CAPÍTULO
XIV
EL LITORAL MERIDIONAL, OCCIDENTAL DEL MAR NEGRO EN LOS SIGLOS V-VI A.C.
El desarrollo histórico de
las polis griegas situadas a lo largo de las costas meridional, occidental y
septentrional del Ponto Euxino, está estrechamente vinculado no sólo con la
historia de los Estados rectores de la antigua Grecia Atenas y Esparta, sino
también con la de las poblaciones locales del Asia Menor, Tracia y la costa
septentrional y occidental del mismo hasta el siglo v a. C., es conocida
tan sólo en rasgos generales.
1. El
litoral meridional y occidental del mar Negro
La costa meridional del mar
Negro formaba parte, a partir de los tiempos de Ciro I (558-529 a. C.), de
la monarquía persa; sólo después de firmar la paz de Calías en el año 449
a. C., las ciudades griegas obtuvieron la autonomía.
Probablemente, al igual que
en las ciudades de Jonia, la nobleza de las ciudades meridionales del Ponto
sostenía una política persófila, con el fin de facilitar la explotación de la
población local y de las riquezas naturales de las regiones vecinas. Las
relaciones entre los griegos y las poblaciones locales se habían establecido de
distintas maneras. Desde la remota antigüedad, las tribus de la parte oriental
del litoral sur del mar Negro los calibes, los mosinecos, los tibarenios y
otros, tenían fama por su arte en la obtención y el tratamiento de metales,
especialmente el acero. Los vínculos económicos con los mismos eran muy
ventajosos para los griegos, especialmente para los habitantes de Sínope, los
que compraban el hierro allí labrado. De la estabilidad de esas relaciones dan
testimonio la multitud de pequeñas poblaciones fundadas por Sínope en los
territorios de esas tribus.
Partiendo de los datos
posteriores de Jenofonte, es dable suponer que la población local ofrecía
resistencia a las tentativas de los griegos de establecer su dominio sobre ellas,
de modo que, por ejemplo, debía tenerse presente la independencia de sus
vecinos, antiquísimos habitantes del Ponto meridional.
En la parte occidental de
la costa sur se encontraba una sola ciudad griega, Heráclea, situada en la
desembocadura del río Lico. Las tribus agrícolas locales de mariandinos[1] no pudieron defender su
libertad y terminaron por ser esclavizados por los habitantes de la ciudad. Es
lícito suponer que ese período de la historia de Heráclea fue de luchas entre
sus ciudadanos y los mariandinos, y que precisamente en aquel tiempo fueron
estructurándose esas peculiares formas de independencia de los mariandinos que
posteriormente señalaron los escritores de la antigüedad. Habiendo obligado a
los habitantes locales a que trabajasen para ellos, los de Heráclea tuvieron,
en consecuencia, una economía agrícola bien desarrollada que les proporcionaba
una considerable cantidad de productos. Al mismo tiempo que esos productos,
Heráclea exportaba también maderas de construcción, hacienda, productos de
alfarería y otras mercaderías. Se sabe que, sobre los años 520, los ciudadanos
de Heráclea fundaron la colonia de Callatis, en la costa occidental del Ponto.
El éxodo de una parte de los ciudadanos puede atestiguar el recrudecimiento de
la desigualdad social en el seno de la población de Heráclea, el estallido de
una lucha encarnizada entre los diferentes grupos sociales y la emigración de
los vencidos a nuevas tierras.
Las fuentes escritas no
suministran noción alguna acerca de la historia económica de las ciudades del
litoral meridional del mar Negro durante el tiempo del que estamos ocupándonos.
No obstante, la aparición temprana de moneda propia (Sínope, por ejemplo,
comenzó a acuñar plata en el período comprendido entre los años 570 y 520)
indica un considerable desarrollo de la circulación monetaria ya a mediados del
siglo VI a. C.
Algo mejor se conoce la
vida de las polis del litoral occidental del mar Negro.
Los datos que se refieren
al comercio de las ciudades de esta región muestran que entre los griegos y los
habitantes nativos del país, los tracios, se habían establecido vínculos
comerciales. Los griegos importaban los productos procedentes de los centros artesanales
del mar Mediterráneo, recibiendo en cambio mercancías tan valiosas como
cereales, maderas, pescado, metales preciosos, que abundaban en Tracia.
En el año 514 a. C.
Darío, mientras se dirigía contra los escitas, penetró hacia los confines del litoral
occidental del Ponto. Allí los persas, tras quebrantar la resistencia de tribus
tracias, sometieron el litoral oriental de Tracia, inclusive las ciudades
griegas del mismo. No obstante, el dominio persa no dejó hondos vestigios en la
historia del litoral occidental del mar Negro, puesto que ya en el año 494 se
hallaban en Tracia los escitas, que intentaban invadir al Asia Menor.
En la primera mitad del
siglo V a. C., entre las más desarrolladas tribus que moraban en la parte
sudeste de Tracia, el desarrollo de la agricultura, de la ganadería y de la
minería había llegado a un nivel bastante elevado.
La muy avanzada
descomposición del régimen comunista primitivo que se había operado entre
ellas, acarreaba la aparición de clases y de una sociedad clasista. Según el
testimonio de Herodoto, entre los tracios existía la esclavitud ya a mediados
del siglo v a. C. La existencia de una acentuada desigualdad, en cuanto a
los bienes, entre las tribus de la Tracia meridional, es confirmada por las
fuentes arqueológicas. Aproximadamente a partir del año 480 a. C., las
tribus de los odrises, que habitaban en el sudeste de Tracia, sometieron a
muchas tribus del país, hasta las mismas orillas del Ister. En el primer tercio
del siglo V a. C. se formó de manera definitiva el Estado de los odrises.
El primero de sus reyes que nos es conocido, Terés, que gobernó en el segundo
cuarto del siglo mencionado, se había emparentado con el rey escita Ariapeithes
al darle a éste a su hija por esposa.
Según parece, los reyes de
los odrises no pudieron someter por completo a las ciudades griegas. Pero el
contacto económico de los ricos habitantes de las ciudades, con la nobleza
tracia, llevaba al enriquecimiento de ambas partes, a cuenta de opresión de
amplios sectores de la población y de los esclavos.
Como testimonio indirecto,
aparece el crecimiento territorial de las ciudades del litoral occidental del
mar Negro (por ejemplo, de Apolonia), como también la creciente estratificación
en cuanto a la posesión de los bienes en la población urbana. Esto último se
reflejó en la encarnizada lucha social que tuvo lugar en aquellas ciudades
durante el siglo V a. C. La tradición sólo ha conservado algunas
informaciones acerca de Istros y de Apolonia, donde las sublevaciones de los
ciudadanos condujeron al derrocamiento del gobierno de la aristocracia y al
establecimiento de un régimen democrático.
Al lado del desarrollo de
la agricultura y de la ganadería en el territorio que pertenecía a las ciudades
del litoral occidental del mar Negro, se observa también la ampliación, en las
mismas ciudades, de la producción artesanal y de la comercialización de la
misma; ya en el siglo v surge la necesidad de acuñar moneda propia. Apolonia
comenzó a hacerlo en el período comprendido entre los años 520 y 480;
Mesembria, a partir de mediados del mismo siglo.
De esta manera, el
crecimiento de las ciudades situadas junto al Ponto era acompañado por el
desarrollo de sus vínculos comerciales con las polis griegas, principalmente
con Atenas. A partir del segundo cuarto de ese siglo se nota claramente, en
aquellas mismas ciudades, la intensificación de la importación ática. La
tendencia de Atenas a aprovechar todas las ventajas de comerciar con los ricos
países pónticos, se expresó no solamente en el comercio, sino también en las
expediciones bélicas al mar Negro. Al parecer, las primeras expediciones datan
aún de la década del 470 a. C., pues la tradición antigua informa que el
estadista ateniense Arístides murió durante una expedición al Ponto.
Las consecuencias más
importantes las tuvo la campaña de Pericles al mar Negro, que significó una
nueva etapa en la historia de una serie de ciudades del Ponto meridional y
occidental. La fecha de esa campaña no está determinada con suficiente
precisión; es referida bien en el año 444, bien en el 437. La tendencia de Pericles a exhibir «ante
reyes y otros potenciados» de las tribus pónticas el poderío naval de Atenas,
hace suponer que muchos de ellos le eran hostiles. Se sabe, por ejemplo, que
uno de los adversarios de Atenas era el poderoso rey de los odrises[2], Sitalcés, hijo de Teres.
En sus relaciones con las
ciudades griegas situadas junto al Ponto, Pericles se atenía a una política
amistosa, estimulando en ellas a las agrupaciones atenófilas. Sin embargo, para
conseguir el dominio, no eludía recurrir a la violencia. Así, aprovechando el
descontento de los habitantes de Sínope respecto al tirano Timesilao que allí
gobernaba, Pericles envió una flota de 13 trieres, encabezada por Lámaco con
sus guerreros, con cuya ayuda el tirano fue derrocado. Al parecer, la masa de
los pobres libres no recibió gran satisfacción ni alivio con tal revuelta,
porque las tierras y casas del tirano y de sus partidarios fueron ocupadas por
los clerucos atenienses enviados por Pericles a Sínope. Estos, en número de
600, eran el apoyo más seguro del dominio ateniense en Sínope. Igual violencia
fue aplicada a la ciudad de Amisos, a la cual los atenienses enviaron un
ejército mandado por Atenocles.
La ciudad fue privada hasta
de su nombre, el que fue reemplazado por el de Pirea. Aun en el siglo v
a. C., se conservaba en las monedas ese nombre y la efigie de la lechuza
ateniense, en calidad de escudo de dicha ciudad.
La ocupación de Sínope y de
Amisos por los atenienses fue posible no sólo por el debilitamiento de las
mismas debido a la lucha social interna, sino también por la falta de una
eficaz ayuda a los griegos por parte de las tribus locales. Al parecer, al
mismo tiempo Atenas había logrado atraer también su órbita de influencia a la
Heráclea póntica, porque en los registros conservados de los contribuyentes al
foros en el año 425, aparecen mencionados sus habitantes.
Posiblemente, al igual que
en Sínope, los atenienses aprovecharon las disensiones entre la aristocracia
local y las capas democráticas de la población libre.
Se sabe muy poco de las
relaciones mutuas entre las ciudades del litoral occidental del mar Negro y la
Liga marítima ateniense. En la misma inscripción en que figura el registro de
los aliados pagadores de tributos del año 425 quedan establecidas con
suficiente certeza los nombres de Apolonia y Callatis.
Es dable suponer que no
todas las ciudades pónticas sufrían en igual grado la opresión de Atenas.
Especialmente grave era ese dominio para la población de las polis a las cuales
eran enviados los clerucos atenienses. Es natural que en aquellas ciudades
fueran muy fuertes las tendencias antiatenienses, apoyadas y estimuladas por el
rey persa. Con el comienzo de la guerra del Peloponeso, los elementos hostiles
a Atenas en las ciudades pónticas se pusieron en actividad. Ya en el año 424
a. C. los oligarcas de Heráclea, ayudados por Darío II, derrocaron del
poder al partido democrático, que era apoyado por los atenienses y, acto
seguido, declararon su independencia de Atenas.
La defección de Heráclea
infirió gran detrimento a los intereses de Atenas en el Ponto. Para reprimir la
sublevación, los atenienses enviaron una expedición punitiva encabezada por el
estratega Lámaco, el mismo que otrora había derrocado la tiranía en Sínope.
No disponiendo, al parecer,
de suficientes fuerzas como para apoderarse de la ciudad de un golpe, Lámaco
desembarcó, dentro de la región perteneciente a Heráclea, en la desembocadura
del río Caleto. Aquí, los atenienses devastaron los campos de los habitantes de
Heráclea, y los que sufrieron las circunstancias antes que nadie fueron los
mariandinos, que habitaban esos campos y las aldeas adyacentes. Aun así, Lámaco
no logró someter a Heráclea, pues la corriente desbordada del río llevó las
naves al mar y las destrozó contra las rocas. Lámaco debió entablar
negociaciones con Heráclea, cuyos ciudadanos otorgaron su conformidad al paso
de los atenienses a través de su tierra, y accedieron a proveerles de víveres
para el regreso. Así terminó ignominiosamente la tentativa de Atenas de
recuperar a Heráclea como súbdito.
En el interior de la misma
ciudad de Heráclea continuó la lucha entre las agrupaciones oligárquica y
democrática. El hecho de haberse emancipado del poder de Atenas, fortaleció la
situación de los oligarcas. Los cambios políticos en Heráclea, tal como sucedía
no pocas veces en las ciudades griegas, tenían como consecuencia la emigración
de los vencidos. Los demócratas que emigraron de Heráclea se apoderaron, según
parece, de una pequeña población en la parte meridional de Crimea, fundada en
su tiempo por los griegos de Jonia, y en ese lugar fundaron su colonia, el
Quersoneso Táurico.
Esta fundación respondía no
sólo a los intereses de los demócratas, sino también a los de los oligarcas de
Heráclea. La emigración de una parte de los demócratas descargó en la ciudad la
tensa atmósfera política, y la aparición de una nueva colonia en el litoral
septentrional del mar Negro, litoral rico en recursos naturales, representaba
una ventaja para Heráclea en el sentido económico.
No se conoce la posición de
los griegos del Ponto occidental respecto a Atenas al finalizar la guerra del
Peloponeso. Cabe pensar que la defección de la Liga, en el año 411, de
Bizancio, Cícica, Selimbria, Calcedonia y las ciudades del Helesponto, tenía
que ejercer alguna influencia sobre la política ateniense. Las fuentes que
describen detalladamente las operaciones de Alcibíades en el año 409, no hacen
mención alguna de las ciudades pónticas. De ahí puede extraerse la conclusión de
que tales ciudades no se sublevaban contra Atenas, o, lo que es más probable,
que Alcibíades se planteaba como problema sólo la devolución de los estrechos:
para una lucha contra aquellas ciudades, Atenas ya no tenía entonces
suficientes fuerzas. Después de la destrucción definitiva de la flota ateniense
en Egospótamos en el año 405, la influencia de Atenas sobre las ciudades del
Ponto se redujo a la nada.
En la vida económica de las
ciudades del Ponto occidental no se observan profundos cambios en aquel tiempo.
Es indudable que en la segunda mitad del siglo v a. C. tuvo lugar aquí el
desarrollo de la producción local y del comercio.
La nobleza esclavista de
las ciudades, que poseía tierras, talleres y naves, obtenía grandes beneficios.
Fuente nada pequeña para su lucro representaba el comercio con las regiones del
interior de su país.
Los muchos hallazgos de
objetos griegos hechos en el interior de Tracia muestran que los vínculos de
los griegos con las tribus locales eran bastante intensos. La aristocracia
tracia, aun en los lugares más distantes del mar, hacía abundante uso de los
productos de los mejores artífices atenienses del siglo V.
La unificación de Tracia
bajo el dominio de los odrises debía propender al crecimiento de los vínculos
tracios con Grecia. Durante la segunda mitad del siglo mencionado, los odrises
representaban una fuerza tan considerable, que, en el comienzo de la guerra del
Peloponeso, Atenas buscó la alianza con ellos.
