LOS HITITAS
El período paleohitita. El Reino antiguo: sus principales
monarcas. Instituciones administrativas. Economía y sociedad. El Imperio
hitita: Suppiluliumas I. La política exterior hitita. Kadesh y su significado.
El final del Imperio hitita. Vida religiosa. Los reinos neohititas.
La península de Anatolia
Aquí se sitúa el nacimiento de la Edad del Hierro. Es un
terreno muy accidentado, con altas montañas, muchos valles,… En el 2.500 fue
ocupado por tribus centroeuropeas a
través del Bósforo y Dardanelos. El río más importante es el Kizil Irmak, más
conocido como Halys.
El karum de Kanesh fue en su momento el emplazamiento más importante.
Remontando el río Halys se llegaba casi al Éufrates. Así, el trayecto entre Assur
y Nesa es considerable, por vía fluvial.
Países:
- Tribu de los gasga/kaska: Coetáneos de los hititas.
- Hitita.
- Kizzuwatna.
- Mitanni: El término étnico de este pueblo era “hurri”, y también puede ser “Hanigalbat”; de hecho, en las fuentes aparece este último nombre.
- Arzawa: Fue la patria chica del apóstol San Pablo.
- Troya: Cerca de los estrechos. Se sabe que Troya I y Troya II fue visitada por indoeuropeos.
- Chipre: Aunque no pertenezca a la península de Anatolia, Chipre, también llamada Alasiya, era muy importante por el cobre.
- Países menores: Assuwa (en el oeste), Yamhad y Nuhesse (zona de fricción entre egipcios e hititas; de hecho, aquí se dieron las Tres Guerras Sirias).
Ciudades:
- Nerik: Hay un santuario a la diosa Arinna (este nombre inicialmente era de una urbe).
- Tapikka: No se sabe bien donde estaba.
- Kadesh.
- Karkemish.
- Tarso.
- Hubisna.
A partir del 2.000, en Anatolia
encontramos cuatro factores que permiten arrancar la historia de los hititas:
Tribus indoeuropeas de avanzadilla
hitita: Son los palaítas,
luwitas, nesitas. Se van a encontrar al pueblo nativo de la región de Hatti,
los hetti, y todos se van a
fusionar. Estas tribus, recordamos, se cree que entraron por el estrecho, pero
otros autores piensan que vinieron a través del Cáucaso. De hecho, la migración
indoeuropea alcanzó hasta la
India.
Presencia de acadios y asirios, que
comercian y montan mercados allí como Kanesh> Se conocen las campañas de Sargón aunque
son en realidad textos mitológicos. También, se tiene constancia de documentos
de Naram-Sin, como uno en el que se dice que ha derrotado a 17 reyezuelos del
País de los Cedros y de la zona de Capadocia (es decir, de Anatolia).
La población autóctona de toda la
región, denominada “asiática”: En algunos textos de Kanesh se hace
referencia a nombres de príncipes y princesas de la zona, lo que significa que
había muchos jefes locales asiáticos, los rubaum;
los hijos de los reyes recibían las tierras conquistadas y se los nombraba
reyes, siendo el padre el gran rey, el señor de señores. Anittas (en la lista
de monarcas hititas) fue uno de ellos. De todas formas, en los textos no se
diferencian si esos habitantes eran nativos o emigrantes indoeuropeos.
1.
Hititas como tales.
Nesitas:
Son originarios de urbe
desconocida y se establecieron en Nesa más tarde. Reciben a los asirios para
comerciar. Cuando se apoderan de la ciudadela del centro del río Halys, es
decir, en la región de Hatti, ya serán el pueblo hitita, que fundará el reino
de Hatti, lo que para nosotros es el Reino Antiguo Hitita.
Por tanto, en el XVIII surgen regiones
más evolucionadas políticamente, hasta que en un momento concreto aparecerá un
personaje que les unifica. De hecho, todos los nombres de los reyes hititas
llevaban el apelativo Labarna, en recuerdo a este monarca
primigenio (que veremos más adelante); cabe destacar que más adelante, en la
fase del imperio, se alarga quedando “Labarna, gran rey, rey del país de Hatti,
el héroe, el bien amado del dios Tesup”. Asimismo, las reinas se llamaban Tawanamna (“madre de la divinidad”).
Los textos de Kanesh (y luego también
los hititas, como el de Telipinu) son los que tratan de sobre los orígenes de
los hititas, de su reino. Los documentos de Kanesh hablan de la ciudad de
Kusara.
Los
hititas
El corazón del Imperio hitita –llamado
comúnmente País de Hatti– estaba situado en el recodo del río Kizil
Irmak (Marrasantiya en lengua hitita), donde se hallaba la capital Hattusa.
Este núcleo limitaba al norte con las tribus kaskas, al sur con Kizzuwadna, al
este con Mitanni y al oeste con Arzawa. En el momento de máxima expansión
hitita, Kizzuwadna, Arzawa y una parte importante del territorio gasga fueron
incorporados al Imperio, que incluía, además, una buena parte (o la totalidad)
de Chipre y diversos territorios en Siria, donde el reino hitita limitaba al
este con Asiria y al sur con Egipto.
Algunas de las principales ciudades
hititas han sido localizadas, entre ellas Nesa y la capital Hattusa. Aún quedan
ciudades por hallar, como, por ejemplo, Kussara, Nerik o Tarhuntassa. En Siria
estaban especialmente las ciudades conquistadas al antiguo reino de Iamhan de
Alepo, Karkemish y Qadesh.
Mapa
de las principales ciudades y regiones del mundo hitita. Los nombres en rojo
claro indican la ubicación más probable o aproximada
El soberano hitita era el lugal-gra
(“gran hombre grande”). Colocaba a los príncipes, sus hijos, en diversas
regiones de su reino; en caso de necesitar el rey ayuda, los príncipes estaban
obligados a satisfacerle. Algunas de estas regiones eran Mira, Pala (el país de los palaítas), Kizuwatna, Isuwa, Alshe, Papanhi, Azzi-Hayasa, Hanigalbat, Mitanni,
Astata, Nuhassa…
La capital hitita más antigua es Kusara, y aún no se han encontrado sus
restos.
El Hatti o Imperio hitita
fue un poder dominante en Anatolia, donde se situó su núcleo político central
y otros territorios periféricos. Durante los siglos XIV y XIII a. C.
incorporaron un gran número de vasallos anatólicos en occidente y controlaron
extensas zonas de Siria septentrional, alcanzando el río Éufrates. Su
organización político-militar fue compleja.
Su capital fue Hattusa. Hablaban una
lengua indoeuropea, escrita con jeroglíficos o caracteres cuneiformes tomados
de Asiria. Su reino reunió a numerosas ciudades-estado de culturas muy
distintas entre ellas y llegó a crear un influyente imperio gracias a su
superioridad militar y a su gran habilidad diplomática, por lo que fue la
«tercera» potencia en Oriente Próximo, junto con Babilonia y Egipto.
Perfeccionaron el carro de combate ligero y lo emplearon con gran éxito. Se les
atribuye una de las primeras utilizaciones del hierro en Oriente Próximo para
elaborar armas y objetos de lujo. Tras su declive, cayeron en el olvido hasta
el siglo XIX.
Gracias a numerosas excavaciones,
algunas tan importantes como el descubrimiento de lo que sería similar a un
"archivo nacional" en Hattusa, y muchas referencias en textos de
origen asirio y egipcio, se ha podido reconstruir su historia y llegar a
descifrar su escritura.
El
nombre de Hatti
No se sabe a ciencia cierta cómo se
llamaban a sí mismos. El nombre de Hatti proviene de las crónicas asirias que
lo identificaban como Khati (el país de Hatti), y por otra parte los egipcios
les denominaban "Heta", que es la transcripción más común del
jeroglífico "Ht" (la escritura egipcia carecía de vocales).
En idioma asirio o acadio URUHa-at-ti
Por otra parte, los "hatti"
eran un pueblo no indoeuropeo que vivía en la misma región que los hititas,
antes del primer imperio hitita, y cuya conquista por parte de los segundos
provocó que los asirios y demás Estados vecinos siguieran usando el nombre de
"hatti" para denominar a los nuevos ocupantes, pasando a significar
"La tierra de la ciudad de Hattusa". La lengua hática de los hatti
siguió siendo usada ocasionalmente y para ciertos propósitos dentro de las
inscripciones en hitita.
El término proviene de las referencias
bíblicas. Éste era llamado "Hittim", que Lutero traduciría al alemán
como "Hethiter", los ingleses lo convirtieron en
"Hittites", mientras que los franceses los denominaron primero
"Héthéens" para acabar llamándoles del mismo modo que los ingleses,
"Hittites". "Hititas" es el término general que se emplea
en español (también se ha utilizado el de "heteos", pero es poco
frecuente y está en desuso). Las referencias en la Biblia sobre los hititas las
encontramos en Josué (3,10), Génesis (15,19-21), (23,3) Números (13,29) y Libro
II de los Reyes (7,6).
En el libro 2 de Samuel (11, 1-21), se
hace referencia a Urías el hitita, combatiente de los ejércitos del rey David y
esposo de Betsabé. Tras tomarla como concubina mientras Urías peleaba con los
amonitas, David, después de embarazar a Betsabé, provocó su muerte.
El
descubrimiento de los hititas
A diferencia de los reinos
contemporáneos de Babilonia, Asiria o Egipto, cuya memoria ha estado presente
en las sucesivas civilizaciones, el reino hitita forma parte de los olvidados
por la historia antigua de Oriente Próximo. Al igual que sumerios, elamitas o
urartianos, no dejaron apenas rastro en la memoria de los pueblos que
posteriormente ocuparon sus tierras. Los bajorrelieves de los hititas y de sus
vasallos, como el del paso de Karabel en Kemalpaşa, son bien conocidos desde la
época antigua y medieval, pero su atribución fue problemática hasta finales del
s. XIX.
En 1834 Charles Texier descubre las
ruinas de una antigua ciudad cerca de la aldea turca de Bogazköy (después
identificada como su antigua capital, Hattusa). En 1839, en su libro Description
de l'Asie Mineure afirma que esas ruinas pertenecían a una civilización
desconocida.
En 1822, en Viajes por Siria y Tierra
Santa, Johann Ludwig Burckhardt habla del encuentro de una lápida con jeroglíficos
desconocidos, algo que pasó en su momento inadvertido. Pero en 1863, los
estadounidenses Augustus Johnson y el director Jessup seguirían las huellas de
Burckhardt en Hama hasta reencontrarla.
Entre 1870-80 se investigan diversos
restos por el misionero irlandés Willian Wright, que traslada algunas piedras a
Estambul, y H. Skeene y George Smith, que descubren Karkemish y encuentran
restos de la "escritura desconocida", la misma escritura que
encontraría en 1879 Henry Sayce en Esmirna.
En 1880, Sayce afirma en una conferencia
ante la Society for Biblical Archaeology que todos esos restos pertenecen a los
hititas que menciona la Biblia. Cuatro años más tarde, William Wright
aporta nuevas pruebas a la tesis de Sayce y publica un polémico y atrevido tratado:
El gran Imperio de los Hititas, con el desciframiento de las inscripciones
hititas por el profesor A. H. Sayce.
Hacia el año 1887 se descubre en Amarna
numerosa documentación egipcia de la época de Akenatón, que incluye abundante
correspondencia con las primeras alusiones directas a los hititas y a los
jebuseos. En 1888, Karl Humann y Felix von Luschan dirigen unas excavaciones en
Sendjirli y descubren una fortaleza hitita con numerosos bajorrelieves y
toneladas de esculturas y vasijas de barro cocido. Entre 1891 y 1892 William
Flinders Petrie encuentra tablillas en la misma "lengua desconocida",
que se le llamaría primeramente "lengua Arzawa", debido a las
alusiones que se hacían al territorio de Arzawa. En 1893 el arqueólogo francés
Ernest Chantre descubre en Bogazköy fragmentos de tablillas en la misma lengua.
Pero el mayor descubrimiento lo hace
Hugo Winckler entre 1905 y 1909 en una expedición a Bogazköy, donde encuentra
más de 10 000 tablillas de lo que parecía ser un "archivo
nacional", entre las cuales había textos bilingües, lo que permite
descifrar numerosos documentos. Winckler afirma que esas ruinas pertenecen a la
capital, la cual acaba denominando Hattusa. A partir de entonces, la
investigación entre los años 1911 y 1952 se centra en descifrar la lengua
hitita, cuyas mayores aportaciones las hace Johannes Friedrich que, en 1946,
publica un Manual hitita y entre 1952 y 1954 un Diccionario de lengua
hitita.
El punto culminante del descubrimiento
de los hititas se produce durante las excavaciones dirigidas por Kurt Bittel en
Bogazköy y las de Helmut Bossert en Karatepe, donde se encuentran nuevos textos
bilingües que han ayudado a descifrar definitivamente la escritura hitita y la
fijación de fechas.
PREHISTORIA:
La península de Anatolia tiene
yacimientos prehistóricos, del Calcolítico, Bronce…Del Neolítico son escasos,
pero por carencia de excavaciones. La cultura neolítica sobresalió en Cayönü
(reciben influencia de culturas mesopotámicas). Hay muchas localidades
prehistóricas importantes como Amk, Mersim, Alisar y Alaka Huyuh.
Amk y Mersim son del Calcolítico, al sur
de Anatolia, y aparecen utillajes de cobre y restos de cerámica a torno,
influenciados por Mesopotamia y Egipto.
Alisar y Alaka están en el centro de la
península, con características de villa, y mantienen contactos con gente del
Danubio a través del Bósforo y los Dardanelos. La cerámica y los restos
funerarios confirman la ida y vuelta de Anatolia al Danubio.
Los restos humanos encontrados son de
tipo braquicéfalos.
En el noroeste tenemos los primeros
estratos de Troya, con elementos autóctonos.
A partir del 3000 comienzan a utilizar
el bronce. En Troya II aparecieron elementos de bronce en el estrato de un
incendio.
A partir del año 2000 en Anatolia
encontramos 4 factores que van a permitir arrancar la Historia de los Hititas:
1º) Tribus indoeuropeas, de avanzadilla
hitita (nesitas, luwitas, palawitas) que se encuentran con pueblos nativos como
Hatti.
2º) Presencia de acadios y asirios
(comercio).
3º) Población autóctona, “asiática”.
4º) Hititas como tales en Kussara.
Esas tribus indoeuropeas han entrado por
el Bósforo y los Dardanelos, pero hay autores que dicen que han llegado por el
Occidente, concretamente por el Cáucaso.
De los acadios conocemos la presencia de
tropas acadias en Anatolia para proteger a sus comerciantes. Hay también textos
hititas que hablan de reyes amorreos.
Respecto a la población autóctona
asiática se han encontrado en el Karum de Kanesh textos con nombres de reyes y
príncipes: no había unidad entre los asíanicos, sino reinos independientes. Rubaum
significa “reyezuelo” de esos reinos-poblados, aunque hablan también de un Gran
Rey, “Señor de Señores” o Gran Príncipe, como Anittas de Kussara. Pero
en los textos de Kanesh no se diferencia entre indoeuropeos y autóctonos
asiánicos.
Sobre los nesitas conocemos los nombres
de algunos personajes que han venido de Kussara hasta Nessa o Kanesh. Son ellos
los que reciben a los asirios para comerciar.
Estas ciudades poco a poco se irán
uniendo para formar el Reino de Hatti.
Historia de los hititas
Tradicionalmente, la historia hitita se
ha divido en tres partes. El Reino Antiguo, donde edificaron un poderoso reino.
El Reino Medio, una etapa bastante oscura y con cierta decadencia. Y el Reino
Nuevo, donde alcanzan la categoría de imperio y su máxima expansión. En la
actualidad se dispone de suficiente información para desechar la existencia del
Reino Medio, prefiriéndose hablar de una etapa oscura o de decadencia, anterior
al Reino Nuevo.
La historia hitita abarca aproximadamente
quinientos años, desde el reinado de Labarna a comienzos del siglo XVII a. C.
hasta el colapso del reino a finales del siglo XIII a. C. o comienzos del XII
a. C. La historia del reino se divide en dos grandes periodos: Reino Antiguo
(comenzando con el reinado de Labarna) y Reino Nuevo (comenzando con el reinado
de Tudhaliya I/II). Otras divisiones adaptan la historia de los hititas al
esquema de la historiografía de los reinos del Antiguo Oriente Próximo y
establece tres periodos: antiguo, medio y nuevo. Sin embargo, en este caso, no
hay unidad para definir cuándo termina uno y comienza el siguiente.
Orígenes
El origen de los hititas y sus
«parientes» luvitas y palaítas -todos hablantes de lenguas indoeuropeas-,
establecidos en Anatolia en el segundo milenio antes de Cristo, es objeto de un
debate que se halla unido a los orígenes de los pueblos indoeuropeos. Una
hipótesis propone un origen autóctono, por lo que los hititas eran un pueblo
indígena de Anatolia. Sin embargo, la opinión predominante es que el origen de
los indoeuropeos está en las estepas del sur de Rusia de donde migraron los
hititas: cruzaron los Balcanes, atravesaron los estrechos que separan Asia de
Europa y se asentaron en Anatolia Central. El conocimiento actual no permite
determinar si los hititas, luvitas y palaítas llegaron en oleadas sucesivas o
al mismo tiempo, o si quizá un pueblo que sería su ancestro común se dividió en
varios grupos tras su llegada a Anatolia. La datación de estas migraciones
sigue siendo controvertida y algunos estudiosos proponen periodos que se
remontan hasta el tercer milenio antes de Cristo.
Primeros
reinos
Cualquiera que sea su origen, los
primeros textos hititas conocidos se identifican al comienzo del segundo
milenio antes de Cristo en los archivos de los mercaderes asirios de Anatolia
Central donde establecieron varias colonias comerciales. La más importante fue
la situada en Kanes (actual Kültepe) en la que se han encontrado la mayoría de
las tablillas. Su estudio reveló la presencia de diversos principados que
compartían Anatolia Central en el siglo XIX a. C.: al norte estaban Hatti
(alrededor de Hattusa) y Zalpa (cerca del mar Negro); al sur, Buruskhattum (la
Puruskhanda de los textos hititas posteriores, quizá la actual Acemhöyük), Wahsusana,
Mama y especialmente Kanes, en una región donde los hititas estaban más
concentrados. La importancia de esta última ciudad para los orígenes hititas
se refleja en que es a partir de su nombre que los hititas llamaban a su propio
idioma (nesili, la lengua de Nesa, otro nombre de la ciudad de Kanes).
La primera dinastía «hitita» que ejerce
la hegemonía en Anatolia Central viene de la ciudad de Kussara -cuya ubicación
se desconoce- bajo la dirección de dos reyes del siglo XVIII a. C.: Pitkhana y
Anitta. Establecieron su capital en Kanes y sometieron a los principales
Estados anatolios, entre los que se encontraban Buruskhattum, Hatti y Zalpa.
Esta dinastía no sobrevivió muchos años a Anitta y desapareció en
circunstancias desconocidas.
La aparición del gran
reino hitita
El gran reino hitita, cuya dinastía
dominó ininterrumpidamente gran parte de la península anatólica durante más de
cuatro siglos, se conformó en las últimas décadas del siglo XVII a. C. Sus
fundadores probablemente estuvieron emparentados con la dinastía de Kussara. La
naturaleza de la conexión es todavía oscura. El fundador de la dinastía parece
que se llamó Labarna. Este nombre se empleó después para referirse al monarca,
de la misma manera que los nombres César y Augusto se utilizaron para designar
a las funciones más altas del Imperio romano.
El primer rey cuyos hechos son conocidos
es Hattusili I, sucesor de Labarna y modelo hitita de rey conquistador.
Estableció su capital en Hattusa y proporciona el primer periodo de expansión
territorial al reino hitita al apoderarse de ciudades en el norte de Anatolia
(Zalpa) y, sobre todo, en el sur, ya que logró amenazar las posiciones de
Yamhad (Alepo), el reino más poderoso de Siria en aquellos días.
Antiguo Oriente Próximo
en tiempos de Hattusili I y Mursili I. La extensión de los reinos y
la ubicación de algunas ciudades son aproximadas.
Su nieto y sucesor, Mursili I,
continuó con esta dinámica bélica al capturar finalmente Alepo y hacer una
incursión exitosa hasta Babilonia en 1595 a. C. Provocó así la caída de los dos
reinos más importantes de su época en el Antiguo Oriente Próximo, pero fueron
éxitos efímeros. Fue asesinado por Hantili I, su propio cuñado, tras su
regreso de la expedición babilónica. Esto fue el preludio de un periodo de
intrigas cortesanas y trastornos fronterizos que condujeron a los hititas a una
progresiva retirada territorial.
La
inestabilidad del reino
Los sucesores de Mursili I no
lograron estabilizar la corte real, sacudida regularmente por intrigas
sangrientas durante gran parte del siglo XVI a. C. La situación fue restaurada
por Telepinu mediante la proclamación de un edicto en el que prescribía las
reglas sucesorias del reino -con el fin de evitar más derramamiento de sangre-
y para instruir a sus súbditos en las normas de la buena administración del
Estado. En política exterior firmó un tratado de paz con el reino de
Kizzuwadna, frontero con Siria septentrional, que se convirtió en la potencia
dominante en el sureste de Anatolia.
Los siguientes reyes se esforzaron por
mantener relaciones pacíficas con Kizzuwadna, pero este basculó hacia la órbita
de la nueva potencia dominante en Siria: el reino de Mitanni, gobernado por los
hurritas, que se convirtió en rival de los hititas en la hegemonía sobre los
reinos de Anatolia Oriental. Al mismo tiempo surgió una amenaza por el norte
donde las tribus kaskas ocuparon las montañas del Ponto y dirigieron
incursiones devastadoras al corazón de Hatti. Las intrigas cortesanas
continuaron hasta finales del siglo XV a. C. cuando Tudhaliya I/II sube al
trono.
Antiguo Oriente Próximo
a comienzos del Reino Nuevo hitita. La extensión de los reinos y la ubicación
de algunas ciudades son aproximadas.
La cronología de este periodo -llamado
en ocasiones Reino Medio- está mal establecida y el número de soberanos que
ocuparon el trono se sigue debatiendo. De todas formas, el reino se fortaleció
frente a sus oponentes. La amenaza de los kaskas se contuvo mediante el
establecimiento de una zona fronteriza salpicada de guarniciones, alguna de las
cuales se conoce bien gracias a las excavaciones y las tablillas que han salido
a la luz (en Tapikka, Sapinuwa, Sarissa). Al sur, el reino de Mitanni estuvo en
problemas durante este periodo por la ofensiva egipcia que alcanzó su frontera
sur. Kizzuwadna salió de su órbita para regresar a la alianza con los hititas.
Otros conflictos conducen a los reyes hititas al oeste de Anatolia, donde el
ascenso de los países de Arzawa amenazaba la hegemonía hitita en la región.
Los reinados de Arnuwanda I y
Tudhaliya III, durante la primera mitad del siglo XIV a. C., fueron
testigos del progresivo agrietamiento de la solidez del reino frente a sus
rivales anatolios. En el norte, los kaskas asaltaron varias plazas fuertes
antes de tomar y saquear Hattusa, lo que obligó a la corte real a retirarse a
Samuha. En el oeste, los hititas no consiguieron instalar de forma permanente
su autoridad y retrocedieron con el tiempo; mientras, el rey de Arzawa buscaba
el reconocimiento como «gran rey» -que le situaba en igualdad de rango con el
rey hitita- del faraón Amenofis III, como se desprende de la
correspondencia diplomática de las cartas de Amarna. En el este, los reinos de
Isuwa y Azzi-Hayasa amenazaban a los hititas. A mediados del siglo XIV a. C.
las grandes potencias de Antiguo Oriente Próximo parecían asistir al final del
reino de los hititas.
El
imperio hitita
Tudhaliya III designó heredero a un
príncipe homónimo, conocido como Tudhaliya el Joven. Fue suplantado por
Suppiluliuma I (h.1350-1322 a. C.), probablemente su medio hermano.
Suppiluliuma I fue un jefe militar de gran valor que emprendió los
primeros esfuerzos para recuperar el reino hitita de la situación catastrófica
en la que estaba. Recuperó Arzawa e Isuwa y estableció el vasallaje de
Azzi-Hayasa. Sus éxitos más notables tuvieron lugar en Siria donde extendió
considerablemente su influencia tras infligir dos severas derrotas a Mitanni,
después hundido por intrigas sucesorias. Los vasallos sirios de Mitanni se
rebelaron contra la influencia hitita en la región, pero fueron sometidos y
puestos bajo la tutela de virreyes hititas. Las capitales de estos virreinatos
fueron Alepo y Karkemish. Antes de comenzar un conflicto abierto contra Egipto,
se atrajo la fidelidad de algunos vasallos del faraón Akenatón como Ugarit,
Qadesh o Amurru. Sin embargo, los prisioneros deportados a Hatti durante los
primeros enfrentamientos trajeron una epidemia de peste que tuvo, como más
conocidas víctimas, al propio Suppiluliuma I y a su sucesor
Arnuwanda II.
El joven Mursili II (h.1321-1295 a.
C.) tomó el poder en circunstancias difíciles. Sin embargo, tuvo una capacidad
militar sin igual en aquel momento que le permitió completar el trabajo de su
padre, Suppiluliuma I, al someter a los países de Arzawa y entregarlos a
varios vasallos fieles. Combatió contra los kaskas. Varios gobernantes vasallos
de su padre, tanto de Anatolia como de Siria, se rebelaron contra su autoridad,
pero fueron derrotados. En el caso de los sirios, fue posible gracias a la
actuación de los virreyes de Karkemish, establecidos como intermediarios de la
autoridad del gran rey.
Antiguo Oriente Próximo
en tiempos de Muwatalli II. La extensión de los reinos y la ubicación de
algunas ciudades son aproximadas.
Las revueltas de los vasallos y la lucha
contra Egipto, que experimenta un nuevo impulso bajo los primeros reyes de la
Dinastía XIX, fueron las principales preocupaciones militares de
Muwatalli II (h.1295-1272 a. C.), el siguiente rey. El choque contra
Egipto se produjo en la batalla de Qadesh (h.1274 a. C.) donde sus tropas y las
de Ramsés II se irán sin una victoria decisiva para ninguna de las partes.
El sucesor designado por
Muwatalli II es su hijo Urhi-Tesub quien ascendió al trono con el nombre
de Mursili III (h.1272-1267 a. C.). Su madre era una concubina, no la
reina titular, por lo que su legitimidad se vio debilitada. Su tío,
Hattusili III, líder brillante que se distinguió en la guerra contra los
kaskas, le hizo sombra. La lucha por el poder que se desató entre los dos
bandos favoreció a Hattusili III (h.1267-1237 a. C.), que desterró a su
sobrino. El reinado de Hattusili III estuvo marcado por la voluntad de
reconocer su plena legitimidad a los ojos de los otros reyes. Consiguió
concluir la paz con Ramsés II, que se casó con dos de las hijas del
hitita. El oponente más formidable para los hititas durante su reinado fue
Asiria que surgió de los despojos de Mitanni y colocó bajo su dominio la Alta
Mesopotamia hasta el Éufrates.
El siguiente rey, Tudhaliya IV
(h.1237-1209 a. C.), reinó con el apoyo de su madre, la influyente Puduhepa.
Sufrió una dura derrota de Asiria, aunque no llegó a amenazar sus posiciones en
Siria puesto que Tudhaliya IV mantuvo el virreinato de Karkemish. La
situación fue más turbulenta en Anatolia Occidental al tiempo que el reino de
Alasiya (isla de Chipre) fue sometido. La dinastía gobernante vio su
legitimidad cuestionada por la presencia de una rama colateral de la familia
real instalada en Tarhuntassa, regentada por otro hijo secundario de
Muwatalli II, Kurunta, y sus sucesores. Kurunta parece que llegó a hacerse
con el trono hitita. De ser así, fue desplazado por Tudhaliya IV poco
después. Los reinados de Hattusili III y Tudhaliya IV estuvieron
también marcados por el embellecimiento de la capital Hattusa, abandonada por
Muwatalli II, y por la reforma cultual que llevó una mayor presencia de
elementos hurritas en la religión oficial, ilustrada por la remodelación del
santuario rupestre de Yazilikaya.
Monarca o rey hitita es el título
habitual de los gobernantes del Imperio que se extendió por Asia Menor y tuvo
su capital en Hattusa.
Su estudio es bastante complicado por la
falta de documentos, así que la mayoría de las dataciones son inseguras,
particularmente durante el periodo oscuro o Reino medio. Sin embargo, existe un
cierto consenso sobre la mayoría de los nombres contenidos en la siguiente
lista, con excepción quizá de Kurunta y de Hattusili II.
Reyes hititas
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Pithana o Pitkhana fue un rey de
mediados del siglo XVIII a. C. de la ciudad de Kuššara. Junto a su
hijo y sucesor, Anitta, conquistó la ciudad de Neša, que convirtieron en su
residencia, en el corazón de las colonias asirias de Anatolia y núcleo de los
territorios de lengua hitita, erigiéndose como principado hegemónico de
Anatolia.
Los nombres de Pithana y Anitta aparecen
en tablillas asirias primitivas, pertenecientes a archivos comerciales, donde
se les menciona en certificados, como «de la mano del príncipe Pitkhana y del
Gran Señor de la Escalera, Anitta». Así mismo, aparecen ambos en una
inscripción encontrada en la ciudad de Zulpa Fue considerado por los hititas
como uno de los fundadores de su linaje real.
Anitta, rey de Kussara, fue considerado por los hititas como uno
de los fundadores de su linaje real, vivió durante el
siglo XVII a. C. (de acuerdo con la cronología corta). Hijo del
rey Pithana, comenzó su carrera en Kussara, pero tras la conquista de Nesa
(posiblemente en tiempos de su padre), trasladó su capital a esta ciudad.
Debió afrontar la defección de Piyusti,
el rey de Hattusa, lo que amenazaba con quebrar su predominio político sobre
Anatolia. Anitta emprendió la guerra contra Piyusti, y finalmente consiguió
derrotarle y darle muerte en batalla. Los restos del ejército de Piyusti se
refugiaron en Hattusa, por lo que Anitta cortó las líneas de abastecimiento de
esta ciudad y la sometió a hambrunas, hasta que, informado por espías de que ya
no quedaban guerreros en Hattusa que pudieran empuñar las armas, la capturó.
Como muestra de su poderío, Anitta llenó la ciudad de maldiciones sagradas, y
la sembró con zahheli, una planta espinosa.
Las riquezas que Anitta saqueó en
Hattusa le sirvieron para construirse un gran palacio en Nesa, y, como
consecuencia de su primacía, se permitió tomar el título de «gran rey». Fue
sucedido por su hijo, Tudhaliya.
