sábado, 5 de diciembre de 2020

Capítulo 8 - Pintura barroca italiana- segunda parte

 

FRA ANDREA POZZO (1642-1709)
Es el más importante de todos los ilusionistas. Nació en Trento y murió en Viena. Era un hombre muy culto, pues era arquitecto, filósofo, teólogo, pintor, tramoyista, pues creaba escenarios para las Cuarenta Horas.
Se cree que recibió enseñanzas en el taller del pintor Palma il Giovane según demuestran diferentes aspectos de su estilo artístico inicial. Se ha sugerido que otro pintor, no identificado, del taller de Andrea Sacchi le enseñó posteriormente las técnicas del alto Barroco romano. Una vez realizados sus estudios viaja a Como y a Milán.
El 25 de diciembre de 1665, se incorpora a la orden de los jesuitas. En 1668, le asignan la decoración de la casa Professa de San Fidele en Milán, en donde sus decoraciones recibieron la aprobación y el reconocimiento general. Continúa su aprendizaje artístico en Génova y Venecia. Sus primeras pinturas atestiguan la influencia de la escuela Lombarda: una forma rica de color y un claroscuro gráfico. Cuando realiza la obra La vida de Jesús, en Génova, para la Congregazione dei Mercanti, se inspira en la obra de Rubens.
Su actividad artística se orienta a la decoración de las nuevas iglesias construidas que tienen enormes necesidades artísticas (concerniente a las órdenes monásticas medievales católicas de la iglesia); puesto que muchas de las iglesias jesuitas fueron construidas en esa época y estaban desprovistas de decoración y pintura. Los jesuitas lo emplean con frecuencia para adornar iglesias de la orden como las situadas en Módena, Bolonia y Arezzo. En 1676, adorna el interior de San Francesco Saverio en Mondovi. En esta iglesia se comienzan a observar ya sus técnicas ilusionistas más modernas: el falso dorado, las estatuas coloreadas en bronce, las columnas veteadas y la cúpula en trampantojo hecha en un techo plano, poblado con figuras en ajustes arquitectónicos.
En Turín (1678), pinta el techo de la iglesia de los jesuitas de los Santos Mártires. Los frescos se deterioraron gradualmente con la filtración del agua siendo sustituidos en 1844 por nuevas pinturas realizadas por Luigi Vacca. Solamente sobreviven algunos de los fragmentos de los frescos originales.
Pozzo es invitado en 1681 a viajar a Roma por Giovanni Paolo Oliva, general de los jesuitas. Entre otras personas, Pozzo trabajó para Livio Odescalchi, el sobrino preferido del papa Inocencio XI. Lo utilizan inicialmente como diseñador de la etapa de los desfiles bíblicos, pero sus pinturas con una gran perspectiva ilusionista le dan pronto una reputación como virtuoso en decoraciones al fresco.
Sus primeros frescos romanos estaban en el pasillo que ligaba la iglesia del Gesù con los cuartos en donde había vivido San Ignacio. Su arquitectura y pinturas de trampantojo, que representan la vida del santo, fueron realizadas para decorar la Camere di San Ignazio (1681-1686), mezcladas con las pinturas ya existentes realizadas por Giacomo Borgognone.

Su obra maestra, las perspectivas ilusionistas en los frescos​ de la cúpula, el ábside y el techo de la iglesia jesuita de San Ignacio de Roma (las ilustraciones se ordenan de derecha hacia abajo) fueron pintados entre 1685 - 1694 y son una creación notable y emblemática del alto Barroco romano. Varias generaciones posteriores, se fijaron en esta obra como referencia para la decoración del último barroco europeo. Comparando este trabajo con la obra maestra de Gaulli en la otra iglesia principal de los jesuitas en Roma, Il Gesù.
Bóveda de la iglesia de San Ignacio. 

El diseño decorativo del templo comenzó una vez finalizada la construcción de la iglesia por lo que fue consagrada estando inacabada en 1642. Los conflictos con los donantes originales, la familia Ludovisi, habían detenido la construcción de la cúpula prevista. Pozzo propuso hacer una cúpula ilusionista, pintándola en un lienzo. Era impresionante a los espectadores, pero polémica ya que algunos temieron que el lienzo pronto se oscureciera.
En el techo pintó una alegoría de la apoteosis de San Ignacio, realizada en una perspectiva impresionante. La pintura, de 17 metros de diámetro, se idea para hacer al observador mirar un punto marcado por un disco de cobre amarillo fijado en el piso de la bóveda, así parece una azotea adornada por estatuas, a pesar de que el techo es plano. A las sensibilidades modernas, esto aparecería ensalzar una visión imperialista del catolicismo europeo con empresas coloniales en otros continentes. Pozzo era un católico combativo, por ejemplo, en vez de pintar a los evangelistas como pilares de la doctrina eclesial, pintaba a guerreros victoriosos del antiguo testamento: Judith y Holofernes, David y Goliath, Jael y Sisera y Sansón y los filisteos. Se comentaba una vez concluida la obra que: Sant'Ignazio era es buen lugar para comprar carne, puesto que ahora hay cuatro nuevos carniceros.
En el fresco de la cúpula, la luz viene de Dios padre al hijo que la transmite a San Ignacio, de dónde se rompe en cuatro rayos que conducen a los cuatro continentes. Pozzo explica que ilustra las palabras de Cristo del evangelio de Lucas: Me mandan para enviar el fuego en la tierra, y las palabras de Ignacio: Se volverá todo en llamas. Otro rayo ilumina el nombre de Jesús. Con su perspectiva, la arquitectura ilusoria genera un gran espacio con la aparición de la asamblea divina que giraba hacia arriba, el conjunto ofrece un ejemplo que fue copiado en varias iglesias italianas, austríacas y alemanas de la orden jesuita.
La brillante perspectiva ilusionista de la bóveda de Pozzo en Sant'Ignazio (1685) es revelada viéndola desde el extremo opuesto. Parece borrar y levantar el techo con una impresión tan realista que es difícil distinguir cuál es verdadero o no. Andrea Pozzo pintó este techo y la bóveda en una lona, de 17 m de ancho. Las pinturas en el ábside representan escenas a partir de la vida de San Ignacio, de San Francisco Javier y de San Francisco de Borja.
En 1695 le concedieron el prestigioso encargo, después de ganar una competición contra Sebastiano Cipriani y Giovanni Battista Origone, de realizar un altar en la capilla de San Ignacio en el transepto izquierdo de la iglesia del Gesù. Este grandioso altar sobre la tumba del santo, construida con raros mármoles y metales preciosos, muestra la trinidad, mientras que cuatro columnas de lapislázuli (las actuales son copias) incluyen la estatua colosal del santo, obra de Pierre Legros. Era un trabajo coordinado de más de 100 escultores y artesanos, entre ellos Pierre Legros, Bernardino Ludovisi, Il Lorenzone y Jean-Baptiste Théodon. Andrea Pozzo también diseñó el altar de la capilla de San Francisco de Borja en la misma iglesia.
En 1697 le pidieron construir los altares barrocos similares con escenas a partir de la vida de San Ignacio en el ábside de la iglesia de iglesia de San Ignacio en Roma. Estos altares contienen las reliquias de San Aloysius Gonzaga y de San Juan Berchmans.
Mientras tanto continúa pintando frescos y bóvedas ilusionistas en Turín, Mondovi, Módena, Montepulciano y Arezzo. En 1681 Cosimo III de Medici, duque magnífico de Toscana le encarga pintar su autorretrato para la colección ducal (ahora en la Galería de los Uffizi en Florencia). Este óleo sobre lienzo se ha convertido en el autorretrato más original. Muestra al pintor en una actitud diagonal, demostrando con su dedo índice derecho una bóveda pintada al fresco (posiblemente la abadía de Arezzo), mientras que en su mano izquierda se reclina sobre tres libros (que se refieren probablemente a sus tratados sobre la perspectiva). La pintura fue enviada al duque en 1688. También pintó escenas a partir de la vida de San Estanislao de Koska, en el cuarto del santo en la iglesia de Sant'Andrea al Quirinale en Roma.
Va a realizar una de las obras más espectaculares del siglo XVII. El padre Pozzo tiene una tremenda importancia en su tiempo, no sólo por cómo pinta, sino porque es un gran conocedor de las matemáticas y también porque escribió un tratado sobre la perspectiva titulado Perspectiva pictórica y Arquitectónica publicado entre 1693 y 1698. La importancia de este tratado es enorme. En menos de un siglo tuvo siete ediciones y fue traducido a todos los idiomas occidentales. También fue traducido en el siglo XVIII, dada la importancia que había adquirido, al ruso y al chino, a través de las colonias portuguesas. Está ilustrado a un nivel muy cercano al lector y muy llamativo. Es, además de un tratado muy ilustrado, un manual con textos muy concisos, breves y claros. Se puede comparar en el siglo XVIII con la importancia de Serlio en el siglo XVI. Fue realmente importante en retablística. 

Iglesia de San Ignacio en Roma. El triunfo se San Ignacio (1688-1690)
Esta iglesia se empezó a construir en el siglo XVII por Orazo Gracci según los presupuestos de los jesuitas. Se había proyectado una inmensa cúpula cerrando el presbiterio. Gracci había proyectado dos cascarones con óculos para que entrase más luz pero no llegó a realizarse esta cúpula y se decide cerrar este espacio. Para decorarlo Andrea Pozzo es llamado a Roma para realizar la pintura del techo de la segunda iglesia más grande en tamaño de Roma. Se trata de los frescos del ábside y un fresco monumental en la bóveda de cañón de la nave central, de diecisiete metros de ancho y treinta y seis metros de largo. Mientras que en el ábside se representan escenas de la vida de San Ignacio, el fundador de la orden jesuita, el techo está dedicado a la apoteosis del santo. El contenido del fresco de la bóveda procede del Evangelio de San Lucas, 12, 49. en el centro de la representación se halla la Santísima Trinidad, de la que sale un rayo de luz hacia San Ignacio, conducido por los ángeles, por encima de las nubes, y que luego se dividen en cuatro rayos que caen sobre los cuatro continentes entonces conocidos, que están representados en el ático de la falsa arquitectura. Así pues, el fuego divino es transmitido de Jesucristo a San Ignacio, que lo traspasa a todos los continentes.
Otros jesuitas, que según el grado, están representados más cerca o más lejos de San Ignacio, así como unos cuantos devotos fervorosos, habitan el cielo. Las personificaciones de los continentes se vuelven glorificadas hacia el santo, pues gracias a la labor de conversión de la orden jesuita fueron liberados de la herejía y de la idolatría. La arquitectura real se transforma en falsa arquitectura, y el techo, de bóveda de cañón, se convierte, gracias al fresco, en una cúpula aparentemente luminosa. Con una inagotable riqueza creativa el pintor niega con tan sumo arte las fronteras entre el espacio real de la iglesia y la zona del cielo pintada que resulta prácticamente imposible distinguirlas.
Se finge en un lienzo sobre una tabla lo que no hay, es decir, una cúpula. La aparatosidad que plantea es llamativa al máximo, mezcla la arquitectura fingida para crear mayor profundidad. Los continentes y demás figuras, los sitúa en los ángulos, trazando figuras de gran plasticidad y fuertes escorzos.
El mismo Pozzo, con la ayuda de una losa de mármol en medio de la nave central, es quien determinó el puesto que debe ocupar el observador, si quiere percibir la construcción de perspectiva central de la falsa arquitectura.
Esta obra tuvo una fuerte repercusión en la pintura europea del siglo XVIII.
Paralela a esta pintura del siglo XVII, en la segunda mitad de este siglo triunfa la corriente naturalista representada por maestros que pintarían temas de género, que aunque no alcancen tanta importancia como en Flandes alcanzó este tipo de pintura, se va a poner de moda en Roma.
F
resco de la Apoteosis de San Ignacio o La gloria de san Ignacio (Alegoría de la obra misionera de los jesuitas), 1685-1694, bóveda de la nave, Iglesia de San Ignacio (Roma). 

PIETER VAN LAER (1592/95-1642)
Nacido en Haarlem, donde fue bautizado el 14 de diciembre de 1599 y se formó con Esaias van de Velde, en 1623 abandonó la ciudad para viajar por Francia e Italia. ​ Residió en Roma de 1624 a 1639. La influencia de la pintura italiana se detecta en sus paisajes y fondos, pero en cuanto a temas se mantuvo fiel a la tradición holandesa. Se volcó en el mundo campesino: mercados, fiestas populares, escenas de caza. Comparado con el arte italiano predominante, de cuidada estética y contenido intelectual, su estilo resultaba tosco y casi feísta, con personajes rudos y poco agraciados. Sin embargo, hay que aclarar que el apodo bamboccio (deforme, grotesco) no se debía a los cuadros del pintor, sino a su propio físico.
Coincidiendo con el auge de un naturalismo costumbrista derivado de Caravaggio, Van Laer se puso de moda y su producción, denominada bambochadas, fue imitada por varios pintores que residían en Roma, principalmente holandeses como él: Jan Both y su hermano Andries, Jan Miel, así como el ecléctico Sébastien Bourdon y el italiano Michelangelo Cerquozzi. Todos ellos fueron igualmente llamados bambochantes.
Van Laer regresó a Holanda hacia 1639, estableciéndose primero en Ámsterdam y posteriormente en Haarlem, donde falleció en fecha desconocida pero en todo caso después de 1641.
Este maestro será quien ponga de moda en Roma esta pintura de género. Encabezó un género artístico que introdujo un nuevo género de la pintura romana: La representación naturalista de escenas de la calle, comercios, mercados, etc. renunciando a cualquier tipo de idealización. Van a ser los Bamboccianti y toman el nombre del apodo que los amigos de Van Laer le aplicaron y que era Il Bamboccio (marioneta desproporcionada o bobo), mote aplicado por su peculiar constitución.
Las obras de Van Laer destacan por su buen dibujo y cuidada perspectiva. Su gama de color es generalmente cálida, en tonos ocres, a veces luminosos pero generalmente oscuros y contrastados. Se le atribuyen algunos aguafuertes sobre animales domésticos (burros y perros).
Su estilo fue despreciado por los pintores de mayor éxito en Roma y Bolonia, de gusto clasicista: Guido Reni, Francesco Albani, Andrea Sacchi... Pero ello no repercutió en su éxito comercial. Van Laer se movió en primer lugar en el mercado abierto y con la ayuda de marchantes, sin encargos directos, pero en una década pudo fijar precios respetables por sus obras (30 ó 35 escudos) y varios aficionados ilustres las coleccionaban, como Cassiano dal Pozzo, el marqués Vincenzo Giustiniani, el grabador Pietro Testa y el marchante flamenco Gaspar Roomer, que trabajaba en Nápoles. El estilo de Van Laer hubo de tener éxito en dicha ciudad, y en 1636 Van Laer dedicó una serie de grabados de animales al virrey de Nápoles, Fernando Afán de Ribera, duque de Alcalá. 

Los flagelantes
Gracias a la actividad de artistas holandeses residentes en Roma, también se desarrolló un realismo antirretórico, en parte a partir de la meditación sobre algunos aspectos de la revolución caravaggiesca (libertad compositiva y temática, y maestría en el uso de las luces y las sombras) que dio pie a un nuevo tipo de pintura popular con temas extraños a la historia y a la religión, centrada sobre todo en escenas de la vida callejera o de los acontecimientos cotidianos. Iniciador de este nuevo género fue Pieter van Laer, conocido por il Bamboccio dado su aspecto deforme (Haarlem, hacia 1592-1642), activo en Roma entre 1623-38.
Las dos personas con túnicas blancas con la espalda herida por su propia tortura se llaman Flagelantes, los que se torturan por sus creencias religiosas. Era una práctica común en Europa en los siglos XIII y XIV. La gente los veneraba y los honraba hasta que los seguidores del flagelantismo despertaron más allá de las expectativas de la Iglesia Católica Romana y la Iglesia los denunció herejes. Después de eso, los seguidores del flagelantismo declinaron y la gente también comenzó a ignorar a esas personas religiosas autodestructivas. Sin embargo, su popularidad disminuyó drásticamente, incluso hoy en día, en diferentes culturas existe el flagelantismo en diferentes formas de autolesión. Si es autolesión de las mujeres en las tribus africanas nativas o el décimo día de Muharram en el que los musulmanes se golpearon en la memoria de Hussein Ibn Ali. Todas estas auto-torturas caen bajo la flagelación que se realiza para diversas creencias, todas asociadas con creencias religiosas o devocionales.
La pintura actual del artista holandés de la Edad de Oro, Pieter van Laer, tal vez representa la época temprana, cuando los Flagelantes fueron recibidos en pueblos y ciudades y fueron considerados personas sagradas. La iglesia no los ha llamado herejes. Podría entenderse por la actitud relajada y algo dominante de los flagelantes de pie. A pesar de que hay heridas profundas que causan sangre en la espalda, su postura es firme, no se ve afectada por el dolor. Podemos imaginar que la sensación de ser purificado al lastimarse a sí mismos, el dolor en sí mismo y, en gran medida, la aprobación del público del acto como algo sagrado, podría dar el coraje y la paciencia para tolerar el dolor a los flagelantes.
Además, en el contexto medieval, las personas alrededor de los flagelantes también parecen estar muy cómodas, como si fuera algo cotidiano para ellas ver a una persona lastimándose al nivel de sangrado. Los alrededores son perfectamente normales o incluso abiertos hacia los flagelantes, diría. Algunos de ellos los miran con curiosidad (especialmente los niños en primer plano) mientras una mujer le regala algunas monedas a un mendigo, la niña con ella se divierte al ver los flagelantes. Es más una diversión para la gente normal, que un culto serio que surge lentamente en la época medieval.
El flagelantismo alcanzó su punto máximo en el momento de la Peste Negra durante los años 1348-50. En ese momento, debido a la falta de conocimiento científico y las fuertes impresiones de la creencia religiosa en general, la gente lo creía como la ira del dios y muchas personas se unieron al flagelantismo para 'castigarse y curarse' antes de que Dios los castigue con el horroroso muerte negra. Los flagelantes salían en su casa o en público y los torturaban con látigos especiales que tenían tres extremos con muescas de metal. Durante el proceso, cantaban una canción llamada Geisslerlieder (canción de los flagelantes) que tenía prohibido asociarse con cualquier instrumento musical.
Este pico del nuevo culto se alzaba como una amenaza para las iglesias católicas y, después de algunas consecuencias, la iglesia los declaró herejes. Ese fue el punto de ruptura para el movimiento Flagellantismo.
La pintura fue ejecutada en 1635, tres siglos después del pico del flagelantismo. La pintura de 32 × 21 pulgadas reside actualmente en la Alte Pinakothek de Alemania, lo que permite vislumbrar una historia interesante. 

Escena mágica con autorretrato
La pintura 'Autorretrato como mago' o 'Autorretrato con escena mágica' (1638-39), es una de las representaciones del demonio más curiosas de la historia del arte. Y lo es, precisamente, porque el señor del mal apenas se intuye en la pintura. El óleo, de unos 80 por 110 centímetros, que se conserva hoy en el "Metropolitan Museum of Arts de Nueva York" muestra un autorretrato del artista, que quiso bromear con el espectador al representarse como un mago o nigromante que ha tenido éxito a la hora de contactar con el Maligno.
Se trata de un autorretrato en el que el pintor se ve a sí mismo como un alquimista que acaba de realizar sus conjuros. La figura del diablo se encuentra fuera del encuadre, únicamente unas terribles garras asoman a la derecha y causan el espanto del alquimista. Sobre el rescoldo, una calavera aún humeante ha servido como recipiente para las pócimas. Una vela apagada, símbolo del tiempo que se acaba.
Libros de alquimia en los que se puede apreciar un corazón con una daga clavada (¿un hechizo de amor truncado?). En la partitura que vemos en primer plano, un canon a tres voces, con la firma del autor, y un lema que dice: "El diablo no bromea". El resto, algo ilegible, parece añadir: "no le gustan los juegos".
'Il Bamboccio' no quería amedrentar al espectador con su pintura, ni moralizar a los creyentes con los peligros del pecado. Por el contrario, el tema es poco más que una excusa para mostrar su maestría a la hora de representar las emociones transitorias (en este caso, el miedo), en un estilo que recuerda a algunas obras de Caravaggio.
Uno de los detalles llamativos de la vida de Pieter van Laer es su pertenencia a una singular hermandad de pintores, los Bentvueghels. Este grupo estaba compuesto por artistas holandeses y flamencos que trabajaban o estudiaban en Roma, y estuvo activo entre 1623 y 1720, con el fin de proteger los derechos de estos artistas emigrados. Lo más curioso es que sus miembros, muy dados a la buena vida, decidieron articular la curiosa "sociedad secreta" "Bentvueghels" en torno a rituales de carácter báquico. Los aspirantes a Bentvueghels debían pasar complejos rituales de iniciación para ingresar en el grupo. Las ceremonias incluían grandes festines, como la celebrada durante el ingreso de Il Bamboccio, que se prolongó veinticuatro horas sin que nadie se levantara de la mesa. Después de la opípara comida, los miembros de la hermandad caminaban juntos, en procesión y borrachos, hasta la iglesia de Santa Constanza, donde se encontraba una antigua tumba con decoraciones báquicas sobre la que, en la antigüedad, se decía que era la tumba de Dionisio. Las prácticas de los Bentvueghels, además de borracheras y visitas a iglesias, incluían también "misas" con "sacerdotes", una blasfemia que terminó por agotar la paciencia de la sociedad romana, hasta que el Papa terminó condenando y prohibiendo el grupo por decreto en 1720. 

OTRAS ESCUELAS REGIONALES
Otras escuelas de pintura de cierta importancia además de Roma y Florencia, fueron Venecia y Nápoles. 

ESCUELA DE NÁPOLES
Nos podemos preguntar por qué Nápoles fue tan importante en el siglo XVIII. En este siglo estaba presidida artísticamente por la figura de Giacomo Fanzago. En esta época Nápoles está bajo el dominio de la corona de España, lo que supuso un continuo intercambio de artistas por las múltiples conexiones entre España y el Reino de Nápoles.
En el siglo XVII hubo una importante escuela detrás de la de Roma debido a la gran cantidad de artistas que llegan procedentes de Roma, por un largo o corto período de tiempo. Entre los primeros hay que citar a Caravaggio, que llega a Nápoles entre 1606 y 1607. Tuvo una primera estancia en esas fechas y vuelve en 1610, y allí se produjo su muerte cuando estaba para embarcar de regreso a Roma. Caravaggio es quien va a propiciar el cambio de la pintura manierista a la pintura barroca. Dejó en Nápoles el cuadro de La Flagelación y Las siete obras de misericordia en la Iglesia del Monte de la Misericordia. Es una pintura muy evolucionada que marcó de manera sensible la evolución de estos pintores. 

GIOVANNI BATTISTA CARACCIOLO “BATISTELLO” (1578-1635)
Nacido en Nápoles, seguidor de Caravaggio. Para la misma iglesia del Monte de la Misericordia, Batistello Caracciolo, activo en estos años, pinta el tema de La Liberación de San Pedro (1608-9). Ambos maestros mantienen un contacto directo y la influencia de Caravaggio en Caracciolo es evidente. El primero modela mucho la figura por medio de la luz mientras que el segundo utiliza la luz con otros fines. Su función es la de intensificar el dibujo. Es una pintura más fría y analítica. En el Museo de Bellas Artes de Sevilla tenemos un cuadro suyo, La decapitación de San Juan Bautista. Otra obra suya importante es un cuadro de La Virgen con el Niño, donde destaca por medio de la luz a la Virgen y al Niño mientras mantiene a San José en un segundo plano. Es también un gran maestro en el juego de las telas que realiza con gran maestría, recordándonos soluciones flamencas más que italianas. Aunque es un seguidor de Caravaggio, no lo imita. 

Cristo en el monte de los olivos, 1615- 1617
Y le apareció un ángel desde el cielo, fortaleciéndolo. Y estando en una agonía oró más fervientemente, y su sudor era como grandes gotas de sangre cayendo al suelo". (Lucas 22:43–44.) A diferencia de muchos de sus contemporáneos napolitanos, Caracciolo se orientaba temprano sobre los efectos de iluminación modernos y la proximidad a la dosis de las composiciones en las obras de Caravaggio, convirtiéndose en el sucesor más importante de este último en Nápoles. Al mismo tiempo, sin embargo, Caracciolo también adoptó la demanda de representación y severidad del arte romano contemporáneo que evolucionó alrededor de Annibale y Lodovico Carracci. En este característico trabajo temprano, Caracciolo cumple con las exigencias de la Contrarreforma para un relato literal de la historia bíblica del miedo de Cristo a la muerte, al tiempo que crea un estado de ánimo cuidadosamente calculado para el devoto espectador.
Caracciolo le da a Cristo las características del Ecce Homo: sus manos están dobladas sobre su pecho, y sus párpados están contorsionados. Con una cercanía física conmovedora, la figura reconfortante del ángel se vuelve hacia él. La gravedad de la composición y el efecto abstracto de las superficies del cuerpo enfatizan la urgencia del atractivo. En el inventario de 1659 de la galería del archiduque Leopold Wilhelm, la pintura fue atribuida al propio Caravaggio por ignorancia del verdadero autor. Ha sido incluido bajo el nombre de Caracciolo sólo desde 1962.

La Virgen de Todos los Santos por Battistello Caracciolo
(cm. 415 x 300), hecha para la matriz eclesiástica de Stylus entre 1618 y 1619 encargada por el doctor Tiberio Carnevale, representa una compleja representación iconográfica del Paraíso con los protagonistas dispuestos en dos registros.
Según los preceptos consagrados en la Contrarreforma, de hecho, los santos, junto con la Virgen María, escuchan las oraciones de los fieles presentando las súplicas a Cristo. Arriba está la Iglesia Triunfante, con María en el centro con el Hijo coronado por ángeles; En el grupo de la izquierda se puede reconocer a Santa Ana, San Francisco de Paola, San Francisco de Asís y San Juan Bautista, a la derecha, San José y los santos diáconos Esteban y Lorenzo. La Iglesia Militante se encuentra en el registro inferior, con los santos Pedro y Pablo al pie de la Virgen, entre el grupo de evangelistas, a la izquierda, y el de los Cuatro Doctores de la Iglesia, a la derecha; detrás de ellos hay otras figuras que emergen de la oscuridad del fondo: entre ellas María Magdalena y Santa Marta -imágenes simbólicas de la vida contemplativa y de la vida activa-, los Apóstoles y las Santas Vírgenes.
Después de la restauración finalmente se puede apreciar la composición articulada creada por Battistello que genera un espacio denso con figuras impregnadas por la luz de una luz de afeitado o sumergidas en la densa penumbra en un cielo que ahora finalmente aparece azul. La limpieza de las superficies pictóricas ha puesto de relieve la forma del artista de amplificar el tono rosado de las complejidades y la intensidad del rojo y ocre de las prendas o, por el contrario, haciendo que el fondo de la escena sea cada vez más indefinido y sombrío. La dinámica de los gestos y la retórica de las miradas que surgieron como resultado de la restauración crea un diálogo conmovedor entre las figuras de los santos que termina implicando, en un vibrante camino de ascenso hacia la Virgen, la mirada participativa del espectador. 

