Archivo del blog

jueves, 14 de diciembre de 2017

Capítulo 35 - Batallas contra los persas


Batallas contra los persas

La Primera Guerra Médica consistió en la primera invasión persa de la Antigua Grecia, durante el transcurso de las Guerras Médicas. Comenzó en 492 a. C., y concluyó con la decisiva victoria ateniense en la batalla de Maratón en 490 a. C. La invasión, que constó de dos campañas distintas, fue ordenada por el rey persa Darío I, fundamentalmente con el objetivo de castigar a las polis (ciudades) de Atenas y Eretria. Estas habían apoyado a las ciudades de Jonia durante la Revuelta jónica contra el gobierno persa de Darío I. Además de una acción de represalia ante su actuación en la revuelta, el rey aqueménida también vislumbró la oportunidad de extender su imperio en Europa y asegurar su frontera occidental.
La primera campaña (492 a. C.) fue dirigida por Mardonio, quien volvió a subyugar Tracia y obligó a Macedonia a ser vasalla del reino de Persia. Sin embargo, el progreso de la expedición militar fue impedido por una tormenta que sorprendió a la flota del general persa mientras costeaba el Monte Athos. El siguiente año, habiendo dado muestras de sus intenciones, Darío despachó embajadores a todas partes de Grecia pidiendo la sumisión. Recibió la misma de todas excepto Atenas y Esparta, las cuales ejecutaron a los embajadores. Con Atenas desafiante y Esparta en guerra contra él, Darío ordenó una campaña militar para el siguiente año.
La segunda campaña (490 a. C.) estuvo bajo el mando de Datis y Artafernes. La expedición se dirigió primero a la isla de Naxos, que fue capturada e incendiada, y a continuación fue pasando de isla en isla por el resto de las Cícladas, anexionándolas al Imperio persa. La expedición desembarcó en Eretria, que fue sitiada, y tras un corto período, capturada y arrasada, y sus ciudadanos fueron esclavizados. Por último, el ejército expedicionario se dirigió al Ática, desembarcando en Maratón, en su ruta hacia Atenas. Allí se topó con un ejército ateniense mucho más pequeño que, sin embargo, obtuvo una victoria destacada en la batalla de Maratón.
Dicha derrota evitó que la campaña concluyera en éxito, y la fuerza expedicionaria regresó a Asia. No obstante, la expedición había logrado la mayoría de sus objetivos al castigar a Naxos y Eretria y colocar a gran parte del mar Egeo bajo el dominio persa. Las metas sin alcanzar durante la campaña hicieron que Darío preparase una invasión mucho mayor a Grecia para subyugarla firmemente y castigar a Atenas y Esparta. Sin embargo, los conflictos internos del imperio retrasaron dicha expedición, y luego Darío, ya de edad avanzada, falleció. Fue así que su hijo Jerjes I lideró la segunda invasión persa a Grecia, que comenzó en el año 480 a. C. 
La principal fuente de las Guerras Médicas es el historiador griego Heródoto. La historiografía le considera el «padre de la Historia»,​ Nació en 484 a. C., en Halicarnaso, ciudad griega de Asia Menor, en aquel entonces gobernada por los persas. Escribió su obra Historia entre el 440 y 430 a. C., intentando rastrear los orígenes de las guerras greco-persas, que aún se habrían considerado historia reciente (finalizaron por completo en 449 a. C.) El enfoque de Heródoto fue completamente novedoso, y al menos para la sociedad occidental, Heródoto es considerado el inventor de la Historia tal y como la conocemos hoy. ​ Como expresa Holland:
Por primera vez, un cronista se propone rastrear los orígenes de un conflicto no hasta un pasado tan antiguo o remoto que resultara fabuloso, no lo atribuye a los deseos o caprichos de ningún dios, ni tampoco al destino manifiesto de un pueblo, sino a explicaciones que él mismo pudiese verificar.
Holland

Muchos historiadores antiguos posteriores, aunque siguieron sus pasos, ridiculizaron a Heródoto. El primero de ellos, Tucídides. ​ No obstante, Tucídides decidió continuar su historia donde la dejaba Heródoto (en el sitio de Sestos), por lo que se presupone que consideró que Heródoto había hecho un buen trabajo resumiendo la historia precedente. Plutarco criticó a Heródoto en su ensayo "Sobre la malevolencia de Heródoto", donde describía al historiador como Philobarbaros (amante de los bárbaros), por no ser lo suficientemente favorable a los griegos. Lejos de desprestigiarle, este hecho hace suponer que Heródoto mantuvo un punto de vista bastante objetivo. ​ La visión negativa sobre Heródoto llegó hasta la Europa renacentista, aunque siguió siendo profusamente leído. ​ Sin embargo, desde el siglo XIX, su reputación ha sido rehabilitada espectacularmente por hallazgos arqueológicos que confirmaban repetidamente su versión de los eventos. La visión moderna considera que Heródoto hizo generalmente un trabajo notable en su Historia, pero también que algunos detalles específicos, especialmente fechas y cifras, deben ser contemplados con escepticismo. En cualquier caso, siguen existiendo historiadores que consideran que Heródoto inventó gran parte de su historia.
El historiador siciliano Diodoro Sículo, en su obra Biblioteca histórica escrita en el siglo I a. C., también hace una crónica de las Guerras Médicas, tomando como fuente principal al historiador griego Éforo de Cime. Este relato es bastante consistente con el de Heródoto. ​ Las Guerras Médicas son también descritas en menor detalle por un gran número de historiadores antiguos, incluyendo a Plutarco y Ctesias de Cnido, y se hace alusión a las mismas por parte de muchos otros escritores como el dramaturgo Esquilo. Las evidencias arqueológicas, entre las que se encuentra la Columna de las Serpientes, respaldan algunos datos específicos del relato de Heródoto.

La primera invasión persa de Grecia tuvo sus raíces inmediatas en la revuelta jónica, primera fase de las Guerras Médicas. Sin embargo, también fue el resultado de una interacción más antigua entre griegos y persas. En 500 a. C. el Imperio aqueménida era aún relativamente joven y con ansias expansionistas, pero vulnerable a las sublevaciones entre sus súbditos. ​ Por si eso no fuera suficiente, el rey persa Darío era un usurpador, y hubo de extinguir numerosas revueltas contra su reinado. Previamente a la revuelta jónica, Darío comenzó a expandir el Imperio en Europa, subyugando Tracia y forzando a Macedonia a convertirse en su aliado. Es muy posible que los intentos de invadir el resto de la políticamente fraccionada Grecia resultaran inevitables. ​ La revuelta jónica amenazó directamente la misma integridad del Imperio persa, y los estados de la Grecia europea seguían representando una potencial amenaza para su estabilidad futura. ​ Por tanto, Darío decidió someter y pacificar Grecia y el Egeo, al tiempo que escarmentaba a los implicados en la revuelta.
La revuelta jónica había comenzado con la infructuosa expedición contra Naxos, empresa común del sátrapa Artafernes y del tirano de Mileto, Aristágoras. Tras el incidente, Artafernes decidió apartar a Aristágoras del poder; pero antes de que pudiera hacerlo, Aristágoras abdicó, declarando a Mileto una democracia. El resto de ciudades de Jonia, al borde de la rebelión, siguieron sus pasos, expulsando a sus tiranos nombrados por Persia y declarándose igualmente democracias. Artistágoras acudió a los estados de la Grecia europea en busca de apoyo, pero sólo Atenas y Eretria le ofrecieron tropas.
La participación griega en la revuelta jónica es consecuencia de un complejo cúmulo de circunstancias, que comienzan con el establecimiento de la democracia ateniense a finales del siglo VI a. C. En 510 a. C., con la ayuda de Cleómenes I, rey de Esparta, los atenienses habían expulsado al tirano Hipias, quien gobernaba la ciudad. Junto a su padre Pisístrato, la familia de Hipias había gobernado en Atenas 36 de los últimos 50 años.​ Hipias huyó a la corte de Artafernes, sátrapa persa de Sardes, y le prometió el control de Atenas si le ayudaba a recuperar el gobierno. ​ Entretanto, Cleómenes instaló una tiranía pro-espartana en Atenas, personificada en Iságoras, y opuesta a Clístenes, líder de la poderosa familia de los Alcmeónidas, que se consideraban herederos naturales del gobierno de Atenas. ​ En una audaz maniobra, Clístenes prometió a los atenienses que instauraría una 'democracia' en Atenas, ante el horror del resto de la aristocracia. Las razones de Clístenes para sugerir una medida tan drástica, que reduciría sensiblemente el poder de su propia familia, no están claras. Es posible que percibiera que esos días de gobierno aristocrático finalizarían de cualquier modo; ciertamente deseaba evitar por cualquier medio que Atenas se convirtiera en un títere de Esparta. Por desgracia, a raíz de su propuesta, Clístenes y su familia fueron exiliados de Atenas por Iságoras, junto a otros disidentes. Habiéndoles sido prometida una democracia, los atenienses aprovecharon el momento y se rebelaron, expulsando a Cleómenes y a Iságoras. Clístenes regresó entonces a la ciudad (507 a. C.) y comenzó a establecer un gobierno democrático a un ritmo vertiginoso. La llegada de la democracia supuso una revolución en Atenas, que desde entonces se convirtió en una de las grandes potencias de Grecia. ​ La recién llegada libertad y autogobierno de los atenienses implicaban una ulterior intolerancia al regreso de la tiranía de Hipias o cualquier otra forma de sometimiento, ya fuera por Esparta, Persia o terceros. 
Cleómenes, como es lógico, no estaba demasiado contento con la situación, y marchó sobre Atenas con el ejército espartano. ​ Los intentos del lacedemonio para restaurar a Iságoras en el gobierno terminaron en debacle, no obstante los atenienses, temiendo lo peor, ya habían enviado embajadores a Artafernes, a la ciudad de Sardes, pidiendo ayuda al Imperio persa. ​ Artafernes solicitó que los atenienses le dieran «la tierra y el agua», símbolo tradicional de sumisión, a lo que accedieron los embajadores atenienses. A su regreso a Atenas, fueron censurados severamente por este hecho. ​ En algún momento posterior, Cleómenes urdió un complot para reinstalar a Hipias en el gobierno de Atenas, que resultó inútil. Hipias huyó de nuevo a Sardes, e intentó persuadir a los persas para que sometieran Atenas. Los atenienses enviaron emisarios a Artafernes para disuadirle de emprender cualquier acción, ante lo que Artafernes respondió recomendándoles que aceptaran el regreso de Hipias en calidad de tirano. Los atenienses se opusieron, como era de esperar, y se declararon abiertamente en guerra con Persia.​ Habiéndose convertido así en enemiga del Imperio aqueménida, Atenas ya se encontraba predispuesta a apoyar a las ciudades jónicas cuando estalló la revuelta. El hecho de que las democracias jónicas estuvieran inspiradas por la ateniense sin duda ayudó en esta decisión, especialmente si es cierto que las ciudades jónicas fueron originalmente colonias atenienses.

La ciudad de Eretria también envió ayuda a los jonios, por razones no del todo claras. Posiblemente existían razones comerciales: Eretria era una ciudad comercial de la isla de Eubea, cuyo mercado se veía amenazado por la dominación persa del mar Egeo. Heródoto sugiere que los eretreios respaldaron la revuelta como agradecimiento al apoyo prestado por Mileto a su ciudad en una anterior guerra contra Calcis.
Atenienses y eretreios enviaron una fuerza expedicionaria de 25 trirremes a Asia Menor. Mientras se encontraban allí, el ejército griego sorprendió a Artafernes, esquivándole y marchando hacia Sardes, donde quemaron la parte baja de la ciudad. ​ No obstante, este fue el mayor de los logros griegos, ya que fueron perseguidos hasta la costa por jinetes persas, perdiendo muchos hombres en el proceso. A pesar de que sus acciones fueron inapreciables, tanto eretreios como atenienses se ganaron la enemistad eterna de Darío, quien juró castigar a ambas ciudades. La victoria persa en la batalla naval de Lade (494 a. C.) acabó prácticamente con la revuelta, y en 493 a. C. la flota persa sofocó los últimos focos de resistencia. ​ La rebelión fue utilizada como una oportunidad de extender la frontera imperial a las islas del Egeo oriental y la Propóntide, que nunca había formado parte de los dominios persas. La completa pacificación de Jonia permitió a los persas planificar nuevos movimientos, extinguir la amenaza que suponía Grecia, y escarmentar a Atenas y Eretria.

492 a. C.: Campaña de Mardonio
En la primavera de 492 a. C. se creó una fuerza expedicionaria, que debía ser dirigida por Mardonio, el yerno de Darío. Consistía en una flota y un ejército de tierra. ​ Mientras que su objetivo principal era castigar a Atenas y Eretria, como objetivo secundario tenía subyugar tantas ciudades griegas como fuera posible. Partiendo de Cilicia, Mardonio envió al ejército a través del Helesponto, mientras él viajaba con la flota. Navegó bordeando Asia Menor hasta Jonia, donde dedicó un tiempo a abolir las tiranías que gobernaban las ciudades jónicas. Irónicamente, dado que el establecimiento de gobiernos democráticos había representado un factor clave en la revuelta jónica, reemplazó las tiranías por democracias.
Desde allí la flota se dirigió al Helesponto. Cuando todo estuvo dispuesto, embarcó a las tropas de tierra para que cruzaran a Europa. ​ El ejército marchó entonces a través de Tracia, reconquistándola, pues estas tierras ya formaron parte del Imperio persa en 512 a. C. durante la campaña de Darío contra los escitas. ​ Cuando alcanzaron Macedonia, antiguo aliado, forzaron a este reino a convertirse en tributario de Persia, aunque permitiendo que mantuviera su independencia.
Mientras tanto, la armada llegó a Tasos, ante cuya visión la ciudad se sometió a los persas. ​ La flota siguió la línea costera hasta Acanto en Calcídica, antes de intentar costear la ladera del Monte Athos. ​ Allí fueron sorprendidos por una violenta tempestad, que les empujó contra los acantilados. Según Heródoto, 300 naves naufragaron y 20.000 hombres perecieron.
Mientras el ejército acampaba en Macedonia, los brigios, una tribu tracia local, lanzaron una razia nocturna contra el campamento persa, acabando con muchas vidas e hiriendo al propio Mardonio. A pesar de sus heridas, el comandante se aseguró de que los brigios fueran derrotados y sometidos, y después dirigió su ejército de regreso al Helesponto, mientras los restos de la armada se retiraban igualmente a Asia. ​ Aunque la campaña finalizó sin conseguir los principales objetivos, las tierras limítrofes con Grecia quedaban firmemente bajo control persa, y los griegos habían sido claramente avisados de las intenciones que Darío albergaba contra ellos. 

491 a. C.: Diplomacia
Probablemente, razonando Darío que la expedición del año anterior contra Grecia había puesto al descubierto sus planes, y debilitado la resolución de las polis griegas, regresó a la vía diplomática en 491 a. C. Envió embajadores a todas las ciudades estado de Grecia, pidiendo «la tierra y el agua», símbolo tradicional de sumisión. ​ La gran mayoría de ciudades respondieron favorablemente a su petición, temiendo la ira del rey persa. En Atenas, por el contrario, los embajadores fueron juzgados y ejecutados. En Esparta, simplemente fueron arrojados a un pozo. ​ Este hecho dibujó firme e inexorablemente las líneas de batalla para el conflicto que había de llegar. Esparta y Atenas, a pesar de su reciente enemistad, lucharían juntas contra los persas.
No obstante, Esparta sufrió una serie de maquinaciones internas que desestabilizaron su situación. Las ciudades de Egina se sometieron a los embajadores persas, y los atenienses, preocupados ante la posibilidad de que Persia utilizara esta isla como base naval, pidieron a Esparta que interviniera. ​ Cleómenes viajó a Egina para tratar personalmente con sus habitantes, pero ellos acudieron al otro biarca de Esparta, Demarato, que apoyó la resolución egineta. Cleómenes respondió acusando a Demarato ilegítimo, con la ayuda de los sacerdotes de Delfos (a quienes había sobornado). Demarato fue reemplazado por su primo Leotíquidas. ​ Con los dos diarcas en su contra, los eginetas capitularon, entregando rehenes a los atenienses como garantía de su palabra. Sin embargo, en Esparta se tuvo conocimiento de los sobornos de Cleómenes en Delfos, y fue expulsado de la ciudad. ​ En el destierro, intentó ganarse el apoyo del Peloponeso septentrional, ante lo que los lacedemonios se echaron atrás y le invitaron a regresar a la ciudad. ​ Cleómenes, no obstante, había llegado demasiado lejos, y en 491 a. C. fue encerrado, acusado de locura, y murió al siguiente día. Aunque el veredicto oficial fue de suicidio, es presumible que fuera asesinado. Le sucedió su hermanastro Leónidas I.

490 a. C.: Campaña de Datis y Artafernes
Aprovechándose del caos existente en Esparta, que dejaba a Atenas aislada de hecho, Darío decidió lanzar una expedición anfibia para castigar definitivamente a Atenas y Eretria. ​ Reunió un ejército en Susa, y marchó a Cilicia, donde había fabricado una flota. El mando de la expedición le fue concedido a Datis el Medo y Artafernes, hijo del sátrapa Artafernes.

Tamaño de las fuerzas persas
Según Heródoto, la flota utilizada por Darío consistía en 600 trirremes. No existen datos en las fuentes históricas de cuántos transportes les acompañaban, si es que había alguno. Heródoto indica que 3000 transportes navegaron con los 1207 trirremes durante la invasión de Jerjes en 480 a. C.​ Algunos historiadores modernos aceptan esta proporción de barcos, aunque ha sido sugerido que el número de 600 representa la cifra conjunta de trirremes y transportes de tropas, o que adicionalmente a los 600 trirremes existían transportes de caballos.
Heródoto no hace una estimación del tamaño del ejército persa, indicando únicamente que formaban una «infantería numerosa en líneas muy cerradas».​ Entre otras fuentes, el poeta Simónides, casi contemporáneo de los hechos, contabiliza la fuerza de campaña en 200.000 soldados. Un escritor más tardío, el romano Cornelio Nepote estima las cifras en 200.000 infantes y 10.000 jinetes. Plutarco y Pausanias cifran a los persas en 300.000, el mismo número que menciona la Suda. Platón y Lisias afirman que fueron 500.000, y Marco Juniano Justino asciende esa cifra hasta 600.000.
Los historiadores modernos generalmente desestiman estas cifras por exageradas.[50]​ Una posible aproximación para estimar el número de tropas consiste en calcular el número de infantes de marina transportados en 600 trirremes. Heródoto menciona que cada trirreme, durante la segunda invasión de Grecia, llevaba 30 infantes extra, además de unos 14 que formarían su dotación normal. Así, 600 trirremes podían fácilmente transportar entre 18.000 y 26.000 soldados. Los números propuestos para cuantificar la infantería persa se hallan en el rango de entre 18.000 y 100.000, mientras que el consenso se encuentra en una cifra aproximada de 25.000.
La infantería persa utilizada en la invasión formaba probablemente un grupo heterogéneo, reclutado en toda la extensión del Imperio. Según Heródoto, sin embargo, existía al menos una homogeneidad en el tipo de armadura que portaba y en su estilo de combate. ​ En general, cada infante se armaba con un arco, una 'lanza corta' y una espada, portaba un escudo de mimbre, y su armadura consistía como mucho en un jubón de cuero. La única excepción a esta regla podía darse en las tropas de etnia persa, que podrían haber vestido un pectoral o armadura de escamas. Algunos contingentes podían portar una panoplia diferente; por ejemplo, los escitas, conocidos por su afinidad con el hacha. Las fuerzas de 'élite' de la infantería persa parece que consistían en las tropas de etnia persa, además de medos, casitas y escitas. ​ Heródoto menciona específicamente la presencia de persas y escitas en Maratón. ​ El estilo de combate utilizado por los persas consistía probablemente en mantenerse alejados del enemigo, utilizando sus arcos (o equivalente) para diezmar las filas rivales antes de acercarse cuerpo a cuerpo para ejecutar el golpe de gracia con sus lanzas y espadas.
Las estimaciones para la caballería rondan entre 1000 y 3000 jinetes. La caballería persa estaba compuesta normalmente por jinetes de etnia persa, bactrianos, medos, casitas y escitas. La mayoría de estos probablemente luchaban como caballería ligera. La flota debía contener al menos una pequeña proporción de barcos de transporte, ya que la caballería era transportada por mar. Heródoto escribe que la caballería embarcaba en los trirremes, aunque esto es muy improbable. Lazenby calcula que se necesitaban unos 30-40 transportes para embarcar a 1000 jinetes y sus caballos.

Lindos
Una vez reunida, la fuerza persa partió de Cilicia en dirección a Rodas. Una crónica del santuario de Atenea Lindia menciona que Datis asedió infructuosamente la ciudad de Lindos.

Naxos
La flota navegó entonces al norte, siguiendo la costa jónica hasta Samos, donde viraron al oeste rumbo al mar Egeo. Su siguiente destino fue Naxos, pretendían así escarmentar a sus habitantes por el fallido asedio de hacía una década. ​ Muchos de sus habitantes huyeron a las montañas, pero aquellos que cayeron en manos persas fueron esclavizados. Después, los persas quemaron la ciudad y sus templos.

Las Cícladas
Continuando su ruta, la flota persa se aproximó a Delos, ante cuya visión muchos delios también abandonaron sus hogares. ​ Tras la demostración de poder llevada a cabo en Naxos, Datis intentaba mostrar clemencia al resto de islas, si éstas se sometían a su yugo. ​ Envió un heraldo a la isla, proclamando:
Hombres sagrados, ¿por qué habéis huido, malinterpretando mis intenciones? Es mi deseo, así como la orden de mi rey, no dañar la tierra donde nacieron los dos dioses, y tampoco a sus habitantes. Volved, pues, a vuestros hogares, y habitad en vuestra isla.
Entonces, quemó 300 talentos de incienso en el altar de Apolo, para mostrar su respeto por uno de los dioses de la isla. La flota bogó entonces de isla en isla a lo largo del Egeo, tomando rehenes y reclutando tropas en su camino a Eretria.

