Guerra de Yugurta (112 – 105 a.C)
Tras la
derrota final de los cartagineses, Publio Escipión colocó a Masinisa a cargo de
gran parte del territorio de Sifax en reconocimiento de la ayuda que Masinisa
le había prestado frente a Cartago. Masinisa unificó a las tribus númidas
alentando y promoviendo su asentamiento fundando numerosas ciudades.
Quería
lograr una nación unida, un estado único en el norte de África con una
industria agrícola, se convirtió en el principal aliado del pueblo romano,
estableció una organización helénica en su reino y mantuvo numerosas relaciones
comerciales con Rodas, Delos y Atenas.
Aprovechándose del tratado de paz que impedía a Cartago enzarzarse en guerras sin el permiso de Roma, Masinisa se anexionó parte del territorio cartaginés y siguió anexionándose territorios púnicos durante el siglo II a.C apoyado por Roma.
En la
propia Cartago existía un partido númida que deseaba la unión con Numidia, lo
cual provocaba los recelos de Roma. Todos estos conflictos hicieron que se
declarara la tercera guerra púnica.
En el año
149 a.C, Masinisa murió de viejo durante la guerra y Escipión el africano hizo
dividir el territorio de Masinisa entre tres de sus hijos: Gulusa, Micipsa y
Mastánabal impidiendo así la pretensión de Masinisa de una nación unificada.
Le confió a
Gulusa el mando supremo del ejército númida y la dirección de la guerra contra
lo que quedaba de Cartago (Tercera Guerra Púnica), es decir, la supremacía
política sobre sus otros dos hermanos.
Gulusa
asistió al sitió y destrucción total de Cartago por parte de las legiones
romanas, en el año 149 a.C, muriendo al cabo de pocos años. El reino pasó a su
hijo Masiva, de quien se sabe bien poco, tan sólo que estuvo en el año 111 a.C
en Roma, junto con Yugurta, siendo asesinado por orden directa de éste al
conocer los planes políticos que albergaban los romanos de proclamarlo rey
único de toda la Numidia.
Yugurta no
tenía ninguna posibilidad de heredar el trono, pero era muy popular entre la
ciudadanía númida.
El rey
númida Micipsa envidiaba la popularidad de Yugurta, y decidió que estaría
mejor en un lugar lo más lejano posible de Numidia. Y lo envió a Hispania con
un contingente de caballería númida, a colaborar con Escipion en la guerra
contra los hispanos.
Mandar a
Yugurta a Hispania fue un serio error de cálculo. Los años que Yugurta pasó
sirviendo junto al alto mando del ejército romano le sirvieron para aprender
muchas lecciones valiosas que emplearía en el futuro. Primero conoció la
organización militar y la estrategia de las legiones, ya que participó en
numerosos episodios bélicos. Cuando tenía 26 años estuvo en el famoso asedio de
Numancia, mandando tropas númidas enviadas por Micipsa. Y no solo aprendió de
los romanos. También observó que los celtíberos, pese a enfrentarse a un
ejército más avanzado y disciplinado, se estaban mostrando muy capaces de
oponer una férrea resistencia. Eran quizá inferiores en tecnología y
organización, pero usaban el terreno en su favor, evitando combatir en campo
abierto, donde nadie podía esperar vencer a la poderosa máquina bélica romana
sin tener una gran superioridad numérica. Los celtíberos se internaban en
bosques y montañas, atrayendo a los legionarios para tenderles emboscadas.
Atacaban de manera inesperada a las columnas romanas y se dispersaban
rápidamente, huyendo por el terreno que hacía muy difícil toda persecución.
Aquella, una de las primeras guerras de guerrillas, fue una dura prueba para
los romanos, que no estaban tan preparados para ello, solamente para la batalla
convencional. La guerrilla les exasperaba, incrementaba mucho los costes
militares y además afectaba a la moral de los legionarios. Yugurta tomó buena
nota.
Yugurta se
revelo como un competente soldado. Según el historiador Salustio, “Por su
obediencia incondicional y su desprecio del peligro, pronto se convirtió en
héroe de los romanos y terror de sus enemigos”.
El mismo
Escipión estaba entusiasmado con Yugurta, y lo recomendó efusivamente al rey
Micipsa. ”Tengo en alta estima lo que ha hecho por nosotros, y haré lo que esté
en mi mano por trasmitir esta estima al senado y el pueblo de Roma”.
Micipsa
captó la indirecta de Escipión y nombro heredero a Yugurta, junto con sus
propios hijos Hiempsal y Adherbal, y en su lecho de muerte, en el año 118 a.C,
encomendó a Yugurta el cuidado de sus hijos.
El más
joven, Hiempsal, sugirió que su padre sufría demencia senil, y también sugirió
que por esa razón, debía abolirse la adopción de Yugurta.
Yugurta no estuvo de acuerdo con esa apreciación y poco después de la propuesta de Hiempsal, unos soldados irrumpieron en su casa y lo asesinaron. Y luego llevaron su cabeza a Yugurta.
Yugurta no estuvo de acuerdo con esa apreciación y poco después de la propuesta de Hiempsal, unos soldados irrumpieron en su casa y lo asesinaron. Y luego llevaron su cabeza a Yugurta.
El otro
heredero decidió no correr la misma suerte que su hermano y se levantó en
armas. Pero Yugurta tenía más soldados y era mejor militar y lo derrotó con
facilidad, obligándolo a huir a la provincia romana de África, lo que antes era
Cartago.
Al senado
romano no le gustaron estas luchas en su provincia, y convoco a ambos númidas a
Roma. El senado romano emitió un decreto que dividía Numidia entre Yugurta y
Adherbal, en el que Yugurta obtenía la parte más rica del reino.
Este
arreglo duro pocos años, los suficientes para que Yugurta se preparara para la
guerra. Y cuando estuvo preparado, invadió las tierras de Adherbal, que
disponía de pocos jinetes fue empujado a la ciudad fortificada de Cirta (actual
Constantina) en Argelia.
Roma
decidió enviar una comisión para investigar que estaba pasando. Yugurta alegó
que Adherbal había intentado asesinarlo e insistió en su amistad con Escipión.
La comisión romana abandonó África, momento que aprovecho Yugurta para reanudar
el asedio de Cirta, poniendo vallado y foso.
Roma envió
una nueva comisión, compuesta por senadores de alto rango, como Marco Emilio
Escauro. Yugurta no hizo ninguna concesión y la nueva comisión, frustrada,
volvió a Roma. Los defensores de Cirta, abandonados a su suerte por Roma, se
vieron obligados a negociar con Yugurta. Se ofreció a los defensores y al mismo
Adherbal conservar la vida a cambio de la rendición de la ciudad. Los
defensores aceptaron y se rindieron, pero una vez los soldados de Yugurta
penetraron en la ciudad, se les ordenó asesinar a todos los varones adultos,
incluido el mismo Adherbal.
Cuando la
noticia de la caída de Cirta llego a roma en el 112 a.C, la guerra resultaría
inevitable, pues buena parte de los defensores de la ciudad eran comerciantes
romanos. El propio hijo de Yugurta se presentó al Senado con la intención de
apaciguar a los romanos con una gran cantidad de dinero, se le respondió que, a
menos que ofreciera la rendición incondicional, se volviese de inmediato a su
país.
Primera campaña: Lucio Calpurnio Bestia (110-109 a.C)
A Lucio
Calpurnio le correspondió Numidia, mientras que Escipión Nasica permanecería en
Italia. Se procedió a reclutar un ejército para la campaña africana.
El cónsul
Lucio Calpurnio Bestia partió con el ejército a través de Italia hasta Regio, y
de allí pasó a Sicilia, desde donde embarcó para África; con la intendencia que
le esperaba preparada en la provincia romana, penetró inmediatamente en
Numidia, apoderándose en un principio de algunas ciudades. Yugurta respondió
con una propuesta de paz, que los romanos aceptaron de inmediato. Yugurta debía
declarar su sumisión a Roma, pagar una modesta indemnización y entregar 30
elefantes y muchos caballos a los romanos. Era un castigo muy pequeño para los
desmanes de Yugurta. Quizás Calpurnio Bestia fue sobornado por Yugurta, o
quizás los romano estaban más preocupados por las noticias de una inminente
invasión barbará a través de los Alpes. El senado de Roma creyó más en la
posibilidad de un soborno y se constituyó una comisión investigadora. Yugurta
fue llamado a Roma, con inmunidad total a cambio de su testimonio.
Yugurta
acudió a Roma, pero antes de que pudiera decir una palabra en el senado, un
tribuno le prohibió hablar. Y sin poder hablar, Yugurta se dedicó a aprovechó
el tiempo para asesinar Massiva, otro nieto de Masinisa que estaba reclamando
el trono de Numidia. Cuando fue preguntado por el hecho, no ocultó su
responsabilidad en el asesinato, y los indignados romanos, que debían respetar
la inmunidad concedida a Yugurta, solo pudieron ordenarle que abandonara Italia
de inmediato. Ya no habría más tratados de paz.
Aulo Albino
le tentaron los rumores de que había un gran tesoro oculto en la ciudad númida
de Suzul. Así que esperó a que su hermano el cónsul estuviera camino de Roma
para celebrar las elecciones y la cabeza de tres legiones sin experiencia se
dirigió a Suthul (Calama). Al fracasa el tomar la ciudad por sorpresa, los
romanos empezaron a cercar la ciudad.