Es el autor de la Proclamación de
Anitta, el texto conocido más antiguo de los escritos en el idioma hitita
(y de los indoeuropeos) -el siguiente más antiguo es el Rig-veda,
compuesto en Pakistán un siglo después-, en el que trata de los hechos que
condujeron a la fundación del Imperio
hitita.
Pu-Sarruma es un hipotético rey hitita. La
hipótesis es debida a Emil Forrer, y no está completamente aceptada. Habría
reinado alrededor del siglo XVII a. C. (cronología media) ó del
siglo XVI a. C (cronología corta).
Pu-Šarruma se correspondería con el
abuelo de Hattusili I, el suegro de Labarna y el padre de Papahdilmah,
mencionado por Hattusili. Pu-Šarruma fue también padre de Tawannanna.
No se sabe prácticamente nada de la vida
de PU-Sarruma, que es una figura muy oscura. Sus hijos se revolvieron contra
él, de manera que mientras se encontraba en la ciudad de Šanahwitta, nombró a
su yerno, Labarna, como sucesor. Sin embargo, Papahdilmah todavía mantuvo el
apoyo de los sirvientes y funcionarios reales.
Labarna, primer rey hitita
Se considera a Labarna como el fundador
de la monarquía hitita y primer soberano del Reino Antiguo (ca 1600 - 1430 a.
C.), si bien su misma existencia ha sido cuestionada por los investigadores
modernos. Es posible que Labarna no fuese, de hecho, el primero de los reyes.
Tomando información de las listas reales, algunos historiadores como Emil
Forrer conjeturan la existencia de un tal Pu-Sarruma (quizás Hišmi-Šarruma)
hijo de Tudhaliya como su predecesor. Los hijos de PU Sharruma se rebelaron
contra su padre, por lo cual éste designó como sucesor a su yerno; Labarna.
Muerto el rey uno de sus hijos, Papahdilmah, disputó el trono con Labarna pero
fue derrotado. Es poco lo que se conoce del reinado de Labarna, siendo el
Edicto de Telepinu nuestra principal fuente al respecto. En el mencionado
documento se lee que el rey «… ha abrumado a sus enemigos y establecido sus
fronteras en el mar», lo que puede significar que llevó sus conquistas hasta
el Mediterráneo por el sur y el Mar Negro en el norte. Estas campañas sentarían
las bases del Imperio Hitita. También se sabe que instaló a sus hijos como
gobernadores de varias ciudades, entre las cuales se mencionan Tuwanuwa,
Hupisna, Landa y Lusna (las identidades de estas ciudades son inciertos, pero
podrían corresponder a las posteriores Tiana, Cybistra Heraclea, Laranda y
Listra).
El prestigio de Labarna hizo que su
nombre, a semejanza de lo que sucedería con el de César entre los romanos, se
convirtiese en un título ostentado por el Gran Rey de Hatti. El consenso
académico, no obstante, considera que Labarna es, en realidad, un epíteto
relacionado con el adjetivo luvita tapar (poderoso), por lo cual su
significado sería El que es poderoso, o El Gobernante. Esto
implica que Labarna sería, ya entonces, un nombre real antes que uno personal.
Dada la falta de referencias contemporáneas, y el hecho de que su nieto y
sucesor Hattusili también porte el título, se ha propuesto que Labarna I y él
fuesen el mismo monarca y que los historiadores hititas posteriores los
confudieron. La ya mencionada variante del nombre; Tabarna, aparece también en
textos hattianos, hurritas y acadios.
Hattusili I (Khattushili, Ḫattušili;
también Labarna II) fue el primer rey de Hatti claramente atestiguado en
los documentos que nos han llegado que gobernó entre 1650 a. C. y
1620 a. C.
Inició su carrera en la ciudad de
Kussara, conservando de hecho el título de «hombre de Kussara» durante todo su
reinado, pero pronto trasladó la capital del imperio a Hattusa, convirtiendo a
ésta en la ciudad más importante de los hititas, en detrimento de Nesa. Desde
Hattusa logró unificar todos los reinos hititas, entre los que destacaba Sanahuitta,
posiblemente un núcleo de nobles hititas rebeldes desde tiempos del abuelo de
Hattusili, Labarna.
Esta reunificación de los distintos
núcleos de poder hititas permitió a Hattušili lanzar una serie de campañas
militares, descritas en los Anales de Hattusili, contra los territorios
vecinos. Fue capaz de arrasar la importante ciudad de Alalakh, en Siria,
durante su primera expedición a esta región; expedición, que, sin embargo, no
arrojó frutos permanentes debido al poder del reino hegemónico en esa zona,
Alepo. La expedición a Siria fue seguida, al año siguiente, de otra a Arzawa,
en la Anatolia occidental, donde parece que los hititas se conformaron con
saquear las poblaciones ahí existentes; sin embargo, una invasión de los
hurritas obligó a Hattusili a volver a reconquistar gran parte del territorio
hitita antes de lanzarse contra las ciudades sirias, en una venganza, en la que
destruyó importantes ciudades como Zaruna, Zippasna o Hahha antes de retornar a
Hattusa.
El resto de las campañas en Siria y
Anatolia de Hattusili están peor documentadas, al no estar cubiertas por sus Anales.
Sin embargo, se sabe que continuó atacando a Arzawa, y peleando en Siria para
debilitar a Alepo.
Fue sucedido por Mursili I, su
nieto, al que escogió entre todos sus descendientes por ser el único que no
estaba implicado en algunas de las rebeliones nobiliarias contra el rey, según
describe el propio Hattusili en su Testamento.
Mursili I (Murshili o Muršili) fue
rey de Hatti que gobernó entre los años 1620 a. C. y
1590 a. C.
Según sabemos por un documento
denominado comúnmente Testamento, Hattusili escoge para sucederle a su
nieto Mursili en lugar de a su hijo.
Estrechó los lazos algo débiles que
unían la confederación de ciudades-estado e incorporó éstos a Hatti, llegando a
ser la tercera potencia de Oriente Medio, junto con Babilonia y Egipto.
Continuó la política expansionista derrotando a los hurritas y destruyendo el
reino de Alepo, en cuya empresa había fracasado Hattusili. Protagonizó una
incursión contra la ciudad de Babilonia en el año 1595 a. C. Pero
era evidente que Mursili no podría conservar una ciudad situada a dos mil
kilómetros de Hattusa, la capital del reino, y mucho menos incorporarla a sus
posesiones. Esta incursión coincidió con el fin de la dinastía de los amorreos
cuyo último rey fue Samsu-ditana. Se ignora si este hecho fue consecuencia de
la expedición de Mursili o una simple coincidencia.
Tras finalizar la campaña Mursili
regresó a Hattusa. Al poco tiempo, en el 1590 a. C. murió víctima de
un complot encabezado por su cuñado Hantili I, quien se convirtió en el
nuevo rey hitita.
Hantili I (Khantili, Ḫantili) fue
rey de Hatti del siglo XVI a. C. que gobernó el país de Hatti de
1590 a. C. a 1560 a. C.
Hantili estaba casado con Harapsili,
hermana de Mursili I. Conjurado de su yerno Zidanta I, accedió al
trono tras asesinar a Mursili unos pocos años después de que este regresara de
su expedición babilónica.
Comenzó su reinado continuando las
campañas sirias que tanto éxito habían tenido en tiempos de Hattusili I y
Mursili, pero pronto sufrió una serie de invasiones hurritas, que saquearon
gran parte del reino hitita.
Alcanzó una edad avanzada. Sus últimos
años fueron testigos del asesinato de Pisseni y sus nietos por Zidanta, su
yerno y cómplice en la conjura contra Mursili.
Hantili fue copero durante el reinado de
Mursili.
Zidanta I fue un rey de Hatti que gobernó a
mediados del siglo XVI a. C.
Yerno de su antecesor, Hantili I,
participó en el asesinato de Mursili I que permitió a su suegro alcanzar el
poder. Transcurridos treinta años de reinado de Hantili I, asesinó a éste y a
algunos de sus descendientes para alcanzar el trono hitita.
No se conoce mucho de su reinado, ya que
no han quedado pruebas documentales y fue rápidamente asesinado por su hijo,
Ammuna.
Ammuna fue un rey de Hatti que gobernó a mediados del
siglo XVI a. C.
Ammuna era hijo del rey Zidanta I y
nieto de Hantili I. Mató a su padre para convertirse en rey y tuvo una
abundante familia.
Los desórdenes dinásticos, unidos a una
grave sequía, debilitaron mucho al reino, y permitieron a sus vecinos, sobre
todo en Anatolia occidental, alzarse en armas contra los hititas. Esto condujo
a la rebelión de algunas de las ciudades conquistadas por sus antecesores, como
Tipiya, Hupisna, Parduwata o Hahha, lo que posiblemente privó a los hititas de
las rutas a Siria y les hizo perder grandes territorios.
A su muerte, probablemente debida a
causas naturales, Huzziya I, cuyas relación exacta con Ammuna es desconocida,
le sucedió.
Huzziya I fue rey de Hatti que gobernó a mediados
del siglo XVI a. C.
Las fuentes disponibles acerca de
Huzziya no aclaran su relación con Ammuna, pero sí el hecho de que tuvo que
asesinar a dos hombres, Titti y Hantili. Mientras que algunos expertos postulan
que Huzziya es un hijo menor de Ammuna, que mató a dos de sus hermanos para
acceder al trono, otros creen que Huzziya es el hermano de la esposa de
Telepinu, uno de los hijos de Ammuna.
Al poco tiempo de tomar el poder,
Huzziya perdió el poder a manos de una rebelión encabezada por su cuñado
Telepinu, que lo desterró y asumió el trono.
Telepinu fue un rey de los hititas que sucedió a
su cuñado Huzziya I tras dar un golpe de estado y gobernó durante un
periodo de unos 25 años, del año 1525 a. C. al 1500 a. C.,
según la cronología media.
Al contrario que sus antecesores, al
asumir al trono no ordenó asesinar a su inmediato predecesor, sino que se
conformó con su destierro. Telepinu parece haber creído firmemente que una de
las razones de la decadencia del reino hitita era el continuo derramamiento de
sangre dentro de la familia real y se propuso evitarlo a toda costa.
En cuanto tuvo asegurado el orden
interno, Telepinu intentó obligar a las ciudades rebeldes que habían surgido
durante los conflictos dinásticos a volver a la obediencia hitita, logrando
éxito señalados, entre los que destacan varias campañas militares contra el reino
de Kizzuwadna, que se había formado en la frontera con Siria durante los
tiempos de Ammuna; estas campañas obligando a Kizzuwadna a firmar una alianza
con Telepinu.
Tras estos éxitos en política exterior,
y debido al probable asesinato de su mujer y uno de sus hijos, Ammuna, Telepinu
se centró en establecer unas normas claras de sucesión que evitaran el derramamiento
de sangre. Estas normas, contenidas en el documento conocido como Rescripto
de Telepinu, establecen la primacía de los hijos varones sobre los yernos
del rey, aunque deja libertad a éste para escoger cuál de todos sus hijos debía
sucederle. El edicto es también un documento importante, ya que incluye una
justificación con abundante material histórico, que ha ayudado a establecer los
hechos de monarcas anteriores.
Edicto
de Telepinu:
Es un documento excepcional, del cual se
conservan dos versiones, una acadia y otra hitita. Se difundió por todo el
Reino Hitita. Sirve para estudiar a reyes anteriores a Telepinu. Hay problemas
de: sucesión, control jurídico, reformas militares, asuntos de sangre, asuntos
de hechicería,…
Entre otras cosas, habla de:
·
Si
el rey se porta bien, el pueblo se porta bien; pero en caso contrario, el reino
no funciona. En el texto se dice que con Ammunas (el suegro de Telepinu) la
cosa no va bien, lo que se refleja en los frutos y animales.
·
Telepinu
sufre el asesinato de su esposa, Istapariya, y de uno de sus hijos, Ammunas (no
confundir con el rey llamado así, que sería su abuelo).
·
Ante
la pregunta de cómo puede ser rey, Telepinu dice que se debe ser hijo de la
esposa principal (de primer rango); si no hay, pues de la segunda esposa
(segundo rango); y si tampoco hay, que se procure un yerno para la hija de la
primera esposa. De hecho, recordemos que Telepinu era yerno de Ammunas.
·
Se
nombran ciudades con “casas del sello”, es decir, graneros, distribuidos para
tener alimentos por si el ejército hitita pasaba por allí. Los sellos tenían la
función de que no entrara quien no tuviera permiso.
·
A
los labradores que robaban les “ataban un gipessar
o dos de campo y con ello se bebían la sangre del país.
·
Se
habla sobre el agua, un tema importante ya que era un bien preciado allí.
·
Un
heredero no puede reclamar su herencia hasta que muera su padre.
·
Sobre
los delitos de sangre, básicamente era la Ley del Talión> Al que vierta la sangre, le sucede lo que diga el que pierde
esa sangre. Ej/ Si un chico era asesinado, era el señor de sangre, es decir, su
padre, el que elegía la pena para el culpable.
Después de Telepinu va la decadencia.
Serán unos 80 años de declive porque los hurritas están en su apogeo. Apenas se
sabe nada de los reyes que hubo.
Telepinu murió sin dejar descendientes
varones, así que según las normas de su propio edicto, el heredero fue uno de
sus yernos: Alluwamna.
Alluwamna fue rey de Hatti, sucesor de Telepinu,
que gobernó en el siglo XV a. C.
Alluwamna fue el yerno y sucesor de
Telepinu, que gobernó durante un lapso de tiempo indeterminado, en los llamados
años oscuros de la monarquía hitita (periodo también conocido como Reino
Medio hitita).
Los escasos documentos que han
sobrevivido parecen indicar que murió asesinado por su sucesor, Tahurwaili.
Tahurwaili (Takhurwaili, Taḫurwaili)
fue rey de Hatti, sucesor de Alluwamna, que gobernó en el
siglo XV a. C.
En el rescripto de Telepinu,
aparece un Tahurwaili que asesinó a Titti, hijo del rey hitita Ammuna para
ayudar a Huzziya I a hacerse con el trono a la muerte de Ammuna; posteriormente,
cuando Huzziya perdió el trono a manos de Telepinu, este Tahurwaili tuvo que
exiliarse. Algunos historiadores identifican al Tahurwaili colaborador de
Huzziya con el rey que asesinó a Alluwamna, aunque hasta ahora no se ha
encontrado prueba alguna.
Tahurwaili no es mencionado en ninguna
de las «listas de oferentes», pero su existencia está confirmada por un sello
hallado en Hattusa. Gobernó en algún tiempo comprendido entre Telepinu y
Zidanta II, pero su colocación en la lista de reyes es dudosa. A menudo se
coloca después de Alluwamna, e incluso de Hantili II, basándose en el estilo de
su sello, pero tal decisión es especulativa. Dado que es mencionado en una de
las cartas de Telepinu (KUB 26:77), y se supone que era primo suyo, tiene sentido
suponer que gobernó justo después de Telepinu. Este es el razonamiento de
Bin-Nun: Se sabe, también que Alluwamna fue exiliado por Telepinu, por lo que
le resultaría difícil acceder al trono, justo después de la muerte del mismo, y
más lógico suponer que el usurpador se haría con el poder más adelante, después
de transcurrir un tiempo. Colocar el reinado de Tahurwaili después de
Hantili II (hijo de Alluwamna) significa mover a Tahurwaili, al menos dos
generaciones en la línea de tiempo.
Tahurwaili renovó el tratado de Alianza
con Kizzuwadna que firmó Telepinu, en el único acto conocido de su reinado. Fue
sucedido, en circunstancias no aclaradas, por Hantili II, a quién algunos
historiadores consideran hijo de Alluwamna.
Hantili II (Khantili, Ḫantili) fue
rey de Hatti, sucesor de Tahurwaili, que gobernó en el
siglo XV a. C.
Hantili fue probablemente hijo de
Alluwamna. Durante su gobierno, los kaska, bárbaros del Ponto, invadieron por
primera vez el imperio hitita, conquistando Tiliura y Nerik, esta última muy
importante desde el punto de vista religioso. Hantili II, al igual que
Tahurwaili, renovó la alianza que Telepinu firmó con Kizzuwadna.
Fue sucedido por Zidanta II, cuya
relación familiar con Hantili se desconoce.
Zidanta II fue rey de Hatti, sucesor de Hantili II,
que gobernó en el siglo XV a. C.
Poco se sabe sobre su gobierno, excepto
que es probable que hubiera una guerra entre el reino hitita y Kizzuwadna,
según se puede deducir del tratado de paz que firmaron posteriormente ambos
estados, y del que se han conservado fragmentos que demuestran la relativa
debilidad de los hititas durante el periodo oscuro. Éste fue el último tratado
paritario firmado entre un rey hitita y un rey de Kizzuwadna.
Zidanta II fue sucedido por
Huzziya II, cuya relación con Zidanta es desconocida.
Huzziya II (Khuzziya, Ḫuzziya) fue
rey de Hatti, sucesor de Zidanta II, que gobernó en el
siglo XV a. C.
Como sucede con casi todos los
gobernantes del periodo oscuro (o reino medio), se desconoce casi todo de su
reinado. Murió asesinado por su sucesor, Muwatalli I.
Muwatalli I fue rey de Hatti, sucesor de
Huzziya II, que gobernó en el siglo XV a. C.
Sucedió a Huzziya II tras
asesinarle. Murió a manos de dos hombres de su séquito, Himuili, jefe de los
sirvientes de palacio, y Kantuzzili, supervisor de los guerreros de los
carros de oro quienes, según algunos historiadores, podrían ser hijos de
Huzziya II.
Fue sucedido por Tudhaliya I/II, el
primer gobernante del reino nuevo hitita.
Tudhaliya I/II fue rey hitita del siglo XIV a. C.,
fundador del Reino Nuevo, que sucedió a Muwatalli I tras un golpe de estado.
Uno de los puntos más oscuros y
controvertidos de la historiografía hitita es la sucesión y genealogía de los
primeros reyes del Reino Nuevo. Mientras los especialistas no se ponen de
acuerdo, las muchas lagunas de información se suplen con la duplicación de los
ordinales reales. Para algunos hititólogos este rey es Tudhaliya II, en la
creencia de que existió un monarca del mismo nombre en los comienzos del Reino
Antiguo. Para otros es Tudhaliya I, pues intercalan otro rey entre este y el
tercero de su nombre. Así, hasta que se llegue a un acuerdo o nuevas pruebas
documentales confirmen o refuten uno u otro aserto, se cubre el expediente con
esta solución.
Llegada
al trono y campañas en Anatolia
Oriente Próximo en
tiempos del reinado de Tudhaliya I/II.
Tudhaliya llegó al trono de Hatti tras
un golpe de estado. Muwatalli I, su inmediato antecesor, fue asesinado por dos
funcionarios de palacio, Kantuzzili y Himuili, descendientes de un anterior rey
hitita. Este acto condujo a una breve guerra civil en la que Tudhaliya y sus
partidarios se enfrentaron a Muwa, Jefe de la Guardia del rey anterior, y que
se resolvió rápidamente a favor del nuevo rey. Himuili es considerado por
algunos hititólogos el padre de Tudhaliya.
Tras asentarse firmemente en el trono,
Tudhaliya emprendió una sucesión de campañas militares en Anatolia, el primero
de los reyes hititas tras las limitadas incursiones de Hattusili I. En primer
lugar, atacó Arzawa y Assuwa. Animados por los conflictos dinásticos hititas,
los principales estados de Arzawa se unieron para hostigar las fronteras
hititas. Por otro lado las ciudades de Assuwa se coligaron para atacar a
Tudhaliya mientras se encontraba en territorio arzawano. Tudhaliya derrotó a
ambas coaliciones, la segunda de las cuales no vuelve a mencionarse en las
crónicas hititas, y deportó a Hattusa gran número de soldados para asentarlos
en diversos lugares de Hatti.
Mientras luchaba contra Assuwa, las
tribus kaskas se levantaron en armas y atacaron Hatti. Tudhaliya los repelió,
pero siguieron siendo un problema constante durante los siguientes años.
También Isuwa, en la frontera entre Hatti y Mitanni, supuso un continuo
quebranto para Tudhaliya. A pesar de sus esfuerzos, nunca llegó a tener un
control completo de este estado.
Madduwatta
en el reinado de Tudhaliya I/II
Durante el reinado de Tudhaliya, un
hombre llamado Madduwatta solicitó y obtuvo refugio en territorio hitita. Huía
de sus tierras perseguido por Attarsiya, un hombre de Ahhiyawa que se había
instalado en Anatolia occidental. Madduwatta debía ser persona de cierta
importancia pues le acompañaron sus esposas, hijos y tropas.
Primeramente Tudhaliya pensó en
instalarlo como vasallo en Hariyati, pero finalmente Madduwatta obtuvo Zappasla
al que añadió más adelante el País del Río Siyanti. Con esta decisión Tudhaliya
reforzaba la frontera con Arzawa gracias al establecimiento de un estado fiel
al Reino hitita. Tan pronto estuvo en el gobierno de Zappasla, Madduwatta atacó
al reino de Arzawa con la intención de ampliar sus propios territorios.
Kupanta-Kurunta, rey de Arzawa, repelió la agresión e invadió a su vez el
territorio de Madduwatta quien se vio obligado a huir. Tudhaliya intervino para
reponer a su vasallo en el trono, infligió una derrota a Kupanta-Kurunta y
amonestó a Madduwatta por su exceso de iniciativa. Sin embargo, Madduwatta recibió
parte del botín de guerra y Arzawa continuó siendo independiente.
Posteriormente Attarsiya invadió el
territorio de Madduwatta. Tudhaliya envió al general Kisnapili para frenar la
invasión. Kisnapili tuvo éxito y Madduwatta, a pesar de haber huido nuevamente,
fue repuesto en el trono. En esta ocasión, Tudhaliya mantuvo a Kisnapili en
Zappasla para que vigilara a Madduwatta. Durante la rebelión de Dalawa y
Hinduwa, ciudades del país de Lukka, Madduwatta traicionó a Kisnapili aliándose
con Dalawa mientras este caía en una emboscada cuando acudía a sofocar la
rebelión en Hinduwa. Tudhaliya no tomó represalias contra Madduwatta, por lo
que este se animó a firmar la paz con Kupanta-Kurunta, enemigo de Tudhaliya, y
tomó en matrimonio a una hija del rey de Arzawa.
Tratado entre
Tudhaliya I/II y Sunassura
Antes de intervenir en los asuntos de
Siria, Tudhaliya firmó un tratado con Sunassura de Kizzuwadna para asegurarse
el paso de las tropas hititas por este estado. Anteriormente a este tratado,
Kizzuwadna estaba aliado con Mitanni. Tudhaliya quería evitar el riesgo de ser atacado por
la espalda por un estado promitannio mientras operaba en Siria. Más adelante, o
durante el gobierno de su sucesor, Tudhaliya anexionó a Hatti el estado de
Sunassura.
Intervención
en Siria
La presencia de Tudhaliya en Siria movió
la lealtad de Alepo, ciudad del reino de Niqmepa de Alalakh, al bando hitita.
Saustatar, rey de Mitanni, consiguió devolver la ciudad a su bando. Esto llevó
a Tudhaliya a atacar y saquear Alepo. El enfrentamiento entre Hatti y Mitanni
se saldó con la derrota del segundo. Tudhaliya se jacta de haber destruido
Mitanni, pero este estado prosiguió existiendo hasta los días de Suppiluliuma
I.
Corregencia de Arnuwanda I
Tudhaliya dirigió algunas de las
campañas anteriores, tanto en territorio anatolio como sirio, en colaboración
con Arnuwanda I, quien a la postre sería su sucesor. Arnuwanda fue corregente
de Tudhaliya porque varias improntas de sellos lo mencionan como Gran Rey
durante el gobierno de Tudhaliya, un título exclusivo de la realeza. Además se
le llama hijo del rey al igual que a su esposa Asmunikal lo que quizá quiera
decir que era el yerno del monarca.
Arnuwanda I, rey hitita, sucedió a su suegro
Tudhaliya I/II, gobernó en solitario desde 1400 a. C. hasta 1385 a. C. Además,
durante un periodo no determinado, ejerció la corregencia con Tudhaliya I/II.
Su esposa fue Asmunikal, de la casa real
hitita. De ambos se conserva un sello real en una tablilla de donación de
tierras a Kuwatatta, cuyo texto dice: «Sello de Tabarna Arnuwanda, el Gran Rey,
hijo de Tudhaliya, sello de Tawananna Asmunikal, Gran Reina, hija de
Tudhaliya». Otro sello lleva la siguiente inscripción: «Asmunikal, Gran Reina,
hija de Nikalmati»
Aunque parece que contribuyó activamente
a las victorias militares de su predecesor, Tudhaliya, su propio reinado se
caracterizó por una crisis del poderío hitita, causado principalmente por las
invasiones kaskas y de los pueblos de Arzawa y la alianza entre Mitanni y
Egipto, que bloqueó la expansión hitita por el este, y animó a los más díscolos
de sus vasallos.
Estas invasiones y rebeliones dejaron el
reino al borde del caos cuando murió Arnuwanda I, dejando en una situación muy
complicada a su hijo y futuro heredero, Tudhaliya III, aunque existe una
controversia sobre un rey hitita no documentado, Hattusili II, que para algunos
historiadores sucedió a Arnuwanda.
Tudhaliya III, fue rey hitita, hijo de Arnuwanda I.
Durante su reinado se produce una grave
crisis en las fronteras, que ponen al imperio al borde del colapso: los kaskas
destruyen Hattusa; Arzawa invade por el oeste y Azzi-Hayasa por el nordeste.
Sin embargo, el rey hitita pudo rechazar a los invasores, contratacando desde
Samuha.
Suppiluliuma I, (en hitita: «el originario del
manatial puro») fue uno de los reyes hititas más famosos y exitosos, que
gobernó desde el 1375 a. C., momento en que su hermano Tudhaliya
murió a manos de una conspiración de oficiales hititas (probablemente instigada
por el propio Suppiluliuma) hasta el año 1322 a. C. Suppiluliuma
destacó pronto por sus habilidades militares, cobrando importancia ya durante
el reinado de su padre, Tudhaliya III, en las campañas contra los kaskas que
habían capturado la capital, Hattusa, así como en las diversas expediciones de
Tudhaliya III contra los reinos de Arzawa y las potencias vasallas de la
frontera oriental. A pesar de su valía como militar, no fue el heredero de
Tudhaliya III, lo que probablemente, le llevó a participar en la conspiración
antes mencionada contra Tudhaliya, momento a partir del cual comenzó su
reinado. Al subir al trono, Suppiluliuma se encontró con invasiones de su
frontera oriental por parte de aliados de Mitanni, como Isuwa; aunque logró
rechazar esas invasiones, sus fuerzas no fueron capaces de causar daños
considerables a Mitanni. Dadas las circunstancias, Suppiluliuma aplicó todas
las medidas diplomáticas a su alcance, firmando una alianza con los casitas de
Babilonia y fomentando una guerra civil interna entre los distintos
pretendientes al trono de Mitanni, para debilitar el reino enemigo.
Precisamente, cuando el rey de Mitanni, Tushratta lanzó una expedición contra
el reino de Nuhasse, vasallo de los hititas, como castigo contra el apoyo que
este reino, junto al imperio hitita, daba a su hermano y rival por el trono,
Artatama II, Suppiluliuma declaró la guerra a Mitanni. Esta guerra, llamada la
"Primera Guerra Siria" de Suppiluliuma, fue un éxito rotundo, ya que
los hititas conquistaron una buena parte del territorio occidental de Mitanni,
y establecieron gobernantes vasallos en reinos tan importantes como Nuhasse,
Ugarit y Qadesh. Sin embargo, Mitanni no estaba aún completamente derrotado, lo
que hizo que Suppiluliuma lanzara la "Segunda Guerra Siria" algunos
años después, en la que logró conquistar la importante fortaleza de Karkemish
y reducir a Mitanni a la condición de estado tributario bajo el mando de
Sattiwaza, hijo de Tushratta. Para organizar todas las conquistas hititas,
Suppiluliuma creó dos "virreinatos", uno en Karkemish para su hijo
Piyassili (posteriormente conocido como Sarri-Kusuh), y otro en Alepo para su hijo
Telepinu. Estos dos virreinatos se mantuvieron durante los sucesores de
Suppiluliuma y se convirtieron en una importante institución hitita que
permitía controlar la nueva frontera oriental del imperio. Gracias a ellos,
Suppiluliuma pudo dedicar sus energías a mantener a raya a los kaskas y a los
reinos de Arzawa. La gran expansión hitita durante el reinado de Suppiluliuma
provocó la hostilidad de sus vecinos, Asiria y Egipto. Asiria, en particular,
intentó aprovecharse de la desaparición de Mitanni, conquistando a antiguos
vasallos orientales de este reino, e intentando apoyar a miembros antihititas
de la familia real de Mitanni, como Suttarna III, aunque la fuerza de la
presencia hitita en la zona impidió a Asiria hacer grandes avances. Egipto, por
otro lado, consideraba el dominio hitita sobre su antiguo protectorado, Qadesh,
como una afrenta, y parece que comenzó a preparar esfuerzos militares para su
reconquista. Sin embargo, la muerte del faraón Tutankamón provocó que su viuda,
Anjesenamón, solicitara a Suppiluliuma que enviara a uno de sus hijos para
convertirse en el nuevo gobernante egipcio. Suppiluliuma, viendo una inmensa
oportunidad para colocar a su familia al frente de uno de los reinos más
importantes de su época, envió a su hijo Zannanza, pero este fue asesinado
durante su viaje, y Ay se convirtió en faraón, por lo que Suppiluliuma
declaró la guerra a Egipto, capturando varias ciudades y muchos prisioneros.
Esta rivalidad con Egipto se convirtió en recurrente durante la historia
hitita, dando lugar, entre otros hechos, a la famosa Batalla de Qadesh.
Suppiluliuma murió a causa de una epidemia de viruela traída por los
prisioneros de guerra egipcios, y fue sucedido por su hijo mayor, Arnuwanda II,
mientras que sus hijos Sarri-Kusuh y Telepinu conservaron sus virreinatos en
Karkemish y Alepo.
Arnuanda II fue rey hitita, hijo y sucesor de
Suppiluliuma I. Gobernó durante aproximadamente año y medio (entre el 1322 y el
1321 a. C.).
Como primogénito de Suppiluliuma,
participó en algunas campañas militares de este, especialmente en la Segunda
Guerra Siria contra Mitani y la guerra con Egipto. Precisamente en esta
última guerra se capturaron muchos prisioneros, que llevaron al reino hitita
una epidemia de viruela que acabó con la vida de Suppiluliuma I, y, algún
tiempo después, también con la de Arnuanda II.
