miércoles, 8 de enero de 2025

Capítulo 39, Románico Aragonés- Iglesias del Serrablo, Larrede, San ,Juan de Busa, Gavín, Isún de Basa-Comarca de Sobrarbe, Ainsa, Samitier, Santa María de Buill, Vio

Iglesias del Serrablo
La etimología del término Serrablo no ha sido todavía descifrada, todo parece indicar que su procedencia proviene de la voz latina serra (sierra) y un sufijo todavía inexplicado, pero sugiriendo todo ello como un territorio formado por sierras o cerros. En la actualidad el Serrablo, es un territorio que abarca la cuenca del río Gállego, en un amplio territorio alrededor de las poblaciones de Biescas y Sabiñánigo.
En las tierras de Serrablo existen un conjunto de pequeñas iglesias que reunen unas características propias que las llevaron a ser declaradas en 1982, de interés artístico de carácter nacional. Son iglesias levantadas entre los siglos X y XI en un estilo arquitectónico que todavía se discute si mozárabes o románicas primitivas. Ajenas a esta discusión, hoy en día, son conocidas y así constan en la mayoría de las guías turísticas como iglesias mozárabes de Serrablo.
El prototipo de templo serrablés consta de única nave rectangular culminada con un ábside semicircular de tradición carolingia que es el mayoritario en este tipo de iglesias. Los maestros serrableses adoptaron del arte musulmán la torre-campanario (reconversión de los minaretes árabes), las ventanas bíforas y tríforas con arquillos de herradura y el alfiz en puertas y ventanas. Además, de la iglesia visigótica mantuvieron la disposición de la nave con acceso por una puerta en arco de herradura; y del arte carolingio introdujeron la decoración de arcos ciegos y friso de baquetones en el ábside. De la arquitectura lombarda adoptaron las lesenas o pilastras que sustentan las arquerías ciegas de los ábsides. Este modelo exclusivamente serrablés, destaca por el acierto en la conjugación de tan diversos elementos artísticos y por la innegable belleza resultante. Son iglesias pequeñas cuya nave se cubre con techumbre de madera, mientras que el ábside lo hace con bóveda de horno o cuarto de esfera. La unión entre la nave y el ábside se realiza a través de un arco de medio punto que aloja un corto tramo recto con bóveda de cañón. El material empleado suele ser mayormente sillarejo colocado en hileras regulares y extraído de las canteras próximas. Como elemento característico del modelo serrablés hay que destacar el friso de baquetones que decora la parte superior del ábside por debajo de alero exterior.
La gran mayoría de ellas han sufrido fuertes transformaciones a través de los siglos, sobre todo en lo que respecta a la nave del templo, la erección de nuevas torres campanarios y la adición de capillas exteriores principalmente sacristías. Sin embargo el elemento que permanece original a través de los siglos es el ábside, que aunque en numerosas ocasiones han tenido que ser restaurados siempre han conservado su fisonomía original. El elemento que más ha cambiado y el que ha sufrido mayormente el paso del tiempo son las cubiertas y techumbres, en la mayoría de las veces han tenido que ser restauradas o completamente reconstruidas siguiendo a veces formas no muy acordes con la cubierta original. Las cubiertas suelen ser los elementos que más sufren en las construcciones, por lo que no es nada extraño que en caso de un mantenimiento deficiente se vengan abajo.
En líneas generales, las puertas de acceso se sitúan en la fachada Sur, donde también se sitúan las pequeñas ventanas aspilleradas de medio punto que sirven para iluminar el interior. La fachada Norte no suele disponer de vanos, ya que el frío septentrional desaconseja la apertura de vanos en esta fachada. Los ábsides se orientan como solía ser habitual mirando al Este. En el ábside se suele situar en el centro del cilindro absidial una ventana aspillerada de medio punto, en ocasiones de doble derrame. A veces podemos encontrar dos o tres ventanas en el ábside.
Un elemento característico de estas iglesias son la torres-campanario de inspiración siria, es decir musulmana. Se trata de torres muy esbeltas, con decoración de ventanas tríforas y frisos de baquetones en algunos casos. La torre va reduciendo su tamaño conforme va ganando altura. Van cubiertas con bóvedas esquifadas y tejados a dos o cuatro vertientes. Las ventanas que se sitúan en estas torres o a veces en los muros, tienen un elevado contenido decorativo y son de uno, dos o tres vanos, construidas con arcos de herradura o de medio punto. En algunos casos van enmarcadas por un alfiz. Se considera que el modelo inspirador para la construcción de este tipo de torres campanarios, es el minarete de la mezquita siria de El Omaria en la ciudad de Bosra.
La puerta típica de estas iglesias es, sin duda, la puerta en arco de herradura, bien esté decorado o no dicho arco con la típica moldura rectangular musulmana denominado alfiz o arrabá. También se emplea el arco de medio punto o arco semicircular propio del románico.
Las cubiertas de las iglesias solían tener armadura plana de madera prácticamente en todos los casos, siendo sustituidas siglos después por bóvedas de cañón. El ábside se cubre con bóveda de cuarto de esfera y el corto tramo que precede al ábside y sirve de unión entre la cabecera y la nave, y que lo hace con bóveda de medio cañón. Al exterior el tejado suele ser a doble vertiente con lajas de pizarra.
En casi todos los casos, salvo en la torre de San Bartolomé de Gavín, la decoración escultórica es inexistente, la única decoración que se utiliza es el friso de baquetones y el conjunto de arquerías ciegas y lesenas de los ábsides.
Los templos del Serrablo permanecieron lejos del gran público hasta 1924, cuando Rafael Sánchez Ventura (* Zaragoza 24-10-1897 † Lisboa 1980) descubrió un grupo de iglesias en el curso del río Gállego. Once años después publicó un estudio donde afirmaba que "parecen traducir estas iglesias un mozárabe mal interpretado y peor conocido, de principios perdidos y lejanos, algo así como un sentido tradicional sin modelos directos". Fue el inicio de una larga polémica sobre el origen y las influencias de estos templos que culminó en 1973 con el reconocimiento tácito del mozarabismo de estas construcciones.
Presentan los ábsides, de cinco a nueve arquillos semicirculares ciegos; en el arco central se abre una ventana abocinada que puede complementarse con otras dos, de medio punto. Por encima de la arcuación corre horizontalmente al ábside un cordón moldurado, en forma de bocel, sobre el cual se asienta el friso característico constituido por medios cilindros dispuestos verticalmente, es el conocido como friso de baquetones. Sobre estos baquetones se apoya una o dos hiladas de sillares estrechos y salientes que forman una especia de cornisa que tiene el tejaroz.
Cronológicamente, se advierten cuatro etapas constructivas que abarca entre el 950 y el 1050.
La primera etapa constructiva, hacia el 950 comprende tres iglesias de nave única terminadas en ábside rectangular y sin alfiz. Son las de San Bartolomé de Gavín y las dos de Espierre, San Juan y Santa María, son conocidas como "el primer mozárabe".
Entre 960 y el 1000, se desarrolló un "segundo mozárabe", el que aparece el alfiz, el friso de baquetones, las arcadas ciegas, el arco de herradura y las torres-minarete (de influencia siria). Se engloban en este grupo las iglesias de San Pedro de Lárrede, San Juan de Busa, San Miguel de Otal, San Urbez de Basarán, San Juan de Rasal y Santa María de Gavín, actualmente restaurada en el Parque de Sabiñanigo (solo se conserva el ábside). Debieron ser construidas por una cuadrilla itinerante conocedora del arte musulmán oscense y los modelos carolingios.
El "tercer mozárabe" abarca desde el año 1000 al 1024. Se caracteriza por el abandono del arco de herradura y el alfiz, aunque conserva la torre y la decoración exterior del ábside. Buenos ejemplos son las iglesias de San Pedro de Lasieso, Santa Eulalia de Orós Bajo, San Andrés de Satué, San Martín de Ordovés y Santa María de Isún de Basa, obras de diferentes maestros que mezclaron la tradición autóctona con las tendencias europeas de los monjes de Cluny.
El "cuarto mozárabe" o "mozárabe lombardo" se extiende hasta el año 1050. En este mozárabe lombardo se hereda la tradición indígena del friso de baquetones y se aporta, como novedad vanguardista para el momento, la teoría de arcuaciones lombardas. Sus ejemplares conservados se encuentran en la comarca La Jacetania, concretamente en San Juan de Banaguás y Santa María de Lerés.
Una iglesia típica serrablesa seria:
        Templo de una sola nave rectangular terminada en ábside semicircular (la gran mayoría) o rectangular (las menos) y orientadas al Este
        Verticalizada con una esbelta torre campanario que se levanta tanto en el flanco norte como en el sur
        Ventanas semicirculares y de herradura
        Puerta o portada de arco de herradura en la fachada Sur. Si dispone de porche o atrio siempre es de construcción posterior
        Techumbre de madera y tejado de pizarra a dos vertientes
        El ábside suele estar decorado con friso de baquetones y arcadas murales ciegas.                                            

La Guarguera Dentro de las tierras que conforman el Serrablo, encontramos pequeños valles que tienen identidad propia, entre ellos encontramos el conocido como Valle de la Guarguera. Recibe este nombre porque es atravesado por el río Guargua, afluente del Gállego. Tiene este río su nacimiento en la sierra del Galardón para desembocar en el Gállego. Es una zona muy despoblada, en la actualidad adscritas todas sus aldeas al municipio de Sabiñánigo. Su principal población y por tanto su capital es Laguarta.
Se pueden realizar diversas rutas para conocer las iglesias de Serrablo, no obstante el núcleo duro o más importante y por tanto imprescindible es aquella que partiendo de Biescas nos lleva a Sabiñánigo y que discurre por el margen izquierdo del río Gállego.

 

Lárrede
La villa de Lárrede está situada en la margen izquierda del río Gállego en una suave planicie junto al barranco de Valles, entre los campos de cultivo y los bosques que surgen junto al cauce fluvial. Sita a unos 10 km de la vecina Sabiñánigo, cabecera de la comarca, se llega desde la carretera nacional N-330 a su paso por ésta en un desvío marcado como “Ruta del Serrablo“. La silueta de la misma es inconfundible desde la distancia.
Muy tempranas son las referencias que conservamos de la población de Lárrede. La primera mención se data en torno al año 920, en una carta sobre la delimitación de la zona de influencia del monasterio de San Martín de Cercito, como “cuellu de Larrede“. No obstante, estas noticias tan tempranas no parecen contar con demasiada fiabilidad, según algunos estudiosos, y sitúan el primer dato fiable de su existencia casi dos siglos después, en 1095 como parte de la Colección diplomática de San Andrés de Fanlo, del que se citan precisamente posesiones en el entorno de la villa. Aún así, la existencia de la población parece ya certificada a finales del siglo X, en concreto en el año 992, aunque en tal fecha no se menciona todavía nada de su castillo o de una torre defensiva.
En 1121 se alude al tenente Galín de Lárrede como testigo de una concordia entre los obispos de Huesca y de Zaragoza. A mediados del siglo XII, en 1153, una carta alude a la villa de Larret y en 1338 se señala el lugar, visitado por unos comisionados de la catedral de Huesca.
Forma conjunto con la iglesia la casa infanzona de los López de Isábal de Lárrede, perfecta y meritoriamente conservada por sus dueños –herederos de los infanzones que la construyen– y de enorme importancia para conocer la arquitectura doméstica barroca de la zona pirenaica. 

Iglesia de San Pedro
Para introducir al Lector en el estado de la cuestión de los estudios sobre el arte de las iglesias de Serrablo, aunque repitamos conceptos, es imprescindible analizar la historiografía que existe sobre de este grupo de construcciones debido a sus características especiales, máxime cuando según algunas fuentes, esta iglesia supone uno de los ejemplos más depurados del estilo. Se debe incidir en que no contamos con ningún documento escrito de la época que haga alusión a dichos inmuebles. De tal manera, lo que a continuación señalamos son las tesis, desarrolladas en algunos casos a lo largo de años e incluso décadas, por parte de los principales estudiosos y especialistas en la materia como ya recogió en 2003 Domingo Buesa Conde en el capítulo “Las iglesias del Serrablo” incluido en la publicación Comarca del Alto Gállego. El descubrimiento –o redescubrimiento– se produjo en el año 1922 gracias a Rafael Sánchez Ventura, Íñiguez Almech y el fotógrafo Joaquín Gil Marraco. A partir de ese momento nacieron dos corrientes respecto al origen de este tipo de construcciones: la teoría “mozarabista” y la “lombarda”. La primera defiende el origen mozárabe con claras influencias del mundo islámico, de hecho, “mozárabe“ deriva de la voz árabe musta´rab, es decir, aquel cristiano que vive en territorio musulmán pero que conserva su religión. La segunda corriente sostiene el origen europeo derivado del románico lombardo, previo a la universalización definitiva del románico pleno, si bien reconoce la pervivencia de tradiciones edificatorias de tipo local. Siguiendo la reflexión que hizo Buesa Conde hay que señalar los siguientes hitos historiográficos. En el mismo año de 1922, los redescubridores resaltaron que los templos parecían traducir un estilo mozárabe mal interpretado.
Algunos años más tarde, en 1934, Manuel Gómez Mo reno citaba como posibles artífices a arquitectos andaluces de fines del siglo XI, y aludía a la presencia de matices mozárabes y lombardos en el estilo constructivo. En 1942, Ricardo del Arco Garay, al realizar el Catálogo Monumental de la provincia de Huesca hizo una síntesis de las opiniones de Sánchez Ventura y Gómez Moreno. Un año más tarde, José Gudiol Ricart y Antonio Gaya Nuño citaban la posibilidad del nacimiento de un primer románico de corte aragonés con influencias mozárabes. En 1951, Manuel Gómez Moreno se sumaba a la hipótesis de la pervivencia mozárabe para explicar las raíces de la construcción de estas iglesias. Ya en la década de los años setenta, los profesores universitarios Ángel Canellas López y Ángel San Vicente Pino definieron, en 1971, estas edificaciones como pertenecientes a un estilo protorrománico, fechando la construcción de la mayoría de ellas en el siglo XI.
Dos años más tarde, Antonio Durán Gudiol incidía en el mozarabismo como seña de identidad de los templos, cuan do Iñiguez Almech redefinió las construcciones del Serrablo como ejemplos de colonización en la transición entre los siglos X y XI, con rasgos tanto musulmanes como del ámbito carolingio. Unos años más tarde, en 1982, los profesores de la Universidad de Zaragoza, Fernando Galtier Martí, Manuel García Guatas y Juan Francisco Esteban Lorente rebatieron la corriente predominante del mozarabismo, sosteniendo que era necesario hablar de un estilo románico-lombardo, fechado en la segunda mitad del siglo xi. En este momento se adoptó la denominación iglesias “del círculo larredense”, al tomar como ejemplo representativo de todo el conjunto a San Pedro de Lárrede, hito y elemento definitorio del mismo.

