domingo, 7 de septiembre de 2025

Capítulo 107, Románico en el Valle de Tera y la Sanabria, Románico en Benavente y Tierra de Campos de Zamora

 

El Románico en el Valle de Tera y la Sanabria
En este recorrido del norte y noroeste de la provincia encontraremos los paisajes más hermosos de Zamora y un románico disperso pero de gran calidad.
Hemos elegido tres monumentos que son, sin duda, los más importantes de esta zona y de los más significativos del arte románico zamorano.
En Santa Marta de Tera encontramos uno de los templos más antiguos del románico español y que enlaza la tradición prerrománica hispana con el arte internacional europeo.
De nuevo, en Tábara, encontramos una construcción con claros elementos románicos sobre otros anteriores de tipo mozárabe.
En la comarca de la Sanabria, la iglesia de un gran monasterio del románico tardío -el de San Martín de Castañeda- nos enseña, cómo un siglo después, la arquitectura románica se ha desarrollado con toda seguridad y dominio de formas.

 
Santa Marta de Tera
Santa Marta de Tera se sitúa en el centro del valle del Tera, a unos 89 km al noroeste de la capital provincial y a 27 km al oeste de Benavente.
Sobre el origen de la vida monástica en el lugar, y siguiendo a Augusto Quintana, podemos suponer un arranque en la primera mitad del siglo X, participando de la eclosión cenobítica de la época de los grandes obispos de Astorga, san Genadio y san Fortis. La primera mención documental data, sin embargo, del año 979, y aparece recogida en una carta de donación al monasterio por parte de varios personajes de origen mozárabe, a juzgar por sus nombres (Marván, Abzalama, Zuariz, Abdelón y Ablup). Las donaciones y compras nos proporcionan parcos datos, como el nombre del primer abad reconocido (Julián, en 983), la contribución de las familias notables del Reino leonés a la ampliación de su dominio, como Armentario Flaínez, en 1006, los condes Gutierre Alfonso y Mumadonna en 1053, o la infanta Elvira, hija de Alfonso VI, en 1151. Este dominio, acrecentado de modo constante durante los siglos XI y XII, hasta la desaparición de la vida monástica a fines de la última, se extendía por las tierras aledañas de los valles del Órbigo, Esla y Tera, tierras de la Lampreana, valle de Vidriales y La Cabrera. Contaba así con posesiones en Sitrama, Castropepe, Morla (León), Otero de Centenos, Bercianos de Valverde, Santa María de Valverde, Burganes de Valverde, todo Pozuelo de Vidriales (donado por la infanta Elvira –hija del rey Bermudo– en 1033), Fuentencalada, Melgar de Tera, Abraveses, Micereces, Santa Eulalia de Cabrera, Mozar, Faramontanos de Tábara… A partir de 1051 pasó a depender de Santa Marta el no localizado monasterio de Santiago, sito ribulo discurrente Teira, y en 1055 otro monasterio en la misma ribera, éste dedicado a San Pelayo.
Del estudio histórico realizado por Augusto Quintana se deduce que la comunidad de Santa Marta de Tera siguió, no sabemos desde qué momento, el estilo de vida de los canónigos regulares, al principio con posibles inercias del pactualismo fructuosiano y con independencia respecto a los grandes monasterios leoneses. En 1077, un documento de donación especifica la supuesta observancia benedictina de la comunidad, aunque sobre todo los más tardíos (1051, 1115, 1122, 1129), nos hablan de “clérigos canónigos”. Por donación de Fernando I y doña Sancha a su obispo Ordoño, en 1063, pasó a depender Santa Marta de Tera de la sede asturicense, quedando exento de cualquier autoridad civil. La ratificación de Alfonso X en 1267 nos indicará que esta donación real se produjo en agradecimiento por haber traído a León los restos de san Isidoro. En 1077 se produjo la donación del lugar de Celadilla, especificándose que su destino era “la fábrica del monasterio que allí se hacía en honor de Santa Marta, y en el que se instituye la vida monástica por el abad Guillermo y sus compañeros” (A. QUINTANA, 1991, pp. 63-64), noticia relevante, puesto que nos sitúa cronológicamente ciertas obras en el monasterio. En 1129 tuvo lugar la célebre visita de Alfonso VII, quien acudió al monasterio de Santa Marta acompañado del obispo de Astorga y del conde Fernando para agradecer a la santa astorgana su mediación en el restablecimiento de su salud, motivo por el cual expidió un documento de confirmación del coto monástico y ratificación de la exención de cualquier otro señorío. Su hijo, Fernando II, ratificará estos privilegios en 1170 y luego en 1174, cuando parece documentarse ya la transición en el modo de vida de Santa Marta, que llevará, antes de 1226, a su integración como dignidad del cabildo catedralicio de Astorga en forma de canonjía. Ya desde 1209 encontramos al prelado asturicense, Pedro Andrés, como tenente o abad de Santa Marta y Augusto Quintana opina que fue durante su episcopado cuando, renunciando el obispo a su posesión, integró el antiguo monasterio dentro de las dignidades del cabildo, fundando la canonjía intitulada abadía de Santa Marta de Tera, al estilo de otras existentes en la sede de Astorga como las de Compludo, Foncebadón y Peñalba. Hay que suponer que el languidecimiento de la comunidad de canónigos durante el último tercio del siglo XII supuso a la postre su fin, y el antiguo dominio monástico pasó entonces a ser administrado por la dignidad del cabildo astorgano, siendo, de hecho, una de las mejor dotadas económicamente. Así continuó el devenir de Santa Marta hasta que, en 1536 y por documento papal de Paulo III, la abadía fue unida a la dignidad episcopal de Astorga, con excepción de la casa abacial en esta ciudad y unas rentas por valor de cien ducados. Sus beneficios pasaron directamente a los obispos, lo que les permitiría holgadamente la construcción, fechada en 1550, del palacio de verano adyacente al templo románico. En su bella fachada renacentista luce el escudo del obispo Acuña, con la leyenda “PETRUS DE ACUNA DE AVELLANEDA EPS ASTORICEN. ANI 1550”, y los medallones con las efigies del rey (“CAROLVS V ROHI MO HISP. REX ANI 1550”) y del pontífice (“IVLIVS III PONT. MAX. AN 1550”).

Monasterio de Santa Marta
Aunque del pasado monástico de Santa Marta de Tera sólo la iglesia ha llegado hasta nosotros, nos encontramos ante uno de los edificios más emblemáticos del románico provincial y regional, tanto por sus características y vinculaciones arquitectónicas y escultóricas como por su excelente estado de conservación. Su planta, con cabecera de testero plano, el espectacular juego de impostas en sus paramentos, el casi ciclópeo aparejo de sillería de sus muros, los recuerdos leoneses de sus capiteles y la imagen del Santiago peregrino, auténtico icono del Apóstol, así como la continuidad de sus soluciones en monumentos de la capital como Santo Tomé, hacen de esta antigua iglesia un hito fundamental del románico leonés. Y bien decimos más leonés que castellano, pues del norte proceden tanto los lazos históricos –pertenece aún hoy a la diócesis asturicense– como su progenie artística.

Es un edificio de planta de cruz latina con cabecera cuadrada, transepto, cimborrio sobre el crucero y nave articulada en tres tramos, como tres son también los accesos al edificio: la portada principal, hoy sin uso, es la abierta en el tramo central del muro sur de la nave; la portadita del brazo norte del transepto, que quizá diese acceso a un desaparecido claustro monástico y la excéntricamente “restaurada” del hastial occidental de la nave. El edificio se levanta en sillería, utilizando grandes –a veces descomunales– bloques de pizarra, sobre todo en la nave, reservándose la arenisca para la decoración escultórica.

En la actualidad, tanto el cimborrio como los brazos del transepto se cubren con modernas armaduras de madera, recibiendo la cabecera una bóveda de cañón de menudo despiece y la nave tres tramos de bóvedas de arista. Resulta evidente la existencia de al menos dos fases constructivas en la iglesia, ambas de cronología medieval y posiblemente no excesivamente distanciadas en el tiempo. La primera, datable en los años finales del siglo XI (recordemos la donación de 1077 “a la fábrica del monasterio que allí se hacía”), planteó el conjunto del edificio, aunque quizá no llegase a concluir los abovedamientos y se detuviese, en altura, en el arranque de la nave. Los volúmenes de la cabecera y transepto se manifiestan bien enraizados en la tradición constructiva leonesa de finales del siglo XI, al igual que el rítmico juego de impostas y vanos, especialmente notable en el testero de la capilla mayor y en los hastiales del crucero. Bien por una duplicidad de campañas (Bango) o por un hundimiento o incendio (Gómez-Moreno), los muros de la nave, a partir del cuerpo de ventanas, y por supuesto sus bóvedas de arista, responden a un momento posterior, quizá ya bien entrado el siglo XIII.
Vista sureste
Muro sur del crucero
Vista de la cabecera y brazos del crucero 

Los volúmenes exteriores del cuerpo oriental transmiten aún ciertos recuerdos prerrománicos, denunciando su progenie asturiana y leonesa, en contraste con el carácter más maduro y tardío de la nave.
La capilla se articula en tres niveles mediante impostas de dos filas de tacos, impostas que se continúan por el transepto y la nave tanto interior como exteriormente; tal articulación muraria mediante líneas horizontales y verticales contribuye a reforzar el sabio juego de espacios que es uno de los principales logros del arquitecto de Santa Marta, hasta el punto de poder redibujar su proyecto a partir de los volúmenes así denunciados. De hecho, la articulación del testero del ábside, con las robustas semicolumnas a las que en el tercer piso –marcado por los cimacios de los capiteles que las rematan– sustituyen hasta el alero responsiones prismáticos que alcanzan la cornisa, será modelo imitado en Santo Tomé de Zamora. Aquí, a diferencia de su epígono zamorano, el piso medio se anima con triple arquería de arcos lisos de medio punto sobre columnillas acodilladas, abriéndose sólo en el central una saetera, fuertemente abocinada al interior. Dos robustos contrafuertes ciñen por su medio los muros laterales del ábside, escalonándose a dos tercios de su altura y alcanzando la cornisa, mientras que en el ángulo que forma con el transepto se acodillan dos columnas. Interiormente da paso desde la nave a la capilla un arco de medio punto, doblado y levemente ultrapasado en su peralte, que reposa en sendas y gruesas semicolumnas adosadas, cuyas restauradas basas se alzan sobre un potente zócalo, que también recorre el resto de los soportes del crucero. Se cubre con bóveda de cañón de menudo despiece que parte de imposta de escaques, mientras que la inferior se moldura con tres junquillos. La bóveda se refuerza, como luego se imitará en Santo Tomé de Zamora, con un fajón pegado interiormente el testero, arco que recae en dos semicolumnas en los codillos.
Detalle del testero
 

Además de la ventana abierta en el eje, dan luz al altar otras dos en los muros laterales, también de derrame interior y cuyos arcos perforan los riñones de la bóveda. Éstas, como todas las ventanas del edificio salvo la oeste del brazo sur del transepto, presentan, al interior y exterior, la típica disposición de arco de medio punto con chambrana sobre columnas acodilladas de fustes monolíticos y basas áticas de más desarrollado toro inferior, que cobija un vano rasgado. Bajo las ventanas laterales del ábside se abren dos credencias en forma de nicho de medio punto con decoración incisa de zigzag, espigas y cruces.
Los brazos del transepto se destacan en altura, articulándose sus muros en cinco niveles mediante impostas de tres hileras de tacos, salvo la inferior, con haz de tres junquillos. Les dan luz ventanas del tipo a las vistas en la cabecera, practicadas en los muros laterales y en ambos hastiales. Estos últimos refuerzan sus muros con sendas parejas de contrafuertes prismáticos, invadidos por las impostas, que alcanzan la cornisa. Interiormente, el crucero se articula mediante cuatro robustos formeros (el oriental hace de arco de triunfo, como vimos), doblados y ligeramente ultrapasados, que apean en responsiones semicruciformes en los brazos del transepto y en semicolumnas adosadas hacia la nave. Sobre estos arcos se eleva el crucero como un breve cimborrio cuadrado, hoy cubierto con moderna armadura de madera, al igual que los brazos del transepto. Isidro Bango considera que el crucero se concibió para ser cerrado con cúpula, y que en el proyecto original se pretendió abovedar el transepto y la nave, hecho plausible, pues, como inmediatamente veremos, en este punto parece producirse una duplicidad en la actividad constructiva.

En el muro oeste del brazo septentrional del transepto, en un antecuerpo rematado por tejaroz ornado con los recurrentes tacos, se abre una sencilla portada, que quizá comunicase con dependencias monásticas hoy desaparecidas. Se compone de arco de medio punto liso y doblado, con tornapolvos de dos filas de tacos e impostas de chaflán con bolas coronando las jambas. En la enjuta derecha de esta portada se incrustó un relieve con la figura de San Judas Tadeo sobre el que más tarde nos detendremos, y en uno de los sillares de la zona baja se grabó una inscripción, hoy ilegible, en la que apenas distinguimos DIE …

Ya señalé las evidencias de una discontinuidad entre la cabecera y la nave, aunque a este respecto, Gómez-Moreno, basándose en los síntomas de incendio de la portada occidental, se inclina por pensar que “el edificio se erigió todo a un tiempo, dejándolo terminado”, motivando el accidente las “reparaciones y adobos de fines del siglo XII” que vemos en la nave.
Es evidente que la nave fue planteada de modo contemporáneo a la cabecera aunque, bien por duplicidad de campañas –Bango– o motivado por un incendio –Gómez-Moreno–, su estructura manifiesta al exterior e interior dos momentos bien distintos que se plasman en los alzados norte y sur de sus muros. Esta cesura queda patente en las fachadas sur y norte, la cuales revelan en la discontinuidad de sus impostas –que como antes señalamos articulaban de tan armónico modo los paramentos de la cabecera y transepto–, y en los simples vanos rasgados sin ornato alguno que iluminan la nave, tan alejados del modelo repetido en la zona oriental del templo; en definitiva, denotan una manera de construir alejada del primor y sapiencia de la antes vista.
En el muro septentrional el hiato se produce sobre la imposta de tacos que lo recorre bajo las ventanas, quedando patente en los contrafuertes truncados de esta parte. La reconstrucción o finalización de la obra debió producirse en un momento avanzado del siglo XII o más bien ya en el XIII, correspondiendo a esta fase los tres tramos de bóvedas de arista con florones en las claves que cierran el espacio, así como los perpiaños, apuntados y doblados, que apean en torpemente resueltas repisas.

En la fachada sur se abre el acceso principal del edificio, como en la occidental practicado en un antecuerpo avanzado tanto al exterior como al interior. Esta del muro meridional se compone de un arco de medio punto bastante restaurado, moldurado su intradós con un haz de tres boceles y la cuerda exterior de la rosca con una cenefa de rosetas. Rodean el arco dos arquivoltas, la interior moldurada con tres cuartos de bocel en esquina retraído y banda vegetal muy perdida, y la exterior lisa. Apean en jambas escalonadas con columnas en los codillos, colocándose en las enjutas, entre los contrafuertes que ciñen el antecuerpo, dos imágenes de apóstoles. Los dos fustes interiores, monolíticos y de mármol, parecen reutilizados de algún monumento antiguo.
Portada sur
 

En el hastial occidental, sumamente alterado por el añadido posterior del Palacio y probablemente por un incendio, como bien intuyó Gómez-Moreno, se abre otra portada, ésta restaurada y falseada recientemente (años 90 del siglo XX), por lo que apenas merece comentario. Los dos contrafuertes que la flanquean y ciertos indicios de continuidad de los muros, así como el estrecho vano que hoy comunica con el edificio anejo, podrían dar verosimilitud a la opinión del autor del Catálogo Monumental, quien pensaba que “quizá había de surgir encima una torre, como en San Esteban de Corullón”. Si ésta fue la idea original, no debió llevarse a efecto, pues anularía como hoy lo hacen los añadidos el sentido del rosetón polilobulado que se abre en el hastial, sólo observable al interior.
Vistas las líneas generales constructivas del templo, pasemos a interesarnos por la decoración escultórica del mismo, debiendo entenderse esta disociación como fruto sólo de un criterio de fluidez descriptiva, pues arquitectura y ornato van íntima y solidariamente unidas, también en su reflejo de madurez y sapiencia.
Los artistas que trabajaron en Santa Marta de Tera, además de hábiles constructores, aportan a este sector meridional del Reino leonés de fines del siglo XI las realizaciones más refinadas de su plástica, plagada de ecos isidorianos.
En los numerosos capiteles que decoran los paramentos y vanos se distingue al menos una mano excepcional, responsable de las cestas del arco triunfal y del formero que da paso a la nave.

El capitel del lado del evangelio del primero, de bellísima factura, se figura con una ascensión del alma, figurada como un personaje desnudo de amputados brazos, inscrito en una mandorla perlada que es elevada por una pareja de ángeles, sobre un fondo de caulículos y bajo cimacio de tallos ondulantes de los que brotan hojitas, anudadas las centrales. Pese al lamentable deterioro del capitel –fracturas y pérdida de relieve–, destaca la estudiada composición, cuyo sentido ascensional es subrayado por la postura de los ángeles, así como el delicado tratamiento de las figuras, de mofletudos rostros y acaracolados cabellos en éstos y larga cabellera partida en la figura del alma, en cuyos pies parece presentar estigmas. Estilísticamente es la principal realización del mejor escultor de Santa Marta, aproximándose las figuras a las de algunos capiteles del interior de San Isidoro de León (pilares entre el tercer y cuarto tramo de la nave) y a las figuras del tímpano de la Puerta del Perdón. El mismo motivo iconográfico de la ascensio animæ encuentra su referente –no tanto en el estilo– en el templo leonés.
1. Capitel de David y Goliat de factura bastante tosca y concepción arcaica, muestra un personaje coronado a caballo, el cual presenta un cuerpo desproporcionado con respecto a su pequeña cabeza; representaría a David, también aparecen dos personajes agachados, uno muy grande (Goliat) y otro más pequeño sobre él, manera arcaica de representar la perspectiva. Su simbolismo sería el triunfo de la virtud sobre el vicio.
 
