Románico en el Valle de Sedano
Esta ruta es un itinerario de contrastes, de
supremas bellezas naturales y de exquisiteces románicas. El Valle de
Sedano fue tierras de hidalguía, de historia y de arte, de pueblos
repletos de recuerdos patrimoniales y de románico.
Geográficamente, el Valle de Sedano ocupa uno
de los espacios más noroccidentales de la provincia de Burgos en su límite con
Cantabria con los ríos Rudrón y Ebro como protagonistas.
Su orografía es abrupta, con extensos páramos
entre los que se "cuelan" profundísimos y verdes valles.
De todo el elenco de iglesias románicas de la
zona, he elegido como las "estrellas" las iglesias de
Moradillo de Sedano, Gredilla de Sedano, Huidobro, Escalada.
Moradillo de Sedano
La pequeña localidad de Moradillo se sitúa en
un claro del angosto vallejo ubicado 4 km al este de Sedano, lo que determinó
un establecimiento disperso de la población, en torno a seis barrios –según
Huidobro– hoy apenas reconocibles.
Los datos históricos son ciertamente parcos en
referencias a Moradillo, con la dificultad añadida de las dudas que plantea a
la hora de discernir adjudicaciones la proximidad de Moradillo del Castillo.
Pertenecía el núcleo al alfoz de Siero o Sedano, citándose como Muratiello en
un documento de 1074; en 1139 aparece como Muradiello, vinculándose al
monasterio de Santa María de Rioseco, y en el documento de confirmación de
heredades de Alfonso VIII al monasterio de Quintanajuar, del 28 de enero de
1186, se recoge como límite de la donación: omnibus terminis suis a termino
de Cernogi usque ad terminum de Muradello. Más dudosas son las referencias
recogidas en el Cartulario de San Salvador de Oña, cenobio que en 1208 adquiere
in Muradielo II solar cum II colazos in Barrio Medano, quizá las mismas
heredades que en 1274 arrienda, junto a unas casas en Nidáguila y Fresno, a
Juan Díaz. El Libro Becerro de las Behetrías habla de Muradiello de Sedano como
lugar del monasterio de Las Huelgas de Burgos, cuya presencia se documenta
–mediante compra de heredades– ya desde mediados del siglo XIII. También el
obispado burgalés contaba con pertenencias en la localidad, adquiridas mediante
permuta entre el obispo don Juan II y Roi Díaz del Val en 1244. Posteriormente,
Moradillo formó parte de la Honor de Sedano, llegando al siglo XVIII bajo el
dominio de los marqueses de Aguilar de Campoo.
Iglesia
de San Esteban Protomártir
La iglesia parroquial está instalada en la zona
más elevada del actual caserío, al que domina desde el sur. Constituye este
templo uno de los eslabones fundamentales del románico final burgalés, tanto
por la neta definición arquitectónica de su fábrica como por la exquisita decoración
escultórica que la adorna. Al proporcionarnos la obra una datación segura
–1188–, las numerosas y a veces dispares conexiones estilísticas que han
querido verse en sus relieves convierten a Moradillo en referencia obligada en
multitud de trabajos, aunque aquí, como en otros muchos casos, la
historiografía ha centrado su atención en la escultura, obviando de modo
arbitrario el marco arquitectónico que la sustenta, y ello desde los primeros
estudios de Luciano Huidobro –quien la dio a conocer a principios del siglo
XX–, Teófilo López Mata y Julio Martínez Santa-Olalla, hasta los más recientes
como el de Éliane Vergnolle.
Arquitectura
Es el de Moradillo un templo levantado en
excelente sillería caliza, dorada por efecto de la rubefacción en la fachada
meridional, de nave única dividida en tres tramos, con portada abierta en un
antecuerpo del muro sur del central. La primitiva cabecera, a buen seguro
compuesta de tramo recto presbiterial y ábside semicircular como en la cercana
iglesia de Gredilla, fue sustituida por la actual, de amplio presbiterio –a
modo de pseudotransepto– cubierto con crucería estrellada, y capilla poligonal
con bóveda avenerada. Esta refinada obra renacentista de la segunda mitad del
siglo XVI –pese a que otros autores la lleven al siglo XVIII–, es fruto de la
reconstrucción del cuerpo oriental del templo tras un hipotético incendio del
que no hay constancia documental, como tampoco la hay de la existencia de un
hospital adosado a su fachada septentrional.
Arquitectónicamente, la iglesia de San Esteban
destaca en primer lugar por la solidez y calidad del espléndido aparejo,
demostrando los artífices su buen oficio en un despiece de la sillería que,
sobre todo al interior, va más allá de lo preciso. Si anómala resulta la
notable diferencia de grosor entre el muro meridional y el norte –hecho para el
que no alcanzamos a encontrar explicación satisfactoria– bien meditada es la
articulación de los paramentos interno y externo mediante arquerías que
adelgazan y animan ambas superficies. Tal robustez permite que el abovedamiento
de las naves apenas precise de mayores refuerzos exteriores que el de un
estribo semicruciforme delimitando el primer tramo del muro norte, función que
cumple en el segundo tramo el husillo de acceso a la torre, y los dos machones
del antecuerpo de la portada hacia el sur. Los dos tramos más occidentales de
la nave, de similares dimensiones, se cubren con bóveda de cañón apuntado
reforzada por gruesos fajones doblados, que reposan en dos columnas en los
codillos interiores del hastial y poten tes haces de tres columnas adosadas.
El tramo que antecede al presbiterio, más breve
que los anteriores y sobre el que se alza la torre, aparece destacado en altura
y diferenciado de ellos en su cubierta, aquí bóveda de crucería simple de
nervios moldurados con haces de triple baquetón y clave central calada. Esta
solución de cubierta, que no debió ser planteada en el proyecto original,
obligó a adaptar los soportes para recibir los nervios cruceros mediante
ménsulas que, hacia la nave, prolongan la superficie sustentante de los haces
de columnas, y hacia la cabecera funcionan a modo de trompillones. En cualquier
caso, esta adaptación debió realizarse en curso de obra, resultando
perfectamente contemporánea del resto de la construcción. La torre prismática
que se alza sobre el tramo oriental de la nave conserva sólo el cuerpo inferior
original, siendo el cuerpo de campanas actual obra moderna, quizá coetánea a la
reforma de la cabecera. Da servicio a esta estructura una escalera de caracol
inscrita en un husillo que se extradosa en el muro norte del tramo, a la que se
accede a través de un sencillo vano de arco apuntado y en origen doblado. Una
reforma posterior alteró el arco externo dándole su actual perfil de escarzano
y sólo manteniendo una de las columnas acodilladas que lo recibían.
La articulación muraria es otro de los aspectos
sobresalientes del edificio.
Exteriormente contrasta la cierta austeridad
del muro septentrional –en el que no acertamos a ver la portada tapiada que
cita Huidobro– y del hastial occidental, éste rematado a piñón que quizá en
origen fuese volado sobre la cumbrera de la nave, con la profusión ornamental
de la fachada meridional y el interior. Dos gruesos contrafuertes ciñen los
ángulos del hastial, prismático y escalonado el del ángulo septentrional y en
forma de grueso haz de cinco columnas en el sur, mientras que dos robustas semicolumnas
se instalan en el ángulo exterior entre la nave y la desaparecida cabecera, hoy
parcialmente embutidas por la estructura renacentista.
La fachada meridional, la más profusamente
ornamentada, se articula en dos niveles, dejando además traslucir la estructura
tripartita de la nave. El piso inferior aparece amenizado por una arquería
ciega sobre un zócalo moldurado –presente también al norte–, a razón de tres
arcos en el primer tramo de la nave y dos en el más oriental, que como antes
vimos, es más corto que los precedentes. En el tramo central se abre la
monumental portada, cuyo notable desarrollo ocupa toda su longitud. Esta
arquería decorativa, cuyo modelo veremos repetirse en la fachada meridional de
Ahedo del Butrón y en la desaparecida de Cerezo de Riotirón consta de arcos
levemente apuntados, ornados con gruesos baquetones y rodeados por tornapolvos
con perfil de nacela, que apean en jambas en los extremos y en dobles columnas
centrales. Sobre la arquería se abren dos ventanas rasgadas de doble derrame
que supeditan su ubicación al eje interior de los tramos, lo cual se traduce en
una cierta disarmonía al exterior. Ambas repiten su estructura a ambos lados
del muro, con arcos de medio punto rodeados por tornapolvos y apoyados en pares
de columnas acodilladas. En la ventana del tramo oriental de la nave, sin
embargo, rodea el vano al exterior, a modo de tímpano, una especie de frontón
decorado con un molinillo de acantos helicoidales y dos florones en las
enjutas, composición que trae al recuerdo algunos modelos de estelas funerarias
romanas y que vemos igualmente repetida en la ventana –hoy oculta– de la
fachada meridional de Ahedo del Butrón.
