La vida monástica
A estas alturas historiográficas, es la
paradójica densidad a que llegó la ruptura con el ayer en la relación del
hombre con la tierra palentina –siglo y medio silenciosa su diócesis– lo que
podemos discutir calibrándolo. Pues si la entera cuenca del Duero, es más, toda
la extensa faja que une las longitudes de Oporto y Barcelona, pasó a ser un
desierto, éstos también tienen habitantes, don José María Lacarra así me lo
recordó en una entrañable carta que no me canso de citar. Una eremación que, en
algunas comarcas, tales la Tierra de Campos y la de Campoo, opina Julio
González, habría comenzado ya antes de la invasión islamita, y cuya vuelta a la
vida humana casi se consumó en el último tercio del siglo IX. Comarcas de
Cervera; de Ojeda, Valdavia y Saldaña; de Campos y Cerratos. “Cruzan por
Tierra de Campos –desde Zamora a Palencia, que llaman tierra de campos– lo que
son campos de tierra”, que cantaría en nuestro siglo el poeta Ramón Pérez
de Ayala. Los que in illo tempore habían cruzado, en uno y en otro sentido, de
sur a norte y de norte a sur, y también transversalmente, los hispanogodos que
se habían ido a los valles cántabros y retornaron al cabo de generaciones, los
castellanos de la Castilla temprana, los francos, los mozárabes que, con
algunos recelos, preferían la compañía de los hermanos a la suavidad de su
clima andalusí. Y a propósito de esta vuelta, creemos un deber historiográfico
llamar la atención sobre una novedad que se está introduciendo en nuestros
estudios. Se trata de la eliminación, hasta llegar a la censura, de la noción y
la palabra de Reconquista. Se alega que los que conquistaron la tierra
islamizada no habían sido anteriormente sus dueños. Pero esto se puede sostener
específicamente. In genere, la civilización que volvió era sucesoria de la que
había sido eliminada, cristiana y latina.
Y monacal ha llamado a esta primera fase de la
repoblación Antonio Ubieto, la de los monjes y los hombres libres en esa aurora
renovada de su geografía, latente el ideal de restaurar el “orden gótico”
en la urdimbre de la fe ortodoxa que volvía por los fueros de su solar, una
parte de éste los Campos Góticos precisamente. Un solar donde, a la vera del
obispo Conancio, se había formado san Fructuoso de Braga, uno de los maestros
del monacato hispano. Conancio, que había compuesto la letra y la música de
varios himnos litúrgicos, la materia sacra de los monjes en el coro, propter chorum
fundati que de ellos se ha dicho continuadamente y más de una vez.
Aunque hablar de coro en los primeros
monasterios de la repoblación sin más sería pretencioso, en lo musical por
supuesto y un tanto también en lo arquitectónico. Pues precisamente por
protagonizar entonces los monjes una buena parte de la historia de aquella
tierra, que desbordaba su específico menester, estaban drásticamente limitados
en su diferenciación monástica, entre la ineludible azada y la que hemos de
suponer añorada pluma. ¿Pretencioso también en el rezo? No, por más que no
siempre dispusieran de libros para él. En cuanto no puede caber duda de que
también fueron ellos los protagonistas de la enseñanza y el mantenimiento en la
oración a los compañeros de repoblación que con ellos vinieron. Aunque no
debemos perder de vista que esa paradoja de que, siendo los monjes de una
vocación escatológica, anticipatoria del otro mundo en éste, por lo tanto con
alguna tendencia por lo menos a huir de él, esa contradicción siquiera aparente
de su retraimiento y su influencia social sea una constante en la historia
monástica.
Por eso era corriente que las palabras
monasterio e iglesia fueran sinónimas, aunque hay que reconocer era ello
bastante común en la Europa católica. De una u otra manera designados en los
documentos escuetos de aplicación del derecho, sus solos testimonios,
elementales escrituras notariales, de compra, de donación o de trueque, a
menudo en especie la contraprestación de aquélla. Una diplomática muy nutrida
todo a lo largo del siglo X, siendo a veces única la mención que de esas
rudimentarias casas religiosas tenemos. Cenobios pequeños, pobres, ligados a la
tierra; de comunidades tan reducidas que podemos hablar de su semi eremitismo,
pero determinado por el imperativo de la circunstancia demográfica y no por una
vocación concreta, y por supuesto inestables, efímeros o intermitentes, como
que un cierto nomadismo de algunos de ellos podríamos suponer, y no sólo por
las consecuencias de las correrías musulmanas, sobre todo las de Al-Mundhir,
desde Córdoba, a partir del 877.
Unos pocos consolidaron en el mismo paraje su
vida monacal, en algún caso hasta la exclaustración de 1836; otros quedaron
reducidos a parroquias o ermitas, al fin y al cabo consumada de esa manera su
misión pastoral, la que les cupo en suerte en una tierra que había dejado de
ser la urdimbre canónica de la iglesia territorial, y ello sin otra causa que
la propia despoblación, a la postre subsumido lo específico consagrado en lo
cristiano genérico; y las más de las veces se extinguieron al normalizarse la
ocupación de la región y consecuentemente también la densidad y la ubicación de
los cenobitas y anacoretas en el seno de su cristiandad restaurada. De “una
cadena monástica paralela a la militar de castillos” ha hablado también Julio
González, y basta una ojeada al mapa para reconocerla, pero pensamos que ya en
una segunda fase más consolidada, pues en la primera sólo de cultivadores “apresores”,
aunque todos no fueran individualmente espontáneos, podía hablarse, e incluso
antes de pastores previamente trashumantes desde las latitudes septentrionales
cuya población no había sufrido solución de continuidad sino acogido a los
inmigrados sureños, tal los de La Liébana, tierra tan añejamente monástica por
cierto. Pudiendo seguirse sus primeras huellas sólo desde unos años de
adentrada ya la décima centuria.
Es corriente que sólo nos consten la condición
monástica del otorgante del instrumento contractual o la monasterial del lugar.
Cuando hay una referencia a la observancia es muy genérica, si bien en este
ámbito tan parsimonioso ningún vocablo se puede desechar por inocuo para
reconstruirlo. De manera que somos afortunados cuando sorprendemos algún dato
para la historia de la piedad, que tanto penetró en la de aquellas
mentalidades. Así la determinación de los santos titulares de la casa. A veces
nos denotan, por su procedencia devocional, la presencia de gentes nuevas y
venidas de lejos. Mas, cuando coinciden con los que nos constan o podemos
suponer en el territorio predespoblado, ¿hemos de concluir que de alguna manera
había permanecido en él su memoria? ¿Que los volvieron a traer los
descendientes de los inmigrados? ¿O sencillamente las gentes del norte cuyo
calendario sacro era en ese extremo coincidente también? Pues, como decíamos,
los desiertos tienen habitantes. Y es legítimo nos preguntemos si los escasos
pastores y aún menos densos campesinos que en este palentino se quedaron
tuvieron el ahínco y la capacidad precisos para perpetuar sobre el terreno las
memorias sacras, las moradas de los ermitaños y cenobitas inclusas.
Interrogante que también es posible hacerse para los que habían dejado su
tierra y sólo desde una lejanía brumosa era hacedero hablaran de ella a sus
descendientes. Pues pocas evocaciones tan apasionantes como la de aquel paisaje
eremado, de otrora tanta historia, salpicado acá y acullá de los restos
humildes de los despoblados y de cuando en vez de la altivez carcomida de las
piedras que fueron de iglesias, castillos y murallas, todo ello oscilante en el
paisaje interior entre la desolación, la melancolía, la serenidad e incluso la
esperanza. Pero, eso sí, notemos la mucha mayor intensidad de la vivencia
entonces de los lugares sagrados, de las reliquias y de las peregrinaciones a
unos y a otras.
De bastantes de aquellos cenobios sabemos
solamente o casi por su incorporación a los grandes que perduraron, células
monásticas que, por modesta que fuese, tenían su biografía, y pasaron a ser,
cuanto más, un priorato dependiente, una iglesia o ermita, una granja con algún
vestigio sacro y comunitario, incluso una mera finca, más o menos diferenciada
en alguno de los cotos del dominio territorial.
El de Sahagún fue el más absorbente, sobre todo
en Campos y Cerrato. Ya en el año 946 recibió San Felices, en tierra de
Cisneros, junto a Pozo de Urama, por donación de unos devotos al abad Arias, y
San Lorenzo de la Cueza, le fue donado por Ramiro II, el relator en otro
documento de cómo su abuelo, Alfonso III, había fundado el monasterium maius
acogiendo al abad mozárabe homónimo suyo. En 1043 hizo propio el femenino de
los Santos Justo y Pastor de Quintanaluengos, con una iglesia prerrománica; en
1049, Teresa Muñiz le dio San Juan de Valdeolmillos y los Santos Justo y Pastor
cerca del Pisuerga; en 1050, siendo abad Velascón, Fernando I le donó, cerca
del Cea, en Castrofroyla, San Félix de Bobatella; cuatro años después, a la vez
que Villanueva de San Mancio, recibió San Pelayo o San Pedro de Pozuelos, San
Vicente, en Becerril, y Santa María en Bezarilejo; Diego Osórez, cerca de
Cisneros, dio San Pedro de Villamazuelas al prior Marcelino, que lo era del
abad Roberto, el controvertido personaje de los días de Alfonso VI; el
presbítero Ariulfo, donatario en 1087 de Santa María de Villarramiel, por
merced de la condesa Teresa, se la dio en 1093, para después de su muerte; en
1147 recibió de Alfonso VII Santa María del Valle en Saldaña, un santuario
todavía hoy; y en 1186 se hizo dueño de San Pelayo de Perazancas, por voluntad
de la fundadora, María Fernández, hija de Urraca Jiménez, a cuya vera surgió el
actual pueblo. La anexión de San Fructuoso de Villada hubo de aguardar una bula
de León X, y no sabemos la cronología de dos de las casas que adquirió a través
de Nogal, San Félix de Boadilla y Santa María de Páramo, cerca del Carrión,
porque no nos la precisa fray Antonio de Yepes, cuya Crónica General de la
Orden de San Benito, en los días barrocos de la Congregación de Valladolid, es
la fuente única que tenemos para conocer la existencia de algunos de los tales
cenobios que pasaron y ya habían pasado entonces.
A la colegiata cántabra de Santillana, el conde
García Sánchez la dio en 1027, San Felices de Campoo; en 1077 Alfonso VI, a
Dueñas, Santiago del Val, ya en la etapa cluniacense; y en 1118, Pedro Ansúrez,
San Pedro de Recueva a San Román de Entrepeñas; Oña se adueñó de Mave, por
merced del conde Sancho Garcés; de San Martín de Campos, donación de Alfonso
VI, en 1103, y de Santa Eugenia de Cordovilla de Aguilar, que había sido del
conde Pedro Díaz, en 1150; Cardeña, de San Miguel de Támara y San Miguel del Pisuerga,
donación del conde García Fernández, en 976 y 980, y de San Babilés de Cerrato,
de Fernando I en 1050. En tanto que, cerca de Monzón de Campos, Santa María de
Dehesa Brava, no nos consta si había sido construida precisamente por los
Ansúrez en el año 950. Habiendo otros cenobios de los que ni la noticia
concreta de sus inicios nos ha llegado, sino sólo noticias aisladas de alguno
de los tantos años de su devenir. Así, Santa Eulalia de Palencia, en 957; San
Vicente de Villodrigo, en 1028; Santa María de Olmos del Río Pisuerga en 1072 y
1082; y Puebla de San Vicente en una donación de Alfonso VI en 1103. Teniendo
que esperar Nuestra Señora de Brezo a 1587 para unirse a Carrión, floreciente
aún hoy su romería en los días de la Virgen de Agosto y Septiembre.
Y la vinculación, ineludible, pero más intensa
por la circunstancia del cierto protagonismo dicho, de la expansión monástica y
los nuevos asentamientos, nos explica también la frecuente vecindad ya aludida
de castillo y monasterio, como en San Román, Aguilar; Ebur, junto a Santa
Eufemia; quizás Perazancas, Carrión, Cisneros, Dueñas y Cevico de la Torre. Por
otra parte, el favorecimiento de la implantación monástica, por cualesquiera
potestades imperantes, incluso la competencia entre sí en ese ámbito, tampoco
acá podían faltar. Pensemos en el predominio de la monarquía leonesa en la
tierra del Cea, recordando no solamente Sahagún, sino por ejemplo, la fundación
por Ramiro II, en su misma ribera, de San Andrés y San Cristóbal de la cual nos
informa la Crónica de Sampiro.
Este impulso geopolítico una constante, sin
solución de continuidad en la etapa posterior de los grandes monasterios,
correlativa a la pérdida al menos de la independencia cenobítica sufrida por
tantos de esos otros como a lo largo del proceso repoblador pulularon.
Abriéndose paso la Regla de San Benito, lentamente pero en esta tierra desde
muy pronto teniendo en cuenta la crología retrasada de toda la Península salvo
la excepción de la Marca Hispánica, ello determinante a su vez de su
coexistencia con otros ideales y prácticas, en principio arcaicos o peculiares,
aunque la primera nota entendida en un cierto relativismo, a la luz de
reviviscencias muy posteriores y que tanto geográfica cual cronológicamente se
salen de nuestro argumento.
1. Pactualismo, benedictinismo,
duplicidad, mentalidades
El pactualismo era una forma heterodoxa de
monacato vigente en algunas zonas del noroeste peninsular en la Alta Edad
Media, que sustituía la entrega unilateral de los monjes al abad,
incondicionada en aras de la obediencia claustral, por un contrato bilateral
entre uno y otros, con derechos y obligaciones recíprocas expresamente
garantizadas. Uno de los monasterios, además doble, que a ella se adscribió,
fue el de San Pedro y San Pablo de Naroba, en La Liébana, del que nos ha
llegado el pacto suscrito por la comunidad con su abad Argilego el año 818, con
muchas suscripciones femeninas por cierto, pero sobre todo con la índole
binaria muy acusada, según la tradición más contractualista gallego-portuguesa
y luego castellano-riojana, dándose también en su caso la vinculación del
abadiato a una dinastía familiar. Y la casa nos interesa aquí porque ese mismo
año, en febrero, cuando Cervera era cabeza del territorium, dos cerveranos,
Trasico y Flavio, suscribieron el pacto en el cual otro abad, Arias, se sometía
por su parte a Naroba, aportando además sus heredades en Resoba y Arbejal.
En cambio la Regla de San Benito tardó en ser
mencionada todavía en el territorio que nos ocupa, ciento un años
concretamente, en Dueñas el 919, el cenobio con pretensiones desde luego no
confirmadas de abolengo visigótico pero en todo caso de los primeros hitos
repobladores, favorecido que había sido ya, en 913, por el rey García, y que lo
volvería a ser por Fruela II en 925 –donaciones de la Peña de Forcelos,
Calabazanos y Santa María de Remolino–, siendo por ende largo el inventario de
liberalidades de sus predecesores que hubieron de entrar en la confirmación de
Fernando I en el año 1042. Hemos dicho que tardó la norma casinense, pero aun
así anticipándose mucho en el contexto peninsular, que la primera aparición
documentada en todo él sigue siendo la de los Santos Cosme y Damián de Abellar,
en las inmediaciones de León, sólo con una antelación de catorce años. Y no
vamos a divagar aquí en torno al cotejo con la Europa coetánea, bastándonos
señalar que en Cataluña ya nos constaba en Bañolas el 822.
Y volviendo a la duplicidad, si bien la regla
benedictina está escrita para solos monjes, lo mismo que se adaptó en seguida
sin demasiados problemas a monasterios femeninos, también ha regido comunidades
y aun órdenes dobles, ahí está nada menos que Fontevrault con su exaltación y
supremacía de la mujer. Pero ello no quiere decir que San Pelayo de Cerrato,
dúplice al principio, naciera benedictino ya. El día de la Circuncisión del 934
nos consta por la donación que un matrimonio, Oveco Díaz y Gutina, siendo Pedro
el nombre del abad, le hizo del lugar de Valdeavellano. Siendo su titularidad
de mucho interés para el conocimiento de la historia devocional del país y la
época. Pues el santo que la detentaba era el niño mártir Pelayo, de familia
quizá gallega que había sido llevado como rehén a Córdoba cuando contaba diez
años, a principios del siglo, en garantía de la libertad de un tío suyo, el
obispo Ermogio, y allí fue muerto al negarse a satisfacer la concupiscencia del
emir, 26 de julio del 925. Sus restos ya venerados fueron trasladados a León en
967 y estuvieron en el monasterio de Cerrato algún tiempo, hasta que sus
monjas, fugitivas de una de las expediciones de Almanzor, se refugiaron en el
de San Juan Bautista de Oviedo, que entonces trocó su advocación por la del
cuerpo santo aportado, la cual todavía conservan, disponiéndose precisamente
este año a conmemorar el milenario de la tal.
Una devoción por otra parte muy acorde a las
clausuras femeninas. Pero, a propósito de su propagación concreta en nuestro
país, no podemos olvidarnos de haber tenido lugar la passio del infante
protagonista en la Córdoba islamita. Es decir, que junto a los rasgos
determinantes de su sintonía con la sensibilidad de aquel sexo, hay que tener
en cuenta la dimensión de la Reconquista ya en marcha, tanto en los campos de
batalla –aunque discontinuamente– como en las mentalidades. ¿Y acaso no en esta
expansión por la tierra de nadie intermedia que nos está ocupando, sin
perjuicio de que no nos parezca del todo exacto denominarla desierto
estratégico?
Esa misma centuria es la de la copia en otro
monasterio palentino, Valcavado, del Beato que ilustró el monje Oveco.
Precisamente acaba de reproducirlo y bien estudiado la Universidad de
Valladolid que lo custodia, y por otra parte el tema es abordado en estas
mismas páginas por una pluma en su ámbito más competente. Yo sólo he de atraer
la atención hacia el significado de la difusión del tal texto de postrimerías
por acá, un libro que precisamente comentaba el libro bíblico del Apocalipsis.
Sobre ella ya escribió, y no es casualidad que en España un enigma histórico,
don Claudio Sánchez-Albornoz, recalcando por cierto que había sido inmune a
ella Galicia. ¿Más segura en su extremo noroeste, finis terrae nada
menos? En todo caso, tengamos en cuenta que el texto de Beato de Liébana fue
muy poco conocido fuera de nuestro país, hasta el punto de no deberse al azar
que Migne no le incluyera en esa Patrologia Latina que quiso ser la colección
sin excepciones de todos los textos de la antigüedad de la Iglesia. Y nos
parece ineludible que el estar en guardia permanente de aquellas gentes,
incluso las que físicamente no se sintieran amenazadas por la pugnacidad
constante, ora por estar lejos de la frontera –por otra parte ¡cuán movible!–
ora por haber vivido una de las etapas menos conflictivas de tan secular
situación, esa alerta interior es la única explicación primaria de ese fervor
por tal exégesis. Sin que para valorarlo podamos preterir cuánto dice en pro del
esfuerzo a su servicio desplegado su tremendo volumen, tan costoso para los
medios de la época, y por añadidura el desbordamiento artístico con que se le
enriqueció, otro comentario autónomo y variable incluso. Y en el supuesto de
nuestra ubicación, un cenobio que acabó quedando reducido a dependencia del
propio Santo Toribio de Liébana y del que en los días barrocos del seiscientos
ya sólo quedaba en ruinas la iglesia, cuando aún era floreciente y a menudo
llegaba a estar acrecentándose y ornándose la geografía monasterial.
Pero ahora conviene volvamos a otro libro, la
Regla de San Benito de que acabamos de decir cómo se iba abriendo paulatina
aunque inexorablemente parsimonioso paso por esta tierra nueva pero con un
pasado monacal ya rico antes del interludio de la eremación. De no haber tenido
lugar la tal cesura, determinada no tanto por ésta cuanto por su causa a su vez
mediata de la dominación musulmana, en esta décima centuria habría sido toda
Palencia sin más benedictina. Así las cosas, ¿cuál fue la etiología concreta del
retraso? Paremos mientes en que la benedictinización tenía lugar a través de un
libro. No era la sumisión a una potestad o la inmersión en una organización.
Era sencillamente adoptar la norma contenida en un texto. Y en consecuencia
necesitada de una cultura libraría de una cierta amplitud, algo entonces mucho
más complicado que en los días posteriores a la imprenta, por no hablar de la
euforia reproductora instantáneamente de los nuestros. En la Edad Moderna ha
habido monasterios femeninos benedictinos, sujetos a la Regla de San Benito en
consecuencia, que no tenían un ejemplar de la Regla. Ésta venía observándose
tácitamente, sin que por otra parte podamos cerrar los ojos a la realidad de
que para los pormenores de la existencia cotidiana contaban más las
consuetudines que acomodaban a la realidad en torno el viejo y breve texto que
éste mismo. Además hay que tener en cuenta cómo muchas de esas monjas
benedictinas estaban espiritualmente dirigidas por religiosos de otras familias
e influidas ineludiblemente por nuevas formas de espiritualidad. Pero en el
alto medievo era la posesión del libro necesaria para la sintonía con la hora
monástica de un presente llamado a tan largo porvenir. Y ello no era fácil,
nada barato sobre todo, en tal etapa de la historia del libro mismo.
Inasequible a los labradores de la repoblación, por muy inmersos que en su
condición monástica se sintieran. Causa primaria que no nos puede llevar a
preterir las otras que pudieron jugar a guisa de resistencia o estímulo en
períodos benedictinizantes posteriores. Pero a la que hay dar su plena
relevancia en esta larga y primera fase. Sin buscarse por ello complicaciones
innecesarias y sobre todo irreales ni tener la debilidad de glosas que caerían
no sólo en la retórica sino en la deformación.
er la debilidad de glosas que caerían no sólo
en la retórica sino en la deformación. Y ya hemos hablado más de una vez de los
vínculos de esta tierra, mejor que nueva renacida, con la de La Liébana, al fin
y al cabo una de sus matrices. De los cuales, como de tantas otras situaciones,
los recovecos de la historia monástica son un buen síntoma, y por supuesto
también los caminares notariales y agrarios de cada monasterio. Así, al propio
Santo Toribio, antes San Martín de Turieno, le hacía aún una donación el conde
Munio Gómez en la ya tardía fecha de 1015.
Pero es más, San Román, cabeza de la comarca de
La Peña, aunque no tenía castillo, había sido restaurado el año 940 por el
conde de Saldaña, Diego Muñoz, con su esposa Tigridia, familia que había
desempeñado un buen papel en el enriquecimiento consolidador del monacato
lebaniego, Santo Toribio igualmente incluso. En aquella ocasión, a San Román,
Diego le dio tres iglesias, a saber San Quirce, en Guardo, Santiago, en Dueñas,
y en Arconada, Santa María. Una casa de larga aunque no continuadamente
floreciente historia, hasta 1835, la fecha de la apisonadora como para tantas
otras, la inmensa mayoría, con la sola excepción de algunos pocos retales,
siendo todavía un testigo del pasado definitivamente ido una torre románica.
Tierra renacida que hemos dicho, pero
endémicamente inquieta todavía durante mucho tiempo, que ya hemos apuntado los
temores apocalípticos, y éstos en ocasiones tenían una motivación cruenta,
inmediata, padecida en la propia carne. Así, el monasterio de Carrión,
emplazado en la vieja calzada de Astorga a Burdeos, fue víctima del saqueo del
lugar el año 995 por Almanzor, irritado particularmente por la coalición del
rey Bermudo II, el conde castellano Garci Fernández y otro conde, García Gómez
que era uno de los últimos Beni de este patronímico. De manera que la casa hubo
de renacer y ya en tardía época a estos avatares, el año 1047, gracias a la
munificencia de los condes de Carrión mismo, Gómez Díaz y Teresa.
Datas ya no tempranas, pero todavía
fundacionales. Así, Nogal de las Huertas, luego la mejor hijuela de Sahagún,
que se ha dicho, desde 1093, cuando era patrimonio real y contaba con muchas
iglesias dependientes y la tercera parte de la villa de su situación, a los
treinta años de su nacimiento, gracias a Elvira Sánchez, la viuda de Fernando
Díaz. Tres años más tarde era la viuda de Sancho el Mayor, doña Mayor también
llamada ella, la que fundaba San Martín de Frómista, durante el siglo siguiente
incorporado a Carrión por doña Urraca. Largo camino desde que Alfonso III
fundara Dueñas, en plenos Campos Góticos, cerca de la iglesia visigoda de San
Juan de Baños y en la confluencia del Pisuerga y el Carrión.
Y, a la luz de esta distanciada cronología,
¿caeremos en la tentación de preguntarnos cuándo había ya terminado la
repoblación, para establecer un compartimento estanco entre unos y otros ortos
monacales? Desde luego que no. Específicamente, las secuelas continuadoras de
esta repoblación palentina se prolongaron mucho en el tiempo. Pero nos
atreveríamos a sostener que, a la luz sin más de la relación del hombre con la
tierra, una respuesta categórica apenas sería fácil en circunstancia alguna. Y
si se me permite un recuerdo historiográfico personal, los estudiosos que hace
algunos años comenzaron una serie de congresos periódicos sobre las nuevas
poblaciones de Andalucía en el siglo XVIII, al extender después a otros casos
análogos en el tiempo y en el espacio el tema de sus reuniones, no encontraron,
al contrario, dificultad metodológica alguna en principio. Hasta las
repoblaciones de la segunda mitad del siglo XX que han dejado su huella en
nuestra toponimia política.
Mas no toda la vida religiosa consagrada en
esta tierra era la estrictamente monástica, que también contó lo suyo la
canonical.
2.
Los canónigos regulares
Por supuesto que aquí sería una impertinencia
cualquier asomo de disertación en torno a la tipificación de esta forma de
existencia en la Iglesia, ni siquiera a propósito de su diferenciación de los
monjes a quienes sobre todo, por el imperativo histórico de nuestra materia,
nos estamos dedicando. Pero es ineludible que apuntemos cómo la noción ha
variado mucho de unas a otras posturas historiográficas y canonísticas, incluso
teológicas, hasta el extremo de que para algunos la vida canonical se ha identificado
ni más ni menos que con la vida regular del clero, pero entendiendo por regular
no la común siquiera, sino la conforme a la disciplina de la Iglesia. Ahora
bien, en este ámbito cual en tantos otros del pasado y de las mentalidades en
curso a su largo, es posible de antemano distinguir entre una constante en el
tiempo y el manifestarse concreto en cierta etapa o ciertas etapas del mismo.
Es decir, que si de vida canonical regular se puede hablar en el primer sentido
desde la Iglesia primitiva y los Hechos de los Apóstoles hasta nuestros días,
el canonicato como una forma determinada de vida religiosa tiene su puesto en
un estadio determinado de la historia de la misma cuyo orto se sitúa entre los
monjes y los frailes, tránsito pues también del alto al bajo medievo, y con
unas características acordes a esa situación coetánea entre dos mundos y sus
sendas mentalidades protagonizadoras. Precisamente, en una tierra a repoblar,
esta existencia consagrada, entre la contemplativa de alguna manera tendente a
la estabilidad, y la itinerancia mendicante que vendría, este interludio se nos
aparece pintiparado, aunque no debemos extrapolar de la teoría a la práctica.
Así las cosas, parece que, de entrada, en las
tierras de benedictinización tardía cual estas ibéricas al sur y al oeste de
Cataluña, podría haberse dado una cierta interferencia de tal vida canónica o
canonical en la benedictinización, al tener ésta lugar en unos tiempos ya
patrimonio de aquélla, en cuanto a las nuevas manifestaciones específicas en el
fenómeno genérico quiero decir, sin perjuicio del mantenimiento de las
antiguas, que ya sabemos del conservadurismo endémico de todas estas
instituciones, las eclesiásticas tout court, al menos hasta entrada la
segunda mitad del siglo XX. Y concretamente con ese supuesto nos hemos en otra
ocasión topado abrumadoramente en Aragón, donde la vida canonical hizo una
competencia a menudo eclipsadora a la monástica benedictinizante. De estos
estados occidentales no podemos decir lo mismo, pero será bueno hacer una
consideración previa a su tratamiento, tanto más cuanto estamos seguros de no
incurrir al abordarla en el vicio de dejarnos llevar de presupuestos teoréticos
con el conllevado peligro de hacernos más cómodo, aunque a costa de dar entrada
a alguna ficción, el enfrentamiento con la realidad.
Y no olvidemos lo pintiparado de todas las
huellas de esta vida consagrada, de sus hombres y de sus casas sobre todo,
antes que de sus textos, para encarnar, precisamente por su vocación de
permanencia y su permanencia a menudo de hecho, la memoria colectiva del
pueblo, en una gama que puede ser seguida desde el folklore más popular hasta
las manifestaciones más recónditas de las letras y de las artes.
Volviendo al tema, es esa participación de los
monjes repobladores en el cuidado pastoral de las nuevas poblaciones de que ya
dijimos lo que vuelve a reclamar nuestra atención, es decir aquella tanto más
plena cuanto forzada asunción por el monacato de la labor del clero diocesano
de la iglesia territorial, el factor que entre otros pudo ser determinante de
la calendada confusión terminológica entre “iglesia” y “monasterio”.
En definitiva una traducción al léxico de una desorbitación de lo monacal
impuesta por las circunstancias hasta una confusión invasora con lo genérico
cristiano, pagando así en la caída indiferenciada su propia omnipresencia. Pues
aquellos clérigos, que avanzaban hacia el sur con una vocación colonizadora en
lo humano, yuxtapuesta de grado o incluso por la fuerza de las circunstancias,
a la indefectible de su estado sacro, decididos a convivir en sus pequeñísimas
comunidades en medio de una densidad que, precisamente por repobladora seguía
siendo desertizante, como monásticamente lo era la suya propia hasta colindar
con el eremitismo, ¿podemos decir que en todos los casos tenían una vocación
monástica estricta, librariamente entendida queremos decir, a la manera como la
Regla de San Benito iba sustituyendo la observancia discrecional del codex
regularum o regula mixta, no menos libraría ésta según su inequívoca
denominación, la primera sobre todo que por la noción de libro sin más se
designaba? ¿No cabe más bien inducir en muchos casos que era la situación del
país, sin lugares de población establemente asentada todavía, por lo tanto sin
iglesias parroquiales en cuanto ni siquiera cabe suponer la existencia de las
mismas parroquias, la que los había llevado a constituirse en células
cenobíticas?
Y bien, esos pequeños núcleos de vida común y
actuación ineludiblemente apostólica en la rediviva comarca, nos resultan de un
sorprendente parecido con las canónicas regulares, tal y como surgieron éstas,
cuando ya iban cambiando los tiempos y la contemplación estable de los viejos
monjes no se adaptaba del todo a una sociedad más movible que sin tardar mucho
exigiría la pululación de los mendicantes en los caminos. El apostolado dentro
de su propio templo, que ha servido para caracterizar a los antecesores de
éstos.
Entrando ya en más concreta materia, una de las
características de la vida canonical florecida a partir de los últimos años del
siglo XI y hasta el XIV, era la constitución de familias religiosas
independientes, con regla y consuetudines propias, integradas por el monasterio
originario y principal y sus dependencias, siendo muy común que su denominación
fuera geográfica, por el lugar de asentamiento de la tal casa maius. Así, a lo
ancho de Europa, las de Arrouaise, Chancelade, Dommartin, Groenendael, Hérival,
Marbach, Mont-Saint-Eloi, Saint-Quentin de Beauvais, Springiersbach,
Valdes-Écoliers (Vallis Scholarum), Saint-Antoine-de-Vienne, San Rufo de
Aviñón, la Santa Cruz de Coimbra, la Santa Cruz de Mortara, San Víctor de
Marsella, el Gran San Bernardo, Saint-Maurice d’Agaune en Suiza, San Salvador
de Letrán, Windesheim, San Giorgio in Alga, el Espíritu Santo de Venecia, Santa
María de Porto en Rávena, el Santo Sepulcro de Jerusalén, San Juan Evangelista
o los Loios de Portugal, así llamada por el Hospital de San Eloy de Lisboa,
Roncesvalles, y no hemos pretendido una exhaustividad aquí fuera de lugar, en
cuanto sólo nos interesaba atisbar el panorama europeo en el que se inserta la
correlativa congregación palentina de Santa María de Benevívere, surgida en ese
paraje del Camino de Santiago, concretamente cerca de Carrión de los Condes, y
que al propio San Zoilo de Carrión e incluso al tan absorbente Sahagún se ha
comparado en sus buenas centurias en cuanto a la prosperidad material y la
irradiación del espíritu, por lo menos en sus tres primeros siglos, desde su
fundación el año 1169 por Diego Martínez de Villamayor, de la casa de los
condes de Bureba27. Había sido consejero de Alfonso VII y Sancho III y
administrador o tesorero –scriptor opum– de Alfonso VIII. Era bisnieto
del conde Gómez González de Candespina –Campo de Espina–, de la familia de los
Ansúrez y Salvadores por esta línea paterna, y por la de su madre de los condes
y señores de Villamayor de los Montes. En 1173 ya había sido elegido su primer
abad, Pascual Rustán, un gascón, autor de un poema biográfico del fundador en
setecientos dísticos latinos. Alejandro III y Lucio III le dieron su
aprobación, en 1179 y 1183. Después de muerto se apareció don Diego al abad
conminándole a terminar la iglesia según sus planos –templa loco surgunt
predicto, claustra columnis-tolluntur variis: sic opus hausit opes–.
Tuvo otras dos abadías sufragéneas, Trianos y
Villalbura, en tierras de León y Burgos, unidas las tres por una carta caritatis
según la terminología cisterciense, debiendo ser iguales en todas ellas las
costumbres, el canto y los libros litúrgicos, sin que nos haya llegado el Liber
divini officii propio que tuvieron, también cisterciense por mandato de
Alejandro III. Trianos y Villalbura estaban respectivamente en tierras de León
y Burgos. Además había seis prioratos, uno muy cercano al monasterio principal,
en el Camino de Santiago, y de los días del fundador, San Torcuato. San
Salvador de Villarramiel y Nuestra Señora de Mañino eran igualmente palentinos,
como antes lo fue Santiago de Tola. Santa María de la Puente estaba junto a
Benavente, y otra prolongación leonesa, en Riaño, era San Martín de Pereda, que
había sido antiguo cenobio femenino, extendiéndose a las diócesis y tierras de
tales ubicaciones una amplia red de fincas, señoríos jurisdiccionales y
beneficios curados. Concretamente la jurisdicción canónica la ejercía en
Argovejo de Valdeburón, en la montaña de León, y tenía presentación de los
beneficios de Santa Cruz de Becerrilejo, San Miguel de Fuentes, San Martín de
Tolivia de Yuso, Santa Cruz de Campo, San Facundo de Cisneros, Santa Marina de
Izagre, Santo Tomás de Bustocirio, San Martín de Valdesaz, San Salvador de
Valluecos, Santa María de Villelga, Santa María Magdalena de Lacunello y Santa
Eulalia de Villacintor. Patronos suyos fueron los condes de Salinas y Ribadeo;
en 1618 el Tribunal de la Rota sentenció acerca de su patronato real.
Su costrumbreo cita a menudo la Biblia, sobre
todo Tobías y Job, y aunque la Regla era la de san Agustín, además cita a san
Benito, san Hilario de Arlés y Casiano. Las normas relativas a la indumentaria
fueron raspadas para permitir pieles en el hábito, colchones y almohadas de
plumas y una segunda capucha redonda negra de piel de camello o de cordero. Hay
normas de urbanidad avanzadas, como el uso del cuchillo para partir la fruta.
Había capítulo de culpas y se conocía la pena de azotes. Era obligatorio el
trabajo manual, incluido cavar, vendimiar, acarrear tierra y piedras y limpiar
la casa y concretamente cascar nueces y separar el fruto para molerlo y obtener
aceite. El trabajo en las granjas se dejaba a los legos. También tenían que
cortarse el pelo y afeitarse mutuamente, en el claustro, donde también estaban
el scriptorium y la sacristía y se cantaba y leía. Había cinco sangrías al año,
y la enfermedad y la muerte, desde el viático hasta las exequias, están
reguladas con una minuciosidad poco común –ordinata itaque processione coram
altari [...] pergant ad domun in qua infirmus iacet cantando praedictum psalmun
et post illum “miserere mei Deus miserere” et “de profundis” si necesse est.
[...] Qua finita dicat ipse capitula uno de officalibus coram se librum
expansum tenente, candelabro quod tenebat tradito alicui de conventu iuxta se–.
