Románico
en la Comarca de Odra-Pisuerga
La
Comarca de Odra y Pisuerga se corresponde con el sector
occidental de la provincia de Burgos. Es así denominada porque está regada por
el río Pisuerga y su afluente el Odra.
Territorio
limítrofe con Palencia, tiene la característica de ofrecer una orografía
bastante llana, con amplios campos de cereal y masas arbóreas dispersas. La
capital de la comarca es la antigua villa de Villadiego.
En cuanto al románico que encontraremos en estas tierras,
se asemeja al de otras comarcas aledañas, es decir, se compone de un tipo de
iglesias tardías donde prevalece la calidad y monumentalidad de la arquitectura
frente a la finura en las tallas escultóricas.
Otra
de las características de buena parte de estos templos medievales es su
carácter especialmente tardío, probablemente realizadas a finales del siglo XII
o ya en las primeras décadas del XIII. Dicho aspecto se aprecia, por ejemplo,
en las puertas de ingreso de algunas de las iglesias de la comarca, con
arquivoltas muy agudas y poco o nada decoradas, en probable remedo de la
arquitectura cisterciense.
A
ellos hay que añadir una serie de construcciones de bien entrado el siglo XIII
y de carácter más gótico que románico, como las iglesias Villamorón u Olmos de
Picaza, entre otras.
También
es frecuente que las fábricas tardorrománicas fueran modificadas o
reconstruidas en siglos bajomedievales (en estilo gótico tardío) dada el auge
económico y político que alcanzaron el territorio burgalés en el siglo XV y
comienzo del XVI.
De
la nutridísima nómina de iglesias o restos románicos de la comarca, nos
pararemos especialmente en las iglesias de Padilla de Abajo, Arenillas de
Villadiego, Boada de Villadiego, Villaute, Arenillas de Riospisuerga.
Padilla de Abajo
En
el extremo occidental de la provincia, a 6 km al este de Melgar de Fernamental,
se encuentra Padilla de Abajo, aldea que perteneció al antiguo alfoz de
Castrojeriz y más tarde a su merindad. Aparece citada por primera vez en un
documento de 1054 en el que consta la existencia en dicho lugar de una iglesia
monasterial dedicada a San Cipriano que fue ampliamente dotada por un caballero
llamado Diego, junto con su mujer Godina y su hijo Salvador Díaz. Según refiere
Luciano Serrano, algunos años después –1063– la propia Godina, ya viuda, fundó
allí un monasterio de carácter familiar al frente del cual puso como superiora
a su hija Fronilde, estableciendo además que aquellas otras hijas que abrazasen
la vida religiosa ostentansen igualmente este privilegio. Señala el mismo autor
que dicho cenobio debió subsistir poco tiempo, pues en 1139 carecía ya de
religiosas, pasando su propiedad a manos de Diego Ruiz y Lope Ruiz que lo
vendieron a su vez a Pedro Gutiérrez y a su mujer Urraca Ordóñez. En cualquier
caso, parece que la vida monástica se reanudó al poco tiempo pues el 3 de mayo
de 1166 Nuño García y Gonzalo Pérez de Padilla con sus familias dieron al abad
Domingo de La Vid el monasterio de San Miguel de Villamayor de Treviño junto
con otros cuatro más, entre los que se hallaba el de San Cipriano de Padilla.
De dicha casa y de su emplazamiento no hay ya memoria en el pueblo.
A
lo largo de los años siguientes la casa de Villamayor siguió incrementando su
patrimonio en Padilla merced a donaciones como la que hizo en 1210 Gutier
Téllez.
En
1309 Fernando IV entregó la villa a Pedro López de Ayala que la poseía todavía
en 1352 junto a Juan Rodríguez y García González.
Ermita de Nuestra Señora del Torreón
Está
situada a unos 500 m al noreste del pueblo, junto a la carretera que conduce a
Padilla de Arriba. Por su emplazamiento y dimensiones, parece tratarse de la
iglesia de un despoblado cuyos restos –según nos indicó el párroco– afloran de
vez en cuando al realizarse las faenas agrícolas en las tierras circundantes.
Se trata de una sólida construcción románica, de nave única y cabecera
semicircular, levantada en aparejo de sillería arenisca, con algunos elementos
esculturados –capiteles y ventanas principalmente– realizados en una piedra
caliza de tonalidad blanquecina.
El
ábside se estructura horizontalmente en dos cuerpos separados por una imposta
abocelada y verticalmente en tres paños delimitados por dos soportes que en su
mitad inferior son contrafuertes y en la superior columnas entregas.
Otros
dos soportes de las mismas características se adosan en los codillos que se
forman entre el ábside y el tramo recto, ofreciendo de esta manera un esquema
muy parecido al que vemos en la parroquial de Padilla de Arriba.
En
cada paño se abre una ventana formada por un arco de medio punto soportado por
columnas rematadas en capiteles que se decoran con acantos finamente tallados,
cuadrúpedos afrontados, un mascarón a modo de glouton y una cabeza antropomorfa
con gorro o diadema perlada, ojos saltones y pupilas horadadas que recuerda a
otros capiteles de la zona (ermita de Sotresgudo, Castrillo de Riopisuerga,
Hinojal de Riopisuerga, La Piedra, Fuenteúrbel y Talamillo del Tozo), así como
a una ménsula del monasterio de Sahagún (León).
Los
cimacios, por su parte, exhiben labores de entrelazo y tallos ondulantes que
albergan hojas. Se corona el muro con una rica colección de canecillos
figurados en los que se ofrece un amplio muestrario de animales y cabezas
monstruosas de aspecto desafiante.
La
fachada meridional de la nave se organiza con una portada en el centro y dos
óculos en la parte superior formados por cuatro molduras concéntricas de bocel
y dos biseladas. La portada consta de cuatro arquivoltas con dientes de sierra
y una quinta con bocel, soportadas por columnas acodilladas provistas de
capiteles vegetales e historiados. Los del lado derecho se decoran con cuatro
personajes que portan libros en sus manos –posiblemente evangelistas– y un
caballo con silla de montar enfrentado a otro cuadrúpedo mutilado. Los del lado
izquierdo muestran, de dentro a fuera, a dos personajes, uno con una lanza y el
otro sujetando un pliegue del manto, seguido de un capitel vegetal muy
erosionado y de otro con una curiosa representación que parece aludir al juicio
de Dios. En una de sus caras aparece un hombre sujetando por el brazo a una
mujer, mientras que en la otra los mismos personajes introducen sus manos en
las fauces de una máscara de león.
El
mismo tema con ligeras variantes se representó en las iglesias palentinas de
Santiago y San Zoilo de Carrión de los Condes, Arenillas de San Pelayo y en un
capitel, tam bién palentino, conservado en Baltimore (Estados Unidos). La
escena de los personajes que introducen sus manos en la máscara de un león se
ha interpretado como una prestación de juramento y se ha relacionado con la
leyenda de la Bocca della Veritá del pórtico de Santa María in Cosmedin de Roma
(D. Glass, “Romanesque Sculpture in American Collections. V. Washington and
Baltimore”, Gesta, IX/1, 1970, pp. 57 y ss.). Normalmente se suele aso ciar
esta ordalía con las acusaciones de adulterio, de ahí que a veces los
protagonistas sean de ambos sexos, detalle éste que también parece darse en
Padilla.
En
el muro septentrional se conserva otra portada -actualmente cegada–, formada en
origen por un arco liso y una arquivolta con tres boceles que descansa sobre
una pareja de columnas, una de las cuales presenta el fuste decorado con formas
alargadas, como en la parroquial de Villahizán de Treviño.
Los
capiteles se decoran con entrelazo y hojas con puntos de trépano en los
bordes.
En
el interior, la parte mejor conservada es la correspondiente a la cabecera que
se cubre con bóveda de horno en el ábside –oculta tras el retablo– y de cañón
apuntado en el tramo resto. El arco triunfal descansa sobre dos columnas de
fustes recortados y capiteles pica dos durante la reforma del siglo XVIII. Lo
más interesante son las arquerías ciegas que adornaban el presbiterio–como en
la parroquial de Padilla de Arriba– y que sólo se han conservado en el lado de
la epístola, aunque parcialmente ocultas por el retablo y el camarín de la
Virgen.
Se
conservan dos arcos de medio punto sustentados por columnas con capiteles
decorados con acantos y con hojas lisas que acogen bolas. Los cimacios muestran
hojas car nosas con labores de trépano, al igual que los de la porta da sur.
La
nave fue profundamente reformada en el siglo XVIII, época a la que pertenecen
las actuales bóvedas. Se conservan, no obstante, dos capiteles románicos
colocados en el primer tramo, junto al arco triunfal. Pese a la pintura que los
recubre se intuye en ellos una decoración de carácter vegetal, muy parecida a
la de los capiteles de las arquerías mencionadas, siendo posiblemente restos
reutilizados de las mismas. Otras dos cestas de similares características
sirven de pie a la pila benditera, una decorada con una cabeza antropomorfa
tocada con corona y otra con hojas rematadas en bolas.
Respecto
a la cronología del edificio y a los posibles paralelismos estilísticos hay que
señalar que nos encontramos ante una obra tardía, ejecutada en torno a los
primeros años del siglo XIII, y en la que interviene un taller que cono ce las
creaciones artísticas realizadas en algunas iglesias del entorno de Aguilar de
Campoo, como Rebolledo de la Torre, Vallespinoso de Aguilar, Barrio de Santa
María de Becerril del Carpio y especialmente Revilla de Collazos con cuyas
labores escultóricas de carácter vegetal presentan un extraordinario parecido.
Boada de Villadiego
Ya
con muy pocos habitantes, Boada de Villadiego se encuentra a 8 km al norte de
la capital de la comarca, que además le presta el apellido. Ocupa unas tierras
llanas, ligeramente onduladas, dedicadas tradicionalmente al cultivo extensivo
de cereal. Junto al pueblo, en un alto que domina el valle de Brullés, se
encuentra la iglesia, que cuando se redactan estas páginas carece de culto,
esperando que concluya la restauración llevada a cabo en 1998.
