Capítulo
2.- Primer sexenio madrileño, 1623 – 1629.
Oficios
y mercedes que Velázquez recibió de Felipe IV.
Antes de hablar de nada es
importante saber que pasa seis años en Madrid y que es un momento triunfal, el
rey está convencido de que retrata perfectamente y que por eso hay que mimarle.
Y antes de citar las obras diremos cuales fueron los privilegios que se le
concedieron:
- El rey le nombró su
pintor.
Esto sucedió
aceleradamente, el 6 de octubre del 1623 (después de cinco semanas de haberle
retratado). Esto ya lo dice todo. Se suele decir que fue el sustituto de
Rodrigo de Villandrando, pero este nunca fue pintor del rey (esto deriva de un
documento donde dice que “fue pintor y ujier del rey” pero debe faltar un “.” o
un “;” después de pintor porque solo fue ujier) y además murió en el año 1622,
no en el 1623 como se ha pensado, se supone que la plaza no iba estar vacante
hasta que llegara Velázquez.
Es posible que sucediera,
simbólicamente, a Pedro de Guzmán, muerto en el año 1616, ya que tenía el mismo
salario que empezaría a cobra Velázquez. Cada pintor cobraba una cosa pero si
ocupabas la plaza de un antiguo pintor por tradición cobrabas lo mismo que
cobraba tu antecesor (si cobraba x pues tú cobrabas x). Y el único que cobraba
lo que cobró en su día Pedro de Guzmán era Velázquez.
Hay que destacar que dentro
de estas diferencias salariales, Velázquez que llega el último cobra más que
ninguno de los otros cinco pintores que había: 20 ducados al mes (90000
maravedíes al año. 1 ducado = 11 reales, 1 real = 34 maravedíes). Para hacernos
una idea Francisco López, que era pintor desde el año 1603, no cobraba,
Santiago Morán el Mayor (1609), pintor de cámara cobraba 30000 maravedíes,
Vicente Carducho (1609), pintor del rey cobraba 50000 maravedíes, Eugenio Cajés
(1612), pintor del rey cobraba 50000 maravedíes y Bartolomé González (1617),
pintor del rey cobraba 72000 maravedíes.
Para colmo Velázquez fue el
pintor del rey más joven de su siglo y el artífice más joven de todos cuando
llegó a ser pintor del rey.
- Pintor de Cámara: también es pintor de rey pero lo normal es pensar
que ser pintor de cámara es ser más, pero en el siglo XVII no es ser más, se
cobra menos, no se le conoce y era algo bobo. Esto de ser pintor de cámara
consistía en que cuando llegaba el momento de cobrar iba a una puerta diferente
que el resto: la cámara real o bureo. Los demás cobraban por la Junta de Obras y Bosques.
Lo que va a suceder es que
en el año 1626 cuando muere Morán, Velázquez pedirá al rey que nombraran a
Pacheco pintor de cámara, pero no lo consiguió, y la plaza se quedó vacante. Al
final no ponen a nadie y así se ahorraban un salario.
Pero en el año 1628 por
casualidad en un documento el rey dice referente a Velázquez “mi pintor de
cámara” y a partir de entonces se le llama pintor de cámara aunque cobrara por la Junta de Obras y Bosques y
no se le llame nunca como tal. Lo que sucedió después es que al morir Velázquez
le sucedieron como pintor de cámara primero Juan Bautista del Moro, que murió
en el año 1666, después Sebastián Herrera (1671), Carreño (1685), Claudio
Coello (1693) y F. Leonardoni, veneciano (1711), se fue consagrando que el
pintor de cámara era un puesto importante, por ejemplo Carreño pasó de ser
pintor del rey a pintor de cámara y esto se tomó como un ascenso. Con la
llegada de los borbones franceses la cosa se lió, ya que impusieron sus
costumbres y ser pintor de cámara era más que de rey y menos que ser primer
pintor de cámara.
- La primera merced,
“Merced de casa de aposentos”.
Otorgada el 26 de agosto de
1625. Partiendo de la idea de que la corte era itinerante y no tenía un lugar
fijo y sus cortesanos tampoco tenían aposentos, cuando se movía la corte de un lugar a otro, los cortesanos iban con
la ella (esto era así desde la
Edad Media ) y tenían derecho
de aposento, es decir, la mitad de la casa de un vecino.
Cuando Felipe II en 1561
asentó la corte en la villa de Madrid, se acabó lo del derecho de aposento ya
que la corte no se movería más. En el año 1601 se traslada a Valladolid pero el
puesto en Madrid se conserva y a partir del año 1606 es definitivo.
¿Entonces que merced se le
concede a Velázquez? Esta merced consistió en cobrar una renta de esa casa de
aposento.
Esto dio lugar a una
burocracia increíble ya que había distintos grados, por ejemplo los pintores
por muy lo que fueran no tenían este derecho, Patricio Cajés en el año 1610
parece que gozó, transitoriamente, de este derecho pero es la excepción que
confirma la regla, pero los ujieres si tenían este derecho y la viuda además
recibía este derecho en caso de que el marido muriera.
Alonso del Hoyo fue un
ujier que tenía este derecho, a su muerte la merced pasó a cobrarla su mujer y
a la muerte de la mujer diez personas piden que les sea concedida esa merced,
entre ellos un guarda llaves recomendado por la propia reina.
Velázquez ni siquiera pidió
esta merced, porque era pintor, pero al final se la concedieron a él. La merced
incluía una casa, sita en la calle Concepción Jerónima, nº 13, Madrid, y dos
cientos ducados de renta. Se sabe que no habitó la casa porque ya tenía la suya
propia.
- La segunda merced. “Renta
de una pensión eclesiástica”.
Concedida por el rey en el
año 1626. El rey tenía, por acuerdos antiguos, derecho a disponer de algunas
rentas de obispados y poder dárselas a cualquiera y decide darle a Velázquez
una renta en el obispado de Canarias.
Esta renta tenía como
obligación que al que se la dieran estuviera por lo menos ordenado, pero
Velázquez no estaba ni ordenado, estaba casado y tenía dos hijas. Esto solo se
podía eludir con una dispensa papal.
Viene Francisco Barberini
entre Marzo y Agosto del año 1626
a España para poner paz con Francia, donde ya había
estado en el 25. La paz ya estaba firmada así que se quedó para el bautizo de
la infanta María Eugenia.
En su séquito iba Cassiano
dal Pozzo que a medida que pasaban los días escribía un diario del viaje y da
noticias respecto a lo que les ocurría.
Allí quedó reflejado que a
Barberini se le habló de lo Velázquez y su dispensa papal para cobrar la renta,
este lo tramitó pero el papa en un primer momento lo rechaza.
Barberini en una segunda
ocasión lo tramita a través de un tal Volpi y el 23 de diciembre del año 1626
el papa dice que sí. Es posible que engañaran al papa porque se dice que
Velázquez era un “clerico conyugato” porque llevara tonsura, pero esto no es
cierto.
A partir del año 1627, el
papa confirma al obispo de Canarias y Velázquez empieza a cobrar su merced: 300
ducados al año y de por vida. Esta es la última noticia que se tiene de este
tema, es posible que Velázquez vendiera su merced (Luca Giordano, Archivo
Español del Arte [306] año 2004, aquí viene esto).
- La tercera merced. “Ujier
de Cámara”.
Concedida el 7 de marzo de
1627. Pacheco dice que se le concedió este nuevo oficio por haber vencido en un
concurso.
El rey en el año 1627
convoca un concurso entre sus pintores donde tenían que pintar la “expulsión de
los moriscos por Felipe III” (se perdió en el incendio del Alcázar del 24 de
diciembre de 1784). El concurso lo ganó Velázquez y fueron jueces del concurso
Giovanni Battista Crescenci, italiano, marqués de la Torre por nombramiento del
rey, había sido profesor de dibujo del rey y le llamó porque le tenía mucho
cariño, y Maino.
Lo normal es que hicieran
dibujos y que el ganador hiciera la pintura. Esto se supone porque no se ha
conservado ningún cuadro, ni siquiera el de Velázquez y porque lo que queda es
un dibujo de Carducho.
No tenemos las bases del
concurso pero es posible que el rey montara este tinglado para que ganara
Velázquez y así tuviera derecha de vivienda.
El resultado de todas
formas fue que se le nombró ujier sin gajes, consistía en que tenía que asistir
a la antecámara, ser su sustituto tal vez, pero aunque era sin gajes tenía
derecho a médico y botica.
Llama la atención esta
concesión a Velázquez ya que se sabe que Gajes la pidió en el año 1628 y se la
negaron, y en el año 1629 la volvió a pedir, pero sin gajes, y también se la
negaron (y eso que llevaba más tiempo en la corte que Velázquez).
- La ración diaria.
El 18 de septiembre de 1628
comienza a cobrar la ración diaria (12 reales al día) a través de la cámara,
tal vez por eso se le llame pintor de cámara.
Tenemos constancia de que
el número de raciones estaba regulado y en este momento no había raciones
vacantes, acerca de esto se dice que se le daba una ración como a los barberos
de cámara (personaje de cierta importancia en el sentido que tenía una gran
proximidad a la persona del rey y además navaja en mano. Todo criado cercano al
rey es importante).
Esta ración tenía otra ventaja,
el vestido, 90 ducados más cada año por vestido. A Velázquez le daban el dinero
y a los demás les imponían los trajes, una muestra más de los beneficios que
obtuvo por parte del rey.
Se dice que esta ración es
en compensación por las obras que hizo y por las que hiciera en adelante ¿Qué se entiende por esto? Pues que las obras
que no hay que pagarle, las que van comprendidas, son los retratos originales,
por ejemplo el Baco y los segundos retratos hay que pagarlos.
Para más inri cuando se va
para Italia el rey pasa escritos diciendo que se le conserven sus derechos
aunque se marche. Y a Italia se va porque quiere no porque le mande el rey,
bueno pues aún así dice que se le conserven sus derechos.
Supuestos colaboradores.
Conocemos los nombres de pintores
que están a su alrededor pero no sabemos por el contrario que hizo cada
colaborador. Velázquez no podía con todas las obras que le encargaban porque
eran demasiadas.
- Su hermano Juan:
figura principal en Madrid, el cree que por las fechas que llegó Velázquez
llegó con él su hermano. Pronto y cuando Velázquez se va a Italia Juan se fue a
Sevilla donde muere en el año 1631.
Aparece como pintor y es el
mejor candidato para las segundas versiones de estos años. No es demostrable.
- Su hermano Silvestre:
muere en el 1624, muy joven.
- Francisco López
Caro, también estuvo en Madrid pero volvió para Sevilla. Pudo estar
cerca de Velázquez durante mucho o poco tiempo.
- Andrés de Brizuela,
nació en 1605 y en octubre de 1626 pasa a ser el aprendiz de Velázquez, murió
en 1644. Demasiado mayor para ser aprendiz, pero puede que fuese un oficial y
no un aprendiz. Colaboraría bastante pero no se sabe lo que realizó.
- Domingo de Yangüas,
en el año 1658 declaró que conocía a Velázquez y que le conoce desde 1626. No
que aprendió con él pero si que estuvo con el.
- Francisco de
Burgos Montilla, nació en Burgos en el año 1612 y murió en el 1672.
También declara en el año 1658 que conoce a Velázquez desde el año 1624, con 12
años, este si que debió de ser un aprendiz pero que colaboró poco porque era
muy joven, (las declaraciones tienen relación con el expediente de la orden de
Santiago).
