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jueves, 30 de enero de 2025

Capítulo 33, Románico en Lleida, Catedral, Casal de Paería, Iglesia de Sant Martí, Santa María de Gardeny

 

Lleida y su territorio en los siglos del románico
La desestructuración del territorio tras la invasión islámica en el siglo VIII facilitó la penetración franca, estabilizando la frontera al inicio del siglo IX. La unidad carolingia se resquebrajó por su crisis interna, lo que derivó en unos condados autónomos, que se consolidaron económica, social y políticamente entre los siglos IX y X. Durante este siglo, la aristocracia formada por familias condales, vizcondales y vicariales y la jerarquía eclesiástica, constituida por obispos y monasterios, se abocan sobre la frontera identificada con un espacio de separación administrativamente desorganizado y que pasa a estructurarse mediante distritos castrales y el impulso agrario. La feudalización y la reforma gregoriana se alían para justificar ideológicamente la conquista del territorio musulmán en el siglo Xl, lo que da lugar a una sistemática estructuración de las tierras nuevas. A mediados del siglo XII, la ocupación de Lérida, hasta entonces la ciudad musulmana más extrema, no sólo cierra temporalmente la fase expansiva sino que da paso a una dinámica febril de atracción demográfica, desarrollo económico y especulación urbanística, que aúna la consolidación del feudalismo y la pujanza de las nuevas elites urbanas un nuevo marco institucional y social surge de este aparejamiento, que no deja de reflejarse en la huella arquitectónica y expresiva.

Establecimiento y consolidación de la sociedad condal
En 726 los musulmanes culminan su absorción del antiguo y caduco reino visigodo al completar la conquista de Septimania, la provincia goda al norte de los Pirineos.
Inmediatamente, la falta de cohesión de la sociedad islámica contrasta con el reforzamiento franco impregnado por los pipínidas. Así, los francos, que en los siglos precedentes habían protagonizado repetidas tensiones fronterizas contra los visigodos, ahora justifican su apetencia sobre el antiguo reino godo como un justo acto de liberación combatiendo al invasor musulmán. En 759 toman Narbona, pero en 778 fracasan ante Zaragoza. En vez de un rápido avance sobre el valle del Ebro, se impone un progresivo afianzamiento al sur de los Pirineos, integrando Cerdaña y Urgel en el 789, si bien dos años después el ataque musulmán destruye Urgel. La toma de Barcelona en 801 estabiliza el avance Franco hasta el eje fluvial Llobregat-Cardener y las cabeceras montañosas tras la sierra de Boumort.
El poder carolingio estructura estos territorios mediante condes, situando bajo la responsabilidad de cada uno un conjunto de valles o territorios homogéneos, a veces denominados pagus: el conde de Urgell rige los valles de Andorra, San Juan, Castell-Lleó, Vall- Llobregá, Tost y los territorios Elisitano y de Urgel, del mismo modo que el conde de Cerdaña singulariza el espacio occidental de sus dominios como pagus Baridanense. Una misma percepción puede expresarse mediante diversas denominaciones, como sucede en Pallars con el territorio de Orrit, nítidamente singularizado si bien referenciado, en los siglos IX y X, como valle Urritense, pago Orri tense, in apendicio de chastro Oritense o simplemente in apendicio Uritense. Así, la unidad socioeconómica territorial puede reforzarse gracias al papel districtual ejercido por una fortaleza a la vez defensiva y controladora, tal como también sucede con los castillos de Bar y Elins sobre los mencionados territorios Baridense y Elisitano. En cualquier caso, el condado no es referente en este momento: en 868, por ejemplo, se dona una propiedad in pago Palariense in locum ubi dicitur Insitile.
La acusación de adopcionismo, que acaba con el obispo Félix de Urgel encarcelado en Lión desde el 799 hasta su muerte en 818, facilita la substitución de la Iglesia visigoda por la carolingia. La diócesis de Urgel, como las de Elna, Gerona y Barcelona, restan adscritas a la sede arzobispal de Narbona y la imposición de la liturgia romanofranca modifica el santoral, las oraciones y el ritual.
La introducción de los nuevos libros litúrgicos, rápidamente copiados durante el primer cuarto del siglo IX, especialmente en Narbona y Aniana, facilita la difusión de la letra carolina y no obstaculiza que las bibliotecas mantengan las obras de autores clásicos procedentes de la Hispania visigoda, como Isidoro de Sevilla, o que la justicia y la ordenación de la cotidianidad siga aplicándose, hasta el siglo XII, mediante el Liber Ludiciorum Visigodo. Las canónicas, por su parte, se acogen a la regla de San Crodegando asumida en 816 por la asamblea de Aquisgrán, tal como aplica la catedral de Urgel en 835, a la vez que las comunidades religiosas asumen la regla benedictina según la adaptación de Benito de Aniana aprobada en la asamblea de Aquisgrán de 817. Los magnates canalizan su piedad y sus intereses familiares mediante la fundación de numerosos monasterios, inicialmente en ásperos espacios montañosos, sobre los que en general mantienen su injerencia, especialmente en la designación de sus rectores.
La Iglesia recibe numerosas y cuantiosas donaciones por piedad, especialmente a modo de legados testamentarios, pero también como penitencia (Ermengol I en 997 cede a la Iglesia catedralicia las villas de Lart y de Arcavell como penitencia por un homicidio), y como resultado de sus diversas reclamaciones judiciales o de adquisiciones. Los grandes cenobios pronto absorberán a los menores y extenderán su influencia: Sant Serni de Tavérnoles en 914 integra cinco comunidades menores próximas y en 1019 impone la regla benedictina a Sant Llorenç de Morunys. También las iniciales fundaciones femeninas van siendo integradas bajo el dominio de cenobios masculinos: Sant Pere del Burgal en 966 ya depende de Gerri de la Sal. La relación que el mismo cenobio de Burgal pudo mantener con la Grassa en el siglo X ejemplifica la generalizada relación con el norte del Pirineo, también patente en las donaciones piadosas.
El poder condal integra entre sus deberes la atención hacia la Iglesia: Ermengol I en 1004 impone la fusión del cenobio de Sant Climent de Codinet con Sant Andreu de Tresponts o de Centelles. La misma injerencia se ejerce sobre el episcopado por parte del conde de Urgel, lo que levanta recelos en los otros condados que comparten obispado, Pallars y Cerdaña, con momentos especialmente tensos como sucede en este último a fines del siglo IX. El pacto establecido poco antes de 1003 entre el conde Ermengol y el obispo Sala, hijo del vizconde cerdano de Conflent, garantiza la sucesión del prelado en su sobrino a cambio de que jure fidelidad al conde y de que éste reciba una compensación económica, lo que pone en evidencia el nivel de patrimonialización de los oficios eclesiásticos.
Inicialmente los condes apenas residen en el condado, dado que éste se suma a la retahíla de titulaciones de que son objeto de confianza por el soberano, participando activamente en las tensiones dinásticas que, en el siglo IX, van fracturando un imperio cada vez más segmentado entre señoríos y linajes. La estrecha relación con los territorios orientales y, por aquí, con el eje del Ródano que comunica directamente con Borgoña, es compatible con la participación dentro del ámbito de Aquitania mediante la vinculación con Tolosa, nítida en Ribagorza y Pallars hasta el 872. En 878 el conde Wifredo de Urgel y Cerdaña es designado, a la vez, conde de Barcelona y Gerona. Es el último nombramiento real: con la división del imperio carolingio en 843 los dominios pirenaicos habían pasado a formar parte de la Francia occidentalis, pero la propia crisis carolingia alejará las intervenciones directas del soberano. Las visitas condales a la corte real hasta mediados del siglo X, los privilegios recabados al monarca hasta el cambio de dinastía en 987 e incluso la datación documental por los reyes franceses hasta fines del siglo XII, son compatibles con una práctica independencia condal. A partir del 897 Cerdaña y Urgel dejan de compartir titular, como sucede entre Ribagorza y Pallars a partir de 920. Se afianzan los respectivos linajes condales, con los titulares sucedidos por sus descendientes y utilizando como propio el disco condal. Las peregrinaciones a Roma facilitan la visualización de la posición condal: Ermengol I en 998 trata con el papa Gregorio V y el emperador Otón III, y en 1001 se entrevista con Silvestre II. Las fuentes musulmanas se referirán a él con el tratamiento propio de los soberanos: malik Armaqumd.
El control del saber por parte eclesiástica garantiza a la Iglesia un fuerte acceso al poder condal, en instancias judiciales y controlando la escribanía. Tras los condes, destacan el vizconde (con matizaciones en Pallars, donde la figura se perfila en el siglo Xl), y los vicarios, encargados de custodiar y regir distritos castrales. Los posesores de estos oficios los van patrimonializando, a la vez que se apropian de las rentas inherentes, tanto los vicarios con las tributaciones locales como los vizcondes reteniendo dominios como hace el urgelés en Castellbó antes de cerrar el siglo X. Así, una progresiva señorialización y centralización va afianzando una aristocracia basada en las familias vizcondales y vicariales. No faltan, con ello, las tensiones con los condes, razón por la que en el 964 el conde de Ribagorza secuestra bienes de diversos barones a los que acusa de traidores.
Todos se benefician del aumento demográfico y del incremento del espacio agrario mediante aprisio (presura) de tierras no cultivadas por parte de unidades familiares, actuación que va poniendo de relieve la falta de unidad de explotación y de propiedad de las antiguas villas, aún utilizadas como referente espacial tributario hasta alrededor del año 1000. Los señores no dejan de estar atentos a la ganadería bovina y porcina: en 1007, el testamento de Ermengol I dispone de cien cerdos procedentes de la bailía de Isarn. El incremento de la viña y del cereal concuerda con el desarrollo de molinos hidráulicos para elaborar harina, aprovechando los diversos cursos fluviales del Pirineo. La ferramenta de algunas piezas necesarias se suma a la mejora en los utensilios agrícolas para incentivar incipientes herrerías, en el mismo escenario de montaña. Los excedentes agrarios se pueden intercambiar en los mercados que, a la vez atraen productos lujosos (orfebrería, telas y especias) gracias a las vías de comunicación con el sur a través de capitales musulmanas como Lérida. El mercado de Urgel ha mantenido su posición, revertiendo una tercera parte del teloneo de los productos a la sede episcopal, según la donación de Carlos el Calvo en 860: terciam partem telonei omnlum negociatorum per eandem parroechiam transeuntlum atque merchiantium. El vigor no hará más que afianzarse. en las primeras décadas del siglo Xl una feria completa el mercado semanal de Urgel. Al mismo tiempo, otros centros van desarrollando destacados mercados: en Pallars se documentan, en los siglos X y Xl los de Llavorsí, Corts o Peramea, Castellsalat y destacadamente Gerri, estos tres últimos favorecidos como centros extractores de sal. Las capitalidades afianzadas por las sedes con dales contribuyen a cohesionar el respectivo condado, justo cuando se está asentando la función gubernativa de su titular. La unidad territorial de los condados va siendo asumida popularmente en el siglo X, tal como evidencia su uso en ubicaciones. Burgal, por ejemplo, se sitúa en el valle de Áneu, a su vez en el condado de Pallars: alodem nostrum quem habemos in comitatum Paliarense in valle que nuncupant Anaviense".
Los núcleos urbanos incrementan sus dimensiones al mismo tiempo que se densifica el espacio rural. El vigor socioeconómico impulsa la expansión más allá de los iniciales límites con dales: en la antepenúltima década del siglo IX se incorporan al condado de Urgel los valles de Nempás (Cabó), Lavansa y Lord, que, con sus comunidades campesinas, habían restado desarticulados en el inicio de la franja fronteriza. El pagus de Lord, en la extensa cabecera del río Cardener, se incorpora a la autoridad condal y episcopal respetando sus singularidades, gracias al apoyo del conde que permite superar la oposición del obispo: la población elige al representante condal y también a los sacerdotes, quienes a su vez escogen a los decanos que los rigen, contando con la connivencia de la canónica de Sant Llorenç de Morunys, a la que se suma en 912 la de Sant Pere de Graudescales. Una práctica eclesiástica similar es también respetada secularmente en valles del condado de Pallars, como Áneu y Boí.
Incursiones musulmanas, como la que en el 897 cuesta la vida al conde Wifredo en el valle de Ora, o las enviadas contra Pallars en 904, contra Ribagorza en 907 o contra todo el espacio pirenaico en el 909, recuerdan la permeabilidad de la franja fronteriza, tal como se acentúa con el impulso amirí en las últimas décadas del siglo X, cuando en el 999 Pallars es de nuevo devastado. Más puntuales son otras agresiones, como las expediciones húngaras, vencidas en Balltarga en el 942. La actuación fronteriza de los condes de Urgel y Pallars justifica que ornen honoríficamente su titulación denominándose marqueses. La muerte de Almanzor en 1002 anima a los fortalecidos condados: en 1003 la coalición de Ribagorza, Pallars, Urgel, Cerdaña y Besalú ataca la musulmana Albesa, en las inmediaciones de Lérida, cosechando un fracaso aún incrementado por la campaña del hijo de Almanzor Ab al-Malik, el mismo año, que devasta los extremos avanzados del condado de Urgel una nueva coalición de Urgel, Cerdaña, Besalú y Barcelona en 1006 derrota en Torá al amirí, que se ve obligado a regresar a Córdoba sin botín, lo que agrava la crisis del califato. En 1010 el conde de Urgel interviene con el de Barcelona en Córdoba sosteniendo las pretensiones de Muhammad al-Mahadi al califato, contra Sulayman ibn al-Hakan, apoyado por el conde castellano. La expedición cuesta la vida al conde de Urgel, pero atrae numerosos beneficios económicos a la vez que señala el camino hacia un nuevo equilibrio.

