Batallas contra los persas
La Primera
Guerra Médica consistió en la primera invasión persa de la Antigua Grecia,
durante el transcurso de las Guerras Médicas. Comenzó en 492 a. C., y
concluyó con la decisiva victoria ateniense en la batalla de Maratón en
490 a. C. La invasión, que constó de dos campañas distintas, fue
ordenada por el rey persa Darío I, fundamentalmente con el
objetivo de castigar a las polis (ciudades) de Atenas y Eretria. Estas habían
apoyado a las ciudades de Jonia durante la Revuelta jónica contra el gobierno
persa de Darío I. Además de una acción de represalia ante su actuación en la
revuelta, el rey aqueménida también vislumbró la oportunidad de extender su
imperio en Europa y asegurar su frontera occidental.
La primera
campaña (492 a. C.) fue dirigida por Mardonio, quien volvió a
subyugar Tracia y obligó a Macedonia a ser vasalla del reino de Persia. Sin
embargo, el progreso de la expedición militar fue impedido por una
tormenta que sorprendió a la flota del general persa mientras costeaba el Monte
Athos. El siguiente año, habiendo dado muestras de sus intenciones, Darío
despachó embajadores a todas partes de Grecia pidiendo la sumisión. Recibió la
misma de todas excepto Atenas y Esparta, las cuales ejecutaron a los
embajadores. Con Atenas desafiante y Esparta en guerra contra él, Darío ordenó
una campaña militar para el siguiente año.
La segunda campaña
(490 a. C.) estuvo bajo el mando de Datis y Artafernes. La expedición
se dirigió primero a la isla de Naxos, que fue capturada e incendiada, y a
continuación fue pasando de isla en isla por el resto de las Cícladas,
anexionándolas al Imperio persa. La expedición desembarcó en Eretria, que fue
sitiada, y tras un corto período, capturada y arrasada, y sus ciudadanos fueron
esclavizados. Por último, el ejército expedicionario se dirigió al Ática,
desembarcando en Maratón, en su ruta hacia Atenas. Allí se topó con un ejército
ateniense mucho más pequeño que, sin embargo, obtuvo una victoria destacada en
la batalla de Maratón.
Dicha
derrota evitó que la campaña concluyera en éxito, y la fuerza expedicionaria
regresó a Asia. No obstante, la expedición había logrado la mayoría de sus
objetivos al castigar a Naxos y Eretria y colocar a gran parte del mar Egeo
bajo el dominio persa. Las metas sin alcanzar durante la campaña hicieron que Darío
preparase una invasión mucho mayor a Grecia para subyugarla firmemente y
castigar a Atenas y Esparta. Sin embargo, los conflictos internos del imperio
retrasaron dicha expedición, y luego Darío, ya de edad avanzada, falleció. Fue
así que su hijo Jerjes I lideró la segunda invasión persa a Grecia, que comenzó
en el año 480 a. C.
La
principal fuente de las Guerras Médicas es el historiador griego Heródoto. La
historiografía le considera el «padre de la Historia», Nació en
484 a. C., en Halicarnaso, ciudad griega de Asia Menor, en aquel
entonces gobernada por los persas. Escribió su obra Historia entre el
440 y 430 a. C., intentando rastrear los orígenes de las guerras
greco-persas, que aún se habrían considerado historia reciente (finalizaron por
completo en 449 a. C.) El enfoque de Heródoto fue completamente novedoso, y al menos para la sociedad
occidental, Heródoto es considerado el inventor de la Historia tal y como la
conocemos hoy. Como expresa Holland:
Por primera vez, un cronista se propone rastrear los
orígenes de un conflicto no hasta un pasado tan antiguo o remoto que resultara
fabuloso, no lo atribuye a los deseos o caprichos de ningún dios, ni tampoco al
destino manifiesto de un pueblo, sino a explicaciones que él mismo pudiese
verificar.
Holland
Muchos
historiadores antiguos posteriores, aunque siguieron sus pasos, ridiculizaron a
Heródoto. El primero de ellos, Tucídides. No obstante, Tucídides decidió
continuar su historia donde la dejaba Heródoto (en el sitio de Sestos), por lo
que se presupone que consideró que Heródoto había hecho un buen trabajo
resumiendo la historia precedente. Plutarco criticó a Heródoto en su ensayo
"Sobre la malevolencia de Heródoto", donde describía al historiador
como Philobarbaros (amante de los bárbaros), por no ser lo
suficientemente favorable a los griegos. Lejos de desprestigiarle, este hecho
hace suponer que Heródoto mantuvo un punto de vista bastante objetivo. La
visión negativa sobre Heródoto llegó hasta la Europa
renacentista, aunque siguió siendo profusamente leído. Sin embargo, desde el
siglo XIX, su reputación ha sido rehabilitada espectacularmente por hallazgos
arqueológicos que confirmaban repetidamente su versión de los eventos. La
visión moderna considera que Heródoto hizo generalmente un trabajo notable en
su Historia, pero también que algunos detalles específicos,
especialmente fechas y cifras, deben ser contemplados con escepticismo. En
cualquier caso, siguen existiendo historiadores que consideran que Heródoto
inventó gran parte de su historia.
El
historiador siciliano Diodoro Sículo, en su obra Biblioteca histórica
escrita en el siglo I a. C., también hace una crónica de las Guerras
Médicas, tomando como fuente principal al historiador griego Éforo de Cime.
Este relato es bastante consistente con el de Heródoto. Las Guerras Médicas
son también descritas en menor detalle por un gran número de historiadores
antiguos, incluyendo a Plutarco y Ctesias de Cnido, y se hace alusión a
las mismas por parte de muchos otros escritores como el dramaturgo Esquilo.
Las evidencias arqueológicas, entre las que se encuentra la Columna de las
Serpientes, respaldan algunos datos específicos del relato de Heródoto.
La primera
invasión persa de Grecia tuvo sus raíces inmediatas en la revuelta jónica,
primera fase de las Guerras Médicas. Sin embargo, también fue el resultado de
una interacción más antigua entre griegos y persas. En 500 a. C. el
Imperio aqueménida era aún relativamente joven y con ansias expansionistas,
pero vulnerable a las sublevaciones entre sus súbditos. Por si eso no fuera
suficiente, el rey persa Darío era un usurpador, y hubo de extinguir numerosas
revueltas contra su reinado. Previamente a la revuelta jónica, Darío comenzó a
expandir el Imperio en Europa, subyugando Tracia y forzando a Macedonia a
convertirse en su aliado. Es muy posible que los intentos de invadir el resto
de la políticamente fraccionada Grecia resultaran inevitables. La revuelta
jónica amenazó directamente la misma integridad del Imperio persa, y los
estados de la Grecia europea seguían representando una potencial amenaza para
su estabilidad futura. Por tanto, Darío decidió someter y pacificar Grecia y
el Egeo, al tiempo que escarmentaba a los implicados en la revuelta.
La revuelta
jónica había comenzado con la infructuosa expedición contra Naxos, empresa
común del sátrapa Artafernes y del tirano de Mileto, Aristágoras. Tras el
incidente, Artafernes decidió apartar a Aristágoras del poder; pero antes de
que pudiera hacerlo, Aristágoras abdicó, declarando a Mileto una democracia. El
resto de ciudades de Jonia, al borde de la rebelión, siguieron sus pasos,
expulsando a sus tiranos nombrados por Persia y declarándose igualmente
democracias. Artistágoras acudió a los estados de la Grecia europea en busca de
apoyo, pero sólo Atenas y Eretria le ofrecieron tropas.
La
participación griega en la revuelta jónica es consecuencia de un complejo
cúmulo de circunstancias, que comienzan con el establecimiento de la democracia ateniense a finales del siglo
VI a. C. En 510 a. C., con la ayuda de Cleómenes I, rey de
Esparta, los atenienses habían expulsado al tirano Hipias, quien gobernaba la
ciudad. Junto a su padre Pisístrato, la familia de Hipias había gobernado en
Atenas 36 de los últimos 50 años.
Hipias huyó a la corte de Artafernes, sátrapa persa de Sardes, y le prometió el
control de Atenas si le ayudaba a recuperar el gobierno. Entretanto,
Cleómenes instaló una tiranía pro-espartana en Atenas, personificada en
Iságoras, y opuesta a Clístenes, líder de la poderosa familia de los
Alcmeónidas, que se consideraban herederos naturales del gobierno de Atenas.
En una audaz maniobra, Clístenes prometió a los atenienses que instauraría una
'democracia' en Atenas, ante el horror del resto de la aristocracia. Las
razones de Clístenes para sugerir una medida tan drástica, que reduciría
sensiblemente el poder de su propia familia, no están claras. Es posible que
percibiera que esos días de gobierno aristocrático finalizarían de cualquier
modo; ciertamente deseaba evitar por cualquier medio que Atenas se convirtiera
en un títere de Esparta. Por desgracia, a raíz de su propuesta, Clístenes y su
familia fueron exiliados de Atenas por Iságoras, junto a otros disidentes.
Habiéndoles sido prometida una democracia, los atenienses aprovecharon el
momento y se rebelaron, expulsando a Cleómenes y a Iságoras. Clístenes regresó
entonces a la ciudad (507 a. C.) y comenzó a establecer un gobierno
democrático a un ritmo vertiginoso. La llegada de la democracia supuso una
revolución en Atenas, que desde entonces se convirtió en una de las grandes
potencias de Grecia. La recién llegada libertad y autogobierno de los
atenienses implicaban una ulterior intolerancia al regreso de la tiranía de
Hipias o cualquier otra forma de sometimiento, ya fuera por Esparta, Persia o
terceros.
Cleómenes,
como es lógico, no estaba demasiado contento con la situación, y marchó sobre Atenas
con el ejército espartano. Los intentos del lacedemonio para restaurar a
Iságoras en el gobierno terminaron en debacle, no obstante los atenienses,
temiendo lo peor, ya habían enviado embajadores a Artafernes, a la ciudad de
Sardes, pidiendo ayuda al Imperio persa. Artafernes solicitó que los
atenienses le dieran «la tierra y el agua», símbolo tradicional de sumisión, a
lo que accedieron los embajadores atenienses. A su regreso a Atenas, fueron
censurados severamente por este hecho. En algún momento posterior, Cleómenes
urdió un complot para reinstalar a Hipias en el gobierno de Atenas, que resultó
inútil. Hipias huyó de nuevo a Sardes, e intentó persuadir a los persas para
que sometieran Atenas. Los atenienses enviaron emisarios a Artafernes para
disuadirle de emprender cualquier acción, ante lo que Artafernes respondió
recomendándoles que aceptaran el regreso de Hipias en calidad de tirano. Los
atenienses se opusieron, como era de esperar, y se declararon abiertamente en
guerra con Persia.
Habiéndose convertido así en enemiga del Imperio aqueménida, Atenas ya se
encontraba predispuesta a apoyar a las ciudades jónicas cuando estalló la
revuelta. El hecho de que las democracias jónicas estuvieran inspiradas por la ateniense
sin duda ayudó en esta decisión, especialmente si es cierto que las ciudades
jónicas fueron originalmente colonias atenienses.
La ciudad de Eretria también envió ayuda a los jonios, por razones no del todo claras. Posiblemente existían razones comerciales: Eretria era una ciudad comercial de la isla de Eubea, cuyo mercado se veía amenazado por la dominación persa del mar Egeo. Heródoto sugiere que los eretreios respaldaron la revuelta como agradecimiento al apoyo prestado por Mileto a su ciudad en una anterior guerra contra Calcis.
Atenienses
y eretreios enviaron una fuerza expedicionaria de 25 trirremes a Asia Menor.
Mientras se encontraban allí, el ejército griego sorprendió a Artafernes,
esquivándole y marchando hacia Sardes, donde quemaron la parte baja de la
ciudad. No obstante, este fue el mayor de los logros griegos, ya que fueron
perseguidos hasta la costa por jinetes persas, perdiendo muchos hombres en el
proceso. A pesar de que sus acciones fueron inapreciables, tanto eretreios como
atenienses se ganaron la enemistad eterna de Darío, quien juró castigar a ambas
ciudades. La victoria persa en la batalla naval de Lade (494 a. C.)
acabó prácticamente con la revuelta, y en 493 a. C. la flota persa
sofocó los últimos focos de resistencia. La rebelión fue utilizada como una
oportunidad de extender la frontera imperial a las islas del Egeo oriental y la
Propóntide, que nunca había formado parte de los dominios persas. La completa
pacificación de Jonia permitió a los persas planificar nuevos movimientos,
extinguir la amenaza que suponía Grecia, y escarmentar a Atenas y Eretria.
492 a. C.:
Campaña de Mardonio
En la primavera de 492 a. C. se creó una fuerza
expedicionaria, que debía ser dirigida por Mardonio, el yerno de Darío.
Consistía en una flota y un ejército de tierra. Mientras que su objetivo
principal era castigar a Atenas y Eretria, como objetivo secundario tenía
subyugar tantas ciudades griegas como fuera posible. Partiendo de Cilicia,
Mardonio envió al ejército a través del Helesponto, mientras él viajaba con la
flota. Navegó bordeando Asia Menor hasta Jonia, donde dedicó un tiempo a abolir
las tiranías que gobernaban las ciudades jónicas. Irónicamente, dado que el
establecimiento de gobiernos democráticos había representado un factor clave en
la revuelta jónica, reemplazó las tiranías por democracias.
Desde allí la flota se dirigió al Helesponto. Cuando todo
estuvo dispuesto, embarcó a las tropas de tierra para que cruzaran a Europa.
El ejército marchó entonces a través de Tracia, reconquistándola, pues estas
tierras ya formaron parte del Imperio persa en 512 a. C. durante la campaña de
Darío contra los escitas. Cuando alcanzaron Macedonia, antiguo aliado,
forzaron a este reino a convertirse en tributario de Persia, aunque permitiendo
que mantuviera su independencia.
Mientras tanto, la armada llegó a Tasos, ante cuya visión
la ciudad se sometió a los persas. La flota siguió la línea costera hasta
Acanto en Calcídica, antes de intentar costear la ladera del Monte Athos.
Allí fueron sorprendidos por una violenta tempestad, que les empujó contra los
acantilados. Según Heródoto, 300 naves naufragaron y 20.000 hombres perecieron.
Mientras el ejército acampaba en Macedonia, los brigios,
una tribu tracia local, lanzaron una razia nocturna contra el campamento persa,
acabando con muchas vidas e hiriendo al propio Mardonio. A pesar de sus
heridas, el comandante se aseguró de que los brigios fueran derrotados y
sometidos, y después dirigió su ejército de regreso al Helesponto, mientras los
restos de la armada se retiraban igualmente a Asia. Aunque la campaña
finalizó sin conseguir los principales objetivos, las tierras limítrofes con
Grecia quedaban firmemente bajo control persa, y los griegos habían sido
claramente avisados de las intenciones que Darío albergaba contra ellos.
491 a. C.: Diplomacia
Probablemente, razonando Darío que la expedición del año
anterior contra Grecia había puesto al descubierto sus planes, y debilitado la
resolución de las polis griegas, regresó a la vía diplomática en
491 a. C. Envió embajadores a todas las ciudades estado de Grecia,
pidiendo «la tierra y el agua», símbolo tradicional de sumisión. La gran
mayoría de ciudades respondieron favorablemente a su petición, temiendo la ira
del rey persa. En Atenas, por el contrario, los embajadores fueron juzgados y
ejecutados. En Esparta, simplemente fueron arrojados a un pozo. Este hecho
dibujó firme e inexorablemente las líneas de batalla para el conflicto que
había de llegar. Esparta y Atenas, a pesar de su reciente enemistad, lucharían
juntas contra los persas.
No obstante, Esparta sufrió una serie de maquinaciones
internas que desestabilizaron su situación. Las ciudades de Egina se sometieron
a los embajadores persas, y los atenienses, preocupados ante la posibilidad de
que Persia utilizara esta isla como base naval, pidieron a Esparta que
interviniera. Cleómenes viajó a Egina para tratar personalmente con sus
habitantes, pero ellos acudieron al otro biarca de Esparta, Demarato, que apoyó
la resolución egineta. Cleómenes respondió acusando a Demarato ilegítimo, con
la ayuda de los sacerdotes de Delfos (a quienes había sobornado). Demarato fue
reemplazado por su primo Leotíquidas. Con los dos diarcas en su contra, los
eginetas capitularon, entregando rehenes a los atenienses como garantía de su
palabra. Sin embargo, en Esparta se tuvo conocimiento de los sobornos de
Cleómenes en Delfos, y fue expulsado de la ciudad. En el destierro, intentó
ganarse el apoyo del Peloponeso septentrional, ante lo que los lacedemonios se
echaron atrás y le invitaron a regresar a la ciudad. Cleómenes, no obstante,
había llegado demasiado lejos, y en 491 a. C. fue encerrado, acusado
de locura, y murió al siguiente día. Aunque el veredicto oficial fue de
suicidio, es presumible que fuera asesinado. Le sucedió su hermanastro Leónidas
I.
490 a. C.: Campaña de Datis y Artafernes
Aprovechándose del caos existente en Esparta, que dejaba
a Atenas aislada de hecho, Darío decidió lanzar una expedición anfibia para
castigar definitivamente a Atenas y Eretria. Reunió un ejército en Susa, y
marchó a Cilicia, donde había fabricado una flota. El mando de la expedición le
fue concedido a Datis el Medo y Artafernes, hijo del sátrapa Artafernes.
Tamaño de las fuerzas persas
Según
Heródoto, la flota utilizada por Darío consistía en 600 trirremes. No existen
datos en las fuentes históricas de cuántos transportes les acompañaban, si es
que había alguno. Heródoto indica que 3000 transportes navegaron con los 1207
trirremes durante la invasión de Jerjes en 480 a. C. Algunos
historiadores modernos aceptan esta proporción de barcos, aunque ha sido
sugerido que el número de 600 representa la cifra conjunta de trirremes y
transportes de tropas, o que adicionalmente a los 600 trirremes existían
transportes de caballos.
Heródoto no
hace una estimación del tamaño del ejército persa, indicando únicamente que
formaban una «infantería numerosa en líneas muy cerradas». Entre otras
fuentes, el poeta Simónides, casi contemporáneo de los hechos, contabiliza la
fuerza de campaña en 200.000 soldados. Un escritor más tardío, el romano
Cornelio Nepote estima las cifras en 200.000 infantes y 10.000 jinetes.
Plutarco y Pausanias cifran a los persas en 300.000, el mismo número que
menciona la Suda. Platón y Lisias afirman que fueron 500.000, y Marco Juniano
Justino asciende esa cifra hasta 600.000.
Los
historiadores modernos generalmente desestiman estas cifras por exageradas.50 Una posible aproximación para estimar
el número de tropas consiste en calcular el número de infantes de marina
transportados en 600 trirremes. Heródoto menciona que cada trirreme, durante la
segunda invasión de Grecia, llevaba 30 infantes extra, además de unos 14 que
formarían su dotación normal. Así, 600 trirremes podían fácilmente transportar
entre 18.000 y 26.000 soldados. Los números propuestos para cuantificar la
infantería persa se hallan en el rango de entre 18.000 y 100.000, mientras que
el consenso se encuentra en una cifra aproximada de 25.000.
La
infantería persa utilizada en la invasión formaba probablemente un grupo
heterogéneo, reclutado en toda la extensión del Imperio. Según Heródoto, sin
embargo, existía al menos una homogeneidad en el tipo de armadura que portaba y
en su estilo de combate. En general, cada infante se armaba con un arco, una
'lanza corta' y una espada, portaba un escudo de mimbre, y su armadura
consistía como mucho en un jubón de cuero. La única excepción a esta regla
podía darse en las tropas de etnia persa, que podrían haber vestido un pectoral
o armadura de escamas. Algunos contingentes podían portar una panoplia
diferente; por ejemplo, los escitas, conocidos por su afinidad con el hacha.
Las fuerzas de 'élite' de la infantería persa parece que consistían en las
tropas de etnia persa, además de medos, casitas y escitas. Heródoto menciona
específicamente la presencia de persas y escitas en Maratón. El estilo de
combate utilizado por los persas consistía probablemente en mantenerse alejados
del enemigo, utilizando sus arcos (o equivalente) para diezmar las filas
rivales antes de acercarse cuerpo a cuerpo para ejecutar el golpe de gracia con
sus lanzas y espadas.
Las
estimaciones para la caballería rondan entre 1000 y 3000 jinetes. La caballería
persa estaba compuesta normalmente por jinetes de etnia persa, bactrianos,
medos, casitas y escitas. La mayoría de estos probablemente luchaban como
caballería ligera. La flota debía contener al menos una pequeña proporción de
barcos de transporte, ya que la caballería era transportada por mar. Heródoto
escribe que la caballería embarcaba en los trirremes, aunque esto es muy
improbable. Lazenby calcula que se necesitaban unos 30-40 transportes para
embarcar a 1000 jinetes y sus caballos.
Lindos
Una vez
reunida, la fuerza persa partió de Cilicia en dirección a Rodas. Una crónica
del santuario de Atenea Lindia menciona que Datis asedió infructuosamente la
ciudad de Lindos.
Naxos
La flota
navegó entonces al norte, siguiendo la costa jónica hasta Samos, donde viraron
al oeste rumbo al mar Egeo. Su siguiente destino fue Naxos, pretendían así
escarmentar a sus habitantes por el fallido asedio de hacía una década.
Muchos de sus habitantes huyeron a las montañas, pero aquellos que cayeron en
manos persas fueron esclavizados. Después, los persas quemaron la ciudad y sus
templos.
Las Cícladas
Continuando
su ruta, la flota persa se aproximó a Delos, ante cuya visión muchos delios
también abandonaron sus hogares. Tras la demostración de poder llevada a cabo
en Naxos, Datis intentaba mostrar clemencia al resto de islas, si éstas se
sometían a su yugo. Envió un heraldo a la isla, proclamando:
Hombres sagrados, ¿por qué
habéis huido, malinterpretando mis intenciones? Es mi deseo, así como la orden
de mi rey, no dañar la tierra donde nacieron los dos dioses, y tampoco a sus
habitantes. Volved, pues, a vuestros hogares, y habitad en vuestra isla.
Entonces,
quemó 300 talentos de incienso en el altar de Apolo, para mostrar su respeto
por uno de los dioses de la isla. La flota bogó entonces de isla en isla a lo
largo del Egeo, tomando rehenes y reclutando tropas en su camino a Eretria.
