La guerra entre griegos
Los
hoplitas atenienses de Maratón, los de Esparta en las Termópilas y en Platea,
los marineros y los epibatas de Atenas en Salamina salvaron a Grecia:
sin ellos la civilización griega hubiera perecido sin desarrollarse, la Hélade
se hubiera convertido en una satrapía persa.
Pero
después de las guerras médicas, Grecia volvió contra sí misma toda su energía y
su experiencia guerreras. Uno de los episodios más atroces y más significativos
de la guerra del Peloponeso es el de Melos, en el 416 a. C. Esta
pequeña isla doria del mar Egeo cometió el error, a los ojos de los atenienses,
de querer ser neutral entre «los dos grandes» que entonces estaban en guerra.
Hay que leer en Tucídides el trágico diálogo de los enviados atenienses y de
los magistrados de Melos.
Los melios
no cedieron y el ejército ateniense sitió Melos durante más de un año, pues la
resistencia de ese puñado de hombres, celosos de su independencia, fue heroica:
en una incursión mataron a muchos sitiadores. Los atenienses se vieron
obligados a enviar refuerzos y ese fue el fin, que Tucídides cuenta en pocas
palabras:
Se sitió
la plaza con más refuerzos, hubo una traición y los habitantes se rindieron a
la voluntad de los atenienses. Estos mataron a todos los hombres en edad de
llevar armas y vendieron como esclavos a las mujeres y los niños.
Y los
melios eran griegos, no bárbaros.
Matanzas
como ésta y las pérdidas en las luchas terrestres y marítimas debilitaron a
Grecia y la dejaron sin hombres hasta el punto de que, en el siglo siguiente
(siglo IV a. C.), para defender la ciudad tuvieron que contratar cada
vez más a mercenarios, es decir, soldados extranjeros que ya no luchaban por
patriotismo como ciudadanos, sino tan sólo para vivir a cambio de una paga.
Ya en el 399 a. C.
los «diez mil» griegos de la Anábasis, entre los que figuraba el ateniense
Jenofonte, que contará sus hazañas, eran soldados de oficio que ponían su
espada al servicio de quien les pagara mejor: su historia saca a la luz las
funestas consecuencias de una larga guerra que dejó a los antiguos combatientes
reducidos a enrolarse en cualquier parte como mercenarios.
Pero estos
aventureros pronto no tendrán que cruzar el mar para ganarse la vida y ponerse
al servicio de un príncipe persa: las propias ciudades de Grecia, entre las que
volvían a surgir discrepancias, se disputarán sus servicios a precio de oro.
En vano Demóstenes
exhortará a menudo a sus conciudadanos para que suban ellos mismos a los
trirremes y sirvan como hoplitas: contra Filipo prefirieron casi siempre
recurrir a los mercenarios, y al final se decidieron, cuando ya era demasiado
tarde, y fue en Queronea (338 a. C.) donde las mejores tropas de
Atenas y de Tebas sucumbieron bajo la falange macedónica.
Carácter religioso de la guerra
En Atenas
sobre todo, el juramento de los efebos y su visita a los santuarios daba un
carácter religioso a la entrada en la carrera de las armas.
En los
ejércitos de todas las ciudades griegas había numerosos ritos que jalonaban el
comienzo de cada campaña militar y las distintas etapas de la guerra.
Antes de
decidir una guerra, se consultaba a los dioses dirigiéndose, por ejemplo, al oráculo de Apolo Pitio, o incluso a los oráculos o adivinos locales.
Una vez
decidida la guerra, no se rompían las hostilidades hasta que el heraldo,
personaje investido de un carácter sagrado, hubiera procedido a la declaración
solemne de guerra. Llegado el caso, el heraldo también llevaba las propuestas
de tregua o de paz. La declaración de guerra entre dos polis se caracterizaba
jurídicamente por la interrupción de toda relación entre ambas, a través de los
heraldos (akerictí).
Neoptólemo mata a Príamo
En cuanto
el ejército estaba preparado para partir, no podía ponerse en camino cualquier
día. Los espartanos llegaron a Maratón después de la batalla, porque un escrúpulo religioso les prohibía entrar en campaña antes de la luna llena.
La expedición a Sicilia, iniciada un día nefasto, terminó en catástrofe.
En el
momento en que el ejército estaba listo para la marcha, su jefe ofrecía un sacrificio y pronunciaba una oración.
Si era
devoto, como Nicias, tenía mucho cuidado en no olvidar las imágenes de los dioses de
Atenas y un altar portátil donde ardía el fuego perpetuo de la ciudad. Asimismo
llevaba con él varios adivinos, pues durante la campaña no se podía adoptar
ninguna decisión importante sin consultar previamente a los dioses.
Cuando los
dos ejércitos estaban ya alineados frente a frente para la batalla, en cada
campo el jefe, asistido por los adivinos, dirigía a los dioses unas plegarias
consagrándoles las personas y los bienes de los enemigos. También inmolaban
víctimas y los adivinos trataban de descifrar los presagios en sus entrañas.
Podía
ocurrir que uno de los adversarios iniciara la acción y que el otro no
intentara defenderse, si los dioses no se habían pronunciado con claridad: en
Platea, el ejército espartano, inmóvil, con las armas a los pies y el escudo en
el suelo, recibió una lluvia de flechas mientras esperaba que los dioses
hablaran.
En la
lucha, los dioses y los héroes no abandonaban a sus fieles, sino que luchaban
con ellos. En la batalla de Maratón contra los persas, muchos
soldados atenienses creyeron ver a Teseo en armas, que se lanzaba a la cabeza
contra los bárbaros.
En época
homérica, sólo se hacían prisioneros para inmolarlos después, ya que los dioses
tenían derecho a ese sacrificio humano, excepto cuando se esperaba obtener un
rescate del cautivo.
Todavía en
época clásica era frecuente matar sin piedad a los enemigos vencidos en el
mismo campo de batalla e incluso después de la batalla cuando se habían
rendido. Se remataba a los heridos.
Cuando se
tomaba una ciudad, se pasaba a cuchillo a las mujeres, a los ancianos y a los
niños. Se vendía como esclavos a quienes se perdonaba la vida.
Ésta era la
guerra, consagrada, o más bien, impuesta por la religión. El vencedor tenía el
deber de enterrar a sus muertos y de conceder una tregua a los vencidos, para
que pudieran hacer lo mismo.
A los
enemigos muertos y a los prisioneros se les quitaban las armas. Amontonadas en
el campo de batalla o agrupadas sobre troncos de árboles, constituían el trofeo
sagrado y objeto de culto que se dedicaba a los dioses. Ese maniquí cubierto de
armas se consideraba una estatua divina.
Erigir el
trofeo era mostrarse victorioso. Tras un combate de resultado incierto, podía
ocurrir que ambos adversarios erigieran un trofeo.
En la época
clásica no se consagraba a los dioses la totalidad del trofeo, sino sólo una
décima parte (decate), el diezmo. Éste es el origen de monumentos a
menudo fastuosos que se apiñaban a lo largo de las vías sagradas de los
santuarios panhelénicos, como en Delfos, y ante los cuales se escandalizaría Plutarco, sacerdote de Apolo Pitio:
Esos
monumentos en los que el dios está rodeado por todas partes de primicias y
diezmos, que son producto de matanzas, de guerras y de saqueos, y ese templo
lleno de despojos y botines tomados a los griegos, ¿podemos ver todo eso sin
indignarnos? ¿Cómo podemos no apiadarnos de los helenos cuando leemos en bellas
ofrendas inscripciones tan vergonzosas como éstas: «Brásidas y los acantos con los despojos de los atenienses»,
«los atenienses con los despojos de los corintios», «los
focenses con los despojos de los tesalios»?
Así como
durante la campaña se arrasaban las tierras del enemigo y parecía normal
arrancar las cosechas y talar los árboles, incluso los olivos, del mismo modo,
tras la victoria, el territorio enemigo pertenecía al vencedor, que podía
destruir las casas y hacer desaparecer cualquier signo de vida en esa tierra.
Cuando se
firmaba un tratado de paz, los dioses presidían este acto solemne. En la
fórmula del juramento se les nombraba como garantes y este juramento quedaba
sellado con un sacrificio.
Batalla de Sepeia 494 a.C.
Durante
siglos, las ciudades-estado de Argos y Esparta estuvieron peleando por el
control y el liderazgo del Peloponeso. Cleomenes I, rey de Esparta le fue
profetizado por el oráculo de Delfos que iba a tomar Argos. Feliz con la
noticia de que iba a poner fin al viejo enemigo de Esparta, llevó a su ejército
que eran unos 2.500 hoplitas hacia el norte para atacar a su rival. Tomó una
ruta bastante extraña según Herodoto, hizo un sacrificio en el río Erasmus,
pero los presagios le fueron desfavorables. Creyendo que el pase por el río le
estaba prohibido; cruzó a través de mar y desembarcó al sureste de Argos, cerca
de la ciudad de Nafplio cerca de Tirinto.
Batalla de Sepeia 494 a.C. Ruta de las
fuerzas espartanas, al serle desfavorable el sacrificio, Cleomenes rey de
Esparta, decidió no cruzar el río Erasmus y trasladar sus fuerzas por mar.
Los argivos
reunieron su ejército que tendría unos 2.000 hoplitas y marcharon hacia el sur
para enfrentarse con ellos fuera de la ciudad de Tirinto en un lugar llamado
Sepeia.
El líder
argivo dijo a su heraldo que hiciese el eco de las órdenes dadas por su
homólogo espartano, para evitar cualquier engaño y permitir que los argivos
siguiesen lo que los espartanos estaban haciendo. Cuando Cleómenes descubrió lo
que estaba pasando, dijo en secreto a sus tropas que atacasen los argivos,
cuando el heraldo diese el mensaje de romper la formación para la comida. El
heraldo espartano dio el mensaje y el heraldo argivos lo imitó, preparándose
para la comida mientras que la fuerza espartana atacó, cogiéndoles
desprevenidos y atacándoles mientras comían.
Batalla de Sepeia 494 a.C. Las fuerzas
espartanas de Cleomenes I derrotan a los argivos y establecen el dominio
espartano completo en el Peloponeso. Según Herodoto, el ejército espartano
engañó a los argivos haciéndoles creer que iban a comer.
Según
Herodoto, rey espartano Cleómenes masacró a los restantes argivos, quemándolos
vivos en el bosque sagrado de Argos donde habían huido para refugiarse,
mandando prender fuego. Tras la batalla Esparta quedó como la única potencia
del Peloponeso.
En el 468
a.C. Atenas se alió con Tesalia y Argos que seguía siendo la rival más poderosa
de Esparta en el Peloponeso, la guerra con Esparta estaba asegurada, Esparta
como respuesta creó la liga del Peloponeso.
Cimón fue
sustituido por Pericles, reforzando el puerto del Pireo uniéndolo con murallas
con Atenas.
El primer
acto bélico se produjo en el 458 a.C., cuando Atenas arrebató Naupactos
(Lepanto) a los lócridas ozolienos, dominando así el golfo de Corinto y
estableciendo restricciones sobre el comercio con Italia y Sicilia, más
adelante los megarenses se apartaron de la liga del Peloponeso, lo que
significó para Atenas una fuerte defensa avanzada contra la posibilidad de una
invasión terrestre del Ática. Pericles disponía de una fuerza de 13.000
hoplitas, 16.000 hombres para guarnecer las fortificaciones, 1.600 arqueros y
300 trirremes.
Batalla de Tanagra 457 a.C.
Al estallar
la guerra, Atenas descargó el primer golpe en Argólida, aunque sin fortuna,
seguido de una batalla naval en el golfo sarónico y el bloqueo de Egina por
tierra y por mar.
Esparta
respondió mandando un ejército bajo el mando de Nicodemo con 1.500 hoplitas
espartanos y 10.000 peloponenses aliados a Boecia para inducirla a entrar en la
Liga. Una vez conseguido su objetivo, de regreso se dirigieron a Atenas,
derrotando en la batalla de Tanagra a un ejército ateniense de 14.000 efectivos bajo el mando de
Mirónides que había ido a cerrarles el paso, no se sabe la disposición de los
ejércitos, el combate fue igualado y duro, los espartanos estarían consiguiendo
definir la batalla por el lado derecho, cuando los escuadrones de caballería
tesalios se percataron, cambiaron entonces de bando. Este hecho fue clave, pues
al comenzar la huida, los atenienses y sus aliados tuvieron que soportar el
acoso de la caballería. Ambos bandos debieron de tener muchas bajas, ya que los
espartanos regresaron a Esparta inmediatamente y no aprovecharon el éxito.
Dos meses
después, los atenienses se reagruparon y derrotaron a los tebanos en la batalla de Enofita, a pocos kilómetros de
la batalla anterior, destruyeron a continuación las murallas de Tanagra y
causaron estragos en Lócrida y Fócida, tomando el control de Beocia excepto
Tebas.
En el 456
a.C, una expedición ateniense a Egipto acabó en desastre, los atenienses y sus
aliados perdieron 250 barcos y casi 50.000 hombres a manos de los persas. Poco
tiempo después hubo una revuelta en Tesalia, y las fuerzas atenienses enviadas
fueron rechazadas. Cansados de guerra, los atenienses llamaron de nuevo a Cimón
que suscribió con los persas el tratado de paz de Calias, y firmó una paz con
los espartanos de 30 años a cambio del reconocimiento espartano de los
territorios atenienses.
Guerra
del Peloponeso
La guerra
del Peloponeso (431-404 a. C.) fue un conflicto militar que
enfrentó a la Liga de Delos (encabezada por Atenas) con la Liga del Peloponeso
(encabezada por Esparta).
Tradicionalmente,
los historiadores han dividido la guerra en tres fases. Durante la primera,
llamada la guerra arquidámica, Esparta lanzó repetidas invasiones sobre el Ática,
mientras que Atenas aprovechaba su supremacía naval para atacar las costas del Peloponeso
y trataba de sofocar cualquier signo de malestar dentro de su Imperio. Este
período de la guerra concluyó en 421 a. C., con la firma de la Paz de
Nicias. Sin embargo, al poco tiempo el tratado fue roto por nuevos combates en
el Peloponeso lo que llevó a la segunda fase. En 415 a. C., Atenas
envió una inmensa fuerza expedicionaria para atacar a varios aliados de Esparta.
La expedición ateniense, que se prolongó del 415 al 413 a. C.,
terminó en desastre, con la destrucción de gran parte del ejército y la
reducción a la esclavitud de miles de soldados atenienses y aliados.
Esto
precipitó la fase final de la guerra, que suele ser llamada la guerra de
Decelia. En esta etapa, Esparta, con la nueva ayuda de Persia y los sátrapas
(gobernadores regionales) de Asia Menor, apoyó rebeliones en estados bajo el
dominio de Atenas en el mar Egeo y en Jonia, con lo cual debilitó a la Liga de
Delos y, finalmente, privó a Atenas de su supremacía marítima. La destrucción
de la flota ateniense en Egospótamos puso fin a la guerra y Atenas se rindió al
año siguiente.
La guerra
del Peloponeso cambió el mapa de la Antigua Grecia. Desde un punto de vista helénico,
Atenas, la principal ciudad antes de la guerra, fue reducida prácticamente a un
estado de sometimiento, mientras Esparta se establecía como el mayor poder de
Grecia. El costo económico de la guerra se sintió en toda Grecia; un estado de
pobreza se extendió por el Peloponeso, mientras que Atenas se encontró a sí
misma completamente devastada y jamás pudo recuperar su antigua prosperidad.
La guerra también acarreó cambios más sutiles dentro de la sociedad griega; el
conflicto entre la democracia ateniense y la oligarquía espartana, cada una de
las cuales apoyaba a facciones políticas amigas dentro de otras ciudades
estado, hizo de las guerras civiles algo común en el mundo griego.
Mientras
tanto, las guerras entre ciudades, que originariamente eran una forma de
conflicto limitado y formal, se convirtieron en luchas sin cuartel entre ciudades
estado que incluían atrocidades a gran escala. La guerra del Peloponeso, que
destrozó tabúes religiosos y culturales, devastó extensos territorios y
destruyó ciudades enteras, marcó el dramático final del dorado siglo V a. C. de
Grecia.
En la Historia de la Guerra del Peloponeso, libro uno, sección 23, Tucídides aclara que Esparta comenzó la guerra con Atenas «porque temía
que los atenienses se hicieran más poderosos, al ver que la mayor parte de Hellas se encontraba bajo el control
de Atenas».4 Ciertamente, los casi
cincuenta años de historia griega que precedieron al inicio de la guerra del
Peloponeso habían estado marcados por el desarrollo de Atenas como uno de los
poderes principales en el mundo mediterráneo. Tras rechazar los griegos la invasión persa en el año 480 a. C., Atenas encabezó la coalición de polis (ciudades estado) griegas que continuaron las guerras médicas conocida como la Liga de Delos, atacando territorios
persas en el Egeo y Jonia. Lo que siguió fue un período al
cual se ha denominado Pentecontecia (nombre dado por Tucídides), en el cual Atenas fue conocida más
ampliamente por la historiografía griega con el de Imperio ateniense, impulsando una guerra agresiva contra el Imperio aqueménida. Para mediados del
siglo, los medos habían
sido expulsados del Egeo y obligados a ceder el control de una amplia cantidad
de territorios a los atenienses. Al mismo tiempo, Atenas incrementó su poder.
Durante el curso del siglo, varios de sus ex aliados independientes fueron
reducidos al estatus de estados tributarios de la Liga de Delos; estos tributos
fueron empleados para el mantenimiento de una poderosa flota y, luego de mitad
de siglo, para financiar grandes programas de trabajos públicos en Atenas.
A poco de
instaurada la Pentecontecia, comenzaron a surgir fricciones entre Atenas y las polis
peloponesias, incluida Esparta; tras la salida de los persas de Grecia, Esparta
trató de evitar la reconstrucción de las murallas de Atenas (sin las murallas,
los atenienses habrían estado indefensos ante un ataque por tierra y sujetos al
control espartano), pero fueron rechazados.7 Según Tucídides,
aunque Esparta no realizó ninguna acción en ese momento, «se sintieron
ofendidos sin manifestarlo». Los incidentes motivados por la
reconstrucción de las murallas de Atenas comenzaron a deteriorar sensiblemente
las relaciones entre ésta y Esparta.
En 465 a. C.
volvieron a estallar conflictos entre las polis con el inicio de una revuelta ilota
en Esparta. Los espartanos solicitaron ayuda a todos sus aliados, Atenas
incluida, para sofocar la rebelión. Atenas envió un contingente considerable
pero, al llegar, fueron enviados de regreso por los espartanos, mientras que
los hombres de los demás aliados tuvieron permiso de quedarse.
De acuerdo
con Tucídides, los espartanos actuaron de tal manera por temor a que los
atenienses cambiasen de bando y apoyaran a los ilotas; ofendidos, los
atenienses repudiaron su alianza con Esparta. Cuando finalmente los rebeldes
ilotas debieron rendirse y abandonar el país, los atenienses los establecieron
en una ciudad estratégica, Naupacto, en el golfo de Corinto.
En 459 a. C.,
Atenas se aprovechó de una guerra entre la ciudad vecina de Megara y Corinto,
ambas aliadas de Esparta, para sellar una alianza con Megara, obteniendo así un
asidero fundamental en el istmo de Corinto. A continuación ocurrió un conflicto
de quince años, conocido comúnmente como la Primera Guerra del Peloponeso, en
el cual Atenas luchó con intermitencia contra Esparta, Corinto, Egina y otros
estados griegos. Durante un tiempo en medio de este conflicto, Atenas controló
no sólo Megara, sino también Beocia; sin embargo, cuando éste terminó, y
enfrentados a una invasión masiva del Ática por Esparta, los atenienses
cedieron los territorios que habían ganado en la Grecia continental, y tanto
Atenas como Esparta reconocieron los derechos uno del otro a controlar sus
respectivos sistemas de alianzas. Oficialmente, la guerra finalizó con la Paz
de los Treinta Años, firmada durante el invierno de 446/445 a. C.
Dos acontecimientos
condujeron a la reanudación de la guerra que rompía la Paz de los Treinta Años
firmada en 446/445 a. C.:
·
la guerra entre Corinto y Corcira
·
y la defección de Potidea, colonia
de Atenas.
Dos hechos trascendentales fueron los
detonantes de la conflagración:
·
el decreto ateniense contra
Megara, descrito más abajo.
·
y el mencionado crecimiento
extraordinario del poder de Atenas
Guerra
entre Corinto y Corcira
En el 435 a. C., Corcira y Corinto rompieron hostilidades.
Corinto, con colonias en el Adriático, intervino en la stasis (guerra
civil) entre demócratas y
oligarcas de su colonia de Epidamno y envió clerucos
(colonos) y una guarnición. Los oligarcas pidieron ayuda a Corcira,
antigua colonia de Corinto, y aquella asedió por mar a la ciudad de Epidamno
con 40 barcos y la cercaron por tierra los exiliados de esta ciudad y sus
aliados ilirios. Los corintios enviaron una expedición formada por naves y contingentes peloponesios y jonios
aliados de algunos miembros de la Liga del
Peloponeso, como los tebanos. Los corcireos fueron a Corinto y solicitaron el arbitraje de la Liga del Peloponeso y del oráculo
de Delfos. Como los corintios
se opusieron, se entabló una batalla
naval frente al promontorio de Leucimna, en Corcira, en la que vencieron los corcireos, que
expugnaron Epidamno, la cual firmó la capitulación.
Dos años después de su victoria naval, en 433 a. C., Corcira solicitó su inclusión en la Liga de Delos,
puesto que los corintios estaban preparando una gran flota para consumar su
venganza.
Según Plutarco, los atenienses, a sugerencia de Pericles,
les enviaron una flota de diez trirremes, una mínima escuadra
disuasoria, bajo el mando de Lacedemonio (hijo de Cimón de Atenas),
y posteriormente otro contingente de veinte, con la orden expresa de no
trabar combate con los corintios si estos no atacaban a la
ciudad de Corcira.
En la batalla
de las islas Síbota, se
enfrentaron las flotas corcirea y corintia pero, antes de la inminente victoria
de los corintios, estos divisaron una escuadra de veinte naves atenienses que
se acercaban. Los corintios, que ignoraban cuál era o podría ser la magnitud de
la flota ateniense, se retiraron.
Corcira concluyó un epimachía
(alianza defensiva) con Atenas para no vulnerar las cláusulas de la Paz de los Treinta Años, que conllevó la presencia ateniense en los puertos de
Corcira, impidiendo a Corinto frenar la expansión ateniense hacia Occidente.
Los intereses atenienses y corintios chocaron también en
el norte del mar Egeo. Potidea, ciudad de Calcídica, miembro de la
Confederación de Delos, mantenía relaciones con su metrópoli, Corinto, que
seguía enviando a los epidemiurgos.
Atenas ordenó a Potidea derribar la muralla del lado del
mar, que la separaba de la península de Palene, que entregasen rehenes y que no
aceptase la presencia de los magistrados corintios.
Potidea contaba con el apoyo de Esparta y del rey
macedonio Pérdicas II, por lo que se negó. Los espartanos les habían prometido
invadir el Ática en el caso de que los atenienses atacasen Potidea. Esta anunció
su retirada de la alianza ateniense en el 432 a. C., y acogió dentro
de sus murallas a un cuerpo expedicionario de corintios y peloponesios,
mandados por Aristeo de Corinto, lo que casi supuso la ruptura del pacto del
446 a. C. por parte de los corintios, ya que la expedición estaba
formada por voluntarios.
Atenas envió sus fuerzas a Tracia a principios del
432 a. C. contra Pérdicas al estallar la rebelión de Potidea. Según
algunos historiadores que se basan en las listas de tributos del
432 a. C., es posible que Atenas, con vistas a la guerra con este
rey, aumentara de 6 a 15 talentos el tributo (phoros) de Potidea.
La rebelión de Potidea había sorprendido al cuerpo
expedicionario ateniense de treinta trirremes enviado contra Pérdicas; estos
resultaban insuficientes para asediar Potidea. Por ello, primero se apoderó de
Terma, después sitió Pidna y obligó a los macedonios a firmar la paz con
Atenas.
Poco después Atenas ordenó el ataque a Potidea y envió
nuevas tropas mandadas por Calias y por Formión. No envió más contingentes en
previsión de que Esparta cumpliera la promesa hecha a Potidea de invadir el
Ática.
Potidea fue una importante colonia corintia, fundada
hacia el año 600 a. C. y ubicada en el istmo que une a Palene con la
península Calcídica, pero se convirtió en miembro de la confederación de Delos
al final de la invasión persa por lo que rendía tributo a Atenas. Tras la
batalla de Síbota, Atenas exigió a Potidea que demoliera la muralla que daba a
la península de Palene (de esta manera quedaría expuesta a un ataque por mar y
facilitaría el control por parte de la flota ateniense), expulsara a los
magistrados corintios y enviara rehenes. Los atenienses temían que Potidea se revelara
debido a la influencia corintia o del rey Pérdicas II de Macedonia, quien
alentaba deserciones entre los aliados de Atenas en Tracia.
En efecto, los atenienses tomaron las precauciones
mencionadas porque Corinto se mostraba abiertamente hostil después del
conflicto en Corcira y Pérdicas II era enemigo de Atenas debido la alianza que
esta ciudad había pactado con su hermano Filipo y su enemigo Derdas, quienes
conspiraban en su contra. Para facilitar el conflicto en su país, Pérdicas
buscó desestabilizar al imperio ateniense: envió embajadores a Esparta para
incitar el estado de guerra y negoció la sublevación de algunos territorios
cercanos como calcidea y Botiea. Los atenienses descubrieron las intrigas del
rey macedonio y para prevenir la rebelión de sus aliados enviaron a Poitidea
una flota de treinta trirremes y mil hoplitas bajo el mando de Arquéstrato.
Esta expedición había sido destinada en un principio para atacar el territorio
de Pérdicas, pero fue dirigida a Potidea para tomar los rehenes que había
exigido, demoler la muralla y mantener vigiladas a las ciudades vecinas para
prevenir posibles rebeliones.
Ante esta situación, los potideatas enviaron embajadores
a Atenas para persuadirlos de que tomaran cualquier medida contra ellos y a
Esparta para procurarse su apoyo ante cualquier necesidad. No lograron una
respuesta favorable en Atenas, pero sí en Esparta, que prometió invadir el
ática en el caso de que fueran atacados por los atenienses. A pesar de que esta
promesa no se cumplió, dio píe a Potidea para pactar junto a los potideos y a
los calcideos y sublevarse del dominio ateniense.
Cuando los comandantes de la flota ateniense que había
sido redestinada desde Macedonia a Poitidea para prevenir su rebelión
descubrieron que ya se había sublevado, decidieron volver a la costa macedonia
para continuar la guerra contra Pérdicas II puesto que no les era posible
luchar con tan solo mil hoplitas en los dos frentes.