Yugurta
astutamente, viendo que Aulo Postumio no tenía capacidades como comandante, se
presentó para romper el cerco de la ciudad. El rey númida hizo que su ejército
realizara toda clase de maniobras evasivas, fingiendo huir por debilidad. Aulo
Postumio, engañado, se cegó en una persecución que lo llevó hacia terrenos cada
vez más propicios a su enemigo. Cuando por fin Yugurta hubo puesto las cosas a
su favor, asaltó el campamento legionario durante la noche. El ejército romano,
tomado por sorpresa, huyó en desbandada hacia una colina cercana. En su nueva
ubicación elevada, los romanos podían defenderse con facilidad, pero existía un
serio inconveniente: estaban completamente rodeados y no podían huir. Tenía dos
opciones: intentar romper el cerco, algo que parecía un suicidio, o permanecer
sitiado hasta que el hambre y la sed diezmasen a los suyos. Yugurta, adivinando
la desesperación del general romano, le envió un mensaje prometiendo que si se
rendía y accedía a abandonar Numidia, dejaría salir vivos a los legionarios.
Aulo Postumio, sin saber qué más hacer, aceptó. Los prisioneros fueron
obligados a pasar bajo un yugo, una costumbre ancestral mediante la cual cada
soldado derrotado reconocía la superioridad del enemigo. Después de infligir a
los romanos esta humillación, la mayor que podía sufrir un ejército de la
antigüedad, Yugurta concedió a los romanos un plazo de once días para abandonar
el país. La noticia llegó a Roma no a través de Aulo Albino, sino de Yugurta,
que envió al Senado una copia del tratado acompañada de una carta en la que se
queja duramente de traición por haber invadido un país con ansias de paz que no
había levantado ni un dedo contra Roma.
El nuevo
tribuno de la plebe Cayo Mamilio pidió la cabeza de Postumio Albino y exigió
que su hermano Aulo Albino fuese ejecutado por traición y que a Espurio Albino
se le juzgará también por traición.
La derrota
romana no se debió solo a la superior dirección militar de Yugurta, sino
también al terreno y las condiciones climatológicas. Los suministros romanos
procedentes de la costa debían transportarse a través de unas montañas
densamente pobladas de coníferas y árboles de hoja perenne, repletas de
bandidos dispuestos a lanzarse sobre cualquier convoy escasamente protegido. En
las veces que se enfrentaron en campo abierto, las legiones tuvieron que
enfrentarse a la caballería númida de Yugurta, estos tenían mayor movilidad y
conocían mucho mejor el terreno.
Segunda campaña: Quinto Cecilio Metelo (109 – 107 a.C)
El Senado redactó y despachó una dura carta para Yugurta, diciéndole que Roma no puede ni quiere reconocer un tratado firmado por un hombre sin Imperium y, por consiguiente, sin autoridad del Senado del pueblo romano para mandar un ejército, gobernar una provincia y concertar tratados.
La victoria
de Yugurta sobre Aulo Postimio en la batalla de Suzul generó un sentimiento de
especial furia en Roma. Y en el año 109 a.C, un nuevo ejército romano, al mando
del cónsul Quinto Cecilio Metelo llegó a África. Mientras el otro cónsul Marco
Junio Silano tenía la responsabilidad de conjurar la amenaza sobre Italia de
las tribus germanas de cimbrios y teutones.
Metelo era
un buen soldado, y además era conocido por su honradez y por ser incorruptible.
El procónsul Espurio Albino le entregó un ejército desmoralizado, apático,
derrotado e incapaz de aguantar riesgos y fatigas. Decidió no emprender ninguna
campaña e instruir de nuevo a sus soldados.
Por medio
de un edicto, prohibió que nadie vendiera pan en el campamento o cualquier otro
alimento cocido, los cantineros no seguirían al ejército, los soldados no
tendrían, ni en el campamento ni en marcha, esclavo o acémila. Además, todos
los días cambiaba de campamento por caminos transversales, lo fortificaba con
empalizada y foso, como si el enemigo estuviese a la vista, ponía numerosos
puestos de guardia y les pasaba revista con sus oficiales; del mismo modo,
durante la marcha, se hacía presente bien en vanguardia, bien en retaguardia, y
muchas veces en el centro, para que nadie se saliese de su fila, para que
marchasen apiñados en torno a sus insignias, para que los soldados llevasen su
alimento y armas.
Yugurta se
enteró por sus agentes de los preparativos de Metelo y viendo que no podría sobornar
a Metelo, y temiendo el potencial del ejército que había traído, Yugurta
intento establecer negociaciones de paz.
Angus Macbride
Metelo, en
principio se mostró dispuesto al diálogo y a Yugurta varias exigencias, siempre
de una en una, como si cada una de ellas fuera a ser la última. De este modo,
Yugurta entregó a Metelo rehenes, armas, elefantes, la devolución de
prisioneros y los desertores romanos, que fueron ejecutados sin excepción.
Yugurta se
dio cuenta demasiado tarde que Metelo había estado ganando tiempo, mientras
entrenaba y aclimataba a su ejército. Metelo se dirigió hacia el oeste, tomó la
ciudad de Vaga y se dirigió con su ejército hacia el río Muthul (Wäd Mellag o
Mellag). Con un ejército de 35.000 hombres.
Batalla del río Muthul 108 a.C
Batalla del río Muthul 108 a.C: Primera
fase
Tras
descender del paso de montaña y adentrarse en el valle, Metelo se percató de la
emboscada, pero no tenía más remedio que reponer sus reservas de agua en el río
y seguir el camino bajo la vista de los enemigos. Metelo destacó una fuerza de
caballería e infantería ligera al mando de Publio Rutilio Rufo (sería cónsul en
el 105 a.C) para que estableciera un campamento junto al río. Tras ello, la
parte principal del ejército romano se desplazó en paralelo a la fuerza númida
hacia el río.
Yugurta una
vez que todo el ejército romano se había adentrado en el valle, ordenó a su
infantería ligera prevalente unos 2.000 que ocupase y fortificase el puesto de
montaña para cortar la retirada de los romanos. A una señal, la caballería
númida cargó contra la columna de los romanos, atacándola en pequeños grupos
aislados. Los romanos se mantuvieron en pequeños grupos, incapaces de realizar
movimientos coordinados. Cada grupo luchaba por su propia supervivencia, y la
caballería númida tenía el control del campo de batalla.
Según
Salustio “Unos númidas hacían
estragos en la retaguardia, otros probaban por izquierda y derecha, se
mostraban atacando y presionaban, en todos los puntos desorganizaban las filas
de los romanos. Entre éstos, incluso los que habían hecho frente al enemigo con
ánimo más firme se veían burlados por la confusión del combate, y mientras
ellos eran heridos sólo de lejos, no tenían posibilidad de herir a su vez o de
trabar combate. Aleccionados ya con anterioridad por Yugurta los jinetes,
cuando el escuadrón de los romanos comenzaba a perseguirlos, se retiraban, no
en filas cerradas ni al mismo punto, sino lo más alejados posible los unos de
los otros. De este modo, al ser superiores en número, si no podían hacer
desistir al enemigo de su persecución, los atacaban por la espada y por los
flancos cuando estaban desanimados. Y si para huir resultaba más adecuada una
colina que los llanos, los caballos de los númidas, que estaban acostumbrados,
se abrían paso por allí con facilidad entre los ramajes, mientras que a los
nuestros lo abrupto y desconocido del lugar los entorpecía“.
Bomilcar
mientras bloqueó la salida para evitar la fuga del grueso y prevenir la ayuda
de las tropas de Metelo.
Cuando la
batalla parecía completamente perdida, un legado del ejército de Metelo, Cayo
Mario, había reorganizado algunos de los grupos conduciendo a 2.000 soldados
contra los númidas para liberar a su comandante. Tras ello, Mario marchó contra
la fuerza númida estacionada en la colina que se retiró cediendo a los romanos
el control del paso, tras lo que marchó contra la retaguardia de la caballería
númida, uniendo los grupos en una sola fuerza.
Batalla del río Muthul 108 a.C: Segunda
fase
Mientras,
Rufo contuvo a la fuerza de los númidas bajo el mando de Bomílcar, derrotando a
los elefantes de guerra de Yugurta que sucumbieron en una auténtica carnicería
matando a 40 y capturando a 4. Por la tarde, los dos ejércitos se encontraron
uniéndose en una sola fuerza.
Gracias a su
retirada a tiempo, Yugurta sufrió pocas bajas en comparación con los romanos
que habían sido derrotados de manera aplastante si la batalla hubiera seguido
el esquema del principio. Por lo tanto el resultado fue indeciso ya que aunque
la victoria fue romana estos fueron también los que más bajas sufrieron.
Permaneció
cuatro días en el campamento frente al río mientras se curaba a los heridos y
se daba descanso a la tropa. Allí repartió condecoraciones y les dio las
gracias a sus soldados, exhortándolos para que mostraran idéntico espíritu para
lo que restaba de campaña.
La victoria
romana se debió a dos factores principales: La calidad de los exploradores
romanos que notificaron a su general la posición de los númidas emboscados y el
inspirado liderazgo de Mario durante la batalla.
Yugurta
supo retirarse a tiempo y no sufrió excesivas bajas. Pero tras la batalla,
muchos de sus soldados, que eran mayoritariamente pastores y campesinos,
optaron por regresar a sus hogares, a ocuparse de sus propios asuntos. Reorganizó
el resto de sus tropas en guerrillas, volviendo con ello a la guerra de
desgaste.
