ARTES
DECORATIVAS MUDÉJARES EN CASTILLA Y LEÓN
La presencia de musulmanes y su actividad
artística en tierras de Castilla y León está cada vez más probada por los
restos monumentales y en especial militares que aparecen en toda la región, así
como por los hallazgos arqueológicos que en los últimos tiempos vienen a
demostrar su actividad cotidiana en el período altomedieval. Lo mismo que la
toponimia viene a combinar algunos términos, que tanto nos prueban la realidad
de esos nombres árabes con otros de origen mozárabe y que llegan en las
sucesivas repoblaciones. Se da el caso de que muchos lugares de esta
procedencia aglutinan el recuerdo de atalayas, almenaras, qubbas y mezquitas,
con mayor o menor veracidad arqueológica. Los trabajos en esta línea, comenzados
hace ya mucho tiempo por Luis Caballero y Juan Zozaya y los continuados en
momentos más recientes por éste último, así lo prueban, amén de las
excavaciones llevadas a cabo en tierras de Segovia y Valladolid.
La línea defensiva de torres y fortalezas en la
Marca Media de Al-Andalus y en especial las vinculadas con la fortaleza de
Gormaz, tendrá una pervivencia a lo largo del período altomedieval y con los
nuevos repobladores cristianos del norte, así como en las nuevas ciudades y
villas creadas en especial, a partir de Alfonso VIII se harán presentes los
moros acogidos al régimen foral de muchas de estas poblaciones, viviendo en
morerías perfectamente delimitadas y ejerciendo trabajos agrícolas y
artesanales de los que la nueva población era deficitaria. Aparte de ciudades y
villas como Ávila, Segovia, León, Valladolid, Ayllón, Sepúlveda o Monzón de
Campos, por sólo citar algunas de las más conocidas por sus restos
arqueológicos y documentales, en otros lugares comienza a darse cada vez más
frecuentemente la presencia de siervos moros o mudéjares que configurarán a
partir del siglo XII su repercusión en algunos temas artísticos y ornamentales
del nuevo estilo románico internacional de origen francés, patrocinado por los
monjes cluniacenses y difundido por los caminos de peregrinación europeos.
En tierras de Segovia y Soria, el mencionado
estilo se viste de formas islámicas en portadas, arquerías y bóvedas, sea en
las iglesias del Duratón Sepúlveda, en San Juan de Duero y San Juan de Rabanera
en Soria y en San Miguel de Almazán. Hay parroquias segovianas que muestran
bien a las claras la existencia de un grupo artesano de mudéjares carpinteros
toledanos, como es el caso de San Millán y San Lorenzo, situándose en este
barrio una de las morerías más importantes en el siglo XIII, época en la que
hay que pensar que algunos monasterios castellanos como Las Huelgas de Burgos y
Santo Domingo de Silos ya disponen de una importante mano de obra de estos
siervos, incluso algún monasterio como el de Clarisas de Carrión de los Condes,
también nos ha permitido ver la mano de obra de carpinteros mudéjares en esa
misma época.
También el Obispado de Palencia y me inclino
asimismo por el de Zamora, disponen de obreros de éstas características, más o
menos patente en algunas manifestaciones arquitectónicas religiosas cristianas
y luego en obras militares que darán como consecuencia el conocido pleito entre
el obispado palentino y el poder real a lo largo de todo un siglo. Realmente,
podemos afirmar que la mano de obra musulmana era muy considerada en cuanto a
técnicas de albañilería y carpintería, cuando no sus motivos decorativos e
icónicos se copiaban y repetían en el arte cristiano internacional.
ARTES
DECORATIVAS ISLÁMICAS EN CASTILLA Y LEÓN. ORÍGENES E IMPORTACIÓN
Sin embargo, la mayoría de objetos, vinculados
con las artes decorativas en este período, tienen claro origen en las tierras
de Al-Andalus y posiblemente llegan acompañando reliquias y objetos de regalo.
Este es el caso de cajas, relicarios y estuches de plata, azófar, marfil y
madera. Tan sólo muestran haber sido elementos domésticos y de uso in situ, los
bronces de Monzón de Campos. Lástima, que nadie haya excavado Los Castrillones,
junto al río Carrión y la salida de ambas piezas de su lugar de origen por venta
hace más de un siglo, haga más difícil comprender la procedencia y
funcionalidad de tales. En el caso contrario, la llegada de objetos artísticos
musulmanes a tierras palentinas, tras la conquista de Almería en 1147, bien
pudo haber sido un buen ejemplo de esas relaciones artísticas de ida y vuelta,
más incluso nada ha quedado en su sitio con el paso del tiempo. Los tejidos
árabes por su vinculación a relicarios singulares se han conservado en algunos
monasterios y colegiatas, incluso se habla en algunos casos de artistas
«tiraceros» en el siglo XI, que trabajan para el rey leonés Alfonso V y a los
que denomina «muzaraves».
Hay que remitirse a telas orientales
«baldaquíes» y bizantinas en el siglo XII, tanto en San Isidoro de León, en el
Salvador de Oña o en San Juan de Ortega, hasta llegar a las telas almohades de
las Huelgas de Burgos o las nazaríes de Villalcázar de Sirga, sobre las que se
volverá a tocar este apartado mudéjar castellano. El hecho de alguna obra de
carpintería, como las dos puertas existentes en Las Huelgas de Burgos, bien
avala por un lado la entrada de una pieza taifa de las traídas tras la
conquista de Almería y adaptada por artesanos mudéjares del monasterio, lo que
prueba su actividad allí a mediados del siglo XII, o la realización de la
segunda de las puertas totalmente por estos mudéjares, años después. Quizás la
cerámica, por su acomodación al terreno y por ser arte de lo cotidiano podría
ponernos en contacto con morerías establecidas y con artesanos dedicados a ese
oficio de la tierra. A los hallazgos arqueológicos de Gormaz, claramente
califales y a otros posteriores en el castillo, se han venido a sumar los de
Peñafiel, Agreda, Medinaceli, Osma, los ya antiguos que publicó Lázaro de
Castro en Cea (León) y los más recientes hallazgos en la morería de Valladolid
y en el entorno.
ARTES
DECORATIVAS MUDÉJARES EN CASTILLA Y LEÓN. GRUPOS SOCIALES. MATERIALES Y
TÉCNICAS
Lo cierto, es que como puede verse hay un
excelente substrato de presencia musulmana y de restos artísticos en tierras de
Castilla y León por lo menos en lo que atañe a materiales como el ladrillo, la
madera, el yeso o el tapial, pero tampoco convendría olvidar otras artes
aplicadas como el cuero o los tejidos. Y como siempre, aunque no documentada de
nombre o procedencia, son variadas las obras que se vinculan con estos moros
castellano-leoneses, aunque por lo general haya quien prefiere hablar de la
procedencia toledana de tales manifestaciones.
A la hora de abordar las artes decorativas
mudéjares en Castilla y León surgen tres cuestiones de arranque, aparte de la
consabida reflexión sobre las artes decorativas como artes secundarias o
auxiliares al lado de las Bellas Artes: Arquitectura, Escultura y Pintura. Tema
que ya de antiguo se obvió, más cuando es patente que algunas culturas, como
las orientales, dan mayor importancia a estas artes que a las propiamente
constructivas, visuales o plásticas. Aparte de ello, quien se formó y preparó
hace muchos años como profesor de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, título
del que me enorgullezco, siempre tendrá a gala reivindicar tales artes menores,
decorativas, aplicadas o industriales, que falta de nombre no tienen claro
está, y que en muchos casos no sólo llenan nuestros museos, sino que forman
parte de nuestra vida cotidiana, con esos innumerables objetos que nos
sobrevivirán incluso y que si Dios no lo remedia, formarán parte de
excavaciones del siglo XXII o en adelante, o llenarán museos al uso, para los
que auguro, cambio de denominación. Hoy día sólo en un concepto museológico
dieciochesco se comprende la nominación de Museo de Artes Aplicadas, Museo de
Cerámica, Museo del Traje y otros similares, cuando los países anglosajones ya
hace tiempo que englobaron estos aspectos dentro de Museos de Antropología,
Culturas o Civilizaciones. Decía que había tres cuestiones que atañen al arte
mudéjar en sí y que están en la cabeza de todos: ¿es sólo un estilo ornamental
el denominado arte mudéjar?, ¿Valen y son de recibo las denominaciones de
románico y gótico de ladrillo o de románico y gótico-mudéjar?, y finalmente,
¿éste es simplemente un arte de moros?
Evidentemente las tres cuestiones primeras
tienen una respuesta a mi particular entender: Creo que lo dijo Menéndez
Pelayo, y se nos olvida cíclicamente, «el arte mudéjar es el único estilo del
que podemos enorgullecernos los españoles». Realmente es nuestro y va ligado a
nuestra cultura medieval y moderna. De la misma forma, Guastavino reivindicó la
idea de un metaestilo siguiendo las indicaciones de Calzada y dejando de lado
las dudas de algunos expertos del arte español como Torres Balbás y Chueca, y
haciendo ver la pervivencia y vitalidad de este estilo que se acomoda a todas y
cada una de las regiones españolas y se traslada a la América latina de forma
muy peculiar. Está claro también que las denominaciones históricas esgrimidas
en la segunda cuestión es algo que se repite cíclicamente también, para no
aceptar la denominación de estilo. Es el mismo caso, de quienes quieren buscar
denominaciones piadosas y bien sonantes para realidades que no hay que
encubrir. Parece, como si no quisiéramos aceptar la evidencia del estilo y arte
mudéjar, para el que hemos utilizado las denominaciones de arte
hispanomahometano, mixtiárabe y otras lindezas. Y recientemente Ruiz Souza en
la línea de la escuela Camón-Bango, nos sorprende con la aplicación del término
arquitectura aljamiada en el caso castellano. De acuerdo, en que como decía mi
maestro de árabe, el desaparecido profesor Fernando de la Granja, en el primer
Simposio de Mudéjar de Teruel, la denominación de mudéjar iba cargada de
matices peyorativos, pues a fin de cuentas, los que se quedaban de «mudayan»,
eran simplemente unos cobardicas que no tenían fuerzas para huir al sur y
emprender una nueva vida. Pero, como pasa a menudo en el mundo del arte, los
conquistados (Grecia capta) se convierten en los creadores del lenguaje
artístico de los vencedores y eso es lo que pasó en España. Muy pronto, tanto
en las Bellas Artes, como en las decorativas o aplicadas, esa mano de obra
impuso materiales, técnicas y sistemas de trabajo, tal y como ha valorado
Gonzalo Borrás.
Porque de lo que de verdad se trata en el arte
mudéjar, es más de un sistema de trabajo que niega la estructura y que prefiere
la decoración. Y es que los materiales que emplea el arte mudéjar son comunes
al arte hispano-musulmán y gran parte de las manifestaciones mediterráneas,
pero sin embargo, la sabiduría y la validez de la obra artística residen en el
sistema constructivo, las técnicas desarrolladas y el lenguaje artístico que define
la obra final.
Así, ni el ladrillo cambia con otros colores o
formas, textura, cochura, pasta o mortero, sino que se adapta a una medida o
módulo proporcional, se articula en frisos, arcos, plantillas o esquinillas y
jugando con planos decorativos y ornamentales obtiene su mejor resultado. El
yeso juega asimismo con los efectos de luz, volumen y proporción, se sirve del
lenguaje arquitectónico: marcos, alfices, paneles y frisos o arrocabes. Se
contagia de una valoración simbólica en compañía de la epigrafía, la heráldica
o de los temas figurativos y animados que le aportan color y vida. El tapial
deja de ser un elemento estructural y sustentante a secas, oscuro y neutro para
acompañarse de enlucidos, careados, enjalbegados o la siempre presente proporción
y módulo humano. La madera, arte por excelencia mudéjar, logra unir a sus
factores de resistencia a la torsión y flexión una modulación única que engloba
la más perfecta valoración de lo ornamental y de lo simbólico, unidas a la
capacidad de cubrir amplios vanos, aligerar estructuras y convertir la más
humilde de las techumbres en un trasunto del paraíso o de la representación de
toda la corte celestial. Y la piedra, alabastro, cerámica o los materiales
presentes en todas las artes industriales o aplicadas: cuero, metal, textiles o
miniatura... se dejan contagiar por la misma demanda y fin artístico,
ornamentación, proporción y un funcionalismo sencillo, acomodado a los
materiales y a sus técnicas o sistemas de trabajo.
Por otra parte, la cuestión de si el arte
mudéjar era simplemente un arte de moros para sus señores o nuevos amos, se
invalida sola y se complementa con las innumerables obras que hacen tales
industriosos artesanos para cristianos, judíos y francos, de la misma forma que
constatamos que poco a poco los mismos cristianos y gentes venidas de allende
nuestras fronteras, caso de germanos y flamencos en el siglo XV, aceptan
encantados tales recursos y técnicas, por no citar a los judíos, francos y
cristianos que se documentan en estas obras a lo largo de toda la Baja Edad
media española.
Lo que verdaderamente justifica el éxito del
arte mudéjar en España, es la situación socio-histórica que vivimos a partir
del siglo XI. Evidentemente los avances cristianos hacia el sur y el repliegue
musulmán tienen sus altibajos y más con la llegada de refuerzos del Magreb
(almorávides, almohades y benimerines) que dejarán su huella en el arte y
lenguaje medieval. Y por ello, hay quienes prefieren mantener y utilizar la
terminología de arte hispano-musulmán hasta la entrada cristiana en Granada, si
bien tenemos constancia del trasiego de musulmanes, moros y cristianos entre el
Norte y Sur, entre las tierras reconquistadas y ante los avatares
socio-políticos medievales: guerras, civiles, pestes, emigración... Pero, lo
que no hay que olvidar y en eso tengo siempre presentes las palabras de uno de
los grandes maestros de la Historia medieval española, Julio González, que
después de leer mi tesis por dos veces, ya que fue el presidente del tribunal,
aseveró y me apoyó en mis reivindicaciones en las que pretendía justificar el
desarrollo de los artes mudéjares en momentos críticos de Castilla y León, como
es el caso de las guerras con Aragón en el siglo XI, el nacimiento y elevación
de las grandes catedrales y el desarrollo de una arquitectura monástica que
rapiñaron todos los diezmos del clero rural y dejaron la mayoría de iglesias
románicas destechadas e inacabadas. Habría que hacer un inventario de cuántas
iglesias románicas, fuera de esos parámetros monásticos, camino de peregrinos y
fundaciones reales, llegaron a buen fin. Yo he visto y recogido muchas de las
castellano-leonesas, sin cubiertas, ni naves hasta muy avanzado el siglo XV.
Si a esto se une la situación de guerra civil
del siglo XIV, la peste negra y sus secuelas y por otro lado, de nuevo la
llegada de granadinos a Castilla que posiblemente son los responsables de un
tipo de arquitectura de tapiales y yeso que serán las más representativas de la
Casa Trastámara, tenemos una visión distinta y más heterodoxa de la habitual
que divide y separa ambos territorios, cristiano y musulmán, como espacios
asépticos. Como puede verse, el arte mudéjar se amolda a necesidades, tanto en
el clero rural, como en la demanda y reforma conventual desde el siglo XIII-XIV
y luego ganará su enorme éxito en el siglo XV y en el XVI con la gran cantidad
de casas, palacios y fortalezas o edificios sociales que se construyen por
encargo de los nuevos señores y una nueva riqueza agrícola y ganadera que en
estas tierras castellano-leonesas acuñara el dicho, de «que no se llame señor,
quien en Campos no tenga un terrón».
TRAZAS E
ICONOGRAFÍA
La ventaja del arte mudéjar es la baratura,
rapidez y sencillez de su obra, que la hacen claramente competitiva con otros
sistemas de trabajo, como la cantería o los sistemas de bóvedas que precisan de
expertos y no sólo materiales de calidad, sino buenos caminos, canteras
cercanas y una organización del trabajo para décadas. El empleo de materiales
del terreno y su adecuación a trabajos de albañilería, carpintería o yesería a
una organización sencilla y sin costosos transportes, permiten no sólo
construir en tiempo récord, sino un importante movimiento de talleres y grupos
de artesanos por toda la zona. La organización de estos artesanos, así como sus
técnicas y sistemas de trabajo nos son conocidas por la valoración que se hace
de una medida de tapia, delimitada en varas castellanas o pies, así como en la
escuadría de las vigas que se acomoda perfectamente al transporte sobre
caballerías, más que el de carretería y los sistemas de trabajo que permiten a
los artistas en algún caso trabajar en equipo, bajo el control de un alarife o
albañil o que aceptan que un carpintero trace cubiertas a distancia, a partir
de cartabones y piezas muy definidas que tanto sirven para la estructura, como
para los elementos decorativos.
Y aquí está el tema de los trazados y
modulación del arte mudéjar y lo que le puede definir como estilo artístico,
pues sus módulos (ladrillo, rejola, jácena o tirante), al igual que las medidas
de los tapiadores y yeseros o aljeceros son parte fundamental del diseño
artístico de este estilo y de todo el período medieval en el que se manifiestan
las obras mudéjares. Por si fuera poco, las manifestaciones artísticas del
mudejarismo que comparten con lo hispanomusulmán, no sólo su mal llamado
aniconismo, sino su horror vacui, su atracción por la geometría y unas formas
figurativas que hacen evolucionar las formas animales y vegetales en una clara
degradación simbólica, aquí se manifiestan con una valoración nueva de una
iconografía, en la que habitan y participan muchos de los temas medievales
literarios y cotidianos. Ya es hora de romper una lanza por la valoración
icónica de algunas formas geométricas, caso de la lacería o las geometrías como
un soporte de un sociograma específico de este arte hispanomusulmán occidental.
Creo haber demostrado en alguna ocasión anterior que los trazos geométricos
encubren formas animadas y símbolos de la tradición más antigua u oriental.
Otro tanto pasa con los mitos del mundo clásico que habitan en las pinturas de
las techumbres mudéjares castellana-leonesas y donde tanto personajes como
Hércules y sus trabajos, la guerra de Troya, Apolo y las musas y naturalmente
los temas bíblicos y religiosos que encargan los nuevos comitentes se revelan
con una claridad primigenia.
Los nuevos patronos son ahora algunas
parroquias, comunidades conventuales y patronos seglares que buscan acomodo en
sus casas y un panteón o recuerdo para su muerte. Lo que decía Doña Mencía de Mendoza
al condestable de Castilla en Burgos: «Ya tiene mi señor, casa para morar y
capilla para yacer».
Obstinarse en una falta de figurativismo y en
la imagen abstracta de este arte o estilo, es no levantar los ojos hacia esas
techumbres, donde lo mismo se representan los apóstoles y símbolos del Credo, a
petición de sus patronos religiosos, o donde se caricaturizan rostros
contemporáneos, temas de apólogos y cuentos del momento y hasta se hace burla
social y religiosa. Creo haberlo demostrado ya hace años en el claustro de
Silos, donde campan las historias del zorro Renard y del Libro de los Gatos, y
otro tanto puedo decir de algunas obras civiles similares.
PIEDRA
Cierto es que la piedra se ha asimilado más con
los estilos occidentales medievales, por sus características técnicas, labra o
cantería y su empleo en la arquitectura religiosa de un cierto nivel y recursos
económicos. La piedra que forma parte de estructuras románicas, de
cimentaciones, muros y soportes tiene sin embargo también una valoración
simbólica ornamental, sea en fachadas, vanos, arcos, elementos funerarios o en
algunas bóvedas de nervios. No vamos a perseguir su empleo dentro del arte
altomedieval y del pasado hispanomusulmán que matiza algunas obras, imitando
las bóvedas cordobesas, las fachadas de la mezquita o las arquerías de
claustros o frisos decorativos, donde se repite la articulación y modulación de
la maqsura cordobesa y el mismo juego de vanos y arcos ciegos de la portada de
San Esteban. En fin, son formas y recursos ornamentales que tiene su
pervivencia en algunas portadas de templos castellanos, incluso catedrales,
pero también de la misma forma las arquerías ciegas que aligeran los ábsides
románicos toresanos de cantería tendrán su continuación en varios tipos de
articulaciones de arquillos y frisos de ladrillo.
Por lo general, las obras de cantería con estas
características han sido generalmente adscritas a un elemento ornamental de
origen hispano-musulmán, caso de la portada del Obispo en la catedral zamorana,
las arquerías de San Juan de Duero en Soria, las bóvedas de Almazán y de la
capilla de Talavera en la catedral salmantina, o las numerosas fachadas del
románico segoviano y soriano, en especial en el valle del Duratón. Otros
elementos pétreos tienen más de ornamento simple, como son los sepulcros de
Mudarra, procedente de Arlanza en la catedral de Burgos, o el del Museo
diocesano palentino, o el de la Magdalena de Zamora.
Hay piedra interpretada y labrada con una
geometría exquisita, como la celosía del claustro de San Andrés de Arroyo en
Palencia. Un hecho que pudiera pasar olvidado y sin consideración como tal, de
no ser por toda otra serie de recuerdos geométricos en tejidos o trazas,
hallados en el mismo monasterio. Es evidente que la pila de piedra del claustro
no pertenece a éste y llegó hace relativamente poco, pero es una obra mudéjar
de primera categoría que pertenecía al palacio del rey Don Pedro en Astudillo
(Palencia) y que alcanzó a este cenobio como consecuencia de las
desamortizaciones y ventas del siglo XIX e inicios del XX (fig. 1).
La piedra labrada por mudéjares en los palacios
de Astudillo y Tordesillas se aplica a fachadas y vanos, ángulos y paramentos
ricos que imitan formas nazaríes. Este es el caso de las dovelas con dientes
que aparecen en la fachada de ambos palacios reales, englobados ya en los dos
monasterios citados, así como los hallazgos recientes de fuentes, vertedores,
capiteles y ménsulas. Por otro lado, la traza arquitectónica de ambos espacios
se complementa en los ángulos con un tipo de refuerzo y capiteles florales a la
manera granadina, aunque algunos siguen pensando más en decoraciones toledanas
y tipologías que luego se repiten en casas y palacios de la ciudad imperial.
Creo más lógico pensar, por las relaciones del monarca castellano y su apoyo a
la causa granadina, en obreros de esta procedencia que luego se reparten por
Toledo y Sevilla. Y es que las fechas nos dicen que Astudillo fue el primer
palacio, si bien inconcluso por la muerte de María de Padilla y el Alcázar de
Sevilla el último, aunque también quedara inacabado por la guerra civil.
La presencia de la piedra en algunas piezas
litúrgicas como pilas bautismales, como las de Cevico Navero, o los usos
heráldicos en algunas cabeceras, molduras, capiteles e impostas de fachadas
tiene una singular importancia en el siglo XV, en especial en las iglesias
vallisoletanas de San Andrés de Aguilar de Campos y San Miguel de Villalón de
Campos. La primera claramente granadina en su diseño y ornamentación e incluso
haciendo alusión a formas anteriores que desde lo almohade se dan en el arte de
la península, y vinculada con la familia Enríquez, de la que tenemos hasta
incluso como se llamaban sus artesanos mudéjares. Tan valiosos eran que se los
pasan de uno a otro heredero en el testamento. Y la segunda, en relación con la
familia Pimentel y con el II Conde de Benavente, si bien en este caso la piedra
dejó enseguida pasó al ladrillo y a formas mudéjares claras con sus alfices,
arcos y frisos decorativos.
Fig. 1
LADRILLO
Delimitar el área de la arquitectura mudéjar en
Castilla y León es abordar el problema del románico-mudéjar o de ladrillo y
posteriormente el del gótico mudéjar, según la expresión de unos u otros
autores y a su vez la problemática de los diferentes centros constructivos a lo
largo del tiempo: Sahagún, Toro, Olmedo, Cuéllar, así como otros centros
menores en expansión, aunque con temas muy peculiares, caso de Villalpando o
Alba de Tormes. En algunos casos se ha reducido el problema a establecer
relaciones con el mudejarismo de ladrillo por excelencia, el toledano, e
incluso buscar unas cronologías que expliquen la dependencia castellana de
éste.
Todo sería reducir estas manifestaciones a una
sencilla competición de fechas y buscar las influencias de uno u otro motivo
ornamental. El hecho más real y que a menudo se tiene poco en cuenta es el de
las manifestaciones arquitectónicas religiosas de origen románico a lo largo
del camino de peregrinación a Santiago de Compostela y por consecuencia la
aplicación de una tipología arquitectónica y de unas técnicas artísticas de
moda.
La explicación más correcta la viene a dar el
proceso constructivo en que se encuentra a fines del siglo XI el monasterio de
Sahagún y la situación históricopolítica que se vive en los años de la sucesión
a Alfonso VI y en especial de Doña Urraca y Alfonso I el Batallador. El
monasterio de Sahagún incorpora una serie de capillas a su trazado y entre
ellas hay que destacar la de Santa María que manda construir en ladrillo la
hija de Alfonso VI, Elvira, y de la que hoy sólo queda el muro medianero con la
capilla de San Miguel, mal llamada desde Quadrado de San Mancio. A menudo se
repite que es la obra de esta capilla de San Mancio, que por otra parte está
datada por una inscripción en 1183, la que determina la primera manifestación
del mudejarismo castellano, más basta una lectura de la descripción del
monasterio de Sahagún por el Padre Escalona y la revisión del plano ejecutado
por Eloy Díaz Jiménez para entender esa puntualización y el error mantenido
hasta la actualidad. Hubo durante unos años una excavación en esta parte del
monasterio y luego una remodelación de la plaza formada y ajardinada, pero ni
he visto resultados, ni creo que se buscaran los cimientos del muro paralelo
que aparecen perfectamente reflejados en el plano de Díaz Jiménez. Por todo
ello, y ya lo he dicho en más de una ocasión, el mudejarismo castellano-leonés
tiene en Sahagún su punta de lanza que no sólo en esta primera manifestación
del siglo XI, sino también con posterioridad repite su prioridad frente a los
que argumentan el origen adelantado del mudejarismo toledano, basados tan sólo
en la temprana fecha de la obra de ladrillo de la mezquita de Bib-al Mardún,
que no la iglesia del Cristo de la Luz que es claramente posterior.
Entre los últimos años del siglo XI y los
primeros del siglo XII surgen las iglesias de Sahagún y su entorno, creándose
una tipología muy específica y propia de la zona castellana frente a las
características que denominamos toledanas (La Magdalena/Sta. María 1090?, San
Lorenzo 1110, Santiago 1113, San Tirso 1123, San Pedro 1177). Las nuevas
iglesias de ladrillo, que en algunos casos se asientan sobre una primera
edificación de cantería que no llegó a término: San Tirso de Sahagún, San Pedro
de Dueñas, Santervás de Campos, San Juan de Fresno el Viejo y Paradinas, siguen
pautas románicas y reutilizan los ábsides de cantería iniciales, así como
algunos soportes de tipo pilar de sillería con columnas adosadas. En todos los
ejemplos señalados quedan importantes restos de cantería y escultura: ábsides,
bóvedas, capiteles labrados y alguna que otra rosca de arco o moldura. Esto ha
hecho que se bautizara este primer arte como románico-mudéjar o románico de
ladrillo, por la transposición de formas de ese estilo arquitectónico internacional
que llega por el Camino de Santiago y que mejor prueba una vez más para
demostrar la prioridad de esas formas mudéjares de ladrillo aquí, que no en
Toledo, donde también las formas mudéjares llegan también como consecuencias de
peregrinación y cultos nuevos, como es la iglesia de San Eugenio extramuros
para recoger los restos de uno de los varones apostólicos, ligado con la mitra
toledana.
En algunos casos, el ladrillo sigue tan de
cerca los modelos de cantería que la imagen de este mudejarismo inicial nos
llega a resultar incluso un tanto inédita. Es como si se tratase de acomodar la
nueva arquitectura a las demandas y a las tipologías occidentales, como si nada
pasara, pero sin embargo, poco a poco, la metrología del ladrillo, unido a su
diferente resistencia y a su linealidad geométrica, que en Toledo provocará
ábsides poligonales, da como consecuencia un nuevo sistema de construcción que
empieza a desarrollar espacios más sencillos, una cubierta más ligera y
múltiples variantes en los modelos ornamentales. Así mientras Castilla-León
opta por estructuras pseudobasilicales con torre-cimborrio, Toledo se vincula
más a soluciones basilicales y de torre alminar. Es decir que mientras los
primeros apuestan por las nuevas soluciones medievales que han llegado con el
románico, tres naves con crucero, los segundos miran a las tradiciones
visigótico-mozárabe e hispanomusulmana.
Arquerías ciegas y frisos de esquinillas
suceden a los característicos arquillos lombardos y taqueados que habían
entrado por el camino de la peregrinación jacobea. El cimborrio como elemento
de iluminación del crucero aún pervive por algún tiempo, pero convirtiéndose
poco a poco en una estructura torreada que avanzará sobre el ábside y que dará
lugar a algunos cuerpos de campanas y estructuras muy curiosas: San Tirso y San
Lorenzo de Sahagún, San Miguel de Montuenga, La Lugareja de Arévalo, Samboal y
las iglesias del valle del Adaja: Almenara, Tolocirio... Pero que nadie piense,
que no hay en Castilla-León un antecedente anterior en algunas formas y
estructuras mudéjares. Durante mucho tiempo me preguntaba acerca del extraño
origen de una cabecera triconque en la iglesia mudéjar de Montuenga y es ahora,
cuando las excavaciones arqueológicas empiezan a dejar ver restos importantes del
pasado bajoimperial romano y más en sus villas agrarias, cuando puede
entenderse esta forma, como una evolución de exedras, tal como la de la cercana
villa de Almenara-Puras y que también está presente en el palacio de Maximiano
de Córdoba, donde luego se sitúa la iglesia de San Acisclo. Este pasado romano
tardío que hoy se nos revela a nivel de cimentaciones y muy arrasados
yacimientos, es buena prueba de la vitalidad de formas y su adaptación a nuevos
espacios.
Si bien la Magdalena/ Santa María y San Tirso
de Sahagún , como San Pedro de Dueñas, Santervás de Campos, San Juan de Fresno
Viejo y alguna otra más justifican un primer momento y lo que mi compañero de
trabajos en el mudéjar castellano-leonés, Manuel Valdés, bautizó como
preclásico y yo como primer estilo de Sahagún, San Lorenzo de Sahagún creará ya
un sistema de soporte del tipo de pilar de ladrillo rectangular y cruciforme
que dará una solución al problema de sustentación de las nuevas iglesias y que
tendrá gran aceptación. Sus huellas se dejarán sentir en la parroquial de la
Gordaliza del Pino o en San Lorenzo de Villapeceñil. A esto denominó Valdés el
período clásico y yo, segundo estilo de Sahagún, vinculándose con él un
numerosísimo grupo de edificios religiosos, que luego aportan algunas variantes
ornamentales según su situación y distribución de arquillos ciegos o
esquinillas.
En Villalpando aparece también un tipo de
iglesia mudéjar de ladrillo que con sus ábsides planos está manteniendo y
repitiendo las características del románico del valle del Tera. Ejemplos de
este tipo se dan en San Nicolás, San Pedro y San Miguel de Villalpando,
mientras que la de Santa María de esta localidad se circunscribe más a la
tipología segunda de Sahagún. Fuera de este ámbito, las iglesias de Megeces y
Maderuelo con sus arquerías de ladrillo entrecruzadas se circunscriben también
a esta tipología.
Surgen por los mismos años, otros núcleos de
mudejarismo que no vienen a avalar una población artesanal mudéjar en las
principales villas de Castilla y León: Cuéllar, Alba de Tormes, Madrigal de las
Altas Torres, Olmedo y el núcleo de Valladolid entorno a Mojados y Alcazarén.
Todas estas iglesias ofrecen similitudes en el trazado y empleo de la
arquitectura de ladrillo. Otro núcleo singular es Toro que no sólo tendrá una
importante repercusión en las iglesias que se construyen en esta población: San
Pedro, San Lorenzo, el Cristo de las Batallas, sino que incluso sus elegantes
arcadas a todo lo alto del ábside, se repetirán hasta en tierras de León, como
en Castrocalbón. De esta manera se produce un curioso efecto en el mudéjar
toresano. Éste tuvo al igual que los otros centros mudéjares, donde el ladrillo
reina como elemento fundamental con sus arquerías ciegas y vanos, un precedente
importante y hay que pensar determinante para la ornamentación de los ábsides
semicirculares de ladrillo, y es que la inspiración e influencia formal se la
dio el propio ábside románico de la Colegiata de Toro con sus dos pisos de
arcos ciegos al exterior, y sin embargo el mudéjar toresano que convivirá con
estas formas habituales en casi todos los centros mudéjares
castellano-leoneses, muy pronto optó y se definió por esas largas y únicas
arcadas ciegas con arco de medio punto.
No hay que olvidar que muchas de estas
comunidades articulan junto al lado norte de su iglesia monástica un cuarto
ábside para el pueblo y que suele ser obra de ladrillo o realizada por
mudéjares. Sean los casos de San Isidoro de León con la capilla de San Martino,
al igual que se hace en monasterios como San Pedro de Dueñas, Sta. María de San
Martín de Valdeiglesias, o el propio de las Huelgas de Burgos y Tórtoles de
Esgueva, si bien en este caso se trata de obra de cantería.
Con el siglo XII y los nuevos gustos
artísticos, algunas comunidades monásticas ensayarán unas nuevas variantes
dentro de esa arquitectura de ladrillo. De nuevo, en el núcleo de Sahagún
asistiremos a la aparición de un tipo de iglesia que habría que calificar como
gótica en cuanto a su trazado, cabecera, vanos y estribos al exterior que luego
albergarán capillas. En un caso son los franciscanos los que construyen en 1257
a extramuros de la ciudad-monasterio la iglesia de San Francisco o de la
Peregrina, advocación que recibe más tarde, debido al culto de esta imagen
mariana, y en otro caso son los canónigos de San Agustín que para atender a los
peregrinos jacobeos en el mismo camino y antes de entrar en Sahagún levantan la
iglesia, hoy ermita de Nuestra Señora de Allende el Río. En ambos casos las
estructuras góticas aquí ensayadas, como las cabeceras con estribos y los vanos
apuntados, lobulados o de herradura demuestran un cambio de formas y de manera
de construir y un precedente que si atendemos a las cronologías documentales es
anterior a los ejemplos toledanos de este tipo como es el caso de la iglesia en
el convento de Santa Fe en Toledo.
Arcos apuntados y doblados tanto en las naves,
como en las cabeceras, así como una rica variante de arcos lobulados
caracterizará esta floración definida como gótico-mudéjar. A inicios del siglo
XIII se levantarán los monasterios de Santa María de la Vega en Palencia y de
Santa María de Nogales en León dentro de las características señaladas (fig.
3).
En Trianos, junto a Sahagún, serán los
dominicos quienes edifiquen un convento de ladrillo dentro de estas nuevas
formas y en Peñafiel (Valladolid) un monasterio dedicado a San Pablo y para
albergar los restos del infante Don Juan Manuel, ya dentro del siglo XIV, con
todo un riquísimo repertorio de formas ornamentales de ladrillo mudéjar y
elementos góticos en su cabecera con contrafuertes que viene a representar la
mejor y única manifestación en todo su esplendor de ese goticismo hecho en
ladrillo y mampostería y un tanto a la manera de las grandes iglesias góticas
francesas del período de Fernando III y de sus interpretaciones en el mudéjar
toledano, caso de San Francisco, hoy Concepción Francisca en Toledo.
De la misma forma, otras familias nobles
también dejarán sus huellas en algunas iglesias mudéjares de la zona, caso de
los Enríquez en Aguilar de Campos y de los Pimentel en dos de las iglesias de
Villalón de Campos. En la primera de ellas, la iglesia parroquial de San Andrés
y donde hay que contemplar la mano de obra de albañiles mudéjares e influencias
granadinas evidentes, no puedo menos que pensar en los albañiles y carpinteros
moros que cede en su testamento, Doña Juana de Mendoza, llamados Rodrigo Mozote
y Alí, los albañiles y Alí y Gusmín los carpinteros. ¿Tendría que ver la obra
con ellos o con alguno de los miembros de sus cuadrilla, más cuando los escudos
del Almirante Don Alonso y su esposa Juana Mendoza, así como los de Don
Fadrique Enríquez, el hijo de ambos y los de sus dos esposas (Ayala y Quiñones)
aparecen tanto en piedra en la cabecera, como en los restos de techumbre de la
nave? Aquí las puertas y vanos con alfices y despieces de rosca a la manera
granadina, nos hablan de una mano de obra muy peculiar. El trazado del templo
con soportes rectangulares de ladrillo, según la tipología del siglo XIV es lo
más evidente. Sus fechas oscilan entre 1429 y 1448.
