Bercedo
Situada en el extremo septentrional de la
provincia, a escasos 10 km del límite con Cantabria y poco más de Vizcaya,
Bercedo pertenece a la Merindad de Montija. Se emplaza la localidad a orillas
del río Trueba, afluente del Nela, distando unos 100 km de Burgos por la
carretera de Villarcayo y Bilbao.
Poco sabemos sobre el pasado medieval de
Bercedo, enclavada en el límite oriental del Valle y merindad de Montija, en
las proximidades del puerto del Cabrio, donde se inicia ya la tierra de Mena,
por lo que el testimonio fiable más antiguo de su poblamiento lo constituye la
propia iglesia parroquial. No obstante, en la –considerada como falsa por
Martínez Díez– donación del monasterio de los Santos Emeterio y Celedonio de
Taranco a San Millán de la Cogolla, realizada por el supuesto conde Fernando
Ermenegíldez en 1007, se cita entre el patrimonio del cenobio donado In
Berezedo, media villa.
Iglesia de San Miguel Arcángel
La iglesia de San Miguel se sitúa a la vera de
la carretera a Bilbao, aproximadamente en el centro de la localidad.
Litúrgicamente orientada y levantada en
mampostería con refuerzo de sillares en encintado de vanos y estribos, consta
de una nave dividida en tres tramos por pilares prismáticos sencillos con
semicolumnas en sus frentes –coronadas por capiteles figurados– que reciben los
fajones doblados con los que se refuerza la bóveda de cañón que cubre el cuerpo
del templo. Estos pilares internos se corresponden al exterior con
contrafuertes prismáticos, que ciñen así la estructura abovedada. A los pies,
adosada al ángulo noroccidental de la nave, se dispuso una moderna torre
cuadrada de tres pisos, obra de mediados del siglo XX.
Cabecera
Remata la nave una muy rehecha cabecera
compuesta de ábside semicircular cerrado por bóveda de horno, precedido de un
breve tramo recto abovedado con cañón no individualizado por división alguna,
al estilo del de San Pelayo de Mena. Ambas bóvedas, seguramente modernas,
parten de una sencilla imposta biselada.
El arco de triunfo que da paso a la capilla, de
medio punto y doblado, es también fruto de transformaciones posteriores, al
igual que los machones en talud que lo soportan.
Dos vanos románicos daban luz a la cabecera,
uno abierto en el eje del templo, hoy oculto al interior por el retablo, y el
otro en el muro meridional del presbiterio, éste interiormente desfigurado.
Ambos muestran idéntica morfología, con arco de medio punto –abocelado en el
del hemiciclo– exornado por chambrana de tres hileras de billetes, sobre
columnas acodilladas de erosionadas basas áticas sobre plintos y sumarios
capiteles vegetales de hojas picudas y volutas, bajo imposta abilletada.
Corónanse los muros del liso tambor absidal y
presbiterio con cornisa ornada por tres filas de billetes sobre diminutos y
toscos canecillos, algunos muy deteriorados, donde junto a los lisos de nacela
vemos otros decorados con formas geométricas (bolas, rollos), una hoja
acogiendo una bola, un rugiente prótomo de felino y otro de cérvido, varios
cuadrúpedos –entre ellos un cerdo y los cuartos delanteros de un perro–, una
muy erosionada ave y dos personajes, uno armado con escudo oblongo y espada y
otro, probablemente exhibicionista, mesándose las barbas.
La nave, por su parte, se corona con cornisa
achaflanada sobre canes lisos o de poco marcada nacela.
Interior
Al interior, las semicolumnas que recogen los
fajones presentan basas de perfil ático con garras –la mayoría restauradas–
rematándose en capiteles figurados. Perdidos los del triunfal, sólo se
conservan los que delimitan los dos tramos occidentales de la nave; en uno de
ellos vemos dos mascarones humanos en los ángulos, uno muy perdido y el otro
con largas y puntiagudas orejas. Entre ellos, en el frente y caras cortas del
capitel aparecen un ave, un grifo y una arpía. Otra de las cestas muestra un
descabezado cuadrúpedo que con sus garras arremete contra el escudo que porta
frente a él un jinete armado que alzaba su mano supuestamente armada, y en la
cara corta que mira al altar dos sirenas, una macho haciendo sonar un olifante
y ofreciendo un pez a su compañera, ambas con las colas entrelazadas. En su
clara alusión a la lujuria, este capitel, bastante deteriorado, ofrece
evidentes analogías iconográficas con el relieve de la jamba derecha de la
portada de Soto de Bureba. Las otras dos cestas se decoran, respectivamente,
con dos mascarones antropomorfos, y temática vegetal, con dos filas de hojas
que acogen bolas en sus puntas dobladas.
Portada
El templo presenta dos accesos, el principal se
abre en un antecuerpo del muro meridional y la otra portada, de menor entidad,
en el hastial occidental. Esta última, abierta en el espesor del muro y
parcialmente solapada por el cuerpo de la torre, consta de un arco y una
arquivolta de medio punto en arista viva sobre jambas escalonadas con un par de
columnas acodilladas de capiteles historiados, rodeándose los arcos con
chambrana decorada con roleos. El maltratado capitel del lado izquierdo, bajo
cimacio de tallo ondulante y hojas onduladas de seco tratamiento, se decora con
dos esfinges afrontadas, mientras el derecho muestra un mascarón humano,
coronado y barbado, entre dos híbridos de cuerpo de reptil alado y largos
cuellos con cabezas humanas. Su cimacio recibe serpenteante tallo acogiendo
palmetas.
La portada principal se abre en un ligero anrecuerpo construido en sillería del tramo central de la fachada meridional,
flanqueándose ese cuerpo avanzado por sendas columnas de fustes lisos coronadas
por sencillos capiteles vegetales de hojas lisas con cogollos que alcanzan el
arranque de las arquivoltas; lo remata un tejaroz de cornisa biselada sobre
canes de nacela.
Se compone el acceso de un sencillo y moderno
arco levemente apuntado y liso, rodeado por tres arquivoltas exornadas con
tornapolvos decorado con hojas apalmetadas entre tallos y, hacia los salmeres,
flores de arum en roleos. Apean los arcos en jambas escalonadas en las que se
acodillan tres parejas de columnas sobre podio abocinado, bajo sendas impostas
de palmetas inscritas en tallos entrecruzados –a la derecha– y tallo ondulante
acogiendo flores de arum.
Las arquivoltas interna y externa presentan
decoración figurada y la central se orna con un pequeño bocel, una banda de
contario y una fila de dientes de sierra.
La arquivolta interna presenta, en el sentido
de las agujas del reloj: dos infantes armados con lanzas y vestidos con túnicas
largas con ceñidor; tras ellos siguen, en disposición longitudinal, un bello
grifo, un cuadrúpedo alado rugiente de cola reptiliforme rematada en brote
vegetal, un ave devorando una liebre, una pareja de aves opuestas por el lomo,
una sirena masculina alada, de cuerpo serpentiforme, y un torpe basilisco
enfrentado a un centauro sagitario de cuerpo equino, atrofiado torso humano de
larga cabellera, con el carcaj en bandolera.
La impericia del escultor hizo que representase
al revés el arco que tensa, apuntado su flecha hacia su oponente.
Volvemos a encontrar flanqueando la arquivolta
externa, como en Soto de Bureba y Almendres, las representaciones de un cautivo
y una figura femenina que lo acompaña.
El primero es un personaje masculino encadenado
–muy erosionado–, barbado, con larga cabellera rizada, vestido con larga saya y
aprisionado por una argolla en el cuello unida por una cadena de grandes
eslabones, que la figura ase con ambas manos, a los grilletes que atenazan sus
pies. En el salmer de la parte izquierda del arco se representó un desgastado
busto femenino en actitud de lacerarse el rostro con las manos. Como en los
casos antes referidos, se interpretan estas figuras desde una lectura moral como
el pecador cautivo de sus vicios. Entre ambas asistimos al combate entre una
torpe anfisbena –híbrido reptiliforme, alado, con cabeza rugiente y larga
lengua cuya enroscada cola remata en otra cabecita monstruosa– y un infante
armado con escudo oblongo y espada corta que alza en su diestra contra la
bestia. Sigue, como en Almendres, la figura de San Pedro, barbado, con larga
cabellera rizada, ataviado con ropas talares, bendiciendo con la diestra y
portando en la otra mano las llaves que lo identifican; tras él, en la clave,
se representaron dos bustos humanos de somera caracterización. Acompañan a San
Pedro la alopécica figura de San Pablo, también con ropas talares y mostrando
con ambas manos un libro abierto, tras el que se dispuso una representación
seráfica en forma de ángel coronado, vestido con túnica, con los brazos en
jarras y dotado de seis pares de alas.
Aunque el modelo parece seguir la tradicional
caracterización de los serafines de la visión de Isaías, recurrente en las
visiones celestiales de miniatura y pintura mural, quizá esta figura recoja una
alusión al arcángel San Miguel, titular del templo.
Las columnas de la portada ven recubrirse de
relieves tanto sus basas áticas de desarrollado toro inferior –ornadas con
espigas y doble corona de hojitas–, sus fustes y capiteles.
La exterior del lado izquierdo u occidental
muestra su fuste finamente trabajado con leones inscritos en clípeos anillados
(motivo similar al de un cimacio interior de San Pedro de Tejada) y el capitel
presenta tres niveles de hojas nervadas y entrecruzadas de puntas avolutadas,
según esquema característico extraordinariamente frecuente en numerosas
iglesias cántabras (San Pedro de Cervatos, Santillana del Mar), del norte de
Palencia (San Vicente de Becerril del Carpio, Santa Eufemia de Cozuelos) y los valles
septentrionales de Burgos (Ayoluengo, Crespos, San Miguel de Cornezuelo, Colina
de Losa, etc.).En
el capitel central, sobre fuste liso se
figuraron, sobre un fondo de hojas lisas de puntas avolutadas, una pareja de
leones afrontados de colas erguidas sobre los lomos que parecen retener con sus
patas, bajo sus cabezas a un mutilado personaje. La columna interior de este
lado muestra el fuste con sogueado helicoidal –al estilo de las de Soto de
Bureba, Boada de Villadiego o La Piedra–, decorándose el capitel, idéntico a
otro de Almendres y similar a uno de la ventana absidal de San Pantaleón de Losa,
con un gran león de melena incisa que volvía su perdida cabeza sobre el lomo.La
columna interior del lado derecho del
espectador muestra fuste decorado con trama de cestería, basa lisa y tosco
capitel ornado con dos niveles de hojas cóncavas acogiendo piñas, caulículos en
los ángulos y dos mascarones en los frentes; este capitel presenta manifiestas
analogías con otro de la portada de la iglesia de Soto de Bureba, concretamente
el exterior del lado izquierdo, así como con otro de la portada occidental de
Vallejo de Mena.
La columna central, de fuste liso sobre muy
perdida basa decorada con frutos globulares, se corona con una cesta figurada
con una pareja de híbridos de cuerpo de reptil escamoso, alados y rampantes,
cuyos largos cuellos se coronan por cabezas humanas.
La exterior muestra el fuste decorado con
entrelazo vegetal de tallos que brotan en la parte superior del fuste de un
mascarón de felino de puntiagudas orejas, en los que se inscriben leoncillos
rampantes. El capitel presenta dos dragones afrontados que sostienen con sus
patas interiores alzadas un objeto cilíndrico difícil de identificar; una
pareja de híbridos muy similares a éstos decoran un capitel de la parte derecha
de la portada de Soto de Bureba.
Estilísticamente estos capiteles, como la
escultura de las arquivoltas, manifiestan la obra de un escultor local,
técnicamente limitado, que intenta suplir sus deficiencias con la profusión de
motivos que cargan la portada.
Se conservan en buen estado las dos ventanas
románicas que daban luz a la nave, ambas abiertas en el primer y tercer tramo
del muro meridional. La más occidental muestra al exterior su reformado vano,
abocinado al interior, en torno al cual se dispone un arco apuntado decorado
con dos parejas de aves de largos cuellos entrelazados y un prótomo de bóvido
en la clave; lo rodea un tornapolvos con bocelillo y en él se inscribe un
pequeño tímpano con un guerrero a caballo. Apea el arco en una pareja de columnas
acodilladas bajo cimacios de nacelas escalonadas. Muestran basas áticas de toro
superior atrofiado e inferior prominente, con garras y sobre finos plintos. El
capitel izquierdo se orna con hojas lisas lanceoladas de remate avolutado las
laterales y en cogollo la central, mientras que en el derecho vemos una máscara
de cánido engolando la cesta. Al interior, las columnas que soportan el arco se
decoran con sendas rudas máscaras humanas.
La ventana del tramo oriental de la nave,
liberada en 1991 tras la reforma de la sacristía, conserva el vano rasgado y
abocinado al interior, rodeado por arco apuntado ornado con bocel y tres
máscaras de aspecto monstruoso: una, de grandes dientes, engulle el baquetón,
la central lo muerde y la tercera, de grandes mostachos, se dispone sobre él;
motivos que recuerdan la escultura románica de los cercanos Valles de Mena y
Losa.
Rodea el arco, que acoge como en la anterior un
tímpano en este caso decorado con una máscara de la que brotan dos haces de
hojas, una chambrana de bocelillo, disponiéndose bajo los cimacios de doble
nacela escalonada sendas columnas acodilladas.
El capitel del lado izquierdo recibe dos aves
afrontadas, mientras que su par se orna con hojas lanceoladas acogiendo bayas o
palmetas pinjantes en sus puntas; capiteles del mismo tipo rematan las columnas
de esta ventana al interior.
También en el hastial occidental se abre otro
vano de traza similar, difícilmente observable al exterior por la colocación de
la moderna torre.
Al interior, en el segundo tramo de la nave, se
dispuso un doble vano geminado, ciego y seguramente decorativo, de arcos ciegos
sobre columnas rematadas por capiteles de esquemáticas hojas en los laterales y
dos parejas de sirenas aladas, opuestas por la cola las del frente, en el
central.
Como en las de Almendres y Soto de Bureba, obra
probablemente de un mismo taller que ésta, el afán decorativista, unido a un
cierto horror vacui, hace que la escultura recubra prácticamente todas las
superficies de la portada, y aunque las limitadas capacidades técnicas y el
seco estilo del taller no lo hacen descollar por su calidad, sí nos ponen ante
uno de los edificios más ornamentados del norte burgalés.
En Bercedo intervino el mismo equipo de
artistas que participaron en la iglesia de San Andrés de Soto de Bureba (el que
allí denominamos taller local, que trabaja junto a otro mucho mejor dotado) y
en la de San Millán de Almendres, repitiendo idénticos temas y esquemas
compositivos en las cenefas, capiteles y arquivoltas, tratados además con la
misma dureza de talla. En función de la cronología aportada por Soto, la obra
de Bercedo debió realizarse dentro del último cuarto del siglo XII. También la
portada occidental de Vallejo de Mena participa de los esquemas y la rudeza
descrita, aunque aquí su actividad se unió a la de otros artífices de diferente
formación.
