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miércoles, 17 de septiembre de 2025

Capítulo 112, San Martín de Frómista.

 

Tiene el Camino de Santiago en la provincia de Palencia todo aquello que precisa, porque es el camino por excelencia. Un recorrido para las sensaciones.
El Camino de Santiago es la vía medieval de difusión del románico. No es extraño que en esta ruta encontremos algunos de los monumentos palentinos más sobresalientes y aún de todo el románico español.
Aquí veremos un arte con mayúsculas, de elegantes proporciones y una riqueza y finura escultórica difícil de igualar.
Tenemos que tener en cuenta que en estas iglesias trabajaron muchos de los mejores talleres de la Edad Media románica, y que este arte sirvió de canon o modelo irrepetible para otros artesanos menos cualificados que fueron trasvasando este arte al entorno rural.
He elegido en esta ruta la sin igual iglesia de San Martín de Frómista y las iglesias de Santa María, Santiago y San Zoilo de Carrión de los Condes, además de Santa María la Blanca de Villalcázar de Sirga. 

Frómista
La población de Frómista, perteneciente al partido judicial de Carrión de los Condes, dista 32 km al norte de Palencia siguiendo la carretera que desde esta capital conduce a Santander. Se ubica en una amplia llanura a una altura de entre 750-800 m próxima al canal de Castilla. La iglesia de San Martín se sitúa al suroeste de la población, en las proximidades del arranque de la carretera Frómista-Carrión de los Condes.
Llamada anteriormente Frómista del Camino, se ha apuntado su derivación del término latino frumentum (trigo). El monasterio fue fundado por doña Mayor, viuda de Sancho III Garcés por cuyo testamento, fechado en 1066, sabemos que en esa fecha se estaba construyendo (in hoc monasterio Sancti Martini, quem pro amore Dei et Sanctorum eius et purificatione peccatorum meorum edificare cepi circa Fromesta). Asimismo, se hacía puntual referencia a una iglesia ya existente (...illam populationem quam ego populaui circa ipsam ecclesiam). Conminando a sus sucesores a que velaran por él, a partir de entonces y al igual que el cercano de San Salvador de Nogal, cuya fundadora –la condesa Elvira– confirmaba las últimas voluntades de doña Mayor, el monasterio de Frómista formó parte del patrimonio regio. Desde su misma fundación y hasta 1453 en que fue destruido por un incendio, pervivió un hospital. Es evidente que el privilegiado enclave de la población, encrucijada de caminos y situada en pleno eje socioeconómico del reino castellano-leonés, favoreció la gran prosperidad del establecimiento monástico. Lamentablemente no contamos con más información hasta 1118, fecha en la que fue donado por la reina Urraca al vecino priorato cluniacense de San Zoilo de Carrión de los Condes, seguramente en pago por el apoyo recibido durante los desórdenes civiles que surgieron tras la desaparición de Alfonso VI (†1109). De este modo perdía su tradicional autonomía quedando sujeto a los designios del prior de Carrión.
El silencio documental persiste en las décadas siguientes rompiéndose en 1185. En este año Arderico, obispo de Palencia (1184-1207), intervenía a favor del entonces prior de San Zoilo, Humberto, en un pleito surgido en la población de Frómista a propósito de la reivindicación, por parte de los clérigos y los laicos, de los diezmos de las iglesias en perjuicio del subpriorato de San Martín. Aunque la sentencia quedaba definitivamente resuelta en enero del año siguiente ante el monarca Alfonso VIII, este acontecimiento anunciaba la tónica general que marcaría los destinos de la propiedad.
Durante el siglo XIII la enorme crisis que asolaba al conjunto de la orden cluniacense siguió su imparable curso. En 1220 el priorato de San Zoilo se reorganizaba administrativamente tras un período sin duda caótico y hacía valer sus reivindicaciones jurisdiccionales sobre diversas posesiones. Ya en ese momento, en el subpriorato de Frómista la comunidad de monjes había desaparecido y la iglesia se encontraba regida por dos presbíteros. Tras el informe de los visitadores llegados de Cluny en 1276, Gérard de Saint-Orens y Arnold de Lézer, el capítulo general de la orden exigía al priorato de Carrión el nombramiento de prior en San Martín y la reparación de los edificios destruidos. A fines de este mismo siglo la población de Frómista contaba ya con tres barrios perfectamente configurados y cerrados por su respectivo encintado mural: Santa María, al este, San Pedro, al noroeste y San Martín, al suroeste, surgido en torno al priorato y a él sometido. Este núcleo poblacional sufriría en fechas sucesivas las injerencias del poder local, a lo que contribuía sin duda la laxitud gubernamental del propio San Zoilo de Carrión. Efectivamente, el frecuente vacío de poder y las precariedades económicas hicieron que en 1291 el abadengo sobre el barrio fuera encomendado al poder señorial en la persona de doña Juana Gómez de Manzanedo. No mucho después los derechos fueron arrendados durante diez años (1325-1335) y posteriormente durante siete. Esto provocó una nueva reacción del capítulo general que delegó en los priores de Nájera y Ciudad Rodrigo la revisión del caso. La situación llevó a que en 1338 sólo tres clérigos sirvieran en el antiguo subpriorato. A pesar de diversas tentativas de recuperar el control, su progresiva pérdida de influencia sería imparable. A fines del XIV la entrega en encomienda del barrio a los señores de la población era ya una costumbre establecida.
Sólo noticias muy aisladas permiten nuestra aproximación al templo. En 1382 Fernando Sánchez de Tovar, “almirante mayor de la mar” y señor de Frómista hacía testamento dejando 20.000 maravedís y unos ornamentos a la iglesia de San Martín claudicando de sus pretendidos derechos sobre el barrio anejo. Cinco años después, en 1387, doña María, vecina de San Martín testaba a favor de la pequeña iglesia mandando ser enterrada en su interior; en 1399 otra vecina manifestaba idénticos deseos. Es fácil que en esta época se procediese a la realización de una capilla gótica –quizá funeraria–, junto al brazo septentrional del templo, de cuyo acceso queda en la actualidad una puerta cegada.
Las intromisiones sobre los derechos de San Zoilo en el barrio de San Martín concluyeron en 1427 con la venta, por parte del prior Pedro Pérez de Belorado, de la jurisdicción al señor de la villa, Gómez de Benavides, con excepción de la iglesia subprioral. Sólo unos años después, en 1437, el propio Gómez de Benavides y doña María Manrique fundaron en la propia villa el monasterio de Santa María, llamado de Nuestra Señora de la Misericordia, uniéndolo a la Congregación benedictina de Valladolid. Frómista retomaba así una tradición monástica desaparecida desde hacía dos siglos. En 1531 la propia iglesia de San Martín se integraba junto con el priorato de San Zoilo a la Congregación vallisoletana.
En época moderna el templo de San Martín, al que ya se denominaba San Martín del Milagro, se hizo célebre por la conservación en un relicario de la capilla mayor de una Sagrada Forma pegada a una patena. Quadrado señalaba que frente a una de sus puertas se mostraba el sepulcro del penitente al que se hubo de absolver de sus pecados, a fin de poder administrarle esta milagrosa comunión que se resistió a desprenderse un 25 de noviembre de 1453. Sin embargo, la honda impresión que causó a Morales su contemplación a mediados del siglo XVI, era de puro escepticismo para un ilustrado como Jovellanos a fines del XVIII. A mediados del siglo pasado todavía se mostraba, quedando en la actualidad únicamente la patena. Durante el proceso de restauración del templo, a comienzos del presente siglo se perdió el resto de una inscripción moderna, grabada sobre las dovelas del arco triunfal del ábside mayor y que conocemos gracias a Jovellanos: ...ESTA CAPILLA DEL MILAGRO EL VIZCONDE DON JUAN VIVERO, FIJO DE LUIS PEREA DE VI(vero)...
A fines del siglo XV Frómista alcanzó un enorme desarrollo. Sabemos que en 1484 sólo el barrio de San Martín contaba con doscientos vecinos. La expulsión de los judíos en 1492 repercutió de forma considerable, tanto a nivel demográfico como económico, ya que la aljama de Frómista era una de las más importantes de la provincia. Ya en el siglo XVI, la dinastía de los Benavides, aún instalada en el poder señorial de la villa, obtuvo de Felipe II la dignidad del marquesado (1559). A mediados del siglo XVIII el control de los señores sobre la población había desaparecido. En esas fechas el marqués de Frómista se veía obligado a entregar los diezmos del barrio de San Martín a la realeza. Con la desamortización de 1835 la pequeña iglesia entró rápidamente en un estado de preocupante degradación que obligó a su cierre, situación que se mantendría hasta la última década del siglo XIX.