Grandes arcos ciegos apuntados adelgazan y
animan –como en Soto de Bureba, Escóbados de Abajo, Castil de Lences, etc.– los
paramentos interiores, a razón de uno por tramo, así como el muro interno del
hastial, recorridos además por dos impostas de listel, junquillo y nacela, una
en el arranque de las bóvedas y la otra a la altura del alféizar de las
ventanas. Ya vimos que éstas sólo se abrían en el muro sur, correspondiéndose
en el norte con arquerías meramente ornamentales, al igual que sucede en Gredilla
de Sedano, Abajas y otros ejemplos, resultando el que nos ocupa y el primero
citado los más ornamentales.
Estas de Moradillo presentan arcos geminados,
de medio punto en el tramo central y baquetonados y levemente apuntados en el
oeste, que apean en los extremos en columnas acodilladas y en un capitel
pinjante central, decorando la primera citada la superficie sobre los arcos –a
modo de tímpano– con dos aves flanqueando un hermoso molinillo de acantos
helicoidales de los que emergen tallos con hojas acogolladas y piñas.
Pero es sin duda en el triple haz de columnas
que hace las veces de responsión y recoge el fajón del segundo tramo de la nave
por el muro sur donde se plasma el culmen de la extravagancia del taller, con
sus efectistas fustes quebrados en zigzag. Más aún, al indudable sentido
ornamental de este soporte hay que añadir el curioso despiece y engatillamiento
de sillares de las arquerías ornamentales interiores, motivado sin duda por un
criterio meramente constructivo y que hoy podemos admirar al haberse suprimido
el primitivo enjalbegado.
En resumen, San Esteban de Moradillo es un
edificio de reducidas dimensiones y bien construido, que añade al conocido
esquema de nave única con destacado tramo anterior a la cabecera –recurrente en
la zona norte de Burgos, La Bureba y sureste de Cantabria– la plasticidad de
sus numerosos recursos decorativos.
Ante su fachada meridional, el espectador
actual lamentará la presencia del pórtico moderno –realizado hacia 1865, a
decir de Huidobro– que impide una contemplación diáfana del muro, y de hecho,
en la memoria de restauración del edificio redactada por el arquitecto José
Antonio Arenillas en octubre de 1966 que planteó la sustitución de las
sobrecubiertas debido a su deficiente estado, estaba previsto igualmente
remplazar el “atrio cubierto” por un “atrio abierto” aunque, pese
a aprobarse dicho proyecto, evidentemente no llegó a ejecutarse tal actuación,
hecho quizá afortunado, pues este relativo contratiempo estético ha contribuido
eficazmente a conservar en aceptable estado una de las portadas más
espectaculares del románico castellano.
Como señalamos al inicio de esta descripción,
decora la notable arquitectura del templo uno de los conjuntos escultóricos más
sobresalientes del tardorrománico burgalés y castellano. El taller de Moradillo
participa de la eclosión de la plástica que se produce en los reinos del norte
peninsular desde la década de los 60 del siglo XII, fruto de la actividad y
magisterio de los talleres de origen ultrapirenaico que trabajan en los grandes
edificios: el denominado “segundo taller” de Santo Domingo de Silos, San
Vicente de Ávila, Santiago de Compostela, Santiago de Carrión de los Condes,
Santa María la Real de Aguilar de Campoo, San Miguel de Estella, Las Huelgas de
Burgos, San Andrés de Arroyo, etc. Aunque no sea éste el marco idóneo para
profundizar en diatribas estilísticas, señalemos sólo que ha tendido a
reducirse el origen de la escultura de Moradillo subordinándolo al uso del
repertorio silense, conclusión fruto de una empobrecedora aproximación
metodológica. Compartimos por nuestra parte la más amplia visión ofrecida por
Elizabeth Valdez, quien reconoce la existencia de múltiples fuentes de
inspiración, como inmediatamente veremos.
Portada
Centra la espectacular portada de Moradillo un
tímpano en torno al cual se voltearon tres arquivoltas de medio punto, las dos
interiores con personajes dispuestos en sentido radial y la tercera con un
friso de recortados acantos de profundas acanaladuras y nervios centrales bien
partidos, bien ornados con puntos de trépano, rodeándose el conjunto con una
chambrana de puntas de diamante. Apean los arcos en jambas escalonadas en las
que se acodillan tres parejas de columnas, coronados sus capiteles por una imposta
de listel, junquillo y nacela similar a las vistas en el interior del templo;
dos dobles columnas, parcialmente ocultas por los muros laterales del pórtico,
remataban además los frentes del antecuerpo en el que se abre la portada.
Únicamente bajo el tímpano, donde las columnas
o mochetas primitivas han sido sustituidas por modernas jambas, las impostas
reciben, respectivamente, una fina decoración de tallos ondulantes acogiendo
hojitas de puntas rizadas y granas en el izquierdo del espectador, y el derecho
con las dobles hojas acogolladas con granas arracimadas, tan presentes en el
románico soriano.
Comenzando la descripción de los capiteles por
la izquierda del espectador, sobre la cesta doble que corona las citadas
columnas pareadas vemos una representación de la Última Cena, lamentablemente
erosionada. El centro del relieve, que se dispone corrido sobre ambas cestas,
lo ocupa la figura de Jesús, quien debía –como en el capitel de la sala
capitular de El Burgo de Osma y puede que en el muy erosionado de Silos–,
extender su mutilado brazo derecho para dar de comer a la arrodillada y
decapitada figura de Judas, que quizá mojaba en el plato del Maestro, uniendo
así los mensajes de Mt 26, 23 y Mc 14, 20 con el de Jn 13, 26.
Seis apóstoles se sitúan a cada lado de Cristo,
de los cuales son visibles sólo los del lado derecho y tres del izquierdo. En
los tres capiteles siguientes se afrontan parejas de híbridos, los del primero
de cuerpo alado y escamoso, con largos cuellos y cabezas maléficas, sobre un
fondo vegetal de carnosos acantos de puntas vueltas y avolutadas que les solapa
parcialmente.
Siguen luego dos esfinges opuestas por los
cuartos traseros, cuyas estiradas alas ascienden hasta juntarse en el cuerno
central del ábaco, ambas con cabeza humana tocada con caperuza; afrontándose en
el capitel interior se disponen dos bellos grifos de plumaje primorosamente
trabajado.
El capitel interior del lado derecho de la
portada muestra dos híbridos afrontados sobre fondo vegetal, alados, con cuerpo
recubierto de escamas, larga cola que pasa entre sus patas y agachando sus
estirados cuellos para casi juntar sus maléficas cabezas ante un acanto que
sirve de eje de la composición.
En la cesta siguiente son dos parejas de aves
las que se afrontan, y tras ellas se oponen dos magníficos leones de fauces
rugientes y abultado pelaje, de mechones triangulares concienzudamente
trabajados, mientras que dos retorcidos tallos anudados enlazan ambas bestias
por sus cuartos traseros.
En la cesta doble que ornaba el frente del
antecuerpo sólo adivinamos la figura de un jinete que, lanza en ristre,
arremetía contra otra figura, probablemente parte de una escena de combate o
caza.
Pasando ya a describir las arquivoltas, en la
interior, iconográficamente conectada con el tímpano, vemos representados a los
veinticuatro Ancianos del Apocalipsis en torno a la figura central del ángel
con las alas explayadas. Como es frecuente (Ahedo, Cerezo, Soria, etc.), los
Ancianos aparecen sedentes, coronados, portando nimbos gallonados, y en
variadas actitudes: unos tocan instrumentos musicales –un salterio que más
parece un mal definido organistrum, violas, una especie de flauta de pan,
etc.–, otros muestran rollos que sostienen con ambas manos o portan pomos de
perfumes.
En la arquivolta central se desarrolla un
incompleto y desordenado ciclo de la infancia de Cristo, dominado por escenas
de la Matanza de los Inocentes, aunque en el desarrollo de los relieves se
entremezclan otros temas aparentemente inconexos. La mayoría de las figuras
corresponden a la masacre ordenada por Herodes, en cuya plasticidad y variedad
de actitudes parece recrearse el escultor, al igual que ocurre en la portada de
Santo Domingo de Soria, los capiteles de la sala capitular de El Burgo de Osma
y quizá, a tenor de los vestigios conservados y la descripción de Nebreda, en
el pórtico norte de la iglesia de Silos. Entre los soldados, ataviados con cota
de malla y pasando a espada a los infantes ante la desesperación de sus madres,
vemos un jinete en actitud de dirigirse a una madre que sostiene a su hijo
contra su regazo, un centauro-sagitario disparando su arco, un personaje –quizá
Sansón– desquijarando a un león, un grifo pasante y el combate de un guerrero
que repele con su escudo el ataque de un león rampante mientras hunde su espada
en la fiera. Entre estas escenas se intercalan los episodios cristológicos de
la Anunciación, Visitación y Huida a Egipto, pasaje este último inspirado en el
apócrifo Evangelio del Pseudo Mateo, XX-XXI, que recoge el episodio de la
palmera que pliega sus ramas para calmar la sed de María con sus frutos.
Aunque se mantiene una cierta coherencia
iconográfica, el discurso parece carecer de linealidad narrativa, como si el
escultor hubiese simplemente extraído pasajes de un modelo. No deja de
sorprender tal inconsistencia icono- gráfica rodeando la figuración del
tímpano, centro compositivo de la portada, aunque quizá ésta no sea tal si
aceptamos la sugestiva lectura de Gerardo Boto, quien interpreta las imágenes
de la segunda arquivolta como ordenadas siguiendo el método expositivo de un
sermón.
