CAPÍTULO X
LA ALIANZA NAVAL ATENIENSE
La pentecontecia
Después de
las victorias decisivas obtenidas por las armas griegas en los años 480-479, en
la guerra contra los persas, en la historia de Grecia sobreviene un período
conocido con el nombre de pentecontecia,
«período
de cincuenta años». Durante esos cincuenta años tuvo lugar en Grecia
una serie de considerables acontecimientos históricos que repercutieron sobre
la marcha general del desarrollo económico, social y político de todo el mundo
helénico.
El límite
cronológico que marca el final de la pentecontecia lo constituyó una serie de
conflictos entre los Estados griegos y sus agrupaciones, que sirvieron de causa
inmediata y directa para la guerra del Peloponeso.
La historia
de ese período se ha visto reflejada, en primer lugar, en la parte inicial de
la obra de Tucídides. En el primer
libro de su Historia hallamos una reseña breve, pero muy
circunstanciada, de los acontecimientos desde la derrota de Jerjes en la Grecia
balcánica hasta el comienzo de la guerra del Peloponeso. A esta reseña se puede
agregar aún la descripción que se encuentra en el mismo libro, de la erección
de fortificaciones alrededor de Atenas y el Pireo, la historia del paso de la
hegemonía naval a los atenienses y las referencias a Pausanias y Temístocles.
Aun cuando
Tucídides no puede ser considerado contemporáneo directo de la pentecontecia,
los acontecimientos son descritos por él con la escrupulosidad y buena fe que
le son propias.
Sin duda
alguna, Tucídides estaba bien informado de la historiografía que no ha llegado
a nuestro tiempo, en particular de la obra de Helánico, que escribió acerca de
la pentecontecia.
Tucídides
dispuso de la posibilidad de verificar y controlar los informes que extraía de
las fuentes literarias o documentales, con las cuales se hallaba también muy
familiarizado, pues podía interrogar a los representantes de la generación
mayor anterior a la suya, testigos oculares y activos de aquel período de
cincuenta años.
A Tucídides
lo complementa especialmente Diodoro de Sicilia. En la correspondiente parte de
su Historia Universal fue evidentemente aprovechada la exposición de la
historia de la pentecontecia hecha por Eforo. Una serie de importantes nociones
acerca del mismo período proporciona Plutarco en sus biografías de los más
destacados hombres de aquel tiempo: Temístocles,
Arístides, Cimón y Pericles.
La historia
interna de Atenas correspondiente a estos decenios está reflejada en la Constitución de Atenas, de
Aristóteles, y en la República de los
atenienses, del Pseudo-Jenofontes, salida de la pluma de un
ferviente oligarca, enemigo de la democracia ateniense.
Algunas
noticias aisladas pueden extraerse también de las obras de otros escritores,
como los latinos Cornelio Nepote y Justino.
Las nociones
que proporcionan estos autores de la antigüedad permiten afirmar, con toda
seguridad, que para exponer la historia de la pentecontecia, esos autores
acudían a fuentes bastante heterogéneas. El tratamiento que dan a los mismos
sucesos Tucídides, Plutarco, Diodoro y
Aristóteles, no es igual. El que, sin duda, constituye la fuente más de
fiar es incondicionalmente Tucídides.
Como
fuentes de importancia primordial, en cuanto a ese período, sirven también las
inscripciones, los datos numismáticos y los materiales arqueológicos. Entre las
inscripciones, poseen valor especial las listas de los ciudadanos atenienses
caídos en las batallas, los registros de las contribuciones pagadas a Atenas
por los miembros de la alianza naval de Delos, y también algunos decretos de la
asamblea popular ateniense. Sobre la base del conjunto de todos los datos
mencionados, la historia de la pentecontecia puede ser reproducida tan sólo en
rasgos generales.
Muchos
detalles, quizá sumamente importantes, acerca de los acontecimientos de aquel
entonces, están evidentemente perdidos para nosotros. Más incluso en estas
condiciones las tendencias dominantes en el desarrollo histórico del mundo
helénico van perfilándose con suficiente nitidez.
Salida de
Esparta y de sus aliados de la liga helénica
Uno de los
acontecimientos más importantes de la pentecontecia
que, en muchos sentidos, determinó la situación de aquel tiempo, fue la
formación de la alianza o liga marítima de Delos[1],
que se desarrolló hasta el grado de la potencia naval de los atenienses.
La
formación de tal liga naval se vincula directamente con la historia de la
alianza de los Estados griegos, de que ya hemos hablado y que surgiera en el
momento de la invasión de Jerjes, con fines de defensa, común y aunada, contra
el enemigo de su libertad e independencia. En relación directa con los éxitos
bélicos obtenidos por esa alianza en la lucha contra los persas, el número de
sus participantes aumentó considerablemente y siguió creciendo con el ingreso
de nuevos miembros, de ciudades que anteriormente habían permanecido neutrales
o que se habían liberado del poder de la monarquía persa.
Aun cuando
los choques entre griegos y persas continuaron hasta mediados del siglo V a.
C., ya que la llamada paz de Calías[2]
fue hecha en el año 449 a. C., de hecho, después de los triunfos obtenidos por
los griegos en los años 480-479, el carácter de la guerra había cambiado
sustancialmente. Después del descalabro persa en Platea, no quedó en el
territorio de la Grecia balcánica ni un guerrero enemigo, y la iniciativa de la
ofensiva quedó íntegramente a cargo de los griegos. Las operaciones bélicas se
trasladaron al mar, donde asumieron el carácter de escaramuzas y campañas
navales.
Los
distintos Estados griegos afrontaron esa guerra de maneras diferentes. Las
ciudades más desarrolladas, que habían emprendido con anterioridad la actividad
artesanal y el comercio marítimo, y que, en el tiempo que consideramos, ya
poseían una producción de mercancías relativamente elevada, se hallaban
interesadas en la prosecución de la lucha contra los persas.
Era de suma
importancia para ellas nos sólo obtener la superación sobre el enemigo en la
marcha de las operaciones bélicas, sino desalojarlos completamente del litoral
del Asia Menor y de Tracia, pero especialmente de las costas del Helesponto, a
través del cual se efectuaban las relaciones comerciales de muchas ciudades
griegas con las ciudades y países de la cuenca del mar Negro, lo que proveían a
aquéllas de cereales y otras clases de víveres y diferentes materias primas. En
aquel tiempo, las posiciones claves con cuyo apoyo era posible ejercer el
control de aquel estrecho seguían aún en manos de los persas, cuyas
guarniciones se encontraban acantonadas en ciudades como Sestos y Bizancio, en el
litoral de la Propóntide[3],
Eión y Doriscos, en las costas tracias.