Iglesia de San Martín
No fue sino a fines del siglo XIX cuando se procedió a la valoración de este edificio, hasta entonces sumido en la más absoluta indiferencia.
Cerrado al culto desde 1874 a causa de su estado ruinoso, ya en 1850 Pascual Madoz se había hecho eco de la lamentable situación de sus bóvedas.
Ya Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España, Volumen VIII (1847), se refiere a las iglesias de Frómista diciendo: «La de san Martín que fue priorato y antes monasterio de Benedictinos, consta asimismo de 3 naves de arquitectura menos elegante que las otras, pero más antigua y costosa; sus altares carecen de todo mérito, y las bóvedas se hallan en estado ruinoso ...». Tal era así que en 1874 hubo que suspender el culto y cerrar la iglesia porque no ofrecía garantías. A partir de aquí fueron muchos los escritos que se cursaron por parte de los responsables del templo hacia el obispo de Palencia y autoridades competentes solicitando medidas urgentes de mantenimiento.
En 1894, en el informe emitido por la Comisión de Monumentos de Palencia en solicitud de declaración de Monumento Nacional al que se ha hecho mención más arriba se puede leer: «Sobre él (el crucero) se levanta la cúpula de idéntica estructura que el grupo absidal, aunque por desgracia, abatida y maltrecha por un segundo cuerpo que sirve de torre ... Honda pena produce esta atrevida profanación que, sobre romper la uniformidad del monumento, ha quebrantado su solidez, produciendo el desplome de la pared del mediodía, correspondiente a la nave del Evangelio, el agrietamiento de la cúpula y de una de las pechinas y la fractura de la bóveda central en la extensión correspondiente a dos pilares». Un año más tarde, en 1895, publica Simón Nieto «Los Antiguos Campos Góticos» y dedica al templo de san Martín este comentario: «Una torre levantada en el siglo XV sobre el crucero ha determinado la ruina del templo, cerrado al culto hace veinte años, la fractura de la bóveda central de arcos fajones y la desviación de uno de sus pilares; pero las naves laterales resisten todavía...».
Por fin, el 13 de noviembre de 1894 es declarado el templo Monumento Histórico-Artístico. Inmediatamente se encomiendan a Manuel Aníbal Álvarez Amoroso, por entonces catedrático de Proyectos en la Escuela de Arquitectura de Madrid, los estudios técnicos y propuestas pertinentes para salvar su maltrecha fábrica. El arquitecto realizó dos visitas a Frómista para la inspección, toma de datos y valoración de las acciones a poner en ejecución: la primera el 28 de febrero de 1895, y la segunda el 14 de abril del mismo año. De toda la información que obtuvo y que dejó plasmada en la memoria del primer proyecto fchado en Madrid el 28 de septiembre de 1895 cabe extraer algunas citas que llevan al convencimiento de lo que se trata aquí, la necesidad perentoria de una intervención arquitectónica:
Sobre el aparejo de la sillería en general: «... las juntas discontinuas de las piedras, a poco más o menos encontradas, salvo algunos trozos que la continuidad de éstas ha dado origen a grietas de consideración».
Al tratar de los capiteles: «En general se presentan en buen estado; sólo hemos observado en el capitel del lado del ábside en el arco toral de la derecha de la nave transversal grandes hendiduras o rajas».
En relación con la fachada derecha: «Esta fachada es la que está en peor estado de conservación...».
En cuanto a la sacristía y a las construcciones adosadas al imafronte: «...la Sacristía cuyo estado de miseria y de ruina es aún mayor que el que presenta el plano»; y en otro lugar: «la sacristía se halla en inminente ruina así como las capillas agregadas a la entrada de la Iglesia. Estas dos partes se hallan parcialmente derruidas y amenazando por momentos caerse totalmente».
De la bóveda del crucero: «La bóveda esférica sobre el crucero se encuentra deformada y el muro que la sostiene abierto por dos partes, sobre todo en el lado izquierdo mirando al altar mayor; encima de la trompa y cogiendo parte de ella existe una gran grieta de 14 centímetros de ancho. Las demás trompas, aunque algo agrietadas, están en mejor estado»; y también en relación con esta bóveda: «Las campanas están suspendidas de una viga horizontal que apoya sus extremos en los muros y descansa su punto medio en un pie derecho que a su vez lo hace sobre un durmiente colocado directamente sobre la bóveda esférica».
Con referencia a los ábsides: «Los ábsides, también agrietados pero no de consideración y algunas de las dovelas de las ventanas se han desprendido...».
Y con respecto a los arcos fajones y sus soportes: «...los arcos fajones de esta nave (la central) también deformados y abiertos por sus claves y contraclaves; la nave de la derecha hállase deformada aún más que la central e igualmente sus arcos fajones, si bien las grietas no son de tanta consideración. Los muros de estas naves tienen un desplome de consideración; en la de la derecha en la parte de la fachada y en su arista de encuentro con la torrecilla circular es de 24 centímetros para una altura de 6,10 metros; en la arista de la derecha de la puerta, 39 centímetros y en la del encuentro con la Sacristía en la misma fachada, 32. Las columnas de la derecha de la nave central tienen un desplome de 19 centímetros en el pilar del crucero y de 26 en el penúltimo para una altura desde el suelo hasta el capitel de 7,17 metros».

Un dibujo de Parcerisa, realizado pocos años más tarde, permite conocer su aspecto.
En el mes de octubre presentó un primer proyecto de intervención en el que proponía un apeo general del templo. El deterioro era sin duda acusado, tal y como confirmaba la información vertida en la memoria del arquitecto. Por un lado, el considerable desplome del muro meridional provocado por el sobrepeso de la torre del crucero, recrecida en época bajomedieval con un nuevo cuerpo para la inclusión de campanas y que, con una grieta que arrancaba en la misma trompa sureste, desviaba su correspondiente pilar toral partiendo en dos el capitel; por otro, la acumulación de tierra y maleza en las cubiertas que concretamente en las naves habían sido sobreelevadas de modo heterodoxo. Todo ello hacía pronosticar su inminente derrumbamiento.

Maqueta de San Martín de Frómista antes de su restauración.
 