Según Tucídides, ante la presencia de naves áticas en
Macedonia, Corinto vio en peligro sus intereses en la región y envió una
expedición de voluntarios conformada por mil seiscientos hoplitas y
cuatrocientos soldados de infantería ligera a Potidea bajo el mando de Aristeo,
quienes llegaron la ciudad 40 días después de iniciada la sublevación. Al
mismo tiempo cuando Atenas se enteró de que las tropas de Aristeo iban en
camino a Potidea, envió contra las ciudades rebeldes un nuevo ejército,
constituido por dos mil hoplitas y cuarenta naves bajo el mando de Calias y
otros cuatro estrategos. Las nuevas tropas atenienses se dirigieron primero a
Macedonia, donde se acoplaron a los otros mil hombres de la expedición anterior
que para ese momento habían tomado Terme y habían comenzado el asedio de Pidna,
pero movidos por la necesidad de luchar contra las ciudades sublevadas firmaron
con Pérdicas un pacto de paz temporal y marcharon rumbo a la península
Calcídica.
Las tropas atenienses, conformadas en ese momento por
tres mil hoplitas liderados por Calias y seiscientos jinetes macedonios
comandados por el hermano de Pérdicas y aliado de Atenas, Filipo, llegaron a
píe a un pequeño emplazamiento llamado Gigono y acamparon. Las tropas corintias
y potideatas ya habían acampado en el istmo de Palene, al mando de Aristeo la
infantería y de Pérdicas (que ya había roto el tratado con Atenas) la
caballería.
Aristeo buscó mantener a su ejército en el istmo mientras
que sus aliados calcideos y a la caballería de Pérdicas se ubicarían en la
ciudad de Olinto, para que de esta manera, si Calias los atacaba, las tropas de
Olinto acudirían auxiliarlos y atraparían a los atenienses entre los dos
ejércitos. Sin embargo, Calias y los otros estrategos previeron esta situación
y enviaron a la caballería macedonia y a algunos soldados aliados hacia Olinto
para prevenirla. Acto seguido levantaron el campamento y marcharon a Potidea y
los ejércitos se enfrentaron.
Combate
Comenzada la batalla, el ala de Aristeo y las tropas de
élite de Corinto derrotaron a una sección de la línea ateniense y la
persiguieron largo trecho mientras que los atenienses resultaron victoriosos
contra el resto del ejército pelopenesio.13 Aristeo,
al enterarse de la derrota del resto del ejército, dudó en el momento de elegir
el camino por el cual regresar debido al contingente ateniense apostado cerca
de Olinto. Decidió volver a lo largo de la costa con alguna dificultad, con la
esperanza de evitar a la falange principal ateniense. Una fuerza de reserva de
potideatas, localizada en la vecina polis de Olinto intentó ayudar a Aristeo,
pero fueron derrotados.
Los corintios y los potideatas perdieron unos 300 hombres
y los atenienses unos 150, incluyendo a Calias. La caballería macedonia no se
unió a la batalla. Finalizada la batalla los atenienses erigieron un trofeo y permitieron
a los potideatas la recolección de los cadáveres de sus soldados.
Asedio
Luego de la batalla, los atenienses permanecieron fuera
de Potidea y construyeron una muralla para bloquear e iniciar el asedio de la
ciudad. Como no eran suficientes para bloquear las dos salidas de la ciudad,
fueron reforzados por otros mil seiscientos hoplitas comandados por Formión,
quienes terminaron de amurallar la puerta sur de Potidea. Además, cortaron la
salida al mar mediante un bloqueo naval.
Tucídides relata que Aristeo, el comandante corintio,
propuso dejar en Potidea a un grupo de quinientos hombres para su defensa y que
el resto huyera por mar. De esta manera, la ciudad aguantaría más tiempo el
asedio al consumirse menos suministros. Sin embargo, la idea fue rechazada y
Aristeo huyó de Potidea por su propia cuenta. Se unió a la lucha de otras
ciudades sublevados de Calcidea y comandó un ataque contra la ciudad de
Sermilia. En cuanto a Formión, saqueó con sus hoplitas varias localidades de
la península durante el tiempo que duró el asedio.
Durante el bloqueo, representantes atenienses y
espartanos se reunieron en Esparta, cuyo resultado de ello fue una declaración
formal de guerra.
Sin embargo, este asedio mermó seriamente el tesoro
ateniense, que supuso un gasto de mil talentos por año en este ataque. Esta, en
combinación con la plaga que asoló a Atenas a principios de la década del
420 a. C., hizo el control de Pericles insostenible. La estrategia
períclea de guarecerse detrás de los Muros Largos y depender de las pocas
reservas que les quedaban volvieron desfavorables las conciencias de sus
conciudadanos hacia el gran estadista ateniense.
Alcibíades y Sócrates estuvieron entre los soldados
atenienses en esta batalla, en la cual el filósofo salvó la vida de su pupilo.
En el Museo Británico se conserva el epitafio referente a
los muertos de la batalla de Potidea, que reza lo siguiente: «El éter recibió a sus almas, la tierra a sus
cuerpos».
En
447 a. C., después de la derrota de los atenienses, batidos por los beocios
en Coronea, los megarenses se rebelaron. Con la ayuda de los corintios, sicionios
y epidaurios masacraron la guarnición ateniense. Megara que se había unido a
Atenas al separarse de la Liga del Peloponeso, cambió su alianza. En respuesta
Atenas envió tropas para reconquistar Pegas. La Ekklesía (Asamblea del pueblo
ateniense) promulgó un decreto que les excluía de todos los puertos y fondeaderos
del Imperio ateniense. Tales medidas afectaron gravemente a la economía de
Megara, que pidió a Esparta y a la Liga del Peloponeso la guerra contra Atenas.
Esta fue una de las causas que precipitaron el inicio de la guerra.
El Decreto
de Mégara o Decreto Megarense fue un conjunto de sanciones
económicas impuestas a Mégara en 433 a. C. por Atenas poco antes del
estallido de la Guerra del Peloponeso.
La razón
por la que se dictó el decreto fue que los megarenses, supuestamente, habían
ocupado tierra sagrada de Démeter, para cultivarla, en Eleusis. El decreto
prohibía a los megarenses, pertenecientes entonces a la Liga del Peloponeso,
entrar en los puertos y mercados del imperio ateniense, asfixiando la
economía de Mégara. La prohibición puso a prueba la frágil paz (la Paz de los
Treinta Años) entre Atenas y Esparta, que era aliada de Mégara.
Si este
decreto precipitó el inicio de la Guerra del Peloponeso es un tema
controvertido. La fecha, contenido y motivos del decreto (psephisma) de
Pericles prohibiendo el acceso a Mégara de todos los mercados atenienses y de
sus aliados, son temas debatidos. De Ste. Croix considera que una sanción
comercial no afectaría significativamente a Mégara, pues el decreto se aplicaba
sólo a ciudadanos megarenses, cuando parece ser que la mayor parte del comercio
en todas las ciudades se llevaba a cabo por metecos (extranjeros).
Probablemente
el argumento más poderoso es que, independientemente de que el decreto afectara
a Mégara, no parece probable que este fuera el suceso que espoleó a Esparta a
iniciar la guerra. Sabemos por el debate espartano durante la revuelta en Samos
que estaban deseando ir a la guerra mucho antes del Decreto de Megara y que las
afrentas a Corinto en Córcira y Potidea muestran que las fuerzas peloponesias
se mostraban muy hostiles.
El
creciente poder y corrupción en Atenas, en parte causado por sus beneficios de
la Liga de Delos podía haber causado que Esparta y sus aliados en un principio
empezaran a tener recelos de ellos y más tarde les temieran. El Decreto de
Mégara, básicamente, impone sanciones económicas para perjudicar no sólo a
Mégara, sino también a sus aliados que se beneficiarían de su comercio. Esto se
vería por Esparta y sus aliados como otro movimiento de Atenas para debilitar a
sus rivales y extender su dominio, influencia y poder. Mégara era también un
punto estratégico cercano a Atenas que proveía a Esparta de posibles puestos
militares cercanos a Atenas, así como de sus ventajas económicas derivadas del
comercio.
La
ruptura de la paz
En 440 a. C., la Paz de los Treinta Años fue
puesta a prueba cuando Samos, uno de los aliados más poderosos de Atenas, se
rebeló contra la alianza. Los rebeldes se aseguraron rápidamente el apoyo de un
sátrapa persa, y Atenas se encontró ante la necesidad de encarar revueltas a lo
largo de su imperio. Los espartanos, cuya intervención hubiese desatado una
guerra para determinar el destino del imperio, convocaron a sus aliados a un
congreso para discutir la posibilidad de entrar en guerra con Atenas. No
obstante, la decisión del congreso fue no intervenir; los atenienses aplastaron
la revuelta y la paz se mantuvo.
La segunda prueba para la paz, y la causa inmediata de la
guerra, llegó en la forma de varias acciones atenienses específicas que
afectaron a los aliados de Esparta, principalmente a Corinto. Atenas había sido
convencida de intervenir en una disputa entre Corinto y Corcira respecto de la
guerra civil en Epidamnos y, en la batalla de Síbota, un pequeño contingente de
trirremes atenienses jugaron un papel sumamente importante al evitar que la
flota corintia capturase Corcira. Sin embargo, cabe notar que los atenienses
habían recibido instrucciones indicándoles que no interviniesen en la batalla.
La presencia de navíos de guerra de Atenas cerca del lugar donde tenía lugar la
batalla fue suficiente para disuadir a los corintios de aprovechar su victoria,
salvando así a la mayor parte de la derrotada flota corcirea. Después de eso,
Atenas sitió Potidea, un aliado tributario de los atenienses y ex colonia de
Corinto.
Ultrajados, los corintios comenzaron a presionar a Esparta
para que tomara alguna medida en contra de Atenas. Mientras, Corinto ayudaba de
manera no oficial a Potidea infiltrando grupos de soldados dentro de la ciudad
sitiada para ayudar a su defensa. Estos acontecimientos fueron una violación
directa al Tratado de los Treinta Años, que, entre otras cosas, había
estipulado que las Ligas de Delos y del Peloponeso respetarían mutuamente sus
autonomías y cuestiones internas.
Polis griegas del Egeo
septentrional en 431 a. C.
Una nueva
provocación surgió en la forma de un decreto ateniense (promulgado en
433/2 a. C.) que imponía estrictas sanciones comerciales contra
Megara (otra aliada de Esparta tras la Primera Guerra del Peloponeso). Las
sanciones, conocidas en conjunto como el Decreto de Megara, fueron ignoradas
por Tucídides, pero los historiadores económicos modernos han notado que
prohibir a Megara comerciar con el próspero Imperio ateniense habría sido
desastroso para Megara y, por lo tanto, consideran al decreto como una causa
más de la guerra.
En medio de
estos eventos, los espartanos llamaron a una reunión de la Liga del Peloponeso
en Esparta en el año 432 a. C. Esta reunión recibió a representantes
de Atenas al igual que a aquellos provenientes de las ciudades miembros de la
Liga, y se convirtió en el escenario del debate entre atenienses y corintios.
Tucídides informó que, hasta ese momento, los corintios habían condenado la
inacción de los espartanos, advirtiéndolos de que, si seguían pasivos, pronto
se hallarían rodeados de enemigos y sin ningún aliado. Como respuesta, Atenas
recordó a Esparta su historial de victorias militares contra Persia y la
previno de los peligros de enfrentarse a un Estado tan poderoso. Imperturbable,
la mayoría de la asamblea espartana votó que los atenienses habían roto la paz,
declarando, en esencia, la guerra.
El
historiador Simon Hornblower afirma que de la narración de Tucídides se
desprende que la causa profunda de la guerra se gestó durante la Pentecontecia,
los 50 años que mediaron entre el final de la Segunda Guerra Médica y el
estallido de la Guerra del Peloponeso. Dice también que el relato de Tucídides
de los acontecimientos de la década 445-435 a. C. «son tratados no
como parte de esos cincuenta años, a los que pertenecen estrictamente hablando,
sino como parte de la sucesión de hechos que fueron la causa inmediata de la
guerra». Añade que Tucídides en el libro I.23.6, «desarrolla la primera
teoría de la causalidad histórica», donde dice que:
La causa más verdadera, aunque la que menos se
manifiesta en las declaraciones, pienso que la constituye el hecho de que los
atenienses, al hacerse poderosos e inspirar miedo a los lacedemonios, los
obligaron a luchar. Pero las razones declaradas públicamente, por las cuales
rompieron el tratado de la Paz de los Treinta Años y entraron en guerra, fueron
las siguientes...
Batalla de Potidea (432-35 a.C.)
En el 435
a.C, empezaron de nuevo las discordias, ese año Córcira (Corfú) se separó de
Corinto y buscó apoyo en Atenas, Corcira era la llave del tráfico comercial
italo-siciliano que proporcionaba trigo al Peloponeso. La flota de Corcira y
Atenas que disponía de 110 trirremes, se enfrentó a la flota corintia que tenía
150 trirremes junto a la isla de Sibota, siendo derrotados los corintios que perdieron
70 naves frente a las 30 aliadas, los corintios se retiraron de Corcira.
Poco
después los atenienses y los corintios lucharon otra vez, esta vez se debió a
la rebelión de varias ciudades tributarias de Atenas ubicadas en la península
Calcídica, rebelión que fue instigada y apoyada por el rey macedonio Pérdicas
II, quien tenía intereses en debilitar el poder ateniense por motivos políticos
y en ganarse la amistad de la liga del Peloponeso. Una vez efectuada la
rebelión, Corinto envió soldados voluntarios para apoyarla, y al intervenir
Atenas en la zona, sucedió el combate en la batalla de Potidea, la ciudad de
Potidea se encuentra en el istmo entre Calcidia y la península de Pelane, las
tropas atenienses mandadas por Calias con 3.000 hoplitas entre los que se
encontraba el filósofo Sócrates, y 600 jinetes macedonios se enfrentaron a las
fuerzas corintias mandadas por Aristeo que disponía de 1.200 hoplitas, 400
psiloi y 200 jinetes. El enfrentamiento tuvo lugar en el mismo istmo delante de
la ciudad, los corintios fueron derrotados y se replegaron a la ciudad de
Potidea, que estuvo sitiada durante tres años. Se sabe que el comportamiento de
Sócrates en la batalla (junio del 432) fue brillante, salvando la vida a su, en
esos momentos, discípulo Alcibíades. Durante el asedio pidieron ayuda a
Esparta, cuyo resultado de ello fue una declaración formal de guerra.
Batalla de Potidaea 432 a.C. El filósofo
griego Sócrates defiende a su alumno Albiciades herido.
El coste de
la guerra, junto una plaga que asoló a Atenas en el 427 AC, hizo el control de
Pericles insostenible, muriendo a consecuencia de la misma, siendo sustituido
por Cleón.
La guerra
se extendió a Sicilia, Atenas mandó una flota allí para impedir el tráfico de
trigo con el Peloponeso, allí la guerra prosiguió con altibajos.
Mapa
de la Guerra del Peloponeso con indicación de las batallas
La guerra arquidámica
Esparta y sus aliados, excepto Corinto, eran dominios con
base predominante en tierra, capaces de convocar a grandes ejércitos terrestres
que eran prácticamente invencibles (gracias a las legendarias fuerzas espartanas). El Imperio
ateniense, pese a tener base en la península del Ática, se extendía entre las islas del mar Egeo; los atenienses obtenían su riqueza del tributo que
pagaban esas mismas islas. Atenas mantenía su imperio por medio de su poderío
naval. Por este motivo ambos estados eran relativamente incapaces de plantar
una batalla decisiva.
Se conoce como la Guerra Arquidámica a la primera
parte de la Guerra del Peloponeso, que comprende desde su estallido en
431 a. C. hasta la Paz de Nicias (421 a. C.). Su nombre
deriva del rey de Esparta, Arquídamo II, quien (pese a no ser un entusiasta de
la guerra) dirigió las invasiones peloponesias al Ática hasta su muerte en
427 a. C. El conflicto duró diez años y puede dividirse en cuatro
fases:
1.
La guerra defensiva de Pericles (hasta su muerte).
2.
La guerra ofensiva de Atenas tras la muerte de Pericles.
3.
La ocupación ateniense de Pilos y Esfacteria.
4.
La paz del 421 a. C. lograda por el estratego
ateniense Nicias.
Hasta la muerte de Pericles
Los principales acontecimientos de la narración de
Tucídides de la guerra hasta la muerte de Pericles, son:
1.
La primera invasión del Ática
por los espartanos.
2.
El principio del asedio de
Platea por su vecina beocia, Tebas.
3.
La epidemia de peste en
Atenas.
Invasiones
del Ática
El plan de
operaciones de los espartanos y de la Liga del Peloponeso consistía en
presentarse en el Ática todos los años, antes de la recolección, y arrasar los
campos para forzar a los atenienses a iniciar una lucha en campo abierto, en la
que resultarían perjudicados.
Por su
parte, Esparta seguía fomentando el descontento entre los aliados atenienses de
la Confederación de Delos.
Los
atenienses sabían que el resultado final dependía de su flota a la que se
asignó cuatro misiones específicas:
·
El control de las rutas
marítimas del Mediterráneo Occidental a través del Golfo de Corinto y en torno
a la península del Peloponeso.
·
Hostigar a los espartanos con
desembarcos en sus costas.
·
Consolidar una serie de
puntos estratégicos, claves para mantenerles bloqueados.
·
Aislar a las fuerzas
peloponesias de sus aliados de Sicilia y de la Magna Grecia.
En
431 a. C., dos meses después de los hechos relatados en la siguiente
sección, el ejército espartano se presentó en el Ática y Arquídamo intentó,
como ya lo hiciera en una ocasión anterior, que los atenienses hicieran algunas
concesiones. Pericles no cedió. Además la Asamblea ateniense promulgó un
decreto por el que se prohibía negociar con el enemigo, si presionaba con las
armas.
Para una
mayor seguridad, los atenienses refugiaron a sus familias y sus bienes en los Muros
Largos, y desde allí pudieron contemplar cómo sus trigales, viñedos y olivares
eran destruidos por los peloponesios.
Arquídamo
hubo de retirarse del Ática tas haber esperado inútilmente durante un mes a que
salieran las tropas de Pericles a defender sus tierras y tratar de expulsarle.
Por otra parte, carecía de alimentos, pues los atenienses habían retirado sus
reservas de comida y sus ganados.
Representación de finales del siglo XIX
de un hoplita espartano.
Ataque a Platea
Las
acciones bélicas empezaron en el 431 a. C., con el ataque de Tebas
contra la ciudad de Platea, aliada de Atenas, y hostil a la supremacía tebana
en la Liga Beocia, la cual constituía una especie de puesto avanzado en
territorio beocio. Entre las dos ciudades existían grandes tensiones, ya que
los tebanos buscaban ampliar la Liga Beocia, al frente de la cual estaban, y no
quería renunciar a Platea.
En la
primavera de 431 a. C., los tebanos ayudados por una facción
pro-tebana desde el interior intentaron apoderarse de Platea por sorpresa. La
tentativa fracasó, pero los platenses, asustados, mataron a los 330 prisioneros
tebanos que habían penetrado subrepticiamente en la ciudad, y dicha masacre
alzó a los tebanos contra ellos.
Aunque la
agresión tebana a un aliado ateniense abría tácitamente las hostilidades, el
inicio «oficial» de la contienda, no llegó hasta mayo, con la invasión
peloponésica del Ática encabezada por el rey euripóntida Arquídamo II.
Siguientes acciones bélicas
En estos
primeros años de la guerra, Atenas desplegó una intensa actividad militar que
se manifestó, entre otros hechos, en invadir anualmente a la vecina región de
Megáride, la expulsión de los eginetas de su propia isla para establecer en
ella clerucos (colonos) atenienses quienes, en virtud de un pacto entre Atenas
y Esparta, se establecieron en la región de Tirea. También los atenienses se
lanzaron al control absoluto del Golfo de Corinto y de la ruta marítima al
mediterráneo occidental.
En
431 a. C., Pericles conforme a sus posibilidades y planes estratégicos,
envió una escuadra de cien trirremes contra las costas del Peloponeso, que
aunque fracasó en Metone (en la costa occidental de Mesenia), defendida por el
general espartiata Brásidas, tuvo éxito en Élide.
Brásidas,
atípico estratego espartiata, fue sin duda el más destacado de la guerra
arquidámica, por lo que mereció el elogio de Tucídides por su talento militar y
su habilidad diplomática.
El noroeste
continental griego fue un importante teatro de operaciones, región en la que
Atenas con la ayuda de sus aliados acarnanios, intentó eliminar la influencia
corintia. En 431 a. C. las mismas 100 naves que habían circunnavegado
el Peloponeso se apoderaron de la colonia corintia de Solio, desalojaron del
poder en Ástaco al tirano filo-corintio Evarco -restaurado por los corintios en
el invierno siguiente- y ganaron por medios diplomáticos la isla de Cefalonia,
en la boca del Golfo de Corinto.
Los rápidos
desembarcos en territorio perieco de Laconia y Mesenia se repitieron en años
sucesivos:
·
en 430 a. C. Sobre
dichas acciones véase el segundo párrafo de la sección Tras la muerte de
Pericles.
·
en el verano de 428, cuando
en dos ocasiones la flota ateniense asoló regiones costeras lacedemonias.
Tucídides refleja la preocupación de los espartiatas.
En la primavera
de 430 a. C., 4000 hoplitas atenienses y 300 caballeros a bordo de
100 naves de transporte de caballería propias y 50 de Quíos y Lesbos, arrasaron
la campiña de Epidauro e intentaron un asalto sobre la ciudad, que fracasó,
tras lo cual devastaron los campos de Trecén, Halias y Hermíone, ciudades
situadas en la península de Acté, en el noroeste de la península peloponesia.
La expedición terminó con la conquista y saqueo de Prasias.
La
devastación de estas tres ciudades, además de minar la moral espartana,
constituyó una llamada de atención a Argos para que abandonase su neutralidad y
encabezara la oposición a Esparta en el Peloponeso. Por otra parte, Prasias,
situada al sur de Cinuria, era un punto caliente del ancestral conflicto entre espartanos
y argivos por la posesión de esta región fronteriza entre Laconia y la Argólida,
querella que se recrudeció cuando los espartanos asentaron allí a los eginetas
expulsados de su isla por los atenienses.
En el
verano del 430 a. C. se produjo un intento de acercamiento
diplomático de Esparta a Persia, mediante el envío de una embajada integrada
por los espartanos Aneristo, Nicolao y Pratodamo, el tegeata Timágoras, el corintio
Aristeo y el argivo Pólide, que tenía como principal misión lograr el apoyo
financiero el Gran Rey a la Liga del Peloponeso. La presencia en esta
delegación de al menos dos espartiatas de alto linaje como eran Aneristo y
Nicolao, descendientes de Espertias y Bulis, los dos nobles que ofrecieron sus
vidas a Jerjes I para expiar el crimen cometido contra los heraldos del Gran
Rey persa, ratificaba la disposición espartana a continuar la guerra hasta la
desintegración del imperio ateniense, precisamente en un momento en que Atenas
buscaba una solución pacífica al conflicto. De camino a Persia, los embajadores
aprovecharon para persuadir al rey odrisio Sitalces de que abandonara la
alianza ateniense, lo que podría ser muy útil para el auxilio a Potidea, e incluso
para sublevar a toda la Calcídica, muy próxima al reino tracio. Pero
casualmente, se hallaban en la corte de Sitalces dos embajadores atenienses que
convencieron a Sádoco, hijo del soberano odrisio, que acababa de recibir la
ciudadanía ateniense, para entregarles a los enviados peloponesios. Los
integrantes de la embajada fueron apresados, conducidos a Atenas y ejecutados
sin juicio previo. Tucídides explica la violación de la ley que permitía a
cualquier individuo defenderse públicamente, por el temor que despertaba
Aristeo, a quien se acusó de todos los males sobrevenidos en Potidea y Tracia.
A finales
del verano de 430 a. C., los lacedemonios y sus aliados enviaron una expedición
de 100 naves, con 1.000 hoplitas a bordo, contra la isla de Zacinto, situada
frente a Élide y aliada de Atenas. Al mando del espartiata Cnemo, desembarcaron
y devastaron la mayor parte de la isla. Al no rendirse los zacintios pusieron
proa hacia el Peloponeso. Tucídides da a entender que la campaña militar fue un
fracaso por la participación de Cnemo como navarca (almirante), ya que lo veía
como el arquetipo de espartiata por su falta de energía y decisión. Zacinto
era de una gran importancia estratégica por servir de escala en los periplos
atenienses del Peloponeso y dada su situación frente a las costas de Élide, no
lejos de la base naval peloponesia de Cilene. Lo más importante es el momento
en el que se produjo la expedición, poco después de que Atenas entablara
negociaciones para el final de la guerra; conversaciones que no conocemos
porque Tucídides ni siquiera las esboza, poco preocupado por los frustrados
intentos de paz.
Atenas
atravesaba por un momento muy difícil en la guerra, no tanto por las invasiones
anuales de los peloponesios como por la epidemia que diezmaba a la población.
Sumado a ello, estaba el rápido agotamiento del tesoro de Atenea, acelerado por
la sangría financiera que suponía la prolongación del sitio de Potidea, y que
la autoridad de Pericles era puesta en entredicho por una mayoría del pueblo
que le culpaba de las desgracias de la guerra. Críticas que llegaron a
concretarse en la privación temporal del cargo de estratego y en la imposición
de una multa.
No se sabe
qué condiciones ponía Esparta para sellar la paz, aunque no debieron de ser muy
diferentes de las exigidas antes del estallido del conflicto, porque el
silencio del historiador ateniense sugiere una intransigencia por ambos bandos
y un escaso fruto de la vía diplomática.
La peste
Una
epidemia, originada en Etiopía, fue introducida por el puerto de El Pireo en
430 a. C. y rápidamente se propaló por una ciudad cuya densa
población vivía apiñada dentro de las murallas en precarias condiciones
higiénicas.
Pese a que
Tucídides describe con precisión los síntomas, la naturaleza de la enfermedad sigue
siendo objeto de debate entre los patólogos, que barajan las posibilidades de
peste bubónica, tifus, viruela y gripe.
En tres
años perecieron 4.400 hoplitas y 300 caballeros, es decir, aproximadamente un
tercio de ambos cuerpos, un porcentaje de víctimas que presumiblemente también
se registraría entre el conjunto de la población.
Pericles,
sucumbió a la epidemia y murió en 429 a. C.
La
epidemia, por otra parte, se repitió en 427 a. C.
Tras la muerte de
Pericles
El vacío de
poder que dejó Pericles fue ocupado por el aristócrata Nicias y el demagogo Cleón,
el primero partidario de un entendimiento con Esparta que pusiera fin al
conflicto, y el segundo proclive a una guerra a ultranza y sin concesiones.
Esta lucha interna afectó a la política exterior ateniense, que experimentó
continuos vaivenes según el pueblo se dejaba persuadir por uno u otro líder. La
herencia política del «Olímpico» recayó, además, en Éucrates y Lisicles.
Ninguno de estos personajes supo aprovechar las oportunidades que se presentaron
a los atenienses para salir airosa de una guerra difícil.
Formión y Cnemo
En el
verano de 429 a. C., los espartanos pusieron en práctica un vasto y
ambicioso plan en el noroeste que aspiraba a la dominación no sólo de
Acarnania, sino también de las islas de Zacinto y Cefalonia e incluso de
Naupacto, donde desde el invierno del 430-429 a. C., los atenienses
situaron una flota bajo el mando de Formión que acrecentaba su control del
Golfo de Corinto.
Mapa
del Golfo de Corinto.
