miércoles, 10 de septiembre de 2025

Capítulo 109, Románico en Palencia, Románico en el Cerrato y los Alcores,

La vida monástica
A estas alturas historiográficas, es la paradójica densidad a que llegó la ruptura con el ayer en la relación del hombre con la tierra palentina –siglo y medio silenciosa su diócesis– lo que podemos discutir calibrándolo. Pues si la entera cuenca del Duero, es más, toda la extensa faja que une las longitudes de Oporto y Barcelona, pasó a ser un desierto, éstos también tienen habitantes, don José María Lacarra así me lo recordó en una entrañable carta que no me canso de citar. Una eremación que, en algunas comarcas, tales la Tierra de Campos y la de Campoo, opina Julio González, habría comenzado ya antes de la invasión islamita, y cuya vuelta a la vida humana casi se consumó en el último tercio del siglo IX. Comarcas de Cervera; de Ojeda, Valdavia y Saldaña; de Campos y Cerratos. “Cruzan por Tierra de Campos –desde Zamora a Palencia, que llaman tierra de campos– lo que son campos de tierra”, que cantaría en nuestro siglo el poeta Ramón Pérez de Ayala. Los que in illo tempore habían cruzado, en uno y en otro sentido, de sur a norte y de norte a sur, y también transversalmente, los hispanogodos que se habían ido a los valles cántabros y retornaron al cabo de generaciones, los castellanos de la Castilla temprana, los francos, los mozárabes que, con algunos recelos, preferían la compañía de los hermanos a la suavidad de su clima andalusí. Y a propósito de esta vuelta, creemos un deber historiográfico llamar la atención sobre una novedad que se está introduciendo en nuestros estudios. Se trata de la eliminación, hasta llegar a la censura, de la noción y la palabra de Reconquista. Se alega que los que conquistaron la tierra islamizada no habían sido anteriormente sus dueños. Pero esto se puede sostener específicamente. In genere, la civilización que volvió era sucesoria de la que había sido eliminada, cristiana y latina.
Y monacal ha llamado a esta primera fase de la repoblación Antonio Ubieto, la de los monjes y los hombres libres en esa aurora renovada de su geografía, latente el ideal de restaurar el “orden gótico” en la urdimbre de la fe ortodoxa que volvía por los fueros de su solar, una parte de éste los Campos Góticos precisamente. Un solar donde, a la vera del obispo Conancio, se había formado san Fructuoso de Braga, uno de los maestros del monacato hispano. Conancio, que había compuesto la letra y la música de varios himnos litúrgicos, la materia sacra de los monjes en el coro, propter chorum fundati que de ellos se ha dicho continuadamente y más de una vez.
Aunque hablar de coro en los primeros monasterios de la repoblación sin más sería pretencioso, en lo musical por supuesto y un tanto también en lo arquitectónico. Pues precisamente por protagonizar entonces los monjes una buena parte de la historia de aquella tierra, que desbordaba su específico menester, estaban drásticamente limitados en su diferenciación monástica, entre la ineludible azada y la que hemos de suponer añorada pluma. ¿Pretencioso también en el rezo? No, por más que no siempre dispusieran de libros para él. En cuanto no puede caber duda de que también fueron ellos los protagonistas de la enseñanza y el mantenimiento en la oración a los compañeros de repoblación que con ellos vinieron. Aunque no debemos perder de vista que esa paradoja de que, siendo los monjes de una vocación escatológica, anticipatoria del otro mundo en éste, por lo tanto con alguna tendencia por lo menos a huir de él, esa contradicción siquiera aparente de su retraimiento y su influencia social sea una constante en la historia monástica.
Por eso era corriente que las palabras monasterio e iglesia fueran sinónimas, aunque hay que reconocer era ello bastante común en la Europa católica. De una u otra manera designados en los documentos escuetos de aplicación del derecho, sus solos testimonios, elementales escrituras notariales, de compra, de donación o de trueque, a menudo en especie la contraprestación de aquélla. Una diplomática muy nutrida todo a lo largo del siglo X, siendo a veces única la mención que de esas rudimentarias casas religiosas tenemos. Cenobios pequeños, pobres, ligados a la tierra; de comunidades tan reducidas que podemos hablar de su semi eremitismo, pero determinado por el imperativo de la circunstancia demográfica y no por una vocación concreta, y por supuesto inestables, efímeros o intermitentes, como que un cierto nomadismo de algunos de ellos podríamos suponer, y no sólo por las consecuencias de las correrías musulmanas, sobre todo las de Al-Mundhir, desde Córdoba, a partir del 877.
Unos pocos consolidaron en el mismo paraje su vida monacal, en algún caso hasta la exclaustración de 1836; otros quedaron reducidos a parroquias o ermitas, al fin y al cabo consumada de esa manera su misión pastoral, la que les cupo en suerte en una tierra que había dejado de ser la urdimbre canónica de la iglesia territorial, y ello sin otra causa que la propia despoblación, a la postre subsumido lo específico consagrado en lo cristiano genérico; y las más de las veces se extinguieron al normalizarse la ocupación de la región y consecuentemente también la densidad y la ubicación de los cenobitas y anacoretas en el seno de su cristiandad restaurada. De “una cadena monástica paralela a la militar de castillos” ha hablado también Julio González, y basta una ojeada al mapa para reconocerla, pero pensamos que ya en una segunda fase más consolidada, pues en la primera sólo de cultivadores “apresores”, aunque todos no fueran individualmente espontáneos, podía hablarse, e incluso antes de pastores previamente trashumantes desde las latitudes septentrionales cuya población no había sufrido solución de continuidad sino acogido a los inmigrados sureños, tal los de La Liébana, tierra tan añejamente monástica por cierto. Pudiendo seguirse sus primeras huellas sólo desde unos años de adentrada ya la décima centuria.
Es corriente que sólo nos consten la condición monástica del otorgante del instrumento contractual o la monasterial del lugar. Cuando hay una referencia a la observancia es muy genérica, si bien en este ámbito tan parsimonioso ningún vocablo se puede desechar por inocuo para reconstruirlo. De manera que somos afortunados cuando sorprendemos algún dato para la historia de la piedad, que tanto penetró en la de aquellas mentalidades. Así la determinación de los santos titulares de la casa. A veces nos denotan, por su procedencia devocional, la presencia de gentes nuevas y venidas de lejos. Mas, cuando coinciden con los que nos constan o podemos suponer en el territorio predespoblado, ¿hemos de concluir que de alguna manera había permanecido en él su memoria? ¿Que los volvieron a traer los descendientes de los inmigrados? ¿O sencillamente las gentes del norte cuyo calendario sacro era en ese extremo coincidente también? Pues, como decíamos, los desiertos tienen habitantes. Y es legítimo nos preguntemos si los escasos pastores y aún menos densos campesinos que en este palentino se quedaron tuvieron el ahínco y la capacidad precisos para perpetuar sobre el terreno las memorias sacras, las moradas de los ermitaños y cenobitas inclusas. Interrogante que también es posible hacerse para los que habían dejado su tierra y sólo desde una lejanía brumosa era hacedero hablaran de ella a sus descendientes. Pues pocas evocaciones tan apasionantes como la de aquel paisaje eremado, de otrora tanta historia, salpicado acá y acullá de los restos humildes de los despoblados y de cuando en vez de la altivez carcomida de las piedras que fueron de iglesias, castillos y murallas, todo ello oscilante en el paisaje interior entre la desolación, la melancolía, la serenidad e incluso la esperanza. Pero, eso sí, notemos la mucha mayor intensidad de la vivencia entonces de los lugares sagrados, de las reliquias y de las peregrinaciones a unos y a otras.
De bastantes de aquellos cenobios sabemos solamente o casi por su incorporación a los grandes que perduraron, células monásticas que, por modesta que fuese, tenían su biografía, y pasaron a ser, cuanto más, un priorato dependiente, una iglesia o ermita, una granja con algún vestigio sacro y comunitario, incluso una mera finca, más o menos diferenciada en alguno de los cotos del dominio territorial.
El de Sahagún fue el más absorbente, sobre todo en Campos y Cerrato. Ya en el año 946 recibió San Felices, en tierra de Cisneros, junto a Pozo de Urama, por donación de unos devotos al abad Arias, y San Lorenzo de la Cueza, le fue donado por Ramiro II, el relator en otro documento de cómo su abuelo, Alfonso III, había fundado el monasterium maius acogiendo al abad mozárabe homónimo suyo. En 1043 hizo propio el femenino de los Santos Justo y Pastor de Quintanaluengos, con una iglesia prerrománica; en 1049, Teresa Muñiz le dio San Juan de Valdeolmillos y los Santos Justo y Pastor cerca del Pisuerga; en 1050, siendo abad Velascón, Fernando I le donó, cerca del Cea, en Castrofroyla, San Félix de Bobatella; cuatro años después, a la vez que Villanueva de San Mancio, recibió San Pelayo o San Pedro de Pozuelos, San Vicente, en Becerril, y Santa María en Bezarilejo; Diego Osórez, cerca de Cisneros, dio San Pedro de Villamazuelas al prior Marcelino, que lo era del abad Roberto, el controvertido personaje de los días de Alfonso VI; el presbítero Ariulfo, donatario en 1087 de Santa María de Villarramiel, por merced de la condesa Teresa, se la dio en 1093, para después de su muerte; en 1147 recibió de Alfonso VII Santa María del Valle en Saldaña, un santuario todavía hoy; y en 1186 se hizo dueño de San Pelayo de Perazancas, por voluntad de la fundadora, María Fernández, hija de Urraca Jiménez, a cuya vera surgió el actual pueblo. La anexión de San Fructuoso de Villada hubo de aguardar una bula de León X, y no sabemos la cronología de dos de las casas que adquirió a través de Nogal, San Félix de Boadilla y Santa María de Páramo, cerca del Carrión, porque no nos la precisa fray Antonio de Yepes, cuya Crónica General de la Orden de San Benito, en los días barrocos de la Congregación de Valladolid, es la fuente única que tenemos para conocer la existencia de algunos de los tales cenobios que pasaron y ya habían pasado entonces.
A la colegiata cántabra de Santillana, el conde García Sánchez la dio en 1027, San Felices de Campoo; en 1077 Alfonso VI, a Dueñas, Santiago del Val, ya en la etapa cluniacense; y en 1118, Pedro Ansúrez, San Pedro de Recueva a San Román de Entrepeñas; Oña se adueñó de Mave, por merced del conde Sancho Garcés; de San Martín de Campos, donación de Alfonso VI, en 1103, y de Santa Eugenia de Cordovilla de Aguilar, que había sido del conde Pedro Díaz, en 1150; Cardeña, de San Miguel de Támara y San Miguel del Pisuerga, donación del conde García Fernández, en 976 y 980, y de San Babilés de Cerrato, de Fernando I en 1050. En tanto que, cerca de Monzón de Campos, Santa María de Dehesa Brava, no nos consta si había sido construida precisamente por los Ansúrez en el año 950. Habiendo otros cenobios de los que ni la noticia concreta de sus inicios nos ha llegado, sino sólo noticias aisladas de alguno de los tantos años de su devenir. Así, Santa Eulalia de Palencia, en 957; San Vicente de Villodrigo, en 1028; Santa María de Olmos del Río Pisuerga en 1072 y 1082; y Puebla de San Vicente en una donación de Alfonso VI en 1103. Teniendo que esperar Nuestra Señora de Brezo a 1587 para unirse a Carrión, floreciente aún hoy su romería en los días de la Virgen de Agosto y Septiembre.
Y la vinculación, ineludible, pero más intensa por la circunstancia del cierto protagonismo dicho, de la expansión monástica y los nuevos asentamientos, nos explica también la frecuente vecindad ya aludida de castillo y monasterio, como en San Román, Aguilar; Ebur, junto a Santa Eufemia; quizás Perazancas, Carrión, Cisneros, Dueñas y Cevico de la Torre. Por otra parte, el favorecimiento de la implantación monástica, por cualesquiera potestades imperantes, incluso la competencia entre sí en ese ámbito, tampoco acá podían faltar. Pensemos en el predominio de la monarquía leonesa en la tierra del Cea, recordando no solamente Sahagún, sino por ejemplo, la fundación por Ramiro II, en su misma ribera, de San Andrés y San Cristóbal de la cual nos informa la Crónica de Sampiro.
Este impulso geopolítico una constante, sin solución de continuidad en la etapa posterior de los grandes monasterios, correlativa a la pérdida al menos de la independencia cenobítica sufrida por tantos de esos otros como a lo largo del proceso repoblador pulularon. Abriéndose paso la Regla de San Benito, lentamente pero en esta tierra desde muy pronto teniendo en cuenta la crología retrasada de toda la Península salvo la excepción de la Marca Hispánica, ello determinante a su vez de su coexistencia con otros ideales y prácticas, en principio arcaicos o peculiares, aunque la primera nota entendida en un cierto relativismo, a la luz de reviviscencias muy posteriores y que tanto geográfica cual cronológicamente se salen de nuestro argumento.

1. Pactualismo, benedictinismo, duplicidad, mentalidades
El pactualismo era una forma heterodoxa de monacato vigente en algunas zonas del noroeste peninsular en la Alta Edad Media, que sustituía la entrega unilateral de los monjes al abad, incondicionada en aras de la obediencia claustral, por un contrato bilateral entre uno y otros, con derechos y obligaciones recíprocas expresamente garantizadas. Uno de los monasterios, además doble, que a ella se adscribió, fue el de San Pedro y San Pablo de Naroba, en La Liébana, del que nos ha llegado el pacto suscrito por la comunidad con su abad Argilego el año 818, con muchas suscripciones femeninas por cierto, pero sobre todo con la índole binaria muy acusada, según la tradición más contractualista gallego-portuguesa y luego castellano-riojana, dándose también en su caso la vinculación del abadiato a una dinastía familiar. Y la casa nos interesa aquí porque ese mismo año, en febrero, cuando Cervera era cabeza del territorium, dos cerveranos, Trasico y Flavio, suscribieron el pacto en el cual otro abad, Arias, se sometía por su parte a Naroba, aportando además sus heredades en Resoba y Arbejal.
En cambio la Regla de San Benito tardó en ser mencionada todavía en el territorio que nos ocupa, ciento un años concretamente, en Dueñas el 919, el cenobio con pretensiones desde luego no confirmadas de abolengo visigótico pero en todo caso de los primeros hitos repobladores, favorecido que había sido ya, en 913, por el rey García, y que lo volvería a ser por Fruela II en 925 –donaciones de la Peña de Forcelos, Calabazanos y Santa María de Remolino–, siendo por ende largo el inventario de liberalidades de sus predecesores que hubieron de entrar en la confirmación de Fernando I en el año 1042. Hemos dicho que tardó la norma casinense, pero aun así anticipándose mucho en el contexto peninsular, que la primera aparición documentada en todo él sigue siendo la de los Santos Cosme y Damián de Abellar, en las inmediaciones de León, sólo con una antelación de catorce años. Y no vamos a divagar aquí en torno al cotejo con la Europa coetánea, bastándonos señalar que en Cataluña ya nos constaba en Bañolas el 822.
Y volviendo a la duplicidad, si bien la regla benedictina está escrita para solos monjes, lo mismo que se adaptó en seguida sin demasiados problemas a monasterios femeninos, también ha regido comunidades y aun órdenes dobles, ahí está nada menos que Fontevrault con su exaltación y supremacía de la mujer. Pero ello no quiere decir que San Pelayo de Cerrato, dúplice al principio, naciera benedictino ya. El día de la Circuncisión del 934 nos consta por la donación que un matrimonio, Oveco Díaz y Gutina, siendo Pedro el nombre del abad, le hizo del lugar de Valdeavellano. Siendo su titularidad de mucho interés para el conocimiento de la historia devocional del país y la época. Pues el santo que la detentaba era el niño mártir Pelayo, de familia quizá gallega que había sido llevado como rehén a Córdoba cuando contaba diez años, a principios del siglo, en garantía de la libertad de un tío suyo, el obispo Ermogio, y allí fue muerto al negarse a satisfacer la concupiscencia del emir, 26 de julio del 925. Sus restos ya venerados fueron trasladados a León en 967 y estuvieron en el monasterio de Cerrato algún tiempo, hasta que sus monjas, fugitivas de una de las expediciones de Almanzor, se refugiaron en el de San Juan Bautista de Oviedo, que entonces trocó su advocación por la del cuerpo santo aportado, la cual todavía conservan, disponiéndose precisamente este año a conmemorar el milenario de la tal.
Una devoción por otra parte muy acorde a las clausuras femeninas. Pero, a propósito de su propagación concreta en nuestro país, no podemos olvidarnos de haber tenido lugar la passio del infante protagonista en la Córdoba islamita. Es decir, que junto a los rasgos determinantes de su sintonía con la sensibilidad de aquel sexo, hay que tener en cuenta la dimensión de la Reconquista ya en marcha, tanto en los campos de batalla –aunque discontinuamente– como en las mentalidades. ¿Y acaso no en esta expansión por la tierra de nadie intermedia que nos está ocupando, sin perjuicio de que no nos parezca del todo exacto denominarla desierto estratégico?
Esa misma centuria es la de la copia en otro monasterio palentino, Valcavado, del Beato que ilustró el monje Oveco. Precisamente acaba de reproducirlo y bien estudiado la Universidad de Valladolid que lo custodia, y por otra parte el tema es abordado en estas mismas páginas por una pluma en su ámbito más competente. Yo sólo he de atraer la atención hacia el significado de la difusión del tal texto de postrimerías por acá, un libro que precisamente comentaba el libro bíblico del Apocalipsis. Sobre ella ya escribió, y no es casualidad que en España un enigma histórico, don Claudio Sánchez-Albornoz, recalcando por cierto que había sido inmune a ella Galicia. ¿Más segura en su extremo noroeste, finis terrae nada menos? En todo caso, tengamos en cuenta que el texto de Beato de Liébana fue muy poco conocido fuera de nuestro país, hasta el punto de no deberse al azar que Migne no le incluyera en esa Patrologia Latina que quiso ser la colección sin excepciones de todos los textos de la antigüedad de la Iglesia. Y nos parece ineludible que el estar en guardia permanente de aquellas gentes, incluso las que físicamente no se sintieran amenazadas por la pugnacidad constante, ora por estar lejos de la frontera –por otra parte ¡cuán movible!– ora por haber vivido una de las etapas menos conflictivas de tan secular situación, esa alerta interior es la única explicación primaria de ese fervor por tal exégesis. Sin que para valorarlo podamos preterir cuánto dice en pro del esfuerzo a su servicio desplegado su tremendo volumen, tan costoso para los medios de la época, y por añadidura el desbordamiento artístico con que se le enriqueció, otro comentario autónomo y variable incluso. Y en el supuesto de nuestra ubicación, un cenobio que acabó quedando reducido a dependencia del propio Santo Toribio de Liébana y del que en los días barrocos del seiscientos ya sólo quedaba en ruinas la iglesia, cuando aún era floreciente y a menudo llegaba a estar acrecentándose y ornándose la geografía monasterial.
Pero ahora conviene volvamos a otro libro, la Regla de San Benito de que acabamos de decir cómo se iba abriendo paulatina aunque inexorablemente parsimonioso paso por esta tierra nueva pero con un pasado monacal ya rico antes del interludio de la eremación. De no haber tenido lugar la tal cesura, determinada no tanto por ésta cuanto por su causa a su vez mediata de la dominación musulmana, en esta décima centuria habría sido toda Palencia sin más benedictina. Así las cosas, ¿cuál fue la etiología concreta del retraso? Paremos mientes en que la benedictinización tenía lugar a través de un libro. No era la sumisión a una potestad o la inmersión en una organización. Era sencillamente adoptar la norma contenida en un texto. Y en consecuencia necesitada de una cultura libraría de una cierta amplitud, algo entonces mucho más complicado que en los días posteriores a la imprenta, por no hablar de la euforia reproductora instantáneamente de los nuestros. En la Edad Moderna ha habido monasterios femeninos benedictinos, sujetos a la Regla de San Benito en consecuencia, que no tenían un ejemplar de la Regla. Ésta venía observándose tácitamente, sin que por otra parte podamos cerrar los ojos a la realidad de que para los pormenores de la existencia cotidiana contaban más las consuetudines que acomodaban a la realidad en torno el viejo y breve texto que éste mismo. Además hay que tener en cuenta cómo muchas de esas monjas benedictinas estaban espiritualmente dirigidas por religiosos de otras familias e influidas ineludiblemente por nuevas formas de espiritualidad. Pero en el alto medievo era la posesión del libro necesaria para la sintonía con la hora monástica de un presente llamado a tan largo porvenir. Y ello no era fácil, nada barato sobre todo, en tal etapa de la historia del libro mismo. Inasequible a los labradores de la repoblación, por muy inmersos que en su condición monástica se sintieran. Causa primaria que no nos puede llevar a preterir las otras que pudieron jugar a guisa de resistencia o estímulo en períodos benedictinizantes posteriores. Pero a la que hay dar su plena relevancia en esta larga y primera fase. Sin buscarse por ello complicaciones innecesarias y sobre todo irreales ni tener la debilidad de glosas que caerían no sólo en la retórica sino en la deformación.
er la debilidad de glosas que caerían no sólo en la retórica sino en la deformación. Y ya hemos hablado más de una vez de los vínculos de esta tierra, mejor que nueva renacida, con la de La Liébana, al fin y al cabo una de sus matrices. De los cuales, como de tantas otras situaciones, los recovecos de la historia monástica son un buen síntoma, y por supuesto también los caminares notariales y agrarios de cada monasterio. Así, al propio Santo Toribio, antes San Martín de Turieno, le hacía aún una donación el conde Munio Gómez en la ya tardía fecha de 1015.
Pero es más, San Román, cabeza de la comarca de La Peña, aunque no tenía castillo, había sido restaurado el año 940 por el conde de Saldaña, Diego Muñoz, con su esposa Tigridia, familia que había desempeñado un buen papel en el enriquecimiento consolidador del monacato lebaniego, Santo Toribio igualmente incluso. En aquella ocasión, a San Román, Diego le dio tres iglesias, a saber San Quirce, en Guardo, Santiago, en Dueñas, y en Arconada, Santa María. Una casa de larga aunque no continuadamente floreciente historia, hasta 1835, la fecha de la apisonadora como para tantas otras, la inmensa mayoría, con la sola excepción de algunos pocos retales, siendo todavía un testigo del pasado definitivamente ido una torre románica.
Tierra renacida que hemos dicho, pero endémicamente inquieta todavía durante mucho tiempo, que ya hemos apuntado los temores apocalípticos, y éstos en ocasiones tenían una motivación cruenta, inmediata, padecida en la propia carne. Así, el monasterio de Carrión, emplazado en la vieja calzada de Astorga a Burdeos, fue víctima del saqueo del lugar el año 995 por Almanzor, irritado particularmente por la coalición del rey Bermudo II, el conde castellano Garci Fernández y otro conde, García Gómez que era uno de los últimos Beni de este patronímico. De manera que la casa hubo de renacer y ya en tardía época a estos avatares, el año 1047, gracias a la munificencia de los condes de Carrión mismo, Gómez Díaz y Teresa.
Datas ya no tempranas, pero todavía fundacionales. Así, Nogal de las Huertas, luego la mejor hijuela de Sahagún, que se ha dicho, desde 1093, cuando era patrimonio real y contaba con muchas iglesias dependientes y la tercera parte de la villa de su situación, a los treinta años de su nacimiento, gracias a Elvira Sánchez, la viuda de Fernando Díaz. Tres años más tarde era la viuda de Sancho el Mayor, doña Mayor también llamada ella, la que fundaba San Martín de Frómista, durante el siglo siguiente incorporado a Carrión por doña Urraca. Largo camino desde que Alfonso III fundara Dueñas, en plenos Campos Góticos, cerca de la iglesia visigoda de San Juan de Baños y en la confluencia del Pisuerga y el Carrión.
Y, a la luz de esta distanciada cronología, ¿caeremos en la tentación de preguntarnos cuándo había ya terminado la repoblación, para establecer un compartimento estanco entre unos y otros ortos monacales? Desde luego que no. Específicamente, las secuelas continuadoras de esta repoblación palentina se prolongaron mucho en el tiempo. Pero nos atreveríamos a sostener que, a la luz sin más de la relación del hombre con la tierra, una respuesta categórica apenas sería fácil en circunstancia alguna. Y si se me permite un recuerdo historiográfico personal, los estudiosos que hace algunos años comenzaron una serie de congresos periódicos sobre las nuevas poblaciones de Andalucía en el siglo XVIII, al extender después a otros casos análogos en el tiempo y en el espacio el tema de sus reuniones, no encontraron, al contrario, dificultad metodológica alguna en principio. Hasta las repoblaciones de la segunda mitad del siglo XX que han dejado su huella en nuestra toponimia política.
Mas no toda la vida religiosa consagrada en esta tierra era la estrictamente monástica, que también contó lo suyo la canonical.

2. Los canónigos regulares
Por supuesto que aquí sería una impertinencia cualquier asomo de disertación en torno a la tipificación de esta forma de existencia en la Iglesia, ni siquiera a propósito de su diferenciación de los monjes a quienes sobre todo, por el imperativo histórico de nuestra materia, nos estamos dedicando. Pero es ineludible que apuntemos cómo la noción ha variado mucho de unas a otras posturas historiográficas y canonísticas, incluso teológicas, hasta el extremo de que para algunos la vida canonical se ha identificado ni más ni menos que con la vida regular del clero, pero entendiendo por regular no la común siquiera, sino la conforme a la disciplina de la Iglesia. Ahora bien, en este ámbito cual en tantos otros del pasado y de las mentalidades en curso a su largo, es posible de antemano distinguir entre una constante en el tiempo y el manifestarse concreto en cierta etapa o ciertas etapas del mismo. Es decir, que si de vida canonical regular se puede hablar en el primer sentido desde la Iglesia primitiva y los Hechos de los Apóstoles hasta nuestros días, el canonicato como una forma determinada de vida religiosa tiene su puesto en un estadio determinado de la historia de la misma cuyo orto se sitúa entre los monjes y los frailes, tránsito pues también del alto al bajo medievo, y con unas características acordes a esa situación coetánea entre dos mundos y sus sendas mentalidades protagonizadoras. Precisamente, en una tierra a repoblar, esta existencia consagrada, entre la contemplativa de alguna manera tendente a la estabilidad, y la itinerancia mendicante que vendría, este interludio se nos aparece pintiparado, aunque no debemos extrapolar de la teoría a la práctica.
Así las cosas, parece que, de entrada, en las tierras de benedictinización tardía cual estas ibéricas al sur y al oeste de Cataluña, podría haberse dado una cierta interferencia de tal vida canónica o canonical en la benedictinización, al tener ésta lugar en unos tiempos ya patrimonio de aquélla, en cuanto a las nuevas manifestaciones específicas en el fenómeno genérico quiero decir, sin perjuicio del mantenimiento de las antiguas, que ya sabemos del conservadurismo endémico de todas estas instituciones, las eclesiásticas tout court, al menos hasta entrada la segunda mitad del siglo XX. Y concretamente con ese supuesto nos hemos en otra ocasión topado abrumadoramente en Aragón, donde la vida canonical hizo una competencia a menudo eclipsadora a la monástica benedictinizante. De estos estados occidentales no podemos decir lo mismo, pero será bueno hacer una consideración previa a su tratamiento, tanto más cuanto estamos seguros de no incurrir al abordarla en el vicio de dejarnos llevar de presupuestos teoréticos con el conllevado peligro de hacernos más cómodo, aunque a costa de dar entrada a alguna ficción, el enfrentamiento con la realidad.
Y no olvidemos lo pintiparado de todas las huellas de esta vida consagrada, de sus hombres y de sus casas sobre todo, antes que de sus textos, para encarnar, precisamente por su vocación de permanencia y su permanencia a menudo de hecho, la memoria colectiva del pueblo, en una gama que puede ser seguida desde el folklore más popular hasta las manifestaciones más recónditas de las letras y de las artes.
Volviendo al tema, es esa participación de los monjes repobladores en el cuidado pastoral de las nuevas poblaciones de que ya dijimos lo que vuelve a reclamar nuestra atención, es decir aquella tanto más plena cuanto forzada asunción por el monacato de la labor del clero diocesano de la iglesia territorial, el factor que entre otros pudo ser determinante de la calendada confusión terminológica entre “iglesia” y “monasterio”. En definitiva una traducción al léxico de una desorbitación de lo monacal impuesta por las circunstancias hasta una confusión invasora con lo genérico cristiano, pagando así en la caída indiferenciada su propia omnipresencia. Pues aquellos clérigos, que avanzaban hacia el sur con una vocación colonizadora en lo humano, yuxtapuesta de grado o incluso por la fuerza de las circunstancias, a la indefectible de su estado sacro, decididos a convivir en sus pequeñísimas comunidades en medio de una densidad que, precisamente por repobladora seguía siendo desertizante, como monásticamente lo era la suya propia hasta colindar con el eremitismo, ¿podemos decir que en todos los casos tenían una vocación monástica estricta, librariamente entendida queremos decir, a la manera como la Regla de San Benito iba sustituyendo la observancia discrecional del codex regularum o regula mixta, no menos libraría ésta según su inequívoca denominación, la primera sobre todo que por la noción de libro sin más se designaba? ¿No cabe más bien inducir en muchos casos que era la situación del país, sin lugares de población establemente asentada todavía, por lo tanto sin iglesias parroquiales en cuanto ni siquiera cabe suponer la existencia de las mismas parroquias, la que los había llevado a constituirse en células cenobíticas?
Y bien, esos pequeños núcleos de vida común y actuación ineludiblemente apostólica en la rediviva comarca, nos resultan de un sorprendente parecido con las canónicas regulares, tal y como surgieron éstas, cuando ya iban cambiando los tiempos y la contemplación estable de los viejos monjes no se adaptaba del todo a una sociedad más movible que sin tardar mucho exigiría la pululación de los mendicantes en los caminos. El apostolado dentro de su propio templo, que ha servido para caracterizar a los antecesores de éstos.
Entrando ya en más concreta materia, una de las características de la vida canonical florecida a partir de los últimos años del siglo XI y hasta el XIV, era la constitución de familias religiosas independientes, con regla y consuetudines propias, integradas por el monasterio originario y principal y sus dependencias, siendo muy común que su denominación fuera geográfica, por el lugar de asentamiento de la tal casa maius. Así, a lo ancho de Europa, las de Arrouaise, Chancelade, Dommartin, Groenendael, Hérival, Marbach, Mont-Saint-Eloi, Saint-Quentin de Beauvais, Springiersbach, Valdes-Écoliers (Vallis Scholarum), Saint-Antoine-de-Vienne, San Rufo de Aviñón, la Santa Cruz de Coimbra, la Santa Cruz de Mortara, San Víctor de Marsella, el Gran San Bernardo, Saint-Maurice d’Agaune en Suiza, San Salvador de Letrán, Windesheim, San Giorgio in Alga, el Espíritu Santo de Venecia, Santa María de Porto en Rávena, el Santo Sepulcro de Jerusalén, San Juan Evangelista o los Loios de Portugal, así llamada por el Hospital de San Eloy de Lisboa, Roncesvalles, y no hemos pretendido una exhaustividad aquí fuera de lugar, en cuanto sólo nos interesaba atisbar el panorama europeo en el que se inserta la correlativa congregación palentina de Santa María de Benevívere, surgida en ese paraje del Camino de Santiago, concretamente cerca de Carrión de los Condes, y que al propio San Zoilo de Carrión e incluso al tan absorbente Sahagún se ha comparado en sus buenas centurias en cuanto a la prosperidad material y la irradiación del espíritu, por lo menos en sus tres primeros siglos, desde su fundación el año 1169 por Diego Martínez de Villamayor, de la casa de los condes de Bureba27. Había sido consejero de Alfonso VII y Sancho III y administrador o tesorero –scriptor opum– de Alfonso VIII. Era bisnieto del conde Gómez González de Candespina –Campo de Espina–, de la familia de los Ansúrez y Salvadores por esta línea paterna, y por la de su madre de los condes y señores de Villamayor de los Montes. En 1173 ya había sido elegido su primer abad, Pascual Rustán, un gascón, autor de un poema biográfico del fundador en setecientos dísticos latinos. Alejandro III y Lucio III le dieron su aprobación, en 1179 y 1183. Después de muerto se apareció don Diego al abad conminándole a terminar la iglesia según sus planos –templa loco surgunt predicto, claustra columnis-tolluntur variis: sic opus hausit opes–.
Tuvo otras dos abadías sufragéneas, Trianos y Villalbura, en tierras de León y Burgos, unidas las tres por una carta caritatis según la terminología cisterciense, debiendo ser iguales en todas ellas las costumbres, el canto y los libros litúrgicos, sin que nos haya llegado el Liber divini officii propio que tuvieron, también cisterciense por mandato de Alejandro III. Trianos y Villalbura estaban respectivamente en tierras de León y Burgos. Además había seis prioratos, uno muy cercano al monasterio principal, en el Camino de Santiago, y de los días del fundador, San Torcuato. San Salvador de Villarramiel y Nuestra Señora de Mañino eran igualmente palentinos, como antes lo fue Santiago de Tola. Santa María de la Puente estaba junto a Benavente, y otra prolongación leonesa, en Riaño, era San Martín de Pereda, que había sido antiguo cenobio femenino, extendiéndose a las diócesis y tierras de tales ubicaciones una amplia red de fincas, señoríos jurisdiccionales y beneficios curados. Concretamente la jurisdicción canónica la ejercía en Argovejo de Valdeburón, en la montaña de León, y tenía presentación de los beneficios de Santa Cruz de Becerrilejo, San Miguel de Fuentes, San Martín de Tolivia de Yuso, Santa Cruz de Campo, San Facundo de Cisneros, Santa Marina de Izagre, Santo Tomás de Bustocirio, San Martín de Valdesaz, San Salvador de Valluecos, Santa María de Villelga, Santa María Magdalena de Lacunello y Santa Eulalia de Villacintor. Patronos suyos fueron los condes de Salinas y Ribadeo; en 1618 el Tribunal de la Rota sentenció acerca de su patronato real.
Su costrumbreo cita a menudo la Biblia, sobre todo Tobías y Job, y aunque la Regla era la de san Agustín, además cita a san Benito, san Hilario de Arlés y Casiano. Las normas relativas a la indumentaria fueron raspadas para permitir pieles en el hábito, colchones y almohadas de plumas y una segunda capucha redonda negra de piel de camello o de cordero. Hay normas de urbanidad avanzadas, como el uso del cuchillo para partir la fruta. Había capítulo de culpas y se conocía la pena de azotes. Era obligatorio el trabajo manual, incluido cavar, vendimiar, acarrear tierra y piedras y limpiar la casa y concretamente cascar nueces y separar el fruto para molerlo y obtener aceite. El trabajo en las granjas se dejaba a los legos. También tenían que cortarse el pelo y afeitarse mutuamente, en el claustro, donde también estaban el scriptorium y la sacristía y se cantaba y leía. Había cinco sangrías al año, y la enfermedad y la muerte, desde el viático hasta las exequias, están reguladas con una minuciosidad poco común –ordinata itaque processione coram altari [...] pergant ad domun in qua infirmus iacet cantando praedictum psalmun et post illum “miserere mei Deus miserere” et “de profundis” si necesse est. [...] Qua finita dicat ipse capitula uno de officalibus coram se librum expansum tenente, candelabro quod tenebat tradito alicui de conventu iuxta se–. En la casa se recibía a curas que buscaban pasar sus últimos días allí. En el claustro no se podían tener ciervos, liebres, cabritillos, gatos, grullas, pavos reales, mirlos y cornejas, pero sí los canónigos fuera, aunque no halcones y monos. Se insertaban una Tabla de sufragios –in anniversario venerabilis memorie– y la Institutio eleemosyne.
De esta última estaba muy pormenorizada la del hospital de peregrinos que tenía San Torcuato: “Dese una libra de pan y guisado a todos los peregrinos que lleguen al hospital durante el día. A los que vivan de ordinario en el hospital de hombres, de mujeres o de leprosos, se darán dos libras de pan y guisado y vino. A los enfermos, tanto hombres como mujeres y leprosos, se dé suficiente pan y vino en la misma medida que a los monjes, esto es media cuarta de Carrión por día. Se les da carne tres días a la semana, a saber domingos, martes y jueves.
Cuando se les dé carne de cerdo se dará a cada uno una libra. Y cuando de carnero, una cuarta se reparte entre seis. Los lunes, miércoles y sábados se darán a cada uno cuatro huevos y los demás guisados que se sirven a los monjes. Esto por lo que toca a la comida del mediodía. Para la cena, el domingo y jueves se dará a cada uno una onza de queso. Lunes, miércoles y viernes se les da el guiso llamado vulgarmente harina con manteca. Martes y sábados se les da cebollas cocidas con lechuga”.
Y de frutas, manzanas, uvas, nueces, castañas, avellanas, se les da cuanto necesiten. El costumbrero prohibía el pan blanco. Nicolás de Santa María dice que en sus días del seiscientos había treinta canónigos, “de la principal nobleza de Castilla”, desde luego con estatuto de limpieza, teniendo privilegio de infanzones como los de las catedrales de Palencia y Salamanca. En 1785 el benedictino Sobreira decía ser nueve o diez que profesaban coro y sin letras, habiendo ya dicho Ambrosio de Morales que no tenían ni libros ni reliquias, si bien el obispo de la diócesis, Pedro Gómez Sarmiento (1525-1534) había descubierto allí las actas originales del Concilio de Illiberis o Elvira nada menos, y Muñoz y Romero, también en el XVIII, calificó de interesantes sus códices.
Como era de esperar, subsistió hasta la barbarie de 1835, cuando con otros tres monasterios –Vertavillo, Hornillos y Castrillo de Onielo–, se refundió en el femenino de las Canonesas de Palencia.
Seis años antes de la fundación de Benevívere nos consta de otra canónica por la escritura de donación que Fernando II hace de ella al obispo de Palencia, el 29 de enero de 1163. Se trata de San Pedro de Cubillejos y no ha podido ser identificada, impotencia nada extraña para la época, que hasta los umbrales de la contemporaneidad hay casos parejos, habiendo por cierto muchas posibilidades en la investigación de las motivaciones oscilantes entre la memoria y el olvido de las posteridades. También de la mitra, cuyos titulares tenían título de condes de Pernía, era San Salvador de Cantamuradales de Pernía, habiéndose debido también al rey la liberalidad, Alfonso VIII el 31 de julio de 1181, reiterada el 18 de diciembre de 1185, Sancti Salvatoris Monasterium de Campo de Muga, aunque la fundación había sido de una sobrina de Fernando I, la condesa castellana María Elvira, casada con Rodrigo Guntis. Parece no llegó a la desamortización, aunque aún está en pie su iglesia románica, y el número último de sus canónigos era de catorce, además del abad, equiparados a los de la catedral palentina, en cuyo archivo diocesano aguardan sus documentos estudio.
Tanto Benevívere como Pernía fueron canónicas desde un principio. En cambio, otras nacieron como monasterios repobladores, de los prebenedictinos generalmente a la luz de su evolución, pero que en su caso, como ya dejamos apuntado que respondía a la lógica del proceso, prefirieron la norma por lo común agustiniana de los canónigos regulares a la Regula Benedicti.
Así, Santa María de Lebanza, fundada el 25 de agosto del 932 por los condes Alfonso y Justa, muy próxima a la anterior, en el mismo condado de Pernía, aguardando también su Becerro y otros documentos un investigador. El conde Rodrigo Gustios, sepultado allí, con su mujer y un hijo, la reconstruyó en 1185, habiendo servido de seminario diocesano menor y de verano hasta los últimos días inmediatamente preconciliares, pero no consta cuándo pasó a canónica.
Los condes fundadores la habían dotado, siendo su abad Gonzalo de nombre, entre otras heredades, con varias iglesias, además de la principal, a saber, San Vicente, San Juan, San Acisclo, Santos Pedro y Pablo, San Esteban, Santa Justa, San Pelayo, San Pedro de la Rúa, San Martín de Ridio, San Román de Camianes, San Juan de Priu, San Pedro de Ardunza, Santa Eulalia de Caranzo, Santa María de Tina, San Julián en Naroba, San Justo y San Julián?, San Cosme y San Damián de Cambarco, Santa María in Ceto, en Cabezón San Miguel de Cela Nova y los Santos Emeterio y Celedonio, San Clemente en Tabarnego, otra en Lerones, Santa Cecilia de Navargo, Santa María de Valdeprado, Santa Cecilia de Carracedo, Santa María en el lugar llamado Vidrieros del alfoz de San Juan, San Justo in alva, Santa María y San Juan de Cardaño. Y, ¿cómo nos imaginamos esta multitud de templos, todos ellos “con sus términos”?. Lo que hay que tener en cuenta es cómo el resto de la escritura está articulado en un contexto de delimitaciones inequívocamente repobladoras, apenas sin toponimias concretas, salvo los territorios y sus cabezas, todo descrito para guiarse por las únicas referencias a los accidentes genéricos del terreno. Por ejemplo, ex alia parte per serram acutam ita ut descendit ad illam soernam (sic) et vadit ad illam serram de truncos cum exitibus el regressibus. ¿Ello no quiere decir que, a la par que la ocupación primera de las tierras, habían sido delimitados también sin más elementalmente los espacios sacros? Algo así como una planificación, más sobre el terreno, y no desde un despacho. Y si paramos mientes en que, todos esos lugares de culto, eran los únicos asequibles a la nueva población colonizadora, no será necesario glosemos hasta qué punto ese monacato espontáneo estaba supliendo, precediendo si queremos, a la organización parroquial de la iglesia territorial.
Iglesia-Colegiata de Santa María, Husillos
 