Resulta así
que para muchas ciudades griegas la continuación de la guerra contra los persas
era cuestión de su ulterior libre desarrollo económico. Algunas ya habían
obtenido la independencia y procuraban su afianzamiento; otras continuaban aún
bajo el dominio de los persas; pero en ambos casos el futuro de las mismas
dependía enteramente de los éxitos en la lucha contra la monarquía persa, ya
debilitada por los precedentes desastres bélicos.
Entre esas
polis interesadas en la continuación de la guerra se contaban las ciudades
griegas situadas en las costas del Asia Menor y el Helesponto, las ciudades del
litoral tracio y las de los griegos isleños. De manera bien distinta habían
afrontado la perspectiva de continuar las operaciones bélicas, Esparta y muchos
de sus aliados peloponesiacos.
En calidad
del Estado griego más fuerte en tierra firme, Esparta era considerada desde el
año 480 como cabeza oficial de la alianza defensiva helénica. Sin embargo,
Esparta, la agrícola, algo apartada del intercambio comercial griego, se
hallaba interesada en la sucesión de la guerra sólo mientras el enemigo se
encontrara en los umbrales del Peloponeso, amenazando directamente a este
territorio con una invasión.
Por
añadidura, y en comparación con los demás Estados griegos, especialmente con
Atenas, Esparta poseía una flota insignificante y no disponía de la experiencia
necesaria para dirigir las operaciones navales. Dadas todas estas
circunstancias, Esparta era la menos indicada para dirigir la guerra marítima.
En vista de
ello, todas las ciudades interesadas en la continuación de la guerra
comenzaron, como era natural, a agruparse no en torno a Esparta, sino de los
atenienses, quienes ya disponían en ese tiempo de la flota más grande y
poderosa de toda Grecia, la cual se había cubierto de gloria en combates contra
los enemigos.
A
consecuencia de estos hechos fue configurándose una situación que engendraba,
inevitablemente, agudos conflictos internos en la alianza panhelénica: entre
Esparta, apoyada por la antigua confederación peloponesiaca, y Atenas, junto
con las ciudades que la respaldaban.
La
divergencia esencial entre estas dos agrupaciones de polis se manifestó poco
después de la batalla de Micala, cuando la unificada flota griega hubo
regresado a Samos. Hacia aquel tiempo, las ciudades insulares jónicas,
respondiendo a la llamada del rey espartano Leotíquidas, que encabezaba
oficialmente las fuerzas navales de los aliados, se separaron de Persia, de
modo que quedó planteada una cuestión acerca de cómo habría que proceder con
ellas.
A este
respecto, las opiniones de Atenas y Esparta divergieron marcadamente. No
queriendo vincularse con esas ciudades por obligaciones de orden militar, los
espartanos propusieron trasladar a todos sus habitantes a la Grecia europea,
ubicándolos sobre las tierras de aquellas polis griegas a las que se tenía la
intención de castigar por su participación en la guerra del lado de los persas.
Los
atenienses se opusieron resueltamente a tal medida. La intromisión de Esparta
en el destino de las ciudades insulares, a las cuales se hallaban estrechamente
vinculados, no les convenía. En grado aún menor se hallaban interesados en el
traslado de los jonios a la Grecia europea.
La disputa
terminó con el triunfo del punto de vista ateniense, y Samos, Quíos, Lesbos y otras polis insulares entraron a formar
parte de la alianza general. A la vez, los atenienses asumieron la
responsabilidad de afianzar la seguridad de las demás ciudades jónicas situadas
en el mismo litoral del Asia Menor y que continuaban aún bajo el dominio de los
persas.
La flota
griega, a la que se habían incorporado naves de los jonios, zarpó hacia el
Helesponto, para descubrir el puente que había construido allí el rey Jerjes
para el trasbordo de sus huestes hacia la costa europea del estrecho.
En Abidos
se puso en evidencia que tal puente ya no existía: una tormenta lo había
destruido. Entonces los atenienses, apoyados por otras ciudades, empezaron a
insistir en que ya mismo debían emprenderse las acciones bélicas contra las
guarniciones persas que permanecían en los litorales del Helesponto y de la
Propóntide.
Pero
Leotíquidas no sólo no apoyaba la iniciativa de los atenienses, sino que,
enterado de la destrucción del puente, dio su misión por terminada y regresó al
Peloponeso con todas sus naves y con las de sus aliados. Una vez retirado
Leotíquidas, los aliados que quedaron junto al Helesponto, encabezados y
dirigidos ahora por los atenienses, emprendieron el asedio de la bien
fortificada ciudad de Sestos. Y aún
cuando dicho asedio se prologó, hacia comienzos del año 478, los aliados se
apoderaron de la ciudad, tras lo cual regresaron a sus respectivas patrias con
un riquísimo botín de guerra.
Muy pronto
surgió un nuevo conflicto entre Esparta y Atenas. Ya de regreso en el Ática,
después de haber expulsado a los persas, los atenienses encontraron a su ciudad
en ruinas.
Inmediatamente
dieron comienzo al restablecimiento de las casas, de los edificios públicos y
de las murallas y torres defensivas destruidas por los persas.
Fue allí
donde surgió una inesperada dificultad: hicieron su aparición en Atenas
embajadores espartanos con la exigencia de que los atenienses suspendieran los
trabajos de restablecimiento de sus fortificaciones; se basaban en que, en caso
de una nueva invasión de los persas, éstos podrían hacer uso de las murallas y
torres atenienses, como también de las fortificaciones de todas las demás
ciudades griegas situadas fuera del Peloponeso contra los mismo griegos.
La
artificiosidad de tal motivación saltaba a la vista. En realidad, tanto en
Esparta como en las demás ciudades del Peloponeso hostiles a Atenas hacía mucho
que se seguía con recelo el rápido crecimiento del poder y de la influencia de
Atenas. Era claro que si los atenienses, que ya sin ello no tenían rivales ni
pares en el mar, restablecían y ampliaban sus fortificaciones, su Estado se
convertiría en uno de los más fuertes y más influyentes de Grecia, esto es,
ocuparía el lugar que Esparta pretendía para sí desde hacía muchos años.
Pero el
paso emprendido por Esparta no tuvo éxito. Los atenienses respondieron enviando
a su vez a Esparta una delegación encabezada por Temístocles, que
intencionadamente prorrogaba las negociaciones.
En el
ínterin, los atenienses siguieron trabajando día y noche en la erección de las
murallas y las torres, aprovechando como materiales de construcción todo lo que
era posible aprovechar, inclusive las estelas funerarias. Cuando ya se había
erigido más o menos la mitad de las fortificaciones atenienses, dejó de tener
sentido proseguir las negociaciones, y Temístocles así lo dijo, con toda
franqueza, a los espartanos.
Esparta no
se decidió a salir directamente contra Atenas y se vio forzada a renunciar a su
protesta y a asegurar a los atenienses de que, con su intento, sólo había
deseado darles un consejo útil, pero de ninguna manera obstaculizar el
restablecimiento de las fortificaciones.