Frontera, feudalismo y reforma gregoriana
La frontera del siglo X muestra un paisaje propio de una franja desorganizada —villa antiqua que dicunt Vulvigia, Parietos Altos’... -, acogiendo una diversidad de población que se percibe sospechosa desde el lado cristiano —perversos christianos, male insidiantes —, en una posición apta para los intercambios entre ambos lados de la frontera, pero a la vez vulnerable a las razzias en uno y otro sentido, ya sean las “incursiones nocturnas contra los confines de los musulmanes” padecidas, según Ibn Hayyan, en el entorno leridano hacia 975 ""o agresiones musulmanas como la que en 1033 cuestan la vida al caballero Guillem de Mediona entre Argençola y Queralt."" El carácter desorganizado de este espacio lo convierte en idóneo receptáculo de la pujanza de los linajes vicariales y vizcondales y de la jerarquía eclesiástica. Cada uno de ellos “aprisia” un espacio homogéneo, debidamente delimitado y presidido por un castillo, tal como, por ejemplo, explica Guillem de Lavansa en Llor, ya entrado el siglo Xl: aprisiavi locum que dicitur Laureus ubi constructim Mateo castrum quod eodem nomine appellatur." La frontera se va transformando así en una malla de distritos castrales —castillos termenados= sin solución de continuidad. Una vez definido y señalizado el término bajo jurisdicción del castillo, el señor trata de atraer pobladores a fin de roturar el nuevo espacio agrario, tal como un documento de dudosa atribución pretende describir en Llordà: obducant laboratores qui ipsas heremitates reducant ád culturam”. El incremento demográfico y la vitalidad económica redundan en beneficios para el señor, cuyos intereses atiende el castellano castlán - responsable del castillo. Los territorios actualmente definidos en la Conca Dellà, sur del Alt Urgell, oeste y centro del Solsonès y Segarra septentrional y occidental van adquiriendo así una solidez suficientemente testimoniada por la importancia, ya en el siglo Xl, de mercados como los radicados en Solsona o en Sanahuja.
Los convenios privados, establecidos desde la década de los años 20 del siglo Xl entre el señor y el tenente castral, regulan las obligaciones mutuas. El castlán se compromete a mantener en condiciones el castillo y a seguir a su señor cuando sea convocado en armas aportando un número pactado de caballeros armados (cavalls armats), sellando el acuerdo con la vinculación de fidelidad. A cambio recibe una participación en las rentas castrales, siempre centradas en el diezmo castlán, que grava toda la producción agropecuaria en el término del castillo, al que a menudo se añaden censos, así como una diversidad de prestaciones adaptadas a cada caso. La subcontratación de obligaciones y deberes desarrolla largas cadenas castlanas en cada castillo, de gran complejidad porque el sistema acumulativo facilita que todos los barones posean diversas castlanías, a diferente nivel en varios castillos.
Los convenios feudales se generalizan testimoniando un nuevo orden social, en donde el acuerdo entre sendos particulares rige todo tipo de articulaciones administrativas y soluciona cualquier diferencia, como en 1040 la disputa por Llimiana que enfrenta a los condes de Urgel y de Pallars en los límites de sus demarcaciones o, en 1043, la discusión por el uso del agua del Segre en Eroles que contrapone los canónicos de la Seu de Urgel y otros propietarios. La intimidación y la agresividad se integran así en un pautado marco de presión previo a los acuerdos. En 1039, por ejemplo, el obispo de Urgel establece un convenio con el castlán de Alinyà i Cambrils, éste se compromete a que omni tempore siat in ostes et in cavalcadas et in omne servitium quod horno facere debet ad seniorem suum". Aristocracia y jerarquía eclesiástica comparten estrategia en la acumulación y gestión de bienes, estructuración feudal y marco social, lo que explica las interferencias en las disputas de bienes o, también, la injerencia de los señores fundadores en las iglesias y monasterios.
La densificación y la articulación del espacio absorben completamente la franja fronteriza, prácticamente substituida por una línea entre dos civilizaciones.
recisamente, Lérida, tras afianzarse, en la segunda mitad del siglo IX gracias a su excelente situación viaria, estratégica y agropecuaria, pasa a ocupar, en el siglo X, una importante posición en el extremo de la llamada Marca Superior, y articula la densificación de su entorno, tanto siguiendo los grandes ejes fluviales como avanzando hacia el Este sobre la llanura conocida como Mascançà (en las actuales comarcas de Pla d'Urgell y Urgell y sudeste de la Noguera), hasta más allá de Guissona. La adaptación al espacio físico promueve el desarrollo agrario y ganadero, con pueblos sobre los cerros y almunias en el llano, todos ellos dotados de sus cercas y defensas, ya sean las torres o los laberintos subterráneos, tal como describe Al-Himyarí en el Mascançà. La relación entre la capital leridana y el territorio cohesiona el distrito, justificando su unidad tras el colapso del califato a partir de las tensiones abiertas en 1010. En 1017 Lérida se erige en reino taifa bajo la dinastía árabe de los Banu Hud, que en 1039 incorpora Zaragoza.
En estos momentos, los extremos del territorio musulmán son objeto no sólo de agresión sino de invasión. La conquista de tierras nuevas es altamente atractiva para los linajes baroniales y la jerarquía eclesiástica, no por el botín que se pueda obtener sino porque la ocupación y la articulación conlleva la perenne extracción de derechos y rentas inherentes al establecimiento de castillos termenados y su dinámica ocupacional.  No es de extrañar, por tanto, que el obispo de Urgel por sus propios medios ocupe Guissona poco antes de 1024 y que al mediar el siglo el poderoso Arnau Mir de Tost, de linaje vicarial, se haga con Áger, mientras el conde de Urgel coetáneamente trate de afianzar su propio dominio entorno a Agramunt y en el avance occidental. La población musulmana que ocupaba el territorio conquistado emigra hacia el sur, en su mayor parte densificando el mismo distrito de Lérida. Deja unas infraestructuras que serán aprovechadas por los conquistadores, como la torre de Vilves o los elementos defensivos en Áger, si hace falta cristianizando el nombre: la Guaardiadei (Guardia de Dios, actual Guàrdia d'Urgell) se mantiene dominando el espacio presidido por la Fuliola, lugar que parece conmemorar la victoria del dios musulmán según la raíz árabe del topónimo, Fulg Al-lháh. Con facilidad la nueva población altera el nombre: al lado mismo de estos lugares se erige el lugar de Boldú, que el conde Ermengol VI de Urgel, al donarlo en 1080, precisa: illo alodio vocatur fuit a paganis Lavandera, nunc autem vocamus eum nos Basilluno. La reestructuración agraria y el incremento demográfico de las tierras nuevas facilitan una gestión modélicamente feudal del espacio, con los términos castrales subdivididos en cuadras (cuatro o cinco, por lo general en cada término castillo), y aún estas en términos, avanzando hacia una visualización castral de cada una de estas unidades de antropización, con el consiguiente establecimiento de retahílas de castlanes, a menudo reforzando vinculaciones ya existentes en lugares precedentes.
Es el paroxismo del espacio feudal que permite encajar cada lugar y sus habitantes dentro de su marco de extracción de rentas y actuación jurisdiccional, tal como se define el término de Valerna, en 1080, que está integrado en la cuadra de Verdú, a su vez dentro del castillo termenado de Tárrega, situado en el condado de Manresa, que es la prolongación del condado de Osona, perteneciente al titular de Barcelona: est autem predicto castro Valerna cum supranominatia omnia in comitatum Ausonense, infra fines castri que vocant Tarraga, infra terminos vel diozessiis de castro que vocant Verduno."
La estructuración feudal contribuye a paliar la fragmentación señorial consolidando el poder del conde, situado en el vértice de una pirámide de fidelidades, tal como va afianzando Ermengol IV de Urgel ya entrado el último cuarto del siglo XI. El avance sobre el territorio musulmán lo facilita, porque exige una mayor colaboración y suma de fuerzas, a lo que seguirá, tras la toma de los lugares, la correspondiente articulación y distribución de dominios. La competencia entre los condados por el avance sobre el territorio islámico es inmediata: la toma urgelesa de la vertiente meridional del Montsec, a mediados de siglo Xl, bloquea la expansión del conde de Pallars, y ofrece el valle central del Segre y el Mascançà a la carrera entre el conde de Urgel y el de Barcelona: éste por un lado en 1050 pacta con el señor de Lérida para obtener Camarasa y Cubells y obstaculizar así el avance urgelés, y por otro llega hasta Anglesola, cerca de Lérida, en 1079, mientras el conde de Urgel se sitúa en Gerb, ante Balaguer, en 1082. Las concesiones y vínculos feudal son no pueden evitar, con todo, una creciente fragmentación jurisdiccional: el conde de Urgel se ve impelido a avanzar en la frontera porque va perdiendo, no sin tensiones, el control de sus posesiones en el interior, tomadas por señores como los vizcondes de Castellbó y de Cardona, el obispo de Urgel, y linajes vicariales. Entre estos Arnau Mir de Tost perfil a un excelente paradigma, porque acumula posesiones que pretender retener en pleno dominio al tiempo que se vincula feudalmente, en distintos lugares, con tres condes (Urgell, Pallars Jussá, Barcelona), un rey (Aragón) y un obispo Urgell). La tensión y la complejidad feudal se viven con tanta o mayor intensidad en Pallars, donde la división del condado a la muerte del conde Suñer I el 1011 da lugar a los condados de Pallars Sobirá y de Pallars Jussá, lo que en realidad conduce a disputas que en la segunda mitad del siglo alcanzan gran intensidad armada con la implicación de pujantes linajes locales afianzados, precisamente, en este contexto.
La orientación y el ritmo del avance dependen, en realidad, del pacto con los reyes taifas, lo que aporta las suculentas parias que contribuyen poderosamente a dinamizar la economía en los territorios condales. Se mantiene, a la vez, una relación comercial de vital importancia en determinados momentos: en 1055 las malas cosechas en Barcelona se palían con el grano adquirido en la musulmana Lérida. La fractura taifa, que da formato fratricida a las tensiones internas, incentiva la injerencia condal: la fragmentación de los dominios de la Banu Hud en 1049 desemboca en la guerra entre Zaragoza, apoyada por tropas castellanas, y Lérida, auxiliada por Urgell y Barcelona. Este grado de connivencia desagrada a la Iglesia que está tomando forma con la reforma gregoriana, una Iglesia más segura y, por tanto, acentuadamente opuesta a los enemigos de la fe, sean herejes, judíos o musulmanes. El papa Alejandro II es muy claro al precisar en 1063 ad omnes episcopos Hispaniae queludeos non debemus perseguí, sed Sarracenos, porque in illos enim qui Christianos persequuntur et ex urbibus et propriis sedibus pellunt, iuste pugnatur. El inicio de las Cruzadas en 1096 permite comparar las dos fronteras de la Europa cristiana contra el infiel musulmán. Calixto II, entre 1121 y 1124 equipara los beneficios espirituales en el combate de la paganorum oppresionem, sea en Tierra Santa o en la Península Ibérica. La conquista de tierras impropiamente poseídas por el invasor infiel se justifica como una “aprisio”, tal como Gerardo Ponce de Áger relata en 1108: in nostra aprisione Ispanie de Segre usque ad Cincha. En todos los casos, es Dios quien concede la victoria, lo que redunda en numerosas donaciones a los establecimientos religiosos, en agradecimiento por el favor y la protección recibidos. La frontera es un espacio para la Iglesia reforma, por las invocaciones religiosas y por la implantación del nuevo modelo, tal como se especifica en 1080 en Isona, donde el clérigo debe explícitamente sicut mos romane ecclesie est, divinum ollicium celebrare. Las prácticas tradicionales deben ser abandonadas y sus protagonistas confesar su simonía, tal como hace el señor de Sant Pere de Ponts al renunciar, en 1098, a la designación de clérigos que habían ejercido con total naturalidad tanto él como anteriormente su padre y su abuelo.
El pago de parias se suma a la suntuosidad de las cortes taifas para propiciar un descontento popular que no compensan las mejoras urbanísticas de Lérida, las ventajas de los sistemas monetarios y comerciales, la prosperidad de la agricultura y la producción artesanal, especialmente de cuero y de lino, los frutos económicos y estratégicos del eje político afianzado con Tortosa y Denia en 1082, o el afianzamiento de las elites urbanas, que avanzan hacia una simbiosis entre pujanza urbana, control de la administración, aristocracia miliar y posesión de tierras. Al mismo tiempo, el peso urbano es tan importante que casi fractura la unidad del distrito taifa, dado el vigor, destacadamente, de Balaguer. Los reformadores almorávides son hábiles receptores del malestar, lo que facilita su progresiva conquista de Al-Andalus, absorbiendo en 1094 la taifa de Lérida, que queda adscrita al distrito oriental, centrado en Valencia y Murcia, de los dos con que los almorávides articulan sus dominios peninsulares. Desde el lado cristiano, se distingue nítidamente entre andalusíes y moabitas, reservando un trato mucho más duro hacia éstos.
La preocupación preferente de los almorávides por la frontera castellana comporta que descuiden el flanco oriental. El condado de Urgel en 1105 integra la ciudad de Balaguer, en 1116 el eje del Farfaña y en 1122 Albesa. Por su parte, el rey de Aragón en 1118 conquista Zaragoza y en 1123 establece su campamento delante mismo de Lérida. De todos modos, la victoria almorávide frente a las tropas con dales en 1126 en la batalla de Corbins y frente a las regias en 1134 en Fraga estabiliza la frontera. Lérida, controlando las actuales Garrigues, el bajo Segriá y el entorno de Fraga y Mequinenza, estrecha su relación con Tortosa e intensifica la ocupación agrícola y ganadera de los espacios tanto fluviales como de secano, al tiempo que las principales élites intelectuales van emigrando a las regiones de Murcia y Valencia e incluso al norte de África, contribuyendo poderosamente a la decadencia urbana y social de la capital leridana.
El perfil de las demarcaciones condales se ha alargado siguiendo los avances territoriales, tanto en el caso de Urgell y de Manresa (marca de expansión del condado de Osona vinculado al conde de Barcelona) como en el de Berga, pequeña marca de expansión del condado de Cerdaña estrangulada entre los dos primeros ya en las primeras décadas del siglo Xl. De todos modos, la falta de cohesión socioeconómica e incluso institucional resta viabilidad a los perfiles resultantes, e incluso difumina sus contornos: nada más entrar en el siglo XII, Cervera ejerce una capitalidad socioeconómica que atrae las poblaciones circundantes a pesar de que formalmente pertenecen a tres condados distintos, Manresa, Berga y Urgell. Las emergentes capitalidades urbanas van imponiendo diversos centros de atracción articuladores de su entorno. Ello se combina con el afianzamiento de la fragmentación jurisdiccional, a medida que los distintos señores tratan de retener una plena capacidad en sus dominios. Por su parte, el conde de Barcelona alcanza una preeminencia reconocida por sus homólogos en los convenios firmados durante la segunda mitad del siglo Xl, y en el siglo XII absorbe otras demarcaciones, como Cerdaña-Berga en 1117 y Pallars Jussá en 1192. La obsolescencia del modelo condal explica que el titular de Barcelona no alargue su titulación, y que los títulos con dales sólo se mantengan cuando estén dotados de un contenido jurisdiccional, como en los casos de Pallars y Urgell, el primero centrado en el Pallars Sobirá y el segundo redefiniéndose, con grandes dificultades, en torno a los dominios realmente controlados por su titular, entre los que destacan emergentes centros urbanos en el valle del Segre medio, como Ponts, Agramunt y Balaguer.
Se avanza así hacia un nuevo marco, definido socialmente por la emergencia tanto de los nobles y barones como de las elites urbanas, perfilado institucionalmente por las fórmulas feudales y por la progresiva recepción del derecho romano. Éste aportará las figuras jurídicas con que substituir el derecho visigodo, cuya práctica se había ido alargando a pesar de sus dificultades para dar respuesta a las nuevas problemáticas. El nuevo marco jurídico ofrecerá argumentos a todos los participantes en el escenario del poder: los emergentes centros urbanos, los pujantes nobles feudales, la Iglesia, que se dota de la Collectio canonum caesaraugustana hacia 1120, y el destacado conde de Barcelona, que en 1137 refuerza su vigor y su discurso gracias a alcanzar, vía alianza matrimonial, los derechos de la corona real de Aragón.

Lérida encabezando las tierras nuevas
La impermeabilidad entre almorávides y andalusíes se erige en un foco de tensión que se suma a las campañas contra Castilla y a la irresistible ascensión, en África, de los almohades como nuevos reformadores. En 1146 éstos toman la capital almorávide, Marrakech, un año después de convocarse en Europa la segunda cruzada. El conde de Barcelona Ramon Berenguer IV aprovechará el ofrecimiento de algunos cruzados que recorren la costa peninsular y recalarán en 1148 en Tortosa. Aquí coincidirán con la encrucijada de intereses pactados en torno al conde barcelonés y que atrae la participación de Génova, la intervención de las órdenes militares, el apoyo económico de élites urbanas como las de Barcelona y el acuerdo con los principales nobles, empezando por el conde de Urgell. La inmediata toma de Tortosa se convierte en una maniobra envolvente para el distrito leridano, al proseguir la expedición sobre sus capitales occidentales (Mequinenza y Fraga) para incorporar Lérida en 1149. Ha sido una conquista modélicamente feudal, en la que cada caballero ha participado con su pactada aportación de la que recibirá cumplida compensación. El resultado no se ha obtenido sumando pequeñas conquistas progresivas, sino que la actuación se ha dirigido directamente contra la capital, sabiendo que a su caída seguiría todo el distrito. Éste pasa a ser meticulosamente dividido en castillos termenados y cuadras, con sus cadenas de castlanes, evidenciado así que la malla castral no responde a un peligro fronterizo sino a la estructuración feudal del espacio.
La población musulmana es obligada a abandonar sus casas: en las zonas rurales será concentrada en determinados pueblos sobre la zona fluvial, mientras en Lérida debe edificar su propia morería en el exterior de la muralla. En el interior urbano, la población judía continúa en su barrio de la Cuirassa, mientras que los antiguos domicilios musulmanes son objeto de reparto, al igual que importantes infraestructuras como las destinadas a la elaboración de curtidos. Empieza así una vitalidad y un ritmo de crecimiento frenéticos, protagonizada por una elevada inmigración, donde no falta población occitana, que llega con sus contactos y sus ideas, lo que incrementa el temor hacia la disidencia cátara. La diferente procedencia económica de los inmigrantes aboca a diversas situaciones sociales.
Surge una nueva élite formada por individuos de origen diverso coincidentes en una aportación de capital a partir de acumulaciones provenientes ya sea de rentas feudal o de especulaciones urbanas que aboquen, en todos los casos en una actitud inversora. Así se propicia la adquisición de las manzanas de casas dentro la ciudad a fin de desarrollar una contundente reforma urbanística con nuevos trazados viarios y una completa reconstrucción de hábitats, la progresiva adquisición de propiedades rurales y la participación en todo tipo de inversión rentable, como puede ser la acaparación del proceso productivo de curtidos, desde la posesión de rebaños hasta la exportación del producto elaborado. Destacan las exportaciones hacia las capitales occitanas, con paso frecuente por el valle de Arán, precisamente ahora afianzado dentro de la Corona de Aragón. El rápido crecimiento de la ciudad implica la erección de un nuevo recinto de murallas en 1185.
La nueva élite de Lérida media en los conflictos y asume una representatividad ante el soberano, ya sea para tratar temas colectivos o para interceder en cuestiones particulares. Avalando su interlocución, el monarca aprueba en 1191 su capacidad para ordenar y gestionar el espacio urbano, en 1196 que gestionen la caja común y en 1197 que articulen un gobierno elegido anualmente a fin de ordinare et gubernare civitate. En pocas décadas se ha impuesto un nuevo perfil social en la ciudad: medio siglo después de una conquista modélicamente feudal, sólo el 12,8 % de las propiedades del entorno de Lérida se mantienen en manos de nobles, situándose el 54,5% en manos de la nueva burguesía urbana. Esta es tan pujante que uno de sus miembros, Esteban Marimón, en 1200 presta cinco mil masmudinas al rey. Los mismos Marimón como otras muchas familias de origen urbano en la emergente Lérida (los Santcliment, Sacosta, Sassala, etc.) afianzan su dominio sobre el entorno adquiriendo castillos termenados con su plena capacidad jurisdiccional y acentuando la lectura rendística de los derechos feudal es. En realidad, desde el vigor urbano, se está efectuando un cambio axiológico, hacia los nuevos valores de la economía cristiana de mercado: todavía diversos burgueses testarán con remordimiento, como hace Ramon Marimón en 1214 por omne lucrum quod accepi.
El 32 % de las propiedades y numerosos castillos termenados con toda su jurisdicción van quedando en manos eclesiásticas. La Iglesia recibe numerosas donaciones, tanto de propiedades como de jurisdicción, en un contexto ideológico que impulsa no sólo una construcción sistemática de iglesias de acuerdo con el modelo parroquial, sino también su engrandecimiento y mejora gracias a un sistema de donaciones que esperan verse recompensadas espiritualmente. Este contexto, unido a la contundente vitalidad económica de Lérida explica que las donaciones ad opera Sancte Maria de illa Sede ya consten en 1157 y que se trabaje en una nueva catedral (operi Sancti Marie Sedis Yledensis), sobre todo a partir de la penúltima década del siglo XII, a pesar de las dificultades historiográficas en percibir esta actuación hasta fechas recientes. La sede episcopal propiamente era la ribagorzana de Roda, que por la oposición del obispo de Huesca había fracasado en su intento de afianzar su meridionalización asentándose en Barbastro y que ahora, gracias al apoyo condal, puede asentarse en Lérida, invocando una pretendida continuidad con la diócesis leridana anterior a la conquista islámica, trasladando también la tensión con Huesca por los límites diocesanos, hasta 1203. La comunidad canonical catedralicia en Lérida queda regulada bajo modelo agustiniano en 1168.
Los acuerdos entre el conde de Barcelona y las órdenes militares por un lado facilitaron el acceso el primero al trono aragonés, a pesar de que Alfonso el Batallador en 1134 había legado el reino a órdenes militares, y, por otro, afianzaron el asentamiento de éstas en el valle del Ebro. En 1156 los templarios ya tenían establecida su encomienda en Gardeny, al lado de Lérida, que pronto adquiere una gran importancia, alternando con Monzón los elementos de centralidad de la orden en la Corona de Aragón, como es la sede del lugarteniente del maestre provincial o la celebración del capítulo general. En 1165 los hospitalarios establecen su encomienda en la misma ciudad de Lérida, al tiempo que ya en 1152 se establecen los canónicos de Sant Rut junto a la ciudad, vinculados a Sant Rut de Aviñón. Todos ellos enraízan inmediatamente con la espiritualidad predominante entre barones, por lo que son objeto de importantes donaciones, incluidos sus cuerpos. La sede episcopal, en cambio, interpreta una usurpación de competencias, y acusa a las nuevas órdenes por invadir competencias religiosas parroquiales, recibir sepulturas y aceptar diezmos en sus propiedades. Ante la gravedad del conflicto, son necesarios sucesivos pactos entre el obispo y los diferentes implicados, reiteradamente incumplidos: con los templarios en 1154, 1160, 1170 y 1192, sin poder evitar que sus diferencias entren en el siglo XIII, con los canónigos de Sant Rut en 1156 y en 1174, con los hospitalarios en 1174- 1176, 1178 y 1195. Tensiones similares se reproducen con las canónicas con fuerte incidencia en el entorno leridano, sobre todo Solsona, y con el despliegue del Císter, especialmente tras la fundación de Poblet. El apoyo que este cenobio, al igual que otros centros, dispensa a nobles gravemente enfrentados con la Iglesia ordinaria agrava la situación. Ciertamente, la exigencia reformada de retener el diezmo en manos eclesiástica y la donación condal a la sede de Lérida, en 1149 de todos los diezmos (omnes decimos et primitias Ilerdensis urbis et totiuus territorio eius) abocan a una interesada confusión entre el diezmo castlán y el eclesiástico, que, dado que las castlanías se sitúan en la base de todos los patrimonios nobiliarios, acaba afectando a todos los nobles y barones. La segunda mitad del siglo XII se convierte en una espectacular retahíla de conflictos entre el obispo y cada noble o barón, empezando por el conde de Urgel y siguiendo por barones como los Zorba, los Cervera, los Boixadors.... En todos los casos se suceden sentencias eclesiásticas, apelaciones ante el metropolitano de Tarragona y ante el papa y, tras la aplicación de excomuniones personales e interdicciones, la renuncia y el reconocimiento de culpa. En 1173 se celebra en Lérida un concilio provincial con toda la intención de reforzar la posición del obispo en todas estas tensiones y temores.
En 1153 Gerardo de Zorba, barón muy afianzado en el entorno leridano, era acogido, junto con toda su familia, por el cenobio cisterciense de Poblet como frater monachorum omnlum qui in ordine cisterciensi sunt. Esta proximidad entre familias emergentes y nuevas órdenes difunde un modelo cristiano de linaje (basado en la unión sacramentalizada de cariz monógama indisoluble y exogámica) y favorece su perennidad y consolidación tanto en la vertiente espiritual como en la memoria, al recabar las oraciones y el espacio sagrado para el descanso eterno. Así se benefician grandes centros como el monasterio cisterciense de Poblet, pero también diversos centros cistercienses femeninos ahora surgidos (Vallbona de les Monges, Vallverd de Tragó, Pedregal, Franqueses, Bovera, Sant Hilari de Lleida) y órdenes renovadoras protegidas por determinados linajes, como los canónigos premostratenses establecidos en 1166 en Santa Maria de Bellpuig de les Avellanes bajo el amparo de la casa condal de Urgell. Las canónicas encuentran un medio idóneo en la combinación entre frontera y reforma. La poderosa canónica de Solsona, muy beneficiada por la expansión sobre la frontera y la vinculación de linajes baroniales, adopta la regla agustiniana propia de la reforma hacia 1080 y la de Mur lo hace en 1099, favorecida por Urbano II con la exención respecto del obispado de Urgell. La comunidad de Áger asume la regla reformada en 1112, vinculada con Roma gracias a las bulas papales de 1060 y 1063 que eximían de los obispados de Urgel y Lérida a la comunidad y a sus posesiones, incluyendo una treintena de parroquias además de la canónica de Montmagastre y el priorato de Llordá, lo que no evitó grandes tensiones con los obispados, a la vez que denotaba la complicidad con las estrategias de los señores de Áger para preservar una plena autonomía respecto del conde, razón ya latente cuando en 1048 la canónica fue consagrada por el obispo de Roda y no por el de Urgell.
Así, la salida del siglo XII muestra a poderosos nobles y barones, emergentes cúpulas urbanas y un soberano tratando de consolidar su respectiva pujanza, fraguando así un específico equilibrio del poder. Las estrategias impulsadas por cada uno de ellos comportan estrategias y discursos justificativos que no dejan de canalizarse mediante la expresión literaria y artística, incluyendo los amplios programas constructivos que se irán desplegando, en esos momentos, en la Cataluña occidental. 