2. Capitel de la Asunción del alma o del Alma Justa. El alma como figura humana en una mandorla elevada a los cielos por unos ángeles. Según la tradición, la representación humana se ha venido identificando como Santa Marta ascendiendo a los cielos.
Los días del equinoccio, 21 de marzo y 23 de septiembre, y tres días antes y después, un rayo de luz que parte del óculo central de la cabecera, deja pasar un haz de luz que ilumina alrededor de las 10:00 en el otoño y a las 9:00 en la primavera. Este fenómeno completa el esquema iconográfico del ábside; la figura humana elevada a los cielos e iluminada por un haz de luz, metáfora de la divinidad.
Sobre su simbolismo se han dado varias versiones: además del alma de la santa, otra sería los ángeles presentando a Dios el molde de Adán (símbolo funerario) y, otra versión es la Gloriosa Resurrección de Cristo que es elevado al cielo.
Fenómeno de la luz equinoccial que se produce en la iglesia de Santa Marta de Tera, en la provincia de Zamora, el fenómeno tiene lugar en los equinoccios de primavera y otoño a las 8:00 UTC, cuando un rayo de luz que penetra por un óculo del ábside de la iglesia ilumina un capitel con la figura de un alma ascendida a los cielos por dos ángeles.
 

El capitel del lado de la epístola es vegetal, también de excelente factura. Decora su cesta con un piso inferior de hojas lobuladas de acusado nervio central, sobre él una corona de las clásicas hojas partidas con bolas en sus puntas (San Isidoro de León, Santiago de Compostela) y remate de volutas, bajo cimacio con tres filas de tacos.
También el delicado trabajo de este cincel se plasma en la pareja de capiteles del formero que une la nave con el crucero, ambos casi idénticos, vegetales a base de hojas lanceoladas partidas con piñas en sus puntas y vástagos ondulados y rosetas en la zona alta, aunque el del lado sur parece inacabado.
Resulta curioso que uno de ellos decore su collarino con un retardatario doble sogueado. Las manos más expertas dejaron también su sello en los capiteles interiores de la ventana del testero de la capilla absidal, ambos figurados, así como en los exteriores del mismo muro.
De los primeros, uno muestra lo que parece ser un sintético –y omitido– sacrificio de Isaac, con la figura del ángel portando un carnero de grueso pelaje, al que Abraham, tocado con bonete gallonado, ase por un cuerno y clava un gran cuchillo, todo bajo cimacio de ondulantes tallos anudados.
El capitel que hace pareja con éste representa quizá al rey David: la figura central, coronada, porta un libro en su diestra y es señalado por otro sonriente personaje también coronado, posiblemente Saúl, ambos entre dos jóvenes músicos que tañen un laúd y un salterio. La escena nos trae al recuerdo el friso exterior de la Portada del Cordero de San Isidoro de León. Las dos cestas que coronan las columnas que se acodillan en el testero se decoran con crochets de hojas lobuladas, corona superior de caulículos y dos personajillos desnudos de cabellos acaracolados enredados en sarmientos. Su progenie leonesa, jaquesa y compostelana es evidente.
1. Capitel norte de la ventana central: historiado y de gran belleza plástica. Sacrificio de Isaac con Abraham clavándole el cuchillo al carnero que le ofrece el ángel. Se encuentra en el ábside porque en la simbología cristiana es prefiguración de Cristo, sacrificado para la redención humana, en este caso, ante la ausencia de Isaac, es el carnero el que juega este papel.
 
2. El Capitel sur de la ventana central: historiado y de gran belleza plástica. David tocando el arpa ante el rey Saúl; ambos personajes aparecen coronados y acompañados por dos músicos que portan un arpa y un laúd. También vemos aquí la prefiguración de Cristo en la persona de David. Este capitel remite al pasaje de la Biblia en el que David fue llamado ante Saúl para tocar ante él y así calmar su espíritu, atenazado por el mal. 

En el testero absidal, pese a su deterioro, podemos contemplar un soberbio capitel de dos pisos de hojas lobuladas y puntas vueltas, así como una muy erosionada representación de la Adoración de los Magos, o quizá mejor de los pastores a tenor del capitel de la cabecera de Santo Tomé de Zamora, indudablemente deudor de éste. En el centro de la composición y sobre un fondo vegetal aparece la Virgen, nimbada y con el Niño sobre su rodilla izquierda, éste girado como dirigiéndose al personaje que avanza hacia él portando una especie de cuenco. Otras tres figuras, muy perdidas, acompañan a éstos, una de ellas mostrando la palma en gesto de respeto. También en los capiteles de ventana exteriores aparece el estilo más refinado, como en el decorado con tres mascarones felinos que vomitan tallos entrelazados de los que brotan hojas lobuladas, cuyo cimacio recibe aves enredadas en un vástago que brota de otro mascarón del mismo tipo. Esta composición, repetida en un capitel de la portada sur, recuerda sendos capiteles de los ábsides de la epístola de la catedral de Jaca y San Isidoro de León.
El resto de los capiteles de las ventanas manifiestan la actividad de escultores de segundo orden, que aunque siguen los patrones anteriores lo hacen con menguados recursos técnicos. A su mano corresponden cestas decoradas con hojas de agua con pomas, pencas, helechos, crochets, hojas lobuladas con bolas y mascarones humanos en los dados del ábaco, así como algunos figurados de oscura significación. En el interior del brazo sur del transepto vemos un capitel de ventana con crochets, un mascarón humano y una figura femenina sedente, tocada y con barboquejo, que sostiene en su regazo una cabecita masculina, en alusión quizá al tema de la mujer adúltera que vemos en Santiago de Compostela y León, según la sugestiva opinión de Naesgaard. Otras cestas, como la decorada con un caballero ante dos personajillos, uno de los cuales se mesa las barbas, los capiteles del exterior con una extraña ave junto a un mutilado personaje desnudo, acuclillado mostrando los genitales, copia quizá de uno de San Isidoro de León; otros con leones afrontados, el combate de un león y un dragón, una extraña arpía de rostro felino afrontada a un basilisco, aves de picos vueltos picoteando bayas, etc., denotan una más tosca ejecución, aunque parece evidente que ambas facturas coexisten, siendo sólo el resultado de la diversidad de manos. De hecho, ambos estilos trabajan juntos en los capiteles de la portada meridional, donde podemos adjudicar a uno de los escultores mejor dotado el rasurado capitel con dos mascarones felinos que vomitan tallos con hojas partidas, muy similar a otro del exterior de la capilla. Su compañero de este lado derecho se orna con una pareja de arpías-ave de alas explayadas, una masculina y barbada y otra femenina, mientras el cimacio recibe dos bellos dragones de cuerpo escamoso de reptil, alados y con rugientes rostros felinos. El capitel exterior del lado izquierdo está muy erosionado, apreciándose sólo en la cara interior a una fémina sedente, vestida con túnica, brial y barboquejo y, frente a ella, otra figura aparentemente arrodillada (¿la Anunciación?). En los cimacios, además de los híbridos ya citados, vemos cadeneta de triple tallo formando círculos y palmetas el clípeos.
Testero. Capitel de ventana
Testero. Capitel de ventana
Testero. Capitel de ventana 
Testero. Capitel de ventana 
Testero. Capitel
Portada sur. Cimacio y capitel
Portada sur. Capiteles 

También en la rica serie de canecillos de los aleros de la cabecera, transepto y cimborrio –de mayores dimensiones y calidad que los de la nave– se aúnan el mejor estilo con el más seco fruto del escultor secundario. Tanto los temas como la factura del primero denotan su inspiración isidoriana, abundando los modillones de rollos con rosetas en clípeos, de rancia tradición leonesa, otros de pencas, crochets y volutas, un personaje de acaracolados cabellos sosteniendo un barrilillo tras su cabeza, un contorsionista, uno de nacela con entrelazo de aire nórdico, felinos, un exhibicionista de gesto grotesco, prótomos de bóvidos, etc. Junto al alero del brazo norte del transepto se incrustó un pequeño relieve figurado con tres toscos personajillos: el central cruza las manos sobre su pecho, otro parece agarrarse la muñeca en gesto de desesperación y el otro aparece hierático. Es obra del menos dotado de los artistas que trabajan en Santa Marta, de cuya mano salen los modillones inmediatos.
Muro sur del crucero. Canecillos
Muro sur del crucero. Canecillos
Muro sur del crucero. Canecillos
Crucero sur. Canecillos en muro este
Brazo norte del crucero. Relieve y Canecillo en muro este 

Capítulo aparte reservamos a las grandes figuras esculpidas que hoy decoran las enjutas de las portadas meridional y del brazo norte del transepto, así como otra, muy rasurada, que se conserva en el interior del edificio adosado a los pies.
A ésta acompañaría el relieve de la Maiestas Domini que vio Gómez-Moreno “arrinconado y sucio a los pies de la iglesia”, hoy en una colección estadounidense (Museum of Art, Rhode Island School of Design, n.º 197.38) tras su venta en 1926 y del que existe una tosca réplica junto al acceso al recinto del templo. La figura del Cristo bendicente (97 × 65 cm) aparece sentada, alzando su diestra y sosteniendo un libro abierto sobre su rodilla izquierda en el que se grabó la leyenda EGO SVM LUX MVNDI (Jn 8, 12). Tiene nimbo crucífero y larga cabellera partida que cae sobre sus hombros, ataviándose con ropas talares de ricas cenefas. Al investigador granadino “todo recuerda puntualmente el tímpano del crucero de San Isidoro de León y la Virgen de Sahagún”, resultando así acorde con las filiaciones y cronología antes avanzadas. Parecen claras las conexiones de este relieve con las Maiestas del contrafuerte occidental de la fachada de Platerías en Santiago de Compostela, e incluso la del deambulatorio de San Saturnino de Toulouse, aproximándose estilísticamente a la figura de la enjuta derecha de la Puerta del Cordero de San Isidoro de León. De la misma mano parece ser el muy mutilado relieve hoy recogido en la estancia añadida al oeste. Se trata de una pieza rectangular en la que las fracturas apenas nos permiten observar la figura nimbada de larga cabellera, ataviada con túnica y manto de paralelos pliegues “en cuchara”, que la decora.
Algo más tardías y de estilo más maduro parecen las otras tres imágenes de apóstoles, antes colocadas como remate de una pequeña espadaña sobre el testero del ábside, hoy suprimida. Quizá con buen criterio se colocaron en las enjutas de las portadas sur y norte, pues en las fotografías anteriores a la restauración de Ferrant se observan nichos para encastrar en esa posición. De las dos de la fachada meridional la más conocida es sin duda la excepcional figura de Santiago Apóstol, que se ha convertido en un auténtico icono jacobeo.
Portada sur. Santiago apóstol
 

Mira el apóstol, fracturado a partir de las rodillas, hacia la izquierda, apoyando su diestra en un largo cayado mientras muestra la palma de su otra mano, también alzada, llevando en bandolera el zurrón de tirantes finamente decorados del que pende la venera que lo identifica. En su nimbo acertamos a leer […] APOSTOLI. Viste túnica de escote cajeado, muy pegada al cuerpo, con pliegues curvos paralelos en el tórax, remolino de pliegues acostados sobre la rodilla derecha y mangas que surgen en volante en las muñecas. Encima porta manto de finísimos pliegues ya rectos, ya arremolinados en el codo derecho. Su rostro, enmarcado por una gruesa cabellera partida y barba de mechones rizados, manifiesta una serenidad y profundidad de mirada excepcionales, centrada en los saltones ojos almendrados de pupilas excavadas.
En la enjuta derecha de la portada aparece otro apóstol en un leve contraposto, compañero del anterior en tamaño y ejecución. Presenta larga y poblada barba partida, de trenzado bigote, y cabellos acaracolados, y porta un alargado libro en su mano izquierda, que señala con su diestra en un amanerado gesto. Viste túnica y manto y en su nimbo creemos ver una ilegible inscripción, lo que dificulta su identificación. Guadalupe Ramos lo identifica con san Pedro, aunque nosotros no hemos visto “la llave que sujeta con la mano derecha”.
Portada sur. Apóstol
 

La tercera figura de esta serie es la hoy colocada en la portada del brazo norte del transepto, también nimbada aunque descabezada. Pese a su deplorable estado, observamos su disposición ladeada en tres cuartos, recogiéndose un pliegue del manto sobre el pecho mientras con la diestra sujeta una filacteria en la que se grabó, en bellos caracteres, la leyenda identificativa: IVDAS / FRAT(E)/R: SI/MON.
La clara diferencia de estilo entre los dos primeros relieves y los tres apóstoles parece desacreditar la existencia de un perdido apostolado flanqueando la Maiestas, sugerida por Ricardo Puente, aunque tal hipótesis no puede descartarse. Es posible que las primeras decorasen el altar, como avanza Gómez-Moreno, y las otras flanqueasen las portadas, al estilo de las figuras de las enjutas de San Isidoro de León, fachada de Platerías de Santiago de Compostela, Puerta Miègeville de San Saturnino de Toulouse, etc.
No quedan evidencias en el templo de un edificio anterior al románico, aunque en su fábrica se reutilizan varias piezas de evidente raigambre altomedieval. Este origen podría tener los dos fustes marmóreos de la fachada meridional y el probable encapitelamiento de pilastra que se incrustó en la pilastra meridional del testero de la capilla. Se trata de un sillar de rojiza arenisca recortado para adaptarlo al nuevo marco decorado con tres niveles de hojas nervadas de acusado nervio central y remate de volutas, con talla a bisel.
La cronología de Santa Marta de Tera podemos precisarla, en virtud de los datos documentales y de las conexiones con las grandes obras del pleno románico europeo que arriba señalamos, en un arco temporal que va de 1077 a 1100. Habilita además esta datación la de su trasunto en Santo Tomé de Zamora, que cuenta con una fecha ante quem relativamente segura, pues se califica al monasterio de noviter edificato en 1126. Más complicado resulta adscribir a tan temprana fecha las figuras de los apóstoles, cuyo soberbio estilo parece algo más evolucionado aunque no demasiado alejado de las fechas referidas. También el remate de la nave –bien por haber quedado inconclusa o bien por hundimiento– entra dentro de los parámetros del románico, aunque ya desbordando el siglo XII.
Por todo ello, es este edificio un monumento clave dentro del románico zamorano y aun regional, aunque su importancia histórica no alcanza a exceder su innegable belleza.

 

Tábara
La villa de Tábara, cabeza de su Tierra, se sitúa a 44 km al noroeste de Zamora, entre las estribaciones de la Sierra de la Culebra y el valle de Valverde, accediéndose desde la capital por la carretera que conduce a Puebla de Sanabria y Orense.
Los valles del Tera y esta zona al sur de la confluencia del Órbigo con el Esla, área fuertemente romanizada, conocieron durante el período altomedieval un extraordinario desarrollo del fenómeno monástico prebenedictino. Son numerosos, aunque fragmentarios, los testimonios que han llegado hasta nosotros de cenobios cuya actividad se documenta desde finales del siglo IX a los inicios del XI: San Miguel de Camarzana de Tera, San Fructuoso de Ageo (Ayoó de Vidriales), San Miguel de Castroferrol, San Pedro de Zamudia, Santa Colomba de las Monjas, los vestigios de la Dehesa de Misleo (Moreruela de Tábara), Otero de Sariegos, etc. Lamentablemente, no conservamos ningún resto constructivo de la entidad de los bercianos aunque, como allí, los avatares históricos realizaron una selección que permitió que algunos de estos centros perduraran, renovando sus fábricas, en la época del románico.
Todo apunta a que los años finales del siglo IX y el siglo X vieron una reorganización del territorio del norte del Duero, promovida sin duda por la monarquía asturleonesa aunque realmente materializada a partir de los asentamientos monásticos, que sin duda reutilizaron las infraestructuras y edificaciones aún en pie de la época romana y goda.
En la biografía de San Froilán recogida en la Biblia de León de 920 se nos informa de la fundación por el luego obispo de León del primitivo monasterio de San Salvador de Tábara: edificavit Tabarense cenovium ubi congregavit utramtramque sexum centies servi animas Domino servientium. Froilán, con su compañero y más tarde obispo de Zamora Atilano, fundaron también otro monasterio próximo al tabarense, en amenum et altum locum erga flumen Stole discurrente […] coenobium nomine Morerola, probablemente Moreruela de Tábara. Ambas fundaciones, dúplice al menos la primera, deben pues corresponder a los años finales del siglo IX, siendo evidentemente exageradas las cifras de 600 y 200 monjes que se señalan para una y otra casa. Ambos cenobios, promovidos por Alfonso III, sufrirían las razzias de Almanzor que devastaron la zona del Esla en 988 y supusieron el fin de las casas más precariamente establecidas.
No fue éste el caso de Tábara, reputado centro de producción de manuscritos donde los maestros Magius y Emeterius realizaron –entre 940 y 975– los famosos Beatos conocidos como “Morgan”, “de Tábara” y “de Gerona”. Si se llegó a producir su destrucción por Almanzor a fines del siglo X, la continuidad de este antiguo cenobio no parece haber conocido cesuras notables. Del documento de San Isidoro de León conocido como “testamento de doña Elvira”, redactado en Tábara el año 1099, parece deducirse la propiedad de este monasterio por parte de la infanta.
Conservamos dos inscripciones que recogen los dos momentos principales de la historia del monasterio tabarense. La primera es una ædificatio del siglo X, grabada sobre una losa de mármol hoy empotrada en la cara sur del cuerpo bajo de la torre, que reza, en transcripción de Gutiérrez Álvarez:
+ OB (H)ONOREM ET SALVATOREM D(omi)NI IH(es)V XPI (Christi) LICET INMERITO ABBA HIC EGO ARANDISCLO NON COPIA RERVM FRETVS SED DIVINO IUBAMI[NE]
“[Christus] En honor del Salvador Nuestro Señor Jesucristo, siendo aquí abad yo, Arandisclo, aunque inmerecidamente, (acometí esta edificación) no confiando en la abundancia de recursos sino en la ayuda divina…”.
Se trata de un tablero alargado de 77 x 25cm incompleto. Conserva sus bordes en tres de sus lados, pero el campo epigráfico se interrumpe por rotura en su sector derecho. La pieza original debía ser, por tanto, bastante más alargada. La grafía es de elegantes capitales visigótico-mozárabes, mediando rayas pareadas entre las líneas de escritura. Principia con una cruz patada con disco central y ápices cóncavos. No aparece fecha.
Dedicatoria del templo al Salvador en el que el abad Arandisclo tiene un destacado papel, como fundador o restaurador. 