El de Moradillo pertenece a la extensa serie
hispana de tímpanos decorados con visiones celestiales, aunque sus afinidades
temáticas –teofanía con mediadores– lo relacionan principalmente con los de
Santo Domingo de Soria, San Miguel de Estella, San Nicolás y Santa María
Magdalena de Tudela y, con variantes, el de Berlanga de Duero. A este listado
habría que añadir, de aceptarse la hipótesis de Isabel Frontón, el de la
portada exterior del pórtico septentrional de Silos.
Preside la composición la imponente figura de
la Maiestas Domini inscrita en la mandorla. Aparece Cristo descalzo y
entronizado, con serena actitud, barba rizada y larga cabellera que le cae
sobre los hombros, sosteniendo el Libro cerrado sobre su rodilla izquierda,
mientras que debía señalar al Libro o bien bendecir con su perdida mano derecha
(al estilo del Pantocrátor de San Miguel de Estella), realizada ésta en una
pieza independiente aunque probablemente contemporánea del resto de “reparaciones”
del tímpano.
Rodea a la mandorla el Tetramorfos, es decir,
las figuraciones de los cuatro evangelistas, aquí como en Santo Domingo de
Soria bajo la forma de tres ángeles que portan los prótomos de los animales
simbólicos en lienzos y el ángel Mateo. La disposición de las figuras resulta
prácticamente un “negativo” de la vista en el tímpano soriano, pues
aparece el símbolo del toro-Lucas en el ángulo inferior izquierdo de la
Maiestas, un ángel que debía portar el águila símbolo de Juan en el superior
del mismo lado, el ángel-Mateo en la esquina superior derecha y, bajo él, un
sonriente ángel de acaracolados cabellos sosteniendo el león símbolo de Marcos.
Es evidente que las fracturas y pérdidas del relieve fueron completadas en
época moderna, habiéndose quizá suprimido el símbolo del águila Juan, como
parecen avalar la marcas de retalle del pecho del ángel que lo sostendría, cuya
cabeza, aunque disonante en estilo, resulta afortunada comparada con la torpe
intervención en el rostro del ángel-Mateo. En las fotografías publicadas por
Martínez Santa-Olalla en 1930 aparecen ambos ángeles descabezados.
Que nos encontramos con una visión directamente
inspirada en el Apocalipsis IV, 2-7 viene corroborado por el texto grabado en
la superficie de la mandorla, donde leemos:
VICIT LEO DE TRIBV IVDA, RADIX DAVID,
ALLELUIA
pasaje extraído de Ap V, 5 (Et unus de
senioribus dixit mihi: Ne fleveris: ecce vicit leo de tribu Iuda, radix David,
aperire librum, et solvere septem signacula eius) y completado con el “Aleluya”
propio de la liturgia dominical del tiempo de Pascua, texto epigrafiado también
en las filacterias que acompañan al Tetramorfos. Más compleja resulta la
identificación de los dos personajes que completan en los extremos la
superficie del tímpano, ambos sentados en sus respectivos sitiales, acompañando
con una leve inclinación del tronco la superficie curva del soporte, barbados y
portadores de un rollo o filacteria que despliegan con ambas manos. Su carácter
celestial aparece reforzado por la misma desnudez de sus pies del resto de las
figuras. Aunque los casos de Maiestas con mediadores sean relativamente
frecuentes en la escultura tardorrománica hispana, sobre la interpretación de
sus identidades reina una diversidad de opiniones: en Santo Domingo de Soria,
junto a María aparece la figura de San Juan o quizá Isaías; en San Nicolás de
Tudela se interpretan como David e Isaías o San Nicolás, una duplicada
Magdalena ve Marisa Melero en la iglesia a ella consagrada de Tudela; la Virgen
y San Juan Evangelista es la lectura más comúnmente aceptada en el tímpano de
San Miguel de Estella; San Pedro y San Pablo, éstos bien identificados,
flanquean la Anunciación-Coronación de Gredilla de Sedano, y una figura
femenina –María o la mujer apocalíptica– y una Psicostasis vemos junto a la
visión celestial central del tímpano de Berlanga de Duero. En Moradillo nos
inclinamos a identificar a estos personajes laterales como profetas, quizá los
visionarios Ezequiel e Isaías, quienes junto a Jeremías y al texto apocalíptico
fueron los mejores “traductores” en imágenes de la escatológica visión,
y garantes de la continuidad en Cristo de la estirpe de David. Actuarían así
estas figuras como testigos de la secuencia entre la Antigua y la Nueva Ley,
dentro del mensaje de redención que envuelve, con las lógicas variantes
semánticas, buena parte de las grandes portadas del románico final.
Dos grandes relieves, dispuestos en las enjutas
del antecuerpo, flanquean la portada. En ambos se expresa la victoria sobre el
demonio que se deriva de la encarnación (segunda arquivolta), sacrificio
(capitel de la Última Cena, Matanza de los Inocentes) y triunfo (tímpano) de
Cristo, mediante sendos ángeles que clavan sus lanzas en dos seres
acuclillados, de cuerpos humanos y grotescos rostros maléficos con profundas
arrugas y grandes orejas, sobre cuyos hombros literalmente se alzan.
En el plano compositivo y estilístico resultan
evidentes las estrechas conexiones entre Moradillo y algunos de los conjuntos
más representativos de la escultura tardorrománica hispana. Como acertadamente
señaló Elizabeth Valdez, el maestro de Cerezo de Riotirón es el responsable de
parte de los capiteles animalísticos, las escenas del ciclo de la Infancia de
la segunda arquivolta, ciertos Ancianos de la primera y las grandes figuras de
las enjutas. Por su parte, el escultor del tímpano, que labra también el
capitel de la Última Cena, algunas escenas de la Matanza y parte del cortejo de
Ancianos del Apocalipsis, traslada a esta obra un bagaje adquirido en tierras
sorianas, donde la irradiación de la nueva estética silense, ya matizada por el
taller de El Burgo de Osma, se mezcló y enriqueció con aportaciones aragonesas
y navarras. Despeja cualquier duda al respecto la comparación del tímpano que
preside la fachada de Santo Domingo de Soria con el que nos ocupa,
especialmente el uso de idénticos recursos compositivos en la disposición de
los ángeles que sustentan a los Cuatro Vivientes. En la definición de los
rostros de las grandes figuras, sin embargo, se acerca más el artista al cierto
naturalismo del tímpano y relieves de la AnunciaciónCoronación y árbol de
Jessé, así como ciertos fragmentos del depósito lapidario, de Santo Domingo de
Silos.
Si excepcional resulta el despliegue
escultórico de la portada, pues aúna el interés plástico con la profundidad del
mensaje que sintéticamente representa, en la decoración de los capiteles del
interior, de las arquerías exteriores y ventanas, prima de modo casi exclusivo
el valor decorativo, que alcanza el calificativo de primoroso en lo vegetal.
Predominan en estas cestas los acantos, de marcados nervios, fuertes
escotaduras y neto sabor borgoñón, con las puntas vueltas o resueltas en
caulículos y acogiendo tallos rematados en piñas y granas en sendas cestas de
la arquería externa, uno de los pilares de la nave y el capitel del lado del
evangelio del triunfal. Estrechos acantos muy pegados a la cesta en su base,
que cogen volumen al curvarse sus puntas, donde dan lugar a piñas, decoran el
único capitel que subsiste de la portada de acceso a la escalera de la torre,
en el que –como en el citado del exterior–, el collarino recibe fina decoración
de hojitas. Similares composiciones vemos en los capiteles de la ventana ciega
occidental del interior y en el derecho del exterior de la ventana más
oriental, aunque en éste las puntas se rizan y acogollan de modo efectista.
Vemos también hojas lisas lanceoladas en dos niveles –con tallos entrecruzados
en un caso– decorando la arquería ciega del segundo tramo, hojas partidas
rematadas en volutas que coronan el haz de columnas quebrado, otras estrechas y
alargadas de puntas vueltas, lisas o digitadas (cercanos a algunos de Las
Huelgas), que rematan el haz de columnas del ángulo sudoccidental o los
claroscuristas helechos o ramificados acantos dispuestos en oblicuo del haz
meridional que soporta el fajón del segundo tramo de la nave, cuyo efectismo
debió inspirar la decoración de los soportes de varias pilas bautismales del
entorno, como las de San Andrés de Montearados, Montorio y San Juan de Tubilla
del Agua, así como los capiteles de San Felices del Rudrón.
