MATERIALES Y MÉTODOS DE CONSTRUCCIÓN.
Los griegos
utilizaron gran variedad de materiales de construcción para realizar sus edificios,
usaron adobe, madera, terracota y piedra. En los primeros momentos se utilizó
el adobe y la madera, posteriores elementos en piedra recuerdan ese precedente
de madera, como los triglifos, que se corresponden con los extremos de las
vigas, las metopas, los espacios entre ellas y las gotas que serían los
listones utilizados para realizar el montaje.
El material
más usado fue la piedra, desde calizas duras, conglomerados y el mármol.
Este material abundaba en el Mediterráneo, en Asia Menor y en la propia Atenas
siendo de excelente calidad en canteras como las de Paros, Nasos y Tasos. Las
cornisas y tejas de los edificios se realizaron en terracota, pero con el
paso del tiempo se usó el mármol.
La
información sobre os métodos de construcción que usaron ha llegado a nosotros
desde el estudio de las canteras y de algunas inscripciones que han sido
encontradas en los mismos edificios. Muchos de estos escritos son una sucesión
de extractos que detallan los gastos en materiales y en sueldos de
operarios, contratos y otras especificaciones. Otra fuente fundamental es el
libro de Vitrubio, aunque se Arquitectura fue redactada en época de Augusto,
tenía acceso a fuentes perdidas para nosotros.
Realizar un
edificio de piedra era costoso y dilatado en el tiempo. Se comenzaba por
conseguir los sillares que lo componían. Primero se tallaban de forma tosca en
la cantera, una vez separado de la roca se deslizaba montaña abajo y se solía
transportar en vagones para llevarlos a pie de obra. Para colocar cada piedra
en su lugar se usaba una alzaprima con muescas superficiales o agujeros
profundos en el sillar por donde se pasaba una barra o cuerda.
Se prestaba
mucha atención a los puntos de unión de los tambores de las columnas. Se hacía
de una forma especial. Se tallaba en cada tambor un agujero y se
encajaba un listón de madera.
Luego se
hacía un agujero en el centro exacto de cada listón, en el que se instalaba la
barbilla de madera que unía los tambores contiguos. Se dejaba que
sobresalieran unos realces para facilitar su manipulación. En las piezas más
cuidadas era casi imposible ver las uniones en la distancia. La parte inferior
y superior de las columnas se labraban antes de ser colocadas, pero el resto
se esculpía después.
Las
incisiones que nos encontramos en los bloques indican los sistemas que se
usaban para izarlos. Existían tres tipos principales para colocarlos:
Un agujero
tubular tallado en el centro de la pieza.
Muescas en las
caras laterales.
Una incisión a
lo largo del sillar.
Estas se
solían usar con las piedras blandas. El mármol por su dureza permitía usar
tenazas para colocarlo en su lugar.
Las
incisiones para las tenazas se solían realizar en el lecho del sillar o en los
lados, cera de la parte superior.
Para unir
las piedras entre sí se usaban grapas para unirlos horizontalmente y
clavijas para uniones verticales.
Hubo varias
formas de estas piezas y varió según diferentes periodos.
En el siglo VI y a comienzos del V a.C. tenían los extremos doblados formando ángulo recto.
En época de Pericles se usó las grapas en forma de T o H.
En el siglo VI y a comienzos del V a.C. tenían los extremos doblados formando ángulo recto.
En época de Pericles se usó las grapas en forma de T o H.
La grapa de
garfio se usa a partir del s. VI a.C. La cola de milano se usó durante todas
las épocas, en piedras blandas.
De forma
que ahora ya tenemos la panorámica completa, con tamaña grúa, los trabajadores
griegos de la construcción tenían una gran ayuda para llevar a cabo su tarea.
No obstante, los accidentes eran frecuentes, las medidas de seguridad, nulas,
las caídas desde lo alto, mortales. De ello nos darán fe documentos muy
posteriores, tan posteriores como que son de la Edad Media, a la
que falta tanto por llegar que no queremos aquí ni mencionar. De modo que
accidentes, haberlos, habíalos.
Con la grúa
que el lector ya conoce, puede imaginar mejor el momento en que se deposita un
trozo de friso sobre los capiteles dóricos del Partenón. Ahora es casi
como si estuviéramos allá. Se nos han conservado cantidad de instrumentos,
hallados en las excavaciones modernas, por las que conocemos las mil maneras
que había de manejarse con los bloques de mármol en la Grecia antigua.
Elevando un fragmento de friso.
Otra
variante de izado, abrir el hueco para las cuerdas en el propio bloque. Simple
y efectivo.
Forma
alternativa de elevación cuando no es viable colocar espigas.
Y para
terminar las técnicas elementales y que no se nos quede nada en el tintero,
otra manera de levantar la misma pieza.
1.1.- Introducción. La arquitectura griega puede considerarse como el antecedente
inmediato de la arquitectura occidental, presentando a su vez unas
características totalmente nuevas en el panorama del Mediterráneo oriental como
fruto del pensamiento, modo de vida y organización política de sus ciudades.
Para los griegos, como ya hemos comentado, el hombre era la medida de todas las
cosas no en balde fueron los primeros en atribuirle derechos y deberes y,
precisamente debido a su idea de hombre libre, la arquitectura quedaba su
servicio. La monumentalidad y la magnificencia de las anteriores civilizaciones
en el llamado Creciente Fértil fueron sustituidas en Grecia por la estética de
la proporción. Los órdenes se convirtieron en la clave de una arquitectura que
evitaba los extremos en favor de la justa medida a la que los griegos al menos
en su período cumbre, del siglo VIII al siglo IV a.C. aspiraban en todas las
cosas. La arquitectura griega no asombra simplemente por la escala y la
complejidad de sus construcciones, algo habitual ya en otras culturas, sino que
también conmueve por su vigor, armonía y refinamiento. La civilización griega
presenta importantes influencias de la cultura egipcia y de las del Oriente
Próximo así como de la Cretense y también de la Micénica. Los griegos fueron
los últimos arquitectos megalíticos; aunque se distanciaron bastante en muchos
planteamientos de sus antecesoras, sin embargo, en comparación con las
aportaciones de tipo espacial de sus sucesores los romanos, todavía parecen muy
antiguos.
1.2.- Características de
la Arquitectura Griega.
1.2.1.- Generalidades. Hablar de arquitectura griega significa necesariamente hablar de
sus templos como tipología esencial. Éstos, como ejemplo emblemático de la
arquitectura griega, se caracterizaron según Bruno Zevi, por la coexistencia,
desde su concepción, de un defecto muy importante y de una gran virtud. El
defecto consistió en la total ignorancia del espacio interno y, por el
contrario, su gran virtud radicaba en la escala humana, una consecuencia
inequívoca de la mentalidad antropocéntrica que caracterizó a esta sociedad.
Fruto también de esta misma concepción del individuo sería la definición de un
programa arquitectónico muy concreto que analizaremos más tarde.
Por tanto, en el templo griego no cabe la búsqueda de una
determinada concepción espacial, estableciéndose este edificio como el típico
ejemplar de no-arquitectura. Este tipo de construcción debe ser, por el
contrario, observado como una gran escultura; un cajeado de cuidado tratamiento
plástico formado mediante estructuras murarias que encierran un espacio interno
sin ninguna función práctica. Los ritos se desarrollaban en el exterior, en
torno al templo y, por ello, toda la atención de los arquitectos se concentró
en el perímetro de esta estructura muraria que fue rodeada completamente con
columnas convertidas en auténticas obras maestras desde el punto de vista
plástico.
1.2.2.- El Programa. A la hora de estudiar el programa arquitectónico desarrollado por
los griegos, resulta significativo el hecho de que la tipología más
habitual en Grecia no fuese la tumba ni tampoco mostrasen excesivo interés en
construir casas y palacios, de hecho, su construcción estuvo prohibida hasta
Época Clásica. La especial significación que daba esta civilización al ser
humano y su capacidad de creación artística, hizo que sus esfuerzos desde el
punto de vista constructivo se concentrasen en la creación de tipologías de
carácter puramente cívico: teatros, salas de consejos, pórticos públicos y
también en el propio planeamiento de las ciudades, debido a su importancia
como lugares de formación y relación humanas. No obstante, la forma
arquitectónica más importante de los griegos fue el templo pues, como hemos
comentado, los griegos eran profundamente religiosos. En este edificio, se
prodigaron los materiales constructivos más finos, la decoración más rica y
las formas arquitectónicas más complejas y, por tanto, éste centrará la mayor
parte de nuestro estudio.
1.2.3.- La Concepción
del Edificio.
A la hora de entrar a estudiar en profundidad este aspecto,
conviene recurrir a la definición de arquitectura que defiende el tratadista
Bruno Zevi; si por arquitectura se entiende el modelado de la sustancia inmaterial
del espacio, habría que concluir que la civilización griega ocupa un lugar muy
secundario en la historia de la arquitectura. Su preocupación por los
espacios, internos y externos, fue muy escasa, y de hecho, la expresión más característica
de la arquitectura griega, el templo, poseía sobretodo valores escultóricos, no
arquitectónicos en sentido estricto como ya hemos comentado; era una estructura
pensada para ser vista por fuera, de forma tridimensional, un volumen autónomo
en el que contaba muy poco el interior.
Observamos que la imagen acapara todo el
espacio interior del templo
Otro tratadista, Sigfried Giedion, sitúa a la arquitectura
griega, junto a la prehistórica, en la primera de sus etapas de evolución; la
segunda comenzaría según él con la arquitectura romana, caracterizándose por la
utilización de arcos, bóvedas y cúpulas, capaces ya de producir verdaderos
espacios arquitectónicos. Grecia mantuvo, sin embargo, el uso de soluciones muy
primitivas: sistemas adintelados conformados mediante elementos horizontales
apoyados en otros verticales, como en los trilitos prehistóricos. Pese a que
habría que matizar mucho esta sintética valoración, puede aceptarse como
válida para situar en su lugar a la arquitectura griega.
Esta concepción del edificio como una gran escultura, hizo que
cobrase gran importancia el proceso de acercamiento y contemplación del mismo,
por lo que se cuidaron de forma esmerada las fugas y los puntos de vista, así
como los recorridos de aproximación al mismo. Este aspecto se convirtió, por
tanto en una cuestión a tratar de forma cuidadosa, influyendo poderosamente en
la elección del lugar de ubicación dentro del complejo de emplazamiento.
En este sentido, debemos destacar la diferencia de la experiencia
griega con respecto de las de épocas anteriores. Mientras el camino al
santuario egipcio, por ejemplo, seguía un axis directo marcado por enormes obeliscos,
los griegos defensores en todo momento de la libertad individual ofrecían una
fórmula diferente:
·
un camino que ofrecía
variedad y libertad de recorridos diversos de acceso al edificio religioso,
desplegando aparentemente infinitas posibilidades de movimiento y
·
percepción de los volúmenes
como forma de acceder en último término al misterio divino.
Es obvio que las diferencias entre los complejos arquitectónicos
griegos y egipcios son fruto de actitudes distintas ante la simetría y la
axialidad. En Egipto, como más tarde hicieron también los romanos de hecho,
sería la tendencia habitual en todos los Estados centralizados o totalitarios,
la axialidad y la simetría bilateral eran la base de la planificación. La
preocupación básica de estos estados totalitarios era limitar de forma severa
la libertad del participante humano en la arquitectura, controlando el
movimiento y las percepciones de la misma forma que la vida y el pensamiento en
general estaban controlados por el Estado. La arquitectura griega no abandonó
la simetría, sin embargo, para el arquitecto griego, la simetría bilateral
estricta estaba limitada al diseño de las plantas de los edificios
individuales; nunca se usaba urbanísticamente para la planificación de un lugar
o un grupo de estructuras. Incluso donde podía esperarse que se usara, se la
evitaba intencionadamente, ya que se establecía una distinción entre el efecto
que provocaba la axialidad y la simetría en el observador al aplicar estos
conceptos al agrupamiento de los edificios y el efecto provocado al aplicar la
axialidad a una estructura individual. El edificio griego –en toda la amplitud
del concepto, incluso en elementos tales como una puerta de entrada a una
ciudad o a una Acrópolis‑ se concebía como una entidad completa tridimensional
en todos sus lados y perfecta en sí misma. Además, normalmente se cuidaba
especialmente que el observador lo percibiese de este modo.
De esta manera, los edificios griegos no se presentaban
frontalmente, es decir, en axis. En vez de eso, cuando era posible, se
presentaba primero el edificio en diagonal, o al menos desde una posición
descentrada, para que se vieran dos lados adyacentes estableciendo claramente
la integridad tridimensional de la estructura y dando al espectador la mayor
información posible del mismo en un solo golpe de vista. Esta renuncia a la
disposición axial de los edificios que conviven en un asentamiento produce a
menudo la sensación de que los metódicos griegos esparcían sus edificios sin
ningún orden ni concierto. Esta sería una apreciación fácilmente deducible de
la observación rápida de la planta de la Acrópolis de Atenas, en la que da la
sensación de que han ido dejando caer sus edificios. Sin embargo, esta
valoración inicial, se basa en el desconocimiento de la verdadera intención del
arquitecto griego.
Éste, prefería aprovechar la individualidad de cada uno de los
edificios dentro del grupo antes que alinearlos en una forma determinada y, a
la inversa, preferían enfatizar la discreción de cada edificio que desalinearlo
de su vecino. Esto explica en gran parte la planta de la Acrópolis de Atenas.
Cualquier visitante los santuarios griegos importantes puede disfrutar de la
exactitud en la disposición de todos los elementos, lo cual incluye el
equilibrio entre las partes de los edificios individuales, entre los diversos
edificios y, en último término, entre los edificios y el paisaje.
Las estructuras de mármol de la Acrópolis de Atenas, por ejemplo,
no eran las formas disgregadas que el observador moderno piensa que son; cada
una fue colocada y diseñada teniendo las otras en mente y, además, con el
observador como parte del cálculo visual. Intentemos por un momento revivir la
cadena de impresiones visuales que producía la Acrópolis cuando el programa de
Pericles fue finalizado a finales del siglo V; un complejo que además producía
una fuerte impresión de majestuosidad al estar situado en la cumbre de una
elevación inaccesible desde tres de sus lados. La subida por la pendiente oeste,
su único acceso, no era directa como la hicieron más tarde los romanos sino que
discurría a lo largo de un camino en zigzag que cruzaba de una parte a otra el
axis de la Acrópolis. A medida que se aproximaba uno a la ladera desde el
sudoeste, la primera forma que aparecía era el templo de Atenea Niké sobre su
elevada plataforma. Éste desaparecía cuando uno avanzaba subiendo la primera
rampa que había a sus pies, pero luego volvía a aparecer en la vuelta de la
rampa. En este punto surgían los Propíleos, con sus dos pórticos gemelos de
orden dórico elevándose por encima de la estructura de Atenea Niké y
enmarcando el monumental pórtico central hexástilo, cuya escala era similar a
la del Partenón.
Conforme avanzaba el visitante, se veía más envuelto por la forma
en U de los Propíleos, que parecían envolverlo y atraerlo hacia el centro
monumental del complejo. Aunque el bloque central de los Propíleos, invitaba a
la entrada, uno se podía desviar hacia la Pinacoteca o el recinto de Atenea
Niké. Volviendo al axis principal, se entraba en el interior de los Propíleos,
a la salida de los cuales, tres formas competían por atraer la atención. La
más cercana era la estatua de bronce de 9 metros de altura de Atenea Promachos
realizada por Fidias, situada directamente frente a los Propíleos. Ésta
dominaba la panorámica de entrada no sólo por su tamaño y proximidad, sino
también porque ni el Erechtheion ni el Partenón se veían todavía claramente.
Para ver cualquiera de estos dos templos mencionados, uno tenía que avanzar
hacia el pórtico norte del Erechtheion o pasar el Pórtico de las Cariátides
avanzando hacia el Partenón, el final de la odisea arquitectónica, donde uno
contemplaría el tímpano y otros relieves y miraría por la puerta de bronce de
la cella en su frente este para alcanzar a ver la otra estatua colosal, la
Atenea Parthenos de oro y marfil.
1.2.4.- La Preocupación
por la Belleza.
1.2.4.1.- La Escala Humana.
Como hemos afirmado anteriormente, la arquitectura griega presenta dos
características fundamentales que son reflejo de esta mentalidad
antropocentrista y que se convierten a su vez en los puntos culminantes de
esta forma de construir: en primer lugar, la adopción de la escala humana como
elemento de referencia y, en segundo lugar, las particulares características
del programa arquitectónico desarrollado.
A continuación pasaremos a analizar de qué forma influye el
primero de estos conceptos en la producción arquitectónica griega. El concepto
de escala humana está íntimamente relacionado con la insistente preocupación
por la estética que caracterizó a estos constructores, la cual, los llevó a la
valoración global del edificio como si de una escultura se tratase. El
siguiente texto de Platón, extraído de Filebo, nos sirve para ilustrar hasta
qué punto era importante para los griegos la creación de formas bellas:
"..El placer no es el primero ni el
segundo de los bienes, sino que el primero de los bienes consiste en la mesura,
en el justo medio, en lo conveniente, y todas las demás cualidades análogas a
esas, que debemos considerar como dotadas de una naturaleza inmutable. (....)
el segundo de los bienes es la proporción, lo hermoso, lo perfecto, lo que es
por sí mismo suficiente, y todo lo que pertenece a este género". Desde
el punto de vista griego, el templo como tipo más importante dentro de la
producción edilicia de esta civilización pretendía ser la plasmación en piedra
de una composición ideal abstracta y objetivamente bella –la Idea de Templo,
que diría Platón- a la que estos constructores intentaban aproximarse mediante
un proceso de investigación empírica. Por otra parte, los griegos consideraban
que la belleza era algo objetivo y formulable, es decir, ellos pensaban que se
podía encontrar una relación matemática entre las distintas partes o elementos
de la forma que ellos consideraban bella esto era aplicable por igual a un
cuerpo humano que a un edificio que les asegurara a su vez la consecución de
ese modelo de belleza en posteriores actuaciones que se llevasen a cabo con el
mismo fin.
