CAPÍTULO IV
LA GRECIA HOMÉRICA
1.
Vida económica y régimen social de la sociedad homérica
Con el
período al que corresponden las grandes migraciones de las tribus griegas se
halla vinculada también la aparición de notables epopeyas creadas por los
antiguos griegos: la Ilíada y la Odisea.
Los propios
griegos, como es sabido, atribuían la aparición de estas dos obras poéticas a
la creación de un anciano rapsoda ciego, Homero. La certidumbre en cuanto a la
existencia histórica de Homero estaba entre ellos tan arraigada, que varias
ciudades griegas, ya en épocas relativamente bien conocidas por nosotros, se
disputaban el honor de haber sido su lugar natal. En la ciencia actual, lo
concerniente al origen de ambos poemas y a sus particularidades temáticas,
históricas y de elaboración, ha engendrado una enorme bibliografía, calculada
en millares de volúmenes y otros textos de investigación e información. Pese a
su variedad y a su carácter polifacético, todas las opiniones exteriorizadas
acerca de la llamada «cuestión homérica» convergen en que ambos poemas fueron
componiéndose gradualmente y a lo largo de un lapso bastante prolongado.
Probablemente, algunos cantos griegos anidaban aisladamente entre la población
de la Grecia europea, incluso durante el período micénico. Aun así, los poemas
épicos compuestos sobre la base de tales cantos, a juzgar por su lenguaje básicamente
jonio, pero con el aditamento de algunas formas eólicas y aqueas, estaban
vinculados por su procedencia con el litoral occidental del Asia Menor.
Ambos
poemas, compuestos a lo largo de un extenso período, se transmitieron oralmente
de generación en generación, y una vez adoptado el alfabeto fueron recopilados
por escrito. Como resultado de ello, el contenido de ambos poemas refleja
diversas épocas históricas. Episodios separados, de carácter semilegendario,
que se exponen en los mismos, estamparon las relaciones y el género de vida
característicos de la época micénica, mientras en la mayor parte de otros
episodios encontró su reflejo el denominado período homérico, al que por lo
general se lo ubica aproximadamente entre los siglos XII y IX a. C.
Finalmente, en los poemas halló también cierto reflejo un período bastante
posterior, el de los siglos XIII al VI a. C., que precediera
inmediatamente e incluso coincidiera con la época de las primeras anotaciones
escritas de los mismos.
Los descubrimientos
arqueológicos han venido a esclarecer el contenido de los poemas. Los hombres
de ciencia que se ocupan de esta cuestión han prestado atención, desde hace
mucho ya, al hecho de que los monumentos de la época micénica se encuentran
infaliblemente en los lugares mencionados en la epopeya, no hallándoselos
jamás, en cambio, en los lugares desconocidos para la misma. En otros casos,
objetos que figuran en los poemas, tales como, por ejemplo, la copa de Néstor
mencionada en la Ilíada o el yelmo con colmillos de jabalí, son confirmados
directamente por los hallazgos en las excavaciones de los monumentos de la
época micénica. Ciertamente, no todas las descripciones homéricas, ni mucho
menos, se ven confirmadas arqueológicamente, y algunos de esos objetos
pertenecen manifiestamente a una época considerablemente posterior, a los
siglos VIII al VI a. C., como, por ejemplo, las hebillas, la descripción
de los peinados y tocas femeninas, etc., mencionadas en la Ilíada y en la
Odisea. A este respecto, Lorimer, autor de una obra publicada en Londres en
1950, dedicada especialmente a la confrontación del epos homérico con el
material arqueológico, previene, no sin fundamento, contra el excesivo
entusiasmo puesto en la búsqueda de rasgos de la edad del bronce en la epopeya,
considerando que de tales rasgos había mucho menos de lo que antes habíase
supuesto.
Se puede
abrigar la seguridad absoluta de que el desciframiento de la escritura micénica
aportará una mayor claridad al conocimiento no sólo de la época micénica, sino
también al llamado período homérico. Sin embargo, en tanto el estudio de la
«escritura lineal B» siga aún muy distante de la perfección y no todas las
dificultades en el camino de su total desciframiento se hallen superadas, hay
que observar al respecto mucho cuidado. Gran parte de las muchas deducciones
planteadas se presenta por el momento como algo prematura. Aun cuando toda una
serie de denominaciones toponímicas y nombres de dioses que aparecen en la
epopeya ha coincidido con las inscripciones, las descripciones homéricas de las
economías de Alcinoo y de Ulises, en las que muchos ven reminiscencias típicas
de la época micénica, apenas si pueden ser reconocidas como plenamente
coincidentes con la economía del castillo de Pilos reflejada en sus
inscripciones. Por ejemplo: si en el primer caso nos encontramos con un
aprovechamiento muy limitado aún del trabajo de los esclavos, cuyo número no
supera todavía los 50, o quizá los 100, en el segundo caso, en cambio, tenemos
ante nosotros un sistema económico completo y desarrollado, vinculado con la
explotación del trabajo de muchos centenares de esclavos, dependientes y
artesanos. Y quizá no sea casual que el término doulos esclavo que, al parecer,
corresponde al término que le es cercano fonéticamente, doe-ro, de las
inscripciones de Pilos, casi desaparezca del lenguaje del período homérico,
para renacer posteriormente y recibir nueva difusión en la época de las
relaciones esclavistas desarrolladas en la época clásica. La falta de
coincidencia del epos homérico con las inscripciones, aun en aquellos casos en
que contamos con bases para suponer que hay reminiscencias de la época micénica
en los poemas, apenas si puede ser reconocida como casual.
No debe
perderse de vista que el contenido básico de los poemas, según el punto de
vista sólidamente establecido en la ciencia y hasta el momento incólume, se
había creado ya en la edad del hierro y que, en lo fundamental, refleja la
situación de los siglos XI a IX a. C. En ese entonces, los palacios y castillos
micénicos se hallaban en ruinas desde hacía ya largo tiempo, y muchas de las
particularidades económico-sociales de la época precedente habían sido barridas
por completo por la invasión doria; en la memoria del pueblo se habían
conservado de las mismas apenas unas vagas reminiscencias. Por ello, aun cuando
ambos poemas están concebidos y mantenidos conscientemente como un relato de
tiempos muy remotos, y el poeta invoca a las musas, «hijas del gran crónida», para que le ayuden a revivir en su memoria
el pasado lejano, nosotros estamos en el derecho de suponer que no siempre lo
lograba y que, intencionadamente o no, interpretaba frecuentemente esos lejanos
recuerdos dentro de los conceptos y de las categorías de sus contemporáneos. Se
ha podido advertir así, hace mucho ya, que al mencionar en su orden (cuando en
el relato se habla de los metales) el bronce, y no el hierro, el poeta no se
atiene rigurosamente a la consecutividad histórica en sus imágenes y aforismos;
encontramos en sus páginas, por ejemplo, la expresión «alma férrea», o el aforismo «el hierro sólo llama a sí a los
varones» (en el sentido de que los empuja a que tomen armas), esto es,
expresiones que atestiguan incondicionalmente que en el siglo en que se formó
definitivamente el contenido de estos poemas el hierro había penetrado con
solidez en la vida del pueblo.
Dadas todas
estas condiciones, el epos homérico representa una importantísima fuente para
el conocimiento de la vida histórica griega no tanto del período micénico como
del postmicénico, con el predominio, característico para él, de rasgos del
régimen del clan familiar, de la gens.