Lleida
La visión urbana que tenemos en la actualidad de Lleida poco o nada tiene que ver con el aspecto que presentaba en la época románica. Naturalmente, el largo tiempo transcurrido algún tipo de mella tenía que ocasionar, pero los avatares históricos, en especial las contiendas bélicas, aunque no exclusivamente éstas, produjeron unos efectos nefastos en la ciudad histórica monumental. En consecuencia, la tarea de recomponer virtualmente aquella Lleida, centrando el interés en el patrimonio construido, es compleja, también cuando nos referimos al barrio monumental que existió en el turó de la Suda, la acrópolis en dónde históricamente se han asentado las civilizaciones que han pasado por el territorio y asimismo centro de la Lleida medieval.
Para aproximarnos a la configuración urbana y a los edificios monumentales de la Lleida románica, y también de un modo más genérico a la Lleida medieval, son puntos de partida esenciales tanto el material que proporcionó el historiador y cronista Josep Lladonosa, como la cartografía de época moderna, singularmente los planos militares —que muestran los progresivos cambios que sufrió la urbe en los siglos XVII y XVIII—, así como, naturalmente, los resultados de los trabajos arqueológicos efectuados en el entorno de la ciudad.
En este sentido, uno de los mayores retos que se presentan ante arqueólogos e historiadores para acercarse a la antigua iconografía urbana es la confrontación de los resultados de las excavaciones con las fuentes documentales y las representaciones gráficas de la Lleida moderna.
Antes de la conquista cristiana de la capital del Segre en 1149, en la Suda —así también se llama el barrio que ocupó el turó en la documentación medieval—, en tanto que centro neurálgico de la ciudad, se localizaba la mezquita principal, cuya existencia queda atestada por las mismas fuentes musulmanas, aunque por el momento no se conoce a ciencia cierta ninguna evidencia material de su existencia. Tampoco se dispone de suficientes verificaciones arqueológicas para establecer el trazado completo de las murallas de la madina Larida, la Lleida islámica, aunque de ellas existen tanto noticias históricas como algunas evidencias arqueológicas. A diferencia de ello, el complejo defensivo situado en lo alto del turó es mejor conocido por los arqueólogos, pues existen múltiples restos arquitectónicos, aunque de difícil interpretación, de la que debió ser una imponente alcazaba.
Como resulta lógico, la Lleida cristiana continuó teniendo el altozano como principal núcleo urbano, siendo, no obstante, objeto de una importante reorganización. En efecto, entre los siglos XII y XIII se produjo una sustitución de las construcciones andalusíes como consecuencia principalmente del restablecimiento de la sede episcopal. En la Suda se emplazó el Casteíl del Rei (en la terraza conocida como la Roca Sobirana), que era en realidad la antigua fortaleza islámica reconvertida en palacio real, y la catedral medieval de nueva construcción (en la terraza de la Roca Mitjana), que ejercían la función, respectivamente, de centros de poder civil y eclesiástico. Los mayores cambios topográficos se produjeron, sin duda, a raíz de la construcción de la gran catedral, la den Vello, iniciada en 1203, pues se tuvieron que derribar edificios localizados en el solar que se destinó para levantar el templo y se tuvo que nivelar el terreno repicando la roca madre por el lado del castillo y añadiendo tierras para crear un terraplén por el lado del río.
El barrio de la Suda postislámica se llegaría a identificar con lo que a menudo se llama “ciudad episcopal”, es decir, aquella que tiene su conjunto urbano regido por una catedral como elemento que destaca por encima de la urbe. La ciudad episcopal leridana responde a un modelo bastante estandarizado en los siglos XII y XIII, con el grupo fundamental —la catedral, claustro, la canónica, el palacio del obispo—, el cual se vio expandido con las casas de los canónigos. En efecto, si bien en un primer momento el Capítulo fue reglar —y por lo tanto hacía uso de la canónica como lugar de habitación—, bien pronto se secularizó (1254), de forma que los canónigos abandonaron el claustro y empezaron a alojarse en casas de los alrededores de la catedral. El proceso de apropiación de estos espacios se hace palpable si se revisa la obra del mencionado Lladonosa, los trabajos del cual son una fuente inagotable de noticias, y, claro está, de interpretaciones sobre la organización de las calles de la acrópolis medieval ilerdense. A grandes rasgos, podríamos decir que dicho proceso se manifiesta a través de la constatación documental de que, tras la conquista, las propiedades de las cercanías de la catedral eran de seglares y que, progresivamente, el Capítulo adquirió las casas del barrio, hasta que este pasó a ser, básicamente, una ciudad eclesiástica inserta dentro de la propia trama urbana de Lleida.
No nos extenderemos en reproducir las noticias que ilustran este proceso, sino que, tan sólo, y de modo ilustrativo, haremos referencia a la presencia de casas de canónigos ―o, en todo caso, a edificaciones vinculadas a la vida episcopal y canonical― en las calles inmediatas al templo. Entre las vías inmediatas a la catedral identificadas por Lladonosa se puede mencionar la calle del Bonaire Alt, que corría en paralelo por el sector norte del conjunto del claustro y la catedral y en la que se hallaban los albergues de varios curas. La calle llamada del Canal d'en Jaca tenía una notable residencia que era propiedad del vicario de la capilla de Sant Pere (también conocida como capilla de los Montcada), y que también era habitada por beneficiados. Por supuesto, en el entorno catedralicio se localizaba asimismo el palacio del obispo, justo enfrente del brazo sur del transepto de la catedral. De hecho, este palacio se ubicaba en la calzada que corría paralela al frente sur de la catedral, desde el portal dels Bernats a las escaleras que suben a la puerta de la Anunciata, calle que era denominada indistintamente Carrer de la Claustra, de les Pavordies y del Bisbe.
Pero también hay que tener en cuenta que, en época románica, en el tozal de la Suda también se establecieron casas de familias nobles, como la de los Montcada.

Situación de los edificios representativos de la ciudad de Lleida en los XII- XIII. Sobre un plano actual 

Aunque de todo ello en la actualidad tan sólo queda en pié el emblemático conjunto monumental de la Seu Vella y el Castell del Rei, prueba de la monumentalidad de la ciudad medieval son los sucesivos hallazgos arqueológicos producidos en las últimas décadas, siendo el barrio presente en casi todas la catas y excavaciones realizadas en el entorno del turó. Así, por ejemplo, en la vertiente sureste del tozal se localizó un muro que actuaba de base de un edificio alzado entre los siglos XIII y XIV y cerca de éste la esquina de otro edificio, vestigios que se considera Que podrían corresponder a algunas de las casas de los pavordes, de beneficiados y funcionarios eclesiásticos que Lladonosa situaba en este sector.
El antiguo barrio medieval desapareció a consecuencia de la fortificación del cerro en época moderna. En relación con este punto es necesario anotar brevemente que, si bien entre 1644 y 1647, con la Guerra de els Segadors, Lleida sufrió importantes destrucciones, el asedio que produjo más danos en época moderna fue la guerra de Sucesión, cuando en 1707 las tropas de Felipe V ocuparon la ciudad. Entonces la Seu Vella se convirtió en cuartel militar y el turó en ciudadela. Desapareció la ciudad antigua y en su lugar se erigió el Castillo Principal, que pasó a pertenecer al ejército del Estado español. Para cerrar las notas sobre los principales arrasamientos que padeció el turó hay también que mencionar el trágico episodio de la explosión, en 1812, durante la Guerra de la lndependencia, de un polvorín que estaba instalado en el interior de la misma Suda y que provocó la desaparición de parte del extremo de levante del palacio. Tan violenta fue la explosión, que hasta afectó la catedral e incluso casas del barrio de Magdalena, situado en la vertiente noreste del tiró.
Pasando a otro asunto, tras la cristianización la ciudad se constituyó en términos parroquiales, que se organizaron en torno a su iglesia. El año 1168 se promulgó la Ordinatio Ecclesiae Ilerdensis, que además de regular el capítulo catedralicio, significó la división parroquial. Esta segmentación no sólo fue en el aspecto religioso, sino que se convirtió en la base de la organización de la sociedad y la vida urbana. En general, las edificaciones de la ciudad baja son de un menor carácter monumental que los de la parte alta, aunque, como veremos, algunos de los templos, como la hoy subyacente iglesia de Sant Joan de la Plaça, debieron de ser realmente admirables. En la actualidad, en la ciudad del Segre tan sólo se conservan en pié los templos románicos de Sant Llorenç y Sant Martí como evocación de aquel tejido parroquial, aunque existieron también los de Santa Magdalena y de Sant Andreu, además del ya citado de Sant Joan.
Después de la conquista, habrían persistido las fortificaciones anteriores, quizás fusionadas con nuevas construcciones. La documentación posterior a la cristianización proporciona noticias de algunas de estas murallas. En cuanto a las puertas, se conoce que el portal principal de la Suda se abría al Oeste y que además debieron de existir algunas puertas de comunicación con la calle Mayor. La documentación también menciona la Cuirassa sarracena, que llegaba hasta la misma calle Mayor. El sector inferior de la ciudad, que posteriormente correspondería a la parroquia de Sant Joan, estaba cerrado por una muralla paralela al río y por otras dos murallas transversales. En esta zona se abrían tres portales. el de la Alcántara, el de Gardeny y el del camino de Corbins.
Desde el punto de vista de la iconografía del paisaje, la primera y probablemente la más conocida de las representaciones gráficas de Lleida de la época moderna es una vista realizada por el pintor flamenco Anton van den Wyngaerde en 1563 (que se conserva en la Österreichische Nationalbibliothek de Viena). La imagen en cuestión revela una panorámica con la fachada urbana que mira al río, mostrando los elementos emblemáticos. Pese a ser del siglo XVI, en el dibujo de Wyngaerde la ciudad conserva la configuración medieval, con la acrópolis en lo alto y extendiéndose por las vertientes del tozal hasta la misma ribera del río Segre. Esta ilustración es de gran utilidad en la tarea de reconstruir mentalmente la ciudad medieval, puesto que describe algunos de los edificios desaparecidos de los que nos hablan las fuentes, pero de los que se ha conservado el menor vestigio material, así como de otros que han sido puestos a la luz mediante las excavaciones arqueológicas.
Muy distinta a ésta es la imagen de la urbe que han legado las representaciones posteriores de época moderna, durante la cual, como venimos diciendo, desapareció progresivamente el barrio de la Suda y la catedral fue convertida en un inexpugnable fuerte. La confrontación de la vista de Wyngaerde con las otras tantas que la sucedieron, nos advierten de como la ciudad medieval desapareció gradualmente del cerro. En la etapa moderna el tozal continuó ejerciendo de centro de poder, del poder borbónico, que hizo del lugar su emplazamiento estratégico convirtiéndolo en una lóbrega construcción aislada de la urbe por medio de murallas y baluartes, cuya potencia todavía hoy contemplamos, no sin imaginar como debió ser el barrio de la Suda cuando era el centro neurálgico de la ciudad.
Pero no todos los edificios notables se concentraron en el barrio alto. Muestra de ello es la presencia del palacio de la Paeria en un punto cercano al río. Se construyó en la calle principal de la ciudad baja, el ya citado carrer Major, que desde poco después de la conquista debió de considerarse la calle más importante de Lleida, puesto que ya se menciona como tal el año 1173.
Finalmente, en los alrededores de la ciudad amurallada florecieron otros centros vinculados a comunidades religiosas, que manifiestan la monumentalidad del patrimonio construido románico de la ciudad del Segre. El primero de estos testimonios es el complejo de Gardeny, integrado por un castillo y su iglesia, en dónde se establecieron los templarios, y el segundo es el monasterio de Sant Ruf, lugar de establecimiento de los monjes aviñonenses.

Castillo del rey o de la Suda
El castillo del rey, también conocido como la Suda, es la gran edificación que, junto con la Seu Vella, domina la panorámica urbana de Lleida. Su existencia va unida a la misma catedral, puesto que después de la conquista cristiana de la ciudad y la consecuente reorganización urbana que tuvo lugar entre los siglos XII y XIII, los dos edificios se erigieron, respectivamente, como centros de poder civil y eclesiástico. Pese a que se considera que en el lugar donde se emplaza el castillo existió la alcazaba andalusí, la mayor parte de las estructuras que han pervivido corresponden a fases posteriores a la conquista feudal. Con todo, las excavaciones arqueológicas han mostrado que, en efecto, algunos cierres del recinto se apoyan sobre muros de época anterior.
La mención más antigua que se conoce sobre el edificio hace referencia a época andalusí. Hacia el año 883-884 lsmail ibn Musa, señor de la Lleida musulmana, reedificó el castillo y fortificó toda la ciudad, después de que ésta fuese arruinada, según se indica en una descripción de Lleida realizada por el cronista y geógrafo árabe del siglo XIV-XV, Al-Himyari, que comentaba que Lleida tenía una ciudadela inexpugnable que desafiaba cualquier ataque. Con la conquista cristiana de la ciudad en 1149, la fortaleza pasó al mando del conde de Barcelona Ramon Berenguer IV. Según han puesto de manifiesto los arqueólogos, el paso de la Suda andalusí al palacio cristiano se ha de entender como una profunda transformación del conjunto, puesto que, según parecen evidenciar los vestigios materiales, pasó de tener una organización en construcciones independientes a ser un recinto cerrado.
De la fase cristiana, la documentación pone de relieve la existencia de diferentes etapas constructivas, básicamente entre principios del siglo XIII y finales del XIV, durante las cuales se intervino intensamente en la fábrica, aunque el proceso de transformación y ampliación no se acabaría hasta el siglo XV, cuando se convirtió en cuartel militar y se inició su decadencia.
El proceso de degradación y pérdida de estructuras, que avanzaría hacia el siglo XVIII con la incorporación del palacio a la ciudadela a partir de 1707, culminó con sendas explosiones que afectaron profundamente la fortaleza y que su pusieron la ruina de gran parte de sus estructuras. La primera de ellas se produjo en 1812, durante la Guerra de la Independencia, cuando estalló un polvorín que había en el interior del propio castillo y arrasó su ala este. La segunda, tuvo lugar el año 1936, cuando explotó otro polvorín, que en este caso devastó el ala oeste, que se conoce gracias a numerosos testimonios fotográficos de principios del siglo XX. Puede que la nave norte hubiese sido destruida durante la Guerra de los Segadores, dado que ya no se representó en unos planos del castillo realizados en el siglo XVIII. En definitiva, en la actualidad sólo pervive —y de modo parcial— el flanco del sector sur.
Los trabajos arqueológicos han permitido reconstruir, sin embargo, la planta de la edificación.
Del mismo modo, nos acercan a su configuración medieval las planimetrías elaboradas en 1796 y custodiadas en el Servicio Histórico del Ejército de Madrid, las cuales fueron dadas a conocer por Francesca Español en 1992 y 1996. Y, por último, también nos podemos aproximar al aspecto que antiguamente ofrecía el monumento a través de las descripciones antiguas. En concreto contamos con dos, realizadas en el siglo XVIII por Pedro Juan Ventanas (hacia 1760- 1770) y Francisco de Zamora (1788). A continuación, nos proponemos reseñar brevemente las fases constructivas de la edificación relativas a la época románica, poniendo especial atención a las remodelaciones efectuadas en los siglos XII y XIII.
Tradicionalmente, la fase inicial de las obras se había circunscrito entre la segunda mitad del siglo XII, justo después de la ocupación cristiana, y principios del siglo XIII, momento en el que aparecen las primeras noticias documentales relativas a la obra. Se ha considerado que este marco cronológico fue entre 1149 y el 1214, ano este último en el que se celebraron unas cortes generales en Lleida, las cuales se sobreentiende que se habrían realizado en el castillo.
De años inmediatamente anteriores a 1214 existen varias menciones documentales que parecen hacer referencia a unas obras que se ejecutaban en la fortaleza. la primera data de 1209 y figura en un documento dictado en Lleida por el monarca Pedro el Católico (ad opus operis castri nostri de Ilerda), y la segunda, de 1212, en una donación hecha por el mismo monarca que atestaba la existencia de una capilla en el castillo. Sin embargo, últimamente se ha tendido a relativizar el estado en que se encontraría la construcción en aquellos momentos. De todos modos, las noticias evidencian la sustitución de las antiguas estructuras andalusís, de forma que se considera que durante los primeros años del siglo XIII se habría acabado la transformación del antiguo palacio. 
 
Después de esta etapa inicial, la siguiente fase constructiva corresponde a la remodelación más relevante del edificio, la cual, de hecho, es la que le procuró la fisonomía que mantuvo a lo largo de los siglos hasta su destrucción parcial a comienzos del siglo XIX. Este momento se vincula a una nueva noticia documental. la que aparece en la Crónica de Jaime I, que informa de que la cubierta lignaria del castillo se reemplazó por otra con bóveda de piedra (el palau de volta qui ara és, e llaores era de fust). Para situar cronológicamente la reforma de la cubierta “del palacio” del que habla esta fuente, tradicionalmente se ha tenido en cuenta que la conclusión de la parte del libro en que aparece la cita se sitúa hacia 1244, de lo que se ha considerado que la intervención se efectuó entre 1214 (año de celebración de las cortes generales en Lleida) y aquel 1244. Sea como fuere, se suele entender que la segunda fase de remodelación de la fortaleza se inició en época de Jaime I (1213-1276), aunque hay voces discrepantes, como la de Francesca Español, que considera que la reforma del ala sur no puede corresponder a la época de dicho monarca, sino que debe situarse en época de Jaime II (1291-1327). En este período las obras efectuadas fueron múltiples, por lo que a continuación nos hacemos eco de las más relevantes, que abordamos atendiendo a las diferentes alas de la construcción.
La nave sur —que, recordemos, es la única que ha pervivido— fue ampliada y se le reemplazó la cubierta lignaria (aquella de la que habla la Crónico) la existencia de la cual se confirma por el hallazgo en el momento en que se desmontaron las bóvedas de piedra que los tapaban —en 1926— de un registro de mechinales en el paramento interior de la nave correspondientes a los encajes de las vigas de madera, elementos que aún se conservan. Las bóvedas de crucería de la nueva cubierta se conservaron hasta 1926, cuando fueron desmontadas bajo la dirección del polémico —y criticado por su falta de formación— restaurador José Oriol Combelles, parece que a consecuencia de los problemas de sustentación que presentaban.
En su ampliación del siglo XIII, el espacio de la nave se dividió en cuatro tramos con arcos empotrados parcialmente en los muros y apoyados en consolas poligonales. Estas bóvedas se cerraron con unas claves (actualmente conservadas en el fondo lapidario del castillo) decoradas con cacerías geométricas de tradición andalusí de gran parecido formal a las de los tramos occidentales del templo catedralicio.
La nave oeste (desaparecida en 1937) fue alzada de nuevo en este momento constructivo, y fue adosada al muro de cierre exterior del recinto, ya existente. Aquí se ubicó la nueva capilla palatina (ésta no es la misma que aquella que se cita en 1212, que debía de localizarse en algún punto del ala sur primitiva). El conjunto de planos realizados en 1796 ayuda a conocer este sector del edificio, que se dividió en tres tramos los dos del sector sur se cubrieron con bóvedas de crucería separadas por un arco fajón, mientras que el tramo norte se definió con un arco diafragmático y se cubrió con un cimborrio octogonal —con un ventanal en cada cara— sostenido por trompas. La cubierta del cimborrio se apoyaba sobre una bóveda con nervios en las aristas, una solución muy similar, aunque más sencilla a la de la Seu Vella. Español sitúa la finalización de la capilla a principios del siglo XIV, basándose en la noticia de que en 1316 berenguer de Palau colocaba las vidrieras considerando que entonces se cerraría el cimborrio del castillo y, por analogía, también sitúa en este momento la construcción del cimborrio catedralicio.
En relación con la nave norte, en esta fase se construyó una sala en su extremo este, cuya planta se recuperó en una de las fases de intervenciones arqueológicas. Se trataba de una pequeña nave de planta rectangular —de finales del siglo XIII o principios del XIV— con contrafuertes en los ángulos y en la pared norte, que se apoyaba sobre la muralla andalusí.
Las excavaciones también descubrieron la cimentación del muro primitivo de la fachada del patio, de espesor superior al de las otras dos naves, que ha hecho considerar la posibilidad de que esta nave norte fuera cubierta con bóveda de piedra (de crucería) desde un primer momento. Finalmente, con respecto al ala este, en este momento se reorganizó totalmente, con la ubicación de la puerta de entrada al recinto, que estaba flanqueada por una torre y que daba acceso a estancias distribuidoras.
En el momento de plantear las nuevas cubiertas, se hizo evidente que las fachadas interiores del patio no habrían podido soportar el peso de las bóvedas de piedra —a diferencia de los muros exteriores, que eran suficientemente sólidos—, por lo que se reforzaron con un muro adicional en el que se recortaban grandes arcos de descarga apoyados sobre contrafuertes. Esta disposición de los arcos confirió al recinto un aspecto de patio porticado.
De hecho, sólo se conoce la configuración de las fachadas interiores de las naves sur, —porque se conservan—, que se definió mediante seis arcos apuntados entre contrafuertes, y oeste —porque hay fotografías de antes de 1937—, que presentaba unas dimensiones menores que la anterior y se organizaba mediante dos arcos peraltados. Todavía hoy se pueden ver en la parte alta de los muros de la galería sur los restos de un friso de arcos ciegos trebolados sobre ménsulas con decoración vegetal, la cual, como se ve en fotos antiguas, se extendía por las fachadas sur y oeste.
La monumental, pero ya inexistente, Torre de los Judíos, correspondiente a una fase constructiva más avanzada, se levantó con posterioridad a 1466, tras la guerra civil contra Juan II. Parece que fue construida en el lugar de otra torre en el ángulo sureste del conjunto y que se conoce principalmente gracias a los planos militares de finales del siglo XVIII.
Por último, hay que insistir en el hecho de que las obras del castillo del rey se vinculan a la fábrica de la catedral por varios aspectos, el más relevante de los cuales es que en ambos monumentos encontramos trabajando miembros del linaje de los Prenafeta, una concurrida dinastía de maestros de obra afincada en Lleida desde mediados del siglo XIII. Por otro lado, hay elementos constructivos que relacionan ambas edificaciones, como es el caso de las claves de bóveda y el planteamiento arquitectónico del cimborrio, que quizás, como se ha dicho en numerosas ocasiones, fue un ensayo para el que se alzaría inmediatamente al templo catedralicio.