La
primera mención escrita referente a Bovata data del 19 de julio de 1074, cuando
figura en la carta de arras del Cid, y no se vuelven a tener noticias hasta que
en 1208 todo el con cejo del lugar aparece como testigo en la venta que hace
Gil Gutiérrez a García Pétrez de su heredad en Villahernando. Cinco años después
este mismo personaje vende al monasterio de Santa María la Real de Aguilar “quanto
io heredo de meo padre Petro Guterrez, el archidiacono, et tota la heredad que
io compre de mio tio Don Gil en Uille Ferrando et en Bouada et en Elzedo et en
Melgasa et en Uilla Ute”. Más tarde, en 1243, doña Mayor Ordóñez dicta
testamento repartiendo sus bienes –que radican en Boada, Melgosa,
Villahernando, Fuencivil, Quintanilla de la Presa, Sandoval de la Reina,
Villaute y otros lugares– entre varias instituciones y particulares, dejando “a
la confradria de Bouada, V maravedis”. Ya a mediados del siglo XIV, según
el Becerro de las Behetrías, aparece como señorío de Juan Rodríguez de
Sandoval, for mando parte de la merindad de Villadiego.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
De
piedra caliza, con sillares bien escuadrados y homogéneos, la iglesia presenta
una planta rectangular, de una nave y cabecera semicircular. De la fábrica
románica se conserva todo el edificio, aunque con algunas leves modificaciones,
que afectaron a la espadaña y a la cubierta. Ésta fue además transformada en la
última restauración, sustituyendo la bóveda por una cubierta de madera. Fruto
también de esa restauración es la modificación que se hizo en la sacristía, la
eliminación de otras dependencias anexas y la colocación de una ven tana de
piedra pulida en el presbiterio y el cierre de un ventanal barroco que había en
la nave.
Al
exterior, el ábside queda dividido por dos haces de columnas entregas que lo
dividen en tres paños verticales, mientras que una línea de imposta recorre el
muro por debajo de las ventanas, creando una división horizontal. Esta imposta
está decorada con un listel de aspas a bisel sobre dos líneas de cuarto de caña
con puntas de clavo. Por debajo de ella las columnas se convierten en
pilastras, lo que da una mayor plasticidad a la cabecera. En cada paño del
ábside hay una ventana estructurada de la misma manera: una chambrana decorada
con roleos, punta de diamante y flores, una arquivolta decorada con motivos
geométricos y vegetales, cimacios con roleos y flores, fustes ornamentados, y a
cada lado un capitel con diferentes planteamientos plásticos e iconográficos.
La
más meridional de las ventanas presenta una chambrana con roleos, una
arquivolta decorada con una sucesión de ocho círculos, cóncavos y convexos
alternativamente, y un cimacio de roleos. El capitel de la izquierda presenta
una cabeza de felino o cánido de cuya boca surgen unas formas vegetales
helicoidales, y a cada lado de la cabeza otros dos círculos con una disposición
centrífuga. Es un motivo que, con algunas variaciones, encontramos en Tablada
del Rudrón, Coculina o Bañuelos del Rudrón, dentro de un tipo de flores o
rosetas helicoidales que apa recen en otros edificios notables como son el
monasterio de Santa María de Aguilar, la ermita de Vallespinoso de Aguilar, o
la trasladada iglesia de Villanueva del Río. El capitel frontero está formado
por una triple fila de hojas verticales, sin nervio, que se vuelven en la parte
superior. Los fustes tienen una decoración helicoidal el izquierdo y helicoidal
truncada el derecho.
La
ventana del testero tiene una chambrana de puntas de diamante, y arquivolta con
una decoración de entrelazos, pequeñas hojas con el nervio marcado y baquetón.
Los cimacios son de roleos y flores. El capitel de la izquierda presenta una
decoración de nueve filas verticales de pequeños haces que giran hacia la
derecha y culminan en punta.
El
capitel de la derecha es el más interesante del exterior: se trata de una
representación de la pesca milagrosa, en donde se distinguen tres personajes en
una barca, dos de ellos con remos y el central pescando un pez. Esta escena no
es nueva, pues se puede ver en la cercana iglesia de Fuenteúrbel, y más lejana,
pero en la misma provincia de Burgos, en La Cerca, o en Álava en Astúlez. Todas
ellas siguen muy de cerca el mismo tipo de dibujo, cuando no son del mismo
taller. Los fustes son monolíticos decorados con flores cuatripétalas y de nido
de abeja.
La
tercera de las ventanas es la más deteriorada, al hallarse orientada hacia el
norte y en realidad es falsa, pues nunca ha tenido vano. En el capitel de las
izquierda todavía se puede apreciar a un ciervo que vuelve su cabeza hacia sus
cuartos traseros, mientras que el capitel de la derecha está totalmente
perdido. Ésta es la única de la ventanas que tiene los fustes sin decorar.
El
alero, decorado con roleos, queda rematado por la alternancia de los canecillos
y los capiteles de las columnas adosadas. Nacelas, volutas, cuarto de bocel,
nacelas superpuestas alternan con otros de cabezas de animales monstruosos que
muestran sus dientes, una cabeza de jabalí y un águila.
Además
hay una cabeza monstruosa que devora a un hombre, un músico que toca una fídula
con arco, dos figuras humanas descabezadas de pie, dos canes con figuras humana
de cuerpo entero –muy deterioradas–, una cabeza de hombre y un saltimbanqui.
Los capiteles que soportan también la cornisa son todos de temática vegetal, a
excepción de dos. Uno de ellos es el más próximo al canecillo del músico con el
que parece formar una escena: en ella aparece una mujer, posiblemente una
juglaresa, junto a un perro que se apoya sobre las patas traseras, rara escena
de juglares con animales como se puede ver también en Sotosalbos (Segovia). En
el lado izquierdo de la cesta, junto a la mujer que ocupa el centro del
capitel, se ven dos formas vegetales helicoidales. El otro capitel es el más
próximo al presbiterio del lado norte. Se trata de un glouton, cabeza que
engola o devora el fuste.
Dos
contrafuertes cuadrados, que ciñen al interior el arco de triunfo, marcan la
separación entre el ábside y el presbiterio. En cada lado del presbiterio
también se abren sendas ventanas; la del lado meridional desapareció en algún
momento, al abrirse un ventanal mayor que ahora ha sido sustituido por la
recreación de una ventana que se aproxima a las formas románicas, en llamativa
piedra pulida. Por el contrario la ventana del lado septentrional sigue el
esquema de las vistas en el ábside. En esta ocasión, una chambrana con puntas
de diamante guardaba la única arquivolta, pero a excepción de un pequeño trozo
se ha perdido completamente. La arquivolta de bocel cobija un tímpano que posee
una cruz patada inscrita en un círculo. Los cimacios también se encuentran
deteriorados, pero quedan res tos de un ajedrezado en el de la izquierda y
flores entrelazadas en el de la derecha. Cada capitel posee una cabeza humana,
la del lado derecho de mujer con barbuquejo, y la del izquierdo de hombre. Los
fustes se han perdido, y las basas presentan toro y escocia sobre plinto.
La
riqueza arquitectónica y escultórica de la cabecera contrasta con la sencillez
de los muros de la nave, aunque la fábrica sigue siendo de magnífica sillería.
La portada se ubica en el muro sur y sobresale del muro, llegando hasta la
cornisa. Únicamente presenta un abocinamiento con tres arquivoltas y chambrana,
ligeramente apuntadas, sin decorar, que apean directamente sobre unos cimacios
de nacela que apoyan sobre las jambas.
El
conjunto de la cornisa, tanto en la cabecera como en la nave, está recorrida
por una línea de canecillos de nacela. También se reconocen numerosos canzorros
a media altura de los muros, que nos indican la existencia de un pórtico que
cobijaba buena parte del perímetro de la nave, al menos las fachadas sur y
oeste completas.
En
el muro norte existió una sacristía que en la restauración fue modificada
completamente. Por un lado se eliminó la zona que cubría la ventana del
presbiterio, lo que hizo que se recreciese notablemente y se le diese una
estructura rectangular. Además en este lado del presbiterio había un acceso
desde el interior a la sacristía, portada que se cegó. Por otro lado, la parte
adosada al muro fue eliminada para sustituirla por una estructura metálica
cubierta con cristal.
A
los pies de la nave, sobre el muro del hastial, se eleva una sencilla espadaña
que ahora se nos muestra truncada, con dos troneras apuntadas, con sus
chambranas e impostas. No hace mucho tiempo se convirtió en una torre cuadrada,
de ladrillo, con acceso desde el interior por una escalera de caracol. En la
restauración se eliminó el acceso y la torre añadida a la espadaña.
En
el interior la nave aparece hoy limpia, con un solo tramo. Las recientes obras
han retirado los retablos y desmantelado las bóvedas barrocas de arista que
cubrían dicha nave, sustituidas por un sencillo artesonado de madera.
Toda
la cabecera presenta el pavimento sobreelevado y un banco corrido, de fábrica,
recorre la base de sus muros. En el lado norte del presbiterio se puede ver,
cegada, la puerta que daba acceso a la antigua sacristía. Pero lo más
característico de esta cabecera es el conjunto de cinco arcos que decoran el
hemiciclo absidal, que parten de la imposta que a media altura recorre el muro,
decorada con celdillas, y alcanzan hasta la imposta de rombos a bisel que da
paso a la bóveda de horno. Son arcos de medio punto, con profusa decoración,
que apoyan en columnillas de doble toro y escocia sobre plinto, de modo que el
encuentro entre cada dos arcos da lugar a columnillas geminadas que comparten
un capitel, y aunque los fustes están bien diferenciados, son un mismo bloque.
Arquivolta y chambrana están también talladas en una misma pieza de caliza
blanca, una roca en la que están hechos los elementos escultóricos de todo el
templo y que parece ser distinta a la empleada para labrar los sillares.
Comenzando por el extremo norte la arquivolta está moldurada con boceles y la
chambrana es de listel y chaflán; el segundo arco tiene tallos anudados –más
bien formando bucles– y la chambrana puntiagudas hojitas planas, vueltas; el
tercero –que enmarca a la saetera central– boceles segmentados y tallos también
en bucles; el cuarto muestra la arquivolta con una cenefa de medias rosetas, de
hojas puntiagudas, y otra de rombos a bisel, mientras que la chambrana está
recorrida por tallos sinuosos con hojitas bífidas; finalmente, el quinto arco,
que coincide con la otra saetera del hemiciclo, presenta arquivolta y chambrana
con molduras de nacelas.
Por
lo que respecta a los capiteles, comenzando también por el extremo norte,
presentan la siguiente decoración: robusta cabeza con melena partida, bajo
cimacio de círculos secantes; hojas planas de las que nacen piñas dispuestas en
tres series, con cimacio de entrelazo; el tercer capitel está muy mutilado pero
parece reproducir un esquema idéntico o similar al cimacio que acabamos de
describir, mientras que el suyo es de círculos secantes perlados; el cuarto
muestra una decoración a base de hojas palmeadas, de helecho, levemente
solapadas, dispuestas en tres alturas, con nervios en V y círculo de trépano en
los vértices, contando con un cimacio como el anterior; el quinto muestra
gruesas hojas de penca, con cimacio de entrelazo; finalmente, el sexto porta
otra gran cabeza, de aire grotesco, con grandes orejas, pelo rizado y gruesos
labios que parecen formar una mueca, representando posiblemente a un personaje
de raza negra, similar al que aparece en la ermita de San Cristóbal de
Sotresgudo, aunque en ambos casos sin la calidad de rasgos raciales que se ve
en el de Moarves de Ojeda. Es curioso que mientras los capiteles de las dobles
columnas sean vegetales, los de las sencillas, que ocupan los extremos,
reproducen cabezas humanas, que además parecen contemplarse mutuamente.
