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jueves, 12 de junio de 2025

Capítulo 65, La comarca de Los Páramos y Merindades

 

La comarca de Los Páramos (Burgos)
La comarca de los Páramos y Campiñas de Burgos se sitúa al noroeste de la provincia de Burgos y enlaza con el norte de Palencia.
No es extraño, que sea una zona muy generosa en muestras románicas.
Predomina la arquitectura rural que tiene, en muchos casos, el aliciente de su integración en paisajes de gran belleza. No obstante, algunos son verdaderos monumentos de arte medieval cualificado con interesante arquitectura y/o escultura.
Del nutrido inventario de iglesias románicas de la comarca burgalesa de Páramos y Campiñas he elegido las iglesias de La Piedra, Fuente Urbel.

La Piedra
La Piedra se localiza en el sector noroccidental de la provincia de Burgos, siguiendo la carretera que conduce a Aguilar de Campoo. Cabeza del alfoz que lleva su mismo nombre, aparece citada por primera vez 1029, si bien hay evidencias que prueban su existencia anterior. Durante la Reconquista, Diego Laínez ganó esta plaza para Castilla, al arrebatársela a los navarros junto con el castillo de Urbel.
Ya en el siglo XIV fue lugar de solariego, siendo sus habitantes vasallos de Garci Fernández Manrique y de Ruy González de Castañeda.

Iglesia de Santa María
Nos encontramos con un potente templo de mediados del siglo XVI, de tracerías góticas, con nave única y dos capillas laterales en el primer tramo, coro en altura y torre en el tramo suroccidental, ocupando parte del hastial de la nave. Todo ello presidido por una cabecera eminentemente románica, cuyas características nos llevan a emparejarla con las de Fuenteúrbel y Boada de Villadiego.



El ábside semicircular, cubierto con bóveda de horno y de cañón apuntado, anima sus muros exteriores mediante un prodigioso juego de elementos arquitectónicos verticales, horizontales, rectos y curvos, que se complementan con una decoración escultórica primordialmente vegetal. Esta articulación se extiende al interior, aunque la colocación del retablo sólo permite ver una pequeña parte de lo que pudo ser.
Se organiza en su exterior en torno a cinco arcadas ciegas (hoy sólo quedan visibles tres, por el añadido de la sacristía), que se extienden a lo largo del hemiciclo y los tramos rectos del presbiterio. Se apoya en un zócalo, elevándose sobre él las arcadas, de manera que el arco central es casi dos hiladas más alto que el resto. Dos grandes columnas se organizan en su exterior en torno a cinco arcadas ciegas (hoy sólo quedan visibles tres, por el añadido de la sacristía), que se extienden a lo largo del hemiciclo y los tramos rectos del presbiterio.
Se apoya en un zócalo, elevándose sobre él las arcadas, de manera que el arco central es casi dos hiladas más alto que el resto. Dos grandes columnas entregas enmarcan este tramo principal del ábside, mientras que los paños laterales están separados por simples pilastras. Estos arcos ciegos, que ocupan toda la anchura del paño, recaen a su vez en otras columnas más pequeñas, abriéndose en su interior ventanales cegados en los que aparece concentrada la mayor parte de la decoración.
Como elementos arquitectónicos horizontales encontramos dos líneas de imposta, que recorren toda la cabecera, situadas en el alféizar y en la parte superior de las ventanas aspilleras, evidenciando los tres cuerpos en altura del ábside. 



En el interior, sus muros conservan restos de decoración en los paramentos similar al exterior, aunque gran parte de ello queda oculto tras el retablo barroco (1713) que preside la cabecera. Aún así, a ambos lados del mismo se mantienen los arranques de las ventanas románicas, mostrando parte del arco y la columna que lo sostiene.
El muro norte del presbiterio, que conserva íntegro el vano original, da acceso a la sacristía, pequeño recinto cuadrangular, cuyas ampliaciones recientes han dejado al descubierto el resto del hemiciclo absidal, así como el pilar primitivo que lo sustentaba.
Los elementos arquitectónicos horizontales corren en perfecta sintonía con las impostas externas.
Separando la obra románica de la construcción posmedieval aparece un potente arco triunfal apuntado y doblado, que recae sobre columnas adosadas a los pilares y rematadas con capiteles vegetales, dando paso a la nave, cubierta con bóvedas estrelladas de tracería gótica y organizada en dos tramos de gran desarrollo en anchura, con un marcado descentramiento con respecto al ábside.
Al exterior constituye un férreo cuerpo rematado en sus cuatro ángulos por sólidos contrafuertes esquinados, que junto al avance murario provocado por las capillas laterales y el atrio que antecede a la portada constituyen los elementos de animación de los muros.
Su interior esconde un primer tramo ensanchado en ambos muros por la apertura de las capillas, destinadas a ser el marco arquitectónico de los retablos dieciochescos que cobijan (1734 y 1711 respectivamente), y un segundo, abierto al mediodía por la portada, propia de un avanzado siglo XVII, tal y como reza en su inscripción (año 1672). A los pies, ocupando toda la anchura del tramo, se levanta el coro, en cuya parte inferior se sitúa la pila bautismal románica a la que aludiremos más adelante.

La torre se levanta en el extremo suroccidental de la nave como un enorme cuerpo prismático rematado en sus esquinas por potentes contrafuertes. Posee tres cuerpos en altura, dos de ellos macizos y uno superior calado por ocho troneras, dos de ellas cegadas. Pero sin duda su peculiaridad reside en el acceso, el cual se realiza a través de otra torre interior de semejantes características, con funciones de husillo. La interpretación de este hecho puede estar relacionada con la función defensiva que pudo tener, pero la ausencia de documentación al respecto deja esta explicación como una mera hipótesis, abierta a otras posibles conclusiones.
Para su datación hemos de tener en cuenta los sillares de la torre-husillo, todos ellos trabajados a gradina, de modo que no resultaría aventurado pensar en una torre inicial, levantada a la vez que el templo, y una posterior construida en una fecha próxima a la creación de la portada, recordemos de finales del siglo XVII.

Los muros de la iglesia de Santa María definen tres épocas diferenciadas. Un románico de fines del siglo XII plasmado en la hermosa cabecera de arcadas exteriores, que da paso al avanzado siglo XVI de la nave con sus tracerías góticas. Finalmente la centuria del siglo XVII, en su último cuarto, hace presencia en la portada, la sacristía y la torre.
La organización arquitectónica del templo lleva aparejada una compleja decoración escultórica, concentrada esencialmente en el recinto absidal.

El paramento principal se encuadra entre dos grandes columnas estribo, cuyos capiteles se insertan en el alero, presentando una decoración de arpías luchando, con volutas rematando las esquinas, y dos grandes mascarones en el capitel derecho.

La arcada a su vez, sostenida por columnas de menor tamaño con decoración en sus capiteles de acantos rematados en bolas, presenta en su interior una ventana cegada, en la que las arquivoltas se decoran mediante motivos vegetales entrelazados y geométricos a base de pequeños rombos y trenza. Las columnillas que soportan este arco poseen fustes decorados en zigzag y con estrías ondulantes, de igual manera que sucede en Boada de Villadiego y Fuenteúrbel. Los capiteles aparecen con decoración de acantos rematados en palmeta y motivos zoomorfos mal identificables y sus cimacios a base de vegetación ondulante y decoración de escocias, ambos interrumpidos al llegar a las columnas estribo. El tímpano aparece también decorado mediante tres arquillos apuntados en la parte inferior y sobre ellos una cruz patada, de caracteres semejantes a la de Arenillas de Villadiego.
Este tramo central del ábside no conserva en el interior ningún vestigio de decoración escultórica, pues si existiera queda oculta tras la pantalla del retablo.
De similar composición que el anterior es el paño sur del hemiciclo, limitando a su derecha con la gran columna entrega y a su izquierda por una pilastra que le separa del tramo presbiterial. Una jamba acodillada a la pilastra y una columna en la diestra, con cesta decorada mediante los ya citados acantos con bolas, enmarcan la arcada, en cuyo interior se abre la ventana bajo arco de medio punto abocinado, cuyas arquivoltas, decoradas con fronda serpenteante, quedan soportadas por columnillas de fustes decorados. El derecho presenta motivos zigzagueantes con capitel vegetal de acantos, mientras el izquierdo queda recorrido todo él por filas de hojas cuatripétalas y capitel similar al anterior. Los cimacios, que se continúan a modo de imposta, presentan decoración de dos líneas de escocia y círculos entrelazados con pequeño listel inferior, de bezantes respectivamente.
En el interior se mantienen restos de la primitiva ventana románica, conservándose los arranques del arco y una de las columnas que lo sostienen, de fuste liso y capitel decorado con rostro masculino, de sorprendente estética próxima a lo sasánida, visibles en el tratamiento de los caballos y la barba. El interior del paño norte conserva idénticos restos, aunque esta vez el capitel se decora con un rostro femenino de talla dura con tocado medieval. La estructura del paramento en el exterior queda oculta tras el añadido de la sacristía.

Los tramos rectos del presbiterio conservan parte de su organización primitiva, aunque algunos elementos han sido alterados. El paño sur conserva la arcada exterior, que recae directamente sobre la pilastra y restos de la originaria imposta, decorada con bezantes, que continuará a lo largo del hemiciclo. Sin embargo el vano es un añadido posterior, correspondiente a la campaña posmedieval. El tramo septentrional se oculta al exterior por la edificación de la sacristía, pero interiormente se mantiene intacta la ventana románica, de arco de medio punto abocinado cuyas arquivoltas, decoradas con cuatro filas de ajedrezado, recaen sobre columnas rematadas en capiteles vegetales, recorridos por cimacios de nacela.
El semicírculo del ábside y el presbiterio aparecen recorridos horizontalmente por líneas de imposta, situadas en la base y en la parte superior de las ventanas. Las primeras se decoran en el exterior con rectángulos cortados por sus diagonales y línea de bezantes, mientras en el interior muestran cuatro filas de tacos con listel a base de círculos. La imposta superior presenta al exterior motivos de fronda ondulante, pequeños rombos y nacelas escalonadas, nunca en número superior a tres. Mientras, en la parte interna, separando el muro del arranque de la bóveda, corre una moldura de nacela.
Rematando toda la cabecera aparece un alero de nacela simple que cobija once canecillos románicos, muy deteriorados, entre los que puede distinguirse la representación de un hombre sedente con los ojos vendados (como en Fuenteúrbel), nacelas escalonadas, un conejo a cuatro patas y un ave. En el interior, lo que separa la obra románica de la posmedieval es el arco triunfal, que recae sobre columnas de capiteles vegetales, de acantos acabados en veneras el de la derecha.

Todo este conjunto decorativo, ubicado dentro de un período tardorrománico propio de finales del siglo XII, posee una característica común, el predominio de motivos vegetales frente a los historiados, que apenas aparecen.
El elemento decorativo exento en Santa María es la pila bautismal, también románica, situada en el sotocoro, en el rincón del muro del evangelio. Con un diámetro de 118 cm y una altura de 100, se organiza en torno a una copa avenerada por las dos caras y un pie decorado con una escena de lucha entre un león y una serpiente, con la figura de un caballero en la parte posterior, sobre su montura, empuñando una lanza para arremeter contra el cuerpo de la serpiente, en cuya cola se encuentra atrapado un hombre. Bajo esta escena se dispone una banda de taqueado. Escenas muy parecidas aparecen en las pilas de Los Valcárceres, Arenillas de Muñó, Bañuelos del Rudrón, Grijalba, Villasandino, Villegas y Villamayor de Treviño. La simbología de este tema ha sido definida por Garbiñe Bilbao. El león es un animal consagrado como figura cristológica que resume la imagen de un Dios misericordioso. La serpiente por su parte simboliza el pecado. El enfrentamiento de ambos animales sobre una pila bautismal anuncia la victoria del bautismo sobre la muerte. Además esta pila recoge la imagen del caballero medieval, cuya simbología da lugar a numerosas interpretaciones debido a la riqueza alegórica de dicha figura. 