Este edificio que fue declarado Monumento Nacional en 1931 ha sido restaurado en varias ocasiones. La primera fue en el año 1933 y provocó la reconstrucción de los arcos fajones y la bóveda de cañón de la nave, suplantando a la existente de lunetos que, posiblemente, sustituyó a su vez una techumbre de madera, del tipo que podemos ver en la cercana iglesia de San Juan de Busa.
Esta iglesia, fechada a mediados del siglo XI, a diferencia de las restantes del grupo, presenta planta de cruz latina con una nave techada en la actualidad con bóveda de cañón soportada por arcos fajones que la dividen en cuatro tramos y que apean en seis parejas de columnas, que sujetan en sus respectivas basas y se culminan por sus capiteles. Hay otras tantas capillas, una a cada lado abiertas a la nave por grandes arcos de herradura y comunicadas con el exterior a través de sendas puertas que presentan, asimismo, arco de herradura. Se cierra con el presbiterio, en el que se abren dos arcos, el primero de herradura y el segundo de medio punto, y con el consabido ábside semicircular techado con bóveda de horno.
De este modo, el primitivo edificio respondía a lo que se puede ver en el resto de iglesias del conjunto, es decir, una nave rectangular que cierra en un ábside semicircular, y torre exenta con acceso a través de una puerta sita en el interior de la nave. Adquirió su planta de cruz latina fruto de las ampliaciones realizadas en el edificio al reconvertirse la planta inferior de la torre en capilla y levantar otra similar en el lado opuesto.

El muro occidental a los pies, dispone de un vano, que es un ventanal geminado de dos arquillos en arco de herradura enmarcado en un rectángulo.
Las capillas laterales presentan a oriente arcos ciegos de medio punto y dentro de ellos, ventanales abocinados de doble derrame, y a occidente sendas puertas en arco de medio punto.


Ábside y torre 

Ábside

Ábside

En el interior la bóveda se sustenta sobre tres arcos fajones apoyados en columnas dobles adosadas a los muros laterales y que forman cuatro tramos en su nave central.

Nave

En el crucero, los cuatro arcos que lo forman, son de distinta altura, al ser más bajas las capillas laterales que se abren al crucero o a la nave central. La cabecera consta de un corto tramo recto y ábside de tambor. La nave se cubre con bóveda de cañón y el ábside con bóveda de horno. En el interior la portada abierta al sur se compone de un arco de medio punto que descansa sobre un dintel. Probablemente las capillas laterales no formaban parte de la construcción original.

Ábside interior

Vista los pies 

Fue este el único templo del Gállego que se cubrió con bóveda de piedra; probablemente por que su constructor tenía la suficiente preparación técnica para hacerlo. Así y todo se vino abajo y tuvo que ser reconstruida. En el resto de las iglesias existentes, realizados por maestros formados con el de Lárrede, se renunció a ello, y directamente se cubrieron con techumbre de madera. En 1933 se restauró la bóveda de cañón de la nave central. La puerta principal se abre en la fachada sur; y otras dos puertas, de arco de falsa herradura se abren en el muro occidental de cada una de las dos capillas laterales.

Fachada meridional

Portada

La puerta principal consiste en un arco de herradura, esta queda enmarcada por un doble rectángulo a modo de alfiz. Sobre la portada recorre todo el muro un listel, y sobre él cuatro ventanales, tres de ellos constituidos por un arco de medio punto dentro de un alfiz y el cuarto más grande, geminado y con alfiz doble.
La decoración del ábside responde a la disposición característica del estilo, constando de una moldura tórica inferior sobre la que, tras una hilada, se disponen sobre el semicírculo siete arcos ciegos de medio punto apoyados sobre lesenas, y encima otra moldura análoga a la inferior, sobre la que corre un friso de baquetones que se culmina con dos hiladas sobresalientes a modo de cornisa. En el arco central se dispone un alargado ventanal aspillerado abocinado.
La torre puede considerarse la mejor de su género. De planta cuadrada, va en ligera disminución según crece en altura, abriéndose en la parte superior ventanales en sus cuatro lados, siendo estos geminados formados por tres arcos de herradura apoyados sobre cuatro columnas cilíndricas, dos de ellos adosadas a los laterales, y todo ello dentro de un alfiz. Sobre las ventanas corre un listel, como en la fachada. Se remata la torre con un tejado a cuatro vertientes sobre una bóveda esquifada. Posee una altura de 17 metros. Se suele considerar que esta torre toma como modelo el alminar de la mezquita siria de El-Omaira en Bosra.
Frente a la iglesia, en una coqueta plazoleta, se levanta Casa Isabel, casa infanzona del siglo XVII que conserva su estado original.

Torre

 

San Juan de Busa
Los restos de la población de Busa, o Buxha (según algunas referencias medievales) se hallan emplazados en la margen izquierda del río Gállego, en una zona de suaves campos de cultivo junto a las primeras estribaciones de los montes que suben hasta Barbenuta y Espierre, a medio camino entre los núcleos de Oliván y Lárrede. Entre las posibles vías de acceso, la más directa desde la cabecera de la comarca pasa por tomar la carretera nacional N-330 desde Sabiñánigo, para proseguir por el primer desvío a la derecha hacia la N-260 en dirección hacia Biescas. Desde allí se continúa durante unos 7 km hasta alcanzar el desvío a la derecha que indica Oliván y que cruza el río Gállego, por el que se debe continuar unos metros para después dirigirse hacia el Sur, en dirección a Lárrede. Entre ambas poblaciones se abren una serie de campos, en uno de los cuales aparecen los magníficos restos de la ermita.

Iglesia de San Juan Bautista
La iglesia de san Juan de Busa o San Juan Bautista de Busa fue casi con toda seguridad la parroquial de un poblado medieval hoy día desaparecido. Poco, o más bien nada, es lo que de dicho núcleo se conoce hoy día. Alguno indica que, supuestamente, fue mandada construir por Ramón Guillén entre 1060 y 1070 y otros apuestan por definirla co mo obra de estilo mozárabe o románico lombardo, como el resto de iglesias del denominado grupo de Serrablo. El lugar de Busa aparece citado en el cartulario del monasterio benedictino de San Juan de la Peña, pero ya no contamos con más datos que ayuden a desentrañar el devenir histórico de la hoy conocida como ermita porque a ella acudía la romería de los pueblos del entorno en la festividad de san Juan.
Este conjunto, al igual que otros próximos (e incluso moderadamente lejanos, en el valle del río Guarga), pertenece a una serie o grupo mayor que se erigió de manera con temporánea y, en ocasiones, simultánea en la zona y que ha venido en denominarse iglesias “de Serrablo”,del Gállego” o “del círculo larredense” según los diversos estudiosos. Al problema historiográfico nos hemos referido ya en los inicios de esta comarca, texto al que remitimos al lector.
Este de San Juan es un templo que no ha sufrido apenas alteraciones (puede que debido a la desaparición del núcleo urbano de Busa) por lo que mantiene su estado original, siempre con la salvedad de que hay que hacer constar que ha sido restaurado en dos fases diferentes (1975-1977 y 1989) por la asociación “Amigos de Serrablo”. Queda conformado por planta de nave única, rectangular y terminada por medio de ábside de planta semicircular y presbiterio marcado en planta.
De pequeñas dimensiones, se cubre con techumbre de estructura de madera a doble vertiente que se prolonga hasta cubrir también el ábside, que carece de la prototípica bóveda de cuarto de esfera, si bien se aprecia el arranque de lo que pudo haber sido la misma. De este modo, la presencia de columnillas pareadas que descansan sobre pilares nos indica que, con toda probabilidad, la bóveda original debió caerse en época que desconocemos, no recuperándose nunca el medio cañón clásico que presentan otros ejemplos próximos.
La portada de acceso se abre en la fachada sur, consta de un doble arco de medio punto rehundido en el muro. El arco exterior es de medio punto, mientras que el segundo es un falso arco de herradura por la combinación de la última dovela y el salmer. El arco exterior esta adornado por una cenefa de festones y palmetas en bajorrelieve. Entre ellos algunos autores creen leer una inscripción en caligrafía cúfica que interpretan como una alabanza a Dios. La alabanza según Cayetano Enríquez de Salamanca (* Madrid 1936 † Fitero-Navarra 2006) dice: "la ilaha illa Allah (No hay más Dios que Alá). Resulta no obstante un tanto extraña esta alabanza musulmana en un templo cristiano.

Ya en el interior, la portada de ingreso a la iglesia es de arco de medio punto, descargando en un dintel monolítico que convierte el espacio superior en un tímpano vacío. A ambos lados de la misma, pilastras interrumpidas en su parte central por dobles columnas formadas por anillos o fajas cilíndricas típicas de las construcciones de esta zona. En la parte superior se abren tres rudimentarios ventanales distribuidos a lo largo del muro.

Interior de San Juan de Busa, puerta de acceso


En la fachada occidental, a los pies, una preciosa ventana rehundida en el muro, con tres vanos formados a base de dos fustes cilíndricos y tres arcos de herradura que viene a constituir el santo y seña del mozarabismo del Gállego. Ventana, que fue librada del expolio por los pelos pues ya estaba desmontada y preparada para ser vendida. En este mismo muro se puede apreciar una puerta tapiada cuya estructura puede verse en el interior del edificio. La puerta fue cegada en 1977 al ser restaurado el templo, al considerar que su porte adintelado no se correspondía con la fábrica original. Ventana y puerta quedan descentradas al eje del templo.


Ventana de San Juan de Busa, S.XI

La nave posee, como ya se ha indicado, dos pares de columnas adosadas, de doble fuste, con otro par de un solo fuste, similares a las que encontramos en el cercano templo parroquial de San Pedro de Lárrede, lo cual puede llegar a hacer presuponer la presencia de grupos itinerantes de constructores que se emplearon en ambos conjuntos. Según la mayor parte de los especialistas en la materia, su cronología podría datarse en torno a mediados del siglo XI, si bien sobre este extremo tampoco hay certezas, llegando a afirmarse en algunos casos que su cronología corresponde incluso a la segunda mitad del X. Esta ermita no tiene torre-campanario, lo que realza la pureza de sus formas, puesto que en muchos otros casos “serrableses” el añadido de la torre es muy posterior a la primigenia fábrica románica, habitualmente ya de Edad Moderna. No obstante, hay literatura que señala que la ermita se vio renovada en el siglo XVIII, sin especificar en qué consistieron dichas modificaciones.
Al interior destacan los pilares adosados a los muros que a mitad de recorrido se interrumpen con dobles columnas para volverse a convertir en pilares al llegar al suelo. Las dos portadas tanto la que se encuentra cegada como la que se utiliza de acceso al templo, está constituida por un dintel sobre el que se apoya un arco de medio punto. Sobre los pilares, se apunta el inicio de los arcos fajones que debían conformar una bóveda de cañón, la cual no llegó a construirse probablemente por la impericia del maestro de obras, por lo que la nave se cubrió con techumbre de madera.

Nártex

Nave y ábside

Interior muro norte

Al exterior, el ábside mantiene las mismas características de todas estas iglesias, teniendo éste cinco arcuaciones de tipología lombarda que apoyan sobre cuatro lesenas, erigidas sobre una sencilla moldura torada, quedando rematado el conjunto por un simple friso corrido de baquetones sobre el que se eleva, a modo de pico el resto del ábside, dándole al conjunto su característico perfil. Un estrecho ventanal alarga do y con doble derrame, interior y exterior centra el ábside y dota de iluminación a la mesa de altar del interior. Se pueden ver a simple vista, igualmente, los mechinales en el muro de sillar, presencia inequívoca de la estructura lígnea que sirvió para erigir el templo.
En el muro occidental presenta un elegante vano con doble ajimez conformado por tres arquillos de pronunciada herradura. En el muro meridional se abren también tres ven tanas de arco de medio punto así como la portada de acceso, a base de arco de herradura enmarcado en alfiz. Formada por dos arquivoltas en degradación, la exterior tiene sus dovelas ornadas por una inscripción en estilizados caracteres cúficos que, según los especialistas reza “la ilaha illa Allah”, lo que en árabe vendría a significar algo así como “no hay (otro) dios que Dios”. Para Juan Francisco Esteban se trata de palmetas con una línea ondulante que representa los epiciclos del planeta Júpiter.


Gavín
Gavín se encuentra a unos 18 km de Sabiñánigo y a 3 km de Biescas, en una breve meseta sobre el barranco de Sía, orientado al Sur, al pie de Punta Fajalata y Punta Iguarra. El recorrido para llegar es directo desde de la carretera nacional N-260, superando Biescas en dirección hacia el Valle de Ordesa. La iglesia de San Bartolomé está un poco más allá de la población, a unos 2 km, en dirección hacia Yésero por el puerto de Cotefablo. Una vez pasado el único túnel y el barranco, se gira a la izquierda por una pista asfaltada, al final de la cual se halla la iglesia, en la confluencia de los barrancos de San Bartolomé y Artica, en lo que son los únicos restos de un antiguo despoblado.
Hay que recordar que los restos de Santa María de Gavín, en concreto su cabecera, se encuentran en el parque de Sabiñánigo por lo que se analizan en el apartado dedicado a esta localidad.