Llamativo es también el fuste que separa el tercer y cuarto arcos, donde los
tambores no se han individualizado y que está recorrido por una destrozada
decoración de tallos entre cruzados –que sin duda debían estar en altorrelieve
y huecos–, con extremos de hojas palmeadas, surgiendo de una cabecita felina
que ocupa la parte inferior.
Otro
arco más, de falsa ventana, se dispone en el muro norte del presbiterio, que
seguramente hacía pareja con la desaparecida del lado sur. La arquivolta
muestra molduraciones a base de boceles y listeles angulosos y la chambrana
está recorrida por tallos ondulantes. El capitel izquierdo muestra a una
expresiva arpía con la boca abierta, con cimacio de doble nacela; el derecho
tiene una cabeza monstruosa, de marcados dientes, engullendo a un ser humano,
mientras que el cimacio es de hojitas biseladas en composición geométrica. La
particularidad de este arco es que tiene un pequeño tímpano con una gran roseta
central flanqueada por otras dos más pequeñas, con un fondo que parece labor de
cestería, como la que volveremos a encontrar más adelante.
El
presbiterio se cubre con bóveda de cañón levemente apuntado, donde se conservan
restos de unas pinturas murales presididas por un medallón con el Agnus Dei, en
cuyo entorno se dispone el Tetramorfos. Pertenecen a una decoración realizada
en el siglo XVI y que dispuso también sobre la bóveda de horno la
representación del sol, a la vez que decoró los arcos con motivos vegetales y
dio color a los capiteles románicos.
El
paso de la cabecera a la nave se hace bajo un arco de triunfo doblado, con
chambrana de puntas de diamante a bisel, que descansa en pilastras con
semicolumnas en su frente. Las basas se disponen sobre alto podio y constan de
plinto, desarrollado toro inferior –flanqueado por bolas–, escocia y otro toro
más delgado, mientras que los capite les están bellamente decorados. El capitel
del lado del evangelio nos muestra a San Miguel, vestido con túnica y armado
con escudo de cometa, alanceando al dragón, que se muestra con cuerpo anillado,
dotado de larga cola. El del lado de la epístola representa una escena de la
Paz de Dios: en ella dos jinetes con yelmos que cubren la totalidad del rostro,
túnica cortas y espuelas, son separados por un personaje mediador que viste
túnica con manto y ceñidor. El guerrero de la izquierda porta lo que parece un
pequeño escudo redondo y acomete con lanza a su oponente; éste por el contrario
porta un escudo de cometa, con el que para el lanzazo, pero no lleva ni lanza,
ni espada, ni arma ofensiva alguna.
Lo
más habitual es que en las composiciones como ésta, identificadas como la Pax
Dei, los caballeros no muestren diferencias en sus armamentos, mientras que en
las simples luchas sin mediador, resulta casi una constante que uno de los
caballeros se defienda con escudo circular y otro con largo escudo de cometa.
Esto se puede ver, entre otras, en las iglesias burgalesas de Rebolledo de la
Torre y Butrera, en la palentina de Gama, en las sorianas de Tiermes y San
Pedro de Caracena, en la Catedral Vieja de Salamanca y sobre todo en el palacio
real de Estella, una representación esta última donde los personajes van
acompañados de sus respectivos nombres: Roldán y Ferragut. Ya apuntó Ruiz
Maldonado cómo esta lucha, genéricamente interpretada como el Bien contra el
Mal, resulta una plasmación de los cotidianos enfrentamientos entre musulmanes
y cristianos, donde el cristiano estaría encarnado por el que va armado con
escudo de cometa y el musulmán por el que porta rodela. Esta diferencia de
armamento es además un hecho constatado a partir del siglo XII, pues hasta
entonces –como se puede apreciar muy bien en la miniatura prerrománica o del
primer románico– el arma defensiva por excelencia es un pequeño escudo circular
para todos. Es a partir de comienzos o mediados del XII cuando llega a la
Península el escudo alargado de origen normando, facilitando la defensa para el
caballero, al adaptarse perfectamente a su montura; mientras tanto los
musulmanes continuarán con sus rodelas y después con las adargas, también más propicias
para el modo de combatir de sus jinetes. Así pues, el distinto camino que a
partir de ahora comienza a producirse en unos y otros ejércitos quedará
atestiguado en esta serie de capite les. Lo sorprendente es que mientras en la
lucha entre caballeros se puede entender esta diferencia de bandos religiosos,
en las representaciones con mediador generalmente se ha interpretado como un
enfrentamiento entre cristianos, una norma a la que parece ser ajeno el capitel
de Boada. No obstante cabe la posibilidad de que el escultor quisiera
representar también aquí un escudo de cometa y que, debido a la composición de
la escena, sólo aflorase la parte superior del mismo, con su característica
forma redondeada.
En
cuanto a la Paz o Tregua de Dios, sólo dentro del contexto burgalés la tenemos
también en Los Ausines, Fuenteúrbel, y en La Cerca, con numerosos ejemplos
igualmente en la cercana provincia de Palencia, unos y otros estudiados por
Ruiz Maldonado. La lucha de San Miguel contra el dragón es lo suficientemente
habitual como para señalar otras representaciones que haría interminable el
listado. Sin embargo sí es reseñable la elección de estos dos motivos: por un
lado una escena de pacificación entre guerreros y por otro la inevitable y
eterna lucha de San Miguel contra la personificación del Mal.
Además
de todos estos elementos decorativos, la última restauración ha rescatado
diversas piezas descontextualizadas, con numerosos restos escultóricos, como
una cabecita humana, un capitel vegetal de cortas y abundan tes hojas de las
que penden bolas, y dos arcos que repiten el mismo esquema que los descritos en
la cabecera, decorado uno con zarcillos y el otro con labor de
cestería–idéntica a la que se puede ver la pila bautismal de Guadilla de
Villamar– trasdosada con unas formas geométricas, a modo de peltas o flores de
loto, que encontramos tam bién en la portada de Tablada del Rudrón. Entre todo
ello aparece igualmente un fragmento de cimacio decorado con círculos en los
que se inscriben cruces griegas y que nos remiten de nuevo a Tablada del
Rudrón, además de a Castrillo de Riopisuerga y a Fuenteúrbel. Casi con total
seguridad buena parte de estos elementos pertenecieron a la parte interior y
exterior de la ventana de este tipo que sin duda hubo en el muro sur del
presbiterio, haciendo pareja con la falsa ventana del lado norte, con la que
también comparte el esquema decorativo de cestería.
A
todo ello debemos añadir la pila bautismal, una pieza en forma de copa, tallada
en piedra caliza, con 89 cm de altura y 137 cm de diámetro. Presenta decoración
gallonada, con una especie de cinta o corona invertida a media altura, lo que
la emparenta directamente con la cercana pila de Villahernando, en cuyo pie
–que hay que reconocer que es independiente del vaso– aparece la fecha de 1188.
Esta
iglesia de Boada de Villadiego, al menos en lo que a su cabecera se refiere, es
especialmente significativa por formar junto a La Piedra y Fuenteúrbel un grupo
de edificios en los que trabajó un mismo taller, repitiendo similares fórmulas
arquitectónicas y escultóricas, aunque ya hemos visto cómo algunos elementos
alcanzan a otros diversos lugares. Nos encontramos en un momento avanzado
dentro del estilo, en las postrimerías del siglo XII, de modo que la fecha que
hemos visto en la pila de Villahernando y que podría hacerse extensible a la
nuestra, puede encajar tam bién con el momento en que se erige el edificio, que
podría alcanzar igualmente el entorno de 1200. La nave sin embargo creemos que
puede ser ligeramente posterior, levantada ya dentro del siglo XIII, y donde la
tradición románica pare ce más diluida, a favor de unas corrientes góticas que
pare cen manifestarse más aún en la espadaña. Este campanario además muestra
una ruptura con la nave, lo que nos indica una construcción posterior, aunque
tal vez sólo sea un nuevo remonte en siglos posteriores utilizando los mismos
elementos originales en su misma disposición, algo que debió ser bastante
habitual y que está constatado en la iglesia palentina de Frontada.
Arenillas de Villadiego
Arenillas
está situado a 3 km al norte de Villadiego, a cuyo alfoz y merindad perteneció.
Las primeras referencias documentales datan del siglo XIII, una de 1203 y otra
de 1213, esta últi ma concerniente a la venta de una serie de propiedades
efectuadas al monasterio de Aguilar de Campoo por parte de García Pétrez.
Iglesia de San Martín Obispo
La
iglesia de San Martín Obispo, realizada en sillería caliza, se organiza en
torno a una cabecera de ábside semicircular, tramo presbiterial y nave única,
con portada al mediodía y torre a los pies. De época románica son la cabecera y
portada, reconstruyéndose en época tardomedieval la nave con los añadidos
posteriores de la sacristía, adosada al muro sur del presbiterio, la troje, el
atrio y la torre.
El
ábside se articula exteriormente en tres paños separados por columnas que se
alzan hasta el alero, con capiteles figurados integrados en el conjunto de once
canecillos que recorren el hemiciclo. Horizontalmente se organiza en tres
cuerpos delimitados por líneas de imposta que enmarcan los dos vanos abiertos
en el ábside, ambos siguiendo el mismo sistema constructivo: arco de medio
punto que recae sobre columnas con capiteles decorados.
Interiormente
se cubre con bóveda de horno y aparece presidido por un retablo barroco, que
oculta tras su pantalla los elementos constructivos visibles en el exterior
(vanos e impostas principalmente). Un potente arco apuntado separa ábside y
presbiterio, cubierto éste con cañón igualmente apuntado y calado en ambos
muros por ventanas enmarcadas por impostas en las que se concentra la
decoración más importante del edificio.
El
arco triunfal doblado y con marcado apuntamiento pone en contacto la cabecera y
la nave, que salvo la estructura muraria no conserva vestigios de su pasado
románico.
Cronológicamente
podemos distinguir al menos dos etapas constructivas. Una primera
tardorrománica, de finales del siglo XII o inicios del siguiente, de la que
queda visible la cabecera y los muros de la nave, con portada abierta en el
muro epistolar. En siglos posteriores a la Edad Media se reconstruye el cuerpo
de la nave con la apertura del baptisterio, se añade la sacristía y la troje y
se levanta el cuerpo superior de la torre.
Emparejado
a la arquitectura, la iglesia de San Martín luce una decoración escultórica
concentrada esencialmente en las columnas del ábside y del arco triunfal, en
los vanos del hemiciclo y presbiterio, así como en el conjunto de canecillos
que recorre toda la cabecera.
