ARQUEOLOGÍA
ITÁLICA Y ROMANA
HISTORIOGRAFÍA EN ROMA
1. LOS ORÍGENES
Durante los
primeros siglos en Roma no hubo más escritos que aquellos que afectaban directamente
a la vida pública o privada de sus ciudadanos: documentos religiosos,
políticos, jurídicos, familiares...
Entre los archivos de los Colegios Sacerdotales destacan los "Annales Pontificum",
llamados así porque en ellos los Pontifices incluían una lista de los
principales acontecimientos del año (annus).
De igual forma el Senado y los Colegios de Magistrados registraban
en sus archivos todo lo referente a su propia actividad o al Estado en general.
El texto legal más importante debió de ser el de la "Ley de las Doce Tablas",
base de todo el derecho posterior.
Quizás menos dignos de crédito son los documentos privados,
dedicados la mayoría de ellos a ensalzar las virtudes de los antepasados
familiares.
2. LOS ANALISTAS
A partir
del triunfo en las Guerras Púnicas, Roma recibe las influencias del exterior.
La sociedad romana y toda su cultura adquieren un nuevo enfoque en el que
Grecia desempeña un doble papel importante:
Por una
parte, el conocimiento de la historiografía griega despierta en los escritores
romanos el deseo de escribir la historia de Roma;
Por otra,
la lengua griega es en ese momento un vehículo de expresión más adecuado que el
propio latín: no en vano era la lengua de mayor difusión entre los pueblos del
Mediterráneo.
Surgen los Analistas, llamados así porque
describen los acontecimientos por años (annus).
Las fuentes de que disponían eran los documentos que ya hemos citado y las
referencias que se habían hecho de Roma en otras literaturas, sobre todo la
griega. Los Analistas escribieron la historia de la ciudad, basándose más en
tradiciones legendarias o en imitaciones de la historia de Grecia que en los
propios hechos del pasado de Roma, en buena parte desconocidos para ellos.
Los
primeros analistas escribieron en lengua griega y los posteriores en latín.
Q. Fabio PICTOR es el
primero del que tenemos noticias; su historia de Roma comienza con la fundación
y llega hasta el tiempo del escritor (segunda mitad del siglo III).
De la misma
época es L. Cincio Alimento, que también comenzó su relato con los antecedentes
del origen de la ciudad.
Postumio Albino y C. Acilio, del s. II a. C., escribieron también en griego, a pesar de pertenecer a una época
posterior, cuando ya Catón había escrito sus "Orígenes" en latín.
M. Porcio CATÓN,
nacido en el 234 a. C., se caracteriza por ser un hombre tenaz e insobornable.
Fue censor
en el 184 y ejerció tan duramente el poder de su cargo, que es conocido con el sobrenombre
de "Censorius". Sentía una
especial aversión hacia toda la influencia helénica por considerarla culpable
del deterioro de las antiguas costumbres romanas. Por eso no sólo escribió su historia
en latín, sino que además dejó de centrar su relato en la relación de Roma con
el mundo helénico, como habían hecho sus antecesores, y se basó en la conexión
de Roma con el resto de
Italia.
A lo largo
del s. II a.C. los Analistas continuaron escribiendo en latín: L. Calpurnio Pisón, L. Caecilio Antipater,
Claudio Quadrigario, Valerio Antias, L. Cornelio Sisenna.
Hay ya en
ellos un distinto enfoque de la historia, que no se limita a la enumeración de
los hechos desde los orígenes, sino que amplían su campo de interés a otros
temas como la geografía, la etnografía, la religión... Introducen
frecuentemente, además, digresiones y discursos en la narración.
3. LA HISTORIOGRAFÍA EN ÉPOCA CLÁSICA
Hasta ahora
la historiografía se había preocupado esencialmente del pasado de Roma. Los distintos
autores, con mayor o menor extensión, habían tratado de reconstruir los
orígenes e historia de la ciudad, valiéndose para ello de los escasos
documentos antiguos y, más generalmente, de los mitos y leyendas que engrandecían
los antecedentes de Roma y de sus gentes.
En los
últimos años de la República se produjeron grandes cambios sociales y políticos
y esto influyó también en los historiadores.
Los
partidos políticos estaban en dura lucha por el poder y, por eso, la propaganda
política y electoral era sumamente importante. Por otra parte, el régimen
republicano no podía organizar y controlar un imperio tan grande y era
inevitable la progresiva evolución hacia un régimen imperial.
En estas
circunstancias destacaron las figuras de C.
Julio César, líder del partido demócrata y uno de los personajes más
importantes de la historia de Roma.
Salustio Crispo. Menos
importancia tiene el biógrafo Nepote.