A-El desmembramiento de Grecia
En la
Ilíada y la Odisea, si se toma en cuenta no las reminiscencias micénicas, claro
está, sino su contenido fundamental, Grecia aparece más desmembrada y aislada
que en épocas posteriores. Toda pequeña comunidad, formada por grupos
consanguíneos, vive su propia vida, aislada; cada una tiene sus órganos de
gobierno y administración, su gobernante (basileus), un consejo de ancianos,
una asamblea popular; cada una posee su territorio compuesto de campos de
labranza, praderas y viñedos, su polis, no con la acepción de ciudad-Estado,
que tuvo más adelante este término, sino sólo como villorrio, al parecer ni
siquiera siempre amurallada. Sólo de tanto en tanto las comunidades autónomas
aúnan sus fuerzas para acometer empresas bélicas conjuntas: tal es el caso que
sirvió de base al relato de la Ilíada.
Mas también
bajo los muros de Troya, los jefes de los destacamentos que integran la milicia
unificada continúan guardando celosamente su independencia y autonomía. El
poder de Agamenón, quien había recibido el mando sobre todo el ejército aqueo,
no se distingue ni por su plenipotencia ni por una especial autoridad. Todas
las cuestiones de importancia vinculadas con la conducción de la guerra son
resueltas no por él personalmente, sino en reunión de «los rizados hijos aqueos», y esto solamente después de haber
consultado con los «nobles ancianos, poseedores de cetros», basileus como el
mismo Agamenón. Es característico que, en una de esas reuniones, Aquiles
considere posible dirigirse a Agamenón, en presencia de los guerreros, de la
siguiente manera: « ¡Oh, saco de vino, con mirada de perro, pero con alma de
cervatillo!» «Oh, rey sin honor, devorador de tu pueblo!» El aislamiento de
cada destacamento guerrero repercute en la organización general de la unificada
milicia aquea. El botín de guerra se reparte de inmediato entre los jefes de
destacamentos, o cae directamente en manos del que los ha arrebatado al
enemigo. Entre los guerreros comunes se conservan las subdivisiones tribales.
Néstor, que para Homero representa el ejemplo de la sabiduría, le dice a
Agamenón: «... separa a los hombres por
tribus y por fratrías, para que las fratrías ayuden a las fratrías y las tribus
a las tribus...». De esta manera, incluso en un conflicto bélico común,
perdura la autonomía propia de las comunidades en tiempo de paz, y las
distintas partes de la milicia aquea no se fusionan para formar una verdadera
unidad. Inclusive cuando en la vida social y económica de las comunidades del
período homérico comienzan a apuntarse los primeros pasos que llevarían a la
formación de uniones territorial y políticamente más amplias, en dichas uniones
«gens, fratrías y tribus siguen conservando por completo su independencia».
Así, las fratrías (hermandades), como unión de varias fratrías ordenamiento del
que restan supervivencias en muchas polis griegas de tiempos posteriores,
constituyen todavía durante la era de Hornero la subdivisión social
fundamental.
B-El papel de la
organización en forma de «gens»
El carácter
gentilicio de la sociedad homérica se manifiesta en todos los ámbitos de la
vida. Así, por ejemplo, un hombre que, por una u otra causa, había perdido los
vínculos con su gens y se veía en la necesidad de buscar refugio en una región
extraña, era tratado como un métanastes, un refugiado errante y sin familia,
despreciado por todos. Ofendido por Agamenón, Aquiles le dice: «Se enciende en cólera mi corazón cuando me
acuerdo de la manera infame con que me ha tratado ante el pueblo aqueo el rey
Agamenón, como si yo fuera un miserable refugiado, un vil advenedizo!»
Por otra
parte, la aparición misma de tales refugiados emigrantes, excluidos de la gens,
testimonian el comienzo de las diferencias sociales, la aparición al lado de
las relaciones gentilicias, de relaciones sociales nuevas.
Era la fratría
la que asumía la defensa de sus integrantes frente al «mundo exterior». La Grecia homérica no conoce órgano alguno capaz
de llenar dicha función dentro de un ámbito cuya amplitud sobrepasa los límites
de la organización de gens. Y por ello, el métanastes que acabamos de citar
(así se llamaba en los poemas a los hombres que habían roto con su gens y con
su fratría), resultaba privado de defensa social y cualquiera podía atentar
impunemente contra su vida, su honor y sus bienes. Más también la vida del
hombre que había conservado sus vínculos con su gens era defendida en primer
lugar no por los órganos sociales, sino por sus parientes más cercanos, que
tomaban venganza del asesino de acuerdo con el principio de «sangre por sangre». En el último canto
de la Odisea, los parientes de los pretendientes de Penélope muertos por
Ulises, «tan pronto como tuvieron sus pechos
revestidos por fuertes corazas de brillante cobre», se reunieron fuera de
la ciudad, con el propósito de dar cuenta del asesino mediante la unificación
de sus fuerzas. Uno de ellos, Eupites, se había dirigido a los habitantes de
Itaca, conmovidos por el acontecimiento, y les había dicho llamándolos a tomar
venganza en Ulises: «Hermanos, os
suplico, salid conmigo en su busca, antes que fugue de Itaca a Pilos, o se
salve en la divina Elida, la tierra donde reinan los epeos: salid conmigo
contra el asesino y castiguémosle, pues, si no, nos cubrirá el oprobio y la
vergüenza que caerá sobre nuestra memoria no podrá borrarse jamás».
De este
modo, la iniciativa de la venganza pertenecía a los parientes consanguíneos
directos, y sólo después, a requerimiento de estos últimos, intervenían los
otros congéneres del asesinado. Era natural que el asesino, temiendo la
venganza por parte de los miembros de la gens o de la fratría, optara por
abandonar su patria: «... el que mata a
un hombre cualquiera, aunque su víctima no deje a muchos para vengarle, huye de
su patria abandonando a sus deudos...»
Además de
la venganza por sangre, Homero menciona el rescate pagado por el asesino como
medio de compensar a los parientes de la víctima: «Hasta por la muerte de un hermano, incluso por la de un hijo, se acepta
del asesino una compensación; de esta manera, uno permanece en su aldea, una
vez satisfecho el pago, y el otro apacigua su alma y su soberbio corazón con la
indemnización recibida.»
Una disputa
en torno del rescate es descrita en una de las escenas grabadas en el escudo de
Aquiles. Las menciones, tanto del rescate como de la venganza familiar,
permiten suponer la coexistencia de ambas instituciones, lo cual pone al
descubierto uno de los rasgos típicos del período homérico: su carácter de
período de transición. Desde luego, en muchos casos las descripciones de
relaciones sociales muy primitivas, junto a otras más complejas y
desarrolladas, deben considerarse como consecuencia de la estratificación de
ambos poemas, debida, como ya señalamos, a su prolongada formación; más en
otros casos estamos indudablemente frente a los reflejos de la realidad
histórica de las épocas que se describen.
C-Diferenciación
económico-social. Aparición de la aristocracia
Aunque en la
época homérica los lazos de parentesco de la gens constituían los cimientos de
la estructura social, y en la vida de la sociedad continuaban en vigor y uso
muchas antiguas instituciones, el período homérico en su integridad constituía
ya, sin lugar a dudas, una época de intensa descomposición de las primitivas
relaciones comunales. Al comparar la gens iroquesa con la griega, Engels anota
que entre ambas «... se extiende cerca de
dos períodos de desarrollo que los griegos de la época heroica llevan de delantera
respecto a los iroqueses».
