CAPÍTULO VII
EL ÁTICA
EN LOS SIGLOS VII Y VI A. C.
1. La antigua Ática
El período más antiguo en la vida histórica del Ática, que luego
se convirtió en territorio básico de uno de los Estados más poderosos y
florecientes de Grecia, se ha visto reflejado muy débilmente en las fuentes
literarias e históricas. Las investigaciones arqueológicas de Atenas y su
región circundante han mostrado vestigios de la vida cotidiana que se remontan
al Neolítico. Al III milenio a. C. corresponde la sepultura más antigua
allí descubierta. Los recipientes encontrados al lado de un esqueleto encogido,
de barro gris y factura manual, son aún muy primitivos.
Durante las excavaciones practicadas en la acrópolis ateniense se
descubrieron monumentos de la cultura incomparablemente más elevada: restos de
un palacio de tipo micénico; y en varios otros lugares (Acarnés, Erquia,
Cerámico y otros) fueron halladas sepulturas pertenecientes a la misma época,
con gran cantidad de variados objetos, principalmente cerámica, que no eran de
fabricación local. Todos estos monumentos de finales de la edad del bronce
permiten pensar que sobre el territorio del Ática había existido un foco de
cultura micénica, coetáneos con otros centros de la misma.
El período subsiguiente, el posmicénico, se caracterizó en el
Ática por la aparición de la cerámica de los estilos denominados
protogeométrico y geométrico. Algunos de los hallazgos de cerámica de esta
época, como los de Dipilón, que habían logrado una gran notoriedad y gloria,
llegaron hasta nuestros tiempos magníficamente conservados. Abundantes
hallazgos de cerámica protogeométrica y geométrica fueron proporcionados
también por excavaciones más recientes de las laderas norte y noroeste del
Areópago.
Llama la atención que en las estratificaciones culturales
acumuladas, caracterizadas por esta clase de hallazgos de cerámica, casi no se
encuentran objetos importados. Esto demuestra que el debilitamiento de las
relaciones con otros países, típico para toda la Grecia del período posmicénico,
incluyó también a Atenas.
Para la caracterización de la edad del hierro en el Ática, ofrece
interés una sepultura descubierta en 1949 sobre el territorio de Atenas, que al
parecer es de un artesano; en la misma fueron descubiertos cerca de diez
objetos de hierro y una piedra de afilar.
En la tradición literaria de la antigüedad referente al Ática se
han conservado sólo nociones fragmentarias de la época más antigua. Tucídides,
Herodoto y Platón en uno de sus diálogos subrayan que los habitantes del Ática
no eran advenedizos, sino autóctonos; la tierra ática no era para ellos una
madrastra, sino una madre carnal, propia. Esa región, merced a su suelo
infecundo, no atraía a los conquistadores, según afirma Tucídides, y la
invasión doria no la había tocado. Pero, posteriormente, cuando llegó a su
florecimiento el Estado ateniense, comenzaron a afluir al Ática gentes de otros
sitios, acrecentando su población y favoreciendo con su trabajo la elevación de
su bienestar.
Las siguientes generaciones atenienses mejor conocidas por
nosotros consideraban que las instituciones sociales más antiguas, de las que
se conservaban supervivencias, eran el resultado de la actividad de una serie
de reyes legendarios. Así, por ejemplo, el mitológico rey Ión fue el que dividió,
según la tradición, a toda la población del Ática en cuatro filai, o tribus emparentadas, cada una
de las cuales comprendía tres fratrías
o hermandades, que, a su vez, reunían cada una de ellas treinta gens (o linaje, grupo consanguíneo), y
cada gens a treinta familias, de
modo que en todo el Ática había 10.800 familias. C. Marx, al polemizar a
propósito de estas divisiones con el científico burgués Grot, anotó que «aun cuando los griegos hacían descender sus
gens de la mitología, eran mucho más antiguos que los mitos creados por ellos
mismos, con sus dioses y semidioses».
Como testimonio del aislamiento en que anteriormente había vivido
la población, pueden servir las muchas ruinas de las fortificaciones con las
que en otro tiempo estaban circundados los villorrios de las filai, siempre
hostiles entre sí. Vestigios de esta clase de fortificaciones van
descubriéndose hasta hoy día en el curso de las excavaciones que se realizan en
diferentes puntos del Ática.
Así es cómo nos encontramos con la estructura social típica del
régimen gentilicio, engendrado regularmente por el conjunto de las condiciones
históricas de aquel tiempo. Para la antigua Ática es también característico
otro rasgo típico de las relaciones que acabamos de mencionar: el
desmembramiento familiar-tribal. De acuerdo con las tradiciones atenienses,
sobre el territorio del Ática existieron, en los tiempos más antiguos, doce
comunidades separadas, aisladas e independientes una de la otra, todas con el
carácter de gens más o menos externas. Según las tradiciones, quien puso fin a
tal desmembramiento fue el mítico rey Teseo, quien unificó a los pobladores de
toda esa región en torno de Atenas e instaló un único consejo común para todos
y una sola pritanía. Escribe Tucídides: «A
partir de entonces y hasta ahora los atenienses efectúan, en honor de la diosa
[de Atenea] los festejos populares generales del sinoicismo [unificación].»
Al parecer, el proceso unificador del Ática, dentro de la realidad
histórica, ocupó un lapso no menor de dos a tres centurias. Es dable pensar que
durante los siglos IX y VIII, y como resultado de una encarnizada lucha, se
unió a Atenas la Paralia, la costa oriental del Ática. Tras esto, el culto
local del dios Poseidón fue trasladado a la acrópolis ateniense. Inmediatamente
después fue anexada también la Diacría, región montañosa situada en el norte
del país, desde la cual fue trasladado a Atenas el culto de Teseo. Durante
mayor tiempo que las otras regiones, Eleusis, en el sudoeste del Ática, con su
célebre templo dedicado al culto de la diosa Demeter, conservó su
independencia, y, defendiéndola, sostenía una encarnizada lucha contra Atenas.
Resulta así que el sinoicismo ateniense fue un proceso prolongado, condicionado
por las esenciales variaciones operadas en las relaciones sociales anteriores.
El desarrollo de las fuerzas productivas y la transformación, en consecuencia
de las relaciones sociales, engendró la necesidad de una unificación más
amplia, que desbordara las fronteras de las anteriores organizaciones
gentilicias.
Hacia el siglo VIII a. C. fueron surgiendo en el Ática las
premisas para el establecimiento de un régimen clasista y de un Estado
político.
En la admirable obra de F. Engels Origen de la familia, de la
propiedad privada y del Estado se hallan delineados y marcados los
fundamentales jalones de este proceso, para cuyo estudio disponemos ya de un
acervo de fuentes incomparablemente más amplias. Sin duda alguna, el primer
lugar entre las mismas pertenece a la Constitución de Atenas, de Aristóteles,
que se consideró definitivamente perdida durante mucho tiempo, y que se
recuperó inesperadamente, en forma de manuscrito, en cuatro hojas de papiro
halladas entre otros traídos de Egipto al Museo Británico, en 1890.
La Constitución de Atenas, de Aristóteles, es la única obra
llegada hasta nuestros días que proporciona un cuadro íntegro de la historia
política de Atenas, a partir del siglo VII a. C. Aristóteles completa en
ella los testimonios que sobre los acontecimientos de la historia ateniense de
los tiempos anteriores proporcionan por separado Herodoto, Tucídides, Diodoro
de Sicilia, Plutarco y otros autores de la antigüedad, y también algunos,
aunque ciertamente pocos, epígrafes, monedas y materiales arqueológicos.
De todos estos datos se puede extraer la conclusión de que la
comunidad ateniense del período considerado era, en lo fundamental, de carácter
agrícola.
Los oficios y el comercio estaban relativamente poco
desarrollados. No obstante, la estratificación económico-social había alcanzado
una profundidad bastante considerable. La poderosa aristocracia tribal los
eupátridas («descendientes de padres nobles») había concentrado en sus manos
las mejores tierras. Una gran parte del resto de la población quedó bajo su
dependencia. Escribe Aristóteles: «Los
pobres se hallaban esclavizados no sólo ellos en persona, sino también sus
hijos y sus mujeres. Recibían la denominación de pelates y hectemorioi
("los de la sexta parte"), pues precisamente bajo tales condiciones
labraban las tierras de los ricos. Y, en general, la tierra estaba en manos de
unos pocos. Y si los indigentes no abonaban el precio del arriendo, se los
podía llevar esclavizados, a ellos y a su prole. También los préstamos se
aseguraban mediante la esclavización personal, hasta los primeros tiempos de
Solón.»
En otras palabras, entre los atenienses del siglo VII existía el
severísimo Derecho de adeudamiento, bien conocido en la antigüedad, según el
cual el deudor se responsabiliza ante su acreedor no sólo con la totalidad de
sus haberes, sino con la libertad personal y con la de los miembros de su
familia; los deudores insolventes eran convertidos en esclavos de sus
acreedores. La necesidad de fuerza de trabajo en las propiedades de la
aristocracia terrateniente se satisfacía, así, con preferencia, por medio de
los indigentes que de ellos dependían y mediante los deudores insolventes,
antiguos miembros libres de la comunidad, ahora convertidos en esclavos.
Las posesiones territoriales de la aristocracia ateniense estaban
principalmente concentradas dentro de los límites del llamado Pedión, «llanura» en su traducción literal,
colindante con la propia ciudad de Atenas por el norte y el noroeste, y que
constituía la parte más fértil de la región.
La capa intermedia entre la aristocracia de abolengo y los
indigentes que de ella dependían y los esclavos estaba representada en el Ática
por dos grupos: por los geómoros,
agricultores que habían conservado sus parcelas, particularmente en el
pedregoso y poco fértil territorio de Diacris, en el que costaban grandes
esfuerzos obtener alguna cosecha, y los demiurgos,
artesanos, que ya habían parcialmente perdido sus vínculos con la tierra. La
división en eupátridas, geómoros y demiurgos, que fue el resultado regular de
la estratificación económico-social, fue también atribuida por las tradiciones
atenienses a la acción del mítico rey Teseo.
Más adelante, cuando en Atenas se desarrolló la producción de
mercancías, las actividades artesanales y el comercio marítimo, la población,
que había perdido en mayor o menor grado los vínculos con la tierra (en las
polis griegas, tales vínculos jamás se perdieron por completo), se encontró
principalmente en la misma ciudad de Atenas, en su puerto el Pireo, y en parte
en la zona costera la Paralia. Por causas perfectamente comprensibles, estos
grupos de la población poseían algunos intereses específicos comunes. p
Al lado de la población aborigen del Atina se había formado y
destacado gradualmente, al igual que en las otras polis griegas, un grupo de
población inmigrante, los llamados metecos.
Estos no podían ingresar en las filai atenienses, de origen familiar, ni en las
fratrías, puesto que el pertenecer a las mismas seguía determinado por la
consanguineidad en el seno de la comunidad ateniense. Al quedar de esta manera
fuera de las fronteras de la organización familiar-tribal, los metecos no
obtuvieron los derechos políticos ni algunos de los derechos económicos de que
gozaban los atenienses aborígenes. Por ejemplo, los metecos no podían tener
propiedades territoriales sobre el suelo del Ática ni casa propia en Atenas;
debían pagar un impuesto especial, etc. Pero, a la vez, conservaban su libertad
individual.
La antigua organización tribal de cuatro filai, con sus fratrías y
gens, seguía manteniéndose en la época que ahora consideramos, aun cuando la
estructura política con ella vinculada había sufrido grandes cambios.
En Atenas había dejado de existir el poder real. Como ya se ha
anotado, los reyes atenienses no son conocidos sólo por las tradiciones, sin
que se los pueda considerar figuras de real actuación histórica. Según la
tradición, el último rey ateniense fue Codro, que sacrificó su vida en aras de
la salvación de la patria, durante el ataque de los dorios al Ática. En la
época que estudiamos, el poder de los reyes había cedido lugar al gobierno de
los nueve arcontes, funcionarios
elegibles anualmente sólo entre los eupátridas. Entre éstos también estaban
distribuidas las funciones fundamentales en las manos del basileus. El colegio de los arcontes estaba encabezado por el
arconte epónimo, primer arconte o arconte mayor, que daba su nombre al año: los
atenienses llevaron la cuenta de los años por los nombres de los primeros
arcontes.