Fig. 3
En la iglesia de San Miguel de Villalón de
Campos, Rodrigo Alonso Pimentel y su esposa Leonor Enríquez encargan, a partir
de 1410, un templo con pilares ochavados de ladrillo y una enormemente rica
ornamentación en ladrillo pintado, propios ya del siglo XV, que hacen o hacían
de esta iglesia antes de su limpieza, la única que conservaba la decoración
original pintada. Aún alcancé a fotografiar hace veinticinco años y avisar a
los sacerdotes de la parroquia que los que limpiaban con verdadera ilusión y
fruición, mal orientados por algún técnico del momento, que era la verdadera
epidermis del siglo XV. Creo que algo se mantuvo. No he vuelto para no sufrir
desengaños o ver restauraciones lucidas. En 1422, el Obispo de León, Juan
Rodríguez, prosigue y amplia la obra. Curiosamente quedaban restos importantes
de la techumbre y los escudos pintados del V Conde de Benavente, Alonso
Pimentel y Ana de Velasco (14991527) al igual que emparedados bajo la bóveda de
San Pedro, la iglesia cercana, se guardaba, oculta a todos los ojos, otra de
las iglesias de este período y del mismo personaje, aparte de algunas
singulares yeserías del maestro Alonso Martínez de Carrión en la cabecera
poligonal de este templo.
Es curioso, sin embargo, constatar que la
actuación de los ladrilleros alcanzó no sólo a los templos castellano-leoneses,
sino que también tuvo su repercusión en edificios civiles y en especial en
castillos como Medina del Campo, Arévalo, Coca, Turégano, Castilnovo... y
numerosas puertas y recintos fortificados de ciudades castellanas: Madrigal de
las Altas Torres, Valderas y Segovia, que hoy permite ver uno de los mejores
conjuntos amurallados de ladrillo con diferentes tipos de torres y paramentos.
De algunos incluso conocemos sus nombres o pagos en la fortaleza de Medina del
Campo, como es el caso del alarife Abdallah, el ingeniero Alí de Lerma y el
maestro obrero mayor Alfonso Nieto en 1480.
El ladrillo ofrece de por sí algunos aspectos
ornamentales que salvan la pobreza del material. Sea en su uso de hiladas,
verdugadas o los conocidos temas de esquinillas, espina, espuela, sardineles,
cajas y otros motivos geométricos, o usándose tallado o aplantillado, las
variantes que cubren los muros, distinguen paños en las torres y diferencian
puertas o vanos son un ejemplo más de la imaginación creativa desarrollada por
los artesanos ladrilleros.
La equivalencia del ladrillo a un módulo o
proporción, así como su función estructural y las variantes a que da lugar en
el empleo de sistemas arquitectónicos cristianos, caso del románico y del
gótico, es uno de los temas fundamentales que se deben de estudiar en la
arquitectura mudéjar.
La argamasa empleada tiene también mucha
importancia en los sistemas ornamentales del arte mudéjar. Ya que, si bien se
utiliza sola o en capas más o menos gruesas en un primer momento, luego
conocerá diferentes variantes que tratan por un lado de proteger el muro y por
otro de embellecerlo. También se da el contraste del incremento del grosor de
ésta en detrimento del ladrillo, lo que el maestro Gómez Moreno calificó de
«iglesias de ladrillo con pocos ladrillos». Aparte, no hay que olvidar que el
relleno del muro con tapial o con los propios yesones sobrantes de quemar el
horno de yeso, venía a abaratar costos y a compactar la obra de una forma
mejor.
En algunos casos la decoración consistía en
introducir pequeñas escorias en la argamasa, para dar un tono y un cierto
aspecto cromático visual al muro. El hecho es frecuente en Segovia, donde
algunos edificios, como el mismo alcázar, exhiben esta decoración. También se
da en algunos puntos de Ávila, en especial en Arévalo, pero el tema que triunfó
sobre todos, en cuanto a ornamentación de estos paramentos al exterior es el
esgrafiado, que tendrá también en tierras segovianas y en algunos ejemplos de
Ávila, Toledo y Madrid una singular difusión. De esta manera, el muro quedaba
ornamentado y protegido al exterior, unas veces con formas geométricas:
círculos secantes y tangentes, octógonos y hexágonos, entre otros, y en los
restantes casos con alguna franja de tipo animalístico o epigráfico, tema que a
partir del siglo XVI se hará más frecuente y aparecerá combinada con algunos
frisos de yesería o pintura en la parte alta de los muros de iglesias y casas
de Castilla y León.
En épocas relativamente tardías se empleó
también un sistema ornamental para jugar con el claroscuro de la argamasa, a
partir de pequeñas incisiones triangulares y en sentido horizontal.
Los muros de los edificios mudéjares nunca
exhibieron su material original y mucho menos al interior. Tanto la piedra,
como el ladrillo o el tapial se cubrían de un enlucido oportuno y se decoraban
con pinturas o con los característicos temas geométricos del esgrafiado. Es
evidente que los muros de tapial, al igual que la mampostería, no ofrecían un
aspecto agradable y tampoco disponían de una buena protección contra la humedad
o los deterioros físicos, a menos que se procediese a un careado con cal o con
yeso. De esta manera, lo rugoso de las superficies interiores y exteriores
quedaba oculto e igualado con este enlucido, que imitaba al exterior la forma
de sillares y al interior la de ladrillos o una superficie uniforme blanca.
Esto se da tanto en las casas e iglesias de la zona de Tierra de Campos, como
en algunas fortificaciones. No podemos olvidar que los musulmanes se sirvieron
de este sistema para enlucir alguna de sus fortalezas de tapial, como en el
Vacar o en Baños de la Encina.
ARQUITECTURA
DE TAPIAL. IGLESIAS COLUMNARIAS DE TIERRA DE CAMPOS
A partir de fines del siglo XV y hasta casi el
siglo XVII se impondrá en la zona un tipo de templo que he bautizado ya como de
Campos, por alusión y referencia a la comarca de Tierra de Campos, donde existe
el mayor número de ejemplos conservado y que consiste en la iglesia columnaria
que combina la ligereza de soportes con ricas techumbres de madera y que
consigue amplios espacios muy ricos. La torre cuadrangular a los pies y la
cabecera de igual geometría, mantienen las tensiones y equilibrio y se sirven
de un material tan simple y económico como el tapial para los muros y
estructuras sustentantes. Encontramos iglesias de este tipo en San Facundo y
Primitivo, San Pedro y San Lorenzo de Cisneros, Santa María y Santa Marina de
Mayorga de Campos, San Justo de Cuenca de Campos, Santiago de Calzada de los Molinos,
Santiago de Ceínos, San Juan de Villalón de Campos... (fig. 4).
Fig. 4
ARQUITECTURAS
DE TAPIAL. MONASTERIOS CASTELLANO-LEONESES
Los monasterios castellano-leoneses se
sirvieron frecuentemente de la arquitectura mudéjar no sólo para el trazado de
sus espacios, sino también para la ornamentación de sus salas. Desde el
temprano ejemplo de las Huelgas de Burgos, cuya fundación por Alfonso VIII en
1187 se remite a una pequeña capilla o qubba a la manera hispano-musulmana y a
un monasterio del tipo del Císter, pero al que se incorporan con los siguientes
monarcas una serie de espacios ricamente decorados con yesos y maderas
mudéjares a partir de 1275. También sabemos de la presencia de este monarca en
Tórtoles de Esgueva, si bien las obras mudéjares significativas que allí quedan
son posteriores y hoy día podemos afirmar que también el primitivo núcleo
palaciego y fundacional del monasterio de Tordesillas corresponde a Alfonso
VIII. Otra qubba también con unos patios y estructuras de agua que se organizan
en torno del núcleo occidental del monasterio.
Lo cierto es que a inicios del siglo XIV esta
qubba se traza de nuevo y ornamenta en tiempos de Alfonso XI y de Doña Leonor
de Guzmán, según inscripciones desveladas en la Capilla Dorada por Fernando
Baños. En el lado oriental del monasterio y más allá de la cabecera a la que se
une por unas estructuras de ladrillo y arcos anteriores surgen los famosos
baños de Doña Leonor de Guzmán, que si bien fueron datados como posteriores y
del tiempo de Doña Juana Manuel por Juan Carlos Ruiz Souza, los escudos y la
interpretación de las pinturas nos los devuelven a la etapa anterior de
mediados del siglo XIV. Quizás lo interesante sean las conducciones de agua
existen en ese lado oriental y que hoy se centran en un pozo que abastecía a la
comunidad y que a través de dos líneas entraba en el monasterio: una hacia
oeste o patio granadino que a la manera del de Leones es obra de Pedro I de
Castilla y otra hacia el sur, donde si sitúan los baños. Desgraciadamente las
restauraciones llevadas a cabo e independientemente para el palacio-monasterio
o los baños no nos dejan más que restos arqueológicos fósiles, como es el caso
del aguador o de la sala del Aljibe, con fuentes y depósito de agua, que le da
el nombre, pero poco más podemos saber con respecto al subsuelo. Isabel
Baquedano excavó la parte anterior del ábside a la búsqueda de conducciones y
de estructuras palaciegas anteriores, sin resultado y la obra se cerró
precipitadamente por motivos de restauración. Por todo ello, hay que remitirse
a las pruebas de ese palacio de Alfonso VIII con su gran pozo a Occidente, la
estructura de la capilla Dorada y los desaparecidos espacios de patios y salas
en torno a la capilla Dorada y patio del Yeso, los baños de Leonor de Guzmán,
sin rastro de la zona de vivienda y el palacio mirador al río Duero que
comienza a trazar Pedro I, con artistas granadinos, a la manera del palacio de
Galiana de Toledo y siguiendo trazas y módulos en codos nazaríes, como
Astudillo, que le antecede en algunos años. Ángel González hizo hace varios
años una prospección metrológica de este palacio y si bien solicitó en varias
ocasiones hacer una excavación siguiendo las mencionadas pautas, nunca
consiguió el permiso. Yo ya le había indicado que Astudillo se movía en esas
proporciones. Algún día, alguien con menos prisa y una cierta seriedad
científica emprenderá ese trabajo.
El palacio de Astudillo es otro de esos
edificios emblemáticos de la arquitectura civil de los Trastámara. Convertido
como los anteriores en un espacio monástico para las clarisas y en este caso la
amante del rey, María de Padilla, al igual que Tordesillas fue para una de sus
hijas y Santa Clara de Valladolid para otros de sus descendientes, la
arquitectura civil de este período tuvo sus transformaciones en arquitectura
conventual o religiosa con la incorporación de iglesia, capillas y espacios
comunes como refectorio, sala capitular o portería.
Hay un elemento que no ha podido ser
enmascarado con el paso de los años y a pesar de las muchas transformaciones de
dichos conventos o monasterios, las conducciones de agua, los estanques y el
uso de glorias, baños u otros sistemas de acondicionamiento. El palacio de
Astudillo conserva en la zona sur los restos de estanque, las dos habitaciones
con suelo de yeso y almagra y la zona de gloria u horno. Creo haber
reconstruido en dibujo alguna vez este palacio y prueba de ello me lo dan los
hallazgos de tubos cerámicos machihembrados que conducían el agua, uno de los
vertedores del estanque que encontró Ruiz Souza y los paralelos contemporáneos
que hoy nos muestra la arqueología en Andalucía y de los que en este mismo
estudio da cuenta Alfredo Morales, caso del Alcázar sevillano de Don Pedro
construido en 1364, las casas de Doña María Coronel y donde a partir de 1366 se
asientan las clarisas en un convento con la advocación de Santa Inés y el
palacio de Altamira, hoy sede de Cultura de la Junta de Andalucía y donde Diego
López de Estúñiga, justicia mayor de D. Pedro establece su casa sobre restos
anteriores en la segunda mitad del siglo XIV. Otros ejemplos contemporáneos en
Toledo, Segovia, Guadalajara y Carmona también podrán verse en el apartado que
dedica también aquí Teresa Pérez Higuera a este tema palaciego mudéjar.
Ya en el siglo XV, la familia Manrique en
Calabazanos y los Enríquez en Palencia también propiciarán, fundarán y
protegerán otros monasterios de esta orden de Santa Clara. Similares en muchos
casos en cuanto a características pueden encontrarse otros monasterios de esta
orden de Clarisas en Carrión de los Condes, donde incluso utilizan un edificio
posiblemente románico con techumbre mudéjar toledana, la iglesia de Sancti
Espíritus y que luego transformará, convertirá en monasterio y usará como
panteón la familia de Garcí Fernández Manrique, o el de San Bernardino de
Cuenca de Campos, patrocinio de los Velasco y Guevara, o los de Toro,
Benavente, Valladolid y Tordehumos, entre otros...
En estos monasterios es fácil encontrar la
huella de esos artesanos mudéjares, no sólo en la carpintería de sus iglesias y
galerías de sus claustros, sino en algunas salas y en las ricas yeserías que
adornan sus muros. En algún caso conocemos hasta el nombre y la presencia de un
artesano en los monasterios de Astudillo y Calabazanos, caso del llamado Braymi
que hará las yeserías de la capitular del primero y una hornacina de la iglesia
del segundo, donde posiblemente se enterró a la fundadora.
Similares tipologías y decoraciones podemos ver
en monasterios de la Orden Jerónima como el de la Mejorada de Olmedo y el de Parral
en Segovia, buenos ejemplos de cerámica sevillana en el Dominicas de las Dueñas
de Salamanca y el monasterio de Clarisas de San Antonio el Real de Segovia, e
interesante pinturas mudéjares dentro del monasterio de Dominicas de Santo
Domingo en Segovia.
De la misma manera, muchas casas y palacios
castellanos se sirvieron de estos materiales y técnicas para diseñar los
espacios y decorar sus ambientes. No hay que olvidar que muchas de éstas, con
el paso del tiempo se convirtieron en edificios conventuales o monásticos por
la devoción de sus moradores. Éste fue el caso de la casa de María de Molina en
Valladolid, convertida en el monasterio de las Huelgas y habilitada junto a una
de las puertas de la ciudad, el llamado y recuperado actualmente palacio de Medina
del Campo y que fuera vivienda de Fernando IV, como prueban los escudos en
yesería o las ya mencionadas casas de Leonor de Guzmán en Tordesillas y la de
María de Padilla en Astudillo, entre otras.
En León, el rey Enrique II edificó su palacio
en la calle de la Rúa y en la misma calle tenemos constancia de otro palacio
que perteneció a los Quiñones y se convirtió luego en Convento de
Concepcionistas. Buenas casas tuvieron en Medina de Pomar los Velasco, los
Estúñiga en Curiel de los Ajos y los últimos monarcas de la casa de Trastámara,
ganados por el lujo oriental y lo morisco dejaron buenas huellas en el Alcázar
de Segovia y el Palacio de Madrigal de las Altas Torres, sin olvidar el
primitivo palacio real en la plaza segoviana junto a la iglesia de San Miguel o
el palacio en las afueras, hoy convento de San Antonio el Real.
Otras casas singulares podemos mencionarlas en
Dueñas, obra de los Acuña, condes de Buendía, de las que llegué a conocer no
sólo techumbres y edificio con puertas y ventanas, hoy todo en ruinas y con
grave peligro, el palacio de los Tovar y Sarmiento en Cevico de la Torre, el de
los Vega en Grajal de Campos, y el de los Delgadillo en Castrillo de Don Juan,
también vendido, desaparecido y quemado en el horno de la panadería del pueblo.
Edificios todos ellos tremendamente desgraciados por los avatares que les han
acontecido y que en muchos casos no han dejado ningún resto de madera o
yesería, y la tierra volvió a la tierra.
El tapial, junto con el ladrillo, la madera y
el yeso formaron parte de los materiales nobles de estos edificios, al igual
que en algunos otros edificios público castellano-leoneses, caso de los
mercados, véase si no el ejemplo de las Carnicerías de Medina del Campo, o los
Hospitales tan frecuentes en la cercanía del camino de peregrinación: El del
Rey y el de la Concepción en Burgos, el de Villasandino, los dos de Fromista,
el de Capillas, el de Ampudia, el de Villalón de Campos y el de Benavente, por
solo citar alguno de los más famosos y hasta cierto punto conservados que tiene
singulares restos de carpintería morisca. Otro ejemplo de obra pública de esa
naturaleza es el relativo a puentes, como los dos de Arévalo, con buenas
hiladas de ladrillo y mampostería.
INTERIORES
DE ARQUITECTURA CIVIL. ARTES APLICADAS
Todo ello nos lleva a imaginar siquiera al
menos como fueron esos interiores de las iglesias, casas y fortalezas
castellano-leonesas, ya que poco de su ornamentación y del mobiliario ha
llegado hasta nosotros. Muchos han sido los avatares: abandono, guerras, incendios,
robos, ventas indiscriminadas y todo tipo de sucesos que han transformado sus
interiores y sus funciones.
La Corte castellana convertida en una corte
trashumante a causa de la Reconquista se sirvió de muchos de estos lugares a su
paso para convertir un monasterio en residencia momentánea o una fortaleza en
el palacio a propósito. Aquellas casas y monasterios usados como residencias
reales tal y como nos demostraron tanto Leopoldo Torres Balbás o Fernando
Chueca Goitia, luego albergaron a segundones e hijos ilegítimos o a damas de
viudez temprana, mientras que los castillos y murallas dejaron paso a
ocupaciones agrícolas y ganaderas y en algunas puertas de ciudad aparecieron
los primeros controles fiscales, la cárcel local o alguna ermita de devoción popular.
Poco podemos imaginar que en aquellos lugares
naciera algún heredero de la Corona, o se recibieran embajadas extranjeras,
pero cuando recordamos los escrito por Tetzel y Rosmithal en su embajada al
monarca castellano, celebrada en el Alcázar de Segovia, podemos advertir el
paralelismo con algunas cortes orientales y en especial con el Reino de
Granada: «El rey estaba sentado a la manera musulmana sobre cojines y
alfombras, le rodeaba una guardia mora y vestía telas islámicas y un turbante
en la cabeza».
El espacio donde se celebraban estas ceremonias
tampoco era muy lejano al de los palacios granadinos. Cerámica y frisos de
pintura en los zócalos, yeserías en la parte alta de los muros y techumbres de
madera, ricamente policromadas y doradas, conformaban los espacios áulicos y de
vida cotidiana en la España medieval y más en esta región castellana-leonesa,
donde los materiales y las técnicas constructivas, de antiguo se habían
acomodado a las formas propias de construir y de la vida cotidiana.
Poco sabemos sin embargo, de los artesanos que
se ocuparon de estos oficios y tan sólo en algunos casos, de forma accidental
nos han llegado sus nombres o su especialidad. Unas veces por un testamento,
como el de Doña Juana de Mendoza que menciona el nombre de sus vasallos moros y
su actividad como carpinteros o alarifes. En otros casos y de forma más extraña
es la aparición de algunos nombres en la propia obra realizada, caso de algunas
yeserías, y ya más tardíamente la documentación de fábrica de la obra y los censos
de Inquisición que controlaban de forma exquisita a estos súbditos hacia 1590 y
de los que tenemos singulares datos de Segovia, Palencia y Ávila, entre otros
lugares. Lo mismo que sabemos de sus oficios de yesero, ollero, alfarero,
carpintero, bordador o costurera, conocemos su edad, familia y en algunos casos
procedencia.
No es por ello nada fácil hacer una amplia
mención de la dedicación y realización de estas obras y mucho menos cuando se
adscriben a casi todas las artes decorativas o industriales.
Ya se ha mencionado antes el reflejo de algunos
temas orientales en materiales como la piedra y el ladrillo que en muchos casos
siguen las tipologías occidentales, dentro de unos parámetros y módulos
orientales. Este es el caso de algunas bóvedas de nervios, arcos y celosías,
así como toda la imaginación creativa desarrollada con el ladrillo a partir de
temas ornamentales o estructurales orientales y occidentales.
No hay que olvidar que los muros que hoy tanto
gustan los arquitectos y restauradores de limpiar y dejar en la humildad y
sencillez de sus materiales, estuvieron cubiertos de pintura o enlucidos. Los
esgrafiados serán frecuentes en la zona segoviana y en algunos lugares de Ávila
alcanzarán de forma muy particular. La pintura, bien imitando paramentos de
ladrillo de gran simetría y perfección ocultó la fealdad y desigualdad de los
ladrillos originales, caso de San Miguel de Villalón de Campos, o en otros
casos, mezclada con cal y argamasa sirvió para decorar los careados de los
toscos muros de tapial en las iglesias columnarias de Tierra de Campos.
En algunos casos, la pintura gótica al fresco o
algunas temáticas orientales en los fondos, imitando telas y mobiliario, junto
con los comunes temas religiosos convivieron y dieron una peculiar lectura a esos
interiores eclesiásticos o civiles. Sin embargo, sería en las techumbres de
madera donde tendrían la mejor proyección y su mejor empleo. Piénsese por un
lado en las pinturas de San Pablo de Peñafiel, debidas a la familia Manuel o
los restos en la nave norte y torre de San Miguel de Villalón de Campos, y en
el mismo muro norte de Santa María de Becerril de Campos, donde incluso firma
un tal Pedro Alfonso en 1432 y que misteriosamente han desaparecido por
completo, sin que nadie sepa dar razón y yo mismo podría pensar que me engaño,
si las fotos que conservo no estuvieran ahí, o las mismas no hubieran sido
publicadas pocos meses antes por Ángel Sancho en su discurso de ingreso en la
Academia Tello Téllez de Meneses.
Por lo general, serán los motivos heráldicos
los que han tenido mayor difusión, aunque la combinación de éstos con otros de
lacería en zócalos y frisos es común tanto en los baños de Tordesillas, como en
algunas salas de la torre de Hércules de Santo Domingo de Segovia y en el
Alcázar de esta ciudad, donde no sólo se perfila lo heráldico y decorativo,
sino lo zodiacal también. Un tema ornamental con carácter arquitectónico se
encuentra en la llamada Torre de Pero Mata en el castillo de Coca, obra de los
Fonseca en la segunda mitad del siglo XV. Aquí la pintura reproduce una
ornamentación de arcos, capiteles y formas arquitectónicas en la que se ofrece
una decoración ideal de un paramento de ladrillo en color rojo sobre el
enlucido blanco.
Restos de pinturas nos han quedado en el
palacio de Astudillo, unos con carácter heráldico, caso de las badilas de la
familia Padilla, que aparecen sobre algunas yeserías de la llamada puerta de la
patatera. En otros casos es el tema epigráfico el que predomina o el
propiamente floral, que se manifiesta en el cenotafio de María de Padilla en la
iglesia o en la obra de carpintería de la techumbre del templo, del palacio o
del mismo convento.
Temas figurativos y heráldicos, combinados con
una red de lacería, existen en el espacio de los baños, llamados de Doña Leonor
de Guzmán, en el palacio de Tordesillas, al igual que han aparecido pinturas
góticas de gran calidad en la restauración llevada a cabo en la parte del
palacio que correspondía al coro bajo de las monjas y que recogen una serie de
santos y temas religiosos, combinados con temas epigráficos árabes y una rica
policromía en yesería.
Dejando aparte el tema de los yesos con
policromía que se verán en el apartado dedicado a la yesería, pues no hay que
olvidar que tanto el arte musulmán, como el mudéjar buscan los factores de
relieve provocados por el uso de colores vivos y juegan a dar un aspecto muy
rico a los paramentos embellecidos con estos materiales, hay que tener en
cuenta que la pintura mudéjar tuvo una singular manifestación en los zócalos
pintados de algunas viviendas, hecho que exceptuando los casos de Córdoba
(Museo, Alcázar y Santa Clara) o el monasterio de San Isidoro del Campo en
Santiponce y los fundamentos del propio palacio de Miguel de Mañara en Sevilla
o los restos del palacio de Pedro I en la puerta de Sevilla en Carmona, así
como lo que queda de su alcázar en el otro extremo de la ciudad y que conserva
pinturas a la manera nazarí en el intradós del arco de entrada, obras del siglo
XIV, tendrá su mejor representación en Segovia capital con los importantes
frisos de la llamada Torre de Hércules, hoy convento de Santo Domingo el Real,
los existentes en el Alcázar de Segovia y los encontrados en la excavación de
las viviendas cercanas a la sinagoga de Santa María la Blanca de Toledo, obras
todas del siglo XV y que conjugan una representación de paños de tipo
geométrico con otros naturalistas de aves y peces o seres míticos que a mi
entender están reflejando esa visión zodiacal o de algunas estrellas.
CERÁMICA
La cerámica es uno de los materiales peor
representados y más desconocidos del mudejarismo castellano y leonés, en el que
tenemos la prueba de una rica actividad ladrillera constructiva. Sin embargo,
nada nos manifiesta la actividad de los moros alfareros y mucho menos de los
centros alfareros o cerámicos que puedan compararse a los de Paterna, Manises,
Teruel, Talavera, Toledo, o Sevilla, por sólo citar algunos. Por otro lado,
tenemos constancia de su existencia y de la actividad de moros «olleros» y» «alcalleres», cuyo nombre quedó en la denominación de algunas calles
de las villas castellanas y leonesas. Su presencia es constatada por algunos
documentos, que hacen referencia a talleres o a la actividad de éstos, más
pocos de estos lugares han sido excavados. Tres formas presenta la cerámica mudéjar
en Castilla y León: Alfarería, alicatados y azulejería.
Conocemos algunas piezas de lo que se podría
denominar alfarería y cerámica mudéjar castellana y leonesa a partir de los
sondeos efectuados en algunos monasterios que dieron como resultado ciertas
piezas fragmentadas y de uso. Este es el caso de Aguilar de Campoo, con
cerámica del siglo XIII, o del monasterio de Arlanza, en cuyas excavaciones
aparecieron piezas de esta cronología y otras estructuras cerámicas para la
conducción de agua, hecho que también constatamos en el monasterio de Astudillo
y en el entorno del palacio de Pedro I, donde aparte de aparecer algunas piezas
cerámicas para la conducción de agua, en un desescombro efectuado en 1980
aparecieron las estructuras de los baños del palacio o de la gloria existente
en el ángulo occidental. Canalizaciones que estaban formadas por un sistema de
ollas y tubos cerámicos, a la manera de las tuberías también existentes en los
baños árabes de Jaén.
La excavación del palacio de Astudillo ofreció algunos
fragmentos cerámicos del siglo XIV, en especial bajo el suelo del palacio de
Pedro I, donde salieron restos de redomas y cerámica del siglo XIV, durante la
excavación de Javier Cortes. En la Morterona de Saldaña se desentrañaron piezas
de la segunda mitad del siglo XII, así como en algunos sondeos efectuados en
Roa de Duero, Peñafiel, Olmos de Esgueva y diferentes despoblados del área de
Tierra de Campos. Todos ellos con piezas de los siglos XII al XIV, así como el
ya conocido de Castrojeriz, que denotaba una mayor ocupación temporal.
El único ejemplo que conocemos de testar con
piezas de los siglos XIII y XIV es el excavado en la calle Olleros, actual
Duque de la Victoria, en la ciudad de Valladolid. Por su situación, junto a la
morería y por las piezas suministradas podemos establecer la hipótesis de su
actividad en manos de mudéjares.
En la cerámica de tipo arquitectónico, usada
como embellecimiento de interiores hay algunos ejemplos en cuanto a solerías
como las del convento de Santa Isabel en Salamanca, al igual que podemos
sospecharlo en otros conventos donde la clausura no permite su acceso. En el
convento de las Dueñas, en la misma ciudad de Salamanca, se conserva in situ
una excelente portada de cerámica alicatada en blanco, verde, melado y manganeso
en el piso alto del claustro, dentro de la obra debida a Juan Sánchez de
Sevilla, hacia inicios del siglo XIV. No hay que olvidar tampoco que este mismo
personaje está vinculado con el Palacio de Altamira en Córdoba, cuyos restos
han sido recuperados y restaurados muy recientemente y que posiblemente se
asienta sobre las casas del contador mayor del rey Enrique II, Yusuf Pichón.
Allí, el nuevo converso, antes Samuel Abrabanel, luego Juan Sánchez de
Castilla, rehace el palacio que el justicia mayor del reino Diego López de
Estúniga, acomodará a los palacios sevillanos del rey Pedro I. Todo ello
muestra una importante relación entre palacios castellanos y sevillanos desde
inicios del siglo XIV. Recientemente se han recuperado otro arco y demás restos
de alicatados en los tonos señalados y que muestran la relación existente entre
el palacio Real de Medina del Campo y este palacio salmantino, incluso
posiblemente el mismo taller.
Otro ejemplo de paramentos cerámicos en el
zócalo se conserva en el monasterio de Tordesillas en el patio de acceso a la
llamada Capilla Dorada y parece corresponder a mediados del siglo XIV, aunque
fuera muy rehecho en la restauración de Enrique Mª Repullés. De este mismo
período y desconocida es la fuente de cerámica alicatada en el suelo de la sala
del Aljibe, y presumiblemente algunas conducciones del patio del Vergel que
llevaban el agua a los baños a lo largo del muro oriental del monasterio e
iglesia. Otros restos de alicatados se ven en la fachada del palacio de Don
Pedro entre las labores de sebka y decoración de piedra. Aún quedan restos de
algunos círculos en verde y melado y las llaves recortadas que a la manera
nazarí también decoran las puertas de la Alhambra.
Son frecuentes no sólo en el siglo XIV, sino
hasta entrado el siglo XV, las obras cerámicas en Castilla vinculadas con lo
sevillano. Muy pocos recuerdan a Sancho Ortiz de Matienzo, tesorero de la casa
de Contratación de Sevilla y canónigo de la catedral hispalense aparte de poner
sobre su sepulcro en la capilla funeraria de su pueblo natal Villasana de Mena,
en Burgos, un relieve esculpido con la Giralda sevillana en 1499, decorase el
sepulcro con azulejos sevillanos, de los que hoy nada queda, pero que fueron
citados y publicados por Torres Balbás. La influencia de Sevilla y de los
azulejos de arista, a partir del siglo XVI, se hace frecuente en algunos
templos castellanos y leoneses, caso de las catedrales de Salamanca y Palencia,
entre otras, o en un frontal de la iglesia parroquial de Osorno, donde se
mantienen dos tipos diferentes. Poco después, será el influjo de Talavera de la
Reina y su cerámica pintada el que irá teniendo una mayor aceptación en esta
ornamentación arquitectónica, incluso con algunos curiosos retablos de tipo
figurativo y de avanzado el siglo XVI, caso de Santa Eulalia de Paredes de Nava
y San Agustín de Capillas.
En colecciones y museos es fácil encontrar
algunas piezas sueltas, aunque la mayor parte de las veces carecen de
procedencia. En el Museo Arqueológico de Palencia existen algunos azulejos que
hemos de sospechar que son sevillanos, pero sin procedencia, y otro tanto puede
decirse de algunos del Museo Arqueológico de León, donde como contrapartida
existen dos piezas semicompletas de la azulejería que decoró algunas salas del
castillo de Ponferrada y que muestra los escudos de Osorio y Castro, lo que los
data hacia 1483. Éste también sería el caso de los fragmentos hallados al
desescombrar el castillo de Benavente, para convertirlo en Parador Nacional.
Numerosos fragmentos cerámicos fueron recogidos de la obra y hoy se exhiben en
un panel en una de las salas. Es cerámica de fines del siglo XV y del siglo XVI
que muestra los escudos pintados de los Pimentel y otros temas de orden vegetal
o geométrico (fig. 8). Desgraciadamente no podemos conocer cómo fueron tales
adornos cerámicos en el castillo de la Mota de Medina del Campo, si bien
sabemos por una descripción hecha en el momento de la reforma de la cantidad
ingente de fragmentos cerámicos, al igual que de yeserías que se vaciaron y arrojaron
a una escombrera en las cercanías, que aún se cita y describe y cuya excavación
ofrecería un curioso material arqueológico.
La permanencia de olleros y alcalleres en las
villas castellano-leonesas es frecuente aún en el siglo XVI y de muchos de
ellos conocemos su origen morisco, así como sus datos personales, lugar de
vivienda y miembros de su familia, información recogida minuciosamente en los
censos de Inquisición que ya estudiara Le Flem para Segovia y Valladolid y que
yo aproveché para leer de las restantes provincias.
YESERÍA
El yeso es uno de los materiales ornamentales
por excelencia de las artes aplicadas mudéjares en Castilla y León. La
adscripción de este material y de esta técnica a artesanos mudéjares es
frecuente, y en determinados casos conocemos el nombre de alguno, por haberlo
dejado escrito en un friso, por documentación existente que prueba su actuación
en un lugar concreto, o por las ya conocidas referencias documentales de los
artistas castellanos y leoneses que exhumó García Chico, así como por las ya
mencionadas noticias aportadas por los censos de Inquisición.
El yeso es un material dúctil y que permite una
riqueza ornamental importante, ya por los dorados o por la policromía. Las
técnicas empleadas repiten los sistemas de talla, para obras tempranas e
individualizadas, y el molde para otras en las que se repite un friso, una
inscripción o un motivo ornamental, hechos frecuentes en algunos sepulcros,
capillas y en los púlpitos realizados en este material.
La abundancia de terrenos yesíferos en Castilla
y León, tanto en el valle del Duero, como en algunos altozanos del Cerrato,
facilita la consecución de este material y en buena parte determinó el quehacer
de algunos artesanos de la zona.
Por otra parte, el uso del yeso es mucho más
abundante de lo que se puede sospechar a primera vista, habiendo sido en muchos
casos confundido con la cal, definiendo el yeso como un material de revoco y
ornamentación de interiores y la cal de uso en exteriores y argamasas. Hoy
sabemos que no siempre es cierto y se da el caso del uso del yeso en otras
formas no sólo decorativas, pues unido a polvo de mármol (caliza) ofrece una
singular dureza en estucos, y cocido a temperaturas que se aproximan a los mil
grados sirve para sitios de gran uso, donde ha de predominar la resistencia.
Este es el caso den los pavimentos del palacio de Astudillo, en los que se
utilizó un solado de yeso, teñido de almagre y formando un enrejillado a la
manera de toscas losetas. Este mismo material lo hemos visto empleado en algunos
suelos de coros de templos y naturalmente en los púlpitos antes mencionados.
Los motivos empleados en el diseño ornamental
tienen mucho que ver con rudimentos de una geometría simple y empírica. A
través de fragmentos de piezas inacabadas, en el palacio de Astudillo, podemos
conocer los pasos dados: dibujando el tema con una incisión, retallando los
netos, vaciando y trabajando a diversos niveles los fondos, detallando temas
vegetales o fondos menudos y pintando o dorando finalmente. Las superficies se
bruñían y se protegían con aceites impermeabilizadores.
Las yeserías más antiguas y de mayor interés en
Castilla y León son las del denominado claustro de San Fernando, en las Huelgas
de Burgos, que se datan entre 1230 y 1260 y donde se recogen temas de fauna a
la manera de tejidos orientales, lo que bien probaría la mano de obra
musulmana. En el mismo monasterio y en la Capilla de Santiago también existe un
arrocabe corrido en la parte alta del muro, que repite temas geométricos y
florales que corresponden a fines del siglo XIII, de la misma forma que algunas
bóvedas que comunican el monasterio con lo que debió de ser el palacio original
se cubren de yeserías geométricas con motivos heráldicos y epigráficos ya del
siglo XIV. No se puede olvidar que el arranque de tal actuación de yeseros en
este monasterio de las Huelgas tiene mucho que ver con la labor arquitectónica
llevada a cabo en la capilla de la Asunción por artífices musulmanes, muy
cercanos a esta estética y que son los responsables de la qubba original y
obras de tiempos de Alfonso VIII.
En cuanto al uso del yeso como estructura y
elemento ornamental no pueden dejar de mencionarse las obras que por manos
mudéjares se realizan en Castilla y León para cubrir algunas capillas y
espacios cuadrangulares. Trazadas como qubba y capilla funeraria en ellas se
usa una ornamentación resaltada de lazo en yeso que imita las formas de una
techumbre cupular, al estilo de las sevillanas de ladrillo y a algunos
antecedentes granadinos. Sus antecedentes en bóvedas a la manera
hispano-musulmana con dobles nervios está en la capillita de Belén en Santa Fe
de Toledo y en la de la Asunción en las Huelgas de Burgos. En Castilla se da el
tipo de bóveda con lacería de dieciséis en dos o tres círculos. Este es el caso
de la bóveda de la Capilla Dorada de Tordesillas que corresponde al siglo XIV,
o la de la Mejorada de Olmedo, algunos años posteriores. En la antigua
Colegiata, luego Catedral de Valladolid, en la llamada capilla de San Llorente
encarga la decoración de las bóvedas con un tema de lacería anular y escudos
con las armas de León y Castilla, alternadas con cruces flordelisadas para
honrar a los antepasados Pedro Fernández y Juan Gutiérrez. Pero la obra ya se
debe a Pedro Fernández, hijo del primero y muerto en 1429. Sus relaciones con
las obras de Mayorga de Campos y de Sahagún son evidentes y hay que pensar en
un mismo taller o artesanos. Por si fuera poco, los sepulcros que existían en
la parte baja y que pertenecían a Juan Manso, nombre que también se da a la capilla,
y a su esposa Leonor Vázquez eran de lacería en yeso y creo que muy similares a
uno de los de la Mejorada de Olmedo, que yo puse en relación con el nombre de «Servendo».
También cerca de estos planteamientos estéticos
podrían situarse los de algunas sinagogas en Castilla y León, de las cuales nos
queda su mejor ejemplo en la actual iglesia del Corpus Christi de Segovia,
templo que se restauró sobre una sinagoga contemporánea y similar en temas y
diseño a la del Tránsito en Toledo. Más difícil nos es, sin embargo, encontrar
esos temas en otras sinagogas citadas en León, Valderas, Frómista o Dueñas. Los
restos que nos han llegado de éstas corresponden a elementos de carpintería y
por lo general de la etapa de conversión en iglesias.