Caristo
Finalmente, los persas
llegaron a la ciudad de Caristo, en la costa meridional de Eubea. Sus
ciudadanos rehusaron entregar rehenes a los persas, por lo que fueron asediados
y sus campos arrasados, hasta que se sometieron a Persia.
Sitio de Eretria
Partiendo
de Eubea, la flota persa se dirigió al primero de sus objetivos principales:
Eretria.
Durante la
revuelta jónica, los eretrios así como los atenienses enviaron tropas en
auxilio de las ciudades jónicas de Asia Menor que se habían rebelado contra el
poder persa. La revuelta no solo fracasó, sino que motivó el rencor de Darío I
contra las polis griegas por su oposición y ayuda a los rebeldes. Darío,
buscando venganza contra Eretria y Atenas, envió una flota de cerca de 600
barcos, bajo el mando de Datis y Artafernes contra las polis griegas. De camino
a Eretria la flota persa conquistó las islas Cícladas y después atacó Eretria.
La ciudad fue sitiada durante seis días, antes de ser traicionada por algunos
ciudadanos, siendo finalmente saqueada y tomados como rehenes sus habitantes.
Cuando la
gente de Eretria descubrió que la flota persa se dirigía hacia su ciudad,
pidieron ayuda a los atenienses para que les enviasen soldados. El gobierno
ateniense envió a 4000 de sus ciudadanos del asentamiento de Calcis, que estaba
también en Eubea. Sin embargo, cuando los atenienses llegaron, el líder de Eretria, Esquines, dijo
a los atenienses que se marcharan porque no quería que fueran cogidos en la
destrucción de Eretria. Los atenienses siguieron el consejo de Esquines, se
fueron en barco a Oropo y se salvaron.
Mientras
tanto, la gente de Eretria fue dividida en tres grupos, un grupo que quería
rendirse al ejército persa, otro grupo que quería escapar hacia las colinas y
un tercer grupo que quería luchar. A pesar de la división de opiniones,
cuando llegaron los persas, la gente de Eretria decidió pelear. La estrategia
no era salir a luchar ante los persas en el exterior, sino defender los muros
de la ciudad. El ejército persa llegó y comenzó a sitiar la ciudad en una lucha
en la que ambos bandos tuvieron muchas bajas. Después de seis días de lucha,
dos ciudadanos eminentes, Euforbo y Filagro abrieron las puertas para que
entrasen los persas. Una vez dentro de la ciudad, los persas comenzaron a
saquear y a quemar los templos y santuarios como venganza por la quema de los
santuarios de Sardes. Toda la población fue esclavizada, como había ordenado
Darío.
Después del
sitio de Eretria durante seis días, los persas embarcaron a la gente de Eretria
en barcos y los dejaron en la isla de Egilia. Una vez hecho esto, los persas
fueron en barco hacia Maratón (en el Ática) gracias a la ayuda de Hipias, para
luchar allí ante los atenienses. Cuando los atenienses oyeron la noticia,
avanzaron con su ejército de 10000 hombres, así como con 1000 aliados de Platea
para luchar ante los persas en la batalla de Maratón. En esta batalla, los
persas fueron derrotados.
El ejército
persa se retiró y escapó en sus barcos, recogió a la gente de Eretria con la
que navegó alrededor del cabo Sunión, intentando llegar cerca de la costa de
Atenas antes de que llegase el ejército ateniense. Cuando alcanzaron Falero,
vieron que el ejército ateniense había vuelto atrás lo que les obligó a
retroceder y poner rumbo hacia Asia Menor. Cuando la flota persa llegó a Asia
Menor, Datis y Artafernes ubicaron temporalmente en Susa a la población de
Eretria. El rey Darío vio personalmente a los eretrios y ordenó que se alojasen
en la región de Cisia.
Batalla de Maratón
La batalla
de Maratón. Ocurrió en el año 490 a. C. y tuvo lugar en los
campos y la playa de la ciudad de Maratón, situada a pocos kilómetros de
Atenas, en la costa este de Ática. Enfrentó por un lado al rey persa Darío I,
que deseaba invadir y conquistar Atenas por su participación en la revuelta jónica, y, por otro lado, a los
atenienses y sus aliados (de Platea, entre otros). Una proeza recordada en esta
batalla fue la de Filípides, que recorrió, diferente a lo que se cree, el
camino de Atenas a Esparta para pedir ayuda al ejército espartano, pues la amenaza persa se cernía sobre el mundo griego.
Esparta rehusó ayudar a los atenienses, alegando encontrarse en fechas de
celebraciones religiosas.
Tras la
revuelta de Jonia, Darío decidió castigar a la ciudad griega que había prestado
ayuda a sus súbditos rebeldes. Después de tomar Naxos y Eretria, la expedición
persa, con el consejo de Hipias, que esperaba recuperar el poder en Atenas,
desembarcó en la playa de Maratón. Tras cinco días cara a cara, las falanges
ateniense y platense aplastaron a la infantería persa que huyó y se embarcó de
nuevo con fuertes bajas. El ejército griego se retiró rápidamente a Atenas para
impedir el desembarco de la otra parte del cuerpo expedicionario persa en
Falero, uno de los puertos de la ciudad.
Esta
victoria puso fin a la Primera Guerra Médica. Diez años después, tuvo lugar un
nuevo ataque por orden de Jerjes I. La batalla de Maratón desempeñó un papel
político importante mediante la afirmación del modelo democrático ateniense y
el inicio de grandes carreras militares para los generales
atenienses como Milcíades o Arístides el Justo.
La fuente
histórica principal de la batalla es el historiador griego Heródoto, que
describe los acontecimientos en el libro VI, en los párrafos 102-117 de su Historia
desde el origen de los acontecimientos a fin de preservarlos del olvido. Sin
embargo, él personalmente no estuvo envuelto en los conflictos de la Grecia de
su tiempo, ni tampoco en los que se resolvieron en las Guerras Médicas, que
tuvieron lugar cuando el historiador nacía. Se cree que escribió su libro
después de la paz de Calias (449-448 a. C.), pues hubo de expatriarse
de Halicarnaso, su ciudad natal, y fue a escribir su Historia a los
confines occidentales de la Hélade. Aun dándose el caso de sentir antipatía por
Histieo y Aristágoras de Mileto, promotores de la sublevación de los jonios,
según Heródoto por motivos personales, creía en la justicia de la victoria
griega y admiraba tanto las virtudes helenas como la sabiduría de los pueblos
orientales; tanto a Atenas como a Esparta. Con cierto escepticismo, procuró
permanecer apartidario y relativista, e intentó establecer un criterio
unitario, dando cabida a las distintas posiciones y organizar los hechos en un
todo coherente.
Avalaba la
animadversión y actitud negativa de Heródoto hacia los jonios el historiador
alemán Hermann Bengtson, quien opinaba que la revuelta era absurda y estaba
predestinada al fracaso. Otros especialistas argumentan que sí existían unas
causas remotas y profundas, pese a que la autoridad persa en las polis
griegas de Asia Menor no era muy opresiva, la única condición impuesta por
Darío, la obediencia a un poder de naturaleza autocrática, era innegociable
para los griegos. Y aunque la tradicional obediencia griega había resultado
cómoda como instrumento de control, las tiranías habían pasado ya en esta etapa
histórica, con lo que el odio de los griegos asiáticos albergaban hacia ese
tipo de gobierno acarreaba a los persas mayor hostilidad, Aducen también estos
autores cuestiones de naturaleza económica como causa remota de la rebelión,
aunque este punto resulta polémico, dado que Mileto estaba en su apogeo. De
todas formas el aprecio de Heródoto como historiador ha aumentado
progresivamente a partir de la primera corriente crítica histórica alemana, que
hacían suyo el prejuicio de Plutarco hacia el de Halicarnaso y su cortedad de
visión, plasmada en las Moralia, Sobre la malevolencia de Heródoto. Fue
Hauvette el que comenzó a dar la vuelta a esta situación historiográfica de la
Alemania del Kaiser
Guillermo II.
Otros
historiadores griegos, aparte de Plutarco, como Tucídides, le critican y
reprochan su falta de rigor. Esta visión, como se deduce de manera implícita
del párrafo anterior, se perpetuó hasta el siglo XX. Después los
descubrimientos arqueológicos de dicho siglo vienen a confirmar la versión de
los hechos narrados por Heródoto, y es raro que haya historiadores
contemporáneos que continúen estimando que inventó la mayor parte de su relato.
La Biblioteca
histórica de Diodoro Sículo (siglo I) es la otra gran fuente antigua sobre
la batalla. Obtuvo la información en parte de una obra anterior, de Éforo de
Cime. Hay alusiones en las obras de Plutarco, como la ya mencionada, Ctesias,
Esquilo, e incluso Cornelio Nepote.
Los autores
antiguos remontaban los orígenes de la Primera Guerra Médica a la ya mencionada
revuelta jónica, inscrito de hecho en el vasto movimiento expansionista del Imperio
aqueménida. Darío I ya había puesto el pie en Europa, con la conquista de Tracia
y la sumisión del Reino de Macedonia, que fue forzado a sumarse a la alianza
persa. Sin embargo, la revuelta jónica llevaba una amenaza directa sobre la
integridad del Imperio, y Darío tomó la decisión de castigar a todos aquellos
que se encontraban implicados, como las ciudades del Egeo y de la Grecia
continental. Atenas y la ciudad eubea de Eretria enviaron veinticinco trirremes
en ayuda de las ciudades de Asia Menor, mientras, un cuerpo expedicionario
arrasaba Sardes antes de replegarse y de ser vencido en Éfeso por el sátrapa Artafernes,
hermano de Darío. En 494 a. C., después de seis años de conflicto,
Darío terminó aplastando las ciudades rebeldes. Después, los persas sometieron
por la fuerza o la diplomacia las islas del mar Egeo. Numerosas ciudades
continentales recibieron embajadas del rey aqueménida pidiendo su sumisión y su
doblegamiento. Atenas y Esparta se negaron e incluso, según Heródoto,
asesinaron a los emisarios.
Anteriormente,
en 511 a. C., con la ayuda de Cleómenes I, el rey de Esparta, el
pueblo ateniense expulsó a Hipias, tirano de Atenas. Éste huyó a Sardes, a la
corte del sátrapa más cercano, Artafernes, y le prometió el control de Atenas
si lograba restaurarlo en el poder, cuya familia lo había detentado en Atenas
durante 36 años.
Mapa de la campaña militar persa.
Cuando
Atenas exigió a Persia que entregara a Hipias para ser enjuiciado, los persas
se negaron, lo que provocó que la ciudad ática se enemistara abiertamente con
los persas, y que en vísperas de la revuelta jónica (499-494 a. C.),
enviara 20 trirremes en ayuda de los jonios. El tirano ateniense huyó
probablemente a la corte del rey Darío durante la revuelta.
La ciudad
de Eretria también había enviado ayuda, cinco trirremes, aunque no sirvió de
mucho ya que la rebelión fue subyugada. Esto alarmó a Darío, que deseaba
castigar a las dos ciudades. En 492 a. C., envió un ejército bajo el
mando de su yerno, Mardonio, a Grecia continental. Empezó con la conquista de Macedonia
y obligó a Alejandro I a abandonar su reino, mientras que en el camino al sur,
hacia las ciudades estado griegas, la flota persa fue diezmada por una tormenta
al costear el promontorio del monte Athos, perdiendo 300 naves y 20 000
hombres. Mardonio fue forzado a retirarse a Asia. Los ataques de los tracios
infligieron pérdidas al ejército aqueménida en retirada. Darío aprendió,
quizás a través de Hipias, que los Alcmeónidas, una poderosa familia ateniense,
se opusieran a Milcíades, quien en ese momento era el político más prominente
de Atenas. Si bien ellos rehusaron ayudar a restablecer a Hipias, puesto que
habían contribuido a derrocarlo, según Heródoto, puesto que «eran enemigos
declarados de la tiranía». Sobre este asunto la historiografía moderna discrepa.
Algunas polis
creyeron que una victoria persa era inevitable y necesitaban asegurar una
posición mejor en el nuevo régimen político surgido tras la conquista persa de
Atenas. Darío, deseando aprovecharse de esta situación para conquistarla, lo
que aislaría a Esparta, conquistaría al resto de los griegos del Egeo y
consolidaría su control sobre Jonia. Para esto Darío pensaba en hacer dos
cosas:
·
Sacar al ejército de sus
murallas y derrotarlo en campo abierto.
·
Lograr la rebelión de la
ciudad para rendirse a los persas.
A finales
de 491 o inicios de 490 a. C., una expedición naval de seiscientos
trirremes zarpó de Cilicia rumbo a Jonia al mando de Artafernes, hijo del
sátrapa de Lidia —el que hizo el trato con Hipias—, y del almirante medo Datis,
enviada para aplastar a los insumisos. Mardonio, había sido relevado del
mando por el gran número de naves perdidas en la tempestad que se abatió sobre
ellas al costear el Athos.
Ahora bien,
desde Cilicia no arrumbaron las naves a lo largo de la costa asiática en
dirección al Helesponto y Tracia, sino que a partir de Samos, costearon Icaria,
rebasaron el mar Icario, y navegaron entre las islas Cícladas, pues no se
atrevían a circunnavegar el Monte Athos dado que dos años antes sufrieron un
desastre mientras surcaban dichas aguas, y además para tomar la isla de Naxos y
la fuerza de Eretria y Atenas para someterse al Gran Rey o ser destruida,
debían seguir esa ruta. Naxos fue saqueada, sus templos quemados, y los
naxios que pudieron escapar huyeron a la zona central de la isla, que era
montañosa. Después la flota izó velas y tras recorrer las Cícladas
septentrionales, situadas entre Delos y Eubea, desembarcaron en la ciudad eubea
de Caristo, la sitiaron y saquearon, tras lo cual se dirigieron hacia Eretria,
situada a 65 km de Caristo. Fue conquistada tras siete días de asedio,
incendiada y su población reducida a la esclavitud. Los 4000 clerucos
atenienses que habitaban las tierras de la ciudad eubea de Calcis, que fueron
enviados a socorrerlos tuvieron que darse a la fuga. Según se desprende del
texto de Herodoto, se trataba de una expedición para castigar a atenienses y
eretrieos, y los persas enviaron una flota que carecía de naves destinadas al
transporte de caballos y sin apoyo de un ejército de tierra. Según Carlos
Schrader, el número de barcos «probablemente no superaría el centenar y, como
todos los contingentes persas iban embarcados, su número oscilaría sobre los
30 000 hombres». Mientras los persas asolaban Naxos, los delios,
abandonaron su isla y emprendieron la huida hacia Tenos. Datis, sin embargo dio
orden de no atracar en Delos y ordenó que las naves fondearan en Rinia. Según
Heródoto, Datis tenía órdenes de Darío de respetar la isla sagrada donde habían
nacido Apolo y Artemisa. Carlos Schrader aduce que «el motivo por el que no
atacó Delos fue la advertencia de Hipias, que iba en a la expedición, de que
los contingentes griegos del ejército de Datis no habrían admitido el saqueo de
un santuario de Apolo de carácter panjónico».
La flota
persa viró acto seguido hacia Atenas, siguiendo los consejos de Hipias, el
viejo tirano ateniense depuesto veinte años antes, esperaba recuperar el poder
merced a sus partidarios en el seno de la ciudad. Aconsejó a los persas atracar
en la playa que orilla la llanura de Maratón, situada a 38 kilómetros de
distancia de Atenas, de alrededor de unos cuatro km de larga y apropiada para
maniobras de caballería.
Batalla
de Maratón 490 a.C. Movimientos de la flota persa
Fecha de la batalla
Heródoto
facilita una fecha del calendario lunisolar, del que cada ciudad griega tenía
su variante. Los cálculos astronómicos permiten obtener una fecha en el calendario
juliano proléptico. En 1855, August Böckh determinó que la batalla tuvo lugar
el 12 de septiembre de 490 a. C., fecha comúnmente admitida. Si el
día 12 fue el del desembarco de las tropas, el enfrentamiento habría tenido
lugar el 17 de septiembre. Según otro cálculo, es posible que el calendario
espartano estuviera un mes avanzado con respecto al calendario ateniense, en
cuyo caso sería el 12 de agosto. Sin embargo, los griegos eligieron comenzar
las celebraciones del 2500 aniversario de la batalla el 1 de agosto para
culminarlas en septiembre.
Batalla
El ejército
ateniense, capitaneado por Milcíades el Joven, el strategos ateniense
más experimentado en la lucha contra los persas, fue enviado a bloquear las
salidas de la llanura de Maratón para impedir el avance del ejército aqueménida
por tierra. Paralelamente, Fidípides, un corredor mensajero, fue despachado
para solicitar refuerzos a Esparta. Es posible que Atenas tuviera un pacto
previo de ayuda militar mutua (epimaquia), y por consiguiente despachara
a dicho mensajero. Según Georg Busolt, los atenienses enviaron al correo cuando
ya habían decidido salir al encuentro de los persas. Pero la ciudad laconia
celebraba la Carneas, fiestas que implicaban una tregua militar hasta el
plenilunio siguiente. Las tropas espartanas no podían partir más que al cabo de
diez días. Los atenienses que habían recibido el refuerzo de un pequeño
contingente de Platea estaban casi solos.
Los persas
navegaron por la costa de Ática, y anclaron en la bahía de Maratón, a unos 40
kilómetros de Atenas, con el asesoramiento del tirano exiliado ateniense
Hipias, que había acompañado a la expedición.
Los dos
ejércitos estuvieron frente a frente durante cinco días. La espera favorecía a
Atenas, ya que cada jornada que pasaba se acercaba al día en que los refuerzos
espartanos llegarían.
Fuerzas enfrentadas y tácticas
Heródoto no
aporta cifras para las fuerzas griegas. Cornelio Nepote Pausanias y
Plutarco las cifran en 9000 atenienses y 1000 platenses. Justino informa que
el número de efectivos era de 10 000 atenienses y 1000 platenses. Estas
cifras equivalen a las dadas para la Batalla de Platea, y parecen poco
probables. Son aceptadas generalmente por los historiadores contemporáneos,
entre otros, Jules Labarbe, seguido por Pierre Vidal-Naquet, y algunos de
estos autores justifican la cifra de atenienses en que los diez mil hombres
eran el resultado del esquema tradicional de un millar de hoplitas por cada una
de las diez tribus áticas. Otros autores reducen la cifra de platenses a 600.
El
armamento de los griegos era el propio de una infantería pesada: los hoplitas
atenienses y sus aliados platenses se protegían con un casco, un escudo, una
coraza, cnémidas y brazales de bronce. Blandían una espada, una larga lanza (dory)
y asían un escudo de piel con láminas de metal. Los hoplitas combatían en filas
cerradas, de modo acorde a la formación de la falange, sus escudos formaban
delante de ellos una muralla. Los esclavos atenienses fueron liberados poco
antes de la batalla para servir de infantería ligera, honderos y lanzadores de jabalina.
Su número y su papel durante la batalla son desconocidos, debido a que los
hechos y gestas de esclavos no eran juzgados dignos de ser relatados por los
autores antiguos.
Las tropas
atenienses estaban dirigidas por diez stratogoi —uno por cada tribu—
bajo la autoridad militar y religiosa de un polemarca, Calímaco. Cada estratego
mandaba en el ejército durante un día. No obstante, parece que cada vez, los
estrategos confiaban el mando a uno solo de ellos, entre quienes se contaba Milcíades.
Este general conocía la debilidad del ejército aqueménida por haber luchado
con ellos durante la campaña de Darío contra los escitas.
Recreación moderna de la batalla (2011).
Los hoplitas, a excepción de los espartanos, no fueron equipados uniformemente,
pues podían comprar su propio equipo y adornarlo a su criterio.
El ejército
persa estaba bajo el mando de Artafernes, un sobrino de Darío, a la cabeza del
ejército de tierra, y Datis era el almirante de la flota. Según Heródoto, la
flota aqueménida estaba compuesta de 600 trirremes, Stecchini la estima en 300
trirremes y 300 barcos de transporte; mientras que Peter Green la cifra en
200 trirremes y 400 buques de transporte. Diez años antes, probablemente en
la primavera de 499 a. C. con 200 trirremes no pudieron someter Naxos,
por lo que quizás una flota de 200 o 300 trirremes era insuficiente. Los
historiadores modernos también han hecho varias estimaciones. Kampouris ha
señalado, que si las 600 naves eran buques de guerra y no barcos de transporte,
con 30 soldados epíbatas en cada barco -típico de los barcos persas después de
la batalla naval de Lade, cantidad de la que dispuso Jerjes durante su
invasión-, se alcanzarían 18 000 efectivos. Pero dado que la flota tenía
buques de transporte, debía transportar por lo menos a la caballería persa.
Mientras que Heródoto afirma que la caballería se transportó en los trirremes:
la flota persa había dedicado los buques a esta empresa. Según Éforo, 800
transportes acompañaron a la flota invasora de Jerjes diez años más tarde. Las estimaciones
para la caballería están generalmente en el rango de 1000 a 3000, aunque,
como se señala posteriormente Cornelio Nepote la cifra en 10 000.
En cuanto a
la infantería simplemente dice que era numerosa. Simónides de Ceos evaluó el
cuerpo expedicionario persa en 200 000 hombres. Mientras que un escritor
posterior, el romano Cornelio Nepote cifra la caballería en 10 000
jinetes, y de la infantería indica que de un total de 200 000 hombres,
Datis dispuso en orden de batalla la mitad: 100 000 infantes; el resto fue
embarcado en la flota para atacar Atenas, contorneando el cabo Sunión.