Caristo
Finalmente, los persas llegaron a la ciudad de Caristo, en la costa meridional de Eubea. Sus ciudadanos rehusaron entregar rehenes a los persas, por lo que fueron asediados y sus campos arrasados, hasta que se sometieron a Persia.

Sitio de Eretria
Partiendo de Eubea, la flota persa se dirigió al primero de sus objetivos principales: Eretria. 
Durante la revuelta jónica, los eretrios así como los atenienses enviaron tropas en auxilio de las ciudades jónicas de Asia Menor que se habían rebelado contra el poder persa. La revuelta no solo fracasó, sino que motivó el rencor de Darío I contra las polis griegas por su oposición y ayuda a los rebeldes. Darío, buscando venganza contra Eretria y Atenas, envió una flota de cerca de 600 barcos, bajo el mando de Datis y Artafernes contra las polis griegas. De camino a Eretria la flota persa conquistó las islas Cícladas y después atacó Eretria. La ciudad fue sitiada durante seis días, antes de ser traicionada por algunos ciudadanos, siendo finalmente saqueada y tomados como rehenes sus habitantes.
Cuando la gente de Eretria descubrió que la flota persa se dirigía hacia su ciudad, pidieron ayuda a los atenienses para que les enviasen soldados. ​ El gobierno ateniense envió a 4000 de sus ciudadanos del asentamiento de Calcis, que estaba también en Eubea. Sin embargo, cuando los atenienses llegaron, el líder de Eretria, Esquines, dijo a los atenienses que se marcharan porque no quería que fueran cogidos en la destrucción de Eretria. Los atenienses siguieron el consejo de Esquines, se fueron en barco a Oropo y se salvaron.
Mientras tanto, la gente de Eretria fue dividida en tres grupos, un grupo que quería rendirse al ejército persa, otro grupo que quería escapar hacia las colinas y un tercer grupo que quería luchar. ​ A pesar de la división de opiniones, cuando llegaron los persas, la gente de Eretria decidió pelear. ​ La estrategia no era salir a luchar ante los persas en el exterior, sino defender los muros de la ciudad. El ejército persa llegó y comenzó a sitiar la ciudad en una lucha en la que ambos bandos tuvieron muchas bajas. Después de seis días de lucha, dos ciudadanos eminentes, Euforbo y Filagro abrieron las puertas para que entrasen los persas. Una vez dentro de la ciudad, los persas comenzaron a saquear y a quemar los templos y santuarios como venganza por la quema de los santuarios de Sardes. Toda la población fue esclavizada, como había ordenado Darío.
Después del sitio de Eretria durante seis días, los persas embarcaron a la gente de Eretria en barcos y los dejaron en la isla de Egilia. ​ Una vez hecho esto, los persas fueron en barco hacia Maratón (en el Ática) gracias a la ayuda de Hipias, para luchar allí ante los atenienses. Cuando los atenienses oyeron la noticia, avanzaron con su ejército de 10000 hombres, así como con 1000 aliados de Platea para luchar ante los persas en la batalla de Maratón. En esta batalla, los persas fueron derrotados.
El ejército persa se retiró y escapó en sus barcos, recogió a la gente de Eretria con la que navegó alrededor del cabo Sunión, intentando llegar cerca de la costa de Atenas antes de que llegase el ejército ateniense. ​ Cuando alcanzaron Falero, vieron que el ejército ateniense había vuelto atrás lo que les obligó a retroceder y poner rumbo hacia Asia Menor. ​ Cuando la flota persa llegó a Asia Menor, Datis y Artafernes ubicaron temporalmente en Susa a la población de Eretria. El rey Darío vio personalmente a los eretrios y ordenó que se alojasen en la región de Cisia.

Batalla de Maratón
La batalla de Maratón. Ocurrió en el año 490 a. C. y tuvo lugar en los campos y la playa de la ciudad de Maratón, situada a pocos kilómetros de Atenas, en la costa este de Ática. Enfrentó por un lado al rey persa Darío I, que deseaba invadir y conquistar Atenas por su participación en la revuelta jónica, y, por otro lado, a los atenienses y sus aliados (de Platea, entre otros). Una proeza recordada en esta batalla fue la de Filípides, que recorrió, diferente a lo que se cree, el camino de Atenas a Esparta para pedir ayuda al ejército espartano, pues la amenaza persa se cernía sobre el mundo griego. Esparta rehusó ayudar a los atenienses, alegando encontrarse en fechas de celebraciones religiosas.
Tras la revuelta de Jonia, Darío decidió castigar a la ciudad griega que había prestado ayuda a sus súbditos rebeldes. Después de tomar Naxos y Eretria, la expedición persa, con el consejo de Hipias, que esperaba recuperar el poder en Atenas, desembarcó en la playa de Maratón. Tras cinco días cara a cara, las falanges ateniense y platense aplastaron a la infantería persa que huyó y se embarcó de nuevo con fuertes bajas. El ejército griego se retiró rápidamente a Atenas para impedir el desembarco de la otra parte del cuerpo expedicionario persa en Falero, uno de los puertos de la ciudad.
Esta victoria puso fin a la Primera Guerra Médica. Diez años después, tuvo lugar un nuevo ataque por orden de Jerjes I. La batalla de Maratón desempeñó un papel político importante mediante la afirmación del modelo democrático ateniense y el inicio de grandes carreras militares para los generales atenienses como Milcíades o Arístides el Justo.

La fuente histórica principal de la batalla es el historiador griego Heródoto, que describe los acontecimientos en el libro VI, en los párrafos 102-117 de su Historia desde el origen de los acontecimientos a fin de preservarlos del olvido. Sin embargo, él personalmente no estuvo envuelto en los conflictos de la Grecia de su tiempo, ni tampoco en los que se resolvieron en las Guerras Médicas, que tuvieron lugar cuando el historiador nacía. Se cree que escribió su libro después de la paz de Calias (449-448 a. C.), pues hubo de expatriarse de Halicarnaso, su ciudad natal, y fue a escribir su Historia a los confines occidentales de la Hélade. Aun dándose el caso de sentir antipatía por Histieo y Aristágoras de Mileto, promotores de la sublevación de los jonios, según Heródoto por motivos personales, creía en la justicia de la victoria griega y admiraba tanto las virtudes helenas como la sabiduría de los pueblos orientales; tanto a Atenas como a Esparta. Con cierto escepticismo, procuró permanecer apartidario y relativista, e intentó establecer un criterio unitario, dando cabida a las distintas posiciones y organizar los hechos en un todo coherente.
Avalaba la animadversión y actitud negativa de Heródoto hacia los jonios el historiador alemán Hermann Bengtson, quien opinaba que la revuelta era absurda y estaba predestinada al fracaso. ​ Otros especialistas argumentan que sí existían unas causas remotas y profundas, pese a que la autoridad persa en las polis griegas de Asia Menor no era muy opresiva, la única condición impuesta por Darío, la obediencia a un poder de naturaleza autocrática, era innegociable para los griegos. Y aunque la tradicional obediencia griega había resultado cómoda como instrumento de control, las tiranías habían pasado ya en esta etapa histórica, con lo que el odio de los griegos asiáticos albergaban hacia ese tipo de gobierno acarreaba a los persas mayor hostilidad,​ Aducen también estos autores cuestiones de naturaleza económica como causa remota de la rebelión, aunque este punto resulta polémico, dado que Mileto estaba en su apogeo. De todas formas el aprecio de Heródoto como historiador ha aumentado progresivamente a partir de la primera corriente crítica histórica alemana, que hacían suyo el prejuicio de Plutarco hacia el de Halicarnaso y su cortedad de visión, plasmada en las Moralia, Sobre la malevolencia de Heródoto. Fue Hauvette el que comenzó a dar la vuelta a esta situación historiográfica de la Alemania del Kaiser Guillermo II.
Otros historiadores griegos, aparte de Plutarco, como Tucídides, le critican y reprochan su falta de rigor. ​ Esta visión, como se deduce de manera implícita del párrafo anterior, se perpetuó hasta el siglo XX. Después los descubrimientos arqueológicos de dicho siglo vienen a confirmar la versión de los hechos narrados por Heródoto, y es raro que haya historiadores contemporáneos que continúen estimando que inventó la mayor parte de su relato.
La Biblioteca histórica de Diodoro Sículo (siglo I) es la otra gran fuente antigua sobre la batalla. Obtuvo la información en parte de una obra anterior, de Éforo de Cime. Hay alusiones en las obras de Plutarco, como la ya mencionada, Ctesias, Esquilo, e incluso Cornelio Nepote. 

Los autores antiguos remontaban los orígenes de la Primera Guerra Médica a la ya mencionada revuelta jónica, ​ inscrito de hecho en el vasto movimiento expansionista del Imperio aqueménida. ​ Darío I ya había puesto el pie en Europa, con la conquista de Tracia y la sumisión del Reino de Macedonia, que fue forzado a sumarse a la alianza persa. ​ Sin embargo, la revuelta jónica llevaba una amenaza directa sobre la integridad del Imperio, y Darío tomó la decisión de castigar a todos aquellos que se encontraban implicados, como las ciudades del Egeo y de la Grecia continental. Atenas y la ciudad eubea de Eretria enviaron veinticinco trirremes en ayuda de las ciudades de Asia Menor, ​ mientras, un cuerpo expedicionario arrasaba Sardes antes de replegarse y de ser vencido en Éfeso por el sátrapa Artafernes, hermano de Darío. En 494 a. C., después de seis años de conflicto, Darío terminó aplastando las ciudades rebeldes. Después, los persas sometieron por la fuerza o la diplomacia las islas del mar Egeo. Numerosas ciudades continentales recibieron embajadas del rey aqueménida pidiendo su sumisión y su doblegamiento. Atenas y Esparta se negaron e incluso, según Heródoto, asesinaron a los emisarios.
Anteriormente, en 511 a. C., con la ayuda de Cleómenes I, el rey de Esparta, el pueblo ateniense expulsó a Hipias, ​ tirano de Atenas. Éste huyó a Sardes, a la corte del sátrapa más cercano, Artafernes, y le prometió el control de Atenas si lograba restaurarlo en el poder, ​ cuya familia lo había detentado en Atenas durante 36 años.

Mapa de la campaña militar persa.

Cuando Atenas exigió a Persia que entregara a Hipias para ser enjuiciado, los persas se negaron, lo que provocó que la ciudad ática se enemistara abiertamente con los persas, y que en vísperas de la revuelta jónica (499-494 a. C.), enviara 20 trirremes en ayuda de los jonios. ​El tirano ateniense huyó probablemente a la corte del rey Darío durante la revuelta.
La ciudad de Eretria también había enviado ayuda, cinco trirremes, ​ aunque no sirvió de mucho ya que la rebelión fue subyugada. Esto alarmó a Darío, que deseaba castigar a las dos ciudades. En 492 a. C., envió un ejército bajo el mando de su yerno, Mardonio, a Grecia continental. Empezó con la conquista de Macedonia y obligó a Alejandro I a abandonar su reino, mientras que en el camino al sur, hacia las ciudades estado griegas, la flota persa fue diezmada por una tormenta al costear el promontorio del monte Athos, perdiendo 300 naves y 20 000 hombres. Mardonio fue forzado a retirarse a Asia. Los ataques de los tracios infligieron pérdidas al ejército aqueménida en retirada. ​ Darío aprendió, quizás a través de Hipias, que los Alcmeónidas, una poderosa familia ateniense, se opusieran a Milcíades, quien en ese momento era el político más prominente de Atenas. Si bien ellos rehusaron ayudar a restablecer a Hipias, puesto que habían contribuido a derrocarlo, según Heródoto, puesto que «eran enemigos declarados de la tiranía». Sobre este asunto la historiografía moderna discrepa.

Algunas polis creyeron que una victoria persa era inevitable y necesitaban asegurar una posición mejor en el nuevo régimen político surgido tras la conquista persa de Atenas. Darío, deseando aprovecharse de esta situación para conquistarla, lo que aislaría a Esparta, conquistaría al resto de los griegos del Egeo y consolidaría su control sobre Jonia. Para esto Darío pensaba en hacer dos cosas:
·       Sacar al ejército de sus murallas y derrotarlo en campo abierto.
·       Lograr la rebelión de la ciudad para rendirse a los persas.
A finales de 491 o inicios de 490 a. C., una expedición naval de seiscientos trirremes zarpó de Cilicia rumbo a Jonia al mando de Artafernes, hijo del sátrapa de Lidia —el que hizo el trato con Hipias—, y del almirante medo Datis, enviada para aplastar a los insumisos. ​ Mardonio, había sido relevado del mando por el gran número de naves perdidas en la tempestad que se abatió sobre ellas al costear el Athos.
Ahora bien, desde Cilicia no arrumbaron las naves a lo largo de la costa asiática en dirección al Helesponto y Tracia, sino que a partir de Samos, costearon Icaria, rebasaron el mar Icario, ​ y navegaron entre las islas Cícladas, pues no se atrevían a circunnavegar el Monte Athos dado que dos años antes sufrieron un desastre mientras surcaban dichas aguas, y además para tomar la isla de Naxos y la fuerza de Eretria y Atenas para someterse al Gran Rey o ser destruida, debían seguir esa ruta. ​ Naxos fue saqueada, sus templos quemados, y los naxios que pudieron escapar huyeron a la zona central de la isla, que era montañosa. Después la flota izó velas y tras recorrer las Cícladas septentrionales, situadas entre Delos y Eubea, desembarcaron en la ciudad eubea de Caristo, la sitiaron y saquearon, tras lo cual se dirigieron hacia Eretria, situada a 65 km de Caristo. Fue conquistada tras siete días de asedio, incendiada y su población reducida a la esclavitud. Los 4000 clerucos atenienses que habitaban las tierras de la ciudad eubea de Calcis, que fueron enviados a socorrerlos tuvieron que darse a la fuga. Según se desprende del texto de Herodoto, se trataba de una expedición para castigar a atenienses y eretrieos, y los persas enviaron una flota que carecía de naves destinadas al transporte de caballos y sin apoyo de un ejército de tierra. Según Carlos Schrader, el número de barcos «probablemente no superaría el centenar y, como todos los contingentes persas iban embarcados, su número oscilaría sobre los 30 000 hombres».​ Mientras los persas asolaban Naxos, los delios, abandonaron su isla y emprendieron la huida hacia Tenos. Datis, sin embargo dio orden de no atracar en Delos y ordenó que las naves fondearan en Rinia. Según Heródoto, Datis tenía órdenes de Darío de respetar la isla sagrada donde habían nacido Apolo y Artemisa. ​ Carlos Schrader aduce que «el motivo por el que no atacó Delos fue la advertencia de Hipias, que iba en a la expedición, de que los contingentes griegos del ejército de Datis no habrían admitido el saqueo de un santuario de Apolo de carácter panjónico».
La flota persa viró acto seguido hacia Atenas, siguiendo los consejos de Hipias, el viejo tirano ateniense depuesto veinte años antes, esperaba recuperar el poder merced a sus partidarios en el seno de la ciudad. Aconsejó a los persas atracar en la playa que orilla la llanura de Maratón, situada a 38 kilómetros de distancia de Atenas, de alrededor de unos cuatro km de larga y apropiada para maniobras de caballería.


Batalla de Maratón 490 a.C. Movimientos de la flota persa

Fecha de la batalla
Heródoto facilita una fecha del calendario lunisolar, del que cada ciudad griega tenía su variante. Los cálculos astronómicos permiten obtener una fecha en el calendario juliano proléptico. En 1855, August Böckh determinó que la batalla tuvo lugar el 12 de septiembre de 490 a. C., fecha comúnmente admitida. Si el día 12 fue el del desembarco de las tropas, el enfrentamiento habría tenido lugar el 17 de septiembre. Según otro cálculo, es posible que el calendario espartano estuviera un mes avanzado con respecto al calendario ateniense, en cuyo caso sería el 12 de agosto. Sin embargo, los griegos eligieron comenzar las celebraciones del 2500 aniversario de la batalla el 1 de agosto para culminarlas en septiembre.
Batalla
El ejército ateniense, capitaneado por Milcíades el Joven, el strategos ateniense más experimentado en la lucha contra los persas, fue enviado a bloquear las salidas de la llanura de Maratón para impedir el avance del ejército aqueménida por tierra. Paralelamente, Fidípides, un corredor mensajero, fue despachado para solicitar refuerzos a Esparta. Es posible que Atenas tuviera un pacto previo de ayuda militar mutua (epimaquia), y por consiguiente despachara a dicho mensajero. Según Georg Busolt, los atenienses enviaron al correo cuando ya habían decidido salir al encuentro de los persas. ​Pero la ciudad laconia celebraba la Carneas, fiestas que implicaban una tregua militar hasta el plenilunio siguiente. Las tropas espartanas no podían partir más que al cabo de diez días. Los atenienses que habían recibido el refuerzo de un pequeño contingente de Platea estaban casi solos.
Los persas navegaron por la costa de Ática, y anclaron en la bahía de Maratón, a unos 40 kilómetros de Atenas, con el asesoramiento del tirano exiliado ateniense Hipias, que había acompañado a la expedición.
Los dos ejércitos estuvieron frente a frente durante cinco días. La espera favorecía a Atenas, ya que cada jornada que pasaba se acercaba al día en que los refuerzos espartanos llegarían.

Fuerzas enfrentadas y tácticas
Heródoto no aporta cifras para las fuerzas griegas. Cornelio Nepote​ Pausanias ​ y Plutarco ​ las cifran en 9000 atenienses y 1000 platenses. Justino informa que el número de efectivos era de 10 000 atenienses y 1000 platenses. Estas cifras equivalen a las dadas para la Batalla de Platea, ​ y parecen poco probables. Son aceptadas generalmente por los historiadores contemporáneos, ​ entre otros, Jules Labarbe, seguido por Pierre Vidal-Naquet, ​ y algunos de estos autores justifican la cifra de atenienses en que los diez mil hombres eran el resultado del esquema tradicional de un millar de hoplitas por cada una de las diez tribus áticas. Otros autores reducen la cifra de platenses a 600. ​
El armamento de los griegos era el propio de una infantería pesada: los hoplitas atenienses y sus aliados platenses se protegían con un casco, un escudo, una coraza, cnémidas y brazales de bronce. Blandían una espada, una larga lanza (dory) y asían un escudo de piel con láminas de metal. Los hoplitas combatían en filas cerradas, de modo acorde a la formación de la falange, sus escudos formaban delante de ellos una muralla. Los esclavos atenienses fueron liberados poco antes de la batalla para servir de infantería ligera, honderos y lanzadores de jabalina. Su número y su papel durante la batalla son desconocidos, debido a que los hechos y gestas de esclavos no eran juzgados dignos de ser relatados por los autores antiguos.
Las tropas atenienses estaban dirigidas por diez stratogoi —uno por cada tribu— bajo la autoridad militar y religiosa de un polemarca, Calímaco. Cada estratego mandaba en el ejército durante un día. No obstante, parece que cada vez, los estrategos confiaban el mando a uno solo de ellos, entre quienes se contaba Milcíades. ​ Este general conocía la debilidad del ejército aqueménida por haber luchado con ellos durante la campaña de Darío contra los escitas.

Recreación moderna de la batalla (2011). Los hoplitas, a excepción de los espartanos, no fueron equipados uniformemente, pues podían comprar su propio equipo y adornarlo a su criterio.

El ejército persa estaba bajo el mando de Artafernes, un sobrino de Darío, a la cabeza del ejército de tierra, y Datis era el almirante de la flota. Según Heródoto, ​ la flota aqueménida estaba compuesta de 600 trirremes, Stecchini la estima en 300 trirremes y 300 barcos de transporte; ​ mientras que Peter Green la cifra en 200 trirremes y 400 buques de transporte. ​ Diez años antes, probablemente en la primavera de 499 a. C. con 200 trirremes no pudieron someter Naxos, ​ por lo que quizás una flota de 200 o 300 trirremes era insuficiente. Los historiadores modernos también han hecho varias estimaciones. Kampouris ha señalado, que si las 600 naves eran buques de guerra y no barcos de transporte, con 30 soldados epíbatas en cada barco -típico de los barcos persas después de la batalla naval de Lade, cantidad de la que dispuso Jerjes durante su invasión-,​ se alcanzarían 18 000 efectivos. Pero dado que la flota tenía buques de transporte, debía transportar por lo menos a la caballería persa. Mientras que Heródoto afirma que la caballería se transportó en los trirremes: la flota persa había dedicado los buques a esta empresa. Según Éforo, 800 transportes acompañaron a la flota invasora de Jerjes diez años más tarde. Las estimaciones para la caballería están generalmente en el rango de 1000 a 3000, ​ aunque, como se señala posteriormente Cornelio Nepote la cifra en 10 000.
En cuanto a la infantería simplemente dice que era numerosa. Simónides de Ceos evaluó el cuerpo expedicionario persa en 200 000 hombres. Mientras que un escritor posterior, el romano Cornelio Nepote cifra la caballería en 10 000 jinetes, y de la infantería indica que de un total de 200 000 hombres, Datis dispuso en orden de batalla la mitad: 100 000 infantes; el resto fue embarcado en la flota para atacar Atenas, contorneando el cabo Sunión. Plutarco, ​ Pausaniasy la Suda​ estiman el total de las fuerzas aqueménidas en 300 000 individuos. Platón y Lisias facilitan la cifra de hasta 500 000 hombres, mientras que Marco Juniano Justino la sube a 600 000 soldados. ​ Valerio Máximo da un número de 300 000. Los historiadores modernos proponen una horquilla entre 20 000 y 100 000 hombres. Para Paul K. Davis el número de fuerzas persas era 25 000 infantes y de 1000 a 3000 jinetes; ​ Otros historiadores modernos proponen otras cifras: Bengtson: 20 000 infantes; Martijn Moerbeek, 25 000 persas; ​ How & Wells: 40 000; Georg Bussolt y Glotz: 50 000; Stecchini: 60 000 soldados persas en Maratón; ​ Kleanthis Sandayiosis: de 60 000 a 100 000 soldados persas; Peter Green: 80 000; ​Christian Meier: 90 000​ Para el historiador de Persia, Pierre Briant, sus efectivos son imposibles de cifrar, ​ pero el ejército de Datis era de cualquier modo «muy numeroso». El ejército estaba compuesto de soldados de diferentes procedencias, no hablaban las mismas lenguas y no tenían la costumbre de combatir juntos. Además, el armamento persa, con escudos de mimbre y lanzas cortas, convertía a la infantería persa vulnerable en el combate cuerpo a cuerpo.