La catedral de Santa María o Seu Vella de Lleida
La sede episcopal de Lleida se restauró inmediatamente después del 24 de octubre de 1149, fecha de capitulación de la ciudad frente a los ejércitos liderados por el conde de barcelona, Ramon Berenguer IV, con la participación del conde de Urgell, Ermengol Vl, y de los caballeros del Orden del Temple. El día 30 de octubre se consagró la catedral, dedicada a santa María, en una ceremonia con la presencia del arzobispo de Tarragona, los obispos de Vic, barcelona, Urgell y Zaragoza y miembros de la nobleza, y se dotó la iglesia con todas las mezquitas de la ciudad y todas las que se encontraban en villas y castillos que integraban el nuevo territorio del obispado, con sus posesiones, sus diezmos y primicias. Como era habitual en la restauración de sedes episcopales en ciudades recuperadas al control musulmán, se ocupaba y consagraba la mezquita mayor como iglesia-catedral. En el caso de Lleida, esta restauración implicó el desplazamiento de una sede episcopal pirenaica, la de Roda de lsábena. El hasta entonces obispo de Roda, Guillem Pere de Cornudella o de Ravidats, que poco antes había dado su apoyo al conde de Barcelona, se convirtió en el nuevo obispo de Lleida (1149-1176) y fue el responsable de la reorganización de la catedral y de la diócesis. En 1168, promulgó la Ordinatio Ecclesiae Ilerdensis, que incluía la dotación de la canónica, con la adopción de la Regla de san Agustín, y la organización del capítulo. un tercio de los miembros de éste eran canónigos de Roda y participaban en la elección del obispo. Ello explica que, durante aproximadamente un siglo, los sucesores más destacados de Guillem Pere fueran personas o bien directamente vinculadas a la canónica de Roda, o bien con fuertes conexiones ribagorzanas. El primero, Gombau de Camporrells (1192-1 205), educado y canónigo en Roda (también en La Seu d'Urgell, estuvo al frente de la parroquia de Tamarite de Litera y a partir de 1172 fue archidiácono de Lleida), con él se empezó la construcción de la nueva catedral en 1203. El segundo, Berenguer de Erill (1205-1235), miembro de la gran familia de los Erill, de origen ribagorzano; bajo su mandato se ejecutó la parte más importante de la obra del nuevo templo. La estrecha vinculación con Roda de estos tres obispos se hace evidente no sólo a través de las importantes iniciativas que llevaron a cabo en la antigua sede pirenaica, sino también en algunos rasgos de la propia den Vello.
El conjunto de la catedral se sitúa en la colina conocida como “de la Seu Vella”, para diferenciarla de la colina de “Gardeny”. En esta segunda, la orden militar de los templarios levantó un castillo en la segunda mitad del siglo XII, justo después de la conquista de la ciudad, en la que habían colaborado de manera activa. La colina de la den debía no sólo formaba parte de la ciudad, sino que en ella se encontraban los edificios más importantes, protegidos por una muralla cuyo recorrido se ha mantenido a lo largo de los siglos. 
La destrucción del trazado urbano de la colina se produjo a partir del siglo XVII y, sobre todo, en el siglo XVIII con la Guerra de Sucesión, momento en qué se transformó todo el espacio en ciudadela militar, se fortificó el conjunto y se destruyó esta parte de la ciudad. Por todo ello hoy se hade difícil imaginar que la ciudad más monumental, con los edificios más importantes (castillo, catedral, palacios), se extendía por esta colina. De todo ello han quedado las murallas y los diferentes elementos de las fortificaciones modernas, las partes que han sobrevivido del castillo del rey en la parte más alta de la colina y el conjunto de la antigua catedral. El resto de la ciudad sólo se conoce a través de la documentación, de los dibujos y planos militares y de la arqueología.
A pesar de que desconocemos dónde se encontraba exactamente la mezquita mayor, consagrada como catedral seis días después de la capitulación de la ciudad, es muy probable que su localización fuera dentro del recinto de la actual Seu Vella. La ausencia de excavaciones arqueológicas sistemáticas y la probable destrucción de niveles arqueológicos en el interior del templo por la instalación de un sistema de calefacción que nunca ha funcionado, hace que, por el momento, tengamos sólo algún indicio de ello. Concretamente, la existencia de un gran muro andalusí hallado en la realización de catas arqueológicas y sobre el que se levantó la fachada occidental de la nueva catedral, al menos en su mitad meridional. La construcción de la nueva catedral, que avanzó de Este a Oeste, tenía que garantizar la coexistencia de la obra nueva con los espacios de culto anteriores para el desarrollo de las funciones litúrgicas.
Otros dos indicios nos permiten plantearnos que la mezquita-catedral debía de encontrarse en la parte occidental del templo actual. En primer lugar, la construcción de edificios para los canónigos en la segunda mitad del siglo XII y, por lo tanto, anteriores a la nueva catedral, dispuestos formando ángulo con la fachada occidental del templo —la que se levantaría sobre el muro andalusí— y cerrando uno de los lados del actual claustro. En segundo lugar, el hecho de que el proyecto de la nueva catedral, cuyas obras empezaron en 1203, obligó a compras y permutas de edificios en la parte de la cabecera del templo, siendo uno de ellos el propio palacio episcopal, que se construiría de nuevo en el lado sur. A partir de 1193 se conocen documentos de adquisición y permuta de casas situadas cerca de la iglesia de Santa Maria, que sería el templo catedralicio vigente en aquellos momentos. El proyecto del nuevo edificio era muy ambicioso en muchos aspectos, y sus grandes dimensiones obligaron a una preparación importante del terreno, lo que requirió un gran solar y trabajos de nivelación para conseguir una plataforma mucho mayor en un espacio en pendiente. Se ha podido comprobar que los desniveles podían haber sido de hasta de 2 m. Tenemos que suponer que la ampliación se realizaba hacia el Este, al menos en las fases de planeamiento del templo.
En 1193, el obispo y el capítulo firmaron un contrato con el maestro de obras Pere de Coma por el que éste no sólo se comprometía a la construcción de la catedral, sino que ofrecía su persona y sus bienes e ingresaba en la comunidad de canónigos, comprometiéndose a vivir según sus normas. Pere de Coma, por lo tanto, se considera el autor del proyecto que empezó a gestarse a partir de este momento, así como los trabajos de preparación para la construcción del nuevo templo.
Entre 1193 y 1203 se llevaron a cabo otras obras importantes de nueva construcción en los edificios canonicales. Según los resultados de las intervenciones arqueológicas, en la segunda mitad del siglo XII se había levantado un primer edificio de planta trapezoidal del que sólo se han localizado los cimientos.
La reforma de 1168 del obispo Guillem Pere de Ravidats, de ordenación del capítulo de los canónigos y su organización según la Regla de san Agustín, así como la fundación y dotación de la Pia Almoina, que se situaba al lado de lo que entonces se identificaba como el claustro de la catedral, debieron de ser instituciones probablemente situadas en esta primera construcción. hacia finales de siglo, o ya en torno a 1200, este edificio fue completamente renovado, con la construcción de la nave que hoy comunica con el claustro actual. Se trata de una edificación monumental, cubierta con bóveda de cañón apuntada y con ventanas en sus fachadas meridional y oriental. La fachada occidental no se ha conservado puesto que hacia 1300 la nave se prolongó, doblando su longitud hasta alcanzar la totalidad de la galería adyacente del claustro gótico. La fachada septentrional no era exterior, sino que comunicaba con otras dependencias canonicales adosadas. Pere de Coma debió de ser el autor del proyecto y el director de las obras de esta nave, que fue decorada con pinturas en torno a 1211, según consta en la fecha incisa en un sillar, encontrado como material reaprovechado en obras posteriores. La nave comunicaba con el espacio que ahora es el claustro mediante una puerta y seis ventanas, de las cuales tres se tapiaron en momentos posteriores. Las ventanas son de derrame hacia el interior, mientras que hacia el exterior presentan una sucesión de dos arcos, mucho más parecida a cómo se resolverían poco después los perfiles de las ventanas del nuevo templo, con doble arquivolta, capiteles y columnas.
La documentación de la segunda mitad del siglo XII habla del claustro de Santa María. Aunque no sabemos dónde se encontraba, podría haberse situado en el espacio del actual. Los edificios canonicales citados, tanto el más antiguo como la nave actual, forman ángulo con una fachada occidental de la catedral cuya construcción en aquel momento aún no había empezado. Fachada que pudo comprobarse que se levantó encima de un muro andalusí anterior. Ambos edificios debieron formar un ángulo y delimitar un espacio exterior. Otro indicio interesante es la cisterna situada en el patio y que probablemente formaba parte de los espacios del recinto catedralicio anteriores a la construcción del claustro. Por el momento, se desconoce su datación, pero los cimientos del segundo pilar de la galería norte se adaptan a esta estructura preexistente.
La construcción del nuevo templo empezó en 1203. una inscripción monumental, conservada fuera de contexto, recuerda la solemne ceremonia del 22 de julio de 1203 de inicio de las obras del nuevo templo. El texto de la inscripción recoge que participaron en ella, además del obispo Gombau de Camporrells, el rey Pedro el Católico y el conde Ermengol de Urgell. También se dan los nombres de los más directamente implicados en las obras. el canónigo obrero, u operarios, berenguer, y el maestro de obras, Pere de Coma.
Desconocemos el lugar que ocupó originalmente la inscripción, que fue grabada posteriormente, quizás ya en el siglo XIV. La lápida fue encontrada en el siglo XIX y depositada en el Museo Arqueológico Provincial, como tantas otras piezas procedentes de la den debía. En 1970 fue colocada en el pilar del lado del evangelio de entrada al presbiterio, y más recientemente se ha recolocado en el presbiterio, al lado de la puerta de la sacristía. Aunque desconocemos exactamente cuándo finalizó la obra de la nueva catedral, una inscripción que estuvo situada en la puerta principal de la fachada informaba de su consagración en 1278, en tiempo del obispo Guillem de Montcada y siendo maestro de obras Pere de Prenafeta.

Inscripción conmemorativa del inicio de las obras 

El nuevo templo es de planta basilical, de tres naves de tres tramos cada una, con una cabecera original escalonada con cinco ábsides, un amplio transepto, de las mismas dimensiones que la nave central, y un crucero. Estructuralmente, el proyecto era el de un edificio cuidadosamente calculado y con unas relaciones geométricas complejas. La basílica original fue pensada con una simetría perfecta, con dos puertas en los extremos del transepto, otras dos en el tramo medio de cada una de las naves laterales, y las tres puertas de la fachada. Y así fue ejecutada. A pesar de ello, el entorno del templo y las funciones distintas de las puertas llevaron a una diferenciación muy clara y evidente de sus fachadas.
Así, mientras que los ábsides del lado de la epístola y la fachada meridional eran —y son— visibles desde cualquier punto de la ciudad, la parte de la colina del lado del castillo del rey dominaba los ábsides laterales del lado del evangelio y la fachada septentrional. La fábrica era completamente simétrica, pero ya en las fases iniciales, el tratamiento decorativo de las portadas de uno y otro lado fue completamente distinto, muy rico en el lado meridional y sensiblemente más austero en el septentrional. Por lo tanto, desde su construcción se empezaron a diferenciar las dos fachadas y, con ello, se rompía la simetría del edificio. Lo retomaremos más adelante.
La cabecera y el perímetro de la catedral se fueron transformando, desde el mismo siglo XIII, con la apertura de capillas privadas, cada vez más profundas y ricas. Primero, eran capillas abiertas sólo en el grueso del muro, más adelante, ya en la segunda mitad del siglo XIII y sobre todo en el siglo XIV, algunas se ampliaron y otras se construyeron como nuevos espacios adosados al perímetro original de la catedral. Aunque podemos considerar que la obra del templo se había finalizado en el siglo XIII, las transformaciones se sucedieron sobre todo a lo largo del siglo XIV y también en el siglo XV y XVI, por lo que, como ocurre en muchos otros casos, el concepto de obra acabada es muy relativo. la catedral fue un edificio vivo que fue enriqueciéndose y actualizándose a lo largo de los siglos.



Las obras de la nueva catedral empezaron por la cabecera, una cabecera amplia cuyas transformaciones de los siglos posteriores dificultan apreciar su estructura original. Esta constaba de un ábside central semicircular, más profundo y más ancho porque mantiene la amplitud de la nave principal y el crucero, dos ábsides a cada lado, más bajos que el central, también semicirculares y con un tramo recto preabsidal; y, en los extremos, dos absidiolos semicirculares de la misma altura. La planta de los absidiolos de los extremos no se ha conocido hasta que las intervenciones arqueológicas de principios de los años 90 del siglo XX descubrieron sus cimientos y cuyos resultados, junto con el análisis de las estructuras existentes, permitieron conocer la planta original de la cabecera del templo. El perímetro exterior de la cabecera es el que mejor evidencia los cambios y alteraciones acaecidos en primera instancia por la construcción de capillas en el siglo XIV y, más adelante, por las contiendas militares.
De la cabecera original se ha conservado el ábside principal y uno de los cuatro ábsides laterales, el del lado norte del principal.
Los muros del ábside del lado sur hasta el nivel de arranque de la bóveda se aprovecharon en las remodelaciones del siglo XIV, otro hasta la altura del arranque de la bóveda. Los absidiolos de los extremos fueron sustituidos por capillas góticas, aunque mantuvieron el arco de acceso a los ábsides originales con los respectivos capiteles, igual que en el caso del ábside lateral sur transformado en época gótica. La escultura de dichos capiteles es muy interesante porque contiene representaciones que hacen referencia a las dedicaciones originales de estos ábsides.

Capillas góticas 

El ábside principal, cubierto con bóveda de cuarto de esfera, está precedido de un tramo recto profundo cubierto con bóveda de arista. Tanto los pilares del crucero de entrada al presbiterio como los del paso al hemiciclo del ábside, son cruciformes, con columnas adosadas, una estructura que veremos que se repite en todo el edificio. El arco triunfal y el de acceso al ábside se apoyan sobre dobles columnas que se levantan sobre un basamento. En el lado interior del presbiterio, el pilar presenta otra columna, más esbelta y también con el correspondiente capitel, sobre la que descarga el nervio de la crucería.
Algo parecido se observa en los pilares adosados que separan el presbiterio del hemiciclo absidal, pero aquí la columna, al no tener que recibir el nervio de la crucería, se corresponde con un desdoblamiento del arco. En el ábside hay tres ventanas y otra más está situada a cada lado del presbiterio. No son ventanas con derrames, sino que se abren hacia el interior y el exterior con uno o dos arcos concéntricos que permiten capiteles, con sus correspondientes columnillas, unidos por boceles que dibujan los arcos. El nivel de los capiteles de las ventanas marca la línea de imposta, que queda indicada mediante una pequeña moldura lisa.
Desconocemos la organización del presbiterio y del ábside principal en el siglo XIII. Sin embargo, en el siglo XIV, la obra del retablo separó el hemiciclo del espacio del altar mayor.
Sabemos que el espacio posterior estaba dividido en dos niveles. El inferior tenía funciones de sacristía y albergaba un altar dedicado a santa Ana; en el superior se hallaban la librería y archivo de la catedral.
El presbiterio estaba cerrado por una reja pintada y dorada, según consta a finales del siglo XIV, uno de cuyos encajes aún puede verse en la base del pilar de acceso del lado del evangelio. Desde este punto, unas gradas descendían hacia el crucero, lo sabemos por las diversas reparaciones que se hacen en los siglos XV y XVI. La actual disposición, con el presbiterio avanzado, las gradas en el centro del crucero y un altar nuevo justo en esta plataforma, es el resultado de una intervención muy desafortunada que no respeta ningún planteamiento de restauración histórica y altera el espacio interior.
El ábside norte, adyacente al principal, es el otro que conserva su estructura original, aunque su destino como sacristía hizo que posteriormente se dividiera en dos niveles. Sus dimensiones son las de la nave lateral y las del tramo del transepto que se encuentra frente a él. De altura inferior al principal, reproduce su estructura, con un tramo rectangular que precede al hemiciclo absidal, cubiertos con bóveda de arista y bóveda de cuarto de esfera respectivamente, separados por un arco apuntado que apoya sobre una columna adosada con su correspondiente capitel. A ambos lados de esta, otras columnas que descargan respectivamente el nervio de la bóveda y el arco doblado por el lado interior del ábside. Una ventana, cuyo perfil se conserva, aunque está partida por la división interna, iluminaba el hemiciclo, mientras que otra ventana se abre en el muro norte del tramo pre absidal indicando que el absidiolo del extremo era mucho menos profundo y permitía esta iluminación lateral del primer ábside.
En los capiteles del arco de acceso desde el transepto se representan escenas que indican la dedicación original de la capilla, a los santos Santiago y Lázaro: el martirio de Santiago a la izquierda y la resurrección de Lázaro y la curación del leproso a la derecha. una puerta que comunicaba el ábside principal con el lateral se renovó con un arco conopial tardogótico, sobrepuesto a las pinturas murales del siglo XIV del muro septentrional del presbiterio, con escenas de la vida de Cristo.
Simétrica con esta puerta, se encontraba en el muro meridional la que comunicaba con el ábside lateral de este lado, y que tenía las mismas características que el septentrional. La puerta se cegó entre 1335 y 1340, cuando el ábside se convirtió en la capilla privada de la familia Montcada. A pesar de que la transformación actualizó la arquitectura románica, con la sustitución de las bóvedas y el cambio del perfil semicircular del ábside a poligonal, los muros originales se mantuvieron hasta el arranque de las nuevas bóvedas. Una nueva y rica fachada de la capilla, con la heráldica de los nuevos titulares bien visible, se dispuso delante del arco apuntado original de entrada, que también se conservó, y en cuyos capiteles se representan las historias de los santos Pedro y Pablo, que se relacionan con la dedicación de la capilla a san Pedro. La topografía es interesante puesto que en los dos ábsides laterales que flanquean el principal se disponen las dedicaciones apostólicas de Santiago y san Pedro.

Capilla de san Pedro y de los Montcada

Capilla de la Epifanía 





Sala Grande La Canonja de la Seu Vella de Lleida
 

Los absidiolos de los extremos de la cabecera, sin tramo preabsidal, fueron completamente derruidos en los siglos XIV y XV, respectivamente, con la construcción de sendas capillas privadas. La del extremo sur, promovida hacia 1340 por el obispo Ferrer Colom, se adosa a la capilla Montcada. La de la familia Gralla, en el extremo norte, era de planta cuadrada y se levantó en el siglo XV. A pesar de que quedó prácticamente destruida por los efectos de la explosión en el siglo XIX del polvorín situado en el antiguo castillo del rey, se ha conservado el arco de acceso románico y los capiteles. En uno de los lados, se representa el martirio de san Antolín, que está perfectamente identificado por la inscripción del cimacio. Se trata de una escena excepcional y de gran interés puesto que, además de hacer alusión a la dedicación de este ábside, sólo la encontramos en un capitel de la portada de la antigua catedral de Roda de lsábena, con una composición muy parecida. Ello no es nada casual. el obispo san Ramón (1104-1126) había introducido el culto a san Antolín en la catedral de Roda en las primeras semanas de su episcopado. Ramón era originario de la zona del Ariege y se había formado en la canónica de San Antolín de Frédelas. De hecho, el capitel de la portada de Roda se sitúa al lado de otro capitel con la imagen de este obispo, cuyo culto también era uno de los activos más importantes de la sede ribagorzana. La dedicación a san Antolín de uno de los ábsides de la cabecera era una forma de visibilizar la sede ribagorzana en la topografía de la nueva catedral ilerdense.
En un sentido similar hay que interpretar la presencia de los crismones en las portadas del transepto. La del lado norte, conocida como de Sant Berenguer, es una portada con escultura sólo en la cornisa, mientras que la de la fachada sur es una portada profusamente decorada.
Aunque en la documentación medieval se la cita como “lo portal del bisbe”, puesto que quedaba frente al palacio episcopal y debía de ser el acceso utilizado por el obispo, es también conocida como de la Anunciata porque en sendas hornacinas situadas a ambos lados de la puerta había el grupo de la Anunciación —hoy en el Museu de Lleida Diocesá i Comarcal—, además de una inscripción monumental que alude al episodio. Esta diferenciación en el tratamiento decorativo de ambos accesos se reproduce en las portadas del tramo central de las naves laterales y se acentuará en el siglo XIV en las capillas privadas construidas a uno y otro lado del templo. Aunque más sencillo el de Sant Berenguer, ambas portadas del transepto están presididas por sendos crismones, elemento de claro origen ribagorzano, que no se encuentra en otros edificios de Lleida y de su entorno.
Se considera que las fachadas y portadas del transepto debieron de realizarse entre 1215 y 1220, aunque la única referencia es una inscripción situada en la puerta de la Anunciata, conmemorativa de la muerte de un tal Guillem de Roques que lleva la fecha de 1215. A pesar de que la cronología de las portadas no puede precisarse más, ni la del desarrollo de las obras de la cabecera y el transepto, no puede haber dudas sobre el hecho de que las obras de estas partes orientales del nuevo templo, empezadas en 1203 por Gombau de Camporrells, se llevaron a cabo en tiempos del obispo Berenguer de Erill, miembro del linaje ribagorzano de los Erill y que ocupó una destacada posición entre las personas próximas al rey Jaime l. Durante su episcopado, la vinculación con la canónica y antigua sede episcopal de Roda de lsábena siguió siendo estrecha Fue él quien presidió la nueva consagración de la iglesia de Roda en 1234, momento en que también situamos la construcción de la nueva portada donde se representa el martirio de san Antolín junto a la figura del obispo san Ramón.