En el pórtico a un agua que protege la fachada
meridional se conserva una pila bautismal de copa monolítica gallonada sobre
tenante cilíndrico, obra probablemente del siglo XVI. Orna la embocadura con
sucesión de bolas y rosetas y el frente con un escudo aguzado en relieve con
una repicada representación de la Cruz sobre un basamento.
Tanto el ábside como la nave muestran en la
actualidad (2002) un evidente desplome fruto del empuje de las cubiertas y una
deficiente cimentación, siendo notorias las profundas grietas que recorren el
hemiciclo y las bóvedas, así como el desplazamiento del muro septentrional de
la nave. Precisa pues el edificio de una profunda y urgente intervención que
impida la ruina del más importante testimonio románico de la merindad de
Montija.
Bárcena de Pienza
En el abierto y plano Valle del río Trueba,
rico en aguas y pastos, se encuentra Bárcena de Pienza, a 8 km de Medina de
Pomar, en dirección norte, ligeramente al margen de la carretera que lleva
hasta Bilbao. Son tierras de la merindad de Montija, donde debió existir en
época altomedieval una localidad llamada Pienza que dio el apellido a Bárcena,
Quintanilla y Revilla, lugares muy cercanos. No lejos debió alzarse también un
castillo del que quedan algunas evidencias toponímicas y arqueológicas.
Rastrear su pasado histórico presenta en primer
lugar la dificultad de que el nombre de Bárcena es muy frecuente en la
documentación de la época y no siempre resulta posible averiguar a qué sitio
corresponde. Así ocurre con las frecuentes menciones en la colección
diplomática de San Millán de la Cogolla, donde tan sólo en una ocasión podemos
identificar claramente Bárcena de Pienza. Se trata de una carta fechada en 1007
según Ubieto, o en 1009 según Serrano –e incluso en 1022, según opina Sáinz de
Baranda–, en la que el conde Fernando Ermenegíldez y su hermano Muño entregan
el monasterio de los Santos Emeterio y Celedonio de Taranco a San Millán,
acompañado de todas sus posesiones, entre las que se citan Pienza, cum suis
villis, scilicet Barcena, cum Antuzanos et Mingon, nostra pertinencia cum omni
integritate. Por su parte Ángel Villasante –y quizá el propio Serrano– no
duda en situar aquí el monasterio de San Juan y Santa Engracia de Bárcena que
en el año 864 dona el conde Diego Rodríguez a San Félices de Oca, sin reparar
que el propio documento da unas referencias topográficas como illo vado
usque ad illo roio qui descendit de Salvata o también illa via publica qui
discurrez de Salvata apud Salvanton, lugares que han de identificarse con
la Sierra Salvada, que separa el valle burgalés de Losa y el alavés de Ayala.
En similar error de ubicación cayó Antonio Linage Conde, que llama a este
monasterio San Juan de Bárcena de Ángulo, sin darse cuenta tampoco que tanto
éste como otros cenobios que van en el mismo lote sunt in loco vocabulo sub
Angulo, es decir, al pie del pico de este nombre, asimismo en los confines de
Burgos y Álava, a unos 25 km en línea recta de Bárcena de Pienza.
Tampoco está nada claro que alguna de las
distintas Bárcenas citadas en la carta de fundación del monasterio de Oña, en
1011, se refiera a ésta, por más que Julián García Sáinz de Baranda y Ángel
Villasante –que siguen a Yepes– así lo entiendan. Lo mismo ocurre con un
cenobio dedicado a Santa Eulalia que ubica aquí Nicolás López Martínez y que
según el autor en 1084 ya era priorato de Oña, basando el argumento en una
carta de donación que hacen a la casa oniense el abad Juan de “Santa Eulalia
de Barcina” y su madre Faquilo. Pero de nuevo creemos que hay una confusión
de lugares, en este caso con Barcina de los Montes, lugar mucho más cercano a
Oña. Desgraciadamente se ha perdido el documento, del que tenemos constancia
por la noticia que da Yepes, pero tampoco tenemos mayores evidencias de la
presencia de Oña en nuestra población. Asegura el mismo Nicolás López que
fueron esos monjes benedictinos, como tutores de ese presumible priorato de
Santa Eulalia, quienes levantarían la iglesia románica cuyas ruinas se alzan
hoy en el cementerio de Bárcena de Pienza, una hipótesis que por supuesto
carece de la más mínima base documental.
Nuevas dudas de identificación se las plantea
Juan del Álamo en el documento fechado en 1208 en el que doña Sancha Jiménez
entrega a Oña el monasterio de Santa María de Mave y otra serie de bienes,
nombrando in Uarzena, quantum habeo populatum et heremum, in monte et in
fonte, un lugar que para ese autor puede ser cualquiera de las Bárcenas de
Cantabria o incluso la que nos ocupa.
Una vez más surgen los problemas al interpretar
los lugares a que se refiere un privilegio de la catedral de Burgos por el que
Alfonso X, en 1274 exime de portazgo en el reino a los vasallos del obispo que
viven en Santa Cruz y en Bárcena. A este respecto cabe recordar que, según
sostiene Nicolás López, hubo un antiguo monasterio llamado de Santa Cruz y
situado en Antuzanos, despoblado entre Gayangos y Barriosuso, pero ni siquiera
con esta coincidencia de nombres podemos pensar en que la carta se refiere a esta
zona, pues no hay mayores noticias de que el obispo de Burgos tuviera aquí
vasallos.
Ya sin duda alguna, a mediados del siglo XIV,
según el Libro Becerro de las Behetrías, Bárcena de Pienza era lugar solariego
de Lope García de Salazar, aunque se registra también la presencia de numerosos
renteros: la “casa de Ribiella”, Pedro Fernández de Angulo, “unos
escuderos” que llevaban un solar poblado, por el que percibían cuatro
almudes de trigo y seis maravedís, otro solar que tenía “la lanpara de Sant
Llorente de la Cuesta” y finalmente un solar poblado más era del monasterio
de San Millán de la Cogolla, “e danle XII dineros de yantar e ocho de fumo e
seis huebras en el anno quando ge las demandan”. A finales de la Edad
Media, concretamente en 1462, entró a formar parte del dominio señorial el
hospital de la Vera Cruz de Medina de Pomar, por donación de don Pedro
Fernández de Velasco. Mucho más tarde, ya en el siglo XVIII, el Catastro del
Marqués de la Ensenada añade a los tradicionales propietarios la presencia de
la abadía de Tabliega.
Tradicionalmente zona ganadera, la bondad de
sus pastos hizo que al menos hasta el siglo XIX fueran utilizados por pastores
pasiegos, que levantaban aquí sus cabañas de verano, según cuenta Madoz.
Iglesia de San Vitores
Los restos románicos que se conservan en esta
localidad se reparten en dos edificios: la iglesia parroquial de San Vitores y
el maltrecho ábside que se alza en el cementerio.
La actual iglesia parroquial, bajo la
advocación de San Vitores –martirizado en Cerezo de Riotirón–, se encuentra en
el sector occidental del disperso caserío. Es una pequeña y modesta
construcción que debió levantarse allá por los siglos XVII o XVIII como ermita,
pues una visita episcopal de 1744 así la considera. Por esas fechas la
parroquia se hallaba apartada del pueblo, en el lugar donde hoy se halla el
cementerio, donde se conservan restos del viejo templo románico que más
adelante analizaremos. La lejanía de esa antigua parroquia y su deficiente
estado provocaron el traslado a la que hasta entonces era ermita de San
Vitores.
El edificio es rectangular, con cabecera no
diferenciada de la nave, rematado todo por una espadaña a los pies, con portada
al sur precedida de un pórtico de traza muy popular. Toda la fábrica es
moderna, aunque en el muro occidental o conservadas en el interior
encontraremos algunas piezas que se remontan a época románica.
En el hastial de poniente, en el exterior del
templo, se puede contemplar un canecillo labrado en caliza blanca que
representa a un músico sentado, tañendo un rabel de cuatro cuerdas. No es una
pieza de mala calidad, con los rasgos faciales trazados con cierto detalle.
En el interior se conserva un tosco capitel
angular, suelto, hecho en arenisca y perteneciente con toda probabilidad a una
ventana. Mide 30 × 17 × 27 cm y en el mismo bloque se hallan tallados la cesta
y el cimacio, éste achaflanado y aquélla con dos cabezas humanas, una ocupando
el ángulo y otra arrinconada en un lateral, tras la anterior, aunque las dos
miran en la misma dirección.
Mucho más interesante es un relieve de 115 ×
52,5 × 24 cm, hoy guardado dentro del templo pero que hasta hace unos años se
conservaba en el pórtico de este mismo edificio, empotrado sobre el dintel de
la puerta de la escalera que sube al campanario, donde lo vio Pérez Carmona,
quien entendió que era una escena de Cristo con otro personaje. Tallado en
arenisca de grano muy fino, presenta un relieve muy plano, representando en
realidad el pasaje de la Visitación, donde las dos mujeres están sentadas sobre
un sitial de estructura torneada, con respaldo, sobre una base de cuatro
arquillos de medio punto. La Virgen adopta una posición frontal, con las manos
sobre sus rodillas, en actitud muy hierática.
El manto está bordeado por unos pliegues
ondulantes, mientras que la túnica cae pesadamente, recta, con pliegues en
zigzag en la base, bajo los que asoma el puntiagudo calzado. Aunque su cabeza
está bastante destrozada, se aprecia cómo el cuello y cabello están cubiertos
con ceñida toca, tras la cual se dispone el disco del nimbo. A su lado
izquierdo, Santa Isabel se gira para dedicarle toda su atención, posando su
mano izquierda sobre el hombro de la futura Madre. Sus vestiduras y el
tratamiento de los paños siguen una tónica similar, aunque ahora el manto cae
por delante en geométrico pliegues paralelos, casi como incisiones. Sobre los
dos personajes se conserva parcialmente la imagen del Espíritu Santo.
A juzgar por el remate de los laterales, da la
impresión de que era una pieza exenta, o en todo caso adosada a la pared, pero
no embutida, aunque es difícil pensar que no estuviera acompañada de otras
escenas del ciclo de la Navidad. En cuanto a su disposición original –al margen
de que pudiera venir de la antigua parroquia– caben múltiples posibilidades,
aunque lo más lógico es que tuviera que ver con una portada o pórtico. A este
respecto no podemos por menos que recordar los paneles que aparecen en La Cerca
y en Butrera, aunque la escultura nada tenga que ver. Cabe reparar igualmente
en los que decoran las esquinas del claustro de Silos, la mayor parte de los
cuales presentan un relieve de similares características, con unos paños muy
planos, aunque éste es el único punto de semejanza, puesto que nuestra pieza
está muy lejos de la calidad silense.
Su cronología puede cifrarse en las décadas
finales del siglo XII.
Románica es también la pila bautismal,
conservada en la sacristía y que con toda probabilidad procede de la vieja
parroquia, como ocurría con las otras piezas descritas. Está tallada en el
mismo tipo de piedra que el relieve anterior, formada por un vaso troncocónico
de 80,5 cm de altura y 127 cm de diámetro. Las aristas interna y externa de la
embocadura están recorridas por el típico bocel, mientras que la decoración se
limita a una sencilla cruz procesional, con su astil, en relieve.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
(cementerio)
Fue la vieja iglesia parroquial, que se alzaba
a unos 300 m –a seis minutos dice Madoz– al noreste del núcleo urbano de
Bárcena, en una zona llana que forma una isleta entre el río y el cuérnago de
un molino. La lejanía, el estado de ruina y las crecidas invernales que
anegaban el entorno, hicieron que los vecinos solicitaran en 1791 al visitador
del arzobispado permiso para demolerla y levantar una nueva en el centro del
pueblo. Fue concedida licencia para ello, pero parece ser que a mediados del
siglo XIX aún seguía siendo la parroquia.
Del edificio románico se conserva completa la
cabecera y parcialmente los muros de la nave, suficientes para mostrarnos que
fue un edificio de reducidas dimensiones, levantado en su totalidad a base de
sillería arenisca, aunque algunos elementos ornamentales –canes y capiteles–
parecen estar hechos en caliza blanca.
La cabecera, con sillares muy bien escuadrados,
consta de ábside semicircular y tramo presbiterial, todo en avanzado estado de
deterioro, donde el abandono secular ha provocado una fuerte erosión en bóvedas
y muros a causa de las humedades, que están deshaciendo la piedra. Ambos
espacios tienen la misma anchura y altura y constituyen prácticamente una
estructura unitaria pues dos semicolumnas entregas separan los tramos rectos
del curvo, mientras que el tambor absidal queda dividido a su vez en tres paños
mediante otras dos semicolumnas, que como las anteriores constan de basas
áticas sobre corto podio y plinto, y capiteles decorados que sostienen el
alero.
En el ábside, tres de los canecillos de los 14 que se conservan en un estado bastante deteriorado: una tortuga, un cuadrúpedo y otro cuadrúpedo qué tal vez pueda ser un leoncillo. El capitel, que vemos parcialmente, alberga unas grandes formas en aspa, rematadas en cabezas antropomorfas y acompañadas por otras cabecitas de aspecto felino. Acompañan en el sostenimiento de la cornisa, decorada con celdillas cuadradas.
La más meridional de las cuatro cestas –la que
separa presbiterio y ábside–, aunque muy erosionada, muestra a un caballero
apeado de su montura, vestido con túnica y armado de casco, escudo ovalado y
espada, además de una lanza con la que ataca a un cuadrúpedo, aunque entre
ambas figuras, en el frente, parece intuirse una tercera prácticamente
desaparecida.El siguiente cl alberga unas grandes
formas en aspa, rematadas en cabezas antropomorfas y acompañadas por otras
cabecitas de aspecto felino, un motivo que viene a repetirse en Vallejo de
Mena, Butrera, Siones o Tabliega de Losa.
El tercer capitel muestra a un grupo de seis
soldados que se esconden tras sus escudos ovalados –alguno casi de cometa–,
asomando por encima las cabezas tocadas con casco.
La última de las cestas –en caliza, como las
anteriores–, que de nuevo separa ábside y presbiterio, presenta a cinco
guerreros, sobre una especie de almenado puntiagudo, con rodelas y cascos, uno
de ellos blandiendo la espada. El hecho de que estos dos capiteles con soldados
sean contiguos y que los escudos sean tan diferentes, quizá haya que
interpretarlos como una misma escena en el que los de los escudos ovalados o de
cometa sean cristianos y musulmanes los que portan rodela.
