa y Lord, que, con sus comunidades
campesinas, habían restado desarticulados en el inicio de la franja fronteriza.
El pagus de Lord, en la extensa cabecera del río Cardener, se incorpora
a la autoridad condal y episcopal respetando sus singularidades, gracias al
apoyo del conde que permite superar la oposición del obispo: la población elige
al representante condal y también a los sacerdotes, quienes a su vez escogen a
los decanos que los rigen, contando con la connivencia de la canónica de Sant
Llorenç de Morunys, a la que se suma en 912 la de Sant Pere de Graudescales. Una
práctica eclesiástica similar es también respetada secularmente en valles del
condado de Pallars, como Áneu y Boí.
Incursiones musulmanas,
como la que en el 897 cuesta la vida al conde Wifredo en el valle de Ora, o las
enviadas contra Pallars en 904, contra Ribagorza en 907 o contra todo el
espacio pirenaico en el 909, recuerdan la permeabilidad de la franja fronteriza,
tal como se acentúa con el impulso amirí en las últimas décadas del siglo X,
cuando en el 999 Pallars es de nuevo devastado. Más puntuales son otras
agresiones, como las expediciones húngaras, vencidas en Balltarga en el 942. La
actuación fronteriza de los condes de Urgel y Pallars justifica que ornen
honoríficamente su titulación denominándose marqueses. La muerte de Almanzor en
1002 anima a los fortalecidos condados: en 1003 la coalición de Ribagorza,
Pallars, Urgel, Cerdaña y Besalú ataca la musulmana Albesa, en las
inmediaciones de Lérida, cosechando un fracaso aún incrementado por la campaña
del hijo de Almanzor Ab al-Malik, el mismo año, que devasta los extremos
avanzados del condado de Urgel una nueva coalición de Urgel, Cerdaña, Besalú y Barcelona
en 1006 derrota en Torá al amirí, que se ve obligado a regresar a Córdoba sin
botín, lo que agrava la crisis del califato. En 1010 el conde de Urgel
interviene con el de Barcelona en Córdoba sosteniendo las pretensiones de
Muhammad al-Mahadi al califato, contra Sulayman ibn al-Hakan, apoyado por el
conde castellano. La expedición cuesta la vida al conde de Urgel, pero atrae
numerosos beneficios económicos a la vez que señala el camino hacia un nuevo
equilibrio.
Frontera, feudalismo y
reforma gregoriana
La frontera del siglo X
muestra un paisaje propio de una franja desorganizada —villa antiqua que
dicunt Vulvigia, Parietos Altos’... -, acogiendo una diversidad de
población que se percibe sospechosa desde el lado cristiano —perversos
christianos, male insidiantes —, en una posición apta para los intercambios
entre ambos lados de la frontera, pero a la vez vulnerable a las razzias en uno
y otro sentido, ya sean las “incursiones nocturnas contra los confines de
los musulmanes” padecidas, según Ibn Hayyan, en el entorno leridano hacia
975 ""o agresiones musulmanas como la que en 1033 cuestan la vida
al caballero Guillem de Mediona entre Argençola y Queralt."" El
carácter desorganizado de este espacio lo convierte en idóneo receptáculo de la
pujanza de los linajes vicariales y vizcondales y de la jerarquía eclesiástica.
Cada uno de ellos “aprisia” un espacio homogéneo, debidamente delimitado
y presidido por un castillo, tal como, por ejemplo, explica Guillem de Lavansa
en Llor, ya entrado el siglo Xl: aprisiavi locum que dicitur Laureus ubi
constructim Mateo castrum quod eodem nomine appellatur." La frontera
se va transformando así en una malla de distritos castrales —castillos
termenados= sin solución de continuidad. Una vez definido y señalizado el
término bajo jurisdicción del castillo, el señor trata de atraer pobladores a
fin de roturar el nuevo espacio agrario, tal como un documento de dudosa
atribución pretende describir en Llordà: obducant laboratores qui ipsas
heremitates reducant ád culturam”. El incremento demográfico y la vitalidad
económica redundan en beneficios para el señor, cuyos intereses atiende el
castellano castlán - responsable del castillo. Los territorios
actualmente definidos en la Conca Dellà, sur del Alt Urgell, oeste y centro del
Solsonès y Segarra septentrional y occidental van adquiriendo así una solidez
suficientemente testimoniada por la importancia, ya en el siglo Xl, de mercados
como los radicados en Solsona o en Sanahuja.
Los convenios privados,
establecidos desde la década de los años 20 del siglo Xl entre el señor y el
tenente castral, regulan las obligaciones mutuas. El castlán se compromete a
mantener en condiciones el castillo y a seguir a su señor cuando sea convocado
en armas aportando un número pactado de caballeros armados (cavalls armats),
sellando el acuerdo con la vinculación de fidelidad. A cambio recibe una
participación en las rentas castrales, siempre centradas en el diezmo castlán,
que grava toda la producción agropecuaria en el término del castillo, al que a
menudo se añaden censos, así como una diversidad de prestaciones adaptadas a cada
caso. La subcontratación de obligaciones y deberes desarrolla largas cadenas
castlanas en cada castillo, de gran complejidad porque el sistema acumulativo
facilita que todos los barones posean diversas castlanías, a diferente nivel en
varios castillos.
Los convenios feudales
se generalizan testimoniando un nuevo orden social, en donde el acuerdo entre
sendos particulares rige todo tipo de articulaciones administrativas y
soluciona cualquier diferencia, como en 1040 la disputa por Llimiana que
enfrenta a los condes de Urgel y de Pallars en los límites de sus demarcaciones
o, en 1043, la discusión por el uso del agua del Segre en Eroles que contrapone
los canónicos de la Seu de Urgel y otros propietarios. La intimidación y la
agresividad se integran así en un pautado marco de presión previo a los
acuerdos. En 1039, por ejemplo, el obispo de Urgel establece un convenio con el
castlán de Alinyà i Cambrils, éste se compromete a que omni tempore siat in
ostes et in cavalcadas et in omne servitium quod horno facere debet ad seniorem
suum". Aristocracia y jerarquía eclesiástica comparten estrategia en
la acumulación y gestión de bienes, estructuración feudal y marco social, lo
que explica las interferencias en las disputas de bienes o, también, la
injerencia de los señores fundadores en las iglesias y monasterios.
La densificación y la
articulación del espacio absorben completamente la franja fronteriza,
prácticamente substituida por una línea entre dos civilizaciones.
recisamente, Lérida,
tras afianzarse, en la segunda mitad del siglo IX gracias a su excelente
situación viaria, estratégica y agropecuaria, pasa a ocupar, en el siglo X, una
importante posición en el extremo de la llamada Marca Superior, y articula la densificación
de su entorno, tanto siguiendo los grandes ejes fluviales como avanzando hacia
el Este sobre la llanura conocida como Mascançà (en las actuales comarcas de
Pla d'Urgell y Urgell y sudeste de la Noguera), hasta más allá de Guissona. La
adaptación al espacio físico promueve el desarrollo agrario y ganadero, con
pueblos sobre los cerros y almunias en el llano, todos ellos dotados de sus
cercas y defensas, ya sean las torres o los laberintos subterráneos, tal como
describe Al-Himyarí en el Mascançà. La relación entre la capital leridana y el
territorio cohesiona el distrito, justificando su unidad tras el colapso del
califato a partir de las tensiones abiertas en 1010. En 1017 Lérida se erige en
reino taifa bajo la dinastía árabe de los Banu Hud, que en 1039 incorpora
Zaragoza.
En estos momentos, los
extremos del territorio musulmán son objeto no sólo de agresión sino de
invasión. La conquista de tierras nuevas es altamente atractiva para los
linajes baroniales y la jerarquía eclesiástica, no por el botín que se pueda
obtener sino porque la ocupación y la articulación conlleva la perenne
extracción de derechos y rentas inherentes al establecimiento de castillos
termenados y su dinámica ocupacional. No
es de extrañar, por tanto, que el obispo de Urgel por sus propios medios ocupe Guissona
poco antes de 1024 y que al mediar el siglo el poderoso Arnau Mir de Tost, de
linaje vicarial, se haga con Áger, mientras el conde de Urgel coetáneamente
trate de afianzar su propio dominio entorno a Agramunt y en el avance
occidental. La población musulmana que ocupaba el territorio conquistado emigra
hacia el sur, en su mayor parte densificando el mismo distrito de Lérida. Deja
unas infraestructuras que serán aprovechadas por los conquistadores, como la
torre de Vilves o los elementos defensivos en Áger, si hace falta
cristianizando el nombre: la Guaardiadei (Guardia de Dios, actual Guàrdia
d'Urgell) se mantiene dominando el espacio presidido por la Fuliola, lugar que
parece conmemorar la victoria del dios musulmán según la raíz árabe del
topónimo, Fulg Al-lháh. Con facilidad la nueva población altera el nombre: al
lado mismo de estos lugares se erige el lugar de Boldú, que el conde Ermengol
VI de Urgel, al donarlo en 1080, precisa: illo alodio vocatur fuit a paganis
Lavandera, nunc autem vocamus eum nos Basilluno. La reestructuración
agraria y el incremento demográfico de las tierras nuevas facilitan una gestión
modélicamente feudal del espacio, con los términos castrales subdivididos en
cuadras (cuatro o cinco, por lo general en cada término castillo), y aún estas
en términos, avanzando hacia una visualización castral de cada una de estas
unidades de antropización, con el consiguiente establecimiento de retahílas de
castlanes, a menudo reforzando vinculaciones ya existentes en lugares
precedentes.
Es el paroxismo del
espacio feudal que permite encajar cada lugar y sus habitantes dentro de su
marco de extracción de rentas y actuación jurisdiccional, tal como se define el
término de Valerna, en 1080, que está integrado en la cuadra de Verdú, a su vez
dentro del castillo termenado de Tárrega, situado en el condado de Manresa, que
es la prolongación del condado de Osona, perteneciente al titular de Barcelona:
est autem predicto castro Valerna cum supranominatia omnia in comitatum
Ausonense, infra fines castri que vocant Tarraga, infra terminos vel diozessiis
de castro que vocant Verduno."
La estructuración
feudal contribuye a paliar la fragmentación señorial consolidando el poder del
conde, situado en el vértice de una pirámide de fidelidades, tal como va
afianzando Ermengol IV de Urgel ya entrado el último cuarto del siglo XI. El
avance sobre el territorio musulmán lo facilita, porque exige una mayor
colaboración y suma de fuerzas, a lo que seguirá, tras la toma de los lugares,
la correspondiente articulación y distribución de dominios. La competencia
entre los condados por el avance sobre el territorio islámico es inmediata: la
toma urgelesa de la vertiente meridional del Montsec, a mediados de siglo Xl,
bloquea la expansión del conde de Pallars, y ofrece el valle central del Segre
y el Mascançà a la carrera entre el conde de Urgel y el de Barcelona: éste por
un lado en 1050 pacta con el señor de Lérida para obtener Camarasa y Cubells y
obstaculizar así el avance urgelés, y por otro llega hasta Anglesola, cerca de
Lérida, en 1079, mientras el conde de Urgel se sitúa en Gerb, ante Balaguer, en
1082. Las concesiones y vínculos feudal son no pueden evitar, con todo, una
creciente fragmentación jurisdiccional: el conde de Urgel se ve impelido a
avanzar en la frontera porque va perdiendo, no sin tensiones, el control de sus
posesiones en el interior, tomadas por señores como los vizcondes de Castellbó
y de Cardona, el obispo de Urgel, y linajes vicariales. Entre estos Arnau Mir
de Tost perfil a un excelente paradigma, porque acumula posesiones que
pretender retener en pleno dominio al tiempo que se vincula feudalmente, en
distintos lugares, con tres condes (Urgell, Pallars Jussá, Barcelona), un rey
(Aragón) y un obispo Urgell). La tensión y la complejidad feudal se viven con tanta
o mayor intensidad en Pallars, donde la división del condado a la muerte del
conde Suñer I el 1011 da lugar a los condados de Pallars Sobirá y de Pallars
Jussá, lo que en realidad conduce a disputas que en la segunda mitad del siglo
alcanzan gran intensidad armada con la implicación de pujantes linajes locales
afianzados, precisamente, en este contexto.
La orientación y el
ritmo del avance dependen, en realidad, del pacto con los reyes taifas, lo que
aporta las suculentas parias que contribuyen poderosamente a dinamizar la
economía en los territorios condales. Se mantiene, a la vez, una relación
comercial de vital importancia en determinados momentos: en 1055 las malas
cosechas en Barcelona se palían con el grano adquirido en la musulmana Lérida.
La fractura taifa, que da formato fratricida a las tensiones internas,
incentiva la injerencia condal: la fragmentación de los dominios de la Banu Hud
en 1049 desemboca en la guerra entre Zaragoza, apoyada por tropas castellanas,
y Lérida, auxiliada por Urgell y Barcelona. Este grado de connivencia desagrada
a la Iglesia que está tomando forma con la reforma gregoriana, una Iglesia más
segura y, por tanto, acentuadamente opuesta a los enemigos de la fe, sean
herejes, judíos o musulmanes. El papa Alejandro II es muy claro al precisar en
1063 ad omnes episcopos Hispaniae queludeos non debemus perseguí, sed
Sarracenos, porque in illos enim qui Christianos persequuntur et ex urbibus et
propriis sedibus pellunt, iuste pugnatur. El inicio de las Cruzadas en 1096
permite comparar las dos fronteras de la Europa cristiana contra el infiel
musulmán. Calixto II, entre 1121 y 1124 equipara los beneficios espirituales en
el combate de la paganorum oppresionem, sea en Tierra Santa o en la
Península Ibérica. La conquista de tierras impropiamente poseídas por el
invasor infiel se justifica como una “aprisio”, tal como Gerardo Ponce de
Áger relata en 1108: in nostra aprisione Ispanie de Segre usque ad Cincha.
En todos los casos, es Dios quien concede la victoria, lo que redunda en
numerosas donaciones a los establecimientos religiosos, en agradecimiento por
el favor y la protección recibidos. La frontera es un espacio para la Iglesia
reforma, por las invocaciones religiosas y por la implantación del nuevo
modelo, tal como se especifica en 1080 en Isona, donde el clérigo debe
explícitamente sicut mos romane ecclesie est, divinum ollicium celebrare.
Las prácticas tradicionales deben ser abandonadas y sus protagonistas confesar
su simonía, tal como hace el señor de Sant Pere de Ponts al renunciar, en 1098,
a la designación de clérigos que habían ejercido con total naturalidad tanto él
como anteriormente su padre y su abuelo.
El pago de parias se
suma a la suntuosidad de las cortes taifas para propiciar un descontento
popular que no compensan las mejoras urbanísticas de Lérida, las ventajas de
los sistemas monetarios y comerciales, la prosperidad de la agricultura y la
producción artesanal, especialmente de cuero y de lino, los frutos económicos y
estratégicos del eje político afianzado con Tortosa y Denia en 1082, o el
afianzamiento de las elites urbanas, que avanzan hacia una simbiosis entre
pujanza urbana, control de la administración, aristocracia miliar y posesión de
tierras. Al mismo tiempo, el peso urbano es tan importante que casi fractura la
unidad del distrito taifa, dado el vigor, destacadamente, de Balaguer. Los
reformadores almorávides son hábiles receptores del malestar, lo que facilita
su progresiva conquista de Al-Andalus, absorbiendo en 1094 la taifa de Lérida,
que queda adscrita al distrito oriental, centrado en Valencia y Murcia, de los
dos con que los almorávides articulan sus dominios peninsulares. Desde el lado
cristiano, se distingue nítidamente entre andalusíes y moabitas, reservando un
trato mucho más duro hacia éstos.
La preocupación
preferente de los almorávides por la frontera castellana comporta que descuiden
el flanco oriental. El condado de Urgel en 1105 integra la ciudad de Balaguer,
en 1116 el eje del Farfaña y en 1122 Albesa. Por su parte, el rey de Aragón en 1118
conquista Zaragoza y en 1123 establece su campamento delante mismo de Lérida.
De todos modos, la victoria almorávide frente a las tropas con dales en 1126 en
la batalla de Corbins y frente a las regias en 1134 en Fraga estabiliza la
frontera. Lérida, controlando las actuales Garrigues, el bajo Segriá y el
entorno de Fraga y Mequinenza, estrecha su relación con Tortosa e intensifica
la ocupación agrícola y ganadera de los espacios tanto fluviales como de
secano, al tiempo que las principales élites intelectuales van emigrando a las
regiones de Murcia y Valencia e incluso al norte de África, contribuyendo
poderosamente a la decadencia urbana y social de la capital leridana.
El perfil de las
demarcaciones condales se ha alargado siguiendo los avances territoriales,
tanto en el caso de Urgell y de Manresa (marca de expansión del condado de
Osona vinculado al conde de Barcelona) como en el de Berga, pequeña marca de
expansión del condado de Cerdaña estrangulada entre los dos primeros ya en las
primeras décadas del siglo Xl. De todos modos, la falta de cohesión
socioeconómica e incluso institucional resta viabilidad a los perfiles
resultantes, e incluso difumina sus contornos: nada más entrar en el siglo XII,
Cervera ejerce una capitalidad socioeconómica que atrae las poblaciones
circundantes a pesar de que formalmente pertenecen a tres condados distintos,
Manresa, Berga y Urgell. Las emergentes capitalidades urbanas van imponiendo
diversos centros de atracción articuladores de su entorno. Ello se combina con
el afianzamiento de la fragmentación jurisdiccional, a medida que los distintos
señores tratan de retener una plena capacidad en sus dominios. Por su parte, el
conde de Barcelona alcanza una preeminencia reconocida por sus homólogos en los
convenios firmados durante la segunda mitad del siglo Xl, y en el siglo XII
absorbe otras demarcaciones, como Cerdaña-Berga en 1117 y Pallars Jussá en
1192. La obsolescencia del modelo condal explica que el titular de Barcelona no
alargue su titulación, y que los títulos con dales sólo se mantengan cuando
estén dotados de un contenido jurisdiccional, como en los casos de Pallars y Urgell,
el primero centrado en el Pallars Sobirá y el segundo redefiniéndose, con
grandes dificultades, en torno a los dominios realmente controlados por su
titular, entre los que destacan emergentes centros urbanos en el valle del
Segre medio, como Ponts, Agramunt y Balaguer.
Se avanza así hacia un
nuevo marco, definido socialmente por la emergencia tanto de los nobles y
barones como de las elites urbanas, perfilado institucionalmente por las
fórmulas feudales y por la progresiva recepción del derecho romano. Éste
aportará las figuras jurídicas con que substituir el derecho visigodo, cuya
práctica se había ido alargando a pesar de sus dificultades para dar respuesta
a las nuevas problemáticas. El nuevo marco jurídico ofrecerá argumentos a todos
los participantes en el escenario del poder: los emergentes centros urbanos,
los pujantes nobles feudales, la Iglesia, que se dota de la Collectio canonum
caesaraugustana hacia 1120, y el destacado conde de Barcelona, que en 1137
refuerza su vigor y su discurso gracias a alcanzar, vía alianza matrimonial,
los derechos de la corona real de Aragón.
Lérida encabezando las
tierras nuevas
La impermeabilidad
entre almorávides y andalusíes se erige en un foco de tensión que se suma a las
campañas contra Castilla y a la irresistible ascensión, en África, de los
almohades como nuevos reformadores. En 1146 éstos toman la capital almorávide,
Marrakech, un año después de convocarse en Europa la segunda cruzada. El conde
de Barcelona Ramon Berenguer IV aprovechará el ofrecimiento de algunos cruzados
que recorren la costa peninsular y recalarán en 1148 en Tortosa. Aquí
coincidirán con la encrucijada de intereses pactados en torno al conde
barcelonés y que atrae la participación de Génova, la intervención de las
órdenes militares, el apoyo económico de élites urbanas como las de Barcelona y
el acuerdo con los principales nobles, empezando por el conde de Urgell. La
inmediata toma de Tortosa se convierte en una maniobra envolvente para el
distrito leridano, al proseguir la expedición sobre sus capitales occidentales
(Mequinenza y Fraga) para incorporar Lérida en 1149. Ha sido una conquista
modélicamente feudal, en la que cada caballero ha participado con su pactada
aportación de la que recibirá cumplida compensación. El resultado no se ha
obtenido sumando pequeñas conquistas progresivas, sino que la actuación se ha
dirigido directamente contra la capital, sabiendo que a su caída seguiría todo
el distrito. Éste pasa a ser meticulosamente dividido en castillos termenados y
cuadras, con sus cadenas de castlanes, evidenciado así que la malla castral no
responde a un peligro fronterizo sino a la estructuración feudal del espacio.