El plan
espartano dificultaría extremadamente o incluso impediría a los atenienses la
circunnavegación del Peloponeso y el bloqueo del Golfo de Corinto por falta de
puertos en donde recalar sus naves. Pero la campaña acarnania, dirigida también
por Cnemo, acabaría en otro descalabro debido a la mala coordinación entre los
intervinientes y a la inconstancia en el liderazgo de los espartanos, más
dispuestos a retirarse ante cualquier eventualidad o contratiempo que a
empeñarse en una empresa lejana de la que no eran directos beneficiarios. Las
47 naves que constituían la flota de apoyo a Cnemo no pudieron eludir la
vigilancia de Formión y se vieron obligadas a combatir a la entrada del Golfo
de Corinto. Las dos naumaquias, en la segunda de las cuales se impuso Formión,
a pesar de tener una desventaja en número de naves de casi 4 a 1, consiguió
encerrar en el golfo a una gran parte de la escuadra peloponesia. Esto impidió
a la Liga del Peloponeso participar en la defensa de las costas peloponesias,
pues las consecuencias de ambas derrotas fueron desastrosas para ella.
Después,
Formión dio un rodeo por Acarnania, región con varios territorios dominados por
los aliados de Atenas. Regresó a Atenas por Naupacto, y así logró dificultar el
suministro de trigo de la Magna Grecia al Peloponeso. A pesar de sus éxitos se
le acusó ante los tribunales y fue condenado a pagar una multa que al no poder
satisfacer, conllevó su atimia (pérdida de la ciudadanía). Debido a ello
no pudo volver a desempeñar ningún cargo público.
En el plano
militar, Atenas conservó Naupacto, con lo que ello significaba para el bloqueo
del golfo y del istmo de Corinto, mientras que casi un cuarto de la flota
peloponesia había quedado desmantelada y sus tripulaciones capturadas o
muertas. Efectos que se dejaron sentir sobre la actividad naval en los
siguientes años. Otro hecho no menos importante fue el afianzamiento naval del
poder ateniense en el noroeste continental de Grecia en detrimento de los
corintios, como demostrarían poco después las expediciones a Acarnania de
Formión y de su hijo Asopio.
Revuelta de Mitilene
La revuelta de Mitilene fue un incidente acaecido, en el
que la ciudad de Mitilene trató de hacerse con la isla de Lesbos y de rebelarse
contra Atenas. En el 428 a. C. el gobierno de Mitilene planeó una
rebelión conjunta con Esparta, Beocia y otras ciudades de Lesbos. Mitilene
comenzó los preparativos fortificando la ciudad y reuniendo suministros para
una guerra prolongada. Sin embargo, dichas medidas fueron interrumpidas por la
flota ateniense, que había sido advertida de la rebelión. Aunque Mitilene envió
representantes a Atenas para negociar un acuerdo, al mismo tiempo y en secreto
despachó una embajada a Esparta con el propósito de pedir ayuda.
El intento de alcanzar un acuerdo con Atenas fracasó,
dado que ésta no deseaba que Mitilene subyugara a su aliada, la ciudad de
Metimna, y la flota ateniense bloqueó por mar a Mitilene. Aunque Esparta aceptó
proporcionar su ayuda a Mitilene y construyó una flota, se acobardó ante una
muestra del poderío ateniense, por lo que no realizó ninguna acción contra
Atenas durante el primer año de la contienda. Mientras tanto, arribaron a
Lesbos 1000 hoplitas atenienses, lo que permitió completar el asedio por
tierra. Pese a que Esparta envió finalmente su flota a Mitilene en el verano de
427 a. C., el avance de ésta fue tan cauteloso y tuvo tantos retrasos
que cuando llegó a las cercanías de Lesbos recibió la noticia de que Mitilene
se había rendido.
Tras la rendición de Mitilene, en Atenas se encendió un
gran debate en cuanto al destino de sus habitantes. Una facción, liderada por
Cleón, abogaba por la ejecución de todos los hombres de Mitilene y el
encarcelamiento de los niños y de las mujeres; mientras que otra facción,
liderada por Diódoto (hijo de Éucrates), prefería un tratamiento más moderado,
donde se debería ejecutar sólo a los cabecillas. La asamblea ateniense titubeó:
ordenó la ejecución masiva de todos los hombres, pero al día siguiente revocó
la sentencia. Al final, se perdonó a la ciudad entera, aunque 1000 supuestos
cabecillas fueron ejecutados sin juicio.
El gobierno
oligárquico de Mitilene había considerado rebelarse contra Atenas incluso antes
del estallido de la Guerra del Peloponeso. Sin embargo, cuando se acercaron a
Esparta en la década de 430 a. C., no fueron aceptados en la Liga del
Peloponeso. Sin el necesario apoyo de Esparta, que con su ayuda podía hacer
viable la rebelión, el plan de Mitilene se quedó en nada.2 No obstante, en el
año 428 a. C. los líderes mitileneos juzgaron que era el momento
propicio para rebelarse, y tanto Esparta como Beocia participaron en los planes
de la rebelión. La principal motivación para la revuelta fue que los mitileneos
deseaban tomar el control de toda la isla de Lesbos; a Atenas no le gustaba la
creación de subunidades dentro de su imperio y seguramente no hubiera permitido
que Lesbos se unificara. Además, el estatus de privilegio de Mitilene, que
comandaba su propia flota y era un Estado independiente dentro del Imperio
ateniense, aventuraba que en el futuro Atenas habría de enfrentarse a Mitilene
y someterla como un Estado tributario, tal como había hecho con la mayoría de
sus aliados. Por lo tanto, los mitileneos comenzaron a reforzar sus
fortificaciones y adquirieron mercenarios y suministros en la zona del Mar
Negro. Sin embargo, la noticia de los preparativos llegó a oídos de los
atenienses gracias a varios de los enemigos de Mitilene en la región (Metimna y
Ténedos) y a un grupo de ciudadanos mitileneos que representaban los intereses
de Atenas en la ciudad (probablemente miembros de la facción democrática del
lugar).
Los
atenienses, que aún sufrían la plaga y se encontraban bajo una gran presión
financiera debido a la prolongación inesperada de la guerra, en un principio
intentaron negociar para así evitar verse envueltos en otra contienda militar
en Lesbos.6 Sin embargo, cuando
Mitilene se negó a abandonar sus planes para unificar Lesbos y sus preparativos
para la guerra, Atenas se resignó ante la necesidad de una respuesta militar y
despachó una flota rumbo a Mitilene; diez trirremes mitileneos, que se
desempeñaban dentro de la marina de guerra, fueron recluidos en Atenas junto
con sus tripulaciones. El plan inicial era que la escuadra llegara durante un
festival religioso, por lo que todos los habitantes de Mitilene se hallarían
fuera de la ciudad, facilitando la conquista de las fortificaciones por las tropas
atenienses. No obstante, puesto que el plan se trazó en una asamblea abierta,
resultó imposible mantenerlo en secreto, y Mitilene recibió una advertencia
sobre el acercamiento de los navíos. El día del festival, la población
permaneció en la ciudad y se redobló la guardia en los puntos más débiles de la
muralla. Los atenienses, que se encontraron con la ciudad bien defendida,
ordenaron a los mitileneos que rindiesen su flota y derribaran las murallas.
Mitilene rechazó estas exigencias e incluso envió a su contingente naval a
combatir contra la de Atenas en las afueras del puerto. Pero cuando los
atenienses obtuvieron una pronta victoria y los navíos mitileneos se replegaban
hacia el puerto, la ciudad aceptó velozmente negociar un armisticio y despachar
representantes a Atenas. No obstante, la intención del gobierno de Mitilene no
era llegar a un acuerdo con Atenas, sino más bien ganar tiempo para que sus negociaciones
con Esparta y Beocia dieran sus frutos.5 Mientras los
representantes se encaminaban hacia Atenas, se despachó un segundo grupo rumbo
a Esparta para obtener su apoyo en la rebelión.
Las
negociaciones en Atenas fueron breves e infructuosas. Los mitileneos ofrecieron
mantenerse leales a cambio de que los atenienses retiraran de Lesbos su flota. Dentro de la
propuesta se hallaba implícito el hecho de que Atenas abandonara Metimna, algo
que los atenienses no podían efectuar, ya que el no proteger a una ciudad
sujeta a su imperio ante un ataque minaría su autoridad al frente del mismo. En
consecuencia, Atenas rechazó la oferta de Mitilene.
Cuando los
embajadores regresaron a Lesbos y dieron a conocer el resultado de las
negociaciones, todas las ciudades de la isla salvo Metimna declararon
abiertamente la guerra a Atenas.9 Mitilene reunió un
ejército y avanzó para atacar el campamento ateniense. Pese a que el resultado
de la batalla le fue levemente favorable, los mitileneos no quisieron forzar su
ventaja y se retiraron detrás de sus fortificaciones antes de que cayera la
noche. Por su parte, los atenienses, animados por la falta de iniciativa de sus
enemigos, convocaron a las tropas de sus aliados y, a su llegada, construyeron
dos campamentos fortificados, uno a cada lado del puerto de Mitilene. Desde
aquellas posiciones, impusieron un bloqueo naval sobre la ciudad, mientras que
Mitilene y sus aliados siguieron controlando todo el territorio situado fuera
de las fortificaciones atenienses.
Inmediatamente
después del ataque de los mitileneos contra el campamento ateniense, un
trirreme con embajadores de Esparta y Beocia logró esquivar el bloqueo y entrar
en Mitilene. Una vez allí, los emisarios convencieron a los habitantes de la
ciudad de que enviaran a un segundo grupo de embajadores para solicitar la
intervención de Esparta (los espartanos y beocios habían partido antes de la
revuelta y desde hacía tiempo se les había imposibilitado la entrada a la
ciudad). Esta segunda delegación de negociadores de Mitilene llegó a su destino
menos de una semana después que el primero, en julio, pero ninguno consiguió la
ayuda inmediata por parte de Esparta; sus ciudadanos delegaron la decisión
sobre Mitilene a la Liga del Peloponeso en su totalidad, la cual se reuniría en
Olimpia un tiempo más tarde, ese mismo verano. Durante la reunión, los
embajadores mitileneos pronunciaron un discurso justificando su revuelta,
enfatizaron la debilidad de Atenas e hicieron hincapié en la importancia de
atacar a los atenienses del imperio, del cual extraían sus recursos. Tras dicha
exposición, los espartanos y sus aliados aceptaron mediante una votación
incluir a los habitantes de Lesbos dentro de su alianza y atacar a Atenas con
urgencia, respaldando la revuelta.
Los planes
trazados en Olimpia determinaron que todos los Estados aliados enviaran sus
contingentes al istmo de Corinto para unirse y preparar el avance hacia Atenas.
El contingente espartano fue el primero en llegar y se dispuso a recorrer el istmo
lentamente con navíos del golfo de Corinto para así poder atacar en forma
simultánea por tierra y por mar. No obstante, mientras que los espartanos se
dedicaban con entusiasmo a dicha labor, el resto de los aliados se demoró en
enviar a sus contingentes; el período de cosecha había iniciado y los aliados
estaban cansados del constante servicio militar (ya habían sido llamados al
servicio ese mismo verano para una invasión del Ática que comenzó en mayo y se
prolongó todo un mes). Entretanto, conscientes de que el alistamiento de tropas
peloponesias se debía en parte a la afirmación de los mitileneos de que Atenas
se hallaba sumamente debilitada, los atenienses prepararon una flota de 100
navíos para realizar ataques en las costas del Peloponeso. La preparación del
contingente naval requirió la toma de medidas extremas, puesto que los recursos
del Estado ya eran muy escasos; debido a que no había suficientes thetes
(ciudadanos pobres) disponibles para servir como tripulación de los navíos, se
reclutó como remeros a zeugitai (propietarios de tierras que normalmente
combatían como hoplitas) y a metecos (extranjeros que residían en Atenas). La
flota ateniense efectuó incursiones a voluntad contra las costas peloponesias,
y los espartanos, a quienes se les había prometido que los cuarenta navíos en
Mitilene y otros cuarenta que habían circunnavegado el Peloponeso a comienzos
del verano constituían la totalidad de las fuerzas navales que Atenas podía
reunir, llegaron a la conclusión de que se los había engañado y cancelaron sus
planes de lanzar un ataque durante ese verano.
Mientras
las tropas espartanas llevaban a cabo sus preparativos en el istmo de Corinto,
Mitilene y sus aliados atacaron Metimna por tierra, esperando que les fuera
entregada a traición. Sin embargo, la traición prometida no ocurrió, y tras
lanzar una ofensiva contra la ciudad que no tuvo el éxito esperado, se
retiraron hacia Antisa, Pirra y Ereso.
Los
mitileneos regresaron a casa, deteniéndose durante el camino para reforzar las fortificaciones
de varios de sus aliados cerca de Metimna. Una vez que los mitileneos hubieron
desaparecido, las tropas de Metimna avanzaron sobre una de estas ciudades, Antisa,
pero fueron derrotadas por los defensores y sus mercenarios en un combate fuera
de las murallas de la ciudad. Un gran número de metimneos y sus auxiliares
murieron a manos de los antiseos, y los supervivientes emprendieron la retirada
a su ciudad.
En este
momento, los atenienses se dieron cuenta de que su ejército en Lesbos era
insuficiente para lidiar con Mitilene, por lo que otros 1000 hoplitas fueron
despachados a la isla, bajo el mando del estratego Paques, hijo de Epicuro.
Gracias al incremento en el número de sus tropas, los atenienses en Lesbos
lograron hacerse con el control de las tierras que rodeaban Mitilene y
construyeron una muralla circunvalando la ciudad por los tres lados de la
ciudad que miraban a tierra, completando así el bloqueo contra ésta. Además
Mitilene contaba con fuertes construidos en algunas posiciones con buenas
defensas naturales, y es presumible que los atenienses no temieran un ataque
por la espalda de los aliados de Mitilene.
Refiere
Tucídides que el invierno empezaba, y sobre la base de la secuencia de los
hechos, se ha calculado que la construcción del muro de circunvalación les tomó
unas cuatro semanas.
A fin de
pagar los gastos por el asedio durante su crítica situación financiera, Atenas
se vio obligada a recurrir a dos medidas extremas. En primer lugar, impuso el
pago de una eisphora, o impuesto directo, a sus propios ciudadanos.
Los antiguos griegos eran sumamente reacios a tomar este tipo de medidas, las
cuales consideraban un abuso sobre sus libertades personales, y es posible que
esta haya sido la primera ocasión en que se haya obligado el pago de este
impuesto en Atenas. El segundo mandato consistió en anunciar un aumento del
tributo exigible a sus Estados sujetos, y se enviaron doce naves para cobrar el
nuevo gravamen varios meses antes de la fecha habitual; esto desató claras
situaciones de descontento, y uno de los generales que comandaba uno de los
trirremes fue asesinado mientras intentaba cobrar el tributo en Caria.
En el
verano de 427 a. C., los espartanos y sus aliados planificaron un
esfuerzo conjunto por tierra y mar para desgastar los recursos de Atenas y
aliviar el asedio sobre Mitilene. La invasión anual del Ática correspondiente a
ese año fue la segunda más prolongada de la guerra arquidámica, superada en
duración y destructividad únicamente por la de 430 a. C. Mientras se
llevaba a cabo esta invasión, se despachó a 42 barcos al mando del navarco Álcidas
hacia Mitilene. El objetivo era que los atenienses estuviesen preocupados por
la invasión y no pudieran dedicar toda su atención a Álcidas y su flota.
Sin
embargo, en Mitilene el tiempo se estaba agotando para un rescate del
Peloponeso. Un representante espartano, Saleto, había ingresado
subrepticiamente en la ciudad a bordo de un trirreme a fines del invierno con
noticias del plan de socorro y había tomado el mando de las defensas del lugar,
anticipándose a la llegada de la flota. No obstante, las provisiones de
alimento de Mitilene se acabaron en algún momento a comienzos del verano y, ya
que el contingente naval aún debía aparecer, Saleto debió apostar por intentar
romper el bloqueo. Todos los ciudadanos, de los cuales la mayoría había
combatido hasta el momento en las tropas ligeras, recibieron una armadura
hoplítica como parte de los preparativos. Aun así, una vez que la población
estuvo armada, esta se negó a obedecer al gobierno de la ciudad y exigió que
las autoridades distribuyeran el resto de las provisiones de comida, amenazando
con pactar con los atenienses si esto no se cumplía. Al ver que el problema era
insalvable y que cualquier acuerdo de paz en el que no estuviesen involucrados
tendría seguramente consecuencias fatales para ellos, los funcionarios del
gobierno se pusieron en contacto con el comandante ateniense y se rindieron con
la condición de que ningún habitante de Mitilene fuera hecho prisionero, esclavizado
o ejecutado hasta que los representantes de la ciudad hubiesen expuesto su caso
ante Atenas.
Al mismo
tiempo que sucedían estos acontecimientos, Álcidas avanzaba con sus barcos,
lentamente y con cautela, desperdiciando mucho tiempo en rodear el Peloponeso.
Pese a que consiguió evitar a los atenienses y llegar a Delos sin ser
descubierto, alcanzó la ciudad de Eritras, situada en la costa de Jonia, unos
días después sólo para enterarse de que Mitilene ya había caído. En aquel
instante, el comandante del contingente de Elis propuso lanzar un ataque contra
los atenienses en Mitilene, sosteniendo que dado que la captura de la ciudad
era muy reciente, los tomarían por sorpresa y en un momento vulnerable. De
todas formas, Álcidas no deseaba efectuar un movimiento tan atrevido y rechazó
la idea, al igual que otro plan para tomar una ciudad jonia como base desde la
cual fomentar rebeliones dentro del imperio. De hecho, tras saber que Mitilene
se había rendido, el objetivo principal de Álcidas fue regresar a casa sin
tener que enfrentarse a la flota de Atenas, por lo que navegó hacia el sur,
siguiendo la costa de Jonia. Los trirremes atenienses para misiones oficiales, Páralo
y Salaminia, pudieron verlo fuera de Claros, y la escuadra ateniense fue enviada
desde Mitilene en su persecución. Sin embargo, Álcidas zarpó desde Éfeso a toda
vela de vuelta al Peloponeso, sin detenerse hasta encontrarse seguro dentro de
las fronteras de su patria, logrando escapar así de sus perseguidores. Luego de
esto, los atenienses regresaron a Lesbos y sometieron a las últimas ciudades
rebeldes de la isla.
Tras
terminar de someter a Mitilene, el strategos ateniense Paques envió a la
mayor parte del ejército de regreso a Atenas y, junto con él, a los mitileneos
que habían sido identificados como especialmente culpables de la revuelta, así
como al general espartano Saleto, quien fue ejecutado de inmediato a pesar de
que había señalado que, a cambio de su vida, haría retirar las tropas
espartanas que asediaban Platea. Luego, la asamblea centró su atención en la
cuestión de qué hacer con los prisioneros en Atenas y con el resto de los
mitileneos en Lesbos. A continuación se produjo uno de los debates más famosos
de la historia de la democracia ateniense y una de las tan sólo dos ocasiones
en que Tucídides registró el contenido del cruce de discursos que se llevó a
cabo en la Asamblea. Debido a ello, el debate ha sido materia de muchos
análisis en el campo académico, apuntando a dilucidar tanto las circunstancias
de la revuelta como la política interna ateniense de la época.
La
versión de Tucídides
Según lo informado por Tucídides, el debate se prolongó
dos días. Durante el primero, del cual Tucídides sólo proporciona un resumen,
los atenienses, furiosos, condenaron a muerte a la totalidad de la población
masculina de Mitilene, y a la esclavitud a las mujeres y los niños. Los
ciudadanos estaban especialmente airados por el hecho de que la revuelta
hubiese traído a una flota de Esparta a aguas jonias, algo que jamás habría
ocurrido en circunstancias normales, ya que ninguna flota enemiga había surcado
dichas aguas en 20 años. Tras la decisión tomada por la Asamblea, se despachó
un trirreme a Mitilene con la orden de que Paques ejecutara a los hombres
mitileneos.
No
obstante, al día siguiente y después de que los atenienses ponderasen la
severidad de lo que acababan de decidir, varios ciudadanos comenzaron a
arrepentirse. Conscientes de tal situación, los delegados mitileneos que
habían llegado a Atenas para presentar su caso solicitaron que los pritanos
reuniesen la Asamblea, algo a lo que los funcionarios accedieron. En la nueva
reunión se produjo un debate entre quienes sostenían el decreto del día
anterior y los que abogaban por un castigo más suave. El primer discurso del
que Tucídides da noticia es el pronunciado por Cleón, quien había propuesto la
moción del día previo. Este discurso señala la primera aparición de Cleón en
los registros históricos, y Tucídides lo presenta diciendo que «era excepcional
entre los atenienses por la violencia de su temperamento, y en esta época
ejercía la más grande influencia sobre el pueblo».
El
Imperio Ateniense en el 450 a. C.
En el
discurso de Cleón, tal como informa Tucídides, el político argumenta que la
única forma de mantener el orden es la aplicación sistemática de las leyes,
incluso si estas puedan parecer injustas, y que además toda la población de
Mitilene (no sólo la aristocracia) se había rebelado contra Atenas, por lo que merecían su condena.
El discurso está repleto de duras críticas al pueblo ateniense y a ciertos
elementos de la ideología democrática, y traza una ideología imperialista que
describe abiertamente al gobierno de Atenas como una tiranía y la abraza como tal. Parte del discurso de Cleón estuvo dedicado
a atacar a quienes hablarían en su contra, sosteniendo que cualquier persona
que hablara a favor de los mitileneos debía haber sido sobornada. Algunas cuestiones
del discurso evocan argumentos aportados por Pericles en su famoso diálogo fúnebre y está claro que Cleón, según lo presenta Tucídides, utiliza
deliberadamente su discurso para reclamar aspectos de la posición de líder de
Pericles. En cuanto a su contenido, el discurso hace hincapié en la condición
favorable que Mitilene había ostentado antes de la revuelta, afirma que toda la
ciudad es responsable del levantamiento y señala que una ciudad que goza de
cierto favoritismo y se rebela debe ser sometida al más duro de los castigos
para impedir que otras sigan su ejemplo.
Después del
discurso de Cleón, Tucídides presenta el pronunciado por Diódoto, un político que aparece por
única vez en los registros históricos pero que, según Tucídides, también se había
mostrado contrario a la propuesta de Cleón el día precedente. Identificado
como «Diódoto, hijo de Eucrates», se presume que el Eucrates en cuestión es un
lugarteniente bastante destacado de Pericles, mencionado en varias ocasiones
anteriores. La primera parte del discurso de Diódoto está dedicada a refutar
las acusaciones que Cleón había dirigido contra quienes hablasen luego de él, y
en especial aduce que la asamblea se vería privada de sabios consejos si
examinara continuamente los motivos de los disertantes en lugar de los
argumentos que éstos presentan. A continuación, Diódoto embiste contra la
afirmación de Cleón de que un castigo severo impedirá futuras rebeliones,
señalando que ningún Estado inicia una revuelta con la intención de fracasar, y
que la contramedida más útil es por lo tanto un castigo más suave que
permitiría reconsiderar la situación cuando la rebelión pareciera fracasar.
Durante su discurso, Diódoto se niega a desviarse del terreno de la comodidad,
recordando a los atenienses que no se hallan reunidos en un tribunal de
justicia, sino en una asamblea política dedicada a determinar qué acción es la
más ventajosa para Atenas. En cuanto a la cuestión de la culpabilidad, no
obstante, rechaza completamente que los demos compartan la culpa de los
oligarcas y advierte a la asamblea en contra de ganarse la antipatía de amigos
potenciales a lo largo del imperio.
Una vez
concluidos los discursos para la moción, la asamblea votó, por escaso margen,
eliminar el decreto del día anterior. A continuación, Cleón presentó una
segunda moción proponiendo ejecutar, sin mediar juicio alguno, a los 1000
habitantes de Lesbos que Paques había determinado como los principales
culpables de la rebelión; esta moción se llevó a cabo en una discusión de la
que no se tiene registro. De inmediato se despachó un navío a Mitilene para
anular la orden de ejecución del día previo. Los representantes mitileneos en
Atenas ofrecieron a la tripulación de la nave una gran recompensa si llegaba a
tiempo para evitar las ejecuciones. Remando día y noche, durmiendo por turnos y
comiendo frente a sus remos, la tripulación del segundo trirreme consiguió
recuperar la ventaja de un día del primer barco y llegar a Mitilene en el
preciso momento en que Paques estaba leyendo la orden inicial, con lo que se
logró impedir su aplicación.
Consecuencias
Aunque se perdonó la vida a los ciudadanos de Mitilene,
los habitantes de Lesbos recibieron un castigo severo. Todos los terrenos de
labranza de la isla, salvo los pertenecientes a Metimna, fueron confiscados y
divididos en 3000 lotes que fueron arrendados anualmente a la gente de Lesbos.
De estos lotes, 300 fueron dedicados a los dioses, y los 10 talentos que se
recaudaban al año por ellos pasaban a formar parte del tesoro de Atenas; el resto
financiaba una guarnición de clerucos atenienses. Atenas confiscó todas las
posesiones mitileneas en la Jonia continental y sus navíos, e hizo derribar sus
murallas. Para Atenas, esto resolvía varios problemas: la guarnición brindaría
seguridad en Lesbos y la ausencia de sus miembros de Atenas serviría en cierto
modo para aliviar la sobrepoblación de la ciudad y la carga en el tesoro
público provocada por la necesidad de alimentar a miles de agricultores
desplazados de sus tierras. La guarnición regresó a casa a mediados de los años
420 a. C., pero al parecer los atenienses se habían equivocado al
creer que la isla era segura: en 412 a. C., luego del desastre en
Siracusa, Lesbos fue una de las primeras islas que comenzaron a complotar
contra la debilitada Atenas.
En una anécdota que algunos relacionan con la cuestión
mitilenea, Plutarco indica que Paques se suicidó durante un juicio posterior a
su mandato en Mitilene. Donald Kagan interpreta esta anécdota como una señal de
que Paques, de posición política moderada, fue enjuiciado por Cleón u otro
político más agresivo, en desaprobación por no haber perseguido a la flota de
Álcidas.
El final de Platea
En
427 a. C., los espartanos y sus aliados, marcharon con sus tropas a
Platea, que estaba sitiada desde 429 a. C. Platea, aliada de Atenas
seguía siendo una espina clavada en el corazón de la Liga Beocia, liderada por
los tebanos. Después de sendos discursos de platenses y tebanos, cinco jueces
espartanos desplazados al efecto a Platea complacieron a sus aliados tebanos
con la decisión de ejecutar a los 225 defensores que se habían rendido (200
platenses y 25 atenienses) y esclavizar a 110 mujeres. La ciudad fue destruida
y las tierras y comunidades pequeñas que dependían de ella fueron anexionadas
por los tebanos (427 a. C.), que vieron su poder político y económico
incrementado dentro de la confederación.
La
Guerra civil de Corcira
La Guerra civil (stásis) que estalló en Corcira
representó el primer incidente de consecuencias dramáticas para la política interna
de una ciudad como consecuencia de la intromisión de las dos potencias que se
disputaban la hegemonía de la Hélade.