Un ejemplo importante de utilización de
yeserías es el que atañe a los palacios y casas nobles de algunas localidades
castellanas y leonesas. Junto a los palacios de Pedro I en Tordesillas y
Astudillo, en los que son numerosos estos restos que corresponderían a mediados
del siglo XIV, algunos incluso inacabados por la singular situación que
transformó Castilla y León en terreno de contienda en la lucha civil y otros
luego proseguidos y usados por los Trastámara, está el caso de los palacios de
la calle de la Rúa, en León, cuyas yeserías se conservan en el Museo
Arqueológico Nacional de Madrid y en el Museo Arqueológico Provincial de León.
Nuevas excavaciones y hallazgos en los últimos años han dado una imagen al
menos fragmentaria, pero importante de palacios incluso anteriores en
Valladolid, Medina del Campo y Arévalo.
En Valladolid capital se encuentra el palacio
de María de Molina, situado junto a una defensa de la ciudad y sobre las casas
de la Magdalena que tanto Don Sancho IV, como María de Molina habilitaron en el
tercer cuarto del siglo XIII y que en 1320 pasó a ser monasterio del Císter y
donde en 1326 se levantaba una iglesia de tapias y madera. Sus yeserías
paseadas por la exposición de las Edades del Hombre, muestran un claro
parentesco y similitud de talla o taller con las de fines del siglo XIII en las
Huelgas de Burgos.
Los «palacios» de San Benito el Real también en
el mismo Valladolid, construidos a partir de 1390 y donde posteriores obras
religiosas y techumbres del siglo XV, cubrieron parte de la obra, manifiestan
la importancia de esa arquitectura civil del siglo XIV.
En Medina del Campo, el también llamado palacio
Real, construido entre 1390 y 1412 por Don Fernando de Antequera, señor de la
villa, ha mostrado a través de unas excavaciones y trabajos de recuperación una
buena colección de yeserías y alicatados, ya citados. Nada por el momento han
dado en cuanto a yeserías y piezas singulares el palacio de Don Juan II en
Arévalo y el palacio de los Trastámara, también de Juan II en Madrigal de las
Altas Torres. En el primero, tan sólo restos de su cimentación y en el segundo
restos de la riqueza de sus interiores de madera y el recuerdo de algunas
celosías que dibujara Gómez Moreno.
El Alcázar de Segovia es con todo el palacio
mejor conocido en cuanto a sus yeserías y rica ornamentación de sus salas, de
la que conocemos el nombre de los artesanos moros que allí intervinieron y las
fechas de realización, que afortunadamente se conservan a pesar del aparatoso
incendio del siglo pasado. Durante todo el siglo XV se producen obras en las
salas bautizadas como del Solio, de la Galera o de las Piñas. Alguna de estas
obras son las conocidas y mencionadas por los viajeros centroeuropeos en 1466.
Las de la sala del Solio que realizará en 1456 Xadel Alcalde, son quizás en
cuanto a formato y diseño de las más importantes del mudéjar castellano-leonés.
Otro palacio segoviano por encargo de Enrique
III y en el que la mano de obra mudéjar se percibe, es el de San Antonio el
Real, convertido luego en convento con esta advocación y que fue fundado en
1455 para sustituir el viejo palacio de San Martín que aún se mantenía años
después para la reina Isabel y soportaba algunas reformas.
La conversión de palacios reales y casas nobles
en conventos ha sido en parte decisiva para la conservación de muchas de sus
obras. El hecho de que fueran por lo general beneficiarias de tales donaciones
órdenes de pobreza severa y observante ha servido para que mucho de lo
albergado en estos locales se conservara, aunque también mucho se perdió y
malvendió. Un estudio completo de los principales conventos de Clarisas de
Castilla y León podría ofrecer muchas sorpresas todavía, no sólo en lo
arquitectónico, sino en el arte mueble. Familias como los Manrique, Enríquez,
Pimentel, Velasco y otras de gran repercusión en la historia castellana y
leonesa favorecieron a estas órdenes y en muchos casos fueron algunos miembros
de sus familias quienes fundaron y regentaron tales cenobios.
El hecho de estar algunos relacionados no sólo
por sus fundadores, sino por la congregación de la que dependían, hizo posible
que actuasen en varios los mismos artesanos. Este sería el caso de un yesero
conocido como Braymi que trabaja en la reforma del siglo XV en el monasterio de
Astudillo y que años después está en el monasterio de Calabazanos realizando un
arco de yeso y lucillo sepulcral con la misma temática que antes empleó en la
sala Capitular del monasterio de Astudillo y que allí firmó.
En el palacio de Curiel de los Ajos se
conservaban también unas buenas yeserías de inicios del siglo XV que
desaparecieron con la demolición del edificio hace años. La relación en este
caso con algunos temas toledanos era evidente.
Las capillas funerarias también se sirvieron de
este material para embellecer sus arrocabes e incluso trazar algunos arcos y
tracerías para albergar las sepulturas de los fundadores. La capilla de
Santiago en San Andrés de Olmedo se data de 1391 con el sepulcro de yeso de
Velasco Ruiz y su esposa. Tenía unos escudos ajedrezados y otros alusivos a
Castilla y León, bajo un arco de tipo granadino. La de Vasco González de Viera
en San Miguel de la misma población, en 1423. La capilla de don Pedro García
Dávila Gómez y doña Juana Díaz en la iglesia de Santa María de Arbás está
documentada por una inscripción en 1422. Del mismo siglo, 1455, es la que se
construyó en el templo de la Peregrina o de San Francisco de Sahagún para don
Diego Gómez de Sandoval. Posiblemente esto nos documenta un taller de yeseros,
dedicados a capillas funerarias en el entorno de Olmedo-Mayorga-Sahagún y que
serán los que hoy pueden ponerse en relación con las obras palatinas de
Valladolid y Medina del Campo entre fines del siglo XIV-XV.
En la iglesia de San Esteban de Cuéllar
mandarán construir sus vanos funerarios en yeso don Lope de Córdoba e
Hinestrosa y doña Isabel de Zuazo. Este tema de la yesería para los lucillos
funerarios se hace frecuente en algunas iglesias castellanas y leonesas, si
bien las implicaciones temáticas de tipo gótico llegan a predominar sobre el
propio motivo de geometría musulmana. Este sería el caso de las tumbas de los
Acuña en la parroquial de Dueñas, que tendrá una amplia repercusión en Palencia
capital y provincia o en las tumbas de los Velasco en Zarzoso.
Dentro de esta época y de esta estética
gótico-mudéjar habría que situar las yeserías que cubren casi completamente la
qubba de la Mejorada en Olmedo. Este edificio fue comenzado a construir en 1396
sobre el beaterio de Maripérez de 1300. Posiblemente la fundación monástica se
deba a don Fernando de Antequera, tras el compromiso de Caspe de 1402 y donde
primitivamente se pensó un palacio y sepultura. Dos capillas hoy quedan, la de
María de Toledo con restos de pinturas e inscripción del siglo XVI y la de los
Zuazo, obra del contador de este monarca castellano, Velasco Fernández que
entre 1410 y 1414 la comenzó a levantar, aunque tenemos constancia que con la
muerte de su mujer en esta última fecha estaba sin concluir. Se cubre con una
buena bóveda de lacería geométrica de crucetas y estrellas de ocho en tres
círculos que repiten la estructura de la capilla Dorada de Tordesillas y de
bóvedas de albañilería sevillanas. Luego serán posiblemente los sucesores los
que rematen la obra e incorporen nuevos sepulcros, donde aún llegué a leer una
inscripción a nivel de tierra «Servendo». ¿Artista o personaje enterrado? No lo
sé. Las tumbas y yeserías se prosiguieron hasta entrado el siglo XVI, fecha en
la que también trabajan similares yeseros en la iglesia de San Miguel de
Olmedo, capilla de Andrés Olibera y Juana Belázquez.
Un artista yesero que acostumbró a dejar
firmadas sus obras es Alonso Martínez de Carrión. En la antesacristía de San
Francisco de Palencia dejó una sepultura y arco para un miembro de la familia
Sarmiento, a fines del siglo XV, de igual forma que algunos años después firma
el púlpito de Santa María de Becerril de Campos, y a él deben atribuirse
algunas obras de yesería en esta localidad y en Villalón de Campos.
En el Norte de la provincia de Burgos, en el
castillo de los Velasco en Medina de Pomar, existió una sala de la parte alta
de la torre que se cubría con un friso de yesería de tipo geométrico y de
lacería con otros temas vegetales que repite en la parte baja la advocación: «Mater Dei, miserere mei». Es obra del
siglo XV y ofrece ciertas concomitancias con el friso antes mencionado de la
capilla de Diego Gómez de Sandoval en la Peregrina de Sahagún.
Otro yesero que conocemos por la vía documental
es Sebastián de la Torre que trabaja en las obras de ampliación y reforma del
coro de Santa María en Aranda de Duero y realiza un alfarje para éste, así como
las dos barandillas de yeso que sirven de acceso a su parte alta, una aún en
uso y la otra conservada como elemento decorativo en el muro. Esta obra data de
1527, pero por los mismos años realiza también otra obra similar en el cercano
pueblo de Sinovas, en la iglesia de San Nicolás, donde fabrica el púlpito de
yeso y la escalera del coro.
Al igual que tan sólo conocemos un ejemplo de
pila bautismal en yesería, la de Abejar en Soria, son numerosos los ejemplos de
púlpitos de este material que entre la segunda mitad del siglo XV y parte del
siguiente se realizarán en Castilla y León, manteniendo en algunos casos temas
de tracería y claraboyas góticas: refectorio del monasterio de Clarisas de
Astudillo (¿obra de Braymi?), ermita del Cristo en Torremarte, el mencionado de
Santa María de Becerril de Campos, el de San Miguel en Támara de Campos, el de
san Hipólito de esta misma población, el de Santa María de Villalcázar de
Sirga, con algunas representaciones de ángeles y santos y un desconocido
escudo, y el de Santa María en Paredes de Nava (obras todas éstas, si no
realizadas por Alonso Martínez de Carrión, de su escuela o círculo cercano).
Otros púlpitos son el de la parroquial de Villacuende y el de la parroquial de
La Serna. Casi todos como se ve en la provincia de Palencia y a los que se
pueden sumar otros posteriores, ya de influencia renacentista, como el de la
Asunción de Osorno, el de la parroquial de Itero de la Vega y por otro lado los
dos famosos de tipología nazarí como el de la ermita de Nuestra Señora de las
Fuentes en Amusco y el de Santa María del Campo, ya de Burgos. En ellos se
combinan los paneles de lacería geométrica musulmana con elementos claramente
nazaríes, como los mocárabes granadinos en el primero, mientras que en el
segundo se alternan con temas góticos y renacentistas. Lo que aún resulta más
curioso en el púlpito palentino y de una enorme sabiduría, es la aparición de
unos paneles de yeso tallados que se sirven de temas iconográficos
renacentistas, como es el de la abundancia y el de la retórica, dibujados por
el propio Mantegna.
Los ejemplos mencionados de Aranda de Duero,
barandilla del coro, y Sinovas, púlpito y barandilla del coro se hallan a
caballo entre lo gótico y renacentista, de la misma forma que el fragmento de
púlpito de yeso que alcancé a ver y fotografiar en Gumiel de Hizán y que creí
que procedía del desaparecido monasterio de San Pedro de esta localidad, era de
tipología gótico-mudéjar, posiblemente estuvo siempre en esta parroquial y
mostraba las armas de los Mendoza, lo que le data de fines del siglo XV.
Es curioso, que mientras el artista de Amusco
parece manifestar más claramente su pasado musulmán, yo me atrevería a
imaginarle granadino, esto le hace estar muy cerca del que realiza el púlpito
de yeso de Santa María del Campo en Burgos, lo que si es cierto es que algunos
temas islámicos y otros de los Reyes Católicos, como la granada vienen a
demostrarnos la existencia de un taller contemporáneo a estos monarcas y
asimismo granadino, que por un lado muestra obras claramente musulmanas, caso
de Amusco y Santa María del Campo y posiblemente el púlpito de San Miguel de
Támara, y por otro se vincula con temas góticos, caso del que llamamos taller
del maestro de Támara o el propio Alonso Martínez de Carrión, que realiza el
coro alto de yesería de San Hipólito en Támara de Campos, las yeserías del
claustro de santa Clara de Palencia, el coro alto de este monasterio, la
capilla funeraria de María de Padilla en el Monasterio de Clarisas de Astudillo,
el púlpito de Santa María de Villalcázar de Sirga, siendo asimismo obras de su
taller los púlpitos de San Hipólito de Támara, de Santa María de Paredes de
Nava y algún otro en la zona. Un hecho aislado y de por sí anecdótico, pero que
probaría en parte el origen de este taller granadino, en parte por nostalgia es
lo que se trasluce de la lectura de la inscripción que corre por la parte baja
del púlpito de la ermita de Torremarte y que he vinculado con la mano de obra
de Alonso Martínez o el taller de Támara. «Esta
obra se fiso año de XCII que se ganó Granada». ¿Puede haber más recuerdo o nostalgia de lo perdido que esta
inscripción? Un añadido posterior, no muy lejano completó la inscripción con un
texto erudito y además de otro futuro: «ida del viejo mundo a Mexco»
El tema de la yesería mudéjar de Castilla y
León no está cerrado, ni parece que podamos conocer todas las piezas clave que
nos faltan. Púlpitos y lucillos sepulcrales existen en Olmedo, Rágama, Pajares
de la Lampreana y Narros del Castillo. Dos púlpitos han llegado a nosotros sólo
en noticias, recogidos por Gómez Moreno en su «Catálogo Monumental de Zamora»:
los de Santa María en Pajares de la Lampreana y el de Santo Tomás en
Revellinos. No es de extrañar, porque existen otros restos de yesería en los
templos que los atestiguan. En Valladolid se conserva tan sólo el de la iglesia
de Santiago en Tordehumos que exhibe en uno de sus frentes el escudo de los
Álvarez de Toledo-Acuña. Es obra de inicios del siglo XVI.
En el siglo XVI se prosiguieron en Castilla y
León las obras y decoraciones de yesería con fines funerarios o como
ornamentación de alguna capilla. Este es el caso de la que hacen los miembros
de la familia Manuel en Boada de Campos, a inicios de este siglo XVI y por
encargo de uno de los obispos de esta familia. En la fortaleza de Coca los
Fonseca decoran algunas salas con frisos corridos de yesería que repite temas
de fauna renacentista, como algunos fragmentos existentes en el Museo
Arqueológico Provincial de Palencia. Pero quizás uno de los más ricos
repertorios de yeserías de este siglo se encuentre en el palacio de los Condes
de Miranda en Peñaranda de Duero, donde algunas celosías, frisos y chimeneas
exhiben la mejor muestra de yesería renacentista. Poco sin embargo, nos ha llegado
de la ornamentación de estos palacios y castillos que debieron de tener amplias
muestras de este tipo. Algo se puede ver en el castillo de Ampudia, en algunos
marcos de vanos y puertas, o en el palacio de Grajal de Campos. Restos escasos
quedaban en el intradós de una ventana del castillo de Valencia de Don Juan y
algunos restos también se salvaron en la limpieza de la llamada Torre del
Caracol del Castillo de Benavente y hoy se exhiben en un pequeño panel como
recuerdo. Creo recordar haber visto otros restos y leído de su desaparición en
la restauración de la torre del Homenaje en el castillo de la Mota en Medina
del Campo.
En el interior de la puerta de Santa María en
Burgos se conservó un arco doble de yesería que pertenecía a una vivienda del
siglo XIV y que se conocía como arco de los Notarios. Es pieza que nada tiene
que ver con la obra del siglo XVI allí realizada y que fue llevada allí como
pieza del Museo Provincial de Burgos en su origen.
Un tema de yesería que se mantendrá luego largo
tiempo y ya caracterizado por motivos de tipo religioso y en especial
eucarístico es el de las bovedillas de yeso que se ponen en los alfarjes de
fines del siglo XVI y del siglo siguiente. Es un ejemplo que se da
repetidamente en algunos hospitales como el de los Palmeros de Frómista y en el
de Villasandino. También se utilizará con formas geométricas y decorativas en
algunos alfarjes de viviendas, pórticos y coros altos.
El material de algunas celosías de conventos de
monjas parece haber sido también el yeso, con el que a partir de una estructura
de madera u otro material se trazan algunas formas de claraboya y calados de
tipo geométrico. Dado lo sencillo y tosco del diseño, pasan estas celosías a
menudo inadvertidas para el investigador, encontrándose ejemplos interesantes
en los conventos de Calabazanos y Santa Marina y la Piedad de Palencia, o el
destruido de San Bernardino de Cuenca de Campos.
Existen asimismo algunos ejemplos de retablos
de yeso que acusan la influencia del estilo gótico y de algunas formas mudéjares,
como es el caso de los existentes en las iglesias de Horcajo de la Torre,
Palacios de la Goda y Donjimeno, donde también se repiten temas similares en un
arco. Esta utilización del yeso con temas claramente renacentistas gozará del
favor de algunos patronos que se sirven de los elementos ornamentales de este
material para edificios religiosos o privados. Así los condes de Benavente
mandarán construir una sacristía en el siglo XVI dentro de la iglesia de Santa
María del Azogue en Benavente que mostrará sus escudos y una temática de rombos
muy del gusto clásico y a la manera de las bóvedas acasetonadas. Hay que tener
en cuenta asimismo, que por los mismos años triunfa en Castilla y León la obra
de la familia Corral de Villalpando, maestros yeseros que no sólo dejaron
numerosas obras por toda la comarca de Campos y en sus principales templos,
sino que dentro de las pautas estilísticas renacentistas tuvieron una gran
influencia en algunas obras de carpintería para techumbres y coros, que siguen
algunos de sus motivos iconográficos y ornamentales. El uso también del yeso en
otros elementos de la vida cotidiana palaciega como es el caso de chimeneas,
tribunas de música y elementos del mobiliario o alacenas puede verse aún en
casas y palacios como el de Peñaranda de Duero o el de Cevico de la Torre,
donde incluso aparecen los escudos de sus patronos.
MADERA
La madera es otro de los materiales de mayor
utilización por parte de los mudéjares castellanos y leoneses. Dada su
ligereza, mayor comodidad de transporte y las pautas geométrico-funcionales que
llevan a su trazado, gozó de una muy amplia difusión. En una primera etapa,
según estructuras de tipo basilical y pseudobasilical, para cubrir iglesias
románicas y luego con numerosas transformaciones y complicaciones que dieron
lugar a una carpintería de lo blanco que perduró hasta el siglo XVII.
Hay que tener en cuenta que existe una
carpintería de lo blanco cuyo fin son las techumbres de los edificios según
unos determinados sistemas de corte de tipo geométrico que se basan en el
empleo de unos cartabones y una carpintería de lo prieto que acude más a
solventar problemas de cubiertas y tejados, estructuras de madera y andamiajes.
Ambas suelen aparecer en paralelo en libros de fábrica y en algunos encargos.
Sin embargo, la que nos interesa más y en la que se manifiesta más claramente
el sentir geométrico y abstracto de la estética musulmana y donde la
decoración, la pintura y las valoraciones heráldicas o icónicas tienen su mejor
asiento es en la carpintería de lo blanco.
No quiere ello decir que todos los responsables
de tales obras fuesen mudéjares, ya que aunque conocemos algunos nombres, otros
en su mayoría, especialmente tras la conquista de Granada y la venida de
moriscos granadinos, aparecen ya cristianizados. Este es el caso de los censos
de Inquisición que nos dan abundantes datos de estos moriscos y sus oficios,
pero que individualizados por su nombre, poco nos dirían de su pasado musulmán.
Sabemos que algunos lugares tienen una nutrida representación de tales
artesanos, como es el caso de Ávila, Palencia o Salamanca, pero en pocas
ocasiones podemos establecer relaciones entre una determinada obra y su
creador. De esta forma, tenemos que acudir en muchos casos a la utilización de
una clasificación tipológica por escuelas o tipos de techumbres en cuanto a
formas y decoración.
La carpintería no nace en Castilla y León con
los mudéjares, pues hemos de ser conscientes de que la arquitectura
prerrománica se sirvió también de estos sistemas de cubierta para sus templos y
edificios civiles, si bien no ha llegado hasta nosotros ninguno de los restos
de este período y menos en tierras castellanas y leonesas. Gómez Moreno citaba
ya la existencia de techumbres en el arte asturiano y en especial las de
Priesca y Santullano, de la cual quedan algunas vigas con temas de ajedrezado
poco identificables. Pero todos estos edificios prerrománicos se transformaron
entre fines del siglo XIX y los inicios del siglo XX por motivos bélicos y
desafortunadas restauraciones. Porque ¿quién iba a decir también que Santa
Cristina de Pola de Lena poseía un a techumbre de fines del siglo XVI que
desapareció en la reforma de Juan Bautista Lázaro?
Esto mismo acontece con las iglesias
prerrománicas castellanas y leonesas. En el transcurso del tiempo perdieron sus
techumbres originales de las que ignoramos su valor y tan sólo nos atrevemos a
sospechar alguna forma de tijeras o par e hilera a la manera de las basílicas.
Sin embargo, sabemos documentalmente cómo estaban cubiertas, una fecha aproximada
para las techumbres mudéjares e incluso como eran algunos temas ornamentales
que exhibían. San Juan de Baños tenía una techumbre mudéjar de la segunda mitad
del siglo XV, decorada con escudos heráldicos, según la descripción de
Sandoval. De San Pedro de la Nave existían restos de su techumbre policromada
hasta hace algunos años conservada en el Museo de Zamora. La techumbre de San
Miguel de Escalada es original mudéjar y corresponde al siglo XV, aunque
todavía se siga leyendo en algunos textos su procedencia mozárabe. El tema
inciso que decora sus tablas, los escudos de las tabicas y los restos de
policromía nos llevan a esa fecha y, lo que es más importante, su estructura es
de un tipo un tanto confuso. Bautizada generalmente como de par e hilera,
parece más corresponder a un sistema de techumbre mixta, entre el par e hilera
y el par y nudillo, ya que no existe en sí una viga que cargue el peso de los
pares, sino una tabla ancha que recoge a la manera de nudillo pegado a ella o
de un mínimo almizate la fuerza de los laterales de la techumbre. Este tipo de
techumbres es frecuente en la zona de Campos, a partir de la segunda mitad del
siglo XV. Ejemplos de ellas son las de la iglesia de San Andrés de Aguilar de
Campos, obra de los Enríquez y Quiñones, segundo matrimonio del almirante Don
Fadrique Enríquez, la de la ermita del Cristo de Dueñas, antigua sinagoga y que
habrá que considerar transformada en templo tras la expulsión de los judíos en
1492, o la misma techumbre del claustro de San Juan en Castrojeriz que se sirve
aparte de otros elementos como cuadrales y tirantes y que también corresponde
al siglo XV.
En San Cebrián de Mazote, iglesia también
mozárabe, existió una techumbre de inicios del siglo XVI que hasta comienzos
del siglo XX se hallaba cubierta con bóvedas que Lampérez documentó sobre la
base de una inscripción. Ignoro si es la actual con su decoración de leones y
una estructura de par e hilera.
Las techumbres más antiguas conocidas en
Castilla y León y realizadas por mudéjares son las llamadas techumbres planas o
alfarjes. Esto es, las que permiten andar sobre su parte superior a la manera
de un piso o terraza. De este tipo, Torres Balbás bautizó como la más antigua
de Castilla y León a la del monasterio de Santa María de Huerta en Soria en una
nave transversal situada junto a la entrada al templo del monasterio que hoy se
encuentra dentro de las ampliaciones del siglo XVI y otras modernas. Es un tipo
de alfarje de los llamados de un solo orden de vigas, ya que apea directamente
sobre los arcos de piedra que dan luz a la estancia. También se ha considerado
del mismo siglo XII, la que cubría la iglesia de San Millán en Segovia que hoy
se conserva en parte en el museo parroquial. Es de madera de pino sin
policromar y repite temas epigráficos alusivos a Dios en grafía árabe, aparte
de otros temas vegetales islámicos. Sin embargo, la iglesia de San Lorenzo de
Segovia que también disponía de una techumbre de madera mudéjar, usaba ya un
sistema de tipo de tijeras, marcando la decoración incisa sobre los pares y
vigas tirantes, obra posiblemente de inicios del siglo XVI. Lo que no quita que
existiese una anterior contemporánea de la obra románica, similar a la de San
Millán que es claramente toledana, luego rehecha en formas moriscas tardías.
Todo ello sólo puede desprenderse de los dibujos realizados por los Monumentos
Arquitectónicos de España.
El uso de los alfarjes de un solo orden de
vigas es frecuente en la cubierta de amplias galerías de palacios o
monasterios, siempre que los soportes pétreos o ménsulas se encuentren a una
distancia que no rebase los cinco metros. En Santo Tomás de Ávila existe un
alfarje del siglo XV en el patio de los Reyes con los escudos de los Reyes
católicos. En el Colegio de Santa Cruz de Valladolid, obra de fines del XV,
repite las armas del Cardenal Mendoza. En palacios como el de los Tovar en
Cevico de la Torre, obra de fines del siglo XV, en el de Dueñas, obra de los
Acuña o condes de Buendía con obras entre fines del siglo XV e inicios del
siglo XVI, en el de los condes de Miranda en Peñaranda de Duero, obra del siglo
XVI existen varios alfarjes de este tipo en el claustro y salas, de la misma
forma que en el palacio de los Mendoza en Almazán, de fines del siglo XV, en el
de los Dueñas en Medina del Campo, obra del siglo XVI, o en el de los Vega en
Grajal de Campos con múltiples influencias de tipo toledano o alcalaíno, además
de los maltratados y desaparecidos techos del castillo de Villanueva de Cañedo
en Salamanca.
Los alfarjes pueden también tener más de un
orden lo que explica que puedan tener una más amplia cubierta de las salas,
pero para ello requieren unas gruesas vigas denominadas jácenas, sobre las que
cargan las otras vigas menores o alfarjías. Este tipo de techumbre convive con
el anterior, ya que a menudo depende de la luz de la sala el empleo de tales
soportes y algunas muestras se dan en ejemplos anteriormente citados. El
monasterio de Santo Domingo de Silos usa este sistema y de esta manera exhibe
una muy rica iconografía sobre las jácenas que en estos casos aporta la
temática figurativa dependiente no sólo de la vida cotidiana, como se ha dicho,
sino también algunos temas literarios, extraídos del Roman de Renard o del
Libro de los Gatos entre otros. El mismo procedimiento debió de ser el empleado
en la primitiva techumbre de la Colegiata de Covarrubias y en su claustro y del
cual tan sólo queda una viga con escudos, obra también de inicios del siglo XV.
Este sistema de vigas decoradas con escenas figuradas gozará de una gran
aceptación en tierras burgalesas, lo que ha hecho pensar en una denominada
escuela góticomudéjar burgalesa que desde Silos hasta San Millán de los
Balbases, pasando por las tablas de Vileña, las vigas procedentes de Curiel de
los Ajos, hoy en el Museo Arqueológico y en el Alcázar de Segovia, y con
influencias sobre el alfarje de San Juan de Santoyo, el claustro de San Juan de
Castrojeriz y las tablas conservadas en San Nicolás de Madrigal de las Altas
Torres llega a ejemplos típicamente figurativos entre fines del siglo XV e
inicios del XVI con el apostolado de Molpeceres en el coro alto de la
parroquial, el de la parroquial de Borcos, las escenas de la Pasión de Cristo
en el coro de Santiago de Calzada de los Molinos, los apóstoles y profetas en
la techumbre de la parroquial de San Pedro del Arroyo que se articulan en torno
al Credo cristiano, las escenas sueltas del coro de Amayuelas o el tema también
religioso, un tanto inidentificado, aunque me parece del libro del Apocalipsis,
del coro de San Juan en Moral de la Reina. Hay que tener en cuenta que todos
estos temas figurativos se encadenan no sólo en cuanto a temática, sino también
en cuanto a técnica y se repiten en similares lugares del templo. Todos ellos
son variantes de la pintura gótica internacional que también tuvo una singular
manifestación en la viga del presbiterio del coro viejo de Santa Clara de
Tordesillas, donde el tema de la Pasión, atribuido al maestro de Manzanillo
convive con otros de mocárabes. En los últimos tiempos, las exposiciones de las
Edades del Hombre han desvelado dos ejemplos de arrocabes con temas figurativos
de la pasión de Cristo en estas tierras castellanas, uno procedente de Almarail
en Soria y otro en Santa María de Riaza, si bien datados en el siglo XIII, lo
cual nos lleva al uso de la pintura gótica en algunas techumbres y cubiertas,
de lo cual sólo conocíamos los ejemplos aragoneses, caso de Foces y Teruel.
Hay otro tipo de influencia figurativa que se
manifiesta en tierras burgalesas y que depende más directamente de la techumbre
de la catedral de Teruel. Este es el caso de la techumbre de par y nudillo de
San Nicolás de Sinovas que ofrece en el siglo XV una visión del mundo según las
concepciones de la época, con santos, mártires, apóstoles y alusiones a la vida
de Jesucristo, mientras que por otro lado las referencias a seres míticos,
trabajos y creencias del momento también tienen su reflejo, a la manera de un
gran álbum o Biblia ilustrada para mentes sencillas.
El sistema de cubierta plana o alfarje es
corriente en palacios como el de Pedro I en Astudillo, obra de mediados del
siglo XIV, o el palacio de los Luna en León que ya pertenece al siglo
siguiente. También se da en el palacio de las Leyes y en el claustro de las
mercedarias de Toro, o en los restos de la casa del siglo XV convertida en
convento de las Dueñas en Salamanca.
Una forma de cubierta plana en la que se
combinan ambos sistemas se da en algunas sacristías, como en la parroquial de
Villemar, la de San Esteban de Castromocho y la iglesia de Alcózar, obras todas
del siglo XVI y en las que predomina la labra de la madera en formas recortadas
y abiseladas.
Un sistema de techumbre plana, rica en
decoración pues recoge formas de lacería ataujerada o claveteadas directamente
sobre su estructura de vigas, es el taujel. Existen pocos ejemplos de éste, tan
sólo la cubierta de los baldaquinos funerarios en la iglesia del Salvador de
Oña que se construyeron a fines del siglo XV. Hay asimismo un taujel en la
capitular de la catedral de Burgos, obra del siglo XVI y creo recordar otro en
la de Zamora. Algunos coros ofrecen en su parte baja esta estructura de taujel,
como el de la parroquial de Narros del Castillo.
Las techumbres a dos aguas tienen infinitas
variantes y ya hemos contemplado algunas dependientes del sistema de tijeras o
de par e hilera. Pero sin embargo, son muy escasos los ejemplos del tipo de
techumbres a dos aguas sobre arcos diafragmas, un sistema que tendrá una gran
aceptación en el gótico levantino y con techumbres mudéjares de gran valor y
que a su vez tiene la ventaja de aislar partes del templo y de la nave en caso
de incendio. En Castilla y León los ejemplos son contados y se remiten siempre
a iglesias de gran amplitud. Este es el caso de la parroquial, antes abadía de
Husillos que curiosamente tuvo vigas decoradas con temas epigráficos islámicos.
En Santa María de Becerril de Campos se aplica este sistema para dar una mayor
amplitud a la nave y permitir el apoyo de las vigas, pero se reproduce el
esquema de par y nudillo que perdió su lazo en la reforma barroca que ocultó
con bóveda la techumbre. Zamora ofrece dos buenos ejemplos: el Salvador de Ayoo
de Vidriales y San Andrés de Zamora que se sirve del mismo tema de lacería en
el almizate y con formas apeinazadas propias del siglo XVI, frente a los temas
polícromos de las dos iglesias palentinas que corresponden a fines del siglo
XV.
Las techumbres de par y nudillo son frecuentes
para la nave de los templos. Su sistema de quebrar las fuerzas y atar los pares
con un elemento a la vez ornamental, como es el almizate con temas de lacería,
piñas o chellas es un recurso que goza de gran aceptación y resulta además
funcional y decorativo. La iglesia de Santa Clara de Astudillo, obra de
mediados del XIV, el claustro de San Antonio el Real, de fines del XV, San
Nicolás de Sinovas, San Nicolás de Madrigal en su nave central y la parroquial
de Narros del Castillo en el mismo tramo son ejemplos de este tipo. Oros
ejemplos son: la Asunción de Soliedra, las parroquiales de Hernansancho,
Blascosancho, Monsalupe, El Oso y otras varias de la Moraña de Ávila, la nave
central de la iglesia de Santiago de Tordehumos y posiblemente las cubiertas de
las naves de la ermita de Muñó, San Adrián de Villavieja de Muñó, donde los
escudos aluden a la familia Rojas, al igual que e Monzón de Campos y en
Hontoria de Cerrato.
Unos sistemas más complicados a partir del par
y nudillo son las llamadas techumbres de artesa por reproducir de forma
invertida el diseño de ese objeto usual en las matanzas y amasado de pan. Tiene
cuatro lados para equilibrar mejor de esta forma las tensiones de los muros
laterales y de la cabecera o pies del templo. Las artesas pueden ser
apeinazadas o ataujeradas. Las primeras dejan a la vista la estructura de vigas
y las segundas las encubren con una tablazón que repite temas de lacería
claveteada o pintada.
La artesa apeinazada existe en algunas capillas
y cabeceras de templos a partir del siglo XVI, como en la capilla del castillo
de Castrillo de Don Juan, ermita de San Pantaleón de Osorno, torre del
monasterio de San Bernardino en Cuenca de Campos, hoy en el Museo Diocesano de
Palencia, pórtico de San Martín del Obispo, templo de Saelices de Mayorga, San
Leonardo de Zamora y Valdenebro. Por lo general usan un sistema de lima simple
o limabordón en los ángulos, aunque en otros casos, como en las parroquiales de
Villaherreros, de Bahillo y Torre de los Molinos utilizan la lima doble o
moamar, lo cual le da un aspecto más decorativo. En los pórticos como
Quintanilla de la Cueza y en Mayorga de Campos (Santa Marina) utilizan un
mínimo sistema decorativo a partir de los propios pares, rematando en una
lacería agramilada.
Este sistema de artesas apeinazadas no permite
mayor ornamentación que la que aportan los gramiles y algunas mínimas líneas en
azul y rojo. Sin embargo, las artesas ataujeradas y con decoración claveteada
ofrecen ricos muestrarios de este tipo. En la Capilla de Santiago de Las
Huelgas de Burgos se da un ejemplo de artesa cuadrangular con temas de lacería
que se data en 1275 y que se quiebra formando cinco paños. En la cabecera de
los templos de Boada y Añoza existe este tipo de artesa ataujerada muy
relacionada con lo que denominamos el estilo de Campos y con el estilo del
maestro de Fuentes de Nava. Son obras de inicios del siglo XVI. Sobre planta
rectangular y datada por un friso de yesería en 1422 tenemos la artesa de la
capilla funeraria de Pedro García Dávila Gómez y su mujer en Santa María de
Arbás de Mayorga de Campos.
Uno de los mejores ejemplos de este tipo de
cubierta es el existente en el crucero del templo de Santa María en Fuentes de
Nava que habrá que atribuir a un experto maestro, no sólo en el arte de la
lacería, sino también en el de la escultura, ya que realiza para presidir esta
techumbre el busto de Cristo y los cuatro símbolos del Tetramorfos, un tema que
aparte de lo inédito, conjuga lo cristiano del templo con la geometría total de
la techumbre. Obra posiblemente del mismo autor o taller es la capilla que
existe en la Asunción de Villacé y que repite la figura central dentro de una
similar decoración geométrica.
Las formas ochavadas o de artesas de ángulos
quebrados son las más frecuentes para cubrir las naves de los templos, si bien
también ofrecen la doble alternativa de ser apeinazadas, esto es, mostrando sus
estructuras o cubriendo éstas con tablazón claveteada y pintada.
Dentro de las primeras, existe un tipo de
techumbre ochavada que gozará de una amplia aceptación en León y que tiene como
modelo la techumbre de la sala capitular de San Marcos de León. Son todos
ejemplos del siglo XVI y entre ellos hay que citar las cubiertas de las
parroquiales de San Cristóbal de Entreviñas, la de Alija del Infantado y la
nave de la parroquial de Almaraz de la Mota, hoy desaparecida. La labor de
labra es de gran valor plástico y surge a partir de formas de alfardones o
azafates, que a su vez organizan el desarrollo de toda la techumbre en grandes
formas acasetonadas. Esto es lo que conocemos como escuela o taller de León, si
bien tiene sus ramificaciones en puntos limítrofes y en algunos casos perdió
las techumbres artesonadas de este tipo, como ocurrió en la parroquial de La
Bañeza y en San Nicolás de Madrigal, donde se ha utilizado la techumbre en el
coro actual, mientras en la anterior forma parte de un frontal de altar.
Hay tipos de techumbre ochavada con estructuras
de madera vista en las vigas, pero que mantienen la tablazón por debajo con
rica policromía y temas heráldicos o animalísticos, como en el caso de San
Pedro y San Miguel en Villalón de Campos, obra del conde de Benavente en el
siglo XV y de las parroquiales de Melgar de Arriba, Villafuerte de Esgueva,
obra de inicio del siglo XVI y de la familia Franco de Guzmán y Villanueva de
la Condesa. Muy perdida, si es que aún resta algo está la de San Pedro de
Acebes en su nave.