La población musulmana
es obligada a abandonar sus casas: en las zonas rurales será concentrada en
determinados pueblos sobre la zona fluvial, mientras en Lérida debe edificar su
propia morería en el exterior de la muralla. En el interior urbano, la población
judía continúa en su barrio de la Cuirassa, mientras que los antiguos
domicilios musulmanes son objeto de reparto, al igual que importantes
infraestructuras como las destinadas a la elaboración de curtidos. Empieza así
una vitalidad y un ritmo de crecimiento frenéticos, protagonizada por una
elevada inmigración, donde no falta población occitana, que llega con sus
contactos y sus ideas, lo que incrementa el temor hacia la disidencia cátara.
La diferente procedencia económica de los inmigrantes aboca a diversas
situaciones sociales.
Surge una nueva élite
formada por individuos de origen diverso coincidentes en una aportación de
capital a partir de acumulaciones provenientes ya sea de rentas feudal o de
especulaciones urbanas que aboquen, en todos los casos en una actitud
inversora. Así se propicia la adquisición de las manzanas de casas dentro la
ciudad a fin de desarrollar una contundente reforma urbanística con nuevos
trazados viarios y una completa reconstrucción de hábitats, la progresiva
adquisición de propiedades rurales y la participación en todo tipo de inversión
rentable, como puede ser la acaparación del proceso productivo de curtidos,
desde la posesión de rebaños hasta la exportación del producto elaborado.
Destacan las exportaciones hacia las capitales occitanas, con paso frecuente
por el valle de Arán, precisamente ahora afianzado dentro de la Corona de
Aragón. El rápido crecimiento de la ciudad implica la erección de un nuevo
recinto de murallas en 1185.
La nueva élite de
Lérida media en los conflictos y asume una representatividad ante el soberano,
ya sea para tratar temas colectivos o para interceder en cuestiones
particulares. Avalando su interlocución, el monarca aprueba en 1191 su
capacidad para ordenar y gestionar el espacio urbano, en 1196 que gestionen la
caja común y en 1197 que articulen un gobierno elegido anualmente a fin de ordinare
et gubernare civitate. En pocas décadas se ha impuesto un nuevo perfil
social en la ciudad: medio siglo después de una conquista modélicamente feudal,
sólo el 12,8 % de las propiedades del entorno de Lérida se mantienen en manos
de nobles, situándose el 54,5% en manos de la nueva burguesía urbana. Esta es
tan pujante que uno de sus miembros, Esteban Marimón, en 1200 presta cinco mil
masmudinas al rey. Los mismos Marimón como otras muchas familias de origen
urbano en la emergente Lérida (los Santcliment, Sacosta, Sassala, etc.)
afianzan su dominio sobre el entorno adquiriendo castillos termenados con su
plena capacidad jurisdiccional y acentuando la lectura rendística de los
derechos feudal es. En realidad, desde el vigor urbano, se está efectuando un
cambio axiológico, hacia los nuevos valores de la economía cristiana de
mercado: todavía diversos burgueses testarán con remordimiento, como hace Ramon
Marimón en 1214 por omne lucrum quod accepi.
El 32 % de las
propiedades y numerosos castillos termenados con toda su jurisdicción van quedando
en manos eclesiásticas. La Iglesia recibe numerosas donaciones, tanto de
propiedades como de jurisdicción, en un contexto ideológico que impulsa no sólo
una construcción sistemática de iglesias de acuerdo con el modelo parroquial,
sino también su engrandecimiento y mejora gracias a un sistema de donaciones
que esperan verse recompensadas espiritualmente. Este contexto, unido a la
contundente vitalidad económica de Lérida explica que las donaciones ad
opera Sancte Maria de illa Sede ya consten en 1157 y que se trabaje en una
nueva catedral (operi Sancti Marie Sedis Yledensis), sobre todo a partir
de la penúltima década del siglo XII, a pesar de las dificultades
historiográficas en percibir esta actuación hasta fechas recientes. La sede
episcopal propiamente era la ribagorzana de Roda, que por la oposición del
obispo de Huesca había fracasado en su intento de afianzar su meridionalización
asentándose en Barbastro y que ahora, gracias al apoyo condal, puede asentarse
en Lérida, invocando una pretendida continuidad con la diócesis leridana
anterior a la conquista islámica, trasladando también la tensión con Huesca por
los límites diocesanos, hasta 1203. La comunidad canonical catedralicia en
Lérida queda regulada bajo modelo agustiniano en 1168.
Los acuerdos entre el
conde de Barcelona y las órdenes militares por un lado facilitaron el acceso el
primero al trono aragonés, a pesar de que Alfonso el Batallador en 1134 había
legado el reino a órdenes militares, y, por otro, afianzaron el asentamiento de
éstas en el valle del Ebro. En 1156 los templarios ya tenían establecida su
encomienda en Gardeny, al lado de Lérida, que pronto adquiere una gran
importancia, alternando con Monzón los elementos de centralidad de la orden en
la Corona de Aragón, como es la sede del lugarteniente del maestre provincial o
la celebración del capítulo general. En 1165 los hospitalarios establecen su
encomienda en la misma ciudad de Lérida, al tiempo que ya en 1152 se establecen
los canónicos de Sant Rut junto a la ciudad, vinculados a Sant Rut de Aviñón.
Todos ellos enraízan inmediatamente con la espiritualidad predominante entre
barones, por lo que son objeto de importantes donaciones, incluidos sus
cuerpos. La sede episcopal, en cambio, interpreta una usurpación de
competencias, y acusa a las nuevas órdenes por invadir competencias religiosas
parroquiales, recibir sepulturas y aceptar diezmos en sus propiedades. Ante la
gravedad del conflicto, son necesarios sucesivos pactos entre el obispo y los
diferentes implicados, reiteradamente incumplidos: con los templarios en 1154,
1160, 1170 y 1192, sin poder evitar que sus diferencias entren en el siglo XIII,
con los canónigos de Sant Rut en 1156 y en 1174, con los hospitalarios en 1174-
1176, 1178 y 1195. Tensiones similares se reproducen con las canónicas con
fuerte incidencia en el entorno leridano, sobre todo Solsona, y con el
despliegue del Císter, especialmente tras la fundación de Poblet. El apoyo que
este cenobio, al igual que otros centros, dispensa a nobles gravemente
enfrentados con la Iglesia ordinaria agrava la situación. Ciertamente, la
exigencia reformada de retener el diezmo en manos eclesiástica y la donación
condal a la sede de Lérida, en 1149 de todos los diezmos (omnes decimos et
primitias Ilerdensis urbis et totiuus territorio eius) abocan a una
interesada confusión entre el diezmo castlán y el eclesiástico, que, dado que
las castlanías se sitúan en la base de todos los patrimonios nobiliarios, acaba
afectando a todos los nobles y barones. La segunda mitad del siglo XII se
convierte en una espectacular retahíla de conflictos entre el obispo y cada
noble o barón, empezando por el conde de Urgel y siguiendo por barones como los
Zorba, los Cervera, los Boixadors.... En todos los casos se suceden sentencias
eclesiásticas, apelaciones ante el metropolitano de Tarragona y ante el papa y,
tras la aplicación de excomuniones personales e interdicciones, la renuncia y
el reconocimiento de culpa. En 1173 se celebra en Lérida un concilio provincial
con toda la intención de reforzar la posición del obispo en todas estas
tensiones y temores.
En 1153 Gerardo de Zorba,
barón muy afianzado en el entorno leridano, era acogido, junto con toda su
familia, por el cenobio cisterciense de Poblet como frater monachorum omnlum
qui in ordine cisterciensi sunt. Esta proximidad entre familias emergentes
y nuevas órdenes difunde un modelo cristiano de linaje (basado en la unión
sacramentalizada de cariz monógama indisoluble y exogámica) y favorece su
perennidad y consolidación tanto en la vertiente espiritual como en la memoria,
al recabar las oraciones y el espacio sagrado para el descanso eterno. Así se
benefician grandes centros como el monasterio cisterciense de Poblet, pero
también diversos centros cistercienses femeninos ahora surgidos (Vallbona de
les Monges, Vallverd de Tragó, Pedregal, Franqueses, Bovera, Sant Hilari de
Lleida) y órdenes renovadoras protegidas por determinados linajes, como los
canónigos premostratenses establecidos en 1166 en Santa Maria de Bellpuig de
les Avellanes bajo el amparo de la casa condal de Urgell. Las canónicas
encuentran un medio idóneo en la combinación entre frontera y reforma. La
poderosa canónica de Solsona, muy beneficiada por la expansión sobre la
frontera y la vinculación de linajes baroniales, adopta la regla agustiniana
propia de la reforma hacia 1080 y la de Mur lo hace en 1099, favorecida por
Urbano II con la exención respecto del obispado de Urgell. La comunidad de Áger
asume la regla reformada en 1112, vinculada con Roma gracias a las bulas
papales de 1060 y 1063 que eximían de los obispados de Urgel y Lérida a la
comunidad y a sus posesiones, incluyendo una treintena de parroquias además de
la canónica de Montmagastre y el priorato de Llordá, lo que no evitó grandes
tensiones con los obispados, a la vez que denotaba la complicidad con las
estrategias de los señores de Áger para preservar una plena autonomía respecto
del conde, razón ya latente cuando en 1048 la canónica fue consagrada por el
obispo de Roda y no por el de Urgell.
Así, la salida del
siglo XII muestra a poderosos nobles y barones, emergentes cúpulas urbanas y un
soberano tratando de consolidar su respectiva pujanza, fraguando así un
específico equilibrio del poder. Las estrategias impulsadas por cada uno de
ellos comportan estrategias y discursos justificativos que no dejan de
canalizarse mediante la expresión literaria y artística, incluyendo los amplios
programas constructivos que se irán desplegando, en esos momentos, en la
Cataluña occidental.
Lleida
La visión urbana que tenemos en la actualidad
de Lleida poco o nada tiene que ver con el aspecto que presentaba en la época
románica. Naturalmente, el largo tiempo transcurrido algún tipo de mella tenía que
ocasionar, pero los avatares históricos, en especial las contiendas bélicas,
aunque no exclusivamente éstas, produjeron unos efectos nefastos en la ciudad
histórica monumental. En consecuencia, la tarea de recomponer virtualmente
aquella Lleida, centrando el interés en el patrimonio construido, es compleja,
también cuando nos referimos al barrio monumental que existió en el turó de la
Suda, la acrópolis en dónde históricamente se han asentado las civilizaciones
que han pasado por el territorio y asimismo centro de la Lleida medieval.
Para aproximarnos a la configuración urbana y a
los edificios monumentales de la Lleida románica, y también de un modo más
genérico a la Lleida medieval, son puntos de partida esenciales tanto el
material que proporcionó el historiador y cronista Josep Lladonosa, como la
cartografía de época moderna, singularmente los planos militares —que muestran
los progresivos cambios que sufrió la urbe en los siglos XVII y XVIII—, así
como, naturalmente, los resultados de los trabajos arqueológicos efectuados en
el entorno de la ciudad.
En este sentido, uno de los mayores retos que
se presentan ante arqueólogos e historiadores para acercarse a la antigua
iconografía urbana es la confrontación de los resultados de las excavaciones
con las fuentes documentales y las representaciones gráficas de la Lleida
moderna.
Antes de la conquista cristiana de la capital
del Segre en 1149, en la Suda —así también se llama el barrio que ocupó el turó
en la documentación medieval—, en tanto que centro neurálgico de la ciudad, se
localizaba la mezquita principal, cuya existencia queda atestada por las mismas
fuentes musulmanas, aunque por el momento no se conoce a ciencia cierta ninguna
evidencia material de su existencia. Tampoco se dispone de suficientes
verificaciones arqueológicas para establecer el trazado completo de las
murallas de la madina Larida, la Lleida islámica, aunque de ellas
existen tanto noticias históricas como algunas evidencias arqueológicas. A
diferencia de ello, el complejo defensivo situado en lo alto del turó es mejor
conocido por los arqueólogos, pues existen múltiples restos arquitectónicos,
aunque de difícil interpretación, de la que debió ser una imponente alcazaba.
Como resulta lógico, la Lleida cristiana
continuó teniendo el altozano como principal núcleo urbano, siendo, no
obstante, objeto de una importante reorganización. En efecto, entre los siglos
XII y XIII se produjo una sustitución de las construcciones andalusíes como
consecuencia principalmente del restablecimiento de la sede episcopal. En la
Suda se emplazó el Casteíl del Rei (en la terraza conocida como la Roca
Sobirana), que era en realidad la antigua fortaleza islámica reconvertida
en palacio real, y la catedral medieval de nueva construcción (en la terraza de
la Roca Mitjana), que ejercían la función, respectivamente, de centros
de poder civil y eclesiástico. Los mayores cambios topográficos se produjeron,
sin duda, a raíz de la construcción de la gran catedral, la den Vello, iniciada
en 1203, pues se tuvieron que derribar edificios localizados en el solar que se
destinó para levantar el templo y se tuvo que nivelar el terreno repicando la
roca madre por el lado del castillo y añadiendo tierras para crear un terraplén
por el lado del río.
El barrio de la Suda postislámica se llegaría a
identificar con lo que a menudo se llama “ciudad episcopal”, es decir,
aquella que tiene su conjunto urbano regido por una catedral como elemento que
destaca por encima de la urbe. La ciudad episcopal leridana responde a un
modelo bastante estandarizado en los siglos XII y XIII, con el grupo
fundamental —la catedral, claustro, la canónica, el palacio del obispo—, el
cual se vio expandido con las casas de los canónigos. En efecto, si bien en un
primer momento el Capítulo fue reglar —y por lo tanto hacía uso de la canónica
como lugar de habitación—, bien pronto se secularizó (1254), de forma que los
canónigos abandonaron el claustro y empezaron a alojarse en casas de los
alrededores de la catedral. El proceso de apropiación de estos espacios se hace
palpable si se revisa la obra del mencionado Lladonosa, los trabajos del cual
son una fuente inagotable de noticias, y, claro está, de interpretaciones sobre
la organización de las calles de la acrópolis medieval ilerdense. A grandes
rasgos, podríamos decir que dicho proceso se manifiesta a través de la
constatación documental de que, tras la conquista, las propiedades de las
cercanías de la catedral eran de seglares y que, progresivamente, el Capítulo
adquirió las casas del barrio, hasta que este pasó a ser, básicamente, una
ciudad eclesiástica inserta dentro de la propia trama urbana de Lleida.
No nos extenderemos en reproducir las noticias
que ilustran este proceso, sino que, tan sólo, y de modo ilustrativo, haremos
referencia a la presencia de casas de canónigos ―o, en todo caso, a
edificaciones vinculadas a la vida episcopal y canonical― en las calles
inmediatas al templo. Entre las vías inmediatas a la catedral identificadas por
Lladonosa se puede mencionar la calle del Bonaire Alt, que corría en paralelo
por el sector norte del conjunto del claustro y la catedral y en la que se
hallaban los albergues de varios curas. La calle llamada del Canal d'en Jaca
tenía una notable residencia que era propiedad del vicario de la capilla de
Sant Pere (también conocida como capilla de los Montcada), y que también era
habitada por beneficiados. Por supuesto, en el entorno catedralicio se
localizaba asimismo el palacio del obispo, justo enfrente del brazo sur del
transepto de la catedral. De hecho, este palacio se ubicaba en la calzada que
corría paralela al frente sur de la catedral, desde el portal dels Bernats a
las escaleras que suben a la puerta de la Anunciata, calle que era denominada
indistintamente Carrer de la Claustra, de les Pavordies y del Bisbe.
Pero también hay que tener en cuenta que, en
época románica, en el tozal de la Suda también se establecieron casas de
familias nobles, como la de los Montcada.
Situación de los edificios
representativos de la ciudad de Lleida en los XII- XIII. Sobre un plano actual
Aunque de todo ello en la actualidad tan sólo
queda en pié el emblemático conjunto monumental de la Seu Vella y el Castell
del Rei, prueba de la monumentalidad de la ciudad medieval son los
sucesivos hallazgos arqueológicos producidos en las últimas décadas, siendo el
barrio presente en casi todas la catas y excavaciones realizadas en el entorno
del turó. Así, por ejemplo, en la vertiente sureste del tozal se localizó un
muro que actuaba de base de un edificio alzado entre los siglos XIII y XIV y
cerca de éste la esquina de otro edificio, vestigios que se considera Que
podrían corresponder a algunas de las casas de los pavordes, de beneficiados y
funcionarios eclesiásticos que Lladonosa situaba en este sector.
El antiguo barrio medieval desapareció a
consecuencia de la fortificación del cerro en época moderna. En relación con
este punto es necesario anotar brevemente que, si bien entre 1644 y 1647, con
la Guerra de els Segadors, Lleida sufrió importantes destrucciones, el asedio
que produjo más danos en época moderna fue la guerra de Sucesión, cuando en
1707 las tropas de Felipe V ocuparon la ciudad. Entonces la Seu Vella se
convirtió en cuartel militar y el turó en ciudadela. Desapareció la
ciudad antigua y en su lugar se erigió el Castillo Principal, que pasó a
pertenecer al ejército del Estado español. Para cerrar las notas sobre los
principales arrasamientos que padeció el turó hay también que mencionar el
trágico episodio de la explosión, en 1812, durante la Guerra de la
lndependencia, de un polvorín que estaba instalado en el interior de la misma
Suda y que provocó la desaparición de parte del extremo de levante del palacio.
Tan violenta fue la explosión, que hasta afectó la catedral e incluso casas del
barrio de Magdalena, situado en la vertiente noreste del tiró.
Pasando a otro asunto, tras la cristianización
la ciudad se constituyó en términos parroquiales, que se organizaron en torno a
su iglesia. El año 1168 se promulgó la Ordinatio Ecclesiae Ilerdensis,
que además de regular el capítulo catedralicio, significó la división
parroquial. Esta segmentación no sólo fue en el aspecto religioso, sino que se
convirtió en la base de la organización de la sociedad y la vida urbana. En
general, las edificaciones de la ciudad baja son de un menor carácter
monumental que los de la parte alta, aunque, como veremos, algunos de los
templos, como la hoy subyacente iglesia de Sant Joan de la Plaça, debieron de
ser realmente admirables. En la actualidad, en la ciudad del Segre tan sólo se
conservan en pié los templos románicos de Sant Llorenç y Sant Martí como evocación
de aquel tejido parroquial, aunque existieron también los de Santa Magdalena y
de Sant Andreu, además del ya citado de Sant Joan.
Después de la conquista, habrían persistido las
fortificaciones anteriores, quizás fusionadas con nuevas construcciones. La
documentación posterior a la cristianización proporciona noticias de algunas de
estas murallas. En cuanto a las puertas, se conoce que el portal principal de
la Suda se abría al Oeste y que además debieron de existir algunas puertas de
comunicación con la calle Mayor. La documentación también menciona la Cuirassa
sarracena, que llegaba hasta la misma calle Mayor. El sector inferior de la
ciudad, que posteriormente correspondería a la parroquia de Sant Joan, estaba
cerrado por una muralla paralela al río y por otras dos murallas transversales.
En esta zona se abrían tres portales. el de la Alcántara, el de Gardeny y el
del camino de Corbins.
Desde el punto de vista de la iconografía del
paisaje, la primera y probablemente la más conocida de las representaciones
gráficas de Lleida de la época moderna es una vista realizada por el pintor
flamenco Anton van den Wyngaerde en 1563 (que se conserva en la Österreichische
Nationalbibliothek de Viena). La imagen en cuestión revela una panorámica con
la fachada urbana que mira al río, mostrando los elementos emblemáticos. Pese a
ser del siglo XVI, en el dibujo de Wyngaerde la ciudad conserva la configuración
medieval, con la acrópolis en lo alto y extendiéndose por las vertientes del
tozal hasta la misma ribera del río Segre. Esta ilustración es de gran utilidad
en la tarea de reconstruir mentalmente la ciudad medieval, puesto que describe
algunos de los edificios desaparecidos de los que nos hablan las fuentes, pero
de los que se ha conservado el menor vestigio material, así como de otros que
han sido puestos a la luz mediante las excavaciones arqueológicas.
Muy distinta a ésta es la imagen de la urbe que
han legado las representaciones posteriores de época moderna, durante la cual,
como venimos diciendo, desapareció progresivamente el barrio de la Suda y la
catedral fue convertida en un inexpugnable fuerte. La confrontación de la vista
de Wyngaerde con las otras tantas que la sucedieron, nos advierten de como la
ciudad medieval desapareció gradualmente del cerro. En la etapa moderna el
tozal continuó ejerciendo de centro de poder, del poder borbónico, que hizo del
lugar su emplazamiento estratégico convirtiéndolo en una lóbrega construcción
aislada de la urbe por medio de murallas y baluartes, cuya potencia todavía hoy
contemplamos, no sin imaginar como debió ser el barrio de la Suda cuando era el
centro neurálgico de la ciudad.
