CAPÍTULO
XV
LA HEGEMONÍA
DE ESPARTA
A fines del
379 a.C., se instauró en Tebas una democracia, la cual contribuyó a la
extensión de los ideales federalistas. A medida que se iba extendiendo el poder
tebano, se instauraba en Beocia una novedosa Confederación democrática, llamada
oficialmente “Koinon”. Al frente de la Confederación se situaba un arconte
federal, cargo de escaso poder al que correspondían principalmente labores
ceremoniales y representativas. De los once distritos con que contaba la
anterior Confederación oligárquica, posiblemente fueron suprimidos ahora los
dos de Tespias y los dos de Orcómeno como castigo a su resistencia. Habría por
tanto el mismo número de distritos que de beotarcos: Siete. Cuatro beotarcos
corresponderían a Tebas, uno a Tanagra, y los otros dos se repartirían entre
las pequeñas ciudades de Beocia.
La comandancia suprema del ejército recaía
sobre uno de los beotarcos tebanos. En campaña, los beotarcos formaban un
consejo de guerra en cuyo seno discutían las estrategias, de modo que las
decisiones más importantes se tomaban por mayoría. Los beotarcos disfrutaban de
un buen número de prerrogativas no militares, como los poderes probuléuticos.
Podían presentar proyectos a la Asamblea e introducían a los embajadores ante
la misma. Podían emprender acciones judiciales y arrestar a los sospechosos de
subversión. Manejaban además fondos públicos. Eran responsables ante el
tribunal federal, y estaban sujetos a la rendición de cuentas y a la deposición
del cargo.
La nueva
Confederación beocia contaba con una asamblea federal inspirada en la
ateniense. Tenía un carácter primario y democrático, pues estaba abierta a
todos los ciudadanos beocios sin restricción censitaria alguna. Las reuniones
de la asamblea tenían lugar normalmente en Tebas, por lo que este órgano tendía
a ser en realidad un instrumento del poder tebano. La asamblea decidía en
materia legislativa y de política exterior, y al menos en una ocasión juzgó a
los culpables de una conspiración oligárquica. Pascual González infiere la
existencia de un consejo federal en el seno de la Confederación beocia a partir
de numerosos indicios, como su existencia en época anterior y posterior, la
influencia democrática ateniense, la necesidad de un órgano que preparase las mociones
a aprobar por la asamblea, y el hecho de que los culpables del asesinato de
Eufrón de Sición fuesen juzgados por un misterioso consejo, que quizás era el
federal o tan sólo un consejo local. Las infracciones contra las leyes
federales eran dirimidas por un tribunal, el cual se componía de varios cientos
de ciudadanos beocios elegidos probablemente por sorteo. El tesoro federal se
encargaría, entre otras funciones, de acuñar la moneda beocia, que en este
período procedía únicamente de la ceca tebana. Existía una uniformidad entre
las constituciones locales y la federal, de modo que todas las ciudades beocias
disponían de un régimen democrático articulado por medio de un colegio de
polemarcos, un consejo, una asamblea y un arconte.
El ejército beocio
Las
principales magistraturas militares eran anuales y dependían de la elección
efectuada por la asamblea federal. La más alta jefatura del ejército beocio era
ejercida por un colegio de siete beotarcos. La comandancia en jefe recaía
siempre sobre un beotarco tebano. En las expediciones figuraban siempre varios
beotarcos y nunca uno solo. La infantería beocia se dividía en batallones de
unos trescientos hoplitas. Al mando de cada batallón estaba un “lochagos”. El
distrito constituía la base del reclutamiento. Gozaba de especial prestigio el
llamado “batallón sagrado”, compuesto por trescientos jóvenes escogidos que
combatían por parejas, el equivalente de los modernos binomios. Este cuerpo fue
organizado por Górgidas hacia el 378 a.C., y es probable que sus miembros
estuviesen unidos por vínculos homosexuales. Se trataba de un cuerpo
profesionalizado que en tiempo de paz guarnecía la Cadmea y en época de guerra
ocupaba la vanguardia del ejército, reforzando así el empuje de los
soldados-ciudadanos. En el 375 a.C. el “batallón sagrado” mostró su capacidad
de penetración en la falange contraria al destrozar dos “moras” lacedemonias en
Tegira. Este batallón se convirtió en el brazo ejecutor de la táctica de línea
oblicua de Epaminondas. Las expediciones militares beocias solían contar cuanto
menos con unos siete mil soldados. El entrenamiento constante hizo ganar
renombre a la falange beocia.
La rica aristocracia terrateniente de Beocia engrosaba la caballería, que
seguía de cerca en estima a la caballería tesalia. Un hiparco federal estaba al
frente de la caballería, que se dividía en escuadrones de unos treinta y cinco
jinetes. Cada escuadrón estaba bajo el mando de un hilarca. En las expediciones
militares beocias solía haber unos setecientos jinetes. El hermanamiento entre
dos combatientes también se aprecia en el caso de la caballería, pues cada
jinete podía transportar hasta las filas enemigas a otro soldado que luego
combatía a pie junto a él. Es probable que Beocia mantuviera un cuerpo especial
de infantería ligera, continuador de los “psilos” del siglo anterior. Entre los
aliados que aportaban contingentes a las tropas beocias solían estar los
tesalios, los eubeos, los locrios, los focidios, los melieos y los enianos. La
responsabilidad de la flota beocia recaía sobre un navarco al cual estaban
subordinados los trierarcos. Beocia no mostró excesivo interés por convertirse
en una potencia naval, de modo que su número de barcos era escaso.
Los tebanos extrajeron importantes enseñanzas de los nuevos modos de lucha
practicados en Grecia. Parecía que la batalla campal había dado paso a la
destrucción del poder de una ciudad mediante la coerción económica y la
devastación sistemática de su territorio. Los tebanos, en los años de las
expediciones lacedemonias (378-377 a.C.), no quisieron refugiarse tras los
muros de su ciudad, sino que adoptaron un sistema de defensa territorial basado
en medidas poliorcéticas extensas y en los ágiles movimientos del ejército.
Entre los años 376 y 371 a.C., los tebanos desarrollaron una auténtica guerra
de guerrillas contra las demás ciudades beocias, llevando a cabo incursiones
constantes que derivaron en un robusto adiestramiento. Las batallas de Leuctra
y Mantinea revelaron el éxito de las innovaciones tácticas y estructurales
introducidas en el ejército beocio, entre las cuales podemos destacar la
utilización revolucionaria de la caballería, la concentración de tropas en el
ala izquierda y el ataque en orden oblicuo. El que la caballería iniciase su
carga justo desde delante de la zona central de la propia falange tenía como
finalidad el derrotar prontamente a la caballería contraria para que ella misma
se replegase sobre su propio ejército, introduciendo en él la confusión.
Conseguido esto, la caballería beocia acudía a defender el endeble flanco
derecho del ejército propio. Los beocios optaron por aumentar enormemente la
profundidad del ala izquierda de la falange, llegando hasta los cincuenta
escudos de fondo. El ataque oblicuo consistía en hacer avanzar rápidamente y de
forma oblicua el ala izquierda del ejército, intentando romper la línea
adversaria antes de que el ala derecha propia chocase con la falange enemiga.
El ejército beocio de esta época fue una de las culminaciones del ejército
hoplítico griego de ciudadanos soldados.
Instrumentos aliancísticos y represores de la hegemonía tebana
Para poder
desempeñar una función hegemónica en el conjunto de Grecia, Tebas intentó
asegurarse la fidelidad de todas las ciudades beocias, recurriendo para ello a
diversos instrumentos aliancísticos y represores. Mientras que las ciudades que
se sometieron voluntariamente al poder tebano pudieron conservar su
representación política y sus murallas, las ciudades desafectas fueron
severamente castigadas. En el 373 a.C., los tebanos arrasaron la ciudad de
Platea, expulsaron de Beocia a su población y se anexionaron su territorio. Los
tespieos (famosos por su valerosa participación en la batalla de las Termópilas
del 480 a.C. frente a los persas), se retiraron del bando tebano en la batalla de
Leuctra antes de combatir, por lo que fueron expulsados de Beocia y desposeídos
de su territorio. Orcómeno fue incluida en la nueva Confederación beocia en el
370 a.C., y perdió su representación en los órganos federales. El odio tebano
hacia Orcómeno explotó en el 364 a.C., momento en que los caballeros orcomenios
participaron en una conspiración oligárquica. Por entonces los tebanos mataron
a muchos de los habitantes de Orcómeno, esclavizando a otros y expulsando a los
restantes. Quizás el territorio orcomenio fue repartido entre las ciudades
vecinas. Posiblemente Beocia aprovechó su creciente poderío militar para
anexionarse varias ciudades locrias. También Oropo cayó bajo su poder desde el
366 a.C. Más de la mitad del ampliado territorio federal beocio pertenecía
directamente a Tebas. Pascual González señala que la dura política represora
llevada a cabo por Tebas dañó seriamente la capacidad demográfica de la
Confederación.
Hay dudas
acerca de si los tebanos quisieron cambiar o no las constituciones de sus
estados aliados fuera de Beocia. Struve indica que en Acaya los beocios
contribuyeron incluso con guarniciones a la implantación de regímenes
democráticos. Pero cuando poco después fue restablecida la oligarquía en Acaya,
los tebanos se abstuvieron de realizar una nueva intervención en esta región.
Sruve considera que la política tebana durante su período hegemónico estuvo en
gran parte dirigida a favorecer la autonomía de las distintas regiones griegas
bajo regímenes preferentemente democráticos. Lo cierto es que los beocios
renunciaron a la imposición de tributos sobre las ciudades foráneas, lo que
habla en favor de su afán liberalizador. Entre los pilares sustentadores de la
hegemonía tebana estuvieron el diseño de un sistema de alianzas y el establecimiento
de unas pocas guarniciones en rutas y centros estratégicos. Los tratados de
alianza impulsados por Tebas incluían la prohibición de hacer la paz por
separado y la obligatoriedad de aportar contingentes a las expediciones
militares beocias, cuanto menos en el caso de que Beocia fuese la atacada. El
incumplimiento de los pactos era considerado una traición, y suscitaba una
reacción de castigo por parte del ejército beocio. El recurso de los tebanos a
las guarniciones no fue muy frecuente ni constante. Estas guarniciones tenían
como fin el garantizar la fidelidad de las ciudades aliadas o ayudar a las
mismas frente a peligros exteriores. Lo normal es que cada ciudad conflictiva
recibiera una guarnición beocia de unos trescientos hombres, es decir, un batallón.
Las facciones políticas tebanas
Durante la
efímera primacía tebana hubo en la vida interior de Beocia duros
enfrentamientos entre distintas facciones políticas. La principal facción
tebana se vertebró en torno a los dos grandes generales beocios, Epaminondas y
Pelópidas. En el origen de este grupo podemos ver a los trescientos desterrados
tras el golpe filolaconio del 382 a.C., así como a Górgidas y a parte del grupo
que lideraba Carón. Esta facción impulsó el establecimiento de una constitución
democrática en las ciudades beocias y en la Confederación. Se trataba de
demócratas moderados, lo que quedaba confirmado por el hecho de que se
opusieron a la destrucción de Orcómeno y a la imposición de regímenes
democráticos en los estados aliados. Epaminondas y Pelópidas fueron
constructores destacados de la conciencia patriótica beocia. Estos generales
identificaban la política pacifista con la esclavitud y los tratados
desventajosos. Ambos incidían en la necesidad de conseguir una gran victoria
militar para obtener luego una paz favorable que habría que defender con la
fuerza de las armas. De esta facción democrática formaban parte: Pamenes, que
fue el líder tebano más importante tras la muerte de Epaminondas; Ismenias,
íntimo amigo de Pelópidas, con el que fue embajador en Tesalia; Teopompo, que
participó en la matanza de los polemarcos filolaconios, fue embajador en Atenas
en el 378 a.C. y portatrofeos en Leuctra; Melón, prestigioso beotarco; y por
fin el antiguo conspirador Carón.
La
caballerosidad de Epaminondas y Pelópidas queda reafirmada por el hecho de que
ambos se opusieron a la decisión de ejecutar a los exiliados beocios que
cayesen prisioneros en la campaña peloponésica del 369 a.C. El constante
esfuerzo militar y financiero que implicaba la política de la facción
democrática levantó la oposición de algunos sectores de la población beocia. El
líder de la oposición era el gran orador Meneclidas, que no había tenido buena
fortuna como general. Meneclidas procesó varias veces a los beotarcos tebanos,
e incluso logró en una ocasión que Epaminondas no fuese reelegido. Trató en
vano de enfrentar a Pelópidas con Carón para mermar la fuerza de la facción
democrática. Sus acciones políticas fueron tachadas de inconstitucionales, lo
que le supuso el pago de una multa y quizás la pérdida de sus derechos
políticos. Despechado, es probable que Meneclidas se mezclase en la
conspiración oligárquica orcomenia del 364 a.C. El fracaso de la conjura
conllevó el definitivo eclipse de Meneclidas. Éste había defendido una política
pacifista y diplomática ajena a las aventuras militares extrabeocias. Entre los
simpatizantes de Meneclidas quizás estuvieron Cleómenes e Hipato, beotarcos del
378 a.C., cuya carrera se vio truncada tras el fracaso de su expedición militar
a Tesalia.
El hecho de que la política tebana se dejase arrastrar en
ciertas circunstancias por el imperialismo y por la represión brutal de las
ciudades sublevadas hace pensar en la existencia de una facción democrática
radical bastante poderosa. Algunos de los descontentos por el triunfo
democrático en Tebas habían elegido el camino del exilio. Se trataba de los
antiguos miembros de la facción oligárquica filolaconia de Leontíades.
Constituyeron un grupo de unos doscientos soldados que se integraron en el ejército
peloponesio, participando en numerosas acciones contra el gobierno legítimo
beocio. Estuvieron bajo las órdenes de Polítropo de Corinto, que en el 370 a.C.
sufrió un descalabro frente a los mantineos en Orcómeno. Guarnecieron el paso
de la Tegeátide para intentar que Epaminondas no pudiese alcanzar el territorio
laconio. Combatieron con los espartanos en defensa de Laconia y ocuparon
coyunturalmente Febía de Sición.
Los que sobrevivieron a estas acciones militares debieron
de hallar la muerte en la fallida conspiración oligárquica del 364 a.C. Los
exiliados filolaconios habían pretendido reinstaurar el tradicional gobierno
oligárquico en todas las ciudades beocias, para acabar con la supremacía de
Tebas y disolver la Confederación.
La Liga Beotia, suponía para Esparta un
desafío a su supremacía, que no tardó en ser contestado y en los siguientes
años de guerras siempre se exigió la disolución de la Liga como paso previo a
entablar cualquier conversación de paz.
El
contraataque espartano ante la revuelta tebana no se hizo esperar, al mando de Cleómbroto (en el
invierno del 379 a.C.) el ejército de la liga del Peloponeso subió hacia
Beocia bordeando el Ática y se presentó cerca de Tebas sin que se llegase a
ningún encuentro de importancia.
En los años
siguientes se sucederían las invasiones casi
anualmente hasta el 371 a.C. en
que los peloponesios son derrotados contundentemente por los beocios. Estos,
entre invasión e invasión se habían dedicado a fortalecerse y aprovechando los
dos años en que los lacónios no pudieron intervenir en beocia, terminaron casi
de unificar la región, derrotando en el 375 a.C. en la batalla
de Tegyra
a un ejército espartano y poco después y aprovechando que estos se encontraban
envueltos en otros frentes tomaron, destruyeron o anularon las irredentas
ciudades de Platea y Tespias, siempre reticentes a la supremacía tebana.
En el lado
ateniense, la provocación espartana que les había llevado de nuevo a la guerra
en el 377 a.C., dio a entender al resto de Grecia la extremada agresividad de
los lacónios, excusa suficiente para que la diplomacia ateniense se dedicase a
captar a las islas y ciudades del Egeo y se formase de nuevo una nueva Liga
armada, la II Liga Delica,
destinada en teoría a defenderse del expansionismo espartano. En el 376 a.C. se
llevó a cabo una decisiva batalla naval a vida o muerte en aguas de Naxos de la
que salieron vencedores los atenienses y tras la que acogieron a las islas
Cicladas dentro de su Liga.
El año 375/4 a.C.
los ataques de la flota ateniense alrededor del Peloponeso y en
las islas jónicas impidieron que los espartanos pudiesen concentrar sus
esfuerzos en Beocia y ganó para Atenas, tanto influencia en la zona del Jónico
como el control de Zazintos y Corcyra. Esta campaña se vio luego acompañada por
la que realizo Ifícrates quien destruyó unas fuerzas de refuerzo siracusanas (La
Siracusa del tirano Dionisio siempre apoyo en
mayor o menor medida a los espartanos) ganando Cefalonia y seguramente
apartando Acarnania de la órbita lacónia.