Esquema trilítico básico empleado por los
griegos
Para definir esta relación matemática entre las distintas partes
que componían el conjunto cuerpo humano, edificio, etc. definieron un elemento
de referencia, el módulo, a partir del cual se obtenían proporcionalmente todas
las demás medidas del objeto por comparación dimensional con éste. Hemos de
decir en este sentido que la relación entre las partes así definida, nunca fue
del todo rígida en este periodo, sino que podía sufrir pequeñas variaciones en
cada caso y para cada edificio, escultura, etc. con el fin de aproximar cada
vez más, de una forma totalmente empírica, el resultado obtenido al modelo
ideal de belleza. Las dimensiones del módulo no eran fijas, sino que podían
variar libremente para cada edificio o escultura y esta variación era la que
determinaba el tamaño final del objeto o edificio resultante, aunque, la
relación entre las partes sí debía mantenerse aproximadamente constante, como
acabamos de indicar. En Grecia, por tanto, la modulación no estaba fijada de
una forma tan estricta como luego lo estaría en Roma.
A continuación, pasaremos a estudiar los tres tipos de órdenes
existentes en Grecia, ya mencionados con anterioridad. En los tres casos, el
elemento diferenciador del orden es el capitel. Hemos de apuntar que no existió
ningún tipo de trazado geométrico que definiese estrictamente cada uno de los
elementos que componían el orden; en Grecia, este trazado se realizaba siempre
a sentimiento para lograr la apariencia perfecta que no era posible alcanzar
por medio de la geometría.
1.2.4.2.2.- Tipos de
órdenes. a).
El Orden Dórico. El orden dórico era el más pesado de los tres órdenes griegos,
debido a la menor esbeltez de sus proporciones, y al que más cuidado dedicaron
los constructores helénicos. A primera vista el esquema del orden dórico
aparentaba una gran simpleza: una disposición adintelada formada por una
hilera de columnas, apoyadas sobre una plataforma tres escalones denominada
Krepidoma; estas columnas sostenían un dintel rematado por un muro frontal de
coronación con forma triangular que cumplía la misión de ocultar los elementos
de apoyo del tejado a dos aguas. La composición era, sin duda, lógica simple y
directa, como correspondía a una forma con un origen puramente funcional. El
krepidoma elevaba el edificio por encima de la cota del terreno para
dignificarlo; esta elevación se realizaba de forma suave y progresiva mediante
la formación de tres grandes escalones dimensionados proporcionalmente con
respecto al edificio, nunca al visitante. Estos escalones, eran tan escarpados
a veces que se hacía difícil el acceso a la cota superior, precisando de la
inserción de peldaños más pequeños en el frente. El escalón superior, sobre el
que descansaba el templo, recibe el nombre de estilóbato, que etimológicamente
viene a significar “base sobre la que apoyan las columnas”; los inferiores se
denominan estereobatos o “bases de piedra”. La altura total de los escalones
generalmente era de un módulo.
La columna dórica no tenía basa, apoyando su fuste directamente
sobre el estilóbato. El fuste presentaba una corrección óptica consistente en
una progresiva disminución hacia arriba de la sección transversal siguiendo una
suave curva convexa denominada éntasis. Su relación modular variaba entre 4,5 y
5,5 veces el diámetro del tercio inferior de la columna.
La superficie del fuste estaba acanalada verticalmente con un
número de estrías que oscilaba entre 16 y 24 lo común eran 20, separadas por
aristas vivas. Al estudiar el significado visual de estas sutilezas,
comprendemos que, igual que la intransigente geometría de la plataforma del
templo se veía suavizada por sus escalones, también la geometría cilíndrica y
la pesadez de la columna se veían mitigadas por el éntasis y las estrías. De
esta forma proveían al elemento de una elasticidad orgánica, una ilusión de
respuesta al peso de la superestructura por medio de un grácil esfuerzo
muscular.
El capitel dórico suavizaba a su vez la transición entre y el
fuste y el arquitrabe superior, evitando la sensación de aplastamiento. El
capitel era de una sola pieza y estaba formado por tres elementos: collarino,
equino y ábaco. Los orígenes de éstos habría que buscarlos posiblemente en la
transposición formal en piedra de los elementos primitivos que componían los
templos iniciales, resueltos con madera. Según esta hipótesis, el collarino,
cumpliría inicialmente una misión de zunchado de la cabeza del fuste para
evitar su rotura por aplastamiento. Del mismo modo, el equino sería la
interpretación en piedra de un saco de arena colocado entre el arquitrabe y el
fuste con la misión de repartir uniformemente las cargas entre uno y otro
elemento, evitando así apoyos puntuales debidos a la falta de planeidad de las
superficies de apoyo. Por último, el ábaco sería el equivalente en piedra al
tablón de madera que se colocaba para mejorar el apoyo del arquitrabe sobre el
saco de arena, aumentando la superficie de contacto entre ambos.
Sobre las columnas, se disponía el entablamento, que ocupaba un
cuarto de la altura total del orden. Éste a su vez, estaba formado por dos
elementos: el arquitrabe y el friso. El primero de ellos, en el orden dórico,
tenía la forma de un simple dintel de piedra resuelto con una sola pieza que
iba del centro de una columna a la siguiente.
El friso, que se colocaba encima, era quizás el rasgo más distintivo
del orden que ahora nos ocupa. Todos los demás elementos del dórico podrán
reconocerse en los otros órdenes, pero el friso dórico con acanaladuras verticales
(triglifos) entre losas casi cuadradas (metopas) era único.
Bajo el friso corría una estrecha moldura plana, denominada tenía,
de la que colgaban unas varillas (régulas) y de ellas colgaban a su vez unas
estaquitas cónicas (gotas). El entablamento quedaba rematado mediante un
saliente que envolvía todo el templo. Su función primordial era la de
establecer una línea clara a lo largo del perímetro superior del edificio. Su
efecto era el de un pronunciado borde superior muy sobresaliente que terminaba
el orden con una línea brillante por encima de una profunda sombra. En los
extremos del templo, una cornisa inclinada más ligera y más simple, se
elevaba desde la citada cornisa horizontal formando un triángulo isósceles que
enmarcaba un tímpano muy rebajado denominado frontón.
Esta superestructura triangular es famosa por las composiciones
escultóricas que la cubrían en los templos de Atenas, Olimpia, Egina y en
otros lugares.
b).- El Orden Jónico.
Como su propio nombre sugiere, el orden jónico nació en las costas
del mar Jonio. Allí fue donde ciertos grupos de habitantes del continente,
huyendo de los invasores dorios, se asentaron alrededor del año 1000 a.C. y
desarrollaron gradualmente una cultura griega diversa a la que caracterizaba a
los pobladores de la península griega.
El carácter cultural de esta tribu, presenta dos tendencias opuestas. Por un
lado, se aprecia una tendencia hacia lo racional, de hecho, las matemáticas y
la Filosofía se originaron entre los jonios; la otra tendencia era un gusto
por los ricos estilos decorativos del este, a los que estaban expuestos por su
situación geográfica y por su dedicación al comercio marítimo. Del este Egipto,
Siria y Persia, los jonios heredaron el gusto por la grandiosidad de los
edificios egipcios la monumentalidad conseguida mediante la erección de edificios
de dimensiones grandiosas y el efecto plástico de los bosques de columnas de
las salas hipóstilas persas y egipcias, con su multitud de formas decorativas.
Pero, como eran griegos y no orientales, los jonios desarrollaron una
arquitectura griega intermedia entre la arquitectura del continente griego y
las fantasías formales de Tebas, Babilonia y Persépolis.
Toda esta tendencia hacia las formas decorativas y la mayor
preocupación por la plasticidad de las soluciones tuvieron su reflejo en las
plantas de los templos y también en su alzado, que es lo que nos ocupa en estos
momentos. En este sentido, Vitruvio acertó cuando definió el orden jónico como
un orden femenino debido precisamente a la gracilidad de sus formas. Este
arquitecto romano hacía una curiosa comparación entre el éntasis de la columna
jónica y el cuerpo femenino, al tiempo que afirmaba que, las volutas de su capitel,
vendrían a representar las trenzas que lucían las mujeres jonias en el cabello.
Por el contrario, al comentar el orden dórico, lo asemejaba a los guerreros
dorios describiéndolo como un orden masculino y viril, debido a la austeridad y
robustez de sus elementos. Lo que sí es cierto es que el orden jónico nunca fue
un sistema tan rígido como el dórico; en todos los detalles es menos puro y
determinado, más suave, rico y pictórico que éste, aunque también es posible
describir un ideal. La altura total de este orden era mayor que la del dórico.
El templo jónico también se elevaba sobre una krepidoma, pero en
este caso, el número de escalones no estaba determinado a priori, sino que
podía variar. El fuste de la columna jónica presentaba una altura de entre 9 y
10 módulos y estaba acanalado con 24 estrías biseladas o fileteadas y rara vez
se le daba éntasis. A diferencia del dórico, el fuste jónico no se apoyaba
directamente sobre el estilóbato, sino que estaba colocado sobre una basa que
servía de asiento. Las basas jónicas presentaban variaciones, pero
fundamentalmente constaban de un plinto bajo y cilíndrico posteriormente
cuadrado, una espira con dos o más elementos cóncavos (escocias) y una gran
moldura superior convexa (toro) que recibía diversas decoraciones.
El capitel era el rasgo jónico más distintivo. Tanto el equino
como el ábaco estaban presentes, pero en este caso eran elementos secundarios
dominados por el rasgo principal del capitel jónico: la voluta o doble rollo.
Estaba colocado entre el equino que coronaba el fuste, abajo, y el ábaco y entablamento
con una altura equivalente a 1/5 del orden arriba, con el arquitrabe dividido
en tres bandas horizontales. De esta manera, los extremos colgantes se
enrollaban contra la columna en dos espirales gemelas, geométricamente
exactas, para crear las volutas, que algunos relacionan también con la forma de
la concha del nautilo, una especie con la que estaban familiarizadas las gentes
marineras. La voluta era la clave de la lectura de la estructura. La cualidad
más obvia de la voluta es que casi parecía estar viva en su tendencia a
enrollarse. Si analizamos este capitel tomando como punto de partida nuevamente
los elementos que hipotéticamente componían los capiteles de los primitivos
templos de madera, podemos suponer el origen del mismo en el intento por parte
de los primeros constructores de aumentar el canto de la viga de madera
mediante un refuerzo inferior, a la altura del pilar, con el fin de evitar la
rotura por esfuerzo cortante de la misma en su sección más desfavorable,
concepto totalmente diferente al que supuestamente daría origen al capitel dórico,
pensado más bien para el reparto de cargas.
c).- El Orden Corintio. Desde los tiempos del escritor romano Vitruvio, se ha
malinterpretado el orden corintio haciendo creer que era un orden
independiente, sin embargo, desde sus orígenes, fue una mera variante del
jónico. No se originó en una "tercera" zona del mundo griego y no
estaba tampoco asociado con un tipo o planta de templo definido, por otra
parte, su uso quedó relegado inicialmente al interior de los templos y a los
tholos. Además, poseía todas las características y rasgos esenciales del orden
jónico, incluidas sus proporciones, excepto en lo que se refiere al capitel,
que era nuevo.
El origen del capitel corintio es incierto. Hay quién le atribuye
un posible origen egipcio, otros lo relacionan con el escultor Calímaco -el
cual, se inspiró en unas hojas de acanto que crecían rodeando la vasija votiva
que guardaba las cenizas de su difunta esposa- y, por último, hay quién le
atribuye su origen a un primitivo zuncho metálico que se colocaba en la cabeza
del fuste para evitar el aplastamiento de éste. El historiador romano Plinio
cita al respecto un pórtico corintio realizado en bronce que atiende a esta
última descripción, siendo quizás el origen más probable. A diferencia de los
capiteles dórico y jónico, cuyos componentes estaban colocados en estratos
horizontales, el capitel corintio evolucionó como un programa de dos capas concéntricas.
El capitel corintio se formó a partir de los elementos básicos de
los órdenes anteriores; un ábaco con forma de plato, que recogía la carga del
entablamento y un equino, pero el ábaco ahora tenía un filo suave y moldeado
y unos lados cóncavos que se curvaban convirtiéndose en esquinas que
sobresalían marcadamente. La forma de campana invertida que había debajo, el
cálatos, era el equivalente corintio del equino de los otros órdenes. Aquí no
estaba formado por una protuberancia con forma de almohadilla sino por un
ensanchamiento con forma de planta. La estructura central del capitel corintio
estaba envuelta por una compleja capa vegetativa que encarnaba la ilusión del
crecimiento orgánico. Su base era un anillo doble de hojas de acanto con un
hoja colocada exactamente en cada diagonal. De detrás de las hojas de acanto,
surgían a pares en las esquinas ocho tallos (caulículos), coronados por cálices.
Los caulículos se curvaban convirtiéndose en volutas que se extendían hacia
arriba para sostener las puntas del ábaco. También emergían de los tallos pares
de elementos enrollados más pequeños (hélices), subiendo hacia el centro del
ábaco, donde estaban coronados por una pieza central floral denominada
antemio, más tarde sustituido por un rosetón. Los rasgos descritos aquí
representan un ideal con el que se corresponden pocos capiteles corintios
griegos.
En los ejemplos más tempranos, en Bassai y Delfos, las hojas de
acanto eran achaparradas y las volutas vigorosas, pero pronto, como ocurrió en
los capiteles de templo de Atenea Alea en Tegea (c. 350), las formas se
hicieron más exuberantes, hasta alcanzar un máximo de inventiva a finales del
siglo cuarto en el Monumento de Lysícrates en Atenas. Únicamente en el período
helenístico tardío y en el romano la forma "ideal” se convirtió en la
habitual, como ocurrió por ejemplo, en el Templo de Zeus Olímpico de Atenas,
construido en el año 170 a.C.
1.2.4.3.- Búsqueda de la
Perfección Óptica. Como hemos afirmado
anteriormente, la arquitectura griega se caracterizó por una búsqueda
incansable de la belleza mediante un proceso de investigación empírica, sin
embargo, en este sentido, hemos de hacer una importante matización; para los
griegos era importante la perfección del resultado, pero más importante aún fue
la percepción del mismo como tal, es decir, la impresión, la sensación que
generaba en el observador ese resultado. Aquí nos encontramos de nuevo con la
fuerte influencia ejercida por el antropocentrismo: la arquitectura debe
emocionar al ser humano y, para ello, no es suficiente con crear un edificio
bello, sino que además, debe parecer bello, es decir, ser observado como tal
por el ojo humano y producir una sensación placentera en el espectador.
Heliodoro (s. III a.C.), en su Tratado de Óptica, comentaba al respecto:
“El objetivo del arquitecto es dar a su obra una apariencia bien
proporcionada y recurrir en lo posible a medios correctivos de ilusión óptica,
con vistas a un equilibrio simulado, ya que no fáctico, de medidas y proporciones”.
Por este motivo, los griegos se vieron obligados a introducir una
serie de correcciones visuales que subsanaran los defectos en la observación
generados por el ojo humano. Además de estos problemas que se presentan a la
hora de entrar a resolver, con cualquier tipo de orden, el alzado de los
templos y que analizaremos a continuación con más detenimiento, existen otras
dificultades que dificultan aún más la solución perfecta en el caso concreto
del alzado dórico. Ello es debido al empleo alternado de metopas y triglifos
como decoración del friso; estos elementos generan un conflicto en la solución
de la esquina que, aunque no fue resuelto correctamente hasta bien entrado el
Renacimiento, merecerá también un estudio detallado por nuestra parte. Estos
dos aspectos singulares de la arquitectura griega: la cuestión de los refinamientos
ópticos y el conflicto de la esquina de templo dórico, encontraron finalmente
su solución, tras múltiples probaturas, en el Partenón de Atenas.
1.2.4.3.1.- Refinamientos
ópticos.
Aspecto que presenta un templo griego
debido a la impercepción en la captación por defecto del ojo humano
Los griegos se vieron obligados a introducir una serie de correcciones ópticas que afectaban a todas las líneas rectas del edificio, en las tres dimensiones del espacio, con el fin de evitar las fugas y curvaturas indeseables generadas por la imperfección en la captación por parte del ojo humano.
Las variaciones introducidas por los griegos consistieron en
generar sutiles contracurvas en las líneas horizontales y verticales que
compensaran las producidas durante la observación, debido a las grandes dimensiones
del templo con respecto al espectador, las cuales provocan que éste las aprecie
curvadas por el recorte con el azul del horizonte. Tales variaciones se
encuentran en muchos edificios dóricos, pero nunca en la extensión o grado de
sutileza con que se aprecian en el Partenón; en este edificio apenas se puede
encontrar una sola línea recta verdadera.
La aplicación de correcciones ópticas en los templos griegos se
llevó a cabo de forma escalonada, mediante un proceso de evolución empírica que
atendía paulatinamente a una mayor cantidad de sutilezas. Las primeras
correcciones que se aplicaron tuvieron lugar en las columnas y capiteles de la
Basílica en Paestum y se observan ahora como formas exageradas si se las
compara con las realizadas en el Partenón donde se reducen casi hasta el punto
de su desaparición. La corrección introducida en el fuste de la columna se
denomina éntasis y tiene la misión de remarcar la elasticidad del mismo,
disminuyendo la tensión y reforzando así el efecto de ligereza de éste.
El éntasis del Partenón, por ejemplo, se reduce a una curva apenas
visible, que se desvía un máximo de 28/40 centímetros de la vertical y lo mismo
ocurre con la corrección del ábaco. Las curvaturas más extraordinarias, sin
embargo, son las que afectan a la observación del edificio en su conjunto,
siendo el resultado de sutiles desviaciones de la regularidad geométrica. En
el caso del Partenón, el estilóbato presenta una curvatura hacia arriba que se
eleva unos 10 centímetros en los lados y unos 5 centímetros en los extremos,
curvatura que se continúa también en el entablamento y el frontón. Todo el
suelo del templo se eleva suavemente hacia el centro definiendo una sutil
concavidad de forma similar al intradós de una cúpula.
Además, casi todos los elementos verticales, incluyendo las columnas,
se inclinan hacia dentro. Las caras interiores de los muros de la cella son
verticales, pero la superficie exterior se inclina hacia dentro y las puertas
de entrada a la cella son curvas. Finalmente, las acanaladuras de las estrías
de las columnas se ahondan gradualmente hacia la cima. La ejecución de estos
refinamientos implicaba un asombroso grado de destreza y una pasión por la
perfección arquitectónica. Igual que la columna dórica sin éntasis no tiene
vida, el Partenón sin esos refinamientos pierde las cualidades que, por sí
solas, las proporciones y formación de los detalles nunca habrían conseguido.