Un tipo de techumbre que se define como de
Cisneros, tendrá gran importancia para toda la zona de Tierra de Campos. Son
techumbres que imitan lo apeinazado, pero que están formadas por formas
ochavadas u ochavos con decoración claveteada en madera de pino sin pintar que
repite la geometría al uso. En San Facundo de Cisneros tiene el mejor ejemplo
con sus decoraciones en rombo que cubren la nave central y laterales. En el
cercano templo de San Miguel de Mazuecos de Valdeginate se repite este tema,
así como en la nave de San Justo de Cuenca de Campos. Formas de ochavo para el
presbiterio dentro de esta tipología son las de El Salvador de Quintanilla de
la Cueza, la de Renedo del Monte, La Asunción de Villacid y una de las capillas
en la cabecera de Villalcón. Las parroquiales de Lagunilla de la Vega y de Escobar
de Campos usaban este sistema de cubierta de madera que indica una cierta
relación con los creadores del estilo Cisneros. La primera ardió completamente
hace pocos años, estaba fechada por una inscripción entre 1597-1604.
En la provincia de Zamora y tierras limítrofes
se da la difusión del tipo figurativo, surgido a partir de las yeserías de los
Corral de Villalpando y realizadas en madera en techumbres como Santa María de
Castroverde de Campos o la de Grijalba de Vidriales. Este mismo caso es el tema
de las virtudes cardinales que aparecen en la parte alta de la techumbre de la
nave de San Justo de Cuenca de Campos y en las representaciones de reyes y
personajes bíblicos del coro alto de Bolaños de Campos. La labra de la madera
guarda ciertos paralelos con la del coro de San Pedro en Villanueva de los
Caballeros, de la misma forma que un sistema de cubierta de ochavo que aparece
en la parte posterior del templo de Santa María de Castroverde de Campos tendrá
su idéntico reflejo en San Esteban de Villamayor de Campos.
Hay un elemento decorativo que aparece en
muchas de estas techumbres zamoranas y vallisoletanas cercanas y es el de la
linterna o piña con columnillas que remata alguna techumbre y que curiosamente
se ha conservado en algunos templos, incluso sin rastro de la techumbre. Es
tema similar al de Cuenca de Campos y aparece en Santiago de Villalpando, en
Santa Marta de Cerecinos de Campos, en Quintanilla de la Cueza, en Renedo del
Monte y en San Pedro de Acebes, actual despoblado de Guaza de Campos.
Hay techumbres ochavadas apeinazadas mostrando
sus estructuras de madera en la Asunción de Cantaracillo y en las parroquiales
de Macotera, Aldeaseca, San Pedro de Villoria, Villar de Gallimazos, en la
capilla norte de Rágama y en la ermita de Villacastín. Obras todas del siglo
XVI. Otros ejemplos interesantes son los de las parroquiales de Flores de Ávila
y San Cipriano de Fontiveros. Un importante repertorio de techumbres de este
tipo se ofrece en las naves de Fresno de la Vega y otras simples son las de San
Segundo en Ávila y San Andrés en la misma capital, lo que también manifiesta un
hecho más que común en la arquitectura del siglo XVI: la transformación de las
techumbres de los edificios románicos que a partir de estos momentos se
cubrirán con obras mudéjares. Este hecho que transforma muchos de estos templos
y los cubre o acaba de cubrir con formas de madera del momento, nos prueba en
todo el territorio de Castilla y León la existencia de una fiebre constructiva
que se refleja en muchos casos en los libros de fábrica de algunos templos y en
la preocupación de algunos visitadores de la época que ven la mala situación de
los templos medievales y el deterioro de sus estructuras de madera.
Hay ochavos de gran calidad y dentro de esta
estructura apeinazada, como los de la capilla mayor de Grajal de la Ribera o
Mansilla Mayor, los del convento del Sancti Spiritus en Toro y de las monjas
Sofías en la misma localidad. Otros ejemplos más sencillos son los de
Villarmentero de Campos, Aldealengua, la diminuta techumbre de ermita de la
Piedad en Osorno y la techumbre central de San Marcos en Salamanca.
Las formas ataujeradas también mostrarán aquí
un mayor lujo y dispersión por la zona. Hay tres formas semioctogonales en las
cabeceras de San Facundo de Cisneros, San Antonio el Real y Santa Clara de
Tordesillas. Otras ya completas y del mismo estilo se dan en la iglesia de
Santiago de Calzada de los Molinos, en San Miguel y San Pelayo de Barcial de la
Loma, San Nicolás de Castroverde de Campos (perdida), Santo Tomás de Revellinos
de Campos y en la ermita del Cristo de Villafilar, junto a Cisneros.
En ella se da el último paso de la actuación
del carpintero Juan Carpeil que firma su obra en el presbiterio de la iglesia
de las Nieves en Villamuera de la Cueza, en los primeros años del siglo XVI y
al mismo tiempo trabaja en la cercana capilla de la Virgen del Castillo en San
Facundo de Cisneros y por ello hemos de sospechar su intervención en
Villafilar. Su sistema de cubierta recoge un ingeniosísimo para pasar de la
planta cuadrada a la octogonal y de dieciséis lados a partir de unas pequeñas
trompas de mocárabes y de paños alternados triangulares y trapezoidales. En el
último ejemplo mencionado, la cabecera de la ermita de Villafilar, llega a
complicar la solución aún más, alternando dos tipos geométricos, uno hacia la
cabecera y otro hacia los pies del templo.
León también conoce algunos ejemplos de esta
tipología de ochavos en las cabeceras de los templos, muy ricos y con
decoración de mocárabes, como el caso de Valdesaz de los Oteros, San Justo de
los Oteros y Jabares de los Oteros, donde como puede verse la comarca
desarrolla un tipo de carpintería muy similar, pero que en años pasados se
encontraba muy amenazado de desaparecer.
Las techumbres ataujeradas usan a menudo un
sistema de paños que aproximan sus estructuras a formas más redondeadas. He
visto ejemplos de este tipo en las techumbres de artesa y también se dan en las
medias techumbres techumbres ochavadas como en Tordesillas y en Cisneros. Un
ejemplo de una ochavada completa es la nave de la parroquial de Santa Colomba
de la Vega que muestra unos escudos episcopales que datan la obra en los
inicios del siglo XVI.
Un tema también poco estudiado es el de las
techumbres que muestran entre sus temas ornamentales de tipo geométrico o
vegetal, algunas imágenes de tipo figurativo que conviene tener en cuenta. Este
es el caso de la cabecera de la iglesia de Santa Clara de Tordesillas, donde
parecen representarse algunas figuras de reyes, santos o apóstoles. El mismo
tema se da en la parte anular de la techumbre de ochavo de Santa María de
Alaejos y también puede ser descrita como una representación de la corte
celestial y de las propias concepciones sociales y religiosas mantenidas del
bajo medioevo.
En el Alcázar de Segovia y de la misma manera
en el de Sevilla, frisos de yeso y pinturas alternaban la representación de
seres míticos y monarcas españoles. Este hecho que en modo alguno se encuentras
lejos de esa concepción didáctica religiosa que hemos visto en algunas techumbres,
parece explicar esa visión histórica como un todo continuo, que tanto las
Crónicas de algunos Reyes españoles, como los conocimientos científicos de la
época explicaban. Si podemos hablar de una Historia de la Salvación en las
techumbres de los templos, ¿por qué no utilizar el término de una Historia de
España en otros edificios de tipo civil?
No hay que olvidar que ambos aspectos conviven
en la sociedad medieval y por ello no es extraño que los Reyes de Israel
aparezcan en algunos templos junto a los reyes castellano-leoneses. Tampoco es
de extrañar que algunos mitos de la antigüedad se reinterpreten con formas y
figuras de época. ¿No es demasiado extraño que en las luchas genéricas que
entablan caballeros y jóvenes se repitan siempre los mismos animales y seres:
jabalí, ciervo, dragón, león salvaje...? ¿No es menos cierto que estos temas
son los recogidos por una literatura popular e incluso por una literatura
clásica que adapta los grandes mitos al uso, como los trabajos de Hércules, las
hazañas de Alejandro Magno y algunos caballeros del ciclo artúrico? ¿No
podríamos interpretar como tal el coro alto de madera de la Parroquial de
Bolaños de Campos, con temas frecuentemente repetidos en claustros y palacios
del primer Renacimiento?.
La temática figurativa y heráldica es la menos
conocida dentro del estudio de las techumbres de Castilla y León, pero dadas
sus implicaciones con la pintura gótica y renacentista y en otros casos con la
misma escultura de este último estilo, se hace imprescindible para conocer la
evolución de algunas formas y la popularización de algunos motivos
iconográficos. Las técnicas empleadas en este tipo de ornamentación inciden por
lo general en variantes de temple húmedo, sirviéndose aglutinantes naturales.
La preparación de las maderas muestra un evidente cuidado del soporte de yeso y
cola y se da también alguna vez el uso de telas enyesadas para cubrir grietas y
conseguir una mejor superficie pictórica.
Muchas labores de labra en la madera no fueron
policromadas, ni se pensó tal fin. Los efectos plásticos se logran al incidir
la luz sobre las superficies labradas, abiseladas, escamadas, ajedrezadas u
otras variantes decorativas. Piñas de mocárabes y algunas partes del almizate
fueron decoradas con finas capas de yeso y oro, de la misma forma que en
algunos alfarjes se realizó este trabajo sobre las chellas. Las vigas sea cual
fuere su escuadría y algunas estructuras de jaldetas mantienen a lo largo del
siglo XVI el consabido tema de gramiles en rojo y azul. Por lo general, se
protegieron las techumbres sin policromar con aceites y barnices que resaltaron
los relieves de la talla.
Algunos elementos figurativos plásticos fueron
realizados con la misma técnica que piezas para retablos, sillerías o
mobiliario, pudiendo sospecharse la mano de un autor o escuela definidos. Hay
que insistir que la policromía de las techumbres se realizó por lo general
estando la techumbre en tierra y no in situ, cosa que repiten ciertos autores.
Basta con ver desde cerca algunas tablas y lazos, como las de la ermita de Muñó
o de Hontoria de Cerrato, para observar que la policromía sigue más allá de los
límites de la obra de carpintería vista y lazo.
La obra de carpintería de lo blanco se continúa
a lo largo del siglo XVII, pervive en edificios públicos, en la arquitectura
civil y en estructuras urbanas. Hay sin embargo algunas techumbres del Museo
Nacional de Escultura de Valladolid que proceden de diferentes lugares de la
geografía española, caso de una techumbre de influencias aragonesas del siglo
XVI y otra del palacio del Marqués de Monsalud en Almendralejo, del siglo
XVIII, con un ejemplar paralelo en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid,
según la moda e iconografía del siglo XVIII y algo del barroquismo portugués.
Entre las techumbres que han sido desplazadas
de su lugar de origen hay que citar en el Museo Diocesano de Valladolid, una de
Fuente el Sol y varias del entorno de Campos sin montar, mientras que a
procedente de Santa María de Arbás en Mayorga de Campos está montada de forma
extraña, ya que nunca fue el alfarje que allí aparece. La Diputación Provincial
de Valladolid tiene en su sede dos techumbres bien montadas y conservadas. Una
pertenecía al Colegio de San Gregorio, mostrando el escudo de fray Alonso de
Burgos y numerosos paralelos con las otras techumbres existentes en este
edificio, y que van de fines del XV a los primeros años del siglo XVI, con
excelentes ornamentaciones de lacería, policromía y temas vegetales y
heráldicos de época. La otra procede de la parroquial de Villafuerte de Esgueva
y es obra de los Franco de Guzmán, según escudos existentes en las tabicas y
que tiene paralelo en la denominada alfombra del Almirante en el Instituto
Valencia de Don Juan en Madrid, que pudo proceder de este lugar y ser encargo
de esta familia a inicios del siglo XVI, si bien recientes trabajos la vinculan
con esta misma familia Franco en Toledo.
El Museo Diocesano de Palencia también recogió
numerosas piezas completas como el coro de San Juan en Moral de la Reina, una
techumbre de la torre de las vistas en el convento de San Bernardino de Cuenca
de Campos y el coro de San Miguel de Támara de Campos. En la iglesia de San
Miguel de Palencia existe un coro bajo la torre que ha sido formado por piezas
de un alfarje existente en una casa del siglo XVI destruida en las cercanías de
la catedral y de los canes procedentes de la ermita de la Cruz en Piña de
Campos, antigua sinagoga del lugar. Otro tanto sucedió con la casa de la calle
de la Bodega en Cisneros que fue llevada al Museo de Santa Eulalia de Paredes de
Nava, también obra del siglo XVI. En el Museo Provincial de León existen
numerosas piezas de madera, unas de la llamada Casa de la Beneficencia; son del
tipo de techumbres de Campos del siglo XVI y parecen corresponder a alguna
pechina de la techumbre. Otras proceden de la Cocina de la Reina en el
monasterio de Carracedo y son piezas de interés y cierta antigüedad. También
existen otras vigas y canes sueltos. Y otro tanto puede decirse en Museos de
fuera del ámbito castellano. Haría falta realizar un Corpus de techumbres de
Castilla y León antes de que sigan desapareciendo de forma un tanto drástica.
Además de las techumbres de madera hay otra
serie de elementos leñosos que forman parte de la vida civil cotidiana: casas,
palacios y soportales. Pero, quizás sea la aparición del coro alto de madera en
las iglesias de Castilla y León lo que de forma más evidente cree un elemento
para cubrir las necesidades eclesiásticas de las parroquias, como la
introducción de órganos y coros para los clérigos o aumentar el espacio del
templo. Por lo general, estos coros se apean en alfarjes con una rica
decoración en los papos de las vigas y en la tablazón, frentes decorados con
cabezas de animales y tabicas que repiten temas heráldicos y figurativos.
Hay alfarjes pequeños que se estructuran en
tramos sobre otras vigas jácenas, como en San Pedro de Tejada y en San Juan de
Ortega. Los hay con temas pintados aplantillados de tipo gótico y naturalista,
como San Pedro y Santa María de Astudillo, en la parroquial de Melgar, en Santa
Clara de Palencia y en San Bernardino de Cuenca de Campos. Otros siguen pautas
y motivos del Renacimiento, caso de Zorita del Páramo, Galleguillos de Campos y
Pozuelos de Fuentidueña. Los coros muestran por lo general las armas de sus
patronos: Manuel en Boada de Campos, Castilla en San Francisco de Palencia y
los Rojas en Monzón de Campos y en Villavieja de Muñó. El coro de San Miguel de
Támara ofrece concomitancias con el de Santa Juliana en Castrillo Tejeriego y
muestra la presencia de animales con rostros humanoides y vestidos a la moda de
los personajes de época. A veces, estos temas llegan a representaciones de gran
humor, como en Santa María de Becerril de Campos donde se representan y
diferencian caballeros y damas con bigotes y collares de perlas. Este tema de
agrupaciones por parejas tuvo variantes, como el caso de representaciones de
soles imitando rostros humanos en la Natividad de Villasandino, parejas reales
como en el claustro de San Juan de Castrojeriz y como último ejemplo sería
Becerril de Campos y alguna figura desnuda en el coro de San Juan de Santoyo,
cuyo coro posiblemente sea el mejor de la comarca, con una soberbia
representación de personajes de época que corresponden por la moda mostrada a
la segunda mitad del XV.
Dos coros de singular riqueza son el de San
Lorenzo de Toro y el de la capilla de Anaya en la Catedral de Salamanca con
decoración de lazo y policromía muy importantes. Otros se decantan por formas
renacentistas y casetones como Bercianos de Vidriales y San Pedro de Villagarcía
de Campos.
Aparte de los coros, es frecuente el uso de
cabezas de canes en aleros de casas y donde cabezas de toros, rollos y canes de
S con cintas o sogueado dan una imagen figurativa que tanto puede verse en
palacios como el de Astudillo, puertas de ciudad como Santa María en Burgos o
en el hospital de Puente de Villarente. Los temas en S se proseguirán en el
siglo XVI y en fechas posteriores.
Los entramados de madera dan su ambiente a
muchas villas castellanas o leonesas, como las casas de Doña Sancha en
Covarrubias, pero sus vigas policromadas han desaparecido hoy y tan sólo
alcancé a ver una en el bar Golden de Melgar de Fernamental. Sin embargo el
tipo de casas con aleros y plazas porticadas se mantiene en ciudades de la zona
como Becerril de Campos, Saldaña, Medina de Rioseco y el destruido barrio de
Santa Ana en León. Los hospitales de peregrinos no sólo se sirvieron de
techumbres y alfarjes de madera de este tipo, sino en algunos casos decorados
con ricas lacerías, caso de La Concepción y el del Rey en Burgos y los
conocidos de Frómista o Villasandino.
Un importante ejemplo de la madera mudéjar son
los muebles y puertas de algunos edificios de la zona. Entre los ejemplos de
ebanistería con una rica lacería y el escudo de los Reyes Católicos, fechado
posteriormente al 1492 está la puerta de taracea del coro alto de San Hipólito
de Támara. Las puertas más antiguas fueron citadas en el monasterio de las
Huelgas, una taifa del siglo XII y otra copia mudéjar del XIV. Tan sólo
recuerdo dos puertas mudéjares en las catedrales españolas de Salamanca y
Cuenca. Otra buena puerta de lacería es la de Gamonal en Burgos y una pintada
de este tipo, cobijando en el reverso un gigantesco salvaje, procedía del Arco
de Santa María y está en el Museo Provincial de Burgos. Por contraposición a
las anteriores tiene una sola hoja y pertenece al siglo XV. También del siglo
XV es la puerta de sagrario de origen leonés indeterminado, existente en el
Museo Arqueológico Nacional, y cuyas decoraciones son góticas, así como las
inscripciones JHS y XRS. Algunas puertas de monasterios y templos debieron de
tener temas ornamentales o labor claveteada de lazo y geometría, como la
señalada del antiguo monasterio de Carrizo en León, hoy en la colección del
Museo Marés de Barcelona, sus paralelos con puertas como las de Agramunt,
Tárrega y Sigena son evidentes y sus cronologías oscilan entre los siglos XIII
y XIV. Únicas y ya del siglo XVI son las puertas dobles de la capilla funeraria
del Monasterio de Tórtoles de Esgueva y la del palacio de los Acuña/Buendía en
Dueñas.
Entre los muebles mudéjares evidentes y
conocidos de tierras de Castilla y León hay que citar las sillerías de coro de
los monasterios de Gradefes y de Astudillo, hoy en el Museo Arqueológico
Nacional. Tres sillas incompletas con temas de procedencia almohade, grafías
islámicas y alusiones a un león heráldico polícromo quedan del primero, datadas
a fines del siglo XIII, mientras que del segundo quedan cuatro sillas con
policromía, escudos de María de Padilla y un alero de cabezas de canes de tipo
figurativo. El resto de las sillas salieron de España y están en la Misión de
San Diego en California.
Un importante armario para documentos existe en
el Museo Diocesano de León, procedente de la catedral y sirvió para guardar documentos
del archivo. Su decoración es ataujerada con lazo claveteado, alternando formas
de hierros en cruces y lacería musulmana con la imitación de formas apeinazadas
sobre fondo rojo y datándose entre fines del siglo XIII y el XIV.
De inicios del siglo XVI es el pie de órgano en
la capilla de Anaya de la catedral de Salamanca con temas de lacería y dorados,
aunque anuncia ya el período renacentista en el que se construyó. La alacena de
origen granadino en la colección Javier Cortes y que conocí en Saldaña era
también obra de avanzado el siglo XVI, policromada con un gran octógono en sus
dobles puertas y restos de lacería incompleta. Desgraciadamente quedan pocos
restos in situ de otros elementos de mobiliario, casos de arcones, mesas y
muebles. A ello se une el abandono de algunas viviendas civiles en donde hace
veinticinco años aún documenté puertas y contraventanas y que hoy están en
ruina total. Este sería el caso de las puertas de madera de inicios del siglo
XVI, existentes en el palacio de los Buendía o Acuña en Dueñas. Nadie sabe dar
razón ahora de ellas y otro tanto ha pasado con las que conocí en una casa de
Fuentes de Nava. En la actualidad una parte se ha vendido y otra ha sido
demolida. Eran puertas con labor de pergamino correspondientes a inicios del
siglo XVI. Otras conocí en el Museo del castillo de Ampudia y en alguno de los
Museos de la zona.
Entre otros elementos de carpintería hay que
señalar el ataúd de madera del Museo Arqueológico Provincial de Valladolid. El
arca mortuoria del infante don Alonso tiene decoración mudéjar con repetición
de escudos de la familia Manuel. Otras arcas mortuorias con lacería son las del
antiguo monasterio de Oña, hoy parroquial y que aparte de las labores de madera
tallada han aportado como en el caso vallisoletano restos de las ropas de los
difuntos y que configuran una importante colección de vestidos medievales en
donde también se patentiza la mano de obra musulmana.
Dos piezas de madera muy singulares y
procedentes de León son el juego de ajedrez y tablas del Museo de León y que
está vinculado por los escudos con la familia Luna que ya he publicado y
estudiado en más de una ocasión, pero que sigue sin restaurarse correctamente,
pues la ornamentación del lado de las tablas (nard) ha sido superpuesta sobre el
lado del ajedrez, posiblemente porque nadie se percató que el reverso también
era un juego. Conserva curiosamente el gancho de colgar o de atar la bolsa de
las piezas. La otra pieza es una bandeja de madera que proviene del convento de
las Concepcionistas de León y que se vincula con Doña Leonor de Quiñones. Sus
motivos ornamentales son más claramente renacentistas y se data de entrado el
siglo XVI, mientras que el ajedrez se movería en un marco de fines del siglo XV
al XVI.
CUERO.
MINIATURA. TEJIDOS. ALFOMBRAS Y METALES
Usado para cubrir paredes de los edificios de
tapial en forma de guadamecíes o cordobanes, de los que sólo quedan ejemplos de
frontales de altar renacentistas y sin motivos mudéjares, también se empleó en
sillas o jamugas, para forrar arcones o simplemente en paneles decorativos.
Recuerdo un par de arcones en el Monasterio de las Huelgas de Valladolid y que
se ponían en relación con la fundadora. Decorados con chapa metálica y
claveteados exhiben unas curiosas formas decorativas de herradura o espuela. De
este tipo hay varios en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid con tapas
abombadas y cerrajería gótica. Otros con decoración de nudos de Salomón y
lacería recuerdo en el Alcázar de Segovia y alguno en el monasterio de
Astudillo.
Entre los cordobanes hay varios usados como
estuche de crucifijo, caso del de Fernando de la Cerda en el Museo de Telas de
las Huelgas y que se fecha en el siglo XIII. En las encuadernaciones mudéjares
hay numerosos ejemplos en catedrales y monasterios de Castilla y León. Muchas
de ellas han sido estudiadas y catalogadas por Hueso Rolland, Rico y Sinobas o
López Serrano.
Otro tanto sucedería con lo relativo a
Miniaturas, recuerdo algún inventario de catedral, como la de Palencia, donde
se hacía un apartado de las supuestas como mudéjares, posiblemente sobre la
base de los temas de lacería o geometría empleados en letras capitales, orlas o
en algunas páginas.
En lo relativo a tejidos el Museo de las
Huelgas de Burgos conserva la más amplia colección de piezas medievales
procedentes del panteón real y de los que se salvó tras los diferentes saqueos
de que fue objeto. Aparte del estudio original de Gómez Moreno, Joaquín Yarza
ha realizado uno reciente con motivo de la exposición presentada en el Palacio
Real de Madrid en 2005. Sin embargo, considero que Manuel Valdés en su estudio
sobre la arquitectura mudéjar nos hizo una interesante introducción al tema del
vestuario cortesano y los símbolos reales o imperiales que se emplearon en
Castilla y León y que imagino estará recogido en otras páginas de esta
publicación sobre el mudéjar en España.
Las vestiduras ricas del panteón de las Huelgas
son un elemento definidor del poder de la monarquía castellana. Convertidas en
símbolo de poder en algunos casos destacan elementos heráldicos castellanos y
otros figurativos que tiene raíces en lo hispano musulmán. Junto a ello el
empleo de telas ricas en el ceremonial funerario se carga de una suntuosidad
que no recordamos en la vida cotidiana, si se exceptúan ceremonias de coronación
o mantos reales, como es el caso del manto de D. Sancho en la Catedral de
Toledo. La iglesia quiso incluso servirse de estos tejidos musulmanes para
dignificar su estructura piramidal.
Aparte de los tejidos de las Huelgas, están los
de Villalcázar de Sirga, hoy en el Museo Arqueológico Nacional y la tela o
sudario de Doña Mencía (+1227) en el monasterio de San Andrés de Arroyo.
También del siglo XIII es la tela de amortajar del infante don Alonso, hijo de
Sancho IV y María de Molina, conservada en el Museo Arqueológico Provincial de
Valladolid. Y de la misma fecha son las vestiduras de pontifical del arzobispo
Ximénez de Rada (+1247) en el monasterio de Santa María de Huerta. Muchas de
estas telas nos hablan por lo general de un comercio con el sur y con talleres
musulmanes o granadinos. Otras telas conservadas en Castilla y León, en
relicarios e iglesias son más bien de procedencia árabe u oriental y pertenecen
al siglo XI, como las telas de San Isidoro, Gormaz y Oña. Sin embargo las
conservadas en Covarrubias, pertenecientes a la infanta Cristina de Suecia son
del siglo XIII, si bien parece que hay algún fragmento de turbante o velo
anterior en el conjunto.
Las alfombras mudéjares han sido siempre
vinculadas con el sudeste español y los talleres de Chinchilla, Liétor o
Alcaraz, así como con el patronazgo de los Almirantes de Castilla. Ya aparecen
citadas en el testamento de doña Juana de Mendoza, almacenadas primero en Santa
Clara de Palencia y luego en Santa Isabel de Toledo, salieron de España hace un
siglo. La conservada en el Instituto Valencia de Don Juan, yo la daté de
inicios del siglo XVI y catalogué hace unos años por los escudos, similares a
los de la iglesia de Villafuerte de Esgueva y donde está documentada la familia
Franco de Guzmán. Mi compañera Cristina Partearroyo, excelente conocedora del
tema de tejidos hispanomusulmanes, me dice que el escudo pertenece a los Franco
de Toledo y da esa procedencia, aunque yo no conozco por el momento ninguna
casa, convento o presencia de dicha familia en Toledo (fig. 28). De las misma
forma, la documentada exposición de Sánchez Ferrer justifica los talleres del
sudeste, más siempre me ha llamado la atención, no sólo que las alfombras
aparezcan siempre fuera de esta zona y en el triángulo Villafuerte-Palencia-Monzón-Aguilar
de Campos es donde aparezcan las piezas y los escudos más frecuentes de estas
familias. Siempre he manifestado por ello mi extrañeza ante la creencia
oficial.
Una
alfombra del tipo Holbein conservaban las clarisas de Medina de Pomar y varios fragmentos
de alfombras del Almirante he visto en la colección del Instituto Valencia de
Don Juan o en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid.
Por lo que respecta a metales, aunque tengamos
constancia de herreros mudéjares poco más podemos saber. Imagino que todos los
clavos y decoración en puertas, muebles o aldabas tuvieron esa procedencia.
Conocemos los acicates del Fernando de la Cerda, muerto en 1275, parecidos a
los de San Fernando, de la misma forma que la espada de este último se guarda en
la Armería Real en Madrid y se data también de la segunda mitad del siglo XIII.
Otras piezas como el plato de plata de Briviesca que Torres Balbás definió como
mudéjar, algunas cruces procesionales como las de Piñel de Abajo o Velilla
repiten temas geométricos o alternan motivos góticos con mudéjares. Otro tanto
sucedería con las arquetas de azófar de los siglos XIV y XV, procedentes de
Nava del Rey y hoy en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid y de esos mil
útiles cotidianos que a menudo aún perviven en las cocinas monásticas, caso de
almireces de costillas, al igual que arcas y relicarios.
Hasta aquí el intento por desvelar la
importancia de las artes aplicadas o decorativas del mudéjar castellano-leonés,
teniendo plena conciencia que mucho aún queda por descubrir y más aún por
interpretar y valorar este tipo de arte, en la que los mudéjares fueron por
muchos años los creadores y difusores de una experiencia artística y un
lenguaje muy peculiar en donde lo ornamental se superponía a lo propiamente estilístico.
PALACIOS
MUDÉJARES CASTELLANOS: LOS MODELOS ISLÁMICOS Y SU INTERPRETACIÓN
Todavía hoy, uno de los aspectos menos conocido
del mudéjar es su vertiente como arte promocionado por las clases dirigentes de
la sociedad hispánica medieval: reyes, nobles y alto clero eligieron a menudo
esta opción al construir sus residencias, oratorios y capillas funerarias. Se
entiende así la posible adjetivación como estilo cortesano, que además de los
edificios y su fastuosa decoración abarca piezas del mobiliario, objetos,
tejidos… es decir, los distintos componentes que definen una determinada forma
de vida, en este caso reflejo de la islamización de ciertos sectores de la
población cristiana. La desaparición de la mayor parte de esos testimonios
puede servir para comprender, que no justificar, el desinterés por este
aspecto, contribuyendo a difundir la identificación del mudéjar como un arte
«popular», basado en el uso del ladrillo y la madera por razones económicas, y
cuya manifestación más destacada corresponde a la construcción de pequeñas
iglesias rurales. Sin embargo, la valoración del mudéjar cortesano como el otro
lado del espejo permite plantear que es precisamente a través del análisis de
esta arquitectura residencial —casas, palacios, alcázares— cómo mejor se pueden
constatar, dentro de la diversidad inherente al arte mudéjar y por encima de
las tan repetidas y sobrevaloradas connotaciones geográficas, numerosas
coincidencias en los edificios, resultado de la común dependencia de los
modelos islámicos. El hecho de que tras la conquista de las ciudades de
al-Andalus los cristianos utilizaran las viviendas abandonadas por los
musulmanes y después las imitaran en nuevas construcciones, explica que durante
muchos años siguieran vigentes los mismos patrones y se conservaran las mismas
tipologías arquitectónicas, apenas transformadas por la integración de algunos
elementos del arte gótico europeo.
Centrando el tema en los antiguos reinos de
León, Castilla y Toledo, es necesario tener en cuenta dos factores: primero,
establecer los posibles modelos islámicos, y en segundo lugar su posterior
interpretación, que incluye tanto la adaptación a las nuevas funciones como las
aportaciones procedentes del arte gótico. La extensión del tema obliga a
limitar el análisis a la morfología arquitectónica, prescindiendo de la
decoración que, por otra parte, responde a los mismos sistemas ornamentales
propios del arte mudéjar[1].
La falta de un dominio musulmán permanente en
la meseta Norte marca una clara diferencia respecto a Toledo, ciudad que fue un
centro urbano importante en la Marca Media durante el siglo X, y desde la caída
del califato de Córdoba capital de la taifa de los Banu - di-l-Nu -n. Siguiendo
el sistema habitual entre los soberanos musulmanes, los reyes disponían en esta
ciudad de un alcázar, sede de la guarnición militar que incluía espacios de
representación hoy desaparecidos, y de unos palacios inmediatos integrados por
varios edificios y pabellones entre jardines, de los que únicamente se conserva
una qubba conocida por la posterior advocación de capilla de Belén. Ya
extramuros, a orillas del Tajo, estuvo la almunia real, todavía citada con ese
nombre en 1294[2],
donde parece verosímil situar el célebre may lis al-Na cu –ra o Salón de la
Noria que describen los textos[3]; bajo dominio cristiano
esta almunia, ya como Huerta del Rey o Vergel del Rey, mantuvo la misma función
y la estructura general del edificio «disfrazado» por la decoración mudéjar,
aunque desde el siglo XVI se designa con la actual denominación de Palacios de
Galiana[4].
Tras la conquista en 1085 estos palacios
pasaron a posesión de la corona castellana, siendo utilizados por los reyes
como signos de poder y prestigio en numerosas ocasiones, por ejemplo durante la
visita de Luis VII de Francia quien manifestó en presencia de todos que no
había visto en ningún rincón del mundo unas cortes tales, ni tanta
magnificencia, ni tanta gala. Si a esto se une el recuerdo de haber sido la
antigua capital del reino visigodo, parece indicado pensar que Toledo se
convirtiera en un símbolo para la monarquía castellana, y sus edificios en un
referente inmediato para sus propias construcciones. Sin embargo, las sucesivas
donaciones reales de terrenos en el Alficén, donde estaban situados los
palacios taifas, supuso antes del siglo XVI la completa renovación del sector,
lo que impide hoy establecer precedentes concretos para las obras castellanas.
No obstante el único resto conservado, la citada Capilla de Belén, pudo en mi
opinión servir de modelo a proyectos mudéjares que responden al tipo de qubba
islámica, definido por una estructura de planta cuadrada con cúpula o cubierta
similar, patrón que al margen de posibles relaciones sevillanas se reconoce en
la Capilla Dorada de Tordesillas. También creo que, aunque muy transformado por
remodelaciones ya desde el siglo XIV, el núcleo esencial de los llamados hoy
Palacios de Galiana conserva en gran parte la primitiva organización del siglo
XI: tres naves paralelas que repiten el esquema de sala alargada con
habitaciones cuadradas en los extremos, y que probablemente en su disposición
original anterior a las reformas mudéjares y sobre todo a la última
restauración de hace unos años, debieron corresponder a un pórtico, una nave
central ligeramente más ancha que sería el verdadero salón, al que se incorpora
otra sala detrás, abierta a su vez al espacio —jardín-huerta— posterior. Con
remotos precedentes en las villas romanas6, el tipo de sala rectangular con
alcobas o alhanías aparece documentado en Madι -nat alZahra -’ en viviendas
privadas como la da –r al-Mulk y la casa de la Alberquilla, pasando ya con
función de sala de recepción a ejemplos taifas —palacio de la Aljafería— y,
simplificado en una sola nave, se consolida a partir del siglo XII como
solución obligada en la arquitectura doméstica hispanomusulmana y será habitual
en casas y palacios mudéjares.
Sin embargo, más significativo incluso que la
incorporación de tipologías arquitectónicas, resulta en mi opinión la
asimilación por parte de los reyes cristianos de la diferencia de funciones que
caracteriza los conjuntos palatinos islámicos, y que la monarquía castellana
pudo tomar directamente del ejemplo de Toledo. Aquí, al igual que en otras
cortes musulmanas, la existencia de varios edificios se justifica por la
necesaria separación entre el área militar, determinada por el recinto
fortificado del alcázar, y los espacios de representación, que pueden situarse
en el mismo recinto del alcázar como núcleos independientes, o bien ocupar
otros palacios —los llamados de Galiana en este caso— pero siempre
diferenciando a su vez la parte oficial de la reservada a la vida privada, que
incluye pabellones entre jardines para disfrutar de la naturaleza, función que
se extiende a construcciones extramuros pero sin carácter de vivienda
permanente como las almunias. En la Primera Crónica General, al narrar la
reclamación del Cid presentada ante la corte reunida en Toledo por Alfonso VI,
se registra claramente la utilización simultánea por el monarca del alcázar do
posava y de los nuestros palacios de Galiana, donde se sitúa el palaçio maior o
salón principal que se engalana para celebrar el acto, relato que sin duda
responde al estado de la zona a fines del siglo XIII, cuando se redactó el
texto en época de Alfonso X. Y en cuanto a la almunia real musulmana, hay
referencias a su uso para deleite y descanso, designada como huerta del rey o
vergel que dixiemos del rey, y aunque muy dañada cuando acamparon allí los
contingentes europeos que acudieron en 1212 para luchar en la batalla de Las
Navas, sirvió después de alojamiento a personajes importantes, como el rey de
Granada que en 1254 estuvo en Toledo para entrevistarse con Alfonso X.
Es cierto que el carácter itinerante de la
corte castellana durante toda la Edad Media obligó al mantenimiento en diversas
villas y ciudades de edificios adecuados para sus estancias, pero no justifica
la existencia de varios en un mismo lugar, ni que fueran utilizados a la vez.