Ruta del almirante medo Datis y la flota persa a Maratón en el 490 a.C.

Estrategia
Las estrategias de los ejércitos griego y persa no se conocen con certeza, los escritos de los autores antiguos son en ocasiones contradictorios, y varias hipótesis son posibles. Los mecanismos de desencadenamiento de la batalla que se derivan de estas diferentes posibilidades, también son especulaciones.
Los atenienses no esperaron tras las murallas de su ciudad, sino que fueron al encuentro del enemigo. A ellos se unieron sus aliados de Platea. Estaban en desventaja en Maratón: debieron movilizar a todos los hoplitas disponibles, y pese ello estaban en inferioridad numérica, por lo menos uno contra dos. Además, se tuvo que desguarnecer la defensa de la ciudad. Si fueran atacados por atrás, se dividirían las fuerzas, mientras que cualquier ataque contra ella no encontraría resistencia. La derrota en Maratón también significaría la aniquilación total del ejército ateniense. Los atenienses debían bloquear a los persas en la playa de Maratón, impidiendo que escaparan y evitar ser desbordados por los flancos. Se llevó a cabo el primer objetivo. No fue necesario desencadenar la batalla antes de tiempo. Por otra parte, los hoplitas eran vulnerables a la carga de la caballería persa y constituía un riesgo. ​ El campamento griego estaba protegido por los flancos por un pequeño bosque o por estacas —dependiendo de la traducción—, logrando así el segundo objetivo. Esta hipótesis parece contradecir la versión de Heródoto, según la cual, Milcíades deseaba atacar tan pronto como fuera posible.
La estrategia de los persas también sigue siendo hipotética. Según E. Levy, querían vaciar la ciudad de defensores, bloquearlos en Maratón desembarcando la mitad de sus tropas y rodear a los hoplitas para tomar Atenas por el mar, con las puertas abiertas por los hombres de Hipias. Este era un motivo por el que, a pesar de su superioridad numérica, los persas no habrían atacado de inmediato. Otro es que se recelaban de los hoplitas, mucho más poderosos que su infantería ligera. ​ Una parte de las tropas persas, incluida la caballería, pudieron haber reembarcado, teniendo por objetivo el puerto de Falero, a fin de llegar rápidamente a la Acrópolis de Atenas. Las tropas restantes habrían cruzado el Caradra, el pequeño arroyo que atravesaba la llanura de Maratón antes de perderse en las marismas litorales, con el fin de impedir el regreso de las fuerzas griegas hacia la ciudad.

Táctica
Las posiciones iniciales de las tropas antes del combate. Los griegos (azules) levantaron sus alas para alentar las esquinas de su centro perceptiblemente más pequeño en una forma de C. La flota persa (en color rojo) estaba anclada en el este, y su ejército estaba formado en línea recta. Esa gran distancia de los barcos desempeñó un papel fundamental en las fases posteriores de la batalla.

Las posiciones iniciales de las tropas antes del combate. Los griegos (azules) levantaron sus alas para alentar las esquinas de su centro perceptiblemente más pequeño en una forma de C. La flota persa (en color rojo) estaba anclada en el este, y su ejército estaba formado en línea recta. Esa gran distancia de los barcos desempeñó un papel fundamental en las fases posteriores de la batalla.

Antes de la batalla, los ejércitos estaban separados al menos ocho estadios, es decir, unos 1500 metros. Milcíades convenció a Calímaco, el polemarca, a alargar la línea de soldados griegos. Dispuso las tropas de dos tribus situadas en el centro del dispositivo —los Leóntidas capitaneados por Temístocles y los Antióquidas por Arístides— en cuatro filas, mientras que las otras tribus fueran dispuestas en ocho filas. De hecho, la gran fuerza de las falanges griegas consistía en el impacto frontal capaz de dislocar las líneas de infantes enemigos, siendo su punto flaco que eran poco maniobrables y muy vulnerables por los flancos: era pues crucial para los griegos, ya que estaban en inferioridad numérica, no dejarse desbordar, en particular por la caballería persa. Era imperativo, por una parte, proceder al despliegue del frente en orden de combate, y por otra parte, que las falanges laterales fueran más fuertes para hacer recular las alas enemigas y así con movimiento de pinza envolver el centro del ejército persa donde se hallaban las mejores tropas. Algunos comentaristas han incluso sugerido que el retroceso del centro griego fue voluntario, para facilitar esta maniobra, pero Lazenby minora estas consideraciones porque sería suponer que los antiguos estrategos griegos pensaban como los estrategas contemporáneos, pero ello entrañaría también un nivel de entrenamiento que no tenían los hoplitas.

Las alas de los griegos (en azul) envuelven los flancos persas (en rojo) mientras que su centro realiza un ataque en retroceso que llena el vacío dejado por los griegos.

El relato de Herodoto sobre la táctica no explicita ninguna referencia al papel de los strategoi hasta después de la derrota, cuando Calímaco tuvo una muerte heroica, dando prueba de su areté durante el asalto a los barcos enemigos. Según Everett l. Wheeler, quizás constituya una indicación sobre que era considerada consustancial al cargo del arconte polemarco como comandante en jefe.

Detonante
En estas condiciones, en las que cada ejército estaba a la defensiva, era difícil saber qué desencadenaría la batalla. Según todas las hipótesis, un movimiento persa el quinto día después del desembarco habría empujado a los griegos a pasar al ataque. Según Heródoto, ​ Milcíades, apoyado por Calímaco, consiguió que los otros estrategos decidieran presentar batalla a los persas. Plutarco afirma que Arístides, que era el más capacitado de los diez estrategos después de Milcíades, secundó su propuesta. A continuación narra en tono moralizante la adhesión de los otros ocho estrategos a dicho plan gracias a Arístides. Heródoto no menciona en ningún momento de la batalla a Arístides. Cada día, cuando les llegaba al resto de estrategos el turno de ejercer el mando, se lo cedían a Milcíades, quien declinaba el ofrecimiento, determinado a no ejercerlo hasta que le correspondiera por derecho propio. ​ En opinión de Lazenby este pasaje de Heródoto plantea problemas: ¿Por qué atacar antes de la llegada de los espartanos? ¿Y para qué esperar en dicho caso? Según Lazenby, ​ Heródoto podría haber creído que Milcíades estaba impaciente por atacar y había ideado el sistema de mando rotatorio, del cual no hay pruebas reales, para justificar el transcurso de tiempo entre la llegada de los atenienses y el comienzo de la batalla. ​ Según palabras de Carlos Schrader, en su traducción de los Libros V y VI: «que Milcíades decidiera esperar a atacar el día en que le correspondía el mando —pritanía, literalmente— pudo ser una invención “ex eventu” para compensar con esto su conducta tiránica en el Quersoneso, por la que fue enjuiciado».​ Schrader manifiesta que el compás de espera de varios días antes del enfrentamiento obedecía a los siguientes motivos: la derrota de los persas se tornaba difícil sin la concurrencia de los hoplitas espartanos. La estrategia aqueménida era retener a las tropas atenienses en Maratón, hasta que sus partidarios de Atenas les dieran la señal de atacarla con parte de sus contingentes. Añade el historiador español que a los griegos no les apremiaba iniciar la batalla, pues la espera jugaba a su favor con la eventual llegada de refuerzos, mientras que a los persas no les beneficiaba porque cada día de inactividad dificultaba su logística y avituallamiento. Schrader afirma que el relato de Herodoto no está exento de lagunas y contradicciones, ​ aseveración compartida por Alberto Balil, al que cita.
Heródoto es sin embargo muy claro: los griegos cargaron contra el ejército aqueménida. Es probable que un cambio en el equilibrio de fuerzas les empujara a pasar al ataque. El cambio pudo deberse al reembarco de la caballería persa desapareciendo así su principal ventaja. Las falanges griegas eran muy vulnerables a un ataque por el flanco por parte de las unidades de caballería que las obligaría a dislocarse deviniendo así vulnerables ante una infantería ligera menos coordinada, pero muy superior en número. Esta hipótesis se apoya en el hecho de que Heródoto no menciona la caballería, mientras que la Suda sí lo precisa: («sin caballería»).Esta teoría está reforzada por la hipótesis de un reembarco del ejército persa, cuya caballería marchó para atacar Atenas, mientras que el resto de la infantería frenaba a los hoplitas en Maratón. El reembarco sí que lo menciona Heródoto, pero lo sitúa cronológicamente después de la batalla. Si se considera que habría sido antes de la batalla, podría haberla desencadenado.
Otra hipótesis abona la idea de que los persas habían obtenido una posición defensiva (en el plano estratégico), obligando a los atenienses a abandonar su posición defensiva por una ofensiva (en el sentido táctico) y pasar al ataque. Los arqueros persas eran una amenaza para una tropa estática a la defensiva. La ventaja de los hoplitas residía en la cohesión, que privaba a los arqueros de la posibilidad de acertar. Pero, en cuyo caso, ¿Por qué los persas pasaron al ataque después de haber esperado varios días? Se han avanzado dos hipótesis: un rumor habría anunciado la llegada inminente de refuerzos griegos; o simplemente, se hastiaron del statu quo y atacaron para no estar indefinidamente en la playa.

Choque
Inundados por un torrente de cólera, fuimos a su encuentro corriendo con lanza y escudo, de pie, hombre contra hombre, mordiéndonos los labios por la furia. Bajo la nube de flechas no podía verse el sol.
Aristófanes, Las avispas. 

Batalla de Maratón 490 a.C (.1): Los atenienses cargan contra la línea persa.
Batalla de Maratón 490 a.C. (2)
Cuando la línea griega estuvo formada en orden de combate, Milcíades dio una simple orden: «¡Al ataque!». Según Heródoto, ​ los griegos corrieron toda la distancia que les separaba de los persas profiriendo su grito de guerra: «¡Ελελευ! ¡Ελελευ!». Es sin embargo dudoso, ya que la armadura completa (panoplia), pesaba por lo menos 20 kg, por lo que era bastante pesada. La carrera sería una marcha, en filas cerradas, cuya aceleración devino en una carga en los últimos 100 metros, para llegar con plena velocidad hasta el enemigo. Esta táctica presentaba la ventaja de estar menos tiempo bajo la lluvia de flechas de los arqueros persas, cuyo alcance máximo era 200 metros. Heródoto sugiere que fue la primera vez que un ejército griego corrió hacia su adversario. Tal vez fue debido a que era la primera ocasión en que se enfrentaba a un enemigo con tal potencia arquera. Según Heródoto, los persas se quedaron sorprendidos, porque dicha carga rayaba en la locura, dado que no tenían caballería o arqueros. Los persas estaban habituados a que sus adversarios griegos les tuvieran miedo y huyeran en lugar de avanzar.


Dibujo moderno de la batalla de Maratón, con los dioses griegos representados en la parte superior, y los combatientes griegos y persas en la inferior.

Los griegos atravesaron las líneas persas sin atascarse ante las andanadas de flechas, protegidos por sus armaduras, y golpearon las líneas enemigas. Los persas fueron sorprendidos, esperaban que sus oponentes fueran un blanco fácil y detener su progresión. El choque de la falange de hoplitas fue devastador: los hoplitas permanecían en contacto mediante sus lanzas y sus hombros, y hay que tener en cuenta la masa total de la falange y su energía cinética, ya que llegó a toda velocidad. La energía acumulada por la falange fue tal que el impacto arrolló a los infantes persas. En los combates entre griegos, los escudos entrechocaban y las lanzas llegaban a las armaduras de bronce. Los persas no tenían ni escudos ni armaduras apropiados. No disponían prácticamente más que de su piel para oponerse al "blindaje" griego y no tenían apenas nada que pudiese penetrar el muro de escudos.

Batalla de Maratón 490 a.C. (3).

Batalla de Maratón 490 a.C. (4).

Los flancos griegos dispersaban fácilmente a las tropas que se les enfrentaban, porque consistían en tropas reclutadas en el imperio o jonios poco motivados y por ende más débiles en el centro. Dichas tropas se desbandaron y subieron presas del pánico a bordo de sus barcos. El centro persa resistió mejor porque estaba compuesto de tropas de élite -los melóforos, entre otros-, quienes, a su vez, hundieron el centro de una línea delgada de hoplitas griegos, hasta que los flancos griegos lograron envolverlos. De hecho, las tropas griegas dispuestas en las alas renunciaron a perseguir a las tropas derrotadas y cayeron en el centro del ejército persa en una maniobra de tenaza perfecta. El centro persa se replegó en desorden hacia las naves, perseguidos por los griegos. Dichos combatientes del centro del ejército persa fueron aniquilados hasta en el agua. En la confusión, los atenienses perdieron más hombres que en el momento del choque entre los dos ejércitos. Soldados persas huyeron hacia las marismas donde se ahogaron. Los atenienses lograron la captura de siete naves persas, mientras que las otras lograron escapar. Heródoto refiere que Cinegiro, hermano de Esquilo, había atrapado un trirreme persa e intentaba sacarlo a la playa, cuando un miembro de la tripulación persa le cortó la mano. Murió a causa de la amputación.

Batalla de Maratón 490 a.C (5), lucha en el mar. 

Carrera hacia Atenas
Después de esta victoria, los griegos debían prevenir una segunda ofensiva persa con el ataque de sus mejores tropas que habían reembarcado después de la batalla, según Heródoto, antes de la derrota según los historiadores contemporáneos. ​ Los Leóntidas y los Antióquidas, los efectivos de las tribus situadas en el centro de la falange y que habían sufrido enormemente, permanecieron en el campo de batalla, mandados por Arístides. La flota persa necesitaba una decena de horas para poder doblar el cabo Sunión y arribar a Falero. Con una marcha forzada de siete u ocho horas, ​ con una batalla a las espaldas, los hoplitas griegos llegaron justo antes que las escuadras navales enemigas. Los persas, al percatarse de la maniobra, renunciaron a desembarcar. Según Heródoto «en Atenas circuló, a modo de acusación el rumor de que los bárbaros se habían decidido por esta maniobra a instancias de los alcmeónidas, que habrían llegado a un acuerdo con los persas para hacerles una señal, levantando un escudo, cuando estos se encontraran ya a bordo de sus barcos».​ Cinco pasajes después, el historiador dice no confiar en la afirmación de la connivencia de los Alcmeónidas con los persas. Parte de la crítica moderna tiene opiniones dispares al respecto, tildando de incoherente el relato de Herodoto. La señal convenida, fuera quien fuese la facción filopersa encargada de ello, sería dada cuando estuvieran prestos a actuar los partidarios intramuros. El retraso provocó que Datis determinara zarpar antes de haberla recibido. Tal vez, la señal se diera, afortunadamente para el desenlace de la batalla, el mismo día en que comenzó. 
Algunos días más tarde llegaron los refuerzos espartanos, 2000 hoplitas, quienes felicitaron a atenienses y platenses. Según Platón la llegada del ejército espartano tuvo lugar al día siguiente.
Este éxito marcó el final de la Primera Guerra Médica.

Balance militar
Heródoto estima en 6400 los cuerpos de guerreros persas contabilizados en el campo de batalla. La cifra de los desaparecidos en los pantanos se desconoce. Siete naves fueron capturadas. Arroja un balance de 192 atenienses muertos y 11 platenses. Calímaco y Estesilao formaron parte de los caídos en batalla. Parece que la tribu de los Ayántidas fue la que pagó un precio más alto. Según Ctesias, Datis también murió, ​ huyó según Heródoto. ​ Tal diferencia de bajas entre uno y otro lado no tiene nada de extraordinario, pese a que las cifras de pérdidas persas son exageradas. De hecho, se ha constatado con frecuencia, en las diversas batallas en que se enfrentaron los griegos a los pueblos de Asia en aquella época, que por cada baja griega había veinte o treinta en los ejércitos orientales. El historiador francés Edmond Lèvy, sostiene que murieron 6400 persas, «porque que los atenienses hicieron voto de sacrificar a Artemisa tantas cabras como enemigos muertos». Aduce que no obsta el hecho de que si ofrendaban a la diosa todos los años 500 cabras en lugar de 6400, es porque que no pudieron conseguir tal cantidad la primera vez.

Consecuencias, implicaciones y rédito
A los muertos de Maratón se les concedió un honor especial: fueron enterrados donde murieron, y no en el cementerio del Cerámico de Atenas. ​ Simónides de Ceos compuso el dístico elegiaco grabado en la tumba:
Los atenienses, defensores de los helenos, en Maratón destruyeron al poderoso vestido de oro meda. 
Pausanias notifica que en el monumento a la batalla figuraban los nombres de los esclavos que fueron liberados a cambio del servicio militar prestado.
Hacia 485 a. C., Atenas hizo erigir en Delfos un templo conmemorativo, el Tesoro de los atenienses, en la pendiente que conduce al Templo de Apolo. Posteriormente, en Atenas se realizaron representaciones de la batalla. Pausanias menciona una pintura de ella en un pórtico del Ágora, la Stoa Pecile adornada con pinturas, entre las que se hallaban «los que lucharon en Maratón (...)​ Allí está pintado también el héroe Maratón, del que recibe el nombre la llanura». Es posible que el relieve que representa un combate entre griegos y persas en la fachada sur del Templo de Atenea Niké de la Acrópolis plasme esta batalla. Una inscripción griega encontrada entre las posesiones de Herodes Ático conmemoraba la batalla e indicaba la lista de los soldados caídos en combate.
Pausanias y otros autores antiguos mencionan que en Maratón fue erigido un trofeo por los atenienses después de la batalla. El único que indica que era de mármol blanco es él. Eugene Vanderpool reconoció entre los materiales utilizados en la construcción de una torre medieval sita en la parte norte de la llanura de Maratón, elementos que parecían formar parte de una columna en cuya extremidad debió erigirse dicho trofeo. La columna fue levantada en el emplazamiento del trofeo primitivo. Revestía el aspecto del simple armazón cruciforme, adornado con armas, bajo las que se presentaba ordinariamente un trofeo.
La batalla de Maratón se convirtió en un símbolo para los griegos y confirió un gran prestigio a Atenas. La propaganda y la diplomacia atenienses utilizaron su victoria para justificar su hegemonía sobre el mundo griego. Según Tucídides, los atenienses se vanagloriaban de haber vencido a los persas sin la ayuda de ninguna otra ciudad. Los espartanos estaban considerados hasta 490 a. C. la mayor potencia militar griega. De manera general, Maratón constituyó una justificación ideológica del poder ateniense, en particular durante la fundación de la Confederación de Delos en 472 a. C. y de la transformación de esta alianza en un verdadero imperio, que sometía a sus aliados a un tributo. ​ Por consiguiente, los otros acontecimientos de la Primera Guerra Médica, las victorias persas, la participación de otros griegos, especialmente los platenses, fueron eliminados completamente de la memoria ateniense. ​
Sus futuros dirigentes, Arístides, Milcíades y Temístocles obtuvieron su rédito político. La generación de los «combatientes de Maratón» -los maratonomacos- se convirtieron en una referencia, en particular para los círculos conservadores y tradicionalistas: en 426 a. C., un personaje de Las nubes de Aristófanes, al alabar el sistema educativo que defiende, concluye «gracias a estos carcamales fueron formados los guerreros de Maratón».

La guerra y las armas jugaron un papel político y social en el mundo griego: la caballería era el arma de la aristocracia —pentacosiomedimnos e hippeis, es decir, las dos primeras clases— y, los pequeños propietarios de tierras —zeugitas, la tercera clase censitaria— constituían la base de la falange; los más pobres, los thetes, como no tenían medios económicos para procurarse una panoplia, servían en la marina de guerra. Maratón constituyó también la victoria de un nuevo sistema político, la democracia y sus ciudadanos-soldados —los hoplitas—, puesto que el tirano Hipias partió al exilio a Sigeo, y su familia, los Pisistrátidas, no recuperaron el poder. La victoria consagró las nuevas instituciones, ello significaba que los dioses les habían sido favorables. ​ La ideología no evolucionó hasta casi un siglo después, los opositores a la democracia como Platón, ​ exaltaban a los hoplitas de Maratón, símbolos de un régimen moderado, y denigraban la victoria de Salamina, obtenida durante la Segunda Guerra Médica por los hombres de los trirremes, símbolos de la democracia abierta a todos y del Imperialismo ateniense, culpable a sus ojos de haber provocado la Guerra del Peloponeso y de la derrota de 404 a. C. infligida por Esparta. Esta división es, no obstante, una relectura partidista posterior, dado que durante todo el siglo V a. C. tanto los hoplitas como los marinos eran partidarios de la democracia y de la hegemonía ateniense.
Para los persas, se trataba sobre todo de un desembarco fallido y de un revés menor en una expedición que alcanzó algunos de los objetivos sometiendo el Mar Egeo al poder de Darío I y castigando a Eretria. Edmond Lèvy califica la expedición como marginal, ya que el rey no participó, las fuerzas empleadas fueron limitadas, y realmente no constituyó un fracaso: de tres objetivos —las Cícladas, Eretria y Atenas— se lograron dos. En cuanto a la derrota se debió en parte a que la caballería había sido embarcada, aunque el resultado incontestable es que la infantería fue batida en campo abierto. Para Olmstead, «la campaña contra Grecia tenía un objetivo concreto: conseguir que las dos orillas del Egeo estuviesen en manos aqueménidas, ya que el Imperio aqueménida era un poder europeo por su dominio sobre Tracia y la dependencia implícita de Macedonia; el pequeño fracaso sufrido en Maratón fue un capítulo marginal en la política persa».
La reacción del Gran Rey a esta derrota fue de entrada preparar su venganza y una nueva expedición, pero estalló una revuelta en Egipto, dirigida por el sátrapa Ariandes que tuvo ocupado a Darío en los últimos meses de su reinado. Murió en 486 a. C. y su hijo Jerjes I le sucedió en el trono aqueménida.
Maratón y Platea contra supuestas hordas persas difícilmente se pueden considerar «arquetípicas» dada la experimentada y poderosa máquina militar aqueménida: la tradición sobre Maratón, a pesar de una investigación topográfica detallada, y de la publicación de al menos un artículo sobre la batalla casi todos los años, está tan inmersa en la propaganda ateniense que su credibilidad es cuestionable.