Al arconte epónimo seguían el arconte polemarca, que entendía en
los asuntos militares y mandaba la milicia ateniense, y el arconte que había
heredado esencialmente las obligaciones del culto inherentes al basileus, en
virtud de lo cual recibía tradicionalmente la denominación de arconte basileus.
Los seis arcontes restantes eran los llamados arcontes tesmotetes, guardianes
del antiguo derecho consuetudinario que se transmitía oralmente de generación
en generación. Todos los funcionarios enumerados disponían de jurisdicción
independiente y sesionaban en edificios especiales: el arconte epónimo en el
Pritáneo, el arconte basileus en el llamado bucolea, el polemarca y los
tesmotetes en otros edificios especiales.
Tras un año de permanencia en el puesto, los arcontes entregaban
sus poderes a los magistrados elegidos para suplantarlos y se convertían
automáticamente en miembros vitalicios del areópago. Así era denominado en
Atenas el antiguo consejo o tribunal, por el nombre de la colina del Dios Ares,
donde solía sesionar. Había representado antaño al consejo de los ancianos. Y
ahora, integrándose con los exarcontes que, como ya se ha señalado, eran
elegidos sólo entre los eupátridas, el areópago se había convertido en uno de
los órganos del poder de los aristócratas, el más influyente de ellos. En la
vida política de la comunidad ateniense, durante todo el período temprano de su
historia, el areópago desempeñó un papel exclusivo: representaba la instancia
superior para la mayoría de los asuntos, poseía el voto decisivo durante la
elección de los arcontes y su autoridad era indiscutible. Resulta así que el
régimen político-social de la antigua Atenas se caracterizaba por el predominio
de la aristocracia de abolengo. Teniendo de su propiedad las mejores tierras
del Ática, la aristocracia ateniense había concentrado también en sus manos el
poder político. La asamblea popular había perdido el valor de otrora y ya no
desempeñaba papel notable alguno en la vida social de los atenienses. El pueblo
de Atenas se vio constreñido a someterse al poder de los aristócratas, hasta el
momento de encontrar en sí mismo suficientes fuerzas para iniciar una
encarnizada lucha contra ellos.
La historia de Atenas y del Ática de los siglos VII y VI
a. C. está llena de acontecimientos de dicha lucha. En el afán de
conservar y afianzar su predominio, la aristocracia defendía el régimen
gentilicio, ya decadente, que impedía el ulterior desarrollo de las fuerzas
productivas de la comunidad. Al defender su libertad y sus derechos contra los
atentados de la aristocracia, y al pasar luego a la resuelta ofensiva contra la
misma, el demos ateniense resultó ser portador de un nuevo sistema, más
progresista para aquella época, en lo que concierne a las relaciones sociales.
El triunfo final del demos sobre la aristocracia significaba, entonces, el
establecimiento de un régimen más progresista, un régimen clasista, y de un
Estado, como aparato del dominio de una nueva clase de esclavistas.
En cuanto al sentido social, el demos no era homogéneo. Bajo el
concepto demos hay que comprender a toda la población aborigen libre del Ática,
contrapuesta a la aristocracia de abolengo. Al lado de los pobres, de los
trabajadores rurales dependientes y de los artesanos, formaban también parte
del demos los agricultores relativamente acomodados que habían conservado sus
parcelas y los dueños de talleres, así como los mercaderes y los propietarios de
barcos. A medida que iba desarrollándose en Atenas la vida económica, iban
apareciendo en creciente cantidad hombres pudientes de procedencia no
aristocrática. Por otra parte, el proceso de la diferenciación económico-social
había tocado no sólo al demos, sino también a la propia aristocracia. Dentro de
las familias aristocráticas, unas se empobrecían y otras se dedicaban al
comercio, con lo que adquirían intereses nuevos, que ya no coincidían con los
de la aristocracia terrateniente del Pedión.
Las capas más indigentes de la población libre trataban, en primer
lugar, de conseguir un nuevo reparto de las tierras, para dar satisfacción a su
«hambre de tierra»; procuraban obtener la anulación de las deudas que los
abrumaban y la abolición del derecho vigente sobre el endeudamiento. Las capas
del demos más estables y pudientes, que ya sentían bajo sus pies un suelo
económico firme, anteponían en primer lugar el problema de conseguir el poder y
el predominio político. Para ello era necesario quitarles a los eupátridas
atenienses sus privilegios de familia, en favor de aquellos que, si bien no
pertenecían al número de los nobles por su cuna, no les cedían en cuanto a
posibilidades económicas y en fuerza.
La
conjuración de Cilón
El más antiguo de los acontecimientos que conocemos, que dan
testimonio de la exacerbada situación en Atenas, es la llamada conjuración de
Cilón, que se desarrolló alrededor del año 640 a. C.
Cilón procedía del ámbito de los eupátridas atenienses y estaba
casado con la hija de Teágenes, tirano de Megara. Había adquirido popularidad
en Atenas como vencedor en los torneos olímpicos.
Habiendo recibido consejo del oráculo de Delfos en el sentido de
apoderarse de la acrópolis «en la fiesta
máxima en honor de Zeus», Cilón se aseguró el apoyo de su suegro, quien
envió en su ayuda un destacamento armado, y emprendió la tarea a la cabeza del
conjunto de sus partidarios. Logró apoderarse de la acrópolis, mas no supo
retenerla, pues los atenienses le opusieron una resistencia muy resuelta.
Tucídides informa que se reunieron unánimemente para aplastar la conjuración, y
acampados en torno de la acrópolis, emprendieron su asedio. De su dirección se
hicieron cargo nueve arcontes encabezados por Megacles, que pertenecía a la
antigua e influyente familia aristocrática de los Alcmeónidas. Los sitiados se
vieron en un callejón sin salida, debido a la falta de alimentos y de agua.
Cilón logró huir y los demás sitiados debieron rendirse, entregándose a merced
de los sitiadores. De acuerdo con la antigua costumbre, buscaron salvación
junto al altar de la diosa Atenea. Aun cuando el homicidio en el interior de un
templo era considerado como la más grande interdicción religiosa, como el mayor
sacrilegio, los Alcmeónidas no lo tomaron en consideración y todos los
partidarios de Cilón fueron pasados por las armas.
El aplastamiento de la conjuración de Cilón demostró que en Atenas
no habían madurado aún las condiciones para un cambio político. En la intentona
de Cilón debe verse más bien un episodio de las luchas entre diferentes
agrupamientos o partidos en el seno de la aristocracia gobernante. Pero, sea
como fuere, es sumamente significativo el hecho de que el demos ateniense no
prestara apoyo a Cilón, ni aprovechara la oportunidad para aprovecharse
enérgicamente contra el poder de la aristocracia de abolengo.
Una de las consecuencias de la perturbación del equilibrio
anterior y de los consecuentes disturbios internos fue, al parecer, el
debilitamiento exterior de Atenas. Es probable que fuera precisamente en esa
época cuando el tirano de Megara, Teágenes, arrebatara a los atenienses la isla
de Salamina, que cubría la salida de la bahía ateniense y que era por ello de
suma importancia. Este fracaso militar hizo vacilar la posición del partido
aristocrático encabezado por los Alcmeónidas. Sus adversarios, también
pertenecientes a la esfera de la aristocracia gobernante, habían logrado, a lo
largo de una serie de años después de la conjura de Cilón, establecer la
organización de un tribunal compuesto de trescientos ciudadanos de procedencia
aristocrática. Los Alcmeónidas fueron acusados de haber cometido homicidio en
el interior del templo, profanando así un santuario. El veredicto dispuso que
los participantes directos de tal sacrilegio, ya fallecidos para este entonces,
fueran desenterrados de sus tumbas y sus cadáveres arrojados fuera de las
fronteras del Ática, y que aquellos de sus descendientes que se hallaran con
vida, todos miembros de la familia de los Alcmeónidas, fueran desterrados de
Atenas. Casi dos siglos más tarde, los adversarios políticos de los
Alcmeónidas, habiendo conseguido desterrarlos nuevamente, rememoraban esos
acontecimientos. Gracias a esto, precisamente, sabemos acerca de la conjuración
de Cilón, único acontecimiento que conocemos de la historia de Atenas del siglo
VII a. C. El hallazgo de la Constitución de Atenas, de Aristóteles,
permitió dar mayor precisión a los datos, pues anteriormente la conjuración era
localizada en tiempos posteriores a la codificación de Dracón.
Las
leyes de Dracón
Es muy poco lo que conocemos acerca de la legislación de Dracón.
El capítulo de la Constitución de Atenas, dedicado a la exposición de las
transformaciones estatales de Dracón, representa, al parecer, una inserción
posterior, posiblemente debida a los afanes de los partidarios del régimen
oligárquico de tiempos posteriores, por afianzar su programa político mediante
el testimonio histórico. El propio Aristóteles escribe en otra de sus obras,
Política, que las leyes de Dracón representaban tan sólo una simple compilación
de las antiguas normas conservadas hasta aquel tiempo por la tradición oral,
normas del llamado derecho consuetudinario. Una de las inscripciones atenienses
de finales del siglo V a. C., que reproduce una parte del texto de esas
leyes, confirma por completo tal testimonio. En particular, se citan en la
misma las reglas procesales relativas a la responsabilidad de los parientes
cercanos de un homicida por el crimen perpetrado por éste, lo cual, sin duda,
se remonta a tiempos sumamente antiguos. De esta manera, las leyes de Dracón,
según todos los indicios, constituyeron la primera redacción escrita del
derecho consuetudinario ateniense. Es muy característico en este sentido el
hecho de que los escritores de la antigüedad nombren las leyes de Dracón no con
el término de nómoi leyes, sino con el de thésmoi, cuya traducción literal es
«costumbres» o «hábitos». Es evidente que tal redacción de las costumbres
legislativas estaba llamada a poner coto a la arbitrariedad de los jueces
aristócratas, que interpretaban el derecho consuetudinario según sus propios
intereses, estrechamente egoístas. Desde este punto de vista, la redacción por
escrito de las leyes respondía indudablemente a los intereses del demos y es
factible pensar que fue realizada no sin lucha y considerable presión ejercida
sobre la aristocracia por el demos. Hasta cuanto es posible juzgar acerca del
contenido de esas leyes, basándose en la mencionada inscripción ateniense de
finales del siglo v y en los testimonios de los autores de la antigüedad algo
posteriores, en dichas leyes se trataba principalmente de delitos de índole
criminal, de diferentes especies de asesinatos, robos y hurtos, de la manera y
orden de llevar los procesos judiciales, y de los castigos que se debían
imponer en los distintos casos. Las leyes de Dracón eran célebres por su
severidad y rigor, e inclusive por su crueldad (decíase que estaban escritas
con sangre). Por cualquier hurto, por insignificante que fuera, correspondía la
pena capital.
Las leyes draconianas referentes al castigo por un asesinato
estaban destinadas a suplantar la institución de la venganza familiar. La
persecución del asesino, empero, seguía siendo asunto de la familia de la
víctima. Para hacer las paces con el homicida se requería la conformidad de los
parientes más cercanos: del hijo, el hermano, el primo hermano, el yerno, el
suegro; en caso de no haber parientes cercanos, la reconciliación podía tener
lugar con la conformidad de una cantidad no menor de diez miembros de la
fratría. La responsabilidad por el homicidio recaía sólo sobre el autor del
mismo, y no sobre su familia. Se hacía responsable también la persona que
instigaba al homicida, y era, en consecuencia, partícipe indirecto del
asesinato.
Las leyes de Dracón hacían distinción también entre los asesinatos
premeditados y los que no lo eran, cometidos en defensa propia. Ocupaban lugar
especial los asesinatos del seductor de la madre, del cónyuge, de la hija o de
la hermana, categoría a la que pertenecían también los homicidios ocasionados
por desgracias eventuales, por ejemplo, durante los torneos.
Los asesinatos premeditados incumbían al juicio del areópago y
eran penados a muerte; la comisión de heridas se castigaba con la expulsión; en
ambos casos, la pena era acompañada con la confiscación de los bienes.
La vista de los procesos por homicidios no premeditados estaba
encomendada a un colegio especial compuesto de treinta y un miembros
pertenecientes a la aristocracia de abolengo, mayores de cincuenta años de
edad. La pena que correspondía por tal homicidio era el destierro (sin la
confiscación de los bienes). En caso de reconciliación con los parientes de la
víctima o, a falta de tales, con los miembros de su fratría, el autor del
homicidio podía regresar del destierro, retorno por el cual se prohibía a los
parientes del muerto recabar cualquier rescate. Un homicidio cometido en
defensa propia, concepto en que se comprendía también la defensa de la
propiedad, no era susceptible de penalidad alguna.