Otro supuesto de conversión en canónica de un monasterio antiguo es el de Santa María de Husillos, ya documentado por una donación al abad Fernando de los cónyuges Evoholmor y Especiosa y su hermano el presbítero Zalama, el año 933, y que Sancho el Mayor dio en señorío al obispo de Palencia, luego de hecha ya canónica por el cardenal Raimundo. La larga vida, de prosperidad también prolongada, de la casa, se manifestó en la construcción en el siglo XVI de una nueva iglesia. es que en Husillos tuvo su sede el primer concilio nacional que se celebraba después de la incorporación de Toledo a la monarquía cristiana, en la primavera del año 1088, presidido por el cardenal Ricardo, cuya legación sin embargo no reconocería el papa Urbano II, quien por eso no aprobó la deposición del arzobispo compostelano, Diego Peláez, acordada allí, aunque lo que más nos interesa de él –en presencia, bien entendido, de Alfonso VI– es su insistencia en la delimitación eclesiástica, con el reconocimiento de la primacía toledana y el deslinde de la diócesis recién restaurada de Osma, sobre todo de la de Burgos.
Pero el curso de nuestra exposición nos ha llevado ya a alguna alusión bernardina antes de llegar a su apartado.

3. La renovación cisterciense
Precisamente la penetración en esta tierra de esa rama nueva del benedictinismo que fue la familia cisterciense, con una mentalidad tan diversa como denota su reacción entre el ascetismo y la estética frente al arte monástico anterior, ello en las profundidades del sentimiento religioso y la visión de su propio menester sacro, pero también de lleno inmersa en una nueva concepción del trabajo y la producción, reacción también en pro de aquél en detrimento de la renta, aunque paradójicamente ello llevara a un enriquecimiento mayor por ser más barata la mano de obra monasterial, o sea la de los propios legos, y el consiguiente cotejo con las prestaciones de los arrendatarios, máxime cuando ya no eran en especie, esta acogida del Cister acá, decimos, nos denota lo que de permanencia de la repoblación había. Y en este contexto de vuelta definitiva a la vida de tierra desolada, nos suena a una comunicación. Pues si bien la tal llevó consigo la ilusión espiritual de granjearse sufragios de unos monjes más santos y el prestigio político añadido de sintonizar con la hora de Europa al así hacerlo, un ejemplo del ámbito nobiliario es el de Estefanía Armengol en Valbuena y Benavides, caso que podemos cotejar con el de Tello Pérez de Meneses en Matallana, hay que parar igualmente mientes en cómo la concentración continuada de pequeños monasterios, ahora en beneficio de esta nueva familia, y la apropiación de territorios marginales que seguían siendo de nadie, contribuyeron no sólo a intensificar el momento expansivo de la economía que se estaba viviendo sino a completar todavía la ocupación de la tierra misma.
En la antigua diócesis palentina, Valbuena fue fundada en 1143 con monjes franceses de Berdonas, de la filiación de Morimond, gozando de un continuado favor regio a partir de Alfonso VII. En 1166, estando en Ávila, Alfonso VIII le donó el monasterio de San Andrés de Valvení, parece que simultáneamente fundado a su vez, luego trasladado a Palazuelos, a la orilla derecha del Pisuerga, siendo convertido en panteón de la familia Téllez de Meneses. Valbuena sería, andando el tiempo, la segunda casa de la reforma que Martín de Vargas había iniciado en la toledana de Montesión y dio origen a la Congregación de Castilla, cuyos generales residían en Palazuelos, desde 1551, estando allí igualmente en consecuencia la sede casi siempre de los capítulos correspondientes. Por su parte, doña Sancha, hermana del emperador Alfonso VII, había fundado La Espina en 1147, existiendo la tradición de haber venido a ella san Nivardo, el hermano de san Bernardo mismo, y recibiendo su nombre de la reliquia allí venerada de la corona de Nuestro Señor. Entrando ya en los límites actuales provinciales, los monjes gallegos de Sobrado, que en 1169 habían fundado Valverde, junto a Boadilla de Rioseco, se trasladaron a Benavides –Bene vivas–, por una merced de Alfonso VIII, en 1190, a su vez enterramiento de Rodrigo González, antepasado de los duques de Osuna y los marqueses de Villena.
Pero, a pesar de la generosa toponimia del nuevo emplazamiento, esa tierra de la comarca de Saldaña no tenía la bastante fertilidad como para originar un pueblo, cual en cambio había sido el caso de tantos otros. En 1174, otro monasterio francés de la filiación de Morimond, Crista, fundaba Matallana, cerca de Villalba de los Alcores, en el valle del Mijares, figurando su primer abad, Roberto, en el santoral cisterciense. El lugar era señorío de Tello Pérez de Meneses, casado con Guntrodo, panteón luego de la familia en consecuencia, confirmando la donación el rey, y teniendo un papel decisivo en la construcción de la iglesia las reinas Beatriz de Suabia y Berenguela. Aun sin la posibilidad de acomodarnos a la tan reciente división provincial, el mapa monástico se deja reconstruir en la entraña del país.
Notemos la procedencia transpirenaica y norteña de los monjes, las donaciones y vinculaciones funerarias de las familias nobles, el favor de la monarquía, las ubicaciones en una geografía humana como dijimos todavía en formación, señales que se conjugaban de un paisaje espiritual en ascensión.
Del que también hacían parte las mujeres. Perales, con monjas navarras de Tulebras, bajo la abadesa Ocenda, donación en 1160 de los condes Nuño Pérez de Lara y Teresa Fernández de Tovar, dejó su filiación en 1189 para entrar a formar parte de la constelación irresistible de Las Huelgas de Burgos. Ese mismo año pertenecía igualmente a la misma el monasterio anterior, de mediados de la centuria, de Torquemada. Y San Andrés de Arroyo surgió en 1185, por la voluntad de la futura abadesa, testamentaria de Alfonso VIII, doña Mencía, teniendo sus sucesoras jurisdicción señorial, aunque no canónica, en las villas de Nestar, Perazancas, Cubillos de Perazancas, Alar del Rey a pesar de su nombre, La Vid, Villavega, San Pedro junto a Moarves, Amayuelas de Ojeda, Pisón y Santibáñez de Ecla.
Y si hasta ahora no nos hemos referido a la presencia cluniacense no ha sido por el mero capricho de alterar la exposición cronológica, sino por haber respondido un tanto a ciertas diversas motivaciones de altos vuelos. Teniendo ante todo, llegados a este punto, que notar la titularidad en San Isidro de Dueñas de ese santo de su nombre, un mártir de Chíos de culto muy difundido en Francia durante los siglos VIII y IX, de manera que hay motivos para suponer vinculada tal devoción también a la influencia monástica ultrapirenaica y a la benedictinización concretamente. Ya sabemos que la casa nos consta a principios del siglo X lo más tarde.
De ahí que no haya que ver una casualidad en que este monasterio fuera la primera dependencia de Cluny en la península Ibérica, a consecuencia de la conocida donación que de ella la hizo Alfonso VI el año 1073, y concretamente el 29 de diciembre que era el aniversario de la muerte de su padre. La elección de la fecha nos dice bastante, del ánimo regio en concreto, de la urdimbre de sentimientos entrecruzados, y a veces con los intereses también, que hay que intuir en cualquier relación con los monasterios y los monjes de las gentes de la época. Pero no es cuestión para tratar aquí la significación de esta avanzada en la tremenda influencia de Cluny en la monarquía castellanoleonesa, una de las piedras de toque para la diferenciación hispana, o si se quiere para la actitud negadora de la misma, en mentes tan diversas como la de Claudio Sánchez-Albornoz, desde el rigor de su medievalismo en inmediato contacto con las fuentes, y Salvador de Madariaga, oteando desde una visión de conjunto de la historia sin más de la nación y el país.
Era la hora de Europa. Aunque con Europa no dejaría de sintonizarse nunca en este reducto. Y pintiparada ejemplificación de ello la temprana e intensa presencia acá de una de las dos familias religiosas medievales fundadas en Francia por un alemán, en este caso canonical pero con una fuerte impronta monástica, los premonstratenses, mostenses que luego familiarmente se los llamaría, por sus inicios en Prémontré gracias a un arzobispo de Magdeburgo, san Norberto de Xanten.

4. los norbertinos
Los cuarenta primeros mostenses habían pronunciado sus votos en la Navidad de 1121 como una especie de lujo de la vida canonical. Y un nieto de Pedro Ansúrez, Sancho Ansúrez, fundó Retuerta, cerca de Peñafiel, en la diócesis de Palencia por lo tanto, no mucho después, en 1145, con su tía doña Mayor, y cooperando también su primo Armengol VI de Urgel, al principio con una comunidad doble, como también lo era la de Arenillas de San Pelayo –volvamos a notar la titularidad– cuando se la entregó en 1168, si bien desde su fundación, en 1132, no había venido teniendo observancia definida. En 1176 Alfonso VIII hacía la donación de otro cenobio antiguo, en Monzón, junto al río Carrión, con una reliquia de la Veracruz que determinó se llamara Santa Cruz desde entonces.
Poco después de la fundación de Retuerta, hacia 1152, era el mismo Alfonso VII quien fundaba otra casa de la orden, San Agustín en Herrera de Pisuerga, trasladado a Aguilar de Campoo –la cabeza de la comarca al sur de Brañosera– en 1169, con el priorato de Fuente la Encina, absorbiendo el monasterio benedictino anterior y llegando a tener treinta y nueve iglesias dependientes. Y en 1159 se había hecho norbertinos también los canónigos regulares a quienes Alfonso VIII había dado el antiguo monasterio de San Pelayo de Cerrato, si bien para depender de La Vid, junto a Peñaranda de Duero. La casa parece era doble, y al trasladarse a Santa Cruz de Reinoso de Cerrato, cerca de Baltanás, se hizo femenina, sin que llegara al siglo XV, aunque permaneció como eremitorio algún tiempo más.
De la tipificación de la familia religiosa de san Norberto se ha escrito mucho, a veces incurriendo en algún anacronismo. Lo cierto es que uno de los ideales del fundador era la predicación itinerante, precursor por lo tanto de los frailes un siglo más tarde del castellano Domingo de Caleruega, si bien bajo el agustino ordo monasterii a cúal más rígido. Y, a la luz de contexto de la historia peninsular coetánea, ¿qué pensar de esta penetración, base de la treintena de casas de la circaria Hispaniae, en la urdimbre de unos avatares a través de los cuales ha tratado de abrirse paso en su latín del siglo XX el padre Norbert Backmund?. Parece evidente tratarse de una participación acá también en la expansión europea que había estado en la génesis de la tal fundación germánica en la vecina Francia, sintiéndose venir los tiempos nuevos igualmente en esta recatada geografía, sin que podamos olvidarnos de que el nacimiento de santo Domingo a este lado de los Pirineos, si bien no fue decisivo para su futura empresa, tampoco un azar sin trascendencia alguna. Sin olvidar tampoco el detalle de la pertenencia de Aguilar a la diócesis de Burgos.
Y volviendo a la vida religiosa femenina, hemos de detenernos en Santa Eufemia de Cozuelos, viejo monasterio documentado ya en el año 967, que pronto se incorporó otros del contorno, a saber, los Santos Justo y Pastor en Castillo de Ebur ese mismo año, y después San Miguel, los Santos Pedro y Pablo y los Santos Facundo y Primitivo. Favorecido por los nobles, fue de la mitra de Burgos de 1075 a 1186, y desde entonces de la Orden de Santiago con intervención para ello regia, siendo una de sus abadesas la reina de León, doña Sancha Alfonso, fallecida en 1270. Una vida monástica la de las religiosas de las órdenes militares menos típica que la seglar de las esposas de los caballeros casados, pero materia ésta que no es la nuestra aquí. Escapándosenos también la fecundidad clarisa que se siguió, otro medievo ya. Y mucho más las brígidas de la Purísima Concepción de Paredes de Nava, en los días avanzados del barroco. Cuando ya la Congregación benedictina de Valladolid había recogido la vieja herencia en odres nuevos, con algún enriquecimiento ex novo incluso, y ahí la duplicidad de casas en Frómista, mientras que mucho más tarde, en algún caso, las familias religiosas novedosas heredaban por casualidad un tanto el solar material de las más antiguas de él arrojadas.
Con lo que hemos ido viendo el tejerse de la memoria colectiva en esta urdimbre monástica de la tierra, por lo que los monasterios y sus comunidades eran en sí, entre otros menesteres hermanando en el presente de los vivos la presencia de los muertos, y también por el acervo de vivencias, materialidades e inmaterialidades que en torno a ellos siempre se suscitaron, nada menos que un poco los protagonistas de la vuelta de la geografía física a la humana en nuestra acotación local y temporal.
Con la supervivencia en la literatura notarial de nombres ora dudosos ora ignotos del todo, de los cuales nos ha llegado sólo el tal nombre mismo, en ocasiones con su significado para la intuición desde luego, ora ya con las coordenadas del emplazamiento. Por ejemplo el femenino de San Martín y Santa María de Fonte, junto al río Valdeginate, en el territorio de Cea, illa Fonte, secus arroio Ginginati, territorio Ceia. Y sin contención, en aras de ningún abolengo, al sic transit gloria mundi, que a San Juan de Baños de Cerrato no le valieron los fueros artísticos ni los vetustos para ser un mero objeto de donación, deshumanizado en el presente, sin el sustrato vital de comunidad alguna, la que doña Urraca hizo el año 1115 a uno de sus capellanes, Pedro Negro, quien a su vez se la cedió en 1129 a San Isidro de Dueñas cual una pertenencia más del patrimonio, objeto luego de un litigio entre el obispo Tello Téllez de Meneses a quien se dio la razón en 1228. Y en 1955, acaso no integralmente presentida la dramática mutación conciliar en la historia de la Iglesia, las cistercienses de Sancti Spiritus de Olmedo, en la diócesis de Ávila, se mudaban al santuario de la patrona de la Tierra de Campos, en Ampudia, la Virgen de Arconada. ¿Un priorato de Carrión erigido por el conde Gómez en 1047, en pro de los pobres y peregrinos? Otra duda. Ampudia, por cierto junto a Valdebusto, donde hacia 1400 surgió el monasterio jerónimo de Santa María de la Piedad, a pesar de todo subsistente hasta la exclaustración. Toda esta una posteridad de los días románicos de nuestro argumento, pasada ya la solución de continuidad de la eremación, por lo cual no puede ser más legítimo entroncarla con ellos. Días románicos muy balbucientes todavía para el dialecto del latín que ahora hablamos y se habla en esa tierra. Ya con una larga andadura detrás cuando las clarisas de Calabazanos, teniendo a doña María por vicaria, una hermana del prócer Gómez Manrique, encontraban expresión a su sentimiento de maternidad espiritual cantándole al Niño Jesús según la Representación del nacimiento de Nuestro Señor por él compuesto a esos fines: Callad vos Señor, nuestro redentor, que vuestro dolor durará poquito. De sus antecesoras “románicas” en la vida consagrada ya dijimos de la preferencia de que dieron pruebas por la devoción al niño mártir Pelayo. Dos hitos acreedores a una meditación en torno a lo que queda y pasa. 


El arte románico en Palencia
1. La mayor concentración de iglesias románicas de Europa
Ya es una frase común –que no deja de repetírsele a todo aquel que por primera vez se interesa en el arte románico palentino–, la creada por el escritor Alfonso de la Serna al comentar en ABC, en sus viajes por España, la abundancia de iglesias románicas en las tierras del norte de Palencia. Su acertado juicio: “la mayor concentración románica del mundo”, resulta tan verdadero como impactante, de tal manera que parece ya un eslogan turístico que se ha hecho popular. Pero hay que tener en cuenta que esta densidad románica se completa con los monumentos que en los montes del sur de Santander, norte de Burgos y norte de León, conforman con los palentinos un modo de vida humana similar que desborda los límites políticos y administrativos de las provincias actuales, límites que hoy es imposible eludir pero que no existieron (sobre todo culturalmente) en los siglos románicos.
Es evidente que la provincia de Palencia es una de las más agraciadas en el reparto que la Edad Media española hizo de iglesias románicas, y esto no sólo en número sino también en calidad, pues no podemos olvidar que uno de los monumentos arquitectónicos más proporcionados y bellos del románico europeo, San Martín de Frómista, honra, ciertamente, a esta tierra castellana. Y es también Palencia, y en este caso su capital, la que ofrece el más antiguo edificio, la cripta de San Antolín, que, recogiendo sistemas constructivos de la vieja arquitectura asturiana, abre en Castilla las nuevas y progresivas sendas del románico.
La misma posición geográfica de la provincia (entre las dos tensiones históricas más significativas de la España medieval –León y Burgos–, donde se asientan las monarquías más fuertes de la Península en los siglos románicos, y cruzada en su casi zona media por la vía más difusora de europeísmo y cultura de toda España, el Camino de Santiago) ha hecho de Palencia –provincia vertical por donde las tierras de pan llevar se afinan hacia el mar Cantábrico– un importante territorio que se vivifica no sólo por el hecho de su riqueza triguera sino por la existencia durante las centurias XI y XII de importantes monasterios que ejercían sobre la población palentina una influencia y un poderío tanto espiritual como organizativo y económico. Así podemos citar los de San Isidro de Dueñas, tal vez fundado en el siglo X por el rey Alfonso III, o los de Husillos, San Román de Entrepeñas, Santa Eufemia de Cozuelos, Santa María la Real de Aguilar, Santa María de Mave, Lebanza, Benevívere, San Andrés de Arroyo, Santa Cruz de Ribas, San Zoilo de Carrión, San Martín de Frómista, etc., monasterios muchos de ellos que fueron engrandeciéndose con el beneplácito de la nobleza o de los reyes, e integrándose en las órdenes más poderosas: cluniacenses, cistercienses, agustinianos o premonstratenses, precisamente durante el transcurso de los dos siglos románicos por excelencia. Sin olvidar que otros monasterios foráneos a la actual delimitación provincial ejercieron también su gobierno sobre vasallos palentinos, como el de Sahagún, de tanta importancia al ser el monasterio favorito de Alfonso VI, o el de Santo Toribio de Liébana, Oña y otros.
Por otra parte, con la restauración de la sede episcopal de Palencia por el obispo Poncio, y el apoyo del rey Sancho III el Mayor, en 1034, la fuerza de la mitra palentina va a tener en los siglos románicos una influencia progresiva, acercando a las tierras castellanas el aire directo de las corrientes catalanas y aragonesas en principio, y las francesas después, teniendo en cuenta el origen foráneo de muchos obispos palentinos en el siglo XI. Esta importancia de la diócesis de Palencia, entonces una de las más activas de la España cristiana (de los 16 concilios nacionales que se celebraron en el siglo XII, diez de ellos –dice Julio González– se reunieron dentro de ella) tuvo que repercutir sin duda en la mejor organización de las iglesias a ella pertenecientes, sin olvidar que la de Burgos siguió ejerciendo poder sobre muchas parroquias de la actual provincia de Palencia. Todo ello unido, en los años sucesivos y finales del XII, al interés de los reyes castellanos Alfonso VII y Alfonso VIII en favorecer con fueros la repoblación de la villas marítimas del Cantábrico y la organización concejil, ponen a Palencia en posición privilegiada para un desarrollo no sólo social y económico, sino también religioso, que afectó, naturalmente, a un fervor de construcciones, tanto de monasterios como de parroquias o iglesias concejiles que explica –y de acuerdo con el tipo de poblamiento: pobres, numerosos, pequeños y cercanos en la zona norte montañosa, y más ricos y alejados en las llanas– el que toda la franja verde y de alterado relieve del septentrión provincial se haya cuajado materialmente de humildes iglesias románicas levantadas en las más minúsculas aldeas para su servicio religioso, al que se subsumía el político o social, pues la iglesia venía a ser el verdadero centro cívico común a todo el vecindario.
También Julio González señala un hecho que –unido al desarrollo monástico, política real y fuerza episcopal– contribuirá sin duda a la situación desarrollista de Palencia: la prevalencia e influencia de los “ricos homes” y nobles palentinos en la Corte al servicio de los reyes o al militar o civil de la monarquía. Cita, como ejemplo, las casas de Girones y Téllez de Meneses, de los que dice que “fueron piezas fundamentales en el restablecimiento de la autoridad real así como también de la Reconquista”. Pero es cierto que otras familias nobiliarias acrecentaron su señorío, y por tanto sus riquezas, favoreciendo así la vitalidad económica de sus tenencias.
Que Palencia tuvo en los años finales del siglo XII un auge manifiesto, consecuencia de los intereses de la monarquía de Alfonso VIII y del obispado, lo prueba la organización de las escuelas mayores catedralicias que fueron la base de la primera universidad española.