La carrera
La carrera se funda en las leyendas en torno a la batalla de Maratón. La tradición relata dos proezas; la de Eucles, enviado de Maratón a Atenas para avisar de la victoria y que murió de agotamiento unas horas después de la carrera. La otra hazaña fue la de Filípides que recorrió 240 kilómetros para avisar a los espartanos del desembarco persa en Maratón. Sea cual fuera la historicidad de estos episodios, la proeza deportiva fue colectiva con la marcha de los hoplitas atenienses, justo después de la victoria, para impedir el desembarco persa en Falero. Esta marcha es la que Bréal decidió conmemorar. 

Pintura de la llegada de Fidípides a Atenas, por Luc-Olivier Merson, 1869.

Conclusión
Maratón no fue una batalla decisiva frente a los persas, pero llenó a éstos de preocupación e intranquilidad, ya que era la primera vez que los griegos derrotaban a los persas en campo abierto. La victoria dotó a los griegos de una fe con la que resistieron tres siglos los embates persas, durante los cuales florecieron su cultura y pensamiento, que serían las bases para el posterior desarrollo del mundo occidental. En batallas hoplíticas, las dos alas eran generalmente más fuertes que el centro, porque cualquiera de ellas tenía el punto más débil (derecho) o el punto más fuerte (lado izquierdo). Sin embargo, antes de Milcíades y después de él, hasta Epaminondas, ésta era solamente una cuestión de calidad, no de cantidad. Milcíades tenía experiencia personal sobre el ejército persa y conocía sus debilidades. Puesto que su disciplina fue demostrada después en la toma de las islas Cícladas, tenía una estrategia integrada sobre cómo derrotar a los persas, por lo tanto no hay razón para que no hubiera podido pensar en una buena táctica.

La Segunda Guerra Médica consistió en una invasión persa de la Antigua Grecia, que duró dos años (480 - 479 a. C.), en el transcurso de las Guerras Médicas. Mediante esta invasión, el rey aqueménida Jerjes I pretendía conquistar toda Grecia. La invasión fue una respuesta directa, aunque tardía, a la derrota en la Primera Guerra Médica (492-490 a. C.), concretamente en la batalla de Maratón. Esta batalla terminó con el intento de Darío I de sojuzgar Grecia. Tras la muerte de este rey, su hijo Jerjes dedicó varios años a planificar la segunda invasión, reuniendo un enorme ejército y una flota numerosa. Atenas y Esparta lideraron la resistencia griega, a la que se sumaron unas 70 polis. Sin embargo, la mayoría de las ciudades griegas permanecieron neutrales, o bien se sometieron a Jerjes.
La invasión comenzó en la primavera de 480 a. C. cuando el ejército persa cruzó el Helesponto y atravesó Tracia y Macedonia rumbo a Tesalia, cuyas ciudades se sometieron a Jerjes. El avance persa fue bloqueado en el paso de las Termópilas por una pequeña fuerza aliada bajo el mando del rey Leónidas I de Esparta. Simultáneamente, la flota persa fue interceptada por una flota aliada en los estrechos de Artemisio. En la conocida batalla de las Termópilas, el ejército griego retuvo al persa durante dos días, antes de ser atacado por el flanco desde un paso de montaña, tras lo cual la retaguardia aliada fue atrapada en el desfiladero y aniquilada. La flota aliada también se mantuvo firme durante dos días en la batalla de Artemisio, pero cuando recibió las noticias del desastre en las Termópilas, se retiró a Salamina.
Después de las Termópilas, toda Beocia y Ática cayeron en manos persas, que capturaron e incendiaron Atenas. No obstante, un gran ejército aliado fortificó el estrecho istmo de Corinto, protegiendo así el Peloponeso de la conquista persa. Ambos bandos buscaron entonces una victoria naval que pudiera alterar el curso de la guerra de manera decisiva. Temístocles, general ateniense, atrajo a la flota persa hasta los angostos estrechos de Salamina, donde el gran número de naves persas provocó el caos en su formación, y fueron totalmente derrotadas por la flota aliada. La victoria aliada en Salamina acabó con los sueños de una victoria rápida para Jerjes quien, temiendo verse atrapado en Europa, se retiró a Asia dejando al mando a su general Mardonio con las tropas de élite. Sus órdenes eran terminar la conquista de Grecia.
La primavera siguiente, los aliados reunieron el mayor ejército hoplita de su historia, y cruzaron el istmo hacia el norte, buscando la batalla con Mardonio. En la batalla de Platea, la infantería griega demostró su superioridad de nuevo, infligiendo una severa derrota a los persas y acabando con la vida de Mardonio en el proceso. El mismo día, una armada griega cruzó el mar Egeo y destruyó los restos de la flota persa en la batalla de Mícala. Con esta doble derrota, la invasión se dio por finalizada, y el poder naval persa quedó notablemente dañado. Los griegos pasarían entonces a la ofensiva, expulsando definitivamente a los persas de Europa, las islas del Egeo y Jonia. La guerra finalizó en 479 a. C.
Las ciudades-estado griegas de Atenas y Eretria habían apoyado la infructuosa revuelta jónica contra el Imperio persa de Darío I en 499 - 494 a. C. El Imperio persa era aún relativamente joven, y eran comunes las rebeliones en su seno. Por si eso no fuera suficiente, el rey persa Darío era un usurpador, y hubo de extinguir numerosas revueltas contra su reinado. ​ La revuelta jónica amenazó directamente la misma integridad del Imperio persa, y los estados de la Grecia europea seguían representando una potencial amenaza para su estabilidad futura. ​ Por tanto, Darío decidió someter y pacificar Grecia y el Egeo, al tiempo que escarmentaba a los implicados en la revuelta. Una expedición preliminar bajo el mando de Mardonio, en 492 a. C., destinada a asegurar la frontera europea con Grecia, terminó con la reconquista de Tracia y la sumisión de Macedonia como reino títere de Persia.

Mapa del mundo griego en la época de la invasión

Tamaño de las fuerzas persas
Ejército: El número de tropas que Jerjes reunió para la segunda invasión de Grecia ha sido objeto de interminables discusiones, dado que las fuentes antiguas mencionan unas cifras exageradamente numerosas: Heródoto afirma que eran, en total, 2,5 millones de soldados, acompañados por un número equivalente de personal auxiliar. El poeta Simónides de Ceos, que era casi contemporáneo a los hechos, habla de 4 millones. Ctesias da la cifra de 800.000 como el total de soldados en el ejército armado por Jerjes. ​ Aunque se ha sugerido que Heródoto o sus fuentes habían accedido a los registros oficiales del Imperio persa de las fuerzas participantes en la expedición, eruditos modernos tienden a rechazar estas figuras basadas en el conocimiento de los sistemas militares persas, sus capacidades logísticas, el terreno griego, y los suministros disponibles a lo largo del recorrido del ejército.
Los historiadores modernos atribuyen generalmente los números dados en fuentes clásicas al resultado de errores en los cálculos, propaganda persa en el curso de la guerra, o exageraciones por parte de los vencedores.​ Este tema ha sido debatido ardientemente, pero el consenso moderno sitúa el número de tropas entre 200.000 y 250.000. En cualquier caso, fueran cuales fuesen los números reales, Jerjes deseaba asegurar el éxito de la expedición mediante la superioridad numérica por tierra y mar.
Heródoto relata que el ejército y la armada, en su marcha por Tracia, se detuvieron en Dorisco para recibir una inspección de Jerjes. En este punto, el historiador hace un recuento del número de tropas presentes:
Heródoto dobla este total con el personal de apoyo, contabilizando así el ejército persa al completo en 5.283.220 hombres. ​ Otras fuentes antiguas muestran unos números similares. El poeta Simónides de Ceos, casi contemporáneo de los hechos, habla de cuatro millones; Ctesias indica que 800.000 fue el número total de efectivos militares reunidos en Dorisco.
Un historiador moderno de gran influencia, George Grote, marcó la pauta expresando incredulidad ante los números mencionados por Heródoto: «Obviamente, es imposible aceptar estas inmensas cifras, ni siquiera considerándolas aproximadas.» La objeción principal de Grote se basa en dificultades de suministro, aunque no analiza el problema en detalle. No rechaza por completo la crónica de Heródoto, citando los informes de éste sobre los cuidadosos métodos persas de recuento y acopio de suministros para tres años de campaña, pero atrae la atención hacia las contradicciones de las fuentes antiguas. El principal factor para limitar el tamaño del ejército persa, sugerido originalmente por Sir Frederick Maurice (un oficial de logística británico) es el suministro de agua. ​ Maurice sugiere que un máximo de 200.000 hombres y 70.000 animales podrían haber sido abastecidos en cierta región de Grecia. También sugiere que Heródoto puede haber confundido los términos persas de quiliarquía (1000) y miriarquía (10.000), llevándole a multiplicar las cifras por un factor de diez. ​ Otros tempranos historiadores modernos estimaron que las fuerzas terrestres participantes en la invasión eran de 100.000 soldados o menos, basándose en los sistemas logísticos disponibles en la Antigüedad.
Munro y Macan recalcan que Heródoto da los nombres de seis comandantes principales y 29 miriarcas (líderes de un baivabaram, unidad básica de infantería persa, formada por unos 10.000 soldados) lo que implicaría una hueste de aproximadamente 300.000 hombres. Otros proponentes barajan números entre 250.000 y 700.000. Un historiador, Kampurio, incluso admite como realista la cifra de Heródoto de 1.700.000 infantes y 80.000 jinetes (incluyendo personal auxiliar) por varias razones, incluyendo la extensión geográfica donde se había reclutado el ejército (desde la actual Libia hasta Pakistán), las proporciones entre fuerzas de tierra y marítimas, entre infantería y caballería, o entre tropas persas y tropas griegas.

Flota: El tamaño de la flota persa también es disputado, aunque quizá en menor medida. Refiere Heródoto, que la flota persa contaba con 1207 trirremes y 3000 barcos de transporte y suministro, incluyendo galeras de 50 remeros o pentecónteros, cércuros, triacónteros y navíos ligeros para el transporte de caballos. Heródoto da la composición detallada de los trirremes persas.

Preparativos griegos
Los atenienses se habían preparado para la guerra contra Persia desde mediados de los años 480 a. C. En 482 a. C., bajo la égida política de Temístocles, tomaron la decisión de construir una gran flota de trirremes para contrarrestar un posible ataque naval. Los atenienses no disponían de población suficiente para luchar simultáneamente por tierra y mar, por tanto combatir a los persas requería una alianza de varias polis griegas. En 481 a. C. Jerjes envió embajadores por toda Grecia, pidiendo «tierra y agua», pero evitando deliberadamente a Atenas y Esparta. Comenzó así a germinar la colaboración entre ambos estados. Fue convocado un congreso de naciones en Corinto, a finales del invierno de 481 a. C., en el cual nació una confederación de polis griegas. Esta confederación tenía el poder de enviar mensajeros pidiendo ayuda y desplazar tropas de los estados miembros a puntos defensivos previo consenso. Heródoto no menciona ningún nombre para la unión, sino que simplemente les llama  (los griegos) y «los griegos que habían jurado alianza» o «los griegos que se habían aliado». A partir de aquí, se hará referencia a ellos como 'los aliados'. Esparta y Atenas asumieron un rol de liderazgo en el congreso, pero los intereses de todos los estados jugaron un importante papel en determinar la estrategia defensiva. Poco se conoce sobre las discusiones o decisiones internas del congreso durante estos encuentros. Sólo 70 de las aproximadamente 700 ciudades griegas enviaron representantes. En cualquier caso, esto resultaba excepcional para el desunido mundo griego, especialmente teniendo en cuenta que muchas de las ciudades que enviaron representantes se encontraban técnicamente en guerra entre ellas.
El resto de ciudades-estado se mantuvieron neutrales en su mayor parte, esperando por el resultado de la confrontación. ​ Tebas representaba una sensible ausencia, y fue sospechosa de colaboracionismo con los persas cuando llegó la fuerza de invasión. No todos los tebanos se mostraron de acuerdo con esta política, y 400 hoplitas «lealistas» se unieron a la fuerza aliada en las Termópilas, al menos de acuerdo a una posible interpretación. La ciudad más importante que apoyó activamente a Persia - «medizó»- fue Argos, en el Peloponeso, controlado extensamente por Esparta. Sin embargo, los argivos fueron debilitados severamente en 494 a. C. cuando una fuerza espartana dirigida por Cleómenes I aniquiló el ejército argivo en la batalla de Sepea y masacró a los fugitivos. 

Primavera de 480 a. C.: Tracia, Macedonia y Tesalia
Tras cruzar a Europa en abril de 480 a. C., el ejército persa comenzó su marcha hacia Grecia. Se establecieron cinco grandes depósitos de suministro en la ruta: en Lefki Akti, en el lado tracio del Helesponto; en Tyrozis sobre el lago Bistónide, en Dorisco junto al estuario del río Évros, donde el ejército asiático se reunió con los aliados balcánicos; en Eyón sobre el río Estrimón; y en Terma, actual Salónica. Durante años, se envió comida a estos lugares en previsión de la campaña. Compraron y cebaron animales, mientras la población local fue ordenada a moler grano durante meses. ​ Al ejército persa le llevó aproximadamente tres meses viajar sin oposición alguna desde el Helesponto a Terma, un viaje de 600 kilómetros. Se detuvo en Dorisco, donde se le unió la flota. Jerjes reorganizó las tropas en unidades tácticas, reemplazando las unidades tradicionales utilizadas durante la marcha.
El "congreso" aliado se reunió de nuevo en primavera de 480 a. C. Una delegación tesalia sugirió que los aliados podían reunirse en el estrecho valle de Tempe, en la frontera Tesalia, bloqueando así el avance de Jerjes. ​ En consecuencia, una hueste de 10.000 aliados, dirigida por el arconte espartano Euneto y Temístocles fue enviada al paso. Sin embargo, una vez allí, fueron informados por Alejandro I de Macedonia de que el valle podía ser traspasado por al menos dos lugares más, y de que la fuerza de Jerjes era inmensa. Ante esas nuevas, los aliados se retiraron. Poco después, llegaron las noticias de que Jerjes había cruzado el Helesponto. ​ El abandono de Tempe implicó la sumisión de Tesalia a los persas, igual que hicieron varias ciudades al norte del paso de las Termópilas cuando se hizo evidente que no iban a recibir ayuda.
Temístocles sugirió entonces una segunda estrategia. La ruta hacia la Grecia meridional (Beocia, Ática y el Peloponeso) requería que el ejército de Jerjes viajara a través del estrecho paso de las Termópilas. Éste podía ser fácilmente bloqueado por los aliados, independientemente de la superioridad numérica persa. Más aún, para evitar que los persas evitaran las Termópilas por mar, la marina aliada podía bloquear los estrechos de Artemisio. Esta estrategia dual fue la adoptada por el congreso. ​ No obstante, las ciudades del Peloponeso hicieron planes secundarios para defender el istmo de Corinto si fuera necesario, mientras las mujeres y niños de Atenas evacuaban la ciudad en masa para refugiarse en la ciudad peloponesia de Trecén. 

Batalla de las Termópilas
El lapso de la batalla se extendió siete días, siendo tres los días de los combates. Se desarrolló en el estrecho paso de las Termópilas (cuyo nombre se traduce por Puertas Calientes -; derivada de los manantiales cálidos que existían allí), en agosto o septiembre de 480 a. C.
Enormemente superados en número, los griegos detuvieron el avance persa, situándose estratégicamente en la parte más angosta del desfiladero (se estima 10 a 30 metros), por donde no pasaría la totalidad del poderío persa. En esas mismas fechas tenía lugar la batalla de Artemisio, donde por mar los atenienses combatían a la flota de provisiones persas.
Jerjes reunió un ejército y una armada inmensas para conquistar la totalidad de Grecia, que conforme a las estimaciones modernas estaría compuesto por unos 250 000 hombres (más de 2 millones, según Heródoto). Ante la inminente invasión, el general ateniense Temístocles propuso que los aliados griegos bloquearan el avance del ejército persa en el paso de las Termópilas, a la vez que detenían a la armada persa en el estrecho de Artemisio.
Un ejército aliado formado por unos 7000 hombres aproximadamente marchó al norte para bloquear el paso en el verano de 480 a. C. El ejército persa llegó al paso de las Termópilas a finales de agosto o a comienzos de septiembre.
Durante una semana (tres días completos de combate), la pequeña fuerza comandada por el rey Leónidas I de Esparta bloqueó el único camino que el inmenso ejército persa podía utilizar para acceder a Grecia, en un ancho que no superaba los veinte metros (otras fuentes refieren cien metros). Las bajas persas fueron considerables, no así el ejército espartano. Al sexto día, un residente local llamado Efialtes traicionó a los griegos mostrando a los invasores un pequeño camino que podían usar para acceder a la retaguardia de las líneas griegas. Sabiendo que sus líneas iban a ser sobrepasadas, Leónidas despidió a la mayoría del ejército griego, permaneciendo allí para proteger su retirada junto con 300 espartanos, 700 tespios, 400 tebanos y posiblemente algunos cientos de soldados más, la mayoría de los cuales cayeron en los combates.
Tras el enfrentamiento, la armada aliada recibió en Artemisio las noticias de la derrota en las Termópilas. Dado que su estrategia requería mantener tanto las Termópilas como Artemisio, y ante la pérdida del paso, la armada aliada decidió retirarse a Salamina. Los persas atravesaron Beocia y capturaron la ciudad de Atenas, que previamente había sido evacuada. Con el fin de alcanzar una victoria decisiva sobre la flota persa, la flota aliada atacó y derrotó a los invasores en la batalla de Salamina a finales de año.
Temiendo quedar atrapado en Europa, Jerjes se retiró con la mayor parte de su ejército a Asia, dejando al general Mardonio al mando de las tropas restantes para completar la conquista de Grecia. Al año siguiente, sin embargo, los aliados consiguieron la victoria decisiva en la batalla de Platea, que puso fin a la invasión persa.
Tanto los escritores antiguos como los modernos han utilizado la batalla de las Termópilas como un ejemplo del poder que puede ejercer sobre un ejército el patriotismo y la defensa de su propio terreno por parte de un pequeño grupo de combatientes. Así, el comportamiento de los defensores ha servido como ejemplo de las ventajas del entrenamiento, el equipamiento y el uso del terreno como multiplicadores de la fuerza de un ejército, y se ha convertido en un símbolo de la valentía frente a la adversidad insuperable.

En este mapa se pueden observar los avances griegos y persas hacia las Termópilas y Artemisio. Las líneas sobre el mar marcan las líneas de abastecimiento persa, combatidas por la flota Ateniense.

La leyenda de las Termópilas, tal y como la cuenta Heródoto, dice que los espartanos consultaron al Oráculo de Delfos ese mismo año sobre el resultado de la guerra. Se dice que el Oráculo dictaminó que, o bien la ciudad de Esparta sería saqueada por los persas, o bien debían sufrir la pérdida de un rey descendiente de Heracles. Heródoto dice que Leónidas, en línea con la profecía, estaba convencido que se dirigía a una muerte segura, y que por eso eligió como soldados solo a espartanos que contaran con hijos vivos.

Leónidas en las Termópilas, por Jacques-Louis David (1814)

La estrategia griega
La confederación volvió a reunirse en la primavera de 480 a. C. Una delegación tesalia sugirió que los aliados se reunieran en el angosto valle de Tempe, en las fronteras de Tesalia, para bloquear el avance de Jerjes. Se envió una fuerza compuesta por 10 000 hoplitas al valle, considerando que el ejército persa iba a verse obligado a atravesarlo. Sin embargo, una vez ahí fueron avisados por Alejandro I de Macedonia de que el valle podía ser atravesado y rodeado por el paso Sarantoporo, y de que el ejército persa era de un tamaño inmenso, por lo que los griegos se retiraron. Poco después recibieron la noticia de que Jerjes había atravesado el Helesponto.
La estrategia de los griegos fue bloquear la invasión persa en un estrecho margen de 15 a 25 metros, siendo imposible para el ejército invasor desplegar la totalidad de sus tropas (250.000-400.000 hombres, según cálculos actuales). Los persas, luego de sufrir cuantiosas bajas, entre 20 mil y 50 mil soldados, en el séptimo día, pasaron por un sendero alternativo (bordeando los montes Anopea y Eta), aniquilando a la guarnición espartana, y continuando hacia Atenas (ya evacuada). Los griegos se agruparon en Corinto (8 km de ancho), impidiendo que Jerjes pasara al Peloponeso y ocupara Esparta.