Segovia es todavía hoy el mejor ejemplo: además del alcázar, edificado por
Alfonso VIII y reconstruido por Alfonso X, y al que Enrique IV incorpora nuevos
salones, este mismo monarca construye en 1455 el llamado palacio de San Martín
como residencia urbana, y una casa de campo o cazadero en las afueras de la
ciudad, convertido después en convento de San Antonio el Real, a los que habría
que añadir los aposentos reales que dispuso en el monasterio de El Parral,
dentro del tipo de palacios conventuales de la monarquía española. Los mismos
aposentos y residencias que también utilizó la reina Isabel durante sus
estancias en la ciudad. La situación se repite en Burgos: alcázar o castillo en
el cerro, palacios reales de la Llana junto a la catedral, y al otro lado del
río, las dependencias en el monasterio de las Huelgas, fundación de Alfonso
VIII y definido como palacio por el Tudense, donde habitaron los reyes en los
siglos XIII y XIV y, además, el cazadero de Miraflores utilizado por Enrique
III, donde hoy se encuentra la cartuja. En Valladolid: el «alcazarejo» o alcázar viejo de San Benito, las casas reales de la
Magdalena identificadas con el palacio de María de Molina y los posteriores
palacios de San Agustín, construido por Enrique III, y de San Pablo, residencia
de la reina doña Catalina de Lancaster y donde se celebraron las bodas de
Enrique IV y Blanca de Navarra en 1440. Incluso hay referencias documentales y
todavía se conservan algunos testimonios en varias villas como Arévalo
—castillo y casa real en la plaza donde vivió la reina Isabel de Portugal—,
Medina del Campo —castillo de la Mota, y el palacio desaparecido de la plaza
donde murió la reina Isabel y que contaba con una extensa huerta…
Junto a esa imagen mítica de Toledo no se
pueden ignorar las influencias procedentes de al-Andalus que se registran en
Castilla desde fines del siglo XII o comienzos del XIII en ejemplos precoces y
aislados, como algunas construcciones en el monasterio de las Huelgas de
Burgos, y más intensas tras la conquista de Córdoba (1236) y sobre todo de
Sevilla (1248). A partir de entonces y a lo largo del siglo XIV se aprecia una
fuerte huella del arte almohade, que en esas fechas era ya claramente
arcaizante, mezclado con motivos decorativos de tradición almorávide muy
persistentes en las yeserías toledanas. Al mismo tiempo, se incorporan
aportaciones más recientes del arte nazarí, con nuevos modelos de arquitectura
doméstica, a la vez que se renuevan los sistemas ornamentales.
Dentro de la primera fase —siglos XII y XIII—
la capilla de la Asunción en las Huelgas de Burgos, considerada de época de
Alfonso VIII y posiblemente parte del palacio por él edificado, se ha destacado
siempre por representar el tipo de qubba más antigua conservada en Castilla, y
sobre todo por el repertorio de la decoración vegetal y la presencia de
pequeñas bovedillas de mocárabes en el intradós del arco de entrada, elementos
que han apoyado que pueda ser clasificada a veces como obra netamente almohade.
Menos conocidos, pero de evidente interés para el estudio de la arquitectura
doméstica mudéjar, son los restos de la casa que hoy constituye el núcleo del
llamado patio de los Naranjos, en el convento de Santa Clara la Real de Toledo
(fig. 1), y cuya cronología a partir de las yeserías conservadas puede fijarse
entre fines del siglo XII y comienzos del XIII. A pesar de las reformas, se
aprecia la habitual disposición hispanomusulmana de patio con salas de planta
rectangular con alcobas en los lados N y S —todavía parcialmente visibles en la
sala sur—, y se mantienen los vanos de entrada con columna central y doble arco
de herradura semicircular cobijado por alfiz. Esta composición, de tradición
califal, se repite en obras almorávides y almohades, muy próxima incluso al
ejemplo del Patio del Yeso en el alcázar de Sevilla, pero resulta excepcional
en el mudéjar castellano frente a la difusión del tipo nazarí con arco de medio
punto peraltado.
Ya en el siglo XIV, el ejemplo más notorio de
esta pervivencia almohade es sin duda la fachada del palacio de Tordesillas
(fig. 2), realizada en piedra y donde dicha filiación se hace notar en técnicas
constructivas como el almohadillado de los sillares y el dintel engatillado, en
elementos arquitectónicos como los arquillos lobulados con redientes de la
doble ventana o las dos pilastras con remate de ménsulas lobuladas que
delimitan el conjunto y, sobre todo, en el uso de temas geométricos como el
tablero de lacería o el paño de sebka, que todavía conservan restos de cerámica
incrustada. Aunque la cronología de las construcciones de Tordesillas es
actualmente muy debatida, parece aceptado en general que esta fachada sería
obra de Pedro I, y dado que en 1363 el palacio fue transformado en convento,
resulta indiscutible su anterioridad a la fachada que el mismo monarca
construyó en el alcázar de Sevilla, donde figura la fecha de 1364. Otro
ejemplo, también relacionado con Pedro I existe en Astudillo, como versión más
sencilla y más pobre del modelo de Tordesillas.
Fig. 1
Fig. 2
Desde finales del siglo XIII y sobre todo en el
XIV la tradición almohade se mezcla con influencias procedentes de Granada,
siendo un claro indicativo de la aceptación y éxito de las nuevas formas la
extraordinaria difusión en el mudéjar castellano, y sobre todo en Toledo, del
tipo de arco de medio punto peraltado, totalmente decorado con yeserías. Entre
otros usos, se generaliza en los vanos de acceso a las habitaciones que, en
muchos casos, incorporan en el registro superior pequeñas ventanas con celosías
—caladas o fingidas—, según el modelo de portadas interiores de la arquitectura
residencial granadina que parece tener su origen en fachadas de mih .rab
almohades. Se encuentra ya en obras del siglo XIII, como la casa de los Girones
en Granada y la del Gigante en Ronda, y desde el XIV queda configurado el
esquema definitivo, con tres ventanas de igual tamaño separadas por paños con
decoración tallada, fórmula que pasa a los palacios sevillanos y toledanos,
donde el número de ventanas suele aumentar a cinco (fig. 3), como en Taller del
Moro (2º cuarto del siglo XIV), el de don Pedro Suárez de Toledo (antes de
1385) en el convento de Santa Isabel de los Reyes (actual patio de la
enfermería), y la Casa de Mesa (3er tercio del siglo XIV). Aunque no existen
testimonios que lo demuestren, es muy probable que desde Toledo el modelo se
extendiera por Castilla y León, sobre todo en construcciones donde la
decoración de yeserías remite a repertorios toledanos, como el palacio de
Tordesillas o el de Enrique II en León cuyos restos conserva el Museo
Arqueológico Nacional. La misma procedencia granadina, como uno de los
elementos más característicos del arte nazarí, cabe señalar para la aparición
de taqas —pequeños nichos cobijados por arco— en las jambas interiores de estos
vanos de entrada, situadas entre el zócalo y el arranque de las impostas del
arco, si bien en el mudéjar castellano resulta más frecuente que se sustituyan
por tableros con decoración de lacería o cornisas de mocárabes, como en los
arcos recientemente descubiertos en el palacio de Tordesillas y en varios
palacios toledanos, entre los que destaca la Casa de Mesa por incluir el motivo
de arcos «en cortina» con lóbulos verticales que caracteriza al mudéjar
sevillano.
Fig. 3
Más excepcional, siempre como portada interior,
es la composición tripartita generada al añadir a cada lado del arco central
una amplia alacena de forma rectangular rodeada por cenefa y con un paño
decorado encima. El modelo se registra en obras de la primera fase del arte
nazarí, como la casa del Gigante en Ronda o el Generalife, manteniéndose en
Toledo a lo largo del siglo XIV como fachada interior en el muro del salón que
da acceso al patio o jardín, tal como se conserva en Taller del Moro (figs. 4)
y en la Casa de Mesa, y con otro ejemplo, hoy desaparecido pero del que existen
fotografías, en una de las casas que formaron parte del convento de San Juan de
la Penitencia.
Fig. 4
Evidentemente, tanto el tipo de arco como los
encuadramientos que definen estas portadas acentúan la dependencia del arte
nazarí por la ornamentación de yeserías, al repetir sistemas de organización
similares, aunque el análisis detallado de los motivos, sobre todo de los
vegetales, puede permitir en muchos casos precisar variantes locales entre lo
sevillano, granadino y toledano que a menudo se mezclan en una misma obra.
De gran interés en el estudio tipológico de la
arquitectura residencial hispanomusulmana y mudéjar es la aparición de un nuevo
modelo de salón de recepción o de «aparato», de planta cuadrada, ricamente
decorado y cubierto por techumbre de madera que se localiza en el periodo
post-almohade y en la primera fase del arte nazarí, en ejemplos como el Alcázar
Genil (1218-19) y el Cuarto Real de Santo Domingo (mediados del siglo XIII).
Definido por algunos autores como qubba real por su función ceremonial[5], es importante puntualizar
la diferencia con una estructura similar, y por ello también denominada qubba,
concebida como pabellón independiente y abierto por los cuatro lados situado en
medio de jardines, que en al-Andalus se remonta al periodo califal, según
referencias literarias sobre su existencia en Madı -nat al-Zahra -’ y en el
alcázar de Córdoba, y con ejemplos bien conocidos de época taifa, la ya citada
Capilla de Belén en Toledo, y almohade, como el pabellón de la Buh .ayra en las
afueras de Sevilla. En la arquitectura nazarí corresponde a un salón
incorporado como estancia en un palacio urbano, lo que justifica que a veces se
añadan pequeños espacios secundarios como alcobas. Su presencia en palacios
mudéjares resulta bastante excepcional —Sala de la Justicia de Alfonso XI en el
alcázar de Sevilla y, ya de la segunda mitad del siglo XIV, la Casa de Olea en
la misma ciudad—, frente a la común preferencia por la tradicional sala
rectangular con alcobas o alhanías.
En Toledo, sólo se conocía hasta ahora un
ejemplo aislado y relativamente temprano, el llamado Corral de Don Diego,
fechado en el segundo cuarto del siglo XIV, cuyos paralelos más próximos son el
Cuarto Real de Santo Domingo como modelo, y la Sala de la Justicia de Alfonso
XI (1330-1340) como posible precedente inmediato a pesar de la coincidencia de
fechas, con idéntica solución para la techumbre de pequeño tambor y cubierta de
tejado octogonal. Recientes investigaciones del profesor J. Passini sobre el
urbanismo de Toledo durante la Edad Media, han podido demostrar que muchas
casas y palacios toledanos incluían una habitación de planta cuadrada,
denominada en la documentación quadra, y cuya existencia, aunque alterada por
reformas, ha sido constatada en varios edificios conservados. En su opinión8,
ya desde el siglo XI las casas principales de Toledo integraban una quadra en
uno de los ejes del patio, disposición repetida en viviendas más modestas,
siendo siempre una pieza diferente del salón rectangular. Entre los ejemplos
documentados por dicho autor, destacan por sus dimensiones la quadra que
existió en la casa de doña Guiomar de Meneses, donada al convento de San Pedro
Mártir (9,20 x 8,90), la del palacio de Malpica (8,95 x 8,31) que figura en la
vista de Wingaerde de 1563, y la también desaparecida del palacio llamado del
rey don Pedro (8,10 x 7,70), situada en el eje del patio, resultando todas de
medidas próximas al citado Salón de don Diego (9,90 x 9,70) y fechadas a lo
largo del siglo XIV, por lo que éste podría así servir de modelo. Sin embargo,
ante los nuevos datos aportados por J. Passini, cabe plantear su aparición en
Toledo ya en el siglo XIII, constando la existencia de una, hoy locutorio y
sala adyacente, (7,50 x 7,10) en el convento de Santa Clara la Real, otra en
Santo Domingo el Antiguo que corresponde al antiguo palacio de don Juan Manuel
(7,70 x 7,70), y otra más en el convento de Santa Úrsula (6,84 x 6,46), de
fines del XIII o primeros del XIV puesto que fue cedida al convento en 1320. En
todo caso queda por resolver la función de estas estancias o quadras, ya que
solo algunas debieron ocupar un lugar preeminente en el eje del patio —Corral
de don Diego, palacio del rey don Pedro— siendo además habitual la existencia,
en el mismo entorno del patio, de uno o dos salones de planta rectangular. Al
parecer, el modelo no se extendió fuera de Toledo, si bien pudo influir en el mudéjar
castellano para interpretar a modo de qubbas o quadras las alcobas laterales de
algunas salas rectangulares, como el salón del Trono o del Solio en el alcázar
de Segovia (fig. 6), o las estancias bajas de las torres en el palacio de los
Velasco en Medina de Pomar (Burgos).
Fig. 6
Ahora bien, es evidente que la presencia de
diferentes modelos islámicos, aunque vinculados en sus orígenes a al-Andalus,
no registra en el mudéjar un desarrollo cronológico paralelo y es frecuente que
en una misma obra confluyan elementos de diversa procedencia, lo que plantea
problemas para concretar filiaciones y cronologías, como sucede en el palacio
de Tordesillas al tratar de conciliar el ascendente almohade de la fachada con
la influencia granadina en las yeserías del vestíbulo inmediato.
Incluso, y esto me parece particularmente
significativo para aclarar las relaciones y el intercambio de modelos en el
mudéjar, algunos ejemplos del mudéjar castellano generan ciertas paradojas en
relación a sus posibles precedentes andalusíes. Es el caso de las pequeñas
cúpulas de mocárabes en el tramo de entrada en la Capilla de la Asunción en las
Huelgas de Burgos, fundación de Alfonso VIII, o de la cúpula también de
mocárabes y de fecha próxima que cubre la Capilla del Salvador, en el mismo
monasterio, para las que hay que remitir como referente a la mezquita
almorávide de Qarawiyyin en Fez o las almohades de Tinmall y la Kutubiyya de
Marrakus, faltando testimonios intermedios que, sin duda, existieron en
Sevilla. Un ejemplo parecido se repite en la fachada en ladrillo del palacio de
María de Molina en Valladolid, que en realidad corresponde a la puerta de
entrada al recinto palatino en la muralla, con organización de un gran arco de
herradura apuntado entre pilastrillas laterales que rematan en ménsulas con
lóbulos, dispuestas probablemente para sostener un alero de madera. El esquema
deriva de las puertas de muralla almohades, como la Ba -b al-Ruwah y la de la
qasba de los Udaya en Rabat, o la Bâb Agna en Marrakus, con función civil y
militar ya que servían también para celebrar audiencias públicas ante el
soberano. Este uso como fachada ceremonial de «aparato» podría explicar que el
modelo se consolide en el siglo XIV como portada de los palacios toledanos,
pero no evita que el ejemplo de Valladolid, de fines del siglo XIII, aparezca
como un caso aislado en Castilla anterior a su difusión en Toledo. Por último,
tampoco resulta claro establecer los precedentes para la Capilla Dorada de
Tordesillas, fechable en época de Alfonso XI (fig. 8, 9), y cuya cúpula de
lacería —que cuenta con una réplica aislada en Castilla en la Capilla de la
Mejorada en Olmedo (Valladolid) de comienzos del siglo XV—, parece entroncar
con modelos sevillanos ya mudéjares, sin que se conozcan construcciones similares
entre las obras almohades. Además, aunque la fundación de algunas de estas
capillas sevillanas pueda documentarse a mediados del siglo XIII, en los años
inmediatos a la conquista, el aspecto actual de las cúpulas se debe a
remodelaciones de fecha evidentemente más tardía que la de Tordesillas.
Fig. 8
Fig. 9
Como señalé al principio, un segundo aspecto a
tener en cuenta al estudiar los palacios mudéjares se refiere al proceso de
adaptación de los modelos islámicos. En éstos, el ceremonial cortesano impone
una distribución de los espacios, con especial protagonismo para el salón de
recepciones —o salón del trono— y el patio que le precede, de modo que en la
planta de los edificios, ya sean residencias reales o de personajes notables y
por extensión en toda la arquitectura doméstica, domina el eje longitudinal
determinado por el patio rectangular con salones sólo en los lados menores, de
los que el más importante se encuentra en el lado opuesto a la entrada. Por el
contrario, en el mudéjar, salvo algunos ejemplos excepcionales como el alcázar
de los Reyes Cristianos en Córdoba y las casas moriscas de Granada, se prefiere
el patio de planta cuadrada con galerías en los cuatro lados, dentro de la
tradición mediterránea habitual en el Occidente europeo. Recupera, por tanto,
la función de núcleo central de la vivienda, con habitaciones distribuidas en
torno como el peristilo romano. En consecuencia, la sala de «aparato» no se
ubica necesariamente al fondo y puede situarse en cualquiera de las crujías del
patio, lo que permite a su vez aumentar el número de salones, llegando incluso
a ocupar tres de los cuatro lados ya que el que corresponde a la fachada suele
reservarse para el vestíbulo o zaguán. Es frecuente que esta pieza esté
desplazada con relación al eje del patio, de modo que el acceso desde el
exterior no coincida con dicho eje sino que forma un ángulo, siguiendo el
sistema de entrada «en recodo» acostumbrado en la arquitectura islámica, y por
tanto la portada queda situada en un lateral de la fachada, como claro
contraste con los modelos europeos. Así se comprueba en los palacios de
Tordesillas, en varios ejemplos de Toledo, entre los que destacan el palacio de
Fuensalida de hacia 1440, y de los Cárdenas en Ocaña, e incluso en casos donde
el edificio muestra una evidente dependencia del modelo gótico de cuerpo
central entre torres cuadradas, como el palacio de Enrique IV llamado de San
Martín en Segovia donde la portada se desplaza debajo de la torre.
Portadas y patios son sin duda los elementos que
más acusan la influencia gótica. Mientras el esquema de puerta entre pilastras
que sostienen el alero de madera entronca con modelos de origen almohade, ya
mencionados, la ejecución en piedra, el tipo de arcos apuntados, carpaneles y
conopiales que cobijan el dintel, y la presencia de escudos y emblemas
heráldicos en el tímpano destacan el goticismo, haciendo de estas portadas un
magnífico ejemplo de la síntesis que justifica la existencia y caracterización
del arte mudéjar (figs. 10 a 12). En los patios domina la dependencia del
gótico en la disposición de galerías en los cuatro lados, ya señalada, que con
frecuencia utilizan como soportes las columnas y pilares octogonales típicos de
la arquitectura castellana del siglo XV, con una variante específica de lo
toledano en el uso de gruesos pilares de fábrica ochavados cuya forma se
prolonga a modo de capitel decorado con los escudos de los fundadores. Ejemplos
bien conservados tras la restauración son los citados de Fuensalida (fig. 13) y
Ocaña. En estos mismos, como también en otros patios toledanos, muy afectados
por reformas posteriores pero que mantienen la disposición medieval en los
soportes, se puede advertir que el intercolumnio central en cada galería es más
ancho, marcando así el eje con el salón correspondiente, solución que debe
interpretarse como la huella de la fórmula habitual en los pórticos delante de
los salones en los palacios hispanomusulmanes.
Fig. 10
Fig. 11
Fig. 12
Fig. 13
Como ya hemos repetido, los salones son los que
más recuerdan el origen andalusí de los palacios mudéjares, por el uso
generalizado del tipo de sala rectangular con alcobas cuadradas en los extremos
(fig. 14). Sólo se aprecian ligeras modificaciones: así, la presencia a veces
de vanos geminados a los lados de la puerta de entrada a las salas desde el
patio, que se conocía ya en el palacio de Fuensalida en Toledo, y se ha
descubierto recientemente en una estancia del de Tordesillas durante las
últimas obras de restauración. También en varios casos suelen faltar las
alcobas o alhanías, quedando reducido el espacio a la simple sala de planta
rectangular. Por último, es muy posible que la diferencia de clima frente a
Andalucía pueda explicar la falta de patios con vegetación o de jardines en los
palacios mudéjares castellanos, al menos en los ejemplos conservados, con
noticias que se refieren generalmente a las extensas huertas plantadas en la
parte posterior de las viviendas. Sin embargo, testimonios arqueológicos y
literarios informan de la existencia de fuentes con surtidor en algunos
salones, lo que obliga a pensar en la desaparición del primitivo jardín
existente en el patio. Así consta en la descripción del palacio del Infantado
en Guadalajara por A. de Lalaing cuando lo visitó, aún en obras en 1501, y
también se cita una fuente en la Sala de la reina, dentro de los aposentos
reales en la catedral de Toledo, que se decoraban en 1498, y excepcionalmente
se conservan dos ejemplos, en la llamada por ello sala del aljibe en el
convento de Santa Clara en Tordesillas, y en la sala de la fundadora, en
alusión a doña Juana Enríquez, del convento de Santa Isabel de los Reyes, en
Toledo.
Fig. 14
Desgraciadamente, como indicaba al principio,
pocos edificios pueden hoy servir para el estudio de las casas y palacios del
mudéjar castellano. De los que existieron, los más han desaparecido; otros
muchos han sido transformados, bien por reformas posteriores o por desgraciadas
restauraciones; de modo que sólo algunos restos, como fragmentos de un todo,
permiten actualmente una aproximación a los modelos originales. Una
circunstancia que ha favorecido la conservación, al menos parcial, de las
construcciones ha sido la costumbre repetida por los reyes y la nobleza de
donar sus residencias para fundación de conventos y monasterios, aunque no haya
podido evitarse la necesaria adaptación a nuevas funciones —es muy frecuente
que la excesiva altura de los salones mudéjares se resuelva con la división en
dos pisos independientes, con la consiguiente fragmentación del espacio y de la
decoración— y, sobre todo, que muchos de ellos se encuentren dentro de las
clausuras y sea extremadamente difícil el acceso.
EL REAL
MONASTERIO DE SANTA MARÍA DE GUADALUPE Y LA ARQUITECTURA MUDÉJAR EN EXTREMADURA
El Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe
está emplazado en una zona montañosa de las Villuercas en el borde noreste de
la provincia de Cáceres. Es un conjunto en el que se ha seguido, durante más de
doscientos años, el estilo mudéjar para realizar sus sucesivas ampliaciones y
modificaciones por lo que se convierte en un ejemplo excepcional para analizar
la evolución del mudéjar extremeño durante la Edad Media y Moderna.
El conjunto monacal es una realización
localizada en la puebla de Guadalupe (fig. 1), población que nació a
consecuencia del desarrollo del monasterio como centro de peregrinación durante
la Edad Media, llegando a alcanzar especial relieve en los tiempos modernos. El
Santuario y el monasterio pasaron a ser patrocinio real por lo que las
donaciones, limosnas y concesiones favorecieron que Guadalupe se convirtiera en
un centro monástico de gran influencia en la espiritualidad y en la política
durante los siglos XIV al XVI, las etapas más prósperas de Guadalupe.
Fig. 1
La UNESCO declaró el Monasterio Patrimonio de
la Humanidad en 1993, con ello Guadalupe consolida oficialmente el
reconocimiento patrimonial que ya desde el siglo XV se había iniciado según
observamos por los comentarios realizados por algunos viajeros que lo
visitaron, de él dice Jerónimo Münzer en 1495 llegamos al famosísimo y muy celebrado
monasterio de Guadalupe, y que oficialmente desde finales del siglo XIX (1879),
con la declaración del santuario como Monumento Histórico-Artístico, se ha
venido ampliando con las diversas declaraciones recibidas a lo largo del siglo
XX.
La documentación conservada en el Archivo del
Monasterio de Guadalupe y en el Archivo Histórico Nacional, junto a las
diversas crónicas que desde el siglo XV se han venido elaborando por parte de
la comunidad jerónima[6], nos facilitan una
riquísima información que nos permiten conocer con bastante precisión la
evolución constructiva y artística del monasterio, posibilitándonos el poder
realizar su análisis evolutivo y compararlo con las restantes edificaciones
mudéjares extremeñas.
Las crónicas nos relatan que el origen del
monasterio se debió a la aparición milagrosa de la Virgen al pastor cacereño
Gil Cordero, comunicándole el lugar donde se encontraba su imagen y
solicitándole que se levantara un templo, que inicialmente fue una sencilla
edificación de ramas y corchas; esta milagrosa aparición se refleja en diversas
miniaturas realizadas en el scriptorium guadalupense. En cuanto a la fecha en
la que se produjo tal acontecimiento no existe precisión, estimando algunos
estudiosos que tuvo lugar a finales del siglo XIII y otros a comienzos del
siglo siguiente. Lo cierto es que en el segundo cuarto del siglo XIV ya se
había edificado una iglesia y un hospital, según nos informan dos documentos
procedentes del Monasterio de Guadalupe conservados en el Archivo Histórico
Nacional de Madrid. Se trata de un testamento fechado en 1327 y una carta de
venta de 1329. Probablemente el hospital era el que se mantuvo hasta el siglo
XVI y que se representa en los planos existentes en el Archivo Histórico
Nacional, en el que se nos muestra el proyecto de la nueva construcción del
pabellón de la Botica y Enfermería.
En la evolución del mudéjar guadalupense, a la
par que en la restante arquitectura extremeña, existen dos grandes etapas que
abarcan los siglos XIV al XVI. Una primera fase ocuparía temporalmente el siglo
XIV y los primeros años del siglo XV, y se caracteriza por la constante
presencia de elementos de tradición musulmana, tales como las tipologías,
técnicas constructivas, así como en las fórmulas decorativas; y una segunda
fase que se prolonga hasta la primera mitad del siglo XVI, en la que se
mantienen algunos de estos elementos pero en los que observamos que la
presencia musulmana es menos intensa, adaptándose el estilo en su evolución a
los modelos y elementos europeos, aunque se mantendrá el sistema constructivo y
los materiales junto a la decoración, pasando el mudéjar a convertirse en el
modelo español por excelencia al tener una identidad artística procedente de la
pluralidad cultural existente anteriormente en nuestro país.
En la primera fase constructiva de Guadalupe
será definitiva la regencia de un priorato secular dependiente del arzobispado
toledano (1340-1389) y el paso a un priorato regular, al hacerse cargo de
Guadalupe la orden jerónima[7] quienes gobernarán el
monasterio hasta el año 1835, momento en el que abandonan Guadalupe con motivo
de la exclaustración.
PRIMERA
FASE: ETAPA DE CREACIÓN Y DEFINICIÓN
En esta primera etapa es cuando el monasterio
de Guadalupe se crea básicamente con la incorporación de una serie de edificios
que constituirán el primer núcleo mudéjar concretándose en una iglesia, una
muralla que defendía a la población aquí residente, una serie de torres,
algunas con función estrictamente religiosa, como la torre de las Campanas, pero
otras con funciones defensivas y habitacionales, un claustro que regulará las
principales dependencias monacales y un hospital adosado en el lado
septentrional (fig. 3).
Fig. 3
El conjunto presentaba un carácter
fundamentalmente militar, aspecto que aún hoy conserva por la muralla que se
realizó con doce torres, no todas han llegado hoy día, algunas semicilíndricas
y otras cuadradas, que según una crónica del monasterio del siglo XVIII se
realizó entre los años 1350-1367.
Pocos años antes se había iniciado un nuevo
templo por expreso deseo del monarca Alfonso XI quien, en 1340, en
agradecimiento por la victoria del Salado, encomienda levantar un nuevo
edificio porque el que existía en Guadalupe era pequeño[8]. Es probable que restos de
esta edificación sean los conservados en la cabecera del actual templo, donde
se localiza aproximadamente la tercera parte de un monumental ábside que
participa de las novedades constructivas de algunas realizaciones castellanas
del siglo XIV.
En 1363 se elevó extramuros el campanario por
el lado oriental del monasterio, próximo a la cabecera del templo, que gracias
a una inscripción que existía en la misma conocemos que se hizo en tiempos del
prior Toribio Fernández: «ERA DE MIL Y QUATROCIENTOS Y UNO, REYNANDO EN CASTILLA
EL MUY NOBLE REY DON PEDRO, COMENÇO EL PRIOR DON TORIBIO FERNANDEZ, SU CLERIGO,
A HACER ESTA TORRE»; esta inscripción fue recogida por el padre Talavera cuando
se acababa de levantar el Relicario, por lo quedó oculta a partir de entonces.
En estas mismas fechas se acabó la iglesia parroquial y se construyeron una
serie de estancias para el alojamiento de los peregrinos y los sacerdotes en su
tiempo (el del prior fray Toribio Fernández de Mena), también se prosiguió, y
acabó la iglesia parroquial que el rey don Alonso mando se hiciese. Edifico
casa para el prior, morada para los sacerdotes, y ministros del templo, y los
hospedajes para los peregrinos.
La última gran realización de esta primera
etapa es la construcción del claustro Mudéjar o de los Milagros en el espacio
intramuros, con la habilitación de una serie de dependencias necesarias en el
desarrollo de una vida monacal, nos dice el padre Sigüenza de las obras
realizadas por el primer prior jerónimo de Guadalupe, el padre Yáñez: … porque
luego, y sin saber con qué, comenzó a abrir cimientos, a trazar una gran casa,
claustro, y oficinas, porque lo que hasta allí estaba edificado, eran aposentos
sueltos, sin traza o forma de monasterio, no más de para recogerse aquellos
capellanes distraídos. Lo primero que edificó fue un claustro grande no muy
vistoso, ni de buena proporción en los anchos y largos….
También en estos primeros momentos de la
llegada de los jerónimos se elevó en las inmediaciones del municipio, en el
camino que viene de Talavera, un humilladero desde el cual los peregrinos
divisaban el monasterio al final de su recorrido y daban gracias por su feliz
viaje.
En todas estas edificaciones nos encontramos
con interesantes muestras mudéjares que responden a diferentes tipologías
constructivas que presentan gran unidad estilística.
La incorporación del mudéjar en Extremadura se
caracteriza por presentar interesantes rasgos que nos indican la situación,
vecina y fronteriza, que tiene el territorio con algunos de los más importantes
focos mudéjares peninsulares, la influencia ejercida por su dependencia
eclesiástica con la diócesis toledana y la creatividad de los artistas, que en
Guadalupe llegan a soluciones de gran belleza formal.
La primera construcción del conjunto
guadalupense fue su iglesia parroquial, el lugar en el que se veneraba la
imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Es muy probable que esta edificación
responda a la iglesia que en la documentación se nos dice que se debe a la
intervención del monarca Alfonso XI, comenzada en torno al año 1340 (fig. 4).
Fig. 4
En esa temprana edificación se utilizarán una
serie de elementos que nos indican la presencia de diversas influencias
peninsulares. En primer lugar hay que mencionar que el templo contó con un
único ábside de grandes proporciones como el realizado en Toledo en la segunda
mitad del siglo XIII de la actual ermita del Cristo de la Vega que se
prolongaba en una nave, o el perteneciente a la iglesia de san Miguel de Olmedo
(Segovia), de principios del siglo XIV, de tres naves. No disponemos de
suficiente información sobre el templo guadalupano porque sólo nos ha llegado
una parte del mismo, pero el empleo de un único ábside nos remite a un sistema
espacial en el que se potencia el presbiterio, modelo que será característico
en las realizaciones peninsulares del siglo XIV.
Otros elementos nos hablan de la originalidad
del templo alfonsino y de su artista, quien no duda en combinar una serie de
elementos procedentes de diversas áreas del mudéjar peninsular, como es el
juego no alineado de las bandas de arcos ciegos que forman sus cuatro
registros, que según el profesor López Guzmán se inició formalmente en la
segunda mitad del siglo XIII en la iglesia vallisoletana de san Pedro de
Alcanzarén y que se repite en otras realizaciones del foco leonés (Sahagún,
Toro), con elementos característicos sahaguntinos, como es la utilización de
arcos doblados y recuadros, y la originalidad del empleo de los arcos ciegos
túmidos, que en el caso de Guadalupe utiliza la forma sencilla y la doblada,
modelo nada frecuente en los ábsides peninsulares al aparecer sólo en algún
ejemplo sevillano (Santa Catalina) y toledano (Cristo de la Vega).
Por todos los elementos indicados comprobamos
cómo en el semicircular ábside de Guadalupe se combinan elementos típicos del mudéjar
toledano y del mudéjar castellano-leonés, por lo que cabe pensar en la
independencia de este ejemplar respecto a otras zonas mudéjares, aunque esta
independencia no implique desconocimiento de lo que se estaba realizando en
otros lugares, sino todo lo contrario, como ha indicado el profesor Borrás.
El campanario del templo se halla extramuros,
pero comunicado con la muralla de protección del monasterio a través de dos
arcos-puentes, como una torre albarrana.
La torre de las Campanas cuenta con un primer cuerpo macizo sobre el que
se superponen diversas cámaras. Esta original torre se construyó, como antes
hemos señalado, en 1363 y sobresale del resto de las torres monacales por su
fábrica más cuidada, especialmente el cuerpo alto de las campanas que cuenta
con el quiebro de las impostas realizadas en ladrillo produciendo un juego de
luces y sombras. El mismo carácter defensivo que tiene la torre de las Campanas
presenta el conjunto exterior del monasterio con sobrios lienzos de muralla de
mampostería a los que se adosan torres cuadrangulares y semicilíndricas
coronadas por merlones. De planta rectangular, la fortaleza está recorrida por
andenes que permiten la comunicación en la zona alta.
Dentro del recinto amurallado se instaló el
claustro, que cuenta con diversas cámaras, cocina, refectorio, ropería, sala
capitular, celdas y capillas. Las obras debieron de finalizar en torno al año
1405, momento en el que se concluyó el templete central, obra de fray Juan de
Sevilla (fig. 5).
Fig. 5
El conjunto evoca el paraíso, repitiendo
elementos del patio palatino musulmán: andenes cruciformes, castillete central
que recuerda una qubba islámica, rica vegetación y fuentes cantarinas. El
célebre claustro Mudéjar o de los Milagros, por los lienzos que cuelgan de sus
muros, puede considerarse como una obra singular del arte mudéjar más puro y
brillante. En él intervinieron los monjes según nos indican algunas crónicas,
como la del padre Sigüenza, en la que se dice que el padre Yáñez repartió entre
los frailes diversas tareas entre las que estaba la de ayudar en las obras del
monasterio: Otros, más robustos, se ocupaban en servir a los mamposteros y
maestros de la obra, llevando piedra, cal, arena, sacando tierra, acarreando
maderos, agua y otros materiales, de suerte que lo más y lo mejor de aquel
santo convento e iglesia está hecho con los brazos y el sudor de estos siervos
de Dios. En similares términos se expresó el cronista del siglo XV fray Alonso
de la Rambla: Los frailes ovieron muchos trabajos corporales en la fundación
deste monasterio, los unos acarreando piedras, los otros sirviendo a los
maestros de cal y arena, los otros escribiendo libros e siguiendo el coro.
Este claustro tiene planta rectangular, con dos
cuerpos de arquerías en cada lado y doble número de arcos en la zona alta que
en la baja. Las galerías están formadas por arcos túmidos con los salmeres muy
salientes, siguiendo las formas almohades, aunque en el lado este encontramos
algunos de herradura sencilla, probablemente porque fue por aquí por donde se
inició el claustro. Los arcos están enmarcados en alfices y montan sobre
pilares cuadrados con las aristas en chaflán, manteniendo su peculiar
policromía. Las galerías se cubrieron con alfarjes mudéjares, decorados con
pinturas de temas vegetales y emblemas reales.
En 1405, fray Juan de Sevilla levantó en el
centro del claustro un templete o castillo, llamado en las crónicas cimborrio,
para cobijar una fuente que desapareció en el siglo XVIII y que conocemos por
las descripciones del padre Talavera. El templete es la pieza más rica del
mudéjar extremeño y recuerda algunas realizaciones aragonesas. La feliz
combinación de ladrillo aplantillado que se incorpora ahora en las
realizaciones guadalupenses, el yeso y los azulejos, amén de su original tipología,
produjeron una obra excepcional. Las diversas alas situadas en la parte baja
del claustro son hoy museos en los que se exponen las riquezas artísticas del
monasterio: bordados, esculturas, pintura y libros miniados, por lo que se ha
modificado el plan inicial de las estancias monacales. El claustro se adosó en
el lado norte del templo, fenómeno poco frecuente en el caso de los monasterios
jerónimos que suelen ubicar el claustro principal en la zona meridional
procurando unas temperaturas más agradables. Para el caso de Guadalupe no fue
posible esta situación porque la muralla que sirvió para rodear el claustro
estaba realizada cuando llegaron los jerónimos, por lo que se acomodaron a las
obras ya existentes. En la zona oeste se situó la sala capitular y el
refectorio, en el lado septentrional cinco capillas para la oración individual
frecuentes en la tipología monacal jerónima en recuerdo de su origen eremítico,
y en la zona oriental la ropería. En el piso alto estaban las celdas para los
monjes, capillas y espacios para guardar los lujosos libros de coro que tenía
Guadalupe, de este espacio nos dice Münzer: ¡Oh, qué agradable y devoto es este
lugar! Cualquiera puede coger del árbol naranjas con la mano. No puede
describirse toda aquella hermosura.
En estas realizaciones producidas durante la
segunda mitad del siglo XIV y los primeros años del siglo XV dominan los
contrastes. Bajo su aspecto defensivo exterior esconde un carácter palaciego,
con amplios salones y patio, y abundancia de plantas y agua. Pese al carácter
austero de sus muros de piedra, en el interior estallan las brillantes
policromías de los alicatados, las pinturas y los dorados. Frente al rigor
militar de su perfil, el viajero que traspasa sus muros queda deslumbrado por
los riscos tesoros artísticos que guarda en su seno. Esta dualidad está
presente en gran parte de las realizaciones mudéjares extremeñas en las que se
repiten los materiales constructivos comentados en Guadalupe. La mampostería y
el carácter austero y defensivo se convierten en constante en los exteriores de
las construcciones mudéjares extremeñas pasando a los interiores el dominio del
ornato y del detalle.
Diversas edificaciones localizadas en variados
puntos de la geografía extremeña se llevaron a cabo en esta primera etapa. En
todas ellas hay que señalar la notable presencia de elementos de tradición
almohade; fue frecuente la utilización de tipologías islámicas, como vemos en
la torre parroquial de Nuestra Señora de la Granada de Llerena, realizada en el
último tercio del siglo XIV, en la que se repite el modelo de los alminares
almohades, con rampas de acceso en torno a un cuerpo en el que se superponen
diversas cámaras, como ocurre en el alminar de la Giralda de Sevilla. Similar
origen encontramos en el Monasterio de Tentudía, en las capillas funerarias de
los Maestres y la de Juan Zapata, de finales del siglo XIV, y en el presbiterio
conventual de Nuestra Señora del Valle en Zafra, de hacia 1428. Se trata de
capillas funerarias, de planta cuadrada, en las que se repiten los modelos de
las qubbas islámicas del periodo almohade, con cubiertas de cúpulas que montan
sobre dos líneas de trompitas con aristas (fig. 6).