En
los capiteles de las columnas absidales alternan motivos geométricos a partir
de trapecios, rectángulos y bolas; decoración vegetal entre rollos y
representación zoomorfa de serpientes aladas. Por su parte, las cestas de las
columnas que rematan el arco triunfal lucen decoración vegetal estilizada
rematada con rostros humanos en el lado izquierdo, mientras que la del lado
derecho muestra representaciones animalísticas (cuadrúpedos) y cabezas
antropomorfas ocupando el centro y las esquinas de dicho capitel.
Dos
son los vanos del hemiciclo, enmarcados entre dos líneas de impostas lisas y
sólo visibles al exterior. El del paño central presenta un arco moldurado con
medias cañas y una chambrana cargada de motivos florales y puntos de trépanos
entre ellos. El tímpano se decora con hojas puntiagudas de nervio central
dispuestas de forma concéntrica. Presenta dos columnillas con capiteles en los
que se representan tres sirenas de doble cola y dos parejas de grifos
afrontados. Los cimacios que coronan ambas cestas se decoran con motivos
vegetales.
Las
ventanas abiertas en ambos muros del presbiterio quedan visibles tanto al
interior como al exterior. La situada en el muro del evangelio presenta
exteriormente arco de medio punto abocinado enmarcado entre columnas con
capiteles decorados, el izquierdo a partir de bolas con rollos y cimacio
taqueado, y representaciones zoomorfas con figuras humanas el derecho.
Al
interior, con un intradós liso, posee dos arquivoltas decoradas con dientes de
sierra y extradós con motivos de hojas de palmeta, todo ello flanqueado por dos
columnillas de capiteles decora dos. La cesta derecha presenta hojas de acanto
rematadas con formas zoomorfas y cimacio decorado con tres filas de ajedrezado.
Por su parte, el izquierdo representa dos animales afrontados, con cabeza común
a ambos, y cimacio con motivos vegetales. Todo el vano aparece enmarcado por
dos líneas de imposta en las que se alternan los motivos de taqueado con los
vegetales de hoja de palmeta.
La
ventana que se abre en el muro epistolar sigue el mismo sistema constructivo de
la anterior. Interiormente sólo se conservan dos de las arquivoltas, decoradas
la primera con puntas de diamante y sogueado en la segunda, así como la basa
con el arranque del fuste de las columnas que las sustentan.
Al
igual que el del muro norte se encuadra entre dos líneas de imposta decoradas
con idénticos motivos. En el exterior mantiene los capiteles de las
columnillas, cuyo deterioro no permite identificar los motivos elegidos para su
decoración, los cimacios con motivos de red, las arquivoltas del arco decoradas
la primera con puntas de clavo, quedando lisa la segunda y el extradós con
dientes de sierra rematado por un fino soleado.
Un
alero de moldura sencilla corre a lo largo de toda la cabecera cobijando un
conjunto de canecillos, once en el hemiciclo absidal y ocho en el presbiterio.
Todos ellos se decoran con motivos que abarcan representaciones de cabezas
antropomorfas, bolas, cilindros y molduras piramidales, siendo los más
destacados en cuanto a calidad escultórica los que representan acróbatas
contorsionistas.
La
portada, abierta en el muro sur de la iglesia, se organiza en torno a un arco
apuntado con cinco arquivoltas abocinadas que descansan sobre jambas
escalonadas, con decoración de semicírculos, puntas de diamante y grandes
dientes de sierra.
Las
pocas casas que componen esta población se disponen en llano, a 5 km de
Villadiego en dirección noreste. La iglesia de San Martín se encuentra dentro
del caserío, con función de parroquia, donde aún se celebra culto a pesar de su
lamentable estado de conservación, especialmente en lo que respecta a la
cubierta.
Las
primeras noticias recogidas sobre esta localidad tal vez se remonten a los años
1121 1124, cuando doña Apalla y su hijo adoptivo Sancho ceden a la catedral de
Burgos la propiedad de Villaus, lugar que unos –Serrano y Garrido– han
interpretado como Villaute y otros–Martínez Díez– como el despoblado de
Villaux, en Pedrosa del Páramo.
En
1208 un don Esteban de Villaut firma como testigo en la venta que hace Gil
Gutiérrez de una heredad en Villahernando a García Pétrez, quien a su vez en
1213 vende al abad Gonzalo, de Santa María la Real de Aguilar, lo que heredó de
su padre Pedro Gutiérrez, el arcediano, y lo que compró a su tío don Gil en
Villahernando, Icedo, Melgosa, Boada y Villaute.
En
1243 una potentada señora, llamada Mayor Ordóñez, dicta testamento. En él
estable ce diversos legados monetarios a varias instituciones eclesiásticas y a
particulares, ordenando que para hacer frente a tales mandas sus herederos
vendan “quanto heredamiento yo he e a mi perteneçe en Las Graieras e en
Bouada e en Valcarcel, e en Villaferrando e en Melgosa e en Quintaniella de la
Presa e en Fontçeuil e en El Cedo e en Sandoual e Uilla Ramiel e en la tierra
de Uillaud que tien Garcia Perez”. Posiblemente este último personaje sea
aquel otro que encontramos en 1208 y en 1213, el mismo Garcí Peydrez de Villaut
que aparece en 1240 en un documento del monasterio de Santa Cruz de Valcárcel,
y que además debía ser sobrino de doña Mayor.
Muy
ligado siempre a Villadiego, dada su proximidad, Villaute era a mediados del
siglo XIV un lugar de behetría que tenía como señores naturales a los Sandoval
y a Garcí González Barahona, aunque en ese momento sus vecinos eran todos
vasallos de Juan Rodríguez de Sandoval. El linaje de los Barahona o Varona, muy
enraizado en el lugar, levantó la torre que se halla a las afueras del pueblo y
que Cadiñanos supone construida a comienzos del siglo XV.
Iglesia de San Martín
Erigido
en su totalidad en sillería caliza, la mayor peculiaridad de este edificio
románico es que posee dos naves con sus respectivas cabeceras. Como en otras
iglesias de doble estructura, ambas naves no son fruto de una tipología
románica, sino de una ampliación. Efectivamente, cada una de ellas corresponde
a un momento diferente del arte románico, pues en la segunda fase se eliminó la
primitiva fachada meridional y se duplicó el espacio, con el aspecto final que
hoy podemos contemplar. En momentos posteriores se abrió una sacristía en el
muro septentrional, y otra edificación en el mismo lado que finalmente se ha
derribado. También pertenece a un período posmedieval la espadaña situada a los
pies, con dos grandes contrafuertes que llegan a media altura.
La
edificación más antigua es la que corresponde a la mitad septentrional, tanto
la cabecera como la nave. Al exterior la cabecera presenta un ábside
semicircular con una ventana enmarcada entre dos columnas adosadas, que parten
de podio rematado en bocel y que dividen el hemiciclo en tres tramos. La
ventana posee dos arquivoltas, la interior con decoración de dientes de sierra,
la otra con sogueado, y finalmente una chambrana con billetes. En el capitel de
la derecha se representan a dos aves afrontadas que entrelazan sus cuellos,
mientras que en el de la izquierda se dispone una sirena que agarra con ambas
manos su doble cola. Los cimacios son de tallos sinuosos de los que nacen
trifolias.
Las
columnas adosadas se rematan en el alero con sendos capiteles, decorados con
hojas bulbosas y nervadas, volutas que se vuelven en los ángulos de la cesta, y
cabezas humanas y de animales en el hueco que dejan las volutas.
El
alero está decorado en el tramo del ábside con cornisa ajedrezada sostenida por
canecillos figurados. En el tramo central hay tres piezas, una con un hombre
con capucha al que se le ve por debajo el sexo. Este motivo trae a la memoria
algunas imágenes del mes de febrero, el mes más frío, que habitualmente es
representado con un hombre que se calienta ante el fuego y donde no faltan
ocasiones en las que el campesino levanta sus faldas para calentar sus
genitales, tal y como lo podemos ver en el libro de las Très Riches Heures del
duque de Berry, el Marcolfo de Orense y, más cercano a nuestra iglesia, en la
portada de Hormaza. A la derecha del exhibicionista el canecillo representa a
un saltimbanqui y a la izquierda a un león rampante.
En
el tramo más septentrional los tres canecillos son también figurativos, en esta
ocasión con un hombre sedente al que le faltan las manos, una cabeza de felino
y una cabeza humana.
En
el tramo más meridional sólo son dos los canecillos existentes, pues con toda
seguridad con el añadido de la nueva nave se perdió uno. Los dos que nos han
llegado están muy deteriorados, pero en uno de ellos todavía se pueden ver dos
manos en el sector inferior y parte de un cuerpo humano, esto es, otro
saltimbanqui. El restante por el contrario es imposible adivinar qué
representaba.
Un
codillo marca el inicio de un amplio presbiterio, que sólo se puede ver al
exterior en el lado norte, pues el lado opuesto sólo es perceptible desde el
interior. En un sillar en el lienzo septentrional hay una inscripción con una
fecha:
E: N: CCXXXI
Sobre
cada uno de los tres grupos de letras aparece la vírgula de la abreviatura y
debemos entender además que la N –que está bien clara–, en realidad debiera ser
una M, de modo que la lectura sería: “Era milésima ducentésima trigésima
primera”, o lo que es lo mismo, el año 1193, fecha que hemos de entender
como la de la construcción de toda esta parte norte.
El
muro de la nave correspondiente se halla sólo interrumpido por la moderna
sacristía, rematándose con una cornisa de nacela sostenida por un conjunto de
canecillos de proa de nave, a excepción de uno de bola con caperuza.
El
ábside meridional siguió el esquema del septentrional, pero se omitió la
ventana y la decoración de billetes del alero, lo que le da una apariencia más
austera. Al igual que el parejo, dos columnas adosadas lo dividen en tres
tramos.
Los
capiteles son mucho más esquemáticos y sólo se resaltan unas protuberancias en
los ángulos. Por otro lado para, salvar el ligero desnivel, se marcó mucho más
el zócalo sobre el que asienta, y se resaltó aún más el plinto sobre el que
apean las basas, en una de las cuales todavía se puede ver una decoración de
sogueado. También en este ábside, tres canecillos en cada lado sostienen el
alero, pero en esta ocasión se ha recurrido a motivos de nacelas superpuestas,
bolas y proa de nave.