2. Interés, estudio e investigación sobre el románico palentino
En el deseo de conocer nuestra vida medieval, primero fue la historia y la leyenda y luego el arte. Durante los siglos renacentistas y barrocos (XVI-XVIII), el arte medieval fue poco considerado. Los ideales clásicos, centrados en la resurrección de sus formas y en la exaltación de lo humano, no entendieron el simbolismo deformante del medievo. Lo religioso era tratado más que nada por el interés histórico o teológico, prescindiéndose de sus manifestaciones artísticas que, a lo sumo, eran valoradas por su “antigüedad”, o por su carácter devocional.
Este hecho explica que, por ejemplo, el libro de fray Antonio de Yepes, Crónica General de la Orden de S. Benito, publicado en 1614, pase totalmente por alto cuando hace referencia a los monasterios españoles su aspecto monumental o decorativo. En lo referente a los cenobios palentinos, tan sólo recoge la historia-leyenda del origen del de Santa María de Aguilar y menciona el crucifijo popular que en él se guarda, milagroso y con reliquias de diversos santos. Dentro de los monasterios que cita pertenecientes a Oña4, recoge unos párrafos sobre los de Santa María de Mave y San Vicente de Becerril del Carpio, también para centrarles históricamente tan sólo, aunque en el de Mave se detenga a describir por encima el lugar donde se asienta.
Hacia 1648 escribe fray Antonio Sánchez su Historia manuscrita del monasterio de Santa M.ª la Real de Aguilar de Campoo, pero nada dice de su fábrica citando tan solo las inscripciones de 1213 y 1222 y anotando: “Es de saber que después que este monasterio fue de la orden (premons tratense), como queda dicho, habiendo corrido algunos años se hizo la fábrica de la iglesia que ahora está”. Luego también menciona que el abad Lecenio “fue el que hizo todos cuatro claustros”, pero no valora la arquitectura. D. Alonso Manrique, arzobispo de Burgos, y según fray Antonio Sánchez, se había admirado en este siglo XVII del monumento diciendo que “jamás andando por toda Italia había visto en todas estas partes mejor entrada de monasterio ni más apacible asiento que este”.
Tampoco Antonio de Morales, en su Viaje Santo, publicado en 1765, ni Enrique Flores en su España Sagrada, 1747-1755, se preocupan de los edificios monasteriales a que pueden hacer referencia, prescindiendo casi en absoluto de su aspecto constructivo o artístico. Antonio Ponz, ya en los finales de este siglo XVIII en su Viaje de España, se permite algunos comenta rios de carácter crítico-artístico pero que suelen venir totalmente contaminados por su gusto neoclásico, en el que no parece tener aceptación alguna todo lo que no coincida con las normas académicas vigentes entonces. Como ejemplo de esta disposición, veamos con qué poco entusiasmo se refiere a algunos de los monumentos románicos de Palencia que visita: en Dueñas, al convento actual de la Trapa, con su puerta románica, sólo le dedica una levísima cita para llamarlo “el convento de monges Benitos” (p. 159). La cripta de San Antolín de la catedral palentina la resuelve con el siguiente párrafo: “Se baja por allí (trascoro) a una capilla subterránea con su altar y estatua de San Antolín. Se cree que en aquel sitio fue la cueva donde se retiró el ciervo y el paraje donde se le quedó yerto el brazo al rey Don Sancho al tiempo de dispararle una flecha” (p. 171). Para nada habla de la antigüedad ni estilo. De la vieja catedral que edificó Sancho III el Mayor dice: “y aunque hay memoria de que esta primera iglesia fue suntuosa, según lo que daban de sí aquellos tiempos, lo es sin duda con mucho exceso la actual” (p. 188).
De la iglesia de Santa María de Carrión, edificio capaz de mover a reflexión al más frío temperamento, destaca más la leyenda de las cien doncellas que otra cosa, pues cuando pretende decir algo del monumento se despacha con un párrafo del todo insulso e insignificante: “Hay en la fachada de dicha iglesia un imperfecto friso dórico con las calaveras de toros, y esto contribuye a creer firmemente la función de los toros como sucedida en aquel sitio” (p. 201).
Por delante del imponente apostolado de la iglesia de Santiago o no pasó o le dejó insensible, pues ni le menciona. Y del monasterio de Santa María de Aguilar de Campoo, que entre otros cita, y que por entonces aún estaba activo y viviente, se detiene tan sólo para despreciar la arquitectura y escultura de su claustro románico cuya belleza es incapaz de percibir: “Allí cerca–dice– está el Convento de Premostratenses entre alamedas y huertas frutales, con abundancia de agua, que nace en un monte inmediato. La arquitectura es especie de arabesco. Llegan al último grado de ridiculez los mamarrachos pintados en las paredes del coro baxo... El claustro baxo de este convento es una especie de arquitectura arabesca, con grupos de columnas y ornatos de aquella clase en capiteles, etc. El alto es muy otra cosa, executado en tiempos de Felipe II... Si la galeria baxa acompañase a la alta, sería este uno de los buenos claustros en el gusto de la mejor arquitectura” (p. 278). No se puede, evidentemente, mostrar más incomprensión hacia el arte medieval y más cerrazón en su limitado criterio clasicista.
De todo esto, naturalmente, de este desinterés hacia al arte medieval, hacia el arte “bárbaro” de una época oscurantista, tuvo la culpa el despertar renacentista en toda Europa que entusiasmado por descubrir y resucitar el pasado greco-romano puso en solfa y olvidó el sentir y el hacer de las generaciones anteriores al medievo. Los siglos XVII y XVIII, barrocos y decorativos, no supieron desligarse de la tendencia clasicista, por lo que la aproximación al sentimiento medieval tampoco logró realizarse. Las normas académicas y los códigos estéticos, aún más exacerbados con el neoclasicismo (como hemos visto en el criterio de Ponz), impidieron la libertad de poder estimar algo distinto a lo que oficialmente venía establecido. Y aunque existieron espíritus dieciochescos anticipados, que ya en los años mediados de la decimoctava centuria, lograron desembarazarse de la tiranía estética –por ejemplo Antonio de Capmany, que ya en el propio “siglo de las luces”, sabe valorar el arte gótico y el paisaje natural– sólo en España prácticamente, y hasta ya entrado el siglo XIX, no hallamos esta reacción de acuerdo con el ritmo ya desenvuelto del romanticismo triunfante. El mismo hecho de la desamortización de Mendizábal, en 1835, prueba lo poco que se estimaba al patrimonio medieval de tanto monasterio, en esta primera mitad del pasado siglo.
Muchos de los viajeros, historiadores y tratadistas de este siglo romántico, no alcanzan todavía a valorar a los edificios y manifestaciones artísticas medievales ajenos a los prejuicios tan intensamente arraigados, y pasan por alto cualquier exceso o manifestación de alabanza a estas obras. Así, por lo que se refiere a nuestra provincia palentina, la obra clásica de Madoz, y cuando hace referencia a monumentos románicos, sigue el gusto de Ponz y hasta parece materialmente copiarle su Viaje de España editado cincuenta y ocho años antes. No parece, pues, que Madoz es testigo personal de todo lo que escribe, naturalmente, pero sus colaboradores tampoco es seguro que describiesen con conocimiento directo. Pues cuando al hablar de Aguilar de Campoo se refiere al monasterio de Santa María la Real (tomo I, p. 138), dice: “su arquitectura es una especie de arabesco (frase copiada literalmente de Ponz), y si bien la iglesia tiene algunas cosas buenas respecto a bellas artes, se ven al mismo tiempo muchas de muy mal gusto... El claustro bajo es igualmente una especie de arquitectura arabesca, con grupos de columnas y ornatos de esta clase en los capiteles; el alto que es de mejor gusto, fue construido en tiempos de Felipe II, decorado con pilastras pareadas, de orden dórico, sobre un zócalo”. Lo que cotejado en conjunto con lo dicho por Ponz no es sino una casi copia literal de su Viaje de España.
Lo que sí utiliza ya Madoz es el término “gótico” para calificar en general a la arquitectura medieval, pues cuando habla de la románica de Arenillas de San Pelayo dice: “una iglesia parroquial... de arquitectura gótica” (t. II, p. 515), y el mismo estilo atribuye a la de Santa María de Carrión de los Condes a la que define como “edificio muy sólido y antiquísimo de orden gótico; tiene en su portada varias figuras y bustos que aunque mal cincelados y cortados se conoce que representan toros, moros y doncellas de distinción, en recuerdo sin duda del milagro que en este parage sucedió al ir a pagar el infame tributo de doncellas” (t. V, p. 628).
Del apostolado y puerta de la vecina iglesia de Santiago, en el propio Carrión de los Condes, sólo dice: “el arco de la puerta de la iglesia está adornado con varios jeroglíficos que representan las artes y oficios, y por toda la fachada se ve el apostolado en bastante deterioro; se dice fue iglesia de templarios...”.
San Martín de Frómista se le pasa a Madoz casi desapercibida. En nada la valora; “su arquitectura –dice– es menos elegante que las otras iglesias, pero más antigua y costosa... y las bóvedas se hallan en estado ruinoso... La torre, que tiene una altura regular (se refiere a la lin terna) es de figura octogonal” (t. VIII, 1847, p. 195).
En Husillos (t. IX, 1847, p. 363) vuelve a insistir en el orden gótico de la iglesia y cita “un claustro, cuyas paredes están adornadas de varias figuras de bajo relieve”, claustro hoy desaparecido.
Asombrosamente, cuando habla de la iglesia de San Juan de Moarves, para nada menciona su espléndido apostolado románico, ni tampoco le llama la atención la puerta de Revilla de Santullán... Es verdad que, dado el carácter de diccionario compendiado, geográfico y estadístico sobre todo, no podía esperarse un detenimiento artístico en las iglesias que menciona Madoz, pero sí, al menos –si ellas hubieran sido anticipadamente valoradas– unas palabras de admiración en aquéllas más significativamente monumentales. Esta ausencia de interés demuestra que por entonces las clases más cultas de la sociedad no habían aún puesto sus ojos en ellas ni habían sentido el más mínimo estremecimiento estético por el pasado artístico medieval. De otra forma no hubiesen calificado a las esculturas románicas con los despectivos adjetivos de “arabescos” o “jeroglíficos” que utilizan tanto Ponz como Madoz. Y eso que la defensa de los monumentos significativos del país había ya comenzado un año antes de la edición de Madoz, con la creación de las Comisiones Provinciales de Monumentos His tóricos y Artísticos (1844).
En 1857-1858 Ángel de los Ríos nos demuestra que, todavía no existía en el ámbito intelectual, una clara diferenciación e individualización de estilos, pues visitando el citado monasterio de Aguilar dice que: “la iglesia es gótica, del último período, y apenas ofrece ya nada de particular sino restos de esculturas que debieron ser buenas algunas”. (Puede que se esté refiriendo a los capiteles del crucero, que aún no habían sido arrancados, o a los retablos de madera). “Vi todavía el sepulcro y estatua yacente al parecer de un abad...”. También se fija D. Ángel en las iglesias de San Andrés y Santa Cecilia de Aguilar, que ya describe con términos muy ajustados, si bien todavía no las caracteriza como “románicas”. Otra iglesia descrita y estudia da por De los Ríos fue la de Vallespinoso de la que dice que “es un capricho lujoso y no des provisto de mérito artístico en la ejecución y vencimiento de dificultades [...] de muchas y bien labradas archivoltas”, desde luego ya maltratadas, pues se lamenta “de haber arrancado trozos curiosos bárbaros”. Pero a la hora de fijar la fecha, D. Ángel de los Ríos no acierta, al considerarla del siglo XV. También nos da noticias, por dibujo, de la existencia de una capilla románica al lado de la iglesia rupestre de San Vicente de Cervera de Pisuerga. Igualmente describió y trata de “bizantina” la de Becerril del Carpio, y menciona “un pórtico de apostolado”, Moarves, otro de Pisón de Castrejón, y la iglesia de Vega de Bur “con pórtico romano bizantino”. Entre las investigaciones de D. Ángel –que también se detuvo con interés en Santa Eufemia de Cozuelos– está la descripción relativamente detallada para entonces de la ermita románica de Santotís, en Cantoral de la Peña (cerca de Cervera), hoy totalmente desaparecida. Del conocimiento pues de su existencia sólo nos quedan dos folios manuscritos de De los Ríos y un pequeño apunte que hace del tímpano (ver en esta misma enciclopedia Cantoral de la Peña, pp. 633-635).
Quadrado, en su obra Recuerdos y bellezas de España, publicada en 1861, ya tiene una visión más positiva acerca de nuestros monumentos románicos, y quizá su interés, avalado por las ilustraciones románticas de Parcerisa, tuviese algo que ver con la declaración, por ejemplo, del monasterio de Aguilar como Monumento Nacional realizada en 1866, y la recogida en 1871 de los capiteles que fueron llevados al Museo Arqueológico de Madrid.
Ya Quadrado al hablar de los monumentos se refiere de una manera clara a los estilos románico y ojival. Así, al mencionar a la iglesia de Santa María de Dueñas (p. 24) dice que se erigió “según el estilo de transición románico-ojival”, aunque todavía se sirve más del término “bizantino”, pues cuando se detiene en el monasterio de San Isidro del mismo pueblo dice que su fábrica de “arte bizantino aparece en su primer período” (p. 27), y en Villamuriel señala “que data de la época en que luchaban entre sí el arte bizantino y el ojival” (p. 33). Y que todavía para él lo “bizantino” y lo “románico” son equivalentes, queda claro cuando al penetrar en el templo señala que “allí prevalece la gótica esbeltez sobre la románica gravedad” (p. 34). Y en la iglesia de San Miguel de Palencia dice que “más bien que a los puramente góticos puede agregarse a los del anterior período de transición por lo mucho que de románico contiene”. La portada de la iglesia de San Pedro de Amusco vuelve a tratarla de “bizantina”, lo mismo que la de Santa María de las Fuentes en el mismo pueblo, “bizantina en la traza y disposición de sus tres naves” (p. 113). Es curioso ver cómo ya Quadrado, distingue dos períodos o épocas en el arte románico que realmente coinciden con la distinción actual, pues suele colocar las iglesias en el primer período o en el segundo (p. 116).
Al referirse a Carrión se detiene bastante en la iglesia de Santa María del Camino a la que califica de “puramente románica”, y describe las esculturas de su friso así como las ménsulas del tímpano y los capiteles, y de todo dice “que no hemos sabido ver en dichos relieves tan clara mente como otros la representación de los moros y doncellas ni menos las calaveras de toros que Ponz descubrió en el friso” (p. 129). En Santiago de Carrión caracteriza perfectamente el estilo de su escultura, naturalmente con el adjetivo de “bizantina” (p. 130), considerándola del siglo XI. No se le pasa “la importante efigie del Salvador” que centra el apostolado (p. 131).
Del interés que Quadrado, como buen romántico, da a los restos de época medieval queda su constancia de reconocer que en siglos pasados no se les valoraba, y del siglo XVI dice que “era época en que se despreciaba por bárbara aquella arquitectura” (p. 140). Ya Quadrado, en algún caso, no halla, en los monumentos, los restos que Ponz aún pudo ver; así cuando de Benevívere se trata dice: “Ha desaparecido empero... el apostolado y el carro de Exequiel ocupado por el Salvador del mundo y tirado de los animales del Apocalipsis, que según testimonio de Ponz estaban esculpidos sobre la puerta del templo” (p. 141). De San Martín de Frómista no habla mucho, tan sólo fija su estilo al decir que “guarda intactos sus tornados ábsides bizantinos” (p. 148), pero no tiene muestra alguna de admiración.
Es de señalar el casi desprecio que Quadrado muestra, desde el punto de vista monumental, sobre la zona norte de Palencia, al indicar que es tierra “sin recursos apenas y sin vestigios de lo pasado” (p. 149), cosa que para nada concuerda con el criterio actual de valoración. Así de Arenillas de San Pelayo ni cita su puerta, con San Salvador de Cantamuda ni se digna describir su fábrica, y lo mismo sucede con San Andrés de Arroyo, Moarves lo pasa por alto, y Mave y Santa Eufemia de Cozuelos. Pienso que en todo esto Quadrado habla de oídas, y sólo parece conocer mejor Aguilar de Campoo: Santa Cecilia “de bizantina torre” y sobre todo Santa María la Real, al que considera “grandioso monasterio de premonstratenses” y sabe distinguir la unión de lo bizantino con lo gótico (pp. 160-161), señalando en el claustro el sentimiento romántico con estas frases: “Al salir de aquella mansión augusta y solitaria condenada a perecer lentamente de abandono” (p. 164).
Es evidente que la valoración de lo medieval, e incluso el mejor conocimiento de los estilos, con una inicial preocupación más científica, se va abriendo paso de una manera cada vez más general hacia los años mediados del siglo XIX.
En 1870, la duquesa de Mier, que hubo de refugiarse en el monasterio de Aguilar para evitar un aguacero, dejó en su diario un comentario muy distinto a aquel de Ponz, que pone en evidencia cómo el criterio había cambiado durante esos casi cien años que separaban a ambos personajes. Decía así: “Este edificio magnífico aún en sus ruinas (se ve existe ya la sensibilidad romántica hacia el “triste abandono”) es de arquitectura gótica; un bello claustro (compárese el juicio con el despectivo tratamiento que de él hace Ponz: “es una especie de arquitectura arabesca”) está sostenido por finas columnas en cuyos arcos se ven dibujos deli cados, como encajes y estatuas de algunos santos”.
Sin duda estamos asistiendo, a partir de 1850, a los primeros síntomas de un verdadero interés por nuestro románico palentino que nacido como consecuencia de unos sentimientos románticos subjetivos va adquiriendo muy pronto otras connotaciones, que son también resultado de una nueva mentalidad de época, la que abre camino hacia un general acercamiento a un estilo que nominado al principio “romano-bizantino” o “bizantino” (como todavía escribe Ángel de los Ríos), o confundido con el gótico, pronto fijaría el término “románico” con el que ha quedado definitivamente diferenciado.
Manuel de Assas, en 1872, es el primero que describe una monografía sobre un edificio románico en la provincia de Palencia: el monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo. Aunque no acierta con la cronología del claustro, Assas demuestra su indudable erudición y bien hacer.
Ricardo Becerro de Bengoa, en El libro de Palencia, que publica en 1874, y sin duda por el propio carácter de la obra, hace referencias muy reducidas a los monumentos románicos de la provincia, pero acierta bien en la determinación de su estilo, diferenciándole perfectamente de otros posteriores (gótico, gótico florido, renacimiento, etc.) que también distingue. No se compromete, sin embargo en algunos pues, por ejemplo, no especifica el –o los– que tiene la cripta de San Antolín, aunque sabe admirar y valorar aquellos que perfectamente data. Así de San Miguel de Palencia dice que se construye “a finales del siglo XII, cuando el arte románico declinaba”, y que “empezada bajo la influencia románica, vino a terminarse en el período gótico” (p. 147). De Husillos, comenta que “del siglo XII conserva algunos recuerdos o vestigios” (p. 181). A Villamuriel la coloca como “iglesia románica de transición ojival” (p. 182). Del monasterio de San Isidro de Dueñas subraya “la preciosa portada” (p. 196). Fija la portada de San Pedro de Amusco como románica señalando “que llama extraordinariamente la atención de los artistas” (p. 204).
En general, Becerro de Bengoa se manifiesta como un erudito de su época en quien ha calado muy bien la nueva sensibilidad hacia el arte y el pensamiento medieval. De aquella casi indiferencia o desprecio que Ponz parecía sentir por lo románico, Becerro de Bengoa demuestra su aprecio hacia este estilo utilizando adjetivos laudatorios y a veces en marcado aumentativo. Así habla de “curioso resto románico” ante el abandonado monasterio de Santa Cruz de Ribas (p. 204), o se admira de “la preciosísima portada” de Santiago de Carrión y de su friso escultórico al que ya considera “un trabajo de gran valor histórico-artístico”.
Iglesia de San Martín, Frómista
 

Apenas, sin embargo, parece emocionarle la iglesia de San Martín de Frómista. Dice que es “curiosísima iglesia románica digna de ser restaurada”, pero no sabe apreciar –quizá por su abandono, añadidos y mal estado– las proporciones y volúmenes que la caracterizan. En Santa María la Real de Aguilar subraya también la situación del monasterio “horrible mente tratado y mutilado al privarle, hace poco tiempo, de los ricos historiados capiteles de su claustro incomparable”. Y a aquel “arabesco” despectivo de Ponz, suceden ahora frases como “exquisito gusto románico”, “delicados follajes”, “bellísimos conjuntos de cien adornos distintos”, etc. (p. 221).
A partir de los años finales del siglo XIX, y a través sobre todo de la Sociedad Española de Excursiones, el conocimiento de nuestro románico palentino se va haciendo más extensivo, ya que las salidas al campo organizadas permiten acercarse a pueblos casi desconocidos que van ofreciendo el regalo de un patrimonio artístico admirable. Sincrónicamente, el deseo de erudición y el estudio van logrando que el conocimiento del arte se lleve a cabo en una línea cada vez más científica. No en vano los planes de enseñanza marqués de Pidal (1845), Ley Moya no (1857) y creación de la Institución Libre de Enseñanza (1875) contribuyen, junto con otras causas (descubrimiento del arte medieval, corrientes de pensamiento naturalistas y realistas, el mayor sentido de la libertad individual, etc.) a que el “misterio” de los pueblos remotos y aislados de España vaya sien do descubierto, y que arquitecturas, retablos y obras de arte comiencen a ser recogidos y publicados por los estudiosos de la época. Ya años antes algunos periódicos (como El Heraldo, La Ilustración, etc. pero sobre todo El Semanario Pintoresco) se habían preocupado de recoger comentarios de algunos monumentos señalados, en ciertos casos incluyendo algún dibujo, pero sólo con carácter informativo o ilustrador. Pero ahora surgen ya las primeras sociedades o entidades que van a editar boletines o revistas donde dan a conocer sus descubrimientos y trabajos, como el Boletín de la Real Academia de la Historia, que comienza en 1877 o el de la citada Sociedad Española de Excursiones (1893) que, para nuestra provincia y para el arte románico son muy interesantes por recoger, por ejemplo, los artículos de Rodríguez Calvo16, Simón Nieto, etc., que ya no dejan de mencionar las iglesias más importantes que encuentran en su camino.
Así, en 1896, Ramírez de Helguera, en El libro de Carrión de los Condes, dedica un capítulo a describir las iglesias de la villa y, entre ellas, las románicas de Santa María, Santiago y San Zoilo. De este último monasterio distingue perfectamente “su primera edificación románica, la imposta ajedrezada a los lados de la misma, igual que en el propio lado de la torre la ventanita que en el principal existe”. De la iglesia de Santa María copia la descripción de Quadrado en sus Bellezas y monumentos de España, y del apostolado de la de Santiago recoge también citas de aquel autor y cae en la misma equivocación de él al considerarlo, al parecer, de “los últimos años del siglo XI y principios del XII”. También, en la página 166, hace mención de lo que se decía en su tiempo había desaparecido de la iglesia del monasterio de Benevívere: el apostolado y el carro de Ezequiel.
Iniciado el siglo XX los estudios y descripciones de los monumentos románicos palentinos se van densificando cada vez más. En los primeros años, ya el camino científico y el interés aumentan. En el mismo 1900, el obispo de Palencia, Enrique Almaraz, publica en el Boletín de la Real Academia de la Historia un estudio sobre el monasterio de San Andrés de Arroyo funda mentalmente histórico, pero no deja de referirse, desde luego sin gran detalle, a sus valores artísticos. En principio ya es significativo un párrafo, que considera el silencio en el que tratadistas anteriores han tenido al monasterio, pero son más explícitos algunos juicios sobre su valor monumental. Así, dice que pertenece a “la XII centuria” (p. 211), y le considera “joya artística” para en él “gozar la vista”. La talla del claustro le deja evidentemente admirado: “la pureza y la finura –dice– de ejecución, más le asemeja (se refiere al capitel grande vegetal) a un encaje bordado” (p. 227), y al fijarse en las arquerías de la sala capitular afirma “que producen un efecto rayano en lo fantástico; en ninguna parte, ni aún siquiera en dibujos, he visto algo semejante”. Y en relación con el estilo del monumento acierta claramente al comentar que “la apuntada ojiva aparece como lazo de unión de los dos estilos” (refiriéndose al románico y al gótico aunque no los cita).
Serrano Fatigati, desde 1898, y con más incidencia en lo palentino en los años 1900 y 1901, se ocupa de algunos detales de nuestros más destacados monumentos. En la misma fecha y publicación comentó algunos capiteles de Frómista ofreciendo la fotografía de cinco de ellos, justamente cuando se estaba realizando la restauración de San Martín que concluye en 1904. Restauración que ya indica la valoración que iba adquiriendo la arquitectura de las iglesias palentinas románicas. Que existía ya una disposición abiertamente defensiva, no sólo en los estudiosos sino en la propia Administración, lo prueban las primeras declaraciones de Monumentos Histórico-Artísticos Nacionales que comienzan en España en 1844 con la catedral de León y que en Palencia se estrenan, en lo románico, con la iglesia de San Martín de Frómista, declarada el 13 de noviembre de 1894, y también la actuación del Ministerio de Instrucción Pública ordenando en 1900 el Catálogo Monumental de España.
El mismo Serrano Fatigati ya compara, creo que por primera vez, el buen hacer del apostolado de Santiago de Carrión con la tosquedad del de Moarves y dice “que no debió mediar gran espacio entre la construcción de una y otra hornacina”.
Las sociedades interesadas en conocer el patrimonio artístico no cejan en su empeño, y en 1903 aparece el primer volumen del Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones. En él, Simón Nieto presenta el monasterio de San Salvador de Nogal de las Huertas, con un análisis prácticamente moderno, recogiendo la epigrafía y diferenciando las dos épocas del monumento: la primitiva del XI y la de la segunda mitad del XII.
Desde 1903, las iglesias y monasterios palentinos van a ser repetidamente considerados. Álvarez de la Braña se preocupará de ellos, aunque de manera superficial, en su Palencia Monumental. Igualmente Joaquín de Ciria valorará algunos en su excursión de Madrid a Frómista.
En estos momentos (1903) un arquitecto y humanista, Vicente Lampérez, hace también la primera incursión en nuestra provincia, recogiendo en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones sus directas impresiones. En 1906 André Michel ya citaba el monasterio de Aguilar derivándole de San Andrés de Arroyo, en su Historia del Arte publicada en París. En la misma Historia, Bertaux apuntaba las conexiones de lo borgoñón con San Vicente de Ávila, que es aproximar también a Borgoña nuestra escultura de Aguilar o de Carrión de la segunda mitad del XII. Y pocos años después, en 1908, ya publicaba Lampérez, en el Boletín de la misma sociedad cita da anteriormente, una monografía sobre el monasterio de Santa María de Aguilar, insistiendo en este monumento que ya en 1872 había sido sujeto de los intereses de Manuel de Assas.
Lampérez hace un estudio fundamentalmente arquitectónico, y señala fechas y construcciones diversas que posteriormente han seguido repitiéndose por los tratadistas. Así dice: “la iglesia es de transición si se la considera en conjunto; pero yo veo en ella tales inarmónicas, que me inclino a creer que es obra ejecutada en tiempos diferentes” (p. 218). “Crucero y ábsides laterales son partes aprovechadas de una iglesia románica de mediados del siglo XII, anterior por lo tanto a la ocupación premostratense”. Opinión sin duda muy acertada, como han podido corroborar las excavaciones arqueológicas recientemente realizadas que han dado constancia de la existencia de una cabecera más vieja con ábsides semicirculares. También es interesante señalar que Lampérez acusa la situación de ruina del monasterio: “Dolor grande produce –dice– la visita a la iglesia monasterial de Aguilar. Bóvedas hundidas, sepulcros abiertos, fragmentos esparcidos, cascotes, hierbas, parásitos por todas partes, abandono y profanación; tal es lo que se ve allí” (p. 217). Su conocimiento de los estilos es casi moderno. Ya al final de su trabajo se expresa así: “Ruina pintoresca, venerable e interesantísima, el monasterio de Aguilar de Campoo hace soñar al poeta, avergonzarse al patriota y estudiar al arqueó logo, que puede ver allí la lucha de escuelas” (p. 221).
En el mismo año de 1908 publicaba también Lampérez el primer artículo dando a conocer Santa Cruz de Ribas.
La carrera de las monografías sobre las iglesias románicas españolas se abre también en estos primeros años de siglo y ya no se detendrá. Además, la primera intervención de eruditos extranjeros se produce en estas fechas. Figuras como Bertaux, analizando Silos o Boulin estudiando sus claustros dan ya idea de cómo va interesando el conocimiento de las grandes pie zas del románico hispano. No se quedan atrás nuestros primeros eruditos, pues en 1909 Puig y Cadafalch publica su importante obra sobre la arquitectura románica de Cataluña, el primer y verdadero compendio científico del románico de una región. Los investigadores palentinos, siguiendo el ejemplo de Simón Nieto, buscan sus iglesias y las publican al par que otros españoles viajan y miran nuestros monumentos. Matías Vielva llama la atención de dos iglesias en 1907: una en ruinas, la de Quintanaluengos, y otra con excelente portada admirablemente con servada, la de Revilla de Santullán, meras fichas de conocimiento que no aseguran fecha y que salvo algún acierto de visión, como el señalar los “arcos ultrasemicirculares” de la primera, y el nombre grabado del escultor de la segunda, poco, en realidad ofrecen. Luciano Huidobro, ilustre investigador burgalés, siempre interesado por la historia y el arte palentinos comenzaba en estos años sus relaciones investigadoras con Aguilar de Campoo con un comentario sobre la reedificación de una iglesia románica y la presentación del retablo-altar de Mave que entonces se creía románico. Treinta y nueve años después (1949), Huidobro volvería a comentar iglesias románicas palentinas del Camino de Santiago, y las de Aguilar las trataría de nuevo en 1954, en su Breve historia de la muy noble villa de Aguilar de Campoo.
Continuando las notas monográficas, aunque todavía cargando más en los aspectos históricos que en los arquitectónicos, Gregorio Sánchez Pradilla publica en 1912 dos trabajos. Uno sobre la abadía de Husillos a quien coloca bien en su estilo: “se construyó en el siglo XII entre los últimos destellos del estilo románico y los primeros albores del medieval” (p. 297), lo mismo que su torre, “del mismo estilo románico y levantada en la misma época de transición durante el último tercio del siglo XII”. Y otro sobre la iglesia de Villamuriel en donde toda vía vacila en la utilización de los términos “bizantino” y “románico”, pero cuando el arco apunta lo llama siempre “ojival”, palabra que ya se venía utilizando desde Quadrado. Por estos años, desde la creación en 1910 del Centro de Estudios Históricos, y aun antes, la figura del profe sor Gómez Moreno iba contribuyendo con su enseñanza y espíritu a crear un ambiente investigador cada vez más marcado. Lo mismo podemos decir de José Ramón Mélida que desde su cátedra de Arqueología de Madrid, ganada en 1912, remueve en cierta manera la visión arqueológica de los monumentos. En relación con nuestro románico palentino, Mélida publica en 191540 un informe que la Academia de San Fernando envía al Ministerio ante la petición de éste para la declaración de Monumento Nacional del monasterio de Santa María la Real de Aguilar. Redactado por el propio Mélida, vemos en él que los términos y juicios utilizados muestran ya la clara fijación del método científico. Distingue ya las distintas fases románicas y de transición del edificio (p. 47), y se ve que reconoce el magisterio de Lampérez que, como sabemos, había ya publicado en el BSEE un trabajo sobre el monasterio aguilarense en 1908 (nota 30). Una nota de Fernández Casanova en el mismo informe, y también en el nombre común de la Academia, denota que ya en esos momentos ésta desahuciaba al monumento, no creyendo posible su restauración y proponiendo obras solo “de mera conservación”.
Los años que van de 1915 a 1930 van a caracterizarse, en Palencia, por la continuación de algunas monografías sobre edificios románicos, estudiados sobre todo por Leopoldo Torres Balbás, que en 1916 publica la de la iglesia de Zorita del Páramo incorporando el dibujo de su planta, y en 1918 la de Quintanaluengos también con su plano y fotografías. Pero lo más novedoso de estos años es la aportación que en obras generales de escultura románica hacen los extranjeros Porter y Byne, tratando en ellas de algunos capiteles y conjuntos escultóricos palentinos al intentar ya buscar relaciones entre distintos focos de imaginería como San Vicente de Ávila, Oviedo, Santiago de Compostela, Carrión y Aguilar. Porter, por ejemplo, cree que el apostolado de Carrión es de hacia 1165, y piensa que el maestro que lo hace es el mismo que trabaja los últimos relieves del claustro de Silos, y dice: “me inclino a pensar que son obras del mismo escultor”, estimando también que el modelo del carrionés puede ser la arqueta de Santo Domingo de Silos, y que el de Moarves es copia del de Carrión44. Esta intervención americana surge como consecuencia de algunos capiteles palentinos que van a ser adquiridos por el Fogg Art Museum o por el Metropolitan, desde 1921.
Es ahora cuando prácticamente se inaugura el sistema comparativo de la escultura románica en España y, por consiguiente, el momento en que los focos palentinos comienzan a valorarse en el conjunto de lo español. En 1926, Elías Tormo, el gran sintetizador de las muchas variaciones de nuestro patrimonio, contribuía con su Resumen histórico del estudio de la escultura española a la controversia de hipótesis que entonces se iniciaba.
La década de los años treinta, que iba a tener un enorme futuro en esta carrera de relaciones, ve aparecer en su primer año la gran obra conjunto de Lampérez sobre la arquitectura medieval española, y en ella el estudio de los monasterios palentinos más destacados. Así, refiriéndose a Frómista, en el tomo II, dice “que es uno de los más antiguos ejemplares del románico francés en Castilla”, reconociendo que es edificio “muy perfecto en todas sus partes para tan remota edad (1066) y esto suscita algún recelo; pero no es imposible esa antigüedad, si se la compara con otros monumentos contemporáneos fechados” (p. 28). En el tomo III se ocupa primero de San Andrés de Arroyo y sugiere la posibilidad de los mismos artífices en San Andrés y en Las Huelgas, calificando al monasterio palen tino “de estilo gótico cisterciense puro y elegante, aunque lleno, de reminiscencias románicas” (p. 352). Cuando trata del monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo casi copia literalmente algunos juicios y aspectos que ya había expuesto en la monografía que en 1908 había dedicado al monumento, copiando incluso las mismas frases, y repitiendo su opinión sobre la existencia de una iglesia “de mediados del XII, anterior por lo tanto a la ocupación premostratense”, y reconociendo “que la dualidad es evidente: “hay allí –dice– mezcla de obra románica aprovechada, ojival transitiva y ojival algo más avanzada” (p. 408). Hace al final un comentario sobre el traslado que se hizo en 1871 de los capiteles historiados de la iglesia al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, y dice de ello: “A bien que no estuvo mal pen sada la acción, pues los que quedaron han sido y son objeto de rapiñas y destrozos que causa vergüenza reseñar” (p. 409).
Del monasterio de Santa Cruz de Ribas, publica, como en el resto de los tratados, su plano a escala y describe la iglesia con vocabulario totalmente técnico. Y de la iglesia de Villamuriel le llama la atención su “unidad singularísima” en un estilo de transición y dentro de la escuela templaria y acierta a fecharla “en el primer tercio del siglo XIII” (p. 425). La obra de Lampérez significó un gran avance en el conocimiento de los más destacados monumentos románicos palentinos dentro ya de un concepto de estudio casi moderno.
Realmente esta década de los treinta produce un avance significativo en el estudio del románico español y en consecuencia también del de Palencia. Los trabajos en conjunto, aprovechando las investigaciones cada vez más habituales, se hacen ya lugar común. El marqués de Lozoya publica en 1931 su Historia del Arte Español basada sobre todo y para lo románico en los estudios de Puig y Cadafalch, Lampérez y Gómez Moreno, y recoge la controversia entonces en auge sobre la prioridad de la catedral de Santiago sobre la de Saint-Sernin de Toulouse o Conques. Para lo de Palencia cita a Frómista.
En el mismo año, Mayer daba a la imprenta su El estilo románico en España con referencia destacada al palentino, y en contra de la opinión de Porter dice que Carrión no tiene nada que ver con el frontal de Silos. Y añade: “El apostolado de Moarves no es ni muy anterior al de Carrión, ni me parece derivado de éste, ni tampoco tiene importancia el que sea verdadera mente anterior o posterior al otro. Es obra seguramente española, provinciana, que parece más bien derivada de obras por el estilo de la catedral de Lugo”.
Lambert incluía en El arte gótico en España pormenores sobre los monasterios de carácter cisterciense de la escuela hispano-languedociana en Palencia: Aguilar de Campoo y San Miguel de Palencia, así como el de Villamuriel. Las aportaciones de Lambert no ofrecen real mente nada nuevo y poco significan para el conocimiento más amplio de nuestro románico.
Más interés tiene el artículo de Torres Balbás, publicado también en 1931, que al hacer un estudio sobre un cierto tipo de abovedamiento, se refiere al monasterio de Santa María de Mave al que califica de “clara importación francesa”, y viene a asegurar el pensamiento de anteriores investigadores que ya pensaban que la escultura del románico final palentino tenía sus fuentes en lo borgoñón. Torres Balbás dice que Mave “tiene grandes semejanzas con la iglesia de Neris (Allier), cuya nave se construye en la segunda mitad del XII”. Al ponerse en total relación, desde este momento, las influencias borgoñonas tanto arquitectónicas como escultóricas, prácticamente ninguno de los investigadores posteriores dejará de reconocer la inspiración de lo francés en el último románico palentino.
Un año después del trabajo de Torres Balbás sale a la luz el catálogo de los monumentos españoles declarados “nacionales o histórico-artísticos” y por tanto dignos de necesaria protección estatal. Palencia, en lo románico, incluye ya como declarados los de San Martín de Frómista (13-XI-1894); monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo (4-XII-1914); cripta de San Antolín (2-XI-1894); y las iglesias de San Miguel de Palencia, Santiago, Santa María y San Zoilo en Carrión de los Condes, San Salvador de Nogal de las Huertas, Villamuriel del Cerrato, San Juan de Moarves, Santa María de Husillos, San Andrés de Arroyo, San Pelayo de Perazancas, Santa María de Mave, Santa María de la Vega y San Quirce de Río Pisuerga (todas en 3-VI-1931). Con ello, la República recién llegada había defendido práctica mente las principales iglesias románicas palentinas que hasta esos momentos habían quedado expuestas a su deterioro. Sin embargo aún permanecieron sin protección oficial iglesias como Frontada, Puebla de San Vicente, Arenillas de San Pelayo, Nogales de Pisuerga, Gama, Matalbaniega, Zorita de Páramo, Vallespinoso de Aguilar, y otros muchos monumentos que cierta mente quedan olvidados. Pero no cabe duda que nuestro románico se valoró como algo digno de ser considerado en el conjunto nacional e incluso internacional, pues a poco de ello se inician las publicaciones de Gaillard53 y de Goldschmidt en donde ya las comparaciones con capiteles y esculturas palentinas se repiten constantemente con el intento de fijar una cronología a los grandes conjuntos de Ávila, Oviedo, Silos, Santiago de Compostela y Carrión cuyo Cristo del apostolado pone en relación con el maestro de la portada de San Vicente de Ávila.
En 1934, Gómez-Moreno, el gran patriarca de la arqueología y del arte en estos años, saca a la luz un libro que va a estructurar las líneas generales del románico español. Antes que los trabajos de Goldschmidt plantea ya la influencia francesa, al decir en su primer capítulo de “Orientaciones” que “al mediar el siglo XII, Francia nos trae fórmulas de arte más progresivas, más galanas [...] y una renovación de bizantinismo en las artes plásticas”. Dado el programa de su libro, que sólo se ocupa del “primer románico”, Gómez Moreno sólo trata en lo palentino de la cripta de San Antolín –a la que considera como arranque del románico castellano– y de San Salvador de Nogal de las Huertas, Frómista, San Pelayo de Perazancas y San Isidro de Dueñas, exponiendo ideas y opiniones que aún son totalmente vigentes.
Terminando ya la década de los años treinta va a tener Palencia una aportación funda mental para el conocimiento y localización de muchas de las iglesias románicas de la provincia hasta ahora completamente inéditas. De justicia es reconocer, por parte de los que después hemos estudiado el románico palentino, que el Catálogo Monumental de la Provincia de Palencia, de Navarro García, fue la ayuda indispensable para guiarnos en el conocimiento de las iglesias de aldea que eran o podrían ser de estilo románico. Si aun con el trabajo de Navarro fue difícil conseguir este conocimiento, fácil es suponer lo que hubiese sido recorrer toda la provincia sin este apoyo del ilustre investigador palentino. Navarro García, al describir las iglesias de todos los pueblos, por pequeños que fuesen, dejaba siempre una perfecta pista sumamente válida. A veces confundía algunas cosas, y otras no llegaba a afinar en la cronología, pero la suma de datos que ofrecía, en un trabajo realmente por encima de las posibilidades de una sola persona, resultaba un auxilio utilísimo en geografía tan complicada como es, sobre todo, el norte palentino. Naturalmente que casi nunca, dado el carácter de su obra, entraba en divagaciones estilísticas, pero sí perfilaba suficientemente el carácter de la iglesia, a lo que contribuía en gran medida la parte fotográfica correspondiente.
Se abría la década del cuarenta con el comienzo del desmenuzamiento del románico regional que va a ser estudiado siguiendo la pauta provincial, bastante criticada por algunos–más bien a posteriori– por lo que tenía de ficticia y de parcial, pero que, en el fondo, se demostró enormemente útil para ir componiendo poco a poco el mapa total del románico español, que ya había sido iniciado con Puig y Cadafalch en lo catalán en 1909 y seguida por Gómez Moreno en los Catálogos de León y Zamora; por Layna Serrano, que publicaba en 1934 su Arquitectura románica en Guadalajara y por Biurrun Sótil que, en 1936, hacía lo mismo con el románico de Navarra. Pero es ahora, en los cuarenta, cuando otra insigne figura, Gaya Nuño, abre brecha personal en los estudios del románico provincial, publicando los románicos de Logroño y Vizcaya y culminando con el espléndido trabajo sobre el de Soria.
Ciertamente que a partir de la obra de Gómez Moreno de 1934, los estudios románicos se pusieron de moda y la proliferación de trabajos da pie para que ya en 1944, Pijoan, dedique su tomo IX al arte románico, y Camps Cazorla publique El arte románico en España siguiendo a Gómez Moreno, su maestro, pero dedicando más atención que éste al siglo XII, y componiendo, ciertamente, el primer libro donde se expone toda la evolución del románico español que, en general –salvo detalles– sigue siendo aceptada. De los edificios palentinos se detiene, como Gómez Moreno, en la cripta de San Antolín, Nogal y Dueñas, para lo antiguo. Silencia, sin embargo, el románico palentino que pudiera pertenecer a la primera mitad del XII, sin duda por desconocimiento de los monumentos.
Para la segunda mitad del XII tan solo selecciona en Palencia al maestro escultor de Santiago de Carrión, al que pone en relación con Cahors, Lugo, Silos y con el maestro de la portada occidental de San Vicente de Ávila (¿Fruchel?) al que cree autor también del sepulcro de los santos Vicente, Sabina y Cristeta. De este maestro dice que “los precedentes miran hacia cosas de Francia, en Saint-Denis y Chartres”.
Los estudios sobre algunos aspectos concretos del románico español siguen ocupando las revistas que son en estos momentos el Archivo Español de Arte, el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, Príncipe de Viana, Boletín del Seminario de Arte y Arqueología de Valladolid, Boletín de la Institución Fernán González, Revista Nacional de Arquitectura, Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, Boletín de la Academia de la Historia, etc., entre las españolas, y la Gazette des Beaux-Arts, Revue Hispanique, Bulletin Monumental, etc., entre las francesas interesadas por el románico español. En los artículos referentes a la escultura románica es extraño aquel que no establezca algunas comparaciones con la románica palentina, sobre todo la de la segunda mitad del siglo XII, que ya desde antiguo venía relacionándose con todo lo mejor de Palencia, como el de Torres Balbás de 1946, sobre iglesias con columnas pareadas. Estudios directos y exclusivos sobre el románico palentino apenas se publican. Tan sólo podemos citar un tra bajillo de García de los Ríos sobre “dos capiteles del más puro estilo románico”, de la iglesia de Santa Cecilia de Aguilar de Campoo, uno de ellos el conocido y espléndido de la Matanza de los Inocentes. Sin embargo en el tomo V del “Ars Hispanie”, Gudiol y Gaya Nuño dedican largos párrafos a las iglesias o apostolados palentinos, comenzando naturalmente por la cripta de San Antolín, y dedicando a Frómista todo un epígrafe en el que incluyen la cita de Dueñas. Pero lo más novedoso es la recogida ya de iglesias y esculturas que Camps nunca citó, como Quintanaluengos, Santa Eufemia de Cozuelos, Mave y el apostolado de Moarves, del que nadie se había preocupado hasta ahora. También mencionan las portadas de Perazancas, Arenillas de San Pelayo y Revilla de Santullán, y las iglesias de Husillos, Torre de Marte en Astudillo, Castrillo de Onielo, Villadiezma, etc., y en lo escultórico de finales del XII, los capiteles de Lebanza, y no menciona San Andrés de Arroyo, ni Santa María de Aguilar por ser sin duda incorporados, en la organización del “Ars Hispaniae”, en el volumen del gótico de Torres Balbás que sí los estudia. El mismo Gudiol, esta vez con Spencer Cook, y dentro de la pin tura románica, se ocupa de la de San Pelayo de Perazancas y, en imaginería, del Cristo de Santa Clara de Astudillo, que ya estaba en el Museo de los Claustros de Nueva York, y del retablo de Mave del Museo Diocesano de Burgos.
Llegados ya a la década de los cincuenta, la provincia de Palencia vuelve a interesar a algunos investigadores más o menos jóvenes que deciden trabajar en obras de conjunto sobre el románico regional en su pureza artística o incorporándolo a visiones históricas más amplias. Del primer caso son los estudios de García Guinea, que desde 1951 se propuso realizar un catálogo de iglesias de los siglos XI y XII, analizando su arquitectura, escultura y pintura, en un estudio general y comparativo. La obra, que se concluyó a fines de 1953, fue presentada como tesis doctoral en Madrid en 1954 y no se publicó hasta 1961, editada por la Diputación de Palencia. Se abrió así el interés total por los monumentos románicos palentinos, que durante los años de investigación de García Guinea también afectó a Revilla Vielba y Torres Martín, quienes en 1954 publicaban un avance a este románico provincial en quince páginas de la revista de la Institución Tello Téllez de Meneses. En el mismo año, Huidobro sacaba una historia sobre Aguilar de Campoo en donde se detenía en sus edificios románicos, aunque no todavía con la amplitud de una visión arqueológica-artística. En 1955, Rodríguez Muñoz volvía sobre la cuestión, ampliando el resumen de Revilla Vielva y Torres Martín, insistiendo en la misma revista de la Tello Téllez. Rodríguez Muñoz sigue un orden de edificios románicos del siglo XI y luego del XII. Con referencia a los del XI, estudiados por Gómez Moreno en su conocido El románico español de 1954, no se aparta en nada de lo dicho por éste en la cripta de Palencia, Frómista o Nogal de las Huertas, aunque considera equivocadamente también del XI a Santa Cecilia de Aguilar por apoyarse en la lápida de la que habló Navarro y que nadie más ha podido localizar, con una fecha de 1041. Adelanta en cronología algunas otras iglesias, ya del XII, que él coloca en “las postrimerías del siglo XI”, como Santa María de Carrión, la Asunción de Perazancas, Salcedillo y la iglesia del Castillo, en Támara. Hace también un apartado con las de “transición” y en él incluye Santa María de Aguilar, Mave, San Miguel de Palencia, San Andrés de Arroyo, Villalcázar de Sirga y Villamuriel. El estudio no puede considerarse completo ni tampoco ampliamente descriptivo, sobre todo si le comparamos con la tesis de García Guinea compuesta un año antes. De todas formas es curioso señalar que en estos dos años de 1954 y 1955, se compusiesen los trabajos que acabamos de reseñar, al tiempo que salí an a la luz el románico de Cinco Villas (Zaragoza) de Abad Ríos y los estudios de Pita Andra de sobre la escultura románica en Castilla y la filiación del maestro Mateo, que no dejaron de ofrecer relaciones y comparaciones con lo palentino. Seguramente también había comenzado su amplio trabajo sobre el románico de Burgos, Pérez Carmona, cuya primera edición salió en 1959.
Esta especie de “fiebre” por el románico continuó no solo en la segunda mitad de la década del cincuenta sino también en la de los sesenta. Gaillard publica en 1956 sus estudios sobre la escultura en España con leves alusiones a la palentina, y su comentario sobre las influencias o caracteres de las mismas, y Gudiol sacaba en la Tello Téllez el primer estudio editado sobre la pintura románica en Palencia. También García Guinea con la iglesia de Santa Eufemia de Cozuelos, en 1959, anticipaba algo de lo que iba a ser después, ya editado, su El arte románico en Palencia, 1961. En Francia, Salet presentaba en 1959 un comentario sobre la escultura española del siglo XII, y en Palencia García Guinea insistía sobre los capiteles del monasterio de Aguilar de Campoo y el misterioso maestro Fruchel, terciando en las controversias e hipótesis sobre el lugar, cronológico y artístico, que podía ocupar la escultura palentina de la segunda mitad del siglo XII dentro del conjunto español de esa época.
Más allá de estas últimas publicaciones de García Guinea, poco se hizo en relación con nuestro románico palentino; como si sus estudios hubiesen paralizado un poco los deseos de insistir en un tema que aparentemente pudiera parecer acabado. Idea, desde luego engañosa, pues el volumen de Guinea ya fue presentado por él mismo como “un primer camino abierto hacia más amplios horizontes”. Horizontes, quizá, que sólo su autor sabía lo abiertos que quedaban hacia un futuro.Los investigadores extranjeros siguieron insistiendo en sus obras de conjunto (Marcel Durliat, L’art roman en Espagne, París, 1962) o en tesis y trabajos en los que se analizaba, más que nada, la escultura e iconografía y en donde lo palentino era siempre cotejado como referencia. Así Brooks insistía sobre los claustros románicos de Francia y España y Gaillard sobre las esculturas españolas de la segunda mitad del siglo XII, haciendo referencias a Carrión y monumentos singulares (sin mencionar ni a Aguilar ni a Moarves), y tomando parte en la guerra de hipótesis y cronologías que desde Porter (1927) se había entablado, sin triunfo manifiesto de nadie, acerca de la escultura española de finales del XII.
En 1964 tiene lugar la publicación en la revista Príncipe de Viana, de un artículo del historiador Antonio Ubieto Arteta modificando la cronología que se había dado de la catedral de Jaca, asegurando que no pudo iniciarse hasta 1077 al menos, lo que vino a romper la tradicional creencia desde Gómez Moreno, de que la corriente del primer románico –también llamado de “peregrinación”, y por mí, más determinantemente, “dinástico”– se había iniciado en Jaca, ya que se seguía manteniendo la fecha de 1066 para Frómista, lo que parecía indicar que la dirección de expansión resultaba inversa.
Iniciada la década de los setenta empiezan a salir a la luz impresa piezas escultóricas palentinas que, por diversas circunstancias, habían ido a parar a los museos americanos. Ello contribuyó a conocer nuestro patrimonio provincial en lo exportado, aun cuando ya desde 1927, y gracias a Porter, se conociesen los capiteles de Lebanza adquiridos por el Fogg Art Museum de la Harvard University. Ahora, gracias a las anotaciones catalogadoras de Glass, Seidel, Cahn suma nuestro románico una serie de capiteles (entre ellos vuelve de nuevo sobre los de Lebanza), algunos de procedencia local incierta y otro con seguridad de Santa María de Aguilar, todos publicados en la revista Gesta.
En 1973, Moralejo Álvarez, dentro de las actas del XXIII Congreso Internacional de Historia del Arte de Granada, publicó una aguda visión comparativa entre uno de los capiteles del arco triunfal de Frómista y el sarcófago romano de Husillos. Su tesis, realmente novedosa, venía a modificar, en cierta manera, la línea de influencias Jaca-Frómista propuesta por Gómez Moreno. La existencia de un capitel en la catedral aragonesa asimilable en estilo al de Frómista, hacía que nuestra iglesia palentina viniese a ser precedente antes que consiguiente, pues si el escultor de su capitel tomaba como modelo el sarcófago de Husillos, villa próxima a Frómista, llevaría después este estilo al monumento jaqués. De todas formas, el propio Moralejo, concreta que “la prioridad que otorgamos a Frómista se limita exclusivamente a la escultura y tampoco pretendemos que comprenda ‘toda’ la escultura”. Con esta hipótesis de Moralejo, la importancia de Frómista –antes casi marginada en la polémica de relaciones Jaca, San Isidoro de León, Toulouse, etc.– adquirió otro alcance dentro del primer románico castellano leonés que pudo estar relacionado con el de Gascuña.
En 1974, Azcárate Ristori, leyó el discurso de entrada en la Real Academia de Bellas Artes sobre el tema El protogótico Hispánico, rompiendo de hecho con el tradicionalmente llamado estilo de transición, quizá con cierta razón, pero que mal interpretado dio lugar a que muchos edificios del último románico fuesen sin selección considerados como proto góticos allá donde se vislumbrase un arco apuntado. En 1975 Guadalupe Ramos publica ba en el Boletín del Seminario de Arte y Arqueología de Valladolid un artículo referente a la documentación existente sobre Fruchel del que sólo se sabe de cierto que fue magister operis in cathedralis ecclesia (de Ávila), y que sólo por asimilación se le atribuyó el trabajo en San Vicente. Con ello la figura de Fruchel queda bastante difuminada, aunque García Guinea la siguió utilizando más que como artista individual como símbolo de los maestros de Ávila. En 1977 salía a la luz el Inventario artístico de Palencia y su provincia, de Martín González, Urrea y Valdivieso, en donde se recogieron de nuevo, y en criterio de fichas de inventario, los edificios románicos palentinos.
Yarza, en 1979, al referirse una vez más a las relaciones entre Ávila, Carrión y Aguilar no veía tan clara la conexión artística, y la existencia de un maestro común principal –como en cierta manera suponían Gómez Moreno y sobre todo García Guinea– aludiendo a que estas semejanzas pueden ser más que nada coincidencias de época.
A partir de 1980 existe un cierto nuevo interés por ocuparse del románico palentino. De manera general, por García Guinea que publica, en 1983 un resumen de este arte en una comunicación en un ciclo de conferencias organizadas por la Diputación palentina, y en donde da una distinta orientación y organización a la que planteó en su tesis, modelo que vuelve a repetir, en cierta manera, en el capítulo correspondiente de la Historia de Palencia de Julio González, en 1984.
En otra dirección, y en esta misma década, hay trabajos individualizados de monumentos, cuestiones o problemas más particulares en el románico palentino siguiendo los intentos de relación con edificios o esculturas foráneas. Así podemos ver que Simon daba a conocer en 1984 dos capiteles procedentes al parecer de la zona palentina, pero sin especificar lugar concreto, que pueden evidentemente relacionarse estilísticamente con el maestro que García Guinea denominó “de los capiteles de Moarves”, aunque su ejecución es mucho más torpe y rural que el buen arte de Moarves. Junto a estos capiteles, Simon volvía a referirse al crucifijo de Astudillo del Metropolitan Museum. Un año después, Ara Gil presentaba un trabajo sobre el monasterio de Aguilar en las Jornadas sobre el románico en Palencia en donde se intenta diferenciar las distintas etapas constructivas y se vuelve sobre los capiteles iconográficos de la iglesia y del claustro que, en 1986, serán publicados por Bravo y Matesanz en un estudio amplio y minucioso, pero que sigue dejando muchas interrogaciones de cronología y relaciones que muy difícilmente podrán ser resueltas.
El último trabajo referente a temas reales y científicos del románico palentino se ha publicado también por Hernando Garrido en diciembre de 1993, con posterioridad a la terminación de su tesis, y hace referencia a capiteles, pilas bautismales y otras piezas arquitectónicas y escultóricas inéditas o poco conocidas de iglesias románicas palentinas como Quintanilla de la Berzosa, Santa María de Becerril, Zorita del Páramo, Cantoral de la Peña, Revilla de Collazos, Montoto de Ojeda, Santa Eufemia de Cozuelos, San Jorde de Villabermudo, Frontada, Pozancos, Prádanos de Ojeda, Páramo de Boedo, Castrillo de Villavega y Rebanal de las Llantas, que como dice el autor “nos advierten que algunos de los canteros formados en Rebolledo de la Torre (Burgos), Santa Eufemia de Cozuelos, Arenillas de San Pelayo, Lebanza, Aguilar de Campoo o San Andrés de Arroyo, participan en la ornamentación escultórica de edificios más modestos”.
Muy recientes son, también, dos libros de Jesús Herrero Marcos, publicados en Palencia. Ambos están ricamente editados, con buen tratamiento fotográfico y clara orientación turística. El primero hace un recorrido por todo el románico palentino incidiendo en interpretaciones del simbolismo escultórico. El segundo es una bella monografía sobre San Martín de Frómista.
M. Durliat, en 1994, acaba de publicar un libro, sobre escultura románica del siglo XI en Occidente que, extrañamente, no hace mención directa a los edificios románicos españoles de ese siglo, cuando son indudables las relaciones de Frómista, sobre todo, con algunas formas escultóricas francesas, léase, por ejemplo, capiteles de Sainte-Foy de Conques, Bernay, Saint-Benoit-sur-Loire, Meobecq, Poitiers, etc., cuyas cronologías no hay seguridad que puedan ser anteriores a las de nuestros monumentos palentinos. En este aspecto, las indecisiones cronológicas en lo francés son muy parejas a las nuestras, sin que, por ello mismo, pue dan servir para ayudarnos a la fijación de fechas absolutas y sí solo para comprobar el sincronismo de los dos románicos iniciales.