JOSÉ DE RIBERA, IL SPAGNOLETTO (1591-1652)
José de Ribera nació en Játiva en 1591, hijo de Simón Ribera, zapatero de profesión, y de Margarita Cucó. Tuvo un hermano llamado Juan que también hubo de dedicarse a la pintura, aunque muy poco se sabe de él. Se sabe muy poco de la familia, pero se supone que los Ribera vivieron con relativa holgura económica; la profesión de zapatero era estimada ya que el calzado era una prenda de vestir de cierto lujo en aquella época.
Ribera decidió marchar a Italia, donde seguiría las huellas de Caravaggio. Siendo aún adolescente inició su viaje; primero al norte, a Cremona, Milán y a Parma, para ir luego a Roma, donde el artista conoció tanto la pintura clasicista de Reni y Ludovico Carracci como el áspero tenebrismo que desarrollaban los caravagistas holandeses residentes en la ciudad. La reciente identificación de varias de sus obras juveniles demuestra que Ribera fue uno de los primerísimos seguidores de Caravaggio; incluso se ha conjeturado que pudo conocerle personalmente, ya que su traslado de Valencia a Italia hubo de ser varios años antes de lo que los expertos creían, posiblemente en 1606.
Finalmente, Ribera decidió instalarse en Nápoles, acaso al intuir que captaría una mayor clientela; la región era un virreinato español y vivía una etapa de opulencia comercial que fomentaba el mecenazgo artístico. La Iglesia católica y coleccionistas privados (varios de ellos españoles como él) serían sus principales clientes.
En el verano de 1616 desembarcó Ribera en la famosa metrópoli a la sombra del Vesubio. Pronto se asentó en la casa del anciano pintor Giovanni Bernardino Azzolini, pintor que entonces no era muy conocido, al cual se atribuye una obra en la iglesia de Sant'Antonio al Seggio en Aversa: La coronación de la Virgen entre los santos Andrés y Pedro. Sólo tres meses después se casó Ribera con la hija de Azzolini, de dieciséis años de edad.
Había acabado su viaje, pero comenzaba el apogeo de su arte. En pocos años, José de Ribera, al que llamaron lo Spagnoletto, adquirió fama europea, gracias en gran parte a sus grabados; se sabe que incluso Rembrandt los tenía.
El uso del tenebrismo de Caravaggio fue su punto fuerte, si bien en su madurez evolucionaría hacia un estilo más ecléctico y luminoso. Inició una intensa producción que lo mantuvo alejado de España, a donde nunca regresó, pero se sintió unido a su país gracias a que Nápoles era un virreinato español y punto de encuentro entre dos culturas figurativas, la ibérica y la italiana. Se cuenta que cuando preguntaron a Ribera por qué no regresaba a su país, él contestó: «En Nápoles me siento bien apreciado y pagado, por lo que sigo el adagio tan conocido: quien está bien, que no cambie». Y explicó: «Mi gran deseo es volver a España, pero hombres sabios me han dicho que allí se pierde el respeto a los artistas cuando están presentes, pues España es madre amantísima para los forasteros y madrastra cruel para sus hijos».
El apoyo de los virreyes y de otros altos cargos de origen español explica que sus obras llegasen en abundancia a Madrid; actualmente el Museo del Prado posee cincuenta y seis cuadros suyos, otros siete atribuidos y once dibujos, lo que en total supone uno de los mayores y mejores compendios de su obra incluyendo varias piezas maestras. ​ Ya en vida era famoso en su tierra natal y prueba de ello es que Velázquez le visitó en Nápoles en 1630.
La fusión de influencias italianas y españolas dio lugar a obras como el Sileno ebrio (1626, hoy en Capodimonte) y El martirio de san Andrés (1628, en el Museo de Bellas Artes de Budapest). Comenzó entonces la rivalidad entre Ribera y el otro gran protagonista del siglo XVII napolitano, Massimo Stanzione.
En siglos posteriores, la apreciación del arte de Ribera se vio condicionada por una leyenda negra que le presentaba como un pintor fúnebre y desagradable, que pintaba obsesivamente temas de martirios con un verismo truculento. Un escritor afirmó que «Ribera empapaba el pincel en la sangre de los santos». Esta idea equivocada se impuso en los siglos XVIII y XIX, en parte por escritores extranjeros que no conocieron toda su producción. En realidad, Ribera evolucionó del tenebrismo inicial a un estilo más luminoso y colorista, con influencias del Renacimiento veneciano y de la escultura antigua, y supo plasmar con igual acierto lo bello y lo terrible.
Su gama de colores se aclaró en la década de 1630, por influencia de Van Dyck, Guido Reni y otros pintores, y a pesar de serios problemas de salud en la década siguiente, continuó produciendo obras importantes hasta su muerte, acaecida el 3 de septiembre de 1652.
José de Ribera está sepultado en la iglesia de Santa María del Parto en el barrio Mergellina de Nápoles.
Entre los discípulos de Ribera se incluyen Francesco Fracanzano, Luca Giordano y Bartolomeo Bassante. También ejerció influencia en muchos otros, como el pintor flamenco Hendrick van Somer. 

Etapas de su obra
Los primeros años de Ribera han permanecido sumidos en interrogantes por la carencia de documentación sobre él y por la aparente desaparición de todas sus obras de esa época. Pero en la última década, varios expertos han conseguido identificar como suyas más de treinta pinturas sin firmar, que ayudan a reconstruir su juventud inmersa en el tenebrismo de Caravaggio, del que hubo de ser uno de sus primeros difusores (Véase La negación de San Pedro).
La obra firmada más antigua que se le conoce es un San Jerónimo actualmente conservado en Toronto, Canadá (Galería de Arte de Ontario), de hacia 1614; en la firma Ribera se proclama «académico romano». Pero a pesar de la inscripción, tal pintura fue discutida por los expertos hasta fecha reciente, pues difería bastante del estilo conocido del maestro.
Las primeras obras juveniles de Ribera aceptadas generalmente como autógrafas son cuatro óleos de una serie de Los cinco sentidos (h. 1615), que ahora se hallan dispersos en cuatro colecciones diferentes: Museo Franz Mayer (México, D. F.), Museo Norton Simon (Pasadena), Wadsworth Atheneum (Hartford, EE. UU.) y Colección Juan Abelló (Madrid). Una gran pintura, La resurrección de Lázaro (h. 1616), fue adquirida por el Museo del Prado en 2001, cuando su autoría era aún discutida. Hay que mencionar además un Martirio de san Lorenzo recientemente autentificado en la Basílica del Pilar de Zaragoza y un raro ejemplo de desnudo femenino, Susana y los viejos (Madrid, propiedad privada). La Galería Borghese de Roma posee El juicio de Salomón, obra que se atribuía a un artista anónimo y que al asignarse a Ribera, ha permitido indirectamente reatribuirle varias obras más. Se perdió un relevante cuadro de San Martín compartiendo su capa con el pobre, pintado en Parma, si bien subsiste una copia de él.
Entre los años 1620 y 1626 apenas se fechan obras pictóricas, pero a este período corresponden la mayoría de sus grabados, técnica que cultivó con maestría.
En esta época ya muestra su gusto por los modelos de la vida cotidiana, de ruda presencia, que plasma con pinceladas prietas y delimitadoras de modo semejante a lo que hacen caravaggistas nórdicos, los cuales ejercen gran influencia en sus obras por su contacto en Roma. A partir de 1626, se poseen abundantes obras fechadas que dan testimonio de su maestría. Su pasta pictórica se hace más densa, modelada con el pincel y subrayada por la luz con una casi obsesiva búsqueda de la verdad material, táctil, de la realidad y su relieve.
Los años de la década de 1620 a 1630 son aquellos en que, sin duda, Ribera dedicó más tiempo y atención al grabado al aguafuerte, dejando algunas estampas de belleza y calidad excepcionales: San Jerónimo leyendo (1624), El poeta y Sileno ebrio (que repite su cuadro del Museo de Capodimonte). Se le atribuyen en total 17 planchas, todas menos una anteriores a 1630, y se cuenta que las grabó sólo con fines promocionales, para difundir su arte y captar encargos de pinturas. Al alcanzar el éxito, Ribera dejaría de grabar. Salvo alguna excepción, estos grabados repiten composiciones previamente pintadas, si bien no son copias fieles, sino que introducen variantes que mejoran su composición.
Entre los años 1626 y 1632 realizó obras más rotundas que muestran su fase más tenebrista. Son composiciones severas de grandes diagonales luminosas que llenan la superficie, subrayando siempre la solemne monumentalidad del conjunto con elementos de poderosa horizontalidad, como gruesas lápidas de piedra o enormes troncos. Destaca la serie de "San Pedros" que pintó a lo largo de esos años.
En 1629 el duque de Alcalá, Fernando Afán de Ribera, es el nuevo virrey, y va a ser el nuevo mecenas del pintor; a éste le encarga obras como La mujer barbuda (1631) o una serie de Filósofos, en los que deja testimonio de su naturalismo más radical: modelos de una vulgaridad casi hiriente, traducidos con una verdad intensísima.
La década de 1630 es la más importante de Ribera, tanto por el apogeo de su arte como por su éxito comercial. El pintor aclara su paleta bajo influencia de Van Dyck y la pintura veneciana del siglo anterior, sin rebajar la calidad de dibujo y la fidelidad naturalista. Una gran Inmaculada, pintada para el Convento de las Agustinas de Salamanca, es considerada una de las versiones más importantes de tal tema dentro de la pintura europea, y se cree que Murillo la tuvo en cuenta para sus populares versiones posteriores.
Sus temas pictóricos son mayormente religiosos; el artista plasma de una forma muy explícita e intensamente emocional escenas de martirios como el Martirio de San Bartolomé (1644, MNAC de Barcelona) o el Martirio de San Felipe (1639; Museo del Prado), así como representaciones individuales de medias figuras o de cuerpo entero de los apóstoles (Apostolados), especialmente los de San Pedro.
Sin embargo, realizó también obras de carácter profano: figuras de filósofos (Arquímedes, 1630, Museo del Prado), temas mitológicos como el Sileno ebrio del Museo de Capodimonte de Nápoles de 1626 (es su primer cuadro firmado y fechado), representaciones alegóricas de los sentidos (Alegoría del tacto de 1632, Museo del Prado, conocido como El escultor ciego), unos pocos cuadros de paisaje (dos se han identificado en el Palacio de Monterrey de Salamanca) y algunos retratos como La mujer barbuda (Magdalena Ventura con su marido) (1631, Fundación Casa Ducal de Medinaceli, Hospital de Tavera, Toledo).
La década de los 40, con las interrupciones debidas a su enfermedad, acaso una trombosis (a pesar de la cual no rompió la actividad del taller), supuso una serie de obras de un cierto clasicismo en la composición, sin renunciar a la energía de ciertos rostros individuales. En su última obra también experimenta de nuevo un cambio estilístico que le devuelve en cierta medida a las composiciones tenebristas de su primera etapa; las causas pudieron ser sus desgraciadas circunstancias personales. Siguió siendo un artista de éxito comercial y prestigio, y fue maestro de Luca Giordano en su taller napolitano, influyendo en su estilo.
La crisis económica que sucedió a la revuelta de Masaniello en Nápoles (1647) afectó a la producción pictórica de Ribera, quien además se vería envuelto en un escándalo.
Para sofocar la revuelta, habían acudido a Nápoles las tropas españolas bajo el mando de don Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV. Ribera pintó un retrato de don Juan José a caballo (Palacio Real de Madrid), que luego repitió en grabado; fue el último aguafuerte que produjo, el cual en ediciones tardías fue modificado para darle la identidad del rey Carlos II. También se atribuía a Ribera un escudo del marqués de Tarifa, fechable hacia 1629-33, en el cual el artista valenciano pudo grabar los angelotes de la parte superior; sin embargo, los últimos estudios desestiman la autoría.
Hacia 1647 se produjo el escándalo que sacudió la vejez del artista: según cuenta la tradición, una de las hijas de Ribera, Margarita, fue seducida por don Juan José, una relación ilícita tratándose de una pareja no casada. Hoy se cree que la joven en cuestión no era hija de Ribera, sino una sobrina, pero el caso es que tras la revuelta y las peripecias familiares, Ribera, enfermo, reduce considerablemente su trabajo.
Su taller ve reducido el número de oficiales, huidos de Nápoles por temor a las represalias, y, sin embargo, todavía firma alguna de sus obras maestras el mismo año de su muerte y da fin a ciclos largamente meditados.
Son ejemplos de este momento La Inmaculada Concepción (1650, Museo del Prado), San Jerónimo penitente (1652, Museo del Prado) y una gran Sagrada Familia (Metropolitan Museum, Nueva York), cuya ternura y riqueza de color sintonizan con Guido Reni. 

La negación de San Pedro 1615-1616
Se encuentra en la Galería Nacional de Arte Antiguo de Roma, Italia.
La obra, realizada en los primeros años del pintor durante su estancia en Italia, refleja el estilo tenebrista de Caravaggio, pintor al que posiblemente conoció en persona y que le influyó al grado de trasladarse de su Valencia natal a Italia tras sus huellas. De hecho, el pintor italiano tiene un cuadro homónimo de 1610.
El tema, posiblemente un encargo de uno de sus principales clientes, la Iglesia, refleja el episodio bíblico ​de la negación de Simón Pedro tras el arresto de Jesús. En el cuadro aparecen varios personajes, identificándose a la sirvienta que reconoce al apóstol como uno de los seguidores de Jesús y algún otro que le señala con el dedo, delatándolo mientras Pedro intenta negar su relación con Jesucristo.
Este es una de las escenas bíblicas con mayor fortuna, siendo sus representaciones habituales desde el arte paleocristiano. Suele describirse dentro de un ciclo conformado por tres momentos (la Advertencia de Jesús, la Negación y el Arrepentimiento) y fue muy difundido después del Concilio de Trento como representación del sacramento de la Penitencia.

Sileno ebrio, 1626
Es la pintura firmada y fechada por Ribera más antigua que se conoce;1​ se conocen algunas otras obras tempranas con firma, pero ninguna de ellas está fechada y ello dificulta determinar su cronología.
Realizado en Nápoles en 1626, este lienzo perteneció a un célebre mercader y coleccionista nacido en Flandes llamado Gaspare Roomer (1606-1674), quien se estableció en Nápoles y llegó a reunir unos 1.500 cuadros. Sin embargo no fue él quien encargó la obra pues consta que la adquirió al pintor Giacomo de Castro en 1653, casi treinta años después de haberse pintado.
La composición alcanzó fama en fecha temprana pues el mismo Ribera la reprodujo en una estampa al aguafuerte, fechada dos años después, que se considera la obra más lograda y famosa de su labor como grabador. En el grabado Ribera simplificó la escena, eliminando varios elementos, y le dio un ambiente más diáfano al sustituir el murete del fondo por un paisaje. Como es habitual en los grabados reproductivos, la imagen impresa es invertida: Ribera la repitió al derecho en la matriz de cobre, y debido al efecto especular las estampaciones salen al revés. Las estampaciones de Sileno ebrio circularon en fecha temprana por Europa y dieron pie a copias y derivaciones, tanto de la imagen general como de figuras aisladas, realizadas por grabadores de varios países. Se puede citar un aguafuerte del poco conocido Francesco Burani, que reinterpreta el Sileno ebrio de Ribera dándole un tono más caricaturesco.
A finales del siglo XVIII, el cuadro de Silenio ebrio forma parte de la colección de la casa Borbón de Nápoles y consecuentemente es expuesta dentro del Museo de Capodimonte.
La obra, cuyo fondo es un paisaje clásico, está realizada con una pincelada gruesa para las figuras y personajes, mientras que una más sutil, en negro, delimita los contornos ofreciendo un mayor efecto tridimensional. ​
La figura central es la de Sileno, leal compañero de Baco y el más borracho, más viejo y más sabio de sus seguidores. Ribera le representa recostado junto a una gran tina de madera (empleada para exprimir la uva en la vendimia) durante un festejo en honor de Baco y en el acto de acercar un recipiente (una concha) a un personaje situado detrás, quien vierte vino de un pellejo que porta sobre su hombro. ​ Sileno se ha acomodado sobre una tela o manta, ahora poco perceptible por el deterioro de su color, y que en origen hubo de ser más clara. Posiblemente se había pintado de azul con azurita, un colorante más delicado y económico que el lapislázuli. En la derecha del lienzo se ve a Pan con orejas, cuernos y pezuñas de cabra que corona a su hijo Sileno con unas hojas de parra. En torno a Pan, se representan algunos otros objetos típicos del personaje como el cayado, alusivo al pastoreo de ovejas, la tortuga (símbolo de la pereza) y la caracola (símbolo que anuncia la muerte). ​
Al otro lado de la tela, en el ángulo inferior izquierdo, una serpiente (símbolo de sabiduría) muerde un pergamino donde aparece la fecha y firma. "Josephus de Ribera, Hispanus, Valentín/ et academicus Romanus faciebat/ partenope 1626".
Arriba, en la esquina de la derecha, se asoma el perfil de una Ninfa a quien Apolo (otros lo identifican con Priapo) mira con deseo. En el lado opuesto, vemos a un joven sátiro sonriente de orejas puntiagudas que alza una copa en su mano y a su espalda un asno que rebuzna; el pormenor más jocoso del cuadro. El asno es un animal asociado a Sileno dado que le lleva encima en el cortejo báquico. Según el experto Alfonso Pérez Sánchez (catálogo exposición Ribera, 1992) la inclusión del burro rebuznando alude a un pasaje mitológico muy concreto: las intenciones sexuales de Príapo con la ninfa Lotis, dormida tras una fiesta báquica. Fue el asno de Sileno quien al rebuznar, impidió tal intentona.
En general Sileno ebrio se trata de una representación mitológica de origen clásico como si fuese una escena de la vida cotidiana, la cual retrata Ribera con una fuerte dosis de ironía y jocosidad, algo que no tiene comparación con ningún otro pintor de aquellos años. ​ 

San Andrés, 1631
Está realizado en óleo sobre lienzo. Mide 123 cm de alto y 95 cm de ancho. Fue pintado hacia 1631. Se encuentra en el Museo del Prado, Madrid, España. Representa al apóstol Andrés abrazado a la cruz en forma de aspa de su martirio. En la mano, lleva un anzuelo con un pez, recordando su oficio de pescador. Quedan fuertemente iluminados el rostro y el torso desnudo del santo.
Esta obra estuvo en el monasterio de El Escorial.
Es un ejemplo del tenebrismo de la primera época de José de Ribera, con marcados contrastes entre las zonas iluminadas y las sombrías.
Este cuadro presenta una figura aislada, Andrés el Apóstol. La luz le cae desde la izquierda, violentamente. La figura está representada con gran realismo. Para este tipo de cuadros, Ribera copiaba modelos del natural, como los propios pescadores de Nápoles.

Martirio de san Felipe, 1639
Durante un tiempo se pensó que representaba el martirio de san Bartolomé, pero no se encuentra aquí el gran cuchillo con el que se lo suele representar, alusivo a que fue desollado vivo. Por eso se acabó considerando que se trata de san Felipe.
La escena representa los preparativos para el martirio del santo, descrito en su leyenda por Santiago de la Vorágine. Según dicha leyenda, murió crucificado pero no sujeto por clavos sino amarrado con cuerdas. La composición de la escena está realizada geométricamente, sobre líneas diagonales y verticales. Ribera emplea aquí el escorzo de manera bastante violenta. El santo está pintado con una gran fuerza mística, en actitud de abandono, y con un estudio del desnudo magnífico. La luz ilumina su rostro, revelando sufrimiento y resignación. Los contrastes de luz y sombras de su cara potencian el dramatismo. ​
Los sayones que lo sujetan para izar el cuerpo se ven en primer término; uno de ellos ayuda sujetando las piernas. A la derecha hay un grupo de personas que curiosean la escena y parece que la comentan. A la izquierda, por el contrario, las personas que aparecen están ajenas a lo que sucede; en este grupo hay una mujer que sostiene en sus brazos un niño pequeño y que mira hacia el espectador, poniendo el contrapunto tierno y delicado a la crueldad que domina el resto de la escena. ​ Algunos críticos han querido ver en esta figura una alegoría de la Caridad.
Es una obra de madurez del pintor, a juzgar por el tratamiento del colorido, los toques de pincel y el espléndido desnudo. Es menos caravagista que en obras anteriores, dotando al lienzo de mayor luminosidad. Se ha apuntado la posibilidad de que le hayan influido pintores más clasicistas como Guido Reni o Domenichino. El cromatismo se aleja de los tonos terrosos propios del barroco español, acercándose más a la influencia veneciana. ​ El crítico Eugenio D'Ors llegó a decir de esta obra que por su vistosidad era «casi, casi, como un ballet ruso».
Se encontraba en el antiguo Alcázar de Madrid y se piensa que fue un encargo de Felipe IV, que quiso tener así a su patrón. En la actualidad se encuentra en el Museo del Prado de Madrid. 

Martirio de San Andrés, 1628
En esta espectacular composición Ribera nos presenta el momento en que el apóstol está siendo atado a la cruz en aspa que le caracteriza y rehúsa adorar la imagen de Zeus que le presenta el cónsul de Patrás. El maestro valenciano se muestra como fiel heredero de la pintura de Caravaggio, siguiendo con cierta fidelidad el Martirio de San Pedro al colocar el escorzado cuerpo del santo en diagonal, iluminado de forma violenta mientras las cabezas de los verdugos surgen desde las sombras. Al fondo contemplamos cierta referencia cromática en la que se manifiesta la evolución de Ribera hacia el pictoricismo. Pero aún se siente cómodo trabajando en un estilo naturalista que interpreta a la perfección las anatomías o los ropajes, sin renunciar a captar de manera espectacular los gestos y las actitudes. En este caso contemplamos quietud en los preparativos del martirio, sin apostar por la violencia de otras composiciones. La manera de trabajar del maestro sí ha experimentado alguna variación ya que presenta mayores rugosidades en la aplicación del óleo, que indican la evolución de su estilo. 

ARTEMISIA DE GENTILESCHI (1597-1651)
Fue una pintora barroca italiana, representante del caravaggismo.
Artemisia Gentileschi era la hija mayor del pintor Orazio Gentileschi y de Prudentia Montone, ​ quien a su muerte, en 1605, dejó tres varones y a Artemisia, que tenía entonces 12 años de edad. ​ Artemisia fue introducida a la pintura en el taller de su padre, mostrando más talento que sus tres hermanos, que trabajaban junto a ella. ​ Aprendió dibujo, cómo empastar los colores y dar brillantez a los cuadros. Dado que el estilo de su padre, en aquellos tiempos, se remitía explícitamente al arte de Caravaggio (con el que Orazio tenía relaciones de familiaridad), ​ también los primeros pasos artísticos de Artemisia se aproximaron al pintor lombardo. Pero su enfoque de los temas era diferente al de su padre. Al mismo tiempo, Artemisia tuvo que resistir la «actitud tradicional y la sumisión psicológica a este lavado de cerebro y los celos de su talento obvio».​
En 1610 firmó a los diecisiete años su primera obra, ​ (atribuida durante mucho tiempo a su padre): Susana y los viejos, ​ (conservada en la colección Schönborn). El cuadro muestra cómo Artemisia había asimilado el realismo de Caravaggio sin permanecer indiferente al lenguaje de la escuela de Bolonia, que tuvo a Annibale Carracci entre sus mejores artistas. A diferencia del enfoque de otros autores, la mitológica Susana de Artemisia rehúye, avergonzada, la atención de los viejos. ​
A los diecinueve años, dado que el acceso a la enseñanza de las academias profesionales de Bellas Artes era exclusivamente masculino, y por tanto le estaba prohibido, su padre le dio un preceptor privado, Agostino Tassi. Con él estaba trabajando en aquel tiempo Orazio, en la decoración de las bóvedas de Casino della Rose dentro del Palacio Pallavicini Rospigliosi en Roma.
En mayo de 1611, Tassi la violó. ​ Al principio, prometió salvar su reputación casándose con ella, ​ pero más tarde renegó de su promesa, pues ya estaba casado, y Orazio lo denunció en marzo de 1612 ante el Tribunale Criminale del Governatore di Roma. ​ La instrucción, que duró siete meses, ​ permitió descubrir que Tassi había planeado asesinar a su esposa, cometió incesto con su cuñada y quiso robar ciertas pinturas de Orazio Gentileschi. ​ Del proceso que siguió se conserva documentación exhaustiva. ​ Durante todo el juicio, Artemisia sostuvo su testimonio de violación, incluso tras la tortura a la que fue sometida: un instrumento que apretaba progresivamente cuerdas en torno a sus dedos. ​Además, tuvo que someterse a un examen ginecológico para demostrar que había sido desflorada. ​ Tassi fue condenado a un año de prisión y al exilio​ de los Estados Pontificios. Las actas del proceso han influido grandemente en la lectura en clave feminista, dada en la segunda mitad del siglo XX, a la figura de Artemisia Gentileschi.
Este es el testimonio de Artemisia en el proceso, según los documentos de la época:
Cerró la habitación con llave y una vez cerrada me lanzó sobre un lado de la cama dándome con una mano en el pecho, me metió una rodilla entre los muslos para que no pudiera cerrarlos, y alzándome las ropas, que le costó mucho hacerlo, me metió una mano con un pañuelo en la garganta y boca para que no pudiera gritar y habiendo hecho esto metió las dos rodillas entre mis piernas y apuntando con su miembro a mi naturaleza comenzó a empujar y lo metió dentro. Y le arañé la cara y le tiré de los pelos y antes de que pusiera dentro de mi el miembro, se lo agarré y le arranqué un trozo de carne. ​
La pintura Giuditta che decapita Oloferne (Judith decapitando a Holofernes) (1612-1613), que se exhibe en la Galleria degli Uffizi de Florencia impresiona por la violencia de la escena que representa, y ha sido interpretada en clave psicológica y psicoanalítica, como un deseo de venganza respecto a la violencia que ella había sufrido. ​ Un mes después de que Tassi fuese exiliado, el 29 de noviembre de 1612 Artemisia se casó, en un matrimonio arreglado por su padre, con un pintor florentino, Pierantonio de Vincenzo Stiattesi​ (o Pietro Antonio Stiattesi), ​ un modesto artista, ​ lo que sirvió para restituirle a Artemisia, violada, engañada y denigrada por Tassi, un estatus de suficiente honorabilidad. De estos comienzos romanos data también la Madonna col Bambino (Virgen con niño) de la Galería Spada.

Periodo florentino (1613-1620)
Artemisia y su marido se instalaron en Florencia en 1613. ​ Allí, Artemisia disfrutó de un gran éxito. Fue la primera mujer en ingresar en la Accademia del Disegno (Academia del Dibujo) de Florencia. ​ Artemisia se convirtió en una exitosa pintora de corte. ​ Mantuvo buenas relaciones con los artistas más respetados de su tiempo, como Cristofano Allori, y fue capaz de conquistar los favores y la protección de personas influyentes, comenzando por el gran duque Cosme II de Médici​ y especialmente de la gran duquesa Cristina. Tuvo una buena relación con Galileo Galilei con quien se mantuvo en contacto epistolar durante largo tiempo, mucho más allá de su periodo florentino. ​
Entre sus admiradores tiene un puesto de especial relieve Buonarroti el joven (sobrino del gran Miguel Ángel); empeñado en construir la Casa Buonarroti para celebrar la memoria de su ilustre antecesor, encargó a Artemisia la ejecución de una tela destinada a decorar el techo de la galería de pinturas. La pintura en cuestión representa una Allegoria dell'Inclinazione (esto es, una alegoría del «talento natural»), representada en forma de una joven mujer desnuda que sostiene una brújula. ​ Se cree que la atractiva figura femenina tenía los rasgos de la propia Artemisia, que —como sostenían las informaciones mundanas de la época— fue una mujer de extraordinario atractivo. ​ En efecto, se suele entender que en las telas de Artemisia, los rasgos faciales de las hermosas y enérgicas heroínas que allí aparecen tienen un parecido al rostro que aparece en sus retratos o autorretratos: a menudo el que le encargaba cuadros debía desear tener una imagen que le recordase visualmente a la autora, cuya fama iba creciendo. Su éxito y la fascinación que emanaba de su figura alimentaron a lo largo de toda su existencia rumores sobre su vida privada.
Se ha considerado que durante este periodo florentino Artemisia también pintó La Conversione della Maddalena (La conversión de la Magdalena), y Giuditta con la sua ancella (Judith y su doncella), hoy en el Palacio Pitti. Artemisia pintó una segunda versión de Giuditta che decapita Oloferne (Judith decapitando a Holofernes), mayor que la versión de Nápoles y hoy en los Uffizi. Esta Judith y Holofernes o Degollación de Holofernes está considerada su obra maestra. Según afirma el historiador y experto en arte barroco italiano R. W. Bisell:
Era también natural que ella representara a —e incluso se identificara con— la famosa heroína. Realmente su grisácea versión de Judit decapitando a Holofernes, hoy en la Uffizi, nos hace preguntarnos si, consciente o inconscientemente, Artemisia no le otorgara a Agostino Tassi el desafortunado papel de Holofernes. ​
La oscuridad y gráfica violencia de esta obra, la frialdad con que Judith decapita a Holofernes, se atribuyen a su violación y al proceso humillante que le siguió.
Mientras estuvo en Florencia, Artemisia y Pierantonio tuvieron cuatro hijos y una hija. Pero solo la hija, Prudenzia, llegó a la edad adulta. A pesar de su éxito, debido a un exceso de gastos suyos y de su marido, el periodo florentino estuvo lleno de problemas con los acreedores y con su esposo. Es razonable suponer que fue esto lo que motivó su regreso a Roma, que realizó de manera definitiva en 1621, donde constaba como «cabeza de familia», con su hija Prudenzia y dos sirvientes. Más tarde se trasladó a Nápoles, lugar donde pintó su obra Betshabé y Lot y sus hijas. 