Plutarco, Pausaniasy la Suda estiman el total de las fuerzas
aqueménidas en 300 000 individuos. Platón y Lisias facilitan la cifra de
hasta 500 000 hombres, mientras que Marco Juniano Justino la sube a
600 000 soldados. Valerio Máximo da un número de 300 000. Los
historiadores modernos proponen una horquilla entre 20 000 y 100 000
hombres. Para Paul K. Davis el número de fuerzas persas era 25 000
infantes y de 1000 a 3000 jinetes; Otros historiadores modernos proponen
otras cifras: Bengtson: 20 000 infantes; Martijn Moerbeek, 25 000
persas; How & Wells: 40 000; Georg Bussolt y Glotz: 50 000;
Stecchini: 60 000 soldados persas en Maratón; Kleanthis Sandayiosis: de
60 000 a 100 000 soldados persas; Peter Green: 80 000; Christian
Meier: 90 000 Para el historiador de Persia, Pierre Briant, sus efectivos
son imposibles de cifrar, pero el ejército de Datis era de cualquier modo
«muy numeroso». El ejército estaba compuesto de soldados de diferentes
procedencias, no hablaban las mismas lenguas y no tenían la costumbre de
combatir juntos. Además, el armamento persa, con escudos de mimbre y lanzas
cortas, convertía a la infantería persa vulnerable en el combate cuerpo a
cuerpo.
Ruta
del almirante medo Datis y la flota persa a Maratón en el 490 a.C.
Estrategia
Las
estrategias de los ejércitos griego y persa no se conocen con certeza, los
escritos de los autores antiguos son en ocasiones contradictorios, y varias
hipótesis son posibles. Los mecanismos de desencadenamiento de la batalla que
se derivan de estas diferentes posibilidades, también son especulaciones.
Los
atenienses no esperaron tras las murallas de su ciudad, sino que fueron al
encuentro del enemigo. A ellos se unieron sus aliados de Platea. Estaban en
desventaja en Maratón: debieron movilizar a todos los hoplitas disponibles, y
pese ello estaban en inferioridad numérica, por lo menos uno contra dos.
Además, se tuvo que desguarnecer la defensa de la ciudad. Si fueran atacados
por atrás, se dividirían las fuerzas, mientras que cualquier ataque contra ella
no encontraría resistencia. La derrota en Maratón también significaría la
aniquilación total del ejército ateniense. Los atenienses debían bloquear a los
persas en la playa de Maratón, impidiendo que escaparan y evitar ser
desbordados por los flancos. Se llevó a cabo el primer objetivo. No fue
necesario desencadenar la batalla antes de tiempo. Por otra parte, los hoplitas
eran vulnerables a la carga de la caballería persa y constituía un riesgo. El
campamento griego estaba protegido por los flancos por un pequeño bosque o por
estacas —dependiendo de la traducción—, logrando así el segundo objetivo. Esta
hipótesis parece contradecir la versión de Heródoto, según la cual, Milcíades
deseaba atacar tan pronto como fuera posible.
La
estrategia de los persas también sigue siendo hipotética. Según E. Levy,
querían vaciar la ciudad de defensores, bloquearlos en Maratón desembarcando la
mitad de sus tropas y rodear a los hoplitas para tomar Atenas por el mar, con
las puertas abiertas por los hombres de Hipias. Este era un motivo por el que,
a pesar de su superioridad numérica, los persas no habrían atacado de
inmediato. Otro es que se recelaban de los hoplitas, mucho más poderosos que su
infantería ligera. Una parte de las tropas persas, incluida la caballería,
pudieron haber reembarcado, teniendo por objetivo el puerto de Falero, a fin de
llegar rápidamente a la Acrópolis de Atenas. Las tropas restantes habrían
cruzado el Caradra, el pequeño arroyo que atravesaba la llanura de Maratón
antes de perderse en las marismas litorales, con el fin de impedir el regreso
de las fuerzas griegas hacia la ciudad.
Táctica
Las
posiciones iniciales de las tropas antes del combate. Los griegos (azules)
levantaron sus alas para alentar las esquinas de su centro perceptiblemente más
pequeño en una forma de C. La flota persa (en color rojo) estaba anclada en el
este, y su ejército estaba formado en línea recta. Esa gran distancia de los
barcos desempeñó un papel fundamental en las fases posteriores de la batalla.
Las posiciones iniciales de
las tropas antes del combate. Los griegos (azules) levantaron sus alas para
alentar las esquinas de su centro perceptiblemente más pequeño en una forma de
C. La flota persa (en color rojo) estaba anclada en el este, y su ejército
estaba formado en línea recta. Esa gran distancia de los barcos desempeñó un
papel fundamental en las fases posteriores de la batalla.
Antes de la
batalla, los ejércitos estaban separados al menos ocho estadios, es decir, unos
1500 metros. Milcíades convenció a Calímaco, el polemarca, a alargar la línea
de soldados griegos. Dispuso las tropas de dos tribus situadas en el centro del
dispositivo —los Leóntidas capitaneados por Temístocles y los Antióquidas por Arístides—
en cuatro filas, mientras que las otras tribus fueran dispuestas en ocho filas.
De hecho, la gran fuerza de las falanges griegas consistía en el impacto
frontal capaz de dislocar las líneas de infantes enemigos, siendo su punto
flaco que eran poco maniobrables y muy vulnerables por los flancos: era pues
crucial para los griegos, ya que estaban en inferioridad numérica, no dejarse
desbordar, en particular por la caballería persa. Era imperativo, por una
parte, proceder al despliegue del frente en orden de combate, y por otra parte,
que las falanges laterales fueran más fuertes para hacer recular las alas
enemigas y así con movimiento de pinza envolver el centro del ejército persa
donde se hallaban las mejores tropas. Algunos comentaristas han incluso sugerido
que el retroceso del centro griego fue voluntario, para facilitar esta
maniobra, pero Lazenby minora estas consideraciones porque sería suponer que
los antiguos estrategos griegos pensaban como los estrategas contemporáneos,
pero ello entrañaría también un nivel de entrenamiento que no tenían los
hoplitas.
Las
alas de los griegos (en azul) envuelven los flancos persas (en rojo) mientras
que su centro realiza un ataque en retroceso que llena el vacío dejado por los
griegos.
El relato de
Herodoto sobre la táctica no explicita ninguna referencia al papel de los strategoi
hasta después de la derrota, cuando Calímaco tuvo una muerte heroica, dando
prueba de su areté durante el asalto a los barcos enemigos. Según
Everett l. Wheeler, quizás constituya una indicación sobre que era considerada
consustancial al cargo del arconte polemarco como comandante en jefe.
Detonante
En estas
condiciones, en las que cada ejército estaba a la defensiva, era difícil saber
qué desencadenaría la batalla. Según todas las hipótesis, un movimiento persa
el quinto día después del desembarco habría empujado a los griegos a pasar al
ataque. Según Heródoto, Milcíades, apoyado por Calímaco, consiguió que los
otros estrategos decidieran presentar batalla a los persas. Plutarco afirma que
Arístides, que era el más capacitado de los diez estrategos después de
Milcíades, secundó su propuesta. A continuación narra en tono moralizante la
adhesión de los otros ocho estrategos a dicho plan gracias a Arístides.
Heródoto no menciona en ningún momento de la batalla a Arístides. Cada día,
cuando les llegaba al resto de estrategos el turno de ejercer el mando, se lo
cedían a Milcíades, quien declinaba el ofrecimiento, determinado a no ejercerlo
hasta que le correspondiera por derecho propio. En opinión de Lazenby este
pasaje de Heródoto plantea problemas: ¿Por qué atacar antes de la llegada de
los espartanos? ¿Y para qué esperar en dicho caso? Según Lazenby, Heródoto
podría haber creído que Milcíades estaba impaciente por atacar y había ideado
el sistema de mando rotatorio, del cual no hay pruebas reales, para justificar
el transcurso de tiempo entre la llegada de los atenienses y el comienzo de la
batalla. Según palabras de Carlos Schrader, en su traducción de los Libros V
y VI: «que Milcíades decidiera esperar a atacar el día en que le correspondía
el mando —pritanía, literalmente— pudo ser una invención “ex eventu” para
compensar con esto su conducta tiránica en el Quersoneso, por la que fue
enjuiciado». Schrader manifiesta que el compás de espera de varios días antes
del enfrentamiento obedecía a los siguientes motivos: la derrota de los persas
se tornaba difícil sin la concurrencia de los hoplitas espartanos. La
estrategia aqueménida era retener a las tropas atenienses en Maratón, hasta que
sus partidarios de Atenas les dieran la señal de atacarla con parte de sus
contingentes. Añade el historiador español que a los griegos no les apremiaba
iniciar la batalla, pues la espera jugaba a su favor con la eventual llegada de
refuerzos, mientras que a los persas no les beneficiaba porque cada día de
inactividad dificultaba su logística y avituallamiento. Schrader afirma que el
relato de Herodoto no está exento de lagunas y contradicciones, aseveración
compartida por Alberto Balil, al que cita.
Heródoto es
sin embargo muy claro: los griegos cargaron contra el ejército aqueménida. Es
probable que un cambio en el equilibrio de fuerzas les empujara a pasar al
ataque. El cambio pudo deberse al reembarco de la caballería persa
desapareciendo así su principal ventaja. Las falanges griegas eran muy
vulnerables a un ataque por el flanco por parte de las unidades de caballería
que las obligaría a dislocarse deviniendo así vulnerables ante una infantería
ligera menos coordinada, pero muy superior en número. Esta hipótesis se apoya
en el hecho de que Heródoto no menciona la caballería, mientras que la Suda
sí lo precisa: («sin caballería»).Esta teoría está reforzada por la hipótesis
de un reembarco del ejército persa, cuya caballería marchó para atacar Atenas,
mientras que el resto de la infantería frenaba a los hoplitas en Maratón. El
reembarco sí que lo menciona Heródoto, pero lo sitúa cronológicamente después
de la batalla. Si se considera que habría sido antes de la batalla, podría
haberla desencadenado.
Otra
hipótesis abona la idea de que los persas habían obtenido una posición
defensiva (en el plano estratégico), obligando a los atenienses a abandonar su
posición defensiva por una ofensiva (en el sentido táctico) y pasar al ataque.
Los arqueros persas eran una amenaza para una tropa estática a la defensiva. La
ventaja de los hoplitas residía en la cohesión, que privaba a los arqueros de
la posibilidad de acertar. Pero, en cuyo caso, ¿Por qué los persas pasaron al
ataque después de haber esperado varios días? Se han avanzado dos hipótesis: un
rumor habría anunciado la llegada inminente de refuerzos griegos; o
simplemente, se hastiaron del statu quo y atacaron para no estar
indefinidamente en la playa.
Choque
Inundados por un torrente de cólera, fuimos a su
encuentro corriendo con lanza y escudo, de pie, hombre contra hombre,
mordiéndonos los labios por la furia. Bajo la nube de flechas no podía verse el
sol.
Aristófanes, Las avispas.
Batalla
de Maratón 490 a.C (.1): Los atenienses cargan contra la línea persa.
Batalla
de Maratón 490 a.C. (2)
Cuando la línea
griega estuvo formada en orden de combate, Milcíades dio una simple orden: «¡Al
ataque!». Según Heródoto, los griegos corrieron toda la distancia que les
separaba de los persas profiriendo su grito de guerra: «¡Ελελευ! ¡Ελελευ!».
Es sin embargo dudoso, ya que la armadura completa (panoplia), pesaba por lo
menos 20 kg, por lo que era bastante pesada. La carrera sería una marcha, en filas
cerradas, cuya aceleración devino en una carga en los últimos 100 metros, para
llegar con plena velocidad hasta el enemigo. Esta táctica presentaba la ventaja
de estar menos tiempo bajo la lluvia de flechas de los arqueros persas, cuyo
alcance máximo era 200 metros. Heródoto sugiere que fue la primera vez que un
ejército griego corrió hacia su adversario. Tal vez fue debido a que era la
primera ocasión en que se enfrentaba a un enemigo con tal potencia arquera.
Según Heródoto, los persas se quedaron sorprendidos, porque dicha carga rayaba
en la locura, dado que no tenían caballería o arqueros. Los persas estaban
habituados a que sus adversarios griegos les tuvieran miedo y huyeran en lugar
de avanzar.
Dibujo moderno de la batalla de Maratón,
con los dioses griegos representados en la parte superior, y los combatientes
griegos y persas en la inferior.
Los griegos
atravesaron las líneas persas sin atascarse ante las andanadas de flechas,
protegidos por sus armaduras, y golpearon las líneas enemigas. Los persas
fueron sorprendidos, esperaban que sus oponentes fueran un blanco fácil y
detener su progresión. El choque de la falange de hoplitas fue devastador: los
hoplitas permanecían en contacto mediante sus lanzas y sus hombros, y hay que
tener en cuenta la masa total de la falange y su energía cinética, ya que llegó
a toda velocidad. La energía acumulada por la falange fue tal que el impacto
arrolló a los infantes persas. En los combates entre griegos, los escudos
entrechocaban y las lanzas llegaban a las armaduras de bronce. Los persas no
tenían ni escudos ni armaduras apropiados. No disponían prácticamente más que
de su piel para oponerse al "blindaje" griego y no tenían apenas nada
que pudiese penetrar el muro de escudos.
Batalla de Maratón 490 a.C.
(3).
Batalla de Maratón 490 a.C.
(4).
Los flancos
griegos dispersaban fácilmente a las tropas que se les enfrentaban, porque
consistían en tropas reclutadas en el imperio o jonios poco motivados y por
ende más débiles en el centro. Dichas tropas se desbandaron y subieron presas
del pánico a bordo de sus barcos. El centro persa resistió mejor porque estaba
compuesto de tropas de élite -los melóforos, entre otros-, quienes, a su vez,
hundieron el centro de una línea delgada de hoplitas griegos, hasta que los
flancos griegos lograron envolverlos. De hecho, las tropas griegas dispuestas
en las alas renunciaron a perseguir a las tropas derrotadas y cayeron en el
centro del ejército persa en una maniobra de tenaza perfecta. El centro persa
se replegó en desorden hacia las naves, perseguidos por los griegos. Dichos
combatientes del centro del ejército persa fueron aniquilados hasta en el agua.
En la confusión, los atenienses perdieron más hombres que en el momento del choque
entre los dos ejércitos. Soldados persas huyeron hacia las marismas donde se
ahogaron. Los atenienses lograron la captura de siete naves persas, mientras
que las otras lograron escapar. Heródoto refiere que Cinegiro, hermano de Esquilo,
había atrapado un trirreme persa e intentaba sacarlo a la playa, cuando un
miembro de la tripulación persa le cortó la mano. Murió a causa de la amputación.
Batalla de Maratón 490 a.C (5),
lucha en el mar.
Carrera hacia Atenas
Después de
esta victoria, los griegos debían prevenir una segunda ofensiva persa con el
ataque de sus mejores tropas que habían reembarcado después de la batalla,
según Heródoto, antes de la derrota según los historiadores contemporáneos.
Los Leóntidas y los Antióquidas, los efectivos de las tribus situadas en el
centro de la falange y que habían sufrido enormemente, permanecieron en el campo
de batalla, mandados por Arístides. La flota persa necesitaba una decena de
horas para poder doblar el cabo Sunión y arribar a Falero. Con una marcha
forzada de siete u ocho horas, con una batalla a las espaldas, los hoplitas
griegos llegaron justo antes que las escuadras navales enemigas. Los persas, al
percatarse de la maniobra, renunciaron a desembarcar. Según Heródoto «en Atenas
circuló, a modo de acusación el rumor de que los bárbaros se habían decidido
por esta maniobra a instancias de los alcmeónidas, que habrían llegado a un
acuerdo con los persas para hacerles una señal, levantando un escudo, cuando
estos se encontraran ya a bordo de sus barcos». Cinco pasajes después, el
historiador dice no confiar en la afirmación de la connivencia de los
Alcmeónidas con los persas. Parte de la crítica moderna tiene opiniones
dispares al respecto, tildando de incoherente el relato de Herodoto. La señal
convenida, fuera quien fuese la facción filopersa encargada de ello, sería dada
cuando estuvieran prestos a actuar los partidarios intramuros. El retraso
provocó que Datis determinara zarpar antes de haberla recibido. Tal vez, la
señal se diera, afortunadamente para el desenlace de la batalla, el mismo día
en que comenzó.
Algunos
días más tarde llegaron los refuerzos espartanos, 2000 hoplitas, quienes
felicitaron a atenienses y platenses. Según Platón la llegada del ejército
espartano tuvo lugar al día siguiente.
Este éxito
marcó el final de la Primera Guerra Médica.
Balance militar
Heródoto
estima en 6400 los cuerpos de guerreros persas contabilizados en el campo de
batalla. La cifra de los desaparecidos en los pantanos se desconoce. Siete
naves fueron capturadas. Arroja un balance de 192 atenienses muertos y 11
platenses. Calímaco y Estesilao formaron parte de los caídos en batalla. Parece
que la tribu de los Ayántidas fue la que pagó un precio más alto. Según
Ctesias, Datis también murió, huyó según Heródoto. Tal diferencia de bajas
entre uno y otro lado no tiene nada de extraordinario, pese a que las cifras de
pérdidas persas son exageradas. De hecho, se ha constatado con frecuencia, en
las diversas batallas en que se enfrentaron los griegos a los pueblos de Asia
en aquella época, que por cada baja griega había veinte o treinta en los
ejércitos orientales. El historiador francés Edmond Lèvy, sostiene que murieron
6400 persas, «porque que los atenienses hicieron voto de sacrificar a Artemisa
tantas cabras como enemigos muertos». Aduce que no obsta el hecho de que si
ofrendaban a la diosa todos los años 500 cabras en lugar de 6400, es porque que
no pudieron conseguir tal cantidad la primera vez.
Consecuencias,
implicaciones y rédito
A los
muertos de Maratón se les concedió un honor especial: fueron enterrados donde
murieron, y no en el cementerio del Cerámico de Atenas. Simónides de Ceos
compuso el dístico elegiaco grabado en la tumba:
Los atenienses, defensores de los helenos, en
Maratón destruyeron al poderoso vestido de oro meda.
Pausanias
notifica que en el monumento a la batalla figuraban los nombres de los esclavos
que fueron liberados a cambio del servicio militar prestado.
Hacia 485 a. C.,
Atenas hizo erigir en Delfos un templo conmemorativo, el Tesoro de los
atenienses, en la pendiente que conduce al Templo de Apolo. Posteriormente, en
Atenas se realizaron representaciones de la batalla. Pausanias menciona una
pintura de ella en un pórtico del Ágora, la Stoa Pecile adornada con pinturas,
entre las que se hallaban «los que lucharon en Maratón (...) Allí está pintado
también el héroe Maratón, del que recibe el nombre la llanura». Es posible que
el relieve que representa un combate entre griegos y persas en la fachada sur
del Templo de Atenea Niké de la Acrópolis plasme esta batalla. Una inscripción
griega encontrada entre las posesiones de Herodes Ático conmemoraba la batalla
e indicaba la lista de los soldados caídos en combate.
Pausanias y
otros autores antiguos mencionan que en Maratón fue erigido un trofeo por los
atenienses después de la batalla. El único que indica que era de mármol blanco
es él. Eugene Vanderpool reconoció entre los materiales utilizados en la
construcción de una torre medieval sita en la parte norte de la llanura de
Maratón, elementos que parecían formar parte de una columna en cuya extremidad
debió erigirse dicho trofeo. La columna fue levantada en el emplazamiento del
trofeo primitivo. Revestía el aspecto del simple armazón cruciforme, adornado
con armas, bajo las que se presentaba ordinariamente un trofeo.
La batalla
de Maratón se convirtió en un símbolo para los griegos y confirió un gran
prestigio a Atenas. La propaganda y la diplomacia atenienses utilizaron su
victoria para justificar su hegemonía sobre el mundo griego. Según Tucídides,
los atenienses se vanagloriaban de haber vencido a los persas sin la ayuda de
ninguna otra ciudad. Los espartanos estaban considerados hasta
490 a. C. la mayor potencia militar griega. De manera general, Maratón
constituyó una justificación ideológica del poder ateniense, en particular
durante la fundación de la Confederación de Delos en 472 a. C. y de
la transformación de esta alianza en un verdadero imperio, que sometía a sus
aliados a un tributo. Por consiguiente, los otros acontecimientos de la Primera
Guerra Médica, las victorias persas, la participación de otros griegos,
especialmente los platenses, fueron eliminados completamente de la memoria
ateniense.
Sus futuros
dirigentes, Arístides, Milcíades y Temístocles obtuvieron su rédito político.
La generación de los «combatientes de Maratón» -los maratonomacos- se
convirtieron en una referencia, en particular para los círculos conservadores y
tradicionalistas: en 426 a. C., un personaje de Las nubes de Aristófanes,
al alabar el sistema educativo que defiende, concluye «gracias a estos
carcamales fueron formados los guerreros de Maratón».
La guerra y
las armas jugaron un papel político y social en el mundo griego: la caballería
era el arma de la aristocracia —pentacosiomedimnos e hippeis, es
decir, las dos primeras clases— y, los pequeños propietarios de tierras
—zeugitas, la tercera clase censitaria— constituían la base de la falange; los
más pobres, los thetes, como no tenían medios económicos para procurarse
una panoplia, servían en la marina de guerra. Maratón constituyó también la
victoria de un nuevo sistema político, la democracia y sus ciudadanos-soldados
—los hoplitas—, puesto que el tirano Hipias partió al exilio a Sigeo, y su
familia, los Pisistrátidas, no recuperaron el poder. La victoria consagró las
nuevas instituciones, ello significaba que los dioses les habían sido
favorables. La ideología no evolucionó hasta casi un siglo después, los
opositores a la democracia como Platón, exaltaban a los hoplitas de Maratón,
símbolos de un régimen moderado, y denigraban la victoria de Salamina, obtenida
durante la Segunda Guerra Médica por los hombres de los trirremes, símbolos de
la democracia abierta a todos y del Imperialismo ateniense, culpable a sus ojos
de haber provocado la Guerra del Peloponeso y de la derrota de
404 a. C. infligida por Esparta. Esta división es, no obstante, una
relectura partidista posterior, dado que durante todo el siglo
V a. C. tanto los hoplitas como los marinos eran partidarios de la
democracia y de la hegemonía ateniense.
Para los
persas, se trataba sobre todo de un desembarco fallido y de un revés menor en
una expedición que alcanzó algunos de los objetivos sometiendo el Mar Egeo al
poder de Darío I y castigando a Eretria. Edmond Lèvy califica la expedición
como marginal, ya que el rey no participó, las fuerzas empleadas fueron
limitadas, y realmente no constituyó un fracaso: de tres objetivos —las
Cícladas, Eretria y Atenas— se lograron dos. En cuanto a la derrota se debió en
parte a que la caballería había sido embarcada, aunque el resultado
incontestable es que la infantería fue batida en campo abierto. Para Olmstead,
«la campaña contra Grecia tenía un objetivo concreto: conseguir que las dos
orillas del Egeo estuviesen en manos aqueménidas, ya que el Imperio aqueménida
era un poder europeo por su dominio sobre Tracia y la dependencia implícita de
Macedonia; el pequeño fracaso sufrido en Maratón fue un capítulo marginal en la
política persa».