Fuenteúrbel
Está situada esta población en la zona del Tozo, a medio camino entre Burgos y Aguilar de Campoo. Formó parte del alfoz de La Piedra y más tarde de la merindad de Villadiego, estando documentado por primera vez en 1192 entre las posesiones con que fue dotado el monasterio de Santa Cruz de Valcárcel. Volvemos a encontrar su nombre en un documento de 1244 por el que doña Sancha vende al obispo don Mauricio una serie de propiedades repartidas por varias poblaciones, entre ellas Fuenteúrbel. A mediados del siglo XIV se encontraba ya despoblado, según consta en el Becerro de las Behetrías: “… e que es yermo, e que non mora y ninguno”. Sin embargo, no tardaría mucho tiempo en volverse a ocupar pues hacia finales de esa misma centuria o comienzos de la siguiente se puede datar la primera reforma de su iglesia.

Iglesia de Santa María
El pueblo se extiende a lo largo de una pequeña hondonada al pie de un montículo a cuyo abrigo se construyó la iglesia. Se trata de un edificio románico que presenta al menos tres fases constructivas claramente diferenciadas.
Por un lado la fase románica, correspondiente al tránsito del siglo XII al XIII, que comprende parte de la nave y la cabecera, construida ésta siguiendo los mismos patrones arquitectónicos y decorativos que otros templos del entorno (La Piedra, Boada de Villadiego y la ermita de Sotresgudo). Hacia finales del siglo XIV o comienzos del siglo XV se reformó la nave, construyéndose en esos momentos las bóvedas de crucería octopartita que se pueden ver en su interior, así como los contrafuertes del lado norte. Por último, en el siglo XVI, se añadieron el tramo de los pies y la torre.
El ábside se compartimenta en tres paños separados por dos columnas entregas coronadas por capiteles idénticos a los de La Piedra, uno decorado con dos mascarones de cuyas bocas salen serpientes y el otro con dos leones atacando a una presa.
En el paño central se abre una ventana de similar esquema ornamental que las de los templos antes mencionados, con delicados roleos en la rosca del arco y labores geométricas en los fustes.
Otra ventana más sencilla se dispone en el muro sur del presbiterio, formada por un arco moldurado con boceles y una columna con una máscara antropomorfa como capitel.

La cornisa está sustentada por una colección de canecillos de variada figuración, entre los que destacan un músico con los ojos vendados, un lector, una sirena, dos aves decapitadas, una cabeza con una especie de turbante y varios animales, todos ellos igualmente repetidos en La Piedra.



En el tramo central del ábside se abre una ventana decorada con roleos y trazados geométricos, que, desafortunadamente, están muy deteriorados.
Lo mismo pasa con la colección de canecillos de la cornisa, con curiosas representaciones animales y de figuraciones humanas: un lector y un músico con los ojos vendados, una sirena....
Nuestra primera aproximación se refiere a tres canecillos del ábside, el más popular, denominado “el del turbante”, que inmediatamente nos lleva a preguntarnos qué hace aquí un tuareg hasta que la aproximación nos evidencia que más que turbante es venda con la que se intenta cubrir una enfermedad evidenciada en la cara despejada. Quizás estemos ante la representación de un enfermo de lepra en función de la próxima leprosería entonces existente en la cercana zona del rio Tirón, si bien puede estar también relacionado con la existencia de Hospitales de Peregrinos que proliferaban a lo largo del camino de Santiago en los que además de cuidar enfermos se albergaba a los caminantes. Esta puede ser una razón de existencia del convento de monjas ubicado en La Serna a los que algún lugareño asocia con un actualmente inexistente Hospital de San Vicente.
El segundo canecillo que llama nuestra atención es el de un desesperado lector que cubre sus ojos con una venda. Un lector imposible. Su significado es claro, no obstante, la representación del canecillo con los ojos tapados y un libro en las manos: la fe a la manera de Eriúgena y los sanjuanistas. Dios sólo puede ser conocido por la fe y la única guía que tiene la fe es la Revelación de Dios a través de la Sagrada Escritura. Es un pecado de orgullo pretender conocer a Dios a través de la razón. Ese es el pecado de Adán: el querer comer del árbol de la vida, del bien y del mal, para ser como Dios. La fe separa al creyente, que sigue el verdadero camino de Dios, del que sigue el camino que conduce al dragón, la representación del maligno. Fe de una manera determinada es la que conduce hacia el No-Ser de Dios del que habla Eriúgena.
Hay un tercer canecillo. Es una cabeza extraña de cuya boca, por ambas comisuras de los labios surgen a modo de fierros o cadenas, cada una de las cuales se introduce por su respectiva oreja.
Y aquí, en este canecillo, empieza el sincretismo de lo celta, algo que veremos después reflejado en el interior de la iglesia. Es importante destacar que no es un canecillo cualquiera, el autor, el escultor, ha querido fijarlo en un lugar adecuado, de cara a todas las direcciones, para que se le escuche bien, porque tiene algo que decir a todos los hombres. Su importancia queda reforzada al ser uno de los dos motivos reproducidos posteriormente en el ábside de la iglesia de La Piedra, dejando así evidencia de la mayor antigüedad de la iglesia de Fuenteurbel y de la importancia de sus contenidos.
Y uno muy especial, que representa a una persona tocada con un turbante o barbuquejo con la cara llena de arrugas, que quizás pueda representar a una persona muy anciana o a un enfermo de lepra o cualquier otra enfermedad de la piel...
Sólo podemos comprender el significado de esta cabeza acudiendo a la mitología celta y lo que sigue es lo que nos encontramos: Ogmios.
Este Ogmios era un Dios civilizador, el Dios de la elocuencia y de los discursos persuasivos. Su fuerza no era física sino que estaba en las cadenas, su símbolo, que unían su lengua con las orejas de quienes le escuchaban, que los atrapaba y encadenaba por las orejas.
Mitológicamente se le representa como un anciano todo arrugado, vestido con una piel de león; lleva maza, arco y carcaj. De una cadenilla de oro -cuya extremidad traspasa su lengua agujereada- penden multitudes considerables de hombres atados por las orejas. Así dijo verle Luciano de Samosate, retórico griego del siglo II de nuestra Era que le dedicó un tratado, representándole con los rasgos de un viejo de piel rugosa y casi calvo, o mejor dicho tonsurado al estilo druídico, con los cabellos que le quedaban todos canos.
Pero la fuerza de este dios no era física sino que estaba en las cadenas, su símbolo, que unían su lengua con las orejas de quienes le escuchaban. Era pues un dios civilizador el dios de la elocuencia y de los discursos persuasivos. Para algunos investigadores el nombre de Ogmios, no sería céltico, sino una adaptación del griego Ogmos que significa camino, o sendero; de esta forma Ogmios sería el Conductor, pero para otros sería el mismo nombre del conocido Heracles (Hércules).
Entre los celtas galeses Gwyddyon es el equivalente más próximo al celta irlandés Oghma, pero tenía otros nombres según la zona celta que lo venerase. De esa forma, fue llamado “Ogmios” en la Galia, Occma, entre los celtas de Escocia, Ogmia entre los celtas britanos y se apunta la posibilidad de “Ocnioroco” entre los celtas hispanos. En Gales “Gwyddyon” -como dios territorial- es el que más se acerca a las características de Oghma. En la Galia, sin embargo, recibiendo el nombre de Ogmios, mantiene cierta ambigüedad.
A partir del siglo XI, debido a la aculturización cristiana, dejó de ser considerado una divinidad primordial entre los celtas y pasó a ser tan sólo un guerrero arcaico de leyenda que murió en la segunda batalla de Magh Tuireadh.
Como dios elocuente está reflejado en monedas tardías, halladas en la Bretaña Armoricana.
Ogmios es el Inventor del ogam, conjunto de signos mágicos cuya fuerza es tan grande que puede paralizar al adversario. La escritura ogámica sirvió para las inscripciones funerarias de toda la época pagana, y su tradición no se perdió después, ya que fue conservada por los monjes irlandeses y después por los escribas de tiempos posteriores al siglo IX.
Para la mitología irlandesa pertenecía a los Tuatha De Danann y se le apodaba "el de la faz solar". En su nombre se profieren las bendiciones a favor de los amigos y las maldiciones en contra de los enemigos. Está mirando al Este pero hay dos miradas ¿una a cada solsticio?.
¿Qué hace aquí Ogmios? ¿Qué hace un símbolo celta presidiendo un templo cristiano? ¿De dónde ha salido? ¿Quién lo ha traído?
Evidentemente es un sincretismo, el cristianismo está lleno de ellos y el románico también. Un sincretismo es un concepto vigente en una cultura que se traslada a otra cultura, que lo absorbe, que lo hace suyo.
En esta representación de Ogmios, de un Ogmios que ha perdido su vigencia, el escultor cristiano encuentra un sinónimo: La Divina Palabra, o mejor dicho, la fuerza de su elocuencia, una fuerza que enlaza a los hombres que la escuchan. Una elocuencia, la de la Divina Palabra cuya fuerza es tal que atrapa, que encadena a los hombres que la escuchan, una Palabra que hay que pregonar en todas las direcciones.
Y para representar la fuerza de la elocuencia de la Divina Palabra el escultor trae a Ogmios, entre otras razones, porque le conoce, porque el artista es monje, un monje irlandés, que ha llegado a España por vía marítima realizando su peregrinación sin retorno, un viajero marítimo experto que ha desembarcado en las costas cántabras y que ha llegado al interior por donde han llegado muchos peregrinos y otros viajantes, por el cauce del rio Besaya, usando la vía romana que transcurre por su valle, lugar en el que se acaban de descubrir ruinas románicas de un hospital de peregrinos.
Un monje irlandés, miembro de un grupo de monjes, que nos ha dejado en el interior de la iglesia de Fuenteurbel una narración de su viaje que luego veremos. Un monje irlandés, practicante del rito céltico cristiano compañero en cuanto tal de otros semejantes que trabajaron en el románico en diversos lugares de la península, de Burgos, de Segovia, de Soria, de Navarra y de Aragón, igual que lo hicieron en toda Europa.

Interior
El acceso al interior se realizaba originalmente por una portada abierta en el muro sur de la nave que ahora da paso a la sacristía. Se compone de un arco apuntado liso, una arquivolta de bocel y una chambrana con semicírculos afrontados, motivo éste que se repite en otras portadas de la zona, como Arenillas de Villadiego, Villusto y Villorejo, entre otras.

Cabecera
La cabecera se cubre con bóveda de horno en el ábside y de cañón ligeramente apuntado en el presbiterio.
Entrando en la iglesia, ningún elemento extraño hasta llegar a la cabecera. Braulio Valdivielso, en su guía de Burgos nos dice que “Aquí la fantasía del maestro se hizo piedra. Se ha dicho que el panorama interior de su cabecera es un mundo aparte….En los capiteles se han representado escenas cuyo simbolismo roza el misterio…
Antes de introducirnos en la cabecera, en el presbiterio, debemos pasar bajo el arco triunfal cuyos capiteles parecen representar la lucha contra el maligno el del lado sur/epístola y la Tregua de Dios el del lado norte/evangelio, y así es como lo interpretan los clásicos, como la Enciclopedia del Románico, que cita, además, algunas de las representaciones semejantes que abundan en toda la zona burgalesa e incluso en la cántabra. Pero hay también otras formas de interpretarlo:
Por lo que se puede apreciar a simple vista, en Fuente Úrbel se asiste a distinta talla, pero a contenidos compartidos. Cada vez que avanzo más en el estudio del monacato irlandés sanjuanista observo que tienen muy claro que la única lucha que tiene que realizar el creyente es contra el maligno. Una lucha que siempre contraponen a la que realizan los hombres. Me explico:
1. He visto que en uno de los capiteles hay alguien que se interpone entre dos caballeros. En principio, podría parecer que los detiene, pero en contexto iconográfico diferente, esta misma posición la he estudiado como aceptación implícita de la guerra o del maligno. Si fuera así, este capitel estaría intentando decir: hay hombres que se equivocan aceptando las guerras humanas, porque el creyente sólo tiene que luchar contra el maligno.
No es ésta la única interpretación plausible. También lo es, lejos ya de la filosofía sanjuanista de los monjes irlandeses, la más habitual alusión a la "Pax Dei", como en Siones, donde también se repite este motivo. La "Pax Dei" ó "Paz de Dios" es un mandato papal, una institución, una exhortación, hecha en el año 989, a que los nobles medievales interrumpiesen su beligerancia. 
2. La verdadera guerra del creyente es contra el maligno. Soy monje diferente, acabo de venir de otras tierras y pertenezco a otro modelo cultural diferente; en definitiva, no sé cómo representan en estas tierras al maligno. ¿Qué animal doméstico puede tener connotaciones negativas asociadas al diablo? Tal vez, ya los primeros días vea que el gato no es bien visto en estas tierras. Que, por ejemplo, todo el mundo se santigua cuando ve pasar un gato negro. Hago una pequeña deducción ¿Cómo es el diablo para estas gentes campesinas?, como un gato enorme, con garras crueles y cuerpo desproporcionado. Si les hablo de dragones, seguramente no me entenderán. Las gentes de las pequeñas poblaciones del interior tienen leyendas diferentes a las de la costa, a la gente del mar. Por eso, a través del gato les puedo querer decir: Si tú quieres luchar contra el maligno, tienes que estar dispuesto a luchar contra él, y ten mucho cuidado, porque es tal que puede llegar a adoptar la forma y el cuerpo de un gato gigante.”