Fachada norte del transepto con la portada de san Berenguer

Portada de san Berenguer

 Lateral de la Seu Vella de Lleida

Fachada de la Anunciata


 
El amplio transepto de la nueva catedral ilerdense albergó los sepulcros de los obispos Guillem Pere de Ravidats y Gombau de Camporrells, que se instalaron precisamente entre los ábsides laterales del lado norte. el de San Antolín y el de Santiago. Aunque no ha quedado ningún rastro, y sólo tenemos conocimiento de ello a través de testimonios antiguos, la disposición en este punto concreto del templo de los sepulcros de los obispos que habían precedido a Berenguer de Erill y habían tenido una vinculación más estrecha con la antigua sede ribagorzana —el primero, recordémoslo, obispo de Roda y el primero de Lleida en el traslado de la sede—, tiene mucho sentido. Al mismo tiempo es otro indicio que refuerza una cronología de la construcción del transepto en fechas en torno al 1215-1220.
Es un transepto cuyo ancho coincide con el de la nave central, igual que su altura, y cuya longitud dibuja una cruz de brazos iguales si tenemos en cuenta que tiene las mismas dimensiones que la nave central, el crucero y el tramo recto del ábside mayor. Consta de dos tramos a cada lado del crucero. El primero, más estrecho, coincide con las dimensiones de la nave lateral y marca la amplitud del primer ábside lateral, y el segundo es un tramo cuadrado al que se abrían los absidiolos. 

Ambos tramos se cubren con bóvedas de arista, igual que los espacios que preceden a los ábsides. En el lado occidental, y a ambos lados del transepto, una torrecilla con escalera de caracol, que forma ángulo con la nave lateral, asciende hasta la cubierta. Actualmente, sólo se ha conservado la del transepto norte, aunque rodeada de capillas. En el siglo XIV, se aprovechó el espacio para la construcción de la capilla de Santa Lucía.
En aquel momento, la finalización del claustro y, sobre todo la cubrición definitiva de la nave adyacente a la fachada occidental, facilitaba la circulación por las cubiertas del templo y con una sola escalera era suficiente.
La obra de la catedral parece que continuó sin interrupción hasta aproximadamente la mitad del tramo central de las naves. una junta de obra claramente visible desde el exterior lo certifica. Además, desde este punto hasta los pies, las bóvedas son un poco más bajas —aunque a simple vista no sea perceptible— y el podio sobre el que se levantan los pilares occidentales de las naves tiene una altura claramente inferior.
Desconocemos cuándo se produjo esta interrupción, cuánto duró y cuándo fueron retomadas las obras. Lo que sí puede afirmarse es que se siguió el mismo proyecto hasta el final, lo cual no sucedió en otros grandes edificios que estaban en construcción en la primera mitad del siglo XIII, como la catedral de Tarragona o la iglesia del monasterio de Sant Cugat del Valles.
El resultado en Lleida es el de un edificio unitario, que se finalizó a partir del proyecto inicial, con una simetría casi perfecta, sólo alterada por el tratamiento diferenciado de las fachadas meridional y septentrional. Esta, mucho más austera, no gozaba de perspectiva puesto que la pendiente la colina ascendía inmediatamente hasta su nivel más al to, donde se situó el castillo-palacio real. La fachada meridional, en cambio, era visible desde cualquier punto. A pesar de que no se han conservado los palacios y mansiones que poblaban el barrio de la catedral, salvo una parte del castillo, es bastante probable que la catedral se impusiera en magnitud y riqueza en el conjunto de la colina y, por extensión, de la ciudad. Este era precisamente su cometido. se trata de un conjunto, del que también forman parte el claustro, del que hablaremos seguidamente, y la impresionante torre-campanario gótica, que era la mejor expresión del poder de la iglesia.
La fortificación de la colina a partir del siglo XVII acabó alterando completamente el trazado de las calles en la pendiente y la comunicación con el centro de la ciudad baja, por lo que desconocemos cómo, más allá del entorno más inmediato, la catedral se comunicaba con la ciudad. Sólo sabemos que a lo largo del blanco meridional y del septentrional había sendas calles. Al otro lado se encontraba el palacio episcopal, frente a la portada del transepto sur.
En la fachada meridional también se abre lo que durante mucho tiempo fuera la puerta principal de acceso a la catedral para los fieles y que la documentación medieval identifica como “lo portal de la Seu”. Es la portada situada en el tramo central de la nave lateral que también se conocía y conocemos como portada dels Fillols, nombre que hace referencia a la capilla de San Juan Bautista que estaba situada justo al lado, con la pila bautismal. En el siglo XIV, este acceso se protegió con un pórtico.
Ambas portadas, la del obispo y la de Fillols están profusamente decoradas y son un hito de la escultura de la Seu Vella, junto con la portada occidental a los pies de la nave central.

Portada del Fillols 

Portada del Fillols 


La fachada de la nave central se resuelve de forma parecida a la de los muros de cierre del transepto: la portada, cuya estructura es un cuerpo adosado con la correspondiente cornisa y con un desarrollo decorativo en arquivoltas y capiteles, excepto en la del transepto norte, y un gran rosetón en la parte alta, que sin duda garantizaba, junto con los ventanales de las naves, una excelente iluminación en el interior del templo. El rosetón es un elemento que será habitual en la arquitectura catalana a partir del siglo XIII. En edificios próximos ya se utilizó en torno al 1200, aunque con dimensiones mucho menores, como en el caso de las iglesias del monasterio cisterciense de Santa María de Les Franqueses o en la de Santa María de Almatà, ambas en Balaguer. En la catedral de Lleida, se trata de rosetones monumentales, que debían de contener ricas tracerías hoy muy restauradas.

Portada central fachada oeste 

Tanto la concepción del edificio y de su espacio interior como las soluciones arquitectónicas utilizadas en los pilares y bóvedas indican que Pere de Coma era un arquitecto con un importante nivel de formación. Las dimensiones del templo siguen unas precisas relaciones geométricas, lo que indica que, o él o el canónigo operarios, tenían una destacada Cultura arquitectónica y seguramente disponían de tratados. Las características del conjunto son las propias de la época y de un proyecto que se quería monumental y con una riquísima decoración. hay que decir que se trata de un edificio con una masiva presencia de la escultura arquitectónica, tanto en los capiteles de los pilares y en los de todas y cada una de las ventanas, por el lado interior y por el exterior, como en las ricas portadas de las fachadas meridional y occidental. De hecho, es el edificio del siglo XIII más rico en escultura de Cataluña. Esta riqueza escultórica formaba parte sin duda de los propósitos iniciales y tuvo que pesar en el diseño del proyecto original y en la adopción de determinadas soluciones arquitectónicas. Los pilares compuestos, con planta de cruz, con columnas en los lados de la cruz en las que apoyan los arcos formeros y los torales, y con otras dos columnas, de menor diámetro, en los ángulos. Una de ellas siempre dobla un arco mientras que la otra recoge el nervio de la bóveda. Se trata de una solución que, en primer lugar, permitía un desarrollo amplio de la escultura por la gran cantidad de capiteles. En segundo lugar, se sitúa dentro de las experimentaciones de las nuevas bóvedas de crucería, que estaba prevista desde el principio y que se mantuvo a lo largo de todo el edificio sin modificaciones. Ello requería, además una columna en los ángulos del transepto y de las naves laterales donde apoyar el nervio de aquel tramo.
El cimborrio del crucero fue seguramente el último elemento que se construyó, poco antes o quizás ya después de la consagración de 1278. En cualquier caso, es una obra que debemos situar en el último tercio del siglo XIII. Es amplio, de planta octogonal, se levanta sobre arcos apuntados que delimitan el crucero mediante cuatro trompas y sobresale ostensiblemente en altura. En cada cara del tambor se abre un amplio ventanal, comparable a los de los pies de las naves laterales que abren al claustro. Se cubre con una cúpula de sectores, con nervios que arranca justo por encima del cuerpo del tambor. Es un tipo de cimborrio característico y con paralelos en otros edificios que estaban en construcción en aquellos momentos, como la ya citada iglesia del monasterio de Sant Cugat del Valles, o algunos conjuntos de la Cataluña Nueva, como la catedral de Tarragona o la iglesia del monasterio cisterciense de Poblet. El de Lleida, sin embargo, se diferencia de los casos anteriores, cuya cronología es más avanzada, en el hecho de que no se cubrió con bóveda de crucería.

Ya se ha mencionado que en todo el perímetro de catedral se abrieron capillas, las primeras en el mismo siglo XIII, en el grueso del muro las cuales, por lo tanto, no sobresalían hacia el exterior. una de las más antiguas y de dimensiones más reducidas por su escasa altura es la de Santo Tomás, situada al principio de la nave de la epístola desde el presbiterio. A pesar de que no se dispone de documentación que permita atribuirle una cronología, sus excepcionales pinturas murales proporcionan argumentos suficientes para situarla en torno a mediados del siglo XIII, o como mínimo en este momento ya se había construido y era decorada. Las pinturas fueron arrancadas, restauradas, traspasadas a un nuevo soporte y recolocadas en la capilla. Contienen una representación central de la Virgen con el Niño, el apostolado, ángeles y el Agnus Dei.
Simétrica con la de Santo Tomás, en la nave lateral del evangelio se encuentra la capilla de Santa Peronella, una dedicación que es del siglo XIV y que sustituyó la anterior, a María, Jacob y Salomé, cuando se trasladó la fundación de los Desvalls desde la capilla de San Pedro al ser convertida en espacio privado de la familia Montcada. Seguramente también es una capilla del siglo XIII, aunque en este caso no hay evidencias. En los extremos del transepto y flanqueando las puertas, hay una capilla a cada lado. En una de ellas, la de Santa Marta y Santa María Magdalena, al lado de la puerta norte, conocemos la inscripción referida a su fundación en 1304, pero en las otras no. En el lado sur, la de la Transfiguración o de San Salvador in sedis se adaptó al espacio disponible que dejaba el absidiolo, mientras que la nueva capilla de la Concepción, del obispo Ferrer Colom, en la cabecera, tiene que sortearla. Del último tercio del siglo XIII son las primeras capillas que sobresalen del perímetro inicial, como la de Todos los Santos, en el brazo norte del transepto, aprovechando el espacio disponible desde la torrecilla con las escaleras de acceso a los tejados. Es de planta rectangular y cubierta con una bóveda de cañón apuntada. De características similares es la capilla de San Juan bautista, entre la puerta de Fillols y los pies de la nave de la epístola. En el siglo XVI se construyó en el interior una nueva bóveda.

En el último tercio del siglo XIII, finalizando las obras del templo, se empezó la construcción del claustro, cuyas obras debieron interrumpirse y no se retomaron hasta el siglo XIV, seguramente en torno a 1310, cuando Jaime II donó seis mil piedras de la cantera de Gardeny para la obra del claustro. Las diversas fases de ejecución quedaron reflejadas. El claustro se empezó por las arcadas del ángulo más próximo a los edificios canonicales y a la puerta de la nave lateral del evangelio, y continuó por la nave paralela a la fachada del templo. Las características de los pilares de estas primeras arcadas se mantienen en las galerías de la iglesia y la del mirador, que podrían ser ya de inicios del trescientos. En cambio, las bóvedas de todas las galerías se realizaron en la fase final de los trabajos: crucerías probablemente más elevadas de lo que estaba previsto y que cubrieron parte del rosetón de la fachada.
A pesar de las diferentes fases de construcción, a grandes rasgos el claustro formaba parte del proyecto inicial de la catedral, lo que la convierte en uno de los conjuntos más originales.
En primer lugar, la disposición atípica del claustro a los pies del templo. Sin duda, las razones topográficas debieron jugar un papel importante, aunque no pueden olvidarse los condicionantes como resultado de la existencia de edificios anteriores, como ya se ha mencionado. La segunda peculiaridad del claustro es que una de las galerías, la meridional, se abre al exterior. En este punto, los trabajos de nivelación del terreno fueron muy importantes, y requirieron un gran muro de contención que se levantó a partir del nivel de la roca y de la calle que discurría paralela descendiendo desde la zona de los ábsides y la portada de la Anunciata. La galería del claustro, por lo tanto, quedaba elevada respecto al nivel de la calle. Se abrió al exterior con arcos como los del patio, con lo que se convirtió en un espectacular mirador que contribuyó, sin duda, al efecto monumental del conjunto y al rico tratamiento decorativo recibido por toda la fachada meridional. En este sentido, el proyecto del claustro tenía también en cuenta la perspectiva que se tenía de la catedral desde la ciudad, y más allá.

En las fases iniciales del claustro se detectan cambios y correcciones que indican que las obras se realizaron a un ritmo lento y, probablemente, con algunas interrupciones. Las diferencias se observan entre el primer arco frente a la canónica y los arcos de la galería de la iglesia, de mayor amplitud, igual que el ancho y solidez de los contrafuertes del lado del patio.
Las dimensiones de los arcos, sin embargo, no son regulares. hay que destacar, además, que el diseño de la galería del claustro encajaba mal con la fachada del templo, aspecto que se agravó con la construcción de las bóvedas góticas, que requirieron grandes contrafuertes adosados que la modificaron definitivamente. 

La escultura de la Seu Vella de Lleida
El conjunto de escultura románica de la Seu Vella de Lleida es uno de los más ricos del panorama artístico del siglo XIII catalán. La decoración esculpida se manifiesta en sus portadas, así como en los capiteles de los pilares interiores, entre otros elementos arquitectónicos. Para entender el sentido general de su programa iconográfico hay que tener en cuenta el contexto histórico y lo que supuso la conquista cristiana de la ciudad de Lleida en 1149, que cambió por completo el orden establecido durante los siglos en que el territorio había sido ocupado por los musulmanes. La conquista tenía un sentido religioso y suponía liberar territorios del enemigo infiel, la aversión hacia el cual era un hecho que perduraría durante largas décadas y que caracterizaba el contexto en el que se planteó y se ejecutó el programa iconográfico del templo.
Ante este panorama, parece que una de las líneas esenciales que marcó el diseño general del conjunto de temas fue un ideario eclesiástico de lucha contra las principales herejías que amenazaban la iglesia ilerdense a finales del siglo XII y principios del XIII. por una parte el ya aludido islam y, por la otra, el floreciente catarismo, que penetró en la ciudad con la llegada de inmigrantes-repobladores y comerciantes occitanos en las últimas décadas del siglo XII.
Como veremos, ello se tradujo en una notable presencia de representaciones escultóricas relacionadas con la encarnación de Cristo, pilar central de la fe cristiana que era negado por estas doctrinas. Antes de pasar a estos temas, la mayoría de ellos dispersos por el crucero y las naves del templo — así como en la majestuosa puerta de la Anunciata—, dedicaremos unas líneas al análisis iconográfico de los capiteles historiados de la cabecera, siguiendo así el orden jerárquico de la topografía del templo.
La iconografía de los capiteles del ábside mayor —sector más importante del edificio y santuario en el que se oficia el ritual que hace tangible la presencia de Cristo mediante la eucaristía— parece estar relacionada con las celebraciones en él desarrolladas. En la pieza situada más a levante del monumento se despliega el tema de la entrada en Jerusalén, con Cristo sobre un asno seguido del apostolado, muy organizado, casi como si fuera en procesión. Los peregrinos aclaman la llegada de Jesús y la ciudad santa aparece con sus murallas, torres y un campanario del que se llegan a distinguir las campanas. ¿Se habría situado la pieza en este punto del templo como una evocación de la situación geográfica de Jerusalén, donde Cristo fue crucificado y muerto y donde resucitó? Su presencia y significado se podría entender, así mismo, como la conmemoración del Domingo de Ramos, una de las ceremonias más célebres del año litúrgico medieval, de la que se conocen documentalmente procesiones efectuadas en diferentes ciudades catalanas (Vic, Tarragona, La Seu d'Urgell), las cuales hacían un recorrido con estaciones por el exterior del templo, para acceder luego al interior y celebrar la misa. No conocemos documentación respecto las procesiones festejadas en Lleida, pero, como veremos más adelante, hay motivos —más allá de la obviedad que supone en sí misma— para creer que se desenvolvían en la misma línea que en el resto de ciudades catalanas.

Capiteles del pilar absidial de la Epístola. En el tercero desde la izquierda se representan una Anunciación y una Visitación