La reacción
del Gran Rey a esta derrota fue de entrada preparar su venganza y una nueva
expedición, pero estalló una revuelta en Egipto, dirigida por el sátrapa
Ariandes que tuvo ocupado a Darío en los últimos meses de su reinado. Murió en
486 a. C. y su hijo Jerjes I le sucedió en el trono aqueménida.
Maratón y
Platea contra supuestas hordas persas difícilmente se pueden considerar
«arquetípicas» dada la experimentada y poderosa máquina militar aqueménida: la
tradición sobre Maratón, a pesar de una investigación topográfica detallada, y
de la publicación de al menos un artículo sobre la batalla casi todos los años,
está tan inmersa en la propaganda ateniense que su credibilidad es
cuestionable.
La carrera
La carrera
se funda en las leyendas en torno a la batalla de Maratón. La tradición relata
dos proezas; la de Eucles, enviado de Maratón a Atenas para avisar de la
victoria y que murió de agotamiento unas horas después de la carrera. La otra
hazaña fue la de Filípides que recorrió 240 kilómetros para avisar a los
espartanos del desembarco persa en Maratón. Sea cual fuera la historicidad de
estos episodios, la proeza deportiva fue colectiva con la marcha de los
hoplitas atenienses, justo después de la victoria, para impedir el desembarco
persa en Falero. Esta marcha es la que Bréal decidió conmemorar.
Pintura de la llegada de Fidípides a
Atenas, por Luc-Olivier Merson, 1869.
Conclusión
Maratón no
fue una batalla decisiva frente a los persas, pero llenó a éstos de
preocupación e intranquilidad, ya que era la primera vez que los griegos
derrotaban a los persas en campo abierto. La victoria dotó a los griegos de una
fe con la que resistieron tres siglos los embates persas, durante los cuales
florecieron su cultura y pensamiento, que serían las bases para el posterior
desarrollo del mundo occidental. En batallas hoplíticas, las dos alas eran
generalmente más fuertes que el centro, porque cualquiera de ellas tenía el
punto más débil (derecho) o el punto más fuerte (lado izquierdo). Sin embargo,
antes de Milcíades y después de él, hasta Epaminondas, ésta era solamente una
cuestión de calidad, no de cantidad. Milcíades tenía experiencia personal sobre
el ejército persa y conocía sus debilidades. Puesto que su disciplina fue
demostrada después en la toma de las islas Cícladas, tenía una estrategia
integrada sobre cómo derrotar a los persas, por lo tanto no hay razón para que
no hubiera podido pensar en una buena táctica.
La Segunda
Guerra Médica consistió en una invasión persa de la Antigua Grecia, que
duró dos años (480 - 479 a. C.), en el transcurso de las Guerras Médicas. Mediante esta invasión, el rey
aqueménida Jerjes I pretendía conquistar toda Grecia. La invasión fue una
respuesta directa, aunque tardía, a la derrota en la Primera Guerra Médica
(492-490 a. C.), concretamente en la batalla de Maratón. Esta batalla
terminó con el intento de Darío I de sojuzgar Grecia. Tras la muerte de este rey, su
hijo Jerjes dedicó varios años a planificar la segunda invasión, reuniendo un
enorme ejército y una flota numerosa. Atenas y Esparta lideraron la resistencia
griega, a la que se sumaron unas 70 polis. Sin embargo, la mayoría de las
ciudades griegas permanecieron neutrales, o bien se sometieron a Jerjes.
La invasión
comenzó en la primavera de 480 a. C. cuando el ejército persa cruzó
el Helesponto y atravesó Tracia y Macedonia rumbo a Tesalia, cuyas ciudades se
sometieron a Jerjes. El avance persa fue bloqueado en el paso de las Termópilas
por una pequeña fuerza aliada bajo el mando del rey Leónidas I de Esparta.
Simultáneamente, la flota persa fue interceptada por una flota aliada en los
estrechos de Artemisio.
En la conocida batalla de las Termópilas, el ejército griego retuvo al persa
durante dos días, antes de ser atacado por el flanco desde un paso de montaña,
tras lo cual la retaguardia aliada fue atrapada en el desfiladero y aniquilada.
La flota aliada también se mantuvo firme durante dos días en la batalla de
Artemisio, pero cuando recibió las noticias del desastre en las Termópilas, se
retiró a Salamina.
Después de
las Termópilas, toda Beocia y Ática cayeron en manos persas, que capturaron e
incendiaron Atenas. No obstante, un gran ejército aliado fortificó el estrecho
istmo de Corinto, protegiendo así el Peloponeso de la conquista persa. Ambos
bandos buscaron entonces una victoria naval que pudiera alterar el curso de la
guerra de manera decisiva. Temístocles, general ateniense, atrajo a la flota
persa hasta los angostos estrechos de Salamina, donde el gran número de naves
persas provocó el caos en su formación, y fueron totalmente derrotadas por la
flota aliada. La victoria aliada en Salamina acabó con los sueños de una
victoria rápida para Jerjes quien, temiendo verse atrapado en Europa, se retiró
a Asia dejando al mando a su general Mardonio con las tropas de élite. Sus
órdenes eran terminar la conquista de Grecia.
La
primavera siguiente, los aliados reunieron el mayor ejército hoplita de su
historia, y cruzaron el istmo hacia el norte, buscando la batalla con Mardonio.
En la batalla de Platea, la infantería griega demostró su superioridad de
nuevo, infligiendo una severa derrota a los persas y acabando con la vida de
Mardonio en el proceso. El mismo día, una armada griega cruzó el mar Egeo y
destruyó los restos de la flota persa en la batalla de Mícala. Con esta doble
derrota, la invasión se dio por finalizada, y el poder naval persa quedó
notablemente dañado. Los griegos pasarían entonces a la ofensiva, expulsando
definitivamente a los persas de Europa, las islas del Egeo y Jonia. La guerra
finalizó en 479 a. C.
Las
ciudades-estado griegas de Atenas y Eretria habían apoyado la infructuosa
revuelta jónica contra el Imperio persa de Darío I en 499 - 494 a. C.
El Imperio persa era aún relativamente joven, y eran comunes las rebeliones en
su seno. Por si eso no fuera suficiente, el rey persa Darío era un usurpador, y
hubo de extinguir numerosas revueltas contra su reinado. La revuelta jónica
amenazó directamente la misma integridad del Imperio persa, y los estados de la
Grecia europea seguían representando una potencial amenaza para su estabilidad
futura. Por tanto, Darío decidió someter y pacificar Grecia y el Egeo, al
tiempo que escarmentaba a los implicados en la revuelta. Una expedición
preliminar bajo el mando de Mardonio, en 492 a. C., destinada a
asegurar la frontera europea con Grecia, terminó con la reconquista de Tracia y
la sumisión de Macedonia como reino títere de Persia.
Mapa del mundo griego en la
época de la invasión
Tamaño
de las fuerzas persas
Ejército: El número de tropas que Jerjes reunió para la segunda
invasión de Grecia ha sido objeto de interminables discusiones, dado que las
fuentes antiguas mencionan unas cifras exageradamente numerosas: Heródoto
afirma que eran, en total, 2,5 millones de soldados, acompañados por un número
equivalente de personal auxiliar. El poeta Simónides de Ceos, que era casi
contemporáneo a los hechos, habla de 4 millones. Ctesias da la cifra de 800.000
como el total de soldados en el ejército armado por Jerjes. Aunque se ha
sugerido que Heródoto o sus fuentes habían accedido a los registros oficiales
del Imperio persa de las fuerzas participantes en la expedición, eruditos
modernos tienden a rechazar estas figuras basadas en el conocimiento de los
sistemas militares persas, sus capacidades logísticas, el terreno griego, y los
suministros disponibles a lo largo del recorrido del ejército.
Los historiadores modernos atribuyen generalmente los
números dados en fuentes clásicas al resultado de errores en los cálculos,
propaganda persa en el curso de la guerra, o exageraciones por parte de los
vencedores. Este
tema ha sido debatido ardientemente, pero el consenso moderno sitúa el número
de tropas entre 200.000 y 250.000. En cualquier caso, fueran cuales fuesen los
números reales, Jerjes deseaba asegurar el éxito de la expedición mediante la
superioridad numérica por tierra y mar.
Heródoto relata que el ejército y la armada, en su marcha
por Tracia, se detuvieron en Dorisco para recibir una inspección de Jerjes. En
este punto, el historiador hace un recuento del número de tropas presentes:
Heródoto dobla este total con el personal de apoyo,
contabilizando así el ejército persa al completo en 5.283.220 hombres. Otras
fuentes antiguas muestran unos números similares. El poeta Simónides de Ceos,
casi contemporáneo de los hechos, habla de cuatro millones; Ctesias indica que
800.000 fue el número total de efectivos militares reunidos en Dorisco.
Un historiador moderno de gran influencia, George Grote,
marcó la pauta expresando incredulidad ante los números mencionados por
Heródoto: «Obviamente, es imposible aceptar estas inmensas cifras, ni siquiera
considerándolas aproximadas.» La objeción principal de Grote se basa en
dificultades de suministro, aunque no analiza el problema en detalle. No
rechaza por completo la crónica de Heródoto, citando los informes de éste sobre
los cuidadosos métodos persas de recuento y acopio de suministros para tres
años de campaña, pero atrae la atención hacia las contradicciones de las
fuentes antiguas. El principal factor para limitar el tamaño del ejército
persa, sugerido originalmente por Sir Frederick Maurice (un oficial de
logística británico) es el suministro de agua. Maurice sugiere que un máximo
de 200.000 hombres y 70.000 animales podrían haber sido abastecidos en cierta
región de Grecia. También sugiere que Heródoto puede haber confundido los
términos persas de quiliarquía (1000) y miriarquía (10.000),
llevándole a multiplicar las cifras por un factor de diez. Otros tempranos
historiadores modernos estimaron que las fuerzas terrestres participantes en la
invasión eran de 100.000 soldados o menos, basándose en los sistemas logísticos
disponibles en la Antigüedad.
Munro y Macan recalcan que Heródoto da los nombres de
seis comandantes principales y 29 miriarcas (líderes de un baivabaram, unidad
básica de infantería persa, formada por unos 10.000 soldados) lo que implicaría
una hueste de aproximadamente 300.000 hombres. Otros proponentes barajan
números entre 250.000 y 700.000. Un historiador, Kampurio, incluso admite como
realista la cifra de Heródoto de 1.700.000 infantes y 80.000 jinetes (incluyendo
personal auxiliar) por varias razones, incluyendo la extensión geográfica donde
se había reclutado el ejército (desde la actual Libia hasta Pakistán), las
proporciones entre fuerzas de tierra y marítimas, entre infantería y
caballería, o entre tropas persas y tropas griegas.
Flota: El tamaño de la flota persa también es disputado, aunque
quizá en menor medida. Refiere Heródoto, que la flota persa contaba con 1207
trirremes y 3000 barcos de transporte y suministro, incluyendo galeras de 50
remeros o pentecónteros, cércuros, triacónteros y navíos ligeros para el
transporte de caballos. Heródoto da la composición detallada de los trirremes
persas.
Preparativos griegos
Los
atenienses se habían preparado para la guerra contra Persia desde mediados de
los años 480 a. C. En 482 a. C., bajo la égida política de Temístocles, tomaron
la decisión de construir una gran flota de trirremes para contrarrestar un
posible ataque naval. Los atenienses no disponían de población suficiente para
luchar simultáneamente por tierra y mar, por tanto combatir a los persas
requería una alianza de varias polis griegas. En 481 a. C. Jerjes
envió embajadores por toda Grecia, pidiendo «tierra y agua», pero evitando
deliberadamente a Atenas y Esparta. Comenzó así a germinar la colaboración
entre ambos estados. Fue convocado un congreso de naciones en Corinto, a
finales del invierno de 481 a. C., en el cual nació una confederación
de polis griegas. Esta confederación tenía el poder de enviar mensajeros
pidiendo ayuda y desplazar tropas de los estados miembros a puntos defensivos
previo consenso. Heródoto no menciona ningún nombre para la unión, sino que
simplemente les llama (los griegos) y
«los griegos que habían jurado alianza» o «los griegos que se habían aliado». A
partir de aquí, se hará referencia a ellos como 'los aliados'. Esparta y Atenas
asumieron un rol de liderazgo en el congreso, pero los intereses de todos los
estados jugaron un importante papel en determinar la estrategia defensiva. Poco
se conoce sobre las discusiones o decisiones internas del congreso durante
estos encuentros. Sólo 70 de las aproximadamente 700 ciudades griegas enviaron
representantes. En cualquier caso, esto resultaba excepcional para el desunido
mundo griego, especialmente teniendo en cuenta que muchas de las ciudades que
enviaron representantes se encontraban técnicamente en guerra entre ellas.
El resto de
ciudades-estado se mantuvieron neutrales en su mayor parte, esperando por el
resultado de la confrontación. Tebas representaba una sensible ausencia, y
fue sospechosa de colaboracionismo con los persas cuando llegó la fuerza de
invasión. No todos los tebanos se mostraron de acuerdo con esta política, y 400
hoplitas «lealistas» se unieron a la fuerza aliada en las Termópilas, al menos
de acuerdo a una posible interpretación. La ciudad más importante que apoyó
activamente a Persia - «medizó»- fue Argos, en el Peloponeso, controlado
extensamente por Esparta. Sin embargo, los argivos fueron debilitados
severamente en 494 a. C. cuando una fuerza espartana dirigida por
Cleómenes I aniquiló el ejército argivo en la batalla de Sepea y masacró a los
fugitivos.
Primavera de 480 a. C.:
Tracia, Macedonia y Tesalia
Tras cruzar
a Europa en abril de 480 a. C., el ejército persa comenzó su marcha hacia
Grecia. Se establecieron cinco grandes depósitos de suministro en la ruta: en
Lefki Akti, en el lado tracio del Helesponto; en Tyrozis sobre el lago
Bistónide, en Dorisco junto al estuario del río Évros, donde el ejército
asiático se reunió con los aliados balcánicos; en Eyón sobre el río Estrimón; y
en Terma, actual Salónica. Durante años, se envió comida a estos lugares en
previsión de la campaña. Compraron y cebaron animales, mientras la población
local fue ordenada a moler grano durante meses. Al ejército persa le llevó
aproximadamente tres meses viajar sin oposición alguna desde el Helesponto a
Terma, un viaje de 600 kilómetros. Se detuvo en Dorisco, donde se le unió la
flota. Jerjes reorganizó las tropas en unidades tácticas, reemplazando las
unidades tradicionales utilizadas durante la marcha.
El
"congreso" aliado se reunió de nuevo en primavera de
480 a. C. Una delegación tesalia sugirió que los aliados podían
reunirse en el estrecho valle de Tempe, en la frontera Tesalia, bloqueando así
el avance de Jerjes. En consecuencia, una hueste de 10.000 aliados, dirigida
por el arconte espartano Euneto y Temístocles fue enviada al paso. Sin embargo,
una vez allí, fueron informados por Alejandro I de Macedonia de que el valle
podía ser traspasado por al menos dos lugares más, y de que la fuerza de Jerjes
era inmensa. Ante esas nuevas, los aliados se retiraron. Poco después, llegaron
las noticias de que Jerjes había cruzado el Helesponto. El abandono de Tempe
implicó la sumisión de Tesalia a los persas, igual que hicieron varias ciudades
al norte del paso de las Termópilas cuando se hizo evidente que no iban a
recibir ayuda.
Temístocles
sugirió entonces una segunda estrategia. La ruta hacia la Grecia meridional
(Beocia, Ática y el Peloponeso) requería que el ejército de Jerjes viajara a
través del estrecho paso de las Termópilas. Éste podía ser fácilmente bloqueado
por los aliados, independientemente de la superioridad numérica persa. Más aún,
para evitar que los persas evitaran las Termópilas por mar, la marina aliada podía
bloquear los estrechos de Artemisio. Esta estrategia dual fue la adoptada por
el congreso. No obstante, las ciudades del Peloponeso hicieron planes
secundarios para defender el istmo de Corinto si fuera necesario, mientras las
mujeres y niños de Atenas evacuaban la ciudad en masa para refugiarse en la
ciudad peloponesia de Trecén.
Batalla de las Termópilas
El lapso de
la batalla se extendió siete días, siendo tres los días de los combates. Se
desarrolló en el estrecho paso de las Termópilas (cuyo nombre se traduce por Puertas
Calientes -; derivada de los manantiales cálidos que existían allí), en
agosto o septiembre de 480 a. C.
Enormemente
superados en número, los griegos detuvieron el avance persa, situándose
estratégicamente en la parte más angosta del desfiladero (se estima 10 a 30
metros), por donde no pasaría la totalidad del poderío persa. En esas
mismas fechas tenía lugar la batalla de Artemisio, donde por mar los atenienses
combatían a la flota de provisiones persas.
Jerjes
reunió un ejército y una armada inmensas para conquistar la totalidad de
Grecia, que conforme a las estimaciones modernas estaría compuesto por unos 250
000 hombres (más de 2 millones, según Heródoto). Ante la inminente invasión, el
general ateniense Temístocles propuso que los aliados griegos bloquearan el
avance del ejército persa en el paso de las Termópilas, a la vez que detenían a
la armada persa en el estrecho de Artemisio.
Un ejército
aliado formado por unos 7000 hombres aproximadamente marchó al norte para bloquear
el paso en el verano de 480 a. C. El ejército persa llegó al paso de
las Termópilas a finales de agosto o a comienzos de septiembre.
Durante una
semana (tres días completos de combate), la pequeña fuerza comandada por el rey
Leónidas I de Esparta bloqueó el único camino que el inmenso ejército persa
podía utilizar para acceder a Grecia, en un ancho que no superaba los veinte
metros (otras fuentes refieren cien metros). Las bajas persas fueron
considerables, no así el ejército espartano. Al sexto día, un residente local
llamado Efialtes traicionó a los griegos mostrando a los invasores un pequeño
camino que podían usar para acceder a la retaguardia de las líneas griegas.
Sabiendo que sus líneas iban a ser sobrepasadas, Leónidas despidió a la mayoría
del ejército griego, permaneciendo allí para proteger su retirada junto con 300
espartanos, 700 tespios, 400 tebanos y posiblemente algunos cientos de soldados
más, la mayoría de los cuales cayeron en los combates.
Tras el
enfrentamiento, la armada aliada recibió en Artemisio las noticias de la
derrota en las Termópilas. Dado que su estrategia requería mantener tanto las
Termópilas como Artemisio, y ante la pérdida del paso, la armada aliada decidió
retirarse a Salamina. Los persas atravesaron Beocia y capturaron la ciudad de
Atenas, que previamente había sido evacuada. Con el fin de alcanzar una
victoria decisiva sobre la flota persa, la flota aliada atacó y derrotó a los
invasores en la batalla de Salamina a finales de año.
Temiendo
quedar atrapado en Europa, Jerjes se retiró con la mayor parte de su ejército a
Asia, dejando al general Mardonio al mando de las tropas restantes para
completar la conquista de Grecia. Al año siguiente, sin embargo, los aliados
consiguieron la victoria decisiva en la batalla de Platea, que puso fin a la
invasión persa.
Tanto los
escritores antiguos como los modernos han utilizado la batalla de las
Termópilas como un ejemplo del poder que puede ejercer sobre un ejército el
patriotismo y la defensa de su propio terreno por parte de un pequeño grupo de
combatientes. Así, el comportamiento de los defensores ha servido como ejemplo
de las ventajas del entrenamiento, el equipamiento y el uso del terreno como
multiplicadores de la fuerza de un ejército, y se ha convertido en un símbolo de
la valentía frente a la adversidad insuperable.
En este mapa se pueden
observar los avances griegos y persas hacia las Termópilas y Artemisio. Las
líneas sobre el mar marcan las líneas de abastecimiento persa, combatidas por
la flota Ateniense.
La leyenda
de las Termópilas, tal y como la cuenta Heródoto, dice que los espartanos
consultaron al Oráculo de Delfos ese mismo año sobre el resultado de la guerra.
Se dice que el Oráculo dictaminó que, o bien la ciudad de Esparta sería
saqueada por los persas, o bien debían sufrir la pérdida de un rey descendiente
de Heracles. Heródoto dice que Leónidas, en línea con la profecía, estaba
convencido que se dirigía a una muerte segura, y que por eso eligió como
soldados solo a espartanos que contaran con hijos vivos.
Leónidas en las Termópilas,
por Jacques-Louis David (1814)
La
estrategia griega
La confederación volvió a reunirse en la primavera de
480 a. C. Una delegación tesalia sugirió que los aliados se reunieran
en el angosto valle de Tempe, en las fronteras de Tesalia, para bloquear el
avance de Jerjes. Se envió una fuerza compuesta por 10 000 hoplitas al
valle, considerando que el ejército persa iba a verse obligado a atravesarlo.
Sin embargo, una vez ahí fueron avisados por Alejandro I de Macedonia de que el
valle podía ser atravesado y rodeado por el paso Sarantoporo, y de que el
ejército persa era de un tamaño inmenso, por lo que los griegos se retiraron.
Poco después recibieron la noticia de que Jerjes había atravesado el
Helesponto.
La estrategia de los griegos fue bloquear la
invasión persa en un estrecho margen de 15 a 25 metros, siendo imposible para
el ejército invasor desplegar la totalidad de sus tropas (250.000-400.000
hombres, según cálculos actuales). Los persas, luego de sufrir cuantiosas bajas,
entre 20 mil y 50 mil soldados, en el séptimo día, pasaron por un sendero alternativo
(bordeando los montes Anopea y Eta), aniquilando a la guarnición espartana, y
continuando hacia Atenas (ya evacuada). Los griegos se agruparon en Corinto (8
km de ancho), impidiendo que Jerjes pasara al Peloponeso y ocupara Esparta.