Pero ¿puede no ser un gato?
En el interior de la iglesia parece como que hubieran trabajado dos escultores diferentes que se hubiesen repartido el trabajo en partes iguales: uno el lado del evangelio, el lado norte, más clásico, con unos contenidos y estilemas más habituales, mientras que en la mitad sur, en los motivos del lado de la epístola, el artista utiliza unas formas de expresión más extrañas y unos contenidos más alejados. Este, el de la epístola es un artista que nos ha dejado también muestras de su expresión en otras iglesias, como en Siones.
Por eso, mientras que comprendemos claramente el significado del capitel norte del arco triunfal, nos alejamos en la identificación de su par, aunque el significado final pudiera ser equivalente. No, no es un gato, sino un perro, porque no es un guerrero cualquiera. De nuevo, encontramos otra sincretización celta en este motivo:
Os presento a Cuchulain -el más grande y más famoso Héroe de las sagas irlandesas- incansablemente evocado por druidas y bardos. El fiero guerrero que combatió siete días con sus noches contra las olas del mar. Incluso los dioses le entregaron la lanza llamada Gae bulga para que pudiera defenderles mejor.
En el capitel se refleja el momento en que accidentalmente se enfrenta con el monstruoso perro del héroe Culann, animal con poderes sobrenaturales, capaz de enfrentarse a cien guerreros a la vez. Cuchulain fácilmente mata al animal ante la sorpresa de todos, pero para no contrariar a su anfitrión se ofrece ser su perro guardián hasta que este logre tener otro perro con los mismos poderes, por lo que el joven será llamado desde ese día CU (perro) Chulain (de Culann).
Cuchulain era el sobrino de rey Conor del Ulster, hijo de su hermana Dechtire y su padre no era ningún hombre mortal, sino el gran dios Lugh el de la Larga Mano. Ulain o Cuchulain en la Cultura Celta, representa el Héroe que se enfrentó con grandes y poderosos enemigos, venciéndolos a todos y que demostró en su muerte el heroísmo supremo. Ulain lucha contra enemigos mágicos que le envía la malvada Mab, Reina de las Brujas y enemiga del Bien y él los vence con su honestidad y su fuerza, pero sobre todo no dejándose vencer por el miedo a lo desconocido y no dejándose engañar por las astucias que Mab va fabricando en forma de mortales trampas que le atrapen.
Cuchulain, herido de muerte, conversa con unos espíritus y les dice que los que han sobrevivido a la guerra son los cobardes o los que han sabido esconderse a tiempo.
En su lucha contra el mal -se me asemeja- al poderoso San Miguel.” 

En síntesis, tenemos efectivamente una "Lucha contra el mal", que bien pudiera ser una representación de San Miguel, o quizás un San Jorge...por extrapolar...Lo importante es que a la hora de definir la figura el artista no ha ido a las Sagradas Escrituras o a las representaciones convencionales, sino que lo ha tomado de su cultura, como ha hecho con el resto de la iglesia. Lo ha tomado de su cultura celta y, aunque no es un sincretismo oficial, ni general, sí que ha hecho un sincretismo a su manera de suficiente valor como para que el comitente aceptara su propuesta.
Y no es extraño que tal cosa ocurriera pues San Miguel fue "oficialmente" utilizado con fines semejantes en diversas ocasiones como cuando San Miguel, el general victorioso, fue usado en Monte Gargano, en sus apariciones, para sincretizar la imagen de Hermes, el guerrero comunicador entre los dioses y los hombres cuya figura había sobrevivido varios siglos.
Por tanto, en función de la lógica de la exposición y de las concatenaciones con el Héroe Cuchulain, cuya figura todavía es objeto de canciones populares irlandesas, teniendo en cuenta la figura del enorme perro que aparece en el capitel, parece que ese capitel representa a San Miguel en lucha contra el maligno en sincretización de la figura del héroe irlandés.
Este capitel de "Lucha contra el maligno" es una repetición exacta del existente en el interior de la iglesia de Bercedo (Bu), primera escala en la marcha al interior de la península desde su punto de arribada en Escalante (Cantabria).

La escena del otro capitel parece estar en relación con la anterior, propugnando la lucha del Bien, que encarna la figura del caballero, contra el Mal, representado por la bestia que se enfrenta a él. Esta misma correspondencia se da entre los capiteles de Boada de Villadiego con la diferencia de que allí la escena está protagonizada por San Miguel.
Los muros de la capilla mayor se articulan mediante una serie de arcos de medio punto delimitados por dos impostas, biselada la superior y con cruces inscritas en círculos la inferior.

En el muro norte del presbiterio se dispone un arco ciego decorado en su rosca con el tema del Pecado Original acompañado de una figura con cabello erizado, rústica indumentaria, una especie de gancho en la mano y zurrón al hombro, que podría representar al propio Adán o a Caín.
Los capiteles de las columnillas muestran una máscara vomitando tallos –como en la ventana absidal de la ermita de Sotresgudo– y la Pesca Milagrosa, pasaje desarrollado también en La Cerca, Boada de Villadiego, La Piedra, Momediano y Villacián de Losa. La ventana del lado sur sólo conserva una de las columnas, rematada en un capitel en forma de cabeza antropomorfa, similar a la del exterior.

Arco del muro norte del presbiterio
Detalle del arco
Detalle del arco
Detalle del arco
Capitel del arco
Capitel de la ventana del lado sur
 

En el hemiciclo absidal se despliegan cinco arcos bellamente decorados que apean sobre columnas pareadas, salvo en los extremos que son sencillas.
Los capiteles exhiben motivos vegetales, cabecitas tocadas dispuestas en dos niveles, una pareja de arpías separadas por una copa o cáliz, un león y una enigmática escena en la que una figura sedende sostiene con unas largas tenazas un objeto apoyado en una especie de yunque o banco sobre el que parece golpear con un martillo otro personaje, al tiempo que una enorme ave come de ello y defeca sobre un caldero.

Hemiciclo absidal
Arco del ábside
Capitel de la arquería interior del ábside
Arco del ábside
Capitel de la arquería interior del ábside
 

Ahora vamos a afrontar el estudio del capitel más extraño: en la descripción de la Enciclopedia del Románico: “ Una figura sedente sostiene con unas largas tenazas un objeto apoyado en una especie de yunque o banco sobre el que parece golpear con un martillo otro personaje, al tiempo que una enorme ave come de ello y defeca sobre un caldero” (sic) Enorme ave, quizás un pelícano.

Capitel de la arquería interior del ábside


Todas las civilizaciones, todas las religiones, han practicado el sincretismo sobre religiones anteriores y sobre culturas anteriores. Y lo siguen practicando hoy en día.
El románico es un ejemplo de sincretizaciones.
Igual pasó con el cristianismo en terreno irlandés. Fueron varios los casos de sincretización, de adaptación de conceptos de la cultura celta al cristianismo que autónomamente se desarrolló en esa apartada isla.
Entre los personajes sincretizados se encuentra DAGDA.
El dios Dagda es uno de los más importantes de la Irlanda pagana. Es el dios bueno que tiene su morada en New Grange (donde, por cierto, se realiza cada año el milagro de la luz, como en SJ Ortega, santa Marta de Tera...etc). Posee un caldero cuyo contenido es inagotable. Posee también una clava: si golpea a alguien con uno de sus extremos, lo mata; si lo hace con el otro, lo resucita. En este sentido es el dios de la vida y de la muerte (psicostasis a su aire) y es poseedor de fuerzas temibles que pueden ser buenas o malas. Finalmente, es también el protector de la comunidad y el "Hombre de los Bosques", señor de los animales salvajes.
FUÉ SINCRETIZADO POR LA RELIGIÓN CRISTIANA POPULAR BAJO LA REPRESENTACIÓN DEL "BUEN DIOS".
(Basado en el "Pequeño diccionario de mitología céltica". Jean Markale ed. Alejandría. 1.993. Disponible en la Biblioteca del Círculo).
Así que, presentamos al desconocido, a ningún eslavo, a ningún nórdico, presentamos al "Buen Dios", ubicado en su lugar correspondiente en el ábside de Fuente Úrbel.
En favor de la tesis, arriba expuesta, se expone que nos hallamos ante un maestro/taller irlandés no sanjuanista, pero no alejado del todo dados los motivos de los capiteles del arco triunfal, que ya han sido comentados en este tema. No es sanjuanista porque no aporta los temas clásicos y, desde luego, su estilo es diferente del de los sanjuanistas que trabajaron tanto en Aragón como en Segovia y en Soria.
Sin embargo, su estilo coincide muy mucho con algunas de las esculturas de Siones, con especial referencia a similitudes con el Buen Dios, con las cabecitas y, especialmente con el estilo alargado de las figuras que aquí aparecen en el primer arco lado norte.
Este tipo alargado de las figuras de los arcos coincide también con el de otras iglesias burgalesas en las que hay presencia irlandesa evidenciada en la temática.
El hecho de haber reflejado motivos de sincretización de la cultura celta es una voluntaria señal de identificación del artista, que podía haber escogido otros temas. Por otra parte, la innegable representación del Buen Dios arropa la elección del tema de Todos los Santos. Son los dos temas de los que hay constancia documental de sincretización de la cultura celta, lo que de paso reafirma la condición irlandesa del autor, conocedor de los hechos. No parece factible la presencia de otro autor de naturaleza diferente trabajando en el capitel adyacente al del Buen Dios.
Esto nos está confirmando la regularidad de la llegada de artistas irlandeses de diversas procedencias. El carácter irlandés del artista de Fuente Úrbel reafirma la presencia de otros artistas del mismo fuero en Burgos y tipifica a la iglesia de Fuente Úrbel como la más genuina e importante representación de la cultura celta no sólo en Burgos.
Pero, no hay iconografía románica sin un programa que una los diversos contenidos, ¿cuál es el programa del ábside de Fuente Úrbel?-
Recordando la iconografía de la barca, el tema del paraíso, el posible linaje real de David (Cristo) y el capitel de los santos, toda la iconografía del interior del ábside de Fuente Úrbel se puede interpretar en clave de Peregrinatio propter Christum.
El Bas de los escultores irlandeses les sugiere: esculpamos nuestra vida en esta iglesia de Fuente Úrbel. Nuestro mensaje es fácil de reflejar. Tomad nota:
llegaremos a ser santos (capitel de las trece cabezas y el lienzo, su manera de expresar la teofanía a la que aspiran) delante de nuestro Dios bueno (capitel del buen Dios a la irlandesa) si sabemos realizar nuestro camino a imitación de Cristo (capitel de los lirios) y también como él estamos dispuestos al máximo sacrificio (capitel de la copa).
Ellos han salido de su tierra con la intención de no volver jamás, pues su único objetivo existencial consiste en alcanzar la única patria a la que aspiran, el cielo, el paraíso del que fueron expulsados Adán y Eva y el verdadero lugar en el que algún día esperan vivir resucitados durante toda la eternidad junto al Buen Dios.
Este podría ser para estos escultores el verdadero significado de su Peregrinatio propter Christum.
Finalmente, una observación: La iconografía de la mitad norte de la iglesia es una iconografía en general “romanizada” (lucha, purificación, david, génesis, vegetales, cáliz y lirios) mientras que la iconografía del lado sur (cuchulain, dagda y halloween) es una iconografía puramente celta. Lo que nos está diciendo el conjunto es que hay una fusión, una fusión por sincretización. 