Fue sucedido por su hermano menor,
Mursili II.
Mursili II, rey hitita, hijo menor de Suppiluliuma
I, sucedió a su hermano Arnuwanda II, gobernando desde 1321 a. C.
hasta 1295 a. C.
Siendo el menor de los hijos de
Suppiluliuma, parece que se tuvo que conformar con un puesto de jefe de la
guardia real, al copar sus hermanos los grandes cargos hititas de la época. Sin
embargo, al ser asesinado su hermano Zannanza en un viaje a Egipto, y fallecer,
posteriormente, tanto Suppiluliuma I como Arnuwanda II víctimas de una peste
traída por cautivos egipcios, se convirtió en rey, con el apoyo de sus hermanos
Sarri-Kusuh y Telepinu, virreyes de Karkemish y Alepo.
La ascensión al trono de un rey tan
joven y tan poco experimentado provocó reacciones hostiles entre los kaskas,
que ya habían iniciado una invasión en tiempos de Arnuwanda II, los reinos
vasallos de Siria y los reinos de Arzawa en Anatolia occidental.
Los kaskas eran, probablemente, la
amenaza más peligrosa, por su cercanía a la capital, Hattusa, por lo que
Mursili se volvió primero contra ellos, y, al cabo de dos años, logró
rechazarlos. Con los kaskas temporalmente calmados, se volvió contra Arzawa,
castigando a los instigadores de la coalición anti-hitita, los reinos de Arzawa
menor y del país del Río Seha. Tras estas campañas en el oeste, Mursili tuvo
que volver al norte, ya que los kaskas tenían un nuevo caudillo, Pihhuniya, de
considerable habilidad política. Mursil logró derrotar a Pihhuniya y capturar algunos
territorios al nordeste de Hattusa.
Calmado el norte y el oeste del país,
Mursili, en el séptimo año de su reinado, pudo prestar toda la atención
necesaria a los levantamientos en Siria, donde, con la ayuda de sus hermanos,
los virreyes de Karkemish y Alepo, Mursili logró sofocar a los vasallos que no
se habían mostrado leales y derrotar a una expedición egipcia en apoyo de los
rebeldes. No obstante, la muerte del virrey de Karkemish, Sarri-Kusuh, poco
tiempo después, provocó más revueltas e incluso una invasión asiria, obligando
a Mursili de nuevo a someter a todos los vasallos y expulsar a los asirios de
Carkemish.
Tras lograr por fin la paz en Siria,
Mursili hubo de enfrentarse a los frutos de haber dedicado su atención a la
zona oriental del reino: más rebeliones en Arzawa, que sofocó con efectividad,
hasta el punto de que probablemente sometió a todos los reinos de Arzawa, y
nuevas invasiones kaskas, que también pudo repeler, aunque a un coste mayor.
Para evitar nuevas rebeliones y repoblar el núcleo del imperio hitita,
gravemente afectado por la enfermedad que comenzó con su padre Suppiluliuma,
Mursili instauró la práctica del traslado forzoso de población, que se convirtió
en una práctica habitual de sus sucesores.
Mursili destacó entre los reyes hititas
por su religiosidad -creía que la epidemia que asoló el imperio hitita, era un
castigo de los dioses por el asesinato de su tío Tudhaliya el Joven a manos de
su padre, Suppiluliuma, y pidió perdón en numerosas ocasiones por ello. Además, parece que sufrió un
ataque en los últimos años de su reinado, que le afectó al habla y que él
también interpretó como una muestra del disgusto de los dioses.
El reinado de Mursili es muy importante
desde el punto de vista historiográfico, ya que durante su reinado se
compusieron tanto los Anales de Suppiluliuma I, como dos anales sobre
los primeros años de reinado de Mursili. Además, en el décimo año de su
gobierno, hubo un eclipse solar (1312 a. C.) que ayuda
considerablemente a datar toda la cronología hitita.
Mursili fue sucedido por su hijo
Muwatalli II.
Muwatalli II fue rey hitita
(1295 a. C.-1272 a. C.) (cronología corta), famoso por su
participación en la batalla de Qadesh (1274 a. C.). Su reino destaca
por las continuas guerras contra las tribus kaskas en el norte y con Egipto en
el Canaán.
Muwatalli II era hijo de Mursili II y le
sucedió sin problemas a su muerte. Al comienzo de su reinado tuvo que
enfrentarse con ciertas rebeliones en Arzawa,
lideradas por un noble hitita, Piyamaradu; estas revueltas fueron sofocadas
tras una serie de campañas exitosas, aunque Piyamaradu buscó refugio en los
reinos vecinos, y continuó intentando alzar a los reinos de Anatolia occidental
en revuelta.
Cerco egipcio y defensa
hitita de la ciudad fronteriza de Dapur.
El ascenso en Egipto de la decimonovena
dinastía hizo a Muwatalli temer por la seguridad de las posiciones hititas en
el Levante y Siria. Para tratar de combatir el renacimiento egipcio, Muwatalli
tomó la decisión de trasladar la capital desde Hattusa a Tarhuntassa, situada
más al sur, y por tanto, más cerca de los territorios amenazados por los
egipcios y más lejos de los kaskas; Muwatalli encomendó la protección del norte
del reino a su hermano Hattusili III, que logró arrebatar bastante territorio a
los kaskas. Parece ser que mientras Muwatalli se preparaba para el choque
contra Egipto, Adad-nirari I de Asiria capturó el reino de Mitani, que, por
esta época, era sólo una sombra de su antiguo poderío.
Con el ascenso al trono del enérgico
Ramsés II en Egipto, la guerra se hizo inevitable. En el cuarto año de su
gobierno, Ramsés II partió hacia Siria, y en el quinto año de su gobierno (que
según el criterio cronológico en uso para los reyes hititas, fue el 1274 a. C)
tuvo lugar la batalla de Qadesh; aunque el resultado de esta batalla no está
claro, parece que Ramsés II fue incapaz de realizar conquista alguna, mientras
que los hititas lograron aumentar su red de vasallos en la zona.
Poco después de la batalla de Kadesh,
Muwatalli falleció, dejando el trono para su hijo Urhi-Tesub, que gobernó con
el nombre de Mursili III.
Urhi-Tešub o Urhi-Teshub, también conocido
como Mursili III, (1272-1265 a. C.) fue un rey hitita famoso sobre
todo por su tormentosa relación con su tío y sucesor, Hattusili III.
Urhi-Tešub era hijo de Muwatalli II, a
través de una esposa de segundo rango; esto, aunque no le incapacitaba para
gobernar, supuso alguna excusa para que algunos vasallos se levantaran contra
él cuando ascendió al trono. El decidido apoyo de Hattusili III, al que
Urhi-Tešub confirmó como gobernante del norte del reino, le ayudó a salvar la
situación. La autobiografía de Hattusili dice: «Pero como en aquel tiempo, mi
hermano (no tenía) un hijo legítimo, tomé a Urhi-Tešub, hijo de una mujer del
harén, y le (entronicé) en el país de Hatti, para reinar (y puse todo el país
de Hatti) en sus manos». Hattusili afirma haber mantenido su lealtad al joven
rey, pero hay que notar que siempre le llama Urhi-Tešub, negándole el nombre
real de Mursili III.
Una vez asegurado en el trono, Urhi-Tešub
volvió a llevar a la corte a Hattusa, restaurando la antigua capital a su
elevada posición dentro del reino, aunque la capital de Muwatalli II,
Tarhuntassa, no quedó abandonada - siguió siendo una importante ciudad hitita,
sede del hermano de Urhi-Tešub, Kurunta.
En política exterior, Urhi-Tešub heredó
una guerra con Egipto en el Levante y Siria y la amenaza de una Asiria que
había conquistado los restos de Mitanni en el extremo oriental del reino.
Debilitados los egipcios por la Batalla de Qadesh en tiempos de su padre,
Urhi-Tešub volcó su atención en Mitanni, donde intento instaurar a un vasallo
hitita, el rebelde Wasashatta - pero su iniciativa fracasó, y Mitanni siguió
bajo control asirio.
Mientras Urhi-Tesub fracasaba en
Mitanni, su tío Hattusili reconquistó Nerik, una de las ciudades santas de los
hititas, perdida desde tiempos de Hantili II. Esto llevó a Urhi-Tešub a temer
una rebelión de su tío, por lo que intentó despojarle de su cargo de
administrador de varias provincias. Hattusili contemporizó durante un tiempo,
pero luego pasó a una rebelión abierta, no dudando en utilizar a las tribus
kaskas, enemigos tradicionales de los hititas, y en poco tiempo le despojó del
trono.
Urhi-Tešub huyó a la corte de Ramsés II
en Egipto, momento a partir del cual no se sabe nada de su vida.
Hattusili III fue rey hitita
(1265 a. C.-1237 a. C.; cronología corta), que destacó por
su habilidad militar durante su juventud y posteriormente, por sus tratados de
paz.
Hattusili era el cuarto hijo de Mursili
II, y hermano menor de Muwatalli II. Cuando este último ascendió al trono y
trasladó la capital a Tarhuntassa, Hattusili quedó encargado de la defensa de
la frontera norte del reino contra las tribus kaskas, cargo en el que demostró
habilidad como militar y como líder. Confirmado en el cargo durante el reinado
del hijo de Muwatalli, Urhi-Tesub, reconquistó la ciudad sagrada de Nerik, lo
que le otorgó aún más prestigio. Temeroso de su influencia y liderazgo,
Urhi-Tesub intentó despojarle de su cargo, lo que provocó una breve guerra
civil que Hattusili ganó.
Alcanzó el trono, por tanto, con
bastante experiencia de gobierno, y la aplicó en intentar lograr un reinado
pacífico, para lo cual, nombró al hermano menor de Urhi-Tesub, su sobrino
Kurunta, gobernador de Tarhuntassa, que había dejado de ser la capital en el
reinado de Urhi-Tesub. En el exterior cultivó buenas relaciones con Babilonia,
con Egipto -con él que firmó un tratado de paz para acabar con las hostilidades
mantenidas desde tiempos de Muwatalli- y con Asiria, reino al que reconoció el
dominio sobre Mitanni al negarse a apoyar al rebelde mitanno Sattuara II.
A pesar de sus intenciones pacíficas,
tuvo que lidiar con los gasgas en el norte, y con un levantamiento en Arzawa,
encabezada por el rebelde Piyamaradu (ya activo en tiempos de Muwatalli),
siendo incapaz de obtener éxitos significativos.
A su muerte, fue sucedido por su hijo
Tudhaliya IV, designado heredero en lugar del primogénito Nerikkaili, por
razones que no están del todo claras.
Tudhaliya IV fue rey hitita que gobernó desde 1237
a. C. hasta 1209 a. C., con una breve interrupción en 1228 a. C., cuando su
primo Kurunta tomó el poder.
Hijo de Hattusili III, fue escogido por
delante de sus hermanos para reinar sin que las razones para ello estén muy
claras. A la muerte de su padre, alcanzó el trono sin disputa alguna. Es
posible, aunque no está muy bien documentado, que fuera corregente durante los
últimos años de Hattusili.
Los primeros problemas de Tudhaliya
tuvieron que ver con las rebeliones en Arzawa que Hattusili había sido incapaz
de apaciguar. Una enérgica intervención permitió a Tudhaliya sofocar las
revueltas e instalar un régimen vasallo en Milawata, uno de los pocos reinos
que aún se oponían abiertamente al imperio hitita en Anatolia.
La amenaza más seria y duradera para los
hititas era, sin embargo, Asiria. Con el ascenso al trono asirio de
Tukulti-Ninurta I hubo guerra entre los dos estados, al intentar conquistar
Tukulti-Ninurta las tierras de Nihriya, muy próximas a la frontera del imperio
hitita. Para responder a esta amenaza, Tudhaliya llevó su ejército a Nihriya,
donde tuvo lugar la batalla del mismo nombre que acabó en victoria asiria. Sin
embargo, aparte del golpe al prestigio de Tudhaliya, no hubo excesivas
consecuencias, ya que después de apoderarse de Nihriya Tukulti-Ninurta se
centró en la conquista de Babilonia.
Probablemente aprovechando las
circunstancias de esta derrota hitita, Kurunta dio un golpe de estado en 1228
a. C., que no fue definitivo, al recuperar Tudhaliya el gobierno en el mismo
año. Sin embargo, todo lo que rodea a este golpe es un misterio, debido a la
escasez de documentación relativa a Kurunta —y es posible que el golpe no
llegara a producirse. De cualquier forma, algún hermano de Kurunta, o el propio
Kurunta, conservó el poder en Tarhuntassa durante todo el reino de Tudhaliya.
La segunda parte del reinado de
Tudhaliya fue más exitosa, ya que logró imponer su domino en Alasiya (un reino
de fronteras no determinadas en Chipre), convirtiéndolo en estado vasallo, que
pagaba su tributo en oro y cobre. Para asegurarse del cumplimiento de estas
obligaciones, se nombró a un «comandante de la ciudad» que gobernaba junto al
rey de Alasiya. Alasiya era muy importante, porque controlaba el comercio en
el Mediterráneo oriental, incluyendo los indispensables suministros de materias
primas que tanto necesitaban los hititas.
Al morir Tudhaliya, el trono pasó a su
hijo, Arnuwanda III.
El
colapso del reino hitita y de sus estados vasallos
Arnuwanda III y después
Suppiluliuma II sucedieron a Tudhaliya IV. La línea sucesoria de
Hattusili III se mantuvo al tiempo que se consolidaban las ramas
colaterales de Karkemish y Tarhuntassa, tal vez contribuyendo a un juego de
fuerzas centrífugas que debilitó poco a poco el poder hitita. En este periodo,
las principales amenazas externas aparecieron en el oeste de Anatolia y en las
regiones de la costa mediterránea donde surgieron grupos de población que los egipcios
llamaron Pueblos del Mar. Las fuentes no permiten restaurar una imagen clara de
este periodo, pero está claro que los primeros años del siglo XII a. C. vieron
al estado hitita abrumado por estas nuevas amenazas. Otros factores pudieron
haber contribuido a la crisis, como la carestía persistente en Anatolia
Central. La mayoría de los sitios de Anatolia y Siria de este periodo muestran
signos de destrucción violenta. Hattusa fue abandonada por la corte real antes
de ser destruida. El destino del último rey hitita conocido,
Suppilulliuma II, es desconocido. Los responsables de la destrucción en
las costas de Siria parece que fueron los Pueblos del Mar, pero para las
regiones del interior la incertidumbre sigue existiendo. La destrucción de
Hattusa se atribuye a los kaskas o a los frigios que se hicieron con el lugar
poco después. Los descendientes de la dinastía real hitita establecidos en
Karkemish y Arslantepe (la moderna Malatya) sobrevivieron al colapso del gran
reino y aseguraron la continuidad de las tradiciones reales hititas.
Arnuanda III fue rey hitita de muy corto gobierno,
gobernando desde 1209 a. C. a 1207 a. C.
Hijo y sucesor de Tudhaliya IV. Marchó a
la guerra con su padre, en campañas contra Arzawa y Ahhiyawa, que se habían
revelado, pero, más tarde perdió todo el territorio conquistado del sudoeste de
Anatolia. Ascendió al trono a la muerte de Tudhaliya, (aunque para algunos,
Kurunta, primo de su padre, intentó dar un golpe de Estado). Tuvo una muerte
temprana, y no dejó descendencia, siendo rápidamente sucedido por su hermano
Suppiluliuma II.
Suppiluliuma II (hitita Šuppiluliuma) fue el
último rey hitita (1207–1178 a. C.), con el que la historia del
imperio llega a su fin.
Hijo de Tudhaliya IV y hermano de
Arnuwanda III, ascendió al trono con la temprana muerte de este último. Al
comienzo de su reinado se enfrentó a los mismos problemas que sus inmediatos
antecesores, con algunas revueltas en Arzawa, en Tarhuntassa, en Alasiya y en
Siria. Aparentemente, fue capaz de sofocar todas estas rebeliones. En
1210 a. C., una flota bajo su mando derrotó a otra de los chipriotas,
en la primera batalla naval registrada de la historia. De acuerdo con algunos
historiadores, (Claude Schaeffer, Horst Nowacki, Wolfgang Lefèvre), ésta y las
siguientes victorias fueron conseguidas, probablemente gracias a barcos de
Ugarit.
Sin embargo, pronto se vio bajo la
amenaza de los Pueblos del Mar, que asolaron todo Oriente Próximo. El imperio
hitita, probablemente debilitado por las luchas internas y la dependencia
excesiva de los refuerzos proporcionados por los vasallos, no fue capaz de
resistir la acometida y desapareció de la historia, aunque el virreinato de
Karkemish y el reino de Tarhuntassa sobrevivieron durante algún tiempo. Hattusa
fue destruida por el fuego, y su sitio sólo fue reocupado más de 500 años
después por los frigios. Kuzzi-Tesub, un gobernante de Karkemish, asumió más
tarde el título de «Gran Rey», ya que era descendiente directo de Suppiluliuma
I.
Algunas fuentes indican que el fin de
Suppiluliuma II se desconoce, o que simplemente desapareció, mientras que otros
afirman que fue asesinado durante el saqueo de Hattusa, en 1190 a. C.
Los
reinos neohititas
El paisaje cultural y político de
Anatolia y Siria estuvo muy agitado durante el final del segundo milenio antes
de Cristo y el comienzo del siguiente. La lengua hitita se dejó de hablar. Los
reinos que sucedieron al gran reino hitita conservaron para las inscripciones
oficiales el uso de jeroglíficos hititas que de hecho transcribían en luvita.
El antiguo país de Hatti fue ocupado por los frigios, un pueblo recién llegado,
que tal vez se pueda identificar con los mushki mencionados en los textos
asirios. Estos últimos todavía utilizaban el término Hatti para referirse a los
reinos establecidos en Siria y en el sureste de Anatolia que los modernos
estudios denominan neohititas debido a que dieron continuidad a las tradiciones
hititas mientras elaboraban una cultura original propia.
Luego de la crisis del 1200 a.C., un
siglo después, comienzan a formarse unos pequeños estados, los sucesores de los
hititas, los luvitas. Pero la formación de los estados no fue de un día para el
otro. Cabe destacar que el período comprendido entre el 1200 y el
1000 a. C. es bastante "oscuro".
Durante esa etapa, se van formando los
estados que, desde la invasión de los pueblos del mar, tenían una vida bastante
agraria. Los reinos luvitas/luvio-arameos fueron: SAM´al, Gurgum, Malatya,
Tabal, Patina (ciudad), Karkemish, Kummumukh y Que. Su cultura es relativamente
igual a la de los hititas. Cabe añadir una diferencia entre los estados
situados al norte y al sur de la línea formada por el Amanus y el Antitaurus al
norte de dicha línea, hasta más allá del Taurus (hasta el Halys y los lagos
salados, donde empieza el territorio frigio), ya antes del fin del imperio, la
región está ocupada por una población de base luvita, con algunas
"infiltraciones" hurritas. Al sur de la línea Amanus-Antitaurus la población
es de base semítica.
Limitaban al sur con los arameos, al
noroeste con los frigios, separado en el este por el Éufrates del territorio
asirio, también del urarteo, en el extremo norte.
El rey urarteo Sardur II consigue el
vasallaje de Malatya, Kummumukh, Karkemish y Musasir. Rusa I logra incorporar
Tabal a su reino. Hacia el año 853 a. C. los neohititas conforman una
coalición formada por Damasco, Amón, Hamath, las ciudades fenicias, Israel y
los estados arameos contra Asiria en la batalla de Qarqar.
El camino del Levante Mediterráneo está
abierto para Asiria: Sargón II conquista Karkemish (717), Tabal y Hilakku
(713), Quwê (si es que ya no se había conquistado), Malatya (712), Gurgum (711)
y Kummukh (708), después de que los frigios se negaran a pagarle tributo.
También en el 714 a. C. ataca a sus aliados urarteos, provocando el
suicidio de Rusa I. El rey Midas de Frigia apoyó a los estados más cercanos a
él, utilizándolos como frontera con la avasallante Asiria, para evitar la
conquista de su reino. La llegada de los cimerios pondría fin al reino frigio.
Pero los cimerios serán quienes mantengan independientes a (Tabal, Quwê y
Hillakku). Los asirios ya no se expanden, pero, aunque continúen algunos reinos
neohititas independientes, ya habían dejado de tener relevancia desde el año
700 a. C.
Economía
En el arco montañoso del norte de Siria
se explotan yacimientos de hierro, la principal materia prima de intercambio
entre pueblos durante esa época de la edad de hierro. Recibieron apoyo de los
reinos vecinos (Frigia y Urartu) y también de los reinos arameos, en su lucha
eterna contra una poderosa Asiria, dispuesta a controlar todo.
La prosperidad de las ciudades luvitas
se sitúa entre el 1000 a. C. y el 700 a. C. La sede
urbanística típica de una ciudad luvita es la ciudadela, muy bien defendida,
pero de pocas dimensiones. Se cree que los palacios dirigían las actividades
artesanales y comerciales, mientras que el templo se encargaba de las
actividades agrícolas, tal cual como se hacía hace siglos atrás.
En estos reinos luvitas se hablaban, el
idioma luvita y en los situados más al sur arameo. El luvita es una a lengua a
la de los hititas; una lengua indoeuropea de la rama anatolia sin ningún
parentesco con las lenguas semitas del Próximo Oriente. Gradualmente en toda la
región el luvita cayó progresivamente en desuso y fue sustituido por el arameo,
por esa razón los persas seguirían usando el arameo como lengua administrativa,
debido a la difusión que esta lengua alcanzó en la parte occidental de su
imperio. En la región también se habló urarteo, lengua relacionada con el
hurrita hablado en el imperio Mitani.
En cuanto al tipo de escritura
utilizada, para el luvita se fue la escritura "hitita jeroglífica"
que ya se usaba en el siglo XV (durante el reino medio hitita). También se
popularizó el uso de estructuras monumentales y estelas, muy bien conservadas
hasta nuestros días, que nos ayudan a reconstruir y darnos una idea de su
lengua, escritura, pensamientos y cultura propiamente dicha. En 2007 la
Expedición Neubauer del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago halló
en Zincirli una estela, la Estela de Kuttamuwa. Para el arameo se usó un
alfabeto arameo basado en la escritura sinaítica que con el tiempo se adaptó al
hebreo, al griego y a numerosas escrituras de Asia Meridional y Oriente
Próximo.
Las divinidades principales de los
reinos luvitas eran Tashmah, dios de
la tempestad y de los fenómenos climatológicos y de la fertilidad agraria,
interpretado como una adaptación del dios hitita Teshub, y Kubaba, divinidad relacionada con el concepto de la diosa-madre y
cultos de la fertilidad. La cuestión religiosa se plantea en dos cuerpos del
clero, masculino y femenino, en tanto el rey como la reina ejercen cargos se
sumo-sacerdote o gran sacerdotisa. Como otros reinos del Próximo Oriente, era
vital adivinar y predecir el futuro y explicar las causas de los hechos
acontecidos para eso realizaban prácticas de hepatoscopia, que consistía en el
estudio de las vísceras de víctimas animales, y de avispicina analizando el
vuelo de las aves, costumbres relacionadas con el género femenino.
Esfera de influencia:
vasallos, virreyes y tratados de vasallaje
Además de los territorios administrados
directamente por los hititas, había estados sometidos su autoridad que
disponían de su propia administración. Su soberanía debía ser aprobada por el
rey hitita, que se reservaba el derecho a intervenir en sus negocios. A pesar
de esto, la mayoría de vasallos poseía una autonomía considerable. En Anatolia,
los principales vasallos hititas fueron los países de Arzawa (Mira-Kuwaliya,
Hapalla, el país del río Seha), Wilusa y Lukka (la Licia clásica) al oeste;
Kizzuwadna y Tarhuntassa al sur; Azzi-Hayasa e Isuwa al este; y, durante
ciertos periodos, los kaskas al norte. En Siria, tras el reinado de
Suppiluliuma I, los hititas poseían varios estados vasallos: Alepo,
Karkemish, Ugarit, Alalakh, Emar, Nuhasse, Qadesh, Amurru y Mitanni entre los
principales. Entre estos reinos, algunos tenían un estatus particular porque
habían sido entregados a miembros de la dinastía real hitita: Alepo, Karkemish
y Tarhuntassa tuvieron sus propias dinastías colaterales; otros, como Hakpis,
confiado a Hattusili III antes de su ascenso al trono, solo obtuvieron ese
estatus temporalmente. La dinastía hitita de Karkemish representó un papel
especial durante los últimos años del reino. Su soberano intervino en los
asuntos de otros estados sirios para resolver disputas, tarea que normalmente
recaía en los reyes hititas, pero que delegaron en sus virreyes para aligerar
su carga de tareas.
Las relaciones entre los reyes y
virreyes hititas y sus vasallos se refleja bien en los archivos descubiertos en
las excavaciones de Ugarit y Emar. Las autoridades hititas tenían que resolver
litigios entre sus vasallos para garantizar la paz y cohesión en Siria
—problemas fronterizos, matrimoniales, comerciales—, fijar los tributos y
supervisar la vigilancia de posibles amenazas externas. Se emitieron varios
decretos para resolver este tipo de casos. Los textos de Ugarit y Emar muestran
otros representantes del poder hitita —que son parte del grupo de los «hijos
del rey», la elite hitita— enviados cerca de los vasallos.
Para formalizar las relaciones con sus
vasallos, los hititas tenían la costumbre de otorgar los tratados (en hitita, ishiul-
y lingais-; en acadio, RIKSU/RIKILTU y MAMĪTU) y ponerlos
por escrito, de forma similar a otras instrucciones destinadas a otros
servidores del reino. Varias decenas de estos tratados se han encontrado en
Hattusa en el área del palacio o en el gran templo, donde se archivaban cerca
de las divinidades que los garantizaban. Mantienen un modelo estable durante el
periodo imperial: un preámbulo en el que se presenta a las partes contratantes
seguido de un prólogo histórico que reconstruye las pasadas relaciones entre
ellos y justifica el acuerdo de vasallaje; a continuación, se estipulan las
obligaciones del vasallo —por lo general, la exigencia de lealtad al rey
hitita, la obligación de extraditar a las personas que huyan de Hatti, algunas
obligaciones militares como participar en campañas militares junto al rey o la
protección de las guarniciones hititas y, a veces, la fijación del tributo a
pagar o la regulación de los conflictos fronterizos—; las partes finales
prescriben el número de copias del tratado y, en ocasiones, la necesidad de
escribir en tablillas de metal (plata o bronce) y los lugares donde iba a ser
depositado (palacios y templos); sigue una lista de los dioses que garantizan
el acuerdo y, finalmente, las últimas palabras son maldiciones contra el
vasallo que viole el tratado. Algunos vasallos disponían de un estatus
honorífico más alto que otros y establecían tratados llamados kuirwana,
que son formalmente tratados entre iguales, porque estos vasallos eran
descendientes de reyes de estados que en el pasado eran iguales que Hatti:
Kizzuwadna, antes de la incorporación al reino, y Mitanni.
Tablilla de bronce en
la que está inscrito el tratado entre Tudhaliya IV y Kurunta por el que el
primero concedía la soberanía de Tarhuntassa al segundo. Está fechado en
1235 a. C.
El
rey hitita y sus «hermanos»
Tratado de Qadesh
firmado entre Hattusili I y Ramsés II. Está fechado en
1269 a. C.
Desde los tiempos de Anitta y
Hattusili I, los reyes hititas tomaron y vieron reconocido el título de
«gran rey» (en acadio, šarru rābu, la lengua diplomática de la época)
que les colocaba en el cerradísimo club de las potencias dominantes del Antiguo
Oriente Próximo. Este rango se reconoció en principio a los reyes que no tenían
señor, que disponían de un poderoso ejército y de numerosos vasallos. Se reconocieron
mutuamente como «hermanos», excepto cuando las relaciones entre ellos eran
especialmente malas. Fueron, además de los reyes hititas, los de Babilonia, los
de Egipto y, en sucesivas épocas, los de Alepo, Mitanni, Asiria, Alasiya (a
pesar de su escasa fortaleza) y Ahhiyawa.
Las relaciones diplomáticas entre los
grandes reyes de la segunda mitad del segundo milenio antes de Cristo se
conocen por las cartas de Amarna desenterradas en las ruinas de la antigua
capital del faraón Akenatón y la correspondencia de varios reyes hititas
encontrada en Hattusa.
El intercambio de mensajes se hacía
mediante embajadores mensajeros porque no existían embajadas permanentes. No
obstante, algunos enviados podían estar especializados en el trato con una
corte concreta y quedarse allí durante meses o años. Estas misivas iban
acompañadas generalmente de un intercambio de regalos conforme al principio de
la donación y contradonación. Si los mensajes concernían a asuntos políticos,
muchos trataban de las relaciones entre los soberanos, que eran objeto de
tensiones relacionadas con el prestigio entre iguales que podían perder -en
particular sobre la magnificencia y valor de los regalos recibidos o enviados-,
o de las alianzas matrimoniales que les unían. Los reyes hititas se casaron
varias veces con princesas babilonias, ya que estuvieron aliados largo tiempo
con la dinastía casita que dirigía entonces el reino mesopotámico.
Hattusili III, por su parte, envió a dos de sus hijas para que se casaran
con Ramsés II. Esto reforzó la alianza entre ambas cortes y fue objeto de
largas negociaciones. Los tratados internacionales concluidos entre grandes
reyes eran también objetos de extensas negociaciones. El único caso bien
conocido fue un tratado entre Hattusili III y Ramsés II.
Religión
y mitología
La religión hitita llegó a ser conocida
como «la religión de los mil dioses». Contaba con numerosas divinidades propias
y otras importadas de otras culturas (muy especialmente, de la cultura
hurrita), entre los cuales destacaba Teshub, el dios del trueno y la lluvia
cuyo emblema era un hacha (algo semejante, aunque puede ser casual se observa
en la civilización minoica, con su labrix), y Arinna, la diosa del sol. Otros
dioses importantes eran Aserdus (diosa de la fertilidad), su marido Elkunirsa
(creador del universo) y Sausga (equivalente hitita de Istar).hola como estas.
El rey era tratado como un escogido de
los dioses y se encargaba de los más importantes rituales religiosos. Si algo
no iba bien en el país, se le podía culpar a él si había cometido el más mínimo
error durante uno de esos rituales, e incluso los propios reyes participaban de
este creencia; así, por ejemplo, Mursil II atribuyó una gran peste que asoló el
reino hitita a los asesinatos que llevaron a su padre al trono, y realizó
numerosos actos para pedir perdón ante los dioses.