En lo figurativo, el taller recurre a los
mismos motivos que ya vimos en los capiteles de la portada, afrontando esfinges
–muy próximas a las de la portada de Cerezo de Riotirón–, parejas de arpías de
rostros de efebo, algunas veladas y otras barbadas como las del bellísimo
capitel sur del triunfal; en otros vemos dragoncillos de malignas cabezas
felinas y cuerpos escamosos, trasgos con caperuza en el deteriorado de la
arquería occidental de la fachada sur, cercanos a otros de Ahedo del Butrón, un
león pasante de fauces rugientes en la ventana del mismo lado, o un águila que
agacha el pescuezo y atrapa una presa o rama con sus garras en el capitel bajo
el cimacio que porta la inscripción, que encuentra su reflejo casi literal en
un tímpano de ventana de San Felices del Rudrón. Mención aparte merece el
tratamiento del molinillo de acantos en espiral que, flanqueado por dos aves de
largos cuellos y colas –quizá pelícanos–, decora el tímpano de la arquería
ornamental del segundo tramo, al interior. Los canecillos que soportan la
cornisa de la nave presentan en su mayoría simple perfil de nacela, aunque en
los recolocados en el moderno pórtico y quizá procedentes de la primitiva
cabecera, la temática es la recurrente en tales soportes, con prótomos de
felinos, bóvidos y cérvidos, músicos, hojas incurvadas, entrelazos, bustos
humanos, un águila bicéfala, arpías, etc. En estas obras marginales es más
patente la intervención de escultores de segundo orden.
Lacónica resulta la datacion grabada sobre la
cara exterior del cimacio correspondiente al capitel izquierdo de la ventana
del primer tramo de la nave, donde leemos: IN ERA MCCXXVI, es decir, el año
1188 de nuestro calendario.
Esta inscripción, junto a la de Rebolledo de la
Torre o Soto de Bureba, constituye un importante jalón cronológico en torno al
cual emplazar buen número de las obras que hemos situado como estilísticamente
afines (Ahedo del Butrón, Cerezo de Riotirón, Butrera o Santo Domingo de Soria)
o dependientes de la nuestra (Gredilla de Sedano), sin que debamos
–compartiendo nuevamente el juicio de Elizabeth Valdez–, utilizar tal
referencia en términos absolutos de anterioridad o posterioridad respecto a
ella.
También la sobria pila bautismal del templo,
hoy albergada en una pequeña capilla moderna de arco rebajado, presenta traza
románica, con copa semiesférica y lisa sólo decorada con un bocel en la
embocadura. Se alza sobre un tenante cilíndrico, moldurado con mediascañas y
boceles, y un basamento con sucesión de bocelillos.
Como en el caso de Ahedo del Butrón o Nuestra
Señora de la Oliva de Escóbados de Abajo, cabe preguntarse por el motivo que
llevó a tan apartados lugares a talleres que, si bien no pueden considerarse de
primera fila, sí manifiestan una indudable calidad y ocupan un lugar muy
importante en la transmisión del estilo. Como balbuceante respuesta sólo se ha
argumentado la presencia de un hipotético patrocinio monástico –sin ningún
sostén documental– o señorial, aunque sospechamos que dada la falta de documentación
sobre la movilidad de los talleres, tal interrogante lo seguirá siendo.
Gredilla de Sedano
Para acceder a Gredilla y desde la villa de
Sedano tomaremos la carretera local que hacia Villaescusa del Butrón recorre el
angosto vallecillo regado por los arroyos Pila y Hernando. Circundado por los
altos páramos, en un recodo del camino aparece el pueblo, protegido de los
cierzos y remansado en un cuidado y evocador paraje. El escaso caserío que lo
conforma delata el buen hacer, la calidad de las fábricas y cierto sabor a
rancio abolengo nobiliario.
Gredilla se vinculó desde la Alta Edad Media al
alfoz de Siero, que más tarde se nombrará de Sedano formando parte ya, en el
final del medievo, de la merindad de Burgos con Ubierna según nos informa el
Libro Becerro de las Behetrías ya en el siglo XIV, que la sitúa como lugar
solariego de Fernando Rodríguez hijo de Rodríguez Villalobos, familia muy
afincada en la zona desde tiempos altomedievales. Un tal Pedro Martínez de
Gradella confirma un documento de venta a Marino, arcediano de Burgos, en 1181.
Parece que el templo parroquial de San Pedro y
San Pablo tuvo alguna vinculación con alguna institución eclesiástica
monástica, sin que podamos asegurar cuál fue. No sería extraño que el abad de
San Martín de Escalada ejerciera la jurisdicción o tal vez el propio abad
oniense. Ello hace perfectamente posibles las formas estructurales y
escultóricas que presenta el templo parroquial que en lo esencial conserva la
fábrica románica y la mayor parte de la escultura monumental. En toda la zona,
la presencia de la jurisdicción eclesiástica episcopal empieza a extenderse a
finales del siglo XII pero hasta ese momento son los monasterios quienes
detentan y ejercen la jurisdicción eclesiástica y por tanto las obras en muchos
de los templos se deben a su iniciativa
Iglesia de San Pedro y San Pablo
La iglesia parroquial de Gredilla de Sedano
conserva, salvo algunos añadidos y pequeñas modificaciones, su estructura
románica. Se trata de un templo de una sola nave, con muros de piedra sillería
apeados sobre el correspondiente podium que lo recorre.
Consta de cuatro tramos separados por los
correspondientes arcos fajones, se cubre con bóveda de medio cañón ligeramente
apuntado y sobre el muro occidental se ubica una espadaña que en el desarrollo
actual es obra barroca.
Desde el punto de vista constructivo el
elemento más notable es la articulación y organización de la fachada
meridional. Los elementos que la significan son las ventanas y la portada
adosada al muro. Las primeras se colocan a la altura de los riñones del arco de
la portada, son de tipo portada y tienen un valor claramente ornamental. En
esta fachada el arquitecto ha jugado con las líneas verticales de los
contrafuertes que significan en altura la portada y la columna entrega cercana
a la ventana más occidental.
Dado que la ventana del muro norte no existe al
exterior y la absidal tiene su decoración prácticamente perdida, nos vamos a
centrar en las del muro sur. La más occidental presenta una sola arquivolta y
luz de aspillera. Su capitel izquierdo es muy simple: una hoja plana que casi a
la altura del cimacio se divide en tres para rematarse en capullos semiabiertos
en el ángulo y esquinas.
El capitel derecho lleva dos leones pareados y
afrontados en el ángulo, que vuelven sus cabezas y cuyos cuellos son atrapados
por unos tallos que salen del ángulo.
La otra ventana presenta similar estructura a
la anterior, aunque en este caso el arco es ligeramente apuntado y cobija un
tímpano decorado con un mediorrelieve en el que aparece un león de perfil, con
el rabo metido entre las patas traseras flexionadas y el lomo ligeramente
cheposo, para acoplar así su cuerpo a la estructura del tímpano. El capitel
izquierdo lo decoran dos grifos pareados y afrontados en el ángulo que
despliegan el ala que va por detrás para afrontarla en la parte superior del
ángulo y luego, en una elegante diagonal, dirigirla hacia las esquinas del
capitel. El capitel derecho lo ocupan dos águilas de pie, pareadas y afrontadas
en el ángulo, donde entrecruzan elegantemente sus cuellos y cabezas. De sus
picos salen sendos tallos que, transformados en una hoja carnosa, llenan el
espacio superior derecho e izquierdo de ambas caras.
El arco triunfal que da paso a la cabecera es
de medio punto y doblado. La capilla absidal se cubre con bóveda de horno y el
presbiterio con cañón; la nave lo hace con cañón apuntado reforzado por cinco
arcos fajones de los que sólo el cuarto es doblado. Éste descansa en columnas
adosadas a pilastras y los restantes en columnas adosadas directamente al muro.
En el segundo tramo del muro norte existe un saliente dedicado a baptisterio.
En época posterior al románico se añadieron sendas capillas a ambos lados del
presbiterio, así como el troje adosado al muro meridional.
Por lo que se refiere a vanos, en el primer
tramo del muro norte queda una ventana sin luz dotada de interesante decoración
escultórica, que sirve de hornacina a una bella imagen gótica de la Virgen.
Existe también una ventana axial en el ábside y otras dos en los tramos primero
y cuarto del muro sur, todas con luz.
Finalmente en el tercer tramo del mismo muro se
sitúa la portada, abierta en un breve antecuerpo y abocinada con dos
arquivoltas ligeramente apuntadas –una de ellas lobulada– que descansan en
jambas con columnas y tímpano decorado. Se remata por el tradicional tejaroz.
El tímpano se apea sobre dos ménsulas, al igual
que las portadas de Moradillo de Sedano y Ahedo del Butrón. La forma de
articular y organizar la fachada guarda indudables relaciones y concepciones
estéticas con las de estos dos templos, sin olvidar la de Escóbados de Abajo y
otras de la zona. Este dato nos pone en evidencia la existencia de una escuela
o de talleres que siguen unas mismas pautas aprendidas probablemente en Ahedo.
Las trazas del ábside responden a los usos
habituales dentro del románico pleno, con la correspondiente ventana en el
centro. El conjunto del templo es una obra que tiene indudables relaciones
formales, conceptuales y espaciales con el cercano de Moradillo de Sedano
pareciéndonos que ambos deben ser obra del mismo maestro de obra.
Junto a la indudable calidad estructural del
templo, destaca la de su profusa decoración escultórica, que se extiende sobre
la portada, canecillos del alero y capiteles de la nave y del interior.
Portada
Comenzando por la portada, soporta la cornisa
del tejaroz una serie de canes en los que vemos una cabeza humana en semiperfil
con barba y melena ligeramente ondulada y pómulos gruesos, prótomos de bóvido,
raposo, león y otra figura humana con desproporcionada cabeza ligeramente
agachada, que cubre su cabeza con un gorro puntiagudo que le enmarca también la
cara.