Batalla de Zama Regia
Cecilio
Metelo, al ver que le estaban cansando con artimañas y que el enemigo no le
daba posibilidad de combatir, decidió poner bajo asedio una ciudad grande, para
lo cual eligió Zama Regia, baluarte del reino en la zona donde estaba situada,
en la idea de que, como lo exigía el hecho, Yugurta vendría en auxilio al estar
en peligro los suyos, y allí se daría la batalla.
Yugurta,
informado por los desertores de lo que tramaba Metelo, se anticipó al cónsul.
Ordenó a los habitantes de Zama Regia que defendieran las murallas con la ayuda
de los desertores “la clase más firme de las tropas del rey, porque no podían
engañarle“, con la promesa de que en su momento iría él con el ejército en
ayuda de la plaza. Tras convenir la defensa, se retiró a unos parajes ocultos
en espera de los romanos; poco después se enteró de que Mario había sido
enviado sobre la marcha a buscar trigo, con unas pocas cohortes, a la región de
Sica (actual Le Kef), que era la primera ciudad que, después de la derrota,
había desertado del rey. Aprovechando la noche, hacia allí se encaminó Yugurta
con una élite de caballería y, cuando salían los romanos de la ciudad, entabló
combate con ellos en la misma puerta, animando al mismo tiempo a los habitantes
de Sica para que atacaran a las cohortes por retaguardia.
Ya en campo
abierto, los romanos pudieron repeler fácilmente el ataque de la caballería del
rey. A continuación, Mario se encaminó en dirección a Zama Regia. La plaza
estaba situada en una llanura, fortificada a base de obras y estaba bien
abastecida de armas y de hombres. Por lo tanto, Cecilio Metelo rodeó con el
ejército todo el perímetro de las murallas, indicando a sus lugartenientes
dónde tenía que ejercer el mando cada cual.
Mientras se
combatía en el asedio de Zama, Yugurta irrumpió de repente con un gran
contingente de tropas en el campamento romano; descuidados los que estaban de
guardia no pudieron impedir que los númidas penetraran en la empalizada. Los
romanos, paralizados por el miedo, buscaban desesperadamente una salida. Cerca
de cuarenta legionarios lograron reagruparse, tomaron un lugar elevado y allí
lograron aguantar sin que los númidas pudieran desalojarlos; recogían los
dardos que les arrojaban desde lejos y los volvían a arrojar. Entretanto,
Metelo, que estaba librando una reñida batalla en los muros de la ciudad, oyó
el criterio enemigo a sus espaldas y dándose cuenta de la amenaza, envió
rápidamente al campamento a toda la caballería y a Cayo Mario con las cohortes
de los aliados. Yugurta se retiró a lugares protegidos. Metelo, sin poder
culminar la toma de la ciudad, cuando la noche se le echaba encima, optó por
retirarse a su campamento.
Al día
siguiente, antes de continuar el asalto, el cónsul dio la orden de que toda la
caballería se aposte delante del campamento por la parte por donde se esperaba
la posible llegada de Yugurta, asignó a los tribunos las puertas y las zonas
próximas y se dirigió en dirección a la ciudad; al igual que el día anterior,
asaltaron las murallas.
Yugurta
apareció de repente en el campamento y cargó por sorpresa con la infantería
mezclada con la caballería. Los jinetes, confiando en los de a pie, no
perseguían para luego replegarse como era práctica habitual, sino que se
enfrentaban de cara con los caballos y cargaban contra las líneas, procurando
romper las líneas por las que penetrase su infantería ligera.
Al mismo
tiempo se combatía con gran violencia en el asedio de Zama.
Llegó un
momento en que la atención recayó sobre la batalla ecuestre que se allí se
daba. Cuando Mario se apercibió de ello, atacó las murallas con gran violencia.
Las escalas alcanzaron sus objetivos; casi se habían afianzado los romanos en
las murallas, cuando los de la plaza acudieron y arrojaron contra ellos
piedras, fuego y toda clase de proyectiles. Los romanos aguantaron al
principio, luego, cuando se partieron varias escalas, y muchos estaban
cubiertos de heridas, se alejaron de las murallas. Por último, la noche
suspendió los combates.
Metelo, al
ver que eran vanos sus intentos, que no tomaba la ciudad y que Yugurta no
peleaba como no fuese en emboscadas o en su propio terreno, y que el verano
estaba ya terminando, se alejó de Zama y estableció sus guarniciones en
aquellas ciudades que habían hecho defección a su causa y se hallaban
suficientemente fortificadas por la situación o por sus murallas. El resto del
ejército lo instaló, para pasar el invierno, en la parte de la provincia más
cercana a Numidia: el cónsul se acuarteló en Tisidio con una legión y Mario
puso su campamento cerca de Utica.
Yugurta se
dispuso a reclutar un nuevo ejército, mientras Metelo trataba de apoderarse de
tantas ciudades númidas como fuera posible, para cortar las líneas de aprovisionamiento
de Yugurta. Metelo sobornaba continuamente a los aliados de Yugurta, incluso a
Bomilcar, el su leal compañero, que había asesinado a Massiva en Roma.
Yugurta
empezó a ver conspiraciones por todos los lados, y muchos de sus consejeros lo
abandonaron antes de ser acusados y ejecutados. Yugurta, después de perder a
sus amigos, muertos la mayoría por sus órdenes, y al haberse refugiado muchos
en la corte del rey Boco, como no podía hacer la guerra con lugartenientes de
confianza y consideraba peligroso probar la lealtad de los nuevos, empezó a
conducirse de forma contradictoria, lleno de incertidumbre.
Batalla de Thala
Con su
mando renovado por otro año, Metelo decidió capturar a Yugurta, ambas fuerzas
se encontraron y al instante se entabló el combate. En la parte comandada por
el rey se peleó por algún tiempo, todos sus demás soldados fueron derrotados y
puestos en fuga al primer choque.
Finalmente,
Yugurta se retiró junto a parte de su caballería al desierto, en dirección a
Thala (actual Tala), ciudad grande y rica, donde estaban la mayoría de sus
tesoros y se habían refugiado sus hijos. Cuando Metelo tuvo información de
ello, si bien sabía que entre Thala y el río más cercano había cincuenta millas
(romanas) de terrenos secos y baldíos, no obstante, con la esperanza de
liquidar la guerra si se apoderaba de esta plaza fuerte, se propuso superar
todas las dificultades y ordenó descargar los bártulos de todos los animales de
carga, excepto el trigo para diez días, además de transportar odres y otros
recipientes para el agua.
Cecilio
Metelo dio instrucciones de que, en los campos, se requisase el mayor número de
animales domésticos para cargarlos con vasijas de todas clases, pero
especialmente de madera, recogidas en las chozas númidas. Indicó a las gentes
de la zona, que se habían rendido tras la huida del rey, que acarrearan la
mayor cantidad de agua posible y les fijó fecha y lugar para ponerse a su
disposición; todos los animales de carga del ejército acarrearían agua del río
más cercano a Thala. Preparado de esta manera, partió en busca de Yugurta.
Los de la
plaza fuerte, que se habían considerado defendidos por lo intrincado del lugar,
se vieron impresionados ante la súbita aparición del ejército romano ante sus
murallas. Yugurta huyó, aprovechando la noche, con sus hijos y gran parte del
tesoro.
Metelo, al
observar que la ciudad se hallaba bien defendida por obras y por su situación
geográfica, rodeó las murallas con una empalizada y un foso. A continuación,
por los dos sitios disponibles más apropiados aproximó los manteletes, levantó
un terraplén, y construyó sobre el mismo unas torres. Frente a estos
preparativos, los de la ciudad preparaban defensas en los lugares por los que
iban a comenzar el asalto los romanos.
Finalmente,
los romanos, aunque agotados por el gran esfuerzo anterior y los combates, a
los cuarenta días de haber llegado allí, se apoderaron de la ciudad; todo el
botín fue destruido por los desertores (éstos habían llegado a la ciudad junto
a Yugurta tras la batalla en la que había salido derrotado el rey).
Mientras
tanto, Yugurta indujo al rey Boco (suegro de Yugurta), mediante grandes regalos
y mayores promesas, a entrar en alianza con él.
Los
ejércitos de Yugurta y del rey Boco se unieron en un lugar acordado; y desde
allí marchar contra la ciudad de Cirta, porque Metelo había instalado allí el
botín, los prisioneros y la intendencia. De modo que Yugurta pensó que, o bien
merecería la pena apoderarse de la ciudad, o, si el general romano decidía
acudir en ayuda de la plaza, se batiría en combate. Más que el ataque a la
ciudad, la estrategia de Yugurta consistía en involucrar cuanto antes al rey
Boco en la guerra contra los romanos.
Cuando tuvo
constancia Metelo de la unión de los dos reyes decidió esperarlos en un
campamento fortificado no lejos de Cirta. Entretanto, por una carta recibida de
Roma, Metelo se enteró de que la guerra en Numidia se le había concedido a
Mario (del nombramiento del mismo como cónsul ya había tenido noticias).