1.2.4.3.2.- Solución al
"Problema de la esquina" en los templos
dóricos. Tanto en el orden dórico como en el jónico, surgieron problemas
formales y constructivos a la hora de entrar a resolver el encuentro de la
fachada frontal con la lateral. En el caso del orden jónico, el problema
derivaba de las características de su capitel, que estaba diseñado para ser observado
exclusivamente de frente, al ser sus caras distintas y primar una de ellas
formalmente sobre la lateral. Este defecto fue subsanado de forma relativamente
correcta, repitiendo su cara frontal en ambos frentes para mantener así la
uniformidad de todos los capiteles al observar el templo desde cualquiera de
sus fachadas.
En cuanto a la solución propuesta para la esquina del templo
dórico, la solución adoptada se podría considerar como un simple apaño. Los
griegos no solucionaron el conflicto generado en la esquina del templo por el
empleo combinado de metopas y triglifos. Este es un problema que quedó sin
solución hasta bien entrado el Renacimiento; en este periodo, se limitaron
simplemente a ocultarlo mediante una pequeña y sutil corrección. Este defecto
de la esquina dórica, tiene que ver con el feo ensanchamiento que se producía
en la última metopa la metopa extrema del friso de un templo de este tipo, como
consecuencia del desplazamiento sufrido por el último triglifo desde su lugar
natural la prolongación del eje vertical de la columna hacia la esquina para
evitar que la finalización formal del arquitrabe se realizase con
media metopa por cada uno de los frentes que componían la misma.
media metopa por cada uno de los frentes que componían la misma.
A lo largo de los siglos se emplearon distintos recursos, más o
menos acertados, todos ellos con la finalidad de disimular este defecto y
mejorar así el aspecto del levantamiento. El primer intento en este sentido
podemos apreciarlo, como comenta Ignacio Paricio Ansuátegui, en el Templo de
Zeus, en Akragras, donde se limitaron a desplazar el triglifo hacia la esquina,
ensanchando la metopa del último tramo para mantener regular la disposición del
resto del friso.
Posteriormente, en el Templo de Zeus en Olimpia, se experimentó
otra solución, igualmente imperfecta, que consistía en disponer también el
triglifo en la esquina, aunque aquí se estrechaba el último intercolumnio para
reducir las dimensiones de la metopa extrema manteniendo asimismo regular la
disposición del resto del friso. Esta solución introducía un nuevo problema,
pues ahora los intercolumnios externos eran de menor luz que el resto, hecho
que se podía apreciar además a simple vista.
Después de múltiples probaturas, llegaron hasta la solución
empleada en el Partenón, que no es más que una combinación de las dos
anteriores. En este caso, el problema se resolvió por medio de la contracción
del ángulo, es decir, estrechando proporcionalmente todos los intercolumnios se
denomina así al espaciado entre los ejes de las columnas desde el centro hacia
las esquinas para evitar la excesiva diferencia de luces entre intercolumnios
contiguos. Ello contribuía además a la integridad visual del templo añadiendo
a su vez solidez a la misma. En el Partenón la contracción de la distancia
interaxial de la esquina se hizo el doble de lo que se necesitaba para corregir
la irregularidad en el friso por lo que la última metopa quedaba ahora
demasiado estrecha lo cual fue compensado estrechando progresivamente las
metopas desde la esquina al centro. Este estrechamiento del intercolumnio fue
la solución adoptada en Grecia desde principios del S. V y, en las colonias
occidentales, a partir del 480 a.C., aunque hasta más tarde no se dio con el
estrechamiento teórico perfecto, equivalente a medio grosor del arquitrabe menos
medio grosor del triglifo. El resultado final de todo este proceso fue,
evidentemente, el aumento de solidez en la solución de la esquina.
TIPOLOGÍAS ARQUITECTÓNICAS.
3.1.- Tipologías
civiles.
3.1.1.- Introducción. Resulta significativo que los griegos no construyeran ni grandes
palacios ni tumbas imponentes. Sus energías creativas no se dirigieron ni
hacia la vida privada ni hacia el más allá porque la vida pública y las
relaciones sociales en el aquí y ahora era lo realmente importante para ellos,
aunque siempre en presencia de los dioses. Para los griegos, el hombre era una
criatura social y esta actitud quedó explícitamente expresada en su
arquitectura y en el planeamiento de sus ciudades de forma más contundente que
en ninguna otra manifestación artística.
3.1.2.- Planeamiento de
ciudades.
En el espacio de tiempo comprendido por la etapa conocida como
Edad Oscura, la población quedó diseminada en poblados pequeños, pobres y muy
mal estudiados hasta la fecha, en los que la cabaña se convirtió en la forma
habitual de vivienda. Lo que sí sabemos con seguridad de este periodo es que no
contaban con fundamentos urbanísticos ni arquitectónicos merecedores de tales
nombres. El proceso de reaglutinamiento comenzó en época Arcaica; en esta
fecha, comenzaron a despuntar algunos núcleos de cierta entidad en la Grecia
Oriental, como Mileto y Esmirna, así como en la costa del Asia Menor y también
en las islas y en la Grecia continental, como la propia Atenas. La mayoría de
estas primeras ciudades se construyeron sobre colinas naturales y estaban rodeadas
de murallas con puertas fortificadas y torres. Hoy en día aún existen algunos
restos de estas fortificaciones en Siracusa, donde Dionisio construyó sus
fuertes y sus murallas en el siglo IV a. de C. para protegerse de los
cartagineses.
A la parte de la ciudad que se alzaba sobre la colina se llamaba
Acrópolis que etimológicamente significa ciudad en las alturas y los edificios
principales de la misma quedaban dentro de estas murallas sobre la colina,
mientras que la inmensa mayoría de las casas particulares se hallaban fuera de
ellas. Para explicar cuáles eran las condiciones de vida de estas ciudades,
recurrimos a la descripción que hace un contemporáneo de la ciudad de Atenas,
que contaba en aquel momento con 200.000 habitantes de los que sólo 5.000 eran
ciudadanos libres: "...seca, mal
abastecida de agua. Las calles no son más que miserables callejuelas viejas,
las casas humildes con unas cuantas algo mejores entre ellas. Al extranjero que
llega por primera vez a la ciudad le cuesta trabajo creer que esta sea la
Atenas de la que tanto se ha oído hablar....” El principal revulsivo del
programa urbanístico griego vino fundamentalmente de la mano de la
colonización. Las necesidades de expansión en busca de nuevas tierras de
cultivo y nuevos medios de subsistencia, como consecuencia del crecimiento de
población experimentado por las Ciudades-Estado, trajo consigo la necesidad de
crear ex novo núcleos de asentamiento importantes y funcionales. Todo ello
obligó a su vez a los pobladores a la aplicación de fórmulas, en cierto modo
bastante simples, pero muy operativas, entre ellas la de proyectar el
asentamiento según un trazado de calles regulares y espacios públicos y
privados bien definidos. De esta forma, el planeamiento de la ciudad griega y
la configuración de sus calles y espacios, reflejaba claramente el carácter de
la gente que habitaba en ellas. La primera ciudad griega planificada fue
probablemente Mileto, que había sido destruida en el 494 a.C. por un incendio y
fue completamente reconstruida alrededor del año 460 a.C. El filósofo
Aristóteles atribuye el mérito de la invención de la planificación urbanística
en cuadricula a Hipodamus de Mileto, un intelectual griego que se asocia
generalmente a los estudiosos pitagóricos.
Esquema en planta de la ciudad de Mileto,
tras la reforma realizada por Hipodamus.
Hipodamus se autodefinía como un filósofo con su propio sistema
metafísico del que derivaban sus principios de planeamiento de ciudades. El
esquema general de diseño de la ciudad de Mileto, atribuido a Hipodamus, estaba
definido por una serie de calles rectas y anchas que se cortaban en ángulo
recto definiendo con su trazado varios centenares de manzanas rectangulares. La
zona central se reservaba para el ágora y las estoas en las que se comerciaba
y se llevaban a cabo los negocios y las zonas residenciales estaban dispuestas
a su alrededor. Otras ciudades dispuestas con posterioridad de manera semejante
fueron Priene, Pérgamo, Éfeso y Corinto. Es precisamente en una de ellas, en
Priene, del siglo IV a.C., donde mejor se puede observar el esquema ideal de
trazado así descrito para la fundación de ciudades de nueva planta. Se trata de
una ciudad pequeña, pero que representa uno de los grandes ejemplos de
planeamiento urbano todavía bien conservado. En ella se observan todos los
aspectos esenciales de los postulados de Hipodamus que se pueden resumir, de
modo conceptual, en cinco preceptos fundamentales. Estas características serían
las siguientes:
1.-La ciudad se componía a partir de una retícula formada por una
serie de calles paralelas y perpendiculares en la que destacaban varias vías
principales que se cruzaban en ángulo recto.
2.-La mayoría de los rectángulos resultantes de la aplicación de
este trazado estaban subdivididos en una red relativamente uniforme de insulae
(manzanas).
3.-Las manzanas rectangulares se dividían así mismo en parcelas
de casas.
4.-Los edificios públicos estaban situados dentro del sistema sin
interferir en el tráfico.
5.-La planta de la ciudad se adaptaba al terreno. Hemos de
destacar especialmente el modo de manifestar, en todos los aspectos de su
concepción, el sentido de orden práctico, de libertad de movimiento, de independencia
e interdependencia de las formas arquitectónicas y de participación humana del
espíritu griego, conceptos e ideales completamente diferentes a los esquemas
severos y abstractos que posteriormente pondrían de moda los ambiciosos
urbanistas romanos.
3.1.3.- Edificaciones
civiles de carácter público.
3.1.3.1.- Generalidades. A pesar de la importancia que hemos dado a lo largo de esta
publicación a la arquitectura religiosa, hemos de decir que la arquitectura
monumental griega no se redujo solamente a este tipo de construcciones, si
bien, fue en estas donde adquirió su mayor expresión artística.
A partir del periodo Clásico, las ciudades procuraron ennoblecer
su aspecto y dotarse de edificios adecuados a sus necesidades y a sus gustos.
Estos edificios, que ahora estudiaremos con mayor detalle, se agruparon en
torno a las Ágoras, que paulatinamente sustituyeron a las Acrópolis como
centros principales de las ciudades y fueron adquiriendo una mejor ordenación y
una mayor prestancia arquitectónica con pórticos monumentales, grandes fuentes
públicas, edificios para la representación y el gobierno, etc.
3.1.3.2.- El Ágora
Griega. El Ágora griega, era un lugar de reunión
al aire libre donde se realizaban las transacciones y los negocios. Cada ciudad
tenía una o varias; en ellas había mercados, salas de comercio y templos. Las
largas estoas o espacios porticados eran los complementos típicos de todas las
Ágoras. Quizás el mejor ejemplo de este tipo fue el Ágora de Atenas. Este lugar
era una gran zona de terreno relativamente plano que poseía una serie de pozos
de agua fresca. Los caminos que venían desde el puerto ateniense de El Pireo
y las tierras interiores del Ática convergían allí, por lo que era un lugar
lógico para construir un complejo cívico.
Este Ágora, al final del siglo V a.C., quedaba recogida dentro de
un área aproximadamente triangular. La Vía Panatenea la cruzaba en sentido
diagonal en dirección a la Acrópolis; en el lado oeste del Ágora había un
complejo grupo de edificios, incluyendo un Tholos y el antiguo y nuevo
Bouleuterion (Concejo) y, por último, en un montículo en la parte trasera
estaba el Templo de Hefesto y la Estoa de Zeus.
3.1.3.3.- La Estoa.
Esta tipología estaba siempre asociada funcionalmente al Ágora. Las Estoas eran
largos edificios con columnatas; un pórtico cubierto de uso múltiple, alternativa
de la plaza descubierta, que bien podría ser el antecedente de la basílica
romana. Normalmente eran de dos pisos que contenían cubículos destinados a
comercios, aprovechando su fachada posterior, y permitían al público realizar
sus compras o sus negocios protegidos del sol y de la lluvia.
En realidad, en su tipología, la Estoa era el componente más
importante del planeamiento de las ciudades griegas. Protegía de los elementos,
aunque estaba abierto, y definía la parte interior y exterior del ágora. Se
usaba para una amplia gama de fines públicos: políticos, económicos,
financieros e incluso filosóficos. Su estructura era de gran simpleza: la versión
más básica estaba formada por un muro trasero, una columnata en el frente y un
tejado de conexión. Este tipo fundamental podía crecer en profundidad, formando
dos naves, y en altura, añadiendo un piso superior. La planta podía tener forma
de L o incluso de U, pero nunca formaba un cuadrado completamente cerrado. Esta
forma cuadrada sería más tarde habitual en los Foros de Roma como medio de
control total sobre el espacio, pero no era característica del diseño griego.
La Estoa de Zeus era, por ejemplo, uno de los lugares de reunión favoritos de
Sócrates. Esta Estoa era sólo uno de los varios que había en el Ágora. La mayor
de ellas, la Estoa de Atalo II uno de los tres reyes helenísticos de Pérgamo
fue añadida en el siglo II a. C. Fue construida con dos naves de profundidad y
dos pisos de altura y recorría casi toda la longitud del lado este del Ágora,
aunque dejaba las esquinas libres.
3.1.3.4.- Edificios
propios del Sistema Democrático.
3.1.3.4.1.-
Introducción. El sistema democrático ateniense
estaba formado por tres consejos gobernantes: la Ecclesia, que era el cuerpo
constituido todos los ciudadanos, el Boule, o Consejo de los quinientos y la
Pritania, la sección que presidía el consejo, para la que se elegían 50
personas todos los meses. Cada uno de estos consejos tenía una
infraestructura propia diseñada según las necesidades del mismo. De esta forma,
el Tholos se cree que era el recinto donde se reunía la Pritania para la comida
diaria; junto al Tholos estaba el Concejo o Bouleuterion y por último, el
cuerpo político más grande, la Ecclesia, se reunía en la ladera de una colina
conveniente adaptada llamada el Pnyx.
3.1.3.4.2.- El Tholos.
El tholos era una adaptación del tipo de templo circular, un
espacio circular cerrado de unos 20 metros de diámetro, cubierto con un
tejado cónico. Esta forma era común en Grecia desde tiempos antiguos; se
utilizaba en las cabañas sencillas que servían de vivienda, en las tumbas,
templos y para otros muchos fines. Actualmente se conserva un tholos del año
390 a. C. en Delfos, parcialmente reconstruido, y otros ejemplos similares se
encuentran en Olimpia, Epidauro, en el ágora de Atenas y en la Acrópolis
Ateniense.
3.1.3.4.3.-
Bouleuterion. El Concejo o Bouleuterion se
encontraba situado generalmente frente al Tholos. Se trataba de una estancia
rectangular con bancos colocados alrededor de tres lados y una plataforma para
un orador en el lado restante.
Los dos ejemplos más notables de estos concejos se encontraban en
Jonia, en las ciudades de Priene y Mileto. En el de Atenas, las columnas
intermedias que sostenían el tejado obstruían la visión de algunos
participantes. En el Bouleuterion de Priene construido en el año 200 a.C. los
soportes fueron trasladados detrás de las hileras traseras de asientos, dejando
una nave de circulación detrás de ellos, y el espacio mayor estaba cubierto por
un techo cuya estructura no estaba formada por simples vigas sino por unos
entramados, que permitían que los asientos no tuvieran obstáculos y el espacio
se presentase diáfano. Es previsible que el esquema constructivo de esta
tipología fuera similar al de los templos, con cubiertas apoyadas sobre
entramados de madera o columnas de piedra, aunque el resto de la estructura
probablemente fuera de materiales menos nobles.
Estos edificios tenían capacidad, según Kostoff, para 700
personas, lo que permite suponer al menos la existencia de una cierta
actividad en la construcción de edificios de utilidad social.
3.1.3.4.4.- El Pnyx. Como ya hemos comentado, era un lugar al aire libre, en la ladera de una montaña, donde se reunía la Ecclesia o asamblea de los quinientos. Originalmente los ciudadanos se disponían mirando pendiente abajo, hacia el orador que estaba al pie de la colina.
Finalmente esta disposición se invirtió, resultando frecuente la
construcción de una alta estructura capaz de sostener los anillos de asientos
que miraban cuesta arriba hacia el podium del orador. Este desarrollo coincidió
con el surgimiento de una de las formas arquitectónicas griegas más
importantes, el teatro.
Casi todos los teatros griegos que se han conservado hasta nuestros días fueron
alterados más tarde por los romanos, que construyeron unos escenarios más
grandes y redujeron la orchestra circular hasta dejarla en un semicírculo
debido a las necesidades impuestas por sus formas propias de representación.
3.1.3.6.- Estadios. Eran pistas para carreras que más tarde se utilizaron para
competiciones atléticas de diversos tipos. Normalmente medían un estadio de
longitud 600 pies griegos, y estaban situados en un valle formado por dos
colinas para que pudieran acomodarse los espectadores en sus laderas.
La pista tenía lados paralelos largos y rectos, que terminaban en
un semicírculo por el fondo de la pista y en una pequeña sección recta junto a
la línea de salida. Existen varios ejemplos de estadios en buen estado de
conservación; de entre todos ellos citaremos el estadio de Atenas, que fue
construido originalmente en el 331 a. de C. y reconstruido con mármol en 1.896
para los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna.
Además de los estadios, prototipos de los construidos en la
actualidad, estaba la palestra, o patio de ejercicios, que generalmente tenía
la forma de una gran zona abierta rodeada por pórticos de columnas.
3.1.3.7.- La vivienda doméstica.
Es importante destacar la escasa atención que
prestaron los griegos a la vivienda doméstica; las residencias se planificaban
para que fueran cómodas, pero presentaban escasas particularidades, en especial
si se las compara con las grandes estructuras públicas. Estas viviendas
estaban marcadas por la tendencia, generalizada en toda la zona mediterránea,
de construir alrededor de un patio rectangular abierto, colocado cerca del
centro de un área definida por un muro exterior de cierre; las distintas
habitaciones se distribuían en el espacio definido por el patio abierto y el
mencionado muro exterior.
En ocasiones, el ala sur de la casa era más baja que la zona norte
para que el sol entrara en el interior. En el período helenístico se desarrollaron
esquemas más elaborados, pero en general podemos decir que, a lo largo de los
tres periodos, la casa griega se construyó casi exclusivamente de un modo
informal y vernáculo. Durante el periodo Helenístico, se modificaron algunos de
estos conceptos como consecuencia de la evolución que sufrió la concepción del
individuo a lo largo de los siglos. En los periodos arcaico y clásico todo
estaba en función de la Polis y a ella quedaba sometido el individuo. Con la
crisis de la Polis se liberó la individualidad y, si antes todo el empeño
arquitectónico se concentraba en los edificios públicos, a partir de entonces
cobró una nueva dimensión la arquitectura privada. Como consecuencia del
progreso económico y social y también debido a este cambio de mentalidades, la
vivienda fue adquiriendo alguna importancia como receptáculo de obras de arte.