Temístocles sugirió entonces una segunda estrategia a los aliados. La ruta hacia el sur de Grecia (Beocia, Ática y el Peloponeso) exigía que el ejército de Jerjes atravesase el estrechísimo paso de las Termópilas. Este paso podía bloquearse fácilmente con los hoplitas griegos a pesar del abrumador número de soldados persas. Además, y para evitar que los persas superaran la posición griega por mar, los navíos atenienses y aliados podrían bloquear el estrecho de Artemisio. Esta estrategia dual fue finalmente aceptada por la confederación. ​ Sin embargo, las ciudades del Peloponeso prepararon planes de emergencia para defender el istmo de Corinto en el caso de que fuera necesario, a la vez que las mujeres y niños de Atenas fueron evacuados en masa hacia la ciudad peloponesia de Trecén.

Persia cruza el Helesponto
Jerjes decidió construir puentes sobre el Helesponto para permitir a su ejército atravesar desde Asia hasta Europa, y cavar un canal a través del istmo del monte Athos (canal de Jerjes) para que lo atravesasen sus naves (una flota persa había sido destruida en 492 a. C. mientras rodeaba ese cabo). ​ Estas obras de ingeniería eran operaciones de una gran ambición que estaban fuera del alcance de cualquier otro estado contemporáneo. Finalmente, a comienzos de 480 a. C., se completaron los preparativos para la invasión, y el ejército que Jerjes había reunido en Sardes marchó en dirección a Europa, cruzando el Helesponto sobre dos puentes flotantes. ​ El ejército persa se desplazó a través de Tracia y Macedonia, llegando en agosto a Grecia las noticias de la inminente invasión de los persas.

Puente de barcos construidos por los ingenieros griegos a servicio de los persas sobre el Holesponto 480 a.C.

Ruta de Jerjes a las Termopilas 480 a.C: 1 mediados de abril, parte de Sardes, 2 mediados de mayo llega a Troya; 3 primeros de junio cruza el Holesponto, 4 finales de junio llega a Doriskos; 5 mediados de julio tienden un puente de barcas sobre el Strymon; 6 finales de julio llegan a Therma (Tesalónica) donde se reúnen con la flota; 7 mediados agosto después de bordear el monte Olimpo llegan a Larsa; 8 finales agosto llegan a las Termópilas.


Preparativos de Esparta
En aquella época los espartanos, líderes militares de facto de la alianza, estaban celebrando la festividad religiosa de las Carneas. Durante ese festival la actividad militar estaba prohibida por la ley espartana y, de hecho, los espartanos no llegaron a tiempo a la batalla de Maratón por estar celebrando el festival. También se estaban celebrando los Juegos Olímpicos, por lo que debido a la tregua imperante durante su celebración habría sido doblemente sacrílego para los espartanos si marchasen en su totalidad a la guerra. En esta ocasión, sin embargo, los éforos decidieron que la urgencia era lo suficientemente importante como para justificar el envío de una expedición avanzada para bloquear el paso; expedición que estaría comandada por uno de los dos reyes espartanos, Leónidas I.
Leónidas llevó consigo a 300 hombres de la guardia real, los Hippeis, así como a un número mayor de tropas de apoyo procedentes de otros lugares de Lacedemonia (incluyendo ilotas). La expedición debería intentar agrupar el mayor número posible de aliados sobre la marcha y esperar a la llegada del ejército espartano principal.

Mapa de la batalla de las Termópilas.

Paso de las Termópilas, se puede apreciar las tres puertas, el campamento persa y el sendero de Anopea.
En el camino hacia las Termópilas el ejército espartano fue reforzado por contingentes procedentes de diversas ciudades, llegando a alcanzar una cifra superior a los 5000 soldados en el momento en que llegaron a su destino. Leónidas eligió acampar y defender la parte más estrecha del paso de las Termópilas, en un lugar en el que los habitantes de Fócida habían levantado una muralla defensiva algún tiempo atrás. También le llegaron noticias a Leónidas, desde la cercana ciudad de Traquinia, de la existencia de un camino montañoso que podía ser utilizado para rodear el paso de las Termópilas. En respuesta, Leónidas envió a 1000 soldados focidios para que se estacionaran en las alturas y evitasen esa maniobra. ​
Finalmente el ejército persa fue avistado atravesando el golfo Maliaco y acercándose a las Termópilas a mediados de agosto, ​ y ante este hecho los aliados mantuvieron un consejo de guerra en el que algunos peloponesios sugirieron retirarse hasta el istmo de Corinto para bloquear el paso al Peloponeso. Sin embargo, los habitantes de Fócida y Lócrida, regiones cercanas a las Termópilas, se indignaron por la sugerencia, y aconsejaron defender el paso a la vez que enviaban emisarios a pedir más ayuda. Leónidas se mostró de acuerdo con defender las Termópilas.

Las cifras sobre los soldados reunidos por Jerjes para la segunda invasión de Grecia han sido objeto de interminables discusiones, debido al gran tamaño que ofrecen las fuentes clásicas griegas.
·       Heródoto defendía que Jerjes había reunido 2,5 millones de hombres solamente en personal militar, que a su vez iban acompañados por un número equivalente de personal de apoyo.
·       El poeta Simónides de Ceos, que era casi contemporáneo, habla de 4 millones.
·       Ctesias, cifra en 800 000 hombres el tamaño total del ejército de Jerjes.

Guerrero espartano. El pelo largo era característico de los hombres de Esparta, según Heródoto, era símbolo de «hombre libre»

La historiografía actual considera más o menos realistas los datos sobre los efectivos griegos y, durante muchos años, la cantidad ofrecida por Heródoto sobre los persas no fue puesta en duda. No obstante, a principios del siglo XX el historiador militar Hans Delbrück calculó que la longitud de las columnas para abastecer a una fuerza de combate de millones de hombres sería tan larga que los últimos carros estarían saliendo de Susa cuando los primeros persas llegaran a las Termópilas. ​
Los historiadores modernos tienden a valorar las cifras de Heródoto y de otras fuentes antiguas como completamente irreales, resultado de cálculos erróneos o exageraciones por parte del bando vencedor. ​ El tema ha sido debatido en profundidad, pero parece que existe un consenso en lo referente al tamaño del ejército, que oscilaría entre los 200 000 y los 300 000 hombres, lo que en cualquier caso sería un ejército colosal para los medios logísticos de la época, Cabe recordar que si Jerjes, retiró el grueso de sus tropas de vuelta a Asia, debió haber dejado en Corinto también un número importante para mantener el asedio, muy superior a los 100 000 hombres. Sean cuales fueran las cifras exactas, sin embargo, lo que sí que parece claro es que Jerjes estaba ansioso por asegurar el éxito de la expedición, para lo cual reunió a un ejército numéricamente muy superior tanto en tierra como en mar al de sus enemigos.
También existen dudas sobre si en las Termópilas se encontraba reunido la totalidad del ejército persa de invasión. No está claro si Jerjes dejó previamente guarniciones de soldados en Macedonia y Tesalia, o si avanzó con todos los soldados disponibles. ​ La única fuente antigua que comenta este punto es Ctesias, que sugiere que 80 000 persas lucharon en las Termópilas.
De acuerdo con las cifras que aportan Heródoto y Diodoro Sículo, el ejército aliado estaba compuesto por las siguientes fuerzas:

Peloponesios
Diodoro Sículo sugiere la cifra de 1000 lacedemonios y otros 3000 peloponesios, de un total de 4000. Heródoto concuerda con esta cifra en un párrafo, en el que hace mención a una inscripción atribuida a Simónides de Ceos, en la que se afirma que había 4000 peloponesios. ​ Sin embargo, en otro punto del párrafo citado Heródoto reduce la cifra de peloponesios a 3100 soldados antes de la batalla.
El historiador de Halicarnaso también afirma que cuando Jerjes mostró los cadáveres de los griegos al público también incluyó entre ellos los de los ilotas, pero no dice cuántos había ni cuál era la labor en la que servían al ejército.
Por lo tanto, una posible explicación para la diferencia entre estas dos cifras podría ser la existencia de 900 ilotas en la batalla (tres por cada espartano). Si los ilotas estuvieron presentes en la batalla, no existe razón para dudar que sirviesen en su papel tradicional de escuderos de los espartanos. Otra alternativa, sin embargo, es que los 900 soldados de diferencia entre las dos cifras fueran periecos, y que se correspondieran con los 1000 lacedemonios que menciona Diodoro Sículo.

Lacedemonios
Otra cifra en la que existe cierta confusión es el número de lacedemonios que incluye Diodoro, puesto que no queda claro si los 1.000 lacedemonios a los que hace referencia incluyen a los 300 espartanos o no. Por un lado dice que «Leónidas, cuando recibió el mandato, anunció que sólo un millar de hombres le acompañarían en la campaña».​ Sin embargo, luego dice que «Había, por tanto, un millar de los lacedemonios, y con ellos trescientos espartiatas».
El relato de Pausanias concuerda con las cifras de Heródoto (al que probablemente leyó), salvo por el hecho de que sí que ofrece el número de locros que Heródoto no llegó a estimar. Debido a que residían directamente en el lugar por el que iba a transcurrir el avance persa, los locros aportaron a todos los hombres en edad de combatir que poseían. Según Pausanias serían unos 6000 hombres lo que, sumado a la cifra de Heródoto, daría un total de 11 200 soldados aliados.
Muchos historiadores modernos, que normalmente consideran a Heródoto como el autor más creíble, suman los 1000 lacedemonios y los 900 ilotas a los 5200 soldados de Heródoto, obteniendo una estimación de 7100 (o alrededor de 7000) hombres, y rechazan contabilizar los 1000 soldados de Mélida que cita Diodoro y a los locros de Pausanias. Los números cambiaron a lo largo de la batalla, esencialmente cuando la mayor parte del ejército se retiró y sólo permanecieron en el campo de batalla aproximadamente unos 3000 hombres (300 espartanos, 700 tespios, 400 tebanos, probablemente 900 ilotas y 1000 focidios, sin contar con las bajas sufridas en los días anteriores).

La batalla
Primer día
A su llegada a las Termópilas, los persas enviaron a un explorador a caballo para reconocer la zona. Los griegos, que habían acampado a orillas de las termas, le permitieron llegar hasta el campamento, observarles, y partir. Cuando el explorador reportó a Jerjes el diminuto tamaño del ejército griego y que los espartanos, en lugar de estar entrenando rigurosamente, por el contrario realizaban ejercicios de calistenia (relajación) y peinando sus largos cabellos, Jerjes consideró el informe digno de risa. Buscando el consejo de Demarato, un rey espartano exiliado que pretendía territorios en Lacedemonia, este le indicó que los espartanos estaban preparándose para la batalla, y que era su costumbre adornar su pelo cuando estaban a punto de arriesgar sus vidas. Demarato les calificó como los hombres más valientes de Grecia y avisó al rey persa de que pretendían disputarles el paso. Enfatizó que había intentado advertir a Jerjes anteriormente en la campaña, pero que el rey se había negado a creerle, y añadió que si Jerjes lograba sojuzgar a los espartanos, «no hay ninguna otra nación en el mundo que se atreva a levantar la mano en su defensa».
Jerjes envió un emisario para negociar con Leónidas. Ofreció a los aliados su libertad y el título de «Amigos del Pueblo Persa», indicándoles que serían asentados en tierras más fértiles que las que ocupaban en ese momento. Cuando Leónidas rechazó los términos, el embajador le volvió a solicitar que depusiera las armas, a lo que Leónidas respondió con la famosa frase «Ven a buscarlas tú mismo», que literalmente significa «ven y cógelas»).
Heródoto cuenta de la batalla, a propósito del gran tamaño del ejército persa, es famosa la anécdota según la cual, en palabras del autor, el más valiente de los griegos fue el espartano Dienekes, pues antes de entablarse el combate dijo a los suyos que le habían dado buenas noticias, que le habían dicho que los arqueros de los persas eran tantos que «sus flechas cubrían el sol y volvían el día en noche, teniendo entonces que luchar a la sombra » ​ Dienekes, y los espartanos en general, consideraban el arco como un arma poco honorable, ya que evadía el enfrentamiento cuerpo a cuerpo.
El enfrentamiento se vio prolongado por una milagrosa lluvia torrencial. Y al fracasar la negociación con los espartanos, la batalla se volvió inevitable. Sin embargo, Jerjes retrasó el ataque durante cuatro días, esperando que los aliados se dispersasen ante la gran diferencia de tamaño entre los dos ejércitos, hasta que se decidió finalmente a avanzar.

Quinto día
En el quinto día a partir de la llegada de los persas a las Termópilas, Jerjes finalmente decidió lanzar un ataque sobre los aliados griegos. Primero envió a los soldados de Media y a los del Juzestán contra los aliados, con instrucciones de capturarlos y llevarlos ante él. Estos contingentes lanzaron un ataque frontal contra la posición griega, que se había situado delante de la muralla focidia, en la parte más estrecha del paso. Sin embargo, se trataba de tropas de infantería ligera, numerosas pero en franca desventaja de armamento y armadura frente a los hoplitas griegos. Al parecer iban armados con escudos de mimbre, espadas cortas y lanzas arrojadizas, poco efectivas contra la muralla de escudos y lanzas largas de los espartanos. La táctica normal del Imperio aqueménida era lanzar una primera oleada que abrumara al enemigo por su número y, si no funcionaba, lanzar a los Inmortales; esta táctica era efectiva en las batallas en Medio y Lejano Oriente, pero no funcionaba igual de bien contra los griegos, cuyas tácticas, técnicas y armamento eran muy diferentes.
Los detalles sobre las tácticas empleadas son escasos: Diodoro comenta que «los hombres se mantuvieron hombro con hombro» y que los griegos fueron «superiores en valor y en el gran tamaño de sus escudos», lo cual probablemente describe el funcionamiento de la falange griega estándar, en la que los hombres formaban una muralla de escudos y de puntas de lanza y que habría sido altamente efectiva si era capaz de cubrir toda la anchura del paso. ​ Los escudos más débiles y las lanzas más cortas de los persas les impidieron enfrentarse cuerpo a cuerpo y en igualdad de condiciones con los hoplitas griegos. Heródoto afirma también que las unidades de cada ciudad se mantuvieron juntas, y que rotaban hacia el frente de batalla y hacia la retaguardia buscando con ello prevenir la fatiga, lo cual implica que los griegos contaban con más hombres de los que eran estrictamente necesarios para bloquear el paso. Según Heródoto, los griegos mataron a tantos persas que se dice que Jerjes se levantó del asiento desde el que observaba la batalla hasta en tres ocasiones. Según Ctesias, la primera oleada fue hecha pedazos con tan sólo dos o tres bajas entre los espartanos.

Batalla de Termópilas. Representación moderna que grafica la estrategia tipo «tapón» que aplicaron los griegos para detener el avance del inmenso ejército persa, en un ancho de 15 metros (según otras fuentes, 50 metros)

Según Heródoto y Diodoro, el rey persa, tras haber tomado la medida del enemigo, envió a sus mejores tropas en un segundo asalto ese mismo día: los Inmortales, un cuerpo de soldados de élite formado por 10 000 hombres. Sin embargo, los Inmortales no lograron más de lo que habían hecho los soldados enviados con anterioridad, fracasando en abrir una brecha en las líneas de los aliados. Los espartanos parece que emplearon una táctica de fingir una retirada para después darse la vuelta y matar a los desorganizados soldados persas que corrían en su persecución. 

Sexto día
En el sexto día, Jerjes envió de nuevo a su infantería para atacar el paso, «suponiendo que sus enemigos, siendo tan pocos, estaban ya incapacitados por las heridas recibidas y no podrían resistir más».​ Sin embargo, los persas no lograron ningún progreso​ y el rey persa finalmente detuvo el asalto y se retiró a su campamento, totalmente perplejo.
A finales del segundo día de batalla, y mientras el rey persa estaba valorando qué hacer, recibió la visita de un traidor griego de Tesalia llamado Efialtes que le informó de la existencia del paso montañoso que rodeaba las Termópilas, ofreciéndose a guiarles. Efialtes actuó motivado por el deseo de una recompensa. El nombre Efialtes, tras los hechos relatados, quedó estigmatizado durante muchos años. El nombre se tradujo por «pesadilla», y se convirtió en el arquetipo de «traidor» en Grecia (al igual que ocurre con Judas en el caso de los cristianos).
Heródoto comenta que Jerjes envió a su comandante Hidarnes esa misma noche junto con los hombres bajo su mando, los Inmortales, para que rodeasen a los aliados a través del paso, partiendo de noche. Sin embargo, no dice nada más sobre los hombres que comandaba. Los Inmortales habían sufrido duras bajas durante el primer día de batalla, por lo que es posible que Hidarnes recibiera el mando sobre una fuerza incrementada, en la que estuvieran los Inmortales supervivientes y otros soldados. Según Diodoro, Hidarnes contó con una fuerza de 20 000 hombres para esta misión. El paso dirigía desde el este del campamento persa a lo largo de la colina del Monte Anopea, lindante al Eta, por detrás de los acantilados que flanqueaban el paso y tenía una ramificación que dirigía a Fócida, y otra que bajaba hasta el golfo Maliaco en Alpeno, la primera ciudad de Lócrida.
Diodoro añade que Tirrastíadas, un hombre de Cime, escapó de noche del campamento persa y reveló a Leónidas la trama del traquinio. Dicho personaje no es mencionado por Heródoto, para quien los griegos fueron advertidos de la maniobra envolvente de los persas por desertores y por sus propios vigías.
Relata Diodoro que los soldados griegos se lanzaron a un ataque nocturno sobre el campamento persa, en el que causaron una matanza y que Jerjes habría encontrado la muerte de haber estado en su tienda. ​ Heródoto no menciona ese episodio. La fuente de Diodoro tal vez fue Éforo de Cime.

Séptimo día
Al amanecer del séptimo día (tercer día de batalla), los focidios que guardaban el paso sobre las Termópilas se dieron cuenta de la llegada de la columna persa por el crujido de sus pisadas sobre las hojas de los robles. Heródoto dice que se incorporaron de un salto y ciñeron sus armas. ​ Los persas quedaron sorprendidos al verles correr rápidamente para armarse, pues no esperaban encontrarse con ningún ejército en ese lugar. Hidarnes temió que se tratase de los espartanos, pero fue informado por Efialtes de que no lo eran. ​ Los focidios se retiraron a una colina próxima para preparar su defensa asumiendo que los persas habían venido a atacarles, pero los persas, que no querían retrasarse, les acosaron con flechas mientras continuaban su camino, buscando su principal objetivo de rodear al ejército aliado.
Cuando un mensajero comunicó a Leónidas que los focidios no habían podido defender el paso, convocó un consejo de guerra al amanecer. Algunos aliados defendieron la retirada, pero el monarca espartano decidió permanecer en el paso con sus guerreros. Muchos de los contingentes aliados eligieron en ese momento retirarse o fueron ordenados a hacerlo por Leónidas (Heródoto admite que existen dudas sobre lo que realmente ocurrió). El contingente de 700 soldados de Tespias, liderados por Demófilo, se negó a retirarse con los demás griegos, y se quedaron para luchar. ​ También permanecieron los 400 tebanos, así como probablemente los ilotas que acompañaban a los espartanos. ​
Las acciones de Leónidas han sido objeto de muchas discusiones. Una afirmación habitual es la que indica que los espartanos estaban obedeciendo las leyes de Esparta al no retirarse, pero parece que fue precisamente la no retirada en las Termópilas lo que hizo nacer la creencia de que los espartanos no se retiraban nunca. ​ También es posible (y era la creencia de Heródoto) que, recordando las palabras del Oráculo de Delfos, Leónidas estuviese decidido a sacrificar su vida para salvar a Esparta. La respuesta que recibieron de labios de la Pitia fue que Lacedemón sería devastada por los bárbaros o que su rey moriría.
Mirad, habitantes de la extensa Esparta,
o bien vuestra poderosa y eximia ciudad es arrasada por los descendientes de 
Perseo, o no lo es;
pero, en ese caso, la tierra de Lacedemón llorará la muerte de un rey de la estirpe 
de Heracles.
Pues al invasor no lo detendrá la fuerza de los toros o de los leones, ya que 
posee la fuerza de Zeus.
Proclamo, en fin, que no se detendrá hasta haber devorado a una u otro hasta los huesos.

Sin embargo, dado que la profecía no hacía mención específica a Leónidas, parece una débil razón como para justificar que cerca de 1500 hombres luchasen también hasta la muerte.
La teoría que quizá ofrece más credibilidad es aquella que afirma que Leónidas eligió formar una retaguardia con el fin de proteger la retirada del resto de contingentes aliados. ​ Si todas las tropas se hubiesen retirado al mismo tiempo, los persas habrían podido atravesar el paso de las Termópilas rápidamente con su caballería para luego dar caza a los soldados en retirada. Por otro lado, si todos hubieran permanecido en el paso habrían sido rodeados y eventualmente habrían muerto todos. ​ Con la decisión de una retirada parcial, Leónidas podría salvar a más de 3000 hombres, que podrían continuar la lucha más adelante.
También ha sido objeto de discusión la decisión de los tebanos. Heródoto sugiere que fueron llevados a la batalla en calidad de rehenes para asegurar el buen comportamiento de Tebas en la guerra. Sin embargo, y como ya Plutarco apuntó, eso no explicaría por qué no se les envió de vuelta con el resto de los aliados. Lo más probable es que se tratase de tebanos leales que, contrariamente a la mayoría de tebanos, se opusiesen a la dominación persa. Es probable que, por ello, acudieran a las Termópilas por su propia voluntad y permanecieron hasta el final porque no podían volver a Tebas si los persas conquistaban Beocia.
Los tespios, por su parte, que no estaban dispuestos a someterse a Jerjes, se enfrentaban a la destrucción de su ciudad si los persas tomaban Beocia, aunque este hecho por sí solo tampoco explica que permanecieran ahí, teniendo en cuenta que Tespias había sido evacuada con éxito antes de que los persas llegaran. Parece que los tespios se ofrecieron voluntarios como un simple acto de sacrificio, lo cual es todavía más asombroso si se tiene en cuenta que su contingente representaba todos los soldados hoplitas que su ciudad podía reunir. Esto parece un rasgo de los tespios: en al menos otras dos ocasiones en la historia un ejército tespio se sacrificaría en una lucha a muerte.