En cada especie de homicidio se designaba un lugar especial para
la vista del proceso: para los homicidios no premeditados, el Paladión, y para
los premeditados el areópago. En un lugar especial se veía el proceso incoado
contra aquellos que, hallándose en el destierro, cometían allí un nuevo
homicidio; en tales casos, el proceso no podía pisar la tierra del Ática,
debiendo encontrarse en un bote, mientras el proceso se ventilaba a orillas del
mar, cerca del Pireo.
Carácter arcaico tenía la audiencia en el edificio del pritáneo,
en el que realizaban las sesiones los fileobasileus, es decir, los que
encabezaban las filai. Allí se veían los procesos referentes a las muertes
violentas de seres humanos producidas por animales o por objetos inanimados. Si
el juzgado los consideraba culpables, eran arrojados fuera de las fronteras del
Ática o hundidos en el mar.
Con el nombre de Dracón están vinculadas también las leyes
referentes al comportamiento de los ciudadanos. Una de esas leyes imponía
castigos por la «inactividad» y por
la vida ociosa.
Así, pues, las leyes de Dracón constituyeron la primera
legislación escrita en Atenas. Es sumamente sintomática en las mismas la
tendencia a defender los intereses de la propiedad privada, lo cual se
manifiesta, por ejemplo, en los artículos que penan severamente los robos y
hurtos. El mismo hecho de asentar por escrito las antiguas costumbres legales,
que en cierta medida ponían coto a la arbitrariedad de los jueces eupátridas,
tiene que ser valorado como uno de los triunfos del demos en su lucha contra el
dominio de la aristocracia de abolengo.
Las
naucrarías
Aproximadamente al mismo tiempo aparecieron en el Ática las
llamadas naucrarías, las primeras unidades administrativas basadas en el
principio de la subdivisión territorial.
Respecto a la época en la que aparecieron las naucrarías, no hubo,
durante mucho tiempo, opiniones unificadas. Incluso en la antigüedad hubo
distintos criterios acerca de esta cuestión. Según Herodoto, las naucrarías
existían anteriormente a las reformas de Solón, y atribuye a sus prítanos el
papel principal en el aplastamiento de la conjuración de Cilón. Tucídides, en
cambio, al relatar dicho episodio, no las menciona. Algunos de los autores
antiguos creían que las naucrarías habían sido establecidas por Solón.
La opinión, aceptada hace más de cien años por nuestro compatriota
M. S. Kutorga, acerca de la existencia de naucrarías antes de Solón, fue
posteriormente confirmada por los datos de la Politeia Ateniense. Su aparición
se vincula probablemente con el comienzo del desarrollo del comercio, y la
navegación marítima en el Ática. Esto aparece confirmado por el destino mismo
de las naucrarías y por la etimología del término (de la voz naus, barco). Cada
naucraría debía proporcionar un
buque para la flota ateniense, a lo que posteriormente se agregó el suministro
de dos caballeros. Los náucraros que las encabezaban obedecían, al parecer, al
arconte polemarca y estaban al mando de la nave equipada por su naucraría. En
total, había en el Ática cuarenta y ocho naucrarías, en correspondencia con las
antiguas cuatro filai tribales (a razón de doce por cada una de éstas). La
única denominación de una naucraría que ha llegado hasta nuestros tiempos es la
de Coliada, que tiene carácter toponímico, lo cual prueba también el principio
territorial tomado en cuenta para tales divisiones. De esta manera, en la
aparición de las naucrarías (las que según la expresión de Engels «por primera
vez dividía al pueblo, en los negocios públicos, no con arreglo a los grupos
consanguíneos, sino con arreglo a la residencia local») hay que ver uno de los
más importante síntomas de la descomposición del régimen tribal-familiar y de
la aparición del Estado.
Hacia la época que estamos considerando, ya se habían manifestado
sobre el régimen general de la vida económica del Ática, las consecuencias del
desarrollo de la navegación marítima del comercio y de los oficios artesanales.
En el extremo sudeste del Ática, en las minas de Laurión, había cobrado
amplitud la extracción de plata. Hacia finales del siglo vii se tornaban
visibles las tendencias y afanes de Atenas dirigidos hacia el Helesponto. Fue
precisamente por esto que los atenienses entablaron una lucha contra Mitilene,
en la cual alcanzaron señalados éxitos. Al mismo tiempo, continuaron la guerra
contra la vecina Megara, por la posesión de Salamina.
En el ámbito comercial, la Atenas de aquel tiempo había
experimentado sobre sí la influencia de la rica Egina, que había recorrido
antes la vía del desarrollo del comercio marítimo. El sistema monetario de
Egina, al lado del de Eubea, había cobrado amplia difusión entre las ciudades
de la cuenca del mar Egeo. Los atenienses habían imitado y copiado de Egina
tanto el sistema monetario como el de pesos y medidas.
2. La
legislación de Solón
Hacia comienzos del siglo VI, la lucha entre el demos ateniense y
los eupátridas habían alcanzado extraordinaria agudeza. Escribe Aristóteles en
la Constitución de Atenas: «La mayoría
del pueblo se hallaba subyugado por unos pocos, y el pueblo se había sublevado
contra los nobles. El alboroto era muy fuerte, y durante largo tiempo unos
lucharon contra otros.» Fue entonces que en el escenario político de Atenas
apareció Solón, con cuyo nombre se vinculan la realización y promulgación de
muy importantes reformas. A diferencia de Dracón, acerca de quien casi nada
conocemos, Solón dejó tras de sí vestigios notorios en la historiografía
antigua. Se le conoció en la antigüedad no sólo como gran militante político,
sino también como poeta. Las elegías de Solón, con su finalidad de destacar
temas de actualidad política, gozaron de gran popularidad y aparecen citadas
por muchos autores antiguos.
En el año 594 a. C. Solón fue elegido arconte e investido con
los plenos poderes de los aisumnetes[1]. La promoción de Solón,
dentro de un período tan complicado y agudo de la historia ateniense, no fue
obra de la casualidad.
Según las palabras textuales de Aristóteles, las dos partes veían
en él, de manera idéntica, a un posible defensor de sus intereses y al
candidato indicado para fijar una nueva legislación. «Por su origen y por su notoriedad, Solón se contaba entre las primeras
personalidades en el país, y por sus condiciones económicas, en la clase media»,
dice Aristóteles. Una tradición posterior hizo figurar a la genealogía de Solón
en la estirpe regia de los Códridas, y al propio Solón entre los siete sabios
del mundo antiguo.
Nuestras principales fuentes informativas sobre la actuación de
Solón son sus propias elegías y los testimonios de Aristóteles y de Plutarco.
Las referencias romanas no agregan casi nada: Cicerón, Tito Livio, Séneca, Aulo
Helio, Diógenes Laercio y otros autores romanos son extremadamente parcos a
este respecto, y cuando se refieren a la obra de Solón, lo hacen fortuitamente y
lo describen principalmente como un filósofo. Las elegías de Solón, saturadas
de ecos de la lucha política, ofrecen un vivo cuadro de las penurias del pueblo
ateniense y de la arbitrariedad de su aristocracia. Acerca de los eupátridas,
Solón escribe:
«La hartura es madre de la
arrogancia, si viene una gran riqueza.
Aquí no se respeta nada,
ni de los sagrados tesoros,
Ni de las riquezas
populares; saquean de todas partes,
Sin temer para nada, en
verdad, a los sagrados preceptos.»
En otra parte, Solón habla de la penosa situación de los
campesinos del Ática:
«Por las manos del enemigo
es atormentada la querida ciudad
En combates sangrientos,
caros sólo a los facinerosos;
Estas calamidades se
cometen en la patria; y de la gente pobre
Muchos van a países
extraños, involuntariamente.
Vendidos a pesada
esclavitud, con oprobiosas cadenas,
Sufren, a pesar suyo, el
amargo destino de los esclavos.»
Fue así como Solón, eupátrida[2] por su origen, se
compenetró con los intereses de otras capas de la sociedad ateniense,
subyugadas por la aristocracia. Con mayor claridad aún se desprende esto del
siguiente fragmento de una de sus elegías:
«Y vosotros, tranquilizad en
vuestro pecho el poderoso corazón:
Muchos bienes os han
caído, y estáis ahitos de ellos;
Poned, pues, medida al
arrogante espíritu; de lo contrario,
Dejaremos de someternos,
para vuestro mayor disgusto.»
La aparición de semejantes puntos de vista en un representante de
la aristocracia cual era Solón, es difícil de explicar sin conocer algunos
aislados detalles biográficos del legislador. Plutarco comunica que, nacido en
la riqueza, Solón se había arruinado más tarde y, para mejorar su posición, se
había dedicado al comercio. Debido a esta actividad comercial, visitó muchas
ciudades, ampliando sus horizontes mentales. La noticia proporcionada por
Plutarco hace ver que las nuevas actividades se habían propagado también entre
una gran parte de los eupátridas, la que se encontraba bajo el influjo del
rápido proceso de estratificación económico-social que tenía lugar en Atenas.
Las personas como Solón tenían sobrados motivos para estar también
ellos descontentos por la política exterior de la aristocracia gobernante. En
este sentido, es muy característico un relato transmitido por el mismo Plutarco
acerca de las circunstancias en que se había producido la aparición de Solón en
la arena política. De acuerdo con este relato, no pudiendo el gobierno
ateniense recuperar Salamina, que estaba en poder de Megara, resolvió renunciar
a esa isla para siempre, a cuyos efectos promulgó una ley especial para la
asamblea popular. Según la misma, todo aquel que tratara de renovar la lucha
por Salamina era reo de pena de muerte. No obstante ello, Solón resolvió dar
ese paso y llamó a los ciudadanos a iniciar la guerra contra Megara con el
objeto de reconquistar la isla. Formuló su llamada en forma de elegía,
pronunciándola desde la piedra destinada a los heraldos. Y fue tan grande la
impresión producida sobre sus conciudadanos, que éstos consiguieron derogar
aquella ley y eligieron a Solón como arconte, otorgándole plenos poderes para
encabezar las fuerzas atenienses en la lucha por Salamina.
La guerra fue coronada por el éxito, siendo reconquistada la isla,
que desde entonces quedó en poder de los atenienses. Esto elevó aún más el
prestigio de Solón y le permitió presentar un programa de amplias reformas,
maduras desde hacía mucho tiempo, y que tenía por objeto sanear la vida social
de la comunidad ateniense. Las más importantes fueron la «seisachteia» («la supresión de las cargas»), esto es, la suspensión
de las obligaciones del endeudamiento; la abolición de la esclavización por las
deudas impagadas; la introducción del censo de bienes inmuebles como criterio
básico para la determinación de los derechos políticos y obligaciones de los
ciudadanos; la ley de los testamentos y una serie de otras medidas legislativas
que estimulan el derecho de la vida económica de la población del Ática y de
Atenas.
La primera de las medidas enumeradas la «seisachteia» no fue,
durante mucho tiempo, uniformemente apreciada por los historiadores. Como se
sabe, aun en la antigüedad esta medida era diversamente interpretada por los
distintos autores. La mayoría, y entre ellos Plutarco y Diógenes Laercio, creía
que tal medida anulaba todas las obligaciones pecuniarias de los campesinos.
Dionisio de Halicarnaso había extendido sus efectos únicamente sobre los
deudores más indigentes, y Androtion consideraba que la «seisachteia» consistía
solamente en la disminución de los intereses por las deudas contraídas y del
valor del dinero, vinculándola así con la reforma monetaria de Solón.
«Habiendo tomado los asuntos
en sus manos dice la principal de nuestras fuentes, Aristóteles, Solón liberó
al pueblo, tanto para ese momento como para el futuro, al prohibir garantizar
los empréstitos con la esclavización personal.
Luego abolió las deudas,
tanto las privadas como las del Estado, lo cual se denominó sisactía, porque
era como si la gente se hubiera sacudido, quitándose de encima una pesada carga.» Al igual que el aditógrafo Filocoros, Aristóteles reconoce, en
consecuencia, la completa abolición de las condiciones de endeudamiento
existentes hasta el momento de dictarse la seisachteia.