En cuanto a los capiteles, vemos en el primero
dos sirenas masculinas pareadas y opuestas en el ángulo, de larga y gruesa cola
de reptil que meten entre las patas para luego elevarla y dividirla en dos
transformada en tallo, una parte de la misma va hacia las esquinas del capitel
convertida en hoja de perfil ondulado y la otra las atrapa por el cuello y va a
morir en el ángulo. En el siguiente se figuraron dragones pareados y afrontados
en el ángulo, con cuerpo de reptil alado, pezuñas y cabeza de león, que arquean
elegantemente el cuerpo sacando hacia delante las pechugas y haciendo
retroceder cuellos y cabezas, desplegando su respectiva ala interna y
afrontándola en el ángulo con la de su compañero, mientras que las externas las
llevan plegadas.
En los del otro lado vemos dos descabezados
cuadrúpedos –posiblemente leones– opuestos, y otra pareja de sirenas femeninas
opuestas en el ángulo, cuyas cabezas, colocada de frente, se adornan con una
diadema de perlado similar al collar que también llevan, sobre un fondo vegetal
con una serie de hojas carnosas.
En el tímpano, la escena representada es la
Anunciación-Coronación de la Virgen, y en ella intervienen cinco personajes,
más los dos ángeles que coronan a María. En los extremos, sentados sobre sendos
leones, aparecen las figuras de San Pedro y San Pablo, el primero con las
llaves y un libro, y el segundo con una filacteria que abre, para su lectura,
con ambas manos.
El centro de la composición lo ocupa la figura
de la Virgen, entronizada asimismo sobre un león, totalmente frontal,
sosteniendo con su mano izquierda el manto y levantando la derecha con la palma
hacia delante. A su derecha el arcángel, rodilla en tierra, le dirige el saludo
levantando su mano. A su izquierda figura, como es tradicional, un adormilado y
pensativo San José sentado, con la cabeza ligeramente ladeada y apoyada en su
mano derecha. Los pequeños ángeles que coronan a María surgen entre unas nubes
con forma de ondas. La actual cabeza de la Virgen, notoriamente
desproporcionada respecto al cuerpo, no es evidentemente la original.
Interior
En los capiteles del interior de la nave se
combinan los de motivos vegetales, a base de hojas lisas cuyas puntas se
enrollan o de las que penden frutos o flores, con otros figurativos de similar
tratamiento a los de la portada. En el muro norte vemos uno con cuatro sirenas
masculinas pareadas y afrontadas dos a dos en los ángulos y centro del capitel.
Colocan el cuerpo de perfil, pero luego vuelven al frente sus cabezas, que
cubren con un gorro plano, metiendo sus colas de reptil entre las patas para luego,
transformadas en tallos muy carnosos, elevarlas, colocándolas sobre su cuello
las de las caras laterales y entrecruzándolas las de la frontal. Los ángulos
del capitel se rematan con unas piñas.
Los capiteles del arco triunfal se decoran con
hojas lisas de nervio central y bolas en sus puntas. En otro capitel vemos dos
cuadrúpedos con aspecto de leones que ocupan las caras laterales, atacan y
muerden por el cuello y por los cuartos traseros a un animal que vemos
semitumbado en la cara frontal; tras él se dispuso un tallo que se bifurca en
dos, terminando en hojas carnosas aunque de labra tosca.
La ventana ornamental del primer tramo de la
nave muestra un arco lobulado, sobre dos capiteles y rodeando un tímpano
decorado. El capitel izquierdo lo ornamentan dos dragones pareados y afrontados
en el ángulo, de cuerpo de reptil, cabeza monstruosa, alas y patas rematadas en
pezuñas. Están representados en una elegante postura, desplegando sus alas
hacia las esquinas del capitel, entrecruzando sus colas y afrontando sus
pechugas en el ángulo. Cubren sus cabezas con un paño que luego les cuelga
sobre el cuello en abundantes y huecos pliegues, mientras que el fondo del
capitel se decora con tallos y hojas carnosas, que atrapan por sus cuellos a
los animales. El capitel derecho lleva dos sirenas masculinas pareadas en el
ángulo, opuestas por sus colas y arqueando luego el cuerpo para afrontar sus
cabezas. Tienen corta melena con bucles, voluminosos cuerpos y la cola metida
entre las patas, siendo atrapadas por una maraña vegetal de tallos que se abren
en hojas carnosas caprichosamente entrecruzadas. El tímpano lo decoran seis
aves de largos cuellos dispuestas radialmente, pareadas y afrontadas dos a dos,
atrapadas por una maraña vegetal de tallos que se abren en hojas carnosas,
cuyos brotes pican.
La ventana central del ábside consta, en torno
a una aspillera, de un arco de medio punto baquetonado y doblado sobre una
pareja de columnas de capiteles iguales muy simples con hojas lisas de
estructura triangular.
La ventana del tercer tramo de la nave presenta
idéntica estructura a la del ábside, aunque con el arco ligeramente apuntado.
Sus dos capiteles llevan la misma decoración: una hoja lisa y plana que sube y
se divide en tres rematándose en sendos capullos carnosos.
La del primer tramo, por su parte, tiene la
misma estructura que la anterior aunque en ella una cenefa decorativa enmarca
la aspillera; la forma un tallo que va ondulándose y abriéndose en hojas
ovaladas y puntiagudas con su entramado labrado a base de menudas incisiones a
bisel. Su capitel izquierdo lo decora un doble cuerpo de hojas, tres en cada
uno, de las cuales las de los ángulos han perdido los elementos que las
remataban, mientras que las de los extremos lo hacen en un voluminoso capullo
(las del primer cuerpo) o en un pequeño caulículo (las del segundo). En el
capitel derecho vemos dos cuadrúpedos de esquemático cuerpo que ocupan la parte
superior del equino y dirigen sus cuellos hacia abajo para atrapar a un animal,
asimismo cuadrúpedo, al que muerden en el lomo y sujetan firmemente con sus
patas por el cuello y sus cuartos traseros.
En la decoración vegetal de Gredilla predominan
las hojas que aparecen representadas en ocho capiteles del interior y seis de
las ventanas, como hemos visto en la descripción. En casi todos los casos se
trata de hojas lisas y planas, de labra bastante tosca, que por lo general se
dividen a media altura del equino para rematarse en caulículos, frutos
colgantes o flores semiabiertas en los ángulos y extremos. El entramado de
nervios de las hojas no se labra más que en una ocasión –capitel izquierdo de
la ventana cuarta del interior–, con gruesas incisiones a bisel oblicuas y
convergentes hacia el nervio central. Asimismo en este caso los bordes de las
hojas son festoneados, mientras que en todos los demás son lisos. En uno que
recibe un fajón en el muro norte se colocaron nueve cabezas humanas sobre la
hoja plana y lisa que ocupa casi todo el tambor.
Desde el punto de vista técnico, la labra es
bastante tosca en todas ellas. Otros temas vegetales que vemos son los tallos y
las piñas. Los primeros se utilizan como complemento de otros en el tímpano de
la ventana norte interior del primer tramo y en uno de los capiteles de esa
misma estructura. Se trata en ambos casos de tallos carnosos, modelados, que se
entrecruzan laberínticamente, abriéndose en hojas del mismo tipo. El escultor
realiza en ellos elegantes efectos de trepanado.
La temática animal está abundantemente
representada. Si seguimos la división clásica en animales reales y fabulosos,
incluiríamos el águila, los bóvidos, el león, los pájaros y el zorro en el
primer grupo, mientras el segundo lo llenaremos con las sirenas, los grifos y
los dragones. El águila aparece representada tan sólo una vez, en el capitel
derecho de la ventana exterior del primer tramo, pareada y afrontada con otra
semejante en el ángulo, donde entrecruzan elegantemente sus cuellos y cabezas.
De sus picos salen sendos tallos que, transformados en una hoja carnosa, llenan
el espacio superior derecho e izquierdo de ambas caras. Desde el punto de vista
técnico estamos ante un mediorrelieve en el que el plumaje, no sólo de las alas
sino de todo el cuerpo de las aves, se labra con incisiones a bisel bastante
minuciosas. Los bóvidos solamente tienen un ejemplo en un canecillo de la
portada, realizado de un modo bastante realista, destacando las estrías
oblicuas convergentes hacia abajo de su cuello.
De todos los animales de la fauna real, es el
león el de mayor éxito en cuanto a número de representaciones. Los pájaros
tienen una escasa representación, hallándose tan sólo en el tímpano de la
ventana interior del tramo occidental. Finalmente, el zorro aparece en dos
canecillos de la portada, en ambos casos como prótomos, con ojos muy saltones y
hocico puntiagudo. De los animales fabulosos son las sirenas, presentes en
cuatro ocasiones, las que marchan a la cabeza, seguidas por los dragones –dos
casos– y los grifos, que sólo ornamentan un capitel. Las sirenas, tres
masculinas y una femenina, están en todos los casos pareadas y opuestas o
afrontadas dos a dos, metiendo su larga cola de reptil entre las patas. Las del
capitel cuarto del interior y las del capitel uno de la portada transforman sus
colas en tallos muy carnosos que las atrapan a ellas mismas por el cuello o se
entrecruzan con las de su compañera. En el capitel derecho de la primera
ventana interior aparecen completamente atrapadas por una maraña vegetal de
tallos y hojas carnosas que se entrecruzan caprichosamente.
