Iglesias del Serrablo
La etimología del término Serrablo no
ha sido todavía descifrada, todo parece indicar que su procedencia proviene de
la voz latina serra (sierra) y un sufijo todavía inexplicado, pero
sugiriendo todo ello como un territorio formado por sierras o cerros. En la
actualidad el Serrablo, es un territorio que abarca la cuenca del río Gállego,
en un amplio territorio alrededor de las poblaciones de Biescas y Sabiñánigo.
En las tierras de Serrablo existen un conjunto
de pequeñas iglesias que reunen unas características propias que las llevaron a
ser declaradas en 1982, de interés artístico de carácter nacional. Son iglesias
levantadas entre los siglos X y XI en un estilo arquitectónico que todavía se
discute si mozárabes o románicas primitivas. Ajenas a esta discusión, hoy en
día, son conocidas y así constan en la mayoría de las guías turísticas como
iglesias mozárabes de Serrablo.
El prototipo de templo serrablés consta de
única nave rectangular culminada con un ábside semicircular de tradición
carolingia que es el mayoritario en este tipo de iglesias. Los maestros
serrableses adoptaron del arte musulmán la torre-campanario (reconversión de
los minaretes árabes), las ventanas bíforas y tríforas con arquillos de
herradura y el alfiz en puertas y ventanas. Además, de la iglesia visigótica
mantuvieron la disposición de la nave con acceso por una puerta en arco de
herradura; y del arte carolingio introdujeron la decoración de arcos ciegos y
friso de baquetones en el ábside. De la arquitectura lombarda adoptaron las
lesenas o pilastras que sustentan las arquerías ciegas de los ábsides. Este
modelo exclusivamente serrablés, destaca por el acierto en la conjugación de
tan diversos elementos artísticos y por la innegable belleza resultante. Son
iglesias pequeñas cuya nave se cubre con techumbre de madera, mientras que el
ábside lo hace con bóveda de horno o cuarto de esfera. La unión entre la nave y
el ábside se realiza a través de un arco de medio punto que aloja un corto
tramo recto con bóveda de cañón. El material empleado suele ser mayormente
sillarejo colocado en hileras regulares y extraído de las canteras próximas.
Como elemento característico del modelo serrablés hay que destacar el friso de
baquetones que decora la parte superior del ábside por debajo de alero
exterior.
La gran mayoría de ellas han sufrido fuertes
transformaciones a través de los siglos, sobre todo en lo que respecta a la
nave del templo, la erección de nuevas torres campanarios y la adición de
capillas exteriores principalmente sacristías. Sin embargo el elemento que
permanece original a través de los siglos es el ábside, que aunque en numerosas
ocasiones han tenido que ser restaurados siempre han conservado su fisonomía
original. El elemento que más ha cambiado y el que ha sufrido mayormente el
paso del tiempo son las cubiertas y techumbres, en la mayoría de las veces han
tenido que ser restauradas o completamente reconstruidas siguiendo a veces
formas no muy acordes con la cubierta original. Las cubiertas suelen ser los
elementos que más sufren en las construcciones, por lo que no es nada extraño
que en caso de un mantenimiento deficiente se vengan abajo.
En líneas generales, las puertas de acceso se
sitúan en la fachada Sur, donde también se sitúan las pequeñas ventanas
aspilleradas de medio punto que sirven para iluminar el interior. La fachada
Norte no suele disponer de vanos, ya que el frío septentrional desaconseja la
apertura de vanos en esta fachada. Los ábsides se orientan como solía ser
habitual mirando al Este. En el ábside se suele situar en el centro del
cilindro absidial una ventana aspillerada de medio punto, en ocasiones de doble
derrame. A veces podemos encontrar dos o tres ventanas en el ábside.
Un elemento característico de estas iglesias
son la torres-campanario de inspiración siria, es decir musulmana. Se trata de
torres muy esbeltas, con decoración de ventanas tríforas y frisos de baquetones
en algunos casos. La torre va reduciendo su tamaño conforme va ganando altura.
Van cubiertas con bóvedas esquifadas y tejados a dos o cuatro vertientes. Las
ventanas que se sitúan en estas torres o a veces en los muros, tienen un
elevado contenido decorativo y son de uno, dos o tres vanos, construidas con arcos
de herradura o de medio punto. En algunos casos van enmarcadas por un alfiz. Se
considera que el modelo inspirador para la construcción de este tipo de torres
campanarios, es el minarete de la mezquita siria de El Omaria en la ciudad de
Bosra.
La puerta típica de estas iglesias es, sin
duda, la puerta en arco de herradura, bien esté decorado o no dicho arco con la
típica moldura rectangular musulmana denominado alfiz o arrabá. También se
emplea el arco de medio punto o arco semicircular propio del románico.
Las cubiertas de las iglesias solían tener
armadura plana de madera prácticamente en todos los casos, siendo sustituidas
siglos después por bóvedas de cañón. El ábside se cubre con bóveda de cuarto de
esfera y el corto tramo que precede al ábside y sirve de unión entre la
cabecera y la nave, y que lo hace con bóveda de medio cañón. Al exterior el
tejado suele ser a doble vertiente con lajas de pizarra.
En casi todos los casos, salvo en la torre de
San Bartolomé de Gavín, la decoración escultórica es inexistente, la única
decoración que se utiliza es el friso de baquetones y el conjunto de arquerías
ciegas y lesenas de los ábsides.
Los templos del Serrablo permanecieron lejos
del gran público hasta 1924, cuando Rafael Sánchez Ventura (* Zaragoza
24-10-1897 † Lisboa 1980) descubrió un grupo de iglesias en el curso del río
Gállego. Once años después publicó un estudio donde afirmaba que "parecen
traducir estas iglesias un mozárabe mal interpretado y peor conocido, de
principios perdidos y lejanos, algo así como un sentido tradicional sin modelos
directos". Fue el inicio de una larga polémica sobre el origen y las
influencias de estos templos que culminó en 1973 con el reconocimiento tácito
del mozarabismo de estas construcciones.
Presentan los ábsides, de cinco a nueve
arquillos semicirculares ciegos; en el arco central se abre una ventana
abocinada que puede complementarse con otras dos, de medio punto. Por encima de
la arcuación corre horizontalmente al ábside un cordón moldurado, en forma de
bocel, sobre el cual se asienta el friso característico constituido por medios
cilindros dispuestos verticalmente, es el conocido como friso de baquetones.
Sobre estos baquetones se apoya una o dos hiladas de sillares estrechos y
salientes que forman una especia de cornisa que tiene el tejaroz.
Cronológicamente, se advierten cuatro etapas
constructivas que abarca entre el 950 y el 1050.
La primera etapa constructiva, hacia el 950
comprende tres iglesias de nave única terminadas en ábside rectangular y sin
alfiz. Son las de San Bartolomé de Gavín y las dos de Espierre, San
Juan y Santa María, son conocidas como "el primer mozárabe".
Entre 960 y el 1000, se desarrolló un "segundo
mozárabe", el que aparece el alfiz, el friso de baquetones, las
arcadas ciegas, el arco de herradura y las torres-minarete (de influencia
siria). Se engloban en este grupo las iglesias de San Pedro de Lárrede, San
Juan de Busa, San Miguel de Otal, San Urbez de Basarán, San Juan
de Rasal y Santa María de Gavín, actualmente restaurada en el Parque
de Sabiñanigo (solo se conserva el ábside). Debieron ser construidas por una
cuadrilla itinerante conocedora del arte musulmán oscense y los modelos
carolingios.
El "tercer mozárabe" abarca
desde el año 1000 al 1024. Se caracteriza por el abandono del arco de herradura
y el alfiz, aunque conserva la torre y la decoración exterior del ábside.
Buenos ejemplos son las iglesias de San Pedro de Lasieso, Santa Eulalia de Orós
Bajo, San Andrés de Satué, San Martín de Ordovés y Santa María de Isún de Basa,
obras de diferentes maestros que mezclaron la tradición autóctona con las
tendencias europeas de los monjes de Cluny.
El "cuarto mozárabe" o "mozárabe lombardo" se
extiende hasta el año 1050. En este mozárabe lombardo se hereda la tradición
indígena del friso de baquetones y se aporta, como novedad vanguardista para el
momento, la teoría de arcuaciones lombardas. Sus ejemplares conservados se
encuentran en la comarca La Jacetania, concretamente en San Juan de Banaguás y
Santa María de Lerés.
Una iglesia típica serrablesa seria:
•
Templo
de una sola nave rectangular terminada en ábside semicircular (la gran mayoría)
o rectangular (las menos) y orientadas al Este
•
Verticalizada
con una esbelta torre campanario que se levanta tanto en el flanco norte como
en el sur
•
Ventanas
semicirculares y de herradura
•
Puerta
o portada de arco de herradura en la fachada Sur. Si dispone de porche o atrio
siempre es de construcción posterior
•
Techumbre
de madera y tejado de pizarra a dos vertientes
•
El
ábside suele estar decorado con friso de baquetones y arcadas murales ciegas.
La Guarguera Dentro
de las tierras que conforman el Serrablo, encontramos pequeños valles que
tienen identidad propia, entre ellos encontramos el conocido como Valle de la
Guarguera. Recibe este nombre porque es atravesado por el río Guargua, afluente
del Gállego. Tiene este río su nacimiento en la sierra del Galardón para
desembocar en el Gállego. Es una zona muy despoblada, en la actualidad
adscritas todas sus aldeas al municipio de Sabiñánigo. Su principal población y
por tanto su capital es Laguarta.
Se pueden realizar diversas rutas para conocer
las iglesias de Serrablo, no obstante el núcleo duro o más importante
y por tanto imprescindible es aquella que partiendo de Biescas nos
lleva a Sabiñánigo y que discurre por el margen izquierdo del río Gállego.
Lárrede
La villa de Lárrede está situada en la margen
izquierda del río Gállego en una suave planicie junto al barranco de Valles,
entre los campos de cultivo y los bosques que surgen junto al cauce fluvial.
Sita a unos 10 km de la vecina Sabiñánigo, cabecera de la comarca, se llega
desde la carretera nacional N-330 a su paso por ésta en un desvío marcado como
“Ruta del Serrablo“. La silueta de la misma es inconfundible desde la
distancia.
Muy tempranas son las referencias que
conservamos de la población de Lárrede. La primera mención se data en torno al
año 920, en una carta sobre la delimitación de la zona de influencia del
monasterio de San Martín de Cercito, como “cuellu de Larrede“. No
obstante, estas noticias tan tempranas no parecen contar con demasiada
fiabilidad, según algunos estudiosos, y sitúan el primer dato fiable de su
existencia casi dos siglos después, en 1095 como parte de la Colección
diplomática de San Andrés de Fanlo, del que se citan precisamente posesiones en
el entorno de la villa. Aún así, la existencia de la población parece ya
certificada a finales del siglo X, en concreto en el año 992, aunque en tal
fecha no se menciona todavía nada de su castillo o de una torre defensiva.
En 1121 se alude al tenente Galín de Lárrede
como testigo de una concordia entre los obispos de Huesca y de Zaragoza. A
mediados del siglo XII, en 1153, una carta alude a la villa de Larret y en 1338
se señala el lugar, visitado por unos comisionados de la catedral de Huesca.
Forma conjunto con la iglesia la casa infanzona
de los López de Isábal de Lárrede, perfecta y meritoriamente conservada por sus
dueños –herederos de los infanzones que la construyen– y de enorme importancia
para conocer la arquitectura doméstica barroca de la zona pirenaica.
Iglesia de San Pedro
Para introducir al Lector en el estado de la
cuestión de los estudios sobre el arte de las iglesias de Serrablo, aunque
repitamos conceptos, es imprescindible analizar la historiografía que existe
sobre de este grupo de construcciones debido a sus características especiales,
máxime cuando según algunas fuentes, esta iglesia supone uno de los ejemplos
más depurados del estilo. Se debe incidir en que no contamos con ningún
documento escrito de la época que haga alusión a dichos inmuebles. De tal
manera, lo que a continuación señalamos son las tesis, desarrolladas en algunos
casos a lo largo de años e incluso décadas, por parte de los principales
estudiosos y especialistas en la materia como ya recogió en 2003 Domingo Buesa
Conde en el capítulo “Las iglesias del Serrablo” incluido en la
publicación Comarca del Alto Gállego. El descubrimiento –o redescubrimiento– se
produjo en el año 1922 gracias a Rafael Sánchez Ventura, Íñiguez Almech y el
fotógrafo Joaquín Gil Marraco. A partir de ese momento nacieron dos corrientes
respecto al origen de este tipo de construcciones: la teoría “mozarabista”
y la “lombarda”. La primera defiende el origen mozárabe con claras
influencias del mundo islámico, de hecho, “mozárabe“ deriva de la voz
árabe musta´rab, es decir, aquel cristiano que vive en territorio musulmán pero
que conserva su religión. La segunda corriente sostiene el origen europeo
derivado del románico lombardo, previo a la universalización definitiva del
románico pleno, si bien reconoce la pervivencia de tradiciones edificatorias de
tipo local. Siguiendo la reflexión que hizo Buesa Conde hay que señalar los
siguientes hitos historiográficos. En el mismo año de 1922, los redescubridores
resaltaron que los templos parecían traducir un estilo mozárabe mal
interpretado.
Algunos años más tarde, en 1934, Manuel Gómez
Mo reno citaba como posibles artífices a arquitectos andaluces de fines del
siglo XI, y aludía a la presencia de matices mozárabes y lombardos en el estilo
constructivo. En 1942, Ricardo del Arco Garay, al realizar el Catálogo
Monumental de la provincia de Huesca hizo una síntesis de las opiniones de
Sánchez Ventura y Gómez Moreno. Un año más tarde, José Gudiol Ricart y Antonio
Gaya Nuño citaban la posibilidad del nacimiento de un primer románico de corte
aragonés con influencias mozárabes. En 1951, Manuel Gómez Moreno se sumaba a la
hipótesis de la pervivencia mozárabe para explicar las raíces de la
construcción de estas iglesias. Ya en la década de los años setenta, los
profesores universitarios Ángel Canellas López y Ángel San Vicente Pino
definieron, en 1971, estas edificaciones como pertenecientes a un estilo
protorrománico, fechando la construcción de la mayoría de ellas en el siglo XI.