En 1137 fue consagrado el nuevo templo por Roberto, obispo de Astorga, según consta en otra inscripción, labrada entonces en el reverso de una lápida funeraria altomedieval y hoy encastrada en una hornacina junto a la portada sur del templo:
[†]: RVBERTVS: CONSECRA VIT: ISTA(m) ECL(esi)AM IN ERA: M(illesima): C(entesim)A LXX: V · ABBAS: Q(u)OD ERAT: D(omi)NICVS ADEFONSVS: IN: S(an)C(t)I: MARTINI: O[RA] TE PRO ILLO IN PATER[NOSTER]
Es decir, “[Christus]. El obispo Roberto consagró esta iglesia en el año 1137, cuando Domingo Alfonso era abad en el monasterio de San Martín. Rezad por él un Padrenuestro”.
Inscripción
 

En fecha imprecisa del siglo XII la propiedad de las iglesias de Tábara debió pasar a manos de los caballeros del Temple, lo que provocó fuertes disputas con el obispado de Astorga. En 1208 se data la Litteræ executoriæ de Inocencio III sobre la disputa entre el prelado astoricense y los templarios, que no le permitían administrar la confirmación en sus iglesias de Tábara.
La rebeldía continuaba en 1211, pues el Papa se ve obligado a nombrar comisionados para hacer cumplir la sentencia que obligaba a los caballeros a aceptar los derechos episcopales. En 1213, finalmente, se llega a un convenio entre el maestre del Temple, Pedro Alvítiz, y el obispo don Pedro, sobre los derechos de visita que corresponden a éste y a los arcedianos de Astorga. De este documento se desprenden interesantes noticias, referidas algunas a la iglesia de San Martín (una de las tres que tuvo la localidad junto a San Lorenzo y La Asunción), así como la posesión por la milicia del conjunto de las iglesias de valle de Tábara, que mantuvieron hasta la disolución de la orden a principios del siglo XIV.

 

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
Entre todas las controversias, sobre todo referidas a sus orígenes y período altomedieval, lo que sí parece claro es que la actual iglesia de La Asunción de Tábara se instala en el solar del monasterio altomedieval. Más problemática resulta la identificación de la turre alta et lapidea, in super prima teca ubi Emeritus tribusque mensis incurior sedit,et cum omni membra calamum conquasatus fuit con la actual estructura torreada que preside y domina por el oeste la nave, como veremos.
El edificio actual se levanta en mampostería de irregulares bloques de pizarra arcillosa, con refuerzo de sillares de arenisca en ángulos y encintados de vanos. Su análisis arquitectónico resulta complejo debido a las numerosas reformas y restauraciones sufridas. Dejando a un lado de momento el posible origen mozárabe del cuerpo bajo de la torre, ésta aparece como obra fundamentalmente románica, levantada en mampostería y compuesta de amplio piso inferior liso en el que se abren las estrechas saeteras que iluminan la angostísima escalera practicada en el espesor del muro (0,5 m de ancho), que conduce hasta el primer piso de vanos. A esta escalera da servicio, en la cara meridional un tosco arco de medio punto liso, sobre el que se dispuso otro de descarga casi perdido, y una ventana de tipología románica –hoy cegada– de arco de medio punto sobre dos columnillas de capiteles decorados con motivos vegetales muy geometrizados. Sobre este basamento liso, sin impostas que delimiten tramos, se alzan los tres niveles de vanos que componen el cuerpo de campanas, separados por impostas achaflanadas.
Los lienzos septentrional y oriental presentan dos vanos de arcos de medio punto doblados en el nivel inferior, tres arcos del mismo tipo y pequeñas dimensiones en el estrecho piso medio y otros tres en el superior. Dicho ritmo de huecos aparece alterado en las caras sur y oeste, donde en el nivel superior aparecen sólo dos vanos, aunque su descentramiento en el lienzo meridional nos hace pensar que al menos éste puede ser fruto de una refección moderna del remate.
La torre ocupa el centro del hastial occidental de la iglesia, a la que se abre mediante un extraño arco doblado de herradura en cuyo aparejo se mezcla la sillería hacia la torre y el ladrillo hacia el interior del templo, con doble arco de descarga en el mismo material e impostas de listel y chaflán. Dentro de este arco se situaba aún otro de medio punto, con grandes bloques de piedra, retirado por Menéndez Pidal y Pons Sorolla en 1962-1963 y hoy remontado adosado al muro de la colateral sur. El arco del pasaje de la nave a la torre recaía en dos columnas adosadas que han perdido los capiteles, conservando basas de fino toro superior, amplia escocia y toro inferior sobre fino plinto.
La torre-campanario, sobre la que hay quien ha querido ver una cierta evocación de la representada sobre el célebre Beato de Tábara, se eleva a los pies del templo en tres cuerpos de campanas separados mediante listeles horizontales y abiertos en arcos de medio punto doblados.
 Con sus tres pisos de ventanales parece reproducir la obra antigua, ligera y pétrea como ella, alzada con ruda mampostería y algunas piedras talladas. Sin embargo no todo lo mozárabe se deshizo, pues en su cuerpo bajo perduran ciertas partes de la estructura anterior. Además de retazos arquitectónicos, como algún capitel, permanece la puerta por la que se accede a la base de esa torre desde los pies de la iglesia, formada por un arco de herradura.
Las reformas dieciochescas conservaron el fondo del cuerpo románico de la iglesia, aunque profundamente alterado, en el que se abren dos portadas, al norte y sur.

La portada meridional se compone de arco de medio punto liso y dos arquivoltas, la interior con un fino bocel en la arista y la externa con chaflán ornado con tres filas de billetes, que apean en jambas coronadas por gruesas impostas de listel y chaflán. De la pareja de columnas que se acodillaban en las jambas sólo resta la más oriental, con su fuste monolítico y un sumamente rasurado capitel de sencillas hojas ovaladas y cóncavas. En un sillar inmediato a la portada, hacia el oeste, se grabó la inscripción siguiente: VULNERE MORTIS MILITIS OBSERVAT + ISTE CAPUT PARIES TRVNCATVM BELLI DISCRIMINE FORTIS, o sea, “Contempla a los soldados mortalmente heridos. Esta pared (muestra) una cabeza amputada como consecuencia del peligro de la despiadada guerra”. Gutiérrez Álvarez la considera contemporánea de la consecratio de 1137. Durante la restauración de 1962-1963 se liberó el pórtico que se alzaba por el sur, entre la nave y la torre, y que sólo conserva de su pasado románico algunas basas y cimacios.

La portada septentrional, frente a la anterior, muestra un aspecto sumamente restaurado y se compone de arco de medio punto con bocel en la arista y dos arquivoltas, la interior con una fila de gruesos billetes y la externa, como la del acceso sur, con tres hileras de finos billetes.
Los cimacios presentan perfil de listel y chaflán, los exteriores con somera decoración de ondas a modo de semibezantes.
Tanto la actual triple división mediante pilares cuadrados de la nave como la cabecera corresponden a la reforma de mediados del siglo XVIII (1761), realizadas “a expensas del excelentísimo señor Marqués de Tábara”, según reza una inscripción empotrada en el testero de la capilla.

La colateral del lado del evangelio, que se entrega de forma extraña a la estructura de la torre, presenta en un cierre occidental un vano moderno, que incorpora como impostas dos fragmentos de cimacio moldurado uno con bocelillo, mediacaña y listel y el otro con chaflán y decoración de ondas, igual a la vista en la portada norte.
Los trabajos arqueológicos realizados en los años sesenta del siglo XX por Menéndez-Pidal en la zona de la nave inmediata a la torre y en ésta misma, evidenciaron la potencia de colmatación del espacio interior del edificio.
En este momento se pusieron al descubierto algunos interesantes restos del monasterio prerrománico –básicamente capiteles– que animan a realizar un serio trabajo de investigación sobre el origen del edificio. Estas piezas, junto a otras procedentes de edificios cercanos (entre ellas piezas procedentes de San Lorenzo y de la ermita de San Mamés), están expuestas en el lapidario a la espera de la realización en la iglesia de un verdadero proyecto museístico. Destacamos entre ellas dos fragmentos de columnillas que por su apariencia nos parecen obra románica. De una de ellas, de 79 cm de altura y 10 cm de diámetro, sólo conservamos la basa de perfil ático y grueso toro inferior, sobre plinto, y el fuste con la acanaladura del collarino, todo labrado en el mismo bloque. La otra, de 39 cm de altura y mismo diámetro que la anterior, nos muestra un capitel vegetal cuyas cuatro caras aparecen someramente decoradas con hojas acogolladas y losanges. Definidas como “columnillas de ensamblaje”, desconocemos su función y ubicación primitiva.




San Martín de Castañeda
San Martín de Castañeda se sitúa en un impresionante balcón del valle del Tera, el monte Corona –el Suspiazo de la documentación–, mirador desde el que se domina por el norte el lago de Sanabria. En este evocador paisaje, protegido por las sierras Segundera y de la Cabrera Baja, se concentra de modo particular la historia sanabresa, que encuentra en el monasterio de Santa María su hito principal.
Los orígenes de la vida monástica en este valle se pierden en la Alta Edad Media, sin duda motivada esa atracción tanto por la latitud de la zona como por sus excelentes condiciones geográficas. Su carácter retirado de las vías principales, aunque relativamente próximo a la ruta de Benavente a tierras gallegas, lo montuoso de la orografía y la abundancia de recursos naturales, fundamentalmente ofrecidos por el lago y el monte, favorecieron en el valle del Tera el asentamiento de numerosas comunidades monásticas desde finales del siglo IX y a lo largo de la centuria siguiente (Galende, Trefacio, San Ciprián, Vime de Sanabria), participando, a pequeña escala, de una floración del monacato similar a la berciana. Frente a la más azarosa existencia de núcleos como Camarzana de Tera o el foco más meridional de Tábara, en San Martín de Castañeda la sucesión de los asentamientos monásticos se produjo sin solución de continuidad, pese a breves interrupciones y períodos decadentes que más tarde detallaremos.
San Martín de Castañeda participó de la renovación espiritual y cultural que se produjo en las tierras del Reino leonés desde fines del siglo IX, nutriéndose del aporte de contingentes mozárabes. La radicalización de ciertos sectores cristianos de al-Andalus y la respuesta del poder musulmán del Califato empujó a comunidades de mozárabes a instalarse en las tierras septentrionales, controladas al menos parcialmente por los reinos cristianos. El fenómeno se constata en todo el norte peninsular, tanto en las áreas leonesa y castellana como en la navarro-aragonesa. Ya sea en el 897 como quiere Fernández de Prada, o en el 916, un monje mozárabe de nombre Martín, probablemente huyendo de la sequía y extremas condiciones del monasterio de San Cebrián de Mazote, del cual procede la comunidad (fratres de Castinaria que fuimus habitantes in Mouzoute, dice el documento de 952), decidió instalarse con sus monjes en el lugar de Castinaria, atraído posiblemente por la seguridad que facilitaban tanto la orografía como las pesqueras cercanas, las cuales había adquirido de sus propietarios, Avolo y su hijo Domnino. La compra de las pesqueras aparece corroborada por un documento de febrero de 927, en el que se refleja la pretensión de apropiárselas por parte de los monjes de Galende, usurpación parcial que vuelven a cometer posteriormente, como refleja otro documento de 952.
Afortunadamente, conservamos, empotrada en el hastial occidental de la iglesia, la inscripción fundacional del monasterio, que reza así:
[H]IC · LOCVS ANTIQVITVS MARTINVS · SCS · HONORE DICATVS · BREVI OPERE INSTRUCTVS DIU MA[n]SIT · DIRVTVS DONEC · IOHAN[n]ES ABBA · A CORDOBA VENIT · ET HIC · TE[m]PLV[m] LITAVIT [A]EDIS RVGINAM · A FV[n]DAMINE · EREXIT ET ACTE · SAXE · EXARABIT NON · IMPERIALIBVS IUSSVS · ET FRATRV[m] · UIGILANTIA · INSTANTIBVS DUO · ET TRIBVS · MENSIBUS · PERACT[I] SUNT · HEC · OPERIBUS · HORDONIUS · PERAGENS · SCEPTRA · ERA NOBI ET S[emis] CENTENA NONA.
Es decir, “Este lugar antiguamente dedicado en honor de San Martín, de reducidas dimensiones, permaneció en ruinas durante largo tiempo, hasta que el abad Juan vino de Córdoba y consagró aquí un templo, levantó sus ruinas desde los cimientos y lo reconstruyó con piedra labrada, no por orden imperial y sí por la incesante diligencia de los monjes. Estas obras se acabaron en cinco meses, reinando Ordoño (II), en el año 921”, según traducción de Maximino Gutiérrez.
Publicado por Manuel Gómez-Moreno, este epígrafe se relaciona estrechamente con otro de San Miguel de Escalada, datado en 913, hasta el punto de tenerse el nuestro por copia corrupta de aquél. También manifiesta similitudes con la inscripción fundacional de San Pedro de Montes. Varios datos muy significativos pueden extraerse de su lectura, y entre ellos el carácter modesto de la construcción anterior a la llegada del cordobés Juan al abadiato, “desde antiguo dedicada a San Martín”. La comunidad construyó “desde los cimientos” un nuevo templo en sillería, en un plazo de cinco meses según la lectura literal que siguen Gómez-Moreno y Gutiérrez Álvarez, o en dos años y tres meses, según la interpretación propuesta por fray Antonio de Lara (op. cit., fol. 7) y Miguel Fernández de Prada (op. cit., p. 95). Para este último autor, la vida monástica en estos parajes se remontaría al período de la monarquía sueva y visigoda, participando del florecimiento capitaneado por las figuras de San Martín de Dumio, San Fructuoso y San Valerio. En realidad, ninguna constancia tenemos de un asentamiento tan temprano en San Martín de Castañeda más allá de la referencia hic locus antiquitus Martinvs sanctus honore dicatus, aunque resulte sugerente establecer un paralelismo entre nuestro monasterio y los de Compludo o San Pedro de Montes.
Este Juan, abad cordobés, es quien acomete la construcción de un templo mozárabe del cual no nos han llegado más que vestigios dispersos, además de la referida lápida fundacional. En lo constructivo, se han asimilado a este momento un arco de herradura en el interior del hastial occidental, que hoy funciona como arco de descarga del acceso, así como el problemático arco ultrapasado que se observa en las fotografías anteriores a la intervención de 1959-1960 en el hastial septentrional del transepto, eliminado durante dicha restauración. El “profundo sabor cordobés” de ambos arcos, señalado por Regueras y Grau (1992, p. 124), anima a considerarlos fosilizaciones de la fábrica del siglo X en el cuerpo románico del templo, aunque ello supondría unas dimensiones extraordinarias para el edificio. Además, la continuidad de las hiladas en ambas zonas no empuja a pensar en una acomodación de la fábrica del siglo XII a estructuras preexistentes. Ambos sectores de la iglesia se encuentran profundamente alterados, por lo que cualquier conclusión a este respecto se hace aún más problemática. A nuestro juicio, tienen mayor consistencia para atestiguar la existencia de uno o dos edificios altomedievales los restos dispersos de decoración arquitectónica, algunos ya reseñados por Gómez-Moreno. Se trata de la pareja de fustes entorchados, de neto sabor asturiano y que podrían dar testimonio de un monasterio anterior a la renovación mozárabe, y dos dovelas decoradas con tetrapétalas trabajadas a bisel. Una tercera dovela, con decoración descrita por Gómez-Moreno como de “labor repetida de hojas y festón de lóbulos convexos por abajo” manifiesta, pese a su indefinición estilística, rasgos que bien podrían adscribirla a las labores de cardina gótica. Indudable carácter y cronología altomedieval posee el relieve, posiblemente una lauda sepulcral, de 1,75 × 0,50 × 0,22 m, encontrada en la zona del claustro durante la restauración de 1960. Su decoración muestra a dos toscos personajes bajo arquillos geminados de herradura, una cruz ensanchada y una octopétala inscritas en clípeos, dos arcos más de herradura y una fragmentada cruz procesional, de brazos flordelisados y aire asturiano.
A partir de tan fragmentarios vestigios no podemos hacernos una idea, sin embargo, del carácter del monasterio altomedieval. Por la documentación sabemos de la confirmación de las propiedades por Ramiro II en 940 –fecha en la que se añade al dominio la localidad de Vigo de Sanabria–, de la estancia del rey Ordoño III con su Corte en el monasterio en 952, momento que aprovechan los monjes para zanjar los conflictos relativos a la posesión de las pesqueras sobre el Tera. Podemos también seguir cómo fueron ampliándose las posesiones de Castañeda mediante la incorporación de otros monasterios más efímeros (Intranio, en 953 y Vallispopuli, también a mediados del siglo X, ambos en León), molinos (en Trefacio, en 965 y 998), villas enteras (Vigo, ya citada, Coso, Murias, Cerdillo), heredades, etc.
La escasez de documentación durante todo el siglo XI nos hace suponer su crisis desde finales de la décima centuria, similar a la que sumió a otros cenobios mozárabes y relacionada con las difíciles circunstancias militares, políticas y socioeconómicas. Cuando la situación se estabiliza, durante el reinado de Fernando I, asistimos a la paulatina introducción de la observancia benedictina en los reinos cristianos del norte. La primera mención a dicha regla, en nuestro caso, es ligeramente anterior, y aparece recogida en un documento de 1028, carta de donación en la que el presbítero Vela dona ciertas heredades en Valdeorras al abad Vedramiro y sus monjes, que vivían secundum dicit regula de domno Benedicto, aunque tan temprana “normalización” parece al menos dudosa. Si la comunidad se regía en este momento por la norma fructuosiana, la “regula mixta”, o caminó desde estos inicios por la senda de san Benito, es algo que ignoramos. Tras un silencio de setenta años, en 1103 San Martín de Castañeda recibió varias donaciones en su entorno inmediato: Castro, Trefacio, Rábano, Sotillo, Avedillo, Limianos, San Román, etc.
A mediados del siglo XII y de la mano de Pedro Gutiérrez, llamado Pedro Cristiano, monje llegado en 1150 desde el monasterio berciano de Carracedo, se constata de modo definitivo la adopción de la reforma cluniacense en San Martín. Llama la atención lo tardío de este hecho, cuando otros monasterios abrazaban ya la observancia cisterciense. San Martín de Castañeda, con su coto y pertenencias, fue encomendado a Pedro Cristiano por Alfonso VII. Este personaje, de origen noble y apegado al monarca –era sobrino del conde Ponce de Cabrera, mayordomo del Emperador–, profesó el año 1142 en Santa María de Carracedo, entonces benedictino, bajo el abadiato de san Florencio. Según consta en un privilegio real firmado en Toledo el 19 de abril de 1150, Alfonso VII realizó una donación a domno Petro Christiano monacho et illis qui vobiscum sub regula Sancti Benedicti in ipso monasterio vivere voluerint. La regla benedictina y la dependencia respecto a Carracedo, que se mantendrá hasta el final de la vida monástica, van a significar un importante impulso para la comunidad de San Martín de Castañeda. Aunque breve fue, sin embargo, el paso de Pedro Cristiano por tierras sanabresas, pues a finales de 1152 accedió a la dignidad episcopal de la sede asturicense, esta renovada vitalidad se plasmará durante los abadiatos de Martín III (1153-1180) y Pedro Núñez (1181-1208), en los que se inscriben las obras que dieron lugar al edificio románico. Las donaciones que recibe San Martín en este período se caracterizan por la calidad de los bienes y de los donantes: la villa de Asturianos, por el Emperador (1152); la de Espadañedo, por el conde Rodrigo Pérez de Sanabria (1153); una heredad en Lampreana, por doña Sancha, la hermana del Emperador (1153); heredades en Palacios de Sanabria y la villa de Galende, por el propio Alfonso VII (1154); el monasterio de Ageo (Ayoó de Vidriales), en 1156; la villa de Rihonor de Castilla (1160), una corte en Zamora (1164), la tercia de Villafáfila (1167) y el lugar de Ribadelago (1168), por Fernando II; la iglesia de San Torcuato, extramuros de la ciudad de Zamora (1177), etc. Mediante compra adquirieron los monjes unas viñas en Bamba (en la Lampreana), heredades en Palazuelo, Trefacio, territorio de Bragança, la villa de San Pelayo de Araduey (1190)… Teresa Pérez, fundadora y abadesa de Santa María de Gradefes, donó sus heredades en San Pelayo y Alcamín en octubre de 1184, para remedio de su alma y de la de su hermano, el conde Rodrigo Pérez, tenente de Sanabria, quien pidió ser enterrado en San Martín.
El conjunto de las propiedades y privilegios fueron confirmados en 1195 por Alfonso IX y en 1231 por Fernando III. El último gran abad del período benedictino de San Martín de Castañeda fue Viviano (1220-1262), el cual llevó a cabo, por influencia e imposición de Carracedo, la adopción de la regla cisterciense el 28 de enero de 1245 (damus nos et monasterium nostrum monasterio Carraceti et ordini cisterciensi, tali modo quod monasterium Carrazeti habeat in monasterio nostro, in nos et in posteos nostros eandem iurisditionem instituendi et destituendi abbatem vissitandi…). Nuevamente, el cambio de observancia se produjo con cierto retraso, más de cuarenta años respecto a la casa madre berciana. Como monasterio cisterciense ligado a Carracedo, continuó en San Martín la vida monástica hasta la desamortización. A la obra románica que inmediatamente pasaremos a estudiar se incorporaron, durante el siglo XVI, la sala capitular adosada al ábside meridional, la reforma del hastial occidental del templo y la supresión del antiguo claustro, sustituido por otro tardogótico. Ya en el siglo XVIII, se estableció el actual acceso septentrional al recinto y se rehicieron las estancias monásticas al oeste de la iglesia.
La desamortización de1836 supuso, como para la inmensa mayoría de los monasterios leoneses y castellanos, un duro golpe para la magnificencia artística alcanzada por San Martín. De la ruina, afortunadamente, pudo escapar lo fundamental del templo románico, aunque Madoz señalaba pocos años después de la exclaustración que “el edificio ha principiado a derruirse, caminando a su total ruina por falta de reparación”. El conjunto fue declarado Monumento Histórico-artístico en junio de 1931 y restaurado durante los años 1946-1964 por los arquitectos Luis Menéndez-Pidal y Francisco Pons Sorolla. Recientemente (Marco Antonio Garcés Desmaison, 1990) se acometió el acondicionamiento de las estancias barrocas para acoger el Centro de Interpretación del Parque Natural del Lago de Sanabria.

Monasterio de Santa María
La iglesia de San Martín de Castañeda es uno de los grandes edificios del románico zamorano, con sus tres naves articuladas en cuatro tramos, el doble de ancha la central, transepto cubierto a la misma altura y levemente destacado en planta y cabecera triple de ábsides semicirculares precedidos por un breve tramo recto presbiterial. Posee tres accesos de época románica: el abierto en el hastial occidental, muy reformado, y dos en la nave de la epístola. El conjunto se erigió en buena sillería de granito y pizarra, revelando su concepción planimétrica innegables deudas respecto a la catedral de Zamora, la gran obra arquitectónica provincial.

Si algo caracteriza esta iglesia es su extraordinaria robustez constructiva, pues la práctica ausencia de contrafuertes, que llamó la atención de Gómez-Moreno, se suple con una considerable potencia de muros, dotando así de un aspecto algo masivo al edificio, en el que también destaca su coherencia estructural, que emana sin duda de un modelo bien definido y asentado, “con adaptaciones ojivales menos intrínsecas que las de la Catedral y la Colegiata de Toro”, en palabras del autor del Catálogo Monumental.
Soportan los formeros y fajones que delimitan tramos y naves, todos apuntados y doblados, recios pilares cúbicos sobre zócalos moldurados con bocel. La irregularidad de estos soportes, de compromiso entre lo prismático y cruciforme, con semicolumnas adosadas en sus frentes, nos deja ante dos parejas de pilares –los occidentales– en los que las semicolumnas que recogen los fajones de las colaterales se encuentran claramente descentradas. La nave central se cubre con una bóveda de cañón levemente apuntado, reforzada por fajones peraltados y doblados, sobre semicolumnas que no llegan al suelo y apean en cul-delampe a la altura de la línea de imposta que prolonga los cimacios de los formeros. El pilar, hacia la nave central, se transforma en cruciforme por encima de dicha línea de imposta para recoger el arco exterior del fajón. Los brazos del transepto se cierran con cañón apuntado y el crucero se destaca con una bóveda de nervios entrecruzados moldurados con un haz de tres boceles, que apean en ménsulas de rollos y clave ornada con un florón. Fue construida posteriormente, como denuncian los arranques de los nervios de la primitiva, ornados con bezantes, que aún subsisten en los codillos, sobre las impostas de los pilares del crucero. Las colaterales se cubren, por su parte, a menor altura que la nave, con tramos de bóvedas de arista con florón central, muchas de ellas rehechas, y dos tramos con bóvedas de crucería simple.
La cabecera se erige sobre un alto basamento liso (1,75 m), de enormes bloques de pizarra labrados a hacha, alzándose sobre él los tambores absidales, realizados en granito local y verticalmente divididos en cinco (el central) y cuatro (los absidiolos) paños por semicolumnas adosadas. Éstas se alzan sobre plintos y presentan basas de perfil ático de toro inferior aplastado, con lengüetas, rematadas por capiteles vegetales que alcanzan la cornisa y decorados con hojas lisas avolutadas, crochets, doble corona de hojas lisas de acusado nervio central y hojas con grandes palmetas pinjantes. Horizontalmente, sobre los zócalos, se dispone un piso inferior liso, separado del que alberga el cuerpo de ventanas por una imposta con perfil de listel, bocel y nacela en el ábside central y doble nacela con banda de zigzag en los laterales. Se coronan los muros con una cornisa moldurada con listel y nacela en las capillas laterales y perfil de gola en el central, sobre simples canecillos troncopiramidales decorados con cuatro hojitas lisas, de aire netamente zamorano. Las ventanas, una en el eje de los ábsidiolos y tres en el central, alcanzan gran desarrollo en este último. Rodean los vanos rasgados coronados por hojitas picudas dos arcos de medio punto, los interiores con bocel entre mediascañas y los exteriores lisos, sobre sendas parejas de columnas acodilladas de basas áticas y capiteles vegetales coronados por caulículos, de crochets, uno o dos pisos de hojas lisas lanceoladas, peltas, palmetas colgantes, etc. Las ventanas de los absidiolos, más sencillas, rodean el vano con arcos de medio punto sobre columnas rematadas por capiteles de hojas lisas con bolas, repitiendo todas interiormente la estructura. En los muros del presbiterio de la capilla central se abrieron ventanas rasgadas que invaden los riñones de la bóveda.


Especialmente interesante es la decoración arquitectónica del brazo septentrional del transepto, dadas las evidencias de reconstrucción del hastial meridional del mismo, que aparece liso. Aquel, pese a las modificaciones aportadas en la restauración de 1959-1960 y constatables en las fotografías antiguas, conserva en lo fundamental su disposición original.
Hastial norte del crucero con una arquería ciega de cuatro arcos alancetados sobre esbeltas columnas con capiteles vegetales en su cuerpo medial. En lo alto, bajo la cubierta a dos aguas, se abre una ventana con arco semicircular.

Presenta un piso inferior liso, continuo respecto al del ábside el evangelio, y delimitado por una imposta con perfil de doble nacela. Sobre él, anima el paramento una arquería ciega del tipo de la visible en la Puerta del Obispo de la seo zamorana o en el muro sur de San Pedro y San Ildefonso de la capital, aunque en San Martín se resuelve con desarrollados arcos peraltados, apuntados y túmidos, que apean en altas columnas acodilladas, de finos fustes, basas áticas y capiteles vegetales de sencillos crochets, hojas lanceoladas con bolas, hojas entrecruzadas y cabecitas, etc. El piso superior, que corona el hastial, rematado en piñón y ligeramente retranqueado, se delimita con una imposta achaflanada, abriéndose en el centro una ventana rasgada de arco de medio punto ornado con bocel y nacela, sobre finas columnas con capiteles de pencas.

Rstos del claustro
 

De las tres portadas que poseía el edificio, la del hastial occidental se encuentra totalmente transformada por la reforma de época renacentista, fechada epigráficamente en 1571 y “de pésimo gusto”, en opinión de Gómez-Moreno, que supuso el añadido de un gran tímpano figurado con San Martín partiendo la capa, dos escudos laterales y vano adintelado flanqueado por pilastras acanaladas, y sólo incorpora de la primitiva románica su chambrana, ornada con puntas de clavo. Sobre ella, da luz a la nave un gran óculo románico moldurado con chevrons, bocel y puntas de diamante, coronando el hastial una espadaña dieciochesca. En la nave del evangelio se dispuso una puerta alta, hoy cegada, que se presenta adintelada al exterior y con arco de medio punto hacia la nave.
Las otras dos portadas se practicaron en el primer y cuarto tramo de la nave de la epístola, muro reforzado durante la restauración de mediados del siglo XX por un antiestético talud.
La portada más oriental, que comunicaba la iglesia con el desaparecido claustro, consta de arco de medio punto y cuatro arquivoltas de idéntico perfil, también lisas, que apean en jambas escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas de simplísimos capiteles de hojas lisas rematadas por caulículos, totalmente rehechos los del lado izquierdo, que apoyan a su vez en un basamento ornado con un bocel.
La otra portada románica, hoy cegada y más sencilla, presenta arco doblado de medio punto sobre impostas de filete y nacela y jambas lisas.
En este costado meridional del templo se dispuso el primitivo claustro, sustituido por otro tardogótico (siglo XVI) del que hoy sólo conservamos vestigios de tres de los tramos, así como dos arcosolios en los muros de la sacristía.
En el interior de ésta, junto a los vestigios altomedievales ya citados, se conservan algunas basas pareadas que suponemos pertenecieron al claustro románico. De 0,42 × 0,25 m y 0,23 m de altura, sólo mantienen el plinto y el toro inferior. También en la sacristía se recogió un capitel de ángulo, de 0,37 × 0,35 m, decorado con hojas lanceoladas de nervio central con bolas en sus puntas y factura similar a los de la nave, así como restos de una excepcional sillería de coro renacentista, que espera, tristemente desmontada, un destino más acorde a su valor artístico.

La escultura del edificio se concentra en los capiteles de las ventanas y pilares de la nave, dominando en su decoración los motivos geométricos y vegetales, con escasa presencia de lo figurativo. Su carácter somero viene sin duda condicionado tanto por la dificultad del granito que le sirve de soporte como por la escasa tendencia a la exuberancia del taller que la ejecuta, bien en consonancia con los modelos arquitectónicos antes señalados. Dominan los capiteles vegetales de hojas lisas y bastón central, con pequeñas bolas en sus puntas y ábacos acastillados o de cuernos, los de dos pisos de peltas y caulículos, hojas de agua, hojas lanceoladas de geométrica decoración de lazos y, en alguno, se insertan entre las hojas y bajo arquitos toscas figuras humanas, de somera factura y notables desproporciones, o bien meras cabecitas. Por lo que se refiere a los canecillos, junto a los troncopiramidales lisos o con cuatro hojitas lanceoladas, típicos del románico de la capital, vemos otros de rollos, torpes rostros humanos, simple nacela, uno con un barrilillo, etc.
Nave
 

Señalemos, por último, la presencia de sendos altares auxiliares en los breves tramos rectos de los absidiolos. El del lado de la epístola se dispuso vaciando el banco de fábrica sobre el que se alzan los muros del templo y sirviendo como ara el propio remate del zócalo, sustentado por un pilar prismático con capitelillo de pencas. En la capilla del evangelio, al quedar el zócalo a escasa altura, se colocó una mesa de altar con nacela en el borde, también sobre pilar prismático. Ambos conservan los huecos para las reliquias y, el segundo citado, una sencilla credencia. Su presencia, afortunadamente preservada por las restauraciones del pasado siglo, nos informa de la necesidad litúrgica de la multiplicación de altares, y responde al mismo principio de economía de medios de las aras bajo baldaquinos o capillas nicho excavadas en los muros de los templos sorianos, catalanes y aragoneses.

La influencia de la catedral de Zamora que señalamos se hace patente también en la iglesia de San Tirso de Limianos de Sanabria, tardía construcción cuyo muro meridional de la nave y cabecera conserva parcialmente su traza románica, levantada en sillería. Coronan las primitivas líneas de los aleros una serie de canes de simple perfil de nacela, y nacela con bocel, reservándose los finos canecillos piramidales del tipo a los de la seo zamorana en la parte correspondiente a la cabecera. El monasterio de San Martín poseía bienes en Limianos al menos desde principios del siglo XII.


Mombuey
Mombuey, núcleo principal de la Carballeda, se sitúa a 83 km al noroeste de Zamora y a unos 20 Km al este de Puebla de Sanabria.
Escasas son las referencias históricas a la localidad en la época que nos ocupa. Aparece citada como Monte Boe en el acta de amojonamiento de asturianos, levantada durante el abadiato en San Martín de Castañeda de Pedro Cristiano, a mediados del siglo XII, siendo Roderico Petri senior de Senabria et de Carualeda. En marzo de 1161, el Monte Bobe, que se emplaza en la villa de San Salvador de Palazuelo, es donado por Fernando y Pelayo Móniz al monasterio sanabrés. Aunque la tradición adjudica la construcción del edificio y la propiedad de la villa a la Orden del Temple, no tenemos constancia documental de tal extremo más allá de la recogida en la concesión por Enrique II, en 1371, a Gómez Pérez de Valderrábano de las villas de Mombuey, Alcañices, Tábara y Ayóo, “que habían sido de los templarios”.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
La iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, se ubica al norte del caserío, algo apartada hoy día del camino que enlaza Benavente con Sanabria. El templo, levantando en mampostería, presenta actualmente planta de cruz latina debido a las importantes reformas que conformaron su actual disposición durante los siglos XVIII y XIX, aunque muy probablemente la nave mantenga parte de la traza medieval en la zona de los pies, con la sencilla portada de arco apuntado y doblado sobre jambas escalonadas rematadas con imposta de perfil de listel y nacela, practicada en el muro norte. En 1891 se protegió este muro con un pórtico abierto de dos arcos rebajados de ladrillo. El arco de la capilla mayor se fecha en 1700, y la capilla meridional aparece datada en 1723, momento en el que cambiaron el retablo y ocultaron la figura de la Virgen que más abajo describiremos. Una muy borrosa inscripción en el muro exterior de la sacristía (al norte) reza: “Hízose esta obra año de 1774”. En 1811, finalmente, se data la ventana del muro meridional de la cabecera.
Es la espléndida torre que se alza sobre el hastial occidental, sin embargo, la que ha dado justa fama al edificio, al constituir uno de los ejemplares más sobresalientes y atípicos no sólo del románico zamorano, sino del castellano y leonés. De planta cuadrada y notablemente estrecha (4 × 2,5 m), posee cuatro niveles, el inferior o zócalo embutido en el hastial y levantado en mampostería con refuerzo de sillares en los ángulos. Sobre él se yerguen otros tres pisos en bien despiezada sillería de esquisto de tonalidad verdosa, coronados por un curiosísimo remate a modo de chapitel pétreo de cuatro planos curvos, que dotan a la torre de una extraordinaria galanura y esbeltez, pese a su no excesiva altura.
En cada uno de los pisos de la torre se abren una serie de vanos, uno por nivel en los muros cortos y dobles en los largos.




El acceso se realiza por un sencillo arco apuntado de rosca ornada con bocel abierto en el muro norte, quedando vestigios de la primitiva escalera de piedra que ascendía hasta el cuerpo alto, hoy sustituida por otra de madera. En el segundo piso de este mismo muro se abre una ventana de vano coronado con un nicho decorado con hojas y rodeado por un arco apuntado de irregular traza, que apea en una pareja de columnas acodilladas de capiteles vegetales, el izquierdo con sencillas hojas lisas rematadas en volutas y brotes y el derecho con hojas lisas muy pegadas a la cesta y cogollos. Sobre los capiteles corre una imposta de simple filete, la única que recorre todo el paramento exterior de la torre. En el tercer piso de este lado septentrional se construyó un balcón volado de piedra sobre dos canes, que aúna su función de permitir el acceso a la estancia abovedada superior con la de matacán, al disponerse sobre el acceso a la estructura.
En cada piso de las caras oriental y occidental de la torre se abrieron vanos pareados, correspondiendo los superiores a amplias troneras para las campanas de medio punto hacia el oeste y levemente apuntadas al este. Los dos grupos de vanos rasgados del primer y segundo cuerpo se rodean de arcos apuntados moldurados con bocel, que apean en columnas centrales y dos laterales acodilladas, coronadas con capiteles vegetales de buena factura, de acantos con nervio central perlado, volutas y cogollos, hojas perladas con lengüetas, de aire zamorano entroncando con modelos gallegos. En una de las ventanas del primer piso del muro oriental hay vestigios de una figura que ornaba uno de los fustes, imposible de identificar por el deterioro, así como un soberbio prótomo de bóvido emergiendo de un fondo de hojitas, de tratamiento extraordinariamente naturalista.
Las ventanas del piso inferior del muro occidental son trilobuladas y ciegas, y las del superior, como en general las restantes, adornan sus intradoses con florones de hojas lobuladas o rizadas y figuras de ángeles.
Especial atención merece la profusamente ornamentada y saliente cornisa de los muros oriental y occidental de la torre, sobre la que se dispuso el chapitel, de arquillos de medio punto sobre canes. Tanto los arcos como los canes acogen decoración vegetal de crochets, hojas rizadas con caulículos, bolas con caperuza, tallos y brotes, así como figurada, de bella factura y variados motivos: prótomos de felinos de fauces rugientes, bustos masculinos, uno muy curioso, de ensortijados cabellos, que apoya sus manos en un rollo en actitud de asomarse, otro leyendo, cabecitas sonrientes, una figura sedente sosteniendo un animal u objeto en su regazo, otra similar con filacteria, un trasgo devorando la cabeza de un jabalí, ángeles, personajillos enredados en follaje, leones y dragoncillos, arpías, etc.
Es meridiana la dependencia de esta cornisa respecto a modelos gallegos, como la catedral de Santiago de Compostela y sobre todo la de Orense, que Valle Pérez considera germen del motivo, debiendo interpretarse como fruto del origen común las afinidades con la San Vicente de Ávila, o con los más simplificados motivos de algunas cornisas zamoranas (Catedral, Santa María de la Horta, Benavente, Toro, etc.). La fórmula tuvo éxito en la comarca, siendo numerosos los templos que la imitan, como el de Sejas de Sanabria y los ya góticos de Vime, Otero de Sanabria y Villar de Pisones. Sobre la cornisa corre una imposta moldurada con filete y bisel con bolas.
A través del arco del muro septentrional del tercer piso de la torre se pasa al balcón-matacán de piedra antes citado, desde el cual, y por el exterior, se accede a través de una escalera y un vano adintelado a la estancia abovedada bajo el chapitel pétreo que corona la estructura. Si exteriormente este remate se forma de cuatro planos curvos, a modo de bóveda esquifada, ornados con tres pliegues en tubo de órgano y plisado inferior en “cola de milano”, interiormente acoge una cámara cubierta con una bóveda de nervios que se cruzan en el centro, ocupado por una clave decorada con un florón. Los nervios angulares reposan en columnas, cuyos fustes sin basa apoyan directamente sobre altos plintos y coronadas con capiteles de somera ornamentación vegetal, de hojas lisas con volutas y lengüetas. Es indudable el carácter contemporáneo del resto de la torre de esta estancia, aunque más complejo resulta determinar su función. Lo intrincado del acceso la convierten en un excelente baluarte defensivo, con control sobre el acceso a la torre (matacán), pero no así ofensivo. En su interior podrían refugiarse a lo sumo tres personas, y en precarias condiciones. Los huecos practicados en sus paños pudieran significar un hipotético y puntual sentido de torre vigía.





En el interior del templo, en el testero de la capilla abierta al sur, se conservan dos mochetas decoradas con sendos ángeles y una imagen en piedra de la Virgen con el Niño, descubiertas tras el retablo barroco y sobre la ventana de esta capilla meridional en julio de 1987. La imagen de la Theotokos, de 93,5 cm de altura, 29 cm de ancho y 25 cm de profundidad, fue realizada en la misma piedra que la torre.
La imagen de la Theotokos, de 93,5 cm de altura, 29 cm de ancho y 25 cm de profundidad, fue realizada en la misma piedra que la torre.
Aparece María entronizada, con Jesús sobre su rodilla izquierda, al que sujeta con una desproporcionada mano, mientras que con su diestra parece sostener un fruto o flor hoy destrozado. Está la Virgen coronada, con velo, y viste calzado puntiagudo, túnica y manto ribeteado con tira perlada, que cuelga parcialmente del sitial, éste de remates avolutados. Como detalle curioso, una de las patas del sitial pilla el borde del manto de María. El Niño aparece descabezado y sostiene contra su pecho el libro, mientras que bendeciría con su perdida diestra. Su policromía, de tonos rojizos en la indumentaria y dorados en la corona, bien pudiera ser la original. Ambas figuras se presentan en posición frontal y quizá fuesen concebidas para presidir el tímpano de una desaparecida portada, al estilo de la meridional de San Juan de Benavente. Acompañan a esta imagen dos mochetas figuradas con sendos ángeles, que sostendrían ese hipotético tímpano o bien un dintel. El situado a la izquierda aparece bendiciendo con su diestra y porta una filacteria cuyo letrero pintado resulta hoy ilegible; el otro, de alas explayadas, muestra un libro abierto, y ambos delatan una inspiración compostelana, pasada probablemente por el tamiz de Benavente.
Reafirma su carácter de soportes de un dintel o tímpano el filete que se prolonga en el lateral de ambas piezas, de notable longitud, así como la filacteria del ángel de la izquierda, que se extiende por el lateral de la pieza. Sobre ellos, cerrando la actual ventana, aparece un alargado sillar labrado a hacha y con una marca de cantero, que pudiera corresponder al referido dintel. Ambos soportes conservan vestigios de su policromía original y estilísticamente, como en el caso de la imagen de María, manifiestan total consonancia con las figuras de la cornisa de la torre.

En una estancia adosada al muro meridional se conserva una pila bautismal de copa cilíndrica de un metro de diámetro y 0,49 m de altura, sobre tenante de 0,28 m de alto, simplemente decorada con dos boceles sogueados en los bordes superior e inferior, perfectamente coetánea de las obras tardorrománicas descritas.

El conjunto de lo conservado denuncia su carácter tardío, probablemente dentro ya de las primeras décadas del siglo XIII. 


Puebla de Sanabria
Puebla de Sanabria, capital de la comarca y puerta del reino leonés hacia Galicia y el norte de Portugal, se sitúa en el extremo noroccidental de la provincia, a 112 km de la capital. La villa se alza en un alto sobre los ríos Castro y Tera, estratégico emplazamiento que motivó su precoz poblamiento y su notable importancia hasta la época moderna.
La Senabria que recoge la documentación desde época goda no pasaría de ser un punto fortificado de relativa importancia –en cierto modo continuador de la tradición castreña– hasta el inicio de la reorganización de la zona a partir del núcleo de San Martín de Castañeda. La consolidación va de la mano de su repoblación en la época de Alfonso VII, quien confió su tenencia al conde Ponce de Cabrera como base para el control de la región. Alfonso IX fomentó su desarrollo mediante el otorgamiento de una carta puebla el 1 de septiembre de 1220, inspirada en el Fuero de Benavente y conocida por su traslado en la época de Alfonso X.

Iglesia de Santa María del Azogue
Enclavada en la zona más elevada del caserío, en las inmediaciones del castillo erigido por el conde de Benavente, Rodrigo Alonso Pimentel, en el siglo XV, la iglesia de Santa María del Azogue es el resultado de una amalgama de estilos fruto de las transformaciones sufridas por el primitivo templo románico durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Actualmente aparece como un edificio de planta de cruz latina con cabecera poligonal, torre esquinada a los pies y cuerpo oriental recubierto por una sacristía, camarín y otras estancias.
Subsiste de la iglesia románica la caja de muros de su nave única, levantada en sillares de granito algo irregulares, con sus dos portadas, una abierta en el muro meridional y protegida por un pórtico barroco y la otra en el hastial.
La primera referida presenta arco de medio punto moldurado con boceles, chaflán y mediacaña, y doble arquivolta, la interior ornada con un bocel al que se superponen rombos, al modo de algunas portadas gallegas, y la segunda con hojitas tetrafolias. Apean estos arcos en jambas lisas coronadas por una imposta con perfil de filete, nacela y bocelillo. Junto a la portada y hacia los pies se abría un hoy cegado arcosolio de arco de medio punto con chaflán y tornapolvos con listel, nacela y bocel, de apariencia contemporánea a la construcción de la iglesia.
Portada lateral de la iglesia decorada con elementos característicos del Camino de Santiago.
 

Sin duda, el máximo interés del edificio románico se concentra en su hastial occidental, en cuyo ángulo meridional se adosó una esbelta torre barroca con doble acceso, exterior e interior. En el centro del muro, y en su espesor, se abrió una portada de arco netamente apuntado moldurado con tres cuartos de bocel en esquina retraído sobre jambas que abocelan su arista.
Rodean el arco dos arquivoltas de idéntico perfil y chambrana de nacela con bolas, sobre la cual se incrustó una tosca cabeza barbada de rictus sonriente. Apean los arcos en jambas escalonadas que matan su arista con bocel y en las que se acodillaban tres parejas de columnas, de las que las exteriores han perdido sus fustes, bajo una imposta de dos boceles.
Portada occidental de la iglesia
 

Los capiteles, de ruda talla, reciben –de izquierda a derecha– decoración de entrelazo, hojitas lanceoladas, cadenetas y dos niveles de hojas, una cabeza felina de puntiagudas orejas mordiendo un objeto irreconocible y dos figurillas, una bárbara representación del Pecado Original y un capitel de helechos de puntas vueltas, todos con astrágalos sogueados.
Las dos parejas de estatuas-columna conservadas constituyen el elemento más llamativo de la portada, pese a la rudeza de su ejecución, las notables desproporciones y su avanzado deterioro.
En las del lado izquierdo, casi irreconocibles, se dispuso un personaje barbado ataviado con túnica y capa con fiador, que sostiene un libro con ambas manos y, en la columna inmediata, otro de similar indumentaria que sostiene un libro sobre su pecho y se lleva la diestra al mentón, gesto reflexivo propio de la figura del evangelista Juan.

Las estatuas del lado derecho de la portada representan a dos personajes, uno masculino portando una especie de cetro o pomo –de cuyo cinturón pende una bolsa o faltriquera–, y una figura femenina, velada, que lleva su diestra sobre el pecho, ambos coronados y ricamente ataviados.
Sobre la portada, y bajo el remate a piñón barroco que corona el hastial, se abre un óculo moldurado con toro entre mediascañas y bocel exornado por una serie de arquitos de medio punto, todo rodeado por tornapolvos de finos billetes, de aire plenamente galaico.

Ya en el interior, escasos son los recuerdos románicos, al estar la caja de muros de la nave cubierta por una armadura sobre tres arcos diafragma que reposan en ménsulas de molduración barroca. En el momento de acometer esta cubrición, posiblemente a principios del siglo XVIII, se prolongaron los muros de la nave con mampostería.

En el ángulo formado por el brazo norte del transepto y el muro de la nave se dispuso una capilla, realizada por Antonio Xuárez y datada en 1628, cubierta con bóveda de cañón. En su interior se conserva una curiosa pila bautismal gótica, cuya copa troncocónica de 1,04 m de diámetro y 0,58 m de altura, realizada en granito, aparece decorada con bárbaras representaciones parcialmente labradas en reserva, en las que reconocemos dos cruces griegas de brazos flordelisados, un ángel, un personaje orante, otro con un libro en su regazo y una tosquísima figura de obispo. Su cronología y estilo sobrepasan los márgenes de este estudio.
Los vestigios románicos de Santa María del Azogue parecen así obra tardía fruto de un taller local, sin duda lejanamente deudor de los modelos compostelanos y orensanos que unas décadas antes habían inspirado a los artistas de las iglesias de Benavente, sobre todo en la portada sur de San Juan del Mercado. Es probable que su cronología sobrepase la segunda década del siglo XIII, pues en su arcaizante estilo hay pruebas de un cierto goticismo.

 

Románico en Benavente y Tierra de Campos de Zamora
El cuadrante nororiental de Zamora, delimitado por el Duero y el Esla, queda incluido en la extensa comarca conocida como "Tierra de Campos", los antiguos "Campos Góticos".
Desde mediados del siglo XII, el poderoso monasterio de Moreruela ejerce sobre esta comarca una importantísima influencia material y espiritual.
A pesar de la importancia de este monasterio arruinado, no debemos dejar pasar la ciudad de Benavente con algunos monumentos peculiares dentro del románico zamorano.
En concreto, en esta sección he elegido las siguientes construcciones: Santa María del Azogue y San Juan del Mercado, ambas de Benavente y la extraordinaria iglesia del Monasterio de Moreruela. 


Benavente
Se asienta Benavente sobre un promontorio que domina las fértiles vegas del Órbigo y el Esla, que confluyen en sus inmediaciones, en un estratégico emplazamiento sobre la Ruta de la Plata y en la puerta hacia Galicia que convirtió a la villa en importante nudo de comunicaciones, condición que hoy día mantiene.
La primera confirmación documental del poblamiento de Benavente data del año 1115, cuando la reina Urraca entrega a la sede de Santiago de Compostela la mitad de la villa de Caneda en documento redactado in Castro quod dicitur Malgrado; en 1117 aparece como su tenente el conde Fernando Fernández y en 1120 Pedro Ovéquiz. Con la denominación de Maldrag, Malgrat o Malgrado se conocerá a la localidad hasta que, a partir de 1168, se recoja ya la actual de Benavente (Beneventum). En 1158 se menciona la intención de Fernando II de repoblar el alcázar de Malgrag, dentro de la política de consolidación del espacio meridional del reino frente a Castilla. El primitivo castro de la Edad del Hierro, cuya función principal caso de haberse seguido utilizando en el período altomedieval sería plausiblemente la defensiva, va a convertirse así en uno de los principales focos de articulación del territorio del norte de Zamora, y su tenencia en una de las más prestigiosas de León. En este contexto de revitalización se inscribe el documento concedido por Fernando II en 1167, en el que el monarca promueve la repoblación de la villa, manda el repartimiento de heredades y otorga una ampliación de los fueros anteriormente concedidos por él mismo en 1164, foros inspirados en los de León. El documento es especialmente interesante al hacer referencia a terminos nouos et antiquos y precisar que esta confirmación viene motivada por un período tumultuoso tras la primera concesión (Et ideo renouo; quia fuerunt quidam uestri disturbatores, et non mei amatores, ad poplandam). A partir de este momento se produce la articulación del núcleo urbano, con contingentes del alfoz, leoneses, asturianos, gallegos y francos, organizados en colaciones, que son las de San Martín, San Juan del Mercado, Santa María del Azogue, San Andrés (la cual llegó a ver Gómez-Moreno, quien dice que sólo su torre era “obra morisca de fines del siglo XII”), San Salvador, Santa María de Ventosa, San Miguel, Santa María de Renueva (con portada y torre de ladrillo, desaparecida en el siglo pasado), Santo Sepulcro y Santiago. La pujanza de Benavente, cuyo arciprestazgo dependió de la diócesis de Oviedo hasta mediados del siglo XX (1954), que vio acrecentado su alfoz en 1181 con la jurisdicción de Carballeda, Tera y Vidriales, fue refrendada por la celebración de Cortes, en 1181 y 1202.
Tras un momento de decaimiento social y económico de la villa en los dos primeros tercios del siglo XIII, con las repercusiones que luego veremos en las fábricas de sus edificios, se produjo un renacimiento de la misma a partir de 1285, promovido por Sancho IV.

Iglesia de San Juan del Mercado
La actual parroquia de San Juan del Mercado se ubica en el centro de la localidad, entre la plaza de San Juan y la calle de la Encomienda, evocadoras denominaciones que recuerdan la condición del edificio y hospital sanjuanista.
La fundación de la iglesia se debe a la noble Aldonza Osorio, hija de los condes de Villalobos, Osorio Martínez y Teresa Fernández. La ambición del primitivo proyecto condicionó su ejecución, por lo que esta noble dama debió llegar a un acuerdo con la poderosa Orden de San Juan de Jerusalén, en la persona del prior en los reinos hispanos, Pedro de Areis, para que los sanjuanistas acudiesen en apoyo económico de la fábrica. El documento en el que se recoge este acuerdo, fechado en septiembre de 1181 y publicado por Santos García Larragueta, nos proporciona algunos datos precisos sobre el origen del templo. En primer lugar nos confirma que la iniciativa constructiva correspondiente a doña Aldonza (domna Eldoncia cepit hedificare), desde su origen con destino a una fundación hospitalaria, se traducía en un edificio de sillería (ex sectis in quadratis lapidibus) y notables dimensiones. La imposibilidad de completar tan magna obra con los medios de la noble benefactora obligó a la propia Orden militar a contribuir a los gastos (sine nostro adiutorio perficere non valet, nos damus ei adiutorium ad perficiendum), destinando a tal fin las rentas de numerosas heredades sitas en Benavente, Arrabalde, Val, Saludes, Villaquejida, Villafer, Maire y Santa Marina de Requejo. Por su parte, doña Aldonza, quien continúa como promotora de la construcción (quam ego in honore sancto Ospitalis construo), compensa a los sanjuanistas cediéndoles la tercia de parte de sus heredades.
Pese a no conservarse el documento fundacional, el inicio de las obras debe rondar el año 1166. En la lápida conmemorativa mandada colocar en la capilla mayor por el comendador don Luis Rengifo se señala a “F. Álvaro de Sarria, comendador de Rubiales” como iniciador de la fábrica y a fray Toribio de Carbajal como su culminador. Consta la presencia en Benavente del comes Alvarus in Sarria, confirmando un documento de Fernando II, en 1166, por lo que las obras debieron arrancar por esas fechas. El tercer jalón cronológico importante lo proporciona la inscripción grabada en el zócalo del pasaje que comunica la capilla mayor con el tramo recto del ábside del evangelio y que reza ERA: M: CC: XX: KLS A, es decir, “el 1 de abril o de agosto del año 1182”. Como bien señala Elena Hidalgo, esta inscripción bien pudiera conmemorar la reanudación de los trabajos, que debían estar centrados en la cabecera, aunque su laconismo no nos permite ser más concluyentes. Un documento de la catedral de Oviedo, fechado en 1182, recoge la donación por don Lope, freire del hospital de San Juan de Benavente del tercio de los diezmos de la iglesia de San Juan de Villafer, que había sido fundada por dicho obispo.
Las obras debieron avanzar lentamente durante las dos últimas décadas del siglo XII y los primeros años del XIII. Un documento del Libro de Privilegios de la orden, fechado en octubre de 1211, fue confirmado in atrio domus Hospitalis de Benavento, (posiblemente la actual portada meridional) ante el concejo de la villa. Las campañas de finales del XII y principios del siglo XIII, es decir, la obra románica, continuaron la fábrica hacia el oeste llegando a trazar el perímetro de la iglesia, la cabecera y parte de la estructura interna. Pero una nueva paralización de los trabajos se produjo en el primer tercio del siglo XIII, quedando el templo inconcluso. Desconocemos las causas concretas de tal interrupción, aunque no serían ajenas a la crisis general que afecta a Benavente desde mediados del siglo XIII. En cualquier caso, la fábrica vuelve a tomar vigor a finales del siglo XV y principios del XVI. Una inscripción grabada en el pilar del extremo sudoccidental de la nave reza: “Estas O[…] este arco arriba como parece todo el cuerpo de la iglesia con dos pilares grandes los primeros e la boveda del altar mayor a servicio de Dios e de la Virgen María e en honor del Señor San Juan Bautista el Comendador de Benavente e de Vidayanes e Almaçan Frey Thoribio de Carvajal”, traducida por Elena Hidalgo como “Estas o(bras las hizo sobre) este arco, arriba, como aparece en todo el cuerpo de la iglesia, con dos pilares grandes, los primeros, y la bóveda del altar mayor, al servicio de Dios y de la Virgen María y en honor del Señor San Juan Bautista, el Comendador de Benavente, de Vidayanes y de Almazán Frey Toribio de Carvajal”. Su tumba, según la antes referida inscripción del comendador Luis Rengifo, está situada en la capilla mayor. A estos trabajos cabe adscribir la conclusión del edificio por los pies, con el replanteo de estos tramos, el remate del segundo pilar del lado del evangelio, la realización de los dos pilares occidentales y la culminación en alzado del hastial oeste y remate de las naves, a una altura inferior a la actual. El conjunto se cubrió con una armadura de madera y el interior recibió decoración pictórica.
En 1702 se documenta un hundimiento de la iglesia, que debió afectar básicamente a las cubiertas de las naves. Entre esa fecha y 1704 se actúa en su reparación, aunque finalmente, en la segunda mitad del siglo XVIII, se decidió y acometió la sustitución de la armadura por arcos y bóvedas, calificados de “bien indignos” por Manuel Gómez-Moreno. Esta intervención, que cubrió el cuerpo de las naves a dos aguas, supuso el realzado de los muros laterales utilizando ladrillo. También se eliminó la espadaña que se alzaba sobre el hastial occidental, levantándose la actual torre de ladrillo que se yergue sobre el tramo recto del ábside de la epístola.
En el siglo XX se abrieron los dos pares de ventanas ajimezadas que dan luz a las colaterales, reutilizando en las abiertas al norte lápidas funerarias de época moderna. Siguiendo un criterio de “modernidad”, esta intervención, datada en 1914, utiliza una tipología de vano que se pretendía consonante con la fábrica original. En 1934 y ante el evidente peligro de desplome de las cubiertas neoclásicas, se suprimieron éstas y los arcos que las volteaban, dotando a las naves de la actual armadura de par y nudillo, modificándose los pilares y realzando la nave central para dotarla de una cubierta a dos aguas, mientras que las colaterales reciben cubierta propia a una vertiente, elevando también sus muros con algunas verdugadas de ladrillo. También, en el segundo tercio del siglo XX, se construyó una sacristía con acceso por la puerta norte románica, dependencia luego eliminada y sustituida recientemente por un atrio, y se suprimió el coro alto que ocupaba la zona occidental.

Tras esta breve descripción de los avatares sufridos por la fábrica de San Juan Bautista de Benavente, que el lector interesado podrá completar en la documentada obra de Elena Hidalgo citada en la bibliografía, pasaremos al estudio de las estructuras románicas que han llegado hasta nosotros.
Una primera valoración del proyecto inicial promovido por doña Aldonza Osorio nos sitúa ante un edificio sin duda ambicioso, dado el carácter de las construcciones contemporáneas en los reinos de León y Castilla. La estructura basilical, con cabecera triple de ábsides semicirculares, precedidos por un tramo recto y avanzado el central, y tres naves, doble de ancha la central, separadas por pilares cruciformes con columnas acodilladas, responde a un tipo de edificio de notable entidad, sólo sobrepasado en el entorno por la colegiata de Toro, las catedrales de Zamora y Salamanca o las iglesias monasteriales de San Martín de Castañeda y Moreruela. Pero es sin duda con la cercana iglesia de Santa María del Azogue con quien mayores concomitancias encuentra esta de San Juan (Gómez-Moreno llegaba a pensar en una identidad de artífices), y ello pese a la aún mayor pretensión inicial de aquélla.
La obra románica se levanta en una excelente sillería arenisca, de tonos dorados y rojizos, muy compacta y de grano fino, labrada a hacha y con predominio de sogas, siendo abundantes las marcas de destajista. 

Cabecera
Las tres capillas se distribuyen en tramos rectos cubiertos con bóvedas de crucería y ábsides semicirculares cerrados con bóvedas de horno. Los arcos triunfales que les dan paso son doblados y apuntados, moldurándose el exterior con un bocel. Reposan en semicolumnas adosadas decoradas con sencillos capiteles vegetales de hojas de agua con bolas o pequeñas trifolias en sus puntas y basas áticas de fino toro superior, escocia y grueso toro inferior con lengüetas, sobre plintos. Las bóvedas de crucería de los presbiterios se molduran con un haz de tres boceles, más grueso el central, que reposan en ménsulas vegetales lobuladas de hojas carnosas acogolladas con brotes en las puntas, similares a las que recogen los nervios de la bóveda de la capilla mayor del monasterio de Moreruela.
Los paramentos de los presbiterios quedan divididos en dos alturas mediante una imposta moldurada con perfil de bocel y bisel y a través de ellos comunícanse las capillas laterales con la central mediante pasadizos abovedados en cañón apuntado que al exterior se manifiestan como arcos exornados por boceles quebrados en zigzag. En el zócalo del pasadizo al ábside norte se grabó la inscripción de 1182 antes referida. En el ábside del evangelio se abre además una credencia coronada por arco de medio punto, tras la cual se observa el interior de uno de los sepulcros colocados en la capilla mayor.
Los hemiciclos se articulan en dos pisos mediante sendas impostas, una bajo la línea de ventanas, decoradas con puntas de diamante y otra marcando el arranque de la perfectamente despiezada bóveda de horno, decorada con tres filas de finos billetes. En el eje del ábside del evangelio se abre una ventana rasgada con profundo abocinamiento y rodeada interiormente por un arco de medio punto ornado con chevrons y chambrana con puntas de diamante. Apea sobre columnas acodilladas con cimacios decorados con un vástago ondulante con contario y hojitas. El capitel derecho es vegetal, de hojas rizadas, y el izquierdo muestra una bella arpía femenina con rostro mofletudo y cuerpo serpentiforme y alado. En un arcosolio apuntado del muro norte del ábside del evangelio se conserva un muy rasurado fragmento de escultura con el tronco de un personaje ataviado con manto y capa, que quizá corresponda a una estatua-columna.
La capilla meridional manifiesta una similar disposición a la norte, salvo que la ventana del eje presenta una sucesión de boceles en su derrame y la bóveda de crucería combina en sus ménsulas las vegetales ya vistas en el otro con otras dos figuradas (las orientales), una con un sonriente busto masculino y la otra con un prótomo de felino, ambos de excelente ejecución. Los capiteles de su triunfal son lisos, encastillados, y en su paramento quedan restos de pinturas murales góticas. En el muro meridional de este ábside se integró un sepulcro del siglo XVI, bajo arcosolio de arco rebajado de ladrillo, con las armas de Sancho Ruiz de Saldaña y la leyenda correspondiente.
El ábside central, de mayor amplitud que los laterales, se compone de un profundo tramo recto presbiterial cubierto con bóveda de crucería sobre ménsulas trilobuladas decoradas con hojitas nervadas, salvo la del ángulo sudeste, que muestra dos personajes sedentes de piernas cruzadas en actitud de abrazarse. La mayor altura de la cubierta del tramo recto respecto al cascarón absidal permitió la apertura en su hastial de un óculo. Sus muros laterales se articulan en tres pisos mediante impostas sencillamente molduradas con boceles y nacelas, abriéndose en el superior dos ventanas de arco de medio punto, cegada la meridional. Otras tres ventanas rasgadas en el hemiciclo dan luz al altar, mostrando el alféizar escalonado y un notable abocinamiento interior.

Al exterior, la visión de la bella y armónica cabecera aparece condicionada por la proximidad del edificio de la Casa de Cultura. Los ábsides se alzan sobre un zócalo hoy parcialmente oculto al subir la cota del suelo por la parte septentrional. Se estructuran en tres pisos, el inferior –sobre el referido zócalo– liso y separado del de ventanas por una imposta ornada con tres hileras de tacos en los ábsides laterales y tetrapétalas en clípeos perlados, tallos ondulados con brotes y círculos perlados secantes, en el central. El piso superior, también liso, se remata por una cornisa de arquillos-nicho, de medio punto en el ábside norte y trilobulados en el central y el de la epístola, sobre los típicamente zamoranos modillones piramidales decorados con hojitas.

Pese a la aparente unidad constructiva que manifiesta la cabecera, son notables las diferencias entre los ábsides norte y sur, plasmadas en la tipología de sus ventanas y cornisas y que denotan un mayor arcaísmo en el primero. El esbelto tambor absidal de la capilla mayor aparece dividido exteriormente en tres paños por una pareja de semicolumnas de fino plinto, basa con lengüetas y capiteles que se integran en la desarrollada cornisa. El que mira al norte es vegetal, con palmetas y cogollos de marcadas nervaduras y el más septentrional, de bella factura, muestra dos parejas de aves afrontadas de largos cuellos vueltos y remate vegetal en la cola enredadas en tallos y brotes.
Las estrechas ventanas rasgadas, de fuerte derrame también al exterior, presentan arcos de medio punto moldurados con bocel y chambrana con perfil de nacela, arcos que recaen en columnas acodilladas de fino fuste y capiteles vegetales de recortados acantos, palmetas, voluminosos cogollos y hojas estriadas, junto a otros figurados, como las dos parejas de aves enredadas en tallos de la ventana del eje o la pareja de grifos picoteando la cabeza de un personaje de cuerpo serpentiforme de la ventana abierta en el paño norte. El ábside del evangelio, como vimos, manifiesta una tipología algo distinta de los otros dos. Su cornisa se compone de arquillos simples de medio punto que apoyan en canes con perfil de rollos o nacela y su ventana presenta una composición más compleja.
En torno a la saetera, de exagerado derrame recercado por un bocel, se dispone una ventana de arco con dientes de sierra y chambrana decorada con puntas de diamante. El capitel izquierdo, de algo descuidada composición, muestra a una pareja de aves picoteando una liebre, mientras que el izquierdo se orna con una arpía-ave de cuerpo reptiliforme y bella factura. 

El cuerpo de la iglesia
Como analizamos en la introducción a este estudio, el cuerpo de las naves fue el que más sufrió los avatares de la fábrica y sus colapsos. Resta de lo antiguo, no obstante, el perímetro de la primitiva estructura, con sus tres portadas abiertas al norte, sur y oeste, así como los pilares más orientales del proyecto original.

Éste planteó una estructura de tres naves divididas en cinco tramos (correspondiendo los más orientales con un transepto no marcado en planta) mediante pilares compuestos de sección cruciforme, con semicolumnas en los frentes y codillos y alzados sobre zócalos cilíndricos. Estos soportes, que parecen preparados para recibir bóvedas de crucería, fueron sustituidos hacia el oeste por la pareja de pilares cruciformes con semicolumnas en sus frentes que resumen en dos los tres tramos occidentales originales, que sí aparecen marcados por las rozas de los responsiones en los muros de las colaterales. Sólo el pilar más oriental de la nave del evangelio conserva parcialmente su remate, con un muy mutilado capitel de entrelazo y dos frisos de hojas carnosas. Probablemente a uno de estos pilares corresponda el capitel vegetal decorado con acantos hoy recogido en el Museo de Zamora.
En el tercer tramo de la nave del evangelio se abre la puerta de acceso a una escalera de caracol que daría servicio al cuerpo alto de la fábrica o bien a las dependencias de la encomienda. Es un sencillo vano adintelado con dos mochetas decoradas con sendas hojas lisas puntiagudas.
Así las cosas, el interés de los vestigios románicos de la nave se concentra en las tres portadas conservadas. En el muro norte del transepto, ligeramente descentrada respecto a su eje y dando servicio a las desaparecidas dependencias de la encomienda, se abre una portada de arco de medio punto y dos arquivoltas profusamente decoradas que apean en jambas escalonadas con dos parejas de columnas en los codillos.
El arco decora su intradós con una mediacaña ornada con nueve florones acogollados de botón central y la rosca con arquillos trilobulados a modo de pinzas que ciñen dos boceles, apoyando en jambas de arista matada con mediacaña ornada con puntas de clavo y cogollos. La arquivolta interior se decora con florones de cuatro hojas lobuladas con piñas y una fina banda inferior de palmetas, mientras que la exterior recibe un grueso bocel ceñido por una sucesión de arquillos de medio punto, el conjunto exornado por chambrana con friso de palmetas. Coronan los capiteles cimacios corridos de hojas anudadas en clípeos de tallos. Las cestas son vegetales, de primorosa factura, con acantos de nervio central perlado, palmetas y hojas entrecruzadas rematadas en caulículos. Sus fustes monolíticos reposan en basas de perfil ático de toro inferior más desarrollado, aplastado y con lengüetas, sobre plinto y zócalo decorado con dientes de sierra tumbados.

La fachada occidental manifiesta una extraña disposición, ya que aunque su remate actual sea moderno, la parte baja se levanta en sillería, con marcas de cantero similares a las del resto de la obra, probando que el proyecto románico alcanzó a definir el perímetro de la caja de muros e incluso avanzó en alzado, y así vemos que flanquean la portada, abierta en el eje de la nave mayor, dos parejas de semicolumnas hoy desmochadas.
La portada se compone de arco de medio punto sobre jambas lisas encapiteladas con motivos vegetales de acantos rizados y vástagos perlados y enredados rematados en cogollos. El arco decora su rosca con los muy zamoranos casetones decorados con flores de arum, tetrapétalas, florones, un dragón, un puerco, un león en actitud ofensiva y un ave descabezada que sujeta un pez con sus garras. Su tratamiento es más caligráfico y seco que los magníficos capiteles que lo soportan, sin que acertemos a encontrar el simbolismo que le otorga Elena Hidalgo, creo que con menguados argumentos.
Rodean al arco tres arquivoltas igualmente de medio punto, la interior decorada con un bocel entre dos filas de semibezantes, la media moldurada con bocel entre mediascañas y la externa con un haz de tres boceles, el conjunto rodeado por chambrana con perfil de nacela. Bajo los cimacios, con el típico perfil zamorano de listel con junquillo, bocel y nacela, y acodilladas en las jambas, encontramos tres parejas de columnas coronadas por capiteles vegetales de finos acantos con nervio central perlado y rematados en caulículos (lado izquierdo) y tallos trenzados con cogollos y brotes en el lado derecho.
El capitel interior de este lado es iconográfico, decorado con el motivo de la dama despidiendo o recibiendo ante un fondo arquitectónico a un caballero –asunto estudiado por la profesora Ruiz Maldonado–, que repite el motivo de otro del interior de la colegiata de Toro. Las basas de estas columnas presentan toro inferior aplastado y zócalo con sucesión de arquillos, todo muy restaurado y rehecho.
Sobre la portada, y bajo el óculo que da luz a la nave, campea el escudo real con la cruz de Malta acolada del infante don Gabriel, hijo de Carlos III y prior de la Orden de Malta, según reza la leyenda que lo circunda: “GABRIEL. HIS. INF. MAG. PR. ORD. HIEROSOL. IN REG. CAST. ET LEG.”.





Mayor monumentalidad manifiesta la portada meridional, abierta a la calle de la Encomienda, que constituye una de las obras señeras del tardorrománico zamorano. La fachada sur en la que se abre muestra, como la norte, las vicisitudes de la fábrica plasmadas en las diferencias de aparejos. Sobre el paramento románico, levantado en la buena sillería ya vista, se adelanta en el cuarto tramo original un profundo antecuerpo coronado ya en época gótica por un arco y bóveda apuntados.
Se compone esta portada de arco de medio punto cerrado por un tímpano sobre mochetas y rodeado por dos arquivoltas igualmente de medio punto más otra, a todas luces remontada al abovedarse el pórtico a finales del siglo XIII o inicios del siglo XIV, lo que explica la deformidad del arco. Apean estos arcos en jambas escalonadas con columnas acodilladas divididas en dos alturas por una imposta corrida de bocel y mediacaña, el conjunto sobre un alto zócalo abocinado y liso, plintos decorados con arcuaciones y basas de perfil ático y fino toro superior. La zona baja de los fustes muestra los tambores profusamente decorados con rosetas pentapétalas y cogollos inscritos en clípeos, flores de arum, florones, hojitas de acanto, uno entorchado con bandas de tallos ondulantes y cogollos, etc.
En la parte alta los fustes dan soporte a seis imágenes casi de bulto redondo que representan a personajes del Antiguo Testamento, todos sobre zócalos curvos.
Aunque han sido interpretados de modo diverso, su identificación podría ser la siguiente: en el lado izquierdo de la portada, el personaje extremo aparece descalzo, vestido con túnica y manto, apoya su ladeada cabeza, de rostro barbado, sobre su mano izquierda de brazo plegado y pegado al cuerpo y sostiene en su diestra una filacteria. Por su gesto pensativo y los paralelos con la catedral de Ciudad Rodrigo y el Pórtico de la Gloria compostelano, Elena Hernando y Luis Grau lo identifican con el profeta Jeremías.
El personaje de la columna central, que igualmente sostiene una filacteria, aparece coronado, calzado y barbilampiño, vistiendo túnica y rico manto con ceñidor que revelan su elevado rango social, debiendo corresponder a la figura del rey Salomón (Hernando) o bien al profeta Daniel (Grau). Por último, la figura de la columna interior porta un libro cerrado, larga barba y calzado puntiagudo, habiendo sido identificado con el profeta Isaías (Grau) o con Santiago el Mayor o un apóstol (Hernando).
Las figuras correspondientes al lado derecho de la portada, todas descalzas, presentan menor complicación en su identificación: la interior, barbada, corresponde a Moisés, quien porta y señala a las Tablas de la Ley, le sigue la figura del joven rey David, coronado y portador del libro de los Salmos y, finalmente, la estatua de San Juan Bautista, barbado, portador de un fracturado cayado y una filacteria a la que señala y ataviado con el pilis camelorum. Se completaría así, con la figura del Precursor, bisagra de las dos Leyes, el resumen de las grandes figuras del Viejo Testamento sobre las que, como es habitual, se dispone el mensaje neotestamentario del tímpano.
Los capiteles que coronan estas columnas, sobre las cabezas de las figuras, no amplían el mensaje iconográfico visto, siendo su carácter meramente ornamental. Presentan decoración vegetal a base de palmetas y acantos que acogen bolas en sus puntas, otros de tratamiento espinoso y aún otro de puntas rizadas, además de dos cestas decoradas con sendas parejas de arpías afrontadas de colas de reptil entrelazadas.
El tránsito al Nuevo Testamento que abría la figura del Bautista continúa con la presencia, en las mochetas que soportan el tímpano, de los símbolos de los dos evangelistas que unen a su calidad de testigos contemporáneos de Cristo su cualidad de ser los que mejor recogen el ciclo de la Infancia resumido en la parte alta de la portada. En la mocheta izquierda aparece Lucas, bajo la forma del buey, con la inscripción: LVCHAM: FUIT: IN DIEB(us), es decir, “Lucas fue en (aquellos) tiempos”. A la derecha contemplamos la espléndida representación del ángel-Mateo de acaracolados cabellos, que emerge de un fondo de nubes portando un libro abierto en el que se grabó la inscripción: MA/TE/VS LIBER/ GEN(er)A/CIONIS, es decir, “Mateo. Libro de la genealogía”.
Ángel (Apost. Mateo). Pórtico Sur, mocheta dcha.
Pórtico Sur. Mocheta izquierda. Toro representando a San Lucas.
 

Parte del mensaje que Lucas y Mateo plasmaron en sus evangelios se recoge en la primera arquivolta, en cuyos salmeres se representaron una arpía y un águila de alas explayadas. De izquierda a derecha vemos la representación de los tres Reyes Magos ante Herodes, al que le acompaña la figura de un infante armado con escudo y alzando la espada, que recoge una apresurada síntesis de la Matanza de los Inocentes. Le siguen cuatro figuras angélicas emergiendo de ondas, la primera portadora de una filacteria y realizando un gesto con su brazo derecho alzado que puede asociarse a la figura de María que preside el tímpano, resultando así una dislocada Anunciación o bien, como parece más probable, esta dovela se encuentra recolocada y debería corresponder con la revelación en sueños a los magos de la conveniencia de continuar su viaje y no regresar ante Herodes, tema recogido en la parte derecha de la arquivolta. Siguen otros dos ángeles turiferarios alrededor de la estrella que guió a los reyes (la cual se sitúa sobre un mascarón monstruoso que vomita dos tallos) y una cuarta figura angélica, ésta emergiendo de un fondo de ondas y hojitas lobuladas que alza en su diestra velada el Libro cerrado. Tras él se representa el ya referido Sueño de los Magos.
El culmen del programa iconográfico de esta portada se sitúa en el tímpano, cuya descuidada composición es probablemente síntoma de un remonte posterior. En él se desarrolla el tema de la Epifanía, presidida por la destacada, también en escala, figura de María, coronada y con velo, bajo la figuración de la sedes sapientiæ y el Niño sobre su pierna izquierda, girado y dirigiéndose a las figuras de los magos. Completa la escena un adormilado San José, sedente y en la habitual actitud de apoyarse en su cayado.
La arquivolta media se moldura con tres cuartos de bocel en esquina retraído y la exterior con un haz de cinco boceles. Ésta fue claramente remontada y su arco forzadamente apuntado al realizarse, a fines del siglo XIII o inicios del XIV, la bóveda del pórtico, decorada con unas desvaídas pinturas murales que representan a los ancianos del Apocalipsis, pinturas estudiadas por Luis Grau.
En esta misma fachada meridional, a la derecha de la portada, se abrieron dos lucillos sepulcrales contemporáneos de la fábrica, el más al este de arco de medio punto ornado con un bocel y el otro, de bella factura, compuesto de dos nichos dobles bajo arcos de medio punto y rosetas en las enjutas. Su labra a hacha denuncia su carácter románico.
Otro sepulcro contemporáneo de la primitiva fábrica se ubica en el interior del muro norte de la colateral, próximo al presbiterio del ábside del evangelio. Se trata de un frente de sarcófago decorado con once arcos de medio punto con chambrana, que pese a la sumaria talla individualizan los capitelillos vegetales de hojitas lisas, el fuste y la basa de las columnas que los sustentan, y decoran sus enjutas con rosetas y estrellas. En el arco central resta la impronta de una mandorla almendrada que probablemente corresponda a un arrancado relieve del Pantocrátor.

Algo posterior, de finales del siglo XIII o inicios del XIV, es la ædificatio de una sepultura grabada en la jamba izquierda de la portada, que reza: “I(n) NOMIN/E : PATRIS : A/M(en): AQUESTA/ : SEPVLTV/RA: MAND/O: FAZER: G/IRAL: AIM/E: E POR: N(u)L/ OME: NO/ SER : TOLI/DO:”, es decir, “En el nombre del Padre, amén. Esta sepultura la mandó hacer Giral Aimé, y no ha de ser levantada por ningún hombre”.
Si arquitectónicamente ya señalé la proximidad de nuestro templo con el vecino de Santa María del Azogue, las relaciones que de su análisis se derivan nos llevan tanto al románico zamorano como a los más alejados focos gallegos y asturianos.

En cuanto a la iglesia de Santa María del Azogue, junto a una similar disposición arquitectónica, baste reseñar la identidad de lo decorativo, como la peculiar ornamentación de la portada norte de San Juan, con sus características arquivoltas con “pinzas” y con bocel exornado de arquillos, trasunto simplificado de la portada norte del transepto de Santa María. En este punto se abre la conexión con el románico leonés y el asturiano tardío, que analizaremos sobre todo al estudiar la otra iglesia de Benavente y también al hablar de algunas de la capital. La explicación de este tan geográficamente alejado referente parece haya que buscarla en la titularidad eclesiástica de la comarca, perteneciente a la sede ovetense hasta fechas cercanas. Las características “pinzas” que ornan las arquivoltas las encontramos en una portada de San Isidoro de León y en las de San Martín de Verga de Poja y San Antolín de Bedón (Asturias). Florones similares a los de las portadas norte y oeste de San Juan nos recuerdan a los de las portadas asturianas de San Pedro de Villanueva y San Esteban de Sograndio, en cuyo arco triunfal volvemos a encontrar el tema de la despedida de la dama y el caballero, aunque aquí, como los relieves de Villanueva y Santa María de Villamayor, se aproxime más al modelo de la colegiata de Toro. Ya vimos cómo en la portada meridional de San Juan del Mercado podía rastrearse la inspiración del Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela, evidentemente plasmada por un escultor de muchos menos recursos plásticos. Gómez-Moreno, al referirse a la decoración de la parte baja de sus fustes aludía a la inquietante similitud con modelos italianos, concretamente del claustro siciliano de Monreale, parentesco común a otros edificios de la orden hospitalaria, como San Juan de Duero.
El contacto con la obra del monasterio cisterciense de Moreruela queda reflejado en las ménsulas que recogen los nervios de las bóvedas de la cabecera, con su característico diseño piramidal lobulado y decoración vegetal. Los arcos decorados con dientes de sierra y boceles quebrados son propios tanto del léxico rigorista como de la estética “atlántica” del románico asturiano y sobre ellos volveremos al estudiar la iglesia de Santa María.
La colegiata de Toro, además de la iconografía de la dama y el caballero ya citada, repite la cornisa de arquillos en la cabecera y transepto, los boceles con arquillos de medio punto en el cimborrio. Con las iglesias de Zamora capital los contactos y similitudes son múltiples. En Santa María de la Horta y la fachada del Obispo de la catedral volvemos a encontrar la cornisa de arquillos trilobulados, las acróteras a modo de hojas incurvadas que coronan el cuerpo de San Juan las volvemos a encontrar en Santiago del Burgo, San Isidoro, y Sancti Spiritus.


Iglesia de Santa María del Azogue
Se sitúa Santa María del Azogue en el centro del casco histórico y actual de Benavente, presidiendo la plaza de Calvo Sotelo, uno de los puntos más elevados del entramado urbano de la villa.
Se desconoce los datos históricos que envuelven el inicio de la fábrica, cuya cronología debe ir pareja a la del otro gran templo románico benaventano, dedicado a San Juan. Sólo una referencia epigráfica, un epitafio grabado en el brazo meridional del transepto, nos proporciona la datación de 1226, límite ante quem para esta parte del edificio. En su transcripción debemos seguir lo publicado por Gómez-Moreno, pues la inscripción se encuentra hoy parcialmente oculta por el cancel de la puerta de este brazo del transepto, en cuyo interior se encuentra el lucillo apuntado que cobija los restos de la difunta. Reza así (pongo en mayúsculas los caracteres hoy visibles): hic [requiescit] / dop[na mar]ia OR(rat)e / PRO EA : ERA M CC LX / IIII IDVS : Madii, es decir, “aquí descansa doña maría, orad por ella, (murió) en la era 1264, el día de los idus de mayo” (año 1226). Cabe de lo dicho suponer que el inicio de las obras coincidiría con el desarrollo de la villa durante el reinado de Fernando II, a partir de 1167, y posiblemente su fase románica abarque las dos últimas décadas del siglo XII y las primeras del XIII.
La imagen más poderosa de este edificio la proporciona la visión exterior del conjunto de su cabecera, con sus esbeltos y proporcionados cinco ábsides, que por su grandiosidad –parangonable a la que suele acompañar a las catedrales y grandes monasterios– resulta uno de los más ambiciosos de la región, no tanto por sus dimensiones, sin duda notables (35 m de longitud de este a oeste y 28 m en el transepto), como por su complejidad constructiva y las conexiones con las grandes fábricas del tardorrománico galaico y castellano. El modelo de planta derivado del isidoriano, de tres naves y transepto notablemente destacado se corona por una cabecera extraordinariamente desarrollada, compuesta de cinco ábsides semicirculares escalonados y precedidos de tramos rectos, entroncando con las soluciones expresadas en los grandes templos del románico final e inicios del gótico: colegiata de Toro, catedrales de Zamora, Salamanca, Sigüenza y, sobre todo, como ya señalara Pita Andrade, la de Orense.
Como en el caso de San Juan del Mercado, el proyecto inicial llegó a trazar el perímetro completo del edificio, aunque sólo alcanzó a culminar la cabecera, y las partes bajas del transepto, iniciando el tramo oriental de las naves, y ello sin conseguir cubrir más que la primera. Esta fase se levantó en buena sillería de arenisca pizarrosa, excelentemente aparejada, con predominio de sogas y abundantes marcas de cantero. Planteó, como ya dijimos, un grandioso edificio de planta de cruz latina, de tres naves separadas por pilares compuestos sobre basamento circular (de los cuales sólo llegaron a levantarse los más orientales). El marcado transepto permitió coronar el templo con la compleja cabecera de cinco ábsides, más ancho y avanzado el central y decrecientes los laterales.
Los ábsides se escalonan en planta y en altura, alzándose todos sobre zócalos rematados en chaflán ornado con dientes de sierra tumbados. Al exterior, los extremos presentan el tambor liso, con una imposta moldurada con bocel y nacela sobre la ventana rasgada abierta en el eje, mientras que los que flanquean la capilla mayor, de similar composición, añaden a esta imposta otra bajo las ventanas, como aquellas, de estrecho vano abocinado al interior rodeado por arco de medio punto moldurado con tres cuartos de bocel en esquina retraído sobre columnas acodilladas y rodeado por chambrana de nacela.

El ábside central aparece dividido verticalmente en tres lienzos mediante semicolumnas, cuyos capiteles vegetales alcanzan e interrumpen la cornisa. En cada paño se abre una ventana rasgada de mayor desarrollo que las otras, compuesta de dos arquivoltas molduradas con boceles y mediascañas sobre dos parejas de finas columnas acodilladas.
Horizontalmente lo dividen en tres pisos dos impostas, una bajo el cuerpo de ventanas y otra que prolonga las chambranas de éstas, ambas invadiendo los fustes de las semicolumnas. Los capiteles de las ventanas son vegetales, de tratamiento espinoso similar a los del interior del brazo norte del transepto y animalísticos, destacando uno del absidiolo septentrional, con una pareja de trasgos afrontados y enredados en follaje perlado que ellos mismos vomitan. Las cornisas de los ábsides son de arquillos-nicho, de medio punto en los del brazo sur y en el extremo del brazo norte del transepto y trilobuladas las del ábside central y su inmediato por el norte. Las diferencias se extienden también a los canes que las sustentan, típicamente románicos los de las cornisas de medio punto (con rollos, bustos humanos en variadas actitudes, prótomos de animales, crochets) y los recurrentes en Zamora, troncopiramidales con cuatro hojitas lisas, en las trilobuladas. Estas diferencias parecen indicar un momento algo posterior para la culminación de los ábsides central y el inmediato por el norte, aunque seguramente ininterrumpido. Similares cornisas de arcos trilobulados las vemos en el presbiterio de la capilla mayor y en la obra gótica, al estilo de las cornisas de Santa María de la Horta y fachada del Obispo de la catedral de Zamora, transepto de la colegiata de Toro, etc. Cornisas de arcos de medio punto aparecen en la cabecera de Santa María de Toro, girola de Moreruela, etc., remedando ejemplos gallegos como los de la catedral de Orense, San Pedro de Vilanova de Dozón, San Esteban de Ribas de Sil, cuya progenie fue estudiada por José Carlos Valle. Los capiteles de las semicolumnas del ábside central son vegetales, de estilizados acantos de nervio central perlado, bordes con puntos de trépano y remate avolutado.

Ventana ábside central
 

Detalle de los absidiolos
 
Absidiolo norte adosado a la torre. Detalle de cornisa
 
Absidiolo norte adosado a la torre. Ventana
Ventana ábside sur adosado al central
Ábside sur
Canecillos ábside sur
 

Interiormente, se componen los ábsides de tramos rectos presbiteriales, cubiertos con bóvedas de crucería simple el central y sus laterales (alguno con el bocel central de los nervios ornado con florones, al modo compostelano) y con bóveda de cañón apuntado los abiertos en los brazos del transepto.

Los hemiciclos, cubiertos con bóvedas de horno generadas por arcos apuntados, se disponen en batería y, aunque son iguales en planta, muestran algunas diferencias constructivas y decorativas. Se abren estos ábsides al transepto mediante arcos torales doblados y levemente apuntados que reposan en semicolumnas adosadas a los pilares.
En las dos capillas del brazo norte del transepto los arcos externos se ornan con un bocel, exornado con arquillos de medio punto en el de la capilla mayor. Los dos absidiolos del brazo sur presentan el arco triunfal liso el interior, y ornado con boceles quebrados en zigzag entre mediascañas perladas el otro. Esta exuberante y recargada decoración se extiende al pilar que delimita los dos tramos del transepto. La decoración de chevrons o boceles quebrados entre mediascañas proporciona un aire “atlántico” al interior de Santa María del Azogue que la conecta con edificios mucho más septentrionales como los asturianos (San Juan de Amandi, Sograndio, Aramil, Santa Eulalia de Ujo, etc.) o la colegiata leonesa de Santa María de Arbas. En Zamora capital los volveremos a encontrar en una ventana de San Juan de Puerta Nueva.
Los capiteles de la cabecera son vegetales, los del brazo norte del transepto y capilla mayor con coronas de palmetas y volutas en los ángulos, grandes hojas de acanto muy pegadas a la cesta. En el brazo meridional del transepto nos encontramos con bellísimos capiteles de acantos en uno y dos pisos, más recortados aunque de tratamiento menos espinoso que los otros y con puntos de trépano. Las pilastras, en esta zona, se encapitelan con dos filas de palmetas. En el presbiterio de la capilla mayor, la bóveda de crucería que lo cierra apea en ménsulas gallonadas del estilo de las de Moreruela. Los robustos pilares que se abren hacia el transepto tienen el zócalo rematado en chaflán con dos hileras de semibezantes, sobre el que se disponen las basas, de perfil ático con garras y primorosamente trabajadas, decoradas con dientes de sierra tumbados y hojitas.
El proyecto original de las naves, debido al parón que sufrieron las obras a inicios del siglo XIII, sólo se plasmó –además de en el perímetro– en la pareja de pilares más orientales, preparando el resto para una estructura de tres naves divididas en cuatro tramos. Estos robustos pilares compuestos del crucero se alzan sobre un zócalo circular y presentan semicolumnas en los frentes y cuatro parejas de columnillas acodilladas que debían recibir los nervios cruceros y los formeros doblados. Fueron rematados ya en época gótica, momento en el que se acomete la cubrición del transepto, como luego veremos.
Sí que alcanzó el primer impulso constructivo a levantar las tres portadas, abiertas en los brazos norte y sur del transepto y en el primer tramo de la colateral meridional. En ambos hastiales de la nave de crucero es fácilmente observable el cambio de aparejo que delimita esta primera campaña, con la buena sillería tardorrománica hasta las chambranas de las portadas, luego sustituida en altura por la caliza porosa del aparejo gótico.

La portada septentrional del transepto, descentrada respecto al cuerpo de la torre y posiblemente remontada, se abre en un antecuerpo flanqueado por dos columnillas esquinadas, inconclusas y sobre zócalo. Se compone de arco de medio punto rodeado por tres arquivoltas que apean en jambas escalonadas con tres parejas de columnas acodilladas, todo sobre zócalo escalonado. El intradós del arco se decora con florones inscritos en casetones y la rosca con las características “pinzas” de arquillos trilobulados y calados con oculillos sobre haces de tres boceles, similares a las que vimos en la portada norte de San Juan del Mercado.
Esta curiosa ornamentación, que encontramos en San Isidoro de León, parece tener aquí su origen en modelos galaicos (portadas norte y sur de la catedral de Orense, San Pedro de la Mezquita, San Esteban de Ribas de Miño) y asturianos (portadas de San Antolín de Bedón y Santa María de Vega Poja), reforzando ese aire “atlántico” de la ornamentación del templo.

Las jambas del arco, encapiteladas por dos relieves con torpes leones afrontados de aire gatuno, tallados en reserva y de mala factura, matan su arista con nacela ornada con botones florales, puntas de clavo, tallos y máscaras monstruosas y caulículos superiores. La primera arquivolta, sobre una cenefa de palmetas, se decora con tetrapétalas lobuladas con piñas y botón central, como las de la referida portada de San Juan; la segunda recibe un bocel exornado con arquillos y la exterior boceles quebrados con mediacaña perlada, al estilo de los del pilar del brazo sur del transepto, todo rodeado por chambrana decorada con palmetas.
Los capiteles del lado izquierdo presentan entrelazos y palmetas (el exterior repitiendo un modelo recurrente en el románico inicial), todos de escaso relieve y talla a bisel. Idéntica factura manifiestan los del lado derecho, aunque aquí el central se decora con una pareja de arpías opuestas por su cola de reptil entrelazada. Los cimacios, que se continúan como imposta por el antecuerpo, se molduran con el tan zamorano perfil de bocel y nacela.

La portada meridional del transepto se abre en un antecuerpo del hastial, con sendas columnillas en los codillos también sin rematar, y esta vez centrada respecto al muro. Como la norte, posee tres arquivoltas, aunque aquí acogen un tímpano, cuyas mochetas de sustentación fueron sustituidas por un arco adintelado moderno, probablemente correspondiente a las obras de 1751-1752, que debieron significar el remontaje del tímpano, lo cual explica su deterioro. El tímpano aparece presidido por el Agnus Dei inscrito en un clípeo y rodeado por cuatro ángeles turiferarios. Lo enmarcan tres arquivoltas, la interior figurada (de izquierda a derecha del espectador) con la figura de Eva ocultando su desnudez, la hoja de parra a sus pies y la serpiente del Pecado a su lado; le sigue una rama incurvada de la que pende un fruto, alusión al objeto de la tentación y, en la zona central del arco, un Tetramorfos en derredor de la figura del Padre, representado como un busto barbado que emerge de un fondo de ondas. Marcos aparece como un león alado que sostiene con una de sus patas una filacteria, la descabezada figura de Mateo aparece como un ángel que muestra el libro abierto, Juan como un águila de alas explayadas sosteniendo con sus garras una filacteria, sobre un fondo de ramas y Lucas como un toro con la filacteria. Completa la arquivolta, por el lado derecho, la figura orante de María sobre un mascarón monstruoso que vomita tallos, visualización del pasaje de Gén 3, 6. De modo sintético, extrayendo imágenes del Génesis y del Apocalipsis, se traza aquí un mensaje que resume la historia del Pecado, simbolizado por Eva, y la Redención, a través del sacrificio de Cristo, que reina triunfante en la visión del tímpano. Los transmisores de dicho mensaje, los evangelistas, forman parte del cortejo celestial del Cordero.

La segunda arquivolta se orna con las tetrapétalas de anchas hojas lobuladas con botón central y piñas similares a las ya vistas en la portada norte y la arquivolta exterior recibe un bocel exornado por finos arquillos de medio punto, al modo de los de la catedral de Orense, sala alta del palacio de Gelmírez de Santiago de Compostela, San Juan de Portomarín, San Pedro de la Mezquita, ventanales del cimborrio de la colegiata de Toro, etc. En las jambas se acodillan tres parejas de columnas rematadas por capiteles vegetales de muy recortados acantos y palmetas. Los acantos del lado izquierdo de la portada, de profundas escotaduras como los del brazo sur del transepto, manifiestan un clásico aire borgoñón, que los acerca a los de la portada meridional del transepto de Moreruela e incluso a los de la Puerta del Obispo de la seo zamorana.

La portada abierta en el muro meridional del primer tramo de la nave de la epístola, hoy encerrada por la estructura de los siglos XVI-XVII que envuelve esa zona, es mucho más sencilla que las referidas. Consta de arco de medio punto cerrado por un tímpano someramente decorado con un árbol de tronco central y grandes ramas onduladas que acogen hojas de arum, sobre mochetas ornadas con dos prótomos de felinos de orejas puntiagudas y jambas con boceles quebrados en zigzag y mediascañas perladas, de aristas matadas con boceles. Rodean al tímpano dos arquivoltas molduradas con gruesos boceles entre mediascañas que apean en jambas de similar molduración. El muro de esta colateral sur arranca de un basamento muy erosionado rematado por chaflán de dientes de sierra tumbados, de mismo tipo que el visible en el muro occidental del brazo sur del transepto.

En este punto, hemos de volver al final de la primera fase constructiva del templo, la tardorrománica, para intentar dilucidar el estado en el que se interrumpieron los trabajos. Todo apunta a que el receso en las obras dejó únicamente concluida la cabecera y levantados los muros laterales del transepto y de las colaterales a la altura de las portadas de aquél. Estos muros se yerguen, como acabamos de ver, sobre un alto zócalo de algo más de un metro, rematado exteriormente con dientes de sierra tumbados y, al interior, con chaflán ornado con dos filas de semibezantes en el muro sur y en el interior del hastial occidental hasta la portada oeste, siendo el remate abocelado a partir de ella y en todo el muro norte. De los soportes interiores, sólo los dos robustos pilares más orientales de la nave llegaron a trazarse, quedando además inconclusos. La estructura de la torre se planteó ya en este momento, aunque no fue sino un siglo más tarde cuando se acometió en alzado. En el centro del paramento occidental del brazo norte del transepto se abre una puerta adintelada con dos mochetas a modo de capitelillos piramidales de cuatro hojitas, puerta que daba acceso a la escalera de caracol que da servicio a la torre.
También llegó a realizarse parte del hastial occidental del templo, muy desfigurado hoy por la portada barroca, datada epigráficamente en 1735. Aunque desconocemos si se levantó una gran portada occidental en época románica (Puerta de los Apóstoles la denominan los libros de fábrica, a la cual Elena Hidalgo intuye que pertenecería la imagen en piedra de Santa María del Azogue), sí se dispusieron dos torres cilíndricas a ambos lados de su hipotética ubicación. La meridional alberga una escalera de caracol a la que se accede desde el interior mediante una puerta similar a la que acabamos de describir en el transepto, vano hoy día condenado.

Mayor complicación en su análisis manifiesta la capilla adosada al brazo meridional del transepto, denominada del Cristo Marino, que ocupa la longitud del tramo más oriental de la nave de la epístola, desde la que se accede a través de un arco doblado y apuntado sobre semicolumnas adosadas. Exteriormente, su paramento presenta un aparejo similar al de la obra románica, aunque algo más descuidado y menudo. Varios indicios nos hacen pensar que su construcción es algo posterior al proyecto inicial. En primer lugar, su aparejo no continúa el del hastial meridional del transepto, siendo neta la ruptura de hiladas; además, el muro occidental del transepto presenta, hacia el interior de la capilla, el basamento con los dientes de sierra tumbados propio del exterior del edificio. Sin embargo, la estructura participa en altura del cambio de aparejos que marcan la diferencia entre la campaña románica y la gótica y ello, junto a la tipología del vano que la da luz, nos hace pensar que su construcción se realizó entre ambas campañas, probablemente en el segundo o tercer decenio del siglo XIII.
Similar cronología se adjudica al sepulcro abierto en el brazo septentrional del transepto, muy transformado y hoy cerrado por la reja de 1771 que protegía el camarín que, hasta fechas recientes, se abría bajo la ventana central de la capilla mayor. Sus laterales se decoran, a la izquierda, con dos personajes ataviados con ropas talares y portando libros abiertos y, a la derecha, otros dos personajes, como aquéllos bajo arquerías apuntadas y trilobuladas, uno con un libro cerrado en su diestra y una especie de cirio o cayado en la otra y el otro, mitrado, con báculo y vestido con una casulla en la que aparece bordada una gran cruz, que alza su diestra portando un objeto irreconocible. Su seco estilo se emparenta con el de la imagen de piedra policromada de Santa María del Azogue –una Theotokos de rígida expresión, ataviada con corona y manto de cuerda, con un tosco Niño bendicente sobre su rodilla izquierda– que Elena Hidalgo cree procede de la desaparecida portada occidental.
Tras la interrupción de los trabajos, en fecha indeterminada de los inicios del siglo XIII, éstos se reanudan a finales de dicha centuria, aprovechando el auge que promueve Sancho IV y su fomento a una nueva repoblación, tras el paréntesis oscuro para Benavente –y en general para todas las villas del norte peninsular– de los reinados del Fernando III y Alfonso X, más volcados en la dominación de Andalucía. Fruto de tal revitalización es la continuación de la actividad constructiva en las dos grandes fábricas románicas de la villa.
Santa María del Azogue, que permaneció durante casi setenta años inacabada, verá ahora completar, en el estilo gótico imperante, los pilares del transepto que habían quedado inconclusos, alzándose los muros laterales, con sus grandes ventanales apuntados (con tracería sólo el abierto al oeste del brazo septentrional), y los hastiales y cubriéndose los tres tramos centrales (incluido el crucero) de esta nave transversal con bóvedas de crucería y los dos extremos con cañón apuntado. Las actuaciones de este momento, como bien señala Elena Hidalgo, son claramente continuistas respecto al proyecto original, aportando sólo la evolución formal y estilística propia de las nuevas tendencias artísticas. Los arcos muestran así un neto apuntamiento y los capiteles vegetales, de cestas más cortas que los románicos, la típica decoración de hojas de parra. Sólo la clave de la bóveda del crucero presenta figuración, con una coronación de María, acogiendo los restantes florones. Avanzan también las obras hacia el oeste, sucediendo a los pilares compuestos tardorrománicos las tres parejas de gruesos pilares, que ahora se simplifican como pilas prismáticas con semicolumnas, también sobre basamento circular; los más occidentales luego reformados en las obras del siglo XVI. También ahora se eleva la gran torre sobre el brazo norte del transepto, sólo iniciada en la fase anterior. Consta de basamento y tres pisos de arcos apuntados, decrecientes en tamaño en altura. Su remate aparece alterado debido a los sucesivos incendios y reparaciones, sustituyendo el actual remate con linterna a uno cupulado realizado en 1877. En las cornisas de la obra gótica se imita la estructura alveolar de arquillos trilobulados que vimos remataba el ábside y presbiterio de la capilla mayor.
Probablemente es en esta fase gótica cuando se decide alterar la estructura interna de la cabecera, horadando los presbiterios y permitiendo la comunicación, a modo de anómala girola, por el conjunto de los ábsides. En el paso de la capilla mayor al ábside inmediato por el norte se incrustó un bello relieve policromado con el Calvario, que junto al excepcional grupo de la Anunciación hoy colocado en el arco triunfal del ábside central, manifiestan la deuda respecto a la escuela leonesa de principios del siglo XIV.
A inicios del siglo XVI y, como muestran los testimonios heráldicos, con el patronazgo de los poderosos condes de Benavente, se acomete la cubrición de las naves, con bóvedas de arista recubiertas de yeserías imitando las nerviaciones propias de las estrelladas, así como cresterías y claves. Para tal fin, se rehace en ladrillo el remate de los muros laterales de la nave mayor, iluminada con sencillos ventanales lisos, de arcos doblados apuntados. La instalación del coro alto que ocupa los dos tramos occidentales de la nave se acompañó de una reforma de las dos parejas de pilares, que fueron forrados hasta darles la actualmente visible sección octogonal en su parte inferior, retallando incluso el podio circular. A este momento corresponde también la construcción de la hermosa sacristía paralela a la nave del evangelio, levantada en mampostería y cubierta con bóveda de cañón con yeserías policromadas, así como la decoración pictórica del transepto y cabecera y la capilla meridional, dedicada hoy a Jesús Nazareno. En  la capilla central se instaló, entre 1664-1668, el retablo mayor del templo, que forra y oculta el paramento románico. Hacia 1735, como ya señalamos, se acometió la portada occidental.






 

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