En 427-426 a. C., el endémico antagonismo ente
los demócratas y los oligarcas corcirenses degeneró en un conflicto abierto
civil cuando los segundos intentaron hacerse con el poder por medios violentos
y derrocar el gobierno democrático.
Corinto, a la que le gustaba imponer su autoridad en las
colonias que había fundado en el Adriático, intervino en la guerra civil de
Epidamnos (437 a. C.), entre aristócratas y demócratas, que se
desencadenó tras muchos años de disensiones internas, a causa de la ruinosa
guerra que los primeros mantuvieron con la tribu iliria de los taulantios. Los
demócratas expulsaron a los oligarcas y a solicitud de los primeros, Corinto
envió colonos y una guarnición a Epidamno. Los oligarcas, por su parte, se
aseguraron el apoyo de Córcira, antigua colonia también de Corinto, cuya flota
puso asedio por mar a Epidamnos.
Los corintios prepararon una gran expedición en la que
participaron aliados del Peloponeso, del Mar Jónico y de Tebas.
La isla había firmado una alianza defensiva (epimachía)
con Atenas. Los atenienses habían intentado obtener su compromiso, pero como
consecuencia de una votación se decidió que Córcira fuera aliada de Atenas.
Parece que el partido aristocrático corcirense había sido favorable a Corinto,
mientras que el partido popular se inclinaba por Atenas. Los diferentes jefes
de los dos partidos se citaron en los tribunales. Pitias, jefe del partido
popular, fue absuelto de los cargos políticos que pesaban sobre él. Él citó a
sus adversarios ante la justicia, esta vez, por una acusación de sacrilegio.
Los cinco miembros del partido aristocrático fueron condenados a una gravosa
multa. Pitias, personaje influyente del Consejo, insistió para que fuera
pagada. Los aristócratas y sus partidarios aprehendieron a los demócratas.
Pitias fue atacado y muerto en la misma sala del Consejo, ante la vista de
sesenta personas. Sus partidarios se refugiaron en un trirreme ateniense.
Los aristócratas convocaron la Asamblea de los
ciudadanos, a la que hicieron votar la neutralidad de la ciudad en la guerra.
Un trirreme corintio que transportaba a emisarios de Esparta atracó en Córcira
y poco tiempo después, el partido aristocrático lanzó un nuevo ataque contra el
democrático, el cual resultó vencido. Los supervivientes se refugiaron en la
acrópolis y en la parte alta de la ciudad. También tenía en su poder el puerto
Hilaico. Los aristócratas tomaron el área del ágora, donde residían la mayoría,
y el puerto contiguo enfrente del continente.
Los demócratas se negaron a sumarse a los esclavos, con
la promesa de su libertad, mientras que los oligarcas hicieron llegar a 800
mercenarios.
Al día siguiente tuvo lugar un nuevo enfrentamiento en el
que vencieron los demócratas. Para evitar la toma del arsenal, los
aristócratas incendiaron los edificios en torno al ágora.
El estratego ateniense, Nicóstrato, llegó la jornada
siguiente con 12 barcos y 500 hoplitas mesenios. Obligó a los diferentes
partidos a aceptar su arbitraje. Los aristócratas responsables de la rebelión
huyeron antes de poder ser juzgados por sus actos, y fue declarada una amnistía
para el resto. Además, se concluyó una alianza defensiva (epimachía) con
Atenas. También se decidió intercambiar los barcos de guerra entre las dos
ciudades. Los demócratas pensaron que podrían desembarazarse de sus adversarios
políticos enviándolos a Atenas. Antes de embarcar, los partidarios de los
aristócratas, cerca de cuatrocientos, se refugiaron en los templos de los
Dioscuros y de Hera. Fueron persuadidos a partir y exiliados en un islote
situado enfrente del templo de la diosa.
Tres o cuatro días después se presentó, bajo el mando de
Álcidas, una flota peloponesia de una sesentena de naves que intentó aprovechar
la situación. Ante la amenaza, Córcira se aprestó a equipar 60 trirremes con
urgencia y a medida que estaban listos los enviaban contra el adversario.
Llegaron frente a los navíos enemigos en formación abierta. Mientras se
aproximaban a los barcos enemigos, dos barcos corcirenses desertaron. Mientras
que en las otras naves, las tropas embarcadas combatían entre sí. La flota
peloponesia sacó provecho de la situación y se alineó con 20 trirremes contra
los corcirenses y con el resto de naves contra los 12 trirremes atenienses, dos
de las cuales eran el Salaminia y el Páralo.
La intervención del ateniense Nicóstrato con su flota
tampoco solucionó el problema, aunque de momento Corcira firmó una alianza con
Atenas que sustituía a la anterior epimachia (alianza defensiva).
Batalla
naval
Los escaso barcos corcirenses atacaron en desorden y se
encontraron en dificultades Los trirremes atenienses estaban en inferioridad
numérica y temiendo una maniobra envolvente por parte de los peloponesios, no
atacaron ni al grueso de la flota ni al centro de la escuadra alienada frente a
ellos. Al final arremetieron contra un ala y hundieron un barco. Después, la
flota peloponesia adoptó una formación en círculo y los atenienses navegaban en
torno suyo. Temiendo que ocurriera como en Naupacto (429 a. C.),
las naves que estaban luchando contra las corcirenses acudieron en su ayuda.
Una vez reunidos, los trirremes peloponesios lanzaron un ataque coordinado
contra los atenienses, quienes empezaron a retirarse lentamente para atraer
sobre ellos el ataque de la formación enemiga, con el fin de que las naves
corcirenses pudieran ponerse a salvo. Los atenienses no pudieron impedir la
derrota total de los corcirenses que se batieron en retirada, después de haber
perdido trece navíos. La batalla terminó a la puesta del sol.
Negociaciones
Los partidarios de los oligarcas fueron repatriados del
islote para que no pudieran ser socorridos por la flota peloponesia. Demócratas
y aristócratas negociaron entonces la reconciliación. Se trataba, para todos,
de defender la ciudad ante todo. Los aristócratas aceptaron servir a bordo de
las naves de guerra. Córcira se preparó para un asedio, pero no fue atacada.
Los peloponesios se contentaron con asolar el Cabo Leucimna y después se
replegaron. Llegaron entonces sesenta barcos atenienses de refuerzo. Los
demócratas masacraron a todos los oligarcas que se habían quedado en tierra.
Los que se habían refugiado en los templos fueron convencidos para que
salieran, y fueron juzgados y condenados a muerte. Algunos prefirieron
suicidarse. Los supervivientes, cerca de 500, se adueñaron de los territorios
continentales de la ciudad, desde donde hicieron incursiones contra la isla.
Causaron tantos estragos que el hambre se apoderó de la ciudad. Como no
consiguieron convencer ni a Corinto ni a Esparta de que les prestaran ayuda
para regresar a su patria, reclutaron mercenarios y desembarcaron en la isla.
Quemaron sus naves para no poder retroceder y se instalaron en el monte Istone,
desde el cual reemprendieron las incursiones. Rápidamente tomaron el control de
los campos.
En 425 a. C., Atenas envió una flota para
ayudar a sus partidarios en Córcira. La idea era asegurar la ruta hacia
Sicilia. Los demócratas auxiliados por hoplitas atenienses encabezados por los
estrategos Eurimedonte y Sófocles, ocuparon la fortificación desde la que los
oligarcas hostigaban a sus rivales políticos, y concluyeron un acuerdo por el
que los mercenarios debían entregarse, y los oligarcas correrían la suerte que
decidiera el pueblo ateniense. Fueron conducidos a la isla de Ptiquia. Desde
allí fueron enviados a Atenas para ser juzgados. Temiendo que los tribunales de
sus aliados no condenaran a muerte sus enemigos, los demócratas idearon una estratagema.
Los empujaron a tratar de fugarse, lo que rompería el acuerdo con Atenas. Por
otra parte, a los estrategos atenienses, presionados a entregarse en Sicilia,
no les importó deshacerse de sus prisioneros y que se hicieran cargo de los
corcirenses. Los demócratas masacraron salvajemente a sus enemigos oligarcas y
vendieron a las mujeres como esclavas.
La guerra civil llegó así al final, con la desaparición
casi completa de uno de los dos partidos.
Ocupación ateniense de Pilos y Esfacteria
La guerra iba a tomar un sesgo nuevo e inesperado
favorable a Atenas, en medio de los éxitos y fracasos en cada uno de los dos
bandos contendientes. Los atenienses habían decidido llevar a cabo una intensa
actividad naval en el Mar Jónico, con el fin de atacar a los aliados de Esparta
y con la pretensión de extender su hegemonía a Sicilia y Magna Grecia.
Atenas destacó allí su flota con dos objetivos concretos:
·
aislar al Peloponeso de las
ricas colonias de Italia y Sicilia, en especial de Siracusa
·
imponer su hegemonía política
sobre las colonias griegas de Occidente.
La
intervención ateniense se apoyó en las viejas y enconadas rivalidades que
venían enfrentando secularmente a los griegos de estas colonias occidentales.
Desde mucho
tiempo antes, Siracusa amenazaba a Segesta, Leontino y Regio, entre otras.
Pericles había pactado con ellas en contra de Siracusa y sus aliados (Gela, Selinunte,
Hímera y Locri).
Batalla de Pilos (425 a.C.)
En la
primavera de 425 a.C., Esparta ayudó a Mesina a rebelarse contra Atenas. En esa
misma época, los espartanos invadieron el Ática dirigidos por el rey Agis. Los
atenienses enviaron 40 naves a Sicilia bajo el mando de Eurimedonte y Sófocles,
con la orden de restablecer la democracia en Corcira (Corfú). Demóstenes que
los había ganado poco tiempo antes en la batalla de Olpae, pudo embarcar a
bordo de una de las naves. Una tempestad obligó la flota a refugiarse en Pilos,
un excelente puerto natural de la costa del Peloponeso a unos 70 km de Esparta,
lo que retrasó el viaje a Corfú. Este rodeo le vino bien a Demóstenes que
quería reforzar las fortificaciones de Pilos, poner un pie en el Peloponeso y
alentar una rebelión de los hilotas contra los espartanos. Los comandantes
pensaban que era una pérdida de tiempo y de dinero, pero los soldados continuaron,
a pesar de todo, fortificando la zona, pues el mal tiempo impedía su salida.
Las fortificaciones fueron acabadas en seis días y Demóstenes se quedó en la
isla con cinco barcos mientras que la flota continuó su misión hacia Corcira y
Sicilia.
Cuando
Esparta tuvo conocimiento de que Atenas había tomado Pilos, retiró su ejército
del Ática. Los espartanos marcharon sobre Pilos a primeros de mayo y llamaron a
su flota de 60 barcos que se dirigía hacia Corcira (Corfú) para que se
dirigiera hacia Pilos. Demóstenes anticipándose a las acciones espartanas y
envió dos de sus barcos para llamar a la flota ateniense. El puerto de Pilos
estaba en una gran bahía cuya entrada estaba casi completamente bloqueada por
la isla de Esfacteria: no existía más que un paso estrecho por cada lado de la
isla para entrar en la bahía.
Los
espartanos planearon bloquear por tierra y mar la fortaleza de Pilos, y
controlar las dos entradas del puerto a fin de impedir a la flota ateniense
entrar y desembarcar un contingente en la isla.
Mientras
los atenienses regresaban, los espartanos llegaron primero, y tomaron
posiciones a lo largo de toda la costa antes de lanzar su asalto. Además,
destacaron unos 420 hoplitas al mando de Epitadas, con sus respectivos hilotas,
a la boscosa isla de Esfacteria, que protegía la bahía. El fin era impedir que
los atenienses ocupasen la isla.
Demóstenes
disponía de pocos hoplitas. La mayoría de sus tropas eran marinos desarmados de
las restantes trirremes. Apostó 60 hoplitas en el punto más débil de las
fortificaciones de la plaza pensando que los espartanos querían desembarcar
allí. El resto de sus tropas estaba en las murallas, tierra adentro.
Pilos y Esfacteria campo de
batalla
El asalto
no se hizo esperar mucho duró del 25 al 30 de mayo. Por mar, la flota de 60
naves se organizó para, por turnos, acercarse a la playa lo suficiente para
desembarcar. Por tierra, los hoplitas espartanos se lanzaron contra las
defensas recién levantadas. Este asalto fue el más fácil de detener. Los
atenienses, aunque habían tenido poco tiempo, habían hecho un buen trabajo, y
los espartanos, en su precipitación, ni siguiera disponían de escaleras para
asaltar el muro. Los pocos hoplitas y las tropas peor armadas no tuvieron mucha
dificultad en hacer retroceder una y otra vez a los espartanos.
Por mar,
sin embargo, la cosa era muy distinta. Los 43 barcos espartanos mandados por
Trasimélidas y Brásidas, aunque maniobrando con dificultad, trataban de
arrimarse a la playa y a las rocas cercanas y, lanzando pasarelas para
desembarcar. Los hoplitas atenienses tuvieron que resistir saltando de roca en
roca, empujando cada pasarela, impidiendo que los espartanos descendieran de
los barcos, mientras esquivaban los proyectiles que les lanzaban desde los
barcos. Brásidas fue herido, y las tropas espartanas, incapaces de desmantelar
las fortificaciones de la playa, fueron rechazadas por las tropas atenienses.
Batalla de Pilos 425 a.C intento de
desembarco espartano. Los espartanos intentan desembarcar y los atenienses
tratan de impedirlo.
Los
atenienses tuvieron que soportar estoicamente dos días más de asedio, hasta que
al atardecer del tercer día, los espartanos de tierra se retiraron en busca de
madera para construir ingenios de asedio. La flota mientras entró en la bahía.
El tercer
día, el resto de la flota ateniense volvió. Habiendo sido reforzada por 10
barcos, contaba en total con 50 naves. Los espartanos habían descuidado el plan
original de proteger con sus barcos la entrada de la bahía por si atacaban los
atenienses, pensaron que la estrechez de la bahía compensaría las mayores
cualidades de los marineros atenienses. La flota ateniense había penetrado en
la bahía por las dos bocas y desplegado con una inigualable precisión,
entablando el combate.
Batalla de Pilos 425 a.C. La
flota ateniense entra en la Bahia y sorprende y derrota la flota espartana.
Los
espartanos fueron cogidos por sorpresa y desplegaron sin orden ni formación.
Pronto los espartanos perdieron sus barcos. Los 420 hoplitas lacedemonios, de
los cuales la mitad eran espartiatas quedaron totalmente aislados en el islote
de Esfacteria. Las naves atenienses establecieron una vigilancia cercana a
Esfacteria para impedir la huida de los espartanos.
Batalla de Esfacteria 425 a.C.
espartiatas desembarcando en el islote
Los
espartanos, incapaces de organizar una expedición de socorro para sus tropas,
pidieron un armisticio y enviaron embajadores a Atenas a fin de negociar el
regreso de la guarnición de la isla.
Esparta y
Atenas empezaron las negociaciones. Para obtener el derecho de aprovisionar a
la tropa de Esfacteria, Esparta debía entregar 60 trirremes. El demagogo Cleón
hizo encallar las negociaciones reclamando además los puertos de Megara y
Trecén, así como Acaya. La postura ateniense tenía un fin: la humillación de
Esparta mediante la captura o exterminio de los defensores de Esfacteria. Los
espartanos entonces se dieron cuenta de que Cleón realmente no perseguía ningún
acuerdo, retiraron la embajada e intentaron abastecer a Esfacteria con la ayuda
de nadadores.
Los
atenienses empezaron a entender el embrollo en el que Cleón les había metido.
Era imposible abastecer a la flota en aquel extremo de la península del
Peloponeso. Además, los griegos desconocían el número exacto de guerreros
espartanos atrapados en la isla. Como era muy boscosa, permanecían ocultos, y
los atenienses no se decidían a atacar.
La
situación se estancó, y en Atenas, la gente comenzó a echarle la culpa a Cleón.
Éste se jactó de que lograría la victoria en veinte días. Para lograr la victoria,
se unió a Demóstenes, llevando con él un contingente de peltastas y de
arqueros. Nicias que era el estratego que debía encabezar el relevo en el
bloqueo de Esfacteria, le cedió con sorna el mando a Cleón.
La fortuna
no estaba con los espartanos. Un día de viento, un pequeño fuego del campamento
pasó a los árboles, y la isla ardió durante dos días enteros. Los espartanos se
salvaron, pero ahora Demóstenes sabía más o menos cuántos eran, y planeó el
asalto final.
La batalla
El 10 de
agosto, los atenienses desembarcaron arqueros, honderos y peltastas junto a los
hoplitas antes del alba. Los destacamentos espartanos desplegados al sur de la
isla no advirtieron la primera oleada, y fueron rápidamente eliminados.
Después, los atenienses se dirigieron hacia el pozo, donde se encontraron con
la falange espartana ya formada.
Batalla de
Esfacteria 425 a. C. fases: 1 los hoplitas espartanos despliegan delante del
pozo para proteger el suministro de agua
Fase 2 los
psiloi o infantería ligera ateniense atacan a los espartanos haciendoles
retroceder
Fase
3 los espartanos se refugian en un antiguo fuerte, pero son envueltos y
finalmente se rinden.
Demóstenes
dio órdenes a las tropas ligeras para que desplegaran a ambos flancos, y envió
otro contingente por la costa para rodear a los espartanos por retaguardia. Los
hoplitas ateniensese quedaron frente a los espartanos.
Batalla de Esfacteria 45 A.C.
los psiloi o infantería ligera ateniense atacando a los hoplitas espartanos, al
fondo se ve a los holplitas ateniensas.
Los
peltastas y honderos de los atenienses corrieron hacia los flancos y pronto
rodearon a los espartanos, al igual que las tropas que aparecieron por la
retaguardia ateniense. Comenzó una infernal lluvia de proyectiles sobre los
espartanos.
Batalla
de Esfacteria en 425 A.C. los psiloi o infantería ligera ateniense hacen
retroceder a los hoplitas espartanos que sufren numerosas bajas durante su
repliegue.
Demóstenes, mantenía a su falange quieta, mientras los espartanos empezaban a
sufrir bajas a pesar de la protección de sus escudos, por lo que decidieron
replegarse a un fuerte abandonado de la isla que se encontraba a unos dos kilómetros,
comenzaron a retroceder, intentando mantener la formación hacia arriba, a pesar
del acoso de los psiloi atenienses, casi la mitad de los espartanos cayó en la
lenta retirada, de aproximadamente una hora.
Poco a
poco, las tropas ligeras se fueron envalentonando, acercándose cada vez más a
los espartanos. Teniendo en cuenta el enorme número de proyectiles lanzados, el
porcentaje de bajas no era nada espectacular, pero, encerrados en la fortaleza,
lejos del único pozo, aunque salobre, de la isla, los espartanos harían frente
todavía a lo peor. Su comandante, Epitadas, fue muerto; su segundo, Estifón,
fue herido.
Un
comandante mesenio condujo a sus tropas a lo largo de la arista de un
acantilado y desembocó en la retaguardia de los espartanos. Cercados y agotados,
los espartanos capitularon. 292 hoplitas fueron hechos prisioneros, de los
cuales 120 eran espartiatas. Los atenienses perdieron alrededor de 50 hombres.
Batalla de Esfacteria 45 a.C.
Ultima posicion de los espartanos en el fuerte abandonado.
Secuelas
Los
acontecimientos de Esfacteria provocaron una gran conmoción en Grecia: ¡por primera vez, los espartanos preferían entregarse antes que morir! Una grave crisis sacudió la ciudad, desmoralizada, y condujo a
la matanza de 20.000 hilotas.
La presencia de un puesto ateniense en Pilos ponía en peligro el conjunto del
territorio mesenio, inmovilizando así una guarnición lacedemonia en la región.
Por fin, Atenas amenazó con matar a los prisioneros de Esfacteria si los
espartanos no suspendían sus invasiones anuales del Ática.
La batalla
demostró de manera brillante el valor de las tropas ligeras, pues los
espartanos fueron vencidos sin que las tropas de hoplitas entraran en combate.
Los atenienses hicieron un uso excelente de las tropas ligeras y las nuevas
tácticas que la expansión ateniense a otros territorios como Tracia donde se
empleaban con gran profusión, a partir de esta batalla, los peloponesos los
incorporaron a su ejército.
El tiempo
en que los lacedemonios estuvieron asediados en la isla, desde la batalla de
Pilos hasta la librada en Esfacteria, fue de 72 días en total.
La batalla
de Esfacteria en 425 a. C., Es una etapa importante de la
historia militar, dado que una tropa de infantería ligera venció a una falange
de hoplitas.
La flota ateniense
iba hacia la asediada Córcira, pero debió refugiarse en el golfo de Pilos tras
una tempestad. El estratego Demóstenes mantuvo con él cinco trirremes
atenienses, más dos que llegaron de su aliado Naupacto. Ante la amenaza sobre
el territorio mesenio, el ejército espartano atacó Pilos sin éxito; después
ocupó el islote de Esfacteria.
Durante ese
tiempo, la flota ateniense logró liberar Córcira de la influencia espartana, y
regresó para ayudar a Demóstenes. 420 hoplitas lacedemonios, la mitad de los cuales
aproximadamente eran ciudadanos espartanos, se encontraron cercados en el
islote.
Esparta y
Atenas empezaron las negociaciones. Para obtener el derecho de aprovisionar a
la tropa de Esfacteria, Esparta debía entregar 60 trirremes. El demagogo Cleón hizo
encallar las negociaciones reclamando además los puertos de Megara y Trecén,
así como Acaya. Los espartanos no aceptaron las condiciones atenienses y
llegaron a abastecer a Esfacteria con la ayuda de nadadores.
Cleón,
desafiado por sus conciudadanos para lograr la victoria, se unió a Demóstenes.
Llevando con él un contingente de peltastas y de arqueros, Cleón se jactó de
que lograría la victoria en veinte días.
La batalla
Los
atenienses desembarcaron antes del alba, arrollaron los puestos avanzados de los
espartanos y progresaron en la isla. El grueso de las fuerzas espartanas avanzó
hacia los atenienses.
Los
hoplitas espartanos no podían entablar batalla contra los hoplitas atenienses
por temor a que los peltastas enemigos atacaran sus flancos y su retaguardia.
Los peltastas, que no portaban ni armadura ni pesados escudos, esquivaban
fácilmente la carga de los hoplitas espartanos. Estos eran hostigados sin
descanso, bajo una lluvia de proyectiles de honda, de flechas y de jabalinas,
todos estos proyectiles lanzados desde menos de 50 metros. Su comandante,
Epitadas, fue muerto; su segundo, Estifón, fue herido.
Los
espartanos se retiraron a su puesto avanzado, en un fuerte en ruinas. Un
comandante mesenio condujo a sus tropas a lo largo de la arista de un acantilado
y desembocó en la retaguardia de los espartanos. Cercados y agotados, los
espartanos capitularon. 292 hoplitas fueron hechos prisioneros, de los cuales
120 eran ciudadanos. Los atenienses perdieron alrededor de 50 hombres.
Los
acontecimientos de Esfacteria provocaron una gran conmoción en Grecia: ¡por
primera vez, los espartanos preferían entregarse antes que morir! Una grave
crisis sacudió la ciudad, desmoralizada, y condujo a la matanza de 20.000
hilotas. La presencia de un puesto ateniense en Pilos ponía en peligro el
conjunto del territorio mesenio, inmovilizando así una guarnición lacedemonia
en la región. Por fin, Atenas amenazó con matar a los prisioneros de Esfacteria
si los espartanos no suspendían sus invasiones anuales del Ática.
Diagrama
de la batalla.
Los ciudadanos
espartanos que habían capitulado fueron desterrados de Esparta y expoliados
todos sus bienes.
La batalla
demostró de manera brillante el valor de las tropas ligeras, pues los
espartanos fueron vencidos sin que las tropas de hoplitas entraran en combate.
El tiempo
en que los lacedemonios estuvieron asediados en la isla, desde la batalla de
Pilos hasta la librada en Esfacteria, fue de 72 días en total. La expedición
había partido a comienzos de mayo y los combates en Pilos se habían iniciado
hacia el 25-30 de mayo. La victoria final en Esfacteria tuvo lugar hacia el 10
de agosto de 425 a. C.
El éxito de
Esfacteria había llevado al partido belicista de Atenas, dirigido por Cleón, a
un programa de acciones que distaba de la política naval de Pericles,
decantándose por las empresas guerreras terrestres.
La
conquista de la isla de Citera en 424 a. C. por Nicias acarreó graves
perjuicios al comercio peloponesio. Se apoderaron los atenienses del puerto de Nisea.
Después un contingente ateniense pretendió la conquista de Beocia, pero sufrió
una gran derrota en Delio, frente a los hoplitas beocios que, por primera vez,
aplicaron la táctica de la falange en formación oblicua.
El general espartiata
Brásidas dio un nuevo giro a la guerra, que hasta ese momento consistía en
asolar el Ática y mantenerse a la defensiva en el Peloponeso. Sabían que el
punto débil de Atenas estaba en Calcídica y en Tracia. Para llegar estas
regiones los lacedemonios deberían pasar por Tesalia, que aunque oficialmente
era aliada de Atenas, estaba dividida en filoatenienses y filoespartanos: el
sector popular estaba de parte de Atenas y la rica aristocracia simpatizaba con
Esparta.
Brásidas
atravesó el istmo de Corinto, Beocia, Tesalia y se presentó en Calcídica donde
incitó a sus habitantes a la sublevación.
Las
ciudades de Acanto y Estagira se pusieron de su lado y su éxito más
sobresaliente fue la conquista de Anfípolis. De este modo, Brásidas dio a los
atenienses un golpe considerable en una zona en la que su imperio parecía estar
muy seguro.
Tucídides,
el historiador, entonces strategos y encargado de la defensa de la ciudad, no
pudo evitar que fuera tomada por Brásidas. Esta pérdida era importante por su
posición estratégica con respecto a Tracia y los Estrechos (Helesponto y Dardanelos),
porque Anfípolis proporcionaba madera para construir barcos y porque contribuía
financieramente. Tucídides fue castigado al ostracismo (destierro) por la ekklesía
ateniense.
A raíz de
la victoria espartana, numerosas ciudades calcídicas hicieron defección de la Confederación
de Delos y las ricas minas de oro del Monte Pangeo pasaron a Esparta.
La
situación de Atenas en Tracia se debilitó con la pérdida de otras poblaciones
como Torone. Por todo esto, los atenienses se vieron obligados a subir las
cuotas del tributo (eisphora), lo cual provocó la defección de otras
ciudades aliadas.
Pero
atenienses y espartanos encarnados en la persona de Nicias y Plistoanacte
deseaban una paz cuanto antes, ya que estos últimos estaban muy preocupados de
los prisioneros de Pilos, a quienes se ejecutaría si los peloponesios invadían
de nuevo el Ática.
En
consecuencia, en la primavera de 423 a. C., Laques gestionó una
tregua de un año que parecía dejar una puerta abierta hacia la paz definitiva.
Tucídides recoge su contenido en el que figuraban las diferentes líneas locales
de demarcación en ambas fuerzas y sus posesiones territoriales. Ciertas
cuestiones problemáticas quedarían sujetas a arbitraje.
Pero
cumplido el plazo, la guerra se reanudó en Calcídica y prosiguieron las
intrigas. La ciudad de Sición defeccionó de la Confederación de Delos y según
el acuerdo debía haber sido devuelta a estos, pero Brásidas se negó.