Dos años más tarde, Antonio Durán Gudiol
incidía en el mozarabismo como seña de identidad de los templos, cuan do
Iñiguez Almech redefinió las construcciones del Serrablo como ejemplos de
colonización en la transición entre los siglos X y XI, con rasgos tanto
musulmanes como del ámbito carolingio. Unos años más tarde, en 1982, los
profesores de la Universidad de Zaragoza, Fernando Galtier Martí, Manuel García
Guatas y Juan Francisco Esteban Lorente rebatieron la corriente predominante
del mozarabismo, sosteniendo que era necesario hablar de un estilo
románico-lombardo, fechado en la segunda mitad del siglo xi. En este momento se
adoptó la denominación iglesias “del círculo larredense”, al tomar como
ejemplo representativo de todo el conjunto a San Pedro de Lárrede, hito y
elemento definitorio del mismo.
Este edificio que fue declarado Monumento
Nacional en 1931 ha sido restaurado en varias ocasiones. La primera fue en el
año 1933 y provocó la reconstrucción de los arcos fajones y la bóveda de cañón
de la nave, suplantando a la existente de lunetos que, posiblemente, sustituyó
a su vez una techumbre de madera, del tipo que podemos ver en la cercana
iglesia de San Juan de Busa.
Esta iglesia, fechada a mediados del siglo XI,
a diferencia de las restantes del grupo, presenta planta de cruz latina con una
nave techada en la actualidad con bóveda de cañón soportada por arcos fajones
que la dividen en cuatro tramos y que apean en seis parejas de columnas, que
sujetan en sus respectivas basas y se culminan por sus capiteles. Hay otras
tantas capillas, una a cada lado abiertas a la nave por grandes arcos de
herradura y comunicadas con el exterior a través de sendas puertas que presentan,
asimismo, arco de herradura. Se cierra con el presbiterio, en el que se abren
dos arcos, el primero de herradura y el segundo de medio punto, y con el
consabido ábside semicircular techado con bóveda de horno.
De este modo, el primitivo edificio respondía a
lo que se puede ver en el resto de iglesias del conjunto, es decir, una nave
rectangular que cierra en un ábside semicircular, y torre exenta con acceso a
través de una puerta sita en el interior de la nave. Adquirió su planta de cruz
latina fruto de las ampliaciones realizadas en el edificio al reconvertirse la
planta inferior de la torre en capilla y levantar otra similar en el lado
opuesto.
El muro occidental a los pies, dispone de un
vano, que es un ventanal geminado de dos arquillos en arco de herradura
enmarcado en un rectángulo.
Las capillas laterales presentan a oriente
arcos ciegos de medio punto y dentro de ellos, ventanales abocinados de doble
derrame, y a occidente sendas puertas en arco de medio punto.
Ábside y torre
Ábside
Ábside
En el interior la bóveda se sustenta sobre tres
arcos fajones apoyados en columnas dobles adosadas a los muros laterales y que
forman cuatro tramos en su nave central.
Nave
En el crucero, los cuatro arcos que lo forman,
son de distinta altura, al ser más bajas las capillas laterales que se abren al
crucero o a la nave central. La cabecera consta de un corto tramo recto y
ábside de tambor. La nave se cubre con bóveda de cañón y el ábside con bóveda
de horno. En el interior la portada abierta al sur se compone de un arco de
medio punto que descansa sobre un dintel. Probablemente las capillas laterales
no formaban parte de la construcción original.
Ábside interior
Vista los pies
Fue este el único templo del Gállego que se
cubrió con bóveda de piedra; probablemente por que su constructor tenía la
suficiente preparación técnica para hacerlo. Así y todo se vino abajo y tuvo
que ser reconstruida. En el resto de las iglesias existentes, realizados por
maestros formados con el de Lárrede, se renunció a ello, y directamente se
cubrieron con techumbre de madera. En 1933 se restauró la bóveda de cañón de la
nave central. La puerta principal se abre en la fachada sur; y otras dos
puertas, de arco de falsa herradura se abren en el muro occidental de cada una
de las dos capillas laterales.
Fachada meridional
Portada
La puerta principal consiste en un arco de
herradura, esta queda enmarcada por un doble rectángulo a modo de alfiz. Sobre
la portada recorre todo el muro un listel, y sobre él cuatro ventanales, tres
de ellos constituidos por un arco de medio punto dentro de un alfiz y el cuarto
más grande, geminado y con alfiz doble.
La decoración del ábside responde a la disposición característica del estilo,
constando de una moldura tórica inferior sobre la que, tras una hilada, se
disponen sobre el semicírculo siete arcos ciegos de medio punto apoyados sobre
lesenas, y encima otra moldura análoga a la inferior, sobre la que corre un
friso de baquetones que se culmina con dos hiladas sobresalientes a modo de cornisa.
En el arco central se dispone un alargado ventanal aspillerado abocinado.
La torre puede considerarse la mejor de su género.
De planta cuadrada, va en ligera disminución según crece en altura, abriéndose
en la parte superior ventanales en sus cuatro lados, siendo estos geminados
formados por tres arcos de herradura apoyados sobre cuatro columnas
cilíndricas, dos de ellos adosadas a los laterales, y todo ello dentro de un
alfiz. Sobre las ventanas corre un listel, como en la fachada. Se remata la
torre con un tejado a cuatro vertientes sobre una bóveda esquifada. Posee una
altura de 17 metros. Se suele considerar que esta torre toma como modelo el
alminar de la mezquita siria de El-Omaira en Bosra.
Frente a la iglesia, en una coqueta plazoleta,
se levanta Casa Isabel, casa infanzona del siglo XVII que conserva su estado
original.
Torre
San Juan de Busa
Los restos de la población de Busa, o Buxha
(según algunas referencias medievales) se hallan emplazados en la margen
izquierda del río Gállego, en una zona de suaves campos de cultivo junto a las
primeras estribaciones de los montes que suben hasta Barbenuta y Espierre, a
medio camino entre los núcleos de Oliván y Lárrede. Entre las posibles vías de
acceso, la más directa desde la cabecera de la comarca pasa por tomar la
carretera nacional N-330 desde Sabiñánigo, para proseguir por el primer desvío
a la derecha hacia la N-260 en dirección hacia Biescas. Desde allí se continúa
durante unos 7 km hasta alcanzar el desvío a la derecha que indica Oliván y que
cruza el río Gállego, por el que se debe continuar unos metros para después
dirigirse hacia el Sur, en dirección a Lárrede. Entre ambas poblaciones se
abren una serie de campos, en uno de los cuales aparecen los magníficos restos
de la ermita.
Iglesia de San Juan Bautista
La iglesia de san Juan de Busa o San Juan
Bautista de Busa fue casi con toda seguridad la parroquial de un poblado
medieval hoy día desaparecido. Poco, o más bien nada, es lo que de dicho núcleo
se conoce hoy día. Alguno indica que, supuestamente, fue mandada construir por
Ramón Guillén entre 1060 y 1070 y otros apuestan por definirla co mo obra de
estilo mozárabe o románico lombardo, como el resto de iglesias del denominado
grupo de Serrablo. El lugar de Busa aparece citado en el cartulario del monasterio
benedictino de San Juan de la Peña, pero ya no contamos con más datos que
ayuden a desentrañar el devenir histórico de la hoy conocida como ermita porque
a ella acudía la romería de los pueblos del entorno en la festividad de san
Juan.
Este conjunto, al igual que otros próximos (e
incluso moderadamente lejanos, en el valle del río Guarga), pertenece a una
serie o grupo mayor que se erigió de manera con temporánea y, en ocasiones,
simultánea en la zona y que ha venido en denominarse iglesias “de Serrablo”,
“del Gállego” o “del círculo larredense” según los diversos
estudiosos. Al problema historiográfico nos hemos referido ya en los inicios de
esta comarca, texto al que remitimos al lector.
Este de San Juan es un templo que no ha sufrido
apenas alteraciones (puede que debido a la desaparición del núcleo urbano de
Busa) por lo que mantiene su estado original, siempre con la salvedad de que
hay que hacer constar que ha sido restaurado en dos fases diferentes (1975-1977
y 1989) por la asociación “Amigos de Serrablo”. Queda conformado por
planta de nave única, rectangular y terminada por medio de ábside de planta
semicircular y presbiterio marcado en planta.
De pequeñas dimensiones, se cubre con techumbre
de estructura de madera a doble vertiente que se prolonga hasta cubrir también
el ábside, que carece de la prototípica bóveda de cuarto de esfera, si bien se
aprecia el arranque de lo que pudo haber sido la misma. De este modo, la
presencia de columnillas pareadas que descansan sobre pilares nos indica que,
con toda probabilidad, la bóveda original debió caerse en época que
desconocemos, no recuperándose nunca el medio cañón clásico que presentan otros
ejemplos próximos.
La portada de acceso se abre en la fachada sur,
consta de un doble arco de medio punto rehundido en el muro. El arco exterior
es de medio punto, mientras que el segundo es un falso arco de herradura por la
combinación de la última dovela y el salmer. El arco exterior esta adornado por
una cenefa de festones y palmetas en bajorrelieve. Entre ellos
algunos autores creen leer una inscripción en caligrafía cúfica que interpretan
como una alabanza a Dios. La alabanza según Cayetano Enríquez de Salamanca (*
Madrid 1936 † Fitero-Navarra 2006) dice: "la ilaha illa Allah (No
hay más Dios que Alá). Resulta no obstante un tanto extraña esta alabanza
musulmana en un templo cristiano.
Ya en el interior, la portada de ingreso a la
iglesia es de arco de medio punto, descargando en un dintel monolítico que
convierte el espacio superior en un tímpano vacío. A ambos lados de la misma,
pilastras interrumpidas en su parte central por dobles columnas formadas por
anillos o fajas cilíndricas típicas de las construcciones de esta zona. En la
parte superior se abren tres rudimentarios ventanales distribuidos a lo largo
del muro.
Interior de San Juan de Busa, puerta de acceso
En la fachada occidental, a los pies, una
preciosa ventana rehundida en el muro, con tres vanos formados a base de dos
fustes cilíndricos y tres arcos de herradura que viene a constituir el santo y
seña del mozarabismo del Gállego. Ventana, que fue librada del expolio por los
pelos pues ya estaba desmontada y preparada para ser vendida. En este mismo
muro se puede apreciar una puerta tapiada cuya estructura puede verse
en el interior del edificio. La puerta fue cegada en 1977 al ser restaurado el
templo, al considerar que su porte adintelado no se correspondía con la fábrica
original. Ventana y puerta quedan descentradas al eje del templo.
Ventana
de San Juan de Busa, S.XI
La nave posee, como ya se ha indicado, dos
pares de columnas adosadas, de doble fuste, con otro par de un solo fuste,
similares a las que encontramos en el cercano templo parroquial de San Pedro de
Lárrede, lo cual puede llegar a hacer presuponer la presencia de grupos
itinerantes de constructores que se emplearon en ambos conjuntos. Según la mayor
parte de los especialistas en la materia, su cronología podría datarse en torno
a mediados del siglo XI, si bien sobre este extremo tampoco hay certezas,
llegando a afirmarse en algunos casos que su cronología corresponde incluso a
la segunda mitad del X. Esta ermita no tiene torre-campanario, lo que realza la
pureza de sus formas, puesto que en muchos otros casos “serrableses” el
añadido de la torre es muy posterior a la primigenia fábrica románica,
habitualmente ya de Edad Moderna. No obstante, hay literatura que señala que la
ermita se vio renovada en el siglo XVIII, sin especificar en qué consistieron
dichas modificaciones.
Al interior destacan los pilares adosados a los
muros que a mitad de recorrido se interrumpen con dobles columnas para volverse
a convertir en pilares al llegar al suelo. Las dos portadas tanto la que se
encuentra cegada como la que se utiliza de acceso al templo, está constituida
por un dintel sobre el que se apoya un arco de medio punto. Sobre los pilares,
se apunta el inicio de los arcos fajones que debían conformar una bóveda de
cañón, la cual no llegó a construirse probablemente por la impericia del maestro
de obras, por lo que la nave se cubrió con techumbre de madera.
Nártex
Nave y ábside
Interior muro norte
Al exterior, el ábside mantiene las mismas
características de todas estas iglesias, teniendo éste cinco arcuaciones de
tipología lombarda que apoyan sobre cuatro lesenas, erigidas sobre una sencilla
moldura torada, quedando rematado el conjunto por un simple friso corrido de
baquetones sobre el que se eleva, a modo de pico el resto del ábside, dándole
al conjunto su característico perfil. Un estrecho ventanal alarga do y con
doble derrame, interior y exterior centra el ábside y dota de iluminación a la mesa
de altar del interior. Se pueden ver a simple vista, igualmente, los mechinales
en el muro de sillar, presencia inequívoca de la estructura lígnea que sirvió
para erigir el templo.
En el muro occidental presenta un elegante vano
con doble ajimez conformado por tres arquillos de pronunciada herradura. En el
muro meridional se abren también tres ven tanas de arco de medio punto así como
la portada de acceso, a base de arco de herradura enmarcado en alfiz. Formada
por dos arquivoltas en degradación, la exterior tiene sus dovelas ornadas por
una inscripción en estilizados caracteres cúficos que, según los especialistas
reza “la ilaha illa Allah”, lo que en árabe vendría a significar algo así
como “no hay (otro) dios que Dios”. Para Juan Francisco Esteban se trata
de palmetas con una línea ondulante que representa los epiciclos del planeta
Júpiter.
Gavín se encuentra a unos 18 km de Sabiñánigo y
a 3 km de Biescas, en una breve meseta sobre el barranco de Sía, orientado al
Sur, al pie de Punta Fajalata y Punta Iguarra. El recorrido para llegar es
directo desde de la carretera nacional N-260, superando Biescas en dirección
hacia el Valle de Ordesa. La iglesia de San Bartolomé está un poco más allá de
la población, a unos 2 km, en dirección hacia Yésero por el puerto de
Cotefablo. Una vez pasado el único túnel y el barranco, se gira a la izquierda
por una pista asfaltada, al final de la cual se halla la iglesia, en la
confluencia de los barrancos de San Bartolomé y Artica, en lo que son los
únicos restos de un antiguo despoblado.