Instituciones de gobierno:
El estado hitita siempre fue feudal. Su
rey era el “gran rey” y los virreyes eran los príncipes. La monarquía era
electiva (la persona más capacitada en teoría), pero a partir de Hattusillis I
ya será hereditario.
El rey tenía una guardia militar propia,
los “meshedi”, responsables también
de lo que sucedía en el reino.
El rey debía estar presente en ceremonias
religiosas y si se daba el caso de que una de estas coincidía con una guerra,
un sustituto debía ir a la campaña. La reina tenía que acompañar al rey en la nuntariyasha,
la procesión por los lugares sagrados.
Aninna:
Diosa del Sol.
1ª esposa: Sakuwasar (“la
verdadera”). El nombre honorífico era “tawananna”.
2ª esposa: Esirtu (“concubina”).
3ª esposa: Sal-suhur-lal.
La reina no ejerce como tal, pero sí
puede ser regente en caso de minoría de edad del futuro soberano. Si la primera
esposa cometía un acto reprobable, el monarca la podía privar de sus derechos.
No se practicó el matrimonio
consanguíneo, al contrario que en Egipto, donde los faraones se casaban entre
hermanos.
Por debajo de la familia real se halla
la nobleza, que debía prestar
juramento de fidelidad al rey y a sus legítimos sucesores. Este juramento era
renovable, para evitar que se decantasen con el tiempo por otros. Los nobles
deben acompañar al rey en las guerras y armar a sus hombres. A cambio, recibían
parte en el reparto del botín.
Sobre el pueblo, conocemos:
Soldados: Recibían un lote de tierras de cultivo, el ilku. Tenían que pagar un impuesto por ello, el sahhan. El terreno pasaba de padre a
hijo; destaca en relación con esto el iwaru,
la “ficción de la ley”, por el cual si una persona arrendaba una tierra,
quedaba adscrito como hijo a la familia del propietario. También se podía
heredar de hermano a hermano, y en este la fratría
es la adopción de hermanos.
Campesinos y artesanos: Los artesanos sin cualificar eran
contados por cabezas. Están sometidos a la luzzi,
es decir, la gleba (reparación de puentes, mantenimiento,…).
Trabajadores: Carpinteros,…
Esclavos: Shalatu. Son capturados
en batallas. La ley autorizaba a un esclavo a casarse con una mujer libre, sin
que ésta perdiese su identidad.
Los hititas tuvieron preocupaciones
ecológicas, aunque se centraban más en aspectos higiénicos. Ej/ No mear en una
cuba de agua.
Repoblaron tierras vacías, fundando
ciudades.
Los pastores (por el sexo con sus
animales) y los fabricantes de perfumes (porque ese olor tenía que ser cosa de
magia) eran considerados parias.
Los miembros del clero estaban exentos
de impuestos.
Hay categorías en cuanto a territorios:
Aliados/En alianza: Annawalis. Se
consideran iguales. En la correspondencia entre el rey hitita y un aliado se
trataban como hermanos.
Protegidos: Kuirwanas. Destacan
Kizwatna y Arzawa.
Vasallos: Los que han causado problemas y ahora son sus servidores.
Normalmente son entregados a los hijos de los reyes. El rey debía protegerles a
cambio de un tributo.
“Textos de lazo”: Sobre dos estados que acuerdan que van a ser vasallo uno del
otro. Había fecha de caducidad.
Los tratados hititas no incluyen
castigos humanos y sí divinos.
Economía:
En los valles de los ríos, el Halys, se
desarrollaba una agricultura y ganadería rentable. Las tierras eran una
propiedad tanto colectiva como privada. Si un señor moría en una urbe, la
ciudad debía indemnizar al heredero con tierras (luego había tierras
estatales).
Si uno moría y no tenían sucesión, el
primero que ocupase su tierra se quedaba con ella.
El cultivo más extendido era el de viñedos;
de hecho, se cree que el vino se inventó aquí. También se cultivaba la cebada.
Sobre la ganadería, se daba mucha
importancia al mulo, que valía incluso más que un caballo. Por supuesto, fueron
importantes también la oveja y la cabra. Y las ovejas tenían su demanda,
especialmente por su miel.
Sobre los minerales de Anatolia, se
extraían sobre todo hierro, cobre y plata.
Los tejidos tuvieron gran difusión.
El sistema de pesos y medidas se lo
copian a los babilonios; están el siclo
y la mina.
El derecho:
Hay dos tablillas con más de 100
artículos. No se sabe qué rey lo promulgó, ni cómo era la introducción, cuál
era su título,… La estructura es como lo del Código de Hammurabi (se plantea el
problema y se da la solución), aunque no se basa en él. El orden iba de más
importante a menos. La primera parte es sobre personas, animales domésticos y
edificios, mientras que la segunda sobre inmuebles, artículos de comercio,
contratos y precios. No está bien articulado.
Posibles reyes que lo elaboraron:
Mursilis II, Telepinu y Tudhaliyas IV.
El código es parco en penas capitales.
Se autoriza la ley del Talión.
Contenido concreto:
Lesiones, raptos, matrimonio, hallazgos,
posesión de tierras, incendios.
Robos y daños en viñedos y huertos,
ventas y alquileres, tarifas y precios, ganados, hechicería y herencias.
Urbanismo
Los templos y los palacios, como en
otras ciudades del Próximo Oriente, se encuentran en las zonas elevadas,
dominando la ciudad baja.
Las calles y callejas son rectas y
suelen estar pavimentadas con grava, tienden a ordenarse en terrazas.
Mantienen un gran sistema de
alcantarillas construidas y recubiertas con lajas de piedra, conectadas
mediante sistemas de conducción centrales con las desagües de las casas
situadas a ambos lados.
Las casas se agrupan en manzanas, no
suelen tener una planta estandarizada y su mayor característica es la
irregularidad, adaptadas al sistema de terrazas, tienen tendencia a módulos
rectangulares; se construyen unas apoyadas en otras, sin existir muros
medianeros, suelen tener zócalo y cimientos de mamposterías y alzados de adobe.
Estas características se aplican, en
líneas generales, al sistema urbanístico de todas las ciudades hititas.
Necrópolis
El hallazgo más espectacular lo componen
las trece tumbas.
Reconstrucción de un enterramiento de
Alaça Hüyük
Son fosas rectangulares de mediana
profundidad de 6 a 8 metros de longitud por 3,5 metros de anchura.
Las más antiguas revestidas por lastras
de piedra, las más recientes recubiertas con vigas de madera, sobre la que se
disponía la comida fúnebre.
El cuerpo del difunto era recostado en
el ángulo noroccidental, apoyado sobre el costado izquierdo, la cabeza hacia el
occidente.
El ajuar se compone de hachas de batalla
y agujas de cabeza en forma de martillo, que lo conecta con el Cáucaso
Septentrional. Diademas de láminas de oro, alfileres, brazaletes, cuentas de
collar de cristal, cornalina, jaspe y nefrita, vasos de oro, plata y ámbar de
fina factura local semejantes a los de Troya II. Las piezas más interesantes
son los llamados "estandartes", de funcionalidad no fácilmente
definible, que van desde composiciones geométricas a imágenes zoomórficas de
bulto redondo.
Realizados a la cera perdida, decoración
asociable con las divinidades del panteón de Hatti:
El toro, símbolo de la principal
divinidad atmosférica.
El leopardo, asociado con Arinna.
El ciervo, con la figura benéfica del
dios-cazador.
El asno, con el dios Pirva.
El pájaro, con la diosa de Kanesh.
Su funcionalidad se ignora, posiblemente
fueran estandartes que precedían la comitiva fúnebre o la idea más práctica,
que estos fueran parte de la dotación de los carros fúnebres como separador de
las riendas que dirigían a los animales, aunque una vez depositados en la tumba
servirían como amuletos
La
guerra y el ejército para los hititas
La guerra estuvo muy presente en toda la
historia hitita, hasta el punto de que es difícil encontrar una ideología de
paz en los textos. El estado ideal parece que fue el de la ausencia de
conflictos internos en el reino y en concreto en la corte real, potencialmente muy
desestabilizadores y destructivos, antes que la confrontación con los enemigos
externos que aparecen como normales. El enfrentamiento bélico se vio como la recreación
de un juicio divino -ordalía- en el que el futuro triunfador tenía los poderes
divinos de su lado. En un texto se describe un ritual que debía cumplir el
soberano antes de una campaña para comenzarla con buenos augurios. Por otra
parte, el rey hitita nunca se presenta como el instigador del conflicto, sino
siempre como el atacado que tenía que reaccionar para restaurar el orden.
Cuando resultaba ganador del conflicto,
el rey hitita establecía relaciones formales con el vencido mediante la
celebración de un tratado escrito, en vez de confiar en el terror, lo que se
suponía que garantizaría la estabilidad en la región. Esto no impedía que la
guerra continuara con destrucciones, pillajes y otras expoliaciones así como la
deportación de prisioneros de guerra y por tanto fuera una manera de acaparar
riquezas.
Los soldados del carro
de combate eran las tropas de élite del ejército hitita.
El ejército hitita estaba bajo el mando
supremo del rey, el cual estaba en el centro de una red de asesores que le
informaban de todos los frentes militares activos y potenciales del imperio.
Esta información estaba basada en las guarniciones fronterizas y las prácticas
de espionaje. El rey podía ponerse al frente de sus tropas o bien delegar en un
general, sobre todo cuando había varios conflictos simultáneos. Esto era un
privilegio de los príncipes —en primer lugar de los hermanos del rey (el jefe
de la guardia real, MEŠEDI) y del hijo mayor—, de los altos dignatarios
como el gran mayordomo y, cada vez más con el tiempo, de los virreyes,
especialmente el de Karkemish. El rango inferior estaba compuesto por los jefes
de los diferentes cuerpos de tropas (carros, caballería e infantería), cargos
que se dividían entre un jefe de derecha y un jefe de izquierda. Otros
oficiales importantes eran los jefes de torre de guardia y los supervisores de
los heraldos militares, que se ocupaban de las guarniciones —principalmente las
fronterizas—, y podían comandar los cuerpos del ejército. La jerarquía militar
descendía desde aquí a los oficiales que dirigían las unidades más pequeñas.
El corazón del ejército se componía de
tropas permanentes estacionadas en las guarniciones. Estaban mantenidas por los
suministros recogidos de los almacenes estatales y, tal vez también, de las
concesiones de tierras de servicio. Según las necesidades de determinados
conflictos, se hacían levas forzosas de tropas entre la población y los reyes
vasallos tenían que proporcionar combatientes. Además de los textos de
instrucciones del MEŠEDI y los jefes de torre de guardia, se conocen
otros textos destinados a garantizar la competencia y, sobre todo, la lealtad
de los soldados. Están las instrucciones a los oficiales, anotadas para
asegurarse la fiabilidad de los que dirigen las tropas, y un ritual del
juramento militar que debían prestar los soldados y oficiales cuando entraban
en servicio, mediante el que juraban fidelidad al rey y en el que se describía
en detalle un ritual análogo de maldiciones a las que se exponían en caso de
deserción o traición a la patria (actos que estaban, en todo caso, castigados
con la pena de muerte).
La mayoría de las tropas del ejército
hitita eran de infantería y estaban equipadas con espadas cortas, lanzas y
arcos, así como con escudos. Contrariamente a la creencia popular, el metal de
las armas hititas era el bronce y no el hierro. La infantería acompañaba a las
tropas de élite, los carros de combate, conocidos por las representaciones que
hicieron los egipcios de la batalla de Qadesh en las que se muestra su
capacidad de emprender una ofensiva rápida. Tirados por dos caballos, estos
carros eran montados habitualmente por un conductor y un combatiente armado con
un arco, pero en las representaciones de Qadesh van acompañados por un tercer
hombre que porta un escudo. La caballería estaba poco desarrollada y servía
quizá principalmente para misiones de vigilancia y correos rápidos. Según los
textos egipcios que describen la batalla de Qadesh, las tropas hititas
movilizadas en aquel momento -el apogeo del imperio- se elevaban a
47 000 soldados y 7000 caballos, contando las tropas de los
vasallos. Sin embargo, la fiabilidad de estas cifras ha sido cuestionada.
Durante la última fase del reino, también podían movilizar fuerzas navales -en
particular para la invasión de Alasiya-, gracias a los barcos de sus estados
vasallos costeros como el reino de Ugarit.
El número de los soldados variaba según
la batalla. Los mejores eran del centro de Anatolia, de Hattusa.
En una campaña militar:
Había un casus belli, y se interroga al oráculo para saber si los dioses son
favorables.
Si hay una festividad religiosa, se
suspende, o el rey manda un representante. Antes de la campaña los hititas
mandaban una carta declarándoles la guerra y el porqué.
Si eran derrotados, la culpa no es de
los soldados sino de los dioses.
Se hacían ceremonias de purificación y
expiación.
A modo de agradecimiento a los dioses,
se hacían sacrificios humanos.
El tiyawa,
el carro de guerra hitita era, para la época, el arma indestructible por
excelencia. Tenían ruedas de ocho radios (a más radios, mejores). El eje era
móvil, se podía girar más fácilmente. Había carros de un caballo o de dos
(bigas). Por cada carro, hay tres ocupantes (conductor, guerrero y escudero).
Portaban una armadura de escamas de
metal, el saryahni. Vestían una cota
de malla y un faldellín corto debajo.
Usaban la táctica de la embestida.
Los hititas nunca pudieron vencer a los
gasga porque en la zona donde estaban no hay llanuras para los carros.
Si el carro es la primera unidad, la
segunda es la infantería (llevaban escudos, hachas de combate, espadas
cortas,…). La tercera es la arquería y la cuarta los mercenarios (había dos
grupos, el de los hapiru,
posiblemente los hebreos; y los esclavos, que si luchaban bien podían ser
liberados.
Los hititas no tuvieron marina.
En Hatti se ha encontrado un documento
donde se dice cómo se debía criar a los caballos, como se ponen las herraduras
(esto evidencia la importancia de los herreros.
Cultura
Las artes plásticas hititas durante el
período imperial muestran una cierta propensión a la monumentalidad, pero con
evidente descuido de la forma. Los escultores se dejan llevar de la
fantasía, y si la piedra no cede fácilmente al cincel, se tira a un lado y se
echa mano de otro bloque. Se empleaban, unos juntos a otros, relieves a medio
terminar con los que ya lo estaban, sin que jamás se considerase la escritura
como motivo de adorno. Cuando era precisa alguna inscripción, se colocaba en
donde quedaba sitio. Así sucedía incluso en Yazilikaya, donde, en relación a
los dioses, se advierte un prurito de superación en la expresión de la forma
plástica. Podría ser que algún templo fuese obra de los hurritas, ya que
vemos que varios de los jeroglíficos corresponden a nombres hurritas. De
todos modos podemos afirmar que el santuario de Yazilikaya, situado en las
cercanías de la capital, no es un ejemplo típico del arte hitita, sino algo
único en su género. Como regla general, el arte hitita posee ciertas
peculiaridades bastante bastas, con evidentes influencias hurritas y luego
asirias, y carece de un estilo propio. La arquitectura hitita difiere
claramente de todas las demás de la época. Mientras los otros pueblos
levantaban sus edificaciones casi siempre alrededor del templo, para los
hititas, pueblo guerrero por excelencia, y esto también vale para Bogazköy, el
centro lo constituye la ciudadela y su recinto amurallado. Pero, al propio
tiempo, los arquitectos hititas demuestran, en la construcción de sus
ciudadelas, una gran inconsecuencia, pues a costa de un esfuerzo digno de
titanes, apilaron enormes bloques de piedra en la cresta de un barranco que ya
sin ellos nadie hubiera podido escalar, mientras que por otro lado, en el que
la pendiente era mucho menos escarpada, cubrieron el exterior de las murallas
con losas lisas. En Bogazköy podía verse cómo unos muchachos turcos
escalaban ágilmente por las losas. Esto todavía debía haberles sido más fácil a
los guerreros descalzos de la antigüedad.
Es muy probable que a partir de
grafismos, los hititas hubieran llegado a desarrollar su propia escritura
basada principalmente en pictogramas, pero aunque se encuentran pictogramas en
la zona hitita, aún no es viable relacionarlos directamente con la cultura
hitita ni tampoco es posible de momento calificarlos como una escritura
sistematizada.
Lo que sí es corroborable es que los
hititas adoptaron la escritura cuneiforme usada a partir de los sumerios. Esta
escritura les sirvió para su comercio internacional, aunque podía estar
"dialectizada" acorde al idioma hitita, si bien al usarla en gran
medida de un modo próximo al de los ideogramas resultaba inteligible para
pueblos vecinos alófonos.
El arte hitita que ha llegado a nuestros
días ha sido calificado desde el tiempo de los griegos clásicos como un
"arte ciclópeo" debido a la magnitud de sus sillerías y a las
dimensiones y relativa tosquedad de sus bajorrelieves y algunas pocas
esculturas en bulto. Estas pocas esculturas en bulto parecen haber recibido
alguna influencia egipcia, mientras que los bajorrelieves evidencian influjos
mesopotámicos, aunque con un típico estilo hitita caracterizado por la ausencia
de delicadezas formales.
Sin embargo, el arte hitita más típico
se observa en los pocos elementos metálicos (especialmente de hierro) que han
llegado hasta nuestros días. Aquí también se nota un arte "rudo" y
basto, aunque muy sugestivo por cierta estilización y abstracción de índole
religiosa, en la cual abundan símbolos bastante crípticos.
Lengua
hitita
La lengua hitita, también llamada
nesita, es la más importante de la extinguida rama anatolia de las lenguas
indoeuropeas, siendo los otros miembros el luvita (especialmente el luvita
jeroglífico), el palaico, el lidio y el licio. Uno de los grandes logros de la
arqueología y la lingüística es el haber descifrado esta lengua extinta, que se
considera la más antigua de entre todas las lenguas indoeuropeas documentadas.
Precisamente, al ser la más antigua, resulta interesante por los elementos de
los que carece y que se hallan presentes en lenguas documentadas
posteriormente.
Una de sus características principales
es el gran número de palabras no indoeuropeas que contiene, debido a la
influencia de culturas de Oriente Próximo, como la hurrita o la cultura del
pueblo de Hatti, siendo especialmente acusada esta influencia en los vocablos
de origen religioso. Consta de la mayoría de los casos habituales en una lengua
indoeuropea, dos géneros gramaticales (común y neutro) y dos números (singular
y plural), así como diversas formas verbales.
Aunque parece que los hititas contaban
con un sistema de pictogramas, pronto comenzaron a usar también el sistema
cuneiforme.
Primeros documentos y traducciones
Las primeras fuentes importantes
sobre los hititas proceden de documentos egipcios, principalmente los de la XIX
Dinastía, y de pasajes de la Biblia. El primero de estos pasajes, en los que a
los hititas se les denomina "hijos de Heth", probablemente se refiere
al conocido como periodo del Reino Hitita. Este descubrimiento suscita dudas
acerca de muchas evidencias egipcias. Por ejemplo, algunas contiendas militares
se mencionan como victorias para los hititas, mientras que en los documentos
egipcios, las mismas contiendas se identifican como derrotas hititas. El
descubrimiento de los archivos fue particularmente importante porque permitió a
los eruditos descifrar la lengua hitita, y además se revelaba información sobre
aspectos anteriormente desconocidos de la cultura, como su organización
política, legislación, religión y literatura.
La mayoría de los textos
encontrados en los archivos estaban escritos en lengua hitita, aunque los
tratados y las cartas de Estado estaban escritos en acadio, el idioma
internacional de la época. Otros textos estaban escritos en lengua hurrita del
sureste de Anatolia y norte de Mesopotamia, idioma no relacionado con ningún
tronco lingüístico conocido. Los hititas utilizaron el sistema cuneiforme de
escritura adoptado de los babilonios, aunque también emplearon un sistema de
jeroglíficos para inscribir un idioma muy relacionado con el hitita,
probablemente un dialecto luvita. Aunque los jeroglíficos se utilizaron durante
el periodo del Imperio, la mayoría de las inscripciones pertenecen al periodo
posterior a su caída. La literatura de los hititas estaba muy desarrollada,
según muestran los documentos históricos y las narraciones.
Abajo se demuestra la
comparación de estilo en el "alfabeto" cuneiforme utilizado por este
pueblo.
Los Hititas parecen haber
tenido contacto con la cultura babilonia desde fecha muy temprana y, entre
1500-1200 a. C. (cuando su fortuna política comenzó a declinar), utilizaban, un
estilo de escritura recibido, como es natural, de Mesopotamia. Al mismo tiempo,
sin embargo, y hasta el 600 a. C., aproximadamente, utilizaban también una
escritura pictográfica para una lengua acaso semejante, pero no necesariamente
idéntica.
Aquí se muestra la Escritura Cuneiforme- Pictográfica
Se pueden distinguir dos
tipos de signos; uno más antiguo y pictográfico (figura superior) y el otro más
cursivo y posterior (figura abajo).
La Inscripción de Erkilet
La inscripción de Erkilet
(figura lateral) ha sido traducida así:
'i-wa 'a-la-n(a)
'A-s(a)-ta-wa-su-s(a) tu-t(e) i-pa-wa-te ni ki-a-s(e)-ha sa-ni-ata'
Que quiere decir:
'Este monumento lo colocó
Asta-wasus por lo tanto nadie (lo) estropee'
Por otro lado la historia no
demuestra que la escritura Cretense era muy similar a la Hitita en muchos
aspectos. El silabario hitita normal se compone de unos 60 signos del tipo pa,
pe, pi, pu, acabado en vocal.
El número de signos, hasta
donde puede saberse, ha sido estimado en unos 220 ó 350, que son demasiado
pocos para una auténtica escritura pictográfica.
La figura inferior muestra
algunos pictogramas usados como determinativos en la escritura;
La figura inferior muestra
un ejemplo de pictografía hitita;
La figura inferior muestra
la conexión existente entre los pictogramas cretenses y los hititas;
La tablilla inferior es un
sello y muestra algunos signos jeroglíficos con su significado;
También los hititas sellaban
sus escritos en muchas ocasiones en sellos en forma de disco. En la región de
Bogazkoy y en Ugarit se han encontrado sellos-disco que consisten de dos a
cuatro círculos concéntricos con un texto, en la mayor parte de los casos en la
dirección de la periferia al centro. Salvo el círculo central, los otros están
escritos en cuneiforme. Es decir, los sellos son una buena fuente que nos
provee conocimiento de los dos sistemas de escritura que los hititas usaron:
jeroglífico y cuneiforme.
El sello inferior fue
descubierto en Ras Shamra, antigua Ugarit (principal centro Hitita), y
aparecen, bajo el disco solar alado en el centro, los nombres del rey y de la
reina. El hecho de que aparezca la reina indica el alto papel que desempeñaba
la reina en la corte hetea. Los círculos concéntricos de signos cuneiformes
precisan.
"Sello de Suppiluliuma,
gran rey del país heteo, favorito del dios de la Tempestad; sello de Tawannana,
gran reina, hija del rey de Babilonia"(Siglo XIV a. d. Cristo)
La religión hitita llegó a ser conocida
como «la religión de los mil dioses». Contaba con numerosas divinidades propias
y otras importadas de otras culturas (muy especialmente, de la cultura
hurrita), entre las cuales se destacaba Tesub, el dios del trueno y la lluvia,
cuyo emblema era un hacha de bronce de doble filo (algo semejante, aunque puede
ser casual, se observa en la civilización minoica, con su labrix), y
Arinna, la diosa del sol. Otros dioses importantes eran Aserdus (diosa de la
fertilidad), Naranna, diosa del placer y la natalidad y su marido Elkunirsa
(creador del universo) y Sausga (equivalente hitita de Ishtar).
El gran templo (templo
1) de Hattusa.
Templos,
culto y celebraciones
El rey era tratado como un humano escogido
por los dioses y se encargaba de los más importantes rituales religiosos,
además de salvaguardar las tradiciones. Si algo no iba bien en el país, se le
podía culpar a él si había cometido el más mínimo error durante uno de esos
rituales, e incluso los propios reyes participaban de esta creencia; así, por
ejemplo, Mursili II atribuyó una gran peste que asoló el reino hitita a los
asesinatos que llevaron a su padre al trono, y realizó numerosos actos y
mortificaciones para pedir perdón ante los dioses.
Rituales
de magia
De numerosas tablillas hititas,
conocemos unos rituales de tipo mágico que tienen por objetivo manipular la
realidad para convocar e influir en las fuerzas invisibles (los dioses y
otros). Estos procesos se utilizaban en una gran variedad de casos: durante los
ritos de paso (nacimiento, mayoría de edad, muerte); durante el establecimiento
de vínculos garantizados por las fuerzas divinas (compromiso con el ejército,
acuerdos diplomáticos); para curar o expiar los diversos males, a los que se
atribuía un origen sobrenatural (enfermedades o epidemias que tienen por origen
una falta cometida, hechizos debidos a la malicia de un brujo o, más a menudo,
de una bruja, pero también peleas de pareja, impotencia sexual, una derrota
militar, etcétera).
Estos rituales movilizaban a muchos
especialistas. En primer lugar a las «mujeres viejas» (sumerograma, ŠU.GI; en
hitita, hassawa), que parecen haber sido las expertas en rituales por
excelencia, pero también a los especialistas en adivinación, que completaban
sus prácticas habituales mediante rituales mágicos, y a los médicos exorcistas
(A.ZU, que se podría traducir por «físico»). En efecto, las prácticas médicas
hititas combinaban remedios que a ojos modernos revelarían medicina científica
con otros que eran de orden mágico. Esta diferencia no era apreciada por la
gente de los tiempos antiguos.
Los rituales mágicos de los hititas
podían seguir varias reglas:
La analogía o simpatía que consistía en
la utilización de objetos con los que se realizaban actividades que
simbolizaban el efecto de lo que querían conseguir, al tiempo que se recitaban
encantamientos que garantizasen su eficacia. Por ejemplo, durante el ritual de
entrada en servicio de los soldados, se aplastaba la cera para simbolizar lo
que les sucedería en caso de deserción; durante el ritual contra la impotencia
sexual, el hombre entregaba en el ritual un huso y una rueca, que representaban
la feminidad (asimilados a la impotencia), y le daban un arco y unas flechas
que simbolizaban la virilidad reencontrada.
El contacto aseguraba la transferencia
de un mal de una persona u objeto a otro objeto o partes de un animal
sacrificado. Esto se hacía con solo tocar o agitar el objeto que se suponía
captaba el mal alrededor de la persona tratada; o haciendo pasar a este último
entre las partes de objetos y animales que constituían una suerte de portal
simbólico que permitiera disipar el mal cuando era atravesado.
La sustitución era un proceso que
permitía reemplazar la persona receptora del mal por un objeto (a menudo una
figurilla de barro que la representaba), un animal o incluso otra persona en el
caso de los reyes. El sustituto era después destruido, sacrificado o exiliado
(práctica del chivo expiatorio) llevando consigo el mal.
Adivinación
La voluntad de los dioses era accesible
a los hombres mediante la adivinación. Esto permitió a los hititas conocer el
origen de una enfermedad o una epidemia, de una derrota militar o de cualquier
mal. Las informaciones recopiladas así debían permitir luego ejecutar los
rituales adecuados. La adivinación también podía servir para juzgar la
oportunidad de una acción que quisieran realizar (iniciar una batalla,
construir un edificio, etc...) en previsión de si tenían el consentimiento
divino, de si se realizaría en un momento propicio o perjudicial y, sobre todo,
para saber que iba a suceder en el futuro.
Existieron varios tipos de prácticas
adivinatorias. La adivinación mediante los sueños (oniromancia), que parece
haber sido la más habitual, podía ser de dos tipos: o el dios se dirigía él
mismo al durmiente, o provocaba el sueño (incubación). La astrología está
atestiguada en textos encontrados en Hattusa. Los otros procedimientos de
adivinación oracular más habituales eran la lectura de las entrañas de ovejas
(hepatoscopia), la observación del vuelo de ciertas aves (augures), los
movimientos de una serpiente de agua en un barreño y un proceso enigmático
consistente en echar a suertes objetos que simbolizaban algo (la vida, el
bienestar de una persona) supuestamente para revelar el futuro.
Por lo tanto, la adivinación podía ser
producida en los hombres con los rituales precisos, o bien emanar directamente
de los dioses de forma espontánea y ser impuesta a los hombres que debían
después interpretar el mensaje. En todos los casos fue necesario apelar a
especialistas en adivinación. Algunos estaban especializados en ciertas
prácticas concretas, como el BARU en hepatoscopia o el MUŠEN.DÙ
para la interpretación de los sueños. La «mujer vieja» realizó también muchos
de estos rituales.
Mitos
En las ruinas de Hattusa se han
desenterrado varios relatos mitológicos. El estado fragmentario de la mayoría
de ellos impide conocer su desenlace o incluso su desarrollo principal. Sin
embargo, algunas piezas se encuentran entre las más notables de la mitología
del Antiguo Oriente Próximo. La mayoría de estos mitos no tienen un origen
hitita: muchos parecen tener un fondo hattiano; otros tienen un origen hurrita
(quizá más precisamente de Kizzuwadna).
Entre los mitos del primer grupo, un
tema recurrente es el del dios desaparecido, cuyo ejemplo más conocido es el
mito de Telepinu. El dios epónimo desaparece poniendo en peligro la prosperidad
del país, de la cual era garante. La esterilidad golpea a los campos y
animales; las fuentes de agua se secan; reinan el hambre y el desorden. Los
dioses investigan como hacer volver a Telepinu, pero fracasan antes de que una
pequeña abeja enviada por Hannahanna consiga encontrarlo y despertarlo. El
final del texto está perdido, pero es evidente que en él se narraban el regreso
del dios y de la prosperidad. Se conocen otros mitos que narran la desaparición
de otros dioses y que siguen este mismo patrón. Se refieren al dios Luna en el
mito de la luna que cayó del cielo, a varios dioses de la tormenta como el de
Nerik, al dios Sol y muchos más. Con frecuencia solo se conocen por historias
fragmentarias o por los rituales en los que se reproduce el desarrollo del mito
y que permiten el regreso del dios y, por lo tanto, asegurar la prosperidad del
país. Estos mitos están claramente relacionados con el ciclo agrícola y el
retorno de la primavera. Simbolizan el regreso del orden frente a la
desorganización, el cual puede garantizarse mediante la aplicación de los mitos
vinculados a él.