Los reyes tracios, Sitalcés
y su hermano Seutés, mantenían en general relaciones amistosas con los helenos,
aunque Sitalcés fue, en un principio, algo hostil en este sentido; al estimular
el comercio griego en Tracia, ellos mismos se procuraban no pocas ventajas. Una
fuente especial de rentas era la contribución que las ciudades griegas pagaban
anualmente al rey de los odrises. Tales contribuciones y los rendimientos que
se obtenía del territorio bajo su mando, permitieron a los reyes tracios
concentrar en sus manos recursos muy considerables. De entre los gobernantes «bárbaros»
más cercanos a los griegos, ellos eran los más ricos.
El pago de la contribución
a los reyes tracios apenas si era gravosa para la población pudiente de las
ciudades del occidente póntico. Las riquezas acumuladas en sus manos les
suministraban la posibilidad de hacer cuantiosas erogaciones para erigir
grandes obras sociales, como lo atestiguan los hallazgos arqueológicos de
Apolonia e Istros.
Las polis del sudoeste
póntico habían crecido, a finales del siglo V, hasta alcanzar la magnitud de grandes
centros productores y comerciales de primer orden.
Sínope exportaba maderas
para construcciones navales y leña, pescado y aceite de oliva. Los mercaderes
de Sínope importaban de la Paflagonia esclavos y ganados. El minio que se
extraía cerca de Sínope era considerado como el mejor en todo el litoral
oriental del mar Mediterráneo. Para explotar las minas de hierro, cobre y
plata, Sínope había fundado una colonia, Cotiora. Una parte del metal extraído
en ella se elaboraba allí mismo, y el resto era llevado a los talleres de
Sínope. El acero sinopiano gozaba de gran fama en la antigüedad. El comercio de
aceite de oliva y de vino exigía una gran cantidad de recipientes de cerámica,
lo cual implicó el gran desarrollo de la alfarería. Al desarrollo de comercio
le resultaba también muy favorable el hecho de que tanto Sínope como Heráclea
poseyeran una considerable flota mercante y militar.
El poderío económico de
Sínope favoreció su consolidación política, a través de la unificación de una
considerable parte de la población póntica meridional bajo su dominio. Las
colonias de Sínope dependían de la misma, en diferentes grados entre sí. Una
ciudad tan grande como Trapezunte pagaba una contribución a Sínope, conservando
al mismo tiempo su autonomía interior. Las colonias más pequeñas, al estilo de
la mencionada Cotiora, eran regidas por funcionarios enviados desde Sínope, los
llamados harmostes. El territorio de esas colonias era considerado como
perteneciente a Sínope. Jenofonte proporciona el complejo cuadro de las
relaciones entre Sínope y sus colonias, y las tribus locales. Algunas de éstas,
se hallaban en relaciones muy estrechas con los helenos del litoral.
Otras, entrando en vínculos
amistosos con helenos aislados, trataban de mantenerse independientes de las
ciudades griegas. Unas terceras sostenían todo el tiempo una lucha contra los
griegos del litoral.
Un solo acontecimiento,
relativamente insignificante, de la historia del litoral meridional, nos es
bien conocido: la permanencia en aquel lugar de los que fueran mercenarios
griegos de Ciro, acontecimiento que Jenofonte describe en su Anábasis. En la
primavera del año 400 a. C. un ejército compuesto por diez mil guerreros
qué traía consigo un tren de avituallamiento, mujeres y esclavos, había bajado
de las montañas hacia el mar, a Trapezunte. El explícito reto de Jenofonte
transmite vivamente la inquietud que se apoderó de los helenos habitantes del
Ponto meridional: el ejército que se presentaba estaba en condiciones no sólo
de asolar las ciudades griegas y arruinar a las tribus vecinas a las mismas,
sino también de perturbar y violentar el sistema de relaciones mutuas con la
población local, relaciones que se habían establecido desde hacía muchísimo
tiempo, permitiendo a la nobleza esclavista de las ciudades griegas, aliadas
con la nobleza de las tribus, explotar a amplias capas de la población local.
No obstante la simpatía hacia los Diez Mil, los helenos del Ponto meridional
procuraron despacharlos lo más pronto posible del litoral meridional del mar Negro.
Lo que más terror infundía a los de Sínope era la circunstancia de que los Diez
Mil habían establecido relaciones amistosas con el rey de la Paflagonia,
Corilos, que pensaba apoderarse de las ciudades del litoral. Uno de los
destacamentos de los Diez Mil, al atacar a una población, fue rechazado,
sufriendo una sensible derrota. A los ancianos de esa población, que llegaron a
la pequeña ciudad de Cerazonte con una queja, los mercenarios los recibieron
con una lluvia de piedras, después de lo cual se apoderaron de la ciudad de
Cotiora; todo ello obligó a los de Sínope a proceder con energía. La embajada
enviada por Sínope a Cotiora logró persuadir a los guerreros a que se
embarcaran y se dirigieran directamente a Heráclea.
Habiendo zarpado en las
naves que se les proporcionara, los mercenarios se detuvieron en el camino sólo
en el puerto de Sínope, donde, al parecer, no se les dejó entrar en la ciudad,
pero se les suministró víveres, que les eran muy necesarios. Al arribar a
Heráclea y sintiéndose ya cerca de su patria, los soldados exigieron de la
ciudad una contribución de diez mil estáteras de oro.
Empero, los de Heráclea
declararon al instante la ciudad en estado de guerra. Comprendiendo que no les
sería fácil dar cuenta de los habitantes de la misma, los advenedizos
prosiguieron su ruta. El relato de Jenofonte acerca de la estancia de los Diez
Mil en el litoral meridional del mar Negro reviste importancia para la
compresión de la ulterior historia de aquella región.
A comienzos del siglo IV
a. C. Sínope pasó por un período de ascenso, de lo cual dan testimonio las
muchas emisiones de monedas de plata con el escudo de la ciudad: un águila
marina sobre un delfín, y con los nombres de algunos funcionarios públicos. Las
riquezas de esta ciudad excitaban los deseos de los vecinos gobernantes del
Asia Menor de apoderarse de ella. Durante la década del 70 del siglo iv Sínope
tuvo que defender su independencia contra Datames, el sátrapa de la Capadocia.
Este, cuyas posesiones se reducían hasta entonces a un altiplano interior,
había decidido apoderarse también de los territorios litorales. Habiendo
penetrado en la Paflagonia, sometió a su poder una parte considerable de la
misma y a la ciudad Amisos-Pirea. Amisos no pudo ofrecerles resistencia considerable,
puesto que ni ella ni las poblaciones sometidas a ella, Temiscira y Sidonia,
poseían fortificaciones de significación.
Después Damates puso sitio
a Sínope, acerca del cual se ha conservado un relato de Polieno, adornado con
gran número de imaginarias invenciones. Al comienzo, los de Sínope repelieron
firmemente al enemigo, recibiendo por vía marítima vituallas y pertrechos de
guerra. Al mismo tiempo, enviaron una queja contra Datames, al rey Artajerjes
Mnemón. Después de cierto tiempo, Sínope empezó a sentir la falta de guerreros.
Según relata Polieno, para engañar a los enemigos, sus defensores vestían a las
mujeres con ropas de soldados y las hacían salir a los muros de la ciudad. Al
fin, Datames pudo apropiarse de Sínope. Este hecho tuvo grandes consecuencias
para la historia de toda la parte oriental del Ponto meridional. De una polis
independiente que ejercía su dominio sobre varias ciudades más pequeñas, Sínope
había pasado a convertirse ella misma en una ciudad sometida. Cabe suponer que
la autonomía de Sínope era constantemente violada por la intromisión de los
gobernantes de la Capadocia, y que estos últimos se apoderaron incluso del
mando en la propia ciudad. Así, por ejemplo, en las monedas de Sínope
comenzaron a figurar los nombres de los sátrapas, en lugar del nombre de la
ciudad.
Al parecer, el sometimiento repercutió, más que nada, sobre la situación de las capas más pobres de la población libre. La nobleza esclavista de la ciudad procuró establecer contacto con el gobernante y con sus más allegados, los nobles persas. No cabe duda que los sátrapas de la Capadocia trataban de apoyar y estimular el desarrollo del comercio y de los oficios, puesto que ello multiplicaba las contribuciones que pagaba la ciudad. En cuanto al considerable desarrollo de la producción en Sínope, da testimonio del mismo el hecho de que precisamente en el siglo IV a. C. la ciudad formara una poderosa flota que ocupó el primer lugar en el Ponto. Es indudable que, durante el período que estamos considerando, cobró un desarrollo inusitadamente grande la cerámica, lo cual queda documentalmente atestiguado por los sellos que se ven en las ánforas y en las tejas, ya a partir del año 320 a. C. Siguieron desarrollándose los otros oficios.
Al parecer, el sometimiento repercutió, más que nada, sobre la situación de las capas más pobres de la población libre. La nobleza esclavista de la ciudad procuró establecer contacto con el gobernante y con sus más allegados, los nobles persas. No cabe duda que los sátrapas de la Capadocia trataban de apoyar y estimular el desarrollo del comercio y de los oficios, puesto que ello multiplicaba las contribuciones que pagaba la ciudad. En cuanto al considerable desarrollo de la producción en Sínope, da testimonio del mismo el hecho de que precisamente en el siglo IV a. C. la ciudad formara una poderosa flota que ocupó el primer lugar en el Ponto. Es indudable que, durante el período que estamos considerando, cobró un desarrollo inusitadamente grande la cerámica, lo cual queda documentalmente atestiguado por los sellos que se ven en las ánforas y en las tejas, ya a partir del año 320 a. C. Siguieron desarrollándose los otros oficios.
La anexión de Sínope a la
Capadocia repercutió asimismo sobre la composición étnica de la ciudad, donde
aparecieron una considerable cantidad de persas y de representantes de las
tribus locales.
Después de Datames
gobernaron allí otros sátrapas, sucesores de aquel cuyos nombres se conocen por
las leyendas inscritas en las monedas de Sínope. Y sólo cuando Pérdicas dispuso
ejecutar a Araiarates, que por entonces gobernaba a la Capadocia, Sínope pudo
recuperar su independencia.
La historia política de
Heráclea en el siglo iv a. C. es diferente de la de Sínope.
Después de su defección de
la Liga ateniense, se estableció en ella el dominio de los oligarcas, que
gobernaban sin control alguno, debido a que una parte considerable de los
demócratas se habían trasladado al Quersoneso Táurico, estableciéndose allí. La
necesidad de disponer de algunas fuerzas con el fin de aplastar la oposición
democrática y, principalmente, para retener en la obediencia a los mariandinos,
obligaba a los círculos gobernantes de Heráclea a preocuparse de la
intensificación del poderío militar de la ciudad. Al mismo tiempo, Heráclea
trataba de vincularse estrechamente con otras polis pónticas.
A mediados de la década del
380, por ejemplo, envió auxilio a Teodosia, atacada por el rey bosforiano
Sátiro. El objetivo de Heráclea era bien claro: tratar de impedir la expansión
del Bósforo en dirección a las partes occidentales de Crimea, porque, una vez
que se hubieran apoderado de Teodosia, los reyes bosforianos podían seguir
moviéndose más hacia adelante, sobre la colonia heracleota del Quersoneso. La
mencionada ayuda fue muy eficaz: despacharon 40 barcos con cereales, aceite,
vino y otros víveres. Los heraclotas enviaban también a Teodosia navíos
militares que en más de una oportunidad prestaban ayuda a los sitiados. A la
cabeza de la escuadra se hallaba el navarca heracleota Tínicos, y otro navarca
conocido, oriundo de Rodas, Memnón. No obstante la ayuda de Heráclea, esa
guerra terminó a los pocos años con la capitulación de Teodosia.
Los ingentes gastos y el
desastroso resultado de la guerra determinaron la agudización de las
contradicciones clasistas en la ciudad. Durante la guerra aumentó la deuda de
las amplias masas de la población. Los lotes de los propietarios medianos y
pequeños pasaron a manos de los ricos. La calamitosa situación de las masas fue
precisamente lo que impulsó el desenvolvimiento del movimiento democrático, que
tenía por objeto derrocar al grupo oligárquico gobernante.
La exigencia de anular las
deudas y redistribuir la tierra era tan insistente, que el consejo de los
Seiscientos, el órgano superior del poder de Heráclea, se vio obligado a ceder;
así fue que se permitió regresar a la ciudad al jefe del partido democrático,
Clearco, anteriormente expulsado.
Clearco procedía de una
noble familia de Heráclea y poseía una instrucción universal. En su juventud
había estudiado en Atenas y había sido oyente de Platón e Isócrates.
Posteriormente, se había imbuido de ideas democráticas radicales. De regreso en
Heráclea, Clearco, recurriendo a la ayuda de los ciudadanos pobres y de los
mercenarios, se apoderó del mando y se proclamó tirano. La oligarquía fue
desbaratada: sesenta miembros del consejo de los Seiscientos fueron ejecutados,
otros fueron arrojados a la prisión y muchos expulsados. Fueron anuladas las
obligaciones de deudas; los bienes de la nobleza fueron confiscados y
distribuidos entre los ciudadanos indigentes. Clearco otorgó la libertad a
muchos esclavos y trató de confirmarlos en los derechos de ciudadanía. Una de
sus medidas en este sentido consistió en casamientos, por la fuerza, de las
heracleotas nobles con esclavos. Llama, sin embargo, la atención el que,
habiendo declarado ciudadanos a gran número de esclavos manumitidos, Clearco no
hiciera nada para la liberación de los mariandinos esclavizados. Es conocida
también su actividad en el ámbito de la cultura. Fundó en Heráclea una
biblioteca que glorificó su nombre.
Como es natural, la
actividad de Clearco engendró una encarnizada resistencia de parte de la
expulsada o agazapada oligarquía reaccionaria. La misma emprendió, más de una
vez, tentativas de apoderarse del mando y organizó atentados contra la vida del
propio Clearco. En el año 352 a. C., en el décimo segundo año de su
gobierno, Clearco fue asesinado por los conjurados.
Sabemos muy poco acerca de
la política exterior de Clearco; se han conservado informaciones según las
cuales trataba de establecer relaciones pacíficas con el sápatra persa vecino.
El sucesor de Clearco fue su hermano Sátiro, quien gobernó desde el año 352
hasta el 345. Luego el poder pasó a los dos hijos de Clearco, Timoteo y
Dionisio (años 345-337). Después del fallecimiento del primero, gobernó en
Heráclea solamente Dionisio (hasta el año 305). A lo largo de todo aquel
período, Heráclea acuñó monedas de plata con los nombres de sus gobernantes.
El régimen político de esa
ciudad, después de la muerte de Clearco, se hizo, en gran grado creciente,
menos democrático. Al parecer, para retener el poder en sus manos, los tiranos
hacían concesiones a los aristócratas. Ello se puso de manifiesto, con
particular claridad, durante el Gobierno de Timoteo, quien traicionó la
política de su padre y sacó de las prisiones a los aristócratas, a pesar de las
acusaciones que pesaban sobre ellos. Poco a poco, la tiranía en Heráclea
degeneró en monarquía.