De nuevo en Roma y más tarde Venecia (1621-1630)
Ese mismo año en que, separada de su marido, ​ Artemisia llegó a Roma, su padre Orazio dejó la ciudad y se trasladó a Génova. Algunos creen que Artemisia siguió a su padre a la capital ligur (incluso para explicar la persistencia de una afinidad de estilos que, todavía hoy, dificultan determinar quién de los dos pintó ciertas obras); pero no hay suficientes pruebas al respecto. La mayor parte de las evidencias apoyan la idea de que Artemisia permaneció en Roma, como mujer independiente, intentando encontrar una casa y criar a sus hijas, pues además de Prudenzia tuvo otra hija, probablemente nacida en 1627. ​ Artemisia intentó, prácticamente sin éxito, enseñarles el arte de la pintura. ​
El estilo de Caravaggio, aunque el maestro llevaba muerto más de una década, era aún muy influyente en la Roma de la época y convirtió a muchos pintores en seguidores suyos (llamados Caravaggisti) como el padre de Artemisia, Carlo Saraceni (quien regresó a Venecia en 1620), Bartolomeo Manfredi y Simon Vouet. Sin embargo, los estilos pictóricos en Roma a principios del siglo XVII eran diversos y coexistía la tendencia más clásica, seguida por los discípulos boloñeses de Annibale Carracci y las aventuras barrocas de Pietro da Cortona, sobre todo, las gigantescas empresas decorativas, como la bóveda de los salones del palacio Barberini (1633-1639), a la que se ha llamado «acta de nacimiento de la pintura de techos de el Alto Barroco», o del palacio Pamphili en Roma y del palacio Pitti de Florencia. ​ 

Dos versiones de algunas de sus obras
A lo largo de su producción, Artemisia hizo diferentes versiones de la misma obra. Un ejemplo es Judith decapitando a Holofernes, que se puede encontrar en la Galería Uffizi, de Florencia. Otro ejemplo es María Magdalena como Melancolía, cuya primera versión se halla en la Sala del Tesoro de la catedral de Sevilla; la segunda se localiza en el Museo Soumaya, en la Ciudad de México. Más allá de la gran similitud entre las dos obras, realizadas entre 1621 y 1626, cabe destacar tres importantes diferencias, que se pudieron detectar a través de una investigación con rayos X: ​
·       la más evidente se aprecia en el tamaño del velo o la tela, que le cubre el hombro en el lado derecho, más amplia en la versión de Sevilla; los rayos X permitieron descubrir que se trata de un añadido posterior, probablemente para sujetarse a los cánones de la Iglesia católica de la época;
·       la otra diferencia tiene que ver con la fisonomía del personaje: la versión del Museo Soumaya se acerca más a la estética prototípica de Artemisia; un ejemplo es la Judith decapitando a Holofernes o Cleopatra;
·       la tercera se descubrió observando el modo de ejecución: las pinceladas del lienzo ibérico revelan algunas correcciones, mientras que en la mexicana se aprecia un trazo mucho más preciso y seguro. ​

Un caso similar en la producción de Artemisia se encuentra también en la relación entre la Judith de los Uffizi y la de Nápoles. La composición es básicamente la misma. La obra de los Uffizi fue encargada por Cosme II de Médici, gran duque de Toscana, que solicitó una composición que replicara el cuadro anterior. Esto permite comprender cómo «las segundas versiones de Artemisia (...) son tan deseables como las versiones originales».​
En Roma, meta obligada de artistas de toda Europa durante el siglo XVII debido al mecenazgo de papas y allegados, Artemisia fue testigo de las novedades artísticas que se producían relacionándose con los pintores de su entorno. Entró a formar parte de la Accademia dei Desiosi, hecho que fue celebrado con un retrato grabado, cuya dedicatoria rezaba: Pincturare miraculum invidendum facilius quam imitandum («en el milagro de la pintura es más fácil envidiar que imitar»). De esta misma época data su amistad con Cassiano dal Pozzo, un humanista, coleccionista y gran mecenas de las bellas artes.
Sin embargo, a pesar de su reputación artística, su fuerte personalidad y la red de buenas relaciones, Roma no fue tan lucrativa como ella esperaba. Se apreciaba su arte en los retratos y su habilidad para poner en escena a las heroínas bíblicas, pero a ella le estaban vedados los ricos encargos de ciclos de frescos y de los grandes retablos. La ausencia de suficiente documentación hace difícil seguir los movimientos de Artemisia en este periodo. Es seguro que en 1626-27 se trasladó a Venecia, ​ quizá en busca de encargos más lucrativos: lo documentan los homenajes que recibió de los letrados de la ciudad de la laguna que alabaron la calidad de la pintora.
Aunque a veces es difícil datar sus pinturas, y es a menudo motivo de divergencia entre los críticos de arte, es verosímil asignarle estos años el Ritratto di gonfaloniere (Retrato de un gonfaloniero),​ hoy en Bolonia (único ejemplo conservado hasta ahora de su célebre habilidad como retratista); la Giuditta con la sua ancella, (Judith y su doncella), hoy en el Instituto de Artes de Detroit, que refleja el dominio de la pintora sobre los efectos de claroscuro de la luz de la vela; su Venere Dormiente (Venus durmiente) ​ y su Ester ed Assuero (Ester y Asuero), ubicado en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, que testimonia su asimilación de las lecciones del luminismo veneciano. ​ 

Nápoles y el periodo inglés (1630-1653)
En 1630 Artemisia se trasladó a Nápoles, una ciudad rica con talleres y amantes del arte, en busca de nuevas y más lucrativas oportunidades laborales. ​ Muchos otros artistas, incluyendo a Caravaggio, Annibale Carracci o Simon Vouet habían estado en Nápoles durante algún momento de sus vidas, y en aquella época, José de Ribera, Massimo Stanzione y Domenichino estaban trabajando allí y más tarde, Giovanni Lanfranco​ y muchos otros acudirían a esta ciudad.
El debut napolitano de Artemisia está representado por la Anunciación en el Museo de Capodimonte. ​ Permaneció en Nápoles durante el resto de su carrera con la excepción de su breve estancia en Londres y algún otro viaje. Nápoles (para constante lamento por Roma) representó para Artemisia una especie de segunda patria donde ocuparse de su familia (ambas hijas se casaron en Nápoles, con dote propia). Recibió muchas pruebas de la gran estima en la que se la tenía, y estuvo en buenas relaciones con el virrey, Fernando Afán de Ribera y Téllez-Girón, duque de Alcalá. Tuvo relaciones de intercambio con sus pares y con los mayores artistas que allí estaban, comenzando por Massimo Stanzione, ​ con quien, según el escritor del siglo XVIII Bernardo de' Dominici, comenzó una colaboración artística basada en una auténtica amistad y parecidos artísticos. ​
En Nápoles, por primera vez, Artemisia empezó a trabajar en cuadros para una catedral, dedicados a San Gennaro nell'anfiteatro di Pozzuoli (San Jenaro en el anfiteatro de Pozzuoli) en Pozzuoli. Durante su primer periodo napolitano pintó Nascita di San Giovanni Battista (Nacimiento de san Juan Bautista) que se conserva en el Museo del Prado de Madrid, ​ y Corisca e il satiro (Corisca y el sátiro), en una colección privada. En estas pinturas Artemisia demuestra nuevamente su capacidad de renovarse según los gustos artísticos de su tiempo y de manejar diferentes temas, en lugar de las usuales Judith, Susana, Betsabé, y Magdalena penitente, por las que ya era conocida. Muchas de estas pinturas fueron colaboraciones con otros artistas; Betsabé, por ejemplo, se atribuyó a Artemisia, a Codazzi y a Gargiulo. ​
En 1638 Artemisia se reunió con su padre en Londres en la corte de Carlos I de Inglaterra, donde Orazio se convirtió en pintor cortesano y recibió el importante encargo de decorar un techo en la Casa delle Delizie de la reina Enriqueta María de Francia en Greenwich; la alegoría del Trionfo della pace e delle Arti (Triunfo de la Paz y de las Artes). ​ El padre y la hija estaban una vez más trabajando juntos, aunque ayudar a su padre probablemente no fuera su única razón para viajar a Londres: Carlos I la había llamado a su corte, y no era posible rechazarlo. Este rey era un coleccionista fanático, dispuesto a arruinar las finanzas públicas para satisfacer sus deseos artísticos. La fama de Artemisia probablemente lo intrigase, y no es una coincidencia que su colección incluyera un cuadro muy sugerente, el Autoritratto in veste di Pittura (Autorretrato como la Alegoría de la Pintura). ​
Orazio murió repentinamente, cuidado por su hija, en 1639. Artemisia tuvo que cumplir sus propios encargos después de la muerte de su padre, aunque no hay obras que puedan asignarse con certeza a este periodo. Se sabe que Artemisia ya había abandonado Inglaterra en 1642, cuando se producían las primeras escaramuzas de la guerra civil. 

Segundo periodo napolitano
No se sabe mucho de sus movimientos posteriores. Se cree que partió definitivamente a Nápoles en 1642 donde pasó el resto de su vida. En 1649 estaba de nuevo en la ciudad partenopea, en correspondencia con Antonio Ruffo de Sicilia quien se convirtió en su mecenas y buen comitente durante su segundo periodo napolitano. La última carta conocida a su mecenas data de 1650 y deja claro que ella estaba aún plenamente en activo. ​
Se pensó que Artemisia había muerto en 1653. ​ Evidencias recientes, sin embargo, muestran que aún aceptaba encargos en 1654, ​ aunque dependía cada vez más de su asistente, Onofrio Palumbo. Por lo tanto, puede especularse con su muerte en la devastadora plaga que asoló Nápoles en 1656 y virtualmente barrió a toda una generación de artistas napolitanos. ​ Algunas obras de este periodo son Susanna e i vecchioni (Susana y los viejos) hoy en Brno y Madonna e Bambino con rosario (Virgen con el Niño y un rosario) hoy en El Escorial. ​
Su tumba se encontraba en la iglesia de San Giovanni Battista dei Fiorentini (San Juan de los Florentinos) de Nápoles, que fue demolida tras la Segunda Guerra Mundial. En su lápida estaba escrito HEIC ARTEMISIA. ​ Después de su muerte fue prácticamente olvidada hasta el siglo XX. 

Estilo y valoración
Artemisia Gentileschi pintó cuadros históricos y religiosos en un momento en que estos temas heroicos eran considerados inadecuados para el espíritu femenino. Retocó y modificó obras de su padre y las dotó de un realismo que antes no tenían. Les añadió una atmósfera dramática, acentuando el claroscuro a la manera de Caravaggio, y de esta forma contribuyó al desarrollo de un «caravaggismo violento».
Un ensayo de 1916 del crítico italiano de arte Roberto Longhi titulado Gentileschi padre e figlia (Gentileschi padre e hija) tuvo el mérito de llamar la atención de la crítica sobre la estatura artística de Artemisia Gentileschi en el ámbito de los caravaggistas en la primera mitad del siglo XVII, si bien en su apasionado estudio resulta exagerada la afirmación final de que Artemisia fue «la única mujer en Italia que supo algo sobre pintura, colorido, empaste y otros fundamentos».​ Del mismo modo apasionado es su análisis de Judith decapitando a Holofernes conservado en los Uffizi, en el que Longhi llama la atención sobre la luminiscencia de seda de los vestidos (con ese amarillo inconfundible de la autora), la pincelada minuciosa al representar las joyas y las armas, y sin detenerse, pregunta:
¿Quién pensaría de hecho que sobre un lienzo estudiado de candor y sombras valiosas dignas de un Vermeer una generosidad natural, pudiera acontecer una matanza tan brutal y sangrienta? [...] pero - es lógico decirlo - ¡esta es una mujer terrible! ¿Una mujer pintó todo esto? (...) No hay nada sádico aquí, en lugar de ello lo que más impresiona es la impasibilidad de la pintora, que fue incluso capaz de darse cuenta de cómo la sangre, al chorrear violentamente, ¡podía decorar con dos líneas de gotas al vuelo la zona central! ¡Increíble, os digo! Y también por favor ¡den a la Sra. Schiattesi - el nombre de casada de Artemisia - la oportunidad de elegir el puño de la espada! Al final, ¿no creen que el único propósito de Judith es apartarse todo lo posible para evitar que la sangre pueda manchar su novísimo vestido de seda amarilla? Pensemos, de todas formas, que ese es un vestido de Casa Gentileschi, el guardarropa más refinado de la Europa del siglo XVII, después de Van Dyck.
Roberto Longhi, Gentileschi padre e figlia, 1916 

En un artículo del catálogo de la exposición «Orazio e Artemisia Gentileschi» que tuvo lugar en Roma en 2001 (y después en Nueva York), Judith W. Mann da una nueva interpretación de la Artemisia como «mujer terrible»:
Semejante opinión presupone que todo el potencial creativo de Artemisia es sólo sobre mujeres fuertes y capaces, hasta el punto de que parece imposible imaginarla ocupada en imágenes religiosas convencionales, como una Virgen María con Niño o una virgen que acoge sumisamente la Anunciación; y además se dice que la artista rehusó modificar su interpretación personal de esos temas para acomodarse a las preferencias de una clientela compuesta básicamente por hombres. El estereotipo causa un doble efecto restrictivo: induce a los críticos a dudar la atribución de aquellas pinturas que no se corresponden con el modelo preestablecido, y a atribuir un valor inferior a aquellos cuadros que no cumplen con el cliché. ​
La crítica más reciente, comenzando por la difícil reconstrucción del catálogo total de los Gentileschi, intenta dar una lectura menos restrictiva de la carrera de Artemisia, colocándola más apropiadamente en el contexto de los diferentes ambientes artísticos en los que la pintora participó activamente. Las palabras de Judith Walker Mann, una académica que también ayuda a cambiar el enfoque de la experiencia biográfica de Gentileschi a la más estricta artística:
Hoy en día se utiliza únicamente el nombrar a Artemisia Gentileschi para evocar una pintura dramática, poblada de figuras femeninas energéticas representadas de una manera directa y sin concesiones, y que se relaciona y se integra con los acontecimientos de la vida del artista.
Judith Walker Mann, Artemisia y Orazio Gentileschi, Milán, Skira, 2001 p. 249 

Rasgos feministas en la obra de Artemisia
El interés feminista en Artemisia Gentileschi se inició en la década de 1970, cuando la historiadora del arte feminista Linda Nochlin publicó un artículo titulado ¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?, en el que esa pregunta fue analizada. El artículo exploró la definición de «grandes artistas» y cómo las instituciones opresivas, y no la falta de talento, han impedido que las mujeres alcancen el mismo nivel de reconocimiento que los hombres recibieron en el arte y en otros campos. Nochlin dijo que los estudios sobre Artemisia y otras artistas femeninas «valían la pena» para «aumentar nuestro conocimiento sobre los logros de las mujeres y de la historia del arte en general».​ Según el prólogo de Douglas Druick en Eve Straussman-Pflanzer Violence & Virtue: Artemisia’s Judith Slaying Holofernes, el artículo de Nochlin llevó a los académicos a hacer un mayor intento de «integrar a las mujeres artistas en la historia del arte y la cultura».​
La especialista en arte feminista Teresa Alario considera que en la obra de Artemisia pueden detectarse «rasgos de feminismo» en tanto que no acepta los modelos establecidos de feminidad. Es una artista, destaca Alario, que en su momento accedió a altas cuotas de independencia personal y reconocimiento de su valía creativa y ofrece algunos rasgos que «se enfrentan firmemente con los tópicos misóginos dominantes de la época».​
Aunque el mito de la mujer valerosa y excepcional formaba parte también del imaginario dominante, la forma en que Artemisa representa estas figuras parece querer negar —señala Alario— la inferioridad oral y fisiológica que el discurso misógino de la época atribuía al sexo femenino. Las figuras protagonistas femeninas de su pintura tienen una actitud especial de coraje y llenas de fuerza física y moral que se resisten a ser controladas, sin que haya correlato en los personajes masculinos. ​
Artemisia era su propia agente y administradora de su obra, en la que predominan las mujeres-símbolo, como por ejemplo Lucrecia, Betsabé, Judith o Cleopatra, enfocadas desde un punto de vista femenino. ​ Por ejemplo, a su cuadro Susana y los viejos, un desnudo que pintó a los dieciséis años, no escoge como era habitual el momento del baño de Susana, sino el instante en que marcha, asustada por las miradas lujuriosas de los viejos. ​ Otro ejemplo es su Judit y Holofernes, ni joven, ni vulnerable y débil, sino una mujer fuerte de mediana edad concentrada y que sabe lo que hace, y que además es ayudada por una sirvienta cómplice.
  
Susana y los viejos es un cuadro de la pintora italiana Artemisia Gentileschi. Fue ejecutado en 1610. ​ Se trata de una pintura al óleo sobre lienzo, que mide 170 cm de alto y 121 cm de ancho. Actualmente se conserva en el Castillo de Weissenstein de Pommersfelden (Alemania). ​
Es notable por ser la primera pintura de Gentileschi de la que se puede confirmar su autoría y por tomar una perspectiva femenina de la situación retratada, presentando a una Susana aterrada por los viejos que la acosan, en lugar de mostrarla coqueta o simplemente tímida como otros artistas lo hicieron.​ La pintura está inspirada por el pasaje bíblico de la historia de Susana.
Rubens inventó un nuevo tipo de escena que definió como ni sacra ni profana, aunque el tema se tomase de la Biblia. Ejemplos típicos de este tipo de escena son Agar o Susana y los viejos. En esta versión del tema, elaborado por Artemisia Gentileschi, el gesto de uno de los viejos, que silencia a Susana llevándose el dedo a los labios, aparece también en la pintura sobre el mismo tema de Rubens (Galería Borghese, Roma). 

Dánae (Gentileschi), 1612
Dánae es un cuadro atribuido a la pintora italiana Artemisia Gentileschi (también se concede su autoría a su padre, Orazio Gentileschi, pues Artemisia pertenecía a su taller) ​que realizó para Giovanni Antonio Sauli. ​Se encuentra ubicado en el Museo de Arte de San Luis, en Estados Unidos.
De temática mitológica, fue realizado en torno a 1612, por lo que se percibe el estilo caravaggista de su pintura de esa época. La temática que escoge Gentileschi puede ser un reflejo del terrible episodio por el que tuvo que pasar a los 19 años, cuando fue violada por su instructor de pintura, Agostino Tassi y el posterior proceso inquisitorial por el que tuvo que pasar a continuación.
La pintura refleja la escena más famosa del mito de Dánae: su fecundación por el dios Zeus. Según la mitología griega Dánae era hija de Acrisio, rey de Argos, y Eurídice, hija de Lacedemón. Decepcionado por no tener herederos varones, Acrisio consultó un oráculo para saber si esto cambiaría. El oráculo le dijo que fuese al fin de la Tierra donde sería asesinado por el hijo de su hija. Para que esta no tuviese hijos, Acrisio la encerró en una torre de bronce o en una cueva (según las versiones de Apolodoro y de Pausanias). Pero Zeus logró tener relaciones con ella transformado en ducha o lluvia de oro y la dejó embarazada. Poco después nació su hijo Perseo, que con el tiempo cumpliría la profecía sin quererlo.
El tema de Dánae fecundada por Zeus, que Sófocles cita en su Antígona, ​es uno de los más reproducidos en la historia del arte.

Judit decapitando a Holofernes.  Fue ejecutado hacia 1613. Se trata de una pintura al óleo sobre lienzo, que mide 1,99 metros de alto y 1,62 m. de ancho. Actualmente se conserva en la Galería de los Uffizi de Florencia (Italia).
El tema de Judit decapitando a Holofernes es uno de los episodios del Antiguo Testamento que con más frecuencia se ha representado en la historia del arte. No obstante, excepto Judit y Holofernes de Caravaggio conservada en la Galería Nacional de Arte Antiguo de Roma, jamás se ha logrado representar una escena tan cruda y dramática como la que pinta en esta tela Artemisia Gentileschi.
La heroína bíblica, junto a su doncella, se interna en el campo enemigo, seduce y luego decapita a Holofernes, el feroz general enemigo.
Este cuadro es el más famoso de Artemisia Gentileschi, con el que su nombre se asocia rápidamente. El tema es perfectamente análogo a otro lienzo, más pequeño y de colores diferentes, ejecutada con anterioridad y que se conserva en el Museo de Capodimonte de Nápoles: otra Judit decapitando a Holofernes.
El acto de la decapitación ocupa el centro de la escena. La composición es de tipo triangular, y para ello ha sido preciso ubicar dentro de la tienda a la doncella, que en principio según la historia tradicional estaban solos Judith y Holofernes.

La Alegoría de la pintura. Se encuentra en el Museo de Tessé, en Le Mans, Francia. Es una de las muchas pinturas de Gentileschi con esta temática, pero en este cuadro la representación es inusual y los académicos han sugerido que posee otro sentido. La atribución a Gentileschi es reciente, de 1988.

La Alegoría de la inclinación es una pintura al óleo de 152 cm x 61 cm, realizado en 1615-16. Se encuentra en el techo de la Galería de pinturas de la Casa Buonarroti, en Florencia.
La pintura fue encargado en 1615-16 por Miguel Ángel Buonarroti el joven (1568-1646), sobrino del célebre artista fiorentino. Representa a una joven desnuda, que sostiene con ambas manos una brújula, sostenida en lo alto, sobre un lienzo de nubes celestes, mientras una pequeña estrella luminosa brilla de frente a su frente rodeada de cabellos rubios que parecen querer rebelarse contra un peinado elaborado.
Representa la alegoría de la inclinación, en el sentido de «propensión a algo», esto es, del talento natural, la predisposición para un arte. Los rasgos de la joven recuerdan los de algunos retratos, como el grabado de Jérome David, y supuestos autorretratos de la pintora.
A través de la alegoría, Artemisia Gentileschi, por entonces de 22 años, habría celebrado así su propia inclinación artística. Cierto o no, se propone una identificación estrecha de la joven de la tela con la figura de Artemisia, es indudable que la pintura tenía una carga de perturbadora sensualidad; carga que hoy sólo se puede imaginar, habiendo Leonardo di Buonarroto, sobrino nieto del comitente, por desgracia ordenado, a Baldassarre Franceschini llamado el Volterrano, la ejecución, hacia el año 1684, de unas vestimentas moralizadoras que cubrieran su original completa desnudez. 

La conversión de la Magdalena. Fue ejecutado hacia 1615-1616. Se trata de una pintura al óleo sobre lienzo, que mide 1,46 metros de alto y 1,08 m de ancho. Actualmente se conserva en el Palacio Pitti de Florencia (Italia).
La representación pictórica de María Magdalena penitente y la de la conversión de la Magdalena cubren un espectro iconográfico muy vasto, pudiendo el artista acercarse a estos temas de modos diversos, manteniendo el equilibrio necesario entre la sensualidad de la pecadora y su ascesis espiritual del arrepentimiento.
Tiziano, en su famoso lienzo también conservado en el Palacio Pitti, había pintado a una Magdalena decididamente sensual, con un procaz seno descubierto, sólo tapado en una pequeña parte por los larguísimos cabellos rubios, que reclamaba la verdad de su arrepentimiento con los ojos llenos de lágrimas dirigidos al cielo.
En esta Magdalena de Artemisia Gentileschi, el contraste entre la sensualidad y la fe se resuelve de modo menos provocativo. Es cierto que la santa tiene el aspecto de una mujer atractiva, elegante como podría ser una dama de alto rango, con una suntuosa vestimenta de seda amarilla (obra inconfundible de lo que Roberto Longhi llamaba «el guardarropa de los Gentileschi»); unas ropas de amplísimas telas, con un generoso escote que, con despreocupación, muestra apenas la desnudez de una espalda y la arruga del seno. Nada hay especialmente provocativo, tanto más que de la ropa lujosa apunta un pie desnudo, símbolo de un propósito de renuncia; propósito que la postura de las manos confirma, una sobre el pecho, como en el acto de reconocer sus pecados, y la otra estirada para esquivar alguna cosa que a duras penas se entrevé en las sombras. Se trata de un espejo, símbolo por antonomasia de la vanidad. Sobre su esquina se leen las palabras del Evangelio según Lucas: «OPTIMAM PARTEM ELEGIT,» ha elegido el mejor partido, el de la búsqueda del Señor.
El rostro, rodeado de rizos un poco desordenados de los cabellos, aparece más triste que distraído, y la mirada parece aún dudar antes de volverse hacia lo alto. La composición del cuadro, con la figura que sale del vacío del fondo de una estancia, es decididamente caravagista. Pero mientras que Caravaggio, con su Magdalena conservada en la Galería Doria Pamphili, había presentado a una prostituta, con la mirada bajada, las manos en el regazo, sentada sobre una modesta silla y las joyas abandonadas sobre el pavimento desnudo, el verismo de Artemisia no llega aquí a tanto. A conferir un aire aristocrático a la figura contribuye también la poltrona finamente trabajada sobre la cual se sienta la Magdalena.
Sobre un lado del respaldo de la silla la pintora ha puesto su firma: «ARTIMISIA LOMI».
La tela pertenece, según la opinión generalmente concorde de los críticos, al período florentino y es verosímil que el aspecto elegante y aristocrático de la santa esté influido por los gustos artísticos de una Florencia que, en aquellos años, apreciaba particularmente los modos pictóricos de Cristofano Allori.
 
Judit y su doncella. Fue realizado hacia 1618-1619. Se trata de una pintura al óleo sobre lienzo, que mide 114 cm de ancho por 93,5 cm de ancho. Actualmente se conserva en la Galería palatina del Palacio Pitti de Florencia (Italia).
En esta tela, de tono marcadamente caravagista, las dos figuras femeninas de Judit y de Abra, su doncella, están representadas de cerca, con un encuadre estrecho; están inmersas en las sombras, iluminadas por una luz como de una vela, que viene de su izquierda.
Después de haber pintado la cruenta Judit decapitando a Holofernes, hoy en el Museo de Capodimonte en Nápoles, Artemisia regresa, con este cuadro de gran intensidad dramática, y de gran sabiduría narrativa, a la historia de la heroína bíblica que mata al general del ejército enemigo.
El lienzo muestra el instante en el que las dos mujeres se preparan para dejar la tienda de Holofernes, con el temor de ser descubiertas por los soldados asirios. Abra sostiene, como si fuese la colada, la cesta en la que han depositado la cabeza cortada de Holofernes. Judit aún empuña, apoyándola en su espalda, la espada con la que ha realizado su venganza hace poco; con la otra mano, posada con un gesto cómplice sobre la espalda de la doncella, parece quererla contener, como turbada por un rumor exterior.
El cuadro se coloca entre las mejores obras de Artemisia Gentileschi. Es soberbia la tensión del rostro de Judit, marcada por una mirada preocupada que se vuelve hacia la salida de la tienda y de un mechón de cabellos que se escapan de su refinado peinado.
Se pone un cuidado minucioso en la representación de la empuñadura de la espada y de las joyas que adornan a la heroína bíblica, como se encuentra en todos sus numerosos cuadros dedicados a la historia de Judit. El amplio turbante de Abra, recreado con varias tonalidades del bianco y del amarillo, muestran inconfundiblemente los signos del aprendizaje desarrollado en el taller de su padre, Orazio Gentileschi.
La crítica no está segura de la datación del cuadro, ubicándose verosímilmente hacia el inicio de la estancia de Artemisia en Florencia. La composición de la escena presenta una gran semejanza con la Judit y su doncella conservada en la Galería Nacional de Oslo, que algunos historiadores del arte atribuyen a la mano de Artemisia, mientras que otros lo hacen a la de su padre Orazio. 

Santa Cecilia, descrita como «una gran excepción en la historia del arte, una pintora exitosa en una época en la que el arte estaba bajo dominio masculino».
El cuadro fue pintado hacia 1620. Muestra a la santa, patrona de la música, tocando un laúd, detrás de un órgano, un atributo de dicha figura religiosa. Actualmente se encuentra en la Galleria Spada de Roma; pertenece a la colección Spada desde el siglo XVII.

Retrato de un confaloniero. Es una obra datada en 1622. Mide 208 cm de alto por 128 cm de ancho. Actualmente se conserva en el Palacio de Accursio de Bolonia (Italia).
Artemisia Gentileschi tuvo, en vida, fama de excelente retratista. El género del retrato, junto al del bodegón, era por otro lado considerado de los más adecuados a las mujeres que ejercían el arte de la pintura.
El interés de este lienzo, firmada y datada por detrás, radica en el hecho de que es el único retrato existente que se puede atribuir con seguridad a la pintora romana.
En este cuadro Artemisia no defrauda las expectativas derivadas de su fama, considerándose en su estado definitivo como «uno de los ejemplos más sensacionales de la retratística caravagista».
Un confaloniero es el hombre que lleva el confalón, esto es, la bandera, estandarte o pendón. El título del cuadro deriva de la presencia, a la derecha, de un confalón que se inserta en la escena. El caballero lleva sobre el pecho la cruz de la orden de San Mauricio, que luce una preciosa armadura, con una banda verde puesta de través y una elegante gorguera almidonada, hace buena muestra de sí, complaciéndose de su propia posición social. El confaloniero posa su mano, con afectada postura, sobre una mesilla. Sobre ella se vislumbra una opulenta cimera emplumada. 