Ante tal situación se procedió a desarmar por entero la mitad meridional del templo (nave central, lateral sur, crucero y ábsides central y de la epístola) –zona más afectada– dotándola de una nueva cimentación. Tan sólo se mantuvo el ábside septentrional, el muro norte hasta la altura de la línea de imposta, así como el intercolumnio del lado del evangelio, lugar éste en el que se aprecia la mayor concentración de cantería. De este proceso de apeo todavía se constata la numeración tanto en piezas escultóricas como en los escasos sillares respetados. El nuevo montaje eliminaba el cuerpo de campanas y su husillo poligonal de acceso, situado en la intersección del ábside del evangelio con el transepto. Además, una capilla gótica anexa construida con sillarejo, desde la que se accedía al mencionado husillo; la sacristía añadida al muro meridional del transepto, de tierra y ladrillo y semiderruida; una construcción, también postiza en la fachada oeste, con función de baptisterio y depósito de útiles en su zona baja y de coro en la alta, que se derrumbó a fines de 1895; y por último, un pórtico de época moderna adosado al flanco norte desde el que accedían los fieles al interior.
Maqueta de San Martín de Frómista antes de su restauración.
 

Si bien en principio únicamente los sillares deteriorados iban a ser reemplazados por otros, elaborados con piedra muy semejante traída de la vecina población de Monzón de Campos, lo cierto es que la sustitución fue prácticamente integral. Aunque en la voluntad teórica del arquitecto una de las premisas más repetidas era la de mantener un criterio diferencial, a partir del cual se habría de contornear con una línea roja la división de materiales antiguos y nuevos, nada de ello fue realizado. Sólo durante el proceso de montaje, en los muros meridional, occidental y en la zona inferior de la torre sur se introdujeron dos bandas horizontales de amplios tizones dispuestos de modo alterno y que, en función del material utilizado –caliza blanca–, quizá se pretendiera subrayar la integral sustitución de los paramentos. Evidentemente en el curso de esta operación no se contempló la ubicación de los primitivos mechinales que fueron eliminados. Junto a ellos y en el muro meridional, también un contrafuerte que, de baja altura, se correspondía al tramo más occidental de las naves, tal y como podemos observar en su estado previo a la restauración en la fotografía conservada. A través de ésta, sabemos también que la portada meridional, cegada y muy destruida, fue recompuesta rebajándose su resalte sobre la línea de fachada. En su nueva configuración fue dotada de jambas, arquivoltas y un cornisamento con modillones, prescindiéndose de columnas y capiteles. Para el arquitecto-restaurador se trataba de la única puerta coetánea a la fábrica. Siguiendo este criterio de austeridad contenida se proyectó la portada del hastial, de la que nada quedaba por haber sido perforado el muro a fin de prolongar el coro; entre los proyectos alternativos desechados por “inarmónicos” figuraba la inclusión de un friso, similar al de las iglesias de Santiago de Carrión y Moarves, o la construcción de un remate cupular semejante a la torre del Gallo. Aunque el husillo suroeste se había conservado casi de modo íntegro, al igual que el noroeste fue recompuesto. Finalmente se añadieron contrafuertes en la intersección de los ábsides laterales con los muros correspondientes al transepto.

En cuanto al interior, se le dotó de una desnudez neomedieval prescindiéndose asimismo del retablo de la cabecera (siglo XVIII), “pésimo y de pasable arquitectura”, según exclamación de Jovellanos, de los retablos secundarios, así como de la parte del coro que penetraba en el templo y del órgano allí ubicado. Finalmente se procedió a liberar el paramento del antiguo revoque y a prolongar los fustes del arco de acceso al ábside central hasta el suelo, con el añadido de basas. Una intervención moderna los había afeitado, dejando sólo sendos segmentos rematados en ménsulas. La mesa de altar se compuso con un ara, realizada ex novo por los canteros que ejecutaron las piezas escultóricas sustituidas, y cinco columnas. Para éstas se tomaron como referencia dos capiteles y una basa aparecidos en el curso de la restauración, que fueron considerados pertenecientes a la mesa que habría de existir en el pasado. Al parecer, los restos originales se trasladaron a Palencia. Finalmente se fundió una lámpara en cobre adornada con piedras y motivos presentes en la iglesia encargándose además un sagrario de madera también con pedrería.
La inauguración tuvo lugar el 11 de noviembre de 1904 y el arquitecto dejó constancia escrita de la restauración en un pequeño registro situado en la clave de la cúpula del crucero: REINANDO SU MAGESTAD D. ALFONSO XIII, en torno al escudo real. Finalmente, ya en fechas más recientes, al templo le fue añadido un pedestal y una acera en su contorno, reforzándose esa sensación de implante urbano un tanto kitsch.