Batalla de la Termópilas 480 a.C. (1)
Batalla de las Termópilas 480 a.C. (2).
Batalla de las Termópilas 480 a.C. (3).
Batalla de las Termópilas (4).
Batalla de las Termòpilas 480 a.C. (5).
Batalla de las Termópilas 480 a.C. El rey espartano Leonidas alzando su dory (lanza) en señal de triunfo, detrás se ve el podio del rey Jerjes desde donde contempla la batalla.

Final
Al amanecer Jerjes realizó una libación religiosa, esperó para dar a los Inmortales tiempo suficiente para finalizar el descenso por la montaña, y luego comenzó su avance. Los aliados en esta ocasión avanzaron más allá de la muralla para hacer frente a los persas en la zona más ancha del paso, intentando con ello incrementar las bajas que pudieran infligir al ejército persa. ​ Lucharon con sus lanzas hasta que todas ellas estuvieron rotas por el uso y luego utilizaron sus xifos (espadas cortas). ​ Heródoto cuenta que en la lucha cayeron dos hermanos de Jerjes: Abrocomes e Hiperantes. Leónidas también murió en la lucha y los dos bandos pelearon por hacerse con su cuerpo, consiguiéndolo finalmente los griegos. A medida que se aproximaban los Inmortales, los aliados se retiraron y se hicieron fuertes en una colina tras la muralla. ​ Los tebanos, «se alejaron de sus compañeros y, con las manos levantadas, avanzaron hacia los bárbaros» (según la traducción de Rawlinson), pero todavía mataron a algunos antes de aceptar su rendición. ​ El rey persa más tarde haría que los prisioneros tebanos recibieran la marca real. Del resto de defensores, Heródoto dice:
Aquí se mantuvieron hasta el final, aquellos que todavía tenían espadas usándolas, y los otros resistiendo con sus manos y sus dientes.
Heródoto

Batalla de las Termopilas 480 a.C. Marcha de los inmortales. Los inmortales sorprenden a los fócidos al amanecer, estos se colocan apresuradamente su equipo, pero los inmortales les disparan flechas y siguen su camino.

Derribando parte del muro, Jerjes ordenó rodear la colina y los persas hicieron llover flechas sobre los defensores hasta que todos los griegos estuvieron muertos. Cuando los persas se hicieron con el cuerpo de Leónidas, Jerjes, furioso, ordenó que se cortase la cabeza al cadáver y que su cuerpo fuese crucificado. Heródoto hace la observación de que este trato era muy poco común entre los persas, que tenían el hábito de tratar con gran honor a los soldados valientes. ​ Tras la partida de los persas, los aliados recuperaron los cadáveres de sus soldados y los enterraron en la colina. Casi dos años después cuando finalizó la invasión persa, se erigió una estatua en forma de león en las Termópilas, para conmemorar a Leónidas. ​ Cuarenta años después de la batalla los huesos de Leónidas fueron llevados de vuelta a Esparta, en donde fue enterrado de nuevo con todos los honores. Se celebraron juegos funerarios anuales en su memoria.
En 1939, el arqueólogo Spyridon Marinatos descubrió excavando en las Termópilas un gran número de puntas de flecha de bronce de estilo persa en la colina Kolonos, lo que hizo que se modificaran las teorías acerca de la colina en la que habían muerto los aliados, puesto que antes de la excavación se creía que se trataba de otra más pequeña y cercana a la muralla. Finalmente, el paso de las Termópilas quedó abierto para el ejército persa.

Batalla de las Termópilas 480 a.C., los espartanos y demás griegos rodeados por delante y por detrás por las fuerzas persas
Batalla de las Termópilas 480 a.C. Muerte de Leónidas.

Bajas
Según Heródoto, la batalla supuso un coste en vidas
Persia: 20 000 bajas.
Aliados griegos: 2000 bajas.
Heródoto dice en un momento de su relato que murieron 4000 aliados, pero asumiendo que los focidios que guardaban el paso montañoso no murieron en la batalla (como Heródoto insinúa), por lo que ese número es probablemente demasiado alto, estimando entonces un total de 2000 bajas.

Consideraciones estratégicas y tácticas
Desde un punto de vista estratégico, la defensa de las Termópilas suponía para los aliados la mejor forma posible de emplear sus fuerzas. ​ Si lograban evitar que el ejército persa se internara dentro de Grecia, no tendrían necesidad de buscar una batalla decisiva, y podrían simplemente permanecer a la defensiva. Además, y con la defensa de dos pasos estrechos como las Termópilas y Artemisio, la inferioridad numérica de los aliados era menos problemática. ​ Por su parte, los persas se enfrentaban al problema de aprovisionamiento de un ejército tan grande, lo que significaba que no podían permanecer en un mismo lugar durante mucho tiempo. Los persas, por tanto, se veían obligados a retirarse o avanzar, y avanzar implicaba atravesar las Termópilas por la fuerza.
Tácticamente, el paso de las Termópilas era ideal para el tipo de lucha del ejército griego: ​ la estrechez del paso anulaba la diferencia numérica, y la formación de falange hoplita de los helenos podría ser capaz de bloquear el estrecho paso con facilidad y, al tener los flancos cubiertos, no se veía amenazada por la caballería enemiga. En esas circunstancias la falange supondría un enemigo muy difícil de superar para la infantería ligera persa, equipada con una panoplia mucho más ligera y por tanto menos protectora. ​ Además, las largas dory de la falange (lanzas de falange, no tan largas como las sarissas utilizadas por el ejército de Alejandro Magno) podrían ensartar a los enemigos antes incluso de que estos pudieran tocarlos, tal y como había sucedido en la confrontación de la batalla de Maratón. ​ Por consiguiente, la lucha no tenía inicialmente por qué ser suicida, dado que había posibilidades reales de aguantar la posición.
Por otro lado, el principal punto débil que ofrecía el campo de batalla elegido por los aliados era el pequeño paso montañoso que transcurría en paralelo a las Termópilas, y que permitía que el ejército fuese sobrepasado por el flanco y, por lo tanto, rodeado. Aunque probablemente este flanco no era practicable para la caballería, la infantería persa podría atravesarlo con facilidad (y más cuando buena parte de los soldados persas estaban familiarizados con la lucha en terreno montañoso). Leónidas era consciente de la existencia de este paso gracias al aviso de los habitantes de Traquinia, por lo que posicionó a un destacamento de soldados focenses para que lo bloquearan.

Simultáneamente a la Batalla de las Termópilas, una fuerza naval aliada de 271 trirremes defendió el Estrecho de Artemisio contra los persas. Previamente a la batalla, la flota persa había sido sorprendida por una galerna en la costa de Magnesia, perdiendo muchos barcos, aunque probablemente dispusieran de más de 800 al inicio de la batalla. ​ El primer día, que coincidió con el primer día de batalla en las Termópilas, los persas destacaron 200 barcos, que debían bordear la costa de Eubea y bloquear la línea de retirada de la flota aliada. ​ Mientras tanto, los aliados y los persas restantes trabaron combates a media tarde, siendo éstos favorables al bando griego, que capturó hasta 30 barcos. Por la noche, estalló otra tormenta, naufragando la mayoría del destacamento persa enviado a cortar la retirada griega.
El segundo día de batalla, las noticias de este naufragio llegaron a los griegos. Sabiendo sus vías de escape seguras, decidieron mantener la posición. Utilizaron tácticas de ataque y retirada sobre varios barcos cilicios, capturándolos y destruyéndolos. No obstante, al tercer día la flota persa atacó las líneas griegas con todos sus efectivos. Tras un día de cruentos combates, los aliados mantuvieron las posiciones, no sin sufrir severas pérdidas en el proceso. La mitad de la flota ateniense había quedado dañada​ pero los aliados habían infligido un número equivalente de bajas a la armada persa. Esa noche, los griegos recibieron las noticias de la caída de las Termópilas. Dado que la flota griega se encontraba menguada, y en cualquier caso ya no tenía sentido defender Artemisio, se retiraron a la isla de Salamina.

Septiembre de 480 a. C.: Salamina
La batalla de Salamina fue un combate naval que enfrentó a una alianza de ciudades-estado griegas con la flota del imperio persa en el 480 a. C. en el golfo Sarónico, donde la isla de Salamina deja dos estrechos canales que dan acceso a la bahía de Eleusis, cerca de Atenas. 
Para frenar el avance persa, los griegos bloquearon el paso de las Termópilas con una pequeña fuerza mientras una armada aliada, formada esencialmente por atenienses, se enfrentaba a la flota persa en los cercanos estrechos de Artemisio. En la batalla de las Termópilas fue aniquilada la retaguardia de la fuerza griega, mientras que en la batalla de Artemisio los helenos sufrieron grandes pérdidas y se retiraron al tener noticia de la derrota en las Termópilas, lo que permitió a los persas conquistar Beocia y el Ática. Los aliados prepararon la defensa del istmo de Corinto al tiempo que su flota se replegaba hasta la cercana isla de Salamina.
Aunque muy inferiores en número, el ateniense Temístocles convenció a los aliados griegos para combatir de nuevo a la flota persa con la esperanza de que una victoria decisiva impidiera las operaciones navales de los medos contra el Peloponeso. El rey persa Jerjes I deseaba un combate definitivo, por lo que su fuerza naval se internó en los estrechos de Salamina y trató de bloquear ambos, pero la estrechez de los mismos resultó un obstáculo, pues dificultó sus maniobras y los desorganizó. Aprovechando esta oportunidad, la flota helena se formó en línea, atacó y logró una victoria decisiva gracias al hundimiento o captura de al menos 300 navíos persas.
Algunos historiadores creen que una victoria persa en Salamina hubiera alterado profundamente la evolución de la antigua Grecia, y por extensión de todo el mundo occidental, motivo por el que la batalla de Salamina es considerada uno de los combates más importantes de la historia de la humanidad.

La batalla de Salamina, óleo sobre tela pintado en 1868 por Wilhelm von Kaulbach

Preludio
La flota aliada entonces navegó desde Artemisio a Salamina para ayudar en la evacuación final de Atenas. Estando en ruta, Temístocles dejó inscripciones dirigidas a los tripulantes griegos jonios de la flota persa en todas las fuentes de agua en que tendrían que parar, pidiéndoles que desertaran por la causa aliada. Tras su victoria en las Termópilas, el ejército persa procedió a quemar y saquear las ciudades de Beocia que no se habían rendido, Platea y Tespias, antes de marchar hacia la ya evacuada Atenas. Los aliados, esencialmente peloponesios, se prepararon para defender el istmo de Corinto destruyendo el único camino que lo cruzaba y construyendo un muro. ​ Sin embargo, esta estrategia era errónea a menos que la flota aliada fuera capaz de impedir a la flota persa el transporte de tropas a través del golfo Sarónico. En un consejo de guerra convocado tras la evacuación de Atenas, el comandante naval corintio, Adimanto, defendió que la flota debía reunirse frente a la costa del istmo para elaborar un bloqueo. Sin embargo, Temístocles se mostró partidario de una estrategia ofensiva con la finalidad de destruir la superioridad naval persa. Para ello se basó en las lecciones aprendidas en Artemisio, señalando que «una batalla a corta distancia nos beneficia». Su opinión prevaleció y la armada aliada permaneció frente a las costas de Salamina.
El momento exacto de la batalla de Salamina es difícil de definir. Heródoto presenta la batalla como si se hubiera producido inmediatamente después de la captura de Atenas, pero en ningún momento lo dice explícitamente. Si las Termópilas y Artemisio ocurrieron en septiembre, pudo ser así, pero es más probable que los persas emplearan dos o tres semanas tomando Atenas, reparando su flota y reabasteciéndose. Sí sabemos que en algún momento tras la captura de Atenas, Jerjes celebró un consejo de guerra con la flota persa, algo que según Heródoto sucedió en el puerto de Falero. Artemisia, reina de Halicarnaso y comandante de su escuadrón naval dentro de la flota de Jerjes, trató de convencer al rey persa para que esperara a que los aliados se rindieran, pues creía que combatir en Salamina era un riesgo innecesario. El rey Jerjes y su asesor jefe, Mardonio, decidieron atacar de todos modos. 
Es difícil establecer qué fue lo que llevó finalmente a que se librara la batalla, asumiendo que ninguna de las partes atacó sin premeditación. Está claro que en algún momento antes de la batalla le comenzaron a llegar a Jerjes noticias de las desavenencias en el bando aliado, pues los peloponesios querían evacuar Salamina mientras todavía hubiera tiempo. ​ Esta supuesta división entre los aliados pudo ser simplemente un ardid para forzar a los medos a combatir. ​ Por otra parte, este cambio de actitud entre los aliados (que habían esperado pacientemente frente a Salamina al menos una semana mientras Atenas era saqueada) podía ser una respuesta a las maniobras ofensivas persas. Posiblemente, un ejército persa había sido enviado a marchar contra el istmo para probar el nervio de la flota.
Sea como fuere, cuando Jerjes recibió las noticias ordenó a su flota salir a patrullar frente a las costas de Salamina y bloquear la salida sur. Luego, al atardecer, ordenó que se retiraran, seguramente para tentar a los aliados a emprender una evacuación apresurada. Esa noche Temístocles intentó lo que hoy nos parece un éxito espectacular del uso de la desinformación. Envió a Jerjes un sirviente, Sicinos, con un mensaje proclamando que Temístocles estaba «del lado del rey, y prefería que prevaleciera su causa a la de los helenos». Temístocles decía que el mando aliado estaba enfrentado, que los peloponesios planeaban evacuar esa misma noche y que, para conseguir la victoria, todo lo que los persas tenían que hacer era bloquear los estrechos. Y eso era exactamente lo que Jerjes quería oír, que los atenienses podrían estar dispuestos a someterse a él y que sería capaz de destruir al resto de la flota aliada. ​ Jerjes mordió el anzuelo y la flota persa fue enviada esa misma noche para iniciar el bloqueo. ​ El rey persa ordenó que se dispusiera un trono en las laderas del monte Aigaleo, con vistas al estrecho, para presenciar la batalla de manera inmejorable y anotar los nombres de los comandantes que mejor se desempeñaran.
De acuerdo con Heródoto, los aliados pasaron la noche discutiendo acaloradamente el curso de las acciones. Los peloponesios querían evacuar, ​ y fue en ese punto cuando Temístocles intentó su truco con Jerjes. No fue hasta que apareció Arístides, general ateniense exiliado que llegó esa noche seguido por algunos desertores de los persas, con noticias sobre el despliegue de la flota persa, ​ que los peloponesios aceptaron que no tenían escapatoria y debían luchar. ​ Sin embargo, se ha sugerido con razón que los peloponesios tomaron parte en el ardid de Temístocles y que aceptaron serenamente que tenían que luchar en Salamina. ​ La armada aliada pudo así prepararse adecuadamente para la inminente batalla, mientras que los persas pasaron la noche en el mar, buscando sin éxito la supuesta evacuación griega. La mañana siguiente los persas navegaron a los estrechos para atacar a la flota helena. No está claro cuándo, cómo ni por qué se tomó esta decisión, pero sí es evidente que buscaron el combate con los aliados. 

La flota griega

   Ciudad
Número
de barcos
Ciudad
Número
de barcos
Ciudad
Número
de barcos
Atenas
180
Corinto
40
Egina
30
Calcis
20
Megara
20
Esparta
16
Sición
15
Epidauro
10
Eretria
7
Ambracia​
7
Trecén
5
Naxos
4
Léucade
3
Hermíone​
3
Estira​
2
Citnos​
1 (1)
Ceos
2
Milo
(2)
Sifnos
(1)
Serifos
(1)
Crotona​
1
Total
366 o 378 (5)
Los números entre paréntesis indican pentecónteros (galeras de cincuenta remeros)

Heródoto afirma que la flota aliada estaba compuesta por 378 trirremes y enumera la contribución particular de cada polis griega, tal y como se muestra en la tabla de la derecha. ​ Sin embargo, la suma de los contingentes de cada ciudad arroja el número de 366. El historiador no especifica que los 378 navíos combatieran en Salamina («Todos vinieron a la guerra aportando trirremes… El número total de barcos… era de trescientos setenta y ocho»), y además afirma que los eginetas «tenían otras naves tripuladas, pero protegían su propia tierra con ellas y lucharon en Salamina con las treinta que estaban en condiciones de navegar».​ Por lo tanto, se ha supuesto que la diferencia entre los números obedece a que se dejó una guarnición de doce naves en Egina. ​ Siempre según Heródoto, otros dos barcos desertaron de la flota persa para unirse a la griega, uno antes de Artemisio y otro antes de Salamina, por lo que la fuerza helena total en Salamina habría sido de 368 navíos (o 380).
Según el dramaturgo ateniense Esquilo, que luchó en Salamina, la flota griega contaba con 310 trirremes (la diferencia está en el número de naves atenienses). Ctesias dice que la armada ateniense solo tenía 110 trirremes, lo que coincide con los números de Esquilo, ​ y el político Hipérides sostiene que la flota aliada tenía solo 220 barcos. ​ La flota aliada estaba de hecho bajo mando del ateniense Temístocles, aunque nominalmente la dirigía el general espartano Euribíades según se había acordado en el congreso del 481 a. C. ​ Aunque Temístocles había intentado ostentar el liderazgo de la flota, el resto de polis se opusieron y Esparta, ciudad sin tradición naval, recibió el compromiso de mandar la armada. 

La flota persa
Heródoto nos dice que en principio la flota persa estaba compuesta por 1207 trirremes, pero reconoce que los medos perdieron aproximadamente un tercio de esos navíos en una tormenta frente a la costa de Magnesia, doscientos más en otra tormenta frente a Eubea y al menos cincuenta en el combate de Artemisio contra los aliados. Heródoto afirma que esas pérdidas fueron repuestas en su totalidad, pero solo menciona como refuerzo los 120 barcos de los griegos de Tracia y las islas cercanas. ​ El dramaturgo Esquilo, que combatió en Salamina, también dice que encararon a 1207 barcos de guerra persas, de los cuales 207 eran «barcos rápidos». Diodoro Sículo​ y Lisias​ afirman por separado que había 1200 barcos en la flota persa reunida en Doriskos en la primavera del 480 a. C. El número de 1207 también es aportado por Éforo de Cime, mientras que su maestro Isócrates sostiene que había 1300 naves en Doriskos y 1200 en Salamina. ​ Ctesias da otro número, 1000 naves, ​ mientras que Platón, hablando en términos generales, refiere la presencia de al menos 1000 barcos persas.
El número de 1207 naves aparece muy pronto en el registro histórico, en el 472 a. C., y los griegos parecen unánimemente convencidos de haberse enfrentado a un elevado número de barcos medos. Debido a la relativa concordancia de las fuentes antiguas sobre este particular, muchos historiadores actuales se han inclinado por aceptar la cifra de 1207 como el tamaño inicial de la flota persa. Otros estudiosos rechazan estos números y ven 1207 más como una referencia el tamaño de la flota combinada griega de la Ilíada, y afirman que los persas podrían haber lanzado al mar Egeo no más de 600 navíos. Muchos historiadores parecen aceptar el número de 600-800 barcos persas en Salamina, ​ aproximación que se elabora sumando los cerca de 550 barcos que los persas tenían tras Artemisio con los 120 navíos de refuerzo cuantificados por Heródoto. 

Consideraciones estratégicas y tácticas
La estrategia global de los persas para la invasión del 480 a. C. fue abrumar a los griegos con una masiva fuerza e intentar completar la conquista de Grecia en una sola campaña. Por el contrario, los griegos buscaron hacer el mejor uso posible de su reducido número con la defensa de enclaves concretos para así mantener a los persas en campaña el mayor tiempo posible. Jerjes obviamente no había previsto esa resistencia, pues de ser así habría iniciado la campaña bastante antes (y tampoco habría esperado cuatro días en las Termópilas dando tiempo a los helenos para dispersarse). ​ El tiempo era entonces esencial para los persas, pues la enorme fuerza invasora no podía ser mantenida indefinidamente ni Jerjes quería estar tanto tiempo fuera de su imperio.​ Las Termópilas demostraron que era inútil un asalto frontal contra las bien defendidas posiciones griegas, y con los helenos ya atrincherados en el istmo de Corinto, había pocas posibilidades de conquistar el resto de Grecia por tierra. Sin embargo, como también se demostró en las Termópilas, si los griegos podían ser flanqueados, su reducido número de tropas podía ser aniquilado. Un movimiento envolvente en el istmo requería del uso de la flota persa, y por tanto de la destrucción de la flota griega. En resumen, si Jerjes destruía la flota aliada estaría en una posición inmejorable para forzar la rendición de los griegos, y ello parecía la única esperanza de lograr concluir la guerra en esa campaña. Por el contrario, evitando la destrucción o, como Temístocles esperaba, paralizando a la flota persa, los griegos podían evitar ser conquistados.
Sin embargo, no era estratégicamente necesario para los persas luchar en Salamina. ​ De acuerdo con Heródoto, la reina Artemisia de Caria se lo señaló a Jerjes en el preludio de Salamina, afirmando que luchar en el mar era un riesgo innecesario, y recomendando en su lugar:
Si no se apresura a combatir en el mar y mantiene sus barcos aquí y cerca de tierra, o incluso avanza al Peloponeso, entonces, mi señor, logrará cumplir fácilmente lo que tenía en mente cuando vino aquí. Los helenos no serán capaces de resistir contra usted durante mucho tiempo, los dispersará y cada uno huirá a su ciudad.
La flota persa todavía era lo suficientemente grande como para bloquear a la armada aliada en los estrechos y hacer desembarcar tropas en el Peloponeso. Sin embargo, a fin de cuentas ambos bandos estaban preparados para arriesgarlo todo en una batalla naval, con la esperanza de alterar decisivamente el curso de la guerra.