Acompañan en el sostenimiento de la cornisa,
decorada con celdillas cuadradas, un conjunto de buenos canecillos,
generalmente figurados.En t
otal se conservan 14 de los 16 canes que
hubo en esta cabecera, dos en cada muro del presbiterio y cuatro en cada paño
del hemiciclo. De sur a norte registran los siguientes motivos: 1: águila, 2:
motivo vegetal calado, 3: desaparecido, 4: tortuga, 5: cuadrúpedo, 6:
cuadrúpedo (¿leoncillo?), 7: cabra, 8: bola sujeta con cinchos en aspa, 9:
cabeza lobuna, 10: cabeza con capucha y toca, 11: roto, 12: cabeza felina, 13:
figura humana con un objeto en la mano (posiblemente una lanza), 14: triple
nacela, 15: cilindro calado, 16: cabeza grotesca que se lleva las manos a la
boca.
Así pues podemos hablar en total de cinco paños,
tres centrales curvos y dos laterales rectos, recorridos todos por una imposta
central, con ancha pero somera escocia bajo la que se dispone un ajedrezado.
La ventana sur del presbiterio tiene
chambrana lisa y arco decorado con bezantes, sin que se conserve nada de los
soportes.
La cesta que corona la columna que
separa presbiterio y ábside aunque muy erosionada, muestra a un caballero
apeado de su montura, vestido con túnica y armado de casco, escudo ovalado y
espada, además de una lanza con la que ataca a un cuadrúpedo, aunque entre
ambas figuras, en el frente, parece intuirse una tercera prácticamente
desaparecida. Dos canecillos representan en bastante mal estado un águila y un
motivo vegetal calado.
En cada uno de los paños se dispone un
ventanal, aunque la protección contra el frío norte aconsejó que sólo el
central y los dos meridionales estuvieran abiertos con saetera, mientras que el
septentrional del ábside y el del mismo lado del presbiterio son ciegos, en
realidad falsos ventanales.
Aun así todos ellos tienen la misma estructura:
amplio paño central –con o sin saetera– enmarcado por arco de medio punto y
guardapolvo, tallados ambos en un mismo bloque de piedra arenisca, apoyando en
dos columnillas, desaparecidas en varios casos.
Haciendo un nuevo recorrido de sur a norte, la
ventana sur del presbiterio tiene chambrana lisa y arco decorado con bezantes,
sin que se conserve nada de los soportes.
Le sigue la primera ventana del hemiciclo
absidal, en la que el arco tiene un regruesamiento achaflanado en el intradós,
con medias bolas, elementos que se repiten en la chambrana, y como en el caso
anterior han desaparecido completamente las dos columnillas.
La ventana central del ábside esta mejor
conservada, con el guardapolvo decorado con medias bolas y el arco recorrido
por seis pequeños arquillos de medio punto en cuyo interior aparecen cabecitas
humanas, un motivo que vemos también en las iglesias de Siones o Butrera; sus
dos columnillas se rematan con toscos capiteles, el de la izquierda queriendo
representar una cabeza caprina y el de la derecha un león.
El siguiente ventanal –falso, como hemos dicho–
porta chambrana lisa y arco con semibezantes, conservándose también los dos
soportes, cuyo capitel izquierdo, muy deteriorado, parece portar una hoja lisa,
mientras que en el derecho, igualmente maltratado, figura una cabeza humana,
quizá cubierta con casco. Por último, la falsa ventana del muro septentrional
del presbiterio, carece de decoración e igualmente tiene los soportes perdidos.
Interior
Pasando al interior de la cabecera, se pueden
apreciar los restos del revoco que cubrieron los muros, especialmente
conservados en la bóveda de horno del ábside, donde se ve un primer enlucido
con despiece de pequeños sillares de llaga blanca y fondo gris –probablemente
gótico–, sobre el que se dispuso una especie de pesado cortinaje de gusto
barroco.
Los paramentos del conjunto parten de un
bancal, con una imposta de caveto y ajedrezado a media altura, sobre la que se
disponen los ventanales, que reproducen el esquema visto en el exterior, pero
conservando algo mejor los apoyos. Sobre los ventanales otra imposta de listel
y chaflán da paso a la bóveda de horno en el ábside y de cañón en el
presbiterio, separadas ambas por un arco fajón que apoya a su vez en dos
columnas, una estructura que se repite en el arco triunfal que daba paso a la
nave, aunque en esta ocasión el arco es doblado y apuntado.
Todos estos elementos, ventanas y torales, se
encuentran decorados, tal como veremos a continuación, comenzando por los vanos
y siguiendo el mismo recorrido trazado en el exterior.
Así, la ventana meridional del presbiterio, que
ha perdido las dos columnas, decora el arco con semibezantes en relieve, unidos
por la parte superior mediante arquillos, con una chambrana muy erosionada
aunque parece lisa; bajo la ventana se aprecia una puerta tabicada que daría
paso a la desaparecida sacristía. El primer vano del hemiciclo tiene el arco
toscamente moldurado, con chambrana lisa y los dos capiteles figurados, el de
la derecha con pequeñas bayas entre las que asoman cabezas de pájaro y el de la
izquierda con dos cuadrúpedos afrontados, que compartían una cabeza que ha
desaparecido.
La ventana central decora el arco con cinco
gruesos tacos –que de nuevo vemos en Siones–, con chambrana lisa, mostrando el
deteriorado capitel derecho dos animales de difícil interpretación y el
izquierdo con serie de medios tubos dispuestos en tres bandas superpuestas,
raro motivo que una vez más nos remite a la iglesia de Siones, pero también a
la de Virtus, a la de San Román de Escalante (Cantabria), e incluso a la de
Vallejo de Mena, donde el tratamiento es un tanto diferente.
El siguiente ventanal –falso ventanal– tiene
arco con bocel y dientes de sierra, con chambrana lisa y capiteles decorados
con un león y dos aves afrontadas, respectivamente. Por último, la falsa
ventana del muro norte del presbiterio –bajo la que se aprecia una credencia
tapada– es muy simple, con arco de grueso bocel y chambrana lisa, conservando
sólo parte de una de las columnas, sin capitel.
En cuanto a los dos arcos, el que separa ábside
y presbiterio luce en su lado meridional un capitel ornamentado con seis
cabezas barbadas tocadas con gorros cónicos, posiblemente cascos –uno de ellos
decorado con conchas–, asomando por encima de un corto follaje de hojas lisas;
el cimacio es de tallo sinuoso del que nacen palmetas. La cesta frontal
presenta en los laterales motivos vegetales –con algún molinillo–, mientras que
en el frente un deteriorado caballero, con la espada desenvainada, mira hacia
una figura que sostiene un manto o capa entre sus manos, escena que quizá se
refiera a la “despedida del caballero”, aunque la figura a pie no parece
que tenga rasgos femeninos. También es posible que estemos ante la escena de
San Martín partiendo la capa para el pobre, como ha señalado algún autor. El
cimacio se compone de dos órdenes de entrelazo o greca con trépano central.
El arco triunfal porta en su capitel meridional
tres niveles de pequeñas hojas lanceoladas que se enrollan en sus puntas, a
modo de zarcillos, formando volutas, acompañadas por alguna cabecita humana;
por su parte, el cimacio luce en las esquinas cabezas felinas de cuyas bocas
surgen cintas perladas que flanquean a tres cabezas humanas que se disponen en
el frente. La cesta septentrional tiene una composición más compleja, con dos
escenas: en la occidental una figura humana vestida abraza a dos unicornios y
en la oriental se disponen dos leones afrontados, pero con las cabezas vueltas,
entre cuyas patas delanteras surge otra cabecita felina, a la vez que sobre
toda la escena, en el ángulo del capitel, se dispone otra cabeza, humana y
barbada. Se ha querido ver aquí una representación de la Ascensión de Alejandro
y quizá la relación entre hombres y animales –en ambos casos–, así pudiera
indicarlo, pero a los cuadrúpedos les faltan las alas, elemento imprescindible
para poder volar hasta los cielos. El cimacio es de celdillas cuadrangulares,
con cinco bolas colgantes recorriendo el frente.
De la primitiva nave románica no es mucho lo
que queda, aunque se puede apreciar en el lado sur la conexión con la cabecera,
que se hace a través de una pilastra o contrafuerte que soporta los empujes del
toral. El muro norte ha desaparecido al ampliarse el cementerio, mientras que
en las fachadas sur y oeste se llegan a apreciar algunas reformas sobre el
paramento original que afectaron a buena parte de la estructura. Otra
remodelación mucho más reciente construyó la puerta actual, en el lado del
mediodía, donde casi con seguridad se debió encontrar la original románica.
A pesar del lamentable estado de conservación,
se puede apreciar claramente la existencia de al menos dos escultores, uno de
mayores recursos artísticos, que trabaja en los cuatro capiteles de los arcos
interiores, en los que rematan las columnas entregas del exterior y en la mayor
parte de los canecillos, y otro –o quizá otros–, de menor pericia, que hace los
capitelillos de las ventanas, uno de los cuales puede ser el que se conserva en
la parroquial de San Vitores. Ambos artífices trabajan no obstante en el mismo
ambiente que a finales del siglo XII está levantando algunos de los más
importantes edificios en la comarca de Las Merindades, especialmente en Losa y
Mena, como se ha venido reseñando. En el caso de Bárcena el referente más
cercano, al menos en cuanto a recursos decorativos, quizá sea Siones, aunque no
parecen las mismas personas las que participan en una y otra obra.
El arco triunfal porta en su capitel meridional tres niveles de pequeñas hojas lanceoladas que se enrollan en sus puntas, a modo de zarcillos, formando volutas, acompañadas por alguna cabecita humana; por su parte, el cimacio luce en las esquinas cabezas felinas de cuyas bocas surgen cintas perladas que flanquean a tres cabezas humanas que se disponen en el frente.
Dos escenas: en la occidental una figura humana vestida abraza a dos unicornios y en la oriental se disponen dos leones afrontados, pero con las cabezas vueltas, entre cuyas patas delanteras surge otra cabecita felina, a la vez que sobre toda la escena, en el ángulo del capitel, se dispone otra cabeza, humana y barbada. Se ha querido ver aquí una representación de la Ascensión de Alejandro y quizá la relación entre hombres y animales –en ambos casos–, así pudiera indicarlo, pero a los cuadrúpedos les faltan las alas, elemento imprescindible para poder volar hasta los cielos. El cimacio es de celdillas cuadrangulares, con cinco bolas colgantes recorriendo el frente.
La cesta frontal presenta en los
laterales motivos vegetales –con algún molinillo–, mientras que en el frente un
deteriorado caballero, con la espada desenvainada, mira hacia una figura que
sostiene un manto o capa entre sus manos, escena que quizá se refiera a la
“despedida del caballero”, aunque la figura a pie no parece que tenga rasgos
femeninos. También es posible que estemos ante la escena de San Martín
partiendo la capa para el pobre, como ha señalado algún autor. El cimacio se
compone de dos órdenes de entrelazo o greca con trépano central.
El arco que separa ábside y presbiterio
luce en su lado meridional un capitel ornamentado con seis cabezas barbadas
tocadas con gorros cónicos, posiblemente cascos –uno de ellos decorado con
conchas–, asomando por encima de un corto follaje de hojas lisas; el cimacio es
de tallo sinuoso del que nacen palmetas.
Almendres
Recientemente abandonada durante el pasado
siglo, esta escondida localidad de la merindad de Cuesta-Urria se sitúa a unos
8 km al suroeste de Medina de Pomar, en un vallejo enmarcado por sierras y al
pie del monte Santervás. De los dos barrios que componían el hoy yermo caserío
recibían el nombre de Almendres el principal y San Cristóbal –hoy núcleo
independiente llamado San Cristóbal de Almendres– el otro, contando ambos con
iglesia parroquial.
En la documentación de San Salvador de Oña
rastreamos algunas referencias tardías a la localidad, citada –aunque no
directamente– en 1280 en las actas del pleito sobre dominio territorial que
enfrentó al concejo de Frías con el monasterio burebano. En dicho pleito actúa
como testigo por parte de Oña un “Iohan Gonzalez d’Almendres (o d’Almendras)”,
y en su ejecutoria del año siguiente se hace referencia al “arroyo que
descende de Almendres”. También indirecta es la referencia en la venta por
Ferrán Bermúdez a San Salvador de Oña de un solar “en Valmayor [de Cuesta
Urria], çerca Almendres”, efectuada en 1288. Un “Rodrigo de Almendras”
actúa como testigo, ya en 1319, de la venta de la mitad del monasterio de San
Pedro de Cueto a la abadesa de Las Huelgas de Burgos. Nada nos consta, en
definitiva, de la pertenencia del lugar a los grandes señoríos que actúan en el
entorno, aunque su propia advocación haga sospechar una no demostrada relación
con San Millán de la Cogolla.
Sólo consta que a mediados del siglo XIV, según
el Libro Becerro de las Behetrías, “Almondres”, perteneciente a la
merindad de Castilla Vieja, era lugar de Pedro Ruiz de Soto. En 1438 sabemos
que el hospital de la Vera Cruz de Medina de Pomar cobraba como alcabalas 200
maravedís “en Almendres e Sant Xristoual”.
Iglesia de San Millán Abad
Edificio de pobre construcción, en mampostería
con refuerzo de sillares en esquinales y encintado de vanos, y modestas
ambiciones arquitectónicas, la parroquial de San Millán de Almendres
representa, sin embargo, uno de los más completos, interesantes y ornamentados
ejemplares románicos del entorno.
Su nave única aparece coronada por cabecera
rectangular cubierta por bóveda de cañón apuntado reforzada por un fajón que
apea en machones prismáticos, dividiendo así el espacio en dos cortos tramos a
modo de presbiterio y estrecha capilla.
Parte esta bóveda de imposta de listel y
chaflán que continúa corrida, animándose el paramento interno de la cabecera
con arquerías apuntadas ciegas sobre impostas naceladas; de estos arcos, uno
por tramo, los del muro meridional fueron distorsionados para practicar el
acceso al trastero y la sacristía, ésta cuadrada y cubierta con cielo raso.
Sólo es visible al exterior la ventana rasgada, abocinada al interior, abierta
en el testero de la capilla y que daba luz al altar.
La cabecera corona sus muros con una cornisa
achaflanada sobre sencillos canes lisos o de poco marcada nacela.
Un muy rehecho arco triunfal, apeado en
potentes pilastras coronadas por imposta achaflanada, da paso de la nave a la
cabecera correspondiendo su medio punto a la reforma del primitivo.
También la nave mantiene su traza románica,
aunque modificada por el añadido de tres tramos de bóvedas de arista modernas;
la ausencia de estribos en la nave nos hace suponer que en origen se cerró con
cubierta de madera. En el tramo del muro meridional inmediato a la cabecera, al
interior, se conservan las rozas de un arco apuntado.
Frente a la palmaria simplicidad y absoluta
desornamentación de la cabecera, la nave del templo, aun manteniendo la
ausencia de alardes en lo constructivo, recibe una profusa decoración
escultórica que se concentra en los canes de los aleros y, sobre todo, en la
portada meridional.