Capitel de la arquería interior del ábside
 

Por último, hay una bella pila bautismal gallonada, puede que sea tardorrománica, pero no estoy completamente segura.

Pila bautismal

 

Merindades
Es el territorio que se conoce como "Merindades de Castilla". La institución de las "viejas" merindades se pierde en los siglos altomedievales, cuando los condes y los reyes establecieron los "merinos" para administrar estos territorios que fueron como la cuna de la vieja Castilla.
Como otras comarcas de Burgos, las Viejas Merindades conservan un riquísimo patrimonio románico. Al encanto propio de este arte hay que sumar el precioso paisaje en que se encuentran enclavadas la mayoría de sus aldeas.

Románico a alrededor de Villarcayo
En esta sección sobre Las Merindades hemos elegido un grupo de edificios señeros: Butrera, Tabliega, Bercedo, Bárcena de Pienza, Almendres, San Pantaleón de Losa.

Butrera
Butrera se sitúa en la merindad de Sotoscueva, al norte de la provincia y a unos 10 km al norte de Villarcayo.
En el documento de 1099 por el que Elvira Hanneç dona al obispo García de Burgos sus heredades en varios lugares del norte, entre ellos en Butrea uno solare cum sua divisa, cum exitus et introitus, in montes et in fontes. A mediados del siglo XIV, el Libro Becerro de las Behetrías recoge Butrera (o “Barera”), dentro de la merindad de Castilla Vieja, siendo señorío de Pedro Fernández de Velasco. Menor crédito hemos de conceder a Argáiz, quien en su Soledad Laureada hace referencia a un supuesto monasterio de San Quirce de Butrera, de fundación antigua y que “debió de ser destruido en tiempos de los moros y de don Ramiro II rey de León, por el año 933”, pasando luego a depender de Oña. En realidad, y pese a la cierta fiabilidad que a estas noticias presta Nicolás López, en el Cartulario de Oña sólo hallamos referencias a una serna en Butrera, pago sito en la zona de Ubierna.
Pese a la indudable calidad del edificio, sorprende tanto que sólo en fechas recientes su valor artístico haya merecido la declaración como monumento histórico-artístico (R.D. de 2/02/1983, publicado en el BOE de 22 de marzo del mismo año), como que la historiografía sólo se haya ocupado de él o bien de un modo muy general o bien atendiendo a aspectos parciales.

Iglesia de Nuestra Señora de la Antigua
La hermosa iglesia de Butrera se ubica en la zona baja de la localidad, a unos 150 m al este del actual caserío, rodeada de prados y fincas de labor y próxima al río Trema. Junto a ella quedan vestigios, apenas visibles, de un camino que discurría hacia el oeste por el costado norte del edificio. Durante la última restauración se puso al descubierto una necrópolis de tumbas de lajas instalada en el afloramiento rocoso que emerge frente al hastial occidental. Por el costado septentrional de la nave, y con acceso desde el sur, se sitúan las ruinas –luego transformadas en cementerio– de la troje.
Prácticamente nulas son las referencias documentales que nos aporten algo de luz sobre los orígenes de la iglesia de Butrera, aunque sí parece bastante claro que la construcción que a día de hoy admiramos es fruto de dos campañas constructivas sucesivas que se prolongarían entre las últimas dos décadas del siglo XII y, posiblemente, los primeros años del XIII.

Exterior
El templo manifiesta un aire extraordinariamente robusto gracias al notable grosor de sus muros (1,20 m), levantados en excelente sillería caliza de bloques regulares asentados prácticamente a hueso y labrados a hacha en las partes románicas; la sacristía cuadrada, adosada al costado meridional de la cabecera y cubierta con bóveda de terceletes, se aparejó con sillares tallados a trinchante.


Pese a que reiteradamente se ha venido considerando a este templo como de planta de cruz griega, motivado ello por la brevedad de su nave –con sólo dos tramos– y la presencia de un amplio transepto destacado, el espacio interior manifiesta un claro sentido basilical, con su eje longitudinal bien definido. La actual fábrica, tal como se desprende de la lectura de paramentos –corroborada además por los diferentes estilos de la decoración– es fruto de dos campañas constructivas románicas, probablemente próximas en el tiempo y quizá incluso consecutivas, aunque bien distanciadas en cuanto a ambiciones y presupuestos estéticos. A la primera se debe en lo constructivo únicamente la cabecera, que repite el esquema de ábside semicircular con contrafuertes prismáticos hasta la cornisa y presbiterio que continúa la línea de paramento del hemiciclo, carente del tradicional codillo que suele ensanchar este espacio, manifestando similitudes con algunas cabeceras del entorno, como las de Ailanes, Crespos, San Miguel de Cornezuelo, Torme, o la muy rehecha de Munilla.

La cabecera se compone de tramo recto presbiterial, cubierto con bóveda de cañón levemente apuntada y reforzada por un fajón que genera el cascarón que cierra el hemiciclo absidal.
Exteriormente se alza sobre un zócalo corrido, articulándose el tambor del ábside en tres paños delimitados por contrafuertes prismáticos lisos que parten del zócalo y alcanzan la cornisa. Horizontalmente queda dividido el paramento en dos pisos mediante una imposta moldurada con listel y chaflán interrumpida por las pilastras y sobre la que se sitúa el cuerpo de ventanas. En cada paño del hemiciclo se dispuso una ventana, de mayor desarrollo –albergando una modificada saetera– la del eje y ornamentales y ciegas las laterales, que volvemos a encontrar en los muros interiores y exteriores del presbiterio.
La ventana central, en torno a un estrecho vano rasgado muy alterado y agrandado posteriormente, consta de un fracturado arco de medio punto ornado con dos hileras de dientes de sierra que albergan un bocel aplastado decorado con puntos de trépano, y dos arquivoltas, la interior con diez cabecitas humanas de ruda talla dispuestas bajo serpientes entrelazadas a modo de arquillos y la externa simplemente achaflanada.
Apean los arcos en imposta de listel y bisel corrida y jambas escalonadas en las que se acodillan tres parejas de semicolumnas, coronadas por capiteles de ruda talla. En los del lado izquierdo del espectador vemos un torpe remedo de la bestia apocalíptica, en forma de serpiente de siete cabezas, un mascarón de grotescos rasgos humanoides que parece engolar el fuste y una pareja de dragones afrontados; en el otro lado, los dos interiores muestran sendos mascarones humanos, uno mostrando los dientes y el otro barbado y con gruesos pómulos, mientras en el externo emerge una cabecita de batracio entre las dobles volutas anilladas que rematan la cesta. Las basas de estas columnas presentan perfil ático de grueso toro inferior, sobre plinto. Al interior esta ventana funciona hoy como hornacina aprovechando el derrame del modificado vano, acogiendo la monumental imagen de la Virgen sobre la que luego nos detendremos, y resta únicamente de la primitiva estructura parte del arco –decorado con cenefa de entrelazos que albergan botones vegetales– y las columnas que lo sustentan, rematadas por deteriorados capiteles, el izquierdo ornado con un aspa y el derecho con tres pisos de aves de largos picos.
Flanquean a esta ventana absidal, al exterior, otras dos en el hemiciclo, como dijimos ciegas, que volvemos a encontrar en el interior y exterior del muro norte del presbiterio y sólo al interior y muy modificada –debido al añadido de la sacristía– en el muro sur de este tramo recto.
La ventana exterior del muro norte del presbiterio muestra arco de medio punto con chambrana decorada por fino entrelazo sobre dos columnas acodilladas, con achaflanado cimacio corrido entre ellas delimitando una especie de tímpano liso; el capitel de la izquierda del espectador presenta una máscara humana de enormes orejas mostrando los dientes, y el derecho otra similar que abre grotescamente su boca estirando sus labios con ambas manos.
El ventanal del paño norte del hemiciclo manifiesta similar morfología, con el arco achaflanado, un muy perdido león en el capitel izquierdo y en el derecho tres pisos de extraños tubos horadados (“como de mocárabes” dice García Guinea al describir la similar cesta de San Román de Escalante, en Cantabria) que volvemos a encontrar en Siones, Virtus y Vallejo de Mena, mientras que en su tímpano se embutió un prótomo de animal. La ventana exterior del lienzo meridional del ábside fue modificada al abrirse un vano adintelado, contemporáneo de la sacristía, que daba luz al altar, pese a lo cual resta parte del arco doblado, abocelado y ornado con puntas de clavo en la rosca el interior, y en chaflán con cinco filas de finos tacos el externo, así como la columnilla derecha, coronada por una cesta en la que se afrontan dos toscos cuadrúpedos.

Al exterior, los brazos del transepto se coronan con una cornisa moldurada con listel, junquillo y nacela –sustituida por banda de puntas de diamante en el brazo sur– que reposa en simples canes de nacela y alguno con perfil de proa de nave. En los canecillos de la cabecera se combinan las más toscas figuras del primer taller con los refinados relieves del segundo, por lo que es probable que el remate de estos muros correspondiese a la segunda campaña.
Entre los realizados por el primero vemos algunos prótomos de animales, entre ellos un cáprido de retorcida cornamenta, un mascarón monstruoso de enormes colmillos (repetido en el ábside de Siones), una máscara engullendo a un personajillo y un busto masculino que parece mesarse las barbas. El repertorio del segundo taller muestra un espléndido grifo –que veremos copiado, con menor acierto, en la cabecera de Hermosilla–, un cuadrúpedo de cuerpo recubierto por gruesos mechones triangulares, monstruosa cabeza de fauces rugientes y puntiagudas orejas, un infante cabalgando y clavando su espada en un monstruo similar al anterior, una descabezada arpía, un rugiente prótomo monstruoso y dos figuras que parecen extraídas del repertorio ornamental del taller. La primera de éstas, en un can hoy apenas visible sobre el muro de la sacristía, corresponde a un personajillo tocado con bonete, sedente, con la pierna izquierda cruzada y apoyada sobre la derecha, y la cabeza ladeada apoyando sobre la mano, en una pensativa o somnolienta actitud que recuerda a la de San José en el frontal de altar. La otra figura se sitúa en el hemiciclo absidal, y muestra a una mujer sedente y velada que porta en sus manos un pomo esférico del estilo al de los Magos del citado relieve del interior.







Interior
Interiormente, los paramentos de la cabecera aparecen recorridos por dos líneas de imposta, una, decorada con tetrapétalas inscritas en clípeos separados por avolutados vástagos anillados imitando labores de forja (motivo frecuente en la zona de Amaya, en Siones, etc.), marca el arranque de las cubiertas y se continúa en los cimacios del triunfal y del arco que genera el cascarón; la otra imposta, que corre bajo la línea de las ventanas, se moldura con mediacaña y bisel ornado con triple hilera de billetes.
Entre ambas líneas de imposta se disponen las tres ventanas antes referidas, de las cuales quizá sólo la central del ábside albergaba un vano, siendo las otras, como las vistas en el exterior, meramente decorativas. La correspondiente al muro norte del presbiterio se compone de arco de medio punto doblado sobre cimacios de listel y chaflán y dos parejas de columnas acodilladas, cuyos capiteles se decoran, de izquierda a derecha, con un personaje representado en busto que sostiene con ambas manos un objeto circular de difícil identificación, los dos interiores presentan sendas cabezas humanas –una masculina y otra femenina– entre hojas rematadas en volutas, y el exterior de la derecha repite la enigmática figura femenina que ya vimos en otra cesta de Santa María de Ordejón de Abajo, de cabeza cubierta con un tocado plisado que a modo de barboquejo le cubre la boca, llevándose las manos a las sienes. El arco interior mata su arista con un bocel, mientras que en la rosca del externo se representó una escena pastoril, con el rabadán ataviado con sayón y portando un cayado, ante un perro, cinco ovejas y un carnero, y en la otra parte del arco un personajillo sentado leyendo un libro que sostiene sobre sus rodillas. Esta composición trae al recuerdo la que decora la rosca de uno de los arcos de la arquería absidal de Santa María de Siones y algunas figuras de San Pantaleón de Losa.
Interior

Interior nave
 

Llama la atención la existencia de dos especie de dos absidiolos laterales.



