martes, 8 de diciembre de 2020

Capítulo 7 - Pintura barroca italiana

PINTURA BARROCA EN ITALIA.
La crisis de la pintura manierista. Naturalismo o tenebrismo. 

CARACTERÍSTICAS GENERALES
Van a ser las mismas características que en la escultura. Va a haber un denominador común y es que por una parte va a existir el naturalismo y por otra el claroscuro. En esta época se rompen los arquetipos y los cánones de belleza del siglo XVI. El naturalismo principiante está representado en todos los artistas de esta época, aunque este interés por el naturalismo se aprecia levemente en artistas de fines del siglo XVI. Los tres grandes componentes del Barroco son la luz, el color y el movimiento. En cuanto a la luz y su correlación, las sombras, juega un papel hasta este momento inaudito, especialmente en los primeros años del XVII y en general en la mayoría de los autores. Mientras que en el Renacimiento la pintura se subordina a la sombra, en el Barroco se subordina a la luz. Se invierten los términos. Un cuadro renacentista es una pintura con iluminación homogénea. Ahora en el Barroco juega con elementos novedosos. Ya en el Barroco hay fuertes contrastes lumínicos.
En cuanto al color va a tener predominio sobre el dibujo y va a ser un color fresco, natural espontáneo, que queda totalmente emancipado del dibujo. En ocasiones se utilizan manchas de color que son las que marcan el dibujo por medio de pinceladas de pintura. Esto es consecuencia del naturalismo, dándose en general, unos componentes asimétricos y atectónicos. Se abandona la tendencia a colocar en el centro del cuadro la imagen principal, la que se quiere destacar, situando en ambos lados imágenes pareadas que dan la simetría. En el Renacimiento hay una trama tectónica formada por líneas verticales y horizontales. Ahora se va a perder esta trama y va a ser sustituida por líneas diagonales que van a atravesar el cuadro. También aparecen composiciones cortadas que imprimen hacia el espectador el efecto de crear espacios paralelos. Otra característica es la de no poner límites al cuadro lo que da lugar a formaciones atectónicas. A las composiciones en diagonal añaden violentos escorzos, figuras que dan la impresión que se van a caer, etc.
Con todos estos movimientos, con el color y la luz se consigue una pintura más realista y los procedimientos para conseguir volumen son diversos. Principalmente son las líneas convergentes, el escorzo, con otro escorzo detrás, la colocación de algo oscuro delante del espectador que hace que la mirada se dirija hacia el interior del cuadro para intentar ver más allá. También se consigue este efecto poniendo una mancha de gran luminosidad delante del cuadro.
A partir de 1625 el naturalismo se va a perder. La temática: Que se pinta todo lo que se ve. Lo bonito, lo agradable, lo feo. Aparecen nuevos temas, aparte del religioso y del mitológico. Los temas religiosos no se van a obviar como consecuencia de la Contrarreforma y el Concilio de Trento. Lo mitológico se va a tratar, sobre todo, en la pintura al fresco. Se busca sobre todo lo mitológico, donde el desnudo va a brillar con luz propia. Los nuevos temas van a ser los bodegones, los paisajes marinos y urbanos, tipos populares. Será esta un género de pintura de gran demanda por parte de los coleccionistas. La reacción antimanierista en las dos direcciones, el naturalismo y el plasticismo tiene sus orígenes en Italia y va a ser de modo diferente en otros países y la evolución que vamos a tener se va a dar de modo diferente en la arquitectura y en la escultura. En líneas generales responde al clasicismo y al naturalismo. Se van a adaptar a las estructuras religiosas, políticas, etc. No va a tener nada que ver la pintura barroca de cada uno de los países de Europa con los otros. 

ITALIA
En el siglo XVII se irradia a partir de Roma, centro indiscutible del Barroco. Florencia y Venecia van a tener menos interés que Génova y Nápoles. En las dos últimas florecen escuelas importantes. El Manierismo romano está defendido por la obra de Federico y Tadeo Zuccari, muy abundante, que continuó con otros artistas, como Pomerancio y sobre todo con Giuseppe Cesari, conocido como el Caballero de Arpino. Fue el que llenó toda la pintura del siglo XVI en Roma, marcando la pauta. Fue un artista muy reputado. Su obra como decorador es menos significativa, que la de otros artistas, como Barocci. Esta es la pintura que se hace en Roma a finales del siglo XVI. El estilo de Barocci es muy cercano al de Carroggio, muy colorista.
La reacción contra el Manierismo va a engendrar dos corrientes bien diferentes, pero que a veces se van a unir. Una corriente, la realista, representada por Caravaggio y otra, ecléctica y decorativa, representada por los Carracci. La obra de uno y otros hay que verla dentro de una corriente populista existente en los años finales del siglo XVI. En esa fecha de la corriente populista se produce un realismo de las cosas humildes, contrario a la idealización propia del manierismo y algunos creen ver su conexión con la Edad Media. En el Norte de Europa se había dejado ya esta tendencia. El Manierismo era una pintura idealizada y abigarrada y ahora se va a hacer más populista. La pintura manierista va dirigida a una clase social elitista, mientras que en el Barroco, la corriente populista está entrando en toda Europa. Con Velázquez se aprecia en su etapa sevillana. Ahí es donde tenemos que contextualizar esta pintura. Bassano se va a caracterizar por este tipo de personajes del pueblo.
Todos los pintores citados son manieristas pero ya se está generando el cambio en ellos. Esta corriente triunfa primero en Italia y a través de Caravaggio pasa al resto de Europa. Sus tipos fueron grabados, es decir, se hicieron grabados de sus cuadros y circularon rápidamente por toda Europa. De ahí la importancia del grabado. Así pasó con Durero, que gracias al grabado hizo una gran difusión de modelos iconográficos.
Este espíritu populista también se va a ver en los Carracci, aunque ellos se oponen a este naturalismo de Caravaggio. Tanto los Carracci y Caravaggio son diferentes, pero entrambos parten del populismo. Se oponen rotundamente al manierismo aristocrático que caracteriza os últimos años del siglo XVI. La producción de Caravaggio fue más determinante que la de los Carracci. Abrió una corriente nueva buscando la realidad e hizo del populismo casi una bandera revolucionaria. Puso los temas religiosos a ras del suelo, en un ambiente popular y de dura realidad y así se muestran estos temas a los fieles, pero los cuadros fueron criticados por el pueblo pues sólo una élite los entendía, y esta élite era la que encargaba los cuadros. Tanto uno como los otros reaccionan al cansancio producido por el Manierismo. Este cambio, del Manierismo al Barroco, experimenta un salto en la década de los noventa del siglo XVI.
Caravaggio llega a Roma en 1593 (siendo Papa Clemente VIII), procedente de la Lombardía. Los Carracci llegan en 1595, procedentes de Bolonia. En este momento, Caravaggio representa el realismo que influyó en los pintores italianos y también en Flandes y Países Bajos, España y un sector de pintores franceses muy concreto, sin contar los seguidores que, aunque sin crear escuela, va a tener. Caravaggio muere muy joven, en 1610.
Aníbal Carracci fue, a la cabeza de la familia, el creador del clasicismo con cierta matización. Los Carracci representan a la mayoría de los pintores italianos y a algunos franceses, como Poussin y Claude Lorraine. Desde mediados del siglo XVII comienza el antagonismo, en clave teórica, entre Caravaggio y los Carracci. El primero rompe con la tradición clásica y la transguede, mientras que los segundos son los restauradores de la tradición. Se produjo una contraposición que se va a prolongar hasta el siglo XVIII. Se contrapone la pintura ecléctica de Carracci al naturalismo de Caravaggio.
La polémica entre naturalismo y clasicismo se resuelve a partir de 1625 cuando parece que triunfa el clasicismo de los Carracci y el naturalismo de Caravaggio se va agotando paulatinamente. 

MICHELANGELO MERISSI “CARAVAGGIO” (¿1573?-1610)
En cuanto a Caravaggio, Michelangelo Merissi, es conocido por su lugar de procedencia. Su padre era arquitecto al servicio de los marqueses de Caravaggio, de donde toma el nombre. Sobre el nacimiento, la fecha es discutida y no se sabe a ciencia cierta y se duda también del lugar de nacimiento. El territorio que era propiedad del marquesado de Caravaggio, al sur de Bérgamo, es muy amplio y su padre se desplazaba para hacer los trabajos de los marqueses. Se plantean las dudas sobre 1573, ya que para otros historiadores, fue en 1571 y en la ciudad de Milán. Caravaggio tenía un fuerte carácter, que le hizo tener problemas con la Justicia, por lo que fue encarcelado varias veces, muriendo al final en la ciudad de Nápoles, cuando, en 1610 iba a coger un barco para dirigirse a Roma. Caravaggio es uno de los pilares para poder entender la pintura contemporánea.
Fue una persona admirada por los Doria, por los Barberini y por el Cardenal Francesco di Monte, que fue quien le descubre y le compra algunos cuadros. De su formación, poco se sabe. Entre 1584 y 1588 estuvo en Milán de aprendiz en el taller de Simone Peterzano, que era paisano suyo y que se decía discípulo de Tiziano. Le aporta poco a su formación, sólo una formación convencional manierista, pero en su producción se aprecia una influencia naturalista, lo que hace pensar en una influencia de los viejos maestros del norte de Italia, tales como Savoldo, Lotto y de Moretto y los hermanos Giulio y Antonio Campi, realizadores de temas de gran religiosidad, pero tratados con un carácter humilde y popular. En torno a los veinte años llega a Roma en 1593 donde permanecerá hasta 1606, fecha en que huye de Roma perseguido por la justicia. Se refugia en Nápoles, pasando después a Malta, dejando en La Valetta una obra importante. También estuvo en Siracusa y Messina. Muere en Ercole cuando iba a tomar un barco con dirección a Roma a donde regresaba después del perdón papal, a causa de la malaria en 1610. Giovanni Baglione nos cuenta en su biografía que malvivía en Roma vendiendo sus cuadros, pero su suerte cambia cuando entró en el taller de Giuseppe Cesari, que luego sería Cavaliere d’Arpino, artista de gran prestigio y protegido de los Papas. En esta época, no sólo está formándose sino que está colaborando con este maestro. Era frecuente que los colaboradores de los talleres realizasen trabajos en sus especialidades (paisaje, animales, bodegones, etc.), pero la obra final, donde los colaboradores habían insertado algún trabajo de su especialidad, la firmaban los maestros del taller. Hay historiadores que quieren ver la mano de Caravaggio en muchas de sus obras. En esta época realiza pequeñas composiciones, sobre todo de temas banales (flores, frutas, centros de flores, etc.) que se habían puesto de moda y tenían demanda por un público general.  La primera obra que realiza en el taller tiene un carácter analítico. Nos la expone como si se tratase de un escaparate, en plan exhibitorio. No hay coherencia, sino que cada elemento es independiente. Durante sus años romanos pintó sus juvenilia, pinturas de jóvenes, la mayor parte cuadros pequeños, de uno o dos personajes, que nos recuerdan las figuras de Miguel Ángel en sus desnudos de la Capilla Sixtina. Algo parecido le ocurre a Annibale Carracci cuando pinta el techo del Palacio Farnese, que se inspira igualmente en la Capilla Sixtina. 

Cesto con frutas
Está realizado al óleo sobre lienzo. Fue ejecutada hacia 1596 y se conserva actualmente en la Pinacoteca Ambrosiana de Milán, Italia.
Muestra un cesto de mimbre al borde de un alféizar o cornisa, aunque también puede ser una mesa. La cesta contiene una selección de frutas de verano:

... un melocotón rojizo, de buen tamaño unido a un tallo con agujeros de gusano en la hoja asemejándose al daño que hace la polilla oriental de la fruta (Orthosia hibisci). Por debajo de él hay una sola manzana bicolor, mostrada en perspectiva con dos agujeros de entrada de insectos, probablemente la carpocapsa, una de las cuales muestra putrefacción secundaria en el borde; una pera amarilla enrojecida con depredaciones de insecto parecidas al daño de un Archips argyospita; cuatro higos, dos blancos y dos de color púrpura— los púrpuras completamente pasados, rajados por los lados, más una gran hoja de higuera con una prominente lesión por hongos que se parece atracnosis (Glomerella cingulata); y un solo membrillo sin mácula, con un frondoso brote que muestra puntos de hongo. Hay cuatro racimos de uvas, negro, rojo, amarillo y blanco; el racimo rojo a la derecha muestra varias frutas resecas, mientras los dos racimos de la izquierda muestran una baya demasiado madura. Hay dos hojas de parra, una severamente reseca y arrugada mientras que la otra tiene manchas y evidencia de una masa de huevo. En la parte derecha de la cesta hay dos higos verdes y uno maduro de color negro se encuentra en la parte de atrás, a la izquierda. A los lados del cesto hay dos retoños sin cuerpo: a la derecha hay un brote de uva con dos hojas, ambas mostrando severas depredaciones por insectos que recuerdan a las mordidas de saltamontes; a la izquierda hay un brote que cuelga, de membrillo o de pera.
Mucho se ha elucubrado sobre la fruta comida por los gusanos, depredada por los insectos y, en general, en condición lejana a la perfección. Posiblemente Caravaggio pintó simplemente lo que tenía más a mano; o posiblemente tuviera algún significado en el sentido de la «caducidad de todas las cosas»; más específicamente, podría ser una referencia al Libro de Amós, Un estudio reciente con rayos X ha revelado que fue pintado sobre un lienzo ya usado pintado con temas grotescos en el estilo del amigo de Caravaggio Prospero Orsi, quien ayudó al artista en su primer gran paso adelante hacia los círculos de coleccionistas tales como su primer patrón, el cardenal Francesco María Del Monte, alrededor de 1594/1595, y quien siguió siendo íntimo durante muchos años después.
Los eruditos han alcanzado un nivel de desacuerdo mayor del usual por lo que se refiere a datar esta obra: John T. Spike la ubica en 1596; Catherine Puglisi cree que el año 1601 es más probable; y prácticamente cada año entre estas dos fechas ha sido indicado por un estudioso u otro. El razonamiento de Puglisi parece sólido, (el cesto de esta pintura parece idéntico al que aparece en la primera de las dos versiones de Caravaggio sobre Los discípulos de Emaús - incluso el membrillo parece ser la misma pieza de fruta, pero no hay consenso al respecto.
En 1607 formaba parte de la colección del cardenal Federico Borromeo, una procedencia que alza la plausibilidad de una referencia consciente al Libro de Amós. Borromeo, que era arzobispo de Milán, estuvo en Roma aproximadamente en los años 1597-1602 y fue un huésped de Del Monte en 1599. Tenía un interés especial en los pintores del Norte de Europa como por ejemplo Paul Brill y Jan Brueghel el Viejo, quienes estaban en Roma por la misma época, (de hecho, llevó a Brueghel a su propia casa), y en la forma en que pintaban paisajes y flores en pinturas como temas por derecho propio, algo que no se conocía entonces en el arte italiano. Habría visto la forma en que Caravaggio hacía bodegones como accesorios incidentales en pinturas tal como El niño mordido por un lagarto, Baco, en la colección de del Monte y El tañedor de laúd en la colección del amigo de Del Monte, Vincenzo Giustiniani.
El cuadro fue donado en 1607 a la Ambrosiana por Federico Borromeo.
Alberti había fijado ya la jerarquía de los géneros). El erudito Giustiniano escribió un tratado sobre pintura años más tarde, en el que, reflejando las convenciones jerárquicas de su tiempo colocó las flores y «otras menudencias» sólo en quinto lugar en una escala de doce grados, pero también mencionó que Caravaggio le dijo en una ocasión «que es tan difícil pintar un jarrón de flores como un cuadro con figuras humanas».​
A partir de Caravaggio el bodegón o naturaleza muerta comienza a convertirse en un género más popular. Su éxito se debe en parte al nacimiento de colecciones privadas, cuyos propietarios demandaban pinturas profanas. ​
Como su fantasma en Los discípulos de Emaús, el cesto parece tambalearse en el borde del espacio pictórico, con riesgo de caerse fuera de la pintura avanzando hacia el espacio del espectador. En Los discípulos de Emaús este es un recurso dramático, parte de la manera en la que Caravaggio crea la tensión de la escena; aquí, trampantojo parece ser casi todo el propósito de la pintura, si eliminamos un posible elemento didáctico. Pero el elemento único que sin duda alguna atrajo a su propietario original, y aún capta la atención hoy en día, es el extraordinario realismo cuasi fotográfico de la observación que hay debajo del ilusionismo. Cesto con frutas puede compararse con otra obra del mismo artista: Bodegón con fruta (h. 1603), una pintura que John Spike identifica como «la fuente de todas las pinturas de bodegón romanas posteriores.».
El cesto simboliza la vanitas. Los frutos están todos relacionados con la simbología cristológica, y presagian la pasión de Cristo. Los bodegones eran de dos tipos: uno ligado al culto mariano y otros relacionados con Cristo. Sólo queda esta.
Como curiosidad puede señalarse que el Cesto con frutas estaba representada en los billetes de banco de 100.000 liras. 

Baco (1595)
El lienzo de Baco es una de las obras más bellas del pintor italiano Michelangelo Merisi da Caravaggio. Realizada en óleo sobre lienzo, algunos estudiosos datan la obra en torno a 1596 mientras que otros se inclinan por retrasar un par de años su datación, sobre 1598. Con todo lo que sí parece seguro es que Caravaggio realizaría la obra bajo el mecenazgo de uno de sus bienhechores más importantes, el cardenal Francesco María del Monte quién coleccionó un buen número de obras realizadas por el artista. El Cardenal del Monte encargaría este lienzo a Caravaggio con motivo de los desposorios de Cosme II de Médicis.
El artista italiano representa un dios joven y fornido que ataviado con una túnica blanca nos ofrece una copa de vino para unirnos a su celebración. La figura de Baco es de gran belleza y en ella se resaltan los aspectos andróginos que hacen del dios una encarnación de ambos géneros. Su cuerpo aparece cubierto por una fina túnica blanca que nos deja ver la parte derecha de su torso y un musculado brazo. La cabeza está coronada por hojas de parra y uvas que hacen juego con el bodegón de frutas que aparece en la mesa dispuesta en primer plano; en ella también se ve una espumeante jarra con vino de la que el joven dios acaba de servir una copa para ofrecerla, con un gesto poco mañoso de su mano izquierda, al espectador.
Precisamente es esta incómoda postura del dios lo que ha suscitado la idea de que Caravaggio pudiera estar representando una imagen proyectada en un espejo. La encarnación rosada de las manos y el rostro de Baco nos indican su ligera embriaguez que contrastan con el resto de su piel blanquecina.
Pese a todo el artista no sólo busca plasmar una temática mitológica sino que la obra se presenta como un ejercicio de pericia y perfección compositiva. Abriendo la senda que después seguirán otros grandes artistas Caravaggio plantea una unificación temática en la que conjuga a la perfección el bodegón realista con la pintura mitológica.
La luz es aún manierista, ésta se disemina por toda la composición y está alejada de la tendencia tenebrista que el artista desarrollará en sus próximas obras. Así aunque este Baco es una de las primeras obras del artista italiano ya se aprecian en él las maneras de un gran genio; a la perfección técnica del lienzo debe unirse el complicado estudio iconográfico y la multitud de matices que aún los historiadores del arte siguen analizando. En este sentido cabe destacar algunos detalles como el hecho de que la cesta de fruta del primera plano esté repleta de frutas no comestibles o que en el cristal de la copa de Baco aparezca representado el propio Caravaggio.
Rostro

Mano con el cáliz. 

Descanso durante la huida a Egipto (1595)
Se representa el momento de descanso de la Sagrada Familia, durante su huida a Egipto para salvarse de las persecuciones de Rey Herodes I.
Un ángel bajo una luz intensa está colocado de espaldas y toca un violín para ofrecer un concierto a la Sagrada Familia. Ella se encuentra reposando sobre un manto de vegetación, en un paisaje acuático. La luz envuelve también a la Virgen con su vestido rojo (símbolo de naturaleza divina) que apoya su cabeza sobre la del Niño. Juntos, muy cansados, duermen dulcemente. San José, anciano, cubierto con un manto de color óxido (símbolo de moderación) está sentado sobre un saco. Sostiene la partitura para que el ángel pueda leerla durante la ejecución de la melodía. A espaldas de San José hay un asno manso que observa todo. La partitura que sostiene San José con sus manos es fiel al motete Quam pulchra es, del compositor flamenco Bauldewijn, tomado del Cantar de los Cantares.
Naturalismo expreso en los personajes, en sus posiciones, en sus gestos, en el entorno.
Los análisis de investigación científica confirman que el lienzo es una tela de Flandes. Un sutil dibujo delinea las figuras, el perfil de Jesús, la cabeza de la Virgen y la mano izquierda del ángel. Se notan, además, las varias rectificaciones realizadas por el artista respecto a la vegetación, al ángel que inicialmente había colocado a la derecha y a la Virgen con el Niño colocados al principio en el centro.
Es la primera obra del pintor de carácter sagrado destinada a un privado y se conserva en la Galería Doria Pamphilij de Roma, ahora el cuadro está expuesto en la muestra “Dentro Caravaggio” en el Palazzo Reale de Milán.
Por este cuadro le vino la fama. Juega con el color. Sitúa un eje axial en el cuadro mediante la colocación de un ángel, de espaldas al espectador, de forma de huso, con un gran contraste en el color negro de sus alas, que no crea una profundidad por medio de la perspectiva, ya que todas las figuras están en primer término. En el colorido, prima el color rojo en la composición.

Los músicos (Entre 1598 Y 1600)
(También llamada Concierto de jóvenes) es el primer cuadro de la serie «Pinturas Del Monte», realizadas por Caravaggio en torno a 1595​ para el poderosísimo cardenal Francesco Del Monte. De hecho, este era uno de los cuatro cuadros de temática musical que decoraron su camerino de su Palazzo Madama.
En esta pintura se aprecia a un trío de jóvenes músicos, probablemente ensayando o dando un concierto. Caravaggio usaría, a partir de esta obra, el tema de la música en sus cuadros. Con este cuadro, además, inicia la tradición de autorretratarse a menudo en sus obras, como lo hace en el joven de la derecha con el rostro girado hacia el espectador. Posiblemente se trate de meros conocidos o amigos de Caravaggio, dado el gran realismo del cuadro. Los rostros de dos jóvenes denotan un gran esfuerzo puesto en su obra, como se advierte en la concentración del primer joven de derecha a izquierda, absorto en sus pensamientos.

Narciso
Narciso es una de las obras más sencillas del artista barroco Caravaggio pero también una de las más bellas. Michelangelo Merisi da Caravaggio (1571 – 1610) fue uno de los artistas más afamados de su época, su obra ha trascendido en el tiempo y su influencia –sobre todo en el tratamiento lumínico- sobrepasó las fronteras italianas para darse a conocer en toda Europa.
El lienzo representa un tema mitológico extraído de las Metamorfosis de Ovidio: Narciso era un joven tan bello que quedó profundamente enamorado de su propio reflejo; cuando éste se acercó a besarlo cayó en una laguna y se ahogó. Los dioses, conmovidos por la belleza del joven, hicieron que éste se convirtiera en la flor que lleva su nombre. De esta manera todo el mundo podría observar la belleza del joven Narciso.
La obra aparece dividida en dos áreas bien diferenciadas y marcadas por el reflejo de la laguna: en la zona superior podemos apreciar al joven Narciso. Su cuerpo se encuentra agachado en un potente escorzo y aún con su rostro de perfil, podemos apreciar su belleza joven y lozana. En la zona inferior del lienzo encontramos el reflejo de Narciso, éste no es completamente nítido pero aun así podemos apreciar perfectamente como su belleza se ha ido mitigando con el paso del tiempo., su aspecto ya no es, ni tan juvenil y tan bello.
Así el artista ha querido plantear dos aspectos contradictorios, por un lado la belleza del cuerpo masculino, tan presente en muchas de sus obras, y por el otro la fugacidad de esa belleza.
La composición es tan cercana que el protagonista apenas tiene espacio en el lienzo y ocupa toda la superficie. Este espacio constreñido es, en realidad, más típico de la fotografía que de la pintura pero Caravaggio lo ha utilizado con maestría para centrar la atención del espectador sin nada que lo distraiga.
En el tratamiento lumínico ya se vislumbra los primeros ecos del tenebrismo caravaggista, la figura aparece fuertemente iluminada por una luz dorada e irreal mientras el fondo permanece en absoluta oscuridad.