- Juan Bautista del
Mazo, nació en 1612 y a la vuelta de Italia jugará un papel
determinante en las colaboraciones, es su yerno ya que se casa con Francisca.
Obras
de su primera etapa en Madrid. Retratos reales.
Al ser pintor del rey
podría hacer cualquier cosa pero su triunfo fue el retrato, ya que lo hace muy
bien, de forma viva y verídica, nunca se había visto nada igual anteriormente.
Su función aquí va a ser
retratar pero hay algunas excepciones como cuadros con escenas religiosas,
mitológicas o históricas. Nada de bodegones.
Tuvo su importancia, y
salió bien, el hecho de que no hubiera grandes retratistas en la corte. El problema
habría venido si Carducho (que aunque trabajaba mucho y no le faltaba el
dinero, envidiaba a Velázquez) o Caxés hubieran sabido retratar, pero como no
sabían hacerlo mejor que Velázquez, este se quedó con los retratos y los otros
con los temas religiosos. Digamos que existe un equilibrio.
“Retrato
de Felipe IV” (Meadows Museum).
Museo
de Dallas, de dos tercios de varas.
Es
una pintura deteriorada, y aún está por decidir si es de Velázquez o no, Valdovinos
dice que sí, que es de su estilo, además de que se copia muchas veces. Se cree
que es el primer retrato, que además consagró a Velázquez en la corte, el 30 de
agosto de 1623. no es posible que el rey estuviese muchas horas posando, como
mucho dos o tres, si hubiese sido de cuerpo entero habría sido inventado o el
cuerpo de un modelo. También puede ser una copia. El rostro del rey, que en
esta época tendría 18 años, es de un muchacho joven, nacido en el año 5, y
subió al poder solo con 16 años. Es un rostro que Velázquez conoció.
Felipe IV nació en 1605 y
cuando le retrata Velázquez por primera vez tiene 18 años. Este es un retrato
temprano y de Velázquez sin duda.
Hay que decir aquí que un
poquito antes de que Felipe IV accediera al trono, en enero y en junio, hubo
unas disposiciones por las cuales se prohibía a los hombres el uso de la
gorguera.
Aquí vemos que lleva
golilla, lo que nos sirve para fecharlo más allá del año 1623. Ha trabajado poco la
golilla, el tratamiento de las luces es tenebrista pero sin los contrastes tan
fuertes y radicales de su etapa sevillana.
“Retrato
de Felipe IV” (Museo del Prado).
Mide dos varas y media
(209cm. aprox.) tamaño natural. Esta medida es estándar y es apropiada porque
si pintas en 209 queda espacio tanto por arriba como por abajo para que se meta
la figura.
El
retrato por excelencia de Felipe IV este tiene 198 cm, aparece el rey con un
rostro distinto, el segundo rostro, ha pasado el tiempo, ya no es un joven.
La figura del
monarca aparece de pie, recortándose contra un fondo espacial indefinido, en el
que no se señalan líneas de suelo o paredes, como es habitual en sus retratos
de interior, tanto si son miembros de la familia real como de bufones u otros
personajes.
El tono
predominante es el negro, lo que da al cuadro un aire de severidad y seriedad
casi sagrada, que sólo se rompe en la cabeza, enmarcada por la golilla blanca,
y las manos, con el papel y la mesa.
El óleo se aplica
en capas delgadas, que en el fondo dejan transparentar la preparación rojiza,
lo que contribuye a dinamizar y hacer vibrar ese fondo, para que no resulte
homogéneo. Como tampoco es homogéneo el traje negro del rey, que se anima con
texturas diferentes, adornos y detalles gracias a pequeños toques de pincel
ligero y suelto con distintos tonos de negro.
Sobre el lienzo y
bajo la pintura hay una capa de preparación blanca y otra de imprimación
rojiza, como en el supuesto Autorretrato (?) del Museo del Prado.
Las
modificaciones de Velázquez sobre el retrato inicial: reducción del vuelo de la
capa, cambio en la postura de las piernas, subida de la mesa y el sombrero,
destinadas a dar una imagen más estilizada del rey, se produjeron también en el
rostro, que se adelgazó y alargó considerablemente, haciéndose más agradable a
la vista.
Todas esas
modificaciones se realizaron sobre la pintura precedente, en unos casos
imprimando de nuevo y en otros superponiendo sin más una capa de pintura sobre
otra.
La figura se
recorta contra un fondo indefinido, como más adelante los bufones, hecho con
una pintura muy clara que permite ver el fondo a través de ella, y que tendrá
gran influencia en obras posteriores, sobre todo en Manet, tres siglos después.
Detalle 1
Velázquez enmarca
la cabeza del rey con la golilla, que el monarca había ordenado usar en su
batalla contra el despilfarro y el lujo en detrimento de la gola, que se
utilizaba en tiempo de su padre. Lleva el pelo corto, con un pequeño tupé que
el pintor hace brillar por medio de pinceladas más claras aplicadas sobre el
tono de base.
Aunque más
estilizado de lo que en realidad parecía ser, por la imagen que hay debajo,
muestra los rasgos característicos de la familia: la mandíbula saliente y el
"belfo austriaco".
Detalle 2
La capa tenía
inicialmente un desarrollo mayor, que se aprecia a simple vista, y la reducción
que hace el pintor va encaminada a acentuar la verticalidad y a disminuir el
aire barroco que esa amplitud daba a la imagen.
La mano que
sujeta el despacho, aparece flanqueada por el blanco del puño y el blanco del
papel, en el que quizá pensara Velázquez escribir su nombre, lo que finalmente
no hizo.
Detalle 3
El sombrero y la
mesa estaban situados un poco más bajos y todavía se puede apreciar la silueta
del primitivo sombrero, parecido al que usaba el rey Felipe II, debajo del
tapete rojo.
Las diminutas
pinceladas blancas o amarillas que aplica Velázquez sobre el negro del traje
nos permiten vislumbrar apenas el oro del toisón y los brillos de la empuñadura
de la espada en que apoya, como por casualidad, la mano izquierda.
Detalle 4
Las correcciones,
o arrepentimientos, de Velázquez son bien visibles en las piernas del monarca:
más abiertas al principio, en compás, las cerró en la rectificación que llevó a
cabo antes de 1628; además el pie izquierdo se retrasa y el derecho se
adelanta, para dar sobriedad a la figura, acentuar la verticalidad y, con ella,
el empaque.
Se
quedó en el Alcázar, como retrato oficial del rey. Alguien, seguramente el
propio rey, ordenó a Velázquez que cambiase el retrato porque se había quedado
anticuado. Lo cambió en el año 28, repercute en el rey y en que veía las cosas
de otra manera, un retrato más estatuario, el rey es una persona especial, la
capa más cerrada crea una figura más estilizada, la figura respira más en el
cuadro, pero los detalles de, por ejemplo, el papel son intrascendentes, nadie
sabe porque lo cambió.
Se
copiaron muchos cuadros tanto del primer retrato como del segundo, de un rey
más mayor, era una imagen del rey y no una obra de arte, y mucha gente requería
retratos del rey, unos eran copias hechas por Velázquez, otras copias de copias
y otras de muy mala calidad, tanto que pasados unos años Velázquez paseó por
las tiendas de pintura con Carducho y
vio las distintas copias tan diferentes, con colores diferentes.
Primer
y segundo retrato, museos de Boston. Las fechas no están muy claras.
“Retratos de
Felipe IV” (2), los dos en Boston.
Segundo retrato de cuerpo entero (copia)
Aparece
con una inscripción añadida a Pedro de Contreras, que fue su secretario, donde
aparecen elogios a Pedro de Contreras y su familia por el rey.
No
se sabe si está hecha por Velázquez o es una copia, el profesor dice que no es
de Velázquez.
Carmen
Garrido, escribió en la Revista Goya en la publicación de 2004, que sí es de
Velázquez, empieza justificándose con la preparación de la obra, una doble,
blanca de albayalde y encima tierra de esquivias (Madrid), Valdovinos dice que
ningún cuadro de Velázquez de época madrileña tiene esa preparación. Carmen
Garrido dice que está mal restaurada y que si se restaurara bien se vería que
es de Velázquez. Valdovinos insiste que
no. El texto no es de Velázquez, no es su letra ni su firma, además que es
imposible que con ese rostro sea de 1623. También aparece la firma de Carreño, pero
tampoco es auténtica.
La
preparación que usa Velázquez en Madrid es de experimentación, cuando va a
Italia copia la que hacen allí. Ahora usa barro de Sevilla y tierra de esquivias encima, de Madrid. En el
2º retrato del Prado cuando retoca el cuadro no vuelve a prepararlo, hasta el
año 26 sigue usando esta preparación, y luego cambia.
Velázquez
triunfó en la corte por el retrato, en Sevilla no hizo mucho, pero cuando hizo
el retrato de Fonseca, a todo el mundo le encanta y rápido le propusieron
pintar al rey, sus retratos son de un realismo total.
Lo
más cercano al ser vivo. RETRATO ICASTICO, (catedrático de la Autónoma), sin
disfraz ni engaño, natural. Lo que sentían al ver un retrato de Velázquez nunca
lo habían sentido antes.
El
rostro y las manos son lo más importante, otros pintores se centraban en los
detalles, en las joyas...Pantoja entre otros, el personaje es un objeto más
entre tantos adornos.
El
retrato de Velázquez está pintado de negro, porque es el traje civil oficial, y
no porque fuera de luto, coloca la mano en la empuñadura porque así se
retrataba a los hombres, son aspectos convencionales, al igual que el papel que
sostiene, es igual que un pañuelo o un abanico sostenido por una mujer.
En
esta época se cambia la gran gorgera por la golilla para los hombres, como
aparece Felipe IV, se crea la norma en 1623, pero a las mujeres no se les
prohíbe.
No
pone ventanas, ni cortinajes, solo la mesa para dejar el sombrero, se respira
alrededor de la figura, es un ambiente tenebrista, con la luz desde la
izquierda, cada vez más se atenúan mas. No le importa contrastar luces sino
crear una atmosfera, a veces no crea separación entre suelo y pared.
“Retrato
de Felipe IV” (Metropolitan Museum).
No
todos dicen que sea de Velázquez pero cada vez las opiniones son más probables,
quizá no sea hecho para el rey, sino para un noble.
El
retrato se paga en el año 1624, el encargo pudo ser de García Pérez de Araciel.
Aparece
con la capa abierta, que se amplía hacia la izquierda, las piernas separadas,
en la mano un papel doblado y la otra mano en la empuñadura de la espada, el
sombrero en la mesa, con un cordón de oro y el Toisón colgado.
El
rostro es igual al primer retrato de busto, hace pensar en un momento temprano.
El
cuadro tiene la medida canónica dos varas y media de alto, unos 209 cm.
FELIPE IV (2) Retrato
del Prado”.
Retrato de busto
del rey Felipe IV, joven, con armadura de parada, golilla y banda roja de
general.
Velázquez se inspiraría
para este retrato del rey con armadura en los retratos de corte, que se venían
haciendo en los reinados anteriores y cuyo modelo se fijó en tiempos del rey
Felipe II por su pintor Sánchez Coello.
Aunque ya Tiziano
había hecho los primeros.