La presencia islámica es importante también en
el empleo de algunos elementos constructivos, arcos túmidos, lobulados y
angrelados; pilares achaflanados, modillones de lóbulos o alfices, como
observamos entre otros lugares como en el patio de Abadía realizado a finales
del siglo XIV y principios del siglo XV, con galerías formadas por arcos
túmidos sobre pilares achaflanados que conservan interesante policromía
imitando los tendeles de los ladrillos (fig. 7) como ocurre en la mezquita
omeya de Córdoba.
En esta primera etapa es frecuente que en las
construcciones mudéjares se utilice como material constructivo la piedra,
fundamentalmente en los exteriores, ya sea en sillería o en mampostería,
reservándose el ladrillo para los interiores, espacio en el que aparece mayor
lujo decorativo.
Fig. 6
Fig. 7
SEGUNDA
FASE: ETAPA DE ASIMILACIÓN Y PROYECCIÓN
Para el caso guadalupense observamos que en una
serie de construcciones, producidas desde la mitad del siglo XV hasta el primer
tercio del siglo XVI, no se abandona el estilo mudéjar, sino que éste aparece
ya en su etapa de madurez. El conjunto monacal precisó la incorporación de
algunas construcciones para atender al crecimiento de la comunidad y a la
necesidad de nuevos espacios adaptados a toda una serie de funciones
desarrolladas por los monjes, bien fuera en el conjunto monástico o en sus
proximidades.
En todas estas obras se seguirá empleando el
ladrillo aplantillado, el yeso, los azulejos, los pilares achaflanados, los
alfices, las cubiertas de madera de tradición islámica, pero ahora se incorpora
dominantemente el arco de medio punto como elemento constructivo, sustituyendo
al arco túmido que dominó la primera fase del mudéjar guadalupense. No
obstante, su influjo provocará que volvamos a encontrar este modelo en algunas
de las nuevas realizaciones.
El ladrillo es el protagonista de la mayoría de
las construcciones, aunque se mantendrá la mampostería en los exteriores
enriquecidos con una mayor decoración, especialmente por la incorporación del
ladrillo aplantillado formando puertas y ventanas.
La obra más temprana de esta segunda fase es el
pabellón de la Librería y la Mayordomía, conjunto realizado en dos fases
cronológicas muy próximas. Está situado el pabellón a los pies del templo
monástico, con su fachada principal dando al atrio parroquial. En una primera
etapa, entre los años 1464 y 1475, se hizo la librería y la sala capitular, con
el dinero que para este efecto había mandado el padre Illescas desde Córdoba,
quien había sido prior de Guadalupe. Pocos años después el edificio se
resintió, por lo que hubo de ser reformado entre 1475-1483, y se añadieron unos
torreones cilíndricos en las esquinas. La comunidad aprovechó para realizar lo
que sería Mayordomía y Portería, con un despacho para el prior, algunas
oficinas, el arca donde se depositaba el dinero y la portería, quedando entre
ambos conjuntos un pequeño claustro de un solo cuerpo de arquerías.
Mayor envergadura presentó la realización de lo
que fue la Hospedería Real, realizada para los Reyes Católicos,
desgraciadamente desaparecida a mediados del siglo XIX. Estaría incluido en la
tipología de las casas reales situados en monasterios de fundación regia, tan
usuales en la etapa de los Reyes Católicos. Las fuentes documentales nos
informan de la intervención en las trazas de este palacio de quien fuese
maestro mayor de las obras reales, Juan Guas. El trabajo que realizó en
Guadalupe sería una de sus últimas grandes empresas, aunque vivirá lo
suficiente como para ser nombrado maestro mayor de la catedral de Toledo. Según
la documentación conservada en el Archivo Histórico Nacional de Madrid las
obras se iniciaron en 1487 y concluirán en lo esencial en cuatro años, aunque
continuarán los trabajos hasta 1499. Los documentos nos informan de la
suntuosidad de las cámaras, con ricas cubiertas de madera policromadas en las
que dominaba el oro.
En el primer cuarto del siglo XVI los jerónimos
construyeron un nuevo edificio destinado a colegio para un nutrido grupo de
niños que integraban el coro y a los que se enseñaba canto y gramática. El
colegio estaba separado del conjunto monacal por una calle, se hallaba próximo
a la Plaza Mayor, y desde 1990 es Parador Nacional de Turismo, por lo que está
muy reformado aunque se mantiene en buen estado su patio principal que presenta
numerosas conexiones con el claustro Mudéjar del monasterio. Las obras se
realizan durante el primer mandato de fray Juan de Azpeitia, entre los años
1509-1512, y finaliza en el de fray Juan de Siruela. Se acabó en 1516, según
nos indican los planos originales del Colegio, que se conservan en el Archivo
Histórico Nacional de Madrid.
Para concluir con las obras realizadas en esta
etapa mudéjar en la puebla de Guadalupe tenemos que referirnos al pabellón de
la Botica y la Enfermería (fig. 11), la última gran intervención mudéjar
realizada ya en el primer tercio del siglo XVI.
En 1518, en el capítulo de la orden, se aprueba
hacer una nueva enfermería cuyas obras concluirán entre 1531-1533 con un
resultado bien distinto al inicialmente planteado y con numerosos problemas que
llegaron a provocar la dimisión del prior promotor del nuevo edificio, fray
Juan de Siruela.
Dentro de las realizaciones conectadas al
mudéjar guadalupense hay que incluir también la construcción de dos granjas, la
de Valdefuentes y la de Mirabel, localizadas a unos pocos kilómetros de
Guadalupe en amenos lugares de la sierra de las Villuercas con encinares,
robledales, alcornoques y castaños; fueron el lugar de descanso y retiro de los
monjes jerónimos y de alguna de las ilustres personalidades que visitaron el
monasterio, como los Reyes Católicos. Aunque ambas construcciones se iniciaron en
tiempos del padre Yáñez se ampliaron y reformaron en esta segunda fase del
mudéjar guadalupense, periodo en el que se incorporaron patios y galerías en
los que se repiten los modelos monacales.
En todas las realizaciones llevadas a cabo en
el periodo que ahora tratamos sobresalen los claustros realizados en ladrillo,
frecuentemente se utilizó el ladrillo aplantillado, con pilares achaflanados
que ya existían en el claustro Mudéjar y arcos de medio punto encuadrados en
alfiz. Así aparece en el patio de la Mayordomía, en el patio del Colegio de
Humanidades, en la granja de Mirabel, y en galería inferior del pabellón de la
Enfermería y Botica. Mayor variedad se utilizó en la realización de las
galerías altas donde los arquitectos dispusieron arcos rebajados, en la Granja
de Mirabel, apuntados con dinámica tracería gótica flamígera, en el patio de la
Botica, tracería que se repite en la galería de la granja de Valdefuentes, y
arcos túmidos en el cuerpo alto del Colegio de Humanidades. Los vanos
apuntados, los de medio punto, junto a los carpaneles y conopiales formarán las
puertas y las ventanas realizadas en todas las construcciones destacando
siempre su decoración basada en el ladrillo aplantillado.
Las formas decorativas tienen, en la mayor
parte de los casos, un claro dominio mudéjar encontrándonos en el monasterio
infinidad de lacerías felizmente combinadas con las sinuosas tracerías de
tradición gótica (fig. 8).
Fig. 8
Los templos, palacios, torres y otras
construcciones realizadas en esta segunda fase del mudéjar extremeño presentan
gran afinidad en algunos de los rasgos ya comentados para el caso del mudéjar
guadalupense, como es el tipo de arco utilizado, al emplearse preferentemente
el apuntado y el de medio punto combinado con algunos modelos procedentes del
arte islámico, lobulados y angrelados. También presentan en común el dominio de
las fábricas de ladrillo, aún cuando se mantienen en los exteriores la
mampostería, que suele decorarse más suntuosamente al incorporar diversas
combinaciones de paños de rombos, arcos entrecruzados o azulejos, utilizándose
este especial repertorio fundamentalmente en las torres bajoextremeñas del
siglo XVI, como las de Palomas o Puebla de la Reina.
Los patios, probablemente la construcción más
abundante de la segunda fase del monasterio de Guadalupe, también serán las
edificaciones más demandadas en el resto de la región, utilizándose
frecuentemente el estilo mudéjar. En 1498 se inicia el patio de la casa prioral
de Llerena y poco después en la misma población tiene lugar el comienzo del
patio principal del palacio del licenciado Luis Zapata, posteriormente sede del
Santo Oficio, así como el claustro del conventual santiaguista de Calera de
León, ejecutado junto a la galería de la hospedería en los primeros años del
siglo XVI. En todos estos casos, junto a otros testimonios similares repartidos
por la geografía extremeña, encontramos como rasgos comunes las fábricas de
ladrillo, el uso de pilares octogonales, excepcionalmente se utilizarán los
achaflanados, y la combinación de arcos de medio punto, o medio punto
peraltado, en las galerías bajas y los rebajados en los cuerpos altos; el alfiz
es un elemento constante que dibuja y enmarca los vanos.
Aunque sin paralelo eclesial guadalupense para
esta fase, los templos mudéjares extremeños, como las parroquiales de Alía y de
Hornachos, presentan variadas composiciones internas con soluciones espaciales
amplias y dominio del arco apuntado como elemento definidor de las diversas
tipologías. Las cubiertas de madera con estructuras de tradición islámica
alcanzan es esta fase los mejores resultados en las naves, presbiterios y
diversas estancias palatinas.
En esta segunda fase del mudéjar extremeño el
estilo se ha asimilado hasta el punto de pasar a ser considerado como el modo
usual y tradicional de la población cristiana alcanzando gran proyección al
ampliarse su uso a construcciones tan diversas como plazas mayores, la plaza
Alta de Badajoz, las de Zafra y la plaza Mayor de Llerena nos sirven de
ejemplo; modestas viviendas, con diversos ejemplos en Llerena, Azuaya, Badajoz,
Cáceres y Zafra, ermitas y cualquier otra realización en la que domina el
carácter popular.
Aunque no es frecuente encontrar en la
documentación la opinión que merecieron sus contemporáneos sobre las
realizaciones mudéjares, hemos localizado dos documentos que nos permiten
acercarnos al gusto que tuvieron los usuarios respecto al estilo mudéjar en el
siglo XV. El documento datado en el verano de 1458 recoge la autorización del
Concejo de Badajoz para que se hagan unos portales en la plaza de san José,
dándose unas instrucciones muy precisas para la realización de la obra «…e que los arcos que ficierades así los
fagades sobre arcos de ladrillo e piedra, porque la dicha plaza sea más
noblecida…». Son los portales mudéjares que aún hoy se conservan en la
antigua plaza principal de la capital bajoextremeña formada por arcos de medio
punto enmarcados en alfiz que apoyan en columnas reaprovechadas. Muy
interesante es la observación realizada por doña Constanza Osorio en 1480 sobre
las construcciones mudéjares de Zafra; la segunda condesa de Feria encomienda a
su esposo a través del testamento que edifique un hospital, el hospital de san
Miguel, que tenía que ser realizado según sus instrucciones:: «se faga e hedifique un cuerpo pequenno de
iglesia con su tejado de la madera desta e obra desta tierra e que se faga
capilla asi pequenna de bóveda de ladrillo con su altar en ella». La
capilla está muy deteriorada pero se mantiene su cabecera cuadrada cubierta por
una cúpula repitiendo los modelos de las qubbas almohades, en el exterior
estaba coronada por un yamur que ha desaparecido hace pocos años. El calificar
esta capilla mudéjar con las palabras «obra de esta tierra» nos indica la
proyección y asimilación que había alcanzado el mudéjar en la sociedad
extremeña del siglo XV considerándose el estilo como algo propio, resultado de
una larga y continúa experiencia constructiva específica.
EL
ALCÁZAR DEL REY DON PEDRO I Y LOS PALACIOS MUDÉJARES SEVILLANOS
El Alcázar edificado en Sevilla por el rey
Pedro I de Castilla es, sin duda, el mejor y más completo ejemplo de la
arquitectura civil mudéjar. Los distintos estudiosos que han tratado de este
palacio han puesto de relieve sus valores tectónicos y espaciales, su rico y
variado programa decorativo, sus contenidos simbólicos, su capacidad de
fascinación y la circunstancia de ser suma de las tradiciones hispanomusulmanas
y de las nuevas experiencias nazaríes. Asimismo, los análisis han incidido en
el hecho de ser el palacio real más antiguo en uso de Europa, en su condición
de modelo de otros palacios y residencias señoriales en Sevilla y en Castilla y
en los continuos procesos de reforma que ha sufrido con el transcurso de los
siglos, a fin de adecuarlo a las necesidades y gustos estéticos de cada época.
Ciertamente es mucha la bibliografía surgida sobre el alcázar sevillano y muy
variadas las aportaciones y las lecturas que se han realizado sobre este
edificio que es, sin duda, la principal empresa palaciega de la monarquía
española medieval[9].
Para la construcción del palacio el rey Pedro I recurrió a artífices
sevillanos, toledanos y nazaríes, habiendo sido éstos enviados por el sultán
Muhammad V, quien había recuperado el trono de Granada con la ayuda del monarca
cristiano. La actividad conjunta de estos grupos de artistas dotó al edificio
de una serie de soluciones espaciales y compositivas, además de un amplio y
variado repertorio ornamental de vital importancia para el conocimiento de la
evolución de las artes en la España medieval, tanto en tierras cristianas como
musulmanas. El palacio sevillano es la prueba más elocuente de la fascinación
que en los reinos cristianos suscitaba la refinada cultura de los musulmanes,
siendo además un hito en la convivencia de religiones, como demuestran las
inscripciones árabes que salpican sus paredes ensalzando y alabando las
grandezas del protegido de Alá, el «sultán
don Pedro I».
Construido entre 1364 y 1369, el palacio
sevillano encuentra sus más claros precedentes en los recintos palaciegos construidos
pocos años antes en Tordesillas y Astudillo por el propio monarca y su mujer
doña María de Padilla. El alcázar sevillano, que no llegó a completarse debido
a la guerra civil que se suscitó con el pretendiente Trastámara y a la
posterior muerte de Pedro I en Montiel, es heredero de la tradición musulmana
en la organización funcional de sus estancias, distribuidas alrededor de dos
patios, el de las Doncellas y el de las Muñecas, que son el centro de la vida
pública y de la vida privada, respectivamente[10]. La primera zona es la de
mayor superficie y donde la decoración se hace más suntuosa, en especial en el
Salón de Embajadores, destinado a las audiencias y considerado como salón del
trono, que es símbolo de la magnificencia y del poder real. En origen el
palacio ofrecía un amplio desarrollo horizontal, sobresaliendo por sus alturas
y proporciones la monumental fachada, el volumen de la sala dispuesta tras ella
en planta alta, la cubierta del Salón de Embajadores y las correspondientes a
dos dependencias inmediatas, que tenían carácter residencial y privado. Serán
éstas algorfas más la gran qubba situada tras la fachada las que servirán de
núcleo al palacio alto que se organizó durante el reinado de los Reyes
Católicos, periodo en el que también se acometieron otras obras y reformas en
el alcázar sevillano[11]. Las renovaciones y
remodelaciones se sucedieron durante los siglos XVI, XVII y XVIII con el fin de
adaptar el palacio a las necesidades de la corte y de acomodar sus antiguos
ambientes y elementos a las nuevas corrientes estéticas. Otras intervenciones
se realizan en el siglo XIX, destinándose algunas de ellas a dotar de una mayor
racionalidad ciertos espacios y a dar adecuado acomodo a los duques de
Montpensier quienes lo habitaron durante una serie de años, mientras otras
labores de restauración iban encaminadas a devolver al palacio su antiguo
esplendor. Otros trabajos se han desarrollado durante el siglo XX, siguiendo
criterios muy dispares y que han oscilado entre la restauración en estilo y la simple
consolidación y conservación.
Ha sido precisamente al hilo de algunas de
estas últimas tareas cuando se han iniciado una serie de excavaciones, que está
previsto continuar en sucesivas campañas durante los próximos años, cuyos
resultados han venido a enriquecer el conocimiento sobre los procesos
constructivos del alcázar sevillano y a puntualizar determinadas hipótesis que
sobre los mismos se habían vertido. Una de las más hermosas y sugerentes fue la
elaborada por Guerrero Lovillo, quien estimó que el rey don Pedro I a la hora
de configurar el Salón de Embajadores y las dependencias aledañas había
reaprovechado parte de las estructuras de las Salas de las Pléyades del antiguo
Alcázar al-Mubarak o Alcázar de la Bendición, que había sido levantado en el
siglo XI por el rey poeta Almutamid. Los resultados de esas prospecciones y
excavaciones han venido a rebatir tal posibilidad al comprobarse la existencia
de estructuras almohades bajo las fábricas correspondientes a tiempos del rey
Pedro I[12]. Aunque los trabajos
arqueológicos aún no se han emprendido en los principales espacios del palacio
de este monarca y falta, por consiguiente, la constatación definitiva, los
hallazgos efectuados en los patios de la Montería y de las Doncellas hacen
considerar que el alcázar mudéjar es una obra «ex novo», planificada en
relación y conforme a la alineación del preexistente palacio de Alfonso X, en
la que no se respetaron las orientaciones de las sucesivas edificaciones
musulmanas, tanto de época taifa, como almohade.
Fue precisamente en las excavaciones
desarrolladas en un ángulo del Patio de las Doncellas en 2002 cuando salieron a
la luz los restos de un patio que inicialmente se consideró que podría ser de
crucero, hipótesis que durante la continuación de los trabajos se demostró
errónea. De hecho, lo allí localizado responde a un jardín medieval con una
alberca central dispuesta en sentido longitudinal y rematada en dos
ensanchamientos transversales en los extremos, a la que flanquean dos arriates
rehundidos casi un metro. Tanto los muros exteriores de dicha alberca, que se
encuentran al mismo nivel de las galerías porticadas del patio y sirven de
andenes facilitando el tránsito, como las paredes perimetrales de los dos
arriates están organizados mediante arcos ciegos de medio punto realizados en
ladrillo, que aparecen entrecruzados y con un lazo curvo en la clave, que en
algunos casos presentan embutidas piezas de cerámica vidriada de colores verde
y negro. Por su parte, los paramentos interiores de la alberca ofrecen una
decoración pictórica bastante tosca constituida por un tema de ondas realizado
en blanco y negro grisáceo, que vino a sustituir a otra más antigua de motivos
de lacería centrados por estrellas de ocho puntas en almagra y blanco, de los
que ha sido posible recuperar un fragmento[13].
Patio de las doncellas
Los estudios emprendidos a partir del hallazgo
de este patio han permitido saber que la alberca central se proyectó
inicialmente con mayor profundidad y que su desarrollo se interrumpía antes de
alcanzar la galería porticada, pues allí se ubicaban dos alberquillas
transversales. Sin embargo, durante la propia construcción del estanque
principal se decidió extenderlo hasta los límites del patio, por lo que se
cegaron dichas alberquillas, sin que llegaran a estar en uso. Por otra parte,
en un momento impreciso y que se ha fijado en el tránsito del siglo XIV al XV
se debieron cegar los arriates para vegetación, procediéndose a pavimentarlos
al nivel del estanque central, lo que haría más transitable y cómodo el patio.
Esta sería la imagen que ofrecía el Patio de las Doncellas cuando en tiempo de
los Reyes Católicos se programaron las obras antes aludidas, pues en el
documento de capitulación entre los monarcas y Francisco de Madrid, su
secretario y obrero mayor de los alcázares de Sevilla, se ordenaba reparar «las losas del patio del palaçio real» y
«entabicar y reparar de su misma obra»
los «desentabicados sobre el alverca del
cuarto real». En relación con la decoración pictórica de los muros de la
alberca, no se pueden aportar datos precisos, si bien la más antigua,
correspondiente a labores de lacería que imitan los alicatados, puede datarse
en el último tercio del siglo XIV, mientras que la más moderna con motivos de
ondas resulta más problemática datarla, recordando los esquemas poligonales que
aparecen en las albercas del Patio de la Contratación, recinto que estuvo
integrado en el Alcázar.
Tras las aludidas reparaciones y reformas,
sería ya en el siglo XVI cuando el Patio de las Doncellas cambiaría definitivamente
su fisonomía. En un nuevo programa de intervenciones iniciado en la tercera
década del quinientos se procedió a la construcción de la galería superior,
utilizándose mármoles italianos y yeserías de carácter clásico, procediéndose
con posterioridad a renovar la galería baja, para la que también se emplearon
mármoles contratados con maestros genoveses y yeserías que en parte realizó el
maestro Francisco Martínez. De la última etapa de los trabajos, datada en los
años setenta, fue responsable el arquitecto Luis de Vega, siendo el maestro
Juan Hernández el encargado de llevarlas a cabo al frente de una gruesa nómina
de artistas. Sería durante el desarrollo de estas labores cuando se cubriría la
alberca y se procediese a pavimentar el patio con losas de mármol blanco y
negro.
Esta imagen del Patio de las Doncellas fue
alterada en lo que respecta a la galería superior durante el siglo XIX, si bien
fue recobrada durante los trabajos de restauración de los años setenta del
siglo XX. A partir de la recuperación del jardín medieval con su alberca
central y arriates en marzo del presente año 2005 la fisonomía del patio ha
cambiado radicalmente, habiéndosele dotado de un estanque con agua en el que
las arquitecturas se proyectan y multiplican, las luces y los reflejos se
superpone a la ornamentación que cubre los paramentos, modificándola y
enriqueciéndola, tal y como ocurría en origen y conforme a una fórmula habitual
de la arquitectura musulmana.
Por otra parte, el hallazgo del jardín
medieval, unido a un estudio pausado de las estructuras del alcázar del rey don
Pedro I y de sus precedentes almohades y alfonsíes, más una relectura de
documentos ya conocidos han permitido avanzar nuevas hipótesis sobre el Cuarto
de la Montería, también iniciado en tiempos del mencionado monarca, y de
replantear en su totalidad el esquema y funcionamiento del palacio sevillano.
Cuando esta tarea pueda concluirse, para lo que será preciso continuar con el
proceso de catas y excavaciones arqueológicas y completar los levantamientos
planimétricos en curso, es posible que se pueda tener un conocimiento más
ajustado y real de la verdadera dimensión del programa de obras proyectado por
Pedro I y de sus posteriores repercusiones en el ámbito de la arquitectura
residencial y palaciega tanto castellana, como nazarí.
A la espera de ese momento, es factible apuntar
algunos ejemplos del área sevillana donde esa relación y dependencia resulta
evidente. Se trata concretamente de dos edificios cuyos propietarios estuvieron
directamente relacionados con el propio Pedro I o con algunos de sus sucesores.
El primero es el Convento de Santa Inés, levantado aprovechando parte de las
casas de don Alonso Fernández Coronel. El segundo es el Palacio de Altamira
construido en la que fue vivienda de los contadores mayores de los reyes
Enrique II y Juan I.
El Convento de Santa Inés fue fundado por la
noble dama sevillana doña María Alfonso Coronel, hija de don Alonso Fernández
Coronel y esposa de don Juan de la Cerda, señor de Gibraleón[14]. Tras la persecución y
muerte de su marido por orden de Pedro I, se retiró a la apartada ermita de San
Blas, existente en las inmediaciones de la iglesia parroquial de Omnium
Sanctorum, ingresando posteriormente en el Monasterio de Santa Clara, en donde
profesó. Según la leyenda ni siquiera los muros conventuales fueron respetados
por el monarca, que continuó acosándola sin que ella accediera a sus
requerimientos. Para acabar definitivamente con ellos, doña María Coronel
decidió desfigurar su rostro arrojándose aceite hirviendo, mientras se
encontraba en la cocina del monasterio de clarisas.
La recuperación de los bienes familiares
permitió a doña María Coronel cumplir su deseo de fundar un nuevo convento de
la misma orden franciscana. La devolución de las propiedades fue ordenada por
Enrique II, conforme indica un documento conservado en el Convento de Santa
Inés: «… por fazer merced e derecho a
doña María muger que fue de don Johan fijo del príncipe don Loys e a doña
aldonça coronel e a mayor alfon coronel sus hermanas fijas de don alfon
fernandez coronel e de doña elvira su muger toviemos por bien de les mandar dar
e entregar e tornar todos los bienes que los dichos don alfon ferrandez e doña
elvira havian e poseyan en la muy noble ciudad de Sevilla e en todos sus
terminos e en todas las otras villas e lugares del su arzobispado e de la noble
ciudad de Algezira e en su termino … E que aquel tirano que se llamaba rey e
otras personas algunas les tomaron e tienen los dichos bienes o parte dellos
sin raçon e sin derecho…»[15].
Una vez recuperadas las propiedades y bienes, obtenido el consentimiento de la
abadesa y monjas de Santa Clara, con la autorización de los visitadores de la
orden y las licencias del arzobispo y cabildo de Sevilla se produjo la
fundación del Convento de Santa Inés. El 8 de octubre de 1374 está fechada la
Bula Pontificia, firmada en Aviñón por el Papa Gregorio XI, autorizando la
creación del convento «en las casas que en otro tiempo habían sido de los
citados progenitores de ella y que entonces le pertenecían, y dotado
suficientemente tanto con los bienes que Dios le había dado como también con
los que le había sido entregados y concedidos al mismo tiempo por algunos
parientes suyos para establecer en él cuarenta monjas… (Concediéndosele
licencia) de fundar, construir, edificar en las ya citadas casas… el referido
monasterio con iglesia, campanario, campana, cementerio y otras oficinas
necesarias y de dotarlo suficientemente como se ha dicho, con los bienes
mencionados».
Los documentos anteriores ponen de manifiesto
que la comunidad de clarisas se estableció en las que habían sido casas
familiares de doña María Coronel, aunque lógicamente una vez transformadas y
adaptadas a su nuevo cometido de clausura conventual. La implantación no estuvo
exenta de dificultades, habida cuenta las características del solar que
resultaba irregular, triangular y alargado en sentido norte-sur.
Complementariamente a la existencia de unas estructuras reutilizables se tuvo
que edificar una iglesia acorde con las necesidades de la comunidad y de la
vida en clausura. Para levantarla se aprovechó el solar de unas casas que
habían sido cedidas por don Juan Rodríguez Tello, así como el espacio de una
calleja llamada de Zapateros que fue entregado por el Ayuntamiento de la
ciudad. Las obras se realizaron en los primeros años del siglo XV y dieron como
resultado un templo de planta rectangular con tres naves separadas por pilares
cruciformes, siendo la central más larga al prolongarse en una cabecera
poligonal y en el espacio del coro. Tal disposición es excepcional en la
arquitectura conventual sevillana, pues dicha estructura se adecúa más a las
necesidades de una iglesia parroquial. También es inusual en el mudéjar
sevillano el modo de cubrir las naves y el coro, pues se ha recurrido a bóvedas
ojivales. Tanto éste como los diferentes tramos de las naves cuentan con
bóvedas de nervadura que presentan nervios diagonales y de espinazo. El empuje
de estos abovedamientos se contrarresta mediante una serie de contrafuertes que
jalonan los muros perimetrales del templo y que se disponen en diagonal en la
cabecera.
El templo, que no presenta fachada a la calle,
sino a sendos atrios o compases, tenía en origen su principal acceso mediante
la portada abierta al centro del muro del evangelio. Está alojada en un cuerpo
prominente entre dos contrafuertes y corresponde a un doble arco apuntado que
apea sobre jambas rectas y está enmarcado por un alfiz. En sus enjutas hay
huellas de lo que debieron ser dos escudos heráldicos, tal vez los de la
fundadora del convento. La portada del muro de la epístola, que aparece cegada,
se sitúa en el último tramo de la nave. Es de menor envergadura y corresponde a
una fábrica de ladrillo fino de jambas rectas y arco apuntado, que está
encuadrado por una moldura que hace de alfiz. Aún conserva restos de las
labores pictóricas que se le añadieron en una fecha posterior. Esta portada
debió cegarse al construirse junto a ella, en un cuerpo levantado entre dos
contrafuertes, un ingreso monumental de cantería. Se trata de un vano adintelado
entre pilastras rematadas en ménsulas que apean una cornisa, sobre la que se
sitúan dos frontones rotos, uno curvo y otro recto, surgiendo de éste sendas
pirámides. El ático ofrece un relieve con los atributos de Santa Inés, se
enmarca por guirnaldas de flores y se remata por frontón curvo coronado por una
esfera. Esta portada debió levantarse hacia 1630 cuando se procedía por parte
de Francisco de Herrera al Viejo a la renovación del templo. Las obras
consistieron en la modificación de los pilares y del perfil de las nervaduras,
en la incorporación de yeserías con querubines a la altura de las impostas de
los arcos y de ángeles-atlantes en las pilastras del ante presbiterio, en
pinturas doradas con roleos y escudos y en la colocación de un zócalo de azulejos
lisos con temas de clavo.
Este templo respetó parcialmente la alineación
de las dependencias de la residencia familiar de doña María Coronel a las
cuales se adosó. Por ello y habida cuenta la irregularidad de la manzana
ocupada por el convento, que además ha visto reducida su superficie en los
flancos norte y sur durante la segunda mitad del siglo XX, muchas salas y
habitaciones son irregulares y no hay coincidencia en los respectivos ejes. No
es posible en la actualidad restituir la fisonomía de esa casa, ni puntualizar
la totalidad de los elementos de las primitivas fábricas que han pervivido
ocultos o modificados en las estructuras conventuales, habida cuenta las
sucesivas alteraciones y modificaciones del convento con el transcurso de los
siglos. Por otra parte, aunque se han emprendido algunas obras de restauración
y consolidación del conjunto en las últimas décadas, tales trabajos no han ido
acompañados de un programa de excavaciones arqueológicas que hubieran aportado
información fundamental a la hora de las valoraciones y de las precisiones en
el proceso evolutivo del convento. A pesar de ello, la peculiar configuración
de varios espacios, ciertas soluciones compositivas y técnicas, así como la
presencia de algunos repertorios decorativos permiten considerarlos como
pervivencias de la residencia de don Alonso Fernández Coronel.
En relación con estos ámbitos debe señalarse
que todos se sitúan en torno al claustro principal del convento o en sus
inmediaciones. Tal circunstancia permite sospechar que a pesar de sus
transformaciones dicho patio pudo formar parte del núcleo central de la
vivienda de los Fernández Coronel. En la actualidad el claustro se llama del
Herbolario y ofrece planta trapezoidal, con su lado menor a mediodía,
presentando galerías porticadas en sus cuatro frentes y un jardín central con
forma de crucero. La irregularidad de su planta se explica por la forma de la
manzana y la existencia de una calle tras el muro del frente occidental, lo que
ha determinado la ausencia de dependencias en dicho flanco. Los elementos
constructivos y decorativos del patio pueden datarse hacia 1540, presentando
notables coincidencias con los empleados en las residencias nobiliarias
sevillanas de le época. Así los soportes son mármoles italianos parecidos a los
existentes en la Casa de Pilatos y en la Casa de Mañara, siendo relacionables
con la producción del taller de los Aprile de Carona. Por su parte las
pilastras de yeserías con grutescos que figuran encuadrando algunos arcos de
las galerías inferiores recuerdan a las existentes en la Casa de las Dueñas.
También algunos de los paneles de azulejos que ocupan los zócalos de las
galerías bajas se relacionan con los realizados por los hermanos Polido para la
citada Casa de Pilatos. Tales similitudes, especialmente con las viviendas de
la familia Enríquez de Ribera pueden explicarse por el hecho de haber
pertenecido varias de las monjas y abadesas del convento franciscano a dicha
familia. Es lógico pensar que a la hora de renovar las viejas estructuras conventuales
aquellas acudieran a los mismos artistas que habían desarrollado similares
procesos en las viviendas familiares. De la labor de patrocinio artístico de
esas damas no se ha localizado testimonio documental alguno, pero si existen
pruebas materiales. Tal es el caso de la pintura mural existente en la
sacristía, de la lauda sepulcral de azulejos pintados que existe en el
pavimento del coro y de la donación de importantes piezas de platería[16].
En la actualidad el patio del Herbolario
presenta dobles galerías porticadas en sus cuatro frentes, constituidas por
arcos peraltados en la planta baja y escarzanos en la alta, soportados por
columnas de mármol. El mismo material se empleó en las balaustradas y en la
elegante portada que da acceso al jardín central, que como se dijo tiene forma
de crucero y presenta una fuente central enriquecida por alicatados de cerámica
vidriada. Aunque la organización del patio responde a la intervención
renacentista, es posible considerar la existencia de un patio anterior, cuyas
dimensiones y configuración no puede precisarse, sin que pueda rechazarse que
también adoptara disposición de crucero. Una de las principales aportaciones
del quinientos fue la decoración pictórica mural de las galerías superiores, el
conjunto más completo y valioso de cuantos existen en las clausuras sevillanas.
Su importancia radica no sólo en el hecho de ser el único que se ha conservado
en su integridad, sino también en la circunstancia de servir de eslabón entre
las obras mudéjares peninsulares y las realizadas en tierras mexicanas a lo
largo del siglo XVI. Aunque las pinturas recuerdan por su organización los
esquemas compositivos de los grandes ciclos histórico-legendarios de carácter
profano, los temas representados abarcan del Antiguo Testamento a la
Inmaculada, completándose con figuras de santos, una escena de la fundadora
doña María Coronel y una serie de paneles de grutescos.
Una de las dependencias que se abren en planta
baja a este claustro es el Refectorio. Se localiza en el frente meridional y
corresponde a un espacio rectangular cubierto por estructura de madera, en la
que se ha simulado mediante pintura un artesonado clásico. Su portada presenta
restos de yeserías mudéjares y un arco angrelado, cuyo intradós ofrece labores
en yeso distribuidos en tres bandas, de las que corresponden a lazos las de
ambos extremos y a temas de atauriques y palmetas la central. Esta decoración
es prácticamente incisa, pues las sucesivas capas de cal han llegado a embotar
el escaso relieve. La cara interna de la portada se conserva en mejores
condiciones. El arco angrelado aparece enmarcado por un alfiz, en cuya parte
superior aún puede apreciarse un fragmento de la inscripción árabe que se
extendía por toda su superficie, mientras en los laterales está oculta por
sucesivas capas de cal. Las enjutas presentan motivos de ataurique y sendos
escudos, con las armas de los Fernández Coronel. Uno aparece cuartelado con
castillos, leones y flores de lis. El otro está ocupado por un águila con las
alas explayadas. La sala presenta un banco corrido y revestido de azulejos,
habiéndose empleado también la azulejería de arista para cubrir los zócalos. Se
trata de piezas del segundo cuarto del siglo XVI, que recuerdan las creaciones
de los Polido. El recinto está presidido por una pintura mural de esa misma
fecha, representando la Última Cena, en la que se ha copiado fielmente la que
sobre el mismo tema realizó Leonardo en Santa María de las Gracias de Milán.
La presencia de las mencionadas yeserías con
los escudos de los Fernández Coronel evidencia que el actual refectorio es en
realidad una dependencia de la vivienda familiar, que fue transformada para su
nuevo uso en la clausura conventual. Aunque no puede aportarse ningún dato
sobre su primitiva función y características, dadas su disposición, dimensiones
y ubicación en relación con el claustro, cabe sospechar que se tratase de una
sala longitudinal con alcobas en sus extremos, que pudo tener uso doméstico.
Sería durante su conversión en refectorio cuando se unificaría el espacio,
eliminándose los arcos de separación, construyéndose una cubierta única y
recubriéndose sus muros de azulejos.
En el piso alto de la galería meridional y a
eje con la del refectorio se conserva una pequeña portada con arco peraltado y
enmarcado por un alfiz con inscripciones árabes, que ofrece entre uno y otro
una labor de yeserías con un repetitivo tema de atauriques. Por su ubicación y
características decorativas debe considerarse como otro elemento más de la
residencia de los Fernández Coronel, que por consiguiente debía ofrecer en
algunos sectores dos plantas. Tal circunstancia parece venir corroborada por la
existencia de una pequeña escalera que surge de la galería oriental en planta
baja mediante un arco peraltado y enmarcado por un rehundimiento a modo de
alfiz y que desemboca en planta alta en un hueco de similares características
que ofrece además tres discos de yeserías.
El principal espacio abierto el Patio el
Herbolario es la sala capitular, denominada Sala de Profundis por servir de
cementerio. Se trata de un espacio cuadrado y cubierto por una majestuosa
bóveda de dieciséis paños que descansa sobre trompas angulares formadas por
bovedillas de arista. Dicha estructura sigue el tipo de las qubbas islámicas y
se trata, indudablemente, de una construcción anterior al convento que formó
parte del palacio de los Fernández Coronel. Si bien todo parece apuntar a su
origen mudéjar, también se ha sugerido la posibilidad de que fuese una fábrica
musulmana reutilizada en dicho palacio[17]. De lo que no cabe duda
es de la filiación mudéjar de la decoración de su portada. Se trata de un arco
angrelado, enmarcado por un alfiz constituido por una banda lisa y otra
decorada por epigrafía árabe que se eleva hasta alcanzar el nivel de la
cubierta de la galería, alojándose en el espacio intermedio una labor de lazo.