Temístocles
sugirió entonces una segunda estrategia a los aliados. La ruta hacia el sur de
Grecia (Beocia, Ática y el Peloponeso) exigía que el ejército de Jerjes
atravesase el estrechísimo paso de las Termópilas. Este paso podía
bloquearse fácilmente con los hoplitas griegos a pesar del abrumador número de
soldados persas. Además, y para evitar que los persas superaran la posición
griega por mar, los navíos atenienses y aliados podrían bloquear el estrecho de
Artemisio. Esta estrategia dual fue finalmente aceptada por la confederación.
Sin embargo, las ciudades del Peloponeso prepararon planes de emergencia para
defender el istmo de Corinto en el caso de que fuera necesario, a la vez que
las mujeres y niños de Atenas fueron evacuados en masa hacia la ciudad
peloponesia de Trecén.
Persia
cruza el Helesponto
Jerjes decidió construir puentes sobre el Helesponto para
permitir a su ejército atravesar desde Asia hasta Europa, y cavar un canal a
través del istmo del monte Athos (canal de Jerjes) para que lo atravesasen sus naves
(una flota persa había sido destruida en 492 a. C. mientras rodeaba
ese cabo). Estas obras de ingeniería eran operaciones de una gran ambición
que estaban fuera del alcance de cualquier otro estado contemporáneo.
Finalmente, a comienzos de 480 a. C., se completaron los preparativos
para la invasión, y el ejército que Jerjes había reunido en Sardes marchó en
dirección a Europa, cruzando el Helesponto sobre dos puentes flotantes. El
ejército persa se desplazó a través de Tracia y Macedonia, llegando en agosto a
Grecia las noticias de la inminente invasión de los persas.
Puente de barcos construidos
por los ingenieros griegos a servicio de los persas sobre el Holesponto 480 a.C.
Ruta de Jerjes a las Termopilas 480 a.C:
1 mediados de abril, parte de Sardes, 2 mediados de mayo llega a Troya; 3
primeros de junio cruza el Holesponto, 4 finales de junio llega a Doriskos; 5
mediados de julio tienden un puente de barcas sobre el Strymon; 6 finales de
julio llegan a Therma (Tesalónica) donde se reúnen con la flota; 7 mediados
agosto después de bordear el monte Olimpo llegan a Larsa; 8 finales agosto
llegan a las Termópilas.
Preparativos
de Esparta
En aquella época los espartanos, líderes militares de
facto de la alianza, estaban celebrando la festividad religiosa de las
Carneas. Durante ese festival la actividad militar estaba prohibida por la ley
espartana y, de hecho, los espartanos no llegaron a tiempo a la batalla de
Maratón por estar celebrando el festival. También se estaban celebrando los
Juegos Olímpicos, por lo que debido a la tregua imperante durante su
celebración habría sido doblemente sacrílego para los espartanos si marchasen
en su totalidad a la guerra. En esta ocasión, sin embargo, los éforos
decidieron que la urgencia era lo suficientemente importante como para
justificar el envío de una expedición avanzada para bloquear el paso;
expedición que estaría comandada por uno de los dos reyes espartanos, Leónidas
I.
Leónidas llevó consigo a 300 hombres de la guardia
real, los Hippeis, así como a un número mayor de tropas de apoyo
procedentes de otros lugares de Lacedemonia (incluyendo ilotas). La expedición
debería intentar agrupar el mayor número posible de aliados sobre la marcha y
esperar a la llegada del ejército espartano principal.
Mapa de la batalla de las Termópilas.
Paso
de las Termópilas, se puede apreciar las tres puertas, el campamento persa y el
sendero de Anopea.
En el
camino hacia las Termópilas el ejército espartano fue reforzado por
contingentes procedentes de diversas ciudades, llegando a alcanzar una cifra
superior a los 5000 soldados en el momento en que llegaron a su destino. Leónidas eligió acampar y defender la
parte más estrecha del paso de las Termópilas, en un lugar en el que los
habitantes de Fócida habían levantado una muralla defensiva algún tiempo atrás.
También le llegaron noticias a Leónidas, desde la cercana ciudad de Traquinia,
de la existencia de un camino montañoso que podía ser utilizado para rodear el
paso de las Termópilas. En respuesta, Leónidas envió a 1000 soldados focidios
para que se estacionaran en las alturas y evitasen esa maniobra.
Finalmente
el ejército persa fue avistado atravesando el golfo Maliaco y acercándose a las
Termópilas a mediados de agosto, y ante este hecho los aliados mantuvieron un
consejo de guerra en el que algunos peloponesios sugirieron retirarse hasta el
istmo de Corinto para bloquear el paso al Peloponeso. Sin embargo, los
habitantes de Fócida y Lócrida, regiones cercanas a las Termópilas, se
indignaron por la sugerencia, y aconsejaron defender el paso a la vez que
enviaban emisarios a pedir más ayuda. Leónidas se mostró de acuerdo con
defender las Termópilas.
Las cifras
sobre los soldados reunidos por Jerjes para la segunda invasión de Grecia han
sido objeto de interminables discusiones, debido al gran tamaño que ofrecen las
fuentes clásicas griegas.
·
Heródoto defendía que Jerjes
había reunido 2,5 millones de hombres solamente en personal militar, que a su
vez iban acompañados por un número equivalente de personal de apoyo.
·
El poeta Simónides de Ceos,
que era casi contemporáneo, habla de 4 millones.
·
Ctesias, cifra en 800 000 hombres
el tamaño total del ejército de Jerjes.
Guerrero espartano. El pelo largo era
característico de los hombres de Esparta, según Heródoto, era símbolo de «hombre libre»
La
historiografía actual considera más o menos realistas los datos sobre los efectivos
griegos y, durante muchos años, la cantidad ofrecida por Heródoto sobre los
persas no fue puesta en duda. No obstante, a principios del siglo XX el
historiador militar Hans Delbrück calculó que la longitud de las columnas para
abastecer a una fuerza de combate de millones de hombres sería tan larga que
los últimos carros estarían saliendo de Susa cuando los primeros persas
llegaran a las Termópilas.
Los
historiadores modernos tienden a valorar las cifras de Heródoto y de otras
fuentes antiguas como completamente irreales, resultado de cálculos erróneos o
exageraciones por parte del bando vencedor. El tema ha sido debatido en
profundidad, pero parece que existe un consenso en lo referente al tamaño del
ejército, que oscilaría entre los 200 000 y los 300 000 hombres, lo
que en cualquier caso sería un ejército colosal para los medios logísticos de
la época, Cabe recordar que si Jerjes, retiró el grueso de sus tropas de vuelta
a Asia, debió haber dejado en Corinto también un número importante para mantener
el asedio, muy superior a los 100 000 hombres. Sean cuales fueran las cifras
exactas, sin embargo, lo que sí que parece claro es que Jerjes estaba ansioso
por asegurar el éxito de la expedición, para lo cual reunió a un ejército
numéricamente muy superior tanto en tierra como en mar al de sus enemigos.
También
existen dudas sobre si en las Termópilas se encontraba reunido la totalidad del
ejército persa de invasión. No está claro si Jerjes dejó previamente
guarniciones de soldados en Macedonia y Tesalia, o si avanzó con todos los
soldados disponibles. La única fuente antigua que comenta este punto es
Ctesias, que sugiere que 80 000 persas lucharon en las Termópilas.
De acuerdo
con las cifras que aportan Heródoto y Diodoro Sículo, el ejército aliado estaba
compuesto por las siguientes fuerzas:
Peloponesios
Diodoro
Sículo sugiere la cifra de 1000 lacedemonios y otros 3000 peloponesios, de un
total de 4000. Heródoto concuerda con esta cifra en un párrafo, en el que hace
mención a una inscripción atribuida a Simónides de Ceos, en la que se afirma
que había 4000 peloponesios. Sin embargo, en otro punto del párrafo citado
Heródoto reduce la cifra de peloponesios a 3100 soldados antes de la batalla.
El
historiador de Halicarnaso también afirma que cuando Jerjes mostró los
cadáveres de los griegos al público también incluyó entre ellos los de los
ilotas, pero no dice cuántos había ni cuál era la labor en la que servían al
ejército.
Por lo
tanto, una posible explicación para la diferencia entre estas dos cifras podría
ser la existencia de 900 ilotas en la batalla (tres por cada espartano). Si los
ilotas estuvieron presentes en la batalla, no existe razón para dudar que
sirviesen en su papel tradicional de escuderos de los espartanos. Otra
alternativa, sin embargo, es que los 900 soldados de diferencia entre las dos
cifras fueran periecos, y que se correspondieran con los 1000 lacedemonios que
menciona Diodoro Sículo.
Lacedemonios
Otra cifra
en la que existe cierta confusión es el número de lacedemonios que incluye
Diodoro, puesto que no queda claro si los 1.000 lacedemonios a los que hace
referencia incluyen a los 300 espartanos o no. Por un lado dice que «Leónidas,
cuando recibió el mandato, anunció que sólo un millar de hombres le
acompañarían en la campaña». Sin embargo, luego dice que «Había, por tanto, un
millar de los lacedemonios, y con ellos trescientos espartiatas».
El relato
de Pausanias concuerda con las cifras de Heródoto (al que probablemente leyó),
salvo por el hecho de que sí que ofrece el número de locros que Heródoto no
llegó a estimar. Debido a que residían directamente en el lugar por el que iba
a transcurrir el avance persa, los locros aportaron a todos los hombres en edad
de combatir que poseían. Según Pausanias serían unos 6000 hombres lo que,
sumado a la cifra de Heródoto, daría un total de 11 200 soldados aliados.
Muchos
historiadores modernos, que normalmente consideran a Heródoto como el autor más
creíble, suman los 1000 lacedemonios y los 900 ilotas a los 5200 soldados de
Heródoto, obteniendo una estimación de 7100 (o alrededor de 7000) hombres, y
rechazan contabilizar los 1000 soldados de Mélida que cita Diodoro y a los
locros de Pausanias. Los números cambiaron a lo largo de la batalla,
esencialmente cuando la mayor parte del ejército se retiró y sólo permanecieron
en el campo de batalla aproximadamente unos 3000 hombres (300 espartanos, 700
tespios, 400 tebanos, probablemente 900 ilotas y 1000 focidios, sin contar con
las bajas sufridas en los días anteriores).
La batalla
Primer día
A su llegada a las Termópilas, los persas enviaron a un
explorador a caballo para reconocer la zona. Los griegos, que habían acampado a
orillas de las termas, le permitieron llegar hasta el campamento, observarles,
y partir. Cuando el explorador reportó a Jerjes el diminuto tamaño del ejército
griego y que los espartanos, en lugar de estar entrenando rigurosamente, por el
contrario realizaban ejercicios de calistenia (relajación) y peinando sus
largos cabellos, Jerjes consideró el informe digno de risa. Buscando el consejo
de Demarato, un rey espartano exiliado que pretendía territorios en
Lacedemonia, este le indicó que los espartanos estaban preparándose para la
batalla, y que era su costumbre adornar su pelo cuando estaban a punto de
arriesgar sus vidas. Demarato les calificó como los hombres más valientes de
Grecia y avisó al rey persa de que pretendían disputarles el paso. Enfatizó que
había intentado advertir a Jerjes anteriormente en la campaña, pero que el rey
se había negado a creerle, y añadió que si Jerjes lograba sojuzgar a los
espartanos, «no hay ninguna otra nación en el mundo que se atreva a levantar la
mano en su defensa».
Jerjes envió un emisario para negociar con Leónidas.
Ofreció a los aliados su libertad y el título de «Amigos del Pueblo Persa»,
indicándoles que serían asentados en tierras más fértiles que las que ocupaban
en ese momento. Cuando Leónidas rechazó los términos, el embajador le volvió a
solicitar que depusiera las armas, a lo que Leónidas respondió con la famosa
frase «Ven a buscarlas tú mismo», que literalmente significa «ven y cógelas»).
Heródoto cuenta de la batalla, a propósito del gran
tamaño del ejército persa, es famosa la anécdota según la cual, en palabras del
autor, el más valiente de los griegos fue el espartano Dienekes, pues antes de
entablarse el combate dijo a los suyos que le habían dado buenas noticias, que
le habían dicho que los arqueros de los persas eran tantos que «sus flechas
cubrían el sol y volvían el día en noche, teniendo entonces que luchar a la sombra »
Dienekes, y los espartanos en general, consideraban el arco como un arma poco
honorable, ya que evadía el enfrentamiento cuerpo a cuerpo.
El enfrentamiento se vio prolongado por una milagrosa
lluvia torrencial. Y al fracasar la negociación con los espartanos, la batalla
se volvió inevitable. Sin embargo, Jerjes retrasó el ataque durante cuatro
días, esperando que los aliados se dispersasen ante la gran diferencia de
tamaño entre los dos ejércitos, hasta que se decidió finalmente a avanzar.
Quinto día
En el quinto día a partir de la llegada de los persas a
las Termópilas, Jerjes finalmente decidió lanzar un ataque sobre los aliados
griegos. Primero envió a los soldados de Media y a los del Juzestán contra los
aliados, con instrucciones de capturarlos y llevarlos ante él. Estos
contingentes lanzaron un ataque frontal contra la posición griega, que se había
situado delante de la muralla focidia, en la parte más estrecha del paso. Sin
embargo, se trataba de tropas de infantería ligera, numerosas pero en franca
desventaja de armamento y armadura frente a los hoplitas griegos. Al parecer
iban armados con escudos de mimbre, espadas cortas y lanzas arrojadizas, poco
efectivas contra la muralla de escudos y lanzas largas de los espartanos. La
táctica normal del Imperio aqueménida era lanzar una primera oleada que
abrumara al enemigo por su número y, si no funcionaba, lanzar a los Inmortales;
esta táctica era efectiva en las batallas en Medio y Lejano Oriente, pero no
funcionaba igual de bien contra los griegos, cuyas tácticas, técnicas y
armamento eran muy diferentes.
Los detalles sobre las tácticas empleadas son escasos:
Diodoro comenta que «los hombres se mantuvieron hombro con hombro» y que los
griegos fueron «superiores en valor y en el gran tamaño de sus escudos», lo
cual probablemente describe el funcionamiento de la falange griega estándar, en
la que los hombres formaban una muralla de escudos y de puntas de lanza y que
habría sido altamente efectiva si era capaz de cubrir toda la anchura del paso.
Los escudos más débiles y las lanzas más cortas de los persas les impidieron
enfrentarse cuerpo a cuerpo y en igualdad de condiciones con los hoplitas
griegos. Heródoto afirma también que las unidades de cada ciudad se mantuvieron
juntas, y que rotaban hacia el frente de batalla y hacia la retaguardia
buscando con ello prevenir la fatiga, lo cual implica que los griegos contaban
con más hombres de los que eran estrictamente necesarios para bloquear el paso.
Según Heródoto, los griegos mataron a tantos persas que se dice que Jerjes se
levantó del asiento desde el que observaba la batalla hasta en tres ocasiones.
Según Ctesias, la primera oleada fue hecha pedazos con tan sólo dos o tres
bajas entre los espartanos.
Batalla de Termópilas. Representación moderna
que grafica la estrategia tipo «tapón» que aplicaron los griegos para detener
el avance del inmenso ejército persa, en un ancho de 15 metros (según otras
fuentes, 50 metros)
Según
Heródoto y Diodoro, el rey persa, tras haber tomado la medida del enemigo,
envió a sus mejores tropas en un segundo asalto ese mismo día: los Inmortales,
un cuerpo de soldados de élite formado por 10 000 hombres. Sin embargo,
los Inmortales no lograron más de lo que habían hecho los soldados enviados con
anterioridad, fracasando en abrir una brecha en las líneas de los aliados. Los
espartanos parece que emplearon una táctica de fingir una retirada para después
darse la vuelta y matar a los desorganizados soldados persas que corrían en su
persecución.
Sexto día
En el sexto
día, Jerjes envió de nuevo a su infantería para atacar el paso, «suponiendo que
sus enemigos, siendo tan pocos, estaban ya incapacitados por las heridas
recibidas y no podrían resistir más». Sin embargo, los persas no lograron
ningún progreso y el rey persa finalmente detuvo el asalto y se retiró a su
campamento, totalmente perplejo.
A finales
del segundo día de batalla, y mientras el rey persa estaba valorando qué hacer,
recibió la visita de un traidor griego de Tesalia llamado Efialtes que
le informó de la existencia del paso montañoso que rodeaba las Termópilas,
ofreciéndose a guiarles. Efialtes actuó motivado por el deseo de una
recompensa. El nombre Efialtes, tras los hechos relatados, quedó
estigmatizado durante muchos años. El nombre se tradujo por «pesadilla», y se
convirtió en el arquetipo de «traidor» en Grecia (al igual que ocurre con Judas
en el caso de los cristianos).
Heródoto
comenta que Jerjes envió a su comandante Hidarnes esa misma noche junto con los
hombres bajo su mando, los Inmortales, para que rodeasen a los aliados a través
del paso, partiendo de noche. Sin embargo, no dice nada más sobre los hombres
que comandaba. Los Inmortales habían sufrido duras bajas durante el primer día
de batalla, por lo que es posible que Hidarnes recibiera el mando sobre una
fuerza incrementada, en la que estuvieran los Inmortales supervivientes y otros
soldados. Según Diodoro, Hidarnes contó con una fuerza de 20 000 hombres
para esta misión. El paso dirigía desde el este del campamento persa a lo largo
de la colina del Monte Anopea, lindante al Eta, por detrás de los acantilados
que flanqueaban el paso y tenía una ramificación que dirigía a Fócida, y otra
que bajaba hasta el golfo Maliaco en Alpeno, la primera ciudad de Lócrida.
Diodoro
añade que Tirrastíadas, un hombre de Cime, escapó de noche del campamento persa
y reveló a Leónidas la trama del traquinio. Dicho personaje no es mencionado
por Heródoto, para quien los griegos fueron advertidos de la maniobra
envolvente de los persas por desertores y por sus propios vigías.
Relata
Diodoro que los soldados griegos se lanzaron a un ataque nocturno sobre el
campamento persa, en el que causaron una matanza y que Jerjes habría encontrado
la muerte de haber estado en su tienda. Heródoto no menciona ese episodio. La
fuente de Diodoro tal vez fue Éforo de Cime.
Séptimo día
Al amanecer
del séptimo día (tercer día de batalla), los focidios que guardaban el paso
sobre las Termópilas se dieron cuenta de la llegada de la columna persa por el
crujido de sus pisadas sobre las hojas de los robles. Heródoto dice que se
incorporaron de un salto y ciñeron sus armas. Los persas quedaron
sorprendidos al verles correr rápidamente para armarse, pues no esperaban
encontrarse con ningún ejército en ese lugar. Hidarnes temió que se tratase de
los espartanos, pero fue informado por Efialtes de que no lo eran. Los
focidios se retiraron a una colina próxima para preparar su defensa asumiendo
que los persas habían venido a atacarles, pero los persas, que no querían
retrasarse, les acosaron con flechas mientras continuaban su camino, buscando
su principal objetivo de rodear al ejército aliado.
Cuando un
mensajero comunicó a Leónidas que los focidios no habían podido defender el
paso, convocó un consejo de guerra al amanecer. Algunos aliados defendieron la
retirada, pero el monarca espartano decidió permanecer en el paso con sus
guerreros. Muchos de los contingentes aliados eligieron en ese momento
retirarse o fueron ordenados a hacerlo por Leónidas (Heródoto admite que
existen dudas sobre lo que realmente ocurrió). El contingente de 700 soldados
de Tespias,
liderados por Demófilo, se
negó a retirarse con los demás griegos, y se quedaron para luchar. También
permanecieron los 400 tebanos, así como probablemente los ilotas que
acompañaban a los espartanos.
Las
acciones de Leónidas han sido objeto de muchas discusiones. Una afirmación
habitual es la que indica que los espartanos estaban obedeciendo las leyes de
Esparta al no retirarse, pero parece que fue precisamente la no retirada en las
Termópilas lo que hizo nacer la creencia de que los espartanos no se retiraban
nunca. También es posible (y era la creencia de Heródoto) que, recordando las
palabras del Oráculo de Delfos, Leónidas estuviese decidido a sacrificar su vida para salvar a
Esparta. La respuesta que recibieron de labios de la Pitia fue que Lacedemón sería devastada por los bárbaros o que su rey moriría.
Mirad, habitantes de la extensa Esparta,
o bien vuestra poderosa y eximia ciudad es arrasada
por los descendientes de
Perseo, o no lo es;
pero, en ese caso, la tierra de Lacedemón llorará la
muerte de un rey de la estirpe
de Heracles.
Pues al invasor no lo detendrá la fuerza de los
toros o de los leones, ya que
posee la fuerza de Zeus.
Proclamo, en fin, que no se detendrá hasta haber
devorado a una u otro hasta los huesos.
Sin
embargo, dado que la profecía no hacía mención específica a Leónidas, parece
una débil razón como para justificar que cerca de 1500 hombres luchasen también
hasta la muerte.
La teoría
que quizá ofrece más credibilidad es aquella que afirma que Leónidas eligió
formar una retaguardia con el fin de proteger la retirada del resto de
contingentes aliados. Si todas las tropas se hubiesen retirado al mismo tiempo,
los persas habrían podido atravesar el paso de las Termópilas rápidamente con
su caballería para luego dar caza a los soldados en retirada. Por otro lado, si
todos hubieran permanecido en el paso habrían sido rodeados y eventualmente
habrían muerto todos. Con la decisión de una retirada parcial, Leónidas
podría salvar a más de 3000 hombres, que podrían continuar la lucha más
adelante.
También ha
sido objeto de discusión la decisión de los tebanos. Heródoto sugiere que
fueron llevados a la batalla en calidad de rehenes para asegurar el buen
comportamiento de Tebas en la guerra. Sin embargo, y como ya Plutarco apuntó,
eso no explicaría por qué no se les envió de vuelta con el resto de los
aliados. Lo más probable es que se tratase de tebanos leales que,
contrariamente a la mayoría de tebanos, se opusiesen a la dominación persa. Es
probable que, por ello, acudieran a las Termópilas por su propia voluntad y
permanecieron hasta el final porque no podían volver a Tebas si los persas
conquistaban Beocia.