Críticas a la restauración
Esta intervención de desafortunado criterio historicista, que podría considerarse moderada si tenemos en cuenta algunas de las posibilidades contempladas por el arquitecto, si bien respetó las líneas volumétricas básicas del conjunto, careció de un imprescindible respeto arqueológico, eliminando la posibilidad de cualquier aproximación en esta dirección. En 1896, poco antes de iniciar la contradictoria intervención, el arquitecto señalaba anticipándose a una crítica que no tardaría en llegar, que “la posteridad podrá opinar mejor o peor de la obra, pero nunca se podrá negar la autenticidad de lo ejecutado”. Tan sólo en vísperas de ser concluidos los trabajos, el arquitecto más favorable a estos radicales criterios de restauración, Vicente Lampérez, mostraba su admiración por el resultado final. En adelante se sucederían las detracciones hacia un edificio que en la actualidad bien pudiéramos considerar “interpolado”.
Valorar una restauración como la presente es algo que entra dentro de lo subjetivo por lo que me expresaré en primera persona admitiendo que lo que sigue no es sino un juicio u opinión personal. Los gustos, los criterios y las tendencias varían con el tiempo, y dentro de unos y otros los hay más radicales o más tolerantes. Cabría defender pronunciamientos que irían desde la visión más ultra de los planteamientos de Viollet-le-Duc, que consistiría en restaurar el edificio no ya para devolverlo a su estado primigenio tal como fue concebido y realizado por primera vez, sino para recrearlo tal como debería haber sido conforme a los cánones estilísticos ideales, es decir, como el arquitecto de hoy lo hubiera proyectado si le hubieran encargado la obra en el siglo XI, hasta la posición más extrema del evolucionismo arquitectónico, para cuyos adeptos el edificio es intangible pues su situación actual es fruto del devenir natural, hasta el punto de que -admítaseme el esperpento- si un templo se ha convertido en corral hay que conservarlo así por respeto a la secuencia histórica.
Con independencia de todo eso, creo que lo que se hizo fue ni más ni menos lo que se debió de hacer y, por supuesto, lo que al arquitecto le habían pedido. Recordemos: La iglesia había sido clausurada veinte años antes por no ofrecer garantías de seguridad para los feligreses. La bóveda de la nave central estaba abierta a lo largo de los dos primeros tramos y amenazaba con desmoronarse. La bóveda del cimborrio se había deformado, una de las trompas que la soportaban se había rajado y la pilastra correspondiente en la que cargaban dos arcos torales se encontraba a punto de colapso con su fuste reventado y el capitel y su cimacio partidos en varios trozos. El muro de cerramiento meridional se hallaba agrietado y con considerables desplomes por giro del propio muro y de su plano de cimentación. Varias pilastras de la arquería de separación de las naves central y derecha también acusaban importantes desplomes. Todo lo anterior estaba siendo provocado por la intolerable sobrecarga del cuerpo de campanas añadido sobre el cimborrio. La sacristía amenazaba ruina inminente, así como las dependencias anexionadas a los pies de la iglesia que no hubo oportunidad de derribar pues se vinieron abajo de forma espontánea, lo que le hubiera pasado en breve a la propia sacristía. Por su parte, la pasarela que unía la torre exterior y la del campanario se encontraba desvencijada.
¿Qué cabía hacer en tal estado de cosas? Demoler la torre-campanario origen de casi todos los problemas estructurales; desmontar la pasarela que ya no tendría dónde apoyar y carecía de funcionalidad; derribar la sacristía antes de que se cayera y arrastrara tras de sí otras partes del edificio principal; desescombrar las construcciones que se habían derrumbado sin necesidad de intervención; recalzar la cimentación del muro exterior de la nave sur y reconstruir este muro; y desmontar las pilastras desplomadas de la arquería derecha de la nave central volviendo a levantarlas a plomo. Lo único que podría haberse salvado atendiendo a meras consideraciones de estabilidad estructural sería la torre poligonal exterior que ahora carecía de razón de ser pues no proporcionaba acceso a nada y que tenía más aspecto de chimenea fabril que de construcción religiosa, y la capilla desde la que se pasaba a la torre que era un postizo de mezquina arquitectura. El derribo de estos dos elementos, el único debido a una decisión voluntaria y no forzosa como el de todo lo demás, no es de lamentar tanto como lo hace Pedro Navascués para quien la ruinosa iglesia y sus destartaladas adiciones parásitas tal como se encontraban antes de la restauración merecerían el calificativo de «aquel rico conjunto». (Como anécdota, el mencionado profesor de Historia del Arte de la Escuela de Arquitectura de Madrid -nunca fui alumno suyo en mis lejanos años escolares- afirma tal cosa en un artículo que lleva por título «El neorománico de Frómista» publicado en la revista «Conocer el Arte» [nº 5, julio de 1989] ilustrando su texto con una imagen adulterada de la iglesia de san Martín en la que aparece la fachada meridional al norte y la septentrional al sur. Aunque es conocido por sus acerbas críticas hacia la obra restauradora de Manuel Aníbal Álvarez [ver San Juan de Baños] no lo juzgo capaz de hacer eso por rencor sino más bien por un impulso del subconsciente animado por la falta de estima hacia este venerable templo o, aún más probable, por un simple y disculpable error. En fin... nadie es perfecto).
Si puede ser discutible el empleo que se hizo de la piqueta demoledora parece que lo es menos el uso que se dio a la paleta constructora. El hundimiento de todo el bloque de capillas, almacenes, coro y trascoro adosado al costado occidental del templo lo dejó abierto por ese lado pues su muro de cerramiento se había desmantelado con ocasión de la construcción de aquellas nuevas dependencias. Fue de imperiosa necesidad reconstruir toda esa fachada, incluida la portada que se sospechaba que había existido aunque no se supiera cómo era, e incluidos también los contrafuertes de los que el arquitecto sí encontró vestigios de su pasada presencia. Otro tanto cabe decir de los dos hastiales del transepto de los que se tenía alguna mayor información pues no estaban totalmente ocultos por la sacristía y la capilla gótica respectivamente. Los elementos desmontados, como el muro meridional o la torrecilla de ese lado, se volvieron a levantar tal cual eran, y aunque hubieron de reemplazarse una serie de sillares u otras piezas, se reutilizaron los mismos capiteles de ventanas y columnas absidales y los mismos canecillos, salvo los que se habían perdido con anterioridad y hubo que rehacer.
Los detractores de la actuación llevada a cabo por M. Aníbal Álvarez en Frómista citan indefectiblemente a Manuel Gómez Moreno quien en 1934 se expresaba así: «Se desmontó y rehizo desde sus cimientos toda la iglesia, excepto la nave lateral de hacia el norte con su torrecilla, reponiendo en su sitio antiguo los elementos estructurales. Es nuevo el hastial de poniente, en su tramo medial íntegro, donde no parece seguro que hubiese puerta; lo son, asimismo, el cuerpo alto de la torrecilla de hacia el SO., las arquivoltas interiores y tejado de la portada meridional, que además fue remetida; dos contrafuertes a la cabeza del crucero, y el subir hasta lo alto los otros dos; el hastial íntegro del mismo, hacia el N., donde entestaba una capilla gótica, y todas las ventanas del meridional, donde hay una portadilla que no es primitiva. Fueron renovados hasta 86 modillones, muchos trozos de cornisa, 11 capiteles, 46 basas y 12 cimacios, copiando y completando lo antiguo con más o menos acierto». Desconozco las fuentes de información que utilizó el reputado investigador treinta años después de haberse concluido la restauración pero advierto algunas inexactitudes, la más ostensible en lo que se refiere a la reedificación de casi toda la iglesia desde sus cimientos. En todo caso no trato de rebatir sus afirmaciones que tampoco distan mucho de la realidad sino de dar una interpretación diferente a la cuantificación de los elementos renovados. Los negativistas ven en ello lo mucho que se renovó: 11 capiteles, 12 cimacios, ...; pero con una visión más positiva habría que admirar lo poco que se cambió: sólo 11 capiteles de los 96 existentes, sólo 12 cimacios de esos mismos 96, tan sólo 86 canecillos de 309 que suman en total, es decir, que podemos admirar en san Martín 85 soberbios capiteles auténticos, todos menos uno con sus genuinos cimacios, y 223 canecillos primitivos de la mejor factura, algo que pocos templos románicos pueden ofrecer. A todo ello hay que añadir que en su configuración planimétrica y volumétrica no ha variado un ápice en comparación con la iglesia que doña Munia ordenó construir en el siglo XI. A pesar de todo esto, Navascués no llega a entender «cómo se sigue incluyendo este edificio en los manuales de historia del arte como obra representativa de la arquitectura románica», idea que no comparten los casi 60.000 diletantes que forman el censo de los que acudieron en el año 2011 a visitar el interior de la iglesia, sin contar a cuantos la admiraron desde el exterior y no penetraron en ella.

Estado actual
Se trata de un templo de planta basilical de tres naves, la central de casi doble anchura que las laterales, y cuatro tramos más otro previo de la misma anchura que la nave principal que forma una nave transversal o transepto cuya dimensión mayor no supera la anchura total del templo, por lo que en planta no se manifiesta al exterior aunque sí en alzado por poseer una altura igual a la de la nave central, mayor por tanto que la de las laterales. En su cruce con la nave principal define un espacio cuadrado o crucero sobre el que se levanta el cimborrio. Todas las naves se cubren con bóvedas de cañón de medio punto. La cabecera es de triple ábside, uno por cada nave longitudinal, cuyas dimensiones se ajustan a las de la nave respectiva, estando precedido el central de un tramo recto presbiteral. Se cubren con bóvedas de horno. La cubrición del crucero se efectúa por medio de un casquete semiesférico montado sobre trompas.
Dispone de cuatro portadas, una en el imafronte, otra en la fachada norte y dos en la sur, la primera de ellas dando acceso directo a la nave lateral y la segunda al brazo meridional del transepto. Al fondo, en los vértices suroccidental y noroccidental se levantan sendas torrecillas o husillos con escaleras de caracol en su interior. Para obtener una correcta iluminación de la iglesia se dispone de tres ventanas en cada una de las fachadas laterales, otras tres en el ábside central y dos en cada ábside menor. Existen además dos pequeños óculos en el hastial occidental y cuatro ventanas más en el cimborrio.