Desarrollo general del románico palentino
Ambiente histórico y social
Una primera advertencia, que conviene anticipar, previa a toda estructuración del románico palentino, es que éste no puede ser considerado en sus límites geográficos provinciales, y ni siquiera en los más amplios de la región castellano-leonesa. Las fronteras medievales eran flexibles y mucho más elásticas que las modernas, y las relaciones interiores y foráneas, según puede comprobarse histórica y documentalmente, eran muy frecuentes y hasta profundas, de modo que sobre todo a partir del siglo XI, los caminos de Europa, e incluso los orientales, traían y llevaban influjos recíprocos que iban conformando una unidad de acción y de pensamiento cuya manifestación más patente es el arte románico, primer arte de unidad europea después de la alcanzada por el imperio romano.
La provincia –tranquila ya la Meseta Norte después de la muerte de Almanzor– va a ser traspasada en su centro casi, de este a oeste, por la vía peregrina, y comercial, del Camino de Santiago. La constante comunicación que esta calzada produce, no sólo con las regiones de Galicia, Navarra y Aragón, sino con Francia y Europa, coloca a la Palencia actual en un área de recepción directa de toda clase de novedades, así como la hace necesariamente transmisora de los productos creados en tierra hispana, en unos siglos –XI y XII– en que la potencia y el auge de Castilla, León, Navarra y Aragón no tienen casi parangón con otros reinos extranjeros, dado que, producida la desmembración del Califato con los reinos de taifas, la reconquista avanzó profundamente en todas direcciones.
La España de estos dos siglos románicos, no es, de ninguna manera, un país aislado que pudiera desentonar de lo que en Europa se llevaba, sino, al contrario, el foco más vital –o de los más vitales– del continente, teniendo en cuenta la proximidad a la cultura árabe andaluza, las relaciones con la Francia cluniacense y la personalidad de reyes como Sancho III el Mayor de Navarra o los Alfonsos (VI, VII, VIII), sus sucesores en Castilla, que iniciaron con sus empresas militares y culturales el ocaso de la Alta Edad Media y abrieron anticipadamente las puertas a todo lo que después produjo la primera unidad nacional europea.
No es pues aceptable ese criterio, a veces tan utilizado, de provincianismo o de autogeneracionismo de la vida y desarrollo de la región palentina en muchas cosas. Como toda Castilla, pero sobre todo como toda la Submeseta Norte, los contactos directos o indirectos con el quehacer europeo, en todos los sentidos (cultura, comercio, religión, etc.) son permanentes y decisivos. Los reyes castellanos y leoneses, repetidamente emparentados con los más poderosos europeos, toman a nuestra provincia, o mejor a sus principales ciudades y monasterios, como escenario repetido de acciones de gobierno tanto civil como eclesiástico. Que el territorio actual palentino fue uno de los más nucleares de la monarquía castellanoleonesa lo prueba el que de los dieciséis concilios nacionales celebrados en el siglo XII, diez lo fueron dentro de la diócesis y en villas y ciudades como Palencia, Carrión y Husillos; así como sabemos que los obispos de Palencia, una vez restaurada la diócesis con Sancho III el Mayor y Fernando I, estuvieron siempre muy cerca del poder de la Corte, pues don Bernardo, por ejemplo, que gobernó de 1065 a 1085, fue capellán del palacio real y llegó a titularse arzobispo y su sucesor Raimundo debió ser maestro de Alfonso VI. Fue también quien reunió el I Concilio Nacional en Husillos (1088), al que asistió entre otros (y para corroborar la “internacionalidad” de nuestra tierra) el arzobispo de Aix, lo mismo que sucedió con el II Concilio celebrado en 1100 en Palencia, ciudad, en donde estuvo presente el arzobispo de Arlés.
No hay que olvidar, tampoco, que las villas palentinas, lo mismo que la capital, Palencia, fueron en estos dos siglos románicos centros neurálgicos de los reyes castellanos y del funcionamiento de las Cortes. Así sabemos, como ejemplo, que Carrión fue vivienda de la reina Urraca, y lugar del Concilio 2.º con Alfonso VII en 1130; que Palencia lo había sido de Cortes en 1129; que en Carrión fueron armados caballeros Alfonso IX de León y Conrado hijo del emperador de Alemania; que Alfonso VI tuvo palacio cerca de Nogal de las Huertas; que en nuestras tierras tenían dominio los poderosos condes de Saldaña, Monzón y Carrión, etc.
Por otra parte y ya en la segunda mitad del siglo XII, el obispo de Palencia, Raimundo II, hubo de tener indudable influencia sobre el poder civil al ser tío de Sancho III y tío abuelo de Alfonso VIII, y le vemos consagrando la iglesia de Santa María de Husillos en 1158, y el monasterio de Nogal en 1165, favoreciendo en 1172 la construcción de la abadía de Lebanza.
Fue también en la mitad del siglo XI cuando reyes y nobles castellanos se hacen devotos propagandistas de la orden cluniacense y, por lo tanto, de la penetración directa de influencias francesas. La condesa doña Teresa, por ejemplo, entregó el monasterio de San Zoilo de Carrión al monasterio francés en 1076; Alfonso VI hacía lo mismo, a través de Sahagún, con el de Nogal de las Huertas, en 1093; y antes lo había hecho con el de San Isidro de Dueñas, en 1073, y con el de San Juan de Hérmedes en 1077. El de San Román de Entrepeñas pasó también a la orden cluniacense al incorporarse en 1118 al de San Zoilo, y esto sucedió con el de San Martín de Frómista que dio la reina doña Urraca en 1118 al mismo monasterio carrionense.
La introducción de nuevas órdenes religiosas en el reino de Castilla, tuvo repercusión en tierras palentinas especialmente en la segunda mitad del siglo XII, y en correspondencia con la expansión del último románico que, prácticamente, llena de obra escultórica, iconográfica o vegetal, todo el norte de nuestra región. Aunque no sabemos bien –aunque intuimos– la participación directa del rey Alfonso VIII, en el asentamiento en la provincia de monasterios cistercienses (San Andrés de Arroyo, Santa María de Matallana, Santa María de Valverde, Santa María de la Vega), premonstratenses (Santa María de Retuerta, Santa María la Real de Aguilar de Campoo, Arenillas de San Pelayo, Santa Cruz de Ribas), agustinianos (Santa María de Benevívere), santiaguistas (Santa Eufemia de Cozuelos), creemos que este reforzamiento monástico no pudo producirse sin el apoyo del rey de Castilla que por estos años estaba empeñado en reforzar la costa cantábrica hacia la cual los campos palentinos eran tránsito necesario. Palencia, pues, en estos siglos románicos fue una parte vital de los reinos leonés y castellano, y motivo territorial de disputas de ambos, que por posesión de sus campos en los cauces del Pisuerga y Carrión llegaron a veces a las armas. También fue la región que analizamos repartida en estos siglos entre varias diócesis, resultando así que si por una parte su diócesis desbordaba la actual provincia de Valladolid, por otra –al noroeste y este– muchos valles y pueblos eran de las de Burgos y León, por lo que las influencias de estos tres grandes compartimentos obispales fueron patentes, fuertes y variadas. Seguramente que si la personalidad del obispo Raimundo II de Palencia, como ya vimos, fue definitiva para muchas iglesias y parroquias palentinas, no lo fue menos la de algunos obispos burgaleses, como Pascual (operando en la montaña palentina hacia la segunda década del siglo XII, con la consagración de las iglesias de Brañosera, Cordovilla de Aguilar y Salcedillo) y Mauricio, en los años finales de este mismo siglo y principios del XIII, interviniendo en el levantamiento y consagración de otras iglesias en sus dominios palentinos del alfoz de Aguilar de Campoo y alrededores. Así le vemos asistir a las consagraciones de Cabria (1222), y de la iglesia nueva del monasterio de Santa María de Aguilar en este mismo año. Epigráficamente sabemos que el obispo Mauricio había ya pasado por estos montes palentinos en 1214 para consagrar en la zona cántabra de Campoo de Yuso la iglesia de Villapaderne. Seguramente que otras iglesias serían también consagradas por Mauricio, aun cuando de ello no quedó constancia documental.

El cuestionado románico del siglo XI palentino
Esta enumeración –sólo parcial– de actividades y hechos de trascendencia en el ámbito de nuestra actual provincia, así como la intervención en ellos de reyes, obispos y alta nobleza, la damos a conocer para poder asentar nuestro convencimiento de que el románico palentino, tanto en sus comienzos como en su final, no surge en focos rurales, apartados, ni es creación popular, o mera transcripción de corrientes arquitectónicas externas que vienen aquí a morir por cansancio. El románico de Palencia, como todo el castellano, tiene sin duda unas bases iniciales que recogen la tradición de sistemas o construcciones anteriores, prerrománicas (nota, por otra parte, aplicable a todo el románico europeo), pero desde el mismo comienzo está abierto a las novedades que se van implantando en Europa, y son estas novedades las que se van poco a poco –o casi repentinamente en otros casos– imponiendo.
La situación histórica de Palencia, en la fecha en que el rey navarro Sancho III el Mayor amplía la cripta visigoda de San Antolín en la capital palentina, parece lo suficientemente significativa para explicarnos el brote inicial del románico en la provincia. A fines del siglo X, o en los principios del XI, la arquitectura privativa en Castilla, como más actual, sería la mozárabe (San Cebrián de Mazote, San Millán de la Cogolla, vieja iglesia de Santa Eufemia de Cozuelos, Wamba, Lebeña, y otras iglesias sin duda desaparecidas) y parece que la aparición del románico –que ya se está instalando en estos momentos en las tierras catalanas y pirenaicas– debería incorporarse a edificios de rasgos mozárabes.
Sin embargo, nuestro románico aparece, ciertamente, por intervención de altas esferas culturales –reyes y obispos– recogiendo no lo mozárabe, sino lo más viejo aún de lo asturiano. El obispo de Oviedo, Ponce, catalán de origen, es el que se encarga de colocar la bóveda de la cripta de San Antolín, de cañón sobre fajones, que había visto en la capital asturiana en Santa María del Naranco y posiblemente en San Pedro de Rodas, en el Ampurdán gerundense, cuando era monje de Ripoll.
Esta penetración de corrientes culturales navarras y catalanas continuaría con el siguiente obispo, Bernardo, también procedente de tierras orientales y puede explicar ese testimonio casi único de lo catalán-lombardo en Palencia, en la pequeña iglesia de San Pelayo de Perazancas, consagrada en 1076.
Pero si el primer impulso para el nacimiento de nuestro románico se da recogiendo técnicas de cubrición asturianas y síntomas de lo implantado en Cataluña, a través de Navarra, la verdadera eclosión del románico vendrá por corrientes europeas que pudo acercar el Camino de Santiago, en estos mismos años de la segunda mitad del siglo XI, y derivadas de la relación indudable de Sancho III y de su dinastía –hijos, viuda y parientes– con la Orden de Cluny, que daría lugar al que yo he llamado románico “dinástico” que se extenderá por el Camino en este siglo y en los principios del XII. Sancho III corta, al apostar por el europeísmo a ultranza, la dirección evolucionista de lo viejo visigodo-mozárabe (aún conservado en la iglesia románica de Quintanaluengos, junto a Cervera de Pisuerga, con sus arcos de herradura), y apuesta por lo asturiano con abovedamiento de perpiaños, que ya trae también la arquitectura generada en el Camino francés o en las tierras catalanas (San Pedro de Rodas).
Así pues, en este primer románico del siglo XI palentino, existe una triple corriente: aquélla, primero, que conserva tradiciones prerrománicas (visigodas, asturianas y mozárabes) pero que ya incorpora elementos del nuevo estilo europeo (el ejemplo conservado sería la cripta de San Antolín). Otra segunda, procedente de influjos del primer románico lombardo, sin duda acercada a Palencia por las relaciones de Sancho III con Cataluña y que se percibe con expresa claridad en el ábside de San Pelayo de Perazancas, ermita que yo no dudo sea de otra fecha que la que marca su epigrafía. Y, finalmente, otra tercera corriente, la ya “puramente” románica de inspiración inicial francesa que promovida fundamentalmente por las relaciones de los monarcas castellanos (Fernando I y Alfonso VI) y navarro-aragoneses (Ramiro I y Sancho Ramírez) con Francia y la Orden de Cluny, impone el ya cristalizado arte románico europeo que se logra por una mutua intercomunicación de centros políticos y feudales a través de las relaciones matrimoniales de los reyes, el intercambio de formas culturales, la participación de la nobleza gala en algunos empeños de nuestra reconquista, y el tránsito de peregrinos que traían y llevaban todo género de novedades. Maestros arquitectos, canteros, escultores y pintores, se verían también implicados en este tráfico, llamados –los mejores– por los monarcas, abades, obispos y nobles, para la ejecución de sus monasterios, iglesias y catedrales.
Este románico que en la España del norte “brota casi al mismo tiempo en monumentos como el pórtico y la iglesia de San Isidoro de León, el monasterio de Sahagún y en Palencia en los de San Zoilo de Carrión, Frómista, Nogal de las Huertas y San Isidro de Dueñas, y que en Aragón aparece en la catedral de Jaca, en el extremo oriental, y en Santiago de Compostela en el occidente, no creo nadie puede negar que tiene una línea significativa en el Camino de Santiago, y una semejante cronología, segunda mitad del siglo XI. De su génesis y de sus conexiones se ha hablado mucho, primero poniendo como núcleo originario y modélico la catedral de Jaca y sus maestros, después haciendo de Frómista quizás el monumento iniciador y distribuidor de influencias, como muy sagazmente ha supuesto Moralejo”.
Y aunque parece muy posible que uno de los escultores de Frómista (hay más de un maestro) trabaja primero en este viejo monasterio palentino y después en Jaca (según lo que parece deducirse de su interpretación del sarcófago romano de Husillos), es presumible que el equipo de maestros que elaboran las grandes obras del románico “dinástico” estuviese bajo la protección o contrato de altos personajes de la Corte –reyes u obispos– que contaban con ellos para la edificación y decoración de sus monumentos, pues es revelador que encontremos el mismo estilo de taller –no me atrevo a decir la misma mano labrante– en algún caso, en monumentos tan separados desde Jaca, a Santiago de Compostela, todos ellos en el Camino de Santiago o en el ámbito territorial próximo a él, y en estas décadas finales del siglo XI. La deducción más elemental es que una política común de los reinos de Navarra, Castilla y León, patrocinada por sus cabezas reinantes, pone casi al unísono en marcha la superestructura de una organización que, sin duda concordada, y desde luego orientada en la línea cluniacense, tiene como principal finalidad conectar estos reinos cristianos de la España norteña con la Europa que empezaba a considerar como empresa propia la cruzada contra el islam y que iba estimulando como suya la obligación de recuperar la iniciativa de expulsar a los musulmanes de toda tierra europea.
Lo difícil, lo casi imposible, será –y es– determinar de dónde vienen o dónde se forman estos magníficos arquitectos y escultores que inician todas las iglesias citadas. La discusión sobre sus orígenes autóctonos o franceses es ya vieja, pero nosotros, prescindiendo de chauvinismos, acudimos a la simple comprobación de que la ciudad de León, como ya sugirieron Gómez Moreno y Bottineau, fue en época de Fernando I un gran foco de talleres románicos de orfebrería (arca de san Isidoro, cáliz de doña Urraca) y de eboraria (arqueta de los marfiles, Cristo de Carrizo, Cristo de Fernando I, etc.) que podría explicarnos dónde estaba la raíz, el centro artístico de este despertar escultórico, ya que León era un núcleo urbano de antiquísima fundación, capital de la monarquía continuadora de la legalidad asturiana, preocupación del rey Fernando I, punto clave en el Camino de Santiago, y mantenedora de una tradición cultural que sólo requería ese impulso que el siglo XI proporciona a la sociedad cristiana de la época, impulso que es muy presumible –como siempre se ha supuesto– se produjese como consecuencia de las corrientes europeístas que llevan a Castilla y León los abades, obispos y personajes que vienen con el instaurado movimiento cluniacense, como el arzobispo de Toledo don Bernardo o los mismos obispos palentinos, don Raimundo y don Pedro de Agen, alguno muy próximo a los monarcas como el propio Raimundo a quien Alfonso VI llama magistro meo.
Otra cuestión planteada es la cronología de los edificios palentinos incluidos en esta etapa del románico “dinástico”, es decir Frómista, Nogal de las Huertas, San Zoilo de Carrión y San Isidro de Dueñas. Realmente la divergencia entre unas opiniones y otras no excede de un margen de 30 ó 40 años, entre el 1066, año en el que, documentalmente, estaba iniciada Frómista, y los primeros años del siglo XII. Como la construcción de estos monasterios no parece que fuese siempre de rápida ejecución, es muy posible que pasasen varios años entre la primera piedra y la última. Veamos algunos datos más o menos precisos: San Isidro de Dueñas fue incorporada a Cluny, en tierras de Alfonso VI, en 1075; Frómista está empezándose en 1066; Nogal de las Huertas se levanta en 1063, en tiempos de la condesa Elvira Sánchez –probablemente hija del conde Sancho de Castilla, en opinión de Julio González– según lápida fundacional, y constancia documental con la confirmación de esta condesa en el testamento de doña Mayor en 1066. Nos queda sólo fijar las fechas aproximadas de San Zoilo.
Sabemos que lo había construido en su mayor parte el conde Gómez Díaz que ya había muerto en 1076, año en el que la condesa viuda, doña Teresa, hallándose en Carrión los obispos de Burgos, Palencia y Santiago, entregó el monasterio de San Zoilo al monasterio de Cluny, que ella y sus hijos debieron terminar poco después. Es evidente, pues, que en la década del setenta ya estaba construyéndose San Zoilo. Pienso que las fechas de todos estos monasterios son tan concordantes y sus relaciones artísticas tan indiscutibles que de una manera general, en muy pocos años de más o de menos, habría que suponer –y casi asegurar– que de 1063 a 1090 todos ellos se están construyendo y terminando. Serafín Moralejo señala también la relación que pudo existir entre los escultores de Frómista, Sahagún (sepulcro de Alfonso Ansúrez) y San Zoilo de Carrión, teniendo en cuenta este lazo común de la familia Ansúrez. Si en 1063 ya están puestos los capiteles de Nogal de las Huertas (este monasterio es muy reducido y podría concluirse en uno o dos años y yo no tengo por qué apartarle de esta cronología) nada de extraño es –siendo casi idénticos a algunos de Frómista–, que unos y otros fuesen obra del maestro o taller más destacado entre los que trabajan en el monasterio de doña Mayor en 1066 y años sucesivos, y que, a su vez se le ve labrar, quizá con mayor fuerza expresiva, los capiteles de la recién descubierta puerta medieval de San Zoilo, es decir el maestro o taller antiguamente llamado “de Jaca” y que ya, con más razón, podríamos llamar de “Nogal, Frómista o San Zoilo”. Los capiteles de la puerta de San Isidro de Dueñas, están más en relación con el maestro que trabajó los de las ventanas de los ábsides de Frómista, pero desde luego en la misma línea cronológica. Y si nos vamos fuera de Palencia, y pasamos a San Isidoro de León, no es extraño que veamos enormes relaciones con capiteles del interior de la iglesia que había iniciado doña Urraca años antes de su muerte en 1101, y con algunas figuras de la Puerta de las Platerías de Santiago. La presencia en Carrión, como antes hemos dicho, en 1076, de los obispos de Burgos, Palencia y Santiago de Compostela nos indica que si las relaciones eclesiásticas son fluidas, lo mismo pudieron serlo las de los artistas reconocidos. Querer rizar el rizo de abrir hipótesis sobre cuál de todos estos edificios fue el inicial y cuáles le fueron siguiendo es ya demasiado, pero podríamos lanzar la idea, basada en una normal actuación, de que la primera intervención del supuesto taller o maestro de Jaca-Frómista, sería Nogal de las Huertas ya que, documentalmente, parece la más vieja (1063). Pasaría desde aquí, después de haber visto el sarcófago de Husillos, a Carrión y a Frómista, casi simultáneamente iniciados. Acabada su intervención en Palencia pudo ser llamado a León para la iglesia de San Isidoro –que estaría levantándose en las últimas décadas del XI– por deseo de la reina Urraca, la zamorana, hija de Fernando I. Aunque tampoco sería absurdo pensar –por las fechas que se dan a la fábrica de San Isidoro construida por los reyes Fernando I y Sancha consagrada en 1063– que el taller o maestro de Jaca-Frómista hubiese trabajado primero en esta iglesia, algunas de cuyas esculturas fueron más tarde incorporadas a la Puerta del Cordero, en sus enjutas, cuando la princesa Urraca construye la última basílica. Aunque soy plenamente consciente de que todo lo expuesto son meras hipótesis –desde luego no carentes de base ni de posibilidades– es difícil desestimar las insistentes cronologías y muchas relaciones estilísticas: pitones, bolas angulares en los cimacios, pliegues ondulados, peinados, expresiones y formas de los rostros, desnudos, etc., de este taller de Jaca-Frómista, que pudo iniciarse en León, trabajando hacia 1060, y seguir colaborando en el resto de los monumentos hasta los primeros años del XII, pues es evidente que no pudo ser llamado al mismo tiempo a todos los sitios, y que su continuada labor requeriría años.
De todas formas, el estudio detenido de la puerta descubierta en San Zoilo de Carrión, cosa que sabemos se está haciendo, podrá quizá dar alguna nueva luz a estas demasiadas sombras de nuestra escultura del siglo XI. Son muchos, sin embargo, los pareceres que desde Gómez Moreno, Porter, Gaillard, etc., han entrado en liza sobre estos puntos que nosotros retomamos. La pasión nacionalista, pienso que a estas alturas ha sido marginada; las comparaciones estilísticas se hacen mucho más fáciles en estos momentos; la documentación ha afinado cronologías; han aparecido elementos nuevos y estudios puntuales con interesantes deducciones... Pero, a pesar de todo, la interrogación sigue sin real respuesta. Una cosa es lo razonable y otra lo verdadero, teniendo en cuenta que muchas veces lo sucedido en la historia no ha seguido el carril de la lógica. Aunque hay algo, sí, que es preciso tener en cuenta para no sacar del siglo XI nuestra escultura palentina “dinástica”: la fecha –1063– de los capiteles de Nogal de las Huertas. Gaillard decía que “si estos capiteles son verdaderamente contemporáneos de las inscripciones, es preciso concluir que la decoración, en las iglesias románicas españolas es más precoz que la arquitectura”. Pero si Gaillard duda –con otros– que los capiteles de Nogal puedan ser de 1063, cuando existe inscripción de la época, que señala la construcción de la iglesia por la condesa Elvira Sánchez, en esa fecha (“ERA M(I)L(E)S(IMA) CENTESIMA PRIMA”) y documentación auténtica que demuestra que tal condesa vive en esos años; si sabemos que la iglesia construida que queda es pequeña (lo que obliga a pensar que se hace de una vez y en poco tiempo); si conocemos que los capiteles están colocados en el arco triunfal sin que se perciba ningún arranque ni sustitución posterior, ¿tenemos acaso en otros muchos edificios, cuya cronología se asegura, las mismas o iguales pruebas documentales que tiene Nogal? Claro que es imposible asegurar que esos capiteles no fuesen colocados o sustituidos en fecha posterior, pero si seguimos aplicando el mismo criterio me temo que a ninguna iglesia románica, ni en Francia ni en España, pueda avalársele su cronología. En lo nuestro hay una unidad de formas, de estilo y de cronologías similares, y eso no creo que pueda discutirse.
Otra cosa es la arquitectura palentina del siglo XI. En ella, como apuntamos ya antes, perviven aún inercias prerrománicas (nave tipo asturiano de la cripta de San Antolín, cabecera cuadrada de Nogal), pero se percibe que las notas verdaderamente románicas están ya incorporadas, como novedad, a lo reminiscente indígena. Así en la cripta aparece una cabecera semicircular, ajena a la arquitectura anterior más próxima, y en San Pelayo de Perazancas, vemos una importación lombardo-catalana en su ábside. Igualmente en Nogal de las Huertas, sus capiteles, en líneas anteriores considerados, tampoco tienen nada que ver con lo precedente, señalando ya una novedad románica que es la que inmediatamente va a imponerse de una manera radical y repentina en San Martín de Frómista, el románico “dinástico”, que no es más que una importación arquitectónica, ya afianzada en Cataluña y Francia, y que viene del brazo del rey Sancho III el Mayor –tan relacionado con lo francés y lo catalán– y de sus hijos Ramiro I (catedral de Jaca), Fernando I (iglesia vieja de San Isidoro de León) y reina viuda de Sancho III, doña Mayor (Frómista), y que seguirá sosteniéndose en edificaciones de sus nietos: Sancho Ramírez y Alfonso VI (Santiago de Compostela, Dueñas), monarcas de gran tendencia europeísta, y la infanta Urraca, promotora de la ampliación de San Isidoro de León en el último tercio del siglo XI. En todas se impone el abovedamiento en las naves, la amplitud de las iglesias, el transepto, la abundancia de capiteles labrados, los pilares compuestos, etc., es decir, un planteamiento arquitectónico valiente y plenamente concebido que no se explica sino es por la participación de unos maestros canteros que tanto en los alzados como en lo decorativo venían ya completamente seguros de sus proyectos, y que viven de los esfuerzos religiosos y políticos a que obliga el Camino de Santiago.
A partir de Sancho III, no puede dudarse que aires europeos soplan sobre la cristiandad hispánica, repitiendo un poco el camino de las influencias extrañas que siempre, desde la prehistoria, tuvieron su acceso por oriente. Hasta los propios documentos de la época consideran como símbolo de novedades aquéllas venidas de tierras situadas hacia donde el sol amanece, que en nuestro caso serían las navarras, aragonesas y catalanas, pues tanto el abad Oliva, como el abad Paterno –a quien el rey le encarga la renovación de monasterios en orden a la órbita de Cluny (San Juan de la Peña y Oña)–, procedían es orientis partibus, que es por donde la influencia de los cluniacenses penetra en el reino castellano-leonés, y por donde nos llegan los reflejos lombardo-catalanes a alguno de nuestros edificios románicos iniciales como San Pelayo de Perazancas ya pasados los años mediados del siglo XI. Los reinados de todos los reyes cristianos españoles de este siglo –Sancho III en Navarra, Ramiro I y Sancho Ramírez, en Aragón, y los de Fernando I y Alfonso VI en Castilla–, son manifiestamente de expansión y reconquista, aprovechando la división en taifas del califato. El aumento de vitalidad y demografía, unido a la mayor fuerza militar y a la ganancia de tierras, con o sin violencia, consiguen hacer tributarios a gran número de reyezuelos musulmanes y despiertan en la cristiandad europea un interés por los asuntos españoles. El Papado y muchos condes y nobles franceses se deciden a una intervención directa en ayuda de los fieles hispanos, ante la convocatoria de una cruzada por el papa Alejandro II contra los musulmanes españoles, en 1063 y otra pocos años después por Gregorio VII. Tanto en Castilla como en Aragón y Navarra se crea un buen ambiente de fervor, organización y riqueza (que coincide con el profundizamiento general de la piedad en la Europa del siglo XI), que explica el despertar inusitado de los ánimos artísticos y constructivos, que no son más que la consecuencia de un nuevo espíritu de triunfo y esperanza que venía a sustituir a la desmoralización de los reyes españoles hacia la política –eclesiástica y civil– de Francia, con uniones matrimoniales con familias reales y de la nobleza gala, y se explicará tanto el cambio de las viejas costumbres hispanas (rito mozárabe por el romano, escritura visigoda por carolingia), como la llegada de numerosos monjes abades cluniacenses que traerían con ellos, lo mismo que los caballeros armados, muchas prácticas, usos y modas, que de un extremo a otro de los reinos cristianos, tanto en Cataluña como en Galicia, producen un impulso de renovación, característico de momentos de exultante ánimo, y una conciencia de unidad cristiana que viene en España a manifestarse en esa empresa común del Camino de Santiago.
Pero aún todo esto no resolvería totalmente la unidad que se aprecia, tanto en la escultura –ya analizada– como en la arquitectura con variedades de nuestro románico del XI. Hubo de haber un interés común y organizado por parte de los monarcas españoles y un deseo de renovación arquitectónica, tanto en amplitud de las iglesias como en el bien hacer de los edificios que viene a transformar la humildad y pobreza del prerrománico o de la corriente lombarda en todo un planteamiento nuevo, ambicioso y valiente, que requería equipos de creadores y canteros capaces de promover empresa de tal envergadura. Nosotros no dudamos que éstos tuvieron que ser patrocinados por poderes económicos fuertes, que en la segunda mitad del siglo XI serían los reyes Fernando I o Alfonso VI en Castilla y León, Ramiro I y Sancho Ramírez en Aragón, pero sobre todo el rey castellano Fernando, que tenía en León un foco comprobado de artistas en consonancia con su categoría de “emperador” y que se tomó muy en serio tanto sus relaciones con Cluny como la peregrinación a Santiago, que parece realizó en dos ocasiones.
Es preciso reconocer que el cambio arquitectónico que se produce a mediados del XI, en este primer románico castellano-aragonés –el románico “dinástico”– y que en Palencia afecta a Nogal de las Huertas, Frómista, San Zoilo de Carrión y San Isidro de Dueñas, es singular y claramente manifiesto. Sancho III el Mayor, padre de Fernando I había tan sólo iniciado el cambio con algo tan humilde como la cripta palentina (no sabemos cómo sería la catedral), en donde lo asturiano viejo (fajones en la pequeña nave, como en Santa María del Naranco) y ábside semicircular (como en lo lombardo aragonés) despegaban ya su obra de las características mozárabes, pero para nada se había incluido en ella la decoración escultórica que vendrá a incorporarse con toda plenitud en la arquitectura “dinástica”. Capiteles, cimacios, impostas y canecillos, van a ser ahora insistentemente labrados con motivos vegetales, animales e iconográficos.