San Juan Bautista
Caravaggio rompió moldes a la hora de representar aquellos temas tradicionales de la pintura religiosa, lo que causó no pocos escándalos, amores y odios entre la sociedad artística romana. Afortunadamente para él, su alto grado de perfección técnica y las complejas elaboraciones intelectuales que respaldaban sus lienzos le proporcionaron la protección de poderosas familias aristocráticas. Así es el caso de este San Juan Bautista, que fue realizado para la familia Mattei, y que a juzgar por la copia que el mismo Caravaggio ejecutó inmediatamente, alcanzó gran éxito entre sus compradores y amigos.
Caravaggio se aleja de la tradicional representación de un San Juan ermitaño, penitente en el desierto y vestido pobremente. Por el contrario, pinta a un muchacho en la plenitud de su belleza adolescente, con una mirada de cómplice simpatía con el espectador, casi podría decirse que con un gesto coqueto. De tal modo, la iconografía del personaje se vuelve difícil de desentrañar y la única manera de identificarlo con el profeta son los atributos que el pintor coloca a su alrededor, casi accidentalmente: el carnero, que es símbolo del sacrificio, las hojas de vid, símbolo de la resurrección de Cristo, las ropas hechas con piel que el profeta portaba en su retiro del desierto... La contorsión de la figura nos habla de un resto manierista que Caravaggio ostentó en los primeros años de su producción. El retorcimiento de la figura que se vuelve para mirarnos, en un equilibrio inestable que parece va a dar con sus huesos en el suelo, el hermoso desnudo masculino, todos son rasgos que evidentemente el artista tomó de los frescos de Miguel Angel Buonarrotti en la Capilla Sixtina. Pero mientras Miguel Angel nos representaba idealizaciones monumentales de efebos, profetas, putti y atlantes, Caravaggio nos muestra a un chicuelo desnudo, perfectamente natural y cercano, tan espontáneo que su presencia desenfadada nos turba. 

San Mateo y el ángel 
La historia del encargo que el albacea testamentario de Mateo Contarelli hizo a Caravaggio para la decoración de la Capilla Contarelli se encuentra descrita en el comentario de uno de los lienzos que finalmente la adornaron, concretamente en la Vocación de San Mateo, por lo que no nos extenderemos más sobre el asunto. Lo que sí merece la pena comentar más son los avatares que este lienzo sufrió desde el comienzo. Al parecer, el altar de la capilla iría decorado por una estatua del mismo tema, que se pidió al escultor flamenco Jacopo Cobaert. Desconocemos los motivos, pero la cuestión está en que al terminar los lienzos laterales con la Vocación y el Martirio de San Mateo, a principios de 1602 se le pidió que sustituyera el proyecto escultórico con una gran pala de altar. Caravaggio entregó con gran brevedad un precioso cuadro con San Mateo guiado y sostenido por un ángel niño. La composición de este primer lienzo era extremadamente interesante, puesto que el santo aparecía como un hombre de baja condición, pobre, tosco, sucio, sin ningún elemento aparente de santidad. Se le suponía analfabeto, por lo que es el ángel quien le sostiene el libro de las Escrituras y guía su mano para escribir el Evangelio. El asunto se juzgó completamente indecoroso y las autoridades eclesiásticas se negaron a exhibir un cuadro que mostraba a San Mateo como un ignorante pueblerino. Caravaggio rehizo la composición inmediatamente y antes de que finalizara 1602 entregó la obra que ahora contemplamos, mucho más convencional. El santo mantiene los pies descalzos y sucios, pero su pose es algo más digna: se limita a escuchar la inspiración divina, eso sí, en una pose extremadamente inestable sobre un banco que bascula peligrosamente al borde del lienzo. El ángel le dicta los hechos que habrá de escribir, enumerándolos cuidadosamente. Pese a la calidad de esta segunda versión, echamos de menos la delicadeza y la fuerza expresiva de la primera versión. Éstas se han perdido definitivamente, puesto que el cuadro inicial fue destruido en los bombardeos sobre Alemania de la II Guerra Mundial.

La vocación de San Mateo
Está realizado al óleo sobre lienzo. Pertenece al ciclo de la Vida de san Mateo que le fue encargada en 1599 para decorar la Capilla Contarelli en la iglesia romana de San Luis de los Franceses, donde aún se conserva.
Una década antes, el cardenal Matteo Contreil (en italiano, Matteo Contarelli) había dejado fondos e instrucciones específicas para la decoración de una capilla basada en temas de su santo patrón. La decoración de la cúpula se empezó con frescos del artista manierista de la época, uno de los más populares por entonces en Roma, Caballero de Arpino, anterior patrón de Caravaggio. Pero estando ocupado este pintor con el mecenazgo papal y real, el cardenal Francesco Del Monte, patrón de Caravaggio y prefecto de la Fábrica de San Pedro (oficina de la Santa Sede para la propiedad de la Iglesia) intervino para que Caravaggio consiguiera su primer gran encargo eclesiástico y sus primeras pinturas con algo más que un puñado de figuras.
La Vocación cuelga al lado opuesto de El martirio de San Mateo. Entre los dos, en el altar, está La inspiración de san Mateo (1602). Mientras el Martirio fue posiblemente el primero en comenzarse, la Vocación fue la primera en acabarse. El encargo de estas dos pinturas laterales, la Vocación y el Martirio, data de julio de 1599, y el pago final fue hecho en julio de 1600.
Los tres lienzos de Caravaggio en la capilla Contarelli representan un cambio decisivo del manierismo idealizante del que d'Arpino fue el último gran practicante, y el arte nuevo, más naturalista representado por Caravaggio y Annibale Carracci: fueron muy influyentes en su época. Fue una de las primeras pinturas religiosas, expuestas al público, en la que se daba una representación realista.
Las primeras dos pinturas Contarelli tuvieron una popularidad inmensa, y ubicaron a Caravaggio entre los principales pintores del nuevo movimiento naturalista en Roma.
Este fue su primer encargo monumental, y a él corresponden dos de las grandes realizaciones del artista, esta Vocación de San Mateo y El martirio de San Mateo. Como en otras obras de la misma época, está dominada por una intensa acción dramática, tiene una composición muy estudiada y obtiene, con gran economía de medios, unos resultados espléndidos.
La pintura representa la historia que se narra en el Evangelio según san Mateo (Mateo 9:9): Jesús vio un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme», y Mateo se levantó y le siguió.
Se ha ejecutado en torno a dos planos paralelos: el superior, ocupado sólo por una ventana, y el inferior, en el que se representa el momento preciso en el que Cristo apuntando a San Mateo lo llama al apostolado.
El santo está sentado frente a una tabla con un grupo de personas, vestidas como los contemporáneos de Caravaggio, como en una escena de taberna. En cierto sentido, la mayor parte de los habitantes plebeyos de la mesa de cambios de Levi, de tamaño prácticamente natural, son el equivalente, si es que no están modelados por aquellas personas en otras pinturas de Caravaggio, incluyendo la famosa escena de género de I Bari (1595).
El hecho de que vistan como en la época del pintor, y sean pinturas realistas, sin ninguna idealización, transmite la percepción del artista de la actualidad de la escena, su participación íntima en el acontecimiento representado, mientras que de forma totalmente antihistórica se ponen justamente a Cristo y al mismo san Pedro, envueltos en una túnica atemporal.
En esta pintura, el brillo y la ventana con lienzo parece que sitúa la tabla puertas adentro. Cristo trae la luz verdadera a este espacio oscuro de los recaudadores de impuestos. Para acentuar la tensión dramática de la imagen y focalizar sobre el grupo de los protagonistas la atención del que mira, recurre al expediente de sumergir la escena en una penumbra cortada por rayos de luz blanca, que hace emerger los gestos, las manos, o parte de la ropa, y deja casi invisible el resto. Esta pintura refleja así la colisión entre dos mundos: el poder ineluctable de la fe inmortal y el ambiente mundano de Levi, que se inclina sobre su dinero, ignorando a Jesús. Éste le atraviesa con un rayo de luz, haciendo, aparentemente sin esfuerzo, un gesto con la mano que ejerce una gravedad sublime, sin necesidad de lucir musculosidad. Los pies desnudos de Jesús son simplicidad clásica, en contraste con los recaudadores emperifollados; estando descalzo puede simbolizar igualmente santidad, como si estuviera en suelo sagrado.
De manera semejante a su tratamiento de Pablo en su Conversión en el camino de Damasco, Caravaggio hace la crónica del momento en que la rutina diaria queda interrumpida por lo milagroso. Alrededor del hombre que se convertirá en Mateo hay otros espectadores, que no lo perciben o que permanecen indiferentes. No es casual que uno de los compañeros de Mateo lleve gafas, casi como si lo hubiese cegado el dinero.
De gran intensidad y valor simbólico, en la Vocación, es el diálogo de los gestos entre Cristo, Pedro y Mateo. La audiencia de Caravaggio habría visto el parecido entre el gesto de Jesús conforme apunta a Mateo, y el gesto de Dios al despertar a Adán en la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Así sería Cristo el nuevo Adán. Siguiendo la línea del brazo izquierdo de Cristo, parece que se invita a Mateo a seguirle al mundo. «Esta clara legibilidad, tan diferente de tantas pinturas manieristas,... es responsable de la enorme popularidad de esta obra».
Este gesto de Cristo lo repite san Pedro, símbolo de la iglesia Católica que media entre el mundo divino y el humano, lo cual es muy coherente con la época de la contrarreforma, y es a su vez repetido por Mateo. Es la representación simbólica de la salvación, que pasa a través de la repetición de los gestos instituidos por Cristo (los sacramentos) y reiterados, en el tiempo, por la iglesia. 

Crucifixión de San Pedro (1601)
Está realizado al óleo sobre lienzo y tiene unas dimensiones de 230 centímetros de alto por 175 de ancho. Fue pintada para la capilla Cerasi de la iglesia de Santa María del Popolo de Roma, Italia.
Actualmente seguimos sin poder hacernos una idea de la revolución que supuso en los primeros años del siglo XVII la pintura de Caravaggio. El arte por aquella época estaba ya enfocándose hacia otra dirección, pero Caravaggio tomó la suya propia, de ahí que los clasicistas tacharan al artista como el “Anticristo de la pintura”. Se representa la escena en que San Pedro es clavado en la cruz, en el circo de Nerón, por tres esbirros. Con un gran esfuerzo físico los tres hombres intentan levantar la cruz donde ha sido clavado Pedro, pero con la cabeza hacia abajo. Tan sólo aparecen las facciones de uno de los peones, pero el rostro y cuerpo de San Pedro aparecen claros y bien iluminados. Se representa a San Pedro con la cabeza levantada, mirándose la mano izquierda clavada en el madero, como una persona activa que recibe el martirio con plena conciencia. Los sayones son tipos populares y el propio San Pedro es un hombre más de la calle, anciano, calvo y barbado, que sufre y se retuerce por el dolor. Por eso el gran público lo rechazó porque entendía que un santo no tiene que tener aspecto de estar sufriendo. El sayón que tira de la cuerda imprime una fuerte diagonal que se prolonga por ésta y hasta la parte visible del sayón arrodillado, mientras que el propio San Pedro y la cruz trazan un eje en aspa que se prolonga hasta el tercer sayón.

La conversión de San Pablo
La conversión de San Pablo es un óleo sobre lienzo realizado en torno a 1600 o 1601. La obra muestra las principales características de este autor es decir tanto el tenebrismo como el naturalismo de las escenas místicas; Caravaggio ha pasado a la historia por crear un nuevo estilo que alejado de las formas clasicistas del renacimiento entronca con la teatralidad del barroco.
En esta ocasión nos encontramos ante un lienzo de gran formato –la pieza tiene unos dos metros treinta de altura por casi los dos metros de ancho- encargada por la iglesia de Santa María del Popolo de Roma. Este lienzo debía completar junto con una Crucifixión de San Pedro el programa iconográfico de una de las capillas privadas del templo; las dos obras fueron interpretadas por el artista de una nueva perspectiva más naturalista que mística lo que no terminó de agradar a sus clientes y le costó un buen número de críticas.
Una de las escenas más poéticas del cristianismo la conversión de Saulo, Caravaggio la ha reinterpretado en un tono realista que nada tiene de místico ni religioso: en sus escritos San Pablo relata como él mismo era un apuesto soldado que perseguía continuamente a los cristianos. Un día cuando iba con su sirviente por el bosque un haz de luz divina le derribó del caballo preguntándole porqué le perseguía. Saulo quedó ciego hasta que un grupo de cristianos se apiadaron de él y lo cuidaron; desde aquel momento el joven soldado se convirtió al cristianismo pasando a la historia como San Pablo.
El cuadro del artista barroco representa a Saulo tirado en el suelo con los brazos hacia arriba y las piernas extendidas. Su cuerpo extendido en un potente escorzo ocupa buena parte de toda la composición. Marcando una profunda diagonal el artista ha dispuesto al caballo que parece girarse para observar a su dueño derribado; la musculatura del animal ha sido muy estudiada por el artista y en ella se observa un trabajo de gran calidad moldeando las formas a través de las luces y sombras. Completando la escena aparece el sirviente de Saulo del que apenas podemos ver su rostro escondido tras el caballo.
La composición aparece constreñida en un reducido espacio, las figuras son demasiado grandes para el marco que ha dispuesto el artista y apenas cogen en la composición. El tratamiento lumínico es el típico de Caravaggio, una luz tenebrista que se centra en el protagonista del lienzo y que deja el resto de la composición sumida en la penumbra.
Pese a las críticas y la aparente vulgaridad con la que el artista ha tratado la conversión de San Pablo se pueden observar ciertos elementos de misticismo, así en el centro de la obra el artista ha reservado un espacio vacío donde el protagonista es la luz divina. Por su parte el joven Saulo aparece con los ojos cerrados por el golpe pero su rostro no muestra desfallecimiento sino que está sumido en un estado de éxtasis sereno y placentero.

OBRAS REALIZADAS ENTRE 1600 Y 1610
Deposición de Cristo (1604)
"Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo -aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús."
(Jn 19,38-42)

Es una pieza de grandes dimensiones, tres metros de alto por dos de ancho, que fue encargado a Caravaggio por el señor Girolamo Vittrice para la capilla de su familia, en Santa Maria in Villicella en Roma. Tras el Tratado de Tolentino, en 1797, los franceses expoliaron la obra y la llevaron a París. Regresó a Roma en 1817, entrando a formar parte de la pinacoteca de Pío VII.
Este lienzo fue pintado por Caravaggio en su época más madura, fecunda y controvertida. Con poco más de treinta años, el pintor trabajó en algunos de los mejores encargos de su carrera (La Vocación de San Mateo, La Incredulidad de Santo Tomás, La Crucifixión de San Pedro, La Inspiración de San Mateo) y vivió también algunos de los peores episodios de violencia que jalonaron su vida. En esta época hirió en una pelea a Flavio Canonico, en otra a Mariano Pasqualone. En una tercera mató a Ranuccio Tomassoni. Y se trata, tan solo, de los episodios documentados. Entró y salió de prisión en varias ocasiones y acabo huyendo de Roma, a donde jamás regresaría.
Tras la crucifixión, unos personajes están depositando el cuerpo de Cristo sobre la enorme losa de piedra que cubrirá la tumba del fallecido. Junto a Jesús, cinco personajes más. José de Arimatea nos mira mientras sostiene las piernas del Salvador. Juan Nocodemo, en un discreto segundo plano, sostiene el cuerpo. Detrás vemos tres figuras femeninas, las tres mujeres santas. Maria la Virgen, vestida de monja con los brazos en cruz compactando el conjunto. A su lado Maria Magdalena. Ambas están cabizbajas y contienen la emoción. Detrás, Maria de Cleofás, con los brazos levantados, lamenta la muerte de Jesús.
Caravaggio en estado puro. Un cuadro que es una escena de teatro. El escenario en la losa sepulcral elevando a los actores, la oscuridad que invade el fondo y la luz que selecciona a los protagonistas entre el grupo de personajes apiñados.
En primer plano el cuerpo desnudo de Cristo, una cuerpo musculoso a pesar de la muerte. Le rodean una cascada de cabezas y manos formando un abanico. La composición es nítida:
Un horizonte visual situado en el primer tercio del cuadro. Lo marca una linea que recorre el cuerpo inclinado de José de Arimatea, la cara de Juan y la mano de Maria madre. El abanico curva de las cabezas y manos de todos los personajes completa su giro en el brazo de Cristo, especialmente iluminado, que desciende hasta la tumba, conectando simbólicamente el mundo de los vivos con el mundo de la muerte. En la tumba, una planta simboliza la resurrección y la inmortalidad de Dios.
La vida y la muerte. La resurrección. La composición del cuadro es una metáfora de la inmortalidad, de la conexión entre la vida y la muerte. La muerte en la parte inferior del cuadro. La vida en la superior. Y Cristo ejerciendo de nexo de unión entre ambos mundos. Un Cristo-Dios que ha de pasar por la angustia de la muerte: observad el cuerpo de Cristo, como transmite una vívida sensación de peso. Observad la losa de la tumba, es enorme.
La masa de los vivos se sostiene sobre dos juegos de columnas. Por un lado, las piernas del de Arimatea, fuertes y densas, participando de la iluminación del cuerpo de Jesús. Por otro, el propio brazo de Cristo, protagonista absoluto de la pintura quien, más que las propias piernas de Juan, sostiene al conjunto por la izquierda.
En esta obra de teatro Juan ejerce de comparsa, de secundario necesario para resaltar la presencia y las emociones de los protagonistas: Cristo muerto, José de Arimatea -¿qué nos está contando con la mirada?- y Maria de Cleofás al fondo, la más descompuesta de las mujeres.
Los colores de las ropas equilibran el grupo. El blanco del sudario contra el rojo de la túnica de Juan. La pureza contra la pasión y la muerte creando un marco visual que destaca la presencia del Señor y la expresión hermética de José de Arimatea. 

Virgen de los palafreneros (1604-1606)
Conocida también como Virgen con el niño y Santa Ana. Cuadro de Michelangelo Merisi da Caravaggio, es una de sus obras más impresionantes y sobre la que más se ha escrito. Esta pintura es concebida como un homenaje a Ana, madre de la Virgen. La escena se resuelve con tres figuras que contemplan la serpiente bíblica.
Se trata de un tema con muchas connotaciones contrarreformistas pues confirma algunas de las creencias que los protestantes en bloque rechazaban: el papel de María como mediadora para la salvación; el triunfo de la Iglesia para acabar con la herejía. La serpiente simboliza el pecado original y sin María nunca hubiera sido posible la redención. Como madre, sostiene al niño que pisa la cabeza del reptil mientras que santa Ana, con aspecto de matrona romana, contempla la escena en la distancia, en la que destaca la personalidad de cada una de las figuras en un espacio ambiguo.
El lienzo con la Madona de los Palafreneros es de los mismos años que el de la Madona de los Peregrinos. En este período, 1604-1606, los encargos a Caravaggio se suceden y el artista se permite rechazar aquéllos que no le satisfacen. De la misma manera, muchas de sus obras son rechazadas o desviadas del lugar para el que fueron encargadas, como muestra de la división de opiniones que existía en Roma acerca de la obra del pintor. La Virgen de los Palafreneros fue objeto del segundo caso: encargada para un altar de San Pedro del Vaticano, tan sólo se la expuso allí durante dos días, al término de los cuales fue desmontada y sustituida.
Hoy día se encuentra en la Galería Borghese. El nombre de esta madona le viene por la aparición de la madre de la Virgen, Santa Ana, que era la patrona de los palafreneros (los criados de alta jerarquía que se ocupan de los caballos del rey o de los nobles). El lienzo refleja una doble alegoría, por un lado del pecado original y por otro de la Redención. La Virgen con el Niño pisan la cabeza de la serpiente, símbolo del pecado original. Santa Ana adopta la pose del "testigo" de la Crucifixión, por lo que el ciclo del pecado original se cierra en el momento de la Redención por la muerte de Cristo.
El óleo pertenece a la última etapa del artista, lo que puede apreciarse en la mayor sutileza con que emplea los claroscuros y los brillos de la luz. También la monumentalidad de las figuras, que tienden hacia un aspecto escultórico, así como un espacio más amplio, lejos de los enmarcamientos claustrofóbicos de su primer esplendor. El cuadro fue encargado por la Cofradía de los Palafreneros para su altar, dedicado a Santa Ana, en la nueva basílica de San Pedro.
La obra se mantuvo en su sitio original solo pocos días, para ser trasladada después a la Iglesia de Santa Ana de los Palafreneros y al final fue adquirida por el cardenal Borguese. Las causas de su extracción del altar son todavía inciertas, tal vez por razones de decoro —por el desbordante escote de la Virgen y la desnudez de un niño, ya no de un bebé— o por razones de carácter teológico, o más probable para responder al deseo de posesión del cardenal Borguese, a cuya colección de arte se unió esta obra.
Caravaggio ilustra el tema de la Inmaculada Concepción pintando la Virgen, símbolo de la Iglesia, mientras aplasta el serpiente del pecado ayudada por el empuje del pie de su hijo. Junto a ellos, un poco más separada, aparece Santa Ana, la personificación de la gracia: precisamente esta aparente separación de la Gracia de la obra de salvación de la humanidad, en los años del acalorado debate de la Contrarreforma, podía ser vista con sospecha.
Este cuadro de grandes dimensiones es una de las obras de Caravaggio más impresionantes y sobre la que más se ha escrito. Por su simbología, por la magnífica ejecución técnica y por su polémica retirada de la Basílica de San Pedro del Vaticano. 

Dormición de la Virgen
La muerte de la Virgen, un óleo sobre lienzo, conservado en el Musée du Louvre en París, fue uno de los de mayor medida realizados por el pintor, 369 X 245 cm.
La muerte de la Virgen (Morte della Vergine), también conocida por la Dormición o el Descendimiento, fue la última obra realizada por Caravaggio antes de tener que huir de Roma acusado de homicidio en 1606.
El cuadro fue encargado por Laerzio Cherubini en 1601 para la iglesia romana de Santa María della Scala, de los Carmelitas Descalzos. El tema debía representar un Transitus -un tránsito- de la Virgen; pero fue duramente criticada y rechazada por los monjes por una falta de decoro. Estaban ofendidos por el tratamiento de la historia sagrada.
Caravaggio representa a la Virgen rodeada de apóstoles con la presencia de María Magdalena y un virtuoso telón de fondo que marca la escena. En esta obra, el pintor sigue manteniendo esa predilección por los tipos populares que tanto le caracterizó. Los apóstoles son hombres vulgares, extraídos de un entorno callejero, que exteriorizan su dolor.
Están realmente apenados, afectados, a pesar de que alguno se muestra indiferente, en lo que constituye uno los ejemplos más claros de la representación de la emoción humana.
Tal como dice Friedlaender, no sólo fue la técnica o la manera de pintar de Caravaggio lo que produjo el impacto entre sus contemporáneos, sino su contenido espiritual, el concepto nuevo de la realidad que rompió absolutamente con los parámetros establecidos.
En efecto, el pintor fue bastante crudo en sus planteamientos al presentar la figura de la Virgen demasiado humana, de aspecto pobre, con los pies descalzos y el cuerpo hinchado. Parece realmente muerta. Toda la escena es de un elevado verismo. Se dice que utilizó como modelo a una ahogada en el río Tíber e incluso que podía tratarse del retrato de Lena, prostituta y amante del artista.
No obstante, Caravaggio no faltó a la normativa religiosa que consideraba a María Inmaculada y por tanto, como Cristo, murió resucitando luego para subir al cielo. Pero, en el lienzo, ni Jesucristo ni ningún coro de ángeles esperan a la Virgen en su asunción. Es más, el cuerpo de María es un cuerpo sin perspectiva de resurrección ni rastro de vida. Esta manera de representación tan realista puede obedecer a las ideas surgidas de la Contrarreforma, tal y como la entendían Felipe Neri, Carlos Borromeo o Girolamo Savonarola que pretendían que fuese tratada más como una mujer de pueblo.
Las figuras quedan situadas sobre una semioscuridad, donde la luz fuerte recae en la imagen de María, hecho que se ha relacionado con su carácter divino, quizás la señal luminosa del propio tránsito. La presencia del foco lumínico condujo a Venturi a decir que era el cuadro más profundamente religioso de la pintura italiana del siglo XVII.
Caravaggio se convirtió en un capolavoro del naturalismo oponiéndose al manierismo de su tiempo e instaurando una nueva cultura figurativa. A pesar del rechazo por parte de los frailes, tuvo un defensor excepcional en Rubens, quien aconsejó a su protector el duque de Mantua, Vicenzo Gonzaga, gran coleccionista y mecenas, para que comprara la pintura.
Un asunto no resuelto todavía por la crítica es el lapso que media entre el encargo de la obra, en 1601, y su entrega y posible realización hacia 1606. 