Desde
el exterior, la transición entre el ábside y el presbiterio se marca con un
pequeño codillo. Aquí se observa cómo sólo los sillares inferiores,
concretamente dos de ellos, están pasantes, mientras que el resto están
adosados. Esto quiere decir que en algún momento ha habido una alteración de la
fábrica, cuya primera hipótesis parece dirigirse en el sentido de que toda la
fachada sur fue remontada con posterioridad. Pero en realidad esto no fue así
sino que donde ha habido alteraciones ha sido en el ábside, en el que buena
parte de sus sillares han sido renovados, apreciándose con claridad las marcas
de talla de un instrumental de época moderna. A esta obra se deben referir en
Villaute cuando nos comentan que los Libros de Fábrica–que nosotros no hemos
podido consultar– recogen la reconstrucción de este ábside en el siglo XVII,
aunque claramente fue sólo una renovación de parte del paramento, permaneciendo
su estructura según fue creado en origen.
La
portada, que se abre en la fachada meridional, sin duda perteneció a la nave
norte, trasladada a su nueva ubicación cuando se hizo la sur y reformada en
época moderna, con inclusión de un arco en su intradós. Avanza respecto al muro
y se eleva hasta la cornisa, recurso que se observa en algunas de las iglesias
románicas más próximas, como son Boada de Villadiego o Villamayor de Treviño.
Las
arquivoltas son de baquetón las dos interiores y lisa la exterior, apeando
todas ellas sobre cimacios de doble nacela los izquierdos y de roleos los de la
derecha. A cada lado se disponen dos capiteles. El interior del lado oeste presenta
a dos grifos afrontados que juntan picos y patas; el exterior es de hojas
verticales, con marcados nervios a bisel, muy similar a otro que podemos ver en
la iglesia de Coculina. El interior del lado oriental es de hojas nervadas,
dispuestas en tres planos y rematando en bolas; el contiguo, algo deteriorado,
posee cuatro grifos. La escultura, especialmente el capitel vegetal, revela un
parentes co con los del arco de triunfo del lado norte.
La
cornisa del muro sur está sostenida por una hilera de canecillos, que a
excepción de una cabeza humana, son todos de nacela, bolas, proa de nave y
cuarto de bocel.
La
estructura interior de la iglesia presenta claramente las reformas que se
hicieron cuando se amplió la primitiva nave única a las dos actuales. Ambos
ábsides se cubren con bóveda de horno y los presbiterios con bóvedas de cañón.
En
el muro que separaba los dos presbiterios se realizó un vano de unos dos
metros. Llama la atención que los sillares de una y otra parte estén labrados a
hacha, mientras que la abertura está hecha con trinchante, síntoma de un vano
realizado en una época posterior. Este arco presenta además una mayor luz en el
lado meridional que en el septentrional, dando lugar allí a una pequeña capilla
que rompe la simetría entre las dos cabeceras. Sin embargo, los arcos torales
están perfectamente alineados. Por otro lado, el pilar en el que descansan los
torales y el formero que separa las naves –que en este lugar apea sobre una
ménsula–, posee un pequeño codillo en el lado norte. Lógicamente, este pilar
con una base irregular es fruto del aprovechamiento del antiguo triunfal norte
y la necesidad de ampliarlo para el nuevo triunfal sur.
Una
línea de imposta con ajedrezado recorre el ábside y presbiterio septentrionales
y su correspondiente arco triunfal es apuntado y doblado, con semicolumnas
cuyas basas quedan ocultas por el pavimento. El capitel del lado norte, que nos
remite a la portada, porta anchas hojas que se solapan en tres planos, con
finos nervios tallados a bisel y con las puntas vueltas o enrolladas, contando
con un cimacio de rosetas. El del lado sur repite un esquema similar, tanto en
el capitel como en el cimacio, pero las hojas de la cesta ahora son lisas y las
puntas se vuelven, pendiendo de ellas pequeñas bolas.
Por
el contrario en el ábside sur, la imposta que rodea hemiciclo y presbiterio es
de listel y chaflán y así continúa en los cimacios que coronan los capiteles.
Éstos presentan una decoración sumamente tosca, el norte presidido por una
trifolia, flanqueda por una cabeza de cerdo y por lo que parece una figura
humana, mientras que el sur muestra dos simplísimas aves apenas esbozadas, todo
lo cual denota ya un arte protogótico. Aun así la estructura de este triunfal
es muy similar a la del anterior, con arco apuntado y doblado, con las
consabidas semicolumnas, cuyas basas en este caso quedan a mayor altura, pero
está muy mutiladas.
Esta
capilla mayor del lado de la epístola tradicionalmente fue de exclusivo uso
funerario de la familia Varona, aunque más recientemente es conocida como “capilla
de los Semprún”, por otras vinculaciones más recientes de aquel viejo
linaje.
La
separación de las dos naves se hace mediante dos arcos formeros apuntados, de
amplia luz, que reciben el apoyo de la cumbrera del tejado a dos aguas que
cubre al templo. El pilar central tiene un plinto rectangular sobre el que
apoyan las columnas adosadas, cuyos capiteles son sencillas cestas con pequeñas
bolas angulares y cimacios de chaflán, en la misma línea que los del arco
triunfal de la capilla sur o los exteriores del mismo ábside.
Toda
la parte occidental denota grandes reformas, posiblemente de cuando se levantó
la espadaña, lo que hace que en planta presente grandes irregularidades. A los
pies de la nave norte está el coro de madera, y en la sur una pequeña capilla
con la pila, cuya factura pudiera coincidir –sin asegurarlo– con la época de
construcción de una u otra parte del templo, especialmente con el lado donde
ella misma se halla ubicada. Tiene una altura de 75 cm y un diámetro de 110 cm
y su vaso hemisférico se decora al exterior con una ancha cenefa gallonada bajo
la que se disponen otra serie de gajos, apeando sobre un corto basamento
circular con toro y escocia.
Las
características escultóricas y arquitectónicas indican que existen al menos dos
fases en la construcción románica. La primera puede datarse por la inscripción
en 1193 y las peculiaridades de su escultura, más relacionada con la tradición
románica, así permiten sostenerlo. No mucho después se realizó la ampliación a
una segunda nave, la sur. Aquí el tratamiento de la escultura es diferente, y
si en los canecillos se mantienen unas características más próximas al anterior
taller, el conjunto de capiteles nos está indicando que se trata de una obra
hecha ya en pleno siglo XIII.
Villegas
Fue
Villegas en otros tiempos una de las más importantes poblaciones de la campiña
cerealística que se extiende entre Villadiego y Castrojeriz, y de ello da fe la
monumentalidad de su iglesia parroquial. Sin embargo hoy no es más que un
modesto y languideciente lugar, uno más entre las múltiples villas de la
comarca donde los testigos de glorias pasadas se elevan aún por encima de la
decadencia presente.
El
día 8 de marzo de 974 el conde García Fernández y su esposa Ava conceden un
fuero a Castrojeriz, que conocemos gracias a la confirmación que hace de él
Fernando III en 1234. Es un interesantísimo documento a través del que se
pueden ver los problemas que tuvo esa villa entre ambas fechas, pues se relatan
varios acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de esos dos siglos y
medio, en los que los derechos de los habitantes de Castrojeriz fueron atacados
en diversas ocasiones. Y es precisamente en uno de esos hechos, donde aparece
mencionada por primera vez Villegas –en realidad Quintanilla de Villegas–, en
el marco de una serie de problemas que tiene el concejo de Castrojeriz con Nuño
y Assur Fáñez, en tiempos de Fernando I (1037-1065).
No
parece, sin embargo, que el protagonismo de la villa sea muy destacado durante
la Edad Media, al contrario que algunos de sus habitantes, que adoptan el
topónimo en su apellido. De este modo personajes del linaje Villegas aparecen
frecuentemente en los documentos como confirmantes o testigos, y algunos de
ellos jugaron un destacado papel en acontecimientos de los siglos XIII y XIV.
En
el Libro Becerro de las Behetrías, la villa figura como “behetría
entre parientes”, de la que eran señores naturales entonces Pedro Ruiz de
Villegas, Juan Ruiz Pan y Agua, Gonzalo González, Sancho Ruiz y Juan Rodríguez.
A
finales del siglo XIV el obispo de Burgos, Juan de Villacreces, manda al
concejo, clérigos y laicos de este lugar y otros que paguen los frutos de los
prestimonio a los recaudadores de la mesa capitular, ya que quedó anexionado a
dicha mesa para distribuciones.
Iglesia de Santa Eugenia
Levantada
en medio del caserío, esta monumental iglesia, tal como hoy la podemos
contemplar, es un edificio construido en sillería caliza perfectamente
aparejada que consta de tres naves de cuatro tramos, con capilla mayor
poligonal, flanqueada por sendas sacristías, todo ello cubierto por bóvedas de
crucería, generalmente estrelladas. A los pies de la nave central se eleva, la
torre cuadrangular, bajo la cual, y enmarcada por un alto arco apuntado se abre
una de las dos portadas del templo, encontrándose la otra en la fachada sur. En
el conjunto se aprecian algunos restos de un primer edificio sobre el que se
produjo una profunda reforma seguramente en el siglo XV y otra en la primera
mitad del XVI, momentos de los que data la mayor parte de la fábrica.
En
el exterior, de la fábrica primitiva se conservan parte de los paramentos de
las fachadas norte y sur, lado éste donde se halla también la antigua portada,
a todo lo cual hay que sumar una serie de canecillos incorporados en las
reformas posteriores. En el interior corresponden a ese primer momento
constructivo las cuatro columnas anteriores –aunque las dos primeras están
parcialmente reformadas– y los muros que se elevan sobre ellas y que son mucho
más representativos vistos por encima de las bóvedas. Con tales restos podemos
imaginar un templo original de dimensiones similares a las del actual,
compuesto por tres naves, con la central seguramente más alta, tal vez con un
cimborrio sobre el primer tramo. La cabecera muy posiblemente fue un triple
ábside semicircular, o al menos así era la capilla mayor, lo cual se intuye por
algunos res tos que se han conservado integrados en la “sacristía vieja”,
la que queda en el lado norte.
Acerca
de los restos de este primer templo, que es el que nos interesa, la opinión de
los distintos autores que han reparado en este edificio –siempre de forma muy somera–
no parece albergar dudas. El primero que hizo alguna referencia fue Lampérez,
quien –con datos de Huidobro– habla en 1908 de “notable iglesia románica,
con restos de fortaleza y torre ojival”; en 1935-1936 Luciano Serrano la
considera románica, y ya autores mucho más modernos andan en la misma opinión:
para Palomero e Ilardia en su fábrica “perviven algunos elementos románicos
como canecillos, una portada con cuatro arquivoltas de medio punto y seis
capiteles interiores, que denotan un momento avanzado, seguramente siglo XIII”;
Andrés Ordax dice que es “un templo erigido en sustitución de otro románico
original”, Rivera Blanco habla de la portada meridional “de tipo
tardorrománico”, Valdivielso Ausín, escuetamente, se refiere a los restos
románicos en su fábrica, idea que también recoge Bango. Finalmente, Porras
Valtierra habla también de la “puerta y algunos canecillos románicos”.