Hay que recordar que los restos de Santa María
de Gavín, en concreto su cabecera, se encuentran en el parque de Sabiñánigo por
lo que se analizan en el apartado dedicado a esta localidad.
Iglesia de San Bartolomé
Apenas si se conoce algo de la historia de San
Bartolomé de Gavín con precisión. Las fuentes hablan de la posibilidad de que
la actual iglesia fuese el monumento aglutinador de grupos de pobladores que se
asentaron en fecha indeterminada en la zona. El supuesto núcleo, hoy
completamente desaparecido, pudo estar habitado desde el siglo X, según algunos
autores. No hay, empero, ninguna certeza o fecha estimada como válida.
Lo que sí está comprobado es que esta
edificación pertenece a una serie o grupo mayor que se erigió de manera
contemporánea en la zona y que ha venido en denominarse iglesias “de
Serrablo”, “del Gállego” o “del círculo larredense” según los
diversos estudiosos. San Bartolomé correspondería a una primera fase del
mozárabe altoaragonés, a finales del siglo X. El conjunto se halla construido
en piedra sillar de pequeño tamaño trabajada a maza. Consta de nave única de
planta rectangular y testero recto con una torre de planta cuadrada adosada en
el muro meridional. Ésta, junto con un fragmento de muro que dibuja un suave
talud en la zona adyacente a la citada torre, constituye el único elemento de
la obra medieval que ha llegado intacto hasta nuestros días.
La nave de la iglesia ha sido rehecha a partir
de su planta, añadiendo algún elemento del que no se tiene constancia anterior,
como el vano geminado en el hastial occidental de la iglesia. Se cubre por
medio de cubierta de madera a doble vertiente, salvo en la zona de la cabecera,
resuelta a base de bóveda de horno.
San Bartolomé aporta el ejemplar más completo
de torre de entre las iglesias serrablesas, incluso por encima de la de San
Pedro de Lárrede, ya que esta última sufrió modificaciones posteriores en
algunos vanos con el fin de acomodar una serie de arcos que pudiesen albergar
campanas. De acuerdo con algunas fuentes, supondría el nexo de unión entre los
dos estilos descritos con anterioridad, la raíz mozárabe en la zona inferior y
el remate de estilo lombardo en la parte superior.
Posee planta cuadrada y se trata de un ejemplo
muy esbelto y airoso. Como ya se ha indicado, se halla asentada sobre un
basamento troncopiramidal de factura diferente a la del resto del cuerpo. En
sus lienzos, al exterior, aparecen las inconfundibles marcas de los mechinales
–aquellos agujeros de sección cuadrada dejados en las paredes cuando se fabrica
un edificio, para meter en ellos uno de los vástagos horizontales del andamio–,
signo inequívoco del sistema de refuerzo empleado para su levantamiento. El acceso
a la torre se pro duce desde el interior de la nave, a través de una pequeña
puerta con jambas en talud, y arco de medio punto levemente peraltado, que
arranca de una moldura biselada, dándole clara forma de herradura.
A unos dos tercios de su altura definitiva, la
torre posee cuatro series de ventanas tríforas –vanos divididos en tres partes
por medio de dos columnitas o pilastras– en las cuatro caras, muy similares a
las de Lárrede. Sobre éstas, se asienta un friso de baquetones y por debajo, en
cada una de los frentes, aparece una doble rueda o roseta configurada por una
serie de dovelas dispuestas en círculo. Como recoge García Omedes, esta “decoración
de rosetones a base de dovelas completando círculos, enmarcadas entre dos
molduras horizontales y a su vez enmarcadas por sendas molduras cuadrangulares
es única en el románico altoaragonés”.
Se alternan con la serie de baquetones otras
dos de impostas que sobresalen levemente en las zonas superior e inferior,
conformando una suerte de recuadros abocelados. Este sistema de ornamentación a
base de columnillas de pie zas múltiples es idéntico al de las tríforas que
decoran la torre del San Pedro de Lárrede. La cubierta es a cuatro aguas en el
remate y se resuelve por medio de bóveda esquifada de silla rejo al interior,
según García Omedes “falsa bóveda esquifada lograda por aproximación de
hiladas, técnica que no requiere cimbra y que desde tiempo inmemorial utilizan
los pastores para cerrar sus casetas”.
Iglesia de San Bartolomé
Según las tesis mozarabistas, el desarrollo
primigenio de San Bartolomé dataría del segundo cuarto del siglo x y su origen
sería la creación de un núcleo de repoblación en torno a sí. La explicación más
extendida para esta afirmación es que al tratarse de uno de los ejemplos más
septentrionales del grupo y, por tanto, sito en una zona tempranamente
reconquistada, sería de los primeros en erigirse. Los estudios de corte
lombardista lo retrasan hasta el siglo XI, apuntando algunos especialistas las
décadas de 1040,1050 y 1060 como fechas más probables.
Desde noviembre de 1982, la iglesia de San
Bartolomé está considerada Bien de Interés Cultural y Monumento
Histórico-Artístico.
Detalle
Detalle
Torre campanario
Detalle de la ventana mozárabe de la iglesia
Testero a los pies
Interior hacia la cabecera
Isún de Basa
Situado muy próximo a la cabecera de la
comarca, Sabiñánigo, en las estribaciones meridionales del monte de Santa
Orosia, Isún de Basa es un pequeño pueblo que cuenta habitualmente con apenas
una veintena de habitantes. La ruta para llegar es sencilla desde la vía de
circunvalación del citado Sabiñánigo, ya que dista apenas 5 km del núcleo
urbano. Desde la carretera nacional N-330 se to ma el desvío hacia la derecha
en dirección a Sardas y desde allí se prosigue hasta Isún por la única
carretera asfaltada existente.
Situado muy próximo a la cabecera de la
comarca, Sabiñánigo, en las estribaciones meridionales del monte de Santa
Orosia, Isún de Basa es un pequeño pueblo que cuenta habitualmente con apenas
una veintena de habitantes. La ruta para llegar es sencilla desde la vía de
circunvalación del citado Sabiñánigo, ya que dista apenas 5 km del núcleo
urbano. Desde la carretera nacional N-330 se to ma el desvío hacia la derecha
en dirección a Sardas y desde allí se prosigue hasta Isún por la única
carretera asfaltada existente.
Iglesia de Santa María
Es un edificio del
siglo XI, se baraja la fecha de 1060, de estilo románico. Está
construido con sillarejo y sus dimensiones son reducidas, como era
habitual en aquella época. Tenía planta rectangular que terminaba en ábside semicircular
orientado al este. Se advierten dos épocas constructivas: a la primera
pertenecen el presbiterio y ábside y corresponden al siglo XI; y a la
segunda época, ya en el siglo XII, pertenecería el resto del templo levantado
según el modelo del románico jaqués.
Fachada vista desde el sur
Cabecera y ábside
En la Guerra Civil sufrió graves
daños, ente los que se ha de mencionar la destrucción de la bóveda de la nave.
Sin embargo subsistió el exterior del ábside, aunque se destruyó la bóveda
de cuarto de esfera que
lo cubría. Al exterior muestra una cornisa formada por dos hiladas de losas con
vuelo decreciente, un friso de baquetones toscamente
labrados y una línea de siete arcos ciegos que descansan
sobre lesenas. El centro del ábside
está iluminado por una ventana estrecha de derrame interno. Todos estos
elementos ornamentales caracterizan este edificio como perteneciente al
conjunto de iglesias del
Serrablo también
identificadas como Románico del Gállego, por el río que define
la comarca. Se edificaron entre los años 940 y 1100, según diversos autores,
con influencias mozárabes, carolingias y románicas
procedentes de Lombardía.
Se puede acceder al ábside desde la cancela que
cierra el templo y el cementerio. El conjunto del espacio, en contra de lo que
es habitual en las poblaciones vecinas, presenta un aspecto descuidado.
La torre es posterior, podría fecharse en torno
al siglo XVII y está adosada al muro sur. Se construyó también en sillarejo, es
de un solo cuerpo, la remata una cubierta a cuatro aguas, carece de elementos
ornamentales y los dos ventanales para las campanas se orientan al sur. Es
semejante a las que en aquella época se levantaron por los pueblos de la
comarca.
En el muro sur se encuentra la portada. Aunque
se cierra con arco de medio punto, es moderna, no pertenece al románico. El
templo se iluminaba con tres ventanas de arcos de medio punto. La que se encuentra
más al oeste es original y en el arco se encuentra un crismón de pequeñas
proporciones de tipo navarro. Debajo se conservan dos sillares que
pertenecieron a la imposta decorada con un ajedrezado jaqués que adornó la
iglesia del siglo XII; poco más abajo se encuentra un sillar con inscripciones
geométricas, preferentemente de formas sinuosas, de carácter abstracto (En la
iglesia de Susín hay inscripciones
similares). La ventana abierta al este ha sido restaurada y el crismón es copia
del de la ventana del oeste. La tercera ventana fue tapada al construirse la
torre, aunque se puede apreciar desde el interior del templo.
Tiene cubierta a dos aguas con losas
de piedra, según la pauta en las iglesias románicas del contorno.
Ventana románica con crismón
Baquetones,
arcos ciegos y lesenas del ábside
Ajedrezado jaqués y sillar con grabados geométricos en el
muro sur
Ventana del
ábside
En el interior las bóvedas románicas fueron
reemplazadas en la restauración por un cielo raso, inadecuado para este tipo de
construcciones, y una bóveda de cuarto de esfera en el ábside. El presbiterio
está presidido por un retablo barroco, del siglo XVIII, con columnas
salomónicas y estípites. Falta la mayor parte de las esculturas
originales.
El templo da la sensación de haber
sido construido en dos fases, la más antigua obedecería al ábside, alrededor
del 1060 (siglo XI) mientras que la nave la fechamos en el siglo XII un poco
posterior. La cabecera sigue el románico serrablés mientras que la nave se
aproxima al románico jaqué.
Dispone de la cabecera típica del
románico comarcal con ábside semicircular. Consta de siete arquerías ciegas que
descansan sobre lesenas. En el paño central un ventanal alargado
aspillerado. En la parte superior corre un friso de
baquetones verticales entre una moldura tórica inferior y dos hiladas
escalonadas en la zona superior, que hacen las veces de cornisa.
El templo está
declarado Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1982 juntamente con las
restantes iglesias del Serrablo.
La nave, de planta rectangular y
estilo jaqués, conserva junto a su portada un fragmento de friso ajedrezado o taqueado. La nave dispone de un total de cuatro grandes
contrafuertes, dos a los pies y uno en cada uno de sus muros laterales. La
portada situada en la fachada Sur, abre en arco de medio punto sin decoración
alguna excepto el friso ajedrezado comentado. En sus dos ventanales abiertos en este mismo muro, en arco de medio punto,
hay sendos crismones en el interior de cada vano (siglo XII).
Realizada en sillarejo de baja
calidad, sus bóvedas fueron destruidas durante la guerra civil. La nave debió
cubrirse con bóveda de cañón mientras que el ábside lo habría sido con bóveda
de horno, hoy día se cubre con una cubierta plana de cielo raso sin ningún
interés. La nave se cubre al exterior con tejado de pizarra a doble aguas.
La torre-campanario de época
posterior (siglo XVI) se cubre con cubierta a cuatro aguas, y la sala de
campanas se abre con dos vanos de medio punto en su fachada meridional. Se
encuentra adosada a la fachada Sur.
En el muro exterior a los pies del
templo encontramos una lauda sepulcral, reubicada a este lugar en 1975 y con
inscripciones incisas de rosetas (siglo XII).
Comarca del Sobrarbe
En la zona más septentrional de Aragón se sitúa
la comarca de Sobrarbe, que está enmarcada por las del Alto Gállego en su
frontera Oeste, por Ribagorza al Este, con el Somontano de Barbastro al Sur y
al Norte con la cordillera pirenaica que la separa de la nación francesa. Su
ubicación produce un territorio muy abrupto que, en lógica, actualmente se
encuentra prácticamente despoblado aun que antiguamente tuviera un alto nivel
de doblamiento disperso. Hoy, capitaneados por Boltaña y Ainsa, sus 2000 km2 se
ordenan en un paisaje montañoso que va descendiendo desde más de tres mil
metros de altitud, al norte, a las llanuras del sur.
Las tierras de Sobrarbe están ordenadas por dos
cauces fluviales que constituyen sus principales ejes de comunicación: el del
valle del Ara y el del potente río Cinca que causó siempre gran asombro a los
musulmanes. Con estos ejes de penetración era lógico que la vida en esta tierra
se concentrara en su zona alta, puesto que hay que recordar que mientras el
Norte está muy protegido por la cadena pirenaica, a veces menos frontera de lo
que creemos, en la zona Sur las sierras de Olsón, Sevil y Balces apenas alcanzan
los 1.500 m de altitud y en consecuencia dejan muy fácil el acceso desde el
Somontano hacia los valles y llanuras sobrarbenses.
Desde el principio de los tiempos, se constata
la presencia de grupos humanos que viven en las cuevas y se alimentan tanto de
la caza de ciervos y osos, en el paleolítico, como de los primeros cultivos que
se detectan en el neolítico, tiempo del que nos quedan abundantes monumentos
megalíticos que preludian la presencia de otras culturas que acabarán
controladas por los romanos que vienen buscando los recursos minerales de estas
montañas.
Su incorporación al mundo medieval es
traumática, consecuencia de la proliferación de algunos ejércitos incontrolados
y la abundancia de bandoleros que dificultan la vida diaria, y es el momento en
el que se produce un proceso de cristianización en el que destaca la labor
ejemplarizante de san Victorián, que pasará a ser el abad del monasterio de
Asán, en donde se llegará a concentrar gran número de monjes entre los que
destacan importantes obispos (Vicente y Audeberto de Hues ca, Aquilino de
Narbona, Tranquilino de Tarragona o Eufrónimo de Zaragoza) y santos aragoneses
como san Gaudioso de Tarazona.
La influencia posterior tanto de este santo
venido de fuera de Hispania, hacia el año 522, como de su fundación, se basa en
la importancia de la Regla que escribió para ordenar la vida de los eremitas
que vivían solos, integrándolos en una sola comunidad que vive en un cenobio o
monasterio. La forma de conciliar estos dos modelos de vida fue muy sencilla:
edificó unas celdas –aisladas unas de otras– alrededor de un espacio común en
el que estaba la iglesia para el culto a Dios y algunas dependencias comunes.