Este
episodio suministra material complementario para ubicar las relaciones entre
Atenas y Esparta. Entre los grupos democráticos atenienses, encabezados por
Temístocles, tomaba cuerpo la irritación contra Esparta. La democracia
ateniense había alcanzado el predominio político, y a la par de ella se
alineaban también, por decirlo así, los elementos democráticos en las demás
ciudades griegas, mientras que Esparta continuaba siendo el baluarte de las
corrientes más reaccionarias y antidemocráticas en toda Grecia. En estas
condiciones, la colaboración de estos dos Estados dentro de una misma liga era
cada vez más imposible.
En la
primavera del año 478, la flota de los aliados griegos volvió a hacerse a la
mar y reanudó las operaciones bélicas contra el enemigo. Los espartanos habían
sustituido a Leotíquidas por Pausanias, héroe de la victoria de Platea, que a
la sazón era tutor del rey Pleistarcas[4],
menor de edad. Aún cuando la unificada flota griega no contaba con más de
veinte naves espartanas, a Pausanias se le otorgaron los plenos poderes de
comandante en jefe.
Las
operaciones bélicas iban desarrollándose con éxito para los griegos. Se habían apoderado
de Chipre, y después obtenido considerables éxitos junto al Helesponto, donde
tomaron Bizancio. No obstante, iba creciendo entre los aliados el descontento
por la dirección espartana, descontento en el cual la conducta de Pausanias
desempeñó un papel bastante sensible.
Aun cuando
las fuentes de información de que disponemos acerca de su actividad no dejan de
ser en cierto modo tendenciosas, reflejan evidentemente el estado de ánimo
reinante entre muchos aliados.
Se acusaba
a Pausanias de ser grosero y cruel, de que se permitía gritar a los jefes de
otros destacamentos griegos, de que sometía a castigos corporales a los
guerreros griegos, de que se apoderaba infaliblemente de la parte leonina del
botín de guerra. Más una indignación especial la provocó el hecho de que,
después de haberse apoderado de Bizancio, Pausanias diera la libertad a los
prisioneros persas y reclutara para sí una guardia personal de guerreros
persas, comenzara a usar vestidos persas, se rodeara de un excesivo lujo
oriental y, como se llegó a saber, entablara negociaciones secretas con los
persas, en la esperanza de que, con su ayuda, podría obtener en su patria el
poder de tirano.
Es difícil
decir en qué medida tales acusaciones respondían a la realidad, pero la lucha
política en Esparta, a juzgar por todos los indicios, había adquirido en aquel
tiempo una gran agudeza, y Pausanias, al preparar una revuelta política,
realmente podía contar con que hallaría apoyo para sus planes entre los persas.
Sea como fuere, el clima en la flota griega tornábase candente.
Surgió una
conspiración contra Pausanias, cuyos participantes poco faltó para que lograran
echar a pique la nave en que aquél se encontraba. De hecho, la flota griega se
había dividido en dos partes: una, la del Peloponeso, encabezada por Esparta, y
la otra, ateniense-jonia.
La
situación creada incitó a Esparta a suspender en sus funciones a Pausanias y a
sustituirlo por Dorcis, más ello sirvió de muy poco. La enemistad entre los
aliados ya había ido demasiado lejos, y al poco tiempo Dorcis, junto con todas
las naves del Peloponeso y de Esparta, se separó de la flota común griega y
regresó al Peloponeso.
En Esparta
se consideraban a Atenas como culpable principal de la escisión, e incluso se
abrigaba la intención de castigarla mediante un ataque contra el Ática, pero se
impuso un punto de vista más moderado. En el año 478 Esparta, acompañada de
todos sus aliados del Peloponeso, abandonó oficialmente la alianza panhelénica.
Formación de la alianza de Delos
Poco
después de haber salido Esparta y las ciudades del Peloponeso de la alianza panhelénica,
los Estados griegos interesados en continuar la guerra contra los persas
enviaron sus representantes a Delos. En esta isla, en el año 477, en una
especie de congreso de representantes de todos los Estados, se adoptó una
resolución consolidada con un juramento de seguir manteniendo la alianza, la
cual, a partir de entonces, cobró la denominación de alianza o liga de Delos.
Al
comienzo, ésta representaba la unificación de las polis griegas,
independientes, e iguales en sus derechos. Cada uno de los partícipes
conservaba su régimen estatal, su gobierno, su ciudadanía, de manera que los
ciudadanos de cualquiera de las polis de la alianza, por ejemplo, no gozaban de
los derechos de ciudadanía en las otras: no podía adquirir en ellos propiedades
territoriales, etc. La finalidad específica de tal alianza era la prosecución
de la guerra contra los persas para vengarse de las calamidades que éstos
habían ocasionado a la Hélade y para obtener la emancipación de los helenos que
aún permanecían bajo el dominio de aquéllos.
Para llevar
a cabo tales propósitos, los aliados se comprometían a suministrar a la flota
de la liga de Delos una determinada cantidad de navíos de guerra con sus
correspondientes tripulaciones, y a aportar al tesoro federal en Delos, el
foros, contribución en dinero estipulada según principios fijos determinados a
estos efectos, necesaria para cubrir los gastos bélicos comunes. Como órgano
superior de la alianza se designó un consejo federal, compuesto por
representantes de todas las ciudades que formaban parte de la liga, con iguales
derechos de voto, el cual debía reunirse en Delos, antiguo centro de la
anfictionía jónica que se había formado en torno del santuario de Apolo. No se
sabe, sin embargo, si tal consejo se reunía con regularidad o si los atenienses
lo convocaban cuando era necesario.
Imperio ateniense hacia el
450 a. C.
Los
atenienses, como dueños de la flota más grande y poderosa, ocuparon de
inmediato la posición dirigente en esa liga.
Aún antes
de que Esparta abandonara la alianza panhelénica, Quíos, Lesbos y Samos, los Estados insulares más grandes, habían
llamado a Atenas a asumir la supremacía, expresando así su disposición a
someterse a tal dirección. Y ahora se les ofreció a los atenienses el mando de
las operaciones futuras. De hecho, los atenienses, desde la misma fundación de
la liga marítima de Delos, habían comenzado a desempeñar en ella el papel
principal, tanto en las cuestiones financieras como en las de su organización.
Por ejemplo, los estrategas atenienses se habían hecho cargo, íntegramente, de
la recolección del foros entre las ciudades aliadas y de la determinación de
sus respectivas cantidades.
Arístides,
que había regresado a Atenas tras la expulsión, muy pronto, después de la
batalla de Salamina, fue el primero en determinar dicha suma en la cantidad de
460 talentos. Al parecer, para hacer los cálculos se tomaron en cuenta tanto
los reales recursos financieros de las ciudades aliadas como también las
necesidades bélicas de la alianza, que hay que suponerlo se hallaba interesada
en poseer fuerzas navales suficientemente imponentes.