La igualdad
social y la libertad de los miembros de la primitiva sociedad gentilicia se
habían transformado considerablemente. Se había destacado y separado la
aristocracia gentilicia, poseedora «de
honroso lugar y cebadas ovejas y ánforas llenas de vino dulce y selecto...».
Engels define ese proceso de la siguiente manera: «La cifra de la población aumentó con la extensión de la ganadería, de
la agricultura y hasta de los oficios manuales; al mismo tiempo crecieron las
diferencias sociales, y con éstas el elemento aristocrático en el seno de la
antigua democracia primitiva.»
El poema
trata de subrayar a cada paso la diferencia entre la nobleza gentilicia y el
resto de la población. En las batallas que describe, los guerreros nobles, en
carros tirados «por corceles de espesas
crines», o bien a pie, combaten contra los enemigos al frente de sus
hombres. Tienen el cuerpo protegido por coraza de cobre «adornada con oro», la cabeza con un yelmo con crin de caballo y
blancos colmillos de jabalí. Las vainas de sus espadas son de plata pura. Y
también en tiempo de paz un hombre noble difiere notablemente de los demás por
su modo de vivir: lleva túnica de un tejido tan fino como la seca envoltura de
la cebolla y sobre la misma una capa de alto costo hecha de lana púrpura, con
una hebilla de oro exquisitamente trabajado.
El poeta no
escatima colores al describir las mansiones de los nobles: «Paredes de bronce la rodeaban, coronadas por
una brillante cornisa de acero azulado. Cerraban la entrada al soberbio palacio
puertas de oro cuyas jambas, que arrancaban del broncíneo umbral, eran de
plata, como de plata también era el dintel que en ellas se apoyaba, y de oro
macizo una aldaba. A ambos lados, perros, áureo uno, argénteo el otro,
fabricados sabiamente por Hefaistos... Detrás de la casa se hallaba el jardín
«rodeado de tupido seto», y en él «crecían
magníficos árboles frutales: perales, granados, manzanos de espléndidas formas,
dulces higueras y verdes olivos...». Le seguían el viñedo y la huerta, en
la cual «hortalizas y verduras de todas
clases se cosechaban en abundancia todo el año» (ibíd., 128). Desde luego,
la época homérica no conocía mansiones tan lujosas. En el caso dado, al igual
que en la descripción de las armas, con el deseo de subrayar el lujo, fabuloso
desde el punto de vista de sus contemporáneos, que caracterizaba la vida de sus
héroes, el poeta había aprovechado, al parecer, los ejemplos de la época
pretérita conservados en la memoria popular.
Es lógico
que el rapsoda subraye las diferentes situaciones sociales de los personajes y
las peculiares relaciones entre ellos. Acerca de Ulises, por ejemplo, se narra
en la Ilíada: «Cuando encontraba a un
hombre del pueblo gritando, golpeábale con el cetro y le increpaba con palabras
severas: ¡Detente, desdichado, y no alborotes, escucha a los que te aventajan
en valor; tú, débil y cobarde, jamás tuviste importancia en el combate, ni en
el Consejo!» (Ilíada, II, 198 y sig.). Pero, al encontrarse con nobles
guerreros, Ulises se acerca a cada uno de ellos y les dice: «Ilustre varón:
¿eres acaso presa del temor cual un cobarde? Detente, tranquilízate y
tranquiliza a los otros».
Podríamos
traer a colación muchas otras citas análogas, dispersas en el texto de ambos
poemas, y que dan testimonio de la tendencia, propia del epos homérico, a
idealizar la aristocracia de abolengo y promoverla al primer plano a todo lo
largo del relato. Tal tendencia tiene su explicación en la vida económica de
ese período.
D-La ganadería y la
agricultura
La economía
de la sociedad homérica se basaba fundamentalmente en la agricultura y en la
ganadería.
En los
poemas se encuentran frecuentes menciones de «gruesas» ovejas y cabras, de bueyes «de altos cuernos», de cerdas «brillosas
de grasa», de potros y «gruesas
yegüitas jóvenes orgullosas de sus potrillos juguetones». Son mencionados
también los asnos y mulas que se usaban para tirar de los arados. Del
importante papel de la ganadería en la economía de esta época da testimonio
también el hecho de que el ganado era utilizado como medida de valor,
sustituyendo el aún inexistente dinero. Así, una enorme caldera de cobre, junto
con su trébode, valía doce bueyes; una «doncella
prisionera» era apreciada en cuatro bueyes, una armadura de oro se valuaba
en cien terneros y una de bronce en nueve.
No menor
era la importancia de la agricultura. Como cultivos gramíneos básicos aparecen
el trigo, la cebada y el mijo. Los trabajos de labranza en el campo se llevaban
a cabo mediante la ayuda de bueyes y mulos. El arado, como siguió siéndolo en
tiempos muy posteriores, era de madera, sumamente primitivo; levantaba apenas
una delgada capa del suelo, en virtud de lo cual debía efectuarse una labranza
triple. Se practicaba el abono con estiércol.
La cosecha,
en la escena estampada en el escudo de Aquiles, es descrita en la Ilíada de la
siguiente manera:
«Un campo de altas espigas iban cortando los
segadores, relucientes en sus manos las afiladas hoces; a lo largo del surco
quedaban los manojos, y con ellos iban formando gavillas tres hombres, que los
recibían de manos de niños que se los alcanzaban sin cesar...»
La trilla
se hacía en una era, usando bueyes para esta tarea. Luego se aventaba el grano
y se molía en molinillos manuales.
Además del
cultivo de cereales, estaban desarrolladas la vitivinicultura, la horticultura
y la fruticultura. De la existencia de varias clases de uva hablan las
denominaciones «blancas» y «tintas»,
aplicadas a la caracterización de diferentes vinos. Estos se conservaban en
enormes toneles de barro y transportaba en botas o ánforas. En los jardines se
cultivaba manzanos, perales, granados, higueras y olivos.
La
población estaba también familiarizada con la caza y la pesca. El conocimiento
y la utilización, en cierta medida, por parte de la sociedad homérica, del
hierro facultaban el posterior desarrollo de las fuerzas productivas. Como ya
señalamos, el poeta era fiel a la modalidad de «arcaizar» la realidad que
estaba describiendo y, al parecer, evitaba muy conscientemente mencionar ese
metal, prefiriendo nombrar en su lugar el bronce. Así y todo, en el texto de la
Ilíada se encuentran hasta veintitrés y en el de la Odisea veinticinco
menciones del hierro, y, como hemos mencionado antes, en forma de imágenes
(«alma férrea», «paciencia de hierro», «cielo
férreo».) La presencia permanente de tales imágenes testimonia,
indudablemente, una difusión ya bastante amplia de ese metal. Esto se ha visto
confirmado en la actualidad por las investigaciones arqueológicas que
permitieron hallar armas y varios instrumentos de trabajo de hierro en las
sepulturas del período que estamos considerando. El más antiguo de los
hallazgos era, según todos los indicios arqueológicos, un sable de hierro del
siglo XI a. C., pero en la actualidad ya se han producido muchos otros
hallazgos de objetos de hierro del siglo x, y más aún del ix, todos, sin lugar
a dudas, obra de la artesanía local.