La flagelación de Cristo (1607)
Es una pintura que en la actualidad se encuentra en el Museo de Capodimonte, Nápoles. Ha sido fechada como perteneciente a 1607, y posiblemente Caravaggio haya seguido trabajándola en 1610.
Según Bellori (1672) la obra fue encargada por la importante familia di Franco (o de Franchis) para la capilla de la iglesia de San Domenico Maggiore. La familia tenía conexiones con la Hermandad de Pio Monte della Misericordia, para cuya iglesia Caravaggio ya había pintado las Siete obras de Misericordia. En 1972, La flagelación de Cristo fue trasladada al Museo de Capodimonte.
La flagelación era un tema muy popular dentro del arte religioso de la época, y también dentro de la práctica religiosa contemporánea, donde la iglesia fomentaba la autoflagelación como medio para que los creyentes pudiesen tomar parte del sufrimiento de Cristo. Supuestamente, Caravaggio habría tenido en mente el famoso fresco de Sebastiano del Piombo que se encuentra en el templete de San Pietro in Montorio en Roma. Caravaggio adaptó la creación de Piombo reduciendo drásticamente el espacio de la pintura, de modo que los personajes aparecen en un escenario de poca profundidad. No obstante, mantuvo la visión de Piombo de la flagelación como un ballet sádico, donde las figuras están dispuestas rítmicamente dentro del lienzo. La obra de Caravaggio introduce una realidad de gran precisión a la escena: Cristo aparece colgando, no para otorgar de gracia al momento, sino porque su torturador de la derecha está pateándole detrás de la rodilla mientras que el personaje de la izquierda sostiene firmemente el cabello de Cristo en su puño.
La dramática e innovadora serie conformada por Siete obras de Misericordia, esta Flagelación y su parecida acompañante Cristo en la columna (todas ellas realizadas durante los primeros meses de su llegada a Nápoles), convirtieron instantáneamente a Caravaggio en el artista más renombrado de la ciudad y la iglesia de Sant'Anna dei Lombardi (Santa Ana de los Lombardos) se transformó en el centro de los caravaggistas, puesto que él era originario de Lombardía. Entre aquellos artistas que pintaban de acuerdo al estilo de Caravaggio no sólo se hallaban napolitanos como Carlo Sellitto y Battistello Caracciolo, sino que también se podían encontrar flamencos como Louis Finson y Abraham Vink quienes luego ayudarían a propagar el caravaggismo al norte de Europa.

La Cena de Emaús (1602)
Los discípulos de Emaús o Cena de Emaús es un óleo sobre lienzo pintado en 1602. Tiene 140 centímetros de alto y 197 cm de ancho. Se conserva en la The National Gallery de Londres.
La Cena de Emaús de Londres es contemporánea del San Juan Bautista, y es reconocida como el encargo del noble romano Ciriaco Mattei​ por el que pagó 150 escudos el 7 de enero de 1602. Más tarde fue adquirido por el cardenal Scipione Borghese. Al igual que ocurrió con otras obras de Caravaggio, causó gran polémica, debido a la forma de tratar un tema religioso, lo que obligó al autor a pintar una nueva versión.
Representa el momento cumbre de la acción del episodio descrito en el Evangelio de Lucas, 24:30-32:
Y esto sucedió. Mientras estaba en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. y en ese momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero ya había desaparecido. Entonces se dijeron el uno al otro: «¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Se representa a los dos discípulos de Jesucristo: Cleofás a la izquierda y Santiago a la derecha, en el momento de reconocer al Cristo resucitado, que se había presentado como el viandante al que habían invitado a la cena. El cuadro representa el momento en el que bendice el pan, acto que forma parte del sacramento de la Eucaristía.
Cristo está representado con los rasgos del Buen Pastor, imagen frecuente en el Arte paleocristiano, un joven imberbe de aspecto andrógino, que simboliza la promesa de vida eterna, el renacimiento, y la armonía, entendida como unión de contrarios. Como San Marcos (16:12) dice que Jesús se les apareció «bajo distinta figura», Caravaggio le ha representado como joven, y no con barba en la edad de su crucifixión, ​ como sí hace en cambio en La vocación de san Mateo, donde un grupo de cambistas sentados es interrumpido por Cristo. Es un tema recurrente en las pinturas de Caravaggio el que lo sublime interrumpa las tareas cotidianas.
Los dos discípulos muestran estupor, Cleofás se levanta de la silla y muestra en primer plano el codo doblado. La postura de espaldas funciona asimismo como recurso para involucrar más directamente al espectador en la escena. Lleva ropas rotas. Por su parte Santiago, vestido de peregrino con la concha sobre el pecho, alarga los brazos con un gesto que parece copiar simbólicamente la cruz, y une la zona de sombra con aquella en la que cae la luz. Este discípulo gesticula extendiendo los brazos en un gesto que desafía la perspectiva, excediendo del marco de referencia. El brazo de Cristo, lanzado por delante, pintado en escorzo, da la impresión de profundidad espacial. El cuarto personaje, el posadero contempla la escena interesado, pero sin consciencia, no capta el significado del episodio al que está asistiendo, ​ ya que sólo los discípulos son capaces de reconocerlo por su gesto de bendecir los alimentos. ​
El estilo con el que se narra esta escena evangélica es realista. Los discípulos tienen cara de trabajadores y la figura de Cristo es regordeta y ligeramente femenina. La Iglesia se opuso fuertemente a esta forma de tratar los temas religiosos. ​
La pintura es atípica por las figuras de tamaño natural y el fondo oscuro y vacío.
Como en la tradición de la pintura véneta y lombarda, Caravaggio resalta el bodegón sobre la mesa, con varios objetos descritos con gran virtuosismo, uniendo incluso a la vez realismo y simbolismo en un lenguaje único.
El pan y la jarra de vino aluden a la eucaristía. ​ La jarra de vidrio y el vaso reflejan la luz, el pollo con las piernas estiradas ha sido interpretado como símbolo de la muerte, aunque no todos los expertos de iconografía están de acuerdo. La canastilla de mimbre con frutas, parecido al de otra célebre obra del pintor (el Cesto con frutas), pende peligrosamente sobre el borde de la tabla. Mediante este artificio del cesto que parece ir a caerse, como la postura de los brazos abiertos de Santiago se logra que el espectador acceda a la obra. ​
En este cesto hay diversas frutas, pintadas magistralmente con sus imperfecciones. En ellas se pueden encontrar significados teológicos: la uva negra indica la muerte, la uva blanca la resurrección, las granadas son símbolos de la pasión de Cristo, ​ las manzanas pueden ser entendidas como frutas de gracia o llevar el significado del pecado original, ​ en fin la sombra de la canastilla crea sobre la tabla la imagen del pez, otro signo cristológico.
En esta obra la luz divina, que ilumina un espacio en penumbra, está determinada por los efectos pictóricos y cromáticos.

Los discípulos de Emaús (Milán) (1606)
Se conserva en la Pinacoteca de Brera de Milán.
La obra se emprendió en 1606 para el marqués Patrizi. Fue pintada, con toda probabilidad, durante la huida de Caravaggio de Roma, pues estaba acusado de asesinar a Ranuccio Tomassoni en un duelo. Como ese tipo de enfrentamientos estaban prohibidos, tanto los acompañantes de Tomassoni como los del pintor dijeron que se trataba de una pelea callejera por una apuesta.
Todos estos acontecimientos dejarán su impronta en la obra de Caravaggio, pues este cuadro tiene muchos de los rasgos estilísticos del período: reducción de naturalezas muertas, los rostros adquieren la cualidad de parecer casi espectros en las sombras y se transforman en vivos retratos de los sentimientos y las energías. ​ La pincelada y la delicadeza de las tonalidades permiten apreciar una obra cumbre del pensamiento artístico de Caravaggio.

Virgen del Rosario (1607)
Este gran lienzo pintado probablemente para el altar de la iglesia de Santo Domingo en Nápoles fue realizado en los escasos meses que Caravaggio pasó en Nápoles, a finales de 1606 y principios de 1607.
Junto a las Siete Obras de Misericordia, estos dos grandes cuadros de altar constituyeron un auténtico repertorio del estilo de su autor, que sirvió como semilla entre los artistas napolitanos. La composición de Caravaggio se ha refinado de manera extrema, consciente de la dignidad del tema y su destino, así como de su precaria situación (era un huido de la justicia romana, que le acusaba de homicidio). Caravaggio abandona sus atrevidas composiciones de juventud para recordar las enseñanzas de Leonardo y Rafael para estos mismos temas. De tal modo, plasma los personajes en una estructura piramidal muy tradicional en la representación de la Virgen adorada por los fieles. El tono de la luz y los contrastes con la sombra se han vuelto más naturales, más justificado por el ambiente general de la estancia, sin los dramatismos artificiales de sus primeras obras. El rojo que suele emplear para avivar las superficies continúa presente en el gran dosel que cierra por arriba la composición. Los personajes continúan con el rostro y el aspecto de los desfavorecidos, con sus pies sucios en primer plano como muestra de la humildad de su condición. La escena se plantea en tres estratos, con diferentes funciones religiosas: abajo, arrodillados ante un dominico que sostiene unos rosarios, se encuentran los pobres y los personajes del pueblo, que no rezan directamente ante la Virgen sino que imploran la protección de los monjes. Entre ellos, y mirando directamente al espectador, está el retrato del personaje que encargó y pagó el cuadro para la iglesia dominica. Los monjes aparecen en un segundo nivel, más serenos y con los ojos vueltos hacia la Virgen. Son los elementos de unión entre los fieles y su madonna, los que reclaman la intercesión divina para ellos. La Virgen mira al dominico de los rosarios y señala a los fieles mientras el Niño se gira para mirar al espectador, el fiel real en el supuesto de la época. Como vemos, se trata de una compleja escena de elaboración teórica que deja en muy buen lugar a los monjes de Santo Domingo ante sus posibles feligreses. 

Judith decapitando a Holofernes
Según los textos originales de la época, cien años después de que Caravaggio pintara esta tremenda escena, continuaba provocando reacciones de horror y sorpresa entre los visitantes del palacio Zambeccari de Bolonia, donde se encontraba antes de pasar a la Galería Nacional de Arte Antiguo. Acostumbrados hoy día a un lenguaje expresivo diferente, la obra tal vez ha desviado su efecto inicial del horror a la curiosidad. Pero debemos pensar que la captación de una degollación no era tan difícil de contemplar en directo en el siglo XVII, y mucho menos para nuestro artista, frecuentemente involucrado en actividades turbias de los bajos fondos romanos. Caravaggio recurre, como es habitual en su pintura, a un casi forzado realismo, que desnuda el alma de los personajes de la acción ante el espectador. Es imposible no estremecerse ante la firme decisión de la bella Judit, inconmovible ante el terror de Holofernes, el opresor de su pueblo. Con serenidad de estatua, tira de la cabeza del rey para ayudarse en la ejecución, con cuidado de mantenerse apartada de la sangre que mana a chorros como una fuente. La criada, entre espantada e hipnotizada por la acción, espera con un paño recibir el trofeo que habrán de llevar a los ancianos de la ciudad para demostrar la muerte del tirano. La violencia de la acción repercute en las expresiones de los personajes, que ofrecen diferentes versiones de lo que está pasando. El dramatismo se extiende en oleadas de color, desde el rojo agresivo de la sangre que se corresponde con el rojo del cortinaje, hasta el brillo de la espada y el tremendo fogonazo de luz que ilumina el pecho de la heroína del Antiguo Testamento. La manera que Caravaggio empleó para componer tan truculento episodio fue utilizada posteriormente por otros pintores del naturalismo tenebrista, entre los que destacan la Judit y Holofernes de Artemisia Gentileschi y obras de similar talante de Valentin de Boulogne.
A partir de 1630, cualquier tema del caravagismo se habrá perdido en Roma. El Maestro no creó escuela ni tenía un taller donde sus colaboradores podrían haber dado continuidad a su obra. Influyó en algún coetáneo, a escala de seguidores, como Horacio Borgiani, formado en el Manierismo, viene a España, contacta con el Greco en su etapa toledana, conoce la pintura veneciana a través de las colecciones reales españolas. Cuando vuelve a Roma se va a imbuir de las corrientes claroscurista impuestas por Caravaggio. Horacio Gentileschi, pintor manierista que en un momento en que está activo en Roma, al tiempo de Caravaggio, en su Anunciación (Pinacoteca de Turín, 1623), hay un amaneramiento, aunque denota que es conocedor de los juegos lumínicos impuestos por Caravaggio en su obra El Entierro de Santa Lucía en la que exagera excesivamente el tamaño de los enterradores, criaturas siniestras y aborrecibles situadas cercanas al espectador y al representarlas fuera de toda proporción en la escala de los afligidos sólo unos pasos más atrás, la brutalidad y lo absurdo del delito están expuestos más convincentemente. Gentileschi pasará de Roma a la Corte de Inglaterra donde introduce la corriente claroscurista de su etapa romana. Su hija, Artemisa de Gentileschi muestra en su obra la plena aceptación de las formas de Caravaggio, pero en segunda generación. En Nápoles tuvo un seguidor llamado José de Ribera (1591-1652), también conocido como Il Spagnoletto, quien después de unos viajes por toda Italia se instaló en Nápoles, donde encontró un patrón poderoso en el Duque de Osuna, a la sazón Virrey de Nápoles y que recibió una gran influencia de Caravaggio. Giovanni Serodine, coetáneo de Caravaggio, aunque cuando llega a Roma, Caravaggio era ya una leyenda en su Alegoría de la ciencia no representa a tipos populares sino a personajes más importantes.

CARAVAGGIO Y EL CARAVAGGISMO VISTO POR UN ARTISTA DE LA TRADICION RENACENTISTA
 «En nuestros tiempos se levantó en Roma Michael Angelo de Caravaggio, en el Pontificado del Papa Clemente VIII, con nuevo plato con tal modo y salsa guisado, con tanto sabor, apetito y gusto, que pienso ha llevado el de todos con tanta golosina y licencia que temo en ellos alguna apoplexía en la verdadera doctrina, porque le siguen glotónicamente el mayor golpe de los Pintores, no reparando si el calor de su natural (que es su ingenio) es tan poderoso, o tienen la actividad que el del otro, para poder digerir simple tan recio, ignoto, en incompatible modo, como es el obrar sin las preparaciones para tal acción. ¿Quién pintó jamás y llegó a hacer tan bien como este monstruo de ingenio, y natural, casi hizo sin preceptos, sin doctrina, sin estudio, mas sólo con la fuerça de su genio, y con el natural delante, a quien simplemente imitava con tanta admiración? 0í dezir a un zeloso de nuestra profesión, que la venida deste hombre al mundo, sería presagio de ruina, y fin de la pintura y que así como al fin deste mundo visible, el Antecristo con falsos y portentosos milagros y prodigiosas acciones se llevará tras sí a la perdición tan gran número de gentes, movidas de ver sus obras, al parecer tan admirables (aunque ellas en si engañosas, falsas y sin verdad ni permanencia) diziendo ser el verdadero Cristo, assí este Ante-Michael-Angel con su afectada y exterior imitación, admirable modo y viveza, ha podido persuadir a tan gran número de todo género de gente que aquélla es la buena pintura, y su modo y doctrina verdadera, que han vuelto espaldas al verdadero modo de eternizarse.»
Vicente Carducho, Diálogos de la Pintura. Madrid, 1633. 

LOS CARRACCI: AGOSTINO (1557-1602), ANNIBALE (1560-1609), LUDOVICO (1555-1619)
Los Carracci eran opuestos al Manierismo aristocrático y tuvieron un realismo popular con una técnica muy dura que representa a tipos callejeros que habían sido difundidos en el Norte de Italia a través de los grabados flamencos. Bolonia era la capital del norte de Italia y tenía una profunda tradición piadosa y devocional que había quedado oscurecida en los últimos años del siglo XVI, sobre todo por la influencia de Miguel Ángel y el fuerte carácter decorativista de la pintura de Tibaldi en el ciclo de Ulises. A finales del siglo XVI  vuelven de nuevo a revivir los antiguos valores del arte italiano y revitalizan la gran tradición patente en el desarrollo de la pintura, desde Giotto a Masaccio y de éste a Rafael. Esto es explicable por la crisis manierista y la Contrarreforma católica que hace que se vuelva a la pintura de carácter religioso y devocional.
Hay que citar el tratado del Cardenal Gabrieli Palleotte que en 1582 escribió un Tratado sobre la imagen publicado en Bolonia. Aunque se piense que la obra pudo tener mucha repercusión, no influyó lo bastante en el cambio, pero esta obra va a modificar la idea sobre los temas religiosos, sobre la imagen devocional y, quizás lo más importante, es que propone la observación directa del natural, pero con un carácter religioso. Van en busca de la verdad, pero a través de la observación directa. Casi todos los pintores entran en esta corriente populista.
En 1582 se funda en Bolonia la Academia de Desiderosi conocida años más tarde como Academia Incamminati (Encaminados). El hecho de la Academia no es nuevo. Durante el XVII y antes en el XVI, las academias son de carácter aristocrático, pues están financiadas por algún aristócrata rico y culto. Servían para formar a algún grupo de artistas escogidos, para formarlos por cuenta de ese noble. Lo más novedoso es que se va a hacer la propuesta del estudio de la verdad. Los fundadores de esta academia privada fueron los Carracci: Ludovico, Agostino y Annibale. El aprendizaje que se hacía en la Academia era a través de la observación. Se daba especial importancia al dibujo natural. El artista tenía total autonomía creadora. Los aprendices de la Academia tenían que cursar literatura, historia y otros conocimientos de cultura general y su estímulo era alimentado por medio de concursos. Así salían de aquella Academia hombres ilustrados, pero rara vez verdaderos artistas. Estudian lo bueno de cada maestro con lo cual crean una pintura ecléctica.
La Academia también se completaba con importantes debates culturales. Se planteaban problemas, como la crisis del Manierismo, lo que suponía la Antigüedad clásica en la formación de los artistas, etc. Era volver al primer cinquecento tomando la pintura veneciana de la primera mitad del siglo XVI. Todo esto puede dar una pintura ecléctica. No era una imitación de las otras escuelas, sino que lo revisaban, lo reelaboraban. Se plantea la diatriba entre la naturaleza individual y el realismo. Se dejaba libertad creadora. En principio existían modelos reales que se tomaban de la Naturaleza y luego se retocaban en el taller. Trabajaban con cadáveres para ver como cambiaba la naturaleza humana con la muerte.
La formación en la Academia era también teórica, sobre todo en el estudio de la Mitología clásica y la literatura que van a proporcionar temas en la pintura. El propio Goya elogió más tarde a esta academia. 

Ludovico Carracci debió ser el director de la Academia. Agostino es quizás el de menos talento artístico pero era el más culto, el teórico. Annibale el más creativo, el que enseñaba dibujo y a pesar de la diversificación era patente que los tres participaron y pintaron mucho en colaboración pues tenían un estudio o taller en común y durante el primer período de su colaboración no es siempre fácil distinguir entre sus obras. Después esta unión se rompe cuando Annibale marcha a Roma, mientras que Ludovico va a dedicar su producción artística exclusivamente a Bolonia. Fue el primero que apuntó el camino para acabar con la complejidad, sofisticación y artificiosidad del Manierismo tardío.
Ludovico Carracci va a dedicar su producción a Bolonia. Entre 1602 y 1608 decora el Duomo de esta ciudad. Se caracteriza su producción por los grandes lienzos de carácter religioso donde se da a la perfección la corriente contrarreformista. La va a plasmar conforme a las conclusiones de Trento. Las composiciones son patéticas y teatrales en las que quiere demostrar la religiosidad. Es una pintura devocional. Acerca la Divinidad a los fieles a través de los personajes tomados del natural. Hay obras en las que maneja las técnicas del claroscuro. Toda su obra es de temática católica, pero no es melodramática. 

Agostino Carracci es el teórico y además un estudioso que analiza, examina y verifica punto por punto la pintura del cinquecento. No la copia, sino que la analiza críticamente. Fue un importante grabador y difundió las obras de los pintores del Véneto. Su obra es menos significativa que la de Ludovico y Annibale. Le falta el fuerte sentimiento religioso de Ludovico y la fantasía desbordante de Annibale. Es una obra fría en la que destaca, sobre todo, como grabador, con más de 650 grabados sobre planchas de cobre y en ella hace ensayos de las obras de Miguel Ángel, Tiziano, Rafael, Zuccaro, Caravaggio, Veronés, etc. Las calidades del color de las obras originales se representan mediante líneas y los fuertes contrastes de los claros y oscuros. Son grabados magníficos en cuanto al dibujo. Su pintura no fue importante, pero sí sus grabados. Difundió el academicismo más allá de Bolonia. 

Annibale Carracci sobrepasó los límites de la Academia. Era un hombre de gran temperamento, muy impetuoso y apasionado. Tenía un talento innato para adaptarse. Superó los límites de la pintura devocional y superó los valores de la tradición. Su pintura tiene un interés patente por el estudio del natural. Su pintura recibe la influencia de Caravaggio y de la pintura veneciana (el color y las composiciones de los años centrales del siglo XVI). Su pintura no debe considerarse ecléctica, pues hace su interpretación personal y creativa de lo que estudia. Sus primeras obras boloñesas nos pueden hacer pensar que su pintura se limita a una observación directa del original. Sin embargo, lo que hace es recuperar la temática flamenca. Su obra, La Carnicería es un bodegón flamenco donde se incluyen todos los componentes de una carnicería. Busca la temática flamenca de la naturaleza muerta pero con un gran naturalismo.
Junto con su hermano Agostino, va a crear una serie de temas iconográficos que influyen en toda la pintura barroca de Europa. Son temas de gran divulgación: Los atributos de los santos, temas católicos, que se van a repetir a lo largo de toda la pintura barroca. Una fuerte expresividad que marca los rostros de los personajes. Sobre todo, los símbolos. Los cuadros religiosos son de síntesis, donde se superponen todas las tendencias.
Abundantísimos los temas mitológicos. En ellos se aprecia una fuerte sensualidad, influencia de la pintura veneciana. En 1595 viaja a Roma donde el Cardenal Eduardo Farnese le encarga la decoración de su palacio. Ahí va a realizar el gran ensayo. Propuso para la decoración del gran salón las empresas militares de Alejandro Farnese, pero este proyecto se abandonó. Annibale pintó los frescos de una habitación relativamente pequeña, llamada Camerino Farnese, realizados entre 1595 y 1597. Realiza una decoración con historias  de Hércules y Ulises que tiene, de acuerdo con el gusto de la época, un sentido no sólo mitológico sino también alegórico: Cantan la virtud y el esfuerzo sobre el peligro y la tentación. Se revela como un gran conocedor de la Antigüedad clásica, al utilizar el mármol pintado para las grandes composiciones. El interés por la pintura greco-romana era una constante entre las grandes familias romanas. La búsqueda de los modelos de la Antigüedad clásica y Annibale Carracci respondió perfectamente.
Cuando en 1597 concluye el Camerino, comienza con la decoración de la Gran Gallería del salón. Era un espacio de más de veinte metros de largo por seis de ancho, que tiene, sobre la saliente cornisa una bóveda que se le pidió a Annibale que decorase con escenas mitológicas de amor elegidas de la Metamorfosis de Ovidio. El programa iconográfico fue diseñado por el bibliotecario de los Farnese llamado Fulvio Orsini, abandonando el programa de Agostino. Se trataba de las escenas de los amores entre los dioses y los mortales. En un primer momento colaboró su hermano Agostino, con quien pintó la bóveda y el friso. A partir de 1602 colabora con él otro de los grandes pintores del momento: Domenichino. En la decoración del resto de las paredes del gran salón ayudaron Albano y Lanfranco. 