María Magdalena como La Melancolía, pintada entre 1622 y 1625 y que se conserva en el Museo Soumaya de la Ciudad de México.
Artemisia Gentileschi vivió en Florencia a partir de 1614, en donde disfrutó de un gran éxito. Fue la primera mujer en ingresar en la Accademia del Disegno (Academia del Dibujo) de Florencia y se convirtió en una exitosa pintora de corte. A pesar del éxito que tenía, tuvo muchos problemas, por un exceso de gastos suyos y de su marido, por lo cual regresó a Roma en el año 1621. En mismo año se separa de su marido.
Artemisia llegó a Roma y su padre Orazio dejó la ciudad y se trasladó a Génova, algunos creen que Artemisia siguió a su padre a la capital ligur (incluso para explicar la persistencia de una afinidad de estilos que, aún hoy, dificultan determinar quién de los dos pintó ciertas obras); pero no hay suficientes pruebas al respecto. La mayor parte de las evidencias apoyan la idea de que Artemisia permaneció en Roma, como mujer independiente, intentando encontrar una casa y criar a sus hijas.
En la obra aparece María Magdalena elegantemente vestida, sentada con la mano izquierda sobre el muslo, se nota por sus ojos rojos, que ha llorado mucho. Esta imagen de es muy poderosa en la descripción emotiva que hace de un momento de la vida de la santa. Como atributo distintivo vemos el ungüentario de plata, signo de la pecadora que unta perfume en los pies del Señor y después los enjuga con sus largos cabellos. ​
Artemisia hizo diferentes versiones de la misma obra: un claro ejemplo es esta obra, cuya primera versión se encuentra en la Sala del Tesoro de la Catedral de Sevilla; la segunda se localiza en el Museo Soumaya, en la Ciudad de México. Más allá de la gran similitud entre las dos obras, realizadas entre 1621 y 1626, cabe destacar tres importantes diferencias, que se pudieron detectar a través de una investigación con rayos X:
·       la más evidente se aprecia en el tamaño de velo o la tela, que le cubre el hombro derecho, más amplia en la versión de Sevilla; los rayos X permitieron descubrir que se trata de un añadido posterior, probablemente para sujetarse a los cánones de la Iglesia Católica de la época;
·       la otra diferencia tiene que ver con la fisonomía del personaje: la versión del Museo Soumaya se acerca más a la estética prototípica de Artemisia; un ejemplo es la Judith decapitando a Holofernes o Cleopatra;
·       la tercera se descubrió observando la factura: las pinceladas del lienzo ibérico revelan algunas correcciones, mientras que en la mexicana se aprecia un trazo mucho más preciso y seguro.

El Nacimiento de San Juan Bautista es una pintura de gran formato, ejecutada por Artemisia Gentileschi en 1635. Pertenece a un ciclo de cuadros sobre San Juan Bautista encargado por el conde de Monterrey, virrey de Nápoles, para el Palacio del Buen Retiro de Madrid. El resto de los cuadros fue pintado por Massimo Stanzione. Todo el conjunto se guarda en el Museo del Prado.
Como indica su título, se representa el nacimiento de Juan el Bautista. En el centro a la derecha hay tres mujeres aseando al recién nacido. Detrás de ellas, otra, en pie, porta una palangana con agua. En la parte izquierda, sumida en la oscuridad, se ve a un anciano en primer plano escribiendo, Zacarías, el padre del niño, que había quedado mudo por haber dudado de la palabra del ángel, y a la parturienta, Isabel, detrás, con otra figura a su lado. En el lado opuesto a la derecha, se ve una arquitectura que permite ver un paisaje al fondo. El contraste entre luces y sombras, típico del caravagismo le sirve a la pintora para representar una visión íntima. En este cuadro la luz de concentra en el bebé, e irradia a las mujeres que lo rodean, siendo sombrío el resto de la composición.
La obra de Artemisia destaca por su ambientación interior, al gusto del naturalismo, de tal modo que es una escena de sabor cotidiano. Algunos expertos, como Roberto Longhi, la consideran el más cuidado estudio de interior de todo el siglo XVII en Italia.
Existe también un gran realismo en la representación de los rostros de las mujeres.

Cleopatra.  Mide 117 cm de alto y 175,5 cm de ancho, y está pintado al óleo sobre lienzo. Data aproximadamente de 1633-1635 y se encuentra en una colección privada de Roma.
Artemisia Gentileschi se formó con su padre, Orazio Gentileschi, coincidiendo con los años en que Caravaggio vivió en Roma, cuya obra pudo apreciar en San Luigi dei Francesi y Santa Maria del Popolo. Su obra se encauzó en el naturalismo tenebrista, asumiendo sus rasgos más característicos: utilización expresiva de la luz y el claroscuro, dramatismo de las escenas y figuras de rotunda anatomía. ​ En los años 1630, establecida en Nápoles, su estilo adoptó un componente más clasicista, sin abandonar del todo el naturalismo, con espacios más diáfanos y atmósferas más claras y nítidas, aunque el claroscuro siguió siendo parte esencial de la composición, como medio para crear el espacio, dar volumen y expresividad a la imagen. ​
El cuadro representa la muerte de Cleopatra, reina de Egipto entre el 51 y el 30 a. C. Según la creencia popular, se suicidó dejándose morder por un áspid (cobra egipcia), aunque según diversos historiadores romanos empleó un veneno. En la imagen, Cleopatra aparece semidesnuda, recostada en una cama y cubierta parcialmente por una colcha color azul índigo, mientras al fondo aparecen dos criadas que acaban de descubrir el cadáver, en actitud llorosa. La corona que llevaba sobre la cabeza ha caído sobre la almohada y lleva una perla colgando de una oreja. Bajo su cuerpo se ve la serpiente, así como un ramo de flores. Aunque su carne mortecina, la laxitud de sus brazos y los labios amoratados dan buena prueba de su muerte, la representación de su cuerpo desnudo no carece de sensualidad, es un desnudo estilizado en consonancia con los cánones del género que se remontaban al clasicismo renacentista, con una especial influencia de Giorgione. La iluminación de la escena denota la influencia caravaggista, con el cuerpo de la reina bañado en una diáfana luz y el fondo donde aparecen la criadas en penumbra. El claroscuro se nota especialmente en el rostro de la reina, con una mitad iluminada y otra oscura. La efigie de la reina aparece con la boca abierta enseñando los dientes y los ojos igualmente entreabiertos, que recuerdan a la Santa María Magdalena en éxtasis de Caravaggio. ​

San Jenaro en el anfiteatro de Pozzuoli  es un cuadro al óleo sobre lienzo de 300 cm de alto por 200 cm de ancho realizado en 1636-37. Se conserva en el Museo de Capodimonte de Nápoles.
El cuadro, de dimensiones notables, forma parte de un grupo de tres lienzos realizados por Artemisia Gentileschi para la catedral de Pozzuoli. Esto testimonia cómo, en Nápoles, la pintora había encontrado un ambiente dispuesto a encargarle no sólo telas destinadas a colecciones privadas, sino también importantes obras devocionales para exponerse en los lugares de culto.
La escena representada en el cuadro se refiere a las vivencias atormentadas que las fuentes hagiográficas narran en relación con el martirio de san Jenaro.
Además de haber sido sometido a otros tormentos, san Jenaro y sus seguidores fueron dados como comida a una manada famélica de osos y leones. Las fieras, en lugar de asaltarlo, se aquietan de pronto y van a lamer los pies del santo (que después de este vano intento de darle la muerte, será entonces matado a golpes de espada).
La tela, aunque en mal estado de conservación, muestra el momento en que las fieras se amansan, mientras san Jenaro, que luce la mitra obispal, viste un pluvial abierto sobre una túnica blanca y se apoya en un bastón pastoral, y levanta la mano derecha, casi para bendecir a las fieras. En torno a él, sus seguidores expresar estupor por el milagro y veneración por su santo obispo. Sobre el fondo se observan, fielmente representadas, las otras paredes del anfiteatro romano (detalles que algunos críticos consideran atribuibles a un colaborador romano de Artemisia).
Los modos estilísticos del cuadro no tiene la fuerza dramática propia de la pintora romana, sino que se adaptan a un lenguaje hagiográfico más mesurado y convencional. 

Susana y los viejos es un cuadro al óleo sobre lienzo de 205 cm de alto y 168 cm de ancho realizado en 1649. Se conserva en la Galería Morava de Brno, República Checa.
El lienzo, firmado y datado ofrece un precioso testimonio del último período de la larga carrera artística de Artemisia Gentileschi, la del definitivo establecimiento en Nápoles después del paréntesis londinense.
Es inevitable comparar el cuadro con otra Susana y los viejos, conservado en la colección Schönborn en Pommersfelden, que había representado el exordio artístico de Artemisia, ocurrido poco menos de cuarenta años antes.
Junto a algunas analogías (la postura sentada de la heroína bíblica, su completa desnudez celada a duras penas por un paño blanco, la torsión del busto, el brazo tenso rechazando la indecente proposición de los dos intrusos, el gesto del más anciano que le exige silencio), se nota la evidente diversidad de composición y de estilo.
La escena se haya aquí más amplia, no ocupada sólo por tres figuras, sino abierta sobre un jardín florido que se deja intuir entre las elegantes columnitas de la balaustrada y sobre un lejano paisaje de colinas. Una vasija de peltre, puesto a los pies de Susana, permite a la pintora exhibir, en la ejecución de las asas con grutescos y de los apoyos con garras de leones, su habilidad en la descripción de los detalles.
El cuadro es entonces, bajo muchos perfiles, más cuidado y más en consonancia con el gusto estético que se va afirmando hacia la mitad del siglo XVII. Se observa una atenuación del estilo caravagesco y una menor vivacidad en la paleta hacen la escena menos dramática. Incluso el gesto de rechazo de Susana, con los ojos manierísticamente vueltos al cielo, hacen asumir a la tela un lenguaje que parece más débil y retórico.

MASSIMO STANZIONE (1585-1656)
Representa la corriente clasicista pero más matizada, cruzada con un potente naturalismo. Es una pintura más ecléctica. San Juan Predicando en el Desierto, El Martirio de San Juan Bautista (conservado en nuestro Museo del Prado), Cleopatra, La Pietá, Santa Ágata en la cárcel, pintura llena de sentimiento, de dulzura, para agradar al espectador. El tratamiento lumínico es de Caravaggio, pero la composición es más elaborada, atendiendo más a la moda del momento, con un carácter amable. 

Santa Inés, 1635-1640
De familia noble, Inés sufrió martirio en el siglo III al no querer casarse con el hijo de un prefecto romano. La santa, unida a Jesucristo, aparece acompañada del cordero místico, símbolo del mesías. Con un cuidado efecto escenográfico y el rostro extasiado de la santa, el pintor subraya el vínculo entre los dos protagonistas y simboliza la comunicación que tiene Inés con la divinidad. Stanzione representa la pintura napolitana de mediados del siglo XVII, con la fusión del naturalismo y un clasicismo heredero de la influencia de Caravaggio y Guido Reni.

El nacimiento del Bautista anunciado a Zacarías
Hacia 1635. Óleo sobre lienzo, 188 x 337 cm.
Juntamente con otros tres lienzos de su mano, Predicación del Bautista en el desierto, Degollación de San Juan Bautista, San Juan Bautista se despide de sus padres, e, conforma una serie dedicada a la vida del Bautista que debía constituir la entera decoración de una capilla en el Palacio del Buen Retiro, cuyo altar mayor fuese el Bautismo de Cristo, único episodio no presente en la serie. La existencia de una réplica, fechada en 1637 y pintada por Francesco Guarino, en San Miguel de Solofra, parece confirmar su datación, pues el joven discípulo imitaría una composición reciente y de éxito y no una anterior en muchos años.

Degollación de San Juan Bautista
Hacia 1635. Óleo sobre lienzo, 184 x 258 cm.
Este cuadro forma una serie con otros tres lienzos del mismo autor: (La prisión de san Juan Bautista) hoy desaparecido. Está dedicada a la vida del Bautista que debía constituir la entera decoración de una capilla dedicada a San Juan, cuyo altar mayor fuese el Bautismo de Cristo, único episodio no presente en la serie. Es el de mayor carácter tenebrista, forzado por la escena de interior, y aunque se impone la evocación del cuadro de análogo asunto pintado por Caravaggio en La Valleta, el espíritu de Stanzione muestra aquí un énfasis heroico y un academicismo evidente. 

San Juan Bautista se despide de sus padres
1634 - 1635. Óleo sobre lienzo, 181 x 263 cm.
San Juan Bautista se arrodilla ante sus padres, Zacarías e Isabel, a quienes solicita su bendición antes de iniciar su vida en el desierto. Dos pastores, acaso quienes acompañarán al joven en su viaje, contemplan la escena y debaten sobre ella. De acuerdo con la Testamentaría de Carlos II (1701), formaba parte de un conjunto de seis pinturas con sucesos de la vida del santo, entonces localizados en el madrileño Palacio del Buen Retiro de Madrid. El carácter seriado de todas estas pinturas se hace evidente en la repetición de la escala de las figuras (de tamaño natural), la técnica, las vestiduras de sus protagonistas, pesadas, voluminosas y de colorido variado, o la composición, que aquí y en el resto de los cuadros de la serie, dispone preferentemente las figuras en friso. También en los tamaños, ordenados conforme a módulos que se repiten.
Como ocurre con buena parte de las pinturas encargadas para el nuevo Palacio del Retiro, importantes detalles de estos cuadros como su fecha o emplazamiento original, están sujetos a controversia. Si atendemos a los procedimientos seguidos en otras series pictóricas encargadas en Nápoles y Roma durante la década de 1630 para el Retiro, podemos suponer que el virrey español en Nápoles, conde de Monterrey, o uno de sus agentes, comisionó a Stanzione la realización de la serie, quien delegó la realización de una pintura a Artemisia y otra a Finoglio. La Testamentaría de 1701 tasó en menor cuantía la pintura de este último, muestra del menor aprecio que este artista mereció en la corte madrileña. 

ANDREA VACCARO (1604-1670)
Andrea Vaccaro (Nápoles, 1604 – Nápoles, 1670) fue un pintor italiano de la llamada Escuela napolitana. Evolucionó de un estilo tenebrista a otro suavizado de manera clasicista.
Su obra se inspiró en el naturalismo tenebrista de Caravaggio, que reinterpretó o suavizó acercándolo al clasicismo. Asimiló influencias diversas, y sus obras se caracterizan por sus figuras mesuradas, su colorido claro (que se esfuma en los fondos) y la ausencia casi total de rasgos agresivos en expresiones y gestos, al contrario de lo que hacía Caravaggio.
Miembro de una familia de artistas, Vaccaro fue discípulo de Girolamo Imparato, un artista menor del último manierismo. Su primer estilo, de la década de 1620, delata influencias de Caravaggio y en mayor medida de sus seguidores napolitanos, casi los únicos artistas cuyo estilo pudo conocer hasta que salió de Nápoles.
Su amistad con Bernardo Cavallino, un viaje a Roma y la influencia de Guido Reni y Van Dyck, explican que en su madurez atemperase el naturalismo con un clasicismo más agradable y de más fácil salida comercial. También José de Ribera, que aclaró su colorido en la madurez, hubo de influirle.
La mayoría de su producción se debió a encargos eclesiásticos; sus imágenes de santos y martirios le convirtieron en uno de los artistas más demandados por la Iglesia de la época de la Contrarreforma. Dado que Nápoles era entonces virreinato de España, Andrea Vaccaro cuenta con una amplia presencia en los museos españoles. Destacan varias obras del Museo del Prado, como Encuentro de Isaac y Rebeca y varios lienzos sobre la vida de san Cayetano. En el Museu Nacional d'Art de Catalunya se conserva el ciclo de grandes lienzos con la Historia de Tobías, claro exponente de su fase más clasicista. También encontramos dos ejemplos en la colección privada de los duques de Alba (Magdalena penitente y La expulsión del Paraíso). La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando conserva tres lienzos procedentes del desparecido Convento de San Hermenegildo en Madrid: Santa Teresa con la Virgen y San José, Santa Lucía preparándose para el Martirio y un San Pedro y Santa Águeda, que en 1813 fue seleccionado para formar parte de las colecciones del Museo Napoleón en París (hoy Louvre). ​ El Museo de Bellas Artes de Sevilla posee un lienzo suyo Jonás predicando el pueblo de Nínive y el Museo de Salamanca alberga una Inmaculada de gran formato procedente casi con seguridad del Colegio Mayor de San Bartolomé conocido como Anaya.
Su pintura es movida y apasionada e impacta en los sentimientos, sobre todo con los temas religiosos, que son muy dramáticos. Otra obra que debemos citar es Encuentro de Rebeca con Isaac que es como una instantánea dotada de gran ligereza y espontaneidad. Vaccaro es un gran colorista con un fuerte dominio de la paleta debido a la influencia veneciana del XVI, sobre todo del Veronesse. 

Lot embriagado por sus hijas, Andrea Vaccaro (1640-1670)
La obra evidencia el sofisticado lenguaje con que se expresaba el pintor, repleto de inventiva y creatividad y destilado a partir de las propuestas más renovadoras exhibidas en Nápoles durante el primer tercio del siglo xvii, desde el naturalismo hasta el clasicismo barroco, pasando por la sutilidad cromática y emotiva de Van Dyck. También es un bello testimonio de cómo el encargo aristocrático impulsaba aventuras temáticas tan atrevidas como la historia bíblica de un incesto.

Santa Águeda
Hacia 1635. Óleo sobre lienzo sin forrar, 128,5 x 101 cm.
La santa siciliana implora al cielo después de su martirio, en el que le fueron amputados ambos senos. En toda la pintura del napolitano Vaccaro es notable la influencia de Guido Reni, que en esta obra se advierte en la actitud mística de la santa y en la sosegada resignación con la que acepta su destino.

El tránsito de San Genaro
1635. Óleo sobre lienzo, 207 x 154 cm.
San Genaro obispo es el santo patrón de Nápoles y, por ello, protagonista de numerosas obras de su rica escuela pictórica a lo largo de la Edad Moderna, en especial a partir de que sus restos regresaran a la ciudad del Vesubio a fines del siglo XV. Según la tradición, era obispo de Benevento durante la persecución de Diocleciano en el siglo III d. C. Al acudir a Pozzuoli, fue apresado junto a dos de sus diáconos y sometido a diversos tormentos, de los que salió indemne milagrosamente. Finalmente fue decapitado y enterrado en dicha localidad, situada al norte del golfo de Nápoles.
En el Duomo de Nápoles se conservan las reliquias del Santo, para las que se construyó una lujosa capilla en el siglo XVII. Los restos más famosos son dos ampollas de cristal en las que sus seguidores recogieron parte de su sangre. Anualmente, también en la actualidad, se exponen ante los fieles el 19 de septiembre, aniversario de la muerte de Genaro. Ese día la sangre de las ampollas se licua de forma prodigiosa, hecho que es tenido como muestra de su protección sobre la ciudad. Entre los sucesos más importantes que se atribuían a la intermediación de San Genaro figuraba la curación de la epidemia de peste de 1526 y la milagrosa salvación de Nápoles de la erupción del Vesubio en 1631. Justamente ese papel protector fue ensalzado por el napolitano Andrea Vaccaro en esta visión apoteósica de su patrono.
Su educación artística, tradicionalmente atribuida a Gerolamo Imparato (act. 1573-1621), tuvo lugar en su propia ciudad natal dentro del más estricto naturalismo caravaggesco. Esta corriente dominaba Nápoles en sus años juveniles tras el paso de Caravaggio por la ciudad y el establecimiento en ella de algunos de sus mejores seguidores como Giovanni Battista Caracciolo (c. 1578-1635) y José de Ribera. Después de viajar a Roma atemperaría su estilo con las formas elegantes y el colorido vivo del clasicismo boloñés, obteniendo una personal y exitosa fórmula con ecos evidentes de artistas como Guido Reni o Massimo Stanzione (1585-c. 1656 o 1658), que también trabajaron en Nápoles. A ello sumó la experiencia naturalista, alcanzando un refinado equilibrio, amable y muy adecuado para los temas piadosos, que fue muy demandado por sus conciudadanos y los mecenas españoles. Muchas de sus obras, enviadas por los virreyes, acabarían en las colecciones nobiliarias de la metrópoli, donde también gozó de gran fama en los siglos XVII y XVIII.
En esta representación del santo napolitano por excelencia Vaccaro desplegó esa particular fusión de lo vernáculo con la estética boloñesa. Así la composición, con el santo ricamente caracterizado como obispo y una corte de angelillos transportándolo entre nubes con sus atributos, es heredera del cuadro del mismo tema pintado hacia 1635 por Ribera para el convento de Agustinas de Monterrey en Salamanca. El artista buscó una imagen al tiempo triunfal y mesurada, en contraste con las vertiginosas ascensiones celestes que el pleno barroco estaba imponiendo. La contundente presencia del santo, pesada y voluminosa, domina por completo el pequeño bullicio de unos ángeles de anatomías no menos robustas. El suave y delicado movimiento de las manos y los ojos explica las razones por las que el santo alcanza la gloria; su mirada extasiada a la luz que rompe el celaje y la mano izquierda reposando sobre el corazón aluden a su entrega a Dios por la que acabaría siendo martirizado. Éste es simbolizado por las dos redomillas con su sangre hacia las que dirige el otro brazo.
El prodigio es descrito con una austeridad cromática propia del Vaccaro maduro, quien firma orgulloso con sus iniciales doradas. El escenario que deja en tierra es la propia ciudad de Nápoles, mostrada con minuciosidad para transmitir puntualmente su aspecto de urbe populosa y rica, con su gran puerto, su apretado caserío y sus grandes hitos monumentales. Se escenifica así el vínculo entre San Genaro y su ciudad, a la que protege desde la misma bahía.
Combate de mujeres
Siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 175 x 200 cm.
Esta obra pertenece a un conjunto dentro de la serie de la Historia de Roma, dedicado a la descripción de las diversiones públicas romanas: atletas, gladiadores, cuadrigas, luchas de animales, naumaquias, etc. No en vano, una vez resueltas las dudas iniciales, el nuevo palacio se concibió como un retiro lúdico donde olvidar las preocupaciones que provocaba el gobierno de la monarquía. Probablemente se pretendió simplemente establecer una asociación entre los usos lúdicos del palacio del Retiro y las prácticas de la Antigüedad.
A lo largo de las últimas décadas se ha tratado de establecer la existencia de una serie de cuadros relativos a la Historia de Roma, entre los que se encuentra esta obra, encargados por los representantes de Felipe IV en esa ciudad y en Nápoles a partir de una fecha cercana a 1634 para el palacio del Buen Retiro. Persisten veintiocho obras que pueden relacionarse con este proyecto (conservadas principalmente en el Museo del Prado y Patrimonio Nacional), a las que se pueden añadir otras seis más actualmente destruidas o cuyo paradero se desconoce, todas ellas citadas en la Testamentaría de Carlos II. En total, unas treinta y cuatro pinturas, el conjunto más numeroso de todos los del Retiro incluyendo el Salón de Reinos y sólo inferior en número a las escenas mitológicas que en esos mismos años el cardenal-infante don Fernando, hermano del rey, solicitaba a Rubens para la Torre de la Parada. Su número constituye el primer argumento que permite entender la importancia otorgada a este ciclo en el nuevo palacio.

BERNARDO CAVALLINO (1616-1656)
Es quien marca la transición en la segunda mitad del XVII. Es un poeta y un literato muy culto, que se inspira en la pintura de Taso. Utiliza  una iluminación muy natural, mediante efectos lumínicos de los interiores. Es una pintura colorista con un preciosismo perfectamente conseguido. Se deja influenciar por la pintura de Gentileschi, sobre todo en el tratamiento de los personajes de tipo patético o dramático. Tiene una paleta de rico colorido muy cercano al espectador. Obras como La curación de Tobías ó Boceto de Santa Cecilia, en la que se resume la producción de Cavallino y como trata el color. Sus personajes son amables y dulces, sensibleros. Su pintura se caracteriza por una gran elegancia en las composiciones.
También nos vamos a encontrar con una pintura de género muy demandada por los coleccionistas durante los primeros años del siglo XVIII, más abundante en Nápoles que en el resto de Italia, debido a la relación de este Virreinato con España, que recibe a su vez la influencia flamenca. Existen pinturas de naturalezas muertas. Es el tipo de pintura de los Bamboccianti, cuya influencia es más notoria en las artes suntuarias, incluso en el mobiliario, que no aparece hasta el siglo XVIII y que nos sirve para aproximar una cronología. Se representan tipos populares, desde pícaros a mendigos, brujas y todo tipo de personajes vulgares. Es también interesante la pintura de bodegón. Hay artistas especializados en este tipo de pintura. Unos son especialistas en flores, otros especialistas en peces, otros en aves, etc. 

Lot y sus hijas, 1640 – 1645. Óleo sobre tabla.  41 x 38 cm
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Los dos temas aquí reunidos se pintaron muy profusamente en la época postconciliar debido a su marcado carácter de enseñanza moral; ésta está relacionada por un lado con la representación del padre ebrio obligado a cometer incesto para propagar la estirpe tras la huida de Sodoma (Génesis 19, 30-35) y, por otro lado, con la del padre que se salva con su familia del diluvio universal e igualmente presa de la embriaguez tras haber plantado una viña (Génesis 9, 20-23). Los artistas también se interesaron por el contraste entre sexo y edad, entre las carnaciones encendidas de los ancianos protagonistas de las escenas y las de sus jóvenes hijos y, sobre todo (en el caso de Lot) de sus hijas.
En conjunto en buen estado, ambas tablas presentan pequeños retoques antiguos en distintos puntos. En el reverso del óleo con la historia de Lot aparece una pequeña etiqueta con el número «147», y otra antigua con un lacre en el que se ve un león rampante, y otro lacre con el emblema de un amorcillo y la inscripción «Soyez fidelle», lo que induce a pensar, en relación con la trayectoria del cuadro, en un coleccionista francés de cierto rango. Otro lacre no descifrable, además de una etiqueta con el número «146», aparecen en el reverso de la pareja de esta obra.
El díptico, entre los de mejor calidad de la exquisita producción del maestro napolitano, cuya carrera truncó la peste de 1656 cuando acababa de cumplir cuarenta años de edad, pertenece a una fase, por así decirlo, madura de su producción, aunque no lejana en el tiempo de la única obra suya fechada, en 1645, la Santa Cecilia que provisionalmente se expone en el Palazzo Vecchio de Florencia, junto con las obras que Rodolfo Siviero recuperó en Alemania.
Aunque la cronología de Cavallino sigue siendo hoy muy incierta a pesar de los esfuerzos realizados por la crítica, se tiende básicamente a situar en época más tardía las obras de composición más amplia y volumétrica, aunque también de cromatismo más agradable y variado, frente a las que hipotéticamente son obras de juventud, pobladas con unos personajes más delicados y evanescentes pero sometidas a unos contrastes más duros de los claros y los oscuros. Sin embargo, toda esta construcción queda enseguida en entredicho cuando se pretende situar al principio del corpus de Cavallino el cuadro ampliamente debatido del Museo de Budapest, El encuentro de santa Ana y san Joaquín, repleto de elementos típicamente españoles, y en particular riberescos, además de hispano-napolitanos relacionados con el Maestro de los Anuncios a los Pastores, pero también en parte con Stanzione. La combinación sin duda conduce a Cavallino, que fue digno discípulo de Stanzione; pero considerar necesariamente el cuadro fruto de la misma como obra de juventud obliga, en opinión de quien escribe estas líneas, a revisar la justificación cronológica juvenil de otros cuadros de constitución formal menos sólida y, por lo tanto, opuestos al espíritu del gran lienzo húngaro -como por ejemplo el Martirio de san Bartolomé de Capodimonte, de influencia riberesca, y La comunión de los apóstoles de una colección particular de Milán. Es evidente que Cavallino presenta influencias de Ribera. Es fácil comprobar la influencia del artista valenciano en toda su obra, como por ejemplo en la expresión de golfilla y la sardónica sonrisa de la hija situada a la derecha, la que le sirve el vino al padre en el tondo de Lot. La definición de su rostro, bastante semejante a la del rostro del muchacho que está detrás de santa Ana en el cuadro de Budapest y acaso todavía más del muchacho con el cordero sobre los hombros al otro lado de la composición, difícilmente habrá podido prescindir de ejemplos de Ribera; así, El bebedor (El gusto) (Ginebra, colección particular) y sobre todo su pareja, Muchacha con pandero (El oído) (Londres, galería Drey). Ambos están fechados en 1637 y sin duda causarían gran impacto a un Cavallino que tendría poco más de veinte años de edad.
En cualquier caso existen ejemplos, no muy numerosos aunque suficientes, para comprobar la intensa riqueza cromática (aspecto que prácticamente no se da en la Santa Cecilia fechada de Florencia), el vigor formal y la fuerza expresiva de esta excelente pareja de tablas. El rostro ebrio de Lot, en cambio, deriva directamente del rostro más enjuto aunque de idéntica fisonomía del Saúl que escucha absorto a David en un lienzo más antiguo (c. 1640) de la Heim Gallery de Londres, y también del de Tobías en El joven Tobías curando la ceguera de su padre de las Staatliche Kunstsammlungen de Kassel. En este último cuadro, toda la figura del anciano que está a punto de recuperar la vista es muy parecida a la del Lot de la tabla Thyssen; por otra parte, se advierte la identidad somática del amoroso Tobías con el hijo de Noé, situado en el centro del tondo que señala la indecente embriaguez de su padre. La de Kassel es obra de gran elegancia, probablemente anterior en algunos años, e indudablemente -a diferencia de la pareja que aquí se expone- próxima al estilo de Andrea Vaccaro. El pastor de mayor edad del tondo de la Alte Pinakothek de Múnich, Herminia entre los pastores, concuerda con esta tipología viril de anciano.
En términos generales, el estilo de otro cuadro de excelente calidad que se conserva en Alemania, El encuentro de Moisés con sus hermanos del Herzog Anton Ulrich Museum de Braunschweig, no se diferencia sustancialmente de la envolvente circularidad de los dos tondi de la Colección Thyssen, aunque el drama en suspenso que encierra la gran expresividad de éstos se convierte en aquél en lírica celebración. El modelo, ideal o más fácilmente real, que el artista adopta para la mujer inclinada que cierra por la derecha la composición del lienzo alemán, es el mismo utilizado para el hijo de Noé de la derecha. Éste, a su vez, procede de una composición sobre el mismo tema (Gosford House, Earl of Wemyss and March), con casi total seguridad anterior, en la que el joven se presenta al espectador en una postura prácticamente idéntica -obsérvese el mismo ademán de la mano derecha- pero con una definición somática menos definida, como suele ocurrir en las obras supuestamente juveniles de Cavallino. El cuadro de Gosford House (lienzo ovalado de formato bastante mayor que los tondi de la Colección Thyssen: 103, 5 x 78, 7 cm) tiene una pareja, igual que las tablas madrileñas, con el tema de Lot y sus hijas, que en la actualidad se encuentra en el Louvre y concebida de una forma muy distinta que la obra homóloga que aquí se comenta.
Hay que decir que la riqueza del mensaje de los dos magníficos
tondi madrileños halla su eco en auténticas obras maestras de la madurez del artista, madurez que éste alcanzó en la treintena. Esta forma más «monumental» de su arte pictórico -por muy extravagante que pueda resultar esta definición para un artista aficionado por lo general, cuando no exclusivamente, al pequeño formato como lo fue Cavallino- aparece ya explícita en la Santa Cecilia coronada por el ángel, fechada en 1645, y particularmente en el modelo en el que probablemente se inspiró, que se conserva en Capodimonte. El rostro pícaro del ángel y la típica descripción de la mano abierta con los dedos extendidos y en tensión coinciden plenamente con los rasgos no sólo morfológicos sino también estilísticos de La embriaguez de Noé. Estas dos categorías de coincidencias, que pueden identificarse por separado, se presentan raramente juntas; ello ocurre en la Piedad de la Pinacoteca del Seminario de Molfetta, en cuya figura de Cristo reconocemos, en imagen especular, al Lot del tondo Thyssen; y aunque el paralelismo entre la Virgen, con su intensa gesticulación, y el más inquieto de los hijos de Noé, no salta a la vista de forma automática, no por ello resulta menos convincente.
Las tonalidades de tierras, que armonizan la pareja de obras en sentido realista -sobre todo en el.
Las tonalidades de tierras, que armonizan la pareja de obras en sentido realista -sobre todo en el Noé, pues el Lot está considerablemente orientado hacia la pintura de género-, proporcionan una gama tonal cálida aunque austera, con incursiones de verdes (con reflejos amarillos en la túnica de Lot, en la camisa del hijo de Noé de espaldas) y de rojos (la manta con la que los hijos se disponen a tapar al padre). Tenemos, pues, ante nosotros -queriendo forzar un poco la mano- dos cuadros de aspecto más español (Velázquez, Murillo) que napolitano, pues carecen de las inclusiones cromáticas neovenecianas, vivas y refinadas, que recordamos como una característica específica de Cavallino, y que por supuesto derivan de su paso por el Nápoles de Ribera fundamentalmente, y de su conocimiento de la obra del siciliano Novelli, ambos importadores de la manera de Van Dyck, así como de la del genovés Giovanni Bernardo Castiglione, apodado «il Grechetto». Tras el redescubrimiento de Tiziano y de su mágico cromatismo, reinterpretado sobre todo por los flamencos que también estaban presentes en Nápoles desde principios de la década de 1640, se limita parcialmente la tendencia de Cavallino al integrismo naturalista, al que sin embargo nunca renunciará. Cavallino fue uno de los más destacados protagonistas de esta nueva tendencia, y en estas dos tablas resulta particularmente llamativa la proximidad con el estilo del Grechetto, o de otros artistas napolitanos sobre los que éste ejerció influencia (como Andre de Lione). La sabia composición de ambas escenas, especialmente la de Noé, en la que la espalda del hijo de la izquierda sigue la curvatura del soporte, induce a pensar que el formato original debió de ser el actual, lo que habla elocuentemente de la poderosa imaginación cavalliniana, verdaderamente digna -en época tan distante- de Caravaggio. 