Así, pues,
la economía del período homérico distaba mucho de mantenerse en el nivel
característico del régimen del comunismo primitivo. El desarrollo de las
fuerzas productivas había alcanzado un nivel que posibilitaba ya la acumulación
de considerables riquezas en manos de unos pocos. Las denominaciones «nobles» y «ricos» aparecen en los poemas
por lo general una junto a la otra. La dimensión de las riquezas es medida
principalmente por las cantidades de cabezas de ganado, por las amplias
despensas colmadas de toda clase de vituallas y de otros bienes, por el arreglo
y mobiliario de las viviendas, por el número de sirvientes, por la calidad de
las armas y de los vestidos, etc.; es interesante observar que en los poemas
sólo rara vez se menciona la concentración de tierras en manos de una persona
acaudalada. Así, por ejemplo, el porquero Eumeo, que habla a Ulises, tras su
regreso, acerca de los ricos de Itaca, no hace referencia ninguna a los bienes
raíces, limitándose a enumerar los rebaños que les pertenecen.
Aunque en
los poemas homéricos se menciona repetidas veces la tendencia de tierras y se
presentan escenas de la vida agrícola, su carácter no resulta completamente
aclarado. Por una parte, las tierras que pertenecían a los basileus homéricos
eran conocidas como temenos, es decir, el mismo término con que nos encontramos
en las inscripciones de Pilos, en las que, como se recordará, se da esa
denominación a las tierras recibidas de manos del pueblo por el rey (wanax) y
por el jefe del ejército (lawgetas). Cabe pensar que también los basileus
homéricos gozaban, respecto a la propiedad de la tierra, de derechos mucho
mayores que los hombres del común. Las tierras labradas por estos últimos se
designaban con la palabra cleros, cuya traducción literal es «suerte»; el
cleros era una parcela que, como lo señala el propio término, se otorgaba por
sorteo. En el texto de la Odisea, por ejemplo, se presenta un caso de tal
división de la tierra: el jefe de los feacios, Nausítoo, «repartió los campos
subdividiéndolos en parcelas». En la Ilíada se mencionan casos en que
diferentes personas obtienen campos de labranza y viñedos, es decir, tierras
que habían sido puestas con anterioridad en cultivo. Todos estos datos nos
permiten suponer la existencia de comunidades rurales en las que se llevaba a cabo
sistemáticamente nuevos repartos de la tierra. Más, por otro lado, tal tipo de
comunidad comienza ya a poner de manifiesto síntomas de descomposición.
Al parecer,
las parcelas van tornándose desiguales, lo cual provoca altercados y riñas. En
la Ilíada, por ejemplo, se lee: «... Como
dos hombres altercan, con la medida en la mano, sobre las lindes de campos
contiguos, y por un pequeño espacio luchan, cada uno por su derecho...».
Aparecen,
por una parte, hombres que se han apropiado de varias parcelas y, por otra,
hombres que no tienen ninguna (acleros). Al mismo tiempo, al tornarse
hereditario el poder de los reyes, los basileus reciben los terrenos que les
corresponden como propiedad privada y disponen, en consecuencia, libremente de
los mismos.
Esto
permite llegar a la conclusión de que, si bien en la sociedad homérica aún no
se había afianzado en forma definitiva la institución de la propiedad privada
sobre la tierra, sí se hallaban ya presentes las distintas posiciones a su
respecto y la desigualdad de su distribución, y al llegar a finales de este
período es posible hablar ya de la propiedad privada sobre la tierra. En este
sentido interesa la descripción de la escena representada en el escudo de
Aquiles, en la que la tierra labrantía comunal contrasta con el temenos. En el
primer caso «... los labradores yendo y
viniendo guían las yuntas de bueyes, y siempre al llegar a un extremo del
campo, les sale al encuentro un hombre que les ofrece a cada uno una copa de
dulce vino...». En el segundo caso, se describe la cosecha: los
trabajadores siegan el cereal bajo la mirada del propio «amo» (basileus), quien está «en silencio parado entre los surcos,
con el cetro en la mano y alegre el corazón».
Los hombres
libres que por diversas circunstancias se veían privados de sus parcelas y, en
consecuencia, obligados a abandonar las mismas, son conocidos en los poemas
como eritos y tetes. Este último término abarca en su significado, no sólo al
trabajador libre, sino, en general, a todo el que ha sido desposeído de su
parcela. Las condiciones de paga por el trabajo de tales mercenarios aparecen
claras en el trecho de La Odisea, en que Ulises, quien había regresado a su
casa disfrazado de mendigo, dialoga con uno de los pretendientes de Penélope:
«¿No te agradaría acaso, peregrino,
entrar a mi servicio? Te enviaría a trabajar, con gusto, al último rincón de
mis campos enderezando setos y plantando árboles. A cambio recibirías de mí
alimento abundante, la vestimenta necesaria y calzado para los pies».
Se ve así
que en las grandes propiedades rurales era aplicado ya el trabajo asalariado.
La paga por el trabajo se hacía con efectos naturales y se componía, en primer
lugar, de la alimentación y de la provisión de vestido y calzado. Habiendo
abandonado su patria en busca de trabajo, el asalariado se encontraba
totalmente indefenso, lo cual era aprovechado con amplitud por quien lo tomaba
a su servicio. En la Ilíada, en la disputa entre Poseidón y Apolo, se describe
la arbitrariedad del amo que se ha apropiado del salario del trabajador, al que
ha arrojado de su casa: «... A las
órdenes del altanero Laomedonte, por el salario estipulado, todo un año
trabajamos, y nos trataba muy duramente... ... Más, cuando las deseadas Horas
trajeron el día señalado para recibir la paga convenida, Laomedonte, por la
fuerza, se apropió de ella y nos despidió con amenazas e injurias. Cruel y
terrible, amenazó con atarte de pies y manos para venderte como esclavo en una
isla lejana y se vanagloriaba jurando cortarnos las orejas».
Las
condiciones efectivas de vida y trabajo del asalariado lo colocaban en una
situación en la cual carecía de defensa y en la cual a veces en poco difería de
la situación de un esclavo. Tal como dice el ejemplo que acabamos de citar, el
amo podía aherrojarle impunemente manos y pies y, por medio de la venta como
esclavo, privarlo para siempre de la libertad. En la Odisea, los esclavos y los
tetes (trabajadores libres) son
comparados con los hombres libres. Tal confrontación da testimonio no sólo de
la situación social de los tetes, sino también de la ausencia de una estricta
delimitación entre esclavos y hombres libres, como ocurrirá en períodos
posteriores.
E-La esclavitud
La
esclavitud del período homérico difiere esencialmente de la de los tiempos posteriores.
A este respecto son sumamente significativos los términos que sirven para
señalar a los esclavos. En los poemas, éstos se designan comúnmente con la
palabra dmóes, frecuentemente con la
voz oíkies (gente de la casa), y muy
raramente con la palabra doulos, mientras que en la época clásica, con la
esclavitud desarrollada, el término doulos
adquiere mayor difusión. La denominación oíkies no es de ninguna manera casual,
puesto que en el tiempo homérico los esclavos, de hecho, formaban parte de la
familia de su amo y, al lado de los demás miembros de la misma, participaban en
la actividad económica común. En otras palabras, la esclavitud mantenía aún un
carácter patriarcal. Por lo demás, tal caracterización sería unilateral si no
señalásemos los casos, mencionados en el epos homérico, en que se observan
otras actitudes para con los esclavos. En la Odisea, por ejemplo, se describe
detalladamente el feroz castigo infligido a las esclavas sorprendidas cuando
favorecían a los pretendientes de Penélope: todas ellas fueron ahorcadas con
una cuerda de navío. Un castigo no menos feroz le cupo al cabrero Melantios: «Con cobre cruel le cortaron las narices y
las orejas; le amputaron pies y manos, y luego le arrancaron las partes
pudendas y las arrojaron a los ávidos canes para que las devorasen».