Nicias
logró atraerse a Pérdicas II de Macedonia y al príncipe Arrabeo de Lincéstide,
consiguiendo alguna ventaja en el norte.
Cleón se
presentó con un fuerte contingente y cosechó algunas victorias, entre las
cuales cabe destacar la conquista de Torone, pero al acercarse a Anfípolis los
espartanos le infringieron una severa derrota. Cleón y Brásidas murieron en la Batalla
de Anfípolis en el año 422 a. C.
Batalla de Anfipolis (422 a.C.)
Posteriormente
a la batalla Esfacteria, el suministro de grano desde Sicilia y Sur de Italia, quedó
amenazado, los espartanos tenían que recuperar el honor y decidieron cortar el
suministro de plata en Tracia, y que Atenas empleaba para financiar la guerra,
Brásidas, uno de los generales espartanos, reunió un ejército de aliados e
ilotas de unos 2.500 efectivos entre los que no había espartiatas y se dirigió a la colonia de
Anfípolis, que controlaba a un gran número de minas de plata. La ciudad estaba
defendida por el general ateniense Eucles, quien pidió ayuda a Tucídides, que
estaba estacionado en Tasos con siete trirremes atenienses.
Para
capturar la ciudad antes de que llegara Tucídides, Brásidas ofreció dejar a
todos los que desearan quedarse a guardar su propiedad, y ofreció el paso
franco a aquellos que quisieran partir. Anfípolis se rindió, a pesar de las
protestas de Eucles. Tucídides llegó al cercano puerto de Eyón el mismo día que
la ciudad se rendía, y le defendió con la ayuda de aquellos que permanecieron
en Anfípolis. Mientras tanto, Brásidas comenzó a aliarse con otras ciudades
tracias, y con Pérdicas de Macedonia, y atacó otras ciudades de la región, como
Torone. Los atenienses temieron que sus otros aliados capitularan rápidamente,
como los de Anfípolis, si Brásidas les ofrecía términos favorables de paz.
Tucídides
fue considerado responsable de la caída de Anfípolis, fue llamado a Atenas donde
fue juzgado y exiliado.
En
respuesta a la caída de la ciudad, Atenas y Esparta firmaron un armisticio de
dos años. Atenas tenía la esperanza de que podría fortificar más ciudades en
preparación de futuros ataques de Brásidas, y los espartanos tenían la
esperanza de que Atenas al fin devolvería los prisioneros tomados en la batalla de Esfacteria, curiosamente los
ciudadanos espartanos que habían capitulado fueron desterrados de Esparta y
expoliados todos sus bienes.
Cuando el
armisticio terminó en 422 a.C., Cleón llegó a Tracia con una fuerza de 30
barcos, 1.200 hoplitas, y 300 jinetes, con muchas otras tropas de aliados de
Atenas. Volvió a capturar Torone y Escione; en Escione, el comandante espartano
Pasitélidas fue muerto. Cleón ocupó posiciones en Eyón, mientras Brásidas ocupó
posiciones en Cerdilio. Brásidas tenía unos 2.000 hoplitas y unos 300 soldados
de caballería, más algunas tropas de Anfípolis, pero no se sentía con fuerzas
suficientes para derrotar a Cleón en una batalla campal. Brásidas entonces
regresó a Anfípolis, y Cleón se trasladó hacia la ciudad para la preparación de
la batalla. Cuando Brásidas no salió, Cleón supuso que no habría ataque, y
empezó a regresar con sus soldados a Eyón.
En este
punto, Brásidas salió de Anfípolis y cargó contra las desorganizadas tropas
atenienses. En la debacle que siguió, Brásidas fue herido de muerte, aunque los
atenienses no se dieron cuenta de ello. Cleón murió también cuando fue atacado
por el comandante espartano Cleáridas. El ejército ateniense entero huyó a
Eyón, aunque aproximadamente 600 de ellos fueron muertos antes de que
alcanzaran el puerto. Tan solo siete espartanos murieron.
Brásidas
vivió lo suficiente para enterarse de su victoria y fue enterrado en Anfípolis.
Los anfipolitanos lo recordarían como el fundador de la ciudad.
La Paz de
Nicias
La paz de Nicias fue un tratado de paz firmado
entre las ciudades-estado griegas de Atenas y Esparta en 421 a. C.,
que puso fin a la primera parte de la guerra del Peloponeso.
En 425 a. C. los espartanos habían perdido las
batallas de Pilos y de Esfacteria, una derrota grave por la que los atenienses
retuvieron 120 hoplitas espartanos (manifestado por Tucídides). Fueron
recuperados en 424 a. C., cuando el general espartano Brásidas
capturó Anfípolis. El mismo año, los atenienses sufrieron una gran derrota en
Beocia en la batalla de Delio, y en 422 a. C. fueron derrotados de
nuevo en la batalla de Anfípolis en el intento de retirarse a esa ciudad.
Ambos, Brásidas, el principal general espartano y Cleón, el principal político
de Atenas murieron en Anfípolis. Ambos bandos estaban agotados y listos para la
paz.
Las negociaciones fueron iniciadas por Plistoanacte,
rey de Esparta, y el general ateniense Nicias. Ambos decidieron la devolución
de todo lo que habían conquistado en la guerra, excepto Nisea, que quedaría en
manos atenienses, y Platea, que permanecería bajo el control de Tebas. En
particular, Anfípolis sería devuelta a Atenas, y los atenienses deberían
liberar a los prisioneros tomados en Esfacteria. Templos de toda Grecia serían
abiertos a los fieles de todas ciudades, y el oráculo de Delfos recuperaría su
autonomía. Atenas podía continuar recaudando el tributo de los estados que lo
habían hecho desde la época de Arístides, pero Atenas no podía forzarles a que
se hicieran aliados. Atenas también aceptó prestar ayuda a Esparta si los
hilotas se rebelaban. Todos los aliados de Esparta acordaron firmar la paz,
menos los beocios, Corinto, Elis y Mégara.
Diecisiete representantes de cada bando juraron mantener
el tratado, que se pretendió al menos durante quince años. Estos representantes
fueron, por Esparta, el rey Plistoacnate y Agis II, Plístolas, Damageto,
Quiónide, Metágenes, Acanto, Daito, Iscágoras, Filocáridas, Zeúxidas, Antipo,
Télide, Alcínadas, Empedias, Menas, y Láfilo. Los signatarios atenienses fueron
Lampón, Istmiónico, Nicias, Laques, Eutidemo, Procles, Pitodoro, Hagnón,
Mírtilo, Trasicles, Teágenes, Aristócrates, Yolcio, Timócrates, León, Lámaco, y
Demóstenes. El tratado de paz entró en vigor bajo el eforato de Plístolas, el
cuarto día antes del fin del mes de Artemisio y en Atenas bajo el arcontado de
Alceo, el sexto día antes del mes de elafebolión.
Este tratado se concluyó al acabar el invierno, con la
primavera en sus comienzos, inmediatamente después de las Dionisias urbanas.
Sin embargo, ningún bando estaba satisfecho, y el tratado
fue roto después y declarado inservible.
Tras la
muerte de Cleón y Brásidas, belicosos guerreros de ambas naciones, la Paz de
Nicias duró alrededor de seis años. No obstante, esta fue una época de escaramuzas
constantes en el interior y en las inmediaciones del Peloponeso. Mientras los espartanos
se contuvieron de entrar en acción, algunos de sus aliados comenzaron a hablar
de revolución. Estas ideas eran apoyadas por Argos, un poderoso Estado del
Peloponeso que había permanecido independiente de Lacedemonia. Con la ayuda de
los atenienses, los argivos tuvieron éxito forjando una coalición de estados
democráticos en el Peloponeso que incluía a estados importantes como Mantinea y
Elis. Los primeros intentos de Esparta por quebrar la coalición fracasaron, y
comenzó a cuestionarse el liderazgo del rey de Esparta, Agis II.
Envalentonados, los argivos y sus aliados, con el apoyo de un pequeño ejército
ateniense al mando de Alcibíades, se pusieron en marcha para tomar la ciudad de
Tegea, cercana a Esparta.
La batalla
de Mantinea (418 a. C.) fue la mayor batalla librada dentro del
territorio griego durante la guerra del Peloponeso. Los lacedemonios, junto con
sus vecinos tegeatas, se enfrentaron al ejército combinado de Argos, Atenas,
Mantinea y Arcadia. En la batalla, la coalición aliada logró varias victorias
iniciales, pero fracasó en capitalizarlas; esto permitió que las fuerzas de
élite espartanas derrotaran a la coalición. El resultado fue una victoria total
para Esparta, que rescató a su ciudad del borde de la derrota estratégica. La
alianza democrática se fracturó y muchos de sus miembros regresaron a la Liga
del Peloponeso. Mediante su victoria en Mantinea, Esparta consiguió recuperarse
de una mala situación y restablecer su hegemonía dentro del Peloponeso.
Batalla de Mantinea (418 a.C.)
Fue una de
las batallas más importantes de la guerra del Peloponeso. Ocurrió en el año 418
AC, enfrentando a Esparta y sus aliados con el ejército encabezado por Argos y
Atenas, con victoria espartana.
Antecedentes
La paz de
Nicias del 421 a.C, duró alrededor de seis años, no obstante, esta fue una época
de escaramuzas constantes en el interior y en las inmediaciones del Peloponeso.
Mientras los espartanos se contuvieron de entrar en acción, algunos de sus
aliados comenzaron a hablar de revolución. Estas ideas eran apoyadas por Argos,
un poderoso estado del Peloponeso que había permanecido independiente de
Lacedemonia. Con la ayuda de los atenienses, los argivos tuvieron éxito
forjando una coalición de estados democráticos en el Peloponeso que incluía a
estados importantes como Mantinea y Elis.
Lacedemonios o espartanos en el 418 en la
batalla de Mantinea: 1 hoplita lacedemonio; 2 oficial lacedemonio se
distingue por el penacho longitudinal; 3 oficial superior se distingue por el
penacho transversal. Llevan la túnica exomis que dejaba libre el brazo derecho,
su única protección era el casco tipo pilos y el hoplón.
Los
espartanos fueron excluidos de los Juegos Olímpicos del 420 AC que se
organizaron en Eleo con el pretexto de que no habían pagado la multa por la
ocupación militar de Lepreo, lo que suponía la violación de la paz de Nicias
donde se contemplaba el acceso libre a los santuarios. Sin embargo los
espartanos no tomaron ninguna acción.
En el 419
AC, la invasión de Epidauro por parte de los aliados, Esparta fue apremiada a
tomar una acción contra ellos, apurados por el hecho que Corinto y Beocia
pudieran desligarse de su alianza y que todo el Peloponeso pudiera ponerse en
su contra.
Reunieron
un ejército compuesto por beocios, corintios y demás aliados de Esparta, que
fue puesto bajo el mando de Agis II, hijo de Arquídamo II, uno de los reyes de
Esparta. El ejército se movilizó para enfrentarse a Argos, pero en el momento
en que Esparta estaba en ventaja y a punto de dar el golpe decisivo contra los
argivos, Agis decidió establecer una tregua con ellos. Tal decisión fue
extremadamente impopular entre las tropas y sus aliados, ya que el ejército
reunido era, según Tucídides “el mejor de la época
en toda Grecia”. Otra demostración de lo erróneo
de la tregua fue que, inmediatamente después de pactada, los argivos capturaron
Orcómeno, una de las ciudades clave de la región.
Comenzaron
a cuestionarse el liderazgo del rey de Esparta, Agis II, los éforos designaron
a diez xymbouloi
o consejeros, quienes debían dar su consentimiento ante cualquier acción
militar que Agis deseara efectuar.
Envalentonados,
los argivos y sus aliados, con el apoyo de un pequeño ejército ateniense al
mando de Alcibíades, se pusieron en marcha para tomar la ciudad de Tegea,
cercana a Esparta, donde una facción estaba preparada para entregar la ciudad a
los argivos y sus aliados.
Un ejército
espartano bajo el rey Agis fue despachado para evitar que tomasen la ciudad, ya
que la pérdida de Tegea haría que Esparta quedase cortada de sus aliados del
norte. Agis estaba en una posición difícil políticamente.
Agis puso
en movimiento a todo el ejército espartano y se dirigió a Tegea. Allí se reunió
con sus aliados de Arcadia y pidió ayuda a sus aliados del norte (Corinto,
Beocia, Fócida y Lócrida). No obstante, el ejército del norte se demoró en
llegar al lugar puesto que no esperaban ser convocados y debían atravesar territorio
enemigo (Argos y Orcómeno).
En un
principio parecía que los espartanos estaban superados en número a la llegada
en Tegea hasta que el ejército fuese reforzado por las tropas aliadas del
norte. Sin embargo, prevaleció el desacuerdo en el campamento argivo. Tras la
victoria en Orcómeno, los eleos no estaban de acuerdo con los atenienses y
mantineos sobre el ataque a Tegea. Los eleos como resultado retiraron sus 3.000
hoplitas del ataque a Tegea. Se abría una oportunidad para Agis. Él podría
atacar en ese momento, ya que tenía una fuerza superior, sin sus aliados del
norte, o bien esperar y arriesgarse al retorno de los eleos. Se eligió por el
ataque inminente.
Hoplitas griegos preparándose
para la campaña.
La zona
entre Mantinea y Tegea consiste en un valle que se estrecha en un punto a unas
cuatro millas (6,5 km) de Mantinea. Entre este punto y Mantinea el valle se
ensancha de nuevo, pero pasa inicialmente a través del bosque de Pelagos. Más
cerca de Tegea se encuentran los dos ríos, el Saranda (Sarandapotamos) y el
Zanovistas. Agis primeramente decidió atacar a la coalición argiva que estaba
desplegada en una elevación del terreno entre el bosque Pelagos y Mantinea. En
el último momento fue disuadido por los consejeros de no intentar un ataque cuesta
arriba y se retirase.
Tras
suspender el ataque, Agis determinó entonces atraer al ejército argivo fuera de
su posición elevada, desviando el curso del río Saranda hacia el Zanovistas
para inundar el campo Mantinea cuando llegase la época de lluvias que tendría
lugar en las siguientes semanas.
Cuando
completaron el desvío, los espartanos marcharon de vuelta hacia Mantinea. Los
espartanos quedaron sorprendidos cuando salieron del bosque de Pelagos ya que
el ejército argivo que ahora había cambiado de posición y los estaban
esperando. Se organizaron velozmente, ya sin tiempo de esperar la llegada de
sus otros aliados.
Despliegue inicial
Los argivos
y sus aliados disponían de unos 8.000 infantes y 500 jinetes, había desplegado
sus fuerzas de la siguiente manera: A la derecha 2.000 mantineos, a
continuación 1.000 arcadios, 1.000 hoplitas argivos, 3.000 argivos, 1.000
cleones, 1.000 hoplitas atenienses y los 500 jinetes atenienses.
Los espartanos y sus aliados disponían de 8.000 infantes y 500 jinetes, desplegaron apresuradamente situando 200 jinetes a la izquierda, a continuación 600 esquiritas (unidad de élite espartana), 1.000 brásidos, 3.500 espartanos, 2.000 laconios, y 200 jinetes laconios.
Los espartanos y sus aliados disponían de 8.000 infantes y 500 jinetes, desplegaron apresuradamente situando 200 jinetes a la izquierda, a continuación 600 esquiritas (unidad de élite espartana), 1.000 brásidos, 3.500 espartanos, 2.000 laconios, y 200 jinetes laconios.
Batalla de Mantinea 418 A.C.
despliegue inicial y fases de la batalla
La batalla
Una vez
desplegadas las fuerzas frente a frente (fase 1), en las batallas entre
hoplitas, como cada hombre lleva el escudo con la izquierda, su flanco derecho
queda desprotegido, a no ser que se aproxime al hoplita de su derecha, quedando
así defendido tras su escudo. Esto ocasionaba siempre una desviación de los
ejércitos de hoplitas hacia la derecha.
Falange espartana avanzando
Ambos
ejércitos bascularon hacia su derecha (fase 2), lo que hizo que los
contendientes girasen en sentido horario, y los espartanos y tegeos rebasasen a
los atenienses y argivos de enfrente, mientras que en la otra ala, los
mantineos y arcadios sobrepasaban a los esciritas y brásidos.
Los
mantineos, arcadios y los argivos del ala derecha aislaron el ala izquierda de
Agis y la empujaron, tratando de rodearla y aniquilarla. Sólo el entrenamiento
de las tropas que combatían con espartanos, aún sin tener su experiencia, evitó
el desastre (fase 3), en cambio, en el otro lado del campo de batalla la
situación era justo la contraria: los espartanos y tegeos pusieron en fuga
rápidamente al ala izquierda de la coalición, formada por veteranos argivos y
atenienses, que lograron salvarse gracias a la caballería, que frenó el ímpetu
espartano, y a la propia evolución de la batalla.
Agis,
viendo a su ala izquierda derrotada, ordenó parar la persecución de los
veteranos argivos y los atenienses, y volver en auxilio de la otra ala (fase
4). Inesperadamente, el grupo de hoplitas argivos de élite y sus aliados se
vieron rodeados, y la batalla pronto estuvo decidida.
Falange ateniense avanzando.
Los
espartanos de Agis se prepararon a masacrar a los argivos pero, al parecer, un
consejero del rey, se llevó aparte a Agis y le aconsejó que procurase un camino
de huida para los Mil, el cuerpo de élite argivo reclutado entre los oligarcas
de Argos.
Secuelas
El lado
argivo perdió aproximadamente 1.100 hombres (700 argivos y arcadios, 200
atenienses y 200 mantineos), y los espartanos, unos 300.
Batalla de Mantinea 418 a.C. secuelas de
la batalla. Tras una batalla, el vencedor tenía el derecho a despojar a los
cadáveres vencidos y erigir un trofeo de la victoria simboliza la posesión del
campo de batalla y como una ofrenda de agradecimiento a los dioses. Consistía
en armas y armaduras capturadas colocadas en un poste o un tronco de árbol
como un maniquí improvisado, de modo que estos monumentos de hostilidad durasen
sólo por un breve tiempo y desapareciesen rápidamente. Poco después, los
espartanos recogieron a sus muertos y, como era su costumbre, los enterraron
cerca del trofeo.
Esparta
envió una embajada a Argos y los argivos aceptaron una tregua según la cual
entregaban Orcómeno, todos sus prisioneros y se unían al bando espartano para
desalojar a los atenienses de Epidauro. Además, renunciaban a su alianza con
Elis y Atenas. Tras derribar al gobierno democrático de Sición, los Mil Argivos
realizaron un golpe de estado contra el gobierno de Argos, donde la moral de
los demócratas era baja, debido al mal desempeño del ejército en conjunto y de
los atenienses en la batalla.
En términos
más generales, la batalla aumentó de forma considerable la moral y el prestigio
lacedemonios, quienes, tras el desastre en Pilos y Esfacteria, fueron tachados
de cobardes e incompetentes en una batalla. Su éxito en Mantinea marcó un
cambio de opinión y el reconocimiento de los griegos hacia los hoplitas
espartanos.
El
resultado dio la supremacía a Esparta y el declive de Atenas como fuerza
dominante del Peloponeso.
La
expedición a Sicilia
La primera fase de la Guerra del Peloponeso —la Guerra
arquidámica— terminó en el año 421 a. C. con la Paz de Nicias, en la
que Atenas y Esparta acordaron una paz de 50 años. En el año
416 a. C., embajadores de la ciudad siciliana de Segesta (Egesta en
griego) fueron enviados a Atenas para pedir ayuda en su guerra contra Selinunte
y sugirieron también que podrían contener la expansión de Siracusa en Sicilia.
Los segestanos ofrecieron sufragar los gastos de la expedición.
Atenas envió a Segesta delegados para comprobar el tesoro
de la ciudad y además recibir 60 talentos como adelanto. Los delegados
informaron favorablemente sobre la capacidad económica de Segesta. Los
atenienses, y en especial su general Alcibíades, fueron atraídos por la riqueza
de la isla en cereales y otros recursos. Ayudando a Segesta sentían que podían
ganar una posición en Sicilia que les permitiría lanzarse a una eventual
conquista. Mientras Pericles aún vivía, había aconsejado a Atenas no extender
demasiado su imperio, pero este consejo ya había sido olvidado por todos.
Nicias, Alcibíades y Lámaco fueron elegidos para dirigir
la expedición, aunque Nicias no estaba interesado en ello. Cinco días después
de ser elegidos hubo un debate en la Asamblea entre aquellos que estaban en
contra de la expedición, dirigidos por Nicias, y los que la apoyaban, liderados
por Alcibíades. Nicias argumentó que no deberían ser arrastrados a una guerra
en la que no estaban implicados y que Atenas no debía sentirse tan segura a
pesar del tratado de paz que él había establecido con Esparta sólo unos pocos
años antes.
Esparta aún era su enemiga y no podían permitirse
malgastar tiempo y hombres luchando en una guerra lejana mientras sus enemigos
estaban tan cerca. Nicias expresó que, incluso si conquistaran Sicilia, sería
imposible de gobernar, además de que los aliados más débiles y más pobres de
Atenas se rebelarían continuamente contra ella y estaban mucho más próximos.
Los sicilianos, dijo, tendrían más temor de Atenas si ésta no era puesta a
prueba en la batalla, de la misma manera que Atenas había tenido miedo de
Esparta antes de que pudieran derrotar a los espartanos en la guerra.
Finalmente, esperó a que sus conciudadanos no fueran persuadidos por el joven y
arrogante Alcibíades, de quien opinaba que sólo buscaba su gloria personal.
Hubo otros
discursos, sobre todo a favor de la expedición, antes de que Alcibíades
respondiera a Nicias. Tras defender su juventud y arrogancia, afirmó que la
situación era similar a la que se enfrentó Atenas en su guerra contra Persia,
mientras que ellos tenían los enemigos cerca de casa. Su victoria sobre Persia
condujo a la gloria ateniense y a la fundación de la Liga de Delos, y esta
expedición les traería los mismos resultados. La expedición también
contribuiría a mantener a Atenas activa en tiempo de paz, de modo que estarían
preparados para los futuros ataques espartanos.
Nicias
pronunció, entonces, un segundo discurso. Dijo que Atenas necesitaría una flota
y un ejército mucho mayor para lograr su meta, mucho más que las 60 naves que
Segesta había ofrecido equipar. Nicias esperaba que los atenienses tuvieran
dudas sobre la viabilidad de la expedición, pero en vez de eso, se volvieron
aún más entusiastas. Nicias sugirió renuente que precisarían al menos 100 trirremes
y 5000 hoplitas, más millares de tropas ligeras y otros suministros.
Tras largos
preparativos, la flota estuvo lista para zarpar. La noche antes de la partida,
alguien destruyó muchos de los hermas —representación en piedra de marcas para
señalar carreteras y fronteras y marcar los límites de las propiedades, con el
busto del dios Hermes— colocados alrededor de la ciudad para la buena suerte.
Esto fue considerado un mal presagio para la expedición. En la investigación
que siguió, algunos enemigos políticos de Alcibíades afirmaron que éste era el
responsable, aunque no había prueba de ello. Alcibíades se ofreció
voluntariamente para ser sometido a juicio en el que demostraría su inocencia,
pero sus enemigos temieron que el ejército se pusiera de su lado, por lo que
consiguieron aplazar el inicio del juicio hasta que el general llegara a
Sicilia.
En junio
del año 415 a. C. la flota zarpó de El Pireo hacia Corcira, donde
embarcó al resto de la fuerza y desde allí zarparon a Sicilia en 134 trirremes
(100 de las cuales eran de Atenas), 130 transportes, 5100 hoplitas (2200 eran
atenienses), 1300 arqueros, lanzadores de jabalina y honderos y 300 caballos.
El ejército estaba formado por 27 000 hombres.
Las tropas
desembarcaron en Regio, donde recibieron la desagradable noticia de que el
tesoro de Segesta no era el declarado y que los delegados atenienses habían
sido engañados en cuanto a la cuantía del tesoro de esa ciudad. Ante esto los
atenienses decidieron atacar a Siracusa en lugar de a Selinunte.
En Siracusa
no querían creer que esta expedición estuviese dirigida contra Sicilia. Mucha
gente de Siracusa, la más rica y más poderosa ciudad de Sicilia, opinaron que
los atenienses de hecho venían a atacarles bajo el engaño de ayudar a Segesta
en una guerra de menor importancia. El general siracusano Hermócrates sugirió
que pidieran ayuda a otras ciudades sicilianas y a Cartago, también deseó
encontrarse con la flota ateniense en el mar Jónico antes de que llegaran.
Otros argumentaron que Atenas no sería ninguna amenaza para Siracusa y hubo
gente que no creyó que hubiera una flota en absoluto, porque Atenas no sería
tan estúpida como para atacarles mientras aún estuviera en guerra con Esparta.
Atenágoras acusó a Hermócrates y a otros de intentar inculcar miedo entre la
población y de derrocar al gobierno.
Al
enterarse del engaño de Segesta, los atenienses deliberaron sobre el curso a
seguir: Nicias sugirió hacer una demostración de fuerza y después volver a
casa, mientras que Alcibíades dijo que debían fomentar revueltas contra
Siracusa y después atacar a Siracusa y Selinunte. Lámaco propuso que debían
atacar enseguida a Siracusa.
La flota
prosiguió hasta Catania, y estando allí llegó un buque correo de Atenas a
buscar al general Alcibíades para que compareciera ante un tribunal en Atenas
acusado de haber profanado un templo ateniense. Alcibíades se embarcó de regreso,
pero en el viaje huyó, refugiándose en Esparta. Políticamente, Alcibíades era
más bienvenido en la oligárquica Esparta que en la democrática Atenas y pronto
comenzó a ofrecer consejo a los espartanos sobre cómo la situación en Siracusa
podría beneficiarles a costa de Atenas. En Atenas fue dictada una sentencia de
muerte en ausencia, su culpabilidad estaba probada aparentemente.
En Catania,
el ejército quedó dividido en dos grupos, uno al mando de Nicias y el otro al
de Lámaco. Catania se encontraba a 45 km al norte de Siracusa. Los atenienses
decidieron no atacar, por lo que los siracusanos resolvieron atacarlos por
sorpresa. Cuando éstos se pusieron en movimiento, Nicias y Lámaco fueron
informados y decidieron embarcar a sus hombres. En la noche entraron en el Gran
Puerto y desembarcaron en las llanuras de Anapo al sur de la ciudad. Los
siracusanos regresaron y se prepararon para atacarlos.
Mapa de la Guerra del
Peloponeso.
Primera
batalla de Siracusa
Al día siguiente ambos ejércitos se dispusieron a la
batalla. Los atenienses formaron filas de ocho hombres en fondo con los argivos
y los mantineos a la derecha, el resto de los aliados a la izquierda y los
atenienses en el centro. Las filas de los siracusanos eran de dieciséis hombres
en fondo y contaban con 1200 jinetes. Los atenienses aún no tenían caballería,
aunque el número de sus tropas era casi igual. Los atenienses atacaron primero,
creyendo ser un ejército más fuerte y más experimentado. Después de una
inesperada y fuerte resistencia, los argivos empujaron el ala izquierda
siracusana provocando la huida del resto. La caballería siracusana evitó que
los atenienses los persiguieran, pero los siracusanos perdieron cerca de 260
hombres, y los atenienses, cerca de 50. Tiempo después comenzó el invierno y
los atenienses prefirieron regresar a Catania.