La Presentación del Niño en el templo, 1605
Óleo sobre lienzo. 122,6 x 94,8 cm.
Colección Thyssen-Bornemisza, en depósito en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC)
Este lienzo de Ludovico Carracci permaneció inédito hasta los años setenta del siglo XX. La pintura perteneció al earl of Seafield, cuya colección fue puesta a la venta en Londres en 1975. En el catálogo de la subasta, la obra figuró correctamente atribuida, formando pareja con una Presentación de la Virgen que actualmente se considera de Pietro Faccini (c. 1562-1602). Nuestra tela se ha intentado identificar, aunque sin éxito, con una pintura registrada entre los bienes de la familia Ludovisi; sin embargo, la descripción que de ella se hace en el inventario de 1678, donde aparece este asiento, resultó lo suficientemente imprecisa como para no poder asegurar que se tratara de la misma obra. El lienzo se incorporó a la colección Thyssen-Bornemisza en 1977.
El episodio de la Presentación del Niño en el templo sólo se recoge en el Evangelio de san Lucas. En los versículos dedicados a este pasaje de la infancia de Cristo se mencionan las figuras principales de esta composición, que ocupan los primeros planos: Simeón, el anciano con la cabeza cubierta, que va a recibir en sus manos al Niño y que, como le había sido revelado por el Espíritu Santo, no moriría sin conocer al Mesías; la profetisa Ana, que sostiene una lápida con las palabras de Simeón, y la Sagrada Familia. La modesta ofrenda de la pareja de tórtolas se coloca en segundo término, siendo visible por el hueco que queda entre la Virgen y san José, y por el intenso color de su plumaje. La escena, siguiendo los Evangelios, tiene lugar en las gradas de acceso al templo. Ludovico Carracci, como podemos apreciar, se ajusta fielmente al relato bíblico.
La pintura se ha fechado después del viaje que el artista realizó a Roma en 1602, en el que conoció la decoración de su primo Annibale para el Palazzo Farnese, y próxima a su estancia, entre 1605 y 1609, en la ciudad de Piacenza, donde trabajó, junto con Camillo Procaccini (c. 1555-1629), para el obispo Claudio Rangoni. Se han mencionado varias obras fechadas en estos años con las que nuestro óleo guarda relación. Entre ellas se encuentra La Natividad de la Virgen (c. 1605-1609), en Piacenza, con la que mantiene, como cita Roberto Contini, un paralelismo en su puesta en escena y en los modelos usados en las figuras. Así mismo, en La Natividad de san Juan Bautista, de la Pinacoteca Nazionale de Bolonia, encontramos que tanto el perfil de la Virgen como los pliegues y las caídas de las telas se aproximan bastante a los de nuestra pintura, al igual que la fisonomía de santa Isabel, que recuerda a la de la profetisa Ana.

El sueño de Santa catalina. DE LUDOVICO CARRACCI
Es una composición aparatosa donde plantea la corriente reformista de Trento. Impacta al espectador. Es una pintura movida. Aparece el Niño adelantado, sacándolo del plano en un violento escorzo para atraer la atención del fiel. Es una pintura pensada con los tipos idealizados siguiendo la corriente manierista.

El jubileo de la Porciúncula, 1601 - 1603.
Óleo sobre lienzo, 200 x 147 cm.
San Francisco es uno de los santos cristianos que más devociones ha incitado. Nacido en el año 1182, decidió entregarse a la religión después de una juventud disipada y fue seguido por un gran número de discípulos a los que congregó en una pequeña ermita, la Porciúncula, levantada al pie de las colinas de Asís. Allí pasaría buena parte de su vida y allí moriría en 1226. De hecho, fue en la Porciúncula donde ocurrió el milagro con el que tradicionalmente se ha relacionado esta pintura. Ese milagro está inspirado en la leyenda de la vida de san Benito, y sus orígenes se remontan al siglo XIV, aunque realmente fue explotado sólo durante y después de la Contrarreforma católica, cuando la iconografía tradicional que mostraba a Francisco como un santo en armonía con el mundo se transformó en una iconografía que lo presentaba como un asceta y recalcaba los episodios visionarios de su vida o su inclinación a los sacrificios de la penitencia. En ese episodio, Francisco, acuciado por el pecado capital de la lujuria, decidió rodar encima de unas zarzas para sustituir sus apetitos carnales por el dolor que le producían las espinas clavadas en su cuerpo; según la leyenda, de las gotas de sangre que cayeron de su cuerpo al suelo brotaron unas rosas rojas que ofreció como exvoto en la Porciúncula. Después, solicitó a Inocencio III indulgencia plenaria o jubilar para todos aquellos que acudieran en peregrinación a la ermita.
En esta pintura Francisco observa arrobado la aparición de Cristo, la Virgen, san Juan Bautista y una cohorte de ángeles; habitualmente se ha interpretado que el santo ruega por la intercesión divina para conseguir la indulgencia para quienes visiten la ermita, aunque no aparecen algunos elementos iconográficos habituales en la iconografía del llamado Jubileo de la Porciúncula, como las rosas o la representación del momento en el que Francisco se tumba sobre las zarzas. Además, la escena está ambientada en un exterior nocturno y no en el interior de la ermita, como había sido, y seguiría siendo después, lo más usual. Por otro lado, la pintura se ha relacionado con un dibujo del artista conservado en el Musée du Louvre (inv. 7707) en el que los gestos del santo son más exagerados, pues abre los brazos en lugar de cerrarlos sobre el pecho, mientras Cristo señala hacia el cielo y no hacia el santo. En ese sentido, y teniendo en cuenta que, en comparación con el dibujo, la pintura invita a replicar la actitud piadosa y concentrada de Francisco ante la aparición, es probable que Ludovico representara una visión de las muchas que el santo tuvo y que acabarían justificando su canonización en el año 1228 más que el Jubileo de la Porciúncula.
En todo caso, además de ser un ejemplo de la influencia que Rafael, Correggio y la pintura veneciana ejercieron sobre Ludovico, Agostino y Annibale Carracci, la obra del Prado es un paradigma del equilibrio clásico que domina la composición y que se conjuga con la tendencia naturalista que caracterizó a los Carracci y que predicaron en la Accademia dei Desiderosi, llamada a partir de 1590 Accademia degli Incamminati. Esta institución tuvo una crucial importancia, pues inauguró la vertiente clasicista de la pintura barroca al otorgar libertad al artista en el redescubrimiento de lo que ellos llamaban il vero naturale.
Esta pintura estuvo atribuida a Agostino Carracci hasta que A. Pérez Sánchez la identificó asignada a Ludovico en el inventario de las pinturas que Carlos IV tenía en la Casita del Príncipe en El Escorial (1848, núm. 205). Quizá fuera adquirida por él mismo en Italia cuando aún era todavía Príncipe de Asturias. En origen pudo ser encargada para decorar una capilla del palacio Zambeccari en Bolonia poco después de las bodas entre Luigi Zambeccari y Pantasilea Bentivoglio.
La comunión de San Jerónimo. DE AGOSTINO CARRACCI (1591)
Es su obra maestra, cuidadosamente realizada y fuertemente veneciana. Se conserva en la Pinacoteca de Bolonia. Tiene menos fuerza compositiva. Agostino es más teórico. Utiliza una grama fría de colores. Es una composición narrativa, abigarrada, con muchos personajes y monumental.

Domine, quo vadis. Annibale Carracci
Domine, quo vadis? o Aparición de Cristo a san Pedro en la vía Apia es una pintura de Annibale Carracci, actualmente en la National Gallery de Londres, Reino Unido. Se trata de un óleo sobre madera con unas dimensiones de 77,4 centímetros de alto y 56,3 de ancho. Fue ejecutada hacia 1601-1602.
Se representa aquí la aparición de Cristo a San Pedro en la Vía Appia, según lo relata La leyenda dorada de Jacobo de la Vorágine: después de derrotar a Simón el Mago, san Pedro es liberado y, aconsejado por los cristianos, sale de Roma. En la Via Appia se le aparece Jesucristo, y san Pedro le hace la pregunta que da título al cuadro: Domine, quo vadis? (Señor, ¿dónde vas?), a lo que Jesucristo le responde que va a Roma, a que lo crucifiquen de nuevo. Entonces san Pedro comprende su debilidad y regresa a Roma para encontrarse con el martirio y la muerte. Es, pues, el primer episodio de la pasión de San Pedro. ​
En el cuadro se representa a la izquierda a Jesucristo con la Cruz, que señala hacia Roma. A la derecha, la figura de Simón Pedro, con un gesto brusco de retroceso y sobresalto.1​ Es notable la postura escorzada de Cristo con los atributos de la Pasión, a la que compositivamente se opone la figura del apóstol, más pesada y plana. Carracci demuestra, en la aparente simplicidad y claridad estructural del cuadro, así como en el idealismo de los tipos humanos y el paisaje, su conocimiento de la pintura renacentista, y más concretamente su cercanía a los modelos de Rafael.
La finalidad de esta obra es instar a la conversión​ o bien, como otras pinturas de la misma temática dentro del Barroco, a modo de apologética de la presencia de Pedro en Roma y de las atribuciones que Jesucristo le habría concedido. 

Asunción de la Virgen, 1590. Annibale Carracci
Óleo sobre lienzo, 130 x 97 cm.
La Asunción de la Virgen se narra en una leyenda tardía inspirada en el arrebato del profeta Elías y en la Ascensión de Cristo, y sólo fue declarada dogma de fe en 1950 tras siglos en los que la creencia en ella había sido considerada como una cuestión de piedad personal. Según esa leyenda, después de morir la Virgen fue llevada al cielo por unos ángeles en presencia de los apóstoles. A diferencia de Cristo, María habría ascendido gracias a ellos y no por sus propios medios, aunque en ocasiones los artistas occidentales suprimieron el grupo angélico como en la Asunción que Tiziano pintó para la iglesia de Santa Maria dei Frari en Venecia y que tan en cuenta tuvo Annibale Carracci para elaborar sus distintas versiones del asunto.
Esta pintura no es citada por los biógrafos más tempranos de Annibale, pero se ha especulado con la posibilidad de que fuera comprada en Italia por el conde de Monterrey cuando fue embajador en Roma (1628-31) o virrey de Nápoles (1631-37), quien la regaló a Felipe IV, que a su vez la envió al monasterio del Escorial. Allí permaneció entre 1657 y 1839, año en el que pasó al Museo del Prado.
H. Voss la calificó como una reelaboración de la Asunción del propio Annibale que, fechada en 1587, se conserva en la Gemäldegalerie de Dresde, opinión que después refutó D. Posner por considerarla más bien un experimento previo. En efecto, y en comparación con la versión de Dresde, que a decir de D. Benati representaría poco tiempo después la llegada al más olímpico y sereno mundo expresivo de Veronés (Washington 1999, núm. 12, p. 75), la Asunción del Prado debe pertenecer al momento en el que Annibale estuvo más influido por la pintura veneciana, como demuestran tanto el protagonismo del color como la columnata corintia del fondo. Además, el atrevimiento compositivo de este lienzo revelaría su precedencia cronológica y, de hecho, podría ser una primera idea que después el artista desarrollaría en el más reposado cuadro de Dresde sin que por ello haya que considerarlo un estudio anterior. En cualquier caso, y comparada con versiones realizadas por otros pintores, Annibale añadió en ambas pinturas ciertas notas de naturalismo, sobre todo en la caracterización de los apóstoles y de la Virgen, y consiguió así representar un momento milagroso con una naturalidad casi inédita hasta entonces. A su vez, acentuó el dramatismo de la escena al representar el ascenso en escorzo y de perfil y no de frente como era costumbre. Además, al convertir a María en protagonista de su Ascensión, dependiendo menos de la ayuda angélica, Annibale subraya la creencia en su futura resurrección en cuerpo y alma.
Según C. Robertson, la pintura podría ser un buen ejemplo del tipo de encargos que Ludovico, Agostino y Annibale Carracci afrontaron a finales del XVI y de la interdependencia de los tres en un momento en el que aceptaban -según Carlo Cesare Malvasia- comisiones de gentilhombres que pasaban el verano en sus villas del campo para sus capillas privadas, lo que para ella explicaría la frecuencia de un asunto como la Asunción. De cualquier modo, tanto en los hallazgos compositivos como en el uso del color o la representación de los affetti de los personajes a través de sus gestos, Annibale anunciaba ya en esta obra el camino novedoso que su pintura recorrería en los años siguientes.
 
La Piedad. DE ANNIBALE CARRACCI
Un cuadro que destaca es la Piedad de Carracci. Fue pintado en 1599-1600, en pleno barroco italiano, cuando los artistas buscaban nuevas formas de expresión alejadas del artificioso manierismo. Tanto Carracci como Caravaggio vieron la salida al problema en el tratamiento de la luz, si bien cada uno tomó un camino muy diferente.
Carracci se vio muy influenciado por las obras de Rafael y buscó plasmar en sus cuadros esa belleza clásica, que podemos observar fácilmente en los rostros de la Virgen y de Cristo de su Pietà. Este último parece estar durmiendo más bien que muerto. Al contrario que los manieristas, buscó la sencillez y la belleza y tomó lo mejor de los pintores del pasado.
Es por ello que este cuadro nos parece tan armónico y con una composición tan sencilla como cualquier pintura renacentista. Sin embargo, si que hay algo novedoso que ni se planteaba en el Renacimiento, y es la forma de hacer caer la luz sobre los cuerpos.
La manera de provocar emociones gracias a los efectos de luz es algo totalmente barroco, resaltando los elementos que el autor quiere para hacer más dramática la escena: los dos rostros y el cuerpo exánime de Cristo reciben la luz directamente, mientras que el fondo está completamente oscuro y dos querubines juguetones permanecen entre luz y sombra.
Era un cuadro pensado para estar en un altar por lo que su objetivo era despertar la piedad y la devoción, de ahí esa utilización de la luz.
Caravaggio, por ejemplo siguió en sus obras un objetivo muy diferente, por ello es por lo que, pese a ser un maestro también en el uso de la luz, siguió una linea opuesta a Carracci. No buscaba la belleza clásica ni ninguna otra, sino la verdad, aunque implicase fealdad.
Triunfo de Baco y Ariadna. DE ANNIBALE CARRACCI
Nos encontramos ante un fresco situado en la cubierta de la Galería del Palacio Farnese en Roma y que fue realizada entre los años 1595 y 1605. El soporte de esta obra es el muro, puesto que está pintada al fresco.
El autor empleó la "quadratura", técnica que hace que la obra parezca un cuadro con marcos de estuco y que, usando técnicas ilusionistas, hacía que las obras quedaran aparentemente ampliadas. Esta técnica usada por el autor está basada en la regla de la perspectiva con corregimientos ópticos para poder adaptarla a ambientes demasiado alargados o demasiado bajos. 
Se trata de la obra "Triunfo de Baco y Ariadna" de Annibale Carracci, que fue un pintor y grabador italiano del barroco y que perteneció a la corriente del clasicismo romano-boloñés. Esta obra pertenece al estilo barroco italiano y se encuentra, como he mencionado antes, en el Palacio Farnese en Roma.
En cuanto al programa iconográfico, esta obra es innovadora porque no se había desarrollado semejante programa desde los tiempos de Miguel Ángel. Narra los "Amores de los Dioses" partiendo de los textos escritos por Ovidio. 
La obra a comentar representa los amores entre el dios Baco y Ariadna, la hija del rey Minos de Creta. El héroe Teseo había abandonado a Ariadna en la isla de Naxos, situada en el mar Egeo. El dios del vino la rescató de allí y la llevó consigo al Olimpo, donde esta se convirtió en su esposa. Como regalo de bodas, el dios Baco le regaló una diadema de oro elaborada por Vulcano.
Annibale Carracci era un pintor ecléctico, es decir, combinaba el arte de Miguel Ángel, el color de Tiziano, el claroscuro de Correggio y la simetría de Rafael. Como pintor ecléctico que era, en esta obra se encuentran los desnudos tizianescos junto con las potentes anatomías de Miguel Ángel.

Venus, Adonis y Cupido. DE ANNIBALE CARRACCI (1595)
Hacia 1590. Óleo sobre lienzo, 212 x 268 cm.
Venus, diosa romana del Amor y la Belleza, es accidentalmente herida por su hijo Cupido con una flecha, desencadenando así su pasión por Adonis, una historia de amor que acabara con la trágica muerte del héroe. La escena está basada en las Metamorfosis de Ovidio (libro X), una de las fuentes mitológicas más importantes para los artistas de la época. La composición y técnica pictórica de esta obra es un buen ejemplo de las diferentes influencias que Annibale Carracci recibió y reinterpretó a lo largo de su vida. El fondo de paisaje y la luz crepuscular enlazan con el cromatismo veneciano y la producción de Tiziano, mientras que el delicado pero potente clasicismo de las figuras fue desarrollado por el artista a partir de la escultura greco-romana y la obra de Correggio, Rafael y Miguel Ángel. Se conservan varios dibujos preparatorios para esta obra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, en la Galleria degli Uffizi en Florencia y en el British Museum en Londres, y una copia antigua en el Kunsthistorisches Museum de Viena. Obra maestra del menor y más reputado miembro de la familia Carracci, fue adquirida por Felipe IV en 1664 a los herederos del aristócrata genovés Giovanni Francesco Serra (1609-1656).
Los amores de Adonis se los disputaban entre Perséfone y Afrodita. Esta es una alegoría pintada a fines del siglo XVI por Carracci y que se conserva en el Museo de Viena. Podría titularse: Adonis descubre a Venus. Aparece Adonis vestido con pieles de animales salvajes, acompañado de un perro de caza, llevando en su mano izquierda el carcaj con las flechas. Al apartar las ramas de un árbol, se encuentra con Afrodita a la que Cupido le clava una flecha aguda en la espalda con punta de oro, la flecha del amor. Si la flecha hubiese sido de punta roma y de cobre, sería el desamor. Incluye un par de palomas que indican el amor. 

DECORACIÓN DE LA GALERÍA FARNESE.  DE ANNIBALE CARRACCI (1597)
Es la obra cumbre de Annibale Carracci fue la decoración de las cubiertas del gran salón del palacio Farnesio de Roma, donde se narran los Amores de los dioses, según pasajes de Ovidio y Teócrito, una gran bóveda de cañón, ayudado por su hermano Agostino en 1567 y por Domenichino, mientras que el resto de las paredes fueron pintadas por Lanfranco en 1602. Annibale no es un revolucionario. La pintura al fresco que realiza, ya la habían practicado con anterioridad Il Veronesse, Tiziano, Rafael y Miguel Ángel en los años centrales del siglo XVI. En esta gran composición, Annibale concibió el conjunto fingiendo arquitecturas y se pintaron hombres atléticos, formando el conjunto decorativo más importante desde los tiempos de Miguel Ángel y que fue modelo de decoración barroca en el Seiscientos.
En esta gran composición, Annibale concibió, como Tibaldi, el conjunto como una gran quadratura en la que colocó quadri riportati, es decir, como si fueran cuadros de caballete enmarcados, trasladados al techo e incorporados a una quadratura entramada. La quadratura fue aplicada por primera vez por Peruzzi en la sala de las Columnas de la Villa Farnesina, en Roma en 1516. Se proponía ambientar los frescos dentro de una arquitectura ilusionista que aspiraba a prolongar la arquitectura real del edificio. Este esquema de quadratura fue empleado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina de quien con toda seguridad se inspiró. Los quadri riportati se inspiraban también en las separaciones o encuadres de la Sixtina. En la obra de Annibale, estos cuadros parecen realmente cuadros, con sus marcos de estuco. Annibale seguramente estaba convencido de que la representación mitológica, que pertenece a la clase más aristocrática de la pintura, debía ser interpretada objetivamente y en composiciones aisladas. El tema principal representa El Triunfo de Baco y Ariadna. Esta obra tendrá gran cantidad de seguidores en cuanto a pintura decorativista se refiere. Se observa un abigarramiento de personajes que anuncian un incipiente barroquismo. 

La pesca. DE ANNIBALE CARRACCI.
En la Bolonia de esa época estaba de moda decorar las villas con temas de caza y pesca, La pesca se pintó como pareja de una obra de Carracci La caza. Sus dimensiones parecen indicar que estaban hechas para ser colgadas sobre las puertas de una villa doméstica. Las dos son obras de juventud antes de que Annibale Carracci se estableciera en Roma (1584) pero ya demuestran que el artista combina varias escenas en una sola imagen y tiene la habilidad de hacer que la composición oriente la mirada de quien contempla la escena desde el primer plano hasta el fondo, pasando por cada uno de los grupos sin saltarse ningún detalle.
Es probable que las figuras estén basadas en estudios directos de la naturaleza y que la integración en el paisaje sea posterior. Lo intrigante de este cuadro es que se ve como Carracci perfecciona el empleo de los gestos, como en el personaje que señala situado a la derecha. El uso de gestos  convincentes y justificados fue uno de los puntos fuertes de Carracci e influyó en buena medida en los pintores del barroco. También se aprecia su dominio del paisaje muy bien compuesto con luz diáfana y transparente.
Su pintura evoluciona al final de sus días. Muere en 1609. Realiza temas de paisajes, pero paisajes cultos, siempre presididos por la figura humana. Es un paisaje humanizado. Aparece gran número de figuras en el cuadro. Es un paisaje intelectualizado, no está tomado del natural. Versión muy tardía. La serie más importante de paisajes va a realizarla para la Capilla Aldobrandini. 

La huida a Egipto (Annibale Carracci) 1604
Está realizado al óleo sobre lienzo. Mide 122 cm de alto y 230 cm de ancho. Se encuentra en la Galería Doria Pamphili de Roma, Italia.
La pintura fue encargada en 1603 por el cardenal Pietro Aldobrandini para la capilla familiar en su palacio de Roma, más tarde conocido como el Palazzo Doria-Pamphili. El encargo incluyó seis pinturas en seis lunetas, que fueron ejecutadas por Carracci y sus alumnos (incluidos Francesco Albani, Domenichino y Giovanni Lanfranco).
La obra está considerada una de las contribuciones más importantes al género de la veduta, ​ que era un modelo para Domenichino, Nicolas Poussin, Gaspard Dughet y otros. El pintor buscaba el efecto de una belleza paisajística idílica y equilibrada, con una perfecta fusión sentimental de los personajes sagrados, sus historias y el paisaje.
La obra, excelente en sabor y ejecución, forma parte de las seis Lunette Aldobrandini, realizadas por Aníbal y sus discípulos (incluyendo Albani, Lanfranco y Domenichino) para decorar la capilla del Palazzo Aldobrandini en el Corso de Roma (ahora Doria Pamphili). La iconografía sagrada del Escape to Egypt es, como es evidente, el pretexto para crear realmente un hermoso paisaje que, por decir de todas las fuentes, fue totalmente ejecutado por la mano de Aníbal, ahora en el apogeo de la gloria. Es una obra importante y famosa, una de las mayores contribuciones de Carracci al desarrollo del estilo clásico del paisaje ideal, que logrará la perfección especialmente con Domenichino y Poussin.
La dirección compositiva de la escena procede gradando de izquierda a derecha, desde el primer piso hasta el horizonte. Desde el árbol, que es el quinto, al otro lado del río, hasta la colina donde otro árbol cierra la escena, lo que le permite vislumbrar las montañas distantes. Las pequeñas figuras de la Sagrada Familia con el burro, en primer plano, se mueven en la dirección opuesta y son resaltadas por la fortaleza que domina detrás de ellas. Otros elementos animan la escena, pero forman uno con el entorno natural a su alrededor: el pastor, el barquero, las ovejas y las aves que vuelan sobre el agua formando pistas brillantes. El paisaje -aireado, brillante y pastoral- cobra un prevalente en la escena sagrada, en un encuentro secular que revela una extraordinaria libertad inventiva destinada a superar esa religiosidad doctrinal que, al principio, la Academia Carraccesca persiguió en sintonía con los dictados del cardenal Paleotti de Bolonia. 

DOMENICO ZAMPIERI “IL DOMENICHINO” (1581-1641)
Nacido en Bolonia, hijo de un zapatero, fue en sus inicios aprendiz de Denys Calvaert. Pronto le dejaría para trabajar en la Accademia degli Incamminati de los hermanos Carracci. Al trasladarse a Roma en 1601, se convirtió en uno de los aprendices más talentosos del círculo de Annibale Carracci, y trabajó junto a grandes contemporáneos como Albani y Guido Reni, así como también junto con rivales como Lanfranco. Debido a su estatura, recibió el apodo de Domenichino («pequeño Domingo»).
Fue colaborador con Annibale Carracci en la Galería Farnese. Permaneció en Roma durante un período de casi treinta años, volviendo a Bolonia entre 1617 y 1621. Va a mantener una gran rivalidad con Guido Reni en cuanto a que ambos siempre pugnan por conseguir encargos. Con Lanfranco llegó a enfrentarse, no sólo desde el punto de vista artístico, sino también desde el punto de vista personal, por la decoración de los frescos de San’Andrea della Valle. 