En la casa se recibía a curas que buscaban pasar sus últimos días allí. En el
claustro no se podían tener ciervos, liebres, cabritillos, gatos, grullas,
pavos reales, mirlos y cornejas, pero sí los canónigos fuera, aunque no
halcones y monos. Se insertaban una Tabla de sufragios –in anniversario
venerabilis memorie– y la Institutio eleemosyne.
De esta última estaba muy pormenorizada la del
hospital de peregrinos que tenía San Torcuato: “Dese una libra de pan y
guisado a todos los peregrinos que lleguen al hospital durante el día. A los
que vivan de ordinario en el hospital de hombres, de mujeres o de leprosos, se
darán dos libras de pan y guisado y vino. A los enfermos, tanto hombres como
mujeres y leprosos, se dé suficiente pan y vino en la misma medida que a los
monjes, esto es media cuarta de Carrión por día. Se les da carne tres días a la
semana, a saber domingos, martes y jueves.
Cuando se les dé carne de cerdo se dará
a cada uno una libra. Y cuando de carnero, una cuarta se reparte entre seis.
Los lunes, miércoles y sábados se darán a cada uno cuatro huevos y los demás
guisados que se sirven a los monjes. Esto por lo que toca a la comida del
mediodía. Para la cena, el domingo y jueves se dará a cada uno una onza de
queso. Lunes, miércoles y viernes se les da el guiso llamado vulgarmente harina
con manteca. Martes y sábados se les da cebollas cocidas con lechuga”.
Y de frutas, manzanas, uvas, nueces, castañas,
avellanas, se les da cuanto necesiten. El costumbrero prohibía el pan blanco.
Nicolás de Santa María dice que en sus días del seiscientos había treinta
canónigos, “de la principal nobleza de Castilla”, desde luego con
estatuto de limpieza, teniendo privilegio de infanzones como los de las
catedrales de Palencia y Salamanca. En 1785 el benedictino Sobreira decía ser
nueve o diez que profesaban coro y sin letras, habiendo ya dicho Ambrosio de
Morales que no tenían ni libros ni reliquias, si bien el obispo de la diócesis,
Pedro Gómez Sarmiento (1525-1534) había descubierto allí las actas originales
del Concilio de Illiberis o Elvira nada menos, y Muñoz y Romero, también en el
XVIII, calificó de interesantes sus códices.
Como era de esperar, subsistió hasta la
barbarie de 1835, cuando con otros tres monasterios –Vertavillo, Hornillos y
Castrillo de Onielo–, se refundió en el femenino de las Canonesas de Palencia.
Seis años antes de la fundación de Benevívere
nos consta de otra canónica por la escritura de donación que Fernando II hace
de ella al obispo de Palencia, el 29 de enero de 1163. Se trata de San Pedro de
Cubillejos y no ha podido ser identificada, impotencia nada extraña para la
época, que hasta los umbrales de la contemporaneidad hay casos parejos,
habiendo por cierto muchas posibilidades en la investigación de las
motivaciones oscilantes entre la memoria y el olvido de las posteridades.
También de la mitra, cuyos titulares tenían título de condes de Pernía, era San
Salvador de Cantamuradales de Pernía, habiéndose debido también al rey la
liberalidad, Alfonso VIII el 31 de julio de 1181, reiterada el 18 de diciembre
de 1185, Sancti Salvatoris Monasterium de Campo de Muga, aunque la fundación
había sido de una sobrina de Fernando I, la condesa castellana María Elvira,
casada con Rodrigo Guntis. Parece no llegó a la desamortización, aunque aún
está en pie su iglesia románica, y el número último de sus canónigos era de
catorce, además del abad, equiparados a los de la catedral palentina, en cuyo
archivo diocesano aguardan sus documentos estudio.
Tanto Benevívere como Pernía fueron canónicas
desde un principio. En cambio, otras nacieron como monasterios repobladores, de
los prebenedictinos generalmente a la luz de su evolución, pero que en su caso,
como ya dejamos apuntado que respondía a la lógica del proceso, prefirieron la
norma por lo común agustiniana de los canónigos regulares a la Regula
Benedicti.
Así, Santa María de Lebanza, fundada el 25 de
agosto del 932 por los condes Alfonso y Justa, muy próxima a la anterior, en el
mismo condado de Pernía, aguardando también su Becerro y otros documentos un
investigador. El conde Rodrigo Gustios, sepultado allí, con su mujer y un hijo,
la reconstruyó en 1185, habiendo servido de seminario diocesano menor y de
verano hasta los últimos días inmediatamente preconciliares, pero no consta
cuándo pasó a canónica.
Los condes fundadores la habían dotado, siendo
su abad Gonzalo de nombre, entre otras heredades, con varias iglesias, además
de la principal, a saber, San Vicente, San Juan, San Acisclo, Santos Pedro y
Pablo, San Esteban, Santa Justa, San Pelayo, San Pedro de la Rúa, San Martín de
Ridio, San Román de Camianes, San Juan de Priu, San Pedro de Ardunza, Santa
Eulalia de Caranzo, Santa María de Tina, San Julián en Naroba, San Justo y San
Julián?, San Cosme y San Damián de Cambarco, Santa María in Ceto, en Cabezón
San Miguel de Cela Nova y los Santos Emeterio y Celedonio, San Clemente en
Tabarnego, otra en Lerones, Santa Cecilia de Navargo, Santa María de
Valdeprado, Santa Cecilia de Carracedo, Santa María en el lugar llamado
Vidrieros del alfoz de San Juan, San Justo in alva, Santa María y San Juan de
Cardaño. Y, ¿cómo nos imaginamos esta multitud de templos, todos ellos “con
sus términos”?. Lo que hay que tener en cuenta es cómo el resto de la
escritura está articulado en un contexto de delimitaciones inequívocamente
repobladoras, apenas sin toponimias concretas, salvo los territorios y sus
cabezas, todo descrito para guiarse por las únicas referencias a los accidentes
genéricos del terreno. Por ejemplo, ex alia parte per serram acutam ita ut
descendit ad illam soernam (sic) et vadit ad illam serram de truncos cum
exitibus el regressibus. ¿Ello no quiere decir que, a la par que la
ocupación primera de las tierras, habían sido delimitados también sin más
elementalmente los espacios sacros? Algo así como una planificación, más sobre
el terreno, y no desde un despacho. Y si paramos mientes en que, todos esos
lugares de culto, eran los únicos asequibles a la nueva población colonizadora,
no será necesario glosemos hasta qué punto ese monacato espontáneo estaba
supliendo, precediendo si queremos, a la organización parroquial de la iglesia
territorial.
Otro supuesto de conversión en canónica de un
monasterio antiguo es el de Santa María de Husillos, ya documentado por una
donación al abad Fernando de los cónyuges Evoholmor y Especiosa y su hermano el
presbítero Zalama, el año 933, y que Sancho el Mayor dio en señorío al obispo
de Palencia, luego de hecha ya canónica por el cardenal Raimundo. La larga
vida, de prosperidad también prolongada, de la casa, se manifestó en la
construcción en el siglo XVI de una nueva iglesia. es que en Husillos tuvo su
sede el primer concilio nacional que se celebraba después de la incorporación
de Toledo a la monarquía cristiana, en la primavera del año 1088, presidido por
el cardenal Ricardo, cuya legación sin embargo no reconocería el papa Urbano
II, quien por eso no aprobó la deposición del arzobispo compostelano, Diego
Peláez, acordada allí, aunque lo que más nos interesa de él –en presencia, bien
entendido, de Alfonso VI– es su insistencia en la delimitación eclesiástica,
con el reconocimiento de la primacía toledana y el deslinde de la diócesis
recién restaurada de Osma, sobre todo de la de Burgos.
Pero el curso de nuestra exposición nos ha
llevado ya a alguna alusión bernardina antes de llegar a su apartado.
3. La renovación cisterciense
Precisamente la penetración en esta tierra de
esa rama nueva del benedictinismo que fue la familia cisterciense, con una
mentalidad tan diversa como denota su reacción entre el ascetismo y la estética
frente al arte monástico anterior, ello en las profundidades del sentimiento
religioso y la visión de su propio menester sacro, pero también de lleno
inmersa en una nueva concepción del trabajo y la producción, reacción también
en pro de aquél en detrimento de la renta, aunque paradójicamente ello llevara a
un enriquecimiento mayor por ser más barata la mano de obra monasterial, o sea
la de los propios legos, y el consiguiente cotejo con las prestaciones de los
arrendatarios, máxime cuando ya no eran en especie, esta acogida del Cister
acá, decimos, nos denota lo que de permanencia de la repoblación había. Y en
este contexto de vuelta definitiva a la vida de tierra desolada, nos suena a
una comunicación. Pues si bien la tal llevó consigo la ilusión espiritual de
granjearse sufragios de unos monjes más santos y el prestigio político añadido
de sintonizar con la hora de Europa al así hacerlo, un ejemplo del ámbito
nobiliario es el de Estefanía Armengol en Valbuena y Benavides, caso que
podemos cotejar con el de Tello Pérez de Meneses en Matallana, hay que parar igualmente
mientes en cómo la concentración continuada de pequeños monasterios, ahora en
beneficio de esta nueva familia, y la apropiación de territorios marginales que
seguían siendo de nadie, contribuyeron no sólo a intensificar el momento
expansivo de la economía que se estaba viviendo sino a completar todavía la
ocupación de la tierra misma.
En la antigua diócesis palentina, Valbuena fue
fundada en 1143 con monjes franceses de Berdonas, de la filiación de Morimond,
gozando de un continuado favor regio a partir de Alfonso VII. En 1166, estando
en Ávila, Alfonso VIII le donó el monasterio de San Andrés de Valvení, parece
que simultáneamente fundado a su vez, luego trasladado a Palazuelos, a la
orilla derecha del Pisuerga, siendo convertido en panteón de la familia Téllez
de Meneses. Valbuena sería, andando el tiempo, la segunda casa de la reforma
que Martín de Vargas había iniciado en la toledana de Montesión y dio origen a
la Congregación de Castilla, cuyos generales residían en Palazuelos, desde
1551, estando allí igualmente en consecuencia la sede casi siempre de los
capítulos correspondientes. Por su parte, doña Sancha, hermana del emperador
Alfonso VII, había fundado La Espina en 1147, existiendo la tradición de haber
venido a ella san Nivardo, el hermano de san Bernardo mismo, y recibiendo su
nombre de la reliquia allí venerada de la corona de Nuestro Señor. Entrando ya
en los límites actuales provinciales, los monjes gallegos de Sobrado, que en
1169 habían fundado Valverde, junto a Boadilla de Rioseco, se trasladaron a
Benavides –Bene vivas–, por una merced de Alfonso VIII, en 1190, a su vez
enterramiento de Rodrigo González, antepasado de los duques de Osuna y los
marqueses de Villena.
Pero, a pesar de la generosa toponimia del
nuevo emplazamiento, esa tierra de la comarca de Saldaña no tenía la bastante
fertilidad como para originar un pueblo, cual en cambio había sido el caso de
tantos otros. En 1174, otro monasterio francés de la filiación de Morimond,
Crista, fundaba Matallana, cerca de Villalba de los Alcores, en el valle del
Mijares, figurando su primer abad, Roberto, en el santoral cisterciense. El
lugar era señorío de Tello Pérez de Meneses, casado con Guntrodo, panteón luego
de la familia en consecuencia, confirmando la donación el rey, y teniendo un
papel decisivo en la construcción de la iglesia las reinas Beatriz de Suabia y
Berenguela. Aun sin la posibilidad de acomodarnos a la tan reciente división
provincial, el mapa monástico se deja reconstruir en la entraña del país.
Notemos la procedencia transpirenaica y norteña
de los monjes, las donaciones y vinculaciones funerarias de las familias
nobles, el favor de la monarquía, las ubicaciones en una geografía humana como
dijimos todavía en formación, señales que se conjugaban de un paisaje
espiritual en ascensión.
Del que también hacían parte las mujeres.
Perales, con monjas navarras de Tulebras, bajo la abadesa Ocenda, donación en
1160 de los condes Nuño Pérez de Lara y Teresa Fernández de Tovar, dejó su
filiación en 1189 para entrar a formar parte de la constelación irresistible de
Las Huelgas de Burgos. Ese mismo año pertenecía igualmente a la misma el
monasterio anterior, de mediados de la centuria, de Torquemada. Y San Andrés de
Arroyo surgió en 1185, por la voluntad de la futura abadesa, testamentaria de
Alfonso VIII, doña Mencía, teniendo sus sucesoras jurisdicción señorial, aunque
no canónica, en las villas de Nestar, Perazancas, Cubillos de Perazancas, Alar
del Rey a pesar de su nombre, La Vid, Villavega, San Pedro junto a Moarves,
Amayuelas de Ojeda, Pisón y Santibáñez de Ecla.
Y si hasta ahora no nos hemos referido a la
presencia cluniacense no ha sido por el mero capricho de alterar la exposición
cronológica, sino por haber respondido un tanto a ciertas diversas motivaciones
de altos vuelos. Teniendo ante todo, llegados a este punto, que notar la
titularidad en San Isidro de Dueñas de ese santo de su nombre, un mártir de
Chíos de culto muy difundido en Francia durante los siglos VIII y IX, de manera
que hay motivos para suponer vinculada tal devoción también a la influencia monástica
ultrapirenaica y a la benedictinización concretamente. Ya sabemos que la casa
nos consta a principios del siglo X lo más tarde.
De ahí que no haya que ver una casualidad en
que este monasterio fuera la primera dependencia de Cluny en la península
Ibérica, a consecuencia de la conocida donación que de ella la hizo Alfonso VI
el año 1073, y concretamente el 29 de diciembre que era el aniversario de la
muerte de su padre. La elección de la fecha nos dice bastante, del ánimo regio
en concreto, de la urdimbre de sentimientos entrecruzados, y a veces con los
intereses también, que hay que intuir en cualquier relación con los monasterios
y los monjes de las gentes de la época. Pero no es cuestión para tratar aquí la
significación de esta avanzada en la tremenda influencia de Cluny en la
monarquía castellanoleonesa, una de las piedras de toque para la diferenciación
hispana, o si se quiere para la actitud negadora de la misma, en mentes tan
diversas como la de Claudio Sánchez-Albornoz, desde el rigor de su medievalismo
en inmediato contacto con las fuentes, y Salvador de Madariaga, oteando desde
una visión de conjunto de la historia sin más de la nación y el país.
Era la hora de Europa. Aunque con Europa no
dejaría de sintonizarse nunca en este reducto. Y pintiparada ejemplificación de
ello la temprana e intensa presencia acá de una de las dos familias religiosas
medievales fundadas en Francia por un alemán, en este caso canonical pero con
una fuerte impronta monástica, los premonstratenses, mostenses que luego
familiarmente se los llamaría, por sus inicios en Prémontré gracias a un
arzobispo de Magdeburgo, san Norberto de Xanten.
4. los norbertinos
Los cuarenta primeros mostenses habían
pronunciado sus votos en la Navidad de 1121 como una especie de lujo de la vida
canonical. Y un nieto de Pedro Ansúrez, Sancho Ansúrez, fundó Retuerta, cerca
de Peñafiel, en la diócesis de Palencia por lo tanto, no mucho después, en
1145, con su tía doña Mayor, y cooperando también su primo Armengol VI de
Urgel, al principio con una comunidad doble, como también lo era la de
Arenillas de San Pelayo –volvamos a notar la titularidad– cuando se la entregó
en 1168, si bien desde su fundación, en 1132, no había venido teniendo
observancia definida. En 1176 Alfonso VIII hacía la donación de otro cenobio
antiguo, en Monzón, junto al río Carrión, con una reliquia de la Veracruz que
determinó se llamara Santa Cruz desde entonces.
Poco después de la fundación de Retuerta, hacia
1152, era el mismo Alfonso VII quien fundaba otra casa de la orden, San Agustín
en Herrera de Pisuerga, trasladado a Aguilar de Campoo –la cabeza de la comarca
al sur de Brañosera– en 1169, con el priorato de Fuente la Encina, absorbiendo
el monasterio benedictino anterior y llegando a tener treinta y nueve iglesias
dependientes. Y en 1159 se había hecho norbertinos también los canónigos
regulares a quienes Alfonso VIII había dado el antiguo monasterio de San Pelayo
de Cerrato, si bien para depender de La Vid, junto a Peñaranda de Duero. La
casa parece era doble, y al trasladarse a Santa Cruz de Reinoso de Cerrato,
cerca de Baltanás, se hizo femenina, sin que llegara al siglo XV, aunque
permaneció como eremitorio algún tiempo más.
De la tipificación de la familia religiosa de
san Norberto se ha escrito mucho, a veces incurriendo en algún anacronismo. Lo
cierto es que uno de los ideales del fundador era la predicación itinerante,
precursor por lo tanto de los frailes un siglo más tarde del castellano Domingo
de Caleruega, si bien bajo el agustino ordo monasterii a cúal más rígido. Y, a
la luz de contexto de la historia peninsular coetánea, ¿qué pensar de esta
penetración, base de la treintena de casas de la circaria Hispaniae, en la urdimbre
de unos avatares a través de los cuales ha tratado de abrirse paso en su latín
del siglo XX el padre Norbert Backmund?. Parece evidente tratarse de una
participación acá también en la expansión europea que había estado en la
génesis de la tal fundación germánica en la vecina Francia, sintiéndose venir
los tiempos nuevos igualmente en esta recatada geografía, sin que podamos
olvidarnos de que el nacimiento de santo Domingo a este lado de los Pirineos,
si bien no fue decisivo para su futura empresa, tampoco un azar sin
trascendencia alguna. Sin olvidar tampoco el detalle de la pertenencia de
Aguilar a la diócesis de Burgos.
Y volviendo a la vida religiosa femenina, hemos
de detenernos en Santa Eufemia de Cozuelos, viejo monasterio documentado ya en
el año 967, que pronto se incorporó otros del contorno, a saber, los Santos
Justo y Pastor en Castillo de Ebur ese mismo año, y después San Miguel, los
Santos Pedro y Pablo y los Santos Facundo y Primitivo. Favorecido por los
nobles, fue de la mitra de Burgos de 1075 a 1186, y desde entonces de la Orden
de Santiago con intervención para ello regia, siendo una de sus abadesas la reina
de León, doña Sancha Alfonso, fallecida en 1270. Una vida monástica la de las
religiosas de las órdenes militares menos típica que la seglar de las esposas
de los caballeros casados, pero materia ésta que no es la nuestra aquí.
Escapándosenos también la fecundidad clarisa que se siguió, otro medievo ya. Y
mucho más las brígidas de la Purísima Concepción de Paredes de Nava, en los
días avanzados del barroco. Cuando ya la Congregación benedictina de Valladolid
había recogido la vieja herencia en odres nuevos, con algún enriquecimiento ex
novo incluso, y ahí la duplicidad de casas en Frómista, mientras que mucho más
tarde, en algún caso, las familias religiosas novedosas heredaban por
casualidad un tanto el solar material de las más antiguas de él arrojadas.
Con lo que hemos ido viendo el tejerse de la
memoria colectiva en esta urdimbre monástica de la tierra, por lo que los
monasterios y sus comunidades eran en sí, entre otros menesteres hermanando en
el presente de los vivos la presencia de los muertos, y también por el acervo
de vivencias, materialidades e inmaterialidades que en torno a ellos siempre se
suscitaron, nada menos que un poco los protagonistas de la vuelta de la
geografía física a la humana en nuestra acotación local y temporal.
Con la supervivencia en la literatura notarial
de nombres ora dudosos ora ignotos del todo, de los cuales nos ha llegado sólo
el tal nombre mismo, en ocasiones con su significado para la intuición desde
luego, ora ya con las coordenadas del emplazamiento. Por ejemplo el femenino de
San Martín y Santa María de Fonte, junto al río Valdeginate, en el territorio
de Cea, illa Fonte, secus arroio Ginginati, territorio Ceia. Y sin
contención, en aras de ningún abolengo, al sic transit gloria mundi, que a San
Juan de Baños de Cerrato no le valieron los fueros artísticos ni los vetustos
para ser un mero objeto de donación, deshumanizado en el presente, sin el
sustrato vital de comunidad alguna, la que doña Urraca hizo el año 1115 a uno
de sus capellanes, Pedro Negro, quien a su vez se la cedió en 1129 a San Isidro
de Dueñas cual una pertenencia más del patrimonio, objeto luego de un litigio
entre el obispo Tello Téllez de Meneses a quien se dio la razón en 1228. Y en
1955, acaso no integralmente presentida la dramática mutación conciliar en la
historia de la Iglesia, las cistercienses de Sancti Spiritus de Olmedo, en la
diócesis de Ávila, se mudaban al santuario de la patrona de la Tierra de
Campos, en Ampudia, la Virgen de Arconada. ¿Un priorato de Carrión erigido por
el conde Gómez en 1047, en pro de los pobres y peregrinos? Otra duda. Ampudia,
por cierto junto a Valdebusto, donde hacia 1400 surgió el monasterio jerónimo
de Santa María de la Piedad, a pesar de todo subsistente hasta la
exclaustración. Toda esta una posteridad de los días románicos de nuestro
argumento, pasada ya la solución de continuidad de la eremación, por lo cual no
puede ser más legítimo entroncarla con ellos. Días románicos muy balbucientes
todavía para el dialecto del latín que ahora hablamos y se habla en esa tierra.
Ya con una larga andadura detrás cuando las clarisas de Calabazanos, teniendo a
doña María por vicaria, una hermana del prócer Gómez Manrique, encontraban
expresión a su sentimiento de maternidad espiritual cantándole al Niño Jesús según
la Representación del nacimiento de Nuestro Señor por él compuesto a esos
fines: Callad vos Señor, nuestro redentor, que vuestro dolor durará poquito. De
sus antecesoras “románicas” en la vida consagrada ya dijimos de la
preferencia de que dieron pruebas por la devoción al niño mártir Pelayo. Dos
hitos acreedores a una meditación en torno a lo que queda y pasa.
El arte románico en Palencia
1. La mayor concentración de iglesias
románicas de Europa
Ya es una frase común –que no deja de
repetírsele a todo aquel que por primera vez se interesa en el arte románico
palentino–, la creada por el escritor Alfonso de la Serna al comentar en ABC,
en sus viajes por España, la abundancia de iglesias románicas en las tierras
del norte de Palencia. Su acertado juicio: “la mayor concentración románica
del mundo”, resulta tan verdadero como impactante, de tal manera que parece
ya un eslogan turístico que se ha hecho popular. Pero hay que tener en cuenta
que esta densidad románica se completa con los monumentos que en los montes del
sur de Santander, norte de Burgos y norte de León, conforman con los palentinos
un modo de vida humana similar que desborda los límites políticos y
administrativos de las provincias actuales, límites que hoy es imposible eludir
pero que no existieron (sobre todo culturalmente) en los siglos románicos.
Es evidente que la provincia de Palencia es una
de las más agraciadas en el reparto que la Edad Media española hizo de iglesias
románicas, y esto no sólo en número sino también en calidad, pues no podemos
olvidar que uno de los monumentos arquitectónicos más proporcionados y bellos
del románico europeo, San Martín de Frómista, honra, ciertamente, a esta tierra
castellana. Y es también Palencia, y en este caso su capital, la que ofrece el
más antiguo edificio, la cripta de San Antolín, que, recogiendo sistemas
constructivos de la vieja arquitectura asturiana, abre en Castilla las nuevas y
progresivas sendas del románico.
La misma posición geográfica de la provincia
(entre las dos tensiones históricas más significativas de la España medieval
–León y Burgos–, donde se asientan las monarquías más fuertes de la Península
en los siglos románicos, y cruzada en su casi zona media por la vía más
difusora de europeísmo y cultura de toda España, el Camino de Santiago) ha
hecho de Palencia –provincia vertical por donde las tierras de pan llevar se
afinan hacia el mar Cantábrico– un importante territorio que se vivifica no
sólo por el hecho de su riqueza triguera sino por la existencia durante las
centurias XI y XII de importantes monasterios que ejercían sobre la población
palentina una influencia y un poderío tanto espiritual como organizativo y
económico. Así podemos citar los de San Isidro de Dueñas, tal vez fundado en el
siglo X por el rey Alfonso III, o los de Husillos, San Román de Entrepeñas,
Santa Eufemia de Cozuelos, Santa María la Real de Aguilar, Santa María de Mave,
Lebanza, Benevívere, San Andrés de Arroyo, Santa Cruz de Ribas, San Zoilo de
Carrión, San Martín de Frómista, etc., monasterios muchos de ellos que fueron
engrandeciéndose con el beneplácito de la nobleza o de los reyes, e
integrándose en las órdenes más poderosas: cluniacenses, cistercienses,
agustinianos o premonstratenses, precisamente durante el transcurso de los dos
siglos románicos por excelencia. Sin olvidar que otros monasterios foráneos a
la actual delimitación provincial ejercieron también su gobierno sobre vasallos
palentinos, como el de Sahagún, de tanta importancia al ser el monasterio
favorito de Alfonso VI, o el de Santo Toribio de Liébana, Oña y otros.
Por otra parte, con la restauración de la sede
episcopal de Palencia por el obispo Poncio, y el apoyo del rey Sancho III el
Mayor, en 1034, la fuerza de la mitra palentina va a tener en los siglos
románicos una influencia progresiva, acercando a las tierras castellanas el
aire directo de las corrientes catalanas y aragonesas en principio, y las
francesas después, teniendo en cuenta el origen foráneo de muchos obispos
palentinos en el siglo XI. Esta importancia de la diócesis de Palencia,
entonces una de las más activas de la España cristiana (de los 16 concilios
nacionales que se celebraron en el siglo XII, diez de ellos –dice Julio
González– se reunieron dentro de ella) tuvo que repercutir sin duda en la mejor
organización de las iglesias a ella pertenecientes, sin olvidar que la de
Burgos siguió ejerciendo poder sobre muchas parroquias de la actual provincia
de Palencia. Todo ello unido, en los años sucesivos y finales del XII, al
interés de los reyes castellanos Alfonso VII y Alfonso VIII en favorecer con fueros
la repoblación de la villas marítimas del Cantábrico y la organización
concejil, ponen a Palencia en posición privilegiada para un desarrollo no sólo
social y económico, sino también religioso, que afectó, naturalmente, a un
fervor de construcciones, tanto de monasterios como de parroquias o iglesias
concejiles que explica –y de acuerdo con el tipo de poblamiento: pobres,
numerosos, pequeños y cercanos en la zona norte montañosa, y más ricos y
alejados en las llanas– el que toda la franja verde y de alterado relieve del
septentrión provincial se haya cuajado materialmente de humildes iglesias
románicas levantadas en las más minúsculas aldeas para su servicio religioso,
al que se subsumía el político o social, pues la iglesia venía a ser el
verdadero centro cívico común a todo el vecindario.
También Julio González señala un hecho que
–unido al desarrollo monástico, política real y fuerza episcopal– contribuirá
sin duda a la situación desarrollista de Palencia: la prevalencia e influencia
de los “ricos homes” y nobles palentinos en la Corte al servicio de los
reyes o al militar o civil de la monarquía. Cita, como ejemplo, las casas de
Girones y Téllez de Meneses, de los que dice que “fueron piezas
fundamentales en el restablecimiento de la autoridad real así como también de
la Reconquista”. Pero es cierto que otras familias nobiliarias acrecentaron
su señorío, y por tanto sus riquezas, favoreciendo así la vitalidad económica
de sus tenencias.
Que Palencia tuvo en los años finales del siglo
XII un auge manifiesto, consecuencia de los intereses de la monarquía de
Alfonso VIII y del obispado, lo prueba la organización de las escuelas mayores
catedralicias que fueron la base de la primera universidad española.
2. Interés, estudio e investigación
sobre el románico palentino
En el deseo de conocer nuestra vida medieval,
primero fue la historia y la leyenda y luego el arte. Durante los siglos
renacentistas y barrocos (XVI-XVIII), el arte medieval fue poco considerado.
Los ideales clásicos, centrados en la resurrección de sus formas y en la
exaltación de lo humano, no entendieron el simbolismo deformante del medievo.
Lo religioso era tratado más que nada por el interés histórico o teológico,
prescindiéndose de sus manifestaciones artísticas que, a lo sumo, eran
valoradas por su “antigüedad”, o por su carácter devocional.
Este hecho explica que, por ejemplo, el libro
de fray Antonio de Yepes, Crónica General de la Orden de S. Benito, publicado
en 1614, pase totalmente por alto cuando hace referencia a los monasterios
españoles su aspecto monumental o decorativo. En lo referente a los cenobios
palentinos, tan sólo recoge la historia-leyenda del origen del de Santa María
de Aguilar y menciona el crucifijo popular que en él se guarda, milagroso y con
reliquias de diversos santos. Dentro de los monasterios que cita pertenecientes
a Oña4, recoge unos párrafos sobre los de Santa María de Mave y San Vicente de
Becerril del Carpio, también para centrarles históricamente tan sólo, aunque en
el de Mave se detenga a describir por encima el lugar donde se asienta.
Hacia 1648 escribe fray Antonio Sánchez su
Historia manuscrita del monasterio de Santa M.ª la Real de Aguilar de Campoo,
pero nada dice de su fábrica citando tan solo las inscripciones de 1213 y 1222
y anotando: “Es de saber que después que este monasterio fue de la orden
(premons tratense), como queda dicho, habiendo corrido algunos años se hizo la
fábrica de la iglesia que ahora está”. Luego también menciona que el abad
Lecenio “fue el que hizo todos cuatro claustros”, pero no valora la
arquitectura. D. Alonso Manrique, arzobispo de Burgos, y según fray Antonio
Sánchez, se había admirado en este siglo XVII del monumento diciendo que “jamás
andando por toda Italia había visto en todas estas partes mejor entrada de
monasterio ni más apacible asiento que este”.
Tampoco Antonio de Morales, en su Viaje Santo,
publicado en 1765, ni Enrique Flores en su España Sagrada, 1747-1755, se
preocupan de los edificios monasteriales a que pueden hacer referencia,
prescindiendo casi en absoluto de su aspecto constructivo o artístico. Antonio
Ponz, ya en los finales de este siglo XVIII en su Viaje de España, se permite
algunos comenta rios de carácter crítico-artístico pero que suelen venir
totalmente contaminados por su gusto neoclásico, en el que no parece tener
aceptación alguna todo lo que no coincida con las normas académicas vigentes
entonces. Como ejemplo de esta disposición, veamos con qué poco entusiasmo se
refiere a algunos de los monumentos románicos de Palencia que visita: en Dueñas,
al convento actual de la Trapa, con su puerta románica, sólo le dedica una
levísima cita para llamarlo “el convento de monges Benitos” (p. 159). La
cripta de San Antolín de la catedral palentina la resuelve con el siguiente
párrafo: “Se baja por allí (trascoro) a una capilla subterránea con su altar y
estatua de San Antolín. Se cree que en aquel sitio fue la cueva donde se retiró
el ciervo y el paraje donde se le quedó yerto el brazo al rey Don Sancho al
tiempo de dispararle una flecha” (p. 171). Para nada habla de la antigüedad ni
estilo. De la vieja catedral que edificó Sancho III el Mayor dice: “y aunque
hay memoria de que esta primera iglesia fue suntuosa, según lo que daban de sí
aquellos tiempos, lo es sin duda con mucho exceso la actual” (p. 188).
De la iglesia de Santa María de Carrión,
edificio capaz de mover a reflexión al más frío temperamento, destaca más la
leyenda de las cien doncellas que otra cosa, pues cuando pretende decir algo
del monumento se despacha con un párrafo del todo insulso e insignificante: “Hay
en la fachada de dicha iglesia un imperfecto friso dórico con las calaveras de
toros, y esto contribuye a creer firmemente la función de los toros como
sucedida en aquel sitio” (p. 201).
Por delante del imponente apostolado de la
iglesia de Santiago o no pasó o le dejó insensible, pues ni le menciona. Y del
monasterio de Santa María de Aguilar de Campoo, que entre otros cita, y que por
entonces aún estaba activo y viviente, se detiene tan sólo para despreciar la
arquitectura y escultura de su claustro románico cuya belleza es incapaz de
percibir: “Allí cerca–dice– está el Convento de Premostratenses entre
alamedas y huertas frutales, con abundancia de agua, que nace en un monte
inmediato. La arquitectura es especie de arabesco. Llegan al último grado de
ridiculez los mamarrachos pintados en las paredes del coro baxo... El claustro
baxo de este convento es una especie de arquitectura arabesca, con grupos de
columnas y ornatos de aquella clase en capiteles, etc. El alto es muy otra
cosa, executado en tiempos de Felipe II... Si la galeria baxa acompañase a la
alta, sería este uno de los buenos claustros en el gusto de la mejor
arquitectura” (p. 278). No se puede, evidentemente, mostrar más incomprensión
hacia el arte medieval y más cerrazón en su limitado criterio clasicista.
De todo esto, naturalmente, de este desinterés
hacia al arte medieval, hacia el arte “bárbaro” de una época
oscurantista, tuvo la culpa el despertar renacentista en toda Europa que
entusiasmado por descubrir y resucitar el pasado greco-romano puso en solfa y
olvidó el sentir y el hacer de las generaciones anteriores al medievo. Los
siglos XVII y XVIII, barrocos y decorativos, no supieron desligarse de la
tendencia clasicista, por lo que la aproximación al sentimiento medieval
tampoco logró realizarse. Las normas académicas y los códigos estéticos, aún
más exacerbados con el neoclasicismo (como hemos visto en el criterio de Ponz),
impidieron la libertad de poder estimar algo distinto a lo que oficialmente
venía establecido. Y aunque existieron espíritus dieciochescos anticipados, que
ya en los años mediados de la decimoctava centuria, lograron desembarazarse de
la tiranía estética –por ejemplo Antonio de Capmany, que ya en el propio “siglo
de las luces”, sabe valorar el arte gótico y el paisaje natural– sólo en
España prácticamente, y hasta ya entrado el siglo XIX, no hallamos esta
reacción de acuerdo con el ritmo ya desenvuelto del romanticismo triunfante. El
mismo hecho de la desamortización de Mendizábal, en 1835, prueba lo poco que se
estimaba al patrimonio medieval de tanto monasterio, en esta primera mitad del
pasado siglo.
Muchos de los viajeros, historiadores y
tratadistas de este siglo romántico, no alcanzan todavía a valorar a los
edificios y manifestaciones artísticas medievales ajenos a los prejuicios tan
intensamente arraigados, y pasan por alto cualquier exceso o manifestación de
alabanza a estas obras. Así, por lo que se refiere a nuestra provincia
palentina, la obra clásica de Madoz, y cuando hace referencia a monumentos
románicos, sigue el gusto de Ponz y hasta parece materialmente copiarle su
Viaje de España editado cincuenta y ocho años antes. No parece, pues, que Madoz
es testigo personal de todo lo que escribe, naturalmente, pero sus
colaboradores tampoco es seguro que describiesen con conocimiento directo. Pues
cuando al hablar de Aguilar de Campoo se refiere al monasterio de Santa María
la Real (tomo I, p. 138), dice: “su arquitectura es una especie de arabesco
(frase copiada literalmente de Ponz), y si bien la iglesia tiene algunas cosas
buenas respecto a bellas artes, se ven al mismo tiempo muchas de muy mal
gusto... El claustro bajo es igualmente una especie de arquitectura arabesca,
con grupos de columnas y ornatos de esta clase en los capiteles; el alto que es
de mejor gusto, fue construido en tiempos de Felipe II, decorado con pilastras
pareadas, de orden dórico, sobre un zócalo”. Lo que cotejado en conjunto
con lo dicho por Ponz no es sino una casi copia literal de su Viaje de España.
Lo que sí utiliza ya Madoz es el término “gótico”
para calificar en general a la arquitectura medieval, pues cuando habla de la
románica de Arenillas de San Pelayo dice: “una iglesia parroquial... de
arquitectura gótica” (t. II, p. 515), y el mismo estilo atribuye a la de
Santa María de Carrión de los Condes a la que define como “edificio muy
sólido y antiquísimo de orden gótico; tiene en su portada varias figuras y
bustos que aunque mal cincelados y cortados se conoce que representan toros,
moros y doncellas de distinción, en recuerdo sin duda del milagro que en este
parage sucedió al ir a pagar el infame tributo de doncellas” (t. V, p.
628).