Pero no todos los edificios notables se
concentraron en el barrio alto. Muestra de ello es la presencia del palacio de
la Paeria en un punto cercano al río. Se construyó en la calle principal de la
ciudad baja, el ya citado carrer Major, que desde poco después de la conquista
debió de considerarse la calle más importante de Lleida, puesto que ya se
menciona como tal el año 1173.
Finalmente, en los alrededores de la ciudad
amurallada florecieron otros centros vinculados a comunidades religiosas, que
manifiestan la monumentalidad del patrimonio construido románico de la ciudad
del Segre. El primero de estos testimonios es el complejo de Gardeny, integrado
por un castillo y su iglesia, en dónde se establecieron los templarios, y el
segundo es el monasterio de Sant Ruf, lugar de establecimiento de los monjes
aviñonenses.
Castillo del rey o de la Suda
El castillo del rey, también conocido como la
Suda, es la gran edificación que, junto con la Seu Vella, domina la
panorámica urbana de Lleida. Su existencia va unida a la misma catedral, puesto
que después de la conquista cristiana de la ciudad y la consecuente
reorganización urbana que tuvo lugar entre los siglos XII y XIII, los dos
edificios se erigieron, respectivamente, como centros de poder civil y
eclesiástico. Pese a que se considera que en el lugar donde se emplaza el
castillo existió la alcazaba andalusí, la mayor parte de las estructuras que
han pervivido corresponden a fases posteriores a la conquista feudal. Con todo,
las excavaciones arqueológicas han mostrado que, en efecto, algunos cierres del
recinto se apoyan sobre muros de época anterior.
La mención más antigua que se conoce sobre el
edificio hace referencia a época andalusí. Hacia el año 883-884 lsmail ibn
Musa, señor de la Lleida musulmana, reedificó el castillo y fortificó toda la
ciudad, después de que ésta fuese arruinada, según se indica en una descripción
de Lleida realizada por el cronista y geógrafo árabe del siglo XIV-XV,
Al-Himyari, que comentaba que Lleida tenía una ciudadela inexpugnable que
desafiaba cualquier ataque. Con la conquista cristiana de la ciudad en 1149, la
fortaleza pasó al mando del conde de Barcelona Ramon Berenguer IV. Según han
puesto de manifiesto los arqueólogos, el paso de la Suda andalusí al palacio
cristiano se ha de entender como una profunda transformación del conjunto,
puesto que, según parecen evidenciar los vestigios materiales, pasó de tener
una organización en construcciones independientes a ser un recinto cerrado.
De la fase cristiana, la documentación pone de
relieve la existencia de diferentes etapas constructivas, básicamente entre
principios del siglo XIII y finales del XIV, durante las cuales se intervino
intensamente en la fábrica, aunque el proceso de transformación y ampliación no
se acabaría hasta el siglo XV, cuando se convirtió en cuartel militar y se
inició su decadencia.
El proceso de degradación y pérdida de estructuras, que
avanzaría hacia el siglo XVIII con la incorporación del palacio a la ciudadela a
partir de 1707, culminó con sendas explosiones que afectaron profundamente la
fortaleza y que su pusieron la ruina de gran parte de sus estructuras. La
primera de ellas se produjo en 1812, durante la Guerra de la Independencia,
cuando estalló un polvorín que había en el interior del propio castillo y
arrasó su ala este. La segunda, tuvo lugar el año 1936, cuando explotó otro
polvorín, que en este caso devastó el ala oeste, que se conoce gracias a
numerosos testimonios fotográficos de principios del siglo XX. Puede que la
nave norte hubiese sido destruida durante la Guerra de los Segadores, dado que
ya no se representó en unos planos del castillo realizados en el siglo XVIII.
En definitiva, en la actualidad sólo pervive —y de modo parcial— el flanco del
sector sur.
Los trabajos arqueológicos han permitido
reconstruir, sin embargo, la planta de la edificación.
Del mismo modo, nos
acercan a su configuración medieval las planimetrías elaboradas en 1796 y
custodiadas en el Servicio Histórico del Ejército de Madrid, las cuales fueron
dadas a conocer por Francesca Español en 1992 y 1996. Y, por último, también
nos podemos aproximar al aspecto que antiguamente ofrecía el monumento a través
de las descripciones antiguas. En concreto contamos con dos, realizadas en el
siglo XVIII por Pedro Juan Ventanas (hacia 1760- 1770) y Francisco de Zamora
(1788). A continuación, nos proponemos reseñar brevemente las fases
constructivas de la edificación relativas a la época románica, poniendo
especial atención a las remodelaciones efectuadas en los siglos XII y XIII.
Tradicionalmente, la fase inicial de las obras
se había circunscrito entre la segunda mitad del siglo XII, justo después de la
ocupación cristiana, y principios del siglo XIII, momento en el que aparecen
las primeras noticias documentales relativas a la obra. Se ha considerado que
este marco cronológico fue entre 1149 y el 1214, ano este último en el que se
celebraron unas cortes generales en Lleida, las cuales se sobreentiende que se
habrían realizado en el castillo.
De años inmediatamente anteriores a 1214
existen varias menciones documentales que parecen hacer referencia a unas obras
que se ejecutaban en la fortaleza. la primera data de 1209 y figura en un
documento dictado en Lleida por el monarca Pedro el Católico (ad opus operis
castri nostri de Ilerda), y la segunda, de 1212, en una donación hecha por
el mismo monarca que atestaba la existencia de una capilla en el castillo. Sin
embargo, últimamente se ha tendido a relativizar el estado en que se
encontraría la construcción en aquellos momentos. De todos modos, las noticias
evidencian la sustitución de las antiguas estructuras andalusís, de forma que
se considera que durante los primeros años del siglo XIII se habría acabado la
transformación del antiguo palacio.
Después de esta etapa inicial, la siguiente
fase constructiva corresponde a la remodelación más relevante del edificio, la
cual, de hecho, es la que le procuró la fisonomía que mantuvo a lo largo de los
siglos hasta su destrucción parcial a comienzos del siglo XIX. Este momento se
vincula a una nueva noticia documental. la que aparece en la Crónica de Jaime I,
que informa de que la cubierta lignaria del castillo se reemplazó por otra con
bóveda de piedra (el palau de volta qui ara és, e llaores era de fust).
Para situar cronológicamente la reforma de la cubierta “del palacio” del
que habla esta fuente, tradicionalmente se ha tenido en cuenta que la
conclusión de la parte del libro en que aparece la cita se sitúa hacia 1244, de
lo que se ha considerado que la intervención se efectuó entre 1214 (año de
celebración de las cortes generales en Lleida) y aquel 1244. Sea como fuere, se
suele entender que la segunda fase de remodelación de la fortaleza se inició en
época de Jaime I (1213-1276), aunque hay voces discrepantes, como la de
Francesca Español, que considera que la reforma del ala sur no puede
corresponder a la época de dicho monarca, sino que debe situarse en época de
Jaime II (1291-1327). En este período las obras efectuadas fueron múltiples,
por lo que a continuación nos hacemos eco de las más relevantes, que abordamos
atendiendo a las diferentes alas de la construcción.
La nave sur —que, recordemos, es la única que
ha pervivido— fue ampliada y se le reemplazó la cubierta lignaria (aquella de
la que habla la Crónico) la existencia de la cual se confirma por el hallazgo
en el momento en que se desmontaron las bóvedas de piedra que los tapaban —en
1926— de un registro de mechinales en el paramento interior de la nave
correspondientes a los encajes de las vigas de madera, elementos que aún se
conservan. Las bóvedas de crucería de la nueva cubierta se conservaron hasta
1926, cuando fueron desmontadas bajo la dirección del polémico —y criticado por
su falta de formación— restaurador José Oriol Combelles, parece que a
consecuencia de los problemas de sustentación que presentaban.
En su ampliación del siglo XIII, el espacio de
la nave se dividió en cuatro tramos con arcos empotrados parcialmente en los
muros y apoyados en consolas poligonales. Estas bóvedas se cerraron con unas
claves (actualmente conservadas en el fondo lapidario del castillo) decoradas
con cacerías geométricas de tradición andalusí de gran parecido formal a las de
los tramos occidentales del templo catedralicio.
La nave oeste (desaparecida en 1937) fue alzada
de nuevo en este momento constructivo, y fue adosada al muro de cierre exterior
del recinto, ya existente. Aquí se ubicó la nueva capilla palatina (ésta no es
la misma que aquella que se cita en 1212, que debía de localizarse en algún
punto del ala sur primitiva). El conjunto de planos realizados en 1796 ayuda a
conocer este sector del edificio, que se dividió en tres tramos los dos del
sector sur se cubrieron con bóvedas de crucería separadas por un arco fajón,
mientras que el tramo norte se definió con un arco diafragmático y se cubrió
con un cimborrio octogonal —con un ventanal en cada cara— sostenido por
trompas. La cubierta del cimborrio se apoyaba sobre una bóveda con nervios en
las aristas, una solución muy similar, aunque más sencilla a la de la Seu
Vella. Español sitúa la finalización de la capilla a principios del siglo
XIV, basándose en la noticia de que en 1316 berenguer de Palau colocaba las
vidrieras considerando que entonces se cerraría el cimborrio del castillo y,
por analogía, también sitúa en este momento la construcción del cimborrio
catedralicio.
En relación con la nave norte, en esta fase se
construyó una sala en su extremo este, cuya planta se recuperó en una de las
fases de intervenciones arqueológicas. Se trataba de una pequeña nave de planta
rectangular —de finales del siglo XIII o principios del XIV— con contrafuertes
en los ángulos y en la pared norte, que se apoyaba sobre la muralla andalusí.
Las excavaciones también descubrieron la cimentación del muro primitivo de la
fachada del patio, de espesor superior al de las otras dos naves, que ha hecho
considerar la posibilidad de que esta nave norte fuera cubierta con bóveda de
piedra (de crucería) desde un primer momento. Finalmente, con respecto al ala
este, en este momento se reorganizó totalmente, con la ubicación de la puerta
de entrada al recinto, que estaba flanqueada por una torre y que daba acceso a
estancias distribuidoras.
En el momento de plantear las nuevas cubiertas,
se hizo evidente que las fachadas interiores del patio no habrían podido
soportar el peso de las bóvedas de piedra —a diferencia de los muros
exteriores, que eran suficientemente sólidos—, por lo que se reforzaron con un
muro adicional en el que se recortaban grandes arcos de descarga apoyados sobre
contrafuertes. Esta disposición de los arcos confirió al recinto un aspecto de
patio porticado.
De hecho, sólo se conoce la configuración de
las fachadas interiores de las naves sur, —porque se conservan—, que se definió
mediante seis arcos apuntados entre contrafuertes, y oeste —porque hay
fotografías de antes de 1937—, que presentaba unas dimensiones menores que la
anterior y se organizaba mediante dos arcos peraltados. Todavía hoy se pueden
ver en la parte alta de los muros de la galería sur los restos de un friso de
arcos ciegos trebolados sobre ménsulas con decoración vegetal, la cual, como se
ve en fotos antiguas, se extendía por las fachadas sur y oeste.
La monumental, pero ya inexistente, Torre de
los Judíos, correspondiente a una fase constructiva más avanzada, se levantó
con posterioridad a 1466, tras la guerra civil contra Juan II. Parece que fue
construida en el lugar de otra torre en el ángulo sureste del conjunto y que se
conoce principalmente gracias a los planos militares de finales del siglo
XVIII.
Por último, hay que insistir en el hecho de que
las obras del castillo del rey se vinculan a la fábrica de la catedral por
varios aspectos, el más relevante de los cuales es que en ambos monumentos
encontramos trabajando miembros del linaje de los Prenafeta, una concurrida
dinastía de maestros de obra afincada en Lleida desde mediados del siglo XIII.
Por otro lado, hay elementos constructivos que relacionan ambas edificaciones,
como es el caso de las claves de bóveda y el planteamiento arquitectónico del
cimborrio, que quizás, como se ha dicho en numerosas ocasiones, fue un ensayo
para el que se alzaría inmediatamente al templo catedralicio.
La catedral de Santa María o Seu Vella
de Lleida
La sede episcopal de Lleida se restauró
inmediatamente después del 24 de octubre de 1149, fecha de capitulación de la
ciudad frente a los ejércitos liderados por el conde de barcelona, Ramon Berenguer
IV, con la participación del conde de Urgell, Ermengol Vl, y de los caballeros
del Orden del Temple. El día 30 de octubre se consagró la catedral, dedicada a santa
María, en una ceremonia con la presencia del arzobispo de Tarragona, los
obispos de Vic, barcelona, Urgell y Zaragoza y miembros de la nobleza, y se
dotó la iglesia con todas las mezquitas de la ciudad y todas las que se
encontraban en villas y castillos que integraban el nuevo territorio del
obispado, con sus posesiones, sus diezmos y primicias. Como era habitual en la
restauración de sedes episcopales en ciudades recuperadas al control musulmán,
se ocupaba y consagraba la mezquita mayor como iglesia-catedral. En el caso de
Lleida, esta restauración implicó el desplazamiento de una sede episcopal
pirenaica, la de Roda de lsábena. El hasta entonces obispo de Roda, Guillem
Pere de Cornudella o de Ravidats, que poco antes había dado su apoyo al conde
de Barcelona, se convirtió en el nuevo obispo de Lleida (1149-1176) y fue el
responsable de la reorganización de la catedral y de la diócesis. En 1168,
promulgó la Ordinatio Ecclesiae Ilerdensis, que incluía la dotación de
la canónica, con la adopción de la Regla de san Agustín, y la organización del
capítulo. un tercio de los miembros de éste eran canónigos de Roda y
participaban en la elección del obispo. Ello explica que, durante
aproximadamente un siglo, los sucesores más destacados de Guillem Pere fueran
personas o bien directamente vinculadas a la canónica de Roda, o bien con
fuertes conexiones ribagorzanas. El primero, Gombau de Camporrells (1192-1
205), educado y canónigo en Roda (también en La Seu d'Urgell, estuvo al frente
de la parroquia de Tamarite de Litera y a partir de 1172 fue archidiácono de
Lleida), con él se empezó la construcción de la nueva catedral en 1203. El
segundo, Berenguer de Erill (1205-1235), miembro de la gran familia de los
Erill, de origen ribagorzano; bajo su mandato se ejecutó la parte más
importante de la obra del nuevo templo. La estrecha vinculación con Roda de
estos tres obispos se hace evidente no sólo a través de las importantes
iniciativas que llevaron a cabo en la antigua sede pirenaica, sino también en
algunos rasgos de la propia den Vello.
El conjunto de la catedral se sitúa en la
colina conocida como “de la Seu Vella”, para diferenciarla de la colina
de “Gardeny”. En esta segunda, la orden militar de los templarios
levantó un castillo en la segunda mitad del siglo XII, justo después de la
conquista de la ciudad, en la que habían colaborado de manera activa. La colina
de la den debía no sólo formaba parte de la ciudad, sino que en ella se
encontraban los edificios más importantes, protegidos por una muralla cuyo
recorrido se ha mantenido a lo largo de los siglos.
La destrucción del trazado
urbano de la colina se produjo a partir del siglo XVII y, sobre todo, en el
siglo XVIII con la Guerra de Sucesión, momento en qué se transformó todo el
espacio en ciudadela militar, se fortificó el conjunto y se destruyó esta parte
de la ciudad. Por todo ello hoy se hade difícil imaginar que la ciudad más
monumental, con los edificios más importantes (castillo, catedral, palacios),
se extendía por esta colina. De todo ello han quedado las murallas y los
diferentes elementos de las fortificaciones modernas, las partes que han
sobrevivido del castillo del rey en la parte más alta de la colina y el
conjunto de la antigua catedral. El resto de la ciudad sólo se conoce a través
de la documentación, de los dibujos y planos militares y de la arqueología.
A pesar de que desconocemos dónde se encontraba
exactamente la mezquita mayor, consagrada como catedral seis días después de la
capitulación de la ciudad, es muy probable que su localización fuera dentro del
recinto de la actual Seu Vella. La ausencia de excavaciones arqueológicas
sistemáticas y la probable destrucción de niveles arqueológicos en el interior
del templo por la instalación de un sistema de calefacción que nunca ha
funcionado, hace que, por el momento, tengamos sólo algún indicio de ello. Concretamente,
la existencia de un gran muro andalusí hallado en la realización de catas arqueológicas
y sobre el que se levantó la fachada occidental de la nueva catedral, al menos
en su mitad meridional. La construcción de la nueva catedral, que avanzó de
Este a Oeste, tenía que garantizar la coexistencia de la obra nueva con los
espacios de culto anteriores para el desarrollo de las funciones litúrgicas.
Otros dos indicios nos permiten plantearnos que
la mezquita-catedral debía de encontrarse en la parte occidental del templo
actual. En primer lugar, la construcción de edificios para los canónigos en la
segunda mitad del siglo XII y, por lo tanto, anteriores a la nueva catedral,
dispuestos formando ángulo con la fachada occidental del templo —la que se
levantaría sobre el muro andalusí— y cerrando uno de los lados del actual
claustro. En segundo lugar, el hecho de que el proyecto de la nueva catedral,
cuyas obras empezaron en 1203, obligó a compras y permutas de edificios en la
parte de la cabecera del templo, siendo uno de ellos el propio palacio
episcopal, que se construiría de nuevo en el lado sur. A partir de 1193 se
conocen documentos de adquisición y permuta de casas situadas cerca de la
iglesia de Santa Maria, que sería el templo catedralicio vigente en aquellos
momentos. El proyecto del nuevo edificio era muy ambicioso en muchos aspectos,
y sus grandes dimensiones obligaron a una preparación importante del terreno,
lo que requirió un gran solar y trabajos de nivelación para conseguir una
plataforma mucho mayor en un espacio en pendiente. Se ha podido comprobar que
los desniveles podían haber sido de hasta de 2 m. Tenemos que suponer que la
ampliación se realizaba hacia el Este, al menos en las fases de planeamiento
del templo.
En 1193, el obispo y el capítulo firmaron un
contrato con el maestro de obras Pere de Coma por el que éste no sólo se
comprometía a la construcción de la catedral, sino que ofrecía su persona y sus
bienes e ingresaba en la comunidad de canónigos, comprometiéndose a vivir según
sus normas. Pere de Coma, por lo tanto, se considera el autor del proyecto que
empezó a gestarse a partir de este momento, así como los trabajos de
preparación para la construcción del nuevo templo.
Entre 1193 y 1203 se llevaron a cabo otras
obras importantes de nueva construcción en los edificios canonicales. Según los
resultados de las intervenciones arqueológicas, en la segunda mitad del siglo
XII se había levantado un primer edificio de planta trapezoidal del que sólo se
han localizado los cimientos.
La reforma de 1168 del obispo Guillem Pere de
Ravidats, de ordenación del capítulo de los canónigos y su organización según
la Regla de san Agustín, así como la fundación y dotación de la Pia Almoina,
que se situaba al lado de lo que entonces se identificaba como el claustro de
la catedral, debieron de ser instituciones probablemente situadas en esta
primera construcción. hacia finales de siglo, o ya en torno a 1200, este
edificio fue completamente renovado, con la construcción de la nave que hoy
comunica con el claustro actual. Se trata de una edificación monumental,
cubierta con bóveda de cañón apuntada y con ventanas en sus fachadas meridional
y oriental. La fachada occidental no se ha conservado puesto que hacia 1300 la
nave se prolongó, doblando su longitud hasta alcanzar la totalidad de la
galería adyacente del claustro gótico. La fachada septentrional no era exterior,
sino que comunicaba con otras dependencias canonicales adosadas. Pere de Coma
debió de ser el autor del proyecto y el director de las obras de esta nave, que
fue decorada con pinturas en torno a 1211, según consta en la fecha incisa en
un sillar, encontrado como material reaprovechado en obras posteriores. La nave
comunicaba con el espacio que ahora es el claustro mediante una puerta y seis
ventanas, de las cuales tres se tapiaron en momentos posteriores. Las ventanas
son de derrame hacia el interior, mientras que hacia el exterior presentan una
sucesión de dos arcos, mucho más parecida a cómo se resolverían poco después
los perfiles de las ventanas del nuevo templo, con doble arquivolta, capiteles
y columnas.