En el retrato se
aprecian claras diferencias entre la cabeza y el resto. El rostro y el pelo del
monarca están resueltos con una factura muy lisa y cuidada, donde las
pinceladas se funden unas con otras y resulta imposible distinguirlas.
Esta parte es muy
parecida al retrato de Felipe IV (1182) del Prado.
Por el contrario
la armadura y la banda presentan una técnica suelta y rápida, menos apurada, en
la cual las pinceladas tienen mayor independencia y se pueden distinguir en una
visión superficial. Estos hechos han permitido deducir que el retrato fue
retocado en una fecha posterior.
Velázquez utiliza
pequeños toques de blanco para iluminar la nariz o la barbilla, amarillos para
los adornos de la armadura y rojos más claros para la banda.
En algunas zonas
del cuadro se distinguen las dos capas barro de Sevilla como primera capa y por
encima pone almagre (barro rojizo), de imprimación- que aparecen también en otros
cuadros de esta época, como el retrato de Felipe IV (1182) de cuerpo entero.
La banda roja de
general está hecha de un modo parecido a la cubierta roja de la mesa en el
retrato citado, aunque con técnica más libre.
Es un retrato de
busto del rey Felipe IV, joven, con coraza, golilla y banda roja. El monarca
aparece como general de su ejército, pero el hecho de no llevar sombrero hace
difícil que se trate de un retrato ecuestre recortado como pretenden algunos
autores.
Hay una
diferencia clara entre la cabeza y el cuerpo del retratado: el rostro y el pelo
del monarca están resueltos con una factura muy lisa y cuidada, donde las
pinceladas se funden unas con otras y resulta imposible distinguirlas.
Esta parte es muy
parecida al retrato de pie del Museo del Prado.
Por el contrario
la armadura y la banda presentan una técnica suelta y rápida, menos apurada, en
la cual las pinceladas tienen mayor independencia y se pueden distinguir en una
visión superficial. Estos hechos han permitido deducir que el retrato fue
retocado en una fecha posterior.
Velázquez, como
es habitual en él, utiliza pequeños toques de pintura blanca para iluminar la
nariz o la barbilla, amarillos para los adornos de la armadura y rojos más
claros para la banda. El tono rojo de ésta tiene una réplica más clara en los
labios, la nariz y las mejillas; del mismo modo que el brillo de la coraza lo tiene
en el pelo.
El rey lleva la
golilla sencilla y almidonada que él mismo había impuesto como obligatoria en
las leyes suntuarias que dictó a comienzos del reinado, en su batalla contra el
lujo.
Hacía poco que
Velázquez había llegado a Madrid desde Sevilla y poco también que trabajaba
para el rey. Este es uno de los primeros retratos suyos que pinta. Felipe IV es
un hombre muy joven, en torno a los veinte años, al que Velázquez sigue en su
proceso de envejecimiento, hasta el punto de temer posar para él cuando cumple
los cincuenta.
Detalle 1
Velázquez enmarca
la cabeza del rey con la golilla que él mismo había ordenado usar en su batalla
contra el despilfarro y el lujo. Lleva el pelo corto, con un pequeño tupé que
el pintor hace brillar por medio de pinceladas más claras aplicadas sobre el
tono de base.
A pesar de su
juventud y el aspecto todavía lozano, muestra los rasgos característicos de la
familia: la mandíbula saliente y el "belfo austríaco", considerado un
signo de belleza en su época.
Detalle 2
El contorno del
cuerpo del rey ha sido modificado en el lado izquierdo y se puede distinguir la
capa de pintura negra que hay debajo de la banda en su mitad inferior y también
debajo de lo que ahora es el fondo, cerca de la golilla.
La soltura de
pinceladas en la zona más oscura, la banda roja y los adornos de la armadura de
parada, que se pueden distinguir una por una, hacen difícil que esta parte del
cuadro se pudiera pintar en el mismo momento que la cabeza, de técnica mucho
más tradicional.
“Retrato del Infante
don Carlos” (museo del Prado).
Hacia 1624, Óleo
sobre lienzo 209 x 125 cm Madrid, Museo del Prado.
Retrato oficial
de uno de los miembros de la familia real, el infante don Carlos. De pie, en un interior, con golilla,
sombrero, guantes, collar de oro y la insignia de la orden del toisón de oro.
Don Carlos
(1607-1632) era el segundo hijo varón del rey Felipe III y su mujer, la reina
Margarita de Austria. Dos años menor que su hermano el rey Felipe IV, murió muy
joven, a los veinticinco años, unos cinco después de que Velázquez le hiciera
este retrato.
Lo más fiable es
la noticia que nos dejó de él el embajador de la república veneciana, Mocénigo,
quien le presenta callado, muy próximo a su hermano y sometido a él "hasta
el extremo de hacer imposible adivinar su verdadera inclinación".
Acompañaba siempre al rey en los actos oficiales fuera de palacio, tanto en las
campañas militares como en las fiestas.
Con el fin de
alejarlo de la corte y evitar problemas al Conde Duque quisieron darle, como a
su hermano el infante don Fernando, un cargo fuera de la corte y murió cuando
se preparaba para ir a Portugal. Se habla de una enemistad con el Conde Duque,
de una discusión con él, que precipitó su muerte, y de un envenenamiento.
Aunque otras teorías la atribuyen a excesos sexuales.
Las fuentes de
inspiración para los retratos oficiales que hace Velázquez del infante don
Carlos, como de Felipe IV y los otros miembros de su familia, están en el
retrato de corte, que se había codificado en España durante el reinado de
Felipe II, por obra, sobre todo, del pintor Sánchez Coello y luego de sus
seguidores.
Don Carlos
aparece de pie, vestido con sobriedad, de negro, con sombrero y guantes, una
lujosa cadena de oro terciada y la pequeña joya del toisón de oro, la máxima condecoración
de la monarquía austriaca en España.
No le acompaña
ningún mueble, ni objeto que aluda a su poder, porque no lo tenía. Un
diplomático inglés, James Howell, en 1623, decía de él:
"Su aspecto
es diferente al del resto (de la familia de Felipe IV), porque es moreno y de
tez española. No tiene empleo ni mando ni título, pero es un acompañante
permanente del rey, y todas las ropas que se haga el rey las tiene él también,
de pies a cabeza. Es el preferido del pueblo por su aspecto, porque se oye a menudo
a los españoles suspirar y lamentarse diciendo: ¡Ay!, ¿Cuándo volveremos a
tener un rey de nuestro color?".
Las diferencias
que establece Velázquez con respecto a los retratos de corte anteriores son de
carácter técnico y conceptual: todo lo accesorio desaparece aquí, no hay
cortinajes ni arquitecturas, ni casi suelo o paredes.
Velázquez, como
siempre, se ciñe a lo imprescindible y hace un alarde de contención, que
resalta aún más la importancia del retratado.
La figura del
infante aparece de pie, recortándose contra un fondo espacial indefinido, en el
que apenas se señalan las líneas del suelo y las paredes, como es habitual en
sus retratos de interior, tanto si son miembros de la familia real como de
bufones u otros personajes.
El tono
predominante es el negro, lo que da al cuadro un aire de severidad y seriedad,
que sólo se rompe en la cabeza, enmarcada por la golilla blanca, la cadena y el
toisón de oro, el puño izquierdo y la mano que sujeta el guante.
Compositivamente
se parece mucho al retrato de su hermano Felipe IV (Velázquez, Prado) y la
posición de las piernas es la misma de aquél retrato antes del cambio que
Velázquez llevó a cabo para colocarlas más juntas.
También se parece
desde el punto de vista técnico. La pincelada es más empastada y cargada de
blanco en las zonas que tienen más luz: la cara y la mano, y menos en el resto.
Velázquez destaca
algunos contornos de la figura, como el brazo izquierdo, las piernas y el bajo
de la capa, con pinceladas largas de color claro, que luego tapa parcialmente,
de un modo parecido al retrato de la venerable madre Jerónima de la Fuente.
El traje negro de
don Carlos es más lujoso que el de su hermano y el pintor permite ver los
brocados y las distintas calidades de las telas, por un procedimiento habitual
en él: sobre el negro de fondo de la ropa aplica toques de pincel rápidos y
breves con poca pasta, lo mismo que hace para pintar los brillos del collar de
oro y el breve toisón, resuelto con una técnica más minuciosa que el de Felipe
IV.
La mano se
realiza por un procedimiento parecido a la Cabeza de venado del Museo del
Prado: la pincelada bastante cargada de pintura se restriega sobre la
superficie.
Encima del lienzo
y bajo la pintura hay una capa de preparación blanquecina y otra de imprimación
rojiza, como en el Autorretrato (?) del Museo del Prado. Las capas de pintura,
en ocasiones muy delgadas, como en el fondo, permiten transparentar la
preparación rojiza, lo que contribuye a dinamizar y hacer vibrar ese fondo,
para que no resulte homogéneo.
En otras zonas el
efecto de color que Velázquez intenta al dejar ver la imprimación se acentúa
con otra capa de ocre, como sucede en la sombra del retratado, que se hace con
pinceladas gruesas, sueltas y de ejecución rápida.
Hay mayor
cantidad de pasta en las zonas que el pintor ha corregido, como el jubón.
“Retrato
de Isabel de Borbón” (museo de Copenhagen).
Isabel
de Borbón, ningún retrato auténtico de este periodo, seguro que si le hicieron,
aunque hay textos de la época que dicen que no le gustaba mucho ser retratada,
grabado de una versión del museo de Copenhague, de lo que debió ser un original
de Velázquez., por la moda del vestido es de principios de 1624.
El
pintor ha representado a la joven reina, sobre fondo neutro, de más de medio
cuerpo, mirando frontalmente al espectador en clara comunicación con él, con la
mano izquierda sobre la cadera y la derecha apoyada en un abanico.
Ricamente
ataviada, lleva un traje gris decorado con flores, que se repiten en grupos
simétricos, de color verdoso oscuro. El cuello y los puños son muy amplios y
están realizados en encaje. Espléndidamente alhajada, destacan en su atuendo el
oro y las piedras preciosas engarzadas y especialmente las perlas, en las
orejas, cabello y cómo no, en el vestido; además sobre su pecho se encuentra el
llamado "joyel rico", del que pende la perla "peregrina".
Todo ello está realizado con técnica precisa y dibujo minucioso, evocando los
retratos que en España se pintan desde épocas anteriores.
Retrato ecuestre del rey Felipe IV
No
se conserva pero hay constancia clara de que existió. Valdovinos dice que es del 25 de junio de 1625, en los
inventarios del Alcázar aparecen facturas a un maestro por hacer un caballo de
madera para un retrato del rey, en agosto se paga un marco, que se cuelga en el
Salón, el lugar principal.
Palomino
dijo que el retrato había sido vituperado por artistas y que Velázquez borró
parte porque iba contra las leyes del arte, unos cien años después.
De
371x329cm, muy grande. Es la misma medida que el cuadro de Carlos V de Tiziano
(Núremberg, en el Prado) y la misma medida que el retrato de Felipe II
levantando a don Fernando ofreciéndole a Dios, también en el Prado, y así se
colgaron los tres retratos juntos.
Cuando
Rubens va a Madrid, retrata a Felipe IV a caballo, que gustó más en la corte y
lo colgaron en el salón en lugar del de Velázquez, y este fue trasladado a otra
pieza del Alcázar, en el incendio del Alcázar en 1734 se quemaron los dos.
“Retrato
de Felipe IV” (museo de Sarasota).