A partir
del año 375 a.C., los acontecimientos nos muestran como la Liga Beocia, aliada
ahora al poderoso tirano de Feres,
Jasón, aumenta su poder y
aprovecha este tiempo de relativa calma para ejercitar a sus soldados,
fortalecer la unión política de la Liga y realizar campañas punitivas como contra los focidios o la de
destrucción de Platea y Tespias, cosa esta que ayudo, no poco, a que después
los atenienses hiciesen la paz con los espartanos (se encontraban en Atenas
los refugiados de ambas ciudades y presionaban en las asambleas a favor, por
supuesto, de los enemigos de los tebanos).
Mientras
sucedían estos acontecimientos, más allá del desfiladero de las Termòpilas, en Tesalia, un personaje que ya por entonces era temido en
el resto de Grecia, conseguía por fin su anhelada supremacía en la región
logrando unir bajo su hégira a la totalidad del territorio tesalio después de
que el farsalio Polidamante le
entregase sus dominios e influencia. Este personaje llamado Jasón de Feres, hijo del
tirano Licofrón, al poco de hacerse con el poder, extendió sus tentáculos
por Tesalia, Macedonia y el Epiro, interviniendo o provocando guerras a diestro
y siniestro y fruto de ello es la posición que ostentaba en el 371 a.C. con el mejor ejército de Grecia en su poder y
con Macedonia, Tesalia y parte del Epiro sometidos a vasallaje. Jasón se
movía exclusivamente por intereses y en estos años decidió que le interesaba
estar junto a los tebanos, les apoyo decididamente contra espartanos y
atenienses mientras el a su vez hacía y deshacía con el anunciado propósito de
apoderarse de Grecia y dirigirse contra Persia.
Al final y
para alivio de todos, este personaje murió asesinado por dos jóvenes idealistas
ellos que querían acabar con la vida del tirano más renombrado de Grecia.
Durante los
dos años en que los espartanos no pudieron atacar Beocia, los tebanos
aprovecharon para acosar las posiciones de los aliados lacónios en el área, se
producen múltiples enfrentamientos a pequeña escala en donde los beocios no
solo consiguen casi siempre la victoria si no que los aprovechan para
ejercitarse y ganar confianza frente a los temidos hoplitas espartanos. Se
combate en Tegyra, en donde se derrota contundentemente y por primera vez en
Grecia a fuerzas espartanas que disponen de una clara superioridad numérica.
Otros combates salpican aquí y allá el territorio beocio, en un combate a las
afueras de Tespias es derrotado y muerto el harmoste espartano de la ciudad,
también cae el harmoste de Tanagra en otro afortunado enfrentamiento contra los
tebanos, se incursiona (al mando de Pelópidas) dentro de la Fócide, hasta
el punto de tener estos que solicitar la ayuda de Esparta bajo la amenaza de
abandonar la alianza.
Que se
sepa, Tespias, de la que los tebanos no se fiaban por su más que filolaconismo,
fue castigada a derruir sus murallas y perder sus derechos políticos, militaban
de todas formas en el ejército de la Liga, pero en Leuctras, sospechando de su
lealtad, Epaminondas les permitió regresar a su ciudad para así quitárselos de
en medio en un trance tan decisivo como aquel. Tras haber abandonado en
Leuctras a los tebanos, ya no esperaba nada bueno de estos, así que tras la
noticia de la derrota de los espartanos, abandonaron todos la ciudad (sin
amurallar en aquel entonces) y se refugiaron en un monte cercano en donde
existía una fortificación, o posición fuerte, en la que apoyarse, poco
después llego al lugar Jasón de Feres (acudía en apoyo de los beocios) con sus
tropas , cerco la posición y se preparó para asaltarla, desistió no obstante,
al cerciorarse de la dificultad de la empresa, después el propio Epaminondas se
presentó ante los defensores y les obligo a entregarse, como castigo a su
actitud fueron todos expulsados de Beocia y obligados a exiliarse. Platea fue
ocupada en el otoño del 373 a.C. por Neocles y su población expulsada del
Beocia (Neocles engaño a los plateenses y asalto la ciudad cuando menos lo
esperaban, la ciudad fue demolida, excepto los santuarios, y la población
exiliada al Ática, en donde fueron recibidos amistosamente). Orcómenos fue
obligada a alinearse con la Liga en el año 370 a.C, sufrió no obstante la
destrucción de sus murallas y de sus derechos políticos. La ciudad años
más tarde volvió a padecer las consecuencias de una sangrienta represalia
tebana a causa de un intento de conspiración por parte de sus elementos oligárgicos,
su población fue muerta o expulsada de su ciudad y de territorio beocio (las
represalias contra Orcomenos, impulsadas por el sector más nacionalista y
reaccionario, se hicieron aprovechando que Epaminondas se encontraba en campaña
en Tesalia, ya que de encontrarse él en Tebas no hubiese permitido tamaña
venganza contra los ciudadanos orcomenios).
Al llegar
la primavera del -371, Beocia se encontraba prácticamente unificada bajo la
hegemonía de Tebas.
LA II LIGA
DELICA (y Atenas) También
llamada Confederación
de Delos.
Fechas
378,
Guerra con Esparta, se moviliza una flota de 200 unidades y se nombran
estrategos a Timoteo, Cabrias y Calistrato. Se invita a las antiguas ciudades
aliadas de Atenas a formar una nueva Liga para enfrentarse a la creciente
agresividad de Esparta. Asisten a la conferencia en Atenas, Tebas, Quíos,
Mytilene, Methymna, Rhodas y Bizantium. (algunos datos parecen apuntar a que
Atenas ya contaba con algún tipo de alianza con Bizantium y Quíos antes de esta
fecha).
377,
Se invita a participar a las ciudades de Tenedos y Calcis (de Eubea) además,
probablemente, del resto de otras de las ciudades eubeas como Eretria, Carystus
y Arethusa (Oreus queda fuera pues existe allí un harmosta lacónio) seguidas
estas por otras del Egeo como Perinthus, Peparethus, Sciatus y otras islas
menores. Maronea (Tracia) entra en la Liga.
376,
Al mando de 60 trirremes, Cabrias derrota a la flota espartana en la batalla
naval de Naxos, a consecuencia de esta victoria 17 ciudades de las islas
Cícladas pasan a formar parte de la liga.
375,
Durante la expedición de Cabrias y Foción al norte del Egeo se adhieren a la
Liga las ciudades de la costa Tracia: Eno, Dión, Neapólis y Diceópolis además
de Abdera (esta en concreto más por la fuerza), las islas de Thasos y
Samotracia. Guarnición ateniense en Abdera, contraviniendo los términos con que
se refundo la Liga. Campaña de Timoteo en el mar Jónico, adhesión de Corcyra y
Cephallenia a la Liga Delica, es posible que también de Acarnannia y Molossia
(y en definitiva todos los pueblos costeros del Epiro). La isla de Kos (Ceos)
entra en la alianza.
374.
Verano. Se firma una paz de compromiso con Esparta pues no se disponen de
fondos para continuar con las operaciones bélicas.
373.
Se reanudan las hostilidades pero la falta de fondos obliga a Timoteo a
buscar nuevos aliados. Se entrevista con Jasón de Feres con quien firma
una alianza y recorre ciudades de Tracia y el Quersoneso en busca de aliados y
recursos. La destrucción de Platea por los tebanos lleva a los atenienses a un
nuevo compromiso de paz con los espartanos.
371.
Tebas abandona la Liga.
LA BATALLA DE LEUCTRAS
Con el ejército
espartano establecido en la Fócide al mando
de Cleombroto, se le ordenó a este
entrar en Beocia y combatir a los tebanos con una resolución que parecía ser la
definitiva. En un primer momento Cleombroto engañó
a los beocios y se introdujo en el país sin ser interceptado, tomando en un
fulgurante ataque la ciudad de Creusis en donde se hizo en el puerto con
doce trirremes.
Luego y
llegando cerca de Tespias, se encontró con el ejèrcito de la Liga Beocia.
La batalla
dio comienzo con los peltastas mercenarios espartanos (hostigadores armados con
jabalinas)
atacando y haciendo huir del campamento beocio a los acompañantes y a otras
personas que no deseaban luchar. A continuación se produjo un enfrentamiento de
las caballerías de ambos bandos, en la que los tebanos lograron expulsar a sus
enemigos del campo de batalla.
Inicialmente,
la infantería espartana se vio descolocada cuando la huida de su caballería interrumpió
el intento de Cleómbroto I de superar a la falange tebana por los flancos, y se
encontraron a su vez atacados por el flanco por Pelópidas y el Batallón Sagrado
de Tebas. Fue entonces cuando tuvo lugar el encuentro decisivo entre las
principales fuerzas de Tebas y Esparta.
La práctica
habitual de los espartanos (y, en general, de todas las batallas hoplíticas en
la Antigua Grecia) era establecer una masa compacta de infantería pesada,
denominada falange, de 8 a 12 filas de hombres. Se consideraba que ahí se
encontraba el equilibrio entre la profundidad (y el empuje que suponía) y la
longitud (espacio que podía cubrir la primera línea de la falange). La
infantería avanzaría en bloque de forma que el ataque resultase en un impacto
de toda la falange contra el enemigo.
Por otro
lado, la falange tenía tendencia al avanzar de desplazarse hacia la derecha,
debido a que al cargar con la lanza en la mano derecha y el escudo en la
izquierda, los soldados buscan inconscientemente la protección del escudo del
soldado que se encuentra a su derecha. Los comandantes griegos normalmente
combatían este efecto situando a sus tropas con mayor experiencia y de más
renombre en el ala derecha (para contener el movimiento), mientras que las
tropas más débiles o novatas se situaban a la izquierda.
Batalla de Leuctra 371 a.C. Despliegue Inicial y fases
de la batalla
En cambio,
Epaminondas colocó a sus tropas de una forma completamente distinta a la
tradicional. Situó a toda su caballería y a una columna de cincuenta hombres de
profundidad de infantería tebana (la de élite, en su caso) en su ala izquierda,
y envió a esta masa de soldados directamente contra el ala derecha de Esparta.
Por su parte, el centro y el ala derecha de su formación eran mucho menos
profundas y más débiles, pero se situaron de forma que fueran retrocediendo
para estar cada vez más a la derecha y en la retaguardia de la columna
principal, en una formación oblicua.
Los
hoplitas se encontraron, y la formación tradicional de doce líneas de
profundidad de Esparta comprobó que no era capaz de aguantar el impacto de la
columna de cincuenta hombres que habían colocado contra ellos. Hubo un breve
encuentro en el que los espartanos trataban de mantener atrás la masa
gigantesca de tebanos y del Batallón Sagrado hasta que fueron literalmente
barridos por la columna. El ala derecha espartana fue derrotada con bajas de
unos 1.000 hombres, de los cuales 400 eran espartiatas (tropas de élite de
ciudadanos espartanos), y entre los que se encontraba el rey Cleómbroto.
Para cuando
el centro y la derecha del ejército tebano habían avanzado lo suficiente como
para enfrentarse al enemigo, el ala derecha de Esparta había sido devastada. En
esa situación, y viendo a su ala derecha derrotada, el resto del ejército
peloponesio, compuesto por aliados y otros combatientes con poco interés en la
batalla, se retiraron y dejaron al enemigo el control del campo de batalla. Por
otra parte, la llegada de un ejército de Tesalia sirvió para que un segundo
ejército espartano comandado por Arquídamo II decidiera no intervenir y
retirarse, mientras que los tebanos prefirieron cesar su persecución sobre los
espartanos supervivientes.
Tras la
derrota de los espartanos en Leuctras, se llevó a cabo un intento de llegar a
una paz general auspiciada por el rey persa, se garantizaba la libertad a todas
las ciudades grandes y pequeñas de Grecia, lo que en la práctica, en vez de
apaciguar los enfrentamientos bélicos, lo que hizo fue generar nuevos
conflictos.
Esparta no
admitía la independencia de Mesenia y Elis por su parte tampoco la de otras
ciudades que consideraba propias. En Arcadia, Mantinea se consideró libre y se
volvieron a juntar sus ciudadanos y reconstruir la ciudad (en contra de lo
impuesto por Esparta). Los arcadios de Tegea se movieron ahora con la intención
de reunir a todos los arcadios bajo una misma asamblea y que esta rigiese los
destinos comunes. Orcomeno y Herea (de entre las más poderosas) se negaron a
ello y esto desato una guerra civil en la que pronto se vería involucrado
Agesilao, quien entro en el territorio y movió a la guerra. Fueron los eleos
quienes, convenciendo a arcadios y argivos, llamaron ahora a los tebanos en su
ayuda (llegaron los eleos a subvencionar esta expedición con diez talentos).
Cuando el ejército beocio al mando de Epaminondas y compuesto por la elite de
sus fuerzas y contingentes de sus aliados o sometidos a su poder llego a
Arcadia Agesilao se retiró a Laconia.
La invasión
de Laconia
Una vez que
llego a Arcadia, fue Epaminondas movido y convencido a invadir Lacónia, sin
embargo, los dos pasos montañosos más convenientes para el ataque (en Eo de
Esciritide y Leuctra en los montes Taygetos) se encontraban bien resguardados.
Un golpe de suerte vino a solventar esta dificultad, los habitantes de
Caryae se decidieron a abandonar el partido de los lacónios y le ofrecieron
guías para pasar a través de su territorio.
Epaminondas
dividió así sus fuerzas, sus tropas pasarían por el territorio de Caryae y los
arcadios embestirían contra el paso en Eo para distraer las fuerzas
adversarias. Al final, ambos, conseguirían pasar las montańas pues el paso de
Eo se encontraba tácticamente mal defendido por el oficial espartano Iscolao,
quien al mando de tropas de neodamodes y 400 exiliados tegeatas escogió
defenderse en la ciudad, siendo rebasados y exterminados por el gran número de
atacantes que se les enfrentaron. Confluyeron ambos contingentes en la ciudad
de Selasia, que fue sometida a saqueo, luego siguiendo la orilla derecha del
Eurotas, saqueando y talando el país, se cruzó el rio a la altura de Amyclas, mientras,
los aliados de los lacónios reunieron un ejército de socorro (corintios,
epidauros, trecenios, hermioneos, halieos, peleneos y fliasios ) y evitando las
montańas (bien defendidas por argivos y arcadios) se dirigieron a
Epidauro desde donde embarcaron en dirección a Prasias y de allí, ya en
territorio lacónio a Esparta antes de que llegasen las tropas aliadas.
Epaminondas amago entonces hacia la capital, Esparta, ante la que hubo una
escaramuza en la que llevaron la mejor parte los laconios. No se decidió el
líder tebano por forzar a los defensores de la ciudad y viro hacia el sur,
llegando finalmente a la ciudad de Gytion, arsenal naval de Esparta, que fue
destruido. En este punto se dieron por concluidas las operaciones y el ejército
regreso (no se sabe si por el mismo camino) a Arcadia. Las consecuencias
inmediatas de esta invasión, que habría desarbolado totalmente la capacidad de
reacción espartana, no se hicieron esperar, la región de Mesenia alcanzo ahora
su completa liberación de Esparta y se fundó con el auspicio de Epaminondas la
ciudad de Mesene, un contrapeso más al poder de Esparta en esa zona del
Peloponeso.
La vuelta
del contingente tebano y sus aliados de la Grecia central no fueron, en contra
de lo que pudiera pensarse, libre de contratiempos, al contrario, las tropas
atenienses al mando de Ifícrates intentaron cerrarles el paso en la zona de los
pasos del Oneo (en Corinto) con la intención de evitar su salida del
Peloponeso.
Pudo
Epaminondas evitar al célebre general ateniense y cruzar los pasos tras lo que
se dirigió hacia Atenas con intención de asaltar la ciudad o cuando menos
provocarles para combatir con ellos. Impidió Ifícrates que sus conciudadanos
presentasen batalla a los beocios pese a que se encontraban con ganas de
combatir, sin duda la derrota hubiese sido segura, lo que Ifícrates sabia y
pudo evitar.
El ejército
beocio se retiró de territorio ateniense y se dio por terminada la campaña.
Liga
Arcadia, 371 / 362 a.C.
Tras la derrota de los espartanos en la
batalla de Leuctras, se suscitaron inmediatamente en el Peloponeso ansias
de liberarse de la agobiante tutela espartana y rápidamente uno tras otro, la
mayoría de sus antiguos aliados se separaron de la alianza y procedieron a
adoptar políticas contrarias a los intereses lacedemonios y a confabularse con
sus enemigos. Élide, la mayor parte de Arcadia y Argos manifiestan una abierta
beligerancia ahora contra Esparta, más cuando se acaba de firmar una frágil paz
que compromete a todas las ciudades protagonistas de los echas. Al no poder
intervenir en ellas, los lacedemonios ven como se forma un frente sólido y
firme en su contra a tan solo unos kilómetros de la capital, Esparta.