Del
invierno de 415 a la primavera de 414 a. C.
Los siracusanos reorganizaron su ejército y comenzaron a
entrenar convenientemente a su infantería pesada. Además enviaron emisarios a
Corinto y a Esparta pidiendo ayuda y emprendieron la tarea de amurallar el río
Temerites para impedir que el enemigo construyera un muro de contravalación.
Los atenienses solicitaron que para la primavera se les enviara una fuerza de
caballería.
Atenas pidió socorro a los cartagineses y a los etruscos.
Atenas y Siracusa intentaron conseguir apoyo de las ciudades griegas de Italia.
En Corinto, representantes de Siracusa se reunieron con Alcibíades, quien
estaba trabajando con Esparta. Alcibíades informó a Esparta que habría una
invasión del Peloponeso si Sicilia era conquistada y que, por lo tanto, debían
acudir en auxilio de Siracusa y también fortificar Decelia, cerca de Atenas.
Esparta no deseaba inmiscuirse, por ahora, en el conflicto, por lo que sólo se
comprometió a enviar al general Gilipo para que tomara el mando del ejército
siracusano.
En mayo de 414 a. C., los refuerzos que
llegaron de Atenas consistían en 250 jinetes, 30 arqueros montados y 300
talentos de plata para contratar a 400 hombres más de caballería de sus aliados
sicilianos; además decidieron empezar la campaña de verano.
Posible
trazado posible de las murallas de asedio. La información de Tucídides es
inexacta, la situación exacta de las murallas no está clara.
Los
siracusanos guarnecieron el Olimpeo y pusieron una fuerza de 600 guerreros
escogidos al mando del general Diomilo para proteger los accesos del norte de
la ciudad. La mañana en que éste estaba revistando sus fuerzas, los atenienses
atacaron: habían efectuado un movimiento nocturno con sus naves, desembarcando
en León y tomando la puerta de Euríalo antes de que los siracusanos de Diomilo
la pudieran proteger. Cuando llegó Diomilo, seguido por Hermócrates, se libró
un combate en que los siracusanos fueron obligados a retroceder hacia el
interior de la ciudad.
Ambos
bandos empezaron entonces a construir una serie de muros. El ateniense de circunvalación,
conocido como el «círculo», para aislar Siracusa del resto de la isla, mientras
que los siracusanos levantaron varios contramuros desde la ciudad a varios de
sus fuertes. Una fuerza de 300 atenienses destruyó parte del primer contramuro,
pero los siracusanos edificaron otro, esta vez con una zanja, impidiendo a los
atenienses que ampliaran su muro hasta el mar. Otros 300 atenienses atacaron
este muro y lo tomaron, pero fueron eliminados por un contraataque de los
siracusanos en el cual murió Lámaco, quedando sólo Nicias de los tres
comandantes originales. Los siracusanos destruyeron 300 metros del muro ateniense,
pero no pudieron derruir el Círculo, que fue defendido por Nicias. Después de
que Nicias rechazara el ataque, los atenienses finalmente ampliaron su muro
hasta el mar, bloqueando totalmente Siracusa por tierra, y su flota entró en el
Gran Puerto para bloquearlos desde el mar.
La
situación de los siracusanos era tan desesperada, que pensaron iniciar
negociaciones con Nicias y depusieron a Hermócrates y Sicano como generales,
sustituyéndolos por Heráclides, Eucles y Telias.
Poco
después de lo anterior, el general espartano Gilipo arribó con sus refuerzos a Léucade,
una isla del mar Jónico y continuó hacia Locri en Calabria. Allí se enteró de
que Siracusa no estaba cercada por completo, por lo que presionó sobre Hímera en
Sicilia, donde reclutó un ejército de más de 2000 hoplitas, otros guerreros
medianamente armados y un centenar de jinetes. Gilipo avanzó hasta Siracusa
tomando contacto con el ejército siracusano en Euríalo, que estaba
desguarnecida. Inmediatamente comenzaron a construir otro contramuro en Epípolas.
Aquí sucedieron dos combates: en el primero, los siracusanos fueron derrotados,
pero en el segundo triunfaron, lo que le permitió a Gilipo terminar su muralla.
La flota corintia también llegó al Gran Puerto, bajo el mando de Erasínides.
Asedio de Siracusa 414 A.C. llegada de
los refuerzos espartanos. Los espartanos entran en la ciudad de Siracusa con su
general Gilipo al frente, la población civil los recibe con entusiasmo.
Asedio ateniense de Siracusa
414 A.C. Los atenienses construyendo los muros de asedio de Siracusa.
Nicias,
agotado y enfermo, envió un patético informe a Atenas en el que explicaba que
en lo terrestre, él era el cercado y no los siracusanos, que sus naves se
estaban pudriendo y sus guerreros estaban muriendo en gran número. Que cada
salida en búsqueda de combustible, forraje y agua significaba una batalla. Que
su situación era insostenible. Atenas, pensando en su prestigio, mandó una
nueva expedición de refuerzo a las órdenes de Eurimedonte y Demóstenes.
Entretanto Esparta envió su ejército al mando de Agis al Ática.
Llegada la
primavera, Gilipo lanzó su ofensiva contra los atenienses. Al inicio, los
atenienses ganaron en el mar, pero en tierra perdieron su base naval y con ella
el trigo y sus pertrechos navales.
En julio
del año 413 a. C. llegaron por fin los refuerzos atenienses al mando
de Demóstenes y Eurimedonte. Estos consistían en: 73 trirremes, 5000 hoplitas y
3000 arqueros, los que sumados a los honderos y lanzadores de jabalina,
totalizaban 15 000 hombres.
Debido a la
enfermedad de Nicias, la dirección del ejército ateniense la asumió Demóstenes.
Demóstenes decidió actuar de inmediato, pero no pudo imponerse a los
siracusanos, por lo que mandó levantar el cerco y regresar a Atenas. La partida
se difirió casi un mes, pero cuando las naves estuvieron listas para zarpar, el
27 de agosto del 413 a. C., ocurrió un eclipse de luna que los
ateniense consideraron como un signo de desgracia, de manera que tanto las
tropas como los marineros rehusaron a embarcarse, negativa que fue aprobada por
Nicias, que era muy superticioso.
La llegada
de Demóstenes no fue un gran alivio para los atenienses. Su campamento estaba
ubicado cerca de un pantano y muchos de ellos habían caído enfermos, incluyendo
Nicias. Viendo esto, Demóstenes pensó que debían regresar a Atenas y defender
el Ática contra la invasión espartana que había tomado Decelia. Nicias, que se
había opuesto a la expedición al principio, ahora no quería mostrar debilidad
ante los siracusanos y espartanos, o a los atenienses de casa, quienes
probablemente le someterían a juicio por fracasar en la conquista de la isla.
Esperaba que los siracusanos se quedaran pronto sin dinero, y también había
sido informado de que había facciones proatenienses en Siracusa que estaban
preparadas para entregarle la ciudad. Demóstenes y Eurimedonte acordaron
reticentes que Nicias podría tener razón, pero cuando llegaron los refuerzos
del Peloponeso, Nicias estuvo de acuerdo en que debían partir.
Segunda
batalla de Siracusa
Cuando Gilipo supo la decisión de los atenienses, pensó
aprovecharla atacando con sus naves las de los atenienses. En el combate murió
el general Eurimedonte y la flota ateniense fue obligada a retroceder hacia el
interior del Puerto Grande. Gilipo ordenó bloquear la entrada del Puerto Grande
colocando una hilera de trirremes y naves mercantes, anclados y amarrados unos
a otros.
Después del eclipse lunar, los atenienses decidieron que
la única salida a tan desesperada situación era forzar la salida del puerto.
Cargaron sus trirremes con el máximo de soldados que podían contener y se
lanzaron contra la barrera de naves siracusanas que tapaban la entrada del
puerto. Estaban dispuestos a morir en el intento y si se salvaban, dirigirse a
Catania.
Primera Batalla naval de Siracusa, 414 a.C.,
Los siracusanos fueron derrotados por mar, pero por tierra consiguieron
capturar los fuertes de Plemirio, controlando la entrada del puerto.
El 10 de septiembre del año 413 a. C. los
atenienses zarparon en su desesperada acción y navegaron en línea recta hacia
la salida del puerto. La batalla fue caótica por lo reducido del espacio y la
cantidad de naves. La victoria siracusana fue aplastante y en la acción murió
Eurimedonte.
Nicias y Demóstenes organizaron las tropas para dirigirse
por tierra hacia Catania, pero Gilipo les cortó la retirada, por lo que ambos,
después de encarnizados combates, tuvieron que rendirse.
De manera somera, este fue el final de la empresa militar
ateniense en tierras sicilianas. La suerte que corrieron los cuatro
estrategos que comandaron las fuerzas expedicionarias fue la siguiente:
Alcibíades se pasó al enemigo cuando los trirremes oficiales del Estado
ateniense fueron a apresarle para enjuiciarle en Atenas. Lámaco murió en
combate en el segundo año de la guerra (414 a. C.). En
413 a. C. Durante la desesperada retirada terrestre de los
40 000 soldados del ejército ateniense hacia la ciudad aliada de Catana,
los efectivos se dividieron en dos columnas debido al hostigamiento de las
tropas ligeras y de la caballería siracusanas. Demóstenes al mando de un
contingente, fue rodeado, apresado, 20 000 de sus hombres murieron y unos
6000 se rindieron. La otra columna dirigida por Nicias, famélica y sedienta,
logró llegar más lejos, hasta el río Asinaro. Allí fueron masacrados mientras
bebían del río. Para poner fin a la carnicería Nicias se rindió. Tanto él
como Demóstenes fueron ejecutados sin juicio previo. Cerca de 7000
prisioneros, condenados a trabajos forzados en las latomías (canteras) de Siracusa,
hacinados, murieron a causa del hambre o de enfermedades apenas 70 días
después. Se salvaron los que sabían recitar de memoria versos de Eurípides,
los que fueron vendidos como esclavos, y algunos fugitivos de las dos
divisiones de infantería consiguieron llegar a Catania.
Batalla nocturna de Epipolas 413 a.C. Las
atenienses durante el asedio de Siracusa, organizan un ataque nocturno
inicialmente tienen éxito pero son derrotados por los siracusanos debido a la
confusión.
Los recursos humanos, materiales y económicos destinados
a la invasión de Sicilia fueron los siguientes:
·
Al comienzo de la Guerra del
Peloponeso, Atenas contaba probablemente con 9000 hoplitas de todas las edades,
unos 11 000 thetes y 3000 metecos. Aparte de la contribución de sus
aliados, destinó a la operación militar al menos 3000 hoplitas y 9000 thetes, y
un número indeterminado de metecos.
·
La flota de la Confederación
de Delos perdió 216 trirremes, de los cuales 160 eran atenienses. Unos 100 se
salvaron, pero no todos en condiciones de navegar.
·
El tesoro aliado que en
431 a. C. disponía de 6000 talentos, quedó reducido a menos de 500.
Sin embargo los siracusanos obtuvieron un enorme botín, y destinaron una décima
parte para la construcción de un tesoro en el santuario del templo de Apolo de Delfos.
Así termina
Tucídides su relato sobre esta expedición: «los atenienses fueron derrotados en
todos los campos, sufrieron sobremanera; fueron vencidos en toda regla: su
flota, su ejército, todo fue aniquilado, y muy pocos hombres lograron regresar
a sus hogares».
Fin de la expedición
ateniense.
En Atenas,
los ciudadanos no creyeron, al principio, en la derrota. Cuando se dieron
cuenta de la enormidad de lo que había ocurrido, les entró pánico, ya que el
Ática estaba ahora expedita, teniendo en cuenta que los espartanos estaban muy
cerca, en Decelia.
La derrota
causó un cambio inmenso también en la política de muchos otros Estados. Estados
que habían sido neutrales se unieron a Esparta, imaginando que la derrota de
Atenas era inminente. Asimismo se rebelaron numerosos aliados atenienses de la
liga de Delos, y aunque la ciudad comenzó inmediatamente a reconstruir su
flota, había poco que pudiera hacer acerca de las revueltas. La expedición y el
desastre consiguiente dejaron a Atenas tambaleándose.
Aproximadamente
9000 hoplitas habían fallecido, y aunque esto era un golpe, la auténtica
preocupación era la pérdida de la enorme flota enviada a Sicilia. Los trirremes
podían ser reemplazados, pero los 25 000 marineros experimentados caídos
en Sicilia eran irreemplazables, y Atenas tuvo que depender de esclavos mal
preparados para formar la columna vertebral de su nueva flota. Económicamente,
Atenas quedaba endeudada, la expedición fue un desperdicio que costó alrededor
de veinte millones de dracmas. La expedición fue un desastre para la
democracia de la polis, diez mil de sus treinta a cuarenta mil ciudadanos
murieron.
En 411 a. C.
la democracia ateniense fue derrocada en favor de una oligarquía, y el Imperio
aqueménida se unió a la guerra en el bando de los espartanos. Aunque las cosas
parecían horrorosas para Atenas, fueron capaces de recuperarse en pocos años.
La oligarquía fue pronto derrocada, y Atenas ganó la batalla de Cinosema. Sin
embargo, la derrota de la expedición a Sicilia fue el principio del fin de
Atenas. En el 404 a. C. fue vencida y ocupada por Esparta.
La
segunda guerra: Guerra de Decelia (413 a. C.-404 a. C.),
Los lacedemonios no se limitaron simplemente a enviar
ayuda a Sicilia; también resolvieron llevar la guerra a territorio ateniense.
Con el consejo de Alcibíades, fortificaron Decelia, cerca de Atenas, y evitaron que los atenienses pudieran
utilizar sus tierras durante todo el año. La fortificación de Decelia impidió el envío de suministros a Atenas por
tierra, obligando a que fueran transportados por mar con un coste mayor. Lo peor
de todo quizá fuera que el trabajo en las minas de plata cercanas fue
completamente interrumpido, ya que unos veinte mil esclavos atenienses fueron liberados por los hoplitas espartanos en Decelia. Con los mil talentos del tesoro y reservas de emergencia diluyéndose, los
atenienses tuvieron que demandar mayores tributos a sus aliados, aumentando aún
más la tensión y la amenaza de otra rebelión
dentro del Imperio.
La historiografía griega le adjudicó el nombre de guerra
de Decelia debido a la importancia estratégica que adquirió el fuerte del demo
de Decelia, erigido años antes por los espartanos. Allí se estableció una
guarnición permanente, que constituiría el punto de partida desde el cual los
peloponesios ejercieron un hostigamiento constante sobre el resto del Ática a
partir de la primavera de 413 a. C.
La denominación alternativa de guerra de Jonia o guerra
jónica se debe a que el principal teatro de operaciones militares fue la
región griega de Jonia (ubicada en la costa de Asia Menor). El control de la
Grecia asiática, junto con la presión ejercida sobre el Ática, podía hacer
bascular la victoria hacia el campo peloponesio.
El historiador ateniense Tucídides hace hincapié en los
cuantiosos daños materiales que la ocupación de Decelia causaba a la economía
del Ática, con respecto a las breves y periódicas invasiones durante la Guerra
arquidámica.
Tras el desastre de la expedición siciliana, con el
consecuente desplome moral ateniense, nació en la ciudad un sentimiento
regeneracionista. En otoño de 413 a. C. se fundó una comisión de
ancianos (próbulos, probouloi). Era esta una institución propia de un
gobierno oligárquico, por el reducido número de sus miembros —eran diez— y la
edad mínima requerida era de 40 años. La comisión se encargó de examinar todas
las propuestas presentadas con el objetivo de paliar la crisis económica. No
obstante el pasado demócrata de alguno de los próbulos como Sófocles y Hagnón,
su nombramiento precursó el movimiento antidemocrático de 411 a. C.
La armonía
entre las clases económicas se había basado en el interés común por la
supervivencia del Imperio: cleruquías y soldadas para los hoplitas y tetes; y
para los ricos, terrenos en ultramar y exención de subvenir a pagar la flota
(cf. trierarca). Pero al eliminarse estas ventajas económicas desapareció la
solidaridad de clases.
El hecho de
que la derrota de Sicilia tuviera lugar a fines de la buena estación de navegación
fue una circunstancia favorable para poder reconstruir una flota. En verano de 412 a. C.,
mientras el dominio sobre la Grecia asiática se quebraba, se tomó por decreto
la decisión de recurrir a la reserva de mil talentos del tesoro de la diosa Atenea
que Pericles había creado en 431 a. C. Las dificultades que
entrañaba el cobro del phoros (tributo) a los aliados, llevó a la
sustitución de este durante un tiempo por un impuesto de 1/20 (eikosté)
sobre el comercio marítimo. Dicho impuesto resultó insuficiente, por lo que los
atenienses intentaron en ocasiones elevar el phoros a los aliados recalcitrantes,
y hubieron de adoptar otras medidas en situaciones dramáticas.
En otoño de
413 a. C., el optimismo reinaba en Esparta puesto que creían que la
victoria de la Liga del Peloponeso en Sicilia les permitiría en breve derrotar
definitivamente a los atenienses y conseguir la supremacía en toda Grecia.
Ya antes
del fin de la guerra de Sicilia, y aprovechando los consejos de Alcibíades, el rey
Agis II (que ostentaba conjuntamente el poder en Esparta con Plistoanacte)
había relanzado la guerra en la primavera de 413 a. C. con la
invasión del Ática y la fortificación de Decelia.
La Liga del
Peloponeso, sin embargo, seguía sin contar con una flota que estuviera en
condiciones de competir con la ateniense. Por ello, los espartanos buscaron la
ayuda del representante del Imperio aqueménida en Sardes, el sátrapa Tisafernes.
Toma de Decelia
En la
primavera de 413 a. C., el rey espartano Agis II, aconsejado por
Alcibíades, capturó Decelia, una fortaleza en territorio ateniense. La
devastación de las costas de Laconia por una flota ateniense, clara violación
de la Paz de Nicias a ojos espartanos, le sirvió como justificación. La
fortaleza le sirvió como base de operaciones desde donde efectuar saqueos
metódicos por toda Ática. La elección de esta población no fue arbitraria.
Situada a unos 22 km al noreste de Atenas, pasaba por ella la ruta más
corta hacia la isla de Eubea, «una posesión territorial de la mayor importancia
para los atenienses, ya que obtenían de ella más ganancias que de toda el
Ática».
A la ocupación
permanente de Decelia, que arruinaba los campos del Ática, se sumaron otros dos
hechos:
·
por una parte, que la ruta de
importaciones de Eubea a través de Oropo y Decelia quedó cortada, y
·
por otra, la paralización de
la explotación de las minas de plata de Laurión, que sufragaba el gasto bélico
ateniense, y que no había sucedido años antes en las breves incursiones
peloponesias durante la Guerra arquidámica. Los atenienses habían quedado privados
de una gran parte de su territorio y habían perdido más de veinte mil esclavos,
en su mayor parte artesanos, que se pasaron al enemigo. Además, perdieron todos
sus rebaños y animales de carga.
Sublevación
de los aliados de Atenas
Ayudados financieramente por Tisafernes, el sátrapa persa
de Sardes, los lacedemonios concentraron sus esfuerzos en romper los lazos de
Atenas con sus aliados. A partir de 412 a. C., esta estrategia
espartana, aliada con las pretensiones persas, encontró eco en muchos de los
aliados de Atenas: Eubea, Lesbos, Quíos, Eritrea, Mileto, Metimna, Mitilene,
Lebedos, Clazómenas y Teos, entre otras, se sublevaron contra Atenas y
entablaron negociaciones con Esparta. Particularmente importante fue la
defección de Quíos, que hasta entonces había suministrado una cantidad
importante de barcos a Atenas. En estas negociaciones intervinieron los
sátrapas Tisafernes de Sardes y Farnabazo II de Dascilio.
El principal aliado de Atenas a partir de entonces fue
Samos, que permaneció fiel a los atenienses y sirvió de base a su ejército y su
flota.
Los aliados de Atenas que habían abandonado su causa
solicitaron a los espartanos que mantuvieran las promesas de liberación hechas
al comienzo de la Guerra arquidámica, que les enviasen una flota de socorro y
que colaborasen en los nuevos frentes de lucha en Jonia y en el Helesponto.
Tucídides recuerda las promesas que Tisafernes y Farnabazo hicieron a Esparta,
entre otras, la de financiar la guerra contra Atenas.
La
crisis de 411 a. C. en Atenas
El partido oligárquico se constituyó en la década del
440 a. C. en torno a Tucídides de Alopece (demo del Ática) para
oponerse a la política de Pericles. El ostracismo al que fue condenado aquél
(442 a. C.) debilitó algún tiempo la oposición oligárquica, pero ésta
no tardó en sustituir a sus dirigentes durante los años que precedieron al
desencadenamiento de la Guerra del Peloponeso. En este tiempo, fueron incoados
varios procesos judiciales contra los enemigos políticos de Pericles.
Los adversarios del régimen democrático, que no aceptaban
la soberanía del dêmos (el pueblo), se reunían en pequeños grupos que
recordaban a las heterías aristocráticas. Elaboraron una propaganda que
reclamaba el retorno a la patrios politeia, a la antigua constitución.
El dêmos,
los oligarcas y la democracia
La guerra era consecuencia directa del imperialismo
ateniense sobre el mundo griego. Por su modo de gobierno, el dêmos era
el más firme partidario de la hegemonía de Atenas. Más aún, esta hegemonía se
hacía necesaria para el correcto funcionamiento de la democracia. El hastío
bélico despertó voces que pedían una reforma constitucional, que sustrayera al
pueblo su soberanía y a los oradores su influencia. Estas voces fueron
alentadas por el partido oligarca, de clara tendencia antidemocrática. Aunque
reducida en número, esta facción fue creciendo en poder e influencia desde el
comienzo de la guerra.
Los oligarcas esperaban el momento propicio para derribar
el régimen democrático y negociar con Esparta. Sin embargo, la solidez de la
democracia ateniense y su amplia aceptación social les obligaron a actuar con
prudencia. Intentaron ganarse poco a poco la lealtad de aquellos atenienses
descontentos por los fracasos militares y, sobre todo, al conjunto de pequeños
propietarios arruinados por la guerra.
En invierno de 412-411 a. C. en un escenario
indeciso, donde eran frecuentes las escaramuzas entre ambos bandos, los
peloponesios concluyeron un segundo tratado con Persia. En este tratado se
concretó la alianza contra los atenienses, además de la ayuda financiera del
rey Darío II a las tropas peloponesias. En este contexto, los rodios decidieron
pasarse al campo peloponesio. Alcibíades - por entonces mal considerado en
Esparta - deseaba recuperar su posición en Atenas, a la que había traicionado
durante la expedición siciliana, utilizando sus relaciones con Tisafernes en
provecho de la ciudad.
Paradójicamente,
fue Alcibíades quien proporcionó a los oligarcas conjurados la excusa para
actuar. Es conveniente, antes de continuar con el complot oligárquico, hacer
una breve digresión sobre este general y político:
Alcibíades
fue enviado a Sicilia como uno de los cuatro estrategos al mando de la
expedición ateniense. Poco tiempo después de su desembarco en la isla fue
conminado a regresar a Atenas para comparecer ante los tribunales por el asunto
de la mutilación de los hermas. En el viaje de vuelta huyó a la ciudad de
Turios, en Italia meridional, desde donde se trasladó al Peloponeso. En aquel
momento, Atenas y Esparta se encontraban nominalmente en paz, aunque en la
práctica ambas potencias mantenían una «guerra fría». Según Claude Mossé «cabe
la posibilidad de que Alcibíades creyera que no traicionaba a nadie yéndose a
refugiar a Esparta». El historiador francés apunta la posibilidad de que
aconsejara al rey espartano Agis II invadir el Ática y acantonarse en Decelia.
Fue obligado a abandonar Esparta por las fundadas sospechas de que era amante
de la esposa del monarca espartano. Se refugió en la corte de Tisafernes, desde
donde comenzó su hábil estrategia. Por un lado, utilizó su influencia sobre
Tisafernes para desligar al sátrapa de la alianza espartana, sin que ello
supusiera acercarlo a una Atenas dominada por los demócratas radicales. Por
otro lado, mediante promesas de ayuda financiera de Tisafernes, trató de
convencer a los atenienses de que establecieran un gobierno oligárquico en la
ciudad.
Consiguió
que la mayoría de los estrategos atenienses acantonados en Samos escucharan sus
propuestas. En particular Pisandro, que marchó a Atenas para convencer al
pueblo de que Alcibíades debía regresar y de la adopción provisional del cambio
de régimen político. Pisandro encabezó una embajada de diez comisarios para
negociar los términos acordados por la Asamblea del pueblo ateniense con
Tisafernes, quien influido por Alcibíades endureció sus exigencias y pretendía
atribuirse todo el mérito. El resultado fue que el sátrapa acercó posturas con
los lacedemonios, con quienes firmó un tercer tratado recogido por Tucídides.
En él, por primera vez se confirmaban los subsidios persas, al mismo tiempo que
se comprometían a prestar apoyo naval en el Egeo para combatir a Atenas.
Pisandro y
sus acompañantes regresaron a Samos. Con el apoyo de las heterías atenienses,
el estratego planeó derribar a las democracias de esta isla y de sus aliados y
establecer una oligarquía en Atenas. La situación de crisis de la ciudad ática,
privada a la vez del phoros y de su territorio, constituía un caldo de
cultivo ideal para el golpe de estado.
El juego
personal de Alcibíades, conjurado con los oponentes atenienses a la democracia,
acarreó el establecimiento temporal del régimen oligárquico en la ciudad.
Golpe de
Estado oligárquico
El golpe de Estado de los Cuatrocientos, en el año
411 a. C., derrocó al gobierno democrático de Atenas, reemplazándolo
por una efímera oligarquía. Fue conducido por un grupo de prominentes
ciudadanos atenienses, quienes ocupaban puestos de poder en la guarnición
ateniense de Samos. Actuaron en coordinación con Alcibíades, que prometía
ofrecer apoyo persa a Atenas si la democracia era derrocada. Las negociaciones,
sin embargo, quedaron rotas cuando Alcibíades se vio incapaz de cumplir lo
prometido. No obstante, los líderes del movimiento oligárquico siguieron
adelante con sus planes iniciales.
Los oligarcas urdieron en realidad dos golpes de Estado:
uno en Atenas y otro en Samos, donde la marina ateniense tenía su base. El
golpe de estado en Atenas transcurrió sin mayores complicaciones y la ciudad
cayó bajo el control de «Los Cuatrocientos». En Samos, por el contrario, la
conspiración fue neutralizada por los demócratas samios y los oficiales
prodemócratas de la flota ateniense. Los hombres de la flota apercibidos del
golpe de Estado en la metrópoli, sustituyeron a sus generales por otros nuevos,
anunciando que la ciudad se había rebelado contra ellos y no ellos contra la
ciudad. Los nuevos jefes de la flota organizaron la destitución de Alcibíades
en Samos y proclamaron su intención de batallar contra Esparta.