Del apostolado y puerta de la vecina iglesia de
Santiago, en el propio Carrión de los Condes, sólo dice: “el arco de la
puerta de la iglesia está adornado con varios jeroglíficos que representan las
artes y oficios, y por toda la fachada se ve el apostolado en bastante deterioro;
se dice fue iglesia de templarios...”.
San Martín de Frómista se le pasa a Madoz casi
desapercibida. En nada la valora; “su arquitectura –dice– es menos elegante que
las otras iglesias, pero más antigua y costosa... y las bóvedas se hallan en
estado ruinoso... La torre, que tiene una altura regular (se refiere a la lin
terna) es de figura octogonal” (t. VIII, 1847, p. 195).
En Husillos (t. IX, 1847, p. 363) vuelve a
insistir en el orden gótico de la iglesia y cita “un claustro, cuyas paredes
están adornadas de varias figuras de bajo relieve”, claustro hoy
desaparecido.
Asombrosamente, cuando habla de la iglesia de
San Juan de Moarves, para nada menciona su espléndido apostolado románico, ni
tampoco le llama la atención la puerta de Revilla de Santullán... Es verdad
que, dado el carácter de diccionario compendiado, geográfico y estadístico
sobre todo, no podía esperarse un detenimiento artístico en las iglesias que
menciona Madoz, pero sí, al menos –si ellas hubieran sido anticipadamente
valoradas– unas palabras de admiración en aquéllas más significativamente
monumentales. Esta ausencia de interés demuestra que por entonces las clases
más cultas de la sociedad no habían aún puesto sus ojos en ellas ni habían
sentido el más mínimo estremecimiento estético por el pasado artístico
medieval. De otra forma no hubiesen calificado a las esculturas románicas con
los despectivos adjetivos de “arabescos” o “jeroglíficos” que utilizan tanto
Ponz como Madoz. Y eso que la defensa de los monumentos significativos del país
había ya comenzado un año antes de la edición de Madoz, con la creación de las
Comisiones Provinciales de Monumentos His tóricos y Artísticos (1844).
En 1857-1858 Ángel de los Ríos nos demuestra
que, todavía no existía en el ámbito intelectual, una clara diferenciación e
individualización de estilos, pues visitando el citado monasterio de Aguilar
dice que: “la iglesia es gótica, del último período, y apenas ofrece ya nada
de particular sino restos de esculturas que debieron ser buenas algunas”.
(Puede que se esté refiriendo a los capiteles del crucero, que aún no habían
sido arrancados, o a los retablos de madera). “Vi todavía el sepulcro y
estatua yacente al parecer de un abad...”. También se fija D. Ángel en las
iglesias de San Andrés y Santa Cecilia de Aguilar, que ya describe con términos
muy ajustados, si bien todavía no las caracteriza como “románicas”. Otra
iglesia descrita y estudia da por De los Ríos fue la de Vallespinoso de la que
dice que “es un capricho lujoso y no des provisto de mérito artístico en la
ejecución y vencimiento de dificultades [...] de muchas y bien labradas
archivoltas”, desde luego ya maltratadas, pues se lamenta “de haber
arrancado trozos curiosos bárbaros”. Pero a la hora de fijar la fecha, D.
Ángel de los Ríos no acierta, al considerarla del siglo XV. También nos da
noticias, por dibujo, de la existencia de una capilla románica al lado de la
iglesia rupestre de San Vicente de Cervera de Pisuerga. Igualmente describió y
trata de “bizantina” la de Becerril del Carpio, y menciona “un
pórtico de apostolado”, Moarves, otro de Pisón de Castrejón, y la iglesia
de Vega de Bur “con pórtico romano bizantino”. Entre las investigaciones
de D. Ángel –que también se detuvo con interés en Santa Eufemia de Cozuelos–
está la descripción relativamente detallada para entonces de la ermita románica
de Santotís, en Cantoral de la Peña (cerca de Cervera), hoy totalmente
desaparecida. Del conocimiento pues de su existencia sólo nos quedan dos folios
manuscritos de De los Ríos y un pequeño apunte que hace del tímpano (ver en
esta misma enciclopedia Cantoral de la Peña, pp. 633-635).
Quadrado, en su obra Recuerdos y bellezas de
España, publicada en 1861, ya tiene una visión más positiva acerca de nuestros
monumentos románicos, y quizá su interés, avalado por las ilustraciones
románticas de Parcerisa, tuviese algo que ver con la declaración, por ejemplo,
del monasterio de Aguilar como Monumento Nacional realizada en 1866, y la
recogida en 1871 de los capiteles que fueron llevados al Museo Arqueológico de
Madrid.
Ya Quadrado al hablar de los monumentos se
refiere de una manera clara a los estilos románico y ojival. Así, al mencionar
a la iglesia de Santa María de Dueñas (p. 24) dice que se erigió “según el
estilo de transición románico-ojival”, aunque todavía se sirve más del
término “bizantino”, pues cuando se detiene en el monasterio de San
Isidro del mismo pueblo dice que su fábrica de “arte bizantino aparece en su
primer período” (p. 27), y en Villamuriel señala “que data de la época
en que luchaban entre sí el arte bizantino y el ojival” (p. 33). Y que
todavía para él lo “bizantino” y lo “románico” son equivalentes,
queda claro cuando al penetrar en el templo señala que “allí prevalece la
gótica esbeltez sobre la románica gravedad” (p. 34). Y en la iglesia de San
Miguel de Palencia dice que “más bien que a los puramente góticos puede
agregarse a los del anterior período de transición por lo mucho que de románico
contiene”. La portada de la iglesia de San Pedro de Amusco vuelve a
tratarla de “bizantina”, lo mismo que la de Santa María de las Fuentes
en el mismo pueblo, “bizantina en la traza y disposición de sus tres naves”
(p. 113). Es curioso ver cómo ya Quadrado, distingue dos períodos o épocas en
el arte románico que realmente coinciden con la distinción actual, pues suele
colocar las iglesias en el primer período o en el segundo (p. 116).
Al referirse a Carrión se detiene bastante en
la iglesia de Santa María del Camino a la que califica de “puramente
románica”, y describe las esculturas de su friso así como las ménsulas del
tímpano y los capiteles, y de todo dice “que no hemos sabido ver en dichos
relieves tan clara mente como otros la representación de los moros y doncellas
ni menos las calaveras de toros que Ponz descubrió en el friso” (p. 129).
En Santiago de Carrión caracteriza perfectamente el estilo de su escultura,
naturalmente con el adjetivo de “bizantina” (p. 130), considerándola del
siglo XI. No se le pasa “la importante efigie del Salvador” que centra
el apostolado (p. 131).
Del interés que Quadrado, como buen romántico,
da a los restos de época medieval queda su constancia de reconocer que en
siglos pasados no se les valoraba, y del siglo XVI dice que “era época en
que se despreciaba por bárbara aquella arquitectura” (p. 140). Ya Quadrado,
en algún caso, no halla, en los monumentos, los restos que Ponz aún pudo ver;
así cuando de Benevívere se trata dice: “Ha desaparecido empero... el
apostolado y el carro de Exequiel ocupado por el Salvador del mundo y tirado de
los animales del Apocalipsis, que según testimonio de Ponz estaban esculpidos
sobre la puerta del templo” (p. 141). De San Martín de Frómista no habla
mucho, tan sólo fija su estilo al decir que “guarda intactos sus tornados
ábsides bizantinos” (p. 148), pero no tiene muestra alguna de admiración.
Es de señalar el casi desprecio que Quadrado
muestra, desde el punto de vista monumental, sobre la zona norte de Palencia,
al indicar que es tierra “sin recursos apenas y sin vestigios de lo pasado”
(p. 149), cosa que para nada concuerda con el criterio actual de valoración.
Así de Arenillas de San Pelayo ni cita su puerta, con San Salvador de Cantamuda
ni se digna describir su fábrica, y lo mismo sucede con San Andrés de Arroyo,
Moarves lo pasa por alto, y Mave y Santa Eufemia de Cozuelos. Pienso que en
todo esto Quadrado habla de oídas, y sólo parece conocer mejor Aguilar de
Campoo: Santa Cecilia “de bizantina torre” y sobre todo Santa María la Real, al
que considera “grandioso monasterio de premonstratenses” y sabe
distinguir la unión de lo bizantino con lo gótico (pp. 160-161), señalando en
el claustro el sentimiento romántico con estas frases: “Al salir de aquella
mansión augusta y solitaria condenada a perecer lentamente de abandono” (p.
164).
Es evidente que la valoración de lo medieval, e
incluso el mejor conocimiento de los estilos, con una inicial preocupación más
científica, se va abriendo paso de una manera cada vez más general hacia los
años mediados del siglo XIX.
En 1870, la duquesa de Mier, que hubo de
refugiarse en el monasterio de Aguilar para evitar un aguacero, dejó en su
diario un comentario muy distinto a aquel de Ponz, que pone en evidencia cómo
el criterio había cambiado durante esos casi cien años que separaban a ambos
personajes. Decía así: “Este edificio magnífico aún en sus ruinas (se ve existe
ya la sensibilidad romántica hacia el “triste abandono”) es de
arquitectura gótica; un bello claustro (compárese el juicio con el despectivo
tratamiento que de él hace Ponz: “es una especie de arquitectura arabesca”)
está sostenido por finas columnas en cuyos arcos se ven dibujos deli cados,
como encajes y estatuas de algunos santos”.
Sin duda estamos asistiendo, a partir de 1850,
a los primeros síntomas de un verdadero interés por nuestro románico palentino
que nacido como consecuencia de unos sentimientos románticos subjetivos va
adquiriendo muy pronto otras connotaciones, que son también resultado de una
nueva mentalidad de época, la que abre camino hacia un general acercamiento a
un estilo que nominado al principio “romano-bizantino” o “bizantino”
(como todavía escribe Ángel de los Ríos), o confundido con el gótico, pronto
fijaría el término “románico” con el que ha quedado definitivamente
diferenciado.
Manuel de Assas, en 1872, es el primero que
describe una monografía sobre un edificio románico en la provincia de Palencia:
el monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo. Aunque no acierta
con la cronología del claustro, Assas demuestra su indudable erudición y bien
hacer.
Ricardo Becerro de Bengoa, en El libro de
Palencia, que publica en 1874, y sin duda por el propio carácter de la obra,
hace referencias muy reducidas a los monumentos románicos de la provincia, pero
acierta bien en la determinación de su estilo, diferenciándole perfectamente de
otros posteriores (gótico, gótico florido, renacimiento, etc.) que también
distingue. No se compromete, sin embargo en algunos pues, por ejemplo, no
especifica el –o los– que tiene la cripta de San Antolín, aunque sabe admirar y
valorar aquellos que perfectamente data. Así de San Miguel de Palencia dice que
se construye “a finales del siglo XII, cuando el arte románico declinaba”,
y que “empezada bajo la influencia románica, vino a terminarse en el período
gótico” (p. 147). De Husillos, comenta que “del siglo XII conserva algunos
recuerdos o vestigios” (p. 181). A Villamuriel la coloca como “iglesia
románica de transición ojival” (p. 182). Del monasterio de San Isidro de
Dueñas subraya “la preciosa portada” (p. 196). Fija la portada de San Pedro de
Amusco como románica señalando “que llama extraordinariamente la atención de
los artistas” (p. 204).
En general, Becerro de Bengoa se manifiesta
como un erudito de su época en quien ha calado muy bien la nueva sensibilidad
hacia el arte y el pensamiento medieval. De aquella casi indiferencia o
desprecio que Ponz parecía sentir por lo románico, Becerro de Bengoa demuestra
su aprecio hacia este estilo utilizando adjetivos laudatorios y a veces en
marcado aumentativo. Así habla de “curioso resto románico” ante el
abandonado monasterio de Santa Cruz de Ribas (p. 204), o se admira de “la
preciosísima portada” de Santiago de Carrión y de su friso escultórico al
que ya considera “un trabajo de gran valor histórico-artístico”.
Apenas, sin embargo, parece emocionarle la
iglesia de San Martín de Frómista. Dice que es “curiosísima iglesia románica
digna de ser restaurada”, pero no sabe apreciar –quizá por su abandono,
añadidos y mal estado– las proporciones y volúmenes que la caracterizan. En
Santa María la Real de Aguilar subraya también la situación del monasterio “horrible
mente tratado y mutilado al privarle, hace poco tiempo, de los ricos
historiados capiteles de su claustro incomparable”. Y a aquel “arabesco”
despectivo de Ponz, suceden ahora frases como “exquisito gusto románico”,
“delicados follajes”, “bellísimos conjuntos de cien adornos distintos”,
etc. (p. 221).
A partir de los años finales del siglo XIX, y a
través sobre todo de la Sociedad Española de Excursiones, el conocimiento de
nuestro románico palentino se va haciendo más extensivo, ya que las salidas al
campo organizadas permiten acercarse a pueblos casi desconocidos que van
ofreciendo el regalo de un patrimonio artístico admirable. Sincrónicamente, el
deseo de erudición y el estudio van logrando que el conocimiento del arte se
lleve a cabo en una línea cada vez más científica. No en vano los planes de
enseñanza marqués de Pidal (1845), Ley Moya no (1857) y creación de la
Institución Libre de Enseñanza (1875) contribuyen, junto con otras causas
(descubrimiento del arte medieval, corrientes de pensamiento naturalistas y
realistas, el mayor sentido de la libertad individual, etc.) a que el “misterio”
de los pueblos remotos y aislados de España vaya sien do descubierto, y que
arquitecturas, retablos y obras de arte comiencen a ser recogidos y publicados
por los estudiosos de la época. Ya años antes algunos periódicos (como El
Heraldo, La Ilustración, etc. pero sobre todo El Semanario Pintoresco) se
habían preocupado de recoger comentarios de algunos monumentos señalados, en
ciertos casos incluyendo algún dibujo, pero sólo con carácter informativo o
ilustrador. Pero ahora surgen ya las primeras sociedades o entidades que van a
editar boletines o revistas donde dan a conocer sus descubrimientos y trabajos,
como el Boletín de la Real Academia de la Historia, que comienza en 1877 o el
de la citada Sociedad Española de Excursiones (1893) que, para nuestra
provincia y para el arte románico son muy interesantes por recoger, por
ejemplo, los artículos de Rodríguez Calvo16, Simón Nieto, etc., que ya no dejan
de mencionar las iglesias más importantes que encuentran en su camino.
Así, en 1896, Ramírez de Helguera, en El libro
de Carrión de los Condes, dedica un capítulo a describir las iglesias de la
villa y, entre ellas, las románicas de Santa María, Santiago y San Zoilo. De
este último monasterio distingue perfectamente “su primera edificación
románica, la imposta ajedrezada a los lados de la misma, igual que en el propio
lado de la torre la ventanita que en el principal existe”. De la iglesia de
Santa María copia la descripción de Quadrado en sus Bellezas y monumentos de
España, y del apostolado de la de Santiago recoge también citas de aquel autor
y cae en la misma equivocación de él al considerarlo, al parecer, de “los
últimos años del siglo XI y principios del XII”. También, en la página 166,
hace mención de lo que se decía en su tiempo había desaparecido de la iglesia
del monasterio de Benevívere: el apostolado y el carro de Ezequiel.
Iniciado el siglo XX los estudios y
descripciones de los monumentos románicos palentinos se van densificando cada
vez más. En los primeros años, ya el camino científico y el interés aumentan.
En el mismo 1900, el obispo de Palencia, Enrique Almaraz, publica en el Boletín
de la Real Academia de la Historia un estudio sobre el monasterio de San Andrés
de Arroyo funda mentalmente histórico, pero no deja de referirse, desde luego
sin gran detalle, a sus valores artísticos. En principio ya es significativo un
párrafo, que considera el silencio en el que tratadistas anteriores han tenido
al monasterio, pero son más explícitos algunos juicios sobre su valor
monumental. Así, dice que pertenece a “la XII centuria” (p. 211), y le
considera “joya artística” para en él “gozar la vista”. La talla
del claustro le deja evidentemente admirado: “la pureza y la finura –dice–
de ejecución, más le asemeja (se refiere al capitel grande vegetal) a un encaje
bordado” (p. 227), y al fijarse en las arquerías de la sala capitular
afirma “que producen un efecto rayano en lo fantástico; en ninguna parte, ni
aún siquiera en dibujos, he visto algo semejante”. Y en relación con el
estilo del monumento acierta claramente al comentar que “la apuntada ojiva
aparece como lazo de unión de los dos estilos” (refiriéndose al románico y
al gótico aunque no los cita).
Serrano Fatigati, desde 1898, y con más
incidencia en lo palentino en los años 1900 y 1901, se ocupa de algunos detales
de nuestros más destacados monumentos. En la misma fecha y publicación comentó
algunos capiteles de Frómista ofreciendo la fotografía de cinco de ellos,
justamente cuando se estaba realizando la restauración de San Martín que
concluye en 1904. Restauración que ya indica la valoración que iba adquiriendo
la arquitectura de las iglesias palentinas románicas. Que existía ya una
disposición abiertamente defensiva, no sólo en los estudiosos sino en la propia
Administración, lo prueban las primeras declaraciones de Monumentos
Histórico-Artísticos Nacionales que comienzan en España en 1844 con la catedral
de León y que en Palencia se estrenan, en lo románico, con la iglesia de San
Martín de Frómista, declarada el 13 de noviembre de 1894, y también la
actuación del Ministerio de Instrucción Pública ordenando en 1900 el Catálogo
Monumental de España.
El mismo Serrano Fatigati ya compara, creo que
por primera vez, el buen hacer del apostolado de Santiago de Carrión con la
tosquedad del de Moarves y dice “que no debió mediar gran espacio entre la
construcción de una y otra hornacina”.
Las sociedades interesadas en conocer el
patrimonio artístico no cejan en su empeño, y en 1903 aparece el primer volumen
del Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones. En él, Simón Nieto
presenta el monasterio de San Salvador de Nogal de las Huertas, con un análisis
prácticamente moderno, recogiendo la epigrafía y diferenciando las dos épocas
del monumento: la primitiva del XI y la de la segunda mitad del XII.
Desde 1903, las iglesias y monasterios
palentinos van a ser repetidamente considerados. Álvarez de la Braña se
preocupará de ellos, aunque de manera superficial, en su Palencia Monumental.
Igualmente Joaquín de Ciria valorará algunos en su excursión de Madrid a
Frómista.
En estos momentos (1903) un arquitecto y
humanista, Vicente Lampérez, hace también la primera incursión en nuestra
provincia, recogiendo en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones sus
directas impresiones. En 1906 André Michel ya citaba el monasterio de Aguilar
derivándole de San Andrés de Arroyo, en su Historia del Arte publicada en París.
En la misma Historia, Bertaux apuntaba las conexiones de lo borgoñón con San
Vicente de Ávila, que es aproximar también a Borgoña nuestra escultura de
Aguilar o de Carrión de la segunda mitad del XII. Y pocos años después, en
1908, ya publicaba Lampérez, en el Boletín de la misma sociedad cita da
anteriormente, una monografía sobre el monasterio de Santa María de Aguilar,
insistiendo en este monumento que ya en 1872 había sido sujeto de los intereses
de Manuel de Assas.
Lampérez hace un estudio fundamentalmente
arquitectónico, y señala fechas y construcciones diversas que posteriormente
han seguido repitiéndose por los tratadistas. Así dice: “la iglesia es de
transición si se la considera en conjunto; pero yo veo en ella tales
inarmónicas, que me inclino a creer que es obra ejecutada en tiempos diferentes”
(p. 218). “Crucero y ábsides laterales son partes aprovechadas de una
iglesia románica de mediados del siglo XII, anterior por lo tanto a la
ocupación premostratense”. Opinión sin duda muy acertada, como han podido
corroborar las excavaciones arqueológicas recientemente realizadas que han dado
constancia de la existencia de una cabecera más vieja con ábsides
semicirculares. También es interesante señalar que Lampérez acusa la situación
de ruina del monasterio: “Dolor grande produce –dice– la visita a la iglesia
monasterial de Aguilar. Bóvedas hundidas, sepulcros abiertos, fragmentos
esparcidos, cascotes, hierbas, parásitos por todas partes, abandono y profanación;
tal es lo que se ve allí” (p. 217). Su conocimiento de los estilos es casi
moderno. Ya al final de su trabajo se expresa así: “Ruina pintoresca,
venerable e interesantísima, el monasterio de Aguilar de Campoo hace soñar al
poeta, avergonzarse al patriota y estudiar al arqueó logo, que puede ver allí
la lucha de escuelas” (p. 221).
En el mismo año de 1908 publicaba también
Lampérez el primer artículo dando a conocer Santa Cruz de Ribas.
La carrera de las monografías sobre las
iglesias románicas españolas se abre también en estos primeros años de siglo y
ya no se detendrá. Además, la primera intervención de eruditos extranjeros se
produce en estas fechas. Figuras como Bertaux, analizando Silos o Boulin estudiando
sus claustros dan ya idea de cómo va interesando el conocimiento de las grandes
pie zas del románico hispano. No se quedan atrás nuestros primeros eruditos,
pues en 1909 Puig y Cadafalch publica su importante obra sobre la arquitectura
románica de Cataluña, el primer y verdadero compendio científico del románico
de una región. Los investigadores palentinos, siguiendo el ejemplo de Simón
Nieto, buscan sus iglesias y las publican al par que otros españoles viajan y
miran nuestros monumentos. Matías Vielva llama la atención de dos iglesias en
1907: una en ruinas, la de Quintanaluengos, y otra con excelente portada
admirablemente con servada, la de Revilla de Santullán, meras fichas de
conocimiento que no aseguran fecha y que salvo algún acierto de visión, como el
señalar los “arcos ultrasemicirculares” de la primera, y el nombre
grabado del escultor de la segunda, poco, en realidad ofrecen. Luciano
Huidobro, ilustre investigador burgalés, siempre interesado por la historia y
el arte palentinos comenzaba en estos años sus relaciones investigadoras con
Aguilar de Campoo con un comentario sobre la reedificación de una iglesia
románica y la presentación del retablo-altar de Mave que entonces se creía
románico. Treinta y nueve años después (1949), Huidobro volvería a comentar
iglesias románicas palentinas del Camino de Santiago, y las de Aguilar las
trataría de nuevo en 1954, en su Breve historia de la muy noble villa de
Aguilar de Campoo.
Continuando las notas monográficas, aunque
todavía cargando más en los aspectos históricos que en los arquitectónicos,
Gregorio Sánchez Pradilla publica en 1912 dos trabajos. Uno sobre la abadía de
Husillos a quien coloca bien en su estilo: “se construyó en el siglo XII
entre los últimos destellos del estilo románico y los primeros albores del
medieval” (p. 297), lo mismo que su torre, “del mismo estilo románico y
levantada en la misma época de transición durante el último tercio del siglo
XII”. Y otro sobre la iglesia de Villamuriel en donde toda vía vacila en la
utilización de los términos “bizantino” y “románico”, pero cuando
el arco apunta lo llama siempre “ojival”, palabra que ya se venía
utilizando desde Quadrado. Por estos años, desde la creación en 1910 del Centro
de Estudios Históricos, y aun antes, la figura del profe sor Gómez Moreno iba
contribuyendo con su enseñanza y espíritu a crear un ambiente investigador cada
vez más marcado. Lo mismo podemos decir de José Ramón Mélida que desde su
cátedra de Arqueología de Madrid, ganada en 1912, remueve en cierta manera la
visión arqueológica de los monumentos. En relación con nuestro románico
palentino, Mélida publica en 191540 un informe que la Academia de San Fernando
envía al Ministerio ante la petición de éste para la declaración de Monumento
Nacional del monasterio de Santa María la Real de Aguilar. Redactado por el
propio Mélida, vemos en él que los términos y juicios utilizados muestran ya la
clara fijación del método científico. Distingue ya las distintas fases románicas
y de transición del edificio (p. 47), y se ve que reconoce el magisterio de
Lampérez que, como sabemos, había ya publicado en el BSEE un trabajo sobre el
monasterio aguilarense en 1908 (nota 30). Una nota de Fernández Casanova en el
mismo informe, y también en el nombre común de la Academia, denota que ya en
esos momentos ésta desahuciaba al monumento, no creyendo posible su
restauración y proponiendo obras solo “de mera conservación”.
Los años que van de 1915 a 1930 van a
caracterizarse, en Palencia, por la continuación de algunas monografías sobre
edificios románicos, estudiados sobre todo por Leopoldo Torres Balbás, que en
1916 publica la de la iglesia de Zorita del Páramo incorporando el dibujo de su
planta, y en 1918 la de Quintanaluengos también con su plano y fotografías.
Pero lo más novedoso de estos años es la aportación que en obras generales de
escultura románica hacen los extranjeros Porter y Byne, tratando en ellas de
algunos capiteles y conjuntos escultóricos palentinos al intentar ya buscar
relaciones entre distintos focos de imaginería como San Vicente de Ávila,
Oviedo, Santiago de Compostela, Carrión y Aguilar. Porter, por ejemplo, cree
que el apostolado de Carrión es de hacia 1165, y piensa que el maestro que lo
hace es el mismo que trabaja los últimos relieves del claustro de Silos, y
dice: “me inclino a pensar que son obras del mismo escultor”, estimando
también que el modelo del carrionés puede ser la arqueta de Santo Domingo de
Silos, y que el de Moarves es copia del de Carrión44. Esta intervención
americana surge como consecuencia de algunos capiteles palentinos que van a ser
adquiridos por el Fogg Art Museum o por el Metropolitan, desde 1921.
Es ahora cuando prácticamente se inaugura el
sistema comparativo de la escultura románica en España y, por consiguiente, el
momento en que los focos palentinos comienzan a valorarse en el conjunto de lo
español. En 1926, Elías Tormo, el gran sintetizador de las muchas variaciones
de nuestro patrimonio, contribuía con su Resumen histórico del estudio de la
escultura española a la controversia de hipótesis que entonces se iniciaba.
La década de los años treinta, que iba a tener
un enorme futuro en esta carrera de relaciones, ve aparecer en su primer año la
gran obra conjunto de Lampérez sobre la arquitectura medieval española, y en
ella el estudio de los monasterios palentinos más destacados. Así, refiriéndose
a Frómista, en el tomo II, dice “que es uno de los más antiguos ejemplares
del románico francés en Castilla”, reconociendo que es edificio “muy
perfecto en todas sus partes para tan remota edad (1066) y esto suscita algún
recelo; pero no es imposible esa antigüedad, si se la compara con otros
monumentos contemporáneos fechados” (p. 28). En el tomo III se ocupa primero de
San Andrés de Arroyo y sugiere la posibilidad de los mismos artífices en San
Andrés y en Las Huelgas, calificando al monasterio palen tino “de estilo
gótico cisterciense puro y elegante, aunque lleno, de reminiscencias románicas”
(p. 352). Cuando trata del monasterio de Santa María la Real de Aguilar de
Campoo casi copia literalmente algunos juicios y aspectos que ya había expuesto
en la monografía que en 1908 había dedicado al monumento, copiando incluso las
mismas frases, y repitiendo su opinión sobre la existencia de una iglesia “de
mediados del XII, anterior por lo tanto a la ocupación premostratense”, y
reconociendo “que la dualidad es evidente: “hay allí –dice– mezcla de obra
románica aprovechada, ojival transitiva y ojival algo más avanzada” (p.
408). Hace al final un comentario sobre el traslado que se hizo en 1871 de los
capiteles historiados de la iglesia al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, y
dice de ello: “A bien que no estuvo mal pen sada la acción, pues los que
quedaron han sido y son objeto de rapiñas y destrozos que causa vergüenza
reseñar” (p. 409).
Del monasterio de Santa Cruz de Ribas, publica,
como en el resto de los tratados, su plano a escala y describe la iglesia con
vocabulario totalmente técnico. Y de la iglesia de Villamuriel le llama la
atención su “unidad singularísima” en un estilo de transición y dentro
de la escuela templaria y acierta a fecharla “en el primer tercio del siglo
XIII” (p. 425). La obra de Lampérez significó un gran avance en el
conocimiento de los más destacados monumentos románicos palentinos dentro ya de
un concepto de estudio casi moderno.
Realmente esta década de los treinta produce un
avance significativo en el estudio del románico español y en consecuencia
también del de Palencia. Los trabajos en conjunto, aprovechando las
investigaciones cada vez más habituales, se hacen ya lugar común. El marqués de
Lozoya publica en 1931 su Historia del Arte Español basada sobre todo y para lo
románico en los estudios de Puig y Cadafalch, Lampérez y Gómez Moreno, y recoge
la controversia entonces en auge sobre la prioridad de la catedral de Santiago
sobre la de Saint-Sernin de Toulouse o Conques. Para lo de Palencia cita a
Frómista.
En el mismo año, Mayer daba a la imprenta su El
estilo románico en España con referencia destacada al palentino, y en contra de
la opinión de Porter dice que Carrión no tiene nada que ver con el frontal de
Silos. Y añade: “El apostolado de Moarves no es ni muy anterior al de
Carrión, ni me parece derivado de éste, ni tampoco tiene importancia el que sea
verdadera mente anterior o posterior al otro. Es obra seguramente española,
provinciana, que parece más bien derivada de obras por el estilo de la catedral
de Lugo”.
Lambert incluía en El arte gótico en España
pormenores sobre los monasterios de carácter cisterciense de la escuela
hispano-languedociana en Palencia: Aguilar de Campoo y San Miguel de Palencia,
así como el de Villamuriel. Las aportaciones de Lambert no ofrecen real mente
nada nuevo y poco significan para el conocimiento más amplio de nuestro
románico.
Más interés tiene el artículo de Torres Balbás,
publicado también en 1931, que al hacer un estudio sobre un cierto tipo de
abovedamiento, se refiere al monasterio de Santa María de Mave al que califica
de “clara importación francesa”, y viene a asegurar el pensamiento de
anteriores investigadores que ya pensaban que la escultura del románico final
palentino tenía sus fuentes en lo borgoñón. Torres Balbás dice que Mave “tiene
grandes semejanzas con la iglesia de Neris (Allier), cuya nave se construye en
la segunda mitad del XII”. Al ponerse en total relación, desde este
momento, las influencias borgoñonas tanto arquitectónicas como escultóricas,
prácticamente ninguno de los investigadores posteriores dejará de reconocer la
inspiración de lo francés en el último románico palentino.
Un año después del trabajo de Torres Balbás
sale a la luz el catálogo de los monumentos españoles declarados “nacionales
o histórico-artísticos” y por tanto dignos de necesaria protección estatal.
Palencia, en lo románico, incluye ya como declarados los de San Martín de Frómista
(13-XI-1894); monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo
(4-XII-1914); cripta de San Antolín (2-XI-1894); y las iglesias de San Miguel
de Palencia, Santiago, Santa María y San Zoilo en Carrión de los Condes, San
Salvador de Nogal de las Huertas, Villamuriel del Cerrato, San Juan de Moarves,
Santa María de Husillos, San Andrés de Arroyo, San Pelayo de Perazancas, Santa
María de Mave, Santa María de la Vega y San Quirce de Río Pisuerga (todas en
3-VI-1931). Con ello, la República recién llegada había defendido práctica
mente las principales iglesias románicas palentinas que hasta esos momentos
habían quedado expuestas a su deterioro. Sin embargo aún permanecieron sin
protección oficial iglesias como Frontada, Puebla de San Vicente, Arenillas de
San Pelayo, Nogales de Pisuerga, Gama, Matalbaniega, Zorita de Páramo,
Vallespinoso de Aguilar, y otros muchos monumentos que cierta mente quedan
olvidados. Pero no cabe duda que nuestro románico se valoró como algo digno de
ser considerado en el conjunto nacional e incluso internacional, pues a poco de
ello se inician las publicaciones de Gaillard53 y de Goldschmidt en donde ya
las comparaciones con capiteles y esculturas palentinas se repiten
constantemente con el intento de fijar una cronología a los grandes conjuntos
de Ávila, Oviedo, Silos, Santiago de Compostela y Carrión cuyo Cristo del
apostolado pone en relación con el maestro de la portada de San Vicente de
Ávila.
En 1934, Gómez-Moreno, el gran patriarca de la
arqueología y del arte en estos años, saca a la luz un libro que va a
estructurar las líneas generales del románico español. Antes que los trabajos
de Goldschmidt plantea ya la influencia francesa, al decir en su primer capítulo
de “Orientaciones” que “al mediar el siglo XII, Francia nos trae
fórmulas de arte más progresivas, más galanas [...] y una renovación de
bizantinismo en las artes plásticas”. Dado el programa de su libro, que
sólo se ocupa del “primer románico”, Gómez Moreno sólo trata en lo
palentino de la cripta de San Antolín –a la que considera como arranque del
románico castellano– y de San Salvador de Nogal de las Huertas, Frómista, San
Pelayo de Perazancas y San Isidro de Dueñas, exponiendo ideas y opiniones que
aún son totalmente vigentes.
Terminando ya la década de los años treinta va
a tener Palencia una aportación funda mental para el conocimiento y
localización de muchas de las iglesias románicas de la provincia hasta ahora
completamente inéditas. De justicia es reconocer, por parte de los que después
hemos estudiado el románico palentino, que el Catálogo Monumental de la
Provincia de Palencia, de Navarro García, fue la ayuda indispensable para
guiarnos en el conocimiento de las iglesias de aldea que eran o podrían ser de
estilo románico. Si aun con el trabajo de Navarro fue difícil conseguir este
conocimiento, fácil es suponer lo que hubiese sido recorrer toda la provincia
sin este apoyo del ilustre investigador palentino. Navarro García, al describir
las iglesias de todos los pueblos, por pequeños que fuesen, dejaba siempre una
perfecta pista sumamente válida. A veces confundía algunas cosas, y otras no
llegaba a afinar en la cronología, pero la suma de datos que ofrecía, en un
trabajo realmente por encima de las posibilidades de una sola persona,
resultaba un auxilio utilísimo en geografía tan complicada como es, sobre todo,
el norte palentino. Naturalmente que casi nunca, dado el carácter de su obra,
entraba en divagaciones estilísticas, pero sí perfilaba suficientemente el
carácter de la iglesia, a lo que contribuía en gran medida la parte fotográfica
correspondiente.
Se abría la década del cuarenta con el comienzo
del desmenuzamiento del románico regional que va a ser estudiado siguiendo la
pauta provincial, bastante criticada por algunos–más bien a posteriori– por lo
que tenía de ficticia y de parcial, pero que, en el fondo, se demostró
enormemente útil para ir componiendo poco a poco el mapa total del románico
español, que ya había sido iniciado con Puig y Cadafalch en lo catalán en 1909
y seguida por Gómez Moreno en los Catálogos de León y Zamora; por Layna Serrano,
que publicaba en 1934 su Arquitectura románica en Guadalajara y por Biurrun
Sótil que, en 1936, hacía lo mismo con el románico de Navarra. Pero es ahora,
en los cuarenta, cuando otra insigne figura, Gaya Nuño, abre brecha personal en
los estudios del románico provincial, publicando los románicos de Logroño y
Vizcaya y culminando con el espléndido trabajo sobre el de Soria.
Ciertamente que a partir de la obra de Gómez
Moreno de 1934, los estudios románicos se pusieron de moda y la proliferación
de trabajos da pie para que ya en 1944, Pijoan, dedique su tomo IX al arte
románico, y Camps Cazorla publique El arte románico en España siguiendo a Gómez
Moreno, su maestro, pero dedicando más atención que éste al siglo XII, y
componiendo, ciertamente, el primer libro donde se expone toda la evolución del
románico español que, en general –salvo detalles– sigue siendo aceptada. De los
edificios palentinos se detiene, como Gómez Moreno, en la cripta de San
Antolín, Nogal y Dueñas, para lo antiguo. Silencia, sin embargo, el románico
palentino que pudiera pertenecer a la primera mitad del XII, sin duda por
desconocimiento de los monumentos.
Para la segunda mitad del XII tan solo
selecciona en Palencia al maestro escultor de Santiago de Carrión, al que pone
en relación con Cahors, Lugo, Silos y con el maestro de la portada occidental
de San Vicente de Ávila (¿Fruchel?) al que cree autor también del sepulcro de
los santos Vicente, Sabina y Cristeta. De este maestro dice que “los
precedentes miran hacia cosas de Francia, en Saint-Denis y Chartres”.