En realidad, históricamente, tal medida legislativa no pudo ser
tan radical. De serlo, hubiera estado en contradicción con la tendencia
dominante que recorre todas las medidas legislativas de Solón: contraponer la
propiedad individual a la del clan y propender por todos los medios accesibles
a un legislador, al desarrollo y defensa de los intereses de esa propiedad
individual. Al parecer, la seisachteia representó en la realidad histórica una
abolición simultánea de las deudas contraídas evidentemente por las hipotecas
de la tierra, lo cual sólo pesaba sobre el campesino ático. En cuanto a la
institución que establecía el sojuzgamiento por deudas, fue realmente abolida
para siempre. Más adelante, ya después de Solón, el deudor respondía a su
acreedor con sus bienes, pero no con su libertad personal ni con la de los
miembros de su familia. Más aún: los atenienses insolventes vendidos como
esclavos fueron rescatados por cuenta de la sociedad y devueltos a Atenas. Con
este motivo, Solón decía lleno de orgullo: «He
hecho regresar a Atenas, a su patria divina, a muchos vendidos como esclavos, o
que, debido a la indigencia, han vagado durante mucho tiempo y olvidaron la
lengua ática.»
La ejecución, como suponemos, de la abolición parcial de las
deudas y total de la esclavización por endeudamiento saneó, sin duda, la
situación imperante en Atenas, pero no detuvo, de manera alguna, el incremento
de las contradicciones internas en las capas de ciudadanos libres. Es muy
característico, en este sentido, el hecho de que el requerimiento fundamental
de los campesinos el de una nueva repartición de las tierras no hubiera sido ya
no sólo no cumplido, sino ni siquiera propuesto como problema por Solón. Esto
se desprende fácilmente de sus versos:
«El que había venido para
saquear, lleno de esperanzas,
Creyendo hallar aquí
grandes riquezas,
Esperaba que yo,
acariciando suavemente, seria fiero en mi manera de ser.
Más entonces se
equivocaron, y ahora, enojados por ello,
Me miran de soslayo como
a un enemigo.
No importa: lo que
prometí, cumplí con la ayuda de los dioses,
No en balde trabajé.
Tanto me desagrada
Gobernar por la fuerza
tiránica, como en las campiñas,
Dar a los malos y a los
nobles parcelas iguales.»
Como consecuencia de tal política, cuya indecisión e indeterminación
eran evidentes para el propio Solón, se creó la posibilidad de una subsiguiente
concentración de tierras en manos de los grandes terratenientes. No obstante,
la abolición de las deudas y de la esclavitud por insolvencia constituyó,
indudablemente, un punto de viraje en la historia ateniense. El desarrollo
ulterior de la esclavitud en Atenas tiene lugar en adelante ya no a costa de
los miembros de la propia comunidad, sino principalmente de los de otras
naciones o tribus. Al mismo tiempo, el peso de ambas reformas, si cabe emplear
esta expresión, cayó sobre la vieja aristocracia de abolengo. La antigua
propiedad gentilicia, que se hallaba en la base de la propiedad agraria
aristocrática, tuvo que ceder gradualmente lugar a la propiedad individual. A
este respecto, es muy elocuente la variante introducida por las leyes de Solón
en el orden de herencia que había existido hasta entonces.
Hasta las reformas de Solón, los bienes en litigio pasaban a la
gens o a la fratría a que pertenecía el fallecido. A partir de las reformas
introducidas por Solón, se estableció el derecho a testar libremente, de manera
que los bienes del testador podían pasar a cualquiera, aun cuando no fuera
miembro de su familia, de su gens o su fratría.
Allanando el camino para el desarrollo económico más libre de la
comunidad civil, las leyes de Solón previeron una serie de medidas orientadas a
estimular la actividad económica de los atenienses. Así, por ejemplo, se siguió
manteniendo en vigor una ley de Dracón que reprimía la ociosidad, pero se fue
suavizando el castigo por la violación de la misma: la pena capital fue
reemplazada por la atimia (privación
de los derechos civiles) y por una multa.
Era el areópago el que debía vigilar el cumplimiento de dicha ley.
Las leyes de Solón prohibían también la exportación de cereales
fuera de las fronteras del Ática, pero estimulaban, en cambio, la exportación
del aceite de oliva. Legislativamente, se daban disposiciones detalladas acerca
del orden y métodos a emplear en la plantación de olivos, y también acerca de
cómo cavar pozos y de la manera de hacer uso de los mismos. Esta medida tenía
gran valor debido a la aridez del Ática. En la legislación de Solón aparece
también una tendencia a estimular los oficios artesanales. Por ejemplo, una ley
especial eximía al hijo de la obligación de mantener a un padre, anciano, si
éste no le había hecho aprender ningún oficio.
En interés del desarrollo del comercio ateniense y con el fin de
liberar a Atenas de la influencia mercantil de Egina, se promulgó una reforma
monetaria y se estableció un nuevo sistema de pesas y medidas. Hasta aquel
momento, Atenas utilizaba el sistema de pesas de Fidón y el sistema monetario
de Egina. Entre tanto, durante el siglo vi habían cobrado una más amplia
difusión, especialmente en las ciudades periféricas, los sistemas monetario y
de pesas y medias de Eubea. En virtud de esto, Atenas adoptó con Solón sistemas
cercanos a los de Eubea. La nueva moneda ateniense era algo más liviana que la
de Egina: cien dracmas de Solón eran iguales a sólo setenta y tres de las
anteriores. Esta reforma determinó condiciones favorables a una ulterior
ampliación del comercio ateniense.
Simultáneamente con la estimulación de la actividad productora, la
legislación había emprendido una campaña contra toda clase de excesos y gastos
improductivos. Una ley especial exigía la reducción de los gastos de sepelio y
prohibía funerales suntuosos y caros y la inmolación de bueyes en holocausto,
en honor del fallecido. Se prohibió también erigir sepulcros cuyo costo fuera
mayor del de uno que pudieran construir diez personas en el curso de tres días.
Esta medida se consideraba generalmente como dirigida a poner coto a la
tendencia a un lujo excesivo que apuntaba entre los mercaderes y empresarios atenienses;
pero también puede ser interpretada como un golpe asestado a la antigua nobleza
de abolengo que trataba de mantener su prestigio mediante el cumplimiento del
antiguo suntuoso culto de los difuntos. Una de las reformas más importantes
ligadas al nombre de Solón fue la del censo, denominada también reforma timocrática. En función de la
misma, toda la población ateniense libre, con excepción de los metecos, fue
dividida en cuatro categorías, según la cantidad de sus ingresos y sin tomar en
consideración la procedencia del censado:
1) Los pentacosiomedimnos,
que obtenían de sus campos, chacras y huertas, 500 medimnos o medidas de
productos, entre sólidos (cereales) y líquidos (vino, aceite de oliva);
2) Los caballeros, que
obtenían 300 medidas;
3) Los zeugitas, que obtenían 200 medidas, y
4) Los tetes, que
tenían ingresos menores a las 200 medidas, o que, en general, carecían de
ingresos. Tales categorías censales, al parecer, habían sido formadas ya
anteriormente, con motivo de gravar a la población según las naucrarías; pero
sólo en los tiempos de Solón habían recibido su sanción política fundamental,
en calidad de división.
En correspondencia con el valor de la propiedad agraria,
predominante aún, y con las fuertes supervivencias de las relaciones económicas
de la economía natural, esa división tenía que basarse en los ingresos
naturales de la tierra. Es posible que ya el propio Solón, al determinar los
límites entre las clases censatarias, guiándose por los ingresos proporcionados
por la tierra, colocara dentro de esas categorías también a los hombres
pudientes que carecían de propiedades agrarias, porque en caso contrario una
considerable cantidad de representantes de la población comerciante y artesana
se vería privada de la posibilidad de tomar parte activa en la vida política.
Se conoce, por ejemplo, que Solón había establecido una tasa
determinada para los holocaustos, equiparando, dicho sea de paso, un medimno de
cereales al precio de un dracma. El dinero tenía muy alto valor en el Ática del
siglo vi, y según las tarifas introducidas por Solón, una oveja, por ejemplo,
valía un dracma y un buey cinco. Más no se conoce con exactitud si tal
valuación era aplicada también para los cálculos de ingresos.
La subdivisión de la población en clases de acuerdo con sus bienes
(subdivisión junto a la cual siguió conservándose la división básica en cuatro
filai, de a tres tribus y de a doce naucrarías cada file) fundamentaba también
la distribución de las cargas militares. Los ciudadanos de la primera categoría
daban cumplimiento en los tiempos de guerra, y por cuenta propia, a toda clase
de suministros; los de la segunda categoría prestaban servicio en la
caballería; los zeugitas constituían
la infantería provista, por cuenta propia, de armas pesadas (hoplitas); los tetes eran guerreros de armas livianas
(himnetes) y también prestaban
servicio en la flota. La misma subdivisión de los ciudadanos según sus bienes
sirvió de base para la determinación de sus derechos políticos.
Los ciudadanos que pertenecían a las dos primeras categorías
disponían de la plenitud de los derechos políticos activos y pasivos, esto es,
podían elegir y ser electos para cualquier órgano gubernamental del Estado
ateniense. Los derechos de los ciudadanos de la tercera categoría eran
limitados: no podían ser elector para el cargo de arcontes y, en consecuencia,
entrar a formar parte del areópago. Los ciudadanos de la cuarta categoría, los
tetes, gozaban solamente del derecho a elegir, pero no al de ser electos.
La organización política de Atenas, durante la vida de Solón, se
reducía, en sus rasgos fundamentales, a los siguientes: el areópago conservaba el valor de tribunal superior en lo tocante a
los asuntos criminales y ejercía el control general sobre todos los demás
órganos atenienses. Hay que anotar que esa institución que se integraba con los
exarcontes había modificado en grado
considerable su composición y carácter anteriores al introducirse la elección
de arcontes en base del censo. Entonces el areópago no tomaba participación
directa en los asuntos administrativos; sus funciones habían pasado en parte a
la asamblea popular (ekklesia) y en
parte al consejo de los cuatrocientos (bulé)
establecido por Solón. La formación de este último conservaba aún rasgos del
antiguo orden gentilicio familiar. Para su composición se elegían cien hombres
de cada una de las cuatro filai. «Pero
también este fue el único punto en el que la constitución antigua se introdujo
en el nuevo cuerpo del Estado», observa Engels.
En el nuevo sistema administrativo introducido por Solón se
incluían, además de la asamblea popular y del consejo de los cuatrocientos,
ciertos funcionarios.
Aristóteles menciona a arcontes, tesoreros, poletas[3] (que
posteriormente entendieron en el arriendo de los bienes del Estado); colacretas[4]
(función financiera que existía aún antes de Solón; al comienzo, sirvientes
auxiliares al hacerse los holocaustos), y el colegio de once carceleros. Los
náucraros, ya conocidos por nosotros, conservaron sus funciones anteriores.
Al parecer, las naucrarías se convierten, en el tiempo de Solón,
en principales órganos financieros. Perciben diferentes aportes e impuestos y
corren con todos los gastos corrientes. Dice Aristóteles que, inclusive en su
tiempo, cuando ya las leyes de Solón habían quedado fuera de uso, sobrevivían
expresiones tales como: «Cabe a los náucraros recabar», «efectuar el gasto de
las sumas de náucraros».
Además de los órganos enumerados, existía en Atenas un tribunal
popular, tribunal de jurados: la heliaía[5].
No es conocido el número de sus miembros durante el tiempo de Solón, pero nos
consta que en el mismo, al igual que en la asamblea popular, podían tomar parte
todos los ciudadanos (incluso los tetes), que tuvieran treinta años cumplidos.
Al parecer, la elección de los jurados era realizada por sorteo. Entraban en la
competencia del tribunal, por una parte la recepción de los informes que
presentaban los funcionarios al vencer el término de sus servicios, y por otra
parte la investigación judicial (según las apelaciones) de los veredictos ya
pronunciados por funcionarios en asuntos referentes tanto a violencias físicas
y daños materiales como a obligaciones de la más diversa índole. A la heliaía
le fue otorgado el derecho de anulación (ruptura) de tratados estatales y
privados. Sólo el juzgado en lo criminal que se mantenía en la jurisdicción del
areópago, no entraba en la competencia de la heliaía.
En resumen, todo este sistema estaba calculado de manera que,
oponiendo los elementos oligárquicos a los democráticos, se aseguraran la situación
dominante y los intereses de las capas mercantiles-industriales de la población
urbana. Y, en virtud de ello, los cargos superiores se otorgaban solamente a
las personas pudientes; las elecciones que tenían lugar en la asamblea popular
debían afianzar a aquéllos en los correspondientes cargos. De esta manera, el
nuevo orden era estructurado ya sobre los principios de la propiedad privada.