La formación de la liga
Los
antiguos habitantes de Mantinea, obligados antes por los espartanos a abandonar
su ciudad y repartirse por varias poblaciones menores, deciden ahora el fin de
su exilio y se reúnen en su antigua ciudad para reconstruir sus derruidas
murallas. En Esparta, se decide enviar a Agesilao en misión diplomática a la
ciudad para disuadirles de tal acción pero fracasa en su intento y debe
regresar sin poder impedirlo de ninguna manera pues los espartanos se
consideran atados por la paz recientemente acordada. Los mantineos de
convierten ahora en los más activos beligerantes contra los intereses de
Esparta. Poco después de estos hechos estalla en la ciudad de Tegea una serie
de disturbios internos que a la postre llevaría de nuevo a Grecia a la guerra.
Existía por
entonces en la ciudad de Tegea, como por otra parte en todas, la facción
filolacónia y su contraria, estos, liderados por Calibio y Próxeno,
procedieron a extender por Arcadia la idea de que debían unirse los arcadios en
una sola fuerza y obedecer juntos las decisiones de unos magistrados comunes,
de esta manera surgieron por doquier en el país numerosos grupos que en todas
las ciudades se adherían a esta política. A esta propuesta de futuro se opuso
en Tegea la facción filolacónia de Estasipo quien deseaba ver su ciudad
independiente e inclinada a sus amigos espartanos. Presentados ambos proyectos
ante la asamblea gano Estasipo, pero sus contrarios optaron por la vía violenta
para hacerse con el control de la ciudad, a tal efecto avisaron a los de
Mantinea para que acudieran en su apoyo mientras en la ciudad se combatía entre
ambas facciones. Llevando los de Estasipo la mejor parte, solo la aparición de
los hoplitas mantineos cambio las tornas, lo que siguió a la derrota de los
filolacónios fue una matanza entre sus filas y el exilio de gran parte de los
mismos, unos ochocientos, que escaparon a Lacedemonia.
Mientras en
Esparta se preparaban las represalias, los arcadios aceleraron su proyecto de
unión política en lo que vendría a llamarse la Liga Arcadia, se recluto rápidamente
una fuerza armada, los eparitoi, de 5.000
hombres, como fuerza profesional de choque pagados por el fondo común de la
Liga, aunque todavía quedaban muchas e importantes ciudades fuera de ella,
rencillas y disensiones entre las polis que siempre les acompañarían y que a la
sazón acabarían con la Liga, Esparta aprovecho en este momento esta
circunstancia contando así con la alianza de Orcomenos (siempre
enfrentados a Mantinea) y las ciudades de los hereos y los lepreatas. La guerra
estallo en Arcadia (invierno del 370 a.C.), Agesilao invadió la región con
intención de atacar Mantinea, sin embargo, la intervención final de los beocios
al mando del propio Epaminondas obligo al espartano a retirarse a su
territorio. Los arcadios ahora aprovecharon para atacar Herea, alineada con los
laconios.
Fue en este
momento, un año y pocos meses después de la batalla de Leuctras cuando bajo los
auspicios de Epaminondas se funda la ciudad de Megalópolis.
La ciudad
fue fundada a instancias de Epaminondas, quien impulso a los arcadios a unirse
y fundar una ciudad de nueva planta, grande y fuerte que fuese suficiente
contrapeso al poder de Esparta en el centro del Peloponeso.
Siguiendo
el ejemplo de Argos que antiguamente absorbió a cierto número de ciudades
menores con el fin de aumentar su población y por tanto su capacidad militar,
se resolvió a obligar a cierto número de poblaciones arcadias a abandonar sus
emplazamientos de entonces y dirigirse a construir y habitar la nueva ciudad,
que sería además la capital de la recién creada Liga Arcadia.
Fueron
elegidos como fundadores de la ciudad los arcadios Licomedes y Hopoleas de
Mantinea, Timón y Próxeno de Tegea, Cleolao y Acrifio de Clítor, Eucámpidas y
Jerónimo de la región de Maenalia y por los parrasios Posícrates y Eóxeno. Por
parte de los tebanos, fueron enviados 1.000 soldados al mando de Pámmenes como
apoyo y defensa ante una posible reacción espartana.
De las
ciudades que fueron convencidas para ser abandonadas y evacuadas en beneficio
de Megalópolis se conocen Asea, Palantio, Eutea, Sumatia, Yasea, Peretes,
Helisonte, Orestasio, Dipea y Licea, aldeas estas pertenecientes a
Maenalia. Del pueblo de los eutresios vinieron los de Tricolonos, Ziteo,
Carisia, Ptolederma, Cnauso, Parorea. Del pueblo de los egiteos, Escirtonio,
Malea, Cromos, Blenina y Leuctro. De los parrasios, Licosura, Trapezunte,
Acacesio, Proses, Tocnia, Acacesio, Macaria y Dasea. De los Cinureos, Gortina,
Tisoa, Licoa y Alifera. Aldeas de Orcómeno: Tisoa, Metidrio y Teutis. También
otras poblaciones como Trípolis, Calia, Dipena o Nónacris.
En general,
la mayoría de los nuevos ciudadanos acepto voluntariamente su nueva situación,
sin embargo, los habitantes de Trapezunte, los de Licoa, licosura y Tricolonia
rechazaron en última instancia abandonar sus antiguas ciudades, siendo muchos
de ellos arrebatados y llevados a la fuerza, otros, como los de Trapezunte,
decidieron emigrar pero fuera de Arcadia, en concreto estos marcharon a
Trapezunte del Ponto en donde fueron bien recibidos.
De la
estructura urbana de la ciudad no se sabe prácticamente nada, tan solo su
distribución básica. Dividida en dos por el río Helisón, comprendía una gran
superficie dentro de su perímetro de defensa, incluyendo este así, tanto la
ciudad como cierta extensión de campos de cultivo y pastos. Las dos partes en
que el río dividía la ciudad estaban unidas por un solo puente, por lo demás,
la ciudad disponía sin duda de una configuración insólita pues al ser la
capital de la Liga Arcadia, debía mantener en ella la sede del consejo federal
(el Thersílion) así como cierto número de edificaciones e
infraestructuras destinadas a sustentar y alojar al gran número de
representantes y ciudadanos que acudían a estas asambleas. La ciudad en sí, no
tuvo una vida larga, y ya Estrabon la vio como una gran soledad, mientras que en el siglo II
Pausanias la encontró deshabitada.
Tras la
invasión de Lacónia, se funda Mesene, ciudad que pasa a alinearse con la Liga
Arcadia, no mucho después todas las ciudades arcadias acaban por fin de unirse,
es posible que algunas otras de más allá de la región, como Lausión en Élide o
la propia región de Trifilide también en Élide, se sumasen a la alianza. Los
beocios dejan ahora una guarnición en Tegea de 300 hoplitas como apoyo a la
ciudad y para cooperar en futuras operaciones con los arcadios.
A partir de
ahora comienza una serie ininterrumpida de combates contra una Esparta
avasallada, siempre con el auxilio de los tebanos. Se lleva a cabo la segunda
invasión del Peloponeso, arcadios, beocios y argivos combaten en la corintia y
aunque sin un éxito claro, obligan a Sición a cambiar de bando y se saquean las
tierras de Corinto, Fliunte y otros muchos aliados Lacónios de la zona.
Campaña del 369 a.C.
Tras la
primera y exitosa campaña de Epaminondas al Peloponeso, los atenienses,
alertados por el nuevo y pujante poder de los beocios optaron por aceptar la
alianza que por medio de intermediarios los lacedemonios les propusieron.
Así las
cosas, en el otoño de ese año, Epaminondas decide volver a intervenir en
el Peloponeso para debilitar todavía más a los espartanos rindiendo a los
aliados que mantiene en la zona del istmo de Corinto. Las tropas conjuntas de
atenienses y lacedomonios más los aliados, se fortificaron en los montes oneos,
guardando el paso de Cencreas los espartanos y peleneos y los atenienses y
resto de aliados el otro ramal de acceso a Tenea. Epaminondas ataco por
el de Cencreas justo a primeras horas del alba cuando todavía la gente se
levantaba de los camastros. La guardia fue arrollada y la defensa de la
posición desarticulada, sin embargo todavía pudieron reorganizarse en una buena
posición desde donde en contra del buen sentido militar pactaron una tregua y
se retiraron dejando el paso expedito hacia Argos a los beocios, quienes no
desaprovecharon la oportunidad y tras bajar al llano se unieron con sus aliados
arcadios, eleos y argivos.
Este ejército coaligado avanzo
ahora contra Sición, que se rindió y contra Pellene.
Tras proteger con una guarnición tebana Sición, Epaminondas
se dirigió hacia las tierras de Epidaurus y Troezen, que fueron sometidas a
saqueo, y posteriormente intentando tomarla por sorpresa, se encamino hacia
Corinto y ataco la ciudad a la carrera por la puerta que da a Fliunte (Phlius),
los defensores no se arredraron y aunque las fuerzas de choque que venían en
primera línea eran las del batallón sagrado, los corintios sacaron las tropas
ligeras que pudieron y se parapetaron sobre monumentos, edificaciones u otros
lugares elevados desde donde castigaron, detuvieron y finalmente hicieron
retroceder a los soldados de elite tebanos, haciendo entre sus primeras filas
gran número de bajas y persiguiéndolos duran te un buen trecho, cosa esta, que
ánimo y no poco a los ya desmoralizados defensores de la ciudad. El ejército
beocio y aliado se instaló en la llanura que se extendía desde la ciudad al
mar, pero a partir de este momento las cosas comenzaron a ir mal, el cerco de
la ciudad, salvo el saqueo y destrucción de todo lo que se encontraba fuera de
las murallas, no dio más de sí y encima la ayuda recibida por los lacedemonios,
de parte de Dionisio de Siracusa, que se componía de auxiliares varios y
entre ellos de 50 jinetes iberos y galos expertos en el combate de
hostigamiento, comenzaron a golpear las líneas enemigas quienes no pudieron
responder adecuadamente a estos jinetes y se vieron obligadas a moverse y
cambiar de posición para eludir las incursiones. El tiempo transcurría y se
decidió suspender la expedición, disgregándose el ejército beocio-aliado,
volviendo cada uno de ellos a sus respectivas patrias.
Esta campaña produjo finalmente escasos beneficios y
seguramente una cierta pérdida de prestigio, cosa que fue aprovechada por los
políticos enemigos de Epaminondas en Tebas quienes le acusaron ante la
asamblea. La acusación fue desestimada pero Epaminondas ya no fue
elegido estratego para el siguiente año, el 368.
Es durante
esta campaña cuando a instancias de uno
de los más influyentes arcadios, Licomedes de Mantinea, se impulsó a la
Liga a actuar con más independencia que hasta el momento, que eran mandados por
los beocios en campaña y se sometían a sus disposiciones. Se aúpo en la
asamblea de la Liga a Licomedes bajo el que se puso la dirección de la
política de la misma, aprovechando el para colocar en los puestos de mayor
relevancia a sus partidarios dirigiéndose desde entonces la Liga con una
política más alejada de los intereses comunes de los aliados y más hacia sus
propios objetivos. Enardecidos así los arcadios comenzaron a operar en campaña
prescindiendo del apoyo beocio. Se dio la primera ocasión cuando los argivos,
que operaban en la Argolide contra Epidaurus, quedaron cercados por los
mercenarios de Cabrias. Se envió una expedición de ayuda que consiguió
liberar del cerco a los aliados y otra expedición a territorio espartano,
derrotando a la guarnición de Asine y saqueando todo el territorio de los
alrededores. Se llevaron a cabo durante estas fechas muchos ataques y
operaciones bélicas a cargo de los arcadios, quienes envalentonados, avasallaban
ahora incluso a sus amigos. Sus aliados de Élide les pidieron su intervención
para solucionar diversos contenciosos fronterizos sin encontrar en los arcadios
ningún eco a sus demandas. Eran ya por entonces un tanto odiados por tebanos y
elídanos a causa de este comportamiento tan poco leal hacia ellos, que eran sus
aliados.
La
respuesta de Esparta a este ardor bélico se hizo esperar, pues preferían no
enfrentarse a los arcadios hasta no tener confianza en sus propias fuerzas, los
refuerzos enviados oportunamente por Siracusa animaron a los Lacónios a
emprender una campaña que les pudiera resarcir de las pasadas humillaciones, se
invadió Arcadia y poco después se enfrentaron en batalla arcadios y espartanos
siendo los arcadios completamente derrotados y puestos en ignominiosa fuga.
Esto, que sirvió para fortalecer la moral espartana alegro también no poco a
los aliados de los arcadios, tebanos y elídanos se encontraban ya molestos con
la prepotencia demostrada por los estos.
La paz del rey
Todos los bandos
en disputa comisionaron diplomáticos para concertar para si el apoyo del gran
rey. De la Liga Arcadia fue Antíoco, quien no quedo satisfecho del trato
recibido de los persas, quienes dieron preeminencia antes que ellos a los de
Élide. Los acuerdos suscritos con el persa entregaban prácticamente a los
tebanos la hegemonía en la hélade, esto, visto por todos, impulso a Licomedes a
renunciar no solo a la firma del tratado si no siquiera discutirlo en donde
Pelópidas esperaba, Tebas, los arcadios de esta manera despreciaron junto con,
finalmente todos, las maniobras beocias para hacerse con la supremacía y el
conato de paz se deshizo.
Así las
cosas, los beocios marcharon de nuevo contra el Peloponeso (367 a.C.) con
intención de separar a los aqueos de la alianza con Esparta y de al mismo
tiempo conciliarse con los arcadios y los otros aliados en el área. Finalmente
la campaña cumplió con sus objetivos, desterrando a los filolacónios de las
ciudades aqueas, pero con el tiempo regresaron y afianzaron los lazos todavía
más con Lacedemonia. No obstante, guarniciones tebanas quedaron establecidas en
algunos puntos como Sicíon.
Disolución de la liga arcadia
Durante los
años siguientes se sucedieron las campañas sin resultados aparentes en la zona
de Corinto, se intervino también en Aquea para expulsar al tirano de Sición.
Poco después (366 a.C.) y como consecuencia de los recelos de los atenienses
hacia sus aliados, aprovecho Licomedes para fomentar en la asamblea una
alianza con Atenas, ya que definitivamente quería acabar con la tutela de
una Tebas a la que consideraba prepotente y demasiado poderosa, los
términos de la alianza se aceptaron y Licomedes se dirigió a Atenas para
las negociaciones, a su vuelta, desembarco en un punto del Golfo Sarónico en
donde habitaban algunos desterrados mantineos, quienes al reconocerle acabaron
con su vida.
Tras la
muerte del máximo impulsor de la Liga vino al poco la guerra con los elídanos.
Estos, que querían recuperar tierras y ciudades que poseyeron desde siempre
(por ejemplo la región de Trifilia, que en todas las ocasiones que podían
reclamaban) y que tras la derrota Lacónia se habían encuadrado en la Liga
Arcadia, atacaron la ciudad fronteriza de Lasión y provocaron una guerra en la
que, pese a que los arcadios vencieron en toda regla, supuso a la postre la
disolución de la Liga Arcadia.
Ocurrió por
entonces que tras hacerse con el control de Olympia tras la batalla del mismo
nombre (año 364 a.C.), decidieron los arcadios hacerse con parte de los bienes
sagrados allí depositados con el fin de hacer frente a los pagos que ocasionaba
mantener tantos hombres en armas, esto provoco una importante diferencia de
pareceres entre algunas de las ciudades de la liga quienes se oponían a hacer
uso de esos bienes, Mantinea decidió pagar su parte que le correspondía en el
mantenimiento del ejèrcito de su tesoro y lo envío a los estrategas, estos,
considerando esta disensión como peligrosa y pretextando que intentaban
provocar enfrentamientos internos dentro de la Liga, citaron a los dirigentes
de la ciudad a comparecer ante la asamblea de los diez mil, la respuesta de los
mantineos fue negativa, se envió a los eparitas a la ciudad para detener a los
responsables de la disensión pero Mantinea cerró sus puertas y se apresto a la
defensa. Después de esto, otras ciudades protestaron ante la asamblea de los
diez mil el uso que se quería dar a los bienes sagrados, la disensión se
extendió y finalmente la asamblea decidió no emplear lo obtenido en Olympia
para lo que se había decidido. Sin dinero con que pagar ahora a las tropas,
estas se disolvieron y tan solo quedo un grupo de voluntarios que, decididos a
no reclamar las pagas, sí que decidieron a partir de ese momento dirigirse
ellos más autónomamente y no como hasta ahora a las órdenes de la asamblea y
los estrategos, pasaron así a convertirse en un poder fáctico de primer orden
dentro de la turbulenta Liga.