Adoración de los pastores, 1607-10
La pintura muestra una representación bastante convencional de esta escena muy común, con algunos detalles inusuales. El número de pastores es bastante grande, llegando a los nueve y la postura del pastor que señala al niño Jesús mientras mira por encima del hombro fuera del espacio de la imagen, sugiere que están llegando más. O posiblemente haya visto acercarse a los Magos, los próximos en llegar según la narrativa tradicional. Se muestra a San José, a menudo una figura bastante superflua en las pinturas de la Natividad, llevando heno, supuestamente para alimentar al buey y al asno, en el fondo, llenando así un espacio en la composición, y tal vez distraerlos de unirse a la música de la gaita. La relegación del buey y el asno a un fondo poco iluminado es típica de las composiciones del siglo XVII.
Se muestra a un pastor colocado prominente en el lado izquierdo del grupo tocando su gaita. Aunque los pastores a veces llevan instrumentos musicales, a menudo con gaitas (ver la galería a continuación), se les muestra con menor frecuencia tocándolas en este momento solemne, a diferencia de la escena anterior de la Anunciación a los pastores, donde un ángel se les aparece cuando están con sus rebaños. ​ Si la música se muestra al lado de la cuna, es más frecuente que la produzcan los ángeles. Una miniatura encantadora pero atípica en la pintura flamenca La Flora Hours en el siglo XV en Nápoles muestra a un pastor tocando su gaita mientras sus dos compañeros bailan para el niño Jesús y una Virgen María encantada se sienta a un lado. ​ Fuera de su pintura, Domeninchino tenía un gran interés en los instrumentos musicales y su diseño, que a veces reflejan sus pinturas. Él diseñó e incluso construyó instrumentos destinados a tocar música antigua. ​
La inclusión del perro de pastor, especialmente justo al lado de la cuna, es inusual, ​ aunque los pastores muy a menudo tienen uno en las escenas de la Anunciación, y algunas veces llevan un cordero a la cuna como regalo; aquí la paloma que sostiene el niño en primer plano tiene la intención de representar un regalo. ​ En el siglo XVII, los pastores a menudo se agolpan alrededor de la cuna, como aquí, y María les muestra a su hijo. Sin embargo, su gesto de levantar una tela, revelando una vista completa de un Jesús desnudo, incluido su pene, es inusual en el arte de esta fecha. En la época medieval tardía, las imágenes del infante Jesús a menudo mostraban sus genitales por razones teológicas, ​ pero en la Contrarreforma los intérpretes clérigos de los vagos decretos sobre el arte del Concilio de Trento desalentaron esto, como San Carlos Borromeo.

El triunfo de Diana o la caza de Diana (1617)
Conservado en la Gallería Borghese de Roma. El cuadro fue un encargo del Cardenal Aldobrandini, aunque la obra fue a parar más tarde a la colección de Escipión Borghese, pues quería tenerla personalmente. Se representa un concurso de tiro, en el que las Ninfas de Diana tiran a un pájaro atado a un árbol. Tres arqueras a la izquierda del cuadro han efectuado cada una un tiro magistral. La primera flecha está clavada en el palo. La segunda ha roto la cuerda que ataba el pájaro y la tercera ha dado al ave que escapa volando. Diana es la juez y tiene en su mano derecha el primer premio, un arco dorado que espera recibir la arquera magistral que aparece a la izquierda, con el pecho desnudo. El relato está basado en el libro quinto de La Eneida de Ovidio. En el centro del cuadro está la erguida y alta figura de la diosa Diana (reconocible por llevar sobre su cabeza la media luna creciente) y a su alrededor, en forma de óvalo, están colocadas las restantes figuras. Al personaje de la derecha del cuadro agazapado entre las ramas de un árbol se le ha identificado como Acteón, el cazador que es convertido en ciervo por Diana al haberla sorprendido desnuda mientras se bañaba.
De Domenichino tenemos otras obras: Paisaje de la Huida a Egipto, La caridad de Santa Cecilia (pintura al fresco, decorativista, de mediados del siglo XVI), Tobías y el ángel, etc.

Lágrimas de San Pedro, 1640
Óleo sobre lámina de cobre, 28 x 21 cm.
Esta obra procede de la colección de Felipe V en el palacio de La Granja (Segovia), donde aparece inventariada como de escuela de Domenichino. Es probable que la versión original de esta composición sea la que muestra una copia del siglo XIX conservada en Ferrara (Fondazione Cassa di Rispiarmo). Pintada sobre lienzo, es de mayor tamaño y presenta ligeras variantes en la disposición de las manos del santo y en el fondo, ya que está ambientada al aire libre, ante una estructura amurallada. Asimismo, incluye una inscripción con el año de 1640 que permite aproximar la cronología del cobre del Prado y situarlo en el último periodo del artista. Aquí, san Pedro aparece ante un sobrio fondo arquitectónico que favorece la monumentalidad de la figura, aludiéndose al motivo de sus lágrimas por medio del gallo que se integra en el muro.

Arco de triunfo. Hacia 1609. Óleo sobre lienzo, 70 x 60 cm.
El interés de la obra es enorme, ya que se trata de un exvoto de Giovanni Battista Agucchi, el protector de Domenichino y famoso teórico de las ideas clasicistas, a su santo patrono. No puede encontrarse un modo más clásico y más erudito de devoción. Los intercolumnios del arco y los pedestales de las pilastras llevan alegorías y cifras de las virtudes y el arco se erige en un paisaje de serena melancolía, muy cerca de los de Carracci aún. Las figuras, de esbeltas proporciones, se aproximan a las de los frescos de Grota Ferratta, que son de 1608-10, y la figura del pastor con el rebaño está muy próxima a las figurillas rebosantes de vida y verdad de sus primeros paisajes, como el famoso Vado, de la Galería Doria, presumiblemente en torno a 1606.
La decidida protección de los Agucchi se manifiesta quizá con mayor intensidad en los años que van de 1607 a 1615, en que por circunstancias de rivalidades entre las familias principescas, Juan Bautista Agucchi permanece en la sombra de la vida privada, dedicado a sus estudios filosóficos, que madurarán en un sistema teórico de las artes que tanto peso ejerce sobre la obra posterior de Domenichino. En esos años habrá que colocar este Arco de triunfo, que por su mismo carácter, a la vez místico y pagano, corresponde bien a unos momentos de meditación y recogimiento. 

Exequias de un emperador romano
1634 - 1635. Óleo sobre lienzo, 227 x 363 cm. No expuesto
Se trata de la pintura mejor documentada de todo el ciclo de la Historia de Roma y, al mismo tiempo, es una de las que más incógnitas sigue planteando, que afectan a cuestiones tan importantes como su autoría o el tema tratado. Efectivamente Giambattista Passeri relató cómo Domenichino fue contratado por el conde de Monterrey, desde 1634 virrey español en Nápoles, que le protegió cuando fue amenazado por los artistas locales, celosos de la competencia de los foráneos. También narra que el propio Monterrey tuvo que interceder ante las autoridades de la capilla del tesoro de la catedral, para quienes trabajaba en exclusiva, con el fin de que le permitieran simultanear su trabajo allí con el encargo para Felipe IV. Las amenazas de los artistas napolitanos surtieron efecto y provocaron su escapada a Roma en el otoño de 1634, donde pintó este cuadro, terminándolo a su vuelta a Nápoles en la primavera de 1635. Se trata, por tanto, del único cuadro perteneciente a este ciclo del que tenemos testimonios históricos que nos permiten una datación segura. Bellori insistió en términos parecidos, dándonos además una minuciosa descripción de la obra. En relación con lo problemático de su autoría, esta dificultad está motivada por la discreta calidad de alguna de las figuras, inferior a lo habitual en este artista. A favor de la atribución a Domenichino se ha alegado el hecho de ser una comisión real; el testimonio de Passeri que convivió con el artista en Frascati durante el verano de 1634, sin mencionar la presencia de ayudantes; la existencia de numerosos dibujos relacionados con esta pintura de mano del maestro y su delicado estado de conservación, con desgastes generalizados en su superficie pictórica y groseros repintes en sus dolientes figuras del extremo inferior derecho que impiden disfrutar de su calidad. Los que defienden la existencia de una generosa participación del taller llaman la atención sobre las deficientes anatomías de los personajes y los caballos. Con toda la prudencia que exige el análisis de un cuadro en tan delicado estado de conservación, su reciente limpieza parece dar la razón a los partidarios de esta última propuesta. Tradicionalmente se ha considerado que esta pintura ilustraba las exequias de un emperador, hasta que Spear propuso en 1982, que se trata de la ceremonia posterior, esto es, la consecratio o divinización, si bien hemos preferido mantener el título tradicional, por varias razones. La primera es que las estampas que Domenichino pudo utilizar como modelo se refieren siempre a exequias de emperadores y no a su consecratio, de la que no parece que hubiera demasiada conciencia en el siglo XVII. En segundo lugar, la ceremonia descrita por Domenichino en el primer plano con carreras y combates, la decursio equitum, corresponde a las ceremonias de la muerte y no a la divinización del emperador difunto que ascendía ad sidera, donde era recibido por los dioses, momento posterior al reflejado en esta pintura en la que apenas comienza la crematio.
A lo largo de las últimas décadas se ha tratado de establecer la existencia de una serie de cuadros relativos a la Historia de Roma, entre los que se encuentra esta obra, encargados por los representantes de Felipe IV en esa ciudad y en Nápoles a partir de una fecha cercana a 1634 para el palacio del Buen Retiro. Persisten veintiocho obras que pueden relacionarse con este proyecto (conservadas principalmente en el Museo del Prado y Patrimonio Nacional), a las que se pueden añadir otras seis más actualmente destruidas o cuyo paradero se desconoce, todas ellas citadas en la Testamentaría de Carlos II. En total, unas treinta y cuatro pinturas, el conjunto más numeroso de todos los del Retiro incluyendo el Salón de Reinos y sólo inferior en número a las escenas mitológicas que en esos mismos años el cardenal-infante don Fernando, hermano del rey, solicitaba a Rubens para la Torre de la Parada. Su número constituye el primer argumento que permite entender la importancia otorgada a este ciclo en el nuevo palacio. 



El sacrificio de Isaac
1627 - 1628. Óleo sobre lienzo, 147 x 140 cm.
Domenichino terminó especializándose en grandes escenas decorativas con las que adornaba los techos y muros de grandes palacios y villas italianas. El clasicismo que adoptó se convirtió en una interpretación fría, excesivamente correcta, de los modelos que plantearon los hermanos Carracci. Domenichino fue un punto de referencia para otros artistas del momento, como Poussin o Guido Reni, mientras que la personalidad del Guercino se imponía sobre la elegancia requerida en la obra de estos pintores barrocos. Domenichino nos muestra la escena tan conocida del Sacrificio de Isaac, cuyo cuerpo adolescente se convierte en un modelo de perfección anatómica tan irreal como impecable. El potente gesto de Abraham recuerda la postura teatral de un actor, y su túnica roja consigue llenar y desbordar toda la acción, interrumpida coreográficamente por el vuelo del ángel que viene a detenerle.

FRANCESCO ALBANI (1578-1660)
Francesco Albani, llamado El Albano, (Bolonia, 17 de agosto de 1578 - ídem, 4 de octubre de 1660). Discípulo de Agostino Carracci, instaló su taller en Bolonia, siendo difícil determinar con precisión qué cuadros de los que llevan su firma son suyos o de sus discípulos.
Su padre fue un mercader de sedas que intentó instruir a su hijo en el negocio familiar; pero a la edad de doce años, el joven Albani se convirtió en aprendiz del manierista flamenco Denys Calvaert. En su taller conoció a Guido Reni, a quien siguió a la Accademia degli Incamminati, fundada por los hermanos Carracci. En este estudio se forjaron las carreras de los principales pintores de la escuela boloñesa del Seicento, tales como Domenichino, Lucio Massari, Giovanni Lanfranco, Giovanni Francesco Grimaldi, Pietro Faccini, Remigio Cantagallina y, por supuesto, Reni.
En 1600, Albani se instaló en Roma para trabajar en la decoración al fresco del Palazzo Farnese, a las órdenes de Annibale Carracci. Bajo la férula del papa Clemente VIII Aldobrandini (1592 - 1605), Roma gozó de un período de estabilidad que favoreció de nuevo el mecenazgo artístico. El matrimonio de Ranuccio I, duque de Parma, con Margarita Aldobrandini propició una alianza de las familias Farnese y Aldobrandini. No es extraño que el cardenal Odoardo Farnese, hermano del duque, eligiera patrocinar a los Carracci. Su trabajo en el Palazzo Farnese estableció la supremacía de la escuela boloñesa en el panorama artístico romano durante las siguientes dos décadas.
Albani se convirtió en uno de los discípulos más destacados de Annibale. Usando los diseños de su maestro y ayudado por Lanfranco y Sisto Badalocchio, completó los frescos para la capilla de San Diego en San Giacomo degli Spagnoli entre 1602-1607. También son de su mano las decoraciones del Palazzo Mattei di Giove en Roma. Posteriormente completaría estos frescos con otra serie sobre la Vida de José.
En 1609, completó la decoración del techo de la gran sala del Palazzo Giustiniani (actualmente Palazzo Odescalchi) con frescos con la Caída de Faetón y el Consejo de los Dioses. Estos trabajos le fueron encargados por el marqués Vicenzo Giustiniani, patrono también de Caravaggio.
En 1612-1614 realizó los frescos del coro de la iglesia de Santa Maria della Pace, recientemente remodelada por Pietro da Cortona. En 1616 pintó los frescos del techo del Palazzo Verospi en Via del Corso para el cardenal Fabrizio Verospi, con el tema de Apolo y las Horas.
En sus últimos años, Albani mantuvo una leal rivalidad con el más famoso Guido Reni, que gozaba de la total confianza de los Aldobrandini. Albani había trabajado bajo su dirección en la capilla del Palazzo del Quirinale.
Los mejores frescos de Albani son siempre de tema mitológico. Entre sus mejores obras de tema sagrado están un San Sebastíán y una Asunción de la Virgen, ambos en la iglesia de San Sebastiano fuori le Mura, en Roma. Se encuentra entre los pintores italianos aficionados a la pintura de gabinete. Sus obras mitológicas incluyen una Venus Durmiente, Diana en el Baño, Danae, Galatea, y el Rapto de Europa. Un raro grabado, con la Muerte de Dido, le es atribuido.
Entre sus alumnos cabe destacar a Carlo Cignani, Andrea Sacchi, Pier Francesco Mola, Giacinto Bellini, Girolamo Bonini, Giacinto Campagna, Antonio Catalani, Giovanni Maria Galli, Filippo Menzani, Andrea Seghizzi, Giovanni Battista Speranza, Antonio Maria del Sole, Emilio Taruffi y Francesco Vaccaro. A la muerte de su esposa, regresó a Bolonia en 1557, donde contrajo un segundo matrimonio el 1558 y residió hasta su muerte. 

El tocador de Venus
1635 - 1640. Óleo sobre lienzo, 114 x 171 cm.
La obra de Francesco Albani, uno de los discípulos predilectos de Annibale Carracci (1560-1609), se popularizó gracias en parte a cuadros mitológicos como éste y El juicio de Paris, que contribuyeron a difundir el ideal clásico de los paisajes de Carracci a través de una visión refinada y lírica de la naturaleza.
El primero es solo una de las múltiples versiones que el pintor haría del tema del tocador de Venus (las más célebres se encuentran en Roma, Galleria Borghese y París, Louvre). La escena muestra a Venus reclinada en un sillón mientras es adornada por tres doncellas, posiblemente las tres Gracias: una que le riza el pelo con delicadeza, otra que le peina los cabellos y una tercera que muestra a su compañera un largo collar de perlas, como pidiéndole su aprobación. Por si esta ayuda fuera poca, cinco putti que han abandonado momentáneamente sus carcaj -en el suelo, a la derecha-, colaboran también al adorno de la más bella de las diosas con pequeñas tareas como anudarle la sandalia, sostener un espejo para que se admire o preparar peines, joyas o flores frescas. Como ya ha sido señalado, este grupo de figuras, así como la fuente a la derecha de la composición, incluyendo el grupo escultórico que la corona, son casi idénticos a los que Albani pintó para El aseo de Venus hoy en el Louvre, perteneciente a una célebre serie de lienzos comenzada hacia 1621 para Ferdinando Gonzaga, duque de Mantua y, por desavenencias con este primer comitente, terminada en 1633 para el cardenal Giovanni Carlo de Medici. La fuente primera de ambos cuadros, sin embargo, se encontraba en una tabla pintada por el maestro de Albani, Annibale Carracci, hacia 1590-95, Venus adornada por las Gracias (Washington, National Gallery). Albani debió de fijarse en ella ya hacia 1610 cuando, posiblemente a causa de la muerte de Annibale en 1604-5, hubo de hacerse cargo de un Aseo de Venus (Bologna, Pinacoteca Nazionale) destinado a formar pareja con una pintura de su maestro, Diana y Calixto (1598-99; colección del duque de Sutherland). Comparado con el de la tabla de Washington, sin embargo, el grupo de Albani resulta menos articulado en el espacio, lo que, unido a la característica blancura aporcelanada de sus desnudos y a otros detalles como el estricto perfil del sillón en el que se sienta Venus, produce la sensación de un luminoso friso clásico recortado sobre un bosque frondoso.
La fuente para la iconografía de Venus acicalada por las Gracias, no demasiado frecuente, posiblemente se encuentre, como ha señalado Posner en el caso de la obra de Carracci, en la Odisea de Homero (VIII, 266-365), donde se nos cuenta que, tras cometer incesto con Marte, Venus huyó a Chipre, donde la lavaron las Gracias y la ungieron con aceite inmortal, cosas que aumentan el esplendor de los dioses que viven siempre, y la vistieron deseables vestidos, una maravilla para verlos. A pesar de su relativa rareza, el tema fue frecuentado por los artistas del círculo de Albani con elementos similares y por las mismas fechas en las que éste comenzó la serie del Louvre, y lo encontramos por ejemplo en la obra de Guercino (1622-23, colección particular) o Guido Reni (1620-25, Londres, National Gallery, con colaboración del taller), su amigo de juventud y luego su rival.
El tocador de Venus y El juicio de Paris, de dimensiones muy similares, aunque probablemente no formaran pareja, se encontraban en el palacio del Buen Retiro de Madrid. En 1762 se cuentan entre las obras de la Colección Real que el pudoroso Carlos III ordenó quemar a causa de su sensualidad, quema que fue evitada gracias a la intervención del marqués de Esquilache y de Antón Rafael Mengs, gran admirador del clasicismo boloñés, quienes lograron su traslado a la llamada Casa de Rebeque, junto al Palacio Real de Madrid, al lado de otras muchas obras de Tiziano, Rubens etc. En 1792 fueron reclamadas por la Academia de San Fernando como modelos para el estudio del color y destinadas a la Sala del Colorido.


El juicio de Paris
1650 - 1660. Óleo sobre lienzo, 113 x 171 cm.
En esta pintura Albani representa al príncipe pastor admirando la belleza de las tres diosas que se disputaban la manzana de la discordia: Venus, en el centro, acompañada de una paloma; Minerva, a la derecha, reconocible por el casco y las armas abandonadas sobre el suelo; y Juno, identificada por el pavo real. Albani huye de la acción y se decanta por una plácida escena de contemplación, ya que el mortal pastor, relajadamente acodado en un árbol, todavía no ha decidido a quién otorgar la manzana. A la izquierda, sobre un paisaje animado por pequeños saltos de agua, vemos a una divinidad fluvial que tal vez encarne al río Escamandro, que corría por el monte Ida, acompañado de unas ninfas. La escena se completa con varios putti, una de las marcas de fábrica del pintor, en la que se ha visto la influencia de las Bacanales Aldobrandini de Tiziano, presentes en Roma desde 1598 y llamadas a ejercer una decisiva influencia sobre Albani y sus contemporáneos, pero también un eco de su propia vida, ya que Albani tuvo una abultada prole, nada menos que doce hijos que, según Malvasia, su principal biógrafo, le servían de modelos, para lo cual llegaba a colgarlos del techo.

Apolo y Daphne
Lo ejecutó entre 1615 y 1620 y está ubicado en el Museo del Louvre. ​ La obra escenifica un pasaje de la leyenda descrito por Ovidio en Las metamorfosis.
El mito narra que el dios Eros quiso vengarse de la arrogancia de Apolo hiriéndole con una flecha dorada que causara un amor inmediato a este. A la ninfa Dafne la hirió con una flecha de plomo, que causaba el efecto contrario, el rechazo amoroso. Cuando Apolo vio a Dafne, se lanzó en su persecución (momento que ilustra el cuadro) mientras Dafne huía de él. Finalmente, el padre de Dafne el río Peneo, (o la Madre Tierra, según otra versión), la convertiría en un laurel instantes antes de ser alcanzada por Apolo, escena también muy representada en el arte.