La documentación de la segunda mitad del siglo
XII habla del claustro de Santa María. Aunque no sabemos dónde se encontraba,
podría haberse situado en el espacio del actual. Los edificios canonicales
citados, tanto el más antiguo como la nave actual, forman ángulo con una
fachada occidental de la catedral cuya construcción en aquel momento aún no
había empezado. Fachada que pudo comprobarse que se levantó encima de un muro
andalusí anterior. Ambos edificios debieron formar un ángulo y delimitar un
espacio exterior. Otro indicio interesante es la cisterna situada en el patio y
que probablemente formaba parte de los espacios del recinto catedralicio
anteriores a la construcción del claustro. Por el momento, se desconoce su
datación, pero los cimientos del segundo pilar de la galería norte se adaptan a
esta estructura preexistente.
La construcción del nuevo templo empezó en 1203.
una inscripción monumental, conservada fuera de contexto, recuerda la solemne
ceremonia del 22 de julio de 1203 de inicio de las obras del nuevo templo. El
texto de la inscripción recoge que participaron en ella, además del obispo Gombau
de Camporrells, el rey Pedro el Católico y el conde Ermengol de Urgell. También
se dan los nombres de los más directamente implicados en las obras. el canónigo
obrero, u operarios, berenguer, y el maestro de obras, Pere de Coma.
Desconocemos el lugar que ocupó originalmente
la inscripción, que fue grabada posteriormente, quizás ya en el siglo XIV. La
lápida fue encontrada en el siglo XIX y depositada en el Museo Arqueológico
Provincial, como tantas otras piezas procedentes de la den debía. En 1970 fue
colocada en el pilar del lado del evangelio de entrada al presbiterio, y más
recientemente se ha recolocado en el presbiterio, al lado de la puerta de la
sacristía. Aunque desconocemos exactamente cuándo finalizó la obra de la nueva
catedral, una inscripción que estuvo situada en la puerta principal de la
fachada informaba de su consagración en 1278, en tiempo del obispo Guillem de
Montcada y siendo maestro de obras Pere de Prenafeta.
Inscripción conmemorativa del inicio de
las obras
El nuevo templo es de planta basilical, de tres
naves de tres tramos cada una, con una cabecera original escalonada con cinco
ábsides, un amplio transepto, de las mismas dimensiones que la nave central, y
un crucero. Estructuralmente, el proyecto era el de un edificio cuidadosamente
calculado y con unas relaciones geométricas complejas. La basílica original fue
pensada con una simetría perfecta, con dos puertas en los extremos del
transepto, otras dos en el tramo medio de cada una de las naves laterales, y las
tres puertas de la fachada. Y así fue ejecutada. A pesar de ello, el entorno
del templo y las funciones distintas de las puertas llevaron a una
diferenciación muy clara y evidente de sus fachadas.
Así, mientras que los
ábsides del lado de la epístola y la fachada meridional eran —y son— visibles
desde cualquier punto de la ciudad, la parte de la colina del lado del castillo
del rey dominaba los ábsides laterales del lado del evangelio y la fachada
septentrional. La fábrica era completamente simétrica, pero ya en las fases
iniciales, el tratamiento decorativo de las portadas de uno y otro lado fue
completamente distinto, muy rico en el lado meridional y sensiblemente más
austero en el septentrional. Por lo tanto, desde su construcción se empezaron a
diferenciar las dos fachadas y, con ello, se rompía la simetría del edificio.
Lo retomaremos más adelante.
La cabecera y el perímetro de la catedral se
fueron transformando, desde el mismo siglo XIII, con la apertura de capillas
privadas, cada vez más profundas y ricas. Primero, eran capillas abiertas sólo
en el grueso del muro, más adelante, ya en la segunda mitad del siglo XIII y
sobre todo en el siglo XIV, algunas se ampliaron y otras se construyeron como
nuevos espacios adosados al perímetro original de la catedral. Aunque podemos
considerar que la obra del templo se había finalizado en el siglo XIII, las transformaciones
se sucedieron sobre todo a lo largo del siglo XIV y también en el siglo XV y
XVI, por lo que, como ocurre en muchos otros casos, el concepto de obra acabada
es muy relativo. la catedral fue un edificio vivo que fue enriqueciéndose y
actualizándose a lo largo de los siglos.
Las obras de la nueva catedral empezaron por la
cabecera, una cabecera amplia cuyas transformaciones de los siglos posteriores
dificultan apreciar su estructura original. Esta constaba de un ábside central
semicircular, más profundo y más ancho porque mantiene la amplitud de la nave
principal y el crucero, dos ábsides a cada lado, más bajos que el central,
también semicirculares y con un tramo recto preabsidal; y, en los extremos, dos
absidiolos semicirculares de la misma altura. La planta de los absidiolos de
los extremos no se ha conocido hasta que las intervenciones arqueológicas de
principios de los años 90 del siglo XX descubrieron sus cimientos y cuyos
resultados, junto con el análisis de las estructuras existentes, permitieron
conocer la planta original de la cabecera del templo. El perímetro exterior de
la cabecera es el que mejor evidencia los cambios y alteraciones acaecidos en
primera instancia por la construcción de capillas en el siglo XIV y, más
adelante, por las contiendas militares.
De la cabecera original se ha
conservado el ábside principal y uno de los cuatro ábsides laterales, el del
lado norte del principal.
Los muros del ábside del lado sur hasta el
nivel de arranque de la bóveda se aprovecharon en las remodelaciones del siglo
XIV, otro hasta la altura del arranque de la bóveda. Los absidiolos de los
extremos fueron sustituidos por capillas góticas, aunque mantuvieron el arco de
acceso a los ábsides originales con los respectivos capiteles, igual que en el
caso del ábside lateral sur transformado en época gótica. La escultura de
dichos capiteles es muy interesante porque contiene representaciones que hacen
referencia a las dedicaciones originales de estos ábsides.
Capillas góticas
El ábside principal, cubierto con bóveda de
cuarto de esfera, está precedido de un tramo recto profundo cubierto con bóveda
de arista. Tanto los pilares del crucero de entrada al presbiterio como los del
paso al hemiciclo del ábside, son cruciformes, con columnas adosadas, una
estructura que veremos que se repite en todo el edificio. El arco triunfal y el
de acceso al ábside se apoyan sobre dobles columnas que se levantan sobre un
basamento. En el lado interior del presbiterio, el pilar presenta otra columna,
más esbelta y también con el correspondiente capitel, sobre la que descarga el
nervio de la crucería.
Algo parecido se observa en los pilares
adosados que separan el presbiterio del hemiciclo absidal, pero aquí la
columna, al no tener que recibir el nervio de la crucería, se corresponde con
un desdoblamiento del arco. En el ábside hay tres ventanas y otra más está
situada a cada lado del presbiterio. No son ventanas con derrames, sino que se
abren hacia el interior y el exterior con uno o dos arcos concéntricos que
permiten capiteles, con sus correspondientes columnillas, unidos por boceles que
dibujan los arcos. El nivel de los capiteles de las ventanas marca la línea de
imposta, que queda indicada mediante una pequeña moldura lisa.
Desconocemos la organización del presbiterio y
del ábside principal en el siglo XIII. Sin embargo, en el siglo XIV, la obra
del retablo separó el hemiciclo del espacio del altar mayor.
Sabemos que el
espacio posterior estaba dividido en dos niveles. El inferior tenía funciones
de sacristía y albergaba un altar dedicado a santa Ana; en el superior se
hallaban la librería y archivo de la catedral.
El presbiterio estaba cerrado
por una reja pintada y dorada, según consta a finales del siglo XIV, uno de cuyos
encajes aún puede verse en la base del pilar de acceso del lado del evangelio.
Desde este punto, unas gradas descendían hacia el crucero, lo sabemos por las
diversas reparaciones que se hacen en los siglos XV y XVI. La actual
disposición, con el presbiterio avanzado, las gradas en el centro del crucero y
un altar nuevo justo en esta plataforma, es el resultado de una intervención
muy desafortunada que no respeta ningún planteamiento de restauración histórica
y altera el espacio interior.
El ábside norte, adyacente al principal, es el
otro que conserva su estructura original, aunque su destino como sacristía hizo
que posteriormente se dividiera en dos niveles. Sus dimensiones son las de la
nave lateral y las del tramo del transepto que se encuentra frente a él. De
altura inferior al principal, reproduce su estructura, con un tramo rectangular
que precede al hemiciclo absidal, cubiertos con bóveda de arista y bóveda de
cuarto de esfera respectivamente, separados por un arco apuntado que apoya
sobre una columna adosada con su correspondiente capitel. A ambos lados de
esta, otras columnas que descargan respectivamente el nervio de la bóveda y el
arco doblado por el lado interior del ábside. Una ventana, cuyo perfil se conserva,
aunque está partida por la división interna, iluminaba el hemiciclo, mientras
que otra ventana se abre en el muro norte del tramo pre absidal indicando que
el absidiolo del extremo era mucho menos profundo y permitía esta iluminación
lateral del primer ábside.
En los capiteles del arco de acceso desde el
transepto se representan escenas que indican la dedicación original de la
capilla, a los santos Santiago y Lázaro: el martirio de Santiago a la izquierda
y la resurrección de Lázaro y la curación del leproso a la derecha. una puerta
que comunicaba el ábside principal con el lateral se renovó con un arco
conopial tardogótico, sobrepuesto a las pinturas murales del siglo XIV del muro
septentrional del presbiterio, con escenas de la vida de Cristo.
Simétrica con esta puerta, se encontraba en el
muro meridional la que comunicaba con el ábside lateral de este lado, y que
tenía las mismas características que el septentrional. La puerta se cegó entre
1335 y 1340, cuando el ábside se convirtió en la capilla privada de la familia
Montcada. A pesar de que la transformación actualizó la arquitectura románica,
con la sustitución de las bóvedas y el cambio del perfil semicircular del
ábside a poligonal, los muros originales se mantuvieron hasta el arranque de las
nuevas bóvedas. Una nueva y rica fachada de la capilla, con la heráldica de los
nuevos titulares bien visible, se dispuso delante del arco apuntado original de
entrada, que también se conservó, y en cuyos capiteles se representan las
historias de los santos Pedro y Pablo, que se relacionan con la dedicación de
la capilla a san Pedro. La topografía es interesante puesto que en los dos
ábsides laterales que flanquean el principal se disponen las dedicaciones
apostólicas de Santiago y san Pedro.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEjmbO1PuCkCx-_M63rppAtEFsgHmFfJemnexcywFAhLimcGrXodXbGsp83LJcPcqJRi2vwMU86-hz7eeOYEU0jXS4qwb0YtW6MDVS1k5pkvYVyaOJKsg6Fw7wMed6-354MWkgAmDY_5JdeaTLEOek-O18_y8L69WyWrfFQ4rWpHOj9XVhPa2v6uf9b1SylX=s16000)
Capilla de san Pedro y de los Montcada
Capilla de la Epifanía
Sala Grande La Canonja de la Seu Vella
de Lleida
Los absidiolos de los extremos de la cabecera,
sin tramo preabsidal, fueron completamente derruidos en los siglos XIV y XV,
respectivamente, con la construcción de sendas capillas privadas. La del
extremo sur, promovida hacia 1340 por el obispo Ferrer Colom, se adosa a la
capilla Montcada. La de la familia Gralla, en el extremo norte, era de planta
cuadrada y se levantó en el siglo XV. A pesar de que quedó prácticamente
destruida por los efectos de la explosión en el siglo XIX del polvorín situado
en el antiguo castillo del rey, se ha conservado el arco de acceso románico y
los capiteles. En uno de los lados, se representa el martirio de san Antolín, que
está perfectamente identificado por la inscripción del cimacio. Se trata de una
escena excepcional y de gran interés puesto que, además de hacer alusión a la
dedicación de este ábside, sólo la encontramos en un capitel de la portada de
la antigua catedral de Roda de lsábena, con una composición muy parecida. Ello
no es nada casual. el obispo san Ramón (1104-1126) había introducido el culto a
san Antolín en la catedral de Roda en las primeras semanas de su episcopado.
Ramón era originario de la zona del Ariege y se había formado en la canónica de
San Antolín de Frédelas. De hecho, el capitel de la portada de Roda se sitúa al
lado de otro capitel con la imagen de este obispo, cuyo culto también era uno
de los activos más importantes de la sede ribagorzana. La dedicación a san
Antolín de uno de los ábsides de la cabecera era una forma de visibilizar la
sede ribagorzana en la topografía de la nueva catedral ilerdense.
En un sentido similar hay que interpretar la
presencia de los crismones en las portadas del transepto. La del lado norte,
conocida como de Sant Berenguer, es una portada con escultura sólo en la
cornisa, mientras que la de la fachada sur es una portada profusamente
decorada.
Aunque en la documentación medieval se la cita como “lo portal del
bisbe”, puesto que quedaba frente al palacio episcopal y debía de ser el
acceso utilizado por el obispo, es también conocida como de la Anunciata porque
en sendas hornacinas situadas a ambos lados de la puerta había el grupo de la
Anunciación —hoy en el Museu de Lleida Diocesá i Comarcal—, además de una
inscripción monumental que alude al episodio. Esta diferenciación en el
tratamiento decorativo de ambos accesos se reproduce en las portadas del tramo
central de las naves laterales y se acentuará en el siglo XIV en las capillas
privadas construidas a uno y otro lado del templo. Aunque más sencillo el de
Sant Berenguer, ambas portadas del transepto están presididas por sendos
crismones, elemento de claro origen ribagorzano, que no se encuentra en otros
edificios de Lleida y de su entorno.
Se considera que las fachadas y portadas del
transepto debieron de realizarse entre 1215 y 1220, aunque la única referencia
es una inscripción situada en la puerta de la Anunciata, conmemorativa
de la muerte de un tal Guillem de Roques que lleva la fecha de 1215. A pesar de
que la cronología de las portadas no puede precisarse más, ni la del desarrollo
de las obras de la cabecera y el transepto, no puede haber dudas sobre el hecho
de que las obras de estas partes orientales del nuevo templo, empezadas en 1203
por Gombau de Camporrells, se llevaron a cabo en tiempos del obispo Berenguer
de Erill, miembro del linaje ribagorzano de los Erill y que ocupó una destacada
posición entre las personas próximas al rey Jaime l. Durante su episcopado, la
vinculación con la canónica y antigua sede episcopal de Roda de lsábena siguió
siendo estrecha Fue él quien presidió la nueva consagración de la iglesia de
Roda en 1234, momento en que también situamos la construcción de la nueva
portada donde se representa el martirio de san Antolín junto a la figura del
obispo san Ramón.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEhcFCebGCR-mo88oQdiQ8Wlaiz55Tq_ONPwIQ_KpJYG0YXZH-p6JXVtNz8pRtOuaKEHSeSx0cqtSqFctOHL5koKoc64iUlE7GAIhjkYppfmoY3DRSc43QxJ89Nbip_v0F0aF8WUHT3_dPUen8AwW-c0IHTH6NgKw-C3HM6DhpxM2UNKqoKzzokqcGopfkoX=s16000)
Fachada norte del transepto con la
portada de san Berenguer
Portada de san Berenguer
Lateral de la Seu Vella de Lleida
Fachada de la Anunciata
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEicihXSl3NWwuzSI2wQ9YO6vB9XKMmoLLRY1cMGR9hXDLyz1PLrRHc54tb5msE4z6v0pWt91KQ0Ls0HjGY0mJ_X6rpPEv9UYFhyi-edoLBG10INK7R7Ex8eLnImLv8LpTo1zANwqTzQeS21Klur1HSJrRg2r6yJ14ZpYbVonUMV8GsWtZaX3Xyl7-rUWGot=s16000)
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEguLzOdJfs_BCl2bRx_UVs1EaDh9N5ZE9coXtA25cvS1qtmwggcQpUQgNcx_DtQFD0QXytH-sI3VVxC6CXmaN981sklNeZLbSf1tM3iEI1mIEsgYtN4qZZ8Xku2X4nNYoV8QT1xoBGqvL6fIrDmRzWKo6qqkPUxW92Xpvnnq6fW2A3viiKW2rBKrhBKnf6Z=s16000)
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEgufcEwgCVZ_t0jCt8ZqJKKcbGrmTODClowoHfI6ZXLiculkqNaajmGzEFPK4cKAcQmMHZhQpkk2O-B0uxH1iJLVXGji3sGbf_TtnuHxEcrvGWo_6pPFWTn_MZ3SfYVozlZUx4ISMthVT8oZz1ECXJY8wTykqV6dKm1EIf9IpXM3VqZa4n4kXa9OHb7lxps=s16000)
El amplio transepto de la nueva catedral
ilerdense albergó los sepulcros de los obispos Guillem Pere de Ravidats y Gombau
de Camporrells, que se instalaron precisamente entre los ábsides laterales del
lado norte. el de San Antolín y el de Santiago. Aunque no ha quedado ningún
rastro, y sólo tenemos conocimiento de ello a través de testimonios antiguos,
la disposición en este punto concreto del templo de los sepulcros de los
obispos que habían precedido a Berenguer de Erill y habían tenido una
vinculación más estrecha con la antigua sede ribagorzana —el primero,
recordémoslo, obispo de Roda y el primero de Lleida en el traslado de la sede—,
tiene mucho sentido. Al mismo tiempo es otro indicio que refuerza una
cronología de la construcción del transepto en fechas en torno al 1215-1220.
Es un transepto cuyo ancho coincide con el de
la nave central, igual que su altura, y cuya longitud dibuja una cruz de brazos
iguales si tenemos en cuenta que tiene las mismas dimensiones que la nave
central, el crucero y el tramo recto del ábside mayor. Consta de dos tramos a
cada lado del crucero. El primero, más estrecho, coincide con las dimensiones
de la nave lateral y marca la amplitud del primer ábside lateral, y el segundo
es un tramo cuadrado al que se abrían los absidiolos.
Ambos tramos se cubren con bóvedas de arista,
igual que los espacios que preceden a los ábsides. En el lado occidental, y a
ambos lados del transepto, una torrecilla con escalera de caracol, que forma
ángulo con la nave lateral, asciende hasta la cubierta. Actualmente, sólo se ha
conservado la del transepto norte, aunque rodeada de capillas. En el siglo XIV,
se aprovechó el espacio para la construcción de la capilla de Santa Lucía.
En aquel momento, la finalización del claustro
y, sobre todo la cubrición definitiva de la nave adyacente a la fachada
occidental, facilitaba la circulación por las cubiertas del templo y con una
sola escalera era suficiente.
La obra de la catedral parece que continuó sin
interrupción hasta aproximadamente la mitad del tramo central de las naves. una
junta de obra claramente visible desde el exterior lo certifica. Además, desde
este punto hasta los pies, las bóvedas son un poco más bajas —aunque a simple
vista no sea perceptible— y el podio sobre el que se levantan los pilares
occidentales de las naves tiene una altura claramente inferior.
Desconocemos cuándo se produjo esta
interrupción, cuánto duró y cuándo fueron retomadas las obras. Lo que sí puede
afirmarse es que se siguió el mismo proyecto hasta el final, lo cual no sucedió
en otros grandes edificios que estaban en construcción en la primera mitad del
siglo XIII, como la catedral de Tarragona o la iglesia del monasterio de Sant
Cugat del Valles.
El resultado en Lleida es el de un edificio unitario, que se
finalizó a partir del proyecto inicial, con una simetría casi perfecta, sólo alterada
por el tratamiento diferenciado de las fachadas meridional y septentrional.
Esta, mucho más austera, no gozaba de perspectiva puesto que la pendiente la
colina ascendía inmediatamente hasta su nivel más al to, donde se situó el
castillo-palacio real. La fachada meridional, en cambio, era visible desde cualquier
punto. A pesar de que no se han conservado los palacios y mansiones que
poblaban el barrio de la catedral, salvo una parte del castillo, es bastante
probable que la catedral se impusiera en magnitud y riqueza en el conjunto de
la colina y, por extensión, de la ciudad. Este era precisamente su cometido. se
trata de un conjunto, del que también forman parte el claustro, del que
hablaremos seguidamente, y la impresionante torre-campanario gótica, que era la
mejor expresión del poder de la iglesia.
La fortificación de la colina a partir del
siglo XVII acabó alterando completamente el trazado de las calles en la
pendiente y la comunicación con el centro de la ciudad baja, por lo que
desconocemos cómo, más allá del entorno más inmediato, la catedral se
comunicaba con la ciudad. Sólo sabemos que a lo largo del blanco meridional y
del septentrional había sendas calles. Al otro lado se encontraba el palacio
episcopal, frente a la portada del transepto sur.