Así nacieron los monasterios altoaragoneses, de la mano y por la iniciativa de
san Victorián. El monasterio de San Victorián de Asán, fundado en el siglo VI,
se convierte en el primer centro del monacato peninsular y en el espacio en el
que se ordena la primera comunidad monástica aragonesa. Desde él se irán
potenciando otros monasterios y al final aquí quedará la referencia de la
antigüedad, que sufrirá un momento difícil cuando la península ibérica sea
invadida por los musulmanes.
A partir del año 721 los musulmanes están por
estas tierras intentando controlar la calzada ro mana que unía Barcelona con
Zaragoza, al mismo tiempo que los dos grandes ramales que nacen de ella y que
llevan al valle de Echo y, de manera especial, el que llevaba aguas arriba del
Cinca (“el río de los olivos”) donde consolidan algunas pequeñas
fortalezas y el castillo de Boltaña, capital de este distrito de la Barbitania
y cabecera de esta comarca hasta la fundación de Barbastro en el siglo IX.
El entorno del año 800 será el escenario de las
graves tensiones que estallan entre los carolingios –engañados por los
gobernantes islámicos de Zaragoza en el año 778– y los musulmanes que van a
verse sometidos a un continuado control y vigilancia por parte de unos
funcionarios, condes carolingios, que se establecen con guarniciones militares
para controlar los caminos que llevaban a Huesca y a Zaragoza. Como
consecuencia de todo este enfrentamiento, Luis el Piadoso o Ludovico Pío, será
la persona encargada de planificar la nueva política de los carolingios para la
península y de organizar una nueva expedición contra Lérida y luego contra la
ciudad de Huesca en la primavera del año 800. Arrasó los campos “llenos de
mieses” de Huesca y aprovechó, de manera encubierta, para establecer un
funcionario suyo en tierras de Sobrarbe, el conde Aureolo que será el “guardián
de la frontera hispánica” al Sur de Aínsa, y organizar un núcleo
antimusulmán desde el que se pudiera vigilar la calzada Barcelona-Huesca que
era el camino utilizado prioritariamente por los francos. Años después, muerto
el conde Aureolo, los musulmanes ocuparon la zona y los carolingios volvieron a
conquistarla gracias al ejército del conde Aznar Galíndez I que expulsó a los
musulmanes, liberó la familia del conde indígena Galindo Belascotenes, y
sentaron las bases del condado de Sobrarbe.
La historia de Sobrarbe en estos siglos es una
historia de sucesión de dominios. Los musulmanes oscenses aprovechan la marcha
de la familia Aznar –a fundar Aragón– para entrar a saco en sus dominios
sobrarbenses, completando su conquista con el caudillo oscense Muhammad,
apodado al-Tawil, que además era cuñado de Galindo II. La expedición del conde
ribagorzano Bernardo Unifredo –que logró matar a al-Tawil el año 913– logró
liberar Ribagorza y establecer su capital en Roda pero no logró expulsar
definitivamente a los musulmanes de Sobrarbe.
Muerto el poderoso caudillo musulmán, su cuñado
el conde de Aragón se ve derrotado por el rey pamplonés y el Condado de Aragón
acaba incorporado al reino de Sancho Garcés I en el invierno del año 922,
incorporación que se consolida con el matrimonio del heredero pamplonés con la
condesa doña Endregoto de Aragón. Las crónicas cuentan que el ejército navarro
“conquistó todas las montañas de Aragón y Sobrarbe” poniendo el condado
aragonés bajo el dominio del reino pamplonés, al igual que las tierras de
Sobrarbe que serán ocupadas y colonizadas por emigrantes navarros, grupos
humanos que irán dejando rastro de su desplazamiento en necrópolis con tumbas
antropomorfas como las de Lasieso o Murillo de Gállego.
Mientras ocurre esta colonización, los
musulmanes redoblan sus campañas de castigo y Almanzor entra en Aragón el año
999 y su hijo Abd al-Malik entra –el año 1006– en las tierras altas de Sobrarbe
y de Ribagorza. Son tiempos en que la Crónica de San Juan de la Peña cuenta que
los hombres dormían con sus caballos en la habitación “por miedo de los
árabes”. Pero en este tiempo ya ocupa el trono de Pamplona el rey Sancho
Garcés III el Mayor, el “emperador de todas las Españas” según sus
contemporáneos, un hombre que tiene claro que su tarea es colocar bajo su cetro
todos los territorios del Norte de España. Desde Castilla que hereda su mujer
hasta Ribagorza que heredará de la condesa Mayor, tía de su mujer.
Para acceder a las tierras de Ribagorza
necesitaba conquistar el Serrablo, entonces controlado todavía por los
musulmanes, y Sobrarbe que está gobernado desde la capital de la cora oscense,
a excepción de algún pequeño territorio que controla un conde autóctono llamado
Silo, si aceptamos por buenas las noticias documentales. En este camino militar
le ayudarán rebeldes sobrarbenses y los navarros que emigraron hacia el Este a
través del valle del Guarga. La operación, que él organiza como una expedición de
prestigio, se desarrolla entre inicios del año 1016 y abril de 1018,
aprovechando el enfrentamiento que ha provocado –con gran habilidad– el propio
monarca navarro entre el valí de Huesca y el rey Mundir I de Zaragoza.
Esta lucha interna entre musulmanes le permitió
acabar con el dominio islámico y además –como recordará su nieto en 1077– “limpiar
completamente su reino de las basuras y profanaciones de dicha gente y renovar
las iglesias y monasterios antes destruidos por ellos”. Pero esta tarea de
reconstrucción no sólo se quedó en lo eclesiástico pues sabemos por la Crónica
de Alaón que en Ribagorza “edificó muchos castillos allí de donde expulsó a
los moros” y que conquistó los lugares de Buil, Aínsa y Boltaña en Sobrarbe.
Reinando “por la gracia de Dios” y aclamado por todos como “emperador”,
el rey Sancho Garcés III el Mayor vivió hasta el año 1035. Fueron años de
intensa actividad en la ordenación del conjunto de territorios que formaron su
amplio estado. Fue el momento en el que se construyó una potente línea de
castillos –de Uncastillo hasta Abizanda– para atender la defensa contra los
musulmanes, una frontera militar que estaba llamada a ser el origen de la
futura expansión territorial aragonesa.
Cuando muere el 18 de octubre de 1035, su
testamento dejaba claro que la paz entre los hermanos pasaba por equipararlos a
todos en rango, quizás con la única excepción del mayor que era el principal
entre todos pues heredaba el reino de Pamplona que era el dominio patrimonial,
la herencia propia de la familia. Por ello, el reparto fue claro. Pamplona
quedó para García mientras el Condado de Castilla, convertido en reino, pasaba
de manos de su mujer doña Mayor a su hijo Fernando. El viejo condado de Aragón,
igualmente convertido en reino, lo dejaba a su hijo Ramiro y el territorio de
Sobrarbe-Ribagorza –al igual que los demás con rango real– se encomendaba al
gobierno del cuarto hijo: Gonzalo. Aparte de nacer por voluntad de este hombre
los dos reinos –Aragón y Castilla– que protagonizarían la mayor parte de la
historia de España, se inauguraba la dinastía real de los Ramírez que sería la
encargada de consolidar ese proyecto que se llamaba Reino de Aragón.
Ramiro I, que tenía 15 años pronto se verá en
la necesidad urgente de anexionar el Reino de Sobrarbe-Ribagorza, a la muerte
de su hermano el rey Gonzalo, asesinado en la primavera de ese mismo año de
1043 por algunos ribagorzanos. Ramiro I, uniendo Aragón, Sobrarbe y Ribagorza,
se convierte en rey de un amplio territorio que comienza la expansión hacia el
sur y que une los tres territorios históricos del Pirineo, los tres viejos
condados carolingios.
En estos momentos, el territorio de Sobrarbe ya
está controlado por los recintos militares que se han comenzado a fundar en el
siglo X, especialmente los recintos donde proteger a personas y ganados como
Muro de Roda sobre el Ara o Muro Mayor sobre el Cinca, y se ha puesto en
explotación por los monasterios fundados como San Juan de Matidero o el de Raba
o Castillón. Apoyados en esta estructura, ampliamente consolidada y probada
como efectiva, los reyes aragoneses diseñan el avance para asegurar el área
meridional de Sobrarbe, hasta llegar al Somontano, conquistando las
fortificaciones musulmanas hasta Graus, en cuyo sitio muere asesinado el rey
Ramiro I de Aragón en 1064. Un avance que continuará con Sancho Ramírez por el
río Cinca conquistando definitiva mente Graus en 1083; Monzón en 1089 y
Barbastro en 1100.
Son momentos en los que la arquitectura militar
se mostraba en los cerros escarpados altos, muchas veces entendidos como meros
puestos de observación levantados en estrechas e inalcanzables superficies,
entendidos más como elementos pasivos pues sirven para detectar peligros
mientras dejan el protagonismo de la defensa a la propia geografía de los
valles. Son tiempos en los que esos Muros, enclaves fortificados con muros de
cerco hechos con piedra unida en seco, se levantan controlando el Sur, mientras
los castillos aseguran la integridad de la frontera. Conforme avanza el siglo
XI se hacen más sólidos e impresionantes estos núcleos militares, articulando
un sistema defensivo-ofensivo que vigila los caminos. Desde sus privilegiados
emplazamientos, atalayas ópticas, vigilan las torres que se ordenan
interiormente en pisos, con forjados de madera, presentan puerta en alto,
aseguran la recogida del agua de lluvia con canales intramurales y cisternas, y
aseguran su defensa con cadalsos corridos en madera como se pueden ver en
Abizanda.
Todo este sistema de defensas quedó totalmente
inservible conforme avanzaba el siglo XII y la creación de la Corona de Aragón
relega este territorio a un papel muy secundario, máxime cuando se trata de un
territorio periférico, montañoso, de poco peso demográfico.
La arquitectura religiosa que fue naciendo en
este territorio sobrarbense lo hizo en función de los intereses y mecenazgos de
las sedes que se reparten el territorio: los obispados de Roda y el de
Jaca-Huesca, en un primer tiempo, y el de Barbastro a partir del siglo XII
aunque teniendo muy en cuenta el poder y prestigio del monasterio de San
Victorián. Toda esta arquitectura que nace en la época de los maestros
lombardos, es muy austera y sencilla (según García Guatas tanto en el trabajo
de albañilería y labra de la piedra como en el de la escasa decoración
escultórica), constituyendo uno de sus primeros referentes la iglesia de los
santos Juan y Pablo de Tella, consagrada en 1019.
A partir de este edificio, se extenderá un
amplio manto de iglesias románicas por todo Sobrarbe, entre las que destacan la
colegiata de Santa María de Aínsa como parroquia de la importante villa
medieval en la que se fija –según la leyenda– el nacimiento del reino y el
origen del árbol de Sobrarbe que ocupa uno de los cuarteles del escudo de
Aragón.
Todo ello se irá consolidando y generalizando
una leyenda, que cobra fama a partir del siglo XVI, tiempo de bandoleros y de
revueltas sociales en el que se sacaba hierro de las minas de Bielsa para
trabajar las rejas de El Escorial, cuando los cronistas comienzan a explicarnos
que hubo una reunión de aragoneses, empeñados en la lucha contra el invasor
musulmán, en San Juan de la Peña, y en la que se procedió a elegir al primer
rey de Aragón –García Ximénez– para ir a la conquista de Aínsa. La primera vez
que se escribe esta historia es en la Corónica de los muy altos y muy poderosos
Príncipes y cristianíssimos Reyes del siempre constante y fidelissimo reino de
Aragón, escrita por el cronista zaragozano fray Gauberto Fabricio de Vagad en
1499. De la misma forma lo cuenta, cien años después, el canónigo sallentino
Vicencio Blasco de Lanuza, en sus Historias eclesiásticas y seculares de Aragón
(año 1622), al referirse a los orígenes del reino en la cueva de san Juan y
dando todo el protagonismo de esta decisión al consejo que dieron los ermitaños
que en ella residían. Una reunión en la que se dejó claro que “en Aragón
antes hubo leyes que reyes”.
Esta leyenda, de la que no podemos aceptar
ninguna de las referencias históricas, es la conocida universalmente como la
Leyenda de Sobrarbe, que ha desatado siempre importantes y peliagudos
enfrentamientos que han venido bien para que pudiéramos saber que la “historieta”
la inventó un calvinista parisino llamado Francisco Hotman, que estaba empeñado
en atacar la autoridad real. Es te jurisconsulto publicó en 1575, en Ginebra,
un tratado titulado Franco-Gallia sive tractatus isagogicus de regimine
regum Galliae et de jure sucessionis en el que recogía las palabras clave
de este acontecimiento, el discurso nobiliario que tiene que oírse el recién
elegido rey aragonés: “Nos que valemos tanto como vos y podemos más que vos,
elegimos rey con estas y estas condiciones intra vos y nos”. La fórmula del
juramento del nuevo rey estaba llamada a ser el centro de la atención de los
analistas políticos de la Europa de ese momento y por ello acabaría incluida en
el diccionario histórico del padre Luis Moreri, publicado en 1674 que sería el
soporte de la difusión del episodio que explicaba el origen de la monarquía
aragonesa.
Aínsa
Capital de la comarca de Sobrarbe, la
monumental y turística villa de Aínsa se encuentra a 119 km de Huesca, en un
importante cruce entre carreteras comarcales y enlace entre los valles
pirenaicos. Geográficamente está ubicada en un promontorio en forma de alargada
loma amesetada en la confluencia de los ríos Ara y Cinca. Si bien el núcleo
medieval se sitúa hacia el Oeste, sobreelevado y diferenciado del resto de la
población, Aínsa en la actualidad y desde el siglo XX ha crecido en la parte
baja entre los márgenes de los citados ríos, configurándose junto con la vecina
Boltaña en un importante centro administrativo, comercial y residencial de la
comarca.