Decidido en
la asamblea no apoderarse de los bienes sagrados de Olympia, ocurrió que
algunos de los notables ya lo habían hecho por su cuenta, por lo que,
atemorizados de que se les obligase a dar cuenta de ello, enviaron mensajeros a
Tebas informando a los beocios de la nueva y peligrosa tendencia que se gestaba
en Arcadia, según ellos inequívocamente filolacónia, impulsaban así a los beocios
a intervenir rápidamente en Arcadia para restablecer la situación. Confirmadas
en la asamblea las intenciones de los tebanos de acudir con el ejèrcito, se despachó
embajadores oficiales para solicitar a los tebanos que no viniesen armados al
Peloponeso pues no se deseaba una guerra. Al mismo tiempo se renunció a control
de Olympia y se devolvió a Elís a cambio de la paz. Firmada esta por todos los
bandos contendientes en la ciudad de Tegea, se dispusieron a pasar allí la
noche todos los delegados de la Liga. La casualidad hizo que se encontrasen en
la ciudad más afín a los tebanos quienes incluso mantenían allí una guarnición
propia, por lo que los magistrados que ya antes habían animado a los tebanos a
intervenir, convencieron al oficial tebano de la guarnición para que, junto con
las tropas arcadias afines, se detuviesen a todos los delegados considerados
rivales de entre los que allí se encontraban. Eran tantos los delegados que
allí se hallaban que pronto se llenó la prisión y aun la residencia oficial de
detenidos, eran tan numerosos que no se pudo detener a todos, muchos pudieron
escapar descolgándose por las murallas de la ciudad y lo que más lleno de
desazón al tebano fue que mantineos, principal objetivo de la redada, fueron
realmente pocos los que se detuvieron, ya que al encontrarse cerca su ciudad,
fueron pocos los que se quedaron a pasar la noche en Tegea. Así las cosas, tan
pronto como los huidos llegaron a sus ciudades se levantó un clamor popular
contra lo que se había practicado en Tegea, Mantinea preparo su defensa y envío
mensajeros a otras ciudades para contar y avisar de lo sucedido, también se
delegaron enviados a Tegea para exigir la liberación de los detenidos. Viendo
el tebano que la situación se le escapaba de las manos, opto por soltar a todos
los prisioneros dando unas excusas que no convencieron a nadie.
Se
comisiono entonces a Tebas a delegados para exigir la condena a muerte del
oficial tebano responsable de la traicionera acción. Se dice que Epaminondas
dijo al respecto que el
oficial actúo mejor al detenerlos que al liberarlos. Considerando
que las situación en Arcadia era ya insostenible para los intereses beocios,
anuncio que marcharía contra Arcadia y que combatiría allí con quienes no se
alineasen con él.
Comenzaba
así la que sería la última campaña de Epaminondas, en la que encontraría
la muerte y tras la que las cosas quedarían ya irremisiblemente pérdidas para
la causa de una Arcadia unida pues se aceptó dividir la región en dos zonas de
influencia, la una con Megalópolis a la cabeza mantendría sus lazos con Beocia,
la otra, con Matinea, sello una alianza con Atenas.
Campaña de Mantinea 362 a.C.
Los
enfrentamientos internos entre las diversas ciudades de Arcadia, si bien
todavía no habían llevado a la guerra civil si terminaron por alarmar a los
beocios, quienes al mando de Epaminondas se decidieron por intervenir
rápidamente para restablecer la unidad en la Liga Arcadia, eliminar a los
disidentes y derrotar definitivamente a los Lacónios quienes todavía aspiraban
a recuperar la preponderancia que antes ostentaban en el Peloponeso.
Así pues y
al hacerse pública su intención de acudir a Arcadia, ambos bandos en disputa se
dispusieron a armarse y a acudir a sus aliados, Mantinea, cabecilla de la
revuelta dentro de la Liga, envío a Atenas y Esparta una petición formal de
ayuda militar, con ella se alinearon gran parte
de las ciudades tradicionalmente cercanas a los Lacedemonios como Orcomenos o
Heraea y otras muchas de su área de influencia. Del lado tebano se inclinaron
Mesenia, Tegea, Asea, Megalópolis y los palantieos. Del resto del
Peloponeso, Argos y las ciudades custodiadas por guarniciones tebanas como
Sición se alinearon con Beocia mientras que los aqueos y los de Èlide lo
hicieron con espartanos y atenienses.
Salio
rápidamente Epaminodas de Beocia para intentar sorprender al ejèrcito
ateniense que quizás marchaba en esos momentos hacia el Peloponeso, traspaso el
Oreo y en Nemea espero la llegada de los enemigos. Durante esta pausa de las
operaciones, los representantes de los arcadios enemigos de los beocios,
lacedemonios y otros se reunieron en Mantinea para parlamentar acerca de los
planes para la campaña, los atenienses desistieron finalmente de hacer el
camino por tierra y prefirieron mandar las tropas embarcadas hasta territorio
espartano y de allí por tierra hasta Arcadia. Tras haber perdido un tiempo
precioso, Epaminondas reanudo la campaña y se dirigió directamente a
Tegea, acampando dentro de las murallas para así quedar fuera de la visión de
las patrullas enemigas mientras preparaba el plan de operaciones con sus
aliados.
Tras
esperar un tiempo prudencial por ver si se le añadían nuevas tropas desde las
ciudades arcadias que todavía meditaban que posición tomar decidió pasar de una
vez a la acción. Enterado de que Agesilao ya había salido de Esparta al
mando de las tropas, decidió hacer una marcha nocturna hacia la capital de
Laconia, esperando encontrarla desguarnecida tras la salida de Agesilao.
Quiso la
suerte en esta ocasión que el rey espartano fuese informado por un desertor
(aunque hay dos versiones del hecho) del ataque que de un momento a otro
sobrevendría a la capital, Agesilao dio media vuelta e inmediatamente se
lanzó con las tropas ligeras y la caballería de vuelta a Esparta, llegando solo
un momento antes que los beocios, pese a estar en una total y absoluta
inferioridad de condiciones (se habla de que el ejèrcito de Epaminondas
podría estar compuesto por unos 30.000 hombres), los espartanos se aprestaron
resolutivos a la defensa. Epaminondas tanteo los arrabales de la ciudad
y evitando las zonas con más densidad de edificaciones (quería evitar un
combate callejero) escogió atacar por donde más veía el que le convenía. El
otro rey de Esparta, Arquidamo, escogió a los cien espartanos más
valerosos de que disponía y contraataco a los beocios y consiguió rechazarlos
fuera de los límites de la ciudad con la muerte de muchos de entre unos y
otros. Habiendo fracasado en el primer asalto, Epaminondas escogió
retirarse del lugar pensando que ya la resolutiva defensa que los espartanos hacían
de sus posiciones eliminaban el factor sorpresa con el que esperaba
conquistarla y pensando que quizás se le vendrían encima los arcadios, decidió
volver a hacer el camino a Tegea lo más rápido posible, dejando ahora al
menos en Esparta a un buen contingente de tropas enemigas que el sabia ya no
acudirían a la batalla decisiva en Arcadia (Se calcula que en Esparta quedaron
ahora 10 de los 13 lochios
con los que contaba Agesilao).
Una vez en
Tegea, Epaminondas despacho a la caballería hacia Mantinea con la
esperanza de encontrar a los ciudadanos dispersos por el territorio, al ser ya
época de recogida y encontrarse en la idea de que las tropas enemigas todavía estaba
lejos. Efectivamente cogieron a los mantineos desprevenidos, pero casualmente
se encontraba allí el destacamento de caballería que los atenienses mandaban de
refuerzo a los arcadios. Gracias a la heroica intervención de esta unidad, los
mantineos pudieron retirarse a cubierto en la ciudad y los atenienses aun
luchando en total inferioridad consiguieron su propósito aunque a costa de
numerosas bajas (en este combate murió Grilo, hijo de Jenofonte).
La batalla
Marcho Epaminondas
con las tropas, no por el camino más corto a Mantinea, si no siguiendo la
cadena montañosa que se encuentra al oeste de Tegea, al desembocar en Mantinea
descendió por la ladera del monte y formo en el llano frente a los enemigos,
seguidamente dio la impresión de haber dado las instrucciones para montar el
campamento, viendo a los beocios dejar las armas, los lacedemonios y los
aliados rompieron también poco a poco su formación pensando ya en ir a
retirarse, entonces Epaminondas dispuso a su formación en columna y dando la
orden de recoger de nuevo las armas y poniéndose el al frente del ejèrcito
marcho en línea recta contra el enemigo, este, desconcertado por el ataque
cuando ya no esperaban tal cosa, procedió precipitadamente a volver a formar la
línea. El combate se celebró a unos treinta estadios de Mantinea, en el camino
que lleva a Palantio, junto al encinar llamado de Pélago.
Volvió Epaminondas
a adoptar la formación en oblicuo, lanzando en cabeza las tropas de elite del
batallón sagrado y las mejores de entre las otras de que podía disponer. Los
enemigos se desplegaron en línea como venía siendo habitual colocando delante a
la caballería aunque sin protección de peltastas u otros auxiliares, Epaminondas
lanzo contra estos para quitarlos de en medio a su caballería reforzada con
peltastas y hammipoi, y
al mismo tiempo mando más caballería y peltastas a ocupar una colina de su
flanco derecho para evitar que desde allí los atenienses pudieran intentar
envolver su formación. La batalla se desarrolló como era de prever, la
caballería que sus enemigos dispusieron en primera línea fue barrida y luego
las líneas de infantería no pudieron resistir el empuje de las tropas de elite
beocias que deshicieron el frente y los pusieron en fuga, los únicos que
sufrieron contratiempos fueron las tropas de cobertura situadas en el flanco
derecho, que fueron derrotadas por la excelente caballería ateniense.
Batalla de Mantinea 362 a.C.
despliegue inicial
Cuando el
ejèrcito enemigo se encontraba ya en franca retirada y fuga, llego la noticia
de la muerte de Epaminondas. Al punto, las tropas volvieron a sus líneas
y ceso toda persecución cuando apenas esta se había iniciado. Aturdidos, los
beocios no supieron reaccionar a la muerte de su líder y sus enemigos volvieron
a recuperarse, ambos solicitaron retirar sus muertos y ambos dieron el día como
ganado. Lo cierto es que podría haber sido una completa victoria beocia, al
final no se solucionó nada, los beocios se retiraron y nunca volverían. Las
pocas guarniciones que quedaron en el Peloponeso serian retiradas pocos años
después y la influencia de Tebas en la región quedo de esta manera enterrada
para siempre en los campos de Mantinea.
Tras la
batalla de Mantinea (362 a.C.) se llegó a una confusa paz, el tratado reconocía
la independencia de Mesenia (cosa que no fue aceptada por Esparta que continuo
en guerra) y reconocía el derecho de los ciudadanos a regresar a sus ciudades
(en principio es de suponer que se referiría a los exiliados) cosa que fue
interpretada por muchos de los habitantes de Megalópolis como el derecho a
regresar a sus lugares de origen (desde donde habían sido obligados a dirigirse
a habitar Megalópolis), este deseo de parte de los megalopolitanos se vio
opuesto al de la mayoría de los mismos quienes llamaron en su apoyo a los
tebanos, de nuevo se encendieron las hostilidades aunque en menor escala, parte
de los arcadios apoyaba a los que querían abandonar la ciudad, al final y a
sangre y fuego, el tebano Pammenes al mando de un contingente tebano hizo
regresar a los rebeldes a Megalópolis obligándoles a renunciar a sus planes de
mudar de ciudad.
Termina así
la década y con ella el sueño de una Arcadia unida, sueño que se disolvió con
la última campaña de Epaminondas, que encono definitivamente las
rencillas entre los propios arcadios empujándoles a militar en dos campos bien
diferenciados.
Las pocas
guarniciones de apoyo tebanas en el área fueron retiradas pocos años después,
durante la III Guerra Sagrada, (su última intervención data del año 352, en que
se envía a Megalópolis un contingente beocio para apoyarla ante la amenaza del
avance espartano y sus aliados arcadios) nunca más volverían a inmiscuirse en
el Peloponeso, para ellos se habían acabado sus días de supremacía.
El ascenso de Macedonia y la unificación de Grecia
Macedonia,
región situada en la zona septentrional de la península balcánica, había sido
considerada por el mundo griego antiguo como zona de bárbaros. Este será
precisamente uno de los recursos esgrimidos por Demóstenes en sus encendidos
discursos contra Filipo II, el unificador de toda la Grecia. Y decimos
unificador y no conquistador porque la crítica moderna ha demostrado que la
estirpe real macedonia era helénica. Desconectados los macedonios del
desenvolvimiento de las estirpes meridionales, habían conservado las
instituciones primarias del patrimonio común griego. A esto habían añadido
elementos tomados de sus vecinos tracios e ilirios, con lo que se había llegado
a un sistema de gobierno totalmente diferente a los demás de Grecia.
Descansando
en una monarquía de tipo militar, el rey era al mismo tiempo jefe, sacerdote y
juez supremo. Su origen está' en el ascenso de una familia o estirpe, la de los
Argeadas, que acabará imponiéndose al resto de las tribus macedonias e
instaurará la monarquía, aun cuando la firme sucesión al trono no estuvo
establecida ni aun a comienzos del siglo IV. La nobleza territorial estaba
obligada a seguir al rey en la guerra como caballeros, constituyendo su séquito
natural. Todavía en época de Alejandro recibían el nombre homérico de hetairos
(compañeros). En compensación recibían tierras en calidad de feudos. Este
sistema político lo completaba una Asamblea de guerreros, normalmente
campesinos libres, que gozaba de algunos derechos ancestrales, como la
confirmación por aclamación del nuevo monarca o la constitución como tribunal
supremo en juicios de alta traición. Indudablemente, su organización política
era muy distinta de la de las ciudades del resto de la Grecia.
Las
ciudades griegas tenían sistemas políticos autónomos y basados en la polis:
Estado limitado a una ciudad. En opinión de Pölmann, uno de los mejores
conocedores de los hechos económicos y sociales del mundo antiguo, las polis
griegas estuvieron siempre determinadas por su insuficiencia territorial. Esta
produjo en la mayoría de ellas la tendencia a- la política de expansión que las
llevó, alternativamente, a dominar sobre otras o a ser dominadas. A fines del
siglo V, las posibilidades económicas de la polis estaban casi agotadas. No se
puede olvidar que Grecia terminaba por entonces la Guerra del Peloponeso. Los
continuos movimientos internos y la incertidumbre en la propiedad privada que
se encontraba asfixiada por las cargas tributarias y amenazada por los excesos
demagógicos, hacían poco viable el sistema de ciudad- Estado. Aún podría la
polis haber tenido vigencia si no hubiesen fallado sus condicionantes
políticos. En el caso concreto de Atenas se manifiestan en una corriente de
búsqueda de la paz, del bienestar material y de la igualdad social de la que quizá
es exponente la escuela cínica, corriente filosófica que daba su máximo valor
al individuo. Todo esto provocó una inhibición que indudablemente favoreció a
Macedonia en sus ideas imperialistas.
Los reyes macedonios anteriores a Filipo II trataron
por todos los medios de consolidar la monarquía. Nuestras noticias fidedignas,
que comienzan con Pérdicas I,' indican que el Imperio persa se imponía sobre
estos territorios en calidad de Estados cuasi-vasallos. Con Alejandro I,
Macedonia se integra en la corriente cultural de la Grecia clásica, cuya corte
visitaron Píndaro y Heródoto.
La Guerra del Peloponeso afectó de rechazo a Macedonia,
que vio su salida al mar Egeo obstaculizada por la fundación de la colonia
ateniense de Anfípolis.
Debido a esto, Pérdicas II tuvo que tomar una actitud
hostil frente a Atenas. Pero quizá sea Arquelao (413-399 a.C.) el que configure
de forma más decidida la personalidad de Macedonia. Tucídides lo afirma
claramente (11, 100, 2): Arquelao, al llegar a rey, constituyó las actuales
fortificaciones de Macedonia, trazó caminos rectos, puso orden en todas las
cosas, sobre todo en las que tienen relación con la guerra, acrecentando la
caballería, los armamentos y los demás implementos bélicos en mayor medida que
los otros ocho reyes juntos que le precedieron. En la nueva capital, Pela,
recibió a Eurípides, quien compuso en su corte la Bacantes y dedicó -al
rey su drama Arquelao. A su muerte, Macedonia cae en la anarquía
interior por un largo período, cuya única excepción la constituye el reinado de
Amintas III. A la desaparición de éste sobrevienen de nuevo los disturbios
dinásticos hasta la regencia en 359 a.C. de su hijo Filipo.
Polémica en Grecia
Su acceso
al trono está marcado por la misma tónica que domina a Macedonia en estos años.