En la fachada meridional
también se abre lo que durante mucho tiempo fuera la puerta principal de acceso
a la catedral para los fieles y que la documentación medieval identifica como “lo
portal de la Seu”. Es la portada situada en el tramo central de la nave
lateral que también se conocía y conocemos como portada dels Fillols,
nombre que hace referencia a la capilla de San Juan Bautista que estaba situada
justo al lado, con la pila bautismal. En el siglo XIV, este acceso se protegió
con un pórtico.
Ambas portadas, la del obispo y la de Fillols están
profusamente decoradas y son un hito de la escultura de la Seu Vella,
junto con la portada occidental a los pies de la nave central.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEgcgV3bDKrGcfJ8yXYCnAtvW9QjK4VIoRMckH26E-dGXp3BgXfqdz6QNQfCrkLxXQ6Hl4Qi9Xts8_qxfSSVdNs4wqbdCy3rIuMCr42SRN8HEieBSdrJICACNpmgrr9Cae-wd9fjDluC-adOl5ekvZ-9RV46EdfvzYgNFAUKHOo9uWWZ9TOuQHwCsWDqTIMl=s16000)
Portada del Fillols
Portada del Fillols La fachada de la nave central se resuelve de
forma parecida a la de los muros de cierre del transepto: la portada, cuya
estructura es un cuerpo adosado con la correspondiente cornisa y con un
desarrollo decorativo en arquivoltas y capiteles, excepto en la del transepto
norte, y un gran rosetón en la parte alta, que sin duda garantizaba, junto con
los ventanales de las naves, una excelente iluminación en el interior del
templo. El rosetón es un elemento que será habitual en la arquitectura catalana
a partir del siglo XIII. En edificios próximos ya se utilizó en torno al 1200,
aunque con dimensiones mucho menores, como en el caso de las iglesias del
monasterio cisterciense de Santa María de Les Franqueses o en la de Santa María
de Almatà, ambas en Balaguer. En la catedral de Lleida, se trata de rosetones
monumentales, que debían de contener ricas tracerías hoy muy restauradas.
Portada central fachada oeste
Tanto la concepción del edificio y de su
espacio interior como las soluciones arquitectónicas utilizadas en los pilares
y bóvedas indican que Pere de Coma era un arquitecto con un importante nivel de
formación. Las dimensiones del templo siguen unas precisas relaciones
geométricas, lo que indica que, o él o el canónigo operarios, tenían una
destacada Cultura arquitectónica y seguramente disponían de tratados. Las
características del conjunto son las propias de la época y de un proyecto que
se quería monumental y con una riquísima decoración. hay que decir que se trata
de un edificio con una masiva presencia de la escultura arquitectónica, tanto
en los capiteles de los pilares y en los de todas y cada una de las ventanas,
por el lado interior y por el exterior, como en las ricas portadas de las
fachadas meridional y occidental. De hecho, es el edificio del siglo XIII más
rico en escultura de Cataluña. Esta riqueza escultórica formaba parte sin duda
de los propósitos iniciales y tuvo que pesar en el diseño del proyecto original
y en la adopción de determinadas soluciones arquitectónicas. Los pilares
compuestos, con planta de cruz, con columnas en los lados de la cruz en las que
apoyan los arcos formeros y los torales, y con otras dos columnas, de menor
diámetro, en los ángulos. Una de ellas siempre dobla un arco mientras que la
otra recoge el nervio de la bóveda. Se trata de una solución que, en primer
lugar, permitía un desarrollo amplio de la escultura por la gran cantidad de
capiteles. En segundo lugar, se sitúa dentro de las experimentaciones de las
nuevas bóvedas de crucería, que estaba prevista desde el principio y que se
mantuvo a lo largo de todo el edificio sin modificaciones. Ello requería,
además una columna en los ángulos del transepto y de las naves laterales donde
apoyar el nervio de aquel tramo.
El cimborrio del crucero fue seguramente el
último elemento que se construyó, poco antes o quizás ya después de la
consagración de 1278. En cualquier caso, es una obra que debemos situar en el
último tercio del siglo XIII. Es amplio, de planta octogonal, se levanta sobre
arcos apuntados que delimitan el crucero mediante cuatro trompas y sobresale
ostensiblemente en altura. En cada cara del tambor se abre un amplio ventanal,
comparable a los de los pies de las naves laterales que abren al claustro. Se
cubre con una cúpula de sectores, con nervios que arranca justo por encima del
cuerpo del tambor. Es un tipo de cimborrio característico y con paralelos en
otros edificios que estaban en construcción en aquellos momentos, como la ya
citada iglesia del monasterio de Sant Cugat del Valles, o algunos conjuntos de
la Cataluña Nueva, como la catedral de Tarragona o la iglesia del monasterio
cisterciense de Poblet. El de Lleida, sin embargo, se diferencia de los casos
anteriores, cuya cronología es más avanzada, en el hecho de que no se cubrió
con bóveda de crucería.
Ya se ha mencionado que en todo el perímetro de
catedral se abrieron capillas, las primeras en el mismo siglo XIII, en el
grueso del muro las cuales, por lo tanto, no sobresalían hacia el exterior. una
de las más antiguas y de dimensiones más reducidas por su escasa altura es la
de Santo Tomás, situada al principio de la nave de la epístola desde el
presbiterio. A pesar de que no se dispone de documentación que permita
atribuirle una cronología, sus excepcionales pinturas murales proporcionan
argumentos suficientes para situarla en torno a mediados del siglo XIII, o como
mínimo en este momento ya se había construido y era decorada. Las pinturas
fueron arrancadas, restauradas, traspasadas a un nuevo soporte y recolocadas en
la capilla. Contienen una representación central de la Virgen con el Niño, el
apostolado, ángeles y el Agnus Dei.
Simétrica con la de Santo Tomás, en la nave
lateral del evangelio se encuentra la capilla de Santa Peronella, una
dedicación que es del siglo XIV y que sustituyó la anterior, a María, Jacob y
Salomé, cuando se trasladó la fundación de los Desvalls desde la capilla de San
Pedro al ser convertida en espacio privado de la familia Montcada. Seguramente
también es una capilla del siglo XIII, aunque en este caso no hay evidencias.
En los extremos del transepto y flanqueando las puertas, hay una capilla a cada
lado. En una de ellas, la de Santa Marta y Santa María Magdalena, al lado de la
puerta norte, conocemos la inscripción referida a su fundación en 1304, pero en
las otras no. En el lado sur, la de la Transfiguración o de San Salvador in
sedis se adaptó al espacio disponible que dejaba el absidiolo, mientras que
la nueva capilla de la Concepción, del obispo Ferrer Colom, en la cabecera,
tiene que sortearla. Del último tercio del siglo XIII son las primeras capillas
que sobresalen del perímetro inicial, como la de Todos los Santos, en el brazo
norte del transepto, aprovechando el espacio disponible desde la torrecilla con
las escaleras de acceso a los tejados. Es de planta rectangular y cubierta con
una bóveda de cañón apuntada. De características similares es la capilla de San
Juan bautista, entre la puerta de Fillols y los pies de la nave de la epístola.
En el siglo XVI se construyó en el interior una nueva bóveda.
En el último tercio del siglo XIII, finalizando
las obras del templo, se empezó la construcción del claustro, cuyas obras
debieron interrumpirse y no se retomaron hasta el siglo XIV, seguramente en
torno a 1310, cuando Jaime II donó seis mil piedras de la cantera de Gardeny
para la obra del claustro. Las diversas fases de ejecución quedaron reflejadas.
El claustro se empezó por las arcadas del ángulo más próximo a los edificios
canonicales y a la puerta de la nave lateral del evangelio, y continuó por la
nave paralela a la fachada del templo. Las características de los pilares de
estas primeras arcadas se mantienen en las galerías de la iglesia y la del
mirador, que podrían ser ya de inicios del trescientos. En cambio, las bóvedas
de todas las galerías se realizaron en la fase final de los trabajos: crucerías
probablemente más elevadas de lo que estaba previsto y que cubrieron parte del
rosetón de la fachada.
A pesar de las diferentes fases de
construcción, a grandes rasgos el claustro formaba parte del proyecto inicial
de la catedral, lo que la convierte en uno de los conjuntos más originales.
En
primer lugar, la disposición atípica del claustro a los pies del templo. Sin
duda, las razones topográficas debieron jugar un papel importante, aunque no
pueden olvidarse los condicionantes como resultado de la existencia de
edificios anteriores, como ya se ha mencionado. La segunda peculiaridad del
claustro es que una de las galerías, la meridional, se abre al exterior. En
este punto, los trabajos de nivelación del terreno fueron muy importantes, y requirieron
un gran muro de contención que se levantó a partir del nivel de la roca y de la
calle que discurría paralela descendiendo desde la zona de los ábsides y la
portada de la Anunciata. La galería del claustro, por lo tanto, quedaba elevada
respecto al nivel de la calle. Se abrió al exterior con arcos como los del
patio, con lo que se convirtió en un espectacular mirador que contribuyó, sin
duda, al efecto monumental del conjunto y al rico tratamiento decorativo
recibido por toda la fachada meridional. En este sentido, el proyecto del
claustro tenía también en cuenta la perspectiva que se tenía de la catedral
desde la ciudad, y más allá.
En las fases iniciales del claustro se detectan
cambios y correcciones que indican que las obras se realizaron a un ritmo lento
y, probablemente, con algunas interrupciones. Las diferencias se observan entre
el primer arco frente a la canónica y los arcos de la galería de la iglesia, de
mayor amplitud, igual que el ancho y solidez de los contrafuertes del lado del
patio.
Las dimensiones de los arcos, sin embargo, no son regulares. hay que
destacar, además, que el diseño de la galería del claustro encajaba mal con la
fachada del templo, aspecto que se agravó con la construcción de las bóvedas
góticas, que requirieron grandes contrafuertes adosados que la modificaron
definitivamente.
La escultura de la Seu Vella de Lleida
El conjunto de escultura románica de la Seu
Vella de Lleida es uno de los más ricos del panorama artístico del siglo
XIII catalán. La decoración esculpida se manifiesta en sus portadas, así como
en los capiteles de los pilares interiores, entre otros elementos
arquitectónicos. Para entender el sentido general de su programa iconográfico
hay que tener en cuenta el contexto histórico y lo que supuso la conquista
cristiana de la ciudad de Lleida en 1149, que cambió por completo el orden
establecido durante los siglos en que el territorio había sido ocupado por los
musulmanes. La conquista tenía un sentido religioso y suponía liberar
territorios del enemigo infiel, la aversión hacia el cual era un hecho que
perduraría durante largas décadas y que caracterizaba el contexto en el que se
planteó y se ejecutó el programa iconográfico del templo.
Ante este panorama, parece que una de las
líneas esenciales que marcó el diseño general del conjunto de temas fue un
ideario eclesiástico de lucha contra las principales herejías que amenazaban la
iglesia ilerdense a finales del siglo XII y principios del XIII. por una parte
el ya aludido islam y, por la otra, el floreciente catarismo, que penetró en la
ciudad con la llegada de inmigrantes-repobladores y comerciantes occitanos en
las últimas décadas del siglo XII.
Como veremos, ello se tradujo en una notable
presencia de representaciones escultóricas relacionadas con la encarnación de
Cristo, pilar central de la fe cristiana que era negado por estas doctrinas. Antes
de pasar a estos temas, la mayoría de ellos dispersos por el crucero y las
naves del templo — así como en la majestuosa puerta de la Anunciata—,
dedicaremos unas líneas al análisis iconográfico de los capiteles historiados
de la cabecera, siguiendo así el orden jerárquico de la topografía del templo.
La iconografía de los capiteles del ábside
mayor —sector más importante del edificio y santuario en el que se oficia el
ritual que hace tangible la presencia de Cristo mediante la eucaristía— parece
estar relacionada con las celebraciones en él desarrolladas. En la pieza
situada más a levante del monumento se despliega el tema de la entrada en
Jerusalén, con Cristo sobre un asno seguido del apostolado, muy organizado,
casi como si fuera en procesión. Los peregrinos aclaman la llegada de Jesús y
la ciudad santa aparece con sus murallas, torres y un campanario del que se
llegan a distinguir las campanas. ¿Se habría situado la pieza en este punto del
templo como una evocación de la situación geográfica de Jerusalén, donde Cristo
fue crucificado y muerto y donde resucitó? Su presencia y significado se podría
entender, así mismo, como la conmemoración del Domingo de Ramos, una de las ceremonias
más célebres del año litúrgico medieval, de la que se conocen documentalmente
procesiones efectuadas en diferentes ciudades catalanas (Vic, Tarragona, La Seu
d'Urgell), las cuales hacían un recorrido con estaciones por el exterior del
templo, para acceder luego al interior y celebrar la misa. No conocemos
documentación respecto las procesiones festejadas en Lleida, pero, como veremos
más adelante, hay motivos —más allá de la obviedad que supone en sí misma— para
creer que se desenvolvían en la misma línea que en el resto de ciudades
catalanas.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEh88k71s0c55cu4jIOe9D0i7QWj8oVek7iKo9cwDeMfC_Y_uPwkJz7uw9Dh-UxCFQVwMa0bPLRQceOssseNl2u7q1xZzBQ-iD1Ag_r4sRaLo5l5KoPeHKgeflA3KloMnAjpp1HPTJL5JnbjCMUQdgHWXGvihJWJaCgW35PKQeuFdmnCV7Z8U4VHV_cJRbjT=s16000)
Capiteles del pilar absidial de la
Epístola. En el tercero desde la izquierda se representan una Anunciación y
una Visitación
En el pilar absidial del Evangelio
también hay otro capitel con los mismos temas
Anunciación y Natividad
Yuxtapuesta a esta escena se revela la
resurrección de Lázaro, muy fragmentada, que se desarrolla según su expresión
clásica: el personaje bíblico aparece de pie dentro del sarcófago envuelto en
la mortaja, al mismo tiempo que sus hermanas Marta y María se prosternan a los
pies de Jesús, del que sólo queda una desdibujada silueta.
Esta unión de escenas nos sitúa ante el inicio
de la pasión de Cristo —entrada en Jerusalén— y el final de la misma —con la
resurrección de Lázaro, que claramente se trata de una evocación de la
resurrección del mismo Cristo—.En otras palabras, aquí se concentran las
nociones de pasión y resurrección, es decir, del misterio central de la fe
cristiana. Se pone en evidencia, por otro lado, la ausencia iconográfica del
tema de la crucifixión, que quizás se habría representado en otro tipo de
soporte figurativo, como podría ser, por ejemplo, la madera.
En el ábside se localiza también la duda de santo
Tomás, con la figura destacada de Cristo, la única que luce un nimbo, a la que
el apóstol levanta el brazo para poderle tocar la Haga del martirio. Están acompañados
por el resto del apostolado, entre cuyos miembros se distingue Pedro
sustentando la llave, símbolo de la autoridad pontificia y de la obediencia a
la lglesia de Roma. La duda de santo Tomás es el tema por excelencia de la
resurrección corporal de Cristo, dado que el discípulo quiso verificar la solidez
de su cuerpo poniéndole el dedo en la Haga. A su vez, es un tema relacionado
con la eucaristía —la celebración del cuerpo de Cristo—, ya que hace tangible
su presencia. Se puede afirmar, por consiguiente, que la liturgia efectuada en
al ábside nos aproxima a la interpretación de las imágenes de este espacio, o,
en otras palabras, que la decoración escultórica participaría de la acción llevada
a cabo en el altar mayor. Pero, además, la Duda evocaría el contexto de la
época en el que se eligieron los temas y se ideó el programa iconográfico del
templo, cuando se estaba produciendo un intenso debate sobre la
transubstanciación, dogma que se confirmó en el IV Concilio lateranense en
1215, y que podría estar poniéndose de manifiesto mediante este capitel.
Más allá de los capiteles del ábside, la
temática escultórica de la cabecera cuenta, entre otros temas, con varios
ciclos hagiográficos que se localizan en las entradas de las capillas laterales
del crucero, temas que se vinculan a la dedicación de estos espacios. En el
ábside lateral norte se revela un excepcional ciclo, integrado por tres
escenas, dedicado a Santiago el Mayor.
La primera de ellas se trata de la decapitación
del santo. Ante el rey Herodes sedente que levanta el brazo —gesto que se
identifica con una orden—, el apóstol, reclinado, espera ser sentenciado por el
verdugo. Viene a continuación el traslado del cuerpo sagrado hacia Galicia,
escena que se figuró mediante un barco cargado con un sarcófago y varios
discípulos, los cuales muestran actitudes variadas, por ejemplo el que aparece
con el dedo índice levantado hacia la mano divina que les indica el camino a
seguir, tal como expresa la leyenda. En último término, se ilustra el tema del
descubrimiento de la tumba del apóstol, que es hablada por los fieles. La
sepultura, sobre la que se abren unas cortinas colgantes que revelan que se
quiso representar un espacio dignificado, es descubierta por un grupo de cuatro
personajes.
Parece que en este extraordinario ciclo de la
catedral leridana rezuma la voluntad de vincular la sede —y de paso la ciudad—
al movimiento de las peregrinaciones a Compostela —uno de los fenómenos
socioculturales más potentes de la época medieval— y situarla en un mapa del
que no había formado parte hasta mediados del siglo XII, ya que estaba en
territorio musulmán. De hecho, después de la conquista, Lleida pasó a ocupar un
papel preeminente en los itinerarios hacia Galicia, puesto que en ella
confluían un buen número de caminos orientales que seguían hacia Zaragoza una
manera muy propagandística de participar de dicho fenómeno fue mediante la
exhibición de imágenes que aludían directamente a la vida del apóstol.
En el absidiolo del mismo lado norte, se halla
el martirio de san Antolín, evangelizador de la Galia originario de Pamiers
—localidad situada al Sur de Toulouse, dónde históricamente ha sido muy
venerado—, que se identifica con la inscripción S(anctus) ANTONINUS que
hay en el cimacio del capitel. El momento representado es justo después del
martirio, cuando el verdugo ha separado, a golpe de espada, la cabeza y el
brazo del cuerpo del santo. Ante él aparece Metopius (identificado por la
inscripción METOPIS), el rey visigodo que ordenó la ejecución. El culto
a este santo en Lleida habría llegado por el trasvase de la devoción que
trajeron los repobladores cristianos del Sur de Francia después conquista
cristiana, los cuales llegaron a la capital del Segre seducidos por las
exenciones fiscales, beneficios económicos y condiciones favorables que les
propiciaba la carta de población de la ciudad.
En la entrada de esta misma capilla, hay una
pieza con una temática muy diferente y que no tiene relación con su dedicación.
Un guerrero armado es atacado por la espalda por un león mientras una
serpiente-dragón le arrebata un fruto que tiene en la mano. El personaje luce
una serie de atributos que lo identifican con un héroe-guerrero de la
Antigüedad —va desnudo, lleva una cinta en el cabello, así como una tela
colgante del brazo (capa)— que conducen a identificarlo con el personaje
mitológico de Heracles, famoso por los doce trabajos que tuvo que realizar bajo
las órdenes del rey de Micenas para expirar el asesinato de sus hijos cometido
en un ataque de locura En la pieza se plasmaría la representación sintética de
dos de estos trabajos: por un lado la lucha con el león de Nemea, trabajo con
el que tuvo que matar a la diera, que aterrorizaba los habitantes de esta
ciudad griega, y desnudarla de su piel, que pasaría a ser su atributo
principal, por el otro, el jardín de las Hespérides, trabajo en el que tuvo que
tomar las manzanas de oro de un árbol del jardín de Hera —custodiado por una
serpiente-dragón inmortal y por las ninfas Hespérides— y llevarlas al rey de
Micenas. Sobre el porqué de este tema en una catedral cristiana, hay que decir
que en la época medieval algunos personajes mitológicos se sometieron a una
reformulación moral y alegórica de índole cristiana. Precisamente Heracles fue
uno de los predilectos por haber perseguido la virtud incansablemente a través
de sus trabajos, de modo que estaríamos ante un ejemplo de lucha para conseguir
la virtud y al mismo tiempo de una prefigura de Cristo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEiHUjkKacHpHN6TPIpOcAbejqg29ZeGPlvfHyNnhYqrT4y1WkEU7QG9_yrABD7qc3VDFqFfilScMupuAFDur8X6xU_gMjbCWaxcWYbIoMPtQhfYAvqtgikN4mNDKdW9a7AV5Msk8Sgd4hoexbOYeRFSik1wy5WUl7ggiaj7DEvIko1wWpi_54s-q9JZsPt7=s16000)
Posible representación
de Hércules y el león
Al otro lado del transepto, en el ábside
lateral del costado sur, figura un ciclo consagrado a san Pedro, el más extenso
del templo, conformado por los cuatro capiteles que hay en la embocadura que da
acceso a este espacio. Siguiendo la narración bíblica, el primero de ellos es
la barca de san Pedro (o la pesca milagrosa). El capitel, muy fragmentado
debido a las reformas a las que fue sometida la capilla en el siglo XIV por la
familia nobiliaria de los Montcada, representa la tercera vez en que Jesús se
apareció ante los discípulos una vez resucitado. Pedro y los otros estaban
pescando en el lago Tiberíades, cuando Jesús les preguntó si tenían alguna cosa
para comer, ante su respuesta negativa les pidió que echaran la red y las
sacaron cargadas de peces.