En el año 1965 la villa medieval de Aínsa fue
declarado conjunto histórico artístico, constituido en torno a su hermosa plaza
Mayor, plaza-mercado porticada de influjo medieval con forma de trapecio
irregular en la que se alinean casas de piedra de no más de dos alturas con sus
respectivos balcones en cada una de ellas y que vuelan sobre arcadas de medio
punto, rebajadas y ojivales. Asi mismo se conservan algunas calles, como la
Mayor y la de Santa María, que cuentan con viviendas de alto abolengo con bonitos
detalles, como ventanas geminadas y esmerada cantería, además de contar con
algunas de las puertas de entrada y posibles lienzos de la antigua muralla que
rodearía toda la villa y que deben quedar en la actualidad ocultos entre el
caserío de la periferia, sobre todo en su zona oeste. En este importante
conjunto quedan incluidos el castillo y la románica colegiata de Santa María
con su imponente torre-campanario.
Antes de pasar a su historia medieval hemos de
reseñar el hallazgo en el entorno de la llamada “cruz cubierta”, a las
afueras de la villa, de materiales arqueológicos que nos muestran el pasado
prerromano de Aínsa, un asentamiento relacionado con el conocido en el siglo XI
como Civitas Ainse.
La gran comarca de Sobrarbe, que ocupa una
extensión aproximada de 2000 km2, va ligada desde su origen a su capital,
Aínsa, por ser aquí donde tuvo lugar el épico inicio de su historia medieval, y
también a su nombre, que deriva de super arbe o “sobre el árbol”,
aludiendo a los propios hechos acaecidos en tal legendario comienzo. Sobrarbe
constituye para el conjunto de la historia de Aragón nada menos que la parte
fundacional de su derecho y además tiene el privilegio de aparecer en el escudo
del reino en forma de cruz de gules, otro elemento más que protagonizó el
comienzo de su historia. Este origen, inamovible mientras no aparezcan restos
documentales que digan lo contrario, transcurre entre la historia y la leyenda
y cuenta el episodio de una dura batalla entre cristianos y árabes, los
segundos con evidente superioridad en su número de soldados, en el que la
aparición de una cruz roja y resplandeciente en el cielo y sobre una verde
encina dio aliento a los primeros en una importante batalla que ya creían perdida.
Cada historiador tiene su versión de los
hechos, discrepando sobre todo en el protagonista que llevó a cabo el éxito de
ésta dura empresa: por un lado están los que creen que fue Íñigo Arista,
titular de la cruz roja del escudo de Aragón, el primer conde de Aragón y
Navarra cuyo mandato tuvo lugar en el acontecer de los hechos relatados; otros
discrepan y creen que ya antes que él hubo en Sobrarbe monarcas que reinaron
como García Íñiguez I, Fortuño Garcés I o Sancho Garcés I. También está la
versión de Manuel Casanovas, para quien el protagonista de los hechos fue Garci
Ximenez, caudillo aclamado por aragoneses y navarros que en los años 716 / 718
en las inmediaciones de la cueva Oroel venció al numeroso ejército musulmán.
Con el fin de recordar en la memoria del pueblo
para siempre tan importantes hechos históricos, la Diputación del Reino
construyó un monumento consistente en una cruz rodeada de cuatro columnas que
soportaban una cubierta, sustituido en el año 1655 por otro más suntuoso que
acabó siendo destruido por un huracán, y finalmente se reconstruyó por Carlos
III el que ha llegado hasta nuestros días, consistente en un templete circular
de ocho columnas de orden dórico ubicado a poco más de un km de la villa medieval
de Aínsa, en el lugar donde se cree tuvieron lugar los hechos. Sea como fuere
desde hace bastante tiempo, de hecho ya Madoz lo cita en su obra Diccionario
Geográfico- Estadístico- Histórico de España y sus posesiones en ultramar
1845-1850, en Aínsa se representa todos los años cada 14 de septiembre la
famosa Morisma, representación teatral y popular en las calles de la medieval
villa del mítico origen del reino de Sobrarbe, en la que participan habitantes
tanto de Aínsa como de Labuerda y San Vicente.
Continuando con la historia de estos
territorios orientales de Aragón, es sabido que en el año 1016 el rey pamplonés
Sancho el Mayor los ocupó y se centró en expulsar de ellos a los musulmanes,
liberando con ello sus dominios de cualquier dependencia. Se centró el monarca
en renovar iglesias y monasterios dañados por la presencia del enemigo y
establecer la regla de San Benito en éstos últimos. Fue en el año 1017 cuando
conquistará Aínsa, junto a Buil y Boltaña.
Según algunos autores sus fueros son de los más
antiguos de Aragón, más incluso que los de Jaca o los de Navarra; no obstante
los datos documentales por los que hemos de regirnos para conocer la historia
real afirman que fue en el año 1127, estando el monarca aragonés Alfonso I el
Batallador reunido con Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, y sus hijos en
el castillo de Calasanz cuando el citado monarca, con el fin de revitalizar el
territorio de Sobrarbe, concedió a los habitantes de Aínsa el mismo fuero que
otrora su padre Sancho Ramírez concediera a Jaca. Las tierras de Aínsa fueron
siempre de realengo, pues existieron tenentes que las gobernaron de forma
ininterrumpida hasta mayo de 1206. En 1254 Jaime I aumentó su carta de
población con la incorporación de Boltaña y los pueblos de Sieste, Margudgued,
Espierlo, Tricas y los valles de Gistaín y de Puértolas-Tella, con todas sus
villas y aldeas. Otro documento histórico alude a la firma que en el año 1278
realizó el rey Pedro II por la que ordena a los habitantes de Aínsa que se
pongan bajo la dirección de Aarón Abinafia para que reparen las fortificaciones
de su castillo, siendo de resaltar el hecho de que en el siglo xiii Aínsa
prosperó gracias a su estupendo emplazamiento geográfico que, junto a su amurallamiento,
le llevó a ser una importante plaza fuerte muy tenida en cuenta por los reyes
hasta incluso en los tiempos modernos de Felipe II, cuando se constituyó en
defensora de la frontera pirenaica frente a los hugonotes franceses.
Asimismo durante el siglo XIII es de resaltar
el control que la villa tenía a través de sus propios órganos de poder dotados
con una autonomía creciente, aunque no exenta del control e intromisión real.
Ese es el caso de un primer Concejo General o plenario que sustituye al primer
control de los tenentes del castillo y que poco a poco irá cayendo en manos de
una élite u oligarquía, gestores de un Consejo “cerrado” que encabezará
la figura del Justicia seguido por los jurados. En este estado social del día a
día irán aconteciendo nuevos conflictos por la división social existente y por
la precedencia en los cargos que llegará hasta el control en los habitantes de
los lugares vecinos, como es el caso de los de San Vicente y Labuerda que se
vieron incursos en un largo proceso con los de Aínsa iniciado en el siglo xiv y
que perduraría hasta el siglo XVII y posteriormente, ya que ambos lugares
pertenecían a un mismo señorío y concejo.
Continuando con la historia medieval de la
villa hemos de hacer referencia obligada a la entrega que de la misma realizó
en 1385 el rey Pedro IV a la infanta Violante, esposa del infante Juan “para
que la tuviese mientras viviese”. Años antes, en 1381 el mismo monarca
decidió avecindar el lugar de Boltaña a la villa de Aínsa como vicus o barrio,
manteniendo los propios privilegios de Boltaña y pudiendo gozar de los que
Aínsa ya poseía; no obstante esta anexión duró poco y en 1414 ya era realengo
independiente de Aínsa. En 1428 Alfonso V incorporó Aínsa a la Corona.
Iglesia de Santa María
Ubicada En El ángulo suroriental de la plaza
Mayor de Aínsa, la actual iglesia de Santa María de Aínsa es un monumental
ejemplo de sobrio templo románico con imponente y característica torre
campanario, que fue declarado monumento histórico artístico nacional en el año
1931.
A finales del siglo xi, coincidiendo con la
introducción de la liturgia romana y la renovación cluniacense y gregoriana
auspiciada por Sancho Ramírez, comienza a construirse esta iglesia, si bien no
se culminará hasta la segunda del siglo XII. Fue consagrada el 30 de diciembre
del año 1181 por el obispo Esteban, fecha conocida gracias al hallazgo por
parte del escolapio padre Traggia en el año 1788 de una arqueta en el altar
mayor del templo en la que figuraba dicha referencia. El templo y Aínsa pasaron
en esos momentos a depender de la obediencia del obispado de Huesca-Jaca y el
templo con posterioridad elevó su dignidad a la de colegiata, siendo cabeza de
todas las iglesias de Sobrarbe y su arcipreste dignidad del cabildo de Huesca y
arcedianato de Sobrarbe y Los Valles. Contaba para sus servicios con un vicario
y cuatro racioneros durante el siglo XIII, que se elevaron a la cifra de tres
racioneros y trece capellanes en el XVI, cuando ya pasó a pertenecer al
obispado de Barbastro.
La ex-colegiata de Santa María está compuesta
por un completo conjunto medieval integrado por iglesia, cripta ba jo la
cabecera, torre-campanario a los pies y claustro, si bien ha sido objeto de
muchas reformas y cambios en distintas épocas. Un rasgo característico que
define a todo el conjunto es sin duda la pureza de volúmenes y la sobriedad
decorativas, rasgos propios del arte románico de este territorio; a la vez el
conjunto recibe influencia de la catedral de Jaca y desde que se construye éste
se convierte a su vez en centro difusor del románico jaqués en Sobrarbe.
El edificio eclesial consta de una espaciosa
nave rectangular cubierta por bóveda de medio cañón ligeramente apuntada hacia
los pies, a la que se accede actualmente por la portada occidental y tras haber
descendido por sendas escaleras ubicadas a los lados de la entrada. Posee
también presbiterio con una capilla a cada lado, cubiertas con bóvedas
rebajadas a modo de crucero bajo, y ábside semicircular cubierto por bóveda de
horno, así como coro alto a los pies sobre arco escarzano.
Santa María, portada y torre románicas
Bajo la cabecera hay una cripta que se
construyó para salvar el desnivel existente en el terreno, ya que la iglesia
está ubicada al borde de un talud, consta de planta rectangular y cabecera
semicircular dividida en tres naves mediante columnas cilíndricas.
Cripta
Ábside
En el lado norte, y comunicada con la capilla
de ese lado del presbiterio, está la sacristía, a la que se desciende por
cuatro escalones y que está cubierta con bóveda de medio cañón transversal al
eje de la nave.
Desde el muro norte de la nave se accede al
claustro, de planta de cuatro lados irregulares con sus respectivas crujías que
combinan los arcos de medio punto y los apuntados, mientras que en el lado sur
está la sobria portada románica de cuatro arquivoltas. A los pies del templo
está la torre, de planta cuadrada y cuatro pisos.
El templo está construido en sillarejo y piedra
sillar calcárea, muy compacta y de proporciones irregulares, si bien también se
utiliza la piedra toba para pequeñas dimensiones. Del interior de la fábrica lo
primero que salta a la vista es la amplitud de los espacios, así como la
sobriedad decorativa y la sencilla lectura de cada uno de los espacios,
otorgando unidad al conjunto.
Se accede al templo por el lado occidental, a
través de un atrio y una puerta adintelada con dos impostas molduradas en
nacela y paso interior abovedado a modo de pórtico. Seguidamente hay que bajar
varios escalones por el lado norte para acceder a la nave del conjunto. En los
muros domina la piedra sin artificios, tan sólo interrumpida por dos pilastras
a cada lado hacia la mitad de la nave, que alcanzan hasta el arranque de las
bóvedas actuales en el que además hay una línea de imposta voladiza; dichas pilastras
son restos de los antiguos arcos fajones que originariamente sustentaban la
bóveda. Antes de la restauración llevada a cabo en los años 70 existían dos
capillas adosadas en el lado sur que se suprimieron. La iluminación se consigue
por dos vanos ajimezados con mainel cilíndrico y capiteles con motivos
vegetales en el muro sur que rompen la imposta en su recorrido, mientras que en
el norte, entre sendas pilastras abre el acceso al claustro. Existe otro vano
con las mismas características en el ángulo noroccidental del espacio elevado
del coro.
El espacio ocupado por presbiterio y ábside
queda sobreelevado del resto mediante una especie de grada salvada por
escalones centrales. En el presbiterio, sendas capillas laterales con bóvedas
rebajadas: la norte se prolonga con la sacristía, más moderna, a la que se
accede por medio de una puerta adintelada y cuatro escalones, y traspasa el
muro para sobresalir del volumen propio del templo. El espacio absidal es
iluminado desde el centro por un vano en arco de medio punto y doble derrame
cerrado con moderno alabastro traslúcido, mientras que en su zona sur hay una
sencilla puerta en arco de medio punto elevada sobre dos escalones que conduce
a través del “Arco del hospital”, que al exterior es claramente visible
por su tejado de losa a dos aguas, al conocido como “cuarto del aceite”,
donde había en tiempos una pila excavada en la tierra que se halla actualmente
en el claustro.
Al exterior, el ábside muestra el vano centrado
con arco de medio punto adovelado bajo el que se observa la estrecha aspillera
del espacio de cripta. En la parte superior cierra por alero voladizo.
Actualmente la visión exterior del ábside que da limitada debido a las
construcciones anexas realizadas en tiempos más modernos.
Seguimos en el espacio interior para contemplar
ahora la mesa de altar en piedra ubicada en el centro del hemiciclo absidal. Lo
que atrae nuestra atención es sin duda su frente de altar, en el que se halla
incrustado un crismón románico de tipo trinitario que fue encontrado durante
las restauraciones del templo entre los escombros del pavimento del claustro;
según algunos autores podría proceder de la antigua iglesia románica de San
Salvador de Aínsa, que estaría ubicada muy cerca de la actual, dentro de antiguo
casco antiguo medieval. Se trata de un crismón de inicios del siglo XII.
A los pies de la nave, en su lado occidental se
halla el coro elevado, de piso plano y levantado sobre arco escarza no. En su
espacio superior es cerrado por un pretil de madera moderno e iluminado
mediante dos vanos, uno centrado con arco de medio punto que comunica con el
espacio interior de la torre y otro más bajo ubicado en el ángulo sur idéntico
a los del muro sur de la nave. Bajo el coro, en la esquina suroccidental de la
nave, una tosca y sencilla pila bautismal románica de forma circular.