«Los derechos y los deberes
de los ciudadanos del Estado determináronse con arreglo a la importancia de sus
bienes territoriales; y quedaron suplantadas las antiguas corporaciones
consanguíneas. La gens había sufrido otra nueva derrota.»
Las antiguas organizaciones de las gens perdieron su significación
política. El valor decisivo lo fue adquiriendo en cambio el censo de bienes y
el principio territorial puesto en la base de la organización de las
naucrarías. Por otra parte, para llegar al afianzamiento definitivo de este
último principio, debió transcurrir aún mucho tiempo.
Haciendo disminuir los intereses de la nobleza terrateniente, las
leyes de Solón abrían camino a las relaciones esclavistas de producción. La
introducción del censo de bienes reducía a cero los privilegios políticos de
los eupátridas. El papel principal para llenar los cargos sociales ya no lo desempeñaba
la nobleza del origen, sino la situación económica. El acceso a la
administración, celosamente custodiado hasta entonces por las prerrogativas
creadas por el régimen gentilicio, quedó despejado y abierto a las personas
pudientes que habían salido de las filas del demos. De esta manera, los
eupátridas se vieron constreñidos a repartir el poder político con los
esclavistas promovidos por las capas artesano-mercantiles de la población
ateniense. Como resultado lógico de todo ello, en la vieja aristocracia surgió
la oposición a Solón. Por eso mismo, las leyes de Solón significaron una
revolución en las relaciones de propiedad.
Habían propiciado el desarrollo de las relaciones esclavistas y de
un nuevo régimen social que venía a reemplazar el ordenamiento de clan
familiar, que ya sólo era un freno para el desarrollo del Ática.
Engels, al valorar el significado de las reformas de Solón,
subraya que éste «inicia la serie de lo que se llama "revoluciones
políticas" y lo hizo con un ataque a la propiedad».
Se sobreentiende que, a consecuencia de esa revolución, no fue
abolida la explotación de los esclavos, campesinos y artesanos, ni fueron
destruidos los opresores. Sólo cambiaron las formas de la opresión. Como es
natural, se intensificó la explotación de los esclavos, y la situación de los
campesinos, aun liberados de sus deudas, siguió siendo penosa, igual que antes.
La
lucha social después de la muerte de Solón
Después de haber sido promulgadas las reformas de Solón, la lucha
social en el Ática se enardeció con renovado vigor. No obstante todo su valor,
dichas reformas no estaban en condiciones de satisfacer a ninguna de las capas
sociales que componían entonces la sociedad ateniense. Los eupátridas no podían
hacer las paces aceptando la pérdida de sus privilegios, y soñaban con el
retorno al orden imperante antes de Solón. El campesinado ático, habiendo
recibido cierto alivio en las cargas por endeudamiento que gravitaba sobre él,
apetecía algo más sustancial, puesto que las reformas de Solón no solucionaban
la cuestión principal, la cuestión de la posesión territorial.
El «hambre de tierra» engendraba una necesidad, una sed diríase,
de una reforma de naturaleza más radical. Finalmente, tampoco se sentían
satisfechos con las leyes de Solón las capas intermedias, comprendidas entre el
campesinado y la vieja aristocracia de abolengo: la capa indigente que ya había
perdido el vínculo con la tierra, y también todos aquellos cuyo bienestar
dependía de los oficios en vías de desarrollo y del comercio marítimo. Tanto
unos como otros no podían resignarse al hecho de que, dentro de los marcos de
la constitución censal de Solón, la aristocracia seguía conservando aún una
considerable influencia política. De ahí que la lucha entre todos estos
sectores siguiera desarrollándose con vigor creciente después de Solón.
En la tradición antigua se ha conservado un relato que, sin
pretender ser históricamente veraz, es sumamente característico. De acuerdo con
él, el propio Solón habría advertido la fragilidad del orden vinculado a su
nombre y, no queriendo ser testigo del desmoronamiento de sus instituciones,
había abandonado el Ática tras exigir a sus conciudadanos un juramento de
fidelidad por diez años a las nuevas leyes.
Escribe Aristóteles en la Constitución de Atenas que, durante los
primeros cuatro años que siguieron a la partida de Solón, los atenienses
vivieron en relativo sosiego; pero al quinto año la confusión y los disturbios
habían alcanzado tal fuerza, que en Atenas no pudieron tener lugar los comicios
para la elección de arcontes. Transcurrieron cuatro años más y, precisamente en
el año 583-582, el arconte Damasias, al concluir el período de su arcontado, se
negó a entregar el mando y aprovechó del mismo ilegalmente usurpándolo, durante
dos años y dos meses más, hasta ser derribado por la fuerza. Después surgió en
Atenas un gobierno extraordinario compuesto no de nueve, sino de diez arcontes.
Para caracterizar la correlación de las fuerzas en colisión, es interesante
anotar cómo se habían distribuido las plazas en ese gobierno: cinco cayeron en
las manos de los eupátridas, tres en las de los representantes del campesinado,
los llamados geomoros, y dos fueron ocupadas por los artesanos demiurgos.
Hacia aquel tiempo, ya se habían definido en Atenas con suficiente
nitidez tres corrientes políticas: la de los pedieos, la de los diacrios
y la de los paralios.
Estas denominaciones las habían tomado de los nombres de sus
correspondientes regiones áticas. Los pedieos moraban en el Pedión, donde
estaban concentradas las mejores tierras del Ática, propiedad de la
aristocracia ateniense. De ahí que ésa fuera la agrupación reaccionaria
aristocrática. Tenía por dirigente a Licurgo, quien pertenecía a la noble
familia de los Eteobutadas.
Los diacrios eran los pequeños agricultores que labraban el suelo
pedregoso y escasamente fértil de la parte del Ática que llevaba el mismo
nombre: Diacría.
Se afanaban por conseguir una reforma territorial radical, la
redistribución de las tierras y la democratización del régimen político
ateniense. Según las palabras de Aristóteles, a los diacrios «habían adherido... también... aquellos que
habían perdido su dinero entregado en préstamos... y los hombres de origen
impuro», es decir, los elementos arruinados y los metecos que pretendían igualarse
en derechos a los atenienses nativos. Los autores de la antigüedad mencionan
como dirigente de esta agrupación a Pisístrato, quien, por su nacimiento,
pertenecía a la aristocracia de abolengo, pero que, según la expresión de
Aristóteles, «parecía el más fervoroso
adherente de la democracia». La familia de los Pisistrátidas había
empobrecido en aquel tiempo, lo cual, evidentemente, explica el ardiente odio
de Pisístrato hacia los pedieos. A diferencia de éstos y de los diacrios, los
paralios, moradores de la zona costera de la misma ciudad de Atenas y del
Pireo, comprendían a elementos heterogéneos. Entre ellos puede incluirse,
evidentemente, tanto a los cargadores del puerto y a los marineros como a los
propietarios de los barcos y a los mercaderes, a los pequeños artesanos y a los
propietarios de establecimientos de artesanía. Lo común a todos los paralios
era el hecho de que todos ellos habían perdido en grado considerable el vínculo
directo con la tierra y habían ligado sólidamente sus intereses al desarrollo
de los oficios de la artesanía ateniense y del comercio marítimo. Desde este
punto de vista, los paralios podían tener intereses comunes. Por ejemplo, todos
se hallaban interesados en el crecimiento del poderío marítimo y del comercio.
Su dirigente, en la época que estamos considerando, era Megacles, quien
pertenecía a la antigua e influyente familia de los Alcmeónidas.
Sería incorrecto denominar a los pedieos, diacrios y paralios como
«partidos políticos», tal como hacen algunos científicos burgueses al tratar de
modernizar lo antiguo. Ninguno de aquellos tenía programa político más o menos
definido, ni, menos aún, síntoma alguno de organización partidaria. Eran
precisamente corrientes políticas nacidas de una determinada comunidad de intereses,
en diversas capas de la población. A pesar de ello, dichas corrientes
desempeñaron un definido papel en la vida política de Atenas, puesto que la
situación de esa época fue determinada en considerable medida por la
coexistencia de esas tres agrupaciones.
3. La
tiranía de Pisístrato. Los pisistrátidas
El acontecimiento más importante de la historia ateniense en las
décadas que siguieron a las reformas de Solón fue la revuelta política que
impuso y afianzó el poder personal, la tiranía de Pisístrato.
Pisístrato había adquirido popularidad entre los atenienses por la
valentía militar que pusiera de manifiesto durante la guerra contra Megara por
la isla de Salamina. Puesto a la cabeza del destacamento armado que Atenas
enviara a Salamina, Pisístrato no sólo se apoderó de la isla, sino que arrebató
a Megara el puerto de Nicea. A Salamina fueron enviados pobladores atenienses,
los clerucos[6],
que recibieron allí parcelas de tierra en propiedad. Fue esta medida
especialmente la que aumentó la autoridad de Pisístrato entre los diacrios[7]
que necesitaban tierra, al punto de convertirse en su dirigente reconocido. Por
causas bien comprensibles, los aristócratas no podían permanecer tranquilos e
indiferentes ante el crecimiento de la influencia política de Pisístrato y de
los diacrios por él encabezados. Organizaron un atentado contra su vida, el
cual fracasó rotundamente. Pisístrato logró ponerse a salvo, y la asamblea
popular, a propuesta de un tal Aristón, resolvió permitir a Pisístrato
organizar un destacamento destinado especialmente a proteger su vida contra el
peligro de nuevos atentados.
Según la antigua tradición, Pisístrato formó ese destacamento con
los denominados «garroteros», esto
es, hombres provistos de mazas, arma característica de los campesinos más
pobres, que no estaban en condiciones de adquirir armas más caras. Valiéndose
de esta guardia personal de «garroteros»,
Pisístrato se apoderó en el año 560 a. C. de la acrópolis ateniense y
afirmó así su poder unipersonal. De esta manera se estableció en Atenas la
forma tiránica de gobierno, cuyo apoyo social fueron los diacrios. En deuda con
el campesinado ático por su ascenso al poder, Pisístrato tenía que tomar en
consideración antes que nada los intereses del mismo. Esto se expresó en una
serie de medidas. Al perseguir a sus principales adversarios, a la aristocracia
terrateniente, Pisístrato utilizó, al parecer, las tierras que les confiscaba
para distribuirlas entre los campesinos. Simultáneamente organizó para ellos un
crédito para la adquisición de semillas y herramientas agrícolas.
«En cuanto a los pobres dice
Aristóteles, les proveía por adelantado de dinero para los trabajos rurales,
con el fin de que pudieran alimentarse mientras se ocupaban de la agricultura.»
Empero, la posición de Pisístrato no era muy estable. Su actividad
política estaba dirigida contra la aristocracia de abolengo, que le oponía la
más encarnizada resistencia. Por otra parte, su política, orientada a favorecer
a los diacrios provocaba la oposición no sólo de los pedieos, sino también de
los paralios, predispuestos contra la tiranía. En consecuencia, al sexto año de
su permanencia en el poder, sus adversarios Magacles y Licurgo consiguieron
expulsarlo de Atenas.
Sin embargo, el triunfo obtenido sobre la tiranía por los pedieos
y los paralios no acarreó tampoco resultados sólidos. Ambas agrupaciones
estaban divididas por inconciliables contradicciones económicas y políticas.
Una alianza entre ellas, pues, no podía subsistir durante mucho tiempo. A poco
de caer la tiranía, la relaciones entre pedieos y paralios habían empeorado
hasta tal punto, que el dirigente de los últimos, Megacles, volvió a acercarse
al expulsado Pisístrato y entabló con él negociaciones que culminaron en un
acuerdo político afianzado mediante relaciones de parentesco: Pisístrato
contrajo enlace con la hija de Megacles. Poco después, Pisístrato regresó a
Atenas. Según las tradiciones atenienses, ese regreso estuvo rodeado de una
extraordinaria solemnidad. Entre los saludos de sus partidarios hizo su entrada
en la ciudad en un carruaje. A su lado se hallaba de pie una hermosísima mujer
de elevada estatura ataviada con la indumentaria de la diosa Atenea. Los amigos
de Pisístrato decían: «Atenienses,
aceptad con buenos sentimientos a Pisístrato. La misma diosa Atenea lo ha
honrado más que a todos los hombres, y ahora él regresa a su acrópolis.»