La embriaguez de Noé, 1640 – 1645. Óleo sobre tabla. 41 x 37,7 cm
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

ANIELLO FALCONE (1607-1656)
Fue conocido fundamentalmente por su especialización en el género de batallas, en el que supo expresar la mezcla de tendencias reinante en el Nápoles de su época, desde el interés por el naturalismo y el fuerte claroscuro hasta la nueva tendencia colorista del clasicismo romano. Sus composiciones de las acciones guerreras «sin héroe» fueron ciertamente originales y dieron lugar a toda una corriente de seguidores muy fructífera en la capital del sur de Italia. A mediados de la década de 1640, su pintura evolucionó por influjo del clasicismo romano. Es conocido que Falcone tenía en su estudio una academia de desnudo en 1638, a través de la cual estimulaba entre sus alumnos el aprendizaje del dibujo (ejemplo magnífico de esta práctica es la obra del Prado titulada Gladiadores). Murió en 1656 a causa de la gran peste que asoló su ciudad. Las fuentes de la época ya establecen una firme relación con España, desde su trabajo en el taller de Ribera hasta la compra de sus obras por parte de los sucesivos virreyes y el traslado de éstas a España. Son ocho las obras que conserva el Museo del Prado, la gran mayoría son lienzos que representan sus famosos cuadros de batallas, así como otros temas romanos. Provenientes de las colecciones reales, como demuestran los sucesivos inventarios, la mayoría fueron adquiridos para la decoración del palacio del Buen Retiro en la década de 1630, para el que el conde de Monterrey, virrey de Nápoles, encargó una serie de temas romanos a varios artistas residentes entonces en la ciudad, como Lanfranco o Domenichino además de Falcone, cuyas obras también se conservan en el Museo.
Es quien tiene mayor significación en la pintura Bamboccianti y en pintura de batallas, tema muy apreciado en Europa. 

Atletas romanos
Hacia 1640. Óleo sobre lienzo, 186 x 183 cm.
Esta obra pertenece a un conjunto dentro de la serie de la Historia de Roma para el palacio del Buen Retiro, dedicado a la descripción de las diversiones públicas romanas: atletas, gladiadores, cuadrigas, luchas de animales, naumaquias, etc. No en vano, una vez resueltas las dudas iniciales, el nuevo palacio se concibió como un retiro lúdico donde olvidar las preocupaciones que provocaba el gobierno de la monarquía. Probablemente se pretendió simplemente establecer una asociación entre los usos lúdicos del palacio del Retiro y las prácticas de la Antigüedad.
Los responsables de definir los detalles de esta serie mostraron un notable conocimiento de la literatura anticuaria producida en Italia en los setenta años anteriores, obteniendo de muy diversas lecturas la idea general que se observa en este conjunto. Los dos autores más importantes en su definición fueron Onofrio Panvinio y Justo Lipsio, aunque también podría sospecharse la consulta de Jerónimo Mercurialis, Antoine Lafréry, Giacomo Lauro o Serlio. El primero fue autor de un número muy considerable de obras dedicadas a las costumbres romanas, la más importante de las cuales para explicar la serie es De ludis circensibus (1600), de donde se tomaron aspectos generales, como los desfiles que se llevaban a efecto en los propios circos como preludio de la fiesta, con elefantes, o soldados de caballería, dispuestos estos últimos para la pugna equestris. También se recogen en la serie las ceremonias previas como las ofrendas de los atletas (athletica) que pueden apreciarse en esta obra.
Además de las escenas de gladiadores es posible identificar en Panvinio o en otros autores como Jerónimo Mercurialis, el origen de las escenas de atletas. Mercurialis fue autor de De arte gymnastica, obra publicada en 1573 y que incluye una gran variedad de estampas con ejercicios atléticos semejantes a los mostrados por Fracanzano o Falcone en sus Atletas romanos.
En relación con la ubicación de las obras, ante la ausencia de descripciones contemporáneas, la Testamentaría de Carlos II y los planos del palacio constituyen los únicos elementos que permiten especular sobre el aspecto que presentaron estas obras en el Retiro. Todos estos cuadros se situaban en 1701 en cuatro ámbitos de la gran plaza, aunque podría suponerse que fueron originalmente pensados para formar un conjunto dotado de mayor unidad. Las escasas indicaciones contenidas en la Testamentaría permiten sospechar ciertos ritmos que quizás correspondan a las intenciones originales de sus autores. Así, Soldados romanos en el circo, de Falcone, se cita como sobrepuerta, de ahí quizás lo excepcional de su tamaño. Los Atletas romanos, del mismo autor, es mencionado como sobreventana, quizás la misma ubicación que merecieron todos los cuadros de formato próximo al cuadrado. 

Soldados romanos en el circo
Hacia 1640. Óleo sobre lienzo, 92 x 183 cm.
La historia en el Prado de Soldados romanos en el circo es semejante a la de los Atletas romanos y a Elefantes en un circo, de Andrea di Lione, artista que pasó por el taller de Falcone y cuyas obras han sido confundidas en diversas ocasiones con las de su maestro. Como es habitual en el ciclo de la Historia de Roma resulta difícil datar esta obra, que no mencionan los autores contemporáneos. A falta de una información histórica más precisa puede proponerse una fecha en torno a 1640, próxima a su pintura al fresco en la capilla de Santa Ágata en San Paolo Maggiore de Nápoles, cuyos soldados recuerdan vivamente los del Prado. En cualquier caso, su fecha no puede ser posterior a 1643, momento de la caída en desgracia de Olivares. La influencia más evidente es la de Poussin, cuya Caza de Meleagro ha sido relacionada en diversas ocasiones con esta pintura, aunque hasta ahora no haya sido posible precisar los términos de la relación. Se conserva un dibujo en la Gallería degli Uffizi que parece estudio para esta pintura, aunque la composición general de sus figuras está más próxima a una de las láminas incluidas por Giacomo Lauro en su obra Meraviglie della Roma antica, concretamente la titulada De dignitate militari apud romanos, que Falcone reprodujo invertida.

LUCCA GIORDANO (1632-1705)
Nacido en Nápoles. Su padre era pintor pero no se tiene constancia suya en ningún taller. La formación le llega a través del naturalismo de Ribera y una inspiración propia que hace que su pintura sea diferente a cualquier otra. Sabía dar a cada comitente lo que éstos le pedían. Asimila todas las tendencias. Por una parte, el expresionismo de Ribera. Por otra, el tratamiento de la luz de Caravaggio. También aprendió los cálidos colores venecianos. Muy joven marchó a Roma con su padre y ya consagrado, viaja a Parma, Mantua y Venecia. Se deja seducir por la vitalidad de Bernini. Es un pintor ecléctico que sabe interpretar. Cada vez que asimila las diferentes tendencias las asimila con su impronta personal que se caracteriza por las formas vivaces y humanas, el brillante cromatismo y sobre todo, por su pincelada ligera y suelta, que parte de la rapidez con que realizaba todas sus obras, que le proporcionó el sobrenombre de Luca fa presto, realiza una pintura abocetada.
Su producción es amplísima, tanto por la rapidez con que pintaba (realizaba tres o cuatro encargos simultáneamente) como porque tenía un importantísimo taller.
Según uno de sus biógrafos, tenía en la nómina una gran cantidad de pintores entre los que contaba con veintiocho importantes. Eso supuso en algunos momentos la descatalogación de la pintura de Giordano. Por todo lo dicho, adquirió gran fama en toda Europa. Enviaba obras a toda Europa y recibía encargos de todas las cortes. Su estrella cayó, una vez fallecido, en la segunda mitad del siglo XVIII por el desarrollo de la corriente neoclasicista. Alternó su faceta de pintor de caballete con la de pintor de frescos.
La crítica analiza su pintura de pequeño tamaño que es más rápida que la pintura al fresco que posee mayores calidades. Sigue la tendencia romano-boloñesa, pero su pincelada es más vívida de color y más apasionada.
Asimila lo que ve en Cortona en Roma y así da unas grandes calidades  como decorativista. Decora en 1671 la Cúpula de San Gregorio. En 1677 las bóvedas de la Abadía de Monte Cassino, las cuales, desgraciadamente se perdieron con la destrucción de la abadía por parte de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Hizo un alarde compositivo por lo que se ha podido comprobar por medio de los diseños y de los dibujos que se conservan en la Biblioteca de Nápoles.
La importancia que había adquirido hace que sea llamado a Florencia y allí encuentra que Cortona había trabajado en el Palacio Pitti. Conoce su obra. Se le encargan dos obras: La decoración de una de las capillas de la Iglesia del Carmen y la Familia Ricardi le encarga la decoración del Gran Salón de su Palacio. Pinta una glorificación de la Dinastía Medicea en un alarde propagandístico que superó con creces lo realizado por Cortona en el Palazzo Barberini.
A partir de 1680, la pintura de Giordano es más barroca, debido a la influencia de Bernini  y a la corriente impuesta por Pedro Pablo Rubens, quien también influyó en su producción. Es más aparatosa, más vistosa. Con una fama reconocida en toda Europa y que ya había llegado a España es cuando Carlos II lo llama y solicita sus servicios. Llegó a la corte de España en 1692, precedido por su fama. Llegó a Barcelona y se establece en Madrid, en la corte.
Los pintores españoles ven un peligro en Luca como pintor de Corte. El que más problemas tuvo fue Claudio Coello. A pesar de la tensión que hubo y que nos la narra Palomino, Giordano va a influenciar en los artistas españoles. Nacionalizó su nombre y se le reconocía por Lucas Jordán. Estuvo en España hasta 1702. Con la muerte de Carlos II en 1700 y la llegada al trono de España de los Borbones, a Felipe V no le interesaron sus servicios pues no estimaba la pintura italiana de Giordano, sino que su interés estaba influenciado por el Rococó.
En 1705 fallece en Nápoles. Aunque Giordano influye en los pintores españoles, él a su vez se vio influenciado por la pintura veneciana que pudo apreciar a través de las colecciones reales de España. También se dejó influenciar por Velázquez. Sobre Las Meninas dijo a Carlos II: Señor, esto es la escatología de la pintura. Tiene, entre otros muchos, El Sueño de Salomón, La Crucifixión de San Pedro, con una pincelada suelta que nos adelanta lo que va a ser la pintura dieciochesca, mostrándonos una antelación del Rococó, por las pinceladas rápidas que lo que hacen es retener la luz. En el San Francisco de Borja se adapta al encargo del comitente, y lo hace ya sean cuadros alegóricos, mitológicos o de carácter religioso. San Pedro in lágrima, obra tardía de la década de los ochenta, comparable con su otra obra realizada cuando está en Nápoles. Nunca abandona las diferentes escuelas, recreando su carácter naturalista e intimista que nos recuerda la obra de Ribera Retrato Ecuestre de Carlos II. 

Abraham adorando a los tres ángeles
1694 - 1696. Óleo sobre lienzo, 65 x 168 cm.
Abraham recibió la visita de tres jóvenes a los que agasajó con leche, pan, carne y mantequilla. Estos le anunciaron la futura maternidad de Sara, su mujer, y el nacimiento de Isaac, a pesar de su avanzada edad (Génesis 18: 1-5). Fiel al relato bíblico, Abraham reconoce en los tres jóvenes la presencia de la divinidad y se postra ante ellos; en un segundo plano, y apenas esbozada, aparece Sara escuchando la profecía.
Los tres ángeles se disponen en cascada hacia el fondo de la composición. Dos de ellos, los de los extremos, carecen de interés en la narración, aspecto que aparece reforzado por su anatomía rutinaria, de hermanos gemelos. Mucho más interesante es el central, vestido de un delicado azul y malva e imponente presencia, que con su rostro sereno y los livianos movimientos de sus manos desgrana los detalles del relato. Se trata de una figura dotada de un carácter rigurosamente clásico, que no aparece de nuevo, al menos no en la misma medida, en el resto de la ermita de San Juan. Abraham aparece en la composición señalando un contraste riguroso con esta figura, a contraluz, aspecto potenciado por el fondo luminoso, que recorta su cara de forma violenta. Frente a los efectos luminosos del ángel, Abraham avanza sus manos hacia el ser celestial, en las que destacan los refuerzos con líneas negras en su contorno y entre los dedos. Por ello, y a pesar de la presencia de otras tres figuras, la pintura muestra un diálogo entre sus actores principales, quedando relegados los secundarios (los otros dos ángeles y Sara) a meros comparsas.

Lot embriagado por sus hijas
1694 - 1696. Óleo sobre lienzo, 58 x 154 cm.
Ante la preocupación de no encontrar varones en la tierra, las hijas de Lot embriagan a su padre para yacer con él y asegurarse la descendencia que propague la estirpe (Génesis 19, 31-35). Al fondo se vislumbra el incendio de Sodoma y la esposa de Lot convertida en estatua de sal, tras desobedecer el mandato de Dios.
La obra forma parte de una serie de lienzos de formato apaisado con escenas del Antiguo Testamento, que se encontraban en 1700 en la ermita de San Juan del Buen Retiro.

El sacrificio de Isaac
Hacia 1653. Óleo sobre lienzo, 85 x 124 cm.
Dios puso a prueba a Abraham pidiéndole que sacrificara a su hijo Isaac. Llegados al lugar elegido, Abraham construyó un ara, amontonó leña, ató a su hijo y se dispuso a cumplir su palabra, momento en el que un ángel detuvo su brazo, mostrándole un carnero enviado por Dios para que realizara con él el sacrificio (Génesis 22: 1-19).Giordano dispuso la composición de acuerdo a una doble diagonal. Las figuras aparecen a modo de friso descendente desde el ángel situado a la izquierda, pasando por Abraham o el resignado Isaac, concluyendo con la tea mencionada en el episodio bíblico en la esquina inferior derecha. Al fondo cierra la composición una ladera de pronunciada pendiente que desciende hacia la izquierda.
En su parte más baja se abre un tercer plano en el que aparece una ciudad descrita con someras pinceladas azuladas. El pintor escogió, como es habitual en la representación de esta escena, el momento de mayor dramatismo, cuando el viejo Abraham se dispone a degollar a su hijo, que ha asumido dócilmente su sacrificio. El ángel detiene el brazo del padre y le conmina a sustituir a su primogénito por el carnero enviado por Dios, situado a la derecha del ara. El dramatismo se acentúa mediante la agitación de los mantos de tonos rosáceos que cubren al patriarca y al ángel; o por el paño de color azul que, sin finalidad práctica aparente, le sobrevuela. 

Jacob y Raquel en el pozo
Hacia 1653. Óleo sobre lienzo, 86,5 x 123,6 cm.
Jacob conoció a su prima Raquel en un pozo donde daba de beber al ganado. Enamorado, solicitó la autorización de Labán, padre de Raquel, para tomarla como esposa, ofreciéndole a cambio trabajar durante siete años a su servicio sin recibir por ello honorario alguno (Génesis 29: 1-31). Una observación atenta de la escena hace desechar la tradicional interpretación como el encuentro de Rebeca y Eliecer. Por otro lado, existe en colección particular napolitana otra pintura de Giordano, aunque de fecha muy posterior, que también trata el encuentro de Jacob y Raquel ante el pozo, con características que recuerdan poderosamente detalles del ejemplar del Prado. Además, en el primer inventario en el que se recoge la existencia de esta obra (Palacio Real de La Granja, 1746), se cita a Raquel como protagonista del pasaje bíblico.
Junto a la pintura con la que forma pareja, ilustra como pocas los primeros pasos de la actividad del artista. Se ubicarían en un arco cronológico que discurre entre 1655 y una fecha indeterminada anterior a la llegada a Madrid de Giordano. Sin embargo, la dificultad de acomodarlas a la cronología establecida para las obras tempranas del pintor napolitano las han sacado en ocasiones del catálogo de Giordano.
Tradicionalmente se ha señalado que fueron pintadas imitando a Salvador Rosa, pero el conocimiento actual de las imitaciones de Giordano permite afirmar que esta pintura no forma parte del grupo de las que imitan de forma consciente y deliberada el estilo de otro artista, sino que constituye una de sus primeras pinturas conocidas en la que todavía no manifiesta una personalidad consolidada y vacila entre distintas opciones, preferentemente de ámbito napolitano: Agostino Beltrano, Micco Spadaro, Aniello Falcone o, en el tratamiento de los animales, Giovan Benedetto Castiglione ‘’il Grechetto’’. Ferdinando Bologna situó hacia 1654, coincidiendo con la realización de las pinturas de San Pietro ad Aram, en Nápoles, el final de la influencia riberesca para abrirse a otros artistas y, en definitiva, para desarrollar un estilo propio. La cronología propuesta para las dos pinturas del Prado es hacia 1653. En primer lugar, ambas presentan un estilo más evolucionado, aunque todavía mantienen parte de sus incorrecciones, como la dificultad para situar las figuras adecuadamente en una composición en friso, aspecto que resulta particularmente claro en Jacob y Raquel en el pozo. Sus dos protagonistas presentan una escala mayor que el resto. Sin embargo, es apreciable el camino avanzado respecto a obras anteriores.
Esta pareja de obras muestra la influencia de la pintura napolitana contemporánea y de la generación anterior, advirtiéndose elementos procedentes del vocabulario de Micco Spadaro y pinceladas que demuestran un estudio atento de Aniello Falcone; como indica De Dominici, el joven Giordano trabajaba “imitando le battaglie di Aniello Falcone, che essendo stato scolaro del Ribera frequentava quella scuola”. Esto podría explicar las influencias cruzadas que se advierten en sus primeras pinturas, así como el conocimiento profundo de la técnica de los artistas citados. 

El cántico de la profetisa María
Hacia 1687. Óleo sobre lámina de cobre, 58 x 84 cm. No expuesto
María (o Miriam), hermana de Moisés y Aarón, entonó un canto en alabanza a Dios después de que el pueblo de Israel lograra su libertad al quedar el ejército del faraón sumergido en el mar Rojo. A ella se unieron el resto de las mujeres con panderos y bailes (Éxodo: 15, 20-21).
María aparece en el centro, tocando un tambor y dirigiendo sus plegarias a la divinidad. A su alrededor y dispuesto en óvalo se sitúa el coro de mujeres que la acompañan con su música, cánticos y bailes. El resto del pueblo de Israel se distribuye en zig-zag hasta el último plano de la composición. Allí, en lo alto y a la derecha, aparece Moisés ordenando el cierre de las aguas. En la línea del horizonte aparece el mar Rojo y los restos de la tormenta que ha obrado el milagro de separar sus aguas para permitir el paso de los israelitas. La técnica de las figuras más próximas es minuciosa, con pinceladas que definen con precisión todos los elementos reproducidos, tanto en los rostros, como en los ropajes y accesorios.
En planos sucesivos la pincelada se vuelve más ligera y la luz más apagada. Los colores aparecen muy saturados, marcando vivos contrastes entre el grupo de la profetisa, donde la luz incide directamente, y el resto de los elementos que integran la escena.
La derrota de Sísara
Hacia 1692. Óleo sobre lienzo, 102 x 130 cm.
Representa el acto final de la batalla. Barac, victorioso, atraviesa el arroyo de Quisón en el momento decisivo en el que el general enemigo, Sísara, es derribado de su carro, situado justamente en el centro de la composición. Vencido, su ejército, mucho más poderoso, fue aniquilado por los israelitas. En la parte alta aparece un grupo de ángeles, hacia el que se revuelve el protagonista de la escena, que anticipa su sangriento final. Sísara huyó a pie hasta alcanzar la tienda de Jael, quien lo invitó a entrar y a descansar. Aprovechando su sueño profundo, tomó una estaca y la hundió en su sien con la ayuda de una maza.
En las diversas ocasiones que se han estudiado estas pinturas se citan en sentido inverso al relato bíblico, esto es, primero La derrota de Sísara y, en segundo lugar, Victoria de los israelitas y el cántico de Débora, que aquí, para dar coherencia a la narración, se colocan en sentido cronológico.
En junio de 1690 Giordano recibió el primer pago a cuenta de la pintura que debía pintar en la cúpula de la iglesia napolitana de Donnaromita Nuova: a tutta soddisfazione del signor Luca Giordano tanto di materiali quanto della manifattura ogni cosa a loro spese, mentre curera detta pittura tanto dentro la cupola, quanto fuori cioe l’evangelisti e mezze lune. En un documento correspondiente al mes siguiente, se especifica que el tema a pintar era l’Istoria d’Ebora e Sisara, así como la fecha de finalización acordada, el mes de diciembre de dicho año, señalando, finalmente, que todo el conjunto debía concluirse di tutta perfettione e di sua mano (Nappi 1991, p. 178, docs. 193, 194 y 195). Al propio Giordano cabe atribuirle, pues, la paternidad del concepto general de la pintura, no solo de la cúpula, sino también de las pinturas del presbiterio, obra finalmente realizada por un discreto imitador. En el momento de partir para España en 1692, los frescos no habían sido concluidos, razón por la cual dos de sus discípulos, Giuseppe Simonelli y Girolamo Cenatiempo, debieron continuar los trabajos.
La obra se concluyó en 1696, siguiendo el relato de Parrino (La Cupola cominciata a dipingere dal Giordano, chiamato a Spagna dal Re Nostro Signore, terminata dal Simonelli suo discepolo. Parrino 1700, t. I, p. 204). Diversos cronistas napolitanos y biógrafos del artista, como Baldinucci (Afirma que el pintor dejaba solo imperfetta una cupola ed altri simili opere grandi a fresco che poi furono terminate molto bene da Giuseppe Romanelli [sic por Simonelli] il suo fedele e buono allievo. Filippo Baldinucci, Vita di Luca Giordano pittore napoletano [1713-21], Florencia, Biblioteca Nazionale, ms., codice Palatino 565, c. 155v. Cit. en Ferrari y Scavizzi 1992, t. I, p. 331), dan fe de todo ello, aunque la información que proporcionan es, lamentablemente, muy escasa. Debido al mal estado de las pinturas napolitanas, resulta imposible afirmar qué porcentaje fue concluido por el maestro y hasta dónde llega la colaboración de sus ayudantes, aunque hay motivos para pensar que los trabajos se encontraban bastante avanzados en el momento de emprender ruta a España.
Como en otras ocasiones, aquí también se han planteado problemas sobre la naturaleza de estas obras; esto es, si son bocetos previos a las pinturas murales; si son los utilizados como modelo por los pintores que concluyeron el fresco en su ausencia; o, más improbable, si se trata de ricordi o pinturas realizadas más tarde, quizás con un interés comercial. A favor de su condición de bocetos se ha situado tradicionalmente toda la crítica que se ha ocupado de estas obras. Sin embargo, en 2001 Giuseppe Scavizzi dudó sobre su verdadera naturaleza, apuntando que su proximidad iconográfica con los frescos permitiría sospechar que eran una copia obediente de las pinturas murales (Scavizzi en Napoles 2001, p. 40).
Aunque el argumento es impecable, no despeja todas las dudas existentes sobre su carácter. Efectivamente, no tiene nada de particular que, por respeto a la voluntad del maestro, sus ayudantes no alteraran en nada lo dispuesto por aquel en su pintura mural, por lo que la supuesta proximidad entre ambos no constituye una prueba definitiva. Además, el estado de conservación de los frescos es tan mediocre que resulta difícil incluso aventurar un juicio sobre su proximidad iconográfica con los bocetos del Prado (Aparecen reproducidos en Ferrari y Scavizzi 1992, t. I, p. 144).
Se ha supuesto que Giordano los portó consigo en su viaje a Madrid, quizás como modelo para otras pinturas o como regalos para algún personaje relevante, práctica conocida a través de otros ejemplos. Sin embargo, esta hipótesis resulta bastante improbable si consideramos la posibilidad de que fueran pintados como guía para que sus discípulos concluyeran los frescos. 