De acuerdo
con algunos cálculos más o menos aproximados, con aquella suma de dinero se
podía mantener por unos siete u ocho meses una flota de hasta 200 trieres con
una tripulación de 200 hombres cada una.
No es muy
claro si esta suma de 460 talentos del foros fijado por Arístides era el
abonado de hecho por los aliados, o sólo el impuesto a ellos según su solvencia
potencial. Probablemente se tratara de esto último, por cuanto en lo sucesivo
los atenienses casi nunca lograron percibir el foros en la medida determinada
por la distribución previa.
En los años
subsiguientes, la suma de tal distribución fue modificada en más de una
oportunidad dentro de límites que oscilaban entre los 410,5 talentos y los
495,5, hasta el año 425, en que la suma general del foros abonada por las
ciudades aliadas se aumentó con motivo de la guerra del Peloponeso, hasta la
suma de 1.300 talentos, es decir, más del doble de la distribución hecha por
Arístides.
En cuanto a
las dimensiones del foros que pagaba cada ciudad, a juzgar por las
inscripciones, las sumas distribuidas fueron redondeadas, clasificándose a las
ciudades en una especie de categorías, según aportaran 300, 400, 500, 1.000,
2.000, 3.000 dracmas, y desde uno hasta 30 talentos. Algunas ciudades figuraban
unos años en una categoría y otros en otra distinta, superior o inferior. Pero
hubo también ciudades que conservaron su categoría hasta los años 425-424.
En cuanto a
la faz estrictamente bélica, la formación
de la Liga de Delos se vio justificada de inmediato. Después de ser
expulsado de Atenas, Temístocles en el año 471, y de morir Arístides, quienes
habían desempeñado papel descollante en la creación y en la organización de esa
alianza, la dirección de las operaciones bélicas pasó a Cimón, hijo de Milcíades, vencedor en la batalla de Maratón. Sin
duda alguna, Cimón era uno de los capitanes atenienses más inteligentes de esa
época.
Bajo su
mando, los atenienses, junto con sus aliados, habían desarrollado activas
operaciones bélicas contra las guarniciones persas que habían quedado aún en el
litoral tracio, de donde era de suma trascendencia desalojarlas, debido a que
allí obtenían los griegos la madera necesaria para la construcción de las naves
de guerra.
Tras
apoderarse de una serie de pequeños puntos en esa costa, los aliados pusieron
sitio a Eyón[5],
el principal y bien fortificado punto de apoyo de los persas, situado en la
desembocadura del río Estrimón. Una vez perdida esa ciudad, los persas se
vieron completamente desalojados de Tracia.
Después,
Cimón, emprendió una exitosa campaña contra la isla de Esciros.
La
conquista de esta isla fue exteriormente rodeada de varios procedimientos
efectistas.
Según la
tradición, allí fue muerto el legendario rey de Atenas, Teseo. Valiéndose de
este recuerdo, los atenienses emprendieron la campaña contra Esciros[6],
llevando por divisa la venganza por la muerte de Teseo. Una vez que los
atenienses y sus aliados se apoderaron de la isla buscaron y descubrieron los
huesos que representarían los despojos mortales de Teseo, y los trasladaron a
Atenas, donde recibieron la más solemne sepultura. A partir de entonces, esa
isla sumamente importante por su estratégica situación pasó a ser posesión
indivisa de los atenienses. La conquista de Esciros era de vital importancia,
puesto que sus habitantes se dedicaban a la piratería, amenazando
constantemente las vías marítimas hacia el Helesponto.
Todas las
ciudades marítimas de Grecia estaban interesadas en la eliminación de esa
amenaza.
Más o menos
simultáneamente, los atenienses habían sometido de forma total a la ciudad de
Bizancio, ya ocupada anteriormente por Pausanias. Apoyados en esos éxitos,
conseguidos en muy poco tiempo, los atenienses y sus aliados se animaron a
emprender una gran campaña contra los persas. El caso es que los éxitos bélicos
de los aliados terminaron por incitar al Gobierno persa a tomar contramedidas.
Los persas equiparon una flota muy grande, de unas 200 trieres, y un fuerte
ejército terrestre, calculando asestar un golpe a los griegos como respuesta a
sus ataques.
Pero Cimón
logró adelantárseles. Una gran escuadra de los atenienses y sus aliados se hizo
a la mar, y junto a las costas del Asia Menor, en la desembocadura del río Eurimedonte, al parecer alrededor del
año 469 (no se halla establecida la fecha precisa), se desencadenó una gran
batalla.
Las
operaciones bélicas se desenvolvieron simultáneamente en el mar y en tierra
firme, debido a que los persas se habían fortificado también en la costa.
Los
guerreros griegos atacaron a los persas y los derrotaron por completo. En la
batalla naval fue destruida la mayor parte de las naves persas. En manos de los
vencedores cayó un enorme botín de guerra.
Poco
después de esta grave derrota, el rey
persa, Jerjes, y su hijo mayor, Darío,
fueron asesinados por un complot de cortesanos y el trono pasó al hijo menor
del rey, Artajerjes[7].
Las acciones bélicas se circunscribieron a las costas de Helesponto, donde se
hallaban aún bajo el poder de los persas las ciudades griegas de la Tróade[8]
y de la Eólida[9],
dos ciudades sobre la costa europea y varias en la asiática. Todas ellas fueron
reconquistadas.
Con la
liberación de estas ciudades, a los aliados se les presentó una importante y
complicada cuestión: cuál habría de ser el
régimen de gobierno de las mismas.
Durante el
dominio persa habían predominado en ellas con más frecuencia las capas
aristocráticas superiores, con cuyo apoyo la monarquía de Susa intentaba
consolidar su dominio sobre el resto de la población.
En la lucha
por la liberación, muchos de los aristócratas persófilos habían caído y otros
habían huido a Persia.
En las
ciudades liberadas había que establecer un nuevo orden político. La supremacía
militar y política de los atenienses determinó que la palabra decisiva en tales
cuestiones comenzara a pertenecerles. Por ejemplo, al liberar la ciudad jonia
de Eritras, los atenienses
introdujeron en ella a su guarnición y, como lo atestigua el decreto de la
asamblea popular ateniense del año 465, que ha llegado hasta nosotros,
establecieron allí un orden político de acuerdo con sus propios deseos.
Fueron
ellos los que determinaron la cantidad de miembros del consejo local y las
obligaciones de cada uno de los mismos. La composición del primer consejo,
evidentemente formado con los partidarios de Atenas, fue determinada por los
plenipotenciarios atenienses, denominados epíscopoi.