La historia de las otras
ciudades del litoral meridional del mar Negro durante el siglo IV a. C. es
casi desconocida. Acerca de su producción y de su actividad comercial, da
testimonio el hecho de que muchas de esas ciudades, carentes anteriormente de
moneda propia, comenzaron a emitirla: Amisos-Pirea, Trapezunte, Cromno, Sésamo.
Ninguna de las ciudades del
Ponto occidental llegó a ocupar en el Ponto una posición como las de Sínope o
Heráclea, ni en la época clásica ni en la helénica. Así y todo, algunas se
transformaron en centros relativamente grandes, en cuanto a artes y oficios, o
en lo que respecta al comercio. Tal como lo hacen ver los hallazgos (en las
excavaciones) de productos áticos de Apolonia, Odesa, Calatia, Mesembria, todas
ellas mantuvieron intensas relaciones comerciales con otras ciudades de Grecia:
Corinto, Rodas, Tasos. Especialmente importantes fueron los vínculos con
Cícica: hasta que apareció el oro macedonio, las estáteras de Cícica
representaron divisas reconocidas en todas partes del Ponto occidental y en el
del noroeste, al tiempo que en el Ponto meridional ese papel lo desempeñaban
los dáricos persas.
Al mismo tiempo se intensificaron,
en el siglo IV a. C., los vínculos de las ciudades del Ponto occidental
con otras ciudades griegas del Ponto.
Los acontecimientos de la
historia interna de esas ciudades, en el siglo que se acaba de mencionar, son
casi desconocidos. Al parecer, en todas ellas imperaba el régimen de la
democracia esclavista.
La historia exterior del
Ponto occidental durante ese mismo siglo está estrechamente entrelazada con los
mayores acontecimientos del mar Negro.
En la primera mitad del
siglo iv fueron los escitas lo que, habiendo llegado desde el Norte, ocuparon
el territorio desde la desembocadura del Danubio hasta la cadena de montañas
del Hemos. Los escitas desalojaron a una parte de los tracios que allí moraban
y sometieron a los otros. En que esto ocurriera, jugó su papel el
debilitamiento del reino de los odrises, forzados a sostener una lucha contra
Macedonia. Hacia mediados del siglo iv, el territorio de la actual Dobrudja
pasó a formar parte de la gran unificación de las tribus escitas, bajo el poder
del rey Ateas. No se ha conservado noticia alguna sobre cómo tuvo lugar esa
unificación. Existe un testimonio según el cual el rey Ateas sostuvo acciones
bélicas contra Bizancio, pero, al parecer, la frontera de su reino estaba dada
por las montañas del Hemos.
No hay noticias acerca de
las relaciones entre las ciudades del Ponto occidental con Atenas. El gobierno
de éste en el litoral occidental del mar Negro, durante el cual se
desarrollaron sus acciones bélicas contra las tribus, contra los «istrianos» y
contra Macedonia, fue de poca duración. En el lapso de la década del 50 del
siglo IV a. C., Filipo de Macedonia comenzó la conquista de Tracia. Este
país fue el lugar de choque de dos grandes potencias políticas de aquel tiempo,
los escitas y los macedonios. En el año 342 a. C. Apolonia y Mesembria
tuvieron que reconocer el dominio de Macedonia, la que ya tenía sometido el
reino de los odrises. La ulterior expansión macedónica en el litoral occidental
sufrió, al comienzo, un descalabro. Filipo había puesto sitio a Odesos, más se
vio forzado a levantarlo y a hacer la paz con la ciudad. La causa probable fue
la ayuda prestada a la misma por los escitas.
Tres años más tarde, esto
es, en el año 339 a. C., Filipo emprendió el avance decisivo contra el rey
Ateas. En una batalla, los escitas fueron derrotados y su nonagenario rey cayó
en el combate. Después de esto, las ciudades occidentales del Ponto tuvieron
que reconocer el poder de Macedonia sobre ellas. Fueron de las primeras
ciudades griegas que entraron a formar parte de la futura potencia macedónica.
A lo largo de más de medio siglo, el litoral occidental del mar Negro estuvo
privado de independencia.
2. Litoral septentrional
del mar Negro
Del relato de Herodoto que, al parecer, estuvo personalmente en
Olbia, puede extraerse la conclusión de que, en su época, Olbia[3]
era ya una ciudad grande, circundada de murallas y torres, que mantenía un vivo
comercio con las tribus locales que la rodeaban.
Aún en el año 1904, B. V, Farmacovski, al investigar los vestigios
de esa ciudad, descubrió en su parte occidental restos de poderosas
construcciones defensivas. Al investigarlas, se tuvo la evidencia de que
representaban una magnífica muestra del arte griego de la construcción del
siglo V a. C. Las exploraciones arqueológicas de los alrededores de Olbia
también descubrieron toda una serie de vestigios de poblados grecoescitas
situados a lo largo de ambas orillas del estuario y del curso inferior del río
Bug. Muchos de ellos existían ya, según parece, en los siglos VI-V a. C.
Al estudiar los vestigios de dichos poblados y los de ciudades
escitas más alejadas de Olbia, como así también unos sepulcros, se han
encontrado, invariablemente, al lado de la cerámica local de tipos escitas,
muchos objetos de manufactura griega. Una parte de tales objetos fue llevada a
esos lugares desde Grecia, y otra parte, fabricada en la misma Olbia.
De esta manera, las nociones comunicadas por Herodoto acerca de
las relaciones comerciales de Olbia con el gran territorio poblado por tribus
agrícolas locales, hallan plena confirmación en el material arqueológico.
Las sistemáticas excavaciones llevadas a cabo a lo largo de muchos
años en la ciudad mencionada, han descubierto en la misma vestigios de la
producción artesanal existente ya en el siglo VI a. C., así como vestigios
no menos manifiestos y claros de una amplia actividad comercial. Los hallazgos,
en los restos de la ciudad del Olbia, de cerámicas de origen jonio, rodio,
samio, corintio, calcídico, ático y naucrático, así como de objetos
provenientes de las colonias griegas del litoral del mar Negro, certifican las
relaciones de Olbia con gran número de centros helenos. Desde todas esas
localidades se exportaban sistemáticamente a Olbia vinos, aceite de oliva,
objetos de arte, tejidos y otros productos de la artesanía griega. Una parte de
las mercancías importadas eran destinadas al uso de la propia población local.
A su vez, Olbia exportaba intensamente los cereales que compraba a la población
local, otros tipos de productos, materias primas y, evidentemente, esclavos.
Relaciones especialmente estrechas, económicas y políticas, eran las mantenidas
por Olbia con su metrópoli, Mileto.
El desarrollo del comercio provocó muy tempranamente la necesidad
de acuñar moneda propia en Olbia. Las emisiones más antiguas de monedas
olbianas datan de finales del siglo VI y comienzos del V a. C. En este
sentido, por otra parte, igual que Panticápea, Olbia se había adelantado
considerablemente a muchas otras ciudades colonias griegas del litoral del mar
Negro. La originalidad del sistema monetario en Olbia consistía en que la
acuñación en esa ciudad, a diferencia de todos los demás pueblos griegos,
comienza no con la de monedas de plata, sino de cobre. Las monedas olbianas más
antiguas que conocemos eran fundidas de cobre. Durante las excavaciones que se
hacen en Olbia se encuentran infaliblemente los llamados pececillos o delfines,
monedas de cobre fundido que asumen esa forma. Ulteriormente, los «pececillos»
fueron reemplazados por las monedas acuñadas en forma común, mas el cobre
continuó conservando su valor.
Nociones sumamente interesantes acerca de la circulación monetaria
están contenidas en el decreto olbiano, conservado hasta nuestros días,
especialmente dedicado a esta cuestión. Por el mismo nos enteramos de que, en
la primera mitad del siglo IV a. C., en Olbia circulaban simultáneamente,
monedas de cobre, de plata y de electra, emitidas, estas últimas, por la ciudad
Cícisa; en el período que estamos considerando, y en el ajuste de cuentas en el
mercado exterior, las monedas de Cícica adquirieron gran difusión en todo el
litoral del mar Negro. El objeto principal de aquel decreto consistía en
asegurar las más favorables condiciones para la moneda olbiana y, al mismo
tiempo, establecer las reglas para su intercambio con otras monedas. De acuerdo
con una de esas reglas, las monedas de Cícica podían ser cambiadas directamente
por monedas olbianas de cobre. De esta manera, tampoco en aquel tiempo el cobre
había perdido su papel en el mercado de la ciudad de Olbia.
Es muy característico de la vida económica de Olbia, el hecho de
que su propia producción artesanal suministrara productos no sólo para
satisfacer las necesidades de la población urbana, sino también para la
exportación.
Algunos de los objetos del llamado «estilo animalista», que se
encuentran en los túmulos sepulcrales esparcidos por las estepas al norte del
mar Negro, fueron hechos a juzgar por una serie de indicios por las manos de
los artesanos olbianos. Se sabe también que allí se elaboraba vajilla no
solamente de tipo griego, sino también de tipos locales, escitas, calculados
manifiestamente para satisfacer los gustos de los consumidores locales. La
estrecha vinculación y comunicación de Olbia con las tribus que la rodeaban
favorecía el desarrollo del proceso asimilatorio de los colonos griegos con la
población nativa. En primer lugar, las que experimentaron sobre ellas mismas el
influjo de las formas griegas de vida fueron las tribus que se encontraban en
las cercanías inmediatas de la ciudad. Herodoto da el nombre de «tribu helenoescita» a una tribu local,
los calípidos, que era la más cercana a Olbia. En la epigrafía olbiana de
épocas algo posteriores nos encontramos con un término no menos característico,
los mixhelenos, que servía para designar así es dable pensarlo a un grupo
bastante numeroso de la población local que se había asimilado con los griegos.
Al parecer, la mayor parte de aquella población vivía en los poblados
grecoescitas, cerca de Olbia, que se han mencionado. Por lo demás, y tal como
lo atestiguan las tumbas en la necrópolis olbiana en aquel territorio, y en las
que se ven cadáveres encogidos y con objetos escitas, en calidad de inventario
escita, los representantes de las tribus locales vivían también en la propia
ciudad. Las regiones más distantes de Olbia experimentaban sobre sí en grado
menor la influencia helenizante de esa ciudad. Dicha influencia abordaba
preferentemente sólo a la capa superior de la sociedad local, la nobleza de las
tribus escitas. Los hallazgos de caros objetos de arte de manufactura griega en
el interior de los ricos sepulcros escitas evidencian que la nobleza de las
tribus era el principal consumidor de esos objetos. La explotación, directa e
indirecta, de las masas populares locales más amplias la acercaba a los
esclavistas olbianos.
Herodoto nos presenta, en su relato acerca del rey Esciles, una
viva imagen de representante helenizado de la nobleza racial escita. De acuerdo
con ese relato, aquél era hijo del rey escita Ariapites, habiendo nacido de
madre griega, oriunda de Istros, en el Ponto occidental. De ella, Esciles
aprendió la lengua griega, a leer y escribir. Habiendo heredado del padre el
poder, Esciles se manifestó afecto, casi devotamente, a todo lo griego.
Acompañado de su mujer, escita, solía pasar un mes, y más, en Olbia, donde
poseía una casa edificada en estilo griego, ornamentada con esfinges marmóreas
y grifones. Allí cambiaba su indumentaria por otra de modelo griego, y en todo
se atenía a la manera griega de vivir, inclusive hasta la participación en los
cultos griegos. Su adhesión a las costumbres y a la religión de los griegos
costó muy cara a Esciles. En cierta ocasión, los soldados de su guardia
personal le vieron tomando parte en los festejos bacanales en honor de
Dionisos. Cuando se enteraron de ello los destacamentos de Esciles, que se
hallaban en las afueras de la ciudad, estalló un motín. Los amotinados dieron
muerte al rey y proclamaron a su hermano en su lugar. «Es así -escribe Herodoto- cómo los escitas cuidan sus costumbres y con
qué severidad castigan a los que imitan o copian hábitos ajenos».
La población de Olbia y su cultura experimentaron, a su vez, sin
duda alguna, el influjo del medio ambiente local; sin embargo, durante sus primeros
siglos de existencia predominaban aún en el aspecto de la ciudad hasta cuanto
podemos juzgar los rasgos de una polis helena típica. Hablan de ello con
suficiente claridad los monumentos de los restos de la ciudad, descubiertos en
las excavaciones: el arte arquitectónico, la cerámica olbiana y otros productos
de la artesanía y objetos de arte, monedas e inscripciones; de lo mismo habla
también todo lo que sabemos acerca de la estructura político-social de Olbia.
Igual que en muchas otras ciudades griegas, en Olbia se estableció
el régimen de la antigua democracia esclavista. El superior poder estatal
pertenecía a los ciudadanos, que gozaban de todos los derechos políticos,
unificados en la asamblea popular. Junto a ésta existía un consejo electoral. Todos
los decretos olbianos que nos son conocidos eran emitidos en nombre del consejo
y de la asamblea popular, los que de esta manera cumplían las funciones
legislativas y atendían los asuntos más importantes de la administración
interna y de las relaciones exteriores. Las funciones separadas del poder
ejecutivo eran encomendadas a funcionarios elegidos por un año. Por las
inscripciones halladas, se conoce toda una serie de tales puestos electivos:
cinco arcontes, seis estrategas, siete o nueve miembros de un colegio
financiero especial, agoránomos[4],
astínomos[5] y
otros.
Cabe pensar que los ciudadanos que gozaban del derecho a tomar
parte en la asamblea popular, a elegir y ser elegidos, es decir, que tenían
todos los derechos políticos, formaban evidentemente en Olbia una privilegiada
minoría.
Todo el resto de la población no gozaba de derechos políticos.
Tampoco gozaban de los mismos, por ejemplo, las personas nacidas en otras
ciudades, pero que vivían en Olbia. Sólo en algunos casos excepcionales el
consejo y la asamblea popular dictaban a su respecto decretos particulares, las
llamadas proxenias, en virtud de las cuales se podía otorgar a tales o cuales
personas no pertenecientes a la ciudadanía nativa, algunas franquicias y
privilegios, hasta la plena igualación en los derechos con los ciudadanos
natos. También constituían una excepción los ciudadanos de la metrópoli de
Olbia: Mileto. De acuerdo con un tratado especial entre Olbia y Mileto, los
ciudadanos de ambas ciudades los milesios en Olbia y los olbianos en Mileto,
tenían igualdad de derechos. Entre los que no gozaban de todos los derechos
políticos se contaban también los mixhelenos. Es de lamentar que estemos muy
mal informados acerca de su situación jurídico-legal. En el peldaño más bajo de
la escala social se hallaban los esclavos, privados de toda clase de derechos,
sean cuales fueran.