¿De dónde proviene esta novedad repentina y sin casi precedentes?.
Para las orlas vegetales, nosotros tenemos lo visigodo y lo califal, siempre en humilde formato, y para lo iconográfico y animal también lo visigodo (San Pedro de la Nave) y lo asturiano (Naranco) apuntan en este sentido. Pero en lo dinástico, lo rústico se transforma en solemne –aparejo de espléndida sillería–; lo incipiente aparece de pronto como acentuadamente cuidado (capiteles de Nogal o vegetales de Frómista); las proporciones humildes, adquieren alzados y disposiciones cupulares de envergadura (linterna de Frómista), indicándonos que un espíritu mucho más ambicioso se impone en nuestras tierras hispanas de la cristiandad, que unos pocos años antes se había ya anticipado en el impulso oriental de lo lombardo, y en iglesias como la colegiata de Cardona, Sant Jaume de Frontanya, Sant Miguel de Cruilles, etc., todas de la primera mitad del XI, que habían iniciado el camino de la monumentalidad pero que aún no tenían como material de construcción la sillería, el opus cuadratum romano, y que carecían de decoración escultórica aplicada, salvo San Pedro de Roda que ya recibe mucha influencia califal en sus capiteles, posiblemente como consecuencia de algún taller musulmán que se acoge a la llamada del famoso y poderoso abad Oliva, de Ripoll, tal como apunta Gaillard. Esta llegada posible de artífices musulmanes a Cataluña pudo ser repetida en tiempos de Fernando I en las tierras de Castilla y tal vez (son sólo hipótesis de trabajo y nunca afirmaciones) pudieran haber sido los que provocaron el despertar del “románico dinástico” y la introducción masiva de capiteles labrados en sus edificios, algunos, como los vegetales de Frómista, de claros recuerdos de la decoración de ataurique, o la abundancia de canecillos con espacio de separación muy semejante a los exteriores de la mezquita, así como la decisión de utilizar la sillería en piezas y armaduras muy similares a los muros exteriores de la misma mezquita cordobesa. Pero lo que es evidente es que fue en el Camino de Santiago donde se fraguó el definitivo sentido de la arquitectura románica en España con una serie de reminiscencias visigodas, asturianas, mozárabes, y unos nuevos impulsos de lo carolingio y lo cristiano oriental y bizantino.
Otro aspecto que convendrá estimar en nuestra arquitectura palentina de la segunda mitad del siglo XI (San Martín de Frómista, San Zoilo de Carrión, San Pelayo de Perazancas, San Isidro de Dueñas) y en general en todos los edificios del románico dinástico de estas mismas fechas, es la aparición prácticamente repentina de un motivo decorativo que va a ser insistentemente repetido en todo el románico posterior, hasta llegar a considerarse incluso como el más representativo de todo el arte románico; esto es el ajedrezado, los billetes o el llamado taqueado jaqués. Este motivo tan elemental de la alternancia de cuadros o rectángulos en relieve y en hueco, se veía ya en la vieja cerámica del Dipilon o en los “dentellones” de mosaicos siempre como técnica pictórica. En pintura no deja de ser frecuente y así se ve, como ejemplo tardorromano, en los frescos de Santa Eulalia de Bóveda (Lugo), posiblemente del siglo IV d. de J. C., en donde aparece un ajedrezado de doble fila en la imposta que hace de enmarque inferior de todo el conjunto pictórico de la bóveda. Parece que en este caso tienen los dados una proyección de sombra que imita tal vez el relieve de talla.
También en la técnica pictórica musivaria los ajedrezados existen en decoraciones de filetes encuadrantes realizados por la alternancia de dentellones blancos y negros, formando, en dos filas, un verdadero taqueado pictórico, como podemos ver, por ejemplo, en un mosaico del Museo Romano-Germánico de Colonia. Se ve también el ajedrezado en marfiles fechados en los siglos IX-X, de Santa María delle Grazie, estudiados por M. Lavers con una disposición en dos filas. Los precedentes aplicados a molduras arquitectónicas no parecen muy claros. Podría ser evolución del sistema de luz y sombra de las “gotas” de los triglifos griegos o del filete bajo la cornisa jónica, en sarcófagos romanos orientales, pero en estos casos se trata sólo de una fila de elementos que no llegan a formar el típico ajedrezado que sólo se configura con dos, tres o más filas de prismas alternantes. Con la misma disposición unilineal lo vemos representado en arcos de mosaicos bizantinos de San Apolinar de Rávena, etc.
El ajedrezado que vemos en nuestros monumentos palentinos de la segunda mitad del XI aparece, como decimos, de una manera súbita, creemos que como invención de maestros románicos hispano-franceses. No existía en lo asturiano ni en lo mozárabe. No aparece tampoco en lo carolingio, ni en lo románico lombardo, ni en lo bizantino anterior al XI. Lo viejo catalán y aragonés tampoco lo utiliza. Las iglesias románicas francesas comienzan a tener esta decoración de ajedrezado en fechas también de la segunda mitad del XI, –tal como lo vemos en Conques, Saint-Savin-sur-Gartempe, etc.–, como las españolas de nuestro románico “dinástico”. ¿Es acaso una creación que surge con el impulso unitario del Camino de Santiago? Muy posiblemente. Al menos creemos que gracias a él se expande el motivo por Europa. ¿Fue un motivo recogido de lo árabe no lejano, pues una imposta dibujada de billetes de tres hiladas podemos ver en el mosaico de la cúpula del tramo que precede al mihrab (año 961)? Aunque la arquitectura del pórtico de San Isidoro de León, en lo que puede pertenecer a la época de su consagración (1063), no es muy segura, si la puerta que da al claustro de Felipe II fuese de esa fecha, sería el primer ejemplo de la utilización del ajedrezado románico que yo conozca.
Se había llamado también “taqueado jaqués” por considerarse que era consustancial, en lo más antiguo, con el taller o los talleres de la catedral de Jaca, que hasta hace unos años se consideraba levantada en 1063, pero si ahora –con Moralejo– parece que uno de estos maestros trabaja primero en Frómista y luego en Jaca, y que esta iglesia aragonesa hay que llevarla más hacia nosotros en sus comienzos, estaríamos apuntando ya a un cambio de “taqueado jaqués” por “taqueado de Frómista”. El hecho es que, por estas décadas del 60-80 del siglo XI, se impone esta moldura en todo el románico español más aún que en el europeo. La misma iglesia de San Pelayo de Perazancas construida con claros influjos lombardos en 1076 ya usa el ajedrezado fuera y dentro del ábside, probando que ya en esta fecha el románico “dinástico” se impone, lo que nos permite afianzarnos más en la datación de Frómista en años de 1066 a 1080 ó 90, en la mayor parte de su alzado, salvando, quizás, algún capitel que podría ya tocar el siglo XII.
Otro detalle a tener en cuenta, para asegurarnos más de que nuestro románico “dinástico” –en el que incluimos las iglesias y monasterios tantas veces citados en Palencia–, es un brote creador y original en la segunda mitad del XI, es la utilización de bolas en los cimacios y pitones en las crestas que muy poco se ven por estas fechas en el románico francés. Tanto Frómista como Nogal y San Zoilo de Carrión los tienen, y los veremos también en Jaca, en Santiago de Compostela, y en la iglesia de doña Urraca de esa misma iglesia. Para buscar la originalidad de nuestros operarios del románico “dinástico”, no es preciso hacerlos derivar solamente de focos dinámicos franceses (Normandía, Borgoña y Poitou), como dice Durliat120, y no es posible tampoco asegurar que el proceso de creación del románico del último cuarto del XI se tuvo necesariamente que poner en marcha en estas regiones francesas, pues esto sería establecer “un marco demasiado estrecho” al potente estallido del románico pleno y a su casi segura simultaneidad en varios puntos de Occidente, y siguen sin convencerme las corrientes que, desde hace tiempo, intentan sacar del XI a nuestro románico “dinástico”, cuando las pruebas documentales y la comprobada fuerza política y artística de nuestros reinos parecen proporcionar la suficiente firmeza como para no hacer a nuestros maestros arquitectos y canteros del XI meras comparsas de unos principios creados en otro sitio. Sin exagerar la exclusividad de un solo taller o maestro para nuestras iglesias palentinas, y siendo, al contrario, partidario de ver una indudable variación de manos y talleres, no podemos negar la existencia de un estilo común para todas ellas, y unos comienzos o planteamientos igualmente comunes que, iniciándose en la década del sesenta, pudieron muy posiblemente prolongarse, con la natural variación a la que el tiempo obliga, hasta los comienzos mismos del siglo XII.

El siglo XII: el románico ya consolidado
La primera mitad del siglo XII en nuestras tierras palentinas no parece muy pródiga en monumentos. Con bastante seguridad sólo podemos colocar en estas fechas, que pueden ir de 1110 a 1150, a las siguientes iglesias: Granja de Valdecal, Quintanaluengos, Santa María de Carrión de los Condes, ábsides de Santa Eufemia de Cozuelos y Puebla de San Vicente. Pudieran ser también de esta primera mitad, con dudas, algún capitel de Cillamayor, la ventana y capiteles de Villabermudo y Valdeolmillos y algunos restos de la iglesia de Frontada.
Parece en principio chocante el reducido número de iglesias a las que podemos considerar construidas en esta primera mitad del siglo XII comparándolo con el nutrido que existe en la segunda mitad, lo que nos obliga a intentar encontrar las razones de esta diferencia. Una de ellas creemos que puede ser la inquietud que en el reino de Castilla existe en las casi tres décadas iniciales del siglo, debido a los enfrentamientos del matrimonio formado por los reyes Alfonso I de Aragón y Urraca, que provocó numerosos choques armados, despoblación de aldeas y calamidades sin cuento, que, naturalmente, poco invitarían a llevar una política de levantamiento de nuevas iglesias. Otra causa, que podría extenderse a todos estos primeros 50 años, es el avance hacia el sur del protagonismo territorial que pasaría a las tierras nuevas de las Extremaduras, en trance de repoblación, que absorberían gran parte de los recursos económicos del reino, en perjuicio de los viejos Campos Góticos. Tampoco hay que desechar la circunstancia de que algunas de las iglesias levantadas en esta época hayan desaparecido totalmente, sustituidas por otras de finales del románico, o del gótico, o sólo perviva de ellas algún elemento, tal parece el caso de Frontada.
Salvo la iglesia de Santa María de Carrión, cuya construcción se explica por la importancia de la villa en esta mitad del siglo (sede de concilios en 1102 y 1130, residencia casi del rey Alfonso VII en muchos momentos, sede del importante monasterio de San Zoilo, y apeo tradicional en el Camino de Santiago, etc.), las restantes iglesias que hemos citado se construyen todas en el territorio que pertenecía al obispado de Burgos, en la zona norte de la provincia.
Quintanaluengos, que tiene (o tenía, mejor) epigrafía de 1105, sin que podamos asegurar que fuese ésta la fecha de su erección, conservaba en su alzado, hoy desaparecido, recuerdos visigodos y mozárabes en su ábside rectangular y en el arco triunfal que es marcadamente de herradura. Sus capiteles, de cesta de poca altura, llevan iconografía con temas humanos, muy toscos pero de bastante relieve, que recuerdan otros de parecido tipo y técnica popular, primitivos, que aparecen en las pilas de San Pedro de Tejada, Villatuerta, Villanueva de Elines, en Cantabria, etc., y que son ejecuciones muy rurales, en zonas que no han recibido la acción magistral de los buenos canteros del románico “dinástico”, pero que ya tienen de éste reflejos en la utilización de los billetes como decoración.
Transposición directa de los influjos de Frómista, tanto en lo arquitectónico como en lo decorativo, es la pequeña iglesia de Puebla de San Vicente, viejo monasterio cedido a los benedictinos por Alfonso VI, en 1103. Próxima a Mave, en territorio de Aguilar de Campoo, compone su ábside siguiendo el patrón del monasterio de San Martín, es decir, tres cuerpos, tres calles separadas por contrafuertes con columnas cuyos capiteles llegan a la cornisa y tres ventanales con guardapolvos de billetes, arquivoltas de baquetón y medias cañas que apoyan sobre capiteles con figuras masculinas en cuclillas, tema casi idéntico al que vemos en Frómista. La puerta del hastial de poniente, de la misma traza, lleva capiteles ejecutados por el mismo maestro cantero que trabaja en Cervatos. Como a esta última iglesia se la puede asignar una fecha de 1129, no dudamos que esta parte vieja de la iglesia de Puebla de San Vicente (cuyo interior se modifica a finales del XII) no andará lejos de ese año, en más o en menos.
La llamada Granja de Valdecal, entre Villela y Rebolledo de la Torre, en terreno todavía palentino, es hoy una triste ruina que bien merecería un buen trabajo de desescombro y restauración de lo que quede. Sabemos que se estaba construyendo en 1116 por la reina Urraca. De la iglesia sólo se conservan cuatro capiteles, tres de ellos en el Museo Arqueológico Nacional y otro sosteniendo el altar de la iglesia de Santa María de Mave, que queda muy próxima. Estos capiteles marcan la influencia dinástica, pero sobre todo directa de Frómista, pues uno de los del interior de esta iglesia, dos obreros que portan un recipiente colgado de un palo, tiene su réplica en otro similar de Valdecal, y hasta los pitones de lo dinástico se marcan también en otro de los capiteles. Uno de los conservados en Madrid, corintio, recuerda más a los del pórtico de San Isidoro de León.
La cabecera de la iglesia del viejo monasterio santiaguista de Santa Eufemia de Cozuelos, es decir el ábside principal antes de ser realzado, muestra, tanto en su exterior como interiormente, claros testimonios de haberse levantado en los primeros años del siglo XII. Las tres ventanas absidales recuerdan en todo a las de Puebla de San Vicente, y en la decoración de impostas, cimacios y capiteles del arco triunfal, puede verse la mano indudable de los operarios de Cervatos y, desde luego, igual que en Puebla, el reflejo de lo dinástico de Frómista en ese capitel de animales superpuestos que vemos en el monasterio de doña Mayor. La cronología, pues, del más viejo románico de Santa Eufemia rondará el 1129 (fecha marcada en Cervatos) seguramente cuando ya la iglesia, que había pertenecido a Alfonso VI, pasó al obispado de Burgos.
En la iglesia de Cillamayor, aunque el edificio ya puede írsenos a la segunda mitad del XII, parece que se reutilizaron dos capiteles de la primera en su arco triunfal, con características muy similares a los de Cervatos (superposición de animales y águilas explayadas). Lo mismo podemos decir de la ventana de Villabermudo que conserva capiteles en la línea de los de Puebla de San Vicente, y del arco triunfal de la misma con otros muy toscos pero que “suenan” a primitivos. Hay otros elementos decorativos en algunas iglesias que apuntan también hacia cronologías de esta primera mitad del XII, como reminiscencias que pueden corroborar lo que anteriormente supusimos de la sustitución de alzados más viejos por otros más modernos. En este aspecto parecen anteriores a 1150 los capiteles interiores del ábside y del arco triunfal de Valdeolmillos y los de Matalbaniega.
La iglesia de Frontada lleva incrustada en su muro meridional una inscripción que marca la fecha de 1143, quizá indicadora de la construcción de un edificio anterior, del que puede ser único testigo la ventana modificada del ábside.
La iglesia de Santa María de Carrión es un monumento más próximo a las corrientes europeístas del Camino que a la directa dependencia de lo dinástico. Las influencias de Frómista no se ven tan claras ni en lo arquitectónico ni en lo escultórico, y sí más cerca de las que consideramos iglesias de peregrinación. Así como a Frómista es difícil buscarle relaciones con San Saturnino de Toulouse o Santiago de Compostela, Santa María de Carrión tiene ciertos detalles que con ellas conectan. Su cronología no es segura, pues ningún documento ha logrado acercarnos al posible momento de su erección, pero por el tipo de su puerta meridional, con el friso de los diversos momentos de la Epifanía y las esculturas monumentales en las enjutas, así como la utilización de dovelas iconográficas y metopas del mismo tipo en la cornisa, ello unido al sistema decorativo de las impostas y cimacios, nos permiten casi asegurar que su construcción no sobrepasa el inicio de la segunda mitad del siglo XII.
La segunda mitad del XII es en Palencia, lo mismo que en todo el arte románico en general, la época del triunfo abierto de la escultura. Sin dejar ésta de estar subordinada a la arquitectura pasa, sin embargo, a tener un protagonismo mucho más destacado que el que tuvo en los edificios del XI y primera mitad del XII. En Palencia, la iglesia de Santa María de Carrión, todavía en la primera mitad señalaría el comienzo de este predominio escultórico y decorativo que a partir de 1150 invadirá a casi todos los elementos arquitectónicos de las portadas. Las más monumentales y adornadas del románico palentino se construyen después de aquella fecha: Santiago de Carrión, Moarves, Revilla de Santullán, Perazancas, Arenillas de San Pelayo, etc., y es ahora también cuando se alzan los más ricos claustros y salas capitulares: Santa María de Aguilar de Campoo, Santa Eufemia de Cozuelos (conservando sólo elementos sueltos que dan idea de su riqueza escultórica), Santa Cruz de Ribas y San Andrés de Arroyo. Pero ya no es sólo el afán de relleno de molduras, con un cierto horror al vacío, el que se produce, sino que existe una especie de refinamiento escultórico, una valoración del cuidado en la talla que llega a extremos de acusado barroquismo con florituras, calados y detallismo casi de orfebres. Primero hay una cierta pasión por lo iconográfico, con un despertar del bizantinismo que en el trabajo de los buenos maestros produce unos cánones más esbeltos y unas expresiones que alcanzan un clasicismo de sugerencias helenísticas (Pantócrator de Santiago de Carrión), pero después, o quizás al mismo tiempo en algunos casos, se pasa a la pasión casi exclusiva de lo vegetal, en donde (capiteles del claustro de San Andrés de Arroyo) el primor y la filigrana se hacen prueba de inigualable maestría. Y ya iniciado el siglo XIII las corrientes purificadoras cistercienses abren el síntoma contrario de la limpieza decorativa (Santa María de Mave), de forma que en casi sólo veinte años se pasa de la ornamentación iconográfica más decidida y valiente a las escuetas formas funcionales de los elementos arquitectónicos.
El mismo problema que existía cuando se intentaban desvelar los orígenes, líneas de expansión, influencias y prioridades en nuestro románico dinástico palentino de la segunda mitad del XI, se vuelve ahora a repetir justamente cien años después. Y así como en aquél las posturas de los estudiosos resultaban a veces no concordantes, sobre todo en relaciones y cronología, exactamente igual sucederá con las opiniones de los especialistas de la escultura románica, no sólo palentina sino toda la española, de la segunda mitad del XII. Por ello –y repito lo que ya se ha dicho en la Introducción de este volumen de la Enciclopedia del románico en Castilla y León– no puede extrañar, en una obra en donde han trabajado y ejercido la libertad de opinión numerosos estudiosos, que a veces las visiones de algunos aspectos puntuales no coincidan e incluso que puedan ser bastante encontradas. Sin embargo las posibles discusiones o desacuerdos cronológicos suelen ser sobre márgenes muy estrechos o puntos muy concretos y precisamente generados por el afán de acercarse al máximo a la verdad del acontecer histórico o artístico investigado. Las fuentes literarias siguen siendo escasas a la hora de hacer referencia a los monumentos, incluso de aquellos más destacados, por lo que sólo a base de análisis comparativos podemos llegar a certeras aproximaciones, que quedan siempre sin poder pasar de hipótesis mejor o peor razonadas. Por lo general, se está de acuerdo en las líneas fundamentales y se discrepa en determinados puntos que pueden tener distintas interpretaciones.
Y lo mismo, también, que sucedía en el XI, cuyo románico se aposenta fundamentalmente en los edificios monásticos, en esta segunda mitad del XII son igualmente los grandes monasterios palentinos los protagonistas de las novedades que desde el punto de vista arquitectónico y escultórico se producen en nuestro territorio. De nuevo somos testigos de la aparición en ellos de maestros arquitectos y escultores que, movidos también por impulsos reales (en este caso la Corte de Alfonso VIII) van a implantar en nuestros monumentos modos y maneras de hacer claramente inspiradas en lo francés, y ahora con mayor evidencia que en el siglo XI.
La riqueza constructiva y decorativa de estas postrimerías del siglo XII tiene que tener también una explicación histórica (tanto social como económica) que disponga a nuestra provincia, y en general al reino castellano-leonés, para que una nueva oleada de impulso creativo románico pudiera hacerse bien patente. El reinado de Alfonso VII (1135-1157), que había tranquilizado los ánimos guerreros internos de años anteriores, había logrado implantar la hegemonía feudal del monarca sobre otros reyes y condes españoles y del sur de Francia, consiguió también activar las relaciones culturales y comerciales con Europa y fue, desde luego, una etapa enormemente vitalista de nuestra historia (apogeo de las peregrinaciones, culminación del episodio feudal, implantación de la orden cisterciense, desarrollo de los concejos e instituciones municipales, etc.). Su política, tanto militar como diplomática, preparó ciertamente a la sociedad castellano-leonesa para nuevas empresas, aunque su idea patrimonial del Estado le hiciese cometer, como a su bisabuelo Fernando I, la equivocación de dividir a su muerte la unidad castellano-leonesa.
Pero en lo que afecta al románico palentino fue sin duda el reinado de Alfonso VIII (1158-1214), hijo del malogrado rey Sancho III, el que más va a repercutir en nuestras tierras. A pesar de su conturbada minoría y su bélica adolescencia, que ponen de manifiesto el poder de determinadas familias castellanas y sus luchas por el predominio (los Fernández de Castro y los Lara, sobre todo, así como las repetidas contiendas que el rey, ya adulto, sostuvo con los almohades y con los reyes de León, Aragón, Navarra y Portugal), su reinado es testigo de la edificación de los más destacados monasterios románicos de Palencia del siglo: Santa María de Aguilar, Lebanza, San Andrés de Arroyo, Santa Cruz de Ribas, crucero y nave de Santa Eufemia de Cozuelos, Zorita del Páramo, Santa María de Mave, Arenillas de San Pelayo, e iglesias y colegiatas tan artísticamente destacadas como San Juan de Moarves, Revilla de Santullán, Santa Cecilia de Aguilar, Villanueva de Pisuerga, Husillos, San Salvador de Cantamuda, etc.
Desde el punto de vista constructivo perviven todavía en esta segunda mitad del XII los planos y alzados derivados de la corriente de Frómista: sistema de cúpula y linterna sobre el crucero, y utilización de trompas (Villamuriel del Cerrato, Santa Eufemia de Cozuelos, Zorita del Páramo, Nogales de Pisuerga, Santa María de Mave) y ábsides simples semicirculares con bóveda de horno, para las pequeñas iglesias de concejo (Revilla de Santullán, Santa Eulalia de Barrio de Santa María, Cabria, Cubillo de Perazancas, Renedo de la Inera, Pisón de Castrejón, Vallespinoso de Aguilar, Gama, Villavega de Aguilar, etc.). Pero en las últimas décadas ya penetran tendencias de influjo francés de gusto cisterciense, con la utilización de la crucería y los ábsides rectangulares o poligonales (Villamuriel del Cerrato, Santa Cecilia de Aguilar, Santa María de Aguilar, San Andrés de Arroyo, Santa Cruz de Ribas, San Salvador de Cantamuda –todavía con el tradicional ábside semicircular–, etc.). También de estos años finales del XII hay muestras en Palencia de la actuación de cuadrillas mudéjares que han dejado su huella en los ábsides de Santa María de la Vega (entre Saldaña y Carrión) y en Arenillas de San Pelayo, lo que nos afirma la idea de que muchos artistas de nuestro románico seguían todavía tradiciones e influjos del mundo árabe, y no solamente en lo arquitectónico, sino en lo escultórico y decorativo.
Pero es precisamente en este aspecto ornamental, donde el románico de la segunda mitad del XII en Palencia consigue, creo, la cúspide de este arte. La dificultad de su estudio en puntos como la cronología, las fuentes, influjos y maestros es, como ya apuntamos, la causa de las muchas divergencias en las opciones de los especialistas. Naturalmente que no es el momento de hacer una exposición de todas, que, por otra parte, ya dijimos comenta el Dr. Hernando Garrido en sus numerosas publicaciones, y que el lector interesado podrá completar con la bibliografía adicional que en ellas se recoge.