Estos
plenipotenciarios, así como los jefes militares de la guarnición que seguía
permaneciendo en Eritras, fueron los
que también en lo sucesivo confirmaron a los funcionarios locales y mantuvieron
bajo su supervisión los órganos de la administración autónoma de la ciudad.
En
situación similar, al parecer, se hallaban otras ciudades, como, por ejemplo, Bizancio, las ciudades del litoral
tracio y otras, en las que, so pretexto de defenderlas contra un posible ataque
enemigo, los atenienses introdujeron sus guarniciones. Todas esas ciudades, que
acababan de ser liberadas, fueron inmediatamente incluidas en la Liga de Delos, debiendo en consecuencia
someterse a la dirección ateniense. Por fin, los atenienses comenzaron a
inmiscuirse en la vida política interna no sólo de las ciudades que iban
liberando sino también en las de sus anteriores aliados de la Liga de Delos.
Transformación de la Liga de Delos en potencia
naval ateniense
Muchas
fueron las causas que empujaron a una gradual transformación de la Liga de
Delos, desde una alianza de polis griega con iguales derechos, que habían
aunado sus fuerzas para la lucha conjunta con el enemigo común, hasta una
potencia naval al servicio de Atenas, dentro de la cual las ciudades aliadas terminaron
por encontrarse, de hecho, en la situación de súbditos atenienses.
Desde la
misma formación de la alianza hubo en favor de Atenas una considerable
supremacía de fuerzas. Y luego, la correlación de fuerzas en la alianza
continuó variando indeclinablemente en favor de los atenienses, en relación
directa con el florecimiento económico de Atenas, con su transformación en el
centro más grande de Grecia, con el desarrollo de la producción de mercancías y
del comercio marítimo.
Al mismo
tiempo, y precisamente durante los años que estamos considerando, en Atenas se
había consolidado definitivamente el régimen estatal de la antigua democracia
esclavista.
Las capas
democráticas en todas las ciudades griegas simpatizaban ardientemente con ese
régimen, de modo que los atenienses tenían siempre por doquier partidarios,
dispuestos siempre a prestarles apoyo.
En ese
proceso de gradual transformación de la Liga
de Delos en potencia ateniense, también jugó su papel el sistema de la
distribución y cobro de los foros, que se había afianzado en la misma Atenas.
Cuando la guerra se hubo prolongado durante un tiempo indeterminado, para
muchísimas ciudades griegas, especialmente para las pequeñas, se tornó
sumamente gravoso mantener sus propias naves y a los ciudadanos que formaron
las respectivas tripulaciones, en un estado de permanente reparación bélica.
Para estas ciudades se sustituyó desde el mismo comienzo de las operaciones
bélicas la provisión de hombres y de naves por la paga del foros.
Este
sistema resultó muy ventajoso tanto para estas ciudades como para los
atenienses, que, como ya sabemos, habían tomado en sus manos la distribución y
el cobro de los foros.
Como
resultado, los aliados quedaron divididos en dos categorías: los que mediante
sus propias fuerzas militares tomaban parte directa en las operaciones bélicas
y los que sólo abonaban cuotas en dinero. De hecho, tales cuotas estaban a
entera disposición de los atenienses, quienes así podían construir
continuamente nuevas naves, que pasaban a engrosar una flota que ya sin ellas
era muy grande. De esta manera, el poder naval de Atenas fue creciendo de año
en año, y muy pronto los atenienses dejaron de tener iguales en el mar Egeo.
Las
consecuencias del crecimiento del poder de Atenas no tardaron en manifestarse.
Los atenienses comenzaron a inmiscuirse con creciente frecuencia en los asuntos
internos de las ciudades aliadas, exteriorizando una tendencia a someterlas a
su control universal, omnímodo.
La
transformación de la Liga de Delos en una unión estatal centralizada,
encabezada por Atenas, se puso en evidencia como una finalidad completamente
consciente y principal de la política ateniense.
Estas
aspiraciones e intenciones de Atenas tenían determinada y definida base
histórica. El crecimiento de la producción de mercancías observado durante los
años de la pentecontecia, la intensificada comunicación entre las ciudades, las
correlaciones políticas, la lucha contra el enemigo común durante un tiempo
prolongado, todo ello engendró tendencias unificadoras, innovadoras para la
vida político-social de Grecia, una de cuyas expresiones no puede dejar de
verse en el mismo hecho de la formación de la Liga marítima de Delos.
No
obstante, tales tendencias fueron desarrollándose dentro de un cúmulo de
circunstancias sumamente contradictorias, entrando en colisión a cada paso con
el apego a la autarquía, tan característica de todas las polis griegas, y con la
inclinación al particularismo político.
Dentro de
tales circunstancias, la política que iba desarrollando Atenas no podía dejar
de provocar oposición por parte de las ciudades que aún tenían en mucho su
independencia. No era raro que el asunto llegara a provocar serios conflictos
entre Atenas y sus aliados. En tales ocasiones, todas las ventajas estaban del
lado de los atenienses.
Las
ciudades aliadas se encontraban separadas por el mar, cuyo dominio pertenecía
íntegramente a la flota ateniense. Les resultaba por esto difícil unificar sus
fuerzas para actuar en conjunto contra Atenas, y las tentativas aisladas de
salir de la Liga con el fin de verse libres de la dependencia de Atenas que
gravitaba sobre ellas eran inmediatamente reprimidas.
En esos casos,
los atenienses no se detenían ante las más decididas e incluso tajantes
medidas. Enviaban su flota contra el aliado que había exteriorizado la
intención de separarse, desembarcaban en su territorio, introducían en las
ciudades sublevadas sus guarniciones, temporales o permanentes, confiscaban las
tierras a los ciudadanos locales y las poblaban con sus colonos armados, los clerucos[10],
aplastaban con las armas toda resistencia.
Se conocen
no pocos ejemplos de conflictos armados entre Atenas y las ciudades aliadas.
Aún antes de la batalla del Eurimedonte[11],
Naxos[12]
intentó desligarse de la alianza. Era ésta una polis que había conservado,
después de ingresar en la Liga de Delos, sus fuerzas navales-militares y no
pagaba el foros.
Atenas no
tardó en enviar contra los naxiotas su armada, iniciando operaciones bélicas y
obligándoles a capitular. De acuerdo con las condiciones de esta capitulación,
los habitantes de Naxos tuvieron que entregar su flota a Atenas y pagar, en lo
sucesivo, todo el foros.En el año
465, otra isla, la de Tasos[13],
intentó también separarse de la alianza. Los atenienses le habían quitado sus
posesiones en la costa tracia y sus yacimientos auríferos. Cuando Tasos se
sublevó, los atenienses enviaron contra ella su flota, derrotaron a sus habitantes
en un combate naval, desembarcaron en la isla y pusieron sitio a la misma
ciudad de Tasos. Esparta, sumamente alarmada por el crecimiento del poderío
ateniense, se dispuso a salir en su ayuda.