Las nociones acerca de la vida espiritual de la población de Olbia
son escasas. La tradición de la antigüedad ha conservado los nombres del
filósofo Bión, célebre por su erudición, y del estoico Esfero, conocido por
toda una serie de obras sobre temas filosóficos e históricos. Ambos nacieron en
Olbia. Los cultos religiosos, a juzgar por las inscripciones, las monedas y
otras fuentes, diferían muy poco de los de otras ciudades griegas. Existían
allí cultos comunes en Grecia tales como el de Apolo, Afrodita, Zeus, Démeter y
otros.
La historia concreta de Olbia de los siglos VI al IV a. C.,
casi no ha encontrado reflejo alguno en la literatura historiográfica de la
antigüedad. Se conoce sólo por los testimonios dados por los escritores de la
época romana, que en la segunda mitad del siglo iv la ciudad fue sitiada por
las tropas de Zopirión, uno de los generales de Alejandro de Macedonia. Al
parecer, ello tuvo lugar en los últimos años de la vida de Alejandro. En aquel
tiempo, Macedonia intentó someter a su poder el litoral occidental y una parte
del septentrional del mar Negro, junto con las ciudades griegas que allí se
encontraban. Para defender su independencia, el gobierno olbiano tomó las
medidas más extremas. En la ciudad sitiada fueron otorgados los derechos
civiles de ciudadanía a los extranjeros, fueron anuladas las obligaciones
referentes a las deudas, fueron manumitidos y, evidentemente, alistados en el
ejército los esclavos. Por fin, Zopirión se vio obligado a levantar el sitio y
a replegarse. Su campaña contra Olbia no fue coronada por el éxito.
Quersoneso
El desarrollo histórico del Quersoneso Táurico tomó un camino
distinto al camino comercial de Olbia. A diferencia de ésta, Quersoneso no se
hallaba situada junto a una gran vía acuática capaz de vincularla sólidamente
con las regiones interiores del país, y las comunicaciones con ellas por tierra
firme se hallaban dificultadas por una cadena montañosa de difícil acceso que
la separaba de la parte meridional de la península, la Crimea montañosa, y por
altura y ríos que corren éstas, que la separaban de las estepas de Crimea.
Los principales impedimentos al desarrollo del comercio de
Quersoneso con la población local radicaban, empero, no tanto en su situación
geográfica como en las particularidades de la vida histórica de las tribus que
la circundaban. Los escritores de la antigüedad hablan unánimemente del «carácter salvaje» de los tauridios. El
estudio arqueológico de la propagación de las inhumaciones taurídicas,
tempranas y más tardías en el interior de grandes cajas pétreas, en el
territorio que comprende las estribaciones y contrafuertes como así también la
Crimea montañosa propiamente dicha, han confirmado completamente esos
testimonios. Los hallazgos de objetos de trabajo griego entre el tosco y escaso
inventario de esos sepulcros son sumamente raros, y en los pocos casos en que
dichos objetos se han hallado, parece que, evidentemente, cayeron en las manos
de los tauridios no como resultado de un intercambio comercial, sino más bien
como resultado de asaltos de bandoleros viajeros griegos o contra poblaciones
griegas. Los tauridios que, preferentemente, se ocupaban de la caza y la pesca,
y que apenas conocían la agricultura y la ganadería, que, socialmente, se
habían diferenciado muy poco, no podían adaptarse al espíritu comercial de los
griegos.
No puede decirse lo mismo de los otros vecinos de Quersoneso: las
tribus de los escitas crimeos. El nivel de desarrollo de la cultura material de
esas tribus, claro está, no puede ser comparado de manera alguna con el nivel
de desarrollo de los tauridios. Precisamente las tribus de los escitas de
Crimea fueron de las primeras en donde surgieron los oficios en el litoral
septentrional del mar Negro, destacándose de la economía rural, lo que
determinó el ulterior surgimiento en Crimea de una original cultura urbana, de
la cual se erigió en centro de Neápolis (cerca de la actual Sinferópol). En el
ámbito de los escitas crimeos fue donde por primera vez apareció la unificación
escita, ya con carácter de Estado político. No obstante, las relaciones mutuas
entre Quersoneso y aquellas tribus tenía más bien el carácter de choques
bélicos, que de vínculos pacíficos. Dichos choques se debían, sin duda, en
primer lugar a las tendencias de Quersoneso a asegurarse una propia base
agropecuaria.
Ya en el siglo IV a. C. Quersoneso extendió sus posesiones al
adyacente territorio de la península Heracleota. La influencia económica de los
quersonesios sobre dicho territorio dejó una profunda huella, materializada en
gran número de restos de muy diversas obras erigidas, de partes de un sistema
de irrigación, de paredes de piedra que separaban las parcelas unas de otras,
de vías de comunicación, de aperos agrícolas, etc. La particularidad
característica de las fincas aquí establecidas a lo largo de los siglos IV y III
a. C. consiste en que todas ellas representaban simultáneamente puntos
fortificados. Aún a finales del siglo XVIII y principios del XIX los rastros de
esas pequeñas fortalezas muros defensivos y torres, en el estilo heracleota
eran nítidamente visibles en la superficie del suelo. Dubois de Montpéreux, que
estuvo allí en la cuarta década del siglo pasado, contó hasta sesenta de tales
fincas fortificadas; en la actualidad se conoce más de un centenar. La
investigación arqueológica de las construcciones defensivas en la península
Heracleota ha evidenciado que todas ellas están erigidas según un plan definido
y común, y en su totalidad representan un sistema bien meditado para la defensa
de las posesiones de Quersoneso contra los ataques enemigos.
Las ruinas de un templo, Quersoneso,
Ucrania
La investigación efectuada sobre una de tales fincas en la
península que estamos considerando, y que fue llevada a cabo en el año 1950 por
los colaboradores del Museo Quersonesiano del Estado soviético, ha demostrado
que en la misma, cuya superficie es de unas 30,5 hectáreas, existían campos
labrantíos, huertos, viñedos, y se hallaban erigidos los edificios de la misma
finca. A los viñedos era dedicada la parte mejor y más extensa de la finca.
Sobre el territorio de la península Heracleota, el cultivo de la vid ocupaba,
en general, y a juzgar por muchos indicios, un lugar prominente. La uva era
transformada en vino por los quersonesios, y ese nuevo producto era uno de sus
principales artículos de exportación.
La península Heracleota no constituía para Quersoneso la fuente
principal de abastecimiento de cereales. En grado mucho mayor servía
evidentemente para ese objetivo sus posesiones en el litoral de la Crimea
occidental. En la segunda mitad del siglo IV a. C. Quersoneso había
sometido a su poder a la localidad de Cercinítida (en el sitio de la actual
Eupatoria) que había aparecido todavía entre los siglos IV a. C., como un
poblado de los colonos jonios. Más o menos en el mismo tiempo, y dentro de las
fronteras de la misma franja litoral, los quersonesios fundaron la localidad de
Calós Limen en traducción literal, «Hermoso
Puerto», y otras poblaciones más. En un texto, que ha llegado hasta
nuestros tiempos, del juramento que hacían los ciudadanos quersonesios, esas
poblaciones llevan sencillamente la denominación de «puntos fortificados». En el texto del mismo juramento se menciona
que los ciudadanos de Quersoneso, so pena de ser considerados perjuros, no
habían de vender ni exportar cereales, de esa localidad a cualquier otra, salvo
a Quersoneso.
Esta obligación es sumamente característica, puesto que demuestra
que, aun en los tiempos de los más grandes éxitos de su expansión territorial,
Quersoneso no disponía de excedentes de cereales, y el Estado se veía forzado a
tomar en sus manos la regulación del respectivo comercio. Esto encuentra su
explicación, en primer lugar, en el hecho de que ni en el período considerado,
ni menos aún, posteriormente, cuando la ciudad había entrado ya en el período
más grave y difícil de su historia, los quersonesios pudieron posesionarse de
todo el territorio de la Crimea occidental. Simultáneamente con las poblaciones
griegas existían también allí poblaciones escitas. En la cercanía inmediata de
la franja de tierra ocupada por los quersonesios se cuentan por lo menos restos
de seis poblaciones escitas. A diferencia de las griegas, todas éstas se
hallaban situadas no en la misma costa, sino a cierta distancia de ella, sobre
unas elevaciones, rodeadas de barrancos y lomas, en lugares aptos para la
defensa; todas estaban rodeadas por sólidas murallas, vallas y torres. La
investigación efectuada en esos lugares evidenció que también ellas surgieron
en el siglo IV a. C., y que sus pobladores, a juzgar por la gran cantidad
de silos subterráneos para guardar cereales, se ocupaban de la agricultura. Al
echar una mirada sobre esas poblaciones-fortines, griegas y escitas, situadas
cerca unas de otras, se va creando involuntariamente la impresión de que tanto
los griegos como los escitas araban, sembraban y cosechaban sin soltar las
armas de las manos. En este sentido, la situación de Quersoneso difiere en
muchos aspectos de la de Olbia durante los primeros siglos de su existencia.
Son muy significativos los resultados de las sistemáticas excavaciones
efectuadas durante los últimos años en la capital de los escitas crimeos,
Neápolis. Dichas excavaciones muestran que esta última ciudad se hallaba más
estrechamente vinculada con Olbia que con Quersoneso, más cercana ésta en
cuanto a la distancia. De lo mismo hablan las inscripciones y las monedas
encontradas en Neápolis y conocidas aun antes de las excavaciones mencionadas.
En los túmulos escitas ubicados en la vecindad de las posesiones de Quersoneso,
también fue hallada una cantidad de objetos griegos mucho menor que en los
túmulos cercanos a Panticápea o a otras ciudades bosforianas.
Sería erróneo, sin embargo, si, basándonos en esta clase de
hechos, llegásemos a la conclusión de que, en general, no tenía lugar una
comunicación pacífica entre Quersoneso y las tribus de tauridios y escitas que la
rodeaban. Durante las excavaciones, en 1936-1937, de una antiquísima necrópolis
quersonesia situada sobre un territorio que, a partir de finales del siglo IV
a. C., ya estaba ocupado por edificios de la ciudad ordenados en «manzanas», se descubrió una considerable
cantidad (hasta un 40 por 100 del total de los sepulcros descubiertos y
abiertos) de sepelios locales, evidentemente taurídicos, con los cadáveres
encogidos y con objetos no griegos. No está excluida la posibilidad de que
Quersoneso hubiera sido fundada en un lugar ya habitado anteriormente, en el
que quizá existiera una población local cuyos habitantes se habrían asimilado
posteriormente al ámbito de los colonos griegos. La onomástica de las
inscripciones quersonesias también proporciona una base para pensar que, dentro
de los límites de la ciudad, vivieron posteriormente hombres de origen local.
El culto de la principal deidad quersonesia, Deva, la protectora
de la ciudad, su «defensora» y «reina», fue, evidentemente, imitada o
copiada de un culto de los tauridios. Finalmente, las ánforas que se encuentran
aún en la actualidad, en las ruinas de las ciudades escitas, y que son de
procedencia quersonesia, hace suponer que una parte del cereal necesario era
intercambiada por los habitantes de Quersoneso, por vino con la población local
agrícola de los escitas. Y, no obstante, en comparación con Olbia y con
cualquiera de las ciudades bosforianas, Quersoneso vivía una vida mucho más
reservada, mucho menos comunicativa, lo cual implicó que sus habitantes
conservaran sus rasgos griegos más tiempo que las poblaciones de las demás
ciudades colonias situadas en el litoral septentrional del mar Negro, las
cuales habían perdido en medida considerable como resultado de un prolongado
proceso asimilatorio con las poblaciones locales. Quersoneso, según el
testimonio de Plinio, seguía siendo una de las ciudades más griegas de todo el
litoral. De lo mismo habla el idioma de las inscripciones quersonesias, que
conservó la pureza del dialecto dórico casi hasta el fin del período antiguo.
La presencia de una base agrícola-ganadera propia, relativamente
grande, favoreció el desarrollo de la agricultura y de la ganadería
quersonesias, las cuales, a su vez, determinaron otras ramas de la actividad
económica de los quersonesios: para labrar los campos y los viñedos, para las
obras de drenaje, para la recolección y conservación de las cosechas, etc., se
requería toda una serie de instrumentos y útiles de trabajo, y diversos tipos
de aparatos de adaptación, cuya producción era organizada en Quersoneso. La
transformación de la uva en vino, por ejemplo, requería una gran cantidad de
recipientes de cerámica acomodados para su conservación y transporte. En
combinación con ello cobró en Quersoneso gran desarrollo la producción de
recipientes de arcilla: toneles, ánforas, etc. Restos de un considerable taller
de cerámica, con un gran horno de calcinación, fueron descubiertos en la parte
sudeste de las ruinas de Quersoneso, fuera de los límites del muro defensivo de
la ciudad. Otros talleres ceramistas, a juzgar por las marcas de fábrica en las
asas de las ánforas, pertenecían a empresarios privados que, al parecer, se
hallaban dentro de la ciudad misma.
Los objetos metálicos eran fabricados en Quersoneso con metales
importados. De la existencia de esta clase de producción dan prueba los
crisoles y matrices para colar y diversos productos de hierro y bronce, de
fabricación local, que se han hallado.
Las monedas de Quersoneso se acuñaban en un establecimiento
especial. Las paredes del subsuelo de ese edificio, con losas de piedra
hermosamente labradas, se han conservado hasta nuestros días. A juzgar por el
trabajo de mampostería de las murallas de defensa, las torres y gran número de
restos de viviendas, el arte de edificar había alcanzado en Quersoneso un
desarrollo muy considerable.
Los hallazgos, durante las excavaciones, de útiles complementarios
para husos y de plomos para los telares, nos dicen que en aquella ciudad
también existía una producción textil.
El comercio de Quersoneso jamás llegó a las dimensiones y amplitud
que se vieran en Olbia y en el Bósforo. La fuente principal la constituía no
tanto la mediación mercantil como la venta de los productos de su propia
agricultura. Al parecer, Quersoneso comerciaba, sobre todo, con vino. Las
ánforas quersonesias, con marca de fábrica, en las que era transportado el
vino, se encuentran también en los sepulcros escitas y en las ciudades del
litoral: en Olbia, en las ciudades bosforianas a ambos lados del estrecho de
Kerch, e inclusive en la lejana Tanais. Quizá en los años de buena cosecha,
Quersoneso también exportaba cereales.
Las excavaciones hechas en la ciudad pusieron de manifiesto que
ésta mantenía vínculos comerciales con una serie de centros más distantes. En
primer lugar se hallaba vinculada con su metrópoli, Heráclea del Ponto, con
Sínope, con las ciudades de la costa del Asia Menor, con Atenas y también con
Rodas, Tasos, Cnido y otras islas. Desde todos estos lugares se importaban a
Quersoneso vajilla pintada artísticamente, tejidos, aceite de oliva, vinos de
primera calidad, alhajas y otros objetos de lujo, como también materiales de
construcción (tejas y mármol). Igual que en Olbia, la actividad comercial de
Quersoneso se reflejó en los decretos del gobierno de otorgamiento de
proxenias. Por otra parte, aquí se impone una salvedad: a diferencia de las
proxenias de Olbia y otras ciudades comerciales, las otorgadas por Quersoneso
en la mayoría de los casos que conocemos eran motivadas no tanto por los
intereses mercantiles de la ciudad como por consideraciones de orden político;
el gobierno las otorgaba a aquellos de los ciudadanos de otras ciudades que
prestaban a Quersoneso algunos servicios sustanciales.