Los persas contaban con una ventaja táctica considerable, y no solo por su número muy superior, sino porque tenían mejores barcos. ​ Lo de mejores barcos que menciona Heródoto era debido probablemente a la superior marinería de sus tripulantes, pues la mayoría de los barcos atenienses eran de nueva construcción y estaban tripulados por hombres inexpertos. ​ La táctica naval más común en el Mediterráneo era embestir con los espolones con que estaban equipados los trirremes y abordar la nave enemiga con la infantería, lo que venía a ser una batalla terrestre sobre la cubierta de los barcos. En esa época los persas y los griegos asiáticos habían comenzado a emplear una técnica conocida como diekplous, que no está claro qué era, pero probablemente implicaba que una nave penetrara entre otras dos enemigas y las embistiera en sus bandas. Esta maniobra requeriría una considerable maestría en la navegación a vela y es más probable que la emplearan los persas. Los aliados, sin embargo, desarrollaron tácticas para contrarrestarla.

Se ha debatido mucho sobre la naturaleza de la flota aliada en comparación con la persa, especialmente sobre la afirmación de Heródoto de que los barcos aliados eran más pesados y, por ende, menos maniobrables. La causa de este mayor desplazamiento no se conoce, pues los barcos aliados podían ser más voluminosos, o estar anegados debido a que no se habían secado durante el invierno, pero no hay evidencia para ninguna de estas sugerencias. Se ha especulado también con que el mayor desplazamiento de las naves griegas se debiera al peso del equipamiento de los hoplitas (veinte hoplitas con sus armaduras podían pesar más de dos toneladas). Este peso extra, cualquiera que fuera su causa, reduciría todavía más la posibilidad de emplear el diekplous. ​ Por tanto, si sus barcos eran menos maniobrables es probable que los aliados hubieran embarcado infantería extra, puesto que el abordaje era su táctica principal, y ello a pesar de que hiciera más pesadas sus naves. ​ De hecho, Heródoto afirma que los griegos capturaron barcos en Artemisio, en lugar de hundirlos. ​ También se ha propuesto que el peso de los barcos helenos pudo hacerlos más estables al viento que soplaba frente a las costas de Salamina y más resistentes ante las embestidas de los espolones de los barcos persas.
Tácticamente hablando entonces, una batalla en mar abierto hubiera beneficiado a los persas por su superior marinería y número. ​ Para los griegos, la única esperanza real de lograr una victoria definitiva era atraer a los persas a un lugar estrecho, donde su número no sería tan decisivo. En la batalla en Artemisio habían intentado minimizar la ventaja numérica persa, pero al final los griegos se dieron cuenta que necesitaban un paso aún más estrecho para derrotarlos. Por lo tanto, internándose en los canales de Salamina para atacar a los helenos, los persas estaban jugando en el terreno que quería su enemigo. Está claro que los persas no habrían hecho eso de no estar seguros de su victoria, por lo que es evidente que el ardid de Temístocles desempeñó un papel clave para inclinar la balanza a favor de los griegos. Salamina fue, para los persas, una batalla innecesaria y un error estratégico. 

La batalla
El desarrollo de la batalla de Salamina no es muy bien descrito por las fuentes antiguas, y es poco probable que ninguno de los que estuviera implicado en ella, a excepción de Jerjes desde su privilegiado trono, tuviera una idea clara de lo que estaba sucediendo en todo lo ancho de los estrechos. Lo que sigue es más una reconstrucción perfectamente discutible que un relato definitivo del combate naval.

Movimientos iniciales de las flotas griega y persa en Salamina: los efectivos persas aparecen en rojo y los griegos en azul.

En la flota aliada, los atenienses estaban a la izquierda, en la derecha probablemente los espartanos (aunque Diodoro dice que allí estaban los barcos de Megara y Egea) y en el centro el resto de aliados. La flota aliada probablemente formó en dos líneas, ya que los estrechos no tienen anchura para una única línea de navíos. ​ Heródoto habla de una flota helena alineada de norte a sur, probablemente con el flanco norte frente a la costa de la actual islote de Agios Georgios, y el flanco sur junto a la costa del cabo Vavari, parte de Salamina. Diodoro sugiere que la flota helena estaba alineada de este a oeste, atravesando los estrechos entre Salamina y el monte Aigaleos, pero ello es poco probable porque los aliados tendrían de este modo uno de sus flancos muy cerca de un territorio ocupado por los persas.
Parece seguro que la flota meda fue enviada a bloquear la salida de los estrechos la tarde antes de la batalla. Heródoto creyó que la flota persa en realidad entró en los estrechos al caer la noche con la intención de capturar a los aliados que huían. Sin embargo, y aunque algunos creen el relato de Heródoto, los historiadores actuales han discutido largamente este punto en consideración de las grandes dificultades para maniobrar en un espacio tan confinado en la oscuridad. Así pues, hay dos posibilidades: que durante la noche los persas simplemente bloquearon la salida de los estrechos y entraron en ellos al amanecer, o que entraron en los estrechos y se desplegaron para la batalla durante la noche. Independientemente de cuándo lo intentaron, parece evidente que los persas viraron su flota frente a la punta del cabo Vavari, por lo que a partir de una alineación inicial este-oeste (bloqueando la salida) acabaron en una disposición norte-sur (ver mapa). Parece que la flota persa se desplegó en tres líneas, según Esquilo, ​ con la poderosa flota fenicia en su flanco derecho junto al monte Aigaleos, el contingente jonio en el flanco izquierdo y el resto en el centro.
Diodoro dice que la flota egipcia fue enviada a circunnavegar Salamina por el sur y bloquear la salida norte de los estrechos. Si Jerjes quería atrapar completamente a los aliados, esta maniobra tendría sentido (especialmente si esperaba que los aliados no lucharan). Sin embargo, Heródoto no menciona esto, lo que ha llevado a algunos historiadores modernos a desestimar este detalle. Jerjes también había desplegado unos 400 soldados en la isla llamada Psitalea, en el centro de la salida de los estrechos, con la orden de matar o capturar a cualquier griego que pusiera pie en ella como consecuencia de un naufragio o un encallamiento.

Fase inicial
Independientemente del momento en el que penetraran en el estrecho, los navíos persas no iniciaron el ataque hasta el amanecer. Puesto que, después de todo, no tenían previsto huir, los aliados pasaron la noche preparándose para la batalla y, tras un discurso de Temístocles, la infantería embarcó, lista para navegar. Heródoto afirma que esto sucedió de madrugada y que «como los aliados pretendían salir al mar, los bárbaros los atacaron». Si los persas no entraron en los estrechos hasta el amanecer, los aliados tuvieron tiempo de tomar posiciones de una forma más ordenada.

Batalla de Salamina 480 a.C. despliegue de las fuerzas
Esquilo afirma que a medida que se aproximaban los medos (comentario que puede indicar que no estaban en los estrechos al amanecer) pudieron oír a los griegos cantando su himno de batalla (peán) incluso antes de ver a la armada aliada:
Adelante, hijos de los griegos,
liberad la patria,
liberad a vuestros hijos, a vuestras mujeres,
los altares de los dioses de vuestros padres,
y las tumbas de vuestros antepasados:
es hora de luchar por todo.

Heródoto cuenta que, de acuerdo con los atenienses, al comienzo de la batalla los corintios izaron sus velas y comenzaron a alejarse en dirección norte. ​ Sin embargo, el historiador también dice que otros griegos desmienten esto. ​ Si esto ocurrió realmente, se puede interpretar que esos barcos habían sido enviados a reconocer la salida norte de los estrechos, por donde debía llegar el destacamento egipcio para rodear a los aliados (si es que esto también sucedió).

Otra posibilidad, que no excluye a la anterior, es que la partida de los corintios provocara la aproximación final de los persas, quienes pudieron interpretar que la armada aliada se estaba desintegrando. ​ En cualquier caso, si los corintios llegaron a partir, también es cierto que regresaron enseguida a la batalla.
Mientras se aproximaban a los aliados en los angostos estrechos, los persas al parecer se desorganizaron y hacinaron. Por otra parte, también es evidente que, lejos de dividirse, la flota griega estaba alineada y lista para atacar. ​ A pesar de ello no atacaron inmediatamente y dieron impresión de mantenerse alejados por temor al enemigo. Según Plutarco, trataban de obtener una mejor posición y ganar tiempo hasta la llegada del viento matutino. ​ Heródoto narra una leyenda que dice que, en vista del repliegue de la flota helena, una mujer se les apareció y les dijo «Locos, ¿cuánto tiempo vais a permanecer replegados?». Sin embargo, sugiere más acertadamente que, mientras los aliados esperaban en el fondo del estrecho, una única nave se adelantó para embestir al barco persa más cercano. Los atenienses afirmaron que este barco pertenecía al también ateniense Ameinias de Palene, mientras que los de Egina dijeron que era uno de los suyos. A continuación toda la flota griega hizo lo mismo y se lanzó contra la desorganizada línea de batalla persa.


Combate
Los detalles del resto de la batalla son generalmente superficiales, pues ninguno de los implicados pudo tener una visión general de lo que estaba ocurriendo. ​ Los trirremes contaban, por lo general, con un gran espolón con forma de carnero en la proa con el que podían embestir y hundir naves enemigas, o al menos inutilizar los remos de una de sus bandas. ​ Si la embestida inicial no era exitosa, se producía un abordaje de la infantería y combates cuerpo a cuerpo similares a los de las batallas en tierra. Por ello, ambos bandos llevaban soldados embarcados, en el caso de los griegos los temibles hoplitas​ y en el de los persas infantería iraní con armamento y protecciones más ligeras.
Una vez que la primera línea de barcos persas fue embestida por los helenos, esta obstaculizó las acciones de la segunda y tercera línea. ​ En el flanco izquierdo de los griegos el almirante persa Ariamenes, hermano de Jerjes, cayó muerto muy pronto. Sin liderazgo y desorganizados, los escuadrones fenicios fueron empujados hacia la costa, donde muchos de sus barcos quedaron varados. En el centro, los barcos aliados hicieron cuña a través de las naves persas y dividieron a la armada meda en dos.
Heródoto cuenta que Artemisia, reina de Halicarnaso y comandante del contingente de Caria, fue perseguida por el barco de Ameinias de Palene. En su empeño de escapar, ella embistió y atacó a otro barco persa, lo que hizo creer al ateniense que era una aliada y desistió de perseguirla. Sin embargo, Jerjes, viendo la acción, pensó que la reina había atacado con éxito a un barco aliado, y comparando con el pobre desempeño de sus otros comandantes, comentó que «Mis hombres se han convertido en mujeres, y mis mujeres en hombres».
La flota persa comenzó a retroceder hacia Falero, pero según Heródoto, fue emboscada por los eginetas cuando trataban de salir de los estrechos. Los restantes barcos persas llegaron como pudieron al puerto de Falero junto al resto del ejército persa. Entonces el general ateniense Arístides lideró un destacamento de soldados hasta el islote de Psitalea para aniquilar a la guarnición que Jerjes había dejado allí. Heródoto no menciona el número exacto de bajas persas en la batalla, pero dice que al año siguiente la flota meda contaba con 300 trirremes. El número de bajas entonces depende de la cifra de naves que iniciaron el combate, por lo que unas 200-300 parecen unas cantidades razonables, siempre sobre la base del tamaño estimado de la fuerza invasora. Heródoto asegura que los persas sufrieron muchas más bajas que los aliados, en parte porque la mayoría de asiáticos no sabía nadar. Jerjes, sentado en su trono del monte Aigaleos, fue testigo de la masacre de su armada. Algunos capitanes de los barcos fenicios naufragados trataron de culpar a los jonios por su cobardía ante el final de la batalla. Jerjes, visiblemente enfadado y habiendo sido testigo de cómo los jonios apresaban una nave de Egina, ordenó decapitar a los fenicios por intentar calumniar a «hombres más nobles».

De acuerdo a Heródoto, tras esta derrota, Jerjes intentó construir un paso sobre el estrecho para atacar Salamina, mientras que Estrabón y Ctesias sitúan este hecho previamente a la batalla. En cualquier caso, el proyecto fue abortado en fase muy temprana. Habiendo perdido la superioridad naval, Jerjes temía que los griegos navegaran hacia el Helesponto y destruyeran los puentes de pontones. De acuerdo a Heródoto, Mardonio se ofreció a permanecer en Grecia y completar la conquista con un grupo escogido de tropas, mientras aconsejaba a Jerjes retirarse a Asia con el grueso de las tropas. ​ Todas las fuerzas persas abandonaron el Ática, y Mardonio pasó el invierno en Beocia y Tesalia. Los atenienses pudieron regresar a su arrasada ciudad en invierno.

Otoño/Invierno de 480/479 a. C.
Sitio de Potidea
Heródoto relata que un general persa, Artabazo escoltó a Jerjes hasta el Helesponto junto a 60.000 hombres de las tropas que seleccionó Mardonio. Mientras el monarca se encontraba en Asia y Mardonio estaba invernando por Tesalia y Macedonia, emprendió el regreso a Grecia. Mientras se acercaba a Palene, y enterarse de que los potideatas se habían revelado «creyó tener la capacidad para esclavizar a los habitantes de Potidea».
Pese a sus intentos por capturar la ciudad por traición, los persas se vieron forzados a mantener el asedio durante tres meses, es decir, todo el invierno del año 480-479 a. C. Luego, con la intención de aprovechar una gran bajamar más duradera de lo habitual, que formó una marisma, comenzaron a pasar por allí en dirección a Palene para atacar la ciudad por la zona de los puertos. Pero cuando habían recorrido dos quintas partes del trayecto el ejército persa quedó atrapado por una pleamar de gran magnitud, fenómeno frecuente pero no de esas proporciones hasta esa fecha, a decir de los lugareños. Muchos de los hombres se ahogaron y los sobrevivientes fueron atacados por los botes de los defensores de Potidea. Por esta razón, Artabazo debió levantar el asedio y condujo al resto de sus hombres a Tesalia, reuniéndose con Mardonio.

Sitio de Olinto
Mientras sitiaba Potidea, Artabazo también decidió sitiar Olinto, otra ciudad sumida en una revuelta. Esta ciudad se encontraba en poder de la tribu de los botieos, quienes habían sido expulsados de Macedonia. Luego de capturar la ciudad, Artabazo masacró a los defensores y la devolvió al pueblo calcídico.

Batalla de Platea Junio de 479 a. C.
Antecedentes
Después de la derrota de su armada en Salamina, Jerjes se retiró a Asia con el grueso de su ejército. Según Heródoto, lo hizo porque temía que los griegos navegaran al Helesponto y destruyeran los pontones, atrapando así a su ejército en Europa. Dejó a su general Mardonio al mando 80.000 efectivos para completar la conquista de Grecia al año siguiente.
Mardonio evacuó el Ática y pasó el invierno en Tesalia, con lo que los atenienses pudieron recuperar su ciudad completamente destruida. Durante el invierno surgieron algunas tensiones entre los aliados, en particular con los atenienses, que no estaban protegidos por el istmo pero cuya flota era clave para la seguridad del Peloponeso y habían hecho duras contribuciones, razones por las que querían que un ejército aliado marchara al norte al año siguiente. Los aliados lo rechazaron y la armada ateniense se negó a unirse a los aliados en primavera. La armada aliada, ahora bajo mando del rey de Esparta Leotíquidas II, fondeó frente a la isla de Delos, mientras que los restos de la flota persa hicieron lo mismo frente a la isla de Samos. Ambos bandos querían evitar un enfrentamiento directo. Del mismo modo, Mardonio permaneció en Tesalia a sabiendas de que un ataque en el istmo no tenía sentido, mientras que los griegos rehusaron marchar con un ejército fuera del Peloponeso.
Mardonio se movió para romper el punto muerto y trató de ganarse el apoyo de los atenienses y su flota a través de la mediación de Alejandro I de Macedonia, ofreciéndoles paz, autogobierno y expansión territorial. Los atenienses se aseguraron de que una delegación espartana estuviera también presente para escuchar la oferta, y la rechazaron.
Tras esto, los persas marcharon otra vez al sur y Atenas fue evacuada de nuevo. Mardonio entonces repitió su oferta de paz a los atenienses que se refugiaron de nuevo en Salamina.
Atenas, junto con Megara y Platea, enviaron emisarios a Esparta para pedir su ayuda y amenazaron con aceptar la oferta persa si no lo hacían. Los espartanos como siempre, estaban de celebraciones religiosas, esta vez era el festival de Jacinto, retrasaron la toma de una decisión hasta que fueron persuadidos por un invitado, Chileos de Tegea, quien señaló el peligro que corría toda Grecia si los atenienses se rendían. Cuando los emisarios atenienses mandaron un ultimátum a los espartanos, al día siguiente, se sorprendieron al escuchar que una fuerza espartana ya estaba en camino para enfrentarse a los persas.
Cuando Mardonio tuvo noticia de que la fuerza espartana estaba en camino, completó la destrucción de Atenas arrasando todo lo que quedaba en pie. Tras ello, se retiró hacia Tebas con la esperanza de atraer al ejército griego a un terreno favorable para la caballería persa. El general medo creó también un campamento fortificado en la orilla norte del río Asopo en Beocia, donde esperó a los helenos.
Los griegos nombraron como general el jefe al espartano Pausania, sobrino de Leónidas, y como jefe de la flota aliada al rey espartano Leotícides. Al llegar al istmo de Corinto probablemente en julio, empezó a reunir alli los componentes peloponesos y lego se dirigió a Eleusis donde se le unieron los atenienses que enviaron 8.000 hoplitas liderados por Arístides junto con 600 exiliados de Platea, desde aquí se dirigió a Eritra en las laderas del monte Citerón desde donde podía observar el campamento persa a orillas del Asopo.
Aunque la posición griega no era adecuada para el empleo de la caballería, dado que era un terreno sinuoso y quebrado, Mardonio estaba ansioso por provocar al enemigo y atacarle antes de que llegasen todos los refuerzos, Así es que mando toda su caballería bajo el mando del general Masistio para atacarlos. Atacaron por oleadas disparando sus arcos, contra la posición de los megarenses, que formaron en falange y no pudieron responderles, pronto llegaron refuerzos algunos de los cuales eran arqueros y Masistio fue alcanzado por una flecha y rematado en el suelo, siguió una enconada lucha por la posesión del cadáver que fue desfavorable para los persas que tuvieron que abandonarlo y retirarse. Aunque la acción no fue más que una escaramuza, hizo que los persas fuesen mucho más prudentes y los griegos osados.

Batalla de Platea 479 a.C. Muerte de Masistio. Arqueros griegos disparando de flanco a la caballería persa que está cargando contra los megarenses, su comandante Masistio es alcanzado por una flecha y muerto en el combate.

Los griegos se desplazaron a la llanura de Platea y ocuparon una posición al sur del río Asopo en unas colinas al sur del río.

Despliegue inicial
Pausanias desplegó su ejército de la siguiente forma (1):
·       Derecha como era tradición los espartanos junto con los lacedemonios, tegeos y cespianos con unos 30.000 efectivos de los cuales 10.000 eran hoplitas.
·       Centro-derecha los corintios, arcadios, orcomenos y sicilianos con 15.000 efectivos, de los cuales la mitad serían hoplitas.
·       Centro-izquierda los micenos, calcidios, ambraciotas, anactorianos y leucadianos, etc. con unos 15.000 efectivos de los cuales la mitad serían hoplitas.
·       Izquierda los atenienses, megaros y plateos con unos 20.000 efectivos de los cuales 10.000 serían hoplitas.

Esta posición permitía maniobrar fácilmente contra el flanco derecho de los persas. Decidió no atacar enseguida.
Mardonio viendo el despliegue adversario sacó a sus fuerzas del campamento fortificado situándolo al norte del río Asopo en una posición paralela a los griegos (2):
·       Izquierda los persas que disponían de unos 40.000 efectivos frente a los espartanos.
·       Centro-izquierda los medos con 20.000 efectivos.
·       Centro- derecha los bactrianos, hindúes y sakas con unos 20.000 efectivos.
·       Derecha griegos de Asia Menor con unos 20.000 efectivos.
·       A retaguardia la caballería con unos 5.000 jinetes.

Batalla de Platea 479 a.C. Despliegue de Fuerzas

Los griegos no querían atacar dado que se exponían a un ataque de flanco de la caballería y por su parte Mardonio no quería a forzar a combatir a los griegos, sino a que se retiraran, ya que pensaba que tenía poco que ganar en la batalla y que le valía con esperar a que se desmoronara la alianza helena, algo que casi consiguió durante el invierno anterior.
Para obligar a Pausanias a retirarse, Mardonio atacó con su caballería la línea de abastecimiento griega (3). Envió a la caballería amparo de la oscuridad a los pies del paso por debajo de Citerón. Atraparon a una columna de 500 transportes tirados por bueyes y sus asistentes con los suministros para el ejército griego, cuando abandonaron el paso y entraron en la llanura de Platea, los jinetes persas los mataron sin piedad.