Los
espartanos ya estaban preparándose para la campaña, con la intención de invadir
el Ática; evidentemente, lo hubieran hecho si no se lo hubiera impedido un
terremoto como no se recordaba otro, que no dejó en pie en Esparta más de cinco
casas. De la confusión y la zozobra provocadas por esta tragedia se aprovecharon
los ilotas espartanos, quienes levantaron la insurrección más grande de la
historia de Esparta. En tales condiciones, los espartanos ya no podían pensar
siquiera en una campaña contra los atenienses y se vieron forzados a renunciar
a su intención de prestar ayuda a Tasos. Abandonada a sus propias fuerzas, la
isla cesó muy pronto en su resistencia. Los atenienses exigieron a Tasos que
renunciara para siempre a sus posesiones en la costa tracia, entregara las
naves de guerra que le habían quedado, pagara una contribución de guerra y
desmantelara y demoliera sus murallas y torres.
En este
sentido, es también muy significativa una inscripción ateniense que data de los
años 446-445, conservada hasta nuestros días. Se trata de un decreto de la
asamblea popular ateniense que atañe a la situación de la ciudad de Calcis
(Eubea), después de la represión hecha por los atenienses contra los que habían
intentado separarse de la Liga de Delos. De acuerdo con ese decreto, todo
ciudadano de Calcis debía prestar juramento de que no se sublevaría «contra
el pueblo ateniense ni de hecho ni de pensamiento ni de palabra; que
desobedecería al que se sublevare, y que, si alguien lo hiciere, lo comunicaría
inmediatamente a los atenienses». Más aún, todo ciudadano de Calcis «se
comprometería a pagar el foros, ser aliado honesto y fiel del pueblo de Atenas,
prestarle ayuda, defenderlo y obedecerlo».
Después de
haber sido castigadas Naxos, Tasos,
Calcis y otras ciudades, solamente Lesbos,
Quíos y Samos continuaron conservando, dentro de la alianza, fuerzas
bélicas propias.
Es de
lamentar que ninguno de los escritores de la antigüedad suministre enumeración
completa de las ciudades que formaban parte en aquel entonces de la Liga en
cuestión. A juzgar por algunos testimonios aislados, y también por algunas
inscripciones atenienses que han llegado hasta nuestros días, estaban en la
alianza la mayor parte de las ciudades griegas insulares y costeras del Egeo; a
saber, las Cícladas jonias y Eubea (a comienzo con la excepción de Caristos);
las ciudades jonias y eolias de la costa occidental del Asia Menor; las islas
adyacentes a esta costa hasta Rodas; la mayor parte de las ciudades de las
costas del Helesponto y de la Propóntide.
Después de
las campañas de Cimón fueron incluidas en la alianza las ciudades carias y licias de las costas del Asia Menor. Algunas de éstas no quisieron
incorporarse a la Liga y ofrecieron una resistencia que fue rápidamente
aplastada.
La cantidad
total de ciudades incorporadas a la alianza superó de esta manera los dos
centenares y medio, pero esta cifra no fue permanente, sino que sufrió
oscilaciones. Así, durante la gran sublevación de los aliados organizada por
Samos en el 440-439, de la que hablaremos más adelante, se separaron casi todas
las ciudades carias, pero durante los mismos años, una serie de pequeñas
ciudades que antes no habían sido consideradas autónomas fueron elevadas a la
categoría de aliados durante la distribución del foros. Tal como suponen
algunos hombres de ciencia, basándose en una inscripción que enumera las
ciudades que pagaban a Atenas el foros en los años 425-424, también llegaron a
formar parte de la alianza algunas ciudades situadas en las costas del mar
Negro, las que formaban un distrito especial, designado como «el del Ponto Euxino».
Los
atenienses dividieron el territorio de la Liga de Delos, primeramente en tres
distritos tributarios, y a partir del 443-442, en cinco: Jonia, Helesponto, Tracia, Caria e Insular.
Posteriormente,
al parecer alrededor del año 437, los distritos jonio y cario fueron
fusionados, formando uno solo. Fuera de esos distritos solamente quedaron las
islas ya mencionadas de Samos, Quíos y Lesbos, en calidad de Estados que
seguían conservando sus propias fuerzas armadas y su autonomía, y que no pagaban
el foros.
A la cabeza
de cada distrito fueron puestos unos plenipotenciarios o comisarios atenienses
llamados epíscopoi, los que llevaban a cabo la inspección general sobre
las ciudades que integraban su distrito, y controlaban el pago del foros por
las mismas. La distribución del foros era revisada cada cuatro años, con el fin
de aumentar o rebajar las cuotas de cada una de las ciudades gravadas. Para tal
objeto, la asamblea popular ateniense elegía funcionarios especiales, dos para
cada distrito, cuya obligación era establecer con claridad y precisión los
recursos de las ciudades gravadas con el foros.
Solamente a
algunas ciudades, principalmente a las pertenecientes al distrito tracio, les
fue otorgado posteriormente, en calidad de privilegio especial, el derecho a la
distribución autónoma del foros, pero el número de tales ciudades no fue de más
de once.
La
distribución del foros era confirmada en forma definitiva por cuatro años en
Atenas, en el orden legislativo, por un tribunal compuesto por 501 ciudadanos-jurados
(en algunos casos especiales, por 1.501 jurados). Ante las sesiones de estos
tribunales podían presentarse los representantes de las ciudades aliadas, con
sus quejas y peticiones, pero el aceptar dichas quejas y el tomar en
consideración las peticiones dependía, pura y exclusivamente, del criterio de
los jurados atenienses, del resultado de sus votaciones.
Después de
haber sido confirmada la distribución, las ciudades aliadas estaban obligadas a
entregar anualmente en el mes de marzo en las grandes fiestas dionisiacas la
parte correspondiente de foros con que habían sido gravadas. Las pequeñas
ciudades cercanas unas a otras solían aunarse para pagar un foros conjunto,
formando uniones llamadas sintelias.
Los aportes
de todas las asociaciones de dichas sintelias eran depositados por la ciudad
que las encabezaba en el tesoro de la Liga. Aún en el año 454-453, el tesoro
fue trasladado, después de la derrota de los atenienses en Egipto, a Atenas,
con el pretexto de que era inseguro conservarlo en Delos.
Tal
traslado del tesoro, de Delos a Atenas, constituyó un jalón en el camino de la
transformación de la Liga en una potencia ateniense. Como lo atestiguan los
fragmentos conservados de algunas inscripciones atenienses de aquellos tiempos,
la sexagésima parte del total de los aportes anuales efectuados por los aliados
era descontado por los atenienses para el tesoro sagrado de la diosa Atenea.
Dicho
tesoro representaba una especie de fondo de reserva del Estado ateniense.