En su totalidad, la economía de Quersoneso era la típica de una
polis esclavista griega. Igual que en todas las otras ciudades de la mecrópolis
griega y de su periferia colonia, la fuerza motora, la del trabajo, la
constituían los esclavos. Es evidente que la labor de los mismos hallaba amplia
aplicación, tanto en los trabajos agropecuarios como en los oficios urbanos.
La tierra y los talleres de artesanía eran en Quersoneso de
propiedad privada. Hasta nuestros tiempos han llegado dos documentos,
interesantes a este respecto, que datan del siglo iii a. C. Uno de ellos
es una acta de venta por el Estado a algunos ciudadanos de tierras de propiedad
de aquél. Se dan los nombres de los compradores, el precio de cada parcela
vendida y la suma global cobrada por el Estado. El segundo documento es una
inscripción de honrar al pie de la estatua de cierto personaje, Agasicles.
Entre los méritos que éste tiene ante el Estado, se indica el de haber
«deslindado y amojonado los viñedos», es decir, haber efectuado trabajos de
catastro. De esta manera, de tales documentos se desprende que, al lado de
tierras de propiedad privada, existen en Quersoneso también tierras fiscales, y
que el Estado se ocupaba de la regulación de estos asuntos.
Por la forma de su gobierno, el Estado de Quersoneso era una
antigua república esclavista de tipo democrático.
El poder supremo se hallaba en las manos de la asamblea popular,
al igual que en todas las demás polis griegas; dicha asamblea estaba formada
solamente por ciudadanos que gozaban de todos los derechos políticos, quienes
eran la minoría de la población. El Consejo y los funcionarios públicos,
investidos de plenipotencia oficial, se hallaban supeditados a la asamblea
popular. Era el Consejo el que preparaba los asuntos para ser tratados en la
asamblea. Su presidente y sus miembros eran reemplazados mensualmente. Los
funcionarios, entre los cuales se hallaban distribuidas las funciones del poder
ejecutivo, recibían sus plenipotencias en las elecciones anuales. En su mayor
parte, las magistraturas quersonesias tenían carácter colegiado. Así, las
fuerzas armadas de la ciudad y la defensa de la misma eran atendidas por cuatro
estrategas, o arcontes, que eran elegidos anualmente. La observancia de las
leyes era vigilada por el colegio de los llamados nomofílacos («guardianes de las leyes»). Las finanzas
del Estado estaban en manos de tesoreros. El orden en los mercados era
controlado por los agoránomos. Menos claras se nos aparecen las funciones de
los astínomos, por medio de los cuales, al parecer, el Estado llevaba a cabo la
vigilancia y el control general sobre el comercio. De su incumbencia, en
particular, era el velar por la regularidad de las pesas y medidas, la emisión
de monedas y el sellado de las ánforas.
En las inscripciones quersonesias se mencionan los gimnasarcas,
que administraban los gimnasios, en los que los ciudadanos recibían su
educación física; un colegio especial de simnamones, que atendía la composición
de las inscripciones, y funcionarios especiales, los epimeletas, para dar
cumplimiento a toda clase de tareas encomendadas por el Estado, de naturaleza
temporal.
El Estado ejercía gran influencia sobre la vida religiosa de la
ciudad. El culto principal de Quersoneso, tal como ya hemos señalado, era el de
Deva. En el centro de la ciudad estaba el templo de esa diosa, en cuyo honor se
organizaban fiestas y se hacían consagraciones e iniciaciones. Las imágenes de
esa diosa se acuñaban en las monedas. En uno de los decretos honoríficos
quersonesios, en honor del historiador Siriscos, se lo glorifica por haber
descrito en su obra «los milagros» y
«las predicciones» de Deva. Las
narraciones sobre la ayuda milagrosa que prestaba al pueblo en los momentos
difíciles su diosa protectora eran, al parecer, muy populares entre los
ciudadanos.
Además del culto de Deva, en Quersoneso estaban también difundidos
los cultos comunes a Grecia: Zeus, Gea, Atenea, Dionisos y otras deidades del
panteón griego. Los quersonesios mantenían vivos vínculos con los principales
centros de la vida religiosa común de Grecia: Delos y Delfos. Se sabe que en la
isla de Delos se organizaban festejos especiales llamados «quersonesios».
Parece que, para ese fin, los habitantes de Quersoneso habían ofrendado al
templo delosiano de Apolo 4.000 dracmas. En lo que se refiere a la cantidad de
ofrendas recibidas por el santuario de Delfos, los quersonesios ocupaban casi
el primer lugar. De particular popularidad gozaba en Quersoneso el culto de
Heracles, protector de su metrópoli, Heráclea del Ponto.
Los siglos IV y III a. C. fueron, en historia de Quersoneso,
el período del mayor bienestar. Hacia finales del siglo IV fue determinada por
completo la construcción de las fortificaciones fundamentales, las torres y
murallas que rodeaban la ciudad. Al amparo de las mismas se hallaban situadas,
en hileras regulares, las casas de los ciudadanos, formando calles
longitudinales y transversales. Los muchos fragmentos de columnas, cornisas,
arquitrabes, capiteles y otros detalles arquitectónicos de forma artística, lo
mismo que los fragmentos de estatuas y relieves de mármol y el gran número de
terracotas artísticas que se encuentran constantemente durante las excavaciones
que se realizan en la plaza principal de aquella ciudad, hablan del alto nivel
de cultura material de Quersoneso. No obstante, tampoco esta ciudad pudo, en
los tiempos que estamos considerando, evitar conmociones características de la
vida político—social de todas las polis de esa época. Esas conmociones se han
visto fielmente reflejadas en uno de los monumentos epigráficos más notables de
Quersoneso: en el ya mencionado juramento de los ciudadanos quersonesios
juraban, en nombre de Zeus, de Gea, de Helios, de Deva, de los dioses y diosas
olímpicos y de los héroes, «pensar en la salvación y en la libertad del Estado
y de los ciudadanos»; no «entregar
Quersoneso, Cercinítida, Calos Limen y los demás puntos fortificados... ni al
heleno, ni al bárbaro, sino guardarlos y reservarlos para el pueblo quersonesio»;
no derrocar el régimen democrático, sino «servir al pueblo y aconsejarle lo
mejor y lo más justiciero para el Estado y para los ciudadanos»; no atentar ni
contra la comuna quersonesia ni contra ninguno de los ciudadanos. Si el que
prestaba este juramento llegaba a enterarse de algún complot, que existiera o
estuviera por producirse, debía llevarlo al conocimiento de los funcionarios
públicos.
V. V. Latischov expresó la suposición, luego aceptada por S. A.
Zhébeliev, de que el juramento quersonesio no representaba el tipo común de
juramentos que prestaban en las polis griegas los ciudadanos llegados a la
mayoría de edad, al engrosar las filas de los que gozaban de la plenitud de los
derechos políticos. Era, más bien, un juramento extraordinario que se
pronunciaba en los momentos de graves conmociones políticas, frente a un serio
peligro que amenazaba al régimen establecido. A. I. Tiúmeniev se inclina por
buscar una explicación de tal juramento no en las circunstancias políticas
internas, sino en las exteriores que, a su criterio, se hallaban vinculadas con
la ampliación del territorio quersonesio y con los problemas relativos a la
fortificación y defensa de las posesiones recientemente adquiridas. Tal
explicación, empero, no excluye ni descarta la suposición referente a ciertas
complicaciones en la vida política de la ciudad, que creaban un peligro para el
régimen estatal existente en la misma. Lamentablemente, las fuentes con que se
cuenta no permiten dar una respuesta más concreta a esta cuestión.
De una manera u otra, la situación de Quersoneso hace recordar en
muchos sentidos la que se observa también en varias otras ciudades griegas de
aquel tiempo. La tensa lucha entre las agrupaciones democrática y oligárquica
se entrelazaba constantemente en ellas con tal o cual solución de las
cuestiones políticas exteriores y con todo el cúmulo de circunstancias de la
política exterior. De esta manera, el texto del juramento evidencia que, en ese
sentido, Quersoneso no representaba ninguna excepción.
Bósforo
Si tanto Olbia como Quersoneso, al igual que casi todas las
ciudades fundadas por los colonos emigrantes griegos durante la época de la
gran colonización griega, conservaban hasta el final de la época antigua la
estructura política de las polis, el desarrollo histórico de las ciudades
surgidas a lo largo de las costas del estrecho de Kerch el antiguo Bósforo
cimeriano había tomado otra ruta, llevándolas a un resultado histórico diferentes.
A principios del siglo V a. C. esas ciudades se habían unificado bajo el
poder de un gobierno común todas ellas. Posteriormente, el poder sobre esa
unificación estatal se concentró en manos de una dinastía no griega, la de los
Espartócidas[6],
y como parte integrante de ese Estado bosforiano se sumaron también ciertos
territorios poblados por tribus locales. Hacia mediados del siglo IV a. C.
las posesiones bosforianas en el lado crimeo del estrecho se habían expandido
sobre la totalidad de la península de Kerch, hasta la frontera oriental de la
Crimea montañosa, la antigua Táuride. Del otro lado del estrecho, el Estado bosforiano
abarcaba el territorio hasta más o menos la actual ciudad de Novorossisk.
Hacia el Noreste, la esfera de la influencia estatal bosforiana se
había expandido hasta la desembocadura del Don, donde se hallaba Tanais,
supeditada al Bósforo.
De esta manera, en el siglo IV a. C., el Bósforo se había
convertido en una formación estatal, grande según el criterio de aquellos
tiempos, con una población mixta greco-aborigen. Esta circunstancia impuso, de
manera regular, su sello sobre toda la faz económica, social, política y
cultural del Bósforo.
El único testimonio literario del surgimiento de la unificación
estatal bosforiana lo constituye la breve nota de Diodoro de Sicilia. En ella,
Diodoro relata que en el año del arcontado de Teodoro en Atenas, esto es, en
438-437 a. C., en el Bósforo, había dejado de existir la dinastía de los
Arceanáctidas «que había reinado»,
según su expresión, durante 42 años, pasando el poder a Espartoco, quien gozó
del mismo durante siete años. Si se cuenta a partir del año del arcontado de
Teodoro, señalado por Diodoro, el gobierno de 42 años de Arceanáctidas resulta
que, de acuerdo con esos datos, la unificación bosforiana surgió en el año 480-479
a. C.
Aun cuando la cronología bosforiana de Diodoro de Sicilia fue
obtenida por él en fuentes suficientemente seguras, en virtud de lo cual es
merecedora de fe, la apreciación de su testimonio acerca de los Arceanáctidas y
del primer representante de la dinastía de los Espartócidas provocó entre los
sabios contemporáneos considerables disensiones. En cuanto a ese testimonio, se
han expresado las más diversas conjeturas, y algunos investigadores han
exteriorizado su desconfianza, sometiendo a duda también la realidad histórica
de los Arceanáctidas y la fecha proporcionada por Diodoro acerca de su
ascensión al poder. Pero dichas dudas se han disipado tras el hallazgo, en el
año 1914, durante las excavaciones realizadas en el Delfinión de Mileto, de un
fragmento de una inscripción con el nombre de Arceanacto, padre del eusimenta
milesio que cumplía sus funciones de empleado público en los años 516-515
a. C. En virtud de ese hallazgo surgió una nueva conjetura acerca de si el
Arceanacto mencionado en dicha inscripción milesia no sería uno de los que
habían tomado parte en la fundación de Panticápea.
Diodoro, empero, se equivoca lisa y llanamente al nombrar a los
Arceanáctidas como «reinantes». En el
caso dado, su fuente hace uso de la terminología política de una época
considerablemente posterior. Los Espartócidas, que sucedieron a los Arceanáctidas,
disponían, incondicionalmente, de un poder más amplio y más sólido, mas tampoco
ellos se decidieron durante mucho tiempo a llamarse a sí mismo reyes del
Bósforo. En las inscripciones bosforianas del siglo IV a. C., que
contienen los títulos de los Espartócidas, éstos se nombran infaliblemente a sí
mismos no como reyes del Bósforo, sino como sus arcontes; toman el nombre de
reyes solamente respecto a las tribus locales a ellos sometidas. En tales
condiciones queda completamente excluido que los Arceanáctidas se apoderasen
para designar su poder, de un título de «rey».
Más bien es lícita la conjetura de que se habría dado a sus poderes la misma
forma que asumían generalmente en todas las polis griegas. Es evidente que
ellos eran los arcontes de Panticápea, la más grande de las ciudades
bosforianas, la primera en comenzar (ya desde mediados del siglo VI a. C.)
a emitir moneda propia. Con el correr del tiempo y, aparentemente, en relación
directa con la formación de la unificación estatal bosforiana, con Panticápea a
la cabeza, el poder de esos arcontes adquirió carácter hereditario.
Panticápea[7] se
convirtió en el centro de la unificación estatal bosforiana, según parece tanto
en virtud de su predominio económico sobre las otras ciudades bosforianas, como
por su ubicación geográfica, estratégicamente ventajosa. En las fuentes no se
encuentran indicaciones directas sobre otros participantes de tal unificación.
Muy probablemente formaba parte de ella Fanagoria, que se convirtió
ulteriormente en segunda capital «asiática»
del Bósforo, según la terminología antigua. Al parecer, también se agregaron a la
unificación Hermonassa, Cepi y otras ciudades del litoral de Tamán, que en la
antigüedad representaban un grupo de islas formadas por el delta del río Kubán.
De esta manera, el Bósforo arceanáctida lo integraban, evidentemente, desde el
mismo comienzo, ciudades a ambas orillas del estrecho.
No nos son conocidas las causas que obligaron a los griegos
bosforianos a renunciar a la autarquía, tradicional en todas las polis griegas,
en pro de un gobierno común a todas ellas. Es del todo evidente que la unificación
política abría ante las ciudades bosforianas perspectivas para una más estrecha
colaboración económica; les facilitaba la apropiación de las riquezas naturales
del país; creaba condiciones más favorables para el subsiguiente desarrollo de
sus actividades comerciales. Por otra parte, las tribus vecinas a los colonos
griegos, tales como las tribus meótidas[8],
sármatas[9] y
escitas[10],
se distinguían por su belicosidad. Las poderosas construcciones defensivas,
inclusive alrededor de pequeñas localidades bosforianas, hablan elocuentemente
del constante peligro bélico. Al parecer, los períodos de relaciones
comerciales pacíficas con las tribus locales se alternaban a menudo con choques
bélicos. Desde este punto de vista, la necesidad de la unificación de las
ciudades era dictada también por los intereses de su seguridad.
En lo que se refiere a sus dimensiones, el primitivo territorio
del Estado de los Arceanáctidas no era grande. Cierta idea de su tamaño en la
costa europea del estrecho nos la da el llamado primer baluarte defensivo de
Tiritaca, y la fosa.