Bajo el espacio de la cabecera y mediante dos
escaleras de acceso laterales con ocho peldaños de piedra originales accedemos
a la cripta, que antes de su restauración en el año 1974 no podía ser visitada
debido a que se hallaba colmatada de escombros, resultado de los sucesos
acaecidos durante la Guerra Civil en la villa.
Cripta
reconstruida según la arquitectura del siglo XII.
Cripta
reconstruida según la arquitectura del siglo XII.
Consta de un espacio separado en tres naves de
cuatro tramos cubiertos con bóvedas de arista modernas de hormigón encofrado y
arcos de medio punto en ladrillo. Los espacios se separan mediante columnas
cilíndricas y capiteles labrados toscamente con gruesos collarinos, que suman
un total de dieciocho, seis en el espacio central y los doce restantes adosados
a los muros y apeando sus columnas en un zócalo irregular. Sólo cinco capiteles
son originales y el resto rehechos y marcados con una “R” para diferenciar
los de los auténticos. Poseen sencillos motivos vegetales de gruesa labra, así
como rostros humanos muy esquematizados. El espacio se completa con el ábside
semicircular que muestra en el eje central un vano aspillerado.
Cripta. Capitel
Cripta. Capitel
Cripta
La portada más monumental del templo está
ubicada en su muro meridional. Se trata de una sobria portada románica
compuesta por cuatro arquivoltas en arco de medio punto de sección rectangular
que apean en columnas cilíndricas de fuste monolítico con basa y capiteles de
decoración tosca ba sada en elementos geométricos y vegetales, así como lo que
parece ser un fragmento de inscripción aún sin descifrar que parece estar
colocada volcada hacia abajo y que ocupa los dos capiteles centrales del lado
derecho. Sobre la arquivolta más externa, y bien centrado, un pequeño nicho de
forma cuadrada es ocupado por un segundo crismón de tipo trinitario del siglo XII,
flanqueándolo y a mayor altura otros dos nichos, esta vez adintelados y de
forma rectangular que se hallan vacíos y que pudieron en origen albergar algún
detalle interesante. Toda la portada queda protegida por una cornisa de piedra
que apea en once sencillos canecillos lisos.
Portada
principal de la iglesia.
Capiteles costado derecho
Capiteles del costado izquierdo
Tal vez el elemento que más identifica a la
iglesia de Santa María es su soberbia y esbelta torre campanario, una torre
románica construida en piedra sillar de aproximada mente treinta metros de
altura que está ubicada en la zona occidental del conjunto, un poco desviada
hacia el Norte con respecto al eje de la nave del templo.
Es de planta cuadrada y se accede a su interior
desde el costado norte por una puerta ubicada en alto en arco de medio punto.
Su cubierta superior consta de remate octogonal protegido por pretil. Cada uno
de sus muros poseen 7,5 m de lado y un grosor de más de un metro. Al exterior
la torre se articula por tres cuerpos de proporciones desiguales separados por
impostas que no se corresponden con la distribución interior de los pisos, que
son cuatro. El atrio occidental del conjunto se corresponde con su planta baja,
que muestra arcos de medio punto en sus caras oeste y sur. Es un espacio que
sirve de enlace y comunicación entre torre, nave del templo y claustro.
A la primera planta de la torre se accede por
una escalera de piedra adosada en el muro norte, que sustituye a la primitiva
escala de mano, y por la primitiva puerta con arco de medio punto; ésta planta
actúa como tribuna, ya que desde su lado este comunica visualmente con el
templo a través de una ventana ajimezada ubicada a la altura del espacio del
coro. Esta misma planta posee otros dos vanos en sus caras sur y oeste y está
cubierta por bóveda de medio cañón. La segunda planta también cubre con bóveda
de medio cañón y posee otros tres vanos, de medio punto adovelado por el
exterior. La tercera planta o piso de campanas posee grandes vanos de medio
punto que abren en parejas en todas sus caras y que son recorridos a la altura
del arranque del arco y en la cara externa por una línea de imposta ligeramente
volada.
Desde aquí se accede al último piso mediante
empinada escalera metálica; merece la pena la ascensión para contemplar la
llamada, no sabemos por qué motivo, “Cámara Real”; cubre con cúpula
sobre trompas cónicas reforzada por cuatro nervios de sección rectangular y en
cada una de sus caras abre un monumental y vistoso arco de medio punto
moldurado con tres arquivoltas de sección recta que apean en cinco parejas de
columnitas con capiteles decorados mediante rostros muy esquematizados y
motivos vegetales, la mayor parte rehechos. Estos grandes ventanales recuerdan
a pequeña escala la portada principal del templo, de forma que se consigue con
este recurso dar unidad estética al conjunto. Desde el lado este y mediante una
minúscula escalera metálica y puerta ubicada en alto con arquito apuntado se
llega a lo más alto de la torre, la terraza o pequeño cuerpo octogonal de
remate con pretil.
Boveda de la torre.
Capiteles de la torre.
El último y no por ello menos importante
elemento del conjunto es el claustro, de planta trapezoidal irregular que se
observa muy bien desde el cuerpo superior de la torre. Es de pequeñas
dimensiones y consta de cuatro crujías de distinta dimensión y un solo piso.
Junto el pavimento de fino enmorrillado se alzan los muros, que combinan piedra
sillar, sillarejo y mampostería. Dos de las crujías, las del lado norte y sur
quedan un poco más elevadas y por ello presentan suelo escalonado. En cuanto a
los arcos de las mismas, los de los lados sur y oeste son apuntados, mientras
que los del norte y este son de medio punto. Las galerías internas cubren con
bóveda de cañón al norte y al este, la del sur con crucería y la del oeste
posee doble galería, la de la parte interior con bóveda de cañón y la exterior
también con cañón pero con arco fajón en el centro.
El espacio sur posee una puerta abovedada que
es la que comunica con la nave del templo, abierta en arco de medio punto, así
como una pequeña capilla a la que se accede por arco de medio punto y que
cuenta con un vano cerrado con alabastro de comunicación con el espacio de la
sacristía. En el interior del patio del claustro, en la esquina suroeste, hay
un pequeño pozo de piedra. Las cubiertas superiores del claustro, con losas de
piedra rústica, muestran gran pendiente convergiendo hacia el centro del patio
interior a modo de compluvium romano.
Si bien hemos adelantado que todo el conjunto
denota bastante uniformidad estilística, la primitiva fábrica románica de Santa
María ha sido objeto a lo largo de los siglos de múltiples reformas,
reconstrucciones y restauraciones que, no obstante, han respetado bastante la
esencia románica del conjunto. Pasamos a detallar como último aspecto la
cronología de los diferentes momentos.
Claustro con arcos románicos y góticos
Bóveda crucería
Ala sur junto a la iglesia, el claustro
tiene una planta irregular debido al espacio limitado.
Capitel blasonado del claustro
Capitel blasonado del claustro
En 1181 tuvo lugar la consagración y en ese
momento estarían construidas la iglesia (incluida portada sur), cripta y torre,
si bien el claustro se comenzaría en el siglo xiii; existen documentos que
aluden a la ruina que amenazaban claustro y torre en el siglo XIV. En el siglo
xvi se continúa trabajando en el claustro, realizando por ejemplo el tramo
cubierto por bóveda de crucería apuntada del lado sur, y también en esta
centuria se cubre con bóveda de cañón la nave de la iglesia, dejando sólo de la
anterior las cuatro pilastras como testimonio de dos arcos fajones anteriores;
también se abren las capillas del presbiterio. En el siglo xvii se construye la
sacristía. Finalmente, se encuentran las distintas restauraciones llevadas a
cabo en los años 60 y 70 del siglo XX por la Dirección General de Arquitectura
del Ministerio de Vivienda. Se comienza a actuar en el año 1967 con mejoras en
la torre, seguidamente en 1972 y 1973 el claustro, que contará desde entonces
con nuevo acceso desde el pórtico-atrio que hay bajo la torre; en 1974 se
desescombra la cripta y se procede a su rehabilitación y restauración.
Nuestra Señora de Tricas
Aunque actualmente la tengamos que ubicar
material mente en la iglesia de la Santa María de Aínsa, esta imagen perteneció
al pueblo de Tricas de donde se trasladó a la colegial. Se trata de una talla
en madera estofada y dorada que tiene 84 cm de altura. Se ha escrito sobre ella
diciendo (1992) que es una Virgen sedente “románica, siglos XIII-XIV” y
señalando que “fue restaurada en 1975 por el taller Navarro de Zaragoza”,
ocasión en la que “se le añadieron los pies y la mano de la Virgen que se
hallaban cortados”.
Partiendo de esta catalogación y analizando la
talla, en 1994 intenté concretar algo más el arco cronológico en el que
situarla puesto que “esta talla –dorada seguramente con ocasión de algún
intento de ennoblecer la imagen– responde a los principios y tipología del
románico y pudiera ser fecha da antes del siglo XIV, fecha a la que algunos
autores traen su cronología. Su hieratismo, su falta de definición volumétrica,
su inexpresividad, podrían adelantarla hasta principios del siglo XIII”. No
obstante conviene hacer alguna precisión más, después de haber valorado un
amplio conjunto de las imágenes que nos quedan y considerando la sencillez con
que se tratan las superficies y el hieratismo del conjunto. Estas dos
cuestiones nos pueden inducir a pensar en el siglo xiii, pero valorando la
esbeltez de las figuras (en especial la del Niño), la posición de la mano
izquierda de la Virgen y ciertos rasgos expresivos, habría que inclinarnos a
los finales de ese siglo XIII.
A estos años finales del siglo XIII correspondería
además el tratamiento de las orlas, en realidad el intento de un artesano por
captar los efectos estéticos que se logran jugando con las orlas y los
pliegues. La forma del borde inferior se presenta con una diagonal ascendente
hacia la rodilla izquierda, que se continúa con la que dinamiza la superficie
inferior de la indumentaria del Niño. La orla está concebida –tanto en el
cuello como en las piernas– como una simple franja lisa, diferenciándose de
esos pliegues verticales insinuados y en los que pervive ese modo propio del
quehacer de los talleres ribagorzanos. A la vista de todo ello y sin dejar de
olvidar que fue sometida recientemente a una importante restauración,
incidiendo en lo dicho antes, conviene proponer como posible marco cronológico
para esta imagen los últimos años del siglo XIII.
Samitier
Samitier, localidad perteneciente al municipio
de La Fueva, se encuentra en el Prepirineo al Sur de la comarca de Sobrarbe, en
la margen derecha del Cinca entre los embalses de El Grado y Mediano. Dista
unos 95 km de Huesca, siguiendo la autovía A-22 hasta Barbastro y enlazando con
la carretera A-123 para después tomar la A-138 en dirección a Aínsa y más tarde
un desvío a Samitier a la derecha.
Tras la muerte del caudillo musulmán Abd
al-Malik a principios del siglo XI, que había causado graves destrozos la zona
sur de Sobrarbe, los reinos cristianos comienzan a rehacerse. Hacia 1017 Sancho
III el Mayor reconquista Samitier, expandiéndose hacia Sobrarbe y Ribagorza. A
la muerte de éste en 1035, sus posesiones en dichos territorios, incluido
Samitier, pasan a manos de su hijo Gonzalo y, tras la muerte de éste en 1044, a
engrosar los dominios del incipiente Reino de Aragón gobernado por su hermano Ramiro
I. A mediados del siglo XI Ramiro I se anexiona territorios al Este y al Oeste
de Aragón y fortifica la zona del Cinca. Samitier queda incluido en una red de
torres y castillos que, separadas por una distancia de una o dos horas,
protegen el territorio de Sobrarbe. Ya entrado el último tercio del siglo XI,
tras la conquista de las ciudades del llano, como Graus, Alquézar o Monzón,
Samitier deja de tener valor estratégico y pierde importancia como edificio
militar.
Según algunos autores Samitier aparece junto
con Loarre en la donación que hace Sancho III el Mayor a su hijo Gonzalo tras
su muerte en 1035. Sin embargo es lógico pensar que este Sancti Emiterii
haga referencia, no al de Sobrarbe, sino a otro San Emeterio ubicado en el
condado de Aragón. La primera mención documental del Samitier de Sobrarbe,
nombrado como Sanctum Celedonium, aparece en un documento de 1055 que
hace referencia a una donación de posesiones territoriales al cercano
monasterio de Pano. La escasa documentación conservada y la confusión generada
con el otro Samitier hacen que el conocimiento de su historia sea muy escaso.
Tan sólo se puede afirmar que en 1135 Ramón de Larbesa era señor del castillo.
Ya a finales del siglo XIII el lugar pertenecía a la baronía de Antillón.
Ermita de los Santos Emeterio y
Celedonio
La ermita de los santos Emeterio y Celedonio
fue, en origen, la iglesia o capilla del castillo de Samitier. Forma, junto a
la torre del homenaje y a los otros elementos que se conservan del antiguo
castillo, un importante conjunto religioso-militar que está declarado Bien de
Interés Cultural. Este conjunto se encuentra estratégicamente ubicado sobre el
desfiladero del Entremón, a unos 747 m de altitud, lejos del actual
emplazamiento del núcleo urbano, que se trasladó al valle presumiblemente a
comienzos del siglo XVI.
El acceso se realiza por una pista apta para
vehículos todoterreno que parte al Este detrás de la iglesia parroquial de la
localidad. Tras superar la ermita de Santa Waldesca se llega a una bifurcación
en la que se toma el camino de la izquierda para llegar poco después a una
explanada desde la que, ya a pie, se accede a la ermita y a la torre tras unos
200 m de acusado desnivel.
El conjunto religioso-militar que forman la
ermita y la torre responde a la tipología de castillo aragonés del siglo XI con
recinto amurallado que contiene torre del homenaje y capilla. En este caso la
capilla, de dimensiones nada desdeñables, hace las veces de muralla en sí
misma, ya que corta el paso sobre el desfiladero y posee acceso elevado. Desde
el templo se accede al recinto, que se cierra al Oeste por medio de un paño de
muralla con un pequeño cubo central y queda abierto al Este a un inexpugnable
cortado. Al Norte, el recinto remata con la torre principal, de planta
hexagonal y adaptada al terreno con gran pericia. Al Sur, en un monte cercano,
se sitúa otra torre en peor estado de conservación, que haría las veces de albarrana.