Las fachadas
Algo que puede sorprender en esta fachada es la existencia de tres alineaciones de sillares de caliza blanca que por su color destacan sobre el conjunto de la fábrica. Se hizo así por decisión del arquitecto quien en la memoria del segundo proyecto (octubre de 1896) prescribía: «Estas piedras nuevas las emplearemos principalmente ... en las hiladas de fachada siguientes: sobre los cimientos; la anterior a las impostas ajedrezadas de las ventanas; la intermedia a éstas; y la hilada que reposa sobre los arcos de las ventanas que a su vez es la de asiento de la bóveda lateral». Con esto se pretendía identificar los muros que se habían levantado por entero en el transcurso de la restauración, aunque lo cierto es que en la práctica no se hizo exactamente como se había previsto, pues los referidos sillares sólo se emplearon en tres hiladas, y no en cuatro.
Fachada sur
Fachada sur
El husillo estaba truncado a la altura de la cornisa de la nave lateral y se ha rehecho enteramente a semejanza del del lado opuesto que había permanecido intacto. Las tres ventanas, aunque desmontadas y vueltas a colocar son en esencia las mismas. La imposta que corre por todo el paramento bajo las ventanas es nueva y tallada «in situ», tal como ya se ha comentado al glosar. De la portada de acceso a la nave sólo existía el arco envolvente y su chambrana, de forma que las dos roscas interiores y las jambas sobre las que descansan se hicieron nuevas para achicar el hueco y dotarle de puertas. De ella dice M. Aníbal Álvarez que «Merece mencionarse ... no por su importancia, sino por ser la única de la época de la Iglesia, ahora tapiada, y que daba comunicación con la huerta». El tejaroz de esta portada había sido destruido en algún momento anterior y también se rehizo. El arimez no se alteró. La cornisa de la nave lateral se conservaba aunque en mal estado, como todo, teniendo que reconstruirse la cubierta de esa nave, la de la nave central y la cornisa de ésta. No existían, ni los hay ahora, huecos en el muro de la nave central por encima de la lateral. La sacristía derribada no ocultaba por entero el hastial meridional del transepto, cuyo frontón y ventana superior ya eran como lo son ahora. La parte innovada es la inferior. Se abre en ella una portada de arco apuntado que según el arquitecto estaba «colocada en el mismo lado derecho que comunica a la Sacristía» y que aunque es posterior a la época en que se construyó la iglesia tenía «impostas y capiteles de la época». Este muro frontal del transepto viene delimitado por dos contrafuertes que no figuraban en la traza original.

La fachada septentrional es de similar factura que la opuesta meridional; en ella todo es primitivo a excepción del muro frontal del transepto desaparecido en el siglo XV cuando se adosó a ese costado una capilla gótica derribada durante la restauración. Esta capilla se comunicaba con el brazo norte de la nave transversal mediante un hueco bajo arco carpanel que abarcaba todo el ancho de aquella. Por eso, la pequeña portada cegada de arco apuntado no es sino una insinuación de lo que pudo haber habido aplicando un criterio de lógica simetría con respecto al hastial opuesto. La imposta que corre por ese paramento y por los contrafuertes que lo delimitan también es nueva y se talló «in situ». La portada de este lado comunica con la nave lateral perforando el tercer tramo, a diferencia de lo que sucede en la fachada sur en la que la portada se ubica en el tramo segundo.
Fachada norte
 

La fachada occidental está flanqueada por dos husillos, original el de la izquierda y renovado el de la derecha tal como lo indican los sillares de caliza blanca insertados en su fábrica. También se renovó, y así lo confirma este mismo tipo de piedra dispuesta en tres de las hiladas de su paramento, el muro correspondiente a la nave lateral derecha. La portada supuso el arquitecto que debió existir, y de los contrafuertes dice que «existen vestigios que se pueden ver en el estado actual». Se completa la fachada con una ventanita doblada y dos pequeños óculos.
Esta fachada había quedado profundamente alterada por la adición de una serie de dependencias ya comentadas antes que se derrumbaron cuando estaba en vías de tramitación el proyecto de restauración, quedando abierto el templo por este frente.  
Fachada oeste
 

La fachada oriental que corresponde a la cabecera la forman los tres ábsides, de los que el central es más ancho y alto en correspondencia con las mayores dimensiones de esa nave con respecto a las laterales, y también más avanzado por ir precedido de un tramo recto presbiterial. Cada uno de los ábsides secundarios cuenta con dos calles separadas por una columna de doble orden que llega hasta el alero; en el principal son dos las columnas que delimitan el triple espacio vertical. Como en otras de las fachadas es aquí el muro del ábside meridional el que está marcado con varios sillares de caliza blanca para avisar que esa fábrica ha sido renovada enteramente.
Fachada este
 

Puede resultar llamativo que tanto la imposta como los cimacios de los capiteles de las ventanas del ábside sur son lisos, mientras que los del correspondiente ábside norte que no se renovó son taqueados. No ha sido un capricho del restaurador sino un metódico afán de conservar o restituir todo a su forma primitiva, salvo cuando la desaparición previa de un elemento constructivo obligó a recrearlo «ex novo» sin conocimiento exacto de cómo era.
Las columnas están formadas por un primer tramo que apoya en una basa prismática asentada sobre el suelo y se alza hasta la imposta inferior que envuelve al fuste, y un segundo de menor diámetro sobre basa ática que llega hasta la cornisa con interposición de un capitel. En la siguiente galería de imágenes pueden verse los cuatro capiteles:


Capitel de la columna del ábside de la epístola (ábside izquierdo visto desde fuera).
Entrelazado calado de mucha profundidad y relieve donde los cordones quedan separados del núcleo de la cesta.
Capitel de la columna izquierda del ábside central.
Soberbio calado a base de tallos de acanto espinoso con palmetas y caulículos que elevan sus volutas hasta los vértices de la cesta.
Capitel de la columna derecha del ábside central.
Acantos que vuelven hacia abajo sus puntas terminadas en bolas y cualículos que sobresalen por encima de aquellos.
Capitel de la columna del ábside del evangelio (ábside derecho visto desde fuera).
En la cara central se representa un león dominado y amansado por un personaje que con su mano derecha sujeta la pata delantera derecha del animal mientras posa la otra mano sobre la cabeza de éste. Un tallo vegetal rodea el cuerpo del león.
Cara lateral derecha del mismo capitel anterior. Un personaje arrodillado se inclina sobre el lomo del león reposando en él su cabeza. El león, como es habitual en las representaciones románicas, pasa la cola entre los cuartos traseros y la levanta por el vientre hasta el lomo.
El mismo capitel visto por su cara izquierda.
 
Las portadas
Portada norte
Es la única portada que se conserva íntegramente en su estado primitivo. En época anterior a la restauración general de la iglesia estuvo cubierta por un atrio, siendo este el acceso que utilizaban los fieles para entrar al templo. Se abre en un arimez de poco resalte similar al de la portada sur rematado superiormente por un tejaroz sobre canecillos. El arco es de medio punto de triple arquivolta, la intermedia de bocel sobre columnas encapiteladas y las otras dos lisas de sección recta apoyando sobre jambas. Una chambrana ajedrezada envuelve el arco y se prolonga a uno y otro lado por el paramento del arimez a modo de imposta.
Los capiteles de esta portada se encuentran muy deteriorados por su orientación norte y por no haber sido objeto de ningún tipo de restauración.
En el capitel izquierdo se escenifican dos de los pecados capitales: la lujuria y la avaricia. Sus representaciones son típicas del románico y el lugar elegido para su exhibición también, pues no hay que olvidar que esta portada es la que servía de acceso para los fieles. En la cara externa puede apreciarse el conocido icono de la lujuria en forma de mujer desnuda a la que dos serpientes muerden los pechos. En el ángulo de la cesta se adivina al demonio instigando al pecado. En la cara interna parece distinguirse un hombre, el avaro, de cuyo cuello cuelga una bolsa en la que supuestamente guardaría su tesoro. Se completa la ornamentación de la cesta con caulículos y la del cimacio con veneras en cuyo interior se enmarcan palmetas. En el vértice debió haber habido una bola de forma similar a lo que sucede en el otro capitel pero ha desaparecido.