Mide dos varas y media
(205cm. aprox.) En el siglo XIX ya no estaba en España. El cuadro retrata a Felipe IV
con unas facciones y una pose muy similares a las del retrato que el propio
Velázquez hizo al rey en 1624. Sin embargo los ropajes y el entorno son muy diferentes,
más coloridos y ostentosos, posiblemente debido a la influencia de Rubens.
El rey posa de pie con un
jubón amarillo del que asoman unas mangas de seda tornasolada y un amplio
calzón greguesco abombado y corto, golilla, banda y bastón de mando de madera
(símbolo de su capitanía sobre el ejército).
Fechado alrededor de 1628.
El pecho aparece cruzado
por una gran banda carmesí que cae por la espalda donde se aprecian los ricos
encajes de oro que la adornan. Las manos aparecen enguantadas con ricos guantes
de gamuza de anchas manoplas, la diestra sostiene un bastón de mando mientras
que la izquierda se apoya en el pomo de la espada. Tras la figura del rey se
distingue, a la derecha, una pilastra mientras que la zona derecha está ocupada
por una mesa cubierta por un tapete ricamente adornado sobre el que reposa un
chambergo de fieltro de copa baja y alas anchas.
El colorido del retrato
llevaron hace más de cuarenta a decir y pensar que no era de Velázquez.
Admitida como obra
segura de Velázquez por Justi, su autografía fue puesta en duda ya en 1925 por
Juan Allende-Salazar, el primero en afirmar su dependencia del retrato de
Felipe IV en pie del Museo del Prado, siendo seguido en su exclusión por la
mayor parte de la crítica, que encontraba aquella luminosidad que lo acercaba a
Rubens incompatible con la técnica del maestro. José López-Rey no lo incluyó en
su catálogo de obras autógrafas y no aparece recogido tampoco en los
repertorios de Jonathan Brown y Miguel Morán e Isabel Sánchez. Frente a este
posicionamiento desfavorable de buena parte de la crítica, Matías Díaz Padrón
defendió su autografía y el cuadro se mostró en la exposición antológica
celebrada en 1990 en el Museo del Prado, donde Julián Gállego sostuvo la autoría
velazqueña, admitida también por Fernando Marías.
“Retrato de la infanta doña María” (museo del Prado).
58x44 cm.
Era hermana del rey y su
título era infanta doña María, después pasó a ser reina de Hungría porque casó
por poderes con Fernando de Hungría. También se la suele llamar María infanta
de España, reina de Hungría y emperatriz del Imperio, ya que su marido heredó
el Imperio en el año 1636 y ella pasó a ser la emperatriz.
Se ha supuesto que el
cuadro se pintara en Italia, ya que la infanta antes de casarse y viajar a
Hungría pasó por el país trasalpino donde también se encontraba Velázquez (en
Roma). Es posible que cuando María estuvo en Nápoles el rey ordenara a
Velázquez que bajara a retratar a su hermana y entonces se supone que este es
el retrato que pintó.
Valdovinos opina que el rey quería mucho a su hermana y
que cuando la mandó retratar mandaría hacer un retrato grande y no uno pequeño
como es este. Algunos dicen que Velázquez tenía un cuadro de la infanta en su
hogar y lo relacionan con este, pero tampoco debe ser esto así, porque puede
derivar de esto pensar en que el rey no tenía aprecio por su hermana y no es así.
Es un retrato muy
sencillo, un boceto destinado seguramente a servir de modelo para un cuadro de
mayor tamaño y envergadura. De ahí la concentración del artista en la cara, que
en algunas zonas se delimita con una línea más oscura, y la escasa atención que
le dedica al traje y al fondo, de tonos pardos como el vestido. Sin embargo el
retrato mayor nunca llegó a realizarse por razones que no conocemos.
Por esos mismos
motivos, las pinceladas son más ajustadas en el rostro y más sueltas en la gola
y el vestido, a diferencia de otros retratos de la misma época, como La Sibila,
donde Velázquez deja el rostro más abocetado, quizá por no tratarse de un
retrato oficial.
Los brillos del
pelo, el cuello o el rostro, se consiguen a base de pequeños toques claros de
pincel, aplicados sobre las pinceladas más uniformes del tono general.
El estudio de
Carmen Garrido ha permitido descubrir que el cuadro tiene una preparación
inicial rojiza, como en las obras anteriores a La Fragua de Vulcano, pero
encima aparece otra capa de blanco, como en los posteriores.
Esto ha hecho
pensar que se trate de un cuadro de transición entre un modo de hacer y otro, o
bien que Velázquez utilizara un lienzo preparado tiempo atrás.
Velázquez pintó
el retrato en Nápoles y es uno de los mejor fechados de toda su producción,
porque se conocen las fechas de la estancia de la reina en esta ciudad, entre agosto y diciembre de
1630, cuando tenía veinticuatro años y se dirigía a su nuevo reino. Velázquez
volvía del primer viaje a Italia (1629-1631), ante la impaciencia del rey, y
desde Roma, pasó por Nápoles para retratarla y allí, sin duda, conoció a Jusepe
Ribera, el Españoleto, un pintor de Valencia que trabajó toda su vida en
Italia.
En el cuadro se
pueden distinguir dos partes bien diferenciadas: la cabeza, pintada con detalle
y precisión, y el traje, resuelto a base de pinceladas muy sueltas y
simplemente abocetado, en tonos castaños. La razón es que no se trata de un
retrato oficial, sino de un boceto. A partir de él se haría el cuadro definitivo;
sin embargo, por razones desconocidas, nunca se llegó a hacer y, a la muerte de
Velázquez, este retrato de María de Hungría seguía en las habitaciones del
pintor en el alcázar de Madrid.
Está pintado en
un momento crucial de la evolución pictórica de Velázquez, cuando acaba de
aprender la lección italiana, y entre obras tan importantes como La Fragua de
Vulcano y La túnica de José o los retratos del heredero Baltasar Carlos.
Velázquez ya es un gran retratista.
Detalle 1
La reina, rubia y
con la mandíbula caractrística de los austrias, presenta un aspecto sereno y
una belleza superior a la de sus hermanos, y a la de su hija, que procede quizá
de esa misma serenidad. Dos mínimos toques de pincel empastados en blanco hacen
brillar sus ojos, del mismo modo que los amarillos dan brillos y matices al
cabello, a la vez que forman los rizos; otros blancos aún más delgados, casi
como hilos, destacan e iluminan el cuello del traje.
El peinado es
sencillo, recogido en lo alto de la cabeza y con unos bucles a ambos lados de
la cara, parecido al que lleva doña Antonia de Ipeñarrieta y muy distinto a los
de la segunda mujer del rey, Mariana de Austria.
Detalle 2
A diferencia de
la precisión con que Velázquez ha pintado el rostro, con esmero y detalle, el
traje, parecido al que lleva su cuñada, la reina Isabel de Francia, en el
retrato ecuestre del Salón de Reinos, está simplemente sugerido, por unos
trazos muy someros, que casi no marcan las formas, como las borlas de la manga
izquierda. En el retrato definitivo se hubiera sustituido por un traje lujoso.
2.-
Otras obras relacionadas con la corona:
“Retrato
de san Simón de Rojas difunto” (colección de los duques del Infantado)
Un
encargo del rey. 101X121cm. Perteneció a los duques del Infantado, y luego pasó
a la Academia de Bellas Artes de Valencia, en 1929 se expuso como un Zurbarán.
En
1999 se expuso varias veces, en 2005-2006 apareció en la exposición sobre
Cervantes.
Se
ha escrito poco de este retrato, todos dicen que es de Velázquez salvo Jonathan
Brown, que tiene sus dudas, Valdovinos está seguro.
Simón
de Rojas, nació en Valladolid en 1552, entró en la orden de los Trinitarios
Calzados de Madrid, situado en la calle Atocha, cerca de la plaza de Benavente,
en la desamortización, los cuadros que recogieron de la Iglesia se llevaron
allí formando el museo Trinitario, que pasó a formar parte de la colección del
Prado en 1870. San Simón tuvo mucha fama, y fue confesor de la reina Margarita,
predicador real, realizó numerosas penitencias. En 1766 fue beatificado y
Santo, con Juan Pablo II en 1988.
Murió
el día de san Miguel en 1624, un trinitario de su convento escribió una crónica
en 1937 y habla del santo elogiándolo “mandó el rey a dos pintores hacer dos
cuadros y el Prior, mandó hacer otro más”, tres cuadros igual que el retrato de
la madre jerónima, uno de ellos de Velázquez, se cree que el segundo es de
Carducho.
Este
retrato podría ser el de Velázquez, hay una inscripción en la parte de arriba
del retrato en el que pone “reverendo padre Simón de Rojas”. Con cruz roja y
azul, de trinitario, la misma cruz que lleva la madre jerónima, de su boca sale
un “ave maría” según la historia fueron sus primeras palabras, era muy devoto
de María.
Con
una señal en la frente por una aparición del maligno, en el retrato que ya está
“aderezado” (palabra de Valdovinos) ya no aparece la marca. Un retrato muy
real, sigue con el tenebrismo, la almohada es espléndida, con unas pinceladas
pastosas que solo Velázquez sabía hacer, el fondo con el tono rojizo de la
preparación.
Retrato de hombre
El
cuadro responde a convenciones propias del retrato, representando un busto de
hombre joven en posición de tres cuartos y mirando de frente sobre un fondo
neutro, vestido de negro con cuello blanco liso. La pincelada es prieta, aunque
la radiografía muestra mayor soltura de la que se aprecia en superficie, y la
gama de color restringida al negro del vestido, el pardo oscuro del fondo y los
rosas y tostados de las carnaciones, con el blanco grisáceo del cuello.
No
se tienen noticias de esta obra anteriores a su ingreso en el museo como parte
de la colección real, posiblemente por la ausencia de rasgos que lo
caractericen. La golilla que viste el retratado —el cuello de plato blanco y
almidonado— comenzó a emplearse en Madrid, en sustitución de la gorguera o
cuello de lechuguilla, en enero de 1623, tras dictarse leyes contra el lujo en
los trajes, según recuerda José López-Rey, lo que lleva a datar el retrato no
antes de esa fecha pero tampoco mucho después, dado que parece preludiar el
primero de los retratos de Felipe IV, del que estilísticamente es afín.
Rudo
y áspero para Carl Justi, que lo tenía por apócrifo, hay en él muchas
características velazqueñas, como el modelado del rostro por las luces y los
brillos. Realizado con notable sencillez, la base rojo intenso sobre la que
está pintado es característica de las obras realizadas por Velázquez ya en
Madrid, donde se estableció definitivamente en 1623, como también son
característicos del pintor los toques de luz en nariz, ojos y otras zonas y los
pequeños toques de pincel con que modela las formas de las cejas, párpados y
bigote.
Considerado
autorretrato del pintor, según sugirió Jacinto Octavio Picón, por críticos como
Allende Salazar, August L. Mayer y José Camón Aznar, quien sin embargo lo tenía
por copia, López-Rey y Jonathan Brown creen que pudiera ser retrato de un
hermano del artista de nombre Juan, igualmente pintor y establecido en Madrid,
por hallarse cierta semejanza entre el modelo de este retrato y el del San
Juan en Patmos. Para Fernando Marías, es posible que este y otros retratos
de personas de menor importancia realizados en estos mismos años sirviesen al
pintor para ensayar nuevos recursos estilísticos antes de aplicarlos a los
retratos oficiales del rey.
“Cabeza
y astas de venado” (museo del Prado).
Valdovinos
dice que es del año 26, porque aparece
en un inventario del alcázar, aunque sin fecha “lo mató el rey nuestro señor
Felipe IV en 1626...” en el inventario de 1636 aparece igual nombrado pero se
añade un rótulo.
A
la muerte de Felipe II vuelve a aparecer en un inventario, pero antes medía
105x105cm y ahora 58x54cm, la pintura fue recortada, apareció entre las
pinturas desmontadas, sin valor, ahora ya no tiene rótulo, y lo que hicieron
fue recortar la parte menos dañada. Tiene la preparación de los lienzos de Velázquez.
Estaba
colocada con los cazadores en el Prado que datan del 36 al 38, pero ahora está
con las naturalezas muertas, sin ningún cuadro de Velázquez cerca, no estuvo en
la torre de la parada, algunos dicen que incluso puede ser de 1658, por la
pincelada suelta, pero Valdovinos dice que se permite la licencia de soltar la
mano porque no está retratando al rey, los retratos del rey son muy apurados en
dibujo, muy estrictos, pero un ciervo no tiene que ser apurado en el dibujo,
puede ser la primera muestra de que ya sabe hacer eso, ya sabe pintar suelto,
los blancos de las nubes se parecen a la almohada de Simón de Rojas. Incluso
sabemos que Velázquez soltó la mano con algunos de sus amigos.
La cabeza resalta sobre el cielo y las nubes por el contraste de
color. El animal está vivo y a producir esa impresión contribuyen la mirada y el no aparecer de
modo totalmente frontal, para que se vea la cuerna, tal y como se muestran los
trofeos.
La capacidad de
Velázquez para penetrar en la realidad tanto de las personas como de los
animales y las cosas ha hecho que Jonathan Brown califique esta cabeza de
"retrato infrecuente", porque el sevillano, que retrata reyes y
bufones con la misma naturalidad, demuestra aquí que no establece jerarquías a
la hora de retratar y que tan bueno es un modelo como otro.
La paleta es la habitual en el pintor,
ocres en una variedad muy rica, obtenida a base de varios pigmentos iniciales:
negro, amarillo, marrón, rojo y blanco; en el cielo juega con los azules y los
blancos, sobre todo.
Hay más
cantidad de pintura en las nubes del fondo y en las partes más iluminadas de la
cabeza; el cielo está hecho con trazos claros y empastados, parecidos a la tela
blanca que cubre al niño en la Adoración de los magos del Prado.
El análisis radiográfico, realizado por Carmen Garrido, revela
recursos técnicos que se relacionan con obras de juventud de Velázquez y una
preparación de la tela de tono anaranjado, similar a la que suele utilizar en
la década de los veinte.
El cuadro fue
cortado, lo que hace pensar que formaría parte de una composición más grande.
Esto concuerda con las menciones que se hacen en los inventarios reales de un
ciervo pintado por Velázquez y muy dañado. También apoya esta hipótesis el que
la cuerna del animal, el trofeo una vez cazado, no se vea entera.
Concurso de 1627
“Expulsión
de los moriscos” (academia de Bellas Artes de san Fernando), dibujo de
Carducho, 1627.
El
rey convoca un concurso para sus pintores, Carducho, Cajes, Velázquez y Angelo
Nardi, López aún vivía pero ya no era tan valorado por el rey y no le llamaron.
No
se sabe por qué se convocó pero se le puso asunto, la Expulsión de los moriscos
por Felipe III, se pusieron dos jueces, el padre dominico, Juan Bautista Maino
que fue maestro de pintura de Felipe cuando era príncipe, un hombre justo, el
otro juez fue Crescenci, romano le hicieron marqués de la Torre, amigo del rey.
Ganó Velázquez, y como premio le
concedieron la plaza de Ujier, y así le dieron casa de aposento aunque no era
su turno, también puede ser que hubiese críticas hacia Velázquez que decían que
solo sabía hacer cabezas, pero no cuadros de historia o con muchas figuras y se
hizo en concurso para que se quitaran las críticas sobre él.
El
dibujo de la diapositiva es de Carducho, se encuentra en la Academia de San
Fernando, aparecen soldados que empujan a los moriscos hacia un barco, es un
dibujo preparatorio para un cuadro, de Velázquez no se conserva nada sobre este
cuadro, ni dibujos preparatorios, aunque si se saben cosas, pero de los otros
tres ni rastro ni tampoco en los inventarios. ¿pintarían los cuadros o solo los
dibujos? Se sabe que el cuadro de Velázquez fue vertical pero el de la
diapositiva, el de Carducho es horizontal, el cuadro de Velázquez es de igual
medida que el cuadro que hizo de Felipe IV a caballo que se colocó en el salón,
y así el cuadro de Felipe III, expulsando a los moriscos que se colocó en el
salón también. En el inventario de 1629 se cuenta que se coloca una pieza nueva
en el salón, con Felipe III vestido de blanco a su lado derecho una figura de
España asentada con honores. Palomino dice que vio el cuadro antes de arder,
dice que aparecen hombres, mujeres y niños llorosos, con Felipe III armado, al
fondo una marina con barcos, a su mano derecha España sentada en una matrona
con escudo y dardos y en la siniestra espigas (el poder y la abundancia), habla
de una alegoría de España a la romana, dice que es raro en Velázquez, porque no
pinta alegorías si no realidad, también aparece una cartela fingida con la
firma de Velázquez.
“El Baco”
(museo del Prado), 1628.
Encargo
del rey. O los borrachos (término del siglo XIX), el rey le llamó Baco.
Está
en el Prado. 2 Varas de alto por 3 de ancho, es relativamente grande, el 22 de
junio de 1629, en una cédula real el rey dice: paguen a Velázquez 400 ducados,
300 por pinturas y 100 por una pintura de Baco para mi servicio, unos 1100
reales, algo bajo el precio para tantas figuras.
En
esta época el valor de los cuadros lo determinaban las figuras que lo
componían. El cuadro se colocó donde duerme el rey, en el cuarto bajo de
verano. “Baco sentado sobre una pica y coronando a un borracho” (una pica, término
aun valido que ha caído en desuso, se refiere a una barrica de vino).
Llamado
Baco y sus cofrades, en textos de la época era frecuente llamar así a los
borrachos. Tiene relación con Sevilla, podría ser del 28, de cuando fue a
Sevilla, ve un bodegón, que puede que haya pintado su hermano Juan y puede que
lo copiara para el Baco.
Aquí aparece como
dios del vino, que hace este regalo a los hombres para hacerles la vida más
llevadera.
Entre las figuras
que acompañan a Baco hay una que resulta más próxima a él, el personaje situado
detrás: desnudo, como Baco, y ya coronado, recuerda por sus características
físicas a un fauno o sileno que junto a ninfas, sátiros y bacantes forma parte
del cortejo de Baco. Como ellos tiene un bozo incipiente, los ojos rasgados y
el tipo de peinado característico de los faunos.
Baco y él son los
únicos que aparecen semidesnudos y esto marca una diferencia importante con el
resto de los personajes, que se presentan completamente vestidos y con ropas
modernas. El desnudo era uno de los signos de identidad de los dioses.
Los otros
personajes que completan la escena son gente del pueblo, quizá campesinos por
sus ropas sencillas y por sus rostros curtidos al sol. Este grupo constituye
una galería de tipos humanos, caracterizados por sus diferentes atuendos: un
soldado, al que corona Baco, y al que se reconoce por las calzas, la chaqueta y
la espada corta que lleva en el cinturón; un hombre de una cierta posición, con
una buena capa de paño, gente corriente y un mendigo.
Todavía puede
establecerse otra diferencia según el tipo de recipiente que sostiene cada
personaje en sus manos y que indica su posición social: el fauno es el único
que lleva una copa de cristal, el hombre de la capa un vaso y el que nos mira
de frente, como invitándonos a participar, un cuenco de loza blanca.
Con esta galería
variada, la imagen parece sugerir que todos los hombres, sea cual sea su clase
social y su ocupación, son seguidores de Baco y del fruto de la vid.
Desde el punto de
vista plástico la figura del dios no está muy lejana de los bacos que pintó
Caravaggio, como efebos sensuales, ambiguos, pálidos y carnosos, de actitudes
relajadas.
Por el contrario
la dureza del rostro curtido y arrugado del campesino, se acerca a las
fisonomías realistas de Jusepe Ribera, como el filósofo Arquímedes del museo
del Prado.
En el cuadro hay
nueve personajes, el número mayor que Velázquez había metido hasta entonces en
un cuadro. Esto supone una dificultad de composición, que el pintor resuelve de
manera poco satisfactoria todavía, porque los personajes se amontonan en el
espacio, algo que no sucederá ya en La Fragua de Vulcano, el siguiente cuadro
de historia que nos queda de su mano.
Se trata de una
obra muy elaborada, muy trabajada por el pintor, sobre todo en las carnaciones
lisas y nacaradas de Baco.
En ellas, y en
las ropas, las luces se consiguen por medio de pinceladas cargadas de blanco,
más o menos grandes según las zonas: mínimas en los ojos o las uñas y mayores
en las telas.
El punto más
iluminado de todo el cuadro es la figura del dios, que brilla gracias a su
desnudez y a las telas que le cubren, el blanco y, sobre todo, el rojo de la
túnica, que pone la nota de color más cálida en toda la escena.
También en esto
el dios se diferencia de los mortales, vestidos de marrones, ocres o amarillos.
Las figuras, y
las manos, se tratan de modo diferente, con mayor o menor detalle, según el
lugar en que están colocadas y la luz que les llega. En torno a algunas formas
aparecen contornos claros o oscuros, como los que bordean el cuerpo del dios o
las jarras del primer plano.
Los dos
personajes de las esquinas, el más lejano a nosotros y el menos iluminado,
están hechos con una pintura más fluída y transparente que el resto del cuadro
y son completamente borrosos, siendo el más alto un simple boceto; también es
muy ligera la pintura en la copa que sostiene el fauno o las hojas de la corona
y del fondo.
La preparación
del cuadro es de color anaranjado, como era frecuente en las obras de la etapa
anterior, y el marrón de la capa del hombre canoso es muy semejante al de la
túnica del rey arrodillado en la Adoración de los Magos (Madrid, Prado).
Es el primer
cuadro de tema mitológico que conocemos de Velázquez.
La escena recoge
el momento en que Baco, el Dionisios griego, dios del vino, de la vid y de
todos los excesos que estos favorecen, corona a un soldado.
Baco aparece
semidesnudo acompañado por una especie de fauno y por un grupo de personajes
vestidos a la moderna, que observan y beben.
El tema entra
dentro de una postura irónica con respecto a la mitología clásica y que
armoniza la representación del mito con modelos de la vida cotidiana. Baco
aparece como el dios que ragala el vino a los hombres para que olviden por un
tiempo sus dificultades.
La obra se pinta
en 1628 o 1629, coincidiendo, o poco después, de la estancia de Rubens en la
corte de Madrid. El pintor flamenco vino con una misión diplomática, pero pintó
y vio las pinturas de la colección real en compañía de Velázquez. En este
momento Rubens, ya consagrado como pintor y como cortesano, debió constituir
para el español un modelo a seguir.
Velázquez sigue el
modelo de Caravaggio para pintar al dios, desnudo, sensual y metido en carnes.