Sobre la clave del arco aparece una venera y decoración de ataurique en las
enjutas, en donde también figuran los escudos nobiliarios de los Fernández
Coronel. El intradós del arco se fracciona en cinco bandas, siendo más
estrechas las extremas, que rodean por completo a la central. En ellas aparecen
epigrafías árabes y lacerías. La faja principal es la más ancha y está ocupada
por un complejo motivo de atauriques, que en sus arranques y en la clave presentan
veneras. Tal decoración es parecida a la utilizada en los arcos de los salones
abiertos al Patio de las Doncellas en el Alcázar del rey don Pedro I y recuerda
la empleada en el arco interior de la Puerta del Perdón en la catedral
sevillana, resto de la antigua mezquita mayor almohade. Una organización
parecida a la descrita ofrece la portada en su cara interior, si bien el tema
de lazo situado sobre el arco ha sido sustituido por cinco huecos fingidos y
cerrados por celosías con atauriques y lacerías, entre las que se sitúan
paneles con aquel mismo repertorio vegetal. Dicha fórmula con claro origen en
el arte hispanomusulmán se repite en los citados accesos a las salas del
palacio de Pedro I. El hueco se cierra por una puerta de madera con dos batientes
que giran sobre sus quicialeras y gorroneras, siendo paneles lisos que en su
cara externa conservan dos representaciones pictóricas de Santa Clara y de San
Francisco recibiendo los estigmas, habiéndose perdido las pinturas de los
registros inferiores. Por su cara interna las puertas también aparecen
pintadas, si bien los motivos son ramos de flores a los que en los registros
superiores se han superpuesto los escudos heráldicos de los Fernández Coronel.
Aunque mal conservadas y algo retocadas estas pinturas pueden datarse hacia
1500.
El interior de la sala presenta un alto zócalo
de azulejos de arista similares en calidad, variedad y cronología a los
empleados en el Patio del Herbolario. Coetáneas, es decir de hacia 1540, son
las yeserías que integran el gran arco angrelado y enmarcado por pilastras con
grutescos y los tondos que organizan el testero. También puede fecharse en ese
momento buena parte del pavimento constituido por losetas de barro y piezas de
azulejería y sobre el que destacan las grandes losas de mármol que indican la
existencia de enterramientos en la cripta. La monumental bóveda presenta en la
moldura en nacela que le sirve de arranque una inscripción latina, apareciendo
en la clave el cordero alusivo a la titular del convento. Ambas pinturas se
añadieron cuando la sala que había existido en la residencia familiar de doña
María Coronel pasó a ser parte de la clausura conventual.
Una pequeña puerta situada en el extremo
derecho del muro de testero presenta un arco decorado por flores y un alfiz
ocupado por una inscripción latina en yeso de carácter fúnebre. Por ella se
accedía a otra sala de menores proporciones y también con forma de qubba,
cubierta por una bóveda de ocho paños sobre trompas constituidas por bovedillas
de arista. En una de las transformaciones sufridas por el convento y habida
cuenta de la considerable altura de esta sala se procedió a dividirla en dos,
por lo que ahora desde la citada puertecilla se ingresa a una estancia cuadrada
y sin carácter. No obstante, aún es posible acceder a la que sería parte alta
de la qubba desde la tribuna del coro. En razón de su situación y de su
tipología resulta evidente que esta sala es otra pervivencia más de la
residencia familiar de los Fernández Coronel que se incorporó a la clausura al
fundarse el convento.
La otra residencia nobiliaria sevillana en al
que son evidentes las relaciones con el Alcázar del rey don Pedro I es el que
se conoce como Palacio de Altamira, un edificio de considerables proporciones y
que posee una larga y compleja historia[18]. Las excavaciones
arqueológicas desarrolladas han permitido confirmar la existencia de una
primitiva construcción musulmana, de época almohade, en cuyas proximidades se
levantaba una mezquita, unos baños y un pequeño zoco. Tras la conquista castellana
de la ciudad este sector urbano pasó a formar parte de la judería,
localizándose en este solar parte del área de servicio de la residencia de
Yusaph Pichón, quien fue nombrado en 1369 Contador Mayor por el rey Enrique II,
monarca que llegó a hacerlo su privado, colmándolo de honores y riquezas. Con
posterioridad cayó en desgracia y fue desposeído de sus privilegios,
propiedades y hacienda, siendo ajusticiado. La vivienda fue entonces comprada
por el judío sevillano Samuel Abravanel, quien posteriormente se convertiría al
cristianismo, tomando el nombre de Juan Sánchez de Sevilla. El rey Juan I de
Castilla lo nombró Contador Mayor del Reino, puesto desde el que desarrolló una
amplia labor en materias administrativa y política, consiguiendo una considerable
fortuna. Gracias a ella pudo llevar a cabo importantes empresas constructivas,
destacando entre todas el palacio edificado en Salamanca entre 1390 y 1419, que
posteriormente pasó a ser convento de las Dueñas. Los escasos restos de esta
residencia que se han conservado en la clausura conventual, consistentes en un
arco de herradura con jambas y enjutas decoradas por alicatados, demuestran su
vinculación sevillana y la amplia repercusión que entre las clases dirigentes
de la época tuvo el palacio de don Pedro I.
Con posterioridad al asalto e incendio que
sufrió la judería en 1391 las casas fueron adquiridas por don Diego López de
Stúñiga, Justicia Mayor del Reino, quien tras la adquisición de las
construcciones colindantes levantó un palacio de gran entidad, conforme a los
parámetros del edificado por don Pedro I en el Alcázar sevillano. De hecho, sus
espacios se organizaron a semejanza de la residencia real, organizándose de
acuerdo con el mismo modelo sus estancias y patios. Así, el apeadero de entrada
servía de acceso a los dos núcleos principales del edificio, de los cuales el
de mayores proporciones y valores representativos se destinaba a don Diego,
mientras el más pequeño e íntimo lo ocupaba la señora de la casa. En este
espacio doméstico se situaba un pequeño jardín de crucero, recuperado en las
recientes obras de restauración, con el que enlazaba el llamado Palacio de los
Azulejos, un recinto organizado en torno a un pequeño patio de estrechas
galerías, levantado a imitación del Patio de las Muñecas del palacio de Pedro
I. A este patio, que tuvo zócalos y pavimentos alicatados, se abrían una
estructura con forma de qubba islámica, que se empleaba para recepciones, más
una serie de dependencias residenciales. Estas habitaciones conservan en sus
huecos de ingreso restos de su decoración de yeserías con temas de lazo y
atauriques, siendo de destacar las celosías de ventilación que completaban la
composición de algunas portadas. No obstante, resultan especialmente
interesantes las tramas de sebqa que se extienden sobre los arcos del patio,
por más que de ellas solo hayan sobrevivido algunos paños fragmentarios. Tales
motivos, derivados de los empleados en el alcázar sevillano, son una clara
referencia para comprender la evolución de ese motivo ornamental en el arte
nazarí.
Del mencionado patio arranca un estrecho
pasadizo que lleva al que se denominó Palacio Real, la zona destinada a don
Diego López de Stúñiga, a la vida pública y de representación de la casa. El
centro de dicha zona es un patio con alberca central y dos jardines laterales,
elementos reaprovechados de la que había sido vivienda de Juan Sánchez de
Sevilla. Esta organización recuerda a la del jardín medieval recientemente
recuperado en el Real Alcázar de Sevilla, si bien no hay constancia de que en
el caso presente los muros perimetrales y los del andén central tuvieran una
ordenación arquitectónica. Con independencia de ello y de la falta de los
ensanchamientos que en el palacio real produjo el cegamiento de las
alberquillas transversales, está claro que la ordenación del patio de Altamira
es consecuencia directa del jardín del Real Alcázar. Por otra parte, la
configuración de las galerías porticadas de la que fue residencia de los
Stúñiga mediante fustes y capiteles de acarreo no coincidentes en sección y
proporciones, puede servirnos de referencia para imaginar el aspecto de las
galerías inferiores del Patio de las Doncellas del Real Alcázar con
anterioridad a la presencia de los mármoles renacentistas italianos.
En torno al patio que constituía el núcleo de
la zona pública del palacio de los Stúñiga se distribuían una serie de salas de
invierno y de verano. La del flanco sur, con ingreso a eje con la alberca, es
una dependencia dispuesta transversalmente y que presenta alcobas en los
extremos. Su portada repite el modelo empleado en los accesos a las salas
abiertas al Patio de las Doncellas del Real Alcázar y como en ellas se emplean
labores de yeso, con atauriques y lazos. Esta decoración, solo parcialmente
conservada, también se empleó en los muros interiores de la sala, cuyo zócalo,
al igual que las jambas del arco de ingreso, estaban cubiertas de alicatado. En
el flanco contrario del patio debió existir una habitación similar a la
descrita, si bien las obras y reformas que con el paso del tiempo se efectuaron
en la casa la transformaron completamente.
A la galería oriental del patio abre la sala
principal, concebida a la manera de las qubbas musulmanas, y cuyo modelo fue el
Salón de Embajadores del alcázar del rey don Pedro I. Este espacio de recepciones
cuenta a su alrededor con una serie de dependencias secundarias, cuya
distribución sigue la que ofrecen las habitaciones del entorno del citado salón
del trono del palacio real. La qubba debió estar cubierta por una armadura de
madera, sus muros recubiertos por yeserías y sus zócalos revestidos de
alicatados. De estas labores solo se ha conservado un paño con lacerías en una
de las jambas del arco de ingreso, siendo evidente su parecido con los
existentes en el palacio de Pedro I. También ofrece estrechas similitudes con
los de este palacio el ingreso a la sala, aunque la pérdida de la mayor parte
de su ornamentación de yesería diluye la composición y dificulta la
comparación. Similares a las del Real Alcázar debieron ser también sus puertas
con postigos, pero de ellas solo se han conservado sus quicialeras de mármol
tallado.
Esta sala de aparato comunicaba con los
aposentos del propietario de la casa, en donde se guardaban sus enseres más
preciados, sus armas, libros, documentos y vestuario. Estas dependencias
privadas se cubrían con techumbres de madera, presentando sus muros decoración
de yesería y zócalos de alicatados. Mediante un pórtico constituido por pilares
ochavados de ladrillo el aposento se comunicaba con la zona de huertas.
Durante los siglos XV y XVI la casa siguió
vinculada al linaje de los Stúñiga, apellido que terminaría convirtiéndose en
Zúñiga. Sus integrantes ostentaron los títulos de Condes de Plasencia, Duques
de Béjar y señores de grandes estados en Extremadura y el Reino de Sevilla. Hay
constancia de importantes reformas efectuadas en el inmueble en 1459 con motivo
del enlace matrimonial de los futuros Marqueses de Ayamonte, don Pedro de
Stúñiga, Conde de Plasencia, y doña Teresa de Guzmán, hija del Duque de Medina
Sidonia y Señora de Ayamonte, Lepe y Redondela. Nuevas e importantes obras se
desarrollaron durante el último tercio del siglo XVI, con motivo del enlace de
don Álvaro de Zúñiga y Guzmán, primer Marqués de Villamanrique y Virrey de
México, con doña Blanca Enríquez. Testimonio de ellas es la llamada Sala de
Armas, una dependencia adornada con pinturas murales y que sirvió de cámara de
maravillas, para la que se aprovechó y reformó una habitación que había formado
parte de la vivienda de Juan Sánchez de Sevilla.
A lo largo del primer tercio del siglo XVII se
emprendieron nuevas obras para la renovación de la casa, resultado de las
cuales fue la construcción de una amplia crujía con diferentes dependencias
distribuidas en dos pisos y entreplanta que corresponde a la actual fachada. Se
ha considerado que su autor fue el maestro Cristóbal Ortiz, quien en abril de
1639 tasó, junto con Pedro Sánchez Falconete, una serie de reparaciones
llevadas a cabo en el edificio. Consta, además, que Ortiz era en 1645 maestro
mayor de la Marquesa de Villamanrique. Están documentadas una serie de obras de
remodelación en 1691 efectuadas por el maestro Antonio Martín.
Durante la segunda mitad del siglo XIX la casa
perdió su vinculación con el Condado de Altamira, aunque ha sido este título el
que ha pervivido para designarla. En aquellos momentos el palacio se convirtió
en casa de vecinos, procediéndose a fragmentar los espacios y a modificar las
alturas, lo que desfiguró por completo el inmueble. A ello también contribuyó
la creación de reducidos cubículos en la planta baja destinados a pequeñas
industrias y a establecimientos comerciales. A mediados del siglo XX el
edificio estaba en ruinas, lo que provocó su abandono y posterior expolio.
Afortunadamente la decisión de convertirlo en sede de la Consejería de Cultura
de la Junta de Andalucía ha permitido su restauración, concluida en 1997 por el
arquitecto Francisco Torres. Han sido los estudios y trabajos emprendidos con
tal motivo los que han permitido documentar y recuperar parcialmente un palacio
mudéjar levantado a imagen y semejanza del que construyó Pedro I en el recinto
del Real Alcázar de Sevilla.
EL
MUDÉJAR DE GRANADA Y SU PROYECCIÓN EN AMÉRICA
INTRODUCCIÓN:
PARALELISMOS JURÍDICOS
La diosa Fortuna quiso que con una diferencia
de algo más de diez meses tuvieran lugar en 1492 dos acontecimientos claves en
la historia: el fin de la Guerra de Granada y el inicio de la aventura
americana. Casualidades de la cronología pero coincidentes en un momento
histórico de gran trascendencia para la Edad Moderna. La monarquía de los Reyes
Católicos estaba consiguiendo sus objetivos de centralización de poder en
detrimento de aristócratas y municipios. De forma paralela, la iglesia también
perdía privilegios o, más bien, los otorgaba para mantener sus influencias. No
en vano, Isabel y Fernando eran investidos en 1496 con el título de «Católicos» por el Papa Alejandro VI para
que no se sintieran menospreciados frente al título de «Cristianísimos» dado a los reyes de Francia.
Ahora bien, en esa coincidencia histórica de
1492, los Reyes Católicos van a conseguir para los nuevos territorios, primero
Granada y después América, el derecho del Patronato Regio. En el caso de
Granada se trata de la bula «Orthodoxae
fidei» concedida en 1486 por el Papa Inocencio VIII[19]. Con respecto al nuevo
continente tenemos que esperar a la bula «Universalis Ecclesiae» de 1508
otorgada por el Papa Julio II. Los objetivos, no del todo logrados de derecho
pero sí de hecho, están resumidos en las cartas que el rey Fernando enviara a su
embajador ante la Santa Sede don Francisco de Rojas en 1505, siempre siguiendo
el modelo granadino. Estos eran:
·
Derecho
de patronato y presentación[20], de carácter universal
(que afecta a todos los beneficios).
·
Poder
para que los obispos sólo perciban lo que la Corona determine de los diezmos.
·
Facultad
de la Corona para establecer los límites diocesanos.
Estas decisiones permiten considerar las
construcciones religiosas como elementos propios de la concepción del
territorio de la Monarquía y a los administradores, desde los propios
arzobispos y obispos, en servidores de la Corona.
De hecho en las Leyes de Indias (Libro I,
Título II) se especifica: «Porque los
Señores Reyes nuestros progenitores desde el descubrimiento de las Indias
Occidentales ordenaron y mandaron, que en aquellas Provincias se edificassen
Iglesias donde ofrecer sacrificio á Dios nuestro Señor y alabar su Santo
Nombre, y propusieron a los Sumos Pontífices, que se erigiesen Catedrales y
Metropolitanas, las quales se erigieron y fundaron, dando para sus fábricas,
dote, ornato y servicio del culto divino gran parte de nuestra Real hazienda,
como Patronos de todas las Iglesias Metropolitanas, Catedrales, Colegiales,
Abaciales y todos los demás lugares píos, Arzobispados, Obispados, Abadías, Prebendas,
Beneficios y Oficios Eclesiásticos, según y en la forma que se contiene en las
Bulas y Breves Apostólicos y leyes de nuestro Patronazgo Real».
Más adelante se recoge la forma de financiación
de las distintas edificaciones. Concretamente para el caso de las parroquiales
de los pueblos de indios se dice: «Mandamos
a nuestros Virreyes, Presidentes y Governadores, que guardando la forma que se
les da por la ley primera de este título, tengan mucho cuidado de que en las
cabeceras de todos los Pueblos de Indios, assi los que están incorporados en
nuestra Real Corona, como los encomendados a otras cualesquier personas, se
edifiquen Iglesias donde sean doctrinados y se les administren los Santos
Sacramentos, y para esto se aparte de los tributos que los Indios huvieren de
dar a Nos y a sus Encomenderos cada año lo que fuere necesario, hasta que las
Iglesias estén acabadas, con que no exceda de la quarta parte de los dichos
tributos, y esta cantidad se entregue a personas legas, nombradas por los
Obispos, para que la gasten en hazer las Iglesias a vista y parecer, y con
licencia de los dicho Prelados, y nuestros Virreyes, Presidentes y Governadores
tomen las cuentas de lo que se gastare, y de las Iglesias que se hizieren, y
nos envíen relacion de todo».
Incluso se financian los ornamentos necesarios
para el culto: «Mandamos a los Oficiales
de nuestra Real hazienda, que con parecer del Gobierno y Prelado de la
Provincia, de cualesquier maravedís nuestros que sean a su cargo provean a cada
una de las Iglesias que se hizieren en Pueblos de Indios, puestos en nuestra
Real Corona, y encomendados a personas particulares, de un Ornamento, un Cáliz
con Patena para celebrar el santo Sacrificio de la Missa, y una Campana, por
una vez, al tiempo que la Iglesia se fundare».
No son, por tanto, erróneas ciertas tesis
historiográficas como las de Antonio Garrido Aranda que han planteado atinados
estudios sobre el paralelismo entre la organización de la iglesia en América y
en el Reino de Granada.
Un lugar donde se visualiza perfectamente esta
relación sería en el III Concilio Mexicano celebrado en 1585, en el que se
aborda la organización de la iglesia novohispana tras el Concilio de Trento[21]. Se ha estudiado la
figura del jesuita Juan de la Plaza que tendrá una labor importante dentro de
las sesiones. Este personaje conocía perfectamente los problemas de
aculturación de cristianos nuevos o moriscos y la pastoral llevada a cabo en el
Reino de Granada, ya que durante veinte años desarrolló su labor en Andalucía.
Más concretamente, en 1556 llega a Granada como rector del convento y noviciado
jesuita. Entre 1561 y 1565 desempeñará el cargo de Provincial de Andalucía,
volviendo a Granada hasta 1573 en que parte para América. En el Nuevo Mundo
ejercerá como visitador del Perú y de Nueva España hasta su fallecimiento en
1601. Fue teólogo y consultor de este tercer concilio mexicano dirigiendo
memoriales a los asistentes para su consideración y estudio. Además, entre los
documentos reunidos para la utilización de los conciliares había un alto número
procedente de concilios hispanos. Elisa Duque Alcalde ha estudiado la relación
de estos documentos y su utilización en el concilio mexicano, deduciendo el
peso específico que tuvieron los concilios de Granada (1565 y 1572) y el Sínodo
de Guadix (1554)[22].
El resultado del concilio mexicano ahonda fundamentalmente en dos cuestiones:
la reforma del clero y la evangelización de los nuevos cristianos. Aspectos
fundamentales también en los granadinos. Incluso, copiando al Sínodo de Guadix,
los indígenas al igual que los moriscos son denominados «cristianos nuevos» en
los documentos concluyentes de México.
Igualmente tendríamos que hablar de la Bula de
Cruzada que fue concedida a los Reyes Católicos por primera vez en 1482 por el
Papa Sixto IV para la Guerra de Granada. Su publicación se iría reiterando con
diversas presiones por parte de la Monarquía y su diplomacia, lo que permitió
su mantenimiento durante tres siglos. Los buenos resultados económicos que se
obtuvieron en Granada[23] hicieron que se solicitara
para las Indias, donde se implantará en 1531, aunque no tendrá gran importancia
hasta 1573, estando perfectamente institucionalizada a principios del siglo
XVII12. «La Bula de Cruzada es un documento pontificio que contiene favores
espirituales destinados a quienes –previas disposiciones espirituales– se
comprometían a participar en la lucha contra los infieles, tanto de forma
directa en la guerra, como indirecta a través de una limosna».
Los paralelismos entre Granada y América
aumentan, ya en el ámbito artístico, en los estudios documentales y formales de
arquitecturas como iremos cotejando a lo largo de estas reflexiones. También
tendremos que señalar los documentos referidos a las Ordenanzas Municipales,
aunque, si bien las relaciones con Granada y las ciudades de su reino son
verificables, las mismas concomitancias podemos encontrar con las Ordenanzas de
Sevilla y, por tanto, con las emanadas de Toledo, si las hemos de considerar
como matriz de las de la ciudad del Betis. Ahora bien, sin entrar en la
polémica de a qué Ordenanzas se parecen más las conservadas en América, lo
importante es señalar que éstas, en cualquier ciudad, son propuestas por el
Cabildo y ratificadas por el Monarca; luego volvemos a entrar en el ámbito
jurídico de la Corona y las ramificaciones de su poder[24].
LAS
ORDENANZAS Y EL SISTEMA GREMIAL
Podemos comenzar este ámbito considerando que
bajo una misma estructura productiva las soluciones arquitectónicas son
similares. Veamos como ejemplo algunos datos de las ordenanzas de Carpinteros
de Granada, Málaga, Sevilla, Puebla de los Ángeles y México.
Estas Ordenanzas se pueden estructurar en
varios apartados: el funcionamiento corporativo en relación con los cabildos
municipales, los diferentes grados técnicos y la protección social entre los
agremiados. Nos interesan específicamente, dentro del gremio referido, aquellos
oficios relacionados con la carpintería de lo blanco[25].
El funcionamiento de los gremios era similar
entre las distintas ciudades. Se organizaba en ciclos anuales o bianuales que
se iniciaban con el nombramiento por parte de la corporación de los veedores y
alarifes. En el caso de Sevilla eran cuatro los carpinteros elegidos
especificándose que «sean personas de buena fama, y conciencia...». En Granada,
siguiendo la ordenanza de 1528, se reunían los oficiales en la iglesia de San
José, cada dos años, el día de Año Nuevo o cualquier otro domingo o festivo del
mes de enero (a partir de 1532 se realizará el día de la Epifanía). En ese
momento se elegían ocho oficiales (cuatro cristianos nuevos y cuatro cristianos
viejos) de los que el Cabildo Municipal seleccionaba a cuatro, en la misma
proporción, para veedores y alarifes. Para ser elegidos tenían que ser
oficiales examinados de primo, llano y tosco. Es decir, tenían que detentar la
máxima capacidad técnica dentro del sistema corporativo[26].
En cuanto a las ordenanzas de México y Puebla
de los Angeles[27],
al igual que en Granada, se reunían los oficiales el día de Año Nuevo eligiendo
un Alcalde y dos Veedores, los cuales jurarían sus cargos por un año en el
Cabildo que se celebrara inmediatamente después de la elección. La función de
estos cargos era hacer cumplir las Ordenanzas. Es decir, asegurar el
funcionamiento gremial y la institucionalización del mismo. Para ser elegidos,
además de formar parte del gremio, era necesario en México buena fama y en
Puebla «de buena vida i fama e ciencia e
conciencia avil e suficiente...». Valores de carácter ético más allá de los
simplemente técnicos que también aparecen en las Ordenanzas de Sevilla.
En segundo lugar, los exámenes especificados en
las ordenanzas revelan las diferentes maestrías existentes. Se pueden concretar
las siguientes:
1. Geométricos: Tenían que saber cubrir una
estancia con bóveda de media naranja con lazo lefe, una habitación cuadrada y
ochavada con mocárabes y distintas maquinarias y elementos de guerra. Los
contenidos señalados referidos a Granada son, prácticamente, los mismos que
para Málaga, aunque en las ordenanzas de esta ciudad se especifica que si no
hay en el momento del examen un lugar para construir la bóveda de media naranja
los examinadores se conformarán con una maqueta que denominan «invençión». En
México y Puebla de los Angeles tendrían que hacer una quadra (cubierta) de
media naranja de lazo lefe o de artesones, una cubierta de mocárabes cuadrada u
ochavada, una armadura de tres o cinco paños cuadrada u ochavada de lazo o de
artesones y diversos artilugios de guerra (una bastida, un ingenio real, un
lombarda...). Es decir, la cualidad es similar a Granada introduciendo la media
naranja con artesones más de carácter renacentista.
2. Laceros: Tenían que realizar una cubierta
ochavada de lazo lefe con pechinas. En el caso de Málaga este grado se divide
en dos especificando el primero de ellos con la realización de una «quadra de lazo apeinazada ochavada de çinco
paños de lazo de nueve y doce...» y la segunda «una obra ochavada o
quadrada lefe de un lazo de un diez...». En México tenían que hacer una
cubierta ochavada de lazo lefe y en Puebla bastaría cualquier género de lazo.
3. Armadores: Incluía a aquellos que sabían
hacer una armadura de limas moamares con perfiles, en el caso de Granada. En
Sevilla este grado se subdividía en dos, el primero incluía a los que sabían
realizar una armadura de limas moamares y el segundo a aquellos que hicieran
una cubierta de limas simples. En las dos ciudades mexicanas esta maestría
incluía a aquellos que podían hacer una cubierta de limas moamares con sus
pares perfilados y distintas molduras. Hemos de suponer que tanto en Granada
como en América estos oficiales sabrían realizar también, dada su mayor
facilidad, una armadura de limas bordones.
4. Tenderos: Englobaba a los que no salían de
su taller para trabajar, realizando labores de tipo industrial (arcas, mesas,
puertas, ventanas, sillas...). Variedad de productos que son equiparables en
las ordenanzas analizadas de América y de la Península Ibérica.
5. Oficiales de carpintería de lo prieto: Para
examinar a este grupo los veedores tenían que recurrir a la presencia de un
oficial de lo prieto, y los trabajos que tenían que realizar se referían, entre
otros, a los concernientes a carros, norias y azacayas. Este nivel no se
especifica en las ordenanzas americanas.
Las tres primeras maestrías agrupaban a
aquellos carpinteros que realizaban «obras de afuera» es decir que trabajaban
al margen del taller en proyectos arquitectónicos, comprendiendo las maestrías
jerárquicamente englobando las inferiores en sentido ascendente. En cambio, los
«carpinteros de tienda» o ebanistas funcionaban independientemente. No
obstante, todos ellos integraban la denominada carpintería de lo blanco frente
a la carpintería de lo prieto, entalladores y aquellos que realizaban
instrumentos musicales.
El acceso al gremio se producía a través de un
sistema de aprendizaje que duraba varios años y que comprometía a los maestros
con los aprendices mediante un contrato en el que se especificaban las
obligaciones de ambos referidas al tiempo, los conocimientos a adquirir y
diversos aspectos de la vida cotidiana desde la ropa a la alimentación. En el
caso de Sevilla se necesitaban seis años para los oficiales de «obras de afuera» y cuatro para los
tenderos. Es más, se especificaba que para entrar como aprendiz era necesario
ser «cristiano limpio» y se prohibía
que esclavos o negros, pese a haber aprendido el oficio, pudieran ser
examinados.
Una vez transcurrido el tiempo de aprendizaje
el pupilo adquiría la condición de oficial, y así se registraba en el libro del
gremio, teniendo que examinarse para poder abrir taller y ejercer como maestro,
además de adquirir la condición de ser elegible para los cargos del gremio[28].
Lo que más nos sorprende en el estudio de las
Ordenanzas gremiales de Nueva España en relación con las peninsulares es la no
existencia en las primeras de regulación temporal en el proceso de aprendizaje.
Tanto en las ordenanzas de México como de Puebla se dice que cualquier persona
puede solicitar examen y solo en lo referente a la imposibilidad de un oficial
de contratar a un aprendiz que esté trabajando con otro maestro parece
vislumbrarse alguna relación temporal de aprendizaje. Esto no sucede en Sevilla
donde se especifican seis años de aprendizaje con un maestro para todos los
grados, excepto el de tenderos que solo requería de cuatro años. La razón para
concretar este largo período es: «...porque
sirviendo los tales moços a los oficiales, el dicho tiempo, puedan bien
aprender, y salir maestros...»[29].
Esta obligación de un largo aprendizaje en el
taller asegura la realización de trabajos de calidad. La excesiva demanda que
existía en Nueva España y la posible aceleración en la consecución de la carta
de examen sin mucho tiempo de aprendizaje, debió ser una de las razones
principales en la pérdida de algunos de los elementos más complejos de la
carpintería mudéjar, como la decoración de lazo que se fue deteriorando en la
búsqueda de fáciles soluciones decorativas.
Esta decadencia de formas se percibe en las
Ordenanzas de Puebla, que se justifican ante la existencia de un cierto
pesimismo sobre la perfección de las obras, intentando regularizar tanto la
apertura de tiendas como las labores que realizan los oficiales en relación con
aquello de lo que se hubieren examinado[30].
La corporación protegía los intereses sociales
de sus asociados. Por ejemplo, controlaba la presencia de oficiales venidos de
otros lugares. En Granada, aparte de presentar su carta de examen, los foráneos
deberían registrarse y pagar un real cada año. En Sevilla tenían que residir y
trabajar a las órdenes de otro oficial durante seis meses, después podrían
ejercer por libre depositando de fianza 10.000 maravedíes a cuenta de la madera
que el gremio le iría dando para su actividad. En América, a los recién
llegados se les exige un nuevo examen si son casados y dos meses de residencia
bajo el amparo de un oficial antes de presentarse a examen si son solteros. No
obstante, se podía usar del oficio si presentaban carta de examen de cualquier
ciudad castellana, teniendo que ratificar su autenticidad el Alcalde y Veedores
ante el Escribano del Cabildo.
También, la caja del gremio se responsabilizaba
de la asistencia de los oficiales pobres que cayeran enfermos, subvencionando
tanto físicos como médicos hasta que sanasen o muriesen; en este último caso se
atendería al entierro. Estas prestaciones se realizaban siempre que la
enfermedad no fuera mal de bubas o producto de «cuchilladas», idea común a
otros gremios como el de la seda en el caso de Granada. En caso de muerte de un
maestro, el taller podría seguir abierto por la viuda de éste, especificándose
en Sevilla que sería inmediatamente cerrado si contraía nuevo matrimonio con
alguna persona ajena al gremio.
En el caso de Nueva España creemos que el
número bajo de oficiales restaba poder económico al gremio, reduciéndose su
proteccionismo a las viudas que podían mantener la tienda abierta contratando
un oficial que la regentara en México. En el caso de Puebla se permitía su
funcionamiento durante dos años después de la muerte del esposo sin necesidad
de contratar a ningún oficial. En Sevilla no existía límite de tiempo pudiendo
la interesada disfrutar de las ventajas de las ordenanzas «...no casándose y
viviendo castamente...», como se indicó anteriormente.
Otra cuestión también regulada por la
estructura gremial era la compra de madera. Toda la que llegaba a una ciudad
era marcada por los Alarifes y vendida en un lugar específico, penándose la
reventa. Así, en Sevilla eran cuatro carpinteros elegidos anualmente para la
compra y el reparto de la madera entre los oficiales examinados, concediéndose el
doble de materia prima a los maestros casados respecto a los solteros. En el
caso de Granada el lugar elegido era el Arenal (desde la Puerta del Rastro a la
de Bibataubín) y procedía de las sierras de Huéscar, Segura, Cazorla, Alhama y
Carril de Almuñécar. En Málaga, debido a la ausencia de masas forestales en el
entorno, se detecta el envío de zonas tan alejadas como Galicia, aunque también
se remiten, vía marítima, desde Lorca y Cartagena. En el caso de Puebla de los
Ángeles solo se autoriza la plaza como lugar de venta pública y solo después de
tres días de exposición con aviso al Veedor de la ciudad para que lo comunicase
a los oficiales, se podía vender la madera a particulares o regatones
(minoristas).
LA
ARQUITECTURA RELIGIOSA
Con respecto al Reino de Granada, la
historiografía ha dado monografías importantes y artículos de no menos interés,
aunque queda documentación de archivo por analizar y estudios de edificaciones
por hacer. No obstante, los trabajos realizados hasta el momento permiten
acercamientos a la cultura mudéjar del siglo XVI con un alto grado de rigor
científico[31].
En lo que se refiere al Mudéjar en América la
historiografía ha sido más parca, lo que no disminuye su importancia. De hecho
los mejores trabajos suponen en la actualidad principalmente intuiciones y vías
de investigación que aún tienen que desarrollarse. Pensemos, en este sentido,
como condicionante primero, la extensa geografía americana y me estoy
refiriendo a una parte del nuevo continente que es el que corresponde a los virreinatos
del siglo XVI: Nueva España y Perú[32].
A nivel de arquitectura religiosa el sentido
urbanístico de la misma varía entre el Reino de Granada y América, no la
conceptualización ideológica y los intereses de catequización y aculturación.
En Granada el programa de parroquiales tenía como objetivo marcar con su
volumen, módulo constructivo y presencia urbana la nueva situación religiosa y,
a la vez, jurídico-política. La ocupación de la vieja arquitectura de mezquitas
o el solar de las mismas quedaba ampliamente modificado por la elevación de la
construcción, la torre de campanas y los ámbitos internos que eludían los sah o
patios de la construcciones islámicas; aunque, en ocasiones podrían haberse
redefinido los espacios abiertos como cementerios. Ahora bien, la traza urbana
orgánica de carácter islámico se mantiene y, como he señalado, es la volumetría
nueva la que se impone sobre el caserío.
En el caso americano los procesos urbanísticos
y las edificaciones religiosas corren paralelas. La mayor parte de las veces se
trazan ciudades de nueva planta siguiendo esquemas ortogonales, predominando la
cuadrícula. Cuando estas urbes se definen sobre asentamientos prehispánicos
estos quedan totalmente redefinidos (Cuzco sería el ejemplo más significativo).
La iglesia, conjuntamente con otras instituciones como el Cabildo, ocuparan su
solar en la plaza mayor con espacio suficiente para diseñar un proyecto de
nueva planta sin condicionantes constructivos ni espaciales previos.
Ahora bien, independientemente de la traza
urbana diferenciada en el Reino de Granada y en América, las opciones
espaciales de las iglesias que cubren la geografía de los nuevos territorios
serán similares. La mayor parte responden al esquema de nave única con capilla
mayor diferenciada. En ocasiones, generalmente cuando se trata de asentamientos
de mayor importancia en el Reino de Granada se recurrirá al modelo sevillano de
tres naves, la central cubierta con armadura de limas y las laterales con
colgadizos, separando la capilla mayor que se resuelve bien con ricas armaduras
de lazo o con bóvedas baídas o de crucería. En el caso americano responderán a
este sistema basilical los proyectos de catedrales que, en ocasiones, como
México o Lima (capitales virreinales) serán sustituidas por proyectos renacentistas
posteriores. En cambio ciudades secundarias mantendrán y enriquecerán, en
algunos casos, sus espacios mudéjares como los casos de Cartagena de Indias
(Colombia), Quito (Ecuador), Coro (Venezuela) o Tunja (Colombia).
Lógicamente todas estas construcciones
americanas están condicionadas con la existencia de una importante masa
forestal en los ámbitos que estudiamos lo que significaría un ahorro de costos
y, a la vez, una continuidad con sistemas constructivos prehispánicos que
predisponían la reconversión de indígenas expertos en trabajos lignarios y, lo
que es más importante, el conocimiento de los comportamientos de las especies
arbóreas desconocidas para los carpinteros llegados de la Península Ibérica.
Todo este programa constructivo, que unifica
formal y culturalmente los territorios americanos y granadinos, está basado en
la utilización del concepto de Patronato Real. De hecho la Monarquía a través
de sus funcionarios, tanto eclesiásticos como seglares, impone una serie de
normativas. En el caso del Reino de Granada nos sirven de ejemplos las
propuestas arquitectónicas que envía el deán de la Catedral de Almería, don
Pedro Fajardo, al marqués de los Vélez dando normativas de cómo debería
construir las iglesias de sus territorios.
El 12 de julio de 1512 se fecha el siguiente
documento referido a la iglesia de Vélez-Blanco: «Que sea de una nabe de treynta e tres pies de ancho e çiento e çinco de
largo, de los quales a thener la capilla treynta e tres pies y el arco dos
pies. El cuerpo de la yglesia sesenta pies. Han de ser las paredes de tres pies
de grueso de manpostería e tenga la yglesia treynta de alto. A de ser armada de
su armadura de pino, la capilla por sy ochavada e la yglesia por sy de su
armadura de pino. Las tirantes que tengan medio pino de gordo e los estribos
pino entero los pares, seys de un pino. E derribar la torre vieja que está
fecha e fazerla junto con el flasçe del arco toral de manera que quede debaxo
una capilla para pila de bautizar. Tejar la yglesia muy bien con sus alas de
ladrillo, blanquear aquella de dentro e rebocalla de frente. Costará acabada la
dicha yglesia dozientas e çinquienta mill mrs.».