La Sagrada Familia con santa Isabel y san Juanito
Hacia 1697. Óleo sobre tabla, 49 x 38 cm.
María aparece recostada con su mano derecha apoyada suavemente en un sillar de piedra, delante del cual hay una cesta de frutas. Mientras, Jesus niño, completamente desnudo, porta en su mano el libro de las escrituras.
Le señala a san Juan Bautista un pasaje probablemente referido a la vida de este último, razón que justifica la postura de su mano derecha, que apoya en su pecho. San Juan viste con piel de camello y porta en su mano derecha la cruz de caña y, anudada a su cintura, una escudilla. En el primer plano está el cordero que lo identifica como pastor. Tras el aparece su madre, santa Isabel, tocada de turbante. El segundo plano está ocupado por unas ruinas arquitectónicas y, detrás, unos montes de tono azulado que llegan a confundirse con el celaje.
Se trata de una pintura realizada a la manera de Rafael, de las que el Museo del Prado tiene otros dos ejemplos, aunque, a diferencia de aquellos, en esta ocasión Giordano no la firmó con el anagrama del maestro de Urbino. En esta obra imitó el tono tierno y el protagonismo otorgado a las figuras infantiles del maestro renacentista, adoptando el mismo carácter simbólico de los numerosos elementos que reproduce.
Así, san Juan aparece representado como un joven eremita, tal y como se puso de moda desde el siglo XIV, después de que el dominico Domenico Cavalca en sus Vite de’ Santi Padri embelleciera la biografía del joven precursor con numerosas leyendas, las cuales fueron inmediatamente asociadas a la iconografía del santo (Meyer zur Capellen 2001-8, t. I, p. 214). La compañía de ambos niños era vista como una referencia al Bautismo y a la Pasión que, a veces, como es este el caso, se reforzaba con pequeños detalles ocultos tras sus juegos o su relación con los adultos. En este sentido, quizás no sea casual que santa Isabel tome con su mano derecha la cruz de su hijo. De la misma forma, puede otorgarse un valor simbólico a las flores que aparecen en el primer plano, tal y como habitualmente se hace también en las pinturas del maestro imitado.
La técnica utilizada por el napolitano se encuentra en las antípodas de su sensibilidad artística, tratando de imitar los efectos del artista de Urbino. Así, sus pinceladas son más propias de un miniaturista, cortas y precisas, definiendo contornos y transiciones de forma ajena por completo a su práctica habitual. Este se traiciona en los tipos físicos, ajenos al maestro de Urbino y muy próximos a su fase más clasicista, hasta el punto de que puede afirmarse que, en ellos, Giordano se copia más a sí mismo que a Rafael. Tampoco el paisaje recuerda los modos del maestro, quizás porque Giordano obtuvo sus modelos de estampas o porque no tuvo demasiadas oportunidades de estudiar ejemplos concretos en los que el maestro utilizó este recurso en el último plano de su composición. Todas estas circunstancias explican y justifican las dificultades existentes para ensayar una cronología para esta pintura. Andreina Griseri acertó en 1961 al considerarla obra española y, también al juzgarla contemporánea de los frescos del Casón y de la sacristía de la catedral de Toledo (Griseri 1961, p. 425). Cinco años más tarde, Ferrari y Scavizzi propusieron la fecha de 1696, por la evidente inspiración clasicista y por la relación formal con la serie de pasajes de la vida de la Virgen (Viena, Kunsthistorisches Museum) (Ferrari y Scavizzi 1966, t. II, p. 205), fecha que en 1992 retrasaron hasta hacia 1697 (Ferrari y Scavizzi 1992, t. I, p. 344, n.o A597). Tienen razón ambos investigadores al poner en relación la pintura del Prado con la serie de Viena. El perfil de la Virgen, más que sereno, inexpresivo, con boca pequeña, nariz larga y cuello poderoso, reproduce el habitual aspecto de María en la serie de Viena, tal y como se observa en El taller de Nazaret, versión invertida del aspecto que presenta en el cuadro del Prado, y donde el propio Niño se presenta en posición y aspecto físico muy próximo al ejemplar madrileño.

El beso de Judas
Después de 1655. Óleo sobre lámina de cobre, 43 x 66 cm. No expuesto
Esta pintura ha sido relacionada con Durero (1471-1528) y con Lucas de Leiden (1494-1533). Supone un sobresaliente ejercicio de estilo que manifiesta su atenta observación de originales alemanes del siglo XV, cuya técnica Giordano intentó imitar. En ella Giordano aplicó una pincelada minuciosa y precisa de trazos cortos que reproducen con rigurosa exactitud el aspecto de los objetos, la incidencia de la luz y los brillos metálicos, así como los detalles anatómicos, todo ello en las antípodas de su sensibilidad artística. Esta pintura forma parte de un grupo de más o menos una docena, todas ellas correspondientes a la juventud del artista y representan escenas de la vida de Cristo, especialmente de la Pasión, cuyas composiciones tomó de estampas alemanas

MATTIA PRETI (1613-1699)
También se le conoce como El Caballero Calabrés. Junto con Giordano es uno de los principales renovadores de la pintura barroca. Nace en Nápoles, pero es un viajero infatigable. Lo vemos en Malta, en la Catedral de su capital, La Valetta, donde también había pintado Caravaggio. Su vinculación con Malta le hizo ser nombrado Caballero de la Orden de Malta, nombramiento que llevó con orgullo. También viajó a Roma y Venecia, combinando la influencia romana con la del Tiziano y la del Veronés. Su pintura tiene un carácter espectacular, es muy movida, con grandes escorzos y normalmente con composiciones muy cerradas. A todas infunde un fuerte dramatismo, como en El Padre Eterno, rodeado de Santos. En El Museo de Bellas Artes de Sevilla y en su Palacio Arzobispal se conservan varias obras de este pintor. El obispo Manuel Arias había estado en Malta y luego fue enviado a Sevilla. Desde Malta envió a Sevilla obras de este autor, como San Juan amonestando a Herodes en el Museo de Bellas Artes. Las figuras en su pintura son muy abundantes, tensas, de gran teatralidad y dramatismo. En su San Juan Limosnero, más contenido en cuanto al tratamiento de los rostros.
Fue pintor de frescos, pero no utilizó la técnica del fresco, sino que pintaba al óleo, mucho más brillante. La obra más importante quedó en el techo de la Catedral de La Valetta. 

Cristo en gloria con santos
1660 - 1661. Óleo sobre lienzo, 220 x 253 cm.
Cristo triunfante se aparece a un grupo de santos entre los que destacan San Jerónimo, San Francisco y la Magdalena. Se desconoce la iglesia para la que fue pintado este lienzo, aunque parece claro que debía de colgar a cierta altura. Preti fue un prolífico pintor residente en Roma, Nápoles y Malta, ciudad en la que fue nombrado caballero y donde debió de pintar esta obra.

San Sebastián, 1657.
Originalmente estuvo instalada la iglesia del convento de San Sebastián de Nápoles y hoy se expone en el Museo de Capodimonte. Representa el martirio de Sebastián, cuando está siendo asaeteado.
Se trata de un óleo sobre lienzo de 240 × 169 cm. Se calcula que fue realizado hacia 1657, durante la primera estancia en Nápoles del pintor calabrés Mattia Preti, quien muestra en esta obra una evidente influencia caravaggesca.
Preti recibió el encargo de las monjas del convento de San Sebastián para pintar un cuadro sobre el santo con destino a la iglesia conventual. Una vez expuesto al público, causó un fuerte rechazo y recibió las críticas de Luca Giordano y de otros pintores locales, que juzgaron la obra como muy mediocre e inconveniente. El cuadro fue trasladado a una capilla privada en la iglesia de los Siete Dolores de Nápoles, donde permaneció hasta 1974, cuando se retiró por los problemas de seguridad en el templo. Actualmente se expone en el Museo de Capodimonte.

El martirio de San Jenaro, 1685. Óleo sobre lienzo. 153 x 200 cm
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Este lienzo, que se conserva en buen estado, ha sido al parecer doblado por los laterales en el pasado. Las partes que faltan no tienen gran importancia, y afectan principalmente al vestido de la devota que recoge la sangre del santo, a la parte inferior de la capa y algunos puntos concretos de la zona inferior de la composición. También existen algunas lagunas mínimas en la túnica de San Jenaro, cuyo rostro muestra repintes importancia, que van desde la oreja hasta la órbita del ojo. El personaje calvo que aparece en segundo lugar por la izquierda ha sido sometido a una limpieza que acentúa los contrastes de claroscuro. En general, la restauración, con el fin de salvar las veladuras, se ha concentrado en las zonas claras, intensificando el efecto lumínico. Por debajo del barniz afloran algunos retoques antiguos, por ejemplo, en el cielo a la derecha de la cabeza del diácono.
San Jenaro, obispo de Benevento, sufrió martirio durante las persecuciones de Diocleciano. Primero lo echaron a los leones en el anfiteatro de Puteoli (Pozzuoli), pero cuando las fieras se negaron a devorarlo, lo mandaron degollar. En esta obra se ve precisamente al obispo con atuendo dorado inmediatamente después de su decapitación; el verdugo ha vuelto a envainar la espada y la devota Eusebia recoge la sangre de san Jenaro en una copa. Como es bien sabido, esta milagrosa reliquia se conserva en la catedral de Nápoles y es veneradísima, pues periódicamente la sangre del mártir se licúa.
Se conoce otra versión compositivamente idéntica de esta obra, que otrora perteneció a los príncipes de Fondi (Nápoles) y posteriormente, hasta 1937, a la princesa Pignatelli della Leonessa. A juzgar por la oscura reproducción que figura en el catálogo de la subasta, da la impresión de que originalmente tenía un tono de luz más acentuado, más «caravaggiesco», por lo que habría que asignarle una datación más antigua. La relación de la crítica con el lienzo que en la actualidad pertenece a la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza ha sido de lo más variada, casi esquizofrénica. Matteo Marangoni (1921) lo calificó de «tumultuoso y fantástico», eligiéndolo como «la obra más fuerte y personal» de entre las joyas de la Colección Cecconi de Florencia. Sin embargo Longhi (1922, véase también 1961) la descartó como copia mediocre, juicio suscrito más recientemente, aunque con menor contundencia, por Spear (1980: «The stiff, mechanical folds of the garments of this work, and the general lifeliness of figural modelling impressed me as being quite typical of copies» [Los pliegues rígidos y mecánicos de las telas en esta obra, y la escasa vivacidad del modelado de las figuras me parecieron los típicos de una copia]), el cual considera mucho mejor la versión de Christie's, antes mencionada y que acababa de aparecer. Más edulcorado es el punto de vista de Maurizio Marini (1989 y 1991) que definió el cuadro que antaño perteneciera a la Colección Cecconi -y que por aquellas fechas se encontraba en una colección particular en Nueva York- como «una buena copia de taller», identificando la obra original (óleo sobre lienzo, 155 x 215 cm) con un cuadro que él «conocía de cuando la obra se encontraba en una colección particular en Roma». Este cuadro, salvo error previo en el cómputo de sus medidas, no podría ser el mismo que pasó por Christie's en 1980, dada la evidente disparidad de formato (recuérdese que las dimensiones citadas en el catálogo de la subasta eran 149, 9 x 202 cm), pero no cabe duda de que es idéntico al que vio y describió como copia Spike (en Princeton 1980) en el mercado romano en 1979 «supuestamente de origen napolitano»: es decir, de la misma procedencia que el cuadro subastado en Christie's al año siguiente. Las apreciaciones negativas, o parcialmente negativas, del cuadro que hoy pertenece a la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza por parte de Longhi, Spear y Marini, se ven compensadas por los elogios de Marangoni, Nugent (1930) y Spike, que acertadamente han puesto de manifiesto la necesidad juzgar la obra según parámetros heurísticos diferentes, en vista de su origen, no napolitano sino maltés, bien avanzada la década de 1680.
Teniendo en cuenta la existencia de varias versiones de la misma y celebrada composición, no se puede dar por cierta la coincidencia del lienzo de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza con el que describe con todo detalle De Dominici en casa de don Giacomo di Marino, marqués de Genzano, junto con una pareja, de calidad muy inferior, con temas bíblicos de José (Jacob ve la túnica ensangrentada de José y José interpreta el sueño del faraón): «San Jenaro, ya decapitado, con el cuerpo yacente y la cabeza en el cepo donde el santo había apoyado el cuello para recibir el golpe del verdugo, quien se vuelve hacia el clérigo que con una mano sostiene la cabeza del santo, y hacia la mujer que con una esponja recoge la sangre, mientras los demás contemplan su martirio».
La progresiva dilución de esta composición todavía naturalista en elementos de sello barroco giordanesco induce automáticamente a sugerir para este lienzo (que sin embargo el autor de este comentario no acaba de considerar como totalmente autógrafo) una fecha de ejecución relativamente tardía, tal vez como se ha dicho antes, y de acuerdo con la posición crítica de John Spike (1980), bien avanzada la década de 1680. Es cierto que la línea diagonal de la figura de san Jenaro es un recurso compositivo muy apreciado por el pintor calabrés, y que utilizó a lo largo de muchos años; baste recordar el protagonista del famoso cuadro del palacio real de Nápoles con el tema de El regreso del hijo pródigo, en el que el joven que aparece a la derecha con un penacho de plumas se parece un poco al diácono que sostiene la cabeza de san Jenaro, si bien la línea de luz y sombra divide exactamente su rostro por la mitad. Por el contrario, una pintura de época tardía como es El martirio de san Juan Bautista de San Domenico Maggiore de Nápoles puede darnos la impresión de que se trata de un pendant ideal de la obra que aquí se expone. Además de que el santo es simétrico a san Jenaro, tiene, como éste, las manos atadas, pero todavía no ha sido decapitado. En el centro, al fondo, aparece la misma mujer vestida con un oscuro hábito de monja, con capucha, que distinguimos a la derecha, en sombras, en el cuadro de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. La adoración de los pastores de Santa Maria di Monteverginella de Nápoles sería igualmente una obra de fecha tardía, de la cual cabe señalar, como significativa tipología giordanesca, la inserción de una mujer que avanza desde la izquierda hacia el centro con un cesto de gallinas en la cabeza. Además, el pastor que se quita el sombrero, a la izquierda, es prácticamente el mismo, con más años, que el hombre armado que en el cuadro de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza ocupa el espacio correspondiente. Junto a él, José parece el mismo modelo utilizado para el viejo que gesticula entre el hombre armado y san Jenaro.
Pero, como he dicho, muchos de los elementos que constituyen el cuadro, a pesar de todo considerable, de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza -copia tardía de un prototipo más antiguo, pero me atrevería a decir que al menos en parte autógrafa- se pueden identificar, sin gran sorpresa, en obras ejecutadas un par de décadas antes. Tal es el caso del modelo que Preti utiliza para el soldado situado a la izquierda de Cristo ante Herodes de la iglesia parroquial de Sambughè, en la región de Treviso que se parece muchísimo al que posteriormente utilizará en el ejemplar que tenemos ante nuestros ojos. Y cualquier anticipación, tanto tipológica (el diácono, en realidad es mucho más alto que el de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza) como estructural (la persona que se reclina con una postura parecida a la que luego caracteriza a san Jenaro) se puede encontrar en El bautismo de Constantino de la iglesia de Sant'Agostino de Tortoreto, en los Abruzos, una de las obras maestras, en mi opinión, de la década de 1660. Ya en esos años, los primeros de su larga estancia en Malta, surge el tipo femenino que posteriormente se traduce -en El martirio de san Jenaro- en la figura de su devota seguidora, Eusebia. Pienso, por ejemplo, en el fresco con El sermón de san Juan Bautista en el techo de la iglesia de San Juan en La Valetta (1661-1666), y en la figura que aparece a la derecha, medio oculta por una escultura ante la cual está sentada, o en la mujer tendida a la izquierda en primer plano, con un niño dormido en el regazo. En el mismo edificio maltés se podría también considerar la luneta con El nacimiento de María, y en particular la doncella arrodillada a la izquierda, con la espalda apoyada en la columna. Muy parecida a la caritativa Eusebia, es la mujer representada con las manos alzadas que figura de espaldas a la derecha en El rapto de Dina, cuadro que estuvo en una colección particular en Roma, al que hace referencia De Dominici, que lo vio en Nápoles en la colección del duque de Laviano.
Una persona de la familia Preti resulta ser el tipo de hombre barbudo con cuello de piel representado en sombra en el extremo derecho de la composición de Madrid. Lo reconocemos al menos en el Epulón que figura a la derecha en El banquete del rico Epulón, en paradero desconocido; en el hombre con turbante representado detrás de la heroína de El suicidio de Dido del Herzog Anton-Ulrich Museum de Braunschweig (inv. n.º 25), y en el san Lucas del cuadro maltés con el tema de San Lucas retrata a la Virgen, firmado y fechado en 1671, en paradero desconocido.

Santa Teresa de Jesús

Un artista de fuertes manifestaciones realistas aparece en el retrato de Santa Teresa de Jesús con una gran dulzura, que transmite la interioridad de la Santa. La pinta en el momento de estar escribiendo sus obras, y vuelta hacia el Espíritu que la ilumina desde arriba como pasmada ante la iluminación celestial. 
Es la descripción pictórica de un momento de éxtasis, en que la Santa recibe una luz que le llega desde lo alto, como una ráfaga de luz que desciende desde el Espíritu Santo en forma de paloma.  
Ante todo, es admirable el rostro iluminado de Santa Teresa, con las manos levantadas del libro que está escribiendo. Las manos son de una factura excelente, que hablan también, como su rostro, de la admiración que siente en ese momento celestial. Las telas del hábito y la capa son un ejemplo de naturalismo. 
En la iconografía de Santa Teresa de Jesús, este cuadro ocupa un lugar preferente: manifiesta con una enorme naturalidad uno de los momentos místicos que la Santa tendría tan frecuentemente en su vida. Esto aparece sin expresiones exageradas, sin con la naturalidad que ella recibiría las luces de lo alto. 

SALVATORE ROSA (1615-1673)
(Nápoles, 22 de julio de 1615-Roma, 15 de marzo de 1673) fue un artista polifacético italiano del siglo xvii, activo en Nápoles, Roma y Florencia, en diversas materias (pintor, grabador, actor, músico, poeta). Como pintor ha llegado a ser calificado de «poco ortodoxo y extravagante» y un «eterno rebelde»​ protorromántico.
Otro pintor que va a introducir un cambio en la pintura. Tenía un extraño complejo que le hizo realizar una pintura muy personal, no dejándose manipular por sus comitentes. En su Autorretrato adelanta lo que va a ser el retrato en el siglo XVIII, recortando su figura melancólica sobre un fondo amarillo. Es un artista de marinas, de escenas de batallas e incluso de paisajes, aunque lo más interesante es su faceta de escritor y sobre todo de dramaturgo. Ahí radica lo original de su producción. Escribió Siete Sátiras en la que va a criticar a la sociedad de su tiempo, arremetiendo también contra la pintura y los pintores, sobre todo con los pintores de marinas, de paisajes, etc. Es muy autocrítico consigo mismo. A partir de 1635 se establece en Roma, dedicándose a pintar temas históricos y religiosos, que van a ser su período de reflexión. Su obra está reflejada en su autorretrato. En su Paisaje y marina napolitana, realiza no un paisaje banal sino que hay un auténtico estudio de la Naturaleza. No se copia del natural sino que es un estudio de taller. También Rosa va a tratar los temas esotéricos como en La bruja, en la línea de la pintura costumbrista. 

Alegoría de la fortuna, a veces también llamada La Fortuna, es una pintura al óleo sobre lienzo, creada alrededor de 1658 o 1659, por el pintor barroco italiano Salvator Rosa, que causó alboroto cuando se exhibió públicamente y casi encarceló y excomulgó al pintor. Teniendo iniciales pero sin fecha, mide 200.7 por 133 centímetros (79.0 por 52.4 in). Rosa era conocido por sus pinturas de paisajes, pero también trabajó en la esfera de la mitología, la brujería, los retratos y la sátira.  Desde 1978 ha estado en el Museo J. Paul Getty en Malibu, California.
La pintura se hizo casi al mismo tiempo que Rosa escribió Babilonia, una condena satírica de la corte papal.  Según el crítico de arte Brian Sewell, el objetivo de la pintura satírica no podía malinterpretarse. Los amigos de Rosa le advirtieron después de verlo en privado,  que la pintura no debería mostrarse abiertamente, ya que era un ataque satírico al patrocinio del Papa Alejandro VII.  En 1659, la pintura fue exhibida en el Panteón, Roma, lo que casi resultó en que Rosa fuera encarcelada y excomulgada. Solo la intervención del hermano del papa, Don Marco Chigi, lo salvó de esta humillación. 
Finalmente, Rosa estaba convencida de la necesidad de ofrecer una explicación de la imagen; lo hizo bajo la rúbrica del Manifiesto y, según el escritor de arte James Elmes, "demostró que sus cerdos no eran eclesiásticos, sus mulas fingían pedantes, sus asnos nobles romanos y sus pájaros y bestias de presa, los déspotas reinantes de Italia".
Rosa realizó una pintura anterior de Fortune durante la década de 1640.
Las dimensiones generales del óleo sobre lienzo sin fecha son de 200.7 por 133 centímetros (79.0 in × 52.4 in) de ancho;  las iniciales "SR" inscritas en el libro en la parte inferior izquierda representan la firma del artista.  La pintura, a veces conocida como La Fortuna,   representa a Fortuna, la diosa de la fortuna y la personificación de la suerte, vertiendo sus regalos en una variedad de animales que no lo merecen. Tradicionalmente, Fortuna tiene los ojos cubiertos y la vasija que contiene sus favores, el cuerno de la abundancia o Cornucopia, se muestra en posición vertical; Rosa ha revertido esta tradición en su interpretación y retrata a Fortuna completamente familiarizada con dónde y a quién le está otorgando sus regalos de la cornucopia volcada.
Piedras preciosas, coronas, un cetro, monedas de oro, perlas, rosas, junto con uvas, cereales y bayas fluyen desde la cornucopia hacia los animales de abajo.  A su vez, los animales pisotean los símbolos de la educación, las artes y el conocimiento. El burro, el símbolo del papa, vestido con un abrigo rojo y dorado de cardenal como cortina, está reprimiendo y proyectando una sombra sobre un búho, usado aquí como símbolo de sabiduría. La pintura expresa los sentimientos de amargura del artista por el hecho de que perdió el patrocinio papal y, por lo tanto, Rosa incluyó referencias personales: una rosa significa el nombre de Rosa; una paleta se coloca en el libro, y el libro lleva sus iniciales. Un cerdo que pisa una rosa también simboliza lo mismo.
Después de exhibirse en 1659, la pintura fue adquirida por Carlo de Rossi y, a su muerte, alrededor de 1683, pasó a ser propiedad de Antonio Vallori. 
Se mudó de Italia a Inglaterra después de que Vallori se lo vendió a Henry Scudamore, tercer duque de Beaufort en 1727  por seiscientos scudi.  El duque estaba completando un Gran Tour y compró dos pinturas de Rosa, la otra titulada, Enfermería de Júpiter.  Transmitida por herencia, la pintura de Fortune permaneció en posesión de varios duques de Beaufort hasta que fue vendida por el décimo duque en 1957, cuando fue comprada por la Galería Marlborough. Fue adquirido por J. Paul Getty de la galería en 1971.  Hasta que pasó al Museo Getty en 1978, solo se exhibió tres veces: desde el 21 de mayo de 1827 en la Institución de Bristol; en la British Institution en 1859; y como parte de la exposición de la Colección J. Paul Getty en el verano de 1972 en el Instituto de Artes de Minneapolis. 

Paisaje fluvial con Apolo y la Sibila Cumana (1655) – óleo sobre lienzo, 174 x 259 cm, Wallace Collection, Londres.
El temperamental Rosa desarrolló un tipo de paisaje autónomo, de concepción romántica apoyada en una estructura clásica, y opuesto al paisaje heroico de Pousin y Lorrain. Con todo, como los arcádicos de éstos de éstos, sus paisajes eran de "pensamiento", es decir, con figurantes mitológicos o bíblicos, aunque no siempre, que dan una base argumental a un género que, a pesar de todo, seguía siendo considerado menor, incluso por el propio Rosa, para quien pintar uno de tales cuadros no pasaba de ser un frívolo pasatiempo.

Monje tentado por demonios y Anacoreta tentado por demonios de Salvator Rosa (1615 - 1673)
Dos pinturas en un sólo lugar, pero tiene su razón de ser, y es que ambas forman una dupla. En estas escenas, el pintor italiano nos muestra un tema típico que atormentaba a las buenas consciencias: la tentación. La tentación se presenta ante hombres de iglesia en la forma de los demonios, las huestes de Satán que cayeron junto con él a infierno. Grotescos y salvajes, los demonios hacen lo posible por aterrar a los hombres y apartarlos del bien. El escenario de las ruinas le da un toque especial a las pinturas. 


ESCUELA DE GÉNOVA
En esta ciudad se va a desarrollar una importante Escuela de pintura a finales del siglo XVII que fue propiciada por la situación económica imperante que era boyante y por la vinculación que mantiene con Europa. Génova va a ser la vía de penetración de los artistas europeos en Italia y la de los artistas italianos en Europa. Se mantiene un estrecho contacto con pintores flamencos. Génova fue lugar y punto de encuentro. A finales del siglo XVI la influencia que recibe es de los artistas de Roma, pero desde principios del siglo XVII se renovó la pintura por la influencia de los artistas europeos. A principios del siglo XVII Barozzi, pintor manierista, va a seguir la corriente de Correggio, con una pintura decorativista y aparatosa. En 1605 está en Génova Caravaggio quien va a marcar la tendencia claroscurista de la primera mitad del siglo XVII. También, sobre 1605-6 está en Génova Pedro Pablo Rubens y un poco más tardío, sobre 1621 se encuentra Van Dyck, uno de los principales pintores flamencos que estará hasta 1627. Trabajó como retratista para las principales familias genovesas. La elegancia de su pintura estará, sobre todo, en la paleta de colores fríos (los plata, los grises) y en el tratamiento que va a dar a las manos, pues será como conectará con el espectador, por medio de los gestos y todo esto va a influir en los pintores genoveses.
Quien mejor captará la influencia rubeniana será Bernardo Strozzi a quien veremos después en Venecia. También estará Simón Vouet que será quien tratará más la pintura naturalista. Artemisa Gentileschi también estará en Génova por estas fechas. Se van a dar influencias muy dispares, pero se va a crear una pintura personal. 

BERNARDO STROZZI “IL CAPUCHINO” (1581-1644)
Pintor genovés de pintura religiosa, muy influido por Rubens. Trabajó en Venecia durante el siglo XVII, en el estilo Barroco. En 1597 se hizo monje capuchino, de donde le viene el apodo. Profesó ininterrumpidamente hasta 1610, año en que la Orden le dio permiso temporal para ir a cuidar a su madre enferma. Ésta murió en 1630, por lo que la Orden le pidió que se reintegrara. Parece ser que Strozzi no deseaba regresar, de modo que en 1631 cambió su residencia a Venecia. Este cambio no sólo estuvo motivado por su deseo de huir de la Orden de los Capuchinos, sino por sus propias tendencias pictóricas. A lo largo de toda su vida, Strozzi había pintado lienzos en Génova, dedicados a retratos, alegorías, mitologías, escenas de género y religión. Durante su etapa genovesa, había conocido la obra de Van Dyck, que también trabajó allí y dejo una huella de elegancia en su pintura. También en Génova trabajó durante unos años Rubens, que inundó su concepción pictórica de colorido y sensualidad, dos cualidades que se encontraban también en la pintura veneciana. Es por ello tal vez que eligiera Venecia como refugio. Una vez allí no tardó en encontrar trabajo. Se mantuvo trabajando allí hasta su muerte, junto con otros pintores de otras repúblicas italianas, ante la falta de pintores venecianos.
Strozzi, con El Tocador de Laúd (al pie del cuadro representa un pequeño bodegón) es de los primeros activos en el siglo XVII. Se va a caracterizar por ser un fuerte receptor de influencia flamenca. Es un pintor de costumbres, de cuadros costumbristas, que nos recuerda más a los pintores flamencos que a los italianos. La Cocinera. Aparte de la pintura costumbrista, Strozzi pinta obras de carácter religioso donde emplea una policromía muy viva, matizada por un perfecto conocimiento de la luz. Realiza composiciones muy elocuentes y dramáticas, donde introduce animales o pequeños bodegones. En su San Sebastián o en La Caridad de San Lorenzo. 

Éxtasis de San Francisco, 1637
San Francisco de Asís representa al fundador de la orden que llevaría su nombre. El que fuera más tarde proclamado santo, decidió vivir como Cristo: renunciando a sus bienes materiales, y se dedicó a predicar el evangelio, tratando de cumplir los tres votos: castidad, obediencia y pobreza. Según los relatos, San Francisco fue estigmatizado después de haber pasado la noche entera meditando la Pasión de Cristo, durante la que tuvo la visión de un serafín clavado en una cruz.
Cuando el serafín desapareció sintió agudos dolores que se mezclaban en su éxtasis y se dio cuenta que tenía las heridas de Jesús. En la pintura de Strozzi vemos al santo con una mirada mística, dirigida al cielo, derramando lágrimas, vestido con una sencilla y pobre túnica, con parches que indican la austeridad. En una de sus manos se representan las heridas y con ellas sostiene un crucifijo. El cráneo es uno de los elementos que identifican a este santo en la iconografía cristiana, al igual que el libro.
Bernardo Strozzi nos regala un cuadro lleno de expresión, movimiento y emotividad que es capaz de remitir al portentoso momento de la estigmatización utilizando una paleta de colores sobria, sin abusar del manejo de la luz. Logra transmitir, a través del rostro del santo, instantes de dolor y júbilo, dejando plasmada la devoción existente hacia San Francisco, inmortalizándolo en uno de los momentos más importantes de su vida. 

La incredulidad de Santo Tomás 1627
El cuadro muestra a Cristo resucitado ante sus discípulos, pero Tomás se niega a creer, por lo que Jesús le ofrece que toque sus heridas. El naturalismo típico de Strozzi se hace presente aquí, al mostrar al santo como un incrédulo. Las luces, además, contribuyen a enfocar más la figura y a dotarla de realismo. La razón por la que Tomás se niega a creer, nos da a entender que él no tenía esa fe tan fuerte que tenían otros discípulos y que es necesaria para ser seguidor de Cristo.