Una vez que Ptolomeo usurpara el trono a Alejandro II, el joven Filipo es
enviado a Tebas como rehén. El usurpador, buscando ayuda exterior para su
consolidación en el poder, había recurrido a Tebas. El envío de Filipo junto
con otros nobles era una forma de demostrar su buena voluntad para con esta
ciudad, que entonces detentaba la hegemonía política en Grecia. Sin embargo,
Pérdicas, hermano de Alejandro II y Filipo, consigue, con la ayuda de Atenas,
expulsar al usurpador y hacerse con el trono, pero su muerte prematura hace que
tenga que dejar como heredero a un hijo de corta edad. Filipo, en 359 a.C., se
hace cargo del poder como regente. A partir de este momento comenzará su tarea,
que culminará con la sumisión al trono de Macedonia de toda Grecia.
La figura
histórica de Filipo ha sido muy polémica debido a los encendidos discursos de
Demóstenes. El orador siempre lo consideró un «bárbaro» que buscaba la
destrucción de Atenas, enemigo de la libertad y de la democracia de la Hélade.
En función de esto, los estudiosos de la antigüedad han tratado el tema,
inclinándose a favor o en contra de Filipo. Así, Niebuhr y Grot, historiadores
de la primera mitad del siglo XIX, veían la lucha de Atenas contra Macedonia
como la defensa de la libertad y la democracia contra la tiranía. Sin embargo,
Pölmann y Holm, también en el siglo XIX, idealizan a Macedonia y describen a
Demóstenes como un reaccionario. En posiciones más moderadas con respecto al
orador se colocaron Beloch y otros. W. Jaeger lo sitúa en la dinámica histórica
griega del siglo IV: Hemos aprendido ahora que, en tiempos de Demóstenes, una
ley subyacente del desenvolvimiento alejaba a los griegos del antiguo y
limitado Estado-ciudad y los conducía al imperio universal de Alejandro y la cultura
universal del helenismo. Vista en esta nueva y vasta perspectiva, la figura de
Demóstenes se reduce a un pequeño obstáculo en el curso de un proceso histórico
irresistible. Por otra parte, la historiografía soviética, que podemos
representar por Struve, ve a Demóstenes como un defensor de la forma ya caduca
del Estado esclavista.
Pero no
todo fueron críticas a Filipo en su tiempo. Mediante Diodoro de Sicilia han
llegado a nosotros noticias de la Historia de Filipo de Teopompo, con un tono
panegírico del macedonio. Diodoro también utilizó la obra de Eforo,
contemporáneo de Filipo. Esquines, orador de la época, convertido a la idea del
partido promacedonio en Atenas, fue un defensor a ultranza. Isócrates (436-338
a.C.), ya antes del ascenso de Macedonia, buscaba ideales comunes para unificar
a los griegos contra Persia. Contrario al sistema democrático ateniense por su
corrupción, veía la solución a este estado de cosas en la monarquía. Sus obras,
más que encuadrarlo en el partido promacedonio, tratan de elevarlo por encima
de éste, buscando establecer una ideología de la monarquía en Grecia.
Pero parece
que también intervino en ella el oro de Filipo.
Ya el
lector habrá observado por los partidarios o adversarios de Filipo, que Atenas,
como cabeza rectora de Grecia, estaba dividida en dos grupos: los
antimacedonios y los promacedonios. Los primeros de ellos eran los integrantes
de lo que se ha denominado «partido del Pireo». Este grupo estaba compuesto de
mercaderes y artesanos cuya economía estaba basada en la política exterior de
Atenas, concretamente en el comercio marítimo con la zona norte del litoral del
mar Negro. Para ellos la penetración de Macedonia en Tracia y el mar Negro, con
la ocupación -que más adelante veremos- de las ricas colonias atenienses,
representaba un duro golpe a sus intereses. Esta postura, a su vez, era apoyada
por amplias capas de ciudadanos libres cuya existencia dependía de la entrega
de subsidios por parte de las clases pudientes.
El reverso
de la moneda lo constituían los promacedonios, representados mayoritariamente
por ciudadanos pertenecientes a las capas adineradas. A éstos no les interesaba
una guerra contra Macedonia. Y no les interesaba porque representaba un
capítulo excesivo de gastos que ellos tenían que satisfacer como ciudadanos más
pudientes. Las ganancias obtenidas con la explotación de las posiciones
exteriores no les compensaban. Por otra parte, la pauperización de la población
creaba cada vez más tensiones entre esta «clase alta» y la población pobre.
Estas razones, y otras más que sería excesivamente complicado examinar, hacían
que este grupo viese en Macedonia un poder fuerte que los amparase.
Consolidación interna
Pero quizá
hemos adelantado demasiados acontecimientos. Habíamos dejado a Filipo en el
momento de ocupar la regencia del trono de Macedonia (359 a.C.) y enfrentado a
una grave crisis interna, debido al estado de anarquía y a la inestabilidad del
trono. Al mismo tiempo, sus vecinos, los tracios, hostigaban la frontera por el
Este, así como los ilirios y peonios por el Oeste y Noroeste, respectivamente.
Mediante alianzas sujetó a los tracios, atacando y derrotando a los ilirios.
Con Atenas llegó a un acuerdo por el que se comprometía a retirar sus ejércitos
de Anfípolis a cambio de la ciudad de Pidna y de su apoyo al trono. Y hablamos
de apoyo al trono porque Filipo hacia estas fechas es proclamado rey,
desplazando a su sobrino Amintas. Conseguido el trono, rompe el acuerdo con
Atenas y conquista Anfípolis. Posteriormente ocupa Crénides, a ruego de sus
habitantes, amenazada por enemigos exteriores. La posesión de esta ciudad, a la
que cambiará el nombre, lIamándola Filipos, aseguraba la ocupación de los ricos
yacimientos de oro del Pangeo, que tendrán gran importancia en el desarrollo de
la política exterior de Filipo, ya Filipo II. No sin razón, Diodoro dirá
apesadumbrado que muchos helenos traicionaron a su patria por el oro de Filipo.
A su vez éste afirmaba que ninguna fortaleza era tan alta que no pudiera subir
hasta ella un asno cargado de oro.
Esta
paulatina agresividad de Filipo II y sus progresos en Tracia habrían sido
imposibles sin la concurrencia de un ejército potente. Y es precisamente la
reorganización del ejército hecha por el monarca lo que le permitirá llevar a
buen término sus pretensiones de conquista. Compuesta por nobles consiguió
hacer de la caballería, bien ordenada en regimientos (ilas), un arma eficaz, al
mismo tiempo que lograba romper los intentos autonomistas de estos señores
feudales. La Corte ejerció tal atracción sobre esta nobleza que consiguió
romper sus vínculos con la tierra y hacerla palaciega. Con la infantería, hasta
entonces rudimentariamente organizada, formó la falange macedonia, dotándola de
mejores armas (escudo redondo y pequeño, y larga lanza o sarissa) y de una
también mejor capacidad táctica. Innovación con alcance político fue hacer
extensivo a los llamados «heteros de a
pie» ciertos privilegios en la Asamblea del ejército que hasta entonces
sólo habían disfrutado los nobles. Con los mercenarios se organizaron las
tropas ligeras y móviles (hyspapistas). Este armamento y la instrucción de la
tropa estaba en función de la táctica militar empleada. Fue en Tebas, cuando
estuvo de rehén, donde conoció la «formación oblicua» utilizada por
Epaminondas, y será ésta la misma táctica que aplicará, pero con cuerpos de
ejército distintos. Epaminondas realizaba la ofensiva con la infantería; Filipo
II la transfirió a la caballería de heteros, mejor preparados. Los falangistas,
con sus largas y pesadas lanzas, pasaron al ala defensiva.
Filipo II
será el que por primera vez emplee la táctica de todas las armas orgánicamente
combinadas. Indudablemente esto exigía una preparación y una disciplina férrea
con entrenamiento continuo a cualquier hora y en cualquier estación. La movilidad
conseguida en sus maniobras y desplazamientos fueron motivo de admiración para
sus contemporáneos, incluido su antagonista, Demóstenes.
La
estrategia fue también reformada. A pesar de que la invención era de
Epaminondas, fue Filipo el que implantó decididamente la estrategia del
aniquilamiento. Derrotado el enemigo se le perseguía con la caballería hasta su
extinción. El sistema de cerco de ciudades para conseguir su rendición por
hambre fue sustituido por el de la aplicación de máquinas de guerra.
Concretamente, en el sitio de Perinto y Bizancio se aplicó una máquina llamada
«destructora de ciudades» (helepolis). Dichas máquinas también hicieron acto de
presencia en los navíos de guerra, por lo que éstos comenzaron a construirse de
un tonelaje mayor.
Hasta el
354 a.C. encontramos a Filipo estableciendo bien sus fronteras, consolidando el
reino y haciendo algunos progresos en Tracia. Pero su política no se limitaba
sólo a los aspectos de orden militar. Paralelamente había desarrollado una
activa diplomacia. Da prueba de ello un tratado de amistad y alianza con la
potencia griega más importante del Norte, la Liga Calcídica, mediante la
colaboración del Oráculo de Delfos, a quien Filipo parece que sugería algunas
de sus inspiraciones. Atenas, por su parte, también buscó alianzas en algunos
príncipes y reyes tracios e ilirios.
Unificación de Grecia
La Tercera Guerra Sagrada se inició en el año 356 a.C y
duró hasta el año 346 a. C, entre los ejércitos de Fócida y Tebas por el
control de Delfos. Esta guerra fue más larga y violenta que la Segunda Guerra
Sagrada.
Fócida fue multada por los Anfictiones (liga religiosa
que agrupaba doce pueblos de Grecia) lo que enfureció al líder de Fócida
llamado Filomelo, quien ocupo el poder de Delfos. El poder militar de Fócida
era débil, por ese motivo Filomelo utilizó el tesoro del santuario de Delfos
para reclutar un ejército de otros estados griegos. Este ejército fue vencido
por los beocios y los tesalios en el año 354 a.C. Luego de esta derrota
Filomelo se suicidó, quedando como líder Onomarco, el cual fue vencido y
ahorcado por Filipo II en la Batalla del campo del Azafrán.
Failo, hermano de Onomarco, tomó el liderazgo del
ejército y se situó en las Termópilas a empezar la defensa, pero no pudo seguir
manteniendo su ejército por lo cual se firma La paz de Filócrates entre Filipo
II y Atenas.
Causas de la Tercera Guerra Sagrada
Los
focidios, liderados por Filomelo, en cuyo territorio estaba situado el
santuario de Delfos, fueron multados por los Anfictiones de la Anfictionia de
Delfos en el año 357, sin que se sepa con certeza si habían cometido alguna
falta o si habían sido los tesalios, o su antiguo odio, los que habían hecho
que les fuera impuesto el castigo.
La falta,
más bien la excusa, fue el aprovechamiento sacrílego que hicieron de las
tierras pertenecientes al santuario de Delfos. El castigo consistía en que, si
no pagaban la multa impuesta, sus tierras serian confiscadas, lo mismo sucedía
con los espartanos, condenados por la toma de la Cadmea, la acrópolis de Tebas.
Filipo II conquistó Potidea en 355, y Metone en 354. También Estagira, patria de Aristóteles, con la ayuda de Olinto, ciudad antes aliada de Atenas, a pesar de las exhortaciones de Demóstenes para que Atenas ayudase a sus aliados.
En el año 353 le llegó la proposición de Larissa, la que dio a Filipo II la excusa para iniciar su camino hacia el sur e imponerse a los griegos. En este tiempo Filipo II venció a Filomeno, quien no soporto la derrota suicidándose, luego de esto Onomarco tomo el poder. Y fue precisamente luchando contra Onomarco, al que pidieron ayuda los tiranos de feras, cuando tuvo lugar la primera y única derrota de Filipo II de Macedonia en Grecia.
Filipo II conquistó Potidea en 355, y Metone en 354. También Estagira, patria de Aristóteles, con la ayuda de Olinto, ciudad antes aliada de Atenas, a pesar de las exhortaciones de Demóstenes para que Atenas ayudase a sus aliados.
En el año 353 le llegó la proposición de Larissa, la que dio a Filipo II la excusa para iniciar su camino hacia el sur e imponerse a los griegos. En este tiempo Filipo II venció a Filomeno, quien no soporto la derrota suicidándose, luego de esto Onomarco tomo el poder. Y fue precisamente luchando contra Onomarco, al que pidieron ayuda los tiranos de feras, cuando tuvo lugar la primera y única derrota de Filipo II de Macedonia en Grecia.
Filipo II, Tagós de Tesalia
Filipo II
fue nombrado Tagos de Tesalia en 352, por los tesalios que se oponían a la
coalición Fócida Feras, derrotando a Onomarco y a sus tropas en la Batalla
del campo del Azafrán. Con esto, Filipo II suprimió la Tiranía de Feras,
tomó el puerto de Págasas, consiguió el dominio definitivo de gran parte de
Tesalia (y con ello de sus recursos económicos, caballería, puertos y tributos
especialmente) y su control estratégico del camino hacia el norte y el Ponto.
En 349, tomó y arrasó Olinto y en 348, tal vez por instigación de Filipo II,
Eubea se separó de Atenas. Una vez que se perdió Olinto, y con ella las
posibilidades de tomar Anfípolis, que como hemos dicho, era casi la llave del
norte y del Ponto, se buscó la paz.
La Paz de Filócrates (346 a.C.)
Después de
la muerte de Onomarco, Failo, su hermano, tomo el liderazgo del ejército de
Fócida, pero no pudo seguir manteniendo su ejército que estaba muy débil
después de nuevo años de guerra, firmándose la paz.
La paz del
año 346, llamada Filócrates, firmada entre Filipo II y Atenas, fue hecha sobre
la base del reconocimiento de la pérdida definitiva por parte de Atenas, de
Anfipolis y Potidea (cuya conquista por Macedonia significó la apertura de
grandes posibilidades para el desarrollo de la flota de este país) y determinó
la alianza defensiva entre Atenas y Macedonia, tal vez, en opinión de Diodoro,
porque Filipo ya proyectaba una campaña contra los persas, aunque en esta época
aún no hay pruebas concretas. Esta alianza continuó aún después de la muerte de
Filipo II, significando el reconocimiento por Atenas de todas las conquistas de
Filipo II en la Calcidica y el litoral tracio, quedando solamente en manos
atenienses el Quersoneso tracio.
Consecuencias de la Tercera Guerra Sagrada
La importancia histórica de esta Tercera
Guerra Sagrada, radica en que dio la posibilidad a Filipo II de Macedonia de
intervenir en los asuntos de Grecia, llamado por los
tesalios primero y luego por los beocios. Al acabar la guerra, los Focidios,
vencidos, fueron apartados de la Anfictionía de Delfos y los anfictiones
cedieron sus votos a los macedonios. Como Filipo II fue el vencedor en el 346,
en lugar de los tebanos, que estaban agotados, fue él quien se llevó la presa
por la cual los tebanos habían provocado la guerra: El primer lugar entre los
Estados griegos. No sólo tenía la supremacía militar en Grecia central, sino
que, además, ahora pertenecía al Consejo de la Anfictionía de Delfos: Además de
imponerse sobre los griegos, había dejado de ser un bárbaro. Con el tiempo
fueron reconstruidas las ciudades de la Fócide con la ayuda de los atenienses y
los tebanos, antes del desastre de Queronea, en el año 338, cuando Filipo II
venció a los griegos.
A partir
del 352 a.C. comienza lo que la historiografía moderna ha llamado la segunda
fase de la expansión de Macedonia. Filipo emprende otra expedición a Tracia,
hecho que afectaba directamente al comercio griego. Los atenienses vieron en
esto una provocación. Pero aún más grave fue el ataque a los calcídeos con una
excusa banal, destruyendo Ostagira y Olinto. Los demás griegos no pudieron
prestar ninguna ayuda. Atenas, a pesar de la dura oposición de Demóstenes, se
vio obligada a firmar la paz, llamada de Filócrates (346 a.C.).
Negociaciones
En
347 a. C., una delegación ateniense compuesta por Demóstenes,
Esquines y Filócrates, que fue quien tuvo la iniciativa de este tipo de
negociación, fue enviada oficialmente por Atenas a la ciudad de Pela, capital
de Macedonia. En su primer encuentro con Filipo, según Esquines, Demóstenes se
dice que comenzó a hablar, luego se apartó un poco del tema, y de repente quedó
mudo, hasta que se desmayó.
Filipo
dictó los siguientes términos: Cada bando mantendría los territorios que
estuviesen en su posesión en el momento de la conclusión oficial del tratado de
paz, quedando Fócida y Halo excluidas del tratado de paz. Fócida controlaba el
acceso terrestre a Grecia mediante el paso de las Termópilas. Con respecto a
estas dos ciudades, Filipo exigió total libertad de movimientos, y tampoco dio
a los atenienses ninguna garantía de devolver Oropo o de no destruir Fócida.