Una vez restablecida su posición en Atenas, Pisístrato volvió a
separarse de Megacles. Evidentemente, éste contaba con que su yerno compartiera
con él el poder; pero, en vista de que tal cosa no ocurría, la enemistad entre
ellos volvió a enardecerse. La cuestión terminó para Pisístrato con una nueva
expulsión de Atenas. A partir de entonces, los Alcmeónidas se convirtieron en
consecuentes enemigos de la tiranía. En adelante pusieron en juego no pocos
esfuerzos para su definitiva aniquilación. Un enemigo no menos ardoroso del
tirano resultó ser el eupátrida Calías, hijo de Fenipo, quien, según el
testimonio de Herodoto, acaparó todos los bienes de Pisístrato en cada una de
sus expulsiones.
La segunda expulsión, que se prolongó durante diez años, más o
menos, la pasó Pisístrato en el litoral macedonio, en el Pangeo de Tracia,
donde poseía ricos yacimientos minerales en la desembocadura del río Estrimón,
en la región en que posteriormente fue fundada la ciudad de Anfípolis.
La experiencia de la repetida expulsión no pasó para Pisístrato
sin haber dejado vestigios. En adelante, su política se tornó más flexible y
cautelosa. Procuró por todos los medios ensanchar la base social de su poder, y
en parte lo logró.
Después de su tercera, y armada, ocupación del poder, Pisístrato,
como es sabido, lo retuvo hasta su misma muerte. La aristocracia ateniense,
debilitada por la prolongada vigencia de las leyes de Solón, no pudo ya ofrecerle
la resistencia activa. Los éxitos políticos de Pisístrato en el exterior habían
obligado a hacer las paces con el régimen tiránico incluso a muchos paralios.
La
política social y económica de Pisístrato
Pisístrato no se propuso promulgar nuevas reformas ni abolir el
orden establecido por Solón. Intentando dar solidez a su poder personal,
recurrió a las más diversas medidas para ganar popularidad en los más amplios
círculos de la sociedad ateniense. Según la afirmación unánime de los antiguos,
lo logró en grado bastante considerable. Aristóteles lo caracteriza como
gobernante de la siguiente manera: «El
[Pisístrato] era, en general, un personaje humanitario y bondadoso,
condescendiente con los que caían en una falta; inclusive proveía por adelantado
de dinero a los pobres que iban a los trabajos rurales, para que pudieran
alimentarse mientras se ocupaban de la agricultura. Lo hacía por dos razones:
por un lado, para que no estuvieran en la ciudad, sino diseminados por todo el
país, y por otro lado, para que, teniendo a su disposición una mediana
abundancia, y ocupados de sus asuntos personales, no tuvieran ni deseos ni
tiempo disponible para los asuntos sociales. Y, junto con ello, también se
multiplicaban los ingresos a condición de que se labrara la tierra, debido a
que Pisístrato cobraba el diezmo de las ganancias que se obtenían. Por las
mismas consideraciones estableció "tribunales en los demos", y él
mismo hacía frecuentes viajes por el país vigilando la marcha de los asuntos,
restableciendo la armonía entre los litigantes, con el fin de que no
abandonasen sus tareas.» Los tribunales en los demos, esto es, en las
distintas localidades, respondían, en efecto, a los intereses de la población
rural, pues eximían a los litigantes de la necesidad de trasladarse a Atenas
para la vista de los correspondientes procesos. En cuanto a cómo apreciaba
Aristóteles las otras medidas políticas de Pisístrato, él, sin duda alguna,
tiene razón al afirmar que el crecimiento del bienestar de la población
agrícola significaba la ampliación y el afianzamiento de la base material del
Estado. La intensa actividad edificadora de Pisístrato proporcionaba trabajo a
la indigente población urbana.
Hay que agregar aún que los adversarios más poderosos de
Pisístrato, especialmente los Alcmeónidas[8], fueron expulsados de
Atenas, y sus bienes fueron confiscados y distribuidos entre los partidarios
del tirano. La otra parte de la aristocracia ateniense, la que no sin motivos
veía en el régimen tiránico cierta especie de garantía contra los constantes
disturbios y agitaciones, evidentemente también se había reconciliado con el
mismo. A todo ello hay que añadir aún que, al menos exteriormente, Pisístrato
trataba de no violar las tradiciones de la vida política de los atenienses.
Durante su gobierno se efectuaron anualmente las elecciones de los
funcionarios, sin excluir el cargo más elevado, el de arconte epónimo. Pero
esta función, desde luego, había perdido su valor anterior, siendo ocupada, al
igual que las demás, por los partidarios del régimen existente. En general, y
fuera de la postura negativa asumida por los demócratas atenienses de tiempos
posteriores respecto de la tiranía, en la tradición de Atenas se conservó el
recuerdo de los años de gobierno de Pisístrato como de «la dorada edad de Cronos». Esto en parte se explica también
mediante razones económicas, pues durante el gobierno que estamos considerando,
Atenas se convirtió en un gran centro mercantil y artesanal de Grecia.
El propio Pisístrato, y después de él sus hijos, trataron de
comunicar a la ciudad un gran brillo. Atenas se llenó rápidamente de
construcciones (especialmente Cerámico, el barrio de los artesanos) y suntuosos
templos la ornaron con sus edificios monumentales, como el templo de Apolo en
la acrópolis, el santuario de Zeus Olímpico (que quedó inconcluso) y el de
Apolo Pitio. Se trazó una red de acueductos y todo el territorio del Ática se
cubrió con una red de caminos.
El mismo objetivo el de elevar la importancia de Atenas perseguían
también las medidas de Pisístrato en el ámbito del culto religioso. Con
suntuosidad especial se celebraron en su tiempo las fiestas panateneas en honor
de la diosa Atenea.
Esta antigua fiesta ateniense cobró significación en toda el Ática
y se prolongaba por varios días. Con no menor suntuosidad se desarrollaban en
Atenas las celebraciones dionisiacas. Anteriormente, el culto de Dionisos tenía
un carácter puramente campesino. Ahora, el mismo se transformó en un culto
general, un culto del Estado, en lo cual no puede dejar de verse también la
orientación hacia el campesinado en la política de Pisístrato. Durante los años
de su gobierno fueron también echadas las bases culturales de los atenienses de
esa época, en particular las de la literatura. De los festejos corales que se
celebran durante las dionisiacas urbanas, surgió la tragedia ática. El trágico
más destacado de aquel tiempo fue Tespis. El mismo objetivo de engrandecer a
Atenas en calidad de centro cultural es el que debió propiciar la redacción del
texto de los poemas homéricos, efectuada por orden de Pisístrato.
La
política exterior de Pisístrato
En el ámbito de la política exterior, Pisístrato logró éxitos
excepcionalmente grandes. En el litoral del Asia Menor, al lado del mismo
Helesponto, se apoderó de Sigeión, que fue gobernada por su hijo. En Tracia,
Pisístrato poseía las minas del Pangeo. Al mismo tiempo, el ateniense Milcíades
(de la familia de los Filaidas) ocupó la península del Quersoneso de Tracia.
Aun cuando Milcíades fundó allí su propia dinastía, tanto él mismo como sus
sucesores mantuvieron estrechos vínculos con Atenas. Poseyendo Sigeión en la
costa asiática y Quersoneso en la europea, Atenas tenía en sus manos los
accesos al Ponto. Esto, en aquel tiempo, era de un enorme valor para los
atenienses, por cuanto ya habían entablado sólidas relaciones comerciales con
las costas del mar Negro, especialmente con su cuenca septentrional. De ello
dan palpable testimonio los muy frecuentes hallazgos en dicho lugar de piezas
de cerámica ateniense de los tiempos de Pisístrato.
La posición de Atenas se afianzó aún más cuando Milcíades el Menor
ocupó las islas Lemnos e Imbros, que, desde entonces, fueron permanente
posesión de Atenas.
Después de haberse instalado definitivamente en Atenas, Pisístrato
se apoderó de la isla de Naxos y puso allí como gobernante a su protegido, el
naxiota Lígdamis. Para dar mayor apoyo a la autoridad de Atenas y a sus
pretensiones de superioridad entre los jonios, Pisístrato hizo purificar el
santuario de Delos, eliminando todas las tumbas de los alrededores del templo
de Apolo.
Desarrollando una política exterior bastante activa, Pisístrato
procuraba al mismo tiempo mantener relaciones amistosas con los demás Estados
griegos.
Mantenía alianza con la dinastía de los Aléuadas, que poseía a Larisa,
en Tesalia: como ya se ha señalado, los tesaliotas habían ayudado a Pisístrato,
y posteriormente trataron de cortar el camino al rey espartano Cleómenes,
durante la campaña de éste contra el hijo de Pisístrato Hipías. Las mismas
relaciones amistosas mantenía Atenas con Macedonia. Los vínculos con Argos
fueron estrechados mediante el matrimonio de Pisístrato con una doncella
argiva. El acercamiento con Corinto se apoyaba en las relaciones hostiles de
ésta con Egina. Menos sólidas eran las relaciones con los tebanos, los que
también habían prestado colaboración a Pisístrato durante su expulsión de
Atenas, y con los lacedemonios, los adversarios más tenaces de la tiranía; sin
embargo, los Pisistrátidas también se hallaban ligados con Esparta por vínculos
de proxenia (hospitalidad).
La posición política interna de Pisístrato y su enérgica política
exterior engendraron la necesidad de mantener un ejército permanente.
Evidentemente, en Atenas, por primera vez durante el gobierno de
Pisístrato, el ejército comenzó a formarse con mercenarios. Los medios para la
manutención de los mismos, al igual que para la realización de otras medidas de
Pisístrato, se extraían de diversas fuentes, entre ellas la introducción de
varios impuestos.
Durante el tiempo de Pisístrato, los campesinos fueron gravados
por el diezmo, lo cual provocó el descontento de los mismos. Esta medida
presentaba una cierta contradicción con la línea general de su política, pero
la misma se puso de manifiesto ya durante el período de gobierno de sus hijos.
La significación progresista de la tiranía de Pisístrato residió en que su
gobierno estaba dirigido contra la vieja aristocracia ateniense de abolengo y contra
todos los anacronismos del régimen gentilicio, vinculados a la aristocracia,
todo lo cual frenaba el desarrollo de Atenas.
El
gobierno de los pisistrátidas
En el año 527 Pisístrato murió, transfiriendo el poder a sus hijos
Hipías e Hiparco. Lo ejerció Hipías por ser el mayor, siendo Hiparco su
segundo. Al principio, ambos continuaron la política del padre, ateniéndose a
las leyes y contentándose con moderados impuestos; prosiguieron la actividad
edificadora y protegieron el desarrollo de la literatura y de las artes, etc.
Sin embargo, y no obstante un visible florecimiento, la tiranía de los
pisistrátidas resultó ser menos sólida que la de su padre. Su posición exterior
fue tornándose cada vez menos favorable. Después de haber sido anexada Platea al
Ática, las relaciones con Tebas se tornaron hostiles. Con el debilitamiento de
Argos, los vínculos con ésta perdieron valor para Atenas. De hecho, los
atenienses habían perdido sus posesiones junto al Helesponto, por cuanto
Sigeión y el Quersoneso de Tracia habían tenido que reconocer, en una u otra
medida, su dependencia de Persia.
De resultas de todo esto, la tiranía en Atenas, después de la
muerte de Pisístrato, estaba próxima a caer, y sólo se necesitaba un pretexto
para que se iniciara un movimiento opositor. Tal pretexto fue dado por la
conjuración surgida en el año 514. A la cabeza de la misma se encontraban
Harmodio y Aristogitón. Lo que se sabe respecto a su amplitud es
contradictorio. Según algunos datos fidedignos, el número de conjurados era pequeño,
y según otros, en la conjuración tomaron parte muchas personas. El proyecto era
dar muerte a los tiranos durante la celebración de las panateneas[9], en que Hipías e Hiparco
participaban personalmente en la procesión, y el pueblo, con cuyo apoyo contaban
los conjurados, llevaba armas. La conjuración tuvo un éxito sólo parcial.
Hiparco fue muerto, pero Hipías quedó con vida. Harmodio fue muerto allí mismo
por la guardia personal. Aristogitón fue preso y, tras torturarlo, se le
ejecutó. Después del asesinato de Hiparco, el carácter de la tiranía cambió
bruscamente. Hipías se volvió sumamente receloso, reforzó su guardia personal,
desarmó a la población, comenzó a fortificar la colina Muniquia (la fortaleza
en el Pireo) y, a semejanza de otros tiranos, empezó a dirigir sus miradas
hacia Persia. En consecuencia, la cantidad de descontentos aumentó, se hizo más
pronunciado el movimiento contra la tiranía y la posición de Hipías se hizo más
vacilante aún.