Si
atendemos a las arcuaciones de la portada sur, a los canecillos o a la
decoración de alguno de los capiteles del interior, nuestra opinión no
diferiría de la de los demás autores, pero si analizamos todo en conjunto y
reparamos además en los restos constructivos que se conservan por encima de las
bóvedas, bajo la cubierta, veremos que el estudio de este templo nos conduce a
una estrecha relación con el inmediato de Villamorón, conservado en su
integridad. Entendemos pues que ambas edificaciones guardan enormes parentescos
entre sí y que serían levantadas más o menos a la vez, en un contexto vinculado
al primer gótico, como sostenemos para el caso de Santiago de Villamorón, pero
teniendo en cuenta que ciertos rasgos de Villegas –cabecera y portada– están
todavía muy anclados en la tradición románica.
Centrándonos
en esos restos veremos que de las cabeceras originales tan sólo resta un
pequeño paño curvo, que estuvo reforzado por pequeños contrafuertes
prismáticos.
Se
halla inscrito en el paramento que separa la “sacristía vieja” –en el
lado norte del templo– y la actual capilla mayor, aunque sólo es visible desde
el interior de la sacristía. A media altura cuenta con una imposta achaflanada,
con mediacaña en la parte inferior, que constituye el típico vierteaguas que se
populariza en época gótica, como gótico es también el utillaje empleado en la
talla de la piedra: el trinchante dentado. Sin duda este elemento corresponde a
la cabecera de la nave central, que apunta a una estructura de ábside
semicircular, con lo que el primer tramo de la nave actual vendría a
corresponder más o menos con el presbiterio del antiguo edificio. Estos restos
nos indican por otro lado, que la sacristía vieja estaba construida ya cuando se
rehizo la capilla mayor.
Sobre
el primer tramo de la nave central se elevaba–como ya se dijo– una estructura
que en principio cabría imaginar como un cimborrio, con sencilla cúpula y con
cubierta a cuatro aguas. Esto se deduce por los restos de muros que se llegan a
ver por encima de las bóvedas de las naves laterales, dos paramentos de
sillería que se desarrollan a lo largo del segundo tramo de la nave actual,
separando la central de las laterales, y que rematan en una cornisa de nacela
soportada por una serie de canes, también de nacela, con las aristas
achaflanadas. En el centro de cada paño aparece un óculo de doble rosca
–visible tam bién desde el interior de la nave–, con la interior acogiendo una
especie de celosía formada por una cruz griega lobulada, una morfología que encontramos
también en los óculos laterales de la nave central en la iglesia de Villamorón.
Pero en esta estructura sólo aparecen dos muros, en sentido este-oeste,
faltando los otros dos norte-sur que cerrarían el pretendido cimborrio, de ahí
que otra posibilidad que cabe tener en cuenta es que en realidad no se trate de
un cimborrio, sino que los muros se prolongasen a lo largo de toda la nave
central, conformando una estructura idéntica a la que se ve en la citada
iglesia de Villa morón, donde los contrafuertes que en Villegas interpretamos
como remates de la estructura no sean sino los que separaban los distintos
paños, correspondientes a cada tramo de la nave. En todo caso lo que sí resulta
concluyente es que la nave central primitiva era más baja que la actual y las
laterales aún mucho más.
Se
conservan igualmente intactos los cuatro pilares en que apoya esta estructura.
Sólo los dos más orientales están reformados en su cara este, pues seguramente
en esos dos puntos se encontraría el arranque de las cabeceras, con sus arcos
triunfales. Aunque puntualmente han sido modificados, esos cuatro machones
constan de un basamento cuadrangular de aristas aboceladas sobre las que se
levanta un pilar central, también cuadrado, y al que se adosan semicolumnas en
los lado este y oeste y pilas tras en las caras norte y sur. En líneas
generales las semi columnas constan de la típica basa con plinto, doble toro–el
inferior con lengüetas– con escocia y capiteles de sen cilla decoración, a base
de hojas planas o ramilletes, de extremos vueltos para acoger bolas, aunque en
algún caso son simples tacos, seguramente porque no se llegó a concluir la
talla. Los cimacios son de nacela, con el listel moldurado, y se prolongan como
imposta por las pilastras laterales.
Se
conservan dos de los arcos laterales, apuntados y doblados, sin alcanzar la
esbeltez que muestran los de Villamorón. Este sistema de soportes nos podría
sugerir en principio que sólo existían arcos formeros que separaban las tres
naves, sin que hubiera perpiaños separando cada uno de los tramos, de ahí que
en los lados norte y sur los machones no tengan semicolumnas. Pero tampoco
estamos seguros de que eso fuera así, pues no hay que descartar que unos
posibles perpiaños descansaran directamente sobre pilastras –lo cual es
corriente en los triunfales más tardíos–, aunque también cabe la posibilidad de
que la imagen que podía ofrecer este templo en su interior fuera similar a la
de la ermita de Santa Cecilia de Aguilar de Campoo, donde sólo hay arcos formeros
y la cubierta es de madera. En el caso de Villegas las pilastras laterales
serían necesarias para reforzar los empujes y peso de la nave central bastante
más elevada. Por otro lado, la misma forma de los machones y esa idea de una
cubierta de ma dera tendría otra consecuencia en la interpretación de la nave y
es que, al no haber perpiaños, no habría cimborrio y por tanto la antigua
estructura oculada que veíamos se desarrollaría lateralmente a lo largo de toda
la nave central, coincidiendo definitivamente con lo que se ve en Villamorón.
Esta
teoría de cubierta de madera y existencia únicamente de arcos formeros, vendría
avalada por la ausencia de pilastras en los muros laterales, en los tramos que
se han conservado los originales, a no ser que fueran totalmente desmantelados,
lo cual sólo sería posible rastrear bajo los revocos que cubren actualmente los
paramentos interiores. A pesar de todo, de esta apreciación se nos escapa un
somero contrafuerte que aparece en el exterior del muro sur, y cuya
funcionalidad ignoramos.
Del
resto de la nave –que quizá fuese de tres tramos–, se han conservado parte de
los paramentos norte y sur. En el norte se aprecia el muro antiguo en la parte
inferior del tercer y cuarto tramos actuales, aunque los contrafuertes son al
menos tardogóticos. Sobre ese lienzo se constatan once canecillos recortados
correspondientes al viejo alero.
En
el sur los restos se disponen en el segundo, tercer y cuarto tramos, de nuevo
coronados por otra serie de canes truncados. En este lado se llegan a ver dos
ventanas cegadas, de las que sólo se aprecia el amplio arco exterior de medio
punto, que muy probablemente albergue dentro una saetera, o incluso un hueco
más amplio, como ocurre en la que se abre en el hastial de Villanoño. Entre
ambas se dispone la portada, en un cuerpo que avanza sobre el muro, formada por
cinco arquivoltas de medio punto, de simples dovelas cuadrangulares, con
boceles o con nacelas, trasdosadas por una chambrana de nacela. Los soportes
son igualmente sencillos, sin ninguna concesión decorativa, y lo forman simples
pilastras escalonadas rematadas por modillones de cuarto de bocel, bajo
impostas de nacela. A primera vista da la impresión de que faltan columnillas
acodilladas, pero nunca las hubo, lo mismo que ocurre en Manciles, donde una
portada cegada muestra unos soportes con grandes similitudes a éstos, si bien
ahí el arco es de traza y molduraciones más evidentemente góticas. Sobre el
arco se conservan aún, aunque mutilados, los nueve canecillos del tejaroz,
decorados con sencillas formas geométricas o vegetales.
En
el interior del templo este paramento meridional primitivo coincide con los
restos de un bancal corrido con arista en bocel.
Al
margen de tales restos constructivos, una serie de canecillos originales
debieron ser reutilizados en las obras posteriores, concretamente sobre el
primer tramo de cada una de las naves laterales, así como en la sacristía
norte.
Son
al menos 43 piezas las que se pueden considerar como originarias de la fase más
antigua del templo, alternando a veces con otros canes típicamente góticos,
como son los modillones de cuarto de bocel. Entre aquéllos predominan los de
nacela o nacelas escalonadas, pero también los hay de proa de nave, de diversas
formas geométricas, con bola colgando de punta de hoja, con toscas cabezas
humanas o animales, una piña, un cuadrúpedo, una cigüeña, e incluso alguno que
parece representar de forma explícita el sexo masculino y el femenino.
Otro
resto significativo es el espacio que se halla a los pies de la nave del
evangelio, sobre la actual capilla bautismal. Es un espacio formado por bóveda
de cañón apuntado, seguramente el primitivo baptisterio, que debió ser
parcialmente inutilizado cuando a comienzos del siglo XVI se construyó el coro.
Hace algunos años fue tabicado para ocultar parte de la imaginería, amenazada
por los continuos robos.
En
época tardogótica todo el viejo templo sufre una profunda transformación,
renovándose al menos la zona de la cabecera y la mitad anterior del edificio,
más o menos hasta la zona de la portada. No sabemos la fecha exacta pero
posiblemente tuvo lugar a lo largo del siglo XV. Entonces se rehacen los muros
exteriores, se añade la cabecera poligonal, y se elevan los muros antiguos,
abriéndose nuevos ventanales. La iglesia gana en altura y la antigua estructura
oculada queda ya bajo la cubierta.
Otra
intervención se producirá no mucho después. En 1508 se cayó el templo, aunque
no sabemos muy bien el alcance de tal destrucción, que afectaría al menos a la
torre y quizá al último tramo de las naves. El testimonio de este
derrumbamiento y posterior reconstrucción está atestiguado por sendas
inscripciones ubicadas en el interior de la escalera de caracol, ambas hechas
en letra minúscula gótica. Una de ellas está escrita en un sillar, con someras
incisiones, y a lo largo de ocho renglones recoge el siguiente texto:
esta
yglesya se cayo dia de la con(n)versyon
de
san pablo martes año de myll
e
quenyentos e viii años e deribose
la
maestre cristobal e fyçose la
dicha
año de quenientos e diez
años
e fiçola matienzo su crey
ado
quel ese año morio escryby
olo
juan de albaro clerygo.
Algunas
de las letras son difíciles de leer, sobre todo porque los trazos han sido
repasados con lapicero, con los problemas de distorsión que esto suele generar.
Aun
así la interpretación del texto no parece dejar lugar a dudas, contando que el
templo se cayó el día de la Conversión de San Pablo (25 de enero), martes, del
año 1508, y que seguramente los restos que quedaron maltrechos hubieron de
derribarse, lo que llevaría a cabo el maestro Cristóbal. Posteriormente sería
encargado de rehacerla un criado suyo, Matienzo –apellido de origen cántabro,
de donde proceden en la época numerosos canteros–, quien murió ese año de 1510.
De todos estos acontecimientos dio fe el clérigo Juan de Álvaro.