Iglesia de San Bartolomé
Apenas si se conoce algo de la historia de San Bartolomé de Gavín con precisión. Las fuentes hablan de la posibilidad de que la actual iglesia fuese el monumento aglutinador de grupos de pobladores que se asentaron en fecha indeterminada en la zona. El supuesto núcleo, hoy completamente desaparecido, pudo estar habitado desde el siglo X, según algunos autores. No hay, empero, ninguna certeza o fecha estimada como válida.
Lo que sí está comprobado es que esta edificación pertenece a una serie o grupo mayor que se erigió de manera contemporánea en la zona y que ha venido en denominarse iglesias “de Serrablo”, “del Gállego” o “del círculo larredense” según los diversos estudiosos. San Bartolomé correspondería a una primera fase del mozárabe altoaragonés, a finales del siglo X. El conjunto se halla construido en piedra sillar de pequeño tamaño trabajada a maza. Consta de nave única de planta rectangular y testero recto con una torre de planta cuadrada adosada en el muro meridional. Ésta, junto con un fragmento de muro que dibuja un suave talud en la zona adyacente a la citada torre, constituye el único elemento de la obra medieval que ha llegado intacto hasta nuestros días.
La nave de la iglesia ha sido rehecha a partir de su planta, añadiendo algún elemento del que no se tiene constancia anterior, como el vano geminado en el hastial occidental de la iglesia. Se cubre por medio de cubierta de madera a doble vertiente, salvo en la zona de la cabecera, resuelta a base de bóveda de horno.
San Bartolomé aporta el ejemplar más completo de torre de entre las iglesias serrablesas, incluso por encima de la de San Pedro de Lárrede, ya que esta última sufrió modificaciones posteriores en algunos vanos con el fin de acomodar una serie de arcos que pudiesen albergar campanas. De acuerdo con algunas fuentes, supondría el nexo de unión entre los dos estilos descritos con anterioridad, la raíz mozárabe en la zona inferior y el remate de estilo lombardo en la parte superior.
Posee planta cuadrada y se trata de un ejemplo muy esbelto y airoso. Como ya se ha indicado, se halla asentada sobre un basamento troncopiramidal de factura diferente a la del resto del cuerpo. En sus lienzos, al exterior, aparecen las inconfundibles marcas de los mechinales –aquellos agujeros de sección cuadrada dejados en las paredes cuando se fabrica un edificio, para meter en ellos uno de los vástagos horizontales del andamio–, signo inequívoco del sistema de refuerzo empleado para su levantamiento. El acceso a la torre se pro duce desde el interior de la nave, a través de una pequeña puerta con jambas en talud, y arco de medio punto levemente peraltado, que arranca de una moldura biselada, dándole clara forma de herradura.
A unos dos tercios de su altura definitiva, la torre posee cuatro series de ventanas tríforas –vanos divididos en tres partes por medio de dos columnitas o pilastras– en las cuatro caras, muy similares a las de Lárrede. Sobre éstas, se asienta un friso de baquetones y por debajo, en cada una de los frentes, aparece una doble rueda o roseta configurada por una serie de dovelas dispuestas en círculo. Como recoge García Omedes, esta “decoración de rosetones a base de dovelas completando círculos, enmarcadas entre dos molduras horizontales y a su vez enmarcadas por sendas molduras cuadrangulares es única en el románico altoaragonés”.
Se alternan con la serie de baquetones otras dos de impostas que sobresalen levemente en las zonas superior e inferior, conformando una suerte de recuadros abocelados. Este sistema de ornamentación a base de columnillas de pie zas múltiples es idéntico al de las tríforas que decoran la torre del San Pedro de Lárrede. La cubierta es a cuatro aguas en el remate y se resuelve por medio de bóveda esquifada de silla rejo al interior, según García Omedes “falsa bóveda esquifada lograda por aproximación de hiladas, técnica que no requiere cimbra y que desde tiempo inmemorial utilizan los pastores para cerrar sus casetas”.

Iglesia de San Bartolomé

Según las tesis mozarabistas, el desarrollo primigenio de San Bartolomé dataría del segundo cuarto del siglo x y su origen sería la creación de un núcleo de repoblación en torno a sí. La explicación más extendida para esta afirmación es que al tratarse de uno de los ejemplos más septentrionales del grupo y, por tanto, sito en una zona tempranamente reconquistada, sería de los primeros en erigirse. Los estudios de corte lombardista lo retrasan hasta el siglo XI, apuntando algunos especialistas las décadas de 1040,1050 y 1060 como fechas más probables.
Desde noviembre de 1982, la iglesia de San Bartolomé está considerada Bien de Interés Cultural y Monumento Histórico-Artístico.

Detalle

Detalle 

Torre campanario

Detalle de la ventana mozárabe de la iglesia

Testero a los pies

Interior hacia la cabecera

 

Isún de Basa
Situado muy próximo a la cabecera de la comarca, Sabiñánigo, en las estribaciones meridionales del monte de Santa Orosia, Isún de Basa es un pequeño pueblo que cuenta habitualmente con apenas una veintena de habitantes. La ruta para llegar es sencilla desde la vía de circunvalación del citado Sabiñánigo, ya que dista apenas 5 km del núcleo urbano. Desde la carretera nacional N-330 se to ma el desvío hacia la derecha en dirección a Sardas y desde allí se prosigue hasta Isún por la única carretera asfaltada existente.
Situado muy próximo a la cabecera de la comarca, Sabiñánigo, en las estribaciones meridionales del monte de Santa Orosia, Isún de Basa es un pequeño pueblo que cuenta habitualmente con apenas una veintena de habitantes. La ruta para llegar es sencilla desde la vía de circunvalación del citado Sabiñánigo, ya que dista apenas 5 km del núcleo urbano. Desde la carretera nacional N-330 se to ma el desvío hacia la derecha en dirección a Sardas y desde allí se prosigue hasta Isún por la única carretera asfaltada existente.

Iglesia de Santa María
Es un edificio del siglo XI, se baraja la fecha de 1060, ​ de estilo románico. Está construido con sillarejo y sus dimensiones son reducidas, como era habitual en aquella época. Tenía planta rectangular que terminaba en ábside semicircular orientado al este. Se advierten dos épocas constructivas: a la primera pertenecen el presbiterio y ábside y corresponden al siglo XI; y a la segunda época, ya en el siglo XII, pertenecería el resto del templo levantado según el modelo del románico jaqués.

Fachada vista desde el sur

Cabecera y ábside 

En la Guerra Civil sufrió graves daños, ente los que se ha de mencionar la destrucción de la bóveda de la nave. Sin embargo subsistió el exterior del ábside, aunque se destruyó la bóveda de cuarto de esfera que lo cubría. Al exterior muestra una cornisa formada por dos hiladas de losas con vuelo decreciente, un friso de baquetones toscamente labrados y una línea de siete arcos ciegos que descansan sobre lesenas. El centro del ábside está iluminado por una ventana estrecha de derrame interno. Todos estos elementos ornamentales caracterizan este edificio como perteneciente al conjunto de iglesias del Serrablo también identificadas como Románico del Gállego, por el río que define la comarca. Se edificaron entre los años 940 y 1100, según diversos autores, con influencias mozárabescarolingias y románicas procedentes de Lombardía. ​
Se puede acceder al ábside desde la cancela que cierra el templo y el cementerio. El conjunto del espacio, en contra de lo que es habitual en las poblaciones vecinas, presenta un aspecto descuidado.
La torre es posterior, podría fecharse en torno al siglo XVII y está adosada al muro sur. Se construyó también en sillarejo, es de un solo cuerpo, la remata una cubierta a cuatro aguas, carece de elementos ornamentales y los dos ventanales para las campanas se orientan al sur. Es semejante a las que en aquella época se levantaron por los pueblos de la comarca.
En el muro sur se encuentra la portada. Aunque se cierra con arco de medio punto, es moderna, no pertenece al románico. El templo se iluminaba con tres ventanas de arcos de medio punto. La que se encuentra más al oeste es original y en el arco se encuentra un crismón de pequeñas proporciones de tipo navarro. ​ Debajo se conservan dos sillares que pertenecieron a la imposta decorada con un ajedrezado jaqués que adornó la iglesia del siglo XII; poco más abajo se encuentra un sillar con inscripciones geométricas, preferentemente de formas sinuosas, de carácter abstracto (En la iglesia de Susín hay inscripciones similares). La ventana abierta al este ha sido restaurada y el crismón es copia del de la ventana del oeste. La tercera ventana fue tapada al construirse la torre, aunque se puede apreciar desde el interior del templo. ​
Tiene cubierta a dos aguas con losas de piedra, según la pauta en las iglesias románicas del contorno.

Ventana románica con crismón 

Baquetones, arcos ciegos y lesenas del ábside

Ajedrezado jaqués y sillar con grabados geométricos en el muro sur

Muro sur y puerta de acceso

Ventana del ábside 

En el interior las bóvedas románicas fueron reemplazadas en la restauración por un cielo raso, inadecuado para este tipo de construcciones, y una bóveda de cuarto de esfera en el ábside. El presbiterio está presidido por un retablo barroco, del siglo XVIII, con columnas salomónicas y estípites. Falta la mayor parte de las esculturas originales.
El templo da la sensación de haber sido construido en dos fases, la más antigua obedecería al ábside, alrededor del 1060 (siglo XI) mientras que la nave la fechamos en el siglo XII un poco posterior. La cabecera sigue el románico serrablés mientras que la nave se aproxima al románico jaqué.
Dispone de la cabecera típica del románico comarcal con ábside semicircular. Consta de siete arquerías ciegas que descansan sobre lesenas. En el paño central un ventanal alargado aspillerado. En la parte superior corre un friso de baquetones verticales entre una moldura tórica inferior y dos hiladas escalonadas en la zona superior, que hacen las veces de cornisa.
El templo está declarado Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1982 juntamente con las restantes iglesias del Serrablo.
La nave, de planta rectangular y estilo jaqués, conserva junto a su portada un fragmento de friso ajedrezado o taqueado. La nave dispone de un total de cuatro grandes contrafuertes, dos a los pies y uno en cada uno de sus muros laterales. La portada situada en la fachada Sur, abre en arco de medio punto sin decoración alguna excepto el friso ajedrezado comentado. En sus dos ventanales abiertos en este mismo muro, en arco de medio punto, hay sendos crismones en el interior de cada vano (siglo XII).
Realizada en sillarejo de baja calidad, sus bóvedas fueron destruidas durante la guerra civil. La nave debió cubrirse con bóveda de cañón mientras que el ábside lo habría sido con bóveda de horno, hoy día se cubre con una cubierta plana de cielo raso sin ningún interés. La nave se cubre al exterior con tejado de pizarra a doble aguas.
La torre-campanario de época posterior (siglo XVI) se cubre con cubierta a cuatro aguas, y la sala de campanas se abre con dos vanos de medio punto en su fachada meridional. Se encuentra adosada a la fachada Sur.
En el muro exterior a los pies del templo encontramos una lauda sepulcral, reubicada a este lugar en 1975 y con inscripciones incisas de rosetas (siglo XII). 