Los muros laterales de la nave se coronan por
cornisa de perfil de nacela sustentada por un rico conjunto de canecillos; en
los correspondientes al muro septentrional, que muestra signos de refección en
su remate, vemos junto a los de simple nacela, perfil de proa de barco, bola
con caperuza, entrelazos, bastones, botón vegetal, un cuadrúpedo recostado,
hoja rematada en caulículos, otros figurativos, como una figura humana sedente
con lo que parece un libro sobre sus rodillas, una curiosa forma a modo de cáscara
de nuez o barco con una cruz en el centro y cuatro cabecitas, un busto humano
encapuchado, un espléndido can con los cuartos delanteros de un bóvido con su
cencerro y, destacando por su belleza, un busto masculino de curiosa cabellera,
barba y mostachos de puntas enrolladas y acaracoladas, tocado con un extraño
bonete puntiagudo a modo de mitra. Entre los canes se reutilizó un destrozado
fragmento de relieve románico donde sólo reconocemos la pata delantera de un
cuadrúpedo.
En el muro meridional los canes muestran un
fracturado busto humano barbado, un prótomo de oso o bóvido, un botón vegetal,
dos máscaras monstruosas de aire felino, dos figuras humanas, una en acrobática
actitud, muy desgastada, y la otra de enorme cabeza y expresivo rostro que
quizá correspondan a un músico y una bailarina y un prótomo de cánido
engullendo un irreconocible objeto.
Sobre el hastial occidental se alza la
espadaña, de dos troneras aboceladas y levemente apuntadas y remate a piñón con
campanil.
El campanario, que no se alza sobre el muro de
la nave sino sobre su prolongación y fue posteriormente transformado en torre,
no parece corresponder a la fábrica románica, como demuestra además un
fragmento de imposta de listel y nacela empotrada a media altura. En este
modificado hastial occidental, en la parte correspondiente a la nave, se
reutilizó una ventana románica de buena factura, labrada en un bloque
monolítico. Rodean al vano rasgado un arco apuntado, achaflanado y doblado,
sobre dos gruesas columnas acodilladas de basas áticas con toro inferior
aplastado y capiteles vegetales de hojas lisas rematadas en caulículos.
Portada
Pero sin duda es la portada, abierta en un
antecuerpo del muro meridional de la nave y protegida por un moderno pórtico de
madera a un agua, el elemento más destacado de todo el edificio. Consta de arco
levemente apuntado, dos anchas arquivoltas y tornapolvos exornado por un
junquillo sogueado y decorado con ondulante tallo ornado de contario en cuyos
meandros se acomodan hojas rizadas de seca talla en todo similares a las
dispuestas en idéntico marco en Soto de Bureba y Bercedo. Apean los arcos en
jambas escalonadas donde se acodillan dos parejas de columnas de basas
solapadas por el recrecimiento del suelo del pórtico, columnas sobre la que
corren sendas impostas ornadas con friso de tallos ondulantes y avolutados que
acogen brotes y flores de arum –de idéntico diseño al de las portadas de Soto
de Bureba y la meridional de Estíbaliz–, a las que aquí se añaden en la parte
izquierda, como en el ejemplo burgalés citado, a la izquierda un mascarón
monstruoso de llameantes cabellos devorando por los cuartos traseros a un
cuadrúpedo y a la derecha un infante que clava su espada o lanza en un muy
deteriorado mascarón monstruoso mientras sostiene o agarra el cuerpo de una
serpiente.
El arco de ingreso muestra el intradós liso
aunque, como en el hoy disgregado de Soto de Bureba o en el más alejado de
Miñón de Santibáñez, su rosca se decora con una serie de figuras inscritas en
diez medallones, a razón de dos por dovela salvo en las centrales, ocupadas
cada una por un solo clípeo.
Completan la serie dos gruesas serpientes
enfrentadas, de cuerpos enroscados, un grifo rampante y, sobre el salmer
derecho, dos híbridos de cuerpo de ave y larguísimos cuellos entrelazados que
se vuelven para picarse sus propias colas.
Aunque esta ornamental sucesión de figuras –que
recuerda modelos textiles, de la eboraria y la miniatura– haya sido
interpretada por Miguel Ojeda, López Martínez (en el apéndice a la obra de
conjunto de Pérez Carmona) o Palomero e Ilardia con un sentido zodiacal, ni
este ejemplo ni los de Miñón, Soto o Bercedo (sobre un fuste) parecen responder
a tal intención.
Tras un aparente simple ornamento, aparece la figura de la orante dominando las dos naturalezas subterráneas, que simbolizadas por dos enormes peces, emergen del abismo para quedar sujetos a la orante que las contiene tras su manifestación.
La arquivolta interior inicia su decoración con
la gran figura masculina de un encadenado de larga cabellera de puntas rizadas,
barbado, ataviado con apenas esbozada túnica y sujeto por una argolla que le
rodea el cuello, unida mediante grandes eslabones a los grilletes que atenazan
sus tobillos. Le sigue una bárbaramente decapitada representación de San Pedro
–ya mutilada en 1962, según las fotos que publicó Miguel Ojeda–, vestido con
ropas talares, en actitud bendicente y reconocible por las grandes llaves que
porta; tras él se dispuso otra hoy descabezada figura vestida con túnica y
grueso manto que realiza un gesto con su diestra extendiendo el índice hacia
arriba y sosteniendo un libro en la otra mano, probablemente, como en Bercedo,
San Pablo. Completan el arco un grifo de estilizado cuerpo de felino, alado y
notable barbichuela y tres estilizadas figuras –lamentablemente decapitadas– de
apenas trabajada anatomía, cuyos cuerpos se supeditan al cilindro que los
genera, marcando el talle el cinturón que ciñe sus túnicas (sobre la figura
exterior se labró una llave); las tres realizan el gesto de asirse la muñeca
izquierda con la mano derecha, tradicionalmente signo de sufrimiento,
desesperación o tormento, según ha estudiado François Garnier. Su significado
debe ponerse en relación con la figura del encadenado, tal como ocurre en los
ejemplos de Bercedo y Soto. Del mismo modo, es indudable la relación entre este
encadenado de Almendres con el más ricamente ataviado de Soto de Bureba o el
muy erosionado de Bercedo, aunque las figuras aprisionadas no sean infrecuentes
en la decoración románica (Tubilla del Agua, Vallejo de Mena, San Martín del
Rojo, Oloron Sainte-Marie, etc.), tradicionalmente interpretadas como el
pecador presa de sus vicios.
La arquivolta exterior se inicia con un tosco
híbrido, quizá una anfisbena, de enroscado cuerpo reptiliforme alado rematado
por una cabeza de ave con marcada barbichuela y garras de felino; tras él sigue
un híbrido de rasgos similares y rugiente cabeza de cánido y un curioso
entrelazo vegetal formado por dos tallos ornados de contario que adoptan formas
acorazonadas doblemente anilladas y acogen grandes palmetas lobuladas y
nervadas de seca talla. Idéntico diseño, desgraciadamente fracturado aunque
revelador de identidad de talleres, vemos en la arquivolta intermedia de la
portada de Soto de Bureba. El origen de ambos parece estar en el mucho mejor
resuelto –aunque muy mutilado– de la portada de Abajas.
En la misma línea decorativa continúa la
decoración con un grueso tallo triple arbitrariamente entrelazado y rematado en
hojitas lobuladas de marcados nervios.tres fracturadas figuras, de las que la
primera parece corresponder a un personaje sosteniendo dos peces, quizá una
alusión a la lujuria como la del relieve de la portada de Soto, y las otras dos
a una bailarina realizando una acrobática contorsión y un rabelista. Completan
la arquivolta una gran figura alada y nimbada sosteniendo un libro y
extendiendo el índice de su diestra, un monstruo de escamoso cuerpo de reptil y
cola enroscada, cuartos delanteros de cáprido, cuernos cruzados y larga barba,
y un híbrido de cuerpo serpentiforme rematado en vegetal y torso humano que
mantiene sus manos unidas sobre una bola.
Aunque estas figuraciones no parecen responder
a un programa definido, la combinación de rasgos claramente negativos en
algunas de ellas, junto a otras explícitamente beatíficas, debe obedecer a una
voluntaria contraposición, suponemos que ejemplificadora entre ambas. En la
misma línea debemos interpretar los relieves que cubren los capiteles de las
columnas acodilladas.
Sobre el exterior del lado izquierdo del
espectador, junto a un grafito con forma de rueda en el frente del antecuerpo,
vemos un gran mascarón humano, barbado, que ciñe diadema de contario con
hojitas a modo de corona y aparece flanqueado por una deteriorada arpía y una
diminuta cabecita hacia el exterior y un torso humano en posición frontal.
La composición recuerda la de sendas cestas de
Soto de Bureba y Bercedo, conexión reforzada por el fuste con acanalado
helicoidal al que corona. Lo mismo podemos decir del capitel interior de este
lado, ornado con un gran león de cuello incurvado y alzando una pata, idéntico
a otro de Bercedo y no lejano de los que vemos en un capitel interior de San
Vicente de Quintanilla Socigüenza. En los capiteles del lado derecho de la
portada, el interior, sobre fuste decorado con entrelazo de cestería, está
prácticamente perdido, apenas reconociéndose una cabecita de grandes ojos
almendrados y un vegetal; el externo muestra dos toscas arpías contrapuestas.
Corona el antecuerpo un tejaroz también
profusamente ornamentado. Soportan la cornisa seis canecillos en los que,
siempre de izquierda a derecha, reconocemos un fracturado prótomo de felino; un
busto humano de rasgos negroides; otra cabeza masculina de peinado a cerquillo,
grandes mostachos y boca de labios carnosos con los que realiza un gesto burlón
o grotesco; los cuartos delanteros de un bóvido; un descabezado felino en
reposo y una lamentablemente fracturada representación de la Virgen con el Niño
entre sus rodillas, del que distinguimos la cruz que portaba tras su cabecita.
También la cornisa recibe abundante ornato, no sólo por el motivo de entrelazo
que luce el chaflán, sino sobre todo por la serie de relieves que, a modo de
metopas, decoran la superficie interior de los tableros.
Tallados en reserva y en muy bajo relieve,
vemos sobre ellos los siguientes caligráficos motivos: un florón entre dos
tallos en aspa rematados por hojas lanceoladas; dos motivos de entrelazos a
modo de casetones, el primero de tallos y el otro de tallos anudados y
trenzados que rematan en sendas hojitas.
El tercer relieve, en el centro de la portada,
se figura con el Pecado Original, tema representado con la tradicional
iconografía de Adán y Eva cubriéndose el sexo con una hoja a ambos lados del
árbol cargado de frutos, en cuyo tronco se enrosca la serpiente. Sigue otro
bajorrelieve con tallos entrelazados de los que surgen dos cabezas de cánido y
un laberinto de entrelazos y hojas y una tosca ave de largo pico, de cuyo
penacho surge otro tallo que rellena barrocamente la superficie del relieve,
rematando en hojas afalcatadas. Pese a la rudeza en la ejecución el escultor
revela los innegables débitos que sus composiciones y casi su técnica mantienen
con la eboraria, dotando de un aire casi nórdico a esta cornisa.
Aunque frecuentemente las comparaciones
formales entre los diferentes edificios obligan a dejar un prudente margen de
duda respecto a la identidad de artífices, en el caso de la escultura de la
portada de Almendres tal incertidumbre se reduce casi al mínimo en su relación
con dos iglesias relativamente cercanas geográficamente e innegablemente
próximas en lo artístico, como son las portadas de Soto de Bureba y Bercedo.
Esta similitud, patente en la propia concepción del acceso, permite afirmar
casi con rotundidad, que la portada de Almendres es obra del que en su momento
denominamos taller local de Soto, pues en ella encontramos un mismo repertorio
iconográfico y formal: los motivos animalísticos inscritos en clípeos ornando
la rosca del arco, la decoración de hojas entre tallos ondulantes en la
chambrana y cimacios, un encadenado de rasgos en todo similares al de Soto
–identidad particularmente visible en la ejecución de la cabellera–, así como
el motivo de entrelazo vegetal y un mismo tratamiento de las arpías. En un caso
similar se encuentra la portada de Bercedo, aunque aquí el escultor trabajó o
se dejó influenciar por otro maestro, enraizado éste en la tradición decorativa
del cercano Valle de Mena. La fecha de construcción de esta iglesia de
Almendres, en función de la datación aportada por la epigrafía en la de San
Andrés de Soto de Bureba (1176), debe rondar así los primeros años del último
cuarto del siglo XII, con una leve sospecha de posterioridad para la cabecera.
En Almendres prácticamente todas las figuras responden a los menguados recursos
técnicos y la rudeza estética de este taller, sólo escapando a su mediocridad
el curioso busto mitrado que decora un canecillo del muro septentrional,
mientras que en Soto de Bureba su actividad coincide o es inmediata a la de
otro equipo de escultores mucho mejor dotados. Caracteriza al caligrafismo de
este taller de Almendres una clara inspiración en la decoración propia de la
eboraria y miniatura, que encontramos ya esbozada en la portada de Abajas. Dada
la relación existente entre la mejor escultura de Soto de Bureba y la de
Abajas, no sería descabellado pensar que la actividad de este taller local
fuese deudora, de forma indirecta, de los motivos que decoran la portada y
cabecera de aquella recoleta iglesia burebana.
Señalar por último que al fondo de la nave,
parcialmente embutida en el muro septentrional, se conserva una simple pila
bautismal de traza románica. Su copa es troncocónica y lisa, con 87 cm de
diámetro × 90,5 cm de altura total, de los que 16 cm corresponden a la basa
sobre la que se dispone, moldurada con bocel, cuarto de caña y listel.
Este interesante ejemplo de arquitectura rural
románica se encuentra seriamente amenazado por el abandono que sufre la
localidad, mereciendo sin duda una actuación que al menos lo preserve de
engrosar la ya nutrida nómina de lastimosas ruinas que jalonan nuestros
pueblos.
San Pantaleón de Losa
La ermita de San Pantaleón de Losa,
perteneciente en la actualidad al partido judicial de Villarcayo, se encuentra
en un lugar privilegiado a mitad de camino entre el Valle de Losa y el Valle de
Tobalina. Podemos llegar hasta allí desde Oña en dirección a Trespaderne y
luego por la comarcal BU-550 en dirección a Quincoces de Yuso. Otra manera de
acceder es por la carretera en dirección a Orduña. Al llegar a Berberana
tomaremos la comarcal BU-552 que nos conduce a través del Valle de Losa también
a Quincoces de Yuso. Desde la carretera se divisa en el alto la ermita, a la
que hay que llegar a pie.
Declarada Monumento Histórico Artístico, a
principios de los años cuarenta fue restaurada por Francisco Íñiguez Almech,
quien en un artículo que publicó en 1941 dio cuenta de la ruina de la iglesia y
de la intervención que se hizo. Señalaba entonces que uno de los riesgos que
corría la ermita era la inclinación de la espadaña, la misma que recientemente
ha dejado caer algunas piedras sobre la fábrica gótica, y que al igual que hace
sesenta años, hoy amenaza con venirse abajo si no se interviene de forma inmediata.