La figura humana aislada de cuerpo entero sola
únicamente la vemos en un canecillo de la portada, en forma de un hombre con
desproporcionada cabeza. Está ligeramente agachado, se le ven las piernas,
cortas y cubiertas por una túnica de toscos y planos pliegues. Cubre su cabeza
con un gorro puntiagudo que le enmarca también la cara. Hay que destacar la
expresión de desencanto de su cara, que viene dada por el arqueamiento hacia
abajo de la boca. Finalmente la figura humana formando escena ocupa en Gredilla
de Sedano un lugar destacado: el tímpano de la portada. Desde el punto de vista
técnico estamos ante un altorrelieve en el que se utiliza casi exclusivamente
la técnica del modelado. Los volúmenes de los cuerpos son redondeados. Los
pliegues son profusos y muy barrocos, acoplándose al cuerpo según la técnica de
los paños mojados en zonas como rodillas y caderas y describiendo marcadas
ondulaciones, muy huecas, en los bordes de mantos y túnicas. En algunos casos,
como ocurre en el manto de la Virgen, los bordes se ornamentan con una
decoración minuciosa de nido de avispa.
La estructura arquitectónica del templo, la
articulación de la fachada meridional, la tipología de ventana y la
espectacularidad del vano ciego practicado en el muro norte del interior nos
aproximan a la concepción constructiva del maestro de Moradillo de Sedano.
Analizando la ornamentación escultórica de este templo observamos en él el
trabajo de dos talleres claramente diferenciados. Uno es de carácter más local
y seguramente anterior cronológicamente al otro, cuyo trabajo presenta algunos
paralelismos con el cercano templo de Huidobro y otros. El segundo es un taller
de filiación silense en el que, al igual que en la vecina iglesia de Moradillo
de Sedano, se observa un trabajo de diferentes escultores. En este templo las
muestras escultóricas más silenses las encontramos en los capiteles y tímpano
de la ventana interior del muro norte del primer tramo de la nave. En concreto
uno de los capiteles –el de las sirenas– presenta gran parecido con otros de
Moradillo por la postura de los animales, por la técnica de labra y, sobre
todo, por la concepción del espacio escultórico donde los huecos están bien
integrados y juegan un importante papel en la composición. Una técnica similar
se aprecia en el tímpano de esa misma ventana. Algunos de los capiteles
exteriores de las ventanas también denotan en su autor un aprendizaje de
esquemas compositivos silenses.
Respecto a la portada, sus capiteles presentan
una gran semejanza con los de la portada de Moradillo de Sedano, tanto por la
temática –animales fabulosos preferentemente– como por la técnica de labra y
los esquemas compositivos. Aquí tampoco las figuras se despegan demasiado del
fondo del equino y el escultor no parece buscar deliberadamente los huecos. Por
lo que se refiere al tímpano, las proporciones de los cuerpos de sus figuras y
la labra con ciertos tintes de barroquismo y efectismo teatral, los sitúan muy
cerca de la Anunciación y la Visitación de la segunda arquivolta del cercano
templo de Moradillo de Sedano.
La escultura monumental, tanto la de la portada
como la de algunos capiteles de las columnas entregas del interior y las del
vano norte, tanto por temas como por técnicas de labra y conceptos compositivos
nos parecen obras cercanas a los gustos impuestos por los escultores cercanos
al “expresivo culto” de Silos. Tal vez estemos ante unos escultores que
repiten, a veces con cierta torpeza, los temas de sirenas, grifos, leones y la
escenificación de la Anunciación-Coronación. Junto a ellos hay una
interpretación de las hojas de acanto, de animales, leones, bóvidos y bustos
que responden a unas técnicas y sentido plástico alejado de los usos de los
artistas ligados al mundo silense.
Por ello pensamos que los inicios de este
templo se pueden ubicar hacia mediados del siglo XII, obra de un taller local,
mientras que la nave ya pudiera datarse en las décadas finales del siglo XII.
No sería extraño que quienes trabajaron en Moradillo de Sedano lo hicieran
también en el templo de Gredilla.
Durante la cuidadosa y reciente restauración de
las cubiertas de esta iglesia, en otoño de 2002, aparecieron varios fragmentos
escultóricos reutilizados como relleno en los añadidos del cuerpo oriental del
edificio. Junto a varias estelas y un fragmento de capitel decorado con dos
gallos afrontados –idénticos a los que decoran la ventana del hastial
occidental de la parroquial de Escóbados de Abajo– se descubrió el primitivo
sistema de sobrecubierta, consistente en gruesas lajas de caliza sin desbastar,
engatilladas mediante un rebaje, así como el sistema de desagüe del
presbiterio, consistente en un canal que abocaba a sendas gárgolas sin
decoración. La talla a trinchante de estas piezas revela su factura en época
bajomedieval.
Huidobro
Situada en una hondonada entre los altos
páramos calcáreos del norte del valle de Sedano y las ya presentidas
Merindades, regada por el intermitente arroyuelo que porta el expresivo nombre
de Turrientes –tributario del Rudrón–, en uno de los más evocadores parajes del
norte burgalés, se enclava la localidad de Huidobro, perteneciente al municipio
de Los Altos. Accedemos al lugar desde la carretera de Burgos a Villarcayo, que
abandonamos poco antes de llegar a Pesadas de Burgos por un cruce a la
izquierda en dirección a Sedano; poco después de pasada Villaescusa del Butrón,
y por la recientemente asfaltada carretera, se inicia el acusado descenso que
en apenas 4 km nos conduce hasta Huidobro.
La contemplación del arruinado caserío,
dividido en dos barrios y presidido por el norte y desde un altozano por su
iglesia parroquial –confiemos que por poco tiempo aún amenazando ruina–, apenas
permite imaginarnos que el lugar disfrutó durante los siglos XVIII y XIX de un
cierto florecimiento gracias a la explotación de minerales. Abandonado en 1964
y en constante degradación, desde hace unas décadas es habitado por una sola
familia.
Aunque de la antigüedad del poblamiento en la
zona desde la Edad del Hierro da fe el cercano dolmen “El Moreco”, la
primera constancia documental del asentamiento del núcleo la encontramos ya en
1181, cuando en el documento de venta de su propiedad en Val de Tobes por
Ordoño al arcediano Marino, firma como testigo Gonzalvo Fernández de Foio de
Obro. Probablemente el núcleo existiese desde fechas anteriores, pues a
mediados del siglo X se constata la donación a San Pedro de Cardeña por parte
de Munio de su villa de Castrillo de Siero –despoblado en término de
Villaescusa–, citándose al describirse sus términos, entre otros, la propia
Villaescusa del Butrón y Villalta (Cuerno de Buitrone).
“Huydobro” aparece recogido en el Libro
Becerro de las Behetrías dentro de la merindad de Burgos como lugar solariego
de Alfonso Ferrandez, “fiio de Iohan Alfonso de Fuydobro”, pasando luego
al señorío de los marqueses de Aguilar. De la torre o casa fuerte que hubo en
el pueblo no queda ni memoria, aunque sí se conserva la casa que fue del
concejo y más tarde residencia del más notable hijo del pueblo, don Ángel
Marquina Corrales, que fuera obispo de Guadix entre 1922 y 1928.
Iglesia de San Clemente
Iglesia en origen de nave única dividida en dos
tramos y cabecera compuesta de presbiterio y ábside semicircular, la fábrica
románica de San Clemente fue notablemente alterada en época moderna
–probablemente a principios del siglo XVI–, respetando únicamente el tramo
occidental de la primitiva nave y ampliando el que antecede a la cabecera con
el añadido de sendas capillas rectangulares que configuran la actual estructura
de cruz griega. También a esta remodelación se deben las actuales bóvedas de
crucería con terceletes que cierran estos espacios, así como la torre cuadrada
alzada sobre el tramo occidental de la nave. Pese a ello, el edificio conserva
lo fundamental de la obra del siglo XII, constituyendo uno de los más notables
ejemplares del norte provincial.
Levantada en sillería caliza labrada a hacha,
la cabecera, a la que da paso un arco triunfal de medio punto sobre
semicolumnas, se compone de tramo recto cubierto por bóveda de cañón y
hemiciclo, separado del anterior por otro fajón similar al triunfal, cerrado por
bóveda de horno.
Ambas bóvedas parten de impostas ornadas con
listel y tres filas de tacos, mientras que otras impostas de idéntica
decoración corren por el ábside y presbiterio prolongando los cimacios de los
capiteles de las tres estrechas ventanas que, abiertas en el eje del
semicírculo y en ambos muros del tramo recto (la norte transformada por el
añadido de la sacristía), daban luz a la cabecera. Su estructura, que repiten
interior y exteriormente, se compone de saetera en torno a la cual se disponen
arcos doblados con baquetones y nacelas y tornapolvos con ajedrezado, sobre
sencillos capiteles vegetales.
