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sábado, 4 de noviembre de 2017

Capítulo 12 - Los Hititas


LOS HITITAS

El período paleohitita. El Reino antiguo: sus principales monarcas. Instituciones administrativas. Economía y sociedad. El Imperio hitita: Suppiluliumas I. La política exterior hitita. Kadesh y su significado. El final del Imperio hitita. Vida religiosa. Los reinos neohititas.

La península de Anatolia
Aquí se sitúa el nacimiento de la Edad del Hierro. Es un terreno muy accidentado, con altas montañas, muchos valles,… En el 2.500 fue ocupado por tribus centroeuropeas a través del Bósforo y Dardanelos. El río más importante es el Kizil Irmak, más conocido como Halys
El karum de Kanesh fue en su momento el emplazamiento más importante. Remontando el río Halys se llegaba casi al Éufrates. Así, el trayecto entre Assur y Nesa es considerable, por vía fluvial.

Países:
  • Tribu de los gasga/kaska: Coetáneos de los hititas.
  • Hitita.
  • Kizzuwatna.
  • Mitanni: El término étnico de este pueblo era “hurri”, y también puede ser “Hanigalbat”; de hecho, en las fuentes aparece este último nombre.
  • Arzawa: Fue la patria chica del apóstol San Pablo.
  • Troya: Cerca de los estrechos. Se sabe que Troya I y Troya II fue visitada por indoeuropeos.
  • Chipre: Aunque no pertenezca a la península de Anatolia, Chipre, también llamada Alasiya, era muy importante por el cobre.
  • Países menores: Assuwa (en el oeste), Yamhad y Nuhesse (zona de fricción entre egipcios e hititas; de hecho, aquí se dieron las Tres Guerras Sirias). 
Ciudades:
  • Nerik: Hay un santuario a la diosa Arinna (este nombre inicialmente era de una urbe).
  • Tapikka: No se sabe bien donde estaba.
  • Kadesh.
  • Karkemish.
  • Tarso.
  • Hubisna.
A partir del 2.000, en Anatolia encontramos cuatro factores que permiten arrancar la historia de los hititas:
Tribus indoeuropeas de avanzadilla hitita: Son los palaítas, luwitas, nesitas. Se van a encontrar al pueblo nativo de la región de Hatti, los hetti, y todos se van a fusionar. Estas tribus, recordamos, se cree que entraron por el estrecho, pero otros autores piensan que vinieron a través del Cáucaso. De hecho, la migración indoeuropea alcanzó hasta la India.
Presencia de acadios y asirios, que comercian y montan mercados allí como Kanesh> Se conocen las campañas de Sargón aunque son en realidad textos mitológicos. También, se tiene constancia de documentos de Naram-Sin, como uno en el que se dice que ha derrotado a 17 reyezuelos del País de los Cedros y de la zona de Capadocia (es decir, de Anatolia).
La población autóctona de toda la región, denominada “asiática”: En algunos textos de Kanesh se hace referencia a nombres de príncipes y princesas de la zona, lo que significa que había muchos jefes locales asiáticos, los rubaum; los hijos de los reyes recibían las tierras conquistadas y se los nombraba reyes, siendo el padre el gran rey, el señor de señores. Anittas (en la lista de monarcas hititas) fue uno de ellos. De todas formas, en los textos no se diferencian si esos habitantes eran nativos o emigrantes indoeuropeos.
1.     Hititas como tales.

Nesitas: Son originarios de urbe desconocida y se establecieron en Nesa más tarde. Reciben a los asirios para comerciar. Cuando se apoderan de la ciudadela del centro del río Halys, es decir, en la región de Hatti, ya serán el pueblo hitita, que fundará el reino de Hatti, lo que para nosotros es el Reino Antiguo Hitita.
Por tanto, en el XVIII surgen regiones más evolucionadas políticamente, hasta que en un momento concreto aparecerá un personaje que les unifica. De hecho, todos los nombres de los reyes hititas llevaban el apelativo Labarna, en recuerdo a este monarca primigenio (que veremos más adelante); cabe destacar que más adelante, en la fase del imperio, se alarga quedando “Labarna, gran rey, rey del país de Hatti, el héroe, el bien amado del dios Tesup”. Asimismo, las reinas se llamaban Tawanamna (“madre de la divinidad”).
Los textos de Kanesh (y luego también los hititas, como el de Telipinu) son los que tratan de sobre los orígenes de los hititas, de su reino. Los documentos de Kanesh hablan de la ciudad de Kusara. 

Los hititas
El corazón del Imperio hitita –llamado comúnmente País de Hatti– estaba situado en el recodo del río Kizil Irmak (Marrasantiya en lengua hitita), donde se hallaba la capital Hattusa. Este núcleo limitaba al norte con las tribus kaskas, al sur con Kizzuwadna, al este con Mitanni y al oeste con Arzawa. En el momento de máxima expansión hitita, Kizzuwadna, Arzawa y una parte importante del territorio gasga fueron incorporados al Imperio, que incluía, además, una buena parte (o la totalidad) de Chipre y diversos territorios en Siria, donde el reino hitita limitaba al este con Asiria y al sur con Egipto.
Algunas de las principales ciudades hititas han sido localizadas, entre ellas Nesa y la capital Hattusa. Aún quedan ciudades por hallar, como, por ejemplo, Kussara, Nerik o Tarhuntassa. En Siria estaban especialmente las ciudades conquistadas al antiguo reino de Iamhan de Alepo, Karkemish y Qadesh.
Mapa de las principales ciudades y regiones del mundo hitita. Los nombres en rojo claro indican la ubicación más probable o aproximada

El soberano hitita era el lugal-gra (“gran hombre grande”). Colocaba a los príncipes, sus hijos, en diversas regiones de su reino; en caso de necesitar el rey ayuda, los príncipes estaban obligados a satisfacerle. Algunas de estas regiones eran Mira, Pala (el país de los palaítas), Kizuwatna, Isuwa, Alshe, Papanhi, Azzi-Hayasa, Hanigalbat, Mitanni, Astata, Nuhassa…
La capital hitita más antigua es Kusara, y aún no se han encontrado sus restos.
El Hatti o Imperio hitita  ​ fue un poder dominante en Anatolia, donde se situó su núcleo político central y otros territorios periféricos. ​ Durante los siglos XIV y XIII a. C. incorporaron un gran número de vasallos anatólicos en occidente y controlaron extensas zonas de Siria septentrional, alcanzando el río Éufrates. Su organización político-militar fue compleja.
Su capital fue Hattusa. Hablaban una lengua indoeuropea, escrita con jeroglíficos o caracteres cuneiformes tomados de Asiria. Su reino reunió a numerosas ciudades-estado de culturas muy distintas entre ellas y llegó a crear un influyente imperio gracias a su superioridad militar y a su gran habilidad diplomática, por lo que fue la «tercera» potencia en Oriente Próximo, junto con Babilonia y Egipto. Perfeccionaron el carro de combate ligero y lo emplearon con gran éxito. Se les atribuye una de las primeras utilizaciones del hierro en Oriente Próximo para elaborar armas y objetos de lujo. Tras su declive, cayeron en el olvido hasta el siglo XIX.
Gracias a numerosas excavaciones, algunas tan importantes como el descubrimiento de lo que sería similar a un "archivo nacional" en Hattusa, y muchas referencias en textos de origen asirio y egipcio, se ha podido reconstruir su historia y llegar a descifrar su escritura.

El nombre de Hatti
No se sabe a ciencia cierta cómo se llamaban a sí mismos. El nombre de Hatti proviene de las crónicas asirias que lo identificaban como Khati (el país de Hatti), y por otra parte los egipcios les denominaban "Heta", que es la transcripción más común del jeroglífico "Ht" (la escritura egipcia carecía de vocales).
En idioma asirio o acadio URUHa-at-ti
Por otra parte, los "hatti" eran un pueblo no indoeuropeo que vivía en la misma región que los hititas, antes del primer imperio hitita, y cuya conquista por parte de los segundos provocó que los asirios y demás Estados vecinos siguieran usando el nombre de "hatti" para denominar a los nuevos ocupantes, pasando a significar "La tierra de la ciudad de Hattusa".​ La lengua hática de los hatti siguió siendo usada ocasionalmente y para ciertos propósitos dentro de las inscripciones en hitita.
El término proviene de las referencias bíblicas. Éste era llamado "Hittim", que Lutero traduciría al alemán como "Hethiter", los ingleses lo convirtieron en "Hittites", mientras que los franceses los denominaron primero "Héthéens" para acabar llamándoles del mismo modo que los ingleses, "Hittites". "Hititas" es el término general que se emplea en español (también se ha utilizado el de "heteos", pero es poco frecuente y está en desuso). Las referencias en la Biblia sobre los hititas las encontramos en Josué (3,10), Génesis (15,19-21), (23,3) Números (13,29) y Libro II de los Reyes (7,6).
En el libro 2 de Samuel (11, 1-21), se hace referencia a Urías el hitita, combatiente de los ejércitos del rey David y esposo de Betsabé. Tras tomarla como concubina mientras Urías peleaba con los amonitas, David, después de embarazar a Betsabé, provocó su muerte.

El descubrimiento de los hititas
A diferencia de los reinos contemporáneos de Babilonia, Asiria o Egipto, cuya memoria ha estado presente en las sucesivas civilizaciones, el reino hitita forma parte de los olvidados por la historia antigua de Oriente Próximo. Al igual que sumerios, elamitas o urartianos, no dejaron apenas rastro en la memoria de los pueblos que posteriormente ocuparon sus tierras. Los bajorrelieves de los hititas y de sus vasallos, como el del paso de Karabel en Kemalpaşa, son bien conocidos desde la época antigua y medieval, pero su atribución fue problemática hasta finales del s. XIX.
En 1834 Charles Texier descubre las ruinas de una antigua ciudad cerca de la aldea turca de Bogazköy (después identificada como su antigua capital, Hattusa). En 1839, en su libro Description de l'Asie Mineure afirma que esas ruinas pertenecían a una civilización desconocida.
En 1822, en Viajes por Siria y Tierra Santa, Johann Ludwig Burckhardt habla del encuentro de una lápida con jeroglíficos desconocidos, algo que pasó en su momento inadvertido. Pero en 1863, los estadounidenses Augustus Johnson y el director Jessup seguirían las huellas de Burckhardt en Hama hasta reencontrarla.
Entre 1870-80 se investigan diversos restos por el misionero irlandés Willian Wright, que traslada algunas piedras a Estambul, y H. Skeene y George Smith, que descubren Karkemish y encuentran restos de la "escritura desconocida", la misma escritura que encontraría en 1879 Henry Sayce en Esmirna.
En 1880, Sayce afirma en una conferencia ante la Society for Biblical Archaeology que todos esos restos pertenecen a los hititas que menciona la Biblia. Cuatro años más tarde, William Wright aporta nuevas pruebas a la tesis de Sayce y publica un polémico y atrevido tratado: El gran Imperio de los Hititas, con el desciframiento de las inscripciones hititas por el profesor A. H. Sayce.
Hacia el año 1887 se descubre en Amarna numerosa documentación egipcia de la época de Akenatón, que incluye abundante correspondencia con las primeras alusiones directas a los hititas y a los jebuseos. En 1888, Karl Humann y Felix von Luschan dirigen unas excavaciones en Sendjirli y descubren una fortaleza hitita con numerosos bajorrelieves y toneladas de esculturas y vasijas de barro cocido. Entre 1891 y 1892 William Flinders Petrie encuentra tablillas en la misma "lengua desconocida", que se le llamaría primeramente "lengua Arzawa", debido a las alusiones que se hacían al territorio de Arzawa. En 1893 el arqueólogo francés Ernest Chantre descubre en Bogazköy fragmentos de tablillas en la misma lengua.
Pero el mayor descubrimiento lo hace Hugo Winckler entre 1905 y 1909 en una expedición a Bogazköy, donde encuentra más de 10 000 tablillas de lo que parecía ser un "archivo nacional", entre las cuales había textos bilingües, lo que permite descifrar numerosos documentos. Winckler afirma que esas ruinas pertenecen a la capital, la cual acaba denominando Hattusa. A partir de entonces, la investigación entre los años 1911 y 1952 se centra en descifrar la lengua hitita, cuyas mayores aportaciones las hace Johannes Friedrich que, en 1946, publica un Manual hitita y entre 1952 y 1954 un Diccionario de lengua hitita.
El punto culminante del descubrimiento de los hititas se produce durante las excavaciones dirigidas por Kurt Bittel en Bogazköy y las de Helmut Bossert en Karatepe, donde se encuentran nuevos textos bilingües que han ayudado a descifrar definitivamente la escritura hitita y la fijación de fechas.

PREHISTORIA:
La península de Anatolia tiene yacimientos prehistóricos, del Calcolítico, Bronce…Del Neolítico son escasos, pero por carencia de excavaciones. La cultura neolítica sobresalió en Cayönü (reciben influencia de culturas mesopotámicas). Hay muchas localidades prehistóricas importantes como Amk, Mersim, Alisar y Alaka Huyuh.
Amk y Mersim son del Calcolítico, al sur de Anatolia, y aparecen utillajes de cobre y restos de cerámica a torno, influenciados por Mesopotamia y Egipto.
Alisar y Alaka están en el centro de la península, con características de villa, y mantienen contactos con gente del Danubio a través del Bósforo y los Dardanelos. La cerámica y los restos funerarios confirman la ida y vuelta de Anatolia al Danubio.
Los restos humanos encontrados son de tipo braquicéfalos.
En el noroeste tenemos los primeros estratos de Troya, con elementos autóctonos.
A partir del 3000 comienzan a utilizar el bronce. En Troya II aparecieron elementos de bronce en el estrato de un incendio. 
A partir del año 2000 en Anatolia encontramos 4 factores que van a permitir arrancar la Historia de los Hititas:
1º) Tribus indoeuropeas, de avanzadilla hitita (nesitas, luwitas, palawitas) que se encuentran con pueblos nativos como Hatti.
2º) Presencia de acadios y asirios (comercio).
3º) Población autóctona, “asiática”.
4º) Hititas como tales en Kussara.
Esas tribus indoeuropeas han entrado por el Bósforo y los Dardanelos, pero hay autores que dicen que han llegado por el Occidente, concretamente por el Cáucaso. 
De los acadios conocemos la presencia de tropas acadias en Anatolia para proteger a sus comerciantes. Hay también textos hititas que hablan de reyes amorreos. 
Respecto a la población autóctona asiática se han encontrado en el Karum de Kanesh textos con nombres de reyes y príncipes: no había unidad entre los asíanicos, sino reinos independientes. Rubaum significa “reyezuelo” de esos reinos-poblados, aunque hablan también de un Gran Rey, “Señor de Señores” o Gran Príncipe, como Anittas de Kussara. Pero en los textos de Kanesh no se diferencia entre indoeuropeos y autóctonos asiánicos.
Sobre los nesitas conocemos los nombres de algunos personajes que han venido de Kussara hasta Nessa o Kanesh. Son ellos los que reciben a los asirios para comerciar.
Estas ciudades poco a poco se irán uniendo para formar el Reino de Hatti.

Historia de los hititas 
Tradicionalmente, la historia hitita se ha divido en tres partes. El Reino Antiguo, donde edificaron un poderoso reino. El Reino Medio, una etapa bastante oscura y con cierta decadencia. Y el Reino Nuevo, donde alcanzan la categoría de imperio y su máxima expansión. En la actualidad se dispone de suficiente información para desechar la existencia del Reino Medio, prefiriéndose hablar de una etapa oscura o de decadencia, anterior al Reino Nuevo.
La historia hitita abarca aproximadamente quinientos años, desde el reinado de Labarna a comienzos del siglo XVII a. C. hasta el colapso del reino a finales del siglo XIII a. C. o comienzos del XII a. C. La historia del reino se divide en dos grandes periodos: Reino Antiguo (comenzando con el reinado de Labarna) y Reino Nuevo (comenzando con el reinado de Tudhaliya I/II). Otras divisiones adaptan la historia de los hititas al esquema de la historiografía de los reinos del Antiguo Oriente Próximo y establece tres periodos: antiguo, medio y nuevo. Sin embargo, en este caso, no hay unidad para definir cuándo termina uno y comienza el siguiente. ​

Orígenes
El origen de los hititas y sus «parientes» luvitas y palaítas -todos hablantes de lenguas indoeuropeas-, establecidos en Anatolia en el segundo milenio antes de Cristo, es objeto de un debate que se halla unido a los orígenes de los pueblos indoeuropeos. Una hipótesis propone un origen autóctono, por lo que los hititas eran un pueblo indígena de Anatolia. Sin embargo, la opinión predominante es que el origen de los indoeuropeos está en las estepas del sur de Rusia de donde migraron los hititas: cruzaron los Balcanes, atravesaron los estrechos que separan Asia de Europa y se asentaron en Anatolia Central. El conocimiento actual no permite determinar si los hititas, luvitas y palaítas llegaron en oleadas sucesivas o al mismo tiempo, o si quizá un pueblo que sería su ancestro común se dividió en varios grupos tras su llegada a Anatolia. La datación de estas migraciones sigue siendo controvertida y algunos estudiosos proponen periodos que se remontan hasta el tercer milenio antes de Cristo.

Primeros reinos
Cualquiera que sea su origen, los primeros textos hititas conocidos se identifican al comienzo del segundo milenio antes de Cristo en los archivos de los mercaderes asirios de Anatolia Central donde establecieron varias colonias comerciales. La más importante fue la situada en Kanes (actual Kültepe) en la que se han encontrado la mayoría de las tablillas. ​ Su estudio reveló la presencia de diversos principados que compartían Anatolia Central en el siglo XIX a. C.: al norte estaban Hatti (alrededor de Hattusa) y Zalpa (cerca del mar Negro); al sur, Buruskhattum (la Puruskhanda de los textos hititas posteriores, quizá la actual Acemhöyük), Wahsusana, Mama y especialmente Kanes, en una región donde los hititas estaban más concentrados. ​ La importancia de esta última ciudad para los orígenes hititas se refleja en que es a partir de su nombre que los hititas llamaban a su propio idioma (nesili, la lengua de Nesa, otro nombre de la ciudad de Kanes).
La primera dinastía «hitita» que ejerce la hegemonía en Anatolia Central viene de la ciudad de Kussara -cuya ubicación se desconoce- bajo la dirección de dos reyes del siglo XVIII a. C.: Pitkhana y Anitta. Establecieron su capital en Kanes y sometieron a los principales Estados anatolios, entre los que se encontraban Buruskhattum, Hatti y Zalpa. ​ Esta dinastía no sobrevivió muchos años a Anitta y desapareció en circunstancias desconocidas.

La aparición del gran reino hitita
El gran reino hitita, cuya dinastía dominó ininterrumpidamente gran parte de la península anatólica durante más de cuatro siglos, se conformó en las últimas décadas del siglo XVII a. C. Sus fundadores probablemente estuvieron emparentados con la dinastía de Kussara. La naturaleza de la conexión es todavía oscura. El fundador de la dinastía parece que se llamó Labarna. Este nombre se empleó después para referirse al monarca, de la misma manera que los nombres César y Augusto se utilizaron para designar a las funciones más altas del Imperio romano.
El primer rey cuyos hechos son conocidos es Hattusili I, sucesor de Labarna y modelo hitita de rey conquistador. Estableció su capital en Hattusa y proporciona el primer periodo de expansión territorial al reino hitita al apoderarse de ciudades en el norte de Anatolia (Zalpa) y, sobre todo, en el sur, ya que logró amenazar las posiciones de Yamhad (Alepo), el reino más poderoso de Siria en aquellos días. 
Antiguo Oriente Próximo en tiempos de Hattusili I y Mursili I. La extensión de los reinos y la ubicación de algunas ciudades son aproximadas.

Su nieto y sucesor, Mursili I, continuó con esta dinámica bélica al capturar finalmente Alepo y hacer una incursión exitosa hasta Babilonia en 1595 a. C. Provocó así la caída de los dos reinos más importantes de su época en el Antiguo Oriente Próximo, pero fueron éxitos efímeros. Fue asesinado por Hantili I, su propio cuñado, tras su regreso de la expedición babilónica. Esto fue el preludio de un periodo de intrigas cortesanas y trastornos fronterizos que condujeron a los hititas a una progresiva retirada territorial.

La inestabilidad del reino
Los sucesores de Mursili I no lograron estabilizar la corte real, sacudida regularmente por intrigas sangrientas durante gran parte del siglo XVI a. C. La situación fue restaurada por Telepinu mediante la proclamación de un edicto en el que prescribía las reglas sucesorias del reino -con el fin de evitar más derramamiento de sangre- y para instruir a sus súbditos en las normas de la buena administración del Estado. En política exterior firmó un tratado de paz con el reino de Kizzuwadna, frontero con Siria septentrional, que se convirtió en la potencia dominante en el sureste de Anatolia.
Los siguientes reyes se esforzaron por mantener relaciones pacíficas con Kizzuwadna, pero este basculó hacia la órbita de la nueva potencia dominante en Siria: el reino de Mitanni, gobernado por los hurritas, que se convirtió en rival de los hititas en la hegemonía sobre los reinos de Anatolia Oriental. Al mismo tiempo surgió una amenaza por el norte donde las tribus kaskas ocuparon las montañas del Ponto y dirigieron incursiones devastadoras al corazón de Hatti. Las intrigas cortesanas continuaron hasta finales del siglo XV a. C. cuando Tudhaliya I/II sube al trono.

Antiguo Oriente Próximo a comienzos del Reino Nuevo hitita. La extensión de los reinos y la ubicación de algunas ciudades son aproximadas.

La cronología de este periodo -llamado en ocasiones Reino Medio- está mal establecida y el número de soberanos que ocuparon el trono se sigue debatiendo. De todas formas, el reino se fortaleció frente a sus oponentes. La amenaza de los kaskas se contuvo mediante el establecimiento de una zona fronteriza salpicada de guarniciones, alguna de las cuales se conoce bien gracias a las excavaciones y las tablillas que han salido a la luz (en Tapikka, Sapinuwa, Sarissa). Al sur, el reino de Mitanni estuvo en problemas durante este periodo por la ofensiva egipcia que alcanzó su frontera sur. Kizzuwadna salió de su órbita para regresar a la alianza con los hititas. Otros conflictos conducen a los reyes hititas al oeste de Anatolia, donde el ascenso de los países de Arzawa amenazaba la hegemonía hitita en la región. ​
Los reinados de Arnuwanda I y Tudhaliya III, durante la primera mitad del siglo XIV a. C., fueron testigos del progresivo agrietamiento de la solidez del reino frente a sus rivales anatolios. En el norte, los kaskas asaltaron varias plazas fuertes antes de tomar y saquear Hattusa, lo que obligó a la corte real a retirarse a Samuha. En el oeste, los hititas no consiguieron instalar de forma permanente su autoridad y retrocedieron con el tiempo; mientras, el rey de Arzawa buscaba el reconocimiento como «gran rey» -que le situaba en igualdad de rango con el rey hitita- del faraón Amenofis III, como se desprende de la correspondencia diplomática de las cartas de Amarna. En el este, los reinos de Isuwa y Azzi-Hayasa amenazaban a los hititas. A mediados del siglo XIV a. C. las grandes potencias de Antiguo Oriente Próximo parecían asistir al final del reino de los hititas.

El imperio hitita
Tudhaliya III designó heredero a un príncipe homónimo, conocido como Tudhaliya el Joven. Fue suplantado por Suppiluliuma I (h.1350-1322 a. C.), probablemente su medio hermano. Suppiluliuma I fue un jefe militar de gran valor que emprendió los primeros esfuerzos para recuperar el reino hitita de la situación catastrófica en la que estaba. Recuperó Arzawa e Isuwa y estableció el vasallaje de Azzi-Hayasa. Sus éxitos más notables tuvieron lugar en Siria donde extendió considerablemente su influencia tras infligir dos severas derrotas a Mitanni, después hundido por intrigas sucesorias. Los vasallos sirios de Mitanni se rebelaron contra la influencia hitita en la región, pero fueron sometidos y puestos bajo la tutela de virreyes hititas. Las capitales de estos virreinatos fueron Alepo y Karkemish. Antes de comenzar un conflicto abierto contra Egipto, se atrajo la fidelidad de algunos vasallos del faraón Akenatón como Ugarit, Qadesh o Amurru. Sin embargo, los prisioneros deportados a Hatti durante los primeros enfrentamientos trajeron una epidemia de peste que tuvo, como más conocidas víctimas, al propio Suppiluliuma I y a su sucesor Arnuwanda II.
El joven Mursili II (h.1321-1295 a. C.) tomó el poder en circunstancias difíciles. Sin embargo, tuvo una capacidad militar sin igual en aquel momento que le permitió completar el trabajo de su padre, Suppiluliuma I, al someter a los países de Arzawa y entregarlos a varios vasallos fieles. Combatió contra los kaskas. Varios gobernantes vasallos de su padre, tanto de Anatolia como de Siria, se rebelaron contra su autoridad, pero fueron derrotados. En el caso de los sirios, fue posible gracias a la actuación de los virreyes de Karkemish, establecidos como intermediarios de la autoridad del gran rey.

Antiguo Oriente Próximo en tiempos de Muwatalli II. La extensión de los reinos y la ubicación de algunas ciudades son aproximadas.

Las revueltas de los vasallos y la lucha contra Egipto, que experimenta un nuevo impulso bajo los primeros reyes de la Dinastía XIX, fueron las principales preocupaciones militares de Muwatalli II (h.1295-1272 a. C.), el siguiente rey. El choque contra Egipto se produjo en la batalla de Qadesh (h.1274 a. C.) donde sus tropas y las de Ramsés II se irán sin una victoria decisiva para ninguna de las partes.
El sucesor designado por Muwatalli II es su hijo Urhi-Tesub quien ascendió al trono con el nombre de Mursili III (h.1272-1267 a. C.). Su madre era una concubina, no la reina titular, por lo que su legitimidad se vio debilitada. Su tío, Hattusili III, líder brillante que se distinguió en la guerra contra los kaskas, le hizo sombra. La lucha por el poder que se desató entre los dos bandos favoreció a Hattusili III (h.1267-1237 a. C.), que desterró a su sobrino. El reinado de Hattusili III estuvo marcado por la voluntad de reconocer su plena legitimidad a los ojos de los otros reyes. Consiguió concluir la paz con Ramsés II, que se casó con dos de las hijas del hitita. El oponente más formidable para los hititas durante su reinado fue Asiria que surgió de los despojos de Mitanni y colocó bajo su dominio la Alta Mesopotamia hasta el Éufrates.
El siguiente rey, Tudhaliya IV (h.1237-1209 a. C.), reinó con el apoyo de su madre, la influyente Puduhepa. Sufrió una dura derrota de Asiria, aunque no llegó a amenazar sus posiciones en Siria puesto que Tudhaliya IV mantuvo el virreinato de Karkemish. La situación fue más turbulenta en Anatolia Occidental al tiempo que el reino de Alasiya (isla de Chipre) fue sometido. La dinastía gobernante vio su legitimidad cuestionada por la presencia de una rama colateral de la familia real instalada en Tarhuntassa, regentada por otro hijo secundario de Muwatalli II, Kurunta, y sus sucesores. Kurunta parece que llegó a hacerse con el trono hitita. De ser así, fue desplazado por Tudhaliya IV poco después. Los reinados de Hattusili III y Tudhaliya IV estuvieron también marcados por el embellecimiento de la capital Hattusa, abandonada por Muwatalli II, y por la reforma cultual que llevó una mayor presencia de elementos hurritas en la religión oficial, ilustrada por la remodelación del santuario rupestre de Yazilikaya. 
Monarca o rey hitita es el título habitual de los gobernantes del Imperio que se extendió por Asia Menor y tuvo su capital en Hattusa.
Su estudio es bastante complicado por la falta de documentos, así que la mayoría de las dataciones son inseguras, particularmente durante el periodo oscuro o Reino medio. Sin embargo, existe un cierto consenso sobre la mayoría de los nombres contenidos en la siguiente lista, con excepción quizá de Kurunta y de Hattusili II.

Reyes hititas
Nombre
Fechas de reinado
(Cronología media)
Posibles predecesores
Pidhana
Siglo XVIII a. C.
Anitta
Siglo XVIII a. C.
Tudhaliya
Siglo XVIII a. C.
Pu-Sarruma
Siglo XVIII a. C.
Reino Antiguo
Labarna
1680 - 1650 a. C.
Hattusili I
1650 - 1620 a. C.
Mursili I
1620 - 1590 a. C.
Hantili I
1590 - 1560 a. C.
Zidanta I
1560 - 1550 a. C.
Ammuna
1550 - 1530 a. C.
Huzziya I
1530 - 1525 a. C.
Telepinu
1525 - 1500 a. C.
Periodo oscuro o Reino Medio
Alluwamna
siglo XV a. C.
Tahurwaili
siglo XV a. C.
Hantili II
siglo XV a. C.
Zidanta II
siglo XV a. C.
Huzziya II
siglo XV a. C.
Muwatalli I
siglo XV a. C., hasta 1430 a. C.
Reino Nuevo
Tudhaliya I/II
1430 - 1400 a. C.
Arnuwanda I
1400 - 1385 a. C.
Hattusili II
siglo XIV  a. C.
Tudhaliya III
siglo XIV a. C.
Suppiluliuma I
Indeterminado, hasta 1322 a. C
Arnuwanda II
1322 - 1321 a. C.
Mursili II
1321 - 1295 a. C.
Muwatalli II
1295 - 1272 a. C.
Urhi-Tesub
1272 - 1265 a. C.
Hattusili III
1265 - 1237 a. C.
Tudhaliya IV (primer reinado)
1237 - 1228 a. C.
Kurunta
1228 a. C.
Tudhaliya IV (segundo reinado)
1228 - 1209 a. C.
Arnuwanda III
1209 - 1208 a. C.
Suppiluliuma II
1207 - ¿1178? a. C.