Los
tespios, por su parte, que no estaban dispuestos a someterse a Jerjes, se
enfrentaban a la destrucción de su ciudad si los persas tomaban Beocia, aunque
este hecho por sí solo tampoco explica que permanecieran ahí, teniendo en
cuenta que Tespias había sido evacuada con éxito antes de que los persas
llegaran. Parece que los tespios se ofrecieron voluntarios como un simple acto
de sacrificio, lo cual es todavía más asombroso si se tiene en cuenta que su
contingente representaba todos los soldados hoplitas que su ciudad podía
reunir. Esto parece un rasgo de los tespios: en al menos otras dos ocasiones en
la historia un ejército tespio se sacrificaría en una lucha a muerte.
Batalla
de la Termópilas 480 a.C. (1)
Batalla
de las Termópilas 480 a.C. (2).
Batalla
de las Termópilas 480 a.C. (3).
Batalla
de las Termópilas (4).
Batalla
de las Termòpilas 480 a.C. (5).
Batalla de las Termópilas 480 a.C. El rey
espartano Leonidas alzando su dory (lanza) en señal de triunfo, detrás se
ve el podio del rey Jerjes desde donde contempla la batalla.
Final
Al amanecer
Jerjes realizó una libación religiosa, esperó para dar a los Inmortales tiempo suficiente para
finalizar el descenso por la montaña, y luego comenzó su avance. Los aliados en
esta ocasión avanzaron más allá de la muralla para hacer frente a los persas en
la zona más ancha del paso, intentando con ello incrementar las bajas que
pudieran infligir al ejército persa. Lucharon con sus lanzas hasta que todas
ellas estuvieron rotas por el uso y luego utilizaron sus xifos (espadas cortas). Heródoto
cuenta que en la lucha cayeron dos hermanos de Jerjes: Abrocomes e Hiperantes. Leónidas también murió en la lucha y los dos bandos pelearon por
hacerse con su cuerpo, consiguiéndolo finalmente los griegos. A medida que se
aproximaban los Inmortales, los aliados se retiraron y se hicieron fuertes en
una colina tras la muralla. Los tebanos, «se alejaron de sus compañeros y,
con las manos levantadas, avanzaron hacia los bárbaros» (según la traducción de
Rawlinson), pero todavía mataron a algunos antes de aceptar su rendición. El
rey persa más tarde haría que los prisioneros tebanos recibieran la marca real.
Del resto de defensores, Heródoto dice:
Aquí se mantuvieron hasta el final, aquellos que
todavía tenían espadas usándolas, y los otros resistiendo con sus manos y sus
dientes.
Heródoto
Batalla de las Termopilas 480 a.C. Marcha
de los inmortales. Los inmortales sorprenden a los fócidos al amanecer, estos
se colocan apresuradamente su equipo, pero los inmortales les disparan flechas
y siguen su camino.
Derribando
parte del muro, Jerjes ordenó rodear la colina y los persas hicieron llover
flechas sobre los defensores hasta que todos los griegos estuvieron muertos.
Cuando los persas se hicieron con el cuerpo de Leónidas, Jerjes, furioso,
ordenó que se cortase la cabeza al cadáver y que su cuerpo fuese crucificado. Heródoto hace la
observación de que este trato era muy poco común entre los persas, que tenían
el hábito de tratar con gran honor a los soldados valientes. Tras la partida
de los persas, los aliados recuperaron los cadáveres de sus soldados y los
enterraron en la colina. Casi dos años después cuando finalizó la invasión
persa, se erigió una estatua en forma de león en las Termópilas, para
conmemorar a Leónidas. Cuarenta años después de la batalla los huesos de
Leónidas fueron llevados de vuelta a Esparta, en donde fue enterrado de nuevo
con todos los honores. Se celebraron juegos funerarios anuales en su memoria.
En 1939, el arqueólogo Spyridon Marinatos descubrió excavando
en las Termópilas un gran número de puntas de flecha de bronce de estilo persa
en la colina Kolonos, lo que hizo que se modificaran las teorías acerca de la
colina en la que habían muerto los aliados, puesto que antes de la excavación
se creía que se trataba de otra más pequeña y cercana a la muralla. Finalmente,
el paso de las Termópilas quedó abierto para el ejército persa.
Batalla
de las Termópilas 480 a.C., los espartanos y demás griegos rodeados por delante
y por detrás por las fuerzas persas
Batalla
de las Termópilas 480 a.C. Muerte de Leónidas.
Bajas
Según Heródoto,
la batalla supuso un coste en vidas
Persia:
20 000 bajas.
Aliados
griegos: 2000 bajas.
Heródoto
dice en un momento de su relato que murieron 4000 aliados, pero asumiendo que
los focidios que guardaban el paso montañoso no murieron en la batalla (como
Heródoto insinúa), por lo que ese número es probablemente demasiado alto,
estimando entonces un total de 2000 bajas.
Consideraciones estratégicas y tácticas
Desde un
punto de vista estratégico, la defensa de las Termópilas suponía para los
aliados la mejor forma posible de emplear sus fuerzas. Si lograban evitar que
el ejército persa se internara dentro de Grecia, no tendrían necesidad de
buscar una batalla decisiva, y podrían simplemente permanecer a la defensiva.
Además, y con la defensa de dos pasos estrechos como las Termópilas y
Artemisio, la inferioridad numérica de los aliados era menos problemática.
Por su parte, los persas se enfrentaban al problema de aprovisionamiento de un
ejército tan grande, lo que significaba que no podían permanecer en un mismo
lugar durante mucho tiempo. Los persas, por tanto, se veían obligados a
retirarse o avanzar, y avanzar implicaba atravesar las Termópilas por la
fuerza.
Tácticamente,
el paso de las Termópilas era ideal para el tipo de lucha del ejército griego:
la estrechez del paso anulaba la diferencia numérica, y la formación de falange
hoplita de los helenos podría ser capaz de bloquear el estrecho paso con
facilidad y, al tener los flancos cubiertos, no se veía amenazada por la
caballería enemiga. En esas circunstancias la falange supondría un enemigo muy
difícil de superar para la infantería ligera persa, equipada con una panoplia
mucho más ligera y por tanto menos protectora. Además, las largas dory de la
falange (lanzas de falange, no tan largas como las sarissas utilizadas por el ejército
de Alejandro Magno) podrían ensartar a los enemigos antes incluso de que estos
pudieran tocarlos, tal y como había sucedido en la confrontación de la batalla
de Maratón. Por consiguiente, la lucha no tenía inicialmente por qué ser
suicida, dado que había posibilidades reales de aguantar la posición.
Por otro
lado, el principal punto débil que ofrecía el campo de batalla elegido por los
aliados era el pequeño paso montañoso que transcurría en paralelo a las Termópilas,
y que permitía que el ejército fuese sobrepasado por el flanco y, por lo tanto,
rodeado. Aunque probablemente este flanco no era practicable para la
caballería, la infantería persa podría atravesarlo con facilidad (y más cuando
buena parte de los soldados persas estaban familiarizados con la lucha en
terreno montañoso). Leónidas era consciente de la existencia de este paso
gracias al aviso de los habitantes de Traquinia, por lo que posicionó a un
destacamento de soldados focenses para que lo bloquearan.
Simultáneamente
a la Batalla de las Termópilas, una fuerza naval aliada de 271 trirremes
defendió el Estrecho de Artemisio
contra los persas. Previamente a la batalla, la flota persa había sido
sorprendida por una galerna en la costa de Magnesia, perdiendo muchos barcos,
aunque probablemente dispusieran de más de 800 al inicio de la batalla. El
primer día, que coincidió con el primer día de batalla en las Termópilas, los
persas destacaron 200 barcos, que debían bordear la costa de Eubea y bloquear
la línea de retirada de la flota aliada. Mientras tanto, los aliados y los
persas restantes trabaron combates a media tarde, siendo éstos favorables al
bando griego, que capturó hasta 30 barcos. Por la noche, estalló otra tormenta,
naufragando la mayoría del destacamento persa enviado a cortar la retirada
griega.
El segundo
día de batalla, las noticias de este naufragio llegaron a los griegos. Sabiendo
sus vías de escape seguras, decidieron mantener la posición. Utilizaron
tácticas de ataque y retirada sobre varios barcos cilicios, capturándolos y
destruyéndolos. No obstante, al tercer día la flota persa atacó las líneas
griegas con todos sus efectivos. Tras un día de cruentos combates, los aliados
mantuvieron las posiciones, no sin sufrir severas pérdidas en el proceso. La
mitad de la flota ateniense había quedado dañada pero los aliados habían
infligido un número equivalente de bajas a la armada persa. Esa noche, los
griegos recibieron las noticias de la caída de las Termópilas. Dado que la
flota griega se encontraba menguada, y en cualquier caso ya no tenía sentido
defender Artemisio, se retiraron a la isla de Salamina.
Septiembre de
480 a. C.: Salamina
La batalla
de Salamina fue un combate naval que enfrentó a una alianza de
ciudades-estado griegas con la flota del imperio persa en el 480 a. C. en el
golfo Sarónico, donde la isla de Salamina deja dos estrechos canales que dan
acceso a la bahía de Eleusis, cerca de Atenas.
Para frenar
el avance persa, los griegos bloquearon el paso de las Termópilas con una
pequeña fuerza mientras una armada aliada, formada esencialmente por
atenienses, se enfrentaba a la flota persa en los cercanos estrechos de Artemisio.
En la batalla de las Termópilas fue aniquilada la retaguardia de la fuerza
griega, mientras que en la batalla de Artemisio los helenos sufrieron grandes
pérdidas y se retiraron al tener noticia de la derrota en las Termópilas, lo
que permitió a los persas conquistar Beocia y el Ática. Los aliados prepararon
la defensa del istmo de Corinto al tiempo que su flota se replegaba hasta la
cercana isla de Salamina.
Aunque muy
inferiores en número, el ateniense Temístocles convenció a los aliados griegos
para combatir de nuevo a la flota persa con la esperanza de que una victoria
decisiva impidiera las operaciones navales de los medos contra el Peloponeso.
El rey persa Jerjes I deseaba un combate definitivo, por lo que su fuerza naval
se internó en los estrechos de Salamina y trató de bloquear ambos, pero la
estrechez de los mismos resultó un obstáculo, pues dificultó sus maniobras y
los desorganizó. Aprovechando esta oportunidad, la flota helena se formó en
línea, atacó y logró una victoria decisiva gracias al hundimiento o captura de
al menos 300 navíos persas.
Algunos
historiadores creen que una victoria persa en Salamina hubiera alterado
profundamente la evolución de la antigua Grecia, y por extensión de todo el
mundo occidental, motivo por el que la batalla de Salamina es considerada uno
de los combates más importantes de la historia de la humanidad.
La batalla de Salamina, óleo sobre tela pintado en
1868 por Wilhelm von Kaulbach
Preludio
La flota
aliada entonces navegó desde Artemisio a Salamina para ayudar en la evacuación
final de Atenas. Estando en ruta, Temístocles dejó inscripciones dirigidas a
los tripulantes griegos jonios de la flota persa en todas las fuentes de agua
en que tendrían que parar, pidiéndoles que desertaran por la causa aliada. Tras
su victoria en las Termópilas, el ejército persa procedió a quemar y saquear
las ciudades de Beocia que no se habían rendido, Platea y Tespias, antes de
marchar hacia la ya evacuada Atenas. Los aliados, esencialmente peloponesios,
se prepararon para defender el istmo de Corinto destruyendo el único camino que
lo cruzaba y construyendo un muro. Sin embargo, esta estrategia era errónea a
menos que la flota aliada fuera capaz de impedir a la flota persa el transporte
de tropas a través del golfo Sarónico. En un consejo de guerra convocado tras
la evacuación de Atenas, el comandante naval corintio, Adimanto, defendió que
la flota debía reunirse frente a la costa del istmo para elaborar un bloqueo.
Sin embargo, Temístocles se mostró partidario de una estrategia ofensiva con la
finalidad de destruir la superioridad naval persa. Para ello se basó en las
lecciones aprendidas en Artemisio, señalando que «una batalla a corta distancia
nos beneficia». Su opinión prevaleció y la armada aliada permaneció frente a
las costas de Salamina.
El momento
exacto de la batalla de Salamina es difícil de definir. Heródoto presenta la
batalla como si se hubiera producido inmediatamente después de la captura de
Atenas, pero en ningún momento lo dice explícitamente. Si las Termópilas y
Artemisio ocurrieron en septiembre, pudo ser así, pero es más probable que los
persas emplearan dos o tres semanas tomando Atenas, reparando su flota y
reabasteciéndose. Sí sabemos que en algún momento tras la captura de Atenas,
Jerjes celebró un consejo de guerra con la flota persa, algo que según Heródoto
sucedió en el puerto de Falero. Artemisia, reina de Halicarnaso y comandante de
su escuadrón naval dentro de la flota de Jerjes, trató de convencer al rey
persa para que esperara a que los aliados se rindieran, pues creía que combatir
en Salamina era un riesgo innecesario. El rey Jerjes y su asesor jefe,
Mardonio, decidieron atacar de todos modos.
Es difícil
establecer qué fue lo que llevó finalmente a que se librara la batalla,
asumiendo que ninguna de las partes atacó sin premeditación. Está claro que en
algún momento antes de la batalla le comenzaron a llegar a Jerjes noticias de
las desavenencias en el bando aliado, pues los peloponesios querían evacuar
Salamina mientras todavía hubiera tiempo. Esta supuesta división entre los
aliados pudo ser simplemente un ardid para forzar a los medos a combatir. Por
otra parte, este cambio de actitud entre los aliados (que habían esperado pacientemente
frente a Salamina al menos una semana mientras Atenas era saqueada) podía ser
una respuesta a las maniobras ofensivas persas. Posiblemente, un ejército persa
había sido enviado a marchar contra el istmo para probar el nervio de la flota.
Sea como
fuere, cuando Jerjes recibió las noticias ordenó a su flota salir a patrullar
frente a las costas de Salamina y bloquear la salida sur. Luego, al atardecer,
ordenó que se retiraran, seguramente para tentar a los aliados a emprender una
evacuación apresurada. Esa noche Temístocles intentó lo que hoy nos parece un
éxito espectacular del uso de la desinformación. Envió a Jerjes un sirviente,
Sicinos, con un mensaje proclamando que Temístocles estaba «del lado del rey, y
prefería que prevaleciera su causa a la de los helenos». Temístocles decía que
el mando aliado estaba enfrentado, que los peloponesios planeaban evacuar esa
misma noche y que, para conseguir la victoria, todo lo que los persas tenían
que hacer era bloquear los estrechos. Y eso era exactamente lo que Jerjes
quería oír, que los atenienses podrían estar dispuestos a someterse a él y que
sería capaz de destruir al resto de la flota aliada. Jerjes mordió el anzuelo
y la flota persa fue enviada esa misma noche para iniciar el bloqueo. El rey
persa ordenó que se dispusiera un trono en las laderas del monte Aigaleo, con
vistas al estrecho, para presenciar la batalla de manera inmejorable y anotar
los nombres de los comandantes que mejor se desempeñaran.
De acuerdo
con Heródoto, los aliados pasaron la noche discutiendo acaloradamente el curso
de las acciones. Los peloponesios querían evacuar, y fue en ese punto cuando
Temístocles intentó su truco con Jerjes. No fue hasta que apareció Arístides,
general ateniense exiliado que llegó esa noche seguido por algunos desertores
de los persas, con noticias sobre el despliegue de la flota persa, que los
peloponesios aceptaron que no tenían escapatoria y debían luchar. Sin
embargo, se ha sugerido con razón que los peloponesios tomaron parte en el
ardid de Temístocles y que aceptaron serenamente que tenían que luchar en
Salamina. La armada aliada pudo así prepararse adecuadamente para la
inminente batalla, mientras que los persas pasaron la noche en el mar, buscando
sin éxito la supuesta evacuación griega. La mañana siguiente los persas
navegaron a los estrechos para atacar a la flota helena. No está claro cuándo,
cómo ni por qué se tomó esta decisión, pero sí es evidente que buscaron el
combate con los aliados.
La flota griega
Ciudad
|
Número
de barcos |
Ciudad
|
Número
de barcos |
Ciudad
|
Número
de barcos |
Atenas
|
180
|
Corinto
|
40
|
Egina
|
30
|
Calcis
|
20
|
Megara
|
20
|
Esparta
|
16
|
Sición
|
15
|
Epidauro
|
10
|
Eretria
|
7
|
Ambracia
|
7
|
Trecén
|
5
|
Naxos
|
4
|
Léucade
|
3
|
Hermíone
|
3
|
Estira
|
2
|
Citnos
|
1 (1)
|
Ceos
|
2
|
Milo
|
(2)
|
Sifnos
|
(1)
|
Serifos
|
(1)
|
Crotona
|
1
|
Total
|
366 o 378 (5)
|
||||
Los
números entre paréntesis indican pentecónteros (galeras de cincuenta remeros)
|
Heródoto
afirma que la flota aliada estaba compuesta por 378 trirremes y enumera la
contribución particular de cada polis griega, tal y como se muestra en la tabla
de la derecha. Sin embargo, la suma de los contingentes de cada ciudad arroja
el número de 366. El historiador no especifica que los 378 navíos combatieran
en Salamina («Todos vinieron a la guerra aportando trirremes… El número total
de barcos… era de trescientos setenta y ocho»), y además afirma que los
eginetas «tenían otras naves tripuladas, pero protegían su propia tierra con
ellas y lucharon en Salamina con las treinta que estaban en condiciones de
navegar». Por lo tanto, se ha supuesto que la diferencia entre los números
obedece a que se dejó una guarnición de doce naves en Egina. Siempre según
Heródoto, otros dos barcos desertaron de la flota persa para unirse a la
griega, uno antes de Artemisio y otro antes de Salamina, por lo que la fuerza
helena total en Salamina habría sido de 368 navíos (o 380).
Según el
dramaturgo ateniense Esquilo, que luchó en Salamina, la flota griega contaba
con 310 trirremes (la diferencia está en el número de naves atenienses).
Ctesias dice que la armada ateniense solo tenía 110 trirremes, lo que coincide
con los números de Esquilo, y el político Hipérides sostiene que la flota
aliada tenía solo 220 barcos. La flota aliada estaba de hecho bajo mando del
ateniense Temístocles, aunque nominalmente la dirigía el general espartano
Euribíades según se había acordado en el congreso del 481 a. C. Aunque
Temístocles había intentado ostentar el liderazgo de la flota, el resto de
polis se opusieron y Esparta, ciudad sin tradición naval, recibió el compromiso
de mandar la armada.
La
flota persa
Heródoto nos dice que en principio la flota persa estaba
compuesta por 1207 trirremes, pero reconoce que los medos perdieron
aproximadamente un tercio de esos navíos en una tormenta frente a la costa de
Magnesia, doscientos más en otra tormenta frente a Eubea y al menos
cincuenta en el combate de Artemisio contra los aliados. Heródoto afirma que
esas pérdidas fueron repuestas en su totalidad, pero solo menciona como
refuerzo los 120 barcos de los griegos de Tracia y las islas cercanas. El
dramaturgo Esquilo, que combatió en Salamina, también dice que encararon a 1207
barcos de guerra persas, de los cuales 207 eran «barcos rápidos». Diodoro
Sículo y Lisias afirman por separado que había 1200 barcos en la flota persa
reunida en Doriskos en la primavera del 480 a. C. El número de 1207 también es
aportado por Éforo de Cime, mientras que su maestro Isócrates sostiene que
había 1300 naves en Doriskos y 1200 en Salamina. Ctesias da otro número, 1000
naves, mientras que Platón, hablando en términos generales, refiere la
presencia de al menos 1000 barcos persas.
El número de 1207 naves aparece muy pronto en el registro
histórico, en el 472 a. C., y los griegos parecen unánimemente convencidos de haberse
enfrentado a un elevado número de barcos medos. Debido a la relativa
concordancia de las fuentes antiguas sobre este particular, muchos
historiadores actuales se han inclinado por aceptar la cifra de 1207 como el
tamaño inicial de la flota persa. Otros estudiosos rechazan estos números y ven
1207 más como una referencia el tamaño de la flota combinada griega de la Ilíada,
y afirman que los persas podrían haber lanzado al mar Egeo no más de 600
navíos. Muchos historiadores parecen aceptar el número de 600-800 barcos persas
en Salamina, aproximación que se elabora sumando los cerca de 550 barcos que
los persas tenían tras Artemisio con los 120 navíos de refuerzo cuantificados
por Heródoto.
Consideraciones
estratégicas y tácticas
La estrategia global de los persas para la invasión del
480 a. C. fue abrumar a los griegos con una masiva fuerza e intentar completar
la conquista de Grecia en una sola campaña. Por el contrario, los griegos
buscaron hacer el mejor uso posible de su reducido número con la defensa de
enclaves concretos para así mantener a los persas en campaña el mayor tiempo
posible. Jerjes obviamente no había previsto esa resistencia, pues de ser así
habría iniciado la campaña bastante antes (y tampoco habría esperado cuatro
días en las Termópilas dando tiempo a los helenos para dispersarse). El
tiempo era entonces esencial para los persas, pues la enorme fuerza invasora no
podía ser mantenida indefinidamente ni Jerjes quería estar tanto tiempo fuera
de su imperio. Las Termópilas demostraron que era inútil un asalto frontal
contra las bien defendidas posiciones griegas, y con los helenos ya
atrincherados en el istmo de Corinto, había pocas posibilidades de conquistar
el resto de Grecia por tierra. Sin embargo, como también se demostró en las
Termópilas, si los griegos podían ser flanqueados, su reducido número de tropas
podía ser aniquilado. Un movimiento envolvente en el istmo requería del uso de
la flota persa, y por tanto de la destrucción de la flota griega. En resumen,
si Jerjes destruía la flota aliada estaría en una posición inmejorable para
forzar la rendición de los griegos, y ello parecía la única esperanza de lograr
concluir la guerra en esa campaña. Por el contrario, evitando la destrucción o,
como Temístocles esperaba, paralizando a la flota persa, los griegos podían
evitar ser conquistados.
Sin embargo, no era estratégicamente necesario para los
persas luchar en Salamina. De acuerdo con Heródoto, la reina Artemisia de
Caria se lo señaló a Jerjes en el preludio de Salamina, afirmando que luchar en
el mar era un riesgo innecesario, y recomendando en su lugar:
Si no se apresura a combatir en el mar y mantiene
sus barcos aquí y cerca de tierra, o incluso avanza al Peloponeso, entonces, mi
señor, logrará cumplir fácilmente lo que tenía en mente cuando vino aquí. Los
helenos no serán capaces de resistir contra usted durante mucho tiempo, los
dispersará y cada uno huirá a su ciudad.