Debió
ser ahora cuando el templo se reforzó en todo su perímetro, convirtiéndose en
una verdadera fortaleza, con pequeños vanos que a modo de almenas son
accesibles bajo la cubierta, aunque el elemento más representativo de esta
nueva cualidad sería la ladronera amatacanada que se dispone sobre la portada
meridional. Creemos que pudo levantarse entonces también una especie de pequeña
torre albarrana, o al menos semiindependiente, hoy desmochada y unida al
husillo de la escalera de caracol, pero donde se aprecia perfectamente un alto
arco macizado, que en cierto modo separaría esta parte del conjunto del templo.
Tras
este recorrido por el edificio la pregunta que cabe hacerse es si podemos
considerar a la fase más antigua del edificio como una construcción románica o
ya gótica.
Pero
la respuesta no es nada sencilla y si en Villamorón vemos claramente una
manifestación de las nuevas formas góticas, en Villegas estos rasgos modernos
conviven con otros firmemente asentados en la tradición, por lo que si a aquel
edificio no dudamos en calificarlo como gótico, a es te templo de Santa Eugenia
no podríamos darle esta denominación de una manera contundente. Pero tampoco
cree mos que se pueda hablar propiamente de un templo románico, sino de una
construcción donde la convivencia de lo tradicional y lo moderno llegan a un
perfecto encuentro. Lástima que se hayan conservado tan escasos retales de la
primitiva fábrica, cuya imagen muy posible mente tendría más que ver con la que
ofrecen muchas iglesias tardorrománicas cuya cronología se encuadra dentro del
siglo XIII. De este modo nos encontramos ante uno de esos múltiples ejemplos
constructivos cuyo análisis detallado podrá servir algún día para tratar de
afinar más las cualidades de esa ingente cantidad de edificios que no son ni
románicos ni góticos y son las dos cosas a la vez y que, como en este caso, se
levantarían fundamentalmente hacia el segundo cuarto del siglo XIII.
Al
margen de la arquitectura, cabe destacar la pila bautismal, una magnífica pieza
tallada en piedra caliza blanca, en forma de copa, con una altura total de 103
cm y un diámetro de 133 cm. El vaso es semiesférico, avenerado en el interior y
gallonado al exterior, aunque sobre los gallones se dispone una compleja
decoración compuesta, de arriba abajo, por una cenefa de botones, una lacería,
una serie de motivos en aspa que se unen con la lacería superior o con el
motivo inferior, compuesto por un tallo sinuoso flanqueado por palmetas con
labor de trépano, rematando finalmente con otra serie de botones. El pie
cilíndrico está envuelto por un león y una serpiente, cuyas bocas se traban en
lucha; sobre la mitad del cuerpo del ofidio aparece una figura humana que
parece clavar una lanza en el cuerpo del reptil.
Esta
interesante pila guarda una enorme similitud con las de Grijalba, Villamayor de
Treviño, Villarmentero e incluso con la de Rebolledo de Traspeña, varias de las
cuales parecen hechas por el mismo artífice. En casi todas ellas–Grijalba,
Rebolledo de Traspeña y Villamayor de Treviño– el pie presenta también el mismo
motivo de lucha entre león y serpiente, un enfrentamiento que aparece con
cierta asiduidad en otras pilas del entorno, como en La Piedra, Los Valcárceres
–donde de nuevo aparece un peón lancero–, Villasandino o Bañuelos de Rudrón. Su
cronología seguramente haya que situarla también en las primeras décadas del
siglo XIII.
Villamorón
Casi
como una catedral, la iglesia de Villamorón sobresale en medio del llano de
Villadiego, elevándose sobre el pequeño y prácticamente deshabitado caserío,
sembrado de ruinas. La monumentalidad del edificio es símbolo inequívoco de que
en los siglos medievales corrieron mejores tiempos para el lugar y la comarca
que la angustiosa decadencia y despoblación en que se halla hoy sumida.
Aunque
originalmente, y según Gonzalo Martínez Díez, este territorio formó parte del
alfoz de Las Hormazas, la primera referencia a Villamorón de que tenemos
conocimiento data de mediados del siglo XIII, un momento verdaderamente tardío.
Así, como Villamoro, figura en la Estimación de Préstamos del Obispado de
Burgos que mandó hacer el obispo don Aparicio (1246 1257), perteneciendo
entonces al arcedianato de Treviño y siendo uno de los lugares de esta
circunscripción que, con 42 maravedís, más aportaba.
A
mediados del siglo XIV, según el Libro Becerro de las Behetrías, forma parte de
la merindad de Castrojeriz, como “behetría entre parientes” de la que
eran naturales Pedro Ruiz de Villegas, Juan Rodríguez Pan y Agua, Gonzalo
González –hermano del anterior–, Sancho Ruiz de Villegas –hijo de Ruy Pérez de
Villegas– y Juan Rodríguez de Villegas, hijo Lope Ruiz de Villegas, “e que
cada vno de los vezinos se podía tornar de qualquier destos e que non se podían
tornar de otro sennor”. Hoy Villamorón es un barrio de Villegas, de donde
dista 1 kilómetro.
Iglesia de Santiago Apóstol
El
viajero queda sorprendido cuando se acerca a esta iglesia, tanto por su
imponente arquitectura, ubicada en tan menguada localidad, como por el
ostensible abandono del edificio, pues a pesar de su monumentalidad, y aún
estando declarada Bien de Interés Cultural, cuando se escriben estas líneas, el
conjunto del templo, o al menos toda su fachada occidental, está a punto de
venirse abajo.
Su
estudio plantea una serie de interesantes cuestiones que se enmarcan en el
irresoluble debate de hasta dónde llega el arte románico y desde cuándo puede
empezar a hablarse de arte gótico. Así el P. Serrano la consideraba como
románica, B. Valdivielso la encuadra en el “románico tardío”, F.
Palomero y M. Ilardia “dentro de las iglesias habitualmente consideradas de
transición”, S. Andrés Ordax habla de “templo protogótico” y A.
Bartolomé la encuadra en lo que él llama “estilo gótico puro”,
llevándola hasta el siglo XIV. En todo caso, la marginación que sufre el
edificio se manifiesta igualmente en la total falta de un mínimo estudio, pues
las referencias al mismo casi siempre no pasan de la simple mención, a pesar de
que todos esos autores elogian su importancia artística e incluso algunos de
ellos lo sitúan “en uno de los primeros puestos del conjunto de los templos
hispa nos del momento”.
Desde
mi de punto de vista nos hallamos ante un edificio de características netamente
góticas, que puede fecharse seguramente hacia mediados o segunda mitad del siglo
XIII y en el que aún coletean algunas formas constructivas y decorativas del
último románico, lo cual es lógico, porque un cambio de estilo no se produce de
un día para otro. Así, la denominación más ajustada creo que puede ser la que
enuncia S. Andrés Ordax y bajo la que cabe englobar a otros monumentales
templos de la misma comarca, como son los de Sasamón, Grijalba, Olmos de la
Picaza o la colegiata de la Virgen del Manzano de Castrojeriz, entre algunos
más. Pero suele ocurrir a veces que no es mucho lo que queda de los edificios
que se levantan en este mismo momento y estilo, o incluso que su construcción
responde a recursos mucho más modestos y rudimentarios, circunstancias que por
lo general suelen llevarnos a interpretaciones un tanto sesgadas de la
realidad, apareciendo entonces de forma mucho más frecuente la consideración de
“románico”. Esto podría ocurrir en el caso de Villamorón si sólo
hubiesen sobrevivido algunos retales de muros, algún capitel, lo que llegamos a
ver de la portada norte, o algunos de los canecillos. Y no cabe duda de que
ciertos elementos aún son herencia del estilo románico, pero en conjunto,
sumando arquitectura y escultura, la balanza estilística consideramos que está
más en el lado gótico.
Aun
así, y para descubrir las tendencias hacia los nuevos modos artísticos o las
herencias del románico, haremos un rápido repaso por el monumento, que se halla
construido en sillería caliza, perfectamente escuadrada y concertada, compuesto
por una cabecera cuadrada y tres naves de cuatro tramos, con tres portadas, una
al sur, otra al norte y otra al oeste, estas dos últimas cegadas.
La
capilla mayor se eleva en altura dando lugar a una poderosa torre que sufrió
algunas reformas en siglos posteriores. En ella, e igualmente en los muros de
las naves, vemos contrafuertes en los extremos de cada paramento, un sistema
que aparece en la construcción románica, pero que en este caso se acompañan ya
de vertedores achaflanados, una innovación tardía que más adelante portarán
también los contrafuertes en esquina. Exteriormente esa capilla-torre se
organiza en cuatro desiguales cuerpos, el segundo de los cuales remata en una
cornisa recorrida por pequeños arquillos ciegos apuntados, apoyados en
mensulillas de distintas molduras –similares a los canecillos–, un recurso que
nos encontramos en edificios tan emblemáticos como son el monasterio zamorano
de Moreruela o el burgalés de Las Huelgas, o en templos más modestos, como la
iglesia de Vallejo de Mena, y que quizá pueden ser un trasunto de los arquillos
de medio punto que se hallan bajo el alero de muchos edificios antiguos –por
ejemplo en San Pedro de Arlanza–, pero de los que formalmente ya parecen
bastante alejados.
Tanto
en los paramentos de las cabeceras como en cada uno de los paños de la nave
meridional se abre una ventana apuntada, de triple arcuación, pero no es
tampoco la estrecha saetera románica sino que por lo general son ya ventanales
más amplios que incorporan un alféizar notablemente achaflanado. Este esquema
se repite en la nave norte, aunque en este caso es un simple recurso
decorativo, puesto que los ventanales son ciegos. Aun así parece evidente una
preocupación por dotar de mayor luz al interior del templo, lo que se pone de
manifiesto en la multiplicación de vanos, como los pequeños óculos lobulados
que se abren a uno y otro lado de la nave central –más alta que las laterales–,
o el gran rosetón que preside la fachada occidental, con filigrana de arcos
apuntados y serie de pequeños círculos que repiten el mismo esquema de los
óculos lobulados, y que nada tiene que ver con los pequeños rosetones que
portan algunas iglesia románicas, más próximos al modelo de los laterales.
Los
canecillos que decoran los aleros presentan distintas formas geométricas,
soportando cornisas con perfil de nacela simple o doble, constituyendo tipos
que perfectamente pueden pasar por románicos.