Pithana o Pitkhana​ fue un rey de mediados del siglo XVIII a. C. de la ciudad de Kuššara. Junto a su hijo y sucesor, Anitta, conquistó la ciudad de Neša, que convirtieron en su residencia, en el corazón de las colonias asirias de Anatolia y núcleo de los territorios de lengua hitita, erigiéndose como principado hegemónico de Anatolia.
Los nombres de Pithana y Anitta aparecen en tablillas asirias primitivas, pertenecientes a archivos comerciales, donde se les menciona en certificados, como «de la mano del príncipe Pitkhana y del Gran Señor de la Escalera, Anitta». Así mismo, aparecen ambos en una inscripción encontrada en la ciudad de Zulpa​ Fue considerado por los hititas como uno de los fundadores de su linaje real.

Anitta, rey de Kussara, fue considerado por los hititas como uno de los fundadores de su linaje real, vivió durante el siglo XVII a. C. (de acuerdo con la cronología corta). Hijo del rey Pithana, comenzó su carrera en Kussara, pero tras la conquista de Nesa (posiblemente en tiempos de su padre), trasladó su capital a esta ciudad.
Debió afrontar la defección de Piyusti, el rey de Hattusa, lo que amenazaba con quebrar su predominio político sobre Anatolia. Anitta emprendió la guerra contra Piyusti, y finalmente consiguió derrotarle y darle muerte en batalla. Los restos del ejército de Piyusti se refugiaron en Hattusa, por lo que Anitta cortó las líneas de abastecimiento de esta ciudad y la sometió a hambrunas, hasta que, informado por espías de que ya no quedaban guerreros en Hattusa que pudieran empuñar las armas, la capturó. Como muestra de su poderío, Anitta llenó la ciudad de maldiciones sagradas, ​ y la sembró con zahheli, una planta espinosa.
Las riquezas que Anitta saqueó en Hattusa le sirvieron para construirse un gran palacio en Nesa, y, como consecuencia de su primacía, se permitió tomar el título de «gran rey». Fue sucedido por su hijo, Tudhaliya.
Es el autor de la Proclamación de Anitta, el texto conocido más antiguo de los escritos en el idioma hitita (y de los indoeuropeos) -el siguiente más antiguo es el Rig-veda, compuesto en Pakistán un siglo después-, en el que trata de los hechos que condujeron a la  fundación del Imperio hitita.

Pu-Sarruma es un hipotético rey hitita. La hipótesis es debida a Emil Forrer, y no está completamente aceptada. Habría reinado alrededor del siglo XVII a.  C. (cronología media) ó del siglo XVI a.  C (cronología corta).
Pu-Šarruma se correspondería con el abuelo de Hattusili I, el suegro de Labarna y el padre de Papahdilmah, mencionado por Hattusili. Pu-Šarruma fue también padre de Tawannanna.
No se sabe prácticamente nada de la vida de PU-Sarruma, que es una figura muy oscura. Sus hijos se revolvieron contra él, de manera que mientras se encontraba en la ciudad de Šanahwitta, nombró a su yerno, Labarna, como sucesor. ​ Sin embargo, Papahdilmah todavía mantuvo el apoyo de los sirvientes y funcionarios reales.

Labarna, primer rey hitita
Se considera a Labarna como el fundador de la monarquía hitita y primer soberano del Reino Antiguo (ca 1600 - 1430 a. C.), si bien su misma existencia ha sido cuestionada por los investigadores modernos. Es posible que Labarna no fuese, de hecho, el primero de los reyes. Tomando información de las listas reales, algunos historiadores como Emil Forrer conjeturan la existencia de un tal Pu-Sarruma (quizás Hišmi-Šarruma) hijo de Tudhaliya como su predecesor. Los hijos de PU Sharruma se rebelaron contra su padre, por lo cual éste designó como sucesor a su yerno; Labarna. Muerto el rey uno de sus hijos, Papahdilmah, disputó el trono con Labarna pero fue derrotado. Es poco lo que se conoce del reinado de Labarna, siendo el Edicto de Telepinu nuestra principal fuente al respecto. En el mencionado documento se lee que el rey «… ha abrumado a sus enemigos y establecido sus fronteras en el mar»,​ lo que puede significar que llevó sus conquistas hasta el Mediterráneo por el sur y el Mar Negro en el norte. Estas campañas sentarían las bases del Imperio Hitita. También se sabe que instaló a sus hijos como gobernadores de varias ciudades, entre las cuales se mencionan Tuwanuwa, Hupisna, Landa y Lusna (las identidades de estas ciudades son inciertos, pero podrían corresponder a las posteriores Tiana, Cybistra Heraclea, Laranda y Listra).
El prestigio de Labarna hizo que su nombre, a semejanza de lo que sucedería con el de César entre los romanos, se convirtiese en un título ostentado por el Gran Rey de Hatti. ​ El consenso académico, no obstante, considera que Labarna es, en realidad, un epíteto relacionado con el adjetivo luvita tapar (poderoso), por lo cual su significado sería El que es poderoso, o El Gobernante. Esto implica que Labarna sería, ya entonces, un nombre real antes que uno personal. Dada la falta de referencias contemporáneas, y el hecho de que su nieto y sucesor Hattusili también porte el título, se ha propuesto que Labarna I y él fuesen el mismo monarca y que los historiadores hititas posteriores los confudieron. La ya mencionada variante del nombre; Tabarna, aparece también en textos hattianos, hurritas y acadios.

Hattusili I (Khattushili, Ḫattušili; también Labarna II) fue el primer rey de Hatti claramente atestiguado en los documentos que nos han llegado​ que gobernó entre 1650 a. C. y 1620 a. C. 
Inició su carrera en la ciudad de Kussara, conservando de hecho el título de «hombre de Kussara» durante todo su reinado, pero pronto trasladó la capital del imperio a Hattusa, convirtiendo a ésta en la ciudad más importante de los hititas, en detrimento de Nesa. Desde Hattusa logró unificar todos los reinos hititas, entre los que destacaba Sanahuitta, posiblemente un núcleo de nobles hititas rebeldes desde tiempos del abuelo de Hattusili, Labarna.
Esta reunificación de los distintos núcleos de poder hititas permitió a Hattušili lanzar una serie de campañas militares, descritas en los Anales de Hattusili, contra los territorios vecinos. Fue capaz de arrasar la importante ciudad de Alalakh, ​ en Siria, durante su primera expedición a esta región; expedición, que, sin embargo, no arrojó frutos permanentes debido al poder del reino hegemónico en esa zona, Alepo. La expedición a Siria fue seguida, al año siguiente, de otra a Arzawa, en la Anatolia occidental, donde parece que los hititas se conformaron con saquear las poblaciones ahí existentes; sin embargo, una invasión de los hurritas obligó a Hattusili a volver a reconquistar gran parte del territorio hitita antes de lanzarse contra las ciudades sirias, en una venganza, en la que destruyó importantes ciudades como Zaruna, Zippasna o Hahha antes de retornar a Hattusa.
El resto de las campañas en Siria y Anatolia de Hattusili están peor documentadas, al no estar cubiertas por sus Anales. Sin embargo, se sabe que continuó atacando a Arzawa, y peleando en Siria para debilitar a Alepo.
Fue sucedido por Mursili I, su nieto, al que escogió entre todos sus descendientes por ser el único que no estaba implicado en algunas de las rebeliones nobiliarias contra el rey, según describe el propio Hattusili en su Testamento.

Mursili I (Murshili o Muršili) fue rey de Hatti que gobernó entre los años 1620 a. C. y 1590 a. C. 
Según sabemos por un documento denominado comúnmente Testamento, Hattusili escoge para sucederle a su nieto Mursili en lugar de a su hijo. ​
Estrechó los lazos algo débiles que unían la confederación de ciudades-estado e incorporó éstos a Hatti, llegando a ser la tercera potencia de Oriente Medio, junto con Babilonia y Egipto. Continuó la política expansionista derrotando a los hurritas y destruyendo el reino de Alepo, en cuya empresa había fracasado Hattusili. Protagonizó una incursión contra la ciudad de Babilonia en el año 1595 a. C. ​ Pero era evidente que Mursili no podría conservar una ciudad situada a dos mil kilómetros de Hattusa, la capital del reino, y mucho menos incorporarla a sus posesiones. Esta incursión coincidió con el fin de la dinastía de los amorreos cuyo último rey fue Samsu-ditana. Se ignora si este hecho fue consecuencia de la expedición de Mursili o una simple coincidencia.
Tras finalizar la campaña Mursili regresó a Hattusa. Al poco tiempo, en el 1590 a. C. murió víctima de un complot encabezado por su cuñado Hantili I, quien se convirtió en el nuevo rey hitita.

Hantili I (Khantili, Ḫantili) fue rey de Hatti del siglo XVI a. C. que gobernó el país de Hatti de 1590 a. C. a 1560 a. C. 
Hantili estaba casado con Harapsili, hermana de Mursili I. ​ Conjurado de su yerno Zidanta I, accedió al trono tras asesinar a Mursili unos pocos años después de que este regresara de su expedición babilónica.
Comenzó su reinado continuando las campañas sirias que tanto éxito habían tenido en tiempos de Hattusili I y Mursili, pero pronto sufrió una serie de invasiones hurritas, que saquearon gran parte del reino hitita. ​
Alcanzó una edad avanzada. Sus últimos años fueron testigos del asesinato de Pisseni y sus nietos por Zidanta, su yerno y cómplice en la conjura contra Mursili.
Hantili fue copero durante el reinado de Mursili. 

Zidanta I fue un rey de Hatti que gobernó a mediados del siglo XVI a. C. 
Yerno de su antecesor, Hantili I, ​ participó en el asesinato de Mursili I que permitió a su suegro alcanzar el poder. Transcurridos treinta años de reinado de Hantili I, asesinó a éste y a algunos de sus descendientes para alcanzar el trono hitita.
No se conoce mucho de su reinado, ya que no han quedado pruebas documentales y fue rápidamente asesinado por su hijo, Ammuna.

Ammuna fue un rey de Hatti​ que gobernó a mediados del siglo XVI a. C. 
Ammuna era hijo del rey Zidanta I y nieto de Hantili I. ​ Mató a su padre para convertirse en rey y tuvo una abundante familia. ​
Los desórdenes dinásticos, unidos a una grave sequía, debilitaron mucho al reino, y permitieron a sus vecinos, sobre todo en Anatolia occidental, alzarse en armas contra los hititas. Esto condujo a la rebelión de algunas de las ciudades conquistadas por sus antecesores, como Tipiya, Hupisna, Parduwata o Hahha, lo que posiblemente privó a los hititas de las rutas a Siria y les hizo perder grandes territorios.
A su muerte, probablemente debida a causas naturales, Huzziya I, cuyas relación exacta con Ammuna es desconocida, le sucedió.

Huzziya I fue rey de Hatti que gobernó a mediados del siglo XVI a. C. 
Las fuentes disponibles acerca de Huzziya no aclaran su relación con Ammuna, pero sí el hecho de que tuvo que asesinar a dos hombres, Titti y Hantili. Mientras que algunos expertos postulan que Huzziya es un hijo menor de Ammuna, que mató a dos de sus hermanos para acceder al trono, otros creen que Huzziya es el hermano de la esposa de Telepinu, uno de los hijos de Ammuna.
Al poco tiempo de tomar el poder, Huzziya perdió el poder a manos de una rebelión encabezada por su cuñado Telepinu, que lo desterró y asumió el trono.

Telepinu fue un rey de los hititas que sucedió a su cuñado Huzziya I tras dar un golpe de estado y gobernó durante un periodo de unos 25 años, del año 1525 a. C. al 1500 a. C., según la cronología media.
Al contrario que sus antecesores, al asumir al trono no ordenó asesinar a su inmediato predecesor, sino que se conformó con su destierro. Telepinu parece haber creído firmemente que una de las razones de la decadencia del reino hitita era el continuo derramamiento de sangre dentro de la familia real y se propuso evitarlo a toda costa.
En cuanto tuvo asegurado el orden interno, Telepinu intentó obligar a las ciudades rebeldes que habían surgido durante los conflictos dinásticos a volver a la obediencia hitita, logrando éxito señalados, entre los que destacan varias campañas militares contra el reino de Kizzuwadna, que se había formado en la frontera con Siria durante los tiempos de Ammuna; estas campañas obligando a Kizzuwadna a firmar una alianza con Telepinu.
Tras estos éxitos en política exterior, y debido al probable asesinato de su mujer y uno de sus hijos, Ammuna, Telepinu se centró en establecer unas normas claras de sucesión que evitaran el derramamiento de sangre. Estas normas, contenidas en el documento conocido como Rescripto de Telepinu, establecen la primacía de los hijos varones sobre los yernos del rey, aunque deja libertad a éste para escoger cuál de todos sus hijos debía sucederle. El edicto es también un documento importante, ya que incluye una justificación con abundante material histórico, que ha ayudado a establecer los hechos de monarcas anteriores.

Edicto de Telepinu:
Es un documento excepcional, del cual se conservan dos versiones, una acadia y otra hitita. Se difundió por todo el Reino Hitita. Sirve para estudiar a reyes anteriores a Telepinu. Hay problemas de: sucesión, control jurídico, reformas militares, asuntos de sangre, asuntos de hechicería,… 
Entre otras cosas, habla de:
·       Si el rey se porta bien, el pueblo se porta bien; pero en caso contrario, el reino no funciona. En el texto se dice que con Ammunas (el suegro de Telepinu) la cosa no va bien, lo que se refleja en los frutos y animales.
·       Telepinu sufre el asesinato de su esposa, Istapariya, y de uno de sus hijos, Ammunas (no confundir con el rey llamado así, que sería su abuelo). 
·       Ante la pregunta de cómo puede ser rey, Telepinu dice que se debe ser hijo de la esposa principal (de primer rango); si no hay, pues de la segunda esposa (segundo rango); y si tampoco hay, que se procure un yerno para la hija de la primera esposa. De hecho, recordemos que Telepinu era yerno de Ammunas.
·       Se nombran ciudades con “casas del sello”, es decir, graneros, distribuidos para tener alimentos por si el ejército hitita pasaba por allí. Los sellos tenían la función de que no entrara quien no tuviera permiso.
·       A los labradores que robaban les “ataban un gipessar o dos de campo y con ello se bebían la sangre del país.
·       Se habla sobre el agua, un tema importante ya que era un bien preciado allí.
·       Un heredero no puede reclamar su herencia hasta que muera su padre.
·       Sobre los delitos de sangre, básicamente era la Ley del Talión> Al que vierta la sangre, le sucede lo que diga el que pierde esa sangre. Ej/ Si un chico era asesinado, era el señor de sangre, es decir, su padre, el que elegía la pena para el culpable.

Después de Telepinu va la decadencia. Serán unos 80 años de declive porque los hurritas están en su apogeo. Apenas se sabe nada de los reyes que hubo.
Telepinu murió sin dejar descendientes varones, así que según las normas de su propio edicto, el heredero fue uno de sus yernos: Alluwamna. 

Alluwamna fue rey de Hatti, sucesor de Telepinu, que gobernó en el siglo XV a. C. 
Alluwamna fue el yerno y sucesor de Telepinu, que gobernó durante un lapso de tiempo indeterminado, en los llamados años oscuros de la monarquía hitita (periodo también conocido como Reino Medio hitita).
Los escasos documentos que han sobrevivido parecen indicar que murió asesinado por su sucesor, Tahurwaili.

Tahurwaili (Takhurwaili, Taḫurwaili) fue rey de Hatti, sucesor de Alluwamna, que gobernó en el siglo XV a. C. ​
En el rescripto de Telepinu, aparece un Tahurwaili que asesinó a Titti, hijo del rey hitita Ammuna para ayudar a Huzziya I a hacerse con el trono a la muerte de Ammuna; posteriormente, cuando Huzziya perdió el trono a manos de Telepinu, este Tahurwaili tuvo que exiliarse. Algunos historiadores identifican al Tahurwaili colaborador de Huzziya con el rey que asesinó a Alluwamna, aunque hasta ahora no se ha encontrado prueba alguna.
Tahurwaili no es mencionado en ninguna de las «listas de oferentes», pero su existencia está confirmada por un sello hallado en Hattusa. Gobernó en algún tiempo comprendido entre Telepinu y Zidanta II, pero su colocación en la lista de reyes es dudosa. A menudo se coloca después de Alluwamna, e incluso de Hantili II, basándose en el estilo de su sello, pero tal decisión es especulativa. Dado que es mencionado en una de las cartas de Telepinu (KUB 26:77), y se supone que era primo suyo, tiene sentido suponer que gobernó justo después de Telepinu. Este es el razonamiento de Bin-Nun: ​ Se sabe, también que Alluwamna fue exiliado por Telepinu, por lo que le resultaría difícil acceder al trono, justo después de la muerte del mismo, y más lógico suponer que el usurpador se haría con el poder más adelante, después de transcurrir un tiempo. Colocar el reinado de Tahurwaili después de Hantili II (hijo de Alluwamna) significa mover a Tahurwaili, al menos dos generaciones en la línea de tiempo.
Tahurwaili renovó el tratado de Alianza con Kizzuwadna que firmó Telepinu, en el único acto conocido de su reinado. Fue sucedido, en circunstancias no aclaradas, por Hantili II, a quién algunos historiadores consideran hijo de Alluwamna.

Hantili II (Khantili, Ḫantili) fue rey de Hatti, sucesor de Tahurwaili, que gobernó en el siglo XV a. C.
Hantili fue probablemente hijo de Alluwamna. Durante su gobierno, los kaska, bárbaros del Ponto, invadieron por primera vez el imperio hitita, conquistando Tiliura y Nerik, esta última muy importante desde el punto de vista religioso. Hantili II, al igual que Tahurwaili, renovó la alianza que Telepinu firmó con Kizzuwadna.
Fue sucedido por Zidanta II, cuya relación familiar con Hantili se desconoce.

Zidanta II fue rey de Hatti, sucesor de Hantili II, que gobernó en el siglo XV a. C.
Poco se sabe sobre su gobierno, excepto que es probable que hubiera una guerra entre el reino hitita y Kizzuwadna, según se puede deducir del tratado de paz que firmaron posteriormente ambos estados, y del que se han conservado fragmentos que demuestran la relativa debilidad de los hititas durante el periodo oscuro. Éste fue el último tratado paritario firmado entre un rey hitita y un rey de Kizzuwadna.
Zidanta II fue sucedido por Huzziya II, cuya relación con Zidanta es desconocida.

Huzziya II (Khuzziya, Ḫuzziya) fue rey de Hatti, sucesor de Zidanta II, que gobernó en el siglo XV a. C. ​
Como sucede con casi todos los gobernantes del periodo oscuro (o reino medio), se desconoce casi todo de su reinado. Murió asesinado por su sucesor, Muwatalli I.

Muwatalli I fue rey de Hatti, sucesor de Huzziya II, que gobernó en el siglo XV a. C.
Sucedió a Huzziya II tras asesinarle. Murió a manos de dos hombres de su séquito, Himuili, jefe de los sirvientes de palacio, y Kantuzzili, supervisor de los guerreros de los carros de oro quienes, según algunos historiadores, podrían ser hijos de Huzziya II.
Fue sucedido por Tudhaliya I/II, el primer gobernante del reino nuevo hitita.

Tudhaliya I/II​ fue rey hitita del siglo XIV a. C., fundador del Reino Nuevo, que sucedió a Muwatalli I tras un golpe de estado.
Uno de los puntos más oscuros y controvertidos de la historiografía hitita es la sucesión y genealogía de los primeros reyes del Reino Nuevo. ​ Mientras los especialistas no se ponen de acuerdo, las muchas lagunas de información se suplen con la duplicación de los ordinales reales. ​ Para algunos hititólogos este rey es Tudhaliya II, en la creencia de que existió un monarca del mismo nombre en los comienzos del Reino Antiguo. ​ Para otros es Tudhaliya I, pues intercalan otro rey entre este y el tercero de su nombre. ​ Así, hasta que se llegue a un acuerdo o nuevas pruebas documentales confirmen o refuten uno u otro aserto, se cubre el expediente con esta solución. 

Llegada al trono y campañas en Anatolia

Oriente Próximo en tiempos del reinado de Tudhaliya I/II.

Tudhaliya llegó al trono de Hatti tras un golpe de estado. Muwatalli I, su inmediato antecesor, fue asesinado por dos funcionarios de palacio, Kantuzzili y Himuili, descendientes de un anterior rey hitita. Este acto condujo a una breve guerra civil en la que Tudhaliya y sus partidarios se enfrentaron a Muwa, Jefe de la Guardia del rey anterior, y que se resolvió rápidamente a favor del nuevo rey. Himuili es considerado por algunos hititólogos el padre de Tudhaliya.
Tras asentarse firmemente en el trono, Tudhaliya emprendió una sucesión de campañas militares en Anatolia, el primero de los reyes hititas tras las limitadas incursiones de Hattusili I. En primer lugar, atacó Arzawa y Assuwa. Animados por los conflictos dinásticos hititas, los principales estados de Arzawa​ se unieron para hostigar las fronteras hititas. Por otro lado las ciudades de Assuwa​ se coligaron para atacar a Tudhaliya mientras se encontraba en territorio arzawano. Tudhaliya derrotó a ambas coaliciones, la segunda de las cuales no vuelve a mencionarse en las crónicas hititas, y deportó a Hattusa gran número de soldados para asentarlos en diversos lugares de Hatti.
Mientras luchaba contra Assuwa, las tribus kaskas se levantaron en armas y atacaron Hatti. Tudhaliya los repelió, pero siguieron siendo un problema constante durante los siguientes años. ​ También Isuwa, en la frontera entre Hatti y Mitanni, supuso un continuo quebranto para Tudhaliya. A pesar de sus esfuerzos, nunca llegó a tener un control completo de este estado.

Madduwatta en el reinado de Tudhaliya I/II
Durante el reinado de Tudhaliya, un hombre llamado Madduwatta solicitó y obtuvo refugio en territorio hitita. Huía de sus tierras perseguido por Attarsiya, un hombre de Ahhiyawa que se había instalado en Anatolia occidental. Madduwatta debía ser persona de cierta importancia pues le acompañaron sus esposas, hijos y tropas.
Primeramente Tudhaliya pensó en instalarlo como vasallo en Hariyati, pero finalmente Madduwatta obtuvo Zappasla al que añadió más adelante el País del Río Siyanti. Con esta decisión Tudhaliya reforzaba la frontera con Arzawa gracias al establecimiento de un estado fiel al Reino hitita. Tan pronto estuvo en el gobierno de Zappasla, Madduwatta atacó al reino de Arzawa con la intención de ampliar sus propios territorios. Kupanta-Kurunta, rey de Arzawa, repelió la agresión e invadió a su vez el territorio de Madduwatta quien se vio obligado a huir. Tudhaliya intervino para reponer a su vasallo en el trono, infligió una derrota a Kupanta-Kurunta y amonestó a Madduwatta por su exceso de iniciativa. Sin embargo, Madduwatta recibió parte del botín de guerra y Arzawa continuó siendo independiente.
Posteriormente Attarsiya invadió el territorio de Madduwatta. Tudhaliya envió al general Kisnapili para frenar la invasión. Kisnapili tuvo éxito y Madduwatta, a pesar de haber huido nuevamente, fue repuesto en el trono. En esta ocasión, Tudhaliya mantuvo a Kisnapili en Zappasla para que vigilara a Madduwatta. Durante la rebelión de Dalawa y Hinduwa, ciudades del país de Lukka, Madduwatta traicionó a Kisnapili aliándose con Dalawa mientras este caía en una emboscada cuando acudía a sofocar la rebelión en Hinduwa. Tudhaliya no tomó represalias contra Madduwatta, por lo que este se animó a firmar la paz con Kupanta-Kurunta, enemigo de Tudhaliya, y tomó en matrimonio a una hija del rey de Arzawa.

Tratado entre Tudhaliya I/II y Sunassura
Antes de intervenir en los asuntos de Siria, Tudhaliya firmó un tratado con Sunassura de Kizzuwadna para asegurarse el paso de las tropas hititas por este estado. Anteriormente a este tratado, Kizzuwadna estaba aliado con Mitanni. Tudhaliya quería evitar el riesgo de ser atacado por la espalda por un estado promitannio mientras operaba en Siria. Más adelante, o durante el gobierno de su sucesor, Tudhaliya anexionó a Hatti el estado de Sunassura.

Intervención en Siria
La presencia de Tudhaliya en Siria movió la lealtad de Alepo, ciudad del reino de Niqmepa de Alalakh, al bando hitita. Saustatar, rey de Mitanni, consiguió devolver la ciudad a su bando. Esto llevó a Tudhaliya a atacar y saquear Alepo. El enfrentamiento entre Hatti y Mitanni se saldó con la derrota del segundo. Tudhaliya se jacta de haber destruido Mitanni, pero este estado prosiguió existiendo hasta los días de Suppiluliuma I.

Corregencia de Arnuwanda I
Tudhaliya dirigió algunas de las campañas anteriores, tanto en territorio anatolio como sirio, en colaboración con Arnuwanda I, quien a la postre sería su sucesor. Arnuwanda fue corregente de Tudhaliya porque varias improntas de sellos lo mencionan como Gran Rey durante el gobierno de Tudhaliya, un título exclusivo de la realeza. Además se le llama hijo del rey al igual que a su esposa Asmunikal lo que quizá quiera decir que era el yerno del monarca. 

Arnuwanda I, rey hitita, sucedió a su suegro Tudhaliya I/II, gobernó en solitario desde 1400 a. C. hasta 1385 a. C. Además, durante un periodo no determinado, ejerció la corregencia con Tudhaliya I/II.
Su esposa fue Asmunikal, de la casa real hitita. De ambos se conserva un sello real en una tablilla de donación de tierras a Kuwatatta, cuyo texto dice: «Sello de Tabarna Arnuwanda, el Gran Rey, hijo de Tudhaliya, sello de Tawananna Asmunikal, Gran Reina, hija de Tudhaliya». Otro sello lleva la siguiente inscripción: «Asmunikal, Gran Reina, hija de Nikalmati»
Aunque parece que contribuyó activamente a las victorias militares de su predecesor, Tudhaliya, su propio reinado se caracterizó por una crisis del poderío hitita, causado principalmente por las invasiones kaskas y de los pueblos de Arzawa y la alianza entre Mitanni y Egipto, que bloqueó la expansión hitita por el este, y animó a los más díscolos de sus vasallos.
Estas invasiones y rebeliones dejaron el reino al borde del caos cuando murió Arnuwanda I, dejando en una situación muy complicada a su hijo y futuro heredero, Tudhaliya III, aunque existe una controversia sobre un rey hitita no documentado, Hattusili II, que para algunos historiadores sucedió a Arnuwanda.

Tudhaliya III, fue rey hitita, hijo de Arnuwanda I.
Durante su reinado se produce una grave crisis en las fronteras, que ponen al imperio al borde del colapso: los kaskas destruyen Hattusa; ​ Arzawa invade por el oeste y Azzi-Hayasa por el nordeste. Sin embargo, el rey hitita pudo rechazar a los invasores, contratacando desde Samuha.

Suppiluliuma I, (en hitita: «el originario del manatial puro») ​ fue uno de los reyes hititas más famosos y exitosos, que gobernó desde el 1375 a. C., momento en que su hermano Tudhaliya murió a manos de una conspiración de oficiales hititas (probablemente instigada por el propio Suppiluliuma) hasta el año 1322 a. C. Suppiluliuma destacó pronto por sus habilidades militares, cobrando importancia ya durante el reinado de su padre, Tudhaliya III, en las campañas contra los kaskas que habían capturado la capital, Hattusa, así como en las diversas expediciones de Tudhaliya III contra los reinos de Arzawa y las potencias vasallas de la frontera oriental. ​ A pesar de su valía como militar, no fue el heredero de Tudhaliya III, lo que probablemente, le llevó a participar en la conspiración antes mencionada contra Tudhaliya, momento a partir del cual comenzó su reinado. Al subir al trono, Suppiluliuma se encontró con invasiones de su frontera oriental por parte de aliados de Mitanni, como Isuwa; aunque logró rechazar esas invasiones, sus fuerzas no fueron capaces de causar daños considerables a Mitanni. Dadas las circunstancias, Suppiluliuma aplicó todas las medidas diplomáticas a su alcance, firmando una alianza con los casitas de Babilonia y fomentando una guerra civil interna entre los distintos pretendientes al trono de Mitanni, para debilitar el reino enemigo. Precisamente, cuando el rey de Mitanni, Tushratta lanzó una expedición contra el reino de Nuhasse, vasallo de los hititas, como castigo contra el apoyo que este reino, junto al imperio hitita, daba a su hermano y rival por el trono, Artatama II, Suppiluliuma declaró la guerra a Mitanni. Esta guerra, llamada la "Primera Guerra Siria" de Suppiluliuma, fue un éxito rotundo, ya que los hititas conquistaron una buena parte del territorio occidental de Mitanni, y establecieron gobernantes vasallos en reinos tan importantes como Nuhasse, Ugarit y Qadesh. Sin embargo, Mitanni no estaba aún completamente derrotado, lo que hizo que Suppiluliuma lanzara la "Segunda Guerra Siria" algunos años después, ​ en la que logró conquistar la importante fortaleza de Karkemish y reducir a Mitanni a la condición de estado tributario bajo el mando de Sattiwaza, hijo de Tushratta. Para organizar todas las conquistas hititas, Suppiluliuma creó dos "virreinatos", uno en Karkemish para su hijo Piyassili (posteriormente conocido como Sarri-Kusuh), y otro en Alepo para su hijo Telepinu. Estos dos virreinatos se mantuvieron durante los sucesores de Suppiluliuma y se convirtieron en una importante institución hitita que permitía controlar la nueva frontera oriental del imperio. Gracias a ellos, Suppiluliuma pudo dedicar sus energías a mantener a raya a los kaskas y a los reinos de Arzawa. La gran expansión hitita durante el reinado de Suppiluliuma provocó la hostilidad de sus vecinos, Asiria y Egipto. Asiria, en particular, intentó aprovecharse de la desaparición de Mitanni, conquistando a antiguos vasallos orientales de este reino, e intentando apoyar a miembros antihititas de la familia real de Mitanni, como Suttarna III, aunque la fuerza de la presencia hitita en la zona impidió a Asiria hacer grandes avances. Egipto, por otro lado, consideraba el dominio hitita sobre su antiguo protectorado, Qadesh, como una afrenta, y parece que comenzó a preparar esfuerzos militares para su reconquista. Sin embargo, la muerte del faraón Tutankamón provocó que su viuda, Anjesenamón, solicitara a Suppiluliuma que enviara a uno de sus hijos para convertirse en el nuevo gobernante egipcio. Suppiluliuma, viendo una inmensa oportunidad para colocar a su familia al frente de uno de los reinos más importantes de su época, envió a su hijo Zannanza, pero este fue asesinado durante su viaje, ​ y Ay se convirtió en faraón, por lo que Suppiluliuma declaró la guerra a Egipto, capturando varias ciudades y muchos prisioneros. Esta rivalidad con Egipto se convirtió en recurrente durante la historia hitita, dando lugar, entre otros hechos, a la famosa Batalla de Qadesh. Suppiluliuma murió a causa de una epidemia de viruela traída por los prisioneros de guerra egipcios, y fue sucedido por su hijo mayor, Arnuwanda II, mientras que sus hijos Sarri-Kusuh y Telepinu conservaron sus virreinatos en Karkemish y Alepo.