Entonces Pedro le reconoció. La narración dice
que después de este episodio Cristo declaró a Pedro su misión y le anunció que
sería martirizado. De hecho, este tema, el de su crucifixión, es el que aparece
en el siguiente capitel. En el mismo se recrea el momento en que un soldado
romano le ata, delante de Nerón, las cuerdas que lo sujetan a la cruz. Sigue la
decapitación de san Pablo y cierra la secuencia la caída de Simón el Mago, el
episodio narrado en las Actas de los Apóstoles que cuenta que el líder samaritano
Simón, que había entablado amistad con el emperador Nerón, quiso demostrar que
tenía más poder que Pedro diciendo que podía volar, se lanzó así desde una
torre, hecho ante el que Pedro se puso a rezar provocando la caída del Mago.
Esta escena se podría explicar si se tiene presente que Simón era el paradigma
de los simoníacos, hasta el punto que dio nombre a una práctica perseguida por
la lglesia, la compra-venta ilícita de cargos eclesiásticos. Según se desprende
de las disposiciones de los concilios leridanos contemporáneos, en los que se
decretaba que los que la ejercieran fueran excomulgados, la misma también era
practicada en la ciudad. De este modo estaríamos frente una advertencia en
imágenes contra un comportamiento ilegal.
Como decíamos al iniciar este texto, entre el
conjunto de esculturas del templo se constata una notable presencia de
representaciones relacionadas con la encarnación de Cristo, las cuales, además,
tienen a María como protagonista.
Su figura se utiliza en su calidad de Virgen, que
engendró al Hijo de Dios y lo revistió de forma humana. El interior del templo
está cargado de escenas en que la Virgen María asume el papel central.
La
fórmula más repetida es la yuxtaposición de los temas de la Visitación y la
Anunciación en un mismo capitel, solución que se halla en cinco piezas
repartidas por diferentes puntos de las naves y el crucero.
La Virgen también
comparece en la escena de la Natividad —que se revela por duplicado en sendos
capiteles de la nave sur del templo—, así como en una posible adoración de los
pastores y en una excepcional representación del Árbol de Besé, tema, este
último, que ilustra la genealogía de Cristo según la profecía de Isaías (“Saldrá
un vástago del tronco de besé y brotará un retoño de sus raíces”) y que
vemos aquí con María como culminación del árbol, motivo por el que se
diferencia del modelo usual en la península ibérica, en donde es Dios Padre el que
tiene a Cristo en el regazo —junto a la paloma del Espíritu Santo— (el modelo
se conoce como la Trinitas Paternitas).
En cuanto al exterior del templo, lo primero a
destacar en relación al tema mariano es que la puerta de la Anunciata, abierta
en el frontis del lado sur del transepto, es uno de los puntos de la catedral
donde la presencia de María adquiría una mayor significación. Esta fachada es,
posiblemente, la más relevante del templo desde el punto de vista iconográfico,
hecho que no se puede desvincular de que en época medieval tenía enfrente el
palacio episcopal, que fue derruido en época moderna. En origen, la puerta
tenía las esculturas de María y Cabriel alojadas en las hornacinas que hay a
ambos lados del arco de entrada (hoy en el Museu de Lleida Diocesá i Comarcal).
Estas figuras eran las que daban sentido y coherencia al programa de la
portada, estructurado en torno a la Anunciación. La escena se complementaba con
la inscripción en latín AVE MARIA GRATIA PLENA DOMINUS TE + CUM BENEDICTA TU
IN MULIERIBUS, que rememoraba el saludo del arcángel, y con un crismón, de
relevante significado.
A partir del siglo XI el crismón suele aparecer
en puntos significativos de los edificios, la mayor parte de las veces en los
accesos. Su pervivencia en la época medieval se interpreta como la intención de
los conquistadores de perpetuar la tradición de los primeros emperadores
cristianos, adoptando los signos que se les asociaban, hecho que en la
península ibérica perduró hasta el siglo XIII. En época medieval amplió su
significado para incluir el dogma de la trinidad, uno de los principales
motivos de conflicto entre cristianos y musulmanes. La aparición del crismón en
la puerta de la Anunciata se explica por la intención de expresar el triunfo
sobre las creencias de los adversarios de la lglesia católica. Con una
representación artística que daba importancia a María en su calidad de Virgen,
se hacía resaltar la condición humana de Cristo y, con ello, se difundía un
mensaje de negación hacia las herejías con ideas antagónicas respecto a su
naturaleza. Los animales que tienen los protagonistas bajo los pies (María un
león y el arcángel un dragón), siguen una larga tradición iconográfica que
manifiesta igualmente el triunfo sobre los enemigos de la lglesia.
Hay otros aspectos que llaman la atención en
esta portada. Las letras G y L que figuran en los brazos inferiores de la letra
X del mencionado crismón son una rareza (en la península sólo se repiten en una
puerta del claustro de la catedral de Tarragona). Podrían tratarse de las
iniciales de las palabras latinas Gloria (gloria) y Laus (alabanza),
que a su vez son las primeras palabras de un himno muy difundido en la época
medieval cantado en las procesiones del domingo de Ramos Sabemos que en
diferentes ciudades de la Cataluña de los siglos XII-XIV (las ya citadas La Seu
de Urgell, Vic, Tarragona, etc.) en la procesión de Ramos, una vez había hecho
su recorrido (hasta una iglesia cercana, las afueras de la localidad, etc.) y
ya de vuelta al templo, se cantaba este himno delante de sus puertas. Si
consideramos que delante de la portada que nos ocupa se cantaba el mencionado
himno, una vez más se pone de manifiesto que la iconografía nos estaría
hablando de las ceremonias que se desarrollaban en su entorno y que, por lo
tanto, se vincularía con la función del espacio.
Nos fijamos, por último, respecto a esta
puerta, en una de sus metopas, la central, en la que aparece una figura que
cruza los brazos al mismo tiempo que entrega sendos objetos a dos personajes:
un elemento redondo que parece un pan a un personaje arrodillado y una especie
de tela al otro, figuración que se puede identificar con la personificación de
la caridad y que se podría tratar de una alusión a la entrega de la limosna que
se habría podido producir en el palacio episcopal, como era habitual en época medieval.
Tengamos en cuenta que el obispo era la máxima autoridad en lo que se refiere a
la administración de los bienes de la iglesia y la diócesis, de modo que la
práctica de la caridad era un acto ejemplar. De nuevo, pues, la decoración
podría estar vinculada con las actividades efectuadas en el entorno con que se
relaciona.
Esta misma idea se podría aplicar a la puerta
de Sant Berenguer, cuya austera decoración se caracteriza por la presencia,
también, de un crismón, a cuya interpretación ya nos hemos referido Nos
interesa ahora hablar de otro detalle iconográfico presente, así mismo, en una
de sus metopas, la del extremo izquierdo, que presenta el tema del caladrio,
con un hombre estirado en un lecho y un pájaro encima que no mira al personaje
tendido, sino que tiene la cabeza girada. Se trata de la representación de una
fábula relatada en los bestiarios medievales sobre este animal imaginario, el
cual tiene la propiedad de saber si un enfermo se curará (entonces le mira) o
si morirá (cuando gira la cabeza). Habitualmente el tema aparece en series con
otros animales extraídos del bestiario, pero aquí se ve desvinculado de
cualquier secuencia figurativa.
Seria pues sensato considerar que el tema fue
escogido con un sentido muy preciso. Su referencia a la muerte se podría
relacionar con el uso cementerial del espacio de delante de la puerta (en unas
excavaciones se encontraron tumbas de cronología coetánea o posterior
construcción del edificio), de modo que se habría seleccionado atendiendo a la
función del espacio en el que se ubicaba y contribuiría a crear un entorno
visual adaptado al acceso. Es bien sabido, respecto a lo ya expuesto, que la
disposición de las inhumaciones en los templos responde a una jerarquización de
los espacios, entre los que se prefería en primer lugar el interior del templo,
seguido de las galerías del claustro y los accesos.
Finalizaremos este recorrido por algunos
aspectos de la iconografía de la antigua catedral ilerdense en la puerta dels
Fillols (de los ahijados, conocida así porque en una capilla anexa se
administraba el bautismo), abierta en el muro sur del templo porque la
situación topográfica del claustro, a los pies del edificio, invalidaba el uso
como acceso principal de la puerta occidental. Tal vez esta fue una solución
poco común, aunque indispensable para la inserción del edificio en la trama
urbana. Escultóricamente fue tratada como una verdadera portada occidental, con
el imponente desarrollo arquitectónico de la llamada escuela de Lleida. Aunque
este acceso presenta múltiples implicaciones, centraremos la atención tan sólo
en un aspecto iconográfico. En primer lugar, en el friso del combate entre un
caballero y un león encastrado en el lado izquierdo de la portada Siguiendo la
hipótesis que hemos desarrollado, podría ser una alusión a la lucha contra los
musulmanes. El elemento más revelador para la identificación del caballero con
el guerrero cristiano sería el signo de la cruz que presenta en su escudo,
mientras que el enemigo habría sido representado como un ser animalizado. La
visión del musulmán como una fiera fue muy difundida en la península,
especialmente en Castilla y León, y tenía la voluntad de transmitir la noción
del musulmán como un adversario bestial y enaltecer la gloria del guerrero
cristiano.
Fuente infinita de temas y significados en este
texto se han atendido los puntos considerados más relevantes de la escultura
del templo de la les debía.
Terminamos con una reflexión general diciendo
que, si bien hemos reconocido que ciertas líneas iconográficas se establecieron
claramente y de forma muy pensada, quizás la disposición y la elección de otros
temas (a muchos de los cuales no nos hemos podido dedicar) se determinó a
medida que se avanzaba en la construcción y por eso no existe un guión que los
unifique en su totalidad.
En un edificio como éste, tal vez no tenía
sentido un programa de imágenes global. por sus dimensiones, por las
dificultades de percepción, por las compartimentaciones, por las diferentes
funciones o usuarios de los espacios, etc. Por lo tanto, parece lógica la
multiplicidad de agrupaciones de imágenes.
Personajes sosteniendo una rueda (rueda
de la vida)
Decoración escultórica de un capitel
Capiteles cerca del ábside
Capiteles de la cabecera
Casal de la Paeria
El edificio que hoy conocemos como casal de la
Paeria se sitúa en la parte baja de la ciudad de Lleida, cerca del Pont Vell
y mirando de una parte de la calle Mayor y de la otra a la avenida de Blondel,
que corre paralela al río Segre. La construcción fue alzada como residencia por
la familia Sanaüja, señora de les Borges Blanques, tal y como parece indicar un
documento del año 1208, en el cual se cita la adquisición, por parte de
Mascarell de Sanaüja, de unos terrenos en el lugar de El Pardinal, nombre que
entonces recibía este punto de la ciudad, en dónde se hallaban “una
adobería, una carnicería y unos baños“, terrenos que podrían corresponder
con los que aparecen en un documento de 1185 por el que Ramon de Moncada donaba
al obispo y al capítulo de Lleida “unos patios sitos en el Pardinal”.
En unos trabajos arqueológicos llevados a cabo
en el sótano de la Paeria en la década de 1980 se identificó una estructura
escalonada junto a la fachada posterior del edificio, la cual fue interpretada
como la piscina de unos baños árabes, que se relacionaron con los que se citan
en el documento antes mencionado de 1208. En cualquier caso, poco después de aquella
compra, alguno de los descendientes de Mascarell, Arnau de Sanaüja según
Lladonosa, empezaría a fabricar la casa que hoy conocemos sobre estas
construcciones preexistentes. El edificio estuvo en posesión de los Sanaüja
hasta 1342, año de la muerte de Pere de Sanaüja, último descendiente directo
del citado Mascarell. unos años después, los albaceas de Pere lo vendieron a la
ciudad, que tomó posesión en 1383, para convertirse en sede del gobierno
municipal, puesto que la construcción que hasta entonces utilizaban los paers
—denominación con que se conocen los magistrados que tenían las facultades
rectoras y ejecutivas del ámbito municipal— era insuficiente y estaba en mal
estado de conservación.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEh3MibJt8p7Mja2Et26ljpG6gfIl6lZ8rcvL3RU4v5tMq2Dl8OcJ1-adRsVoCmP59gbP03n87KwlgCIMIMB0jwIi29Q-_jRQVA4aOlPHMOCxVeYs7VmL7XvDGcK6bWvy1WcKqQA1hSC3-mfG1WwdNvMcHTVWKETxTROsyQ2UCVwgdkDpPXiLnzS-4sYEBLJ=s16000)
Detalle de la fachada
El casal de la Paeria suele citarse como
una muestra ejemplar de la arquitectura civil catalana de estilo románico,
aunque, como veremos, de la parte original quedan muy pocos restos materiales,
tan sólo algunas partes de la fachada que mira a la calle Mayor, puesto que, en
su conjunto, ha sido objeto de profusos añadidos, remodelaciones y
restauraciones. En lo que se refiere a la configuración del edificio en su
conjunto es difícil, ante la falta de estudios dedicados a la arqueología de la
construcción, establecer una secuencia constructiva detallada. Los trabajos que
abordan la organización del edificio en su fase medieval apuntan a que tenía
dos plantas y un subterráneo, y a que las estancias se articulaban alrededor de
un patio central, cuadrado y descubierto, de doble altura, con arcos de medio
punto sostenidos por gruesos pilares en la planta baja. Se ha anotado tambien que
se entraba a la planta baja, destinada al uso de caballerizas y almacenes, a
través de un portal adovelado de perfil semicircular que comunicaba con el
patio, desde el cual se accedía a la planta noble —en donde se encontraban los
espacios residenciales— por una escalera acabada en una galería. Por otro lado,
se cree que posiblemente sea la planta baja en donde mejor se ha conservado la
estructura medieval, que se manifiesta mediante unos arcos de perfil apuntado
que apean sobre pilastras, situados principalmente bajo las cargas de los muros
del patio.
Otra de las estructuras que parece que han pervivido de la época
medieval es un pozo situado en el ángulo suroeste del patio, del que en este
caso se conserva una estructura de planta cuadrada vista exteriormente en la
planta subterránea.
La tipología que se describe para la casa de la
Paeria, que da especial relevancia al patio —en tanto que distribuidor interior
de las salas que lo rodeaban, con una escalera descubierta que unía la planta
baja y el piso noble y con una galería—, remite más bien al perfil de la
residencia aristocrática que se reproducirá a partir del siglo XIV. De hecho,
el carácter de las casas aristocráticas alzadas durante el siglo XIII solía
estar constituido, como apunta Eduard Riu-Barrera, por un solo bloque autónomo.
Atendiendo esta constatación, y a falta de estudios arqueológicos que lo
confirmen, hay que contemplar la posibilidad de que la configuración medieval
de la casa de la Paeria pudiese ser el resultado del añadido de unas alas y un
patio gótico a un edificio románico precedente de un cuerpo, del que se
conservaría la fachada, tan sólo en parte. Esta parece que fue la evolución que
siguió uno de los palacios que suelen equipararse tipológicamente a la Paeria
de Lleida, el que se conoce como La Montana d'Or, en Girona, que se organiza en
torno a un patio, donde se halla la escalera al primer piso y una galería
construida en el siglo XIV, momento en que el edificio se modificó
profundamente, ampliando el núcleo original hasta enlazar con la calle
posterior. El edificio residencial constituido por un solo bloque también lo
describe Pierre Garrigou Grandcham, llamándolo “maison-bloc” o “salle”,
cuya tipología corresponde a un grupo de viviendas compuestas por un cuerpo
largamente abierto a la calle y que se singulariza por el cuidado de la
decoración que ornamenta la fachada, aspecto que como veremos es también
característico del edificio ilerdense.
Desde que fuera vendido a la ciudad de Lleida,
y ya como sede del gobierno municipal, el edificio de la Paeria ha sido objeto
de profundas modificaciones y ampliaciones. Entre las más importantes figura la
conversión en prisión de la planta inferior por concesión del rey Fernando el
Católico en 1486, Uso que perduró hasta que, tras la Guerra de la
lndependencia, en 1816 fue trasladada a la iglesia de Sant Martí. Hay que
anotar también la ampliación de que fue objeto para albergar la Taula de
Cambis y Depòsits, origen de la banca local, obras que parece que se
iniciarían hacia el año 1582, cuando se adquirieron unos terrenos anejos al
edificio, y culminarían en 1589, según se deduce de la información gravada en
una placa conmemorativa encastada en la misma fachada principal del palacio.
Tenemos noticia de nuevos avatares siglos más
tarde, en una memoria escrita por el leridano Diego Joaquín Ballester en 1860,
donde el autor diseñaba un plan de mejoras urbanas para situar la ciudad de
Lleida “a la altura que reclaman sus circunstancias y de las colosales obras
que se están verificando a sus alrededores” Allí se proponía, entre otras
actuaciones, la venta del solar del edificio de la Paeria, pues, según Ballester,
las sucesivas reformas lo habían convertido en “un edificio que no tiene hoy
ninguna de las circunstancias de que debe estar adornada una casa de esta
naturaleza”. Por el contrario, el dinero obtenido con la venta podría ser
reinvertido por el Ayuntamiento en la mejora de otros aspectos de la ciudad.
Estos planes no se llevaron a cabo puesto que, en 1867, el arquitecto Agapito
Lamarca remodeló el piso superior de la fachada principal y proyectó, también,
la fachada posterior de la Paeria, la de La banqueta, de estilo neoclásico.
Centrándonos en la fachada principal, y según se observa en fotografías de
aquél entonces, en esta fase de reforma se añadió un segundo cuerpo, que casi
duplicaba la altura del edificio primitivo y que se iluminaba con cinco
ventanas. Otro de los aspectos de que nos informan las fuentes gráficas es de
que en la planta baja había un registro de aberturas en correspondencia con los
cinco ventanales del primer piso (dos puertas y tres ventanas), que
posiblemente se conservaba de fases constructivas anteriores.
Así pues, el edificio llegó muy modificado a
principios del siglo XX. En la década de 1920, la fachada principal amenazaba
ruina y entonces se reforzó de forma provisional con contrafuertes de ladrillo.
Ante tal situación, y siguiendo las recomendaciones del arquitecto municipal
Francesc de P. Morera, que consideraba que el edificio podía hundirse, en 1927
el Pleno municipal decidió desmontar la fachada para su posterior
reconstrucción. Dicha reconstrucción, así como el condicionamiento de los
interiores del palacio se adjudicó, en 1929, al arquitecto Ramon Argilés, que
llevó a cabo los trabajos entre aquel año y 1931. En esta intervención, que en
lo que se refiere a la fachada tuvo el objetivo de devolverle sus líneas
románicas primitivas, la planta baja se solucionó con una puerta con arco de
medio punto adovelado y tres ventanas de tipo aspillera.
El piso principal —al que nos referiremos con
detalle a continuación, pues fue el que siguió con mayor fidelidad su
apariencia de antes del desmontaje— se rehizo con un registro de cinco ventanas
ajimezadas de tres arcos de medio punto adovelados, mientras que en el piso
superior se construyó una galería por encima del alero. Durante el transcurso
los trabajos, en 1930, el Ayuntamiento derribó las casas números y 3 de la
calle Mayor para ampliar la plaza de la Paeria. Ello permitió que el proyecto
de Argilés incorporase, en la parte occidental, una torre de inspiración
medieval, de planta cuadrada y con cuatro pisos, coronada por una galería bajo
un alero de madera, con la que se completaría la visión neomedieval del
edificio que ha perdurado hasta hoy día.
La reconstrucción del palacio se inauguró el 14
de abril de 1932 coincidiendo con la conmemoración del primer aniversario de la
II República.
Planta baja
Primera planta
El relato de este proceso nos da cuenta de que,
aunque muy modificada, la fachada refleja la apariencia que debió de poseer en
la fase románica.