En
cuanto a las portadas, la más sencilla debía ser la de poniente, situada a ras
de muro, con un arco apuntado, aunque al hallarse completamente tabicada no es
posible saber su composición. La del lado norte se dispone sobre un cuerpo
avanzado y está igualmente cegada, aunque se aprecia el arco apuntado y un
capitel decorado con hojas planas que se enrollan en los extremos. Un tejaroz,
a la altura del alero de la nave, corona este cuerpo, repitiendo el mismo tipo
de cornisa y canecillos aludidos. La portada meridional es hoy el único acceso,
alojándose en un cuerpo idéntico al del lado norte. Con pronunciado
abocinamiento, se organiza en seis arquivoltas apuntadas, con el arco de
ingreso forma do por dovelas cuadrangulares y los otros cinco con profusas molduraciones
a base de boceles y mediascañas. Se trasdosa con imposta de nacela y los apoyos
son simples pilastras escalonadas, sin ningún tipo de decoración, de lo que
parece deducirse que la del lado septentrional estaba dotada de mayor monumentalidad.
Este modelo de portada sin embargo aparece en numerosos edificios que se siguen
describiendo como tardorrománicos, lo que podemos des cubrir hojeando las
páginas de esta misma obra.
En
el lateral de la portada sur se conserva una inscripción de complicada lectura,
en la que creemos entender el siguiente texto:
ANMO MILLES(i)MO OPCCMO SEISAG(es)IMO PRIMO NONAS
DECE(m)BR(i)S OBIT DIE SANT NICOLAI FVIT SEPVLTA MARI ANE [C]A[P]TE[S]A
La
rugosidad del soporte pétreo impone una traza irregular, con unas letras muy
marcadas y otras muy someras, con renglones irregulares y alternancia de
mayúsculas y minúsculas, casi siempre con las palabras sin separación.
Las
dudas se circunscriben a dos puntos clave: la fecha y el apellido de la
fallecida. En cuanto al año, las dos letras con que se inicia el segundo
renglón (OP) parecen relativa mente claras, como también los son las CC, con
tilde de abreviatura sobre ellas, por lo que no es demasiado evidente la opción
millesimo et ducentesimo que sería la más lógica, pero menos aún parece
la posibilidad de que sea trecentesimo o quatrocentesimo. Por
otro lado, el hecho de que los días se indiquen mediante las nonas sí parece
muy propio del siglo XIII, aunque por el contrario en esos momentos lo más
lógico es que el año estuviera indicado en la era hispánica. Igualmente la
circunstancia de que esté escrita en latín nos llevaría también al siglo XIII,
ya que en el XIV o XV lo normal es que los epígrafes funerarios estén en
castellano. Por lo que se refiere al tipo de letra, sus formas angulosas, casi
visigóticas, obedecen más bien a la dificultad de la talla, que se trata de
solventar a base de trazar líneas rec tas; mientras tanto alguna E minúscula es
más claramente gótica. En cuanto al apellido de la difunta sólo son claras
alguna de las letras, sin que podamos identificarlo claramente. Así la
interpretación que proponemos es la siguiente:
“En el año milésimo (y) ducentésimo sexagésimo prime ro
(1261), el día de las nonas de diciembre murió Maria na … y fue sepultada el
día de San Nicolás”.
La
fecha del fallecimiento por tanto se produjo el 5 de diciembre y el
enterramiento se llevó a cabo al día siguiente, que corresponde a la festividad
de San Nicolás. La data de 1261 es además muy apropiada para el momento en que
se pudo construir el templo, de modo que quizá este mos ante el epitafio de una
de las personas que financia ron la obra.
Pasando
al interior, la imagen de edificio gótico que ofrece es aún mayor, con esbeltos
arcos, ya ojivales, flanqueados por boceles y mediascañas, que recuerdan mucho
a los de Las Huelgas.
Las
bóvedas son de crucería y los complejos soportes rematan en capiteles
vegetales, de tallos entrecruzados, o de hojas rematadas en volutas, frutos,
rollos o rosetas, con presencia ocasional de algún mascarón humano o de
ménsulas con cabezas monstruo sas. La excepcional altura de la nave central
contrasta además con las más reducidas dimensiones de las laterales, y cabe
destacar los tres arquillos ciegos que decoran el muro del primer tramo de la
nave norte, ligeramente apuntados, apoyados sobre dobles columnas, con
capiteles de cestas lisas. Mientras tanto un bancal corrido se dispone a lo
largo de todo este muro septentrional, pre sentando arista abocelada, lo que es
otra reminiscencia románica.
Todos
los muros se hallan revocados, predominado el color blanco, aunque los
capiteles son muy coloristas y en las bóvedas aparecen varias representaciones
de santos.
Todas
estas pinturas creemos que son barrocas, aunque bajo ellas llegan a apreciarse
otras, formadas por un sim ple despiece de sillares, con líneas rojas sobre
fondo blanco. Curiosamente estas pinturas más antiguas están perfectamente
fechadas por una inscripción, trazada a pincel, que se encuentra sobre el muro
que ciega la puerta norte. Está escrita en letra gótica minúscula, en tres
renglones y dice: “Esta iglesia se pintalo (sic) [año] / de mill e cccc e
lxxviii añ/os primero dya de agosto”. Delimitan el epígrafe, fechado por
tanto en 1478, dos lacerías que pueden ser simplemente eso, un motivo
decorativo, o también dos firmas.
Se
conservan algunos restos de la antigua pila bautismal, labrada en piedra
caliza, con un vaso hemisférico gallonado al exterior y avenerado al interior,
de tradición románica pero seguramente contemporánea de la construcción del
templo. Según cuentan, parece ser que se desmoronó precisamente celebrando un
bautizo.
Recapitulando,
hemos de reiterar una vez más el carácter gótico del edificio, a pesar de que
algunos elementos estructurales y sobre todo decorativos sigan en conexión con
el último románico. Pero al margen de estas discusiones artísticas lo que
verdaderamente llama la atención es su calidad constructiva, hecha en una
perfecta sillería, que contrasta además con el adobe empleado en la edificación
de las casas del entorno. Todo ello indica que el material debió ser traído de lejos,
con el coste que tuvo que suponer, lo que nos lleva a pensar en que tras esta
construcción debía hallarse muy probablemente el mecenazgo de algún personaje o
institución importante. Desde aquel momento el templo no ha sufrido demasiadas
reformas, que se circunscriben prácticamente al añadido de la habitual
sacristía, al atrio cerrado y sobre todo al campanario, cuyas características
llevan a pensar en que se le quiso dotar también de un carácter defensivo, en
la misma línea de otras muchas parroquias castellanas bajomedievales –como la
inmediata de Villegas–, reforzadas en el contexto del peligroso ambiente que
vive el reino en los siglos XIV y XV.
Hasta
mediados de la década de 1970 en que fue lleva do todo el mobiliario de esta
iglesia a Burgos, se conservaba aquí un Cristo crucificado de tamaño natural,
hecho en madera policromada, datable en época gótica, aunque, como en otros
muchos casos, su rusticidad ha hecho que se haya considerado en alguna ocasión
como románico.
Villamayor de Treviño
Un
paisaje monótono y llano definen el entorno de Villamayor, población que está
situada en la zona noroeste de la provincia, en la carretera que une Villadiego
con Melgar de Fernamental. Su nombre aparece documentado por primera vez en
1071 cuando la condesa Mumadona hizo entrega a la iglesia de Sasamón de una
serie de propiedades patrimoniales repartidas por varios lugares, entre los que
se encontraba Uillamaiore. Poco tiempo después, en 1074, volvemos a
encontrarlo citado en la carta de arras otorgada por Rodrigo Díaz de Vivar y,
en 1092, en una donación de bienes realizada por Nuño Ansúrez a la catedral
burgalesa.
Villamayor
de Treviño es conocido también por el monasterio premonstratense de San Miguel
que fue entregado en 1166 al abad de La Vid por Nuño García y Gonzalo Pérez de
Padilla. Del viejo edificio hoy sólo queda la portada del compás, una pequeña
espadaña y la cerca, restos todos ellos de cronología posmedieval.
Iglesia de La Natividad de Nuestra Señora
La
iglesia de Villamayor es un edificio de tres naves, torre y sacristía, producto
de cuatro campañas constructivas diferentes que se corresponden con otros
tantos momentos estilísticos. La primitiva fábrica románica debió de levantarse
en torno a finales del siglo XII y comprendía seguramente una sola nave
rematada en una capilla semicircular. A esa construcción originaria pertenece
el ábside central, el cual presenta, a diferencia del resto, un zócalo
remarcado por un bocel y dos esbeltos contrafuertes que dividen su paramento
externo en tres paños, en dos de los cuales se abren ventanas de medio punto
abocinadas. El muro se remata con una cornisa biselada sustentada por
canecillos geométricos y figurados (cabeza antropomorfa y liebre). En el
interior, se cubre con bóveda de horno en el tramo curvo –oculta tras el
retablo mayor– y de cañón en el presbiterio.
Hacia
mediados del siglo XIII se amplió el edificio con la construcción de la nave de
la epístola, incluyendo también la portada meridional. Para ello se abrió un
arco apuntado en el antiguo muro sur del presbiterio y se añadió una capilla
cuadrangular cuyo testero incide perpendicularmente sobre el arranque del
primitivo ábside, al ras de una de las ventanas románicas.
En
altura, su cornisa quedó igualada con la primitiva, pero a diferencia de
aquélla ésta presenta perfil de nacela y canecillos de proa de nave. En el eje
del muro se dispone un esbelto arco ciego, doblado y apuntado, con un
pronunciado talud que enlaza con la gruesa imposta que recorre toda la fachada.
En
el lado sur, en un resalte del muro, se abrió una portada formada por seis
arquivoltas apuntadas lisas y una chambrana de nacela. En esta parte alternan
los canecillos de formas propiamente góticas con otros de inspiración románica
–tal vez reutilizados– entre los que se distinguen varias cabezas zoomorfas,
algunas engullendo a otras figuras, y un personaje sedente que sujeta en sus
manos un barril o instrumento musical, muy parecido a otro que hay en Tablada
de Villa diego. Su espacio interior se cubrió en este caso con bóvedas de
crucería simples.
Las
dos últimas fases constructivas se llevaron a cabo en los siglos XVII y XVIII,
momentos en que se realizaron la nave del evangelio, la torre y la sacristía,
así como los pilares y las bóvedas de las naves.
Del
mobiliario románico se ha conservado una espléndida pila bautismal, muy
necesitada de una urgente restauración. Consta de una gran copa de 127 cm de
diámetro y 50 cm de altura, con el interior avenerado y la parte externa –muy
deteriorada– ornada con gallones sobre los que corre un trenzado anudado y un
tallo ondulante con pal metas, motivos ambos que la emparentan con los ejempla
res de Villarmentero, Grijalba, Villegas y Rebolledo de Tras peña. Esta copa
apoya sobre una basa de 38 cm de altura decorada a su alrededor con una escena
de lucha entre una serpiente y un león, como en las pilas de Los Valcárceres,
Arenillas de Muñó, Bañuelos del Rudrón, La Piedra, Villegas, Grijalba y
Rebolledo de Traspeña.
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