Ese baluarte, que se ha conservado en perfecto estado, corta la
península de Kerch a lo largo de la línea que va desde el poblado de
Arschíntzev (la aldea de Tiritaca) hasta el mar de Azor. Se acostumbra a
considerar que el pequeño territorio al este del baluarte era precisamente el
del Bósforo arceanáctida en el litoral de Crimea. Las posesiones bosforianas en
el litoral de Tamán también eran muy modestas en aquel tiempo. Probablemente se
reducían a una franja de tierra a lo largo del estrecho de Kerch, ocupada por
los exiguos territorios de unas cuantas polis que ingresaron en la unificación
de la que estamos hablando.
Pintura de sármatas tumba de Kerch (antigua Panticapea,
capital del reino del Bósforo). Arriba lucha entre jinetes lanceros; abajo
izquierda lancero contra infante, abajo derecha infantes se observa uno con un
estandarte tipo vexilatio
en vez del draco.
De esta manera, la exigüidad del territorio del Bósforo
arceanáctida permite pensar que la unificación comprendía al comienzo solamente
a las polis colonias griegas. En fuentes de tiempos posteriores tampoco
aparecen menciones de ninguna naturaleza que se refieran al ingreso en la
unificación bosforiana de aquel momento, de territorios poblados por tribus
locales. Lo hicieron al comienzo de la época de los Espartócidas, cuando las
tribus locales desempeñaban ya un papel muy considerable en la vida histórica
de ese Estado.
Es dable pensar que la estructura del Bósforo arceanáctida no difería
del tipo habitual para aquel entonces, de unificaciones de polis griegas, de
modo que la misma representaba una unión de ciudades bosforianas, la simaquia
bosforiana. Hasta qué punto dependían sus miembros del poder central, no lo
sabemos. Probablemente, la autonomía de estas ciudades no estaba muy limitada
por el poder del gobierno central, y en las manos de los arceanáctidas se había
concentrado tan sólo el control general de la vida política de las polis que
formaban parte de la unificación. En cambio, los arceanáctidas encabezaban, al
parecer, las fuerzas militares unificadas de las ciudades bosforianas.
En el ámbito económico, las ventajas de la unificación debieron
manifestarse, evidentemente, ya después de los históricos triunfos que los griegos
obtuvieran sobre los persas, en los años 480-479, al restablecer la vida
económica normal en toda Grecia. En ese tiempo cabe suponer fueron
restableciéndose los vínculos comerciales, interrumpidos por la guerra, de las
ciudades bosforianas con las del litoral del Asia Menor, aun cuando estas
últimas ya no pudieron reponerse totalmente de la devastación que habían
sufrido. El predominio en el comercio con el Bósforo comenzó a ser ocupado por
Atenas, en detrimento de aquellas ciudades. Las tendencias de los atenienses
hacia el litoral del mar Negro, tal como lo evidencian los hallazgos de
cerámica ateniense de los primeros tiempos, se expresaron también antes de las
guerras médicas.
Durante los años del gobierno de Pisístrato, la tendencia y el
afán de colocar bajo el control ateniense al estrecho del Helesponto puerta de
entrada al mar Negro constituía uno de los problemas primordiales de la
política exterior de Atenas. Sin embargo, los éxitos alcanzados por los
atenienses en este sentido fueron posteriormente reducidos a la nada, debido al
avance persa hacia la costa del estrecho. Tras las victorias decisivas sobre
los persas, el camino hacia los litorales del mar Negro quedó allanado. No
obstante, los atenienses se abocaron en forma directa y enérgica al problema de
apropiarse de las costas del mar Negro, y en primer lugar de los mercados de
sus costas septentrionales, sólo tras la desdichada expedición ateniense a
Egipto en los años 459-54 a. C., tras perecer en esa expedición una gran
cantidad de ciudadanos atenienses y perder la mayor parte de la flota,
desapareció la esperanza de asegurar el abastecimiento de Atenas con los
baratos cereales egipcios. Y aun cuando en la época señalada los atenienses
también recibían cereales de otras partes, el mercado cerealista del litoral
septentrional del mar Negro atrajo poderosamente su atención.
Es muy probable que la expedición de Pericles al Ponto haya sido
una de las medidas más decisivas de los atenienses, en el sentido de imponer su
influencia en el mar Negro. Al parecer, alrededor del año 444, una gran
escuadra ateniense, encabezada por el propio Pericles, penetró en el mar Negro.
Los atenienses querían hacer esa demostración frente a las poblaciones de
aquellas regiones litorales, exhibir su poderío militar y también afirmar sus
vínculos comerciales y políticos con las ciudades pónticas y crearse, donde
fuera posible, bases de apoyo. Con tales fines ubicaron a sus colonos en el
litoral del mar de Mármara, en Astacos; pusieron pie firme en el litoral meridional
del mar Negro, en Amisos; se entremetieron en los asuntos políticos internos de
Sínope, instalando allí unos seiscientos de sus colonos y afirmando en el poder
a un gobierno que les era fiel. En cuanto al litoral septentrional, según
parece lograron asentarse sólidamente en la ciudad bosforiana de Ninfaión,
situada hacia el sudoeste de Panticápea y no muy lejos de ésta. No está
excluida la posibilidad de que Ninfaión y algunas otras ciudades del mismo
litoral hayan sido incluidas en la Liga marítima ateniense y gravadas con el
impuesto o tributo llamado foros.
La guerra del Peloponeso, que comenzó muy poco después, ató las
manos a los atenienses, privándolos de la posibilidad de dedicar su energía de
otrora al mar Negro. A pesar de ello, cuando se desencadenó la catástrofe en
Sicilia, y ya no se podía contar con la llegada del cereal siliciano a Atenas,
el litoral septentrional del mar Negro, y en primer lugar el Bósforo, se
convirtieron para Atenas en fuente básica de abastecimientos, tanto de cereales
como de otra clase de víveres, materias y esclavos.
De la actividad comercial de los atenienses en el Bósforo en el
siglo V a. C. dan testimonio los muchos hallazgos efectuados en el
territorio bosforiano, de cerámicas y otros productos de artes y oficios
atenienses. A juzgar por ellos, se importaban desde Atenas a las ciudades
bosforianas, vajilla negra lustrada, jarrones pintados por obra de los maestros
atenienses, ornamentos de plata y oro y envases de bronce y plata; posiblemente
también vinos y aceite de oliva.
Una parte de todas esas mercancías se destinaba al consumo local
en las ciudades bosforianas y otra parte se revendía a la población
circundante. Durante las excavaciones realizadas en los túmulos de Kubán fueron
hallados no pocos objetos de procedencia ateniense. Resulta así que el comercio
de las ciudades bosforianas asumía un amplio carácter intermediario.
A la importación ateniense, el Bósforo respondía con una amplia
exportación, principalmente de cereales y de pescado salado. Una parte
considerable de estos dos productos era, al parecer, comprada por los
mercaderes bosforianos a las tribus locales. En esta situación llama la
atención el intenso crecimiento de poblaciones fijas, sedentarias, sobre el río
Kubán, a partir de la segunda mitad del siglo v a. C. Da la impresión de
que a partir de entonces una gran parte de la población, hasta ese momento
nómada, se convierte en sedentaria.
Las investigaciones arqueológicas de los restos de ciudades del
Kubán muestran que sus respectivas poblaciones se ocupaban, en su mayor parte,
de la agricultura, la ganadería sedentaria y la pesca. Son bastante frecuentes
los casos en que se ha encontrado, en las tierras de esos restos de ciudades,
monedas bosforianas y objetos griegos, lo cual testimonia que las relaciones
mercantiles y monetarias abarcaban capas bastante amplias de la población
local. Sin embargo, el papel dirigente en el comercio con el Bósforo lo ejercía
la capa superior de la sociedad local, la pudiente nobleza de casta. La región
adyacente al río Kubán, tal como lo testimonian elocuentemente sus túmulos,
había sido arrastrada, desde tiempos inmemoriales, a mantener relaciones
comerciales con la Trascausania y con los países del Cercano Oriente. Los
procesos de estratificación social, en lo que se refiere a la posesión de
bienes, transcurrían aquí más intensamente que en otras regiones del territorio
litoral septentrional del mar Negro. Con el comienzo de la colonización griega,
el desarrollo de estos procesos se intensificó aún más. La cultura griega
ejerció su influencia sobre el género de vida, especialmente el de las muestras
griegas. La nobleza local de casta y las ciudades bosforianas resultaron ser
los consumidores principales de las mercancías importadas desde Grecia. Sobre
esta base, entre la cúspide de la sociedad local y la población pudiente de las
ciudades esclavistas del litoral surgió una especie de intereses comunes y
cobraron desarrollo ciertos procesos asimilatorios. Los conflictos étnicos
fueron gradualmente dando paso a los conflictos sociales. A la luz de fenómenos
de esta índole se torna comprensible también el cambio político que se operó en
el Bósforo. El terreno para el mismo había sido preparado por toda la marcha
del desarrollo económico y social del Bósforo.
Tal como sabemos, en los años 438-437 a. C., y según los
datos de Diodoro de Sicilia, el poder en el Bósforo pasó de los Arceanátidas a
Espartoco, quien, como es natural, fue el padre fundador de la nueva dinastía
de gobernantes bosforianos, los Espartócidas, que posteriormente encabezaron el
Estado bosforiano hasta finales del siglo II a. C.
Los hombres de ciencia han prestado atención, en primer lugar, al
nombre del primer representante de esta dinastía bosforiana, Espartoco, que al
igual que el nombre de otro representante de esa misma dinastía, Perisades,
suele encontrarse en las tradiciones literarias de la antigüedad vinculadas con
Tracia. Basándose en ello, se ha conjeturado que Espartoco procedía de Tracia.
Entre otras conjeturas, por ejemplo, están las que vinculan el origen de los
Espartócidas con Sindica.
De una manera u otra, los Espartócidas gozaban, sin duda alguna,
de considerable influencia en el ámbito local. Evidentemente, ésa era
precisamente su ventaja sobre sus antecesores, los Arceanáctidas. Sin embargo,
pueden abandonarse las dudas acerca de si los representantes de la dinastía no
griega experimentaron o no el fuerte influjo de la cultura griega. En este
sentido es sumamente significativo el hecho de que, al lado de los nombres no
griegos, algunos Espartócidas que nos son conocidos por los testimonios
literarios y las inscripciones llevaban también nombres puramente griegos,
tales como Sátiros, Leucón, Eumelo, Gorgipos, Apolonio y otros. Se ha
conservado un relieve ateniense del siglo IV a. C., en el que se hallan
las efigies de tres representantes de la dinastía de los Espartócidas:
Espartoco II, Perisades I y el hermano de estos, Apolonio. A los tres se les ha
dado en estas imágenes un aspecto exterior netamente griego. No obstante ello,
Estrabón, en uno de sus discursos sobre las altas cualidades morales propias no
sólo de los griegos, sino también de los «bárbaros»,
trae como ejemplo de un «bárbaro» tan
virtuoso, al gobernante bosforiano Leucón.
El sentido histórico del cambio de dinastías que tuvo lugar en el
Bósforo se descubre en la política de los Espartócidas. A juzgar por todo lo
que conocemos acerca de ella, dicha política perseguía dos fines principales:
el ensanchamiento de las fronteras territoriales del Estado bosforiano y el
reforzamiento del poder del gobierno central. El primero de estos problemas
estaba condicionado al afán de asegurar la exportación de los cereales
bosforianos mediante una base agropecuaria propia; el segundo fluía del
primero, por cuanto el dominio sobre un vasto territorio en cuya composición
entraban, al lado de las ciudades, también las tierras de las tribus locales,
exigía regularmente la aplicación de otros métodos administrativos, apoyados en
plenipotencias más amplias del gobierno central.
No sabemos con precisión a partir de qué momento comenzó el
desarrollo de la expansión territorial bosforiana, ni cuándo los Espartócidas
alcanzaron en ese sentido los primeros éxitos. Esto se manifiesta sólo durante
el Gobierno de Sátiros (433-389 a. C.). Su nombre es conocido por la
tradición antigua. Lo menciona Isócrates en el llamado discurso bancario,
pronunciado, al parecer, en el año 393. Se habla en ese discurso de cierto
personaje, Speos, que había obtenido de Sátiros, para administrarla, «una gran región», y quien, en general, «se preocupaba de todas las posesiones de
aquél». En el relato de Polieno sobre la mujer meótida Tirgatao, esposa del
rey de Sindica, Hecateo, se mencionan las operaciones bélicas que Sátiros
efectuaba en la orilla tamaniana del estrecho. Del mismo relato de Polieno
puede extraerse la conclusión de que, en aquel tiempo, Sindica se hallaba ya
bajo el control de los gobernantes bosforianos. Otra mención está contenida en
los escolios a Demóstenes, en los que se dice que Sátiros había muerto durante
el sitio puesto a Teodosia por los ejércitos bosforianos.
En general, la guerra contra Teodosia[11],
que terminó con el sometimiento de la misma al Bósforo, constituye uno de los
acontecimientos más notorios en la historia bosforiana en el período que
estamos considerando. Por un lado, es evidente que tal guerra fue provocada por
el hecho de que dicha ciudad, que no formaba parte de la unificación
bosforiana, tenía un excelente puerto y poseía un territorio muy fértil. La
conquista de Teodosia debía proporcionar así al Bósforo un punto de tránsito
sumamente importante para su comercio cerealista y, al mismo tiempo, llevar la
frontera occidental de sus posesiones a unos límites estratégicamente muy
ventajosos. Por otra parte, y según datos fidedignos, en Teodosia moraban los
emigrados políticos bosforianos. Dada la estabilidad de las tradiciones de las
polis en el mundo griego, cabe no albergar dudas acerca de que la política
llevaba a cabo por el gobierno bosforiano, aun desde los tiempos de los Arceanátidas
es decir, la política de centralización estatal, provocaba la oposición de los
partidarios de la independencia de la polis. En el antes mencionado discurso de
Isócrates, se dice también algo acerca de los conjurados que tramaban atentar
contra la vida de Sátiros. La permanencia de enemigos del régimen político
imperante en el Bósforo, en las cercanías inmediatas de su frontera, y después
en una ciudad que continuaba conservando su independencia en calidad de polis,
debía parecer sumamente peligrosa a los gobernantes bosforianos.
En la guerra contra Teodosia intervino la Heráclea póntica, la
metrópoli de Quersoneso. Al parecer, se hallaba vinculada con Teodosia por
lazos comerciales y, por otra parte, recelaba del destino ulterior de su
recientemente fundada colonia: Quersoneso. El ensanchamiento de las fronteras
del Bósforo, muchas veces más fuerte, creaba, evidentemente, una amenaza para
su independencia.
Como resultado de la intervención de Heráclea, que había enviado
su flota en ayuda de la sitiada Teodosia, las operaciones bélicas se
prolongaron. Después de la muerte de Sátiros, su sucesor, Leucón, se puso a la
cabeza de las fuerzas armadas bosforianas que operaban contra Teodosia. Al fin,
ésta se vio forzada a capitular. En una inscripción hallada a orillas del
estuario de Tzukur, y procedente probablemente de Fanagoria, Leucón es nombrado
como arconte del Bósforo y de Teodosia. El uso del término arconte, con el fin
de definir el poder de Leucón sobre la vencida Teodosia, permite pensar que la
capitulación de ésta no fue lograda sin ciertas condiciones o reservas.