Otro mito anatolio importante es el de
Illuyanka. Se conoce por dos versiones y relata el combate del dios de la
tormenta contra la gigantesca serpiente Illuyanka. La victoria del gran dios se
produce a pesar de los reveses iniciales y con la ayuda de otros dioses. Este
mito se inscribe en el tema de los mitos que tienen a una deidad soberana
enfrentándose a un monstruo que simboliza el caos -como en el ciclo de Baal de
Ugarit, la epopeya babilónica de la creación-. Al igual que este último, se
recitó y tal vez se representó durante una de las grandes celebraciones de
primavera (la celebración purulli entre los hititas).
El último gran mito, conocido por unas
tablillas de Hattusa, es el ciclo de Kumarbi, mito de origen hurrita dividido
en cinco «canciones» (Sìr) desigualmente conocidas. Tiene por tema la
declaración del dios Tesub (el dios hurrita de la tormenta) ante varios
adversarios, en primer lugar Kumarbi que le suplanta en la primera historia: la
canción de Kumarbi. La rivalidad entre los dos termina en la canción de
Ullikumi en la que Tesub debe derrotar a un gigante engendrado por su enemigo
mortal. Este ciclo mítico tiene un alcance más general que los precedentes
porque comienza con una narración del origen de los dioses y explica la
creación de su jerarquía y, en particular, la primacía del dios de la tormenta.
Es también el que presenta mayores paralelismos con la mitología griega, ya que
la narración de los conflictos generacionales de los dioses es muy cercana a la
de la Teogonía de Hesiodo.
De los mitos propiamente hititas que nos
han llegado, tenemos a los humanos como personajes principales, pero implicando
también a los dioses. El mito de Appu cuenta la historia de una pareja rica sin
hijos que implora al dios Sol para que vaya en su ayuda. Esto, por último, les
permite tener gemelos, uno bueno y otro malo, que luego se volverán rivales
siguiendo un modelo conocido en otras culturas antiguas (como Caín y Abel en la
Biblia). La leyenda de Zalpa introduce un texto historiográfico en el que se
relata la toma de esta ciudad por Hattusili I y sirve sin duda para
presentar el origen del conflicto. Relata como la reina de Kanesh da a luz a
treinta hijos que ella persigue tras su nacimiento y que sobreviven gracias a
la ayuda divina para crecer en Zalpa. Más tarde, están a punto de unirse a las
treinta hijas que la reina de Kanesh había tenido a continuación, momento en el
que la historia se detiene.
La
muerte y el más allá
Siguiendo las concepciones que aparecen
en varios textos encontrados en lo que fue el país de Hatti, los hititas dividieron
el universo en el Cielo -el mundo superior donde vivían los grandes dioses— y
un conjunto formado por la Tierra y el Infierno —el mundo subterráneo descrito
como «tierra sombría»-, al que llegaban los difuntos después de la muerte. Era
accesible desde la superficie de la tierra a través de las cavidades naturales
que conducen hacia las profundidades: pozos, pantanos, cascadas, grutas y otros
agujeros (como las dos cámaras de Nişantepe en Hattusa). Estos lugares podían
servir como espacios para los rituales relacionados con las deidades
infernales. Como su nombre indica, la tierra sombría se veía como un mundo poco
atractivo en el que los muertos llevaban una existencia lúgubre.
Los textos hititas parecen fuertemente
influidos por las creencias mesopotámicas en el más allá, por lo que resulta
difícil determinar en qué medida reflejan las creencias populares locales. Al
igual que los habitantes del país de los dos ríos, los hititas pusieron el
inframundo bajo la protección de la diosa Sol de la Tierra (la diosa Sol de
Arinna) que recoge aspectos de la antigua diosa hatti Wurusemu. Esta se asoció
a Lelwani, otra gran divinidad infernal hatti, y asimilada a sus equivalentes
sumeria y hurrita Ereshkigal y Allani. El mundo infernal anatolio estaba poblado
de otros dioses, sirvientes de esta reina del Infierno, en particular por unas
diosas que hilaban la vida de los hombres igual que las moiras de la mitología
griega o las parcas de la romana.
Las prácticas funerarias conocidas son
principalmente aquellas que conciernen a los reyes y a los miembros de la
familia real que se beneficiaron de funerales fastuosos y del ancestral culto a
los muertos. No se ha descubierto ninguna tumba real. Los soberanos y sus
familias eran incinerados y sus restos eran sin duda depositados en su lugar de
culto funerario llamado hekur. Quizá tengamos un ejemplo con la
cámara B de Yazilikaya, que habría servido entonces para el culto
funerario de Tudhaliya IV y cuyos bajorrelieves podrían representar a las
divinidades infernales. Se ofrecían sacrificios regulares a los reyes y
miembros de la familia real difuntos y sus templos funerarios eran ricas
instituciones dotadas de tierras y personal, como en los grandes templos. Esta
práctica de culto a los antepasados probablemente existía también entre el
pueblo, con el objetivo de asegurarse de que los muertos no volvieran para
atormentar a los vivos bajo la forma de fantasmas (GIDIM). Si era
necesario, podían ser expulsados mediante exorcismos.
Los cementerios anatolios del segundo milenio
antes de Cristo datan principalmente en la primera mitad de este periodo,
correspondiente a la época de las colonias asirias de mercaderes y al antiguo
reino hitita. Pocos cementerios del periodo del Imperio hitita se han sacado a
la luz. El más importante es el de Osmankayasi situado cerca de Hattusa. Estos
cementerios documentan las prácticas funerarias de las clases media y baja de
la sociedad hitita. La inhumación e incineración coexisten, pero la segunda
tiende a aumentar en el transcurso del periodo. Los enterramientos podían
hacerse en tumbas de cista (sin duda para los más ricos), en simples fosas o en
grandes jarras llamadas con la palabra griega pithos (para los menos
ricos). La mayoría de las tumbas conocidas están situadas en las necrópolis,
pero algunas de ellas se encuentran en el interior de los muros de las
ciudades, debajo de la residencia de la familia del difunto, como también es
común en Siria y Mesopotamia.
Empezaremos resumiendo en unos puntos lo
que sabemos gracias al estudio de los documentos cuneiformes y de los
monumentos hititas:
Primero: En el segundo milenio antes de J. C, Hatti fue una gran
potencia durante algunos siglos. Su incontestable superioridad militar y su
gran habilidad diplomática, caracterizada por su política en materia de
tratados y de enlaces matrimoniales, les permitió a los hititas no sólo
realizar sus numerosas conquistas, sino, lo que es más, mantenerlas. Aun cuando
no fueran los inventores del carro de combate ligero, lo perfeccionaron y lo
utilizaron con gran éxito.
Segundo: Su forma de Gobierno era una federación de Estados sometida
a una autoridad central. El «Imperio» comprendía, además del núcleo hitita,
innumerables regiones pobladas por grupos étnicos de naturaleza, mentalidad y
origen distintos, unidos unos a otros por medio de tratados. Todos los miembros
de la federación se beneficiaban de los privilegios inherentes a la
superioridad militar y económica del pueblo hitita dominante.
La monarquía, ya lo hemos visto, no era
absoluta, sino constitucional, y el rey era en cierto modo responsable ante el
«Pankus» o consejo de los nobles. Es muy significativo que su papel en el
gobierno se basara en un concepto
del Estado y no en la consolidación casual que requiere una
oligarquía.
Tercero: El orden social hitita no era rígido, y entre las clases de
la sociedad hitita no existían barreras. Prevalecía un sistema feudal en el
cual incluso los esclavos disfrutaban de unos derechos netamente definidos.
Los deberes morales y éticos de los
ricos desempeñan un gran papel en el código hitita. Considerada desde nuestro
punto de vista occidental moderno, la organización social hitita llegó a su
mayor grado de perfección en el segundo milenio antes de J. C.
Cuarto: El orden social estaba basado en una legislación humana que
difería considerablemente de la de los demás países orientales. Su código prevé
el derecho a la reparación de los agravios o perjuicios injustamente causados e
ignora en cambio totalmente la ley del Talión, entonces en boga.
Estas características del imperio hitita
contrastan singularmente con las otras estructuras políticas orientales del
segundo milenio antes de J. C. Incluso si, como hemos dicho, juzgamos al
Imperio hitita desde nuestro punto de vista occidental y moderno, en lugar de
hacerlo en términos de relatividad cultural, nuestro veredicto será
forzosamente muy favorable. A ello se debe la tendencia de atribuir estas
características «progresivas» al hecho de que la clase dirigente hitita era indoeuropea.
Pero hay otros aspectos muy importantes
que no debemos silenciar si queremos hacernos una idea cabal de la cuestión.
Quinto: La nación hitita no estaba unida por una sola lengua, pues ya
hemos visto que sólo en Bogazköy se encontraron inscripciones en ocho lenguas diferentes, cuatro de las cuales, por lo
menos, eran utilizadas corrientemente. Tampoco
disponía de una escritura unificada. Los jeroglíficos, empleados
durante el período imperial exclusivamente para la redacción de textos
religiosos y de las inscripciones reales (incluso en caracteres cursivos),
fueron inventados probablemente por los hititas, pero fueron utilizados
corrientemente sobre todo en las ciudades-Estados del primer milenio, o sea
después de la caída del Imperio. La escritura cuneiforme de que se servían las
más de las veces los hititas se la tomaron a los asirios.
Sexto: El Imperio hitita no se encontraba unido por una religión
única («Los hititas tienen mil dioses»), sino que coexistían muchas religiones
mezcladas a innumerables cultos nacionales y locales. Los hititas eran muy
tolerantes en materia religiosa; es un principio sensato desde el punto de
vista político, si se quiere, pero muy discutible desde el punto de vista
cultural, por cuanto la diversidad de creencias en un mismo país constituye un
estorbo a la formación de una subestructura espiritual homogénea.
Séptimo: Las artes plásticas hititas durante el período imperial
muestran una cierta propensión a la monumentalidad, pero con evidente descuido
de la forma. Los
escultores se dejan llevar de la fantasía, y si la piedra no cede fácilmente al
cincel, se tira a un lado y se echa mano de otro bloque. Se empleaban, unos
juntos a otros, relieves a medio terminar con los que ya lo estaban, los viejos
con los recientes, sin que jamás se considerase la escritura como motivo de
adorno. Cuando era precisa alguna inscripción, se colocaba en donde quedaba
sitio. Así sucedía incluso en Yazilikaya, donde, por lo menos en la procesión
de los dioses, se advierte un prurito de superación en la expresión de la forma
plástica. Podría ser que este templo fuese obra de los hurritas; vemos que varios de los
jeroglíficos corresponden a nombres hurritas. De todos modos podemos afirmar
que el santuario de Yazilikaya, situado en las cercanías de la capital, no es
un ejemplo típico del arte hitita, sino algo único en su género. Como regla
general, el arte hitita posee ciertas peculiaridades bastante bastas (con
evidentes influencias hurritas y luego asirias), y carece de un estilo propio.
Octavo: La arquitectura hitita difiere claramente de todas las
demás de la época. Mientras los otros pueblos levantaban sus edificaciones casi
siempre alrededor del templo, para los hititas, pueblo guerrero por excelencia
—y esto también vale para Bogazköy—, el centro lo constituye la ciudadela y su
recinto amurallado.
Pero, al propio tiempo, los arquitectos
hititas demuestran en la construcción de sus ciudadelas una gran
inconsecuencia, pues a costa de un esfuerzo digno de titanes, apilaron enormes
bloques de piedra en la cresta de un barranco que ya sin ellos nadie hubiera
podido escalar, mientras que por otro lado, en el que la pendiente era mucho
menos escarpada, cubrieron el exterior de las murallas con losas lisas.
La segunda vez que estuve en Bogazköy
observé cómo unos muchachos turcos, estimulados por una buena propina,
escalaban ágilmente por las losas. Esto todavía debía haberles sido más fácil a
los guerreros descalzos de la antigüedad. Y, ¿qué decir de las absurdas
poternas, militarmente hablando, esos túneles de 70 metros de largo que
cruzando bajo las murallas desembocaban en la llanura donde acampaba el
enemigo, o de esas escaleras que invitaban a descender al pie de la fortaleza,
o a asaltarla?
La disposición de la ciudadela de
Bogazköy parece un juego de niños, y tan carente de estilo como los bajorrelieves
que adornan sus puertas y las esculturas que montan la guardia en las vías de
acceso al recinto.
Debo hacer observar, sin embargo, que
hasta ahora no se había estudiado la importancia militar de las fortificaciones
hititas, y sólo el holandés Kampman, que lo ha intentado, se ha limitado a unas
descripciones generalizadas. Hasta ahora nadie ha señalado tampoco la curiosa
desproporción que existe entre los cimientos ciclópeos del templo I de
Bogazköy, pongamos por caso, y las posibilidades arquitectónicas sumamente
limitadas que resultan del empleo, sobre tales cimientos, de barro y de madera
en la construcción de los edificios.
Noveno: Con la sola excepción de las sorprendentes Oraciones en tiempo de la peste, de
Mursil, en parte alguna encontramos rastros de una literatura hitita. Puede
objetarse que tal vez no se haya todavía dado con ella, pues los hititas no
sólo escribían sobre piedra y arcilla, sino también sobre planchas de madera,
de plomo y de plata, las cuales pueden haberse perdido para siempre; pero esto
no es una razón concluyente. Por lo menos se hubiera topado con alguna alusión
entre la gran cantidad de documentos exhumados. Los únicos textos de esta
especie que se han encontrado en Bogazköy son los fragmentos de la epopeya de
Gilgamesh, pero se da el caso de que esta epopeya no es hitita, sino de origen
babilónico.
Décimo: Queda todavía por elucidar un punto que interesa
especialmente a los prehistoriadores. Precisemos, para empezar, que puesto que
nos ocupamos en escribir la historia de una civilización, consideramos como
superada la división de la prehistoria en Edad de Piedra, Edad de Bronce, etc.
Por consiguiente, no es de gran importancia histórica la afirmación de que los
hititas conocieron el hierro muy
pronto, quizá ya en tiempos de Labarna. Incluso parece que alrededor de 1,600
años antes de J. C. los hititas poseyeron algo así como el monopolio de la
producción del hierro. Pero la función histórica
de un nuevo material, contrariamente a lo que se creyó durante
mucho tiempo, no coincidía entonces con su descubrimiento.
En otras palabras: no debe creerse que también entonces bastaba
descubrir un nuevo material para influir inmediatamente en el curso de la
historia gracias a su utilización en forma de arma nueva. Si, como todo lo hace
suponer, hemos leído y traducido correctamente por «hierro» la palabra «amutum»
de los textos de Kultepe, poseemos la prueba de que el hierro era cinco veces más caro que el oro y cuarenta
veces más que la plata. De modo que durante varios siglos el hierro
debió de ser un objeto de lujo rarísimo, y buena prueba de ello la tenemos en
las cartas que los faraones dirigían a los reyes hititas para pedirles hierro.
También sabemos que tales demandas fueron desdeñosamente denegadas. El hierro
era, pues, un metal precioso, con el que se fabricaban armas de adorno, pero no
armas de guerra, y según parece esas primeras armas de hierro no podían
competir, ni con mucho, con las de piedra y de bronce que habían demostrado
plenamente su eficacia en el campo de batalla.
La verdadera «Edad de hierro» no empezó
hasta mucho más tarde, y la iniciaron probablemente los «pueblos del mar», los
mismos que destruyeron al Imperio hitita y lo borraron tan completamente del
mapa que desapareció durante muchos siglos.
Antes de sintetizar los puntos que hemos
expuesto, conviene hacer una advertencia.
Al intentar imaginarnos lo que era
realmente la civilización hitita, corremos el riesgo de que nos desoriente el
hecho de que la mayoría de las esculturas gracias a las cuales hemos podido
formarnos una idea de aquel pueblo proceden de una época en que el Imperio de
Hatti hacía quinientos años que ya no existía.
Las mejores representaciones de la vida
de los hititas no las encontramos en los monumentos de la edad imperial, sino
en los innumerables relieves y esculturas descubiertos en las ciudades-estados
de Carquemis, Sendjirli, etc., y también en el Karatepe, las cuales
sobrevivieron a la caída del Imperio. Estas obras de arte pertenecen al período
comprendido entre los años 800 al 700 antes de J. C.
De ningún modo debemos seguir la
tendencia general que hasta hace poco consideraba estas esculturas neohititas
como características del arte y del pueblo hitita.
Lo que en realidad presentan estas
esculturas no es sino un reflejo provincial
de la grandeza hitita ya desaparecida. No hacen sino mostrarnos a
unos soberanos apacibles y a unos súbditos satisfechos, gente obesa y
despreocupada, tanto los de arriba como los de abajo. En ningún otro de los
monumentos del antiguo Oriente encontramos una tal profusión de animales y
niños. Los monumentos hititas están literalmente llenos de ellos. La imagen del
rey Asitawanda, tal como nos aparece en un relieve del Karatepe, o sea la de un
personaje jovial, gran amigo del vino, de las mujeres y de las canciones, puede
que sea la de un verdadero padre de su pueblo, pero jamás la de un soberano
autoritario. ¿Debemos colegir que también Mursil, el conquistador de Babilonia,
o Shubiluliuma, el forjador genial del Imperio, o Muwatalli, el vencedor de
Ramsés, tenían esa facha?
El término «Imperio hitita» designa
exclusivamente al gran reino de Hatti que hizo sentir su influencia en la
historia del Asia Menor y en la del Próximo Oriente desde el siglo XVIII al XII
antes de J. C. y únicamente pueden considerarse como genuinamente hititas los
vestigios contemporáneos a la época del Imperio. Todos los demás tienen un
valor muy relativo.
El diario londinense The Times publicó en
diciembre de 1954 un artículo consagrado a las excavaciones anglogermanas de
Nimrud-Dagh, en Commagena, dirigidas por Miss Teresse Goell y el doctor
Friedrich Karl Dörner, y en él se afirma que todavía en el siglo I antes de J.
C. se hacía sentir la influencia hitita
en la estatuaria de aquella región. Esta afirmación no deja de ser
muy interesante en
sí, pero carece de verdadera importancia porque no aduce ningún elemento nuevo
susceptible de aumentar los conocimientos que poseemos de la «naturaleza»
hitita.
Sí nos contentamos con los vestigios
contemporáneos a la gran época del Imperio de Hatti y tenemos en cuenta los
diez puntos que hemos enumerado, puede definirse así el papel histórico
desempeñado por los hititas:
En el II milenio antes de J. C. existió
un Imperio hitita,
pero no por eso puede hablarse de una cultura
hitita. El genio de la raza se debilitó hasta agotarse en la
dominación y en la administración de las tribus heterogéneas del Asia Menor que
formaban parte de la federación imperial.
No es por casualidad que conocemos por
el nombre de «imperio» al reino de Hatti. Hace unos setenta años se lo dieron
por primera vez dos ingleses, Whright y Sayce, imbuidos del espíritu imperial
británico del siglo XIX. Deber vivido en el siglo XX, tal vez hubieran escogido
el término de «Commonwealth», sin duda alguna mucho más adecuado y conforme a
la realidad.
Sí, habida cuenta de lo que precede,
echamos una ojeada a los seiscientos años que duró la dominación hitita, nos
damos cuenta de que no se puede hablar tampoco de una historia hitita propiamente
dicha. La historia, que
supone evolución orgánica y lógica, unidad espiritual y elaboración progresiva
de un estilo y de las formas de expresión artísticas, es sinónimo de cultura, como en el caso de
los Imperios contemporáneos de Egipto y Babilonia. Pero este tipo de cultura no
se da en el Imperio hitita. Durante seiscientos años hubo ciertamente
variaciones y peculiaridades estilísticas hititas, pero no hallamos huella
alguna de una evolución orgánica.
El Imperio hitita del segundo milenio
antes de J. C. es el fenómeno político
más sorprendente y el más grandioso de la historia antigua, pero en
el plano cultural, contrariamente a lo que suponían muchos arqueólogos en un
principio, cegados por el entusiasmo del descubrimiento, su papel como puente o
lazo de unión entre Mesopotamia y Grecia carece totalmente de importancia.
Es verdad que Bossert no piensa así. En
su opinión los hititas ejercieron realmente una extraordinaria influencia sobre
la Grecia primitiva.
Los griegos deben a los hititas los
nombres de algunos de sus dioses; existen indicios de que lo propio sucede con
la forma de los cascos de sus guerreros, y con un determinado instrumento
musical, pero esto es bien poco para que pueda hablarse de una verdadera
influencia.
De un Imperio como el hitita podía
esperarse todo, de
no haberse producido la invasión «de los hombres del mar», que lo sumergió en
el olvido hacia el año 1200 antes de J. C.
Pero de nada sirve preguntarse: «¿Qué
hubiera sucedido si...?», pues en materia de ciencia histórica las hipótesis
carecen de valor.
Batalla
de Kadesh
No cabe la menor duda de que podemos
calificar de «batalla de importancia mundial» la que opuso el año 1296
antes de J. C., en Kadesh, al faraón Ramsés II y el rey hitita Muwatalli, así
como el séquito de sus aliados asiáticos. Tanto si de ella hubiera salido
vencido Ramsés como Muwatalli, incluso de haber quedado indeciso el resultado,
en todos los casos en ella se hubiera decidido el futuro de Siria y de
Palestina, y por ende hubiera quedado muy afectado el equilibrio de fuerzas
entre Hatti y Egipto, pues no hay que olvidar que en aquel entonces la historia
del mundo se escribía en el espacio comprendido entre el Tigris y el Nilo.
Sobre su importancia histórica, la batalla librada a orillas del río Orontes
tiene para el investigador un interés especial, por cuanto es la primera
batalla de la historia que se ha podido reconstruir en todos sus detalles, y
cuyo corolario fue la conclusión del primer tratado de paz que nos ha legado la
Antigüedad; un pacto que en materia de clarividencia y de sabiduría política está
muy por encima de muchos de los que han sido concertados entre naciones del
siglo XX después de J. C.
El llamado Poema de Pentaur es un
largo relato de la batalla que Ramsés II escribió o -más probablemente- hizo
escribir con posterioridad al combate. Se trata de una larga inscripción
monumental, de la cual existen ocho copias perfectamente conservadas en varios
templos y monumentos de la XIXª Dinastía. Ramsés II convirtió la batalla en un
tema principal de su reinado, por lo que su descripción está presente en forma
de bajorrelieve en muchos de los templos que mandó construir.
Cuando este poema fue descubierto,
algunos egiptólogos entusiasmados celebraron a su presunto autor como al Homero
de Egipto, comparando su obra a la Iliada, sin que a ninguno de ellos,
ante las alabanzas desmedidas contenidas en el texto se le ocurriera someterlo
a una crítica severa, lo que les hubiera permitido reparar no solamente en las
exageraciones, sino, sobre todo, en las contradicciones y los errores, harto
ostensibles, por cierto. Hoy podemos afirmar, con conocimiento de causa, que
las crónicas inspiradas por Ramsés no son más que unas escandalosas
falsificaciones de la historia y constituyen el primer ejemplo del género que
haya llegado hasta nosotros. Sin necesidad de haber seguido las huellas ni
sufrido la influencia de ningún «ministro de propaganda», Ramsés pasó de
golpe a maestro en el arte de la superchería, con el éxito que todos sabemos,
puesto que su versión de la batalla de Kades ha sido considerada como auténtica
durante más de tres mil años.
Informe militar de la batalla, el Boletín
de Guerra, al igual que el anterior, se encuentra totalmente conservado y
se hallan siete copias del mismo en forma de bajorrelieve -junto al poema- en
el Ramesseum, el Templo de Luxor, Abydos, Karnak y Abu Simbel.
La batalla de Kadesh había tenido un
preámbulo y fue el resultado necesario, natural y lógico de varios años de
política de agresión, cuyos promotores eran, ora los faraones, ora los hititas
o sus aliados. Estos prolongados conflictos, siempre sangrientos y atroces,
tuvieron mucha más importancia de la que se han dignado atribuirles los
egiptólogos, los cuales, deslumbrados por el inmenso poderío del Imperio
faraónico, los designan despectivamente con el nombre de escaramuzas
fronterizas, cuando en realidad tuvieron más trascendencia que «una guerra
de Treinta años». Una y otra vez fueron devastadas Siria y Palestina, las
ciudades fronterizas arrasadas, los habitantes pasados a cuchillo o expulsados.
No se trataba únicamente de una mera cuestión de fronteras, sino, por encima de
todo, de la dominación del litoral del Mediterráneo oriental.
Contexto
histórico
La
importancia de Siria
Restos de Ugarit.
Punto de encuentro, cruce y negociación
del tráfico y comercio de su tiempo, y área dotada de inconmensurables recursos
naturales, Siria era la encrucijada mercantil, cultural y militar del mundo
antiguo. No sólo producía ingentes cantidades de trigo, sino que por allí
pasaban las mercancías provenientes de los buques que cruzaban el Egeo y los de
lugares más lejanos, que llegaban al Asia Menor por el puerto de Ugarit,
especie de Venecia antigua que dominaba el comercio del Mediterráneo oriental,
y se encontraba, precisamente, ubicada en Siria. Los derechos aduaneros que
percibiría quien dominase la región eran enormes; sumados a su estratégica
posición militar, la producción agropecuaria y los derechos de tráfico y
exportación, convertían a la zona en una de las de mayor importancia
estratégica del mundo antiguo.
Por la zona viajaban vidrio, cobre,
estaño, maderas preciosas, joyas, textiles, alimentos, artículos de lujo,
productos químicos, loza y porcelana, herramientas y metales preciosos. A
través de una telaraña de rutas comerciales que comenzaban y terminaban en
Siria, esas mercancías se distribuían por todo el Medio Oriente, mientras que
otros productos llegaban allí desde sitios tan apartados como Irán y
Afganistán.
Pero Siria sufría la desventaja de
encontrarse en medio de las dos grandes potencias políticas y militares de su
época: el imperio egipcio y Hatti, el inmenso Imperio hitita. Como es obvio,
ambos ambicionaban dominar Siria para explotarla en su propio provecho. De
hecho, hoy se considera que, hace 3300 años, el mero hecho de controlar la
tierra siria significaba el automático ascenso de cualquier nación a la
exclusiva élite de quienes merecían llamarse "potencia mundial". Así
parecieron entenderlo Mittani primero, Hatti y Egipto más tarde, y Asiria y
Nabucodonosor al final.
Es comprensible, por tanto, que Mittani,
Hatti y Egipto derramaran, durante los siglos anteriores a Qadesh, verdaderos
océanos de sangre en sus desesperadas tentativas de dominar la región,
proporcionando así un violento escenario general donde se moverían los factores
concretos que desembocarían en la batalla.
Antecedentes
Dos generaciones antes de Ramsés, el
decorado había sido diferente: las potencias dominantes en la región no eran
Egipto y Hatti sino Egipto y el gran reino de Mittani. Tutmosis IV
(1425-1417 a. C.) había logrado formalizar una paz duradera,
consciente de que, habiendo dos reinos grandes y muchos pequeños en la zona,
los dos poderosos sólo podrían dominar a los demás si no guerreaban entre sí.
El Creciente fértil en esta época: Egipto
(verde claro), zonas de influencia egipcia (verde oscuro), Hatti (amarillo) y
Mittani (rojo). Asiria (gris) comenzaba a expandirse.
Conocedor de este hecho, el poderoso rey
hitita Suppiluliuma I comprendió que, para llegar a ser uno de los dos grandes,
debía destruir al más débil de ellos y reemplazarlo. Inició así un proyecto a
largo plazo de destrucción completa y sistemática de Mittani, prestando
particular atención al proyecto de erradicarlo de sus posiciones militares,
comerciales e industriales del norte de Siria.
Los faraones Tutmosis III y su hijo
Amenofis II no reaccionaron ante este hecho, porque Mittani llevaba dos siglos
quitándoles territorios sirios, y pueden haber creído que todo lo que fuese
malo para su enemigo sería bueno para ellos.
Así las cosas, el rey de Mittani,
Shaushtatar, decidió acercarse a Egipto para ver si la agresividad de los
hititas se detenía. No quería verse obligado a luchar una guerra en dos
frentes, contra los egipcios al sur y contra los hititas al este. Ofreció a los
egipcios un tratado de "hermandad" que fue aceptado, y sus emisarios
llegaron a Egipto en el año décimo del reinado de Amenofis
(1418 a. C.) con tributos y saludos para el faraón.
Alianza entre
Egipto y Mittani
Los sucesores de Amenofis II y
Shaushatar -Amenofis III y Artatama I- formalizaron por fin el pacto, añadiendo
una unión de sangre a la amistad política entre Mittani y Egipto: el emperador
egipcio se casó con la hija del rey mittano, Taduhepa.
Logrados todos los objetivos de unidad,
no agresión y libre comercio, llegó el momento de demarcar minuciosamente las
fronteras entre ambos imperios, que consistían, precisamente, en la Siria
Central, en territorios ambicionados por ambos y también por los hititas.
Por medio de un tratado de límites -que
nunca ha sido hallado-, Artatama reconocía los derechos egipcios sobre el reino
de Amurru, el valle del río Eleuteros y las ciudades de Qadesh (la nueva, sobre
un promontorio estratégico, y la vieja a su lado, en el llano).
Para compensar estas cesiones, Amenofis
renunciaba para siempre a los territorios entonces mittanos pero que habían
sido egipcios por virtud de las conquistas de los grandes faraones guerreros de
la XVIIIª Dinastía: Tutmosis I y Tutmosis III.
El tratado fue tan satisfactorio para
ambas partes, que a partir de su formalización siguieron más de dos siglos de
paz y prosperidad, de respeto y de amistad mutua. La estabilidad de esas
fronteras duró tanto que quedaron impresas en las mentes de todos los que
habitaban la región como límites estáticos e imposibles de modificar.
La fructífera diplomacia de Amenofis III
eliminó a los hititas de la ecuación: Hatti había vuelto a ser un "pequeño
reino" entre las grandes potencias. Los dividendos de la paz fueron tan
grandes, y tan poderosos se hicieron Mittani y Egipto, que nadie en Hatti podía
soñar en desbancar a ninguno de los dos. Sumado esto a la amenaza de una
tercera potencia que se alzaba a sus espaldas, en oriente -la Asiria kasita-,
los hititas se vieron forzados a aceptar su papel de figurantes en la gran obra
de crecimiento que protagonizaban las tres potencias que dominaron el mundo
durante los dos siglos siguientes: asirios, egipcios y mitanos.
La
estratégica región de Amurru y Qadesh
Amurru era el nombre con que los
egipcios llamaban coloquialmente al estratégico valle del Eleuteros, especie de
pasillo terrestre que les permitía alcanzar desde la costa y sus puertos las
posiciones avanzadas en la Siria Central, localizadas en las riberas del río
Orontes. Amurru era, pues, vital para los faraones.