Por otra parte, el tratado de paz obligaba a Atenas renunciar a sus posesiones
de Calcídica y Tracia.
En
346 a. C., Parmenión y Antípatro viajaron a Atenas para recibir de
los atenienses el juramento de ratificación. La Ekklesía (asamblea del
pueblo) aceptó los términos impuestos por Macedonia, pero cuando la delegación
ateniense viajó de nuevo a Pela para recibir el juramento de Filipo que
concluyese definitivamente la ratificación del tratado, el rey no tenía prisa
ya para formularlo. Marchó contra Dorisco y contra otras ciudades de Tracia,
esperando poder mantener todas las posesiones atenienses que fuera capaz de
conquistar antes de la ratificación.
Con ello,
Filipo modificó el statu quo que los atenienses tenían en mente en el
momento de jurar la ratificación y, ansioso por el retraso, Demóstenes propuso
que una delegación fuese enviada hasta el lugar en donde estaba Filipo, para
solicitar su juramento in situ. Mientras tanto, Halo estaba siendo
asediada por el ejército macedonio. Demóstenes insistió en hacerlo mientras que
los tracios todavía mantuviesen en su poder las ciudades de Serreo, Mirteno y
Ergisca pero, a pesar de sus esfuerzos, los enviados atenienses (incluyendo a
Esquines y a él mismo) permanecieron en Macedonia durante tres meses enteros,
hasta que Filipo volvió triunfante de Tracia habiendo subyugado toda la región.
Finalmente
se juró la paz en Feras, aunque Demóstenes acusó a los otros enviados de falta
de honestidad y de venalidad.
Justo
después de la ratificación del tratado conocido como la paz de Filócrates,
Filipo atravesó las Termópilas, dado que los atenienses no bloqueaban ya el
paso como lo hicieron en 352 a. C., convencidos por Esquines de que
la incursión militar macedonia les beneficiaría. Filipo conquistó la Fócida y
sus ciudades fueron demolidas. Atenas no acudió en ayuda de Fócida porque pensó
que Filipo intercambiaría Oropo y Eubea por Anfípolis, y que dividiría a Tebas
en pequeños poblados y que reconstruiría Tespias y Platea. Tras una propuesta
de Tebas y Tesalia, Macedonia tomó el control de los dos votos de Fócida en la
Anfictionía Délfica. Cuando Filipo presidió el Consejo de la Liga, Atenas hizo
llamar a su delegación de vuelta a casa. Filipo, sin embargo, solicitó
formalmente a los atenienses mediante enviados que votasen a favor de la
admisión de Macedonia en el Consejo de la Anfictonía, pero hubo un clamor
popular en contra de la solicitud, que fue rechazada. Finalmente, Atenas
legitimó la entrada de Filipo en el Consejo, siendo Demóstenes uno de los que
apoyaron esta actuación. Sus argumentos, expuestos en el discurso Sobre la
Paz, se basaban en que Atenas no estaba preparada para la guerra contra el
resto de miembros de la Liga dirigida por Filipo y, por tanto, aconseja a sus
conciudadanos a aceptar las condiciones de la paz, aunque se enfrentara a
Esquines, que buscaba una alianza entre Macedonia y Atenas.
Filipo
acusó a los atenienses de haber violado los términos del tratado de paz en
344 a. C., cuando Demóstenes hizo un viaje por el Peloponeso
pronunciando discursos y tratando de convencer al mayor número de ciudades
posibles para que se alejaran de la influencia macedonia, y en
341 a. C., cuando el general ateniense Diopites asoló el distrito
marítimo de Tracia.
En ambos
casos, Demóstenes se opuso a las reclamaciones de Filipo en sus famosos
discursos, Segunda Filípica, Sobre el Quersoneso y Tercera
Filípica. Finalmente, Demóstenes propuso a la Asamblea que dictase un
decreto modificando el tratado del año 346 a. C. Esta enmienda
suponía la repulsa ateniense de uno de los términos más importantes del
tratado, según el cual «cada parte
retendría sus propias posesiones».
En el 342
a.C. comenzó Filipo la sumisión definitiva de Tracia, dejando en su lugar en el
gobierno de Macedonia a su hijo Alejandro (el futuro Alejandro Magno), de
quince años de edad. Asumiendo el papel de libertador de las ciudades griegas
fronterizas a Tracia, comenzó su campaña. Todo el mundo griego sabía que
aquello era una verdadera guerra de conquista y a regañadientes aceptó la
excusa. Tracia fue sometida, creándose con sus territorios la primera provincia
macedonia. La labor que se efectuó fue ingente, estableciendo colonias,
fundando ciudades y asentando colonos. Las pequeñas polis griegas de la zona
hicieron una alianza con Filipo. Al frente de la provincia puso a un gobernador
a imitación no de una tradición griega, sino persa. Si estaba construyendo un
Imperio y el único modelo disponible era el persa, a él recurrió. Los intereses
atenienses en la zona quedaron en peligro.
En
341 a. C. Demóstenes viajó a Bizancio, ciudad que decidió firmar una
alianza con Atenas. El político ateniense llegó a un acuerdo similar con Abidos
que desató las condenas por parte de Filipo. Los atenienses respondieron a las
quejas macedonias con la denuncia de los términos del tratado de paz, acción
que suponía una declaración oficial de guerra. La paz finalizó oficialmente en
338 a. C., año en el que Filipo atravesó las Termópilas y comenzó una
campaña militar por territorio aliado de Atenas. Demóstenes, por su parte,
convenció a Tebas para que se aliase con ellos contra Macedonia, mientras que
Filipo lanzaba un último intento para alcanzar un nuevo tratado de paz.
Por esto,
Atenas funda la Alianza Helénica (340 a.C.) uniendo, bajo su dirección, siete
Estados griegos. El fundamento de la misma constituía la búsqueda de una paz
general (koiné eirene), pero todo el mundo sabía que era el miedo a Filipo lo
que provocaba la unión de las ciudades.
La
situación de tensión se precipitó cuando macedonia decidió atacar la ciudad de
Perinto. En los preparativos del cerco tuvo que violar el territorio ateniense
en el Quersoneso tracio, lo que, confesado por Filipo en una carta a Atenas,
aplazó la declaración de guerra. No fue fácil el sitio de Perinto, ya que la
ayuda de Bizancio, Atenas y algunos sátrapas persas, recelosos del poder de
Filipo, hicieron vanos los ataques macedonios. Ante esto decide poner sitio a
Bizancio, donde también fracasa. Sin embargo, se apoderó de la flota triguera
ateniense que estaba reunida a la entrada del Bósforo, capturando un total de
230 naves de gran valor. La reacción no se hizo esperar, y Atenas declaró la
guerra a Macedonia enviando una flota que liberó a Bizancio del asedio naval de
Filipo.
Las
operaciones por mar eran altamente ventajosas para los atenienses; por tierra
para los macedonios, tanto que Filipo, ignorando esta guerra, organiza una
expedición contra los escitas. Pero parece que estuvo motivada por razones de
orden interno dentro del ejército. Se trataba de levantar el prestigio de las
armas macedonias, que se había tambaleado un tanto con los fracasos de Perinto
y Bizancio. No resultó un paseo y Filipo, herido, regresó con algunas
dificultades ese mismo año.
La
situación interna de Grecia de nuevo se hacía favorable a Filipo. O quizá él la
hacía favorable con su oro. El caso es que de nuevo estalla otra Guerra Sagrada,
en este
caso provocada por los locrios locrios ozolios de la localidad de Anfisa,
próxima a Delfos, acusaron a los atenienses ante la Anfictionía délfica, porque
durante la Tercera Guerra Sagrada habían colgado dos escudos dorados en el
templo de Apolo, que aún no había vuelto a ser consagrado. Dichos escudos
contenían una inscripción que decía:
Los atenienses, como botín de los medos y los
tebanos, cuando luchaban juntos contra los griegos.
Atenas
replicó con una contraacusación: «La
gente de Anfisa estaba cultivando el suelo sagrado de Cirra, lo que estaba
prohibido».
Lo cierto
es que el único interesado en una Guerra Sagrada en este momento era Filipo.
Filipo
había sitiado, sin éxito las ciudades de Perinto y Bizancio en
340 a. C., sin que Atenas reaccionase, pero cuando en el mismo año,
la flota comercial de 230 naves cargadas con grano, fue capturada en el
Bósforo, la Asamblea ateniense declaró la guerra.
En
339 a. C., el Consejo de la Anfictionía invitó a Filipo a llevar la
dirección de la Guerra Sagrada, como hegemón. La flota ateniense logró romper
el sitio de Bizancio, pero las tropas de Filipo atacaron por tierra en un
ataque relámpago, atravesando Fócide, y apoderándose de la ciudad de Elatea,
que cortaba la comunicación entre Beocia y la ruta del norte.
Demóstenes
envió una embajada a Tebas, ofreciendo una alianza a la Liga Beocia, que fue
aceptada, organizando una línea defensiva frente a Elatea para impedir el
avance macedonio. Durante el invierno de 339 a. C. hubo mucha
actividad diplomática por ambos bandos y pocos hechos bélicos. Los macedonios
consiguieron atraer a locrios, focenses y etolios, mientras que los
peloponesios se mantuvieron neutrales.
En
338 a. C., Filipo atacó, ocupando Anfisa y Naupacto, ofreciendo la
paz, que por dos veces fue rechazada.
El problema
estaba en saber si Tebas se inclinaría al lado de Macedonia o de Atenas.
Demóstenes, a cambio de enormes concesiones, consiguió atraerla al bando
ateniense.
Cuando se
conoció en Atenas la noticia de la llegada de los macedonios a Elateia, cundió
el pánico en la ciudad. En lo que Cakweel describe como su momento de mayor
orgullo, Demóstenes clamó contra la desesperación y propuso que los atenienses
buscaran una alianza con los tebanos, tras lo que su propuesta fue aceptada y
lo enviaron como embajador. Filipo también había enviado una embajada a Tebas
solicitando que se unieran a él, o al menos que le permitieran el paso sin
obstáculos a través de Beocia. Dado que los tebanos no estaban aun formalmente
en guerra contra los macedonios, podrían haber evitado el conflicto. Sin
embargo, a pesar de la proximidad del ejército de Filipo y su tradicional
enemistad con la capital del Ática, los tebanos se unieron a los atenienses en
defensa de la libertad de Grecia. El ejército de Atenas ya había sido enviado
de forma preventiva en dirección a Beocia, por lo que pudo unirse a las fuerzas
tebanas pocos días después de que la alianza fuera acordada.
Los
detalles de la campaña que llevó a Queronea son completamente desconocidos. Es
de presumir que a Filipo se le impidió penetrar en Beocia a través del monte
Helicón, pues por allí habían cruzado los espartanos en su camino a la batalla
de Leuctra, o por cualquier otro camino de acceso desde Fócida. Es cierto que
se produjeron algunas escaramuzas previas, pues Demóstenes alude en sus
discursos a una «batalla en invierno»
y una «batalla en el río», pero no
han sobrevivido más detalles. Finalmente, en agosto de 338 a. C., el ejército
de Filipo marchó en línea recta por la vía principal de Fócida a Beocia para enfrentarse
al grueso del ejército aliado que defendía el camino en Queronea.
Según
Diodoro Sículo, el ejército macedonio contaba con 30 000 soldados de infantería
y 2000 de caballería, cifras generalmente aceptadas por la historiografía
moderna. El rey Filipo tomó el mando del ala derecha de su ejército y colocó a
su hijo Alejandro, de dieciocho años, al cargo del ala izquierda, donde estuvo
acompañado por un grupo de experimentados generales macedonios.
El ejército
aliado griego incluía contingentes de las polis de Acaya, Corinto, Calcis,
Epidauro, Megara y Trecén, aunque la mayoría de tropas procedían de Atenas y
Tebas. La fuerza ateniense estaba liderada por los generales Cares y Lisicles,
y la tebana por Teágenes. Ninguna fuente informa del número de hombres del
ejército aliado, aunque el historiador romano Marco Juniano Justino afirma que
era «muy superior en número de soldados».
En la actualidad se piensa que el número de aliados era muy similar al de
macedonios. Los atenienses tomaron posición en el ala izquierda, los tebanos en
el ala derecha y el resto de aliados en el centro.
El ejército
aliado griego había tomado posición cerca de Queronea, sobre el camino
principal. En su flanco izquierdo la línea griega llegaba a las faldas del
monte Turión, bloqueando el lado de la vía que llevaba a Lebadea, mientras que
en el derecho llegaba hasta el río Cefiso, cerca de una estribación del monte
Aktion. Por tanto, esta línea griega alcanzaba los 4 km de longitud y estaba
asegurada en ambos flancos. Por otra parte, la línea griega parece que se
orientó hacia el noreste a lo largo de la llanura que quedaba en medio, por lo
que no encaró la dirección de avance de la formación macedonia. Esto le impidió
a Filipo intentar concentrar su fuerza sobre el ala derecha de los aliados
porque el avance del flanco izquierdo griego habría amenazado su flanco
derecho. Aunque el rey macedonio hubiera intentado concentrar su fuerza contra
la izquierda griega, las tropas allí situadas estaban en un alto y cualquier
ataque a ellas habría sido muy complicado. Debido a que los griegos permanecían
a la defensiva, pues solo pretendían detener el avance macedonio, su posición
era estratégica y tácticamente muy sólida.
La batalla
Los
detalles sobre el desarrollo de la batalla son escasos. Diodoro Sículo es el
único que la relata, y dice que «una vez comenzada, la batalla fue muy
disputada durante mucho tiempo y hubo muchas bajas en ambos bandos, de modo que
durante largo rato el combate dio esperanzas de victoria a ambos bandos». Añade
que el joven Alejandro, que «tenía su corazón puesto en mostrar su destreza a
su padre», tuvo éxito en romper la línea griega ayudado por sus compañeros y
finalmente consiguió poner en fuga el ala derecha aliada. Mientras tanto,
Filipo avanzó personalmente contra la izquierda griega y también la puso en
fuga.
Plan de batalla en Queronea. En rojo
aparecen los aliados griegos y en azul los macedonios.
Este breve
relato se puede completar si se da crédito a la narración de Polieno sobre el
combate, quien recogió pequeños retazos de información sobre esta guerra en sus
Strategemata. Algunos de sus datos son también citados por fuentes
fiables, pero otros son manifiestamente falsos. A falta de más fuentes, no está
claro qué pasaje sobre Queronea debe ser aceptado o rechazado. Polieno afirma
que Filipo combatió la izquierda griega, pero luego retiró sus tropas, que
fueron perseguidas por los atenienses. Cuando llegó a una zona elevada, detuvo
la retirada, atacó a los atenienses y los derrotó. En otra «strategemata» Polieno sugiere que Filipo
prolongó deliberadamente la batalla para obtener beneficio de la inexperiencia
de los soldados de Atenas (los veteranos soldados macedonios estaban más
acostumbrados a la fatiga) y retrasó su ataque principal hasta que los atenienses
estuvieron exhaustos. Este último dato también es recogido en las Strategemata
de Frontino.
El relato
de Polieno ha llevado a algunos historiadores modernos a proponer
tentativamente la siguiente síntesis de la batalla de Queronea. Cuando el
combate general hacía tiempo que había comenzado, Filipo trató de realizar con
su ejército un movimiento de giro, retirando su ala derecha y haciendo rotar
toda la línea sobre su centro. Al mismo tiempo, empujando hacia delante, el ala
izquierda macedonia atacó a los tebanos del ala derecha aliada y abrió brecha
en la línea griega. En la izquierda helena los atenienses persiguieron a
Filipo, pero su línea se alargó y desordenó, momento en el que los macedonios
dieron la vuelta, atacaron y pusieron en fuga a los exhaustos e inexpertos
soldados de Atenas. El ala derecha griega, asaltada por las tropas macedonias
dirigidas por Alejandro, también comenzó la retirada, poniendo así fin a la
batalla.
Varios
historiadores modernos, sitúan a Alejandro al mando de una compañía de
caballería, los hetairoi, durante la batalla, tal vez debido al empleo
por parte de Diodoro de la palabra «compañía».
Sin embargo, no hay ninguna mención a esta caballería en ninguna fuente antigua
sobre la batalla, ni tampoco parece que hubiera espacio para que esta operara
contra el flanco izquierdo del ejército griego. Plutarco dice que Alejandro fue
«el primero en romper las filas del
Batallón Sagrado de Tebas», élite de la infantería tebana, desplegado en el
extremo derecho de la línea de batalla aliada. No obstante, también dice que
este Batallón Sagrado «había combatido
las lanzas de la falange [macedonia] cara a cara». Esto, junto con la
improbabilidad de que la caballería cargara contra la infantería tebana armada
con lanzas (la caballería en general siempre evitaba esas barreras), ha llevado
a otros historiadores a sugerir que Alejandro debió estar en Queronea al mando
de un cuerpo de falange macedonia.