En este sentido, es interesante recordar el Discurso contra Aristócrates del
tradicionalista Demóstenes, en el cual se dirigían violentos ataques a los
gobernantes que se enriquecían y moraban en espléndidas mansiones, con hermosos
patios, pórticos y estancias embellecidas con mosaicos y ricas pinturas,
mientras prestaban poca atención a las obras públicas.
3.2.- Arquitectura
religiosa.
3.2.1.- Acrópolis. La palabra Acrópolis, etimológicamente significa Ciudad en las
Alturas y sirve para definir un complejo religioso y cultural apartado del
núcleo urbano. Quizás el ejemplo más conocido de este tipo de asentamientos sea
la Acrópolis ateniense dada su larga historia y la relevancia de sus
edificios. Habitada desde tiempos antiguos, se distinguía por su posición dominante
y sus contornos altamente defendibles. Estaba rodeada de acantilados por todos
los flancos excepto el oeste, un hecho determinante en su planeamiento
arquitectónico. Aunque comenzó siendo el primitivo asentamiento de la ciudad de
Atenas, en el siglo V ya se había convertido en un centro exclusivamente
religioso y cultural.
La victoria de los griegos en Marathón en el año 490 a. C., que
detuvo la invasión del Imperio Persa por el Mediterráneo, dio a los atenienses
la ocasión de construir un nuevo templo en mármol para sustituir a una
estructura de piedra más antigua dedicada a la protectora de la ciudad, la
diosa virgen Atenea Polias, junto con una nueva entrada monumental (Propíleos)
a la Acrópolis. No obstante, en una invasión temporal, los persas tomaron
Atenas en el 480 a.C. y destruyeron totalmente la ciudad, incluyendo todos los
edificios ubicados en la Acrópolis. Los atenienses, resentidos, juraron dejarla
en ruinas como un ineludible recordatorio de los invasores bárbaros.
Más tarde, hacia el año 450 a.C., el estadista democrático
Pericles, una vez conjurado definitivamente el peligro de la invasión persa, se
atrevió a desviar, para la reconstrucción de la Acrópolis, los pagos anuales
con los que contribuían las ciudades griegas para los fondos de defensa contra
los persas. La disponibilidad de abundantes medios financieros y el momento
culminante por el que atravesaba el arte griego, se combinaron para producir el
extraordinario grupo de edificios que coronan actualmente la Acrópolis.
3.2.2.- El Templo.
3.2.2.1.- Introducción.
A pesar de los avances que ha experimentado la
arqueología, en la actualidad, todavía existen muchas dudas sobre los orígenes
y la posterior evolución sufrida por el templo griego hasta llegar a los
modelos en piedra que nosotros conocemos. Lo que sí podemos afirmar con toda
rotundidad es que la invención de esta tipología de carácter religioso fue un
logro de la cultura griega que contrasta visiblemente con la habitual arquitectura
palacial, generalizada en las demás culturas contemporáneas a ésta. Hemos de
matizar, sin embargo, que el templo también tuvo su punto de partida a nivel
tipológico en el palacio micénico como luego veremos.
3.2.2.2.- El precursor
del Templo griego: El Mégaron. El antecedente tipológico del templo griego es el
Mégaron, es decir, las dependencias que, dentro del palacio micénico, estaban
destinadas a salón del trono y estancias privadas del soberano de Micenas. El
mégaron estaba constituido esencialmente por una estancia cerrada, de planta
rectangular, precedida de un doble pórtico con el exterior abierto a un patio
para subrayar su monumentalidad y enfatizar compositivamente la fachada; la
estancia principal del mégaron, que podía proyectarse de dos pisos, disponía de
una hoguera en el centro bordeada con cuatro columnas que soportaban el techo,
en el que se abría un lucernario cubierto para la iluminación del interior y
la salida de humos.
El trono quedaba generalmente situado en la pared de la derecha,
según se entraba, frente al hogar.
El mégaron posee antecedentes en algunos yacimientos Neolíticos de
la Grecia continental y es indiscutible su dependencia de otros prototipos
minoicos. De entre todas sus peculiaridades, destacaremos la de conformarse
según una planta de proporciones normalizadas.
Podían variar los tamaños, pero se mantenía siempre una relación
prácticamente constante entre la longitud y la anchura del edificio, de forma
que éste no podía ser ni muy ancho y poco profundo ni tampoco excesivamente
alargado y estrecho. Por otra parte, las proporciones del mégaron influían
también en muchos otros elementos que componían el conjunto de los palacios
micénicos, verdaderos ejemplos de arquitectura modular.
3.2.2.1.- Función del
templo griego. Durante el Período Arcaico, las
manifestaciones arquitectónicas fueron muy modestas. Se construyeron muy pocos
templos debido, entre otras razones, a que tampoco eran necesarios ya que el
culto se practicaba al aire libre, en un área sagrada dispuesta a tal efecto
con un altar y otros elementos litúrgicos. Progresivamente, se impuso la
construcción masiva de templos, que en un primer momento apenas debían
diferenciarse de las cabañas que servían de vivienda, entre otros motivos,
porque su función era similar.
Desde sus orígenes, el templo no fue concebido como un contenedor
en el que alojar a los fieles durante la celebración de una liturgia o rito
determinados; su misión era simplemente la de servir como morada simbólica de
la deidad a la que estaba dedicado y su interior se empleaba únicamente para
albergar la correspondiente estatua de culto.
El mégaron de la Edad del Bronce se convirtió en el prototipo de
templo, precisamente por su condición de servir como alojamiento real. En los
mitos griegos el dios visitaba con frecuencia al rey, en la historia de la
arquitectura, toma posesión del alojamiento real, quedando el monarca
desplazado de la sociedad por la asamblea de ciudadanos. De la misma forma que
el mégaron, los antiguos templos griegos constaban de un espacio interior
rectangular, llamado cella o naos y un pórtico de entrada con dos columnas
situadas entre dos muros que sobresalían frontalmente denominado pronaos.
Esta disposición original permanecería como la base de todas las
formas posteriores que adquirió del templo. Una cuestión interesante de
resaltar es el hecho de que, los ejemplos más antiguos de templo que se conocen,
tenían altares y mesas de ofrenda en la misma posición que ocupaba el hogar y
la mesa de servir del Mégaron de la Edad del Bronce.
En la distribución de los templos posteriores, el altar para
sacrificios de animales se vio desplazado al exterior por la estatua de culto.
Simbólicamente, la imagen sagrada, más que el ritual en sí, santificaba a partir
de ese momento el edificio.
3.2.2.3.- Origen y
evolución del templo.
El esquema habitual que conocemos es el fruto de un proceso de
evolución y depuración que tuvo lugar a lo largo de varios siglos antes de
desembocar en la forma definitiva del templo griego: una cella central casi
ciega, rodeada de una columnata perimetral coronada por un entablamento que
soportaba una cubierta de madera a dos aguas. En este esquema, podían variar
las dimensiones de la cella propiciando la existencia de uno o dos pórticos
interiores con la misión de acortar la luz de vano de las vigas de cubierta, el
número de columnas en el frente y la escala del edificio, pero su diseño básico
se mantuvo constante. Los primeros ejemplos presentaban una planta con forma
de herradura; estaban rematados con un ligero ábside trasero y una fachada
rectilínea en el frente.
En general, eran estructuras aisladas, y existieron también
algunas variantes de plantas con forma elíptica, cuadrada o rectangular, pero
siempre cubiertas a dos aguas, atendiendo al sistema de techado más lógico
desde el punto de vista constructivo. En la entrada principal se colocaba casi
siempre un pórtico.
Estos primeros ejemplos se construían con muros de adobe sobre
plataformas de piedra y casquijo que actuaban como cimientos y protegían los
muros de las humedades. Como material de cubierta, se empleaban listones de
madera colocados a dos aguas sobre los que se extendía paja a modo de tejado.
Dependiendo de la amplitud de la cella, en ocasiones, introducían postes
intermedios para reducir la luz.
La fachada solía rematarse con un frontón triangular para cerrar
el frente de la cubierta. A veces, podía disponerse de un porche delantero
sostenido mediante dos columnas, el cual se convirtió, con toda probabilidad,
en el antecedente de los atrios posteriores. Del mismo modo, la columnata
perimetral exterior del templo bien pudo tener su origen en la “liberación”, a
partir de un determinado momento, del revestimiento de adobe de los montantes
de madera que se disponían en la sección del muro para dotarlo de mayor
estabilidad, con la finalidad de aumentar el vuelo de la cubierta para proteger
así a éste del lavado generado por la acción del agua de lluvia.
Progresivamente, entre los siglos VIII y VII a. C., los templos fueron
adquiriendo mayor entidad, debido a la mayor calidad de los materiales
empleados y la mejora en las técnicas de ejecución, que favorecieron el aumento
del tamaño de las construcciones.
Las plantas redondeadas, reminiscencia de las primitivas cabañas,
fueron dando paso a las plantas rectangulares. En algunos lugares, se produjo
incluso un resurgimiento de la estructura característica del Mégaron micénico.
Como explica Antonio Castro Villalba, lo más probable es que, de forma
progresiva, fuese imponiéndose el modelo de mayor efectividad y lógica
constructiva, quedando los demás sumidos en el olvido. De esta manera fue
definido el modelo final, basado en una gran sala de culto sellada del
exterior, a la que se le añadió un peristilo o columnata perimetral, quedando
todo el conjunto cubierto mediante una techumbre a dos aguas. Al quedar
totalmente cegada la cella, sin ningún tipo de abertura para iluminación en sus
muros, y rodearla a su vez de una columnata perimetral, ello hizo perder
importancia al hipotético contenido interior de la misma, pasando a primer
plano la envolvente exterior como referencia visual y potenciando la
concepción de templo-objeto o templo-escultura que adquirió el conjunto al
hacerlo simétrico con respecto a sus ejes e igualar su aspecto desde cualquier
punto de vista exterior. Es posible que esta solución derive de la necesidad
funcional de proteger la estructura de la cella de adobes en una primera etapa
con unos amplios aleros, pero seguramente fue su agradable aspecto estético el
que debió animarlos a considerarlo definitivo, evolucionando a partir de aquí
tan solo en lo que respecta a materiales y proporciones, sin modificar
su aspecto básico.
Detalle de coronación de un templo
primitivo
3.2.2.4.- La transición
hacia los modelos en piedra. La piedra como
principal elemento estructural se fue incorporando de forma paulatina a las
construcciones hasta su generalización en el S. VI a. C. Esta progresiva
sustitución de un material por otro tuvo lugar, probablemente, en la zona
nororiental de la península del Peloponeso, en Corinto, Istmia y en su zona de
influencia cultural. Estrabón comenta que llegó a ver la sustitución de algunas
columnas de madera por otras de piedra en el templo de Hera en Olimpia, en el
año 173 a. C., y también facilita el dato del proceso de sustitución de los
adobes por sillares a partir del S.VI. Un paso previo, en la transición hacia
el uso de materiales pétreos, más duraderos y de mayor nobleza, tuvo lugar con
la invención de las tejas de terracota como elemento de cubierta. Estas tejas,
que eran de gran tamaño, no se sujetaban con mortero, sino que se mantenían en
su posición por la acción de su propio peso. La terracota se empleó también
para la confección de paneles figurativos pintados, de origen probablemente
asirio, que sirvieron, en combinación con relieves de piedra, para decorar
frontalmente las metopas. En ambos casos, el contenido y los motivos empleados
guardaban relación con los valores morales y los mitos de la comunidad,
quedando a cargo del arquitecto autor de la composición de las formas.
Posiblemente la sustitución de estas piezas debió de producirse de
forma mimética mediante la transposición de formas de madera a piedra, lo que
podría explicar muchos de los detalles realizados en este último material.
Antonio Castro, argumenta como posible motivo el intento de mantener las
primitivas formas por cuestiones asociadas a la superstición, algo plausible al
tratarse de un edificio religioso, siempre asociado a este tipo de cuestiones.
3.2.2.5.- Clasificación
de los Templos Griegos. Desde finales del siglo
VII y sobre todo en el VI a.C. proliferaron enormemente los templos construidos
en piedra. En este momento estaban ya bien definidos los dos órdenes
principales, el dórico y el jónico, y se encontraba plenamente consagrado el
tipo más frecuente de templo. El modelo más generalizado, se componía de una
estancia rectangular o Cella diseñada con la misión de albergar la imagen de
culto, un pórtico de entrada llamado Pronaos situado en el frente y, en
ocasiones, una estructura similar ubicada en la parte trasera denominada
Opisthodomos; el conjunto estaba envuelto en todo su perímetro por una
columnata o Perystilion y, todo ello a su vez, se encontraba elevado sobre una
plataforma escalonada o Krepidoma. Este modelo descrito, a pesar de ser el
habitual, no era el único, sino que convivía con otros modelos más simples o
más antiguos, aunque también dignos de destacar, algunos de los cuales,
constituyen tipos intermedios en la evolución que se produjo a partir del
esquema inicial definido por el Mégaron micénico. A continuación, pasaremos a
establecer una serie de clasificaciones de los distintos tipos de templos
griegos según una serie de cualidades y características de diversa índole. Estas
clasificaciones se emplean de forma conjunta para intentar definir de la forma
más completa posible cada ejemplo, atendiendo a diversos aspectos relacionados
con el diseño del mismo.
3.2.2.5.1.-
Clasificación de los templos según su planta. Es
importante señalar que las Cellas, las “casas de los dioses” de cuatro paredes
resultantes del primitivo Mégaron eran el alma esencial del templo. La mera
presencia de la Cella ya era suficiente para constituir un templo, como de
hecho era el caso en muchos ejemplos más pequeños. Sin embargo, ya en el siglo
VI, el arquitecto griego podía elegir entre una variedad de plantas, desde las
simples a las complejas, cada una con una nomenclatura diferente.
Templo tipo Mégaron o In
Antis. Es un templo compuesto simplemente por una
cella alargada con cubierta a dos aguas de poca pendiente a la que se adosa un
pórtico delantero o Pronaos. Este pórtico presenta en su frente dos columnas
situadas entre dos Antae (pilastras con capitel y basa) adosadas a los
extremos de los muros que sobresalen de la cella.
Tesoro de los atenienses
DOBLE ANTIS
Es un templo parecido al in antis, pero también
cuenta con la misma estructura en la parte posterior.
Templo Próstilo. Se denomina así a un tipo de templo similar al anterior, formado
también por una Cella y un pórtico frontal adosado a ésta. En este caso, sin
embargo, se disponen cuatro columnas en el exterior del porche, ocupando toda
la anchura de la cella y formando el frente del templo. Ejemplo Tesoro de Apolo Patroos.
Templo Anfipróstilo o Áptero. Se trata de una disposición similar a la del templo próstilo, a
la que es necesario añadir también un porche en el lado posterior. Ejemplos Erection y el Templo
de Atenea Niké.
Templo de Atenea Niké
Templo Períptero. En
este tipo, la cella se encuentra completamente rodeada por una columnata
(pteron). Éste modelo se convirtió en el esquema más extendido de todos los
existentes. Ejemplos: Templo de Segesta
en Sicilia, Templo de Apolo en
Corintio, Templo de Hera o Herarion
en Olimpia, Templo de Atenea en
Paestum
Templo Pseudoperíptero.
Es una variante del anterior, escasamente utilizada por los griegos, en la
cual, los muros de la cella se expanden hasta el borde del estilóbato, para
aumentar así el espacio interior, reduciendo la columnata perimetral a una
serie de semicolumnas, adosadas a este muro, que bordean totalmente el
edificio. Ejemplo: Templo de Deus
Olímpico en Agrigento.
Templo de la Maison Carrée. Nimes,
Francia
Templo Díptero. Se trata de un modelo escasamente empleado caracterizado
por la presencia de una doble columnata perimetral que envuelve a la Cella. Ejemplo
Templo de Apolo en Dídimo.
Templo Circular. Presentaba un número variable de columnas rodeando a la Cella y una compleja solución estructural de cubierta. En muchos casos se resolvía en orden corintio.
Templo santuario de Delfos
3.2.2.5.2.- Clasificación de los templos
según el número de columnas. Los templos griegos también pueden
clasificarse atendiendo al número de columnas existentes en su parte frontal.
La nomenclatura empleada en cada caso para su definición, extraída del tratado
de Vitruvio, queda recogida en la tabla adjunta:
Número de columnas
frontales Denominación
Dos columnas frontales Dístilo.
Cuatro columnas frontales Tetrástilo.
Seis columnas frontales Hexástilo.
Ocho columnas frontales Octástilo.
Nueve columnas frontales (raro)
Eneástilo o Nonástilo
Diez columnas frontales (raro) Decástilo.
La mayoría de los templos griegos son perípteros hexástilos, aunque el más importante de todos, el Partenón de Atenas, es octástilo.
3.2.2.6.- Descripción
del interior de la cella del templo. Al igual que
ocurrió con las demás partes del templo, la cella estuvo también sometida a
diversas modificaciones como consecuencia de la incidencia que tuvo sobre la
misma el proceso de evolución y experimentación formal y espacial sufrido por
esta tipología. Una de las cuestiones que más influyeron en la espacialidad
interior de la cella fue la tendencia hacia la partición de su interior en una
serie de naves por medio de hileras de columnas. En general, las columnas eran
un recurso estético más que estructural, aunque en ocasiones existió también la
necesidad de introducir soportes intermedios como apoyo de los pares de
cubierta para reducir así la luz del vano y evitar la flecha excesiva de las
vigas que soportaban la techumbre. La forma de resolver estos apoyos
intermedios se convirtió en el factor decisivo de definición cualitativa de esta
espacialidad. Las soluciones empleadas fueron varias, en función de la luz a
cubrir y otros factores. De esta forma, unas veces se emplearon soportes
semiadosados al muro, o incluso a otros muros dispuestos transversalmente al de
cierre, generando una cierta secuencia de fluencia espacial, pero colaborando
escasamente desde el punto de vista estructural; en otras, se empleó una única
hilada central corrida de columnas, que enfatizaba la relación hueco-macizo y,
por último, una doble hilada de soportes que generaba un corredor perimetral de
paso y una mayor amplitud del espacio interior posibilitada gracias al aumento
del número de apoyos intermedios. Son muchos los autores que afirman que, sin
estas columnatas divisorias, el interior habría sido demasiado grande y habría
resultado demasiado desnudo en comparación con la densidad del exterior, no
formando por lo tanto un recinto apropiado para la imagen de culto y sus
tesoros. En las dos últimas soluciones descritas, los pórticos se formaban
mediante la superposición en dos niveles de dos órdenes de columnas, algo
fácilmente comprensible desde el punto de vista de la lógica arquitectónica.