Pensando que se le iba a arrebatar una victoria ya lograda, envió unos
delegados a Boco para que no se enfrentara con los romanos: todavía tenía
muchas posibilidades de trabar alianza y amistad con él, las cuales eran
preferibles a la guerra. A estas propuestas Boco respondió que él deseaba la paz
pero exigía el mismo trato para Yugurta; Metelo envió otra delegación y de esta
manera pasó el tiempo.
Tercera campaña: Cayo Mario (107 – 105 a.C)
Pero Metelo
que recibió el sobrenombre de “Numídico” fue desplazado del mando por su
lugarteniente Cayo Mario.
En el año
107 a.C, fueron elegidos cónsules Lucio Casio Longino junto a Cayo Mario.
Mientras Mario estaba maquinando su nombramiento como comandante en África,
Longino se puso al frente de las legiones en la Galia. El resultado fue una
nueva catástrofe militar. El ejército romano de la Galia fue aniquilado sin
piedad por los tigurinos, aliados suizos de los cimbrios (el propio Longino
murió durante la batalla). Una vez más, Roma estaba indefensa por el norte.
Parecía cuestión de tiempo que los bárbaros se diesen cuenta. Por ello, el
Senado decidió retirar las tropas de Numidia y llevarlas hacia los Alpes.
Cayo Mario
se encontró con que ya no disponía de un ejército. No iba a ser fácil reclutar
nuevas tropas. Roma y sus aliados italianos se estaban quedando sin reclutas
que cumpliesen las condiciones mínimas. Era tradición que se alistaran
únicamente los ciudadanos capaces de comprar su propio equipamiento militar,
bajo la idea de que eran los hombres con propiedades los primeros interesados
en defenderlas, y por tanto los principales responsables de enfrentarse a los
enemigos exteriores. Era un sistema que ahorraba enormes gastos al Estado, pero
que tenía un serio inconveniente: estaba pensado para conflictos bélicos de
corta duración donde las pérdidas humanas eran pocas y los soldados podían
regresar pronto a sus casas para ocuparse de sus tierras y negocios. Sin
embargo, una guerra prolongada como las dos que estaba librando Roma mantenía a
los soldados alejados de casa durante demasiado tiempo, exasperando su ánimo y
el de la sociedad romana en su conjunto, y causando un serio perjuicio a la
economía. El estado de ánimo era peor en la confederación italiana, cuyos
habitantes todavía no eran ciudadanos de la República, pero sí combatían en sus
ejércitos sabiendo que no iban a obtener los mismos beneficios de las victorias
militares. Las bajas en el campo de batalla hacían, además, que tanto en Roma
como en el resto de Italia la cantera de hombres con propiedades, susceptibles
de enrolarse en el ejército, estuviese casi agotada. Mientras tanto, los muchos
pobres que había en la República y sus aliados eran considerados no aptos para
la movilización, pues no podían permitirse pagar el equipamiento que iban a
necesitar en la batalla. Esto puede parecer extraño desde nuestro moderno punto
de vista, pero cabe insistir en que durante mucho tiempo el sistema había
funcionado bien. Tan bien, que había permitido que Roma se convirtiese en una
gran potencia.
Su nuevo
ejército africano solo tenía un inconveniente: el elevado porcentaje de nuevos
reclutas que jamás habían participado en una batalla y cuya instrucción era
escasa. Pero también en esto demostró Mario una enorme agudeza militar. Cuando
sus nuevas tropas llegaron a Numidia, empezó a curtir el ánimo de los reclutas
a base de escaramuzas y pequeños ataques donde sus hombres, guiados por los
escasos veteranos de los que aún disponía, podían estrenarse en combates a
pequeña escala. En ellos los reclutas descubrieron que quienes intentaban huir
del enemigo o rehusaban combatir eran fácilmente derrotados perseguidos y
aniquilados. Por contra, la mayor probabilidad de supervivencia se daba entre
quienes combatían de frente, con valor, consiguiendo que fuese el enemigo quien
perdiera el ánimo.
Mario,
además, estimulaba el espíritu combativo de su ejército prometiendo a sus
hombres el reparto de los botines de guerra. Así, en poco tiempo, Mario
convirtió a sus reclutas novatos en soldados bien dispuestos para la batalla.
Por fin tenía bajo su mando un ejército en condiciones.
Conquista de Capsa
Cuando su
ejército estuvo en la forma requerida, Mario obtuvo algunas sonadas victorias
que causaban gran alivio en Roma. Por ejemplo, emprendió un atrevido movimiento
para conquistar la ciudad de Capsa. Situada en mitad de una zona desértica, se
la consideraba inexpugnable porque el territorio circundante no disponía de
pozos ni cultivos con los que los atacantes pudieran abastecerse de agua ni
alimentos. Tampoco resultaba factible avanzar por aquel entorno desértico con
carros de suministros. Era un caso raro de ciudad que disponía de fuentes de
agua en el interior, pero ninguna más allá de sus murallas, y que por lo tanto
se consideraba inmune a los intentos de sitio. Yugurta también estaba seguro de
que Capsa era invulnerable, tanto que guardaba allí buena parte de sus tesoros,
sin pensar que fuesen necesarias medidas extraordinarias de seguridad. Los
propios habitantes y soldados guarnicionados en Capsa consideraban tan
improbable un ataque romano que se permitían el lujo de relajar la vigilancia.
Mario, tras
estudiarlo todo y teniendo en cuenta la falta de trigo que se iba a encontrar
por el camino, ya que todo lo que se había producido lo habían trasladado por
orden del rey a lugares seguros, y además el campo estaba seco y vacío de
cosechas por aquella época (era el final del verano), se preparó con suficiente
previsión. Asignó a la caballería auxiliar la conducción de todo el ganado que
días antes había constituido parte del botín; ordenó a Aulo Manlio, su
lugarteniente, que se dirigiera con unas cohortes de infantería ligera a la
ciudad de Lares (actual Henchir Lorbeus), en donde se habían depositado las
pagas y la intendencia, aseverándose que a los pocos días llegaría él allí
realizando correrías. De este modo, manteniendo en secreto su propósito, se
encaminó al río Tanais.
Durante la
marcha se distribuyó el ganado en cantidades proporcionales entre la caballería
y la infantería, fabricándose odres con sus pellejos; a los seis días, cuando
llegaron al río, se abastecieron de agua usando una gran cantidad de odres que
se habían hecho. Allí se levantó un campamento, con ligera protección, en donde
se ordenó a los soldados que comieran y estuvieran preparados para salir con la
puesta del sol, cargándose ellos mismos y las acémilas sólo de agua, y lo imprescindible
para la batalla. Llegada la hora, las tropas abandonaron el campamento y, tras
marchar toda la noche, se detuvieron; lo mismo se hizo durante los dos días
siguientes. Al tercer día de marcha, antes del amanecer, llegaron a una
distancia de unos 3 km de Capsa, en donde se hizo un alto guardando el mayor
secreto posible. Al despuntar el día, los númidas salieron en gran número de la
plaza mientras Mario ordenó que toda la caballería, y con ella la infantería
más rápida, salieran en carrera hacia Capsa y se apoderaran de las puertas; a
continuación, él, atento y a toda velocidad, los siguió con el resto del
ejército. Sus defensores, acostumbrados a que nadie osara atravesar el desierto
para atacarles, ni siquiera concebían la posibilidad de ver aparecer a un
ejército romano.
Lo
inesperado del ataque provocó la inmediata rendición de la plaza, la cual fue
incendiada, los númidas en edad militar fueron ejecutados, todos los demás
habitantes tomados prisioneros y el botín repartido entre los soldados.
El nombre
de Cayo Mario empezó a correr de boca en boca entre los númidas, para quienes
aquella gesta imposible carecía de fundamento lógico. Según Salustio, los
númidas llegaron a atribuir poderes sobrenaturales a Mario, porque sus
tácticas, de tan novedosas, les resultaban incomprensibles. Gracias a esta
oleada de pánico, empezó a ser cada vez más frecuente que las poblaciones que
no estaban muy bien guarnecidas se rindieran ante Mario sin combatir. En Roma,
Mario era ya el héroe del momento.
Mario
prosiguió su campaña durante el invierno (107-106 a.C) capturando varias
ciudades de las que pocas le ofrecieron resistencia; la mayoría habían sido
abandonadas ante la suerte sufrida por Capsa.
Conquista del fuerte del río Malva (Moulouya)
No lejos
del río Malva, que separaba el reino de Yugurta del de Boco, había en medio de
una llanura un monte rocoso de anchura suficiente para un fortín mediano, que
alcanzaba una gran altura y con un único acceso sumamente estrecho; pues todo
el monte estaba cortado a pico de manera natural.
Mario
emprendió con sumo ímpetu la conquista de dicho lugar, porque allí estaban los
tesoros del rey. El fortín contaba con suficiente número de hombres y de armas,
gran cantidad de trigo y una fuente; el sitio era inapropiado para terraplenes,
torres y demás máquinas de guerra, el camino para sus habitantes era bastante
estrecho y con precipicios a ambos lados. Por allí se empujaban los manteletes
en vano y con enorme riesgo, pues cuando habían avanzado un poco los
inutilizaban con fuego o con piedras. Los soldados no podían estar al pie de la
obra dado lo desigual del terreno, ni manejarse entre los manteletes sin
peligro; los más osados iban cayendo o eran heridos, y el miedo de los demás
iba en aumento.