La ventana ciega del muro meridional del presbiterio fue alterada como dijimos para realizar el acceso adintelado que servicio a la sacristía renacentista adosada en este lado, pese a lo que resta el arco, decorado con una sucesión de veneras y botones vegetales, el semioculto capitel izquierdo decorado con piñas y el derecho, con tres coronas de hojas picudas acogiendo bolas.
Similar rudeza a la hasta ahora vista manifiestan los capiteles que soportan el triunfal, apuntado y doblado, que da paso al presbiterio, y el fajón que ciñe la bóveda de éste y se articula con el cascarón absidal. El capitel del lado del evangelio del arco triunfal muestra el combate de jinetes, ambos sobre monturas ricamente enjaezadas y armados con yelmos cónicos, cotas de malla, espadas al cinto y escudos de cometa, sobre los que percuten las lanzas que empuñan.
La cesta frontera se decora con una serie de cabecitas de felino, las superiores coronadas, que asoman entre formas geométricas en aspa, al peculiar estilo de los capiteles de Vallejo de Mena, Tabliega de Losa, Bárcena de Pienza y Siones. En el capitel norte del hemiciclo se afrontan dos grifos que vuelven sus cuellos y alzan sus patas sobre el rostro de la máscara humana que hace de fondo, bajo la que pende una especie de armiño. La cesta que corona la semicolumna del lado de la epístola recibe, por su parte, una doble corona de hojitas lanceoladas y cóncavas, sobre la que se dispone una máscara humana entre cuatro grandes volutas.
A esta primera campaña le sucedió un segundo taller, que acometió la obra a partir del presbiterio modificando el proyecto original y definiendo la estructura de la corta nave y el destacado transepto. Su buen hacer revela un lenguaje arquitectónico más elaborado y tardío, manifestando su dominio del aparejo en la casi perfecta unión con la obra precedente, pero, aún así, es apreciable la neta ruptura de hiladas entre la obra del presbiterio y los pilares sobre los que voltean los formeros de los brazos del transepto.
La nueva obra, espacialmente y en proporción más amplia que la cabecera, se compone de una corta nave dotada de dos tramos, el occidental cubierto con una bóveda de cañón apuntado y el crucero con una espléndida bóveda de crucería de nervios baquetonados y clave ornada con un florón de tallos y brotes lobulados. Al exterior, la mayor amplitud de la bóveda del crucero obligó a disponer un breve cimborrio apenas destacado, aunque quizá se proyectase con mayor envergadura al estilo del de Tabliega de Losa. Los brazos del transepto, alzados sobre zócalo escalonado y ceñidos al exterior por contrafuertes prismáticos, se cubren con sendas bóvedas de cañón apuntado, reforzadas por un fajón contra los hastiales, al igual que ocurre en la nave. Estos muros laterales del transepto se rematan exteriormente a piñón, siendo recorridos a media altura por sendas impostas con perfil de listel y nacela. En el brazo septentrional se dispusieron dos saeteras de fuerte abocinamiento al interior –al estilo de los vanos dobles de la cabecera de San Juan de Ortega–, mientras que al sur debía abrirse un vano de mayor luz, sustituido por el moderno y adintelado actual, que sólo recuperó una chambrana con puntas de diamante.
El elemento más llamativo del transepto es sin duda la pareja de capilla-nicho semicirculares inscritas en el espesor de sus muros orientales, muros que al exterior se adelgazan escalonadamente sobre ellas. Ambas se abren mediante arcos netamente apuntados que apean en columnas adosadas, se cubren con bóvedas de horno sobre impostas de listel y nacela, y en su eje se abren sendas saeteras (cegada por la sacristía la sur) bajo las que corren nuevas impostas, aunque manifiestan algunas diferencias entre sí. Frente a la mayor simplicidad de la capilla septentrional –cuyos capiteles reciben dos pisos de hojas lisas lanceoladas, las superiores con caulículos, y hojas abiertas en abanico con brotes–, en la del brazo sur el arco aparece enmarcado por un rehundido a modo de alfiz decorado con sucesión de losanges, continuándose la decoración vegetal de sus capiteles a modo de friso por ambos lados.
El capitel y jamba izquierda se decoran con carnosas hojas lisas de bordes regruesados y caulículos o brotes en sus puntas, mientras en la parte derecha vemos hojas de acanto de fuertes escotaduras y acanaladuras que acogen en sus puntas caulículos y bayas arracimadas, al estilo de algunas cestas del interior y fachada sur de Moradillo de Sedano y otras del interior de Escóbados de Abajo.
Esta curiosa solución de capillas excavadas en el espesor del muro, que creemos debe relacionarse con la necesidad litúrgica de la multiplicación de altares, la encontramos en buen número de edificios de ámbitos geográficos diversos, tales las iglesias sorianas de San Mamés de Montenegro de Cameros, San Nicolás, San Juan de Rabanera y La Mayor de Soria, San Vicente y San Miguel de Almazán y la ermita de los Santos Mártires de Garray, la catalana de San Benito del Bagés, las aragonesas de San Pedro de Siresa, Santa Cruz de la Serós y San Juan de Uncastillo, La Asunción de Cereceda en Guadalajara, etc. En Burgos, además de este caso de Butrera, señalamos los de Lara de los Infantes, Monasterio de Rodilla y, sobre todo, el de Tabliega de Losa, cuya planta presenta sorprendentes afinidades con la que nos ocupa.
La pareja de arcos formeros del transepto, ambos apuntados y doblados, apean hacia el este en triples haces de columnas, el doble de gruesa la central, mientras que hacia la nave reposan en semicolumnas simples. Los capiteles del haz septentrional se decoran con fauna fantástica: una pareja de bellos trasgos alados, con pezuñas de cabra, cuerpo escamoso de colas enroscadas y cabeza monstruosa de grandes ojos almendrados y saltones, orejas puntiagudas y hocico de cánido, se afrontan en la cesta central, mientras que en las laterales se disponen dos híbridos similares a los anteriores, aunque en uno remata el largo cuello una cabeza masculina de acaracolados y llameantes cabellos, con grotesco gesto de la boca mostrando la lengua; la composición y acabado de estos monstruos los relacionan directamente con otros de Moradillo de Sedano y Gredilla.
El haz de columnas del lado meridional se corona con capiteles vegetales, dos de ellos con varios pisos de hojas, las inferiores lisas y picudas y crochets superiores con bayas y brotes en las puntas; la otra cesta muestra acantos ramificados de espinoso tratamiento. Vegetales son los dos capiteles que coronan las columnas adosadas que recogen los formeros, con grandes hojas de acanto dispuestas en abanico sobre hojas lisas rematadas en caulículos en el del lado de la epístola, y dos pisos de hojas lisas de las que penden finos tallos trenzados y hojas partidas acogolladas en el del evangelio. Por lo que respecta a las cestas que reciben el fajón de la nave, la del muro norte aparece lisa, mientras que la meridional se decora con dos grandes mascarones humanos –uno barbado– inscritos en una especie de clípeos. Su mediocre factura contrasta con la hasta ahora vista y la aproxima a las realizaciones del primer taller.
Las ménsulas que recogen los nervios de la bóveda del crucero manifiestan una decoración vegetal similar a la de los capiteles de la portada, a base de geométricos entrelazos avolutados de los que brotan hojitas lobuladas y frutos arracimados.

Portada
La portada se abre en el espesor del potente muro sur del tramo occidental de la nave y se compone de arco apuntado moldurado con tres cuartos de bocel en esquina retraído y una banda de puntas de diamante, apeando en jambas lisas coronadas por imposta de hexapétalas inscritas en clípeos y talla a bisel. Rodean el arco tres arquivoltas separadas por cenefa de puntas de diamante, decorándose la interior con un bocel ornado de tetrapétalas entre mediascañas; la media recibe un bocel entre mediascañas y la exterior un friso de estrechos acantos de puntas plegadas y palmetas. El conjunto se rodea con tornapolvos de puntas de diamante.
Apean los arcos en jambas escalonadas en las que se acodillan tres parejas de columnas –sobre zócalo abocinado moldurado con un bocel en la arista– coronándose las más occidentales por una maltrecha imposta de tallos ondulantes acogiendo brotes arracimados y hojitas vueltas. En el lado derecho del espectador la imposta combina la decoración de entrelazo de cestería con hexapétalas en clípeos y hojitas de acanto similares a la de la tercera arquivolta. Estas impostas se continúan sobre los muros recibiendo banda de losanges. Las columnas se alzan sobre deterioradas basas de perfil ático con atrofiada escocia, gran toro inferior aplastado –en un caso ornado con semibezantes– y plinto, coronándose por capiteles de fina decoración lamentablemente muy deteriorada. En el exterior del lado occidental acertamos a distinguir, sobre un fondo vegetal de hojitas trilobuladas, el combate entre un infante ataviado con cota de malla y quizá embrazando un escudo, que con su diestra alza una espada contra un híbrido del que sólo resta su enroscada cola de reptil. En la cesta central sólo se insinúan dos figuras de híbridos afrontadas sobre un fondo vegetal y en la interior se observa parte de las dos coronas de hojas, las inferiores de grueso nervio central y las superiores lisas con bolas en sus puntas vueltas. En el lado oriental, el capitel interior recibe dos decapitados dragones afrontados cuya cola de reptil se enreda en sus patas, mientras que en el central, de relieve prácticamente perdido, se afrontaban dos cuadrúpedos sobre fondo de acantos. En la cesta exterior, pese a las mutilaciones, es aún reconocible la escena de la “despedida de la dama y el caballero”, de la que apenas resta la silla de montar del jinete, que sujetaba con su diestra las riendas de la montura mientras alzaba la otra mano saludando a la figura femenina, que, para subrayar su elevada condición, viste saya encordada en la cadera y entallada por cinturón.

Sobre el hastial occidental se alza una esbelta y creemos posmedieval espadaña con remate en piñón, dos huecos para campanas de medio punto sobre impostas de filete y campanil. A esta espadaña da servicio una escalera de caracol inscrita en el muro occidental del pórtico. Éste, posterior a la fase románica que alzó la estructura actual (aunque aparejado con sillares labrados a hacha), protege la portada abriéndose al sur mediante un amplio arco de medio punto, y en el grosor de su cierre occidental alberga la escalera de caracol que da servicio a la espadaña. Se aboveda con cañón apuntado, cuyo eje presenta, en consonancia con los muros, una desviación respecto a la transversal difícilmente explicable. En la cornisa se reutilizaron, junto a otras piezas de posterior cronología, varios canecillos románicos con simples nacelas, una con una tosca mano labrada a bisel, motivos vegetales, un prótomo monstruoso de aire felino y rugientes fauces, una cabecita femenina velada, cuyo aire grotesco lo señalan su gran nariz y boca sonriente mostrando los dientes, otra dama con toca con barboquejo y una cabecita masculina barbada, todos de ruda talla. El cierre meridional del pórtico avanza respecto a la línea del hastial sur del transepto, y en su ángulo solapa parcialmente un desgastado relieve de notables dimensiones en el que se figura el Pecado Original. Centra la escena el árbol prohibido, ocupando su copa –de cuyas ramas penden hojas y frutos– el tímpano superior, enmarcado por una cenefa de puntas de diamante similares a las de la portada y chambrana con losanges. A ambos lados del tronco y bajo sendos arquillos formados por las ramas se disponen las figuras de los primeros padres, ambos desnudos y cubriéndose el sexo. Adán, cuyo rostro muestra pese al desgaste rasgos similares a las figuras de la ventana absidal, se lleva como es tradicional la diestra al cuello.
Además de este relieve reutilizado, se conservan en el interior el templo otros dos de mayor calidad. Empotrado en el muro septentrional de la nave, frente a la portada, encontramos una excepcional pieza de mobiliario litúrgico: un bello frontal de altar de 78 cm de altura × 143 cm de longitud, decorado con una Epifanía, tema que alcanza similar tratamiento en el tímpano de Ahedo del Butrón y en el relieve de Cerezo de Riotirón. Aquí los dos primeros Reyes se encuentran de pie y en conversación, mientras que el más próximo a la Sagrada Familia realiza la tradicional genuflexión, apoyando como en Cerezo su rodilla derecha en un cojín ricamente ornado; frente a ellos se dispone María, coronada y velada, sobre cuyo regazo se asienta Jesús, quien girado hacia los Reyes, sostiene el Libro con su mano izquierda y bendice con la diestra. Tras ellos encontramos la figura de San José, tocado con un bonete gallonado, apoyando su mano izquierda sobre un bastón “en tau” y llevándose la mano derecha al rostro con el tradicional gesto de somnolencia. Tanto por dimensiones como por iconografía es análogo al de Villasana de Mena (89 × 141 cm), aunque en éste el cierto aire gotizante de alguna de sus figuras nos haga pensar en una cronología algo más avanzada.
Estilística y compositivamente, este frontal se aproxima a las realizaciones del maestro de Cerezo de Riotirón en la citada iglesia (relieve hoy en el Museo de los Claustros de Nueva York) y en el tímpano de Gredilla de Sedano, manifestando la misma pesadez de los paños, recorridos por multitud de pliegues arremolinados en torno a las articulaciones, idéntica concepción cuadrada de los rostros, de ojos exoftálmicos, geometrizadas barbas de mechones triangulares, desproporciones expresivas aplicadas a las manos, con las que establece un lenguaje gestual entre las figuras, etc. Como bien señala Elizabeth Valdez en su estudio del maestro de Cerezo, el origen de su estilo parece fruto de la confluencia de su formación soriana (El Burgo de Osma, Santo Domingo de Soria), con el contacto con los talleres que en mayor o menor medida están influidos por la estética silense y otros en los que ésta es discutible (Moradillo de Sedano). 