La flota
persa todavía era lo suficientemente grande como para bloquear a la armada
aliada en los estrechos y hacer desembarcar tropas en el Peloponeso. Sin
embargo, a fin de cuentas ambos bandos estaban preparados para arriesgarlo todo
en una batalla naval, con la esperanza de alterar decisivamente el curso de la
guerra.
Los persas
contaban con una ventaja táctica considerable, y no solo por su número muy
superior, sino porque tenían mejores barcos. Lo de mejores barcos que
menciona Heródoto era debido probablemente a la superior marinería de sus
tripulantes, pues la mayoría de los barcos atenienses eran de nueva
construcción y estaban tripulados por hombres inexpertos. La táctica naval
más común en el Mediterráneo era embestir con los espolones con que estaban
equipados los trirremes y abordar la nave enemiga con la infantería, lo que
venía a ser una batalla terrestre sobre la cubierta de los barcos. En esa época
los persas y los griegos asiáticos habían comenzado a emplear una técnica
conocida como diekplous, que no está claro qué era, pero probablemente
implicaba que una nave penetrara entre otras dos enemigas y las embistiera en
sus bandas. Esta maniobra requeriría una considerable maestría en la navegación
a vela y es más probable que la emplearan los persas. Los aliados, sin embargo,
desarrollaron tácticas para contrarrestarla.
Se ha
debatido mucho sobre la naturaleza de la flota aliada en comparación con la
persa, especialmente sobre la afirmación de Heródoto de que los barcos aliados
eran más pesados y, por ende, menos maniobrables. La causa de este mayor desplazamiento no se conoce, pues los
barcos aliados podían ser más voluminosos, o estar anegados debido a que no se
habían secado durante el invierno, pero no hay evidencia para ninguna de estas
sugerencias. Se ha especulado también con que el mayor desplazamiento de las
naves griegas se debiera al peso del equipamiento de los hoplitas
(veinte hoplitas con sus armaduras podían pesar más de dos toneladas). Este
peso extra, cualquiera que fuera su causa, reduciría todavía más la posibilidad
de emplear el diekplous. Por tanto, si sus barcos eran menos
maniobrables es probable que los aliados hubieran embarcado infantería extra,
puesto que el abordaje era su táctica principal, y ello a pesar de que hiciera
más pesadas sus naves. De hecho, Heródoto afirma que los griegos capturaron
barcos en Artemisio, en lugar de hundirlos. También se ha propuesto que el
peso de los barcos helenos pudo hacerlos más estables al viento que soplaba
frente a las costas de Salamina y más resistentes ante las embestidas de los
espolones de los barcos persas.
Tácticamente
hablando entonces, una batalla en mar abierto hubiera beneficiado a los persas
por su superior marinería y número. Para los griegos, la única esperanza real
de lograr una victoria definitiva era atraer a los persas a un lugar estrecho,
donde su número no sería tan decisivo. En la batalla en Artemisio habían intentado
minimizar la ventaja numérica persa, pero al final los griegos se dieron cuenta
que necesitaban un paso aún más estrecho para derrotarlos. Por lo tanto,
internándose en los canales de Salamina para atacar a los helenos, los persas
estaban jugando en el terreno que quería su enemigo. Está claro que los persas
no habrían hecho eso de no estar seguros de su victoria, por lo que es evidente
que el ardid de Temístocles desempeñó un papel clave para inclinar la balanza a
favor de los griegos. Salamina fue, para los persas, una batalla innecesaria y
un error estratégico.
La batalla
El
desarrollo de la batalla de Salamina no es muy bien descrito por las fuentes
antiguas, y es poco probable que ninguno de los que estuviera implicado en
ella, a excepción de Jerjes desde su privilegiado trono, tuviera una idea clara
de lo que estaba sucediendo en todo lo ancho de los estrechos. Lo que sigue es
más una reconstrucción perfectamente discutible que un relato definitivo del
combate naval.
Movimientos iniciales de las flotas
griega y persa en Salamina: los efectivos persas aparecen en rojo y los griegos
en azul.
En la flota
aliada, los atenienses estaban a la izquierda, en la derecha probablemente los
espartanos (aunque Diodoro dice que allí estaban los barcos de Megara y Egea) y
en el centro el resto de aliados. La flota aliada probablemente formó en dos
líneas, ya que los estrechos no tienen anchura para una única línea de navíos.
Heródoto habla de una flota helena alineada de norte a sur, probablemente con
el flanco norte frente a la costa de la actual islote de Agios Georgios, y el
flanco sur junto a la costa del cabo Vavari, parte de Salamina. Diodoro sugiere
que la flota helena estaba alineada de este a oeste, atravesando los estrechos
entre Salamina y el monte Aigaleos, pero ello es poco probable porque los
aliados tendrían de este modo uno de sus flancos muy cerca de un territorio
ocupado por los persas.
Parece
seguro que la flota meda fue enviada a bloquear la salida de los estrechos la
tarde antes de la batalla. Heródoto creyó que la flota persa en realidad entró
en los estrechos al caer la noche con la intención de capturar a los aliados
que huían. Sin embargo, y aunque algunos creen el relato de Heródoto, los
historiadores actuales han discutido largamente este punto en consideración de
las grandes dificultades para maniobrar en un espacio tan confinado en la
oscuridad. Así pues, hay dos posibilidades: que durante la noche los persas
simplemente bloquearon la salida de los estrechos y entraron en ellos al amanecer,
o que entraron en los estrechos y se desplegaron para la batalla durante la
noche. Independientemente de cuándo lo intentaron, parece evidente que los
persas viraron su flota frente a la punta del cabo Vavari, por lo que a partir
de una alineación inicial este-oeste (bloqueando la salida) acabaron en una
disposición norte-sur (ver mapa). Parece que la flota persa se desplegó en tres
líneas, según Esquilo, con la poderosa flota fenicia en su flanco derecho
junto al monte Aigaleos, el contingente jonio en el flanco izquierdo y el resto
en el centro.
Diodoro
dice que la flota egipcia fue enviada a circunnavegar Salamina por el sur y
bloquear la salida norte de los estrechos. Si Jerjes quería atrapar
completamente a los aliados, esta maniobra tendría sentido (especialmente si
esperaba que los aliados no lucharan). Sin embargo, Heródoto no menciona esto,
lo que ha llevado a algunos historiadores modernos a desestimar este detalle.
Jerjes también había desplegado unos 400 soldados en la isla llamada Psitalea,
en el centro de la salida de los estrechos, con la orden de matar o capturar a
cualquier griego que pusiera pie en ella como consecuencia de un naufragio o un
encallamiento.
Fase inicial
Independientemente
del momento en el que penetraran en el estrecho, los navíos persas no iniciaron
el ataque hasta el amanecer. Puesto que, después de todo, no tenían previsto
huir, los aliados pasaron la noche preparándose para la batalla y, tras un
discurso de Temístocles, la infantería embarcó, lista para navegar. Heródoto
afirma que esto sucedió de madrugada y que «como los aliados pretendían salir
al mar, los bárbaros los atacaron». Si los persas no entraron en los estrechos
hasta el amanecer, los aliados tuvieron tiempo de tomar posiciones de una forma
más ordenada.
Batalla
de Salamina 480 a.C. despliegue de las fuerzas
Esquilo
afirma que a medida que se aproximaban los medos (comentario que puede indicar
que no estaban en los estrechos al amanecer) pudieron oír a los griegos
cantando su himno de batalla (peán) incluso antes de ver a la armada aliada:
Adelante, hijos de los
griegos,
liberad la patria,
liberad a vuestros hijos,
a vuestras mujeres,
los altares de los dioses
de vuestros padres,
y las tumbas de vuestros
antepasados:
es hora de luchar por
todo.
Heródoto
cuenta que, de acuerdo con los atenienses, al comienzo de la batalla los
corintios izaron sus velas y comenzaron a alejarse en dirección norte. Sin
embargo, el historiador también dice que otros griegos desmienten esto. Si
esto ocurrió realmente, se puede interpretar que esos barcos habían sido
enviados a reconocer la salida norte de los estrechos, por donde debía llegar
el destacamento egipcio para rodear a los aliados (si es que esto también
sucedió).
Otra
posibilidad, que no excluye a la anterior, es que la partida de los corintios
provocara la aproximación final de los persas, quienes pudieron interpretar que
la armada aliada se estaba desintegrando. En cualquier caso, si los corintios
llegaron a partir, también es cierto que regresaron enseguida a la batalla.
Mientras se
aproximaban a los aliados en los angostos estrechos, los persas al parecer se
desorganizaron y hacinaron. Por otra parte, también es evidente que, lejos de
dividirse, la flota griega estaba alineada y lista para atacar. A pesar de
ello no atacaron inmediatamente y dieron impresión de mantenerse alejados por
temor al enemigo. Según Plutarco, trataban de obtener una mejor posición y
ganar tiempo hasta la llegada del viento matutino. Heródoto narra una leyenda
que dice que, en vista del repliegue de la flota helena, una mujer se les
apareció y les dijo «Locos, ¿cuánto tiempo vais a permanecer replegados?». Sin
embargo, sugiere más acertadamente que, mientras los aliados esperaban en el
fondo del estrecho, una única nave se adelantó para embestir al barco persa más
cercano. Los atenienses afirmaron que este barco pertenecía al también
ateniense Ameinias de Palene, mientras que los de Egina dijeron que era uno de
los suyos. A continuación toda la flota griega hizo lo mismo y se lanzó contra
la desorganizada línea de batalla persa.
Combate
Los
detalles del resto de la batalla son generalmente superficiales, pues ninguno
de los implicados pudo tener una visión general de lo que estaba ocurriendo.
Los trirremes contaban, por lo general, con un gran espolón con forma de
carnero en la proa con el que podían embestir y hundir naves enemigas, o al
menos inutilizar los remos de una de sus bandas. Si la embestida inicial no
era exitosa, se producía un abordaje de la infantería y combates cuerpo a
cuerpo similares a los de las batallas en tierra. Por ello, ambos bandos
llevaban soldados embarcados, en el caso de los griegos los temibles hoplitas
y en el de los persas infantería iraní con armamento y protecciones más ligeras.
Una vez que
la primera línea de barcos persas fue embestida por los helenos, esta
obstaculizó las acciones de la segunda y tercera línea. En el flanco
izquierdo de los griegos el almirante persa Ariamenes, hermano de Jerjes, cayó
muerto muy pronto. Sin liderazgo y desorganizados, los escuadrones fenicios
fueron empujados hacia la costa, donde muchos de sus barcos quedaron varados.
En el centro, los barcos aliados hicieron cuña a través de las naves persas y
dividieron a la armada meda en dos.
Heródoto cuenta que Artemisia, reina de Halicarnaso y
comandante del contingente de Caria, fue perseguida por el barco de Ameinias de
Palene. En su empeño de escapar, ella embistió y atacó a otro barco persa, lo
que hizo creer al ateniense que era una aliada y desistió de perseguirla. Sin
embargo, Jerjes, viendo la acción, pensó que la reina había atacado con éxito a
un barco aliado, y comparando con el pobre desempeño de sus otros comandantes,
comentó que «Mis hombres se han convertido en mujeres, y mis mujeres en hombres».
La flota persa comenzó a retroceder hacia Falero, pero
según Heródoto, fue emboscada por los eginetas cuando trataban de salir de los
estrechos. Los restantes barcos persas llegaron como pudieron al puerto de
Falero junto al resto del ejército persa. Entonces el general ateniense Arístides lideró un destacamento de
soldados hasta el islote de Psitalea para aniquilar a la guarnición que Jerjes
había dejado allí. Heródoto no menciona el número exacto de bajas persas en la
batalla, pero dice que al año siguiente la flota meda contaba con 300
trirremes. El número de bajas entonces depende de la cifra de naves que
iniciaron el combate, por lo que unas 200-300 parecen unas cantidades
razonables, siempre sobre la base del tamaño estimado de la fuerza invasora.
Heródoto asegura que los persas sufrieron muchas más bajas que los aliados, en
parte porque la mayoría de asiáticos no sabía nadar. Jerjes, sentado en su
trono del monte Aigaleos, fue testigo de la masacre de su armada. Algunos
capitanes de los barcos fenicios naufragados trataron de culpar a los jonios
por su cobardía ante el final de la batalla. Jerjes, visiblemente enfadado y
habiendo sido testigo de cómo los jonios apresaban una nave de Egina, ordenó
decapitar a los fenicios por intentar calumniar a «hombres más nobles».
De acuerdo
a Heródoto, tras esta derrota, Jerjes intentó construir un paso sobre el
estrecho para atacar Salamina, mientras que Estrabón y Ctesias sitúan este
hecho previamente a la batalla. En cualquier caso, el proyecto fue abortado en
fase muy temprana. Habiendo perdido la superioridad naval, Jerjes temía que los
griegos navegaran hacia el Helesponto y destruyeran los puentes de pontones. De
acuerdo a Heródoto, Mardonio se ofreció a permanecer en Grecia y completar la
conquista con un grupo escogido de tropas, mientras aconsejaba a Jerjes
retirarse a Asia con el grueso de las tropas. Todas las fuerzas persas
abandonaron el Ática, y Mardonio pasó el invierno en Beocia y Tesalia. Los
atenienses pudieron regresar a su arrasada ciudad en invierno.
Otoño/Invierno de 480/479 a. C.
Sitio
de Potidea
Heródoto relata que un general persa, Artabazo escoltó a
Jerjes hasta el Helesponto junto a 60.000 hombres de las tropas que seleccionó
Mardonio. Mientras el monarca se encontraba en Asia y Mardonio estaba
invernando por Tesalia y Macedonia, emprendió el regreso a Grecia. Mientras se
acercaba a Palene, y enterarse de que los potideatas se habían revelado «creyó
tener la capacidad para esclavizar a los habitantes de Potidea».
Pese a sus intentos por capturar la ciudad por traición,
los persas se vieron forzados a mantener el asedio durante tres meses, es
decir, todo el invierno del año 480-479 a. C. Luego, con la intención
de aprovechar una gran bajamar más duradera de lo habitual, que formó una
marisma, comenzaron a pasar por allí en dirección a Palene para atacar la
ciudad por la zona de los puertos. Pero cuando habían recorrido dos quintas
partes del trayecto el ejército persa quedó atrapado por una pleamar de gran
magnitud, fenómeno frecuente pero no de esas proporciones hasta esa fecha, a
decir de los lugareños. Muchos de los hombres se ahogaron y los sobrevivientes
fueron atacados por los botes de los defensores de Potidea. Por esta razón,
Artabazo debió levantar el asedio y condujo al resto de sus hombres a Tesalia,
reuniéndose con Mardonio.
Sitio
de Olinto
Mientras sitiaba Potidea, Artabazo también decidió sitiar
Olinto, otra ciudad sumida en una revuelta. Esta ciudad se encontraba en poder
de la tribu de los botieos, quienes habían sido expulsados de Macedonia. Luego
de capturar la ciudad, Artabazo masacró a los defensores y la devolvió al
pueblo calcídico.
Batalla de Platea Junio de
479 a. C.
Antecedentes
Antecedentes
Después de
la derrota de su armada en Salamina, Jerjes se retiró a Asia con el grueso de
su ejército. Según Heródoto, lo hizo porque temía que los griegos navegaran al
Helesponto y destruyeran los pontones, atrapando así a su ejército en Europa.
Dejó a su general Mardonio al mando 80.000 efectivos para completar la
conquista de Grecia al año siguiente.
Mardonio
evacuó el Ática y pasó el invierno en Tesalia, con lo que los atenienses
pudieron recuperar su ciudad completamente destruida. Durante el invierno
surgieron algunas tensiones entre los aliados, en particular con los
atenienses, que no estaban protegidos por el istmo pero cuya flota era clave para
la seguridad del Peloponeso y habían hecho duras contribuciones, razones por
las que querían que un ejército aliado marchara al norte al año siguiente. Los
aliados lo rechazaron y la armada ateniense se negó a unirse a los aliados en
primavera. La armada aliada, ahora bajo mando del rey de Esparta Leotíquidas
II, fondeó frente a la isla de Delos, mientras que los restos de la flota persa
hicieron lo mismo frente a la isla de Samos. Ambos bandos querían evitar un
enfrentamiento directo. Del mismo modo, Mardonio permaneció en Tesalia a
sabiendas de que un ataque en el istmo no tenía sentido, mientras que los
griegos rehusaron marchar con un ejército fuera del Peloponeso.
Mardonio se
movió para romper el punto muerto y trató de ganarse el apoyo de los atenienses
y su flota a través de la mediación de Alejandro I de Macedonia, ofreciéndoles
paz, autogobierno y expansión territorial. Los atenienses se aseguraron de que
una delegación espartana estuviera también presente para escuchar la oferta, y
la rechazaron.
Tras esto,
los persas marcharon otra vez al sur y Atenas fue evacuada de nuevo. Mardonio
entonces repitió su oferta de paz a los atenienses que se refugiaron de nuevo
en Salamina.
Atenas,
junto con Megara y Platea, enviaron emisarios a Esparta para pedir su ayuda y
amenazaron con aceptar la oferta persa si no lo hacían. Los espartanos como
siempre, estaban de celebraciones religiosas, esta vez era el festival de
Jacinto, retrasaron la toma de una decisión hasta que fueron persuadidos por un
invitado, Chileos de Tegea, quien señaló el peligro que corría toda Grecia si
los atenienses se rendían. Cuando los emisarios atenienses mandaron un
ultimátum a los espartanos, al día siguiente, se sorprendieron al escuchar que
una fuerza espartana ya estaba en camino para enfrentarse a los persas.
Cuando
Mardonio tuvo noticia de que la fuerza espartana estaba en camino, completó la
destrucción de Atenas arrasando todo lo que quedaba en pie. Tras ello, se
retiró hacia Tebas con la esperanza de atraer al ejército griego a un terreno
favorable para la caballería persa. El general medo creó también un campamento
fortificado en la orilla norte del río Asopo en Beocia, donde esperó a los
helenos.
Los griegos
nombraron como general el jefe al espartano Pausania, sobrino de Leónidas, y
como jefe de la flota aliada al rey espartano Leotícides. Al llegar al istmo de
Corinto probablemente en julio, empezó a reunir alli los componentes
peloponesos y lego se dirigió a Eleusis donde se le unieron los atenienses que
enviaron 8.000 hoplitas liderados por Arístides junto con 600 exiliados de
Platea, desde aquí se dirigió a Eritra en las laderas del monte Citerón desde
donde podía observar el campamento persa a orillas del Asopo.
Aunque la
posición griega no era adecuada para el empleo de la caballería, dado que era
un terreno sinuoso y quebrado, Mardonio estaba ansioso por provocar al enemigo
y atacarle antes de que llegasen todos los refuerzos, Así es que mando toda su
caballería bajo el mando del general Masistio para atacarlos. Atacaron por
oleadas disparando sus arcos, contra la posición de los megarenses, que
formaron en falange y no pudieron responderles, pronto llegaron refuerzos
algunos de los cuales eran arqueros y Masistio fue alcanzado por una flecha y
rematado en el suelo, siguió una enconada lucha por la posesión del cadáver que
fue desfavorable para los persas que tuvieron que abandonarlo y retirarse.
Aunque la acción no fue más que una escaramuza, hizo que los persas fuesen
mucho más prudentes y los griegos osados.
Batalla de Platea 479 a.C. Muerte de
Masistio. Arqueros griegos disparando de flanco a la caballería persa que está
cargando contra los megarenses, su comandante Masistio es alcanzado por una
flecha y muerto en el combate.
Los griegos
se desplazaron a la llanura de Platea y ocuparon una posición al sur del río
Asopo en unas colinas al sur del río.
Despliegue
inicial
Pausanias
desplegó su ejército de la siguiente forma (1):
·
Derecha como era tradición
los espartanos junto con los lacedemonios, tegeos y cespianos con unos 30.000 efectivos de los cuales 10.000 eran hoplitas.
·
Centro-derecha los corintios,
arcadios, orcomenos y sicilianos con 15.000
efectivos, de los cuales la mitad serían hoplitas.
·
Centro-izquierda los micenos, calcidios, ambraciotas, anactorianos y leucadianos, etc. con unos 15.000 efectivos de los cuales la mitad serían
hoplitas.
·
Izquierda los atenienses, megaros y plateos con unos 20.000 efectivos de
los cuales 10.000 serían hoplitas.
Esta
posición permitía maniobrar fácilmente contra el flanco derecho de los persas.
Decidió no atacar enseguida.
Mardonio
viendo el despliegue adversario sacó a sus fuerzas del campamento fortificado
situándolo al norte del río Asopo en una posición paralela a los griegos (2):
·
Izquierda los persas que
disponían de unos 40.000 efectivos frente a los espartanos.
·
Centro-izquierda los medos
con 20.000 efectivos.
·
Centro- derecha los
bactrianos, hindúes y sakas con unos 20.000 efectivos.
·
Derecha griegos de Asia Menor
con unos 20.000 efectivos.
·
A retaguardia la caballería
con unos 5.000 jinetes.
Batalla de Platea 479 a.C.
Despliegue de Fuerzas
Los griegos
no querían atacar dado que se exponían a un ataque de flanco de la caballería y
por su parte Mardonio no quería a forzar a combatir a los griegos, sino a que
se retiraran, ya que pensaba que tenía poco que ganar en la batalla y que le
valía con esperar a que se desmoronara la alianza helena, algo que casi
consiguió durante el invierno anterior.
Para
obligar a Pausanias a retirarse, Mardonio atacó con su caballería la línea de
abastecimiento griega (3). Envió a la caballería amparo de la oscuridad a los
pies del paso por debajo de Citerón. Atraparon a una columna de 500 transportes
tirados por bueyes y sus asistentes con los suministros para el ejército
griego, cuando abandonaron el paso y entraron en la llanura de Platea, los
jinetes persas los mataron sin piedad.
Batalla
de Platea 479 a.C. La caballería persa atacando una columna de suministro
griega.
La
siguiente acción de Mardonio fue enviar de nuevo la caballería para envenenar
el agua del manantial de Gargafia (4) que suministraba agua a los persas ya que
coger el agua del río resultaba una acción peligrosa por los posibles ataques
de la caballería.