Sin embargo los campesinos, curtidos por el sol y los años, están tomados de la
realidad inmediata y se encuentran mucho más próximos a Jusepe Ribera y a
cuadros como los filósofos.
La composición se
organiza en base a dos diagonales que forman una equis, y cuyo punto de
intersección es la cabeza del hombre al que corona Baco. A pesar del tono
general oscuro del cuadro la figura del dios se destaca con más luz y por el
color de sus ropas que rompe la monotonía de los marrones, del mismo modo que
Apolo en La Fragua de Vulcano.
Hay todavía
muchos recuerdos de la etapa sevillana, en la entonación general, en los tipos
humanos callejeros y en las calidades de los objetos que usan para beber.
Detalle 1
La figura de Baco
contrasta de forma evidente con los campesinos que le acompañan. La piel del
dios es blanca y suave, casi nacarada, como corresponde a alguien que no
trabaja ni necesita exponerse a las inclemencias del tiempo. Hasta nuestro
siglo, y la moda de broncearse en la playa, la blancura de la piel era un signo
de distinción social.
Detalle 2
Los campesinos,
vestidos rústicamente, tienen el rostro curtido por el sol, el viento y la vida
al aire libre, y arrugado por el paso de los años. Sus sonrisas y el brillo de
la nariz enrojecida hablan del estado de euforia en que les ha puesto el vino.
El de la capa, mayor y quizá no tan pobre, mantiene una actitud más seria,
mientras contempla la coronación.
Físicamente, el
que nos mira con el sombrero puesto, como haciendo una invitación a la bebida,
tiene muchas semejanzas con el filósofo de Ribera del Museo del Prado.
Detalle 3
El personaje que
aparece ya coronado en el ángulo izquierdo, según miramos el cuadro, es una
simple mancha marrón, una figura abocetada, que tiene su eco en el ángulo
opuesto, en el hombre que llega y, respetuosamente, se quita el sombrero. Los
rasgos de este último están simplemente sugeridos.
Detalle 4
Los dos
recipientes de barro y cristal que aparecen en el suelo en primer plano
conservan todavía la maestría que Velázquez adquirió en Sevilla pintando
bodegones, en cuadros como la Vieja friendo huevos, El aguador de Sevilla o las
cocinas, y que mantuvo toda su vida, aunque no pintara bodegones
independientes. El reflejo de la luz en el cristal y el brillo de la parte
vidriada se consiguen a base de pequeñas pinceladas blancas, mientras los dos
objetos, se destacan del fondo por una amplia linea de contorno negra.
Detalle 5
Las hojas de vid
se pintaron encima del cielo, con muy poca pasta, como éste mismo, lo que
permite distinguir la preparación que hay debajo y algunas pinceladas sueltas
hechas para probar colores o para descargar el pincel de un exceso de pintura.
Tiene
un preparado único, solo tierra roja de esquivias, suponemos que fuera un
experimento y no le gustó.
Al
principio los personajes están de frente hasta que giró al que está colocado en
el extremo e introdujo al personaje del sombrero, es un pobre que se quita el
sombrero para pedir, y el del extremo (que dicen) que está tocando la gaita,
apretándola para enseñar que no tiene aire, y sin aire no hay dinero, el
personaje colocado de ¾ cierra la composición y el del otro extremo lo hace más
soportable, creando unas diagonales muy leves. Sino estaría todo colocado como
una isocefalia, muy raro. Le supuso un gran esfuerzo porque no lo había hecho
nunca. Habría que alabar que lo haya intentado. El colorido es igual a Sevilla,
distinguir a Baco, desnudo (dicen que uno de los primeros desnudos masculinos)
con manto blanco y carmín. Y el resto de los personajes en tonos madera y ocres
de siempre. Velázquez pinta como quiere lo que le mandan, a nadie se le había
ocurrido antes unir a un dios con una panda de desarrapados de las calles de
Madrid, con gente corriente.
Dicen
que Velázquez se fijó en unas estampas del siglo XVI que pudo ver, de Ceres y
de Baco con estos personajes, pero Valdovinos reniega.
Incluso
un catedrático de Sevilla (en este caso se refiere a Valdivieso) ha llegado a
decir que en vez de a un soldado (figura arrodillada) Baco corona a un poeta.
Bosquejo del príncipe de Gales:
tampoco se conserva, es Carlos I de Inglaterra que se iba a casar con María
(pero como no se convirtió al cristianismo se volvió solo a Inglaterra).
Laura Cumming narra, en
un libro «disfrazado» de ensayo histórico-artístico, la vida de un hombre que
siempre creyó tener ese cuadro perdido.
No
hay imágenes ni del retrato de
Velázquez ni del que poseía John Snare, aunque sabemos, por testimonios, que en
este último el joven príncipe inglés luce barba incipiente, lleva armadura,
tiene una mano empuñando una espada... En la escena un globo queda semioculto
por una cortina roja y amarilla. Al fondo se ve una escena de batalla a través
de una ventana. Pero resulta imposible saber si el cuadro que poseía Snare era
el original de Velázquez o no, pues no hay descripción alguna de éste. Ambos se han perdido. «Lo que
he hecho es contar la historia de un hombre que cree haber encontrado un cuadro
que ha pintado Velázquez e intenta probar que eso ocurrió así. Yo no he visto el cuadro,
porque desapareció de nuevo. Lo poco que sé procede de los artículos
periodísticos de la época. He
leído más de un centenar de artículos sobre el cuadro, cartas
de gente que lo había visto y las publicaciones de John Snare sobre el cuadro».
El
desaparecido retrato que hizo Velázquez de Carlos, Príncipe de Gales e hijo del Rey Jacobo I de Inglaterra,
tuvo lugar durante el
viaje que hizo a España, durante cinco meses, acompañado por el
duque de Buckingham.
El objetivo del viaje, casarse el joven Príncipe protestante con la Infanta María Ana, hermana de Felipe IV
y ferviente católica. Velázquez acababa de llegar ese año a la Corte, por lo
que el Príncipe y el pintor debieron coincidir muy poco tiempo. «A lo mejor lo
pintó en dos o tres horas», dice Cumming. Javier Portús cree que, «posiblemente, fuera un retrato al vuelo y
quizás el Príncipe ni siquiera posara para él. Debió ser algo rápido y poco acabado».
Sorprende, pues, el alto precio que se pagó por él, similar a lo pagado por un
Durero.
Explica
Portús que en aquella época había una cultura
del regalo muy extendida para mostrarse espléndido. Tampoco ve
extraño que un joven pintor que acababa de llegar a la Corte hiciera ya un
retrato del Príncipe de Gales: «Llegó a la Corte apoyado por un grupo de
sevillanos. Ya había pintado el célebre
retrato de Góngora. Fue una ocasión propicia, una política de propaganda,
retratar al personaje más célebre que visitó Madrid por entonces. Hizo algo muy
parecido, años después, cuando se introduce en la Corte papal».
Snare
adquirió en una subasta celebrada en 1845 en Radley Hall, cerca de Oxford. Pagó
por él 8 libras. El
librero se pasó la vida tratando de demostrar que era el Velázquez perdido y no
una obra de artistas como Van Dyck o Mytens. El cuadro fue embargado dos veces, se
expuso en Old Bond Street en Londres y hasta en el Metropolitan de Nueva York.
Retrato de un hombre de placer: o bufón,
Juan de Cárdenas. Sabemos de él por los inventarios del Buen
Retiro. Mide vara y media 125x125cm. “Cárdenas el bufón toreador” con sombrero
en la mano.
Es
de su “primera manera”. Encontrado en los inventarios de 1701. El cuadro media
menos de los que se conservan de 1633, hay un escritor que hace referencia del
viaje a Andalucía del rey en 1624, el conde duque pensó que era bueno que un
rey viajase al sur porque hacía mucho que un rey no viajaba allí. El autor,
Espinosa dice: Juan de Cárdenas de excelente humor toreó a caballo en Doñana,
que entretuvo tanto al rey que se lo llevó a Madrid en 1624, así que
seguramente el retrato sea de ese año.
“Gaspar
de Guzmán, Conde Duque de Olivares” (museo de Sao Paulo, Brasil).
Museo
de sao Paulo Brasil. 1624, no era para el conde duque, se cree que era para
García de Araciel, protegido del conde duque, fue consejero de castilla,
también muy devoto del rey, así que encargó un retrato también del rey y otro
de sí mismo.
Se
quedó en la familia de Araciel y es fácil seguirle la pista, cuando García de
Araciel muere, es la viuda la que paga los retratos en diciembre, el Conde
Duque aparece con la cruz de Calatrava, es de 1624, aparece con los pies
abiertos, con las espuelas de caballerizo mayor, y una cadena de oro terciada
(igual que el rey), aparece de frente, ocupando todo el espacio, también lleva
la mano a la espada, y la llave símbolo por ser Valido del rey, luz en el
rostro, del periodo tenebrista.
“Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares” (Hispanic Society New York).
Nueva
York, Spanish Society of America. Valdovinos dice que seguro es de Velázquez, tiene una
cortina arriba, que es falsa y por eso quitaron pero depende del manual pueden
aparecer las dos versiones, es un retrato posterior al de la cruz de calatrava,
ahora con los pies en ángulo recto un poco más girado y parece más pequeño, y
con la cruz de Alcántara (orden a la que pasó después por una herencia), la
cruz es verde.
El
5 de enero de 1625 le concedieron el Ducado, pero la cruz de alcántara fue
después puede que del 26 ó 27, en el cuadro vemos que sigue como caballerizo
mayor.
Destaca asimismo un lazo
dorado sobre el corazón del retratado. La mano derecha sostiene una fusta y
aparece apoyada sobre una mesa con tapete rojo mientras que la izquierda reposa
sobre el pomo de la espada.
“Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares” (colección Varez Fisa)
Prácticamente
indistinguible al de la Spanish Society, Valdovinos dice que copiado por Juan,
se encuentra en una colección de Madrid, de Varez Fisa, apareció en una
exposición de 1990, el dueño lo deja en el museo de Sevilla sobre Velázquez.
El
catedrático Pérez Sánchez dice que es totalmente velazqueño pero no es posible
que hiciese una copia tan exacta, por eso Valdovinos opina que sea una copia hecha por su hermano
Juan. Las dos
versiones de esta obra se diferencian en que en la que se conserva en la
Hispanic Society of America aparece una cortina recogida en la esquina superior
derecha y en que en el dedo meñique de la mano izquierda, el retratado luce una
sortija.
NOBLES QUE ENCARGAN CUADROS:
Francesco
Barberini viaja a España, le acompaña Casciano del Pozzo que escribe un diario
que cuenta todo el viaje.
Cuando
se va a marchar se hacen regalos de estado, dos retratos uno del Conde Duque
otro de Barberini para intercambiarlos.
Fue
en el año 26, Barberini fue retratado por Velázquez y Casciano dice en su
diario que el retrato no le gusta, dice que parece melancólico y severo, Valdovinos
vuelve a decir que lo pudo hacer Juan
(en el diario, pone que lo pinto Gio Velásquez, o sea Giovanni), y propone otro
pintor a Juan de Van der Hammer, que le retrata y sí le gusta, era un gran
pintor de bodegones, sobre todo de fruta. El retrato del Conde Duque para
Barberini no se conoce.