Original talla de la Virgen María
 

A los mismos presupuestos responde la excepcional figura de María a la que hoy hace de hornacina la ventana absidal. Labrada en un bloque de arenisca y de tamaño casi natural (152 cm de altura por 50 cm de anchura máxima), representa una disgregada Virgen de la Anunciación que muestra la palma de su diestra ante el pecho, repitiendo el gesto que caracteriza a la figura en esta escena. Aparece sentada, coronada y vistiendo velo, túnica y un pesado manto de borde decorado con brocado, que la figura sujeta sobre el vientre con dos dedos, amanerado gesto revelador del origen de su artista que encontramos en los tímpanos de Santo Domingo de Soria, Berlanga de Duero y Gredilla de Sedano. La disposición en zigzag de los bordes de su indumentaria, la propia estructura de los abundantes plegados, hinchados y curvos en torno a las articulaciones, pliegues en coma sobre las piernas, acostados, escalonados y resueltos en cola de milano en el paño que asciende hasta la rodilla izquierda, en aplastado tubo de órgano entre las piernas y en el velo, etc., que se repite en la figura del frontal, parecen reproducirse fielmente en la figura de María del tímpano soriano de Santo Domingo, en la María de la Anunciación-Coronación de Gredilla de Sedano y, con algunas variantes, en las imágenes marianas de Cerezo de Riotirón, Ahedo del Butrón y la riojana de Alcanadre. Si a ello añadimos la presencia, siguiendo el borde interior del pliegue circular del hombro izquierdo de la figura, de las pequeñas incisiones triangulares que encontramos igualmente aplicadas a buen número de relieves tardorrománicos del ámbito navarro-aragonés (Agüero, San Juan de la Peña, Tudela, seo de Zaragoza) y castellano (San Vicente de Almazán, Santo Domingo, San Juan de Duero y San Nicolás en Soria, Ahedo del Butrón, Gredilla de Sedano, Soto de Bureba, claustro de Silos, etc.) –recurso quizá tomado de la eboraria–, alcanzaremos a definir el marco general del que participa nuestro escultor.

El análisis estilístico de las realizaciones de los dos talleres escultóricos que trabajan en Butrera nos desvela el origen de su arte. En el primero de ellos son evidentes sus conexiones con iglesias de los Valles de Mena y Losa en las que de un modo bien patente es perceptible la influencia de los talleres cántabros, encontrando analogías con las de Siones, San Lorenzo de Vallejo de Mena, Villasana de Mena, San Pantaleón de Losa, Bárcena de Pienza, La Cerca, etc. El estilo del segundo taller conecta con las mejores realizaciones del tardorrománico burgalés, y ya Pérez Carmona señaló las semejanzas y quizá identidades con los artistas de Cerezo de Riotirón y Moradillo de Sedano, aunque incluyendo sus realizaciones dentro de una pretendida filiación silense que coincidimos con Elizabeth Valdez en matizar. La citada autora, en su documentado estudio sobre la personalidad del “maestro de Cerezo”, ve a este trabajando en Butrera en una fase avanzada de la evolución de su estilo, tras haber entrado en contacto, sobre todo en El Burgo de Osma y Moradillo de Sedano, con maestros –en el primero de los casos de formación silense–, que suavizaron la inicial rigidez de sus figuras.
Por todo ello, parece que debemos situar el inicio de la construcción de esta iglesia de Butrera en el último tercio del siglo XII, siendo probablemente ambas fases ejecutadas sin solución de continuidad dentro de las dos últimas décadas de dicha centuria. 

Tabliega
Tabliega, apellidada a veces de Losa y antaño conocida como Abadía de Tabliega –como dice Madoz–, es una pequeña población que se localiza en el extremo septentrional de la provincia de Burgos, a 9 km de Medina de Pomar en dirección norte. Ubicada en el extremo más occidental del Valle de Losa, su menguado caserío se asienta en el fondo de un vallejo de tendidas laderas cubiertas de encinas que delimitan un estrecho espacio dedicado al cultivo y articulado en pequeñas parcelas. Su iglesia parroquial de San Andrés se halla ligeramente apartada del casco urbano, en su extremo oriental.
Aunque desconocida, la fundación del lugar bien pudo hacerse durante la intensa repoblación que se desarrolla en toda la comarca desde fines del siglo VIII, ocupando en este caso un lugar de cierta relevancia, junto a las salinas de Ruipio. Pero no será hasta comienzos del siglo XI cuando aparece una primera referencia, en un documento en el que el presbítero Martín –“preste” dice el texto, palabra que se ha tomado como su apellido– y sus hermanos Flavio y Tello, donaban al abad Íñigo (o Eneco) de Oña “la nuestra casa que es en aquel logar que los omes de la tierra llaman Tabliega Diaz, fecha en nombre de los Sanctos Sant Andres, apostol, e los otros Sanctos sin cuenta e de San Peiro e de Sant Bartholome e de todos los otros Sanctos, de los quales son y reliquias condessadas”. Su fecha exacta ha sido muy controvertida, interpretándola López Rojo y Villasante como 1023, Oceja 1032, del Álamo 1037, Aldea y colaboradores 1071, Argáiz 1082 y otros autores de forma indistinta –y muchas veces contradictoria–, aunque casi siempre oscilando entre las dos primeras. En realidad el documento se conoce por una copia del siglo XVI y se data en la era hispánica, en la de “mill e sesenta e un años” para unos, y en la de “mil e setaenta años”, para otros, apostillándose que era entonces “reynante el rey don Fernando en Leon e en Castilla, e su hermano don Garzia, en Nagera e en Castilla Uieja”. La última data, correspondiente a 1032, es sin duda la más aceptada, pero de todos los autores que han recogido esta información sólo Juan del Álamo –según él mismo también Pérez de Urbel– y Nicolás López reparan en el hecho de que en 1032 ni Fernando ni García habían sucedido a su padre Sancho, ni el 14 de las kalendas de diciembre era viernes, ni San Íñigo era aún abad de Oña, circunstancias que sí se dan todas en 1037, seguramente la fecha más aceptable. Al margen de las dudas de autenticidad que tales discordancias pueden generar, en la donación se incluyen también todas las tierras, viñas, molinos, huertos, casas, vestimentas eclesiásticas, cálices, libros y muebles, con la condición de que la administración continuara a cargo de un miembro del linaje de los donantes, elegido por los propios parientes: “si clerigo ouiere que la tenga clerigo, y, si clerigo no ouiere, que la tenga lego, el mas onrrado que y fuere, el que escogieren entre si los parientes”. A su vez el abad de Oña adhiere a Tabliega el monasterio de Ovilla, en Mena, y varias tierras en Soba, Para de Espinosa y Valdivielso, bienes a los que en 1105 se sumará también el monasterio de San Saturnino de Covides, cuando una serie de personajes, patronos del mismo, lo entregan a Oña, pero poniéndolo bajo la jurisdicción de Tabliega: imperio Tabulatense ecclesie Sancti Andree preposito.
Resulta ser aquella carta un interesante documento que refleja el patronazgo familiar de un monasterio, una de las peculiaridades que caracterizan el monacato hispánico altomedieval. Pero quizá lo más sorprendente es que el privilegio de elegir abad dentro del mismo linaje se mantuvo largamente, y así es recordado en 1282, cuando los clérigos “et nos toda la uezindat de Sant Andres de Tabliega”, acuerdan con el abad de Oña que cuando muera el de Tabliega “que tome clerigo de nuestro llinnage aquel que el abbat de Onna entendiere que cabterna mejor el monesterio en sos derechos el que leuare el monesterio adelant que aquel que faga el abbat de Onna abbat de Tabliega, et non a otro ninguno”. En el mismo documento se especifica que si el elegido no cumple correctamente con sus obligaciones el abad oniense le deberá deponer, nombrando “otro del nuestro llinnage, aquel que entendierdes que aprouechare los bienes del logar”. Incluso cuando en las postrimerías de la Edad Media dejaría de haber aquí comunidad monástica para convertirse en abadía secular, la costumbre se mantiene.
Según Sáinz de Baranda en el siglo XVI el abad de Oña deja de elegir abad de Tabliega para hacerlo los vecinos nobles de la merindad de Castilla Vieja y de la jurisdicción de Medina de Pomar, aunque en presencia y con las bendiciones del abad de San Salvador. Y todavía en el siglo XVIII se reviven los viejos acuerdos con Oña, tal como refleja una visita episcopal de 1729 que recoge López Rojo, donde se dice que el abad “debe ser descendiente de los fundadores, y natural de las siete Merindades de Castilla la Vieja, o de la villa de Espinosa o de sus barrios o aldeas, así como de la villa de Medina de Pomar”.
Durante los siglos medievales, como lugar dependiente de Oña, se benefició de los numerosos privilegios con que los reyes favorecieron a ese monasterio benedictino, aunque a veces el beneficio es explícito hacia Tabliega, como ocurre en un documento de 1269 en el que Alfonso X dispone que los adelantados prestameros no tomen yantares aquí ni en otros sitios de Oña que se detallan. No obstante este privilegio debía ser bastante más antiguo, pues el mismo rey extiende una confirmación en 1278 donde dice que los yantares ya no los pagaban en tiempos de Alfonso VIII (1158-1214).
De todos modos pronto los nobles entraron el liza por el dominio sobre la aldea de Tabliega y así en 1304 se conoce un privilegio de Fernando IV en el que exime a Rodrigo Fernández de Tovar del pago de servicios, martiniega, fonsadera y otros pechos por las posesiones que tenía en “el solar de mediavilla de Touiellas et el monesterio de Tabliega, con el solar de Ladrero”, beneficio que será confirmado por Alfonso XI en 1326. No sabemos muy bien la relación que pudo tener la abadía de Tabliega con ese personaje, pues además entre ambas fechas –exactamente en 1312– consta que Oña cede vitaliciamente a Sancho Ortiz y a su mujer los solares que tenía aquí y en otros lugares, como pago del trigo y dinero que le adeudaba. No mucho después, el Libro Becerro de las Behetrías reconoce un doble señorío, eclesiástico y laico: “este logar es del monesterio de Tabliga e de Martin Alfonso de Arniellas”.
Pertenece esta localidad a la Junta de Traslaloma, una de las seis circunscripciones en que se dividía la merindad de Losa durante el Antiguo Régimen y todavía hoy superviviente. 