Los estudios sobre algunos aspectos concretos
del románico español siguen ocupando las revistas que son en estos momentos el
Archivo Español de Arte, el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, la
Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, Príncipe de Viana, Boletín del
Seminario de Arte y Arqueología de Valladolid, Boletín de la Institución Fernán
González, Revista Nacional de Arquitectura, Boletín de la Biblioteca Menéndez
Pelayo, Boletín de la Academia de la Historia, etc., entre las españolas, y la
Gazette des Beaux-Arts, Revue Hispanique, Bulletin Monumental, etc., entre las
francesas interesadas por el románico español. En los artículos referentes a la
escultura románica es extraño aquel que no establezca algunas comparaciones con
la románica palentina, sobre todo la de la segunda mitad del siglo XII, que ya
desde antiguo venía relacionándose con todo lo mejor de Palencia, como el de
Torres Balbás de 1946, sobre iglesias con columnas pareadas. Estudios directos
y exclusivos sobre el románico palentino apenas se publican. Tan sólo podemos
citar un tra bajillo de García de los Ríos sobre “dos capiteles del más puro
estilo románico”, de la iglesia de Santa Cecilia de Aguilar de Campoo, uno
de ellos el conocido y espléndido de la Matanza de los Inocentes. Sin embargo
en el tomo V del “Ars Hispanie”, Gudiol y Gaya Nuño dedican largos
párrafos a las iglesias o apostolados palentinos, comenzando naturalmente por
la cripta de San Antolín, y dedicando a Frómista todo un epígrafe en el que
incluyen la cita de Dueñas. Pero lo más novedoso es la recogida ya de iglesias
y esculturas que Camps nunca citó, como Quintanaluengos, Santa Eufemia de
Cozuelos, Mave y el apostolado de Moarves, del que nadie se había preocupado
hasta ahora. También mencionan las portadas de Perazancas, Arenillas de San
Pelayo y Revilla de Santullán, y las iglesias de Husillos, Torre de Marte en
Astudillo, Castrillo de Onielo, Villadiezma, etc., y en lo escultórico de
finales del XII, los capiteles de Lebanza, y no menciona San Andrés de Arroyo,
ni Santa María de Aguilar por ser sin duda incorporados, en la organización del
“Ars Hispaniae”, en el volumen del gótico de Torres Balbás que sí los
estudia. El mismo Gudiol, esta vez con Spencer Cook, y dentro de la pin tura
románica, se ocupa de la de San Pelayo de Perazancas y, en imaginería, del
Cristo de Santa Clara de Astudillo, que ya estaba en el Museo de los Claustros
de Nueva York, y del retablo de Mave del Museo Diocesano de Burgos.
Llegados ya a la década de los cincuenta, la
provincia de Palencia vuelve a interesar a algunos investigadores más o menos
jóvenes que deciden trabajar en obras de conjunto sobre el románico regional en
su pureza artística o incorporándolo a visiones históricas más amplias. Del
primer caso son los estudios de García Guinea, que desde 1951 se propuso
realizar un catálogo de iglesias de los siglos XI y XII, analizando su
arquitectura, escultura y pintura, en un estudio general y comparativo. La
obra, que se concluyó a fines de 1953, fue presentada como tesis doctoral en
Madrid en 1954 y no se publicó hasta 1961, editada por la Diputación de
Palencia. Se abrió así el interés total por los monumentos románicos
palentinos, que durante los años de investigación de García Guinea también
afectó a Revilla Vielba y Torres Martín, quienes en 1954 publicaban un avance a
este románico provincial en quince páginas de la revista de la Institución
Tello Téllez de Meneses. En el mismo año, Huidobro sacaba una historia sobre
Aguilar de Campoo en donde se detenía en sus edificios románicos, aunque no
todavía con la amplitud de una visión arqueológica-artística. En 1955,
Rodríguez Muñoz volvía sobre la cuestión, ampliando el resumen de Revilla
Vielva y Torres Martín, insistiendo en la misma revista de la Tello Téllez.
Rodríguez Muñoz sigue un orden de edificios románicos del siglo XI y luego del
XII. Con referencia a los del XI, estudiados por Gómez Moreno en su conocido El
románico español de 1954, no se aparta en nada de lo dicho por éste en la
cripta de Palencia, Frómista o Nogal de las Huertas, aunque considera
equivocadamente también del XI a Santa Cecilia de Aguilar por apoyarse en la
lápida de la que habló Navarro y que nadie más ha podido localizar, con una
fecha de 1041. Adelanta en cronología algunas otras iglesias, ya del XII, que
él coloca en “las postrimerías del siglo XI”, como Santa María de
Carrión, la Asunción de Perazancas, Salcedillo y la iglesia del Castillo, en
Támara. Hace también un apartado con las de “transición” y en él incluye
Santa María de Aguilar, Mave, San Miguel de Palencia, San Andrés de Arroyo,
Villalcázar de Sirga y Villamuriel. El estudio no puede considerarse completo
ni tampoco ampliamente descriptivo, sobre todo si le comparamos con la tesis de
García Guinea compuesta un año antes. De todas formas es curioso señalar que en
estos dos años de 1954 y 1955, se compusiesen los trabajos que acabamos de
reseñar, al tiempo que salí an a la luz el románico de Cinco Villas (Zaragoza)
de Abad Ríos y los estudios de Pita Andra de sobre la escultura románica en
Castilla y la filiación del maestro Mateo, que no dejaron de ofrecer relaciones
y comparaciones con lo palentino. Seguramente también había comenzado su amplio
trabajo sobre el románico de Burgos, Pérez Carmona, cuya primera edición salió
en 1959.
Esta especie de “fiebre” por el románico
continuó no solo en la segunda mitad de la década del cincuenta sino también en
la de los sesenta. Gaillard publica en 1956 sus estudios sobre la escultura en
España con leves alusiones a la palentina, y su comentario sobre las
influencias o caracteres de las mismas, y Gudiol sacaba en la Tello Téllez el
primer estudio editado sobre la pintura románica en Palencia. También García
Guinea con la iglesia de Santa Eufemia de Cozuelos, en 1959, anticipaba algo de
lo que iba a ser después, ya editado, su El arte románico en Palencia, 1961. En
Francia, Salet presentaba en 1959 un comentario sobre la escultura española del
siglo XII, y en Palencia García Guinea insistía sobre los capiteles del
monasterio de Aguilar de Campoo y el misterioso maestro Fruchel, terciando en
las controversias e hipótesis sobre el lugar, cronológico y artístico, que
podía ocupar la escultura palentina de la segunda mitad del siglo XII dentro
del conjunto español de esa época.
Más allá de estas últimas publicaciones de
García Guinea, poco se hizo en relación con nuestro románico palentino; como si
sus estudios hubiesen paralizado un poco los deseos de insistir en un tema que
aparentemente pudiera parecer acabado. Idea, desde luego engañosa, pues el
volumen de Guinea ya fue presentado por él mismo como “un primer
camino abierto hacia más amplios horizontes”. Horizontes, quizá, que sólo
su autor sabía lo abiertos que quedaban hacia un futuro.Los investigadores extranjeros siguieron
insistiendo en sus obras de conjunto (Marcel Durliat, L’art roman en Espagne,
París, 1962) o en tesis y trabajos en los que se analizaba, más que nada, la
escultura e iconografía y en donde lo palentino era siempre cotejado como
referencia. Así Brooks insistía sobre los claustros románicos de Francia y
España y Gaillard sobre las esculturas españolas de la segunda mitad del siglo
XII, haciendo referencias a Carrión y monumentos singulares (sin mencionar ni a
Aguilar ni a Moarves), y tomando parte en la guerra de hipótesis y cronologías
que desde Porter (1927) se había entablado, sin triunfo manifiesto de nadie,
acerca de la escultura española de finales del XII.
En 1964 tiene lugar la publicación en la
revista Príncipe de Viana, de un artículo del historiador Antonio Ubieto Arteta
modificando la cronología que se había dado de la catedral de Jaca, asegurando
que no pudo iniciarse hasta 1077 al menos, lo que vino a romper la tradicional
creencia desde Gómez Moreno, de que la corriente del primer románico –también
llamado de “peregrinación”, y por mí, más determinantemente, “dinástico”–
se había iniciado en Jaca, ya que se seguía manteniendo la fecha de 1066 para
Frómista, lo que parecía indicar que la dirección de expansión resultaba
inversa.
Iniciada la década de los setenta empiezan a
salir a la luz impresa piezas escultóricas palentinas que, por diversas
circunstancias, habían ido a parar a los museos americanos. Ello contribuyó a
conocer nuestro patrimonio provincial en lo exportado, aun cuando ya desde
1927, y gracias a Porter, se conociesen los capiteles de Lebanza adquiridos por
el Fogg Art Museum de la Harvard University. Ahora, gracias a las anotaciones
catalogadoras de Glass, Seidel, Cahn suma nuestro románico una serie de
capiteles (entre ellos vuelve de nuevo sobre los de Lebanza), algunos de
procedencia local incierta y otro con seguridad de Santa María de Aguilar,
todos publicados en la revista Gesta.
En 1973, Moralejo Álvarez, dentro de las actas
del XXIII Congreso Internacional de Historia del Arte de Granada, publicó una
aguda visión comparativa entre uno de los capiteles del arco triunfal de
Frómista y el sarcófago romano de Husillos. Su tesis, realmente novedosa, venía
a modificar, en cierta manera, la línea de influencias Jaca-Frómista propuesta
por Gómez Moreno. La existencia de un capitel en la catedral aragonesa
asimilable en estilo al de Frómista, hacía que nuestra iglesia palentina
viniese a ser precedente antes que consiguiente, pues si el escultor de su
capitel tomaba como modelo el sarcófago de Husillos, villa próxima a Frómista,
llevaría después este estilo al monumento jaqués. De todas formas, el propio
Moralejo, concreta que “la prioridad que otorgamos a Frómista se limita
exclusivamente a la escultura y tampoco pretendemos que comprenda ‘toda’ la
escultura”. Con esta hipótesis de Moralejo, la importancia de Frómista
–antes casi marginada en la polémica de relaciones Jaca, San Isidoro de León,
Toulouse, etc.– adquirió otro alcance dentro del primer románico castellano
leonés que pudo estar relacionado con el de Gascuña.
En 1974, Azcárate Ristori, leyó el discurso de
entrada en la Real Academia de Bellas Artes sobre el tema El protogótico
Hispánico, rompiendo de hecho con el tradicionalmente llamado estilo de
transición, quizá con cierta razón, pero que mal interpretado dio lugar a que
muchos edificios del último románico fuesen sin selección considerados como
proto góticos allá donde se vislumbrase un arco apuntado. En 1975 Guadalupe
Ramos publica ba en el Boletín del Seminario de Arte y Arqueología de
Valladolid un artículo referente a la documentación existente sobre Fruchel del
que sólo se sabe de cierto que fue magister operis in cathedralis ecclesia (de
Ávila), y que sólo por asimilación se le atribuyó el trabajo en San Vicente.
Con ello la figura de Fruchel queda bastante difuminada, aunque García Guinea
la siguió utilizando más que como artista individual como símbolo de los
maestros de Ávila. En 1977 salía a la luz el Inventario artístico de Palencia y
su provincia, de Martín González, Urrea y Valdivieso, en donde se recogieron de
nuevo, y en criterio de fichas de inventario, los edificios románicos
palentinos.
Yarza, en 1979, al referirse una vez más a las
relaciones entre Ávila, Carrión y Aguilar no veía tan clara la conexión
artística, y la existencia de un maestro común principal –como en cierta manera
suponían Gómez Moreno y sobre todo García Guinea– aludiendo a que estas
semejanzas pueden ser más que nada coincidencias de época.
A partir de 1980 existe un cierto nuevo interés
por ocuparse del románico palentino. De manera general, por García Guinea que
publica, en 1983 un resumen de este arte en una comunicación en un ciclo de
conferencias organizadas por la Diputación palentina, y en donde da una
distinta orientación y organización a la que planteó en su tesis, modelo que
vuelve a repetir, en cierta manera, en el capítulo correspondiente de la
Historia de Palencia de Julio González, en 1984.
En otra dirección, y en esta misma década, hay
trabajos individualizados de monumentos, cuestiones o problemas más
particulares en el románico palentino siguiendo los intentos de relación con
edificios o esculturas foráneas. Así podemos ver que Simon daba a conocer en
1984 dos capiteles procedentes al parecer de la zona palentina, pero sin
especificar lugar concreto, que pueden evidentemente relacionarse
estilísticamente con el maestro que García Guinea denominó “de los capiteles
de Moarves”, aunque su ejecución es mucho más torpe y rural que el buen
arte de Moarves. Junto a estos capiteles, Simon volvía a referirse al crucifijo
de Astudillo del Metropolitan Museum. Un año después, Ara Gil presentaba un
trabajo sobre el monasterio de Aguilar en las Jornadas sobre el románico en
Palencia en donde se intenta diferenciar las distintas etapas constructivas y
se vuelve sobre los capiteles iconográficos de la iglesia y del claustro que,
en 1986, serán publicados por Bravo y Matesanz en un estudio amplio y
minucioso, pero que sigue dejando muchas interrogaciones de cronología y
relaciones que muy difícilmente podrán ser resueltas.
El último trabajo referente a temas reales y
científicos del románico palentino se ha publicado también por Hernando Garrido
en diciembre de 1993, con posterioridad a la terminación de su tesis, y hace
referencia a capiteles, pilas bautismales y otras piezas arquitectónicas y
escultóricas inéditas o poco conocidas de iglesias románicas palentinas como
Quintanilla de la Berzosa, Santa María de Becerril, Zorita del Páramo, Cantoral
de la Peña, Revilla de Collazos, Montoto de Ojeda, Santa Eufemia de Cozuelos,
San Jorde de Villabermudo, Frontada, Pozancos, Prádanos de Ojeda, Páramo de
Boedo, Castrillo de Villavega y Rebanal de las Llantas, que como dice el autor
“nos advierten que algunos de los canteros formados en Rebolledo de la Torre
(Burgos), Santa Eufemia de Cozuelos, Arenillas de San Pelayo, Lebanza, Aguilar
de Campoo o San Andrés de Arroyo, participan en la ornamentación escultórica de
edificios más modestos”.
Muy recientes son, también, dos libros de Jesús
Herrero Marcos, publicados en Palencia. Ambos están ricamente editados, con
buen tratamiento fotográfico y clara orientación turística. El primero hace un
recorrido por todo el románico palentino incidiendo en interpretaciones del
simbolismo escultórico. El segundo es una bella monografía sobre San Martín de
Frómista.
M. Durliat, en 1994, acaba de publicar un
libro, sobre escultura románica del siglo XI en Occidente que, extrañamente, no
hace mención directa a los edificios románicos españoles de ese siglo, cuando
son indudables las relaciones de Frómista, sobre todo, con algunas formas
escultóricas francesas, léase, por ejemplo, capiteles de Sainte-Foy de Conques,
Bernay, Saint-Benoit-sur-Loire, Meobecq, Poitiers, etc., cuyas cronologías no
hay seguridad que puedan ser anteriores a las de nuestros monumentos
palentinos. En este aspecto, las indecisiones cronológicas en lo francés son
muy parejas a las nuestras, sin que, por ello mismo, pue dan servir para
ayudarnos a la fijación de fechas absolutas y sí solo para comprobar el sincronismo
de los dos románicos iniciales.
Desarrollo general del románico
palentino
Ambiente histórico y social
Una primera advertencia, que conviene
anticipar, previa a toda estructuración del románico palentino, es que éste no
puede ser considerado en sus límites geográficos provinciales, y ni siquiera en
los más amplios de la región castellano-leonesa. Las fronteras medievales eran
flexibles y mucho más elásticas que las modernas, y las relaciones interiores y
foráneas, según puede comprobarse histórica y documentalmente, eran muy
frecuentes y hasta profundas, de modo que sobre todo a partir del siglo XI, los
caminos de Europa, e incluso los orientales, traían y llevaban influjos
recíprocos que iban conformando una unidad de acción y de pensamiento cuya
manifestación más patente es el arte románico, primer arte de unidad europea
después de la alcanzada por el imperio romano.
La provincia –tranquila ya la Meseta Norte
después de la muerte de Almanzor– va a ser traspasada en su centro casi, de
este a oeste, por la vía peregrina, y comercial, del Camino de Santiago. La
constante comunicación que esta calzada produce, no sólo con las regiones de
Galicia, Navarra y Aragón, sino con Francia y Europa, coloca a la Palencia
actual en un área de recepción directa de toda clase de novedades, así como la
hace necesariamente transmisora de los productos creados en tierra hispana, en
unos siglos –XI y XII– en que la potencia y el auge de Castilla, León, Navarra
y Aragón no tienen casi parangón con otros reinos extranjeros, dado que,
producida la desmembración del Califato con los reinos de taifas, la
reconquista avanzó profundamente en todas direcciones.
La España de estos dos siglos románicos, no es,
de ninguna manera, un país aislado que pudiera desentonar de lo que en Europa
se llevaba, sino, al contrario, el foco más vital –o de los más vitales– del
continente, teniendo en cuenta la proximidad a la cultura árabe andaluza, las
relaciones con la Francia cluniacense y la personalidad de reyes como Sancho
III el Mayor de Navarra o los Alfonsos (VI, VII, VIII), sus sucesores en
Castilla, que iniciaron con sus empresas militares y culturales el ocaso de la
Alta Edad Media y abrieron anticipadamente las puertas a todo lo que después
produjo la primera unidad nacional europea.
No es pues aceptable ese criterio, a veces tan
utilizado, de provincianismo o de autogeneracionismo de la vida y desarrollo de
la región palentina en muchas cosas. Como toda Castilla, pero sobre todo como
toda la Submeseta Norte, los contactos directos o indirectos con el quehacer
europeo, en todos los sentidos (cultura, comercio, religión, etc.) son
permanentes y decisivos. Los reyes castellanos y leoneses, repetidamente
emparentados con los más poderosos europeos, toman a nuestra provincia, o mejor
a sus principales ciudades y monasterios, como escenario repetido de acciones
de gobierno tanto civil como eclesiástico. Que el territorio actual palentino
fue uno de los más nucleares de la monarquía castellanoleonesa lo prueba el que
de los dieciséis concilios nacionales celebrados en el siglo XII, diez lo
fueron dentro de la diócesis y en villas y ciudades como Palencia, Carrión y
Husillos; así como sabemos que los obispos de Palencia, una vez restaurada la
diócesis con Sancho III el Mayor y Fernando I, estuvieron siempre muy cerca del
poder de la Corte, pues don Bernardo, por ejemplo, que gobernó de 1065 a 1085,
fue capellán del palacio real y llegó a titularse arzobispo y su sucesor
Raimundo debió ser maestro de Alfonso VI. Fue también quien reunió el I Concilio
Nacional en Husillos (1088), al que asistió entre otros (y para corroborar la “internacionalidad”
de nuestra tierra) el arzobispo de Aix, lo mismo que sucedió con el II Concilio
celebrado en 1100 en Palencia, ciudad, en donde estuvo presente el arzobispo de
Arlés.
No hay que olvidar, tampoco, que las villas
palentinas, lo mismo que la capital, Palencia, fueron en estos dos siglos
románicos centros neurálgicos de los reyes castellanos y del funcionamiento de
las Cortes. Así sabemos, como ejemplo, que Carrión fue vivienda de la reina
Urraca, y lugar del Concilio 2.º con Alfonso VII en 1130; que Palencia lo había
sido de Cortes en 1129; que en Carrión fueron armados caballeros Alfonso IX de
León y Conrado hijo del emperador de Alemania; que Alfonso VI tuvo palacio
cerca de Nogal de las Huertas; que en nuestras tierras tenían dominio los
poderosos condes de Saldaña, Monzón y Carrión, etc.
Por otra parte y ya en la segunda mitad del
siglo XII, el obispo de Palencia, Raimundo II, hubo de tener indudable
influencia sobre el poder civil al ser tío de Sancho III y tío abuelo de
Alfonso VIII, y le vemos consagrando la iglesia de Santa María de Husillos en
1158, y el monasterio de Nogal en 1165, favoreciendo en 1172 la construcción de
la abadía de Lebanza.
Fue también en la mitad del siglo XI cuando
reyes y nobles castellanos se hacen devotos propagandistas de la orden
cluniacense y, por lo tanto, de la penetración directa de influencias
francesas. La condesa doña Teresa, por ejemplo, entregó el monasterio de San
Zoilo de Carrión al monasterio francés en 1076; Alfonso VI hacía lo mismo, a
través de Sahagún, con el de Nogal de las Huertas, en 1093; y antes lo había
hecho con el de San Isidro de Dueñas, en 1073, y con el de San Juan de Hérmedes
en 1077. El de San Román de Entrepeñas pasó también a la orden cluniacense al
incorporarse en 1118 al de San Zoilo, y esto sucedió con el de San Martín de
Frómista que dio la reina doña Urraca en 1118 al mismo monasterio carrionense.
La introducción de nuevas órdenes religiosas en
el reino de Castilla, tuvo repercusión en tierras palentinas especialmente en
la segunda mitad del siglo XII, y en correspondencia con la expansión del
último románico que, prácticamente, llena de obra escultórica, iconográfica o
vegetal, todo el norte de nuestra región. Aunque no sabemos bien –aunque
intuimos– la participación directa del rey Alfonso VIII, en el asentamiento en
la provincia de monasterios cistercienses (San Andrés de Arroyo, Santa María de
Matallana, Santa María de Valverde, Santa María de la Vega), premonstratenses
(Santa María de Retuerta, Santa María la Real de Aguilar de Campoo, Arenillas
de San Pelayo, Santa Cruz de Ribas), agustinianos (Santa María de Benevívere),
santiaguistas (Santa Eufemia de Cozuelos), creemos que este reforzamiento
monástico no pudo producirse sin el apoyo del rey de Castilla que por estos
años estaba empeñado en reforzar la costa cantábrica hacia la cual los campos
palentinos eran tránsito necesario. Palencia, pues, en estos siglos románicos
fue una parte vital de los reinos leonés y castellano, y motivo territorial de
disputas de ambos, que por posesión de sus campos en los cauces del Pisuerga y
Carrión llegaron a veces a las armas. También fue la región que analizamos
repartida en estos siglos entre varias diócesis, resultando así que si por una
parte su diócesis desbordaba la actual provincia de Valladolid, por otra –al
noroeste y este– muchos valles y pueblos eran de las de Burgos y León, por lo
que las influencias de estos tres grandes compartimentos obispales fueron
patentes, fuertes y variadas. Seguramente que si la personalidad del obispo
Raimundo II de Palencia, como ya vimos, fue definitiva para muchas iglesias y
parroquias palentinas, no lo fue menos la de algunos obispos burgaleses, como
Pascual (operando en la montaña palentina hacia la segunda década del siglo
XII, con la consagración de las iglesias de Brañosera, Cordovilla de Aguilar y
Salcedillo) y Mauricio, en los años finales de este mismo siglo y principios
del XIII, interviniendo en el levantamiento y consagración de otras iglesias en
sus dominios palentinos del alfoz de Aguilar de Campoo y alrededores. Así le
vemos asistir a las consagraciones de Cabria (1222), y de la iglesia nueva del
monasterio de Santa María de Aguilar en este mismo año. Epigráficamente sabemos
que el obispo Mauricio había ya pasado por estos montes palentinos en 1214 para
consagrar en la zona cántabra de Campoo de Yuso la iglesia de Villapaderne.
Seguramente que otras iglesias serían también consagradas por Mauricio, aun
cuando de ello no quedó constancia documental.
El cuestionado románico del siglo XI
palentino
Esta enumeración –sólo parcial– de actividades
y hechos de trascendencia en el ámbito de nuestra actual provincia, así como la
intervención en ellos de reyes, obispos y alta nobleza, la damos a conocer para
poder asentar nuestro convencimiento de que el románico palentino, tanto en sus
comienzos como en su final, no surge en focos rurales, apartados, ni es
creación popular, o mera transcripción de corrientes arquitectónicas externas
que vienen aquí a morir por cansancio. El románico de Palencia, como todo el
castellano, tiene sin duda unas bases iniciales que recogen la tradición de
sistemas o construcciones anteriores, prerrománicas (nota, por otra parte,
aplicable a todo el románico europeo), pero desde el mismo comienzo está
abierto a las novedades que se van implantando en Europa, y son estas novedades
las que se van poco a poco –o casi repentinamente en otros casos– imponiendo.
La situación histórica de Palencia, en la fecha
en que el rey navarro Sancho III el Mayor amplía la cripta visigoda de San
Antolín en la capital palentina, parece lo suficientemente significativa para
explicarnos el brote inicial del románico en la provincia. A fines del siglo X,
o en los principios del XI, la arquitectura privativa en Castilla, como más
actual, sería la mozárabe (San Cebrián de Mazote, San Millán de la Cogolla,
vieja iglesia de Santa Eufemia de Cozuelos, Wamba, Lebeña, y otras iglesias sin
duda desaparecidas) y parece que la aparición del románico –que ya se está
instalando en estos momentos en las tierras catalanas y pirenaicas– debería
incorporarse a edificios de rasgos mozárabes.
Sin embargo, nuestro románico aparece,
ciertamente, por intervención de altas esferas culturales –reyes y obispos–
recogiendo no lo mozárabe, sino lo más viejo aún de lo asturiano. El obispo de
Oviedo, Ponce, catalán de origen, es el que se encarga de colocar la bóveda de
la cripta de San Antolín, de cañón sobre fajones, que había visto en la capital
asturiana en Santa María del Naranco y posiblemente en San Pedro de Rodas, en
el Ampurdán gerundense, cuando era monje de Ripoll.
Esta penetración de corrientes culturales
navarras y catalanas continuaría con el siguiente obispo, Bernardo, también
procedente de tierras orientales y puede explicar ese testimonio casi único de
lo catalán-lombardo en Palencia, en la pequeña iglesia de San Pelayo de
Perazancas, consagrada en 1076.
Pero si el primer impulso para el nacimiento de
nuestro románico se da recogiendo técnicas de cubrición asturianas y síntomas
de lo implantado en Cataluña, a través de Navarra, la verdadera eclosión del
románico vendrá por corrientes europeas que pudo acercar el Camino de Santiago,
en estos mismos años de la segunda mitad del siglo XI, y derivadas de la
relación indudable de Sancho III y de su dinastía –hijos, viuda y parientes–
con la Orden de Cluny, que daría lugar al que yo he llamado románico “dinástico”
que se extenderá por el Camino en este siglo y en los principios del XII.
Sancho III corta, al apostar por el europeísmo a ultranza, la dirección
evolucionista de lo viejo visigodo-mozárabe (aún conservado en la iglesia
románica de Quintanaluengos, junto a Cervera de Pisuerga, con sus arcos de
herradura), y apuesta por lo asturiano con abovedamiento de perpiaños, que ya
trae también la arquitectura generada en el Camino francés o en las tierras
catalanas (San Pedro de Rodas).
Así pues, en este primer románico del siglo XI
palentino, existe una triple corriente: aquélla, primero, que conserva
tradiciones prerrománicas (visigodas, asturianas y mozárabes) pero que ya
incorpora elementos del nuevo estilo europeo (el ejemplo conservado sería la
cripta de San Antolín). Otra segunda, procedente de influjos del primer
románico lombardo, sin duda acercada a Palencia por las relaciones de Sancho
III con Cataluña y que se percibe con expresa claridad en el ábside de San
Pelayo de Perazancas, ermita que yo no dudo sea de otra fecha que la que marca
su epigrafía. Y, finalmente, otra tercera corriente, la ya “puramente”
románica de inspiración inicial francesa que promovida fundamentalmente por las
relaciones de los monarcas castellanos (Fernando I y Alfonso VI) y
navarro-aragoneses (Ramiro I y Sancho Ramírez) con Francia y la Orden de Cluny,
impone el ya cristalizado arte románico europeo que se logra por una mutua
intercomunicación de centros políticos y feudales a través de las relaciones matrimoniales
de los reyes, el intercambio de formas culturales, la participación de la
nobleza gala en algunos empeños de nuestra reconquista, y el tránsito de
peregrinos que traían y llevaban todo género de novedades. Maestros
arquitectos, canteros, escultores y pintores, se verían también implicados en
este tráfico, llamados –los mejores– por los monarcas, abades, obispos y
nobles, para la ejecución de sus monasterios, iglesias y catedrales.
Este románico que en la España del norte “brota
casi al mismo tiempo en monumentos como el pórtico y la iglesia de San Isidoro
de León, el monasterio de Sahagún y en Palencia en los de San Zoilo de Carrión,
Frómista, Nogal de las Huertas y San Isidro de Dueñas, y que en Aragón aparece
en la catedral de Jaca, en el extremo oriental, y en Santiago de Compostela en
el occidente, no creo nadie puede negar que tiene una línea significativa en el
Camino de Santiago, y una semejante cronología, segunda mitad del siglo XI. De
su génesis y de sus conexiones se ha hablado mucho, primero poniendo como
núcleo originario y modélico la catedral de Jaca y sus maestros, después
haciendo de Frómista quizás el monumento iniciador y distribuidor de
influencias, como muy sagazmente ha supuesto Moralejo”.
Y aunque parece muy posible que uno de los
escultores de Frómista (hay más de un maestro) trabaja primero en este viejo
monasterio palentino y después en Jaca (según lo que parece deducirse de su
interpretación del sarcófago romano de Husillos), es presumible que el equipo
de maestros que elaboran las grandes obras del románico “dinástico”
estuviese bajo la protección o contrato de altos personajes de la Corte –reyes
u obispos– que contaban con ellos para la edificación y decoración de sus
monumentos, pues es revelador que encontremos el mismo estilo de taller –no me
atrevo a decir la misma mano labrante– en algún caso, en monumentos tan
separados desde Jaca, a Santiago de Compostela, todos ellos en el Camino de
Santiago o en el ámbito territorial próximo a él, y en estas décadas finales
del siglo XI. La deducción más elemental es que una política común de los
reinos de Navarra, Castilla y León, patrocinada por sus cabezas reinantes, pone
casi al unísono en marcha la superestructura de una organización que, sin duda
concordada, y desde luego orientada en la línea cluniacense, tiene como
principal finalidad conectar estos reinos cristianos de la España norteña con
la Europa que empezaba a considerar como empresa propia la cruzada contra el
islam y que iba estimulando como suya la obligación de recuperar la iniciativa
de expulsar a los musulmanes de toda tierra europea.
Lo difícil, lo casi imposible, será –y es–
determinar de dónde vienen o dónde se forman estos magníficos arquitectos y
escultores que inician todas las iglesias citadas. La discusión sobre sus
orígenes autóctonos o franceses es ya vieja, pero nosotros, prescindiendo de
chauvinismos, acudimos a la simple comprobación de que la ciudad de León, como
ya sugirieron Gómez Moreno y Bottineau, fue en época de Fernando I un gran foco
de talleres románicos de orfebrería (arca de san Isidoro, cáliz de doña Urraca)
y de eboraria (arqueta de los marfiles, Cristo de Carrizo, Cristo de Fernando
I, etc.) que podría explicarnos dónde estaba la raíz, el centro artístico de
este despertar escultórico, ya que León era un núcleo urbano de antiquísima
fundación, capital de la monarquía continuadora de la legalidad asturiana,
preocupación del rey Fernando I, punto clave en el Camino de Santiago, y
mantenedora de una tradición cultural que sólo requería ese impulso que el
siglo XI proporciona a la sociedad cristiana de la época, impulso que es muy
presumible –como siempre se ha supuesto– se produjese como consecuencia de las
corrientes europeístas que llevan a Castilla y León los abades, obispos y
personajes que vienen con el instaurado movimiento cluniacense, como el
arzobispo de Toledo don Bernardo o los mismos obispos palentinos, don Raimundo
y don Pedro de Agen, alguno muy próximo a los monarcas como el propio Raimundo
a quien Alfonso VI llama magistro meo.
Otra cuestión planteada es la cronología de los
edificios palentinos incluidos en esta etapa del románico “dinástico”,
es decir Frómista, Nogal de las Huertas, San Zoilo de Carrión y San Isidro de
Dueñas. Realmente la divergencia entre unas opiniones y otras no excede de un
margen de 30 ó 40 años, entre el 1066, año en el que, documentalmente, estaba
iniciada Frómista, y los primeros años del siglo XII. Como la construcción de
estos monasterios no parece que fuese siempre de rápida ejecución, es muy
posible que pasasen varios años entre la primera piedra y la última. Veamos
algunos datos más o menos precisos: San Isidro de Dueñas fue incorporada a
Cluny, en tierras de Alfonso VI, en 1075; Frómista está empezándose en 1066;
Nogal de las Huertas se levanta en 1063, en tiempos de la condesa Elvira
Sánchez –probablemente hija del conde Sancho de Castilla, en opinión de Julio
González– según lápida fundacional, y constancia documental con la confirmación
de esta condesa en el testamento de doña Mayor en 1066. Nos queda sólo fijar
las fechas aproximadas de San Zoilo.
Sabemos que lo había construido en su mayor
parte el conde Gómez Díaz que ya había muerto en 1076, año en el que la condesa
viuda, doña Teresa, hallándose en Carrión los obispos de Burgos, Palencia y
Santiago, entregó el monasterio de San Zoilo al monasterio de Cluny, que ella y
sus hijos debieron terminar poco después. Es evidente, pues, que en la década
del setenta ya estaba construyéndose San Zoilo. Pienso que las fechas de todos
estos monasterios son tan concordantes y sus relaciones artísticas tan indiscutibles
que de una manera general, en muy pocos años de más o de menos, habría que
suponer –y casi asegurar– que de 1063 a 1090 todos ellos se están construyendo
y terminando. Serafín Moralejo señala también la relación que pudo existir
entre los escultores de Frómista, Sahagún (sepulcro de Alfonso Ansúrez) y San
Zoilo de Carrión, teniendo en cuenta este lazo común de la familia Ansúrez. Si
en 1063 ya están puestos los capiteles de Nogal de las Huertas (este monasterio
es muy reducido y podría concluirse en uno o dos años y yo no tengo por qué
apartarle de esta cronología) nada de extraño es –siendo casi idénticos a
algunos de Frómista–, que unos y otros fuesen obra del maestro o taller más
destacado entre los que trabajan en el monasterio de doña Mayor en 1066 y años
sucesivos, y que, a su vez se le ve labrar, quizá con mayor fuerza expresiva,
los capiteles de la recién descubierta puerta medieval de San Zoilo, es decir
el maestro o taller antiguamente llamado “de Jaca” y que ya, con más
razón, podríamos llamar de “Nogal, Frómista o San Zoilo”. Los capiteles
de la puerta de San Isidro de Dueñas, están más en relación con el maestro que
trabajó los de las ventanas de los ábsides de Frómista, pero desde luego en la
misma línea cronológica. Y si nos vamos fuera de Palencia, y pasamos a San Isidoro
de León, no es extraño que veamos enormes relaciones con capiteles del interior
de la iglesia que había iniciado doña Urraca años antes de su muerte en 1101, y
con algunas figuras de la Puerta de las Platerías de Santiago. La presencia en
Carrión, como antes hemos dicho, en 1076, de los obispos de Burgos, Palencia y
Santiago de Compostela nos indica que si las relaciones eclesiásticas son
fluidas, lo mismo pudieron serlo las de los artistas reconocidos. Querer rizar el
rizo de abrir hipótesis sobre cuál de todos estos edificios fue el inicial y
cuáles le fueron siguiendo es ya demasiado, pero podríamos lanzar la idea,
basada en una normal actuación, de que la primera intervención del supuesto
taller o maestro de Jaca-Frómista, sería Nogal de las Huertas ya que,
documentalmente, parece la más vieja (1063). Pasaría desde aquí, después de
haber visto el sarcófago de Husillos, a Carrión y a Frómista, casi
simultáneamente iniciados. Acabada su intervención en Palencia pudo ser llamado
a León para la iglesia de San Isidoro –que estaría levantándose en las últimas
décadas del XI– por deseo de la reina Urraca, la zamorana, hija de Fernando I.