Cara interna del capitel
 

En la cara externa del capitel derecho se ve una figura humana a lomos de un cuadrúpedo. Aunque se han perdido los detalles, la posición de la cola del animal pasando entre las piernas y extendiéndose por encima del lomo, forma habitual de representar a los leones en la iconografía románica, unido a sus enormes fauces denota que se trata de un león. Por su parte, el que lo monta echado hacia adelante y con el brazo extendido bien pudiera ser Sansón que intenta desquijarar a la fiera. En la cara interna otro personaje cabalga sobre un cuadrúpedo, si bien aquí parece tratarse de un caballero sobre su jumento. Este capitel, adosado al muro por el cimacio pero con la cesta retirada del mismo, tiene tallada una tercera cara en la que puede verse un animal de desproporcionada cabeza y orejas de felino. Caulículos en la parte superior de la cesta y veneras en el cimacio forman el resto de la ornamentación, además de la bola que aquí aún perdura.

Cara interna del capitel
 

Como el resto de esta portada el tejaroz es todo él original. En la siguiente galería de imágenes se muestran detalladamente cada uno de los canecillos que lo soportan:


Portada sur
Una de las novedades que según Gómez Moreno había introducido el restaurador era «las arquivoltas interiores y tejado de la portada meridional, que además fue remetida». Con respecto a esto último, de la comparación del estado en que se encontraba antes de la intervención y el que tiene ahora, no parece deducirse que se haya «remetido» la portada pues el arimez es sensiblemente del mismo espesor en uno y otro caso. El tejaroz hubo de ser rehecho, evidentemente, ya que en algún tiempo pasado había sido aniquilado. En cuanto a las arquivoltas interiores ya se ha dicho que esta portada se reconstruyó inicialmente tal como era hasta entonces, con un solo arco, pero que se decidió más tarde reducir el hueco mediante otras dos arquivoltas interiores y dotarlo de puertas con sus herrajes para poder cerrarlo. El resultado es un arco de triple arquivolta, la primera y tercera lisas de sección recta y la intermedia con la arista abocelada.
Las dos arquivoltas interiores descansan sobre una imposta con perfil en pico de flauta cuyo plano inclinado se adorna con veneras y una bola en cada vértice a imitación de la portada norte original.

Como ya ha quedado dicho el tejaroz de esta portada había sido bárbaramente arrasado, por lo que hubo de hacerse de nuevo. No obstante, los canecillos no dan la impresión de estar tallados recientemente, por lo que bien pudieran haber sido tomados de otro lugar. En la siguiente galería de imágenes se presentan todos ellos con suficiente detalle:

Portada oeste
Aunque supuso el arquitecto que debió existir una portada en este hastial y encontró vestigios de los contrafuertes que la flanqueaban, lo cierto es que lo que aquí había era un conjunto de dependencias repetidamente citadas más arriba que se habían derrumbado por sí solas antes de comenzar la restauración. Puesto que había que dotar de cerramiento al templo, si bien en un principio se había dejado abierto tal como estaba, propuso en el proyecto de 1901 «Restaurar la fachada principal», así como «hacer la portada por el estilo de la proyectada en la fachada lateral derecha, por el estilo también, aunque más sencilla, que la existente en la fachada lateral izquierda acompañándola de dos contrafuertes de los cuales existen vestigios que se pueden ver en el estado actual». Esta portada, en efecto, es muy similar a la que da acceso a la nave meridional, con el mismo número y disposición de las arquivoltas y con impostas muy parecidas bajo los arcos.
En vez de las veneras que se exhiben en la imposta de la portada meridional aquí nos encontramos con haces de zarcillos que definen unos espacios casi circulares en los que se inscriben flores abiertas. De los vértices cuelgan las consabidas bolas que lucen igualmente en las otras portadas.
 

Portada sur transepto
Con respecto a las portadas decía M. Aníbal Álvarez en la Memoria de su primer proyecto (1895) que merecían mencionarse entre otras puertas existentes dos de ellas: «... y las otras dos, si bien posteriores, por tener impostas y capiteles de la época; estas dos puertas son: la colocada en el mismo lado derecho que comunica a la Sacristía ...». Esto quiere decir que al construir la sacristía adosada al frente meridional del transepto se conservó esta portada como hueco de comunicación entre ambos espacios. Su arco apuntado denota, como el arquitecto puso de relieve, que es posterior a la construcción románica, aunque anterior a la de la sacristía. La arquivolta interior carga sobre las jambas y la otra, formada por un gran bocel, sobre columnas acodilladas de fustes más bien cortos rematados por capiteles decorados. Una moldura de perfil de nacela envuelve el conjunto a modo de chambrana no sobresaliente del lienzo mural.
Tanto el capitel de este lado como su cimacio y la imposta en que se prolonga están bastante mutilados pues faltan las bolas que adornarían los vértices así como las piñas, excepto una, que colgarían de las hojas vueltas de la cesta del capitel. Lo mismo el cimacio que la imposta se adornan con veneras de las que se repiten por todo el edificio. En el orden superior de la cesta del capitel se desarrollan dos caulículos por cara y en el centro un botón floral. Debajo, hojas de palma de cuyas puntas penderían piñas desaparecidas como la que se conserva junto a la jamba. El fuste no es enterizo sino compuesto por un tambor superior que se aprecia en la imagen y una única pieza restante. El ábaco del capitel penetra en el muro una profundidad tal que permite que descanse sobre él no solo la arquivolta exterior sino también la moldura nacelada que la circunscribe, dato que se hace notar aquí para contrastarlo con lo que sucede en el lado contrario.

La cesta de este capitel muestra tallos vegetales, palmetas, una roseta centrada en cada cara y caulículos de tallo perlado. El cimacio y la imposta son iguales a los del capitel opuesto, a base de veneras de las que en la imposta sólo queda algún resto. También de este lado se han arrancado las bolas que en su día colgaban de los vértices del cimacio y la imposta. El fuste de esta columna es monolítico. Lo que llama la atención en este extremo izquierdo del arco es que la nacela exterior así como un esquinazo de la arquivolta y el propio capitel están incompletos y supuestamente cortados. No parece probable que en la restauración se cometiese tal atropello pues no había ningún motivo que condicionase la colocación de la portada de tal forma que fuera preciso cortarla, por lo que se antoja más razonable pensar que fue en el momento de adosar la sacristía cuando se cercenó esa parte y que el arquitecto restaurador decidió conservarla y aprovechas lo que había antes que rehacerla nueva.

Portada norte transepto
Esta portada no la menciona el arquitecto en sus proyectos y es de suponer que la hizo por simetría con la del lado opuesto del transepto en el entendimiento de que debió existir en algún momento para comunicar esa zona de la iglesia con las dependencias monásticas. Lo cierto es que el muro en el que ahora se encuentra desapareció al construirse la capilla gótica que allí hubo, a la cual se accedía desde el transepto bajo un arco carpanel cuya luz era prácticamente toda la anchura de esa nave transversal.
Está formada únicamente por un arco apuntado sobre jambas sin ningún ornato ni chambrana y se encuentra cegada.

Las ventanas
Todas las ventanas responden a la misma tipología: arco de medio punto de dos arquivoltas, la exterior lisa apoyando sobre el muro y la interior de arista abocelada volteando sobre columnillas con capiteles; chambrana ajedrezada al igual que las impostas. El vano es generoso en las ventanas de los ábsides, algo menor, aunque no en todas iguales, en las de las fachadas de las naves y más estrecho, casi de aspillera en las del cimborrio. Existen tres en cada una de las naves laterales, una en cada uno de los ábsides menores y dos en el mayor y cuatro en las caras orientadas a los puntos cardinales del cimborrio; en total catorce ventanas que se presentan a continuación.