La
caída de la tiranía en Atenas
Los proscritos atenienses (con preferencia, los miembros de las
familias aristocráticas), encabezados por Clístenes, hijo de Megacles, fugaz
aliado de Pisístrato, hicieron una tentativa de invadir el Ática desde Beocia y
se fortificaron en el Leipsidrión. Allí se les unieron sus partidarios de la
ciudad.
Más al no encontrar apoyo entre las masas de la población rural,
el poco numeroso destacamento de los proscritos fue batido. Se vieron forzados
a volver a alejarse más allá de las fronteras del país y buscar ayuda en el
exterior. Cuando fue reconstruido el templo de Delfos (en lugar del que había
sido destruido por un incendio en el año 548), los Alcmeónidas colaboraron,
revistiéndolo de mármol en lugar de las tobas utilizadas anteriormente, y se
ganaron la buena disposición de los sacerdotes deíficos, los cuales, en muchos
oráculos de la Pitia, indujeron a Esparta a que expulsara a Hipías de Atenas,
lo cual se hizo esperar mucho. A fines del lapso 511-510 Esparta envió contra
Hipías, por vía marítima, un pequeño destacamento bajo el mando de Anquimolios,
que desembarcó en el puerto ateniense de Falero. Con el apoyo de la caballería
de sus aliados tesaliotas, Hipías batió fácilmente a Anquimolios, quien cayó en
el combate. Entonces fue enviada una nueva expedición, esta vez por tierra
firme, mucho más numerosa, encabezada por el rey espartano Cleómenes. Los
aliados tesaliotas de Hipías fueron derrotados y debieron retirarse del Ática,
en tanto Hipías se encerró en la acrópolis. El asedio se extendió por largo
tiempo y Cleómenes ya se disponía a retirarse del Ática, cuando un hecho
completamente fortuito la caída, como prisioneros, de los hijos de Hipías,
cuando se intentaba salvarlos huyendo del país alteró de pronto toda la
situación. Por salvar a sus hijos, Hipías se apresuró a rendirse y se retiró a
Sigeión.
Significación
y valor de la tiranía
«... La usurpación de
Pisístrato no dejó en pos de sí la menor huella de su paso», escribía F. Engels en 1884, cuando la cantidad de fuentes para
el estudio de este período era sumamente limitada, y cuando aún no era conocida
la principal de ellas, la Constitución de Atenas. No obstante, el hallazgo de
una fuente tan notable, cual la constituida por esta obra de Aristóteles, como
así también el hecho de que la ciencia se vio enriquecida por una gran cantidad
de datos arqueológicos, no sólo no han hecho vacilas las deducciones de Marx y
Engels, relativas al período inicial de la historia griega, sino que, por el
contrario, les dieron una hermosa confirmación. Todo lo cual es válido para la
citada valoración de la tiranía de Pisístrato.
Los datos de la Constitución de Atenas han confirmado y ampliado
los hechos conocidos anteriormente por la obra de Herodoto, Plutarco y
Tucídides.
Actualmente no hay dudas de que Pisístrato no hizo variar la
estructura del Estado ateniense en formación. Toda su actividad, según el
testimonio unánime de nuestras fuentes, transcurrió dentro de los marcos de la
estructura política ya existente. No emprendía nada que pudiera modificarla,
tendiendo, empero, a que todos los cargos oficiales, los del Estado, estuviesen
ocupados por sus parientes, por sus amigos más allegados y por sus partidarios.
En este sentido es sumamente característico uno de los relatos de Aristóteles:
«Pisístrato, citado a un proceso en el
areópago por acusársele de haber cometido un homicidio, se presentó, no así su
acusador, quien por miedo abandonó la causa.»
La expresión, no muy clara, de Aristóteles, de que «las leyes de Solón fueron abolidas por la
tiranía, al haberlas dejado sin aplicación», puede ser referida
principalmente al gobierno de los pisistrátidas, puesto que Aristóteles lo dice
sólo en la exposición de las reformas de Clístenes.
4. La Legislación de Clístenes
Después de caer la tiranía, la lucha social en Atenas se
desencadenó con fuerza renovadora. Los Alcmeónidas encabezaron la parte más
revolucionaria del demos ático, en oposición a la nobleza reaccionaria que
intentaba el renacimiento de sus perdidos privilegios, ansiosa del regreso al
orden previo a Solón. Nuestras fuentes omiten el lugar y el papel desempeñado
por los esclavos en esta lucha. Pero no se puede dudar de que también ellos
tomaron parte en el movimiento. En este período precoz de la existencia del
Estado ateniense no encontramos aún intervenciones independientes de los
esclavos, como las que tuvieron lugar más adelante, y sólo podemos suponer que
su protesta contra la esclavitud se fundía con la lucha del demos del Ática por
sus derechos. En esto consistía la peculiaridad de la lucha de clases en Atenas
en el período inicial.
El partido de los Alcmeónidas lo encabezó Clístenes. Los
aristócratas tuvieron a su frente a Iságoras, hijo de Tisandro, elegido en
Atenas como arconte para el período de los años 508—507. La tentativa de la
aristocracia de restablecer su dominio indujo a Clístenes a presentar el
proyecto de una nueva organización estatal que liquidaría para siempre las
supervivencias gentilicias arrancando los cimientos del poder de la nobleza.
La correlación de las fuerzas sociales había cambiado radicalmente
desde los tiempos de Solón. La población rural no tenía ya sus antiguos motivos
de descontento y se mantenía pasiva. Al mismo tiempo había crecido el número y
el peso específico de la población urbana artesanal y comercial. He aquí por
qué Clístenes, en su calidad de representante de los intereses del demos, era
la cabeza de la democracia. Correspondiendo a la nueva correlación de las
fuerzas, las reformas de Clístenes, a diferencia de las de Solón, tenían por
fin dar predominio en la vida política a la población urbana. Con el apoyo de
éstas, Clístenes triunfó fácilmente sobre su rival Iságoras, quien se vio
obligado a buscar la ayuda de Esparta.
No sé conoce con exactitud si la intervención de Esparta se
produjo antes o después de las reformas. Pero es evidente que Clístenes
presentó su proyecto, y tal vez lo realizó en parte, antes de que Iságoras
recurriera a Esparta, ya que fue precisamente la promesa de las reformas lo que
produjo que el demos revolucionario apoyara a Clístenes.
Naturalmente, sólo eliminando la intervención espartana podrían
llevarse a cabo las reformas. El pretexto para la intervención fue el
requerimiento de Esparta de que se expulsara a Clístenes, porque su gens
llevaba la mancha de un antiguo crimen (durante la conspiración de Cilón).
Clístenes voluntariamente se ausentó del país, pero, a pesar de eso, el rey
espartano Cleómenes entró en el Ática con un destacamento armado en el año 508-507.
Merced a ello fueron expulsadas de Atenas setecientas familias y se intentó
eliminar el Consejo de los Cuatrocientos y establecer en cambio el gobierno
oligárquico de los Trescientos, encabezado por Iságoras. Esto provocó la
rebelión del demos ateniense. Cleómenes e Iságoras fueron sitiados en la
acrópolis y forzados a irse del Ática, después de lo cual muchos de sus
partidarios fueron ejecutados. Clístenes, junto con otros exiliados, regresó a
Atenas y tuvo la posibilidad de llevar a cabo las reformas iniciadas.
«La nobleza trataba de
reconquistar sus privilegios y volvió a tener otra vez, por lo tanto, vara
alta; hasta que la revolución de Clístenes la derribó definitivamente, pero
también con ella el último vestigio de la gens.»
Establecimiento
de fíleas territoriales
Clístenes tenía un doble objetivo: por un lado, quebrantar
definitivamente la importancia de las gens y con este fin «mezclar» a toda la
población. Y por el otro, elevar el papel y significado de la población urbana
del Ática en la vida política. Para conseguir su primer objetivo, Clístenes
sustituyó la división anterior en cuatro filai subdivididos en fratrías y gens,
por diez nuevas filai, territoriales y no gentilicias, que tuvieron por
epónimos a héroes míticos del Ática. Cada una de las nuevas filai se subdividía
en tritias, y éstas, en demos. A diferencia de la gens, que unía a todos sus
miembros independientemente de su ubicación, el demos era una unidad puramente
territorial. Todos los ciudadanos fueron inscritos en su lugar de nacimiento y
no según la gens, sino según el nuevo demos. De este modo se rompían los
vínculos entre los miembros de la gens. Una vez roto el vínculo gentilicio, los
ciudadanos que antes estaban fuera de las gens tuvieron por primera vez acceso
a la administración, por cuanto cada uno de los demos era una unidad, además
del territorial, también autónoma. El demos elegía a su demarca, poseía tierras
comunales, tenía sus ingresos locales y su tesoro y promulgaba sus
disposiciones. También tenía la obligación de llevar registros de sus
ciudadanos.
Según el testimonio de Herodoto, el número total de los demos
alcanzaba a cien (diez por file); más adelante esta cifra llegó paulatinamente
hasta ciento setenta y cuatro. Las pequeñas poblaciones se fundían en un sólo
demos; por lo contrario, en la ciudad de Atenas hubo varios demos. Los nombres
de los demos coincidían en parte con los de las gens y en parte eran nuevos.
Aunque la nueva división se basaba fundamentalmente en el
principio territorial, las filai y tritias instituidas por Clístenes no
ocupaban territorios continuos. Esto fue hecho intencionalmente para evitar la
proximidad territorial de la población de la Diacría, que prestaba su apoyo a
la tiranía, y la reaccionaria Pediea. Las tritias pertenecían a una misma file,
no estaban situadas una al lado de la otra, sino de a una en cada una de las
tres regiones del Ática: en la ciudad con sus alrededores, en el litoral y en
la Mesogea, que ocupaba el territorio restante del Ática. Las antiguas filai,
fratrías y gens no fueron anuladas, pero perdieron toda su importancia
política. Esto debía asegurar en cada file el predominio del elemento urbano
(la exparalia). Al parecer, con el mismo objetivo fue instituida la análoga
proporcionalidad en la elección de los miembros del consejo: el número de
miembros del consejo del demos debía corresponder al número de sus ciudadanos.
En esto, por lo visto, se tomaba en cuenta tanto la mayor población como el
crecimiento de los demos urbanos por cuenta de los rurales.
El
crecimiento del peso político de la población urbana
La segunda tarea reformadora de Clístenes, como ya se ha dicho,
fue elevar el peso político de la población urbana. Desde la época de Solón, la
correlación entre las fuerzas de la población rural y de la urbana había
cambiado en favor de esta última. La población urbana crecía rápidamente, en
gran parte con los extranjeros, metecos, libertos, sin hablar de los privados
de derechos, los esclavos. Ampliando la composición del demos ateniense,
Clístenes otorgó derecho de ciudadanía a muchos metecos y tal vez a unos
cuantos esclavos. Acrecentando de este modo el número de la población urbana,
Clístenes elevó al mismo tiempo, gracias a su distribución de las tritias, el
peso específico de la misma en la vida política.
Es de gran importancia en la economía ateniense el paso del censo
territorial al monetario, puesto que mediante ello la economía mercantil y
monetaria desplazaba a la economía natural.
Instituciones
políticas en la época de Clístenes
Importantes cambios se hicieron también en la estructura de las
principales instituciones, y, en primer término, en el senado ateniense. Fue
abolido el Consejo de los Cuatrocientos. En su lugar fue instituido el nuevo
Consejo de los Quinientos, para el cual se elegían cincuenta representantes de
cada una de las filai y demos, de forma proporcional al número de sus
ciudadanos. Las naucrarías sustituidas por los demos no fueron abolidas, pero
perdieron su importancia, quedándoles exclusivamente el papel de unidades
pagadoras de impuestos. Aumentó considerablemente el número de funcionarios.
Con el fin de regular las finanzas, se creó un colegio de diez apodectos[10] (según el número de filai);
a partir de los años 501-500 a. C. se eligen ya diez estrategas (también
por el número de las filai), que formaban un colegio militar encabezado por el
arconte polemarca.