Pero Amurru no era importante solo para
el comercio y la paz: los reyes anteriores habían debido mantener el paso
abierto para poder enviar a sus ejércitos al norte para hacer la guerra a
Mittani. Y sucedía que, para mantener el paso de Amurru a su disposición,
Egipto debía dominar la ciudad de Qadesh, sobre el Orontes. Caída Qadesh,
caería Amurru y el comercio y las comunicaciones egipcias se verían anuladas
por entero. Este solo hecho es la justificación de toda la guerra siria de
Ramsés, y de los esfuerzos de sus predecesores para mantener la zona en sus
manos.
La muy precisa demarcación de los
límites entre Hatti y Egipto, consecuencia del tratado de dos siglos antes, y
la paz subsiguiente, posibilitaron el establecimiento de numerosos reinos o
estados "intermedios", vasallos de uno u otro de los poderosos
imperios, que se comportaban como los modernos "países satélites" que
poblaron Europa y Asia en el siglo XX.
Estos satélites suavizaban las posibles
tensiones entre ambos, convirtiéndose en "lubricantes" o
intermediarios que, por interés propio, hacían lo que estaba en sus manos para
mantener la paz y la concordia. Al ser estados fronterizos, débiles
militarmente pero ricos y ubicados en posiciones estratégicas, sus gobernantes
tenían claro que serían los primeros en desaparecer si estallaba un conflicto.
Sin ambiciones territoriales aparte de las relativas a su propia supervivencia,
los estados satélites tenían mucho que perder y nada que ganar en caso de una
confrontación militar en la región.
Los reinos
amorreos
Sin embargo, el reinado de Amenofis III
vio el nacimiento de un nuevo poder emergente: una extraña unidad política que
se autodenominó "reino de los Amurru" (o Amorreos) y que comenzó de
inmediato a causar problemas.
Este reino no existía en el momento de
la delimitación de las fronteras, pero caía del lado egipcio, por lo que los
hititas no le reconocieron soberanía ni entidad jurídica de país independiente.
Un dirigente llamado Abdi-Ashirta, y más tarde su hijo Aziru, comenzaron a
organizar la heterogénea constelación de tribus que poblaban el lugar, y, con
cierta pericia, lograron cohesionarlos en una estructura política que dominó, a
fines del siglo XIV a. C., todo el territorio crítico, es decir, el
ubicado entre la playa mediterránea y el río Orontes.
No conformes con esto, Abdi-Ashirta y
Aziru lograron expandir las fronteras de su pequeño reino, explotando la
indiferencia que la corte egipcia manifestaba respecto de la región. Los
estados vecinos, que veían menguar sus fronteras a expensas de las ambiciones
expansionistas amorreas, recurrieron al faraón para solicitarle que, mediante
el envío de tropas, impusiera disciplina a su vasallo, a lo que el emperador se
negó.
Finalmente, fue Mittani el que se vio
afectado por el despojos territorial, y este reino no tenía por costumbre
permanecer impávido ante las invasiones. Mittani envió una expedición para
destruir el poder amorreo -se cree que Abdi-Ashirta murió en este conflicto- y
logró su objetivo, pero el daño ya estaba hecho. Como era de esperar, las
tropas mittanas no se retiraron tras la destrucción de Amurru, y el faraón, que
no podía tolerar que uno de sus poderosos vecinos tuviese tropas estacionadas
en su territorio, se vio forzado a emprender, también él, acciones militares.
Amenofis envió al ejército para
desalojar a los mittanos, y este movimiento representó el fin de dos siglos de
paz y la licuefacción de las fronteras dibujadas con tanto trabajo y mantenidas
con semejante esfuerzo. Fue, también, el inicio de la controversia que
culminaría en el campo de batalla de Qadesh.
Suppiluliuma I el Grande desde el mismo
día de su ascensión demostró que su principal interés era obtener y conservar
el control hitita de la Siria Norte y Central. De inmediato atacó a Mittani y
le arrebató los reinos de Alepo, Nuhashshe, Tunip y Alalakh. Este conflicto se
conoce como Primera Guerra Siria.
Diez años más tarde, Mittani intentó
recuperarlos por la fuerza. Suppiluliuma consideró que esta iniciativa lo
habilitaba a volver a atacar, y así la Segunda Guerra Siria llevó destrucción y
caos al reino vecino. Waššukanni, capital y principal ciudad del reino de
Mitanni, fue saqueada e incendiada. Los hititas cruzaron el Éufrates y, virando
al oeste, capturaron Siria, algo que hoy se cree fue siempre su verdadero
objetivo.
Hatti formalizó tratados con los reinos
ex-mitanios capturados, los declaró vasallos suyos y ocupó el sur, llegando
hasta Carchemish y haciéndose dueña -además de los nombrados- de los estados
vasallos de Mukish, Niya, Arakhtu y Qatna.
Amenofis IV Akenatón.
Mientras tanto, en su palacio de
Akenatón, el joven faraón Amenofis IV, que pasaría a la posteridad con el
nombre de Akenatón, miraba el imparable avance hitita con aparente desinterés.
Muchos historiadores le imputan el hecho de haber tolerado la caída de la
importante ciudad comercial de Ugarit y del baluarte estratégico de Qadesh sin
haber intervenido para evitarlo ni para recuperarlas más tarde.
La teoría moderna explica, en parte, la
actitud de Akenatón: vistas desde El Amarna, Qadesh y Ugarit quedaban fuera
de las nuevas fronteras establecidas para el territorio egipcio, lo que
convertía su conquista o pérdida en un asunto exclusivo del conflicto
mittano-hitita, en el que Egipto no intervendría mientras pudiese evitarlo. El
faraón tenía ya suficientes problemas con su resistida reforma al sistema de
creencias y la conversión de Egipto a una religión monoteísta como para
preocuparse por lo que para él eran pequeñas aldeas situadas a más de 800 km de
distancia. Además, Suppiluliuma le había dejado en claro que Hatti no traspondría
las fronteras, y que la paz entre egipcios e hititas estaría asegurada mientras
él viviese.
De hecho, la conquista hitita de Qadesh
había sido consecuencia no deseada de un imponderable: nunca había estado en la
mente de Suppiluliuma atacar a un estado vasallo de Akenatón. Lo que sucedió
fue lo siguiente: el rey de Qadesh, obrando por cuenta propia y sin consultar a
Amarna, había obstruido el paso a las tropas hititas por el valle del Orontes,
obligando a Suppiluliuma a atacarlo y capturar su ciudad. El rey y su hijo
Aitakama fueron llevados como prisioneros a la capital hitita de Hattusa pero
Suppiluliuma, hábilmente, pronto los devolvió sanos y salvos para no dar una
excusa que hiciese a Akenatón poner en marcha la temible maquinaria de guerra
nilótica.
Suppiluliuma restauró, tras la guerra,
el estatus de vasallo egipcio al reino de Qadesh y, durante un tiempo, todo
pareció regresar a la normalidad.
Pero a la muerte de su padre y una vez
coronado rey, el joven Aitakama comenzó a comportarse como si en realidad fuese
un agente hitita. Algunos reyes vasallos vecinos notificaron a Akenatón sobre
su conducta, que consistió básicamente en adelantarles que atacaría a la ciudad
de Upe (otro importante vasallo egipcio y, por lo tanto, su igual),
"sugiriéndoles" que lo apoyaran en esa campaña.
Una vez más, Egipto decidió no
intervenir. En lugar de enviar al ejército e imponer el orden por la fuerza,
Akenatón se comunicó con Aziru, rey de Amurru, y le ordenó proteger los
intereses egipcios en la región, defendiéndolos de la voracidad de Aitakama.
Fiel al estilo de su padre, Aziru aceptó
el oro y los suministros del faraón pero, en lugar de usarlos según le había
sido mandado, los invirtió en comenzar su propio proceso expansionista a
expensas de sus vecinos.
Enterado de que Aziru de Amurru tenía en
su corte una misión diplomática de Hatti, Akenatón comprendió que el tiempo de
las palabras había pasado por fin: con Qadesh en el bando hitita y Amurru
negociando con el enemigo estratégico de Egipto, era el momento de adoptar una
solución militar.
Aunque no se encuentran documentos que
lo prueben, hoy se cree que el faraón envió un ejército que fue derrotado. A
partir de entonces la recuperación de Amurru, Qadesh y el valle del Orontes se
convirtió en un objetivo prioritario para los restantes faraones de la XVIIIª
Dinastía y comienzos de la XIXª.
De tal forma, la estratégica zona quedó
bajo el dominio hitita hasta que Ramsés se decidió a recuperarla.
Tras las muertes de Akenatón y de su
hijo (o medio hermano, según otras fuentes) Tutankamon, Egipto se vio envuelto
en una sucesión de tres dictaduras militares conducidas por jefes del ejército.
Esta situación, que se prolongó durante treinta y dos años, fue consecuencia
del caos institucional heredado tras la tentativa de reforma social y religiosa
de Akenatón. Cualquier ambición de estos tres generales de recuperar Siria
debió ser postergada por causa de la más terrible y urgente necesidad de
apaciguar el ámbito interno de la nación, amenazado por la guerra civil.
Seti I.
Sin embargo, el último de los tres,
Horemheb, dejó bien establecida cuál sería la postura egipcia en relación con
Amurru de ahí en adelante: se abandonaría la política de gobierno indirecto a
través de los reyezuelos vasallos de la región, y se implementaría una
ocupación militar en toda regla.
Al iniciarse tras él la XIXª Dinastía,
su sucesor, Ramsés I y más tarde el hijo de éste, Seti I, quisieron recuperar
las zonas disputadas. Seti I emprendió de inmediato (en el año 2 de su reinado)
una campaña que era una imitación de las de Tutmosis III. Se puso a la cabeza
de un ejército que se dirigió al norte, con el objetivo de "destruir las
tierras de Qadesh y Amurru", como explica con crudeza su monumento militar
en Karnak.
Seti logró recapturar Qadesh, pero
Amurru se mantuvo del lado hitita. El faraón siguió al norte y se enfrentó a un
ejército de leva hitita, que fue fácilmente destruido. Hatti no le opuso
fuerzas más conspicuas porque en ese momento su ejército profesional se hallaba
empeñado contra los asirios en la frontera oriental.
La solución fue temporal, no obstante: a
la fecha de la muerte de Seti I (1279 a. C.), Qadesh estaba
nuevamente en manos hititas, y la situación se mantendría en equilibrio
inestable durante cuatro años más. Para ese entonces, había ya dos nuevos reyes
sentados en los tronos de los reinos enfrentados.
En 1301 a. C., Ramsés II, hijo
de Seti I, tomó una decisión drástica: para mantener Siria necesitaba Qadesh, y
ésta no se sometería a un mero mensajero. Se dirigió al norte, por lo tanto,
con un gran ejército, para recibir personalmente el juramento de lealtad del
rey amorreo, Benteshina, "motivado", tal vez, por la sombría visión
de miles de soldados escoltando al faraón. Está bastante claro que la intención
de Ramsés II era someter a Qadesh, de grado o por la fuerza.
Hatti tenía un nuevo rey, el inteligente
y astuto Muwatalli II. Muwatalli no ignoraba las intenciones del joven Ramsés,
y tampoco olvidaba que para Egipto era imperioso dominar Qadesh si quería
recuperar alguna vez el control sobre Siria. En tales circunstancias,
comprendía que estaba obligado a actuar. Si Benteshina era secuestrado o
dominado por Egipto y si Amurru caía en manos del emperador del Nilo, los
hititas se exponían a perder todo el centro y norte de Siria, incluyendo puntos
neurálgicos de su estrategia como Alepo y Carchemish.
Sin embargo, los hititas podían ahora
concentrarse en un solo frente, porque tratados recientes habían eliminado la
amenaza asiria a sus espaldas. De modo que en el verano de
1301 a. C., Muwatalli comenzó a organizar un gran ejército que,
esperaba, pondría fin a la campaña egipcia. El campo de batalla estaba muy
claro para ambos comandantes: lucharían bajo las murallas de Qadesh. Egipto y
Hatti se enfrentarían de una vez por todas en un combate definitivo, una enorme
batalla que, por fin, definiría si Siria quedaría bajo el dominio faraónico o
hitita.
Ejército
hitita
Lo que actualmente se conoce como
ejército hitita era, en realidad, la fuerza armada de una enorme confederación
reclutada en todos los rincones del gran imperio. Estaba compuesta por tropas
de Hatti y de otros diecisiete estados vecinos o vasallos. En la tabla
siguiente se muestran los mismos con sus comandantes (cuando se conocen sus
nombres) y las tropas aportadas por cada uno de ellos.
Reino
|
Comandante
|
Aporte al
ejército
|
Hatti
|
Muwatalli I
|
500 carros y 5000 infantes
|
Hakpis
|
Hattushillish
|
500 carros y 5000 infantes
|
Pitassa
|
Mittanamuwash
|
500 carros y 5000 infantes
|
Wilusa, Mira y Hapalla
|
Piyama-Inarash?
|
500 carros y 5000 infantes
|
Masa, Karkisa y Arawanna
|
Desconocido
|
200 carros y 4000 infantes
|
Kizzuwadna
|
Desconocido
|
200 carros y 2000 infantes
|
Carchemish
|
Sahurunuwash
|
200 carros y 2000 infantes
|
Mitanni
|
Sattuara
|
200 carros y 2000 infantes
|
Ugarit
|
Niqmepa
|
200 carros y 2000 infantes
|
Alepo
|
Talmi-Sarruma
|
200 carros y 2000 infantes
|
Qadesh
|
Niqmaddu
|
200 carros y 2000 infantes
|
Lukka
|
Desconocido
|
100 carros y 2000 infantes
|
País del río Seha
|
Masturish
|
100 carros y 1000 infantes
|
Nuhashshe
|
Desconocido
|
100 carros y 1000 infantes
|
Total
|
3700 carros y 40 000 infantes
|
Organización
Como la mayoría de los ejércitos de la
Edad del Bronce, el ejército hitita estaba organizado en torno a su eficiente
fuerza de carros de combate y su poderosa infantería.
Los carros constituían un pequeño y
aguerrido núcleo en tiempos de paz, que era rápidamente aumentado cuando se
avecinaba una guerra, reclutando a numerosos hombres de las reservas. Estos
ricos campesinos combatientes cumplían al enrolarse sus obligaciones feudales
para con el rey. Al revés que muchos soldados de levas feudales de la época,
los carristas hititas cumplían sesiones periódicas de entrenamiento, lo que los
convertía en unidades temibles y temidas.
El arma de carros, antecesor de las
caballerías posteriores, estaba constituida por soldados de la pequeña
aristocracia rural y la baja nobleza, de alto poder económico —que era,
evidentemente, imprescindible para poder atender al mantenimiento de los
carros, sus caballos y tripulaciones—. Los gastos que ocasionaban los carros
eran también parte de la obligación feudal para con la corona. Así y todo, para
alcanzar las grandes cifras de carros que Muwatalli consideraba necesarias para
el éxito en Qadesh, es indudable que debió recurrir a muchos aurigas
mercenarios.
El gasto que significó para el estado
hitita la organización de sus unidades de carros obligó a los dirigentes a
ordenar a sus tropas que donasen sus soldadas a la corona. Esto sólo fue
aceptado a cambio de que se les otorgara la totalidad del botín. El apetito de
los soldados hititas por el saqueo del campamento egipcio explica los sucesos
ocurridos en la primera fase de la batalla.
Los tres tripulantes del carro hitita —a
los que Ramsés llamaba peyorativamente "afeminados" o
"mujeres-soldados" por su costumbre de llevar los cabellos largos—
eran el conductor —desarmado, ya que necesitaba ambas manos para conducir el
carro—, el lancero y un escudero, encargado de la protección de los otros dos.
Sin embargo, estos carros de tres (a los
que P´Ra debió enfrentarse en la marcha de aproximación) constituían solamente
la fuerza nacional hitita. Sus demás aliados sirios concurrieron al combate en
carros de dos tripulantes denominados mariyannu, copiados de la
tradición bélica hurrita, más ligeros y de usos similares a los de sus
equivalente egipcios.
Guerrero hitita.
La infantería era, para los comandantes
hititas, un arma subsidiaria y secundaria con respecto a los carros. Sus
uniformes eran muy variados, reflejando las diversas condiciones físicas y
meteorológicas en que combatía. En Qadesh utilizaron un largo guardapolvos
blanco, poco común en las otras campañas.
El infante solía llevar una espada de
bronce en forma de hoz y un hacha de combate también de bronce, aunque las
armas de hierro ya comenzaban a hacer su aparición en tiempos de Qadesh.
Asimismo, la guardia personal de Muwatalli (llamada thr) llevaba lanzas
largas como las de los aurigas y las mismas dagas que ellos.
Si bien se sabe que los soldados hititas
solían llevar cascos y cotas de láminas de bronce, son muy escasos los relieves
egipcios que los muestran con ellos. Respecto de las armaduras de láminas, se
ha sugerido que las utilizaron en Qadesh, pero que quedaban ocultas por los
guardapolvos.
Al revés que el ejército egipcio, los
hititas utilizaban a los carros como arma ofensiva primaria. Esta actitud se
evidencia desde el propio diseño del carro en sí. Se la consideraba un arma de
asalto básica, creada para atravesar las filas de la infantería enemiga y abrir
en ella brechas que la propia infantería pudiese penetrar. Es por ello que,
aunque las tripulaciones estaban equipadas con potentes arcos recurvados, el
arma que utilizaban en toda ocasión era la lanza larga arrojadiza.
El carro hitita, a diferencia del
egipcio, tenía el eje ubicado en el centro del chasis y era más pesado, puesto
que su dotación era de tres. Estas dos características lo hacían más lento y
menos maniobrable que el de su oponente, teniendo además una clara tendencia a
volcar si se pretendía que virase en ángulos cerrados. Por ello, necesitaba
amplísimos espacios vacíos para maniobrar. Su ventaja consistía en su mayor
masa e inercia, lo que lo hacía temible al lanzarse en velocidad. Cuando el
impulso y la inercia se disipaban (por ejemplo, al atravesar lomadas u
obstáculos), la ventaja del carro hitita se diluía.
La infantería, como se ha dicho, debía
penetrar en las brechas abiertas por los carros en la infantería enemiga, y por
esto se la consideraba solo una fuerza secundaria. Siempre que era posible, los
generales hititas intentaban sorprender a su enemigo en campos abiertos de dimensiones
tales que les permitieran aprovechar la ventaja que les otorgaban sus carros
pesados, teniendo a la vez espacio suficiente para virar con sus grandes
ángulos de giro.
Ejército
egipcio
Infantería egipcia.
El ejército de Ramsés II con sus
incontables carros, infantes, arqueros, portaestandartes y bandas de música,
era el más numeroso reunido por un faraón egipcio para una operación ofensiva,
hasta ese momento.
Aunque la presencia militar egipcia en
Siria había sido casi constante durante los imperios Antiguo y Medio, la
estructura del que fue a Qadesh es típica del Imperio Nuevo y se diseñó a
mediados del siglo XVI a. C.
La organización del ejército imitaba a
la del estado, y fue consecuencia directa de la victoria egipcia sobre los
hicsos, que de improviso puso a los faraones a cargo de un territorio que
llegaba hasta el Éufrates. Para controlar semejante extensión de tierra era
necesaria la creación de un ejército profesional permanente, equipado con todas
las armas que la tecnología de fines de la Edad del Bronce pudiese procurar.
Egipto se había convertido, pues, en un estado militar. El hecho de que los
príncipes fuesen criados por generales y no por nodrizas es la prueba más
lapidaria de este extremo.
Grabado en piedra que
representa a Ramsés matando prisioneros hititas.
La estrecha unión entre ejército y
estado permitió, por ejemplo, que a la muerte de Tutankamón y su sucesor Ay, se
estableciese en el gobierno una serie de dictadores militares, tres generales
que se autoproclamaron faraones y marcaron el fin de la XVIIIª Dinastía. Al
morir el último de estos —Horemheb—, el poder pasó a Ramsés I, Seti I y Ramsés
II, gobernantes legítimos, pero el concepto de que un general podía erigirse en
faraón había ya penetrado en la mente de todos los súbditos, y principalmente
de los militares. Dejando a un lado el golpe militar, era claramente posible
que un soldado creciera económica y socialmente a través de su participación en
el ejército, y muy bien podía ascender hasta la nobleza y aún llegar a la corte.
Normalmente, además, los oficiales que pasaban a retiro efectivo eran nombrados
asistentes personales de los nobles, administradores del estado o ayos de los
hijos del rey.
El ejército era visto, pues, como una
importante herramienta de progreso social. Particularmente para los pobres,
presentaba oportunidades jamás vistas por el campesino que se quedaba en sus
tierras. Como no había distinción entre tropa, suboficiales y oficiales —un
soldado raso podía llegar a general de ejército si su capacidad se lo permitía—
y se les otorgaba una importante cuota de los ricos botines obtenidos, la
ambición de muchísimos trabajadores era pasar a las filas de la milicia real
tan pronto como fuese posible.
Los papiros de la época prueban que a
todos los veteranos se les escrituraban grandes extensiones de tierra que
quedaban legalmente en sus manos para siempre. El soldado recibía, además,
rebaños y personal del cuerpo de servicios de la casa real para poder trabajar
las tierras recién obtenidas de inmediato. La única condición que se le exigía
era que reservase a uno de sus hijos varones para ingresar a su vez en el
ejército. Un papiro relativo a impuestos, fechado hacia 1315 (bajo Seti I),
enumera estas ventajas otorgadas a un teniente general, un capitán y numerosos
jefes de batallón, infantes de marina, portaestandartes, carristas y escribas
administrativos del ejército.
Cada soldado debía "luchar por su
buen nombre" y defender al faraón como un hijo a su padre, otorgándosele
si combatía bien un título o condecoración llamado "El Oro del
Coraje". Si mostraba cobardía o huía del combate, se lo denigraba,
degradaba y, en ciertos casos, como Qadesh, podía incluso ser ejecutado en
forma sumarísima y sin juicio, al solo albedrío del rey.
Organización
El ejército egipcio estaba organizado
tradicionalmente en grandes cuerpos de ejército (o divisiones, según la
terminología empleada) organizados a nivel local, que contaban cada uno con
unos 5.000 hombres (4.000 infantes y 1.000 aurigas que tripulaban los 500
carros de guerra agregados a cada cuerpo o división).
Si bien se cree que en tiempos de
Tutmosis III existieron cuatro de estos cuerpos (en la batalla de Megido, como
parece indicar un pasaje en un único papiro), un decreto de Horemheb ratificaba
la estructura ancestral de dos cuerpos de ejército. Consciente de la necesidad
de amasar una gran fuerza para combatir a los hititas, Ramsés II amplió y
reorganizó el ejército de dos cuerpos que Seti había llevado a Siria,
restituyendo el esquema de cuatro cuerpos (o creándolo, como queda dicho). Es
posible que el Tercer Cuerpo existiese ya en tiempos de Ramsés I o Seti I, pero
no existe duda alguna de que el Cuarto fue fundado por Ramsés II. Esta
estructura, sumada a la alta movilidad de las unidades, proporcionaba a Ramsés
una gran flexibilidad táctica.
Cada cuerpo de ejército recibía como
emblema la efigie del dios tutelar de la ciudad donde había sido creado,
residía normalmente y le servía de base, y cada uno poseía también sus propias
unidades de abastecimiento, servicios para apoyo de combate, logística e
inteligencia.
La estructura del ejército en tiempos de
Qadesh era la siguiente:
Cuerpo de Ejército
|
Nombre
|
Emblema - Dios Tutelar
|
Basado en
|
Fundado por
|
Primer Cuerpo
|
"Poder
de los Arcos"
|
Amón
|
Tebas
|
Tradicional
|
Segundo Cuerpo
|
"Abundancia
de Valor"
|
P´Ra
|
Heliópolis
|
Tradicional
|
Tercer Cuerpo
|
"Fuerza
de los Arcos"
|
Sutekh (Seth)
|
Pi-Ramsés
|
Ramsés I o
Seti I
|
Cuarto Cuerpo
|
Desconocido
|
Ptah
|
Menfis
|
Ramsés II
|
Los 4.000 infantes de cada cuerpo de
ejército estaban organizados en 20 compañías o sa de entre 200 y 250
hombres cada una. Estas compañías llevaban nombres sonoros y pintorescos,
muchos de los cuales han llegado hasta nosotros, como "León al
acecho", "Toro de Nubia", "Destructores de Siria",
"Resplandores de Atón" o "Justicia Manifestada".
Las compañías, a su vez, se dividían en
unidades de 50 hombres. En combate, las compañías y unidades adoptaban una
estructura de falange: los soldados veteranos (menfyt) se ubicaban en la
vanguardia, y los bisoños, reclutas y reservistas (llamados nefru) en la
retaguardia.
Las numerosas unidades extranjeras que
combatieron junto a Ramsés (mercenarios y también prisioneros de guerra a los
que se ofrecía la vida, la libertad, parte del botín y tierras si luchaban por
Egipto) mantenían su identidad ordenándose en unidades separadas por
nacionalidad y adscritas a uno u otro cuerpo de ejército, o bien como unidades
auxiliares, de apoyo o de servicios. Tal era el caso de los cananeos, nubios, sherden
(guardia de corps del faraón, posiblemente habitantes primitivos de la isla de
Cerdeña), etc.
Los nakhtu-aa, conocidos como
"Los del fuerte brazo" constituían unidades especiales entrenadas
para el combate cuerpo a cuerpo. Estaban muy bien armados, pero sus escudos y
armaduras eran rudimentarios.
El arma principal del ejército egipcio,
utilizada en grandes números tanto por la infantería como por las tripulaciones
de los carros, era el temible arco mixto egipcio. Estos arcos disparaban largas
flechas capaces de atravesar cualquier armadura de la época, por lo cual, en
manos de un buen tirador, se convertían en el arma más letal del campo de
batalla.
Además del arco, los soldados egipcios
llevaban khopesh, espadas de bronce parecidas a guadañas, en forma de
pata de caballo, dagas cortas y hachas de combate con cabeza de bronce.
Las unidades de carros no estaban
organizadas como cuerpos propios, sino al modo de la artillería regimental
actual: eran agregadas a los cuerpos de ejército, de quienes dependían, en una
proporción de 25 carros por cada compañía. A las versiones de combate se
sumaban dos variantes más ligeras y veloces: un tipo dedicado a las
comunicaciones y otro para exploración y observación avanzada.
Diez carros de guerra formaban una
escuadra, cincuenta (cinco escuadras) un escuadrón, y cinco escuadrones una
unidad mayor llamada pedjet (batallón), compuesto por 250 vehículos y
comandada por un "Jefe de Huestes" que obedecía directamente al jefe
del cuerpo de ejército.
Por consiguiente, cada cuerpo de
ejército tenía asignados no menos de dos pedjet (500 carros) que, entre
los cuatro cuerpos, hacían los 2.000 vehículos que indican las fuentes
contemporáneas a los hechos.
Aunque deben sumarse a ellas las
unidades amorreas de carros llamadas ne´arin —que, al igual que las unidades
extranjeras de infantería, no pertenecían a los cuerpos de ejército— es
necesario decir que muchos de los carros egipcios estaban aún de camino cuando
comenzó la batalla y jamás llegaron a entrar en combate. Esto es probablemente
lo que sucedió con los carros de las divisiones Ptah y Seth. Si éste es el
caso, y arribaron cuando todo había concluido, esos 1.000 carros con sus
tripulaciones sanas y descansadas debieron disuadir a los hititas de intentar
presentar batalla otra vez.
Los carros egipcios tenían el eje en el
extremo posterior y su trocha era mucho mayor que el ancho del vehículo, lo que
los hacía casi involcables y capaces de girar prácticamente sobre sí mismos,
cambiando de dirección en un tiempo brevísimo. Por ello eran más maniobrables
que los de los hititas, aunque su inercia no era tan grande debido a su menor
peso.
Estaban tripulados por solo dos hombres
y no tres como sus enemigos: las tripulaciones estaban compuestas por un seneny
(arquero) y el conductor, kedjen, que además debía proteger a aquél con
un escudo. La falta de un tercer tripulante se compensaba con un infante a pie
que corría a la par del vehículo, armado con escudo y una o dos lanzas. Este
soldado cumplía la función de proteger a los seneny si era necesario,
pero principalmente estaba allí para rematar a los heridos que el carro
arrollaba a su paso lo peor que podía pasarle a los carristas era dejar
enemigos vivos a sus
espaldas, ángulo desde el cual quedaban completamente indefensos.
Utilización
táctica
Al contrario que sus enemigos, que
basaban sus tácticas en el uso de carros pesados, el ejército egipcio estaba
centrado, ya desde el Imperio Antiguo, en la coordinación de numerosas unidades
de infantería organizadas en sus respectivos cuerpos de ejército. La
asimilación entre sociedad y estado y éste y el ejército permitió desde tiempos
remotos que los generales aprovecharan para sus tropas la capacidad de
coordinación, organización y precisión que los faraones antiguos habían logrado
para las grandes masas de trabajadores de sus notables proyectos arquitectónicos.
También la administración y la intendencia habían sido copiadas de los equipos
de trabajadores que habían trabajado en las pirámides de Guiza.
Los jefes confiaban en los altamente
móviles grupos de carros, pero, hasta el final de su civilización, el arma
primaria y núcleo del ejército siguió siendo la infantería.
La función de los carros egipcios era
atravesar las líneas enemigas, previamente obligadas a abrirse mediante los
potentes arcos de la infantería, arrollando todo lo que encontraban a su paso.
Aparte de su capacidad de choque, hacían las veces de poderosas plataformas de
fuego móviles, intentando evitar, en lo posible, trabarse en combates de orden
cerrado, donde los más pesados carros enemigos llevaban ventaja. Esta táctica
de "golpear y correr" fue implementada con éxito durante más de tres
siglos de guerra egipcia, y su versatilidad se vio colmada cuando la infantería
desarrolló la táctica del corredor de a pie que apoyaba a cada carro y
sacrificaba a los heridos. La seguridad a bordo del carro era tan buena que la
mayoría de ellos podían entrar y salir de las filas enemigas dos o tres veces
por batalla con sus seneny ilesos, multiplicando el número aparente de
carros en el campo de batalla.
Prolegómenos
La
declaración de guerra
Existen argumentos atendibles que
indican que el campo de batalla de Qadesh se eligió de común acuerdo entre
ambos mandos enfrentados. La deserción de Amurru en el invierno de
1302 a. C. fue considerada por los hititas como una violación al
tratado Seti-Mursilis, y así se manifestó a la corte de Ramsés en misión
diplomática al año siguiente.