Los Cinco Mil
En Atenas
pronto surgió un conflicto entre oligarcas moderados y extremistas. Los
moderados, liderados por Terámenes y Aristócrates, pidieron la sustitución de
los Cuatrocientos por la oligarquía más amplia de «los Cinco Mil». Este
gobierno incluiría a todos los ciudadanos de la clase de los zeugitas o de la
clase superior de los hippeis (caballeros), y tenía como pretensión
«recobrar la concordia social» (homónoia).
El Consejo
de los Quinientos (Boulé) quedó disuelto y sólo mantuvieron derechos políticos
cinco mil ciudadanos. Los oligarcas impusieron un gobierno de 30
plenipotenciarios, entre los que se encontraban los diez probuloi.
También eligieron cinco proedroi («presidentes») encargados de designar
a cien ciudadanos. Cada uno de estos cien elegiría, a su vez, a otros tres
ciudadanos, con lo que quedaría constituido el Consejo de los Cuatrocientos. De
esta manera, la Boulé democrática de los Quinientos, elegida por sorteo, era
sustituida por una Boulé «cooptada» que ejercía la soberanía y que convocaría a
los Cinco Mil cuando le apeteciera. Además, se suprimieron todas las
retribuciones públicas (misthoi) que los ciudadanos cobraban hasta
entonces por la asistencia al tribunal de la Heliea y a la Boulé. Sólo se mantuvo la paga para el servicio militar.
Esta medida supuso un gran alivio para las finanzas públicas. Del seno del
Consejo de los Cuatrocientos se elegían los estrategos y los demás magistrados
y cargos públicos.
Reacciones
En el Egeo: El cambio
constitucional no fue aceptado por la flota establecida en Samos. Los
estrategos León y Diomedonte, el trierarca Trasíbulo y el hoplita Trasilo, se
enteraron de la conjura de los oligarcas y lo comunicaron a los marinos - la
mayoría de los cuales pertenecía a la clase de los thetés, a quienes
armaron contra los conjurados. El régimen democrático en Samos quedó reforzado
y los soldados destituyeron de sus cargos a los estrategos y trierarcas
favorables a la conjura de Atenas, colocando a Trasíbulo y Trasilo en su lugar.
Constituidos en auténtica asamblea de ciudadanos, también eligieron para el
cargo a Alcibíades. Después iniciaron la lucha contra los peloponesios en Jonia
y en el Helesponto. Aconsejados por Alcibíades iniciaron negociaciones con
los enviados de los Cuatrocientos.
En Atenas: Entretanto, en Atenas
comenzaba a producirse la escisión entre los oligarcas. A Terámenes le
inquietaba la reacción de Alcibíades y de los demócratas de Samos. Negociaron
un acuerdo por el que se respetaba el gobierno de los Cinco Mil, aunque se
elegiría de su seno nuevos bouleutas (consejeros).
Bajo
presión, Antifonte, Pisandro y Aristarco, los jefes extremistas, entablaron
negociaciones de paz con Esparta, y empezaron a construir una fortificación en
el puerto de El Pireo, que podrían haber planeado entregar a los espartanos.
Después de que Frínico, líder de los extremistas, fuera asesinado en el ágora,
los moderados se hicieron más fuertes y arrestaron a Alexicles, un general
extremista en El Pireo.
Terámenes y
sus seguidores empujaron a los hoplitas para que se rebelaran contra los
Cuatrocientos y devolvieran la autoridad a los Cinco Mil. La confrontación
terminó con los hoplitas en El Pireo, destruyendo la nueva fortificación.
Varios días después, los Cuatrocientos fueron oficialmente reemplazados por los
Cinco Mil, que gobernaron durante varios meses más. La victoria ateniense en
Cícico abrió el camino de regreso de la democracia.
El régimen constitucional mixto de los Cinco Mil
Según
Tucídides, la nueva constitución ateniense combinaba acertadamente elementos
oligárquicos y democráticos.
La amnistía
de Alcibíades y el restablecimiento de las relaciones con Samos fueron los
actos más importantes de los Cinco Mil. No obstante, debieron ceder su lugar a
la democracia radical restaurada en 410 a. C. Hicieron funcionar el
Consejo de los Quinientos y los jurados con las antiguas dietas.
Cleofonte,
líder de la facción demócrata radical, se hizo con el poder. Se desconocen
muchos detalles de esta crisis, ya que la obra de Tucídides se interrumpe en
este punto y ni Jenofonte ni Aristóteles explican de modo satisfactorio la
evolución de los acontecimientos a este respecto.
Batallas navales
(411-406 a. C.)
Victorias atenienses
Las
acciones de la flota ateniense estuvieron encaminadas a recobrar los
territorios sublevados y el control de los estrechos del Helesponto y del
Bósforo para garantizar el suministro de grano procedente del Quersoneso y de
otros territorios de la costa del Mar Negro. La flota ateniense obtuvo algunos
éxitos en el Helesponto frente a la escuadra peloponesia en Cinosema, Abidos
(411 a. C.) y Cícico (410 a. C.): Atenas dejaba constancia
de su superioridad naval al dominar de nuevo el centro vital de los estrechos.
La derrota de los espartanos en Cícico fue tan grave que Esparta solicitó la
paz sobre la base de mantener el Imperio ateniense y cambiar Decelia por Pilos
y Citera. La propuesta fue rechazada de plano por los demócratas radicales,
presididos por Cleofonte.
La
ocupación de Pilos había tenido lugar en 425 a. C., durante la Guerra
arquidámica: una escuadra de la flota en travesía hacia Sicilia se detuvo en
Pilos a propuesta de Demóstenes. Fortificó la plaza y amuralló el puerto.
Atenas se proponía establecer una base permanente con la intención de cortar la
ruta de los barcos mercantes, ya que era una bahía protegida y casi cerrada por
la isla de Esfacteria. Los lacedomonios, quince días después de haber acampado
en el Ática se retiraron a su región y se aprestaron a marchar contra
Demóstenes por tierra y a desembarcar en la costa sudoccidental de Pilos, ante
el temor de los espartanos de una insurrección de los mesenios alentada por los
atenienses. Trascurridos tres días de ataque terrestre y naval fracasaron.
En el
verano de 424 a. C. la isla de Citera había sido ocupada por una
fuerza expedicionaria, bajo el mando de los estrategos atenienses Nicias,
Diítrefes y Autocles, compuesta por 60 naves atenienses, 2000 hoplitas, un
pequeño contingente de caballería y soldados de Mileto y de otras polis
aliados.
En
409 a. C., Alcibíades recuperó Calcedón y Bizancio y obligó a los
espartanos y a Farnabazo a negociar. Al mismo tiempo, Trasíbulo reconquistaba
Tasos y las localidades rebeldes de Tracia.
En
408 a. C., Alcibíades regresó a Atenas, donde se le dispensó una
acogida triunfal y fue elegido estratego junto con Trasíbulo y Conón para el
periodo de 407-406 a. C. La Asamblea le concedió plenos poderes para
proseguir la guerra por tierra y por mar. Tres meses después se pondría al
frente de las operaciones en Jonia.
Mapa del área
del Quersoneso Tracio, escenario de varias batallas.
Tracia
clásica, la región noreste del Mar Egeo, el Mar
de Mármara y la costa noroeste de Anatolia.
Victoria
espartana
Sin embargo, en 406 a. C., los peloponesios,
con Lisandro al mando, consiguieron derrotar a los atenienses en la batalla de
Notio. Los atenienses habían estado sitiando Focea y a causa de la derrota se
vieron obligados a levantar el asedio. Alcibíades fue relevado del mando y se
exilió en sus posesiones de Tracia.
La
Batalla de Arginusas y sus consecuencias
Ese mismo año, Conón y los estrategos Diomedonte, León y
Trasíbulo equiparon 150 trirremes con la ayuda de Samos. Con esta flota
rompieron el bloqueo que sufría Conón en el puerto de Mitilene y batieron a los
espartanos en la batalla de las islas Arginusas, cerca de Lesbos.
En el enfrentamiento Esparta perdió la mitad de su flota
y pereció el navarca espartiata Calicrátidas. Atenas perdió 25 naves y una
repentina tempestad impidió el rescate de los náufragos atenienses. Los
estrategos fueron condenados a muerte por la Asamblea, que los juzgó de manera
colectiva y no individual. Entre ellos se encontraba Pericles el Joven, hijo de
Pericles y Aspasia.
Este proceso judicial representó un gran error jurídico y
político. Según Jenofonte, Sócrates, uno de los pritanos, que ostentaba a la
sazón el cargo de epístata (equiparable a presidente del Estado), fue el único
que se manifestó en contra del procesamiento en un juicio único.
Derrota final de Atenas
La gran crisis del imperio ateniense: el principio del fin.
La Batalla
de las Arginusas y el juicio y la condena de los generales que participaron en
ella gestaron la crisis del Imperio ateniense. El posterior socavamiento de la
democracia tradicional y el arrepentimiento de la Asamblea responsable de la
ejecución de los generales, ejercieron como agravantes de la misma.
Esta crisis
fue agravada por el rechazo de los atenienses, convencidos por el político
Cleofonte, de las proposiciones de paz de los espartanos, que querían terminar
con los gastos ocasionados por la guerra. Anteriormente los atenienses habían
rechazado otra oferta de paz que se produjo después de la Batalla de Cícico.
Como
resultado del rechazo a la propuesta de paz, una embajada conjunta de
espartanos y persas, procedente de Jonia y enviada a Esparta por Ciro el Joven,
reclamó el regreso de Lisandro al frente de la flota peloponesia.
Durante la
primavera de 405 a. C., Lisandro, financiado por Ciro, acometió en
Éfeso la reconstrucción de una flota de al menos 200 trirremes. Al principio se
contentó con dar pequeños golpes de mano contra algunas ciudades fieles a los
atenienses. Mientras, afianzó su posición en Egina, isla en la que celebró un
encuentro con el rey Agis. Durante esta entrevista se urdió la reconquista de
los Estrechos del Egeo, lo que a la postre resultaría fatal para la capital del Ática.53
La flota peloponesia zarpó rumbo al Helesponto y tomó Lámpsaco. La escuadra
ateniense de 18 trirremes que la perseguía, para interceptarla o llegar al
Helesponto antes que Lisandro, arribó justo a tiempo de enterarse de la caída
de Lámpsaco y viró hacia Egospótamos con la pretensión de atraer a la flota
peloponesia al combate. Lisandro, debido a la experiencia de las batallas de
Cícico, Arginusas y de otras veces en que los atenienses habían demostrado su
superioridad táctica, prefirió utilizar la sorpresa y la astucia antes que una
arriesgada batalla en formación.
Los atenienses, por su parte, no tomaron la iniciativa, y vararon sus barcos en
la orilla.
Alcibíades,
exiliado desde la batalla de Notio, llegó a caballo desde sus posesiones en
Tracia ante la flota ateniense e intentó convencer a los estrategos de que la
playa arenosa de Egospótamos era indefendible. Dada la imposibilidad de obtener
suministros sugirió desplazarse a la polis de Sestos. Allí la flota gozaría de
protección y aprovisionamiento. Además apuntó la posibilidad de que un grupo de
tracios con los que había tratado atacarían el campamento enemigo si se les
otorgaba parte del mando. Alcibíades consideraba que esta era su última
oportunidad para ascender. Sus argumentos fueron desoídos y los estrategos le
respondieron «que se ocupara de sus asuntos».
Acontecimientos que precipitaron
la caída de Atenas
Se
desconocen los pormenores de la catástrofe ocurrida a finales de agosto de
405 a. C. debido a la disparidad entre las fuentes. Según recoge
Diodoro y determinados fragmentos de los oradores Lisias e Isócrates -quienes
según Édouard Will inspiran más credibilidad que Jenofonte-, la flota ateniense
fue sorprendida por Lisandro cuando se decidió a reemprender la marcha, aún con
la mayoría de sus barcos en tierra. El triunfo de Lisandro pareció realmente
fácil: capturó la mayor parte de la flota, escapando únicamente de diez a
veinte naves. De éstas, algunas llevaron la noticia de la derrota a Atenas,
mientras el resto partían hacia el exilio con Conón a bordo. Los escasos
combatientes que pudieron refugiarse en Sestos se rindieron pocos días más
tarde.
Lisandro
sabía que Atenas se hallaba a su merced, por lo que se centró en cerrar los
Estrechos, reconquistando Calcedón y Bizancio en el proceso. Liquidó así los
restos del Imperio ateniense en el Egeo: las ciudades aliadas capitularon y se
entregaron a gobiernos oligárquicos reducidos (decarquías). Estos gobiernos
fueron apoyados militarmente por guarniciones peloponesias enviadas por los harmostas
o gobernadores. La única ciudad que resistió fue Samos. Los supervivientes de
Melos y los desterrados de Egina y otros lugares pudieron regresar a sus
patrias.
En las puertas de Atenas
Hacia el
mes de octubre del mismo año de 405 a. C., Lisandro se situó delante
de Atenas, que ante la inminente amenaza había cerrado Falero y Muniquia, dos
de sus tres puertos militares. Al conocer la derrota de Egospótamos los
atenienses se armaron de valor y decidieron resistir, conocedores de que
descartada la capitulación estaban abocados al hambre y al exterminio.
Pausanias,
diarca de Esparta, llegó a la cabeza de un ejército con el que reforzó las
tropas de su colega Agis, y ambos diarcas acamparon frente a la ciudad. Los 150
trirremes de Lisandro completaban el bloqueo. Ante la escasez de víveres, la Ekklesía
ofreció a Agis la entrada de Atenas en la Liga del Peloponeso con la condición
de que no fueran derribadas las murallas. Dicha condición fue rechazada ante un
eventual resurgimiento ateniense, por lo que la negociación no se llevaría a
cabo sin la demolición de las defensas de la ciudad.
Capitulación
Las
circunstancias de la rendición de Atenas, y el papel que jugó en ella Terámenes
fue controvertido para sus coetáneos. Se centraron las diatribas sobre su
negociación en Esparta. Jenofonte le tacha de haberse demorado tres meses sin
motivo cuando fue enviado a Samos a parlamentar con Lisandro. Lisias, en
cambio, afirma que el retraso se produjo en Esparta, debido a que no existía un
acuerdo sobre el destino que se le reservaba a Atenas. Como fue Lisandro el que
envió a Terámenes a Esparta lo más probable es que la razón esté de parte de
Lisias. En resumen, a Terámemes se le obligó a esperar sin saber el motivo, no
siendo éste responsable de la prolongación del sufrimiento de Atenas. Otra
acusación de la que fue objeto es la de haber incumplido su promesa de regresar
con las capitulaciones, que hubieran conseguido que Atenas conservara su flota
y sus muros. Promesa, en palabras de Simon Hornblower, «que no podía cumplir
porque no sabía si podría mantenerla». Con todo, Corinto y Tebas presionaban
para que se destruyera Atenas, pero los espartanos vetaron dicha propuesta.
En todo
caso, quien obstaculizó la conclusión de la paz fue Cleofonte. Los atenienses
prescindieron de él, la Asamblea ratificó las condiciones negociadas por
Terámenes y aceptó los términos de la rendición que le entregaron en Esparta.
Dichos términos los consigna Jenofonte de manera sucinta:
... los lacedemonios harían la paz con tal de que
los atenienses derribasen los Muros Largos y El Pireo, entregasen las naves
excepto doce, admitiesen a los desterrados y tuvieran los mismos amigos y
enemigos y, en consecuencia, siguieran a los lacedemonios por tierra y por mar
adonde los llevasen.
Jenofonte, op. cit. ii.3.20-21.
No sin
oposición, se aprobó aceptar la paz (abril de 404 a. C.) A
continuación, Lisandro entró en El Pireo, regresaron los desterrados y los
muros fueron demolidos al son de las flautas. Según refiere Jenofonte «los
peloponesios creían que aquel día comenzaba la libertad para la Hélade». Con
estas palabras el historiador concluye su relato de la Guerra del Peloponeso.
Balance
Entre 410 a. C. y 406 a. C., Atenas
parecía próxima a la victoria. En 405 a. C., como consecuencia de la
derrota en Egospótamos, vio interrumpido el suministro de cereales, hecho que
constituyó la verdadera causa de su caída. La guerra había terminado y con ella
el Imperio ateniense.
La fortificación de Decelia y las subsecuentes invasiones
del Ática arruinaron a los propietarios rurales. El comercio exterior y las industrias
entraron en crisis; las minas de Laurión quedaron paralizadas. «Masas
empobrecidas y dependientes de las liberalidades del Estado ateniense y ricos
resentidos contra éste fueron el resultado».
Atenas ofreció a Samos un tratado de isopoliteía: todos
los samios serían atenienses y todos los atenienses serían samios, tratado que
no llegó a concretarse.
A modo de epílogo, sirvan estas palabras de Victor Davis
Hanson:
Poco después del fin de los combates, en el otoño de
405 a. C., la democracia, quebrantada por una derrota militar
humillante y la muerte de millares de combatientes en el Mar Egeo durante los
diez años de la Guerra de Decelia, comenzó a perder terreno. Tras la
capitulación oficial de Atenas en la primavera de 404 a. C., el régimen
democrático cedió su lugar a la oligarquía de los Treinta, mientras que los
Estados tributarios de Atenas eran «liberados» y librados. Egospótamos marcó el
fin oficial de las hostilidades directas entre Atenas y Esparta, pero la guerra
no terminó oficialmente hasta que Atenas, asediada, renunció a la democracia en
la primavera de 404 a. C.
Victor Davis Hanson (2008). La guerre du Pélo.ponèse,
París: Flammarion, ISBN 978-2-08-210327-5, p. 362
Batallas entre griegos
Batalla de Egospotamos (404 a.C.)
Fue un enfrentamiento
naval librado entre Atenas y Esparta en el marco de la Guerra del Peloponeso en
405 a.C, en la desembocadura del Egospótamos, río del Quersoneso (península de
Galipolli). La flota espartana bajo el mando de Lisandro capturó a la armada
ateniense. Supuso el término de la guerra.
Antecedentes
En el año
413 a.C., Esparta, aconsejada por Alcibíades, ocupó la fortaleza de Decelia en
el Ática, desde donde hostigó a Atenas. Los aliados de Atenas comenzaron a
abandonarla en la que se llamó la guerra de Decelia. Además, Esparta recibió
apoyo monetario de Persia a cambio de renunciar a las ciudades jónicas.
En el año
411 a.C., Alcibíades logró que los atenienses cambiaran su sistema de gobierno
por una oligarquía. El ejército ateniense se sublevó en Samos y exigió que
Alcibíades regresase a Atenas. Al año siguiente, 410 AC, Alcibíades al mando de
la flota ateniense de 86 naves derrotó en la batalla
naval de Cícico, en el mar de Mármara, a la
flota espartana mandada por Míndaro con 80 naves, hundiéndole 60 naves. Tras
este desastre Esparta buscó la paz, pero Atenas se la negó porque en el
intervalo había sido reinstaurada la democracia gracias a Cleofonte.
Las fuerzas
atenienses bajo la dirección de Alcibíades fueron ganando terreno hasta
conseguir la completa reconquista del Bósforo, restableciendo la vía de
abastecimiento del trigo desde Ucrania.
El año 407
a.C., Alcibíades regresó triunfalmente a Atenas, donde volvieron elegirle
general, pero al poco tiempo, los espartanos al mando de Lisandro con 70 barcos
lo derrotaron en la batalla naval de Notio, perdiendo 22 barcos de los 80 que mandaba, por lo que la
Asamblea ateniense lo sustituyó por el general Conón. Temiendo por su persona,
Alcibíades se retiró a una fortaleza en el Helesponto.
Durante el
invierno siguiente, Lisandro terminó su año de mandato y fue sustituido por
Calicrátidas quien tomó el mando de una flota reforzada compuesta por 140
trirremes. Obligó a Conón aceptar combate frente a Mitilene y lo derrotó,
hundiéndole 30 de sus 70 naves y bloqueándolo en dicha ciudad.
Al año
siguiente 406 a.C., Calicrátidas, que ahora disponía de 170 naves, dejó 50 en
el bloqueo de Mitilene y con el resto se enfrentó a los atenienses en la batalla naval de Arginusas, al sur de
Lesbos, sufriendo una aplastante derrota, perdió 70 naves y murió en el
combate. Probablemente los atenienses podrían haber destruido a toda la flota
espartana, pero una tormenta puso fin al combate. La tormenta impidió a los
atenienses recoger a los náufragos de los 25 buques perdidos de su flota.
Batalla naval de Arginusas 406
a.C.
Esta
victoria significó que Atenas recuperara el dominio del Egeo oriental y
rehusara nuevamente la paz que le solicitaba Esparta. Ciro el Joven insistió
ante Esparta en que designara a Lisandro como comandante en jefe de su flota,
pero como las leyes espartanas prohibían que una persona ocupara por dos
períodos consecutivos el mismo cargo, obviaron esto
nombrando a un jefe nominal y a Lisandro como segundo, aunque ejercía el mando
efectivo. Lisandro se dirigió a Éfeso y con la ayuda monetaria de Persia
incrementó rápidamente el número de trirremes de su flota.
En el año
405 a.C, la flota espartana zarpó en dirección a Rodas, regresó al norte
bordeando la costa asiática y pasó al Helesponto poniendo sitio a Lámpsaco con
el propósito de interferir el tráfico del Ponto.
Al
enterarse Conón del bloqueo establecido por los espartanos, zarpó de inmediato
de Quíos con una flota de 180 trirremes. Antes de llegar a Sestos, Lampsaco
había caído en manos de los espartanos, por lo que continuó hasta Egospótamos
que se encontraba un poco al norte de Sestos, frente a Lámpsaco.
La batalla
Lisandro
disponía de 200 naves y al día siguiente se alistó para el combate. La flota
ateniense salió a enfrentarlo, pero Lisandro eludió el combate regresando a
Lampsaco por lo que los atenienses regresaron a Egospótamos. Esta rutina se
repitió por cuatro días hasta que Alcibíades le recomendó a Conón que se
trasladase a Sesto donde tendría puerto y ciudad al mismo tiempo para el
aprovisionamiento. Los generales atenienses no le hicieron caso y le conminaron
a que se retirara.
Al quinto
día, cuando los atenienses zarparon de Egospótamos y se dirigieron a Sestos
donde desembarcaron para aprovisionarse, estando en esta faena la flota de
Lisandro se lanzó sobre ellos a gran velocidad. Conón no alcanzó a reembarcar a
toda su tripulación que se encontraba dispersa y disponer las naves para el
enfrentamiento. Solo Conón con nueve naves se pudo hacer a la mar, el resto fue
capturado en la playa, haciendo muchos prisioneros, aunque algunos se
refugiaron en las fortificaciones cercanas.
Batalla de Egospotamos 404 a.C.
Batalla de Egospótamos 404 a.C.
Conón
comprendió el desastre sufrido, se dirigió a Abarnis y luego buscó refugio en
Evagoras I en la isla de Chipre. Envió una nave a Atenas con la noticia de lo
sucedido. En la acción de Egospótamos, que en realidad no fue una batalla, los
espartanos capturaron 170 naves atenienses mientras éstas estaban varadas en la
playa. De 3.000 a 4.000 prisioneros fueron degollados.
Después de
la victoria, Lisandro navegó a Bizancio y Calcedonia, ciudades que lo
recibieron triunfalmente. Envió a Atenas sus guarniciones con salvoconductos.
Su idea era que cuantas más personas hubiera en Atenas, más fácilmente caería
ésta por el hambre.
Batalla de Coronea (394 a.C.)
El rey de
Esparta Agesilao II se encontraba en Jonia, en campaña contra los persas, donde
acababa de ganar la batalla de Nemea, de la que salieron victoriosos los
espartanos. Cuando se aliaron Atenas, Tebas, Argos y Corinto (apoyados y
financiados por Persia) con el objetivo de frenar la intervención de Esparta en
la zona de Asia Menor, siendo llamado urgentemente de nuevo a Esparta, y
comenzó una marcha tierra adentro a través de Tracia y la Grecia central hacia
el Peloponeso.
En su
camino de vuelta, varios contingentes de focios y orcomenios se le unieron,
además de algunas moras que estaban situadas como guarniciones en la ruta. En
total Agesilao contaba con un ejército de 1.680 hoplitas espartiatas, unos 2.000
neonamodeis que fueron parte de los Diez Mil mercenarios griegos reclutados por
Ciro el Joven (incluyendo al propio Jenofonte) mandados por el espartiata
Herípidas, algunos contingentes de ciudades griegas de Asia Menor que se le
unieron mientras volvía y otros de Orcómeno y Focia. En total disponía de unos
15.000 hoplitas. Jenofonte además señala que tenían bastantes más unidades de
peltastas que el enemigo pero el mismo número de unidades de caballería.
Al entrar
en Beocia se encontró con la oposición de una fuerza compuesta por 6.000
boecios, 6.000 atenienses, 3.000 eubeos, 7.000 argivos y 3.000 corintios, lo
que hacía un total aproximado de 23.000 hoplitas.
Jenofonte
describe cómo se dispusieron ambos contingentes. En la derecha del ejército
lacedemonio se situó el rey Agesilao junto con las moras de espartiatas,
seguido de los veteranos de los Diez Mil, luego los griegos de Asia Menor,
luego los focios y finalmente los orcomenios en el extremo izquierdo.
En el bando contrario, los tebanos ocuparon el ala derecha, directamente enfrentados contra los orcomenios, y los argivos el lado izquierdo, enfrentados directamente contra los espartiatas. El encuentro tuvo lugar en la llanura de Coronea, con el contingente lacedemonio marchando desde el río Kephisos y sus oponentes desde el monte Helikon, es decir, Agesilao marchaba desde el sur y sus oponentes desde el norte.
En el bando contrario, los tebanos ocuparon el ala derecha, directamente enfrentados contra los orcomenios, y los argivos el lado izquierdo, enfrentados directamente contra los espartiatas. El encuentro tuvo lugar en la llanura de Coronea, con el contingente lacedemonio marchando desde el río Kephisos y sus oponentes desde el monte Helikon, es decir, Agesilao marchaba desde el sur y sus oponentes desde el norte.
Ambos
ejércitos avanzaron en silencio total. Cuando se encontraban a un estadio (175
m), se pararon y recompusieron las filas para iniciar la carga o epidrome.
Según la descripción de Jenofonte, en el campo de batalla reinaba un silencio
total. A continuación las filas espartanas lanzaron el grito de guerra y
cargaron a la carrera.
Los
veteranos de los Diez Mil, mandados por Herípidas, y los griegos asiáticos
cargaron contra las tropas que tenían enfrente y pronto envolvieron a sus
enemigos, en el otro extremo, los lacedemonios cargaron, pero antes de chocar
contra la línea de argivos, estos huyeron presa del pánico.
Batalla de Coronea, 394 a.C. El ejército
espartano realizando una contramarcha o exeligmos, maniobra en la que la
primera fila hace un giro y se vuelve hacia atrás y así sucesivamente. Se
muestran en el acto del exeligmos o contramarcha, con cada enomotia en una
etapa diferente de la maniobra, para ilustrar el proceso. Los tebanos se
muestran en dirección al tren de bagajes espartano. Se aprecia la maza o clava
de Hércules o Heracles en los escudos tebanos.