GUIDO RENI (1575-1642)
Nacido en Bolonia en una familia de músicos, Guido Reni fue el único hijo de Daniele Reni y Ginevra Pozzi.  A la edad de nueve años, fue aprendiz en el estudio boloñés de Denis Calvaert. Poco después, se le unieron en ese estudio Albani y Domenichino.  También pudo haberse entrenado con un pintor llamado Ferrantini. Cuando Reni tenía unos veinte años, los tres alumnos de Calvaert emigraron al estudio rival en ascenso, llamado Accademia degli Incamminati (Academia del "recién embarcado", o progresistas), dirigido por Ludovico Carracci. Luego formaron el núcleo de una prolífica y exitosa escuela de pintores boloñeses que siguieron a la prima de Lodovico, Annibale Carracci, a Roma.
Reni completó encargos para sus primeros retablos mientras estaba en la academia Carracci. Abandonó la academia en 1598, después de una discusión con Ludovico Carracci sobre el trabajo no remunerado. Alrededor de este tiempo realizó sus primeros grabados, una serie que conmemora la visita del Papa Clemente VIII a Bolonia en 1598.
A finales de 1601, Reni y Albani se habían mudado a Roma  para trabajar con los equipos liderados por Annibale Carracci en la decoración al fresco del Palacio Farnese. Durante 1601-1604, su principal mecenas fue el cardenal Paolo Emilio Sfondrati. En 1604-1605, recibió una comisión independiente para un retablo de la Crucifixión de San Pedro. Después de regresar brevemente a Bolonia, regresó a Roma para convertirse en uno de los principales pintores durante el papado de Pablo V (Borghese); Entre 1607 y 1614, fue uno de los pintores más frecuentados por la familia Borghese.
El techo con frescos de Reni del gran salón central del Casino dell'Aurora, ubicado en los terrenos del Palazzo Pallavicini-Rospigliosi, a menudo se considera su obra maestra del fresco. El edificio fue originalmente un pabellón encargado por el cardenal Scipione Borghese;  la parte trasera da a la Piazza Montecavallo y al Palazzo del Quirinale.  El fresco masivo está enmarcado en quadri riportati y representa a Apolo en su carro precedido por Dawn (Aurora) que trae luz al mundo.  El trabajo está restringido en el clasicismo, copiando poses de sarcófagos romanos y mostrando mucha más simplicidad y moderación que el desenfrenado triunfo de Carracci de Baco y Ariadna  en el Farnese. En esta pintura, Reni se alía más con la "Escuela" de pintura mitohistórica Cavaliere d'Arpino, Lanfranco y Albani, y menos con los frescos más concurridos característicos de Pietro da Cortona. Hay poca concesión a la perspectiva, y el estilo de colores vibrantes es antitético al tenebrismo de los seguidores de Caravaggio. Los documentos muestran que a Reni se le pagaron 247 scudi y 54 baiocchi al finalizar su trabajo el 24 de septiembre de 1616.
En 1630, la familia Barberini del papa Urbano VIII encargó a Reni una pintura del Arcángel Miguel para la iglesia de Santa Maria della Concezione dei Cappuccini.  La pintura, terminada en 1636, dio lugar a una vieja leyenda de que Reni había representado a Satanás, aplastado bajo el pie de San Miguel, con los rasgos faciales del cardenal Giovanni Battista Pamphilj en venganza por un desaire. 
Reni también pintó al fresco la Capilla Paoline de Santa Maria Maggiore en Roma, así como las alas Aldobrandini del Vaticano. Según los rumores, la capilla pontificia de Montecavallo (Capilla de la Anunciación) fue asignada a Reni para pintar.  Sin embargo, como se sentía mal pagado por los ministros papales, el artista dejó Roma una vez más a Bolonia, dejando el papel del artista preeminente en Roma a Domenichino.
Trabaja en Nápoles y regresa a Bolonia. 
Al regresar a Bolonia más o menos permanentemente después de 1614, Reni estableció allí un exitoso y prolífico estudio. Se le encargó decorar la cúpula de la capilla de Santo Domingo en la Basílica de San Domenico de Bolonia entre 1613 y 1615, lo que resultó en el radiante fresco de Santo Domingo en Gloria, una obra maestra que puede compararse con el exquisito Arca di San Domenico debajo de él. También contribuyó a la decoración de la Capilla del Rosario en la misma iglesia, con una Resurrección; y en 1611 ya había pintado para San Domenico una magnífica Masacre de los Inocentes, ahora en la Pinacoteca Nazionale di Bologna, que se convirtió en una referencia importante para los franceses. Estilo neoclásico, así como un modelo para detalles en Guernica de Picasso.
En 1614–15 pintó The Israelites Gathering Manna para una capilla en la catedral de Ravenna.
Saliendo de Bolonia brevemente en 1618, Reni viajó a Nápoles para completar una comisión para pintar un techo en una capilla de la catedral de San Gennaro.  Sin embargo, en Nápoles, otros pintores locales prominentes, incluidos Corenzio, Caracciolo y Ribera, fueron vehementemente resistentes a los competidores y, según los rumores, conspiraron para envenenar o dañar a Reni (como puede haber sucedido a Domenichino en Nápoles después de él). Reni, que tenía un gran miedo a ser envenenado (y a la brujería), decidió no quedarse más tiempo.
Después de abandonar Roma, Reni pintó alternativamente en diferentes estilos, pero mostró gustos menos eclécticos que muchos de los aprendices de Carracci. Por ejemplo, su retablo para Samson Victorious formula poses estilizadas, como las características del manierismo.  En contraste, su Crucifixión y su Atlanta e Hipomenes  representan un movimiento diagonal dramático junto con los efectos de luz y sombra que retratan la influencia más barroca de Caravaggio. Su turbulenta pero realista Masacre de los inocentes (Pinacoteca, Bolonia) está pintada de una manera que recuerda a un difunto Rafael. En 1625, el príncipe Władysław Sigismund Vasa de Polonia visitó el taller del artista en Bolonia durante su visita a Europa occidental.  La estrecha relación entre el pintor y el príncipe polaco resultó en la adquisición de dibujos y pinturas.  En 1630, Reni pintó el Pallion del Voto con imágenes de los santos Ignacio de Loyola y Francis Xavier, pintados durante la plaga de 1630 que afligió a Bolonia.
En la década de 1630, el estilo de pintura de Reni se volvió más suelto, menos empastado y dominado por colores más claros. Un jugador compulsivo, Reni a menudo estaba en problemas financieros a pesar de la constante demanda de sus pinturas. Según su biógrafo Carlo Cesare Malvasia, la necesidad de Reni de recuperar las pérdidas de juego resultó en una ejecución apresurada y múltiples copias de sus obras producidas por su taller.  Entre las pinturas de sus últimos años hay muchas obras inacabadas.
Los temas de Reni son principalmente bíblicos y mitológicos. Pintó pocos retratos; los de Sixto V y el cardenal Bernardino Spada se encuentran entre los más notables, junto con uno de su madre (en la Pinacoteca Nazionale di Bologna) y algunos autorretratos tanto de su juventud como de su vejez. (La llamada "Beatrice Cenci", anteriormente atribuida a Reni y alabada por generaciones de admiradores, ahora se considera como una atribución dudosa.  Beatrice Cenci fue ejecutada en Roma antes de que Reni viviera allí y, por lo tanto, no podría haberse sentado por el retrato.) Muchos grabados se atribuyen a Guido Reni, algunos después de sus propias pinturas y otros después de otros maestros.  Son enérgicos,  en un estilo ligero de líneas y puntos delicados. La técnica de Reni fue utilizada por la escuela boloñesa y fue el estándar para los grabadores italianos de su tiempo. 
Reni murió en Bolonia en 1642. Fue enterrado allí en la Capilla del Rosario de la Basílica de San Domenico; La pintora Elisabetta Sirani, cuyo padre había sido alumno de Reni y que algunos consideraban la reencarnación artística de Reni, fue enterrada más tarde en la misma tumba.
Reni fue el artista italiano más famoso de su generación.  A través de sus muchos alumnos, tuvo una amplia influencia en el barroco posterior. En el centro de Bolonia estableció dos estudios, repletos de casi 200 alumnos. Su alumno más distinguido fue Simone Cantarini, llamado Il Pesarese,  quien pintó el retrato de su maestro ahora en la Galería Boloñesa.  Otros alumnos boloñeses de Reni incluyeron a Antonio Randa (al principio de su carrera considerado el mejor alumno de Reni, hasta que intentó matar a su maestro), Vincenzo Gotti,  Emilio Savonanzi,  Sebastiano Brunetti, Tommaso Campana,  Domenico Maria Canuti,  Bartolomeo Marescotti,  Giovanni Maria Tamburino,  y Pietro Gallinari (Pierino del Signor Guido).
Otros artistas que se entrenaron con Reni incluyen a Antonio Buonfanti (il Torricello), Antonio Giarola (Cavalier Coppa), Giovanni Battista Michelini, Guido Cagnacci,  Giovanni Boulanger de Troyes,  Paolo Biancucci de Lucca,  Pietro Ricci o Righi de Lucca,  Pietro Lauri Monsu,  Giacomo Semenza,  Gioseffo y Giovanni Stefano Danedi,  Giovanni Giacomo Manno,  Carlo Cittadini de Milán,  Luigi Scaramuccia,  Bernardo Cerva,  Francesco Costanzo Cattaneo de Ferrara,  Francesco Gessi y Marco Bandinelli.
Más allá de Italia, la influencia de Reni fue importante en el estilo de muchos artistas barrocos españoles, como Jusepe de Ribera y Murillo.  Pero su trabajo fue particularmente apreciado en Francia — Stendhal creía que Reni debía haber tenido "un alma francesa" e influyó en generaciones de artistas franceses como Le Sueur, Le Brun, Vien y Greuze;  así como en posteriores pintores neoclásicos franceses. En el siglo XIX, la reputación de Reni disminuyó como resultado de un cambio de gusto, personificado por el juicio censurador de John Ruskin de que la obra del artista era sentimental y falsa. Se produjo un renacimiento del interés en Reni desde 1954, cuando se realizó una importante exposición retrospectiva de su obra en Bolonia. 

La crucifixión de San Pedro
La Crucifixión de San Pedro, encargada por el Cardenal Pietro Aldobrandini para San Pablo alle Tre Fontane, marcó el primer éxito romano de Guido Reni, quien la realizó entre 1604-1605. Trasladada al Palacio Pontificio del Quirinal (1787 aprox.), fue llevada a París en 1797 y, tras ser devuelta, entró a formar parte de la Pinacoteca de Pío VII desde 1819.
Recién llegado a Roma, el artista boloñés fue partidario de las novedades revolucionarias de la pintura de Caravaggio, que desde el comienzo habían influido de manera determinante en la vida artística de la ciudad. Dicha influencia es evidente en la Crucifixión de San Pedro, que se inspira en el mismo tema ya tocado por Caravaggio en el cuadro para la iglesia romana de Santa María del Popolo respecto al cual, sin embargo, resulta atenuada la alta tensión dramática.
Denota su conocimiento de la tendencia claroscurista que impera en los primeros años del siglo XVII. Su composición es triangular, realizando un gran escorzo con la cabeza de San Pedro. El tratamiento de los personajes, comparando el mismo tema de Caravaggio, éste tiene un San Pedro que se “rebela” contra el martirio, expresado por su postura de elevación de la cabeza y resistencia al dolor, lo cual denota mayor realismo y naturalidad, mientras que el San Pedro de Reni, acepta el martirio sumisamente. La figura de San Pedro “se entrega” al martirio.

La matanza de los inocentes (1611)
Se conserva en la Pinacoteca Nacional de Bolonia. Fue pintado, por tanto, poco antes de su regreso a Bolonia. Basado en el Evangelio de San Mateo (2, 1-19), Reni reduce el hecho a lo esencial  y lo representa con detalle. El principio de la composición es un triángulo puesto de cabeza, cuyo vértice se balancea sobre el margen inferior del cuadro. Las dos mitades del cuadro están compuestas de forma rigurosamente simétricas: Cada figura de la mitad izquierda del cuadro se corresponde con una de la derecha. En la parte superior contrastan dos parejas de figuras, dos mujeres y dos soldados de espaldas que se vuelven mediante sus gestos hacia el espectador. La sombría arquitectura contrasta de manera eficaz con el fondo luminoso. El peso de la escena recae en la representación de la desgracia de las madres, mientras que sólo dos soldados son presentados a través de sus atroces acciones. Se le otorga un espacio más amplio al dolor de las seis mujeres, que con sus gestos patéticos y casi desfallecidas, intentan proteger a los niños de la muerte. En la parte superior aparecen dos angelitos disponiéndose a entregar las palmas, símbolo del martirio. 

Virgen de la silla
1624 - 1625. Óleo sobre lienzo, 213,8 x 137,5 cm.
La Virgen está sentada en una rica silla, contemplando con ternura al Niño que, desnudo, adopta una actitud pensativa e informal. Sobre ambos, dos angelitos coronan a María. Se ha sugerido una posible influencia del célebre mármol de la Madonna de Brujas esculpido por Miguel Ángel, con el que comparte la presencia desenfadada de Jesús niño y la solemnidad de su madre.
El descrédito del clasicismo boloñés a partir de la segunda mitad del siglo XIX provocó un cierto menosprecio hacia esta obra. Prueba de ello son los juicios severos de Pérez Sánchez, buen conocedor de la colección de pintura italiana del Museo del Prado, quien afirmó: Hoy no es tan estimada y se ve en ella obra menor de un segundo orden, siendo posible que tenga fuerte intervención del taller. La pintura, cuyo delicado estado de conservación obligó a restaurarla en 1980, fue objeto del levantamiento de los antiguos repintes que impedían contemplar su calidad. Esa intervención provocó un cambio radical de opinión, y a partir de entonces no se ha vuelto a dudar de la autoría, siendo restituida su antigua estimación.
Guido Reni se formó en el taller de Denys Calvaert. Pasó en 1594 a la Accademia establecida en Bolonia por los Carracci. Allí permaneció durante cuatro años. Al final de 1601 se estableció en Roma donde pintó para destacados mecenas, incluida la familia Borghese. Permaneció en contacto con artistas del círculo de los Carracci, como Domenichino y Albani. Su carácter rebelde, así como el incumplimiento de los plazos de entrega de algunas obras o sus numerosas deudas de juego, le llevaron a confrontaciones con sus eventuales clientes, incluido el papa. Desarrolló un estilo pictórico influido por la escultura clásica y Rafael, de formas severas y colorido vibrante, destacando sus figuras religiosas femeninas, con ojos que se alzan implorantes a la divinidad, modelo copiado posteriormente por numerosos artistas. Sus últimas obras se caracterizan por el uso de una tonalidad monocroma y formas inacabadas.
No hay datos concretos sobre la fecha de ingreso de La Virgen de la silla en la colección real española, donde ya se encontraba en el reinado de Felipe IV. El rey la destinó a la decoración del monasterio del Escorial, en cuyo capítulo prioral aparecía en 1660. Allí la vieron y alabaron el padre Francisco de los Santos en 1667, monje jerónimo del Escorial, y Antonio Ponz en 1772, autor de un libro de viajes por España que contiene relevantes informaciones artísticas.
San Sebastián
1617 - 1619. Óleo sobre lienzo, 170 x 133 cm.
San Sebastián fue un militar romano, condenado a morir asaeteado por defender su fe. Santa Irene le liberó todavía con vida y curó sus heridas. Fue un santo muy popular, pues se le atribuía poder para detener las epidemias de peste. Reni muestra el inicio de su martirio, momento en el que el santo se encomienda a Dios, con un fuerte contraste lumínico entre la figura y el paisaje del fondo, acentuando así el dramatismo de la escena. La elección de este instante permite también al artista estudiar el cuerpo humano en la tensión de una posición forzada que, a pesar del esfuerzo, consigue imbuir de su característico clasicismo. Existen dos obras similares pertenecientes una a la colección del Louvre y otra a la Dulwich Picture Gallery. 

El Apóstol Santiago el Mayor
1618 - 1623. Óleo sobre lienzo, 135 x 89 cm.
La obra representa a Santiago el Mayor, hermano de san Juan, uno de los apóstoles más cercanos a Cristo, que fue testigo de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor, le acompañó durante la Oración en el Huerto y estuvo presente en el Prendimiento. La figura del santo se representa de más de medio cuerpo y vestida con una túnica verde y un manto amarillo y forma parte de una fecunda tradición de pinturas y grabados de apóstoles que, de manera independiente o formando parte de apostolados, buscaban potenciar el papel intercesor de los santos entre Dios y los fieles, siguiendo las consignas de la Contrarreforma. Santiago dirige su mirada al cielo y con las manos unidas implora la intercesión divina. La pintura no incorpora complejos atributos iconográficos y el santo se identifica únicamente por el bordón de peregrino, que hace referencia a sus viajes evangelizadores. Según la tradición, el apóstol viajó a España y, aunque volvió a Jerusalén, donde fue martirizado, su cuerpo fue enterrado, siglos después, en Compostela, en el noroeste de España, donde en torno a su tumba se creó el segundo centro más importante de peregrinación cristiana de Europa después de Roma. Aunque fue ya tenida como obra segura de Reni por Bernard Berenson y Hermann Voss, según se recoge en la documentación conservada en el archivo del Museo del Prado, no fue publicada como tal hasta 1955, cuando Cesare Gnudi y Gian Carlo Cavalli, no sólo demostraron su carácter autógrafo, sino que también resaltaron su excelente calidad técnica. Guido Reni, que fue discípulo de los Carracci, se convirtió tras la muerte de éstos en el máximo exponente de la escuela boloñesa y en una figura clave en la proyección del barroco tanto dentro como fuera de Italia. Esta obra es buen ejemplo de cómo el artista consigue aunar el naturalismo caravaggiesco y la monumentalidad de los Carraci y muestra sus excelentes dotes como colorista y dibujante. Sus figuras idealizadas a la vez que realistas, que demuestran tanto el estudio del natural como su conocimiento del arte antiguo y de Rafael, logran hacer que sus obras resulten psicológica y emocionalmente cercanas al espectador. El Museo del Prado, entre otras obras de Reni, posee otros dos apóstoles, un san Pedro y un san Pablo, de menores dimensiones y formato ovalado, que parecen relacionados entre sí pero no con esta pintura. En el Museo de Bellas Artes de Houston se conserva otra versión de esta obra del mismo tamaño y formato, aunque seguramente posterior, y que presenta sólo ligeras diferencias, como la posición del bastón de peregrino.
Esta obra formó parte de la colección de Isabel de Farnesio, hija de Eduardo II, príncipe heredero del ducado de Parma, y una gran amante de las artes. En 1714 se convirtió en la segunda esposa de Felipe V y llevó consigo a España una nutrida colección de obras de arte -entre las que seguramente estaría esta pintura- y cuyo número iría aumentando a lo largo de los años por adquisiciones, regalos y herencias.
La Asunción y Coronación de la Virgen
1602 - 1603. Óleo sobre tabla, 77 x 51 cm.
En el centro, la Virgen coronada por dos angelitos, rodeada por la corte celestial. Abajo, ángeles músicos en las esquinas. El tema, para el cual se conocen algunos dibujos, fue muy trabajado por Guido en sus primeros años, con una cierta influencia de Aníbal Carracci en las formas torneadas de sus ángeles y en una monumentalidad grandiosa, que no es habitual en sus composiciones. Se conocen tres versiones muy semejantes, una en Bolonia, otra en Londres y la del Prado. La más tardía es la de Londres, fechable en 1607-08, mientras que la de Madrid debe situarse hacia 1602-03. Tanto la versión de Londres como la de Bolonia (la más temprana del grupo) están realizadas sobre cobre, mientras que la del Prado tiene soporte de madera y es de dimensiones algo mayores. La primera versión de Bolonia se relaciona con el encargo realizado a Reni por el abad Astorre di Vincenzo Sampieri, amigo de Aníbal Carracci y gran apasionado de su pintura. Aníbal Carracci ya había encargado a Reni con anterioridad una copia de su Cristo muerto para el mismo comitente, y Ludovico Carracci aconsejaría a Sampieri sobre las virtudes y la calidad de la pintura de Reni, circunstancias que están en el origen del encargo de la primera Asunción. Las versiones posteriores del Prado y Londres se basan en una composición similar a la obra de Bolonia pero muestran una paleta de colores más oscura y una tipología diferente en los rostros. Las versiones del Prado y Londres serían igualmente encargos privados en su origen, siguiendo la línea del primero realizado por la familia Sampieri, famosa por la amplitud y calidad de su colección de pintura, que estaba expuesta en el siglo XVII en el palacio Sampieri.

Martirio de Santa Apolonia
1600 - 1603. Óleo sobre lámina de cobre, 28 x 20 cm.
Santa Apolonia fue una de las vírgenes martirizadas en Alejandría (Egipto) en el siglo III d. C., en plena persecución religiosa a los cristianos. En esta pequeña lámina sobre cobre el pintor boloñés plasma el momento en que la santa, atada a un poste, es torturada por dos verdugos, que le extraen los dientes con grandes tenazas. Ello explica que su atributo identificativo suela ser dicho instrumento, a veces incluyendo dientes, y que se la invoque contra el dolor de muelas. Obra representativa del periodo juvenil de Reni, muestra su admiración por Rafael y su paso por la academia de los Carracci, lo que es especialmente perceptible en la simetría de la composición y en el modelo femenino y demuestra desde el inicio su vinculación con la tendencia clasicista del arte Barroco.

Hipómenes y Atalanta
1618 - 1619. Óleo sobre lienzo, 206 x 297 cm.
Se trata de una de las obras más célebres y controvertidas de este artista y, en términos generales, del barroco boloñés. Ese cuadro formó parte de la colección del marqués Giovan Francesco Serra, colección que fue adquirida en 1664 por Gaspar Bracamonte y Guzmán, conde de Peñaranda y virrey de Nápoles desde 1658 a 1664, con destino a Felipe IV.
La historia narra cómo Atalanta, hija de un rey de Arcadia, se había ofrecido en matrimonio a aquél que fuera capaz de vencerla en la carrera, deporte para el que había alcanzado una habilidad sobresaliente. El castigo establecido para todos aquellos que fueran derrotados era la muerte. A pesar del riesgo, Hipómenes aceptó el desafío contando para ello con la ayuda de Venus, que le proporcionó tres manzanas de oro que el joven fue arrojando a su paso, logrando con ello retrasar a Atalanta que se detuvo a recogerlas. Sin embargo, una vez casados, Hipómenes olvidó agradecer la ayuda de la diosa que había propiciado su victoria, la cual terminó metamorfoseando a los dos en leones. Reni resuelve la composición colocando ambas figuras en primer plano, creando así una estructura diagonal que refleja un momento concreto de la narración, cuando Hipómenes lanza una manzana que Atalanta recoge, circunstancia que al final será la causa de su derrota. Muchas de las características esenciales del arte de Reni están presentes en esta pieza fundamental de su catálogo. Su clasicismo se manifiesta, no como ropaje arqueologizante sino más bien como motivo de reflexión formal, en las vigorosas anatomías o en la distribución en friso de los personajes que interpretan el drama. Y también, en un terreno diferente, en su ideal de belleza, que se manifiesta en la perfección formal de los cuerpos desnudos, en su equilibrio casi simétrico y en sus cualidades dramáticas, que se expresan a través de unas actitudes contenidas, a pesar de que se encuentran en medio de una carrera que decidirá el destino de ambos jóvenes. En todo ello, el color desempeña un papel fundamental. Los objetos más luminosos son, precisamente, los cuerpos de los protagonistas, a los que se dirigen los ojos del espectador, mientras que el resto -el cielo, las nubes, la tierra...- adquiere un monótono color pardo, rojizo y gris, que permite centrar la atención sobre el drama representado en el primer plano. 

San José y el niño Jesús, 1640
Las figuras se destacan fuertemente iluminadas por una diagonal procedente de la esquina superior izquierda. El haz de luz provoca fuertes contrastes en los ropajes, que aparecen dinamizados por efectos de sombras muy caravaggiescos. La utilización de brillantes colores púrpura, blanco y anaranjado, organizados mediante un dibujo claro y preciso, provienen en cambio de la estética de los Carracci. El tratamiento hiperrealista de las arrugas del rostro y de las canas del cabello y la barba de José entroncan con José de Ribera. Y finalmente, el Niño muestra un aspecto rollizo, intensificado por encarnaciones en las piernas y hoyuelos en las ingles y los brazos, lo que le confiere una dimensión más humana que divina, algo característico de la estética barroca.
El tema de San José con el Niño fue especialmente desarrollado durante la Contrarreforma Católica, debido a la difusión de un nuevo modelo de espiritualidad más humanizada, por parte de figuras como Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz y San Ignacio de Loyola. Al contrario que en el Protestantismo, la Iglesia Católica valoró las obras de arte como vehículos adecuados para el conocimiento de la Historia Sagrada y para la devoción religiosa. La intercesión de los santos fue uno de los dogmas de fe reafirmados en el Concilio de Trento, así que imágenes como la de Guido Reni fueron muy demandadas para su colocación en capillas y oratorios, tanto públicos como privados.
De acuerdo con los Evangelios de Mateo y Lucas, y sobre todo a raíz de la descripción que dan de él los documentos apócrifos, al padre de Jesús se le solía representar como un hombre sabio y justo, que trabajaba de carpintero y ayudaba en la educación y custodia del Niño Jesús. Para resaltar esta responsabilidad, y también para expresar la paternidad divina de Cristo, San José es frecuentemente retratado como un anciano, o al menos, mucho mayor que la Virgen María. También aparece experimentando visiones durante el sueño, en las que es  advertido por los ángeles del Señor, como cuando le exigen que no repudie a María por hallarse embarazada, o cuando le avisan del peligro que se cierne sobre el recién nacido y le aconsejan huir a Egipto para escapar de la persecución de Herodes. Entre sus atributos más característicos se encuentra una vara de madera seca de la que salen flores; se basa en una tradición popular que decía que por causa de este milagro fue elegido por Dios como esposo de María.
En el cuadro de Guido Reni el detalle iconográfico más interesante es el de la manzana que Jesús sostiene junto a la barba del anciano. Es el fruto del árbol del Jardín del Edén, que fue tomado sin permiso por Adán y Eva, lo que provocó su caída. La presencia de este símbolo entre las manos del Niño hace referencia a su misión redentora; Él ha venido al mundo para perdonar a los hombres del pecado original e iniciar una nueva era de salvación. Y esto es, en esencia, lo que los cristianos celebran en Navidad, la llegada o el nacimiento del Salvador.