Cuando
Mario llevaba varios días dándole vueltas a si abandonaría su propósito, un
hecho fortuito llegó en su ayuda. Un soldado ligur de las cohortes auxiliares,
que había salido del campamento a traer agua, observó, no lejos del flanco del
fortín alejado de los combatientes, unos caracoles que se deslizaban entre las
piedras; poniéndose a buscar uno y otro, y luego más, con el ahínco de
cogerlos, poco a poco acabó por llegar casi a la cima del monte.
El ligur
abordó a Mario y le informó de todo lo ocurrido, sugiriéndole atacar el fuerte
por la parte por la que él había ascendido, ofreciéndose a servirle de guía.
Mario decidió enviar un reducido grupo con el ligur. De entre los trompetas y
cornetas se eligieron a los cinco más ágiles y con ellos a cuatro centuriones
para que les diesen escolta. Tras una dura ascensión, el grupo alcanzó la parte
del fuerte que estaba desatendida por los defensores. Cuando Mario recibió
noticias de que habían alcanzado su objetivo, aunque había mantenido durante
todo el día atentos al combate a los númidas, arengó a los soldados y salió él
mismo fuera de los emplazamientos de los manteletes; tras formar la tortuga,
los romanos se fueron aproximando, al tiempo que eran protegidos desde lejos
por las máquinas de asalto, los honderos y los arqueros. Los númidas, por su
parte, como antes les habían desbaratado los manteletes a los romanos muchas
veces e incluso se los habían incendiado, no se guarecían dentro de las
murallas del fortín, sino que se pasaban el día y la noche delante del muro,
lanzado improperios a los romanos y echando en cara a Mario su locura. Estando
todos atentos al combate, de repente sonaron las trompetas a la retaguardia de
los númidas.
Conquista del fuerte del río Malva.
Legionarios de Mario tomando el fuerte durante la Guerra de Yugurta
Lo que pasó
es contado por Salustio: “...al
principio, las mujeres y los niños, que se habían adelantado para ver, salieron
huyendo; luego, los que se hallaban más próximos al muro, y al final todo el
mundo, armados y desarmados. Al ocurrir esto, los romanos presionaban con más
ímpetu, los atropellaban y se limitaban a herir a la mayoría y luego pasaban
por encima de los cuerpos de los caídos, atacaban la muralla, compitiendo
ávidos de gloria, y ni a uno solo lo retardaba el botín”.
Mientras se
desarrollaban estos acontecimientos, llegó al campamento un fuerte contingente
de caballería al mando del cuestor que se había quedado en Roma para
reclutarlos en el Lacio y entre los aliados. El cuestor era un tal Lucio
Cornelio Sila.
Batalla contra númidas y mauros
Desesperado,
Yugurta prometió a Boccho un tercio de su reino a cambio de su ayuda. Númidas y
mauros unieron sus fuerzas y cayeron sobre las legiones de Mario mientras se
retiraban a sus cuarteles de invierno.
Ambos
atacaron por sorpresa al ejército de Mario, que estaba en plena marcha y no
esperaba ataque alguno porque estaba a punto de caer la noche. Atacar de manera
abierta poco antes de anochecer era algo insólito, pues en la oscuridad
resultaba imposible continuar dirigiendo una batalla. Pensando que la noche,
que ya se echaba encima, les serviría de protección si eran vencidos, y que, si
vencían, no les suponía entorpecimiento alguno, ya que conocían el terreno y
los romanos eran quienes más tenían que perder en el desorden: su ánimo se
vería afectado por el factor sorpresa y por el hecho de no poder recurrir a sus
ordenadas e infalibles tácticas. Estas, además, eran las únicas armas de las
que disponía Yugurta.
Aunque
superado en número y cogido por sorpresa, el ejército romano demostró tener una
magnifica disciplina y un mando soberbio. Fue un caótico combate que los
cronistas recordarían como algo más parecido a un sangriento tumulto callejero
que a una batalla convencional. Sin embargo, Mario y sus oficiales hicieron un
esfuerzo enorme para evitar que sus hombres se disgregasen. Finalmente, los
romanos, a medida que su ubicación lo permitía, comenzaron a formar círculos
defensivos y así, protegidos de esta manera y al mismo tiempo ordenados en un
frente, resistieron la presión del enemigo.
En medio de
esta situación desfavorable, Mario reunió un grupo de jinetes para prestar
apoyo allí donde fuera necesario. La noche se acercaba pero el empuje de los
atacantes no cedió un ápice y, conforme a las instrucciones de los reyes,
considerando que la noche les era favorable, apretaron con más ganas. Entonces,
Mario, para que su ejército tuviera un lugar de retirada, ocupó dos colinas
inmediatas entre sí, en una de las cuales, poco ancha para un campamento, había
un gran manantial, y la otra era adecuada para servirse de ella, porque,
elevada y con precipicios en gran parte, requería pocos parapetos. Ordenó a
Sila que pasase la noche junto al manantial con la caballería mientras él fue
reuniendo poco a poco a los soldados dispersos, a los cuales hizo trepar a las
elevaciones a paso ligero. Los reyes, obligados por la dificultad del lugar,
desistieron de continuar la lucha, no obstante no permitieron a sus tropas
alejarse mucho, sino que los hicieron acampar alrededor de las dos colinas,
cosa que hicieron de forma desordenada.
Yugurta y
Boco no habían conseguido las pérdidas que esperaban, pero sí consiguieron
acorralar a los romanos, que ya no podían bajar de aquella colina. Así,
pensaron que habían ganado y que Mario, como Aulo había hecho en una situación
parecida, se rendiría.
Durante la
noche los romanos asistieron con incredulidad a un curioso espectáculo:
acampados muy cerca de ellos, númidas y mauros celebraban lo que consideraban
una gran victoria, con cánticos y lo que parecía una enorme fiesta regada con
alcohol. Al propio Mario le costaba creer que Yugurta fuese tan ingenuo; quizá
se había dejado llevar por el inexperto entusiasmo de Boco, o quizá recordaba
cuando había puesto en similar situación a Aulo Postumio Albino, el cual,
viéndose sitiado, había terminado accediendo a marcharse de Numidia.
Mario,
pues, ordenó a los suyos que aguardasen en silencio, permaneciendo alerta, sin
dormir. Incluso suprimió el toque de trompeta rutinario que marcaba los cambios
de guardia, para provocar la impresión de que sus tropas continuaban en
desorden, sin recuperar la disciplina. Yugurta se tragó el anzuelo, o de lo
contrario hubiese impedido la fiesta nocturna. Cuando se acercaba el amanecer y
en el campamento de la alianza africana había terminado el jolgorio, ordenó un
súbito ataque, acompañado de todo el griterío y toque de cornetas del que
fuesen capaces sus hombres. Sila fue el primero en ser atacado con sus
escuadrones lo más juntos posible; los demás permanecieron en sus puestos
protegiéndose de los disparos. Boco atacó las últimas líneas romanas con la
infantería que había traído su hijo Voluce y que, por haberse retardado en la
marcha, no había participado en el combate anterior. Mario actuaba en primera
línea, porque allí estaba Yugurta con el grueso de sus tropas.
Despertados
de súbito y anonadados por el estruendo, los dos ejércitos enemigos apenas
tuvieron tiempo de abandonar sus campamentos ante la avalancha romana que
bajaba de la colina. Númidas y mauros huyeron en torpe desbandada sufriendo
muchas bajas.
Habiendo
conseguido una gran victoria justo cuando parecía haber sido emboscado, Mario
se dispuso a regresar a su cuartel general. Cuando Yugurta y Boco consiguieron
reorganizar lo que quedaba de sus tropas, lanzaron otro ataque sorpresa sobre
la retaguardia de Mario. Mario, en previsión de un ataque, había ordenado
marchar en formación cuadrangular (quadrato agmine incedere): Sila, en el ala
derecha, con la caballería; en la izquierda, Aulo Manlio ejercía el mando de
honderos y arqueros, además de las cohortes de ligures; los tribunos se
colocaron en la vanguardia y en la retaguardia con la infantería ligera (cum
expeditis manipulis).
Finalmente,
al cuarto día, no lejos de la ciudad de Cirta, los exploradores detectaron al
ejército númida, comprendió que el enemigo estaba cerca, Mario, incierto sobre
el modo de ordenar el frente, aguardó en el mismo sitio sin variar la formación
de marcha que llevaba, preparado para el ataque desde cualquier dirección. De
este modo se frustraron las expectativas de Yugurta, quien había distribuido
sus tropas en cuatro contingentes en la creencia de que, entre todos, algunos
de los suyos lograrían atacar la retaguardia de los romanos. Entretanto, Sila,
que fue el primero en ser atacado, formó la caballería en escuadrones lo más
juntos posible; los demás permanecieron en sus puestos protegiéndose de los
proyectiles en formación de testudo. Boco atacó las líneas posteriores romanas
con la infantería que había traído su hijo Voluce y que, por haberse retardado
en la marcha, no había participado en el combate anterior. Mario actuaba en
primera línea, porque allí estaba Yugurta con el grueso de sus tropas.
Alguien
gritó en latín que Mario había muerto, cuando los soldados oyeron esto, se
asustaron y al mismo tiempo, los atacantes cobraron ánimos y avanzaron con más
denuedo contra los sorprendidos romanos. Mario aguantó el envite y cuando
estaba al borde de que el enemigo rompiese las líneas, Sila, que regresaba de aniquilar
a aquellos con los que se había enfrentado, acometió a los enemigos de flanco,
obteniendo la victoria y los enemigos huyeron.