La cocinera, 1620
Strozzi, la personalidad más atractiva de la pintura genovesa del primer Seiscientos.
La cocinera es una "escena de cocina" a la manera holandesa, que es por un lado un detallado retrato de una cocinera, y por otro, la representación de las aves de caza que está preparando.
Manifiesta en esta obra su apertura al naturalismo caravaggiesco y a la riqueza cromática flamenca, sobre todo de Rubens. La realidad se substancia en las rosadas carnaciones de la corpórea y sensual cocinera, en la intensidad expresiva de su rostro ingenuo y sencillo, como su gesto, y en la detalladísima y narrativa visión de los animales y objetos culinarios.

La curación de Tobías, 1640 - 1644. Óleo sobre lienzo, 145 x 222 cm.
Escena bíblica (Tobías, 11, 1-19) que ilustra el momento en que Tobías, siguiendo las indicaciones del Arcángel Rafael, unta con la hiel del pez los ojos de su padre para curar su ceguera. Ejecutada en Venecia, es una de las mejores versiones que realiza sobre el tema y obra maestra de madurez en que destaca su vibrante pincelada y el uso de tonos tostados y dorados.

GIOACHINO ASSERETO (1600-1649)
Pintor al que le influyó inicialmente Bernardo Strozzi. Se orientó después hacia una pintura naturalista concentrándose en el contenido humano y dramático. El efecto dramático lo consigue acercando el encuadre al tema y cortando oblicuamente la composición. Sus resultados se consideran entre los más singulares e inconfundibles de todo el Barroco Italiano. Pintó obras tan importantes como el Cristo Escarnecido, de Génova, el Palacio Bianco y Apolo y Marsias de Génova. Recibe influencia flamenca. Sus creaciones se asemejan a la espectacularidad barroca romana. En su Martirio de San Bartolomé utiliza la aparatosidad de las composiciones romanas de la época, como Guido Reni. Tiene una paleta de colores cálidos.
Queda constancia documental de bastantes obras ejecutadas a edad muy temprana por Assereto, aunque ninguna de ellas ha llegado hasta nuestros días. En la primera obra datada (1626) ya se revela como un artista plenamente formado, capaz de crear violentos contrastes de luz y oscuridad, y conferir a sus figuras una notable vitalidad.
En 1639 se encuentra en Roma, donde puede conocer de primera mano la obra de los caravaggistas, aunque no se muestra muy impresionado por la segunda generación de ellos. Pintó dos frescos en una bóveda de la basílica de la Santissima Annunziata del Vastato: David y Abimelec y Santos Juan y Pedro curando a los cojos. También muestra la influencia de Bernardo Strozzi, un tenebrismo moderado, como en Moisés y el agua de la roca, actualmente en el Museo del Prado de Madrid. Esta última obra se considera actualmente una de las obras maestras de Assereto, después de haber sido atribuida durante mucho tiempo a otros artistas. Murillo se basó en él de manera evidente para hacer su propia versión para el Hospital de la Caridad de Sevilla. A partir de la semejanza en las figuras de algunas obras, parece que Orazio de Ferrari pudo haber trabajado con él en el estudio de Ansaldo. A partir de 1640 estudió profundamente el arte de grandes maestros flamencos como Rubens o Van Dyck, que influyeron notablemente en su producción tardía. 

Moisés y el agua de la roca, 1640. Óleo sobre lienzo, 245 x 300 cm.
Moisés sacia la sed del pueblo de Israel durante su travesía del desierto (Exodo, 17, 3-7). Assereto es uno de los pintores más importantes de la escuela genovesa. En su estilo influyeron Giulio Cesare Procaccini, Bernardo Strozzi y Cerano. Adquirido en Sevilla por Isabel de Farnesio, ha sido atribuido a pintores sevillanos, como Roelas, Llanos Valdés o Legote. En 1781 el Conde del Águila decía que los viejos pintores de la corte lo consideraban ´de lo mejor de Guercino´. Longhi, en 1926, lo devolvió a Assereto, de quien hoy se considera una de sus obras maestras, y señaló la existencia de un boceto en la colección Reneck de Berlín. 

ESCUELA DE VENECIA
La situación en Venecia es dispar. Mientras que en Génova hay una fuerte actividad económica, en Venecia sucede todo lo contrario, pues hay un retroceso económico y en lo referente a la pintura, va a vivir de las rentas del siglo XVI, de Tiziano. La gloria de la pintura veneciana del XVI cae y no se volverá a hablar de esta pintura hasta el siglo XVIII con Tiépolo y Piazzetta. La gloría de la pintura de Venecia fue en la segunda mitad del siglo XVI y luego cayó, aunque la influencia en los pintores del XVII es clara, pero no la renuevan. Serán los artistas foráneos quienes hagan esta renovación de la pintura. Entre ellos estará Strozzi quien en los años treinta se estableció en Venecia y va a aportar su influencia flamenca. Otro pintor que se establece en Venecia es Luca Giordano quien va a introducir el conocimiento de la pintura de Caravaggio y el naturalismo de Ribera. También estará Johann Liss, pintor de origen alemán que será quien marque la evolución de la pintura veneciana. Otro maestro será Domenico Fetti, romano pero que se establecerá en Venecia. Estos pintores citados serán los que aporten la renovación a la pintura veneciana del siglo XVII. 

DOMENICO FETTI (1585-1623)
Nació en Roma. Era hijo de un pintor poco conocido, Pietro Fetti. Se dice que Domenico aprendió en primer lugar con Ludovico Cigoli, o su alumno Andrea Commodi en Roma desde alrededor de 1604 hasta 1613. Durante este periodo de formación en Roma, conoció la obra de Adam Elsheimer, encontrándose ecos de la misma en algunos trabajos de Fetti, como en el paisaje de la Huida a Egipto que se conserva en Viena; en esta obra se aprecia también la influencia de Tintoretto y de Veronés. También recibió la influencia de Saraceni y, en general, de los caravagistas romanos. No obstante, trató la luz de manera más difusa. En Roma lo protegió el cardenal Fernando Gonzaga.
En 1612, al morir el duque Francisco IV Gonzaga sin hijos, lo sucedió su hermano, el cardenal, como Fernando I Gonzaga. Entonces mandó llamar a Mantua a su protegido, Domenico Fetti. Éste trabajó allí desde 1613 hasta alrededor de 1621-22. Fue nombrado pintor de la corte en 1614. Conoció la extensa colección de pinturas mantuana, de la que prefirió la obra de Rubens. De este pintor destacó su rico cromatismo, el que no sólo fuera un gran pintor barroco, sino también el seguidor de la escuela veneciana. Aquí pintó una serie de frescos monumentales, tanto para la catedral como para el Palacio Ducal. En este último pintó la Multiplicación de los panes y los peces. El duque le nombró inspector de la galería ducal, y en 1621 viaja a Venecia para adquirir cuadros.
Al año siguiente, debido a algunas peleas con destacados mantuanos, Fetti volvió a Venecia, esta vez para quedarse a vivir. Durante las primeras décadas del siglo XVII, Venecia seguía cultivando los estilos manieristas representados por Palma el Joven y los sucesores de Tintoretto y Veronés. Llegaron entonces tres «extranjeros», Fetti y sus contemporáneos, más jóvenes, Bernardo Strozzi y Jan Lys, en los años 1620 y 1630, quienes trajeron consigo las primeras influencias del estilo barroco romano. Adoptaron parte del rico cromatismo de Venecia, pero lo adaptaron al realismo y monumentalidad de influencia caravagista. Se considera, por lo tanto, que Fetti fue uno de los primeros pintores que llevó las innovaciones romanas del siglo XVII a la Italia septentrional.
En Venecia, Fetti cambió su estilo, y su estilo formal se hizo más pictórico y colorido. Además, se dedicó a pequeñas piezas de caballete que adaptan la imaginería de los trabajos de género a la temática religiosa; son en definitiva escenas costumbristas del gusto de los pintores nórdicos que pueden llegar a recordar en las más dramáticas y realistas, a la obra de un Brueghel, aunque traten temas religiosas. Ejemplo de ello son sus famosas y numerosas Parábolas, pequeños cuadros que representan escenas del Nuevo Testamento. Muchas se conservan en la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde. Son pequeñas obras maestras que recuerdan a Bassano y a Veronés en lo que se refiere al frío cromatismo.
Fetti pintaba con pincelada generosa, ligera, nerviosa. Su cromatismo es rico y luminoso. Parece que su estilo fue influido por Rubens. Habría seguido obteniendo patrones en Venecia, si no hubiera muerto allí el 4 de abril de 1623, como consecuencia de unas fiebres malignas; Baglione señala que fueron efectos «de ciertos desarreglos». Jan Lys, ocho años menor que él, pero que llegó a Venecia prácticamente a la vez que él, murió durante la plaga de 1629-30. Posteriormente, el estilo de Fetti influiría en los venecianos Pietro della Vecchia y Sebastiano Mazzone. Su tratamiento de la luz preludia a Guardi. Por lo que se refiere a sus Parábolas, se consideran un anticipo de lo que serán los Bambochantes.
Hará un tipo de pintura muy original, máxime si se tiene en cuenta que los pintores en Venecia van a vivir del pasado. Tiene una pincelada ligera, de pequeño formato, y sus obras están destinadas a coleccionistas. Fetti se había formado en Roma y conoció la pintura de Caravaggio. También estuvo en Mantua, donde estaba Rubens. Fetti va a mezclar la doble vertiente, rubeniana y caravagista, con una pincelada suelta que dará un tipo de transparencia muy delicado. Nos muestra una pintura de carácter muy intimista, como en su obra La Moneda perdida. Se ha querido ver un tipo de pintura moralizante, como si fueran parábolas pedidas por un público concreto. Es una pintura intimista. En el Triunfo de Venus los colores son casi irreales, con matizaciones de colores poco frecuentes en los paisajes, dirigida a un público preciso. No tenía un amplio mercado. 

Parábola de los viñadores o de la viña, Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde

Parábola del hijo pródigo

JOHANN LISS (1590-1651)
Liss nació en Oldenburg en Schleswig-Holstein, Alemania. Después de una formación inicial en su lugar natal, siguió sus estudios, quizá con Hendrick Goltzius en los Países Bajos, visitando primero Ámsterdam y Haarlem; en esta última ciudad debió conocer la obra de manieristas tardíos como el mismo Goltzius o Willem Pieterszoon Buytewech, puesto que pintó una serie de escenas de género del tipo «alegre compañía» influidas por estos. Pasó después por Amberes, donde quizá conociese al flamenco Jacob Jordaens, lo que le encaminó hacia la pintura barroca. Alrededor de 1620 marchó vía París a Venecia. Se trasladó a Roma alrededor de 1620-2, y sus primeras obras se vieron influidas por el estilo de Caravaggio. La duración de su estancia en Roma es desconocida.
Se forma en Ámsterdam con un artista manierista, Goltzius pintor que va a formar a la mayoría de artistas. Luego pasó a Roma y de allí, definitivamente, se estableció en Venecia. Riña de campesinos, pintura que hasta por el propio título es una pintura más cercana a los presupuestos flamencos que  a los italianos. Va a utilizar colores muy pálidos que se apartan del colorido de la pintura flamenca. En La vuelta del Hijo Pródigo utiliza una paleta fluida y pinta con un carácter naturalista, utilizando a tipos populares. También se atrevió con temas mitológicos y religiosos, como El arreglo de Venus, opuesto no sólo por el tema, que si antes era popular, ahora no lo es, sino por la composición y el colorido.
De no haber sido por estos maestros foráneos, la pintura Veneciana de este período hubiese pasado sin pena ni gloria. 

LA PINTURA EN LA TOSCANA
La pintura en Florencia está basada en el Renacimiento. El caravagismo no tuvo importancia en la pintura toscana del siglo XVII. Cosimo II coleccionaba pintura de Caravaggio. La pintura en Florencia es poco representativa y algunos pintores marcan una evolución muy lenta. 

CRISTOFANO ALLORI (1577-1621)
En su Judith da muerte a Holofernes realiza un tipo de pintura que nos recuerda a la de Artemisia Gentileschi, aunque ésta tiene más fuerza y más dramatismo. Allori sólo resalta en los tejidos, en la materia, pero le falta la fuerza y tensión dramática que le imprime Artemisia. Es una obra adocenada. En La Sagrada Familia presenta una cierta influencia de Caravaggio.
La pintura al fresco va a tener importancia en estos momentos. 

GIOVANNI DA SAN GIOVANNI (1592-1636)
Su verdadero nombre era Giovanni Mannozzi. Trabaja en el Palacio Pitti y va a realizar pinturas al fresco en los primeros años del siglo XVII. Estará influenciado por la pintura romano boloñesa de los Carracci, realizará frescos de quadratura. Tenía un temperamento sano. Era un artista capaz de enfrentarse con encargos de frescos muy grandes, pues incluso la experiencia de Roma en el fresco del ábside de los Cuatro Santos Coronados (1623) no le hizo renunciar a la idiosincrasia florentina. Aunque su toque ligero, sus colores traslúcidos y su fácil y brillante producción hacen del él uno de los pintores más atractivos de su época, el carácter retardatario de su arte se encuentra en la serie de frescos de la Sala degli Argenti del Pitti, glorificando el interés por el arte y la filosofía de Lorenzo de Médicis, una obra que no pudo concluir a causa de su muerte. 

CARLO DOLCI (1616-1686)
Se revela como un gran retratista pero sus composiciones son arcaicas. Su Autorretrato y el Retrato de Ainolfo de Bardi. Sus cuadros religiosos presentan una lánguida devoción expresada por los bustos de Vírgenes y Magdalenas y debe ser considerado como la más lograda realización de un aspecto de la mentalidad del Barroco tardío. Esos cuadros de gabinete, pintados con el mayor cuidado, con una hábil técnica miniaturista, gozaron de una gran reputación en su época. 

LA PINTURA EN MILÁN Y EL PIAMONTE
Milán y el Piamonte, cuya capital es Turín, son dos regiones en las que se va a desarrollar la pintura barroca en el siglo XVII. La pintura va a ser más interesante en estas regiones desde el punto de vista teórico. Y nos podemos preguntar por qué. Es debido a que la muerte de San Carlos Borromeo se produjo en los años ochenta del siglo XVI. En la Sede milanesa está ocupando el trono el Obispo Federico Borromeo, sobrino del santo. Su papel va a ser importantísimo para el desarrollo de la pintura y de todas las artes en general. San Carlos fue canonizado en 1610 en vida de su sobrino. También nos encontramos con la influencia española en el Milanesado por la influencia de la Corona española. Federico era un hombre culto y un gran coleccionista. Fue el artífice de la creación de la Biblioteca Ambrosiana y de la Academia Ambrosiana, que fueron el origen de la actual Pinacoteca de Milán. Era una especie de Academia donde se formaban los principales artistas y en dicha academia se formó un grupo muy importante de pintores.
Los principios tridentinos fueron los presupuestos donde se formaron estos artistas. También Federico Borromeo fue el autor del tratado De Pictura Sacra editado en 1625. Era un texto muy adusto que tuvo una gran influencia junto a El discurso del Cardenal Palleotte, pues fueron las obras que más influyeron en el ánimo de los artistas. Palleotti aporta unos criterios de cómo debe interpretarse la pintura. En cambio, la obra de Borromeo  no entra en aspectos técnicos. Sólo pretende adoctrinar a los pintores para que éstos, a su vez, mediante sus obras, adoctrinen a los fieles. Aparte de esto no aporta ningún otro tipo de presupuesto ni estético ni técnico, pero sí que aporta para la pintura un carácter sensiblero. No tiene valor como manual artístico pero sí que va a influir en el ánimo de los pintores.
Con este panorama ideológico, que no estético, los artistas del norte de Italia dejan en su obra el espíritu de la Contrarreforma. Aunque Roma va a ser la abanderada de este espíritu contrarreformista. Los temas normales van a ser los de santos en meditación rodeados de halos, santos en contacto con la Trinidad. Es una pintura muy intelectual, que se elabora mediante las ideas no mediante la técnica.
Los principales representantes son: 

GIOVANNI BATTISTA CRESPI (1557-1632)
(Cerano, 23 de diciembre de 1573-Milán, 23 de octubre de 1632) fue un pintor, arquitecto y escultor italiano, activo durante el manierismo tardío y el primer barroco.
Crespi fue un artista muy valorado en su tiempo y son muchos los encargos que realizó para las autoridades civiles y eclesiásticas de Milán. Su estilo es complejo; combina el colorido y una elegancia en la postura de las figuras típica del manierismo tardío al que por nacimiento pertenece, con una intensidad mística y un gusto por los detalles realistas que prefiguran el barroco.
También conocido como Il Cerano. Humanista por excelencia, Crespi fue arquitecto, escultor, pintor y escritor, y tuvo un importante mecenas, el cardenal Federico Borromeo. Lo conoció en Roma, donde estuvo trabajando entre 1586 y 1595. Se hicieron amigos y Federico, que era sobrino de San Carlos Borromeo, lo tomó bajo su protección. Cuando su protector fundó la Accademia Ambrosiana, le encargó a Crespi la dirección, así como las decoraciones artísticas pertinentes en las fundaciones cardenalicias, trabajos que él solía realizar al fresco. Con un estilo que arranca de las componentes manieristas, Crespi se situó con prontitud en la cabeza del Barroco decorativo. Combinaba el colorido y la elegancia sofisticada de los manieristas, así como la solidez y el movimiento exultante del Barroco. Además, como escultor que era, trabajó en la decoración de la catedral de Milán en 1629. En su obra formada en el manierismo deja transmitir un espíritu nuevo, sobre todo porque intenta reflejar de alguna manera la situación en que vive la ciudad. Es casi un testimonio histórico de estos años. Renuncia a la pintura con el valor testimonial e histórico en que vive la ciudad. Se le va a encargar junto con otros artistas, la vida de San Carlos Borromeo para decorar la Catedral de Milán por Federico Borromeo. Cuando canonizaron a San Carlos Borromeo ya habían sesenta cuadros de esta serie. La gama de lienzos de Crespi se va a caracterizar por ser una paleta de colores fríos realizando una pintura casi teatral. Pinta, entre otros un San Carlos visitando a los apestados y San Carlos repartiendo limosnas (1602). Son obras tardomanieristas. Trabaja con una paleta de colores contenida, con tonalidades concretas y en estas representaciones hay un fuerte carácter narrativo. Utiliza la arquitectura para fondo de sus composiciones, muestra del carácter tardomanierista. 

Descanso en la huida a Egipto
Hacia 1595. Óleo sobre lámina de cobre, 43 x 32 cm.
Esta pequeña pintura sobre lámina de cobre ilustra el momento, poco frecuente dentro de la tradición artística, en que la Sagrada Familia aprovecha un descanso en su huida para bañar al Niño en el río, tema de clara alusión bautismal. A su vez, el ángel del grupo superior, que porta una palma de martirio mientras señala en sentido contrario, constituye una referencia a la futura Pasión de Cristo, además de recordar la matanza de los inocentes de la que había escapado. Obra significativa del periodo tardomanierista, que anuncia ya las sugestiones cromáticas y afectivas del Barroco, aúna la influencia de artistas como Spranger, Ferrari, Procaccini y Barocci con la capacidad emotiva y la sensación de realidad cotidiana propias del Cerano, evidentes aquí de forma especial en la atención primorosa que san José y la Virgen dedican al Niño.

La Adoración de los Magos, 1610-1620, Óleo sobre tabla de nogal.
Los Reyes Magos han viajado desde Oriente, guiados por la estrella, para rendir homenaje al Niño recién nacido en Belén. Al reconocer a Jesús como Rey de Reyes, se inclinan ante él ofreciéndole oro, incienso y mirra. En primer plano Crespi muestra a Melchor, el mayor de los tres, envuelto en un manto rojo con ribetes de armiño, inclinándose para besar los pies al Niño. Acaba de darle una vasija repleta de monedas de oro, ofrenda que acepta Cristo levantando la tapa y cogiéndolas entre los dedos. Detrás, a la derecha, se encuentra Gaspar, el más joven, que se ha retirado la corona en reconocimiento de su divinidad. Oculto en las sombras está el rey negro, Baltasar, a punto de ofrecer su regalo mientras, al fondo, dos testigos contemplan la escena. La Virgen sostiene a su hijo con cuidado, presentándolo a los Reyes Magos como un ser divino. A su lado, José sujeta otra de las vasijas y, tras él, asoma la cabeza de un caballo.
Crespi, uno de los artistas más destacados entre los que se encontraban trabajando en Milán a principios del siglo XVII, es un pintor de transición entre el manierismo y el barroco. Muy apreciado en su día, trabajó para el arzobispo de Milán, las autoridades municipales y clientes distinguidos, como los Gonzaga y el cardenal Federico Borromeo. Ésta es una de las escasas obras de Crespi en pequeño formato que ha llegado hasta nuestros días. El artista mezcla toques de realismo que se aprecian, por ejemplo, en las manos de los personajes, en el rostro de José y en el caballo, con un sentido muy elaborado de la composición. La tabla fue probablemente encargada por un devoto cliente particular. Al ser restaurada, se reveló como una obra de calidad excepcional, siendo razonable pensar en ella como el original perdido que sirvió de modelo para otras copias de menor calidad conservadas en Italia. 

PIER FRANCESCO MAZZUCHELLI (1573-1626)
(Morazzone, 1573 – Piacenza, 1626) fue un pintor tardomanierista italiano, del grupo de los pintores lombardos calificados por Roberto Longhi como post-manieristas o pre-barrocos, en los que se aúnan las corrientes contrarreformistas promovidas por Carlos Borromeo, un incipiente naturalismo y el clasicismo romano.
Se encuentra en la misma línea emocional. Se le conoce por el sobrenombre de Morazzone. Es coetáneo de Caravaggio, pues vivió en Roma y conoció su obra. Morazzone ya se deja influir por Caravaggio y en su obra se ve el juego de luces pero con un conformismo de carácter devocional que lleva al fanatismo religioso. Tiene un San Francisco que asusta en vez de llevar a devoción. 

La Flagelación de Cristo, 1615-1620
Óleo sobre lienzo, 167 x 116 cm.
Cristo semiarrodillado de perfil, a la izquierda, recibe los golpes de los sayones, uno de los cuales le sujeta el pelo. Al fondo, a la derecha, un joven soldado contempla la escena. Obra capital del artista, fechable hacia 1615-1620. 

Los Desposorios de la Virgen, 1606
Óleo sobre papel pegado en lienzo, 31 x 41 cm. No expuesto
Con obra escasamente representada en España, Il Morazzone fue, en cambio, una de las figuras más destacadas del último Manierismo lombardo. Este óleo es una variación, en tamaño reducido, de una composición repetida por el artista en varias ocasiones, sobre lienzo en la colegiata de Santa María Nascente en Arona y en la iglesia de Santa María Assunta en Gallarate, y en fresco en San Vittore de Varese. Influido por la obra del Caballero Arpino, que conoció en Roma, su pintura muestra unas características muy singulares. Destaca por sus figuras alargadas, de cabezas pequeñas y con ampulosos plegados, lo que las dota de gran monumentalidad. En esta versión, muy próxima a un pequeño cuadro localizado en el Collegio Papio de Locarno y a otro vendido en Londres en el año 2012, un personaje de espaldas descorre un cortinaje y presenta la escena principal, concebida con notable simetría.


Jacob en su lucha con el Angel, 1610
La atribución de la obra nunca ha sido cuestionada por las fuentes ni por la crítica actual, que la sitúa cronológicamente alrededor de 1610.Esta pieza puede ser contada entre las obras más representativas de Morazzone. La pintura parece estar centrada en la yuxtaposición estudiada, pero dinámica, llena de tensión explosiva, de las dos figuras. La iluminación de la escena tiene una calidad particular, casi plateada. Una luz fría casi metálica se intensifica en tonos nítidos en los bordes. El tramo de campo arbolado en el fondo parece estar completamente en sintonía con ejemplos de pintura flamenca contemporánea. El resultado es una obra maestra del arte figurativo, en la que una serie de artificios de última hora-manieristas se entrelazan con alusiones a pinturas de Gaudenzio Ferrari.

Anunciación
Esta magnífica Anunciación, caracterizada por el aura etérea de lo sagrado, ve al arcángel Gabriel a la derecha que, suspendido en vuelo entre nubes doradas, se presenta a la Virgen María, representada en oración delante de él, ofreciendo sus lirios. Los colores, muy suaves y cálidos, dan a la pintura una gran suavidad. La obra es perfectamente atribuible a la corriente pictórica lombarda del siglo XVII, un período artístico extraordinariamente feliz que, especialmente en la primera mitad del siglo, vio una impresionante variedad de personalidades artísticas prominentes suceder entre sí. Aunque merece un estudio específico, que identifica específicamente su autoría, nuestra mesa, con su intensidad devocional directa e implicativa, recuerda en particular las obras de Pier Francesco Mazzucchelli, conocido como Morazzone (Morazzone 1573 - Piacenza 1626), Giulio Cesare Procaccini (Bologna 1574 - Milán 1625), Daniele Crespi (Busto Arsizio 1598 - Milán 1630), y finalmente Giovan Battista Crespi conocido como Cerano (Romagnano Sesia 1573 - Milán 1632). Sin embargo, casi de la misma edad que Caravaggio, representan la antítesis. No lo real, no lo real, sino el ascetismo, el éxtasis, son su visión pictórica, un aspecto que encontramos perfectamente en nuestro hermoso trabajo. Excelentes condiciones de almacenamiento. Estructura en madera lacada y dorada de la época. Certificado de autenticidad y garantía.

GIULIO CESARE PROCACCINI (1574-1625)
Hijo del pintor Ercole Procaccini y hermano de Camillo y de Carlo Antonio, ambos asimismo pintores, se trasladó a la edad de once años, junto con toda su familia a Milán, comenzando a trabajar, en 1590 en las obras de la Catedral de Milán. Provenía de una dinastía de pintores que, en Bolonia, habían representado una vía alternativa a la de los Caracci. Cuando el papel de estos se hizo dominante en Bolonia, los Procaccini decidieron trasladarse a Milán, ciudad en la que el clima contrarreformista impuesto por Carlos Borromeo la había convertido en un centro de elaboración de las nuevas formas en el campo de las artes figurativas.
En su pintura es muy evidente la influencia de artistas como Correggio o de Parmigianino, así como el sugestivo arte de Rubens.
Colaboró con Morazzone y Crespi. Aunque nacido en Bolonia pertenece a esta escuela de Milán.
El Martirio de Santa Justa y Santa Rufina es una obra de los tres autores descritos. Santa Justa, a la derecha de la composición es de Cerano, mientras que el sayón procede de los pinceles de Morazzone. Al pie del cuadro aparece la cabeza de Santa Rufina. 

Guirnalda con la Virgen, el Niño y dos ángeles, 1619
Óleo sobre lámina de cobre, 48 x 36 cm.
En esta obra se muestra a María sosteniendo al Niño con un brazo, cogiendo con el otro uno de sus pies. Tras ellos dos ángeles contemplan la escena. Uno de ellos mira al espectador solicitando silencio y reflexión ante la imagen. La escena está enmarcada por una abundante guirnalda de flores. La obra es fruto de la colaboración de Jan Brueghel, quien realizó una de sus más exuberantes obras de flores, y Giulio Cesare Procaccini. Fue realizada probablemente por encargo de uno de los más importantes mecenas de los dos artistas: el cardenal Federico Borromeo, cardenal-arzobispo de Milán cuando ambos coincidieron en su servicio. En ella se aprecia la capacidad de fusión de motivos y temas flamencos e italianos.
Las guirnaldas enmarcando representaciones de María tuvieron gran fuerza en el mundo nórdico como respuesta a las ideas protestantes que negaban el culto a las imágenes.

La Oración en el huerto, 1616-1620
Óleo sobre lienzo sin forrar, 216 x 147 cm.
En el huerto de Getsemaní un ángel conforta a Jesús antes de su Pasión, mientras tres apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, duermen a su alrededor. Cristo, con rostro agitado, solicita a su Padre que aparte de él la agonía que le aguarda, ante la atenta y serena mirada del ángel que alza su mano derecha hacia la divinidad. Procaccini envuelve estas dos figuras en una luz poderosa que aviva la vibración de los colores de sus vestiduras: blancos luminosos, verdes, rojos y azules, con abundante materia afacetada, como aplicada con espátula. Todo ello característico de su pintura y de la escuela lombarda que encarna. El resto de la pintura permanece en penumbra como corresponde al momento del día que representa, excepto la gloria azulada y rosácea que aparece detrás del ángel. Este dramático contraste lumínico es frecuente en la pintura de Procaccini, y ha sido en ciertas ocasiones relacionado con Caravaggio, aunque parece más próximo a Ludovico Carracci, con el que también se emparentan las cabezas de los apóstoles en la sombra. Su pintura refleja una exaltada y dramática sensibilidad religiosa, con grandes figuras próximas al espectador, como en este caso, donde la cara agitada de Cristo contrasta con la serenidad del ángel. Respecto a su cronología es preciso situarla en un arco amplio entre 1616-1620, cuando el artista produjo sus obras de colorido más vibrante y sus trabajos más vigorosos y dramáticos, principalmente en Génova. Giulio Cesare Procaccini es el miembro más ilustre de una familia de artistas de origen boloñés asentada en Milán. Existe la sospecha de que la pintura del Prado pudo formar parte de un conjunto más amplio, en el que pudieron integrarse, además, el Beso de Judas (colección particular) y la Adoración de los Magos (colección particular), con los que comparte procedencia española, dimensiones, cronología, la presencia de la firma (esquina inferior derecha: G.C./P.) y la temática cristológica. Las noticias sobre su procedencia son escasas e incompletas. En el reverso porta una etiqueta de la Junta de Incautación donde se lee "Roda", esto es, vizconde de Roda, cuya colección procede de la de Gonzalo de Ulloa, conde de Adanero.