En aquella restauración se consolidó la cúpula y el interior de los muros con
hormigón, y la espadaña se acuñó en la base para que no cediese.
Los principales elementos de esta construcción,
como vamos a ver, residen en los recursos arquitectónicos dispuestos para
adaptarse a la inclinada orografía sobre la que se asienta, el conocimiento de
la fecha de consagración en 1207 –que nos proporciona una datación para otras
iglesias con las que se emparenta– y podemos añadir la existencia de un
sepulcro románico que ha pasado desapercibido para los investigadores.
Lógicamente cuenta con otras características destacables, de las que la
escultura e iconografía no son en absoluto desdeñables.
Ya en el siglo XII, encontramos diferentes
documentos de donación en los que de una u otra forma aparece vinculado San
Pantaleón de Losa a grandes dominios monásticos burgaleses. Así, en 1133
Alfonso VI dona a San Salvador de Oña la iglesia de San Pantaléon, en 1158 el
monasterio de San Juan de Burgos recibe el lugar de San Pantaleón, y en 1178
Alfonso VIII da al monasterio de San Juan de Burgos Sanctum Pantaleonem
circa castello Sarracin. Posteriormente, en 1240 Gonzalo Gutiérrez vendió
al monasterio de Valcárcel la hacienda de San Pantaleón.
Más tarde pasó su propiedad a manos de la
encomienda sanjuanista de Vallejo de Mena. El Libro Becerro de las Behetrías
dice del lugar de San Panta leones que “es de la orden de Sant Iohan” y
que “a vn monesterio la orden e que ha XXX almudes de pan, por medio trigo e
çeuada”. Dicho monasterio no puede ser otro que este de San Pantaleón, que
además consta recogía los tributos del lugar de Helachendo de Bigano, hoy
Haedillo, en el norte del Valle de Mena.
Ermita de San Pantaleón
La topografía del terreno condicionó
sobremanera la arquitectura de esta iglesia. Al encontrarse en una pronunciada
pendiente, la adaptación consistió en una altura baja para el ábside y muy alta
para el único tramo de la nave. Existe la posibilidad de que la obra se cerrase
sin más tramos por ese desnivel, pues la pendiente se hace más fuerte y hubiese
requerido de una extraordinaria altura de haberse construido un tramo más. Es
la única explicación que se encuentra en la realización de una cúpula sobre pechinas
en el único tramo de la nave, al igual que el recrecimiento que se hizo en
época gótica por el lado norte con una pendiente mucho más suave. De esta
manera se añadió otra nave en vez de alargar la existente como ocurre en la
mayoría de las ocasiones.
En el interior, en el muro sur de la nave, hay
una inscripción que nos aporta un dato de especial importancia para su
datación.
GARSIAS: BVRGENSIS: EP(iscopu)S: CON
SECRAVIT: BASILICA(m): ISTA(m): PO(n)TIFI CATVS: SVI: AN(n)O: I : III
K(a)L(enda)S MAR(tii): E(ra): M(illesima): CC : XLV:
Esto es: “El obispo de Burgos García
consagró esta basílica en el primer año de su pontificado, a tres días de
calendas de marzo de la era 1245” (27 de febrero del año 1207).
Efectivamente la inscripción guarda relación con la noticia que proporciona,
pues el obispo de Burgos García Martínez Contreras ocupó la silla episcopal el
7 de junio de 1206.
Como en otras ocasiones, la fecha de consagración
no tiene porqué corresponder con la fecha de ejecución de la obra. Así lo
entendió Íñiguez, quien estableció una datación en torno a 1175. Lojendio, aun
admitiendo la fecha, señala que pudo terminarse antes de 1207, en las últimas
postrimerías del siglo XII y consagrarse años después, opinión que ya había
indicado Pérez Carmona, aunque en determinados detalles éste se inclina por la
fecha de consagración. Parece ocioso determinar unos pocos años arriba o abajo
sin otros datos comparativos que corroboren esas opiniones. En cualquier caso,
algunos elementos arcaizantes y la escultura nos indican que efectivamente nos
estamos moviendo en unas fechas de principios del XIII, que además entroncan
con otras obras burgalesas y vascas de la misma cronología.
Arquitectura
Como ya queda dicho, se trata de una iglesia de
nave única con un solo tramo que se cubre con una cúpula sobre pechinas,
rematada por tramo recto y ábside semicircular. En el interior, el desnivel
existente entre hemiciclo absidal, presbiterio y nave, se realiza mediante
escalones. Sobre el arco triunfal se localiza la espadaña, de un único cuerpo
con dos troneras que parece que quedó inconclusa dado su remate horizontal.
La portada, con un curioso despliegue
escultórico, se localiza en el lado occidental, enmarcada por dos sólidos
contrafuertes.
Al norte se abrió una construcción de dos naves
en gótica, lo que aportó un nuevo espacio a sus reducidas dimensiones y
la modificación de la estructura románica en esta parte. A esta zona, en su
lado más septentrional se trasladó el sepulcro románico construyéndose un
templete gótico que todavía lo cobija.
Sin embargo, hay algunos datos arquitectónicos
llamativos con respecto a esta ampliación. Ambas obras quedan comunicadas en el
presbiterio y en la nave. Pero mientras en el tramo del presbiterio el paso se
efectúa mediante un arco de medio punto sobre columnas fasciculadas de factura
posterior a la obra románica, el tramo de la nave románica se une a la obra
gótica por un arco formero románico que plantea no pocas dudas.
El ábside, como ya se ha indicado, es
semicircular y cubierto por bóveda de horno, pudiéndose ver en algunas zonas en
el interior la roca sobre la que asienta. Un banco decorado con un bocel
recorre todo el hemiciclo. El ábside se divide en tres tramos horizontales
marcados por dos líneas de imposta, la inferior de doble nacela separada por
doble línea de puntas de clavo, y la superior de triple nacela.
En el centro se abre una ventana abocinada con
una columna a cada lado y con los fustes decorados –con entrelazo con puntas de
diamante a la derecha y entorchado a la izquierda–, basas con arcos, cimacios
con roleos (izquierda) y vid (derecha), chambrana con puntas de diamante y
arquivolta con bolas con caperuza. A cada lado hay un capitel.
El de la derecha muestra una cabeza humana
barbada, con cabello rizado y sacando la lengua, mientras que el de la
izquierda es una cabeza humana monstruosa, con barba, pelo en punta, mostrando
una amplia fila de dientes.
La iconografía de estas cabezas gesticulantes
es muy frecuente en todo el entorno del norte burgalés y provincias limítrofes
en obras de fines del siglo XII y principios del XIII. Igualmente los fustes
decorados son muy abundantes en obras vascas procedentes del modelo de la
portada de Estíbaliz (Álava).
El paso del ábside al presbiterio se realiza
bajo arco doblado que apoya en columna entrega con capiteles figurados, el del
lado norte con dos grifos que cruzan sus picos en el centro de la cesta y
apoyan una pata sobre un fruto, y en los laterales el desarrollo del cuerpo y
sus colas. Más enigmático resulta el del lado meridional, que muestra una
serpiente o dragón que está mordiendo por el tronco el cuerpo a un hombre
tumbado con los brazos extendidos hacia delante y tocado con gorro frigio, en
el lado izquierdo de la cesta un personaje barbado con traje talar y a la
derecha dos bolas con caperuza; no alcanzamos a precisar el sentido de esta
escena. El mismo motivo se vuelve a repetir en un capitel de la ventana
interior de la nave y en la portada, en estos casos eliminando al personaje
barbado.
En el muro sur del presbiterio se abre una
ventana, con una arquivolta de bocel que apoya sobre cimacios decorados, el de
la izquierda con palmetas con tallos que las rodean y el de la derecha de doble
nacela. Los fustes son lisos y culminan en sendos capiteles, el de la izquierda
con una cabeza de hombre con bigote en la misma línea de los vistos en el
ábside, y el de la derecha de hojas lisas que se vuelven en la parte superior.
Por debajo de la ventana se abre una pequeña credencia.El lado norte se modificó para dar acceso a la
nueva nave gótica, sin que sepamos cómo fue este l
ado del presbiterio, pero a
buen seguro sin demasiadas diferencias con respecto al del sur. En cualquier
caso, el acceso abierto para comunicar con la obra gótica se realiza bajo unos
arcos fasciculados realizados en época posterior, como ya se ha dicho.
Todo el tramo de la nave queda cubierto por una
cúpula sobre pechinas. Esta solución, que no es muy habitual, se convierte en
extraordinaria en iglesias de un solo tramo. En la misma provincia de Burgos
encontramos las de Monasterio de Rodilla y Aguilar de Bureba, pero ninguna de
ellas cubre toda la nave como San Pantaleón. La base de ésta no es semicircular
sino más bien cuadrada, con los ángulos curvos y una saliente moldura lisa
marcando el arranque.
Las columnas que soportan el arco fajón entre
la nave y el presbiterio se alzan sobre un alto basamento, de nuevo para
solucionar el desnivel del terreno sobre el que se asienta. Por el contrario,
en el lado sur y oriental los arcos son ciegos y quedan embutidos en sus
respectivos muros. En el lado norte, ya hemos señalado que existe un acceso
bajo arco formero de medio punto a la nave gótica. En este caso, como en el del
arco fajón de comunicación entre nave y presbiterio, hay capiteles románicos.
El capitel izquierdo del arco triunfal es similar al capitel de los grifos que
juntan sus picos en el centro de la cesta y apoyan sus patas sobre una bola o
fruto. El del lado derecho es un capitel vegetal con marcados caulículos que
culminan en volutas. La mitad inferior de este capitel está ocupada por hojas
carnosas con los tallos en los ángulos y por encima piñas bien marcadas. Este
capitel es similar a otros existentes en iglesias vizcaínas y alavesas, que
además tienen también como característica principal la existencia de fustes
decorados como los vistos en el ábside. Efectivamente, San Miguel de Zuméchaga
(Vizcaya), Respaldiza (Álava) y en general las iglesias vinculadas a Estíbaliz
poseen capiteles similares a éste. Los capiteles del arco formero están decorados
con motivos vegetales y bolas. El del lado más occidental es de hojas lisas con
flores o frutos en la parte superior de los ángulos y su pendant muestra tres
filas de bolas con caperuza.
En el lado sur de la nave se abre una ventana
en derrame con dos arquivoltas lisas, sin chambrana y con una pequeña cabeza de
animal en la clave de la arquivolta central. El capitel interior del lado
izquierdo presenta una cabeza de jabalí, le sigue una cabeza humana en el
ángulo de cuya boca salen unos tallos que se entrelazan y se extienden por los
laterales de la cesta. Similar a este capitel es uno que hay en la ventana
absidal de la iglesia vizcaína de Zuméchaga, lo que vuelve a situar este templo
en relación con San Pantaleón de Losa. El siguiente capitel repite el motivo
del hombre tumbado que es mordido por la serpiente, ya visto en el capitel del
fajón del ábside. El último de los capiteles, el del extremo derecho, es una
cabeza humana, en la línea de la cabeza que vimos en un capitel de la ventana
absidal.
Un elemento apenas recogido por los autores que
han estudiado esta iglesia es la existencia del arco formero doblado en el
tramo norte de la nave. Como ya hemos señalado, se trata de un arco románico
que apoya en capiteles del mismo estilo y que en la actualidad comunica con la
fábrica gótica. La existencia de este arco apunta varias posibilidades. Una de
ellas, poco probable, es que en un primer momento se hiciese un planteamiento
de una iglesia de mayores proporciones con un crucero y un único ábside, siguiendo
un esquema parecido al existente en Armentia (Álava), pero que se desechó
inmediatamente el proyecto o cuando las obras habían llegado a este punto, pues
en el lado sur no está planteado.
Otra posibilidad –más plausible– es la
existencia de una capilla en este lado, asimetría extraña pero que podría
encontrar su explicación para cobijar el sepulcro románico que se encuentra en
la actual obra gótica, bajo un templete pétreo abierto por los cuatro lados y
con una bóveda de crucería. De ser así, el maestro podría haber planteando un
falso crucero similar al que podemos ver en Monasterio de Rodilla, donde se
encuentran los dos ciborios (también en el tramo que se cubre con una cúpula
sobre pechinas), o similar a San Pedro de Tejada (aquí con trompas), espacio
suficiente para colocar el sepulcro sin modificar la planta.
Dicho enterramiento no ha sido recogido en
ninguna ocasión como románico. Se trata de la tapa de un sepulcro a dos aguas
de labra a hacha de unas dimensiones de 2 m por 42 cm, aunque fue mayor, pues
en la parte delantera está fracturado. En uno de los lados está retallado, lo
que puede indicar que en origen estaba adosado en esta parte al muro. En la
actualidad apoya sobre una base que posee una moldura de bocel en la parte
inferior. La decoración se realiza a base de simples rectángulos concéntricos
similares a otros sepulcros románicos. Dichos rectángulos se alternan con
simples formas cóncavas y convexas de poca profundidad, como si de boceles y
mediascañas se tratara.
Al exterior, la primera evidencia es la
adecuación al desnivel del terreno. A simple vista se aprecia la enorme
diferencia entre los casi 10 m de altura de la fachada y los escasos 2 m del
ábside. Pero igualmente se ve una adecuada articulación de los paramentos.
El ábside se divide en tres tramos verticales
–uno parcialmente oculto por la obra gótica– por dos columnas entregas que
culminan en el alero con un capitel de hojas lisas que se vuelven en la parte
superior.
En el tramo central, más amplio que los
laterales, hay cuatro canecillos, dos de proa de nave, uno de barril y otro
liso, mientras que en los otros dos tramos los canecillos son todos de proa de
nave. Horizontalmente se divide también en tres tramos a través de dos molduras
de nacela, una sobre la que apoyan las ventanas y otra a la altura de los
cimacios sobre los que arrancan las arquivoltas.
La ventana central, de dimensiones mayores que
las laterales, es abocinada con tres pares de columnas a cada lado.
Desgraciadamente, dos capiteles y cuatro fustes han desaparecido. Los capiteles
existentes son de hojas lisas con espiral en su parte superior, un entrelazo
similar a los fustes, dos leones afrontados que cruzan sus cuerpos y una cabeza
humana que tiene un paño que le tapa la boca y queda flanqueada por dos grandes
manos, extraño esquema que vimos en la portada de Ordejón de Abajo, cerca de
Villadiego.
Las dos arquivoltas exteriores están formadas
por curiosos boceles que dejan, como si de ventanas se tratase, que se vean
cabezas y piernas humanas.
La interior, está compuesta por un bocel que
oculta parcialmente hojas y sobre él frutos, por debajo otro pequeño bocel y se
cierra con un arco lobulado. Tanto el tipo de ventana abocinada con tres pares
de columnas, como el tipo de capiteles, nos remiten claramente a elementos
propios de un arte románico tardío.