En el mismo
poema hay otra referencia interesante sobre la evaluación general del trabajo
de los esclavos: «Indolente es el esclavo: si con severidad el amo no lo fuerza
a cumplir su mandato, por sí solo no se pondría con gusto a trabajar. En cuanto
el destino cruel marca a alguien con la amarga esclavitud, Zeus destruye en él
la mejor mitad de las virtudes del hombre».
Esta
referencia, más que con la primitiva esclavitud patriarcal, hay que
relacionarla con la esclavitud de la Época Clásica, en la que la cruel
explotación de la fuerza de trabajo del esclavo es dominante en el sistema
económico. De esta manera, las referencias de los poemas homéricos a la
situación de los esclavos descubren los rasgos característicos de las épocas de
transición. En su conjunto, el siglo de Homero ha de ser reconocido sólo como
etapa inicial en aquel complicado proceso que habría de llevar a la antigua
Grecia hasta su desarrollado sistema de explotación de la esclavitud.
La fuente
principal de la esclavitud en la época homérica no residió en la diferenciación
interna de la sociedad, sino en la guerra y el cautiverio. En este sentido, es
muy característico el término mencionado ya, dmóes, derivado del verbo damadzo, que significa someter, domar.
Las tiendas de campaña de Aquiles y otros jefes aqueos bajo las murallas de
Troya estaban repletas de botín de guerra y, sobre todo, de mujeres cautivas,
capturadas durante la marcha de las acciones bélicas. En las guerras, la
conversión en esclavos de los enemigos sobrevivientes era una regla que, al
parecer, no admitía excepciones. Andrómaca, al deplorar la muerte de Héctor,
exclama apesadumbrada: «... Ha perecido
el que era su defensor [de la ciudad], tú, que la salvabas, y amparabas a las
fieles mujeres y a sus hijos. Pronto serán conducidas al cautiverio en cóncavas
naves, y yo con ellas. ¡Y tú, hijo mío, acaso vengas conmigo y hayas de sufrir
en trabajos oprobiosos, en provecho de un amo cruel; o quizá un aqueo te haga
girar en torno de su cabeza cogido de las manos, para arrojarte desde lo alto
de una torre...».
Evidentemente,
el apoderarse de esclavos constituía uno de los objetivos principales de la
guerra. Con el mismo fin se emprendían incursiones por mar contra los
habitantes del litoral, corno, por ejemplo, en el caso de Ulises, cuando el
mismo, con sus compañeros de viaje, arribó a las costas de Egipto, y «... de pronto, dejándose llevar por sus
instintos de violencia y pillaje, empezaron a saquear los fértiles campos de
los pacíficos egipcios, a raptar a sus mujeres e hijos y a asesinar brutalmente
a los varones que se oponían a su furia». El prisionero de guerra era
propiedad del vencedor, y en consecuencia podía ser regalado, cambiado o
convertido en un trofeo para el vencedor de los torneos.
Según los
datos contenidos en los poemas, la explotación de los esclavos se realiza, en
primer lugar, mediante la utilización de su fuerza de trabajo en las tareas
domésticas. Por ejemplo, en la casa de Alcinoo: «Había en el espléndido palacio cincuenta esclavas: unas molían el
dorado centeno en los morteros, otras hilaban y tejían, sentadas, junto a los
husos...».
Otras
tantas esclavas trabajaban en la casa de Ulises. Una parte de las mismas estaba
ocupada en la molienda del cereal, otras traían agua de los manantiales y se
ocupaban en diversos quehaceres domésticos. Durante los festines, los esclavos
servían a sus amos y a los convidados. Entraba en las costumbres poner a
disposición del huésped varias esclavas, para el lavado y para impregnar al cuerpo
con aceites perfumados y otras sustancias aromáticas. Por lo demás, tampoco las
mujeres libres consideraban humillante tal trabajo. En más de una ocasión se
menciona en los poemas casos en que las esclavas sirven de concubinas. Los
hijos nacidos de estas uniones podían ser libres: «... Y yo nací de una extranjera que mi padre había comprado para hacerla su
concubina», cuenta Ulises en un relato por él inventado, «pero mi noble padre
me miraba y amaba igual que a sus demás hijos legítimos».
Los esclavos
eran utilizados en la agricultura y en la ganadería. En la Odisea se les
menciona con mayor frecuencia como pastores y porqueros, que en tareas
propiamente agrícolas, debido a que en esta última eran empleados
fundamentalmente trabajadores libres.
El
establecimiento claro del peso específico del trabajo de los esclavos en la
actividad social tropieza con insalvables dificultades. Nada definido se dice
al respecto en los poemas, y cuando se cita una cantidad figura invariablemente
la cifra de 50, y la misma se refiere tan sólo a los esclavos aprovechados en
la propia mansión del amo. Tanto en la Ilíada como en la Odisea, los esclavos
se mencionan relativamente poco. Sobre estos datos no es arriesgado pensar que
en la Grecia homérica la esclavitud no había alcanzado un amplio desarrollo.
Este escaso
desarrollo viene confirmado por el carácter fundamentalmente natural de la
economía homérica. Cada Oikos es
casi íntegramente autárquico y, en consecuencia, sin necesidad sistemática de
intercambios. La producción en la época homérica no estaba dirigida hacia la
fabricación de mercancías, sino que estaba orientada primordialmente a
satisfacer las necesidades de cada unidad económica. En el Oikos de un
basileus, que utiliza el trabajo de esclavos y trabajadores libres, los
productos obtenidos en el campo se utilizan, en primer lugar, para satisfacer
las propias necesidades del amo, de sus huéspedes, de los miembros de la
familia, de sus trabajadores y de la servidumbre de su casa.
Del trabajo
que posteriormente sería considerado como el destino de los esclavos y de la
plebe se ocupaban en la época de Homero todas las capas de la sociedad,
comenzando por las más elevadas. Aquiles y Patroclo preparan ellos mismos la
comida y bebida para sus huéspedes, aun cuando en otras oportunidades se ocupen
de ello los esclavos y esclavas. Los jóvenes, hermanos de la princesa Nausícaa,
«semejantes a los dioses inmortales»,
desenganchaban de su carruaje los mulos, que antes habían sido enganchados al
mismo por los esclavos». «Parecida ella misma a una diosa», Nausícaa lava
la ropa junto con sus esclavas, luego se baña y juega con ellas a la pelota. En
las casas ricas, las que se ocupaban de hilar y tejer eran las esclavas, pero
sorprendemos ocupada en esta misma labor a Penélope, esposa del rey Ulises. No
es menos conocido el arte de tejer por la esposa de Héctor, Andrómaca. Dueño de
una lujosa mansión, Laertes trabaja junto a sus esclavos en el jardín y en la
huerta, y Ulises en persona va tras el arado. También son conocidas por este
último otras clases de trabajo: él mismo construye una cama y expone su
habilidad y experiencia en el armado de balsas.