Cleopatra
Hacia 1640. Óleo sobre lienzo, 110 x 94 cm.
Curiosamente no existen menciones de esta pintura en los inventarios de las Colecciones Reales anteriores a 1814, por lo que cabe pensar sea una adquisición de Carlos IV y no de sus regios predecesores en el trono español, Austrias o Borbones. Se conocen varios ejemplares de este asunto de composición y calidad bastante semejante -Roma, Galleria Capitolina; Florencia, Galleria Palatina; col. Sir Denis Mahon-, lo que abona la teoría de que fue un tema popular entre los coleccionistas e indudablemente de su agrado por el carácter de blando dramatismo que posee, avivado aún más por la singular biografía del personaje, cuyo trágico destino final aquí se relata con tanta sensualidad como espíritu declamatorio. Con el ejemplar que mantiene estrecha relación es con el de la Colección Real Británica, en Hampton Court. Levey y Pepper estiman que la obra del Prado es una copia de aquél; Spear, por el contrario, comenta que posee una calidad tan alta que no debe ser rechazado categóricamente, especificando que debe ser una excelente obra de taller y Pérez Sánchez la cree original indiscutible, aunque tardío. Cleopatra VII (69-30 a.C.), soberana de Egipto y última representante de la postrera dinastía, la Ptolomaica, habiendo sufrido sucesivas derrotas sus ejércitos y los del romano, Marco Antonio, su amante y monarca consorte, viendo todo perdido y contemplando muerto a aquél, que todo lo había compartido con ella, optó por el suicidio. Era la vía más cómoda para no caer en manos del enemigo de ambos, Octavio Augusto (63 a. C.-14 d. C.), el primer emperador romano de la dinastía Julia-Claudia quien cercaba con sus victoriosos destacamentos Alejandría, la brillante capital del imperio egipcio. Con objeto de sufrir lo menos posible, y al parecer después de haber ensayado en otros seres distintos venenos, según relata la crónica escandalosa de su reinado, a mitad de camino entre la verdad y la leyenda, se hizo llevar un canastillo con frutas entre las cuales había ordenado disponer una serpiente -el famoso aspid- pequeña pero letal por el fulminante veneno que su picadura transmitía (seguramente una cobra, cuyo nombre en griego es aspis). En consecuencia, Guido Reni escogió para su escena el momento crucial de la mordedura. A tal efecto se observa a la desdichada reina, recostada y vestida con una túnica blanca ribeteada de verde y semienvuelta en un manto rojo, que ha colocado la mano izquierda sobre el cestillo de frutas y flores mientras con la diestra mantiene a la sierpe que se aproxima a su seno desnudo. La composición es típica del Barroco -contrastes de luces y sombras, acusada teatralidad, juego de diagonales- destacando la cabeza, que inclinada hacia atrás permite a la modelo dirigir la mirada a las alturas, gesto que aunque tiene sus raíces en las novedades del Manierismo, alcanza pleno desarrollo en el siglo XVII; es un modo, para el pintor, de mostrar una actitud doliente y al tiempo rica en prosopopeya por lo que tiene de teatral, con objeto de expresar el término de la existencia de una manera digna y contenida, propia de una dama de alta posición. El carácter tardío de la obra -fines cuarta década del XVII, comienzos de la quinta- en la peripecia biográfica y estética de Reni se colige de la levedad de las tonalidades, lo que denota una economía en el cromatismo y ciertas variantes que van del blanquecino al verdoso. Malvasía, el tratadista de la pintura boloñesa, escuela a la que pertenece Guido Reni, expone, en 1678, que para las Lucrecias, Cleopatras y otras, se sirvió como modelos de las condesas Bianchi y Barbacci..., información que prueba que realizó diferentes versiones, cuando menos de aquellas figuras históricas y que las imágenes fueron realizadas a partir de estudios del natural, de personas coetáneas. El artista ha logrado también que el espectador aprecie la potencia del volumen de la figura iluminándola con acierto y recortándola sobre un fondo oscuro que es herencia de sus conocimientos del tenebrismo de Caravaggio y su escuela, movimiento en el que militó a comienzos de su carrera.
GIOVANNI LANFRANCO (1581-1647)
Nació en Parma. Trabajó allí junto a Sisto Badalocchio, bajo la dirección de Agostino Carracci, estando activo en los primeros años del siglo XVII y después de la muerte de Agostino en 1602, ambos artistas se unieron a Annibale en Roma. Lanfranco fue eclipsado por Domenichino en las dos primeras décadas del siglo, pero eventualmente alcanzó la fama a costa de su rival y en los años veinte aseguró su posición como el primer pintor de Roma. Dosso también está en su línea lumínica. Si se le suma la pintura veneciana, veremos lo que será la pintura de Lanfranco. Se caracteriza por composiciones de fuerte carácter decorativista. La enemistad con Domenichino fue debida seguramente a su incompatibilidad artística, pues Lanfranco, que venía de la ciudad de Correggio, había adoptado una paleta  característicamente parmesana y defendía siempre la libertad pictórica en contraste con la rígida técnica de su oponente. Efectivamente, la antigua polémica entre el color y el dibujo, que durante un tiempo Annibale había resuelto, fue resucitada de nuevo. Trabajó en Roma, donde lo encontramos ocupado en todos los más importantes frescos del grupo boloñés, a menudo, sin embargo, en un puesto secundario. Empezó quizás como ayudante de Annibale en la Galería Farnese. La influencia de Lanfranco sobre Domenichino comenzó con los frescos de San Agostino y su valor artístico se confirma con los frescos del inmenso techo de la Villa Borghese de 1624. Una enorme falsa cornisa está sostenida por extravagantes cariátides color piedra entre las que se ve el cielo abierto. Este marco grandioso y al mismo tiempo fácil, revela un enorme talento decorativo. Marcha a Nápoles. En esta última decora Il Gesú Nuovo y la iglesia de los Santos Apóstoles, la de San Genaro y en el Duomo continuó la labor de Domenichino.  En su etapa romana trabajó en la cúpula de Sant’Andrea della Valle. Se enfrenta con Domenichino y sigue sus mismos esquemas en la Valle y en el Duomo de Nápoles. Pinta el tema asuncionista con influencias de Correggio, denominada La Virgen en la Gloria, entre 1625 y 1627. Todo gira como un torbellino en torno al espacio central que es una fuente lumínica. Este tipo de pintura se denomina sotto in su ó sotinsú, que es la perspectiva desde abaja hacia arriba, una fuerte perspectiva de abajo arriba. Las pechinas de la cúpula fueron pintadas por Domenichino en 1622 y se observa como a este superclásico le atraía la tendencia barroca. Esto se ve claramente en los Evangelistas de estas pechinas, donde se suma a las reminiscencias de Rafael y Miguel Ángel un fuerte acento a lo Correggio. También pinto escenas de San Andrés en el ábside de la iglesia. 

Jesús atendido por los ángeles, 1616
La obra procede de un juego originalmente compuesto por nueve paneles de los que solo han sobrevivido dos: el comentado y otro, titulado María Magdalena criada por ángeles. Fueron utilizados para decorar un palacete anejo al Palacio Farnese. El cardenal Odoardo Farnesio fue el que le hizo el encargo a Lanfranco.
La obra se centra en el episodio bíblico de las tentaciones de Jesús, narradas en los evangelios de Mateo y Lucas. Al concluir estas, el relato bíblico señala que los ángeles ministraron o atendieron a Jesucristo. ​Representado como parte de la escena principal en algunas ocasiones (como en Las tres tentaciones de Cristo de Sandro Botticelli en la Capilla Sixtina), ​otros autores representan solo el servicio dado a Jesús al terminar la tentación, como Charles Le Brun (Cristo en el desierto servido por ángeles).
Jesús, recostado sobre unas rocas en medio de un paisaje desértico, propio de los alrededores de Judea, recibe alimentos y agua por parte de un grupo de ángeles. Cristo es representado vestido con una túnica colorida. 

La Anunciación (Giovanni Lanfranco
Es el retablo principal de la primera capilla a la derecha en la iglesia de San Carlo ai Catinari en Roma, Italia.
La pintura de la Anunciación representa al arcángel Gabriel, en lo alto de una nube, revelando a la Virgen María que estaba embarazada de Jesús (Lucas 1: 10-20 Biblia King James). El arcángel, cuyo rostro está en las sombras, señala los cielos. Arriba, un grupo de querubines abre los cielos para permitir que la luz caiga sobre la Virgen y para permitir el descenso (en forma de paloma) del Espíritu Santo. El borde de una cortina naranja, iluminada desde arriba, crea una diagonal que se eleva desde la derecha del lienzo, detrás de la Virgen, hasta las nubes. La cara de Mary está inundada de luz, mientras que sus manos adoptan la postura recatada de la preocupada sorpresa. En una superficie frente a María está el símbolo iconográfico común de la Anunciación, lirios blancos. En el piso hay una canasta y una sábana vacías, presagiando al niño que viene. La pintura tiene sorprendentes contrastes de claroscuro, con un fondo principalmente oscuro detrás de María y el Arcángel.
La fecha de la pintura se informa como 1616 o 1624. Hay una segunda versión más pequeña de La Anunciación de Lanfranco, que ahora se exhibe en el Museo del Hermitage en San Petersburgo, Rusia. Si bien muchos de los elementos iconográficos son similares, esta pintura tiene mucho menos tenebrismo: una cama y un paisaje se pueden visualizar en el fondo. Esta pintura estaba anteriormente en la colección de Francois Tronchin en Ginebra.  Finalmente, otro lienzo de la Anunciación (1636) atribuido a Lanfranco se exhibe en la iglesia de las Agustinas Recoletas en Salamanca.

GIOVANNI FRANCESO BARBIERI “IL GUERCINO” (1591-1666)
Nació en Cento, cerca de Bolonia, donde ejerce su profesión,  pero tras la muerte de Reni, lo hizo en la ciudad de Bolonia. Es un pintor de una generación posterior a los artistas comentados que sirve de nexo entre la primera y segunda mitad del siglo XVII. En Bolonia se formó en la Academia de Ludovico Carracci, quien, ya mayor, siguió formando artistas. A pesar de su formación académica, Guercino fue un autodidacta. Viajó a Venecia, conociendo la pintura veneciana. Viajó a Mantua y conoce la pintura de Pedro Pablo Rubens. En 1621 fue llamado a Roma por Gregorio XV. Aquí residió solamente durante los dos años que duró su pontificado. Aquí realizó, como obra principal, la decoración del Casino Ludovisi, Cardenal sobrino del Papa. Guercino dotó a sus obras, mediante una fuerte emoción y el uso de perspectivas, de un dramatismo que se anticipa como tendencia del Barroco temprano al estilo del Barroco pleno de Cortona. Su pintura es vitalista y muy lumínica, comportándose como un gran colorista. 

Susana y los viejos [Guercino] 1617, óleo sobre lienzo, 176 x 208 cm
Susana y los viejos es un excelente ejemplo del estilo de la primera madurez de Guercino, pintado unos cuatro años antes de que el artista dejara su Cento natal para trasladarse a Roma, que en 1621 marcó un punto de inflexión en su carrera. El tema es una historia bíblica contada en el libro de Daniel. Susana era la joven esposa, piadosa y bella, de Joaquín, un judío de Babilonia próspero y respetado. Dos jueces viejos que frecuentaban la casa se enamoraron de ella. Un día entraron a escondidas en el jardín donde Susana acudía a bañarse en una fuente, e intentaron que se les entregara bajo la amenaza de acusarla de adulterio. ­Susana no cedió al chantaje y los viejos cumplieron la amenaza. ­Como eran jueces se les creyó, y la inocente mujer fue condenada a muerte. Pero un inteligente joven llamado Daniel puso al descubierto el engaño; Susana quedó salvada, y los condenados fueron los jueces por acusarla falsamente. El asunto fue popular entre los artistas y sus clientes desde mediados del siglo XVI por la ocasión que brindaba de mostrar el desnudo femenino. Los pintores solían representar la escena en que los viejos mani­fiestan sus intenciones a Susana, pero aquí Guercino ha reflejado el momento inmediatamente anterior: los viejos gesticulan rebosantes de excitación al verla desnuda, y ella, ensimismada en el baño, aún ignora su presencia. El viejo de arriba parece hacer señas al espectador e implicarle así en la escena de ­voyeurismo. La utilización dramática del claroscuro realza el contraste entre la pureza inocente de la joven, de piel pálida y luminosa, y la lasciva malevolencia de los arrugados ancianos. Susana y los viejos es una de las cuatro pinturas de gran ­formato que Guercino ejecutó en 1617-1618 para el cardenal Alessandro Ludovisi, arzobispo de Bolonia y uno de los más importantes mecenas de su juventud, que más tarde sería papa con el nombre de Gregorio XV (1621-1623). Las otras tres son Lot y sus hijas (El Escorial), Vuelta del hijo pródigo ahora muy deteriorada ­(Galleria Sabauda, Turín) y La resurrección de Tabita (Palazzo Pitti, ­Galleria Palatina, Florencia). La Susana fue pintada para hacer pareja con el ligeramente anterior Lot, y ello, sin duda, influyó en aspectos de su composición. Ambos cuadros están inventariados en las colecciones romanas de los Ludovisi en 1623 y 1633, y en Roma los reseñó también el biógrafo de artistas Passeri. En 1664 el príncipe Niccolò Ludovisi los legó a Felipe IV de España, y fueron enviados a El Escorial. La Susana pasó al Palacio Nuevo de Madrid antes de 1814, y de allí al Prado. En su Felsina pittrice de 1678, el biógrafo Malvasia, generalmente bien informado en lo referente a Guercino, fechó su trabajo para el cardenal Ludovisi en 1618, pero por otros testimonios parece probable que al menos tres de los cuadros, y entre ellos la Susana, fueran pintados el año anterior. Dos cartas de julio y octubre de 1617 del veterano pintor Ludovico Carracci a su amigo Ferrante Carlo comentan en términos muy elogiosos la presencia de Guercino en Bolonia, ocupado en «ciertas pinturas» para el cardenal arzobispo que está llevando a cabo «heroicamente». En la segunda de esas cartas añade ­Carracci que Guercino «pinta con suma felicidad de invención; es gran dibujante y acertadísimo colorista, un monstruo de la naturaleza y prodigio que asombra al que ve sus obras [...] y deja en la sombra a los mejores pintores». Todo anima a pensar que la Susana estuviera entre las pinturas a las que se refería Ludovico, ya que Malvasia consignó en una nota manuscrita que Ludovisi pidió consejo al maestro de más edad sobre cuánto se debería pagar a Guercino por el Lot, la Susana y el Hijo pródigo (su sugerencia de 70 escudos por cada uno se juzgó exagerada, y parece ser que Guercino se contentó con 75 escudos por los tres). En qué medida los encargos de Ludovisi fueran realizados por Guercino en Bolonia y no después de regresar a Cento, donde tenía su taller, es discutible. La anécdota que cuenta Malvasia de que la modelo para la figura de Susana fue una hermosa mujer que estaba en la prisión arzobispal parece inventada. El primer estilo de Guercino, muy personal y dramático, estaba plenamente formado cuando pintó esta obra. Aunque en la composición hay huellas del gran grabado de Annibale Carracci sobre el tema, ejecutado más o menos hacia el año en que Guercino había nacido, la pintura del Prado es digna de nota por la novedad del planteamiento. Guercino fue un dibujante brillante y prolífico, que solía explorar cada composición en múltiples esbozos preparatorios antes de tomar los pinceles, por lo que es sorprendente que no se conozcan dibujos preparatorios para ésta (para su pareja Lot y sus hijas hizo no menos de seis estudios compositivos). Probablemente en 1618 pintó una ­segunda Susana y los viejos, muy diferente de composición, para monseñor Carafa, vicedelegado en Ferrara (durante mucho tiempo perdida y ahora localizada en una colección particular italiana), y una encan­tadora obra de asunto conexo, el ­Paisaje con mujeres bañándose (Museum Boijmans van Beuningen, Róterdam). Mucho después, en 1649-1650, volvió a pintar el tema de Susana para un cliente de Reggio Emilia (Galleria Nazionale, Parma). La comparación de esa pintura con la del Prado ofrece un ejemplo muy instructivo del profundo cambio que experimentó su estilo en treinta años. El aprecio del cardenal Ludovisi por Susana y los viejos y las restantes obras que Guercino pintara para él en Bolonia tuvo repercusiones importantes en la carrera del artista, ya que al ser elevado Ludovisi al solio pontificio le llamó a Roma. Entre las obras de importancia que Guercino hizo allí se cuentan el célebre fresco de La Aurora en el techo del Casino Ludovisi y un enorme ­cuadro de altar para la basílica de San Pedro, El entierro de santa Petronila y su recepción en el Cielo (ahora en la Pinacoteca Capitolina, Roma).

Aurora, Guercino, (1621)
Algunos años después de que Guido Reni realizó su fresco en el Casino de la Aurora en Roma, Guercino realiza este fresco para la Villa Boncompagni Ludovisi, cerca de la misma ciudad. El artista pintó en el techo una extensión de la arquitectura del lugar, además de que dibujó un fondo celeste, dando la apariencia como si se "abriera" el techo. Este efecto se denomina "quadrattura" en italiano, que significa "cuadratura". En la escena, pareciera como si Aurora estuviera suspendida en el cielo en su carruaje. Es efecto fue copiado en otros edificios en Roma, como en la Iglesia de San Ignacio, a cargo de Andrea Pozzo.
El carro de la Aurora está enganchado a dos caballos fogosos. En un ángulo del cuadro aparece el viejo Titón levantando un velo. Esta cabeza expresa la sorpresa de ver partir a la Aurora, que va esparciendo flores; la preceden las Horas y disipa las tinieblas.
La Noche, que duerme con un libro abierto ante ella y la cabeza apoyada en la mano, nos ha parecido superior a todo elogio. Esta naturalidad contrarresta la atrevida ficción representada por el asombro del viejo Titón viendo partir a la Aurora. A pesar de su frialdad aparente, se ve que el Guercino tenía la sublime inteligencia de su arte.
El Lucifer es encantador: es un genio alado con una antorcha.
Hemos reparado, en ambos lados del gran fresco, en unos niños de una composición muy picante. ¿Será necesario decir que el vigor del claroscuro alcanza el mayor grado posible en la obra maestra de un maestro tan célebre por esta clase de mérito?”

Jesús y la samaritana en el pozo hacia 1640 – 1641. Óleo sobre lienzo. 116 x 156 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
El encuentro entre Jesús y la samaritana aparece recogido sólo en el Evangelio de san Juan. Jesús, de camino a Galilea, llegó a la ciudad de Samaria, Sicar, y mientras los discípulos se acercaron a la urbe para comprar provisiones, Él se sentó a descansar junto a una fuente. Al pozo se acercó una mujer para sacar agua a la que Jesús pidió de beber. Ésta, ante este hecho sorprendente, le preguntó cómo un judío le pedía agua, cuando samaritanos y hebreos no se trataban. La mujer, que había tenido cinco maridos y vivía con un hombre, como registran las palabras de Cristo en el pasaje, inició un diálogo con el Salvador que asombró a los discípulos cuando éstos regresaron de la ciudad, ya que no era costumbre entablar conversación con mujeres desconocidas. Este episodio, al pie de un pozo, donde se habla del agua del bautismo, ha simbolizado, entre otros aspectos, la conversión de los gentiles por la palabra.
El tema de Cristo y la samaritana aparece mencionado en tres ocasiones en el Libro dei conti del Guercino, registro de pinturas y encargos con sus pagos correspondientes que llevó hasta su muerte, en 1649, el hermano del pintor, Paolo Antonio, y que algún miembro del taller continuó tras su fallecimiento. La identificación de la obra del Museo Thyssen-Bornemisza en este documento fue sugerida por Carlo Volpe en una carta y recogida por primera vez por Gertrude Borghero en los catálogos de la Colección. Esta pintura se ha identificado con la descrita en el asiento 216 del libro de cuentas, que fue pintada para Giuseppe Baroni de Lucca y por la que pagó cien ducados. Este cliente pagó la obra fraccionadamente, abonando el 22 de marzo de 1640 treinta ducados y el 14 de noviembre del mismo año setenta. En ambos momentos se utilizó al mismo intermediario, Lorenzo Paoli. La pintura que figura en este libro de cuentas con el número de asiento 254, por la que se abonó también cien ducados y que perteneció al abad Bentivoglio, es la versión que de este mismo tema se conserva en Ottawa, en la National Gallery of Canadá y cuyo pago se efectuó el 29 de mayo de 1641. La tercera obra con el tema de la samaritana registrada en este libro de cuentas fue realizada para Girolamo Panesi, y se ha identificado con el óleo de la colección del Banco di San Geminiano e San Prospero en Modena.
La tela del Guercino recoge un momento del diálogo entre Cristo y la samaritana. Las figuras, de medio cuerpo y en primer término, se agrupan en torno al brocal del pozo donde ha acudido con su cántaro la samaritana. El encuentro, que tiene lugar a las afueras de la ciudad, se envuelve en un sereno paisaje donde el celaje adquiere, con sus nubes deshilachadas horizontalmente, un protagonismo notable. El óleo pone de manifiesto la maestría del Guercino en el dominio del lenguaje de los gestos y de las expresiones, como la mirada que irradia la mujer hacia el desconocido que le habla y la postura de Cristo, especialmente expresiva al buscarse su perfil, y acentuar su presencia con el movimiento y el ademán de su mano derecha. En la composición, equilibrada y con notas clasicistas, no se descuida el tratamiento de elementos secundarios como el cántaro, la cuerda, el gancho o las piedras del brocal del pozo, donde se busca la calidad. Tampoco se olvida la textura, en los paños que cubren a las figuras y que se tratan de forma realista.
Los personajes, concebidos con fuertes dosis de idealización, corresponden a tipos que, como en el caso de la samaritana, fueron empleados por el pintor en otras composiciones. Entre los ejemplos más llamativos donde repitió este modelo se encuentra la Virgen de la pintura de la iglesia de San Martino en Senigallia.
La pintura entró en la colección Thyssen-Bornemisza en 1976, procedente de la colección del marqués Paolo dal Pozzo en Milán. 

San Pedro liberado por un ángel
Hacia 1622. Óleo sobre lienzo, 105 x 136 cm.
Un ángel de aspecto juvenil, con cabellos rizados, muestra imperiosamente a un asombrado san Pedro, representado como un hombre de edad avanzada, confinado en una prisión, el camino de la libertad; en segundo término el carcelero, revestido de armadura, duerme ajeno a la acción que acontece a su espalda. Los dos protagonistas principales aparecen con indumentaria vagamente clásica: la del ángel, sencilla pero suntuosa, está acorde con su naturaleza celeste y su belleza ideal; por el contrario, el primer papa aparece envuelto en ropajes andrajosos, en razón de su precaria situación en el interior de una mazmorra. El asunto se basa en una supuesta anécdota de su vida. Durante la persecución de los apóstoles por Herodes, cuando Santiago el Mayor fue ejecutado, san Pedro fue encerrado en una prisión. Mientras dormía se le apareció un ángel en su celda diciéndole que se levantase y huyera, lo que hizo sin ser descubierto. El episodio posee el valor simbólico de que la Iglesia siempre se salvará de las asechanzas de sus enemigos. La composición se desarrolla en un riguroso primer término y los personajes fundamentales se aprecian tratados con gran lujo de detalles. La luz penetra desde la derecha del lienzo iluminando fuertemente el conjunto, de modo que el claroscurismo, hábilmente difundido sobre la superficie de la tela, provoca una formidable expresividad plástica que dota de los adecuados volúmenes a la escena. Es obra relativamente juvenil y, al igual que el cuadro San Mateo y el ángel (Pinacoteca Capitolina, Roma) puede ser emplazada, desde el punto de vista de la cronología, hacia la mitad de la estancia de Guercino en Roma. Curiosamente, considerando la gran cantidad de dibujos que realizó este artista, hasta el momento no se ha podido relacionar ninguno, mediando absoluta certeza, con la pintura del Prado; sin embargo las características técnicas y estéticas son las propias de esta etapa del autor. Cabe pensar que el lienzo de Madrid sea rigurosamente contemporáneo de Santa Petronila sepultada y acogida en el Cielo que debe haber sido ejecutada durante los primeros meses de 1622 y comienzos de 1623. En San Pedro liberado por un ángel se advierte una analogía en el énfasis puesto en la solidez de las imágenes que se acentúa por la potencia del juego de luces. Es sorprendente la manera en que en esta obra Guercino renuncia a los elementos accesorios innecesarios que sólo poco tiempo atrás parecían ser uno de los fines esenciales de sus creaciones. Otro detalle a subrayar es el rico cromatismo resuelto con unas tonalidades intensas de espléndido efectismo. En las fuentes antiguas no se menciona al pintor en relación con España; sin embargo el biógrafo de artistas Carlo Cesare Malvasia, en su Felsina Pittrice (1678) comenta que Guercino entregó cuadros en Roma a los Padres Capuchinos, quienes en sus empresas misioneras llevaron a la América española -según el texto a las Indias- imágenes de la Virgen que en algunos lugares fueron consideradas milagrosas. No han aparecido datos que lo prueben ni se han descubierto originales o copias de tales creaciones, si es que existieron; dado su carácter de milagrosas, hubiesen sido populares, suscitando copias más o menos fidedignas a cargo de artistas locales. Cuando menos, Velázquez, durante su primer viaje a Italia, se detuvo en Cento, probablemente para conocer al maestro, ya por entonces bastante famoso.
San Jerónimo y un rabino
Hacia 1622. Óleo sobre lienzo, 100 x 126 cm. No expuesto
San Jerónimo señala, con el dedo índice de su mano izquierda, una página en hebreo que le presenta un rabino; mientras que con la mano derecha se dispone a escribir. Alusión a la traducción hecha por el santo de los textos bíblicos.
Atribuido en el catálogo de 1872 a Benedetto Gennari, el sobrino y discípulo de Guercino, que imita tan literalmente los modos de su tío y maestro. Pérez Sánchez en un primer momento lo creyó obra de Cesare Gennari, pero posteriormente lo fecha hacia 1620-1625 y lo considera como de mano de Guercino.
El hecho de que otro ejemplar, idéntico pero de calidad inferior, se guarde en la Walker Art Gallery, de Liverpool (Inv. 2.779. Catalogue Foreing School, p. 75), parece indicar la existencia de un original de Guercino, desconocido hasta ahora. La calidad del ejemplar del Prado es considerable, y se conecta muy bien con la producción de Guercino hacia 1620-25. Las dimensiones son las mismas del cuadro de San Pedro en la cárcel, que, a su vez, son las habituales en los lienzos de medias figuras salidos de su taller. Podría, problemáticamente, identificarse con el San Jerónimo citado por Ponz y Conca en la Sacristía del Escorial, indicando que era de su estilo más dulce, aunque quizá no convenga esto exactamente al estilo de esta composición. No se corresponde con ninguno de los muchos cuadros de San Jerónimo que se citan, sin nombre de autor, en los inventarios reales.