Aunque tampoco sería absurdo pensar –por las fechas que se dan a la fábrica de
San Isidoro construida por los reyes Fernando I y Sancha consagrada en 1063–
que el taller o maestro de Jaca-Frómista hubiese trabajado primero en esta
iglesia, algunas de cuyas esculturas fueron más tarde incorporadas a la Puerta
del Cordero, en sus enjutas, cuando la princesa Urraca construye la última
basílica. Aunque soy plenamente consciente de que todo lo expuesto son meras
hipótesis –desde luego no carentes de base ni de posibilidades– es difícil
desestimar las insistentes cronologías y muchas relaciones estilísticas:
pitones, bolas angulares en los cimacios, pliegues ondulados, peinados,
expresiones y formas de los rostros, desnudos, etc., de este taller de
Jaca-Frómista, que pudo iniciarse en León, trabajando hacia 1060, y seguir
colaborando en el resto de los monumentos hasta los primeros años del XII, pues
es evidente que no pudo ser llamado al mismo tiempo a todos los sitios, y que
su continuada labor requeriría años.
De todas formas, el estudio detenido de la
puerta descubierta en San Zoilo de Carrión, cosa que sabemos se está haciendo,
podrá quizá dar alguna nueva luz a estas demasiadas sombras de nuestra
escultura del siglo XI. Son muchos, sin embargo, los pareceres que desde Gómez
Moreno, Porter, Gaillard, etc., han entrado en liza sobre estos puntos que
nosotros retomamos. La pasión nacionalista, pienso que a estas alturas ha sido
marginada; las comparaciones estilísticas se hacen mucho más fáciles en estos
momentos; la documentación ha afinado cronologías; han aparecido elementos
nuevos y estudios puntuales con interesantes deducciones... Pero, a pesar de
todo, la interrogación sigue sin real respuesta. Una cosa es lo razonable y
otra lo verdadero, teniendo en cuenta que muchas veces lo sucedido en la
historia no ha seguido el carril de la lógica. Aunque hay algo, sí, que es
preciso tener en cuenta para no sacar del siglo XI nuestra escultura palentina
“dinástica”: la fecha –1063– de los capiteles de Nogal de las Huertas.
Gaillard decía que “si estos capiteles son verdaderamente contemporáneos de
las inscripciones, es preciso concluir que la decoración, en las iglesias
románicas españolas es más precoz que la arquitectura”. Pero si Gaillard
duda –con otros– que los capiteles de Nogal puedan ser de 1063, cuando existe
inscripción de la época, que señala la construcción de la iglesia por la
condesa Elvira Sánchez, en esa fecha (“ERA M(I)L(E)S(IMA) CENTESIMA PRIMA”)
y documentación auténtica que demuestra que tal condesa vive en esos años; si
sabemos que la iglesia construida que queda es pequeña (lo que obliga a pensar
que se hace de una vez y en poco tiempo); si conocemos que los capiteles están
colocados en el arco triunfal sin que se perciba ningún arranque ni sustitución
posterior, ¿tenemos acaso en otros muchos edificios, cuya cronología se
asegura, las mismas o iguales pruebas documentales que tiene Nogal? Claro que
es imposible asegurar que esos capiteles no fuesen colocados o sustituidos en
fecha posterior, pero si seguimos aplicando el mismo criterio me temo que a
ninguna iglesia románica, ni en Francia ni en España, pueda avalársele su
cronología. En lo nuestro hay una unidad de formas, de estilo y de cronologías
similares, y eso no creo que pueda discutirse.
Otra cosa es la arquitectura palentina del
siglo XI. En ella, como apuntamos ya antes, perviven aún inercias prerrománicas
(nave tipo asturiano de la cripta de San Antolín, cabecera cuadrada de Nogal),
pero se percibe que las notas verdaderamente románicas están ya incorporadas,
como novedad, a lo reminiscente indígena. Así en la cripta aparece una cabecera
semicircular, ajena a la arquitectura anterior más próxima, y en San Pelayo de
Perazancas, vemos una importación lombardo-catalana en su ábside. Igualmente en
Nogal de las Huertas, sus capiteles, en líneas anteriores considerados, tampoco
tienen nada que ver con lo precedente, señalando ya una novedad románica que es
la que inmediatamente va a imponerse de una manera radical y repentina en San
Martín de Frómista, el románico “dinástico”, que no es más que una
importación arquitectónica, ya afianzada en Cataluña y Francia, y que viene del
brazo del rey Sancho III el Mayor –tan relacionado con lo francés y lo catalán–
y de sus hijos Ramiro I (catedral de Jaca), Fernando I (iglesia vieja de San
Isidoro de León) y reina viuda de Sancho III, doña Mayor (Frómista), y que
seguirá sosteniéndose en edificaciones de sus nietos: Sancho Ramírez y Alfonso
VI (Santiago de Compostela, Dueñas), monarcas de gran tendencia europeísta, y
la infanta Urraca, promotora de la ampliación de San Isidoro de León en el
último tercio del siglo XI. En todas se impone el abovedamiento en las naves,
la amplitud de las iglesias, el transepto, la abundancia de capiteles labrados,
los pilares compuestos, etc., es decir, un planteamiento arquitectónico
valiente y plenamente concebido que no se explica sino es por la participación
de unos maestros canteros que tanto en los alzados como en lo decorativo venían
ya completamente seguros de sus proyectos, y que viven de los esfuerzos
religiosos y políticos a que obliga el Camino de Santiago.
A partir de Sancho III, no puede dudarse que
aires europeos soplan sobre la cristiandad hispánica, repitiendo un poco el
camino de las influencias extrañas que siempre, desde la prehistoria, tuvieron
su acceso por oriente. Hasta los propios documentos de la época consideran como
símbolo de novedades aquéllas venidas de tierras situadas hacia donde el sol
amanece, que en nuestro caso serían las navarras, aragonesas y catalanas, pues
tanto el abad Oliva, como el abad Paterno –a quien el rey le encarga la renovación
de monasterios en orden a la órbita de Cluny (San Juan de la Peña y Oña)–,
procedían es orientis partibus, que es por donde la influencia de los
cluniacenses penetra en el reino castellano-leonés, y por donde nos llegan los
reflejos lombardo-catalanes a alguno de nuestros edificios románicos iniciales
como San Pelayo de Perazancas ya pasados los años mediados del siglo XI. Los
reinados de todos los reyes cristianos españoles de este siglo –Sancho III en
Navarra, Ramiro I y Sancho Ramírez, en Aragón, y los de Fernando I y Alfonso VI
en Castilla–, son manifiestamente de expansión y reconquista, aprovechando la
división en taifas del califato. El aumento de vitalidad y demografía, unido a
la mayor fuerza militar y a la ganancia de tierras, con o sin violencia,
consiguen hacer tributarios a gran número de reyezuelos musulmanes y despiertan
en la cristiandad europea un interés por los asuntos españoles. El Papado y
muchos condes y nobles franceses se deciden a una intervención directa en ayuda
de los fieles hispanos, ante la convocatoria de una cruzada por el papa
Alejandro II contra los musulmanes españoles, en 1063 y otra pocos años después
por Gregorio VII. Tanto en Castilla como en Aragón y Navarra se crea un buen
ambiente de fervor, organización y riqueza (que coincide con el
profundizamiento general de la piedad en la Europa del siglo XI), que explica
el despertar inusitado de los ánimos artísticos y constructivos, que no son más
que la consecuencia de un nuevo espíritu de triunfo y esperanza que venía a
sustituir a la desmoralización de los reyes españoles hacia la política
–eclesiástica y civil– de Francia, con uniones matrimoniales con familias
reales y de la nobleza gala, y se explicará tanto el cambio de las viejas
costumbres hispanas (rito mozárabe por el romano, escritura visigoda por
carolingia), como la llegada de numerosos monjes abades cluniacenses que
traerían con ellos, lo mismo que los caballeros armados, muchas prácticas, usos
y modas, que de un extremo a otro de los reinos cristianos, tanto en Cataluña
como en Galicia, producen un impulso de renovación, característico de momentos
de exultante ánimo, y una conciencia de unidad cristiana que viene en España a
manifestarse en esa empresa común del Camino de Santiago.
Pero aún todo esto no resolvería totalmente la
unidad que se aprecia, tanto en la escultura –ya analizada– como en la
arquitectura con variedades de nuestro románico del XI. Hubo de haber un
interés común y organizado por parte de los monarcas españoles y un deseo de
renovación arquitectónica, tanto en amplitud de las iglesias como en el bien
hacer de los edificios que viene a transformar la humildad y pobreza del
prerrománico o de la corriente lombarda en todo un planteamiento nuevo,
ambicioso y valiente, que requería equipos de creadores y canteros capaces de
promover empresa de tal envergadura. Nosotros no dudamos que éstos tuvieron que
ser patrocinados por poderes económicos fuertes, que en la segunda mitad del
siglo XI serían los reyes Fernando I o Alfonso VI en Castilla y León, Ramiro I
y Sancho Ramírez en Aragón, pero sobre todo el rey castellano Fernando, que
tenía en León un foco comprobado de artistas en consonancia con su categoría de
“emperador” y que se tomó muy en serio tanto sus relaciones con Cluny
como la peregrinación a Santiago, que parece realizó en dos ocasiones.
Es preciso reconocer que el cambio
arquitectónico que se produce a mediados del XI, en este primer románico
castellano-aragonés –el románico “dinástico”– y que en Palencia afecta a
Nogal de las Huertas, Frómista, San Zoilo de Carrión y San Isidro de Dueñas, es
singular y claramente manifiesto. Sancho III el Mayor, padre de Fernando I
había tan sólo iniciado el cambio con algo tan humilde como la cripta palentina
(no sabemos cómo sería la catedral), en donde lo asturiano viejo (fajones en la
pequeña nave, como en Santa María del Naranco) y ábside semicircular (como en
lo lombardo aragonés) despegaban ya su obra de las características mozárabes,
pero para nada se había incluido en ella la decoración escultórica que vendrá a
incorporarse con toda plenitud en la arquitectura “dinástica”. Capiteles,
cimacios, impostas y canecillos, van a ser ahora insistentemente labrados con
motivos vegetales, animales e iconográficos.
¿De dónde proviene esta novedad
repentina y sin casi precedentes?.
Para las orlas vegetales, nosotros tenemos lo
visigodo y lo califal, siempre en humilde formato, y para lo iconográfico y
animal también lo visigodo (San Pedro de la Nave) y lo asturiano (Naranco)
apuntan en este sentido. Pero en lo dinástico, lo rústico se transforma en
solemne –aparejo de espléndida sillería–; lo incipiente aparece de pronto como
acentuadamente cuidado (capiteles de Nogal o vegetales de Frómista); las
proporciones humildes, adquieren alzados y disposiciones cupulares de
envergadura (linterna de Frómista), indicándonos que un espíritu mucho más
ambicioso se impone en nuestras tierras hispanas de la cristiandad, que unos
pocos años antes se había ya anticipado en el impulso oriental de lo lombardo,
y en iglesias como la colegiata de Cardona, Sant Jaume de Frontanya, Sant
Miguel de Cruilles, etc., todas de la primera mitad del XI, que habían iniciado
el camino de la monumentalidad pero que aún no tenían como material de
construcción la sillería, el opus cuadratum romano, y que carecían de decoración
escultórica aplicada, salvo San Pedro de Roda que ya recibe mucha influencia
califal en sus capiteles, posiblemente como consecuencia de algún taller
musulmán que se acoge a la llamada del famoso y poderoso abad Oliva, de Ripoll,
tal como apunta Gaillard. Esta llegada posible de artífices musulmanes a
Cataluña pudo ser repetida en tiempos de Fernando I en las tierras de Castilla
y tal vez (son sólo hipótesis de trabajo y nunca afirmaciones) pudieran haber
sido los que provocaron el despertar del “románico dinástico” y la
introducción masiva de capiteles labrados en sus edificios, algunos, como los
vegetales de Frómista, de claros recuerdos de la decoración de ataurique, o la
abundancia de canecillos con espacio de separación muy semejante a los
exteriores de la mezquita, así como la decisión de utilizar la sillería en
piezas y armaduras muy similares a los muros exteriores de la misma mezquita
cordobesa. Pero lo que es evidente es que fue en el Camino de Santiago donde se
fraguó el definitivo sentido de la arquitectura románica en España con una
serie de reminiscencias visigodas, asturianas, mozárabes, y unos nuevos
impulsos de lo carolingio y lo cristiano oriental y bizantino.
Otro aspecto que convendrá estimar en nuestra
arquitectura palentina de la segunda mitad del siglo XI (San Martín de
Frómista, San Zoilo de Carrión, San Pelayo de Perazancas, San Isidro de Dueñas)
y en general en todos los edificios del románico dinástico de estas mismas
fechas, es la aparición prácticamente repentina de un motivo decorativo que va
a ser insistentemente repetido en todo el románico posterior, hasta llegar a
considerarse incluso como el más representativo de todo el arte románico; esto
es el ajedrezado, los billetes o el llamado taqueado jaqués. Este motivo tan
elemental de la alternancia de cuadros o rectángulos en relieve y en hueco, se
veía ya en la vieja cerámica del Dipilon o en los “dentellones” de
mosaicos siempre como técnica pictórica. En pintura no deja de ser frecuente y
así se ve, como ejemplo tardorromano, en los frescos de Santa Eulalia de Bóveda
(Lugo), posiblemente del siglo IV d. de J. C., en donde aparece un ajedrezado
de doble fila en la imposta que hace de enmarque inferior de todo el conjunto
pictórico de la bóveda. Parece que en este caso tienen los dados una proyección
de sombra que imita tal vez el relieve de talla.
También en la técnica pictórica musivaria los
ajedrezados existen en decoraciones de filetes encuadrantes realizados por la
alternancia de dentellones blancos y negros, formando, en dos filas, un
verdadero taqueado pictórico, como podemos ver, por ejemplo, en un mosaico del
Museo Romano-Germánico de Colonia. Se ve también el ajedrezado en marfiles
fechados en los siglos IX-X, de Santa María delle Grazie, estudiados por M.
Lavers con una disposición en dos filas. Los precedentes aplicados a molduras
arquitectónicas no parecen muy claros. Podría ser evolución del sistema de luz
y sombra de las “gotas” de los triglifos griegos o del filete bajo la
cornisa jónica, en sarcófagos romanos orientales, pero en estos casos se trata
sólo de una fila de elementos que no llegan a formar el típico ajedrezado que
sólo se configura con dos, tres o más filas de prismas alternantes. Con la
misma disposición unilineal lo vemos representado en arcos de mosaicos
bizantinos de San Apolinar de Rávena, etc.
El ajedrezado que vemos en nuestros monumentos
palentinos de la segunda mitad del XI aparece, como decimos, de una manera
súbita, creemos que como invención de maestros románicos hispano-franceses. No
existía en lo asturiano ni en lo mozárabe. No aparece tampoco en lo carolingio,
ni en lo románico lombardo, ni en lo bizantino anterior al XI. Lo viejo catalán
y aragonés tampoco lo utiliza. Las iglesias románicas francesas comienzan a
tener esta decoración de ajedrezado en fechas también de la segunda mitad del
XI, –tal como lo vemos en Conques, Saint-Savin-sur-Gartempe, etc.–, como las
españolas de nuestro románico “dinástico”. ¿Es acaso una creación que
surge con el impulso unitario del Camino de Santiago? Muy posiblemente. Al
menos creemos que gracias a él se expande el motivo por Europa. ¿Fue un motivo
recogido de lo árabe no lejano, pues una imposta dibujada de billetes de tres
hiladas podemos ver en el mosaico de la cúpula del tramo que precede al mihrab
(año 961)? Aunque la arquitectura del pórtico de San Isidoro de León, en lo que
puede pertenecer a la época de su consagración (1063), no es muy segura, si la
puerta que da al claustro de Felipe II fuese de esa fecha, sería el primer
ejemplo de la utilización del ajedrezado románico que yo conozca.
Se había llamado también “taqueado jaqués”
por considerarse que era consustancial, en lo más antiguo, con el taller o los
talleres de la catedral de Jaca, que hasta hace unos años se consideraba
levantada en 1063, pero si ahora –con Moralejo– parece que uno de estos
maestros trabaja primero en Frómista y luego en Jaca, y que esta iglesia
aragonesa hay que llevarla más hacia nosotros en sus comienzos, estaríamos
apuntando ya a un cambio de “taqueado jaqués” por “taqueado de
Frómista”. El hecho es que, por estas décadas del 60-80 del siglo XI, se
impone esta moldura en todo el románico español más aún que en el europeo. La
misma iglesia de San Pelayo de Perazancas construida con claros influjos
lombardos en 1076 ya usa el ajedrezado fuera y dentro del ábside, probando que
ya en esta fecha el románico “dinástico” se impone, lo que nos permite
afianzarnos más en la datación de Frómista en años de 1066 a 1080 ó 90, en la
mayor parte de su alzado, salvando, quizás, algún capitel que podría ya tocar
el siglo XII.
Otro detalle a tener en cuenta, para
asegurarnos más de que nuestro románico “dinástico” –en el que incluimos
las iglesias y monasterios tantas veces citados en Palencia–, es un brote
creador y original en la segunda mitad del XI, es la utilización de bolas en
los cimacios y pitones en las crestas que muy poco se ven por estas fechas en
el románico francés. Tanto Frómista como Nogal y San Zoilo de Carrión los
tienen, y los veremos también en Jaca, en Santiago de Compostela, y en la
iglesia de doña Urraca de esa misma iglesia. Para buscar la originalidad de
nuestros operarios del románico “dinástico”, no es preciso hacerlos
derivar solamente de focos dinámicos franceses (Normandía, Borgoña y Poitou),
como dice Durliat120, y no es posible tampoco asegurar que el proceso de
creación del románico del último cuarto del XI se tuvo necesariamente que poner
en marcha en estas regiones francesas, pues esto sería establecer “un marco
demasiado estrecho” al potente estallido del románico pleno y a su casi
segura simultaneidad en varios puntos de Occidente, y siguen sin convencerme
las corrientes que, desde hace tiempo, intentan sacar del XI a nuestro románico
“dinástico”, cuando las pruebas documentales y la comprobada fuerza
política y artística de nuestros reinos parecen proporcionar la suficiente
firmeza como para no hacer a nuestros maestros arquitectos y canteros del XI
meras comparsas de unos principios creados en otro sitio. Sin exagerar la
exclusividad de un solo taller o maestro para nuestras iglesias palentinas, y
siendo, al contrario, partidario de ver una indudable variación de manos y
talleres, no podemos negar la existencia de un estilo común para todas ellas, y
unos comienzos o planteamientos igualmente comunes que, iniciándose en la
década del sesenta, pudieron muy posiblemente prolongarse, con la natural
variación a la que el tiempo obliga, hasta los comienzos mismos del siglo XII.
El siglo XII: el románico ya consolidado
La primera mitad del siglo XII en nuestras
tierras palentinas no parece muy pródiga en monumentos. Con bastante seguridad
sólo podemos colocar en estas fechas, que pueden ir de 1110 a 1150, a las
siguientes iglesias: Granja de Valdecal, Quintanaluengos, Santa María de
Carrión de los Condes, ábsides de Santa Eufemia de Cozuelos y Puebla de San
Vicente. Pudieran ser también de esta primera mitad, con dudas, algún capitel
de Cillamayor, la ventana y capiteles de Villabermudo y Valdeolmillos y algunos
restos de la iglesia de Frontada.
Parece en principio chocante el reducido número
de iglesias a las que podemos considerar construidas en esta primera mitad del
siglo XII comparándolo con el nutrido que existe en la segunda mitad, lo que
nos obliga a intentar encontrar las razones de esta diferencia. Una de ellas
creemos que puede ser la inquietud que en el reino de Castilla existe en las
casi tres décadas iniciales del siglo, debido a los enfrentamientos del
matrimonio formado por los reyes Alfonso I de Aragón y Urraca, que provocó numerosos
choques armados, despoblación de aldeas y calamidades sin cuento, que,
naturalmente, poco invitarían a llevar una política de levantamiento de nuevas
iglesias. Otra causa, que podría extenderse a todos estos primeros 50 años, es
el avance hacia el sur del protagonismo territorial que pasaría a las tierras
nuevas de las Extremaduras, en trance de repoblación, que absorberían gran
parte de los recursos económicos del reino, en perjuicio de los viejos Campos
Góticos. Tampoco hay que desechar la circunstancia de que algunas de las
iglesias levantadas en esta época hayan desaparecido totalmente, sustituidas
por otras de finales del románico, o del gótico, o sólo perviva de ellas algún
elemento, tal parece el caso de Frontada.
Salvo la iglesia de Santa María de Carrión,
cuya construcción se explica por la importancia de la villa en esta mitad del
siglo (sede de concilios en 1102 y 1130, residencia casi del rey Alfonso VII en
muchos momentos, sede del importante monasterio de San Zoilo, y apeo
tradicional en el Camino de Santiago, etc.), las restantes iglesias que hemos
citado se construyen todas en el territorio que pertenecía al obispado de
Burgos, en la zona norte de la provincia.
Quintanaluengos, que tiene (o tenía, mejor)
epigrafía de 1105, sin que podamos asegurar que fuese ésta la fecha de su
erección, conservaba en su alzado, hoy desaparecido, recuerdos visigodos y
mozárabes en su ábside rectangular y en el arco triunfal que es marcadamente de
herradura. Sus capiteles, de cesta de poca altura, llevan iconografía con temas
humanos, muy toscos pero de bastante relieve, que recuerdan otros de parecido
tipo y técnica popular, primitivos, que aparecen en las pilas de San Pedro de
Tejada, Villatuerta, Villanueva de Elines, en Cantabria, etc., y que son
ejecuciones muy rurales, en zonas que no han recibido la acción magistral de
los buenos canteros del románico “dinástico”, pero que ya tienen de éste
reflejos en la utilización de los billetes como decoración.
Transposición directa de los influjos de
Frómista, tanto en lo arquitectónico como en lo decorativo, es la pequeña
iglesia de Puebla de San Vicente, viejo monasterio cedido a los benedictinos
por Alfonso VI, en 1103. Próxima a Mave, en territorio de Aguilar de Campoo,
compone su ábside siguiendo el patrón del monasterio de San Martín, es decir,
tres cuerpos, tres calles separadas por contrafuertes con columnas cuyos
capiteles llegan a la cornisa y tres ventanales con guardapolvos de billetes,
arquivoltas de baquetón y medias cañas que apoyan sobre capiteles con figuras
masculinas en cuclillas, tema casi idéntico al que vemos en Frómista. La puerta
del hastial de poniente, de la misma traza, lleva capiteles ejecutados por el
mismo maestro cantero que trabaja en Cervatos. Como a esta última iglesia se la
puede asignar una fecha de 1129, no dudamos que esta parte vieja de la iglesia
de Puebla de San Vicente (cuyo interior se modifica a finales del XII) no
andará lejos de ese año, en más o en menos.
La llamada Granja de Valdecal, entre Villela y
Rebolledo de la Torre, en terreno todavía palentino, es hoy una triste ruina
que bien merecería un buen trabajo de desescombro y restauración de lo que
quede. Sabemos que se estaba construyendo en 1116 por la reina Urraca. De la
iglesia sólo se conservan cuatro capiteles, tres de ellos en el Museo
Arqueológico Nacional y otro sosteniendo el altar de la iglesia de Santa María
de Mave, que queda muy próxima. Estos capiteles marcan la influencia dinástica,
pero sobre todo directa de Frómista, pues uno de los del interior de esta
iglesia, dos obreros que portan un recipiente colgado de un palo, tiene su
réplica en otro similar de Valdecal, y hasta los pitones de lo dinástico se
marcan también en otro de los capiteles. Uno de los conservados en Madrid,
corintio, recuerda más a los del pórtico de San Isidoro de León.
La cabecera de la iglesia del viejo monasterio
santiaguista de Santa Eufemia de Cozuelos, es decir el ábside principal antes
de ser realzado, muestra, tanto en su exterior como interiormente, claros
testimonios de haberse levantado en los primeros años del siglo XII. Las tres
ventanas absidales recuerdan en todo a las de Puebla de San Vicente, y en la
decoración de impostas, cimacios y capiteles del arco triunfal, puede verse la
mano indudable de los operarios de Cervatos y, desde luego, igual que en Puebla,
el reflejo de lo dinástico de Frómista en ese capitel de animales superpuestos
que vemos en el monasterio de doña Mayor. La cronología, pues, del más viejo
románico de Santa Eufemia rondará el 1129 (fecha marcada en Cervatos)
seguramente cuando ya la iglesia, que había pertenecido a Alfonso VI, pasó al
obispado de Burgos.
En la iglesia de Cillamayor, aunque el edificio
ya puede írsenos a la segunda mitad del XII, parece que se reutilizaron dos
capiteles de la primera en su arco triunfal, con características muy similares
a los de Cervatos (superposición de animales y águilas explayadas). Lo mismo
podemos decir de la ventana de Villabermudo que conserva capiteles en la línea
de los de Puebla de San Vicente, y del arco triunfal de la misma con otros muy
toscos pero que “suenan” a primitivos. Hay otros elementos decorativos
en algunas iglesias que apuntan también hacia cronologías de esta primera mitad
del XII, como reminiscencias que pueden corroborar lo que anteriormente
supusimos de la sustitución de alzados más viejos por otros más modernos. En
este aspecto parecen anteriores a 1150 los capiteles interiores del ábside y
del arco triunfal de Valdeolmillos y los de Matalbaniega.
La iglesia de Frontada lleva incrustada en su
muro meridional una inscripción que marca la fecha de 1143, quizá indicadora de
la construcción de un edificio anterior, del que puede ser único testigo la
ventana modificada del ábside.
La iglesia de Santa María de Carrión es un
monumento más próximo a las corrientes europeístas del Camino que a la directa
dependencia de lo dinástico. Las influencias de Frómista no se ven tan claras
ni en lo arquitectónico ni en lo escultórico, y sí más cerca de las que
consideramos iglesias de peregrinación. Así como a Frómista es difícil buscarle
relaciones con San Saturnino de Toulouse o Santiago de Compostela, Santa María
de Carrión tiene ciertos detalles que con ellas conectan. Su cronología no es
segura, pues ningún documento ha logrado acercarnos al posible momento de su
erección, pero por el tipo de su puerta meridional, con el friso de los
diversos momentos de la Epifanía y las esculturas monumentales en las enjutas,
así como la utilización de dovelas iconográficas y metopas del mismo tipo en la
cornisa, ello unido al sistema decorativo de las impostas y cimacios, nos
permiten casi asegurar que su construcción no sobrepasa el inicio de la segunda
mitad del siglo XII.
La segunda mitad del XII es en Palencia, lo
mismo que en todo el arte románico en general, la época del triunfo abierto de
la escultura. Sin dejar ésta de estar subordinada a la arquitectura pasa, sin
embargo, a tener un protagonismo mucho más destacado que el que tuvo en los
edificios del XI y primera mitad del XII. En Palencia, la iglesia de Santa
María de Carrión, todavía en la primera mitad señalaría el comienzo de este
predominio escultórico y decorativo que a partir de 1150 invadirá a casi todos
los elementos arquitectónicos de las portadas. Las más monumentales y adornadas
del románico palentino se construyen después de aquella fecha: Santiago de
Carrión, Moarves, Revilla de Santullán, Perazancas, Arenillas de San Pelayo,
etc., y es ahora también cuando se alzan los más ricos claustros y salas
capitulares: Santa María de Aguilar de Campoo, Santa Eufemia de Cozuelos
(conservando sólo elementos sueltos que dan idea de su riqueza escultórica),
Santa Cruz de Ribas y San Andrés de Arroyo. Pero ya no es sólo el afán de
relleno de molduras, con un cierto horror al vacío, el que se produce, sino que
existe una especie de refinamiento escultórico, una valoración del cuidado en
la talla que llega a extremos de acusado barroquismo con florituras, calados y
detallismo casi de orfebres. Primero hay una cierta pasión por lo iconográfico,
con un despertar del bizantinismo que en el trabajo de los buenos maestros
produce unos cánones más esbeltos y unas expresiones que alcanzan un clasicismo
de sugerencias helenísticas (Pantócrator de Santiago de Carrión), pero después,
o quizás al mismo tiempo en algunos casos, se pasa a la pasión casi exclusiva
de lo vegetal, en donde (capiteles del claustro de San Andrés de Arroyo) el
primor y la filigrana se hacen prueba de inigualable maestría. Y ya iniciado el
siglo XIII las corrientes purificadoras cistercienses abren el síntoma
contrario de la limpieza decorativa (Santa María de Mave), de forma que en casi
sólo veinte años se pasa de la ornamentación iconográfica más decidida y valiente
a las escuetas formas funcionales de los elementos arquitectónicos.
El mismo problema que existía cuando se
intentaban desvelar los orígenes, líneas de expansión, influencias y
prioridades en nuestro románico dinástico palentino de la segunda mitad del XI,
se vuelve ahora a repetir justamente cien años después. Y así como en aquél las
posturas de los estudiosos resultaban a veces no concordantes, sobre todo en
relaciones y cronología, exactamente igual sucederá con las opiniones de los
especialistas de la escultura románica, no sólo palentina sino toda la
española, de la segunda mitad del XII. Por ello –y repito lo que ya se ha dicho
en la Introducción de este volumen de la Enciclopedia del románico en Castilla
y León– no puede extrañar, en una obra en donde han trabajado y ejercido la
libertad de opinión numerosos estudiosos, que a veces las visiones de algunos
aspectos puntuales no coincidan e incluso que puedan ser bastante encontradas.
Sin embargo las posibles discusiones o desacuerdos cronológicos suelen ser
sobre márgenes muy estrechos o puntos muy concretos y precisamente generados
por el afán de acercarse al máximo a la verdad del acontecer histórico o
artístico investigado. Las fuentes literarias siguen siendo escasas a la hora
de hacer referencia a los monumentos, incluso de aquellos más destacados, por
lo que sólo a base de análisis comparativos podemos llegar a certeras
aproximaciones, que quedan siempre sin poder pasar de hipótesis mejor o peor
razonadas. Por lo general, se está de acuerdo en las líneas fundamentales y se
discrepa en determinados puntos que pueden tener distintas interpretaciones.
Y lo mismo, también, que sucedía en el XI, cuyo
románico se aposenta fundamentalmente en los edificios monásticos, en esta
segunda mitad del XII son igualmente los grandes monasterios palentinos los
protagonistas de las novedades que desde el punto de vista arquitectónico y
escultórico se producen en nuestro territorio. De nuevo somos testigos de la
aparición en ellos de maestros arquitectos y escultores que, movidos también
por impulsos reales (en este caso la Corte de Alfonso VIII) van a implantar en nuestros
monumentos modos y maneras de hacer claramente inspiradas en lo francés, y
ahora con mayor evidencia que en el siglo XI.
La riqueza constructiva y decorativa de estas
postrimerías del siglo XII tiene que tener también una explicación histórica
(tanto social como económica) que disponga a nuestra provincia, y en general al
reino castellano-leonés, para que una nueva oleada de impulso creativo románico
pudiera hacerse bien patente. El reinado de Alfonso VII (1135-1157), que había
tranquilizado los ánimos guerreros internos de años anteriores, había logrado
implantar la hegemonía feudal del monarca sobre otros reyes y condes españoles
y del sur de Francia, consiguió también activar las relaciones culturales y
comerciales con Europa y fue, desde luego, una etapa enormemente vitalista de
nuestra historia (apogeo de las peregrinaciones, culminación del episodio
feudal, implantación de la orden cisterciense, desarrollo de los concejos e
instituciones municipales, etc.). Su política, tanto militar como diplomática,
preparó ciertamente a la sociedad castellano-leonesa para nuevas empresas,
aunque su idea patrimonial del Estado le hiciese cometer, como a su bisabuelo
Fernando I, la equivocación de dividir a su muerte la unidad
castellano-leonesa.
Pero en lo que afecta al románico palentino fue
sin duda el reinado de Alfonso VIII (1158-1214), hijo del malogrado rey Sancho
III, el que más va a repercutir en nuestras tierras. A pesar de su conturbada
minoría y su bélica adolescencia, que ponen de manifiesto el poder de
determinadas familias castellanas y sus luchas por el predominio (los Fernández
de Castro y los Lara, sobre todo, así como las repetidas contiendas que el rey,
ya adulto, sostuvo con los almohades y con los reyes de León, Aragón, Navarra y
Portugal), su reinado es testigo de la edificación de los más destacados
monasterios románicos de Palencia del siglo: Santa María de Aguilar, Lebanza,
San Andrés de Arroyo, Santa Cruz de Ribas, crucero y nave de Santa Eufemia de
Cozuelos, Zorita del Páramo, Santa María de Mave, Arenillas de San Pelayo, e
iglesias y colegiatas tan artísticamente destacadas como San Juan de Moarves,
Revilla de Santullán, Santa Cecilia de Aguilar, Villanueva de Pisuerga,
Husillos, San Salvador de Cantamuda, etc.
Desde el punto de vista constructivo perviven
todavía en esta segunda mitad del XII los planos y alzados derivados de la
corriente de Frómista: sistema de cúpula y linterna sobre el crucero, y
utilización de trompas (Villamuriel del Cerrato, Santa Eufemia de Cozuelos,
Zorita del Páramo, Nogales de Pisuerga, Santa María de Mave) y ábsides simples
semicirculares con bóveda de horno, para las pequeñas iglesias de concejo
(Revilla de Santullán, Santa Eulalia de Barrio de Santa María, Cabria, Cubillo
de Perazancas, Renedo de la Inera, Pisón de Castrejón, Vallespinoso de Aguilar,
Gama, Villavega de Aguilar, etc.). Pero en las últimas décadas ya penetran
tendencias de influjo francés de gusto cisterciense, con la utilización de la
crucería y los ábsides rectangulares o poligonales (Villamuriel del Cerrato,
Santa Cecilia de Aguilar, Santa María de Aguilar, San Andrés de Arroyo, Santa
Cruz de Ribas, San Salvador de Cantamuda –todavía con el tradicional ábside
semicircular–, etc.). También de estos años finales del XII hay muestras en
Palencia de la actuación de cuadrillas mudéjares que han dejado su huella en
los ábsides de Santa María de la Vega (entre Saldaña y Carrión) y en Arenillas
de San Pelayo, lo que nos afirma la idea de que muchos artistas de nuestro
románico seguían todavía tradiciones e influjos del mundo árabe, y no solamente
en lo arquitectónico, sino en lo escultórico y decorativo.
Pero es precisamente en este aspecto
ornamental, donde el románico de la segunda mitad del XII en Palencia consigue,
creo, la cúspide de este arte. La dificultad de su estudio en puntos como la
cronología, las fuentes, influjos y maestros es, como ya apuntamos, la causa de
las muchas divergencias en las opciones de los especialistas. Naturalmente que
no es el momento de hacer una exposición de todas, que, por otra parte, ya
dijimos comenta el Dr. Hernando Garrido en sus numerosas publicaciones, y que
el lector interesado podrá completar con la bibliografía adicional que en ellas
se recoge.
¿Cuál es el razón o razones para que a partir
de 1150, sobre todo, se produzca este brote de afán escultórico y decorativo en
el reino de Castilla y por tanto en Palencia?
Diremos que pueden ser varias las causas que lo
motiven, sin que ninguna de ellas sea verdaderamente responsable de ello,
decisoria, y sobre todo que nosotros podamos asegurar su preeminencia. Pero nos
atrevemos a suponer que las hay históricas, culturales, políticas y económicas,
como de hecho son todas las causas que mueven, cambian o transforman las
situaciones sociales y artísticas. Ya hemos visto en líneas anteriores cómo los
reinados de Alfonso VII y Alfonso VIII, que es cuando se produce esta efervescencia,
son manifiestamente progresivos y vitales, en un alza que in crescendo partía
ya de la época de Alfonso VI.
En primer lugar advertimos que este fenómeno no
es sólo del románico español, sino de todo el europeo; es, podemos decir, “una
moda”, y sabemos lo que en todo momento esto significa: contagio,
transmisión rápida, deseo de emulación que se hace aún más expansivo cuando la
sociedad –como ocurre en este caso– está llena de espíritu vigoroso. Marcel
Aubert dice que si el siglo XI había sido “el siglo de los ensayos, y también
de los éxitos, el XII es el de las epopeyas, de las canciones de gesta, de la
floración de las escuelas, y los monumentos responden a esta grandeza, a este
entusiasmo épico”. Y en lo que se refiere a nuestras tierras, Reyna Pastor
afirma que “este siglo XII se caracterizará como la época de expansión y
consolidación de la formación económica-social feudal en Castilla y León”.
Evidentemente, aun con la división de estos reinos, todo indica un momento
positivo, joven y nada derrotista en los reinos cristianos españoles.