La falta de
agua hizo insostenible la posición griega, así que Pausanias decidió replegarse
por la noche para evitar el ataque de la caballería a una posición próxima a
Platea, los espartanos que ocupaban el ala derecha rehúsan replegarse, al
parecer su jefe Amonfareto dijo que los espartanos nunca daban la espalda al
enemigo, Pausanias se dirigió para ordenárselo, y este arrojó una piedra a sus
pies.
Batalla de Platea 479 a.C. Amomfareto se
negó a replegarse durante la noche, Pausanias fue en persona a comunicárselo,
los griegos tenían la costumbre de manifestar su voto con una piedra pequeña,
Amomfareto para mostrar su desagrado cogió una piedra enorme y la arrojó a los
pies de Pausanias, diciendo “este es mi voto para dar la espalda al enemigo”,
mientras un heraldo ateniense contempla la escena.
La batalla
Al amanecer
Mardonio se dio cuenta del repliegue y ordenó a sus fuerzas cruzar el río y
atacar inmediatamente, creyendo que se retiraban, avanzando en desorden.
Mardonio al ver a los espartanos adelantados mandó que los atacase la
caballería por flancos y retaguardia para fijarlos, mientras los arqueros e
infantería los atacaba de frente.
Batalla
de Platea 479 a.C. La caballería persa ataca flancos y retaguardia espartanos
mientras los arqueros disparan de frente
Batalla
de Platea 479 a.C. Caballería escita saka al servicio de los persas atacando la
falange espartana.
Después de
haber formado en la línea de batalla, los espartanos no podían participar hasta
que hubieran recibido un presagio favorable del sacrificio o sphagia. Este era un sacrificio especial
antes de la batalla que no implicaba altares o incendios, pero parece que
simplemente se han basado en los sacerdotes que observan el flujo de sangre
desde la garganta del animal (sphage). Heródoto registra que “la
sphagia” no produjo ningún resultado favorable,
en consecuencia, muchos de los espartanos estaban muriendo y muchos más estaban
siendo heridos, por los arqueros persas que estaban disparando protegidos por
sus sparabara
o escudos de mimbre. Se ha sugerido que Pausanias, prolongó deliberadamente la sphagia, ya sea para construir falsa la
confianza en los persas o para esperar la llegada de sus aliados de Atenas.
Batalla de Platea 379 a.C. sacrificio
religioso o sphagia, Después de haber formado en la línea de batalla, los
espartanos no podían participar hasta que hubieran recibido un presagio favorable de la sphagia. Este era un sacrificio especial antes de la
batalla que no implicaba altares o incendios, pero parece que simplemente se
han basado en los sacerdotes que observan el flujo de sangre desde la garganta
del animal (sphage). Heródoto registra que “la sphagia” no produjo ningún
resultado favorable, en consecuencia, muchos de los espartanos estaban muriendo
y muchos más estaban siendo heridos, por los arqueros persas que estaban
disparando protegidos por sus sparabara o escudos de mimbre. Se ha sugerido que
Pausanias (que se muestra de pie con el casco echado hacia atrás para observar
los procedimientos), prolongó deliberadamente el sphagia, ya sea para construir
falsa la confianza en los persas o para esperar la llegada de sus aliados de
Atenas.
Los
corintios consiguieron atacar a la caballería persa, y delante de la posición
de los espartanas Mardonio había colocado a los arqueros y detrás la línea de
infantería persa en masa, dispuesta a tacar, con su retaguardia cubierta por
los corintios, Amonfareto ordenó realizar la táctica espartana favorita o anastrophe, que consiste en fingir una
huida y en un momento dado dar media vuelta y contraatacar, los la infantería
persa al verlos huir, intentaron pasar por entre los arqueros y los sparabara o portaescudos que protegían a
los arqueros, aprovechando la confusión, los espartanos dieron media vuelta y
cargaron, realizando una gran matanza y sembrando la confusión, aprovechando el
caos, se replegaron a la línea Platea-Hysiae que tenía un frente más estrecho y
donde estaban el resto de las fuerzas griegas.
Mardonio
reorganizó sus fuerzas y se dispuso a atacar la formación griega, atacaron
cuesta arriba contra la falange, pero volvió a repetirse lo de Maratón y las
Termópilas, que los hoplitas griegos eran muy superiores en el cuerpo a cuerpo
a la infantería persa, protegida por escudos de mimbre y menos acostumbrada a
este tipo de combate, poco a poco los persas fueron perdiendo empuje y cuando
vio el momento oportuno, Pausanias ordenó el contraataque general, los
atenienses en el ala izquierda y los espartanos en la derecha consiguieron
poner en fuga a sus oponentes.
Batalla
de Platea 479 a.C. Choque entre griegos y persas
Batalla de Platea 479 a.C. Muerte de
Mardonio. Mardonio a caballo y al frente de 1.000 inmortales tratando de frenar
el contraataque espartano, el espartano Aeimnesto le mató de una pedrada.
Mardonio en
persona montado a caballo y protegido por 1.000 inmortales trató de frenar el
ataque, pero un espartano llamado Aeimnesto le arrojó una piedra que impactó en
la cabeza y lo mató.
El centro
griego, al huir sus oponentes formaron en dos columnas, y se dirigieron hacia
el campamento persa, una de ellas fue atacada por la caballería persa que la
desbarató y la otra consiguió unirse a los espartanos.
Batalla de Platea 479 a.C. La
caballería persa derrota a una columna griega que perseguía a los huidos
Los
espartanos, reforzados por la columna superviviente, irrumpieron en el
campamento persa. La empalizada del asentamiento estaba bien defendida por los
persas en un principio, pero los griegos acabaron por abrirse paso y masacraron
a los persas allí refugiados. Solo se respetó la vida de 3.000.
Batalla
de Platea 479 a.C. Los griegos asaltando el campamento persa en Mycale.
Tras la
muerte de Mardonio, Artabazo que era el segundo jefe reorganizó como pudo las
fuerzas persas y abandonó el campo de batalla, conduciendo a los 43.000
supervivientes a través del Holesponto para no volver nunca más. Los griegos no
pudieron perseguirles dado que la caballería persa seguía siendo muy fuerte.
Secuelas
Los persas
perdieron la mitad de su ejército mientras que los griegos 1.364 (Plutarco) o
10.000 (Éforo de Cime y Diodoro Sículo), esta última parece más realista.
Heródoto
asegura que la batalla naval de Mícala
se libró la misma tarde que la de Platea. La flota aliada helena navegó hasta
Samos, donde fondeaba lo que quedaba de la desmoralizada flota persa. Los
asiáticos trataron de evitar la confrontación y vararon sus barcos en las
faldas del monte Mícala, tras lo que se reunieron con un grupo del ejército
persa y construyeron un campamento rodeado por una empalizada. El comandante de
los griegos, el rey espartano Leotíquidas II, decidió atacar de todos modos con
la totalidad de sus hombres, marinos incluidos.
Aunque los
persas ofrecieron una estoica resistencia, los poderosos hoplitas griegos se
mostraron nuevamente superiores en combate y consiguieron derrotarlos. Los
persas huyeron a su campamento, pero allí desertó el contingente de griegos
jónicos, circunstancia que facilitó el asalto y toma de la empalizada por parte
de los helenos, que masacraron en su interior a muchos persas. Los barcos medos
fueron capturados y quemados, lo que sumado a la derrota de Mardonio en Platea
(al parecer ambos enfrentamientos ocurrieron en el mismo día), puso fin
definitivo a la invasión persa de Grecia.
La batalla
Al parecer
los griegos formaron en dos alas, en la derecha los atenienses, corintios y los
soldados de Sición y Trecén, en la izquierda los espartanos y otros
contingentes. El ala derecha marchó en línea recta por el terreno llano costero
hacia el campamento persa, mientras la izquierda intentó flanquear a los
asiáticos atravesando por un terreno más quebrado. Así, el ala derecha inició
el combate contra los persas mientras la izquierda griega continuaba avanzando
para rodearlos. Heródoto afirma que los persas comenzaron luchando dignamente,
pero que los atenienses y el resto de contingentes que estaban con ellos
deseaban derrotarlos antes de la llegada de los espartanos y por ello los
atacaron cada vez con más fiereza.
Los persas
se mantuvieron en su terreno durante un tiempo, pero finalmente rompieron su
formación y huyeron hacia la empalizada seguidos por el ala derecha de los griegos. Muchos soldados del ejército
asiático huyeron entonces del campamento, excepto el contingente de tropas de
etnia persa, que se agruparon y combatieron a los aliados cuando estos entraron
en el campamento. En ese momento hizo su aparición el ala izquierda griega, que
rodeó la empalizada, tomó por la retaguardia a los persas y puso fin a la
batalla. Heródoto relata que, viendo que el desenlace de la batalla pendía de
un hilo, los desarmados soldados de la isla de Samos se unieron a los aliados e
hicieron lo que pudieron. Esto inspiró a los jonios, que también se volvieron
contra los medos. Se ignora en qué momento de la batalla sucedió todo esto,
pero los de Samos no debieron estar presentes en el combate principal porque
estaban desarmados y su intervención hubo de producirse ya en el campamento.
Mientras tanto, los de Mileto, que habían sido enviados a guardar los pasos del
monte Mícala, también se rebelaron contra los persas. En principio se
confundieron entre los soldados persas que huían, pero al ver el claro
desenlace de la confrontación comenzaron a matar a los medos que escapaban. El
historiador Heródoto no menciona cifras concretas de muertos y se limita a
decir que hubo numerosas bajas en ambos bandos. Los de Sición resultaron
especialmente castigados, pues también perdieron a su general Perilao. En el
bando persa cayeron el almirante Mardontes y el general Tigranes, aunque
Artaíntes e Itanitres consiguieron escapar. Heródoto afirma que huyeron
algunas tropas persas hacia Sardes. Diodoro sostiene que murieron 40.000 persas
y también detalla que los supervivientes huyeron a Sardes.
Cuando los
espartanos llegaron, el campamento persa fue saqueado y sus barcos quemados.
Durante el retorno a Samos, los aliados discutieron sus próximos movimientos.
Leotíquidas propuso evacuar las ciudades jónicas y llevar a sus habitantes a
Grecia, pues sería difícil defenderlas de nuevos ataques persas. Sin embargo,
Jantipo se opuso vehementemente a esto esgrimiendo que las ciudades jónicas
eran originalmente colonias griegas. Más tarde, los griegos jónicos se
unirían a Atenas en la Liga de Delos contra Persia.
Después de la
victoria en las faldas del monte Mícala la flota aliada navegó al Helesponto
para destruir los pontones persas, pero se encontraron con que eso ya se había
hecho. Así, los peloponesios navegaron de vuelta a casa mientras que los
atenienses se quedaron a atacar el Quersoneso tracio, todavía en manos persas.
Los medos que restaban se agruparon en Sesto, la mayor ciudad de la región,
donde fueron sitiados por los atenienses. La ciudad cayó tras un largo asedio,
iniciándose así una nueva fase en las Guerras Médicas, la del contraataque
griego. Las Historias de Heródoto finalizan con el asedio de Sestos.
En los siguientes treinta años los helenos, principalmente los de la Liga de
Delos dominada por Atenas, expulsaron (o ayudaron a expulsar) a los persas de Macedonia,
Tracia, las islas del Egeo y Jonia. La paz con Persia llegó en el 449 a. C.
con la firma de la Paz de Calias, que ponía fin a medio siglo de guerras.
Mícala y
Platea fueron acontecimientos muy importantes de la historia antigua por ser
las batallas que pusieron final a la Segunda Guerra Médica y dieron inicio a la
hegemonía helena en el conjunto de las Guerras Médicas. Aunque impidieron el
avance del imperio aqueménida por Europa, los griegos pagaron un alto precio en
vidas. La batalla de Maratón demostró que los persas podían ser vencidos y la
batalla naval de Salamina salvó a Grecia de la conquista inmediata, pero fueron
Platea y Mícala las victorias que alejaron definitivamente la amenaza oriental.
Sin embargo, ninguna de estas dos batallas es tan recordada como Maratón,
Salamina o las Termópilas, algo que es difícil de aclarar aunque sin duda se
debe a las circunstancias en que se desarrollaron. La fama de las Termópilas se
debe a la valentía griega ante un enemigo muy superior en número, y las de
Maratón y Salamina a que ambas fueron libradas y vencidas por los griegos a
pesar de su delicada situación estratégica. Por el contrario, Platea y Mícala
se lucharon cuando los griegos habían conseguido cierta seguridad estratégica y
tenían más posibilidades de victoria. De hecho, en ambas ocasiones fueron los
helenos los que buscaron la confrontación.
Militarmente
la mayor lección de las batallas de Platea y Mícala es volver a insistir en la
clara superioridad de los hoplitas y las falanges griegas sobre la más
ligeramente armada infantería persa, algo que fue demostrado por primera vez en
Maratón. Teniendo en cuenta esta primera lección, en el resto de las guerras
médicas el imperio persa comenzó a reclutar y confiar en mercenarios helenos.
Una acción de esos mercenarios, la Expedición de los Diez Mil que narra
Jenofonte en su Anábasis, demostró además a los griegos que los persas
eran militarmente vulnerables incluso en su propio territorio y allanó el
camino para la invasión de todo el imperio persa por parte de Alejandro Magno
algunas décadas después.
Las
victorias en Platea y Mícala pusieron fin a la segunda invasión persa a Grecia.
Además, la amenaza de una invasión futura quedó disminuida; a pesar de que los
griegos siguieron preocupados de que Jerjes volviera a intentar la conquista,
con el tiempo fue evidente que el deseo de los persas por someter Grecia había
mermado significativamente.
Mícala
representó el inicio de una nueva fase del conflicto: el contrataque griego.
Después de vencer en Mícala, la flota aliada zarpó hacia el Helesponto para
romper los pontones, pero al llegar encontraron que estos ya estaban
destruidos. Los peloponesios navegaron hacia su patria, mientras que los
atenienses se quedaron para atacar el Quersoneso tracio, todavía en manos
persas. Los persas de la región y sus aliados fueron a Sestos, la ciudad más
fuerte de la zona, que fue sitiada por los atenienses; ésta finalmente cayó
tras un prolongado asedio. Heródoto finaliza su Historia después del
Sitio de Sestos. En el transcurso de los siguientes 30 años, los griegos, en
especial la Confederación de Delos (que estaba bajo el dominio de Atenas), se
ocupó de expulsar a los persas de Macedonia, Tracia, las islas del Egeo y
Jonia. El cese de las hostilidades con Persia llegó en 449 a. C.
con la Paz de Calias, concluyendo medio siglo de guerra.
Con las
victorias de Platea y Mícala se puso fin a la segunda invasión persa de Grecia,
la Segunda Guerra Médica. Además, los griegos también acabaron con la
posibilidad de otra futura invasión, pues aunque su preocupación por las
intenciones del imperio aqueménida no desapareció, con el tiempo se hizo
evidente que el deseo persa por invadir Grecia había disminuido.
Los restos
del ejército persa, ahora bajo mando de Artabazo, trataron de retirarse a Asia
Menor viajando a través de Tesalia, Macedonia y Tracia por el camino más corto,
el que les llevó a Bizancio. Algunos ataques en Tracia, el cansancio y el hambre
acabaron con más hombres. Tras la victoria en Mícala la flota aliada navegó al
Helesponto para destrozar los pontones persas, pero se encontraron con que eso
ya se había hecho. Los peloponesios volvieron a casa, pero los atenienses se
lanzaron a atacar el Quersoneso tracio, todavía en manos de los persas. Estos
y sus aliados se atrincheraron en Sestos, la ciudad mejor fortificada de la región, y allí
fueron sitiados por los atenienses. Tras un largo asedio la ciudad cayó,
marcando así una nueva fase en los conflictos greco-persas, la del contraataque
heleno. Las historias de Heródoto finalizan tras el asedio de Sestos,
pero en las siguientes tres décadas los griegos, principalmente de la Liga de
Delos dominada por Atenas, expulsaron a los medos de Macedonia, Tracia, las
islas del mar Egeo y Jonia.
La paz con Persia llegó finalmente en el
449 a. C. con la Paz de Calias, que ponía fin a medio siglo de guerra.
Próximo Capítulo: Guerra entre griegos
Próximo Capítulo: Guerra entre griegos
Bibliografía
Barkworth,
Peter R. (1993). «The Organization of Xerxes' Army». Iranica Antiqua. XXVII:
pages 149-167. Consultado el 18 de octubre de 2007.
Bengtson,
Hermann (1987). Historia de Grecia. Desde los comienzos hasta la época imperial
romana. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-1077-8.
Bradford,
Ernle (2004). Thermopylae: The Battle for the West. Da Capo Press.
ISBN 0306813602.
Bengtson,
Hermann (1987). Historia de Grecia. Desde los comienzos hasta la época imperial
romana. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-1077-8.
Bury, J.
B.; Meiggs, Russell (julio de 2000). A History of Greece to the Death of
Alexander the Great (4th Revised edición). Palgrave Macmillan.
Burn,
Andrew Robert (1984). Persia and the Greeks: The Defence of the West, C.
546-478 B.C. (en inglés) (2ª edición). Stanford University Press.
ISBN 9780804712354. Consultado el 23 de abril de 2012.
Cartledge,
Paul (2007). Termópilas. La batalla que cambió el mundo. Barcelona: Editorial
Ariel. ISBN 978-84-344-5229-9.
Cartledge,
Paul (2006). Thermopylae: The Battle That Changed the World. Woodstock, New
York: The Overlook Press. ISBN 1585675660.
Campbell,
George (1889). The History of Herodotus: Translated into English: Vol. II.
MacMillan and Co., Limited.
Cebrián,
Juan Antonio (2001). Pasajes de la Historia. ISBN 84-95645-41-6.
Crawford,
Osbert Guy Stanhope (1955). Said and Done: The Autobiography of an
Archaeologist. Weidenfeld and Nicolson.
Davis
Hanson, Victor (2002). Carnage and culture: landmark battles in the rise of
Western power (en inglés). Anchor. ISBN 9780385720380. Consultado el 23 de
abril de 2012.
Dore, Lyn
(2001). «Once the War Is Over». En Freeman, P.W.M.; Pollard, A. Fields of
Conflict: Progress and Prospect in Battlefield Archaeology. David Brown Book
Co. pp. pages 285-286. ISBN 978-1-84171-249-9.
Eikenberry,
Lt. Gen. Karl W. (Summer 1996). «Take No Casualties». Parameters: US Army War
College Quarterly XXVI (2): pages 109-118. Archivado desde el original el 9 de
junio de 2007. Consultado el 17 de octubre de 2007.
Eliot,
Julian (enero de 2007). «El Gran Rey - Darío I, el organizador del Imperio
persa». Historia y Vida (Barcelona: Grupo Godó) (458). ISSN 0018-2354.
Eikenberry,
Lt. Gen. Karl W. (Summer 1996). «Take No Casualties». Parameters: US Army War
College Quarterly XXVI (2): pages 109-118. Archivado desde el original el 9 de
junio de 2007. Consultado el 17 de octubre de 2007.
Fehling, D.
Herodotus and His «Sources»: Citation, Invention, and Narrative Art. Translated
by J.G. Howie. Arca Classical and Medieval Texts, Papers, and Monographs, 21.
Leeds: Francis Cairns, 1989.
Finley,
Moses (1972). «Introduction». Thucydides – History of the Peloponnesian War
(translated by Rex Warner). Penguin. ISBN 0140440399.
Fehling,
Detlev (1989). Herodotus and his sources: citation, invention and narrative
art. Francis Cairns. ISBN 9780905205700. Consultado el 27 de marzo de
2012.
Fuller,
J.F.C. (1979). Batallas decisivas del mundo occidental y su influencia en la
historia. Ediciones Ejército. ISBN 9788450032475.
Garoufalis
N. Demetrius, Η (La batalla de Salamina, el conflicto que cambió el curso de la
historia), (revista Historia militar), 24 edición, agosto de 1998.
Green,
Peter (1996). The Greco-Persian wars (en inglés). University of California
Press. ISBN 9780520203136. Consultado el 27 de marzo de 2012.
Green,
Peter (1970). The year of Salamis, 480-479 BC. (en inglés). Weidenfeld &
Nicolson.
Green,
Peter (1996). The Greco-Persian Wars. University of California Press.
ISBN 0520203135.
Green,
Peter; Greek History 480-431 B.C., the Alternative Version, University of Texas
Press, (2006). p. 59 ISBN 0-292-71277-4Greswell, Edward (1827). Origines
kalendariæ Hellenicæ. E. Duychinck, Collin & co.
Holland,
Tom (2006). Persian Fire: The First World Empire and the Battle for the West.
New York: Doubleday. ISBN 0385513119.
Heródoto
(2001). Los nueve libros de la historia (5ª edición). EDAF.
ISBN 9788476403518. Consultado el 27 de marzo de 2012.
Holland,
Tom (2006). Persian fire: the first world empire and the battle for the West
(en inglés). Little, Brown Book Group. ISBN 9780349117171. Consultado el
27 de marzo de 2012.
Ιστορία του
Ελληνικού Έθνους (Historia de la nación griega), vol Β', Ekdotiki Athinon,
1971.
Kinder,
Hermann; Hilgemann, Werner (1996). Atlas Histórico Mundial: de los Orígenes a
la Revolución Francesa. Istmo. ISBN 9788470900051. Consultado el 27 de
marzo de 2012.
Lazenby, John
Francis (1993). The defence of Greece, 490-479 B.C. (en inglés). Aris &
Phillips. ISBN 9780856685910. Consultado el 27 de marzo de 2012.
Lee,
Felicia R. A Layered Look Reveals Ancient Greek Texts The New York Times, 27 de
noviembre de 2006. (en inglés)
National
Geographic Society (1967). «Lands of the Bible Today». National Geographic
Magazine (en inglés) 1967 (12).
Strauss,
Barry (2004). The Battle of Salamis: The Naval Encounter That Saved Greece --
And Western Civilization (en inglés). Simon and Schuster.
ISBN 9780743274531. Consultado el 23 de abril de 2012.
Tucídides
(1989). Luis M. Macía Aparicio, ed. Historia de la Guerra Del Peloponeso. AKAL.
ISBN 9788476003565. Consultado el 23 de abril de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario