Tiene el Camino de Santiago en la provincia de
Palencia todo aquello que precisa, porque es el camino por excelencia. Un
recorrido para las sensaciones.
El Camino de Santiago es la vía medieval de
difusión del románico. No es extraño que en esta ruta encontremos algunos de
los monumentos palentinos más sobresalientes y aún de todo el románico español.
Aquí veremos un arte con mayúsculas, de
elegantes proporciones y una riqueza y finura escultórica difícil de igualar.
Tenemos que tener en cuenta que en estas
iglesias trabajaron muchos de los mejores talleres de la Edad Media románica, y
que este arte sirvió de canon o modelo irrepetible para otros artesanos menos
cualificados que fueron trasvasando este arte al entorno rural.
He elegido en esta ruta la sin igual iglesia
de San Martín de Frómista y las iglesias de Santa
María, Santiago y San Zoilo de Carrión de los Condes,
además de Santa María la Blanca de Villalcázar de Sirga.
Frómista
La población de Frómista, perteneciente al
partido judicial de Carrión de los Condes, dista 32 km al norte de Palencia
siguiendo la carretera que desde esta capital conduce a Santander. Se ubica en
una amplia llanura a una altura de entre 750-800 m próxima al canal de
Castilla. La iglesia de San Martín se sitúa al suroeste de la población, en las
proximidades del arranque de la carretera Frómista-Carrión de los Condes.
Llamada anteriormente Frómista del Camino, se
ha apuntado su derivación del término latino frumentum (trigo). El monasterio
fue fundado por doña Mayor, viuda de Sancho III Garcés por cuyo testamento,
fechado en 1066, sabemos que en esa fecha se estaba construyendo (in hoc
monasterio Sancti Martini, quem pro amore Dei et Sanctorum eius et
purificatione peccatorum meorum edificare cepi circa Fromesta). Asimismo,
se hacía puntual referencia a una iglesia ya existente (...illam
populationem quam ego populaui circa ipsam ecclesiam). Conminando a sus
sucesores a que velaran por él, a partir de entonces y al igual que el cercano
de San Salvador de Nogal, cuya fundadora –la condesa Elvira– confirmaba las
últimas voluntades de doña Mayor, el monasterio de Frómista formó parte del patrimonio
regio. Desde su misma fundación y hasta 1453 en que fue destruido por un
incendio, pervivió un hospital. Es evidente que el privilegiado enclave de la
población, encrucijada de caminos y situada en pleno eje socioeconómico del
reino castellano-leonés, favoreció la gran prosperidad del establecimiento
monástico. Lamentablemente no contamos con más información hasta 1118, fecha en
la que fue donado por la reina Urraca al vecino priorato cluniacense de San
Zoilo de Carrión de los Condes, seguramente en pago por el apoyo recibido
durante los desórdenes civiles que surgieron tras la desaparición de Alfonso VI
(†1109). De este modo perdía su tradicional autonomía quedando sujeto a los
designios del prior de Carrión.
El silencio documental persiste en las décadas
siguientes rompiéndose en 1185. En este año Arderico, obispo de Palencia
(1184-1207), intervenía a favor del entonces prior de San Zoilo, Humberto, en
un pleito surgido en la población de Frómista a propósito de la reivindicación,
por parte de los clérigos y los laicos, de los diezmos de las iglesias en
perjuicio del subpriorato de San Martín. Aunque la sentencia quedaba
definitivamente resuelta en enero del año siguiente ante el monarca Alfonso
VIII, este acontecimiento anunciaba la tónica general que marcaría los destinos
de la propiedad.
Durante el siglo XIII la enorme crisis que
asolaba al conjunto de la orden cluniacense siguió su imparable curso. En 1220
el priorato de San Zoilo se reorganizaba administrativamente tras un período
sin duda caótico y hacía valer sus reivindicaciones jurisdiccionales sobre
diversas posesiones. Ya en ese momento, en el subpriorato de Frómista la
comunidad de monjes había desaparecido y la iglesia se encontraba regida por
dos presbíteros. Tras el informe de los visitadores llegados de Cluny en 1276,
Gérard de Saint-Orens y Arnold de Lézer, el capítulo general de la orden exigía
al priorato de Carrión el nombramiento de prior en San Martín y la reparación
de los edificios destruidos. A fines de este mismo siglo la población de
Frómista contaba ya con tres barrios perfectamente configurados y cerrados por
su respectivo encintado mural: Santa María, al este, San Pedro, al noroeste y
San Martín, al suroeste, surgido en torno al priorato y a él sometido. Este
núcleo poblacional sufriría en fechas sucesivas las injerencias del poder
local, a lo que contribuía sin duda la laxitud gubernamental del propio San
Zoilo de Carrión. Efectivamente, el frecuente vacío de poder y las
precariedades económicas hicieron que en 1291 el abadengo sobre el barrio fuera
encomendado al poder señorial en la persona de doña Juana Gómez de Manzanedo.
No mucho después los derechos fueron arrendados durante diez años (1325-1335) y
posteriormente durante siete. Esto provocó una nueva reacción del capítulo
general que delegó en los priores de Nájera y Ciudad Rodrigo la revisión del
caso. La situación llevó a que en 1338 sólo tres clérigos sirvieran en el
antiguo subpriorato. A pesar de diversas tentativas de recuperar el control, su
progresiva pérdida de influencia sería imparable. A fines del XIV la entrega en
encomienda del barrio a los señores de la población era ya una costumbre
establecida.
Sólo noticias muy aisladas permiten nuestra
aproximación al templo. En 1382 Fernando Sánchez de Tovar, “almirante mayor
de la mar” y señor de Frómista hacía testamento dejando 20.000 maravedís y
unos ornamentos a la iglesia de San Martín claudicando de sus pretendidos
derechos sobre el barrio anejo. Cinco años después, en 1387, doña María, vecina
de San Martín testaba a favor de la pequeña iglesia mandando ser enterrada en
su interior; en 1399 otra vecina manifestaba idénticos deseos. Es fácil que en
esta época se procediese a la realización de una capilla gótica –quizá
funeraria–, junto al brazo septentrional del templo, de cuyo acceso queda en la
actualidad una puerta cegada.
Las intromisiones sobre los derechos de San
Zoilo en el barrio de San Martín concluyeron en 1427 con la venta, por parte
del prior Pedro Pérez de Belorado, de la jurisdicción al señor de la villa,
Gómez de Benavides, con excepción de la iglesia subprioral. Sólo unos años
después, en 1437, el propio Gómez de Benavides y doña María Manrique fundaron
en la propia villa el monasterio de Santa María, llamado de Nuestra Señora de
la Misericordia, uniéndolo a la Congregación benedictina de Valladolid.
Frómista retomaba así una tradición monástica desaparecida desde hacía dos
siglos. En 1531 la propia iglesia de San Martín se integraba junto con el
priorato de San Zoilo a la Congregación vallisoletana.
En época moderna el templo de San Martín, al
que ya se denominaba San Martín del Milagro, se hizo célebre por la
conservación en un relicario de la capilla mayor de una Sagrada Forma pegada a
una patena. Quadrado señalaba que frente a una de sus puertas se mostraba el
sepulcro del penitente al que se hubo de absolver de sus pecados, a fin de
poder administrarle esta milagrosa comunión que se resistió a desprenderse un
25 de noviembre de 1453. Sin embargo, la honda impresión que causó a Morales su
contemplación a mediados del siglo XVI, era de puro escepticismo para un
ilustrado como Jovellanos a fines del XVIII. A mediados del siglo pasado
todavía se mostraba, quedando en la actualidad únicamente la patena. Durante el
proceso de restauración del templo, a comienzos del presente siglo se perdió el
resto de una inscripción moderna, grabada sobre las dovelas del arco triunfal
del ábside mayor y que conocemos gracias a Jovellanos: ...ESTA CAPILLA DEL
MILAGRO EL VIZCONDE DON JUAN VIVERO, FIJO DE LUIS PEREA DE VI(vero)...
A fines del siglo XV Frómista alcanzó un enorme
desarrollo. Sabemos que en 1484 sólo el barrio de San Martín contaba con
doscientos vecinos. La expulsión de los judíos en 1492 repercutió de forma
considerable, tanto a nivel demográfico como económico, ya que la aljama de
Frómista era una de las más importantes de la provincia. Ya en el siglo XVI, la
dinastía de los Benavides, aún instalada en el poder señorial de la villa,
obtuvo de Felipe II la dignidad del marquesado (1559). A mediados del siglo
XVIII el control de los señores sobre la población había desaparecido. En esas
fechas el marqués de Frómista se veía obligado a entregar los diezmos del
barrio de San Martín a la realeza. Con la desamortización de 1835 la pequeña
iglesia entró rápidamente en un estado de preocupante degradación que obligó a
su cierre, situación que se mantendría hasta la última década del siglo XIX.
Iglesia de San Martín
No fue sino a fines del siglo XIX cuando se
procedió a la valoración de este edificio, hasta entonces sumido en la más
absoluta indiferencia.
Cerrado al culto desde 1874 a causa de su
estado ruinoso, ya en 1850 Pascual Madoz se había hecho eco de la lamentable
situación de sus bóvedas.
Ya Pascual Madoz en su
Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España, Volumen VIII (1847), se
refiere a las iglesias de Frómista diciendo: «La de san Martín que fue
priorato y antes monasterio de Benedictinos, consta asimismo de 3 naves de
arquitectura menos elegante que las otras, pero más antigua y costosa; sus
altares carecen de todo mérito, y las bóvedas se hallan en estado ruinoso ...».
Tal era así que en 1874 hubo que suspender el culto y cerrar la iglesia
porque no ofrecía garantías. A partir de aquí fueron muchos los escritos que se
cursaron por parte de los responsables del templo hacia el obispo de Palencia y
autoridades competentes solicitando medidas urgentes de mantenimiento.
En 1894, en el informe emitido por la Comisión de Monumentos de Palencia en
solicitud de declaración de Monumento Nacional al que se ha hecho mención más
arriba se puede leer: «Sobre él (el crucero) se levanta la
cúpula de idéntica estructura que el grupo absidal, aunque por desgracia,
abatida y maltrecha por un segundo cuerpo que sirve de torre ... Honda pena
produce esta atrevida profanación que, sobre romper la uniformidad del
monumento, ha quebrantado su solidez, produciendo el desplome de la pared del
mediodía, correspondiente a la nave del Evangelio, el agrietamiento de la
cúpula y de una de las pechinas y la fractura de la bóveda central en
la extensión correspondiente a dos pilares». Un año más tarde, en 1895,
publica Simón Nieto «Los Antiguos Campos Góticos» y dedica al templo de
san Martín este comentario: «Una torre levantada en el siglo XV sobre
el crucero ha determinado la ruina del templo, cerrado al culto hace veinte
años, la fractura de la bóveda central de arcos fajones y la desviación de uno
de sus pilares; pero las naves laterales resisten todavía...».
Por fin, el 13 de noviembre de 1894 es declarado el templo Monumento
Histórico-Artístico. Inmediatamente se encomiendan a Manuel Aníbal Álvarez
Amoroso, por entonces catedrático de Proyectos en la Escuela de Arquitectura de
Madrid, los estudios técnicos y propuestas pertinentes para salvar su maltrecha
fábrica. El arquitecto realizó dos visitas a Frómista para la inspección, toma
de datos y valoración de las acciones a poner en ejecución: la primera el 28 de
febrero de 1895, y la segunda el 14 de abril del mismo año. De toda la
información que obtuvo y que dejó plasmada en la memoria del primer proyecto
fchado en Madrid el 28 de septiembre de 1895 cabe extraer algunas citas que
llevan al convencimiento de lo que se trata aquí, la necesidad perentoria de una
intervención arquitectónica:
Sobre el aparejo de la
sillería en general: «... las juntas discontinuas de las piedras, a poco
más o menos encontradas, salvo algunos trozos que la continuidad de éstas ha
dado origen a grietas de consideración».
Al tratar de los
capiteles: «En general se presentan en buen estado; sólo hemos
observado en el capitel del lado del ábside en el arco toral de la derecha de
la nave transversal grandes hendiduras o rajas».
En relación con la
fachada derecha: «Esta fachada es la que está en peor estado de
conservación...».
En cuanto a la
sacristía y a las construcciones adosadas al imafronte: «...la
Sacristía cuyo estado de miseria y de ruina es aún mayor que el que presenta el
plano»; y en otro lugar: «la sacristía se halla en inminente ruina así
como las capillas agregadas a la entrada de la Iglesia. Estas dos partes se
hallan parcialmente derruidas y amenazando por momentos caerse totalmente».
De la bóveda del
crucero: «La bóveda esférica sobre el crucero se encuentra deformada y
el muro que la sostiene abierto por dos partes, sobre todo en el lado izquierdo
mirando al altar mayor; encima de la trompa y cogiendo parte de ella
existe una gran grieta de 14 centímetros de ancho. Las demás trompas, aunque
algo agrietadas, están en mejor estado»; y también en relación con esta
bóveda: «Las campanas están suspendidas de una viga horizontal que
apoya sus extremos en los muros y descansa su punto medio en un pie derecho que
a su vez lo hace sobre un durmiente colocado directamente sobre la bóveda
esférica».
Con referencia a los
ábsides: «Los ábsides, también agrietados pero no de consideración y
algunas de las dovelas de las ventanas se han desprendido...».
Y con respecto a los
arcos fajones y sus soportes: «...los arcos fajones de esta
nave (la central) también deformados y abiertos por sus claves y
contraclaves; la nave de la derecha hállase deformada aún más que la central e
igualmente sus arcos fajones, si bien las grietas no son de tanta consideración.
Los muros de estas naves tienen un desplome de consideración; en la de la
derecha en la parte de la fachada y en su arista de encuentro con la torrecilla
circular es de 24 centímetros para una altura de 6,10 metros; en la arista de
la derecha de la puerta, 39 centímetros y en la del encuentro con la Sacristía
en la misma fachada, 32. Las columnas de la derecha de la nave central tienen
un desplome de 19 centímetros en el pilar del crucero y de 26 en el penúltimo
para una altura desde el suelo hasta el capitel de 7,17 metros».
Un dibujo de Parcerisa, realizado pocos años
más tarde, permite conocer su aspecto.
En el mes de octubre presentó un primer
proyecto de intervención en el que proponía un apeo general del templo. El
deterioro era sin duda acusado, tal y como confirmaba la información vertida en
la memoria del arquitecto. Por un lado, el considerable desplome del muro
meridional provocado por el sobrepeso de la torre del crucero, recrecida en
época bajomedieval con un nuevo cuerpo para la inclusión de campanas y que, con
una grieta que arrancaba en la misma trompa sureste, desviaba su
correspondiente pilar toral partiendo en dos el capitel; por otro, la
acumulación de tierra y maleza en las cubiertas que concretamente en las naves
habían sido sobreelevadas de modo heterodoxo. Todo ello hacía pronosticar su
inminente derrumbamiento.
Ante tal situación se procedió a desarmar por
entero la mitad meridional del templo (nave central, lateral sur, crucero y
ábsides central y de la epístola) –zona más afectada– dotándola de una nueva
cimentación. Tan sólo se mantuvo el ábside septentrional, el muro norte hasta
la altura de la línea de imposta, así como el intercolumnio del lado del
evangelio, lugar éste en el que se aprecia la mayor concentración de cantería.
De este proceso de apeo todavía se constata la numeración tanto en piezas escultóricas
como en los escasos sillares respetados. El nuevo montaje eliminaba el cuerpo
de campanas y su husillo poligonal de acceso, situado en la intersección del
ábside del evangelio con el transepto. Además, una capilla gótica anexa
construida con sillarejo, desde la que se accedía al mencionado husillo; la
sacristía añadida al muro meridional del transepto, de tierra y ladrillo y
semiderruida; una construcción, también postiza en la fachada oeste, con
función de baptisterio y depósito de útiles en su zona baja y de coro en la
alta, que se derrumbó a fines de 1895; y por último, un pórtico de época
moderna adosado al flanco norte desde el que accedían los fieles al interior.
Si bien en principio únicamente los sillares
deteriorados iban a ser reemplazados por otros, elaborados con piedra muy
semejante traída de la vecina población de Monzón de Campos, lo cierto es que
la sustitución fue prácticamente integral. Aunque en la voluntad teórica del
arquitecto una de las premisas más repetidas era la de mantener un criterio
diferencial, a partir del cual se habría de contornear con una línea roja la
división de materiales antiguos y nuevos, nada de ello fue realizado. Sólo
durante el proceso de montaje, en los muros meridional, occidental y en la zona
inferior de la torre sur se introdujeron dos bandas horizontales de amplios
tizones dispuestos de modo alterno y que, en función del material utilizado
–caliza blanca–, quizá se pretendiera subrayar la integral sustitución de los
paramentos. Evidentemente en el curso de esta operación no se contempló la
ubicación de los primitivos mechinales que fueron eliminados. Junto a ellos y
en el muro meridional, también un contrafuerte que, de baja altura, se
correspondía al tramo más occidental de las naves, tal y como podemos observar
en su estado previo a la restauración en la fotografía conservada. A través de
ésta, sabemos también que la portada meridional, cegada y muy destruida, fue
recompuesta rebajándose su resalte sobre la línea de fachada. En su nueva
configuración fue dotada de jambas, arquivoltas y un cornisamento con
modillones, prescindiéndose de columnas y capiteles. Para el
arquitecto-restaurador se trataba de la única puerta coetánea a la fábrica.
Siguiendo este criterio de austeridad contenida se proyectó la portada del
hastial, de la que nada quedaba por haber sido perforado el muro a fin de
prolongar el coro; entre los proyectos alternativos desechados por “inarmónicos”
figuraba la inclusión de un friso, similar al de las iglesias de Santiago de
Carrión y Moarves, o la construcción de un remate cupular semejante a la torre
del Gallo. Aunque el husillo suroeste se había conservado casi de modo íntegro,
al igual que el noroeste fue recompuesto. Finalmente se añadieron contrafuertes
en la intersección de los ábsides laterales con los muros correspondientes al
transepto.
En cuanto al interior, se le dotó de una
desnudez neomedieval prescindiéndose asimismo del retablo de la cabecera (siglo
XVIII), “pésimo y de pasable arquitectura”, según exclamación de
Jovellanos, de los retablos secundarios, así como de la parte del coro que
penetraba en el templo y del órgano allí ubicado. Finalmente se procedió a
liberar el paramento del antiguo revoque y a prolongar los fustes del arco de
acceso al ábside central hasta el suelo, con el añadido de basas. Una
intervención moderna los había afeitado, dejando sólo sendos segmentos
rematados en ménsulas. La mesa de altar se compuso con un ara, realizada ex
novo por los canteros que ejecutaron las piezas escultóricas sustituidas, y
cinco columnas. Para éstas se tomaron como referencia dos capiteles y una basa
aparecidos en el curso de la restauración, que fueron considerados
pertenecientes a la mesa que habría de existir en el pasado. Al parecer, los
restos originales se trasladaron a Palencia. Finalmente se fundió una lámpara
en cobre adornada con piedras y motivos presentes en la iglesia encargándose
además un sagrario de madera también con pedrería.
La inauguración tuvo lugar el 11 de noviembre
de 1904 y el arquitecto dejó constancia escrita de la restauración en un
pequeño registro situado en la clave de la cúpula del crucero: REINANDO SU
MAGESTAD D. ALFONSO XIII, en torno al escudo real. Finalmente, ya en fechas
más recientes, al templo le fue añadido un pedestal y una acera en su contorno,
reforzándose esa sensación de implante urbano un tanto kitsch.
Críticas a la restauración
Esta intervención de desafortunado criterio
historicista, que podría considerarse moderada si tenemos en cuenta algunas de
las posibilidades contempladas por el arquitecto, si bien respetó las líneas
volumétricas básicas del conjunto, careció de un imprescindible respeto
arqueológico, eliminando la posibilidad de cualquier aproximación en esta
dirección. En 1896, poco antes de iniciar la contradictoria intervención, el
arquitecto señalaba anticipándose a una crítica que no tardaría en llegar, que
“la posteridad podrá opinar mejor o peor de la obra, pero nunca se podrá
negar la autenticidad de lo ejecutado”. Tan sólo en vísperas de ser
concluidos los trabajos, el arquitecto más favorable a estos radicales
criterios de restauración, Vicente Lampérez, mostraba su admiración por el
resultado final. En adelante se sucederían las detracciones hacia un edificio
que en la actualidad bien pudiéramos considerar “interpolado”.
Valorar una restauración como la presente es
algo que entra dentro de lo subjetivo por lo que me expresaré en primera
persona admitiendo que lo que sigue no es sino un juicio u opinión personal.
Los gustos, los criterios y las tendencias varían con el tiempo, y dentro de
unos y otros los hay más radicales o más tolerantes. Cabría defender
pronunciamientos que irían desde la visión más ultra de los planteamientos de
Viollet-le-Duc, que consistiría en restaurar el edificio no ya para devolverlo
a su estado primigenio tal como fue concebido y realizado por primera vez, sino
para recrearlo tal como debería haber sido conforme a los cánones estilísticos
ideales, es decir, como el arquitecto de hoy lo hubiera proyectado si le
hubieran encargado la obra en el siglo XI, hasta la posición más extrema del
evolucionismo arquitectónico, para cuyos adeptos el edificio es intangible pues
su situación actual es fruto del devenir natural, hasta el punto de que
-admítaseme el esperpento- si un templo se ha convertido en corral hay que
conservarlo así por respeto a la secuencia histórica.
Con independencia de todo eso, creo que lo que
se hizo fue ni más ni menos lo que se debió de hacer y, por supuesto, lo que al
arquitecto le habían pedido. Recordemos: La iglesia había sido clausurada
veinte años antes por no ofrecer garantías de seguridad para los feligreses. La
bóveda de la nave central estaba abierta a lo largo de los dos primeros tramos
y amenazaba con desmoronarse. La bóveda del cimborrio se había deformado, una
de las trompas que la soportaban se había rajado y la pilastra correspondiente
en la que cargaban dos arcos torales se encontraba a punto de colapso con su
fuste reventado y el capitel y su cimacio partidos en varios trozos. El muro de
cerramiento meridional se hallaba agrietado y con considerables desplomes por
giro del propio muro y de su plano de cimentación. Varias pilastras de la
arquería de separación de las naves central y derecha también acusaban
importantes desplomes. Todo lo anterior estaba siendo provocado por la
intolerable sobrecarga del cuerpo de campanas añadido sobre el cimborrio. La
sacristía amenazaba ruina inminente, así como las dependencias anexionadas a
los pies de la iglesia que no hubo oportunidad de derribar pues se vinieron
abajo de forma espontánea, lo que le hubiera pasado en breve a la propia
sacristía. Por su parte, la pasarela que unía la torre exterior y la del
campanario se encontraba desvencijada.
¿Qué cabía hacer en tal estado de cosas?
Demoler la torre-campanario origen de casi todos los problemas estructurales;
desmontar la pasarela que ya no tendría dónde apoyar y carecía de
funcionalidad; derribar la sacristía antes de que se cayera y arrastrara tras
de sí otras partes del edificio principal; desescombrar las construcciones que
se habían derrumbado sin necesidad de intervención; recalzar la cimentación del
muro exterior de la nave sur y reconstruir este muro; y desmontar las pilastras
desplomadas de la arquería derecha de la nave central volviendo a levantarlas a
plomo. Lo único que podría haberse salvado atendiendo a meras consideraciones
de estabilidad estructural sería la torre poligonal exterior que ahora carecía
de razón de ser pues no proporcionaba acceso a nada y que tenía más aspecto de
chimenea fabril que de construcción religiosa, y la capilla desde la que se
pasaba a la torre que era un postizo de mezquina arquitectura. El derribo de
estos dos elementos, el único debido a una decisión voluntaria y no forzosa
como el de todo lo demás, no es de lamentar tanto como lo hace Pedro Navascués
para quien la ruinosa iglesia y sus destartaladas adiciones parásitas tal como
se encontraban antes de la restauración merecerían el calificativo de «aquel
rico conjunto». (Como anécdota, el mencionado profesor de Historia del Arte de
la Escuela de Arquitectura de Madrid -nunca fui alumno suyo en mis lejanos años
escolares- afirma tal cosa en un artículo que lleva por título «El
neorománico de Frómista» publicado en la revista «Conocer el Arte» [nº 5,
julio de 1989] ilustrando su texto con una imagen adulterada de la iglesia de
san Martín en la que aparece la fachada meridional al norte y la septentrional
al sur. Aunque es conocido por sus acerbas críticas hacia la obra restauradora
de Manuel Aníbal Álvarez [ver San Juan de Baños] no lo juzgo capaz de
hacer eso por rencor sino más bien por un impulso del subconsciente animado por
la falta de estima hacia este venerable templo o, aún más probable, por un
simple y disculpable error. En fin... nadie es perfecto).
Si puede ser discutible el empleo que se hizo
de la piqueta demoledora parece que lo es menos el uso que se dio a la paleta
constructora. El hundimiento de todo el bloque de capillas, almacenes, coro y
trascoro adosado al costado occidental del templo lo dejó abierto por ese lado
pues su muro de cerramiento se había desmantelado con ocasión de la
construcción de aquellas nuevas dependencias. Fue de imperiosa necesidad
reconstruir toda esa fachada, incluida la portada que se sospechaba que había
existido aunque no se supiera cómo era, e incluidos también los contrafuertes
de los que el arquitecto sí encontró vestigios de su pasada presencia. Otro
tanto cabe decir de los dos hastiales del transepto de los que se tenía alguna
mayor información pues no estaban totalmente ocultos por la sacristía y la
capilla gótica respectivamente. Los elementos desmontados, como el muro
meridional o la torrecilla de ese lado, se volvieron a levantar tal cual eran,
y aunque hubieron de reemplazarse una serie de sillares u otras piezas, se
reutilizaron los mismos capiteles de ventanas y columnas absidales y los mismos
canecillos, salvo los que se habían perdido con anterioridad y hubo que
rehacer.
Los detractores de la actuación llevada a cabo
por M. Aníbal Álvarez en Frómista citan indefectiblemente a Manuel Gómez Moreno
quien en 1934 se expresaba así: «Se desmontó y rehizo desde sus cimientos
toda la iglesia, excepto la nave lateral de hacia el norte con su torrecilla,
reponiendo en su sitio antiguo los elementos estructurales. Es nuevo el hastial
de poniente, en su tramo medial íntegro, donde no parece seguro que hubiese
puerta; lo son, asimismo, el cuerpo alto de la torrecilla de hacia el SO., las arquivoltas interiores
y tejado de la portada meridional, que además fue remetida; dos contrafuertes a
la cabeza del crucero, y el subir hasta lo alto los otros dos; el hastial
íntegro del mismo, hacia el N., donde entestaba una capilla gótica, y todas las
ventanas del meridional, donde hay una portadilla que no es primitiva. Fueron
renovados hasta 86 modillones, muchos trozos de cornisa, 11 capiteles, 46 basas
y 12 cimacios, copiando y completando lo antiguo con más o menos acierto».
Desconozco las fuentes de información que utilizó el reputado investigador
treinta años después de haberse concluido la restauración pero advierto algunas
inexactitudes, la más ostensible en lo que se refiere a la reedificación de
casi toda la iglesia desde sus cimientos. En todo caso no trato de rebatir sus
afirmaciones que tampoco distan mucho de la realidad sino de dar una
interpretación diferente a la cuantificación de los elementos renovados. Los
negativistas ven en ello lo mucho que se renovó: 11 capiteles, 12 cimacios, ...;
pero con una visión más positiva habría que admirar lo poco que se
cambió: sólo 11 capiteles de los 96 existentes, sólo 12
cimacios de esos mismos 96, tan sólo 86 canecillos de 309 que suman
en total, es decir, que podemos admirar en san Martín 85 soberbios capiteles
auténticos, todos menos uno con sus genuinos cimacios, y 223 canecillos
primitivos de la mejor factura, algo que pocos templos románicos pueden
ofrecer. A todo ello hay que añadir que en su configuración planimétrica y
volumétrica no ha variado un ápice en comparación con la iglesia que doña Munia
ordenó construir en el siglo XI. A pesar de todo esto, Navascués no llega a
entender «cómo se sigue incluyendo este edificio en los manuales de
historia del arte como obra representativa de la arquitectura románica», idea
que no comparten los casi 60.000 diletantes que forman el censo de los que
acudieron en el año 2011 a visitar el interior de la iglesia, sin contar a
cuantos la admiraron desde el exterior y no penetraron en ella.
Estado actual
Se trata de un templo de planta basilical de
tres naves, la central de casi doble anchura que las laterales, y cuatro tramos
más otro previo de la misma anchura que la nave principal que forma una nave
transversal o transepto cuya dimensión mayor no supera la anchura total del
templo, por lo que en planta no se manifiesta al exterior aunque sí en alzado
por poseer una altura igual a la de la nave central, mayor por tanto que la de
las laterales. En su cruce con la nave principal define un espacio cuadrado o
crucero sobre el que se levanta el cimborrio. Todas las naves se cubren con
bóvedas de cañón de medio punto. La cabecera es de triple ábside, uno por cada
nave longitudinal, cuyas dimensiones se ajustan a las de la nave respectiva,
estando precedido el central de un tramo recto presbiteral. Se cubren con
bóvedas de horno. La cubrición del crucero se efectúa por medio de un casquete
semiesférico montado sobre trompas.
Dispone de cuatro portadas, una en el
imafronte, otra en la fachada norte y dos en la sur, la primera de ellas dando
acceso directo a la nave lateral y la segunda al brazo meridional del
transepto. Al fondo, en los vértices suroccidental y noroccidental se levantan
sendas torrecillas o husillos con escaleras de caracol en su interior. Para
obtener una correcta iluminación de la iglesia se dispone de tres ventanas en
cada una de las fachadas laterales, otras tres en el ábside central y dos en
cada ábside menor. Existen además dos pequeños óculos en el hastial
occidental y cuatro ventanas más en el cimborrio.
Las fachadas
Algo que puede sorprender en esta fachada es la
existencia de tres alineaciones de sillares de caliza blanca que por su color
destacan sobre el conjunto de la fábrica. Se hizo así por decisión del
arquitecto quien en la memoria del segundo proyecto (octubre de 1896)
prescribía: «Estas piedras nuevas las emplearemos principalmente ... en
las hiladas de fachada siguientes: sobre los cimientos; la anterior a las
impostas ajedrezadas de las ventanas; la intermedia a éstas; y la hilada que
reposa sobre los arcos de las ventanas que a su vez es la de asiento de la
bóveda lateral». Con esto se pretendía identificar los muros que se habían
levantado por entero en el transcurso de la restauración, aunque lo cierto es
que en la práctica no se hizo exactamente como se había previsto, pues los
referidos sillares sólo se emplearon en tres hiladas, y no en cuatro.
El husillo
estaba truncado a la altura de la cornisa de la nave lateral y se ha rehecho
enteramente a semejanza del del lado opuesto que había permanecido intacto. Las
tres ventanas, aunque desmontadas y vueltas a colocar son en esencia las
mismas. La imposta que corre por todo el paramento bajo las ventanas es nueva y
tallada «in situ», tal como ya se ha comentado al glosar. De la portada
de acceso a la nave sólo existía el arco envolvente y su chambrana, de forma
que las dos roscas interiores y las jambas sobre las que descansan se hicieron
nuevas para achicar el hueco y dotarle de puertas. De ella dice M. Aníbal
Álvarez que «Merece mencionarse ... no por su importancia, sino por ser
la única de la época de la Iglesia, ahora tapiada, y que daba comunicación con
la huerta». El tejaroz de esta portada había sido destruido en algún
momento anterior y también se rehizo. El arimez no se alteró. La cornisa de la
nave lateral se conservaba aunque en mal estado, como todo, teniendo que
reconstruirse la cubierta de esa nave, la de la nave central y la cornisa de
ésta. No existían, ni los hay ahora, huecos en el muro de la nave central por
encima de la lateral. La sacristía derribada no ocultaba por entero el hastial
meridional del transepto, cuyo frontón y ventana superior ya eran como lo son
ahora. La parte innovada es la inferior. Se abre en ella una portada
de arco apuntado que según el arquitecto estaba «colocada en
el mismo lado derecho que comunica a la Sacristía» y que aunque es
posterior a la época en que se construyó la iglesia tenía «impostas y
capiteles de la época». Este muro frontal del transepto viene delimitado
por dos contrafuertes que no figuraban en la traza original.
La fachada septentrional es de similar factura
que la opuesta meridional; en ella todo es primitivo a excepción del muro
frontal del transepto desaparecido en el siglo XV cuando se adosó a ese costado
una capilla gótica derribada durante la restauración. Esta capilla se comunicaba
con el brazo norte de la nave transversal mediante un hueco bajo arco carpanel
que abarcaba todo el ancho de aquella. Por eso, la pequeña portada cegada de
arco apuntado no es sino una insinuación de lo que pudo haber habido aplicando
un criterio de lógica simetría con respecto al hastial opuesto. La imposta que
corre por ese paramento y por los contrafuertes que lo delimitan también es
nueva y se talló «in situ». La portada de este lado comunica con la nave
lateral perforando el tercer tramo, a diferencia de lo que sucede en la fachada
sur en la que la portada se ubica en el tramo segundo.
La fachada occidental está flanqueada por dos
husillos, original el de la izquierda y renovado el de la derecha tal como lo
indican los sillares de caliza blanca insertados en su fábrica. También se
renovó, y así lo confirma este mismo tipo de piedra dispuesta en tres de las
hiladas de su paramento, el muro correspondiente a la nave lateral derecha. La
portada supuso el arquitecto que debió existir, y de los contrafuertes dice
que «existen vestigios que se pueden ver en el estado actual». Se completa
la fachada con una ventanita doblada y dos pequeños óculos.
Esta fachada había quedado profundamente
alterada por la adición de una serie de dependencias ya comentadas antes que se
derrumbaron cuando estaba en vías de tramitación el proyecto de restauración,
quedando abierto el templo por este frente.
La fachada oriental que corresponde a la
cabecera la forman los tres ábsides, de los que el central es más ancho y alto
en correspondencia con las mayores dimensiones de esa nave con respecto a las
laterales, y también más avanzado por ir precedido de un tramo recto presbiterial.
Cada uno de los ábsides secundarios cuenta con dos calles separadas por una
columna de doble orden que llega hasta el alero; en el principal son dos las
columnas que delimitan el triple espacio vertical. Como en otras de las fachadas
es aquí el muro del ábside meridional el que está marcado con varios sillares
de caliza blanca para avisar que esa fábrica ha sido renovada enteramente.
Puede resultar llamativo que tanto la imposta
como los cimacios de los capiteles de las ventanas del ábside sur son lisos,
mientras que los del correspondiente ábside norte que no se renovó son
taqueados. No ha sido un capricho del restaurador sino un metódico afán de
conservar o restituir todo a su forma primitiva, salvo cuando la desaparición
previa de un elemento constructivo obligó a recrearlo «ex novo» sin
conocimiento exacto de cómo era.
Las columnas están formadas por un primer tramo que apoya en una basa
prismática asentada sobre el suelo y se alza hasta la imposta inferior que
envuelve al fuste, y un segundo de menor diámetro sobre basa ática que llega
hasta la cornisa con interposición de un capitel. En la siguiente galería de
imágenes pueden verse los cuatro capiteles:
Capitel de la columna del ábside de la epístola (ábside izquierdo visto desde fuera).
Entrelazado calado de mucha profundidad y relieve donde los cordones quedan
separados del núcleo de la cesta.
Soberbio calado a base de tallos de acanto espinoso con palmetas y caulículos
que elevan sus volutas hasta los vértices de la cesta.
Acantos que vuelven hacia abajo sus puntas terminadas en bolas y cualículos que
sobresalen por encima de aquellos.
En la cara central se representa un león dominado y amansado por un personaje
que con su mano derecha sujeta la pata delantera derecha del animal mientras
posa la otra mano sobre la cabeza de éste. Un tallo vegetal rodea el cuerpo del
león.
Cara lateral derecha del mismo capitel
anterior. Un personaje arrodillado se inclina sobre el lomo del león reposando
en él su cabeza. El león, como es habitual en las representaciones románicas,
pasa la cola entre los cuartos traseros y la levanta por el vientre hasta el
lomo.
Las portadas
Portada norte
Es la única portada que se conserva
íntegramente en su estado primitivo. En época anterior a la restauración
general de la iglesia estuvo cubierta por un atrio, siendo este el acceso que
utilizaban los fieles para entrar al templo. Se abre en un arimez de poco
resalte similar al de la portada sur rematado superiormente por un tejaroz
sobre canecillos. El arco es de medio punto de triple arquivolta, la intermedia
de bocel sobre columnas encapiteladas y las otras dos lisas de
sección recta apoyando sobre jambas. Una chambrana ajedrezada envuelve el arco
y se prolonga a uno y otro lado por el paramento del arimez a modo de imposta.
Los capiteles de esta portada se encuentran muy deteriorados por su orientación
norte y por no haber sido objeto de ningún tipo de restauración.
En el capitel izquierdo se escenifican dos de
los pecados capitales: la lujuria y la avaricia. Sus representaciones son
típicas del románico y el lugar elegido para su exhibición también, pues no hay
que olvidar que esta portada es la que servía de acceso para los fieles. En la
cara externa puede apreciarse el conocido icono de la lujuria en forma de mujer
desnuda a la que dos serpientes muerden los pechos. En el ángulo de la cesta se
adivina al demonio instigando al pecado. En la cara interna parece
distinguirse un hombre, el avaro, de cuyo cuello cuelga una bolsa en la que
supuestamente guardaría su tesoro. Se completa la ornamentación de
la cesta con caulículos y la del cimacio con veneras en
cuyo interior se enmarcan palmetas. En el vértice debió haber habido una bola
de forma similar a lo que sucede en el otro capitel pero ha desaparecido.
En la cara externa del capitel derecho se ve
una figura humana a lomos de un cuadrúpedo. Aunque se han perdido los detalles,
la posición de la cola del animal pasando entre las piernas y extendiéndose por
encima del lomo, forma habitual de representar a los leones en la iconografía
románica, unido a sus enormes fauces denota que se trata de un león. Por su
parte, el que lo monta echado hacia adelante y con el brazo extendido bien
pudiera ser Sansón que intenta desquijarar a la fiera. En la cara interna otro
personaje cabalga sobre un cuadrúpedo, si bien aquí parece tratarse de un
caballero sobre su jumento. Este capitel, adosado al muro por el cimacio pero
con la cesta retirada del mismo, tiene tallada una tercera cara en la que puede
verse un animal de desproporcionada cabeza y orejas de felino. Caulículos en la
parte superior de la cesta y veneras en el cimacio forman el resto de la
ornamentación, además de la bola que aquí aún perdura.
Como el resto de esta portada el tejaroz es
todo él original. En la siguiente galería de imágenes se muestran
detalladamente cada uno de los canecillos que lo soportan:
Portada sur
Una de las novedades que según Gómez Moreno
había introducido el restaurador era «las arquivoltas interiores y
tejado de la portada meridional, que además fue remetida». Con respecto a
esto último, de la comparación del estado en que se encontraba antes de la
intervención y el que tiene ahora, no parece deducirse que se haya «remetido»
la portada pues el arimez es sensiblemente del mismo espesor en uno y otro
caso. El tejaroz hubo de ser rehecho, evidentemente, ya que en algún tiempo
pasado había sido aniquilado. En cuanto a las arquivoltas interiores ya se ha
dicho que esta portada se reconstruyó inicialmente tal como era hasta entonces,
con un solo arco, pero que se decidió más tarde reducir el hueco mediante otras
dos arquivoltas interiores y dotarlo de puertas con sus herrajes para poder
cerrarlo. El resultado es un arco de triple arquivolta, la primera y tercera
lisas de sección recta y la intermedia con la arista abocelada.
Las dos arquivoltas interiores descansan sobre
una imposta con perfil en pico de flauta cuyo plano inclinado se adorna con
veneras y una bola en cada vértice a imitación de la portada norte original.
Como ya ha quedado dicho el tejaroz de
esta portada había sido bárbaramente arrasado, por lo que hubo de hacerse de
nuevo. No obstante, los canecillos no dan la impresión de estar tallados
recientemente, por lo que bien pudieran haber sido tomados de otro lugar. En la
siguiente galería de imágenes se presentan todos ellos con suficiente detalle:
Aunque supuso el arquitecto que debió existir
una portada en este hastial y encontró vestigios de los contrafuertes que la
flanqueaban, lo cierto es que lo que aquí había era un conjunto de dependencias
repetidamente citadas más arriba que se habían derrumbado por sí solas antes de
comenzar la restauración. Puesto que había que dotar de cerramiento al templo,
si bien en un principio se había dejado abierto tal como estaba, propuso en el
proyecto de 1901 «Restaurar la fachada principal», así
como «hacer la portada por el estilo de la proyectada en la fachada
lateral derecha, por el estilo también, aunque más sencilla, que la existente
en la fachada lateral izquierda acompañándola de dos contrafuertes de los
cuales existen vestigios que se pueden ver en el estado actual». Esta portada,
en efecto, es muy similar a la que da acceso a la nave meridional, con el mismo
número y disposición de las arquivoltas y con impostas muy parecidas bajo los
arcos.
En vez de las veneras que se exhiben en la
imposta de la portada meridional aquí nos encontramos con haces de zarcillos
que definen unos espacios casi circulares en los que se inscriben flores
abiertas. De los vértices cuelgan las consabidas bolas que lucen igualmente en
las otras portadas.
Portada sur transepto
Con respecto a las portadas decía M. Aníbal
Álvarez en la Memoria de su primer proyecto (1895) que merecían mencionarse
entre otras puertas existentes dos de ellas: «... y las otras dos, si
bien posteriores, por tener impostas y capiteles de la época; estas dos puertas
son: la colocada en el mismo lado derecho que comunica a la Sacristía ...».
Esto quiere decir que al construir la sacristía adosada al frente meridional
del transepto se conservó esta portada como hueco de comunicación entre ambos
espacios. Su arco apuntado denota, como el arquitecto puso de relieve, que es
posterior a la construcción románica, aunque anterior a la de la sacristía. La
arquivolta interior carga sobre las jambas y la otra, formada por un gran
bocel, sobre columnas acodilladas de fustes más bien cortos rematados por
capiteles decorados. Una moldura de perfil de nacela envuelve el conjunto a
modo de chambrana no sobresaliente del lienzo mural.
Tanto el capitel de este lado como su cimacio y
la imposta en que se prolonga están bastante mutilados pues faltan las bolas
que adornarían los vértices así como las piñas, excepto una, que colgarían de
las hojas vueltas de la cesta del capitel. Lo mismo el cimacio que la imposta
se adornan con veneras de las que se repiten por todo el edificio. En el orden
superior de la cesta del capitel se desarrollan dos caulículos por cara y en el
centro un botón floral. Debajo, hojas de palma de cuyas puntas penderían piñas
desaparecidas como la que se conserva junto a la jamba. El fuste no es enterizo
sino compuesto por un tambor superior que se aprecia en la imagen y una única
pieza restante. El ábaco del capitel penetra en el muro una
profundidad tal que permite que descanse sobre él no solo la arquivolta
exterior sino también la moldura nacelada que la circunscribe, dato que se hace
notar aquí para contrastarlo con lo que sucede en el lado contrario.
La cesta de este capitel muestra tallos
vegetales, palmetas, una roseta centrada en cada cara y caulículos de tallo
perlado. El cimacio y la imposta son iguales a los del capitel opuesto, a base
de veneras de las que en la imposta sólo queda algún resto. También de este
lado se han arrancado las bolas que en su día colgaban de los vértices del
cimacio y la imposta. El fuste de esta columna es monolítico. Lo que llama la
atención en este extremo izquierdo del arco es que la nacela exterior así como
un esquinazo de la arquivolta y el propio capitel están incompletos y
supuestamente cortados. No parece probable que en la restauración se cometiese
tal atropello pues no había ningún motivo que condicionase la colocación de la
portada de tal forma que fuera preciso cortarla, por lo que se antoja más
razonable pensar que fue en el momento de adosar la sacristía cuando se cercenó
esa parte y que el arquitecto restaurador decidió conservarla y aprovechas lo
que había antes que rehacerla nueva.
Portada norte transepto
Esta portada no la menciona el arquitecto en
sus proyectos y es de suponer que la hizo por simetría con la del lado opuesto
del transepto en el entendimiento de que debió existir en algún momento para
comunicar esa zona de la iglesia con las dependencias monásticas. Lo cierto es
que el muro en el que ahora se encuentra desapareció al construirse la capilla
gótica que allí hubo, a la cual se accedía desde el transepto bajo un arco
carpanel cuya luz era prácticamente toda la anchura de esa nave transversal.
Está formada únicamente por un arco apuntado
sobre jambas sin ningún ornato ni chambrana y se encuentra cegada.
Las ventanas
Todas las ventanas responden a la misma
tipología: arco de medio punto de dos arquivoltas, la exterior lisa
apoyando sobre el muro y la interior de arista abocelada volteando sobre
columnillas con capiteles; chambrana ajedrezada al igual que las impostas. El
vano es generoso en las ventanas de los ábsides, algo menor, aunque no en todas
iguales, en las de las fachadas de las naves y más estrecho, casi
de aspillera en las del cimborrio. Existen tres en cada una de las
naves laterales, una en cada uno de los ábsides menores y dos en el mayor y
cuatro en las caras orientadas a los puntos cardinales del cimborrio; en total
catorce ventanas que se presentan a continuación.
Fachada sur
Ventana izquierda
El capitel izquierdo llena toda la
superficie de la cesta con tallos cauliculares estriados y entrelazados,
estando formado el cimacio por tres baquetas horizontales. Esta decoración a
base de baquetas desborda el cimacio y se prolonga hacia la izquierda por el
muro hasta topar con el husillo de este lado dando lugar a la línea de imposta.
Es de notar que este fragmento de imposta que no sigue la tónica general en la
utilización del taqueado no se hizo así por decisión caprichosa del arquitecto
restaurador sino que se respetó la anterior incongruencia.
El capitel derecho decora su cesta con rosetas inscritas en roleos
por encima de los cuales aparecen las consabidas volutas. El cimacio es
ajedrezado como continuación de la imposta.
Ventana central
El capitel izquierdo presenta en la
parte superior de la cesta los clásicos caulículos y en la inferior hojas de
palma y de acanto. En el cimacio veneras con doble palmeta trifoliada en su
interior y la tan repetida bola en el vértice.
El capitel derecho también presenta un juego de caulículos en la
parte superior de la cesta y debajo una serie de veneras con dobles palmetas
trifoliadas parecidas a las que adornan su cimacio.
Ventana derecha
El capitel izquierdo adorna su cesta
con hojas de palma que giran sus puntas hacia el exterior pendiendo de ellas
pomas esféricas. Por encima asoman caulículos y un taco central. El cimacio
muestra las típicas veneras con dobles palmetas trifolias inscritas.
El capitel derecho presenta tallos
vegetales entrelazados en cuyos extremos lucen palmetas o volutas. El cimacio
se decora con una cenefa de roleos y palmetas trifolias en su interior.
Fachada norte
Ventana izquierda
El capitel izquierdo se adorna en su
parte inferior con abultadas hojas de palma y en la superior con caulículos,
dejándose ver entre los dos de la cara interna una cabecita de niño mofletudo.
El cimacio muestra las típicas veneras con dobles palmetas trifolias.
El capitel derecho, de carácter
figurativo, presenta en la cara exterior un personaje que cabalga sobre un
cuadrúpedo y que vuelve su torso hacia afuera apoyando su mano izquierda en la
parte trasera del animal mientras la derecha la tiene entre sus fauces como
siendo devorado. El animal es seguramente un león por la forma característica
en que se representa su cola y por su actitud devoradora. En la cara interna se
muestra un caballero sobre su montura perfectamente enjaezada. Por encima de estas
figuras asoman los típicos caulículos. El cimacio es liso.
Ventana central
El capitel izquierdo de esta ventana
adorna su cesta con los consabidos caulículos estriados en la parte alta y con
tallos vegetales que se extienden y enlazan por el resto del tambor. Va
coronado por un cimacio liso con una bola en la arista.
El capitel derecho está muy
deteriorado y escasamente permite adivinar dos personajes en su cara externa,
uno en cuclillas y el otro algo más erguido. En la parte alta sí se ven los
manidos caulículos. El cimacio, como el del capitel opuesto, es liso con una
bola en la arista.
Ventana derecha
El capitel izquierdo es de profunda
talla calada a base de vástagos que terminan en volutas que suplen a los
caulículos de siempre. El cimacio es continuidad de la imposta ajedrezada.
El capitel derecho es de una talla
muy pobre y somera tanto en las hojas de palma inferiores como en los
caulículos de la parte alta. El cimacio es ajedrezado.
Cabecera
Ábside sur. Ventana izquierda
El capitel izquierdo llena su cesta
con altas hojas de palma de cuyo extremo superior cuelgan frutos en forma de
bola. Unos caulículos muy sencillos sobresalen por encima. El cimacio es liso.
El capitel derecho es muy parecido al
opuesto con la única salvedad de que aquí se alternan los frutos esféricos pon
las piñas.
Ábside sur. Ventana derecha
El capitel izquierdo exhibe una serie
de roleos y palmetas por todo el tambor cuyos extremos parten de la boca de una
máscara con forma de cabeza de animal situada en el centro de la cara interior.
El cimacio es liso.
El capitel derecho muestra un
conjunto de ocho pelícanos agrupados por parejas que elevan sus picos hacia el
vértice del tambor o entrelazan sus cuellos y se picotean. El cimacio es liso.
Ábside central. Ventana izquierda
El capitel izquierdo evoca la lujuria
simbolizada por tres simios de los que el central, sentado, con las manos y los
pies sobre el collarino y las piernas muy abiertas, mostraría sus órganos
genitales que han sido cercenados. En la cara externa de la cesta aparece una
serpiente que le habla al oído, seguramente incitándole al pecado. Se completa
la decoración con roleos y palmetas más los caulículos acostumbrados. El
cimacio es de roleos y palmetas.
El capitel derecho ofrece dos
máscaras, una en la arista y la otra al fondo de la cara interior, de cuyas
bocas brotan tallos vegetales que se desarrollan y cubren la parte baja del
tambor. En la alta los típicos caulículos. El cimacio está ornamentado con
roleos y palmetas.
Ábside central. Ventana central
El capitel izquierdo presenta una
franja inferior de roleos y extraños vegetales carnosos en la zona central que
vuelven sus puntas al modo en que se suelen representar las hojas de palma. En
la parte superior se ven los caulículos característicos. El cimacio se adorna
con roleos.
El capitel derecho. Dos personajes
ricamente vestidos parecen abrazarse ocupando la cara interior de la cesta y la
zona inferior de la otra cara, completándose la escena con ornamentación
vegetal. Caulículos en la parte alta del tambor y roleos con una bola en el
cimacio.
Ábside central. Ventana derecha
El capitel izquierdo presenta en su
cara interna dos cabezas de animales una de las cuales parece querer devorar a
una persona a quien sujeta por el brazo otro personaje que se muestra
arrodillado en la cara externa. Los típicos caulículos en la parte alta del
tambor y roleos con palmetas decorando el cimacio.
El capitel derecho está compartido por aves y seres humanos de los
que el de la derecha sujeta con sus dos manos una serpiente. La persona de la
cara interior parece ser femenina y estar desnuda. Asoman por encima de esta
escena los típicos caulículos decorándose el cimacio con grandes roleos y
palmetas.
Ábside norte. Ventana izquierda
El capitel izquierdo deja ver dos
personajes, uno en la arista del tambor y el otro en el extremo de la cara
interna, que en posición sedente o acuclillada apoyan en el collarino los
brazos y las piernas, estas muy abiertas mostrando claramente los órganos
genitales. Las cabezas parecen humanas aunque las posturas son simiescas. Hay
también hojas de palma con bolas y caulículos. El cimacio es ajedrezado.
El capitel derecho pone en escena a Sansón desquijarando al león.
Sobre ellos los consabidos caulículos. El cimacio es ajedrezado.
Ábside norte. Ventana derecha
El capitel izquierdo adorna toda su
cesta con roleos en los que se inscriben palmetas y con dos caulículos por cara
en la parte superior. El cimacio es taqueado.
El capitel derecho se adorna con dos filas de veneras que rematan los
extremos de los tallos en palmetas trifolias y con caulículos en lo alto del
tambor. El cimacio está tallado con decoración jaquesa.
Cimborrio
Ventana cara este
El capitel izquierdo presenta en la
cara externa un personaje ataviado con túnica que de pie y hierático posa sus
dos manos sobre el lomo de un cuadrúpedo al que le falta la cabeza pero que por
otros signos parece ser un león. En la otra cara del tambor se sitúa otro
personaje con atuendo parecido que también está de pie pero por delante de su
respectivo león, sin que quede clara su actitud pues le falta la cabeza y los
brazos. En la parte superior de desarrollan los manidos caulículos. El cimacio
posee talla ajedrezada.