Aunque no existe prueba documental,
fuentes indirectas señalan que Muwatalli dio todos los pasos legales
necesarios, como acusar formalmente a Ramsés de haber instigado la traición de
su vasallo Amurru, planteando un juicio contencioso a través de un mensajero
que arribó a Pi-Ramsés a principios del invierno de 1301 a. C. Ese
mensaje, prácticamente copia textual del que su padre Mursilis había enviado
años antes, concluía que, ya que las partes no podían ponerse de acuerdo acerca
de los territorios en disputa, la contienda legal debía ser resuelta por el
juicio de los dioses, es decir, en el campo de batalla: "No me devolviste
mis embajadores cuando te rogué que lo hicieras, Señor, y me llamaste niño y me
hiciste callar. ¡Sea como dices! ¡Luchemos en el campo, y que mi dios, el Señor
de las Tormentas, decida quién de nosotros tiene la razón!".
Marcha de
aproximación egipcia
Habiéndose agotado todas las instancias
de negociación pacífica, Ramsés II reunió a su ejército en las dos grandes
bases militares de Delta y Pi-Ramsés. En el noveno día del segundo mes del
verano de 1300 a. C., sus tropas rebasaron la ciudad-fortaleza
fronteriza de Tjel y se internaron en Gaza por el camino de la costa
mediterránea. Desde allí, tardaron un mes en llegar hasta el campo de batalla
previsto, bajo las murallas de la ciudadela de Qadesh. El faraón iba a la
cabeza de sus fuerzas, montado en su carro de guerra y empuñando su arco.
Los cuatro cuerpos de ejército marcharon
por rutas distintas: el Poema tallado en las paredes del templo de
Karnak dice que el Primer Cuerpo fue hacia Hamath, el Segundo hacia Beth Shan y
el Tercero por Yenoam. Ciertos historiadores modernos han utilizado esta
circunstancia para imputar a Ramsés la culpa de la sorpresa sufrida por los dos
primeros en la primera fase de la batalla, pero otros autores, como Mark Healy,
aseguran que enviar los ejércitos por diversos caminos era una práctica normal
y ajustada a las doctrinas militares de su época.
El Primero y el Segundo Cuerpos
avanzaron a lo largo de la orilla oriental del Orontes, mientras que los dos
restantes lo hicieron en rutas paralelas por la orilla oeste, entre el río y el
mar. El Poema apoya esta teoría en su verso que dice que Ptah
"...estaba al sur de Aronama". Esta ciudad se encontraba, en efecto,
en la orilla occidental. Ello permitió al Cuerpo de Ptah acudir de inmediato en
apoyo de Amón y Sutekh, sin necesidad de perder un tiempo precioso en vadear el
ancho río.
Víspera de la
batalla
El arqueólogo y egiptólogo
estadounidense Henry Breasted identificó hace más de 100 años el lugar donde
Ramsés estableció su campamento inicial, la colina de 150 m llamada Kamuat
el-Harmel, ubicada en la orilla derecha del Orontes. Allí amaneció el rey,
acompañado de sus generales y sus hijos, en la mañana del día 9 del tercer mes
del verano de 1300 a. C.
Poco después de la salida del sol, el
Cuerpo de Amón desmontó el campamento y se dirigió, por terreno considerado
"propio", hacia el norte, para llegar al campo de batalla pactado (la
planicie bajo Qadesh). La marcha, aunque difícil, contó con la ventaja de que
muchos de los veteranos conocían el camino, pues lo habían hecho anteriormente
bajo el mando de Seti I (como el mismo rey, que había acompañado a su padre en
la operación) o en la campaña anterior de Ramsés.
Los Cuerpos de Ejército de Ptah, Sutekh
y P´Ra venían detrás, aproximadamente a un día de distancia, y los ne´arin
amorreos con sus carros tampoco habían llegado todavía. Es lícito suponer que
el faraón pretendía acampar frente a Qadesh y esperar algunos días al resto de
sus fuerzas.
El cuerpo de ejército, comandado por el
monarca, ocupó toda la mañana en descender de la montaña en la que se
encontraba, atravesar el bosque de Robawi y comenzar el vadeo del ancho y
profundo Orontes unos 6 km. aguas abajo de la aldea de Shabtuna, identificada
hoy con la colina de Tell Ma´ayan. Cerca quedaba también el villorrio de Ribla,
donde Nabucodonosor II ubicaría, siglos más tarde, su puesto de mando para
sitiar a Jerusalén.
El Cuerpo de Amón y su tren de
suministros eran mayores que cualquiera de los otros tres, por lo que el cruce
del Orontes tiene que haber durado desde media mañana hasta media tarde. Poco
después de cruzar el río, las tropas faraónicas capturaron a dos beduinos shasu,
los que fueron conducidos ante Ramsés para que los interrogara.
Para contento del rey-dios, los
prisioneros aseguraron que Muwatalli y el ejército hitita no estaban en la
llanura de Qadesh como se temía, sino que se encontraban en Khaleb, una
localidad situada al norte de Tunip. El Boletín de guerra que acompaña
al Poema afirma que los dos hombres fueron instruidos por los hititas
para suministrar a los egipcios información de inteligencia falsa, haciéndoles
creer que habían llegado primero y tenían, por tanto, la ventaja. Sin embargo,
es bastante ingenuo pensar que los egipcios realmente creyeron a dichos
informantes o que siquiera dichos informantes existieran.
Llegar antes al lugar de la batalla
tenía una importancia táctica enorme en la Edad del Bronce, a tal punto que una
diferencia de algunas horas podía definir el curso de una guerra. Las enormes
dificultades logísticas de la época hacían muy difícil la preparación de un
enorme ejército para combatir, con más razón cuando, como en este caso, hombres
y animales necesitaban tener oportunidad de comer y descansar luego de una
marcha forzada de 800 km que les había llevado más de un mes. Al enterarse de
que los hititas no se encontraban allí, Ramsés vio la oportunidad de esperar un
día a los otros tres cuerpos para enfrentar al enemigo con sus fuerzas al
completo, dándoles incluso dos o tres días para que se preparasen.
Increíblemente, ni siquiera las fuentes
egipcias mencionan que el faraón hubiera intentado comprobar la información que
se le ofrecía, demostrando así su juventud y falta de experiencia.
Contradiciendo la opinión de sus generales y eunucos más antiguos, Ramsés dio
orden de que Amón se dirigiera de inmediato hacia Qadesh.
Arribo al
campo de batalla
No se ha podido determinar con precisión
la ubicación exacta del campamento egipcio en el campo de batalla, pero había
un solo lugar con agua potable y fácil de defender, por lo que es posible que
Ramsés lo haya establecido allí. Se trata del mismo lugar donde Seti había
edificado el suyo años atrás.
El campamento se organizó a la manera de
un campamento romano, ordenándose a la tropa cavar un perímetro defensivo que
más tarde se fortificó con miles de escudos solapados entre sí y clavados en
tierra.
Previendo tener que pasar en ella muchos
días, la base fue acondicionada para ofrecer cierta comodidad durante un lapso:
se construyó en el centro el templo de Amón, se erigió una gran tienda para
Ramsés, sus hijos y su séquito, e incluso se descargó de un carro el gran trono
de oro del faraón que lo había acompañado todo el trayecto.
Los dos prisioneros shasu fueron
apaleados y sometidos a otras graves torturas antes de ser conducidos de nuevo
ante el rey, quien les volvió a preguntar dónde se encontraba Muwatalli. Ellos
se mantuvieron firmes en su versión. Sin embargo, los castigos los ablandaron
un tanto, hasta hacerles reconocer más tarde que "pertenecían" al rey
de Hatti. De este modo, las preocupaciones reemplazaron la clara confianza del
faraón. Más palos y más tormentos, y los beduinos confesaron lo que nadie en el
campamento habría querido escuchar: "Muwatalli no está en Khaleb, sino
detrás de la Ciudad Vieja de Qadesh. Está la infantería, están los carros,
están sus armas de guerra, y todos juntos son más numerosos que las arenas del
río, todos prontos, preparados y listos para combatir". La Qadesh vieja se
encontraba muy cerca, unos pocos cientos de metros al noreste del promontorio
sobre el que se encontraba la ciudad.
Ramsés comprendió que había sido
engañado y que, con toda probabilidad, un desastre total era inminente: había
que avisar a Ptah, Sutekh y P´Ra de la situación, para reunirlos con Amón lo
antes posible. La iniciativa había quedado ahora para los hititas, por lo que
el soberano envió a su visir al sur, al encuentro de P´Re, para exigirle que
redoblara la marcha. Aunque no ha quedado registrado, parece razonable que
enviara otro mensajero al norte para apurar la llegada de las unidades de
ne´arin amorreos.
El escondite
hitita
El ejército hitita en efecto se
encontraba tras los muros de Qadesh la Vieja, pero Muwatalli había establecido
su puesto de comando en la ladera noreste del tell (colina o
promontorio) en que se levantaba Qadesh, puesto elevado que, si bien no le
permitía observar el campamento enemigo, si le daba una clara ventaja de
inteligencia.
Por motivos que se desconocen, Ramsés
liberó a los dos beduinos espías en lugar de retenerlos o ejecutarlos, y estos
—como es lógico— corrieron a suministrar información a su señor. El rey hitita
había enviado también otros exploradores avanzados para determinar dónde se
encontraba exactamente el ejército enemigo, y se puede establecer que a la
caída de la noche del día 9 del tercer mes (no antes) el monarca de Hatti había
conseguido reunir toda la información necesaria.
Se dice en el Boletín que los
hititas atacaron en medio de la última reunión de Ramsés con su estado mayor.
Si esto es cierto, tenemos que creer que lo que se describe es un asalto
nocturno. Si bien los ataques nocturnos existían, eran rarísimos, por varios
motivos: si se atacaba a ciegas se corría el riesgo de caer en una emboscada, y
si se llevaban antorchas para no perderse, las tropas atacantes se convertían
en blancos fáciles para los arqueros enemigos.
Más aún: Muwatalli no pudo atacar antes
de disponer de su información de inteligencia, y está demostrado que no pudo
poseerla antes de que cayera la noche. Para colmo, su ejército se encontraba en
Qadesh Vieja, por lo que para atacar a Ramsés en la oscuridad sus más de 40.000
infantes y 3.500 carros debieron tener que vadear el río sin poder ver nada, lo
que hubiese representado un seguro suicidio colectivo. De esta manera, las
fuentes modernas se sienten autorizadas a afirmar que la batalla no se produjo
ese mismo día 9, sino al día siguiente.
El Segundo
Cuerpo de Ejército
El visir de Ramsés llegó al vivac del
Cuerpo de P´Re, junto al vado de Ribla, al amanecer del día 10. Como es lógico,
nada estaba preparado aún: los soldados dormían y los caballos, maneados, se
encontraban desenganchados de los carros.
Ante la perentoria orden de acudir de
inmediato al campo de batalla, las tropas desmontaron las carpas, dieron de
comer a los animales y cargaron los convoyes con la impedimenta. Esta labor
tuvo que durar varias horas.
El visir cambió los caballos de su carro
de guerra y, en vez de acompañar al Segundo Cuerpo al norte, se dirigió aún más
al sur para dar la misma orden al Cuerpo de Ptah, que se encontraba al sur de
la ciudad de Aronama.
El Segundo Cuerpo tardó un tiempo considerable
en vadear el río, ya que las orillas estaban revueltas y pisoteadas por el paso
del Cuerpo de Amón el día anterior y, en apariencia, la cautela militar fue
dejada de lado por culpa de la urgencia. La cohesión de las formaciones se
perdió en la orilla opuesta, y el ejército marchó hacia Qadesh a paso
redoblado, posiblemente enviando los carros por delante.
Primera fase
Ataque hitita
Mientras el Segundo Cuerpo apretaba el
paso en dirección norte, apurándose hacia el campamento de Ramsés en cumplimiento
de las instrucciones llevadas por el visir, se aproximó a la ribera del río
Al-Mukadiyah, un afluente del Orontes que rodeaba la base del monte donde se
hallaba edificada Qadesh y luego discurría hacia el sur.
La visibilidad era muy mala, porque el tiempo
había estado seco durante meses y el polvo levantado por miles de pies y las
ruedas de los carros flotaba en el aire y tardaba mucho en asentarse.
Las márgenes del río estaban cubiertas
de vegetación, llenas de matorrales, arbustos y aún árboles que no permitían a
los egipcios ver el agua ni lo que se encontraba más allá.
Ataque al cuerpo de Ra.
Cuando P´Ra estuvo a 500 metros del río,
sobrevino la sorpresa: de la línea de vegetación de Al-Mukadiyah —a la derecha
de los egipcios en marcha— emergió una enorme masa de carros de guerra hititas,
que se arrojaron sobre la columna. Los carros egipcios que custodiaban la
derecha de la fila fueron arrollados y destruidos por la marea de vehículos,
caballos y hombres que seguían surgiendo de entre los árboles y no daban
muestras de terminar. Lanzados al galope, los carristas hititas supieron que
debían aprovechar la enorme inercia de sus carros, y azuzaron aún más a las
bestias, que en loca carrera aplastaron la derecha egipcia. Atravesando las
filas de infantes como un fuego, los hititas siguieron hacia el oeste,
destrozaron los carros de la izquierda y dispersaron a los enemigos,
alanceándolos desde los vehículos. Las dos filas de carros egipcios se
derrumbaron, su formación de marcha —totalmente inadecuada para sobrevivir a un
asalto lateral— se desintegró, y los pocos infantes sobrevivientes se
dispersaron para ponerse fuera del alcance de las picas enemigas.
La disciplina egipcia desapareció ante
este ataque sorpresa, y antes de que los últimos carros hititas acabaran de
salir de entre los árboles, el Segundo Cuerpo de Ejército ya no existía. De los
sobrevivientes, los que iban en cabeza se apuraron hacia el campamento de
Ramsés, mientras que la retaguardia debe haber corrido al sur en busca de la
protección del Cuerpo de Ptah que venía aproximándose en la lejanía.
Todo lo que quedaba de la formación
egipcia era una senda sangrienta pulverizada por las ruedas de los carros y los
cascos de sus caballos, y varios miles de cadáveres tendidos en las arenas del desierto.
Los carros egipcios de la vanguardia
soltaron riendas y galoparon al norte hacia el campamento para avisar a Ramsés
del ataque inminente. Mientras tanto, los carros hititas habían alcanzado la
gran planicie al oeste, de un tamaño tal que les hubiese permitido girar en
ángulo abierto y regresar para cazar a los sobrevivientes. Pero en lugar de
hacer eso, viraron hacia el norte y se dirigieron a atacar el campamento de
Ramsés II.
Asalto al
campamento egipcio
Ramsés había dispuesto que varias unidades
de carros y compañías de infantería permanecieran de guardia, listas para la
acción, en el interior del recinto cercado por escudos. A pesar de la confianza
en que P´Ra y Ptah, en cumplimiento de las urgentes órdenes del visir,
llegarían más tarde ese día, y Sutekh al día siguiente, y tal vez el 12 los
ne´arin que venían del norte desde Amurru atravesando el valle del Eleuteros,
muchos vigías se hallaban apostados en los cuatro lados del campamento
observando la lejanía. Su tarea se veía dificultada por el aire caliente del
desierto que distorsionaba las formas y por el polvo suspendido que refractaba
la luz.
Los vigías del frente sur gritaron sus
alarmas al mismo tiempo que los del lado oeste: mientras que los primeros
anunciaban la frenética carrera de los carros sobrevivientes de P´Ra, los
segundos acababan de ver la enorme formación de vehículos hititas que se
lanzaba hacia ellos.
Aún antes de que los senenys de
P´Ra entraran al campamento y comenzaran a explicar lo sucedido, todas las
tropas se hallaban ya en zafarrancho de combate: en pocos minutos, los carros
hititas se abalanzaron sobre el ángulo noroeste de la pared de escudos, la
demolieron y penetraron en el campamento. La fila de escudos, el foso y las
numerosas tiendas, carros y caballos trabados que encontraron a su paso
comenzaron a detenerlos y a hacerles perder su inercia inicial, mientras que
los defensores trataban de atacarlos con sus espadas khopesh en forma de
guadaña. El asalto degeneró rápidamente en una salvaje melée lucha
cuerpo a cuerpo. Los carros hititas se empujaban unos a otros porque el espacio
interior no era suficiente para todos, de modo que muchos de ellos no pudieron
ingresar y debieron luchar desde el exterior de la muralla de escudos y el foso
defensivo.
Muchos egipcios murieron, y también
numerosos hititas que, derribados de sus carros por las colisiones contra sus
compañeros u obstáculos fijos, eran rápidamente sacrificados en tierra con un
golpe de khopesh.
La guardia personal del faraón (los sherden)
rodeó su tienda, dispuesta a defender al rey con sus vidas. Ramsés II, por su
parte —según nos informa el Poema—, "se colocó su armadura y tomó
sus arreos de batalla", organizando la defensa con los sherden (que
disponían de carros e infantería) y varios otros escuadrones de carros de
guerra que se hallaban estacionados al fondo del campamento (esto es, en su
lado oriental).
La guardia del rey puso a los hijos de
Ramsés —entre los que se encontraba el mayor de los varones, Prahiwenamef, que
en ese entonces era el heredero al trono ya que sus dos hermanos habían muerto
en la infancia— a buen recaudo en el extremo oriental, que no había sido
atacado.
El faraón se colocó la khepresh
(corona) azul y, gritando órdenes a su conductor (kedjen) personal,
llamado Menna, montó en su carro de batalla.
Ramsés
organiza la defensa
Bajorrelieve del templo
de Abu Simbel que representa a Ramsés II derrotando a sus enemigos
Empuñando su arco y poniéndose a la
cabeza de los carros sobrevivientes, Ramsés II salió del campamento por la
puerta este y, girando al norte, lo rodeó hasta llegar a la esquina noroeste,
donde los carros hititas se hallaban embotellados en incómoda confusión y, por
lo mismo, casi indefensos. La atención de los invasores no se dirigió a los
carros egipcios que los atacaban por retaguardia y el flanco izquierdo: estaban
absortos tratando de ingresar al campamento. Recuérdese que Muwatalli les había
quitado su paga, prometiéndoles solamente la parte del botín que pudiesen
capturar. Por lo tanto, la primera prioridad de los hititas era tomar los
bienes posibles del campamento egipcio, especialmente el enorme y pesado trono
de oro del faraón.
Su ambición los perdió: el superior
alcance de los arcos egipcios provocó una gran masacre sobre las tripulaciones
hititas que aún no habían conseguido entrar, blancos fijos que se convirtieron
en presa fácil para los experimentados tiradores egipcios. Tan amontonados se
encontraban los hititas, que los disciplinados arqueros egipcios no necesitaban
apuntar para hacer blanco en un hombre o un caballo.
Lentamente los hititas reaccionaron:
espoleando a sus animales intentaron abandonar el combate y darse a la fuga por
la llanura del oeste, en sentido opuesto al que habían venido. Pero sus
caballos, al revés que los del enemigo, estaban fatigados, y sus carros eran
más lentos y pesados. Los que ganaron la planicie trataron de dispersarse para
no ofrecer un blanco tan obvio, pero los carros egipcios se lanzaron en su
persecución.
Muchos murieron bajo las khopesh
de los menfyt al caer de sus carros, que chocaban contra otros o se
volcaban al tropezar con caballos muertos, y muchos otros cayeron bajo la
temible precisión de los arqueros enemigos.
Al cabo de escasos momentos, el desierto
al sur y al oeste del campamento estaba cubierto de cadáveres, a tal punto que
Ramsés exclama en el Poema: "Hice que el campo se tiñera de blanco
[en referencia a los largos delantales que llevaban los hititas] con los
cuerpos de los Hijos de Hatti".
Derrotados completamente los hititas,
con unos pocos sobrevivientes dispersos y en fuga, los menfyt se
dedicaron a recorrer metódicamente el campo de batalla, rematando a los heridos
y amputándoles las manos derechas. Este método, mostrado muchas veces como un
ejemplo de la crueldad de los egipcios, era en realidad un recurso
administrativo. Las manos cortadas se entregaban a los escribas, quienes,
contándolas meticulosamente, podían hacer una estadística fidedigna de las
bajas enemigas.
Segunda fase
Maniobra
hitita de distracción
De acuerdo con la visión moderna sobre la
batalla, el combate no estaba desarrollándose como Muwatalli había previsto.
Además de la precipitada acción de abalanzarse sobre el cuerpo de ejército en
marcha, la decidida reacción de Ramsés y sus carros había puesto en fuga a los
vehículos hititas y ahora los egipcios perseguían a los carros atacantes.
Muwatalli debía aliviar la presión sobre
ellos a como diese lugar: sabía perfectamente que el grueso de la fuerza
egipcia ni siquiera había llegado (Sutekh y Ptah estaban aún de camino hacia
Qadesh) y todo su plan se enfrentaba al desastre.
En consecuencia, eligió pasar a la
acción con una maniobra de distracción que le permitiese recuperar la
iniciativa perdida, haciendo regresar a parte de las tropas que perseguían a
las suyas y obligando a Ramsés a regresar a su campamento.
En el puesto avanzado en el que se
encontraba el rey hitita había muy pocas tropas: aparte de su cortejo personal,
lo acompañaban solo unos pocos nobles de su confianza. En consecuencia, les
ordenó que organizaran una fuerza de carros, que cruzaran el río y que atacaran
el campamento egipcio desde el lado oriental.
La respuesta fue poco entusiasta (la
nobleza no acostumbraba entrar en combate), pero las tajantes órdenes de su
emperador dejaron poco lugar para la inacción. Así, los hombres más importantes
de la jerarquía política hitita —incluyendo a los hijos, hermanos y amigos
personales de Muwatalli— y de los comandos de sus aliados se reunieron en una
escuadra ad hoc y, con dificultades, cruzaron el Orontes hacia poniente.
Llegan los
ne´arin
Llegada de los ne´arin.
Apenas asaltado el campamento por esta
escasa fuerza, los carros hititas fueron arrollados por una gran fuerza de
carros que llegaba desde el norte. Se trataba de los carros amorreos, los
ne´arin, que aparecían providencialmente en ese momento de zozobra egipcia. Más
atrás venía la infantería pesada de Amurru. El reporte escrito en las paredes
del templo funerario de Ramsés, en Tebas, dice textualmente a este respecto:
"Los Ne´arin irrumpieron entre los odiados Hijos de Hatti. Fue en el
momento en que estos atacaban el campamento del faraón y conseguían penetrarlo.
Los Ne´arin los mataron a todos".
Como un dejà vu de la primera
parte del combate, todo se repitió: los amorreos asaetearon con sus flechas a
los carros hititas que luchaban por ingresar a través de una brecha en el muro
de escudos. Al intentar retroceder para salir de allí y huir nuevamente a la
relativa seguridad de la orilla oriental del Orontes, ocurrió otro hecho que
selló la suerte hitita: mientras comenzaban a vadear las aguas, hicieron su
aparición desde el sur algunas unidades de carros que volvían de la caza y
persecución de la otra fuerza, acompañadas por los elementos avanzados de
carros e infantería pertenecientes al Cuerpo de Ptah que se hacía presente en
el momento preciso.
La muerte llovió sobre los hititas en el
camino hasta el río, en las orillas y aún en el centro del agua: muchos fueron
asaetados, otros aplastados por los carros y los más murieron ahogados al ser
arrojados fuera de sus vehículos, agobiados y arrastrados al fondo por el peso
de sus armaduras.
Ramsés castiga a los suyos
Mientras los últimos carros hititas se
ponían a salvo en su orilla del río y los infantes egipcios amputaban las
diestras de los caídos y las guardaban en sacos, Ramsés reocupó los restos de
su campamento para esperar la llegada de Ptah y el retorno de los
sobrevivientes de Amón y P´Ra.
Los prisioneros hititas, entre los
cuales había oficiales de alta graduación, nobles e incluso realeza, fueron
conducidos también allí, y debieron esperar en silencio la decisión que el
faraón tomara sobre sus vidas.
El Poema dice que Ramsés recibió
las felicitaciones de todos por su coraje y arrojo personal en la batalla, y
que luego se retiró a su tienda y se sentó en su trono a "meditar
lúgubremente".
Por la mañana del día 11, Ramsés hizo
formar a las tropas de los Cuerpos de Amón y P´Ra en una fila frente a sí.
Haciendo comparecer a los dignatarios hititas capturados para que presenciaran
los acontecimientos, el faraón —tal vez personalmente— llevó a cabo el primer
antecedente histórico del castigo que más tarde los romanos llamarían
"diezmo": contando de diez en diez a sus soldados, ejecutó a cada
décimo hombre para escarmiento y ejemplo de los demás. El Poema lo
describe en primera persona: "Mi Majestad se puso ante ellos, los conté y
los maté uno a uno, frente a mis caballos se derrumbaron y quedaron cada uno
donde había caído, ahogándose en su propia sangre...".
Si bien no puede decirse que las tropas
de Amón y P´Ra hayan combatido con cobardía —recuérdense que las columnas en
marcha fueron sorprendidas por una fuerza de carros que, según la inteligencia
del propio Ramsés no debía estar allí, y que, además, salió de un lugar fuera
de la vista—, hoy se cree que se los castigó por haber violado la relación
paterno-filial que se suponía debían mantener con su señor.
Además, es muy posible que tal
escarmiento sirviera a los fines tácticos del faraón. Los amigos y parientes de
Muwatalli fueron, como se dijo, obligados a presenciar la carnicería, y luego,
liberados, corrieron a llevar a su señor las noticias del salvajismo de los
egipcios para con sus propias tropas. Este fue, sin dudas, uno de los factores
que impulsó a los hititas a firmar el armisticio más tarde ese mismo día.
Final de la
batalla
Liberados los prisioneros hititas de
alto rango, la línea de acción de Muwatalli quedó muy clara. La principal
fuerza ofensiva de su ejército —los carros— había sido destruida, y, asimismo,
muchos jefes y dignatarios habían muerto en el ataque de los ne´arin.
No había podido explotar la ventaja
táctica de haber llegado primero al campo de batalla al ser obligado a combatir
prematuramente tras el encuentro fortuito de sus carros con la columna egipcia,
por lo que estaba claro que la batalla se había perdido.
Ramsés tenía, en cambio, dos cuerpos de
ejército frescos y completos, y los sobrevivientes de los otros dos fuertemente
motivados por las ejecuciones sumarias que acababan de presenciar.
Sin embargo, las fuerzas egipcias de
Ptah, Sutekh y ne´arin no eran suficientes para mantener la hegemonía egipcia
en la región, y el rey hitita se dio cuenta de ello. Los deseos de Ramsés de
sostenerse como potencia reteniendo Qadesh acababan de esfumarse y, en esas
condiciones de derrota táctica y posible empate técnico estratégico, lo mejor
era solicitar un armisticio. Qadesh quedaba en manos egipcias, pero era
imposible que Ramsés pudiera quedarse allí para cuidarla. Debería regresar a
Egipto para lamerse las heridas de sus grandes pérdidas y ello representaría la
restauración del dominio hitita sobre Siria.
Por lo tanto, Muwatalli envió una
embajada a solicitar la tregua y Ramsés, al aceptarla, reveló a los egipcios
una debilidad que se confirmaría por los hechos posteriores.
Consecuencias
Al proponer el inmediato cese del fuego,
Muwatalli demostró su gran inteligencia. El armisticio le permitió ahorrar
pérdidas, ya que poco después de Qadesh debió enviar los restos remanentes de
su ejército a sofocar diversas rebeliones en otras partes de su imperio.
Ramsés y su ejército retornaron
cabizbajos a Egipto, abucheados y silbados despreciativamente por cada poblado
que atravesaban. Para mayor humillación, las tropas hititas siguieron a los
egipcios hasta el Nilo a pocas millas de distancia, dando toda la impresión de
que escoltaban a un ejército derrotado y cautivo.
La humillación de los supuestamente
"victoriosos" soldados egipcios fue tan grande que todas las partes
de Siria que quedaron bajo su dominio tras Qadesh se rebelaron contra el faraón
(algunas de ellas incluso antes de que el ejército pasara por allí en su marcha
hacia Pi-Ramsés). Todas ellas buscaron el cobijo hitita y quedaron bajo su
órbita durante muchos años.
Si bien Egipto recuperó estas regiones
más tarde, necesitó varias décadas para conseguirlo.
Inmediatamente tras Qadesh, siguió una
larguísima guerra fría entre las dos potencias, una especie de equilibrio
inestable que concluyó dieciséis años después con la firma del célebre Tratado
de Qadesh.
El Tratado de Qadesh —primer convenio de
paz de la historia y que se encuentra perfectamente conservado, ya que una de
sus versiones se escribió en la lengua diplomática de la época, el acadio (la
otra en jeroglífico egipcio), sobre láminas de plata—, describe minuciosamente
las nuevas fronteras entre ambos imperios. Sigue con el juramento de ambos
reyes de no volver a luchar entre sí, y culmina con la definitiva y perpetua
renuncia de Ramsés a Qadesh, Amurru, el valle del Eleuteros y todas las tierras
circundantes al río Orontes y sus tributarios.
A pesar de las graves pérdidas humanas
sufridas en Qadesh, por lo tanto, la victoria final fue para los hititas.
Más tarde, concretamente en el año 34
del reinado de Ramsés, el faraón y el rey hitita sellaron y consolidaron el
estado de cosas establecido en el Tratado mediante lazos de sangre: el hermano
de Muwatalli y nuevo rey Hattusili III envió a su hija para que se casara con
el faraón. Ramsés II tenía 50 años de edad cuando recibió a su jovencísima
esposa, y tan contento quedó con el obsequio que la nombró reina, bajo el
nombre egipcio de Maat-Hor-Nefru-Re. De esta forma, algunos de los hijos y
nietos de Ramsés II fueron nietos y bisnietos de su gran enemigo, el rey
Muwatalli de Hatti, aunque, según se cree, ninguno de ellos llegó al trono
real.
A partir de Qadesh, Egipto y Hatti
permanecieron en paz durante aproximadamente 110 años, hasta que en
1190 a. C. Hatti fue completamente destruido por los llamados
"Pueblos del Mar".
Mucho se ha escrito acerca del supuesto
"error" de Ramsés II al enviar los cuatro ejércitos por distintos
caminos, y se ha imputado a esta decisión el cuasidesastre sufrido por los dos
primeros al ser sorprendidos por los carros hititas en el primer día de la
batalla.
Sin embargo, existen fuertes razones
militares para que el faraón lo hiciera de esta forma, y las principales
consisten en el tamaño de sus ejércitos y la aridez del terreno a recorrer.
Estas dos circunstancias convertían en un gran problema la logística de
suministros para las tropas. Se trataba de recorrer desde Egipto unos 800 km al
norte, atravesando Canaán, hasta llegar a la Siria Central.