La ventana del lado meridional presenta una
columna a cada lado, la de la derecha decorada con flores tetrapétalas
entrelazadas formando una red –de nuevo similar a las de Estíbaliz y la estela
creada a partir de ella– y con un capitel con un ave con las alas desplegadas,
y a la izquierda un capitel fragmentado en el que se ve a un personaje con
vestimenta talar sentado, similar a otro que veremos en la portada.
Las arquivoltas presentan una barroca
decoración formada por entrelazos, hojas con tallos, ovas entre lazos, hojas
que vuelven sus vértices y en el tímpano existía una cabeza que en la
actualidad se encuentra totalmente destrozada. La otra ventana queda oculta por
la ampliación gótica, sin que podamos apreciarla.
El hemiciclo absidal se cierra con un amplio
codillo que da paso al tramo recto del presbiterio. En éste, y refiriéndonos
únicamente al lado sur visible, se abre una ventana de similares
características a la central del ábside. Se trata de un vano abocinado con tres
pares de columnas a cada lado. Los dos capiteles interiores, con hojas
vegetales y tallos con puntas de taladro, piñas en sus ángulos y caulículos en
la parte superior, son similares al visto en el arco triunfal y que se repiten
en numerosas iglesias vascas.
Luego vemos un capitel ocupado por entero por
una cabeza masculina con la boca abierta, otro con hojas vegetales lisas que en
la parte superior se vuelven, un quinto con dos filas de hojas lisas y, por
último, una cabeza monstruosa que engulle el fuste. Este motivo del glouton, de
procedencia foránea y que enlaza con el suroeste francés, manifiesta una cierta
profusión en el tardorrománico del entorno de Aguilar de Campoo, con
representaciones en Rebolledo de la Torre (Burgos), Piasca (Cantabria), y las
iglesias palentinas de Calahorra de Boedo, Mudá o Villavega de Aguilar. Las
arquivoltas también presentan una amplia decoración; la exterior posee una
mediacaña y un bocel, la segunda, más complicada, está formada en su ángulo por
un entrelazo y en el exterior por flores que enlazan con los modelos borgoñones
del refectorio de Oña. Y finalmente, la arquivolta interior está formada por
cinco cabezas humanas.
Un nuevo codillo, que coincide con la base de
la espadaña, marca el comienzo de la corta nave. En este paramento destaca una
ventana en el centro del muro, dos potentes contrafuertes y un entrante junto
al contrafuerte de la espadaña que culmina a mitad de altura con un canecillo.
Este último elemento parece un cambio de planteamiento, pues sin sentido
arquitectónico, da la impresión de querer hacer unos muros más fuertes para
soportar la cúpula en este tramo. La ventana, en la línea de las vistas, es abocinada
con dos columnas a cada lado y rematada por sendos capiteles, uno con una
cabeza de demonio que engola el fuste, otro con dos filas de bolas con
caperuzas, un tercero con hojas lisas que en sus extremos superiores se vuelven
con una forma similar a una flor de lis y un cuarto que representa a dos
cabezas humanas. La arquivolta central remite el motivo de los entrelazos con
fruto en su interior y la interior en su clave tiene una cabeza de felino.
Portal
La portada, abierta en el hastial occidental de
la iglesia, queda enmarcada por dos sólidos contrafuertes, y por encima de ella
se abre una nueva ventana. La portada, aunque ha sufrido alguna mutilación, se
conserva en aceptable estado. Abocinada, presenta tres columnas acodilladas a
cada lado. El fuste de una de ellas es una estatua columna y su pendant, que ha
desaparecido, podría igualmente tratarse de otra estatua columna. La que
podemos ver representa a una figura masculina barbada, con el cabello largo que
le cae por delante del pecho y vestido únicamente con un faldellín ceñido por
un cinturón. Del hombro le cae por la espalda y pecho, como si de una bandolera
se tratase, un objeto que las manos, situadas a la altura de la cintura,
sostienen.
Este personaje descrito como un atlante por
muchos historiadores, podría ser Sansón. En un escultor que no se caracteriza
por los detalles, el hecho de que el pelo largo, ondulado en sus puntas, quede
tan remarcado, no parece un elemento anecdótico y sí por el contrario
identificador. A esto hay que añadir que sobre él se sitúa en el arranque las
arquivoltas y a la altura de la línea de los cimacios un grupo escultórico en
el que, aunque muy deteriorado, se ve a un personaje también con faldellín y
torso desnudo, luchando contra un león, sin duda Sansón. Junto a esta
representación se añade otra de un animal muy deteriorado, que ha sido visto
como la loba capitolina amamantando a Rómulo y Remo, aunque el deterioro de
esta parte no permite demasiadas precisiones.
El capitel contiguo a Sansón es una curiosa
representación de tres hojas lisas con bolas en sus extremos superiores que
quedan enmarcadas por un animal híbrido con cola de serpiente que recorre la
cesta, se convierte en felino y muerde a un personaje tumbado en la parte
inferior del capitel, de iguales características a dos de los vistos en el
interior. A su lado tenemos otro capitel de difícil identificación. Se trata de
un personaje del que sólo se ve la cabeza, que emerge de un objeto circular
como si de un tonel se tratase. Este individuo sólo se caracteriza por su pelo
largo. A él le flanquean dos ángeles de los que se ve la cabeza y las alas en
uno de ellos, mientras el otro queda dentro del tonel u objeto que encierra al
barbado.Aunque
de difícil interpretación, nos atrevemos
a verlo como el momento en el que Sansón está prisionero en Gaza y se dispone a
girar la muela de la prisión, por lo que el objeto circular de forma sintética
podría aludir a dicha muela.
En el lado de la derecha hay un capitel con una
escena litúrgica compuesta por tres personajes sentados con trajes talares, el
central con un libro entre las manos, el de la izquierda elevando una cruz y el
de la derecha alzando otro libro.
El capitel contiguo tiene una representación de
una barca con dos personajes dentro y un tercero fuera de ella que ha sido
identificado como Jonás devorado por la ballena. No queda clara esta
interpretación por la ausencia de la ballena, pero sí es conveniente recordar
que en el entorno del norte burgalés existen diferentes representaciones de una
posible pesca milagrosa planteadas todas ellas de diferente manera, como en La
Cerca, Vallejo de Mena o Astúlez (Álava). El último de los capiteles es una cabeza
de animal que no se puede identificar por su deterioro. Sobre esta cabeza y de
forma similar a lo que ocurría sobre Sansón, se sitúa un relieve en el arranque
las arquivoltas y a la altura de la línea de los cimacios del que sólo queda un
trozo que representa a un personaje arrodillado y con corona que no llegamos a
identificar.
Uno de los fustes presenta un curioso zigzag
que hace que se enmarque dentro del barroquismo que caracteriza a esta iglesia,
tal y como hemos visto en otros fustes decorados con entrelazos.
Las arquivoltas presentan una decoración basada
en boceles y medias cañas, con la salvedad de la chambrana, que posee bolas con
caperuza, una de tacos y en el arranque de otra con figuras encerradas en el
bocel de las que sólo se ve la cabeza y las piernas como ya vimos en una de las
ventas del ábside.
Por encima de la portada hay una ventana
abocinada con tres columnas a cada lado. Los capiteles remiten a los motivos ya
vistos, especialmente en los de tipo vegetal. Igualmente se repite la cabeza
humana que saca la lengua, tal y como vimos en un capitel del interior y como
novedad encontramos un capitel con Adán y Eva junto a un esquemático árbol y
junto a una enorme cabeza monstruosa.
Recapitulando, podemos decir en primer lugar
que la inscripción que data la iglesia en 1207 se corresponde perfectamente con
las características escultóricas y arquitectónicas. Los motivos del glouton nos
remiten igualmente a modelos del tardorrománico, y lo mismo ocurre con la
recurrencia a la utilización de ventanas abocinadas con tres pares de columnas
a cada lado, la presencia de fustes decorados, la utilización de estatuas
columnas, los motivos de cabezas humanas que ocupan toda la cesta del capitel y
que se muestran tan expresivas como las que sacan la lengua o, en fin, la
vinculación con otras obras tardías como las citadas iglesias románicas vascas.
En cuanto a sus relaciones estilísticas, podemos señalar que dentro de su
carácter de obra tardía recoge buena parte de los modelos que entonces
circulaban. No es ajena a las influencias borgoñonas que se observan
especialmente en algunos capiteles vegetales, en los fustes decorados o en
determinados motivos florales, muy posiblemente llegados a San Pantaleón vía
Oña y vía Estíbaliz. El glouton nos lleva a modelos del Anjou, Poitou y
Saintonge, aunque aquí ya trufados por los que circulaban en los entornos del
norte peninsular. Por último, cabe resaltar igualmente que el proyecto inicial
nos lleva a creer en un truncado planteamiento arquitectónico de mayores
dimensiones; posiblemente la inclinación del terreno desestimó una obra que de
haberse continuado en su nave hubiera supuesto una desproporcionada altura.
Rebolledo
de la Torre
Rebolledo de la Torre se sitúa en el extremo
noroccidental de la provincia de Burgos, a menos de 5 km del límite con la de
Palencia, a 21 km de Aguilar de Campoo y 74 km de Burgos, a una altitud de
1.000 m sobre el nivel del mar. Su nombre es el resultado de la asociación de
la vegetación dominante, el rebollar (Quercus pyrenaica) del pie serrano, con
una alusión adicional a la torre que completa la silueta del caserío. El acceso
desde Aguilar de Campoo se realiza siguiendo la N-611 en dirección a Herrera de
Pisuerga; recorridos 15 km por esta ruta tomamos el desvío a la izquierda que
conduce a Villela y Rebolledo, distante unos 6 km del cruce. Desde Burgos
capital el acceso es más complicado, siendo aconsejable alcanzar Herrera de
Pisuerga por la C-627 y seguir por la N-611 hacia el norte hasta tomar la misma
desviación, esta vez a la derecha.
El templo se sitúa en el extremo septentrional
y en un punto elevado del caserío, rodea do por un pretil y con la Sierra y
Peña Amaya como sugerente fondo. La presencia de la arruinada aunque bien
conservada torre, la iglesia parroquial con su magnífico pórtico y la cercana
casa tardogótica del sacerdote, hacen de Rebolledo uno de los rincones
burgaleses donde más atractivo y presente se hace nuestro pasado medieval.
La constitución del núcleo parece remontarse al
último tercio del siglo XII, siendo la inscripción grabada en la ventana
occidental de la galería la que nos proporciona los datos más precisos. Este
famoso epígrafe fue estudiado por Luciano Huidobro en 1911, Luis Torres Balbás
en 1925, Gudiol y Gaya en 1948 y Pérez Carmona en 1959. Sus transcripciones
difieren esencial mente en cuanto al orden de lectura y nombre del artista,
siendo a nuestro juicio la interpretación de Pérez Carmona la más atinada. Los problemas
de lectura vienen motivados por el hecho de disgregarse el texto por las
impostas, el arco de la ventana y un sillar inmediato, en aparente y caprichoso
desorden. La secuencia propuesta da inicio a la lectura por la imposta
izquierda del arco, siguiendo en la derecha, las tres líneas que hay sobre la
primera rosca –leyendo en primer término la central, luego la inferior y por
último la superior–, continuando con el texto grabado en el sillar próximo al
capitel izquierdo y, por último, las dos líneas de la rosca superior, que se
leen de abajo hacia arriba. El resultado es, una vez ordenado el texto, el que
sigue:
DOMINICVS AB[B]/AS POBLABI/T ISTVM
SOLA/R DE B/ALEGO C/VM FRAT/ER MEVS PELAGIVS DE FV/NDAMENTIS SVB / ERA
MCCXXIIII. / QVANDO/POBLADO / FVIT ISTV/M SOLAR D/E BALEG B[E]N/FETRIA DE / Q.
GONGALV/OP[E]LAEG. +SVB ERA : M : CC : XX : IIII : NOTVM : DIEM : VIIII :
CALENDAS / DECEMBR[I] : FECIT ISTVM : PORTALEM : IOANES MAGISTER PIASCA.
Es decir, “El abad Domingo pobló este lugar
de Valle jo desde sus fundamentos en unión de mi hermano Pelayo en la era 1224
[año 1186]. Cuando fue poblado este solar de Vallejo [era] behetría de Q.
Gonzalo Peláez. En la era 1224 [año 1186], en el señalado día nono de las
calendas de diciembre [día 22 de diciembre] hizo este pórtico el maestro Juan
de Piasca”. Torres Balbás, a pesar de sus ati nados comentarios
estilísticos, consideraba que las inscripciones eran dos y leía el nombre del
artífice como Juan de “Capias”, aunque parece evidente que la última
sílaba fue añadida sobre el resto por simples problemas de espacio del
epigrafista. Como señala Favreau, el latín del texto manifiesta una ya evidente
contaminación de la lengua vulgar, palpable tanto sintáctica como
semánticamente en el uso del vocablo “solar” y, sobre todo, en el
aparente contrasentido que significa utilizar populare (“devastar, aso lar”
en latín) ya con la significación de “poblar” que adoptó en castellano.
Falta de erudición del lapicida aparte, el caso
es que a finales del siglo XII el lugar de “Vallejo” –conocido aún hoy
bajo esta denominación por los habitantes del entorno–, perteneciente al alfoz
de Amaya, era behetría de Gonzalo Peláez, siendo poblado o repoblado por el
abad Domingo en 1186. La expresión de fundamentis pare ce avalar que nos encontramos
ante una primera ocupación, aunque debemos manejar con precaución este da to,
pues tanto el templo como ciertos datos parecen insinuar una anterioridad del
mismo, si bien es cierto que envuelta en dudas. La primera posible referencia a
Rebolledo aparece recogida en el documento fundacional de San Salvador de Oña,
del 12 de febrero de 1011, donde se citan un Reppolleto y un Rebolleto,
debiendo corresponder el segundo a Rebolledillo de la Orden, y quizá el primero
al nuestro, según suposición –expresada con reservas– de Juan del Álamo.
Debemos, sin embargo, extremar la cautela sobre este dato, pues llama la
atención que en el documento se incluya esta referencia entre otras propiedades
mucho más septentrionales, cuando unas líneas más abajo se citan in alfoç de
Amaia pueblos cercanos al que nos ocupa como el ya aludido Rebolledillo,
Villela, San Pedro de Valdecal, etc. Y lo mismo podemos decir del Rebolledo de
Cornudos que se recoge en el documento de 1208 del mismo Cartulario oniense, en
el que Sancha Jiménez dona al abad Rodrigo de Oña el por ella construido y dota
do monasterio de Santa María de Mave, con otras pertenencias. Martínez Díez
cree que se trata de Rebolledo de Traspeña.