El capitel derecho muestra en la
parte inferior de su arista una paloma sobre la que dos gallos afrontados
colocan sus cabezas. Por encima de ellos, en el centro de cada cara de la cesta
aparecen sendas cabezas humanas. El cimacio se adorna con veneras y palmetas,
sobresaliendo de su arista una máscara animal.
Ventana cara sur
El capitel izquierdo se encuentra
bastante deteriorado, sobre todo en su cara interna. En la externa se ve un
león con la cabeza baja que debería estar afrontada con la del correspondiente
león de la otra cara que ha desaparecido. Caulículos en la parte superior de la
cesta y veneras enlazadas en el cimacio.
El capitel derecho ofrece una escena
de lucha entre dos personajes que ocupan la posición central, mientras un
tercero permanece de pie y con los brazos cruzados en medio de la cara interior
de la cesta. Cuenta ésta con los repetidos caulículos y adorna su cimacio con
un ajedrezado.
Ventana cara oeste
El capitel izquierdo se encontraba recubierto
de mortero y restos de la derruida cubierta dejando ver solamente la parte
inferior de su tambor, y el derecho presentaba también un cierto grado de
destrozo en el cimacio, que ha sido sustituido, y en la cara interior del
tambor y del collarino.
El capitel izquierdo acusa las
secuelas de su anterior situación y tiene cercenada una de las patas del león y
la pierna del personaje que cabalga sobre él. Tiene roto el collarino por su
cara interior y en general está muy deteriorado, por lo que no es fácil
adivinar qué tipo de animal es el que aparece al fondo de esa cara ni la
actitud del personaje que se sitúa de pie en el centro. El cimacio también es
el original y está decorado con roleos y rosetas. El ábaco está bastante
estropeado.
El capitel derecho es el primitivo conservado a pesar de lo maltrecha
que está la parte inferior de la cara interna y el collarino. El cimacio sin
embargo es nuevo y distinto del original adornándose ahora con roleos y
palmetas. La cara externa del tambor la ocupa una barca que muestra el tajamar
rematado por dos pequeñas volutas y sobre él un mascarón de proa constituido
por un busto de aire clásico. De pie sobre la barca un personaje ataviado
también a la manera clásica empuña una lanza corta que alza con la mano derecha.
En la cara interna se ve arriba otra figura humana de alguien que sujeta o se
sujeta con las dos manos a una banda que le apoya sobre los hombros y le vuelve
por detrás de la cabeza. Se completa la escena con caulículos que ascienden
hacia los vértices. El cimacio es nuevo y decorado con roleos y palmetas.
Ventana cara norte
El capitel izquierdo está bastante
estropeado, lo que impide hacerse una idea clara de lo que representa la escena
tallada en su tambor. Se aprecian tres personajes ataviados a la manera de los
soldados romanos a dos de los cuales les falta la cabeza y parte de los brazos.
El que está más completo parece sujetar con su mano derecha algo que tiene en
la boca, quizá un instrumento de viento, mientras con la izquierda recoge el
borde de su capa. Del personaje central se adivina el brazo derecho alzado como
llevándose la mano a la cabeza, aunque ni una ni otra existen. Por lo demás se
ven los típicos caulículos en la parte superior y un cimacio adornado con
veneras enlazadas en cuyo interior se inscriben palmetas.
El capitel derecho utiliza todo la
ornamentación vegetal: hojas de palma y caulículos en la cesta y veneras con
palmetas en el cimacio.
El cimborrio
Sobre el crucero se alza un cimborrio de planta
ochavada, es decir, en forma de octógono irregular cuyos cuatro lados
orientados a los respectivos puntos cardinales son mayores que los otros
cuatro.
En los lados mayores se abren sendas ventanas
mientras que los lados menores son ciegos y presentan en el centro de sus caras
una columna que llega hasta la cornisa y se remata con un capitel. En
horizontal están recorridos todos los paramentos por una doble imposta
ajedrezada, la superior a nivel del arranque de los arcos de las ventanas como
prolongación de sus cimacios y la inferior al pie de las ventanas. Estas ya han
sido descritas en el apartado anterior por lo que queda presentar a
continuación los cuatro capiteles de sus respectivas columnas.
Capitel del lado SE
Este capitel repite en sus tres caras casi
exactamente el tema ya visto en la cara interna del capitel izquierdo de
la ventana oriental del mismo cimborrio, es decir, un personaje que de pie
y en actitud hierática se sitúa detrás de un león en cuyo lomo posa sus manos.
En este caso se trata de parejas de leones afrontados que comparten cabeza. En
los vértices por encima de las cabezas de los leones asoman los característicos
caulículos.
Capitel del lado SO
Este capitel de composición simétrica presenta
a cada lado un animal cuadrúpedo, seguramente un león, abrazado o asido por el
cuello por un personaje masculino. Los supuestos leones, de larguísimas colas,
las entrelazan y elevan hacia los vértices de la cesta siguiendo la dirección
de los caulículos que la rematan.
Capitel del lado NO
Este capitel está sumamente estropeado habiendo
perdido buena parte de la talla. Queda un animal que se asemeja a un león y un
personaje agachado en actitud imprecisa. Se ven también los extremos de los
caulículos.
Capitel del lado NE
Tres parejas de leones, una por cada cara, que
unen sus cuartos traseros y elevan sus cabezas. Muestran la típica
representación de la cola pasando entre las patas y ascendiendo por el vientre
hasta el lomo. Sendas cabezas humanas asoman en lo alto de las aristas del
tambor. En la parte superior se destacan los repetidos caulículos.
Los canecillos
Las cubiertas vuelan sobre los muros en todos
los casos formando aleros. Esto es así no solo en las líneas bajas de los
faldones de las naves y del transepto sino también en los hastiales y en los
ocho lados del cimborrio. Dichos aleros están soportados por canecillos de rica
y variada composición iconográfica. Se irán presentando a continuación por
tramos.
Cabecera
Tramo izquierdo del ábside sur
Tramo derecho del ábside sur
Tramo izquierdo del ábside central
Tramo intermedio del ábside central
Tramo derecho del ábside central
Tramo izquierdo del ábside norte
Tramo derecho del ábside norte
Lado oriental del brazo sur del
transepto
Lado occidental del brazo sur del
transepto
Lado oriental del brazo norte del
transepto
Hastial del brazo norte del transepto
Lado occidental del brazo norte del
transepto
Nave meridional
Dada la longitud de
este alero se presenta fragmentado en tres tramos, pudiéndose ver la secuencia
completa debajo.
Nave septentrional
Dada la longitud de este alero se presenta
fragmentado en tres tramos, pudiéndose ver la secuencia completa abajo.
Nave septentrional
Nave central alero sur
Dada la longitud de este alero se presenta
fragmentado en tres tramos, pudiéndose ver la secuencia completa debajo. Los
dos primeros canecillos contados por la izquierda quedan ocultos por el husillo
si se miran de frente, por lo que sólo aparecen 27 de los 29 con que cuenta en
total.
Nave central alero norte
Dada la longitud de este alero se presenta
fragmentado en tres tramos, pudiéndose ver la secuencia completa debajo.
Los cuatro últimos canecillos, los situados en el extremo derecho, quedan
ocultos por el husillo si se miran de frente, por lo que sólo aparecen en la
fotografía general 24 de los 28 con que cuenta en total. En la triple imagen
seccionada sí se muestra la totalidad de los canecillos
Nave central alero hastial
Cimborrio
Cara E
Cara SE
Detalle
Cara S
Cara SO
Cara O
Cara NO
Cara N
Cara NE
Próximo Capítulo: San Martín de Frómista (continuación)
Bibliografía
ÁLVAREZ Y AMOROSO, M. A.: Proyecto de
presupuesto de las obras necesarias para restablecer el culto en la Iglesia de
San Martín de Frómista. Ms. del Archivo Central del Ministerio de Cultura,
Madrid, 1896.
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