Los
mercenarios cercanos a Agesilao asumieron que la batalla había acabado e
incluso ofrecieron una condecoración al rey para conmemorar su victoria. Justo
entonces llegaron noticias del otro flanco: los tebanos habían roto las filas
de los orcomenios y estaban encima de los carruajes con los suministros,
arramblando con el botín que traían de Asia.
Nada más
enterarse, Agesilao dio la orden de que el contingente espartano de realizar
una exeligmos o contramarcha, maniobra en la que la primera fila hace un giro y
se vuelve hacia atrás y así sucesivamente, y cargase contra los tebanos, lo que
hizo con increíble rapidez y sin perder la cohesión de la falange. Cargaron y
en ese momento los tebanos se dieron cuenta de que sus aliados habían huido.
Formaron con la idea desesperada de romper las filas de Agesilao para unirse en
el monte con el resto del ejército.
Lo que
ocurrió fue uno de los peores baños de sangre de la historia de las batallas de
hoplitas. Jenofonte lo describió: “Escudo
apretado contra escudo luchaban, mataban y morían a cambio“. Al final unos pocos tebanos lograron llegar hasta el monte
pero, en palabras de Jenofonte, “muchos otros murieron
en el camino“.
Agesilao
fue herido en la batalla y tuvo que ser llevado de vuelta a la falange. Ahí
llegó la caballería y le informó de que unos 80 hombres se habían refugiado en
un templo cercano. Agesilao ordenó que fueran perdonados y que se les
permitiera ir a dónde quisieran.
Según
Diodoro, más de 600 beocios y sus aliados cayeron, mientras que en el bando
espartano solo cayeron 350 soldados. Tras la batalla, Agesilao II ordenó erigir
un monumento a modo de trofeo al día siguiente y realizar un desfile de tropas.
Los tebanos enviaron emisarios pidiendo enterrar sus muertos bajo tregua, a lo
que los lacedemonios accedieron. Según Plutarco (de origen beocio), los tebanos
estaban eufóricos tras la batalla ya que habían logrado pasar de nuevo a través
del contingente espartano y huir. Agesilao regresó a Esparta pasando por Delfos
y dejó un contingente tras él dirigido por el polemarca Gilis. Este intentó
invadir la Lócrida, pero fracasó y fue muerto en batalla.
Expedición de Agesilao II (378 a.C.)
Antes de la
creación del batallón Sagrado bajo Górgidas, los atenienses habían ayudado a
los exiliados tebanos retomar el control de Tebas y la ciudadela de Cadmea de
Esparta. Esto fue seguido por Atenas al entrar abiertamente en una alianza con
Tebas contra Esparta.
En el
verano de 378 a.C, Agesilao II dirigió una expedición espartana contra Tebas
desde la ciudad de Beocia de Tespia, todavía aliada de Esparta. Su fuerza
consistía en 1.500 jinetes y 28.000 de infantería. Al menos 20.000 de la
infantería eran hoplitas, 500 esquiritas o infantería ligera constituían la vanguardia de infantería. Al
enterarse de la inminente invasión, Atenas acudió rápidamente en ayuda de Tebas
mediante el envío de una fuerza de unos 200 jinetes y 5.000 infantes (tanto de
los ciudadanos y mercenarios, incluyendo hoplitas y peltastas) bajo el mando
del estratego ateniense Demeas y comandante mercenario Cabrias.
Las fuerzas
espartanas estuvieron durante varios días intentando romper las empalizadas de
tierra en el perímetro del territorio tebano, y finalmente rompieron las
fortificaciones y entraron en el territorio de Tebas, devastando los campos a
su paso. Aunque los atenienses se habían unido a las fuerzas de Tebas, aún
estaban siendo superados en número por los espartanos; sus fuerzas combinadas
eran sólo a 1.700 jinetes, 12.000 hoplitas, y alrededor de 5.000 psiloi o
infantería ligera. Con la caída de las empalizadas, solo les quedaron dos
opciones: o bien a retirarse de nuevo a las murallas defendibles de Tebas o
bien mantener sus posiciones y enfrentarse a los espartanos en campo abierto.
Se optó por la segunda y desplegaron sus fuerzas a lo largo de la cresta de una
suave colina baja, frente a las fuerzas espartanas. Górgidas y el batallón
Sagrado ocuparon el ala derecha, mientras que Cabrias y una fuerza de hoplitas
mercenarios experimentados ocupaban el ala la izquierda.
Escaramuza en Tanagra 377 a.C.: 1 jinete
lacedemonio con el casco pilos, 2 soldado eskirita, llevan casco pilos pintados
en blanco, 3 hoplita tebano con casco boecio. Autor Richard Hook para Osprey
Agesilao
envió primero a los psiloi tiradores para probar el despliegue enemigo. Estos
fueron fácilmente rechazados por las fuerzas de Tebas y Atenas, y probablemente
por su más numerosa caballería. Agesilao ordenó entonces avanzar a todo el
ejército espartano. Esperado que la visión de la superioridad de las fuerzas
espartanas sería suficiente para intimidar a las fuerzas tebanas y atenienses y
que rompiesen filas. Esta misma táctica había funcionado contra las fuerzas
argivas en la batalla de Coronea (394 a.C).
Cuando
estaban a unos 200 metros, Agesilao estaba esperando que las fuerzas tebanas y
atenienses cargaran en cualquier momento. En lugar de ello, Cabrias ordenó a
sus hombres que descansaran, al unísono, sus hoplitas mercenarios
inmediatamente asumieron la postura de descanso con la lanza apoyada en el
suelo apuntando hacia arriba en lugar de hacia el enemigo, y el escudo apoyado
en la rodilla izquierda en lugar de estar sujeto en el brazo izquierdo.
Górgidas, al ver esto, también ordenó al batallón
Sagrado ponerse en descanso.
Al ver la
audacia de la maniobra y la disciplina en la ejecución fue tal que Agesilao
detuvo el avance. Al ver que sus intentos de provocar a los tebanos y
atenienses para que bajasen y luchasen no tuvieron éxito, Agesilao finalmente
pensó que era más prudente retirar sus fuerzas de nuevo a Tespia.
Poco
después, Agesilao disolvió su ejército en Tespia y volvió a Peloponnesos través
de Megara. Dejó al genera Feobidas como su harmosta (gobernador militar) en
Tespia.
Los tebanos
bajo Górgidas mataron 200 hombres que Agesilao dejó cerca Tespia como una
avanzada. También hicieron varios ataques en territorio tespio, aunque estos
pequeños consumado. Foebidas, por su parte, comenzó a hacer varias incursiones
en territorio tebano utilizando los espartanos bajo su mando y reclutas
tespios. Estos generales estuvieron luchando entre sí hasta que Foebidas murió
a manos de la caballería tebana.
Poco tiempo
después, Agesilao montó una segunda expedición contra Tebas. Después de una
serie de escaramuzas que ganaron con cierta dificultad, se vio obligado a
retirarse de nuevo cuando el ejército tebano salió con toda sus fuerzas
mientras se acercaba a la ciudad. Diodoro observa en este punto que los tebanos
se enfrentaron a partir de entonces contra los espartanos con confianza.
Górgidas desaparece de la historia entre 377 y 375, durante el cual el mando
del batallón Sagrado fue transferido a Pelópidas.
Batalla de Tegira (375 a.C.)
En 375 a.C,
Pelópidas, supo que la guarnición espartana de Orcómeno había ido a una
expedición a Lócrida, partió con el batallón Sagrado y una pequeña fuerza de
caballería, con intención de apoderarse de la ciudad mientras estaba sin
vigilancia. Cuando los tebanos llegaron a la ciudad, sin embargo, se enteraron
de que una fuerza importante había sido enviada desde Esparta para reforzar la
guarnición de Orcómeno, y se acercaba a la ciudad. En consecuencia, Pelópidas
se retiró con su fuerza, pero antes de que los tebanos pudieran alcanzar la
seguridad en Tegira, se encontraron con la guarnición espartana original que
regresaba de Lócrida.
La fuerza
tebana era en gran medida superada en número por los espartanos, se estima que
los duplicaban. Estaba constituida por el famoso batallón Sagrado era la fuerza
principal junto otros dos moras o
batallones de hoplitas, infantería ligera y caballería, los espartanos tenían
dos philae o
regimientos uno de ellos ateniense y sus efectivos serían 2.000 hoplitas más la
infantería ligera y caballería. Plutarco señala que un soldado tebano, al ver
la fuerza enemiga, le dijo a Pelópidas “Vamos
a caer en manos de nuestros enemigos“, a lo cual
respondió Pelópidas “Y por qué no ellos en las nuestras“; Pelópidas, a continuación, ordenó a la caballería tebana cargar
mientras la infantería adoptaba una densa formación anormal en su costado
izquierdo.
Batalla de Tegira 375 a.C., se puede
apreciar el distintivo de los tebanos que era la maza de Heracles pintada
en el escudo, lleva el típico casco boecio.
Cuando las
dos falanges chocaron, el primer encuentro fue muy reñido y fue inconclusivo,
en el segundo choque, en el segundo choque murió el jefe espartano y los
lacedemonios abrieron sus filas, la compacta formación tebana rompió la línea
espartana en un punto de contacto y luego se volvió a atacar los flancos
vulnerables de los espartanos a cada lado. El grupo de espartanos se
dispersaron y huyeron, aunque la persecución tebana se vio limitada por la
proximidad de Orcómeno ya que los espartanos tenían allí establecidas más
unidades.
No se sabe
si la creación del orden oblicuo fue prevista o se debió a la casualidad, al
tener que desplegar sobre la marcha, pero a partir de este momento, Epaminondas
lo empleó en todas las batallas. La victoria tebana en la batalla de Tegira tuvo poca importancia
militar inmediata, más allá de la supervivencia de la fuerza de Pelópidas, la
fuerza espartana, una vez que se reagrupó en Orcómeno, era demasiado formidable
para que Pelópidas aprovechara su ventaja. A pesar de ello, la victoria fue un
evento de importancia simbólica para ambas partes. Diodoro Sículo registra que
la victoria en Tegira marcó la primera vez que los tebanos habían levantado un
trofeo a la victoria sobre una fuerza espartana, pues mientras los tebanos
habían derrotado a los espartanos antes, estas victorias habían sido en general
pequeñas escaramuzas.
Durante los
dos años en que los espartanos no pudieron atacar Beocia, los tebanos aprovecharon
para acosar las posiciones de los aliados lacónios en el área, se producen
múltiples enfrentamientos a pequeña escala en donde los beocios no solo
consiguen casi siempre la victoria si no que los aprovechan para ejercitarse y
ganar confianza frente a los temidos hoplitas espartanos.
Otros
combates salpican aquí y allá el territorio beocio, en un combate a las afueras
de Tespias fue derrotado y muerto el harmoste espartano de la ciudad, también cae el harmoste de Tanagra en otro afortunado enfrentamiento
contra los tebanos, se incursionó (al mando de Pelópidas) dentro de la Fócida,
hasta el punto de tener estos que solicitar la ayuda de Esparta bajo la amenaza
de abandonar la alianza.
Expansión de la Liga de Boecia
Platea fue
ocupada en el otoño del 373 a.C. por Neocles y su población expulsada del
Beocia (Neocles engañó a los platenses y asalto la ciudad cuando menos lo
esperaban, la ciudad fue demolida, excepto los santuarios, y la población
exiliada al Ática, en donde fueron recibidos amistosamente). Orcómenos fue
obligada a alinearse con la Liga en el 370 a.C, sufrió no obstante la
destrucción de sus murallas y de sus derechos políticos. La ciudad años más
tarde volvió a padecer las consecuencias de una sangrienta represalia tebana a
causa de un intento de conspiración por parte de sus elementos oligárgicos, su
población fue muerta o expulsada de su ciudad y de territorio beocio, estas
acciones se hicieron aprovechando que Epaminondas se encontraba en campaña en
Tesalia.
Al llegar
la primavera del 371 a.C., Beocia se encontraba prácticamente unificada bajo la
hegemonía de Tebas excepto Orcómenos.
Batalla de Leuctra (371 a.C.)
La disputa
estalló cuando una coalición de ciudades-estado de Beocia apeló a Esparta para
que les liberase del control político de Tebas. Los espartanos exigieron que
los tebanos retirasen su ejército de ocupación, pero éstos se negaron, por lo
que el rey espartano Cleómbroto I marchó a la guerra desde Focea.
En lugar de
tomar la ruta más fácil hacia Beocia a través de un desfiladero, los espartanos
marcharon cruzando los montes, llegando por sorpresa y tomando una fortaleza y
doce trirremes tebanas antes de que nadie se diese cuenta de su presencia.
El ejército
espartano estaba compuesto de unos 11.000 efectivos: de los cuales había 2.000
hoplitas espartanos, 1.500 focenses, 1.000 arcanianos, 2.000 corintios, 2.000
arcadios y. En total 8.500 hoplitas de los cuales 400 eran espartiatas o élite
espartana, además disponían de 1.000 jinetes y 1.100 psiloi o tropas ligeras
(300 espartanos, 500 tracios y 300 focenses). Establecieron su campamento en
unas alturas cerca de la ciudad de Leuctra y esperaron al ejército boecio.
El ejército
de la liga de Boecia liderada por el beotarca Epaminondas, consiguió reunir 8.000 hoplitas de los cuales 6.500
eran tebanos entre los que se encontraba el batallón Sagrado, y 1.500 de
Boecia, Sicion y Elaia; 1.500 jinetes y 1.000
psiloi o infantería ligera. Establecieron su
campamento en una elevación frente a los espartanos.
Algunos de
los comandantes tebanos en un primer momento consideraron prudente retirarse
tras los muros de Tebas e invitar a un asedio en lugar de enfrentarse a los
temibles espartanos en una batalla abierta. Sin embargo, Epaminondas los
convenció de lo contrario.
Ya los
había vencido en Tegira y les recordó la violación notoria de dos vírgenes
locales por dos espartanos en Leuctra. Las dos víctimas se habían suicidado por
la vergüenza, y se había establecido un monumento en su memoria. Epaminondas
hizo un homenaje delante de este monumento antes de la batalla e hizo pintar
una serpiente en los escudos afirmando que al golpear la cabeza de la serpiente
(el ejército espartano), la serpiente moriría.
A pesar de
la inferioridad numérica y de la dudosa lealtad de los aliados beocios,
aceptaron luchar en el campo de batalla frente a la ciudad.
Batalla de Leuctra 371 a.C.
Despliegue de fuerzas, a la izquierda el posible despliegue de fuerzas, a la
derecha el despliegue alternativo
La primera
acción real de la batalla fue cuando los espartanos atacaron a los no
combatientes de Tebas (mozos de equipaje, comerciantes etc.) que se retiraban
de vuelta a Tebas. Sin embargo, en el ataque, Hieron, el líder espartano murió
y los tebanos se vieron obligados a reincorporarse a la fuerza principal.
Despliegue inicial
Cleombroto
desplegó su ejército en cuatro divisiones: a la derecha como siempre los
espartanos (2.000), a continuación focenses y arcadianos (2.500), a
continuación los corintios (2.000), después los arcadios (2.000) situó en las
alas repartidos su caballería y su infantería ligera.
Epaminondas
fue mucho más innovador y puso su caballería e infantería ligera frente a su
propia formación de falange. Desplegó a sus hoplitas también en 4 divisiones,
la su izquierda extraordinariamente profunda 48 filas de los hombres (cuadruple
de los normal), e hizo su frentes más estrechos que los espartanos. El batallón
Sagrado (300) también se posicionó en la banda izquierda, los 1.500 aliados
beocios fueron estacionados en el flanco derecho, y las otras divisiones con
8-12 hombres de profundidad.
Batalla de Leuctra 371 a.C.
Despliegue Inicial y fases de la batalla
Cleómbroto
respondió a este sorprendente despliegue reorganizando sus propias líneas,
desplazando su caballería e infantería ligera al frente y extendió su línea de
hoplitas con el fin de flanquear el ala izquierda de Epaminondas, para ello
tuvo que disminuir su profundidad.
La batalla
La batalla
comenzó con la caballería tebana cargando contra la espartana, poniéndola en
fuga, los jinetes espartanos se vieron obligados a refugiarse tras sus propias
líneas, la falange abrió sus filas para permitirles el paso, los tebanos les
persiguieron a través de los espacios creados, creando el caos en la formación
espartana.
Epaminondas,
por su parte, mandó avanzar su flanco izquierdo siendo seguido por las otras
divisiones de forma escalonada que es lo que se conoce como el orden oblicuo.
Los
hoplitas se encontraron, élite contra élite, y la formación tradicional de 12
líneas de profundidad de Esparta comprobó que no era capaz de aguantar el
impacto de la columna de 48 hombres que habían colocado contra ellos. Hubo un
breve encuentro en el que los espartanos trataron de mantener la masa
gigantesca de tebanos y del batallón Sagrado, hasta que fueron literalmente barridos
por la columna. El ala derecha espartana fue derrotada con bajas de unos 1.000
hombres, de los cuales 400 eran espartiatas (tropas de élite de ciudadanos
espartanos), y entre los que se encontraba el propio el rey Cleómbroto.
Batalla de Leuctra 371 a.C. carga del
batallón Sagrado. Se puede ver a un oficial superior espartano dirigiéndose a
sus tropas, se distingue por su penacho transversal.
Batalla de Leuctra 371 a.C. Se puede ver
un oficial superior espartano arengando a sus tropas, también se puede ver la
profundidad del despliegue tebano.
Batalla de Leuctra 371 a.C. Se distingue
un oficial espartano con el escudo a la espalda retirando un herido.
Batalla de Leuctra 371 a.C. Dos imágenes
iguales de la retaguardia del ejército espartano, pero con distinta
uniformidad, se ve un oficial superior espartano herido transportado por dos
compañeros, se distingue su casco con la cimera transversal, los de la
izquierda pueden ser espartiatas, los de la derecha periecos.
Batalla de Leuctra 371 a.C.
Se puede apreciar la serpiente pintada en los escudos tebanos.
Para cuando
las divisiones del centro y de la derecha del ejército tebano alcanzaban las
posiciones enemigas, el ala derecha de Esparta había sido destrozada.
Viendo su
ala derecha derrotada, el resto del ejército peloponesio, se retiraron y
dejaron al enemigo el control del campo de batalla. Por otra parte, la llegada
de un ejército de Tesalia sirvió para que un segundo ejército espartano
comandado por Arquídamo II decidiera no intervenir y retirarse, mientras que
los tebanos prefirieron cesar su persecución de los espartanos supervivientes.
Secuelas
La derrota
de Esparta condujo a la desintegración de la liga del Peloponeso, ya que muchos
de sus aliados llegaron a ser independientes, o cambiaron la lealtad a Tebas, y
a la aparición de la Liga Arcadia liderada por Tebas.
Batalla de Leuctra 371. Secuelas de la batalla. Los
vencedores siguiendo la tradición, erigieron un triunfo después de la batalla,
se ve al fondo dos heraldos con sus báculos.
Batalla de Mantinea (361 a.C.)
Ocurrió en
el 362 a.C entre los tebanos liderados por Epaminondas y apoyados por los
habitantes de Arcadia y Beocia, y los espartanos, dirigidos por el rey Agesilao
II y apoyados por Elis, Atenas y Mantinea. Los espartanos fueron derrotados,
pero con la muerte de Epaminondas sólo sirvió para allanar el camino a la
conquista de Grecia por Macedonia.
Antecedentes
Después de
que la batalla de Leuctra en 371 a.C., hiciera tambalear la hegemonía
espartana, el político y general Epaminondas de Tebas procuró construir una
nueva hegemonía centrada en su ciudad. Para ello, los tebanos habían marchado
al sur, a la zona dominada tradicionalmente por los espartanos, y creó la liga
Arcadia, una federación de ciudades-estado de la meseta central del Peloponeso,
para contener la influencia espartana, de tal modo que Tebas mantuviera el
control total.
Los
espartanos se habían aliado con Elis (ciudad de menor importancia del
Peloponeso con una desavenencia territorial con Arcadia) en un esfuerzo de
minar a la liga Arcadia. Cuando los arcadios calcularon mal y se apropiaron del
santuario de Zeus en Olimpia, en Elis, una de las ciudades-estado de Arcadia,
Mantinea, se separó de la Liga. Mantinea se unió a Esparta y Elis para atacar la
liga Arcadia. Atenas decidió dar su apoyo a Esparta, pues estaba recelosa del
poder tebano. Los atenienses también recordaban que, al final de la guerra del
Peloponeso, los tebanos demandaron que Atenas fuera destruida y sus habitantes
esclavizados. Un ejército ateniense fue mandado por mar para juntarse con las
fuerzas expedicionarias espartanas, con el fin de evitar que fuera interceptado
en tierra por el ejército tebano.
Mapa
de Esparta y Boecia en 367 a.C.
Ejército tebano en el 362 a.C.: 1 peltasta
tesaliano; 2 peltasta aeniano; 3 oficial tebano herido con un casco boecio.
Tras
enterarse de que Agesilao II ya había salido de Esparta al mando de las tropas,
decidió hacer una marcha nocturna hacia la capital de Laconia, esperando
encontrarla desguarnecida tras la salida del ejército. Al enterarse, Agesilao
dio media vuelta e inmediatamente se volvió con las tropas ligeras y la
caballería de vuelta a Esparta, llegando solo un momento antes que los beocios,
el otro rey de Esparta, Arquidamo, consiguió rechazarlos fuera de los límites
de la ciudad.
Batalla de Mantinea 362 a.C.
movimientos previos
Epaminondas
marchó con sus tropas a Mantinea, pero no por el camino más corto, sino
siguiendo la cadena montañosa que se encuentra al oeste de Tegea. Al llegar
junto a la ciudad de Mantinea, descendió por la ladera del monte y formó en el
llano, frente a los enemigos.
Despliegue inicial
Los dos
ejércitos se encontraron a unos treinta estadios de Mantinea, en el camino que
lleva a Palantio, junto bosque llamado de Pélago. Agesilao II colocó su
ejército protegiendo Mantinea, en una llanura de 2 kilómetros de ancho entre
las montañas Mytikas y Kapnistras. Para atacar Mantinea, Epaminondas no tenía
más remedio que enfrentarse al ejército de Agesilao. El contingente espartano
estaba al mando del rey espartano Agesilao II, estaba compuesto de 20.000
hoplitas: 3.000 de Esparta, 7.000 de Mantinea, 2.000 de Elis, 2.000 de Acaya, y
6.000 de Atenas; 2.000 jinetes: 1.000 de Atenas y 1.000 de Mantinea y otras
ciudades; y 1000 psiloi mercenarios.
Ocuparon
una posición entre dos montes, en su ala derecha situó la caballería
disponiendo su formación en varias divisiones con la caballería y tropas
ligeras a los flancos.
Batalla de Mantinea 362 a.C.
despliegue de fuerzas
Epaminondas,
desplegó su ejército de forma similar al espartano, ocupando un frente de la
misma longitud. El ejército tebano estaba compuesto por contingentes tanto de
Tebas como de otras ciudades-estado de Beocia, y contaban con el apoyo de los
arcadios todavía leales a la liga. Tenía una fuerza de 28.000 hoplitas: 10.000
de Tebas y Beocia, 2.000 de Tesalia, 1.500 de Eubea, 1.500 de Malis, 3.000 de
Lócrida, 3.000 de Sición, y 5.000 de Argos; 3.000 jinetes: 1.000 de Tebas y
Beocia y 2.000 de Tesalia; y 4.000 psiloi tesalios y mercenarios.
Batalla de Mantinea 362 a.C.
despliegue inicial
Epaminondas
simuló dar a sus tropas las instrucciones para montar el campamento, por lo
que, viendo a los beocios dejar las armas, los lacedemonios y los aliados
peloponesios rompieron también poco a poco su formación pensando ya en
retirarse. Fue entonces cuando Epaminondas dispuso a sus hombres en columna y,
dando la orden de recoger de nuevo y rápidamente las armas, con él mismo a la
cabeza, marchó en línea recta contra el enemigo. Éste, desconcertado por el
ataque cuando ya no esperaban tal cosa, procedió precipitadamente a volver a
formar la línea de batalla.
La batalla
Epaminondas
dio entonces la orden de avanzar, cogiendo al enemigo con la guardia baja y
provocando bastante confusión en el campo de Mantinea en la preparación de la
batalla.
Mandó por
delante y a ambos flancos su caballería y psiloi o infantería ligera, que
hicieron retroceder a la caballería de Atenas y Mantinea. Diodoro indica que la
caballería ateniense del ala derecha de espartana, aunque no era inferior en
calidad a la beocia, no pudo aguantar las armas arrojadizas que lanzaba la
infantería ligera que Epaminondas había colocado entre su propia caballería,
expulsándoles de la colina Kanipstra, en el ala izquierda la caballería tebana
y tesaliana derrotaron fácilmente a la de Mantinea expulsándoles de la colina
Mytikas. Una vez derrotada la caballería peloponesa, comenzaron a hostigar los
flancos de la falange enemiga.
Mientras
tanto, la falange tebana avanzaba. Jenofonte describe el ala izquierda tebana
como “un trirreme, con su espolón de proa
sobresaliendo por el frente“, a la vez que
indica que Epaminondas pensaba que si fuese capaz de golpear y atravesar las
líneas enemigas en cualquier lugar, destruiría al ejército completo de sus
adversarios.
Batalla de Mantinea 362 a.C
avance de los tebanos
Como en
Leuctra, el ala derecha que era donde estaban situados los espartanos,
recibieron el terrible choque del batallón Sagrado y los hoplitas de élite tebanos.
En un principio hubo un breve equilibrio inicial, pero luego los tebanos
lograron romper las líneas espartanas, y la falange enemiga completa fue puesta
en fuga. Parecía que iba a ser una nueva victoria decisiva de Tebas basada en
el modelo de Leuctra pero, cuando los victoriosos tebanos se lanzaron en
persecución de sus enemigos, Epaminondas fue herido mortalmente por el
espartano Antikatres que le dio una lanzada mortal en el pecho y murió poco
después. A medida que las noticias de la muerte de Epaminondas se extendían en
el campo de batalla de un soldado a otro, los aliados cesaron en su persecución
del ejército derrotado.
Batalla
de Mantinea 362 a.C. tebanos persiguiendo a los espartanos
Batalla
de Mantinea 362 a.C. muerte de Epaminondas.
Secuelas
Los jefes
tebanos Iolaidas y Difanto también cayeron. En su lecho de muerte, Epaminondas,
al saber que sus compañeros habían muerto, instó a los tebanos a firmar la paz,
a pesar de haber ganado la batalla. Lo cierto es que la batalla podría haber sido
una completa victoria beocia, pero al final la muerte de Epaminondas cambió
totalmente el escenario del conflicto. Los beocios se retiraron (nunca
volverían a entrar con todo su ejército en el Peloponeso). Las pocas
guarniciones que quedaron en el país serían retiradas pocos años después.
Las
ambiciones y la influencia de Tebas en la región quedaron de esta manera
enterradas para siempre en los campos de Mantinea. Sin el liderazgo de
Epaminondas, la hegemonía de Tebas se derrumbó. El resultado final de la
batalla fue el allanamiento del camino para que Macedonia conquistara Grecia,
asegurada la debilidad de Tebas y Esparta.
Próximo Capítulo: Ejército Macedonio
Próximo Capítulo: Ejército Macedonio
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