Cayo Mario
supuso que Boco estaría ya arrepintiéndose de la ayuda militar que había
prestado a Yugurta. Era el momento de intentar aquello en lo que Metelo había
fracasado: deshacer la alianza enemiga mediante la diplomacia. Mario envió a
sus dos principales lugartenientes, Lucio Cornelio Sila y Aulo Manlio, a una entrevista
secreta con Boco. La elección de Sila fue acertada, ya que usó de sus
habilidades sociales para ganarse a los mauritanos. La negociación empezó a
fluir. Sila, que ya había trazado cuidadosamente su plan, respondió diciendo
que la paz no era suficiente. Si Boco quería la amistad de los romanos, debía
satisfacer cierta cláusula especial: entregar a Yugurta. Este se encontró de
repente con la interesante (pero peligrosa) disyuntiva de a quién iba a
traicionar, a su suegro Yugurta o a Sila, un enviado romano respaldado por todo
el poder de Roma.
Invito a
ambos a una amistosa reunión, a la que los dos acudieron con poco entusiasmo,
ya que ambos sabían que podían ser traicionados en cualquier momento. El
encuentro comenzó con Yugurta y Sila esperando a que el rey Boccho diera una
señal a sus soldados para que salieran de su escondite y apresaran al elegido.
Al final, la señal llego, los soldados de Boccho salieron de su escondite y
dieron muerte a los acompañantes del elegido para ser traicionado. El elegido
había sido Yugurta, que fue apresado y entregado al triunfante Sila.
La captura
de Yugurta puso fin a las guerras númidas. Como recompensa por haber escogido
el bando correcto, Boccho recibió una buena de Numidia, mientras que el resto
se adjudicó a otro de los numerosos descendientes de Masinissa. Los hijos de
Yugurta fueron perdonados, aunque tuvieron que marchar a al exilio a la ciudad
italiana de Venusia.
En el 104
a.C, Yugurta regresó a Roma, pero esta vez lo hizo para ser paseado
cargado de cadenas por las calles de Roma, participando en el desfile
triunfal de Cayo Mario por su victoria en Numidia.
Tras
finalizar los actos de celebración, fue enviado a la cárcel, donde fue
despojado de sus ropas, afeitado y lo introdujeron en la fosa Tuliana que era
la mazmorra más temible de Roma (anteriormente, había servido como cisterna),
la única entrada se encontraba en un trampilla en el techo.
En aquella
mazmorra permaneció Yugurta un par de días, mientras se celebraba un espléndido
banquete en honor de Cayo Mario. Cuando el banquete terminó, llegaron los
verdugos y lo estrangularon.
Final del reino de Numidia
Juba I (85 -46 a.C)
Tras
Yugurta, el reino de Numidia fue confiado a reyes que eran dóciles vasallos de
Roma. Uno de ellos, Juba, que subió al poder con el apoyo de Pompeyo, tomó
parte junto este contra Cesar en la batalla de Farsalia. Apoyó a los refugiados
pompeyanos en África y se unió a ellos. Fue derrotado en la batalla de
Tapso (Thapsus) en el 49 a.C, en la que aportó una fuerza compuesta por
una caballería regular de más de 2.000 jinetes, cuyos caballos estaban
provistos de frenos y bocado, una caballería ligera, cuatro legiones equipadas
a la romana, una infantería ligera, además de contingentes reclutados entre las
distintas tribus y dirigidos por sus propios jefes y la presencia de unos 60
elefantes y camellos. Tuvo que dividir sus fuerzas debido a la invasión del
oeste de Numidia por el rey de Mauritania Boccho II, aliado de César, que
consiguió tomar Cirta, la capital númida. Se suicidó tras la derrota para
evitar caer en las manos de César, que anexionó su reino al Imperio Romano.
Juba II (52 a.C-23 d.C)
Era hijo
de Juba I nació en torno al año 52 a.C, y fue llevado a Roma con sólo cinco
años para tomar parte el desfile triunfal por la batalla de Tapso en el 46 a.C.
Fue educado como un romano recibiendo educación en latín y griego. Llegó a
obtener la ciudadanía romana, llegando a ser un importante ciudadano en Roma,
obteniendo el favor tanto de Julio César como de Octavio Augusto con quién
lucho en la batalla de Accio en el 31 a.C y otras campañas.
En el año
29 a.C, fue restituido como rey númida por Augusto, por lo que Numidia pasó a
ser un aliado fiel de Roma. Se casó entonces con Cleopatra Selene hija de Marco
Antonio y Cleopatra VII, recibió una gran dote de Augusto.
Debido a su
romanización, Juba II encontró una fuerte oposición en los ciudadanos númidas,
con importantes revueltas civiles. Esto fue lo que provocó que en el año 27 a.C,
los reyes númidas se trasladasen a Mauritania, donde también reinaron.
Ayudó a
Roma en las campañas norteafricanas conducidas por L. Sempronio Atratino el
22-21 a.C, y por L. Cornelio Balbo el 21-20 d.C, esta última acaecida tal vez
en el territorio de la Getulia cedida a Juba, ha sido entendido como signo de
su debilidad y fracaso. Juba no habría sabido mantener el control de la zona
que Augusto le había encomendado, vital para preservar la provincia de África
de las virulentas tribus gétulas, hecho que posiblemente había originado la
donación del reino a Juba. Cuando a este monarca se le encomendó la Mauritania
debía atender en el aspecto militar los cometidos de cualquier rey socio y
aliado del momento: mantener la paz en su reino y resguardar sus fronteras.
Dión Casio
indica que los gétulos irritados contra Juba y viendo al mismo tiempo también
como indigno ser gobernados por los romanos, se sublevaron contra su rey,
asolaron los países vecinos y mataron a un gran número de romanos enviados
contra ellos. Su poder creció hasta tal punto, que su derrota le valió a
Cornelio Coso el triunfo y el sobrenombre “gaetulicus”. Floro, por su parte,
cita el éxito de Coso Cornelio Léntulo en el 6 DC contra los musulamios y los
gétulos vecinos de las Sirtes, que habían invadido el territorio de África y
según parece, habían amenazado Leptis Magna. Y por último, Orosio transmite que
Coso acantonó a los musulamios y gétulos en un territorio delimitado y los
mantuvo fuera de las fronteras romanas. Se desconoce cómo llevó a cabo su
campaña el general romano o qué estrategia se siguió para sofocar tal rebelión.
En
Mauritania, Juba II estuvo muy influido por su esposa en temas de gobierno, y
gracias a ella fomentó las artes escénicas y el conocimiento de la historia.
Pero sobretodo fomentaron el comercio marítimo, convirtiéndose así el país en
un importante referente comercial en el Mediterráneo. Escribió varios tratados
y exploró las Islas Canarias.
En el año
19 d.C. Juba II nombró a su hijo Ptolomeo regente de Mauritania. Y cuatro años
después en el año 23, moría.
Ptolomeo (23-40)
En el año
24, Ptolomeo ayudó decisivamente al gobernador de la provincia romana de
África, Publio Dolabela, puso fin a una larga guerra con las tribus locales
(dirigidas por los númidas de Tacfarinas y los garamantes) que asolaba África
en contra de Roma desde el año 17. Aunque los rebeldes fueron finalmente
derrotados, ambas partes sufrieron un gravoso número de pérdidas, tanto en
caballería como en infantería.
El Senado
Romano, reconociendo la leal conducta del rey mauritano, le otorgó un cetro de
marfil, una túnica triunfal bordada y le saludaron como rey, aliado y amigo.
Estas muestras de reconocimiento eran una antigua tradición romana que fue
revivida por el Senado (Tácito, Anales, libro IV).
Ptolomeo
tomó por esposa a Julia Urania, una mujer siria perteneciente probablemente a
la familia real de Emesa. Su única hija conocida llamada como su hermana
Drusila, nació entre los años 37 y 39 y fue la primera esposa que tuvo el
gobernador de Judea Marco Antonio Félix. Pronto se divorciaron y Drusila se
casó en el 56 con Sohaemo (Sohaemus), pariente lejano por parte de madre y
rey-sacerdote de la ciudad de Emesa desde 54 hasta su muerte en 73. Tuvieron un
único hijo, Cayo Julio Aexio, que sucedió a su padre como rey y sumo-sacerdote
del dios El-Gabal. La reina Zenobia de Palmira decía descender de él.
En el año
40, el emperador Calígula invitó a Ptolomeo a visitar Roma. Le recibió con los
honores apropiados. Según Suetonio (en Vidas de los doce césares), en una
ocasión en la que Ptolomeo acudió al anfiteatro durante un espectáculo de
gladiadores, vestía una capa púrpura que atrajo la admiración del público.
Celoso, Calígula ordenó su ejecución. Tras su muerte, Calígula se anexionó el
reino. Más allá de las razones anecdóticas apuntadas por Suetonio, algunos
autores han explicado el asesinato de Ptolomeo y anexión de su reino a una
respuesta romana a la existencia de problemas internos en el reino y como un
medio de garantizar la seguridad del país y de las provincias limítrofes. Sin
embargo, otros autores han negado tales problemas, afirmando simplemente que en
época de Calígula habían desaparecido los impedimentos para la anexión que
existían en la época de Augusto, cuando cedió Mauritania a Juba II, que era el
de poner en peligro a otras partes del imperio.