Las relaciones con Francia no se detienen, y la
proximidad de intereses, y la conciencia de cultura común se manifiestan, por
ejemplo, cuando sabemos que al matrimonio de Alfonso VIII con Leonor de
Aquitania, asisten los obispos de Burdeos, Angulema, Poitiers y Agen, o en el
viaje del obispo de Burgos, en 1157, a Cluny, o en “la frecuencia con que
gascones, juglares o clérigos, protagonizan hechos culturales”, y las
mismas influencias de Francia o de Europa en el aspecto artístico son
explicadas por Cortázar al indicar la “condición de periferia” cultural que
tiene la Castilla alfonsina, más preocupada de sus acciones bélicas, por
necesidad perentoria, que de grandes sistemas de pensamiento y creación
originales. En un mundo pues como es el castellano, de impulsos vitalistas, de
problemas derivados de su rápida expansión territorial, de su progreso
comercial y político, no es insólito que, dadas las repetidas relaciones con
Francia, viniesen de esta tierra, más pacífica y menos obligada a esfuerzos
materiales, las corrientes creadoras de la cultura. Por ello no nos extraña que
en esta segunda mitad del siglo XII hallemos en el románico castellano muchas
aproximaciones a lo que un poco antes se estaba ya ejecutando en el francés. Y
así, tan sólo limitándonos a las grandes portadas decoradas, claustros o a la
escultura monumental, que es ya sintomática de este final románico, veremos que
en Francia –admitiendo con fe las cronologías que más repetidamente se les
adjudica– las grandes puertas decoradas (tímpanos, arquivoltas, bandas de
relieves, jambas, etc.) de este país se fechan muchas de ellas en la primera
mitad del XII: tímpano de Autun (1130-1140); Saint-Lazare d’Avallon (década de
1140); Vézelay (1125-1130); Moissac, portada (1120-1135); Beaulieu-sur-Dordogne
(1125-1135); Conques (tímpano, 1130); Notre Dame de Poitiers (fachada, mediados
del XII); Chartres (portadas: 1145-1160); Cahors (antes de 1150) etc., etc.
Otra razón que pienso debe explicar esta
eclosión de construcciones en estos años finales del XII y comienzos del XIII
es el interés que vemos que Alfonso VIII se toma por monasterios y catedrales
españolas, allí donde la decoración se hace más nutrida, y en particular por
los que a nosotros nos atañen. Le vemos directamente relacionado con la
protección a las órdenes cisterciense y mostense, tal es el caso de monasterios
como el de Las Huelgas de Burgos (tan relacionado con cosas palentinas) o el de
San Andrés de Arroyo, beneficiando a la fundadora y primera abadesa, doña
Mencía, o también el de Santa María de Aguilar, de premonstratenses, en donde
interviene muy directamente.
Igualmente en Silos (parte de cuya escultura
tiene tanta relación con la de Carrión o Aguilar) hay una actuación de apoyo al
monasterio en 1177 por parte del rey y de su esposa Leonor, beneficiándole. Y
lo mismo sucede con Oña, que recibe el favor regio, y hasta en Benevívere,
monasterio cerca de Carrión, hoy desaparecido, se acoge al propio rey, que se
acercó al cenobio para consolar a los monjes por la muerte de su fundador Diego
Martínez de Villamayor. Este espíritu de ayuda a lo religioso, por lo que afecta
a Palencia, es también patente en la muy directa relación del monarca con el
obispo Raimundo de Palencia, al que llamaba tío-abuelo suyo (avunculo meo).
El Camino de Santiago sería, finalmente, otro
elemento a tener en cuenta en esta difusión de influencias por toda la mitad
norte de la Península, sobre todo para lo que Francia aporta.
El caso de Ávila, fuera del Camino –y que
construye en estas fechas sus pórticos de San Vicente y el cenotafio de los
santos Vicente, Sabina y Cristeta, conservado en el interior de la iglesia,
todo ello con tantas relaciones con lo palentino de Carrión y Aguilar– se
explica por las atenciones que el propio rey Alfonso VIII tuvo con la ciudad.
Pasó en ella su niñez y ya de mayor le concedió el título de “Ávila de los
Leales”. Atendió también a la Iglesia de Ávila, que inicia su riqueza gracias a
donaciones reales. Por otra parte Ávila tuvo su esplendor en estos años debido
a su importancia defensiva, al cerrar por el este la entrada a la cuenca del
Duero. Los apóstoles de la Cámara Santa de Oviedo, también equiparables a lo
palentino en cronología y espíritu, no parecen extrañar en su monumentalidad en
una ciudad que representaba la cuna de la monarquía castellano-leonesa y que
seguía siendo a finales del XII uno de los centros religiosos –con su basílica
del Salvador y las numerosas reliquias en veneración– más tradicionales de la
España cristiana. Silos, Aguilar de Campoo, San Andrés de Arroyo, fuera también
de la estricta vía normal del Camino, ya vimos que pueden explicar sus obras
por las conexiones con la realeza.
¿De dónde procede el primer impulso para
la creación masiva de la escultura de la segunda mitad del XII en Palencia?
Si bien la contestación a esta pregunta, en
cuanto a detalles, no podemos por ahora resolverla –y me temo continúe esta
imposibilidad por largos años– sí que en bloque parece que todos los estudiosos
están conformes en hacer nacer este impulso en tierras francesas, sin demasiada
concreción de regiones. Antes vimos cómo la mayor parte de las formas, tipos y
conjuntos de importancia escultórica tenían precedentes cronológicos en
Francia. Con constancia de fechas, más o menos seguras, nuestra escultura monumental
no afirma su existencia hasta la década del sesenta. Es ciertamente funesto que
no exista datación segura, documental o epigráfica, en monumentos
transcendentales para poder fijar una secuencia aproximada de su construcción.
Ni San Vicente de Ávila, ni el segundo maestro de Silos, ni el apostolado de
Carrión, ni los capiteles iconográficos de Aguilar, ni los apóstoles de la
Cámara Santa de Oviedo, ni San Andrés de Arroyo, tienen fecha señalada para
poder siquiera orientarnos en quién puede ser anterior o posterior. Las fechas
con las que podemos jugar –como luego veremos– proceden de momentos finales
(que poco aseguran) o de edificios que parecen derivados de los grandes
maestros o conjuntos escultóricos importantes. Por ello, si nada semejante a lo
francés podemos nosotros colocar antes de 1160, necesariamente habría que mirar
más allá de los Pirineos para buscar precedentes o maneras de hacer
anticipadas.
La mayor parte de los investigadores, desde
Bertaux hacia comienzos del siglo, hasta los análisis más actuales de Lacoste o
de Hernando Garrido, pasando por figuras tan reconocidas como Porter, Mâle,
Gómez Moreno y un largo etcétera, han buscado en lo francés las corrientes
inspiradas de nuestra escultura de la segunda mitad del XII. Y se han puesto
los ojos en gran número de monumentos del románico vecino para, con acusadas
comparaciones estilísticas, apoyar sus opiniones. No es momento de entrar en un
análisis de todos estos pareceres, sino simplemente, exponer mi opinión, que es
la de que resulta extraordinariamente difícil asegurar preferencias en los
influjos, pues en nuestra escultura palentina –y en general en toda la
hispánica de esta fecha– siempre se encuentran relaciones con trabajos de
cronología parecida. Así, se han podido señalar recuerdos de Vézelay, Avallon,
Saint-Pons de Hérault, Chartres, Moissac, Saint-Trophime d’Arles, Toulouse,
etc., que demuestran, una vez más, la poderosa asimilación de tendencias del
románico y la plena seguridad –como bien ha señalado y destacado Hernando
Garrido– de la utilización de plantillas por nuestros canteros que “parten de
principios con referentes ultrapirenaicos llegados mediante libros de modelos”.
De todas formas la creencia más común es que la escultura de las postrimerías
del siglo XII español bebe sobre todo de las corrientes artísticas borgoñonas,
después de los últimos trabajos de Lapeyre, Moralejo, Ward, Hernando Garrido,
etc., en fusión, quizá, con otras tolosanas.
¿Es la escultura palentina obra de
maestros indígenas o de maestros extranjeros?
Sinceramente creemos que, aunque las
inspiraciones fuesen foráneas y que en principio viniesen operarios extranjeros
llamados por los obispos, abades, grandes señores o el propio rey, la mayor
parte de nuestros monumentos, tanto en su arquitectura como en su decoración,
debió ser realizada por maestros españoles, pues por los pocos nombres que de
ellos nos han quedado, salvo dos o tres que parecen con casi seguridad
franceses, no hay razón para dudar de su origen indígena. Difícil es también
reconocer en estos nombres los que pueden pertenecer a arquitectos o a
escultores, pues no sabemos muy bien la diferencia entre el magister operis,
por ejemplo de Piasca y el “cantero” a que hacen referencia algunos
documentos. ¿Hubo separación entre el que dirige la parte constructiva, que
podría ser el magister operis y el “cantero” que realizaría el trabajo
decorativo de la piedra?
De constancias más antiguas a más modernas,
encontramos en inscripciones de monumentos y en fuentes documentales los
siguientes nombres trabajando en estos años finales del XII y comienzos del
XIII en Palencia y en edificios que pudieran relacionarse, por su estilo, con
otros de provincias próximas.
1165. Hay constancia de un MICAEL, que
trabaja con un BENEDICTUS y un MARTINUS, en la torre de la iglesia de San
Millán de Lara.
1172. En la iglesia de Piasca, consta en
la lápida de dedicación, la presencia del “magister operis” COVATERIO, que no
sabemos si es el organizador de la arquitectura o el ejecutor de la escultura o
de ambas cosas a la vez. La escultura de Piasca exige un conocimiento de la
puerta de Santiago de Carrión, luego no parece que ésta pueda ser posterior a
1172. No se ve, sin embargo, ningún reflejo directo de la manera de San Andrés
de Arroyo. Tan sólo hay uno en los capiteles de las arcaduras exteriores con
los apóstoles, arcaduras que pudieran ser colocadas después de 1180.
1176. Hay inscripción datada en este año
que indica que un IHOHANES MICHAEL o un IHOHANES y un MICHAEL (pueden ser dos
diferentes) hicieron la portada de Soto de Bureba, con PETRUS DA EGA. Pueden
apreciarse relaciones con alguno de los maestros de Vallespinoso de Aguilar, si
bien los de esta última iglesia ya ofrecen contactos con lo andresino que aún
no parece tener Soto de Bureba.
1186. En la ventana de la iglesia
porticada de Rebolledo de la Torre existe una larga inscripción donde se hace
constar el nombre del que hizo el “portal”, IOANES DE PIASCA, que denota que es
uno de los que pudo realizar, o ha visto al menos, alguno de los capiteles de
San Andrés de Arroyo. No se explica la obra de este cantero con anterioridad a
San Andrés, luego se afirma más la creencia de que San Andrés debe tener ya
construido su claustro –o parte de él– hacia 1180, pues en 1176 todavía no
influye en Soto de Bureba.
1202. En inscripción fijada en esta
fecha en la iglesia de Yermo (Cantabria) un nuevo cantero o maestro de obra,
PEDRO QUINTANA, nos asegura que la corriente iconográfica, derivada de aquellos
escultores de la primera fase de Aguilar, todavía perdura con fuerza. PEDRO
QUINTANA –si es él el escultor– es, además, uno de los maestros que trabaja en
el claustro de Santillana del Mar, en sus capiteles historiados, y viene a
fechar este claustro en los años muy finales del XII o en los primeros del
XIII.
1203. En un conocidísimo documento de
1203 aparece el nombre del “maestro Ricardo”, recompensado por Alfonso VIII por
su participación en Las Huelgas. Hernando Garrido128 dice que este documento
“debería ser tratado con suma prudencia”. Si Salazar, donde recibe las tierras
de parte del rey, es Salazar de Amaya, no lejos de Aguilar, no es en absoluto
irresponsable lanzar la simple opinión de que el maestro Ricardo pudiera ser
uno –o el principal– “magister” de la realización de San Andrés de Arroyo y de Santa
María de Aguilar en donde con seguridad se estaría aún trabajando en el estilo
andresino, representado en el monasterio aguilarense por la segunda fase
decorativa con influjo de San Andrés de Arroyo.
1208 y 1209. Esta fase andresina,
patente en la sala capitular de Santa María de Aguilar, tiene también en 1209
(inscripción de un fuste de dicha sala, hoy en el Museo Arqueológico Nacional)
el nombre de un operario que la hace llamado DOMINICUS quien hace constar que
fue él el autor de la obra (Fuit factum hoc opus Dñicus). No sabemos si este
Dominicus era el “Dominico cantero” que firma en una escritura de 1208 de San
Salvador de Oña, referente al monasterio de Santa María de Mave129.
Posiblemente sea sólo una coincidencia de nombre y de fecha.
1208. En este mismo año un nuevo nombre
de cantero, MARTÍN GARDIN, posiblemente extranjero como el maestro Ricardo,
aparece testificando una entrega de bienes al monasterio de Aguilar130, y le
volvemos a encontrar en escrituras de 1223 y 1224, con heredades en Zorita del
Páramo, iglesia tan relacionada en los capiteles de su portada con lo
andresino.
1223. Sobrino de Martín Gardin, y
también “cantero de Burgos”, es ÁLVARO, que en este año da al abad Miguel de
Santa María de Aguilar una parte de la heredad de su tío Martín Gardin. Es de
suponer que viniese con el maestro Ricardo, y con su tío, a trabajar y labrar
en el monasterio aquilarense que un año antes ya había consagrado el obispo
Mauricio. La directa relación que los documentos anteriores nos muestran de
estos canteros con el abad de Santa María creemos que tiene que deberse a
colaboración en trabajos de cantería para la terminación de la iglesia.
Sin fecha. Varios nombres de canteros o
ejecutantes en alguna medida de las obras en iglesias románicas de la segunda
mitad del XII, se nos conservan sin que podamos señalar data fija de su labor.
En la puerta del tramo meridional del crucero de Santa Eufemia de Cozuelos hay
dos grafitos con los nombres de “IOHANES” y “NICOLAS”, este último con el “ME
FECIT”. Pueden ser operarios de la fase del crucero, que tendrían relación con
los capiteles, por ejemplo de Sansón, que sabemos habría que colocar hacia 1170-1180,
cuando pueden hacerse los capiteles de la puerta de Moarves.
Otro nombre, el de “XEMENUS”, se halla
en inscripción junto a la puerta de Nogal de las Huertas, con epigrafía de muy
principios del XIII o finales del XII, y con capiteles vegetales enormemente
esquemáticos que llevan más hacia el 1200-1210.
Finalmente, el nombre de “MICAEL”
(Micaelis me fecit), se graba en la segunda arquivolta de Revilla de Santullán,
una iglesia significativa donde los maestros de San Andrés de Arroyo
manifiestan la misma pureza magistral de su talla y, al tiempo, se desborda
también la corriente iconográfica en labor absolutamente conjunta. Su
cronología, siempre con dudas, estaría entre 1185-1200.
Iter peregrinorum ad limina Beati Iacobi
(Provincia de Palencia)
Hoy día, en vista de una red densa y múltiple
de carreteras y vías, el viajero y el transeúnte se preguntan cómo los viajeros
de los tiempos pasados podían llegar a su destino. En realidad los peregrinos,
forasteros, mercaderes, carreteros o arrieros, estudiantes, clérigos o
guerreros no tenían ocasión de elegir entre muchas posibilidades. Toda una
serie de factores obligaban al viajante a utilizar los grandes itinerarios; y
tal decisión fue ocasionada, no solamente por el estado bueno o malo de una ruta
o por la topografía de valles o montañas, o por las dificultades de pantanos,
bosques vastos y peligrosos y ríos de difícil travesía, sino también por la
multitud de territorios, arzobispados, electorados, obispados, pequeños
condados y abadías en los que los respectivos jerarcas ejercían su propia
política económica, cobrando sus derechos fiscales.
Con esta descripción del estado jurídico-fiscal
nos encontramos ya al final de un desarrollo histórico dentro de la limitación
temporal que nos proporciona el Románico como espacio artístico y cultural
dentro de la corriente del tiempo y espacio histórico, es decir en el siglo
XIII.
No obstante la historia de un itinerario, de un
camino, tiende a desarrollarse paralelamente con la evolución socio-histórica
de la sociedad humana dentro de la relación espacio/tiempo. Partimos en lo
relativo al “Camino de Santiago” de los tiempos históricos, es decir: de los
tiempos cuando los caminos fijaron su trayectoria y los itinerarios llegaron a
ser conocidos.
La formación del “Camino de Santiago” en
la Europa medieval fue el resultado de un proceso progresivo, cuyas
consecuencias, de todo tipo, dependieron en buena medida del período concreto
en que se formó cada uno de sus grandes tramos. Dejo aparte el tratamiento de
las rutas primitivas que unieron la capital Oviedo con los demás lugares
importantes del reino, dentro de los cuales, a partir del descubrimiento de la
tumba apostólica, se encuentra también la villa Beati Jacobi.
El tramo castellano-leonés precedió a los demás
tramos del “Camino de Santiago”, entre otras razones, porque los efectos
de la peregrinación se manifestaron tanto más intensa y tempranamente, cuanto
menor era la distancia a Santiago de Compostela. Después de haber superado el
obstáculo de la Sierra Cantábrica los reyes de la monarquía astur-leonesa se
preocuparon más de sus contactos con el este y hacia el reino de los francos,
eliminando así el distanciamiento que todavía en tiempos de Carlomagno
preferían tener. La vía clásica de Roncesvalles a Santiago, descrita en el
Codex Calixtinus, nació como resultado de una doble fijación: una fijación
geográfica, como vía interior de los reinos occidentales hispano-cristianos y
una fijación mental-psicológica de dos niveles.
Primero: El “Camino de
Santiago” se refiere a una visión, que reproduce un sueño de Carlomagno y
que se encuentra en el Ps.-Turpino: el apóstol Santiago muestra al emperador el
iter stellarum y le manda ir a Galicia para liberar la tumba apostólica,
conectando así el mundo carolingio con el mundo del reino cristiano hispánico
dentro de la traditio gothica; y la perspectiva político-religiosa del
siglo XII:
Caminus stellarum quem in coelo uidisti
hoc significat: quod tu cum magno exercitu ad expugnandam gentem paganorum
perfidam et liberandum iter meum et tellurem et ad uisitandam basilicam et
sarcofagum meum ab his horis usque ad Galleciam iturus es, et post te omnes
populi a mari usque ad mare peregrinantes, ueniam delictorum suorum a domino
impetrantes illuc ituri sunt, narrantes laudes domini et uirtutes eius et
mirabilia eius que fecit. A tempore uero vite tue usque ad finem presentis
seculi ibunt. Nunc autem perge quam cicius poteris, quia ego ero auxiliator
tuus in omnibus, et propter labores tuos impetrabo tibi coronam a domino in
celestibus, et usque ad novissimum diem erit nomen tuum in laude.
El mismo motivo se repite unos años más tarde
en el programa pictórico del sarcófago de Carlomagno (acabado en 1215): Apparet
[leáse: ...uit] Iacobus in sompnis ante duobus. Denique stellata perhibetur in
ethere strata, Occiduum mundum per se perhibens adeundum.
El concepto de la vía de estrellas corresponde
al de la galaxia (¡Galicia!)/ via lactea, que forma parte imprescindible del
alfabeto etno- y mitológico de muchos pueblos. Una de las primeras aplicaciones
prácticas se realizó en la literatura anglosajona que menciona cuatro vías
grandes que cruzan Inglaterra de norte a sur. Una de estas vías, la
vaetlinga-straet, se traslada al cielo ganando así como milky way un
rango mitológico (por ejemplo en Chaucer, House of Fame, 2, p. 427). Otro
ejemplo significativo nos llega de la tradición germánica. En el relato de
Widukind de Korvey (alrededor de 925 hasta después de 973), que está dedicado a
la victoria de los sajones contra Carlomagno, el autor menciona en la parte que
dedica al asesor del rey Irmenfried, Iring, igualmente una Iringestraza, que se
enlaza con el lacteus coeli circulus: ...quem (Iring) ita vocitant, lacteus
coeli circulus usque in praesens sit notatus. El último paso hacia el
supuesto de que la via peregrinalis a Santiago pudiera tener su
proyección cósmica en la via lactea, en el iter stellarum, se efectuó
dentro del campo del cristianismo en la interpretación del oráculo del
Salvador, que pronunció el profeta Balaam: Orietur stella ex Jacob.
Parece verosímil que, dentro del modo concreto de pensar en la Edad Media, se
podría haber puesto en contacto el Jacobus del Antiguo Testamento con la tumba
apostólica en el lejano occidente, de la misma manera como la scala Jacobi
llegó a ser conocida como la scala coeli en relación con la via lactea. El
círculo se cierra cuando Giovanni Balbus OP de Genova (†1298) denomina en su Catholicon
seu summa prosodiae la via lactea como via sancti Jacobi.
Segundo: En el desarrollo mismo
de la peregrinatio religiosa christiana, existe una diferencia esencial
entre peregrinatio y culto a los santos con su consiguiente veneración de las
reliquias en lugares concretos, aunque resulta difícil separar las
experiencias, a menudo iguales, de los diferentes fenómenos religiosos.
Entre las diversas manifestaciones religiosas
quiero distinguir fenomenológicamente evoluciones interiores y exteriores:
1. La peregrinatio pro Christo. La peregrinación o el
status viae o viatoris está representado en la antropología cristiana
con la frase vita est peregrinatio. Para el homo viator la vida terrenal
no es sino una situación de tránsito que le conduce a su verdadera meta, al más
allá, al encuentro con Dios. La vita peregrinationis o la peregrinatio
pro Christo, e.d. la imitatio Christi, representa la forma más pura de la
peregrinación cristiana, fue el arquetipo del peregrinar de los cristianos.
Implica el abandono de la patria y familia según san Marcos:
Amen dico vobis: Nemo est qui reliquerit
domum, aut fratres, aut sorores, aut patrem, aut matrem, aut filios, aut agros
propter me et propter Evangelium, qui non accipiat centies tantum, nunc in
tempore hoc: domos, et fratres, et sorores, et matres, et filios, et agros, cum
persecutionibus, et in saeculo futuro vitam aeternam.
La radicalidad de esta postura aparece al
hablar de las condiciones de los seguidores de Jesucristo, pudiéndose leer en
otro pasaje de san Mateo: Et dicit ei Jesus: Vulpes foveas habent, et
volucres caeli nidos; Filius autem hominis non habet ubi caput reclinet.
Los monjes itinerantes de Irlanda y Escocia vivían según este ideal: habían
aprendido de los primeros monjes del Oriente la condición de apátrida. En la
Alta Edad Media todavía el sentido de la peregrinatio no significaba sólo un
camino o una determinada meta geográfica, sino una actitud concreta y
religiosa. Fue sobre todo el exemplum Abrahae el que sirvió de modelo
para los monjes itinerantes.
2. La peregrinatio ad loca sancta. Al comienzo sólo se
refería a la visita piadosa a los Lugares Santos que formaron el escenario de
la vida y pasión de Jesucristo en Palestina, principalmente en Jerusalén. Se
inició bajo Constantino y consistía en la visita a un lugar concreto, en una meta
física. Es el momento en que la vita peregrinationis empieza a
convertirse en via peregrinalis, e igual en via poenitentiae, la
cual, como lo expresa el Codex Calixtinus: ducit hominem ad vitam.
Convence en su contexto este pasaje del Codex Calixtinus; pero en realidad
existe “una desproporción flagrante entre la importancia atribuida al Camino
y la concedida a Compostela en las fuentes”. Sea como sea, el “Camino de
Santiago” ocultó en sí valores como la conversión, la disposición de ánimo,
la iniciación de la marcha, en total: valores de la peregrinación, que llegan a
un proceso espiritual en involución, cerrado en sí mismo, que está considerado
como suficiente para una peregrinación y recompensa religiosa sin la necesidad
de la visita al “Santo Lugar”.
3. Peregrinatio ad Limina Beati Jacobi. En el fondo está
considerada como peregrinación penitencial a la tumba de un santo o apóstol,
que sucede a la peregrinatio ad loca sancta, en cierto modo en rivalidad con
las peregrinaciones a Jerusalén y a Roma. La peregrinación, tal como la
entendemos hoy, en tanto que fenómeno de masas europeo, no conoció su pleno
auge hasta los siglos XII y XIII. Es ahora cuando se consideran las
peregrinaciones a Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela como peregrinationes
maiores. Sin embargo, el camino para llegar a este apogeo ha sido largo,
penoso, hasta milagroso. Hasta el siglo VIII la tradición apostólica no juega
papel alguno en la iglesia hispánica: ni en la iglesia antigua, ni en los
tiempos del rey visigodo Recaredo I (586-601) se trata de una sede episcopal
que pudiera reclamar una tradición apostólica. Por vez primera se atribuye la
predicación en la península Ibérica al apóstol Santiago en el Breviarium
apostolorum, un texto que data de fines del siglo VI o comienzos del siglo
VII. Esta tradición de la predicación hispánica de Santiago vuelve a aparecer a
comienzos del siglo VIII en el Poema de Aris (709) de Aldhelmo, abad de
Malmesbury. Más tarde, en el último cuarto del mismo siglo, con la invasión
musulmana de por medio, el Beato de Liébana lo reactiva en su obra Tractatus
de Apocalipsin, y el himno litúrgico O Dei uerbum patris lo repite
en tiempos del rey Mauregato de Asturias (783-788).
Se pone en marcha una dinámica cultual que
inevitablemente provoca la inventio/revelatio de la tumba de Santiago que tiene
probablemente lugar en tiempos del obispo Teodomiro (†847) y del rey Alfonso II
(789-842). Alrededor de la tumba y encima de un campo de sepulturas de varias
épocas nace un núcleo santo, que da lugar a la villa beati Jacobi. Sea como
sea, los primeros en reaccionar fueron el clero del obispado de Iria Flavia y
miembros de la monarquía asturiana.
Durante el largo reino de Alfonso III (866-910)
y el pontificado de Sisnando cristalizaron los elementos fundamentales de la
espiritualidad y la devoción popular para el desarrollo del culto jacobeo. En
principio este culto de la tumba apostólica como centro se extendió con
relativa rapidez en Galicia y en el resto del reino de Asturias; pero tardó
bastante tiempo aún hasta que se afianzó en la parte cristiana de la península
Ibérica, como lo demuestra la incorporación un tanto tardía de la fiesta del Apóstol
en los calendarios y libros litúrgicos toledanos. No obstante el camino estaba
abierto empezando con la red de comunicaciones en los alrededores de la villa
beati Jacobi misma y conectándose poco a poco con la red de vías, ya existentes
en su mayoría, debido a la circunstancias y hechos político-religiosos de
orientación oriental en el norte de la península Ibérica.
Desde sus principios el culto jacobeo tenía dos
dimensiones: una franco-europea y otra cristiano-española. La orientación
europea se presenta de una forma muy destacada, sobre todo después del primer
milenio, al pasar el culto jacobeo a ser una componente decisiva en la
reconquista cristiana de la Península, juntamente con los poderosos movimientos
de Cluny y del Cister, que tuvieron su mayor importancia precisamente durante
el primer auge de la peregrinatio ad Sanctum Jacobum.
La dimensión española del culto se desarrolló
progresiva y paralelamente con la Reconquista hasta que el culto jacobeo se
convirtió en un auténtico culto de rango nacional. Ambas orientaciones del
movimiento sacral gallego-asturiano se muestran de la manera más clara en los
tiempos de la primera Cruzada (1096-1099).
Cuando a principios del siglo XI se derrumbó el
Califato de Córdoba quedándose pequeños reinos como restos, se rompió
igualmente el aislamiento para dar paso a un período de influencias traspirenaico-europeas
de todo tipo, también dentro de la esfera europea. Amplios sectores de la
iglesia hispánica reclamaban una reforma profunda aceptando claramente como
cabeza la sede apostólica de Roma y dejando detrás las vetustas tradiciones de
la antigua Iglesia visigoda. Mediante la asistencia de Cluny y la ayuda eficaz
de Sancho III el Mayor (1003-1035) en Navarra, Sancho Ramírez (1063-1094) en
Navarra y Aragón, y de Alfonso VI (1072-1109) en Castilla y León, se logró la
sumisión de las iglesias hispánicas a la autoridad suprema del Pontificado
romano. Igualmente se realizó una adaptación de la liturgia hispánica antigua a
la romana provocada por una carta del papa Gregorio VII a Alfonso VI en el año
1075.
No es el camino concreto fijado el que, en sus
primeros momentos, une la tumba apostólica en el extremo occidente del mundo
cristiano; son más bien la convicción, la idea y quizá la visión que unen y
enlazan más espiritual e intencionadamente el lugar santo apostólico con el orbis
christianus más allá en el oriente. Prueba de ello es, aunque discutida, la
Epístola del papa León, conservada en varias recensiones de finales del siglo X
o comienzos del XI, que significa la primera fuente literaria sobre una translatio
de las reliquias y el subsiguiente enterramiento en tierras galaicas. En su
enlazamiento con Tours y en su intencionalidad de contactar con el mundo franco
y cristiano, la “Hispania christian” tenía preparado el camino para
insertarse en el mundo fascinante de la empresa Europa christiana, que en el
siglo XI se realizó como carácter y etnia colectiva independiente en todos los
sectores, ganando el perfil que duró como estampa cultural hasta el
descubrimiento de América y la “reforma” de la iglesia en tiempos de
Martín Lutero.
El “camino de Santiago” hasta el
santo lugar
En virtud del cambio estructural de la vita
peregrinationis en la via peregrinationis, aplicado a la peregrinatio ad limina
Beati Jacobi, el siglo XI hizo que esa vía fuese imaginada colectivamente como
iter Sancti Jacobi. La consolidación geográfica y mental bastante temprana se
explica no solamente por la situación geográfica tan expuesta y alejada del
Santo Lugar (quizá debido al problema de la translatio, según la tradición
inmediata después de la decapitación del Apóstol), sino también por la decidida
voluntad de la Iglesia compostelana de difundir activamente la idea de una gran
peregrinación del Occidente a la tumba de Jacobus maior en los confines de
Galicia. “El culto jacobeo creó el Camino de Santiago”, dicen los
autores de la introducción al estudio sobre Las peregrinaciones a San Salvador
de Oviedo.
A partir del siglo XII se podría clasificar la
peregrinación a la tumba apostólica en Compostela como peregrinatio maior, cuya
dinámica cultual y sacralidad propagó ya entonces el nacimiento y la visita de
santuarios secundarios. Los caminos de los peregrinos a Roma y a Compostela
unieron como líneas sagradas pueblos lejanos en todo el Occidente cristiano y
contribuyeron a su manera a la formación de un “paisaje cultual” europeo
universal. ¿En qué tiempo nació entonces el Camino que guiaría como Iter Francorum,
Caminus o Iter Stellarum, “Camino de Santiago”, o Jakobusweg, al centro
sagrado de la mayor peregrinatio religiosa del medievo? La Historia Turpini, o Historia
Caroli Magni et Rotholandi atribuye la instauración y liberación del “Camino
de Santiago” a Carlomagno. Un cantar español del siglo XIII pone en sus
labios el texto siguiente: “Adobé los caminos del apóstol Santiago”.
Pero en realidad no existe ninguna indicación concreta sobre una ruta que los
peregrinos podrían haber utilizado antes del siglo XI. La primera alusión,
bastante vaga, nos llega relativamente tarde. El escritor de la Historia
Silense, probablemente asturiano, cuya redacción se realizó lo más pronto
alrededor del año 1118, se ocupa del poderoso rey de Navarra Sancho el Grande,
mencionando entre otros detalles el “Camino de Santiago”. El origen de
la calzada que se desvía de la antigua ruta o vía romana que cruza toda España,
desde Asturica (Astorga) a Burdigala (Bordeaux), estableció sus dietas en una
serie de “mansiones”. La identificación de las etapas, en la medida que
es posible, “revela un trazado que pasaría por Hospital de Órbigo, Ardón,
Grajal de Campos, Carrión de los Condes, Sasamón, Monasterio de Rodilla y
Briviesca, para dirigirse a Pamplona por tierras alavesas y cruzar los Pirineos
por el puerto de Ibañeta (Roncesvalles)”. La importancia de la calzada
debería deducirse de su importancia política, militar y económica, que aumentó
considerablemente con el desarrollo de los reinos cristianos que surgieron a lo
largo de la Reconquista. La evolución del “Camino de Santiago” en los
tiempos inmediatos después de la invasión musulmana del siglo VIII iba a unir a
los principales centros de poder que se establecieron en tierras de la Meseta
durante el tiempo de la expansión del reino astur-leonés: “de este a oeste,
Burgos, Carrión, León y Astorga”.
Algunos de los centros nuevos coinciden con las
etapas marcadas en el Itinerario de Antonino como Carrión de los Condes. Otros
cambiaron el trayecto antiguo, como por ejemplo Nájera, la capital del reino
navarro, que por razones de poder se integró en la ruta obligando a girar hacia
el sur la antigua calzada que, por estas circunstancias, entró en Castilla
desde La Rioja y no desde Álava. En el trascurso del siglo XI se puede fijar
con toda seguridad el trazado del “Camino de Santiago”, o mejor dicho de
los caminos que conducen a Compostela, comprobándose por el aumento de fuentes
históricas. A partir de la mitad del siglo XI se lleva adelante con toda fuerza
la edificación de hospitales y albergues, se construyen puentes, y tanto la
seguridad general como la comodidad y la protección de viajar mejoran
notablemente.
Fundaciones generosas se preocupan del
bienestar físico y espiritual de los peregrinos, pobres y comerciantes del
tráfico del comercio lejano. Merecen ser mencionados especialmente dos reyes,
que ganaron grandes méritos por su solicitud y cuidado en atender a los
peregrinos: Alfonso VI de Castilla y León (1072-1109) y Sancho Ramírez de
Navarra y Aragón. En estos años se realiza también la renovación del puente más
importante sobre el Ebro en Logroño, así como la construcción de los puentes de
Sahagún (1065), Ponferrada y de Villafranca del Bierzo.
El “camino de Santiago” en itinerarios,
guías y relatos de viajeros y peregrinos
Parece difícil establecer una clara distinción
entre itinerarios, guías y relatos de personas individuales. El itinerario
propiamente dicho, del tipo de Antonino o de la Tabula Peutingeriana
consiste en simples listas de localidades comprendidas entre dos etapas
importantes, con anotación de las distancias parciales. Las guías admiten
también otros datos al lado de los puramente descriptivos del Camino. Los
relatos de viajeros, que suelen incluir el itinerario seguido por el viajero,
pueden comprender indicaciones de gastos y acontecimientos particulares.
La guía del Codex Calixtinus
El primer documento de las categorías arriba
mencionadas es la famosa y múltiples veces publicada guía del Codex Calixtinus.
Forma parte del Liber V, según su incipit, en el Codex Calixtinus. La guía
expone un itinerario en los tres primeros capítulos. En la parte francesa del
Camino se limita a indicar brevemente cuatro grandes rutas, que todas ellas se
reúnen en territorio español, en Puente la Reina. En tierra española se
precisan las etapas, que son doce. En el itinerario se advierte que son cortas las
dos primeras etapas, siendo así la primera, de Saint Michel a Viscarret, de
unos 35 kilómetros y la segunda, de Viscarret a Pamplona, de 40 kilómetros. Se
escribe también que estas etapas son para hacerlas a caballo de Estella a
Nájera y de Nájera a Burgos, de 74 y 89 kilómetros respectivamente. La sexta etapa,
dice el Codex Calixtinus, “es desde Burgos a Frómista”, y cuenta 59
kilómetros; “la séptima de Frómista a Sahagún”, con un total de 55
kilómetros.
Las restantes jornadas, que la distribución
anterior obliga a pensar que se estimaban adecuadas para peatones, oscilan
entre 50 y 70 kilómetros, completamente irracionales e imposibles como jornadas
normales, aun para peregrinos profesionales. Esta misma distribución está
aplicada y vigente en el Libellus miraculorum del Codex Calixtinus.
Menos exageradas, pero todavía demasiado extensas, son las jornadas que pone la
Geografía de al-Idrisi (ca. 1100-ca. 1165), para el Camino entre Santiago y
Pamplona. Cabe la posibilidad que al-Idrisi haya utilizado la guía del Codex
Calixtinus.