En el pilar absidial del Evangelio también hay otro capitel con los mismos temas

Anunciación y Natividad 

Yuxtapuesta a esta escena se revela la resurrección de Lázaro, muy fragmentada, que se desarrolla según su expresión clásica: el personaje bíblico aparece de pie dentro del sarcófago envuelto en la mortaja, al mismo tiempo que sus hermanas Marta y María se prosternan a los pies de Jesús, del que sólo queda una desdibujada silueta.
Esta unión de escenas nos sitúa ante el inicio de la pasión de Cristo —entrada en Jerusalén— y el final de la misma —con la resurrección de Lázaro, que claramente se trata de una evocación de la resurrección del mismo Cristo—.En otras palabras, aquí se concentran las nociones de pasión y resurrección, es decir, del misterio central de la fe cristiana. Se pone en evidencia, por otro lado, la ausencia iconográfica del tema de la crucifixión, que quizás se habría representado en otro tipo de soporte figurativo, como podría ser, por ejemplo, la madera.
En el ábside se localiza también la duda de santo Tomás, con la figura destacada de Cristo, la única que luce un nimbo, a la que el apóstol levanta el brazo para poderle tocar la Haga del martirio. Están acompañados por el resto del apostolado, entre cuyos miembros se distingue Pedro sustentando la llave, símbolo de la autoridad pontificia y de la obediencia a la lglesia de Roma. La duda de santo Tomás es el tema por excelencia de la resurrección corporal de Cristo, dado que el discípulo quiso verificar la solidez de su cuerpo poniéndole el dedo en la Haga. A su vez, es un tema relacionado con la eucaristía —la celebración del cuerpo de Cristo—, ya que hace tangible su presencia. Se puede afirmar, por consiguiente, que la liturgia efectuada en al ábside nos aproxima a la interpretación de las imágenes de este espacio, o, en otras palabras, que la decoración escultórica participaría de la acción llevada a cabo en el altar mayor. Pero, además, la Duda evocaría el contexto de la época en el que se eligieron los temas y se ideó el programa iconográfico del templo, cuando se estaba produciendo un intenso debate sobre la transubstanciación, dogma que se confirmó en el IV Concilio lateranense en 1215, y que podría estar poniéndose de manifiesto mediante este capitel.
Más allá de los capiteles del ábside, la temática escultórica de la cabecera cuenta, entre otros temas, con varios ciclos hagiográficos que se localizan en las entradas de las capillas laterales del crucero, temas que se vinculan a la dedicación de estos espacios. En el ábside lateral norte se revela un excepcional ciclo, integrado por tres escenas, dedicado a Santiago el Mayor.
La primera de ellas se trata de la decapitación del santo. Ante el rey Herodes sedente que levanta el brazo —gesto que se identifica con una orden—, el apóstol, reclinado, espera ser sentenciado por el verdugo. Viene a continuación el traslado del cuerpo sagrado hacia Galicia, escena que se figuró mediante un barco cargado con un sarcófago y varios discípulos, los cuales muestran actitudes variadas, por ejemplo el que aparece con el dedo índice levantado hacia la mano divina que les indica el camino a seguir, tal como expresa la leyenda. En último término, se ilustra el tema del descubrimiento de la tumba del apóstol, que es hablada por los fieles. La sepultura, sobre la que se abren unas cortinas colgantes que revelan que se quiso representar un espacio dignificado, es descubierta por un grupo de cuatro personajes.
Parece que en este extraordinario ciclo de la catedral leridana rezuma la voluntad de vincular la sede —y de paso la ciudad— al movimiento de las peregrinaciones a Compostela —uno de los fenómenos socioculturales más potentes de la época medieval— y situarla en un mapa del que no había formado parte hasta mediados del siglo XII, ya que estaba en territorio musulmán. De hecho, después de la conquista, Lleida pasó a ocupar un papel preeminente en los itinerarios hacia Galicia, puesto que en ella confluían un buen número de caminos orientales que seguían hacia Zaragoza una manera muy propagandística de participar de dicho fenómeno fue mediante la exhibición de imágenes que aludían directamente a la vida del apóstol.
En el absidiolo del mismo lado norte, se halla el martirio de san Antolín, evangelizador de la Galia originario de Pamiers —localidad situada al Sur de Toulouse, dónde históricamente ha sido muy venerado—, que se identifica con la inscripción S(anctus) ANTONINUS que hay en el cimacio del capitel. El momento representado es justo después del martirio, cuando el verdugo ha separado, a golpe de espada, la cabeza y el brazo del cuerpo del santo. Ante él aparece Metopius (identificado por la inscripción METOPIS), el rey visigodo que ordenó la ejecución. El culto a este santo en Lleida habría llegado por el trasvase de la devoción que trajeron los repobladores cristianos del Sur de Francia después conquista cristiana, los cuales llegaron a la capital del Segre seducidos por las exenciones fiscales, beneficios económicos y condiciones favorables que les propiciaba la carta de población de la ciudad.
En la entrada de esta misma capilla, hay una pieza con una temática muy diferente y que no tiene relación con su dedicación. Un guerrero armado es atacado por la espalda por un león mientras una serpiente-dragón le arrebata un fruto que tiene en la mano. El personaje luce una serie de atributos que lo identifican con un héroe-guerrero de la Antigüedad —va desnudo, lleva una cinta en el cabello, así como una tela colgante del brazo (capa)— que conducen a identificarlo con el personaje mitológico de Heracles, famoso por los doce trabajos que tuvo que realizar bajo las órdenes del rey de Micenas para expirar el asesinato de sus hijos cometido en un ataque de locura En la pieza se plasmaría la representación sintética de dos de estos trabajos: por un lado la lucha con el león de Nemea, trabajo con el que tuvo que matar a la diera, que aterrorizaba los habitantes de esta ciudad griega, y desnudarla de su piel, que pasaría a ser su atributo principal, por el otro, el jardín de las Hespérides, trabajo en el que tuvo que tomar las manzanas de oro de un árbol del jardín de Hera —custodiado por una serpiente-dragón inmortal y por las ninfas Hespérides— y llevarlas al rey de Micenas. Sobre el porqué de este tema en una catedral cristiana, hay que decir que en la época medieval algunos personajes mitológicos se sometieron a una reformulación moral y alegórica de índole cristiana. Precisamente Heracles fue uno de los predilectos por haber perseguido la virtud incansablemente a través de sus trabajos, de modo que estaríamos ante un ejemplo de lucha para conseguir la virtud y al mismo tiempo de una prefigura de Cristo.

Posible representación de Hércules y el león  

Al otro lado del transepto, en el ábside lateral del costado sur, figura un ciclo consagrado a san Pedro, el más extenso del templo, conformado por los cuatro capiteles que hay en la embocadura que da acceso a este espacio. Siguiendo la narración bíblica, el primero de ellos es la barca de san Pedro (o la pesca milagrosa). El capitel, muy fragmentado debido a las reformas a las que fue sometida la capilla en el siglo XIV por la familia nobiliaria de los Montcada, representa la tercera vez en que Jesús se apareció ante los discípulos una vez resucitado. Pedro y los otros estaban pescando en el lago Tiberíades, cuando Jesús les preguntó si tenían alguna cosa para comer, ante su respuesta negativa les pidió que echaran la red y las sacaron cargadas de peces.
Entonces Pedro le reconoció. La narración dice que después de este episodio Cristo declaró a Pedro su misión y le anunció que sería martirizado. De hecho, este tema, el de su crucifixión, es el que aparece en el siguiente capitel. En el mismo se recrea el momento en que un soldado romano le ata, delante de Nerón, las cuerdas que lo sujetan a la cruz. Sigue la decapitación de san Pablo y cierra la secuencia la caída de Simón el Mago, el episodio narrado en las Actas de los Apóstoles que cuenta que el líder samaritano Simón, que había entablado amistad con el emperador Nerón, quiso demostrar que tenía más poder que Pedro diciendo que podía volar, se lanzó así desde una torre, hecho ante el que Pedro se puso a rezar provocando la caída del Mago. Esta escena se podría explicar si se tiene presente que Simón era el paradigma de los simoníacos, hasta el punto que dio nombre a una práctica perseguida por la lglesia, la compra-venta ilícita de cargos eclesiásticos. Según se desprende de las disposiciones de los concilios leridanos contemporáneos, en los que se decretaba que los que la ejercieran fueran excomulgados, la misma también era practicada en la ciudad. De este modo estaríamos frente una advertencia en imágenes contra un comportamiento ilegal.
Como decíamos al iniciar este texto, entre el conjunto de esculturas del templo se constata una notable presencia de representaciones relacionadas con la encarnación de Cristo, las cuales, además, tienen a María como protagonista.
Su figura se utiliza en su calidad de Virgen, que engendró al Hijo de Dios y lo revistió de forma humana. El interior del templo está cargado de escenas en que la Virgen María asume el papel central.
La fórmula más repetida es la yuxtaposición de los temas de la Visitación y la Anunciación en un mismo capitel, solución que se halla en cinco piezas repartidas por diferentes puntos de las naves y el crucero.
La Virgen también comparece en la escena de la Natividad —que se revela por duplicado en sendos capiteles de la nave sur del templo—, así como en una posible adoración de los pastores y en una excepcional representación del Árbol de Besé, tema, este último, que ilustra la genealogía de Cristo según la profecía de Isaías (“Saldrá un vástago del tronco de besé y brotará un retoño de sus raíces”) y que vemos aquí con María como culminación del árbol, motivo por el que se diferencia del modelo usual en la península ibérica, en donde es Dios Padre el que tiene a Cristo en el regazo —junto a la paloma del Espíritu Santo— (el modelo se conoce como la Trinitas Paternitas).
En cuanto al exterior del templo, lo primero a destacar en relación al tema mariano es que la puerta de la Anunciata, abierta en el frontis del lado sur del transepto, es uno de los puntos de la catedral donde la presencia de María adquiría una mayor significación. Esta fachada es, posiblemente, la más relevante del templo desde el punto de vista iconográfico, hecho que no se puede desvincular de que en época medieval tenía enfrente el palacio episcopal, que fue derruido en época moderna. En origen, la puerta tenía las esculturas de María y Cabriel alojadas en las hornacinas que hay a ambos lados del arco de entrada (hoy en el Museu de Lleida Diocesá i Comarcal). Estas figuras eran las que daban sentido y coherencia al programa de la portada, estructurado en torno a la Anunciación. La escena se complementaba con la inscripción en latín AVE MARIA GRATIA PLENA DOMINUS TE + CUM BENEDICTA TU IN MULIERIBUS, que rememoraba el saludo del arcángel, y con un crismón, de relevante significado.
A partir del siglo XI el crismón suele aparecer en puntos significativos de los edificios, la mayor parte de las veces en los accesos. Su pervivencia en la época medieval se interpreta como la intención de los conquistadores de perpetuar la tradición de los primeros emperadores cristianos, adoptando los signos que se les asociaban, hecho que en la península ibérica perduró hasta el siglo XIII. En época medieval amplió su significado para incluir el dogma de la trinidad, uno de los principales motivos de conflicto entre cristianos y musulmanes. La aparición del crismón en la puerta de la Anunciata se explica por la intención de expresar el triunfo sobre las creencias de los adversarios de la lglesia católica. Con una representación artística que daba importancia a María en su calidad de Virgen, se hacía resaltar la condición humana de Cristo y, con ello, se difundía un mensaje de negación hacia las herejías con ideas antagónicas respecto a su naturaleza. Los animales que tienen los protagonistas bajo los pies (María un león y el arcángel un dragón), siguen una larga tradición iconográfica que manifiesta igualmente el triunfo sobre los enemigos de la lglesia.
Hay otros aspectos que llaman la atención en esta portada. Las letras G y L que figuran en los brazos inferiores de la letra X del mencionado crismón son una rareza (en la península sólo se repiten en una puerta del claustro de la catedral de Tarragona). Podrían tratarse de las iniciales de las palabras latinas Gloria (gloria) y Laus (alabanza), que a su vez son las primeras palabras de un himno muy difundido en la época medieval cantado en las procesiones del domingo de Ramos Sabemos que en diferentes ciudades de la Cataluña de los siglos XII-XIV (las ya citadas La Seu de Urgell, Vic, Tarragona, etc.) en la procesión de Ramos, una vez había hecho su recorrido (hasta una iglesia cercana, las afueras de la localidad, etc.) y ya de vuelta al templo, se cantaba este himno delante de sus puertas. Si consideramos que delante de la portada que nos ocupa se cantaba el mencionado himno, una vez más se pone de manifiesto que la iconografía nos estaría hablando de las ceremonias que se desarrollaban en su entorno y que, por lo tanto, se vincularía con la función del espacio.
Nos fijamos, por último, respecto a esta puerta, en una de sus metopas, la central, en la que aparece una figura que cruza los brazos al mismo tiempo que entrega sendos objetos a dos personajes: un elemento redondo que parece un pan a un personaje arrodillado y una especie de tela al otro, figuración que se puede identificar con la personificación de la caridad y que se podría tratar de una alusión a la entrega de la limosna que se habría podido producir en el palacio episcopal, como era habitual en época medieval. Tengamos en cuenta que el obispo era la máxima autoridad en lo que se refiere a la administración de los bienes de la iglesia y la diócesis, de modo que la práctica de la caridad era un acto ejemplar. De nuevo, pues, la decoración podría estar vinculada con las actividades efectuadas en el entorno con que se relaciona.
Esta misma idea se podría aplicar a la puerta de Sant Berenguer, cuya austera decoración se caracteriza por la presencia, también, de un crismón, a cuya interpretación ya nos hemos referido Nos interesa ahora hablar de otro detalle iconográfico presente, así mismo, en una de sus metopas, la del extremo izquierdo, que presenta el tema del caladrio, con un hombre estirado en un lecho y un pájaro encima que no mira al personaje tendido, sino que tiene la cabeza girada. Se trata de la representación de una fábula relatada en los bestiarios medievales sobre este animal imaginario, el cual tiene la propiedad de saber si un enfermo se curará (entonces le mira) o si morirá (cuando gira la cabeza). Habitualmente el tema aparece en series con otros animales extraídos del bestiario, pero aquí se ve desvinculado de cualquier secuencia figurativa.
Seria pues sensato considerar que el tema fue escogido con un sentido muy preciso. Su referencia a la muerte se podría relacionar con el uso cementerial del espacio de delante de la puerta (en unas excavaciones se encontraron tumbas de cronología coetánea o posterior construcción del edificio), de modo que se habría seleccionado atendiendo a la función del espacio en el que se ubicaba y contribuiría a crear un entorno visual adaptado al acceso. Es bien sabido, respecto a lo ya expuesto, que la disposición de las inhumaciones en los templos responde a una jerarquización de los espacios, entre los que se prefería en primer lugar el interior del templo, seguido de las galerías del claustro y los accesos.
Finalizaremos este recorrido por algunos aspectos de la iconografía de la antigua catedral ilerdense en la puerta dels Fillols (de los ahijados, conocida así porque en una capilla anexa se administraba el bautismo), abierta en el muro sur del templo porque la situación topográfica del claustro, a los pies del edificio, invalidaba el uso como acceso principal de la puerta occidental. Tal vez esta fue una solución poco común, aunque indispensable para la inserción del edificio en la trama urbana. Escultóricamente fue tratada como una verdadera portada occidental, con el imponente desarrollo arquitectónico de la llamada escuela de Lleida. Aunque este acceso presenta múltiples implicaciones, centraremos la atención tan sólo en un aspecto iconográfico. En primer lugar, en el friso del combate entre un caballero y un león encastrado en el lado izquierdo de la portada Siguiendo la hipótesis que hemos desarrollado, podría ser una alusión a la lucha contra los musulmanes. El elemento más revelador para la identificación del caballero con el guerrero cristiano sería el signo de la cruz que presenta en su escudo, mientras que el enemigo habría sido representado como un ser animalizado. La visión del musulmán como una fiera fue muy difundida en la península, especialmente en Castilla y León, y tenía la voluntad de transmitir la noción del musulmán como un adversario bestial y enaltecer la gloria del guerrero cristiano.
Fuente infinita de temas y significados en este texto se han atendido los puntos considerados más relevantes de la escultura del templo de la les debía.
Terminamos con una reflexión general diciendo que, si bien hemos reconocido que ciertas líneas iconográficas se establecieron claramente y de forma muy pensada, quizás la disposición y la elección de otros temas (a muchos de los cuales no nos hemos podido dedicar) se determinó a medida que se avanzaba en la construcción y por eso no existe un guión que los unifique en su totalidad.
En un edificio como éste, tal vez no tenía sentido un programa de imágenes global. por sus dimensiones, por las dificultades de percepción, por las compartimentaciones, por las diferentes funciones o usuarios de los espacios, etc. Por lo tanto, parece lógica la multiplicidad de agrupaciones de imágenes. 

Personajes sosteniendo una rueda (rueda de la vida)

Decoración escultórica de un capitel

Capiteles cerca del ábside

Capiteles de la cabecera 

Casal de la Paeria
El edificio que hoy conocemos como casal de la Paeria se sitúa en la parte baja de la ciudad de Lleida, cerca del Pont Vell y mirando de una parte de la calle Mayor y de la otra a la avenida de Blondel, que corre paralela al río Segre. La construcción fue alzada como residencia por la familia Sanaüja, señora de les Borges Blanques, tal y como parece indicar un documento del año 1208, en el cual se cita la adquisición, por parte de Mascarell de Sanaüja, de unos terrenos en el lugar de El Pardinal, nombre que entonces recibía este punto de la ciudad, en dónde se hallaban “una adobería, una carnicería y unos baños“, terrenos que podrían corresponder con los que aparecen en un documento de 1185 por el que Ramon de Moncada donaba al obispo y al capítulo de Lleida “unos patios sitos en el Pardinal”.
En unos trabajos arqueológicos llevados a cabo en el sótano de la Paeria en la década de 1980 se identificó una estructura escalonada junto a la fachada posterior del edificio, la cual fue interpretada como la piscina de unos baños árabes, que se relacionaron con los que se citan en el documento antes mencionado de 1208. En cualquier caso, poco después de aquella compra, alguno de los descendientes de Mascarell, Arnau de Sanaüja según Lladonosa, empezaría a fabricar la casa que hoy conocemos sobre estas construcciones preexistentes. El edificio estuvo en posesión de los Sanaüja hasta 1342, año de la muerte de Pere de Sanaüja, último descendiente directo del citado Mascarell. unos años después, los albaceas de Pere lo vendieron a la ciudad, que tomó posesión en 1383, para convertirse en sede del gobierno municipal, puesto que la construcción que hasta entonces utilizaban los paers —denominación con que se conocen los magistrados que tenían las facultades rectoras y ejecutivas del ámbito municipal— era insuficiente y estaba en mal estado de conservación.

Detalle de la fachada 

El casal de la Paeria suele citarse como una muestra ejemplar de la arquitectura civil catalana de estilo románico, aunque, como veremos, de la parte original quedan muy pocos restos materiales, tan sólo algunas partes de la fachada que mira a la calle Mayor, puesto que, en su conjunto, ha sido objeto de profusos añadidos, remodelaciones y restauraciones. En lo que se refiere a la configuración del edificio en su conjunto es difícil, ante la falta de estudios dedicados a la arqueología de la construcción, establecer una secuencia constructiva detallada. Los trabajos que abordan la organización del edificio en su fase medieval apuntan a que tenía dos plantas y un subterráneo, y a que las estancias se articulaban alrededor de un patio central, cuadrado y descubierto, de doble altura, con arcos de medio punto sostenidos por gruesos pilares en la planta baja. Se ha anotado tambien que se entraba a la planta baja, destinada al uso de caballerizas y almacenes, a través de un portal adovelado de perfil semicircular que comunicaba con el patio, desde el cual se accedía a la planta noble —en donde se encontraban los espacios residenciales— por una escalera acabada en una galería. Por otro lado, se cree que posiblemente sea la planta baja en donde mejor se ha conservado la estructura medieval, que se manifiesta mediante unos arcos de perfil apuntado que apean sobre pilastras, situados principalmente bajo las cargas de los muros del patio.
Otra de las estructuras que parece que han pervivido de la época medieval es un pozo situado en el ángulo suroeste del patio, del que en este caso se conserva una estructura de planta cuadrada vista exteriormente en la planta subterránea.
La tipología que se describe para la casa de la Paeria, que da especial relevancia al patio —en tanto que distribuidor interior de las salas que lo rodeaban, con una escalera descubierta que unía la planta baja y el piso noble y con una galería—, remite más bien al perfil de la residencia aristocrática que se reproducirá a partir del siglo XIV. De hecho, el carácter de las casas aristocráticas alzadas durante el siglo XIII solía estar constituido, como apunta Eduard Riu-Barrera, por un solo bloque autónomo. Atendiendo esta constatación, y a falta de estudios arqueológicos que lo confirmen, hay que contemplar la posibilidad de que la configuración medieval de la casa de la Paeria pudiese ser el resultado del añadido de unas alas y un patio gótico a un edificio románico precedente de un cuerpo, del que se conservaría la fachada, tan sólo en parte. Esta parece que fue la evolución que siguió uno de los palacios que suelen equipararse tipológicamente a la Paeria de Lleida, el que se conoce como La Montana d'Or, en Girona, que se organiza en torno a un patio, donde se halla la escalera al primer piso y una galería construida en el siglo XIV, momento en que el edificio se modificó profundamente, ampliando el núcleo original hasta enlazar con la calle posterior. El edificio residencial constituido por un solo bloque también lo describe Pierre Garrigou Grandcham, llamándolo “maison-bloc” o “salle”, cuya tipología corresponde a un grupo de viviendas compuestas por un cuerpo largamente abierto a la calle y que se singulariza por el cuidado de la decoración que ornamenta la fachada, aspecto que como veremos es también característico del edificio ilerdense.
Desde que fuera vendido a la ciudad de Lleida, y ya como sede del gobierno municipal, el edificio de la Paeria ha sido objeto de profundas modificaciones y ampliaciones. Entre las más importantes figura la conversión en prisión de la planta inferior por concesión del rey Fernando el Católico en 1486, Uso que perduró hasta que, tras la Guerra de la lndependencia, en 1816 fue trasladada a la iglesia de Sant Martí. Hay que anotar también la ampliación de que fue objeto para albergar la Taula de Cambis y Depòsits, origen de la banca local, obras que parece que se iniciarían hacia el año 1582, cuando se adquirieron unos terrenos anejos al edificio, y culminarían en 1589, según se deduce de la información gravada en una placa conmemorativa encastada en la misma fachada principal del palacio.
Tenemos noticia de nuevos avatares siglos más tarde, en una memoria escrita por el leridano Diego Joaquín Ballester en 1860, donde el autor diseñaba un plan de mejoras urbanas para situar la ciudad de Lleida “a la altura que reclaman sus circunstancias y de las colosales obras que se están verificando a sus alrededores” Allí se proponía, entre otras actuaciones, la venta del solar del edificio de la Paeria, pues, según Ballester, las sucesivas reformas lo habían convertido en “un edificio que no tiene hoy ninguna de las circunstancias de que debe estar adornada una casa de esta naturaleza”. Por el contrario, el dinero obtenido con la venta podría ser reinvertido por el Ayuntamiento en la mejora de otros aspectos de la ciudad. Estos planes no se llevaron a cabo puesto que, en 1867, el arquitecto Agapito Lamarca remodeló el piso superior de la fachada principal y proyectó, también, la fachada posterior de la Paeria, la de La banqueta, de estilo neoclásico. Centrándonos en la fachada principal, y según se observa en fotografías de aquél entonces, en esta fase de reforma se añadió un segundo cuerpo, que casi duplicaba la altura del edificio primitivo y que se iluminaba con cinco ventanas. Otro de los aspectos de que nos informan las fuentes gráficas es de que en la planta baja había un registro de aberturas en correspondencia con los cinco ventanales del primer piso (dos puertas y tres ventanas), que posiblemente se conservaba de fases constructivas anteriores.
Así pues, el edificio llegó muy modificado a principios del siglo XX. En la década de 1920, la fachada principal amenazaba ruina y entonces se reforzó de forma provisional con contrafuertes de ladrillo. Ante tal situación, y siguiendo las recomendaciones del arquitecto municipal Francesc de P. Morera, que consideraba que el edificio podía hundirse, en 1927 el Pleno municipal decidió desmontar la fachada para su posterior reconstrucción. Dicha reconstrucción, así como el condicionamiento de los interiores del palacio se adjudicó, en 1929, al arquitecto Ramon Argilés, que llevó a cabo los trabajos entre aquel año y 1931. En esta intervención, que en lo que se refiere a la fachada tuvo el objetivo de devolverle sus líneas románicas primitivas, la planta baja se solucionó con una puerta con arco de medio punto adovelado y tres ventanas de tipo aspillera.
El piso principal —al que nos referiremos con detalle a continuación, pues fue el que siguió con mayor fidelidad su apariencia de antes del desmontaje— se rehizo con un registro de cinco ventanas ajimezadas de tres arcos de medio punto adovelados, mientras que en el piso superior se construyó una galería por encima del alero. Durante el transcurso los trabajos, en 1930, el Ayuntamiento derribó las casas números y 3 de la calle Mayor para ampliar la plaza de la Paeria. Ello permitió que el proyecto de Argilés incorporase, en la parte occidental, una torre de inspiración medieval, de planta cuadrada y con cuatro pisos, coronada por una galería bajo un alero de madera, con la que se completaría la visión neomedieval del edificio que ha perdurado hasta hoy día.