Comarca del Sobrarbe 
En la zona más septentrional de Aragón se sitúa la comarca de Sobrarbe, que está enmarcada por las del Alto Gállego en su frontera Oeste, por Ribagorza al Este, con el Somontano de Barbastro al Sur y al Norte con la cordillera pirenaica que la separa de la nación francesa. Su ubicación produce un territorio muy abrupto que, en lógica, actualmente se encuentra prácticamente despoblado aun que antiguamente tuviera un alto nivel de doblamiento disperso. Hoy, capitaneados por Boltaña y Ainsa, sus 2000 km2 se ordenan en un paisaje montañoso que va descendiendo desde más de tres mil metros de altitud, al norte, a las llanuras del sur.
Las tierras de Sobrarbe están ordenadas por dos cauces fluviales que constituyen sus principales ejes de comunicación: el del valle del Ara y el del potente río Cinca que causó siempre gran asombro a los musulmanes. Con estos ejes de penetración era lógico que la vida en esta tierra se concentrara en su zona alta, puesto que hay que recordar que mientras el Norte está muy protegido por la cadena pirenaica, a veces menos frontera de lo que creemos, en la zona Sur las sierras de Olsón, Sevil y Balces apenas alcanzan los 1.500 m de altitud y en consecuencia dejan muy fácil el acceso desde el Somontano hacia los valles y llanuras sobrarbenses.
Desde el principio de los tiempos, se constata la presencia de grupos humanos que viven en las cuevas y se alimentan tanto de la caza de ciervos y osos, en el paleolítico, como de los primeros cultivos que se detectan en el neolítico, tiempo del que nos quedan abundantes monumentos megalíticos que preludian la presencia de otras culturas que acabarán controladas por los romanos que vienen buscando los recursos minerales de estas montañas.
Su incorporación al mundo medieval es traumática, consecuencia de la proliferación de algunos ejércitos incontrolados y la abundancia de bandoleros que dificultan la vida diaria, y es el momento en el que se produce un proceso de cristianización en el que destaca la labor ejemplarizante de san Victorián, que pasará a ser el abad del monasterio de Asán, en donde se llegará a concentrar gran número de monjes entre los que destacan importantes obispos (Vicente y Audeberto de Hues ca, Aquilino de Narbona, Tranquilino de Tarragona o Eufrónimo de Zaragoza) y santos aragoneses como san Gaudioso de Tarazona.
La influencia posterior tanto de este santo venido de fuera de Hispania, hacia el año 522, como de su fundación, se basa en la importancia de la Regla que escribió para ordenar la vida de los eremitas que vivían solos, integrándolos en una sola comunidad que vive en un cenobio o monasterio. La forma de conciliar estos dos modelos de vida fue muy sencilla: edificó unas celdas –aisladas unas de otras– alrededor de un espacio común en el que estaba la iglesia para el culto a Dios y algunas dependencias comunes. Así nacieron los monasterios altoaragoneses, de la mano y por la iniciativa de san Victorián. El monasterio de San Victorián de Asán, fundado en el siglo VI, se convierte en el primer centro del monacato peninsular y en el espacio en el que se ordena la primera comunidad monástica aragonesa. Desde él se irán potenciando otros monasterios y al final aquí quedará la referencia de la antigüedad, que sufrirá un momento difícil cuando la península ibérica sea invadida por los musulmanes.
A partir del año 721 los musulmanes están por estas tierras intentando controlar la calzada ro mana que unía Barcelona con Zaragoza, al mismo tiempo que los dos grandes ramales que nacen de ella y que llevan al valle de Echo y, de manera especial, el que llevaba aguas arriba del Cinca (“el río de los olivos”) donde consolidan algunas pequeñas fortalezas y el castillo de Boltaña, capital de este distrito de la Barbitania y cabecera de esta comarca hasta la fundación de Barbastro en el siglo IX.
El entorno del año 800 será el escenario de las graves tensiones que estallan entre los carolingios –engañados por los gobernantes islámicos de Zaragoza en el año 778– y los musulmanes que van a verse sometidos a un continuado control y vigilancia por parte de unos funcionarios, condes carolingios, que se establecen con guarniciones militares para controlar los caminos que llevaban a Huesca y a Zaragoza. Como consecuencia de todo este enfrentamiento, Luis el Piadoso o Ludovico Pío, será la persona encargada de planificar la nueva política de los carolingios para la península y de organizar una nueva expedición contra Lérida y luego contra la ciudad de Huesca en la primavera del año 800. Arrasó los campos “llenos de mieses” de Huesca y aprovechó, de manera encubierta, para establecer un funcionario suyo en tierras de Sobrarbe, el conde Aureolo que será el “guardián de la frontera hispánica” al Sur de Aínsa, y organizar un núcleo antimusulmán desde el que se pudiera vigilar la calzada Barcelona-Huesca que era el camino utilizado prioritariamente por los francos. Años después, muerto el conde Aureolo, los musulmanes ocuparon la zona y los carolingios volvieron a conquistarla gracias al ejército del conde Aznar Galíndez I que expulsó a los musulmanes, liberó la familia del conde indígena Galindo Belascotenes, y sentaron las bases del condado de Sobrarbe.
La historia de Sobrarbe en estos siglos es una historia de sucesión de dominios. Los musulmanes oscenses aprovechan la marcha de la familia Aznar –a fundar Aragón– para entrar a saco en sus dominios sobrarbenses, completando su conquista con el caudillo oscense Muhammad, apodado al-Tawil, que además era cuñado de Galindo II. La expedición del conde ribagorzano Bernardo Unifredo –que logró matar a al-Tawil el año 913– logró liberar Ribagorza y establecer su capital en Roda pero no logró expulsar definitivamente a los musulmanes de Sobrarbe.
Muerto el poderoso caudillo musulmán, su cuñado el conde de Aragón se ve derrotado por el rey pamplonés y el Condado de Aragón acaba incorporado al reino de Sancho Garcés I en el invierno del año 922, incorporación que se consolida con el matrimonio del heredero pamplonés con la condesa doña Endregoto de Aragón. Las crónicas cuentan que el ejército navarro “conquistó todas las montañas de Aragón y Sobrarbe” poniendo el condado aragonés bajo el dominio del reino pamplonés, al igual que las tierras de Sobrarbe que serán ocupadas y colonizadas por emigrantes navarros, grupos humanos que irán dejando rastro de su desplazamiento en necrópolis con tumbas antropomorfas como las de Lasieso o Murillo de Gállego.
Mientras ocurre esta colonización, los musulmanes redoblan sus campañas de castigo y Almanzor entra en Aragón el año 999 y su hijo Abd al-Malik entra –el año 1006– en las tierras altas de Sobrarbe y de Ribagorza. Son tiempos en que la Crónica de San Juan de la Peña cuenta que los hombres dormían con sus caballos en la habitación “por miedo de los árabes”. Pero en este tiempo ya ocupa el trono de Pamplona el rey Sancho Garcés III el Mayor, el “emperador de todas las Españas” según sus contemporáneos, un hombre que tiene claro que su tarea es colocar bajo su cetro todos los territorios del Norte de España. Desde Castilla que hereda su mujer hasta Ribagorza que heredará de la condesa Mayor, tía de su mujer.
Para acceder a las tierras de Ribagorza necesitaba conquistar el Serrablo, entonces controlado todavía por los musulmanes, y Sobrarbe que está gobernado desde la capital de la cora oscense, a excepción de algún pequeño territorio que controla un conde autóctono llamado Silo, si aceptamos por buenas las noticias documentales. En este camino militar le ayudarán rebeldes sobrarbenses y los navarros que emigraron hacia el Este a través del valle del Guarga. La operación, que él organiza como una expedición de prestigio, se desarrolla entre inicios del año 1016 y abril de 1018, aprovechando el enfrentamiento que ha provocado –con gran habilidad– el propio monarca navarro entre el valí de Huesca y el rey Mundir I de Zaragoza.
Esta lucha interna entre musulmanes le permitió acabar con el dominio islámico y además –como recordará su nieto en 1077– “limpiar completamente su reino de las basuras y profanaciones de dicha gente y renovar las iglesias y monasterios antes destruidos por ellos”. Pero esta tarea de reconstrucción no sólo se quedó en lo eclesiástico pues sabemos por la Crónica de Alaón que en Ribagorza “edificó muchos castillos allí de donde expulsó a los moros” y que conquistó los lugares de Buil, Aínsa y Boltaña en Sobrarbe. Reinando “por la gracia de Dios” y aclamado por todos como “emperador”, el rey Sancho Garcés III el Mayor vivió hasta el año 1035. Fueron años de intensa actividad en la ordenación del conjunto de territorios que formaron su amplio estado. Fue el momento en el que se construyó una potente línea de castillos –de Uncastillo hasta Abizanda– para atender la defensa contra los musulmanes, una frontera militar que estaba llamada a ser el origen de la futura expansión territorial aragonesa.
Cuando muere el 18 de octubre de 1035, su testamento dejaba claro que la paz entre los hermanos pasaba por equipararlos a todos en rango, quizás con la única excepción del mayor que era el principal entre todos pues heredaba el reino de Pamplona que era el dominio patrimonial, la herencia propia de la familia. Por ello, el reparto fue claro. Pamplona quedó para García mientras el Condado de Castilla, convertido en reino, pasaba de manos de su mujer doña Mayor a su hijo Fernando. El viejo condado de Aragón, igualmente convertido en reino, lo dejaba a su hijo Ramiro y el territorio de Sobrarbe-Ribagorza –al igual que los demás con rango real– se encomendaba al gobierno del cuarto hijo: Gonzalo. Aparte de nacer por voluntad de este hombre los dos reinos –Aragón y Castilla– que protagonizarían la mayor parte de la historia de España, se inauguraba la dinastía real de los Ramírez que sería la encargada de consolidar ese proyecto que se llamaba Reino de Aragón.
Ramiro I, que tenía 15 años pronto se verá en la necesidad urgente de anexionar el Reino de Sobrarbe-Ribagorza, a la muerte de su hermano el rey Gonzalo, asesinado en la primavera de ese mismo año de 1043 por algunos ribagorzanos. Ramiro I, uniendo Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, se convierte en rey de un amplio territorio que comienza la expansión hacia el sur y que une los tres territorios históricos del Pirineo, los tres viejos condados carolingios.
En estos momentos, el territorio de Sobrarbe ya está controlado por los recintos militares que se han comenzado a fundar en el siglo X, especialmente los recintos donde proteger a personas y ganados como Muro de Roda sobre el Ara o Muro Mayor sobre el Cinca, y se ha puesto en explotación por los monasterios fundados como San Juan de Matidero o el de Raba o Castillón. Apoyados en esta estructura, ampliamente consolidada y probada como efectiva, los reyes aragoneses diseñan el avance para asegurar el área meridional de Sobrarbe, hasta llegar al Somontano, conquistando las fortificaciones musulmanas hasta Graus, en cuyo sitio muere asesinado el rey Ramiro I de Aragón en 1064. Un avance que continuará con Sancho Ramírez por el río Cinca conquistando definitiva mente Graus en 1083; Monzón en 1089 y Barbastro en 1100.
Son momentos en los que la arquitectura militar se mostraba en los cerros escarpados altos, muchas veces entendidos como meros puestos de observación levantados en estrechas e inalcanzables superficies, entendidos más como elementos pasivos pues sirven para detectar peligros mientras dejan el protagonismo de la defensa a la propia geografía de los valles. Son tiempos en los que esos Muros, enclaves fortificados con muros de cerco hechos con piedra unida en seco, se levantan controlando el Sur, mientras los castillos aseguran la integridad de la frontera. Conforme avanza el siglo XI se hacen más sólidos e impresionantes estos núcleos militares, articulando un sistema defensivo-ofensivo que vigila los caminos. Desde sus privilegiados emplazamientos, atalayas ópticas, vigilan las torres que se ordenan interiormente en pisos, con forjados de madera, presentan puerta en alto, aseguran la recogida del agua de lluvia con canales intramurales y cisternas, y aseguran su defensa con cadalsos corridos en madera como se pueden ver en Abizanda.
Todo este sistema de defensas quedó totalmente inservible conforme avanzaba el siglo XII y la creación de la Corona de Aragón relega este territorio a un papel muy secundario, máxime cuando se trata de un territorio periférico, montañoso, de poco peso demográfico.
La arquitectura religiosa que fue naciendo en este territorio sobrarbense lo hizo en función de los intereses y mecenazgos de las sedes que se reparten el territorio: los obispados de Roda y el de Jaca-Huesca, en un primer tiempo, y el de Barbastro a partir del siglo XII aunque teniendo muy en cuenta el poder y prestigio del monasterio de San Victorián. Toda esta arquitectura que nace en la época de los maestros lombardos, es muy austera y sencilla (según García Guatas tanto en el trabajo de albañilería y labra de la piedra como en el de la escasa decoración escultórica), constituyendo uno de sus primeros referentes la iglesia de los santos Juan y Pablo de Tella, consagrada en 1019.
A partir de este edificio, se extenderá un amplio manto de iglesias románicas por todo Sobrarbe, entre las que destacan la colegiata de Santa María de Aínsa como parroquia de la importante villa medieval en la que se fija –según la leyenda– el nacimiento del reino y el origen del árbol de Sobrarbe que ocupa uno de los cuarteles del escudo de Aragón.

Todo ello se irá consolidando y generalizando una leyenda, que cobra fama a partir del siglo XVI, tiempo de bandoleros y de revueltas sociales en el que se sacaba hierro de las minas de Bielsa para trabajar las rejas de El Escorial, cuando los cronistas comienzan a explicarnos que hubo una reunión de aragoneses, empeñados en la lucha contra el invasor musulmán, en San Juan de la Peña, y en la que se procedió a elegir al primer rey de Aragón –García Ximénez– para ir a la conquista de Aínsa. La primera vez que se escribe esta historia es en la Corónica de los muy altos y muy poderosos Príncipes y cristianíssimos Reyes del siempre constante y fidelissimo reino de Aragón, escrita por el cronista zaragozano fray Gauberto Fabricio de Vagad en 1499. De la misma forma lo cuenta, cien años después, el canónigo sallentino Vicencio Blasco de Lanuza, en sus Historias eclesiásticas y seculares de Aragón (año 1622), al referirse a los orígenes del reino en la cueva de san Juan y dando todo el protagonismo de esta decisión al consejo que dieron los ermitaños que en ella residían. Una reunión en la que se dejó claro que “en Aragón antes hubo leyes que reyes”.
Esta leyenda, de la que no podemos aceptar ninguna de las referencias históricas, es la conocida universalmente como la Leyenda de Sobrarbe, que ha desatado siempre importantes y peliagudos enfrentamientos que han venido bien para que pudiéramos saber que la “historieta” la inventó un calvinista parisino llamado Francisco Hotman, que estaba empeñado en atacar la autoridad real. Es te jurisconsulto publicó en 1575, en Ginebra, un tratado titulado Franco-Gallia sive tractatus isagogicus de regimine regum Galliae et de jure sucessionis en el que recogía las palabras clave de este acontecimiento, el discurso nobiliario que tiene que oírse el recién elegido rey aragonés: “Nos que valemos tanto como vos y podemos más que vos, elegimos rey con estas y estas condiciones intra vos y nos”. La fórmula del juramento del nuevo rey estaba llamada a ser el centro de la atención de los analistas políticos de la Europa de ese momento y por ello acabaría incluida en el diccionario histórico del padre Luis Moreri, publicado en 1674 que sería el soporte de la difusión del episodio que explicaba el origen de la monarquía aragonesa. 