Fachada sur
Ventana izquierda
El capitel izquierdo llena toda la superficie de la cesta con tallos cauliculares estriados y entrelazados, estando formado el cimacio por tres baquetas horizontales. Esta decoración a base de baquetas desborda el cimacio y se prolonga hacia la izquierda por el muro hasta topar con el husillo de este lado dando lugar a la línea de imposta. Es de notar que este fragmento de imposta que no sigue la tónica general en la utilización del taqueado no se hizo así por decisión caprichosa del arquitecto restaurador sino que se respetó la anterior incongruencia.
El capitel derecho decora su cesta con rosetas inscritas en roleos por encima de los cuales aparecen las consabidas volutas. El cimacio es ajedrezado como continuación de la imposta.

Capitel izquierdo
Capitel derecho 

Ventana central
El capitel izquierdo presenta en la parte superior de la cesta los clásicos caulículos y en la inferior hojas de palma y de acanto. En el cimacio veneras con doble palmeta trifoliada en su interior y la tan repetida bola en el vértice.
El capitel derecho también presenta un juego de caulículos en la parte superior de la cesta y debajo una serie de veneras con dobles palmetas trifoliadas parecidas a las que adornan su cimacio.

Capitel izquierdo
Capitel derecho 

Ventana derecha
El capitel izquierdo adorna su cesta con hojas de palma que giran sus puntas hacia el exterior pendiendo de ellas pomas esféricas. Por encima asoman caulículos y un taco central. El cimacio muestra las típicas veneras con dobles palmetas trifolias inscritas.
El capitel derecho presenta tallos vegetales entrelazados en cuyos extremos lucen palmetas o volutas. El cimacio se decora con una cenefa de roleos y palmetas trifolias en su interior.

Capitel izquierdo
Capitel derecho 

Fachada norte
Ventana izquierda
El capitel izquierdo se adorna en su parte inferior con abultadas hojas de palma y en la superior con caulículos, dejándose ver entre los dos de la cara interna una cabecita de niño mofletudo. El cimacio muestra las típicas veneras con dobles palmetas trifolias.
El capitel derecho, de carácter figurativo, presenta en la cara exterior un personaje que cabalga sobre un cuadrúpedo y que vuelve su torso hacia afuera apoyando su mano izquierda en la parte trasera del animal mientras la derecha la tiene entre sus fauces como siendo devorado. El animal es seguramente un león por la forma característica en que se representa su cola y por su actitud devoradora. En la cara interna se muestra un caballero sobre su montura perfectamente enjaezada. Por encima de estas figuras asoman los típicos caulículos. El cimacio es liso.

Capitel izquierdo
 
Capitel derecho 

Ventana central
El capitel izquierdo de esta ventana adorna su cesta con los consabidos caulículos estriados en la parte alta y con tallos vegetales que se extienden y enlazan por el resto del tambor. Va coronado por un cimacio liso con una bola en la arista.
El capitel derecho está muy deteriorado y escasamente permite adivinar dos personajes en su cara externa, uno en cuclillas y el otro algo más erguido. En la parte alta sí se ven los manidos caulículos. El cimacio, como el del capitel opuesto, es liso con una bola en la arista.

Ventana derecha
El capitel izquierdo es de profunda talla calada a base de vástagos que terminan en volutas que suplen a los caulículos de siempre. El cimacio es continuidad de la imposta ajedrezada.
El capitel derecho es de una talla muy pobre y somera tanto en las hojas de palma inferiores como en los caulículos de la parte alta. El cimacio es ajedrezado.

Cabecera
Ábside sur. Ventana izquierda
El capitel izquierdo llena su cesta con altas hojas de palma de cuyo extremo superior cuelgan frutos en forma de bola. Unos caulículos muy sencillos sobresalen por encima. El cimacio es liso.
El capitel derecho es muy parecido al opuesto con la única salvedad de que aquí se alternan los frutos esféricos pon las piñas.

Ábside sur. Ventana derecha
El capitel izquierdo exhibe una serie de roleos y palmetas por todo el tambor cuyos extremos parten de la boca de una máscara con forma de cabeza de animal situada en el centro de la cara interior. El cimacio es liso.
El capitel derecho muestra un conjunto de ocho pelícanos agrupados por parejas que elevan sus picos hacia el vértice del tambor o entrelazan sus cuellos y se picotean. El cimacio es liso.

Capitel izquierdo
Capitel derecho 

Ábside central. Ventana izquierda
El capitel izquierdo evoca la lujuria simbolizada por tres simios de los que el central, sentado, con las manos y los pies sobre el collarino y las piernas muy abiertas, mostraría sus órganos genitales que han sido cercenados. En la cara externa de la cesta aparece una serpiente que le habla al oído, seguramente incitándole al pecado. Se completa la decoración con roleos y palmetas más los caulículos acostumbrados. El cimacio es de roleos y palmetas.
El capitel derecho ofrece dos máscaras, una en la arista y la otra al fondo de la cara interior, de cuyas bocas brotan tallos vegetales que se desarrollan y cubren la parte baja del tambor. En la alta los típicos caulículos. El cimacio está ornamentado con roleos y palmetas.

Capitel izquierdo
 
Capitel derecho

Ábside central. Ventana central
El capitel izquierdo presenta una franja inferior de roleos y extraños vegetales carnosos en la zona central que vuelven sus puntas al modo en que se suelen representar las hojas de palma. En la parte superior se ven los caulículos característicos. El cimacio se adorna con roleos.
El capitel derecho. Dos personajes ricamente vestidos parecen abrazarse ocupando la cara interior de la cesta y la zona inferior de la otra cara, completándose la escena con ornamentación vegetal. Caulículos en la parte alta del tambor y roleos con una bola en el cimacio.

Capitel izquierdo
Capitel derecho 

Ábside central. Ventana derecha
El capitel izquierdo presenta en su cara interna dos cabezas de animales una de las cuales parece querer devorar a una persona a quien sujeta por el brazo otro personaje que se muestra arrodillado en la cara externa. Los típicos caulículos en la parte alta del tambor y roleos con palmetas decorando el cimacio.
El capitel derecho está compartido por aves y seres humanos de los que el de la derecha sujeta con sus dos manos una serpiente. La persona de la cara interior parece ser femenina y estar desnuda. Asoman por encima de esta escena los típicos caulículos decorándose el cimacio con grandes roleos y palmetas.

Capitel izquierdo
 
Capitel derecho 

Ábside norte. Ventana izquierda
El capitel izquierdo deja ver dos personajes, uno en la arista del tambor y el otro en el extremo de la cara interna, que en posición sedente o acuclillada apoyan en el collarino los brazos y las piernas, estas muy abiertas mostrando claramente los órganos genitales. Las cabezas parecen humanas aunque las posturas son simiescas. Hay también hojas de palma con bolas y caulículos. El cimacio es ajedrezado.
El capitel derecho pone en escena a Sansón desquijarando al león. Sobre ellos los consabidos caulículos. El cimacio es ajedrezado.

Capitel izquierdo
 
Capitel derecho 

Ábside norte. Ventana derecha
El capitel izquierdo adorna toda su cesta con roleos en los que se inscriben palmetas y con dos caulículos por cara en la parte superior. El cimacio es taqueado.
El capitel derecho se adorna con dos filas de veneras que rematan los extremos de los tallos en palmetas trifolias y con caulículos en lo alto del tambor. El cimacio está tallado con decoración jaquesa.

Capitel izquierdo
 
Capitel derecho 

Cimborrio
Ventana cara este
El capitel izquierdo presenta en la cara externa un personaje ataviado con túnica que de pie y hierático posa sus dos manos sobre el lomo de un cuadrúpedo al que le falta la cabeza pero que por otros signos parece ser un león. En la otra cara del tambor se sitúa otro personaje con atuendo parecido que también está de pie pero por delante de su respectivo león, sin que quede clara su actitud pues le falta la cabeza y los brazos. En la parte superior de desarrollan los manidos caulículos. El cimacio posee talla ajedrezada.
El capitel derecho muestra en la parte inferior de su arista una paloma sobre la que dos gallos afrontados colocan sus cabezas. Por encima de ellos, en el centro de cada cara de la cesta aparecen sendas cabezas humanas. El cimacio se adorna con veneras y palmetas, sobresaliendo de su arista una máscara animal.