Batalla de Platea 479 a.C. La caballería persa atacando una columna de suministro griega.
La siguiente acción de Mardonio fue enviar de nuevo la caballería para envenenar el agua del manantial de Gargafia (4) que suministraba agua a los persas ya que coger el agua del río resultaba una acción peligrosa por los posibles ataques de la caballería.
La falta de agua hizo insostenible la posición griega, así que Pausanias decidió replegarse por la noche para evitar el ataque de la caballería a una posición próxima a Platea, los espartanos que ocupaban el ala derecha rehúsan replegarse, al parecer su jefe Amonfareto dijo que los espartanos nunca daban la espalda al enemigo, Pausanias se dirigió para ordenárselo, y este arrojó una piedra a sus pies.

Batalla de Platea 479 a.C. Amomfareto se negó a replegarse durante la noche, Pausanias fue en persona a comunicárselo, los griegos tenían la costumbre de manifestar su voto con una piedra pequeña, Amomfareto para mostrar su desagrado cogió una piedra enorme y la arrojó a los pies de Pausanias, diciendo “este es mi voto para dar la espalda al enemigo”, mientras un heraldo ateniense contempla la escena.

La batalla
Al amanecer Mardonio se dio cuenta del repliegue y ordenó a sus fuerzas cruzar el río y atacar inmediatamente, creyendo que se retiraban, avanzando en desorden. Mardonio al ver a los espartanos adelantados mandó que los atacase la caballería por flancos y retaguardia para fijarlos, mientras los arqueros e infantería los atacaba de frente.

Batalla de Platea 479 a.C. La caballería persa ataca flancos y retaguardia espartanos mientras los arqueros disparan de frente 
Batalla de Platea 479 a.C. Caballería escita saka al servicio de los persas atacando la falange espartana.
Después de haber formado en la línea de batalla, los espartanos no podían participar hasta que hubieran recibido un presagio favorable del sacrificio o sphagia. Este era un sacrificio especial antes de la batalla que no implicaba altares o incendios, pero parece que simplemente se han basado en los sacerdotes que observan el flujo de sangre desde la garganta del animal (sphage). Heródoto registra que “la sphagia” no produjo ningún resultado favorable, en consecuencia, muchos de los espartanos estaban muriendo y muchos más estaban siendo heridos, por los arqueros persas que estaban disparando protegidos por sus sparabara o escudos de mimbre. Se ha sugerido que Pausanias, prolongó deliberadamente la sphagia, ya sea para construir falsa la confianza en los persas o para esperar la llegada de sus aliados de Atenas.
Batalla de Platea 379 a.C. sacrificio religioso o sphagia, Después de haber formado en la línea de batalla, los espartanos no podían participar hasta que hubieran recibido un presagio favorable de la sphagia. Este era un sacrificio especial antes de la batalla que no implicaba altares o incendios, pero parece que simplemente se han basado en los sacerdotes que observan el flujo de sangre desde la garganta del animal (sphage). Heródoto registra que “la sphagia” no produjo ningún resultado favorable, en consecuencia, muchos de los espartanos estaban muriendo y muchos más estaban siendo heridos, por los arqueros persas que estaban disparando protegidos por sus sparabara o escudos de mimbre. Se ha sugerido que Pausanias (que se muestra de pie con el casco echado hacia atrás para observar los procedimientos), prolongó deliberadamente el sphagia, ya sea para construir falsa la confianza en los persas o para esperar la llegada de sus aliados de Atenas.

Los corintios consiguieron atacar a la caballería persa, y delante de la posición de los espartanas Mardonio había colocado a los arqueros y detrás la línea de infantería persa en masa, dispuesta a tacar, con su retaguardia cubierta por los corintios, Amonfareto ordenó realizar la táctica espartana favorita o anastrophe, que consiste en fingir una huida y en un momento dado dar media vuelta y contraatacar, los la infantería persa al verlos huir, intentaron pasar por entre los arqueros y los sparabara o portaescudos que protegían a los arqueros, aprovechando la confusión, los espartanos dieron media vuelta y cargaron, realizando una gran matanza y sembrando la confusión, aprovechando el caos, se replegaron a la línea Platea-Hysiae que tenía un frente más estrecho y donde estaban el resto de las fuerzas griegas.
Mardonio reorganizó sus fuerzas y se dispuso a atacar la formación griega, atacaron cuesta arriba contra la falange, pero volvió a repetirse lo de Maratón y las Termópilas, que los hoplitas griegos eran muy superiores en el cuerpo a cuerpo a la infantería persa, protegida por escudos de mimbre y menos acostumbrada a este tipo de combate, poco a poco los persas fueron perdiendo empuje y cuando vio el momento oportuno, Pausanias ordenó el contraataque general, los atenienses en el ala izquierda y los espartanos en la derecha consiguieron poner en fuga a sus oponentes. 

Batalla de Platea 479 a.C. Choque entre griegos y persas
Batalla de Platea 479 a.C. Muerte de Mardonio. Mardonio a caballo y al frente de 1.000 inmortales tratando de frenar el contraataque espartano, el espartano Aeimnesto le mató de una pedrada.

Mardonio en persona montado a caballo y protegido por 1.000 inmortales trató de frenar el ataque, pero un espartano llamado Aeimnesto le arrojó una piedra que impactó en la cabeza y lo mató.
El centro griego, al huir sus oponentes formaron en dos columnas, y se dirigieron hacia el campamento persa, una de ellas fue atacada por la caballería persa que la desbarató y la otra consiguió unirse a los espartanos.

Batalla de Platea 479 a.C. La caballería persa derrota a una columna griega que perseguía a los huidos

Los espartanos, reforzados por la columna superviviente, irrumpieron en el campamento persa. La empalizada del asentamiento estaba bien defendida por los persas en un principio, pero los griegos acabaron por abrirse paso y masacraron a los persas allí refugiados. Solo se respetó la vida de 3.000.

Batalla de Platea 479 a.C. Los griegos asaltando el campamento persa en Mycale.
Tras la muerte de Mardonio, Artabazo que era el segundo jefe reorganizó como pudo las fuerzas persas y abandonó el campo de batalla, conduciendo a los 43.000 supervivientes a través del Holesponto para no volver nunca más. Los griegos no pudieron perseguirles dado que la caballería persa seguía siendo muy fuerte.

Secuelas
Los persas perdieron la mitad de su ejército mientras que los griegos 1.364 (Plutarco) o 10.000 (Éforo de Cime y Diodoro Sículo), esta última parece más realista. 
Heródoto asegura que la batalla naval de Mícala se libró la misma tarde que la de Platea. La flota aliada helena navegó hasta Samos, donde fondeaba lo que quedaba de la desmoralizada flota persa. Los asiáticos trataron de evitar la confrontación y vararon sus barcos en las faldas del monte Mícala, tras lo que se reunieron con un grupo del ejército persa y construyeron un campamento rodeado por una empalizada. El comandante de los griegos, el rey espartano Leotíquidas II, decidió atacar de todos modos con la totalidad de sus hombres, marinos incluidos.
Aunque los persas ofrecieron una estoica resistencia, los poderosos hoplitas griegos se mostraron nuevamente superiores en combate y consiguieron derrotarlos. Los persas huyeron a su campamento, pero allí desertó el contingente de griegos jónicos, circunstancia que facilitó el asalto y toma de la empalizada por parte de los helenos, que masacraron en su interior a muchos persas. Los barcos medos fueron capturados y quemados, lo que sumado a la derrota de Mardonio en Platea (al parecer ambos enfrentamientos ocurrieron en el mismo día), puso fin definitivo a la invasión persa de Grecia. 

La batalla
Al parecer los griegos formaron en dos alas, en la derecha los atenienses, corintios y los soldados de Sición y Trecén, en la izquierda los espartanos y otros contingentes. El ala derecha marchó en línea recta por el terreno llano costero hacia el campamento persa, mientras la izquierda intentó flanquear a los asiáticos atravesando por un terreno más quebrado. ​ Así, el ala derecha inició el combate contra los persas mientras la izquierda griega continuaba avanzando para rodearlos. Heródoto afirma que los persas comenzaron luchando dignamente, pero que los atenienses y el resto de contingentes que estaban con ellos deseaban derrotarlos antes de la llegada de los espartanos y por ello los atacaron cada vez con más fiereza.
Los persas se mantuvieron en su terreno durante un tiempo, pero finalmente rompieron su formación y huyeron hacia la empalizada seguidos por el ala derecha de los griegos. Muchos soldados del ejército asiático huyeron entonces del campamento, excepto el contingente de tropas de etnia persa, que se agruparon y combatieron a los aliados cuando estos entraron en el campamento. En ese momento hizo su aparición el ala izquierda griega, que rodeó la empalizada, tomó por la retaguardia a los persas y puso fin a la batalla. Heródoto relata que, viendo que el desenlace de la batalla pendía de un hilo, los desarmados soldados de la isla de Samos se unieron a los aliados e hicieron lo que pudieron. ​ Esto inspiró a los jonios, que también se volvieron contra los medos. ​ Se ignora en qué momento de la batalla sucedió todo esto, pero los de Samos no debieron estar presentes en el combate principal porque estaban desarmados y su intervención hubo de producirse ya en el campamento. Mientras tanto, los de Mileto, que habían sido enviados a guardar los pasos del monte Mícala, también se rebelaron contra los persas. En principio se confundieron entre los soldados persas que huían, pero al ver el claro desenlace de la confrontación comenzaron a matar a los medos que escapaban. El historiador Heródoto no menciona cifras concretas de muertos y se limita a decir que hubo numerosas bajas en ambos bandos. ​ Los de Sición resultaron especialmente castigados, pues también perdieron a su general Perilao. ​ En el bando persa cayeron el almirante Mardontes y el general Tigranes, aunque Artaíntes e Itanitres consiguieron escapar.​ Heródoto afirma que huyeron algunas tropas persas hacia Sardes. Diodoro sostiene que murieron 40.000 persas y también detalla que los supervivientes huyeron a Sardes. 
Cuando los espartanos llegaron, el campamento persa fue saqueado y sus barcos quemados. ​ Durante el retorno a Samos, los aliados discutieron sus próximos movimientos. ​ Leotíquidas propuso evacuar las ciudades jónicas y llevar a sus habitantes a Grecia, pues sería difícil defenderlas de nuevos ataques persas. ​ Sin embargo, Jantipo se opuso vehementemente a esto esgrimiendo que las ciudades jónicas eran originalmente colonias griegas. ​ Más tarde, los griegos jónicos se unirían a Atenas en la Liga de Delos contra Persia.
Después de la victoria en las faldas del monte Mícala la flota aliada navegó al Helesponto para destruir los pontones persas, pero se encontraron con que eso ya se había hecho. Así, los peloponesios navegaron de vuelta a casa mientras que los atenienses se quedaron a atacar el Quersoneso tracio, todavía en manos persas. Los medos que restaban se agruparon en Sesto, la mayor ciudad de la región, donde fueron sitiados por los atenienses. La ciudad cayó tras un largo asedio, iniciándose así una nueva fase en las Guerras Médicas, la del contraataque griego. ​ Las Historias de Heródoto finalizan con el asedio de Sestos. En los siguientes treinta años los helenos, principalmente los de la Liga de Delos dominada por Atenas, expulsaron (o ayudaron a expulsar) a los persas de Macedonia, Tracia, las islas del Egeo y Jonia. ​ La paz con Persia llegó en el 449 a. C. con la firma de la Paz de Calias, que ponía fin a medio siglo de guerras. 
Mícala y Platea fueron acontecimientos muy importantes de la historia antigua por ser las batallas que pusieron final a la Segunda Guerra Médica y dieron inicio a la hegemonía helena en el conjunto de las Guerras Médicas. Aunque impidieron el avance del imperio aqueménida por Europa, los griegos pagaron un alto precio en vidas. ​ La batalla de Maratón demostró que los persas podían ser vencidos y la batalla naval de Salamina salvó a Grecia de la conquista inmediata, pero fueron Platea y Mícala las victorias que alejaron definitivamente la amenaza oriental. Sin embargo, ninguna de estas dos batallas es tan recordada como Maratón, Salamina o las Termópilas, algo que es difícil de aclarar aunque sin duda se debe a las circunstancias en que se desarrollaron. La fama de las Termópilas se debe a la valentía griega ante un enemigo muy superior en número, ​ y las de Maratón y Salamina a que ambas fueron libradas y vencidas por los griegos a pesar de su delicada situación estratégica. Por el contrario, Platea y Mícala se lucharon cuando los griegos habían conseguido cierta seguridad estratégica y tenían más posibilidades de victoria. De hecho, en ambas ocasiones fueron los helenos los que buscaron la confrontación.
Militarmente la mayor lección de las batallas de Platea y Mícala es volver a insistir en la clara superioridad de los hoplitas y las falanges griegas sobre la más ligeramente armada infantería persa, algo que fue demostrado por primera vez en Maratón. Teniendo en cuenta esta primera lección, en el resto de las guerras médicas el imperio persa comenzó a reclutar y confiar en mercenarios helenos. ​ Una acción de esos mercenarios, la Expedición de los Diez Mil que narra Jenofonte en su Anábasis, demostró además a los griegos que los persas eran militarmente vulnerables incluso en su propio territorio y allanó el camino para la invasión de todo el imperio persa por parte de Alejandro Magno algunas décadas después.
Las victorias en Platea y Mícala pusieron fin a la segunda invasión persa a Grecia. Además, la amenaza de una invasión futura quedó disminuida; a pesar de que los griegos siguieron preocupados de que Jerjes volviera a intentar la conquista, con el tiempo fue evidente que el deseo de los persas por someter Grecia había mermado significativamente.
Mícala representó el inicio de una nueva fase del conflicto: el contrataque griego. Después de vencer en Mícala, la flota aliada zarpó hacia el Helesponto para romper los pontones, pero al llegar encontraron que estos ya estaban destruidos. Los peloponesios navegaron hacia su patria, mientras que los atenienses se quedaron para atacar el Quersoneso tracio, todavía en manos persas. Los persas de la región y sus aliados fueron a Sestos, la ciudad más fuerte de la zona, que fue sitiada por los atenienses; ésta finalmente cayó tras un prolongado asedio. Heródoto finaliza su Historia después del Sitio de Sestos. En el transcurso de los siguientes 30 años, los griegos, en especial la Confederación de Delos (que estaba bajo el dominio de Atenas), se ocupó de expulsar a los persas de Macedonia, Tracia, las islas del Egeo y Jonia. El cese de las hostilidades con Persia llegó en 449 a. C. con la Paz de Calias, concluyendo medio siglo de guerra.

Con las victorias de Platea y Mícala se puso fin a la segunda invasión persa de Grecia, la Segunda Guerra Médica. Además, los griegos también acabaron con la posibilidad de otra futura invasión, pues aunque su preocupación por las intenciones del imperio aqueménida no desapareció, con el tiempo se hizo evidente que el deseo persa por invadir Grecia había disminuido.

Los restos del ejército persa, ahora bajo mando de Artabazo, trataron de retirarse a Asia Menor viajando a través de Tesalia, Macedonia y Tracia por el camino más corto, el que les llevó a Bizancio. Algunos ataques en Tracia, el cansancio y el hambre acabaron con más hombres.​ Tras la victoria en Mícala la flota aliada navegó al Helesponto para destrozar los pontones persas, pero se encontraron con que eso ya se había hecho. ​ Los peloponesios volvieron a casa, pero los atenienses se lanzaron a atacar el Quersoneso tracio, todavía en manos de los persas. ​ Estos y sus aliados se atrincheraron en Sestos, la ciudad mejor fortificada de la región, y allí fueron sitiados por los atenienses. Tras un largo asedio la ciudad cayó, marcando así una nueva fase en los conflictos greco-persas, la del contraataque heleno. Las historias de Heródoto finalizan tras el asedio de Sestos, pero en las siguientes tres décadas los griegos, principalmente de la Liga de Delos dominada por Atenas, expulsaron a los medos de Macedonia, Tracia, las islas del mar Egeo y Jonia. 

La paz con Persia llegó finalmente en el 449 a. C. con la Paz de Calias, que ponía fin a medio siglo de guerra.

Próximo Capítulo: Guerra entre griegos




Bibliografía

Barkworth, Peter R. (1993). «The Organization of Xerxes' Army». Iranica Antiqua. XXVII: pages 149-167. Consultado el 18 de octubre de 2007.
Bengtson, Hermann (1987). Historia de Grecia. Desde los comienzos hasta la época imperial romana. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-1077-8.
Bradford, Ernle (2004). Thermopylae: The Battle for the West. Da Capo Press. ISBN 0306813602.
Bengtson, Hermann (1987). Historia de Grecia. Desde los comienzos hasta la época imperial romana. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-1077-8.
Bury, J. B.; Meiggs, Russell (julio de 2000). A History of Greece to the Death of Alexander the Great (4th Revised edición). Palgrave Macmillan. 
Burn, Andrew Robert (1984). Persia and the Greeks: The Defence of the West, C. 546-478 B.C. (en inglés) (2ª edición). Stanford University Press. ISBN 9780804712354. Consultado el 23 de abril de 2012.
Cartledge, Paul (2007). Termópilas. La batalla que cambió el mundo. Barcelona: Editorial Ariel. ISBN 978-84-344-5229-9.
Cartledge, Paul (2006). Thermopylae: The Battle That Changed the World. Woodstock, New York: The Overlook Press. ISBN 1585675660.
Campbell, George (1889). The History of Herodotus: Translated into English: Vol. II. MacMillan and Co., Limited.
Cebrián, Juan Antonio (2001). Pasajes de la Historia. ISBN 84-95645-41-6.
Crawford, Osbert Guy Stanhope (1955). Said and Done: The Autobiography of an Archaeologist. Weidenfeld and Nicolson.
Davis Hanson, Victor (2002). Carnage and culture: landmark battles in the rise of Western power (en inglés). Anchor. ISBN 9780385720380. Consultado el 23 de abril de 2012.
Dore, Lyn (2001). «Once the War Is Over». En Freeman, P.W.M.; Pollard, A. Fields of Conflict: Progress and Prospect in Battlefield Archaeology. David Brown Book Co. pp. pages 285-286. ISBN 978-1-84171-249-9.
Eikenberry, Lt. Gen. Karl W. (Summer 1996). «Take No Casualties». Parameters: US Army War College Quarterly XXVI (2): pages 109-118. Archivado desde el original el 9 de junio de 2007. Consultado el 17 de octubre de 2007.
Eliot, Julian (enero de 2007). «El Gran Rey - Darío I, el organizador del Imperio persa». Historia y Vida (Barcelona: Grupo Godó) (458). ISSN 0018-2354.
Eikenberry, Lt. Gen. Karl W. (Summer 1996). «Take No Casualties». Parameters: US Army War College Quarterly XXVI (2): pages 109-118. Archivado desde el original el 9 de junio de 2007. Consultado el 17 de octubre de 2007.
Fehling, D. Herodotus and His «Sources»: Citation, Invention, and Narrative Art. Translated by J.G. Howie. Arca Classical and Medieval Texts, Papers, and Monographs, 21. Leeds: Francis Cairns, 1989.
Finley, Moses (1972). «Introduction». Thucydides – History of the Peloponnesian War (translated by Rex Warner). Penguin. ISBN 0140440399.
Fehling, Detlev (1989). Herodotus and his sources: citation, invention and narrative art. Francis Cairns. ISBN 9780905205700. Consultado el 27 de marzo de 2012.
Fuller, J.F.C. (1979). Batallas decisivas del mundo occidental y su influencia en la historia. Ediciones Ejército. ISBN 9788450032475.
Garoufalis N. Demetrius, Η (La batalla de Salamina, el conflicto que cambió el curso de la historia), (revista Historia militar), 24 edición, agosto de 1998.
Green, Peter (1996). The Greco-Persian wars (en inglés). University of California Press. ISBN 9780520203136. Consultado el 27 de marzo de 2012.
Green, Peter (1970). The year of Salamis, 480-479 BC. (en inglés). Weidenfeld & Nicolson.
Green, Peter (1996). The Greco-Persian Wars. University of California Press. ISBN 0520203135.
Green, Peter; Greek History 480-431 B.C., the Alternative Version, University of Texas Press, (2006). p. 59 ISBN 0-292-71277-4Greswell, Edward (1827). Origines kalendariæ Hellenicæ. E. Duychinck, Collin & co.
Holland, Tom (2006). Persian Fire: The First World Empire and the Battle for the West. New York: Doubleday. ISBN 0385513119.
Heródoto (2001). Los nueve libros de la historia (5ª edición). EDAF. ISBN 9788476403518. Consultado el 27 de marzo de 2012.
Holland, Tom (2006). Persian fire: the first world empire and the battle for the West (en inglés). Little, Brown Book Group. ISBN 9780349117171. Consultado el 27 de marzo de 2012.
Ιστορία του Ελληνικού Έθνους (Historia de la nación griega), vol Β', Ekdotiki Athinon, 1971.
Kinder, Hermann; Hilgemann, Werner (1996). Atlas Histórico Mundial: de los Orígenes a la Revolución Francesa. Istmo. ISBN 9788470900051. Consultado el 27 de marzo de 2012.
Lazenby, John Francis (1993). The defence of Greece, 490-479 B.C. (en inglés). Aris & Phillips. ISBN 9780856685910. Consultado el 27 de marzo de 2012.
Lee, Felicia R. A Layered Look Reveals Ancient Greek Texts The New York Times, 27 de noviembre de 2006. (en inglés)
National Geographic Society (1967). «Lands of the Bible Today». National Geographic Magazine (en inglés) 1967 (12).
Strauss, Barry (2004). The Battle of Salamis: The Naval Encounter That Saved Greece -- And Western Civilization (en inglés). Simon and Schuster. ISBN 9780743274531. Consultado el 23 de abril de 2012.
Tucídides (1989). Luis M. Macía Aparicio, ed. Historia de la Guerra Del Peloponeso. AKAL. ISBN 9788476003565. Consultado el 23 de abril de 2012.

No hay comentarios:

Publicar un comentario