Arnuanda II fue rey hitita, hijo y sucesor de Suppiluliuma I. Gobernó durante aproximadamente año y medio (entre el 1322 y el 1321 a. C.).
Como primogénito de Suppiluliuma, participó en algunas campañas militares de este, especialmente en la Segunda Guerra Siria contra Mitani y la guerra con Egipto. ​ Precisamente en esta última guerra se capturaron muchos prisioneros, que llevaron al reino hitita una epidemia de viruela que acabó con la vida de Suppiluliuma I, y, algún tiempo después, también con la de Arnuanda II.
Fue sucedido por su hermano menor, Mursili II.

Mursili II, rey hitita, hijo menor de Suppiluliuma I, sucedió a su hermano Arnuwanda II, gobernando desde 1321 a. C. hasta 1295 a. C.
Siendo el menor de los hijos de Suppiluliuma, parece que se tuvo que conformar con un puesto de jefe de la guardia real, al copar sus hermanos los grandes cargos hititas de la época. Sin embargo, al ser asesinado su hermano Zannanza en un viaje a Egipto, y fallecer, posteriormente, tanto Suppiluliuma I como Arnuwanda II víctimas de una peste traída por cautivos egipcios, se convirtió en rey, con el apoyo de sus hermanos Sarri-Kusuh y Telepinu, virreyes de Karkemish y Alepo.
La ascensión al trono de un rey tan joven y tan poco experimentado provocó reacciones hostiles entre los kaskas, que ya habían iniciado una invasión en tiempos de Arnuwanda II, los reinos vasallos de Siria y los reinos de Arzawa en Anatolia occidental.
Los kaskas eran, probablemente, la amenaza más peligrosa, por su cercanía a la capital, Hattusa, por lo que Mursili se volvió primero contra ellos, y, al cabo de dos años, logró rechazarlos. Con los kaskas temporalmente calmados, se volvió contra Arzawa, castigando a los instigadores de la coalición anti-hitita, los reinos de Arzawa menor y del país del Río Seha. Tras estas campañas en el oeste, Mursili tuvo que volver al norte, ya que los kaskas tenían un nuevo caudillo, Pihhuniya, de considerable habilidad política. Mursil logró derrotar a Pihhuniya y capturar algunos territorios al nordeste de Hattusa.
Calmado el norte y el oeste del país, Mursili, en el séptimo año de su reinado, pudo prestar toda la atención necesaria a los levantamientos en Siria, donde, con la ayuda de sus hermanos, los virreyes de Karkemish y Alepo, Mursili logró sofocar a los vasallos que no se habían mostrado leales y derrotar a una expedición egipcia en apoyo de los rebeldes. No obstante, la muerte del virrey de Karkemish, Sarri-Kusuh, poco tiempo después, provocó más revueltas e incluso una invasión asiria, obligando a Mursili de nuevo a someter a todos los vasallos y expulsar a los asirios de Carkemish.
Tras lograr por fin la paz en Siria, Mursili hubo de enfrentarse a los frutos de haber dedicado su atención a la zona oriental del reino: más rebeliones en Arzawa, que sofocó con efectividad, hasta el punto de que probablemente sometió a todos los reinos de Arzawa, y nuevas invasiones kaskas, que también pudo repeler, aunque a un coste mayor. Para evitar nuevas rebeliones y repoblar el núcleo del imperio hitita, gravemente afectado por la enfermedad que comenzó con su padre Suppiluliuma, Mursili instauró la práctica del traslado forzoso de población, que se convirtió en una práctica habitual de sus sucesores.
Mursili destacó entre los reyes hititas por su religiosidad -creía que la epidemia que asoló el imperio hitita, era un castigo de los dioses por el asesinato de su tío Tudhaliya el Joven a manos de su padre, Suppiluliuma, y pidió perdón en numerosas ocasiones por ello. Además, parece que sufrió un ataque en los últimos años de su reinado, que le afectó al habla y que él también interpretó como una muestra del disgusto de los dioses.
El reinado de Mursili es muy importante desde el punto de vista historiográfico, ya que durante su reinado se compusieron tanto los Anales de Suppiluliuma I, como dos anales sobre los primeros años de reinado de Mursili. Además, en el décimo año de su gobierno, hubo un eclipse solar (1312 a. C.) que ayuda considerablemente a datar toda la cronología hitita.
Mursili fue sucedido por su hijo Muwatalli II.

Muwatalli II fue rey hitita (1295 a. C.-1272 a. C.) (cronología corta), famoso por su participación en la batalla de Qadesh (1274 a. C.). Su reino destaca por las continuas guerras contra las tribus kaskas en el norte y con Egipto en el Canaán.
Muwatalli II era hijo de Mursili II y le sucedió sin problemas a su muerte. Al comienzo de su reinado tuvo que enfrentarse con ciertas rebeliones en Arzawa, lideradas por un noble hitita, Piyamaradu; estas revueltas fueron sofocadas tras una serie de campañas exitosas, aunque Piyamaradu buscó refugio en los reinos vecinos, y continuó intentando alzar a los reinos de Anatolia occidental en revuelta.
Cerco egipcio y defensa hitita de la ciudad fronteriza de Dapur.

El ascenso en Egipto de la decimonovena dinastía hizo a Muwatalli temer por la seguridad de las posiciones hititas en el Levante y Siria. Para tratar de combatir el renacimiento egipcio, Muwatalli tomó la decisión de trasladar la capital desde Hattusa a Tarhuntassa, ​ situada más al sur, y por tanto, más cerca de los territorios amenazados por los egipcios y más lejos de los kaskas; Muwatalli encomendó la protección del norte del reino a su hermano Hattusili III, que logró arrebatar bastante territorio a los kaskas. Parece ser que mientras Muwatalli se preparaba para el choque contra Egipto, Adad-nirari I de Asiria capturó el reino de Mitani, que, por esta época, era sólo una sombra de su antiguo poderío.
Con el ascenso al trono del enérgico Ramsés II en Egipto, la guerra se hizo inevitable. En el cuarto año de su gobierno, Ramsés II partió hacia Siria, y en el quinto año de su gobierno (que según el criterio cronológico en uso para los reyes hititas, fue el 1274 a. C) tuvo lugar la batalla de Qadesh; aunque el resultado de esta batalla no está claro, parece que Ramsés II fue incapaz de realizar conquista alguna, mientras que los hititas lograron aumentar su red de vasallos en la zona.
Poco después de la batalla de Kadesh, Muwatalli falleció, dejando el trono para su hijo Urhi-Tesub, que gobernó con el nombre de Mursili III.

Urhi-Tešub o Urhi-Teshub, también conocido como Mursili III, (1272-1265 a. C.) fue un rey hitita famoso sobre todo por su tormentosa relación con su tío y sucesor, Hattusili III.
Urhi-Tešub era hijo de Muwatalli II, a través de una esposa de segundo rango; esto, aunque no le incapacitaba para gobernar, supuso alguna excusa para que algunos vasallos se levantaran contra él cuando ascendió al trono. El decidido apoyo de Hattusili III, al que Urhi-Tešub confirmó como gobernante del norte del reino, le ayudó a salvar la situación. La autobiografía de Hattusili dice: «Pero como en aquel tiempo, mi hermano (no tenía) un hijo legítimo, tomé a Urhi-Tešub, hijo de una mujer del harén, y le (entronicé) en el país de Hatti, para reinar (y puse todo el país de Hatti) en sus manos».​ Hattusili afirma haber mantenido su lealtad al joven rey, pero hay que notar que siempre le llama Urhi-Tešub, negándole el nombre real de Mursili III.
Una vez asegurado en el trono, Urhi-Tešub volvió a llevar a la corte a Hattusa, restaurando la antigua capital a su elevada posición dentro del reino, aunque la capital de Muwatalli II, Tarhuntassa, no quedó abandonada - siguió siendo una importante ciudad hitita, sede del hermano de Urhi-Tešub, Kurunta.
En política exterior, Urhi-Tešub heredó una guerra con Egipto en el Levante y Siria y la amenaza de una Asiria que había conquistado los restos de Mitanni en el extremo oriental del reino. Debilitados los egipcios por la Batalla de Qadesh en tiempos de su padre, Urhi-Tešub volcó su atención en Mitanni, donde intento instaurar a un vasallo hitita, el rebelde Wasashatta - pero su iniciativa fracasó, y Mitanni siguió bajo control asirio.
Mientras Urhi-Tesub fracasaba en Mitanni, su tío Hattusili reconquistó Nerik, una de las ciudades santas de los hititas, perdida desde tiempos de Hantili II. Esto llevó a Urhi-Tešub a temer una rebelión de su tío, por lo que intentó despojarle de su cargo de administrador de varias provincias. Hattusili contemporizó durante un tiempo, pero luego pasó a una rebelión abierta, no dudando en utilizar a las tribus kaskas, enemigos tradicionales de los hititas, y en poco tiempo le despojó del trono.
Urhi-Tešub huyó a la corte de Ramsés II en Egipto, momento a partir del cual no se sabe nada de su vida.

Hattusili III fue rey hitita (1265 a. C.-1237 a. C.; cronología corta), que destacó por su habilidad militar durante su juventud y posteriormente, por sus tratados de paz.
Hattusili era el cuarto hijo de Mursili II, ​ y hermano menor de Muwatalli II. Cuando este último ascendió al trono y trasladó la capital a Tarhuntassa, Hattusili quedó encargado de la defensa de la frontera norte del reino contra las tribus kaskas, cargo en el que demostró habilidad como militar y como líder. Confirmado en el cargo durante el reinado del hijo de Muwatalli, Urhi-Tesub, reconquistó la ciudad sagrada de Nerik, lo que le otorgó aún más prestigio. Temeroso de su influencia y liderazgo, Urhi-Tesub intentó despojarle de su cargo, lo que provocó una breve guerra civil que Hattusili ganó.
Alcanzó el trono, por tanto, con bastante experiencia de gobierno, y la aplicó en intentar lograr un reinado pacífico, para lo cual, nombró al hermano menor de Urhi-Tesub, su sobrino Kurunta, gobernador de Tarhuntassa, que había dejado de ser la capital en el reinado de Urhi-Tesub. En el exterior cultivó buenas relaciones con Babilonia, con Egipto -con él que firmó un tratado de paz para acabar con las hostilidades mantenidas desde tiempos de Muwatalli- y con Asiria, reino al que reconoció el dominio sobre Mitanni al negarse a apoyar al rebelde mitanno Sattuara II.
A pesar de sus intenciones pacíficas, tuvo que lidiar con los gasgas en el norte, y con un levantamiento en Arzawa, encabezada por el rebelde Piyamaradu (ya activo en tiempos de Muwatalli), siendo incapaz de obtener éxitos significativos.
A su muerte, fue sucedido por su hijo Tudhaliya IV, designado heredero en lugar del primogénito Nerikkaili, por razones que no están del todo claras.

Tudhaliya IV fue rey hitita que gobernó desde 1237 a. C. hasta 1209 a. C., con una breve interrupción en 1228 a. C., cuando su primo Kurunta tomó el poder.
Hijo de Hattusili III, fue escogido por delante de sus hermanos para reinar sin que las razones para ello estén muy claras. A la muerte de su padre, alcanzó el trono sin disputa alguna. Es posible, aunque no está muy bien documentado, que fuera corregente durante los últimos años de Hattusili.
Los primeros problemas de Tudhaliya tuvieron que ver con las rebeliones en Arzawa que Hattusili había sido incapaz de apaciguar. Una enérgica intervención permitió a Tudhaliya sofocar las revueltas e instalar un régimen vasallo en Milawata, uno de los pocos reinos que aún se oponían abiertamente al imperio hitita en Anatolia.
La amenaza más seria y duradera para los hititas era, sin embargo, Asiria. Con el ascenso al trono asirio de Tukulti-Ninurta I hubo guerra entre los dos estados, al intentar conquistar Tukulti-Ninurta las tierras de Nihriya, muy próximas a la frontera del imperio hitita. Para responder a esta amenaza, Tudhaliya llevó su ejército a Nihriya, donde tuvo lugar la batalla del mismo nombre que acabó en victoria asiria. Sin embargo, aparte del golpe al prestigio de Tudhaliya, no hubo excesivas consecuencias, ya que después de apoderarse de Nihriya Tukulti-Ninurta se centró en la conquista de Babilonia.
Probablemente aprovechando las circunstancias de esta derrota hitita, Kurunta dio un golpe de estado en 1228 a. C., que no fue definitivo, al recuperar Tudhaliya el gobierno en el mismo año. Sin embargo, todo lo que rodea a este golpe es un misterio, debido a la escasez de documentación relativa a Kurunta —y es posible que el golpe no llegara a producirse. De cualquier forma, algún hermano de Kurunta, o el propio Kurunta, conservó el poder en Tarhuntassa durante todo el reino de Tudhaliya.
La segunda parte del reinado de Tudhaliya fue más exitosa, ya que logró imponer su domino en Alasiya (un reino de fronteras no determinadas en Chipre), convirtiéndolo en estado vasallo, que pagaba su tributo en oro y cobre. Para asegurarse del cumplimiento de estas obligaciones, se nombró a un «comandante de la ciudad» que gobernaba junto al rey de Alasiya. ​ Alasiya era muy importante, porque controlaba el comercio en el Mediterráneo oriental, incluyendo los indispensables suministros de materias primas que tanto necesitaban los hititas.
Al morir Tudhaliya, el trono pasó a su hijo, Arnuwanda III.

El colapso del reino hitita y de sus estados vasallos
Arnuwanda III y después Suppiluliuma II sucedieron a Tudhaliya IV. La línea sucesoria de Hattusili III se mantuvo al tiempo que se consolidaban las ramas colaterales de Karkemish y Tarhuntassa, tal vez contribuyendo a un juego de fuerzas centrífugas que debilitó poco a poco el poder hitita. En este periodo, las principales amenazas externas aparecieron en el oeste de Anatolia y en las regiones de la costa mediterránea donde surgieron grupos de población que los egipcios llamaron Pueblos del Mar. Las fuentes no permiten restaurar una imagen clara de este periodo, pero está claro que los primeros años del siglo XII a. C. vieron al estado hitita abrumado por estas nuevas amenazas. Otros factores pudieron haber contribuido a la crisis, como la carestía persistente en Anatolia Central. La mayoría de los sitios de Anatolia y Siria de este periodo muestran signos de destrucción violenta. Hattusa fue abandonada por la corte real antes de ser destruida. El destino del último rey hitita conocido, Suppilulliuma II, es desconocido. Los responsables de la destrucción en las costas de Siria parece que fueron los Pueblos del Mar, pero para las regiones del interior la incertidumbre sigue existiendo. La destrucción de Hattusa se atribuye a los kaskas o a los frigios que se hicieron con el lugar poco después. Los descendientes de la dinastía real hitita establecidos en Karkemish y Arslantepe (la moderna Malatya) sobrevivieron al colapso del gran reino y aseguraron la continuidad de las tradiciones reales hititas.

Arnuanda III fue rey hitita de muy corto gobierno, gobernando desde 1209 a. C. a 1207 a. C.
Hijo y sucesor de Tudhaliya IV. Marchó a la guerra con su padre, en campañas contra Arzawa y Ahhiyawa, que se habían revelado, pero, más tarde perdió todo el territorio conquistado del sudoeste de Anatolia. Ascendió al trono a la muerte de Tudhaliya, (aunque para algunos, Kurunta, primo de su padre, intentó dar un golpe de Estado). Tuvo una muerte temprana, y no dejó descendencia, siendo rápidamente sucedido por su hermano Suppiluliuma II.

Suppiluliuma II (hitita Šuppiluliuma) fue el último rey hitita (1207–1178 a. C.), con el que la historia del imperio llega a su fin.
Hijo de Tudhaliya IV y hermano de Arnuwanda III, ascendió al trono con la temprana muerte de este último. Al comienzo de su reinado se enfrentó a los mismos problemas que sus inmediatos antecesores, con algunas revueltas en Arzawa, en Tarhuntassa, en Alasiya y en Siria. Aparentemente, fue capaz de sofocar todas estas rebeliones. En 1210 a. C., una flota bajo su mando derrotó a otra de los chipriotas, en la primera batalla naval registrada de la historia. De acuerdo con algunos historiadores, (Claude Schaeffer, Horst Nowacki, Wolfgang Lefèvre), ésta y las siguientes victorias fueron conseguidas, probablemente gracias a barcos de Ugarit. ​
Sin embargo, pronto se vio bajo la amenaza de los Pueblos del Mar, que asolaron todo Oriente Próximo. El imperio hitita, probablemente debilitado por las luchas internas y la dependencia excesiva de los refuerzos proporcionados por los vasallos, no fue capaz de resistir la acometida y desapareció de la historia, aunque el virreinato de Karkemish y el reino de Tarhuntassa sobrevivieron durante algún tiempo. Hattusa fue destruida por el fuego, y su sitio sólo fue reocupado más de 500 años después por los frigios. Kuzzi-Tesub, un gobernante de Karkemish, asumió más tarde el título de «Gran Rey», ya que era descendiente directo de Suppiluliuma I.
Algunas fuentes indican que el fin de Suppiluliuma II se desconoce, o que simplemente desapareció, mientras que otros afirman que fue asesinado durante el saqueo de Hattusa, en 1190 a. C. 

Los reinos neohititas
El paisaje cultural y político de Anatolia y Siria estuvo muy agitado durante el final del segundo milenio antes de Cristo y el comienzo del siguiente. La lengua hitita se dejó de hablar. Los reinos que sucedieron al gran reino hitita conservaron para las inscripciones oficiales el uso de jeroglíficos hititas que de hecho transcribían en luvita. El antiguo país de Hatti fue ocupado por los frigios, un pueblo recién llegado, que tal vez se pueda identificar con los mushki mencionados en los textos asirios. Estos últimos todavía utilizaban el término Hatti para referirse a los reinos establecidos en Siria y en el sureste de Anatolia que los modernos estudios denominan neohititas debido a que dieron continuidad a las tradiciones hititas mientras elaboraban una cultura original propia. ​
Luego de la crisis del 1200 a.C., un siglo después, comienzan a formarse unos pequeños estados, los sucesores de los hititas, los luvitas. Pero la formación de los estados no fue de un día para el otro. Cabe destacar que el período comprendido entre el 1200 y el 1000 a. C. es bastante "oscuro".
Durante esa etapa, se van formando los estados que, desde la invasión de los pueblos del mar, tenían una vida bastante agraria. Los reinos luvitas/luvio-arameos fueron: SAM´al, Gurgum, Malatya, Tabal, Patina (ciudad), Karkemish, Kummumukh y Que. Su cultura es relativamente igual a la de los hititas. Cabe añadir una diferencia entre los estados situados al norte y al sur de la línea formada por el Amanus y el Antitaurus al norte de dicha línea, hasta más allá del Taurus (hasta el Halys y los lagos salados, donde empieza el territorio frigio), ya antes del fin del imperio, la región está ocupada por una población de base luvita, con algunas "infiltraciones" hurritas. Al sur de la línea Amanus-Antitaurus la población es de base semítica.
Limitaban al sur con los arameos, al noroeste con los frigios, separado en el este por el Éufrates del territorio asirio, también del urarteo, en el extremo norte.
El rey urarteo Sardur II consigue el vasallaje de Malatya, Kummumukh, Karkemish y Musasir. Rusa I logra incorporar Tabal a su reino. Hacia el año 853 a. C. los neohititas conforman una coalición formada por Damasco, Amón, Hamath, las ciudades fenicias, Israel y los estados arameos contra Asiria en la batalla de Qarqar.
El camino del Levante Mediterráneo está abierto para Asiria: Sargón II conquista Karkemish (717), Tabal y Hilakku (713), Quwê (si es que ya no se había conquistado), Malatya (712), Gurgum (711) y Kummukh (708), después de que los frigios se negaran a pagarle tributo. También en el 714 a. C. ataca a sus aliados urarteos, provocando el suicidio de Rusa I. El rey Midas de Frigia apoyó a los estados más cercanos a él, utilizándolos como frontera con la avasallante Asiria, para evitar la conquista de su reino. La llegada de los cimerios pondría fin al reino frigio. Pero los cimerios serán quienes mantengan independientes a (Tabal, Quwê y Hillakku). Los asirios ya no se expanden, pero, aunque continúen algunos reinos neohititas independientes, ya habían dejado de tener relevancia desde el año 700 a. C.

Economía
En el arco montañoso del norte de Siria se explotan yacimientos de hierro, la principal materia prima de intercambio entre pueblos durante esa época de la edad de hierro. Recibieron apoyo de los reinos vecinos (Frigia y Urartu) y también de los reinos arameos, en su lucha eterna contra una poderosa Asiria, dispuesta a controlar todo. 
La prosperidad de las ciudades luvitas se sitúa entre el 1000 a. C. y el 700 a. C. La sede urbanística típica de una ciudad luvita es la ciudadela, muy bien defendida, pero de pocas dimensiones. Se cree que los palacios dirigían las actividades artesanales y comerciales, mientras que el templo se encargaba de las actividades agrícolas, tal cual como se hacía hace siglos atrás. 
En estos reinos luvitas se hablaban, el idioma luvita y en los situados más al sur arameo. El luvita es una a lengua a la de los hititas; una lengua indoeuropea de la rama anatolia sin ningún parentesco con las lenguas semitas del Próximo Oriente. Gradualmente en toda la región el luvita cayó progresivamente en desuso y fue sustituido por el arameo, por esa razón los persas seguirían usando el arameo como lengua administrativa, debido a la difusión que esta lengua alcanzó en la parte occidental de su imperio. En la región también se habló urarteo, lengua relacionada con el hurrita hablado en el imperio Mitani.
En cuanto al tipo de escritura utilizada, para el luvita se fue la escritura "hitita jeroglífica" que ya se usaba en el siglo XV (durante el reino medio hitita). También se popularizó el uso de estructuras monumentales y estelas, muy bien conservadas hasta nuestros días, que nos ayudan a reconstruir y darnos una idea de su lengua, escritura, pensamientos y cultura propiamente dicha. En 2007 la Expedición Neubauer del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago halló en Zincirli una estela, la Estela de Kuttamuwa. Para el arameo se usó un alfabeto arameo basado en la escritura sinaítica que con el tiempo se adaptó al hebreo, al griego y a numerosas escrituras de Asia Meridional y Oriente Próximo. 
Las divinidades principales de los reinos luvitas eran Tashmah, dios de la tempestad y de los fenómenos climatológicos y de la fertilidad agraria, interpretado como una adaptación del dios hitita Teshub, y Kubaba, divinidad relacionada con el concepto de la diosa-madre y cultos de la fertilidad. La cuestión religiosa se plantea en dos cuerpos del clero, masculino y femenino, en tanto el rey como la reina ejercen cargos se sumo-sacerdote o gran sacerdotisa. Como otros reinos del Próximo Oriente, era vital adivinar y predecir el futuro y explicar las causas de los hechos acontecidos para eso realizaban prácticas de hepatoscopia, que consistía en el estudio de las vísceras de víctimas animales, y de avispicina analizando el vuelo de las aves, costumbres relacionadas con el género femenino.

Esfera de influencia: vasallos, virreyes y tratados de vasallaje
Además de los territorios administrados directamente por los hititas, había estados sometidos su autoridad que disponían de su propia administración. Su soberanía debía ser aprobada por el rey hitita, que se reservaba el derecho a intervenir en sus negocios. A pesar de esto, la mayoría de vasallos poseía una autonomía considerable. En Anatolia, los principales vasallos hititas fueron los países de Arzawa (Mira-Kuwaliya, Hapalla, el país del río Seha), Wilusa y Lukka (la Licia clásica) al oeste; Kizzuwadna y Tarhuntassa al sur; Azzi-Hayasa e Isuwa al este; y, durante ciertos periodos, los kaskas al norte. En Siria, tras el reinado de Suppiluliuma I, los hititas poseían varios estados vasallos: Alepo, Karkemish, Ugarit, Alalakh, Emar, Nuhasse, Qadesh, Amurru y Mitanni entre los principales. Entre estos reinos, algunos tenían un estatus particular porque habían sido entregados a miembros de la dinastía real hitita: Alepo, Karkemish y Tarhuntassa tuvieron sus propias dinastías colaterales; otros, como Hakpis, confiado a Hattusili III antes de su ascenso al trono, solo obtuvieron ese estatus temporalmente. La dinastía hitita de Karkemish representó un papel especial durante los últimos años del reino. Su soberano intervino en los asuntos de otros estados sirios para resolver disputas, tarea que normalmente recaía en los reyes hititas, pero que delegaron en sus virreyes para aligerar su carga de tareas.
Las relaciones entre los reyes y virreyes hititas y sus vasallos se refleja bien en los archivos descubiertos en las excavaciones de Ugarit y Emar. Las autoridades hititas tenían que resolver litigios entre sus vasallos para garantizar la paz y cohesión en Siria —problemas fronterizos, matrimoniales, comerciales—, fijar los tributos y supervisar la vigilancia de posibles amenazas externas. Se emitieron varios decretos para resolver este tipo de casos. ​ Los textos de Ugarit y Emar muestran otros representantes del poder hitita —que son parte del grupo de los «hijos del rey», la elite hitita— enviados cerca de los vasallos.
Para formalizar las relaciones con sus vasallos, los hititas tenían la costumbre de otorgar los tratados (en hitita, ishiul- y lingais-; en acadio, RIKSU/RIKILTU y MAMĪTU) y ponerlos por escrito, de forma similar a otras instrucciones destinadas a otros servidores del reino. Varias decenas de estos tratados se han encontrado en Hattusa en el área del palacio o en el gran templo, donde se archivaban cerca de las divinidades que los garantizaban. Mantienen un modelo estable durante el periodo imperial: un preámbulo en el que se presenta a las partes contratantes seguido de un prólogo histórico que reconstruye las pasadas relaciones entre ellos y justifica el acuerdo de vasallaje; a continuación, se estipulan las obligaciones del vasallo —por lo general, la exigencia de lealtad al rey hitita, la obligación de extraditar a las personas que huyan de Hatti, algunas obligaciones militares como participar en campañas militares junto al rey o la protección de las guarniciones hititas y, a veces, la fijación del tributo a pagar o la regulación de los conflictos fronterizos—; las partes finales prescriben el número de copias del tratado y, en ocasiones, la necesidad de escribir en tablillas de metal (plata o bronce) y los lugares donde iba a ser depositado (palacios y templos); sigue una lista de los dioses que garantizan el acuerdo y, finalmente, las últimas palabras son maldiciones contra el vasallo que viole el tratado. Algunos vasallos disponían de un estatus honorífico más alto que otros y establecían tratados llamados kuirwana, que son formalmente tratados entre iguales, porque estos vasallos eran descendientes de reyes de estados que en el pasado eran iguales que Hatti: Kizzuwadna, antes de la incorporación al reino, y Mitanni.

Tablilla de bronce en la que está inscrito el tratado entre Tudhaliya IV y Kurunta por el que el primero concedía la soberanía de Tarhuntassa al segundo. Está fechado en 1235 a. C.

El rey hitita y sus «hermanos»
Tratado de Qadesh firmado entre Hattusili I y Ramsés II. Está fechado en 1269 a. C.

Desde los tiempos de Anitta y Hattusili I, los reyes hititas tomaron y vieron reconocido el título de «gran rey» (en acadio, šarru rābu, la lengua diplomática de la época) que les colocaba en el cerradísimo club de las potencias dominantes del Antiguo Oriente Próximo. Este rango se reconoció en principio a los reyes que no tenían señor, que disponían de un poderoso ejército y de numerosos vasallos. Se reconocieron mutuamente como «hermanos», excepto cuando las relaciones entre ellos eran especialmente malas. Fueron, además de los reyes hititas, los de Babilonia, los de Egipto y, en sucesivas épocas, los de Alepo, Mitanni, Asiria, Alasiya (a pesar de su escasa fortaleza) y Ahhiyawa.
Las relaciones diplomáticas entre los grandes reyes de la segunda mitad del segundo milenio antes de Cristo se conocen por las cartas de Amarna desenterradas en las ruinas de la antigua capital del faraón Akenatón y la correspondencia de varios reyes hititas encontrada en Hattusa.
El intercambio de mensajes se hacía mediante embajadores mensajeros porque no existían embajadas permanentes. No obstante, algunos enviados podían estar especializados en el trato con una corte concreta y quedarse allí durante meses o años. Estas misivas iban acompañadas generalmente de un intercambio de regalos conforme al principio de la donación y contradonación. Si los mensajes concernían a asuntos políticos, muchos trataban de las relaciones entre los soberanos, que eran objeto de tensiones relacionadas con el prestigio entre iguales que podían perder -en particular sobre la magnificencia y valor de los regalos recibidos o enviados-, o de las alianzas matrimoniales que les unían. Los reyes hititas se casaron varias veces con princesas babilonias, ya que estuvieron aliados largo tiempo con la dinastía casita que dirigía entonces el reino mesopotámico. Hattusili III, por su parte, envió a dos de sus hijas para que se casaran con Ramsés II. Esto reforzó la alianza entre ambas cortes y fue objeto de largas negociaciones. Los tratados internacionales concluidos entre grandes reyes eran también objetos de extensas negociaciones. El único caso bien conocido fue un tratado entre Hattusili III y Ramsés II.

Religión y mitología 
La religión hitita llegó a ser conocida como «la religión de los mil dioses». Contaba con numerosas divinidades propias y otras importadas de otras culturas (muy especialmente, de la cultura hurrita), entre los cuales destacaba Teshub, el dios del trueno y la lluvia cuyo emblema era un hacha (algo semejante, aunque puede ser casual se observa en la civilización minoica, con su labrix), y Arinna, la diosa del sol. Otros dioses importantes eran Aserdus (diosa de la fertilidad), su marido Elkunirsa (creador del universo) y Sausga (equivalente hitita de Istar).hola como estas. 
El rey era tratado como un escogido de los dioses y se encargaba de los más importantes rituales religiosos. Si algo no iba bien en el país, se le podía culpar a él si había cometido el más mínimo error durante uno de esos rituales, e incluso los propios reyes participaban de este creencia; así, por ejemplo, Mursil II atribuyó una gran peste que asoló el reino hitita a los asesinatos que llevaron a su padre al trono, y realizó numerosos actos para pedir perdón ante los dioses.

Instituciones de gobierno:
El estado hitita siempre fue feudal. Su rey era el “gran rey” y los virreyes eran los príncipes. La monarquía era electiva (la persona más capacitada en teoría), pero a partir de Hattusillis I ya será hereditario. 
La Asamblea es el Pankus, que equivale a la “totalidad de los guerreros”, quien la integraba.
El rey tenía una guardia militar propia, los “meshedi”, responsables también de lo que sucedía en el reino. 
El rey debía estar presente en ceremonias religiosas y si se daba el caso de que una de estas coincidía con una guerra, un sustituto debía ir a la campaña. La reina tenía que acompañar al rey en la nuntariyasha, la procesión por los lugares sagrados.

Aninna: Diosa del Sol.
1ª esposa: Sakuwasar (“la verdadera”). El nombre honorífico era “tawananna”.
2ª esposa: Esirtu (“concubina”).
3ª esposa: Sal-suhur-lal.

La reina no ejerce como tal, pero sí puede ser regente en caso de minoría de edad del futuro soberano. Si la primera esposa cometía un acto reprobable, el monarca la podía privar de sus derechos.
No se practicó el matrimonio consanguíneo, al contrario que en Egipto, donde los faraones se casaban entre hermanos.
Por debajo de la familia real se halla la nobleza, que debía prestar juramento de fidelidad al rey y a sus legítimos sucesores. Este juramento era renovable, para evitar que se decantasen con el tiempo por otros. Los nobles deben acompañar al rey en las guerras y armar a sus hombres. A cambio, recibían parte en el reparto del botín.

Sobre el pueblo, conocemos:
Soldados: Recibían un lote de tierras de cultivo, el ilku. Tenían que pagar un impuesto por ello, el sahhan. El terreno pasaba de padre a hijo; destaca en relación con esto el iwaru, la “ficción de la ley”, por el cual si una persona arrendaba una tierra, quedaba adscrito como hijo a la familia del propietario. También se podía heredar de hermano a hermano, y en este la fratría es la adopción de hermanos.

Campesinos y artesanos: Los artesanos sin cualificar eran contados por cabezas. Están sometidos a la luzzi, es decir, la gleba (reparación de puentes, mantenimiento,…).

Trabajadores: Carpinteros,…

Esclavos: Shalatu. Son capturados en batallas. La ley autorizaba a un esclavo a casarse con una mujer libre, sin que ésta perdiese su identidad.

Los hititas tuvieron preocupaciones ecológicas, aunque se centraban más en aspectos higiénicos. Ej/ No mear en una cuba de agua.
Repoblaron tierras vacías, fundando ciudades.
Los pastores (por el sexo con sus animales) y los fabricantes de perfumes (porque ese olor tenía que ser cosa de magia) eran considerados parias.
Los miembros del clero estaban exentos de impuestos.
Hay categorías en cuanto a territorios:
Aliados/En alianza: Annawalis. Se consideran iguales. En la correspondencia entre el rey hitita y un aliado se trataban como hermanos.
Protegidos: Kuirwanas. Destacan Kizwatna y Arzawa.
Vasallos: Los que han causado problemas y ahora son sus servidores. Normalmente son entregados a los hijos de los reyes. El rey debía protegerles a cambio de un tributo.

“Textos de lazo”: Sobre dos estados que acuerdan que van a ser vasallo uno del otro. Había fecha de caducidad. 
Los tratados hititas no incluyen castigos humanos y sí divinos.

Economía:
En los valles de los ríos, el Halys, se desarrollaba una agricultura y ganadería rentable. Las tierras eran una propiedad tanto colectiva como privada. Si un señor moría en una urbe, la ciudad debía indemnizar al heredero con tierras (luego había tierras estatales).
Si uno moría y no tenían sucesión, el primero que ocupase su tierra se quedaba con ella.
El cultivo más extendido era el de viñedos; de hecho, se cree que el vino se inventó aquí. También se cultivaba la cebada.
Sobre la ganadería, se daba mucha importancia al mulo, que valía incluso más que un caballo. Por supuesto, fueron importantes también la oveja y la cabra. Y las ovejas tenían su demanda, especialmente por su miel.
Sobre los minerales de Anatolia, se extraían sobre todo hierro, cobre y plata.
Los tejidos tuvieron gran difusión.
El sistema de pesos y medidas se lo copian a los babilonios; están el siclo y la mina.

El derecho:
Hay dos tablillas con más de 100 artículos. No se sabe qué rey lo promulgó, ni cómo era la introducción, cuál era su título,… La estructura es como lo del Código de Hammurabi (se plantea el problema y se da la solución), aunque no se basa en él. El orden iba de más importante a menos. La primera parte es sobre personas, animales domésticos y edificios, mientras que la segunda sobre inmuebles, artículos de comercio, contratos y precios. No está bien articulado.
Posibles reyes que lo elaboraron: Mursilis II, Telepinu y Tudhaliyas IV.
El código es parco en penas capitales. Se autoriza la ley del Talión. 
Contenido concreto:
Lesiones, raptos, matrimonio, hallazgos, posesión de tierras, incendios.
Robos y daños en viñedos y huertos, ventas y alquileres, tarifas y precios, ganados, hechicería y herencias.

Urbanismo
Los templos y los palacios, como en otras ciudades del Próximo Oriente, se encuentran en las zonas elevadas, dominando la ciudad baja.
Las calles y callejas son rectas y suelen estar pavimentadas con grava, tienden a ordenarse en terrazas.
Mantienen un gran sistema de alcantarillas construidas y recubiertas con lajas de piedra, conectadas mediante sistemas de conducción centrales con las desagües de las casas situadas a ambos lados.
Las casas se agrupan en manzanas, no suelen tener una planta estandarizada y su mayor característica es la irregularidad, adaptadas al sistema de terrazas, tienen tendencia a módulos rectangulares; se construyen unas apoyadas en otras, sin existir muros medianeros, suelen tener zócalo y cimientos de mamposterías y alzados de adobe.
Estas características se aplican, en líneas generales, al sistema urbanístico de todas las ciudades hititas.

Necrópolis
El hallazgo más espectacular lo componen las trece tumbas.
Reconstrucción de un enterramiento de Alaça Hüyük

Son fosas rectangulares de mediana profundidad de 6 a 8 metros de longitud por 3,5 metros de anchura. 
Las más antiguas revestidas por lastras de piedra, las más recientes recubiertas con vigas de madera, sobre la que se disponía la comida fúnebre. 
El cuerpo del difunto era recostado en el ángulo noroccidental, apoyado sobre el costado izquierdo, la cabeza hacia el occidente. 

El ajuar se compone de hachas de batalla y agujas de cabeza en forma de martillo, que lo conecta con el Cáucaso Septentrional. Diademas de láminas de oro, alfileres, brazaletes, cuentas de collar de cristal, cornalina, jaspe y nefrita, vasos de oro, plata y ámbar de fina factura local semejantes a los de Troya II. Las piezas más interesantes son los llamados "estandartes", de funcionalidad no fácilmente definible, que van desde composiciones geométricas a imágenes zoomórficas de bulto redondo.
Realizados a la cera perdida, decoración asociable con las divinidades del panteón de Hatti:
El toro, símbolo de la principal divinidad atmosférica. 
El leopardo, asociado con Arinna.
El ciervo, con la figura benéfica del dios-cazador. 
El asno, con el dios Pirva. 
El pájaro, con la diosa de Kanesh. 
Su funcionalidad se ignora, posiblemente fueran estandartes que precedían la comitiva fúnebre o la idea más práctica, que estos fueran parte de la dotación de los carros fúnebres como separador de las riendas que dirigían a los animales, aunque una vez depositados en la tumba servirían como amuletos 

La guerra y el ejército para los hititas
La guerra estuvo muy presente en toda la historia hitita, hasta el punto de que es difícil encontrar una ideología de paz en los textos. El estado ideal parece que fue el de la ausencia de conflictos internos en el reino y en concreto en la corte real, potencialmente muy desestabilizadores y destructivos, antes que la confrontación con los enemigos externos que aparecen como normales. El enfrentamiento bélico se vio como la recreación de un juicio divino -ordalía- en el que el futuro triunfador tenía los poderes divinos de su lado. En un texto se describe un ritual que debía cumplir el soberano antes de una campaña para comenzarla con buenos augurios. Por otra parte, el rey hitita nunca se presenta como el instigador del conflicto, sino siempre como el atacado que tenía que reaccionar para restaurar el orden.
Cuando resultaba ganador del conflicto, el rey hitita establecía relaciones formales con el vencido mediante la celebración de un tratado escrito, en vez de confiar en el terror, lo que se suponía que garantizaría la estabilidad en la región. ​ Esto no impedía que la guerra continuara con destrucciones, pillajes y otras expoliaciones así como la deportación de prisioneros de guerra y por tanto fuera una manera de acaparar riquezas. ​
Los soldados del carro de combate eran las tropas de élite del ejército hitita.

El ejército hitita estaba bajo el mando supremo del rey, el cual estaba en el centro de una red de asesores que le informaban de todos los frentes militares activos y potenciales del imperio. Esta información estaba basada en las guarniciones fronterizas y las prácticas de espionaje. El rey podía ponerse al frente de sus tropas o bien delegar en un general, sobre todo cuando había varios conflictos simultáneos. Esto era un privilegio de los príncipes —en primer lugar de los hermanos del rey (el jefe de la guardia real, MEŠEDI) y del hijo mayor—, de los altos dignatarios como el gran mayordomo y, cada vez más con el tiempo, de los virreyes, especialmente el de Karkemish. El rango inferior estaba compuesto por los jefes de los diferentes cuerpos de tropas (carros, caballería e infantería), cargos que se dividían entre un jefe de derecha y un jefe de izquierda. ​ Otros oficiales importantes eran los jefes de torre de guardia y los supervisores de los heraldos militares, que se ocupaban de las guarniciones —principalmente las fronterizas—, y podían comandar los cuerpos del ejército. La jerarquía militar descendía desde aquí a los oficiales que dirigían las unidades más pequeñas.
El corazón del ejército se componía de tropas permanentes estacionadas en las guarniciones. Estaban mantenidas por los suministros recogidos de los almacenes estatales y, tal vez también, de las concesiones de tierras de servicio. Según las necesidades de determinados conflictos, se hacían levas forzosas de tropas entre la población y los reyes vasallos tenían que proporcionar combatientes. ​ Además de los textos de instrucciones del MEŠEDI y los jefes de torre de guardia, se conocen otros textos destinados a garantizar la competencia y, sobre todo, la lealtad de los soldados. Están las instrucciones a los oficiales, anotadas para asegurarse la fiabilidad de los que dirigen las tropas, y un ritual del juramento militar que debían prestar los soldados y oficiales cuando entraban en servicio, mediante el que juraban fidelidad al rey y en el que se describía en detalle un ritual análogo de maldiciones a las que se exponían en caso de deserción o traición a la patria (actos que estaban, en todo caso, castigados con la pena de muerte). ​
La mayoría de las tropas del ejército hitita eran de infantería y estaban equipadas con espadas cortas, lanzas y arcos, así como con escudos. Contrariamente a la creencia popular, el metal de las armas hititas era el bronce y no el hierro. La infantería acompañaba a las tropas de élite, los carros de combate, conocidos por las representaciones que hicieron los egipcios de la batalla de Qadesh en las que se muestra su capacidad de emprender una ofensiva rápida. Tirados por dos caballos, estos carros eran montados habitualmente por un conductor y un combatiente armado con un arco, pero en las representaciones de Qadesh van acompañados por un tercer hombre que porta un escudo. La caballería estaba poco desarrollada y servía quizá principalmente para misiones de vigilancia y correos rápidos. ​ Según los textos egipcios que describen la batalla de Qadesh, las tropas hititas movilizadas en aquel momento -el apogeo del imperio- se elevaban a 47 000 soldados y 7000 caballos, contando las tropas de los vasallos. Sin embargo, la fiabilidad de estas cifras ha sido cuestionada. ​ Durante la última fase del reino, también podían movilizar fuerzas navales -en particular para la invasión de Alasiya-, gracias a los barcos de sus estados vasallos costeros como el reino de Ugarit.

El número de los soldados variaba según la batalla. Los mejores eran del centro de Anatolia, de Hattusa.
En una campaña militar:
Había un casus belli, y se interroga al oráculo para saber si los dioses son favorables.
Si hay una festividad religiosa, se suspende, o el rey manda un representante. Antes de la campaña los hititas mandaban una carta declarándoles la guerra y el porqué.
Si eran derrotados, la culpa no es de los soldados sino de los dioses.
Se hacían ceremonias de purificación y expiación.
A modo de agradecimiento a los dioses, se hacían sacrificios humanos.

El tiyawa, el carro de guerra hitita era, para la época, el arma indestructible por excelencia. Tenían ruedas de ocho radios (a más radios, mejores). El eje era móvil, se podía girar más fácilmente. Había carros de un caballo o de dos (bigas). Por cada carro, hay tres ocupantes (conductor, guerrero y escudero).
Portaban una armadura de escamas de metal, el saryahni. Vestían una cota de malla y un faldellín corto debajo.
Usaban la táctica de la embestida.
Los hititas nunca pudieron vencer a los gasga porque en la zona donde estaban no hay llanuras para los carros.
Si el carro es la primera unidad, la segunda es la infantería (llevaban escudos, hachas de combate, espadas cortas,…). La tercera es la arquería y la cuarta los mercenarios (había dos grupos, el de los hapiru, posiblemente los hebreos; y los esclavos, que si luchaban bien podían ser liberados.
Los hititas no tuvieron marina.
En Hatti se ha encontrado un documento donde se dice cómo se debía criar a los caballos, como se ponen las herraduras (esto evidencia la importancia de los herreros.

Cultura
Las artes plásticas hititas durante el período imperial muestran una cierta propensión a la monumentalidad, pero con evidente descuido de la forma. Los escultores se dejan llevar de la fantasía, y si la piedra no cede fácilmente al cincel, se tira a un lado y se echa mano de otro bloque. Se empleaban, unos juntos a otros, relieves a medio terminar con los que ya lo estaban, sin que jamás se considerase la escritura como motivo de adorno. Cuando era precisa alguna inscripción, se colocaba en donde quedaba sitio. Así sucedía incluso en Yazilikaya, donde, en relación a  los dioses, se advierte un prurito de superación en la expresión de la forma plástica. Podría ser que algún templo fuese obra de los hurritas, ya que vemos que varios de los jeroglíficos corresponden a nombres hurritas. De todos modos podemos afirmar que el santuario de Yazilikaya, situado en las cercanías de la capital, no es un ejemplo típico del arte hitita, sino algo único en su género. Como regla general, el arte hitita posee ciertas peculiaridades bastante bastas, con evidentes influencias hurritas y luego asirias, y carece de un estilo propio. La arquitectura hitita difiere claramente de todas las demás de la época. Mientras los otros pueblos levantaban sus edificaciones casi siempre alrededor del templo, para los hititas, pueblo guerrero por excelencia, y esto también vale para Bogazköy, el centro lo constituye la ciudadela y su recinto amurallado. Pero, al propio tiempo, los arquitectos hititas demuestran, en la construcción de sus ciudadelas, una gran inconsecuencia, pues a costa de un esfuerzo digno de titanes, apilaron enormes bloques de piedra en la cresta de un barranco que ya sin ellos nadie hubiera podido escalar, mientras que por otro lado, en el que la pendiente era mucho menos escarpada, cubrieron el exterior de las murallas con losas lisas. En Bogazköy podía verse  cómo unos muchachos turcos escalaban ágilmente por las losas. Esto todavía debía haberles sido más fácil a los guerreros descalzos de la antigüedad.
Es muy probable que a partir de grafismos, los hititas hubieran llegado a desarrollar su propia escritura basada principalmente en pictogramas, pero aunque se encuentran pictogramas en la zona hitita, aún no es viable relacionarlos directamente con la cultura hitita ni tampoco es posible de momento calificarlos como una escritura sistematizada.
Lo que sí es corroborable es que los hititas adoptaron la escritura cuneiforme usada a partir de los sumerios. Esta escritura les sirvió para su comercio internacional, aunque podía estar "dialectizada" acorde al idioma hitita, si bien al usarla en gran medida de un modo próximo al de los ideogramas resultaba inteligible para pueblos vecinos alófonos.
El arte hitita que ha llegado a nuestros días ha sido calificado desde el tiempo de los griegos clásicos como un "arte ciclópeo" debido a la magnitud de sus sillerías y a las dimensiones y relativa tosquedad de sus bajorrelieves y algunas pocas esculturas en bulto. Estas pocas esculturas en bulto parecen haber recibido alguna influencia egipcia, mientras que los bajorrelieves evidencian influjos mesopotámicos, aunque con un típico estilo hitita caracterizado por la ausencia de delicadezas formales.
Sin embargo, el arte hitita más típico se observa en los pocos elementos metálicos (especialmente de hierro) que han llegado hasta nuestros días. Aquí también se nota un arte "rudo" y basto, aunque muy sugestivo por cierta estilización y abstracción de índole religiosa, en la cual abundan símbolos bastante crípticos.

Lengua hitita
La lengua hitita, también llamada nesita, es la más importante de la extinguida rama anatolia de las lenguas indoeuropeas, siendo los otros miembros el luvita (especialmente el luvita jeroglífico), el palaico, el lidio y el licio. Uno de los grandes logros de la arqueología y la lingüística es el haber descifrado esta lengua extinta, que se considera la más antigua de entre todas las lenguas indoeuropeas documentadas. Precisamente, al ser la más antigua, resulta interesante por los elementos de los que carece y que se hallan presentes en lenguas documentadas posteriormente.
Una de sus características principales es el gran número de palabras no indoeuropeas que contiene, debido a la influencia de culturas de Oriente Próximo, como la hurrita o la cultura del pueblo de Hatti, siendo especialmente acusada esta influencia en los vocablos de origen religioso. Consta de la mayoría de los casos habituales en una lengua indoeuropea, dos géneros gramaticales (común y neutro) y dos números (singular y plural), así como diversas formas verbales.
Aunque parece que los hititas contaban con un sistema de pictogramas, pronto comenzaron a usar también el sistema cuneiforme.

Primeros documentos y traducciones
Las primeras fuentes importantes sobre los hititas proceden de documentos egipcios, principalmente los de la XIX Dinastía, y de pasajes de la Biblia. El primero de estos pasajes, en los que a los hititas se les denomina "hijos de Heth", probablemente se refiere al conocido como periodo del Reino Hitita. Este descubrimiento suscita dudas acerca de muchas evidencias egipcias. Por ejemplo, algunas contiendas militares se mencionan como victorias para los hititas, mientras que en los documentos egipcios, las mismas contiendas se identifican como derrotas hititas. El descubrimiento de los archivos fue particularmente importante porque permitió a los eruditos descifrar la lengua hitita, y además se revelaba información sobre aspectos anteriormente desconocidos de la cultura, como su organización política, legislación, religión y literatura.
La mayoría de los textos encontrados en los archivos estaban escritos en lengua hitita, aunque los tratados y las cartas de Estado estaban escritos en acadio, el idioma internacional de la época. Otros textos estaban escritos en lengua hurrita del sureste de Anatolia y norte de Mesopotamia, idioma no relacionado con ningún tronco lingüístico conocido. Los hititas utilizaron el sistema cuneiforme de escritura adoptado de los babilonios, aunque también emplearon un sistema de jeroglíficos para inscribir un idioma muy relacionado con el hitita, probablemente un dialecto luvita. Aunque los jeroglíficos se utilizaron durante el periodo del Imperio, la mayoría de las inscripciones pertenecen al periodo posterior a su caída. La literatura de los hititas estaba muy desarrollada, según muestran los documentos históricos y las narraciones.
Abajo se demuestra la comparación de estilo en el "alfabeto" cuneiforme utilizado por este pueblo. 


Los Hititas parecen haber tenido contacto con la cultura babilonia desde fecha muy temprana y, entre 1500-1200 a. C. (cuando su fortuna política comenzó a declinar), utilizaban, un estilo de escritura recibido, como es natural, de Mesopotamia. Al mismo tiempo, sin embargo, y hasta el 600 a. C., aproximadamente, utilizaban también una escritura pictográfica para una lengua acaso semejante, pero no necesariamente idéntica.

Aquí se muestra la Escritura Cuneiforme- Pictográfica

Se pueden distinguir dos tipos de signos; uno más antiguo y pictográfico (figura superior) y el otro más cursivo y posterior (figura abajo).

La Inscripción de Erkilet
La inscripción de Erkilet (figura lateral) ha sido traducida así:
'i-wa 'a-la-n(a) 'A-s(a)-ta-wa-su-s(a) tu-t(e) i-pa-wa-te ni ki-a-s(e)-ha sa-ni-ata'
Que quiere decir:
'Este monumento lo colocó Asta-wasus por lo tanto nadie (lo) estropee'
Por otro lado la historia no demuestra que la escritura Cretense era muy similar a la Hitita en muchos aspectos. El silabario hitita normal se compone de unos 60 signos del tipo pa, pe, pi, pu, acabado en vocal.
El número de signos, hasta donde puede saberse, ha sido estimado en unos 220 ó 350, que son demasiado pocos para una auténtica escritura pictográfica.
La figura inferior muestra algunos pictogramas usados como determinativos en la escritura;


La figura inferior muestra un ejemplo de pictografía hitita;

La figura inferior muestra la conexión existente entre los pictogramas cretenses y los hititas;
La tablilla inferior es un sello y muestra algunos signos jeroglíficos con su significado;

El silabario hitita normal se compone de unos 60 signos variados de compleja comprensión. La figura inferior así nos lo demuestra;

También los hititas sellaban sus escritos en muchas ocasiones en sellos en forma de disco. En la región de Bogazkoy y en Ugarit se han encontrado sellos-disco que consisten de dos a cuatro círculos concéntricos con un texto, en la mayor parte de los casos en la dirección de la periferia al centro. Salvo el círculo central, los otros están escritos en cuneiforme. Es decir, los sellos son una buena fuente que nos provee conocimiento de los dos sistemas de escritura que los hititas usaron: jeroglífico y cuneiforme.
El sello inferior fue descubierto en Ras Shamra, antigua Ugarit (principal centro Hitita), y aparecen, bajo el disco solar alado en el centro, los nombres del rey y de la reina. El hecho de que aparezca la reina indica el alto papel que desempeñaba la reina en la corte hetea. Los círculos concéntricos de signos cuneiformes precisan.


"Sello de Suppiluliuma, gran rey del país heteo, favorito del dios de la Tempestad; sello de Tawannana, gran reina, hija del rey de Babilonia"(Siglo XIV a. d. Cristo)


Religión y mitología
La religión hitita llegó a ser conocida como «la religión de los mil dioses». Contaba con numerosas divinidades propias y otras importadas de otras culturas (muy especialmente, de la cultura hurrita), entre las cuales se destacaba Tesub, el dios del trueno y la lluvia, cuyo emblema era un hacha de bronce de doble filo (algo semejante, aunque puede ser casual, se observa en la civilización minoica, con su labrix), y Arinna, la diosa del sol. Otros dioses importantes eran Aserdus (diosa de la fertilidad), Naranna, diosa del placer y la natalidad y su marido Elkunirsa (creador del universo) y Sausga (equivalente hitita de Ishtar).

El gran templo (templo 1) de Hattusa.

Templos, culto y celebraciones
El rey era tratado como un humano escogido por los dioses y se encargaba de los más importantes rituales religiosos, además de salvaguardar las tradiciones. Si algo no iba bien en el país, se le podía culpar a él si había cometido el más mínimo error durante uno de esos rituales, e incluso los propios reyes participaban de esta creencia; así, por ejemplo, Mursili II atribuyó una gran peste que asoló el reino hitita a los asesinatos que llevaron a su padre al trono, y realizó numerosos actos y mortificaciones para pedir perdón ante los dioses.



Rituales de magia
De numerosas tablillas hititas, conocemos unos rituales de tipo mágico que tienen por objetivo manipular la realidad para convocar e influir en las fuerzas invisibles (los dioses y otros). Estos procesos se utilizaban en una gran variedad de casos: durante los ritos de paso (nacimiento, mayoría de edad, muerte); durante el establecimiento de vínculos garantizados por las fuerzas divinas (compromiso con el ejército, acuerdos diplomáticos); para curar o expiar los diversos males, a los que se atribuía un origen sobrenatural (enfermedades o epidemias que tienen por origen una falta cometida, hechizos debidos a la malicia de un brujo o, más a menudo, de una bruja, pero también peleas de pareja, impotencia sexual, una derrota militar, etcétera).
Estos rituales movilizaban a muchos especialistas. En primer lugar a las «mujeres viejas» (sumerograma, ŠU.GI; en hitita, hassawa), que parecen haber sido las expertas en rituales por excelencia, pero también a los especialistas en adivinación, que completaban sus prácticas habituales mediante rituales mágicos, y a los médicos exorcistas (A.ZU, que se podría traducir por «físico»). En efecto, las prácticas médicas hititas combinaban remedios que a ojos modernos revelarían medicina científica con otros que eran de orden mágico. Esta diferencia no era apreciada por la gente de los tiempos antiguos.
Los rituales mágicos de los hititas podían seguir varias reglas:
La analogía o simpatía que consistía en la utilización de objetos con los que se realizaban actividades que simbolizaban el efecto de lo que querían conseguir, al tiempo que se recitaban encantamientos que garantizasen su eficacia. Por ejemplo, durante el ritual de entrada en servicio de los soldados, se aplastaba la cera para simbolizar lo que les sucedería en caso de deserción; durante el ritual contra la impotencia sexual, el hombre entregaba en el ritual un huso y una rueca, que representaban la feminidad (asimilados a la impotencia), y le daban un arco y unas flechas que simbolizaban la virilidad reencontrada.
El contacto aseguraba la transferencia de un mal de una persona u objeto a otro objeto o partes de un animal sacrificado. Esto se hacía con solo tocar o agitar el objeto que se suponía captaba el mal alrededor de la persona tratada; o haciendo pasar a este último entre las partes de objetos y animales que constituían una suerte de portal simbólico que permitiera disipar el mal cuando era atravesado.
La sustitución era un proceso que permitía reemplazar la persona receptora del mal por un objeto (a menudo una figurilla de barro que la representaba), un animal o incluso otra persona en el caso de los reyes. El sustituto era después destruido, sacrificado o exiliado (práctica del chivo expiatorio) llevando consigo el mal. 

Adivinación
La voluntad de los dioses era accesible a los hombres mediante la adivinación. Esto permitió a los hititas conocer el origen de una enfermedad o una epidemia, de una derrota militar o de cualquier mal. Las informaciones recopiladas así debían permitir luego ejecutar los rituales adecuados. La adivinación también podía servir para juzgar la oportunidad de una acción que quisieran realizar (iniciar una batalla, construir un edificio, etc...) en previsión de si tenían el consentimiento divino, de si se realizaría en un momento propicio o perjudicial y, sobre todo, para saber que iba a suceder en el futuro.
Existieron varios tipos de prácticas adivinatorias. La adivinación mediante los sueños (oniromancia), que parece haber sido la más habitual, podía ser de dos tipos: o el dios se dirigía él mismo al durmiente, o provocaba el sueño (incubación). La astrología está atestiguada en textos encontrados en Hattusa. Los otros procedimientos de adivinación oracular más habituales eran la lectura de las entrañas de ovejas (hepatoscopia), la observación del vuelo de ciertas aves (augures), los movimientos de una serpiente de agua en un barreño y un proceso enigmático consistente en echar a suertes objetos que simbolizaban algo (la vida, el bienestar de una persona) supuestamente para revelar el futuro.
Por lo tanto, la adivinación podía ser producida en los hombres con los rituales precisos, o bien emanar directamente de los dioses de forma espontánea y ser impuesta a los hombres que debían después interpretar el mensaje. En todos los casos fue necesario apelar a especialistas en adivinación. Algunos estaban especializados en ciertas prácticas concretas, como el BARU en hepatoscopia o el MUŠEN.DÙ para la interpretación de los sueños. La «mujer vieja» realizó también muchos de estos rituales. 

Mitos
En las ruinas de Hattusa se han desenterrado varios relatos mitológicos. El estado fragmentario de la mayoría de ellos impide conocer su desenlace o incluso su desarrollo principal. Sin embargo, algunas piezas se encuentran entre las más notables de la mitología del Antiguo Oriente Próximo. La mayoría de estos mitos no tienen un origen hitita: muchos parecen tener un fondo hattiano; otros tienen un origen hurrita (quizá más precisamente de Kizzuwadna).
Entre los mitos del primer grupo, un tema recurrente es el del dios desaparecido, cuyo ejemplo más conocido es el mito de Telepinu. El dios epónimo desaparece poniendo en peligro la prosperidad del país, de la cual era garante. La esterilidad golpea a los campos y animales; las fuentes de agua se secan; reinan el hambre y el desorden. Los dioses investigan como hacer volver a Telepinu, pero fracasan antes de que una pequeña abeja enviada por Hannahanna consiga encontrarlo y despertarlo. El final del texto está perdido, pero es evidente que en él se narraban el regreso del dios y de la prosperidad. Se conocen otros mitos que narran la desaparición de otros dioses y que siguen este mismo patrón. Se refieren al dios Luna en el mito de la luna que cayó del cielo, a varios dioses de la tormenta como el de Nerik, al dios Sol y muchos más. Con frecuencia solo se conocen por historias fragmentarias o por los rituales en los que se reproduce el desarrollo del mito y que permiten el regreso del dios y, por lo tanto, asegurar la prosperidad del país. Estos mitos están claramente relacionados con el ciclo agrícola y el retorno de la primavera. Simbolizan el regreso del orden frente a la desorganización, el cual puede garantizarse mediante la aplicación de los mitos vinculados a él.
Otro mito anatolio importante es el de Illuyanka. Se conoce por dos versiones y relata el combate del dios de la tormenta contra la gigantesca serpiente Illuyanka. La victoria del gran dios se produce a pesar de los reveses iniciales y con la ayuda de otros dioses. Este mito se inscribe en el tema de los mitos que tienen a una deidad soberana enfrentándose a un monstruo que simboliza el caos -como en el ciclo de Baal de Ugarit, la epopeya babilónica de la creación-. Al igual que este último, se recitó y tal vez se representó durante una de las grandes celebraciones de primavera (la celebración purulli entre los hititas).
El último gran mito, conocido por unas tablillas de Hattusa, es el ciclo de Kumarbi, mito de origen hurrita dividido en cinco «canciones» (Sìr) desigualmente conocidas. Tiene por tema la declaración del dios Tesub (el dios hurrita de la tormenta) ante varios adversarios, en primer lugar Kumarbi que le suplanta en la primera historia: la canción de Kumarbi. La rivalidad entre los dos termina en la canción de Ullikumi en la que Tesub debe derrotar a un gigante engendrado por su enemigo mortal. Este ciclo mítico tiene un alcance más general que los precedentes porque comienza con una narración del origen de los dioses y explica la creación de su jerarquía y, en particular, la primacía del dios de la tormenta. Es también el que presenta mayores paralelismos con la mitología griega, ya que la narración de los conflictos generacionales de los dioses es muy cercana a la de la Teogonía de Hesiodo.
De los mitos propiamente hititas que nos han llegado, tenemos a los humanos como personajes principales, pero implicando también a los dioses. El mito de Appu cuenta la historia de una pareja rica sin hijos que implora al dios Sol para que vaya en su ayuda. Esto, por último, les permite tener gemelos, uno bueno y otro malo, que luego se volverán rivales siguiendo un modelo conocido en otras culturas antiguas (como Caín y Abel en la Biblia). La leyenda de Zalpa introduce un texto historiográfico en el que se relata la toma de esta ciudad por Hattusili I y sirve sin duda para presentar el origen del conflicto. Relata como la reina de Kanesh da a luz a treinta hijos que ella persigue tras su nacimiento y que sobreviven gracias a la ayuda divina para crecer en Zalpa. Más tarde, están a punto de unirse a las treinta hijas que la reina de Kanesh había tenido a continuación, momento en el que la historia se detiene. 

La muerte y el más allá
Siguiendo las concepciones que aparecen en varios textos encontrados en lo que fue el país de Hatti, los hititas dividieron el universo en el Cielo -el mundo superior donde vivían los grandes dioses— y un conjunto formado por la Tierra y el Infierno —el mundo subterráneo descrito como «tierra sombría»-, al que llegaban los difuntos después de la muerte. Era accesible desde la superficie de la tierra a través de las cavidades naturales que conducen hacia las profundidades: pozos, pantanos, cascadas, grutas y otros agujeros (como las dos cámaras de Nişantepe en Hattusa). Estos lugares podían servir como espacios para los rituales relacionados con las deidades infernales. Como su nombre indica, la tierra sombría se veía como un mundo poco atractivo en el que los muertos llevaban una existencia lúgubre.
Los textos hititas parecen fuertemente influidos por las creencias mesopotámicas en el más allá, por lo que resulta difícil determinar en qué medida reflejan las creencias populares locales. Al igual que los habitantes del país de los dos ríos, los hititas pusieron el inframundo bajo la protección de la diosa Sol de la Tierra (la diosa Sol de Arinna) que recoge aspectos de la antigua diosa hatti Wurusemu. Esta se asoció a Lelwani, otra gran divinidad infernal hatti, y asimilada a sus equivalentes sumeria y hurrita Ereshkigal y Allani. El mundo infernal anatolio estaba poblado de otros dioses, sirvientes de esta reina del Infierno, en particular por unas diosas que hilaban la vida de los hombres igual que las moiras de la mitología griega o las parcas de la romana.
Las prácticas funerarias conocidas son principalmente aquellas que conciernen a los reyes y a los miembros de la familia real que se beneficiaron de funerales fastuosos y del ancestral culto a los muertos. No se ha descubierto ninguna tumba real. Los soberanos y sus familias eran incinerados y sus restos eran sin duda depositados en su lugar de culto funerario llamado hekur. Quizá tengamos un ejemplo con la cámara B de Yazilikaya, que habría servido entonces para el culto funerario de Tudhaliya IV y cuyos bajorrelieves podrían representar a las divinidades infernales. Se ofrecían sacrificios regulares a los reyes y miembros de la familia real difuntos y sus templos funerarios eran ricas instituciones dotadas de tierras y personal, como en los grandes templos. Esta práctica de culto a los antepasados probablemente existía también entre el pueblo, con el objetivo de asegurarse de que los muertos no volvieran para atormentar a los vivos bajo la forma de fantasmas (GIDIM). Si era necesario, podían ser expulsados mediante exorcismos.
Los cementerios anatolios del segundo milenio antes de Cristo datan principalmente en la primera mitad de este periodo, correspondiente a la época de las colonias asirias de mercaderes y al antiguo reino hitita. Pocos cementerios del periodo del Imperio hitita se han sacado a la luz. El más importante es el de Osmankayasi situado cerca de Hattusa. Estos cementerios documentan las prácticas funerarias de las clases media y baja de la sociedad hitita. La inhumación e incineración coexisten, pero la segunda tiende a aumentar en el transcurso del periodo. Los enterramientos podían hacerse en tumbas de cista (sin duda para los más ricos), en simples fosas o en grandes jarras llamadas con la palabra griega pithos (para los menos ricos). La mayoría de las tumbas conocidas están situadas en las necrópolis, pero algunas de ellas se encuentran en el interior de los muros de las ciudades, debajo de la residencia de la familia del difunto, como también es común en Siria y Mesopotamia.  
Empezaremos resumiendo en unos puntos lo que sabemos gracias al estudio de los documentos cuneiformes y de los monumentos hititas:
Primero: En el segundo milenio antes de J. C, Hatti fue una gran potencia durante algunos siglos. Su incontestable superioridad militar y su gran habilidad diplomática, caracterizada por su política en materia de tratados y de enlaces matrimoniales, les permitió a los hititas no sólo realizar sus numerosas conquistas, sino, lo que es más, mantenerlas. Aun cuando no fueran los inventores del carro de combate ligero, lo perfeccionaron y lo utilizaron con gran éxito.
Segundo: Su forma de Gobierno era una federación de Estados sometida a una autoridad central. El «Imperio» comprendía, además del núcleo hitita, innumerables regiones pobladas por grupos étnicos de naturaleza, mentalidad y origen distintos, unidos unos a otros por medio de tratados. Todos los miembros de la federación se beneficiaban de los privilegios inherentes a la superioridad militar y económica del pueblo hitita dominante.
La monarquía, ya lo hemos visto, no era absoluta, sino constitucional, y el rey era en cierto modo responsable ante el «Pankus» o consejo de los nobles. Es muy significativo que su papel en el gobierno se basara en un concepto del Estado y no en la consolidación casual que requiere una oligarquía.
Tercero: El orden social hitita no era rígido, y entre las clases de la sociedad hitita no existían barreras. Prevalecía un sistema feudal en el cual incluso los esclavos disfrutaban de unos derechos netamente definidos.
Los deberes morales y éticos de los ricos desempeñan un gran papel en el código hitita. Considerada desde nuestro punto de vista occidental moderno, la organización social hitita llegó a su mayor grado de perfección en el segundo milenio antes de J. C.
Cuarto: El orden social estaba basado en una legislación humana que difería considerablemente de la de los demás países orientales. Su código prevé el derecho a la reparación de los agravios o perjuicios injustamente causados e ignora en cambio totalmente la ley del Talión, entonces en boga.
Estas características del imperio hitita contrastan singularmente con las otras estructuras políticas orientales del segundo milenio antes de J. C. Incluso si, como hemos dicho, juzgamos al Imperio hitita desde nuestro punto de vista occidental y moderno, en lugar de hacerlo en términos de relatividad cultural, nuestro veredicto será forzosamente muy favorable. A ello se debe la tendencia de atribuir estas características «progresivas» al hecho de que la clase dirigente hitita era indoeuropea.
Pero hay otros aspectos muy importantes que no debemos silenciar si queremos hacernos una idea cabal de la cuestión.
Quinto: La nación hitita no estaba unida por una sola lengua, pues ya hemos visto que sólo en Bogazköy se encontraron inscripciones en ocho lenguas diferentes, cuatro de las cuales, por lo menos, eran utilizadas corrientemente. Tampoco disponía de una escritura unificada. Los jeroglíficos, empleados durante el período imperial exclusivamente para la redacción de textos religiosos y de las inscripciones reales (incluso en caracteres cursivos), fueron inventados probablemente por los hititas, pero fueron utilizados corrientemente sobre todo en las ciudades-Estados del primer milenio, o sea después de la caída del Imperio. La escritura cuneiforme de que se servían las más de las veces los hititas se la tomaron a los asirios.
Sexto: El Imperio hitita no se encontraba unido por una religión única («Los hititas tienen mil dioses»), sino que coexistían muchas religiones mezcladas a innumerables cultos nacionales y locales. Los hititas eran muy tolerantes en materia religiosa; es un principio sensato desde el punto de vista político, si se quiere, pero muy discutible desde el punto de vista cultural, por cuanto la diversidad de creencias en un mismo país constituye un estorbo a la formación de una subestructura espiritual homogénea.
Séptimo: Las artes plásticas hititas durante el período imperial muestran una cierta propensión a la monumentalidad, pero con evidente descuido de la forma. Los escultores se dejan llevar de la fantasía, y si la piedra no cede fácilmente al cincel, se tira a un lado y se echa mano de otro bloque. Se empleaban, unos juntos a otros, relieves a medio terminar con los que ya lo estaban, los viejos con los recientes, sin que jamás se considerase la escritura como motivo de adorno. Cuando era precisa alguna inscripción, se colocaba en donde quedaba sitio. Así sucedía incluso en Yazilikaya, donde, por lo menos en la procesión de los dioses, se advierte un prurito de superación en la expresión de la forma plástica. Podría ser que este templo fuese obra de los hurritas; vemos que varios de los jeroglíficos corresponden a nombres hurritas. De todos modos podemos afirmar que el santuario de Yazilikaya, situado en las cercanías de la capital, no es un ejemplo típico del arte hitita, sino algo único en su género. Como regla general, el arte hitita posee ciertas peculiaridades bastante bastas (con evidentes influencias hurritas y luego asirias), y carece de un estilo propio.
Octavo: La arquitectura hitita difiere claramente de todas las demás de la época. Mientras los otros pueblos levantaban sus edificaciones casi siempre alrededor del templo, para los hititas, pueblo guerrero por excelencia —y esto también vale para Bogazköy—, el centro lo constituye la ciudadela y su recinto amurallado.
Pero, al propio tiempo, los arquitectos hititas demuestran en la construcción de sus ciudadelas una gran inconsecuencia, pues a costa de un esfuerzo digno de titanes, apilaron enormes bloques de piedra en la cresta de un barranco que ya sin ellos nadie hubiera podido escalar, mientras que por otro lado, en el que la pendiente era mucho menos escarpada, cubrieron el exterior de las murallas con losas lisas.
La segunda vez que estuve en Bogazköy observé cómo unos muchachos turcos, estimulados por una buena propina, escalaban ágilmente por las losas. Esto todavía debía haberles sido más fácil a los guerreros descalzos de la antigüedad. Y, ¿qué decir de las absurdas poternas, militarmente hablando, esos túneles de 70 metros de largo que cruzando bajo las murallas desembocaban en la llanura donde acampaba el enemigo, o de esas escaleras que invitaban a descender al pie de la fortaleza, o a asaltarla?
La disposición de la ciudadela de Bogazköy parece un juego de niños, y tan carente de estilo como los bajorrelieves que adornan sus puertas y las esculturas que montan la guardia en las vías de acceso al recinto.
Debo hacer observar, sin embargo, que hasta ahora no se había estudiado la importancia militar de las fortificaciones hititas, y sólo el holandés Kampman, que lo ha intentado, se ha limitado a unas descripciones generalizadas. Hasta ahora nadie ha señalado tampoco la curiosa desproporción que existe entre los cimientos ciclópeos del templo I de Bogazköy, pongamos por caso, y las posibilidades arquitectónicas sumamente limitadas que resultan del empleo, sobre tales cimientos, de barro y de madera en la construcción de los edificios.
Noveno: Con la sola excepción de las sorprendentes Oraciones en tiempo de la peste, de Mursil, en parte alguna encontramos rastros de una literatura hitita. Puede objetarse que tal vez no se haya todavía dado con ella, pues los hititas no sólo escribían sobre piedra y arcilla, sino también sobre planchas de madera, de plomo y de plata, las cuales pueden haberse perdido para siempre; pero esto no es una razón concluyente. Por lo menos se hubiera topado con alguna alusión entre la gran cantidad de documentos exhumados. Los únicos textos de esta especie que se han encontrado en Bogazköy son los fragmentos de la epopeya de Gilgamesh, pero se da el caso de que esta epopeya no es hitita, sino de origen babilónico.
Décimo: Queda todavía por elucidar un punto que interesa especialmente a los prehistoriadores. Precisemos, para empezar, que puesto que nos ocupamos en escribir la historia de una civilización, consideramos como superada la división de la prehistoria en Edad de Piedra, Edad de Bronce, etc. Por consiguiente, no es de gran importancia histórica la afirmación de que los hititas conocieron el hierro muy pronto, quizá ya en tiempos de Labarna. Incluso parece que alrededor de 1,600 años antes de J. C. los hititas poseyeron algo así como el monopolio de la producción del hierro. Pero la función histórica de un nuevo material, contrariamente a lo que se creyó durante mucho tiempo, no coincidía entonces con su descubrimiento. En otras palabras: no debe creerse que también entonces bastaba descubrir un nuevo material para influir inmediatamente en el curso de la historia gracias a su utilización en forma de arma nueva. Si, como todo lo hace suponer, hemos leído y traducido correctamente por «hierro» la palabra «amutum» de los textos de Kultepe, poseemos la prueba de que el hierro era cinco veces más caro que el oro y cuarenta veces más que la plata. De modo que durante varios siglos el hierro debió de ser un objeto de lujo rarísimo, y buena prueba de ello la tenemos en las cartas que los faraones dirigían a los reyes hititas para pedirles hierro. También sabemos que tales demandas fueron desdeñosamente denegadas. El hierro era, pues, un metal precioso, con el que se fabricaban armas de adorno, pero no armas de guerra, y según parece esas primeras armas de hierro no podían competir, ni con mucho, con las de piedra y de bronce que habían demostrado plenamente su eficacia en el campo de batalla.
La verdadera «Edad de hierro» no empezó hasta mucho más tarde, y la iniciaron probablemente los «pueblos del mar», los mismos que destruyeron al Imperio hitita y lo borraron tan completamente del mapa que desapareció durante muchos siglos.
Antes de sintetizar los puntos que hemos expuesto, conviene hacer una advertencia.
Al intentar imaginarnos lo que era realmente la civilización hitita, corremos el riesgo de que nos desoriente el hecho de que la mayoría de las esculturas gracias a las cuales hemos podido formarnos una idea de aquel pueblo proceden de una época en que el Imperio de Hatti hacía quinientos años que ya no existía.
Las mejores representaciones de la vida de los hititas no las encontramos en los monumentos de la edad imperial, sino en los innumerables relieves y esculturas descubiertos en las ciudades-estados de Carquemis, Sendjirli, etc., y también en el Karatepe, las cuales sobrevivieron a la caída del Imperio. Estas obras de arte pertenecen al período comprendido entre los años 800 al 700 antes de J. C.
De ningún modo debemos seguir la tendencia general que hasta hace poco consideraba estas esculturas neohititas como características del arte y del pueblo hitita.
Lo que en realidad presentan estas esculturas no es sino un reflejo provincial de la grandeza hitita ya desaparecida. No hacen sino mostrarnos a unos soberanos apacibles y a unos súbditos satisfechos, gente obesa y despreocupada, tanto los de arriba como los de abajo. En ningún otro de los monumentos del antiguo Oriente encontramos una tal profusión de animales y niños. Los monumentos hititas están literalmente llenos de ellos. La imagen del rey Asitawanda, tal como nos aparece en un relieve del Karatepe, o sea la de un personaje jovial, gran amigo del vino, de las mujeres y de las canciones, puede que sea la de un verdadero padre de su pueblo, pero jamás la de un soberano autoritario. ¿Debemos colegir que también Mursil, el conquistador de Babilonia, o Shubiluliuma, el forjador genial del Imperio, o Muwatalli, el vencedor de Ramsés, tenían esa facha?
El término «Imperio hitita» designa exclusivamente al gran reino de Hatti que hizo sentir su influencia en la historia del Asia Menor y en la del Próximo Oriente desde el siglo XVIII al XII antes de J. C. y únicamente pueden considerarse como genuinamente hititas los vestigios contemporáneos a la época del Imperio. Todos los demás tienen un valor muy relativo.
El diario londinense The Times publicó en diciembre de 1954 un artículo consagrado a las excavaciones anglogermanas de Nimrud-Dagh, en Commagena, dirigidas por Miss Teresse Goell y el doctor Friedrich Karl Dörner, y en él se afirma que todavía en el siglo I antes de J. C. se hacía sentir la influencia hitita en la estatuaria de aquella región. Esta afirmación no deja de ser muy interesante en sí, pero carece de verdadera importancia porque no aduce ningún elemento nuevo susceptible de aumentar los conocimientos que poseemos de la «naturaleza» hitita.
Sí nos contentamos con los vestigios contemporáneos a la gran época del Imperio de Hatti y tenemos en cuenta los diez puntos que hemos enumerado, puede definirse así el papel histórico desempeñado por los hititas:
En el II milenio antes de J. C. existió un Imperio hitita, pero no por eso puede hablarse de una cultura hitita. El genio de la raza se debilitó hasta agotarse en la dominación y en la administración de las tribus heterogéneas del Asia Menor que formaban parte de la federación imperial.
No es por casualidad que conocemos por el nombre de «imperio» al reino de Hatti. Hace unos setenta años se lo dieron por primera vez dos ingleses, Whright y Sayce, imbuidos del espíritu imperial británico del siglo XIX. Deber vivido en el siglo XX, tal vez hubieran escogido el término de «Commonwealth», sin duda alguna mucho más adecuado y conforme a la realidad.
Sí, habida cuenta de lo que precede, echamos una ojeada a los seiscientos años que duró la dominación hitita, nos damos cuenta de que no se puede hablar tampoco de una historia hitita propiamente dicha. La historia, que supone evolución orgánica y lógica, unidad espiritual y elaboración progresiva de un estilo y de las formas de expresión artísticas, es sinónimo de cultura, como en el caso de los Imperios contemporáneos de Egipto y Babilonia. Pero este tipo de cultura no se da en el Imperio hitita. Durante seiscientos años hubo ciertamente variaciones y peculiaridades estilísticas hititas, pero no hallamos huella alguna de una evolución orgánica.
El Imperio hitita del segundo milenio antes de J. C. es el fenómeno político más sorprendente y el más grandioso de la historia antigua, pero en el plano cultural, contrariamente a lo que suponían muchos arqueólogos en un principio, cegados por el entusiasmo del descubrimiento, su papel como puente o lazo de unión entre Mesopotamia y Grecia carece totalmente de importancia.
Es verdad que Bossert no piensa así. En su opinión los hititas ejercieron realmente una extraordinaria influencia sobre la Grecia primitiva.
Los griegos deben a los hititas los nombres de algunos de sus dioses; existen indicios de que lo propio sucede con la forma de los cascos de sus guerreros, y con un determinado instrumento musical, pero esto es bien poco para que pueda hablarse de una verdadera influencia.
De un Imperio como el hitita podía esperarse todo, de no haberse producido la invasión «de los hombres del mar», que lo sumergió en el olvido hacia el año 1200 antes de J. C.
Pero de nada sirve preguntarse: «¿Qué hubiera sucedido si...?», pues en materia de ciencia histórica las hipótesis carecen de valor. 

Batalla de Kadesh
No cabe la menor duda de que podemos calificar de «batalla de importancia mundial» la que opuso el año 1296 antes de J. C., en Kadesh, al faraón Ramsés II y el rey hitita Muwatalli, así como el séquito de sus aliados asiáticos. Tanto si de ella hubiera salido vencido Ramsés como Muwatalli, incluso de haber quedado indeciso el resultado, en todos los casos en ella se hubiera decidido el futuro de Siria y de Palestina, y por ende hubiera quedado muy afectado el equilibrio de fuerzas entre Hatti y Egipto, pues no hay que olvidar que en aquel entonces la historia del mundo se escribía en el espacio comprendido entre el Tigris y el Nilo. Sobre su importancia histórica, la batalla librada a orillas del río Orontes tiene para el investigador un interés especial, por cuanto es la primera batalla de la historia que se ha podido reconstruir en todos sus detalles, y cuyo corolario fue la conclusión del primer tratado de paz que nos ha legado la Antigüedad; un pacto que en materia de clarividencia y de sabiduría política está muy por encima de muchos de los que han sido concertados entre naciones del siglo XX después de J. C.
El llamado Poema de Pentaur es un largo relato de la batalla que Ramsés II escribió o -más probablemente- hizo escribir con posterioridad al combate. Se trata de una larga inscripción monumental, de la cual existen ocho copias perfectamente conservadas en varios templos y monumentos de la XIXª Dinastía. Ramsés II convirtió la batalla en un tema principal de su reinado, por lo que su descripción está presente en forma de bajorrelieve en muchos de los templos que mandó construir.
Cuando este poema fue descubierto, algunos egiptólogos entusiasmados celebraron a su presunto autor como al Homero de Egipto, comparando su obra a la Iliada, sin que a ninguno de ellos, ante las alabanzas desmedidas contenidas en el texto se le ocurriera someterlo a una crítica severa, lo que les hubiera permitido reparar no solamente en las exageraciones, sino, sobre todo, en las contradicciones y los errores, harto ostensibles, por cierto. Hoy podemos afirmar, con conocimiento de causa, que las crónicas inspiradas por Ramsés no son más que unas escandalosas falsificaciones de la historia y constituyen el primer ejemplo del género que haya llegado hasta nosotros. Sin necesidad de haber seguido las huellas ni sufrido la influencia de ningún «ministro de propaganda», Ramsés pasó de golpe a maestro en el arte de la superchería, con el éxito que todos sabemos, puesto que su versión de la batalla de Kades ha sido considerada como auténtica durante más de tres mil años.
Informe militar de la batalla, el Boletín de Guerra, al igual que el anterior, se encuentra totalmente conservado y se hallan siete copias del mismo en forma de bajorrelieve -junto al poema- en el Ramesseum, el Templo de Luxor, Abydos, Karnak y Abu Simbel.
La batalla de Kadesh había tenido un preámbulo y fue el resultado necesario, natural y lógico de varios años de política de agresión, cuyos promotores eran, ora los faraones, ora los hititas o sus aliados. Estos prolongados conflictos, siempre sangrientos y atroces, tuvieron mucha más importancia de la que se han dignado atribuirles los egiptólogos, los cuales, deslumbrados por el inmenso poderío del Imperio faraónico, los designan despectivamente con el nombre de escaramuzas fronterizas, cuando en realidad tuvieron más trascendencia que «una guerra de Treinta años». Una y otra vez fueron devastadas Siria y Palestina, las ciudades fronterizas arrasadas, los habitantes pasados a cuchillo o expulsados. No se trataba únicamente de una mera cuestión de fronteras, sino, por encima de todo, de la dominación del litoral del Mediterráneo oriental.  

Contexto histórico
La importancia de Siria
Restos de Ugarit. 

Punto de encuentro, cruce y negociación del tráfico y comercio de su tiempo, y área dotada de inconmensurables recursos naturales, Siria era la encrucijada mercantil, cultural y militar del mundo antiguo. No sólo producía ingentes cantidades de trigo, sino que por allí pasaban las mercancías provenientes de los buques que cruzaban el Egeo y los de lugares más lejanos, que llegaban al Asia Menor por el puerto de Ugarit, especie de Venecia antigua que dominaba el comercio del Mediterráneo oriental, y se encontraba, precisamente, ubicada en Siria. Los derechos aduaneros que percibiría quien dominase la región eran enormes; sumados a su estratégica posición militar, la producción agropecuaria y los derechos de tráfico y exportación, convertían a la zona en una de las de mayor importancia estratégica del mundo antiguo.
Por la zona viajaban vidrio, cobre, estaño, maderas preciosas, joyas, textiles, alimentos, artículos de lujo, productos químicos, loza y porcelana, herramientas y metales preciosos. A través de una telaraña de rutas comerciales que comenzaban y terminaban en Siria, esas mercancías se distribuían por todo el Medio Oriente, mientras que otros productos llegaban allí desde sitios tan apartados como Irán y Afganistán.
Pero Siria sufría la desventaja de encontrarse en medio de las dos grandes potencias políticas y militares de su época: el imperio egipcio y Hatti, el inmenso Imperio hitita. Como es obvio, ambos ambicionaban dominar Siria para explotarla en su propio provecho. De hecho, hoy se considera que, hace 3300 años, el mero hecho de controlar la tierra siria significaba el automático ascenso de cualquier nación a la exclusiva élite de quienes merecían llamarse "potencia mundial". Así parecieron entenderlo Mittani primero, Hatti y Egipto más tarde, y Asiria y Nabucodonosor al final.
Es comprensible, por tanto, que Mittani, Hatti y Egipto derramaran, durante los siglos anteriores a Qadesh, verdaderos océanos de sangre en sus desesperadas tentativas de dominar la región, proporcionando así un violento escenario general donde se moverían los factores concretos que desembocarían en la batalla. 

Antecedentes
Dos generaciones antes de Ramsés, el decorado había sido diferente: las potencias dominantes en la región no eran Egipto y Hatti sino Egipto y el gran reino de Mittani. Tutmosis IV (1425-1417 a. C.) había logrado formalizar una paz duradera, consciente de que, habiendo dos reinos grandes y muchos pequeños en la zona, los dos poderosos sólo podrían dominar a los demás si no guerreaban entre sí.
El Creciente fértil en esta época: Egipto (verde claro), zonas de influencia egipcia (verde oscuro), Hatti (amarillo) y Mittani (rojo). Asiria (gris) comenzaba a expandirse. 

Conocedor de este hecho, el poderoso rey hitita Suppiluliuma I comprendió que, para llegar a ser uno de los dos grandes, debía destruir al más débil de ellos y reemplazarlo. Inició así un proyecto a largo plazo de destrucción completa y sistemática de Mittani, prestando particular atención al proyecto de erradicarlo de sus posiciones militares, comerciales e industriales del norte de Siria.
Los faraones Tutmosis III y su hijo Amenofis II no reaccionaron ante este hecho, porque Mittani llevaba dos siglos quitándoles territorios sirios, y pueden haber creído que todo lo que fuese malo para su enemigo sería bueno para ellos.
Así las cosas, el rey de Mittani, Shaushtatar, decidió acercarse a Egipto para ver si la agresividad de los hititas se detenía. No quería verse obligado a luchar una guerra en dos frentes, contra los egipcios al sur y contra los hititas al este. Ofreció a los egipcios un tratado de "hermandad" que fue aceptado, y sus emisarios llegaron a Egipto en el año décimo del reinado de Amenofis (1418 a. C.) con tributos y saludos para el faraón. 

Alianza entre Egipto y Mittani
Los sucesores de Amenofis II y Shaushatar -Amenofis III y Artatama I- formalizaron por fin el pacto, añadiendo una unión de sangre a la amistad política entre Mittani y Egipto: el emperador egipcio se casó con la hija del rey mittano, Taduhepa.
Logrados todos los objetivos de unidad, no agresión y libre comercio, llegó el momento de demarcar minuciosamente las fronteras entre ambos imperios, que consistían, precisamente, en la Siria Central, en territorios ambicionados por ambos y también por los hititas.
Por medio de un tratado de límites -que nunca ha sido hallado-, Artatama reconocía los derechos egipcios sobre el reino de Amurru, el valle del río Eleuteros y las ciudades de Qadesh (la nueva, sobre un promontorio estratégico, y la vieja a su lado, en el llano).
Para compensar estas cesiones, Amenofis renunciaba para siempre a los territorios entonces mittanos pero que habían sido egipcios por virtud de las conquistas de los grandes faraones guerreros de la XVIIIª Dinastía: Tutmosis I y Tutmosis III.
El tratado fue tan satisfactorio para ambas partes, que a partir de su formalización siguieron más de dos siglos de paz y prosperidad, de respeto y de amistad mutua. La estabilidad de esas fronteras duró tanto que quedaron impresas en las mentes de todos los que habitaban la región como límites estáticos e imposibles de modificar.
La fructífera diplomacia de Amenofis III eliminó a los hititas de la ecuación: Hatti había vuelto a ser un "pequeño reino" entre las grandes potencias. Los dividendos de la paz fueron tan grandes, y tan poderosos se hicieron Mittani y Egipto, que nadie en Hatti podía soñar en desbancar a ninguno de los dos. Sumado esto a la amenaza de una tercera potencia que se alzaba a sus espaldas, en oriente -la Asiria kasita-, los hititas se vieron forzados a aceptar su papel de figurantes en la gran obra de crecimiento que protagonizaban las tres potencias que dominaron el mundo durante los dos siglos siguientes: asirios, egipcios y mitanos. 

La estratégica región de Amurru y Qadesh
Amurru era el nombre con que los egipcios llamaban coloquialmente al estratégico valle del Eleuteros, especie de pasillo terrestre que les permitía alcanzar desde la costa y sus puertos las posiciones avanzadas en la Siria Central, localizadas en las riberas del río Orontes. Amurru era, pues, vital para los faraones.
Pero Amurru no era importante solo para el comercio y la paz: los reyes anteriores habían debido mantener el paso abierto para poder enviar a sus ejércitos al norte para hacer la guerra a Mittani. Y sucedía que, para mantener el paso de Amurru a su disposición, Egipto debía dominar la ciudad de Qadesh, sobre el Orontes. Caída Qadesh, caería Amurru y el comercio y las comunicaciones egipcias se verían anuladas por entero. Este solo hecho es la justificación de toda la guerra siria de Ramsés, y de los esfuerzos de sus predecesores para mantener la zona en sus manos.
La muy precisa demarcación de los límites entre Hatti y Egipto, consecuencia del tratado de dos siglos antes, y la paz subsiguiente, posibilitaron el establecimiento de numerosos reinos o estados "intermedios", vasallos de uno u otro de los poderosos imperios, que se comportaban como los modernos "países satélites" que poblaron Europa y Asia en el siglo XX.
Estos satélites suavizaban las posibles tensiones entre ambos, convirtiéndose en "lubricantes" o intermediarios que, por interés propio, hacían lo que estaba en sus manos para mantener la paz y la concordia. Al ser estados fronterizos, débiles militarmente pero ricos y ubicados en posiciones estratégicas, sus gobernantes tenían claro que serían los primeros en desaparecer si estallaba un conflicto. Sin ambiciones territoriales aparte de las relativas a su propia supervivencia, los estados satélites tenían mucho que perder y nada que ganar en caso de una confrontación militar en la región.

Los reinos amorreos
Sin embargo, el reinado de Amenofis III vio el nacimiento de un nuevo poder emergente: una extraña unidad política que se autodenominó "reino de los Amurru" (o Amorreos) y que comenzó de inmediato a causar problemas.
Este reino no existía en el momento de la delimitación de las fronteras, pero caía del lado egipcio, por lo que los hititas no le reconocieron soberanía ni entidad jurídica de país independiente. Un dirigente llamado Abdi-Ashirta, y más tarde su hijo Aziru, comenzaron a organizar la heterogénea constelación de tribus que poblaban el lugar, y, con cierta pericia, lograron cohesionarlos en una estructura política que dominó, a fines del siglo XIV a. C., todo el territorio crítico, es decir, el ubicado entre la playa mediterránea y el río Orontes.
No conformes con esto, Abdi-Ashirta y Aziru lograron expandir las fronteras de su pequeño reino, explotando la indiferencia que la corte egipcia manifestaba respecto de la región. Los estados vecinos, que veían menguar sus fronteras a expensas de las ambiciones expansionistas amorreas, recurrieron al faraón para solicitarle que, mediante el envío de tropas, impusiera disciplina a su vasallo, a lo que el emperador se negó.
Finalmente, fue Mittani el que se vio afectado por el despojos territorial, y este reino no tenía por costumbre permanecer impávido ante las invasiones. Mittani envió una expedición para destruir el poder amorreo -se cree que Abdi-Ashirta murió en este conflicto- y logró su objetivo, pero el daño ya estaba hecho. Como era de esperar, las tropas mittanas no se retiraron tras la destrucción de Amurru, y el faraón, que no podía tolerar que uno de sus poderosos vecinos tuviese tropas estacionadas en su territorio, se vio forzado a emprender, también él, acciones militares.
Amenofis envió al ejército para desalojar a los mittanos, y este movimiento representó el fin de dos siglos de paz y la licuefacción de las fronteras dibujadas con tanto trabajo y mantenidas con semejante esfuerzo. Fue, también, el inicio de la controversia que culminaría en el campo de batalla de Qadesh.
Suppiluliuma I el Grande desde el mismo día de su ascensión demostró que su principal interés era obtener y conservar el control hitita de la Siria Norte y Central. De inmediato atacó a Mittani y le arrebató los reinos de Alepo, Nuhashshe, Tunip y Alalakh. Este conflicto se conoce como Primera Guerra Siria.
Diez años más tarde, Mittani intentó recuperarlos por la fuerza. Suppiluliuma consideró que esta iniciativa lo habilitaba a volver a atacar, y así la Segunda Guerra Siria llevó destrucción y caos al reino vecino. Waššukanni, capital y principal ciudad del reino de Mitanni, fue saqueada e incendiada. Los hititas cruzaron el Éufrates y, virando al oeste, capturaron Siria, algo que hoy se cree fue siempre su verdadero objetivo.
Hatti formalizó tratados con los reinos ex-mitanios capturados, los declaró vasallos suyos y ocupó el sur, llegando hasta Carchemish y haciéndose dueña -además de los nombrados- de los estados vasallos de Mukish, Niya, Arakhtu y Qatna.
Amenofis IV Akenatón.

Mientras tanto, en su palacio de Akenatón, el joven faraón Amenofis IV, que pasaría a la posteridad con el nombre de Akenatón, miraba el imparable avance hitita con aparente desinterés. Muchos historiadores le imputan el hecho de haber tolerado la caída de la importante ciudad comercial de Ugarit y del baluarte estratégico de Qadesh sin haber intervenido para evitarlo ni para recuperarlas más tarde.
La teoría moderna explica, en parte, la actitud de Akenatón: vistas desde El Amarna, Qadesh y Ugarit quedaban fuera de las nuevas fronteras establecidas para el territorio egipcio, lo que convertía su conquista o pérdida en un asunto exclusivo del conflicto mittano-hitita, en el que Egipto no intervendría mientras pudiese evitarlo. El faraón tenía ya suficientes problemas con su resistida reforma al sistema de creencias y la conversión de Egipto a una religión monoteísta como para preocuparse por lo que para él eran pequeñas aldeas situadas a más de 800 km de distancia. Además, Suppiluliuma le había dejado en claro que Hatti no traspondría las fronteras, y que la paz entre egipcios e hititas estaría asegurada mientras él viviese.
De hecho, la conquista hitita de Qadesh había sido consecuencia no deseada de un imponderable: nunca había estado en la mente de Suppiluliuma atacar a un estado vasallo de Akenatón. Lo que sucedió fue lo siguiente: el rey de Qadesh, obrando por cuenta propia y sin consultar a Amarna, había obstruido el paso a las tropas hititas por el valle del Orontes, obligando a Suppiluliuma a atacarlo y capturar su ciudad. El rey y su hijo Aitakama fueron llevados como prisioneros a la capital hitita de Hattusa pero Suppiluliuma, hábilmente, pronto los devolvió sanos y salvos para no dar una excusa que hiciese a Akenatón poner en marcha la temible maquinaria de guerra nilótica.
Suppiluliuma restauró, tras la guerra, el estatus de vasallo egipcio al reino de Qadesh y, durante un tiempo, todo pareció regresar a la normalidad.
Pero a la muerte de su padre y una vez coronado rey, el joven Aitakama comenzó a comportarse como si en realidad fuese un agente hitita. Algunos reyes vasallos vecinos notificaron a Akenatón sobre su conducta, que consistió básicamente en adelantarles que atacaría a la ciudad de Upe (otro importante vasallo egipcio y, por lo tanto, su igual), "sugiriéndoles" que lo apoyaran en esa campaña.
Una vez más, Egipto decidió no intervenir. En lugar de enviar al ejército e imponer el orden por la fuerza, Akenatón se comunicó con Aziru, rey de Amurru, y le ordenó proteger los intereses egipcios en la región, defendiéndolos de la voracidad de Aitakama.
Fiel al estilo de su padre, Aziru aceptó el oro y los suministros del faraón pero, en lugar de usarlos según le había sido mandado, los invirtió en comenzar su propio proceso expansionista a expensas de sus vecinos.
Enterado de que Aziru de Amurru tenía en su corte una misión diplomática de Hatti, Akenatón comprendió que el tiempo de las palabras había pasado por fin: con Qadesh en el bando hitita y Amurru negociando con el enemigo estratégico de Egipto, era el momento de adoptar una solución militar.
Aunque no se encuentran documentos que lo prueben, hoy se cree que el faraón envió un ejército que fue derrotado. A partir de entonces la recuperación de Amurru, Qadesh y el valle del Orontes se convirtió en un objetivo prioritario para los restantes faraones de la XVIIIª Dinastía y comienzos de la XIXª.
De tal forma, la estratégica zona quedó bajo el dominio hitita hasta que Ramsés se decidió a recuperarla.
Tras las muertes de Akenatón y de su hijo (o medio hermano, según otras fuentes) Tutankamon, Egipto se vio envuelto en una sucesión de tres dictaduras militares conducidas por jefes del ejército. Esta situación, que se prolongó durante treinta y dos años, fue consecuencia del caos institucional heredado tras la tentativa de reforma social y religiosa de Akenatón. Cualquier ambición de estos tres generales de recuperar Siria debió ser postergada por causa de la más terrible y urgente necesidad de apaciguar el ámbito interno de la nación, amenazado por la guerra civil.
Seti I.

Sin embargo, el último de los tres, Horemheb, dejó bien establecida cuál sería la postura egipcia en relación con Amurru de ahí en adelante: se abandonaría la política de gobierno indirecto a través de los reyezuelos vasallos de la región, y se implementaría una ocupación militar en toda regla.
Al iniciarse tras él la XIXª Dinastía, su sucesor, Ramsés I y más tarde el hijo de éste, Seti I, quisieron recuperar las zonas disputadas. Seti I emprendió de inmediato (en el año 2 de su reinado) una campaña que era una imitación de las de Tutmosis III. Se puso a la cabeza de un ejército que se dirigió al norte, con el objetivo de "destruir las tierras de Qadesh y Amurru", como explica con crudeza su monumento militar en Karnak.
Seti logró recapturar Qadesh, pero Amurru se mantuvo del lado hitita. El faraón siguió al norte y se enfrentó a un ejército de leva hitita, que fue fácilmente destruido. Hatti no le opuso fuerzas más conspicuas porque en ese momento su ejército profesional se hallaba empeñado contra los asirios en la frontera oriental.
La solución fue temporal, no obstante: a la fecha de la muerte de Seti I (1279 a. C.), Qadesh estaba nuevamente en manos hititas, y la situación se mantendría en equilibrio inestable durante cuatro años más. Para ese entonces, había ya dos nuevos reyes sentados en los tronos de los reinos enfrentados.
En 1301 a. C., Ramsés II, hijo de Seti I, tomó una decisión drástica: para mantener Siria necesitaba Qadesh, y ésta no se sometería a un mero mensajero. Se dirigió al norte, por lo tanto, con un gran ejército, para recibir personalmente el juramento de lealtad del rey amorreo, Benteshina, "motivado", tal vez, por la sombría visión de miles de soldados escoltando al faraón. Está bastante claro que la intención de Ramsés II era someter a Qadesh, de grado o por la fuerza.
Hatti tenía un nuevo rey, el inteligente y astuto Muwatalli II. Muwatalli no ignoraba las intenciones del joven Ramsés, y tampoco olvidaba que para Egipto era imperioso dominar Qadesh si quería recuperar alguna vez el control sobre Siria. En tales circunstancias, comprendía que estaba obligado a actuar. Si Benteshina era secuestrado o dominado por Egipto y si Amurru caía en manos del emperador del Nilo, los hititas se exponían a perder todo el centro y norte de Siria, incluyendo puntos neurálgicos de su estrategia como Alepo y Carchemish.
Sin embargo, los hititas podían ahora concentrarse en un solo frente, porque tratados recientes habían eliminado la amenaza asiria a sus espaldas. De modo que en el verano de 1301 a. C., Muwatalli comenzó a organizar un gran ejército que, esperaba, pondría fin a la campaña egipcia. El campo de batalla estaba muy claro para ambos comandantes: lucharían bajo las murallas de Qadesh. Egipto y Hatti se enfrentarían de una vez por todas en un combate definitivo, una enorme batalla que, por fin, definiría si Siria quedaría bajo el dominio faraónico o hitita. 

Ejército hitita
Lo que actualmente se conoce como ejército hitita era, en realidad, la fuerza armada de una enorme confederación reclutada en todos los rincones del gran imperio. Estaba compuesta por tropas de Hatti y de otros diecisiete estados vecinos o vasallos. En la tabla siguiente se muestran los mismos con sus comandantes (cuando se conocen sus nombres) y las tropas aportadas por cada uno de ellos.
Reino
Comandante
Aporte al ejército
Hatti
Muwatalli I
500 carros y 5000 infantes
Hakpis
Hattushillish
500 carros y 5000 infantes
Pitassa
Mittanamuwash
500 carros y 5000 infantes
Wilusa, Mira y Hapalla
Piyama-Inarash?
500 carros y 5000 infantes
Masa, Karkisa y Arawanna
Desconocido
200 carros y 4000 infantes
Kizzuwadna
Desconocido
200 carros y 2000 infantes
Carchemish
Sahurunuwash
200 carros y 2000 infantes
Mitanni
Sattuara
200 carros y 2000 infantes
Ugarit
Niqmepa
200 carros y 2000 infantes
Alepo
Talmi-Sarruma
200 carros y 2000 infantes
Qadesh
Niqmaddu
200 carros y 2000 infantes
Lukka
Desconocido
100 carros y 2000 infantes
País del río Seha
Masturish
100 carros y 1000 infantes
Nuhashshe
Desconocido
100 carros y 1000 infantes
Total
3700 carros y 40 000 infantes

Organización
Como la mayoría de los ejércitos de la Edad del Bronce, el ejército hitita estaba organizado en torno a su eficiente fuerza de carros de combate y su poderosa infantería.
Los carros constituían un pequeño y aguerrido núcleo en tiempos de paz, que era rápidamente aumentado cuando se avecinaba una guerra, reclutando a numerosos hombres de las reservas. Estos ricos campesinos combatientes cumplían al enrolarse sus obligaciones feudales para con el rey. Al revés que muchos soldados de levas feudales de la época, los carristas hititas cumplían sesiones periódicas de entrenamiento, lo que los convertía en unidades temibles y temidas.
El arma de carros, antecesor de las caballerías posteriores, estaba constituida por soldados de la pequeña aristocracia rural y la baja nobleza, de alto poder económico —que era, evidentemente, imprescindible para poder atender al mantenimiento de los carros, sus caballos y tripulaciones—. Los gastos que ocasionaban los carros eran también parte de la obligación feudal para con la corona. Así y todo, para alcanzar las grandes cifras de carros que Muwatalli consideraba necesarias para el éxito en Qadesh, es indudable que debió recurrir a muchos aurigas mercenarios.
El gasto que significó para el estado hitita la organización de sus unidades de carros obligó a los dirigentes a ordenar a sus tropas que donasen sus soldadas a la corona. Esto sólo fue aceptado a cambio de que se les otorgara la totalidad del botín. El apetito de los soldados hititas por el saqueo del campamento egipcio explica los sucesos ocurridos en la primera fase de la batalla.
Los tres tripulantes del carro hitita —a los que Ramsés llamaba peyorativamente "afeminados" o "mujeres-soldados" por su costumbre de llevar los cabellos largos— eran el conductor —desarmado, ya que necesitaba ambas manos para conducir el carro—, el lancero y un escudero, encargado de la protección de los otros dos.
Sin embargo, estos carros de tres (a los que P´Ra debió enfrentarse en la marcha de aproximación) constituían solamente la fuerza nacional hitita. Sus demás aliados sirios concurrieron al combate en carros de dos tripulantes denominados mariyannu, copiados de la tradición bélica hurrita, más ligeros y de usos similares a los de sus equivalente egipcios.
Guerrero hitita. 

La infantería era, para los comandantes hititas, un arma subsidiaria y secundaria con respecto a los carros. Sus uniformes eran muy variados, reflejando las diversas condiciones físicas y meteorológicas en que combatía. En Qadesh utilizaron un largo guardapolvos blanco, poco común en las otras campañas.
El infante solía llevar una espada de bronce en forma de hoz y un hacha de combate también de bronce, aunque las armas de hierro ya comenzaban a hacer su aparición en tiempos de Qadesh. Asimismo, la guardia personal de Muwatalli (llamada thr) llevaba lanzas largas como las de los aurigas y las mismas dagas que ellos.
Si bien se sabe que los soldados hititas solían llevar cascos y cotas de láminas de bronce, son muy escasos los relieves egipcios que los muestran con ellos. Respecto de las armaduras de láminas, se ha sugerido que las utilizaron en Qadesh, pero que quedaban ocultas por los guardapolvos. 
Al revés que el ejército egipcio, los hititas utilizaban a los carros como arma ofensiva primaria. Esta actitud se evidencia desde el propio diseño del carro en sí. Se la consideraba un arma de asalto básica, creada para atravesar las filas de la infantería enemiga y abrir en ella brechas que la propia infantería pudiese penetrar. Es por ello que, aunque las tripulaciones estaban equipadas con potentes arcos recurvados, el arma que utilizaban en toda ocasión era la lanza larga arrojadiza.
El carro hitita, a diferencia del egipcio, tenía el eje ubicado en el centro del chasis y era más pesado, puesto que su dotación era de tres. Estas dos características lo hacían más lento y menos maniobrable que el de su oponente, teniendo además una clara tendencia a volcar si se pretendía que virase en ángulos cerrados. Por ello, necesitaba amplísimos espacios vacíos para maniobrar. Su ventaja consistía en su mayor masa e inercia, lo que lo hacía temible al lanzarse en velocidad. Cuando el impulso y la inercia se disipaban (por ejemplo, al atravesar lomadas u obstáculos), la ventaja del carro hitita se diluía.
La infantería, como se ha dicho, debía penetrar en las brechas abiertas por los carros en la infantería enemiga, y por esto se la consideraba solo una fuerza secundaria. Siempre que era posible, los generales hititas intentaban sorprender a su enemigo en campos abiertos de dimensiones tales que les permitieran aprovechar la ventaja que les otorgaban sus carros pesados, teniendo a la vez espacio suficiente para virar con sus grandes ángulos de giro. 

Ejército egipcio
Infantería egipcia. 

El ejército de Ramsés II con sus incontables carros, infantes, arqueros, portaestandartes y bandas de música, era el más numeroso reunido por un faraón egipcio para una operación ofensiva, hasta ese momento.
Aunque la presencia militar egipcia en Siria había sido casi constante durante los imperios Antiguo y Medio, la estructura del que fue a Qadesh es típica del Imperio Nuevo y se diseñó a mediados del siglo XVI a. C.
La organización del ejército imitaba a la del estado, y fue consecuencia directa de la victoria egipcia sobre los hicsos, que de improviso puso a los faraones a cargo de un territorio que llegaba hasta el Éufrates. Para controlar semejante extensión de tierra era necesaria la creación de un ejército profesional permanente, equipado con todas las armas que la tecnología de fines de la Edad del Bronce pudiese procurar. Egipto se había convertido, pues, en un estado militar. El hecho de que los príncipes fuesen criados por generales y no por nodrizas es la prueba más lapidaria de este extremo.
Grabado en piedra que representa a Ramsés matando prisioneros hititas. 

La estrecha unión entre ejército y estado permitió, por ejemplo, que a la muerte de Tutankamón y su sucesor Ay, se estableciese en el gobierno una serie de dictadores militares, tres generales que se autoproclamaron faraones y marcaron el fin de la XVIIIª Dinastía. Al morir el último de estos —Horemheb—, el poder pasó a Ramsés I, Seti I y Ramsés II, gobernantes legítimos, pero el concepto de que un general podía erigirse en faraón había ya penetrado en la mente de todos los súbditos, y principalmente de los militares. Dejando a un lado el golpe militar, era claramente posible que un soldado creciera económica y socialmente a través de su participación en el ejército, y muy bien podía ascender hasta la nobleza y aún llegar a la corte. Normalmente, además, los oficiales que pasaban a retiro efectivo eran nombrados asistentes personales de los nobles, administradores del estado o ayos de los hijos del rey.
El ejército era visto, pues, como una importante herramienta de progreso social. Particularmente para los pobres, presentaba oportunidades jamás vistas por el campesino que se quedaba en sus tierras. Como no había distinción entre tropa, suboficiales y oficiales —un soldado raso podía llegar a general de ejército si su capacidad se lo permitía— y se les otorgaba una importante cuota de los ricos botines obtenidos, la ambición de muchísimos trabajadores era pasar a las filas de la milicia real tan pronto como fuese posible.
Los papiros de la época prueban que a todos los veteranos se les escrituraban grandes extensiones de tierra que quedaban legalmente en sus manos para siempre. El soldado recibía, además, rebaños y personal del cuerpo de servicios de la casa real para poder trabajar las tierras recién obtenidas de inmediato. La única condición que se le exigía era que reservase a uno de sus hijos varones para ingresar a su vez en el ejército. Un papiro relativo a impuestos, fechado hacia 1315 (bajo Seti I), enumera estas ventajas otorgadas a un teniente general, un capitán y numerosos jefes de batallón, infantes de marina, portaestandartes, carristas y escribas administrativos del ejército.
Cada soldado debía "luchar por su buen nombre" y defender al faraón como un hijo a su padre, otorgándosele si combatía bien un título o condecoración llamado "El Oro del Coraje". Si mostraba cobardía o huía del combate, se lo denigraba, degradaba y, en ciertos casos, como Qadesh, podía incluso ser ejecutado en forma sumarísima y sin juicio, al solo albedrío del rey. 

Organización
El ejército egipcio estaba organizado tradicionalmente en grandes cuerpos de ejército (o divisiones, según la terminología empleada) organizados a nivel local, que contaban cada uno con unos 5.000 hombres (4.000 infantes y 1.000 aurigas que tripulaban los 500 carros de guerra agregados a cada cuerpo o división).
Si bien se cree que en tiempos de Tutmosis III existieron cuatro de estos cuerpos (en la batalla de Megido, como parece indicar un pasaje en un único papiro), un decreto de Horemheb ratificaba la estructura ancestral de dos cuerpos de ejército. Consciente de la necesidad de amasar una gran fuerza para combatir a los hititas, Ramsés II amplió y reorganizó el ejército de dos cuerpos que Seti había llevado a Siria, restituyendo el esquema de cuatro cuerpos (o creándolo, como queda dicho). Es posible que el Tercer Cuerpo existiese ya en tiempos de Ramsés I o Seti I, pero no existe duda alguna de que el Cuarto fue fundado por Ramsés II. Esta estructura, sumada a la alta movilidad de las unidades, proporcionaba a Ramsés una gran flexibilidad táctica.
Cada cuerpo de ejército recibía como emblema la efigie del dios tutelar de la ciudad donde había sido creado, residía normalmente y le servía de base, y cada uno poseía también sus propias unidades de abastecimiento, servicios para apoyo de combate, logística e inteligencia.
La estructura del ejército en tiempos de Qadesh era la siguiente: 
Cuerpo de Ejército
Nombre
Emblema - Dios Tutelar
Basado en
Fundado por
Primer Cuerpo
"Poder de los Arcos"
Amón
Tebas
Tradicional
Segundo Cuerpo
"Abundancia de Valor"
P´Ra
Heliópolis
Tradicional
Tercer Cuerpo
"Fuerza de los Arcos"
Sutekh (Seth)
Pi-Ramsés
Ramsés I o Seti I
Cuarto Cuerpo
Desconocido
Ptah
Menfis
Ramsés II

Los 4.000 infantes de cada cuerpo de ejército estaban organizados en 20 compañías o sa de entre 200 y 250 hombres cada una. Estas compañías llevaban nombres sonoros y pintorescos, muchos de los cuales han llegado hasta nosotros, como "León al acecho", "Toro de Nubia", "Destructores de Siria", "Resplandores de Atón" o "Justicia Manifestada".
Las compañías, a su vez, se dividían en unidades de 50 hombres. En combate, las compañías y unidades adoptaban una estructura de falange: los soldados veteranos (menfyt) se ubicaban en la vanguardia, y los bisoños, reclutas y reservistas (llamados nefru) en la retaguardia.
Las numerosas unidades extranjeras que combatieron junto a Ramsés (mercenarios y también prisioneros de guerra a los que se ofrecía la vida, la libertad, parte del botín y tierras si luchaban por Egipto) mantenían su identidad ordenándose en unidades separadas por nacionalidad y adscritas a uno u otro cuerpo de ejército, o bien como unidades auxiliares, de apoyo o de servicios. Tal era el caso de los cananeos, nubios, sherden (guardia de corps del faraón, posiblemente habitantes primitivos de la isla de Cerdeña), etc.
Los nakhtu-aa, conocidos como "Los del fuerte brazo" constituían unidades especiales entrenadas para el combate cuerpo a cuerpo. Estaban muy bien armados, pero sus escudos y armaduras eran rudimentarios.
El arma principal del ejército egipcio, utilizada en grandes números tanto por la infantería como por las tripulaciones de los carros, era el temible arco mixto egipcio. Estos arcos disparaban largas flechas capaces de atravesar cualquier armadura de la época, por lo cual, en manos de un buen tirador, se convertían en el arma más letal del campo de batalla.
Además del arco, los soldados egipcios llevaban khopesh, espadas de bronce parecidas a guadañas, en forma de pata de caballo, dagas cortas y hachas de combate con cabeza de bronce.
Las unidades de carros no estaban organizadas como cuerpos propios, sino al modo de la artillería regimental actual: eran agregadas a los cuerpos de ejército, de quienes dependían, en una proporción de 25 carros por cada compañía. A las versiones de combate se sumaban dos variantes más ligeras y veloces: un tipo dedicado a las comunicaciones y otro para exploración y observación avanzada.
Diez carros de guerra formaban una escuadra, cincuenta (cinco escuadras) un escuadrón, y cinco escuadrones una unidad mayor llamada pedjet (batallón), compuesto por 250 vehículos y comandada por un "Jefe de Huestes" que obedecía directamente al jefe del cuerpo de ejército.
Por consiguiente, cada cuerpo de ejército tenía asignados no menos de dos pedjet (500 carros) que, entre los cuatro cuerpos, hacían los 2.000 vehículos que indican las fuentes contemporáneas a los hechos.
Aunque deben sumarse a ellas las unidades amorreas de carros llamadas ne´arin —que, al igual que las unidades extranjeras de infantería, no pertenecían a los cuerpos de ejército— es necesario decir que muchos de los carros egipcios estaban aún de camino cuando comenzó la batalla y jamás llegaron a entrar en combate. Esto es probablemente lo que sucedió con los carros de las divisiones Ptah y Seth. Si éste es el caso, y arribaron cuando todo había concluido, esos 1.000 carros con sus tripulaciones sanas y descansadas debieron disuadir a los hititas de intentar presentar batalla otra vez.
Los carros egipcios tenían el eje en el extremo posterior y su trocha era mucho mayor que el ancho del vehículo, lo que los hacía casi involcables y capaces de girar prácticamente sobre sí mismos, cambiando de dirección en un tiempo brevísimo. Por ello eran más maniobrables que los de los hititas, aunque su inercia no era tan grande debido a su menor peso.
Estaban tripulados por solo dos hombres y no tres como sus enemigos: las tripulaciones estaban compuestas por un seneny (arquero) y el conductor, kedjen, que además debía proteger a aquél con un escudo. La falta de un tercer tripulante se compensaba con un infante a pie que corría a la par del vehículo, armado con escudo y una o dos lanzas. Este soldado cumplía la función de proteger a los seneny si era necesario, pero principalmente estaba allí para rematar a los heridos que el carro arrollaba a su paso lo peor que podía pasarle a los carristas era dejar enemigos vivos a sus espaldas, ángulo desde el cual quedaban completamente indefensos.

Utilización táctica
Al contrario que sus enemigos, que basaban sus tácticas en el uso de carros pesados, el ejército egipcio estaba centrado, ya desde el Imperio Antiguo, en la coordinación de numerosas unidades de infantería organizadas en sus respectivos cuerpos de ejército. La asimilación entre sociedad y estado y éste y el ejército permitió desde tiempos remotos que los generales aprovecharan para sus tropas la capacidad de coordinación, organización y precisión que los faraones antiguos habían logrado para las grandes masas de trabajadores de sus notables proyectos arquitectónicos. También la administración y la intendencia habían sido copiadas de los equipos de trabajadores que habían trabajado en las pirámides de Guiza.
Los jefes confiaban en los altamente móviles grupos de carros, pero, hasta el final de su civilización, el arma primaria y núcleo del ejército siguió siendo la infantería.
La función de los carros egipcios era atravesar las líneas enemigas, previamente obligadas a abrirse mediante los potentes arcos de la infantería, arrollando todo lo que encontraban a su paso. Aparte de su capacidad de choque, hacían las veces de poderosas plataformas de fuego móviles, intentando evitar, en lo posible, trabarse en combates de orden cerrado, donde los más pesados carros enemigos llevaban ventaja. Esta táctica de "golpear y correr" fue implementada con éxito durante más de tres siglos de guerra egipcia, y su versatilidad se vio colmada cuando la infantería desarrolló la táctica del corredor de a pie que apoyaba a cada carro y sacrificaba a los heridos. La seguridad a bordo del carro era tan buena que la mayoría de ellos podían entrar y salir de las filas enemigas dos o tres veces por batalla con sus seneny ilesos, multiplicando el número aparente de carros en el campo de batalla. 

Prolegómenos
La declaración de guerra
Existen argumentos atendibles que indican que el campo de batalla de Qadesh se eligió de común acuerdo entre ambos mandos enfrentados. La deserción de Amurru en el invierno de 1302 a. C. fue considerada por los hititas como una violación al tratado Seti-Mursilis, y así se manifestó a la corte de Ramsés en misión diplomática al año siguiente.
Aunque no existe prueba documental, fuentes indirectas señalan que Muwatalli dio todos los pasos legales necesarios, como acusar formalmente a Ramsés de haber instigado la traición de su vasallo Amurru, planteando un juicio contencioso a través de un mensajero que arribó a Pi-Ramsés a principios del invierno de 1301 a. C. Ese mensaje, prácticamente copia textual del que su padre Mursilis había enviado años antes, concluía que, ya que las partes no podían ponerse de acuerdo acerca de los territorios en disputa, la contienda legal debía ser resuelta por el juicio de los dioses, es decir, en el campo de batalla: "No me devolviste mis embajadores cuando te rogué que lo hicieras, Señor, y me llamaste niño y me hiciste callar. ¡Sea como dices! ¡Luchemos en el campo, y que mi dios, el Señor de las Tormentas, decida quién de nosotros tiene la razón!". 

Marcha de aproximación egipcia
Habiéndose agotado todas las instancias de negociación pacífica, Ramsés II reunió a su ejército en las dos grandes bases militares de Delta y Pi-Ramsés. En el noveno día del segundo mes del verano de 1300 a. C., sus tropas rebasaron la ciudad-fortaleza fronteriza de Tjel y se internaron en Gaza por el camino de la costa mediterránea. Desde allí, tardaron un mes en llegar hasta el campo de batalla previsto, bajo las murallas de la ciudadela de Qadesh. El faraón iba a la cabeza de sus fuerzas, montado en su carro de guerra y empuñando su arco. 
Los cuatro cuerpos de ejército marcharon por rutas distintas: el Poema tallado en las paredes del templo de Karnak dice que el Primer Cuerpo fue hacia Hamath, el Segundo hacia Beth Shan y el Tercero por Yenoam. Ciertos historiadores modernos han utilizado esta circunstancia para imputar a Ramsés la culpa de la sorpresa sufrida por los dos primeros en la primera fase de la batalla, pero otros autores, como Mark Healy, aseguran que enviar los ejércitos por diversos caminos era una práctica normal y ajustada a las doctrinas militares de su época.
El Primero y el Segundo Cuerpos avanzaron a lo largo de la orilla oriental del Orontes, mientras que los dos restantes lo hicieron en rutas paralelas por la orilla oeste, entre el río y el mar. El Poema apoya esta teoría en su verso que dice que Ptah "...estaba al sur de Aronama". Esta ciudad se encontraba, en efecto, en la orilla occidental. Ello permitió al Cuerpo de Ptah acudir de inmediato en apoyo de Amón y Sutekh, sin necesidad de perder un tiempo precioso en vadear el ancho río. 

Víspera de la batalla
El arqueólogo y egiptólogo estadounidense Henry Breasted identificó hace más de 100 años el lugar donde Ramsés estableció su campamento inicial, la colina de 150 m llamada Kamuat el-Harmel, ubicada en la orilla derecha del Orontes. Allí amaneció el rey, acompañado de sus generales y sus hijos, en la mañana del día 9 del tercer mes del verano de 1300 a. C.
Poco después de la salida del sol, el Cuerpo de Amón desmontó el campamento y se dirigió, por terreno considerado "propio", hacia el norte, para llegar al campo de batalla pactado (la planicie bajo Qadesh). La marcha, aunque difícil, contó con la ventaja de que muchos de los veteranos conocían el camino, pues lo habían hecho anteriormente bajo el mando de Seti I (como el mismo rey, que había acompañado a su padre en la operación) o en la campaña anterior de Ramsés.
Los Cuerpos de Ejército de Ptah, Sutekh y P´Ra venían detrás, aproximadamente a un día de distancia, y los ne´arin amorreos con sus carros tampoco habían llegado todavía. Es lícito suponer que el faraón pretendía acampar frente a Qadesh y esperar algunos días al resto de sus fuerzas.
El cuerpo de ejército, comandado por el monarca, ocupó toda la mañana en descender de la montaña en la que se encontraba, atravesar el bosque de Robawi y comenzar el vadeo del ancho y profundo Orontes unos 6 km. aguas abajo de la aldea de Shabtuna, identificada hoy con la colina de Tell Ma´ayan. Cerca quedaba también el villorrio de Ribla, donde Nabucodonosor II ubicaría, siglos más tarde, su puesto de mando para sitiar a Jerusalén.
El Cuerpo de Amón y su tren de suministros eran mayores que cualquiera de los otros tres, por lo que el cruce del Orontes tiene que haber durado desde media mañana hasta media tarde. Poco después de cruzar el río, las tropas faraónicas capturaron a dos beduinos shasu, los que fueron conducidos ante Ramsés para que los interrogara.
Para contento del rey-dios, los prisioneros aseguraron que Muwatalli y el ejército hitita no estaban en la llanura de Qadesh como se temía, sino que se encontraban en Khaleb, una localidad situada al norte de Tunip. El Boletín de guerra que acompaña al Poema afirma que los dos hombres fueron instruidos por los hititas para suministrar a los egipcios información de inteligencia falsa, haciéndoles creer que habían llegado primero y tenían, por tanto, la ventaja. Sin embargo, es bastante ingenuo pensar que los egipcios realmente creyeron a dichos informantes o que siquiera dichos informantes existieran.
Llegar antes al lugar de la batalla tenía una importancia táctica enorme en la Edad del Bronce, a tal punto que una diferencia de algunas horas podía definir el curso de una guerra. Las enormes dificultades logísticas de la época hacían muy difícil la preparación de un enorme ejército para combatir, con más razón cuando, como en este caso, hombres y animales necesitaban tener oportunidad de comer y descansar luego de una marcha forzada de 800 km que les había llevado más de un mes. Al enterarse de que los hititas no se encontraban allí, Ramsés vio la oportunidad de esperar un día a los otros tres cuerpos para enfrentar al enemigo con sus fuerzas al completo, dándoles incluso dos o tres días para que se preparasen.
Increíblemente, ni siquiera las fuentes egipcias mencionan que el faraón hubiera intentado comprobar la información que se le ofrecía, demostrando así su juventud y falta de experiencia. Contradiciendo la opinión de sus generales y eunucos más antiguos, Ramsés dio orden de que Amón se dirigiera de inmediato hacia Qadesh. 

Arribo al campo de batalla
No se ha podido determinar con precisión la ubicación exacta del campamento egipcio en el campo de batalla, pero había un solo lugar con agua potable y fácil de defender, por lo que es posible que Ramsés lo haya establecido allí. Se trata del mismo lugar donde Seti había edificado el suyo años atrás.
El campamento se organizó a la manera de un campamento romano, ordenándose a la tropa cavar un perímetro defensivo que más tarde se fortificó con miles de escudos solapados entre sí y clavados en tierra.
Previendo tener que pasar en ella muchos días, la base fue acondicionada para ofrecer cierta comodidad durante un lapso: se construyó en el centro el templo de Amón, se erigió una gran tienda para Ramsés, sus hijos y su séquito, e incluso se descargó de un carro el gran trono de oro del faraón que lo había acompañado todo el trayecto.
Los dos prisioneros shasu fueron apaleados y sometidos a otras graves torturas antes de ser conducidos de nuevo ante el rey, quien les volvió a preguntar dónde se encontraba Muwatalli. Ellos se mantuvieron firmes en su versión. Sin embargo, los castigos los ablandaron un tanto, hasta hacerles reconocer más tarde que "pertenecían" al rey de Hatti. De este modo, las preocupaciones reemplazaron la clara confianza del faraón. Más palos y más tormentos, y los beduinos confesaron lo que nadie en el campamento habría querido escuchar: "Muwatalli no está en Khaleb, sino detrás de la Ciudad Vieja de Qadesh. Está la infantería, están los carros, están sus armas de guerra, y todos juntos son más numerosos que las arenas del río, todos prontos, preparados y listos para combatir". La Qadesh vieja se encontraba muy cerca, unos pocos cientos de metros al noreste del promontorio sobre el que se encontraba la ciudad.
Ramsés comprendió que había sido engañado y que, con toda probabilidad, un desastre total era inminente: había que avisar a Ptah, Sutekh y P´Ra de la situación, para reunirlos con Amón lo antes posible. La iniciativa había quedado ahora para los hititas, por lo que el soberano envió a su visir al sur, al encuentro de P´Re, para exigirle que redoblara la marcha. Aunque no ha quedado registrado, parece razonable que enviara otro mensajero al norte para apurar la llegada de las unidades de ne´arin amorreos. 

El escondite hitita
El ejército hitita en efecto se encontraba tras los muros de Qadesh la Vieja, pero Muwatalli había establecido su puesto de comando en la ladera noreste del tell (colina o promontorio) en que se levantaba Qadesh, puesto elevado que, si bien no le permitía observar el campamento enemigo, si le daba una clara ventaja de inteligencia.
Por motivos que se desconocen, Ramsés liberó a los dos beduinos espías en lugar de retenerlos o ejecutarlos, y estos —como es lógico— corrieron a suministrar información a su señor. El rey hitita había enviado también otros exploradores avanzados para determinar dónde se encontraba exactamente el ejército enemigo, y se puede establecer que a la caída de la noche del día 9 del tercer mes (no antes) el monarca de Hatti había conseguido reunir toda la información necesaria.
Se dice en el Boletín que los hititas atacaron en medio de la última reunión de Ramsés con su estado mayor. Si esto es cierto, tenemos que creer que lo que se describe es un asalto nocturno. Si bien los ataques nocturnos existían, eran rarísimos, por varios motivos: si se atacaba a ciegas se corría el riesgo de caer en una emboscada, y si se llevaban antorchas para no perderse, las tropas atacantes se convertían en blancos fáciles para los arqueros enemigos.
Más aún: Muwatalli no pudo atacar antes de disponer de su información de inteligencia, y está demostrado que no pudo poseerla antes de que cayera la noche. Para colmo, su ejército se encontraba en Qadesh Vieja, por lo que para atacar a Ramsés en la oscuridad sus más de 40.000 infantes y 3.500 carros debieron tener que vadear el río sin poder ver nada, lo que hubiese representado un seguro suicidio colectivo. De esta manera, las fuentes modernas se sienten autorizadas a afirmar que la batalla no se produjo ese mismo día 9, sino al día siguiente. 

El Segundo Cuerpo de Ejército
El visir de Ramsés llegó al vivac del Cuerpo de P´Re, junto al vado de Ribla, al amanecer del día 10. Como es lógico, nada estaba preparado aún: los soldados dormían y los caballos, maneados, se encontraban desenganchados de los carros.
Ante la perentoria orden de acudir de inmediato al campo de batalla, las tropas desmontaron las carpas, dieron de comer a los animales y cargaron los convoyes con la impedimenta. Esta labor tuvo que durar varias horas.
El visir cambió los caballos de su carro de guerra y, en vez de acompañar al Segundo Cuerpo al norte, se dirigió aún más al sur para dar la misma orden al Cuerpo de Ptah, que se encontraba al sur de la ciudad de Aronama.
El Segundo Cuerpo tardó un tiempo considerable en vadear el río, ya que las orillas estaban revueltas y pisoteadas por el paso del Cuerpo de Amón el día anterior y, en apariencia, la cautela militar fue dejada de lado por culpa de la urgencia. La cohesión de las formaciones se perdió en la orilla opuesta, y el ejército marchó hacia Qadesh a paso redoblado, posiblemente enviando los carros por delante. 

Primera fase
Ataque hitita
Mientras el Segundo Cuerpo apretaba el paso en dirección norte, apurándose hacia el campamento de Ramsés en cumplimiento de las instrucciones llevadas por el visir, se aproximó a la ribera del río Al-Mukadiyah, un afluente del Orontes que rodeaba la base del monte donde se hallaba edificada Qadesh y luego discurría hacia el sur.
La visibilidad era muy mala, porque el tiempo había estado seco durante meses y el polvo levantado por miles de pies y las ruedas de los carros flotaba en el aire y tardaba mucho en asentarse.
Las márgenes del río estaban cubiertas de vegetación, llenas de matorrales, arbustos y aún árboles que no permitían a los egipcios ver el agua ni lo que se encontraba más allá.
Ataque al cuerpo de Ra. 

Cuando P´Ra estuvo a 500 metros del río, sobrevino la sorpresa: de la línea de vegetación de Al-Mukadiyah —a la derecha de los egipcios en marcha— emergió una enorme masa de carros de guerra hititas, que se arrojaron sobre la columna. Los carros egipcios que custodiaban la derecha de la fila fueron arrollados y destruidos por la marea de vehículos, caballos y hombres que seguían surgiendo de entre los árboles y no daban muestras de terminar. Lanzados al galope, los carristas hititas supieron que debían aprovechar la enorme inercia de sus carros, y azuzaron aún más a las bestias, que en loca carrera aplastaron la derecha egipcia. Atravesando las filas de infantes como un fuego, los hititas siguieron hacia el oeste, destrozaron los carros de la izquierda y dispersaron a los enemigos, alanceándolos desde los vehículos. Las dos filas de carros egipcios se derrumbaron, su formación de marcha —totalmente inadecuada para sobrevivir a un asalto lateral— se desintegró, y los pocos infantes sobrevivientes se dispersaron para ponerse fuera del alcance de las picas enemigas.
La disciplina egipcia desapareció ante este ataque sorpresa, y antes de que los últimos carros hititas acabaran de salir de entre los árboles, el Segundo Cuerpo de Ejército ya no existía. De los sobrevivientes, los que iban en cabeza se apuraron hacia el campamento de Ramsés, mientras que la retaguardia debe haber corrido al sur en busca de la protección del Cuerpo de Ptah que venía aproximándose en la lejanía.
Todo lo que quedaba de la formación egipcia era una senda sangrienta pulverizada por las ruedas de los carros y los cascos de sus caballos, y varios miles de cadáveres tendidos en las arenas del desierto.
Los carros egipcios de la vanguardia soltaron riendas y galoparon al norte hacia el campamento para avisar a Ramsés del ataque inminente. Mientras tanto, los carros hititas habían alcanzado la gran planicie al oeste, de un tamaño tal que les hubiese permitido girar en ángulo abierto y regresar para cazar a los sobrevivientes. Pero en lugar de hacer eso, viraron hacia el norte y se dirigieron a atacar el campamento de Ramsés II. 

Asalto al campamento egipcio
Ramsés había dispuesto que varias unidades de carros y compañías de infantería permanecieran de guardia, listas para la acción, en el interior del recinto cercado por escudos. A pesar de la confianza en que P´Ra y Ptah, en cumplimiento de las urgentes órdenes del visir, llegarían más tarde ese día, y Sutekh al día siguiente, y tal vez el 12 los ne´arin que venían del norte desde Amurru atravesando el valle del Eleuteros, muchos vigías se hallaban apostados en los cuatro lados del campamento observando la lejanía. Su tarea se veía dificultada por el aire caliente del desierto que distorsionaba las formas y por el polvo suspendido que refractaba la luz.
Los vigías del frente sur gritaron sus alarmas al mismo tiempo que los del lado oeste: mientras que los primeros anunciaban la frenética carrera de los carros sobrevivientes de P´Ra, los segundos acababan de ver la enorme formación de vehículos hititas que se lanzaba hacia ellos.
Aún antes de que los senenys de P´Ra entraran al campamento y comenzaran a explicar lo sucedido, todas las tropas se hallaban ya en zafarrancho de combate: en pocos minutos, los carros hititas se abalanzaron sobre el ángulo noroeste de la pared de escudos, la demolieron y penetraron en el campamento. La fila de escudos, el foso y las numerosas tiendas, carros y caballos trabados que encontraron a su paso comenzaron a detenerlos y a hacerles perder su inercia inicial, mientras que los defensores trataban de atacarlos con sus espadas khopesh en forma de guadaña. El asalto degeneró rápidamente en una salvaje melée lucha cuerpo a cuerpo. Los carros hititas se empujaban unos a otros porque el espacio interior no era suficiente para todos, de modo que muchos de ellos no pudieron ingresar y debieron luchar desde el exterior de la muralla de escudos y el foso defensivo.
Muchos egipcios murieron, y también numerosos hititas que, derribados de sus carros por las colisiones contra sus compañeros u obstáculos fijos, eran rápidamente sacrificados en tierra con un golpe de khopesh.
La guardia personal del faraón (los sherden) rodeó su tienda, dispuesta a defender al rey con sus vidas. Ramsés II, por su parte —según nos informa el Poema—, "se colocó su armadura y tomó sus arreos de batalla", organizando la defensa con los sherden (que disponían de carros e infantería) y varios otros escuadrones de carros de guerra que se hallaban estacionados al fondo del campamento (esto es, en su lado oriental).
La guardia del rey puso a los hijos de Ramsés —entre los que se encontraba el mayor de los varones, Prahiwenamef, que en ese entonces era el heredero al trono ya que sus dos hermanos habían muerto en la infancia— a buen recaudo en el extremo oriental, que no había sido atacado.
El faraón se colocó la khepresh (corona) azul y, gritando órdenes a su conductor (kedjen) personal, llamado Menna, montó en su carro de batalla. 

Ramsés organiza la defensa
Bajorrelieve del templo de Abu Simbel que representa a Ramsés II derrotando a sus enemigos 

Empuñando su arco y poniéndose a la cabeza de los carros sobrevivientes, Ramsés II salió del campamento por la puerta este y, girando al norte, lo rodeó hasta llegar a la esquina noroeste, donde los carros hititas se hallaban embotellados en incómoda confusión y, por lo mismo, casi indefensos. La atención de los invasores no se dirigió a los carros egipcios que los atacaban por retaguardia y el flanco izquierdo: estaban absortos tratando de ingresar al campamento. Recuérdese que Muwatalli les había quitado su paga, prometiéndoles solamente la parte del botín que pudiesen capturar. Por lo tanto, la primera prioridad de los hititas era tomar los bienes posibles del campamento egipcio, especialmente el enorme y pesado trono de oro del faraón.
Su ambición los perdió: el superior alcance de los arcos egipcios provocó una gran masacre sobre las tripulaciones hititas que aún no habían conseguido entrar, blancos fijos que se convirtieron en presa fácil para los experimentados tiradores egipcios. Tan amontonados se encontraban los hititas, que los disciplinados arqueros egipcios no necesitaban apuntar para hacer blanco en un hombre o un caballo.
Lentamente los hititas reaccionaron: espoleando a sus animales intentaron abandonar el combate y darse a la fuga por la llanura del oeste, en sentido opuesto al que habían venido. Pero sus caballos, al revés que los del enemigo, estaban fatigados, y sus carros eran más lentos y pesados. Los que ganaron la planicie trataron de dispersarse para no ofrecer un blanco tan obvio, pero los carros egipcios se lanzaron en su persecución.
Muchos murieron bajo las khopesh de los menfyt al caer de sus carros, que chocaban contra otros o se volcaban al tropezar con caballos muertos, y muchos otros cayeron bajo la temible precisión de los arqueros enemigos.
Al cabo de escasos momentos, el desierto al sur y al oeste del campamento estaba cubierto de cadáveres, a tal punto que Ramsés exclama en el Poema: "Hice que el campo se tiñera de blanco [en referencia a los largos delantales que llevaban los hititas] con los cuerpos de los Hijos de Hatti".
Derrotados completamente los hititas, con unos pocos sobrevivientes dispersos y en fuga, los menfyt se dedicaron a recorrer metódicamente el campo de batalla, rematando a los heridos y amputándoles las manos derechas. Este método, mostrado muchas veces como un ejemplo de la crueldad de los egipcios, era en realidad un recurso administrativo. Las manos cortadas se entregaban a los escribas, quienes, contándolas meticulosamente, podían hacer una estadística fidedigna de las bajas enemigas. 

Segunda fase
Maniobra hitita de distracción
De acuerdo con la visión moderna sobre la batalla, el combate no estaba desarrollándose como Muwatalli había previsto. Además de la precipitada acción de abalanzarse sobre el cuerpo de ejército en marcha, la decidida reacción de Ramsés y sus carros había puesto en fuga a los vehículos hititas y ahora los egipcios perseguían a los carros atacantes.
Muwatalli debía aliviar la presión sobre ellos a como diese lugar: sabía perfectamente que el grueso de la fuerza egipcia ni siquiera había llegado (Sutekh y Ptah estaban aún de camino hacia Qadesh) y todo su plan se enfrentaba al desastre.
En consecuencia, eligió pasar a la acción con una maniobra de distracción que le permitiese recuperar la iniciativa perdida, haciendo regresar a parte de las tropas que perseguían a las suyas y obligando a Ramsés a regresar a su campamento.
En el puesto avanzado en el que se encontraba el rey hitita había muy pocas tropas: aparte de su cortejo personal, lo acompañaban solo unos pocos nobles de su confianza. En consecuencia, les ordenó que organizaran una fuerza de carros, que cruzaran el río y que atacaran el campamento egipcio desde el lado oriental.
La respuesta fue poco entusiasta (la nobleza no acostumbraba entrar en combate), pero las tajantes órdenes de su emperador dejaron poco lugar para la inacción. Así, los hombres más importantes de la jerarquía política hitita —incluyendo a los hijos, hermanos y amigos personales de Muwatalli— y de los comandos de sus aliados se reunieron en una escuadra ad hoc y, con dificultades, cruzaron el Orontes hacia poniente. 

Llegan los ne´arin
Llegada de los ne´arin. 

Apenas asaltado el campamento por esta escasa fuerza, los carros hititas fueron arrollados por una gran fuerza de carros que llegaba desde el norte. Se trataba de los carros amorreos, los ne´arin, que aparecían providencialmente en ese momento de zozobra egipcia. Más atrás venía la infantería pesada de Amurru. El reporte escrito en las paredes del templo funerario de Ramsés, en Tebas, dice textualmente a este respecto: "Los Ne´arin irrumpieron entre los odiados Hijos de Hatti. Fue en el momento en que estos atacaban el campamento del faraón y conseguían penetrarlo. Los Ne´arin los mataron a todos".
Como un dejà vu de la primera parte del combate, todo se repitió: los amorreos asaetearon con sus flechas a los carros hititas que luchaban por ingresar a través de una brecha en el muro de escudos. Al intentar retroceder para salir de allí y huir nuevamente a la relativa seguridad de la orilla oriental del Orontes, ocurrió otro hecho que selló la suerte hitita: mientras comenzaban a vadear las aguas, hicieron su aparición desde el sur algunas unidades de carros que volvían de la caza y persecución de la otra fuerza, acompañadas por los elementos avanzados de carros e infantería pertenecientes al Cuerpo de Ptah que se hacía presente en el momento preciso.
La muerte llovió sobre los hititas en el camino hasta el río, en las orillas y aún en el centro del agua: muchos fueron asaetados, otros aplastados por los carros y los más murieron ahogados al ser arrojados fuera de sus vehículos, agobiados y arrastrados al fondo por el peso de sus armaduras. 

Ramsés castiga a los suyos
Mientras los últimos carros hititas se ponían a salvo en su orilla del río y los infantes egipcios amputaban las diestras de los caídos y las guardaban en sacos, Ramsés reocupó los restos de su campamento para esperar la llegada de Ptah y el retorno de los sobrevivientes de Amón y P´Ra.
Los prisioneros hititas, entre los cuales había oficiales de alta graduación, nobles e incluso realeza, fueron conducidos también allí, y debieron esperar en silencio la decisión que el faraón tomara sobre sus vidas.
El Poema dice que Ramsés recibió las felicitaciones de todos por su coraje y arrojo personal en la batalla, y que luego se retiró a su tienda y se sentó en su trono a "meditar lúgubremente".
Por la mañana del día 11, Ramsés hizo formar a las tropas de los Cuerpos de Amón y P´Ra en una fila frente a sí. Haciendo comparecer a los dignatarios hititas capturados para que presenciaran los acontecimientos, el faraón —tal vez personalmente— llevó a cabo el primer antecedente histórico del castigo que más tarde los romanos llamarían "diezmo": contando de diez en diez a sus soldados, ejecutó a cada décimo hombre para escarmiento y ejemplo de los demás. El Poema lo describe en primera persona: "Mi Majestad se puso ante ellos, los conté y los maté uno a uno, frente a mis caballos se derrumbaron y quedaron cada uno donde había caído, ahogándose en su propia sangre...".
Si bien no puede decirse que las tropas de Amón y P´Ra hayan combatido con cobardía —recuérdense que las columnas en marcha fueron sorprendidas por una fuerza de carros que, según la inteligencia del propio Ramsés no debía estar allí, y que, además, salió de un lugar fuera de la vista—, hoy se cree que se los castigó por haber violado la relación paterno-filial que se suponía debían mantener con su señor.
Además, es muy posible que tal escarmiento sirviera a los fines tácticos del faraón. Los amigos y parientes de Muwatalli fueron, como se dijo, obligados a presenciar la carnicería, y luego, liberados, corrieron a llevar a su señor las noticias del salvajismo de los egipcios para con sus propias tropas. Este fue, sin dudas, uno de los factores que impulsó a los hititas a firmar el armisticio más tarde ese mismo día. 

Final de la batalla
Liberados los prisioneros hititas de alto rango, la línea de acción de Muwatalli quedó muy clara. La principal fuerza ofensiva de su ejército —los carros— había sido destruida, y, asimismo, muchos jefes y dignatarios habían muerto en el ataque de los ne´arin.
No había podido explotar la ventaja táctica de haber llegado primero al campo de batalla al ser obligado a combatir prematuramente tras el encuentro fortuito de sus carros con la columna egipcia, por lo que estaba claro que la batalla se había perdido.
Ramsés tenía, en cambio, dos cuerpos de ejército frescos y completos, y los sobrevivientes de los otros dos fuertemente motivados por las ejecuciones sumarias que acababan de presenciar.
Sin embargo, las fuerzas egipcias de Ptah, Sutekh y ne´arin no eran suficientes para mantener la hegemonía egipcia en la región, y el rey hitita se dio cuenta de ello. Los deseos de Ramsés de sostenerse como potencia reteniendo Qadesh acababan de esfumarse y, en esas condiciones de derrota táctica y posible empate técnico estratégico, lo mejor era solicitar un armisticio. Qadesh quedaba en manos egipcias, pero era imposible que Ramsés pudiera quedarse allí para cuidarla. Debería regresar a Egipto para lamerse las heridas de sus grandes pérdidas y ello representaría la restauración del dominio hitita sobre Siria.
Por lo tanto, Muwatalli envió una embajada a solicitar la tregua y Ramsés, al aceptarla, reveló a los egipcios una debilidad que se confirmaría por los hechos posteriores. 

Consecuencias
Al proponer el inmediato cese del fuego, Muwatalli demostró su gran inteligencia. El armisticio le permitió ahorrar pérdidas, ya que poco después de Qadesh debió enviar los restos remanentes de su ejército a sofocar diversas rebeliones en otras partes de su imperio.
Ramsés y su ejército retornaron cabizbajos a Egipto, abucheados y silbados despreciativamente por cada poblado que atravesaban. Para mayor humillación, las tropas hititas siguieron a los egipcios hasta el Nilo a pocas millas de distancia, dando toda la impresión de que escoltaban a un ejército derrotado y cautivo.
La humillación de los supuestamente "victoriosos" soldados egipcios fue tan grande que todas las partes de Siria que quedaron bajo su dominio tras Qadesh se rebelaron contra el faraón (algunas de ellas incluso antes de que el ejército pasara por allí en su marcha hacia Pi-Ramsés). Todas ellas buscaron el cobijo hitita y quedaron bajo su órbita durante muchos años.
Si bien Egipto recuperó estas regiones más tarde, necesitó varias décadas para conseguirlo.
Inmediatamente tras Qadesh, siguió una larguísima guerra fría entre las dos potencias, una especie de equilibrio inestable que concluyó dieciséis años después con la firma del célebre Tratado de Qadesh.
El Tratado de Qadesh —primer convenio de paz de la historia y que se encuentra perfectamente conservado, ya que una de sus versiones se escribió en la lengua diplomática de la época, el acadio (la otra en jeroglífico egipcio), sobre láminas de plata—, describe minuciosamente las nuevas fronteras entre ambos imperios. Sigue con el juramento de ambos reyes de no volver a luchar entre sí, y culmina con la definitiva y perpetua renuncia de Ramsés a Qadesh, Amurru, el valle del Eleuteros y todas las tierras circundantes al río Orontes y sus tributarios.
A pesar de las graves pérdidas humanas sufridas en Qadesh, por lo tanto, la victoria final fue para los hititas.
Más tarde, concretamente en el año 34 del reinado de Ramsés, el faraón y el rey hitita sellaron y consolidaron el estado de cosas establecido en el Tratado mediante lazos de sangre: el hermano de Muwatalli y nuevo rey Hattusili III envió a su hija para que se casara con el faraón. Ramsés II tenía 50 años de edad cuando recibió a su jovencísima esposa, y tan contento quedó con el obsequio que la nombró reina, bajo el nombre egipcio de Maat-Hor-Nefru-Re. De esta forma, algunos de los hijos y nietos de Ramsés II fueron nietos y bisnietos de su gran enemigo, el rey Muwatalli de Hatti, aunque, según se cree, ninguno de ellos llegó al trono real.
A partir de Qadesh, Egipto y Hatti permanecieron en paz durante aproximadamente 110 años, hasta que en 1190 a. C. Hatti fue completamente destruido por los llamados "Pueblos del Mar".
Mucho se ha escrito acerca del supuesto "error" de Ramsés II al enviar los cuatro ejércitos por distintos caminos, y se ha imputado a esta decisión el cuasidesastre sufrido por los dos primeros al ser sorprendidos por los carros hititas en el primer día de la batalla.
Sin embargo, existen fuertes razones militares para que el faraón lo hiciera de esta forma, y las principales consisten en el tamaño de sus ejércitos y la aridez del terreno a recorrer. Estas dos circunstancias convertían en un gran problema la logística de suministros para las tropas. Se trataba de recorrer desde Egipto unos 800 km al norte, atravesando Canaán, hasta llegar a la Siria Central.
Si bien "la estación en que los reyes van a la guerra" (época en que se pactaban las guerras) estaba claramente circunscrita al período posterior a las cosechas de trigo y cebada para dar tiempo a los estados vasallos a que acopiaran grandes cantidades de alimentos para el ejército que llegaría luego, una vez abandonado el territorio amigo los cuerpos de ejército hubiesen quedado librados a sus propios medios. La única forma de transportar los suministros hubiese sido la formación de enormes convoyes de carretas de bueyes, de una lentitud tal que hubiesen retrasado a la fuerza entera durante meses y meses.
Cada ejército debía, pues, una vez traspuestos los límites del imperio, abastecerse a sí mismo mediante la requisa de alimentos de los vasallos del enemigo. Solo de esa forma pudieron los egipcios llegar al campo de batalla en buenas condiciones físicas y morales.
Si Ramsés hubiese enviado los cuatro cuerpos por la misma ruta, el Segundo hubiese encontrado, en un punto dado, solo la devastación producida por las necesidades del Primero. Tras él vendría el Tercero, hallando aún menos alimentos, y es muy probable que los soldados del Cuarto se hubiesen muerto de hambre. Ramsés no deseaba luchar solo con un cuerpo de ejército bien alimentado y otros tres débiles y al borde de la inanición, por lo que diseñó cuatro rutas de aproximación paralelas de modo que cada cuerpo nunca encontrase a su frente la gran carestía producida por el que lo precediera. 

Tratado
El tratado fue redactado entre 1280 y 1269 antes de J. C., aunque la fecha exacta es todavía objeto de discusiones entre egiptólogos e hititólogos, en el vigésimo año del reinado de Ramsés II, según la cronología más reciente, la cual sitúa la subida de éste al trono el año 1301 antes de J. C. El texto original había sido grabado en láminas de plata que se han perdido, pero la versión egipcia fue reproducida en jeroglíficos en los muros del Rameseum y en Karnak. Es curioso que este tratado exista no solamente en dos lenguas, sino también en dos versiones diferentes, cada una de las cuales es una traducción revisada de los párrafos relativos a las obligaciones del otro firmante, y en cada caso la fraseología ha sido alterada en consecuencia. No ha llegado completa hasta nosotros la versión cuneiforme, la cual alcanza sólo hasta el párrafo catorce, que corresponde al párrafo diecisiete en la versión egipcia. El texto egipcio comprende treinta párrafos y termina con la descripción de las láminas de plata anteriormente mencionadas. Los mensajeros de Hattusil llegaron a Egipto provistos de un proyecto de tratado. El texto egipcio, reflejando, como es natural, una interpretación unilateral de la situación política de entonces, precisa que el año 21 del reinado de Ramsés y en el 21 día del mes de Tybi, durante la estancia del faraón en su nueva residencia en el Delta del Nilo, aparecieron los enviados hititas Tarteshub y Ramose «para implorar la paz de Ramsés, ese toro entre los príncipes y que fija las fronteras de su país donde quiere», lo que precisamente jamás logró en el país de Hatti. El tratado propiamente dicho empieza con la grandilocuencia propia de Oriente. Pero correspondía y estaba a la altura de la realidad: el equilibrio de fuerzas en el Próximo Oriente. «El tratado que el gran príncipe de Hatti, Hattusil el fuerte, hijo de Mursil, el grande y poderoso príncipe de Hatti, y nieto de Shubiluliuma, el grande y poderoso príncipe de Hatti ha estampado sobre una lámina de plata para Ramsés II, el grande y poderoso soberano de Egipto, hijo de Seti I, el grande y poderoso monarca de Egipto, y nieto de Ramsés I, el grande y poderoso príncipe de Egipto, el buen tratado de paz y de fraternidad que sella para siempre jamás la paz entre nosotros».
Para nuestra manera de pensar, la cláusula más interesante e importante es la que se encuentra al final del tratado. Es la que se refiere a la situación de los refugiados políticos, y que al cabo de tres mil años es de una inquietante actualidad. «Si un hombre —o incluso dos o tres— huye de Egipto y llega al país del gran monarca de Hatti, que el gran monarca de Hatti se apodere de él y lo devuelva a Ramsés, el gran señor de Egipto. Pero, cuando esto suceda, que no castigue al hombre que devuelvan a Ramsés II, gran señor de Egipto, que no se destruya su casa ni se haga el menor daño a su esposa ni a sus hijos, y que a él no le maten ni se le mutilen los ojos, ni las orejas, ni la lengua, ni los pies, y que no se le acuse de ningún crimen». Las mismas condiciones rigen también, naturalmente, para los súbditos hititas que se refugiaren en Egipto. La última frase del tratado es la que le confiere todo su valor: «En lo tocante a estas palabras, que para el país de Hatti y para el país de Egipto han sido escritas en esta lámina de plata, que los mil dioses del país de Hatti y los mil dioses del país de Egipto destruyan la casa, las tierras y los servidores de los que no las respetaren». Ciertamente, si el tratado no se convirtió en un trozo de «papel mojado», como otros muchos desde entonces hasta nuestros días, se debió mucho menos al poder mágico de estas palabras que al acreditado sentido hitita de las realidades políticas. Sea como fuere, este tratado inició un período de paz que duró setenta años en el Próximo Oriente. Por desgracia, hay que reconocer que son raros los casos como éste en la historia del mundo. Incluso el mejor tratado de paz sólo puede surtir efectos mientras interese a ambas partes. En el caso presente no puede sospecharse de la buena voluntad de ninguno de los dos firmantes, por cuanto diez años después de la conclusión del pacto la amistad egipcio-hitita fue todavía confirmada de un modo solemne y poco corriente en aquellas latitudes. En efecto: Ramsés II casó con una hija de Hattusil.
Esto no tendría nada de particular y no valdría ni la pena de mencionarlo si Ramsés hubiera considerado a la princesa hitita como a una cualquiera de las mujeres de su harén. Pero es que no fue así, sino todo lo contrario, pues Ramsés la elevó al rango de primera esposa. Esta boda brindó una espléndida oportunidad para proclamar una vez más, y ante todas las naciones, la validez y la vigencia del tratado de paz y de amistad entre los antiguos y eternos rivales. El acontecimiento dio, además, ocasión a una nueva entrevista entre dos de los «tres grandes» de la Antigüedad. Todo hace suponer que la iniciativa partió de los hititas, y que, por lo tanto, debemos considerar este enlace como un acto de alta política, adecuada para simbolizar la situación de Hatti en aquella época, como consecuencia de dicha alianza. La entrada de la princesa en Egipto fue inmortalizada por una estela hallada cerca de Abu Simbel, en la que la novia, que adoptó el nombre egipcio de Ma’atnefrure, la verdad es la belleza del Ra, está representada al lado de Ramsés y de su padre el rey hitita Hattusil III. El egiptólogo alemán Siegfrid Schott ha traducido uno de los textos que figuran en dicha estela. Pero es una lástima que en la introducción haga suya la tesis egipcia: «Después de la victoria de Ramsés II sobre Hatti, este país vive en el terror y en la miseria. El gran príncipe de Hatti envía a una de sus hijas a Ramsés…». ¿Cómo es posible imaginar que un faraón recibiera con tanta pompa a una princesa oriunda de un país que tiembla ante él y que vive en la miseria? Y, sin embargo, el texto que poseemos de la llegada de la princesa no deja lugar a dudas. El faraón envió a su encuentro a todo un ejército y a muchos de sus nobles: Así informaron a Su Majestad: “He aquí lo que hace el gran príncipe de Hatti: Traen a su bija mayor con innumerables presentes; Son tantos sus tesoros, que cubren con ellos el lugar donde se encuentran. La hija del rey de Hatti y los príncipes los traen. franquean muchas montañas y desfiladeros escabrosos y pronto alcanzarán las fronteras de Su Majestad. Envía a tu ejército y a tus nobles a recibirles…”.
El faraón parece sorprendido. No puede creerse que Hattusil, inspirándose en simples consideraciones políticas, se pusiera en camino con su hija, sin haberse cerciorado antes de cómo sería acogida en Egipto. Las líneas siguientes parecen dar a entender que la iniciativa partió efectivamente de Hatti: “Su Majestad no cabía en sí de gozo. El señor de palacio estaba radiante de júbilo, cuando tuvo conocimiento de este hecho extraordinario como nunca se había dado otro igual en Egipto, y envió al ejército y a sus nobles a recibirla inmediatamente”. Y Ramsés imploró a Seth, «el buen padre Seth», el dios de los extranjeros, que concediese buen tiempo a los invitados a la boda: «Haz cesar la lluvia, la tormenta y la nieve…, y su padre Seth atendió el ruego». Luego la inscripción describe el cortejo, que debió de ser una verdadera maravilla: “Los soldados de Hatti, los arqueros y los jinetes, todos súbditos del país de Hatti,  estaban mezclados a los de Egipto. Comían y bebían juntos unidos como hermanos, sin que ninguno recriminase al otro. Reinaba entre todos la paz y la amistad, como si todos fuesen egipcios. Los grandes príncipes de todos los países por los que pasó el cortejo estaban fascinados, incrédulos y atónitos, al ver a toda la gente de Hatti mezclarse al ejército del rey. Es cierto lo que Su Majestad dijo: «¡En verdad que nuestros ojos han visto un espectáculo grandioso!»”.  Evidentemente se trataba de explotar como un «milagro político» el paso de la magnífica comitiva por los pueblos fronterizos. Por fin la princesa y su séquito llegaron a la residencia de Ramsés: “Introdujeron ante Su Majestad a la hija del gran príncipe de Hatti que venía a Egipto, con innumerables regalos. Entonces vio Su Majestad cuan bella era su faz» bella como la de una diosa. Era un acontecimiento fantástico, una maravilla espléndida que en nada se parecía a lo que la gente hasta entonces se había transmitido de boca en boca. En los escritos de nuestros antepasados no se encuentra nada igual”. En el epílogo se exponen claramente las consecuencias políticas de este matrimonio de conveniencia, y el amanuense aprovecha esta ocasión para postrarse ante su dueño y señor, el rey: “Y luego, cuando un hombre, o una mujer, cuyos negocios llevaban a Siria, penetraban en el país de Hatti, nada debían temer. ¡Tan grande era el poder de Su Majestad!”.
La conclusión de este tratado coincide con la época de mayor esplendor hitita. El tratado surtió efectos duraderos, pero la seguridad que proporcionaba a sus firmantes trajo como consecuencia la disminución de la potencia del Imperio, tal vez porque parecía que ya no era necesaria la fuerza para defenderlo. Los reyes asirios, ávidos de botín, empezaron a violar de vez en cuando las fronteras. Uno de los vasallos occidentales más fieles, Madduwatas, cambió de repente de bando, sin duda presintiendo un cambio radical en la situación. El país de Arzawa pasó bruscamente a primer plano, y al Oeste, los Ahhiyawa (es muy posible que sean los aqueos, o sea los protohelenos) llegaron a constituir una seria amenaza. Arzawa (forma antigua Arzawiya) era un reino y una región de Anatolia occidental del II milenio a. C. Es un término hitita para referirse a una región no muy bien definida de Anatolia occidental, y, a veces, por extensión, se usa también para referirse a la alianza de los reinos de la región (el mayor de los cuales se suele llamar Arzawa Menor). De la cultura de Arzawa poco se sabe, excepto que la lengua de la corte era el luvita, emparentado con el hitita. Su historia es conocida únicamente por fuentes foráneas, provenientes esencialmente del reino vecino de los hititas, que combatieron muchas veces en esta región. La localización exacta de Arzawa aún es debatida. Se la sitúa al suroeste de Anatolia, entre las posteriores Licia y Lidia. Podría haberse extendido hasta el Mar Egeo. Era un reino de cultura luvita, como lo atestiguan los nombres de personajes originarios de este país, y el hecho de que se veneraba a dioses luvitas, como Tarhu (el dios de las tormentas). Las confederaciones de reinos de Arzawa fueron un problema constante para los hititas, que tuvieron que intervenir en numerosas ocasiones para repeler invasiones de su propio territorio o para asegurar que sus vasallos no eran expulsados de la región. El primer testimonio histórico del reino de Arzawa data del reinado de Hattusil I, hacia 1650 a. C. Un conflicto le enfrentó a su vecino occidental, que era ya una gran potencia. Aprovechando el debilitamiento del reino hitita durante el reinado de Zidanta I (hacia 1550 a. C.), los reyes de Arzawa extendieron su territorio. Cuando el reino hitita volvió a ser una gran potencia a partir del reinado de Tudhalia I, Arzawa fue una fuente de grandes problemas para él, igual que toda la región de Anatolia occidental, en la que los ahhiyawa (¿tal vez los aqueos?), comenzaron a poner el pie.
Maduwata, un monarca local vasallo de los hititas provocó a Kupanta-Kurunta, rey de Arzawa que le había vencido. Los dos terminaron por firmar la paz, para disgusto de Tudhalia que veía con mal ojo a su vasallo aliarse con su enemigo. Tudhalia II combatió a su vez contra Arzawa, sin mucho éxito. Este reino estaba en su apogeo, mientras que Hatti se enfrascaba en disputas dinásticas. El momento álgido de Arzawa llegó durante el reinado de Tarhuna-radu (primera mitad del siglo XIV a. C.), contemporáneo de los reyes hititas Arnuanda I y Tudhalia II: la debilidad hitita durante el final del gobierno de Arnuanda colocó a Tarhundaradu en una posición que quizá le permitía reclamar la hegemonía sobre Anatolia, hasta el punto de que Amenofis III, faraón de la dinastía XVIII de Egipto, firmó un pacto con él. El soberano de Arzawa aprovechó para conquistar las tierras bajas hititas. Después contactó con Akenatón, en las que le refirió la situación mediante dos cartas que le remitió en hitita, y le solicitó una alianza matrimonial. Sin embargo, Tudhalia II logró recuperar el poderío hitita. Su sucesor, Shubiluliuma I, obtuvo una victoria sobre Arzawa. Pero no fue suficiente: Uhha-Ziti, el nuevo rey de Arzawa, logró formar una coalición contra Hatti con ayuda de los ahhiyawa. El rey hitita Mursil II, hijo de Shubiluliuma, emprendió una gran expedición, con la que tardó dos años en vencer a Arzawa. Tomó su capital, Apasa (¿tal vez Éfeso?) y sometió todas los territorios aledaños. Según las declaraciones de Mursil, 65000 habitantes de Arzawa fueron deportados al país hitita. Arzawa fue dividida entre los antiguos vasallos de Uhha-Ziti, los reinos de Hapalla, Mira-Kuwaliya y el país del río Seha, que pasaron a la órbita hitita con la firma de tratados de vasallaje con Mursili. No se sabe exactamente lo que sucedió a Arzawa, el reino de Mira podría haber recuperado las regiones que constituían el corazón. Se produjeron revueltas en Arzawa, sobre todo durante el reinado de Muwatallis II, quien hizo frente a las ambiciones de los ahhiyawa, y durante el de Tudhalia IV, que reprimió la revuelta del reino del río Seha. En la región se establecieron algunos de los Pueblos del Mar que asolaron el Oriente Próximo, como los lucca (licios). A pesar de estas continuas rebeliones, Arzawa permaneció bajo el dominio del Imperio Hitita hasta la desaparición de este último (hacia 1200 a. C.), momento en el cual surgen distintas monarquías de cultura hitita en Arzawa, que posteriormente darán lugar al reino de Lidia. La última mención a Arzawa es de Ramsés III, que refiere la destrucción del reino por los temibles y misteriosos Pueblos del Mar. 
El gran Imperio hitita que forjara Shubiluliuma y que se había mantenido próspero durante un siglo, desapareció en el curso de dos generaciones, disgregándose durante el reinado del débil Tudhalia IV (1250-1220 antes de J. C.) y del todavía más débil Arnuwanda IV (1220-1190 antes de J. C.). Ni el uno ni el otro supieron continuar la política pacífica y constructiva de Hattusil, ni lograron compensar por la espada lo que perdieran en el terreno diplomático. Se han sugerido varias hipótesis para justificar el brusco declive del Imperio hitita. Sin embargo, no fue sino la consecuencia de una nueva invasión. Sea como fuere, parece que después de la muerte de Arnuwanda ocupó por poco tiempo el trono otro Shubiluliuma, y luego quizá también otro Tudhalia. El año 1190 antes de J. C., un gran incendio devastó Hattusas, y luego otra invasión, viniendo esta vez del oeste, sumergió completamente al Imperio hitita, que ya se encontraba muy debilitado. Puede que la primera invasión procediera de Misia o de Frigia. Una inscripción del templo egipcio de Medinet Habu los califica de «Hombres del mar», y añade: «…Y ningún país resistió a su empuje… empezando por el de Hatti». El incendio de Hatti, que siguió al saqueo de la ciudad, fue de unas proporciones aterradoras, gigantescas, pues si hemos de dar crédito al lenguaje de las piedras sacadas a la luz durante las excavaciones, la ciudadela, los templos y las casas de Hattusas ardieron durante muchos días, quizá durante semanas enteras. El fuego destruyó la capital, que desde entonces y hasta al cabo de 3145 años alguna vez llegó a ostentar el título de pequeña ciudad provincial, pero sin pasar generalmente de la categoría de aldea. Pero, asimismo, tal vez simultáneamente fueron pasto de las llamas las demás grandes ciudades de Kultepe y Alaja Hüjük. Y, con ellas, el Imperio hitita desapareció completamente del mapa. 

Hattusas: la capital de los hititas
La capital del Imperio Hitita,  estaba situada en los terrenos donde se encuentra la actual aldea de Boghazköy. En el centro del núcleo de la península de Anatolia. 
Gozaba de una situación estratégica única. Sus fortificaciones estaban potenciadas por una serie de defensas naturales, que hacia el Sur la separaban de la llanura de Capadocia y de la cordillera del Tauro. 
 Este emplazamiento hacía que dominara y controlara la totalidad del terreno circundante. El medio de comunicación entre la capital y los demás puntos del país era, como hoy, el carro de dos ruedas, tirado por bueyes, denominado por los turcos "kagni".
La ciudad debió ocupar un área muy extensa en el momento de máximo apogeo. Se desarrolló a partir de una serie de pequeños asentamientos que nacieron en el Bronce Antiguo (aprox. 2000 a.C.). Hacia el 1800 a.C. se instaló un "karum" (1) que fue destruido por Anitta de Kussara y la ciudad se convirtió en hitita más o menos a partir del 1.700 a.C., fue la capital del reino Hitita durante bastantes siglos, desde que el rey Hattusili I centró su administración en ella,  sufrió varios ataques y destrucciones, siendo los daños más importantes causados por los Gasgha. Su complejo sistema defensivo no pudo resistir los ataques del s. XII a.C., aunque los autores de la ultima destrucción debieron ser nómadas de origen tracio. 
Las murallas de 6 km. de longitud y en algunos puntos de 8 m de espesor, que atraviesa colinas en su perímetro y depresiones que fueron rellenadas con las tierras de las terrazas. La muralla se asentaba sólidamente en hiladas de piedra de gran tamaño, muchas de ellas trabajadas hasta quedar en bloques lisos que ajustaban perfectamente sin necesidad de argamasa. Los alzados de la muralla eran de adobe tanto la muralla como las torres presentan terminados almenados como se puede ver por algunos vasos rituales. La poliercética posterior demuestra lo práctico de resulta el uso del adobe a la hora de la absorción de golpes y rápida reconstrucción. Los muros están dotados de paseos de ronda, adaptados a la topografía del terreno. Tendencia a ser redondeados y protegidos los ángulos muertos por torres, en zonas de fácil acceso se levantan pamparts, precedidos de fosos.
Las puertas, son parte del ingenioso sistema de defensa hitita. por ejemplo la llamada Puerta Real, que tiene forma ojival, se decoraba hacia el interior con un dios musculoso, que portaba un hacha ritual. La Puerta Real tenía dos puertas dobles, macizas, posiblemente hechas de madera, revestidas de bronce y sujetas con clavos de cobre. Las puertas se cerraban por dentro, dejando un vestíbulo en el centro. La guardia después de cerrar posiblemente ascendida a las murallas por unos escalones. Las puertas estaban franqueadas por unas torres, con huecos interiores, rellenos de cascotes a guisa de refuerzo. Generalmente las torres estaban asentadas en profundos cimientos y su altura quedaba limitada por la parte superior de la muralla de la ciudad.
El sistema defensivo de las fortalezas hititas se completa con una serie de poternas de piedra que determinan una serie de túneles construidos a base de falsa bóveda, la funcionalidad de estos pasillos subterráneos era permitir la salida al exterior de la tropa, para sorprender a un posible sitiador. Suelen tener unos 70 metros de longitud, inclinadas hacia el exterior atravesando el recinto amurallado por debajo de las torres hasta salir fuera de las líneas fortificadas. Se construían en los puntos bajos o vulnerables de la ciudad, donde la tierra había sido amontonada para hacer las defensas más altas y profundas. Los hititas no disimulaban la existencia de estas construcciones, cuyas entradas angostas podían defenderse con pocos hombres.

Santuarios
En el interior de la ciudad existen cinco grandes templos, de los cuales el mayor de ellos es el templo I, que encierra una serie de edificios anexos, formando una especie de complejo sagrado. Ocupa una posición preeminente. Mantiene una planta casi cuadrada, de 275 m de lados, rodeado por un muro que delimita un recinto sagrado. Se levanta sobre una gran terraza artificial a base de bloques de piedra, rodeados por el O y NE por las viviendas de los trabajadores del templo. Existe un edificio (G), que constituye una escuela de escribas, con una buena dotación de tablillas. En el centro de otra terraza artificial de 137 m. se levanta el templo, rodeado de una vía artificial pavimentada. Presenta una serie de módulos de 6 a 25 habitaciones, posibles lugares de almacenamiento. Entrada con un vestíbulo que comunica con dos platas abiertas al exterior que da paso a un patio. A los flancos del patio una serie de habitaciones rectangulares asimétricas. Al fondo un pórtico da entrada a dos edificios sagrados dedicados a la diosa de Arinna, diosa Wurusemu, autóctona de Hatti, y el dios del tiempo, de origen indoeuropeo.
Frente a estos templos ciudadanos estaba el santuario de Yacilicaya, que se extendía fuera del recinto de Hattusas, a unos 2 km., se trata de un santuario al aire libre 

Nerik
Nerik fue una ciudad hitita, cuya localización exacta se desconoce. Estaba situada al norte de Hattusa, la capital del reino, y su importancia radicaba en el festival de Purulli, que se celebraba anualmente en honor del dios tormenta en esta localidad.
Fundada por los hattis, pueblo de lengua no indoeuropa, fue incorporada al imperio hitita durante el reinado de Hattusil I (1650 - 1620 a.C), y se mantuvo en él hasta la invasión kaska de tiempos de Hantil II, en algún momento del siglo XV a.C.
Tras la pérdida de la ciudad, los hititas trasladaron la celebración religiosa a Hattusa, hasta tiempos de Muwatallis II y Urhi-Teshub (1292-1265 a.C), cuando Hattusil III reconquistó la ciudad y volvió a celebrar el festival de Purulli en ella. Hattusil debió gran parte del prestigio que luego le permitió alcanzar el trono a esta victoria, hasta el punto de que llamó a su primogénito Nerikkaili en honor de la ciudad.
Se desconoce el destino de la ciudad tras la desaparición de los hititas durante la invasión de los pueblos del mar (aprox. 1200 a.C), pero es probable que fuera saqueada o destruida por los kaskas. 

Karkemish
La antigua Karkemish estaba situada 100 kilómetros al noreste de la actual Alepo, en Siria, y 60 kilómetros al sureste de la actual Gaziantep, en Turquía, en la orilla occidental del Éufrates, lo que le permitía controlar el principal vado de este río. Esta posición estratégica explica buena parte de su importancia para los imperios de la antigüedad.
Turquía ha construido una base militar sobre las ruinas de Karkemish, lo que impide el acceso libre a la zona.
Karkemish estuvo poblada desde el neolítico, convirtiéndose pronto en un importante centro mercantil, mencionado ya en el tercer milenio antes de Cristo. Tuvo tratos comerciales con Ugarit, Mitani y Ebla, entre otros. Sin embargo, con el creciente poder de Mitanni, parece que la ciudad pudo convertirse en vasalla de este imperio; así, cuando Egipto invade Mitanni, el faraón Thutmose I erige una estela cerca de Karkemish para celebrar sus victorias (aprox. 1500 a. C.).
El control egipcio de la zona no dura mucho, y pronto Mitanni recupera su antigua posición de potencia dominante en Siria, hasta el momento en que el rey hitita Shubiluliuma I (mediados de siglo XIV a. C.) logra destruir en la Primera Guerra Siria el poder de Mitanni, dejando al reino reducido a unas pocas fortalezas, entre las cuales Karkemish es la más importante.
En la Segunda Guerra Siria, Shubiluliuma conquistó Karkemish, e instaló a uno de sus hijos, Sarri-Kusuh, como virrey hitita en la ciudad. A partir de este momento, Karkemish se convierte en la principal fortaleza hitita en Siria, y en el núcleo de su administración en la zona. Los virreyes de Karkemish, siempre miembros de la familia real hitita, estuvieron encargados de defender la frontera oriental del reino contra los avances enemigos, primero de Egipto y luego de Asiria.
Esta posición se mantuvo hasta la repentina desaparición del imperio hitita a causa de la invasión de los pueblos del mar (aprox. 1200 a. C.). Karkemish logró sobrevivir a dicha invasión y los virreyes de la ciudad, ante la ausencia de un monarca en Hattusa, capital hitita, adoptaron para sí mismos el título de Gran Rey y conservaron un extenso reino de cultura hitita durante algún tiempo; sin embargo, el creciente poder asirio no pudo ser combatido, y pronto (comienzos del siglo X a.C.), Karkemish pierde casi todo su reino, siendo reducida a tributaria asiria en el siglo IX a. C.
En el año 717 a. C., Karkemish es finalmente conquistada por los asirios, que también usaran la ciudad como importante centro administrativo. Durante la época de Nabopolasar de Babilonia y de su hijo, Nabucodonosor II (finales del siglo VII a. C.), los asirios sufrieron una serie de derrotas y perdieron su capital Nínive, por lo que intentaron retirarse primero a Harrán y posteriormente a Karkemish. Desde ahí, los asirios se prepararon para una última batalla (605 a. C.) contra los babilonios, donde contaron con ayuda egipcia. La victoria de los babilonios implicó la desaparición del imperio asirio y la conquista por parte de Babilonia de Karkemish, momento a partir del cual la ciudad languideció, sin que se registren más sucesos de importancia asociados a ésta.

La estratégica región de Amurru y Qadesh 
Amurru era el nombre con que los egipcios llamaban coloquialmente al estratégico valle del Eleuteros (gr.; "Río de los Hombres Libres"), especie de pasillo terrestre que les permitía alcanzar desde la costa y sus puertos las posiciones avanzadas en la Siria Central, localizadas en las riberas del río Orontes. Amurru era, pues, vital para los faraones. 
Pero Amurru no era importante solo para el comercio y la paz: los reyes anteriores habían debido mantener el paso abierto para poder enviar a sus ejércitos al norte para hacer la guerra a Mittani. Y sucedía que, para mantener el paso de Amurru a su disposición, Egipto debía dominar la ciudad de Qadesh, sobre el Orontes. Caída Qadesh, caería Amurru y el comercio y las comunicaciones egipcias se verían anuladas por entero. Este solo hecho es la justificación de toda la guerra siria de Ramsés, y de los esfuerzos de sus predecesores para mantener la zona en sus manos. 

La caída del Imperio Hitita. Los estados Neohititas 
El Imperio hitita, que había sucumbido en las circunstancias que propiciaron la invasión de los Pueblos del Mar, tenía detrás de sus fronteras una serie de Estados que conservaban una cierta independencia. Esto fue aprovechado por los gasgas, eternos enemigos de los hititas, para forzar la ciudad de Hattusas y reducirla a cenizas. Esto marcó el final del Imperio Hitita. 
Las Dinastías de estos Estados vasallos eran segundogénitas de la familia real hitita, lo que aumentaba considerablemente su importancia. Alguno de estos vasallos, logra sobrevivir tras la invasión de los Pueblos del Mar, y después de unos 200 años sin documentación volvemos a encontrarlos hacia el año 1.000 a.C. 
Su idioma era el Luwita – hitita, escrito en jeroglífico hitito, testimonio de una pervivencia de las tradiciones hititas. 
La onomástica de sus reyes o jefes parecen mostrar esta ascendencia hitita: Labarna, katuzzili, Halparunda, Mutallmu… 
Se localizan desde el Tohma – Suyu, al norte hasta las fronteras del Orontes por el sur, y desde el Éufrates, al este, hasta Tiana e Ivriz al Oeste. 

Los principales Estados neohititas fueron: 
- Kizzuwatna: se mantuvo como un reino unitario que agrupaba gran parte de las tierras de Cilicia, Malatya y también sobre el Éufrates. 
- Al sur de Malatya, en Cilicia, estaba el reino de Yadiya, alrededor de la actual Zencirli, al este del Éufrates.
- En la Alta Siria, se encontraban los de Karkemish, Alepo, Khattina y Hamma. Todos ellos fueron ricos centros de comercio y poder militar.   
Los asirios conquistadores del siglo IX a.C. tuvieron que hacer grandes esfuerzos para dominar la región. 
De cuánto tiempo se mantuvo la tradición luwita en esta zona de Siria del noroeste y sureste de Asia Menor, da una idea el hecho de que Azitawanda, rey de nombre no semita, hacia el 730 a.C., aún usa escritora e idioma fenicio y además escritura jeroglífica hitita en su relato de la construcción de la ciudad de Azitawaddiya, incorporada al estadio asirio hacia el año 700 a.C.

Próximo Capítulo: Los Hurritas-Mitannis


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