Aínsa
Capital de la comarca de Sobrarbe, la monumental y turística villa de Aínsa se encuentra a 119 km de Huesca, en un importante cruce entre carreteras comarcales y enlace entre los valles pirenaicos. Geográficamente está ubicada en un promontorio en forma de alargada loma amesetada en la confluencia de los ríos Ara y Cinca. Si bien el núcleo medieval se sitúa hacia el Oeste, sobreelevado y diferenciado del resto de la población, Aínsa en la actualidad y desde el siglo XX ha crecido en la parte baja entre los márgenes de los citados ríos, configurándose junto con la vecina Boltaña en un importante centro administrativo, comercial y residencial de la comarca.
En el año 1965 la villa medieval de Aínsa fue declarado conjunto histórico artístico, constituido en torno a su hermosa plaza Mayor, plaza-mercado porticada de influjo medieval con forma de trapecio irregular en la que se alinean casas de piedra de no más de dos alturas con sus respectivos balcones en cada una de ellas y que vuelan sobre arcadas de medio punto, rebajadas y ojivales. Asi mismo se conservan algunas calles, como la Mayor y la de Santa María, que cuentan con viviendas de alto abolengo con bonitos detalles, como ventanas geminadas y esmerada cantería, además de contar con algunas de las puertas de entrada y posibles lienzos de la antigua muralla que rodearía toda la villa y que deben quedar en la actualidad ocultos entre el caserío de la periferia, sobre todo en su zona oeste. En este importante conjunto quedan incluidos el castillo y la románica colegiata de Santa María con su imponente torre-campanario.
Antes de pasar a su historia medieval hemos de reseñar el hallazgo en el entorno de la llamada “cruz cubierta”, a las afueras de la villa, de materiales arqueológicos que nos muestran el pasado prerromano de Aínsa, un asentamiento relacionado con el conocido en el siglo XI como Civitas Ainse.
La gran comarca de Sobrarbe, que ocupa una extensión aproximada de 2000 km2, va ligada desde su origen a su capital, Aínsa, por ser aquí donde tuvo lugar el épico inicio de su historia medieval, y también a su nombre, que deriva de super arbe o “sobre el árbol”, aludiendo a los propios hechos acaecidos en tal legendario comienzo. Sobrarbe constituye para el conjunto de la historia de Aragón nada menos que la parte fundacional de su derecho y además tiene el privilegio de aparecer en el escudo del reino en forma de cruz de gules, otro elemento más que protagonizó el comienzo de su historia. Este origen, inamovible mientras no aparezcan restos documentales que digan lo contrario, transcurre entre la historia y la leyenda y cuenta el episodio de una dura batalla entre cristianos y árabes, los segundos con evidente superioridad en su número de soldados, en el que la aparición de una cruz roja y resplandeciente en el cielo y sobre una verde encina dio aliento a los primeros en una importante batalla que ya creían perdida.
Cada historiador tiene su versión de los hechos, discrepando sobre todo en el protagonista que llevó a cabo el éxito de ésta dura empresa: por un lado están los que creen que fue Íñigo Arista, titular de la cruz roja del escudo de Aragón, el primer conde de Aragón y Navarra cuyo mandato tuvo lugar en el acontecer de los hechos relatados; otros discrepan y creen que ya antes que él hubo en Sobrarbe monarcas que reinaron como García Íñiguez I, Fortuño Garcés I o Sancho Garcés I. También está la versión de Manuel Casanovas, para quien el protagonista de los hechos fue Garci Ximenez, caudillo aclamado por aragoneses y navarros que en los años 716 / 718 en las inmediaciones de la cueva Oroel venció al numeroso ejército musulmán.
Con el fin de recordar en la memoria del pueblo para siempre tan importantes hechos históricos, la Diputación del Reino construyó un monumento consistente en una cruz rodeada de cuatro columnas que soportaban una cubierta, sustituido en el año 1655 por otro más suntuoso que acabó siendo destruido por un huracán, y finalmente se reconstruyó por Carlos III el que ha llegado hasta nuestros días, consistente en un templete circular de ocho columnas de orden dórico ubicado a poco más de un km de la villa medieval de Aínsa, en el lugar donde se cree tuvieron lugar los hechos. Sea como fuere desde hace bastante tiempo, de hecho ya Madoz lo cita en su obra Diccionario Geográfico- Estadístico- Histórico de España y sus posesiones en ultramar 1845-1850, en Aínsa se representa todos los años cada 14 de septiembre la famosa Morisma, representación teatral y popular en las calles de la medieval villa del mítico origen del reino de Sobrarbe, en la que participan habitantes tanto de Aínsa como de Labuerda y San Vicente.
Continuando con la historia de estos territorios orientales de Aragón, es sabido que en el año 1016 el rey pamplonés Sancho el Mayor los ocupó y se centró en expulsar de ellos a los musulmanes, liberando con ello sus dominios de cualquier dependencia. Se centró el monarca en renovar iglesias y monasterios dañados por la presencia del enemigo y establecer la regla de San Benito en éstos últimos. Fue en el año 1017 cuando conquistará Aínsa, junto a Buil y Boltaña.
Según algunos autores sus fueros son de los más antiguos de Aragón, más incluso que los de Jaca o los de Navarra; no obstante los datos documentales por los que hemos de regirnos para conocer la historia real afirman que fue en el año 1127, estando el monarca aragonés Alfonso I el Batallador reunido con Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, y sus hijos en el castillo de Calasanz cuando el citado monarca, con el fin de revitalizar el territorio de Sobrarbe, concedió a los habitantes de Aínsa el mismo fuero que otrora su padre Sancho Ramírez concediera a Jaca. Las tierras de Aínsa fueron siempre de realengo, pues existieron tenentes que las gobernaron de forma ininterrumpida hasta mayo de 1206. En 1254 Jaime I aumentó su carta de población con la incorporación de Boltaña y los pueblos de Sieste, Margudgued, Espierlo, Tricas y los valles de Gistaín y de Puértolas-Tella, con todas sus villas y aldeas. Otro documento histórico alude a la firma que en el año 1278 realizó el rey Pedro II por la que ordena a los habitantes de Aínsa que se pongan bajo la dirección de Aarón Abinafia para que reparen las fortificaciones de su castillo, siendo de resaltar el hecho de que en el siglo xiii Aínsa prosperó gracias a su estupendo emplazamiento geográfico que, junto a su amurallamiento, le llevó a ser una importante plaza fuerte muy tenida en cuenta por los reyes hasta incluso en los tiempos modernos de Felipe II, cuando se constituyó en defensora de la frontera pirenaica frente a los hugonotes franceses.
Asimismo durante el siglo XIII es de resaltar el control que la villa tenía a través de sus propios órganos de poder dotados con una autonomía creciente, aunque no exenta del control e intromisión real. Ese es el caso de un primer Concejo General o plenario que sustituye al primer control de los tenentes del castillo y que poco a poco irá cayendo en manos de una élite u oligarquía, gestores de un Consejo “cerrado” que encabezará la figura del Justicia seguido por los jurados. En este estado social del día a día irán aconteciendo nuevos conflictos por la división social existente y por la precedencia en los cargos que llegará hasta el control en los habitantes de los lugares vecinos, como es el caso de los de San Vicente y Labuerda que se vieron incursos en un largo proceso con los de Aínsa iniciado en el siglo xiv y que perduraría hasta el siglo XVII y posteriormente, ya que ambos lugares pertenecían a un mismo señorío y concejo.
Continuando con la historia medieval de la villa hemos de hacer referencia obligada a la entrega que de la misma realizó en 1385 el rey Pedro IV a la infanta Violante, esposa del infante Juan “para que la tuviese mientras viviese”. Años antes, en 1381 el mismo monarca decidió avecindar el lugar de Boltaña a la villa de Aínsa como vicus o barrio, manteniendo los propios privilegios de Boltaña y pudiendo gozar de los que Aínsa ya poseía; no obstante esta anexión duró poco y en 1414 ya era realengo independiente de Aínsa. En 1428 Alfonso V incorporó Aínsa a la Corona. 

Iglesia de Santa María
Ubicada En El ángulo suroriental de la plaza Mayor de Aínsa, la actual iglesia de Santa María de Aínsa es un monumental ejemplo de sobrio templo románico con imponente y característica torre campanario, que fue declarado monumento histórico artístico nacional en el año 1931.
A finales del siglo xi, coincidiendo con la introducción de la liturgia romana y la renovación cluniacense y gregoriana auspiciada por Sancho Ramírez, comienza a construirse esta iglesia, si bien no se culminará hasta la segunda del siglo XII. Fue consagrada el 30 de diciembre del año 1181 por el obispo Esteban, fecha conocida gracias al hallazgo por parte del escolapio padre Traggia en el año 1788 de una arqueta en el altar mayor del templo en la que figuraba dicha referencia. El templo y Aínsa pasaron en esos momentos a depender de la obediencia del obispado de Huesca-Jaca y el templo con posterioridad elevó su dignidad a la de colegiata, siendo cabeza de todas las iglesias de Sobrarbe y su arcipreste dignidad del cabildo de Huesca y arcedianato de Sobrarbe y Los Valles. Contaba para sus servicios con un vicario y cuatro racioneros durante el siglo XIII, que se elevaron a la cifra de tres racioneros y trece capellanes en el XVI, cuando ya pasó a pertenecer al obispado de Barbastro.

La ex-colegiata de Santa María está compuesta por un completo conjunto medieval integrado por iglesia, cripta ba jo la cabecera, torre-campanario a los pies y claustro, si bien ha sido objeto de muchas reformas y cambios en distintas épocas. Un rasgo característico que define a todo el conjunto es sin duda la pureza de volúmenes y la sobriedad decorativas, rasgos propios del arte románico de este territorio; a la vez el conjunto recibe influencia de la catedral de Jaca y desde que se construye éste se convierte a su vez en centro difusor del románico jaqués en Sobrarbe.
El edificio eclesial consta de una espaciosa nave rectangular cubierta por bóveda de medio cañón ligeramente apuntada hacia los pies, a la que se accede actualmente por la portada occidental y tras haber descendido por sendas escaleras ubicadas a los lados de la entrada. Posee también presbiterio con una capilla a cada lado, cubiertas con bóvedas rebajadas a modo de crucero bajo, y ábside semicircular cubierto por bóveda de horno, así como coro alto a los pies sobre arco escarzano.


Santa María, portada y torre románicas

Bajo la cabecera hay una cripta que se construyó para salvar el desnivel existente en el terreno, ya que la iglesia está ubicada al borde de un talud, consta de planta rectangular y cabecera semicircular dividida en tres naves mediante columnas cilíndricas. 
Cripta 

Ábside

En el lado norte, y comunicada con la capilla de ese lado del presbiterio, está la sacristía, a la que se desciende por cuatro escalones y que está cubierta con bóveda de medio cañón transversal al eje de la nave.
Desde el muro norte de la nave se accede al claustro, de planta de cuatro lados irregulares con sus respectivas crujías que combinan los arcos de medio punto y los apuntados, mientras que en el lado sur está la sobria portada románica de cuatro arquivoltas. A los pies del templo está la torre, de planta cuadrada y cuatro pisos.

El templo está construido en sillarejo y piedra sillar calcárea, muy compacta y de proporciones irregulares, si bien también se utiliza la piedra toba para pequeñas dimensiones. Del interior de la fábrica lo primero que salta a la vista es la amplitud de los espacios, así como la sobriedad decorativa y la sencilla lectura de cada uno de los espacios, otorgando unidad al conjunto.

Se accede al templo por el lado occidental, a través de un atrio y una puerta adintelada con dos impostas molduradas en nacela y paso interior abovedado a modo de pórtico. Seguidamente hay que bajar varios escalones por el lado norte para acceder a la nave del conjunto. En los muros domina la piedra sin artificios, tan sólo interrumpida por dos pilastras a cada lado hacia la mitad de la nave, que alcanzan hasta el arranque de las bóvedas actuales en el que además hay una línea de imposta voladiza; dichas pilastras son restos de los antiguos arcos fajones que originariamente sustentaban la bóveda. Antes de la restauración llevada a cabo en los años 70 existían dos capillas adosadas en el lado sur que se suprimieron. La iluminación se consigue por dos vanos ajimezados con mainel cilíndrico y capiteles con motivos vegetales en el muro sur que rompen la imposta en su recorrido, mientras que en el norte, entre sendas pilastras abre el acceso al claustro. Existe otro vano con las mismas características en el ángulo noroccidental del espacio elevado del coro.

El espacio ocupado por presbiterio y ábside queda sobreelevado del resto mediante una especie de grada salvada por escalones centrales. En el presbiterio, sendas capillas laterales con bóvedas rebajadas: la norte se prolonga con la sacristía, más moderna, a la que se accede por medio de una puerta adintelada y cuatro escalones, y traspasa el muro para sobresalir del volumen propio del templo. El espacio absidal es iluminado desde el centro por un vano en arco de medio punto y doble derrame cerrado con moderno alabastro traslúcido, mientras que en su zona sur hay una sencilla puerta en arco de medio punto elevada sobre dos escalones que conduce a través del “Arco del hospital”, que al exterior es claramente visible por su tejado de losa a dos aguas, al conocido como “cuarto del aceite”, donde había en tiempos una pila excavada en la tierra que se halla actualmente en el claustro.
Al exterior, el ábside muestra el vano centrado con arco de medio punto adovelado bajo el que se observa la estrecha aspillera del espacio de cripta. En la parte superior cierra por alero voladizo. Actualmente la visión exterior del ábside que da limitada debido a las construcciones anexas realizadas en tiempos más modernos.

Seguimos en el espacio interior para contemplar ahora la mesa de altar en piedra ubicada en el centro del hemiciclo absidal. Lo que atrae nuestra atención es sin duda su frente de altar, en el que se halla incrustado un crismón románico de tipo trinitario que fue encontrado durante las restauraciones del templo entre los escombros del pavimento del claustro; según algunos autores podría proceder de la antigua iglesia románica de San Salvador de Aínsa, que estaría ubicada muy cerca de la actual, dentro de antiguo casco antiguo medieval. Se trata de un crismón de inicios del siglo XII.
A los pies de la nave, en su lado occidental se halla el coro elevado, de piso plano y levantado sobre arco escarza no. En su espacio superior es cerrado por un pretil de madera moderno e iluminado mediante dos vanos, uno centrado con arco de medio punto que comunica con el espacio interior de la torre y otro más bajo ubicado en el ángulo sur idéntico a los del muro sur de la nave. Bajo el coro, en la esquina suroccidental de la nave, una tosca y sencilla pila bautismal románica de forma circular.
Bajo el espacio de la cabecera y mediante dos escaleras de acceso laterales con ocho peldaños de piedra originales accedemos a la cripta, que antes de su restauración en el año 1974 no podía ser visitada debido a que se hallaba colmatada de escombros, resultado de los sucesos acaecidos durante la Guerra Civil en la villa.