Dentro del espacio limitado de la cella, debía evitarse la presencia de unas
columnas de un tamaño excesivamente grande.
Dado que las dimensiones de la columna dórica estaban relacionadas
proporcionalmente, haber proyectado un orden de columnas que se elevase hasta
la cubierta, habría generado un fuste demasiado grueso que habría comprimido el
espacio interior, por lo tanto, para evitar este contratiempo, usaron columnas
dóricas de un diámetro mucho menor. Ello generaba, como es lógico, una menor
altura del orden, por lo que a su vez, hacía necesario el empleo de segundo un
orden menor superpuesto al primero que completase el alzado hasta la cota de
apoyo de la cubierta.
Cada hilada de columnas soportaba a su vez un arquitrabe corrido,
por motivos estéticos, sintácticos y también constructivos, para dar
estabilidad al conjunto. Esta solución, comprensible cuando se empleaba el
orden dórico para resolver el interior, debido a su mayor pesadez y grosor,
resultaba incomprensible desde el punto de vista constructivo cuando se
empleaban el orden jónico o el corintio, mucho más delgados y esbeltos. La
única explicación posible, por tanto, debemos buscarla en el inflexible tradicionalismo
que regía la creación arquitectónica del periodo.
Otro aspecto que influyó poderosamente en la definición de la
espacialidad interior fue el sistema de iluminación de la cella, un tema
controvertido debido a la escasez de datos disponibles. Por un lado, como
consecuencia de la observación de los muchos ejemplos que se conservan, podemos
afirmar que ésta no se producía a través de los muros de cierre de la cella,
pues no existen huecos en los mismos, salvo el correspondiente a la puerta de
entrada al recinto. Ello implica que la única forma posible de iluminación
natural era aquella que consiguiese penetrar a través de la puerta de entrada o
bien hacerlo cenitalmente, por algún hueco dejado en la cubierta. Esto nos
lleva necesariamente a plantearnos diferentes hipótesis de solución de cubierta
–de cuyos originales no quedan restos al estar resueltas con madera- atendiendo
al mismo tiempo al problema de la iluminación interior de la cella. De esta
cuestión hablaremos más tarde en el apartado correspondiente.
3.2.2.7.- Algunos
ejemplos de Templos.
3.2.2.7.1.- Ejemplos de
templos dóricos. La mayoría de los templos
dóricos presentan un esquema similar, dato que demuestra, por otra parte, el
proceso de evolución convergente hacia la realización de un modelo ideal que
tomó como punto de partida los ejemplos más antiguos y fue perfeccionándolos
sucesivamente. Los ejemplos más antiguos de templos dóricos que se conservan
pertenecen al siglo VI a.C., coincidiendo con el comienzo en la utilización de
la piedra, por parte de los griegos, como material de construcción, cuyas
técnicas fueron importadas de Egipto en este periodo. El ejemplo más singular
de todos los templos dóricos construidos en el Periodo Arcaico se encuentra en
Paestum, en Poseidonia, una colonia griega del sur de Italia fundada
alrededor del año 600 a.C. Este templo, denominado comúnmente “la Basílica”
originalmente, Templo de Hera I fue construido hacia el año 530 a.C. y convive
con otro ejemplo de comienzos del Período Clásico, construido alrededor del
460 a.C., vulgarmente llamado templo de Poseidón o templo de Hera II. La
Basílica difiere en muchos sentidos del templo dórico "ideal".
Templo de Hera II o de Posidón, en
Paestum (s. VI). Períptero
La cella de este templo está dividida en dos naves por la
presencia de una hilera de ocho soportes intermedios, que presentan un espesor
idéntico al de las columnas exteriores que rodean el edificio. El diseño de
esta columnata perimetral supone una excepción en el esquema habitual de diseño
de los templos dóricos; no sólo es poco corriente la existencia de nueve
columnas en cada extremo, sino que además, el empleo de un número impar de
elementos provoca la presencia de una columna central formando una masa sólida
en lugar del acostumbrado vacío en el eje central del templo. En los laterales
se dispusieron dieciocho columnas, más espaciadas que las de los extremos, lo
que también era poco común. Estos conflictos anómalos se explican por la métrica
del diseño, que sacrificó la armonía visual a las proporciones teóricas
fomentando la búsqueda del conflicto como forma de captar la atención del
espectador. Los fustes de este templo no son excesivamente gruesos para un
dórico temprano, pero el éntasis de la columna que aparece aquí por primera
vez en la arquitectura griega está especialmente pronunciado: el diámetro de la
sección en la parte superior es la mitad del correspondiente a la parte
inferior, dando la sensación de que el fuste se hincha en su base debido a un
exceso de tensión. La excesiva amplitud del equino potencia también esa
sensación; sus proporciones son muy anchas con respecto al arquitrabe que
tiene encima y al estrecho extremo superior del fuste, que parece que la está
perforando.
Todo ello sugiere la forma de un cojín que ha sido aplanado por
una enorme carga y esta tensión es transmitida al observador, provocando en el
mismo un distanciamiento de la voluntad de contemplación serena del edificio.
El templo de Hera II o Poseidón se acerca mucho más a la norma dórica y en él
se aprecia ya el proceso de evolución general experimentado a lo largo de este
periodo. La planta de este templo sigue el patrón continental, definido hacia
el siglo V a.C.; éste se compone de una cella dividida internamente en tres
naves mediante dos columnatas dóricas, formadas ambas por dos órdenes
superpuestos, y una columnata perimetral exterior que define dos fachadas
frontales hexástilas y catorce columnas en cada lateral. La impresión que
produce este edificio es mucho más serena; la carga del entablamento todavía es
pesada, pero ya no parece “aplastar” el equino o “hinchar” el fuste debido a un
éntasis exagerado.
Templo de la Concordia, en Agrigento
(Sicilia)
La siguiente etapa en el desarrollo del templo dórico está
representada por el edificio que se conoce como el templo de la Concordia, en
Agrigento (Sicilia), construido alrededor del año 430. Este edificio presenta
una imagen arquitectónica de gran perfección; ello es debido en parte a su tamaño
sólo dos tercios del de los templos de Paestum, pero sobre todo se debe a los
sutiles cambios en las proporciones y en la formación de los detalles. Las
columnas del templo períptero hexástilo de la Concordia son más delgadas la
proporción de la altura con el diámetro de la base es de 4.61/1 frente al
4.20/1 de Paestum y las distancias interaxiales son ligeramente mayores.
Estos cambios que parecen tan pequeños en el papel, son muy
significativos para el ojo humano, especialmente en combinación con otras
sutiles modificaciones. El éntasis de los fustes también se ha refinado hasta
alcanzar una curva apenas visible.
Sin embargo, la creación más sublime de la arquitectura dórica fue
el Partenón de Atenas. El Partenón, el templo de Atenea Polias, domina toda la
Acrópolis desde su punto más alto. Fue diseñado por los arquitectos Ictinus y
Calícrates en colaboración con el escultor Fidias.
El edificio fue erigido entre el año 447 y el 438 a.C. En el 432
a.C., justo antes del comienzo de la Guerra del Peloponeso, que señaló el
declive de Atenas, se terminaron las magníficas esculturas externas, el punto
culminante del arte clásico. Más tarde su interior sería "restaurado"
por los romanos, los bizantinos lo convertirían en una iglesia, los católicos en
una catedral y los turcos en una mezquita.
Un dibujo de la mitad del siglo XVII muestra el edificio todavía
en buenas condiciones, debido a su continua utilización religiosa. Sin
embargo, en 1.687 se utilizó como almacén de pólvora en una guerra turco‑veneciana;
la predecible explosión destruyó toda la cella, gran parte de las columnatas
laterales y todo el techado. Los restos se deterioraron rápidamente a partir
de entonces; entre 1.801 y 1.803, la mayor parte de las esculturas fueron
trasladadas al British Museum en Londres. El Partenón es único en muchos
sentidos, unos obvios y otros apenas visibles. Su diseño estuvo muy
condicionado desde el principio por la imagen preexistente de oro y mármol de
Atenea, del escultor Fidias.
Esta colosal estatua de 12 metros de altura precisaba a su vez
una inmensa cella. La estancia finalmente proyectada tenía más de 18 metros de
anchura total, quedando dividida en tres naves mediante una doble columnata una
central de 10 metros de ancho y dos corredores laterales de tres metros cada
uno, formada por dos órdenes superpuestos resueltos en orden dórico. El diseño
de estas columnatas interiores presentaba una innovación: en vez de ir directamente
al muro trasero como era lo acostumbrado, las dos columnatas giraban al final
de la cella formando una estructura en U tras la estatua y dibujando un marco
alrededor de la diosa. La columnata perimetral se resolvió con pórticos
octástilos en las fachadas anterior y posterior y pórticos de diecisiete
columnas en los laterales. Esta fórmula seguía la regla ideal por la cual los
lados del templo presentaban el doble de columnas que los extremos, más una.
Las relaciones proporcionales entre los lados de la planta del Partenón son
aproximadamente de 4/9, relación que se repite también en la proporción del
diámetro inferior de la columna con la distancia interaxial y de la anchura del
templo con respecto a su altura.
Templos Dóricos
Templo de Apolo, en Creta, (s. VIII).
Áptero, sin columnas
Templo de Apolo en Thermos (circa 625
a.C.)
Templo de Apolo en Thermos (circa 625
a.C.)
Templo del Hereón o Heraion, en
Olimpia (circa 600 a.C). Períptero
Templo de Apolo, en Corinto (siglo
VI).
Templo a Apolo en Delfos (circa 525)
Templo de Afaya, en Egina (s. VI)
Templo de Artemis, en Corfú, (s. VI
Templo C en Selinunte (s. VI).
Templo F en Selinunte (circa 530)
Templo D en Selinunte (siglo VI)
Templo F en Selinunte (circa 530)
Templo G o de Apolo en Selinunte
(circa 520). Octástilo y períptero sin acabar.
Templo de Hera o la Basílica, en
Paestum (mediado del siglo VI).
Templo de Atenea o Ceres, en Paestum,
(s. VI).
Templo de Hera II o de Posidón, en
Paestum (s. VI). Períptero.
El Teseion o Hefasteion (449 a.C.)
Templo de Poseidón, en Sounion
Templo de Zeus, en Olimpia (457 a.C.)
Parthenon, Atenas
3.2.2.7.2.- Ejemplos de
templos jónicos.
El hecho de que nuestra imagen del templo griego esté dominada
por el dórico se debe, no sólo a que fue la forma primordial del periodo, sino
también porque han sobrevivido muchos más ejemplos que de otros órdenes.
El templo jónico surgió a mediados del siglo VI a.C. en Samos y
Efeso. Al hoy desaparecido templo de Artemisa en Efeso, que estaba ya en ruinas
después de varias reconstrucciones, entre los siglos VI y IV, se le consideraba
una de las siete Maravillas del Mundo Antiguo y a través de él podemos hacernos
una idea de cómo eran otros templos jónicos. Este edificio fue resuelto con una
doble columnata perimetral es decir, era un templo díptero que se elevaba
sobre un krepidoma de unos 51 por 112 metros.
La columnata frontal era tríptera y, en el pórtico, existían
columnas pareadas in antis formando cuatro hileras. Estas columnas, que se
elevaban unos 18 metros, soportaban enormes dinteles de más de 6 metros de luz.
En el centro de la cella del templo, como en otros importantes ejemplos
jónicos, había un patio abierto con un gran altar y estatuas rodeándolo, de
forma similar a los presentes en su antecesor tipológico, el mégaron. En
general, se trataba de un templo en el que se podían observar gran cantidad de
influencias orientales y egipcias, todas ellas mezcladas de forma inigualable
con el ideal de belleza griego.
Otro ejemplo digno de destacar es el diminuto Templo de Atenea
Niké (diosa de la Victoria), construido en la Acrópolis ateniense alrededor del
año 420. Se trata de un pequeño templo jónico anfipróstilo tetrástilo su altura
desde la krepidoma hasta el frontón apenas alcanza los tres metros que se eleva
de forma majestuosa sobre una subestructura alta y estrecha ubicada cerca de
los Propíleos dóricos.
Se trata de un modelo en el cual los detalles han sido muy
cuidados aquí se observan por primera vez los complejos capiteles jónicos de
dos caras de los ángulos y la primera división que se conoce del arquitrabe
jónico en tres planos y lo mismo ocurre con sus proporciones. Debido a la
cercanía con los Propíleos hubo que efectuar algunas variaciones en las estas
relaciones proporcionales para reconciliar a este edificio con los vecinos;
ello provocó una reducción de la altura de la columna jónica (relación 7/1 con
su basa en vez de la habitual de 9/1 ó 10/ 1) para acercarla a la proporción
5/1 de las columnas dóricas de los Propíleos.
El edificio más excepcional de todos es el Erechtheion (420 a.C.),
situado también en la Acrópolis, al norte del Partenón. Este edificio se
contemplaba con especial veneración; su lugar de asentamiento era especialmente
sagrado, ya que incluía la tumba de Cecrops, el legendario fundador de Atenas,
la roca que conservaba la marca del tridente de Poseidón con la fuente que
surgió de ella y, por último, el olivo sagrado de Atenea, situado en un área
amurallada que había justo al oeste del templo.
La complejidad del edificio en lo referente a su planta y
distintos niveles se puede justificar parcialmente por la complicada orografía
en el momento de la construcción de este templo, casi no quedaba espacio
material en la Acrópolis y también por su complejo programa, dado que, este
edificio debía alojar, no sólo el santuario de Atenea Polias, sino también
altares a Poseidón dios del mar, a Hefaistos dios del fuego, a Erechtheus un
rey mítico de Atenas que había batallado infructuosamente con el dios del mar
y a Butes, hermano de Erechtheus y sacerdote de Atenea y Poseidón. Además, en
el templo se guardaban los botines cogidos a los persas, así como la famosa
lámpara dorada de Calímaco, que ardía durante un año sin que se la rellenase y
tenía una chimenea en forma de palmera.
El trazado interno del Erechtheion ha podido ser reconstruido a
pesar de su posterior conversión en una iglesia y, más tarde, en un harén
turco. Tenía un sótano y cuatro habitaciones en la planta principal, a
distintos niveles de pavimento. La gran habitación oriental pertenecía a Atenea
Polias y los otros espacios estaban divididos entre el resto de imágenes.
El exterior del templo refleja también esta complejidad, de tal
forma que no hay dos lados que sean similares; presenta tres pórticos de tipo,
escala y nivel divergentes y, la única composición normal, está en el este.
De todos los frentes, las composiciones más particulares son las
que se observan en los pórticos laterales del extremo oeste de la cella, el
famoso Pórtico de las Cariátides que se proyecta hacia el sur, frente al
Partenón. En éste, aparecen seis figuras femeninas fuertes, flexibles y
vestidas que descansan sobre un alto parapeto, soportando con ligereza un
elegante entablamento jónico. Estas cariátides no fueron un elemento inventado
para este templo, sino que se conocían ya en la arquitectura griega más
antigua. El pórtico sur contrapesa al pórtico norte, mucho más grande y
bastante más abierto y diáfano. Mientras que las cariátides se levantan por
encima del nivel principal del templo establecido en el frente este el pórtico
norte de columnas está situado en un punto inferior sobre la colina inclinada.
Esto permitió al arquitecto Mnesicles crear una columnata altísima como forma
de salvar los diferentes niveles a lo largo del axis principal. La diferencia
entre los estilóbatos de las fachadas gemelas es de casi dos metros, sin
embargo, la altura de sus órdenes es similar.
Templos Jónicos
Heraion o templo de Hera, en Samos (finales s. VII)
Artemisión, en Efeso (s. VI). Díptero.
Templo de Apolo, Sminthe
Templo de Apolo en Naucratis
Templo de Apolo en Naucratis
Tesoro de Sifnos, Delfos
Tempo de Zeus, Atenas, el primer Olympeiom
Templo de Apolo Faneo, en Quios
Templo de Cabiros, Samotracia
Templo de Atenea en Mileto
Templo de Atenea Nike, Atenas
Erectheion, Atenas
Templo de Atenea Polias, Priene
Templo de Asclepio, Priene
Apolo Didymaios, Didima
Templo de Artemis o Cibeles, en Samos
Templo de Zeus Sosipolis, Magnesia
Templo de Dionisios, Teos
3.2.2.7.3.- Ejemplos de
templos Corintios. Ninguno de los primeros
edificios que emplearon el capitel corintio se conserva en pie, excepto el de
Apolo en Bassai. En cualquier caso, el orden corintio en un principio estaba
restringido al interior del templo; no se utilizó en el exterior hasta muy
avanzado el período helenístico. Su uso en exteriores, inicialmente quedó
relegado exclusivamente al templo circular, una variante importante del tipo
rectangular. El edificio más antiguo en el que se usó externamente el capitel
corintio no fue un templo, sino el monumento erigido en Atenas para sostener el
elaborado trofeo de bronce ganado por Lysícrates en el año 335 a.C. en la
competición coral de un festival griego. El monumento está constituido por una
base cuadrada de piedra caliza, de unos tres metros por cada lado, rematada por
una hilada de mármol azulado, típico del colorismo cada vez mayor del período.
Encima hay un cilindro de mármol blanco, de unos dos metros de
diámetro, a modo de un tholos en miniatura, sólo que aquí está articulado por
seis columnas corintias colocadas debajo del entablamento circular.
El tejado cónico está formado por un solo bloque de mármol,
tallado para que pareciese que tenía tejas y sosteniendo un fluido elemento
vegetal coronado por el premio de Lysícrates en forma de trípode. El cilindro
de mármol está hueco, pero no hay ninguna entrada ya que no estaba pensado
para servir a ningún propósito definido. Técnicamente el monumento es
significativo ya que las columnas sirven para disimular las junturas que hay
entre las planchas curvas que forman el cilindro, cada plancha incluía su
sección del entablamento.