Participando
en el trabajo en común, hombro a hombro, con los libres, el esclavo del período
homérico no podía ser, según la definición de Aristóteles, un ser «sólo con las condiciones para comprender lo
racional, pero no para ser él mismo un ser racional». De tal concepto no
hay en el epos homérico ni el menor rastro. Por el contrario: en la persona de
un esclavo, el porquero Eumeo se halla representado en el poema un sabio
consejero y amigo de Ulises. Goza de la confianza ilimitada de su amo; a su
cuidado están confiados los rebaños y los bienes, de los cuales dispone hasta
cierto punto con independencia. Así, por ejemplo, «sin preguntar ni a la reina ni al anciano Laertes», Eumeo edifica
una casa y, también sin la anuencia de sus amos, adquiere un esclavo. Y cuando
se le acerca un peregrino disfraz bajo el cual se oculta Ulises no tiene
reparos en sacrificar para su visitante el mejor cerdo de la piara de su amo y
comerlo deleitosamente en su compañía. Al reconocer a Ulises, Eumeo lo besa en
la frente. De la misma manera proceden los otros esclavos al encontrar al amo
junto al portón de la casa.
F-El papel del
intercambio
La producción
de mercancía está escasamente desarrollada en la época homérica. Aunque en los
poemas se mencionan casos aislados de intercambio, por ejemplo, de esclavos por
bueyes, armas o vino, el Oikos se proveía de objetos que necesitaba
primordialmente a través del botín de guerra. En tales circunstancias, el
intercambio es episódico. Es significativa en este sentido la inexistencia del
dinero en la sociedad homérica como medida universal de valor de cambio.
Era
igualmente muy débil el desarrollo del comercio exterior. Esto se ha visto
confirmado por los datos obtenidos en las investigaciones arqueológicas, que
hacen constar la ausencia casi total en el territorio de Grecia de objetos
importados, hasta el mismo siglo viii a. C. Y si algunos objetos provenían
del exterior, los mismos eran preferentemente de lujo, destinados a la
satisfacción de las necesidades de un estrecho círculo de la nobleza. En un
trecho de la Odisea se describe la llegada de unos mercaderes de allende el
mar: «Un día llegaron astutos visitantes del mar, unos varones fenicios, que
traían en sus naves infinidad de cosas curiosas y raras».
Entre esas
cosas figuraban, por ejemplo, objetos tales como «un collar de oro engastado en ámbar». En la Ilíada se indican como
objetos de importación «vestimentas de
lujosos dibujos, trabajo de las mujeres de Sidón», «una bella ánfora de plata... obra espléndida de los hábiles sidonios»,
los que, «navegando por el brumoso mar, la trajeron a Lemnos para la venta
desde Fenicia».
Dado que
Creta ya no desempeñaba en aquel tiempo el papel de vínculo comercial, la
importación se efectuaba principalmente a través de los negociantes fenicios.
Estos no fundaban factorías comerciales permanentes y se limitaban a descargar
las mercancías en la misma costa, o bien a su venta directa a borde de las
naves. Los mercaderes fenicios no se detenían durante mucho tiempo en un lugar.
En el caso mencionado en la Odisea, su estado se prolongó cerca de un año,
durante el cual «cargaban diligentemente su nave y comerciaban con sus
productos». No eran raros los casos en que, al abandonar puerto, los mercaderes
fenicios saqueaban a la población local llevándose consigo, para venderlos como
esclavos, a mujeres y niños. En general, el comercio de aquellos tiempos se
hallaba aun estrechamente vinculado con el bandidaje y la guerra, y los
mercaderes fenicios no gozaban de las simpatías de las poblaciones. He aquí una
cita de la Odisea que puede servir de ejemplo: «... presentóse [en Egipto] un fenicio muy trapacero y falaz, perverso
intrigante que ya había causado muchos males a otros hombres, y persuadiéndome
con su ingenio, llevóme a Fenicia, donde tenía casa y bienes. Un año estuve con
él, y terminado que fue, urdiendo nuevo engaño me llevó a Libia en su nave, con
el pretexto de que le ayudase a conducir sus mercancías, pero en realidad
venderme allí por una crecida suma».
Víctima de
la pérfida intención del fenicio resultó en ese caso un griego que había
recibido como herencia una pequeña parcela, en virtud de lo cual había resuelto
tentar fortuna en el comercio. Ocuparse en el comercio era, en general, cosa
poco desarrollada entre los griegos de los tiempos homéricos, y algo que no
gozaba de popularidad. Así, uno de los representantes de la nobleza feacia, Euríalo,
se dirige a Ulises, con el deseo de ofenderlo, con la siguiente «burla
hiriente», «punzante»: «Peregrino, veo
que no eres hábil en ningún juego atlético de éstos en los que descuellan los
hombres. En verdad, a mí me has parecido desde el primer momento un patrón de
navío, un traficante que recorre los mares en nave de muchos remos, pensando
sólo en vender sus mercancías y volver a cargar para obtener más lucro; pero en
nada te pareces a los atletas o guerreros».
G-Los oficios
El
predominio de la economía natural y el escaso desarrollo del intercambio en las
relaciones económicas de la sociedad homérica están estrechamente relacionados
con la situación de los oficios artesanales. En efecto, siendo una de las
caracterizaciones propias del Oikos la autarquía, la actividad artesanal no
podía encontrar condiciones favorables para su desarrollo.
La Grecia
homérica, a diferencia de la época micénica, apenas conocía contados oficios de
artesanía. En los poemas se mencionan los caldereros, los carpinteros de obra,
los curtidores y los herreros a la vez que armeros. La división del trabajo en
el seno de cada oficio está ausente casi por completo. Así, los herreros se
ocupaban al mismo tiempo de la preparación de objetos de oro y plata, y los
carpinteros de obra efectuaban todos los trabajos, comenzando por la
preparación de la madera y terminando por la erección de la casa, incluso la
confección de muebles y otros objetos de madera. La falta de una
especialización detallada se veía también en la labor de los curtidores.
Referencias
a la existencia de talleres aparecen en la epopeya sólo por excepción. Por
ejemplo, se habla de las fraguas del dios Hefaisto, protector de los herreros,
el que había forjado las armas para Aquiles. Como regla general, los artesanos
iban de casa en casa y efectuaban los trabajos utilizando el material de los
propios clientes. En este aspecto aparecen alineados con los adivinos, médicos
y aedos: «... ¿Cómo se te puede ocurrir
que nadie vaya a llamar a su casa sin necesidad? Sólo se busca a los artistas
cuando se los necesita, a los adivinos, a los médicos, a los hábiles
carpinteros o a los divinos aedos que nos hacen felices con sus cantos»
(Odisea, XVII, 382 y sig.).
Al
confeccionar los objetos, lo normal es que el cliente aporte la materia prima y
el artesano los instrumentos propios de su profesión. Por lo menos, en el
relato de la Odisea acerca de la llegada de un orfebre a la casa de Néstor, se
menciona que había traído consigo todas las herramientas de su oficio.
Algunos
artesanos muy hábiles gozaban de gran notoriedad en la Grecia homérica. En la
Ilíada, por ejemplo, se habla de un artesano beocio de nombre Tiquio. Cuando el gobernante de
Salamina, Ayax, tuvo necesidad de un escudo lo encargó especialmente a ese
célebre artesano.