Cripta reconstruida según la arquitectura del siglo XII. 

Cripta reconstruida según la arquitectura del siglo XII. 

Consta de un espacio separado en tres naves de cuatro tramos cubiertos con bóvedas de arista modernas de hormigón encofrado y arcos de medio punto en ladrillo. Los espacios se separan mediante columnas cilíndricas y capiteles labrados toscamente con gruesos collarinos, que suman un total de dieciocho, seis en el espacio central y los doce restantes adosados a los muros y apeando sus columnas en un zócalo irregular. Sólo cinco capiteles son originales y el resto rehechos y marcados con una “R” para diferenciar los de los auténticos. Poseen sencillos motivos vegetales de gruesa labra, así como rostros humanos muy esquematizados. El espacio se completa con el ábside semicircular que muestra en el eje central un vano aspillerado.

Cripta. Capitel

Cripta. Capitel

Cripta 

La portada más monumental del templo está ubicada en su muro meridional. Se trata de una sobria portada románica compuesta por cuatro arquivoltas en arco de medio punto de sección rectangular que apean en columnas cilíndricas de fuste monolítico con basa y capiteles de decoración tosca ba sada en elementos geométricos y vegetales, así como lo que parece ser un fragmento de inscripción aún sin descifrar que parece estar colocada volcada hacia abajo y que ocupa los dos capiteles centrales del lado derecho. Sobre la arquivolta más externa, y bien centrado, un pequeño nicho de forma cuadrada es ocupado por un segundo crismón de tipo trinitario del siglo XII, flanqueándolo y a mayor altura otros dos nichos, esta vez adintelados y de forma rectangular que se hallan vacíos y que pudieron en origen albergar algún detalle interesante. Toda la portada queda protegida por una cornisa de piedra que apea en once sencillos canecillos lisos.

Portada principal de la iglesia.

Capiteles costado derecho 

Capiteles del costado izquierdo 

Tal vez el elemento que más identifica a la iglesia de Santa María es su soberbia y esbelta torre campanario, una torre románica construida en piedra sillar de aproximada mente treinta metros de altura que está ubicada en la zona occidental del conjunto, un poco desviada hacia el Norte con respecto al eje de la nave del templo.
Es de planta cuadrada y se accede a su interior desde el costado norte por una puerta ubicada en alto en arco de medio punto. Su cubierta superior consta de remate octogonal protegido por pretil. Cada uno de sus muros poseen 7,5 m de lado y un grosor de más de un metro. Al exterior la torre se articula por tres cuerpos de proporciones desiguales separados por impostas que no se corresponden con la distribución interior de los pisos, que son cuatro. El atrio occidental del conjunto se corresponde con su planta baja, que muestra arcos de medio punto en sus caras oeste y sur. Es un espacio que sirve de enlace y comunicación entre torre, nave del templo y claustro.
A la primera planta de la torre se accede por una escalera de piedra adosada en el muro norte, que sustituye a la primitiva escala de mano, y por la primitiva puerta con arco de medio punto; ésta planta actúa como tribuna, ya que desde su lado este comunica visualmente con el templo a través de una ventana ajimezada ubicada a la altura del espacio del coro. Esta misma planta posee otros dos vanos en sus caras sur y oeste y está cubierta por bóveda de medio cañón. La segunda planta también cubre con bóveda de medio cañón y posee otros tres vanos, de medio punto adovelado por el exterior. La tercera planta o piso de campanas posee grandes vanos de medio punto que abren en parejas en todas sus caras y que son recorridos a la altura del arranque del arco y en la cara externa por una línea de imposta ligeramente volada.
Desde aquí se accede al último piso mediante empinada escalera metálica; merece la pena la ascensión para contemplar la llamada, no sabemos por qué motivo, “Cámara Real”; cubre con cúpula sobre trompas cónicas reforzada por cuatro nervios de sección rectangular y en cada una de sus caras abre un monumental y vistoso arco de medio punto moldurado con tres arquivoltas de sección recta que apean en cinco parejas de columnitas con capiteles decorados mediante rostros muy esquematizados y motivos vegetales, la mayor parte rehechos. Estos grandes ventanales recuerdan a pequeña escala la portada principal del templo, de forma que se consigue con este recurso dar unidad estética al conjunto. Desde el lado este y mediante una minúscula escalera metálica y puerta ubicada en alto con arquito apuntado se llega a lo más alto de la torre, la terraza o pequeño cuerpo octogonal de remate con pretil.

Boveda de la torre. 

Capiteles de la torre. 

El último y no por ello menos importante elemento del conjunto es el claustro, de planta trapezoidal irregular que se observa muy bien desde el cuerpo superior de la torre. Es de pequeñas dimensiones y consta de cuatro crujías de distinta dimensión y un solo piso. Junto el pavimento de fino enmorrillado se alzan los muros, que combinan piedra sillar, sillarejo y mampostería. Dos de las crujías, las del lado norte y sur quedan un poco más elevadas y por ello presentan suelo escalonado. En cuanto a los arcos de las mismas, los de los lados sur y oeste son apuntados, mientras que los del norte y este son de medio punto. Las galerías internas cubren con bóveda de cañón al norte y al este, la del sur con crucería y la del oeste posee doble galería, la de la parte interior con bóveda de cañón y la exterior también con cañón pero con arco fajón en el centro.
El espacio sur posee una puerta abovedada que es la que comunica con la nave del templo, abierta en arco de medio punto, así como una pequeña capilla a la que se accede por arco de medio punto y que cuenta con un vano cerrado con alabastro de comunicación con el espacio de la sacristía. En el interior del patio del claustro, en la esquina suroeste, hay un pequeño pozo de piedra. Las cubiertas superiores del claustro, con losas de piedra rústica, muestran gran pendiente convergiendo hacia el centro del patio interior a modo de compluvium romano.
Si bien hemos adelantado que todo el conjunto denota bastante uniformidad estilística, la primitiva fábrica románica de Santa María ha sido objeto a lo largo de los siglos de múltiples reformas, reconstrucciones y restauraciones que, no obstante, han respetado bastante la esencia románica del conjunto. Pasamos a detallar como último aspecto la cronología de los diferentes momentos.

Claustro con arcos románicos y góticos

Bóveda crucería

Ala sur junto a la iglesia, el claustro tiene una planta irregular debido al espacio limitado.

Capitel blasonado del claustro 

Capitel blasonado del claustro 

En 1181 tuvo lugar la consagración y en ese momento estarían construidas la iglesia (incluida portada sur), cripta y torre, si bien el claustro se comenzaría en el siglo xiii; existen documentos que aluden a la ruina que amenazaban claustro y torre en el siglo XIV. En el siglo xvi se continúa trabajando en el claustro, realizando por ejemplo el tramo cubierto por bóveda de crucería apuntada del lado sur, y también en esta centuria se cubre con bóveda de cañón la nave de la iglesia, dejando sólo de la anterior las cuatro pilastras como testimonio de dos arcos fajones anteriores; también se abren las capillas del presbiterio. En el siglo xvii se construye la sacristía. Finalmente, se encuentran las distintas restauraciones llevadas a cabo en los años 60 y 70 del siglo XX por la Dirección General de Arquitectura del Ministerio de Vivienda. Se comienza a actuar en el año 1967 con mejoras en la torre, seguidamente en 1972 y 1973 el claustro, que contará desde entonces con nuevo acceso desde el pórtico-atrio que hay bajo la torre; en 1974 se desescombra la cripta y se procede a su rehabilitación y restauración. 

Nuestra Señora de Tricas
Aunque actualmente la tengamos que ubicar material mente en la iglesia de la Santa María de Aínsa, esta imagen perteneció al pueblo de Tricas de donde se trasladó a la colegial. Se trata de una talla en madera estofada y dorada que tiene 84 cm de altura. Se ha escrito sobre ella diciendo (1992) que es una Virgen sedente “románica, siglos XIII-XIV” y señalando que “fue restaurada en 1975 por el taller Navarro de Zaragoza”, ocasión en la que “se le añadieron los pies y la mano de la Virgen que se hallaban cortados”.
Partiendo de esta catalogación y analizando la talla, en 1994 intenté concretar algo más el arco cronológico en el que situarla puesto que “esta talla –dorada seguramente con ocasión de algún intento de ennoblecer la imagen– responde a los principios y tipología del románico y pudiera ser fecha da antes del siglo XIV, fecha a la que algunos autores traen su cronología. Su hieratismo, su falta de definición volumétrica, su inexpresividad, podrían adelantarla hasta principios del siglo XIII”. No obstante conviene hacer alguna precisión más, después de haber valorado un amplio conjunto de las imágenes que nos quedan y considerando la sencillez con que se tratan las superficies y el hieratismo del conjunto. Estas dos cuestiones nos pueden inducir a pensar en el siglo xiii, pero valorando la esbeltez de las figuras (en especial la del Niño), la posición de la mano izquierda de la Virgen y ciertos rasgos expresivos, habría que inclinarnos a los finales de ese siglo XIII.
A estos años finales del siglo XIII correspondería además el tratamiento de las orlas, en realidad el intento de un artesano por captar los efectos estéticos que se logran jugando con las orlas y los pliegues. La forma del borde inferior se presenta con una diagonal ascendente hacia la rodilla izquierda, que se continúa con la que dinamiza la superficie inferior de la indumentaria del Niño. La orla está concebida –tanto en el cuello como en las piernas– como una simple franja lisa, diferenciándose de esos pliegues verticales insinuados y en los que pervive ese modo propio del quehacer de los talleres ribagorzanos. A la vista de todo ello y sin dejar de olvidar que fue sometida recientemente a una importante restauración, incidiendo en lo dicho antes, conviene proponer como posible marco cronológico para esta imagen los últimos años del siglo XIII. 

Samitier
Samitier, localidad perteneciente al municipio de La Fueva, se encuentra en el Prepirineo al Sur de la comarca de Sobrarbe, en la margen derecha del Cinca entre los embalses de El Grado y Mediano. Dista unos 95 km de Huesca, siguiendo la autovía A-22 hasta Barbastro y enlazando con la carretera A-123 para después tomar la A-138 en dirección a Aínsa y más tarde un desvío a Samitier a la derecha.
Tras la muerte del caudillo musulmán Abd al-Malik a principios del siglo XI, que había causado graves destrozos la zona sur de Sobrarbe, los reinos cristianos comienzan a rehacerse. Hacia 1017 Sancho III el Mayor reconquista Samitier, expandiéndose hacia Sobrarbe y Ribagorza. A la muerte de éste en 1035, sus posesiones en dichos territorios, incluido Samitier, pasan a manos de su hijo Gonzalo y, tras la muerte de éste en 1044, a engrosar los dominios del incipiente Reino de Aragón gobernado por su hermano Ramiro I. A mediados del siglo XI Ramiro I se anexiona territorios al Este y al Oeste de Aragón y fortifica la zona del Cinca. Samitier queda incluido en una red de torres y castillos que, separadas por una distancia de una o dos horas, protegen el territorio de Sobrarbe. Ya entrado el último tercio del siglo XI, tras la conquista de las ciudades del llano, como Graus, Alquézar o Monzón, Samitier deja de tener valor estratégico y pierde importancia como edificio militar.
Según algunos autores Samitier aparece junto con Loarre en la donación que hace Sancho III el Mayor a su hijo Gonzalo tras su muerte en 1035. Sin embargo es lógico pensar que este Sancti Emiterii haga referencia, no al de Sobrarbe, sino a otro San Emeterio ubicado en el condado de Aragón. La primera mención documental del Samitier de Sobrarbe, nombrado como Sanctum Celedonium, aparece en un documento de 1055 que hace referencia a una donación de posesiones territoriales al cercano monasterio de Pano. La escasa documentación conservada y la confusión generada con el otro Samitier hacen que el conocimiento de su historia sea muy escaso. Tan sólo se puede afirmar que en 1135 Ramón de Larbesa era señor del castillo. Ya a finales del siglo XIII el lugar pertenecía a la baronía de Antillón. 

Ermita de los Santos Emeterio y Celedonio
La ermita de los santos Emeterio y Celedonio fue, en origen, la iglesia o capilla del castillo de Samitier. Forma, junto a la torre del homenaje y a los otros elementos que se conservan del antiguo castillo, un importante conjunto religioso-militar que está declarado Bien de Interés Cultural. Este conjunto se encuentra estratégicamente ubicado sobre el desfiladero del Entremón, a unos 747 m de altitud, lejos del actual emplazamiento del núcleo urbano, que se trasladó al valle presumiblemente a comienzos del siglo XVI.
El acceso se realiza por una pista apta para vehículos todoterreno que parte al Este detrás de la iglesia parroquial de la localidad. Tras superar la ermita de Santa Waldesca se llega a una bifurcación en la que se toma el camino de la izquierda para llegar poco después a una explanada desde la que, ya a pie, se accede a la ermita y a la torre tras unos 200 m de acusado desnivel.
El conjunto religioso-militar que forman la ermita y la torre responde a la tipología de castillo aragonés del siglo XI con recinto amurallado que contiene torre del homenaje y capilla. En este caso la capilla, de dimensiones nada desdeñables, hace las veces de muralla en sí misma, ya que corta el paso sobre el desfiladero y posee acceso elevado. Desde el templo se accede al recinto, que se cierra al Oeste por medio de un paño de muralla con un pequeño cubo central y queda abierto al Este a un inexpugnable cortado. Al Norte, el recinto remata con la torre principal, de planta hexagonal y adaptada al terreno con gran pericia. Al Sur, en un monte cercano, se sitúa otra torre en peor estado de conservación, que haría las veces de albarrana.
La advocación a los Santos Emeterio y Celedonio no es frecuente en esta zona y ha dado lugar al topónimo de la lo calidad: Samitier, que deriva de San Miterio.
La conquista de Calahorra en 1045 por parte del rey García de Navarra y las grandes donaciones que hace a su iglesia mayor, que custodia las reliquias de estos santos, podría haber influido en la elección de esta advocación. Estos mártires fueron dos hermanos, hijos del centurión romano Marcelo, decapitados en el año 300 en Calahorra por sus convicciones cristianas. Su fiesta se celebra el 3 de marzo en Samitier con una romería a la ermita.