Tras
sofocar una revuelta liderada por Aedemos, liberto de Ptolomeo, el reino fue
organizado definitivamente por Claudio en dos provincias: Mauritania Tingitana
y Mauritania Cesariense.
Los númidas
siguieron alistándose como jinetes auxiliares del ejército romano.
Rebelión de Tacfarinas (15 – 24)
El nombre
de Tacfarinas viene del bereber Tiqfarin latinizado, pertenecía a la tribu de
los musulamios, calificados por Tácito como pueblo poderoso, situados junto a
los desiertos del África y que por entonces no habitaba todavía en ciudades,
durante el reinado del emperador Tiberio se alzaron en armas y arrastraron a la
guerra a sus vecinos los mauros, dirigidos por Mazippa, que con sus tropas
ligeras llevó a todas partes el incendio, la muerte y el terror.
Por las
escasas fuentes clásicas que abordan su rebelión,
principalmente Tácito en sus Anales, se deduce que Tacfarinas no
procedía de familia noble o acaudalada. Como muchos otros
jóvenes musulamios, acabó enrolándose como jinete auxilia de
las legiones. En el 15 desertó, quizá fue por una decisión impulsiva ante
alguna injusticia, o quizá porque su plan de insurgencia estaba ya maduro.
Empezó la sublevación y algunos sus paisanos musulamios le dieron pleno apoyo,
creando con su experiencia de combate organizó una banda de salteadores
profesionales que comenzó a hostigar los intereses de Roma en la
región. También se unieron los cinitios (cinithii), nación nada desdeñable
contando además con el apoyo de los garamantes, que actuaron como receptores
del botín.
Otro
caudillo local, el mauro Mazippa, juntó fuerzas con él, pues éste jefe
tribal mantenía su disputa personal con el rey Juba II, regente de aquel
reino cliente. Mientras Tacfarinas organizó a su infantería al estilo romano,
Mazippa se encargó de crear un cuerpo de caballería formidable con el que dar
cobertura a su colega y mil quebraderos de cabeza al procónsul de África.
Los
enfrentamientos se prolongaron a lo largo de siete años y se resolvieron con
cuatro campañas que los generales romanos dirigieron como respuesta a las ofensivas
de Tacfarinas.
Primera campaña Marco Furio Camilo
El
gobernador de la zona Marco Furio Camilo, harto de las airadas protestas
de los latifundistas cuyos campos eran saqueados en las recurrentes razias de
Mazippa, movilizó en la primavera del 17 a la legión III Augusta y
sus cuerpos auxiliares dispuesto a presentar batalla al númida rebelde.
Ambos
ejércitos se encontraron en la llanura entre Haidra (donde se encontraba el
campamento principal de la legión III) y los montes Aures.
Furio
Camilo desplegó sus tropas como de costumbre, con la legión III en el centro,
con los auxiliares íberos y tracios en los flancos, la caballería ligera númida
enviada como refuerzo por Juba II y la caballería romana en las alas. En total
disponía de unos 10.000 hombres.
Tacfarinas,
que disponía de 20.000 guerreros, envió a su caballería para tratar de envolver
ambos flancos romanos, que empezaron a ceder ante la presión.
Pero en el
centro, los legionarios de la III Legión causaban estragos entre la pobremente
protegida infantería ligera de Tacfarinas. Varios intentos de la caballería
númida por romper el muro de escudos de los legionarios fracasaron. Y la
guardia personal de Tacfarinas, entrenada y armada al modo legionario, no era
suficiente para romper la línea romana.
Tacfarinas
se vio obligado a retirarse con sus tropas, dejando a Furio Camilo como
vencedor.
Cuando el
emperador Tiberio recibió las noticias de la victoria de Furio Camilo, estaba
tan contento que le concedió la insignia triumphalia, un alto premio, pero
inferior al triunfo, que en aquella época solo se concedía a los miembros de la
familia Julia-Claudia, la familia del emperador Tiberio.
Aparentemente,
Tiberio estaba muy contento con la victoria, pero tampoco quería que nadie le
hiciera sombra o amenazara su poder. Según Tácito, “era la primera vez en
siglos que algún miembro de la familia Furii conseguía fama militar”, y Tiberio
no quería que Furio consiguiese otra.
Así que
decidió apartar a Furio Camilo de la vida pública, consiguiendo que el senado
le nombrara frates arvales, sacerdote de una cofradía dedicada al culto de
diosas de la fertilidad (Lares, Flora, Dea, etc).
Este culto
había sido muy importante en los primeros siglos de Roma, aunque había perdido
bastante importancia durante la época republicana, para volver a ser reactivado
por el emperador Augusto, que lo había convertido en una cofradía religiosa
reservada para los grandes aristócratas y miembros de la familia del emperador.
Pero los
problemas en África no habían terminado. Al poco tiempo volvieron a sufrir las
incursiones de las tropas de Tacfarinas.
Segunda campaña: Lucio Apronio
Poco
después de que Camilo celebrase su victoria, Tacfarinas volvió a la carga,
continuando con su estrategia de guerrillas, tan típica en tierras africanas e
hispanas. Las protestas continuaron y el siguiente procónsul para el
18, Lucio Apronio, se vio forzado a reemprender la campaña contra los
insurgentes.
Jinetes bereberes sobre dromedarios, los
romanos con su caballería eran incapaces de seguirlos cuando se internaban en
el desierto
Primera campaña Marco Furio Camilo
El
gobernador de la zona Marco Furio Camilo, harto de las airadas protestas
de los latifundistas cuyos campos eran saqueados en las recurrentes razias de
Mazippa, movilizó en la primavera del 17 a la legión III Augusta y
sus cuerpos auxiliares dispuesto a presentar batalla al númida rebelde.
Ambos
ejércitos se encontraron en la llanura entre Haidra (donde se encontraba el
campamento principal de la legión III) y los montes Aures.
Furio
Camilo desplegó sus tropas como de costumbre, con la legión III en el centro,
con los auxiliares íberos y tracios en los flancos, la caballería ligera númida
enviada como refuerzo por Juba II y la caballería romana en las alas. En total
disponía de unos 10.000 hombres.
Tacfarinas,
que disponía de 20.000 guerreros, envió a su caballería para tratar de envolver
ambos flancos romanos, que empezaron a ceder ante la presión.
Y la
guardia personal de Tacfarinas, entrenada y armada al modo legionario, no era
suficiente para romper la línea romana.
Tacfarinas
se vio obligado a retirarse con sus tropas, dejando a Furio Camilo como
vencedor.
Cuando el
emperador Tiberio recibió las noticias de la victoria de Furio Camilo, estaba
tan contento que le concedió la insignia triumphalia, un alto premio, pero
inferior al triunfo, que en aquella época solo se concedía a los miembros de la
familia Julia-Claudia, la familia del emperador Tiberio.
Aparentemente,
Tiberio estaba muy contento con la victoria, pero tampoco quería que nadie le
hiciera sombra o amenazara su poder. Según Tácito, “era la primera vez en
siglos que algún miembro de la familia Furii conseguía fama militar”, y Tiberio
no quería que Furio consiguiese otra.
Así que
decidió apartar a Furio Camilo de la vida pública, consiguiendo que el senado
le nombrara frates arvales, sacerdote de una cofradía dedicada al culto de
diosas de la fertilidad (Lares, Flora, Dea, etc).
Este culto
había sido muy importante en los primeros siglos de Roma, aunque había perdido
bastante importancia durante la época republicana, para volver a ser reactivado
por el emperador Augusto, que lo había convertido en una cofradía religiosa
reservada para los grandes aristócratas y miembros de la familia del emperador.
Pero los
problemas en África no habían terminado. Al poco tiempo volvieron a sufrir las
incursiones de las tropas de Tacfarinas.
Segunda campaña: Lucio Apronio
Poco
después de que Camilo celebrase su victoria, Tacfarinas volvió a la carga,
continuando con su estrategia de guerrillas, tan típica en tierras africanas e
hispanas. Las protestas continuaron y el siguiente procónsul para el
18, Lucio Apronio, se vio forzado a reemprender la campaña contra los
insurgentes.
Jinetes bereberes sobre dromedarios, los
romanos con su caballería eran incapaces de seguirlos cuando se internaban en
el desierto
Tacfarinas
se envalentonó tras realizar varias incursiones relámpago con mucho éxito,
tanto como para poner sitio a un campamento junto al
río Pagyda en el que una cohorte de la legión III Augusta permanecía
fortificada. Un centurión llamado Decrio era el primus
pilus estaba al mando de aquel contingente y, según nos lega Tácito, “consideró
vergonzoso que los legionarios romanos se sintiesen asediados por una chusma de
desertores y vagos”. Decrio dirigió una salida dispuesto a romper el cerco,
acción que fracasó debido a la superioridad numérica de los númidas. El
valiente centurión, herido de flecha en un ojo y varias partes más de su
cuerpo, les ordenó a gritos a sus hombres seguir avanzando, pero aquellos,
atemorizados por la fiereza de los indígenas, le dejaron morir solo y se
retiraron al resguardo de los muros de su campamento.
Tacfarinas,
apremiado por la llegada de Apronio y los refuerzos, levantó el cerco, pero el
procónsul, cuando liberó el campamento y supo de la conducta ignominiosa y
cobarde de aquella cohorte, ordenó que se aplicase el peor castigo
disciplinario del ejército romano: la decomatio. Uno de cada diez
hombres murió apaleado por sus propios compañeros.