En los
casos en que, por una resolución de la asamblea popular, se extraían sumas
asignadas a cubrir algunas necesidades del Estado, se las consideraba como
préstamos que debían ser devueltos junto con los correspondientes intereses. «Las deudas a la diosa Atenea» y los
respectivos intereses eran pagados por los atenienses, también con los dineros
que se recababan de los aliados. Muy pronto los atenienses comenzaron asimismo
a disponer de la parte restante de esos dineros, como si fueran de su
propiedad.
Hasta
nuestros días han llegado ecos de polémica entablada en la asamblea popular
ateniense en la que se consideraba el destino de los foros que los aliados
pagaban.
Cuando
Pericles comenzó a gastarlos no sólo para necesidades militares, sino también
para la construcción de templos en Atenas y para la erección de estatuas obras
que proporcionaban ganancias a muchos ciudadanos indigentes, sus adversarios
del campo oligárquico se lo reprocharon echándole en cara su despótica actitud
para con los aliados. «El pueblo
ateniense gritaban está perdiendo el respeto entre los helenos..., toda la
Hélade considera que con ella se está cometiendo simplemente una violencia y
que se la trata despóticamente; ... los helenos están viendo que los medios que
se recaban de ellos por la fuerza a los fines de sostener una guerra, los
estamos despilfarrando para que, a semejanza de una mujerzuela disoluta,
nuestra ciudad pueda cubrirse de oro y de piedras preciosas, estatuas y
templos, que cuestan millares de talentos.» A todo ello, Pericles respondió
que los dineros no pertenecen al que los paga, sino al que los recibe, y que «los atenienses no están obligados a rendir
cuentas a sus aliados sobre la manera de gastar el dinero, por cuanto combaten
por ellos y rechazan los ataques de los enemigos» (ibíd.).
Triunfó en
la disputa el punto de vista de Pericles y de sus partidarios. De esta manera,
las cuotas pagadas por los aliados se convirtieron en parte integrante del
presupuesto nacional de los atenienses, y éstos controlaban con toda atención
la rigurosa percepción de las mismas. Las ciudades que se atrasaban en el pago
de las cuotas eran castigadas con multas, aplicadas en forma del aumento de un
tanto por ciento del foros que les correspondía integrar. Para el cobro de las
morosas, se enviaban a las ciudades aliadas recaudadores especiales, los cuales
eran a menudo acompañados por escuadras bajo el mando de uno o varios
estrategas, y los atenienses descargaban sobre las cabezas de los deudores
severas represiones.
Después de
la llamada paz de Calías, en el año
449, cuando cesó la guerra contra los persas, por cuyo motivo fuera creada la
alianza, la ulterior existencia de la misma dejó de ser justificada en la
opinión de muchos aliados. Sin embargo, los atenienses no sólo no disminuyeron,
sino que, por lo contrario, aumentaron las exigencias que presentaban a los
aliados. Además del foros, las ciudades aliadas tenían que tomar parte en todas
las guerras que hacía Atenas, prestarle toda clase de ayuda y obedecer
resignadamente al control político por ella ejercido.
Las
relaciones entre Atenas y las ciudades aliadas se basaban formalmente en parte
sobre tratados y en parte sobre las resoluciones de la asamblea popular
ateniense.
Esos
tratados y resoluciones no guardaban un contenido homogéneo, y menoscababan en diferentes
grados la independencia de las polis aliadas. Algunas
polis solitarias Lesbos, Quíos, Samos (antes de su sublevación contra Atenas en el año 440),
gozaban de autonomía en sus asuntos internos, hasta el punto de que en las
mismas podía existir un régimen oligárquico. En la mayoría de las otras
ciudades aliadas, los atenienses instauraban el orden político que les
convenía. Como ya sabemos, los atenienses se orientaban, al hacerlo, hacia los
elementos democráticos que, por lo menos al principio, los apoyaban
incondicionalmente.
Por causas
bien comprensibles, los partidarios de la oligarquía eran abiertamente hostiles
a Atenas, al régimen político que se había afianzado allí y a la Liga
ateniense. Sus simpatías estaban íntegramente del lado de Esparta y de la
confederación del Peloponeso, con cuya ayuda pensaban restablecer la
independencia de sus respectivas polis. Es muy significativo que Esparta
saliera invariablemente contra Atenas bajo la consigna de «liberar a las ciudades griegas del despotismo ateniense». Resulta
así que la lucha entre las agrupaciones democráticas y oligárquicas de que
estaba penetrada la vida política de todas las polis griegas se había
manifestado también, de modo bien definido, en las relaciones entre las uniones
de dichas polis.
La
totalidad del mundo helénico quedó escindido en dos campos hostiles, y en toda
ciudad griega, al margen de la unión de que formaba parte, los demócratas se
orientaban hacia Atenas, al tiempo que los oligarcas lo hacían hacia Esparta.
En cada caso
en que los atenienses no abrigaban plena seguridad sobre la solidez de su
influencia sobre tal o cual de las ciudades aliadas, la colocaban bajo su
directo control administrativo. Además de los embajadores extraordinarios,
investidos de plenos poderes, en las fuentes de que disponemos se hace mención
de unos arcontes atenienses con sede en las ciudades aliadas, sin funciones
definidas. Evidentemente, se trataba de gobernantes sui generis de esas
ciudades.
Un papel
esencial en la afirmación del poder ateniense ejercido sobre los aliados lo
seguían desempeñando los clerucos,
quienes llenaban la función de guarniciones atenienses en el territorio de la
alianza. Esta clase de guarniciones existía en las islas de Lemnos, Imbros, Naxos y Andros, en Sínope sobre el mar Negro, y en muchos otros lugares. En total,
durante los años de la pentecontecia fueron enviados a las cleruquías más de
10.000 ciudadanos atenienses. La tierra que se les destinaba era generalmente
arrebatada a las ciudades aliadas mediante la fuerza, aunque a veces se hacía
mediante un acuerdo; por ejemplo, a cambio de la disminución de foros.
Para los
aliados resultaba sumamente pesada la limitación de su autonomía en el ámbito
jurídico. Al mismo tiempo, los atenienses comenzaron a limitar la jurisdicción
de los aliados también en otros asuntos.
Algún
tiempo más tarde, todas las causas de los ciudadanos en las ciudades aliadas
que hubieran podido acarrear la privación de los derechos civiles, la expulsión
y la pena capital, pasaron a la jurisdicción de los tribunales atenienses.
Comenzaron a ventilarse en Atenas los más grandes procesos civiles de los
aliados, de manera que en la jurisdicción de los tribunales locales sólo
quedaron los pleitos por contravenciones menos importantes y las demandas judiciales.
Las ciudades aliadas sólo conservaban una jurisdicción propia más amplia en los
casos especialmente estipulados en los tratados con Atenas.