Iglesia de San Andrés
El templo actual está construido a base de sillería arenisca, con planta articulada mediante ábside semicircular –hoy rodeado por el cementerio–, presbiterio, nave de dos tramos, el primero en realidad formando un crucero, sobre el que además se eleva la torre, mientras que en el segundo se abre la portada, precedida por un pórtico al que también se adosa la escalera de caracol. Como hemos podido comprobar tiene varias advocaciones, rastreándose en sus decoraciones constantes símbolos alusivos a San Pedro y San Andrés, aunque finalmente sea la advocación a este último la que se ha popularizado.
El edificio se levantó a lo largo de tres grandes etapas, perteneciendo a la fase románica la estructura de la cabecera, el crucero y la base de la torre.

Exterior
Al exterior, el ábside, con un pequeño zócalo en la base, se organiza en tres paños, conformados por dos pilastras que en el tercio superior dan paso a sendas semicolumnillas con basas de doble toro y escocia sobre plinto y capiteles labrados en caliza y decorados, representando el meridional una pelea de galgos azuzados por un hombre –aunque para Pérez Carmona representa a un pastor que lucha con el lobo que le acaba de quitar una oveja–, rematándose la escena por unas volutas, mientras que el septentrional, también con las mismas volutas, muestra cuatro gallos, afrontados en las esquinas de dos en dos. El alero tiene cornisa de billetes, sostenida por diez canecillos cuya decoración y labra recuerda a algunos de los de San Pedro de Tejada o El Almiñé, mostrando diversos animales –como perros, cerdos o águilas– o figuras humanas –rabelista, flautista, peón armado de lanza y tocando un cuerno, similar al que aparece en un canecillo de El Almiñé–, caracterizadas éstas por el alargamiento de los cuerpos y las grandes cabezas y todos por la sencillez pero elegancia en la ejecución, tallados además, según creemos, en caliza blanca.
Una imposta de billetes recorre horizontalmente el muro del ábside, a media altura, interrumpida por las pilastras. Sobre ella se asientan los tres ventanales –uno en cada paño–, formado el central por saetera enmarcada entre columnillas cuyos capiteles representan una lucha de cuadrúpedos, bajo volutas, con cimacio también de billetes y arquivolta achaflanada con decoración de medias bolas, cobijada bajo chambrana igualmente abilletada. Los dos laterales siguen un esquema común: falsa ventana, ciega, formada por sencillo arco de medio punto, de arista abocelada en dovelas y jambas, con chambrana del mismo tipo que la anterior, apoyando en impostas similares.











                                                                         Ventana del ábside 

El presbiterio tiene planta rectangular, de corto recorrido y ligeramente más ancho que el testero absidado. Exteriormente muestra una ventana en cada lado, idénticas a las dos laterales del ábside y con alero igualmente de billetes pero esta vez con la particularidad de no tener canecillos.
En planta destaca un crucero de cortos brazos rematados lateralmente en sendos hastiales, el del sur parcialmente enmascarado por añadidos posteriores y con ventanita central. Los cortos aleros tienen cornisa de billetes sostenida en cada caso por tres canecillos con decoración geométrica, tallados ahora en piedra arenisca y de distinto estilo a los de la cabecera.
Sobre el crucero se eleva una torre ligeramente rectangular, de la que sólo los fundamentos son románicos. Sería ese primitivo campanario del tipo de los que adornan otras iglesias burgalesas y de los que quizá uno de los prototipos emblemáticos sea el de San Pedro de Tejada: esquinas achaflanadas, con semicolumnas adosadas que llegan hasta el alero, cuerpo inferior macizo, articulado a base de arcos ciegos que recorren los muros –en Tabliega con aristas aboceladas– y cuerpo superior aliviado con ventanales en todos los frentes, que en nuestro caso no existen, o mejor dicho, son muy posteriores. Si esta torre llegó a construirse o no es difícil de averiguar, aunque dadas sus dimensiones y la robustez de lo que se ha conservado debió planificarse con una altura bastante mayor que la actual. Bien por derrumbe o bien por falta de conclusión pensamos que pudo ser ya en el siglo XVI cuando se eleva el sencillo cuerpo del campanario, apenas clareado por algunos ventanales de medio punto.
Hasta aquí llega la construcción románica, que recorreremos ahora por el interior, donde el ábside está parcialmente cubierto por el retablo del siglo XVII y totalmente revocado por unas pinturas murales del siglo XVI, sobre las que luego volveremos a hablar. Una de las falsas ventanas laterales ha sido horadada mediante un boquete cuadrado en época posmedieval, mientras que de la que preside la cabecera llegan a verse tras el retablo los dos capiteles, uno con un león y otro al menos con un águila.

Interior

El muro presenta a media altura una imposta de billetes, muy deteriorada y otra idéntica, pero muy bien conservada, en la base de la bóveda de horno.
El presbiterio se cubre con bóveda de cañón apuntado que arranca de la típica imposta; los muros, muy transformados a finales de la Edad Media, conservan parcialmente los ventanales románicos, prácticamente completo el del lado del evangelio, con saetera enmarcada por columnas de capiteles vegetales, compuestos por doble nivel de hojas planas que se enrollan en los extremos formando volutas, con cimacios de billetes, chambrana del mismo tipo y arquivolta achaflanada, con medias bolas, siguiendo el mismo diseño que muestra la ventana del testero hacia el exterior. La del otro lado apenas si conserva el arco, o al menos eso es todo lo que llega a verse.
En las postrimerías de la Edad Media se erigieron dos arcosolios funerarios en este presbiterio. El más sencillo ocupa el muro norte, con arco apuntado, moldurado, apoyando sobre ménsulas y alojando en su interior relieves con los elementos de la Pasión flanqueados por la Luna y el Sol. El sarcófago presenta una gran cruz en la lauda, mientras que la caja, semioculta por el entarimado, muestra tres recuadros flanqueados por sendos escudetes que en conjunto y de izquierda a derecha representan: cruz patada, llaves de San Pedro, Cordero Místico, flor de lis y cruz de San Andrés, elementos que creemos más de referencia eclesiástica que nobiliaria.
Sobre el arcosolio aparece un frontal de piedra, pintado con tres casetones, en blanco el de la izquierda, el central con un Calvario y el de la derecha con tres personajes: un ángel flanqueado seguramente por Santa Bárbara y San Martín, todo ello según trazas claramente tardogóticas. Pero al margen de estas representaciones, el arcosolio también se halla policromado en colores verde, rojo y amarillo, resaltando las zonas más profundas en negro, si bien en tiempos más o menos modernos fue completamente encalado.
El sepulcro del lado de la epístola alcanza una notable calidad. Un arco conopial, con profusa decoración vegetal, entre dos soberbios pináculos, sirven de marco al arcosolio funerario. Bajo aquél se representa en relieve una Anunciación –de ejecución un tanto tosca y desproporcionada–, flanqueada a su vez por dos escudos heráldicos, el de la izquierda representando cinco hoces o cuchillos sobre ondas, el de la derecha cuartelado, con cruz flordelisada en 1º y 4º, y castillo en 2º y 3º.
El arcosolio propiamente dicho es de arco apuntado, moldurado, con pilastrillas en la base y lacería calada, típicamente gótica, en el intradós. En el muro interior aparece una inscripción funeraria en caracteres góticos con el siguiente texto de fecha inconclusa:
AQUI IAZE EL HONRADO ALFONSO GARCIA DE BARZENA CLERIGO DE QUINTANILLA E ABAD DE TABLIEGA IH(e)S(us) E MA(ría) A(ño) DE MIL E QUI NIENTOS E

Sobre ella aparecen los elementos de la Pasión, a la vez que se halla flanqueada por los dos escudos que veíamos más arriba, aunque el cuartelado intercambia la disposición de los emblemas.
El frontal del sarcófago muestra varios escudetes en el frente, que de izquierda a derecha son: llaves de San Pedro, cruz de San Andrés, figura con báculo (¿San Martín?) y cruz patada, con una flor de lis entre los dos primeros y un arbolillo de ramas desnudas entre los dos últimos. La lauda, de superficie curvada, está organizada a partir de una gran cruz flordelisada, con la parte interna totalmente cubierta de argamasa y con otros dos escudetes al exterior, uno con la cruz de San Andrés y el otro con cuarteles ya descritos, según la disposición del que flanquea a la Anunciación. El conjunto aparece actualmente enjalbegado, aunque dudamos de que estuviera así en origen.
El personaje aquí enterrado es Alfonso García de Bárcena, responsable de la ampliación que se llevó a cabo en la iglesia en el año 1500, momento en que debió encargar asimismo su sepultura, dejando la inscripción casi acabada, sólo a falta de precisar el año concreto del fallecimiento, sin que llegara a completarse cuando éste ocurrió. 
Tumba de Alfonso García de Bárcena
 

Un amplio arco toral comunica cabecera y nave. Es de medio punto, doblado, soportado por semicolumnillas con basas flanqueadas de bolas envueltas en hojas, dispuestas sobre podio. El capitel septentrional, con cimacio de roleos formados por tallos de tres puntas, representa a dos personajes sentados, con las piernas abiertas, agarrando largas volutas que nacen de la base de la cesta, de una especie de pequeñas cabecitas y que a su vez enmarcan una piña. El meridional muestra a un peón tocado de casco alanceando la espalda de un león, mientras éste vuelve la cabeza; tras el soldado se halla una cabeza de cuya boca parten dos volutas. En este caso el cimacio es de palmetas pentafolias.

Crucero

Pasando al crucero, cada brazo está precedido de un arco ligeramente apuntado y doblado, de organización similar al triunfal. El que da acceso al brazo del evangelio muestra el capitel oriental con gruesas y macizas hojas dispuestas en dos planos y en el frente la misma cabecita de la que parten dos largas volutas que ya veíamos en el capitel contiguo del triunfal. Comparte también con éste el mismo tipo de cimacio. El capitel occidental presenta tres líneas de pequeñas y abultadas bolas colgantes –muy característico de la comarca, por ejemplo en San Pantaleón de Losa, Siones, San Pelayo de Ayega o Vallejo de Mena, alcanzando hasta San Martín de Elines– con volutas en las esquinas y con cimacio de celdillas cuadradas.
En el lado de la epístola el capitel oriental muestra un diablesco personaje cornado, de amplias fauces de las que parten dos volutas; parece estar desnudo –tan sólo con un largo cinturón– y con los brazos y piernas abiertas, agarrando con las manos sendas tiras que cuelgan de las esquinas del capitel rematadas en piñas, mientras que dos cabecitas monstruosas –de las que a su vez parten dos largas volutas, a modo de grandes cuernos– le muerden los pies. El cimacio es de palmetas con pentafolias.
El occidental es mucho más simple y de ejecución más tosca, con decoración de cestería rematada por dos finas volutas, apenas sin relieve, aunque el cimacio es como el anterior.
Cada brazo del crucero está cubierto por una bóveda de cañón apuntado, transversal al eje de la iglesia y partiendo de impostas de billetes. En los muros occidentales se disponen sendos arcos ciegos, apuntados y de traza sencilla, aunque más interesantes son los que aparecen en los muros orientales. Se trata de dos pequeños absidiolos –el del evangelio totalmente cubierto por un retablo barroco pero le suponemos idéntico al de la epístola– formados por un vaciado del muro en el interior del templo, sin que nada al exterior manifieste su existencia, cubriéndose con pequeña bóveda de horno y con la arista exterior recorrida por un bocel, mientras que una saetera de reducidas dimensiones –ahora cegada en ambos casos– arrojaba luz sobre el altar que ahí se dispone. Se trata de unos elementos que no son sino un remedo de las triples cabeceras habituales en los grandes edificios románicos y que, como aquéllas, sirven para multiplicar altares, algo que vemos por ejemplo también en Butrera, un templo cuya planta guarda muchas similitudes con Tabliega, aunque no tanto el alzado.