Esta divergencia entre la estructura real y aparente proveyendo
las columnas el soporte usual del entablamento es contraria a los métodos de
construcción más "honestos" del período clásico y es típica de la
época posterior, al igual que la fantasía pictórica del monumento. Aunque en el
período helenístico cada vez se hizo caso más omiso a las viejas tradiciones
arquitectónicas, sin embargo, éstas se conservaron con una fuerza
considerable.
De esta manera, hasta el 170 a.C. no apareció el corintio como el
orden exterior principal de un templo períptero normal. Esto ocurrió en el
inmenso Templo de Zeus Olímpico en Atenas, que presentaba columnas de 17 metros
de altura y su planta medía aproximadamente unos 41x108 metros, dejando
pequeño al Partenón y rivalizando con los templos dóricos de Sicilia y los
grandes santuarios jónicos.
Templos Corintios
Templo de Zeus Olbios, Diocesarea
Templo de Zeus Olímpico, Atenas
Templo de Zeus Olímpico, Atenas
3.2.2.7.4.- Templos
circulares. A pesar de lo dicho anteriormente
sobre el empleo del orden corintio para resolver los templos circulares, el
primer templo importante construido de este tipo, fue una estructura dórica
de mediados del siglo VI en Delfos que, aunque se perdió, su forma ha sido
deducida a partir de restos que fueron reutilizados para otros edificios.
A principios del siglo IV el templo circular o tholos ya estaba bien
consolidado y se empleaba habitualmente. Los dos tholos más importantes están en
Delfos y Epidauro; el antiguo ejemplo del siglo IV en Delfos comprende una
estructura de tres anillos concéntricos: un pteron dórico circular de veinte
columnas, un muro de la cella; y nueve columnas corintias interiores. Los
capiteles se parecen al de Bassai, sin embargo, el mejor ejemplo, según los
antiguos, era el Tholos de Epidauro, de alrededor del 360 a.C.
El conjunto del templo estaba en una llanura
rodeada de montañas; este valle es aún llamado Hierón («sagrado»), y la
ciudad que allí existe se llama Koroni, derivado de Coronis (o Corónide), la
madre de Asclepio. Las montañas se llaman actualmente Bolonidia, pero
antiguamente se llamaban Títión (Titthium), porque el hijo de Coronis fue
amamantado por una cabra.
Era un recinto sagrado que tenía diversos edificios
públicos. Al sudoeste, en el camino de Trecén, estaba el templo de Apolo, en la
montaña llamada Cinortion (Cynortium); en un monte llamado Corifeo (Coripheum)
se situaba el templo dedicado a Artemisa Corifea, probablemente al sudoeste del
valle.
El templo de Asclepio contenía la estatua
criselefantina del dios en un trono y con un perro a los pies, obra de
Trasímenes de Paros, y medía la mitad que la del templo de Zeus en Olimpia. En
un lado del templo estaban los dormitorios para los que iban a consultar al
dios.
El Tholos, edificio circular de mármol
blanco de doble columnata, en cuyo interior se hallaba la fuente sagrada
atribuida a Policleto el Joven y con pinturas de Pausias, estaba próximo al
templo.
Los otros edificios eran los templos de Afrodita y
Temis, el estadio, la fuente; algunos erigidos en época romana, entre ellos los
baños de Asclepio, un templo de
los dioses Epidotas, un templo de Higía, y un edificio detrás del santuario
para recibir a los moribundos y mujeres preñadas, porque en el templo no se
podía morir ni nacer. En el recinto se celebraba cada cuatro años un festival
en honor de Asclepio con música y concursos deportivos que tenían lugar nueve
días después de los Juegos Ístmicos.
Templo de Apolo en Delfos
ASPECTOS
ESTRUCTURALES Y CONSTRUCTIVOS DEL TEMPLO.
4.1.- Materiales
empleados y su tratamiento.
4.1.1.-Generalidades. Los constructores griegos emplearon varios tipos diferentes de
materiales según la época, pues la evolución en las técnicas también llevó
consigo un cambio de materiales hacia otros de mayor calidad, durabilidad y con
una exigencia mayor en la ejecución. En sus comienzos, los griegos utilizaron
el adobe, la terracota y la madera; más tarde, la caliza y el mármol se
convirtieron en los materiales principales. En los templos más humildes, se
empleaban la piedra caliza y la arenisca, que solían revestirse de estuco de
mármol en muchas ocasiones buscando una mayor calidad estética; la mayoría de
los templos que se encuentran en la península griega son de mármol, material
que se utilizó a partir del año 600 a. de C. aproximadamente en esta zona.
4.1.2.-La arcilla.
La arcilla fue el material más utilizado en el Periodo Arcaico, siendo abandonada posteriormente de forma progresiva en beneficio de la piedra. Inicialmente, esta sustitución, se produjo tan solo mediante transposición de formas y después, poco a poco, se fueron extrayendo las posibilidades del nuevo material. La arcilla era empleada fundamentalmente en forma de ladrillos de 30x15x8 cm. aproximadamente es interesante observar que guardan la relación de 1 pie-1/2 pie entre soga y tizón; en los comienzos, los utilizaban crudos, hasta bien entrado el S. IV a.C., momento en el cual comenzó a generalizarse el cocido de los mismos. En un principio, estos ladrillos de adobe fueron usados también como elemento de techumbre. Más tarde serían sustituidos por tejas planas cocidas de terracota que evolucionaron a partir de éstos debido a la necesidad de disminuir el grosor de los mismos como consecuencia de los problemas que surgían durante la cocción por la mala calidad de los hornos empleados. La reducción del espesor de los ladrillos reducía la aparición de tensiones internas como consecuencia de la diferencia de temperatura que se alanzaba en el núcleo de la pieza con respecto a la alcanzada en su superficie exterior, permitiendo así una cocción más uniforme.
4.1.3.-La Piedra. Aunque los griegos emplearon inicialmente la piedra caliza, a
medida que se fueron afianzando en el uso de los elementos pétreos, prefirieron
el mármol por sus cualidades intrínsecas, dado que facilitaba la finura en el
esculpido de los detalles y acabados. Estos constructores emplearon mármoles de
gran calidad, llegando a apreciar tanto su finura de acabado que, en aquellas
regiones como las del sur de Italia, donde se usaba normalmente la piedra
caliza para la construcción, se generalizó el uso de estucos a base de mármol
pulverizado como material de recubrimiento superficial de la piedra para
conseguir el alto nivel de acabado al que estaban acostumbrados por el empleo
del mármol.
Los tipos de mármoles más empleados durante este periodo fueron el
pentélico, extraído del monte Pentélico próximo a Atenas; el himético, del
monte Hymetos también próximo Atenas; el de las islas de Paros y Nassos, y el
de Eleusis. De todos ellos, el más apreciado fue el mármol pentélico que era de
una blancura deslumbrante y resistía bien la intemperie, como se puede apreciar
todavía hoy en todos los templos de la Acrópolis de Atenas. El mármol himético
también era blanco, pero presentaba vetas de color gris-azulado; Tanto este
tipo como el anterior fueron empleados para la ejecución de elementos estructurales.
El mármol de las islas de Paros y Nassos se utilizaba sobre todo para la talla
de esculturas. Por último, el mármol de Eleusis, como se advierte en el friso
del Erechtheion, era gris oscuro y se utilizaba para potenciar los contrastes
entre los distintos elementos del levantamiento del templo. Los métodos griegos
de construcción en piedra han sido muy estudiados por los arqueólogos, que han
obtenido muchos datos de los numerosos documentos existentes y también de las
piezas y bloques desechados de algunas obras o de la observación de templos
inconclusos. Generalmente las labores de extracción de cantera de la piedra y
el mármol eran daban en adjudicación a una serie de contratistas. Éstos
quedaban encargados de extraer las piezas, efectuar en las mismas un primer
rebaje de acuerdo con las plantillas de madera y detalles aportados por el
arquitecto, y transportar los bloques hasta el lugar de colocación sin sufrir
desperfectos.
Todo este proceso ha sido descrito de manera muy detallada por
Roland Martin que, además cita varios epígrafes de un contrato realizado en
Eleusis, hacia el siglo IV, con este mismo motivo. Algunos ejemplos de estos
epígrafes los reproducimos a continuación: "...Extraer (de las canteras) de Egina bloques de piedra blanda, regulares,
de 4 pies de largo, 3 de ancho y 1,5 pies de grueso (alto); rebajarlos por
todos los lados en ángulo recto, con superficie sin desbastar, y transportarlos
a Eleusis en buen estado, sin desconchaduras, en número de 44. .....Extraer
bloques del Pentélico para las metopas, con una altura de 5 pies, un ancho de 5
pies menos un palmo y 3 palmos de grosor. Rebajarlos en todas sus caras en
ángulo recto, dejando la superficie basta, de acuerdo con el croquis facilitado
por el arquitecto, y entregarlos en buenas condiciones, blancos, sin vetas, en
número de 15. Transportar los bloques desde el Pentélico hasta Eleusis, con una
longitud de 5 pies, anchura de 5 pies menos un palmo, 3 palmos de grueso, y
entregarlos en el santuario en buenas condiciones, sin desconchaduras, en
número de 15. ....Tallar las 15 metopas de mármol pentélico; trabajarlas de
igual forma que las que hay en el santuario, colocarlas, sujetarlas con uniones
pulidas en todas sus caras; colocar también las que ya están talladas,
sujetarlas con uniones apropiadas, empotrarlas, echar plomo fundido y efectuar
el rebaje del calce superior."
Del sistema de explotación también se conocen muchos datos que hacen pensar que los métodos no debían de variar sustancialmente de las técnicas empleadas más tarde por los romanos. La piedra se extraía de la cantera mediante la introducción de cuñas de madera que luego se humedecían para que provocasen tensiones en la piedra y ésta se fracturase. De esta manera iban arrancando bloques de un tamaño moderado, que posteriormente eran transportados a lomos de mulos y asnos o bien, mediante sistemas de poleas u otros ingenios como los que muestran las figuras.
Para prevenir las roturas durante el transporte, las piezas se
transportaban sin desbastar, como ya hemos apuntado, y se dejaban salientes o
biseles que actuasen como elemento de protección durante el transporte. Como a
una misma obra podían llegar bloques de distinta procedencia, éstos se marcaban
con signos pintados o grabados formados por unas pocas letras, o incluso
nombres completos, que proporcionaban las referencias de los responsables o su
lugar de ubicación definitiva.
Una vez que los bloques habían sido aceptados en obra, los
tallistas efectuaban un segundo desbaste previo a su colocación en el lugar
asignado a cada pieza. En esta operación, se procedía a retirar parcialmente
las envolturas de protección dejadas en la piedra para evitar cualquier
deterioro en la misma. En las aristas se dejaban unos rebordes almohadillados
de protección en los que se tallaban unas muescas para indicar la cota
definitiva de desbaste. Así mismo, se dejaban unos muñones salientes que,
además de proteger los paramentos ante cualquier caída, podían utilizarse para
el izado de la pieza.
Para el levantamiento de las piezas, se recurría también en
ocasiones a espigas de agarre o a ranuras con forma de “U” en las que se
introducían las cuerdas del maquinillo o grúa. Estas ranuras debían ser también
talladas en el bloque junto con otras que permitiesen, mediante el efecto
palanca, el encaje definitivo del bloque y también aquellas destinadas a servir
de alojamiento a las grapas de sujeción. Las maquinarias de elevación estaban
basadas en los conocimientos sobre manejo de poleas y cuerdas propias de la
navegación.
También empleaban tornos, garfios, cables amarrados a espigas y
palancas de madera endurecida al fuego para la colocación definitiva de las
piezas. La colocación de las piezas en el muro se realizaba a hueso,
generalmente sin argamasa.
Normalmente la hilada inferior (ortostatos) tenía el doble de
altura que las demás y, algunas veces, se construían muros huecos o de dos
hojas con un relleno interior de casquijo y mortero de cal, para reducir su
peso propio o para ahorrar materiales. Los bloques eran encajados con gran
meticulosidad en el lugar preciso que
les correspondía. Las piezas se unían entre sí, para fijarlas a su posición,
usando clavijas de metal y grapas de bronce o de hierro fijadas con plomo
fundido. Estas grapas podían adoptar múltiples formas acordes con su misión; de
esta manera, podemos encontrar uniones realizadas mediante pletina, doblete,
grapas en cola de milano, cajeado, espiga, etc.
Parece ser que el empleo de este tipo de uniones se generalizó con
la intención de proporcionar al edificio una estabilidad a las cargas
horizontales lo suficientemente importante como para ser capaz de resistir los
frecuentes terremotos que sufría la región.
Otros métodos de anclaje
y colocación de sillares en los templos griegos.
Izado de capiteles mediante cuerdas y ganchos. Izado de tambores mediante
tacos de madera. Izado de los tambores de las columnas mediante espigas
laterales.
Los tambores de las columnas también se ajustaban con gran precisión, hasta el
punto de que las juntas entre piezas apenas eran visibles, ni siquiera de
cerca. A modo de unión entre tambores, se empleaban cilindros de piedra de
menor dureza o también piezas de madera o de bronce, cilíndricas,
cuadrangulares o con forma de “H”, para encajar unos tambores en otros. Esta última
solución, difícil de realizar, presentaba la ventaja de ajustarse al tambor sin
transmitir a éste una tensión excesiva que pudiera provocar el agrietamiento
por tracción del mismo, dado que, en caso de sufrir un aumento de volumen por
causa de la humedad ambiental, podía curvarse hacia dentro, descargando así
parte de la tensión generada. Estos calces se ajustaban a su vez en una cubeta
realizada del mismo material con el que era resuelta a su vez en la
entalladura. Este minucioso trabajo se mejoró en época helenística, a base de
dejar más juego en la cubeta, para rellenar posteriormente sus intersticios con
una colada de plomo líquido. La colada caía en la zona central de la columna
mediante un canal perforado en el calce de espera del tambor. Este mismo método
fue también empleado por los romanos en algunas ocasiones.
Las terminaciones y los refinamientos se efectuaban una vez colocados los bloques en su lugar definitivo. De esta forma, evitaban un derroche de trabajos en el caso de que el bloque se fracturase durante su colocación al tiempo que mejoraban el aspecto final al ajustar perfectamente, sin posibilidad de error, el aplanado superficial con los colindantes. Las estrías de las columnas se tallaban igualmente in situ, una vez montada totalmente la columna, comenzando desde la parte superior y desde la inferior al mismo tiempo. A veces, los salientes y puntos delicados de la obra, se ejecutaban con piedras más duras, que encajaban meticulosamente con el resto. Como indica Castro, este procedimiento permitiría posiblemente, cada cierto número de años, sustituir las piezas más deterioradas por el paso del tiempo.
4.1.4.-La madera. La madera comenzó a utilizarse, como elemento propio o asociado a
la arcilla, desde las construcciones más primitivas. Más tarde, cuando se
generalizó el uso de la piedra, su empleo se redujo básicamente a la
fabricación de elementos componentes del armazón de cubierta.
Detalle de la entrega de la cubierta de
madera sobre el arquitrabe en un templo primitivo
Los griegos no conocían la triangulación y este desconocimiento les obligó a idear ingeniosos sistemas de apoyo de la techumbre que les permitiera cubrir luces considerables. El sistema empleado consistió en el apoyo de los pares de cubierta sobre jácenas horizontales que salvaban la luz entre los muros. Estos apoyos se llevaban a cabo mediante una serie de caballetes verticales que trabajaban a compresión y eran los encargados de crear la pendiente necesaria a la cubierta. El tejado tenía poca pendiente, dado que no era necesaria una mayor inclinación con el clima griego. De esta forma tan peculiar, se definía el plano de apoyo de la teja que podía colocarse, bien directamente o mediante un tablero intermedio. Las tejas empleadas podían ser de terracota o de mármol y los techos interiores se conformaban mediante artesonados de madera o placas de mármol.
Las maderas eran suministradas de las regiones más ricas mediante
un comercio cuidadosamente reglamentado. Ésta procedía principalmente de los bosques
de Macedonia, noroeste de Asia menor, Peloponeso e Italia meridional.
Generalmente existían almacenes que suministraban las escuadrías más
habituales, por lo que solamente los edificios singulares precisaban encargos
especiales. Los tipos más habituales eran de pino o abeto, empleando también el
roble, aunque de manera más puntual. Como caso excepcional, citaremos el
entramado de cubierta del Partenón, que fue resuelto con madera de ciprés
importada de Egipto.
4.2.- El sistema constructivo.
4.2.1.- Introducción. En este capítulo, nos limitaremos al análisis constructivo de los
templos como tipo fundamental desarrollado por los griegos. Esta decisión la
justificamos basándonos en dos motivos: en primer lugar, el hecho de ser
prácticamente de los únicos que se han conservado restos más o menos abundantes
y suficientemente bien conservados y, por otro lado, debido a que los conceptos
estructurales y constructivos que se evidencian en los templos, son aplicables
de forma más amplia, sin incurrir en demasiadas contradicciones, a las demás
tipologías atendiendo a los restos que se conservan de las mismas. 4.2.2.- El
concepto básico. Los griegos emplearon un único concepto estructural, el
sistema adintelado, el cual, se adaptó adecuadamente a sus templos debido a las
singulares características de este tipo de edificios. Éstos fueron concebidos
como un espacio estático que no necesitaba ser habitado, por lo que las grandes
limitaciones que generaba este sistema a la hora de cubrir una luz relativamente
amplia, no constituyeron excesivos problemas.
Detalle del mecanismo de colapso de un arco de medio punto por la formación de cuatro rótulas y también, de la posición de estabilidad de un arco adintelado imperfectamente encajado.
El sistema adintelado presenta una serie considerable de limitaciones estructurales cuando el elemento que se emplea como dintel o trabe está resuelto en piedra, hasta el punto de imposibilitar soluciones para vanos mayores de 4,5 metros. Por otra parte, aunque se trata de una situación menos probable que la anterior, debe cuidarse también la posibilidad de superar la tensión admisible en las secciones inferiores del soporte, como consecuencia de la pretensión de alcanzar una altura considerable con un material de un elevado peso propio y una sección muy reducida al anteponer la aplicación de criterios formales por encima de otros de tipo estructural.