FRANCESCO DI CAIRO
(Milán, 26 de septiembre de 1607 - Milán, 27 de julio de 1665), fue un pintor italiano del Barroco.
Formado inicialmente en el taller de Morazzone, o al menos fuertemente influido por su círculo artístico, muy joven entró al servicio de la Casa de Saboya (1633). Para Víctor Amadeo I pintó una serie de obras de caballete de fuerte temática espiritual, así como retratos de la familia ducal.
Está en la misma línea que los anteriores. Se va a trasladar la influencia desde Milán a Turín. Trabajó para la casa de Saboya desde 1636.
El culto de los Sacromonte surge como una expresión de religiosidad en la zona Norte Lombarda. Un Sacromonte es una sucesión de capillas devocionales de pequeño tamaño, con imágenes de la Virgen del Rosario o de la Pasión, situadas en las laderas de los Alpes que sicológicamente van a servir de barrera a la Reforma protestante. En ellas se van a representar preferiblemente escenas de la Pasión de Cristo. En su interior se van a montar auténticas escenografías, conjugándose arquitectura, escultura, talla y estuco. Recrean unos espacios que son pequeños edículos, pero que tienen una secuencia. El concepto de Sacromonte tiene su origen en la Orden Franciscana y es con ellos como surge este tipo de decoración sobre la Pasión de Cristo. En la Edad Media quedaron olvidados y se vuelve a ellos en los primeros años del siglo XVII, llegando a alcanzar una gran importancia.
El Sagrado Monte de Varallo es el más antiguo y el más sugestivo entre todos los Sagrados-Montes del área piamontesa-lombarda. Su origen proviene de la idea genial de un sacerdote milanés, Bernardino Caimi, que, después de haber estado por muchos años en Palestina, pensó  reconstruir sobre esta piedra los mismos lugares santos. Entonces fue dificultoso, a causa de la guerra con los turcos, el viaje a Tierra Santa. Estamos a fines del 1400. Nace así la "Nueva Jerusalén". A partir del 1500 las primeras capillas (Nazaret, Belén, el Calvario, el Santo Sepulcro) se engloban en un más amplio proyecto, querido por San Carlos Borromeo, que, a través de imágenes y esculturas (45 capillas, 800 estatuas), desarrolla admirablemente toda la "Historia de la Salvación". En este lugar, inmerso en un ambiente natural y encantador, el peregrino del año 2000 puede todavía encontrar un espacio para "recrear" el cuerpo y el espíritu, recorriendo las etapas del amor de Dios por el hombre. 

LA PINTURA EN  NÁPOLES
Estará Francesco Solimena que va a seguir los pasos de Luca Giordano y se va a caracterizar por la utilización de colores vivos. Corado Gianquinto, discípulo de Solimena, que se establece en Madrid y decora el Palacio Real. Su pincelada está en la misma línea que Solimena, pincelada suelta, inserta plenamente en la corriente del Rococó, con colores cálidos, sobre todo, utiliza mucho el blanco para intensificar la luz. 

LA PINTURA EN ROMA
Destacan una serie de maestros, como Paolo Pannini que se dedica a la pintura de arquitecturas (templos barrocos, templos en ruinas, pinturas públicas, etc.) Por esas fechas va a ser habitual representar las costumbres de la ciudad. Va a estar Piranesi, a caballo entre el final del Barroco y los comienzos del Neoclásico. Pinta ruinas clásicas y en los grabados juega con las sombras, más cercano a la estética barroca. Casi siempre está citado en el Neoclasicismo (muere en 1778). Ambos representan a la moda que circula por toda Italia aunque luego tendrá otros continuadores.
Destacar también a los Bibienna, familia de escenógrafos que van a montar todo lo que es la fiesta del siglo XVIII. El terremoto de 1755 que asoló Lisboa fue la causa de que el Marqués de Pombal los llamase a Lisboa y van a ser los encargados de construir los barracones donde se alojó la familia real. Eran auténticos palacios construidos en madera. 

LA PINTURA EN VENECIA
Venecia va a recuperar la importancia que tuvo en el siglo XVI. La pintura dieciochesca va a ser menos importante en Italia que en el resto de Europa, excepto en Venecia. Es en estas fechas cuando encontramos una pintura interesante. Hay varios momentos. En un primer momento será la pintura de los renovadores, en los comienzos del siglo XVIII, destacando fundamentalmente Ricci y Piazzetta. Van a ser los renovadores. Funden lo antiguo con los nuevos avances de la paleta de los pintores del XVIII. Toman la paleta de los pintores romanos del XVII y la retoman con un gran esplendor. Piazzetta es el maestro de Tiépolo que es el más importante de todos.

GIAN BATTISTA TIÉPOLO (1696-1770)
Giovanni Battista Tiépolo es el último gran decorador del Barroco italiano. Nació en Venecia en 1696. Era hijo de un comerciante que dejó en difícil situación económica a la familia al fallecer. Se formó con Gregorio Lazzarini, aunque su estilo es heredero de Piazzetta y Veronés. Ingresó muy pronto en el Gremio de Pintores, a los 19 años. En 1719 se casa con Cecilia Guardi, hermana del pintor Antonio Guardi, con quien tendrá nueve hijos, heredando el taller del padre el mayor, Domenico Tiépolo, de quien también guarda obras el Museo del Prado. Realiza sus primeras decoraciones al fresco en 1725, en Udine, donde trabaja para el Palacio Arzobispal, mostrando su virtuosismo y el empleo de tonos cálidos. El éxito alcanzado provocará un aluvión de encargos en el norte de Italia, decorando palacios e iglesias y realizando gigantescos retablos como el de Verolanuova, con lienzos de 9 metros de altura. Su fama rebasó Italia y se trasladó a Würzburgo en 1752, donde trabajó en la residencia del obispo Von Greiffenclau, en la decoración de la escalera del palacio. En espacios oscuros crea una tremenda espacialidad. Regresó triunfalmente a Venecia y trabaja en la decoración del Palacio Labia y en la del Valmarana en Vincenza. En el primero desarrolla escenas históricas, como la vida de Antonio y Cleopatra mientras que en el segundo, cambia, haciéndose más intimista, con un carácter más melancólico y otorgando mayor importancia a los fondos de paisajes.
En 1761 Carlos III le invitó a trasladarse a España para decorar el Palacio Real de Madrid, llegando al año siguiente acompañado de sus hijos y ayudantes. En la capital española se produjo un importante enfrentamiento artístico con el Neoclasicismo de Antón Rafael Mengs, dividiéndose los críticos y artistas en dos claras tendencias. Los techos del Palacio Real le llevaron varios años, decorándolo con la Apoteosis de Eneas y en el Salón del Trono, con la Apoteosis o Majestad de la Monarquía Española y en 1769 recibió el encargo de pintar siete retablos para la iglesia del convento de San Pascual en Aranjuez, que en la actualidad se encuentran en el Museo del Prado al ser sustituidos por lienzos de Mengs, Maella y Francisco Bayeu. Son importantes su Purísima Concepción y El ángel portador de la Eucaristía.
Tiépolo murió de repente en Madrid, en 1770, sufriendo la incomprensión de buena parte del público. Tiépolo es quien mejor representa la estética del Rococó, pues a partir de la década de los treinta expresa ese nuevo lenguaje. Su pintura tiene un colorido brillante, de tonos suaves, características todas ellas del Rococó. Va a ser el renovador de la pintura del Veronesse que había dado un tratamiento lírico a la realidad. Destaca como pintor mural y de caballete, aunque por lo que realmente triunfa es por su pintura mural. Como pintor de frescos tiene un estilo muy transparente. Domina la perspectiva y va a conseguir una espacialidad inmensa en todas las obras que acomete al fresco. Saca más calidades en el caballete, pues consigue unas texturas en las representaciones de las telas, sobre todo en los terciopelos, que parecen reales.
Otra faceta de la pintura veneciana la constituye la pintura de perspectivas urbanas, conocida como la vedutta essata (vista real) y la vedutta ideata (vista ideal), representándose un tipo de pintura de paisajes y de diversos aspectos, principalmente de la ciudad de Venecia. Se utiliza una técnica impresionista que será enlace entre la pintura de paisajes coloristas y los nuevos avances científicos del siglo XVIII. Se empleará la cámara oculta que va a ser un recurso muy utilizado en la pintura y con la corriente que recorre toda Europa, es cuando más se va a utilizar. La vedutta es un género específicamente veneciano, el reverso de la pintura de carácter decorativo que está funcionando en esos momentos.  Va a ser un género que será propiciado por los viajeros, sobre todo británicos, que realizan el Gran Tour. Consiste en el viaje de iniciación que hacen los hijos de las familias de clase alta inglesa, que envían a sus hijos por Europa y principalmente a Venecia. Surge la vedutta como un recuerdo o souvenir de aquellos viajes. 

Raquel escondiendo los ídolos domésticos
Es un fresco ejecutado por el pintor rococó italiano Giovanni Battista Tiepolo. Data de los años 1726-1728 y mide, aproximadamente, 5 metros de alto por 4 de ancho. Se conserva en el lugar de ejecución, el Palazzo Arcivescovile de Udine, esto es, el Palacio Arzobispal de Udine, Italia.
Giovanni Battista Tiepolo pintó los frescos del Palacio Arzobispal de Udine con temas del Antiguo Testamento. Entre ellos se encuentra este episodio, narrado en el Génesis, 31:17. Raquel y Lía eran dos hijas de Labán. Jacob se casó con las dos y consiguió huir de Labán, que lo había engañado, llevándose consigo a sus hijos y sus mujeres sobre los camellos. Raquel hurtó los ídolos domésticos de su padre. Cuando Labán lo supo, salió tras ellos, alcanzándolos en el monte de Galaad. Labán les pregunta por qué le quitaron los ídolos, pero Jacob no sabía que Raquel los había hurtado y lo niega. Labán busca por todos lados, pero no encuentra los ídolos, pues Raquel los había escondido en una albarda de un camello, y se sentó sobre ellos, negándose a levantarse en presencia de su padre.
Tiépolo representa el momento en el que Labán, representado como un anciano, se dirige a su hija Raquel, que se encuentra sentada sobre la albarda de camello debajo de la cual están sus ídolos. Raquel es el centro de la composición. A un lado, delante de un cortinón a modo de tienda, se ve a Lía, la otra esposa de Jacob, con un ánfora en el brazo. Detrás se ve a una pareja descansando, a camellos y camelleros. Y a la izquierda se ha representado a un grupo con un pastor, una sierva, los niños y el ganado. Este grupo simboliza la meta de los fugitivos en la sencilla vida pastoril.

Sara y el arcángel
Es un fresco data de los años 1726-1728 y mide, aproximadamente, 4 metros de alto por 2 de ancho. Se conserva en el lugar de ejecución, el Palazzo Arcivescovile de Udine, esto es, el Palacio Arzobispal de Udine, Italia.
Tiepolo pintó escenas del Antiguo Testamento en los frescos del Palazzo Arcivescovile de Udine. En esta se representa el episodio de Sara con el arcángel que le anuncia que será madre.
Según el libro del Génesis, aunque Dios le prometió a Abraham ser el padre de naciones, Sara era estéril. Para ayudar a su marido a cumplir su destino, ella le ofreció a su esclava Agar como concubina. Agar se quedó embarazada de forma inmediata y comenzó a despreciar a su señora. Sara amargamente se quejó a su esposo, y éste le dijo que hiciera con su criada lo que quisiera. El duro trato que Sara le dio a Agar la forzó a huir al desierto con su hijo Ismael, donde encontró a un ángel que le anunció que sus hijos serían numerosos y le urgió a que regresara con su señora.
En el Capítulo 18 del Génesis, Dios envió tres ángeles disfrazados de hombres para informar a Abraham y Sara de que la pareja próximamente tendría un hijo, Isaac. Abraham se rio con alegría ante tales noticias, pues tendría 100 años en el momento del nacimiento, pero Sara rio con duda, pues sería de 90 años y ya hacía tiempo que había pasado la menopausia («a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres»). Este es el momento representado en el fresco de Udine: un ángel le anuncia a Sara, ya anciana, que va a ser madre.
Tiepolo utiliza colores claros. Sara va vestida a la moda de la época, y el ángel luce una túnica bordada y una capa anaranjada. Se representa el acontecimiento con proximidad, buscando la verosimilitud en la representación humana.

Agar e Ismael en el desierto, 1732
Óleo, mide 140 centímetros de alto por 120 cm de ancho. Se conserva en la Scuola di San Rocco de Venecia, Italia.
Trata aquí Tiepolo un tema del Antiguo Testamento. Según el libro del Génesis, aunque Dios le prometió a Abraham ser el padre de naciones, Sara era estéril. Para ayudar a su marido a cumplir su destino, ella le ofreció a su esclava Agar como concubina. Agar se quedó embarazada de forma inmediata y comenzó a despreciar a su señora. Sara amargamente se quejó a su esposo, y éste le dijo que hiciera con su criada lo que quisiera. El duro trato que Sara le dio a Agar la forzó a huir al desierto con su hijo Ismael, donde encontró a un ángel que le anunció que sus hijos serían numerosos y le urgió a que regresara con su señora.
Después de este episodio, Sara concibe a Isaac, y tras nacer éste, según se relata en el Capítulo 21:8 y ss del Génesis, Agar y su hijo Ismael fueron echados de la casa de Abraham. Agar e Ismael vagaron por el desierto de Beerseba, donde se quedaron sin agua. Al llorar el niño, se apareció un ángel que llamó a Agar desde el cielo, y le dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está. 21:18 Levántate, alza al muchacho, y sostenlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación. 21:19 Entonces Dios le abrió los ojos, y vio una fuente de agua; y fue y llenó el odre de agua, y dio de beber al muchacho. 21:20 Y Dios estaba con el muchacho; y creció, y habitó en el desierto, y fue tirador de arco. 21:21 Y habitó en el desierto de Parán; y su madre le tomó mujer de la tierra de Egipto.
El tema había sido tratado anteriormente por Claudio Lorena, enfatizando el paisaje desértico.
En el cuadro de Tiepolo toda la tensión se centra en los personajes y sus miradas. Aparece Agar, sosteniendo a su hijo Ismael, deshidratado, y mirando suplicante al ángel que se les aparece. El ángel se compadece del niño y les señala el camino de la fuente.
Toda la indigencia y desamparo de la pintura se manifiestan a través de expresión dolorida y suplicante de la madre, que tiene un gesto de sufrimiento y una postura que recuerda a las de una Virgen en una Pietà. 

Rinaldo y Armida, 1753
Óleo, 104,8 centímetros de alto por 143 centímetros de ancho. Actualmente se encuentra en la Staatsgalerie Würzburg de Wurzburgo (Alemania).
La historia de Armida y Rinaldo proviene de la obra Jerusalén liberada de Torquato Tasso. Rinaldo, un guerrero que acude a guerrear en la época de las Cruzadas, se encuentra descansando del combate cuando lo ve la hechicera Armida. Esta, viendo en él a un enemigo, está dispuesta a matarlo, pero en lugar de ello se enamora del héroe y se lo lleva consigo a una isla encantada. Dos guerreros son enviados a buscar a Rinaldo, y en un espejo le hacen ver su injusta ociosidad, por lo que el héroe, finalmente, marcha con los dos guerreros.
Tiepolo ya había tratado temas de la Jerusalén liberada en un ciclo de frescos pintados en la Sala de Tasso de la Villa Valmerana, cerca de Vicenza. En este óleo sobre lienzo representa a Armida sujetando al héroe, tanto con la mano como con una guirnalda de flores, símbolo de los lazos que le mantienen prisionero. Debajo de ella se ve a Cupido, como incitador de la pasión amorosa. En una mano sujeta un espejo, que en este caso es instrumento de su mágico atractivo.
Ambas figuras se enmarcan en el paisaje de una arquitectura antigua detrás de la cual se ve a los dos guerreros de la historia acercándose a donde están Rinaldo y Armida.
Todo en el cuadro sugiere el ambiente mágico de una isla encantada: el rico colorido, la sensual Armida, Rinaldo en una pose de abandono, la columna hermética del sátiro y el papagayo, así como el paisaje que se ve detrás de la portalada de piedra, con su cielo azul con irisaciones rosáceas. 

Inmaculada Concepción
Data de los años 1767-1769 y está pintada al óleo sobre lienzo. Mide 281 cm de alto por 155 cm de ancho. Se expone en el Museo del Prado de Madrid, España.
Entre 1767 y 1769 pintó Tiepolo siete lienzos para la iglesia real del convento de San Pascual en Aranjuez, hoy divididos entre el Museo del Prado de Madrid (además de este hay un San Pascual Baylón y un San Antonio de Padua) y el Palacio Real de Madrid.
Se representa a la Virgen tal como se narra su aparición en el Apocalipsis, capítulo 12, versículos 1-17:
1. Y una grande señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. (...) 9. Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña á todo el mundo; fue arrojado en tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. (...) 13. Y cuando vio el dragón que él había sido arrojado á la tierra, persiguió á la mujer que había parido al hijo varón...
Aparecen en esta escena toda una serie de símbolos relacionados tradicionalmente con la Virgen: en primer lugar, la corona de doce estrellas y sobre ella, una paloma que representa el Espíritu Santo. Se alza, envuelto en el típico manto azul celeste, sobre la esfera terrestre y una media Luna, pisando a la serpiente o dragón que es el Diablo que lleva en la boca la manzana que hizo caer en la tentación a Adán y Eva, de manera que la Virgen aparece como redentora del Pecado Original. Uno de los ángeles porta la vara de azucenas, sobre el suelo se ve una palmera, una rosa y, entre las nubes, un espejo.
De esta manera se representaba el dogma de la Inmaculada Concepción de María para la Iglesia católica, como el único ser humano concebido sin pecado original. Tiepolo usa colores claros, iluminando la escena con una intensa luz dorada.

GIOVANNI ANTONIO CANAL (1697-1768)
Más conocido como Il Canaletto, es uno de los últimos genios del Barroco Italiano. Nació en Venecia en 1697 e inició su formación artística con su padre, escenógrafo de profesión con él que colaborará desde 1716. Tres años más tarde se traslada a Roma, realizando durante un año decoraciones para óperas de Scarlatti. En Roma se pone en contacto con paisajistas, interesándose por las vistas urbanas. Al regresar a Venecia, realizará algunas vistas en las que ya aparecen los fuertes contrastes de luz y sombras que le caracterizarán, siendo ejecutadas directamente a partir de los modelos, sin realizar bocetos previos. Posteriormente, Canaletto abandonará esta práctica, sirviéndose de bocetos preparatorios. Sus cuadros tuvieron una excelente acogida en el mercado inglés, por lo que se trasladó a Inglaterra entre 1746 y 1755, realizando numerosos paisajes. Regresó a Venecia, donde murió en 1768, dejando una importante huella en los paisajistas venecianos, ingleses y franceses, tanto del siglo XVIII como del Romanticismo.
También se distinguió por el uso de la cámara oculta. Es importante por como muestra la perspectiva exacta, que parece una fotografía. Aplica el color puro y la luz, pura y brillante. Pinta desde vistas hasta motivos completos. Pinta la ciudad en su conjunto, de la que más de mil veces aparecerá en las vedutta. 

El Rio dei Mendicanti, 1723
Es una pintura al óleo. Fue un encargo de un noble veneciano con la finalidad de decorar su palacio. El encargo se compone de un total de cuatro lienzos, el Rio dei Mendicanti, Gran Canal, vista al noreste desde el Palazzo Balbi hacia el puente de Rialto (ambos en el museo veneciano de Ca'Rezzonico) y el Gran Canal, vista Este desde el Campo San Vio y Piazza San Marco (ambos en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid). La primera documentación oficial sobre la existencia de las pinturas aparece en 1806 como parte de la colección privada del príncipe de Liechtenstein.
Este cuadro representa el primer ejemplo que se conserva en estilo veduta de Venecia del pintor si bien se cree que debieron de existir otras obras anteriores, hoy perdidas, dada la increíble maestría que atesora el pintor en la realización de este cuadro.
La imagen que muestra es una parte de Venecia poco turística y bastante desconocida para las personas que no habitaban en Venecia a diferencia de lo que es normal en este estilo de pintura que suele realzar las imágenes más reconocidas de las ciudades. Se representa aquí sin embargo una zona muy conocida por los venecianos al ser un lugar habitual de trabajo para ellos.
El cuadro muestra a la izquierda la Chiesa di San Lazzaro dei Mendicanti y la Scuola di San Marco. En el canal se pueden apreciar dos puentes, el más cercano al observador es un puente sencillo de madera mientras que el más lejano es el denominado Ponte del Cavallo. En la parte derecha se sitúan una serie de edificios en las que el pintor destaca la ropa lavada en los tendales.

El Gran Canal, vista al noreste desde el Palazzo Balbi hacia el puente de Rialto, 1723
Fue un encargo de un noble veneciano con la finalidad de decorar su palacio. El encargo se compone de un total de cuatro lienzos, el Rio dei Mendicanti, Gran Canal, vista al noreste desde el Palazzo Balbi hacia el puente de Rialto (ambos en el museo veneciano de Ca'Rezzonico) y el Gran Canal, vista Este desde el Campo San Vio y Piazza San Marco (ambos en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid).
La imagen que muestra es una parte de Venecia muy conocida. El cuadro muestra a la izquierda una parte de la fachada principal del Palacio Balbi y las dos hileras de edificios que se encuentran en la ribera del Gran Canal. 

El Gran Canal, vista Este desde el Campo San Vio
Pintura al óleo. Fue un encargo de un noble veneciano con la finalidad de decorar su palacio. El encargo se compone de un total de cuatro lienzos, el Rio dei Mendicanti, Gran Canal, vista al noreste desde el Palazzo Balbi hacia el puente de Rialto (ambos en el museo veneciano de Ca'Rezzonico) y el Gran Canal, vista Este desde el Campo San Vio y Piazza San Marco (ambos en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid).
El lienzo representa una imagen del Gran Canal distinguiéndose en la parte izquierda del mismo la cúpula de la Basílica de Santa Maria della Salute.

Plaza de San Marcos 1725
Pintura al óleo. Fue un encargo de un noble veneciano con la finalidad de decorar su palacio. El encargo se compone de un total de cuatro lienzos, el Rio dei Mendicanti, Gran Canal, vista al noreste desde el Palazzo Balbi hacia el puente de Rialto (ambos en el museo veneciano de Ca'Rezzonico) y el Gran Canal, vista Este desde el Campo San Vio y Piazza San Marco (ambos en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid).
La obra presenta una de las imágenes más características de la ciudad italiana, la plaza de San Marcos con la basílica de San Marcos al fondo junto al campanile. Se pueden ver además a la izquierda el Procuratie Vecchie y a la derecha el Procuratie Nuove.
En la realización destaca la figura del campanario el cual recorre verticalmente casi todo el ancho del cuadro. A pesar de ser uno de sus primeros trabajos la maestría topográfica que queda plasmada en la obra nos indica la gran pericia del artista el cual debió de realizar trabajos anteriores a la serie de cuatro vedutas que componen el conjunto del encargo. El artista juega con las líneas en el cuadro, pinta las líneas del suelo paralelas entre sí mientras que los dos edificios situados en los laterales del cuadro no aparecen paralelos. La imagen general de la vista nos da una perspectiva elevada sobre el nivel de contemplación natural de la escena.

La Vista de la entrada al Arsenal, 1732
Óleo sobre lienzo. Sus dimensiones son de 47 × 78,8 cm.
La pintura muestra la entrada al Arsenal de Venecia, donde se encontraban los astilleros y los depósitos de armas y municiones de la ciudad. ​ Además, es conocido un dibujo preparatorio para este cuadro, conservado en la Biblioteca Real, Windsor, Reino Unido. 

La llegada del embajador francés a Venecia.
Está realizado en óleo sobre lienzo. Mide 181 cm de alto y 259,6 cm de ancho. Se conserva en el Museo del Hermitage de San Petersburgo (Rusia).
Se trata de un paisaje, en concreto de una veduta en la que los monumentos de Venecia están representados con la excusa de un acontecimiento social en este caso se trata de la llegada del embajador francés Jacques-Vincent Languet a Venecia, que tuvo lugar en el año 1726. Aunque se representa con lujo y esplendor, la República de Venecia ya no era la gran potencia que había sido en tiempos pasados, pero conservaba la magnificencia en las fiestas y recepciones como la aquí representada.
La iglesia con cúpula barroca que se ve en la parte izquierda del cuadro es Santa María della Salute. A la derecha se ve la fachada del Palacio Ducal, con una representación de la Justicia en lo alto. Las dos columnas que están en la parte central están coronadas por esculturas: en una hay un león, el símbolo de Venecia por ser el animal atributo del Evangelista San Marcos, y en la otra, san Teodoro, de quien Venecia guarda las reliquias.

Perspectiva con pórtico, 1765
Se encuentra en la Galería de la Academia de Venecia. Es una de las pocas obras del autor que se conservan en su ciudad, pues era frecuente que los coleccionistas extranjeros compraran sus obras y las trasladaran a sus propios países. El cuadro fue un regalo a la Academia realizado dos años después de su ingreso (11 de septiembre de 1763), según era costumbre. ​La obra está fechada y firmada: ANTON…1765.
Usada como modelo para la enseñanza, esta veduta combina aspectos reales como la luz, con porciones fruto de la imaginación del pintor, como el propio palacio de estilo rococó, inexistente pero basado en el modelo del auténtico palacio veneciano del siglo XV Ca' d'Oro. ​Como documento histórico, muestra cómo era la vida cotidiana de la ciudad de los canales en el siglo XVIII. ​

BERNARDO CANALETO (1697-1768)
Sobrino del anterior. Su verdadero apellido era Belloto. Miniaturista y pintor al pastel. Formado bajo la guía de Giuseppe Diamantini y Antonio Balestra. Pronto se convirtió en un especialista del retrato al pastel. Su habilidad en un género que estaba muy en boga en toda Europa le valió la fama de gran artista. En 1721 visitó París, en 1723 en Módena fue huésped de Rinaldo de Este y en 1730 estuvo en la corte de Carlos VI en Viena. En los últimos años de su vida sufrió una gran pérdida de visión por lo que tuvo que renunciar a la pintura al pastel. Su Autorretrato se conserva en el castillo de Windsor. Además son representativas otras obras suyas como Amalia Josefa de Módena, que se encuentra en los Uffizi y el Cardenal de Polignac de Venecia, de la Galleria dell´Accademia. Por el refinamiento y aparente superficialidad de sus retratos, Rosalba Carriera se convierte en uno de los mayores intérpretes del gusto y las costumbres europeas en el fin de la hegemonía de las clases aristocráticas, así como en el análisis agudo del personaje y del ambiente en el que se mueve.
Otros pintores van a ser Guardi y Gonchi, en la línea de la vedutta. Guardi utiliza la pincelada más suelta que Canaleto. La luz juega un papel fundamental. Nos va a mostrar también, interiores. 

Capricho arquitectónico con Moisés salvado de las aguas, 1655-1665
Óleo sobre lienzo, 104 x 163 cm
Su habilidad para disponer complejos y riquísimos conjuntos arquitectónicos, procedentes casi siempre de modelos flamencos grabados, del tipo de Hans Vredeman de Vries, combinando formas góticas con manieristas, es magistral. En esos lujosos escenarios se encuadran episodios evangélicos o bíblicos, con personajes menudos y vivaces. El colorido es, en general, vivo y brillante, con cielos de un intenso azul.
En este caso, el episodio representado es el que narra la Biblia de la salvación de Moisés de las aguas del río Nilo por la hija del faraón. Los múltiples personajes que visten lujosos trajes y la corte de doncellas que acompañan a la hija del faraón forman un colorista conjunto. En lo que se supone que es el Nilo surcan fantásticas y regias barcas con remeros, y en los muelles aguardan carrozas tiradas por caballos blancos, elementos todos absolutamente anacrónicos. El puente que se advierte al fondo, a la izquierda, es un trasunto del madrileño puente de Segovia, popularizado por poetas contemporáneos como Quevedo, que comenta su desmesura en contraste con el Manzanares, "aprendiz de río". Quizás el pintor, haciéndose eco de aquellas apreciaciones, exprese aquí que el puente era digno del Nilo.





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