El centro del crucero –que ejerce de primer tramo de la nave– se cubre con bóveda de crucería simple, cuyos nervios parten de cuatro ménsulas angulares con representaciones de cabezas animales. Presenta esta cubrición algunas dudas respecto a su cronología: a juicio nuestro las ménsulas son románicas pero la bóveda es gótica, de acuerdo con los escudetes que decoran los nervios. Probablemente en origen hubo –o al menos así debió planificarse– una cúpula hemisférica, como suele ser habitual en este tipo de cruceros, pero pudo reformarse cuando se trazó la torre actual, o tal vez antes, para solucionar el problema de una cubierta que debía estar latente, más aún si la torre románica no se concluyó nunca.
Del cuerpo central del crucero se pasa a la nave propiamente dicha a través de un nuevo arco toral románico, levemente apuntado y doblado y de morfología igual a la descrita en los casos anteriores. El capitel norte, bajo cimacio de flores de lis, se decora mediante una extraña composición en formas aspadas –sierpes entrecruzadas, para Pérez Carmona– asociadas a cabecitas de aire felino, motivo también bastante recurrente en la zona, donde aparece bajo diversas morfologías en lugares como Siones, Butrera, Vallejo de Mena o Bárcena de Pienza. El meridional muestra dos grandes cabezas de forma hemisférica de largas barbas puntiagudas, rematadas en estrechas volutas muy similares a las que aparecen en el capitel contiguo del brazo del crucero. En este caso el cimacio es de palmetas con hojas de cinco lóbulos.

Hasta aquí la parte del edificio que responde a una fase románica, a excepción de las salvedades reseñadas. La nave como tal, formada por un sólo tramo cuadrangular, es una construcción gótica. Ligeramente más ancha que el cuerpo central del crucero, al exterior es de sillería arenisca, muy maciza y con pesados contrafuertes angulares. El interior, con paredes de mampostería revocada, se cubre con bóveda estrellada decorada con pinturas murales. Los nervios parten de ménsulas con bustos de ángeles que sostienen escudetes adornados con distintos emblemas: cruz de San Andrés, llaves de San Pedro, y las composiciones heráldicas a base de hoces y cuchillos sobre ondas y cruces flordelisadas y castillos que vimos en el sepulcro de Alfonso García de Bárcena. Todos estuvieron policromados.
Las nervaduras lucen pinjantes en las claves, de nuevo con escudetes: cruz de San Andrés, llaves, hoces o cuchillos –ahora sin las ondas–, cruz patada y el habitual cuartelado de castillos y cruces, ocupando éste la clave central.
En el hastial de la nave se dispone el sencillo coro de madera, bajo el cual se ubica la pila bautismal, hemisférica, obra probablemente de los siglos XVI o XVII.

Portada
La portada se abre a mediodía, formada por arco apuntado gótico, de tres arquivoltas molduradas que descansan en finas columnillas, con los típicos capitelillos de las postrimerías del gótico de minuciosa labor vegetal y animal. Se cobija bajo una corta chambrana rematada en mutiladas cabezas.
Sobre la puerta se dispone una lápida rectangular presidida por un relieve de la Anunciación, sin duda realizada por el mismo escultor que trabajó en el sepulcro de Alfonso García de Bárcena. Está flanqueado a la izquierda por el tan repetido escudo cuartelado a base de cruces flordelisadas –ahora dispuestas como aspas– y castillos. A la derecha una inscripción trazada en caracteres góticos:
ESTA CAPILLA HIZO E L HONRADO SENOR ALFO(n)SO GARCIA DE B ARZENA CLERIGO DE QUINTANILLA DE P IENZA E ABAD DE TABLIEGA ANNO DE MIL E QUINIENTOS


Pocos años más tarde se edificaría un pórtico para cobijar a la portada, a la vez que se trazó la escalera de caracol de acceso a la torre y seguramente se construyó ésta. Tal pórtico consiste en un amplio arco de tradición gótica y pequeña bóveda interior, estrellada, con cinco escudetes en otras tantas claves, cuatro de ellos con la cruz de San Andrés y la central con un emblema partido, con compleja composición a base de sotueres en 1º y ondas en 2º.

Uno de los elementos más destacables de la iglesia son las pinturas murales que cubren por completo muros y bóvedas interiores, quizá más por el valor histórico y cultural, por ser uno de los pocos templos que han conservado íntegramente a la vista el aspecto que debieron tener otros muchos a lo largo de la Edad Media y siglo XVI, que por el valor propiamente artístico.
Hay dos momentos y dos estilos bien diferenciados. El más antiguo corresponde a la fase constructiva gótica llevada a cabo por Alfonso García de Bárcena. Los muros de mampostería y la bóveda se enlucieron en el mismo momento de su construcción, dibujando en aquéllos un sencillo despiece de pequeños sillares a base de líneas blancas y negras. Mayor profusión decorativa se dispuso en la bóveda: en las nervaduras se representaron feroces dragones que partían de las claves, unos rojos y otros grises; en la plementería se dibujaron también sillares como los de las paredes, acompañados de los símbolos de los cuatro evangelistas en los paños laterales, aunque el águila de San Juan se ha perdido.
Algunas décadas después se procedió a enlucir la iglesia románica, según el gusto renacentista imperante, predominando el gris, amarillo, blanco y rojo, pero con combinaciones que dotan al templo de gran colorido. Los muros se rellenaron de distintos motivos geométricos, con cuadrados y zigzag, rematados en la parte superior con rombos o las típicas cenefas del XVI compuestas por bustos de angelitos, delfines y vegetación enlazada. En el cascarón del ábside, representando la bóveda celeste, se dispusieron el Sol y la Luna, mientras que la del presbiterio tiene tan sólo despiece de sillares y en el muro de la epístola se recoge la pequeña imagen de un dominico. Por su parte, en el crucero aparecen diversos motivos: las llaves de San Pedro o una cruz flanqueada por los símbolos de la Crucifixión, por la cruz de San Andrés y la cruz de Santo Domingo, así como por dos blasones cuya heráldica se repite en otro más del arco triunfal. Muestran estos escudos, de forma apergaminada, campo de oro con seis estrellas azules de seis puntas y bordura de gules. El linaje a que deben corresponder y que sin duda fue el que promovió la decoración muraria, es el de los Rojas, familia con amplias posesiones en el norte burgalés, aunque este blasón contaría con una estrella más de las que habitualmente llevan.

Cabe concluir pues que la iglesia de San Andrés de Tabliega, como sucede generalmente, es una suma de etapas constructivas y de reformas. Nada sabemos del templo anterior prerrománico, de cuya existencia no cabría dudar si se acepta como auténtica la carta de donación de 1037. Cuando la corriente artística que denominamos románico está en pleno desarrollo se decide la construcción de un nuevo edificio, cuyas referencias más inmediatas se hallan en muchos templos de la zona, aunque lo difícil de determinar es de dónde toma influencias y hacia dónde las deriva. Posiblemente su construcción pudo tener lugar hacia mediados del siglo XII, recogiendo una tradición e impulsándola hacia otros edificios, una cronología que también consideran Palomero e Ilardia, si bien Pérez Carmona la supone del último cuarto de siglo, idea que parecen compartir Lojendio y Ruiz Vélez. Las relaciones que presentan los canecillos de la cabecera con los de San Pedro de Tejada parecen apuntar hacia aquella cronología de mediados de siglo, aunque también hemos señalado cómo algunos capiteles se relacionan con otros de San Martín de Elines –edificio que se fecha en la primera mitad del XII– y a la vez con Vallejo de Mena, Siones o Butrera, datados en los años finales de esa centuria. Las pautas arquitectónicas, como la rica cabecera recorrida por pilastras de las que nacen cortas columnas, la emparentan con Villacomparada de Rueda, Quintanarruz, Aguilar de Bureba, Padilla de Abajo y una vez más con el edificio señero en la región, San Pedro de Tejada –que fue dependencia de Oña–, pero igualmente con San Martín de Elines y con edificios del norte palentino vinculados al obispado de Burgos, como son San Vicente de Becerril del Carpio o Santa Eufemia de Cozuelos, de cronología similar e incluso bastante anterior, como ocurre con la cabecera de Cozuelos. Otras características sin embargo nos llevan hasta tiempos muy posteriores, como veremos a continuación.
El crucero de cortos brazos con torre que se eleva en el centro es una solución que se repite con cierta frecuencia en tierras burgalesas, con numerosos ejemplos en el entorno, tal es el caso de El Almiñé, Valdenoceda, Escaño o, por supuesto, San Pedro de Tejada, y que igualmente alcanza a algunas tierras más meridionales, con el ejemplo más antiguo de San Quirce, si bien nuestra duda en el caso de Tabliega es si la torre llegó a concluirse, hipótesis que no parece muy probable. En el interior la cubrición se hace con bóveda de crucería, que nosotros llevamos ya al siglo XV o XVI, aunque hay quien la ha considerado también elemento original y muestra de una cronología románica tardía para el conjunto.
En el crucero, en los muros orientales, se abren dos pequeños absidiolos, que no se manifiestan al exterior. Su finalidad, multiplicar los altares, es costumbre que arquitectónicamente ha quedado reflejada en los grandes edificios de triple cabecera pero que en templos más pequeño parece recurrirse al sistema empleado en Tabliega. Así sucede también en Butrera, en el zamorano monasterio de Moreruela y en varios templos de la provincia de Soria, como en la ermita de San Mamés de Montenegro de Cameros, San Vicente y San Miguel de Almazán o Santa María la Mayor y San Juan de Rabanera en la capital, entre otros, edificios que se fechan en los últimos años del XII cuando no en los primeros del XIII.

Entre los artífices que trabajan, parecen diferenciarse al menos dos escultores, uno más hábil que elabora los canecillos de la cabecera y la mayor parte de los capiteles y otro que es el responsable de los dos capiteles del ángulo suroccidental del crucero, aunque ambos elaboran una iconografía poco común, al menos en algunos casos. Posiblemente de otra mano sean también los canes del crucero, aunque creemos que todos trabajaron dentro de una misma fase constructiva, que no se dilataría más de unos pocos años. La policromía que presentan algunos de los capiteles parece deberse a etapas posteriores, cuando se enluce el templo en su conjunto.
A finales de la Edad Media, bien porque la nave románica no llegó a terminarse o bien porque se derrumbó –circunstancia sólo verificable mediante excavación arqueológica–, se construye la parte posterior del templo tal como la conocemos ahora. La obra se ejecuta al gusto del gótico tardío, con pinturas murales incluidas, y bajo los auspicios de un mentor, Alfonso García de Bárcena, abad de este templo. Corría el año 1500 y mandó entonces también construir su tumba en el presbiterio, en lugar privilegiado, que quedó lista, tan sólo a falta de precisar la fecha de su fallecimiento, que nunca llegaría a escribirse. Su escudo coincide a grandes rasgos con el de Fernández y Fernández del Valle –parientes acaso de los Fernández Vélez de Valdivielso, abades de Tabliega en los siglos XVI y XVIII–, aunque no hemos reconocido aquí ni en ningún otro lugar de la iglesia las dos lagartijas que según Sáinz de Baranda portaba el emblema de los Fernández por su condición de patronos de esta abadía.
Por esos años es frecuente enlucir el interior de los templos. En los muros se dibujan pequeños sillares con trazos negros o rojos y en los nervios de las bóvedas se pintan dragones. Conocemos múltiples ejemplos de ello, aunque seguramente sean muchos más los que han desaparecido en las últimas décadas por la moderna costumbre de dejar la piedra vista. No lejos de aquí aparecen este tipo de decoraciones en los muros románicos de El Almiñé, aunque mejor trazados son los que se hallan en San Juan de Ortega.
Algunas décadas después, a mediados del XVI, se completa la decoración muraria ya con un estilo renacentista, totalmente distinto del anterior. Cambian los motivos y los colores y las nuevas pinturas se disponen sobre los muros y bóvedas de época románica, seguramente bajo el patrocinio de algún miembro de la importante familia de los Rojas.
Tal vez por esas mismas décadas se levante el pórtico, a instancias de algún otro linaje que dejó su emblema heráldico en la clave de la bóveda y que de momento no hemos podido identificar. Parece que es entonces cuando se construye la escalera de caracol que sube a la torre y tal vez también ésta, completando la inacabada románica, quedando definitivamente perfilada la estampa de la iglesia de San Andrés tal como hoy la vemos.
En siglos posteriores pudo acometerse alguna reforma de pequeña entidad: se abrió una ventana más amplia en la cabecera, destruyendo parcialmente una románica y se adosa al sur del crucero una sacristía, que más modernamente ha sido desmantelada, permaneciendo como testigo su puerta tapiada.
López Rojo habla de una talla románica de San Pedro en madera policromada, aunque en realidad, por la fotografía que aporta, se trata de una escultura de época gótica.

 

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía
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