La mencionada inscripción es la única en la que Leucón es titulado
sólo como arconte del Bósforo y de Teodosia. En todas las demás inscripciones
que han llegado a nuestros tiempos y que contienen su nombre, al título de
Leucón se le agrega la enumeración de las tribus meótidas que le estaban
supeditadas, y respecto de las cuales ya no se le titula arconte, sino rey. Por
esto, muchos hombres de ciencia creen que esa inscripción de Tzukur es
cronológicamente la primera, y que las tribus meótidas mencionadas en las otras
inscripciones fueron anexadas al Bósforo después de haber sido conquistada
Teodosia. Es posible concordar con tal opinión. La victoria sobre Teodosia puso
en libertad a las fuerzas armadas del Bósforo, permitiendo lanzarlas sobre el
otro lado del estrecho.
Por lo demás, no tenemos ninguna seguridad de que los gobernantes
bosforianos estuvieran empeñados en conseguir que se les reconociera el poder
supremo sobre las tribus locales. En los casos en que la nobleza de una tribu
había sido atraída a mantener relaciones comerciales con las ciudades
bosforianas, las ventajas económicas de ese comercio podían impulsar a esa
nobleza a anexarse pacíficamente el Bósforo. Antes que en cualquier otro caso,
esto podría referirse a la tribu de los sindos, los que a juzgar por todos los
indicios, se hallaban estrechamente vinculados con el Bósforo, aun desde mucho
antes. En la lista de las tribus supeditadas a los Espartócidas, siempre
ocuparon el primer lugar. En los títulos de Leucón, a los sindos siguen
generalmente los toretas, los candarios y los psesos.
En las inscripciones del sucesor de Leucón, Perisades I (348-309;
los primeros cinco años gobernó junto con su hermano Espartoco III), en aquella
enumeración tienen lugar algunos cambios. En una de dichas inscripciones, en
los títulos de Perisades, a los sindos siguen los toretas y los dandarios,
habiendo desaparecido los psesos. En otra inscripción, Perisades figura como
«rey de los sindos» y «de los mantos»
(los meótidas); en otras dos más, a los mantos siguen los tateos y los doscos,
no mencionados anteriormente. Va creándose la impresión de que el poder de los
gobernantes bosforianos sobre todas esas tribus que habitaban el territorio de
la actual península de Tamán y más hacia el sudeste, la región de la actual
Novorossisk, no se distinguía por su estabilidad. Bajo la influencia de
diversos factores y circunstancias, algunas de esas tribus se separaban
probablemente del Estado bosforiano, mientras que otras se le unían. En cuanto
a la inestabilidad de las fronteras de las posesiones bosforianas en el lado
asiático del estrecho, de la misma informa también Estrabón.
Desgraciadamente, nuestro conocimiento de las formas que adoptajon
las tribus locales al someterse a los Espartócidas es sumamente vago,
indefinido e impreciso. La definición del poder de los Espartócidas sobre las
ciudades sometidas se expresa en la primera parte de los títulos por el término
arconte, el cual atestigua indiscutiblemente que dichas ciudades habían
conservado en mayor o menor grado la autonomía de las polis; en cambio, el
término «rey», en su aplicación a las
tribus supeditadas al Bósforo, resulta mucho más difícil de ser descifrado e
interpretado adecuadamente. Dicho término tiene valores bien diversos en el
léxico político de los antiguos griegos. Los autores de la antigüedad denominan
«reyes» a los jefes de aquellas tribus entre las cuales se había conservado el
primitivo régimen comunal, y también a algunos gobernantes individuales de grandes
Estados esclavistas, con poblaciones no griegas.
¿En qué sentido fue usado este término en el caso dado?
¿Significaría que el territorio de esta u otra tribu que había reconocido o
había sido forzada por las armas a reconocer a los Espartócidas como a sus
reyes se convertían, efectivamente, en posesión de éstos, y las respectivas
poblaciones se veían completamente privadas de su independencia política? El
interrogante que acabamos de plantear es uno de los más difíciles y, al mismo
tiempo, de los más importantes de la historia del Bósforo espartócida. En la
ciencia actual, no puede ser considerado como suficientemente aclarado. La
inestabilidad de las fronteras que hemos señalado en cuanto a las posesiones
bosforianas en la costa asiática del estrecho, hace ver claramente que las
tribus meótidas, aun después de haber sido sometidas por los Espartócidas, eran
capaces de defender su independencia. Continuaban conservándola también una
centuria después, durante los tormentosos años de la actividad de Mitrídates
Eupator el que, en los momentos de mayor tensión en la lucha contra Roma se
dirigía a esas tribus solicitando ayuda militar. Hay fundamentos para creer que
también bajo el poder de los Espartócidas, los meótidas continuaban teniendo
sus propios jefes de tribus, y también sus propias fuerzas armadas.
Ciertamente, el Bósforo espartócida no constituía el Estado
centralizado conocido por nosotros de acuerdo con sus períodos históricos más
tardíos. Su gobierno, aun en el caso de que lo hubiera deseado, no tenía qué
oponer a las arraigadas tradiciones de autonomía de las polis, propias de las
ciudades esclavistas, y a la no menos estable tendencia de las tribus locales a
una existencia independiente, tendencia que se remontaba a la época del
comunismo primitivo, o sea, un régimen de democracia militar. La coexistencia,
dentro de los marcos de un mismo Estado o liga estatal, de ciudades esclavistas
y de tribus locales, impuso durante mucho tiempo al Bósforo espartócida un
sello peculiar. Ambas formas políticas no se integraron en el mismo
simultáneamente. De allí la doble estructura política del Bósforo, reflejada
con tanta claridad en la doble intitulación de la dinastía gobernante. Esa
doble naturaleza estatal del Bósforo estaba profundamente enraizada.
En el tomo III de El Capital, Carlos Marx previene contra
sobreestimación del papel del factor mercantil, en el desarrollo histórico de
la sociedad. Dicho factor puede forzar el desarrollo de los procesos ya
existentes en un ambiente dado, mas no podrá engendrar nuevas relaciones
condicionadas por regularidades más hondas, por las del desarrollo de las
fuerzas productivas y por las relaciones de producción. Al mismo tiempo, la
influencia de las ciudades esclavistas sobre el ambiente local a lo largo de
los primeros siglos transcurridos desde la época de la colonización griega de
las regiones litorales bosforianas iba teniendo lugar, al parecer,
principalmente dentro de los procesos de mutuas relaciones comerciales. En
tales condiciones, las relaciones esclavistas aportadas por esas ciudades
habrían podido, evidentemente, cobrar tan sólo una programación limitada.
Al formarse el Estado bosforiano en calidad de sociedad
esclavista, el aprovechamiento del trabajo de los hombres no libres cobró
dimensiones más amplias. No obstante ello, al lado de esclavos y esclavistas
siguió una capa bastante considerable de pequeños agricultores, en parte libres
y en parte dependientes. Trabajaban sobre tierras propias, vendiendo su cereal
a los mercaderes bosforianos. Da de ello un testimonio bastante convincente el
hecho mismo de la existencia sobre el territorio bosforiano de tribus que
habían conservado sus nombres, hecho atestiguado tanto por las inscripciones
como por algunas fuentes literarias.
Resulta así que en el Estado encabezado por los Espartócidas
coexistían relaciones sociales de distintos tipos. Junto al esclavismo imperante
en las ciudades fundadas en su tiempo por los colonos griegos, y sobre las
posesiones de los grandes terratenientes que aprovechan la labor de los
esclavos y de otros hombres dependientes, subsistían las tribus locales que
conservaban las supervivencias del primitivo régimen comunal.
Un apoyo efectivo y eficaz lo encontraba el poder de los
espartócidas en su ejército, formado por mercenarios, y en amplios vínculos con
las tribus locales, que les permitirían emplear sus fuerzas bélicas en calidad
de aliados. Por lo demás, tales milicias seguían, evidentemente, existiendo
también en las ciudades.
Los Espartócidas gobernaban el territorio que les estaba
supeditado, tanto en forma directa como por medio de lugartenientes. En las
fuentes de que se dispone aparecen varias menciones sobre éstos. En algunos
casos se hallaban vinculados por lazos de parentesco con la misma dinastía
gobernante, y en otros se recurría a los servicios de griegos.
El predominio en el Estado bosforiano lo ejercían la capa superior
de la población de las ciudades esclavistas y la nobleza tribal vinculada a
aquélla por la comunidad de intereses y ya helenizada en grado bastante
considerable. Este grupo de la población que moraba no sólo en Panticápea, sino
también en las pequeñas ciudades bosforianas, se destacaba por sus riquezas.
Los representantes de la capa gobernante bosforiana poseían grandes bienes
territoriales que eran evidentemente cultivados por los esclavos, y poseían
también grandes talleres de artesanía dedicados a la fabricación de tejas. En
sus manos se hallaba también el comercio bosforiano.
Al ampliarse el territorio bosforiano, incluyéndose en el mismo
las tierras habitadas por las tribus locales, la exportación bosforiana
adquirió una base bastante sólida. Los datos referentes a la escala de ese
comercio en el siglo iv a. C., que es el período del florecimiento de la
vida económica bosforiana, están contenidos en uno de los discursos de
Demóstenes pronunciados en los años 355-354, y en las obras de Estrabón. De acuerdo
con todos los datos, el gobernante bosforiano Leucón había exportado a Atenas
tan sólo desde Teodosia cerca de 2.100.000 medimnos (unas 84.000 toneladas) de
cereales.
Anualmente, se exportaba desde el Bósforo a Atenas más de 400.000
medimnos (cerca de 16.000 toneladas) de cereales. Una parte de este cereal lo
consumían los mismos atenienses, y otra parte la revendían a varias ciudades
griegas, obteniendo un lucro nada pequeño. El interés de Atenas en comerciar
con el Bósforo se reflejó en un decreto que ha llegado a nosotros, de la
asamblea popular ateniense, promulgado en el año 347-346, en honor de los tres
hijos de Leucón: Espartoco, Perisades y Apolonio. Según este decreto, los tres
fueron coronados en las fiestas panateneas con coronas de oro, cada una de las
cuales valía mil dracmas. Simultáneamente, se les otorgó el derecho de reclutar
en Atenas marinos para las naves bosforianas. En reciprocidad, los hijos de
Leucón se comprometieron a seguir preocupándose en lo sucesivo del suministro a
Atenas de los cereales bosforianos, y a servir celosamente al pueblo ateniense.
El comercio ático-bosforiano se realizaba en condiciones de mutuo
y recíproco beneficio. Los mercaderes atenienses gozaban del derecho de
exportación libre de aforos. De este derecho, lo mismo que del transporte fuera
de turno de sus mercancías, gozaban en Atenas los mercaderes bosforianos.
Los cereales, el pescado salado y otros artículos de materia prima
local eran exportados por el Bósforo no sólo a Atenas, sino también a Mitilene,
en Lesbos, a las ciudades del litoral jonio y a otros centros griegos. A su
vez, desde Atenas, Corinto, Tasos, Quíos y otros puntos se importaba aceite de
oliva, vino, cerámicas artísticas, objetos de metal, tejidos, etc.
Las investigaciones arqueológicas en el territorio bosforiano
muestran que, simultáneamente con el desarrollo del comercio, iban creciendo
también la producción artesanal propia y la agricultura bosforianas dan
testimonio de que allí eran ampliamente cultivados el trigo, la cebada, el mijo
y las habas. Según Estrabón, la tierra bosforiana se distinguía por su
extraordinaria fertilidad. Los hallazgos de huesos de ganado vacuno y de
caballos, ovejas, cabras y cerdos permiten hablar del desarrollo de la
ganadería. Una difusión particularmente amplia habían cobrado en el Bósforo las
diferentes clases de pesca.
El crecimiento de la producción artesanal queda atestiguado, en
primer lugar, por la enorme cantidad de hallazgos de cerámica local: ánforas y
otros recipientes, vajilla de comedor y cocina, tejas, etc. Merced a las marcas
que se ven en ellas, han llegado hasta nuestros tiempos los nombres de los
propietarios de sus fábricas y conocemos ahora que algunas de esas empresas
pertenecían a los propios Espartócidas. En cuanto al desarrollo del arte
textil, del mismo nos hablan ciertas partes arcillosas de los husos
constantemente encontrados en el territorio de las poblaciones bosforianas. Se
producían también en el Bósforo diversos objetos hechos con metales importados,
por cuanto el análisis de las escorias halladas en las excavaciones practicadas
en una de esas poblaciones ha evidenciado que los yacimientos locales de
minerales ferruginosos, que tanto abundan en la península de Kertch, no eran al
parecer, aprovechados en la antigüedad.
Habían cobrado amplia notoriedad los artículos de los orfebres
bosforianos, especialmente la producción de recipientes, verdaderas obras de
arte, tales como los vasos del túmulo Kul—Obi, del de Vorónezh y de otros. La
mayor parte de esos artículos datan del siglo IV a. C.
La producción de jarrones artísticos cubiertos con exquisitas
pinturas surge en el Bósforo algo más tarde, aparentemente a finales del siglo
iv a. C., cuando se hace notar cierta disminución de las importaciones
desde Atenas.
Una idea viva y clara acerca del carácter de la cultura formada en
el Bósforo la suministran los sepulcros. Los más tempranos de ellos, de las
necrópolis urbanas bosforianas, son relativamente pobres. A partir de finales
del siglo v, empero, va tornándose en hábito colocar lápidas en las tumbas de
las personas pudientes (a veces de mármol traído de Atenas), y a partir del
siglo iii comienzan a aparecer en esas lápidas las imágenes en relieve de los
propios sepultados. En los epitafios, en tiempos algo posteriores, junto a los
nombres de los muertos, se señala también la profesión de los mismos. Así han
llegado hasta nuestros tiempos los nombres de un mercader, de un constructor de
naves, de un profesor de gimnasia, de un filólogo, de un gramático y de un
hombre de ciencia. En las tumbas de los guerreros se mencionan las
circunstancias en que se produjo su muerte; por ejemplo: «chocó con la terrible
pica enemiga»; «fue muerto por el
tumultuoso Ares de los nómadas», esto es, por el dios de la guerra de los
escitas; «yace en tierra bosforiana
alcanzado por una lanza enemiga».
El carácter de los objetos que se descubren en los inventarios
sepulcrales refleja el género de vida de la población bosforiana. En los
sepulcros femeninos, por ejemplo, son encontrados frecuentemente cofrecillos y
vasijas, espejitos, husos, etc.; en las tumbas masculinas se ven atributos
deportivos: recipientes para aceite con el que se solía frotar el cuerpo antes
de las justas gimnásticas, rasquetas de hierro o de bronce con las cuales se
quitaba luego dicho aceite, etc.