En general,
el trabajo de los artesanos en la Grecia homérica estaba valorizado por debajo
del de los agricultores, y los artesanos mismos, que, en su mayoría, procedían
del número de los tetes y de los metanastes, estaban ubicados en las
gradas inferiores de la escala social.
2.
El Régimen Político de la Sociedad Homérica
La sociedad
homérica, surgida sobre las ruinas de la sociedad micénica, no había
evolucionado económica y socialmente lo necesario para alcanzar el estadio de
la organización política estatal. Incluso así, en cada una de las muchas
comunidades de las que se habla en los poemas, se encontraban ya elementos de
organización social que se remontan a la antigüedad más remota y representan al
mismo tiempo embriones de órganos estatales. En cada comunidad hay un rey
(basileus), un consejo de ancianos (gerentes) y una asamblea popular.
En el
período homérico, los reyes eran los jefes de sus tribus, a las que conducían
en las guerras y, en tanto durasen las operaciones bélicas, gozaban de máximo
poder. La organización de los asuntos de guerra había alcanzado en aquel tiempo
cierta elevación. Los guerreros nobles iban armados de sables y lanzas, y se
protegían de los golpes del enemigo con yelmos, corazas, rodilleras y escudos.
Salían al
combate en carros a los que enganchaban corceles de raza. Los soldados de la
milicia del pueblo, en cambio, estaban pobre e insuficientemente armados: sólo
con armas arrojadizas (venablos) y hondas. En el primer combate junto a las
murallas de Troya, cuya descripción figura en la Ilíada, los dos ejércitos
enemigos se precipitan uno al encuentro del otro: los troyanos gritando y los
aqueos en silencio, guardando el orden en sus filas. Ulteriormente, los aqueos
instalan su campamento en la llanura, entre el mar y la ciudad sitiada,
rodeándolo de fosas, vallas y torres, con portones que permitían las salidas de
los ejércitos y de los carros de combate.
Para todo
ello se imponía la necesidad de cierta organización, lo cual justificaba la
concentración del poder en las manos de los conductores de las milicias, que
representaban a la nobleza rica y de abolengo. Dichos jefes podían exigir de
los simples guerreros una obediencia incondicional bajo la amenaza de severos
castigos por las faltas de disciplina.
También la
táctica de combate de aquellos tiempos propiciaba el aumento del poder y de la
autoridad de los reyes. Por lo general, las batallas comenzaban con un duelo
entre los basileus, que salían al campo en sus carros de combate. Tras ellos
entraban en batalla sus amigos, seguidos por los guerreros de infantería. Se
entablaba un combate cuerpo a cuerpo, con empleo de lanzas, sables y pesadas
piedras. A los enemigos muertos se les despojaba inmediatamente de las
armaduras, en calidad de trofeos. A menudo se entablaban luchas a causa de los
cuerpos de los caídos. Cada una de las partes trataba de apoderarse del
cadáver: una para darle sepultura, y la otra para profanarlo o pedir por él un
rescate. Los reyes, con demostraciones de su valor personal, tenían que dar el
ejemplo a su séquito y a los guerreros de filas.
Se
sobrentiende, empero, que la posesión de armas de alto precio y, especialmente,
de corceles de combate, inaccesible para los guerreros de filas, estaba al
alcance no sólo de los basileus, sino también de otros miembros de la nobleza,
quienes desempeñaban un papel relevante en los combates. Los reyes homéricos se
hallaban estrechamente vinculados con esa nobleza, en cuyo seno eran tan sólo
primeros entre iguales.
En este
sentido es elocuente el hecho de que dentro de los límites de los territorios
mencionados en los poemas existieran en una serie de casos varios reyes. Así,
en la isla Esqueria, se mencionan, además de Alcinoo, a doce basileus más; en
Argos había tres; en la Elida cuatro. Incluso durante las operaciones bélicas,
algunas tribus salían bajo el mando de varios reyes. De esta manera, el vocablo
basileus tenía amplia aplicación. En algunos casos disponían efectivamente del
poder de jefes de la tribu; en otros representaban, al parecer, sólo a
consejeros del rey o miembros de su séquito en el campo de batalla. Esto, de
por sí, hace ver que hasta el poder guerrero del rey distaba mucho de ser
incondicional. En tal sentido es muy característica una reunión militar
descrita en la Ilíada. En ella, cierto Tersistes («Desvergonzado»), según todas
las señas un guerrero del común, injuria «con gritos desaforados» al rey
Agamenón, reprochándole haber arrastrado a los aqueos a innumerables
calamidades. Ciertamente, la mayoría de los basileus secundarios interceden en
favor de Agamenón, «pastor de hombres»;
en particular es Ulises quien refrena a Tersites, increpándole, amenazándole y
golpeándole. Empero, el solo hecho de registrarse una tal intervención de un
simple guerrero de filas evidencia que los reyes homéricos no gozaban, ni con
mucho, de una autoridad incondicional. Dadas tales condiciones, las palabras de
Ulises a propósito del daño ocasionado por la división del poder entre muchos,
y de la necesidad de concentrarlo en las manos de un solo cetro, suenan
solamente como un anhelo que está lejos de la realidad de ese momento o, quizá,
como una reminiscencia de la época micénica: «Que uno solo nos dirija, tengamos un solo rey: aquel a quien el sagaz
Zeus concedió el cetro y las leyes, para que él reine sobre los demás.»
Es natural
que la plenipotencia del rey en tiempos de paz fuera más modesta aún. Su
función principal se reducía a la participación en los juicios. En la época
homérica se atribuía gran importancia a la Justicia. Si un «soberano poderoso... hace florecer la
justicia, bajo su cetro nace en sus campos abundancia de centeno, cebada y
mijo, los árboles se cargan de frutos, se multiplican los rebaños y pululan los
peces en las aguas».
Se
sobrentiende que en los tiempos que nos ocupan el derecho estaba escasamente
desarrollado. Crímenes tales como, por ejemplo, un asesinato, eran considerados
sólo en el plano del perjuicio inferido por el autor del mismo a un individuo o
al conjunto de sus parientes. En tales condiciones, el juicio tenía las
características de un arbitraje entre los litigantes. En el escudo de Aquiles
se da la imagen de tal litigio:
«... querellan dos hombres acerca de una multa
que debe pagarse como indemnización por un asesinato...» «Gritan los ciudadanos
en torno a ellos, favorece cada uno al que le es más cercano; los heraldos
refrenan su griterío y los ancianos de la ciudad, sentados en silencio sobre
piedras pulidas en medio del sagrado círculo, reciben a su turno uno de los
cetros de manos de los heraldos, se levantan empuñándolo y, uno tras otro,
emiten su juicio».
Como se
desprende de esta descripción, los juicios en la época homérica se realizaban
en presencia del pueblo y los veredictos eran pronunciados por los ancianos. Al
lado de éstos, en el mencionado ejemplo, hay colocados dos talentos de oro, que
eran la caución que depositaban tanto el demandante como el demandado el
comenzar el proceso. Sorprende la desmedidamente grande suma de oro de esa
caución. Evidentemente, en el caso dado se trata de una hipérbole, habitual en
la poesía épica, porque se hace difícil admitir que tamañas cauciones pudieran
darse a menudo en aquel tiempo.