Como vemos se describe perfectamente el modelo
de iglesia de nave única frecuente en el Reino de Granada, incluso con evaluación
económica. Pero nuestro deán también da otras opciones espaciales al mismo
marqués, ahora para la iglesia de Cuevas de Almanzora: «De tres nabes, que tenga la de enmedio beynte pies de ancho e las de
los lados treze pies e tenga de largo ochenta pies. An de ser las paredes desta
manera: que entre soga fasta lo firme e tenga de manpostería de piedra e
ladrillo ençima del suelo seys pies de alto, de mescla de cal, medio por medio,
e ençima del çimiento susodichos sus paredes de rafas y tapias. E a esquinas
con que en el esquina de los pies vaya una torre para campanario que tenga
treynta pies de alto, con su ventanaje y tejado, de diez pies de hueco la dicha
torre. E en la parte del altar se faga una sacristanya de diez pies en ancho e
quinze de largo. La división de las naves a de ser de arcos e pilares de
ladrillo sobre sus çanjas, que suban de altura los arcos veynte e çinco pies e
ençima dellos se faga una armadura de pino bien estribada e ayuntada y
entablada. E desta armadura susodicha an de venir dos colgadizos en cada nave,
el suyo atados con armadura de madera de pino bien entablados por manera que el
tejado e toda la yglesia venga a dos aguas con quatro alas de ladrillo
alrededor e todo cabo. E blanquear la yglesia de dentro e de fuera. E poner pila
de bautizar. Costa la yglesia dozientas e veynte mill mrs.».
Este modelo de tres naves está relacionado con
la tipología imperante en Sevilla que también está representada suficientemente
en los territorios de Andalucía oriental. Pero lo interesante es lo que se
deriva del concepto de programa constructivo y unidad formal.
Lo mismo podemos deducir de las intervenciones
en América que contratan distintos funcionarios del virreinato, no siempre
religiosos. En el caso de Colombia suelen ser Oidores de la Audiencia de Bogotá[33]. Es más, estos contratos
se realizan como motivo de alguna visita y se elaboran trazas conjuntas para
varias iglesias que se encargan a un mismo grupo de alarifes, generalmente
españoles que son ayudados por indígenas que, además, les sirven los
materiales.
Por ejemplo, en 1590 los carpinteros Juan López
y Juan Gómez y el albañil Juan Jiménez contratan la realización o terminación
de 16 templos en la región de Chucuito junto al lago Titicaca (Perú). A los dos
carpinteros se les documenta en 1592 en Juli y a Juan Jiménez en Copacabana.
Estas iglesias de pueblos de indios ocultan las maderas rollizas de sus
sencillos esquemas de par y nudillo, con pinturas que imitan textiles
continuando los programas murales, reservando la madera escuadrada para las
armaduras de las capillas mayores, potenciando, de esta forma, la jerarquía e
importancia litúrgica del espacio. Son casos representativos Andahuailiyas y
Huaro en el entorno de Cuzco.
EL CASO
DEL POTOSÍ
Ahora bien, por su excepcionalidad y resultados
estéticos tenemos que señalar la Villa Rica de Potosí. Geográficamente se
asienta en un entorno casi desértico a 4.070 metros de altura. Las masas
forestales no existen en las cercanías, lo que obliga a traer la madera desde
los valles de Pilaya o de Padcaya (alrededor de trescientos kilómetros) e,
incluso, cuando se trataba de grandes vigas podían llevarse incluso de
Centroamérica que desembarcaban en el puerto de Arica. Esto supone,
evidentemente, un aumento de los costes productivos. Pero la Villa Rica tiene
en su propia denominación capacidad económica para asumir proyectos espaciales
y constructivos que unifican los virreinatos artísticamente. Destacan las
iglesias de los conventos de Santa Teresa, de la Merced y de Santo Domingo.
La iglesia de la Merced, construida entre 1570
y 1620, conserva en su interior la armadura de par y nudillo más importante de
Potosí. En ella todo el almizate se cubre de lazo de ocho y los pares se
apeinazan en los arranques y lugares intermedios. En cuanto a la de Santo
Domingo hemos de señalar que la existente obedece en buena parte a las
transformaciones realizadas en el primer tercio del siglo XVIII. No obstante,
el primer proyecto está terminándose en los primeros años del siglo XVII
conservándose del mismo dos capillas cubiertas con armaduras de limas moamares
con lazo de ocho en el almizate, la cuales serían realizadas por Lázaro de San
Román en 1625. La cubierta de par y nudillo de la nave y capilla mayor, así
como el magnífico coro con estructura lignaria son ya del siglo XVIII39. La más
tardía de las tres conventuales citadas es Santa Teresa (1692) que mantiene una
nave única con arco toral. La armadura es de par y nudillo con la tablazón
pintada con elementos florales.
Ya en el entorno de los barrios indígenas, la
iglesia de Copacabana reunía a los procedentes de la zona del lago Titicaca.
Allí se construyó una de las parroquiales más monumentales de la ciudad con
planta de cruz latina y magníficas cubiertas de par y nudillo de tradición
mudéjar. Sobresale la bóveda lignaria del crucero que presenta casetones
siguiendo modelos serlianos. No olvidemos, en este sentido, que cuando tratamos
el tema de gremios, los geométricos americanos tenían que trazar una cubierta «de media naranja de lazo lefe o de artesones».
Toda la carpintería es obra del maestro local Lucas Hernández que fallecía en
1685.
Además de los ejemplos conservados en la
actualidad, los archivos delatan una presencia mayor de obras con
características mudéjares. Destaquemos la catedral vieja (sustituida a
principios del siglo XIX), la iglesia del convento de Santa Mónica o las
parroquiales de San Cristóbal, La Concepción, San Juan, San Martín, San
Sebastián y San Pedro.
LA
ARQUITECTURA DOMÉSTICA
En lo que se refiere a la arquitectura
doméstica las similitudes también pueden ser evidentes pero, en este caso, se
parte de realidades históricas diferentes. En el Reino de Granada se produce un
proceso de ocupación lento atendiendo al mantenimiento de la población
musulmana, convertida en mudéjar, y, a partir de 1501, tras la conversión
forzosa denominada morisca. Estos naturales siguen ocupando sus viviendas con
excepciones como Guadix o Granada donde se mueven dentro de la ciudad
conformándose morerías.
En Guadix, conquistada por Capitulación en
1489, los cristianos ocuparon la Alcazaba y restauraron al culto cristiano
aquellas mezquitas que pudieron haber sido iglesias mozárabes. El resto de la
urbe siguió con su distribución histórica de musulmanes y judíos. Ahora bien,
el descubrimiento de un intento de rebelión en 1490, llevó a Fernando el
Católico a romper el documento capitular y expulsar a los musulmanes del centro
de la ciudad, bien a las alquerías y pueblos cercanos o al arrabal de Zocomara
que se convirtió en morería. Los judíos tuvieron las mismas opciones. El sector
nobiliario emigró a Granada, aún sin conquistar, o a «allende», las clases
menos favorecidas tuvieron que aceptar la nueva situación. La población se
renovó con cristianos venidos de otras zonas que se repartieron las propiedades
inmobiliarias de la medina islámica.
En Granada en 1498 don Hernando de Zafra,
Secretario de los Reyes Católicos y una de las autoridades del cuatripartito
que gobernaba la ciudad[34], pactó con los musulmanes
granadinos la remodelación demográfica con la instalación de dos morerías. La
mayor parte se trasladaría al Albayzín desalojando a los posibles habitantes
cristianos y 500 vecinos musulmanes constituirían la segunda dentro de la
medina en torno a la mezquita mayor. En este caso se especifica que el grupo
esté compuesto por mercaderes, tratantes y oficiales, señalándose entre estos
últimos que «queden algunos buenos oficiales de carpintería e albañilería…»[35].
Los moriscos, por tanto, mantienen sus
viviendas tradicionales de época nazarí que sufrirán a lo largo del siglo XVI
transformaciones relacionadas con el mantenimiento cotidiano o los cambios de
funciones, número o hábitos familiares. En paralelo, los nuevos colonos
llegados de los territorios castellanos ocupan viviendas que han quedado libres
en la Judería tras la expulsión de sus vecinos o la emigración de aquellos
mudéjares que no aceptaron la conversión de 1501. Esta nueva población se
adapta a construcciones preexistentes que irán transformando paulatinamente
para adaptarlas a sus condicionantes específicos que, en general, suponen una
mayor necesidad de espacio. La solución consiste en la apropiación de
edificaciones o solares colindantes dando lugar a viviendas irregulares o,
sobre todo en el ámbito aristocrático, a la construcción de nuevos edificios que
constituyen, hoy día, uno de los conjuntos palaciegos, en el caso de la ciudad
de Granada, más importantes de nuestro siglo XVI.
En estas soluciones señoriales no faltan los
exteriores renacentistas que evolucionan a lo largo del quinientos desde
programas decorativos centrados en las portadas a diseños que unifican el
conjunto de las fachadas. Los interiores resueltos en torno a patios que
aumentan su tamaño con respecto a las viviendas y palacios nazaríes, permiten
arquerías sobre columnas de mármol blanco de Macael (Almería) o de piedra gris
de Sierra Elvira (canteras situadas en las cercanías de Granada), en un tono
evidentemente clasicista. Los tratamientos mudéjares se encuentran en las
galerías de madera del piso alto con pies derechos, zapatas y colgadizos sobre
canes. El diseño de estos elementos lignarios nos permite, además, la
clasificación cronológica de estas construcciones. Más en el interior las salas
se cubren con alfarjes con toda la decoración propia de labor de menado
(chillas y alfardones) y, en algunos casos, con pinturas zoomorfas (semisótano
del Palacio de los Córdoba y zaguán de la Casa de los Tiros). No obstante, los
mejores resultados en cuanto a cubiertas están en las estancias principales de
los pisos superiores con armaduras decoradas con lazos, piñas y bovedillas de
mocárabes con dorados, colores, inscripciones y heráldicas familiares.
Otro de los elementos característicos de estas
viviendas que, ahora sí, rompen radicalmente con la tradición nazarí, son las
cajas de escalera. Las diferencias de uso entre la planta baja y alta de una
vivienda musulmana desaparecen en el siglo XVI granadino. Ahora, las estancias
principales ocupan el piso superior donde, además, se abren los balcones desde
donde se presencian las actividades públicas que tienen como escenario la
calle. Ello supone la necesidad de una amplia escalera que permita una
comunicación protocolaria, digamos semipública, frente a la funcionalidad
privada y restringida de la escalera de la vivienda islámica sin desarrollo arquitectónico
de interés. Es más estas nuevas cajas de escalera sobresalen, en ocasiones, de
las crujías generales de la edificación y se cubren con las más ricas
techumbres de la casa. Nos sirven como modelos la Casa de Castril, el palacio
de los Agreda o la Casa de los Pisas.
Cuando pasamos a América volvemos a encontrar
la casa en torno a patio. Estructura de profundas raíces mediterráneas que se
adapta perfectamente a la climatología del nuevo continente. Las limitaciones
espaciales no suponen ningún problema en las ciudades trazadas a cordel y regla
con los solares particulares bien definidos y con metros más que suficientes.
Ahora bien, en la construcción se recurrirá a técnicas de tradición mudéjar,
sobre todo carpintería. Las galerías lignarias con pies derechos y zapatas
vuelven a funcionar como elementos de comunicación y las habitaciones se cubren
con armaduras. No obstante, estas serán más pobres que las granadinas con
señaladas excepciones. La ausencia de lazo permite romper con la proporción de
«calle y cuerda» y, a medio plazo, la pérdida de valores mudéjares y la
decadencia de las técnicas. Si una de las consideraciones estéticas de las
armaduras está en la exhibición de su perfección técnica haciendo visibles
todos sus miembros, en América la falta de pericia llevará a buscar soluciones
alternativas como será el ocultamiento de los sistemas constructivos. La manera
de hacerlo será diferente a lo largo de la geografía de los virreinatos. En
Michoacán (México) la tablazón se realiza por la parte de los papos de las
vigas estructurales permitiendo espacios planos que se completan
pictóricamente. En Colombia se denomina a este tipo de cubiertas, en los casos
de la arquitectura civil, embarradas; siendo las más significativas las
correspondientes a las casas del Escribano y del Fundador en Tunja.
Indudablemente, a nivel formal existen notorias
diferencias entre el mudéjar granadino y el americano. No obstante, las razones
de su definición y la necesidad de empleo de técnicas constructivas precisas
permiten situar este paralelismo y, sobre todo, mostrar la riqueza de
soluciones que se realizaron durante el siglo XVI en el Reino de Granada y
América y que se continuaron, en el XVII, a lo largo del nuevo continente.
Próximo Capítulo: Capítulo 3 - Arte Mudejar en Aragón
Próximo Capítulo: Capítulo 3 - Arte Mudejar en Aragón
BIBLIOGRAFÍA
Una completísima bibliografía sobre el tema
puede encontrarse en: LAVADO, Pedro: «La huella musulmana en Castilla y León».
Proyección Histórica de España en sus tres culturas: Castilla y León, América y
el Mediterráneo, Valladolid, 1993, Junta de Castilla y León. Consejería de
Cultura y Turismo, II, pp. 431-436.
VALDÉS, M., PÉREZ HIGUERA, M. T. y LAVADO, P.:
Historia del Arte en Castilla y León. Tomo IV, Arte Mudéjar. Valladolid, 1994,
Ed. Ámbito, pp. 293-295. Y en los repertorios bibliográficos actualizados de: PACIOS
LOZANO, Ana Reyes: Bibliografía de arquitectura y techumbres mudéjares
18571991. Teruel, 1993, Instituto de Estudios Mudéjares, 450 pp.
—: Bibliografía de arte mudéjar. Addenda
1992-2002. Teruel, 2002, Centro de Estudios Mudéjares, 241 pp.
O en los últimos estudios de mudéjar que tocan
la zona: LÓPEZ GUZMÁN, Rafael: Arquitectura mudéjar. Madrid, 2000, Manuales de
Arte Cátedra, pp. 189-220 y 521-544.
AA.VV.: El Arte Mudéjar. La estética islámica
en el arte cristiano. Madrid, 2000. Museo sin Fronteras. Ed. Electa, pp.
137-193 y pp. 309-310 (que corresponde a lo último publicado por mí sobre la
zona).
GARCÍA DE FIGUEROLA, Belén: Techumbres
mudéjares en Salamanca. Salamanca, 1996. Eds. Diputación Provincial. Gráfs.
Varona, 203 pp. (un monográfico completo de carpintería salmantina).
DUQUE, C., REGUERAS, F. y SÁNCHEZ DEL BARRIO,
A.: Rutas del mudéjar en la provincia de Valladolid. Valladolid, 2005, Eds.
Castilla, 205 pp.
PAVÓN, Basilio: Tratado de Arquitectura
hispanomusulmana. III. Palacios. Madrid, 2004, C.S.I.C., pp. 350-364, 638-716 y
747-749 (estos dos últimos libros acaban de ser publicados).
Sobre los hallazgos arqueológicos de la zona,
palacios de María de Molina en Valladolid, y Real de Medina del Campo, los
trabajos de restauración de Tordesillas y la aparición de algunos de estos
restos en diferentes exposiciones de las Edades del Hombre o del Centenario de
la muerte de Isabel la Católica hay que citar: MOREDA, J. y MARTÍN MONTES, M.
A.: «El palacio real de Medina del Campo (Valladolid)», V CAME (Congreso de
Arqueología Medieval española), Valladolid, 1999, Actas, vol. 2, pp. 861-868.
GUERRA, R., DÍAZ, J., CRESPO, J. y CORTÉS, J.
L.: «El palacio de Juan II en Arévalo (Ávila)», V CAME, Valladolid, 1999,
Actas, vol. 2, pp. 869-878.
MARTÍN MONTES, M. A., y MOREDA, J.: «Los
palacios de San Benito el Real (Valladolid) y su ornamentación mudéjar», V
CAME, Valladolid, 1999, Actas vol. 2, pp. 931-938.
MOREDA, J.: «Yeserías mudéjares del palacio
real de Medina del Campo». Catálogo sobre la exposición conmemorativa de Isabel
de Castilla en el Museo de Ferias de Medina del Campo. Medina del Campo, 2004
GARCÍA FLORES, A. y RUIZ SOUZA, J. C.: «El
palacio de María de Molina y el monasterio de las Huelgas de Valladolid: un
conjunto inédito de yeserías decorativas hispanomusulmanas». Reales Sitios,
XLI, nº 160, Madrid, 2004; pp. 2-13 (véase también el texto escrito en el
Catálogo de las Edades del Hombre, Ávila 2004 por Luis VASALLO TORANZO).
RUIZ SOUZA, J. C.: «Santa Clara de Tordesillas.
Nuevos datos para su cronología y estudio: la relación entre Pedro I y Muhammad
V» Reales Sitios XXXIII, nº 130, Madrid 1996; pp. 32-40
—: «El patio del Vergel del Real Monasterio de
Santa Clara de Tordesillas y la Alhambra de Granada. Reflexiones para su
estudio». Al-qantara, XIX, 2, Madrid, 1998; pp. 315-335.
RUIZ SOUZA, J. C.: «Santa Clara de Tordesillas.
Restos de dos palacios medievales contrapuestos (siglos XIII-XIV)». V CAME,
Valladolid, 1999, Actas vol. 2, pp. 851-860.
—: «La planta centralizada en la Castilla
bajomedieval: entre la tradición martirial y la qubba islámica. Un nuevo
capítulo de particularismo hispano». Anuario del departamento de Historia y
teoría del Arte, vol. XIII, Madrid 2001; pp. 9-36.
—: «Castilla y Al-Andalus. Arquitecturas
aljamiadas y otros grados de asimilación». Anuario del departamento de Historia
y teoría del Arte, vol. XVI, Madrid 2004; pp. 17-43.
GUTIÉRREZ BAÑOS, F.: «Doña Leonor de Guzmán y
los palacios de Tordesillas: propuestas para una revisión». Reales Sitios,
Madrid, 2005?
Nota
Agradezco a l@s compañer@s con los que compartí
el curso que organizó el Instituto Superior de Formación del Profesorado del
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte en Tordesillas en septiembre de 2003
cuantas informaciones y separatas me facilitaron, así como a Antonio Sánchez y
al grupo del Museo de Ferias, toda su ayuda e información o a Fernando
Regueras, Carlos Duque y el mencionado Antonio Sánchez que me facilitaron el
libro que acaban de publicar.
Muchas de las fotos que adjunto son fósiles
históricos, pues tiene más de 25 años, dudo que algo quede como aparece aquí,
si no se ha restaurado o perdido definitivamente. He usado en algún caso las
excelentes fotos de mi amigo Javier Ayarza de Palencia por ser más actuales y
de mejor calidad, o alguna de las que facilité en su momento para la confección
de los tres libros de arte mudéjar castellano en que he participado, editados
por Edilesa, Ámbito y Electa y que rehicieron sus fotógrafos. A ellos remito.
[1] Sobre este tema, vid. Pérez Higuera, T.
«Los alcázares y palacios hispanomusulmanes: paradigmas constructivos de la
arquitectura mudéjar castellana» en Los alcázares reales. Vigencia de los
modelos tradicionales en la arquitectura áulica cristiana (ed. M. A. Castillo),
Fundación BBVA, A. Machado Libros, Madrid, 2001, pp. 37-57.
[2] Así figura en un documento de esa fecha
recogido por González Palencia, A. Los mozárabes de Toledo en los siglos XII y
XIII, Madrid, 1930, doc. 717. Citada con el mismo nombre aparece en 1090, 1110,
1196 y 1197, durante los asedios a la ciudad por tropas almorávides y
almohades, aunque ya en los Anales Toledanos al referirse a la campaña de las
Navas se denomina «huerta del rey» y en la Primera Crónica General, «vergel que
dixiemos del rey».
[3] Bassam, Dajirat. IV, fol. 187-188, y descrito
con detalle en un poema de Abu Muhammad ibn al-Sid al-Batalyawsi, recogido por
al-Fath ibn Jaqan. Vid. Peres, H. El esplendor de al-Andalus (la poesía
andalusí en el siglo XI), Madrid, 1983, ed. Hiperion, p. 156 (1.ª ed. francesa,
1937). También, Al-Maqqari, Analectes, t. I, p. 347 y II, p. 473, recogido en
P. Gayangos, The Mohammedan dynasties, t. I, pp. 239-240 y II, p 263.
[4] Pérez Higuera, T. «Palacios de Galiana» en
Arquitecturas de Toledo, Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha,
1.ª ed., 1991, t. I, pp. 343-346.
[5] J. C. Ruiz Souza, «La planta
centralizada en la Castilla bajomedieval: entre la tradición martirial y la
qubba islámica. Un nuevo capítulo del particularismo hispano» en Anuario del
Departamento de Historia y Teoría del Arte (U.A.M.) vol. XIII, 2001, pp. 9-36,
y «El palacio de Comares de la Alhambra de Granada: Tipologías y funciones.
Nuevas propuestas de estudio», en Cuadernos de la Alhambra, n.º 40, 2004, pp.
77-102. B. Pavón Maldonado, Tratado de arquitectura hispanomusulmana III.
Palacios, C.S.I.C., Madrid, 2004, pp. 380 y ss.
[6] Entre los diversos códices conservados
está la crónica del Monasterio de Guadalupe realizada por fray Alonso de la
Rambla en la segunda mitad del siglo XV (falleció en 1484), la crónica escrita
por el padre Écija hacia 1556, fue monje jerónimo de Guadalupe durante los años
14671534 y cronista del Monasterio desde 1514, la obra de fray Andrés de
Talavera, prior del Monasterio a finales del siglo XVI, publicada en 1597, la
historia jerónima del Padre Sigüenza de h. 1600, la del padre San José en 1736
y una crónica anónima del Monasterio realizada en el siglo XVIII. Entre las
investigaciones más recientes, en la que se recoge toda la información y se
analiza e investiga sobre el Monasterio de Guadalupe, sobresale la publicación
de lo que fue la tesis doctoral de doña Patricia Andrés González, Guadalupe, un
centro histórico de desarrollo artístico y cultural, Cáceres, 2001.
[7]
En privilegio otorgado por el rey don Juan I, se alza la iglesia del
santuario en monasterio, entregándose a la Orden Jerónima y a su primer prior
el padre Yáñez el 22 de octubre del año 1389, en A.H.N. Clero, Manuscritos
1760-1828, fol. 135 vto.
[8]
… porque la hermita de Santa María que es çerca del rio que disen
Guadalupe era cara muy pequeña e estava derribada las gentes que venían por
devoción non avian y do estar Nos por esto tovimos por bien e mandamos faser
esta hermita mucho mayor de manera que la iglesia de ella es grande que puedan
caber las gentes que y vienen en romería e para faser esta iglesia dimos el
suelo nuestro en que se fiçieren… A.H.N. Clero, Leg. 1422, nº 2.
[9] Entre las diversas publicaciones
existentes cabe destacar la única monografía dedicada al edificio, que se debe
a Cómez, Rafael: El Alcázar del rey Don Pedro. Sevilla, 1996. Se trata de un
breve estudio con limitado aparato crítico por condicionantes de la colección
en la que se incluye, que resume y actualiza la bibliografía precedente y que
aporta algunas interpretaciones de su autor sobre el conjunto y sobre algunos
de sus principales ámbitos.
[10]
Recientemente se ha sugerido que el palacio de Alfonso X, el llamado
Cuarto del Caracol con el Patio de Crucero, sería el ámbito público del palacio
de Pedro I, mientras el alcázar mudéjar que el levantó sería el espacio
privado, sirviendo el Salón de Embajadores y la sala situada sobre el vestíbulo
y tras la fachada para recepciones privadas. Véase Almagro, Antonio: «La
recuperación del jardín medieval del Patio de las Doncellas», Apuntes del
Alcázar de Sevilla, nº 6, 2005, pp. 45-67.
[11]
Al respecto puede verse Morales, Alfredo J. y Serrera, Juan Miguel:
«Obras en los Reales Alcázares de Sevilla en tiempos de los Reyes Católicos»,
Laboratorio de Arte, n.º 12, 1999, pp. 6977. Asimismo, Morales, Alfredo J.:
«Los Reyes Católicos y el Alcázar de Sevilla. De la restauración a la
renovación», en Castillo Oreja, Miguel Ángel (ed.): Los alcázares reales.
Vigencia de los modelos tradicionales en la arquitectura áulica cristiana.
Madrid, 2001, pp. 129-144.
[12]
Un primer avance con los resultados del trabajo corresponde a Tabales
Rodríguez, Miguel Ángel: «Investigaciones arqueológicas en el Alcázar de
Sevilla. Apuntes sobre evolución constructiva y espacial», Apuntes del Alcázar
de Sevilla, n.º 1, 2000, pp. 13-45. Las noticias entonces ofrecidas fueron
completadas y ampliadas en El Alcázar de Sevilla. Primeros estudios sobre
estratigrafía y evolución constructiva. Bilbao, 2002. El mismo autor aportó
nueva informaciones en «Investigaciones arqueológicas en el Patio de las
Doncellas. Avance de resultados de la primera campaña (2002)», Apuntes del
Alcázar de Sevilla, n.º 4, 2003, pp. 7-25 y recientemente en el artículo «El
Patio de las Doncellas del Palacio de Pedro I de Castilla. Génesis y
transformación», Apuntes del Alcázar de Sevilla, n.º 6, 2005, pp. 7-43.
[13]
Las mencionadas pinturas ha sido posible recuperarlas gracias a un
minucioso proceso de restauración. Véase Pérez Ferrer, Juan Carlos y Fernández
Aguilera, Sebastián: «Restauración de las pinturas murales de la alberca del
Patio de las Doncellas del Palacio de Pedro I en el Real Alcázar de Sevilla»,
Apuntes del Alcázar de Sevilla, n.º 6, 2005, pp. 68-83.
[14] Sobre este personaje véase Ros, Carlos: María
Coronel. Historia y leyenda. Sevilla, 1980. Del mismo autor, María Coronel, leyenda
viva de Sevilla. Sevilla, 1998.
[15]
El documento fue dado a conocer por Gestoso y Pérez, José: Sevilla
monumental y artística. Sevilla, 1889. Reed. Sevilla, 1985, pp 276-278. Si la
fecha del mismo o su transcripción no están equivocadas la carta se expidió el
4 de julio de la era de 1404, es decir, del año 1366. En tal caso la orden de
devolución de los bienes se produciría en vida de Pedro I y durante la guerra
civil que culminaría con la muerte del monarca en 1369. De ser así es evidente
que tanto don Juan de la Cerda, marido de doña María Coronel, como su padre
Alonso Fernández Coronel eran partidarios del Trastamara.
[16]
La pintura corresponde al Calvario y se acompaña de la siguiente
inscripción: «Esta obra la mandó hacer la muy ilustre señora doña Catalina
Enríquez de Ribera, abadesa en el año de 1575». Gestoso y Pérez, José: op.
cit., pp. 283-284. La lauda corresponde al enterramiento de esta misma abadesa,
quien falleció en 1592. Entre las obras de plata pueden destacarse la urna
eucarística, también donada por doña Catalina, así como un copón que donó doña
María Enríquez de Ribera. Sobre estás piezas puede verse Sanz Serrano, María
Jesús: La orfebrería sevillana del barroco. Sevilla, 1976, tomo II, pp.
218-220.
[17] Tal opinión ha sido mantenida por diversos
autores si bien fue Gestoso el primero en hacerlo, llegando a identificarla con
los restos de una mezquita. Gestoso y Pérez, José: op. cit., pp. 287-288.
[18]
A falta de publicación de la monografía que recoja los estudios sobre el
edificio y sobre el proceso de restauración llevado a cabo para alojar a la
Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, se han tomado datos de las
pequeñas cartelas explicativas situadas en algunas dependencias del monumento y
destinadas a orientar la visita del mismo. Una primera aproximación a la
historia de este palacio figura en el trabajo Morales, Alfredo J: «Monumentos y
sedes institucionales. Algunos ejemplos sevillanos», actualmente en prensa.
[19]
Esta bula fue concedida por los buenos oficios diplomáticos del Conde de
Tendilla que una vez conquistada Granada se haría cargo de la Capitanía General
del Reino y Alcaldía de la Alhambra. Su papel queda refrendado en la propia
redacción de la Bula donde se dice: «Concedemos a los Reyes lo que el conde de
Tendilla nos expuso en sus nombres: Poder conferido en catedrales, iglesias,
monasterios, y prioratos conventuales en las islas Canarias, Reino de Granada y
Puerto Real, y derecho de presentación para canonjías, prebendas y dignidades».
El caso de Puerto Real hay que entenderlo porque su fundación como puerto regio
en la bahía de Cádiz significaba una posesión de la Monarquía frente al resto
de puertos propiedad de la clase nobiliaria. Este puerto fue básico para la
pertrechos de guerra en la conquista de Granada. Cfr. Garrido Aranda, Antonio.
Organización de la iglesia en el Reino de Granada y su proyección en Indias.
Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1979, pp. 43-47.
[20]
El derecho de «presentación» significaba que el Papa tenía que aceptar a
los prelados propuestos por el Monarca siempre que fueran idóneos. Este derecho
venía a sustituir al de «suplicación» por el que el Papa solía complacer los
deseos del rey sin ningún compromiso por su parte, lo que permitía en la
realidad el nombramiento de algunos prelados no coincidentes con las ideas
políticas de la Monarquía.
[21] Un momento anterior a este Concilio
sería la labor del obispo Fray Alonso de Montúfar que ocupó la sede mexicana
entre 1551 y 1571, el cual era de Loja (Granada) y se había formado en Granada
como confesor del Conde de Tendilla. Conocía el problema morisco y era seguidor
de la labor del arzobispo Talavera en cuanto a la creación de escuelas para el
aprendizaje de la lengua autóctona como elemento de evangelización.
[22]
Cfr. Luque Alcalde, Elisa. Experiencias evangelizadoras granadinas en el
III Concilio Mexicano (1585). En AA.VV., «El Reino de Granada y el Nuevo
Mundo». Granada, Diputación, 1994, vol. I, pp. 607-617. Para el Sínodo de
Guadix, cfr. Gallego y Burín, Antonio, y Gámir Sandoval, Alfonso. Los moriscos
del Reino de Granada según el Sínodo de Guadix de 1554. Granada, Universidad,
1996. También hay que tener en cuenta que la iglesia granadina se reestructura
fundamentalmente en la época del arzobispo don Pedro Guerrero que asistirá y
tendrá una influencia muy importante en las sesiones de Trento. Cfr. Marín
Ocete, Antonio. El Arzobispo don Pedro Guerrero y la política conciliar
española en el siglo XVI. Granada, Universidad, 1969
[23] Miguel Ángel Ladero Quesada ha
cuantificado en 800 millones de maravedíes los ingresos que tuvieron las arcas
reales entre 1485 y 1492. Cfr. Ladero Quesada, M. A. La Hacienda Real de
Castilla en el siglo XV. La Laguna, Universidad, 1973, p. 236. Para el caso
americano Eufemio Lorenzo aproxima a un 8% de los dineros que llegan de Indias
lo que se recaudaría en América con la Bula de Cruzada. Cfr. Lorenzo Sanz, E.
Comercio de España con América en la época de Felipe II. La navegación, los
tesoros, las perlas. Valladolid, Diputación, 1980, t. II, pp. 178-184.
[24]
Sobre las Ordenanzas son interesantes para este trabajo las siguientes
consultas: Barrio Lorenzot, J. F., El trabajo en México durante la época
colonial. Ordenanzas de Gremios de la Nueva España. México, Editor Genaro
Estrada, 1920; Quiroz Chueca, Francisco y Quiroz Chueca, Gerardo. Las
ordenanzas de Gremios de Lima (s. XVI-XVIII). Lima, Artes Diseño Gráfico, 1986.
[25]
Los carpinteros de lo blanco partían de
la utilización de una técnica común: «el arte de labrar maderas en
blanco (es decir, blanqueadas o escuadradas mediante azuela) y cortarlas
mediante cartabones para formar ensamblajes regulares, ya sea en la
construcción de estructuras o de ornamentos». Cfr. Toajas Roger, M. A. Diego
López de Arenas, Carpintero, alarife y tratadista en la Sevilla del siglo XVII.
Sevilla, Diputación, 1989, pp. 29-30.
[26] Sobre las Ordenanzas de Granada, Cfr.
López Guzmán, R. Tradición y Clasicismo en la Granada del siglo XVI. Granada,
Diputación, 1987, pp. 307-315; y Capel Margarito, Manuel. Mudéjares granadinos
en los oficios de la madera. La Ordenanza de carpinteros. «Actas del III
Simposio Internacional de Mudejarismo. Teruel, Instituto de Estudios
Turolenses, 1986, pp. 153-162.
[27]
Las Ordenanzas de la Ciudad de México fueron expedidas por el Cabildo el
30 de agosto de 1568. Las Ordenanzas de Puebla tienen fecha de 28 de julio de
1570. Sobre las Ordenanzas mexicanas, Cfr. Barrio Lorenzot, Lorenzo, Ordenanzas
de los gremios de la Nueva España. México, Editor Genaro Estrada, 1920; y
Maquívar, M. C. El imaginero novohispano y su obra. México, Instituto Nacional
de Antropología e Historia, 1995, pp. 135-148.
[28] Los derechos de examen varían de una
ciudad a otra. Se concretan, por ejemplo, en doscientos maravedíes en Sevilla,
aumentándose a 300 para los no vecinos de la ciudad; y a 400 y 500 maravedíes
respectivamente en los exámenes de tienda. En el caso americano los derechos de
examen obligaban al examinado a pagar seis pesos de oro al tribunal, dos pesos
para la Caja del gremio y los derechos que correspondieran al Escribano.
[29] Hay que señalar que en el Manuscrito de
las ordenanzas de carpinteros de México si se especificaban seis años, tiempo
que fue tachado por el oidor Villalobos que las corrige. Es decir, se trata de
una decisión política para acelerar la conformación y ampliación del gremio.
Cfr. Maquívar, M. C., op. cit., pp. 138 y 148.
[30]
Incluso, una vez aprobadas las Ordenanzas se comienzan a incumplir casi
de inmediato lo que obliga a que en 1605 el veedor de la ciudad Bartolomé de Moya, oficial de
carpintería, protestara ante la Audiencia de México porque el Cabildo
autorizaba a personas sin examinar a abrir tiendas por un período de seis meses
que después se iba dilatando. La Audiencia falló a favor del gremio obligando
al Cabildo a cumplir las Ordenanzas.
[31] Sobre el Mudéjar granadino, Cfr.
Henares Cuéllar, Ignacio y López Guzmán, Rafael. Arquitectura Mudéjar
Granadina. Granada, Caja de Ahorros, 1989. Me parecen muy importantes los
artículos y referencias que sobre el tema ha publicado José Manuel
Gómez-Moreno; Cfr. Gómez-Moreno Calera, J. M. La arquitectura religiosa
granadina en la crisis del renacimiento (1560-1650). Granada, Universidad,
1989; El Mudéjar granadino, En: AA.VV. «Mudéjar Iberoamericano. Del Islam al
Nuevo Mundo», Madrid, Lunwerg-El legado
Andalusí, 1995, pp. 143155; Identidad del Arte Mudéjar y su desarrollo en
Granada, En AA.VV. «El mudéjar en Almería. Jornadas Europeas de
Patrimonio-2000». Almería, Junta de Andalucía, 2001, pp. 9-30; y, Arquitectura
religiosa en la Diócesis de Guadix-Baza. Siglos XVI-XVII. En Cortés Peña, A.
L., López Guadalupe, M. L. y Lara Ramos, A. (eds.), «Iglesia y sociedad en el
Reino de Granada (siglos XVIXVIII)». Granada, Universidad, 2003, pp. 411-453.
[32]
Aunque teóricamente el dominio de España era sobre la totalidad del
territorio americano a excepción de Brasil, la realidad es que el virreinato de
Nueva España comprendía la actual República de México, los países
centroamericanos y las islas del Caribe. El virreinato de Nueva Castilla o del
Perú abarcaba desde Panamá hacia el Sur (Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú,
Bolivia, Paraguay, Uruguay y parte de Chile y Argentina). No todos los
territorios de la actual nomenclatura política estaban perfectamente
controlados por los virreinatos.
[33]
El caso de la Audiencia de Nueva Granada está siendo, en estos momentos,
objeto de una tesis doctoral que dirijo sobre «Iglesias doctrineras» en la
Universidad de Granada. La investigadora Guadalupe Romero Sánchez ya ha
presentado su trabajo de investigación dentro del programa de doctorado sobre el
tema «Iglesias doctrineras en Nueva Granada. Noticias Documentales» en
septiembre de 2004.
[34] Este cuatripartito estaba formado por
el arzobispo Fray Hernando de Talavera, el capitán general del reino don Íñigo
López de Mendoza, Conde de Tendilla, el corregidor don Andrés Calderón y el
citado don Hernando de Zafra.
[35]
Galán Sánchez, Ángel y Peinado Santaella, Rafael. Hacienda regia y
población en el reino de Granada: la geografía morisca a comienzos del siglo
XVI, Granada, Universidad, 1997, pp. 6263. Este documento se ha expuesto en la
reciente exposición conmemorativa de la muerte de Isabel la Católica que ha
tenido lugar en el Hospital Real de Granada (27, noviembre, 2004-20, enero,
2005), Cfr. Catálogo de la Exposición: Los Reyes Católicos y Granada, Madrid,
Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2004, pp. 359-360.
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