Diodoro
dice que en la batalla de Queronea murieron más de mil atenienses y fueron
hechos dos mil prisioneros, mientras que los tebanos sufrieron unas pérdidas
similares. Plutarco afirma que perecieron los 300 componentes del Batallón
Sagrado, antes considerado invencible. Ya en época romana se creía que el León
de Queronea, un enigmático monumento escultórico erigido en el lugar de la
batalla, marcaba el lugar en que yacía el Batallón Sagrado. Unas excavaciones
modernas encontraron los restos de 254 soldados enterrados bajo el monumento,
por lo que se acepta generalmente que en efecto se trata de la tumba del
Batallón Sagrado, ya que es poco probable que todos sus componentes muriesen en
la batalla.
Consecuencias
George
Cawkwell afirma que la de Queronea fue una de las batallas más decisivas de la
historia antigua. Después de esa batalla ningún ejército heleno podría impedir
el avance de Filipo II de Macedonia, y la guerra llegó a su fin. En Atenas y
Corinto los registros informan de los desesperados intentos por reconstruir las
murallas de las ciudades y prepararse para un asedio. Sin embargo, Filipo no
tenía intención de sitiar ninguna ciudad, ni tampoco de conquistar Grecia, pues
su intención era que los griegos fueran unos aliados para su planeada invasión
del imperio persa y que el mundo heleno permaneciera estable en su retaguardia
mientras emprendía la campaña en Asia, por lo que seguir luchando era contrario
a sus deseos. El rey macedonio marchó primero hacia la ciudad de Tebas, que se
rindió a él, tras lo que expulsó a los líderes que se le habían opuesto, los
sustituyó por tebanos favorables a los macedonios que habían sido exiliados y
estableció una guarnición macedonia. También ordenó que las ciudades beocias de
Platea y Tespias, destruidas por Tebas en anteriores conflictos, fueran
reconstruidas. En general, Filipo trató de forma severa a los tebanos,
haciéndoles pagar por la liberación de sus prisioneros e incluso por el
entierro de sus caídos, pero no disolvió la Confederación Beocia.
Por el
contrario, Filipo fue muy indulgente con Atenas. Aunque disolvió la Segunda
Liga ateniense, les permitió conservar su colonia en la isla de Samos y sus
prisioneros fueron puestos en libertad sin pagar rescate. Los motivos de Filipo
no están muy claros, pero una posible explicación es que tenía la esperanza de
emplear la flota ateniense en su campaña contra Persia, pues Macedonia no
contaba con una armada poderosa y por tanto necesitaba ganarse a la capital del
Ática. El rey macedonio también hizo la paz con otros aliados, Corinto y
Calcis, que controlaban localizaciones estratégicamente importantes y
recibieron una guarnición macedonia. Luego se volvió hacia Esparta, ciudad que
no había tomado parte en el conflicto pero que podía aprovechar la situación
para sacar provecho de la delicada situación de otras polis para atacar a sus
vecinos en el Peloponeso. Los espartanos rechazaron la invitación de Filipo
para entrar a negociar y en respuesta los macedonios arrasaron su región,
Laconia, pero sin llegar a atacar a la propia Esparta.
Parece que
en los meses siguientes a la batalla de Queronea Filipo se movió por Grecia
haciendo la paz con otras polis, negociando con los espartanos e instalando
guarniciones. Sus movimientos probablemente fueron una demostración de fuerza
al resto de ciudades helenas para que no trataran de oponerse. A mediados de
337 a. C. parece que estaba acampado cerca de Corinto y comenzó a trabajar para
crear una liga de ciudades-estado que garantizara la paz en Grecia y le
proveyera asistencia militar contra Persia. El resultado fue la formación de la
Liga de Corinto en la segunda mitad de ese año en un congreso organizado por
Filipo. Todas las polis, salvo Esparta, firmaron la liga. Los términos
principales del acuerdo fueron que todos los firmantes eran aliados del resto
de polis y del Reino de Macedonia, y que todos tenían libertad de atacar, de
navegar y de interferir en asuntos internos. Filipo y las guarniciones
macedonias instaladas en Grecia actuarían como «garantes de la paz». A
instancias de Filipo, el sínodo de la Liga declaró la guerra a Persia y votó al
rey macedonio como strategos de la próxima campaña militar.
A comienzos
de 336 a. C. se envió a Persia un avance de la fuerza macedonia, a la que
Filipo debía seguir al año siguiente. Sin embargo, antes de que pudiera partir
el rey fue asesinado por uno de sus guardaespaldas y su hijo Alejandro se
convirtió en rey de Macedonia. En una serie de campañas que duraron del 334 al
323 a. C., Alejandro Magno conquistó todo el imperio
persa.
La Liga de Corinto
La noche
que siguió a la batalla de Queronea es uno de los peores momentos de la
historia de la ciudad de Atenas. En un vívido relato, Licurgo de Bitadas
rememora años después las circunstancias de aquel instante de incertidumbre y
temor, con palabras que bastan para poner de relieve la perspectiva que
los griegos debieron tener de tal acontecimiento. En efecto, ante la derrota a
manos de los Macedonios de Filipo II, Atenas se preparaba para lo que suponían
que sería el siguiente movimiento del rey, esto es, el ataque la ciudad con que
había rivalizado durante los últimos años por el control de la hegemonía
griega. No obstante, la situación parece haber sido bastante diferente, pues
Filipo se abstuvo astutamente de presentar esta victoria como un éxito, y más
bien aprovechó la coyuntura para llamar a todos los griegos a la alianza y
unirlos en un pacto común con el que poner fin a las constantes luchas internas
que desde el inicio de la Guerra del Peloponeso no hacían más que enfrentar a
los griegos y eternizar los conflictos armados en el territorio de la Hélade. Su propuesta de paz
supuso la configuración de una Liga Helénica en la que la mayor parte de
las poleis griegas tuvieron participación (con la especial salvedad de
Esparta, que rehusó adherirse al pacto), y que los investigadores modernos
denominamos Liga de Corinto. Muchos de los parámetros de la misma fueron
instaurados poco después de Queronea por el propio Filipo en una reunión
general celebrada en Corinto, aunque la prematura muerte del rey macedonio nos
priva de la opción de conocer sus verdaderos designios para la alianza.
Por otra parte, su heredero Alejandro volverá a reformular la Liga poco tiempo
después, obteniendo la confirmación del rango de su padre al frente de la
alianza y renovando el proyecto conjunto de la guerra contra Persia. En el
invierno de 338/337 a. C. (Queronea sucediera en agosto), Filipo invita a los
griegos a una reunión en Corinto, cuya finalidad podemos seguir a través de
Justino:
El mundo heleno en 336 a. C., tras la
creación de la Liga de Corinto.
“Después
de dejar en orden los asuntos de Grecia, Filipo ordena que sean convocadas a
Corinto embajadas de todos los países, para consolidar el estado de la
situación presente. Allí estipuló las condiciones de paz para toda Grecia,
según los méritos de cada uno de los estados, y de entre todos eligió el
consejo de todos ellos, una especie de senado único. Solamente los lacedemonios
rechazaron al rey y sus leyes, considerando servidumbre, y no paz, la que no
resultara del acuerdo de los estados mismos, sino que fuera propuesta por el
vencedor. Después se fijan las tropas auxiliares de cada uno de los estados,
sea que tuviera que prestarse ayuda al rey con tal ejército, si alguien lo
atacaba, sea que tuviese que hacerse una guerra bajo su mando. Y no había
ninguna duda de que con estos preparativos se apuntaba al imperio persa”.
En términos
muy similares se expresa Diodoro. La llamada de Filipo a la Alianza aparece
como posterior a su gestión para la organización de los asuntos de Grecia. En
este sentido, este tipo de gestiones preliminares deben referirse a las medidas
tomadas por el rey para con los derrotados, en especial Tebas y Atenas, que
sufrieron un trato muy diferente en cada caso. Las razones de esta diferencia
son múltiples, defendiéndose habitualmente la propuesta de que Filipo deseaba
desmantelar la Confederación Beocia, y al mismo tiempo, era consciente de las
necesidades que tenía de mantener la concordia con Atenas (tanto por
razones pragmáticas, como era la dependencia de la flota ateniense, como por
motivaciones ideológicas, como el papel de Atenas como defensora de la libertad
de los griegos de Asia menor y heroína de las Guerras Médicas). Tras este
importante momento previo, la formalización de la alianza de paz común que da
lugar a la Liga Helénica tuvo lugar en Corinto. Una inscripción conservada de
forma fragmentaria nos ha transmitido el juramento institucional de la Liga. El
texto parece claramente explícito sobre el aspecto más destacado de la
naturaleza de la Liga Helénica, como no puede ser otro que el de la defensa
mutua y la alianza militar. Pese a que las fuentes relacionan en todo momento
la creación de la Liga con la voluntad de Filipo de invadir Persia, lo cierto
es que los parámetros estipulados en la inscripción establecen una regulación
de carácter general, que es clara heredera de la tradición sobre Koiné Eirené[1] de todo el S IV. Las bases
son claras: el mantenimiento de la autonomía y la situación interna de los
aliados en el momento del pacto, el acuerdo de no agresión y la amenaza de
iniciar la guerra contra aquel o aquellos que violen este acuerdo. No obstante,
no parece claro que esta amenaza no afecte también a los propios miembros de la
Liga, en caso de que en algún momento violasen dichas regulaciones. Por otra
parte, la inscripción menciona dos elementos más que son dignos de comentario:
el primero de ellos es la fórmula con la que se refiere al acuerdo, puesto que
la fórmula prohibía romper el acuerdo con Filipo, lo que sin duda confirma que
la Liga estaba estructurada por una serie de tratados bilaterales entre cada
uno de los miembros y el rey macedonio, pero en ningún momento parece posible
un pacto entre dos miembros. Es decir, que la alianza de cada gobierno
participante es directa y exclusivamente con Filipo, y no con el resto de los
miembros de la Liga.
Evidentemente,
esta condición debía evitar a Filipo, en la medida de lo posible, el
riesgo de una coalición de los miembros contra su propia dirección de la
confederación. En segundo lugar, la mención del Sinedrión no puede pasarse
por alto, puesto que responde a una característica básica de la alianza.
El Sinedrión[2], ya mencionado en el texto
de Justino antes citado, aparece como órgano de representación de los miembros,
compuesto en función del peso de cada miembro en la alianza. No obstante, no
sabemos cuántos representantes tenía cada gobierno, y por tanto, desconocemos
que diferencia real existía dentro de la Liga entre el número de representantes,
por poner un ejemplo, de los atenienses (ciudad grande y con amplia capacidad
de contribución militar, aunque opuesta a Filipo) o los corintios (también
opuestos al macedonio) y los de Platea, Orcómenos o Tespia, ciudades favorables
a Filipo aunque de menor capacidad económica y militar. De cualquier modo, la
instauración de la Liga resulta evidentemente, como había sucedido con las
alianzas similares anteriores, una herramienta del dominio macedonio para
regular su autoridad sobre los griegos y legitimar su capacidad de represión de
conflictos. Tras la instauración de la Liga, Filipo señaló a los aliados y al
resto de Grecia su proyecto de guerra contra Persia. Los elementos
propagandísticos de esta iniciativa son múltiples, destacando la naturaleza
explícitamente vengativa del conflicto y la relación del mismo con las arengas
isocráticas, por poner dos destacados ejemplos. Asimismo, este proyecto permite
a Filipo solicitar a los miembros de la Liga el primer contingente de
tropas. Tras la muerte de Filipo, Alejandro consigue renovar tanto su posición
como comandante en jefe (strategos autokrator)[3] de la Liga como los tratados
bilaterales que conforman la base de la misma. Por la información contenida en
el discurso “Sobre el tratado con
Alejandro”, de Demóstenes, sabemos que los parámetros básicos de la Liga en
tiempos de Alejandro debieron ser los mismos que en la época anterior, a saber,
el respeto de la autonomía y la libertad de los griegos (probablemente efectiva
sólo para los aliados), la defensa de la situación interna de cada miembro en
el momento de fundación de la liga, y la prohibición de fomentar cualquier tipo
de cambio constitucional entre los aliados a partir del momento de la
formalización de los juramentos. Por lo tanto, a la vista de los datos
comentados hasta el momento, podemos hablar de la Liga de Corinto como una
alianza con una finalidad doble, siendo al mismo tiempo una alianza militar y
un acuerdo de carácter conservador con respecto a la organización y gobierno
interno de los miembros. En el apartado político, lo cierto es que poco se
puede decir con seguridad, pero sí que resulta interesante mencionar el papel
de los “Defensores de paz”, que parecen haber sido magistrados del Sinedrión
encargados de mantener la paz entre los aliados y, en general, asegurar el
cumplimiento de las cláusulas del tratado.
Sin duda,
un cargo similar a este debía ser el ocupado por Antípatro, a quien Alejandro
habría dejado al cargo de los asuntos de Grecia antes de su partida.
Sin
embargo, podemos documentar otros nombres, como el de Coragus o Proteas hijo de
Andrónico, ocupando funciones de defensa de la paz. Sin embargo, resulta más
interesante resolver la cuestión del acuerdo militar. Sabemos que tanto Filipo
como Alejandro pretendían emplear la Liga como una herramienta de control de
las posibles hostilidades griegas desde un punto de vista interno, y que al
mismo tiempo en ambos casos tenemos noticia de la petición de tropas para
llevar a cabo la lucha panhelénica contra Persia. Algunos autores, en este
sentido, han visto en la Liga de Corinto una ruptura con respecto a la
tradición panhelénica anterior y a la construcción de la Paz Común, que durante
el S IV había estado siempre basculando alrededor de los parámetros
establecidos por la Paz del Rey (386). De este modo, Filipo emplea él mismo
sistema teórico en el que se basaba la Koiné Eirene propuesta por el
acuerdo del 386 a. C., aunque con el sustancioso cambio de garante de la paz,
que hasta el momento había sido siempre el rey persa y que a partir de ahora
pasará a ocupar el rey de Macedonia, en virtud de las estipulaciones
fundacionales de la Liga. En este sentido, la guerra contra Persia funcionará
como eje vertebrador de la alianza helénica. No obstante, no podemos
equivocarnos al pensar que la configuración original de la Liga, además de
estar conformada por un pacto defensivo, se componía directamente de un pacto
ofensivo, puesto que en el momento del fin oficial de la campaña contra Persia
y el licenciamiento del ejército aliado, la Liga parece haber seguido en
funcionamiento, sin cambios aparentes. Por lo tanto, la guerra de venganza y la
lucha contra Persiano conforman un elemento inherente a la Liga, ya que esta se
basa, ante todo, como hemos podido apreciar en los documentos, en el
mantenimiento de la Paz. Por ello, la conquista de Persia es un objetivo
circunstancial para asegurar el mantenimiento de la Paz en Grecia, pero no
puede ser considerado el fin último de la Alianza Helénica, a la luz de los
datos conservados. Mediante la lucha contra el rey persa, los reyes macedonios
debieron pretender, entre otros fines, alejar la guerra del territorio griego,
paso previo indispensable para su pacificación. Las enormes oportunidades
derivadas de la conquista de Asia resolverían muchos de los problemas que
habían dado lugar en el pasado a las luchas internas de los griegos. Y
asimismo, la excusa de la defensa de la Hélade y la libertad ponía en manos de
Filipo y Alejandro un entramado institucional, presidido por ellos mismos y por
el Sinedrión, mediante el cual poder ejercer el control efectivo de los
griegos, e incluso la justificación para sofocar cualquier represión
militar con motivo de posibles revueltas contra el dominio macedonio. Teniendo
en cuenta que la guerra contra Persia alejaría al rey de Macedonia de la
geografía griega, la organización de la Liga garantizaba un buen grado de
seguridad al poder macedonio en territorio griego. No obstante, hemos
visto cómo uno de los elementos básicos de la Liga radica en la capacidad de
los hegemones[4] Filipo y Alejandro para dirigir las acciones
militares de la Liga, y con ello, reclutar tropas mediante los aliados. En este
sentido, siempre se ha defendido la idea de que ambos reyes trataron de forma
amistosa a la díscola Atenas a causa dela necesidad que estos tenían el apoyo
de la flota ateniense en el proyecto de guerra contra el Gran Rey. Sin embargo,
sorprende el pequeñísimo número de efectivos navales que Atenas finalmente
envió al frente oriental. El total del número de naves que conformaban el
contingente naval que acompañaba a Alejandro era de 160 naves, de entre las
cuales Atenas habría suministrado tan sólo 20, una cifra aproximadamente
similar a la que habrían cedido también otros gobiernos, especialmente las
islas del Egeo, como Quíos, Ténedos y otras. Sorprende que la potencia marítima
de Atenas no destaque dentro del contingente heleno. La respuesta habitual a
esta cuestión ha expuesto el deseo de Alejandro de realizar una campaña
eminentemente terrestre, y por tanto, evitar la gestión de una flota numerosa.