RETRATOS QUE NO EXISTEN:
Dos
pequeños retratos que no se conservan del rey del Conde Duque hechos en abril
de 1627, para el duque de Mantua y el marqués de Montesclaros, también hizo Velázquez
dos retratos. Murió en 1628, y pagó su viuda a finales del mismo año, son
retratos para venera, constó 200 reales por cada uno y pagó también tres
retratos grandes, uno del conde duque, 600 reales, uno de montesclaros 250, y
otro de la marquesa por 900 reales. Los retratos para venera también los
hicieron antes, como Carreño o Pantoja, de unos 6 a 8 cm, una joya que se
colgaba al pecho, sobre placas de plata. Se ven en la exposición de 1960 sobre
retratos pequeños.
Jonathan
Brown, ha llamado “informales a retratos a sus amigos (a los amigos de Velázquez),
el retrato está en Múnich, no se sabe quién es, aparece con la mano a la
espada, casi a colocar, esta inacabado, se data entre el 26 y el 28 pero Brown
habla de cuello girado, es una licencia que se toma con un amigo, es un
experimento con alguien de confianza, aparece la “limpieza de pincel”, ya no es
muy tenebrista, se ven los arrepentimientos en la cara. En 1694 fue comprado
para el príncipe de Baviera.
“Sibila”
(museo del Prado).
Tres cuarto de vara aproximadamente
(62cm). A la izquierda se va la flor de Lis (1746) se inventarió a la muerte de
Felipe V y es la forma de identificarla como obra que fue de este rey. En un
inventario de nuevo dicen que es la mujer de Velázquez aunque llevaba 120 años
muerta. Que sea Juana Pacheco, pues tampoco está claro, pero si es su mujer
¿Por qué no la viste de forma más lujosa?, no se sabe. Lo que está claro es que
es un retrato informal.
Lo de Sibila viene porque
les parece algunos que eso de la tablilla, el collar de perlas, que vaya bien
vestida y peinada…Las sibilas eran profetisas que habían anunciado a Cristo en
el mundo pagano. Jóvenes, bellas, muy bien vestidas...aparecen con mayor lujo
que el que aquí vemos, vamos que realmente no es una sibila.
La tablilla no tiene nada,
no sabemos porque está allí. Algunos dicen que es una alegoría de algo pero
como no pone nada pues no lo sabemos.
La mujer aparece
de riguroso perfil -como las monedas-, algo que se puso de moda en el siglo XV
en Italia y que no es frecuente en la obra de Velázquez. Uno de los escasos
ejemplos es Agustina Sarmiento en las Meninas, la joven que se inclina para
ofrecer el búcaro de agua a la infanta.
Velázquez emplea
muy pocos colores, en una gama de ocres, naranjas, castaños y negros, armonizando
la figura con el fondo. La pincelada es muy suelta, sobre todo en algunas zonas
como el lazo del pelo.
Las capas de
pintura que aplica son muy delgadas y se superponen unas a otras sobre la
preparación rojiza. Encima de ésta hay una capa de blanco, que corresponde a la
cara y que se utiliza para dar mayor luminosidad a esa zona del cuadro,
permitiendo que se vea en la nariz, la mejilla, la oreja y el cuello.
Las capas de
pintura son ligeras y transparentes, y la pincelada llega a ser muy suelta en
algunas zonas como el lazo verde que sale del moño. La mayor luminosidad se
concentra en la cara, gracias a la capa de blanco que el pintor coloca encima
de la preparación del lienzo.
Detalle 1
El manto de la
mujer y la forma de recogerse el pelo nos hacen pensar en la antigüedad clásica
-en el mundo griego y romano- y en una posible sibila.
Sin embargo el
collar de perlas pone una nota de contemporaneidad en la figura y nos recuerda
otras figuras femeninas del pintor, como el Retrato de dama del Staatliche Museum
de Berlín. Además el pelo negro y rizado puede evocar a una mujer andaluza,
quizá Juana Pacheco, su mujer.
Detalle 2
El lazo verde que
cae del moño está resuelto a base de pinceladas muy sueltas, en las que
Velázquez trabaja con absoluta libertad: la pintura está muy diluída y la
pincelada es delgada y transparente, como la que emplea poco después en las
pinturas del Salón de Reinos.
Los rizos negros
se pintan sobre la carnación rosada del rostro y sobre el fondo, con muy poca
pintura. En el rostro se puede distinguir la preparación blanca que hay debajo
para dar más luz a esta parte del cuadro. Las perlas del collar brillan con
toques diminutos de blanco.
Detalle 3
A pesar de
tratarse de un tema antiguo, Velázquez retrata a una mujer de verdad, con imperfecciones,
como las mejillas gruesas y la barbilla un tanto retraída. No idealiza a la
modelo, no corrige esas imperfecciones ni las sustituye por rasgos más
correctos, como solían hacer los pintores que seguían la tradición clásica.
¿Cuándo se hizo esto?
Algunos proponen que a la vuelta de Italia pero Valdovinos afirma que es ahora
porque tiene preparación blanco-rojo típica de los años 28 – 29.
Migue
Ángel las pintó viejas, pero Velázquez en el siglo XVII la pinta joven y guapa,
las sibilas de la Sixtina llevan turbantes orientales y joyas, pero la de Velázquez
viste normal, con un moño y un adorno ajedrezado, es la moda de la época, no es
exótico es real. Es difícil saber si es su mujer pero Valdovinos se inclina por
esta, aunque no haya otro retrato que la identifique. Se crea una intimidad con
la figura, no es normal que coloque una figura de perfil, sigue con el
recogimiento del color, la preparación es rojiza y luego blanco, es el momento
final en la estancia en Madrid, entre el 27 y el 29.
“Retrato de
Joven” (pinacoteca de Munich).
89cm., algo más de una
vara. Adquirido en Madrid en 1694 en época de Carlos II, comprado por un
diplomático para el príncipe elector de Baviera.
Obra informal, inacabada
(mérito de Velázquez), si observamos las manos vemos que no están terminadas, a
un amigo le haces un cuadro sin acabar pero un cliente que te paga es difícil
que te pase estos detalles.
Pintura de muchísima
calidad, realidad, pintura viva…extraordinaria. Tiene un punto dinamismo: la
cabeza esta girada respecto al cuerpo, crea una torsión que complica la
composición.
Las luces: procura que le
de mucho la luz en la cara, pero vemos que el carácter brutal del tenebrismo lo
va abandonando poco a poco.
Cabeza de muchacha:
25x18cm.
Museo Lázaro Galdiano, aparece en la exposición de 1918 como un Velázquez.
Maller lo secundó como apunte del natural velazqueño pero en 1925 fue olvidada.
En
1958, el profesor Rogelio Buendía escribió un artículo en la revista Goya
defendía que la cabeza si era de Velázquez, aparece también en el inventario
del marqués del Carpio, como “cabeza gallega” de 38x28 cm. (cuando una medida
no cuadra y se pasa tanto de largo como alto por lo mismo debemos ver si se ha
medido con marco) tiene muchas posibilidades de ser Velázquez, Pérez Sánchez
dice que si no es Velázquez no sabe de quién podría ser, el mismo adorno de
pelo que la sibila y la santa Rufina, aunque este está abocetado. Brown ni la
nombra, estaba muy sucio hasta hace 4 años que la limpiaron, no se ven ricitos,
hay que fijarse en la pincelada externa de la oreja, que Velázquez la repite
mucho. Falta el análisis preparatorio, pero tiene que ser de la etapa
velazqueña madrileña.
“Demócrito”
(museo Rouen).
Es
un filósofo que se representa junto a Heráclito, ahora aparece solo. Muy usado
en el siglo XVI y XVII, en España Italia y Flandes. Estos filósofos creían que
había que buscar la sabiduría para ser feliz, y llegaron a la conclusión de que
los hombres hacían de todo menos buscarla, y acaban diciendo que los hombres
son idiotas, así Demócrito aparece riendo y Heráclito llora. Demócrito aparece
señalando una bola del mundo, por eso antes fue llamado el geógrafo. Aparece en
los inventarios del Marqués del Carpio, media 98x81 cm y ahora 101x81cm. Todos
los historiadores coinciden que es de Velázquez, pero no se sabe la fecha,
sería entorno a 1635, se apoyan en que el cuello de la camisa es de una
pincelada muy suelta. No conocemos el análisis de preparación.
Demócrito con copa” (museo Zorn, Mora).
Copia de Velázquez y
parecido uno en el museo de Toledo de Ohio.
Responden a un original de
Velázquez, que sería el que esta debajo del de tamaño natural, haría el de la
bola del mundo retocándolo después de hacer este.
Confundido con una alegoría
de los sentidos (el gusto), también es posible que sea pintura de género, se
convertiría, fuera del aguador, en la primera pintura de género.
Debajo
del mismo cuadro aparece el mismo hombre con una copa en la mano, es igual,
antes de ser Demócrito. Hay dos copias de este primer cuadro, uno en el museo
de Zorn, en Mora (Suecia) y otro en el museo de Toledo en Ohio. Se cree que
hizo esta primera versión, como el “sentido del gusto” o un bufón, lo que no
sabemos es porque lleva la copa. Lo pinta en tiempo de Madrid y luego lo
modifica después, el cuello también es suelto, existe una separación de siete
años entre un cuadro y otro, es un periodo largo. El corte de pelo del
personaje nos acerca a la fecha.
Santa Rufina:
Aunque
puede ser Justa, su hermana porque no se las diferencia. Dos mártires del siglo
IV, mide 77x64cm. La adquiere en el 2007 la fundación focus Albengoa y el
ayuntamiento de Sevilla, en una subasta en Sotherbys, Jonathan Brown tuvo dudas
sobre si era de Velázquez. También se subastó en Chisties en 1999 (se creyó que
se hizo trampas porque Sevilla anunció que quería el cuadro a cualquier precio
y “a guíen” pujó más por el cuadro que el dinero que tenía el ayuntamiento de
Sevilla y extrañamente a los pocos años se volvió a pujar y ya se lo llevó
Sevilla) en Nueva York.
Una
publicación de Benito Navarrete y Pérez Sánchez nos han dado a conocer muchas
cosas sobre el cuadro, aparece en el inventario del marqués del Carpio VI y
VII,(padre e hijo), un cuadro que describe a una muchacha con tazas en las
manos (la historia dice que eran alfareras) y la palma de martirio, de Diego Velázquez
de ¾ y media de ancho, poca diferencia de cm y medir con varas, la nieta pasa a
casa de Alba y se lleva el cuadro, luego
pasará a Sebastián Martínez (personaje rico y listo que tenía vinos) el mismo
que cuidó de Goya en el viaje que hizo a Andalucía cuando quedó sordo, este se
lo dejó a una hija y luego pasó al marqués de Salamanca. En 1867 se subastó en
París y lo compró un Conde Inglés.