El dintel entendiendo éste como una pieza simplemente apoyada
sobre dos soportes puede modelizarse estructuralmente como una viga isostática
doblemente apoyada. Esta pieza debe ser capaz de resistir los esfuerzos de
flexión generados por la acción de una carga uniformemente repartida que
gravite sobre el mismo, carga que puede ser simplemente la debida a su propio
peso. Sin embargo, como es sabido, los materiales pétreos apenas son capaces de
absorber esfuerzos de tracción, y ello hace inviable su empleo cuando las
magnitudes de carga provocan la superación de los límites admisibles de
tensiones de este tipo en el material. Sin embargo, la realidad es que los
griegos emplearon bloques pétreos de gran tamaño para la resolución de los
dinteles presentes en sus edificios religiosos.
Las medidas de los dinteles empleados en los templos griegos
venían dadas por el sistema de proporciones fijado de antemano, con la elección
de un determinado orden, para la resolución del alzado del templo. Cuando se
fijaba un módulo de grandes dimensiones, como era el caso de los grandes
templos coloniales y helenísticos, todos los elementos, incluido el dintel cuya
luz de vano coincidía con la separación definida para el intercolumnio,
adquirían proporciones gigantescas debido a la relación proporcional existente
con el citado módulo de base. De esta manera, se definían las medidas del
dintel que no estaban, por tanto, fijadas atendiendo a criterios constructivos,
sino formales.
Ello obligó a solucionar arquitrabes de grandes luces como las que
se generaron en el templo de Artemisa, en Éfeso, que variaban entre los 6,16 y
los 8,75 metros –emplazados sobre columnas de más de 12 m. de altura-, las del
templo de Apolo en Dídyma, con una longitud de aproximadamente 8,5 m. sobre
columnas de 20 m. de altura o las más reducidas del Partenón que apenas
llegaban al hipotético límite de vano marcado para los dinteles de piedra.
Estas luces, difícilmente asumibles por un dintel de piedra, fueron resueltas
sin embargo, en la construcción griega y la justificación a esta cuestión
debemos buscarla en la moderna mecánica estructural.
La explicación es muy sencilla: las piezas que componen los
arquitrabes y los frisos de los templos griegos no pueden ser consideradas
mecánicamente como dinteles simplemente apoyados, sino que, según las teorías
expuestas por Jacques Heymann, deben ser consideradas, más bien, como
"plate-bandes" elementales, un concepto totalmente diferente al de
dintel, que desarrollaremos a continuación. Esta teoría es la que justifica
además porqué se mantienen en pie, sin caerse, muchos arquitrabes que han
partido totalmente por el centro.
Según Heymann: "El estado agrietado es el estado natural de
las fábricas, aunque las grietas pueden ser tan pequeñas que no se vean o estar
cerradas por la propia elasticidad de la piedra". Este ingeniero inglés
afirma que para que una estructura cualquiera de fábrica sea estable y, por tanto,
también un dintel de piedra la propia estructura debe ser capaz de desarrollar
una línea de empujes, en equilibrio con su propio peso y con cualquier carga exterior,
la cual debe encontrarse situada totalmente en el interior de la fábrica, de
manera que, de una pieza a otra, sólo se transmitan esfuerzos de compresión. En
esta hipótesis se supone como punto de partida que no se supera la tensión de
rotura por aplastamiento del material y que el rozamiento entre elementos
contiguos es tan elevado que no existe peligro de deslizamiento.
De esta forma, según esta teoría, si somos capaces de encontrar
una línea de empujes que, para una carga determinada, se encuentre dentro de la
fábrica, la estructura será estable, sin posibilidad de colapso. Por el
contrario, para demostrar la inestabilidad de la misma, es preciso encontrar el
correspondiente mecanismo de colapso que, en este caso concreto, debe implicar
el fallo en más de un punto de la estructura.
Para un arco, el número de rótulas que deben formarse para que se
produzca este mecanismo de colapso es igual a cuatro, puesto que esta
estructura es hiperestática de grado tres. Esto implica que la formación de tres
articulaciones convertirían a la estructura en estáticamente determinada
(isostática) y una cuarta articulación la convertiría en un mecanismo.
Cómo tres rótulas no permiten el colapso libre, en el caso de que
los dinteles colindantes se separasen ligeramente, la plate-bande podría
flectar hasta la posición de la figura. Como esta posición únicamente admite la
formación de tres rótulas, no es posible formar un mecanismo de colapso. Por
tanto, llegamos a la conclusión de que, independientemente de la carga, y
siempre que los estribos no se separen lo suficiente como para permitir que la
plate-bande falle por "dislocación" hacia abajo al permitir un giro
más acentuado de lo previsible, este elemento nunca puede colapsar.
El fallo definitivo solo ocurrirá cuando la carga se incremente
tanto que ocasione la rotura del material por aplastamiento. Debido a su
tendencia al desplazamiento y al giro, las fuerzas que actúan sobre una
plate-bande son las que se muestran, según Heymann, en el esquema adjunto. En el
mismo se aprecia una línea de presiones parabólica que encaja completamente
dentro de la sección, la cual, podría llegar a ser tangente a la misma en al
caso de que los soportes se separasen ligeramente y se formasen tres rótulas
como consecuencia del agrietamiento de la pieza, pero el elemento no colapsará
al ser necesarias cuatro rótulas para provocar el colapso, como ya hemos
apuntado anteriormente.
Del mismo modo, se puede demostrar que un arquitrabe sin partir
también es estable y se mantendrá estable siempre y cuando no cedan los
estribos o se sobrepase la tensión admisible de aplastamiento del material. Los
griegos, conscientes del problema, ante la evidencia del agrietamiento o la
rotura de algunas de estas piezas, plantearon una serie de soluciones
ingeniosas, aunque equivocadas o de escasa utilidad práctica. Intuitivamente
debieron deducir que un arquitrabe partido no trabajaba hipótesis errónea, como
hemos demostrado e intentaron mantener en servicio el conjunto resolviendo sus
arquitrabes mediante el empleo de dos o tres piezas diferentes colocadas
paralelamente en vez de un único elemento, posiblemente con la intención de
que, si una partía, las otras dos continuasen trabajando.
En esta misma línea, se generalizó la costumbre de colocar estas piezas
a contralecho con el fin de dificultar la fractura del material. Por último,
también intentaron un aligeramiento del peso del conjunto mediante la creación
de vaciados en las secciones de los bloques que componían el entablamento, si
bien, esta reducción de pesos fue mínima en comparación con el volumen total y,
por tanto, también su influencia en el comportamiento mecánico del elemento. A
pesar de todo lo aquí expuesto, las limitaciones generadas por el uso de
sistema adintelado fueron muchas y afectaron, no sólo a las reducidas luces que
imponía al espacio a cubrir, sino también al crecimiento en altura del
edificio, la cual quedó limitada a un máximo de dos plantas, debido a la
inestabilidad de los apoyos, que quedaban sueltos, y al peligro de rotura por
aplastamiento en los arranques de los soportes como consecuencia del elevado
peso que gravitaba sobre ellos.
4.3.- Los elementos
constructivos.
4.3.1.- Los cimientos. A la hora de elegir el lugar en el que ubicar el templo, los
griegos establecían como preferente la importancia litúrgica del sitio, sin
tener en cuenta en la mayoría de los casos su idoneidad como superficie de
asiento. Una vez decidida la ubicación, se procedía a ejecutar la cimentación
que, desde los ejemplos más antiguos se realizó de forma cuidada y con gran
corrección. Como cota de apoyo buscaban siempre una capa de terreno firme o lo
suficientemente compacto, profundizando lo que fuese necesario. En el caso
concreto de los templos, empleaban generalmente cimentaciones por losa, aunque
existen excepciones a esta regla, mientras que, en otros edificios, podían
utilizar cimientos corridos para los muros y cimentaciones aisladas para las
columnas.
Los cimientos de los templos se elaboraban con piedras de menor calidad que el mármol debido al elevado precio de éste, su escasez y dificultad de extracción, dada su mayor dureza. Estas piezas se colocaban a hueso, sin mortero, y con un aparejo bastante cuidado. Hemos de decir, sin embargo, que no se ponía especial cuidado en el centrado de las cargas. En general, para la resolución de la cimentación, adoptaban normalmente una sección genérica que comenzaba con el vertido de una primera capa de mortero de cal aérea; ésta cumplía una función similar a la del hormigón de limpieza actual al tiempo que servía para proteger las capas superiores de piedra caliza enterrada del ataque de microorganismos y sustancias de carácter ácido. En la misma línea, el historiador romano Plinio “el Viejo” cuenta como fue asentado el templo de Artemisa en Éfeso sobre una capa inicial de lana y carbón de 6 a 7 cm de espesor, de la que se han encontrado restos.
Solución económica para la capa de apoyo de la eutintería cuando la concentración de cargas no es demasiado elevada. Los huecos son rellenados con mortero de cal.
Cuando no era posible llegar a la roca o no se encontraba un terreno lo
suficientemente consistente, entonces se extendía sobre esta base de preparación
una masa a base de casquijo de piedra con algo de mortero de cal con la
pretendida intención de compactar en lo posible el terreno para que pudiera
servir como firme de cimentación. Tanto en un caso como en el otro, se
superponía seguidamente un nuevo estrato, resuelto con unos sillares grandes de
piedra caliza tallados de forma somera, presentando un acabado menos cuidado
que el habitualmente empleado para la parte vista. En el caso concreto del
Partenón, estos sillares están resueltos con piezas cuyo tamaño aproximado
viene a ser de 0,90x0,30x0,30 metros, si bien, podían llegar en ocasiones a
presentar una longitud de hasta 1,50 metros, A continuación, se construía una
plataforma de organización muy compleja denominada Eutinteria, sobre la que se
elevaba el templo del terreno.
La Eutinteria, sobresalía muy poco, aproximadamente unos diez
centímetros, y tenía una cierta curvatura hacia afuera, como corrección visual
y quizás también con la misión de facilitar el desagüe. La capa de sillares
grandes situada bajo la Eutinteria es la que podía presentar una mayor variedad
de soluciones, en un intento claro de abaratar los costos de construcción
cuando ello era posible. En los templos más pequeños y, por tanto, también con
una magnitud de cargas menor, podían emplearse muros corridos bajo la
krepidoma, en el eje de las columnas. En otros ejemplos de mayores dimensiones,
se empleaba una solución intermedia consistente en la creación de una retícula
de sillares debajo de la Eutinteria, como la que muestra la figura, que
definían una serie de cubículos, los cuales eran rellenados con mortero o
tierra apisonada en vez de crear una superficie continua como la existente en
el Partenón.
Kostoff defiende que el origen de la Eutinteria podría estar en la
terraza perimetral existente en los primeros templos de madera, con el objeto
de permitir la evacuación de aguas. De este elemento afirma también que, además
de esta misión constructiva de protección del muro frente a las humedades del
terreno, podría cumplir con la misión formal de crear una rotunda referencia
horizontal como contraposición al caos de la naturaleza. La Eutinteria del
Partenón fue construida con un material mejor que el empleado para los
cimientos, sin llegar a usar en ella el mármol de gran calidad del resto de la
obra exterior.
Sobre ésta, crecía la krepís o base, en forma de peldaños, la
cual, se construía siempre con sillares de gran tamaño. El esquema más usual
estaba formado por dos escalones inferiores o estereobatos y otro escalón
superior conocido como estilóbato, aunque existen otros ejemplos de tres
estereobatos o más y un estilóbato, como era el caso de muchos templos jónicos.
Estos elementos quedaban proporcionados con respecto a la altura total del
templo mediante el orden, nunca con respecto al individuo.
Ello provocaba que, en muchos ejemplos fuese necesaria la
colocación de peldaños entre ellos para poder acceder hasta el templo. Los
arranques de las columnas se apoyaban en la krepís generalmente sobre unas
losas rectangulares con la espera circular. En el Erechtheion, como excepción,
dadas las características propias de este templo, utilizaron una plataforma
aterrazada en lugar de la krepís habitual. Ésta fue resuelta mediante el empleo
de unos muros de contención (analemas) perfectamente integrados en el diseño
del conjunto.
4.3.2.- Los muros.
En la resolución de este elemento se puede apreciar claramente la
importante influencia que la concepción arquitectónica griega tuvo en la
construcción. El muro se construía con una extraordinaria pulcritud, un esmero
tal que, en palabras de Antonio Castro, “se corresponde más con la idea de
templo‑objeto que con la de templo‑edificio”. En general, fue considerado como
un elemento escultural en el cual, la apariencia correcta se convertía en el
requisito más importante, por delante de otros tan relevantes como su capacidad
resistente.
En un primer momento, en época arcaica, los muros se realizaban
con arcilla, elevándose mediante hiladas de ladrillos de adobe cogidos con un
mortero de este mismo material; estas hiladas estaban encadenadas mediante una
estructura de montantes y travesaños de madera para mejorar su traba. Una de
las hipótesis del nacimiento del peristilo tiene precisamente su punto de
partida en el aspecto exterior que generaba esta solución constructiva.
En época clásica el muro se construía en piedra, ejecutado sin mortero, con los
sillares a hueso ajustados perfectamente mediante meticulosas operaciones de
puesta en obra. Todo ello quedaba sobradamente justificado en esta época, donde
se insistía una y otra vez en la pretensión de representar una superficie
lisa y regular que diese gusto a la concepción escultural que se tenía del
templo. Esta concepción escultural se acentuaba aún más si tenemos en cuenta que
el muro de la cella delimitaba la nada, pues carecía de una misión funcional
clara, limitándose a servir de alojamiento a la estatua inanimada de la deidad.
En cuanto a su disposición constructiva, el muro se elevaba sobre el estilóbato
partiendo de los ortostatos, unas piezas pétreas de forma cuadrada con un
tamaño mayor que el resto del aparejo. A continuación se colocaban las
distintas hiladas de sillares, que podían presentar diferentes aparejos, según
la época de construcción y la calidad del edificio. Los principales tipos de
trabas fueron los siguientes:
a).- Poligonal. Empleado en las construcciones más antiguas o de poca
importancia. En el mismo, los bloques presentaban un ensamblado minucioso, con
uniones dispuestas en varios lados; cada bloque se tallaba en función de lugar
que le correspondía, de acuerdo con unos contornos fijados con la ayuda de un
gálibo de plomo. Este tipo de muro suponía una gran economía de materiales,
pero exigía una mano de obra hábil y un elevado tiempo de ejecución.
b).- Isodomo. Este aparejo fue el más empleado durante todo el periodo clásico
y helenístico. Estaba formado por hiladas regulares de sillares paralelepípedos
rectos. Se podían introducir perpiaños para coser el muro en todo su espesor en
el caso de resolver el mismo mediante dos hojas y un relleno interior.
c).- Pseudoisodomo. Se trata de un ejemplo similar al anterior, pero con las hiladas
discontinuas, al estar resueltas con sillares de distinto tamaño. Esta
disposición presentaba la ventaja de aprovechar una mayor cantidad de material,
dado que las piezas podían ser agrupadas por tamaños para resolver cada una de
las distintas hiladas, con lo que la selección de las mismas era menos
restrictiva y se desechaban menos sillares. También era habitual introducir
perpiaños de cosido, cuando el muro presentaba varias hojas.
Esta clasificación aportada atendía únicamente a la forma que
presentaban sus paramentos exteriores. Sin embargo, con independencia de su
aspecto exterior, el muro se podía resolver internamente mediante una sección
completamente maciza de un espesor variable, o bien, empleando una técnica, que
se generalizó en el periodo helenístico, conocida como aparejo mixto o
Emplecton.
Este tipo de muro podía presentar un interior completamente hueco,
o también un relleno a base de casquijo y mortero de cal. Desde el punto de
vista constructivo, surgen varias justificaciones para su uso. En primer lugar,
disminuía el peso propio del elemento, cuestión muy a tener en cuenta cuando
las dimensiones del elemento eran considerables este era el caso, por ejemplo
de los grandes templos helenísticos, con muros que podían sobrepasar los 20
metros de altura y ello podía provocar sobrepasar la tensión admisible de
rotura por aplastamiento del material en las secciones inferiores del muro.
En segundo lugar, se producía un importante ahorro de material,
teniendo en cuenta además que el elemento estaba sometido tan solo a su propio
peso y por tanto, podía ser aligerado sin que ello afectase a su comportamiento
estructural. El empleo de esta solución hacía prácticamente obligado el uso de
llaves que cosiesen el muro en toda su sección, haciendo trabajar todo el
elemento en conjunto.
Para integrar estas grapas en un mayor grado con el paramento
exterior, las hojas interiores eran definidas por sillares en forma de “U” o,
generalmente, en forma de “L”. Los sistemas de elevación que emplearon para la
colocación definitiva de las piezas se basaban en la utilización inteligente de
diferentes instrumentos propios de la navegación –poleas, cuerdas, etc. tan
arraigados en esta cultura. Los sillares se elevaban anclando los cordajes en
hendiduras realizadas sobre la propia piedra, que luego quedaban disimuladas en
las juntas, mediante castañuelas metálicas o pinzas y otros sistemas similares.
El ajuste definitivo de las piezas en su lugar correspondiente se realizaba
mediante palancas de madera endurecida al fuego; para ello, se preveían en los
sillares una serie de acanaladuras o entalladuras que permitiesen la introducción
de estas palancas, las cuales, quedaban también ocultas dentro de las secciones
entre piezas contiguas. El empeño por parte de los griegos en obtener la
perfección en el acabado de la superficie del muro fue tal que, incluso
consiguieron hacer desaparecer literalmente las juntas de unión entre sillares.
Esta pretensión hizo necesario efectuar multitud de correcciones
de la superficie muraria empleando, como elemento de comprobación, tablones
embadurnados con sanguina, que dejaban traslucir los puntos donde la planeidad
era defectuosa. Por este mismo motivo los tambores de las columnas se
terminaban de tallar una vez montados.
Para conseguir que su forma fuese de una perfecta planeidad, se
rodaban sobre una superficie corregida, de la que aún existen rastros en
algunas ruinas. Por otro lado, era imprescindible también cuidar el aplanado
perfecto de las superficies de contacto entre los sillares para evitar
tensiones puntuales que pudieran suponer roturas en las aristas y su
consecuente influencia en el aspecto formal del elemento acabado.