Tras el
asesinato de César en el 44 a. C. hubo en Roma un período de luchas civiles y
de dura tensión política. Cuando Octavio
venció finalmente a Marco Antonio y a Cleopatra
en Actium en el 31 a. C., los romanos recibieron con gran alivio la paz que
esto podía acarrear, aunque ello supusiera la pérdida de las libertades de la
República.
Augusto,
nombre honorífico que el senado confirió a Octavio y con el que lo conoce la posteridad,
basó, en efecto, toda su política en la restauración y la unificación del
Imperio. Quiso recuperar los viejos ideales republicanos, anteriores al caos de
las guerras civiles, y hacerlos compatibles con los nuevos tiempos y con el
sistema monárquico de su gobierno. Con la ayuda de uno de sus consejeros, Mecenas, promovió especialmente la
literatura como el mejor camino para devolver a los ciudadanos los antiguos
valores morales y espirituales y aquel orgullo de ser romanos.
De esta
época es el historiador Tito Livio
que, con su obra Ab urbe condita, colaboró también con esta idea de Augusto.
Por tanto,
los grandes historiadores de la época clásica son César, Salustio y Tito Livio.
Haremos
también una breve alusión al biógrafo Nepote.
CÉSAR
Cayo Julio César (C. Iulius Caesar) se
constituyó en el líder del partido demócrata o popular e hizo un pacto privado
con los otros dos personajes políticos del momento, Pompeyo y Craso, conocido
como el Primer Triunvirato. Fue una alianza que sobre todo unía esfuerzos de
los tres contra el senado, principal obstáculo para los planes de cada uno.
Tras su
consulado en el 59 a C., César logró un mando militar superior con su
nombramiento como procónsul de las Galias por 5 años. Durante este tiempo llevó
a cabo unas intensas campañas de pacificación y conquista de estos pueblos
galos, que le proporcionaron prestigio político, botín y un ejército
incondicional.
Pero en el
senado hubo duras críticas contra él por el elevado gasto de la campaña y por
la dudosa legalidad de muchas expediciones contra la Galia libre.
Para
contestar a estas críticas y para justificar la guerra, escribió sus "Comentarios sobre la Guerra de las
Galias" (“De bello Gallico”).
Mientras
tanto, Craso había muerto y Pompeyo había afirmado su poder en Roma apoyándose
en el senado. Las duras discusiones en el senado entre los partidarios y los
enemigos de César provocaron una tensa situación; César pretende regresar a
Roma sin licenciar el ejército, pero Pompeyo, el Senado y los enemigos de César
se oponen a ello.
César, al
enterarse, cruzó el Rubicón (frontera de su provincia con Italia) sin licenciar
el ejército, a pesar de la ilegalidad del hecho y de la prohibición del senado.
Con esta acción dio comienzo la guerra civil.
Pompeyo se
retiró a Oriente; César, después de destruir las tropas que tenía aquél en
Hispania, y a pesar de algunas derrotas como las de Dyrrachium, venció a su
adversario en la llanura de Farsalia. Pompeyo huyó a Egipto, donde fue
asesinado por orden del rey Ptolomeo XII, hermano de Cleopatra.
Estos
acontecimientos constituyen el tema de los "Comentarios
sobre la Guerra Civil" (“De bello civili”)
César,
después de otras campañas militares que aumentaron su poder, fue nombrado de
nuevo dictador y recibió del senado las atribuciones de un monarca, lo que
ponía fin al sistema republicano. Esto fue la causa de una conjura de varios
senadores encabezada por Bruto y Casio, que asesinaron a César el 15 de marzo
del año 44 a.C. (Idus de marzo) Obra literaria:
Con César
la historiografía adquiere un nuevo planteamiento. En el enfoque que da a la
obra histórica influyeron, sobre todo, tres factores: la propia personalidad
del autor, las nuevas corrientes literarias y el profundo cambio en la vida
social y política de Roma.
Escribió
sus dos obras, "Comentarios
sobre la Guerra de las Galias" y "Comentarios sobre la Guerra Civil", con un
doble fin: por una parte, justificar ante el Senado y el pueblo sus campañas militares
y, por otra, contribuir a su propia propaganda política.
"Comentarios sobre la Guerra de las
Galias" (“De bello Gallico”). Esta obra
consta de 7 libros en los que trata de demostrar la necesidad de sus campañas
en las Galias y expone la gloria de sus propias victorias.
Inserta
además muchos datos interesantes sobre la geografía y las costumbres de estos
pueblos.
"Comentarios sobre la Guerra Civil" (“De bello civili”) son 3 libros que describen la guerra civil entre
César y Pompeyo (años 49 y 48), narración que termina con la muerte de su
adversario.
La obra
pretende ser, por parte de César, una justificación personal, procurando hacer
ver que fueron Pompeyo y el senado los responsables del conflicto. Se trata, en
resumen, de dar su propia versión de los hechos.