En el caso
de ganar el pleito, el demandante recibía de vuelta su caución, más la
depositada por el demandado; en caso contrario, la perdía, y ambas sumas caían
en manos del demandado. El papel del rey durante la ventilación del proceso era
a todas luces tan insignificantes, que en la escena descrita en el escudo de
Aquiles ni siquiera es mencionado.
En lo que
se refiere a la sucesión real, si nos basamos en los datos del epos, no queda
esclarecida. Al parecer, después del fallecimiento de un rey, o en casos de
incapacidad para dar cumplimiento a sus funciones, el poder pasaba a su hijo o
a otros parientes; más bien podía pasar a otra gens. En esto desempeñaban un
papel esencial las virtudes personales del candidato. Es sabido que durante la
prolongada ausencia de Ulises de Itaca, tanto su hijo Telémaco como su padre,
el anciano Laertes, no eran considerados reyes, no obstante que Itaca estaba
sin rey; y es evidente que los pretendientes a la mano de Penélope calculaban
apoderarse a través de la boda no sólo de los bienes de Ulises, sino también
del poder real. Al surgir la cuestión de la falta de rey, el hijo del ausente
Ulises, Telémaco, dijo a los pretendientes: «... entre los aqueos de Itaca, la rodeada de olas, se encontrarán otros
jóvenes y ancianos mucho más dignos de reinar; entre ellos podéis elegir, si
Ulises, mi padre, en verdad ha muerto».
Estos datos
nos permiten concluir que en los tiempos homéricos no se había establecido de
forma definitiva el carácter hereditario del poder real. El privilegio más
grande del rey consistía en el usufructo de temenos, la mejor parcela que se le
otorgaba del total de las tierras de la comunidad. La explotación de dicha
parcela cubría los gastos personales del rey y de los que se ocasionaban al
convidar a su mesa a los miembros del consejo. Las fuentes complementarias de
ingresos de un basileus eran los variados regalos que le hacía el pueblo y la
parte leonina del botín de guerra que se la adjudicaba.
El Consejo de ancianos
El Consejo
de ancianos no representaba ya durante la época homérica un órgano compuesto
por los hombres de más edad y respeto de la tribu. En realidad, lo integraban,
en primer lugar, los representantes de las más ricas y nobles familias, sin
tomar en consideración la edad. Como ya señalábamos, a menudo se los dominaba
basileus, pero por lo general llevaban el nombre de gerentes. Cuando se trata
de asuntos muy importantes, el rey consulta con el Consejo, sin cuya
participación, al parecer, no da solución a ningún asunto de importancia.
Dichas consultas tenían lugar habitualmente durante los festines, que se
celebraban en la casa de un basileus o al aire libre, en presencia del pueblo.
Es improbable que se pueda aclarar más detalladamente el carácter de las
relaciones recíprocas entre el rey y el Consejo de ancianos.
La Asamblea popular
La Asamblea
popular representaba en los tiempos homéricos al conjunto de los miembros
libres de la comunidad. Por lo general era convocada por el rey con diversos
motivos; por ejemplo, como se relata en la Odisea, a raíz de la queja de
Telémaco contra la arbitrariedad de los pretendientes de Penélope en casa de
ésta, y, como leemos en la Iliada, para resolver el problema de la continuación
de la guerra, o debido a las causas de la peste que se había descargado sobre
el ejército que sitiaba a Troya. En las asambleas populares podían también ser
consideradas toda clase de proposiciones que fueran de interés para el pueblo.
La convocatoria a Asamblea se efectuaba por heraldos, y en tiempos de paz las
mismas tenían generalmente lugar en las cercanías de la casa del rey, en la
plaza de la «ciudad» o en cualquier otro lugar muy frecuentado. Empero, en los
tiempos homéricos ya faltaba la igualdad de derechos de todos sus
participantes: de hecho, las resoluciones eran tomadas por el Consejo de
ancianos y el rey. Inclusive en el caso en que Telémaco se había dirigido a la
Asamblea popular en busca de ayuda contra la arbitrariedad de los pretendientes
de Penélope, los reunidos no pudieron pronunciar una resolución definida y se
disgregaron, intimidados por las amenazas de aquellos pretendientes. La
Asamblea de los aqueos convocada junto a los muros de la sitiada Troya, tampoco
tuvo el poder de hacer cesar la querella que había brotado entre los jefes del
ejército sitiador. La supremacía la tenían en las asambleas los representantes
de la nobleza, los que imponían al pueblo sus propias resoluciones. El pueblo
exteriorizaba su posición respecto a las opiniones del rey y de los gerontes
sólo por medio de gritos de aprobación o de repulsa. En los poemas no hay la
menor mención acerca de alguna votación en las asambleas populares.
Asamblea popular en Atenas. El escenario era el Ágora
(plaza pública y mercado). En lo alto, como telón de fondo la Acrópolis (1),
con sus hermosos templos dedicados a la diosa Atenea. Los ciudadanos aparecen
reunidos para manifestarse en torno a un problema y decidir sobre él (voto).
Vemos al orador (2) en el centro de la escena, junto a él, el encargado de
controlar el tiempo del discurso (5), con el típico reloj de agua antiguo. Si
lo deseaba, el orador podía hacer uso del estrado (4). Los políticos más
populares como Pericles lo hacían. Alrededor, esperan turnos otros ciudadanos
(6), (7), para exponer sus ideas al público presente. El orden de la Asamblea,
estaba asegurado por la presencia de soldados (3) custodiando el evento
político.
Debido a la
ausencia de Ulises, en Itaca no se convocó la Asamblea popular durante largos
años. Todo ello sirve como índice de referencia para considerar el descenso del
peso específico de tales asambleas, al mismo tiempo que se ampliaba la esfera
de competencia del Consejo de ancianos. Por lo demás, la cuestión atingente a
las relaciones mutuas entre los tres órganos de la Administración social, dada
la ausencia de leyes escritas y de normas más o menos firmemente elaboradas con
respecto al derecho jurídico, se resolvía de hecho en función de la correlación
real de las fuerzas en cada caso concreto. Una cosa es indudable: tanto la
Asamblea popular como el Consejo de ancianos y el rey permanecían aún, durante
el tiempo homérico, vinculados mutuamente de manera muy estrecha. El rey no
podía pasarse sin el consejo de los gerontes, y éstos sesionaban en presencia
del pueblo cuando se trataba de cuestiones muy importantes. De esta manera, la
Asamblea popular, a pesar del acrecentamiento de la fuerza de la nobleza, aún
no había perdido su antigua autoridad; tenían que tomarla en cuenta tanto el
rey como los gerontes.
La familia
El régimen
familiar de la época homérica seguía siendo patriarcal. El número de miembros
de esta clase de familias alcanzaba a veces cantidades bastante considerables;
así, por ejemplo, la del rey Príamo contaba con cincuenta hijos varones con sus
esposas, y doce hijas mujeres con sus esposos. En otros casos mencionados en
los poemas, las familias eran bastante menos numerosas. El paso de la
supremacía al padre o al esposo no había alcanzado aún la esclavización de la
mujer. Esta continuaba gozando del respeto de la familia y de la sociedad. La
esfera de aplicación de la labor femenina estaba constituida por la economía
doméstica, en la cual la esposa, en su condición de ama de casa, gozaba de
plena independencia.
Próximo Capítulo: ESPARTA, CRETA, TESALIA Y BEOCIA EN EL SIGLO IX Y COMIENZOS DEL V A.C.
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