Centrándonos pues en el análisis tipológico de
este frontis, advertimos que su principal característica es que manifiesta en
el exterior la compartimentación del espacio interior en niveles. Estos se
definen por una cornisa sobre canecillos en el piso superior y mediante una
moldura en el arranque de las ventanas del piso principal. Además, hay otra
moldura en el arranque de los arquillos de los ajimeces y otra cornisa o alero que
corona el edificio. Esta compartimentación horizontal es característica de las
fachadas de las residencias aristocráticas románicas y de ella podemos aducir,
en tanto que ejemplo más cercano, la fachada de la casa de los marqueses de la
Floresta, en Tárrega, de la cual, como en el caso de la Paeria, hoy día sólo
queda el frontis como parte representativa de su etapa románica.
Son propias de
ambas construcciones las ya mencionadas ventanas ajimezadas, denominadas “coroneles”
en catalán, que presentan un hueco dividido en ambos casos por dos columnas o
parteluces que soportan pequeños arcos. Estos arquillos apean en dos columnitas
de sección circular y fuste monolítico con capiteles troncocónicos con
decoración escultórica y bases áticas. Se trata éste de un tipo de abertura
ciertamente paradigmático de las edificaciones medievales catalanas, que posee
unas características específicas tanto con respecto a su acabado, como con
respecto a su valor como elemento de datación de la estructura. Explica Reinald
González que, en un primer momento, probablemente hacia mediados o la segunda
mitad del siglo XII, las columnas de este tipo de ventana —cuyo número puede
variar de uno a cuatro— eran de fuste monolítico y sección circular, fisonomía
que se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo XIII, cuando apareció la
sección lobular que perduró con más o menos complejidad hasta la primera mitad
del siglo XVI. Estas constataciones nos ayudan a apuntar una fecha para la
fachada ilerdense dentro del arco cronológico ahora mencionado. Por otro lado,
en un estudio más antiguo, Adolf Florensa explicó que, tradicionalmente, este
tipo de ventana presentaba los arquillos tallados cada uno en una piedra
rectangular, mientras que las de Lleida, como las de Tárrega, exhiben los arcos
tallados en varios sillares, además de estar enmarcados por una arquivolta
ricamente decorada, como también sus capiteles, lo que hace de ellos unos
ejemplos realmente excepcionales en cuanto a la suntuosidad escultórica que
exhiben.
Pasamos así al análisis de esta destacable
decoración de la fachada ilerdense, situada principalmente en los ajimeces y
los canecillos del alero que hay entre el primer y el segundo piso. La línea de
ventanas concentra la decoración, en primer lugar, en el guardapolvo de los
arcos y de la línea de imposta que se prolonga por todo el tramo de muro entre
ventanas.
Consiste esta en un relieve de tipo vegetal —el mismo que el de los
ábacos o el guardapolvo-, con tallos de los que salen hojas y frutos granulados.
En segundo lugar, son los capiteles los que presentan decoración en las
ventanas. Esta también es de carácter vegetal, aunque intercala elementos de
tipo zoomórfico, como leones rampantes, y también humano, como figuras que
recogen frutos o que trepan entre tallos. Los cimacios exhiben análoga
ornamentación a la que veíamos en el guardapolvo de los arcos.
Sección transversal
En cuanto al registro de canecillos,
veinticinco en total, presentan relieves con una variada e interesante
iconografía, que describimos a continuación de izquierda a derecha: 1 ) cara
monstruosa que saca la lengua, 2) personaje con un recipiente parecido a un
recipiente para la bebida que le cuelga del cuello; 3) cara humana grotesca, 4)
busto de personaje con cuernos y levantando los pulgares, 5) cara monstruosa con
un gran objeto en la boca; 6) busto de personaje con un objeto parecido a una
piedra en la mano, 7) monstruo con personaje humano aterrorizado en la boca, 8)
busto de personaje haciendo una mueca; 9) cara monstruosa, 10) escena con dos
personajes Que sostienen recipientes y que parece de compra-venta; 11) cara
monstruosa que saca la lengua; 12) figura humana armada con escudo circular y
espada; 13) personaje cargando en los hombros un animal parecido a una oveja
(buen pastor); 14) animal con cuerpo de ave y cola vegetal; 15) cabeza humana
cubierta con cota de malla y una cruz en el centro; 16) dragones afrontados;
17) cara monstruosa que saca la lengua; 18) personaje cargando en los hombros
un animal parecido a una oveja (buen pastor); 19) cara monstruosa Que saca la
lengua; 20) cabeza de personaje barbudo; 21) búho con las alas abiertas; 22) dragón;
23) cara humana grotesca; 24) cara humana grotesca; 25) dragones afrontados. La
riqueza iconográfica que presentan estos canecillos requerirían un estudio
pormenorizado que bien posiblemente proporcionaría datos para una explicación
general de la fachada. Por otro lado, de este registro no hay que pasar por
alto que en los paneles perpendiculares al muro que se sitúan entre los
canecillos hay, en cada uno de ellos, dos motivos circulares con flores
inscritas de ocho pétalos.
La suntuosidad ornamental de esta fachada es
tal que puede hasta relacionarse con la obra escultórica de la Seu Vella
de Lleida, la antigua catedral en construcción a partir de 1203, testimoniando
con ello un clima urbano en dónde los intercambios artísticos ocupaban un lugar
importante. Según indica Xavier Barral, la presencia de obreros de la Seu
Vella en la Paeria se pone de relieve por la presencia de sillares con
idénticas marcas de cantero, que a su parecer serían indicativas del trasvase
de la mano de obra a la sazón. A nuestro entender, es efectivamente viable
imaginar este intercambio, pues ciertos motivos de los ahora descritos son
también presentes en distintos puntos de la catedral, principalmente en algunas
de sus portadas, lo que situaría la cronología de la fachada aproximadamente
entre 1220 y 1250.
Aunque la impresión general es que
efectivamente los elementos escultóricos de la fachada fueron reaprovechados
del antiguo edificio de la Paeria (en el fondo de algunas ménsulas parece
observarse una capa pictórica de color oscuro, sin duda de aplicación antigua,
otras presentan un notable desgaste posiblemente producido por los efectos
meteorológicos a los que se han visto expuestas durante largos siglos) hay que
contemplar la posibilidad que algunos de ellos hubiesen sido creados durante
las tareas de reconstrucción y restauración en la década de 1920 a imitación de
los existentes en la misma fachada o incluso reproduciendo motivos presentes en
la Seu Vella.
En cualquier caso, la arquitectura y cuidada
decoración de la antigua vivienda de los Sanaüja es una clara muestra de que
los miembros de la aristocracia no eran indiferentes al uso del arte como
código utilizado para expresar su poder y para definir su posición en la escala
de representación social.
Patio interior
Vestíbulo de la Paeria de Lleida.
Iglesia de Sant Martí de Lleida
la iglesia de sant Martí está ubicada dentro
del casco antiguo de la ciudad de Lleida, al pie del sector noroeste del tozal
de la Seu Vella, entre las calles Ronda de Sant Martí, Sant Martí y Jaime l el Conquistador.
A lo largo del tiempo esta iglesia ha pasado
por varios avatares, algunos de los cuales han supuesto notables alteraciones y
transformaciones en su estructura.
La mayor parte de los conocimientos que se
tiene en la actualidad del edificio son el producto, por un lado, de los
estudios basados en los trabajos del historiador Josep Lladonosa y, por otro,
en los resultados de unas excavaciones de una necrópolis medieval y unas
preexistencias islámicas, realizadas en 1982 en el sector de la calle de Sant
Martí.
Del periodo de construcción del templo no
existe constancia documental alguna, como tampoco la hay de la fecha de su
consagración. Las referencias más antiguas se encuentran en la Ordinario
Ecclesiae Ilerdensis de 1168, promulgada por el obispo de Lleida Guillem Pere
de Ravidats. En este relevante documento, que aporta informaciones para el
conocimiento de la organización eclesiástica de la Lleida de la etapa posterior
a la conquista cristiana, se señala que Sant Martí formaba una prepositura
junto con las iglesias de Sant Llorenç y Vilanova del Palau. Por otro lado, en
otro documento del mismo año se hace referencia a la venta de unas casas de la
parrochia Sancti Martini. Estas noticias han llevado a considerar que, en aquel
momento, el ámbito parroquial de la iglesia estaba ya determinado. La noticia
de la donación de las mezquitas de la ciudad y su entorno, que, tras la conquista,
efectuó Ramón Berenguer IV al obispo de Lleida, y que aparece en el documento
conocido como la Carta dotationis ecclesiae Ilerdensis (1149), ha sido
el apoyo en que se han basado los especialistas para considerar que las
iglesias de los primeros tiempos de la repoblación habrían sido alzadas sobre
antiguas mezquitas. Pese a ello, las excavaciones arqueológicas realizadas en
1982 no proporcionaron datos relacionados con ninguna mezquita, por lo que, por
el momento, no se puede corroborar la hipótesis sobre su existencia en el
lugar. El barrio de Sant Martí fue repoblado a finales del siglo XII y durante
el siglo XIII, como muestran las múltiples referencias a la iglesia y la
parroquia que aparecen en la documentación de esta época. Las murallas de la
ciudad cercaron la iglesia de Sant Martí y su ámbito parroquial y, al Norte del
templo, se construyó un portal inicialmente llamado Porta de Montsó,
porque allí tenía su origen el camino que comunicaba Lleida con esta localidad
aragonesa. Posteriormente esta puerta se conoció como Porta de Sant Martí,
debido a su proximidad con la iglesia.
Uno de los momentos más significativos para la
actividad de Sant Martí se produjo a partir del año 1300 con la creación, por
parte de Jaime II, del Estudi General de Lleida, que estuvo enclavado dentro de
los límites de la parroquia.
Esto hizo que hasta la desaparición de dicha
institución con el Decreto de Nueva Planta, la iglesia de Sant Martí se
convirtiese en capilla de la misma y, por lo tanto, en la sede en la que tenían
lugar sus actos académicos y celebraciones solemnes. Además, ello dio
prosperidad a la iglesia y al barrio durante la época bajomedieval, hecho que
se tradujo en la construcción de tres capillas góticas, una en el lado sur y
dos en el lado norte. La capilla meridional se abrió en la segunda mitad del
siglo XIV, muy cercana al ábside, en el lugar en que posteriormente se
instalaría la sacristía, y se dedicó a san Juan. Las del lado norte se alzaron
durante el siglo XV, la más oriental —que venía a formar una disposición
similar a un crucero con la del lado sur— fue dedicada a la Asunción de María,
la Assumpta. No conocemos la dedicación de la otra capilla-.
La guerra dels Segadors tuvo efectos
ruinosos tanto para la iglesia como para su barrio. El asedio de 1642 por parte
de las fuerzas de Felipe IV y los de los años 1646 y 1647 por las tropas
francesas dejaron la parroquia arruinada.
Además, la iglesia sufrió agresiones
importantes en su estructura, que provocaron la ruina de una de las capillas
góticas de la parte norte y, posiblemente, la desaparición de la capilla sur.
Entonces también se inhabilitó la iglesia como lugar de culto. Tras las guerras
del siglo XVII, la muralla del barrio de Sant Martí redujo su perímetro y la
iglesia se aprovechó como baluarte. El viejo portal de Sant Martí se construyó
de nuevo adosado al ábside del templo y la muralla se yuxtapuso a la parte
norte de la capilla gótica que quedaba en pie, con lo que pasó a convertirse en
una de las torres del nuevo portal. De este modo, sólo hubo necesidad de
levantar una torre al otro lado de la calle para tener esta estructura de
acceso completa.
La iglesia, abandonada y sin culto desde 1648, siguió la misma
suerte que otros edificios de la ciudad y se utilizó como alojamiento de
tropas. Más adelante, a finales del siglo XVIII, fue utilizada como parque
militar y, a principios del XIX, debió de transformarse en prisión correccional
para sustituir a la que funcionaba desde el tiempo de los Reyes Católicos en la
Paeria, pues según Lladonosa en 1816 ya había presos en ella. El arquitecto de
la Real Académica de bellas Artes, Antoni Cellers, recibió el encargo de
diseñar los planos para transformar la iglesia en prisión. Con todo, pronto se
debió de ver que esta instalación era insuficiente y dejó de tener este uso.
A principios de la década de 1890 el obispo
Josep Meseguer, discípulo del obispo Morgades de Vic, siguiendo la pauta de
éste en la recuperación del patrimonio eclesiástico, pidió al Estado la
devolución de Sant Martí en varias ocasiones para iniciar su restauración,
devolución que fue aprobada el año 1892. Con objeto de conferir al frontis
oeste del templo una puerta monumental según Montserrat Maciá la original se
había perdido durante los hechos bélicos del siglo XVII—, el obispo Meseguer
ordenó que se trasladase la puerta de la parroquial de El Tormillo, núcleo
perteneciente Peralta de Alcofea (Huesca), y se instalase en la fachada
ilerdense. Por su parentesco con otras puertas leridanas, le pareció a dicho
prelado, según comenta Lladonosa, “que ésta le cuadraría muy bien a Sant
Martí por tratarse de obras del mismo estilo”. Las obras de restauración
empezaron el 27 de diciembre de 1892, y el 28 de mayo de 1893 ya se
reconsagraba la iglesia. Los trabajos se ejecutaron de acuerdo con un proyecto
de Celestí Campmany, aunque no se llevaron a cabo de una forma completa por
falta de presupuesto. En la prensa de la época se recogieron algunas críticas
porque no se eliminaron las construcciones adosadas al templo que alojaban las
dependencias parroquiales, que lo ocultaban casi totalmente, y dejaban tan sólo
un estrecho paso que daba acceso a la puerta desde la calle. Estos edificios
existirían hasta la década de 1980.
La iglesia de Sant Martí de Lleida tiene una
planta formada por una sola nave rectangular y un ábside semicircular. La nave
se cubre con una bóveda apuntada reforzada por tres arcos fajones que apean
sobre semicolumnas lisas adosadas a los muros. Estas columnas, que se alzan
sobre zócalos rectangulares esculpidos con elementos vegetales, son rematadas
por capiteles de tronco de pirámide invertida y labrados con una decoración a
la que nos referiremos más adelante. El hemiciclo absidal se abre a la nave por
medio de un arco resaltado, de perfil apuntado, que apea en dos pilastras y una
semicolumna del mismo tipo que las que soportan los arcos Sajones. El interior
del paramento absidal se articula mediante una arquería formada por siete arcos
ciegos de medio punto que descansan sobre columnas adosadas al muro de menor
altura que las otras del edificio. Por encima, se aprecian los restos de un
ventanal ojival tapiado que antiguamente debió de iluminar el presbiterio.
Cerca del ábside, a ambos lados de la nave, se
abren dos arcos apuntados. El de la parte sur, en la actualidad tapiado,
comunicaba con la capilla de san Juan.
El del lado norte, de mayores dimensiones, se
abre a la capilla de la Assumpta.
Este espacio gótico, que, como sabemos, es el
único que se conserva de los varios que estuvo dotado el templo, es de planta
cuadrangular y está cubierto con una bóveda de arista con un medallón central
con la efigie de la Virgen.
Si pasamos a la decoración interior del templo
podemos constatar que los capiteles situados en el ábside, de menores
dimensiones que los de la nave, son de composición más trabajada. Poseen estos
un grueso cimacio en el que se desarrolla un tema geométrico con un doble
registro de zigzag, y se ornan con temas vegetales. Encontramos aquí la única
representación zoomorfa que existe en el conjunto de capiteles del templo, que
presenta un ave de composición simétrica que podría representar un águila o un
búho. En cuanto a los capiteles de la nave, debido a la mayor longitud del
fuste de las columnas, estos destacan por su visibilidad, con unos temas
vegetales que presentan una decoración con elementos florales y hojas
esquematizadas. Se hallan coronados por una imposta exenta de trabajo
ornamental, a excepción de dos de ellos, los más cercanos al ábside, que
ostentan cenefas vegetales.
En el exterior del edificio se constata que el
aparejo de los muros es de sillería regular de tamaño mediano. El muro del
ábside es liso, sin otro ornato que el friso de canecillos lisos que corre por
debajo del alero y se prolonga por los muros. En la fachada norte, también
totalmente lisa, sólo resaltan los contrafuertes correspondientes a los arcos
interiores.
También sobresale de este muro el volumen de la capilla gótica de
la Assumpta. El exterior de los muros de la capilla y de la nave presenta un
notable estado de degradación, puesto que se han visto sometidos a la erosión
producida por las aguas pluviales. El paramento externo del muro sur es
posiblemente el más irregular de todos los exteriores a consecuencia de la
anexión, en época moderna, de los edificios de las dependencias parroquiales.
Se abre en él una ventana de medio punto muy cercana al ábside En este lado
también hay practicada una puerta que está formada por dos arcos de medio punto
apoyados sobre impostas con bordones que sobresalen de la línea del muro. Estos
dos arcos están rodeados en la parte del guardapolvo por una moldura con diente
de sierra.
El alzado principal de la iglesia, el Oeste,
consiste en un frontis liso rematado por una espadaña dividida en dos zonas, la
primera con dos ventanales y la segunda con uno. Tiene un gran ventanal de arco
de medio punto, desprovisto de cualquier suntuosidad, que ilumina el interior
de la nave En esta misma fachada se abre otra portada, a la que hemos hecho ya
referencia, que no es originaria del templo ilerdense, sino que proviene de la
localidad aragonesa de El Tormillo. Su disposición se define por un alto zócalo,
que disminuye a medida que sube la escalinata de acceso, de siete peldaños.
Vienen después las bases que sostienen cuatro columnas cilíndricas por banda
colocadas entre los ángulos de las jambas.
Los capiteles son troncocónicos
invertidos, sin otro adorno que un pequeño motivo floral en el ángulo.
Las
columnas y capiteles sostienen cinco arquivoltas labradas con los siguientes
motivos (del exterior al interior) : molduras, motivo de zigzag, dientes de
sierra y arquillos. No hay duda que la decoración de este portal remite a todo
un conjunto de portadas que la historiografía artística suele denominar “Escuela
de Lleida”, caracterizada por un despliegue de motivos ornamentales entre
los que no faltan los de la antigua portada de El Tormillo.
Acerca de la cronología de este templo se puede
aducir, atendiendo tanto a su configuración arquitectónica como a las
características constructivas que hemos descrito, que pese a que en los
documentos de 1168 no se hace referencia explícita alguna a la existencia de la
iglesia, su construcción podría situarse en un momento cercano, es decir, en la
segunda mitad del siglo XII.
Con respecto a las excavaciones arqueológicas,
en 1982 se realizó una campaña en la zona que queda entre la pared norte de la
nave de iglesia, las paredes oeste y norte de la capilla lateral gótica y las
calles de Jaime l el Conquistador, de Sant Martí y de la Ronda de Sant Martí
(en total unos 200 m’).
Aparecieron entonces varios restos
constructivos, canalizaciones para aguas, balsas y silos, que manifiestan que
en el lugar hubo construcciones antes del asentamiento de la iglesia románica.
Se hallaron también restos cerámicos, la mayor parte de los cuales corresponden
al periodo de utilización de las estructuras citadas, que se situaría entre
finales del siglo XI y la primera mitad del XII, es decir, en una fase de
dominio andalusí. En el área excavada además aparecieron cincuenta y siete
enterramientos, correspondientes a cronologías que van de finales del siglo XII
— momento de creación de la parroquia—, hasta mediados del siglo XVII —cuando
la iglesia dejó de ser utilizada como lugar de culto—. Se encontraron tres
tipos de tumbas. excavadas en la roca, que se habrían desarrollado en el siglo
XII y parte del siguiente, por lo que se deben de relacionar con los orígenes
del templo, de losas, que debieron tener su uso a lo largo del siglo XIII hasta
mediados del XIV; de foso simple, que se debieron practicar desde aquel momento
hasta mediados del XVII. En la necrópolis se encontraron también dos estelas
funerarias de tipo discoidal, una de ellas, sin pie, con una cruz en el anverso
y unas balanzas en relieve en el reverso. La otra, entera, con relieves cuyos
motivos no se distinguen por causa de la erosión. En los estudios arqueológicos
se estableció que estos elementos corresponderían al momento de los
enterramientos más antiguos. Es también destacable que durante la excavación se
localizaron los cimientos de un muro, de unos 4 m de largo por unos 1,5 m de
ancho, adosado a la pared de la capilla de l'Assumpta en dirección oeste, que
los arqueólogos creen que corresponde a la muralla alzada tras las guerras del
siglo XVII, cuando se redefinió el dispositivo de defensa de esta parte de la
ciudad.