La reconstrucción del palacio se inauguró el 14 de abril de 1932 coincidiendo con la conmemoración del primer aniversario de la II República.

Planta baja

Primera planta 

El relato de este proceso nos da cuenta de que, aunque muy modificada, la fachada refleja la apariencia que debió de poseer en la fase románica.
Centrándonos pues en el análisis tipológico de este frontis, advertimos que su principal característica es que manifiesta en el exterior la compartimentación del espacio interior en niveles. Estos se definen por una cornisa sobre canecillos en el piso superior y mediante una moldura en el arranque de las ventanas del piso principal. Además, hay otra moldura en el arranque de los arquillos de los ajimeces y otra cornisa o alero que corona el edificio. Esta compartimentación horizontal es característica de las fachadas de las residencias aristocráticas románicas y de ella podemos aducir, en tanto que ejemplo más cercano, la fachada de la casa de los marqueses de la Floresta, en Tárrega, de la cual, como en el caso de la Paeria, hoy día sólo queda el frontis como parte representativa de su etapa románica.
Son propias de ambas construcciones las ya mencionadas ventanas ajimezadas, denominadas “coroneles” en catalán, que presentan un hueco dividido en ambos casos por dos columnas o parteluces que soportan pequeños arcos. Estos arquillos apean en dos columnitas de sección circular y fuste monolítico con capiteles troncocónicos con decoración escultórica y bases áticas. Se trata éste de un tipo de abertura ciertamente paradigmático de las edificaciones medievales catalanas, que posee unas características específicas tanto con respecto a su acabado, como con respecto a su valor como elemento de datación de la estructura. Explica Reinald González que, en un primer momento, probablemente hacia mediados o la segunda mitad del siglo XII, las columnas de este tipo de ventana —cuyo número puede variar de uno a cuatro— eran de fuste monolítico y sección circular, fisonomía que se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo XIII, cuando apareció la sección lobular que perduró con más o menos complejidad hasta la primera mitad del siglo XVI. Estas constataciones nos ayudan a apuntar una fecha para la fachada ilerdense dentro del arco cronológico ahora mencionado. Por otro lado, en un estudio más antiguo, Adolf Florensa explicó que, tradicionalmente, este tipo de ventana presentaba los arquillos tallados cada uno en una piedra rectangular, mientras que las de Lleida, como las de Tárrega, exhiben los arcos tallados en varios sillares, además de estar enmarcados por una arquivolta ricamente decorada, como también sus capiteles, lo que hace de ellos unos ejemplos realmente excepcionales en cuanto a la suntuosidad escultórica que exhiben.
Pasamos así al análisis de esta destacable decoración de la fachada ilerdense, situada principalmente en los ajimeces y los canecillos del alero que hay entre el primer y el segundo piso. La línea de ventanas concentra la decoración, en primer lugar, en el guardapolvo de los arcos y de la línea de imposta que se prolonga por todo el tramo de muro entre ventanas.
Consiste esta en un relieve de tipo vegetal —el mismo que el de los ábacos o el guardapolvo-, con tallos de los que salen hojas y frutos granulados. En segundo lugar, son los capiteles los que presentan decoración en las ventanas. Esta también es de carácter vegetal, aunque intercala elementos de tipo zoomórfico, como leones rampantes, y también humano, como figuras que recogen frutos o que trepan entre tallos. Los cimacios exhiben análoga ornamentación a la que veíamos en el guardapolvo de los arcos.

Sección transversal 

En cuanto al registro de canecillos, veinticinco en total, presentan relieves con una variada e interesante iconografía, que describimos a continuación de izquierda a derecha: 1 ) cara monstruosa que saca la lengua, 2) personaje con un recipiente parecido a un recipiente para la bebida que le cuelga del cuello; 3) cara humana grotesca, 4) busto de personaje con cuernos y levantando los pulgares, 5) cara monstruosa con un gran objeto en la boca; 6) busto de personaje con un objeto parecido a una piedra en la mano, 7) monstruo con personaje humano aterrorizado en la boca, 8) busto de personaje haciendo una mueca; 9) cara monstruosa, 10) escena con dos personajes Que sostienen recipientes y que parece de compra-venta; 11) cara monstruosa que saca la lengua; 12) figura humana armada con escudo circular y espada; 13) personaje cargando en los hombros un animal parecido a una oveja (buen pastor); 14) animal con cuerpo de ave y cola vegetal; 15) cabeza humana cubierta con cota de malla y una cruz en el centro; 16) dragones afrontados; 17) cara monstruosa que saca la lengua; 18) personaje cargando en los hombros un animal parecido a una oveja (buen pastor); 19) cara monstruosa Que saca la lengua; 20) cabeza de personaje barbudo; 21) búho con las alas abiertas; 22) dragón; 23) cara humana grotesca; 24) cara humana grotesca; 25) dragones afrontados. La riqueza iconográfica que presentan estos canecillos requerirían un estudio pormenorizado que bien posiblemente proporcionaría datos para una explicación general de la fachada. Por otro lado, de este registro no hay que pasar por alto que en los paneles perpendiculares al muro que se sitúan entre los canecillos hay, en cada uno de ellos, dos motivos circulares con flores inscritas de ocho pétalos.






La suntuosidad ornamental de esta fachada es tal que puede hasta relacionarse con la obra escultórica de la Seu Vella de Lleida, la antigua catedral en construcción a partir de 1203, testimoniando con ello un clima urbano en dónde los intercambios artísticos ocupaban un lugar importante. Según indica Xavier Barral, la presencia de obreros de la Seu Vella en la Paeria se pone de relieve por la presencia de sillares con idénticas marcas de cantero, que a su parecer serían indicativas del trasvase de la mano de obra a la sazón. A nuestro entender, es efectivamente viable imaginar este intercambio, pues ciertos motivos de los ahora descritos son también presentes en distintos puntos de la catedral, principalmente en algunas de sus portadas, lo que situaría la cronología de la fachada aproximadamente entre 1220 y 1250.
Aunque la impresión general es que efectivamente los elementos escultóricos de la fachada fueron reaprovechados del antiguo edificio de la Paeria (en el fondo de algunas ménsulas parece observarse una capa pictórica de color oscuro, sin duda de aplicación antigua, otras presentan un notable desgaste posiblemente producido por los efectos meteorológicos a los que se han visto expuestas durante largos siglos) hay que contemplar la posibilidad que algunos de ellos hubiesen sido creados durante las tareas de reconstrucción y restauración en la década de 1920 a imitación de los existentes en la misma fachada o incluso reproduciendo motivos presentes en la Seu Vella.
En cualquier caso, la arquitectura y cuidada decoración de la antigua vivienda de los Sanaüja es una clara muestra de que los miembros de la aristocracia no eran indiferentes al uso del arte como código utilizado para expresar su poder y para definir su posición en la escala de representación social.

Patio interior

Vestíbulo de la Paeria de Lleida. 


Iglesia de Sant Martí de Lleida
la iglesia de sant Martí está ubicada dentro del casco antiguo de la ciudad de Lleida, al pie del sector noroeste del tozal de la Seu Vella, entre las calles Ronda de Sant Martí, Sant Martí y Jaime l el Conquistador.
A lo largo del tiempo esta iglesia ha pasado por varios avatares, algunos de los cuales han supuesto notables alteraciones y transformaciones en su estructura.
La mayor parte de los conocimientos que se tiene en la actualidad del edificio son el producto, por un lado, de los estudios basados en los trabajos del historiador Josep Lladonosa y, por otro, en los resultados de unas excavaciones de una necrópolis medieval y unas preexistencias islámicas, realizadas en 1982 en el sector de la calle de Sant Martí.
Del periodo de construcción del templo no existe constancia documental alguna, como tampoco la hay de la fecha de su consagración. Las referencias más antiguas se encuentran en la Ordinario Ecclesiae Ilerdensis de 1168, promulgada por el obispo de Lleida Guillem Pere de Ravidats. En este relevante documento, que aporta informaciones para el conocimiento de la organización eclesiástica de la Lleida de la etapa posterior a la conquista cristiana, se señala que Sant Martí formaba una prepositura junto con las iglesias de Sant Llorenç y Vilanova del Palau. Por otro lado, en otro documento del mismo año se hace referencia a la venta de unas casas de la parrochia Sancti Martini. Estas noticias han llevado a considerar que, en aquel momento, el ámbito parroquial de la iglesia estaba ya determinado. La noticia de la donación de las mezquitas de la ciudad y su entorno, que, tras la conquista, efectuó Ramón Berenguer IV al obispo de Lleida, y que aparece en el documento conocido como la Carta dotationis ecclesiae Ilerdensis (1149), ha sido el apoyo en que se han basado los especialistas para considerar que las iglesias de los primeros tiempos de la repoblación habrían sido alzadas sobre antiguas mezquitas. Pese a ello, las excavaciones arqueológicas realizadas en 1982 no proporcionaron datos relacionados con ninguna mezquita, por lo que, por el momento, no se puede corroborar la hipótesis sobre su existencia en el lugar. El barrio de Sant Martí fue repoblado a finales del siglo XII y durante el siglo XIII, como muestran las múltiples referencias a la iglesia y la parroquia que aparecen en la documentación de esta época. Las murallas de la ciudad cercaron la iglesia de Sant Martí y su ámbito parroquial y, al Norte del templo, se construyó un portal inicialmente llamado Porta de Montsó, porque allí tenía su origen el camino que comunicaba Lleida con esta localidad aragonesa. Posteriormente esta puerta se conoció como Porta de Sant Martí, debido a su proximidad con la iglesia.
Uno de los momentos más significativos para la actividad de Sant Martí se produjo a partir del año 1300 con la creación, por parte de Jaime II, del Estudi General de Lleida, que estuvo enclavado dentro de los límites de la parroquia.
Esto hizo que hasta la desaparición de dicha institución con el Decreto de Nueva Planta, la iglesia de Sant Martí se convirtiese en capilla de la misma y, por lo tanto, en la sede en la que tenían lugar sus actos académicos y celebraciones solemnes. Además, ello dio prosperidad a la iglesia y al barrio durante la época bajomedieval, hecho que se tradujo en la construcción de tres capillas góticas, una en el lado sur y dos en el lado norte. La capilla meridional se abrió en la segunda mitad del siglo XIV, muy cercana al ábside, en el lugar en que posteriormente se instalaría la sacristía, y se dedicó a san Juan. Las del lado norte se alzaron durante el siglo XV, la más oriental —que venía a formar una disposición similar a un crucero con la del lado sur— fue dedicada a la Asunción de María, la Assumpta. No conocemos la dedicación de la otra capilla-.
La guerra dels Segadors tuvo efectos ruinosos tanto para la iglesia como para su barrio. El asedio de 1642 por parte de las fuerzas de Felipe IV y los de los años 1646 y 1647 por las tropas francesas dejaron la parroquia arruinada.
Además, la iglesia sufrió agresiones importantes en su estructura, que provocaron la ruina de una de las capillas góticas de la parte norte y, posiblemente, la desaparición de la capilla sur. Entonces también se inhabilitó la iglesia como lugar de culto. Tras las guerras del siglo XVII, la muralla del barrio de Sant Martí redujo su perímetro y la iglesia se aprovechó como baluarte. El viejo portal de Sant Martí se construyó de nuevo adosado al ábside del templo y la muralla se yuxtapuso a la parte norte de la capilla gótica que quedaba en pie, con lo que pasó a convertirse en una de las torres del nuevo portal. De este modo, sólo hubo necesidad de levantar una torre al otro lado de la calle para tener esta estructura de acceso completa.
La iglesia, abandonada y sin culto desde 1648, siguió la misma suerte que otros edificios de la ciudad y se utilizó como alojamiento de tropas. Más adelante, a finales del siglo XVIII, fue utilizada como parque militar y, a principios del XIX, debió de transformarse en prisión correccional para sustituir a la que funcionaba desde el tiempo de los Reyes Católicos en la Paeria, pues según Lladonosa en 1816 ya había presos en ella. El arquitecto de la Real Académica de bellas Artes, Antoni Cellers, recibió el encargo de diseñar los planos para transformar la iglesia en prisión. Con todo, pronto se debió de ver que esta instalación era insuficiente y dejó de tener este uso.
A principios de la década de 1890 el obispo Josep Meseguer, discípulo del obispo Morgades de Vic, siguiendo la pauta de éste en la recuperación del patrimonio eclesiástico, pidió al Estado la devolución de Sant Martí en varias ocasiones para iniciar su restauración, devolución que fue aprobada el año 1892. Con objeto de conferir al frontis oeste del templo una puerta monumental según Montserrat Maciá la original se había perdido durante los hechos bélicos del siglo XVII—, el obispo Meseguer ordenó que se trasladase la puerta de la parroquial de El Tormillo, núcleo perteneciente Peralta de Alcofea (Huesca), y se instalase en la fachada ilerdense. Por su parentesco con otras puertas leridanas, le pareció a dicho prelado, según comenta Lladonosa, “que ésta le cuadraría muy bien a Sant Martí por tratarse de obras del mismo estilo”. Las obras de restauración empezaron el 27 de diciembre de 1892, y el 28 de mayo de 1893 ya se reconsagraba la iglesia. Los trabajos se ejecutaron de acuerdo con un proyecto de Celestí Campmany, aunque no se llevaron a cabo de una forma completa por falta de presupuesto. En la prensa de la época se recogieron algunas críticas porque no se eliminaron las construcciones adosadas al templo que alojaban las dependencias parroquiales, que lo ocultaban casi totalmente, y dejaban tan sólo un estrecho paso que daba acceso a la puerta desde la calle. Estos edificios existirían hasta la década de 1980.
La iglesia de Sant Martí de Lleida tiene una planta formada por una sola nave rectangular y un ábside semicircular. La nave se cubre con una bóveda apuntada reforzada por tres arcos fajones que apean sobre semicolumnas lisas adosadas a los muros. Estas columnas, que se alzan sobre zócalos rectangulares esculpidos con elementos vegetales, son rematadas por capiteles de tronco de pirámide invertida y labrados con una decoración a la que nos referiremos más adelante. El hemiciclo absidal se abre a la nave por medio de un arco resaltado, de perfil apuntado, que apea en dos pilastras y una semicolumna del mismo tipo que las que soportan los arcos Sajones. El interior del paramento absidal se articula mediante una arquería formada por siete arcos ciegos de medio punto que descansan sobre columnas adosadas al muro de menor altura que las otras del edificio. Por encima, se aprecian los restos de un ventanal ojival tapiado que antiguamente debió de iluminar el presbiterio.
Cerca del ábside, a ambos lados de la nave, se abren dos arcos apuntados. El de la parte sur, en la actualidad tapiado, comunicaba con la capilla de san Juan.

El del lado norte, de mayores dimensiones, se abre a la capilla de la Assumpta.
Este espacio gótico, que, como sabemos, es el único que se conserva de los varios que estuvo dotado el templo, es de planta cuadrangular y está cubierto con una bóveda de arista con un medallón central con la efigie de la Virgen.
Si pasamos a la decoración interior del templo podemos constatar que los capiteles situados en el ábside, de menores dimensiones que los de la nave, son de composición más trabajada. Poseen estos un grueso cimacio en el que se desarrolla un tema geométrico con un doble registro de zigzag, y se ornan con temas vegetales. Encontramos aquí la única representación zoomorfa que existe en el conjunto de capiteles del templo, que presenta un ave de composición simétrica que podría representar un águila o un búho. En cuanto a los capiteles de la nave, debido a la mayor longitud del fuste de las columnas, estos destacan por su visibilidad, con unos temas vegetales que presentan una decoración con elementos florales y hojas esquematizadas. Se hallan coronados por una imposta exenta de trabajo ornamental, a excepción de dos de ellos, los más cercanos al ábside, que ostentan cenefas vegetales.



En el exterior del edificio se constata que el aparejo de los muros es de sillería regular de tamaño mediano. El muro del ábside es liso, sin otro ornato que el friso de canecillos lisos que corre por debajo del alero y se prolonga por los muros. En la fachada norte, también totalmente lisa, sólo resaltan los contrafuertes correspondientes a los arcos interiores.
También sobresale de este muro el volumen de la capilla gótica de la Assumpta. El exterior de los muros de la capilla y de la nave presenta un notable estado de degradación, puesto que se han visto sometidos a la erosión producida por las aguas pluviales. El paramento externo del muro sur es posiblemente el más irregular de todos los exteriores a consecuencia de la anexión, en época moderna, de los edificios de las dependencias parroquiales. Se abre en él una ventana de medio punto muy cercana al ábside En este lado también hay practicada una puerta que está formada por dos arcos de medio punto apoyados sobre impostas con bordones que sobresalen de la línea del muro. Estos dos arcos están rodeados en la parte del guardapolvo por una moldura con diente de sierra.
El alzado principal de la iglesia, el Oeste, consiste en un frontis liso rematado por una espadaña dividida en dos zonas, la primera con dos ventanales y la segunda con uno. Tiene un gran ventanal de arco de medio punto, desprovisto de cualquier suntuosidad, que ilumina el interior de la nave En esta misma fachada se abre otra portada, a la que hemos hecho ya referencia, que no es originaria del templo ilerdense, sino que proviene de la localidad aragonesa de El Tormillo. Su disposición se define por un alto zócalo, que disminuye a medida que sube la escalinata de acceso, de siete peldaños. Vienen después las bases que sostienen cuatro columnas cilíndricas por banda colocadas entre los ángulos de las jambas.
Los capiteles son troncocónicos invertidos, sin otro adorno que un pequeño motivo floral en el ángulo.
Las columnas y capiteles sostienen cinco arquivoltas labradas con los siguientes motivos (del exterior al interior) : molduras, motivo de zigzag, dientes de sierra y arquillos. No hay duda que la decoración de este portal remite a todo un conjunto de portadas que la historiografía artística suele denominar “Escuela de Lleida”, caracterizada por un despliegue de motivos ornamentales entre los que no faltan los de la antigua portada de El Tormillo.


Acerca de la cronología de este templo se puede aducir, atendiendo tanto a su configuración arquitectónica como a las características constructivas que hemos descrito, que pese a que en los documentos de 1168 no se hace referencia explícita alguna a la existencia de la iglesia, su construcción podría situarse en un momento cercano, es decir, en la segunda mitad del siglo XII.
Con respecto a las excavaciones arqueológicas, en 1982 se realizó una campaña en la zona que queda entre la pared norte de la nave de iglesia, las paredes oeste y norte de la capilla lateral gótica y las calles de Jaime l el Conquistador, de Sant Martí y de la Ronda de Sant Martí (en total unos 200 m’).
Aparecieron entonces varios restos constructivos, canalizaciones para aguas, balsas y silos, que manifiestan que en el lugar hubo construcciones antes del asentamiento de la iglesia románica. Se hallaron también restos cerámicos, la mayor parte de los cuales corresponden al periodo de utilización de las estructuras citadas, que se situaría entre finales del siglo XI y la primera mitad del XII, es decir, en una fase de dominio andalusí. En el área excavada además aparecieron cincuenta y siete enterramientos, correspondientes a cronologías que van de finales del siglo XII — momento de creación de la parroquia—, hasta mediados del siglo XVII —cuando la iglesia dejó de ser utilizada como lugar de culto—. Se encontraron tres tipos de tumbas. excavadas en la roca, que se habrían desarrollado en el siglo XII y parte del siguiente, por lo que se deben de relacionar con los orígenes del templo, de losas, que debieron tener su uso a lo largo del siglo XIII hasta mediados del XIV; de foso simple, que se debieron practicar desde aquel momento hasta mediados del XVII. En la necrópolis se encontraron también dos estelas funerarias de tipo discoidal, una de ellas, sin pie, con una cruz en el anverso y unas balanzas en relieve en el reverso. La otra, entera, con relieves cuyos motivos no se distinguen por causa de la erosión. En los estudios arqueológicos se estableció que estos elementos corresponderían al momento de los enterramientos más antiguos. Es también destacable que durante la excavación se localizaron los cimientos de un muro, de unos 4 m de largo por unos 1,5 m de ancho, adosado a la pared de la capilla de l'Assumpta en dirección oeste, que los arqueólogos creen que corresponde a la muralla alzada tras las guerras del siglo XVII, cuando se redefinió el dispositivo de defensa de esta parte de la ciudad.
Entre los años 1987 y 1997 se efectuaron tres actuaciones orientadas a la revalorización monumental del conjunto. Las dos primeras fueron de restauración y consistieron en la reparación de la cubierta y de la fachada de la calle de Sant Martí y en el derribo de los edificios anejos al alzado meridional del templo con las dependencias parroquiales, permitiendo con ello una visión más limpia del conjunto. La tercera intervención fue aparejada al condicionamiento de la iglesia como sala de las obras de escultura en piedra del Museu Diocesá.