Capitel izquierdo
 
Capitel derecho 

Ventana cara sur
El capitel izquierdo se encuentra bastante deteriorado, sobre todo en su cara interna. En la externa se ve un león con la cabeza baja que debería estar afrontada con la del correspondiente león de la otra cara que ha desaparecido. Caulículos en la parte superior de la cesta y veneras enlazadas en el cimacio.
El capitel derecho ofrece una escena de lucha entre dos personajes que ocupan la posición central, mientras un tercero permanece de pie y con los brazos cruzados en medio de la cara interior de la cesta. Cuenta ésta con los repetidos caulículos y adorna su cimacio con un ajedrezado.

Capitel izquierdo
 
Capitel derecho 

Ventana cara oeste
El capitel izquierdo se encontraba recubierto de mortero y restos de la derruida cubierta dejando ver solamente la parte inferior de su tambor, y el derecho presentaba también un cierto grado de destrozo en el cimacio, que ha sido sustituido, y en la cara interior del tambor y del collarino.
El capitel izquierdo acusa las secuelas de su anterior situación y tiene cercenada una de las patas del león y la pierna del personaje que cabalga sobre él. Tiene roto el collarino por su cara interior y en general está muy deteriorado, por lo que no es fácil adivinar qué tipo de animal es el que aparece al fondo de esa cara ni la actitud del personaje que se sitúa de pie en el centro. El cimacio también es el original y está decorado con roleos y rosetas. El ábaco está bastante estropeado.
El capitel derecho es el primitivo conservado a pesar de lo maltrecha que está la parte inferior de la cara interna y el collarino. El cimacio sin embargo es nuevo y distinto del original adornándose ahora con roleos y palmetas. La cara externa del tambor la ocupa una barca que muestra el tajamar rematado por dos pequeñas volutas y sobre él un mascarón de proa constituido por un busto de aire clásico. De pie sobre la barca un personaje ataviado también a la manera clásica empuña una lanza corta que alza con la mano derecha. En la cara interna se ve arriba otra figura humana de alguien que sujeta o se sujeta con las dos manos a una banda que le apoya sobre los hombros y le vuelve por detrás de la cabeza. Se completa la escena con caulículos que ascienden hacia los vértices. El cimacio es nuevo y decorado con roleos y palmetas.

Capitel izquierdo
 
Capitel derecho 

Ventana cara norte
El capitel izquierdo está bastante estropeado, lo que impide hacerse una idea clara de lo que representa la escena tallada en su tambor. Se aprecian tres personajes ataviados a la manera de los soldados romanos a dos de los cuales les falta la cabeza y parte de los brazos. El que está más completo parece sujetar con su mano derecha algo que tiene en la boca, quizá un instrumento de viento, mientras con la izquierda recoge el borde de su capa. Del personaje central se adivina el brazo derecho alzado como llevándose la mano a la cabeza, aunque ni una ni otra existen. Por lo demás se ven los típicos caulículos en la parte superior y un cimacio adornado con veneras enlazadas en cuyo interior se inscriben palmetas.
El capitel derecho utiliza todo la ornamentación vegetal: hojas de palma y caulículos en la cesta y veneras con palmetas en el cimacio.

Capitel izquierdo
 
Capitel derecho 

El cimborrio
Sobre el crucero se alza un cimborrio de planta ochavada, es decir, en forma de octógono irregular cuyos cuatro lados orientados a los respectivos puntos cardinales son mayores que los otros cuatro.
En los lados mayores se abren sendas ventanas mientras que los lados menores son ciegos y presentan en el centro de sus caras una columna que llega hasta la cornisa y se remata con un capitel. En horizontal están recorridos todos los paramentos por una doble imposta ajedrezada, la superior a nivel del arranque de los arcos de las ventanas como prolongación de sus cimacios y la inferior al pie de las ventanas. Estas ya han sido descritas en el apartado anterior por lo que queda presentar a continuación los cuatro capiteles de sus respectivas columnas.


Capitel del lado SE
Este capitel repite en sus tres caras casi exactamente el tema ya visto en la cara interna del capitel izquierdo de la ventana oriental del mismo cimborrio, es decir, un personaje que de pie y en actitud hierática se sitúa detrás de un león en cuyo lomo posa sus manos. En este caso se trata de parejas de leones afrontados que comparten cabeza. En los vértices por encima de las cabezas de los leones asoman los característicos caulículos.

Capitel del lado SO
Este capitel de composición simétrica presenta a cada lado un animal cuadrúpedo, seguramente un león, abrazado o asido por el cuello por un personaje masculino. Los supuestos leones, de larguísimas colas, las entrelazan y elevan hacia los vértices de la cesta siguiendo la dirección de los caulículos que la rematan.

Capitel del lado NO
Este capitel está sumamente estropeado habiendo perdido buena parte de la talla. Queda un animal que se asemeja a un león y un personaje agachado en actitud imprecisa. Se ven también los extremos de los caulículos.

Capitel del lado NE
Tres parejas de leones, una por cada cara, que unen sus cuartos traseros y elevan sus cabezas. Muestran la típica representación de la cola pasando entre las patas y ascendiendo por el vientre hasta el lomo. Sendas cabezas humanas asoman en lo alto de las aristas del tambor. En la parte superior se destacan los repetidos caulículos.

Los canecillos
Las cubiertas vuelan sobre los muros en todos los casos formando aleros. Esto es así no solo en las líneas bajas de los faldones de las naves y del transepto sino también en los hastiales y en los ocho lados del cimborrio. Dichos aleros están soportados por canecillos de rica y variada composición iconográfica. Se irán presentando a continuación por tramos.

Cabecera
Tramo izquierdo del ábside sur

Tramo derecho del ábside sur


Tramo izquierdo del ábside central


Detalle
 

Tramo intermedio del ábside central


Detalle
 

Tramo derecho del ábside central


Tramo izquierdo del ábside norte

Tramo derecho del ábside norte


Transepto
Lado oriental del brazo sur del transepto

Hastial del brazo sur del transepto

Lado occidental del brazo sur del transepto

Lado oriental del brazo norte del transepto

Hastial del brazo norte del transepto

Lado occidental del brazo norte del transepto

Naves
Nave meridional
Dada la longitud de este alero se presenta fragmentado en tres tramos, pudiéndose ver la secuencia completa debajo.




Nave septentrional
Dada la longitud de este alero se presenta fragmentado en tres tramos, pudiéndose ver la secuencia completa abajo.




Nave septentrional





Nave central alero sur
Dada la longitud de este alero se presenta fragmentado en tres tramos, pudiéndose ver la secuencia completa debajo. Los dos primeros canecillos contados por la izquierda quedan ocultos por el husillo si se miran de frente, por lo que sólo aparecen 27 de los 29 con que cuenta en total.




Nave central alero norte
Dada la longitud de este alero se presenta fragmentado en tres tramos, pudiéndose ver la secuencia completa debajo. Los cuatro últimos canecillos, los situados en el extremo derecho, quedan ocultos por el husillo si se miran de frente, por lo que sólo aparecen en la fotografía general 24 de los 28 con que cuenta en total. En la triple imagen seccionada sí se muestra la totalidad de los canecillos




Nave central alero hastial

Detalle
Detalle 

Cimborrio
Cara E

Cara SE 


Detalle
 

Cara S

Cara SO

Cara O

Cara NO

Cara N

Cara NE


Próximo Capítulo: San Martín de Frómista (continuación)

 

 

 

 

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