La presencia de numerosos topónimos que
incluyen Rebolledo (de la Torre, de la Inera, de Traspeña, Rebolledillo de la
Orden) en un área geográfica próxima hacen complicado determinar una
adscripción. Las siguientes referencias seguras a la localidad se relacionan
con la casa fuerte inmediata al hastial occidental del templo, citada en 1333
con motivo de su usurpación por Lope Díaz de Rojas a su cuñado Garcilasso de la
Vega. Repuesta a su propietario tras la mediación de Alfonso XI, volvió al
patrimonio de los Lasso de la Vega, hasta que en 1493 fue vendida por María
Manrique a Andrés de Villalón, pasando después a manos de Pedro de Velasco,
hijo natural del Condestable. La torre, con su cerca y foso, debe datar de
inicios del siglo XIV, y recuerda a algunas fortificaciones cántabras como las
torres del cas tillo de Argüeso, pudiendo pensarse, según José Miguel Muñoz, en
unos mismos constructores. Señalar por último que resulta cuando menos
sorprendente su no inclusión en el Libro Becerro de las Behetrías.
Iglesia de San Julián y Santa Basilisa
La iglesia parroquial de Rebolledo, levantada
en aparejo de irregular sillería caliza y arenisca, es obra fundamentalmente
del siglo XVI, aunque en su reconstrucción se respetó parte del muro meridional
de la primitiva nave, así como la soberbia galería porticada románica que ha
dado al templo su justa fama y mereció su declaración como monumento nacional
en 1931.
La iglesia, litúrgicamente orientada, consta
hoy de dos naves de igual longitud y tres tramos, separándose mediante dos
pilares fasciculados con basamentos de tipo logía tardogótica, sobre los que
voltean los perpiaños y formeros, todos apuntados, que ciñen las bóvedas de
crucería que las cubren. La nave meridional –la principal y más amplia–
reaprovecha parcialmente el alzado de la románica, incluida la portada, y se
corona con una cabe cera precedida por arco triunfal apuntado y compuesta de
presbiterio y capilla de testero plano con contrafuertes angulares, ambos
cubiertos por una bóveda de crucería estrellada, de cinco claves, obra de
principios del siglo XVI. Entre el pórtico y la cabecera se dispuso una
sacristía, de planta cuadrada y cubierta con bóveda de cañón.
Finalmente, a los pies de la iglesia se alzó
una esbelta torre renacentista que se eleva sobre el último tramo de esta misma
nave, con acceso desde un husillo de planta pentagonal adosado al oeste de la
estructura.
La portada meridional es obra románica, aunque
de más tosca factura que el resto de elementos del pórtico. Se abre en un
ligero antecuerpo y consta de arco de medio punto liso, aparentemente rehecho,
y dos arquivoltas. La interior recibe un grueso baquetón entre mediascañas,
exornado de bolas, y la arquivolta externa es lisa, rodeada por chambrana con
ruda decoración de tallos entrelazados rematados por cabecitas. La primera
arquivolta reposa en una pareja de columnas acodilladas, la más oriental coronada
por un sencillo y fracturado capitel vegetal de hojas picudas, habiendo sido
rehecho el otro.
Sobre el antecuerpo aparece una hilada de
ladrillos modernos fruto de alguna restauración reciente –posiblemente la de
1931 que se documenta por un medallón sobre un toral de la nave meridional con
la inscripción: “JHS SE LIMPIO Y REPARO ESTA YGLESIA PARROQUIAL AÑO SANTO EL
DE 1931”– y, sobre ellos, varios canes muy deteriorados que corresponderían
al antiguo nivel de la cornisa, pues la altura de la cubierta actual del
pórtico sobrepasa estos soportes.
Al este de la portada vemos una saetera
abocinada y cegada, y hacia los pies un moderno nicho rectangular que acoge los
restos de una columna, cuyo fuste está formado por toscos y pequeños tambores,
así como un arcaico capitel con una pareja de aves que vuelven sus picos hacia
atrás. Columna y capitel fueron hallados en la torre.
Es sin duda la galería porticada de Rebolledo
el elemento más interesante del conjunto y puede considerarse–a pesar de su
lejanía respecto a las tierras del Duero que concentran el mayor número de
estas estructuras– como una de las más logradas y mejor conservadas del
románico castellano. Es característica común a todas ellas su orientación
meridional, extendiéndose en algunos casos al oriente como en la iglesia de La
Transfiguración de Carabias (Guadalajara), El Salvador de Sepúlveda y San
Frutos de Duratón (Segovia), etc., e incluso el muro norte. Sobre la
funcionalidad de estas estructuras, se ha aludido a un uso funerario desde sus
orígenes prerrománicos, uso que fue derivando hacia una utilidad cívica como
marco para las reuniones de los concilia rurales, aunque sin menoscabo de su
papel litúrgico como atrio.
La galería de Rebolledo de la Torre manifiesta
varios rasgos peculiares dentro del conjunto de los pórticos castellanos. En
primer lugar sus considerables proporciones, cerca de 17 metros de largo por
algo más de 4,5 de ancho.
Asimismo, la altura del muro volado sobre la
arque ría alcanza dimensiones considerables, en todo caso mayores que las
habituales para este tipo de estructuras. Bien que la calidad de la escultura
añada un indudable interés al monumento, su calidad constructiva, esbeltez y
rítmica concepción arquitectónica la hacen de por sí sobresaliente,
estableciendo un modelo que no encontrará continuación, salvo quizá en la hoy
casi totalmente desaparecida galería de la iglesia palentina de Frontada.
El pórtico presenta planta rectangular, con un
acodo en su extremo occidental, cuyo ángulo se achaflana y suaviza con una
columna. La galería consta de diez arcos de medio punto sobre columnas
–pareadas y simples– que apoyan en basamento, y una descentrada portada de arco
apuntado. Siete arcos se disponen al oeste del acceso y tres al este, mientras
que en el muro de cierre occidental se abre una refinadísima ventana abocinada,
con estrecho vano ajimezado, profusamente ornada interior y exteriormente.
Animan el paramento externo de la galería haces
de dobles columnas que apoyan sobre plintos destacados del basamento,
integrándose los capiteles que las coronan en la línea de canes de la cornisa.
Estas columnas pareadas se disponen en los extremos de la estructura y
aproximadamente en el centro del grupo occidental de la arquería. El alero
posee además, junto con estas cestas dobles, una serie de 32 canecillos
finamente labrados. Los arcos de la galería, todos de medio punto, se decoran
tanto interior como exteriormente con guardapolvos ornados con semi bezantes,
puntas de diamante y hojarasca.
Interiormente recorre el basamento un banco
corrido de escasa altura. Soportan los arcos bien columnas sencillas (dos de
ellas restauradas), bien columnas pareadas con capitel único en los casos
restantes. Estos fustes, buena parte de ellos monolíticos, son lisos salvo el
más próximo a la portada por el lado occidental, entorchado y con acanaladuras
finamente decoradas con hojas tetrapétalas y brotes. Apoyan sobre basas áticas
con toro superior atrofiado y saliente inferior, con breves plintos ornados con
bolas y garras. Los capiteles presentan la habitual cesta troncocónica,
coronados por cimacios decorados con per fil de gola y listel sobre el que
apoyan las enjutas. Un machón cuadrado refuerza la estructura en el lado occidental.
El ángulo suroccidental del pórtico recibe una columna engolada por un glouton
bajo el canecillo, flanqueada por dos haces de dobles columnas.
Especial interés manifiesta la profusamente
decorada ventana rasgada abierta en el cierre occidental de la galería,
abocinada hacia el interior. Su estructura es intencionada mente dispar,
apareciendo al exterior como un estrecho vano ajimezado rodeado por arco de
medio punto sobre dos columnillas de basa ática y capiteles decorados –con dos
leones afrontados el derecho y de acantos, palmetas y volutas el otro–,
rodeándose con chambrana de hojarasca de idéntico diseño a las del frente sur
del pórtico. El parteluz, fina columnilla de fuste monolítico y simple basa,
posee, a modo de capitel, una cabeza monstruosa que engola el fuste, del mismo
tipo que la visible en el ángulo suroeste, aunque en ésta sus orejas se
prolongan como tallos enlazados sobre la rosca inferior del arco. Éste, a modo
de pseudotímpano, se labró en un bloque monolítico y junto a una banda decora
da con tallos ondulantes y molinillos, y dos capitelillos de palmetas
entrelazadas, contiene parte de la inscripción con la que iniciamos este estudio.
Sobre ella campea el arco pro piamente dicho, ornado con carnosos acantos que
acogen pomas en sus puntas, similares a los de la portada y una ven tana de
Santa Eulalia de Brañosera y la portada occidental de Piasca.
Al interior, el vano muestra dos arquillos
polilobulados gemelos cuya enjuta descansa en un florón pinjante, rodeados por
un alfiz profusamente decorado que encuadra un relieve con la escena de la
Tentación de Adán y Eva. Los primeros padres aparecen en las albanegas
laterales, enmarcados por un fondo arquitectónico de torres de cinco pisos en
los extremos. En el centro, sobre la enjuta central, se dispuso el árbol
prohibido, en cuyo tronco se enrosca la serpiente, que se dirige hacia Eva.
Sobre el árbol aparece una paloma, símbolo de la presencia divina.
Eva, a la derecha del árbol, aparece desnuda y
en actitud de coger el fruto. Adán, al otro lado aparece con su sexo cubierto
por una hoja y se lleva su brazo derecho al cuello, con el convencional signo
de angustia y desesperación tras haber cometido el pecado. Las impostas se
decoran con un friso de esquemáticas palmetas entre acantos. El primor y la
profusión decorativa de este vano lo convierten en una auténtica declaración de
principios estéticos del artista.
La portada de la galería se abre en un
antecuerpo aproximadamente alineado con la portada del templo y consta de un
arco apuntado liso y dos arquivoltas, la interior decorada con hojas bajo arcos
de vástagos calados y la exterior sencillamente moldurada con una mediacaña en
la arista, protegiéndose el conjunto con chambrana de menuda decoración
vegetal. Apea la arquivolta interna en una pareja de columnas acodilladas,
cuyos capiteles reciben respectivamente dos leones de poblada melena de
mechones rizados que comparten cabeza, sobre un mascarón monstruoso del que
brota hojarasca, y un dragón barbado frente una especie de león muy rasurado.
En el frente del antecuerpo se disponen dos parejas de dobles columnas, con
capiteles corridos ornados con una sirena y dos dragones enlazados por tallos
en el más oriental y el combate de dos centauros, armados uno con un arco y el
otro con escudo y fracturada espada, entre abundante fronda vegetal, en el
otro. En un sillar de la jamba derecha aparece grabada una fragmentaria roseta.
En fotografías antiguas se aprecia un hoy inexistente alero de madera muy
volado que se situaba sobre la cornisa original del antecuerpo de la portada.
El particular estilo de este taller recubre de
escultura prácticamente todos los elementos del pórtico: capiteles de la
arquería y de la portada, cornisa y canes, capiteles del alero, chambranas, y
la ya descrita ventana occidental.
Soportan la arquería trece capiteles, cuatro al
este de la portada, cinco en el primer tramo del conjunto occidental y otros
cuatro en el extremo. Comenzando la descripción por el lado izquierdo del
espectador, el capitel entrego al machón occidental, sobre dobles columnas, es
vegetal, recibiendo recortadas hojas de acanto de puntas enrolladas y remate de
caulículos, tardío remedo de modelos borgoñones que aparecen igualmente en la
portada occidental de San ta María de Aguilar o en una ventana de Revilla de
Collazos, por sólo poner dos ejemplos.
El siguiente, también vegetal y sobre fuste
único, se orna con dos filas de carnosas hojas vueltas de gran volumen y un
dragoncillo en el centro de su cara occidental; enrolladas pencas sustituyen a
los caulículos en los ángulos. El cimacio recibe una pareja de monstruos
afrontados en las esquinas y cabezas de aves, de largos cuellos y cola
retorcida, rodeados de vástagos y zarcillos.
El tercer capitel por este lado, nos presenta
una representación del pecado y castigo de la avaricia. La lectura se inicia
por la cara occidental, donde aparece el avaro, representado como un hombre
desnudo, barbado, de larga cabellera y con la bolsa henchida de monedas
pendiendo de su cuello, que alza los brazos hacia la figura del demonio que
inspira su pecado. Éste, de grotescos rasgos y rodillas flexionadas, presenta
los tradicionales cabellos llameantes, tipo de peinado que en este caso se
extiende a la barba. A la derecha del avaro se disponía un personaje, hoy muy
deteriorado, del que sólo se distinguen restos del manto, y tras él una figura
masculina de acaracolados cabellos portando una especie de maza. A lo hasta
aquí plasmado, es decir, la figuración del pecado de la avaricia, se
corresponde su castigo, representado en el otro frente del capitel.
Asistimos así a la muerte del avariento,
tumbado en un lecho cubierto por pesados ropajes de pliegues paralelos de los
cuales sólo sobresale la cabeza y el brazo derecho, que reposa sobre su pecho.
En la cabecera del tálamo aparece su esposa, lacerándose el rostro con el
convencional gesto de dolor. El avaro acaba de fallecer, como lo atestiguan sus
ojos cerrados, y su alma escapa del cuerpo por su boca, pero en esta maligna traslatio
animæ es encadenada por un león barbudo que aparece en la parte superior izquierda
de la cesta, mientras un fracturado demonio le agarra por el brazo. Otros tres
leones de aspecto amenazador yacen a los pies del lecho, asiendo sus patas con
las garras. El cimacio se decora con un friso de hojas de cardo. Siendo la
avaricia, junto a la lujuria, uno de los pecados más recurrentemente
representados para su condena en la iconografía románica, no extraña que la
escena de Rebolledo vuelva a aparecer en varios de los edificios del entorno en
diferentes grados ligados a este taller, como en la portada de Vallespinoso de
Aguilar, un canecillo de Pozancos, portada de San Cristóbal de Rueda de
Pisuerga, etc.
El capitel adosado al machón de la parte
occidental de la galería muestra dos parejas de grifos rampantes afrontados y
entrelazados por una banda de contario, con sus cuellos vueltos devorando las
granas que surgen de los tallos que los envuelven. En las esquinas se disponen
caulículos y el cimacio se decora con un friso de aves. La composición de esta
cesta la volvemos a encontrar, con escasas variantes, en sendos capiteles de
los arcos triunfa les de Santa Cecilia de Vallespinoso de Aguilar y Villanueva
de la Torre así como en otros de las portadas de Pozancos y Cabria, sendas
impostas de la portada meridional de Santa María de Piasca y de La Asunción de
Perazancas, etc.
En el otro capitel entrego al antes referido
machón se desarrolla una Psicostasis, con San Miguel ante la presencia del
demonio, dotado de una extraña cabellera llameante. Pese al deterioro,
reconocemos a un personaje, desnudo y cabeza abajo, que sostiene desde lo alto
del capitel la balan za, mientras a ambos lados de ella asisten al pesaje de
las almas un sereno San Miguel y el gesticulante demonio. Sobre el platillo más
próximo al arcángel aparece un alma, representada como un personaje desnudo, al
que el demonio intenta hacer caer de su lado. En la parte superior izquierda,
un alma, ya juzgada, atiende a su ingreso en el Paraíso. Iconográficamente,
esta representación condensada del juicio actúa como extensión y contrapeso del
mensaje enunciado en el castigo del avaro y con similar sentido la encontramos
en Vallespinoso, Villanueva de Pisuerga, Sobrepenilla (Cantabria), etc.