Plano de la cripta

Plano de la ermita 

El aspecto actual que presenta el templo es fruto de una restauración llevada a cabo en 1996. Aunque no es la única intervención que ha sufrido el edificio, ya que finales del siglo XIX se realizó otra, tal como reza una inscripción en el arco formero que separa las naves central y sur en el tramo de los pies: SN MITERIO I SN CELEDONIO QUE FUE CONPUESTA EL AÑO 1893 CON ASISTENCIA DEL PUEBLO.
Se trata de un edificio de gran envergadura si tenemos en cuenta su ubicación y finalidad. Posee planta basilical de tres naves, la central más grande en altura y en anchura, cuya cabecera remata en tres ábsides semicirculares. Las naves se cubren con bóveda de cañón sobre fajones y los ábsides con bóvedas de cuarto de esfera. La nave sur se levanta sobre una pequeña cripta cubierta por medio una bóveda de cañón sobre fajones doblados y aparece rematada en ábside de planta semicircular al interior y plano al exterior. La amplitud del proyecto religioso ha hecho pensar en el establecimiento en Samitier de una comunidad de monjes-soldados, muy en consonancia también con la advocación a los mártires soldados.

Al exterior, el edificio ofrece un aspecto bastante unitario, con fábrica de sillarejo a soga, siendo de mejor calidad el correspondiente a la zona de la cripta. Las fachadas sur y oeste presentan gran altura ya que parte de su paramento corresponde a la cripta, realizada para salvar el desnivel. La cabecera, al estar asentada sobre una pendiente, ofrece un as pecto desigual. El ábside sur arranca sobre el remate plano de la cripta, el central sobre un falso ábside semicircular que no tiene otra función que la de salvar el desnivel, mientras que el ábside norte apoya directamente sobre la roca. La fachada norte presenta menor altura al ubicarse en la zona más alta. En este flanco norte se ubica, sobre los pies de la nave lateral, un cuerpo prismático a modo de torre que podría haber servido como cámara secreta o como aljibe, dadas las funciones defensivas de este emplazamiento. Además de los mechinales distribuidos por la parte externa del paramento, huella de las vigas que sostuvieron el andamiaje durante la construcción, aparecen una serie de orificios en la parte superior del muro sur que podrían tener una función de ventilación.

Otro de los elementos que dan a Samitier carácter militar es el acceso. En origen hubo una puerta elevada en el muro sur que se alcanzaría mediante escalera de madera, como si de una torre defensiva se tratara. Desde el interior de la iglesia, por una puerta en el muro norte, se accedería al recinto y a la torre. Más tarde, cuando dejó de tener carácter defensivo a finales del siglo XI o principios del XII se practicó otra puerta en la fachada sur debajo de la primera, quedando cegada has ta media altura a modo de ventanal. Todos los accesos son en arco de medio punto con sencillas dovelas de piedra y los dos originales, al interior, con dintel enterizo bajo tímpano de medio punto ciego, elemento típico del estilo lombardo.

La cabecera está iluminada por medio de vanos en arco de medio punto de doble derrame en los ábsides, también en el de la cripta, y un vano en arco de medio punto derramado al interior en la parte alta de la nave central. A los pies se dispone un vano aspillerado en arco de medio punto derramado al interior en la nave central y sendas aspilleras derramadas al interior en las laterales. Otra ventanita cruciforme en el muro sur y la citada puerta superior convertida en ventanal completan la iluminación del edificio. 

En el interior, el espacio que ofrece la ermita es fruto de la reforma llevada a cabo en la época en la que se realizó la puerta inferior del muro sur, que da acceso directo a la cripta. Ésta tendría en origen cuatro tramos y a ella se accedería por medio de una escalera lateral que partía de un arco de medio punto a la derecha de la puerta original elevada. Al practicar la puerta inferior, los dos tramos de los pies de la cripta se sustituyeron por una escalera de obra que da acceso a la parte superior de la iglesia. Además la cripta debió sufrir una reforma en su proyecto, ya que los pilares de triple esquina en los que apean los fajones de la bóveda de cañón, indican que en origen se habría planteado su cubrición por medio de bóveda de arista.
La parte alta del templo, sobre la cripta, constituye un espacio diáfano y de gran altura. Las naves central y sur poseen dos tramos separados por arcos fajones y amplios arcos formeros, mientras que la nave norte tiene un tramo más a los pies, separado por un fajón y un pequeño formero sobre el que se dispone un acceso a la cámara superior. Los ábsides central y norte aparecen elevados sobre dos peldaños, mientras que el sur, precedido de un tramo de nave ya elevado, lo hace sobre un solo peldaño.
El edificio carece de decoración, salvo por la existencia de dos cruces de consagración pintadas a ambos lados del ábside central, otra sobre la ventana del ábside meridional y el rejuntado de las dovelas interiores de dichos ábsides en ocre rojizo. Esta decoración pintada apareció bajo las capas de pintura aplicadas en la intervención de 1893.


En el interior del templo se conservan dos pilas monolíticas fragmentadas, otra pequeña pila sobre un pilar adosado al muro y un fragmento de piedra con decoración en forma de flor.
La mayoría de los investigadores coinciden en destacar dos fases constructivas para la ermita de los Santos Emeterio y Celedonio de Samitier. La primera, correspondiente a la cripta, se habría llevado a cabo entre los años 1030 y 1040 por parte de maestros lombardos. Mientras que la segunda, que habría completado la obra, se situaría entre 1045 y 1055 y sus artífices habrían sido maestros locales siguiendo los preceptos de los primeros. Aún así este edificio posee un carácter bastante unitario, dentro del estilo del Primer Románico que, en Aragón, se caracterizó por la sobriedad de sus edificaciones, muchas de ellas de carácter defensivo por tratase de obras fronterizas.
 



Santa María de Buil
Santa María de Buil es un antiguo municipio de Sobrarbe actualmente dependiente del ayuntamiento de Aínsa-Sobrarbe. El acceso al lugar se puede hacer desde Huesca siguiendo la N-240 hasta Barbastro. Una vez rebasado el municipio, hay que enlazar con la A-138 en dirección a Aínsa y antes de cruzar el puente que conduce a este núcleo medieval, hay que tomar la carretera que parte de la orilla derecha del Cinca. Se circunvala Guaso y se pasa al pie de Latorrecilla para llegar, a través de una pista asfaltada y en buen estado, a la localidad de Santa María de Buil.
Situada en el altiplano de Buil, a 911 m de altitud, Santa María de Buil está compuesta por un barrio (Sarratillo) y once aldeas: San Martín, La Ripa, La Lecina, Gabardilla, Urriales, Linés, La Capana, Bruello, Coronillas, Sarratiás, El Serrato, Pelegrín y Puibayeta.
Buil, como dice Durán Gudiol, fue la más importante población del condado de Sobrarbe, antes de la conquista de la ribera islamizada del Cinca en tiempos de Sancho III el Mayor de Navarra, razón por la cual los musulmanes pusieron especial atención en el lugar. En 1006 Abd al-Malik tomó el castillo de Buil, que pasaría de nuevo a manos cristianas en el siglo xi bajo el mando de la familia García Aznar, para constituir ya una pieza clave en la línea fortificada que fue trazando el rey Sancho III el Mayor a partir de este momento, como confirma la lista de sus tenentes.
El pueblo se halla dividido en dos barrios con sus respectivas iglesias de San Martín y Santa María, asentados alrededor de los flancos del empinado montículo sobre cuya cima se elevaba an taño un castillo del que no queda resto alguno y que según Madoz fue muy importante en tiempo de los sarracenos por su elevada posición y por su relación estratégica y comunicativa con otros fuertes castillos de tierras colindantes. La importancia del mismo queda de manifiesto teniendo en cuenta el listado de tenentes proporcionados por Agustín Ubieto: Íñigo López, entre mayo de 1036 y abril de 1059; Jimeno Sánchez de 1062 a 1075, con las lagunas del año 1069 en que era tenente Iñigo Sánchez de Binué, y 1074, en que lo era Sancho Galíndez; Jimeno Garcés de octubre de 1085 a 1104, excepto en noviembre de 1092 en que aparece Sancho Sánchez; Ramiro, que ostentaba la tenencia entre 1108 y diciembre de 1115; Tizón, entre agosto de 1115 y mayo de 1134; Sancho Aznárez, en febrero de 1120; Arnal Mir, entre agosto de 1134 al mismo mes de 1174, excepto en 1164 que le era Gombal de Entenza.
En el año 1262 el rey Jaime I de Aragón, vendió el castillo de Buil a Gonzalo López. En mayo de 1293, Jaime II de Aragón compró Buil a Pedro Cordel, y en junio de 1340, lo volvió a vender Pedro IV de Aragón a Ramón de Buil, reconociendo en 1364 a la misma familia en feudo, el castillo y villa de Buil erigiéndolo en baronía. Desde 1571 forma parte del obispado de Huesca.

Iglesia de San Martín
La singular iglesia de san Martín de Buil, se encuentra en el extremo oeste del pueblo, al pie del montículo. Fuera de culto desde 1939, se encontraba en estado de abandono e incipiente ruina. Su declaración de Monumento Histórico Artístico en 1977 y su posterior ratificación como Bien de Interés Cultural por las posteriores leyes estatales y autonómicas se convirtió en el acicate que el templo necesita ba para recuperarse del olvido en el que se hallaba, así como para el inicio de las obras de restauración.
No se conocen noticias documentales del siglo XI sobre esta iglesia, sin embargo, y dadas sus peculiares características, ha suscitado un gran interés entre los historiadores del arte que no cejan en su empeño de llegar a una explicación coherente y satisfactoria sobre su cronología. Una de las principales limitaciones interpretativas del templo radica en que la mayor parte de los estudios realizados han centrado el interés artístico únicamente en los aspectos formales de su sistema decorativo, fundamentalmente en su cabecera, reduciendo así el problema a lo ornamental, sin tener en cuenta el plan de todo el conjunto.

El característico triple ábside de la iglesia románica de San Martín en Buil.

Esta interpretación basada exclusivamente en los aspectos ornamentales, dividió las opiniones –según Juan Francisco Esteban Lorente y Manuel García Guatas–en dos teorías. La primera, encabezada por Puig y Cadafalch, Whitehill, Canellas y San Vicente, relacionó la iglesia de Buil con las características propias de la arquitectura románico-lombarda por la alternancia de los arquillos ciegos de sus ábsides. Una segunda, en la que encontramos los testimonios de Gómez Moreno, Gudiol y Gaya, Chueca Goitia y Durán Gudiol, que concibe el templo como un testimonio de la pervivencia mozárabe y eco de las iglesias del Gállego.
Es su interior el que mayores interrogantes presenta, pues su actual estado de conservación, así como las diferentes modificaciones que ha sufrido a lo largo de los siglos dificultan mucho su datación, comenzando su construcción en 1020, según Durán Gudiol, y 1040, según García Guatas.
A la vista de la última restauración llevada a cabo en el templo, así como de los numerosos estudios que sobre el mismo se han realizado, Esteban Lorente, Galtier Martí y García Guatas hablan de dos etapas constructivas del siglo XI. La primera, fechable entre 1040 y 1050, correspondería a la construcción de las tres naves y de la torre. En la segunda fase, hacia 1070, se le añadiría la actual cabecera de tres ábsides. Una serie de reformas llevadas a cabo durante siglos XVII y XVIII, hacen difícilmente reconocible la estructura interna y el aspecto exterior del monumento.

Originalmente se trataba de una obra en sillarejo y mampostería de tres naves, divididas en cinco tramos mediante pilares cruciformes, cubiertas con bóvedas de medio cañón sobre arcos fajones, de las que la central era bastante más elevada. Seguramente tuvo también una cabecera primitiva con tres ábsides semicirculares. De los abovedamientos y soportes románicos tan solo son visibles los dos tramos de bóveda de los pies de la nave norte y tres pilares cruciformes con sus correspondientes pilastras en los muros laterales, así como algunos arcos formeros primitivos con singular despiece mediante dovelas más largas en su aproximación a la clave, creando un descentramiento del trasdós.

A los pies de la nave central se levantaba una pequeña torre, de factura románica en sus dos primeras plantas. La inferior se comunica con la nave y el exterior mediante tres puertas: la mayor se abre a la nave central mediante un arco de medio punto con un largo dintel monolítico de 2,52 m de largo por 0,9 m de grueso; las que comunican con el exterior son estrechas y bajas y se ubican en los lados norte y sur. Esta última puerta, se encuentra tapiada por la casa-abadía. Ambas presentan un despiece del arco de medio punto peraltado con dovelas largas y descentradas de la curva del intradós, similar al despiece de los arcos formeros primitivos de la iglesia.
Sobre este piso abovedado se levanta un segundo nivel con una ventana en arco de medio punto sobre la nave central, y otra geminada en el muro opuesto con dos arquitos de medio punto que apean en grueso mainel cilíndrico con capitel za pata. En el siglo XVI se recreció la torre con una nueva planta para uso de campanario, con vanos para campanas en todos sus lados, un remate en pretil con pináculos y gárgolas en las esquinas y achatado cimborrio octogonal como cubierta de la cúpula, con nervios de sección rectangular.
Los tres ábsides corresponden a una segunda etapa constructiva, también de época románica, fechándose según Manuel García Guatas hacia último cuarto del siglo XI, y 1070 para Esteban Lorente. Se desconoce el motivo de la interrupción o sustitución de la cabecera primitiva, si bien no existe duda de su factura posterior pues se hallan irregularmente alineados al exterior y desviados del eje de las respectivas naves con las que entestan deficientemente. Se cubren con bóveda de horno y ventanas en arcos de medio punto y doble derrame, suprimida en uno de los ábsides pero recuperada posteriormente. Exteriormente, el más próximo al hastial sur adquiere una forma un tanto extraña y torpe en la decoración de los arquillos, fruto de la modificación que conllevó la construcción de la sacristía.