La advocación a los Santos Emeterio y Celedonio
no es frecuente en esta zona y ha dado lugar al topónimo de la lo calidad:
Samitier, que deriva de San Miterio.
La conquista de Calahorra en 1045 por parte del
rey García de Navarra y las grandes donaciones que hace a su iglesia mayor, que
custodia las reliquias de estos santos, podría haber influido en la elección de
esta advocación. Estos mártires fueron dos hermanos, hijos del centurión romano
Marcelo, decapitados en el año 300 en Calahorra por sus convicciones
cristianas. Su fiesta se celebra el 3 de marzo en Samitier con una romería a la
ermita.
Plano de la cripta
El aspecto actual que presenta el templo es
fruto de una restauración llevada a cabo en 1996. Aunque no es la única
intervención que ha sufrido el edificio, ya que finales del siglo XIX se
realizó otra, tal como reza una inscripción en el arco formero que separa las
naves central y sur en el tramo de los pies: SN MITERIO I SN CELEDONIO QUE
FUE CONPUESTA EL AÑO 1893 CON ASISTENCIA DEL PUEBLO.
Se trata de un edificio de gran envergadura si
tenemos en cuenta su ubicación y finalidad. Posee planta basilical de tres
naves, la central más grande en altura y en anchura, cuya cabecera remata en
tres ábsides semicirculares. Las naves se cubren con bóveda de cañón sobre
fajones y los ábsides con bóvedas de cuarto de esfera. La nave sur se levanta
sobre una pequeña cripta cubierta por medio una bóveda de cañón sobre fajones
doblados y aparece rematada en ábside de planta semicircular al interior y plano
al exterior. La amplitud del proyecto religioso ha hecho pensar en el
establecimiento en Samitier de una comunidad de monjes-soldados, muy en
consonancia también con la advocación a los mártires soldados.
Al exterior, el edificio ofrece un aspecto
bastante unitario, con fábrica de sillarejo a soga, siendo de mejor calidad el
correspondiente a la zona de la cripta. Las fachadas sur y oeste presentan gran
altura ya que parte de su paramento corresponde a la cripta, realizada para
salvar el desnivel. La cabecera, al estar asentada sobre una pendiente, ofrece
un as pecto desigual. El ábside sur arranca sobre el remate plano de la cripta,
el central sobre un falso ábside semicircular que no tiene otra función que la
de salvar el desnivel, mientras que el ábside norte apoya directamente sobre la
roca. La fachada norte presenta menor altura al ubicarse en la zona más alta.
En este flanco norte se ubica, sobre los pies de la nave lateral, un cuerpo
prismático a modo de torre que podría haber servido como cámara secreta o como
aljibe, dadas las funciones defensivas de este emplazamiento. Además de los
mechinales distribuidos por la parte externa del paramento, huella de las vigas
que sostuvieron el andamiaje durante la construcción, aparecen una serie de
orificios en la parte superior del muro sur que podrían tener una función de
ventilación.
Otro de los elementos que dan a Samitier
carácter militar es el acceso. En origen hubo una puerta elevada en el muro sur
que se alcanzaría mediante escalera de madera, como si de una torre defensiva
se tratara. Desde el interior de la iglesia, por una puerta en el muro norte,
se accedería al recinto y a la torre. Más tarde, cuando dejó de tener carácter
defensivo a finales del siglo XI o principios del XII se practicó otra puerta
en la fachada sur debajo de la primera, quedando cegada has ta media altura a modo
de ventanal. Todos los accesos son en arco de medio punto con sencillas dovelas
de piedra y los dos originales, al interior, con dintel enterizo bajo tímpano
de medio punto ciego, elemento típico del estilo lombardo.
La cabecera está iluminada por medio de vanos
en arco de medio punto de doble derrame en los ábsides, también en el de la
cripta, y un vano en arco de medio punto derramado al interior en la parte alta
de la nave central. A los pies se dispone un vano aspillerado en arco de medio
punto derramado al interior en la nave central y sendas aspilleras derramadas
al interior en las laterales. Otra ventanita cruciforme en el muro sur y la
citada puerta superior convertida en ventanal completan la iluminación del edificio.
En el interior, el espacio que ofrece la ermita
es fruto de la reforma llevada a cabo en la época en la que se realizó la
puerta inferior del muro sur, que da acceso directo a la cripta. Ésta tendría
en origen cuatro tramos y a ella se accedería por medio de una escalera lateral
que partía de un arco de medio punto a la derecha de la puerta original
elevada. Al practicar la puerta inferior, los dos tramos de los pies de la
cripta se sustituyeron por una escalera de obra que da acceso a la parte
superior de la iglesia. Además la cripta debió sufrir una reforma en su
proyecto, ya que los pilares de triple esquina en los que apean los fajones de
la bóveda de cañón, indican que en origen se habría planteado su cubrición por
medio de bóveda de arista.
La parte alta del templo, sobre la cripta,
constituye un espacio diáfano y de gran altura. Las naves central y sur poseen
dos tramos separados por arcos fajones y amplios arcos formeros, mientras que
la nave norte tiene un tramo más a los pies, separado por un fajón y un pequeño
formero sobre el que se dispone un acceso a la cámara superior. Los ábsides
central y norte aparecen elevados sobre dos peldaños, mientras que el sur,
precedido de un tramo de nave ya elevado, lo hace sobre un solo peldaño.
El edificio carece de decoración, salvo por la
existencia de dos cruces de consagración pintadas a ambos lados del ábside
central, otra sobre la ventana del ábside meridional y el rejuntado de las
dovelas interiores de dichos ábsides en ocre rojizo. Esta decoración pintada
apareció bajo las capas de pintura aplicadas en la intervención de 1893.
En el interior del templo se conservan dos
pilas monolíticas fragmentadas, otra pequeña pila sobre un pilar adosado al
muro y un fragmento de piedra con decoración en forma de flor.
La mayoría de los investigadores coinciden en
destacar dos fases constructivas para la ermita de los Santos Emeterio y
Celedonio de Samitier. La primera, correspondiente a la cripta, se habría
llevado a cabo entre los años 1030 y 1040 por parte de maestros lombardos.
Mientras que la segunda, que habría completado la obra, se situaría entre 1045
y 1055 y sus artífices habrían sido maestros locales siguiendo los preceptos de
los primeros. Aún así este edificio posee un carácter bastante unitario, dentro
del estilo del Primer Románico que, en Aragón, se caracterizó por la sobriedad
de sus edificaciones, muchas de ellas de carácter defensivo por tratase de
obras fronterizas.
Santa María de Buil
Santa María de Buil es un antiguo municipio de
Sobrarbe actualmente dependiente del ayuntamiento de Aínsa-Sobrarbe. El acceso
al lugar se puede hacer desde Huesca siguiendo la N-240 hasta Barbastro. Una
vez rebasado el municipio, hay que enlazar con la A-138 en dirección a Aínsa y
antes de cruzar el puente que conduce a este núcleo medieval, hay que tomar la
carretera que parte de la orilla derecha del Cinca. Se circunvala Guaso y se
pasa al pie de Latorrecilla para llegar, a través de una pista asfaltada y en
buen estado, a la localidad de Santa María de Buil.
Situada en el altiplano de Buil, a 911 m de
altitud, Santa María de Buil está compuesta por un barrio (Sarratillo) y once
aldeas: San Martín, La Ripa, La Lecina, Gabardilla, Urriales, Linés, La Capana,
Bruello, Coronillas, Sarratiás, El Serrato, Pelegrín y Puibayeta.
Buil, como dice Durán Gudiol, fue la más
importante población del condado de Sobrarbe, antes de la conquista de la
ribera islamizada del Cinca en tiempos de Sancho III el Mayor de Navarra, razón
por la cual los musulmanes pusieron especial atención en el lugar. En 1006 Abd
al-Malik tomó el castillo de Buil, que pasaría de nuevo a manos cristianas en
el siglo xi bajo el mando de la familia García Aznar, para constituir ya una
pieza clave en la línea fortificada que fue trazando el rey Sancho III el Mayor
a partir de este momento, como confirma la lista de sus tenentes.
El pueblo se halla dividido en dos barrios con
sus respectivas iglesias de San Martín y Santa María, asentados alrededor de
los flancos del empinado montículo sobre cuya cima se elevaba an taño un
castillo del que no queda resto alguno y que según Madoz fue muy importante en
tiempo de los sarracenos por su elevada posición y por su relación estratégica
y comunicativa con otros fuertes castillos de tierras colindantes. La
importancia del mismo queda de manifiesto teniendo en cuenta el listado de
tenentes proporcionados por Agustín Ubieto: Íñigo López, entre mayo de 1036 y
abril de 1059; Jimeno Sánchez de 1062 a 1075, con las lagunas del año 1069 en
que era tenente Iñigo Sánchez de Binué, y 1074, en que lo era Sancho Galíndez;
Jimeno Garcés de octubre de 1085 a 1104, excepto en noviembre de 1092 en que
aparece Sancho Sánchez; Ramiro, que ostentaba la tenencia entre 1108 y
diciembre de 1115; Tizón, entre agosto de 1115 y mayo de 1134; Sancho Aznárez,
en febrero de 1120; Arnal Mir, entre agosto de 1134 al mismo mes de 1174,
excepto en 1164 que le era Gombal de Entenza.
En el año 1262 el rey Jaime I de Aragón, vendió
el castillo de Buil a Gonzalo López. En mayo de 1293, Jaime II de Aragón compró
Buil a Pedro Cordel, y en junio de 1340, lo volvió a vender Pedro IV de Aragón
a Ramón de Buil, reconociendo en 1364 a la misma familia en feudo, el castillo
y villa de Buil erigiéndolo en baronía. Desde 1571 forma parte del obispado de
Huesca.
Iglesia de San Martín
La singular iglesia de san Martín de Buil, se
encuentra en el extremo oeste del pueblo, al pie del montículo. Fuera de culto
desde 1939, se encontraba en estado de abandono e incipiente ruina. Su
declaración de Monumento Histórico Artístico en 1977 y su posterior
ratificación como Bien de Interés Cultural por las posteriores leyes estatales
y autonómicas se convirtió en el acicate que el templo necesita ba para
recuperarse del olvido en el que se hallaba, así como para el inicio de las
obras de restauración.
No se conocen noticias documentales del siglo XI
sobre esta iglesia, sin embargo, y dadas sus peculiares características, ha
suscitado un gran interés entre los historiadores del arte que no cejan en su
empeño de llegar a una explicación coherente y satisfactoria sobre su
cronología. Una de las principales limitaciones interpretativas del templo
radica en que la mayor parte de los estudios realizados han centrado el interés
artístico únicamente en los aspectos formales de su sistema decorativo,
fundamentalmente en su cabecera, reduciendo así el problema a lo ornamental,
sin tener en cuenta el plan de todo el conjunto.
El característico triple ábside de la iglesia románica de San Martín en Buil.
Esta interpretación basada exclusivamente en
los aspectos ornamentales, dividió las opiniones –según Juan Francisco Esteban
Lorente y Manuel García Guatas–en dos teorías. La primera, encabezada por Puig
y Cadafalch, Whitehill, Canellas y San Vicente, relacionó la iglesia de Buil
con las características propias de la arquitectura románico-lombarda por la
alternancia de los arquillos ciegos de sus ábsides. Una segunda, en la que
encontramos los testimonios de Gómez Moreno, Gudiol y Gaya, Chueca Goitia y
Durán Gudiol, que concibe el templo como un testimonio de la pervivencia
mozárabe y eco de las iglesias del Gállego.
Es su interior el que mayores interrogantes
presenta, pues su actual estado de conservación, así como las diferentes
modificaciones que ha sufrido a lo largo de los siglos dificultan mucho su
datación, comenzando su construcción en 1020, según Durán Gudiol, y 1040, según
García Guatas.
A la vista de la última restauración llevada a
cabo en el templo, así como de los numerosos estudios que sobre el mismo se han
realizado, Esteban Lorente, Galtier Martí y García Guatas hablan de dos etapas
constructivas del siglo XI. La primera, fechable entre 1040 y 1050,
correspondería a la construcción de las tres naves y de la torre. En la segunda
fase, hacia 1070, se le añadiría la actual cabecera de tres ábsides. Una serie
de reformas llevadas a cabo durante siglos XVII y XVIII, hacen difícilmente reconocible
la estructura interna y el aspecto exterior del monumento.
Originalmente se trataba de una obra en
sillarejo y mampostería de tres naves, divididas en cinco tramos mediante
pilares cruciformes, cubiertas con bóvedas de medio cañón sobre arcos fajones,
de las que la central era bastante más elevada. Seguramente tuvo también una
cabecera primitiva con tres ábsides semicirculares. De los abovedamientos y
soportes románicos tan solo son visibles los dos tramos de bóveda de los pies
de la nave norte y tres pilares cruciformes con sus correspondientes pilastras
en los muros laterales, así como algunos arcos formeros primitivos con singular
despiece mediante dovelas más largas en su aproximación a la clave, creando un
descentramiento del trasdós.
A los pies de la nave central se levantaba una
pequeña torre, de factura románica en sus dos primeras plantas. La inferior se
comunica con la nave y el exterior mediante tres puertas: la mayor se abre a la
nave central mediante un arco de medio punto con un largo dintel monolítico de
2,52 m de largo por 0,9 m de grueso; las que comunican con el exterior son
estrechas y bajas y se ubican en los lados norte y sur. Esta última puerta, se
encuentra tapiada por la casa-abadía. Ambas presentan un despiece del arco de
medio punto peraltado con dovelas largas y descentradas de la curva del
intradós, similar al despiece de los arcos formeros primitivos de la iglesia.
Sobre este piso abovedado se levanta un segundo
nivel con una ventana en arco de medio punto sobre la nave central, y otra
geminada en el muro opuesto con dos arquitos de medio punto que apean en grueso
mainel cilíndrico con capitel za pata. En el siglo XVI se recreció la torre con
una nueva planta para uso de campanario, con vanos para campanas en todos sus
lados, un remate en pretil con pináculos y gárgolas en las esquinas y achatado
cimborrio octogonal como cubierta de la cúpula, con nervios de sección rectangular.