El capítulo III del Liber V del Codex
Calixtinus enumera “los nombres de los pueblos del camino” y menciona
entre otros “Itero, Frómista y Carrión, que es villa rica y muy buena,
industriosa en pan, vino, carne y en toda clase de productos”. El capítulo
V, que trata “de los buenos y malos ríos que en el “Camino de Santiago” se
hallan”, relata lo referente a la provincia de Palencia de la manera
siguiente: “Los ríos, que, por el contrario, se consideran dulces y buenos
para beber, se llaman vulgarmente con estos nombres: el Pisuerga, río que baja
por Itero del Castillo; el Carrión, que pasa por Carrión; ...”. En general,
el autor francés de la guía del Codex Calixtinus nos proporciona una impresión
buena de la región palentina, aunque menos de la gente que allí habita: “...
continúa la tierra de los españoles, a saber: Castilla y Campos. Esta tierra
está llena de tesoros, abunda en oro y plata, telas y fortísimos caballos, y es
fértil en pan, vino, carne, pescado, leche y miel. Sin embargo, carece de
árboles y está llena de hombres malos y viciosos”. Lo que bien observa el
autor del Codex Calixtinus es la falta de árboles en los famosos Campis
Gotis de la Chronica Albendensia; pero la abundancia de oro y plata, si no
es una frase retórica, habrá que suponer se refiere a los monasterios e
iglesias y a las casas de nobles y ricos. Con todo, los hombres no salen
tampoco bien librados. Ya el historiógrafo Pompeius Trogus de la Gallia
narbonense, que vivía en los tiempos del emperador Augustus, describe la
llanura austera y la consecuente sobriedad castellana en sus Historiae
Philippicae, expresando que es dura omnibus descrita parsimonia.
El “Camino de Santiago” queda más o
menos fijado a partir del siglo XI. Por el carácter parco de la infraestructura
informativa del Medievo Alto y el carácter genuinamente religioso y espiritual
del “Camino de Santiago”, no se conoce ningún otro monumento literario
de propaganda o fijación de ruta hasta el final del siglo XIV. También habrían
que tomarse en cuenta las penurias y plagas del tiempo en cuestión. Pestes,
guerras sangrientas, cambios y revoluciones sociales y todo tipo de
dificultades obstaculizaron que el “Camino de Santiago” tuviera el mismo
auge que en los siglos de oro de la peregrinación religiosa altomedieval
(siglos XII-XIII). Pero hay que convalorar los monumentos literarios
posteriores, que reflejan durante mucho tiempo la dura realidad del
Altomedievo, aunque saliendo de la época del arte románico.
Como ya se ha indicado, después de la guía del
Codex Calixtinus no conocemos ningún otro itinerario de la peregrinación
compostelana hasta el final del siglo XIV. De este tiempo data un itinerario
inglés rimado: Hakluytus Posthumus or Purchas his Pilgrims, un
itinerario para las tres grandes peregrinationes maiores, o sea: Santiago de
Compostela, Roma y Jerusalén. El hospitall de Reyne y Sen Antony son las dos
únicas localidades que menciona el autor entre Burgos (Borkez) y León (Lyones).
Seguramente se refiere al Hospital del Rey y al Hospital de San Antón, dos
kilómetros antes de llegar a Castrojeriz.
Entre 1392 y 1425 se podría situar por sus
características una copia de un itinerario veneciano, cuya redacción original
muy probablemente podría haber ocurrido en la primera mitad del siglo XIV.
De 1417 data el relato del caballero francés
Nompar de Caumont a Saint Jacques en Compostelle et a Notre Dame de Finibus
terre.
Para uso de los peregrinos alemanes, un monje
servita de Turingia, que se llama Hermann Künig de Vach, redactó una guía
rimada en los últimos años del siglo XV. La única mención concreta respecto al
“Camino de Santiago” en la provincia de Palencia que encontramos se
refiere a Carrión:
“Después de una milla encuentras una ciudad
que se llama Garrion / tiene un puento bonito / Allí dan vino y pan en dos
monasterios / Puedes visitar dos hospitales si lo necesitas / Después hallas
una granja a una milla / Allí dan también pan pero no demasiado / Hay también
allí un hospital, y pasada una milia, otro / Otra milia después hay uno, donde
te advertiré que dan vino y pan / Pasada una milia hay una iglesia que tiene la
construcción defectuosa / Dos pueblos, una iglesia y un puente hay allí cerca, y
una ciudad que se llama Sagona”.
El texto de Hermannus Künig sigue enumerando
hospitales sin concretar los lugares. Más detalladas y exactas son las
indicaciones que da el relato de Arnold von Harff, quien fue un señor noble de
una antigua familia del Bajo Rin, que emprendió una larga peregrinación en el
año 1496, visitando Egipto y llegando al sepulcro de Santa Catalina, en el
monte Sinaí. A su regreso, desde Venecia, marchó por tierra a Santiago antes de
volver a su país. Repite el itinerario dos veces, comentándolo la primera y
reduciéndolo la segunda. Su comentario versa sobre la geografía del país que
atraviesa, las particularidades de sus habitantes, y, ante todo, sobre la
relativa importancia de las localidades que encuentra en su camino.
Harff nos proporciona un exacto panorama del “Camino
de Santiago” en la provincia de Palencia, mencionando los lugares clásicos
del Camino: Itero de la Vega, Boadilla del Camino, Frómista, Población de
Campos, Revenga de Campos, Villalcázar de Sirga, Carrión de los Condes,
Calzadilla de la Cueza y Moratinos. Clasifica de pueblo a Revenga, Calzadilla y
Moratines, de lugar de cierta jurisdicción baja (vrijheit) a Itero,
Boadilla y Población, y de ciudad solamente a Carrión y Frómista. Allí le
llaman la atención los muros de adobe y él observa que las ciudades de toda
España están rodeadas de murallas. Harff no queda satisfecho de su viaje
español: “desde Ortez hasta Santiago” dice, “ya no encontrarás
ninguna buena posada para ti ni para tu caballo. Si quieres comer o beber
tienes que comprártelo en el camino, y no encontrarás para tu caballo avena ni
paja”. ... “Además hay que dormir en suelo y comer cebada”. Dice también en
el apartado que trata de Frómista: “summa summarum, España es un país peor
que Turquía donde la gente se burla mucho más del hombre que en España”.
Del siglo XVI conocemos varios itinerarios
franceses que coinciden en su descripción con la guía del Codex Calixtinus. Son
de menor interés para nuestro propósito. Del año 1521 data el relato de Sebald
Örtel, comerciante y patricio de Nuremberg. En la parte correspondiente a la
provincia de Palencia escribe:
“... y cabalgamos desde allí
[Castrojeriz] hasta Fromestein, 5 millas, gastamos 2 reales. Desde allí a
Carion, 4 millas, gastamos 3 reales, desde allí a Kassadilla, 4 millas,
gastamos 6 ‘darges’, desde allí hasta Sagona...”.
Especial mención merece la tendida relación de
Domenico Laffi. El itinerario coincide, con desviaciones insignificantes, con
el que describe la guía del siglo XII. Describe el recorrido que nos interesa
de manera siguiente:
Ponte della Mula Formezza o Formeste
Cascadegia: Ritruovammo poco lungi dalla terra, ou eramo partiti, un “Ospitale
molto ricco, e molto grande, e si chiama a l’Ospitale del gran Caualiere qui
danno la passada a’Pellegrini di pane, vino e c ascio diederci ancora due
ricotte, e una pagnota per uno, e da bere.
Laffi se refiere sin duda alguna a Santa María
de las Tiendas, perteneciente a la Orden de Santiago. El monasterio disponía de
un hospital importante.
Un relato sobre una peregrinación a Santiago de
Compostela que podría tener cierto interés es el del sastre picardo Guillermo
Manier, natural de Carlepont, quien decide hacer la peregrinación como medio de
salir del apuro en que se encontraba por unas deudas. Empezó su viaje el día 26
de agosto de 1726, con tres compañeros. Su itinerario es muy detallado, pero
las transcripciones de los nombres de los lugares son de una espantosa barbarie
que dificulta su identificación, siendo además bastantes veces equivocadas o
arbitrarias. Lo que para él tiene un encanto especial son las mozas de San
Nicolás del Real Camino:
“En estos barrios vive una raza muy hermosa
y bien vestida, con talla delgada, las mangas de sus camisetas tan estrechas
como lo llevan los hombres en Francia, con puntas negras en las mangas y
también en el cuello, lo que hace aparecer su piel blanca como alabastro. No lo
necesitaran en realidad porque de todos modos tienen una piel muy delicada. Las
señoras llevan camisas finas con puntas abajo de medio pie de largo”.
En Población de Campos, Manier y sus compañeros
entraron en una viña vendimiada, y con uvas que juntaron se embriagaron.
Concluyo con el relato de Nicola Albani que
describe ampliamente su peregrinatio pro fame107. La realizó entre el 4 de
junio de 1743 y el 3 de octubre de 1745, sufriendo muchos apuros y estancias,
por ejemplo como empleado de un rico mercader napolitano. El itinerario es
bastante confuso y “corresponde en parte al recorrido tradicional de los
peregrinos franceses de las regiones atlánticas con el acceso a España por
Roncesvalles”. Albani sigue un itinerario dictado en parte por las
circunstancias y en parte por dos motivaciones que lo empujan a Santiago: la
devoción y la curiosidad. Aunque Albani no podía seguir “nunca el camino
recto” por las circunstancias indicadas, se da cuenta perfecta del
auténtico “Camino de Santiago” del cual pone en los dos tomos de su relato un
itinerario breve idéntico.
Albergues y hospitales en el iter
stellarum. (provincia de Palencia)
Uno de los aspectos fundamentales de la
historia de las peregrinaciones es el de la hospitalidad que los peregrinos
reciben y que les es necesario para poder realizar la finalidad de su empeño.
Los monasterios tenían una obligación especial en cuanto al ejercicio de la
hospitalidad: la Regla de San Benito dispone en su capítulo LIII que “todos los
que (allí) vinieren, sean recibidos como Jesucristo, pues él mismo dijo:
huésped fui y me recibisteis”. Aparte de la monástica, otras dos formas
caracterizan la hospitalidad: la que prestaban los particulares en sus casas
–caritativa o retribuida– y la que los pobres, enfermos o peregrinos recibían
en los hospitales independientes de los monasterios, fundados por instituciones
e individuos eclesiásticos o laicos. También existían albergues de carácter
comercial al lado de las instituciones caritativas, según documentación a
partir del siglo XII.
Según Ubieto Arteta se formaba el “complejo
turístico-hotelero” del “Camino de Santiago” sobre todo en la década
entre 1070 y 1080. La primera noticia auténtica de un hospital para peregrinos
a Santiago nos llega del año 1047 (?), en el que el conde don Gómez cedió al
monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes un cenobio limosnero y una
hospedería que había fundado en Arconada para asistir a los peregrinos. Se
expresa también en el mismo documento, que la villa donde se hallaba situada la
hospedería estaba: secus stratam ab antiquis temporibus fundatam euntium vel
regredientium Sancti Petri et Sancti Jacobi Apostoli. La calzada jacobea
aparece en principio aquí como el camino que enlaza los dos grandes santuarios
de la cristiandad occidental donde se veneraban tumbas apostólicas: en Roma y
en Santiago de Compostela. Es también el conde don Gómez Díaz, quien, junto con
su esposa, la condesa Teresa, construye un puente junto al monasterio de San
Zoilo y del hospital sobre el río: Ecclesiam, pontem, peregrinis optima
tecta, parca sibi struxit largaque pauperibus.
El “Camino de Santiago” cruza toda la
provincia de Palencia, en dirección este-oeste, con un recorrido total de 65
kilómetros. Hay más o menos unos veinte sitios en el “Camino de Santiago” que
contribuyeron a la infraestructura caritativa-hospitalaria, ofreciendo
alojamiento, comida y asistencia medicinal y espiritual. Ya en la frontera
hacia la provincia de Burgos encontramos el primer hospital. Junto al puente de
Itero levantaron el conde Nuño Pérez de Lara y su esposa, doña Teresa, un
hospital, que en 1174 quedó exento de los derechos del diezmo y primicias
episcopales.
Ahora, como reconoce la guía del Codex
Calixtinus, los peregrinos atravesaban una inmensa llanura sin arbolado alguno.
Poblaciones pequeñas, con casas construidas de ladrillos o adobes que apenas se
levantan sobre el horizonte y cuyo color terroso las funde en un panorama
monótono. Támara, la próxima villa, estaba bajo la jurisdicción de los
templarios, anejo a la encomienda de Villalcázar de Sirga. Adosado al templo
tenía un hospital en tiempo de Fernando IV (1295-1310). En Boadilla del Camino
existía un hospital, que se utilizó como asilo para pobres transeúntes, fundado
por don Antonio Rojas, obispo de Palencia y arzobispo de Burgos entre otros,
fallecido en el año 1526. El lugar de Amusco ofrecía una casa sanitaria llamada
hospital de San Millán de los Palmeros. Estaba situada en el centro de la villa
y podría servir para la asistencia de 12 enfermos.
En Frómista, la viuda de Sancho el Mayor
construía en 1066 un monasterio, que luego se incorporó al de Carrión, y que
por supuesto tendría su hospedería. La importancia de Frómista para los
peregrinos ad Sanctum Jacobum et de Sancto Jacobo se refleja en un número
elevado de hospitales, como el de Santiago que fundaron don Fernán Pérez y su
mujer doña Isabel González en el año 1507. Allí se hospedaban los peregrinos
jacobeos, se les recogía cuando caían enfermos y se les enterraba cuando morían
en un huerto detrás de la iglesia de San Pedro, lugar que se llama todavía “huerto
de los romeros”. Además había el hospital de los Palmeros, del cual todavía
se conservan algunos restos, y el hospital del Mayorazgo de las Brasas, que
estaba bajo el cuidado y patrono de dichos señores, hasta que en el año 1597
fue incorporado al de Santiago. Se registró todavía una casa –hospedería o
lazareto– de Nuestra Señora del Otero antes del año 1601 en que fue cedida con
la iglesia y los bienes para fundar un monasterio de religiosas carmelitas
descalzas. A una milla de Frómista debería haber existido un hospital que citó
el ya mencionado monje servita Hermannus Künig y que se localizaría al lado de
un puente, que podría ser el de Población de Campos.
Del hospital de Arconada, que está situada al
poniente de Villovieco, ya hablamos en otra ocasión. Otro hospital se fundó en
1555 por Marta Pérez, vecina de este pueblo, para socorrer a los pobres
enfermos, tanto de él como transeúntes y redeúntes. También Villarmentero
contaba con un hospital que hoy es casa particular.
Muchos peregrinos llegaban a Villalcázar de
Sirga, después de visitar las ermitas de la Virgen del Río y del Cristo de la
Salud. Su importancia espiritual, dada por el culto a Santa María la Blanca,
atraía a los peregrinos que dieron renombre internacional a este templo de
Santa María, del cual tratan las Cantigas de Alfonso X el Sabio haciendo
propaganda para el santuario mariano:
Romeus que de Santiago y an forón-lle
contando os miragres que a virgen faz en Vila-Sirga.
En otro tiempo, Villalcázar de Sirga, fue
encomienda de la Orden de los Templarios. Adosado a la iglesia estaba el
hospital, y luego fue trasladado hasta el que la Orden de Santiago tenía en
Villamartín, cerca de Carrión de los Condes, previo acuerdo con el conde de
Ossorno, por estimarse que este sitio estaba mejor dispuesto para atender a los
peregrinos. La casa-palacio de Villasirga siguió llamándose hasta el siglo
pasado “casa de los peregrinos” y también “la peregrina” o “casa-hospital de
Santiago”. Ostentaba sobre la puerta principal el escudo de la Orden de
Santiago. Otro hospital fue sostenido por la Cofradía Mayor en la cual se
admitieron enfermos y viajantes.
Carrión de los Condes era la población más
importante que atravesaban los peregrinos en la Tierra de Campos. Fue repoblado
en tiempo de Alfonso III (866-910) en la vía de Astorga a Burdeos. Los
peregrinos entraban por la calzada donde ahora se encuentra el convento de
Santa Clara, que dos compañeras de ella erigieron en el siglo XIII. Más
adelante los peregrinos llegaron al templo de Santa María del Camino. Según la
tradición existía en Carrión un hospital junto a la iglesia de Santiago que
edificaron los templarios. Tenemos noticia de la fundación de una
hospedería-hospital en la plaza de Santa María muy cerca a la villa por parte
de los cofrades del Camino. Siguiendo la calzada, en una distancia de
aproximadamente dos leguas, se situaba el hospital Blanco, donde unos años más
tarde se edificaría la iglesia de Santa María del Camino o de la Victoria.
Además, en el “Camino de Santiago” se encontraban el hospital de San
Lázaro con dedicación a pobres y peregrinos de enfermedades contagiosas y el
hospital de Nuestra Señora de la O, una fundación de don Luis Hurtado de
Mendoza a fines del siglo XV. El hospital más mencionado y conocido era el
hospital que fundó don Gonzalo Ruiz Girón, mayordomo del rey Alfonso VIII desde
1198 y con Fernando III hasta 1231, que fue llamado popularmente de la
Herradura “por la forma del arco de entrada para los romeros”. Muy próxima a
Carrión, en el occidente, se fundó en 1165 la abadía de Benevívere, ocupada por
los canónigos regulares de San Agustín, y a la que don Pedro Gutiérrez y su
mujer María Bueso cedieron en 1194 el hospital de Lagunilla, en la cercanía de
Villarramiel. A la misma abadía donó don García en 1175 el hospital en el
camino de Sahagún a Carrión. La abadía poseía otro hospital más construido y
donado por Diego Martínez, fundador de Benevívere. Hermannus Künig menciona zweyen
kloestern donde se daba wyn vnd broet hablando además de zwey
spital. Uno de los monasterios era sin duda alguna el monasterio
benedictino de San Zoilo. Próximo al monasterio se encuentra el puente
comenzado a edificar en tiempo del conde Gómez Díaz y finalizado por su viuda
doña Teresa. El hospital de San Zoilo nunca gozó de la riqueza y de la buena
fama que tenía el hospital de don Gonzalo; pero cumplió con su encargo
caritativo-social: dar hospedaje a los peregrinos en su camino a y desde
Santiago.
El itinerario de Senlis, de 1690, pasado
Carrión de los Condes (Gran Carion) dice: Petit Carion est aux fauxbourg du
dit Carion. Il y a mandat. Otro itinerario, el de Jean Pierre Racq, de 1790,
dice que en Carrión hay charité à l’hospital et à l’ermitage. Cerca de
Carrión estaba el hospital de Villamartín, que en 1196 fundara Tello Téllez
para entregarlo inmediatamente a la Orden de Santiago como albergue de
leprosos. Poco después, en mayo del año 1198, Alfonso VIII le eximía de
portazgo, y en 1222 el papa Honorio III tomaba el hospital bajo la protección
apostólica. Ya se podía ver que el hospital en cuestión fue trasladado a
Villasirga por permuta con el conde de Ossorno.
Un problema queda sin averiguar respecto a este
hospital para los leprosos. Sabemos que, generalmente, existía una rigurosa
separación y aislamiento de los leprosos de la demás gente: ¿cómo se permitía a
los leprosos la peregrinación?
El inventario de enfermedades del Codex
Calixtinus (Liber I, cap. VI) p.e. va encabezado por la lepra, que desde
tiempos bien antiguos dio lugar a una especial preocupación por parte de la
jerarquías eclesiásticas y seculares. Lo que podríamos considerar fuera de duda
es que, ocasionalmente, las leproserías acogían peregrinos, víctimas de aquella
enfermedad. Está bien documentado que hubo peregrinos leprosos y que se acogían
en las leproserías en diferentes localidades del “Camino de Santiago”,
como son Pamplona, Estella, Burgos, Castrojeriz, Carrión de los Condes, San
Nicolás, Sahagún, León, etc.
Me parece que se ha exagerado en cuanto al
aislamiento obligatorio, y es probable que, aparte de los casos graves, a los
que hiciesen su peregrinación con prudencia, en evitación de contagios,
buscando la separación de las demás personas, les serían permitidos los viajes
a los santuarios en busca del milagro curativo. Por otra parte hemos de tener
en cuenta que algunos serían atacados por el mal, precisamente durante su
peregrinación.
Pues bien, el itinerario de Senlis sitúa a una
legua de Carrión de los Condes un lugar que se llama Molin Blanc. Supongo que
sería Calzada de los Molinos, cuya iglesia parroquial estaba dedicada al
apóstol Santiago.
Los peregrinos podrían desviarse de la ruta
general a la derecha para entrar en la abadía de Benevívere, de la cual ya
hablamos. En el mismo lugar debería haber existido una antigua abadía de los
cistercienses, que siempre se esmeraron en el recibimiento y atenciones con los
peregrinos. El hecho acredita que sus hospitales eran mejores que los de otras
órdenes, en opinión de algún escritor del siglo XVI.
En término de Ledigos, en Santa María de las
Tiendas, había un convento o una abadía, que en las guías francesas se conoció
con el nombre de hospital del Gran-Cavalier, que pertenecía a la Orden de
Santiago y tenía bajo su jurisdicción el ya mencionado hospital de Villamartín.
En 1182, Alfonso VIII concede al hospital exención de “fecendera, fonsado,
pedido y cualquiera otro servicio”. Varias donaciones facilitaron el
sostenimiento del hospital y sus labores in usus pauperum, de las cuales
hay que destacar la de don Pedro Fernández y de su mujer, doña Teresa, que
donaron cinco mil maravedís en el año 1222. A poca distancia de las Tiendas
queda el pueblecito de Ledigos, que sonaba ya por el año 1028, cuando doña
Urraca lo erigió en honor del apóstol Santiago dotándolo de edificios, pomares,
prados, viñas y posesiones. Había un hospital en lo que hoy es una finca
cercana a cierto palomar.
A corta distancia de la villa de “San Juan”,
hoy desaparecida, los caballeros de la Orden del Temple, tenían un convento. Se
puede suponer que uno de los hospitales que menciona Hermannus Künig podría
haber estado allí.
De un hospital en Moratinos no tenemos noticia
alguna. Lo único que se refiere al paso de los numerosos peregrinos es una
calle llamada calle Real o Calzada Francesa.
Llegamos al último pueblo en la provincia de
Palencia: a San Nicolás del Real Camino, donde en el siglo XII había un
hospital de leprosos regido por canónigos regulares de San Agustín. El hospital
amplió, sin duda, sus servicios a todos los peregrinos, que lo conocían con el
nombre de Petit-Cavalier.
Conclusiones
Lo que se puede deducir de lo anteriormente
tratado, tomando en consideración también el desarrollo general de Castilla,
es, según mi modesto saber y entender, lo siguiente: junto con el avance
progresivo de la reconquista española y la introducción de una infraestructura
monástica de órdenes de la reforma, tuvo lugar a partir del siglo XI una
colonización de la Meseta castellana, que trajo consigo como consecuencia la
fundación de un número considerable de poblaciones (pueblos, villas, ciudades),
cuyos habitantes, en su mayoría francos, gozaron de privilegios especiales.
Dentro del panorama cultual de la provincia se puede deducir que los pobladores
importaron sus propios cultos a santos, de los cuales se prometieron poderes
taumatúrgicos especiales, como por ejemplo San Martín y San Nicolás. Como culto
genuino palentino se implantó el de San Zoilo, que, en “competencia” con
Santiago, curó peregrinos que buscaron en vano su restitución en Santiago de
Compostela. De los patronazgos antiguos del camino y del occidente cristiano en
general, encontramos los de San Pedro, San Juan Bautista, San Andrés, San
Cristóbal y del Arcángel San Miguel. También el patrono y protector de España,
Santiago está presente bastantes veces.
En San Millán se nos presenta el patrón de La
Rioja, que a veces entró en “competición” con Santiago en su papel de protector
nacional y miles Christi. El discípulo apostólico y primer obispo de Cádiz,
Torcuato, es según una leyenda que la tradición pone en el siglo VIII, uno de
los primeros misioneros de la Península. San Facundo de Sahagún viene, como los
orígenes del cristianismo de África, y San Hipólito de Oporto, todos
representando movimientos migratorios dependientes de la repoblación y de la propia
historia eclesiástica hispánica.
Lo que no me sorprende es el gran número de
centros culturales marianos en el “Camino de Santiago”, sobre todo a
partir del siglo XIII. El culto al pesebre y a la Cruz, a la Virgen y a los
santos invade la devoción y piedad popular de la Alta y Tardía Edad Media,
creando un ámbito espiritual mariano y provocando la aparición de diversos
centros sacrales. En la provincia de Palencia era Villasirga el núcleo sagrado
que ocupaba el rango más alto de los centros marianos, atrayendo a los
peregrinos jacobeos bajo el pretexto de disponer de más fuerzas espirituales y
curativas que el apóstol Santiago mismo. La fama de los milagros de la Virgen
de Villasirga la promovieron y difundieron en gran parte los peregrinos a
Santiago.
Lo que se puede constatar finalmente es: la
provincia de Palencia ha experimentado el mismo desarrollo que muchas regiones
del occidente cristiano en vía de penetración cristiana, con una excepción
importante: la del camino europeo a Santiago de Compostela o más bien el camino
francés en aquellos tiempos. Prueba de ello son, entre otras, la mención de los
lugares de cierta importancia en la literatura odepórica desde el siglo XII
hasta hoy, y del gran número de hospitales de renombre europeos que nacieron a
lo largo del “Camino de Santiago” y de sus desviaciones a partir del
siglo XI. El “Camino de Santiago” cruza la provincia de Palencia en su
parte central y significa, dentro de este fenómeno, un importante eslabón de 65
kilómetros de longitud en esa cadena europea del iter stellarum.
Palencia
El nombre genérico que aglutina el barrio de la
capital palentina en el que se encuentra emplazada la catedral es el de San
Antolín, debido sin duda a la cripta y a un hospital del mismo nombre del que
tenemos noticias documentales desde el siglo XII. Los datos de las excavaciones
arqueológicas realizadas confirman que la cripta conserva restos de época
visigoda –de la segunda mitad del siglo VII– e incluso anteriores. Estos
últimos podrían servir para datar una edificación ya existente en época de las invasiones
germánicas. Parece ser que el culto a san Antolín ya era conocido en época
visigoda. La tradición recogida por el cronista Fernández del Pulgar en el
siglo XVII cuenta cómo el monarca Wamba trajo de las Galias en el 672 el cuerpo
de este mártir narbonense ejecutado a finales del siglo V, en cuyo honor se
levantó un templo, del que hoy tan sólo conservamos la cabecera, consagrado muy
probablemente por el obispo Ascario. Sin embargo, las primeras noticias
documentales fidedignas que nos hablan de la cripta de San Antolín datan del
siglo XI, momento en el que ésta fue descubierta fortuita y milagrosamente
–según nos relatan diversas leyendas y prodigios– por Sancho III el Mayor, rey
de Navarra. Curiosamente este mismo monarca en un suceso semejante descubrió la
cripta de Santa María la Real de Nájera. Otros monasterios como San Pedro de
Arlanza o Santa María de Aguilar de Campoo, sufrieron un redescubrimiento
semejante.
Hacia 1034, y bajo el mandato del discípulo del
abad Oliva de Ripoll, el obispo palentino D. Ponce –que ya lo había sido de
Oviedo– tendrá lugar la restauración de la diócesis de Palencia y la ampliación
de la cripta de época visigoda con un espacio a modo de antecripta. El acto de
restauración se llevaría a cabo en la iglesia de piedra “que había fundado
con liberal mano (el monarca navarro Sancho III) bajo la advocación del
Salvador y de su Madre y de san Antolín, y era muy decente templo”.
Diversos autores identifican este edificio con la actual cripta, aunque otros
consideran que se trata de la catedral románica levantada por el obispo don
Bernardo. Un año más tarde, en 1035, y contando con la presencia de los reyes,
tuvo lugar su dedicación a san Antolín, acto que algunos investigadores han
interpretado como una posible influencia de Cluny.
Catedral
Cripta de San Antolín
La cripta de San Antolín aparece situada bajo
la nave mayor –el actual coro– de la magnífica catedral gótica, con acceso
desde el trascoro. Por encontrarse en un nivel inferior para llegar hasta ella
tendremos que descender por una interesante escalinata del siglo XVI.
El espacio arquitectónico definido por la doble
cripta –descubierta a principios del siglo XX por Francisco Simón y Nieto y
Manuel Aníbal Álvarez y restaurada en 1905 por José Ramón Mélida– se compone de
dos ámbitos claramente diferenciados y yuxtapuestos longitudinalmente. El más
oriental es de época visigoda, y el que le precede, de mayor anchura, es de
cronología románica. Probablemente en el momento de su construcción tanto uno
como otro ámbito estuvieron sobre el nivel del y formarían parte de una
edificación anterior sobre la que se elevó en siglos posteriores la catedral.La zona oriental, la más antigua, conforma una
nave angosta de desigual anchura y dividida en tres extraños tramos por arcos
de medio punto que arrancan de un banco corrido.
Su forma es muy original, mediante losas de
piedra tendidas a uno y otro costado alternando con fajones de medio punto
ultrapasados en el acceso a la cabecera. Toda la obra está realizada en
sillería –engatillada en ocasiones– de desigual aparejo. La cabecera es recta y
dispone de un tabicado de fondo que Navarro García considera realizado para
resguardar joyas y preseas. Ésta se articula mediante dos columnas con sus
correspondientes capiteles sobre las que voltean tres arcos de herradura, ahora
ciegos. El acceso a esta nave se realizaba mediante dos puertas laterales de
arcos ultrasemicirculares que hoy permanecen también cegadas.
Helmut Schlunk y Pedro de Palol defienden la
teoría, mayoritariamente aceptada, de que estos restos formaban parte de un martyrium,
con un piso superior que se habría perdido y otro inferior reservado al culto
de las reliquias: la confessio, que sería el que ha llegado hasta
nosotros. Para Salvador Andrés Ordax podríamos encontrarnos ante los restos de
la primitiva ecclesia cathedralis.Pre
senta por tanto una estructura muy semejante
a la de otros edificios hispanos altomedievales, como el Martyrium de La
Alberca (siglo IV) o la capilla de Santa Leocadia de la Cámara Santa de la
catedral de Oviedo (siglo IX). Evidentemente se trataba de un edificio de
cierta relevancia puesto que su trazado fue respetado y tenido en cuenta a la
hora de construir la catedral románica. Pero sin ningún género de dudas es uno
de los edificios más enigmáticos que nos ha legado la séptima centuria y, junto
con la basílica de San Juan de Baños, un caso bien evidente de la edilicia
hispánica de época visigoda en los Campi gothorum.
Como ya hemos señalado, a la zona más antigua
del edificio le precede –a modo de antesala– un espacio compuesto por una sola
nave rectangular de sillería, de unos 16 m de longitud y 6,40 de anchura.
1.
Escalera de acceso al templo, s
XVI.
2.
Pozo.
3.
Nave.
4.
Presbiterio.
5.
Altar y Ábside.
6.
Capilla de San Antolín.7.
clausurada en el s XVI.
·
8. Zona visigótica, s VII
Esta nave se articula en cuatro tramos
cubiertos con bóveda de cañón reforzada por arcos fajones que arrancan del
basamento lateral.
La bóveda arranca casi a ras de suelo. A ambos
lados se abren pequeños vanos con amplio derrame interior que servirían como
sistema de ventilación de la cripta.
Su cabecera, que sirve de acceso a la parte más
antigua, es semicircular y aparece animada por una arquería de tres arcos de
medio punto desiguales, los laterales son ciegos y enmarcan ventanas con
derrame interior, dando el central acceso a la zona de época visigoda. Esta
ampliación denota una clara relación con el arte prerrománico asturiano, más
concretamente con el piso inferior de Santa María del Naranco. En el lado de la
epístola del tramo absidal se conservan los restos de una puerta adintelada con
reja moderna que se considera el acceso a la cripta protorrománica utilizado
antes del siglo XVI, momento en el que se traza la actual escalera de acceso.
La construcción de las naves góticas de la catedral no sólo inutiliza el
primitivo acceso, sino que destruye el arco fajón más occidental. Un altar ante
el espacio semicircular y un pozo –con brocal y antepecho renacentista– en el
centro de la nave completan el mobiliario de la nave.
La zona más oriental suele datarse en la
segunda mitad del siglo VII como parte integrante del edificio levantado bajo
el reinado de Wamba. Por lo que respecta a la ampliación románica se considera
realizada durante la primera mitad del siglo XI y es por tanto el testimonio
románico más antiguo que se conserva en la provincia de Palencia. Como edificio
subterráneo podría considerarse un nexo de unión entre la arquitectura
prerrománica y el primer románico castellano.
En la zona más antigua la decoración se limita
a los dos capiteles de las columnas ubicadas en la cabecera. Las cestas
aparecen toscamente decoradas con pequeñas hojas de acanto, de mayor tamaño las
que aparecen en los ángulos. Los cimacios correspondientes son piezas
troncopiramidales invertidas de gran tamaño, con decoración de tipo cruciforme
y temas vegetales en los extremos. En cuanto a las basas, parecen
reaprovechadas de una edificación anterior puesto que emplean capiteles romanos
invertidos. Lo mismo ocurre con los fustes, igualmente reutilizados y
procedentes de una construcción romana.
Por lo que respecta a la zona románica, carece
de decoración. En el antiguo acceso a la estancia románica que se cegó en el
XVI aparece un fragmento de moldura con taqueado. Desde unas rejillas abiertas
en el lado derecho del coro podemos contemplar un osario, junto a éste aparecen
piezas pétreas tremendamente erosionadas que pudieran corresponder con el
arranque de uno de los pilares de la catedral románica.
Según la leyenda, recogida en el cantar de
gesta las Mocedades de Rodrigo, estando de caza el rey Sancho
III el Mayor le persiguió un jabalí y el monarca se refugió en una hoya
situada en el lugar que hoy ocupa la cripta de San Antolín. La fiera
lo alcanzó en ella y, cuando el rey se dispuso a alancear al animal, su brazo
quedó paralizado, lo que le hizo comprender que estaba en lugar sagrado. Des
cubre entonces el Rey la tumba del Santo,
cuyo cuerpo incorrupto reposaba en un sarcófago y sobre él, en una hornacina,
se encontraba una imagen de la Virgen. Imagen que, con el tiempo, tomaría el
nombre de Virgen de San Antolín o Nuestra Señora de San Antolín.
Tras este suceso, el rey decidió dedicar al mártir una catedral, que se edificó
sobre la cripta, donde también había un pozo, que se conserva hasta la
actualidad.
En la actualidad, cada 2 de septiembre,
día de san Antolín, se abre la cripta para ofrecer el agua de
su pozo a los asistentes piadosos, tradición muy arraigada entre los
palentinos, recogiendo los fieles en pequeños recipientes el agua considerada
milagrosa, mientras transcurre la ceremonia de la Eucaristía. Tras finalizar la
misa, se organiza alrededor del templo una procesión del Santo.
Románico en el Cerrato y los Alcores,
Palencia
Las comarcas de
los Alcores y Cerrato constituyen, simplificadamente, el
sur y sureste de la provincia de Palencia (aunque esta comarca excede
los límites provinciales palentinos y alcanza las de Valladolid y Burgos).
Esta comarca está formada por mesetas rodeadas
de valles con suaves lomas como unión entre
ambos.Desde el punto de vista artístico, en el
Cerrato Palentino se construyó un románico tardío, que incorpora ya ciertas
formas y estructuras que se pueden considerar propias de la arquitectura gótica
primitiva. Tal es el caso de las iglesias de Santa María de
Dueñas, Villaconancio y Villamuriel de Cerrato.
No obstante, y dentro de este panorama, hay que
salvar la excepción del Monasterio de San Isidro de
Dueñas (Monasterio de la Trapa) cuya iglesia, aunque muy reformada, es de
buena época románica (último cuarto del siglo XI) y muy relacionada con San
Martín de Frómista.
También nos ocupamos en esta página de los
modestos restos románicos de la iglesia de Cevico Navero y el
interesante y controvertido templo de Valoria del Alcor.
En todo caso y salvo en La Trapa, en el
románico del Cerrato Palentino sobresalen más los aspectos arquitectónicos que
los escultóricos.
Dueñas
A 17 km al sur de Palencia, la villa de Dueñas,
ubicada en la falda del cerro conocido como “El Castillo”, posee una
situación topográfica privilegiada desde la que se domina la vega en la que
confluyen el Carrión y el Pisuerga.
En el castro de Dueñas tuvo lugar en 854 un
enfrentamiento entre cristianos y musulmanes que documentó Sánchez Albornoz.