Magdalena penitente
1645 - 1649. Óleo sobre lienzo, 119,8 x 101,2 cm. No expuesto
María Magdalena es una de las santas más célebres del cristianismo, por haber conocido a Cristo y porque representó el paradigma de la mujer arrepentida. En su etapa de vida mundana suele caracterizarse con ricas vestiduras. Cuando se muestra como mujer arrepentida -como en esta pintura de Guercino- aparece semidesnuda y con largos cabellos, adorando el crucifijo. Otros dos de sus atributos más reconocibles, no presentes en esta obra, son la calavera -símbolo de la meditación sobre la muerte- y el vaso de perfumes, con el que lavó los pies de Cristo.
A diferencia de otras pinturas de Guercino en el Museo del Prado, Magdalena penitente es una obra todavía poco conocida. Efectivamente, no fue incluida en los estudios que rehabilitaron la figura del artista, como los de Nefta Barbantini o Denis Mahon, ambos publicados en 1968, a pesar de que el profesor Pérez Sánchez había llamado previamente la atención sobre el cuadro y confirmado su correcta autoría.
La primera noticia documental sobre el lienzo aparece en el inventario del palacio real de La Granja en 1746, perteneciente entonces a la colección de la reina Isabel de Farnesio, mujer de Felipe V: Una pintura original en lienzo de mano del Guarchino de Santa María Magdalena contemplando un Crucifijo con una mano en el pecho y otra levantada de quatro pies y tres dedos de alto y tres pies y medio de ancho. En el extremo inferior derecho del cuadro puede apreciarse la flor de lis, identificativa de las piezas pertenecientes a la colección de Isabel de Farnesio. Aunque se trata de una obra de notable calidad y no hay dudas sobre su atribución, sigue planteando problemas cronológicos. Tradicionalmente se ha propuesto una datación tardía, apreciando indicios de la pintura de Guido Reni a quien Guercino se aproximó en la fase última de su producción. En contra de esa opinión, Stone sugirió una fecha próxima al final de la década de 1640, cuando hay noticias de la realización por Guercino de un cuadro cuya descripción se adecúa a las características de la Magdalena penitente, cuadro adquirido el 20 de mayo de 1649 por el artista Lodovico Fermi. Por otra parte, para confirmar esta propuesta cronológica, Stone relacionó de forma convincente el estilo y la iconografía de la pintura del Museo del Prado con la composición del mismo tema conservada actualmente en una colección particular de Nueva York.
 
PIETRO BERRETTINI “DA CORTONA” (1596-1669)
Nacido en Cortona de una familia de artesanos. Probablemente aprendió con su padre que era tallador de piedras, antes de ser colocado como aprendiz con el pintor Andrea Commodi con quien fue a Roma en 1612. Al regreso de Commodi a Florencia, Cortona va a quedarse en Roma donde va a estudiar a Rafael de Urbino y a la Antigüedad clásica con gran devoción y los va a copiar hasta la saciedad. No sólo va a copiar la obra pictórica sino que va a copiar también ruinas. Serán las dos constantes de su pintura.  Su copia de la Galatea de Rafael impresionó tanto a Marcelo Sachetti que este se encariñó con el joven artista quien, desde 1623 en adelante, formó parte de la casa Sachetti. Fue al servicio de esta familia donde Cortona dio la primera prueba de su genio como pintor y arquitecto. Muy joven entró en contacto con la Academia de San Lucas, el centro más importante y moderno comparada con otros centros no sólo de Italia sino de toda Europa. Estar en la Academia era un prestigio y Cortona llegó a obtener el título de Príncipe de la Academia.
Estuvo en contacto con la obra de los Carracci pero interpretándola con carácter más decorativista. También estudió la pintura de Tiziano. En sus viajes a Venecia cambió sustancialmente su manera de interpretar el color, denotando así una vitalidad colorista que va a caracterizar a toda su pintura. Es una pintura decorativa, de composiciones ligeras y claras que fueron transmitidas e influenciaron a artistas italianos que se establecen en París, como Romanelli (1610-1662), pintor de segunda fila que se establece en la corte de Luis XIV y es el portador de las ideas y el estilo de Cortona a la corte de Francia, dando a conocer la pintura de composiciones ligeras, claras, coloristas y vistosas que modifican cualquier interior.
La copia de modelos de la Antigüedad es muy importante en la decoración del Palazzo Mattei, donde desarrolla el relato de la historia del Rey Salomón. Hay una fuerte rotundidad en las figuras, que son volumétricas. También pintó el Palacio Muti en Frascatti donde interviene en la decoración. Pinta temas sobre el triunfo de Baco. Se cree que su primera obra fue la decoración de la iglesia de Santa Bibiana, pero lo cierto es que esta obra es la que le proporciona la fama y el reconocimiento posterior. La iglesia de Santa Bibiana había sido remodelada por Bernini. Allí pintó al fresco escenas de la vida de la santa. Es una pintura muy suelta, fluida, de rasgos muy amplios y una paleta colorista. Su clasicismo está basado en el gusto de los comitentes de las obras de arte.
También utiliza el clasicismo como si fuese un discurso alegórico y matizado con un fuerte énfasis retórico. Dramatiza los temas. Los temas clásicos los dota de un fuerte dramatismo. Sus historias de temas clásicos están narradas con una gran teatralidad más que con fines decorativos. Con ello consigue una uniforme distribución de la luz. Utiliza las sombras. Hace gruesos lumínicos muy llamativos convirtiendo la fórmula perspectiva en una real tramoya escénica. Crea de este modo un gran aparato escénico. La decoración de Santa Bibiana (entre 1624 y 1626) fue propicia para que fuese requerido por los grandes mecenas de Roma, entre ellos, la familia Barberini. Cortona conoce en el Palazzo Sachetti al cardenal Francesco Barberini, sobrino de Urbano VIII quien fue su protector durante toda su vida. Con la familia Barberini trabajará como pintor, así como en el palacio Pitti de Florencia entre 1640 y 1647. Le confían la decoración al fresco de la bóveda del Salón de su palacio, donde Cortona puede dar rienda suelta a su fantasía. Entre 1636 y 1639 pintó El Triunfo de la Divina Providencia. Con este tema quiso halagar a la familia Barberini.
Se compara con la Gallería Farnese de Annibale Carracci, en cuya poética se inspira Cortona, aunque vemos que Cortona tiene más vitalidad y sobre todo, por encima de cualquier otra consideración, triunfa el color y las figuras las hace suntuosas, muy corpulentas, moviéndose en un verdadero torbellino, dando una mayor profundidad a la composición.
En 1637 viaja a Florencia dejando a medio acabar los frescos del Salón Barberini. En Florencia se le encarga la decoración del Salón de la Estufa del Palacio Pitti. Va a representar como tema Las edades del hombre, siendo el resultado una síntesis de la pintura figurativa con la pintura de carácter arquitectónico. Enmarca el salón con una serie de estucos y pinturas fingidas de quadri riportati.
Desde Florencia vuelve de nuevo a Roma y se encarga de nuevo de la Gallería Barberini, pero cambia el proyecto original. Su estilo ha cambiado sustancialmente. Va a ser más fabuloso y decorativo. Pinta el Rapto de las Sabinas y los frescos de la Iglesia Nueva. La termina en la década de los cincuenta. En la cúpula se representa el Triunfo de la Santísima Trinidad, una idea renovada de Lanfranco en Sant’Andrea della Valle. Aquí es más teatral. Trabajó en la decoración de diferentes iglesias, como la de San Felipe Neri. Ningún otro pintor va a alcanzar en sus obras la aparatosidad y equilibrio que Cortona alcanza en sus composiciones. Tan sólo  en el siglo XVIII lo conseguirá Juan Bautista Tiépolo. Cortona modificó totalmente el espacio con la pintura. Marcará influencias fuera de Italia y sus modelos serán los que van a ser imitados. Es considerado como artista pleno del Barroco.
El desarrollo de la pintura romana en la segunda mitad del siglo XVII, cuenta, además de con Cortona, con otros artistas que llegan a Roma procedentes de otros países y se van a establecer en la Ciudad Eterna, trasladando luego su influencia a sus propios países. En Europa, el neoclasicismo es ajeno a la corriente romano-boloñesa. En Roma está Poussin, que se instala en 1624 y allí permanece hasta su muerte, exceptuando el período comprendido entre 1640 y 1642 que marchó a Francia. Es el maestro que mejor marca la manera diferente de entender el clasicismo y en la segunda mitad del siglo XVII. Su obra tiene un rigor racional que es de influencia cartesiana. 

El Triunfo de la Divina Providencia
1633-39, Fresco, Museo Palazzo Barberini
A Pietro da Cortona se le ha venido considerando el fundador del Barroco romano. Arquitecto y pintor, destacó sobre todo por su gran habilidad y maestría en la decoración al fresco de importantes edificios, hasta el punto de brillar como gran innovador de la decoración de interiores, un arte que en el Barroco alcanza su cenit. Formado en la influencia de los Carracci, ya en los años veinte se había ocupado de la decoración de varias villas en Ostia y Castelfusano, propiedad de la familia Sacchetti. Sin embargo, sus mayores trabajos vinieron de la mano de los Barberini. Recibió de ellos el encargo de decorar la iglesia de Santa Bibiana, trabajo que le ocupó de 1624 a 1626. Su obra más importante fue, no obstante, la decoración del salón del Palacio de los Barberini en Roma. Trabajó en él desde 1633 hasta 1639, y representa la culminación de su estilo. A ella pertenece este fragmento, una alegoría de tema cristiano. Representa la exaltación de la familia Barberini como un don de la Divina Providencia, y constituye el centro focal de toda la composición. La alegoría, en conjunto, glorifica el pontificado de Urbano VIII, miembro del ilustre linaje. Su mérito es la renovación del arte decorativo a través de los efectos de perspectiva vista desde abajo y de los elaborados juegos de luces; o de las monumentales figuras alegóricas unidas a las grisallas.

El rapto de las Sabinas, 1626-1631, Pietro da Cortona
(Roma, Pinacoteca Capitolina). Se trata de una de las primeras obras ejecutadas para Marcello Sacchetti, protector de Pietro y hombre de una profunda cultura quien presentó al pintor a la familia Barberini. Los personajes y sus ropajes cuidadosamente representados gracias a un profundo estudio de lo antiguo, evocan la historia y el episodio dramático por la capacidad del artista en crear tensión en los gestos y en las expresiones de los personajes. En el fondo del cuadro figuran elementos arquitecturales, estatuas y monumentos antiguos, templos, columnas, obeliscos, en medio de una exuberante vegetación: todo el conjunto constituye un tipo de escenografía teatral.

La Natividad
Hacia 1656. Óleo, 51 x 40 cm.
Esta pintura, fechada hacia 1658, fue regalada al rey Felipe IV por el cardenal Francesco Barberini (1597-1679), sobrino del pontífice Urbano VIII (1623-1644). Tras la muerte de éste, que era conocido por sus tendencias antiespañolas, y la llegada de su sucesor, el filoespañol Inocencio X, el monarca ordenó la confiscación de las rentas eclesiásticas de las que Barberini gozaba en España e Italia. La reconciliación se produjo en 1659, en parte como consecuencia de los regalos que el cardenal envió a Madrid. Entre ellos se encontraba esta pintura, cuyo soporte está compuesto por cuarenta y tres pequeñas placas de venturina y tres de pizarra.
La venturina, denominada así porque su producción dependía principalmente de la suerte o ventura, es una pasta de vidrio que imita los efectos de la piedra procedente de India y Rusia a la que da nombre. Se comenzó a elaborar a principios del siglo XVII en la ciudad veneciana de Murano, añadiendo óxido de cobre a la pasta de vidrio transparente. Así se conseguían característicos brillos de intensidad variable, que Pietro da Cortona (1597-1669) aprovechó para evocar el cielo estrellado.

Angel de la guarda, 1656
225 x 143 cm. Galleria Nazionale d'Arte Antica, Rome
La imagen se conserva en el museo en Viterbo con una atribución a Romanelli hasta la Segunda Guerra Mundial. Documentables como una obra autógrafa de Cortona, el cuadro fue encargado directamente de la pintora por  el Papa Alejandro VII en 1656, junto con un colgante de San Miguel Arcángel. El pintor presentó los dos cuadros colgantes de Alejandro VII, cuando el  Papa  lo nombró a un caballero papal. El  Papa  le devolvió el favor mediante la presentación de Cortona con una cadena de oro.
El trabajo ha tenido una buena fortuna crítica, y fue copiado por tanto Gaulli y Maratta. Un dibujo de la materia por la antigua se conserva en Berlín, mientras que una impresión es también conocido por haber sido cortado después de la pintura. Un dibujo de autógrafos por Cortona, un estudio de este trabajo, se conserva en la Biblioteca Real de Windsor.

ANDREA SACCHI (1599-1660)
Es quien mejor representa la influencia de Poussin. Se enfrenta a la pintura de Pietro da Cortona, llena de fantasía. En la Academia de San Lucas se establecen debates sobre este tipo de pintura. Sacchi es quien mejor representa el clasicismo. Fue discípulo de Albani e influenciado por la pintura de Ludovico Carracci. Sacchi muestra aspectos más comedidos en la pintura clásica. Al mismo tiempo que Cortona, pinta para el Palacio Barberini los frescos La Divina Sabiduría, composición austera, de pocas figuras, olvidando el decorativismo de Cortona. Los colores son delicados, obra comedida, donde las diferencias con Cortona son abismales. Los clasicistas defienden más la figura mientras que Cortona defendía más el movimiento.
Pietro Testa (1611-1650), Pier Francesco Mola (1612-1666) y Carlo Maratti (1625-1713) son todos ellos discípulos de Sacchi. Seguirán su corriente aunque Maratti destaca por su sentido más profundo de la pintura barroca y neoclasicista. Su obra más importante será El Triunfo de la Clemencia realizada para el Palacio Altieri. Maratti vuelve al concepto de quadri riportati. Realiza un gran lienzo y lo enmarca como un gran cuadro.
Al otro extremo de los clasicistas encontramos una pintura eclesiástica que saca las últimas consecuencias de la pintura decorativa de Cortona. La arquitectura cada vez es más complicada y resulta más difícil rellenar los espacios. Se van a aplicar los avances científicos y los conocimientos de matemáticas de fines del siglo XVII, con la aplicación de los estudios matemáticos para conseguir la perspectiva. El espacio cerrado de las iglesias se abre por medio de la perspectiva y el color triunfa por encima del movimiento de las representaciones. 

Nacimiento de San Juan Bautista
1628 - 1629. Óleo sobre lienzo, 262 x 171 cm.
San Juan Bautista es atendido por cuatro mujeres, mientras que Zacarías agradece al cielo el nacimiento de su hijo. En el segundo plano se vislumbra la figura de santa Isabel. El intenso colorido de esta pintura permite fecharla en una fase temprana de la producción de Sacchi. Discípulo de Albani (1578- 1660) y maestro de Maratta (1625-1713), este artista ocupa un lugar importante en el desarrollo del barroco más clasicista, partidario de Rafael y Annibale Carracci.

GIOVANNI BAPTISTA GAULLI “IL BACICCIO” (1639-1709)
Gaulli nació en Génova, donde sus padres murieron durante la plaga de 1657. Inicialmente fue aprendiz con Luciano Borzoni. A mediados del siglo XVII, la Génova de Gaulli era un centro cultural italiano cosmopolita abierto tanto a empresas comerciales como artísticas de los países del Norte de Europa, incluyendo países con poblaciones no católicas tales como Inglaterra o las provincias holandesas. Pintores como Pedro Pablo Rubens y Anton van Dyck permanecieron en Génova durante algunos años. Las primeras influencias de Gaulli habrían venido de una mezcla ecléctica de estos pintores extranjeros y otros artistas locales incluyendo a Valerio Castello, Giovanni Benedetto Castiglione, y Bernardo Strozzi, cuya cálida paleta adoptó Gaulli. En los años sesenta del siglo XVII, experimentó con una paleta más fría y lineal, en la línea del clasicismo boloñés.
Pronto, sin embargo, se trasladó a Roma. En 1662, fue aceptado en la academia de pintores de San Lucas, donde más tarde desempeñaría varios cargos. Al año siguiente, recibió su primer encargo público para un retablo, en la iglesia de San Rocco, Roma. Recibió muchos encargos privados para obras mitológicas y religiosas.
Desde 1669, sin embargo, después de una visita a Parma, donde pudo ver el fresco de Correggio para la catedral de Parma, la pintura de Gaulli adquirió un aspecto más pictórico, menos lineal, y la composición, organizada di sotto in su («desde abajo mirando hacia arriba»), influiría su posterior obra maestra. En el momento álgido de su carrera, Gaulli fue uno de los retratistas más estimados de Roma. No se le conoce bien por otros medios distintos de la pintura, pero han sobrevivido muchos dibujos suyos en diferentes medios. Todos son estudios de pinturas.
En la primera mitad del siglo XVII, se había ejecutado la extensa decoración interior de dos de las iglesias «madre» (San Andrés della Valle y la Chiesa Nuova), de dos principales órdenes de la contrarreforma, los Teatinos y los Oratonianos. No había ocurrido lo mismo con las dos grandes iglesias jesuitas en Roma, que, aun siendo ricas en mármol y piedra, permanecían artísticamente vírgenes a mediados del siglo XVII. Este vacío habría resultado particularmente evidente en la iglesia del Gesù por el techo de escayola de la nave. Los fondos y la inercia paralizaron su decoración.
En 1661, la elección de un nuevo general de la orden jesuita, Gian Paolo Oliva, hizo que avanzase la decoración. Un recién admitido en la orden, el francés Jacques Courtois (escrito también como Giacomo Borgognone) se había convertido en un pintor respetado y fue el candidato principal a la decoración. Oliva y el líder de la principal familia mecenas, el duque de Parma, Ranuccio II Farnesio cuyo tío Alejandro Farnesio había dotado la construcción de la nueva iglesia, comenzó a negociar si Borgognone debía decorar o no la cúpula. Oliva quería que el encargo fuera a parar a su compañero jesuita, pero se sugirieron otros nombres prominentes, como Maratta, Ferri, y Giacinto Brandi. Al final, gracias al persuasivo apoyo de Bernini y muy posiblemente su fuerte guía después, Oliva obtuvo el prestigioso encargo para un Gaulli de sólo 22 años. Esta elección podría haber sido hasta cierto punto controvertida, puesto que las figuras desnudas de Gaulli que recientemente había pintado al fresco en las pechinas de Sant'Agnese in Agone habían ofendido a algunos, y, como había ocurrido con los frescos del altar de la Capilla Sixtina, obra de Miguel Ángel, habían requerido que se pintara encima para ponerles ropa. ​
Gaulli decoró toda la cúpula, incluyendo la linterna y las pechinas, la bóveda central, las ventanas y los techos del transepto. El contrato original estipuló que la cúpula se hiciera en dos años, y el resto al cabo de diez años. Si lograba la aprobación, le pagarían 14 000 scudi más los gastos. El fresco de la bóveda principal de Gaulli fue desvelado en la Nochebuena de 1679. Después de esto, siguió pintando al fresco las bóvedas de la tribuna y otras zonas de la iglesia hasta 1685. ​
El programa de Gaulli para la nave se cree que estuvo muy supervisado por Oliva y Bernini; aunque no está claro cuánto contribuyeron ellos tres y si todos compartían la misma filosofía. Durante esta época, Bernini supuestamente propugnó algunas enseñanzas quietistas del sacerdote español Miguel de Molinos, quien más tarde fue condenado como hereje y en no pequeña medida gracias a los esfuerzos jesuitas. Molinos proponía que Dios era accesible internamente a través de la experiencia individual, mientras que los jesuitas veían a la iglesia y el clero como un intermediario esencial para acceder a la salvación de Cristo. Por tanto Oliva habría pedido a Gaulli probablemente que conmemorara a los jesuitas frecuentemente martirizados como la fuerza de choque en sociedades heréticas y paganas, llevando el encargo de la Contrarreforma papal. Al final, justo al tiempo que Bernini aprobó la mezcla de fresco y yeso en esta nueva concepción plástica, Gaulli mezcla estas ideas de una manera que al final eran aceptables para su patrón.
La obra maestra de la nave de Gaulli, la Veneración del Sagrado nombre de Jesús (también conocida como Veneración, Adoración, o Triunfo del Santo Nombre de Jesús), es una alegoría de la obra de los jesuitas que envuelve a los devotos (o a los espectadores) que están abajo en un remolino de devoción. Figuras que se arremolinan en el oscuro borde (de la entrada) distal de la base del marco de la composición el cielo abierto, siempre ascendiendo hacia una visión celestial de infinita profundidad. ​ La luz del nombre de Jesús - IHS - y el símbolo de la orden jesuita es recogida por patronos y santos sobre las nubes; mientras que en la oscuridad inferior, el brillo dispersa a los herejes, como golpeados por la onda expansiva del Juicio Final. ​ El gran efecto teatral aquí inspirado y desarrollado bajo su mentor, suscitó críticas que etiquetaron a Gaulli como un «Bernini de la pintura» o un «portavoz de las ideas de Bernini».​
Los frescos de Gaulli eran una hazaña de la pintura ilusionista, representando el techo de la iglesia abierto sobre el espectador (y el panorama es visto con verdadera perspectiva di sotto in su, similar a la Asunción de la Virgen de Correggio en el techo de la catedral de Parma o a la gran alegoría que pintó Cortona en el palacio Barberini. El techo de Gaulli es una obra maestra de la quadratura (ilusionismo arquitectónico) que combina figuras y arquitectura en estuco con otras pintadas. El alumno de Bernini, Antonio Raggi proporcionó las figuras de estuco, y desde el suelo de la nave, es difícil distinguir los ángeles pintados de los realizados con estuco. La composición de figuras desbordan los bordes del marco lo que sólo aumenta la ilusión de los fieles alzándose milagrosamente hacia la luz que queda por encima.
Es quien mejor representa los juegos de perspectiva. Gaulli evita en la mayoría de sus composiciones la perspectiva arquitectónica cuadraturista y su obra más representativa va a ser Il Gesú en Roma, iglesia levantada por el manierista Vignola. La decoración que realiza Gaulli cambia totalmente la sencillez de este templo. Los jesuitas van a propiciar que los templos sean verdaderos teatros con apoteosis escenográficas. Al fin y al cabo ellos son los máximos defensores de la Contrarreforma católica.
Triunfo de la orden franciscana. Iglesia de los Santos Apóstoles, Roma.
 

La Veneración del Santo Nombre de Jesús, en el techo de la nave de la Iglesia del Gesù en Roma.

 

 

 

 Próximo Capítulo: Capítulo 8 - Pintura barroca italiana - Segunda parte

 

 

 

 

Bibliografía
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