En el Bósforo tenían lugar torneos deportivos y los nativos de las
ciudades bosforianas tomaban parte en los torneos de Grecia. De ello dan
testimonio los hallazgos en territorio bosforiano de las llamadas ánforas
panateneas (premios que se otorgaban a los participantes en los torneos que se
verificaban en Atenas, durante los días de las fiestas de Atenea), como también
una inscripción que data de mediados del siglo iii a. C. En la misma se
ven 226 nombres masculinos que en su aplastante mayoría son griegos, pero es
curioso que entre ellos aparezcan nombres tales como «Sindo» y «Escita».
Esto muestra que entre los habitantes de las ciudades bosforianas
iban apareciendo personas de origen local no griego. En los períodos algo
posteriores de la historia bosforiana, tal proceso se hizo más evidente y toda
la cultura fue adquiriendo un peculiar colorido local.
Además de los sepelios que se efectuaban en las necrópolis urbanas
existía otro tipo de inhumaciones, que se efectuaban en el interior de
monumentales bóvedas de mampostería, provistas en una serie de casos de
escalonadas cúpulas cónicas erigidas según el sistema y principio de la llamada
falsa bóveda, cubierta, en el exterior y en la cúspide, por altos terraplenes
en forma de túmulos. Entre ellos se cuentan los túmulos, ya de amplia
notoriedad, «Tzarski», «Melek-Chésmenski» y otros. En los alrededores de la actual ciudad de
Kertch, los sepulcros en forma de túmulos forman toda una cadena que se
extiende a lo largo de muchos kilómetros, paralelamente a las montañas de Iuz-Ob.
El riquísimo contenido de estos túmulos fue parcialmente saqueado, aun en la
antigüedad. En casos aislados, cuando dicho contenido se ha conservado por
completo, sorprendente por su lujo, por la abundancia de objetos de oro y
plata, en su mayor parte de hermosa factura griega. Hay que subrayar, empero,
que en la misma Grecia no se encuentran sepulturas de semejante tipo; por eso,
en ellas debe verse el carácter específico del ritual funerario bosforiano. La
suntuosidad de tales sepulcros suministra una idea clara de las riquezas que
poseía la nobleza. En este sentido resulta sumamente significativo que las
monumentales bóvedas datan del siglo IV y comienzos del siglo iii a. C.,
es decir, del período de más intenso florecimiento económico del Bósforo
espartócida. A partir de mediados del siglo III los sepulcros lujosos van
desapareciendo en el Bósforo, siendo reemplazados, en su mayor parte, en cuanto
al interior de las tumbas, por contenidos más modestos y construcción más
sencilla. Este hecho, que salta a la vista, lo mismo que una serie de otros
fenómenos, reflejan la decadencia económica bosforiana a partir de mediados del
siglo III a. C.
La escasez y el carácter fragmentario de las fuentes de que se
dispone, desgraciadamente no permiten restablecer la historia concreta del
Bósforo con la deseada plenitud; se la puede representar tan sólo en rasgos muy
generales.
Los años del gobierno de Leucón I y de Perisades I (389-309
a. C.) fueron, según todos los síntomas, el período de ascenso no sólo
económico, sino también político y cultural. Fue precisamente en aquel período
en que se hizo notar el crecimiento intenso de las poblaciones sedentarias,
agrícolas, en la región sobre el río Kubán. Es lícito, por ello, pensar que la
política de los mencionados Espartócidas respondía a los intereses no sólo de
la clase dominante, sino, en cierta y determinada medida, a los de las capas
más amplias de la población que estaba interesada, evidentemente, en el
desarrollo ulterior del comercio, y, desde este punto de vista, la política de
los Espartócidas le convenía.
No obstante ello, la situación creada en el Bósforo se distinguía
por su complejidad. El desarrollo ulterior de los procesos de estratificación
social-económica, tanto en las ciudades como entre las tribus supeditadas al
Bósforo, agudizaba la lucha entre pobres y ricos, entre explotados y explotadores,
entre los que gozaban de todos los derechos y los que carecían de ellos. Al
mismo tiempo, y paralelamente con lo que acabamos de anotar, tanto las ciudades
esclavistas de la costa como las tribus locales, tenían sus tradiciones formadas
a lo largo de siglos, que es lícito pensar se erguían a menudo en oposición,
tanto unas contra otras, como contra la política llevada por el gobierno
central.
Reino del Bósforo y pueblos
sármatas hacia el 100 a.C.
La naturaleza contradictoria de la situación creada en el Bósforo,
encontró su reflejo en un único fragmento que se ha conservado a este respecto
de la obra de Diodoro y que ha llegado hasta nuestros tiempos. Este fragmento
expone de manera coherente la marcha de los acontecimientos históricos en el
Bósforo.
Trata de la lucha intestina entre los hijos de Perisades I, que
Diodoro había extraído de la obra de un autor antiguo, desconocido para
nosotros, pero excelentemente informado en cuanto a la historia bosforiana. Esa
guerra intestina había comenzado en el año 309 a. C., inmediatamente
después del fallecimiento de Perisades I. El trono vacante había pasado al
mayor de sus hijos, Sátiros. Entonces, el menor, Eumelo, cerró alianza con
Ariatarnes, rey de la tribu local de los tateos, atrajo a su lado a algunas
otras tribus, y se levantó en armas contra el hermano mayor. En la lucha, el
tercer hijo de Perisades, el del medio, Pritanes, se puso de parte de Sátiros.
Las operaciones bélicas se desarrollaron principalmente en la costa asiática
del estrecho. Las fuerzas de Sátiros se componían de 2.000 mercenarios griegos,
2.000 guerreros tracios que estaban a su servicio, y escitas aliados, en total
unos 20.000 guerreros de infantería y 10.000 de caballería. Del lado de Eumelo
se hallaban los ejércitos de Ariatarnes, en total unos 22.000 infantes y 20.000
jinetes.
Ya en la primera batalla de grandes dimensiones, sostenida
probablemente junto al río That, uno de los afluentes del Kubán, y tras haber
sufrido ambos ejércitos grandes pérdidas, Sátiros puso en fuga a su enemigo.
Durante la persecución, despiadada, Sátiros incendiaba las poblaciones que
encontraba en su camino y se apoderaba de prisioneros y botín de guerra. Los
restos ilesos de Eumelo y de Ariatarnes hallaron, empero, salvación en una
fortaleza a orillas del That, en una región boscosa y pantanosa, de difícil
acceso para el enemigo. Para avanzar y acercarse a las murallas y torres de esa
fortaleza, los guerreros de Sátiros tuvieron que abrirse camino a golpes de
hacha, trabajando incesantemente durante tres días bajo las mortíferas flechas
enemigas que les causaban grandes pérdidas. Cuando, al cuarto día, dio comienzo
al asalto de esa fortaleza, Sátiros fue mortalmente herido, expirando al
anochecer. Esto determinó que sus tropas se retiraran inmediatamente hacia la
ciudad de Hargaza que, según parece, se hallaba en las orillas del río Kubán.
De allí el cadáver del rey fue trasladado a Panticápea, donde había quedado su
hermano Pritanes. Este, después de organizar un suntuoso sepelio, asumió el
poder real y encabezó los ejércitos que se habían refugiado en Hargaza. Eumelo
intentó entablar negociaciones con Pritanes, ofreciéndole repartirse el
territorio bosforiano en dos mitades: la asiática y la europea. Pero Pritanes
rechazó resueltamente tal oferta.
Al reanudar las operaciones bélicas, la superioridad pasó
manifiestamente a estar del lado de Eumelo, quien se apoderó de Hargaza y de
otros puntos poblados que estaban con Pritanes. En la batalla decisiva, que
tuvo lugar algo después, Pritanes fue derrotado y empujado hacia el estrecho.
Al poco tiempo capituló renunciando al trono en favor de Eumelo. Al regresar a
Panticápea, Pritanes volvió a intentar la reconquista del poder, pero sufrió un
nuevo fracaso y se vio precisado a huir a la localidad de Kepi, donde fue
asesinado por orden de Eumelo.
Habiendo logrado la victoria sobre sus dos rivales, y habiéndose
posesionado de esta manera del poder unipersonal, Eumelo, antes que nada, dio
cuenta de todos los que habían sido partidarios de sus hermanos. Muchos de
ellos fueron muertos, junto con sus mujeres e hijos. Según Diodoro, sólo logró
salvarse un hijo de Sátiros, huyendo de Panticápea a los dominios del rey
escita Agar, que simpatizaba con él.
Sin embargo, aun después de haber llevado a cabo tales represiones
y de haberse afirmado Eumelo en el trono bosforiano, en Panticápea continuaba
la efervescencia. Durante la guerra intestina, los ciudadanos de la capital
bosforiana se habían manifestado en favor de Sátiros y Pritanes, y ahora no
querían hacer las paces con Eumelo. Para vencer esos ánimos opositores y
atraerse a los panticápeos, Eumelo se dirigió a ellos con un discurso. Les
prometió restablecer en la ciudad la autonomía anterior, les otorgó el derecho a
comerciar sin pagar aranceles, del que gozaban durante el gobierno de sus
antecesores, les prometió eximirlos de los tribunos e impuestos y, según la
expresión de Diodoro, «habló de muchas otras cosas».
Sin tocar por lo pronto toda una serie de detalles, interesantes
en varios sentidos, del relato transmitido por Diodoro, en cuanto a la guerra
intestina entre los hijos de Perisades, hay que subrayar lo principal. El
relato en cuestión descubre ante nosotros una de las más elocuentes páginas en
la historia del Bósforo espartócida. En la guerra intestina tomaron parte
fuerzas diversas y heterogéneas en cuanto a sus rasgos y caracteres étnicos y
sociales: las tribus del litoral septentrional del mar Negro, encabezadas por
sus jefes «reyes», los denomina
Diodoro; los mercenarios griegos y tracios; ciudades esclavistas de la costa;
las poblaciones de aquellos territorios, patrimonio de las tribus que hacía
mucho ya se hallaban bajo el dominio de los gobernantes bosforianos.
Analizando la marcha de las operaciones bélicas, se llega
forzosamente a la conclusión de que el hecho decisivo para la victoria final de
Eumelo fue la ayuda prestada por su aliado, el rey de los tateos Ariatarnes. No
obstante, habiéndose apoderado ya con su ayuda del trono, Eumelo no pudo dejar
de tomar en cuenta a la ciudad de Panticápea. El restablecimiento para la misma
de su autonomía anterior, del tipo de las polis, probablemente algo lesionada
por las tendencias centralizadoras de los antecesores inmediatos de Eumelo en
el trono bosforiano, habla de por sí. Esta clase de maniobras políticas era,
evidentemente, propia no sólo de Eumelo, sino que caracterizaba en mayor o
menor grado la política general y común del gobierno central bosforiano, que se
las tenía que ver con fuerzas de heterogéneas naturaleza social.
Probablemente, esas particularidades escondían en su interior no
pocos peligros para la clase dominante. En el caso dado, la tentativa de
unificar bajo el poder de un solo gobierno a las ciudades esclavistas con los
territorios habitados por tribus locales, fue lograda a pesar de todo.
Durante los años del gobierno grande y fuerte, que pretendía
también la hegemonía sobre las otras comarcas costeras del mar Negro. De esto
habla todo lo que conocemos acerca de la política exterior de Eumelo: marchó
contra Lisímaco, prestando apoyo a la por él sitiada ciudad de Callatis,
ubicada en la parte occidental del Ponto, y trasladando la flota bosforiana,
emprendió una lucha decisiva contra los piratas del mar Negro, con lo cual
colaboró en medida nada despreciable en la elevación de la autoridad del Estado
bosforiano a los ojos de todos los griegos pónticos.
A pesar de todo, la mayor parte de los amplios proyectos e
intenciones de Eumelo no pudieron llevarse a cabo. En los últimos años del siglo
IV y a comienzos del siglo III a. C., el Bósforo se encontraba ya en los
límites del período que pasa bajo el signo de la progresiva decadencia y que
termina con la sublevación de los esclavos y la pérdida, por cierto que
transitoria, de su independencia estatal.
Próximo Capítulo: La Hegemonía de Esparta
Próximo Capítulo: La Hegemonía de Esparta
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[1] Los mariandinos habitaban en el
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[2] El reino
odrisio fue un antiguo reino surgido de la unión de varias tribus tracias,
que duró desde el siglo V a. C. hasta el IV a. C. El área
que incluía este reino se extendía desde Rumanía hasta Grecia septentrional y
Turquía, en su origen en la cuenca del río Hebro.
Su capital era Uscudama (llamada así por los tracios)
u Ódrisas (llamada así por los griegos), la que más tarde se llamaría
Adrianópolis y en la actualidad es Edirne, en la parte europea de Turquía.
[3] Olbia fue una ciudad griega de Escitia, que Plinio
el Viejo dice que fue llamada inicialmente Olbiópolis y Miletópolis. Estaba en
la desembocadura del río Dniéper (llamado Borístenes en la Antigüedad) y
del pueblo de los boristenitas. Algunos historiadores opinan que esta población
de los boristenitas (llamada también Borístenes) era una parte del territorio
de Olbia
[4] Agoranomo director o inspector
del mercado.
[5] Administrador de la ciudad
[6] Los Espartócidas fue una dinastía gobernante de
Panticapeo en Crimea (Quersoneso Táurico).
Derivan su nombre de su fundador Espartoco que comenzó a gobernar en el año 438
/437 a. C. Atenas busco su apoyo por que dependía de ellos en lo referente al
trigo que necesitaba importar.
[7] Panticapea fue fundada por colonos
milesios hacia el segundo cuarto del siglo VI a. C. en la
pendiente de una escarpada montaña que hoy recibe el nombre de monte Mitrídates
(llamado así en honor al rey Mitrídates VI (120-63 a. C.).
[8] Relata
Estrabón acerca de los meotes que eran pescadores y mineros, además de fieros
guerreros. El geógrafo griego informa de que eran un conjunto de diversos
grupos o tribus: sindos, dandarios, toretas, agros, arrecos, tarpites (o
tarpetas), obidiacenos, sitacenos, doscos.
[9] El pueblo sármata era un conglomerado de distintas
tribus que hablaban una lengua aria, emparentada con el persa y los escitas, y
que desde el siglo VII a.C. habitaban el mar de hierba que eran conocidas las
llanuras de la estepa euroasiática. Si los escitas ocupaban el extremo europeo
de la llanura, los sármatas habitaron durante muchos siglos al este del actual
río Don. Entre los principales pueblos encontramos los saurómatas,
los yazygos,
los siraces,
los aorsos
y los roxolanos, algunos autores también incluyen a los
alanos.
[10] Escitas
era el nombre dado en la Antigüedad a los miembros de un grupo de pueblos de
origen iranio, caracterizados por una cultura basada en el pastoreo nómada y la
cría de caballos de monta. Durante la Antigüedad clásica, los escitas dominaron
la estepa póntica, la cual recibió el nombre de Escitia.
[11] Teodosia
era una antigua ciudad griega del Quersoneso Táurico fundada por colonos
milesios en el siglo VI a. C. Contaba con fértiles tierras agrícolas,
de las que dependía su comercio, y disponía de un puerto que podía albergar
cien barcos. Los nativos la llamaban «Ardabda», que podría querer decir 'siete
dioses'.
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