¿Cuál es el razón o razones para que a partir de 1150, sobre todo, se produzca este brote de afán escultórico y decorativo en el reino de Castilla y por tanto en Palencia?
Diremos que pueden ser varias las causas que lo motiven, sin que ninguna de ellas sea verdaderamente responsable de ello, decisoria, y sobre todo que nosotros podamos asegurar su preeminencia. Pero nos atrevemos a suponer que las hay históricas, culturales, políticas y económicas, como de hecho son todas las causas que mueven, cambian o transforman las situaciones sociales y artísticas. Ya hemos visto en líneas anteriores cómo los reinados de Alfonso VII y Alfonso VIII, que es cuando se produce esta efervescencia, son manifiestamente progresivos y vitales, en un alza que in crescendo partía ya de la época de Alfonso VI.
En primer lugar advertimos que este fenómeno no es sólo del románico español, sino de todo el europeo; es, podemos decir, “una moda”, y sabemos lo que en todo momento esto significa: contagio, transmisión rápida, deseo de emulación que se hace aún más expansivo cuando la sociedad –como ocurre en este caso– está llena de espíritu vigoroso. Marcel Aubert dice que si el siglo XI había sido “el siglo de los ensayos, y también de los éxitos, el XII es el de las epopeyas, de las canciones de gesta, de la floración de las escuelas, y los monumentos responden a esta grandeza, a este entusiasmo épico”. Y en lo que se refiere a nuestras tierras, Reyna Pastor afirma que “este siglo XII se caracterizará como la época de expansión y consolidación de la formación económica-social feudal en Castilla y León”. Evidentemente, aun con la división de estos reinos, todo indica un momento positivo, joven y nada derrotista en los reinos cristianos españoles.
Las relaciones con Francia no se detienen, y la proximidad de intereses, y la conciencia de cultura común se manifiestan, por ejemplo, cuando sabemos que al matrimonio de Alfonso VIII con Leonor de Aquitania, asisten los obispos de Burdeos, Angulema, Poitiers y Agen, o en el viaje del obispo de Burgos, en 1157, a Cluny, o en “la frecuencia con que gascones, juglares o clérigos, protagonizan hechos culturales”, y las mismas influencias de Francia o de Europa en el aspecto artístico son explicadas por Cortázar al indicar la “condición de periferia” cultural que tiene la Castilla alfonsina, más preocupada de sus acciones bélicas, por necesidad perentoria, que de grandes sistemas de pensamiento y creación originales. En un mundo pues como es el castellano, de impulsos vitalistas, de problemas derivados de su rápida expansión territorial, de su progreso comercial y político, no es insólito que, dadas las repetidas relaciones con Francia, viniesen de esta tierra, más pacífica y menos obligada a esfuerzos materiales, las corrientes creadoras de la cultura. Por ello no nos extraña que en esta segunda mitad del siglo XII hallemos en el románico castellano muchas aproximaciones a lo que un poco antes se estaba ya ejecutando en el francés. Y así, tan sólo limitándonos a las grandes portadas decoradas, claustros o a la escultura monumental, que es ya sintomática de este final románico, veremos que en Francia –admitiendo con fe las cronologías que más repetidamente se les adjudica– las grandes puertas decoradas (tímpanos, arquivoltas, bandas de relieves, jambas, etc.) de este país se fechan muchas de ellas en la primera mitad del XII: tímpano de Autun (1130-1140); Saint-Lazare d’Avallon (década de 1140); Vézelay (1125-1130); Moissac, portada (1120-1135); Beaulieu-sur-Dordogne (1125-1135); Conques (tímpano, 1130); Notre Dame de Poitiers (fachada, mediados del XII); Chartres (portadas: 1145-1160); Cahors (antes de 1150) etc., etc.
Otra razón que pienso debe explicar esta eclosión de construcciones en estos años finales del XII y comienzos del XIII es el interés que vemos que Alfonso VIII se toma por monasterios y catedrales españolas, allí donde la decoración se hace más nutrida, y en particular por los que a nosotros nos atañen. Le vemos directamente relacionado con la protección a las órdenes cisterciense y mostense, tal es el caso de monasterios como el de Las Huelgas de Burgos (tan relacionado con cosas palentinas) o el de San Andrés de Arroyo, beneficiando a la fundadora y primera abadesa, doña Mencía, o también el de Santa María de Aguilar, de premonstratenses, en donde interviene muy directamente.
Igualmente en Silos (parte de cuya escultura tiene tanta relación con la de Carrión o Aguilar) hay una actuación de apoyo al monasterio en 1177 por parte del rey y de su esposa Leonor, beneficiándole. Y lo mismo sucede con Oña, que recibe el favor regio, y hasta en Benevívere, monasterio cerca de Carrión, hoy desaparecido, se acoge al propio rey, que se acercó al cenobio para consolar a los monjes por la muerte de su fundador Diego Martínez de Villamayor. Este espíritu de ayuda a lo religioso, por lo que afecta a Palencia, es también patente en la muy directa relación del monarca con el obispo Raimundo de Palencia, al que llamaba tío-abuelo suyo (avunculo meo).
El Camino de Santiago sería, finalmente, otro elemento a tener en cuenta en esta difusión de influencias por toda la mitad norte de la Península, sobre todo para lo que Francia aporta.
El caso de Ávila, fuera del Camino –y que construye en estas fechas sus pórticos de San Vicente y el cenotafio de los santos Vicente, Sabina y Cristeta, conservado en el interior de la iglesia, todo ello con tantas relaciones con lo palentino de Carrión y Aguilar– se explica por las atenciones que el propio rey Alfonso VIII tuvo con la ciudad. Pasó en ella su niñez y ya de mayor le concedió el título de “Ávila de los Leales”. Atendió también a la Iglesia de Ávila, que inicia su riqueza gracias a donaciones reales. Por otra parte Ávila tuvo su esplendor en estos años debido a su importancia defensiva, al cerrar por el este la entrada a la cuenca del Duero. Los apóstoles de la Cámara Santa de Oviedo, también equiparables a lo palentino en cronología y espíritu, no parecen extrañar en su monumentalidad en una ciudad que representaba la cuna de la monarquía castellano-leonesa y que seguía siendo a finales del XII uno de los centros religiosos –con su basílica del Salvador y las numerosas reliquias en veneración– más tradicionales de la España cristiana. Silos, Aguilar de Campoo, San Andrés de Arroyo, fuera también de la estricta vía normal del Camino, ya vimos que pueden explicar sus obras por las conexiones con la realeza.

¿De dónde procede el primer impulso para la creación masiva de la escultura de la segunda mitad del XII en Palencia?
Si bien la contestación a esta pregunta, en cuanto a detalles, no podemos por ahora resolverla –y me temo continúe esta imposibilidad por largos años– sí que en bloque parece que todos los estudiosos están conformes en hacer nacer este impulso en tierras francesas, sin demasiada concreción de regiones. Antes vimos cómo la mayor parte de las formas, tipos y conjuntos de importancia escultórica tenían precedentes cronológicos en Francia. Con constancia de fechas, más o menos seguras, nuestra escultura monumental no afirma su existencia hasta la década del sesenta. Es ciertamente funesto que no exista datación segura, documental o epigráfica, en monumentos transcendentales para poder fijar una secuencia aproximada de su construcción. Ni San Vicente de Ávila, ni el segundo maestro de Silos, ni el apostolado de Carrión, ni los capiteles iconográficos de Aguilar, ni los apóstoles de la Cámara Santa de Oviedo, ni San Andrés de Arroyo, tienen fecha señalada para poder siquiera orientarnos en quién puede ser anterior o posterior. Las fechas con las que podemos jugar –como luego veremos– proceden de momentos finales (que poco aseguran) o de edificios que parecen derivados de los grandes maestros o conjuntos escultóricos importantes. Por ello, si nada semejante a lo francés podemos nosotros colocar antes de 1160, necesariamente habría que mirar más allá de los Pirineos para buscar precedentes o maneras de hacer anticipadas.
La mayor parte de los investigadores, desde Bertaux hacia comienzos del siglo, hasta los análisis más actuales de Lacoste o de Hernando Garrido, pasando por figuras tan reconocidas como Porter, Mâle, Gómez Moreno y un largo etcétera, han buscado en lo francés las corrientes inspiradas de nuestra escultura de la segunda mitad del XII. Y se han puesto los ojos en gran número de monumentos del románico vecino para, con acusadas comparaciones estilísticas, apoyar sus opiniones. No es momento de entrar en un análisis de todos estos pareceres, sino simplemente, exponer mi opinión, que es la de que resulta extraordinariamente difícil asegurar preferencias en los influjos, pues en nuestra escultura palentina –y en general en toda la hispánica de esta fecha– siempre se encuentran relaciones con trabajos de cronología parecida. Así, se han podido señalar recuerdos de Vézelay, Avallon, Saint-Pons de Hérault, Chartres, Moissac, Saint-Trophime d’Arles, Toulouse, etc., que demuestran, una vez más, la poderosa asimilación de tendencias del románico y la plena seguridad –como bien ha señalado y destacado Hernando Garrido– de la utilización de plantillas por nuestros canteros que “parten de principios con referentes ultrapirenaicos llegados mediante libros de modelos”. De todas formas la creencia más común es que la escultura de las postrimerías del siglo XII español bebe sobre todo de las corrientes artísticas borgoñonas, después de los últimos trabajos de Lapeyre, Moralejo, Ward, Hernando Garrido, etc., en fusión, quizá, con otras tolosanas.

¿Es la escultura palentina obra de maestros indígenas o de maestros extranjeros?
Sinceramente creemos que, aunque las inspiraciones fuesen foráneas y que en principio viniesen operarios extranjeros llamados por los obispos, abades, grandes señores o el propio rey, la mayor parte de nuestros monumentos, tanto en su arquitectura como en su decoración, debió ser realizada por maestros españoles, pues por los pocos nombres que de ellos nos han quedado, salvo dos o tres que parecen con casi seguridad franceses, no hay razón para dudar de su origen indígena. Difícil es también reconocer en estos nombres los que pueden pertenecer a arquitectos o a escultores, pues no sabemos muy bien la diferencia entre el magister operis, por ejemplo de Piasca y el “cantero” a que hacen referencia algunos documentos. ¿Hubo separación entre el que dirige la parte constructiva, que podría ser el magister operis y el “cantero” que realizaría el trabajo decorativo de la piedra?
De constancias más antiguas a más modernas, encontramos en inscripciones de monumentos y en fuentes documentales los siguientes nombres trabajando en estos años finales del XII y comienzos del XIII en Palencia y en edificios que pudieran relacionarse, por su estilo, con otros de provincias próximas.
1165. Hay constancia de un MICAEL, que trabaja con un BENEDICTUS y un MARTINUS, en la torre de la iglesia de San Millán de Lara.
1172. En la iglesia de Piasca, consta en la lápida de dedicación, la presencia del “magister operis” COVATERIO, que no sabemos si es el organizador de la arquitectura o el ejecutor de la escultura o de ambas cosas a la vez. La escultura de Piasca exige un conocimiento de la puerta de Santiago de Carrión, luego no parece que ésta pueda ser posterior a 1172. No se ve, sin embargo, ningún reflejo directo de la manera de San Andrés de Arroyo. Tan sólo hay uno en los capiteles de las arcaduras exteriores con los apóstoles, arcaduras que pudieran ser colocadas después de 1180.
1176. Hay inscripción datada en este año que indica que un IHOHANES MICHAEL o un IHOHANES y un MICHAEL (pueden ser dos diferentes) hicieron la portada de Soto de Bureba, con PETRUS DA EGA. Pueden apreciarse relaciones con alguno de los maestros de Vallespinoso de Aguilar, si bien los de esta última iglesia ya ofrecen contactos con lo andresino que aún no parece tener Soto de Bureba.
1186. En la ventana de la iglesia porticada de Rebolledo de la Torre existe una larga inscripción donde se hace constar el nombre del que hizo el “portal”, IOANES DE PIASCA, que denota que es uno de los que pudo realizar, o ha visto al menos, alguno de los capiteles de San Andrés de Arroyo. No se explica la obra de este cantero con anterioridad a San Andrés, luego se afirma más la creencia de que San Andrés debe tener ya construido su claustro –o parte de él– hacia 1180, pues en 1176 todavía no influye en Soto de Bureba.
1202. En inscripción fijada en esta fecha en la iglesia de Yermo (Cantabria) un nuevo cantero o maestro de obra, PEDRO QUINTANA, nos asegura que la corriente iconográfica, derivada de aquellos escultores de la primera fase de Aguilar, todavía perdura con fuerza. PEDRO QUINTANA –si es él el escultor– es, además, uno de los maestros que trabaja en el claustro de Santillana del Mar, en sus capiteles historiados, y viene a fechar este claustro en los años muy finales del XII o en los primeros del XIII.
1203. En un conocidísimo documento de 1203 aparece el nombre del “maestro Ricardo”, recompensado por Alfonso VIII por su participación en Las Huelgas. Hernando Garrido128 dice que este documento “debería ser tratado con suma prudencia”. Si Salazar, donde recibe las tierras de parte del rey, es Salazar de Amaya, no lejos de Aguilar, no es en absoluto irresponsable lanzar la simple opinión de que el maestro Ricardo pudiera ser uno –o el principal– “magister” de la realización de San Andrés de Arroyo y de Santa María de Aguilar en donde con seguridad se estaría aún trabajando en el estilo andresino, representado en el monasterio aguilarense por la segunda fase decorativa con influjo de San Andrés de Arroyo.
1208 y 1209. Esta fase andresina, patente en la sala capitular de Santa María de Aguilar, tiene también en 1209 (inscripción de un fuste de dicha sala, hoy en el Museo Arqueológico Nacional) el nombre de un operario que la hace llamado DOMINICUS quien hace constar que fue él el autor de la obra (Fuit factum hoc opus Dñicus). No sabemos si este Dominicus era el “Dominico cantero” que firma en una escritura de 1208 de San Salvador de Oña, referente al monasterio de Santa María de Mave129. Posiblemente sea sólo una coincidencia de nombre y de fecha.
1208. En este mismo año un nuevo nombre de cantero, MARTÍN GARDIN, posiblemente extranjero como el maestro Ricardo, aparece testificando una entrega de bienes al monasterio de Aguilar130, y le volvemos a encontrar en escrituras de 1223 y 1224, con heredades en Zorita del Páramo, iglesia tan relacionada en los capiteles de su portada con lo andresino.
1223. Sobrino de Martín Gardin, y también “cantero de Burgos”, es ÁLVARO, que en este año da al abad Miguel de Santa María de Aguilar una parte de la heredad de su tío Martín Gardin. Es de suponer que viniese con el maestro Ricardo, y con su tío, a trabajar y labrar en el monasterio aquilarense que un año antes ya había consagrado el obispo Mauricio. La directa relación que los documentos anteriores nos muestran de estos canteros con el abad de Santa María creemos que tiene que deberse a colaboración en trabajos de cantería para la terminación de la iglesia.
Sin fecha. Varios nombres de canteros o ejecutantes en alguna medida de las obras en iglesias románicas de la segunda mitad del XII, se nos conservan sin que podamos señalar data fija de su labor. En la puerta del tramo meridional del crucero de Santa Eufemia de Cozuelos hay dos grafitos con los nombres de “IOHANES” y “NICOLAS”, este último con el “ME FECIT”. Pueden ser operarios de la fase del crucero, que tendrían relación con los capiteles, por ejemplo de Sansón, que sabemos habría que colocar hacia 1170-1180, cuando pueden hacerse los capiteles de la puerta de Moarves.
Otro nombre, el de “XEMENUS”, se halla en inscripción junto a la puerta de Nogal de las Huertas, con epigrafía de muy principios del XIII o finales del XII, y con capiteles vegetales enormemente esquemáticos que llevan más hacia el 1200-1210.
Finalmente, el nombre de “MICAEL” (Micaelis me fecit), se graba en la segunda arquivolta de Revilla de Santullán, una iglesia significativa donde los maestros de San Andrés de Arroyo manifiestan la misma pureza magistral de su talla y, al tiempo, se desborda también la corriente iconográfica en labor absolutamente conjunta. Su cronología, siempre con dudas, estaría entre 1185-1200.

Iter peregrinorum ad limina Beati Iacobi (Provincia de Palencia)
Hoy día, en vista de una red densa y múltiple de carreteras y vías, el viajero y el transeúnte se preguntan cómo los viajeros de los tiempos pasados podían llegar a su destino. En realidad los peregrinos, forasteros, mercaderes, carreteros o arrieros, estudiantes, clérigos o guerreros no tenían ocasión de elegir entre muchas posibilidades. Toda una serie de factores obligaban al viajante a utilizar los grandes itinerarios; y tal decisión fue ocasionada, no solamente por el estado bueno o malo de una ruta o por la topografía de valles o montañas, o por las dificultades de pantanos, bosques vastos y peligrosos y ríos de difícil travesía, sino también por la multitud de territorios, arzobispados, electorados, obispados, pequeños condados y abadías en los que los respectivos jerarcas ejercían su propia política económica, cobrando sus derechos fiscales.
Con esta descripción del estado jurídico-fiscal nos encontramos ya al final de un desarrollo histórico dentro de la limitación temporal que nos proporciona el Románico como espacio artístico y cultural dentro de la corriente del tiempo y espacio histórico, es decir en el siglo XIII.
No obstante la historia de un itinerario, de un camino, tiende a desarrollarse paralelamente con la evolución socio-histórica de la sociedad humana dentro de la relación espacio/tiempo. Partimos en lo relativo al “Camino de Santiago” de los tiempos históricos, es decir: de los tiempos cuando los caminos fijaron su trayectoria y los itinerarios llegaron a ser conocidos.
La formación del “Camino de Santiago” en la Europa medieval fue el resultado de un proceso progresivo, cuyas consecuencias, de todo tipo, dependieron en buena medida del período concreto en que se formó cada uno de sus grandes tramos. Dejo aparte el tratamiento de las rutas primitivas que unieron la capital Oviedo con los demás lugares importantes del reino, dentro de los cuales, a partir del descubrimiento de la tumba apostólica, se encuentra también la villa Beati Jacobi.
El tramo castellano-leonés precedió a los demás tramos del “Camino de Santiago”, entre otras razones, porque los efectos de la peregrinación se manifestaron tanto más intensa y tempranamente, cuanto menor era la distancia a Santiago de Compostela. Después de haber superado el obstáculo de la Sierra Cantábrica los reyes de la monarquía astur-leonesa se preocuparon más de sus contactos con el este y hacia el reino de los francos, eliminando así el distanciamiento que todavía en tiempos de Carlomagno preferían tener. La vía clásica de Roncesvalles a Santiago, descrita en el Codex Calixtinus, nació como resultado de una doble fijación: una fijación geográfica, como vía interior de los reinos occidentales hispano-cristianos y una fijación mental-psicológica de dos niveles.
Primero: El “Camino de Santiago” se refiere a una visión, que reproduce un sueño de Carlomagno y que se encuentra en el Ps.-Turpino: el apóstol Santiago muestra al emperador el iter stellarum y le manda ir a Galicia para liberar la tumba apostólica, conectando así el mundo carolingio con el mundo del reino cristiano hispánico dentro de la traditio gothica; y la perspectiva político-religiosa del siglo XII:
Caminus stellarum quem in coelo uidisti hoc significat: quod tu cum magno exercitu ad expugnandam gentem paganorum perfidam et liberandum iter meum et tellurem et ad uisitandam basilicam et sarcofagum meum ab his horis usque ad Galleciam iturus es, et post te omnes populi a mari usque ad mare peregrinantes, ueniam delictorum suorum a domino impetrantes illuc ituri sunt, narrantes laudes domini et uirtutes eius et mirabilia eius que fecit. A tempore uero vite tue usque ad finem presentis seculi ibunt. Nunc autem perge quam cicius poteris, quia ego ero auxiliator tuus in omnibus, et propter labores tuos impetrabo tibi coronam a domino in celestibus, et usque ad novissimum diem erit nomen tuum in laude.
El mismo motivo se repite unos años más tarde en el programa pictórico del sarcófago de Carlomagno (acabado en 1215): Apparet [leáse: ...uit] Iacobus in sompnis ante duobus. Denique stellata perhibetur in ethere strata, Occiduum mundum per se perhibens adeundum.
El concepto de la vía de estrellas corresponde al de la galaxia (¡Galicia!)/ via lactea, que forma parte imprescindible del alfabeto etno- y mitológico de muchos pueblos. Una de las primeras aplicaciones prácticas se realizó en la literatura anglosajona que menciona cuatro vías grandes que cruzan Inglaterra de norte a sur. Una de estas vías, la vaetlinga-straet, se traslada al cielo ganando así como milky way un rango mitológico (por ejemplo en Chaucer, House of Fame, 2, p. 427). Otro ejemplo significativo nos llega de la tradición germánica. En el relato de Widukind de Korvey (alrededor de 925 hasta después de 973), que está dedicado a la victoria de los sajones contra Carlomagno, el autor menciona en la parte que dedica al asesor del rey Irmenfried, Iring, igualmente una Iringestraza, que se enlaza con el lacteus coeli circulus: ...quem (Iring) ita vocitant, lacteus coeli circulus usque in praesens sit notatus. El último paso hacia el supuesto de que la via peregrinalis a Santiago pudiera tener su proyección cósmica en la via lactea, en el iter stellarum, se efectuó dentro del campo del cristianismo en la interpretación del oráculo del Salvador, que pronunció el profeta Balaam: Orietur stella ex Jacob. Parece verosímil que, dentro del modo concreto de pensar en la Edad Media, se podría haber puesto en contacto el Jacobus del Antiguo Testamento con la tumba apostólica en el lejano occidente, de la misma manera como la scala Jacobi llegó a ser conocida como la scala coeli en relación con la via lactea. El círculo se cierra cuando Giovanni Balbus OP de Genova (†1298) denomina en su Catholicon seu summa prosodiae la via lactea como via sancti Jacobi.
Segundo: En el desarrollo mismo de la peregrinatio religiosa christiana, existe una diferencia esencial entre peregrinatio y culto a los santos con su consiguiente veneración de las reliquias en lugares concretos, aunque resulta difícil separar las experiencias, a menudo iguales, de los diferentes fenómenos religiosos.
Entre las diversas manifestaciones religiosas quiero distinguir fenomenológicamente evoluciones interiores y exteriores:

1. La peregrinatio pro Christo. La peregrinación o el status viae o viatoris está representado en la antropología cristiana con la frase vita est peregrinatio. Para el homo viator la vida terrenal no es sino una situación de tránsito que le conduce a su verdadera meta, al más allá, al encuentro con Dios. La vita peregrinationis o la peregrinatio pro Christo, e.d. la imitatio Christi, representa la forma más pura de la peregrinación cristiana, fue el arquetipo del peregrinar de los cristianos. Implica el abandono de la patria y familia según san Marcos:
Amen dico vobis: Nemo est qui reliquerit domum, aut fratres, aut sorores, aut patrem, aut matrem, aut filios, aut agros propter me et propter Evangelium, qui non accipiat centies tantum, nunc in tempore hoc: domos, et fratres, et sorores, et matres, et filios, et agros, cum persecutionibus, et in saeculo futuro vitam aeternam.
La radicalidad de esta postura aparece al hablar de las condiciones de los seguidores de Jesucristo, pudiéndose leer en otro pasaje de san Mateo: Et dicit ei Jesus: Vulpes foveas habent, et volucres caeli nidos; Filius autem hominis non habet ubi caput reclinet. Los monjes itinerantes de Irlanda y Escocia vivían según este ideal: habían aprendido de los primeros monjes del Oriente la condición de apátrida. En la Alta Edad Media todavía el sentido de la peregrinatio no significaba sólo un camino o una determinada meta geográfica, sino una actitud concreta y religiosa. Fue sobre todo el exemplum Abrahae el que sirvió de modelo para los monjes itinerantes.

2. La peregrinatio ad loca sancta. Al comienzo sólo se refería a la visita piadosa a los Lugares Santos que formaron el escenario de la vida y pasión de Jesucristo en Palestina, principalmente en Jerusalén. Se inició bajo Constantino y consistía en la visita a un lugar concreto, en una meta física. Es el momento en que la vita peregrinationis empieza a convertirse en via peregrinalis, e igual en via poenitentiae, la cual, como lo expresa el Codex Calixtinus: ducit hominem ad vitam. Convence en su contexto este pasaje del Codex Calixtinus; pero en realidad existe “una desproporción flagrante entre la importancia atribuida al Camino y la concedida a Compostela en las fuentes”. Sea como sea, el “Camino de Santiago” ocultó en sí valores como la conversión, la disposición de ánimo, la iniciación de la marcha, en total: valores de la peregrinación, que llegan a un proceso espiritual en involución, cerrado en sí mismo, que está considerado como suficiente para una peregrinación y recompensa religiosa sin la necesidad de la visita al “Santo Lugar”.

3. Peregrinatio ad Limina Beati Jacobi. En el fondo está considerada como peregrinación penitencial a la tumba de un santo o apóstol, que sucede a la peregrinatio ad loca sancta, en cierto modo en rivalidad con las peregrinaciones a Jerusalén y a Roma. La peregrinación, tal como la entendemos hoy, en tanto que fenómeno de masas europeo, no conoció su pleno auge hasta los siglos XII y XIII. Es ahora cuando se consideran las peregrinaciones a Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela como peregrinationes maiores. Sin embargo, el camino para llegar a este apogeo ha sido largo, penoso, hasta milagroso. Hasta el siglo VIII la tradición apostólica no juega papel alguno en la iglesia hispánica: ni en la iglesia antigua, ni en los tiempos del rey visigodo Recaredo I (586-601) se trata de una sede episcopal que pudiera reclamar una tradición apostólica. Por vez primera se atribuye la predicación en la península Ibérica al apóstol Santiago en el Breviarium apostolorum, un texto que data de fines del siglo VI o comienzos del siglo VII. Esta tradición de la predicación hispánica de Santiago vuelve a aparecer a comienzos del siglo VIII en el Poema de Aris (709) de Aldhelmo, abad de Malmesbury. Más tarde, en el último cuarto del mismo siglo, con la invasión musulmana de por medio, el Beato de Liébana lo reactiva en su obra Tractatus de Apocalipsin, y el himno litúrgico O Dei uerbum patris lo repite en tiempos del rey Mauregato de Asturias (783-788).
Se pone en marcha una dinámica cultual que inevitablemente provoca la inventio/revelatio de la tumba de Santiago que tiene probablemente lugar en tiempos del obispo Teodomiro (†847) y del rey Alfonso II (789-842). Alrededor de la tumba y encima de un campo de sepulturas de varias épocas nace un núcleo santo, que da lugar a la villa beati Jacobi. Sea como sea, los primeros en reaccionar fueron el clero del obispado de Iria Flavia y miembros de la monarquía asturiana.
Durante el largo reino de Alfonso III (866-910) y el pontificado de Sisnando cristalizaron los elementos fundamentales de la espiritualidad y la devoción popular para el desarrollo del culto jacobeo. En principio este culto de la tumba apostólica como centro se extendió con relativa rapidez en Galicia y en el resto del reino de Asturias; pero tardó bastante tiempo aún hasta que se afianzó en la parte cristiana de la península Ibérica, como lo demuestra la incorporación un tanto tardía de la fiesta del Apóstol en los calendarios y libros litúrgicos toledanos. No obstante el camino estaba abierto empezando con la red de comunicaciones en los alrededores de la villa beati Jacobi misma y conectándose poco a poco con la red de vías, ya existentes en su mayoría, debido a la circunstancias y hechos político-religiosos de orientación oriental en el norte de la península Ibérica.
Desde sus principios el culto jacobeo tenía dos dimensiones: una franco-europea y otra cristiano-española. La orientación europea se presenta de una forma muy destacada, sobre todo después del primer milenio, al pasar el culto jacobeo a ser una componente decisiva en la reconquista cristiana de la Península, juntamente con los poderosos movimientos de Cluny y del Cister, que tuvieron su mayor importancia precisamente durante el primer auge de la peregrinatio ad Sanctum Jacobum.
La dimensión española del culto se desarrolló progresiva y paralelamente con la Reconquista hasta que el culto jacobeo se convirtió en un auténtico culto de rango nacional. Ambas orientaciones del movimiento sacral gallego-asturiano se muestran de la manera más clara en los tiempos de la primera Cruzada (1096-1099).
Cuando a principios del siglo XI se derrumbó el Califato de Córdoba quedándose pequeños reinos como restos, se rompió igualmente el aislamiento para dar paso a un período de influencias traspirenaico-europeas de todo tipo, también dentro de la esfera europea. Amplios sectores de la iglesia hispánica reclamaban una reforma profunda aceptando claramente como cabeza la sede apostólica de Roma y dejando detrás las vetustas tradiciones de la antigua Iglesia visigoda. Mediante la asistencia de Cluny y la ayuda eficaz de Sancho III el Mayor (1003-1035) en Navarra, Sancho Ramírez (1063-1094) en Navarra y Aragón, y de Alfonso VI (1072-1109) en Castilla y León, se logró la sumisión de las iglesias hispánicas a la autoridad suprema del Pontificado romano. Igualmente se realizó una adaptación de la liturgia hispánica antigua a la romana provocada por una carta del papa Gregorio VII a Alfonso VI en el año 1075.
No es el camino concreto fijado el que, en sus primeros momentos, une la tumba apostólica en el extremo occidente del mundo cristiano; son más bien la convicción, la idea y quizá la visión que unen y enlazan más espiritual e intencionadamente el lugar santo apostólico con el orbis christianus más allá en el oriente. Prueba de ello es, aunque discutida, la Epístola del papa León, conservada en varias recensiones de finales del siglo X o comienzos del XI, que significa la primera fuente literaria sobre una translatio de las reliquias y el subsiguiente enterramiento en tierras galaicas. En su enlazamiento con Tours y en su intencionalidad de contactar con el mundo franco y cristiano, la “Hispania christian” tenía preparado el camino para insertarse en el mundo fascinante de la empresa Europa christiana, que en el siglo XI se realizó como carácter y etnia colectiva independiente en todos los sectores, ganando el perfil que duró como estampa cultural hasta el descubrimiento de América y la “reforma” de la iglesia en tiempos de Martín Lutero.

El “camino de Santiago” hasta el santo lugar
En virtud del cambio estructural de la vita peregrinationis en la via peregrinationis, aplicado a la peregrinatio ad limina Beati Jacobi, el siglo XI hizo que esa vía fuese imaginada colectivamente como iter Sancti Jacobi. La consolidación geográfica y mental bastante temprana se explica no solamente por la situación geográfica tan expuesta y alejada del Santo Lugar (quizá debido al problema de la translatio, según la tradición inmediata después de la decapitación del Apóstol), sino también por la decidida voluntad de la Iglesia compostelana de difundir activamente la idea de una gran peregrinación del Occidente a la tumba de Jacobus maior en los confines de Galicia. “El culto jacobeo creó el Camino de Santiago”, dicen los autores de la introducción al estudio sobre Las peregrinaciones a San Salvador de Oviedo.
A partir del siglo XII se podría clasificar la peregrinación a la tumba apostólica en Compostela como peregrinatio maior, cuya dinámica cultual y sacralidad propagó ya entonces el nacimiento y la visita de santuarios secundarios. Los caminos de los peregrinos a Roma y a Compostela unieron como líneas sagradas pueblos lejanos en todo el Occidente cristiano y contribuyeron a su manera a la formación de un “paisaje cultual” europeo universal. ¿En qué tiempo nació entonces el Camino que guiaría como Iter Francorum, Caminus o Iter Stellarum, “Camino de Santiago”, o Jakobusweg, al centro sagrado de la mayor peregrinatio religiosa del medievo? La Historia Turpini, o Historia Caroli Magni et Rotholandi atribuye la instauración y liberación del “Camino de Santiago” a Carlomagno. Un cantar español del siglo XIII pone en sus labios el texto siguiente: “Adobé los caminos del apóstol Santiago”. Pero en realidad no existe ninguna indicación concreta sobre una ruta que los peregrinos podrían haber utilizado antes del siglo XI. La primera alusión, bastante vaga, nos llega relativamente tarde. El escritor de la Historia Silense, probablemente asturiano, cuya redacción se realizó lo más pronto alrededor del año 1118, se ocupa del poderoso rey de Navarra Sancho el Grande, mencionando entre otros detalles el “Camino de Santiago”. El origen de la calzada que se desvía de la antigua ruta o vía romana que cruza toda España, desde Asturica (Astorga) a Burdigala (Bordeaux), estableció sus dietas en una serie de “mansiones”. La identificación de las etapas, en la medida que es posible, “revela un trazado que pasaría por Hospital de Órbigo, Ardón, Grajal de Campos, Carrión de los Condes, Sasamón, Monasterio de Rodilla y Briviesca, para dirigirse a Pamplona por tierras alavesas y cruzar los Pirineos por el puerto de Ibañeta (Roncesvalles)”. La importancia de la calzada debería deducirse de su importancia política, militar y económica, que aumentó considerablemente con el desarrollo de los reinos cristianos que surgieron a lo largo de la Reconquista. La evolución del “Camino de Santiago” en los tiempos inmediatos después de la invasión musulmana del siglo VIII iba a unir a los principales centros de poder que se establecieron en tierras de la Meseta durante el tiempo de la expansión del reino astur-leonés: “de este a oeste, Burgos, Carrión, León y Astorga”.
Algunos de los centros nuevos coinciden con las etapas marcadas en el Itinerario de Antonino como Carrión de los Condes. Otros cambiaron el trayecto antiguo, como por ejemplo Nájera, la capital del reino navarro, que por razones de poder se integró en la ruta obligando a girar hacia el sur la antigua calzada que, por estas circunstancias, entró en Castilla desde La Rioja y no desde Álava. En el trascurso del siglo XI se puede fijar con toda seguridad el trazado del “Camino de Santiago”, o mejor dicho de los caminos que conducen a Compostela, comprobándose por el aumento de fuentes históricas. A partir de la mitad del siglo XI se lleva adelante con toda fuerza la edificación de hospitales y albergues, se construyen puentes, y tanto la seguridad general como la comodidad y la protección de viajar mejoran notablemente.
Fundaciones generosas se preocupan del bienestar físico y espiritual de los peregrinos, pobres y comerciantes del tráfico del comercio lejano. Merecen ser mencionados especialmente dos reyes, que ganaron grandes méritos por su solicitud y cuidado en atender a los peregrinos: Alfonso VI de Castilla y León (1072-1109) y Sancho Ramírez de Navarra y Aragón. En estos años se realiza también la renovación del puente más importante sobre el Ebro en Logroño, así como la construcción de los puentes de Sahagún (1065), Ponferrada y de Villafranca del Bierzo.

El “camino de Santiago” en itinerarios, guías y relatos de viajeros y peregrinos
Parece difícil establecer una clara distinción entre itinerarios, guías y relatos de personas individuales. El itinerario propiamente dicho, del tipo de Antonino o de la Tabula Peutingeriana consiste en simples listas de localidades comprendidas entre dos etapas importantes, con anotación de las distancias parciales. Las guías admiten también otros datos al lado de los puramente descriptivos del Camino. Los relatos de viajeros, que suelen incluir el itinerario seguido por el viajero, pueden comprender indicaciones de gastos y acontecimientos particulares.