Los tres ábsides corresponden a una segunda
etapa constructiva, también de época románica, fechándose según Manuel García
Guatas hacia último cuarto del siglo XI, y 1070 para Esteban Lorente. Se
desconoce el motivo de la interrupción o sustitución de la cabecera primitiva,
si bien no existe duda de su factura posterior pues se hallan irregularmente
alineados al exterior y desviados del eje de las respectivas naves con las que
entestan deficientemente. Se cubren con bóveda de horno y ventanas en arcos de
medio punto y doble derrame, suprimida en uno de los ábsides pero recuperada
posteriormente. Exteriormente, el más próximo al hastial sur adquiere una forma
un tanto extraña y torpe en la decoración de los arquillos, fruto de la
modificación que conllevó la construcción de la sacristía.
Un análisis detallado de la decoración absidal,
caracterizada por sus imperfecciones estilísticas, permitiría afirmar que se
trata de una obra realizada por mano de obra local y con poca trascendencia en
el arte posterior. Los ábsides de la iglesia de Buil se articulan en tres
niveles: un alto zócalo de 1,80 m que termina en una gruesa moldura circular;
una segunda zona decorada siguiendo una alternancia de pilastrillas o lesenas y
arcos ciegos, de desigual anchura y despiece; por último, una cornisa bastante
volada, sostenida por modillones de forma prismática, pero con la cara inferior
ligeramente curvada.
Según Manuel García Guatas, la solución
artística de los ábsides presenta una serie de elementos comunes con iglesias
de zonas geográficamente próximas, tal es el caso de los ábsides de los templos
lombardo-catalanes y los de las iglesias del Serrablo, aunque en ambos casos
con notables diferencias formales.
En el primer caso, puede apreciarse un zócalo
reducido a un corto basamento, sin baquetón, una serie de arquillos y lesenas
de distinta alternancia y modillones de poca relevancia. En el caso de las
iglesias del Serrablo, el corto basamento contará con baquetón, la organización
y alternancia de arcos seguirá los mismos esquemas, aunque mejor aparejados y
de mayor luz, y los modillones quedarán sustituidos por originales cilindros
verticales.
No obstante, y a pesar de los guiños a dichas
soluciones, debe considerarse un mero ejemplo de arte local aplicado a un
edificio cuya principal riqueza radica sin lugar a dudas en su articulación
espacial interior.
En los siglos XVII y XVIII una serie de profundas
reformas nos acerca al aspecto actual del templo. Las principales
modificaciones que se llevaron a cabo fueron las siguientes: se completó el
paramento meridional con una sacristía, un pórtico abovedado y la casa-abadía
fechada en 1765; en el lado septentrional, una capilla y el recrecimiento de
los muros y la torre con un cuerpo para las campanas. La segunda remodelación
más profunda, fechable en el siglo XVIII se llevó a cabo en el interior.
Consistió en suprimir los tres primeros tramos a partir de la cabecera mediante
dos grandes arcos formeros de 5,87 m de altura, labrados en piedra sillar y
desigualmente apuntados sobre los que se construyeron a mayor altura las tres
actuales bóvedas, de medio cañón como las primitivas, que obligaron a demoler
los pilares cruciformes románicos y a recrecer tanto los conservados como apeo
de los actuales arcos formeros como los machones de unión de los tres ábsides.
Esta remodelación tuvo como principal finalidad crear un espacio más unificado,
espacioso y mejor iluminado, pues la iglesia carecía de vanos en el hastial
norte, tenía tan sólo dos en los ábsides y los restos presentes en el muro sur
quedan limitados a un mero testimonio a los pies del mismo.
También en esta reforma fueron remodelados los
dos últimos tramos originales de la iglesia. En la nave del evangelio se
construyó una dependencia para los diezmos y la primicia; en la central se
elevó un coro alto de madera, habilitando la parte baja como baptisterio; a la
vez se demolió el último pilar cruciforme entre esta nave y la sur, unificando
los dos arcos formeros originales en un nuevo arco de piedra sillar, con objeto
de poder alojar la escalera de obra como acceso común al coro y la torre. La zona
de la nave de la epístola se dejó de paso para el acceso a la torre y coro,
desahogándola mediante un arco de medio punto sobre el que apoyaron las vigas
del coro. Este arco nuevo, sin embargo, no llegó a romper totalmente los dos
arcos primitivos que constituían el sistema de soporte y separación de la nave
central y de la epístola de la obra románica, los cuales aparecen bajo el
encalado sobremontados en el nuevo, constituyendo un testimonio arqueológico
insustituible.
En cuanto a las cubiertas de esta zona
posterior, tal y como puede contemplarse hoy, la bóveda de la nave norte es la
original, mientras que al lado sur, tras el arco que señala el límite de la
original, encontramos una moderna cubierta de madera mal conservada continuada
con las edificaciones exteriores modernas.
La decoración interior del templo sigue las
premisas ornamentales del siglo xviii consistentes en una serie de figuras
geométricas y cuadripétalos en la zona del zócalo, tornapuntas y rocallas en
los intradoses.
Manuel García Guatas, en su estudio del
románico sobrarbense, establece una correspondencia de la iglesia de San Martín
con un modelo importado de la más temprana arquitectura románico-lombarda, muy
similar a los planes de las iglesias de la zona suroriental de Francia y de
Cataluña, como Santa María d’Amer, L’Ecluse Haute y La Pobla de Claramunt, de
fecha próxima a los primeros años del siglo XI. Todas ellas presentan unas
características comunes como es la división espacial en tres naves con otros
tantos ábsides prácticamente alineados, arrancando los dos laterales de los
vértices del central en lugar de hacerlo de los flancos, como puede apreciarse
en Buil, algo que será habitual posteriormente. También existen similitudes en
su sistema de separación de las naves mediante pilares simples o cruciformes.
Todas estas características, hacen de Buil en
ejemplo de novedad en el área circundante, pues en el Serrablo no se dio la
existencia de iglesias de tres naves, y en el Sobrarbe son de factura
posterior, como es el caso de las iglesias de San Juan de Pano y Santos
Emeterio y Celedonio en Samitier, siguiendo el modelo de iglesia basilical del
tres naves, aunque simplificado.
En lo que respecta a las técnicas constructivas
y decorativas utilizadas en los arcos de separación de las naves, la puerta
septentrional de la torre y los elementos decorativos de los ábsides, el mismo
estudio revela un origen no románico sino más bien musulmán, derivado de la
arquitectura califal del siglo X. Este estilo, lleno de incorrecciones formales
puede apreciarse en el trasdosamiento de las dovelas hacia la clave, que a la
altura de las impostas caen rectas. Otros elementos que lo acercan a este estilo
son el zócalo y acusado baquetón de los ábsides, una fórmula que no tuvo
continuidad en la arquitectura románica, así como la alternancia y diseño de
los arquillos, e incluso, el perfil de los severos modillones muy volados que
recuerda los de las iglesias mozárabes, aunque sin la decoración de rollos en
la parte inferior.
Puede concluirse, a la vista de los estudios
realizados hasta la actualidad, que la iglesia de San Martín de Buil bebe de
las fuentes del más temprano románico; para algunos autores quizás construida
por gentes que conocen el arte islámico y dan lugar a una convivencia entre
estos sistemas constructivos románico-occidentales y la vieja tradición
hispano-musulmana. En todo caso, aunque se diera esa simbiosis no prosperará
ante el internacionalismo del románico pleno, pero pervivirá en zonas aisladas
y fronterizas, entre la línea militar de los cristianos y el mundo cultural y
económico más desarrollado de los últimos años del califato y comienzo de los
reinos de taifas.
Es oportuno considerar para la datación de este
interesante edificio las tesis de Manuel García Guatas, situándola en los
últimos años del reinado de Sancho III el Mayor y poco después de la
reconquista y estabilización de esta parte del Alto Sobrarbe, perfilando una
frontera militar al sur de la tenencia de Buil.
Vio
Localidad perteneciente al municipio de Fanlo,
emplazada a mitad del valle homónimo a una altitud de 1210 m, sobre un
altiplano que desciende en forma de terraza pendiente hacia el cauce del río
Bellos. Ubicada en un paraje de excepcional belleza natural, desde su caserío
se observa en la lejanía la imponente presencia de las crestas de Peña
Sestrales. Se accede al pueblo por la carretera que atraviesa el Valle de Vio,
bien desde Escalona al Este o desde Sarvisé al Oeste.
El caserío se divide en dos núcleos unidos por
un camino, que a su mitad bordea una suave loma, donde se encuentra el templo
parroquial y adosado el cementerio local. Tras el abandono sufrido durante la
segunda mitad del siglo XX, que casi condujo a su desaparición, durante la
primera década del siglo XXI se han rehabilitado algunas casas a imitación de
las tradicionales, con tejados de lajas negras y chimeneas troncocónicas. La
presencia humana se hace más constante, con excepción de los duros meses de
invierno, aunque los modos de vida que sostenían la localidad se han extinguido
y han quedado reducidos a la pintoresca presencia de pequeños huertos.
Entre 1050 y 1250 se cita en repetidas
ocasiones el Valle de Vio, pero bajo la voz de Valle de Bieu o Biegu, como en
un documento del año 1050 donde Ramiro I (1035-1063) donaba al obispo García de
Aragón los monasterios de Sasabe y Rastilgone, con sus pertenencias entre las
que figuraba “una heredad en el Valle de Biegu”. Posteriormente, la “heredad
de Bardebieu” fue cedida, junto con la solana de Burgasé, al noble Bertrán
de Ahones por el rey Jaime I el 13 de diciembre de 1250, a cambio de la villa
de Alcubierre que éste poseía. Su población nunca fue generosa, al menos desde
finales de la Edad Media, cuando se censaban 18 fuegos. La administración
eclesiástica pasó de Jaca a Huesca, en cuyos archivos se cita a la iglesia de
Vio con el título de rectoría durante los siglos XIII y XIV, para pasar a
simple vicaría a partir del XV.
Iglesia de San Vicente Mártir
La iglesia parroquial de vio ha sufrido
numerosas ampliaciones y modificaciones como resultado de su carácter
funcional. Puesta al servicio de las necesidades espirituales de la comunidad y
de las nuevas exigencias litúrgicas, con el paso de los siglos ha perdido su
primitiva fisonomía románica.
El núcleo original consta de nave única
rectangular cubierta con bóveda de cañón apuntado y hemiciclo absidial. Los
muros primigenios quedan ocultos por las ampliaciones, a excepción del ábside,
que presenta sillería irregular, dispuesta a soga sobre abundante argamasa. La
piedra está poco traba jada, con ligeras marcas de puntero, siendo más tosca y
de mayor tamaño en la parte baja.
Se decora con once arquillos ciegos que
descansan sobre pequeñas ménsulas lisas, con perfil de nacela, excepto una de
ellas que ha sido labrada con un tosco rostro humano. Los arcos de los extremos
apean sobre lesenas. La decoración se complementa con una cornisa de
esquinillas y un alero poco saliente cortado a bisel. A mitad del ábside se
dispone una ventana original, capialzada, formada por un arco de medio punto y
con doble derrame. Con posterioridad, se abrió en el lado sur una ventana
rectangular, con derrame al interior, que presenta en el dintel una inscripción
esculpida con el nombre del albañil, Juan Recioz, y la fecha de 1593.
Al interior, el hemiciclo se cubre con bóveda
de cuarto de esfera y enlaza con la nave mediante un arco triunfal de medio
punto. A su vez la nave presenta bóveda de cañón apuntado, más definida en la
parte de los pies que en la zona próxima a la cabecera, donde se voltea en
forma de medio cañón.
La actual puerta de ingreso se abre en el muro
de Medio día, precedida por un pórtico con bancos de piedra corrida a ambos
lados. Sin embargo, la original fue rasgada y ensanchada durante la primera
reforma de envergadura que sufrió el templo a finales del siglo XVI. La
primitiva puerta formada por un arco de medio punto fue modificada para
comunicar la nave con una capilla bautismal adosada a la cabecera y cubierta
con bóveda de medio cañón. Esta obra creaba un espacio diferenciado para el
baptisterio, tal vez en cumplimiento de disposiciones sinodales. La nueva
puerta se abrió en el muro sur de esta nueva dependencia que continuaba hasta
los pies formando una habitación de techumbre plana.
En el siglo XVII se levantó, por iniciativa de
los señores de casa Cuello de Gallisué, una capilla con su correspondiente
sacristía adosada al norte, cubiertas ambas con bóvedas de medio cañón. En esta
capilla se dispone en la actualidad una pila bautismal, labrada con pencas y
sogueado en el borde, de pie rectangular y basa fechada entre los siglos XVI y
XVII. La torre se halla adosada a los pies y desviada del eje de la iglesia; es
obra de mampostería con numerosos ripios de relleno y reforzada con sillares en
las esquinas. Presenta un acceso al exterior por el lado sur, con escalera y
puerta adintelada fechada en 1831.
Finalmente, la iglesia fue restaurada en el año
1999, asegurando su conservación y permanencia, en un contexto de recuperación
del caserío y del esfuerzo revitalizador por parte de los vecinos.
La decoración lombarda no es habitual en la
comarca, a excepción de las iglesias de Lavelilla y Aguilar, ni tampoco es
propia de la época de construcción del templo, máxime cuando ésta coincide con
la divulgación de los prototipos del románico jaqués presentes en localidades
tan cercanas como Nerín, Buisán, Sercué o Aínsa. La iglesia de Vió responde al
modelo románico de tradición jaquesa imperante en Sobrar be de cabecera
semicircular, nave y torre a los pies, como en Aínsa; sin embargo, la torre es
de época tardía y en principio no parece clasificable como románica. Otro
aspecto a tener en cuenta son las ménsulas del ábside, que presentan un estilo
tosco y popular, una mera aproximación local a una tradición nueva que, sin
embargo, ya se encuentra consolidada en los canecillos seriados de Santa María
de Nerín, obra más tardía.
Finalmente, se debe considerar que la
pervivencia de la tradición lombarda en el Sobrarbe no puede extenderse mucho
más allá de 1150, destacando las iglesias de Palo y Pano como estilo más
depurado y cercano al original. Sin embargo, los elementos presentes en la
iglesia de Vió, tie nen un carácter desvaído que sugieren una lejanía espacial
y cronológica de los centros difusores del arte lombardo. Por todo ello,
podríamos establecer una cronología en torno al segundo tercio del siglo XII.
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