Sólo en la ventana meridional del presbiterio
encontramos decoración figurada, con un águila de alas explayadas de idéntico
tratamiento a otras de El Almiñé y Condado de Valdivielso al interior, y dos
parejas de gallináceas afrontadas en los exteriores (de nuevo encontramos
referentes en El Almiñé, Valdenoceda, Gredilla de Sedano y la parroquial de
Escóbados), donde el pequeño tímpano se decora con una roseta incisa, siguiendo
el modelo de los edificios antes citados.
El resto de los capiteles de ventana presentan
un sencillo esquema a base de dos niveles de hojas lisas y picudas rematadas en
caulículos y muy pegadas a la cesta, sobre las que se sitúa el dado central del
ábaco, a modo de triángulo curvo decorado con incisiones. Este simple modelo,
enunciado en San Pedro de Tejada, lo encontramos también en El Almiñé, arco
triunfal de Gredilla de Sedano, etc.
El paramento exterior del tambor absidal
–dividido en dos pisos por una imposta ajedrezada a la altura de los capiteles
de las ventanas– se articula en tres paños mediante dos semicolumnas adosadas
cuyos capiteles alcanzan la cornisa, ésta con perfil de nacela y sustentada por
una interesante serie de canecillos, donde nuevamente se deja sentir el modelo
de Tejada y El Almiñé, decorados con toscos personajes en variadas actitudes
–rabelista, hombre sedente con un libro en sus rodillas, un acróbata– una curiosa
máscara humana grotesca tocada con un carnavalesco disfraz con cuernos, que
recuerda otra similar de Aguilar de Bureba, hojas avolutadas y otros motivos
vegetales y animales, entre los que reconocemos una liebre, un león de
rugientes fauces muy similar a otro de San Pedro de Tejada, un prótomo de
cáprido, etc. Otras dos semicolumnas marcan exteriormente el espacio del
presbiterio, esta vez sin el tradicional codillo que lo ensancha.
Estas columnas exteriores se decoran con
motivos vegetales de similar composición y factura a los que recogen los
fajones al interior. Vemos en ellos grandes hojas cóncavas nervadas de cuyas
puntas penden pesadas palmetas y bayas arracimadas, y en otro del exterior dos
niveles de partidas hojas picudas de grueso nervio central y rematadas por
pequeños caulículos. En los de los fajones, bajo cimacios ornados con línea
quebrada en zigzag o finos billetes, se repite el diseño de dos niveles de
hojas partidas de carnoso tratamiento, con los bordes lobulados y las puntas
incurvadas, a veces enlazadas por un anillo del que brotan caulículos y a modo
de palmetas pinjantes. Un diseño casi idéntico lo encontramos en los capiteles
de la nave de Carcedo de Bureba, recordando otras cestas en el exterior del
ábside de Abajas.
Portada
La portada, remontada en el muro sur de la
tardogótica capilla meridional, se abre hoy en un breve antecuerpo de sillería
y consta de arco de medio punto y cuatro arquivoltas profusamente ornamentadas,
todas trasdosadas por finos dientes de sierra y puntas de clavo: la interior
recibe un bocel sogueado, la segunda se decora con una cenefa de tallos
entrecruzados acogiendo botones vegetales, la siguiente con banda de rombos
sobre los que se disponen flores tetrapétalas, y la exterior combina una línea
de chevrons con un nuevo baquetón sogueado que hace las veces de chambrana.
El despliegue de motivos decorativos relaciona
inequívocamente la portada con los talleres que aprovechan el lenguaje formal
de San Pedro de Tejada en los cercanos edificios de El Almiñé, Valdenoceda,
Condado de Valdivielso, Tartalés de los Montes, etc. Apean los arcos en jambas
escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas, marcando la
transición una imposta de listel y chaflán decorada con un tallo ondulante que
acoge estilizadas hojas. En los rudos capiteles que coronan las columnas vemos,
en el capitel interior del lado derecho del espectador, una descabezada sirena
de doble cola que alza con ambas manos, acompañada de otras dos sirenas-pez y
cabezas masculinas que realizan un curioso gesto con su boca; en la otra cesta
se disponen dos grifos afrontados ante un tallo que hace de eje de simetría.
Las dos cestas del lado izquierdo se decoran con ruda decoración de dos coronas
de hojas de puntas vueltas y dos toscos ángeles.
El recompuesto tejaroz del antecuerpo se remata
con una doble cornisa, la inferior del mismo tipo a la que corona toda la
fachada meridional, a base de rombos excisos (motivo que volvemos a encontrar
en Turzo o Condado de Valdivielso), y la superior con cinco hileras de menudo
ajedrezado, ambas sobre canes de simple nacela.
Reutilizados en la estancia moderna que oculta
el muro meridional de la nave encontramos cuatro bellos y deteriorados
canecillos cuya cuidada factura les pone en estrecha relación con el taller
activo en la ermita de la Oliva de Escóbados de Abajo y en Hermosilla. Se
figuran en ellos una descabezada arpía-ave –antes de su fractura lucía una
hermosa cabeza masculina, barbada y marcando la transición a su parte animal
con un collar perlado– de cuerpo escamoso y cuidado tratamiento del plumaje
tras un tallo del que brotan hojitas con puntos de trépano, un rugiente prótomo
de felino de rasgos demoníacos, fauces rugientes de enormes colmillos y pelaje
en abultados mechones, un estilizado grifo cuya cola se resuelve en tallo
vegetal con brotes que enreda sus patas, alas y cuello y , sobre todo, la
excepcional y lamentablemente fracturada figura de un híbrido de cuerpo de
reptil alado y torso humano, que embraza un escudo de cometa en su brazo
izquierdo –en el que aún es visible la bloca– mientras con el derecho alza una
lanza de la que pende un estandarte.
Completa la decoración la ventana abierta en el
hastial occidental de la nave, modificada como éste por la intervención del
siglo XVI. Aun así, conserva el pequeño tímpano ornado con una roseta, el arco
doblado moldurado con mediacaña y bocel y la pareja de capiteles vegetales; el
izquierdo recibe alargadas hojas de acanto con fuertes escotaduras, y el
derecho grandes hojas lisas muy pegadas a la cesta, con puntas enrolladas.
El interior de la cabecera de San Clemente. En
el tramo presbiterial del lado del Evangelio (enlace 1) se conserva la parte
superior de la ventana de saetera que quedó dañada por efecto de la
construcción de la sacristía. Presenta arcos doblados de baquetón y media caña;
lleva chambrana y cimacios decorados con listel y taqueado y conserva los
capiteles de las columnas, que muestran sencillas cestas con alguna bola y
pequeños motivos geométricos (enlace 2). El capitel izquierdo del arco triunfal
se decora con dos grupos de hojas grandes y carnosas con frutos en su extremo
marcando las esquinas (enlaces 3/4). El capitel del arco fajón es parecido al
del arco triunfal, pero las hojas son lisas y con las puntas dobladas (enlace
5); ambos decoran sus cimacios con zigzags.
La ventana central (enlace 6) presenta
idénticas características a la del lado norte y a la del lado de la Epístola
(enlace 7), si bien en esta última se cinceló un águila de alas explayadas en
el capitel derecho (enlace 8). El capitel del arco fajón del lado sur se decora
con hojas gruesas nervadas cuyos extremos se anudan con finos aros a fin que
sobresalgan las puntas (enlace 9). El capitel del arco triunfal combina hojas
lisas y hojas nervadas que también se anudan en sus extremos (enlaces 10/11); el
cimacio de ambos capiteles es de taqueado.
Pese a la evidente ruralidad del templo, su
análisis resulta sumamente revelador, sobre todo en el apartado escultórico
–dada la presencia en éste de motivos y tratamientos diversos que lo conectan
con los talleres que trabajan en la zona burebana y en toda el área de las
Merindades–, para rebatir la pretendida organización en escuelas del románico
burgalés. Tal aproximación metodológica –si es que tal calificativo merece–,
encorseta bajo artificiosos parámetros comarcales la mucho más dinámica
actividad de los talleres de canteros y escultores medievales, haciendo de
ellos, contra la propia evidencia, grupos homogéneos en estilo. En el caso que
nos ocupa, parece evidente que en el taller que realizó el edificio, sus
artífices eran conocedores y partícipes de la fuerte impronta dejada por San
Salvador de Oña y su hijuela San Pedro de Tejada en El Almiñé, Valdenoceda,
Condado de Valdivielso, Tartalés de los Montes y ejemplos más meridionales, al
mismo tiempo que, sobre todo en los vegetales del interior y en los cuatro
canecillos reutilizados en el muro meridional de la nave, evidencian deudas
respecto a algunos edificios de La Bureba, como Carcedo, Castil de Lences o la
misma ermita de Escóbados de Abajo. Ambas facturas, como ocurre en muchos de
los edificios levantados en estos años finales del siglo XII (Gredilla de
Sedano, Butrera, Soto de Bureba, etc.), conviven dentro de un mismo taller
mezclándose sus producciones. Esta amalgama de estilos, reflejo de la formación
artística de los artífices, nos lleva a datar el templo en un momento avanzado
de la segunda mitad del siglo XII.