La guía del Codex Calixtinus
El primer documento de las categorías arriba mencionadas es la famosa y múltiples veces publicada guía del Codex Calixtinus. Forma parte del Liber V, según su incipit, en el Codex Calixtinus. La guía expone un itinerario en los tres primeros capítulos. En la parte francesa del Camino se limita a indicar brevemente cuatro grandes rutas, que todas ellas se reúnen en territorio español, en Puente la Reina. En tierra española se precisan las etapas, que son doce. En el itinerario se advierte que son cortas las dos primeras etapas, siendo así la primera, de Saint Michel a Viscarret, de unos 35 kilómetros y la segunda, de Viscarret a Pamplona, de 40 kilómetros. Se escribe también que estas etapas son para hacerlas a caballo de Estella a Nájera y de Nájera a Burgos, de 74 y 89 kilómetros respectivamente. La sexta etapa, dice el Codex Calixtinus, “es desde Burgos a Frómista”, y cuenta 59 kilómetros; “la séptima de Frómista a Sahagún”, con un total de 55 kilómetros.
Las restantes jornadas, que la distribución anterior obliga a pensar que se estimaban adecuadas para peatones, oscilan entre 50 y 70 kilómetros, completamente irracionales e imposibles como jornadas normales, aun para peregrinos profesionales. Esta misma distribución está aplicada y vigente en el Libellus miraculorum del Codex Calixtinus. Menos exageradas, pero todavía demasiado extensas, son las jornadas que pone la Geografía de al-Idrisi (ca. 1100-ca. 1165), para el Camino entre Santiago y Pamplona. Cabe la posibilidad que al-Idrisi haya utilizado la guía del Codex Calixtinus.
El capítulo III del Liber V del Codex Calixtinus enumera “los nombres de los pueblos del camino” y menciona entre otros “Itero, Frómista y Carrión, que es villa rica y muy buena, industriosa en pan, vino, carne y en toda clase de productos”. El capítulo V, que trata “de los buenos y malos ríos que en el “Camino de Santiago” se hallan”, relata lo referente a la provincia de Palencia de la manera siguiente: “Los ríos, que, por el contrario, se consideran dulces y buenos para beber, se llaman vulgarmente con estos nombres: el Pisuerga, río que baja por Itero del Castillo; el Carrión, que pasa por Carrión; ...”. En general, el autor francés de la guía del Codex Calixtinus nos proporciona una impresión buena de la región palentina, aunque menos de la gente que allí habita: “... continúa la tierra de los españoles, a saber: Castilla y Campos. Esta tierra está llena de tesoros, abunda en oro y plata, telas y fortísimos caballos, y es fértil en pan, vino, carne, pescado, leche y miel. Sin embargo, carece de árboles y está llena de hombres malos y viciosos”. Lo que bien observa el autor del Codex Calixtinus es la falta de árboles en los famosos Campis Gotis de la Chronica Albendensia; pero la abundancia de oro y plata, si no es una frase retórica, habrá que suponer se refiere a los monasterios e iglesias y a las casas de nobles y ricos. Con todo, los hombres no salen tampoco bien librados. Ya el historiógrafo Pompeius Trogus de la Gallia narbonense, que vivía en los tiempos del emperador Augustus, describe la llanura austera y la consecuente sobriedad castellana en sus Historiae Philippicae, expresando que es dura omnibus descrita parsimonia.
Camino de Santiago, Carrión de los Condes
 

El “Camino de Santiago” queda más o menos fijado a partir del siglo XI. Por el carácter parco de la infraestructura informativa del Medievo Alto y el carácter genuinamente religioso y espiritual del “Camino de Santiago”, no se conoce ningún otro monumento literario de propaganda o fijación de ruta hasta el final del siglo XIV. También habrían que tomarse en cuenta las penurias y plagas del tiempo en cuestión. Pestes, guerras sangrientas, cambios y revoluciones sociales y todo tipo de dificultades obstaculizaron que el “Camino de Santiago” tuviera el mismo auge que en los siglos de oro de la peregrinación religiosa altomedieval (siglos XII-XIII). Pero hay que convalorar los monumentos literarios posteriores, que reflejan durante mucho tiempo la dura realidad del Altomedievo, aunque saliendo de la época del arte románico.
Como ya se ha indicado, después de la guía del Codex Calixtinus no conocemos ningún otro itinerario de la peregrinación compostelana hasta el final del siglo XIV. De este tiempo data un itinerario inglés rimado: Hakluytus Posthumus or Purchas his Pilgrims, un itinerario para las tres grandes peregrinationes maiores, o sea: Santiago de Compostela, Roma y Jerusalén. El hospitall de Reyne y Sen Antony son las dos únicas localidades que menciona el autor entre Burgos (Borkez) y León (Lyones). Seguramente se refiere al Hospital del Rey y al Hospital de San Antón, dos kilómetros antes de llegar a Castrojeriz.
Entre 1392 y 1425 se podría situar por sus características una copia de un itinerario veneciano, cuya redacción original muy probablemente podría haber ocurrido en la primera mitad del siglo XIV.
De 1417 data el relato del caballero francés Nompar de Caumont a Saint Jacques en Compostelle et a Notre Dame de Finibus terre.
Para uso de los peregrinos alemanes, un monje servita de Turingia, que se llama Hermann Künig de Vach, redactó una guía rimada en los últimos años del siglo XV. La única mención concreta respecto al “Camino de Santiago” en la provincia de Palencia que encontramos se refiere a Carrión:
Después de una milla encuentras una ciudad que se llama Garrion / tiene un puento bonito / Allí dan vino y pan en dos monasterios / Puedes visitar dos hospitales si lo necesitas / Después hallas una granja a una milla / Allí dan también pan pero no demasiado / Hay también allí un hospital, y pasada una milia, otro / Otra milia después hay uno, donde te advertiré que dan vino y pan / Pasada una milia hay una iglesia que tiene la construcción defectuosa / Dos pueblos, una iglesia y un puente hay allí cerca, y una ciudad que se llama Sagona”.
El texto de Hermannus Künig sigue enumerando hospitales sin concretar los lugares. Más detalladas y exactas son las indicaciones que da el relato de Arnold von Harff, quien fue un señor noble de una antigua familia del Bajo Rin, que emprendió una larga peregrinación en el año 1496, visitando Egipto y llegando al sepulcro de Santa Catalina, en el monte Sinaí. A su regreso, desde Venecia, marchó por tierra a Santiago antes de volver a su país. Repite el itinerario dos veces, comentándolo la primera y reduciéndolo la segunda. Su comentario versa sobre la geografía del país que atraviesa, las particularidades de sus habitantes, y, ante todo, sobre la relativa importancia de las localidades que encuentra en su camino.
Harff nos proporciona un exacto panorama del “Camino de Santiago” en la provincia de Palencia, mencionando los lugares clásicos del Camino: Itero de la Vega, Boadilla del Camino, Frómista, Población de Campos, Revenga de Campos, Villalcázar de Sirga, Carrión de los Condes, Calzadilla de la Cueza y Moratinos. Clasifica de pueblo a Revenga, Calzadilla y Moratines, de lugar de cierta jurisdicción baja (vrijheit) a Itero, Boadilla y Población, y de ciudad solamente a Carrión y Frómista. Allí le llaman la atención los muros de adobe y él observa que las ciudades de toda España están rodeadas de murallas. Harff no queda satisfecho de su viaje español: “desde Ortez hasta Santiago” dice, “ya no encontrarás ninguna buena posada para ti ni para tu caballo. Si quieres comer o beber tienes que comprártelo en el camino, y no encontrarás para tu caballo avena ni paja”. ... “Además hay que dormir en suelo y comer cebada”. Dice también en el apartado que trata de Frómista: “summa summarum, España es un país peor que Turquía donde la gente se burla mucho más del hombre que en España”.
Del siglo XVI conocemos varios itinerarios franceses que coinciden en su descripción con la guía del Codex Calixtinus. Son de menor interés para nuestro propósito. Del año 1521 data el relato de Sebald Örtel, comerciante y patricio de Nuremberg. En la parte correspondiente a la provincia de Palencia escribe:
“... y cabalgamos desde allí [Castrojeriz] hasta Fromestein, 5 millas, gastamos 2 reales. Desde allí a Carion, 4 millas, gastamos 3 reales, desde allí a Kassadilla, 4 millas, gastamos 6 ‘darges’, desde allí hasta Sagona...”.
Especial mención merece la tendida relación de Domenico Laffi. El itinerario coincide, con desviaciones insignificantes, con el que describe la guía del siglo XII. Describe el recorrido que nos interesa de manera siguiente:
Ponte della Mula Formezza o Formeste Cascadegia: Ritruovammo poco lungi dalla terra, ou eramo partiti, un “Ospitale molto ricco, e molto grande, e si chiama a l’Ospitale del gran Caualiere qui danno la passada a’Pellegrini di pane, vino e c ascio diederci ancora due ricotte, e una pagnota per uno, e da bere.
Laffi se refiere sin duda alguna a Santa María de las Tiendas, perteneciente a la Orden de Santiago. El monasterio disponía de un hospital importante.
Un relato sobre una peregrinación a Santiago de Compostela que podría tener cierto interés es el del sastre picardo Guillermo Manier, natural de Carlepont, quien decide hacer la peregrinación como medio de salir del apuro en que se encontraba por unas deudas. Empezó su viaje el día 26 de agosto de 1726, con tres compañeros. Su itinerario es muy detallado, pero las transcripciones de los nombres de los lugares son de una espantosa barbarie que dificulta su identificación, siendo además bastantes veces equivocadas o arbitrarias. Lo que para él tiene un encanto especial son las mozas de San Nicolás del Real Camino:
En estos barrios vive una raza muy hermosa y bien vestida, con talla delgada, las mangas de sus camisetas tan estrechas como lo llevan los hombres en Francia, con puntas negras en las mangas y también en el cuello, lo que hace aparecer su piel blanca como alabastro. No lo necesitaran en realidad porque de todos modos tienen una piel muy delicada. Las señoras llevan camisas finas con puntas abajo de medio pie de largo”.
En Población de Campos, Manier y sus compañeros entraron en una viña vendimiada, y con uvas que juntaron se embriagaron.
Concluyo con el relato de Nicola Albani que describe ampliamente su peregrinatio pro fame107. La realizó entre el 4 de junio de 1743 y el 3 de octubre de 1745, sufriendo muchos apuros y estancias, por ejemplo como empleado de un rico mercader napolitano. El itinerario es bastante confuso y “corresponde en parte al recorrido tradicional de los peregrinos franceses de las regiones atlánticas con el acceso a España por Roncesvalles”. Albani sigue un itinerario dictado en parte por las circunstancias y en parte por dos motivaciones que lo empujan a Santiago: la devoción y la curiosidad. Aunque Albani no podía seguir “nunca el camino recto” por las circunstancias indicadas, se da cuenta perfecta del auténtico “Camino de Santiago” del cual pone en los dos tomos de su relato un itinerario breve idéntico.

Albergues y hospitales en el iter stellarum. (provincia de Palencia)
Uno de los aspectos fundamentales de la historia de las peregrinaciones es el de la hospitalidad que los peregrinos reciben y que les es necesario para poder realizar la finalidad de su empeño. Los monasterios tenían una obligación especial en cuanto al ejercicio de la hospitalidad: la Regla de San Benito dispone en su capítulo LIII que “todos los que (allí) vinieren, sean recibidos como Jesucristo, pues él mismo dijo: huésped fui y me recibisteis”. Aparte de la monástica, otras dos formas caracterizan la hospitalidad: la que prestaban los particulares en sus casas –caritativa o retribuida– y la que los pobres, enfermos o peregrinos recibían en los hospitales independientes de los monasterios, fundados por instituciones e individuos eclesiásticos o laicos. También existían albergues de carácter comercial al lado de las instituciones caritativas, según documentación a partir del siglo XII.
Según Ubieto Arteta se formaba el “complejo turístico-hotelero” del “Camino de Santiago” sobre todo en la década entre 1070 y 1080. La primera noticia auténtica de un hospital para peregrinos a Santiago nos llega del año 1047 (?), en el que el conde don Gómez cedió al monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes un cenobio limosnero y una hospedería que había fundado en Arconada para asistir a los peregrinos. Se expresa también en el mismo documento, que la villa donde se hallaba situada la hospedería estaba: secus stratam ab antiquis temporibus fundatam euntium vel regredientium Sancti Petri et Sancti Jacobi Apostoli. La calzada jacobea aparece en principio aquí como el camino que enlaza los dos grandes santuarios de la cristiandad occidental donde se veneraban tumbas apostólicas: en Roma y en Santiago de Compostela. Es también el conde don Gómez Díaz, quien, junto con su esposa, la condesa Teresa, construye un puente junto al monasterio de San Zoilo y del hospital sobre el río: Ecclesiam, pontem, peregrinis optima tecta, parca sibi struxit largaque pauperibus.
El “Camino de Santiago” cruza toda la provincia de Palencia, en dirección este-oeste, con un recorrido total de 65 kilómetros. Hay más o menos unos veinte sitios en el “Camino de Santiago” que contribuyeron a la infraestructura caritativa-hospitalaria, ofreciendo alojamiento, comida y asistencia medicinal y espiritual. Ya en la frontera hacia la provincia de Burgos encontramos el primer hospital. Junto al puente de Itero levantaron el conde Nuño Pérez de Lara y su esposa, doña Teresa, un hospital, que en 1174 quedó exento de los derechos del diezmo y primicias episcopales.
Ahora, como reconoce la guía del Codex Calixtinus, los peregrinos atravesaban una inmensa llanura sin arbolado alguno. Poblaciones pequeñas, con casas construidas de ladrillos o adobes que apenas se levantan sobre el horizonte y cuyo color terroso las funde en un panorama monótono. Támara, la próxima villa, estaba bajo la jurisdicción de los templarios, anejo a la encomienda de Villalcázar de Sirga. Adosado al templo tenía un hospital en tiempo de Fernando IV (1295-1310). En Boadilla del Camino existía un hospital, que se utilizó como asilo para pobres transeúntes, fundado por don Antonio Rojas, obispo de Palencia y arzobispo de Burgos entre otros, fallecido en el año 1526. El lugar de Amusco ofrecía una casa sanitaria llamada hospital de San Millán de los Palmeros. Estaba situada en el centro de la villa y podría servir para la asistencia de 12 enfermos.
En Frómista, la viuda de Sancho el Mayor construía en 1066 un monasterio, que luego se incorporó al de Carrión, y que por supuesto tendría su hospedería. La importancia de Frómista para los peregrinos ad Sanctum Jacobum et de Sancto Jacobo se refleja en un número elevado de hospitales, como el de Santiago que fundaron don Fernán Pérez y su mujer doña Isabel González en el año 1507. Allí se hospedaban los peregrinos jacobeos, se les recogía cuando caían enfermos y se les enterraba cuando morían en un huerto detrás de la iglesia de San Pedro, lugar que se llama todavía “huerto de los romeros”. Además había el hospital de los Palmeros, del cual todavía se conservan algunos restos, y el hospital del Mayorazgo de las Brasas, que estaba bajo el cuidado y patrono de dichos señores, hasta que en el año 1597 fue incorporado al de Santiago. Se registró todavía una casa –hospedería o lazareto– de Nuestra Señora del Otero antes del año 1601 en que fue cedida con la iglesia y los bienes para fundar un monasterio de religiosas carmelitas descalzas. A una milla de Frómista debería haber existido un hospital que citó el ya mencionado monje servita Hermannus Künig y que se localizaría al lado de un puente, que podría ser el de Población de Campos.
Del hospital de Arconada, que está situada al poniente de Villovieco, ya hablamos en otra ocasión. Otro hospital se fundó en 1555 por Marta Pérez, vecina de este pueblo, para socorrer a los pobres enfermos, tanto de él como transeúntes y redeúntes. También Villarmentero contaba con un hospital que hoy es casa particular.
Muchos peregrinos llegaban a Villalcázar de Sirga, después de visitar las ermitas de la Virgen del Río y del Cristo de la Salud. Su importancia espiritual, dada por el culto a Santa María la Blanca, atraía a los peregrinos que dieron renombre internacional a este templo de Santa María, del cual tratan las Cantigas de Alfonso X el Sabio haciendo propaganda para el santuario mariano:
Romeus que de Santiago y an forón-lle contando os miragres que a virgen faz en Vila-Sirga.
En otro tiempo, Villalcázar de Sirga, fue encomienda de la Orden de los Templarios. Adosado a la iglesia estaba el hospital, y luego fue trasladado hasta el que la Orden de Santiago tenía en Villamartín, cerca de Carrión de los Condes, previo acuerdo con el conde de Ossorno, por estimarse que este sitio estaba mejor dispuesto para atender a los peregrinos. La casa-palacio de Villasirga siguió llamándose hasta el siglo pasado “casa de los peregrinos” y también “la peregrina” o “casa-hospital de Santiago”. Ostentaba sobre la puerta principal el escudo de la Orden de Santiago. Otro hospital fue sostenido por la Cofradía Mayor en la cual se admitieron enfermos y viajantes.
Carrión de los Condes era la población más importante que atravesaban los peregrinos en la Tierra de Campos. Fue repoblado en tiempo de Alfonso III (866-910) en la vía de Astorga a Burdeos. Los peregrinos entraban por la calzada donde ahora se encuentra el convento de Santa Clara, que dos compañeras de ella erigieron en el siglo XIII. Más adelante los peregrinos llegaron al templo de Santa María del Camino. Según la tradición existía en Carrión un hospital junto a la iglesia de Santiago que edificaron los templarios. Tenemos noticia de la fundación de una hospedería-hospital en la plaza de Santa María muy cerca a la villa por parte de los cofrades del Camino. Siguiendo la calzada, en una distancia de aproximadamente dos leguas, se situaba el hospital Blanco, donde unos años más tarde se edificaría la iglesia de Santa María del Camino o de la Victoria. Además, en el “Camino de Santiago” se encontraban el hospital de San Lázaro con dedicación a pobres y peregrinos de enfermedades contagiosas y el hospital de Nuestra Señora de la O, una fundación de don Luis Hurtado de Mendoza a fines del siglo XV. El hospital más mencionado y conocido era el hospital que fundó don Gonzalo Ruiz Girón, mayordomo del rey Alfonso VIII desde 1198 y con Fernando III hasta 1231, que fue llamado popularmente de la Herradura “por la forma del arco de entrada para los romeros”. Muy próxima a Carrión, en el occidente, se fundó en 1165 la abadía de Benevívere, ocupada por los canónigos regulares de San Agustín, y a la que don Pedro Gutiérrez y su mujer María Bueso cedieron en 1194 el hospital de Lagunilla, en la cercanía de Villarramiel. A la misma abadía donó don García en 1175 el hospital en el camino de Sahagún a Carrión. La abadía poseía otro hospital más construido y donado por Diego Martínez, fundador de Benevívere. Hermannus Künig menciona zweyen kloestern donde se daba wyn vnd broet hablando además de zwey spital. Uno de los monasterios era sin duda alguna el monasterio benedictino de San Zoilo. Próximo al monasterio se encuentra el puente comenzado a edificar en tiempo del conde Gómez Díaz y finalizado por su viuda doña Teresa. El hospital de San Zoilo nunca gozó de la riqueza y de la buena fama que tenía el hospital de don Gonzalo; pero cumplió con su encargo caritativo-social: dar hospedaje a los peregrinos en su camino a y desde Santiago.
El itinerario de Senlis, de 1690, pasado Carrión de los Condes (Gran Carion) dice: Petit Carion est aux fauxbourg du dit Carion. Il y a mandat. Otro itinerario, el de Jean Pierre Racq, de 1790, dice que en Carrión hay charité à l’hospital et à l’ermitage. Cerca de Carrión estaba el hospital de Villamartín, que en 1196 fundara Tello Téllez para entregarlo inmediatamente a la Orden de Santiago como albergue de leprosos. Poco después, en mayo del año 1198, Alfonso VIII le eximía de portazgo, y en 1222 el papa Honorio III tomaba el hospital bajo la protección apostólica. Ya se podía ver que el hospital en cuestión fue trasladado a Villasirga por permuta con el conde de Ossorno.
Un problema queda sin averiguar respecto a este hospital para los leprosos. Sabemos que, generalmente, existía una rigurosa separación y aislamiento de los leprosos de la demás gente: ¿cómo se permitía a los leprosos la peregrinación?
El inventario de enfermedades del Codex Calixtinus (Liber I, cap. VI) p.e. va encabezado por la lepra, que desde tiempos bien antiguos dio lugar a una especial preocupación por parte de la jerarquías eclesiásticas y seculares. Lo que podríamos considerar fuera de duda es que, ocasionalmente, las leproserías acogían peregrinos, víctimas de aquella enfermedad. Está bien documentado que hubo peregrinos leprosos y que se acogían en las leproserías en diferentes localidades del “Camino de Santiago”, como son Pamplona, Estella, Burgos, Castrojeriz, Carrión de los Condes, San Nicolás, Sahagún, León, etc.
Me parece que se ha exagerado en cuanto al aislamiento obligatorio, y es probable que, aparte de los casos graves, a los que hiciesen su peregrinación con prudencia, en evitación de contagios, buscando la separación de las demás personas, les serían permitidos los viajes a los santuarios en busca del milagro curativo. Por otra parte hemos de tener en cuenta que algunos serían atacados por el mal, precisamente durante su peregrinación.
Pues bien, el itinerario de Senlis sitúa a una legua de Carrión de los Condes un lugar que se llama Molin Blanc. Supongo que sería Calzada de los Molinos, cuya iglesia parroquial estaba dedicada al apóstol Santiago.
Los peregrinos podrían desviarse de la ruta general a la derecha para entrar en la abadía de Benevívere, de la cual ya hablamos. En el mismo lugar debería haber existido una antigua abadía de los cistercienses, que siempre se esmeraron en el recibimiento y atenciones con los peregrinos. El hecho acredita que sus hospitales eran mejores que los de otras órdenes, en opinión de algún escritor del siglo XVI.
En término de Ledigos, en Santa María de las Tiendas, había un convento o una abadía, que en las guías francesas se conoció con el nombre de hospital del Gran-Cavalier, que pertenecía a la Orden de Santiago y tenía bajo su jurisdicción el ya mencionado hospital de Villamartín. En 1182, Alfonso VIII concede al hospital exención de “fecendera, fonsado, pedido y cualquiera otro servicio”. Varias donaciones facilitaron el sostenimiento del hospital y sus labores in usus pauperum, de las cuales hay que destacar la de don Pedro Fernández y de su mujer, doña Teresa, que donaron cinco mil maravedís en el año 1222. A poca distancia de las Tiendas queda el pueblecito de Ledigos, que sonaba ya por el año 1028, cuando doña Urraca lo erigió en honor del apóstol Santiago dotándolo de edificios, pomares, prados, viñas y posesiones. Había un hospital en lo que hoy es una finca cercana a cierto palomar.
A corta distancia de la villa de “San Juan”, hoy desaparecida, los caballeros de la Orden del Temple, tenían un convento. Se puede suponer que uno de los hospitales que menciona Hermannus Künig podría haber estado allí.
De un hospital en Moratinos no tenemos noticia alguna. Lo único que se refiere al paso de los numerosos peregrinos es una calle llamada calle Real o Calzada Francesa.
Llegamos al último pueblo en la provincia de Palencia: a San Nicolás del Real Camino, donde en el siglo XII había un hospital de leprosos regido por canónigos regulares de San Agustín. El hospital amplió, sin duda, sus servicios a todos los peregrinos, que lo conocían con el nombre de Petit-Cavalier.

Conclusiones
Lo que se puede deducir de lo anteriormente tratado, tomando en consideración también el desarrollo general de Castilla, es, según mi modesto saber y entender, lo siguiente: junto con el avance progresivo de la reconquista española y la introducción de una infraestructura monástica de órdenes de la reforma, tuvo lugar a partir del siglo XI una colonización de la Meseta castellana, que trajo consigo como consecuencia la fundación de un número considerable de poblaciones (pueblos, villas, ciudades), cuyos habitantes, en su mayoría francos, gozaron de privilegios especiales. Dentro del panorama cultual de la provincia se puede deducir que los pobladores importaron sus propios cultos a santos, de los cuales se prometieron poderes taumatúrgicos especiales, como por ejemplo San Martín y San Nicolás. Como culto genuino palentino se implantó el de San Zoilo, que, en “competencia” con Santiago, curó peregrinos que buscaron en vano su restitución en Santiago de Compostela. De los patronazgos antiguos del camino y del occidente cristiano en general, encontramos los de San Pedro, San Juan Bautista, San Andrés, San Cristóbal y del Arcángel San Miguel. También el patrono y protector de España, Santiago está presente bastantes veces.
En San Millán se nos presenta el patrón de La Rioja, que a veces entró en “competición” con Santiago en su papel de protector nacional y miles Christi. El discípulo apostólico y primer obispo de Cádiz, Torcuato, es según una leyenda que la tradición pone en el siglo VIII, uno de los primeros misioneros de la Península. San Facundo de Sahagún viene, como los orígenes del cristianismo de África, y San Hipólito de Oporto, todos representando movimientos migratorios dependientes de la repoblación y de la propia historia eclesiástica hispánica.
Lo que no me sorprende es el gran número de centros culturales marianos en el “Camino de Santiago”, sobre todo a partir del siglo XIII. El culto al pesebre y a la Cruz, a la Virgen y a los santos invade la devoción y piedad popular de la Alta y Tardía Edad Media, creando un ámbito espiritual mariano y provocando la aparición de diversos centros sacrales. En la provincia de Palencia era Villasirga el núcleo sagrado que ocupaba el rango más alto de los centros marianos, atrayendo a los peregrinos jacobeos bajo el pretexto de disponer de más fuerzas espirituales y curativas que el apóstol Santiago mismo. La fama de los milagros de la Virgen de Villasirga la promovieron y difundieron en gran parte los peregrinos a Santiago.
Lo que se puede constatar finalmente es: la provincia de Palencia ha experimentado el mismo desarrollo que muchas regiones del occidente cristiano en vía de penetración cristiana, con una excepción importante: la del camino europeo a Santiago de Compostela o más bien el camino francés en aquellos tiempos. Prueba de ello son, entre otras, la mención de los lugares de cierta importancia en la literatura odepórica desde el siglo XII hasta hoy, y del gran número de hospitales de renombre europeos que nacieron a lo largo del “Camino de Santiago” y de sus desviaciones a partir del siglo XI. El “Camino de Santiago” cruza la provincia de Palencia en su parte central y significa, dentro de este fenómeno, un importante eslabón de 65 kilómetros de longitud en esa cadena europea del iter stellarum.


Palencia
El nombre genérico que aglutina el barrio de la capital palentina en el que se encuentra emplazada la catedral es el de San Antolín, debido sin duda a la cripta y a un hospital del mismo nombre del que tenemos noticias documentales desde el siglo XII. Los datos de las excavaciones arqueológicas realizadas confirman que la cripta conserva restos de época visigoda –de la segunda mitad del siglo VII– e incluso anteriores. Estos últimos podrían servir para datar una edificación ya existente en época de las invasiones germánicas. Parece ser que el culto a san Antolín ya era conocido en época visigoda. La tradición recogida por el cronista Fernández del Pulgar en el siglo XVII cuenta cómo el monarca Wamba trajo de las Galias en el 672 el cuerpo de este mártir narbonense ejecutado a finales del siglo V, en cuyo honor se levantó un templo, del que hoy tan sólo conservamos la cabecera, consagrado muy probablemente por el obispo Ascario. Sin embargo, las primeras noticias documentales fidedignas que nos hablan de la cripta de San Antolín datan del siglo XI, momento en el que ésta fue descubierta fortuita y milagrosamente –según nos relatan diversas leyendas y prodigios– por Sancho III el Mayor, rey de Navarra. Curiosamente este mismo monarca en un suceso semejante descubrió la cripta de Santa María la Real de Nájera. Otros monasterios como San Pedro de Arlanza o Santa María de Aguilar de Campoo, sufrieron un redescubrimiento semejante.
Hacia 1034, y bajo el mandato del discípulo del abad Oliva de Ripoll, el obispo palentino D. Ponce –que ya lo había sido de Oviedo– tendrá lugar la restauración de la diócesis de Palencia y la ampliación de la cripta de época visigoda con un espacio a modo de antecripta. El acto de restauración se llevaría a cabo en la iglesia de piedra “que había fundado con liberal mano (el monarca navarro Sancho III) bajo la advocación del Salvador y de su Madre y de san Antolín, y era muy decente templo”. Diversos autores identifican este edificio con la actual cripta, aunque otros consideran que se trata de la catedral románica levantada por el obispo don Bernardo. Un año más tarde, en 1035, y contando con la presencia de los reyes, tuvo lugar su dedicación a san Antolín, acto que algunos investigadores han interpretado como una posible influencia de Cluny.

Catedral
Cripta de San Antolín
La cripta de San Antolín aparece situada bajo la nave mayor –el actual coro– de la magnífica catedral gótica, con acceso desde el trascoro. Por encontrarse en un nivel inferior para llegar hasta ella tendremos que descender por una interesante escalinata del siglo XVI.
El espacio arquitectónico definido por la doble cripta –descubierta a principios del siglo XX por Francisco Simón y Nieto y Manuel Aníbal Álvarez y restaurada en 1905 por José Ramón Mélida– se compone de dos ámbitos claramente diferenciados y yuxtapuestos longitudinalmente. El más oriental es de época visigoda, y el que le precede, de mayor anchura, es de cronología románica. Probablemente en el momento de su construcción tanto uno como otro ámbito estuvieron sobre el nivel del y formarían parte de una edificación anterior sobre la que se elevó en siglos posteriores la catedral.La zona oriental, la más antigua, conforma una nave angosta de desigual anchura y dividida en tres extraños tramos por arcos de medio punto que arrancan de un banco corrido.
Su forma es muy original, mediante losas de piedra tendidas a uno y otro costado alternando con fajones de medio punto ultrapasados en el acceso a la cabecera. Toda la obra está realizada en sillería –engatillada en ocasiones– de desigual aparejo. La cabecera es recta y dispone de un tabicado de fondo que Navarro García considera realizado para resguardar joyas y preseas. Ésta se articula mediante dos columnas con sus correspondientes capiteles sobre las que voltean tres arcos de herradura, ahora ciegos. El acceso a esta nave se realizaba mediante dos puertas laterales de arcos ultrasemicirculares que hoy permanecen también cegadas.
Helmut Schlunk y Pedro de Palol defienden la teoría, mayoritariamente aceptada, de que estos restos formaban parte de un martyrium, con un piso superior que se habría perdido y otro inferior reservado al culto de las reliquias: la confessio, que sería el que ha llegado hasta nosotros. Para Salvador Andrés Ordax podríamos encontrarnos ante los restos de la primitiva ecclesia cathedralis.Pre
senta por tanto una estructura muy semejante a la de otros edificios hispanos altomedievales, como el Martyrium de La Alberca (siglo IV) o la capilla de Santa Leocadia de la Cámara Santa de la catedral de Oviedo (siglo IX). Evidentemente se trataba de un edificio de cierta relevancia puesto que su trazado fue respetado y tenido en cuenta a la hora de construir la catedral románica. Pero sin ningún género de dudas es uno de los edificios más enigmáticos que nos ha legado la séptima centuria y, junto con la basílica de San Juan de Baños, un caso bien evidente de la edilicia hispánica de época visigoda en los Campi gothorum.
Como ya hemos señalado, a la zona más antigua del edificio le precede –a modo de antesala– un espacio compuesto por una sola nave rectangular de sillería, de unos 16 m de longitud y 6,40 de anchura.
1.     Escalera de acceso al templo, s XVI.
2.     Pozo.
3.     Nave.
4.     Presbiterio.
5.     Altar y Ábside.
6.     Capilla de San Antolín.7.     
clausurada en el s XVI.
·        8. Zona visigótica, s VII 

Esta nave se articula en cuatro tramos cubiertos con bóveda de cañón reforzada por arcos fajones que arrancan del basamento lateral.
La bóveda arranca casi a ras de suelo. A ambos lados se abren pequeños vanos con amplio derrame interior que servirían como sistema de ventilación de la cripta.
Su cabecera, que sirve de acceso a la parte más antigua, es semicircular y aparece animada por una arquería de tres arcos de medio punto desiguales, los laterales son ciegos y enmarcan ventanas con derrame interior, dando el central acceso a la zona de época visigoda. Esta ampliación denota una clara relación con el arte prerrománico asturiano, más concretamente con el piso inferior de Santa María del Naranco. En el lado de la epístola del tramo absidal se conservan los restos de una puerta adintelada con reja moderna que se considera el acceso a la cripta protorrománica utilizado antes del siglo XVI, momento en el que se traza la actual escalera de acceso. La construcción de las naves góticas de la catedral no sólo inutiliza el primitivo acceso, sino que destruye el arco fajón más occidental. Un altar ante el espacio semicircular y un pozo –con brocal y antepecho renacentista– en el centro de la nave completan el mobiliario de la nave.
La zona más oriental suele datarse en la segunda mitad del siglo VII como parte integrante del edificio levantado bajo el reinado de Wamba. Por lo que respecta a la ampliación románica se considera realizada durante la primera mitad del siglo XI y es por tanto el testimonio románico más antiguo que se conserva en la provincia de Palencia. Como edificio subterráneo podría considerarse un nexo de unión entre la arquitectura prerrománica y el primer románico castellano.
En la zona más antigua la decoración se limita a los dos capiteles de las columnas ubicadas en la cabecera. Las cestas aparecen toscamente decoradas con pequeñas hojas de acanto, de mayor tamaño las que aparecen en los ángulos. Los cimacios correspondientes son piezas troncopiramidales invertidas de gran tamaño, con decoración de tipo cruciforme y temas vegetales en los extremos. En cuanto a las basas, parecen reaprovechadas de una edificación anterior puesto que emplean capiteles romanos invertidos. Lo mismo ocurre con los fustes, igualmente reutilizados y procedentes de una construcción romana.
Por lo que respecta a la zona románica, carece de decoración. En el antiguo acceso a la estancia románica que se cegó en el XVI aparece un fragmento de moldura con taqueado. Desde unas rejillas abiertas en el lado derecho del coro podemos contemplar un osario, junto a éste aparecen piezas pétreas tremendamente erosionadas que pudieran corresponder con el arranque de uno de los pilares de la catedral románica.



Capitel visigodo en la Cripta de San Antolín, segunda mitad del siglo VII d.C.
 

Según la leyenda, recogida en el cantar de gesta las Mocedades de Rodrigo, estando de caza el rey Sancho III el Mayor le persiguió un jabalí y el monarca se refugió en una hoya situada en el lugar que hoy ocupa la cripta de San Antolín. La fiera lo alcanzó en ella y, cuando el rey se dispuso a alancear al animal, su brazo quedó paralizado, lo que le hizo comprender que estaba en lugar sagrado. ​Des
cubre entonces el Rey la tumba del Santo, cuyo cuerpo incorrupto reposaba en un sarcófago y sobre él, en una hornacina, se encontraba una imagen de la Virgen. Imagen que, con el tiempo, tomaría el nombre de Virgen de San Antolín o Nuestra Señora de San Antolín. Tras este suceso, el rey decidió dedicar al mártir una catedral, que se edificó sobre la cripta, donde también había un pozo, que se conserva hasta la actualidad.
En la actualidad, cada 2 de septiembre, día de san Antolín, se abre la cripta para ofrecer el agua de su pozo a los asistentes piadosos, tradición muy arraigada entre los palentinos, recogiendo los fieles en pequeños recipientes el agua considerada milagrosa, mientras transcurre la ceremonia de la Eucaristía. Tras finalizar la misa, se organiza alrededor del templo una procesión del Santo. 


Románico en el Cerrato y los Alcores, Palencia
Las comarcas de los Alcores y Cerrato constituyen, simplificadamente, el sur y sureste de la provincia de Palencia (aunque esta comarca excede los límites provinciales palentinos y alcanza las de Valladolid y Burgos).
Esta comarca está formada por mesetas rodeadas de valles con suaves lomas como unión entre
ambos.Desde el punto de vista artístico, en el Cerrato Palentino se construyó un románico tardío, que incorpora ya ciertas formas y estructuras que se pueden considerar propias de la arquitectura gótica primitiva. Tal es el caso de las iglesias de Santa María de Dueñas, Villaconancio y Villamuriel de Cerrato.
No obstante, y dentro de este panorama, hay que salvar la excepción del Monasterio de San Isidro de Dueñas (Monasterio de la Trapa) cuya iglesia, aunque muy reformada, es de buena época románica (último cuarto del siglo XI) y muy relacionada con San Martín de Frómista.
También nos ocupamos en esta página de los modestos restos románicos de la iglesia de Cevico Navero y el interesante y controvertido templo de Valoria del Alcor.
En todo caso y salvo en La Trapa, en el románico del Cerrato Palentino sobresalen más los aspectos arquitectónicos que los escultóricos.