En la distribución de funciones entre todos estos órganos, viejos
y nuevos, se hicieron cambios en un sentido democratizador. El areópago conservó
su función judicial en asuntos criminales, pero los asuntos de alta traición
pasaron a la asamblea popular. Esta se convocó con mayor frecuencia y comenzó a
jugar un papel destacado en Atenas. Las funciones del Consejo de los Quinientos
fueron considerablemente ampliadas: se transformó en el órgano administrativo
superior, que desplazó al colegio de arcontes. Las elecciones a este Consejo se
hacían echando suertes, más ningún ciudadano podía ser su miembro más de dos
veces en su vida. El año se dividía en diez períodos de 35 y 36 días,
denominados pritanías[11], y cada file ejercía la
presidencia del Consejo durante una pritanía. Creció mucho también el papel de
la heliea (tribunales).
De este modo se acrecentó considerablemente el peso específico de
las instituciones democráticas, lo que debía servir de garantía tanto contra la
reacción de la aristocracia gentilicia, como contra la tiranía.
Para eliminar el peligro de una nueva tiranía, Clístenes instituyó
una medida especial: el ostracismo, destierro, decidido por votación popular,
de las personas sospechosas. Cada sexta pritanía (que coincidía con el comienzo
de nuestro año), a la asamblea popular se le planteaba la pregunta de si habría
que recurrir al ostracismo en el año en curso. En caso de respuesta afirmativa
se hacía una votación en la octava pritanía para resolver quiénes serían los
sometidos a la medida; para la validez de la votación se requería no menos de seis
mil votos. La persona cuyo nombre estaba en el mayor número de los tejuelos
empleados para votar debía abandonar los límites del Ática en un plazo de diez
días, por el término de diez años, sin perder, empero, los derechos a sus
bienes.
De modo que la reforma política del Ática, comenzada por Solón,
fue coronada por la legislación de Clístenes. Los pilares de la organización
gentilicia fueron casi destruidos en la vida social y liquidado el régimen
aristocrático de gobierno, pasando éste a los poseedores de esclavos.
Toda la población del Ática fue dividida según el principio
territorial, alterados los viejos vínculos gentilicios y creadas nuevas
instituciones desconocidas para la sociedad de estructura gentilicia.
Así formuló F. Engels los rasgos fundamentales del Estado que
llegó a sustituir a la vieja estructura gentilicia.
En Atenas surgió un Estado, órgano de explotación, instrumento en
las manos de los esclavistas para la opresión de los esclavos. «El Estado surgió sobre la base de la
escisión de la sociedad en clases antagónicas, surgió para tener bajo su freno
a la mayoría explotada en interés de la minoría explotadora.»
En lo sucesivo, el ejército ateniense y su flota servirían ya no
sólo para la defensa contra los enemigos extranjeros, sino también como
protección contra los esclavos. Hasta un apologista tal de la esclavitud como
Platón tuvo que reconocer que, si no existiera el Estado, los esclavistas se
encontrarías bajo un constante y enorme terror por su propia vida, la de su
mujer y la de sus hijos.
5. La
situación política exterior de Atenas a finales del siglo VI a. C.
La revolución ateniense alarmó a las regiones vecinas, dominadas
aún por la oligarquía terrateniente. Además, los beocios, desde la pérdida de
Platea, tenían motivos de enemistad con Atenas. De modo que se formó una
potente coalición contra los atenienses: Esparta a la cabeza de la
confederación del Peloponeso, los beocios, Calcis y, algo más tarde, también
Egina. Clístenes se dirigió al sátrapa Artafernes, en Sardes, con lo cual los
Alcmeónidas mantenían antiguos vínculos, proponiéndole alianza y solicitando su
ayuda. Artafernes exigió «tierra y agua»,
lo que significa el sometimiento de Atenas a Persia. Los embajadores se
arriesgaron a aceptarlo, más en Atenas las exigencias de los persas fueron
rechazadas y los embajadores condenados.
A comienzos del año 506, el Ática fue agredida simultáneamente
desde tres puntos. Desde el Sur irrumpieron las milicias del Peloponeso, que
ocuparon Eleusis; desde el Oeste los beocios y desde el Norte los calcidios.
Atenas se enfrentó a la liga del Peloponeso, pero la batalla no se llevó a
cabo. Los corintios, amigos de Atenas, abandonaron las milicias del Peloponeso.
Tras ellos siguió el segundo rey espartano, Demarato, enemigo de Cléomenes, y
finalmente se dispersó todo el ejército. Libres de la amenaza de la
confederación del Peloponeso, los atenienses se dirigieron sin tardanza contra
los beocios, que trataban de unirse con los calcidios y, habiéndolos derrotado,
el mismo día atravesaron el estrecho de Euripo. Después de triunfar también
sobre los calcidios, los atenienses se apoderaron de su ciudad, Calcis. En las
tierras quitadas a los nobles terratenientes de Calcis instalaron cuatro mil
clerucos atenienses.
Sin embargo, con esto no había terminado aún la guerra. Los
tebanos continuaron la lucha; se les unieron los eginetas, fuertes competidores
comerciales de Atenas. Los tebanos fueron derrotados por segunda vez, pero
simultáneamente los eginetas destruyeron el puerto ateniense de Falero y una
serie de poblaciones costeras. Los atenienses comenzaron a prepararse para la
guerra contra Egina, pero surgió una nueva amenaza desde el Peloponeso.
Cleómenes hizo venir de Sigeión a Hipías para restablecerlo en Atenas. Pero
como los aliados de Esparta en el Peloponeso, los corintios en primer término,
estaban contra una nueva intervención, Hipías tuvo que regresar a Sigeión.
Al fin de cuentas, Atenas no sólo había triunfado sobre la
coalición enemiga, sino que había ensanchado y fortalecido sus cleruquías en
Salamina, Lemnos e Imbros. Entre tanto, Hipías no perdía esperanza de poder
retornar y se dirigió a Sardes en busca de cooperación. La embajada ateniense
mandada a Artafernes, con el fin de neutralizar las intrigas de Hipías, obtuvo
en respuesta la exigencia de que se admitiera a Hipías en Atenas. Esta
exigencia y la negativa de Atenas fueron el comienzo de la enemistad de ésta
con Persia.
El desarrollo económico-social del Ática, causa de la aparición de
la desigualdad económica entre los miembros de la comunidad, del desarrollo de
la propiedad privada sobre los medios de producción, del nacimiento de clases
antagónicas, condujo finalmente a la desaparición de la propiedad comunal y a
la creación del Estado esclavista ateniense, llamado a convertirse en el
guardián de los intereses de la propiedad individual.
Sin embargo, el pleno desarrollo de la economía mercantil
monetaria resultó imposible en la época de la democracia esclavista. Las
obligaciones o impuestos naturales eran la base de la vida económica de los
atenienses y la economía monetaria no abarcaba el proceso del trabajo en su
totalidad. En eso consistía la contradicción del procedimiento esclavista de producción.
La ciencia histórica burguesa, sólo debido a la extrema
modernización de los fenómenos históricos, encuentra en la Grecia antigua la
producción capitalista desarrollada según el modelo actual, identificando
arbitrariamente el trabajo de los esclavos con el de los proletarios de la
época capitalista.
La escasez de fuentes de información niega la posibilidad de
seguir detalladamente en todo su curso el desarrollo económico-social del Ática
durante el período preestatal; proveen de materiales mucho más abundantes sobre
la historia política de Atenas. Pero los cambios en las formas de
administración social en el transcurso de varios siglos, las reformas políticas
de Solón y de Clístenes culminadas con la afirmación en el poder de los
esclavistas reflejan el proceso del desarrollo de la economía ateniense, el
establecimiento de las clases antagónicas, la lucha de clases y el triunfo del
método esclavista de producción hacia el siglo V a. C.
«Con las premisas históricas
del mundo antiguo y especialmente las del griego, el paso a la sociedad basada
en los contrastes clasistas pudo haberse realizado únicamente en forma de
esclavitud», escribe F. Engels. El establecimiento de la esclavitud, que
conservaba la vida de los prisioneros de guerra y daba la posibilidad de
emplear su trabajo en la creación y acumulación de los bienes materiales, era
un progreso considerable en el desarrollo de la sociedad. Sólo más adelante,
cuando la esclavitud desplazó el trabajo de la población libre y creó un
concepto despectivo hacia el trabajo productor, la esclavitud se convirtió en
un freno para el ulterior desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad.
Muchos aspectos de la historia de la aparición del Estado
ateniense no están totalmente claros ni plenamente estudiados; todavía hay
mucho en discusión, sin establecer, considerando de diferentes modos; sin
embargo, la historiografía marxista, armada con el método de la concepción
materialista del proceso histórico, encuentra reglas fundamentales en el
desarrollo del Ática del período inicial y establece los principales jalones en
el camino del surgimiento de la sociedad clasista precoz.
En las obras de los historiadores soviéticos (Serguéiv, Mishulin,
Kovaliov, y otros), la temprana historia de Atenas dejó de ser la de personajes
públicos destacados, Dracón, Solón, Pisístrato y Clístenes,
y se explica partiendo de la correcta compresión de las reglas generales del
establecimiento de la sociedad clasista que sustituyó las relaciones primitivas
gentilicias. En el curso de este proceso inevitablemente se destacaban
políticos que contribuían con su actividad a la realización de las reformas
necesarias, frecuentemente revolucionarias.
Celebración de la Asamblea en la Pnyx
[1] Encargado de
reglamentar equilibradamente los derechos. Aristóteles considera esta función
como una “tiranía activa”
[2] Es el término que
designa a la aristocracia o antigua nobleza de la región griega del Ática.
[3] Los poletas o "vendedores" eran magistrados
atenienses de la época clásica. Eran designados por sorteo, cada tribu que
dispone de un poleta. Este colegio de diez magistrados estaba al cargo de todas
las adjudicaciones de la ciudad. Dirigía así la salida a venta de las
subastas de los bienes confiscado por la ciudad, el alquiler de las tierras
públicas a los pujadores, el arriendo de las tasas aduaneras, sobre todo la pentékostè,
tasa del 2 % sobre los productos importados o exportados de Atenas. El Pōlētẽrion
era el lugar donde se reunían.[
[4] Magistrado, con domicilio social en la vejez, que recibió
la carne de animales sacrificados en ocasiones y fue nombrado para servir en el
banquete en el Prytaneion
[5] La Heliea era un
tribunal popular compuesto por 6000 ciudadanos, mayores de 30 años y repartidos
en diez clases de 500 ciudadanos (1000 quedaban en reserva) sorteados cada año
para ser heliastas. La acusación era siempre, en ausencia del equivalente a
nuestros «ministerios públicos», una iniciativa personal de un ciudadano. En
caso de condena, recibían una parte de la multa, como indemnización y
recompensa de sus esfuerzos por la justicia, por lo cual algunos ciudadanos
hacían de la delación su oficio.
[6] eran ciudadanos pobres
que recibían un lote de tierra (klêros), que solía ser suficiente para
sustentarse como hoplitas, en territorios sometidos y confiscados a los
primitivos habitantes, constituyendo guarniciones permanentes de la ciudad que
los enviaba.
[7] La Diakria se situaba al noroeste, entre Parnés y
Braurón, donde se halla File y el demos de los Filaidas y se rinde culto a
Artemis Brauronia.
[8] Los Alcmeónidas
pretendían ser atenienses autóctonos, descendientes por
Alcmeón de Neleo (rey mítico de Pilos, hijo de Poseidón) y de Tiro, y aducían
haber sido expulsados de su reino por los dorios.
[9] Las Panateneas eran unas fiestas religiosas que se llevaban
a cabo todos los años en Atenas dedicadas a Atenea, diosa Poliada (protectora
de la ciudad), y que tenían lugar entre el 23 y el 30 del mes de hecatombeón
(primer mes en el calendario ático) equivalente a la segunda mitad de nuestro
mes de julio actual.
Eran las celebraciones religiosas más antiguas e importantes de Atenas.
[10]
Nombre que se daba en la ciudad griega de Atenas a cada uno de los diez
magistrados que manejaba la hacienda
del gobierno.
[11] Una pritanía era una división temporal utilizada en la
Antigua Grecia, en la polis de Atenas desde finales del siglo
VI a. C., concretamente a partir de la revolución isonómica de
Clístenes. Esta fracción de tiempo correspondía a una décima parte del año.
Esta división fue sobre todo utilizada en lo concerniente a la organización de
la Boulé (Consejo ateniense): cada bouleta (consejero) era pritano durante un
mes (el mes ateniense duraba treinta y seis días.
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