El
escarmiento del río Pagyda resultó un estímulo implacable para las tropas
romanas. Poco después, la III Augusta se enfrentó a Tacfarinas
en Thala (Túnez, el mismo lugar donde fue vencido 120 años atrás
Yugurta), siendo derrotando de nuevo al enfrentarse en campo abierto.
Esta victoria romana le hizo comprender a Tacfarinas que no debía enfrentarse a
los romanos en una batalla convencional, obligándole a seguir con la guerra de
guerrillas.
Para mayor
cúmulo de desgracias, durante su repliegue hacia la costa fue sorprendido por
un destacamento mandando por el hijo del procónsul, L. Apronio Cesanio,
escaramuza de la consiguió escapar y refugiarse en los Montes Aurès, pero
a costa de perder todo el botín de guerra que había amasado tras tres años de
correrías. Apronio padre lo exhibió por las calles de Roma en el triunfo que el
Senado le concedió por semejante hazaña r las calles de Roma en el triunfo
que el Senado le concedió por semejante hazaña, y la obtención del
septemviratus epulonum para su hijo L. Apronio Caesiano, por haber hecho
retroceder a los númidas hacia el desierto.
Tercera campaña: Quinto Junio Bleso
Poco
después de dicho triunfo, Tacfarinas envió un embajador a Roma, dispuesto a
entrevistarse con el mismísimo Tiberio y reclamarle tierras para él y los
suyos dentro de la provincia a cambio de un armisticio total. La misiva, más
que una oferta de paz, era un chantaje, pues Tacfarinas advertía al emperador
de que, de no aceptar, mantendría sus hostilidades de forma permanente en
una guerra sin fin contra Roma. La oferta del númida era seria, pero Tiberio
estalló en cólera cuando la escuchó. Tácito recoge en sus Anales que el
emperador, dijo: “Ni siquiera Espartaco se atrevió a enviar mensajeros”.
En el año
21, el emperador Tiberio escribió una carta al senado, en la que exigía a este
que eligiera sin más tardanza a un nuevo gobernador, experimentado y en buena
forma física para hacer frente a Tacfarinas. Tiberio insinuó al senado que
tenía que elegir entre dos nombres: Marco Emilio Lepido y Quinto Junio Bleso.
Marco
Emilio Lepido no tenía el menor interés en marchar al norte de África, asi que
comenzó a poner excusas para no ser elegido por el senado: tenía mala salud,
hijos de corta edad y varias hijas casaderas, etc.
El otro
candidato a gobernador, Quinto Junio Bleso, era tío de Lucio Aelio Sejano, el
influyente prefecto de la guardia pretoriana del emperador Tiberio, era la
”siniestra” mano diestra de Tiberio, un veterano de las legiones con
experiencia en gobernar provincias conflictivas como Panonia.
Además de
la legión III Augusta instalada en África, Bleso se llevó consigo la IX
Hispana y la XV Cohors Voluntariorum desde el limes del Danubio.
Entre las dos legiones, la cohorte y sus auxilia, Bleso reunió cerca de 20.000
hombres en su aventura africana. Su primera disposición fue sencilla: el perdón
indiscriminado para quien desertara de la revuelta, excepto
para Tacfarinas.
Jinete númida. Autor Hocine Ziani,
artista argelino, Museo Central del ejército en Argelia.
El
nuevo procónsul, contaba con el doble de efectivos que sus dos
antecesores, cambió de estrategia. No buscó un combate campal en el que vencer
para exterminar a los rebeldes, sino que partió sus fuerzas en tres columnas:
una sería liderada por Publio Cornelio Lentulo Escipion, que mandaba la IX
legión Hispana; la segunda mandada por el hijo del procónsul Bleso, que mandaba
la III Legión Augusta; la tarea de la IX Hispana era conservar a toda costa los
dominios romanos en las cercanías de Leptis Magna, en Tripolitania, la parte
este de África proconsular. Una ciudad muy rica, sobre todo gracias a la
exportación de aceite de oliva, que ya había sido atacada por Tacfarinas en
varias ocasiones.
Bleso
dividió las tropas en pequeños destacamentos al mando de comandantes con
probada experiencia en la guerra en el desierto, y ordenó que ocuparan puestos
claves en las montañas, como los accesos a las fuentes de agua. Comenzó la
construcción de una cadena de fortificaciones desde el oeste de Ammadara hasta
los montes Aures, comunicadas por constantes patrullas de caballería, para
tratar de retener a los jinetes númidas en el desierto y evitar que se
acercaran a la costa. Los pueblos y granjas que habían prestado algún tipo de
ayuda a Tacfarinas y los suyos eran quemados hasta los cimientos, y sus
habitantes eran masacrados o convertidos a la esclavitud.
La
estrategia romana funcionó a la perfección, y a principios del año 22 la tribu
de los musulamios estaba prácticamente sometida al poder de Roma. Solo
quedaba un pequeño grupo de númidas que acompañaban a Tacfarinas en su huida,
el hermano de Tacfarinas fue apresado. Inexplicablemente, Bleso puso fin a las
operaciones de búsqueda de Tacfarinas. Consciente de que su mandato como
procónsul terminaría en primavera, Bleso se retiró a Cartago y comenzó los
preparativos para ceder el cargo a su sucesor.
Después de
retirar sus tropas durante el invierno, Bleso volvió a Roma en la primavera del
23 y tuvo su triunfo, el último otorgado a alguien no perteneciente a la
familia imperial; Tiberio quedó satisfecho pero, de nuevo, el problema quedó de
nuevo sin resolver.
Cuarta campaña: Poblio Cornelio Dolabela
El
nuevo procónsul del 24, Publio Cornelio Dolabela, se encontró con la
triste realidad. Tacfarinas seguía pululando por el vasto territorio fronterizo
que se extendía en el límite sur de la provincia, arropado por un ejército de
disidentes, y los saqueos y correrías se seguían produciendo con absoluta
impunidad. Tiberio y Bleso habían pecado de optimistas y no se habían detenido
a pensar que la gran fuerza del líder rebelde residía en la inmensidad del
desierto y sus correosos moradores. No sólo contaba entre sus filas a los
prófugos libios, númidas o africanos, sino también colaboraban con él grupos de
getulos y garamantes del árido sur, hasta los mauros descontentos con el rey
Ptolomeo, hijo de Juba II, se pasaron a la causa númida. Atacaban y
desaparecían en las arenas antes de que las guarniciones romanas pudiesen
reaccionar. Las cohortes todavía no usaban camellos en aquella época y
adentrarse en el inhóspito interior de Libia suponía una aventura fuera del
alcance de un procónsul, por muy intrépido que fuese. Para mayor impulso
de la revuelta, la salida de la IX Hispana de África fue usada como propaganda
por los númidas para sumar efectivos, argumentando que los graves problemas del
Imperio en el lejano norte les obligaban a sacar sus tropas de África. Había
llegado el momento de liberar Numidia del yugo romano.
La capital
de los garamantes, en el oasis de Garama (actual Jerma) se convirtió en una
base de aprovisionamiento y un refugio seguro para los guerreros de Tacfarinas.
Toda
esta coyuntura hizo que Tacfarinas se entusiasmara mucho más y
pusiese sitio a la plaza de Thubuscum (Khamisa, Argelia), pero la
rápida intervención de Dolabela desarticuló el asedio, provocando una nueva
derrota indígena ante la disciplinada infantería legionaria. El procónsul, más
hábil que sus antecesores, no admitió la victoria hasta capturar al líder rebelde
y emprendió su persecución. Valiéndose del apoyo de su aliado Ptolomeo, en
cuyo territorio se había refugiado el númida, montó cuatro comunas bien
nutridas de jinetes mauros cedidos por éste y peinó el sur de la provincia
valle a valle. Un informador local avisó al procónsul de que Tacfarinas se
encontraba escondido en las ruinas de un lugar llamado Auzea (Sour
el-Ghozlane, Argelia). La zona era boscosa y ondulada, ideal para
acercarse sin ser visto con una pequeña expedición. Así lo hizo Dolabela. Llegó
hasta allí, esperó toda la noche en silencio y, antes de que rompiera el alba,
los confiados númidas se despertaron de súbito con las bocinas y los gritos de
la legión. Los hombres de la III Augusta no tuvieron misericordia, mataron a
todos los hombres que aún estaban medio dormidos. Las órdenes eran capturarle,
le acorralaron cayendo sus guardaespaldas, después su hijo y, al final, solo y
aislado se ensartó en la espadas de los legionarios que pretendían apresarle.
Dolabela,
el verdadero vencedor del insurgente númida, reclamó su triunfo al Senado, pero
su proposición fue desestimada por orden de Tiberio. Tácito intuyó la alargada
sombra de Sejano tras aquella injusta decisión, pues si hubo alguien merecedor
del triunfo sobre Tacfarinas, ese era Dolabela, aunque ello hubiese supuesto la
vergüenza de Bleso, y peor aún, del propio Tiberio.
La ayuda de
Ptolomeo no fue olvidada. Una delegación del senado romano viajo para visitar
al joven rey mauritano, llevándole valiosos regalos y proclamándole amigo leal
de Roma.
Los
garamantes, por temor a que su propio apoyo a Tacfarinas pudiera traer
represalias de los romanos, enviaron una embajada a Roma para demostrar su
lealtad.
Próximo Capítulo: Guerra de las Galias
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