Sólo la solidez de su fábrica ha permitido que
los largos años que permanece con la sobrecubierta arruinada no hayan sido
capaces de hundir sus bóvedas. Merece sin duda mejor suerte este notable
edificio, por lo que confiamos que los numerosos aerogeneradores instalados en
su entorno traigan al fin y al cabo mejores aires para él.
Escalada
Escalada se sitúa en el extremo noroccidental
de la provincia, dentro del magnífico marco natural del cañón del Ebro. Dista
de la capital unos 65 km, debiendo seguir la carretera N-623 en dirección al
puerto del Escudo y Santander hasta una desviación que, a escasos doscientos
metros, nos conduce al cuidado caserío.
La población de Escalada dependió jurídicamente
del alfoz de Siero-Sedano ya desde el siglo X, integrándose en el siglo XIV
dentro de la merindad de Burgos con Ubierna como lugar solariego de Garci
Fernández Manrique y otros, según documenta el Libro Becerro de las Behetrías.
En su término existió un monasterio dedicado a San Martín, del que se tiene
noticia desde finales del siglo IX –según Pérez de Urbel sería fundado en 870–
y que parece estuvo vinculado al cántabro de San Martín de Elines, apareciendo
citado en el Becerro Gótico de Cardeña como Sancti Martini de Escalata en 1141.
No obstante, ya en el siglo XIII pasó a patronato regio, según copia de una
escritura de 5 de septiembre de 1290 del archivo catedralicio, en la que Sancho
IV declara la compra por parte de Alfonso X, su padre. Sea como fuere, lo
cierto es que la casa monástica –que según Gonzalo Martínez Díez se ubicaba a
unos 500 m al sur del pueblo y 700 m al oeste de Quintanilla-Escalada, junto a
la carretera– seguía existiendo en el siglo XIV en torno a un dominio bastante
compacto compuesto de bienes en Turzo, Covanera, Tubilla del Agua, Ayoluengo,
Sargentes, Siero y Cortiguera, entre otros. También contaba con bienes en
Escalada el poderoso monasterio cisterciense burgalés de Las Huelgas,
documentándose una venta al mismo por parte de Fernando Pardo en 1230.
Iglesia de Santa María la Mayor
La iglesia parroquial de Escalada, dedicada
según Madoz a Nuestra Señora de la Asunción, es un edificio de nave única, con
muros de sillarejo y mampostería salvo el antecuerpo de la portada, este de
buena sillería, espadaña a los pies hoy reconvertida en torre y una estructura
que es fruto de sucesivas reformas, fundamentalmente de los siglos XVII y
XVIII. Los fragmentarios vestigios románicos están particularmente presentes en
la reutilizada espadaña y el muro meridional, destacando ante todo la
monumental portada abierta en un antecuerpo del primer tramo de la nave.
Portada
Notablemente abocinada, consta de baquetonado
arco de medio punto y seis arquivoltas apeadas sobre jambas escalonadas que
albergan seis parejas de columnas acodilladas, de fustes monolíticos, basas de
perfil ático con toro inferior aplastado y con garras, sobre un fino plinto,
alzándose el conjunto sobre un zócalo abocinado.
Una imposta con perfil de listel y nacela
corona los capiteles, y remata el antecuerpo un tejaroz sobre canecillos de
simples cavetos, algunos ornados con prótomos de animales, dos máscaras
humanas, puntas de diamante, motivos vegetales, etc.
La arquivolta interna presenta una serie de 22
figurillas, de tosca talla y bastante deterioradas, que recuerdan en cuanto a
su disposición a los Ancianos del Apocalipsis, aunque no sea éste –en realidad
no parece haber un programa claro en estas figuraciones– el asunto
representado. De derecha a izquierda vemos tres figuras muy destrozadas, a su
lado un personaje sentado en actitud de tocar un instrumento de viento o tonel
que sostiene sobre sus rodillas; sigue un personaje encapuchado, una figura
casi irreconocible pero que por su actitud podemos suponer que quizá
representase a un arpista, dos tocadores de laúd –el segundo descabezado y con
las piernas cruzadas–, dos personajes juntos, el izquierdo sosteniendo o
tocando una campanilla y ambos descabezados. Continúa el arco con un personaje
muy perdido, un músico con un instrumento de viento no reconocible, una pareja
sosteniendo entre ambos una especie de bandeja en la que advertimos objetos
circulares, y, en el centro, un personaje con ropas talares con un vaso o
fuente en sus manos. A la izquierda de esta figura central aparece un
hombrecillo barbado con un libro abierto en sus manos y un ángel alado con una
filacteria en su mano izquierda. El resto de las figuras se encuentran muy
deterioradas.
Algunas de ellas portan un nimbo gallonado del estilo
al visto en las portadas próximas de Moradillo de Sedano y Ahedo del Butrón, de
donde probablemente extrajo su inspiración el artista de Escalada, que las
interpretó libre y muy torpemente. La segunda arquivolta recibe un haz de tres
boceles, la tercera un baquetón entre dos filas de hojitas, la siguiente un
bocel sogueado entre bandas de tacos, una hilera de puntas de diamante entre
sendos boceles ocupa la quinta y, por último, una banda de motivos vegetales
calados a modo de dientes de sierra acogiendo palmetas, orna el arco exterior.
La manifiesta inspiración en lo vegetal de Las
Huelgas de Burgos y el taller tardorrománico del claustro de Aguilar de Campoo
es bien visible en los capiteles vegetales de la portada, que se combinan,
alternándose, con otros figurados de muy ruda talla. En el interior del lado
izquierdo vemos dos felinos atacando a un cordero situado en la zona baja de la
cesta, al que muerden en el lomo y cuello; el siguiente, de notable factura,
muy similar a otro de la panda norte del claustro aquilarense y otros de los machones
del claustro burgalés, recibe ramificados acantos rematados en voluminosos
prótomos vegetales. En la cesta contigua se afrontan dos toscas arpías, y en la
siguiente vemos la fina decoración de tallos entrelazados en espiral acogiendo
brotes, remedo de otros de Aguilar y Las Huelgas. El penúltimo capitel de este
lado muestra el combate de dos infantes; el derecho embraza un escudo ovoide y
viste cota de malla y el izquierdo, con cota de malla y escudo, alza con su
diestra una especie de maza de doble cabeza contra su rival. El capitel
exterior es vegetal, con tres niveles de acantos: los inferiores curvados hacia
fuera, los centrales hacia el interior de la cesta y rematados por otros de
puntas rizadas, efectista esquema, idéntico a una cesta doble de la galería
norte del claustro de Aguilar.
En los capiteles del lado derecho las
figuraciones se reducen a un jinete que embraza un escudo de cometa y ataca con
su espada a un tosco dragón alado –capitel interior– y dos torpes arpías
afrontadas y enlazadas por un tallo central, en el penúltimo. El resto muestra
decoración vegetal de la misma filiación citada, a base de acantos
arremolinados en espiral, dos niveles de acantos con ramillete central –similar
a una cesta de la capilla de La Asunción de Las Huelgas–, otro de espinosos
acantos rematados por prótomos vegetales enlazados, según un esquema visto en
Las Claustrillas, Aguilar y San Andrés de Arroyo y, en el exterior, una bella
composición de tallos ramificados que dan lugar a hojas incurvadas de carnoso
tratamiento.
Aunque Pérez Carmona vio en esta portada “una
cabeza de serie, pues de ella dependen las de Madrigal del Monte y San Lorenzo
de Villadiego [...], y las de Castil de Lences y Quintanarruz”, la calidad
de los relieves denuncia los menguados recursos del escultor en el campo de la
figuración. No ocurre lo mismo con la temática vegetal de los capiteles, donde
encontramos un escultor con mayor dominio técnico que evidencia, como señaló el
mencionado autor, sus indudables deudas respecto a los talleres que trabajaron
en Las Claustrillas del monasterio de Las Huelgas y en el claustro de Santa
María la Real de Aguilar de Campoo, no resultando infrecuente tal asociación de
distintas facturas entre lo vegetal y lo figurado, como prueban los más
agraciados ejemplos de Revilla de Santullán o el propio apostolado de Moarves
de Ojeda.
Sobre y bajo la saetera abierta en el muro
meridional de la sacristía se aprecian, empotrados en el muro, tres fragmentos
de moldura decorados con palmetas bajo clípeos anillados, que pudieran
corresponder bien al guardapolvo de la portada bien a la chambrana de una
desaparecida ventana románica. Otros restos de molduras decoradas con
abilletado se conservan en el interior del templo –capilla septentrional–, así
como una dovela decorada con un bocel, parte de un tambor de una semicolumna,
un fragmento de un can, etc.
Quizá bajomedievales sean las pinturas murales,
con ovas, estrellas, palmetas, zarcillos y llagueado imitando sillares, en
tonos azules y ocres, que ornan la portada y el antecuerpo en el que se abre,
responsables también de los letreros pintados sobre el arco y la tercera
arquivolta, que rezan, respectivamente ALABADO SEA EL SACRAMENTO E IHS
BENEDICTUS QUI VENIT IN NOMINE DOMINI.
La cronología de esta portada, en función de la
otorgada por Hernando Garrido para la escultura afín del claustro aquilarense y
del burgalés de Las Huelgas, debe rondar el primer tercio del siglo XIII.
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