Entre los años 1987 y 1997 se efectuaron tres
actuaciones orientadas a la revalorización monumental del conjunto. Las dos
primeras fueron de restauración y consistieron en la reparación de la cubierta
y de la fachada de la calle de Sant Martí y en el derribo de los edificios
anejos al alzado meridional del templo con las dependencias parroquiales,
permitiendo con ello una visión más limpia del conjunto. La tercera
intervención fue aparejada al condicionamiento de la iglesia como sala de las
obras de escultura en piedra del Museu Diocesá.
Santa Maria de Gardeny
Una de las primeras Referencias a la iglesia de
Santa Maria, que fuera la capilla de la encomienda templaria de Gardeny, se
remonta a 1156, cuando Guillem de Ponts y su esposa Estefanía hicieron una
donación de los bienes que tenían en la ciudad y en el término de Balaguer a la
Orden del Temple para la redención de su alma y de la de su hijo, que era enterrado
apud Gardenium in eclesia predictorum militum. Tres años después fue
firmado un documento in ecclesia Sancte Marie de Gardenno por el cual Berenguer
de Anglesola y su hermano Bernat dieron al comendador, Pere de Cartellá, una
pieza de tierra.
De 1173 data el testamento sacramental de Guillem
de Cervera, que fue jurado supra sanctum altare Sanctae Mariae de Gardenio
por Berenguera, su viuda, y otros testigos.
Durante el siglo XIII, la iglesia
de Santa Maria de Gardeny devino un centro religioso de primer orden. Los
frailes consiguieron captar la devoción de muchos fieles que veneraban a la
imagen de la Virgen de Santa Maria de Gardeny, que presidía el altar mayor, y
hacían donaciones para que quemaran lamparillas o candelas en el mismo. Consta,
por ejemplo, que en 1202 Guillem de Anglesola, para la reparación de su alma y
de la de su padre, dio a la casa de Gardeny una pensión de quince sueldos del
censo que recibía de Corbins para que se mantuviera una lámpara de plata
encendida día y noche ente altare dicto Sancte Marie Cardenii. De igual
modo, Guerau de Caçola, canónigo de Lleida, dispuso en su primer testamento en
1216, que tras su muerte hubiese una candela encendida perpetuamente ante el
altar de santa María para la salvación de su alma. Serían tantas las dádivas de
estos fieles, que la casa creó una institución religiosa, denominada Lampada
charitatis, para que se encargara de gestionarlas. También se refiere a
esta iglesia el testamento de Bernarda Sança, mujer de Tomás de Santcliment,
entregado en 1260, en el que eligió sepultura in capella quem pater meus
hedificavit in domo Gardeni, noticia respecto a la que hay que suponer,
siguiendo lo apuntado por Francesc Fité, que se trataba de una de las capillas
próximas al presbiterio.
Joan Fuguet señala que Santa Maria de Gardeny
fue también un importante santuario al que acudían peregrinos y devotos. Es
bien sabido que la ciudad de Lleida era un punto importante de la ruta
compostelana, puesto que en ella confluían diversos caminos catalanes
procedentes de los Pirineos y de la costa, además del peregrinaje llegado por
mar. Los documentos prueban que Gardeny disponía de un hospital para acoger
pelegrinos y viajeros que acudían a venerar la imagen de la mencionada Virgen.
La noticia más antigua que habla de este hospital aparece en 1216, cuando Guerau
de Caçola, canónigo de la catedral de Lleida, donó por testamento un hospital y
sus otros patrimonios de la ciudad del Segre sub cura ef custodia domini mei
Magistri milicie Templi que per tempore fuerit et omnium aliorum fratrem qui
per amore Dei et salute animarum suarum visitent loca et omnia hec supradicta
tenere et observare faciant.
Centrándonos ya en el análisis arquitectónico,
la iglesia de Santa Maria es un edificio de nave única que se cubre con bóveda
de cañón apuntada que arranca de una imposta biselada. La cabecera de este
templo presenta un ábside poligonal de cinco paños, tipología poco habitual
ante la cual algunos autores, como por ejemplo Luís Monreal y Martí de Riquer,
consideraron que se trataba de una estructura alzada más tardíamente que la
nave. Esta hipótesis, recogida posteriormente por otros estudiosos, entre ellos
el mismo Fuguet i Sans, quedó invalidada en 2011 con la realización de unos
sondeos en la zona de unión entre ambos cuerpos del edificio, que confirmaron
que las dos construcciones eran efectivamente coetáneas, pues encajaban
perfectamente. Resulta también de interés, en relación con lo objetado de la
tipología de dicha cabecera, recoger la opinión de Fité, el cual consideró que
corresponde a un ejemplo temprano del ábside poligonal que más adelante
caracterizaría los templos góticos en las tierras de Ponent. Con todo, hay que
notar, en cuanto a la arquitectura templaria, que esta solución se encuentra
también en el castillo de Monzón.
Exteriormente, los soportes se resuelven con
cinco contrafuertes de perfil escalonado. Tres se adosan a mediodía y dos al
Norte. De ellos, cuatro se sitúan en los ángulos de la nave y sólo uno se
adhiere al centro del muro sur.
Su función principal sería la de reforzar los
muros de la nave para compensar las presiones laterales de la bóveda, aunque
los dos contrafuertes de los ángulos del muro occidental soportarían también el
peso del mismo frontispicio y de un campanario de espadaña, hoy desaparecido.
Estos elementos deben de corresponder a la primera gran reforma del edificio
original, que debió de tener lugar entre la segunda mitad del siglo XII y
principios del XIII. Se considera este margen temporal porque, por un lado, sus
hiladas no se corresponden con las de la nave primitiva y, además, el
contrafuerte central del muro meridional inutilizó una de las ventanas
originales, lo que apuntaría a una construcción ulterior a la nave, y, por
otro, no pueden ser posteriores a la construcción de la capilla sur, que cómo
veremos data de la primera mitad del siglo XIII, pues se sobrepone al
contrafuerte de este lado, lo que confirmaría la construcción de la capilla con
posterioridad a los contrafuertes.
En relación con los elementos de sustentación
en el interior, hay que referirse al único arco fajón del templo, que se ubica
cercano a la cabecera y que apea en una columna adosada con contrapilastra,
solución típica de la arquitectura cisterciense y de la templaria de Tierra
Santa, según afirma el mismo Fuguet.
Respecto a este elemento constructivo, la
crítica ya ha puesto repetidamente de relieve que no corresponde al tiempo en
el que se alzó la iglesia, pues oculta parcialmente una ventana original, hoy
cegada, en el muro norte, de modo que es indudable que el arco fajón es
posterior a esta abertura. Otro de los elementos de sustentación, que en este
caso, y a diferencia del anterior, planteaba dudas con respecto a su situación
dentro de la evolución constructiva del edificio hasta la realización de los
trabajos arqueológicos de 2005, era un contrafuerte adosado a la pared norte,
entre la nave y el ábside, del que se confirmó que se trata de una estructura
posterior a la construcción original de la nave.
Pero éstas no fueron las únicas incógnitas
resueltas por dichos sondeos arqueológicos. Las dos capillas laterales del
templo, abiertas, una a cada lado, entre el arco y el ábside, y dispuestas como
si de un reducido crucero se tratase se cubren con bóveda de cañón apuntado
perpendicular a la nave. Si bien tradicionalmente se había considerado que la
capilla norte, dedicada a santa Ana, era coetánea a la construcción la iglesia,
las catas pusieron de relieve que su edificación era posterior al cuerpo del
templo. Esta sucesión constructiva se hizo constatable por la existencia de un
repicado en la pared occidental del contrafuerte, hecho para encajar el
arranque del arco apuntado que cubría la capilla. Por otro lado, respecto a la
capilla sur, consagrada a san Salvador, los estudios históricos y
arquitectónicos afirmaban desde antiguo que se trataba de un añadido al cuerpo
principal del templo, de modo que su construcción tendría que fecharse con
posterioridad a éste, en concreto en la primera mitad del siglo XIII, si se
atiende a la datación de las pinturas murales que se descubrieron en su
interior, a las que nos referiremos con detalle más adelante.
Es probable que el arco fajón fuera incorporado
para reforzar la bóveda cuando se abrieron estas capillas, de las cuales, no
obstante, no se conoce si fueron coetáneas entre sí.
La ornamentación interior de la iglesia es muy
sobria. Los elementos más destacados son los capiteles sobre los que descansa
el arco fajón, cuya decoración consiste en dos registros de hojas que doblan
sus puntas hacia el exterior y rebajes en los collarinos. Hay que señalar que
esta es una solución que se aleja de la escultura románica característica de la
ciudad de Lleida, representada por los talleres de la Seu Vella, con
ricos e intrincados repertorios, y que más bien se aproximaría a un
planteamiento sencillo y de notable sobriedad decorativa.
Por otro lado, tanto las noticias documentales
como los vestigios existentes, informan de la presencia de una serie de doce
cruces inscritas en círculos en bajorrelieve que estaban incisas en los muros
laterales. Estos símbolos, tal y como ya informaba el inventario de 1591, son
de las señales indicativas de la consagración del templo (“dotse Creus
granades y senyalades de vermell y redones a modo de cèrcol y antigues que és
yglésia consagrada”).
Algunas de estas cruces ya fueron documentadas por
Joan Fuguet, que las descubrió en sillares a poca altura en los laterales de la
nave. Otra se halló entre los restos del muro que separaba el ábside de la
nave, alzado en el siglo XVIII para convertir el ábside en polvorín, y que se
derribó durante las intervenciones de 2011. Cruces análogas a esta aparecen
incisas en las impostas del porche norte del conjunto templario de Barberá de
la Conca.
A excepción de la puerta, a la que nos
referiremos a continuación, la ornamentación exterior del templo de Santa Maria
es tan escasa como la interior, pues se limita a las dovelas de la puerta y las
ventanas y a los canecillos lisos de la cornisa de la capilla sur. Así pues, el
aspecto exterior del edificio es muy sobrio, con muros de piedra macizos de 1,5
m de grosor.
Como se ha apuntado, el coronamiento en la fachada occidental
estuvo constituido por una espadaña hoy inexistente. La desnudez y el carácter
macizo de los muros, y en especial el amplio frontis, dan a esta iglesia un
remarcable aspecto de severidad. No podemos pasar por alto la presencia de los
restos de algunos canecillos a unos 2 m por encima de la puerta del frontis, lo
que permite imaginar que en este punto del templo habría habido un porche.
Según Fuguet, es probable que se trate de los vestigios materiales del
cementerio de sepulturas principales que menciona la descripción de la visita
de mejoramientos del año 1591: “davant de la prop dita porta hy ha una
quadra ab sinch sepultures alrededor, les quals amontren ser de persones molt
principals e illustres, y les parets de l'entorn molt bones y de pedra picada y
a modo de claustro”.
En la actualidad la iglesia tiene tres puertas,
una en el sector norte, otra en el oeste y otra en el sur. Pero parece, tal y
como han señalado diversos autores, que originariamente sólo había una puerta,
la practicada en el muro norte, que es la que daba acceso al patio del recinto
superior del conjunto. Esta puerta está formada por una serie de arcos
concéntricos moldurados y en degradación, el más interior de los cuales se
decora con gallones cóncavos, lo que hace de ella un elemento singular en el
contexto austero de la arquitectura de conjuntos templarios.
En cuanto a las ventanas, en origen el templo
tenía cuatro, actualmente muy alteradas por las reformas que han sufrido los
muros durante la fase en que el conjunto fue cuartel militar. Se abrían en los
muros laterales de la nave, una en la parte norte y tres en la sur, y todas
presentaban una misma tipología, con arco de medio punto y doble derrame. La
primera es la ventana que se emplaza casi por debajo del arco fajón, a la que
ya se ha hecho referencia.
Actualmente, las tres aberturas que del muro meridional
están tapiadas por varios elementos adosados posteriormente. Hay otras dos
ventanas en el templo que corresponderían a fases constructivas tempranas,
ambas de medio punto. Una de ellas está dispuesta en la fachada occidental,
mientras que la otra ilumina la capilla sur.
Como hemos detallado en la exposición relativa
a los edificios del castillo, la iglesia conventual fue construida
independientemente de la casa fuerte.
Posteriormente pasó a comunicarse con las
dependencias del castillo mediante un edificio-corredor anejo, que, en un nivel
inferior, daba acceso al ábside del templo. También se accedía al templo por
una puerta elevada abierta por encima de la capilla norte, desde donde se
bajaba con una escalera de madera, sistema que nos es conocido tanto por el
inventario del siglo XVI como por los planos militares del XVIII. En 2005, se
pudo corroborar su existencia gracias a los resultados de unas prospecciones arqueológicas.
Con todo, no hay pruebas de que esta estructura hubiese existido en la fase
románica del templo, y más bien parece que sería posterior.
Igual que lo establecido en relación con el
edificio del castillo, la construcción de la iglesia de Santa Maria se situaría
durante la segunda mitad del siglo XII. En este sentido es preciso remitir a la
fecha de 1202, cuando ya se menciona el altar de Santa Maria de Gardeny. Por
otro lado, hay que recordar que la construcción fue objeto de posteriores
modificaciones, entre las que destacan la construcción de un arco fajón y dos
capillas, una a cada lado del templo, hacia mediados del siglo XIII. Con respecto
a la tipología de templo, es interesante traer a colación la tesis apuntada por
Puig i Cadafalch, que la definió como un ejemplo representativo de la escuela
provenzal con gran influencia cisterciense, la cual reconocía tanto en el uso
de la bóveda de cañón apuntada como en la sobriedad decorativa.
Es preciso hacer una breve mención a las
restauraciones orientadas a la conservación de la iglesia llevadas a cabo en el
templo en tiempos recientes, concretamente entre 2010 y 2011, en las que se
construyó una red de evacuación de aguas pluviales, se rehabilitaron las
cubiertas, tanto de la nave como del ábside, se reconstruyó la cubierta de la
capilla sur, se derribó el muro que separaba la cabecera de la nave principal y
se hizo una reconstrucción provisional de la capilla norte.
Pinturas murales
En 1987, se descubrió un conjunto de pinturas
murales de notable relevancia dentro de la órbita de las manifestaciones
artísticas de la Orden del Temple, el cual fue restaurado por los servicios de
la Generalitat de Catalunya. Según Joan Fuguet, el hallazgo, pese a su grave
estado de conservación, fue importante no sólo en el contexto de la pintura
catalana del XIII, sino también del arte templario, puesto que, junto con las
pinturas de Puig-reig (Berguedà), son las únicas manifestaciones pictóricas del
arte templario de Cataluña y una de las pocas de Europa. Por otro lado, en el
mismo momento de su descubrimiento, Joan Ainaud ya destacó, en declaraciones al
diario La Vanguardia (14 de agosto de 1987, p. 21), que “son de las pinturas
más antiguas descubiertas en Lleida, pues allí la mayoría son góticas. Estas
son románicas, de mitad del siglo XIII, del cual hasta ahora sólo se conocía la
decoración de la capilla de la den de Lleida”, en referencia a la capilla
de santo Tomás de la antigua catedral ilerdense. A la espera de un estudio
exhaustivo de estas pinturas, de las que en 2011 Montserrat Pagés presentó una
ponencia de la que por el momento no existe la publicación, la aportación que
presentamos se basa en las informaciones historiográficas que hasta el momento
se conocen.
Las pinturas constaban de varios fragmentos,
situados en el sector meridional del templo, entre el arco fajón y la capilla
de san Salvador, así como en el interior de la misma capilla. El primer
fragmento formaba parte de una decoración que cubría el muro lateral del templo
y la contrapilastra del arco fajón, por lo que no se puede descartar que todo
el interior del edificio hubiese estado decorado pictóricamente. Dicho
fragmento presenta dos motivos decorativos distintos: por un lado, en el muro
propiamente dicho, imita un aplacado de mármoles o sillería que se perfila con
una doble línea negra, mientras que por el otro, en la contrapilastra, presenta
una cenefa vertical que, con el mismo tipo de dibujo con línea negra, tiene
elementos circulares concéntricos de temática vegetal que esquematizan flores y
hojas combinadas con bajas que siguen las curvas. hay que señalar que varios de
los monumentos templarios que conservan pinturas suelen exhibir programas
compositivos donde las soluciones lineales geométricas juegan un papel
importante, como por ejemplo en Cressac (Poitou-Charentes) o Saint-Christophe
Montsaunès (Haute-Garonne).
Más interesantes son los fragmentos
provenientes del interior de la capilla, puesto que se trata de una decoración
historiada. Un primer fragmento se ubicaba en origen en la mitad derecha de la
pared oeste y en la parte de la bóveda que queda por encima de ella, en donde
habían pervivido los restos de una composición basada en dos registros
horizontales: en el superior hay seis figuras nimbadas y con libros en las
manos y en el inferior otros seis personajes sin aureola y con las manos juntas
en actitud beatífica, mirando hacia el centro de la composición. Queda también
un fragmento de la cenefa que parece que dibujaba una mandorla.
Desgraciadamente estas pinturas sufrieron un grave ataque pocos meses después
de su descubrimiento y restauración, en el que se destruyeron las cabezas de la
mayor parte de personajes del registro superior. Este hecho provocó que se
arrancara de forma urgente la capa pictórica de los restos del fragmento
mutilado con la técnica de strappo y se traspasó a un apoyo rígido. Actualmente
este fragmento se conserva en el almacén municipal de arqueología de Lleida a
la espera de una posible recolocación. El segundo fragmento, que en este caso
sigue in situ, representaba un cielo con estrellas de ocho puntas. La
identificación del tema iconografico del fragmento hoy descontextualizado
resulta bastante clara, pues se trata de una representación del Cristo
triunfante del Juicio Final con las figuras de los apóstoles a los lados y, por
debajo de ellos, los elegidos que miran hacia la figura central.
Este debió de
ser un tema que gozó de cierto prestigio en la iconografía templaria, puesto
que también figura en el ábside de la iglesia de san Bevignate de Perugia, en
donde, como ya apuntó Fuguet, las figuras de los elegidos son prácticamente
iguales a las ilerdenses. Por otro lado, el repertorio iconográfico con
estrellas se puede encontrar también en otros conjuntos murales templarios,
como por ejemplo en los ya citados frescos de Montsaunés.
Con respecto al contexto cronológico de estas
pinturas, hay consenso en situarlas en un momento coincidente con la fundación
de la capilla de san Salvador, es decir, a mediados del siglo XIII. Rosa Alcoy,
esgrimiendo tanto argumentos de tipo estilístico como por su temática de
dimensión escatológica, considera que estas pinturas se aproximan al llamado
círculo de Lluçá, grupo heterogéneo de obras relacionadas con un frontal —y sus
laterales— dedicado a la Virgen, procedente de esta localidad de la comarca de
Osona. La autora las sitúa, no obstante, en un estadio avanzado, que se
ubicaría, en coincidencia con los autores antes citados, en torno a 1250 Así
pues, y dentro de un contexto catalán, la ejecución de las pinturas de Gardeny
se situaría coetáneamente a las pinturas de Sant Pere de Casserres, la primera
fase pictórica de los frescos de Santa Maria del Bruc o, mucho más cercanas a
Lleida, la cabecera del templo del monasterio trinitario de Avinganya (Seròs).
Terminamos con un último apunte relativo a las
restauraciones de las pinturas, puesto que después de la intervención ya
mencionada de 1987, han sido objeto de nuevos trabajos. La segunda intervención
documentada, en 2008, consistió en la realización de un estudio para
identificar la presencia más pinturas murales en la iglesia. Se localizaron
entonces los restos de una cenefa decorativa con motivos vegetales y un escudo
de ejecución simple pintado directamente sobre la piedra, ambos en el paramento
lateral sur de la nave, a unos 4 m del suelo. Se constató también la presencia
de restos en la zona comprendida entre capilla y el arco fajón, concretamente
en el frontal de la contrapilastra y por encima del platón más extenso de
imitación de sillería hasta llegar a la cornisa superior. Además, se
localizaron otros fragmentos en los muros interiores de la capilla, uno sito
detrás del doble muro y el otro, recubierto de cemento portland, sobre el
paramento izquierdo. Finalmente, la última intervención de la que han sido
objeto las pinturas, se produjo en 2010-2011, paralelamente a los trabajos de
conservación y restauración arquitectónica preventiva efectuados en el templo.
En este momento se localizan otros restos pertenecientes al mismo periodo según
determinaron las analíticas. El derribo del muro del siglo XVIII que separaba
la cabecera de la nave dejó al descubierto restos de pintura mural entre el
espacio de la capilla sur y el arranque del ábside. El fragmento más
representativo de este hallazgo sería una inscripción difícil de descifrar
debido a su pésimo estado de conservación.
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