Dueñas
A 17 km al sur de Palencia, la villa de Dueñas, ubicada en la falda del cerro conocido como “El Castillo”, posee una situación topográfica privilegiada desde la que se domina la vega en la que confluyen el Carrión y el Pisuerga.
En el castro de Dueñas tuvo lugar en 854 un enfrentamiento entre cristianos y musulmanes que documentó Sánchez Albornoz. Más problemático resulta situar cronológicamente el momento de su repoblación ya que distintos cronistas cristianos –como Sampiro o el Silense– ofrecen fechas muy distintas (finales del siglo IX para el primero y finales del X para el segundo). De la continuidad de su poblamiento en un momento más tardío destacan los restos de una muralla con sus puertas, así como parte del primitivo trazado urbano. En 1334 aparece citado por primera vez el barrio de Santa María. En el extremo noroeste se encontraba la puerta de Cabo de Villa, en el extremo suroeste el puente sobre el arroyo Valdesanjuán, el Pisuerga al este, el alto de Santa Marina al norte, y la calle de Ayuso, la plaza del Campillo y la calle de los pastores al oeste. Del siglo XV destaca el palacio de los Acuña que acogería en diversas ocasiones al monarca Fernando el Católico (1470 y 1506). En esa misma centuria el templo parroquial permanecía bajo el patrocinio de los Acuña quienes lo eligieron para ubicar en él su propio panteón familiar.

Iglesia de Santa María
El templo de Santa María, actual iglesia parroquial, se encuentra situado en el punto más elevado de la villa, en la plaza del Conde Vallelano, rodeada de edificaciones y soportales. Ante su fachada principal se abre un amplio espacio a modo de atrio, con acceso escalonado. El edificio aparece sobreelevado respecto al nivel de la plaza que lo circunda y al del pueblo, lo que hace que su silueta predomine sobre las del resto de las edificaciones.
La iglesia de Santa María, de grandes dimensiones, se realizó básicamente a base de sillería arenisca. Está formada por tres naves de anchura muy similar que están divididas en tres tramos. Consta además de un transepto que no se acusa en planta y una cabecera incompleta formada por un ábside central poligonal y otro semicircular en el lado del evangelio, ambos precedidos por su correspondiente tramo presbiterial. Ha perdido el ábside medieval correspondiente al lado de la epístola y en su lugar se alza, además de un pequeño museo, la actual sacristía construida en el siglo XVIII.
Las naves, de mayor altura la central, aparecen cubiertas con sencillas bóvedas de crucería combinadas con otras de arista. La división entre ellas se efectúa mediante arquerías apuntadas que descansan sobre gruesos pilares octogonales. En el tramo del transepto correspondiente al crucero se eleva un cimborrio exterior que cobija una cúpula sobre pechinas barrocas cuyo tambor aparece calado por varios óculos y remata en una linterna. La cúpula descansa sobre torales y pilares con hornacinas que cobijan modernas figuras de los cuatro evangelistas. A los lados norte y sur del transepto se abren grandes ventanales abocinados con dos arquivoltas, similares a los que aparecen en el de Nuestra Señora de las Fuentes en Amusco.
La torre, que aparece a los pies, es de factura escurialense, con cuatro cuerpos y rematada con cúpula, fue terminada hacia 1589 por los canteros Juan de Mazarredonda y Pedro del Río, siguiendo los planos realizados por Alonso de Tolosa. No obstante, parece que el primer cuerpo pertenece a la construcción originaria del siglo XIII. La iglesia cuenta además con una cripta, construida en el siglo XV bajo el patrocinio de los Acuña.
La mayor parte del edificio corresponde a una estética ciertamente gótica en la que se aprecian una serie de rasgos estructurales y escultóricos deudores de la tradición del primer cuarto del siglo XIII. De hecho, su disposición planimétrica parece corresponder a aquellos momentos.

Cabecera de la iglesia de Santa María de la Asunción de Dueñas, donde se puede observar la pervivencia de elementos Románicos en los ábsides central y septentrional.

El tambor absidal del lado del evangelio aparece decorado en el exterior por una serie de canecillos lisos y una única ventana. Su paramento, en el que se observa una cierta disparidad de materiales, se divide horizontalmente en dos cuerpos mediante una sencilla línea de imposta que nace a la altura de los cimacios de los capiteles de la ventana.
La ventana del ábside septentrional, de medio punto con poseen varias arquivoltas de baquetones y escocias que descansan sobre dos pares de columnas muy esbeltas y estilizadas a base de capiteles decorados con formas bulbosas. incluyendo figuración de arpías y cuadrúpedos.
Ábsides exteriores
Ventana de la cabecera 

El interior, cubierto con bóveda de horno, e iluminado por la única ventana abocinada a la que ya hemos hecho referencia, va precedido de un tramo presbiterial cubierto con bóveda de crucería cuyos gruesos nervios descansan sobre columnas angulares. En la misma entrada de la capilla aparecen dobles columnas gemelas de las que Torres Balbás calificaba como típicas de lo hispano-languedociano. El ábside central pentagonal, sobreelevado posteriormente, posee esbeltos contrafuertes cuadrangulares destinados a contrarrestar el empuje de la bóveda de crucería y cinco esbeltos vanos de doble derrame –tres de ellos cegados– muy similares al existente en el ábside del evangelio.
El ábside del lado del evangelio, cubierto con bóveda de horno, e iluminado por la única ventana abocinada.
El altar mayor, discutido patronato de los Acuña, está formado por un ábside poligonal precedido por un tramo recto.
Excepcional retablo mayor del siglo XVI de la iglesia de Santa María en Dueñas (Palencia, Castilla y León), tallado por los maestros Antonio y Alonso de Ampudia. 

Enríquez de Salamanca considera esta construcción como románico-ojival, contemporánea de Santa María de Villamuriel de Cerrato, con la que mantiene ciertas semejanzas planimétricas, si salvamos la disposición y forma de su cabecera. Afinidades que también encontraremos en Amusco. Los vestigios conservados apuntan hacia un edificio cuyos orígenes se remontarían al siglo XIII, “acaso del tiempo del señorío de los Lara” afirma Navarro García. Edificio que al parecer constaría de tres naves, transepto y cabecera triabsidal semicircular, tipología típicamente monástica.

Habiendo desaparecido la portada primitiva (que probablemente estuviese localizada en el lado meridional), la portada principal actual se abre a los pies de la iglesia y data de inicios siglo XVI. Otra portada de medio punto se abrió en el siglo XVIII en la nave de la epístola.
La portada principal actual se abre a los pies de la iglesia y data de inicios del siglo XVI, ante ella se abre un amplio espacio a modo de atrio, arcos conopiales y escarzanos caracterizan el conjunto junto a la decoración de filigrana típica del primer renacimiento español.
 

La decoración más primitiva aparece en los ventanales de la cabecera, transepto y naves. Los del ábside central, muy restaurados, son de medio punto y poseen varias arquivoltas de baquetones y escocias que descansan sobre dos pares de columnas muy esbeltas y estilizadas a base de capiteles decorados con formas bulbosas. Un esquema que se repetirá en el ábside septentrional, aunque a un tamaño más reducido e incluyendo figuración de arpías y cuadrúpedos. Prácticamente idénticos a los ventanales del ábside central, son los que se abren a uno y otro lado del transepto, aunque en este caso las esbeltas columnas –tres a cada lado– del ventanal del lado norte aparecen rematadas por cabezas humanas completamente góticas. Un mayor apuntamiento y distinta con - figuración presentan los arcos de los vanos abiertos en los muros de las naves laterales, éstos, con derrame al exterior, presentan un arco con chambrana lisa y arquivolta con baquetones y escocias sobre doble pareja de columnillas. Los capiteles se decoran con formas de clara inspiración vegetal que recuerdan la cabecera de Palazuelos y la estética de San Andrés de Arroyo.

Relación con la comunidad de San Agustín
La historia del cabildo parroquial de Dueñas estuvo marcada por el continuo enfrentamiento con la comunidad eclesiástica del convento de San Agustín, en especial debido a cuestiones como el derecho de entierro de los feligreses y el cobro de los diezmos. Posteriormente, se sumarían nuevos conflictos en relación con la construcción del convento a intramuros de la localidad pues, hasta su destrucción durante la guerra civil castellana (1351-1369), se encontraba junto al Camino Real de Valladolid. Todo ello dio lugar a que ambas comunidades firmaran una primera concordia o concordia antigua el 12 de abril de 1359. En dicha concordia, a cambio de una serie de propiedades, el cabildo parroquial reconocía al convento una serie de derechos en relación con los entierros y los diezmos. Pese a ello, las fricciones no tardaron en volver a surgir, lo que llevó al convento a solicitar la intercesión de los tribunales eclesiásticos. En 1407, por bula del Papa Benedicto XIII se nombraba como juez conservador en este caso al abad de Sahagún pero, dos años después, en 1409, se llegó a dictar una sentencia arbitral por parte del abad de Husillos y el prior del convento de San Agustín de Valladolid (confirmada posteriormente tanto por el obispo de Palencia como por el abad de la colegiata de Valladolid). Esta sentencia, considerada como una segunda concordia, fue apelada por el cabildo parroquial ante la Santa Sede, quien otorgó poder al auditor de las causas del palacio apostólico para revisar dicha sentencia, quien la confirmó, siendo ratificada de nuevo por el abad de Santa Leocadia (Toledo), tras una nueva apelación. Pese a estas sentencias, el cabildo no aceptó la resolución papal y el convento volvió a apelar al Papa Eugenio IV, quien expidió una nueva bula a favor del monasterio en 1442.
Vemos, por tanto, que los enfrentamientos fueron constantes y se extendieron a lo largo de toda su historia, entablándose un nuevo -y prolongado- pleito entre ambas comunidades a finales del siglo XV, en 1482. Todavía a finales del siglo XVIII, a raíz del Breve de Pío VI de 8 de enero de 1796 por el que se derogaban todas las exenciones de diezmos, estalló de nuevo el conflicto debido a que San Agustín, pese a todo, alegaba que se había de respetar su exención de diezmar en base a aquella antigua concordia de 1359, ya que se trataba de un título oneroso entre ambas comunidades.
En el transcurso de este pleito se produjo, además, un interesante debate sobre si la iglesia parroquial llegó a ostentar en la Edad Media el rango colegial, pues es cierto que en la documentación de los siglos XIV y XV aparece la figura de un abad y, en ocasiones, se la designa como colegiata. Sin embargo, es una cuestión que todavía está por dilucidar, aunque esta posibilidad nunca se ha contemplado por la historiografía específica sobre este tema, pues, de haber existido, se perdió por completo en el siglo XV.

Monasterio de San Isidro
Situado en la Comarca de Tierra de Campos entre las villas de Dueñas, Tariego y Venta de Baños, pertenece a la diócesis y partido judicial de Palencia. Se ubica en la vega izquierda del río Pisuerga a escasos metros de su convergencia con el Carrión y limitando en su parte oriental con los Montes de Torozos.
Con los escasos datos que conservamos en la actualidad parece que el monasterio de San Martín de Dueñas fue fundado o restaurado a fines del siglo IX o comienzos del X por Alfonso III (866-910), al abrigo de una fortaleza próxima denominada Dueñas y junto a dos asentamientos romanos de los siglos I y IV de d. C. respectivamente (Villa Possidica) en la vía romana que de Palencia conducía a León.
Aunque nada permite asegurarlo es posible que, al igual que otros como Sahagún, fuera repoblado por monjes huidos de Córdoba. Algunos autores como Yepes situaban los inicios de la vida monástica en Dueñas en época visigoda, tesis sostenida a comienzos de siglo por Fidel Fita, basándose en la aparición en las inmediaciones del vecino santuario de nuestra Señora de Onecha de una lápida sepulcral que hacía referencia a un clérigo llamado Froilán contemporáneo al rey Recesvinto. Este asentamiento monástico desaparecería tras la invasión musulmana volviéndose a repoblar a comienzos del siglo X. En esta misma línea, fray Prudencio de Sandoval, abad de Dueñas a comienzos del XVII, opinaba que el origen del monasterio estaría en la cercana basílica visigoda de San Juan de Baños cuya comunidad dispersada por los musulmanes se trasladaría a ese lugar.
El primer documento de entidad conservado es una donación del rey García (911-914) en febrero de 911; a este monarca se le responsabiliza de la donación de las reliquias del mártir alejandrino Isidoro de Chíos, muerto en aquella isla del Egeo durante la persecución de Diocleciano. El culto de este soldado romano se asentó durante el inicio de la Edad Media en el este francés, de donde pudo pasar a la Península. Así pues este personaje, de quien tomó el monasterio su principal advocación, nada tenía que ver con el obispo hispalense como ha sido supuesto por algunos autores.
En los años sucesivos el monasterio recibió nuevas donaciones de los reyes leoneses Ordoño II (914-924) y Ramiro II (931-951). Avanzadilla de la reforma cluniacense en el reino León, fue favorecido por Sancho III Garcés (1000-1035) al anexionarse la Tierra de Campos a comienzos del último quinquenio de su reinado.
En esta época la comunidad monástica estaba regida por monjes catalanes a cuya cabeza estaba el abad Durando (1010-1043). Su hijo Fernando I confirmó privilegios de sus antecesores y debió manifestar una especial atracción por este centro cuya magnitud hemos perdido con el enorme vacío documental existente. De esta forma, el 29 de diciembre de 1073, coincidiendo no casualmente –como quiere Bishko– con el aniversario, ocho años antes, del óbito del monarca castellano-leonés, su hijo Alfonso VI donaba el monasterio a la abadía de San Pedro de Cluny. Dueñas se convertía así en la principal base político-financiera de la orden borgoñona en Tierra de Campos, antes de ser desplazada por San Zoilo de Carrión de los Condes. Las donaciones desde esta fecha fueron continuas; así, en 1077 el monarca entregaba a Dueñas el monasterio de Santiago del Val, entre Santoyo y Támara. También el entorno del monarca procedió a ampliar el patrimonio del priorato cluniacense; en 1090 la infanta Elvira hacía entrega de la granja de Santa Eugenia próxima a Torremormojón y en 1105 su yerno, Enrique de Borgoña, concedía diversos beneficios de sus territorios en el entorno de Sanabria.
Desaparecido Alfonso VI (1109), su hija y heredera Urraca mantendrá este apoyo otorgando el monasterio de San Millán de Soto (1114), la basílica de San Juan de Baños (1115), diversas propiedades entre las que destacaba el también monasterio de San Torcuato cerca de Cevico de la Torre (1116) y la villa de Baños (1117). Pedro Ansúrez donaba en 1112 el monasterio de San Boal del Pinar.
Lamentablemente el reinado de Alfonso VII es escaso en documentación relativa al priorato de Dueñas. Tenemos más conocimientos durante el período regido por su nieto Alfonso VIII, durante el cual despuntó el prior Humberto. A este personaje, que posteriormente pasó a regir las casas de Nájera y Carrión, se le responsabiliza de la reconducción de la caótica situación en que se encontraba sumida la orden en los reinos occidentales de la Península. Al finalizar el siglo XII San Isidoro de Dueñas tenía subprioratos en Asturias (San Tirso de Tudanca), León (San Miguel de Escalada), Valladolid (San Miguel de Medina de Rioseco) y Segovia (San Boal del Pinar).
Durante el siglo XIII y al igual que el conjunto de prioratos cluniacenses en la Península la situación fue degradándose de forma paulatina. El capítulo general de 1269 denunciaba que algunas de las dependencias se encontraban en mal estado. La crítica situación económica y la corrupción de los priores llevó a que éstos empeñaran diversas propiedades que andando el tiempo acabarían perdiéndose. La queja contra éstos desde el gobierno cluniacense fue continua a lo largo del siglo alcanzando su máxima expresión con la actuación de Bernardo de Blanesto (1290-1300) que, a la cabeza de una comunidad ya muy exigua –ocho monjes–, intentó sublevar a las casas de la orden en España siendo excomulgado por el capítulo borgoñón que ordenó su trasladado a las prisiones de la abadía.
En 1310 se denunciaba la ruina del monasterio que estaba arrendado por un periodo de veintiséis años a un soldado llamado Álvaro García. No mucho después, en 1322, dos monjes del priorato –Sansón de Pisa y Hugo de Perrues– saquearon parte del tesoro y las reliquias huyendo hacia Francia. El resto sería dilapidado tan sólo unos años después quedando únicamente un cáliz de plomo según indicaba una visita de 1392. Con excepción de cortos períodos como el protagonizado por el gobierno de Guillén II (1340-1348) la decadencia sumió al priorato en un caos desolador llegando hasta el punto de que en 1377 estaba abandonado y arruinados sus edificios; a fines del mismo siglo, únicamente lo ocupaban el prior y dos monjes que eran conminados a reparar lo destruido y a que aumentasen la exigua comunidad.Durante el siglo XIV el priorato salió de forma paulatina 
esta crisis que abandonó de forma definitiva con la unión a la Congregación de Valladolid recuperando su rango de monasterio en 1499.
A comienzos del siglo XVII (1604) y coincidiendo con el inicio del abadiato de Prudencio de Sandoval (1604- 1607) ardieron las cubiertas de la iglesia procediéndose durante su reconstrucción a remodelar el conjunto de la fábrica con “malo y mezquino gusto” según señalaba Jovellanos. Se enmascaró la antigua construcción románica afeitándose capiteles y recurriendo a los estucados.
En el curso del gobierno de fray Félix de Ucero (1805-1814) se restauró la torre, se renovaron las cubiertas de las naves actuándose sobre otras dependencias como el dormitorio o la bodega. Durante su abadiato se acuartelaron tropas francesas que tras disolver la comunidad procedieron a la venta de los bienes tanto muebles como inmuebles. La marcha de los soldados dejó al monasterio sumido en una ruina que tuvieron que solventar los monjes a su regreso en 1814. Sin embargo fueron obligados a una nueva dispersión durante el Trienio Constitucional (1820-1823) durante el cual fue otra vez arruinado. Finalmente, en octubre de 1835 la desamortización acabó con la comunidad benedictina siendo vendidas sus propiedades y mientras algunos de los edificios claustrales eran habilitados para almacenar material agrícola otros sirvieron como canteras para la realización de la línea ferroviaria próxima y para la carretera. En 1890 fue adquirido para los monjes cistercienses de la Estrecha Observancia (trapenses) que lo ocuparon durante el año siguiente. Esta vez se procedió a la recuperación definitiva de los edificios, labor llevada a cabo por una comunidad que haría más tarde lo mismo con los monasterios de Santa María de Osera (1930) y San Pedro de Cardeña (1948).
En 1952 Francisco Antón publicó el primer trabajo en el que de forma monográfica se analizaban los restos medievales ocultos por las sucesivas reformas arquitectónicas. Anteriormente se consideraba que tan sólo el hastial y el tramo anejo pertenecían a la primitiva iglesia de fines del siglo XI. En este sentido Gómez Moreno (1935) se refería esa parte del conjunto como “obra de las postrimerías románicas”.
Lo que en la actualidad observamos es una iglesia de planta basilical de 46 m de longitud por 17 de anchura, con transepto marcado en planta y cabecera de tres ábsides con presbiterio. Las naves, de seis tramos cada una, se separan por pilares cruciformes sin columnas adosadas, a excepción de los torales que, como el conjunto de la parte oriental, incorporan medias columnas en los frentes.
Sobre el crucero se desarrolla cimborrio ochavado sobre trompas que al exterior se plantea en dos niveles utilizándose el superior como cuerpo de campanas.
Los brazos del transepto se resuelven con gran estrechez, enlazando en este sentido con la ampliación de San Isidoro de León. Lamentablemente poco puede decirse de los alzados tanto interiores –revocados– como exteriores, ya que han sido enormemente intervenidos; sólo la fachada occidental permite plantea r una aproximación veraz. En sus extremos se introducen dos torres cilíndricas con husillo en su interior similares a las de San Martín de Frómista. Hoy sólo puede apreciarse la septentrional ya que la meridional se encuentra emparedada por las dependencias monásticas, concretamente por la capilla del hermano Rafael en el curso de cuya realización se puso efímeramente a la vista. Esta singularidad ha sido considerada por algunos autores (Gudiol y Gaya) como la primera proyección de los logros con- seguidos en la iglesia de Frómista.
Por otro lado, la diferenciación entre el tipo de soporte utilizado en la cabecera respecto al que se despliega en la nave fue interpretada por Antón como fruto de una renovación que acontecería a fines del siglo XII en aquella zona del templo. De esta manera y al igual que otros edificios monásticos (Santo Domingo de Silos o San Salvador de Oña por poner dos ejemplos significativos) las exigencias litúrgicas impusieron la necesidad de ampliar el espacio añadiendo en este caso un transepto acusado en planta. Visible en la traza apuntada de sus arcos, fue asimismo dotado de un cimborrio ochavado sobre trompas y de un espacioso campanario.
Lamentablemente hemos perdido todo indicio de las dependencias monásticas que debían de completar el conjunto.
La portada occidental, único resto escultórico conservado del primitvo edificio románico, ha sido considerada obra de fines del siglo XI o comienzos del XII por la mayor parte de los autores que de ella se han ocupado. Su articulación se lleva a cabo mediante una doble arquivolta en las que se alternan una rosca plana con dos boceles arrancando éstos a ambos lados de sendas columnas acodilladas. Se trasdosa mediante una línea de tacos y prescinde de tímpano, conectando en este aspecto con otras portadas también monásticas de esta misma cronología como son la septentrional de San Martín de Frómista o las occidentales de San Zoilo de Carrión y de San Pedro de Arlanza.
Las basas de las columnas al igual que los plintos se encuentran lamentablemente muy deterioradas. Aún puede apreciarse la morfología de los zócalos a partir del exterior izquierdo que, al igual que los de San Zoilo, eran ligeramente troncopiramidales.Cadauno de los cuatro capiteles rematan en cimacios de 17 cm de altura decorándose el conjunto de sus esquinas –de las que tan sólo restan dos– con bolas y caras, estas últimas, según Gómez Moreno, retalladas. Las cestas presentan 40 cm de altura y 38 cm de anchura en cada una de sus caras. Respecto a la decoración, los ábacos se plantean con dos palmetas cóncavas por cara con vástagos arqueados a excepción del interior de la jamba izquierda que introduce dos entrelazos. Salvo uno, los capiteles son todos vegetales. De izquierda a derecha, el primero reproduce tallos entrelazados que concluyen en amplias volutas; el segundo al igual que el cuarto, hojas lisas rematadas con bolas bajo caulículos y muñones recordando a algunos de San Pedro de Arlanza.
Finalmente el tercero –también con amplias volutas– desarrolla dos iconogramas planteados de idéntica forma al capitel izquierdo de la portada norte de San Martín de Frómista y a uno del pilar extremo noroccidental de la misma iglesia: el castigo del avaro, representado como un hombre aferrado a una bolsa y la lujuria como mujer desnuda con dos serpientes aferradas a sus pechos.
Fachada románica del monasterio de San Isidro de Dueñas

Capiteles lado izquierdo
Capiteles lado derecho 
Los ábacos del cimacio son dos palmetas cóncavas por cara con vástagos arqueados. El capitel es vegetal y reproduce tallos entrelazados que concluyen en amplias volutas.
De las dos caras talladas vemos la que mira hacia la portada que representa el tema de la avaricia, con el avaro sujetando una bolsa. En la otra cara se representa la lujuria con la típica representación de una mujer desnuda cuyos pechos son mordidos por una serpiente.
Uno de los dos iconograma representados en el primer capitel del lado derecho de la portada: la lujuria con dos serpientes en sus pechos.

 

Villaconancio
Madoz nos habla de los alrededores de Villaconancio durante el siglo pasado en los siguientes términos: “su terreno disfruta de monte y llano, es de mediana calidad y parte se halla poblado de roble y encina”. Respecto a la propia villa señala que “está situada a 100 pasos del arroyo Madereron, en un valle y ladera dominada por cuestas”. Sebastián de Miñano, años antes, decía que estaba “situada en uno de los dos valles que se forma el que llaman de Cerrato, rodeado de montes de enebro y encina”.
Su mismo nombre, Villaconancio, delata un antiguo antropónimo de época visigoda o mozárabe, quizá aludiendo al obispo palentino Conancio. A finales del siglo IX, el rey Alfonso III repuebla la zona. Alfonso VIII donó la localidad al obispo de Palencia Raimundo II en 1163. En sus términos –como en los de Cevico Navero– el monasterio de La Vid contó con propiedades hacia 1231.

Iglesia de San Julián y Santa Basilisa
iglesia de San Julián y Santa Basilisa se encuentra situada en la zona central del pueblo, rodeada por calles hormigonadas. Existe una pequeña plazoleta parcialmente elevada abierta en el lado meridional para salvar el acusado desnivel del terreno. El templo se arruinó completamente en 1833 y sus funciones parroquiales pasaron a la ermita de Nuestra Señora de Mediavilla, localizada en un extremo del pueblo. Si exceptuamos los dos ábsides de su primitiva fábrica románica, el resto del edificio es fruto de la reconstrucción de 1905.
Su planta es de una sola nave litúrgicamente orientada, con crucero y cabecera concebida para tres ábsides, aunque hoy en día tan sólo se conservan dos, de los cuales el mayor sobresale respecto al de la nave del evangelio. En el lugar del ábside de la epístola, hacia el siglo XVI, se construyó una torre. A juzgar por los ábsides conservados y los escasos capiteles del interior, podemos suponer que el resto del edificio debió ser abundante en elementos decorativos.

El ábside mayor está asentado sobre un zócalo que sobresale del lienzo del muro. Está compartimentado en cinco paños (el más meridional oculto por la torre). Del zócalo parten cuatro basas talladas sobre sillares bien escuadrados y pilastras decoradas con baquetones laterales.


Se remata este cuerpo con una línea de imposta moldurada, por encima hay un segundo nivel con cortas columnillas que coinciden con las pilastras inferiores y se coronan con capiteles vegetales muy deteriorados, las columnillas apoyan sobre basas áticas muy deterioradas provistas de bolas angulares.
Rematando el tambor aparece un friso de arquillos ciegos que nos recuerda vagamente las decoraciones catalano-lombardas del mismo tipo que las aplicadas en Valdespina y Perazancas, si bien tal uso parece un remedo de las cercanas iglesias burgalesas del Valle del Esgueva (Santibáñez y Pinillos).
La banda de arquillos aparece sustentada por los citados capiteles y por canecillos con motivos geométricos, cabezas de cuadrúpedos y rollos. En cada uno de sus cuatro paños visibles hay un ventanal en aspillera, enmarcado por tres arquivoltas aboceladas de medio punto, entre los que se intercala una línea de zigzag y otra de semiovas de recuerdo clásico. De ellos, el último bocel se prolonga hasta el zócalo a modo de chambrana.
El ábside de la nave del evangelio tiene unas dimensiones más reducidas y se encuentra también asentado sobre un zócalo del que parten tres pilastras de sección semicircular que lo dividen en cuatro paños. Éstas descansan sobre erosionadas basas áticas y rematan en capiteles con decoración vegetal. En este ábside vuelve a utilizarse una banda de arquillos ciegos, en este caso de despiece radial que apean sobre canecillos decorados con rollos y crochets. Sobre esta banda hay un segundo cuerpo liso que sirve de apoyo a la cornisa, provista de trece canecillos, algunos de proa de nave y otros decorados con una piña, un bóvido y rectángulos retallados.
En el paño central se abre un vano muy sencillo, de saetera, rematado en arista viva.

El resto de la construcción exterior, de tipo neorrománico, combina la piedra de sillería con el ladrillo en las arquivoltas de las ventanas y en los arquillos ciegos de las cornisas.

La portada occidental de medio punto también es obra de inicios de nuestro siglo, como única decoración tiene un tímpano de escayola y varias arquivoltas de ladrillo. Los muros norte y sur aparecen reforzados al exterior con tres contrafuertes a cada lado.
En el interior encontramos un vestíbulo, sobre el que se eleva el coro, una gran nave única, el crucero y la cabecera. Los muros están recubiertos con un enlucido que imita la sillería, aunque sus desconches permiten apreciar un aparejo de mampostería. La cubierta de la nave y crucero es una gran armadura de madera a dos aguas, mientras los dos ábsides utilizan bóvedas de cantería.

El ábside mayor se cubre con bóveda de horno gallonada cuyos cuatro nervios, de triple baquetón, dividen el interior del hemiciclo en cinco paños, tipología que recuerda la empleada en San Salvador de Cantamuda, también sujeta al dominio del obispado palentino a fines del siglo XII. Bajo esta bóveda, los muros presentan los mismos motivos decorativos que los vistos en el exterior (pilastras y triples baquetones). El presbiterio ostenta cañón reforzado con bóveda de arista cuyos nervios cilíndricos apean sobre semicolumnas (en el lado oriental con los fustes truncados); desde el presbiterio un arco apuntado y doblado permite el paso hasta el crucero.
El ábside del evangelio, al que puede accederse desde el central atravesando un arco en esviaje moderno, se cubre con bóveda de horno. A su vez, dicho ábside se comunica por otro arco de medio punto con el crucero.
Los capiteles del triunfal son vegetales, muy esquemáticos y de talla plana, aunque dotados de cierta elegancia, presentan collarinos sogueados, acantos lisos y cimacios con decoraciones en zigzag.
Junto a la entrada se conserva una pila bautismal que parece obra del siglo XIII. De perfil hemisférico, está decorada con gallones que rematan en arquillos de medio punto.


Cevico Navero
La villa de Cevico Navero se encuentra situada al sureste de la provincia, a 12 km de Baltanás, actual capital de la comarca cerrateña. La villa está situada en la falda de una empinada cuesta que asciende hasta el páramo, a cuyos pies discurre el arroyo Valdefuentes. Próxima a una de las puertas de la antigua muralla encontramos la iglesia, rodeada por varias edificaciones. Se eleva ligeramente por encima del caserío por su lado septentrional, donde aparecen trazas de un antiguo campo santo cercado por un murete perimetral.
Pocas noticias existen sobre los orígenes históricos de este pueblo. Consta que hacia las últimas décadas del siglo IX, según iba avanzando el proceso repoblador, se ocupó y fortificó el lugar. Sabemos también que Alfonso VIII donó la villa y el castillo de Cevico Navero a la iglesia y obispo de Palencia (1163). Confirmó igualmente al monasterio burgalés de La Vid la heredad donada por don Pedro García de Lerma en Villaconancio, Cevico Navero y Santa María (1231). Ya en el siglo XIV, el Libro Becerro de las Behetrías señala esta villa como lugar de abadengo, que pertenecía al monasterio de Santa María de La Vid. A 2 km al nordeste de Cevico Navero se encuentran las ruinas del monasterio benedictino de San Pelayo de Cerrato, fundado en 934, y que fue rector de otros conventos como los de San Miguel de Pedroso y San Juan de Ortega. Hacia 1145 pasó a la orden premonstratense.

Iglesia de San Andrés
En el siglo XII, se construye la actual iglesia parroquial, con su primera advocación a Santa María. Su primitiva arquitectura románica es de transición entre los siglos XII y XIII.
Construida en caliza cerrateña, presenta planta basilical de tres naves y cabecera con triple ábside. Tanto el ábside central como el del lado del evangelio mantienen todavía evidentes restos románicos. El primero fue rehecho en época tardogótica, adaptando una planta poligonal con contrafuertes angulares y manteniendo parte del paramento románico semicircular. El de la epístola, conserva íntegramente su paramento original interior, se cubre con bóveda de horno, separada del muro por una línea de imposta decorada con motivos de ondas zigzagueantes.

La portada románica se abre en su lado norte. Sobresale ligeramente del muro y aparece coronada por un tejaroz, que descansa sobre una cornisa sujetada por ocho canecillos (de nacela o con somera decoración geométrica y vegetal).La 
puerta ostenta cinco arquivoltas de medio punto, que alternan la arista viva con los boceles y acaban en guardapolvo con decoración de puntas de diamante. Las arquivoltas apoyan en jambas esquinadas y cuatro columnas sobre alto podio corrido. Acerca de esta portada podemos consultar la interesante descripción que Navarro hizo en 1930: “tiene un pórtico románico con capiteles primitivos de tipo visigótico (sic). Aunque muy deteriorados se aprecian figuras humanas bajo arcadas a modo de hornacinas”. En 1951 Revilla hacía alusión a las figuras humanas talladas sobre los capiteles de la portada. De estos elementos decorados nada se ha conservado, de hecho, las cestas originales, completamente desconchadas, fueron recientemente sustituidas por volúmenes calizos lisos.

Portada
 
Canecillo del tejaroz 

Existen otras dos puertas en el lado sur, hoy en día cegadas, una apuntada y otra con un remate típicamente plateresco. Buen número de los canecillos originales de proa de nave se mantienen en el muro sur, otros de nacela –y uno sobre el que se talló una liebre– aparecen en el muro norte.
En el lado sur existen otras dos puertas, hoy en día cegadas, una apuntada y otra con un remate típicamente plateresco.
Puerta plateresca
Ábside, ventana cegada
Ventana cegada 

Interiormente, las tres naves están separadas por arcos formeros doblados, tres de medio punto y otros tres apuntados. Éstos descansan sobre pilares rectangulares con semicolumnas adosadas que apoyan sobre alto podio.
Hay que exceptuar la columna más cercana a la cabecera de la nave del evangelio, cuyo fuste queda truncado a media altura, rematando en ménsula cónica. La armadura de la nave central es del tipo denominado ochavado de limabordón sobre trompas. Del paño del almizate penden cinco piñas de madera talladas en forma de escamas. También aparecen piñas de distintos tamaños en los ángulos, que surgen de unas hojas estrelladas. Toda la armadura apea en un doble arrocabe, del cual surgen los canes tallados que sustentan a seis tirantes moamares o gemelos.








En la tablazón de la armadura alternan las fosas decoradas e incisas con las superficies lisas. Sobre ésta se colocan los pares o alfardas, tallados en el papo con red de rombos, círculos e incisiones. Las cubiertas de las naves laterales son de madera, aunque muy simples. La cabecera también presenta cubierta de madera, aunque es copia de la original, perdida tras un incendio. Se utiliza una armadura octogonal sobre trompas, imitando la decoración utilizada en la nave central. También el coro, situado a los pies de la iglesia, presenta un alfarje con originales cabezas de viga y canes de tres rollos.
La capilla del lado de la epístola posee dos tramos cubiertos con crucerías que apean sobre semicolumnas y ménsulas, una de ellas decorada con un atlante. Las dos claves presentan un cordero pascual y un motivo vegetal. Los capiteles son típicamente góticos y las basas áticas aparecen tremendamente erosionadas. A la sacristía renacentista, adosada con posterioridad en el lado meridional, accedemos desde este espacio abovedado que debió alzarse durante el tercer tercio del siglo XIII.
Artesonado
 

El templo posee una sólida torre de similar cronología sobre la capilla del evangelio, es de planta cuadrangular y dos cestas con bóvidos afrontados, otra de acantos ramificados y otras dos figuradas. En una se muestra un guerrero con yelmo, cota de mallas y espada que lucha contra una serpiente de cuerpo escamado. En la otra aparecen cuatro guerreros con idéntica indumentaria y arnés, a ambos lados de otro personaje, quizás con carácter mediador. En el lado de la epístola, los capiteles carecen de decoración o es de tipo vegetal, con acantos lisos y ramificados que rematan en bolas angulares superiores.
La pila bautismal, de 130 cm de diámetro × 70 cm de altura, está colocada en el ábside del lado del evangelio y presenta abundante decoración. La base tiene escocia decorada con bolas y la copa toscos motivos geométricos. Se aprecian varios óvalos que en su interior mezclan ondas, flores de seis y siete pétalos, una cruz, y un crismón. El fondo se rellena con trama de arquillos apuntados y pequeñas bolitas en una clara concesión al horror vacui. Sus formas delatan un claro mudejarismo que encuentra clara correspondencia con el alfarje y la aguabenditera.






 

 

 

Bibliografía
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