Sin embargo, por mucho que se cuidase la ejecución, el inevitable
paso del tiempo acababa dejando su huella en el edificio. Los griegos tuvieron
también en cuenta este factor e intentaron plantear soluciones que mitigasen su
efecto. De esta forma, emplearon piedras de mayor dureza en los lugares de
mayor exposición, como es el caso de las cornisas superiores de algunos
edificios. Además, previniendo también el deterioro que, más tarde o más
temprano, sufrirían éstas, en ocasiones, despiezaron el remate de forma que
fuese posible la sustitución de estos elementos más expuestos, cuando el grado
de alteración fuese elevado, de forma sencilla sin necesidad de realizar
grandes operaciones de desmontaje de todo el elemento ni realizar sustituciones
de piezas de gran tamaño dañadas solo parcialmente en las zonas de mayor
exposición.
Otro efecto que hubieron de tener muy en cuenta los constructores
griegos fue la capacidad del conjunto para soportar esfuerzos horizontales,
producidos fundamentalmente por los terremotos, debido a la gran actividad
sísmica de la zona. Este era un factor a tener muy en cuenta en este tipo de
edificios considerando poca la estabilidad que presenta este sistema
estructural, basado en el simple apoyo de un durmiente de piedra sobre dos
elementos verticales.
Detalle de grapas de sujeción de las piezas en el elemento de coranación del perístilo
Este defecto se intentó resolver con el empleo de grapas, que actuaban como elementos de sujeción de todas las piezas contiguas laterales, superiores e inferiores. Estos elementos fueron resueltos empleando distintos tipos de materiales y distintas formas, atendiendo a las características de los mismos e incluso a su cronología de aparición.
La juntura en cola de milano es la más antigua de todas las
soluciones; inicialmente se resolvía con madera y, posteriormente, fue resuelta
en bronce, aunque con una forma idéntica a la anterior.
A partir de esta forma, se desarrolló, por evolución natural, otro
tipo similar a un perfil en "I", resuelto con hierro que más tarde se
emplomaba. De este perfil, debido al empeño de resolver las uniones en todos
los planos y direcciones, surgieron a su vez otros dos, uno con forma de
"T" y otro con forma de placa totalmente plana; que permitían la
trabazón del bloque inferior con los apoyados inmediatamente encima.
En algunos casos esta solución agravó el problema, al introducir
en el corazón de los sillares un elemento metálico que, en caso de resistir los
esfuerzos, podía llegar a romperlos por tracción debido a una concentración
excesiva de tensiones o también podía cuartearlos al dilatarse por oxidación,
en el caso de emplear elementos de hierro u otros metales oxidables.
4.3.3.- Huecos. Para esta civilización, las ventanas no tenían importancia y no
se consideraban en el diseño, de hecho, en los templos no se abrían nunca
huecos de iluminación, quedando relegada esta misión de permitir el paso de la
luz diurna a la puerta principal, como única abertura existente en el
cerramiento o, como en algunos casos, mediante huecos en la cubierta o mediante
la disposición de patios interiores. Las puertas en este periodo estaban delicadamente
proporcionadas; su diseño era sencillo y su forma solía ser rectangular. El
estilo arquitectónico se basaba principalmente en las formas adinteladas,
compuestas de bloques horizontales sobre columnas y muros.
4.3.4.- El entablamento. A la hora de abordar la resolución en piedra de la coronación del
peristilo, los griegos tomaron como punto de partida las formas predefinidas
por los detalles de resolución de los primitivos templos de madera.
Estas formas iniciales fueron traspuestas de modo casi exacto en
piedra, de manera que, lo que exteriormente se asemejaba a una coronación
similar a la existente en los templos de madera, en su interior quedaba
definido realmente como un muro aparejado, con todos los problemas técnicos que
ello conllevaba, incrementados además por todos los condicionantes añadidos por
los propios griegos.
El primer problema con el que debieron enfrentarse los
constructores griegos fue el de las limitaciones impuestas por el propio
material. Los arquitrabes pétreos no podían sobrepasar unas determinadas luces al
menos hipotéticamente, pues ya hemos demostrado anteriormente que esto no es
así porque se agrietaban y provocaban muchos problemas estructurales.
Por otro lado, las propias dimensiones del elemento definidas de
antemano por su relación con respecto al total del orden y, por tanto,
impuestas sin tener en cuenta la lógica constructiva impedían en multitud de
ocasiones la resolución de la sección con una sola pieza.
A pesar del gran tamaño de los bloques de piedra manejados por los
griegos, era necesario en muchos casos establecer un complejo aparejo para
resolver los problemas surgidos en la definición del entablamento. De esta
forma podemos encontrar en la actualidad, desde secciones resueltas con una sola
pieza cuando su tamaño lo permitía, hasta las más complejas que se puedan
imaginar, definidas mediante elaboradas soluciones estereotipo que
pretendidamente trataban de solucionar una variada gama de problemas.
Distintas formas de resolución de los entablamientos de piedra atendiendo a los diferentes condicionantes que planteaba la construcción según Roland Martín.
De entre las cuestiones tenidas en cuenta a la hora de definir estos aparejos destacó de manera relevante el empeño en tratar de solucionar los problemas ocasionados por la luz excesiva que era necesario cubrir con estos grandes arquitrabes. Para solventar esta cuestión, los griegos recurrieron al empleo de dinteles dobles y triples, dispuestos de forma contigua, y también intentaron aligerar mínimamente la sección mediante el tallado de huecos en determinados lugares de la misma. Esta solución se generalizó mas tarde en muchos de los enormes templos helenísticos, en los cuales, sus constructores debieron de recurrir, en muchas ocasiones, a la técnica del emplecton, como forma de aligerar estas grandes masas.
Detalle de la coronación del Partenón, donde se observan los aligeramientos producidos en la sección, según Esselborn.
También influyeron de manera relevante en la definición
estructural de la sección otras cuestiones tan relevantes como la necesidad de
dotar de un apoyo suficiente a las piezas que componían la cornisa del templo;
la resolución del sistema de apoyo de los pares de cubierta y el consecuente
contrarresto de los empujes oblicuos generados por ésta o la exigencia impuesta
por los criterios estéticos de crear grandes falsos artesonados en piedra para
ocultar techumbre de madera en el espacio existente entre el pórtico exterior y
el muro de la cella.
Esta última cuestión admitía soluciones muy diversas que oscilaron
entre las formas más simples de artesonados resueltos con madera o con una
única losa de piedra, presentes en muchos templos dóricos, hasta las variantes
más complejas planteadas en los templos jónicos, donde se recurrió a soluciones
de piezas voladas que definían unos profundos casetones, los cuales podían
alcanzar alturas similares a las del total del entablamento. Por último, fueron
tenidas también en cuenta otras importantes cuestiones de tipo constructivo
tales como la necesidad de resolver con piedras de mayor dureza aquellos
elementos más expuestos al desgaste, como era el caso de los goterones o las
comisas, e incluso, la definición de despieces que permitiesen su eventual sustitución en un momento dado, debido a su deterioro.
Solución de un entablamiento mediante el orden jónico, Se puede observar la enorme complejidad que presenta esta sección desde el punto de vista estereotómico.
4.3.5.- Las cubiertas. En este periodo, las cubiertas eran resueltas generalmente a dos
aguas. Ello queda totalmente justificado desde el punto de vista constructivo,
pues se trata del sistema más simple cubrir un espacio evitando goteras al
facilitar la escorrentía del agua. Kostoff opina que esta solución se generó
por la progresiva elevación necesaria en el plano de cubierta para colocar una
teja sobre otra. Los griegos no conocían la triangulación, por tanto,
resolvieron la formación del plano de cubierta mediante un esquema de
caballetes verticales de tamaño creciente hacia el interior de la techumbre,
que se elevaban sobre una serie de vigas horizontales. Sobre estos caballetes
descansaban a su vez una serie de pares inclinados que definían las dos
vertientes de la cubierta, y servían de apoyo a las correas o al tablero de
madera encargados de sostener, en última instancia, la teja.
Esquema de disposición de la cubierta de las Atarazanas
del Pireo.
La cubierta así dispuesta presentaba grandes defectos; las vigas tanto las horizontales como las inclinadas- se encontraban sometidas a esfuerzos de flexión, mientras que, los caballetes verticales debían de absorber compresiones, lo que hacía necesario, en muchos casos, arriostrarlos en ambas direcciones del espacio para reducir el riesgo de pandeo. Sin embargo, su principal defecto era que no se absorbían los empujes horizontales, generados por la inclinación de las vigas, sobre el entablamento y los muros.
Esquema de la disposición de un entablamiento
jónico
Normalmente, en esta solución, los pares apoyaban de forma puntual sobre el entablamento. Este encuentro se resolvía, unas veces directamente, mediante el tallado o no de un cajeado en la pieza de piedra o, en otras ocasiones, con la ayuda de un elemento de transición, como podía ser un simple taco de madera.
La solución de colocar un durmiente que recogiese todas las cabezas de
los pares y repartiese de forma continua las cargas al elemento de apoyo era
poco habitual, debido a la reducida superficie de apoyo existente. La
colocación de este durmiente obligaba a reducir la extensión de apoyo de la
pieza volada que actuaba como cornisa, hecho que podía aumentar el riesgo de
vuelco de la citada pieza. Una variación de este sistema consistió en hacer
trabajar la estructura de cubierta en sentido longitudinal. Partiendo de la
misma disposición anterior, a base de vigas horizontales dispuestas en sentido
transversal como soporte de los parecillos, se colocaban en este caso, sobre
los mismos parecillos, unas correas de gran sección que trabajaban
estructuralmente a flexión, como vigas continuas en lugar de los pares de
cubierta anteriormente citados.
Solución de cubierta empleada en el templo circular de Epidauro, mediante apoyo directo del par, previa realización de un cajeado, según Roland Martín.
De esta forma, se evitaba la transmisión de empujes
horizontales al entablamento al tiempo que disminuía la superficie de recibido
necesaria en el mismo. Como inconvenientes, citaremos la necesidad de aumentar
el número de parecillos, al tener que colocar más próximas estas correas; la
necesidad de dimensionar, tanto éstas como las jácenas transversales, con una
sección mucho mayor y también el considerable aumento de tensiones que se
producía en los muros y columnas de sostén de esta estructura al cambiar la
dirección de trabajo.
Parece ser que en el dimensionado de las escuadrías de las vigas se buscaba siempre la relación entre altura y anchura de la sección que produjese un menor flecha para el mismo volumen de madera, lo que supone una cierta capacidad de experimentación. Castro comenta que, en las atarazanas del Pireo, edificio del que se tienen algunos datos, las escuadrías reseñadas en el proyecto eran de 0,67x0,75 metros para las vigas transversales, medidas que se deben tomar con todos los reparos que supone trasladar las unidades griegas a nuestro sistema métrico. A pesar de que, por razones obvias, no ha quedado ninguna cubierta original se pueden aceptar esas dimensiones a la vista del peso impresionante que debían soportar.
Sobre esta estructura así dispuesta, se colocaban las tejas, unas
planas y otras curvas, en un principio realizadas de terracota coloreada o de
mármol. Generalmente se disponía un tablero de madera sobre los pares o correas
y, encima se colocaban las tejas, cogidas con mortero de arcilla. En el
perímetro exterior se colocan acróteras para ocultar los frentes de las tejas
curvas. En lo que se refiere a la iluminación de los templos, dado que el muro
de la cella carecía de ventanas, se barajan varias hipótesis. La primera de
ellas mantiene que se iluminaba el interior del edificio mediante lámparas de
aceite, sin que existiera, por tanto, ninguna entrada de luz. Las otras dos
hipótesis defienden la entrada de luz cenital a través de la cubierta. Una
posible solución sería el empleo de tejas traslúcidas de mármol y la otra,
consistiría en dejar la superficie de cubierta que recae sobre la cella sin
cubrir y colocar una serie de toldos que permitieran cerrar este espacio en
caso de lluvia. Esta última hipótesis enlaza con la presumible relación
existente entre el templo griego y el Mégaron micénico como antecesor
tipológico de éste. En el templo de Artemisa, en Éfeso, sabemos por algunos
escritos que la cella estaba descubierta, asemejándose en su aspecto interior
al salón del trono micénico. Esta solución serviría también para explicar la
forma de solucionar las cubiertas de las cellas de algunos templos
rectangulares que presentaban una gran luz entre soportes y también las de los
templos circulares, en la que estos métodos exigirían una resolución muy
compleja
4.3.6.- Ornamentación y molduras.
La ornamentación griega era de una altísima calidad
y no pudo ser superada en etapas posteriores. Los arquitectos de este periodo
utilizaron con sobriedad los elementos ornamentales para destacar determinadas
formas arquitectónicas, empleando para ello motivos de procedencia
fundamentalmente egipcia, asiria, minoica y micénica. Éstos se basaron normalmente
en el empleo con sentido metafórico, nunca de forma realista, de formas naturales
tales como plantas y animales. El origen de su empleo se debe a varios
factores: por un lado, facilitaban la lectura del edificio al espectador, pues
las sombras arrojadas proporcionaban una referencia sobre los distintos planos
de profundidad y, en segundo lugar, debemos destacar su finalidad práctica
atendiendo al sentido constructivo de algunas de ellas (goterones, etc.).
Dentro de este sentido constructivo, podríamos diferenciar varios capítulos:
a).- Elementos con funciones técnicas y
ornamentales. Como, por ejemplo, la columna.
b).- Elementos constructivos ornamentales
relacionados directamente con la construcción. Un ejemplo de este tipo, sería
el entablamento, que tiene por misión ocultar la cubierta de madera.
c).- Decoración pura.
d).- Piezas escultóricas. Se adaptan al marco que
las acota, como es el caso de las metopas.
A cada moldura y a cada parte del edificio se le
asignaba su propio ornamento, cuyas formas se caracterizaban todas ellas por la
sencillez de sus líneas, su refinamiento y su simetría. Generalmente se
utilizaban colores y dorados para hacer destacar los enriquecimientos en el
mármol tallado. Entre los motivos naturales comunes en la ornamentación
griega se encuentran la hoja de acanto la variedad espinosa de esta planta, la
anatema o madreselva, la palma, el rosetón, la esfinge, el grifo y la cabeza de
león.
En la decoración de las molduras, aparte de la
popular anatema, se utilizaban la ova y el dardo, es decir, la vida y la
muerte, la hoja y el dardo, el guilloqueado, que es una especie de trenzado,
la greca, las perlas y roleos, el denticulado y las espirales.
4.3.7.- Los acabados.
La
impresión de severidad que producen en la actualidad los templos mejor
conservados es engañosa. Originalmente, todas las líneas estaban suavizadas por
la decoración, inexistente ahora. Los programas decorativos no solo se reducían
a la escultura figurada de las metopas y frontones, sino que abarcaban una
amplia gama de elementos.
En primer
lugar estaba la decoración del tejado, cuyos componentes más asombrosos eran
las acróteras, grandes esculturas colocadas encima del centro y las esquinas
del frontón, con forma de diseños florales, trípodes, monstruos, hombres y
grupos de figuras.
En segundo
lugar, existe otro aspecto que desconcierta aún más al observador moderno: hace
tiempo que se sabe que los templos estaban pintados con colores brillantes y
casi chillones.
Nos es
difícil aceptar esta corrección arqueológica de las formas desnudas y
blanqueadas que nos son familiares, sin embargo, el color era muy importante
para los griegos como lo ha sido siempre para todos los pueblos habitan en territorios
con un clima soleado y lo utilizaron para adornar tanto el exterior como el
interior de sus edificios.
Es un hecho
que no siempre se recuerda al contemplar las ruinas actuales, deterioradas por
el tiempo, de hecho, es trabajoso comprender la arquitectura griega a partir
de estos edificios en ruinas.
En el orden
dórico se dejaban sin pintar las columnas y el arquitrabe y se pintaban las
metopas y el frontón en colores chillones. Los triglifos estaban pintados en
negro y azul oscuro; las metopas en rojo; los elementos estructurales eran de
estuco blanco; el oro, morado, verde y otros colores exóticos se aplicaban a la
ornamentación del tejado y, finalmente, las figuras escultóricas de las
metopas, frontones y las acróteras estuvieron también ricamente policromadas.
Por muy rico que fuera el colorido del edificio, nunca fue puramente
decorativo: también servía para articular y equilibrar las formas.
Las
estatuas de bronce, parece ser que también estaban pintadas de color carne y
tenían ojos de vidrio y pelo natural. En época romana se copiaron en mármol y
se puso de moda dejarlas desnudas, potenciando así la propia textura que les prestaba
el mármol.
El
Renacimiento consagró esta moda estética por desconocimiento, pues los restos
que encontraron estaban descoloridos, y así han llegado hasta nosotros.
Además de
estos motivos de tipo estético, la pintura tenía el objetivo práctico de
proteger el mármol, tan dificultosamente trabajado. Aún no está
suficientemente definido ni el tipo de pintura con mucho cuerpo, en cualquier
caso, dado que se extendía sobre un soporte de piedra ni la gama de color,
aunque probablemente estuvieran formados a base de yeso endurecido sobre un
vehículo oleoso y pigmentos pétreos finamente molidos. Hoy en día, ningún
templo se conserva intacto.
No solo ha
desaparecido el color, sino que además, las esculturas han sido llevadas a los
museos en su casi totalidad; faltan los elementos de madera y de metal y, lo
que es más importante para apreciar su aspecto primitivo, les falta el techo,
de tal modo que entra la luz donde antes hubo sombras y se altera todo el
equilibrio de formas. Por lo tanto, el hecho de que estas ruinas sean tan satisfactorias
y tan conmovedoras para los espectadores del siglo XX es todo un tributo a la
perfección de las formas de construcción griegas.
Bibliografía
- Greek architecture Encyclopaedia Britannica, 1965.
- Stierlin, Henri: Greece: From Mycenae to the Parthenon, Taschen, 2004.
- Buttin, Anne-Marie: La Grèce classique, Belles Lettres, coll. "Guide Belles Lettres des civilisations", 2002 ISBN 2-251-41012-0
- Atenas y Esparta, Sarpe, Madrid, 1985. ISBN 84-7291-726-6
- Atlas de Arte, Club Internacional del Libro, S.A. de Promoción y Ediciones, 1990. ISBN 84-7758-304-8
- Azcárate Ristori, J. M.ª de, «El arte clásico: Grecia y Roma», en Historia del arte, Ed. Anaya, 1986. ISBN 84-207-1408-9
- Domínguez Ortiz, A., y otros: Historia de las civilizaciones y del arte, Anaya, Madrid, 1981. ISBN 84-207-1851-3
- Finley, M. I.: Los griegos de la antigüedad, Editorial Labor, S.A., 1992. ISBN 84-335-3515-3
- Julián V. Magro Moro. Catedrático de Historia de la Construcción.
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