Un análisis detallado de la decoración absidal, caracterizada por sus imperfecciones estilísticas, permitiría afirmar que se trata de una obra realizada por mano de obra local y con poca trascendencia en el arte posterior. Los ábsides de la iglesia de Buil se articulan en tres niveles: un alto zócalo de 1,80 m que termina en una gruesa moldura circular; una segunda zona decorada siguiendo una alternancia de pilastrillas o lesenas y arcos ciegos, de desigual anchura y despiece; por último, una cornisa bastante volada, sostenida por modillones de forma prismática, pero con la cara inferior ligeramente curvada.

Según Manuel García Guatas, la solución artística de los ábsides presenta una serie de elementos comunes con iglesias de zonas geográficamente próximas, tal es el caso de los ábsides de los templos lombardo-catalanes y los de las iglesias del Serrablo, aunque en ambos casos con notables diferencias formales.
En el primer caso, puede apreciarse un zócalo reducido a un corto basamento, sin baquetón, una serie de arquillos y lesenas de distinta alternancia y modillones de poca relevancia. En el caso de las iglesias del Serrablo, el corto basamento contará con baquetón, la organización y alternancia de arcos seguirá los mismos esquemas, aunque mejor aparejados y de mayor luz, y los modillones quedarán sustituidos por originales cilindros verticales.
No obstante, y a pesar de los guiños a dichas soluciones, debe considerarse un mero ejemplo de arte local aplicado a un edificio cuya principal riqueza radica sin lugar a dudas en su articulación espacial interior.
En los siglos XVII y XVIII una serie de profundas reformas nos acerca al aspecto actual del templo. Las principales modificaciones que se llevaron a cabo fueron las siguientes: se completó el paramento meridional con una sacristía, un pórtico abovedado y la casa-abadía fechada en 1765; en el lado septentrional, una capilla y el recrecimiento de los muros y la torre con un cuerpo para las campanas. La segunda remodelación más profunda, fechable en el siglo XVIII se llevó a cabo en el interior. Consistió en suprimir los tres primeros tramos a partir de la cabecera mediante dos grandes arcos formeros de 5,87 m de altura, labrados en piedra sillar y desigualmente apuntados sobre los que se construyeron a mayor altura las tres actuales bóvedas, de medio cañón como las primitivas, que obligaron a demoler los pilares cruciformes románicos y a recrecer tanto los conservados como apeo de los actuales arcos formeros como los machones de unión de los tres ábsides. Esta remodelación tuvo como principal finalidad crear un espacio más unificado, espacioso y mejor iluminado, pues la iglesia carecía de vanos en el hastial norte, tenía tan sólo dos en los ábsides y los restos presentes en el muro sur quedan limitados a un mero testimonio a los pies del mismo.
También en esta reforma fueron remodelados los dos últimos tramos originales de la iglesia. En la nave del evangelio se construyó una dependencia para los diezmos y la primicia; en la central se elevó un coro alto de madera, habilitando la parte baja como baptisterio; a la vez se demolió el último pilar cruciforme entre esta nave y la sur, unificando los dos arcos formeros originales en un nuevo arco de piedra sillar, con objeto de poder alojar la escalera de obra como acceso común al coro y la torre. La zona de la nave de la epístola se dejó de paso para el acceso a la torre y coro, desahogándola mediante un arco de medio punto sobre el que apoyaron las vigas del coro. Este arco nuevo, sin embargo, no llegó a romper totalmente los dos arcos primitivos que constituían el sistema de soporte y separación de la nave central y de la epístola de la obra románica, los cuales aparecen bajo el encalado sobremontados en el nuevo, constituyendo un testimonio arqueológico insustituible.
En cuanto a las cubiertas de esta zona posterior, tal y como puede contemplarse hoy, la bóveda de la nave norte es la original, mientras que al lado sur, tras el arco que señala el límite de la original, encontramos una moderna cubierta de madera mal conservada continuada con las edificaciones exteriores modernas.

La decoración interior del templo sigue las premisas ornamentales del siglo xviii consistentes en una serie de figuras geométricas y cuadripétalos en la zona del zócalo, tornapuntas y rocallas en los intradoses.

Manuel García Guatas, en su estudio del románico sobrarbense, establece una correspondencia de la iglesia de San Martín con un modelo importado de la más temprana arquitectura románico-lombarda, muy similar a los planes de las iglesias de la zona suroriental de Francia y de Cataluña, como Santa María d’Amer, L’Ecluse Haute y La Pobla de Claramunt, de fecha próxima a los primeros años del siglo XI. Todas ellas presentan unas características comunes como es la división espacial en tres naves con otros tantos ábsides prácticamente alineados, arrancando los dos laterales de los vértices del central en lugar de hacerlo de los flancos, como puede apreciarse en Buil, algo que será habitual posteriormente. También existen similitudes en su sistema de separación de las naves mediante pilares simples o cruciformes.
Todas estas características, hacen de Buil en ejemplo de novedad en el área circundante, pues en el Serrablo no se dio la existencia de iglesias de tres naves, y en el Sobrarbe son de factura posterior, como es el caso de las iglesias de San Juan de Pano y Santos Emeterio y Celedonio en Samitier, siguiendo el modelo de iglesia basilical del tres naves, aunque simplificado.
En lo que respecta a las técnicas constructivas y decorativas utilizadas en los arcos de separación de las naves, la puerta septentrional de la torre y los elementos decorativos de los ábsides, el mismo estudio revela un origen no románico sino más bien musulmán, derivado de la arquitectura califal del siglo X. Este estilo, lleno de incorrecciones formales puede apreciarse en el trasdosamiento de las dovelas hacia la clave, que a la altura de las impostas caen rectas. Otros elementos que lo acercan a este estilo son el zócalo y acusado baquetón de los ábsides, una fórmula que no tuvo continuidad en la arquitectura románica, así como la alternancia y diseño de los arquillos, e incluso, el perfil de los severos modillones muy volados que recuerda los de las iglesias mozárabes, aunque sin la decoración de rollos en la parte inferior.
Puede concluirse, a la vista de los estudios realizados hasta la actualidad, que la iglesia de San Martín de Buil bebe de las fuentes del más temprano románico; para algunos autores quizás construida por gentes que conocen el arte islámico y dan lugar a una convivencia entre estos sistemas constructivos románico-occidentales y la vieja tradición hispano-musulmana. En todo caso, aunque se diera esa simbiosis no prosperará ante el internacionalismo del románico pleno, pero pervivirá en zonas aisladas y fronterizas, entre la línea militar de los cristianos y el mundo cultural y económico más desarrollado de los últimos años del califato y comienzo de los reinos de taifas.
Es oportuno considerar para la datación de este interesante edificio las tesis de Manuel García Guatas, situándola en los últimos años del reinado de Sancho III el Mayor y poco después de la reconquista y estabilización de esta parte del Alto Sobrarbe, perfilando una frontera militar al sur de la tenencia de Buil.

 

Vio
Localidad perteneciente al municipio de Fanlo, emplazada a mitad del valle homónimo a una altitud de 1210 m, sobre un altiplano que desciende en forma de terraza pendiente hacia el cauce del río Bellos. Ubicada en un paraje de excepcional belleza natural, desde su caserío se observa en la lejanía la imponente presencia de las crestas de Peña Sestrales. Se accede al pueblo por la carretera que atraviesa el Valle de Vio, bien desde Escalona al Este o desde Sarvisé al Oeste.
El caserío se divide en dos núcleos unidos por un camino, que a su mitad bordea una suave loma, donde se encuentra el templo parroquial y adosado el cementerio local. Tras el abandono sufrido durante la segunda mitad del siglo XX, que casi condujo a su desaparición, durante la primera década del siglo XXI se han rehabilitado algunas casas a imitación de las tradicionales, con tejados de lajas negras y chimeneas troncocónicas. La presencia humana se hace más constante, con excepción de los duros meses de invierno, aunque los modos de vida que sostenían la localidad se han extinguido y han quedado reducidos a la pintoresca presencia de pequeños huertos.
Entre 1050 y 1250 se cita en repetidas ocasiones el Valle de Vio, pero bajo la voz de Valle de Bieu o Biegu, como en un documento del año 1050 donde Ramiro I (1035-1063) donaba al obispo García de Aragón los monasterios de Sasabe y Rastilgone, con sus pertenencias entre las que figuraba “una heredad en el Valle de Biegu”. Posteriormente, la “heredad de Bardebieu” fue cedida, junto con la solana de Burgasé, al noble Bertrán de Ahones por el rey Jaime I el 13 de diciembre de 1250, a cambio de la villa de Alcubierre que éste poseía. Su población nunca fue generosa, al menos desde finales de la Edad Media, cuando se censaban 18 fuegos. La administración eclesiástica pasó de Jaca a Huesca, en cuyos archivos se cita a la iglesia de Vio con el título de rectoría durante los siglos XIII y XIV, para pasar a simple vicaría a partir del XV.

Iglesia de San Vicente Mártir
La iglesia parroquial de vio ha sufrido numerosas ampliaciones y modificaciones como resultado de su carácter funcional. Puesta al servicio de las necesidades espirituales de la comunidad y de las nuevas exigencias litúrgicas, con el paso de los siglos ha perdido su primitiva fisonomía románica.
El núcleo original consta de nave única rectangular cubierta con bóveda de cañón apuntado y hemiciclo absidial. Los muros primigenios quedan ocultos por las ampliaciones, a excepción del ábside, que presenta sillería irregular, dispuesta a soga sobre abundante argamasa. La piedra está poco traba jada, con ligeras marcas de puntero, siendo más tosca y de mayor tamaño en la parte baja.
Se decora con once arquillos ciegos que descansan sobre pequeñas ménsulas lisas, con perfil de nacela, excepto una de ellas que ha sido labrada con un tosco rostro humano. Los arcos de los extremos apean sobre lesenas. La decoración se complementa con una cornisa de esquinillas y un alero poco saliente cortado a bisel. A mitad del ábside se dispone una ventana original, capialzada, formada por un arco de medio punto y con doble derrame. Con posterioridad, se abrió en el lado sur una ventana rectangular, con derrame al interior, que presenta en el dintel una inscripción esculpida con el nombre del albañil, Juan Recioz, y la fecha de 1593.


Al interior, el hemiciclo se cubre con bóveda de cuarto de esfera y enlaza con la nave mediante un arco triunfal de medio punto. A su vez la nave presenta bóveda de cañón apuntado, más definida en la parte de los pies que en la zona próxima a la cabecera, donde se voltea en forma de medio cañón.

La actual puerta de ingreso se abre en el muro de Medio día, precedida por un pórtico con bancos de piedra corrida a ambos lados. Sin embargo, la original fue rasgada y ensanchada durante la primera reforma de envergadura que sufrió el templo a finales del siglo XVI. La primitiva puerta formada por un arco de medio punto fue modificada para comunicar la nave con una capilla bautismal adosada a la cabecera y cubierta con bóveda de medio cañón. Esta obra creaba un espacio diferenciado para el baptisterio, tal vez en cumplimiento de disposiciones sinodales. La nueva puerta se abrió en el muro sur de esta nueva dependencia que continuaba hasta los pies formando una habitación de techumbre plana.
En el siglo XVII se levantó, por iniciativa de los señores de casa Cuello de Gallisué, una capilla con su correspondiente sacristía adosada al norte, cubiertas ambas con bóvedas de medio cañón. En esta capilla se dispone en la actualidad una pila bautismal, labrada con pencas y sogueado en el borde, de pie rectangular y basa fechada entre los siglos XVI y XVII. La torre se halla adosada a los pies y desviada del eje de la iglesia; es obra de mampostería con numerosos ripios de relleno y reforzada con sillares en las esquinas. Presenta un acceso al exterior por el lado sur, con escalera y puerta adintelada fechada en 1831.
Finalmente, la iglesia fue restaurada en el año 1999, asegurando su conservación y permanencia, en un contexto de recuperación del caserío y del esfuerzo revitalizador por parte de los vecinos.

La decoración lombarda no es habitual en la comarca, a excepción de las iglesias de Lavelilla y Aguilar, ni tampoco es propia de la época de construcción del templo, máxime cuando ésta coincide con la divulgación de los prototipos del románico jaqués presentes en localidades tan cercanas como Nerín, Buisán, Sercué o Aínsa. La iglesia de Vió responde al modelo románico de tradición jaquesa imperante en Sobrar be de cabecera semicircular, nave y torre a los pies, como en Aínsa; sin embargo, la torre es de época tardía y en principio no parece clasificable como románica. Otro aspecto a tener en cuenta son las ménsulas del ábside, que presentan un estilo tosco y popular, una mera aproximación local a una tradición nueva que, sin embargo, ya se encuentra consolidada en los canecillos seriados de Santa María de Nerín, obra más tardía.
Finalmente, se debe considerar que la pervivencia de la tradición lombarda en el Sobrarbe no puede extenderse mucho más allá de 1150, destacando las iglesias de Palo y Pano como estilo más depurado y cercano al original. Sin embargo, los elementos presentes en la iglesia de Vió, tie nen un carácter desvaído que sugieren una lejanía espacial y cronológica de los centros difusores del arte lombardo. Por todo ello, podríamos establecer una cronología en torno al segundo tercio del siglo XII. 

 

 



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