Si bien "la estación en que los
reyes van a la guerra" (época en que se pactaban las guerras) estaba
claramente circunscrita al período posterior a las cosechas de trigo y cebada
para dar tiempo a los estados vasallos a que acopiaran grandes cantidades de
alimentos para el ejército que llegaría luego, una vez abandonado el territorio
amigo los cuerpos de ejército hubiesen quedado librados a sus propios medios.
La única forma de transportar los suministros hubiese sido la formación de
enormes convoyes de carretas de bueyes, de una lentitud tal que hubiesen
retrasado a la fuerza entera durante meses y meses.
Cada ejército debía, pues, una vez
traspuestos los límites del imperio, abastecerse a sí mismo mediante la requisa
de alimentos de los vasallos del enemigo. Solo de esa forma pudieron los
egipcios llegar al campo de batalla en buenas condiciones físicas y morales.
Si Ramsés hubiese enviado los cuatro
cuerpos por la misma ruta, el Segundo hubiese encontrado, en un punto dado,
solo la devastación producida por las necesidades del Primero. Tras él vendría
el Tercero, hallando aún menos alimentos, y es muy probable que los soldados
del Cuarto se hubiesen muerto de hambre. Ramsés no deseaba luchar solo con un
cuerpo de ejército bien alimentado y otros tres débiles y al borde de la
inanición, por lo que diseñó cuatro rutas de aproximación paralelas de modo que
cada cuerpo nunca encontrase a su frente la gran carestía producida por el que
lo precediera.
Tratado
El tratado fue redactado entre 1280 y
1269 antes de J. C., aunque la fecha exacta es todavía objeto de discusiones
entre egiptólogos e hititólogos, en el vigésimo año del reinado de Ramsés II,
según la cronología más reciente, la cual sitúa la subida de éste al trono el
año 1301 antes de J. C. El texto original había sido grabado en láminas de
plata que se han perdido, pero la versión egipcia fue reproducida en
jeroglíficos en los muros del Rameseum y en Karnak. Es curioso que este tratado
exista no solamente en dos lenguas, sino también en dos versiones diferentes,
cada una de las cuales es una traducción revisada de los párrafos relativos a
las obligaciones del otro firmante, y en cada caso la fraseología ha sido
alterada en consecuencia. No ha llegado completa hasta nosotros la versión
cuneiforme, la cual alcanza sólo hasta el párrafo catorce, que corresponde al
párrafo diecisiete en la versión egipcia. El texto egipcio comprende treinta
párrafos y termina con la descripción de las láminas de plata anteriormente
mencionadas. Los mensajeros de Hattusil llegaron a Egipto provistos de un
proyecto de tratado. El texto egipcio, reflejando, como es natural, una
interpretación unilateral de la situación política de entonces, precisa que el
año 21 del reinado de Ramsés y en el 21 día del mes de Tybi, durante la
estancia del faraón en su nueva residencia en el Delta del Nilo, aparecieron
los enviados hititas Tarteshub y Ramose «para implorar la paz de Ramsés, ese
toro entre los príncipes y que fija las fronteras de su país donde quiere»,
lo que precisamente jamás logró en el país de Hatti. El tratado propiamente
dicho empieza con la grandilocuencia propia de Oriente. Pero correspondía y
estaba a la altura de la realidad: el equilibrio de fuerzas en el Próximo
Oriente. «El tratado que el gran príncipe de Hatti, Hattusil el fuerte, hijo
de Mursil, el grande y poderoso príncipe de Hatti, y nieto de Shubiluliuma, el
grande y poderoso príncipe de Hatti ha estampado sobre una lámina de plata para
Ramsés II, el grande y poderoso soberano de Egipto, hijo de Seti I, el grande y
poderoso monarca de Egipto, y nieto de Ramsés I, el grande y poderoso príncipe
de Egipto, el buen tratado de paz y de fraternidad que sella para siempre jamás
la paz entre nosotros».
Para nuestra manera de pensar, la
cláusula más interesante e importante es la que se encuentra al final del
tratado. Es la que se refiere a la situación de los refugiados políticos, y que
al cabo de tres mil años es de una inquietante actualidad. «Si un hombre —o
incluso dos o tres— huye de Egipto y llega al país del gran monarca de Hatti,
que el gran monarca de Hatti se apodere de él y lo devuelva a Ramsés, el gran
señor de Egipto. Pero, cuando esto suceda, que no castigue al hombre que
devuelvan a Ramsés II, gran señor de Egipto, que no se destruya su casa ni se
haga el menor daño a su esposa ni a sus hijos, y que a él no le maten ni se le
mutilen los ojos, ni las orejas, ni la lengua, ni los pies, y que no se le
acuse de ningún crimen». Las mismas condiciones rigen también,
naturalmente, para los súbditos hititas que se refugiaren en Egipto. La última
frase del tratado es la que le confiere todo su valor: «En lo tocante a
estas palabras, que para el país de Hatti y para el país de Egipto han sido
escritas en esta lámina de plata, que los mil dioses del país de Hatti y los
mil dioses del país de Egipto destruyan la casa, las tierras y los servidores
de los que no las respetaren». Ciertamente, si el tratado no se convirtió
en un trozo de «papel mojado», como otros muchos desde entonces hasta
nuestros días, se debió mucho menos al poder mágico de estas palabras que al
acreditado sentido hitita de las realidades políticas. Sea como fuere, este
tratado inició un período de paz que duró setenta años en el Próximo Oriente.
Por desgracia, hay que reconocer que son raros los casos como éste en la
historia del mundo. Incluso el mejor tratado de paz sólo puede surtir efectos
mientras interese a ambas partes. En el caso presente no puede sospecharse de
la buena voluntad de ninguno de los dos firmantes, por cuanto diez años después
de la conclusión del pacto la amistad egipcio-hitita fue todavía confirmada de
un modo solemne y poco corriente en aquellas latitudes. En efecto: Ramsés II
casó con una hija de Hattusil.
Esto no tendría nada de particular y no
valdría ni la pena de mencionarlo si Ramsés hubiera considerado a la princesa
hitita como a una cualquiera de las mujeres de su harén. Pero es que no fue
así, sino todo lo contrario, pues Ramsés la elevó al rango de primera esposa.
Esta boda brindó una espléndida oportunidad para proclamar una vez más, y ante
todas las naciones, la validez y la vigencia del tratado de paz y de amistad
entre los antiguos y eternos rivales. El acontecimiento dio, además, ocasión a
una nueva entrevista entre dos de los «tres grandes» de la Antigüedad.
Todo hace suponer que la iniciativa partió de los hititas, y que, por lo tanto,
debemos considerar este enlace como un acto de alta política, adecuada para
simbolizar la situación de Hatti en aquella época, como consecuencia de dicha
alianza. La entrada de la princesa en Egipto fue inmortalizada por una estela
hallada cerca de Abu Simbel, en la que la novia, que adoptó el nombre egipcio
de Ma’atnefrure, la verdad es la belleza del Ra, está representada
al lado de Ramsés y de su padre el rey hitita Hattusil III. El egiptólogo
alemán Siegfrid Schott ha traducido uno de los textos que figuran en dicha
estela. Pero es una lástima que en la introducción haga suya la tesis egipcia:
«Después de la victoria de Ramsés II sobre Hatti, este país vive en el
terror y en la miseria. El gran príncipe de Hatti envía a una de sus hijas a
Ramsés…». ¿Cómo es posible imaginar que un faraón recibiera con tanta pompa
a una princesa oriunda de un país que tiembla ante él y que vive en la
miseria? Y, sin embargo, el texto que poseemos de la llegada de la princesa no
deja lugar a dudas. El faraón envió a su encuentro a todo un ejército y a
muchos de sus nobles: Así informaron a Su Majestad: “He aquí lo que hace el
gran príncipe de Hatti: Traen a su bija mayor con innumerables presentes; Son
tantos sus tesoros, que cubren con ellos el lugar donde se encuentran. La hija
del rey de Hatti y los príncipes los traen. franquean muchas montañas y
desfiladeros escabrosos y pronto alcanzarán las fronteras de Su Majestad. Envía
a tu ejército y a tus nobles a recibirles…”.
El faraón parece sorprendido. No puede
creerse que Hattusil, inspirándose en simples consideraciones políticas, se
pusiera en camino con su hija, sin haberse cerciorado antes de cómo sería
acogida en Egipto. Las líneas siguientes parecen dar a entender que la
iniciativa partió efectivamente de Hatti: “Su Majestad no cabía en sí de
gozo. El señor de palacio estaba radiante de júbilo, cuando tuvo conocimiento
de este hecho extraordinario como nunca se había dado otro igual en Egipto, y
envió al ejército y a sus nobles a recibirla inmediatamente”. Y Ramsés
imploró a Seth, «el buen padre Seth», el dios de los extranjeros, que
concediese buen tiempo a los invitados a la boda: «Haz cesar la lluvia, la
tormenta y la nieve…, y su padre Seth atendió el ruego». Luego la
inscripción describe el cortejo, que debió de ser una verdadera maravilla: “Los
soldados de Hatti, los arqueros y los jinetes, todos súbditos del país de
Hatti, estaban mezclados a los de Egipto. Comían y bebían juntos unidos
como hermanos, sin que ninguno recriminase al otro. Reinaba entre todos la paz
y la amistad, como si todos fuesen egipcios. Los grandes príncipes de todos los
países por los que pasó el cortejo estaban fascinados, incrédulos y atónitos,
al ver a toda la gente de Hatti mezclarse al ejército del rey. Es cierto lo que
Su Majestad dijo: «¡En verdad que nuestros ojos han visto un espectáculo
grandioso!»”. Evidentemente se trataba de explotar como un «milagro político»
el paso de la magnífica comitiva por los pueblos fronterizos. Por fin la
princesa y su séquito llegaron a la residencia de Ramsés: “Introdujeron
ante Su Majestad a la hija del gran príncipe de Hatti que venía a Egipto, con
innumerables regalos. Entonces vio Su Majestad cuan bella era su faz» bella
como la de una diosa. Era un acontecimiento fantástico, una maravilla
espléndida que en nada se parecía a lo que la gente hasta entonces se había
transmitido de boca en boca. En los escritos de nuestros antepasados no se
encuentra nada igual”. En el epílogo se exponen claramente las
consecuencias políticas de este matrimonio de conveniencia, y el amanuense
aprovecha esta ocasión para postrarse ante su dueño y señor, el rey: “Y
luego, cuando un hombre, o una mujer, cuyos negocios llevaban a Siria,
penetraban en el país de Hatti, nada debían temer. ¡Tan grande era el poder de
Su Majestad!”.
La conclusión de este tratado coincide
con la época de mayor esplendor hitita. El tratado surtió efectos duraderos,
pero la seguridad que proporcionaba a sus firmantes trajo como consecuencia la disminución
de la potencia del Imperio, tal vez porque parecía que ya no era necesaria
la fuerza para defenderlo. Los reyes asirios, ávidos de botín, empezaron a
violar de vez en cuando las fronteras. Uno de los vasallos occidentales más
fieles, Madduwatas, cambió de repente de bando, sin duda presintiendo un cambio
radical en la situación. El país de Arzawa pasó bruscamente a primer plano, y
al Oeste, los Ahhiyawa (es muy posible que sean los aqueos, o sea los
protohelenos) llegaron a constituir una seria amenaza. Arzawa (forma antigua
Arzawiya) era un reino y una región de Anatolia occidental del II milenio a. C.
Es un término hitita para referirse a una región no muy bien definida de
Anatolia occidental, y, a veces, por extensión, se usa también para referirse a
la alianza de los reinos de la región (el mayor de los cuales se suele llamar Arzawa
Menor). De la cultura de Arzawa poco se sabe, excepto que la lengua de la
corte era el luvita, emparentado con el hitita. Su historia es conocida
únicamente por fuentes foráneas, provenientes esencialmente del reino vecino de
los hititas, que combatieron muchas veces en esta región. La localización
exacta de Arzawa aún es debatida. Se la sitúa al suroeste de Anatolia, entre
las posteriores Licia y Lidia. Podría haberse extendido hasta el Mar Egeo. Era
un reino de cultura luvita, como lo atestiguan los nombres de personajes
originarios de este país, y el hecho de que se veneraba a dioses luvitas, como
Tarhu (el dios de las tormentas). Las confederaciones de reinos de Arzawa
fueron un problema constante para los hititas, que tuvieron que intervenir en
numerosas ocasiones para repeler invasiones de su propio territorio o para
asegurar que sus vasallos no eran expulsados de la región. El primer testimonio
histórico del reino de Arzawa data del reinado de Hattusil I, hacia 1650 a. C.
Un conflicto le enfrentó a su vecino occidental, que era ya una gran potencia.
Aprovechando el debilitamiento del reino hitita durante el reinado de Zidanta I
(hacia 1550 a. C.), los reyes de Arzawa extendieron su territorio. Cuando el
reino hitita volvió a ser una gran potencia a partir del reinado de Tudhalia I,
Arzawa fue una fuente de grandes problemas para él, igual que toda la región de
Anatolia occidental, en la que los ahhiyawa (¿tal vez los aqueos?), comenzaron
a poner el pie.
Maduwata, un monarca local vasallo de
los hititas provocó a Kupanta-Kurunta, rey de Arzawa que le había
vencido. Los dos terminaron por firmar la paz, para disgusto de Tudhalia que
veía con mal ojo a su vasallo aliarse con su enemigo. Tudhalia II combatió a su
vez contra Arzawa, sin mucho éxito. Este reino estaba en su apogeo, mientras
que Hatti se enfrascaba en disputas dinásticas. El momento álgido de Arzawa
llegó durante el reinado de Tarhuna-radu (primera mitad del siglo XIV a. C.),
contemporáneo de los reyes hititas Arnuanda I y Tudhalia II: la debilidad
hitita durante el final del gobierno de Arnuanda colocó a Tarhundaradu en una
posición que quizá le permitía reclamar la hegemonía sobre Anatolia, hasta el
punto de que Amenofis III, faraón de la dinastía XVIII de Egipto, firmó un
pacto con él. El soberano de Arzawa aprovechó para conquistar las tierras bajas
hititas. Después contactó con Akenatón, en las que le refirió la situación
mediante dos cartas que le remitió en hitita, y le solicitó una alianza
matrimonial. Sin embargo, Tudhalia II logró recuperar el poderío hitita. Su
sucesor, Shubiluliuma I, obtuvo una victoria sobre Arzawa. Pero no fue
suficiente: Uhha-Ziti, el nuevo rey de Arzawa, logró formar una coalición
contra Hatti con ayuda de los ahhiyawa. El rey hitita Mursil II, hijo de
Shubiluliuma, emprendió una gran expedición, con la que tardó dos años en
vencer a Arzawa. Tomó su capital, Apasa (¿tal vez Éfeso?) y sometió todas los
territorios aledaños. Según las declaraciones de Mursil, 65000 habitantes de
Arzawa fueron deportados al país hitita. Arzawa fue dividida entre los antiguos
vasallos de Uhha-Ziti, los reinos de Hapalla, Mira-Kuwaliya y el país del río
Seha, que pasaron a la órbita hitita con la firma de tratados de vasallaje con
Mursili. No se sabe exactamente lo que sucedió a Arzawa, el reino de Mira
podría haber recuperado las regiones que constituían el corazón. Se produjeron
revueltas en Arzawa, sobre todo durante el reinado de Muwatallis II, quien hizo
frente a las ambiciones de los ahhiyawa, y durante el de Tudhalia IV, que
reprimió la revuelta del reino del río Seha. En la región se establecieron
algunos de los Pueblos del Mar que asolaron el Oriente Próximo, como los lucca
(licios). A pesar de estas continuas rebeliones, Arzawa permaneció bajo el
dominio del Imperio Hitita hasta la desaparición de este último (hacia 1200 a.
C.), momento en el cual surgen distintas monarquías de cultura hitita en
Arzawa, que posteriormente darán lugar al reino de Lidia. La última mención a
Arzawa es de Ramsés III, que refiere la destrucción del reino por los temibles
y misteriosos Pueblos del Mar.
El gran Imperio hitita que forjara Shubiluliuma
y que se había mantenido próspero durante un siglo, desapareció en el curso de
dos generaciones, disgregándose durante el reinado del débil Tudhalia IV
(1250-1220 antes de J. C.) y del todavía más débil Arnuwanda IV (1220-1190
antes de J. C.). Ni el uno ni el otro supieron continuar la política pacífica y
constructiva de Hattusil, ni lograron compensar por la espada lo que perdieran
en el terreno diplomático. Se han sugerido varias hipótesis para justificar el
brusco declive del Imperio hitita. Sin embargo, no fue sino la consecuencia de
una nueva invasión. Sea como fuere, parece que después de la muerte de
Arnuwanda ocupó por poco tiempo el trono otro Shubiluliuma, y luego
quizá también otro Tudhalia. El año 1190 antes de J. C., un gran incendio
devastó Hattusas, y luego otra invasión, viniendo esta vez del oeste, sumergió
completamente al Imperio hitita, que ya se encontraba muy debilitado. Puede que
la primera invasión procediera de Misia o de Frigia. Una inscripción del templo
egipcio de Medinet Habu los califica de «Hombres del mar», y añade: «…Y
ningún país resistió a su empuje… empezando por el de Hatti». El incendio
de Hatti, que siguió al saqueo de la ciudad, fue de unas proporciones
aterradoras, gigantescas, pues si hemos de dar crédito al lenguaje de las
piedras sacadas a la luz durante las excavaciones, la ciudadela, los templos y
las casas de Hattusas ardieron durante muchos días, quizá durante semanas
enteras. El fuego destruyó la capital, que desde entonces y hasta al cabo de 3145
años alguna vez llegó a ostentar el título de pequeña ciudad provincial, pero
sin pasar generalmente de la categoría de aldea. Pero, asimismo, tal vez
simultáneamente fueron pasto de las llamas las demás grandes ciudades de
Kultepe y Alaja Hüjük. Y, con ellas, el Imperio hitita desapareció
completamente del mapa.
Hattusas: la capital de los hititas
La capital del Imperio Hitita,
estaba situada en los terrenos donde se encuentra la actual aldea de Boghazköy.
En el centro del núcleo de la península de Anatolia.
Gozaba de una situación estratégica
única. Sus fortificaciones estaban potenciadas por una serie de defensas
naturales, que hacia el Sur la separaban de la llanura de Capadocia y de la
cordillera del Tauro.
Este emplazamiento hacía que dominara
y controlara la totalidad del terreno circundante. El medio de comunicación
entre la capital y los demás puntos del país era, como hoy, el carro de dos
ruedas, tirado por bueyes, denominado por los turcos "kagni".
La ciudad debió ocupar un área muy extensa
en el momento de máximo apogeo. Se desarrolló a partir de una serie de pequeños
asentamientos que nacieron en el Bronce Antiguo (aprox. 2000 a.C.). Hacia el
1800 a.C. se instaló un "karum" (1) que fue destruido por Anitta de
Kussara y la ciudad se convirtió en hitita más o menos a partir del 1.700 a.C.,
fue la capital del reino Hitita durante bastantes siglos, desde que el rey
Hattusili I centró su administración en ella, sufrió varios ataques y
destrucciones, siendo los daños más importantes causados por los Gasgha. Su
complejo sistema defensivo no pudo resistir los ataques del s. XII a.C., aunque
los autores de la ultima destrucción debieron ser nómadas de origen tracio.
Las murallas de 6 km. de longitud y en
algunos puntos de 8 m de espesor, que atraviesa colinas en su perímetro y
depresiones que fueron rellenadas con las tierras de las terrazas. La muralla
se asentaba sólidamente en hiladas de piedra de gran tamaño, muchas de ellas
trabajadas hasta quedar en bloques lisos que ajustaban perfectamente sin
necesidad de argamasa. Los alzados de la muralla eran de adobe tanto la muralla
como las torres presentan terminados almenados como se puede ver por algunos
vasos rituales. La poliercética posterior demuestra lo práctico de resulta el
uso del adobe a la hora de la absorción de golpes y rápida reconstrucción. Los
muros están dotados de paseos de ronda, adaptados a la topografía del terreno. Tendencia
a ser redondeados y protegidos los ángulos muertos por torres, en zonas de
fácil acceso se levantan pamparts, precedidos de fosos.
Las puertas, son parte del ingenioso
sistema de defensa hitita. por ejemplo la llamada Puerta Real, que tiene forma
ojival, se decoraba hacia el interior con un dios musculoso, que portaba un
hacha ritual. La Puerta Real tenía dos puertas dobles, macizas, posiblemente
hechas de madera, revestidas de bronce y sujetas con clavos de cobre. Las
puertas se cerraban por dentro, dejando un vestíbulo en el centro. La guardia
después de cerrar posiblemente ascendida a las murallas por unos escalones. Las
puertas estaban franqueadas por unas torres, con huecos interiores, rellenos de
cascotes a guisa de refuerzo. Generalmente las torres estaban asentadas en
profundos cimientos y su altura quedaba limitada por la parte superior de la
muralla de la ciudad.
El sistema defensivo de las fortalezas
hititas se completa con una serie de poternas de piedra que determinan una
serie de túneles construidos a base de falsa bóveda, la funcionalidad de estos
pasillos subterráneos era permitir la salida al exterior de la tropa, para
sorprender a un posible sitiador. Suelen tener unos 70 metros de longitud,
inclinadas hacia el exterior atravesando el recinto amurallado por debajo de
las torres hasta salir fuera de las líneas fortificadas. Se construían en los
puntos bajos o vulnerables de la ciudad, donde la tierra había sido amontonada
para hacer las defensas más altas y profundas. Los hititas no disimulaban la
existencia de estas construcciones, cuyas entradas angostas podían defenderse
con pocos hombres.
Santuarios
En el interior de la ciudad
existen cinco grandes templos, de los cuales el mayor de ellos es el templo I,
que encierra una serie de edificios anexos, formando una especie de complejo
sagrado. Ocupa una posición preeminente. Mantiene una planta casi cuadrada, de
275 m de lados, rodeado por un muro que delimita un recinto sagrado. Se levanta
sobre una gran terraza artificial a base de bloques de piedra, rodeados por el
O y NE por las viviendas de los trabajadores del templo. Existe un edificio
(G), que constituye una escuela de escribas, con una buena dotación de
tablillas. En el centro de otra terraza artificial de 137 m. se levanta el
templo, rodeado de una vía artificial pavimentada. Presenta una serie de
módulos de 6 a 25 habitaciones, posibles lugares de almacenamiento. Entrada con
un vestíbulo que comunica con dos platas abiertas al exterior que da paso a un
patio. A los flancos del patio una serie de habitaciones rectangulares
asimétricas. Al fondo un pórtico da entrada a dos edificios sagrados dedicados
a la diosa de Arinna, diosa Wurusemu, autóctona de Hatti, y el dios del tiempo,
de origen indoeuropeo.
Frente a estos templos ciudadanos estaba
el santuario de Yacilicaya, que se extendía fuera del recinto de Hattusas, a
unos 2 km., se trata de un santuario al aire libre
Nerik
Nerik fue una ciudad hitita, cuya
localización exacta se desconoce. Estaba situada al norte de Hattusa, la
capital del reino, y su importancia radicaba en el festival de Purulli,
que se celebraba anualmente en honor del dios tormenta en esta localidad.
Fundada por los hattis, pueblo de
lengua no indoeuropa, fue incorporada al imperio hitita durante el reinado de Hattusil I
(1650 - 1620 a.C), y se mantuvo en él hasta la invasión kaska de tiempos de Hantil
II, en algún momento del siglo XV a.C.
Tras la pérdida de la ciudad, los
hititas trasladaron la celebración religiosa a Hattusa, hasta
tiempos de Muwatallis II y Urhi-Teshub
(1292-1265 a.C), cuando Hattusil III reconquistó la ciudad y volvió a celebrar
el festival de Purulli en ella. Hattusil debió gran parte del prestigio
que luego le permitió alcanzar el trono a esta victoria, hasta el punto de que
llamó a su primogénito Nerikkaili en honor de la ciudad.
Se desconoce el destino de la ciudad
tras la desaparición de los hititas durante la invasión de los pueblos
del mar (aprox. 1200 a.C), pero es probable que fuera saqueada o destruida
por los kaskas.
Karkemish
La antigua Karkemish estaba situada 100
kilómetros al noreste de la actual Alepo, en Siria, y 60 kilómetros al sureste de la actual Gaziantep, en
Turquía,
en la orilla occidental del Éufrates, lo que le permitía controlar el principal vado de
este río. Esta posición estratégica explica buena parte de su importancia para
los imperios de la antigüedad.
Turquía ha
construido una base militar sobre las ruinas de Karkemish, lo que impide el
acceso libre a la zona.
Karkemish estuvo poblada desde el neolítico,
convirtiéndose pronto en un importante centro mercantil, mencionado ya en el
tercer milenio antes de Cristo. Tuvo tratos comerciales con Ugarit, Mitani y Ebla, entre otros. Sin
embargo, con el creciente poder de Mitanni, parece que la ciudad pudo
convertirse en vasalla de este imperio; así, cuando Egipto
invade Mitanni, el faraón Thutmose I erige una estela cerca de Karkemish para
celebrar sus victorias (aprox. 1500 a. C.).
El control egipcio de la zona no dura
mucho, y pronto Mitanni recupera su antigua posición de potencia dominante en Siria, hasta el
momento en que el rey hitita Shubiluliuma I (mediados de siglo
XIV a. C.) logra destruir en la Primera Guerra Siria el poder
de Mitanni, dejando al reino reducido a unas pocas fortalezas, entre las cuales
Karkemish es la más importante.
En la Segunda Guerra Siria,
Shubiluliuma conquistó Karkemish, e instaló a uno de sus hijos, Sarri-Kusuh,
como virrey
hitita en la ciudad. A partir de este momento, Karkemish se convierte en la
principal fortaleza hitita en Siria, y en el núcleo de su administración en la
zona. Los virreyes de Karkemish, siempre miembros de la familia real hitita,
estuvieron encargados de defender la frontera oriental del reino contra los
avances enemigos, primero de Egipto
y luego de Asiria.
Esta posición se mantuvo hasta la
repentina desaparición del imperio hitita a causa de la invasión de los pueblos
del mar (aprox. 1200 a. C.). Karkemish logró sobrevivir a dicha
invasión y los virreyes de la ciudad, ante la ausencia de un monarca en Hattusa, capital
hitita, adoptaron para sí mismos el título de Gran Rey y conservaron un
extenso reino de cultura hitita durante algún tiempo; sin embargo, el creciente
poder asirio no pudo ser combatido, y pronto (comienzos del siglo X a.C.),
Karkemish pierde casi todo su reino, siendo reducida a tributaria asiria en el
siglo IX a. C.
En el año 717 a. C., Karkemish
es finalmente conquistada por los asirios, que también usaran la ciudad como importante centro
administrativo. Durante la época de Nabopolasar
de Babilonia
y de su hijo, Nabucodonosor II (finales del siglo
VII a. C.), los asirios sufrieron una serie de derrotas y perdieron
su capital Nínive,
por lo que intentaron retirarse primero a Harrán y posteriormente a Karkemish.
Desde ahí, los asirios se prepararon para una última batalla (605 a. C.) contra los
babilonios, donde contaron con ayuda egipcia. La victoria de los babilonios
implicó la desaparición del imperio asirio y la conquista por parte de
Babilonia de Karkemish, momento a partir del cual la ciudad languideció, sin
que se registren más sucesos de importancia asociados a ésta.
La
estratégica región de Amurru y Qadesh
Amurru era el nombre con que los
egipcios llamaban coloquialmente al estratégico valle del Eleuteros (gr.; "Río
de los Hombres Libres"), especie de pasillo terrestre que les permitía
alcanzar desde la costa y sus puertos las posiciones avanzadas en la Siria
Central, localizadas en las riberas del río Orontes. Amurru era, pues, vital
para los faraones.
Pero Amurru no era importante solo para
el comercio y la paz: los reyes anteriores habían debido mantener el paso
abierto para poder enviar a sus ejércitos al norte para hacer la guerra a
Mittani. Y sucedía que, para mantener el paso de Amurru a su disposición, Egipto
debía dominar la ciudad de Qadesh, sobre el Orontes. Caída Qadesh, caería
Amurru y el comercio y las comunicaciones egipcias se verían anuladas por
entero. Este solo hecho es la justificación de toda la guerra siria de Ramsés,
y de los esfuerzos de sus predecesores para mantener la zona en sus manos.
La
caída del Imperio Hitita. Los estados Neohititas
El Imperio hitita, que había sucumbido
en las circunstancias que propiciaron la invasión de los Pueblos del Mar, tenía
detrás de sus fronteras una serie de Estados que conservaban una cierta
independencia. Esto fue aprovechado
por los gasgas, eternos enemigos de los
hititas, para forzar la ciudad de Hattusas
y reducirla a cenizas. Esto marcó el final del Imperio Hitita.
Las Dinastías de estos Estados vasallos
eran segundogénitas de la familia real hitita, lo que aumentaba
considerablemente su importancia. Alguno de estos vasallos, logra sobrevivir
tras la invasión de los Pueblos del Mar, y después de unos 200 años sin
documentación volvemos a encontrarlos hacia el año 1.000 a.C.
Su idioma era el Luwita – hitita, escrito
en jeroglífico hitito, testimonio de una pervivencia de las tradiciones
hititas.
La onomástica de sus reyes o jefes
parecen mostrar esta ascendencia hitita: Labarna, katuzzili, Halparunda,
Mutallmu…
Se localizan desde el Tohma – Suyu, al
norte hasta las fronteras del Orontes por el sur, y desde el Éufrates, al este,
hasta Tiana e Ivriz al Oeste.
Los principales Estados neohititas
fueron:
- Kizzuwatna:
se mantuvo como un reino unitario que agrupaba gran parte de las tierras de
Cilicia, Malatya y también sobre el Éufrates.
- Al sur de Malatya, en Cilicia, estaba
el reino de Yadiya, alrededor de la actual Zencirli, al este del Éufrates.
- En la Alta Siria, se encontraban los
de Karkemish, Alepo, Khattina y Hamma. Todos ellos fueron ricos centros de comercio
y poder militar.
Los asirios conquistadores del siglo IX
a.C. tuvieron que hacer grandes esfuerzos para dominar la región.
De cuánto tiempo se mantuvo la tradición
luwita en esta zona de Siria del noroeste y sureste de Asia Menor, da una idea el
hecho de que Azitawanda, rey de nombre no semita, hacia el 730 a.C., aún usa
escritora e idioma fenicio y además escritura jeroglífica hitita en su relato
de la construcción de la ciudad de Azitawaddiya, incorporada al estadio asirio
hacia el año 700 a.C.
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Próximo Capítulo: Los Hurritas-Mitannis
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