Más problemático resulta situar cronológicamente el momento de su repoblación
ya que distintos cronistas cristianos –como Sampiro o el Silense– ofrecen
fechas muy distintas (finales del siglo IX para el primero y finales del X para
el segundo). De la continuidad de su poblamiento en un momento más tardío
destacan los restos de una muralla con sus puertas, así como parte del
primitivo trazado urbano. En 1334 aparece citado por primera vez el barrio de
Santa María. En el extremo noroeste se encontraba la puerta de Cabo de Villa,
en el extremo suroeste el puente sobre el arroyo Valdesanjuán, el Pisuerga al
este, el alto de Santa Marina al norte, y la calle de Ayuso, la plaza del
Campillo y la calle de los pastores al oeste. Del siglo XV destaca el palacio
de los Acuña que acogería en diversas ocasiones al monarca Fernando el Católico
(1470 y 1506). En esa misma centuria el templo parroquial permanecía bajo el
patrocinio de los Acuña quienes lo eligieron para ubicar en él su propio
panteón familiar.
Iglesia de Santa María
El templo de Santa María, actual iglesia
parroquial, se encuentra situado en el punto más elevado de la villa, en la
plaza del Conde Vallelano, rodeada de edificaciones y soportales. Ante su
fachada principal se abre un amplio espacio a modo de atrio, con acceso
escalonado. El edificio aparece sobreelevado respecto al nivel de la plaza que
lo circunda y al del pueblo, lo que hace que su silueta predomine sobre las del
resto de las edificaciones.
La iglesia de Santa María, de grandes
dimensiones, se realizó básicamente a base de sillería arenisca. Está formada
por tres naves de anchura muy similar que están divididas en tres tramos.
Consta además de un transepto que no se acusa en planta y una cabecera
incompleta formada por un ábside central poligonal y otro semicircular en el
lado del evangelio, ambos precedidos por su correspondiente tramo presbiterial.
Ha perdido el ábside medieval correspondiente al lado de la epístola y en su
lugar se alza, además de un pequeño museo, la actual sacristía construida en el
siglo XVIII.
Las naves, de mayor altura la central, aparecen
cubiertas con sencillas bóvedas de crucería combinadas con otras de arista. La
división entre ellas se efectúa mediante arquerías apuntadas que descansan
sobre gruesos pilares octogonales. En el tramo del transepto correspondiente al
crucero se eleva un cimborrio exterior que cobija una cúpula sobre pechinas
barrocas cuyo tambor aparece calado por varios óculos y remata en una linterna.
La cúpula descansa sobre torales y pilares con hornacinas que cobijan modernas
figuras de los cuatro evangelistas. A los lados norte y sur del transepto se
abren grandes ventanales abocinados con dos arquivoltas, similares a los que
aparecen en el de Nuestra Señora de las Fuentes en Amusco.
La torre, que aparece a los pies, es de factura
escurialense, con cuatro cuerpos y rematada con cúpula, fue terminada hacia
1589 por los canteros Juan de Mazarredonda y Pedro del Río, siguiendo los
planos realizados por Alonso de Tolosa. No obstante, parece que el primer
cuerpo pertenece a la construcción originaria del siglo XIII. La iglesia cuenta
además con una cripta, construida en el siglo XV bajo el patrocinio de los
Acuña.
La mayor parte del edificio corresponde a una
estética ciertamente gótica en la que se aprecian una serie de rasgos
estructurales y escultóricos deudores de la tradición del primer cuarto del
siglo XIII. De hecho, su disposición planimétrica parece corresponder a
aquellos momentos.
Cabecera de la iglesia de Santa María de la Asunción de Dueñas, donde se puede observar la pervivencia de elementos Románicos en los ábsides central y septentrional.
El tambor absidal del lado del evangelio
aparece decorado en el exterior por una serie de canecillos lisos y una única
ventana. Su paramento, en el que se observa una cierta disparidad de
materiales, se divide horizontalmente en dos cuerpos mediante una sencilla
línea de imposta que nace a la altura de los cimacios de los capiteles de la
ventana.
La ventana del ábside septentrional, de
medio punto con poseen varias arquivoltas de baquetones y escocias que
descansan sobre dos pares de columnas muy esbeltas y estilizadas a base de
capiteles decorados con formas bulbosas. incluyendo figuración de arpías y
cuadrúpedos.
El interior, cubierto con bóveda de horno, e
iluminado por la única ventana abocinada a la que ya hemos hecho referencia, va
precedido de un tramo presbiterial cubierto con bóveda de crucería cuyos
gruesos nervios descansan sobre columnas angulares. En la misma entrada de la
capilla aparecen dobles columnas gemelas de las que Torres Balbás calificaba
como típicas de lo hispano-languedociano. El ábside central pentagonal,
sobreelevado posteriormente, posee esbeltos contrafuertes cuadrangulares
destinados a contrarrestar el empuje de la bóveda de crucería y cinco esbeltos
vanos de doble derrame –tres de ellos cegados– muy similares al existente en el
ábside del evangelio.
El ábside del lado del evangelio,
cubierto con bóveda de horno, e iluminado por la única ventana abocinada.
El altar mayor, discutido patronato de
los Acuña, está formado por un ábside poligonal precedido por un tramo recto.
Excepcional retablo mayor del siglo XVI
de la iglesia de Santa María en Dueñas (Palencia, Castilla y León), tallado por
los maestros Antonio y Alonso de Ampudia.
Enríquez de Salamanca considera esta
construcción como románico-ojival, contemporánea de Santa María de Villamuriel
de Cerrato, con la que mantiene ciertas semejanzas planimétricas, si salvamos
la disposición y forma de su cabecera. Afinidades que también encontraremos en
Amusco. Los vestigios conservados apuntan hacia un edificio cuyos orígenes se
remontarían al siglo XIII, “acaso del tiempo del señorío de los Lara”
afirma Navarro García. Edificio que al parecer constaría de tres naves,
transepto y cabecera triabsidal semicircular, tipología típicamente monástica.
Habiendo desaparecido la portada primitiva (que
probablemente estuviese localizada en el lado meridional), la portada principal
actual se abre a los pies de la iglesia y data de inicios siglo XVI. Otra
portada de medio punto se abrió en el siglo XVIII en la nave de la epístola.
La portada principal actual se abre a
los pies de la iglesia y data de inicios del siglo XVI, ante ella se abre un
amplio espacio a modo de atrio, arcos conopiales y escarzanos caracterizan el
conjunto junto a la decoración de filigrana típica del primer renacimiento
español.
La decoración más primitiva aparece en los
ventanales de la cabecera, transepto y naves. Los del ábside central, muy
restaurados, son de medio punto y poseen varias arquivoltas de baquetones y
escocias que descansan sobre dos pares de columnas muy esbeltas y estilizadas a
base de capiteles decorados con formas bulbosas. Un esquema que se repetirá en
el ábside septentrional, aunque a un tamaño más reducido e incluyendo
figuración de arpías y cuadrúpedos. Prácticamente idénticos a los ventanales
del ábside central, son los que se abren a uno y otro lado del transepto,
aunque en este caso las esbeltas columnas –tres a cada lado– del ventanal del
lado norte aparecen rematadas por cabezas humanas completamente góticas. Un
mayor apuntamiento y distinta con - figuración presentan los arcos de los vanos
abiertos en los muros de las naves laterales, éstos, con derrame al exterior,
presentan un arco con chambrana lisa y arquivolta con baquetones y escocias
sobre doble pareja de columnillas. Los capiteles se decoran con formas de clara
inspiración vegetal que recuerdan la cabecera de Palazuelos y la estética de
San Andrés de Arroyo.
Relación con la
comunidad de San Agustín
La historia del cabildo parroquial de Dueñas
estuvo marcada por el continuo enfrentamiento con la comunidad eclesiástica del
convento de San Agustín, en especial debido a cuestiones como el derecho de
entierro de los feligreses y el cobro de los diezmos. Posteriormente, se
sumarían nuevos conflictos en relación con la construcción del convento a
intramuros de la localidad pues, hasta su destrucción durante la guerra
civil castellana (1351-1369), se encontraba junto al Camino Real de Valladolid.
Todo ello dio lugar a que ambas comunidades firmaran una primera concordia o
concordia antigua el 12 de abril de 1359. En dicha concordia, a cambio de una
serie de propiedades, el cabildo parroquial reconocía al convento una serie de
derechos en relación con los entierros y los diezmos. Pese a ello, las
fricciones no tardaron en volver a surgir, lo que llevó al convento a solicitar
la intercesión de los tribunales eclesiásticos. En 1407, por bula del
Papa Benedicto XIII se nombraba como juez conservador en este caso al
abad de Sahagún pero, dos años después, en 1409, se llegó a dictar una sentencia
arbitral por parte del abad de Husillos y el prior del convento de San
Agustín de Valladolid (confirmada posteriormente tanto por el obispo de
Palencia como por el abad de la colegiata de Valladolid). Esta sentencia,
considerada como una segunda concordia, fue apelada por el cabildo parroquial
ante la Santa Sede, quien otorgó poder al auditor de las causas del palacio
apostólico para revisar dicha sentencia, quien la confirmó, siendo ratificada
de nuevo por el abad de Santa Leocadia (Toledo), tras una nueva apelación. Pese
a estas sentencias, el cabildo no aceptó la resolución papal y el convento
volvió a apelar al Papa Eugenio IV, quien expidió una nueva bula a favor
del monasterio en 1442.
Vemos, por tanto, que los enfrentamientos
fueron constantes y se extendieron a lo largo de toda su historia, entablándose
un nuevo -y prolongado- pleito entre ambas comunidades a finales del
siglo XV, en 1482. Todavía a finales del siglo XVIII, a raíz del
Breve de Pío VI de 8 de enero de 1796 por el que se derogaban todas
las exenciones de diezmos, estalló de nuevo el conflicto debido a que San
Agustín, pese a todo, alegaba que se había de respetar su exención de diezmar
en base a aquella antigua concordia de 1359, ya que se trataba de un título
oneroso entre ambas comunidades.
En el transcurso de este pleito se produjo,
además, un interesante debate sobre si la iglesia parroquial llegó a ostentar
en la Edad Media el rango colegial, pues es cierto que en la documentación
de los siglos XIV y XV aparece la figura de un abad y, en ocasiones,
se la designa como colegiata. Sin embargo, es una cuestión que todavía está por
dilucidar, aunque esta posibilidad nunca se ha contemplado por la
historiografía específica sobre este tema, pues, de haber existido, se perdió
por completo en el siglo XV.
Monasterio de San Isidro
Situado en la Comarca de Tierra de Campos entre
las villas de Dueñas, Tariego y Venta de Baños, pertenece a la diócesis y
partido judicial de Palencia. Se ubica en la vega izquierda del río Pisuerga a
escasos metros de su convergencia con el Carrión y limitando en su parte
oriental con los Montes de Torozos.
Con los escasos datos que conservamos en la
actualidad parece que el monasterio de San Martín de Dueñas fue fundado o
restaurado a fines del siglo IX o comienzos del X por Alfonso III (866-910), al
abrigo de una fortaleza próxima denominada Dueñas y junto a dos asentamientos
romanos de los siglos I y IV de d. C. respectivamente (Villa Possidica) en la
vía romana que de Palencia conducía a León.
Aunque nada permite asegurarlo es posible que,
al igual que otros como Sahagún, fuera repoblado por monjes huidos de Córdoba.
Algunos autores como Yepes situaban los inicios de la vida monástica en Dueñas
en época visigoda, tesis sostenida a comienzos de siglo por Fidel Fita,
basándose en la aparición en las inmediaciones del vecino santuario de nuestra
Señora de Onecha de una lápida sepulcral que hacía referencia a un clérigo
llamado Froilán contemporáneo al rey Recesvinto. Este asentamiento monástico desaparecería
tras la invasión musulmana volviéndose a repoblar a comienzos del siglo X. En
esta misma línea, fray Prudencio de Sandoval, abad de Dueñas a comienzos del
XVII, opinaba que el origen del monasterio estaría en la cercana basílica
visigoda de San Juan de Baños cuya comunidad dispersada por los musulmanes se
trasladaría a ese lugar.
El primer documento de entidad conservado es
una donación del rey García (911-914) en febrero de 911; a este monarca se le
responsabiliza de la donación de las reliquias del mártir alejandrino Isidoro
de Chíos, muerto en aquella isla del Egeo durante la persecución de
Diocleciano. El culto de este soldado romano se asentó durante el inicio de la
Edad Media en el este francés, de donde pudo pasar a la Península. Así pues
este personaje, de quien tomó el monasterio su principal advocación, nada tenía
que ver con el obispo hispalense como ha sido supuesto por algunos autores.
En los años sucesivos el monasterio recibió
nuevas donaciones de los reyes leoneses Ordoño II (914-924) y Ramiro II
(931-951). Avanzadilla de la reforma cluniacense en el reino León, fue
favorecido por Sancho III Garcés (1000-1035) al anexionarse la Tierra de Campos
a comienzos del último quinquenio de su reinado.
En esta época la comunidad monástica estaba
regida por monjes catalanes a cuya cabeza estaba el abad Durando (1010-1043).
Su hijo Fernando I confirmó privilegios de sus antecesores y debió manifestar
una especial atracción por este centro cuya magnitud hemos perdido con el
enorme vacío documental existente. De esta forma, el 29 de diciembre de 1073,
coincidiendo no casualmente –como quiere Bishko– con el aniversario, ocho años
antes, del óbito del monarca castellano-leonés, su hijo Alfonso VI donaba el monasterio
a la abadía de San Pedro de Cluny. Dueñas se convertía así en la principal base
político-financiera de la orden borgoñona en Tierra de Campos, antes de ser
desplazada por San Zoilo de Carrión de los Condes. Las donaciones desde esta
fecha fueron continuas; así, en 1077 el monarca entregaba a Dueñas el
monasterio de Santiago del Val, entre Santoyo y Támara. También el entorno del
monarca procedió a ampliar el patrimonio del priorato cluniacense; en 1090 la
infanta Elvira hacía entrega de la granja de Santa Eugenia próxima a
Torremormojón y en 1105 su yerno, Enrique de Borgoña, concedía diversos
beneficios de sus territorios en el entorno de Sanabria.
Desaparecido Alfonso VI (1109), su hija y
heredera Urraca mantendrá este apoyo otorgando el monasterio de San Millán de
Soto (1114), la basílica de San Juan de Baños (1115), diversas propiedades
entre las que destacaba el también monasterio de San Torcuato cerca de Cevico
de la Torre (1116) y la villa de Baños (1117). Pedro Ansúrez donaba en 1112 el
monasterio de San Boal del Pinar.
Lamentablemente el reinado de Alfonso VII es
escaso en documentación relativa al priorato de Dueñas. Tenemos más
conocimientos durante el período regido por su nieto Alfonso VIII, durante el
cual despuntó el prior Humberto. A este personaje, que posteriormente pasó a
regir las casas de Nájera y Carrión, se le responsabiliza de la reconducción de
la caótica situación en que se encontraba sumida la orden en los reinos
occidentales de la Península. Al finalizar el siglo XII San Isidoro de Dueñas
tenía subprioratos en Asturias (San Tirso de Tudanca), León (San Miguel de
Escalada), Valladolid (San Miguel de Medina de Rioseco) y Segovia (San Boal del
Pinar).
Durante el siglo XIII y al igual que el
conjunto de prioratos cluniacenses en la Península la situación fue
degradándose de forma paulatina. El capítulo general de 1269 denunciaba que
algunas de las dependencias se encontraban en mal estado. La crítica situación
económica y la corrupción de los priores llevó a que éstos empeñaran diversas
propiedades que andando el tiempo acabarían perdiéndose. La queja contra éstos
desde el gobierno cluniacense fue continua a lo largo del siglo alcanzando su
máxima expresión con la actuación de Bernardo de Blanesto (1290-1300) que, a la
cabeza de una comunidad ya muy exigua –ocho monjes–, intentó sublevar a las
casas de la orden en España siendo excomulgado por el capítulo borgoñón que
ordenó su trasladado a las prisiones de la abadía.
En 1310 se denunciaba la ruina del monasterio
que estaba arrendado por un periodo de veintiséis años a un soldado llamado
Álvaro García. No mucho después, en 1322, dos monjes del priorato –Sansón de
Pisa y Hugo de Perrues– saquearon parte del tesoro y las reliquias huyendo
hacia Francia. El resto sería dilapidado tan sólo unos años después quedando
únicamente un cáliz de plomo según indicaba una visita de 1392. Con excepción
de cortos períodos como el protagonizado por el gobierno de Guillén II (1340-1348)
la decadencia sumió al priorato en un caos desolador llegando hasta el punto de
que en 1377 estaba abandonado y arruinados sus edificios; a fines del mismo
siglo, únicamente lo ocupaban el prior y dos monjes que eran conminados a
reparar lo destruido y a que aumentasen la exigua comunidad.Durante el siglo XIV el priorato salió de forma
paulatina
esta crisis que abandonó de forma definitiva con la unión a la
Congregación de Valladolid recuperando su rango de monasterio en 1499.
A comienzos del siglo XVII (1604) y
coincidiendo con el inicio del abadiato de Prudencio de Sandoval (1604- 1607)
ardieron las cubiertas de la iglesia procediéndose durante su reconstrucción a
remodelar el conjunto de la fábrica con “malo y mezquino gusto” según
señalaba Jovellanos. Se enmascaró la antigua construcción románica afeitándose
capiteles y recurriendo a los estucados.
En el curso del gobierno de fray Félix de Ucero
(1805-1814) se restauró la torre, se renovaron las cubiertas de las naves
actuándose sobre otras dependencias como el dormitorio o la bodega. Durante su
abadiato se acuartelaron tropas francesas que tras disolver la comunidad
procedieron a la venta de los bienes tanto muebles como inmuebles. La marcha de
los soldados dejó al monasterio sumido en una ruina que tuvieron que solventar
los monjes a su regreso en 1814. Sin embargo fueron obligados a una nueva dispersión
durante el Trienio Constitucional (1820-1823) durante el cual fue otra vez
arruinado. Finalmente, en octubre de 1835 la desamortización acabó con la
comunidad benedictina siendo vendidas sus propiedades y mientras algunos de los
edificios claustrales eran habilitados para almacenar material agrícola otros
sirvieron como canteras para la realización de la línea ferroviaria próxima y
para la carretera. En 1890 fue adquirido para los monjes cistercienses de la
Estrecha Observancia (trapenses) que lo ocuparon durante el año siguiente. Esta
vez se procedió a la recuperación definitiva de los edificios, labor llevada a
cabo por una comunidad que haría más tarde lo mismo con los monasterios de
Santa María de Osera (1930) y San Pedro de Cardeña (1948).
En 1952 Francisco Antón publicó el primer
trabajo en el que de forma monográfica se analizaban los restos medievales
ocultos por las sucesivas reformas arquitectónicas. Anteriormente se
consideraba que tan sólo el hastial y el tramo anejo pertenecían a la primitiva
iglesia de fines del siglo XI. En este sentido Gómez Moreno (1935) se refería
esa parte del conjunto como “obra de las postrimerías románicas”.
Lo que en la actualidad observamos es una
iglesia de planta basilical de 46 m de longitud por 17 de anchura, con
transepto marcado en planta y cabecera de tres ábsides con presbiterio. Las
naves, de seis tramos cada una, se separan por pilares cruciformes sin columnas
adosadas, a excepción de los torales que, como el conjunto de la parte
oriental, incorporan medias columnas en los frentes.
Sobre el crucero se desarrolla cimborrio
ochavado sobre trompas que al exterior se plantea en dos niveles utilizándose
el superior como cuerpo de campanas.
Los brazos del transepto se resuelven con gran
estrechez, enlazando en este sentido con la ampliación de San Isidoro de León.
Lamentablemente poco puede decirse de los alzados tanto interiores –revocados–
como exteriores, ya que han sido enormemente intervenidos; sólo la fachada
occidental permite plantea r una aproximación veraz. En sus extremos se
introducen dos torres cilíndricas con husillo en su interior similares a las de
San Martín de Frómista. Hoy sólo puede apreciarse la septentrional ya que la
meridional se encuentra emparedada por las dependencias monásticas,
concretamente por la capilla del hermano Rafael en el curso de cuya realización
se puso efímeramente a la vista. Esta singularidad ha sido considerada por
algunos autores (Gudiol y Gaya) como la primera proyección de los logros con-
seguidos en la iglesia de Frómista.
Por otro lado, la diferenciación entre el tipo
de soporte utilizado en la cabecera respecto al que se despliega en la nave fue
interpretada por Antón como fruto de una renovación que acontecería a fines del
siglo XII en aquella zona del templo. De esta manera y al igual que otros
edificios monásticos (Santo Domingo de Silos o San Salvador de Oña por poner
dos ejemplos significativos) las exigencias litúrgicas impusieron la necesidad
de ampliar el espacio añadiendo en este caso un transepto acusado en planta.
Visible en la traza apuntada de sus arcos, fue asimismo dotado de un cimborrio
ochavado sobre trompas y de un espacioso campanario.
Lamentablemente hemos perdido todo indicio de
las dependencias monásticas que debían de completar el conjunto.
La portada occidental, único resto escultórico
conservado del primitvo edificio románico, ha sido considerada obra de fines
del siglo XI o comienzos del XII por la mayor parte de los autores que de ella
se han ocupado. Su articulación se lleva a cabo mediante una doble arquivolta
en las que se alternan una rosca plana con dos boceles arrancando éstos a ambos
lados de sendas columnas acodilladas. Se trasdosa mediante una línea de tacos y
prescinde de tímpano, conectando en este aspecto con otras portadas también
monásticas de esta misma cronología como son la septentrional de San Martín de
Frómista o las occidentales de San Zoilo de Carrión y de San Pedro de Arlanza.
Las basas de las columnas al igual que los
plintos se encuentran lamentablemente muy deterioradas. Aún puede apreciarse la
morfología de los zócalos a partir del exterior izquierdo que, al igual que los
de San Zoilo, eran ligeramente troncopiramidales.Cadauno de los cuatro capiteles rematan en
cimacios de 17 cm de altura decorándose el conjunto de sus esquinas –de las que
tan sólo restan dos– con bolas y caras, estas últimas, según Gómez Moreno,
retalladas. Las cestas presentan 40 cm de altura y 38 cm de anchura en cada una
de sus caras. Respecto a la decoración, los ábacos se plantean con dos palmetas
cóncavas por cara con vástagos arqueados a excepción del interior de la jamba
izquierda que introduce dos entrelazos. Salvo uno, los capiteles son todos vegetales.
De izquierda a derecha, el primero reproduce tallos entrelazados que concluyen
en amplias volutas; el segundo al igual que el cuarto, hojas lisas rematadas
con bolas bajo caulículos y muñones recordando a algunos de San Pedro de
Arlanza.
Finalmente el tercero –también con amplias volutas– desarrolla dos
iconogramas planteados de idéntica forma al capitel izquierdo de la portada
norte de San Martín de Frómista y a uno del pilar extremo noroccidental de la
misma iglesia: el castigo del avaro, representado como un hombre aferrado a una
bolsa y la lujuria como mujer desnuda con dos serpientes aferradas a sus
pechos.
Fachada
románica del monasterio de San Isidro de Dueñas
Los ábacos del cimacio son dos palmetas
cóncavas por cara con vástagos arqueados. El capitel es vegetal y reproduce
tallos entrelazados que concluyen en amplias volutas.
De las dos caras talladas vemos la que
mira hacia la portada que representa el tema de la avaricia, con el avaro
sujetando una bolsa. En la otra cara se representa la lujuria con la típica
representación de una mujer desnuda cuyos pechos son mordidos por una
serpiente.
Uno de los dos iconograma representados
en el primer capitel del lado derecho de la portada: la lujuria con dos
serpientes en sus pechos.
Villaconancio
Madoz nos habla de los alrededores de
Villaconancio durante el siglo pasado en los siguientes términos: “su
terreno disfruta de monte y llano, es de mediana calidad y parte se halla
poblado de roble y encina”. Respecto a la propia villa señala que “está
situada a 100 pasos del arroyo Madereron, en un valle y ladera dominada por
cuestas”. Sebastián de Miñano, años antes, decía que estaba “situada en uno
de los dos valles que se forma el que llaman de Cerrato, rodeado de montes de
enebro y encina”.
Su mismo nombre, Villaconancio, delata un
antiguo antropónimo de época visigoda o mozárabe, quizá aludiendo al obispo
palentino Conancio. A finales del siglo IX, el rey Alfonso III repuebla la
zona. Alfonso VIII donó la localidad al obispo de Palencia Raimundo II en 1163.
En sus términos –como en los de Cevico Navero– el monasterio de La Vid contó
con propiedades hacia 1231.
Iglesia de San Julián y Santa Basilisa
iglesia de San Julián y Santa Basilisa se
encuentra situada en la zona central del pueblo, rodeada por calles
hormigonadas. Existe una pequeña plazoleta parcialmente elevada abierta en el
lado meridional para salvar el acusado desnivel del terreno. El templo se
arruinó completamente en 1833 y sus funciones parroquiales pasaron a la ermita
de Nuestra Señora de Mediavilla, localizada en un extremo del pueblo. Si
exceptuamos los dos ábsides de su primitiva fábrica románica, el resto del
edificio es fruto de la reconstrucción de 1905.
Su planta es de una sola nave litúrgicamente
orientada, con crucero y cabecera concebida para tres ábsides, aunque hoy en
día tan sólo se conservan dos, de los cuales el mayor sobresale respecto al de
la nave del evangelio. En el lugar del ábside de la epístola, hacia el siglo
XVI, se construyó una torre. A juzgar por los ábsides conservados y los escasos
capiteles del interior, podemos suponer que el resto del edificio debió ser
abundante en elementos decorativos.
El ábside mayor está asentado sobre un zócalo
que sobresale del lienzo del muro. Está compartimentado en cinco paños (el más
meridional oculto por la torre). Del zócalo parten cuatro basas talladas sobre
sillares bien escuadrados y pilastras decoradas con baquetones laterales.
Se remata este cuerpo con una línea de imposta
moldurada, por encima hay un segundo nivel con cortas columnillas que coinciden
con las pilastras inferiores y se coronan con capiteles vegetales muy
deteriorados, las columnillas apoyan sobre basas áticas muy deterioradas
provistas de bolas angulares.
Rematando el tambor aparece un friso de
arquillos ciegos que nos recuerda vagamente las decoraciones catalano-lombardas
del mismo tipo que las aplicadas en Valdespina y Perazancas, si bien tal uso
parece un remedo de las cercanas iglesias burgalesas del Valle del Esgueva
(Santibáñez y Pinillos).
La banda de arquillos aparece sustentada por
los citados capiteles y por canecillos con motivos geométricos, cabezas de
cuadrúpedos y rollos. En cada uno de sus cuatro paños visibles hay un ventanal
en aspillera, enmarcado por tres arquivoltas aboceladas de medio punto, entre
los que se intercala una línea de zigzag y otra de semiovas de recuerdo
clásico. De ellos, el último bocel se prolonga hasta el zócalo a modo de
chambrana.
El ábside de la nave del evangelio tiene unas
dimensiones más reducidas y se encuentra también asentado sobre un zócalo del
que parten tres pilastras de sección semicircular que lo dividen en cuatro
paños. Éstas descansan sobre erosionadas basas áticas y rematan en capiteles
con decoración vegetal. En este ábside vuelve a utilizarse una banda de
arquillos ciegos, en este caso de despiece radial que apean sobre canecillos
decorados con rollos y crochets. Sobre esta banda hay un segundo cuerpo liso
que sirve de apoyo a la cornisa, provista de trece canecillos, algunos de proa
de nave y otros decorados con una piña, un bóvido y rectángulos retallados.
En el paño central se abre un vano muy
sencillo, de saetera, rematado en arista viva.
El resto de la construcción exterior, de tipo
neorrománico, combina la piedra de sillería con el ladrillo en las arquivoltas
de las ventanas y en los arquillos ciegos de las cornisas.
La portada occidental de medio punto también es
obra de inicios de nuestro siglo, como única decoración tiene un tímpano de
escayola y varias arquivoltas de ladrillo. Los muros norte y sur aparecen
reforzados al exterior con tres contrafuertes a cada lado.
En el interior encontramos un vestíbulo, sobre
el que se eleva el coro, una gran nave única, el crucero y la cabecera. Los
muros están recubiertos con un enlucido que imita la sillería, aunque sus
desconches permiten apreciar un aparejo de mampostería. La cubierta de la nave
y crucero es una gran armadura de madera a dos aguas, mientras los dos ábsides
utilizan bóvedas de cantería.
El ábside mayor se cubre con bóveda de horno
gallonada cuyos cuatro nervios, de triple baquetón, dividen el interior del
hemiciclo en cinco paños, tipología que recuerda la empleada en San Salvador de
Cantamuda, también sujeta al dominio del obispado palentino a fines del siglo
XII. Bajo esta bóveda, los muros presentan los mismos motivos decorativos que
los vistos en el exterior (pilastras y triples baquetones). El presbiterio
ostenta cañón reforzado con bóveda de arista cuyos nervios cilíndricos apean
sobre semicolumnas (en el lado oriental con los fustes truncados); desde el
presbiterio un arco apuntado y doblado permite el paso hasta el crucero.
El ábside del evangelio, al que puede accederse
desde el central atravesando un arco en esviaje moderno, se cubre con bóveda de
horno. A su vez, dicho ábside se comunica por otro arco de medio punto con el
crucero.
Los capiteles del triunfal son vegetales, muy
esquemáticos y de talla plana, aunque dotados de cierta elegancia, presentan
collarinos sogueados, acantos lisos y cimacios con decoraciones en zigzag.
Junto a la entrada se conserva una pila
bautismal que parece obra del siglo XIII. De perfil hemisférico, está decorada
con gallones que rematan en arquillos de medio punto.
Cevico Navero
La villa de Cevico Navero se encuentra situada
al sureste de la provincia, a 12 km de Baltanás, actual capital de la comarca
cerrateña. La villa está situada en la falda de una empinada cuesta que
asciende hasta el páramo, a cuyos pies discurre el arroyo Valdefuentes. Próxima
a una de las puertas de la antigua muralla encontramos la iglesia, rodeada por
varias edificaciones. Se eleva ligeramente por encima del caserío por su lado
septentrional, donde aparecen trazas de un antiguo campo santo cercado por un murete
perimetral.
Pocas noticias existen sobre los orígenes
históricos de este pueblo. Consta que hacia las últimas décadas del siglo IX,
según iba avanzando el proceso repoblador, se ocupó y fortificó el lugar.
Sabemos también que Alfonso VIII donó la villa y el castillo de Cevico Navero a
la iglesia y obispo de Palencia (1163). Confirmó igualmente al monasterio
burgalés de La Vid la heredad donada por don Pedro García de Lerma en
Villaconancio, Cevico Navero y Santa María (1231). Ya en el siglo XIV, el Libro
Becerro de las Behetrías señala esta villa como lugar de abadengo, que
pertenecía al monasterio de Santa María de La Vid. A 2 km al nordeste de Cevico
Navero se encuentran las ruinas del monasterio benedictino de San Pelayo de
Cerrato, fundado en 934, y que fue rector de otros conventos como los de San
Miguel de Pedroso y San Juan de Ortega. Hacia 1145 pasó a la orden
premonstratense.
Iglesia de San Andrés
En el siglo XII, se construye la actual iglesia
parroquial, con su primera advocación a Santa María. Su primitiva arquitectura
románica es de transición entre los siglos XII y XIII.
Construida en caliza cerrateña, presenta planta
basilical de tres naves y cabecera con triple ábside. Tanto el ábside central
como el del lado del evangelio mantienen todavía evidentes restos románicos. El
primero fue rehecho en época tardogótica, adaptando una planta poligonal con
contrafuertes angulares y manteniendo parte del paramento románico
semicircular. El de la epístola, conserva íntegramente su paramento original
interior, se cubre con bóveda de horno, separada del muro por una línea de
imposta decorada con motivos de ondas zigzagueantes.
La portada románica se abre en su lado norte.
Sobresale ligeramente del muro y aparece coronada por un tejaroz, que descansa
sobre una cornisa sujetada por ocho canecillos (de nacela o con somera
decoración geométrica y vegetal).La
puerta ostenta cinco arquivoltas de medio
punto, que alternan la arista viva con los boceles y acaban en guardapolvo con
decoración de puntas de diamante. Las arquivoltas apoyan en jambas esquinadas y
cuatro columnas sobre alto podio corrido. Acerca de esta portada podemos
consultar la interesante descripción que Navarro hizo en 1930: “tiene un
pórtico románico con capiteles primitivos de tipo visigótico (sic). Aunque muy
deteriorados se aprecian figuras humanas bajo arcadas a modo de hornacinas”.
En 1951 Revilla hacía alusión a las figuras humanas talladas sobre los
capiteles de la portada. De estos elementos decorados nada se ha conservado, de
hecho, las cestas originales, completamente desconchadas, fueron recientemente
sustituidas por volúmenes calizos lisos.
Existen otras dos puertas en el lado sur, hoy
en día cegadas, una apuntada y otra con un remate típicamente plateresco. Buen
número de los canecillos originales de proa de nave se mantienen en el muro
sur, otros de nacela –y uno sobre el que se talló una liebre– aparecen en el
muro norte.
En el lado sur existen otras dos
puertas, hoy en día cegadas, una apuntada y otra con un remate típicamente
plateresco.
Interiormente, las tres naves están separadas
por arcos formeros doblados, tres de medio punto y otros tres apuntados. Éstos
descansan sobre pilares rectangulares con semicolumnas adosadas que apoyan
sobre alto podio.
Hay que exceptuar la columna más cercana a la
cabecera de la nave del evangelio, cuyo fuste queda truncado a media altura,
rematando en ménsula cónica. La armadura de la nave central es del tipo
denominado ochavado de limabordón sobre trompas. Del paño del almizate penden
cinco piñas de madera talladas en forma de escamas. También aparecen piñas de
distintos tamaños en los ángulos, que surgen de unas hojas estrelladas. Toda la
armadura apea en un doble arrocabe, del cual surgen los canes tallados que sustentan
a seis tirantes moamares o gemelos.
En la tablazón de la armadura alternan las
fosas decoradas e incisas con las superficies lisas. Sobre ésta se colocan los
pares o alfardas, tallados en el papo con red de rombos, círculos e incisiones.
Las cubiertas de las naves laterales son de madera, aunque muy simples. La
cabecera también presenta cubierta de madera, aunque es copia de la original,
perdida tras un incendio. Se utiliza una armadura octogonal sobre trompas,
imitando la decoración utilizada en la nave central. También el coro, situado a
los pies de la iglesia, presenta un alfarje con originales cabezas de viga y
canes de tres rollos.
La capilla del lado de la epístola posee dos
tramos cubiertos con crucerías que apean sobre semicolumnas y ménsulas, una de
ellas decorada con un atlante. Las dos claves presentan un cordero pascual y un
motivo vegetal. Los capiteles son típicamente góticos y las basas áticas
aparecen tremendamente erosionadas. A la sacristía renacentista, adosada con
posterioridad en el lado meridional, accedemos desde este espacio abovedado que
debió alzarse durante el tercer tercio del siglo XIII.
El templo posee una sólida torre de similar
cronología sobre la capilla del evangelio, es de planta cuadrangular y dos
cestas con bóvidos afrontados, otra de acantos ramificados y otras dos
figuradas. En una se muestra un guerrero con yelmo, cota de mallas y espada que
lucha contra una serpiente de cuerpo escamado. En la otra aparecen cuatro
guerreros con idéntica indumentaria y arnés, a ambos lados de otro personaje,
quizás con carácter mediador. En el lado de la epístola, los capiteles carecen
de decoración o es de tipo vegetal, con acantos lisos y ramificados que rematan
en bolas angulares superiores.
La pila bautismal, de 130 cm de diámetro × 70
cm de altura, está colocada en el ábside del lado del evangelio y presenta
abundante decoración. La base tiene escocia decorada con bolas y la copa toscos
motivos geométricos. Se aprecian varios óvalos que en su interior mezclan
ondas, flores de seis y siete pétalos, una cruz, y un crismón. El fondo se
rellena con trama de arquillos apuntados y pequeñas bolitas en una clara
concesión al horror vacui. Sus formas delatan un claro mudejarismo que
encuentra clara correspondencia con el alfarje y la aguabenditera.
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