Los
ingleses lo tuvieron como si fuera de Murillo, que les gustaba más, Brown se
queja de la mano, y la cara un poco perdida, dicen que la restauración fue mala
y le quitaron un trozo de la camisa blanca, ya se ve la limpieza de pinceles,
los colores verdes de la túnica van del oliva al verde azulado y también tonos
malva en la capa. Se ven los arrepentimientos y una pincelada suelta en los
bordes de la camisa. Aparecen también los puntos blancos en los ojos y el
tocado ajedrezado en el pelo, igual que la sibila, el pelo con hebras
semejantes. La preparación es tierra de esquivias mezclado con tierra de Sevilla,
puede que estuviese sucio, Carmen Garrido estudio la obra, es raro que tras las
dos tierras también pusiera blanco albayalde, Valdovinos dice que es esquivias
sucio, y por eso es del 27, Carmen Garrido dice que es del 32 y Valdovinos dice
que no puede ser, dice que pudiera ser que tuviese el lienzo preparado, muy
improbable que se fuera a Italia y a la vuelta tuviese el cuadro preparado y lo
pintara, es final madrileño, Carmen Garrido lo relaciona con un retrato a la
vuelta de Roma de la condesa de Peñarrieta pero es muy diferente. Tiene una
gran calidad realista.
“Cristo
con los discípulos de Emaús” (Metropolitan Museum).
123x132cm
muy estropeado, muy difícil de juzgar, lo más factible es que este hecho en
Madrid, aunque hay mucho de sevillano, de bodegón sevillano.
Pero
la colocación de los personajes es mejor, es una gran evolución de Sevilla,
tiene un gran sentido dramático, y tenebrismo fuerte.
Otros
historiadores dicen que es después de Italia, por el pigmento rojo.
Brown
dice que no, en la colección real había ya pinturas italianas, y porque en
Italia no aprende el tenebrismo que ya lo conoce, no aprende más Caravaggio
sino clasicismo, deberíamos por tanto colocarla al principio de la etapa de
Madrid.
Cristo va de azul y carmín,
mantel muy blanco. No hay estudios técnicos, buena colocación del espacio, más
avanzado que en Sevilla. No se sabe ni quien ni porque se encargó.
“Cristo
y el alma cristiana” (galería nacional de Londres).
“el
alma guiada por el ángel de la guardia”. En Londres National Gallery.
Se
llevó al Prado para la exposición de las Fabulas de Velázquez.
2
x 2'5 varas (165x206cm) la preparación es rojizo-marrón, pudiera ser una mezcla
de Esquivias y Sevilla, pero no aparece el albayalde. Valdovinos lo considera
Madrid, lo compara con el Cristo crucificado del Prado, aunque tienen grandes
diferencias, este es más oscuro, el Cristo es del 32, notar las diferencias de
sangre de los paños, muy anatómico, mucho más que el Baco, puede que sea
pintura después de Italia pero la preparación no dice eso.
El
cuadro salió de Madrid en 1858, y antes no sabemos nada de él. Un inglés lo
llevó a la National Gallery en 1883 (se cree que fue un regalo).
En
1905 se supo lo que era y se vieron otras imágenes parecidas, ya había
representaciones de antes, muy típico de España, no se ha encontrado nada fuera
de aquí. El padre dominico Juan de Roelas, que se tenía por sevillano pero era
flamenco vivió a mediados del siglo XV, murió en 1625, estuvo en Madrid en el
convento de la encarnación, y en 1616 seguro que conoció a Velázquez.
Es
muy común que este cuadro sea un encargo, el duque de Medina Sidonia pidió un
retablo en 1624 para San Lucas de Barrameda. Carducho realizó otro flagelado
igual, que no se conserva.
En la figura de Cristo
a la columna, para la que se han sugerido modelos tomados de la estatuaria
clásica —Galo moribundo– y una anatomía cercana a la del Cristo de la
Minerva de Miguel Ángel, Velázquez siguió las indicaciones iconográficas de su
suegro Francisco Pacheco para el tema del Cristo recogiendo sus vestiduras,
iconografía muy repetida en la pintura española del siglo XVII, combinándolas
en una creación original.
Pacheco se ocupó de la
iconografía del Cristo recogiendo sus vestiduras, nacida en Alemania o
en Flandes en el siglo anterior y difundida a través de estampas, en una carta
dirigida a Fernando de Córdoba, fechada en 1609, a propósito de una pintura
suya de este asunto hoy perdida. Siguiendo las revelaciones de Santa Brígida en
la imagen del Cristo escarnecido y citando la obra de Alfonso Paleotti, Iesu
Christi Crucifixi Stigmata Sacrae Sindone Impressa editada en Venecia en
1606, admitía Pacheco que se pintasen, como él lo hizo, junto con los manojos
de varas (fascis) y las correas de vaca —de que, dice, «hace memoria la antigüedad»
y son los azotes que corrientemente emplean los pintores-, el flagelo hecho con
zarzas, visto en revelaciones por un San Vicente, y «el azote de puntas o
estrellas de hierro, fixas en los cordeles, imitado del que debuxó en el libro
de Paleoto del IV de las Revelaciones de Santa Brígida». Por seguir las
revelaciones de Santa Brígida empleó también en su imagen la columna de fuste
alto y no la baja de la Basílica de Santa Práxedes que era, al contrario, la
preferida por Paleotti.
En el Cristo y el
alma cristiana, los azotes que Velázquez dispuso junto al cuerpo derrumbado
de Jesús son, excepto el flagelo de zarzas, los mismos que menciona Pacheco: un
manojo de varas -y desparramados por el suelo, minuciosamente descritos los
fragmentos que de él se han ido quebrando con los golpes-, la correa y un
látigo de colas que puede recordar el de la visión de Santa Brígida. La columna
de Velázquez es de fuste alto y, como explica también Pacheco de la que él
pintó, no se dibuja mostrando toda su altura. Es posible de este modo imaginar
que la escena está ocurriendo en una sala grande, sin tener que mostrarla
entera para no entorpecer la visión destacada del cuerpo de Cristo, y
representar al tiempo sólo una de la vestiduras, la túnica inconsútil,
«considerando que las demás están sin orden, esparcidas por la Sala o Pretorio»
como, sigue recordando Pacheco, repiten los autores místicos que de este pasaje
se ocuparon y será así como lo hará también Velázquez.
Y siguiendo a Pacheco,
se explican también la mirada del Cristo de Velázquez, dirigida al que
contempla el cuadro (que no ha de situarse de frente sino a un lado, «porque el
encuentro della causa grandes efectos»); la contención en las señales dejadas
por los azotes («cosa que escusan mucho los grandes pintores, por no encubrir
la perfección que tanto les cuesta, a diferencia de los indoctos, que sin
piedad arrojan azotes y sangre, con que se borra la pintura o cubren sus
defectos»), concentradas las heridas en la espalda, donde menos dañan la figura
y los autores piadosos dicen que cayeron la mayor parte, y la propia belleza
del cuerpo de Cristo, defendida también por Pacheco.
Los otros elementos que
componen el cuadro de Velázquez, el Ángel de la Guarda y la figura infantil que
encarna el alma cristiana acompañando a Cristo tras su flagelación,
podrían proceder de algún escritor místico no identificado o derivar de
propuestas para la meditación expuestas por autores como Juan de Ávila, cuyo Audi
filia cita Pacheco, o fray Luis de Granada, quien ensalzando la belleza
corporal de Cristo, expuesta y maltrecha, exclamaba:
Mira,
ánima mía, cuál estaría allí aquél mancebo hermoso y vergonzoso... tan
maltratado y tan avergonzado y desnudo. Mira cómo aquella carne tan delicada,
tan hermosa como una flor de toda carne, es allí por todas partes abierta y
despedazada.
Aunque tales ideas se
encuentran abundantemente expuestas en textos ascéticos y podían ser lugares
comunes de la predicación, en pintura el tema es sumamente infrecuente,
habiéndose señalado como precedentes únicamente dos cuadros atribuidos a Juan
de Roelas, uno en el convento de las Mercedarias Descalzas de Sanlúcar de
Barrameda y el otro, de dudosa autografía, en el Monasterio de la Encarnación
de Madrid, en el que Sánchez Cantón, al darlo a conocer en relación con la
pintura de Velázquez, llegó a leer una inscripción actualmente invisible que
decía: «Alma, duélete de mí / que tú me pusiste así».
Velázquez presenta a
las tres figuras recortadas sobre un fondo neutro, fuertemente contrastado por
una iluminación intensa que dibuja sombras oscuras en la superficie del suelo y
dota a las figuras de una poderosa tridimensionalidad, acentuando de este modo
el carácter emotivo de la escena, que tiene como eje central el cruce de
miradas entre la imagen de Cristo, derrotado aunque atlético, y la figura del
niño, que de rodillas y con las manos unidas inclina hacia Jesús su frágil
cuerpo.
El
cuadro de Velázquez no se sabe quién lo pidió, la devoción al ángel de la
guarda tiene mucha difusión, es una pequeña moda.
Juan de Roelas, flamenco de
Valladolid viajó a Sevilla, no consiguió ser pintor del rey en Madrid y volvió
a Sevilla. Nos interesa porque hizo una obra para Felipe III (1616 – 1618) y
otra en Sevilla para los mercenarios de san Lucas de Barrameda (1624) ambas con
esta temática.
También a finales del siglo
XVII (1695) en un inventario en Madrid tenemos una pintura de Carducho “de un
alma contemplativa que va con el ángel de la guarda y le va guiando a la
contemplación de los pasos de la pasión, de cuatro varas de ancho y tres de
alto, además con 8 tarjetas doradas y sus molduras…”
El asunto estaría de moda,
pero no sabemos cómo surgió. Algunos dicen que es una pintura votiva por la
muerte de su hija Ignacia, pero Valdovinos esto no lo ve.
¿Cuándo se hizo? Por
anatomía y color es diferente a la crucifixión del Prado, posterior a Italia.
También vemos azul esmalte en abundancia, color muy usado en la época.
Como
todo lo de Velázquez es muy realista, el color acorde con el periodo madrileño,
el almita, de azul esmalte también estropeado como el cielo del Baco.
El
ángel lleva una túnica rojiza, de burdeos hasta marrón en las mangas, está muy
bien trabajado. Tiene un aspecto dramático, que se agudizará más en Italia,
este cuadro podría ser de finales de Madrid.
Importante. Vino Rubens a Madrid en
septiembre del 28 hasta abril del 29. Vino como diplomático para conseguir la
paz con Inglaterra, mandado por Isabel Clara Eugenia, y traía cuadros que
regaló a Felipe IV, copió a Tiziano e hizo cuadros para el rey.
Sabemos que Velázquez le
acompañó, algunos deducen que Velázquez influyó a Rubens o viceversa pero Valdovinos
no lo ve, por ejemplo desde un punto de vista técnico la preparación de Rubens
es diferente a la de Velázquez.
Pero lo que si hay que
decir es que dejó dos huellas en Velázquez:
1.- tuvo que ser Rubens el
que apreciara la obra de Velázquez pero también el que viera que le faltaba un
viaje a Roma (él había estado de 1600
a 1608) para terminar de perfeccionarse, y así se lo
debió de decir “Velázquez debes de ir a Italia”.
2.- también vio Velázquez
en Rubens un pintor de diez pero como vino como diplomático también pudo ver
que estaba por encima de la posición social de pintor. Y desde ese momento
Velázquez quiso ser como él (en el año 1636 ya en Madrid se decía que Velázquez
quería vestir un hábito). Por si no queda claro Velázquez vio a Rubens pintor
como el, sí, pero también quiso ennoblecerse como persona y superar el estatus
social de pintor como había hecho Rubens.
Próximo Capítulo: Primer viaje a Italia
Próximo Capítulo: Primer viaje a Italia
Bibliografía
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Alianza Editorial. ISBN
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Cruz: X
aniversario del Catálogo del Museo del Prado: Anales de
historia del arte, ISSN
0214-6452, Nº 6, 1996,
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