Santa Maria de Gardeny
Una de las primeras Referencias a la iglesia de Santa Maria, que fuera la capilla de la encomienda templaria de Gardeny, se remonta a 1156, cuando Guillem de Ponts y su esposa Estefanía hicieron una donación de los bienes que tenían en la ciudad y en el término de Balaguer a la Orden del Temple para la redención de su alma y de la de su hijo, que era enterrado apud Gardenium in eclesia predictorum militum. Tres años después fue firmado un documento in ecclesia Sancte Marie de Gardenno por el cual Berenguer de Anglesola y su hermano Bernat dieron al comendador, Pere de Cartellá, una pieza de tierra.
De 1173 data el testamento sacramental de Guillem de Cervera, que fue jurado supra sanctum altare Sanctae Mariae de Gardenio por Berenguera, su viuda, y otros testigos.
Durante el siglo XIII, la iglesia de Santa Maria de Gardeny devino un centro religioso de primer orden. Los frailes consiguieron captar la devoción de muchos fieles que veneraban a la imagen de la Virgen de Santa Maria de Gardeny, que presidía el altar mayor, y hacían donaciones para que quemaran lamparillas o candelas en el mismo. Consta, por ejemplo, que en 1202 Guillem de Anglesola, para la reparación de su alma y de la de su padre, dio a la casa de Gardeny una pensión de quince sueldos del censo que recibía de Corbins para que se mantuviera una lámpara de plata encendida día y noche ente altare dicto Sancte Marie Cardenii. De igual modo, Guerau de Caçola, canónigo de Lleida, dispuso en su primer testamento en 1216, que tras su muerte hubiese una candela encendida perpetuamente ante el altar de santa María para la salvación de su alma. Serían tantas las dádivas de estos fieles, que la casa creó una institución religiosa, denominada Lampada charitatis, para que se encargara de gestionarlas. También se refiere a esta iglesia el testamento de Bernarda Sança, mujer de Tomás de Santcliment, entregado en 1260, en el que eligió sepultura in capella quem pater meus hedificavit in domo Gardeni, noticia respecto a la que hay que suponer, siguiendo lo apuntado por Francesc Fité, que se trataba de una de las capillas próximas al presbiterio.
Joan Fuguet señala que Santa Maria de Gardeny fue también un importante santuario al que acudían peregrinos y devotos. Es bien sabido que la ciudad de Lleida era un punto importante de la ruta compostelana, puesto que en ella confluían diversos caminos catalanes procedentes de los Pirineos y de la costa, además del peregrinaje llegado por mar. Los documentos prueban que Gardeny disponía de un hospital para acoger pelegrinos y viajeros que acudían a venerar la imagen de la mencionada Virgen. La noticia más antigua que habla de este hospital aparece en 1216, cuando Guerau de Caçola, canónigo de la catedral de Lleida, donó por testamento un hospital y sus otros patrimonios de la ciudad del Segre sub cura ef custodia domini mei Magistri milicie Templi que per tempore fuerit et omnium aliorum fratrem qui per amore Dei et salute animarum suarum visitent loca et omnia hec supradicta tenere et observare faciant.
Centrándonos ya en el análisis arquitectónico, la iglesia de Santa Maria es un edificio de nave única que se cubre con bóveda de cañón apuntada que arranca de una imposta biselada. La cabecera de este templo presenta un ábside poligonal de cinco paños, tipología poco habitual ante la cual algunos autores, como por ejemplo Luís Monreal y Martí de Riquer, consideraron que se trataba de una estructura alzada más tardíamente que la nave. Esta hipótesis, recogida posteriormente por otros estudiosos, entre ellos el mismo Fuguet i Sans, quedó invalidada en 2011 con la realización de unos sondeos en la zona de unión entre ambos cuerpos del edificio, que confirmaron que las dos construcciones eran efectivamente coetáneas, pues encajaban perfectamente. Resulta también de interés, en relación con lo objetado de la tipología de dicha cabecera, recoger la opinión de Fité, el cual consideró que corresponde a un ejemplo temprano del ábside poligonal que más adelante caracterizaría los templos góticos en las tierras de Ponent. Con todo, hay que notar, en cuanto a la arquitectura templaria, que esta solución se encuentra también en el castillo de Monzón.
Exteriormente, los soportes se resuelven con cinco contrafuertes de perfil escalonado. Tres se adosan a mediodía y dos al Norte. De ellos, cuatro se sitúan en los ángulos de la nave y sólo uno se adhiere al centro del muro sur.
Su función principal sería la de reforzar los muros de la nave para compensar las presiones laterales de la bóveda, aunque los dos contrafuertes de los ángulos del muro occidental soportarían también el peso del mismo frontispicio y de un campanario de espadaña, hoy desaparecido. Estos elementos deben de corresponder a la primera gran reforma del edificio original, que debió de tener lugar entre la segunda mitad del siglo XII y principios del XIII. Se considera este margen temporal porque, por un lado, sus hiladas no se corresponden con las de la nave primitiva y, además, el contrafuerte central del muro meridional inutilizó una de las ventanas originales, lo que apuntaría a una construcción ulterior a la nave, y, por otro, no pueden ser posteriores a la construcción de la capilla sur, que cómo veremos data de la primera mitad del siglo XIII, pues se sobrepone al contrafuerte de este lado, lo que confirmaría la construcción de la capilla con posterioridad a los contrafuertes.


En relación con los elementos de sustentación en el interior, hay que referirse al único arco fajón del templo, que se ubica cercano a la cabecera y que apea en una columna adosada con contrapilastra, solución típica de la arquitectura cisterciense y de la templaria de Tierra Santa, según afirma el mismo Fuguet.
Respecto a este elemento constructivo, la crítica ya ha puesto repetidamente de relieve que no corresponde al tiempo en el que se alzó la iglesia, pues oculta parcialmente una ventana original, hoy cegada, en el muro norte, de modo que es indudable que el arco fajón es posterior a esta abertura. Otro de los elementos de sustentación, que en este caso, y a diferencia del anterior, planteaba dudas con respecto a su situación dentro de la evolución constructiva del edificio hasta la realización de los trabajos arqueológicos de 2005, era un contrafuerte adosado a la pared norte, entre la nave y el ábside, del que se confirmó que se trata de una estructura posterior a la construcción original de la nave.


Pero éstas no fueron las únicas incógnitas resueltas por dichos sondeos arqueológicos. Las dos capillas laterales del templo, abiertas, una a cada lado, entre el arco y el ábside, y dispuestas como si de un reducido crucero se tratase se cubren con bóveda de cañón apuntado perpendicular a la nave. Si bien tradicionalmente se había considerado que la capilla norte, dedicada a santa Ana, era coetánea a la construcción la iglesia, las catas pusieron de relieve que su edificación era posterior al cuerpo del templo. Esta sucesión constructiva se hizo constatable por la existencia de un repicado en la pared occidental del contrafuerte, hecho para encajar el arranque del arco apuntado que cubría la capilla. Por otro lado, respecto a la capilla sur, consagrada a san Salvador, los estudios históricos y arquitectónicos afirmaban desde antiguo que se trataba de un añadido al cuerpo principal del templo, de modo que su construcción tendría que fecharse con posterioridad a éste, en concreto en la primera mitad del siglo XIII, si se atiende a la datación de las pinturas murales que se descubrieron en su interior, a las que nos referiremos con detalle más adelante.
Es probable que el arco fajón fuera incorporado para reforzar la bóveda cuando se abrieron estas capillas, de las cuales, no obstante, no se conoce si fueron coetáneas entre sí.
La ornamentación interior de la iglesia es muy sobria. Los elementos más destacados son los capiteles sobre los que descansa el arco fajón, cuya decoración consiste en dos registros de hojas que doblan sus puntas hacia el exterior y rebajes en los collarinos. Hay que señalar que esta es una solución que se aleja de la escultura románica característica de la ciudad de Lleida, representada por los talleres de la Seu Vella, con ricos e intrincados repertorios, y que más bien se aproximaría a un planteamiento sencillo y de notable sobriedad decorativa.
Por otro lado, tanto las noticias documentales como los vestigios existentes, informan de la presencia de una serie de doce cruces inscritas en círculos en bajorrelieve que estaban incisas en los muros laterales. Estos símbolos, tal y como ya informaba el inventario de 1591, son de las señales indicativas de la consagración del templo (“dotse Creus granades y senyalades de vermell y redones a modo de cèrcol y antigues que és yglésia consagrada”).
Algunas de estas cruces ya fueron documentadas por Joan Fuguet, que las descubrió en sillares a poca altura en los laterales de la nave. Otra se halló entre los restos del muro que separaba el ábside de la nave, alzado en el siglo XVIII para convertir el ábside en polvorín, y que se derribó durante las intervenciones de 2011. Cruces análogas a esta aparecen incisas en las impostas del porche norte del conjunto templario de Barberá de la Conca.
A excepción de la puerta, a la que nos referiremos a continuación, la ornamentación exterior del templo de Santa Maria es tan escasa como la interior, pues se limita a las dovelas de la puerta y las ventanas y a los canecillos lisos de la cornisa de la capilla sur. Así pues, el aspecto exterior del edificio es muy sobrio, con muros de piedra macizos de 1,5 m de grosor.
Como se ha apuntado, el coronamiento en la fachada occidental estuvo constituido por una espadaña hoy inexistente. La desnudez y el carácter macizo de los muros, y en especial el amplio frontis, dan a esta iglesia un remarcable aspecto de severidad. No podemos pasar por alto la presencia de los restos de algunos canecillos a unos 2 m por encima de la puerta del frontis, lo que permite imaginar que en este punto del templo habría habido un porche. Según Fuguet, es probable que se trate de los vestigios materiales del cementerio de sepulturas principales que menciona la descripción de la visita de mejoramientos del año 1591: “davant de la prop dita porta hy ha una quadra ab sinch sepultures alrededor, les quals amontren ser de persones molt principals e illustres, y les parets de l'entorn molt bones y de pedra picada y a modo de claustro”. 
En la actualidad la iglesia tiene tres puertas, una en el sector norte, otra en el oeste y otra en el sur. Pero parece, tal y como han señalado diversos autores, que originariamente sólo había una puerta, la practicada en el muro norte, que es la que daba acceso al patio del recinto superior del conjunto. Esta puerta está formada por una serie de arcos concéntricos moldurados y en degradación, el más interior de los cuales se decora con gallones cóncavos, lo que hace de ella un elemento singular en el contexto austero de la arquitectura de conjuntos templarios.
En cuanto a las ventanas, en origen el templo tenía cuatro, actualmente muy alteradas por las reformas que han sufrido los muros durante la fase en que el conjunto fue cuartel militar. Se abrían en los muros laterales de la nave, una en la parte norte y tres en la sur, y todas presentaban una misma tipología, con arco de medio punto y doble derrame. La primera es la ventana que se emplaza casi por debajo del arco fajón, a la que ya se ha hecho referencia.
Actualmente, las tres aberturas que del muro meridional están tapiadas por varios elementos adosados posteriormente. Hay otras dos ventanas en el templo que corresponderían a fases constructivas tempranas, ambas de medio punto. Una de ellas está dispuesta en la fachada occidental, mientras que la otra ilumina la capilla sur.
Como hemos detallado en la exposición relativa a los edificios del castillo, la iglesia conventual fue construida independientemente de la casa fuerte.
Posteriormente pasó a comunicarse con las dependencias del castillo mediante un edificio-corredor anejo, que, en un nivel inferior, daba acceso al ábside del templo. También se accedía al templo por una puerta elevada abierta por encima de la capilla norte, desde donde se bajaba con una escalera de madera, sistema que nos es conocido tanto por el inventario del siglo XVI como por los planos militares del XVIII. En 2005, se pudo corroborar su existencia gracias a los resultados de unas prospecciones arqueológicas. Con todo, no hay pruebas de que esta estructura hubiese existido en la fase románica del templo, y más bien parece que sería posterior.
Igual que lo establecido en relación con el edificio del castillo, la construcción de la iglesia de Santa Maria se situaría durante la segunda mitad del siglo XII. En este sentido es preciso remitir a la fecha de 1202, cuando ya se menciona el altar de Santa Maria de Gardeny. Por otro lado, hay que recordar que la construcción fue objeto de posteriores modificaciones, entre las que destacan la construcción de un arco fajón y dos capillas, una a cada lado del templo, hacia mediados del siglo XIII. Con respecto a la tipología de templo, es interesante traer a colación la tesis apuntada por Puig i Cadafalch, que la definió como un ejemplo representativo de la escuela provenzal con gran influencia cisterciense, la cual reconocía tanto en el uso de la bóveda de cañón apuntada como en la sobriedad decorativa.
Es preciso hacer una breve mención a las restauraciones orientadas a la conservación de la iglesia llevadas a cabo en el templo en tiempos recientes, concretamente entre 2010 y 2011, en las que se construyó una red de evacuación de aguas pluviales, se rehabilitaron las cubiertas, tanto de la nave como del ábside, se reconstruyó la cubierta de la capilla sur, se derribó el muro que separaba la cabecera de la nave principal y se hizo una reconstrucción provisional de la capilla norte.

Pinturas murales
En 1987, se descubrió un conjunto de pinturas murales de notable relevancia dentro de la órbita de las manifestaciones artísticas de la Orden del Temple, el cual fue restaurado por los servicios de la Generalitat de Catalunya. Según Joan Fuguet, el hallazgo, pese a su grave estado de conservación, fue importante no sólo en el contexto de la pintura catalana del XIII, sino también del arte templario, puesto que, junto con las pinturas de Puig-reig (Berguedà), son las únicas manifestaciones pictóricas del arte templario de Cataluña y una de las pocas de Europa. Por otro lado, en el mismo momento de su descubrimiento, Joan Ainaud ya destacó, en declaraciones al diario La Vanguardia (14 de agosto de 1987, p. 21), que “son de las pinturas más antiguas descubiertas en Lleida, pues allí la mayoría son góticas. Estas son románicas, de mitad del siglo XIII, del cual hasta ahora sólo se conocía la decoración de la capilla de la den de Lleida”, en referencia a la capilla de santo Tomás de la antigua catedral ilerdense. A la espera de un estudio exhaustivo de estas pinturas, de las que en 2011 Montserrat Pagés presentó una ponencia de la que por el momento no existe la publicación, la aportación que presentamos se basa en las informaciones historiográficas que hasta el momento se conocen.
Las pinturas constaban de varios fragmentos, situados en el sector meridional del templo, entre el arco fajón y la capilla de san Salvador, así como en el interior de la misma capilla. El primer fragmento formaba parte de una decoración que cubría el muro lateral del templo y la contrapilastra del arco fajón, por lo que no se puede descartar que todo el interior del edificio hubiese estado decorado pictóricamente. Dicho fragmento presenta dos motivos decorativos distintos: por un lado, en el muro propiamente dicho, imita un aplacado de mármoles o sillería que se perfila con una doble línea negra, mientras que por el otro, en la contrapilastra, presenta una cenefa vertical que, con el mismo tipo de dibujo con línea negra, tiene elementos circulares concéntricos de temática vegetal que esquematizan flores y hojas combinadas con bajas que siguen las curvas. hay que señalar que varios de los monumentos templarios que conservan pinturas suelen exhibir programas compositivos donde las soluciones lineales geométricas juegan un papel importante, como por ejemplo en Cressac (Poitou-Charentes) o Saint-Christophe Montsaunès (Haute-Garonne).

Más interesantes son los fragmentos provenientes del interior de la capilla, puesto que se trata de una decoración historiada. Un primer fragmento se ubicaba en origen en la mitad derecha de la pared oeste y en la parte de la bóveda que queda por encima de ella, en donde habían pervivido los restos de una composición basada en dos registros horizontales: en el superior hay seis figuras nimbadas y con libros en las manos y en el inferior otros seis personajes sin aureola y con las manos juntas en actitud beatífica, mirando hacia el centro de la composición. Queda también un fragmento de la cenefa que parece que dibujaba una mandorla. Desgraciadamente estas pinturas sufrieron un grave ataque pocos meses después de su descubrimiento y restauración, en el que se destruyeron las cabezas de la mayor parte de personajes del registro superior. Este hecho provocó que se arrancara de forma urgente la capa pictórica de los restos del fragmento mutilado con la técnica de strappo y se traspasó a un apoyo rígido. Actualmente este fragmento se conserva en el almacén municipal de arqueología de Lleida a la espera de una posible recolocación. El segundo fragmento, que en este caso sigue in situ, representaba un cielo con estrellas de ocho puntas. La identificación del tema iconografico del fragmento hoy descontextualizado resulta bastante clara, pues se trata de una representación del Cristo triunfante del Juicio Final con las figuras de los apóstoles a los lados y, por debajo de ellos, los elegidos que miran hacia la figura central.
Este debió de ser un tema que gozó de cierto prestigio en la iconografía templaria, puesto que también figura en el ábside de la iglesia de san Bevignate de Perugia, en donde, como ya apuntó Fuguet, las figuras de los elegidos son prácticamente iguales a las ilerdenses. Por otro lado, el repertorio iconográfico con estrellas se puede encontrar también en otros conjuntos murales templarios, como por ejemplo en los ya citados frescos de Montsaunés.
Con respecto al contexto cronológico de estas pinturas, hay consenso en situarlas en un momento coincidente con la fundación de la capilla de san Salvador, es decir, a mediados del siglo XIII. Rosa Alcoy, esgrimiendo tanto argumentos de tipo estilístico como por su temática de dimensión escatológica, considera que estas pinturas se aproximan al llamado círculo de Lluçá, grupo heterogéneo de obras relacionadas con un frontal —y sus laterales— dedicado a la Virgen, procedente de esta localidad de la comarca de Osona. La autora las sitúa, no obstante, en un estadio avanzado, que se ubicaría, en coincidencia con los autores antes citados, en torno a 1250 Así pues, y dentro de un contexto catalán, la ejecución de las pinturas de Gardeny se situaría coetáneamente a las pinturas de Sant Pere de Casserres, la primera fase pictórica de los frescos de Santa Maria del Bruc o, mucho más cercanas a Lleida, la cabecera del templo del monasterio trinitario de Avinganya (Seròs).
Terminamos con un último apunte relativo a las restauraciones de las pinturas, puesto que después de la intervención ya mencionada de 1987, han sido objeto de nuevos trabajos. La segunda intervención documentada, en 2008, consistió en la realización de un estudio para identificar la presencia más pinturas murales en la iglesia. Se localizaron entonces los restos de una cenefa decorativa con motivos vegetales y un escudo de ejecución simple pintado directamente sobre la piedra, ambos en el paramento lateral sur de la nave, a unos 4 m del suelo. Se constató también la presencia de restos en la zona comprendida entre capilla y el arco fajón, concretamente en el frontal de la contrapilastra y por encima del platón más extenso de imitación de sillería hasta llegar a la cornisa superior. Además, se localizaron otros fragmentos en los muros interiores de la capilla, uno sito detrás del doble muro y el otro, recubierto de cemento portland, sobre el paramento izquierdo. Finalmente, la última intervención de la que han sido objeto las pinturas, se produjo en 2010-2011, paralelamente a los trabajos de conservación y restauración arquitectónica preventiva efectuados en el templo. En este momento se localizan otros restos pertenecientes al mismo periodo según determinaron las analíticas. El derribo del muro del siglo XVIII que separaba la cabecera de la nave dejó al descubierto restos de pintura mural entre el espacio de la capilla sur y el arranque del ábside. El fragmento más representativo de este hallazgo sería una inscripción difícil de descifrar debido a su pésimo estado de conservación.

 

 

 

 

 

 

 

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