Los dos capiteles siguientes, ambos sobre
fustes únicos, presentan similar decoración vegetal, a base de estilizadas
palmetas lobuladas, de bordes calados por puntos trépano, de marcadas
nerviaciones y entrecruzadas, coincidiendo por parejas al cruzarse en el centro
y aristas del capitel. Manifiestan paralelos con la portada cántabra de Santa
María de Piasca, llevándose el esquema a su más seco y lineal extremo en las
portadas de Santa Eulalia de Barrio de Santa María, San Cebrián de Mudá, etc.
La columna que soporta los arcos sexto y séptimo recibe un fuste entorchado en
cuyas acanaladuras se tallaron finas lises, tallos con hojitas y tetrapétalas
con botón central, similar al que vemos en la ventana absidal de Henestrosa de
las Quintanillas (Cantabria), ornándose el capitel con una máscara monstruosa
que engulle los tallos perlados, entrecruzados y anudados de los que brotan
hojitas y acantos helicoidales, según un modelo que vemos en un capitel de la
venta na absidal de Piasca. Apoya contra el machón occidental del antecuerpo de
la portada una cesta vegetal decorada con recortados acantos muy estilizados,
de puntas incurvadas y resueltas en espiral, sobre las que campean hojitas de
puntas vueltas y caulículos en los ángulos. Tanto la abiselada talla de las
superficies como los anchos nervios centrales calados relacionan esta cesta con
los acantos de la portada occidental de Santa María de Piasca, repitiéndose el
esquema de Rebolledo en buena parte de los edificios palentinos anteriormente
citados.
El capitel del arco inmediato por el este a la
portada es uno de los más famosos del conjunto del pórtico y representa el
combate de dos jinetes sobre un somero fondo vegetal; ambos caballeros portan
cota de malla, yelmo y escudo, de cometa en el caso del derecho y rodela decora
da con florón y festones el otro. Se enfrentan ambos jinetes en el momento
culminante del combate, y así vemos cómo el caballero de la izquierda introduce
su lanza en la visera del yelmo de su contrincante, que ha perdido su lanza y
cuyo caballo acusa el empuje del ataque.
La montura del caballero victorioso porta
riendas festoneadas, sustituidas por semicírculos en su contrario. El cimacio
se decora con friso de leones afrontados y compartiendo cabeza los de los
ángulos. Se ha querido identificar al jinete del escudo almendrado con el
caballero cristiano vence dor del musulmán como reflejo del combate moral del
mili tes Christi frente al pecado.
En el capitel siguiente, sobre doble columna
como el anterior, vemos dos parejas de barbados grifos, erguidos y afrontados,
entre cintas con decoración de contario y follaje, que ocupan la cara oriental
del capitel. La occidental presenta en un ángulo a un guerrero vestido con cota
de malla y casco, blandiendo su espada contra una serpiente alada con cuerpo de
reptil mordiendo el escudo que, con su izquierda, embraza el guerrero. La
composición trae al recuerdo un capitel del claustro de la colegia ta cántabra
de Santillana del Mar, donde un monstruo similar muerde el escudo de un
guerrero, pero aquí éste va a caballo y la escena es más compleja. Igualmente
la vemos repetida en el friso de la portada palentina de Vallespinoso de
Aguilar y en la ruda talla de la pila bautismal de Can toral de la Peña. El
ábaco se decora con hojas y tallos entrelazados.
En el penúltimo capitel se representa una lucha
de animales, algunos de ellos fantásticos, entre los que distinguimos dos
leones rampantes que atacan a un grifo afrontado a un basilisco y una pareja de
arpías afrontadas de larga cola serpentiforme y rostro humano con extraño
tocado a modo de capucha o gorro frigio. Dos caulículos se disponen en los
ángulos decorándose el ábaco con hojas y tallos entrelazados.
Y llegamos así a la última de las cestas de la
galería, en la que se representa el tema de Sansón desquijarando al león
(Jueces, 14, 5-6). En su frente aparece el héroe de Israel con su larga melena
recogida por una cinta y el manto flotando paralelo a la cabellera. Aparece
cabalgan do a la fiera, abriendo sus fauces con las manos introducidas en la
boca del animal. Sansón estira su pierna izquierda entre los cuartos delanteros
del león mientras que retro trae la derecha, en actitud forzada. El león muestra
una larga y espesa melena rizada y apoya sus patas sobre el astrágalo del
capitel. Mientras la cara lateral izquierda aparece ocupada por un ave de cuyo
pico surgen tallos de cuyos extremos brotan hojas, sobre la cara lateral
derecha se representa una figura sedente de compleja identificación que
sostiene la cola del animal, quizá para seccionar la –como en Prádanos de
Ojeda–, aunque la usura del relieve no permite precisarlo. Las esquinas del
capitel se ocupan con palmetas colgantes de marcadas nerviaciones y puntos de
trépano, rematando la cesta un friso de arquillos incisos. El ábaco se decora
con cuadrifolias entre cintas entrecruzadas con decoración de contario. Este
capitel presenta clarísimas concordancias con otros de idéntica temática de
Santa Eufemia de Cozuelos, Santa Cecilia de Vallespinoso y sobre todo con el
que, procedente del monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, se
conserva en el Museo Arqueológico Nacional, obra del denominado por García
Guinea “maestro de los capiteles de Moarves”. Con este último le
vinculan tanto la cinta que recoge la melena de Sansón como el rígido gesto de
su pierna izquierda, amén de la decoración de arquillos y las palmetas
angulares, que volvemos a encontrar en la mayoría de los ejemplos del norte
palentino, en Henestrosa de las Quintanillas, etc. Aunque la iconografía de
Sansón desquijarando el león es recurrente en el románico europeo, el detalle
del personaje que sostiene la cola del animal lo vincula a un enigmático grupo
de representaciones en las que diferentes figuras que ayudan o acompañan al
héroe bíblico: capitel de Aguilar en el MAN y relieves de Villaherreros,
Vallespinoso, Cezura, Dehesa de Romanos, Moarves de Ojeda, Prádanos de Ojeda,
Santa Eufemia de Cozuelos, etc. Formalmente se relaciona con los capiteles de
Santa María de Henestrosa de las Quintanillas (Cantabria) y Nuestra Señora del
Cerro de Cuevas de Juarros. El cimacio de este capitel recibe un friso de
tetrapétalas inscritas en clípeos formados por dos cintas perladas entre cruzadas,
similares a algunos modelos vistos en el refectorio de Aguilar y en Piasca.
Ese mismo motivo decora la cornisa de la
galería, bajo la cual se disponen, intercalándose entre los 32 canecillos que
la sustentan, los cuatro capiteles que coronan las dobles columnas que recorren
el paramento externo de la estructura.
El de la fachada occidental de ésta recibe
decoración vegetal de palmetas entrecruzadas que se resuelven en abultados
cogollos en sus puntas.
El más occidental del muro sur presenta el
Sacrificio de Isaac, con la iconografía habitual, es decir, a la izquierda el
ángel saliendo de una nube, portando el cabrito y, a la derecha, Abraham cuyo
brazo es detenido por el ángel, con su cabeza vuelta hacia la aparición y
dispuesto a sacrificar a su hijo, que yace arrodillado. Idéntico motivo y
factura presenta un capitel del hemiciclo absidal de Piasca. Los otros dos
capiteles son vegetales, el primero similar al del muro oeste y el otro ornado
con tallos entrelazados que surgen de tres máscaras felinas de amenazadoras
fauces rugientes. En el chaflán del ángulo suroeste del pórtico, sobre la
columna que hace esquina, aparece un glouton o carátula monstruosa en actitud
de tragar el fuste, motivo muy del gusto del escultor de Rebolledo y que tiene
paralelos en Saintonge y otras zonas del suroeste de Francia –así en Aulnay o
las fachadas occidentales de las iglesias de Échillais, Civray o Chadenac–, así
como en ciertos monumentos palentinos (Calahorra de Boedo, Villavega de
Aguilar) y burgaleses (San Pantaleón de Losa, Padilla de Abajo, etc.). En
cuanto a los canecillos, presentan especial interés los siete que se sitúan en
el ante cuerpo de la portada, todos figurados salvo el central y que
representan, de izquierda a derecha: un personaje sentado con un libro sobre
sus rodillas, dos arpías encapuchadas, un acanto estilizado y dos músicos, uno
tocando la viola de arco y el otro un arpa-salterio. Entre ellos vemos una
figura femenina de llameantes cabellos que, en actitud de danza, realiza una
acrobática contorsión, icono repetido hasta la saciedad en el románico de la
montaña cantábrica que cuenta en las bailarinas de la fachada de Moarves de
Ojeda con su probable origen. Sencillos canes de proa de nave, decorados con
dos rollos y otros decorados con cuadrúpedos, prótomos de felinos engullendo
presas, flores, arpías –a una de las cuales picotea en la boca un ave o aun
personajes leyendo, completan este conjunto.
Empotrados en el haz de fustes del ángulo
suroeste del pórtico aparecen tres altorrelieves, hoy sumamente deteriorados,
que Pérez Carmona interpreta como un “incompleto Tetramorfos”.
Aunque la historiografía proporciona abundantes
referencias a la galería de Rebolledo, acusamos en la mayoría de estos trabajos
bien un evidente “desenfoque” metodológico, bien un exclusivo interés
por el apartado escultórico, obviando injustamente la notable arquitectura en
la que se enmarca –que hace de este pórtico el más airoso de los castellanos,
rivalizando con los tardíos ejemplares segovianos–, eclipsada tras la
exuberancia decorativa.
En Juan de Piasca confluye el hecho de
representar uno de los estilos más exitosos del tardorrománico del alto
Pisuerga, con la proverbial coincidencia de su origen geo gráfico con sus
raíces artísticas. Es, en efecto, la iglesia lebaniega de Santa María de Piasca
–donde el maestro Covaterio dejó epigráfica constancia de su intervención en la
obra en 1172– el lugar donde parece haberse formado nuestro escultor. Lo cierto
es que la escultura de ambos templos mantiene estrechos puntos de contacto, que
deben hacerse extensivos a otros edificios palentinos y montañeses como
Vallespinoso de Aguilar, Santa María de Becerril del Carpio, Collazos de Boedo,
Henestrosa de las Quintanillas, etc., fábricas donde sin duda participaron
equipos de canteros relacionados entre sí. El origen del estilo mantiene
notorias familiaridades con los escultores de Santiago de Carrión de los
Condes, aunque en Rebolledo los ecos estilísticos borgoñones y ornamentales del
suroeste de Francia aparecen tamizados, indiscutiblemente, por su formación en
la citada obra lebaniega, y de modo más complejo por los grandes talleres
presentes en el últi mo cuarto del siglo XII en el norte palentino –Aguilar y
Santa Eufemia de Cozuelos sobre todo–, cuya acertada caracterización ha sido
realizada por José Luis Hernando Garrido en varias publicaciones. Los evidentes
contactos y hasta identidades con las obras cántabras citadas demuestran la
unidad geopolítica y artística –bien ajena a los artificiosos límites actuales–
que formaban el área de La Liébana, la antigua merindad de Aguilar de Campoo,
las Asturias de Santillana y el Alto Pisuerga, inaugurando, o al menos dejando
constancia documental, la reputación de los canteros montañeses en Castilla,
que alcanzará el siglo XVIII. En cualquier caso, nada permite emparejar la
galería descrita con la escultura de Santo Domingo de Silos y menos con su
primer taller, tal como sostuviera Pérez Carmona.
En 1928, según nos refiere Luciano Huidobro, se
pro cedió a desalojar los arcos de la galería del tapiado que había convertido
ésta en una estancia abrigada. Sin duda este aparejo de relleno permitió que
los capiteles y chambranas hayan llegado hasta nosotros en un excelente estado
de conservación. Recientemente (1999) se han llevado a cabo diversos trabajos
de restauración y consolidación en el templo, que en la galería se han
traducido en el añadido de un tablero sobre la cornisa que le da mayor vuelo y
protege los elementos románicos.
También conserva el templo la pila bautismal
románica, instalada en el fondo de la nave septentrional y anteriormente
protegida por una verja de madera. Se dispone sobre un basamento escalonado, su
copa es semiesférica y lisa de 130 cm de diámetro × 60 cm de altura, y apea
sobre un moderno tenante cilíndrico de 29 cm de alto. En éste se reaprovecharon
del primitivo dos prótomos de leones de cuidada factura; uno de ellos apresa un
cuadrúpedo y el otro muestra su cabeza y garras delanteras, mientras que sólo quedan
vestigios de un tercer felino.
La pila aparece datada en el año 1195 por una
inscripción desplegada sobre la embocadura, en la que leemos: SUB ERA
MCCXXXIII DOMINICVS ABAS EMI(T?)… Sobre la misma superficie corre otro
texto, en caracteres muy borrosos pero también medievales, que reza: ERA …
MCCC FVIT …C… Ignoramos a qué se refiere este epígrafe, que proporciona la
fecha de 1262.
Aparte de la riquísima escultura del pórtico,
merece destacarse la presencia en la capilla mayor de un sepulcro tardogótico
bajo un arcosolio del lado del evangelio, de cuidada factura y datado a inicios
del siglo XVI. El yacente aparece vestido con atuendo eclesiástico y presenta
el habitual can a los pies. En el frente del sarcófago se grabó un epitafio en
caracteres góticos que dice: “AQUI YAZE EL HONRADO IV˚ CRS~ CVRA DESTA
YGLESIA E ABAT DE SANTA LVZYA E MORIO ANO DE MIL XXIIII [1524]”. Bajo este
texto, en una cartela sustentada por dos ángeles, leemos: “E HIZO ESTA
CAPILLA E DEXO UNA MISA PERPETUA DE N(UES)TRA SEÑORA ET DEXO TRESE AROBAS E
MEDIA DE TRIGO POR LA DIEZMA MISA QUE SE A DE DECIR CADA SABADO”.
En la sacristía se conserva una buena cruz en
cobre sobredorado, grabada y esmaltada en rojo, blanco y azul, cuyos brazos
flordelisados son de similar longitud. En el anverso se representa, arriba un
ángel turiferario y bajo él, en una placa añadida de esmalte, la leyenda “AVE
MARIA”. El centro está presidido por una imagen del crucificado, a su
izquierda la Virgen en una placa de esmalte y a la derecha Cristo atado a la
columna y el Bautista en otra pieza. En la parte inferior se representa en
esmalte una Anástasis y sobre el astil, Adán orante saliendo del sepulcro. El
rever so muestra en los extremos el Tetramorfos y en el centro otro esmalte con
la imagen del Cristo Triunfante. Esta cruz pertenece a una nutrida familia de
ejemplares en tierras del antiguo obispado burgalés (similares en Castrecías,
Salas de Bureba, Piedrahíta de Juarros, Villavedón, Escaño, Hon tanas, Lodoso,
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