La inutilidad de la flota en los planes de Alejandro parece evidente por el
rápido licenciamiento de la misma.
Resulta
cuando menos extraño este comportamiento, si tenemos en cuenta que la tradición
historiográfica ha defendido siempre la Liga de Corinto como una herramienta
mediante la cual los macedonios pudieron llevar a cabo el reclutamiento de
tropas y encarar la conquista de Persia. Sin embargo, a la hora de rastrear la
presencia de estas tropas aliadas en el contingente de Alejandro encontramos
ciertas dificultades. Si seguimos los números de efectivos que conocemos, aparte
de con los macedonios, Alejandro contaba con la caballería tesalia, muy amplia
en número y de capital importancia, aunque las relaciones de Macedonia y
Tesalia debían desbordar el marco institucional dela Liga de Corinto. Aparte de
estos, aparecen mencionados unos 7000 soldados aliados, un número muy poco
importante: sólo los tracios y los ilirios ya proporcionan este mismo número de
hombres al ejército de invasión, sin estar vinculados a la Liga de Corinto, sino
en virtud de los acuerdos de paz con Alejandro. Asimismo, los mercenarios
griegos empleados por Alejandro debieron estar por encima de los 7.000, ya que
al inicio de la expedición se mencionan 5.000, pero a estos hay que sumar los
que ya estaban operando bajo el mando de Parmenión en Asia Menor. Este
papel secundario de los aliados queda patente en su ausencia en la mayoría
de la campaña, siendo únicamente mencionados en funciones secundarias o, como
mucho, como reserva de la falange en Gaugamela (donde todos los efectivos
disponibles debieron ser necesarios). ¿Dónde están, pues, los soldados
reclutados por la Liga de Corinto? Ni en la flota ni en la infantería o la
caballería podemos hablar de una verdadera fuerza griega en la campaña. Por una
referencia de Plutarco, podemos pensar en que en muchos casos, incluyendo el de
ciudades tan importantes como la propia Atenas, el reclutamiento de soldados
para las necesidades del hegemon de la Liga pudo haberse llevado a cabo
mediante un pago, lo cual resulta sumamente provechoso para los reyes
macedonios, que obtienen recursos para mantener tropas sin los inconvenientes
de haber de controlar contingentes potencialmente hostiles. Quizás esta
contribución económica para la contratación de efectivos militares es una
práctica más generalizada de lo que podemos entrever, y explicaría en cierto
modo la razón por la cual Alejandro solicita levas de los aliados muy poco
tiempo después de que lo hubiese hecho Filipo: en el caso de que no esté
pidiendo hombres, sino una recaudación, el pago parece menos gravoso, y mucho
más plausible. Por ello, buena parte de estos contingentes griegos debieron ser
mercenarios, y no soldados provenientes de las poblaciones aliadas. No
obstante, Alejandro se mostró reticente al empleo directo de los mismos. Puesto
en duda, entonces, el verdadero motivo militar de la Liga de Corinto, sería bueno
revisar las referencias a la jurisdicción de esta a lo largo de la campaña. En
primer lugar, encontramos el caso de Tebas, que es destruida no sólo por
rebelarse contra Alejandro, sino por haber violado las normas de la Liga. Las
fuentes describen cómo la destrucción fue resultado de la decisión del
Sinedrión. El beneficio del reparto de los territorios tebanos entre algunos
aliados macedonios queda patente en el testimonio transmitido por Arriano, y
podría explicar las motivaciones de algunos miembros de la Liga para ratificar
la brutal acción de terrorismo bélico llevada a cabo por los macedonios al
arrasar Tebas.
En segundo
lugar, tenemos la condena y masacre de los mercenarios griegos al servicio
persa en Gránico. Tras la victoria sobre los persas, el ejército de Alejandro
se encontró ante los mercenarios griegos empleados por el Gran Rey, bajo el
mando de Memnónde Rodas, que habían sobrevivido al combate. El grupo de
mercenarios pidió garantías para poder rendirse, pero Alejandro no cedió.
De un total de 20.000, tan sólo 2.000 fueron hechos prisioneros por los
macedonios, mientras que el resto pereció en un encarnizado combate, en el que
el ejército de Alejandro recibió un número importante de bajas. Las causas de
esta salvaje matanza parecen haber sido las regulaciones de la Liga de Corinto,
que prohibía el medismo[5] y castigaba a todo aquel,
en especial si era griego, que luchase contra los aliados o su hegemón, puesto
que violaba la Paz Común estipulada por la Liga. Asimismo, la crueldad de esta
acción, como la de Tebas, demuestra el deseo de Alejandro de no negociar con
aquellos que participaran en el bando enemigo. Por su parte, los supervivientes
fueron llevados a Macedonia condenados a trabajos forzados. Tenemos noticia de
los diversos intentos de los atenienses de obtener la libertad de aquellos de
entre estos hombres que tuviesen origen ateniense. Sorprende, sin embargo, que
existan excepciones a este tipo de comportamiento. Por ejemplo, cuando
Alejandro encuentra a los mercenarios griegos fieles a Dario III en su huida a
Bactria (bajo el mando de Patrón de Fócide y Glauco de Etolia), y encarcela
tan-to a estos como a los embajadores espartanos que allí se encontraban en
busca del Gran Rey, por causa de haber violado los acuerdos de la Liga y la Paz
común. No obstante, a los embajadores espartanos se les encarcela, lo que podría
ser una prueba de su adhesión a la Liga, o cuando menos, de su obligación de
respetar la Paz Común. Con todo, el modelo de recurso a la legislación de la
Liga como mecanismo de punición sigue siendo igual al empleado en el caso de
Tebas.
Un tercer
ejemplo de excepción es la revuelta de Agis III en el 331. Esparta, Élide,
Acaya (con la excepción de Pelene) y Arcadia (con la excepción de Megalópolis)
se unieron bajo el mando del rey lacedemonio Agis III para luchar contra
Antípatro, representante en jefe de Alejandro en Grecia, probablemente incluso
dentro de la Liga, por la libertad de los griegos. Probablemente, la base
jurídica de la revuelta es la misma que la de la Liga de Corinto: aunar a los
griegos bajo la dirección de un líder militar que garantizase la autonomía y la
Paz Común. Agis debía pretender sencillamente sustituir a Alejandro. Tras la
victoria macedonia contra los rebeldes, Antípatro dejó la cuestión en manos del
Sinedrión, quien parece haber ejercido de juez al imponer las penas por haber
atentado contra la Liga. Élide, Acaya y Tegea eran miembros de la Liga, por lo
que su culpabilidad era mayor que la de otras ciudades involucradas (Tegea fue
perdonada por capitular antes dela batalla), aunque finalmente la
responsabilidad final recayó sobre Esparta. Una multa económica y la cesión de
rehenes espartanos fue el resultado de la revuelta, aparte de lasumisión de
Esparta a los designios de la Liga, aunque desconocemos si en algún momento
llegó a estar asociada como miembro. Mediante los ejemplos más destacados,
comentados aquí, de las acciones de Alejandro y los macedonios relacionadas con
la Liga de Corinto, podemos apreciar cómo, pese a revestir un formato de
alianza militar evidente, lo cierto es que en la puesta en práctica del tratado
no aparece en modo alguno participación activa a nivel militar por parte de los
miembros de la Alianza. Por el contrario, la utilidad de la Liga en el aspecto
militar deviene mucho más en un sentido judicial, es decir, en tanto que
tribunal donde se deciden las condenas o las penas que cualquier transgresor de
los tratados de la Liga debe cumplir. Con ello, nuestra perspectiva de la Liga
Helénica debe modificarse, y puede ser entendida, en mayor medida, como un
sistema de reparto de responsabilidades ante los castigos derivados de la
imposición del control macedonio sobre Grecia, y un órgano de soporte dela
política macedonia para los aliados de esta en la Hélade.
Los Estados o poleis
Los Estados o poleis eran libres y autónomos, pero
resultaba evidente que habrían de someterse a las exigencias del que había
resultado más fuerte que ellos en la lucha. Con Filipo II, la monarquía salió
ganando en su lucha con la polis, y para contrarrestar el efecto psicológico de
la pérdida de libertad, combatida por Demóstenes, Filipo II, por consejo
de Isócrates, dio a los helenos, por primera vez, un objetivo común: la guerra
contra los persas, algo que emparentaba su familia desde generaciones con
sátrapas de este país del que conocería sin duda su gran potencial económico,
debía ser su gran objetivo. Grecia, pues, fue sólo su primer objetivo. Y no
pudo cumplir el segundo.
Los Preparativos de la Guerra
Contra Persia
Los preparativos para la guerra comenzaron, Filipo II
consiguió el permiso para mantener las guarniciones macedonias en Tebas,
Calcis, Ambracia y Corinto y convocó a los contingentes militares de los
Estados griegos.
En los primeros meses del año 336, una vanguardia de unos
10.000 hombres, mandada por los generales macedonios Parmenio y Atalo,
apoyada por una flota, pasó el Helesponto, estando previsto que Filipo II les
siguiese en otoño con el resto del ejército de la liga.
La situación en Persia en estos años era difícil, ya que había muerto
violentamente Antajerjes Ochos y acababa de subir al trono el débil Darío III
Codomano.
La situación en Atenas se inclinaba paulatinamente a favor de Macedonia. Se
recuperó la economía bajo la dirección de Licurgo y Foción convenció a sus
conciudadanos para que suministrasen caballería y barcos para la expedición
contra Persia.
Los Problemas de la Corte
Macedonia
Los problemas familiares jalonaron la vida de Filipo II
de Macedonia, vida que se truncó violentamente, muriendo asesinado en plena
madurez, cuando tenía sólo cuarenta y seis años. Filipo II había tenido seis
esposas y siete hijos de ellos solo tres hijos varones: Carano, hijo de
Fila de Elimiotis; Arrideo, hijo de Filina de Larisa, princesa tesalia y
Alejandro Magno, su sucesor, el hijo de Olimpia.
Muerte de Filipo
En el año 337 a. C.,
Filipo se divorcia de Olimpia. Su intención era volverse a casar con una noble
macedonia, Eurídice, sobrina del general Átalo. Para aplacar el descontento de
los nobles de Molosia (de donde era Olimpia), trama un matrimonio de
conveniencia entre su propia hija Cleopatra y un hermano de Olimpia, Alejandro
de Epiro, que era rey vasallo en Molosia.
Para la
boda se organizaron grandes fiestas en Egas (primera capital de la antigua Macedonia).
Desde el amanecer avanzaban en procesión solemne las estatuas de los doce
dioses sentados en tronos lujosos muy adornados. Una estatua hacía la número
trece: era la efigie del gran Filipo. Hubo un gran banquete y a continuación
todos se dirigieron al teatro para terminar allí el agasajo. Llegó Filipo, que
se había vestido de blanco para la ocasión, y cuando se disponía a entrar en el
recinto sin guardaespaldas (resaltando ante los diplomáticos griegos ahí
presentes su cercanía al pueblo), se le abalanzó un joven noble macedonio y le
hirió en un costado. Murió al instante allí mismo. El asesino se llamaba Pausanias
(como el famoso general del siglo V a. C. y el famoso historiador del
siglo II), uno de sus siete guardaespaldas. El asesino inmediatamente intentó
escapar y alcanzar a sus compañeros en la conspiración, que le esperaban con
caballos en la entrada de Egas. Fue perseguido por tres guardaespaldas de
Filipo y murió a sus manos.
Las razones
para la acción de Pausanias son difíciles de responder completamente, dado que
existe controversia incluso entre los historiadores antiguos. El único relato
contemporáneo que ha llegado es el de Aristóteles, que comenta que Filipo fue
asesinado porque Pausanias había sido ofendido previamente por los seguidores
del general Átalo, suegro del rey.
Cincuenta
años más tarde, el historiador Clitarco de Alejandría amplió y embelleció la
historia. Siglos más tarde su versión sería narrada por Diodoro Sículo y por
todos los historiadores que se basaron en Clitarco. En el libro dieciséis de la
historia de Diodoro, Pausanias habría sido un amante de Filipo, que habría
tenido un ataque de celos cuando Filipo cambió sus preferencias por otro hombre
más joven, también llamado Pausanias. Sus intentos por conseguir al joven acabarían
haciendo que éste se suicidase, lo que llevaría a que su amigo Átalo se
enemistase de Pausanias. Átalo acabaría vengándose invitando a Pausanias a
cenar, emborrachándole y sometiéndole a abusos sexuales.
Cuando
Pausanias acudió a Filipo, el rey se vio incapaz de castigar a Átalo, dado que
estaba a punto de enviarle a Asia con Parmenión para preparar la invasión.
También se había casado con la sobrina o hija de Átalo, Eurídice. En lugar de
ofender a Átalo, Filipo trató de compensar a Pausanias ascendiéndole dentro de
la guardia real. Sin embargo, parece que el deseo de venganza de Pausanias
habría dado un giro contra el hombre que no había cumplido en vengar su honor
herido, por lo que planeó matar a Filipo y, algún tiempo más tarde, con Átalo
ya en Asia, puso su plan en marcha.
Otros
historiadores (por ejemplo, Juniano Justino 9.7) sugieren que Alejandro o su
madre Olimpia eran conocedores de la intriga, sino incluso los instigadores. Al
parecer, según el historiador, Olimpia habría agradecido a Pausanias su acción
poniendo una corona encima del cuerpo del asesino, erigiendo un monumento en su
memoria y ordenando sacrificios anuales en su honor.
Muchos
historiadores modernos entienden que todos los relatos son improbables. En el
caso de Pausanias, el motivo que se alega para el crimen parece muy forzado.
Por otro lado, la implicación de Alejandro y de Olimpia arroja dudas: actuar
como se supone que hicieron habría requerido actuar directamente contra la
máquina militar, que era leal a la persona de Filipo. Lo que parece que se
recoge en estas historias son las sospechas naturales que recaen en los
principales beneficiarios del asesinato. Podría incluso haber parte de
propaganda esparcida por los enemigos políticos dentro de los relatos
posteriores al acontecimiento, y más teniendo en cuenta que Átalo sería
posteriormente ejecutado en la consolidación del poder por Alejandro tras el
asesinato.
Por todo
ello, los historiadores de todos los tiempos han barajado muchas teorías sobre
el caso. Lo primero que han hecho siempre ha sido preguntarse quién salía
beneficiado con la muerte de Filipo, pero esta pregunta tiene muchas réplicas.
Varios personajes pudieron estar implicados, como por ejemplo:
·
El propio Alejandro, su hijo
·
Olimpia de Epiro, la esposa
de la que se divorció
·
El rey de Persia
·
Muchos nobles macedonios
·
Demóstenes, su eterno rival
Cada autor
presenta su tesis y sus teorías, pero el asesinato de Filipo sigue siendo un
misterio. Para evitar caer en el vicio de la soberbia, el rey Filipo de
Macedonia, situó un esclavo a la puerta de su dormitorio que cada mañana le
decía: "Levántate, rey, y piensa que no eres más que un miserable
mortal". De forma parecida, los emperadores romanos se hacían
acompañar en sus triunfos de un siervo que les decía: "Recuerda que
eres solo un hombre".
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Grecia antigua
[1] Es el nombre que los
griegos daban a las «paces comunes», semejantes a las de los tratados de paz
internacionales ratificados por todas las polis participantes, por definición
todos las ciudades estado de Grecia.
[2] El Sinedrión de
Macedonia, es decir el Consejo, era la instancia probouleútica del reino
y el consejo de gobierno del rey. El Consejo era un grupo restringido de
personalidades importantes del reino, elegidas y reunidas por el rey para
secundarle en el gobierno. No se trataba de una asamblea representativa, pero
podía ser ampliada en ciertas ocasiones con los representantes de las ciudades
y unidades cívicas del reino.
[3] Era el nombre usado en
la Antigua Grecia para designar al general, más bien, al comandante en jefe y
supremo del ejército.
[4] El hēgemṓn era
el conductor, el guía y también el comandante del ejército. En el tiempo de la
guerra del Peloponeso, se habló de la ciudad hegemónica a propósito de cada una
de las ciudades que dirigían las alianzas de las facciones contendientes:
Atenas y Esparta.
[5] El término medismo se empleaba en la Antigua Grecia para
referirse a la actitud de los griegos favorables a los persas o dispuestos a
aceptar su supremacía. En muchas ciudades griegas era considerado un crimen. El
etnónimo medo era utilizado a menudo por los griegos para mencionar a los
persas, aunque en sentido estricto, designaba a la tribu irania de los medos.
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