Paralelamente
con el control político y militar, los atenienses empezaron a ejercer también
el control económico. Casi inmediatamente después de haberse constituido la
alianza, la moneda ateniense habría cobrado tan amplia difusión de todas las
ciudades aliadas, que la moneda local redujo su circulación únicamente al
mercado local.
Para lo
sucesivo, la moneda ateniense había conquistado un completo dominio, y en el
año 434 la asamblea popular ateniense promulgó un decreto que prohibía a las
ciudades aliadas la acuñación autónoma de monedas de plata.
Por cierto
que este decreto no era observado en forma rigurosa y, por ejemplo, se sabe que
en Quíos se continuaba acuñando moneda propia, a la que se podía hallar en todo
el litoral del Asia Menor.
En virtud
de ello, en el año 420, esto es, ya durante la guerra del Peloponeso, la
asamblea popular ateniense promulgó un nuevo decreto mediante el cual se
ordenaba realizar en todas la ciudades aliadas el canje de la divisa en
circulación por dinero ateniense; mas, dado que en aquel momento la potencia
ateniense ya estaba girando hacia su decadencia, tal decreto no alcanzó a ser
realizado completamente. Difusión universal en la Liga obtuvieron las unidades
de pesas y medidas aceptadas en la misma ciudad de Atenas.
También fue
sometido al control ateniense el comercio de las ciudades aliadas, lo cual
proporcionaba no pocas ventajas a los mercaderes de Atenas. Así, los atenienses
habían establecido, por ejemplo, un permanente control sobre las cargas de
víveres y de cereales que se transportaban, a través del Helesponto, desde los
países adyacentes al mar Negro.
Dichas cargas
eran distribuidas entre las ciudades aliadas sólo por mano de los atenienses.
Algo más tarde, ya durante los años de la guerra del Peloponeso, los atenienses
establecieron su propia aduana, en el punto más angosto del estrecho del
Bósforo, junto a Crisópolis[14],
y comenzaron a cobrar derechos aduaneros a toda nave que llegaba desde el mar
Negro o que se dirigía al mismo, a razón del 10 por 100 del valor de la carga
transportada.
Tomando en
cuenta todas las mencionadas particularidades de la política ateniense con
respecto a sus aliados, sería, sin embargo, incorrecto considerar que se
basaban meramente en la coerción. La alianza llevada a bajo la hegemonía de
Atenas había acercado a muchas ciudades entre sí. Entre todas ellas y Atenas se
había establecido una colaboración y una comunicación económica más estrechas.
El dominio
ateniense en el mar había tornado más fáciles y más seguras las relaciones
comerciales entre los aliados, y las soluciones centralizadas de los conflictos
que surgían en el proceso de tales relaciones iban consolidando los vínculos
comerciales. Como resultado, el bienestar de muchas ciudades aliadas había
ascendido. La política llevada a cabo por Atenas, esto es, la implantación de
estas ciudades del orden democrático, también había cobrado valor y
significación por cuanto se trataba de las formas más progresistas de
estructuración política para la época esclavista.
Sin
embargo, todas estas facetas positivas de la unificación entraban en
contradicción con las insistentes tendencias de los atenienses a someter por
completo a su poder a sus aliados y a elevar su propio bienestar a costa de
ellos y de la explotación de los mismos. Al mismo tiempo, la incontenible
política exterior expansionista de Atenas, orientada a ensanchar más aún las fronteras
de su Liga mediante la incorporación a la misma de nuevas ciudades, no podía
dejar de provocar la reacción y la resistencia de estas últimas, como también
de Esparta y de la Liga del Peloponeso, amedrentados por el crecimiento del
poderío ateniense. En estas condiciones, la tendencia nacida, en Grecia, hacia
unificaciones que superaban los marcos de una polis tomó formas que no podían
ser de larga duración.
Próximo Capítulo: Pericles
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[1] Esta organización fue una confederación
marítima, creada y controlada en un principio por el estadista ateniense Arístides
(que redactó los estatutos y la puso en marcha), en el 477 a. C., al
finalizar las Guerras Médicas, con el fin de poder defenderse de posibles y
nuevos ataques por parte de los persas.
[2] La Paz
de Calias otorgó autonomía a los Estados jónicos del Asia Menor, prohibió
el asentamiento de gobernadores de provincias persas en la costa del mar Egeo,
y prohibió la navegación de barcos persas por este mar. Atenas se comprometió a
no interferir con las posesiones persas en Asia Menor, Chipre o Egipto.
[3] Nombre dado antiguamente al mar de
Mármara, hoy mar Negro.
[4] Rey de Esparta 480 a 458 antes de Cristo. Hijo de Leónidas I y Gorgo. Para la primera parte de su reinado, su
primo Pausanias, actuaba como regente, ya que él era menor de edad.
[5] Colonia en Tracia (Macedonia). Es
mencionado en Tucídides " Historia de la Guerra del Peloponeso como
un lugar de importancia estratégica considerable para los atenienses durante la
guerra del Peloponeso.
[6] Esciro es una isla griega del mar Egeo una de
las Espóradas, al este de Eubea en la ruta hacia el Ponto. Está formada por dos
partes (norte y sur) dividida por un istmo.
[7] Artajerjes
era el segundo hijo de
Jerjes y la reina Amestris. Su padre Jerjes murió asesinado por Artabano, un
oficial de la corte, en el año 465 a. C.; Artajerjes tendría por aquel entonces alrededor de veinte años. Las
fuentes nos dicen que Artajerjes, engañado por Artabano, mató a Darío
(primogénito de Jerjes) creyéndolo asesino de su padre, pero luego ejecutó a
los verdaderos culpables.
[8] Tróade es el nombre de la antigua región en la zona costera
de Misia, situada al noroeste de Asia Menor
(Anatolia)
[9] La Eólida o Eolia es una
región situada en la llamada Grecia asiática, se estableció en la reunión de
los estrechos; limitaba al norte con el litoral del mar Negro, constituido por
enlaces montañosos continuos, y al sur con el estuario del río Hermo.
[10] Los clerucos eran ciudadanos
pobres que recibían un lote de tierra (klêros), que solía ser suficiente
para sustentarse como hoplitas, en territorios sometidos y confiscados a los
primitivos habitantes, constituyendo guarniciones permanentes de la ciudad que
los enviaba.
[11] Junto a su desembocadura tuvo lugar la
famosa batalla del Eurimedonte, en torno al 467 a. C.
[12] Naxos es una isla griega del mar Egeo, que pertenece al archipiélago
de las Cícladas.
[13] Tasos es una isla griega enclavada en la parte más
septentrional del mar Egeo cercana a la costa tracia
[14] Crisol (Chrisopolis) fue una antigua ciudad de la
costa occidental de Bitinia , en el Bósforo , un poco al norte de Calcedonia
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