Su estilo
es claro, con frases sencillas y vocabulario bastante limitado, pues debía ser entendido
por la gran mayoría de ciudadanos romanos, ante los que realizaba la propaganda
de sus actuaciones.
Se refiere
a sí mismo en tercera persona, lo que produce una impresión de objetividad que
no lograría si lo hiciese en primera.
Como
historiador, debemos poner en duda su veracidad, ya que presenta los hechos de
la forma más favorable para él. Sin embargo, su técnica narrativa está
considerada como un modelo digno de ser imitado por su método expositivo y su
claridad.
SALUSTIO
Cayo
Salustio Crispo (C. Salustius
Crispus), 86-35 a. C., partidario y amigo de César, participó sin
mucho éxito en la vida política de aquellos tumultuosos años, y vivió, en
líneas generales, sin privarse de los vicios que caracterizaban a la clase alta
de Roma.
En los
últimos años de su vida se retiró de la política y se dedicó a escribir,
criticando precisamente aquellos vicios, que habían sido también los suyos.
Obra
literaria: Sus obras son:
·
dos monografías,
· "La conjuración
de Catilina" y
· "La guerra de
Yugurta".
·
una obra más general, “Historias”.
Elige como
temas de sus obras los hechos de un pasado cercano, para reflejar el deterioro
al que ha llegado la sociedad romana, especialmente la clase alta.
La Conjuración de Catilina fue un hecho de su propia época y
que, por tanto, él había vivido.
Narra la
conjura para hacerse con el poder del Estado tramada por Catilina, un hombre
muy ambicioso, en el 63 a.C., año del consulado de Cicerón. Según el propio
Salustio nos dice en la introducción, desea tratar este tema porque considera
que es un hecho memorable, tanto por su novedad como por el peligro a que llevó
a la república.
La Guerra de Yugurta, narra el enfrentamiento que tuvieron los romanos contra este rey
de Numidia. Había ocurrido en un pasado reciente y en una región que él conocía
bien por haber sido procónsul en Numidia.
De su
último y más importante trabajo, "Historiae",
sólo conservamos algunos fragmentos.
Su estilo y
su lenguaje se caracterizan por la concisión y la brevedad y por el uso
intencionado de arcaísmos. En sintaxis destaca la yuxtaposición, el paralelismo
y la variatio.
Concepto de la Historia:
Salustio
intentó dar a la Historia un matiz filosófico, tratando de explicar las causas
y las consecuencias de los hechos narrados. Pone un especial interés en la
caracterización de los personajes que han intervenido en la historia, como dato
importante para entender los acontecimientos.
Concibe la
historia como una lección moral para la posteridad. Los valores morales y
sociales que trata de transmitir son justamente los contrarios a los que
entonces dominaban en la clase alta de Roma. Alaba los valores morales frente a
los materiales y critica la corrupción y la inmoralidad que abundan en Roma en
los últimos años para llegar a la conclusión de que se ha llegado a ellos por
abandonar las buenas costumbres de los primeros romanos.
Esta idea y
esta interpretación histórica se refleja especialmente en los prefacios de sus
dos monografías y en los discursos que incluye frecuentemente en sus obras.
Se le acusó
en su tiempo -y él mismo lo reconoció- de que sus ideas moralizantes no estaban
muy de acuerdo con su vida de juventud, pero ya la Antigüedad lo valoró como un
historiador en sentido pleno y un excelente escritor.
NEPOTE
Cornelio
Nepote, autor mediocre, es especialmente conocido por sus biografías. Recoge
las vidas de personajes griegos y romanos en su principal obra “Sobre los
hombres ilustres” ("De viris
illustribus").
Aunque
carentes de calidad literaria, a la gente le gustaban estas historias por lo
que tenían de anecdótico sobre las personalidades famosas.
TITO LIVIO
Nació en
Capua en el año 59 a. C. y murió en la misma ciudad en el 17 d. C.
Fue un
hombre que dedicó su vida a su propia formación y a la redacción de los 142
libros de historia, que iba publicando de cinco en cinco.
Aunque Tito
Livio era un hombre de ideas republicanas, veía en Augusto la única posibilidad
de terminar con las duras luchas civiles y de detener la progresiva decadencia
del Imperio. Por eso, asumió el ideal político de Octavio Augusto, colaborando
en su programa de pacificación y de restauración moral de Roma. Se trataba de
despertar en el pueblo mediante la literatura la confianza pública, el amor a
la patria, el sentimiento religioso, el respeto a la tradición...
El título
de su obra es "Ab urbe
condita" y comprende, como su título da a entender, la
historia desde los orígenes de Roma. La narración llega hasta la muerte de
Druso en el 9 a. C.
En el
prólogo explica los fines que persigue al escribirla: hacer ver cómo ha llegado
Roma a la presente degeneración moral. Alaba las antiguas virtudes nacionales,
que la hicieron tan poderosa, y opina que Roma sólo se salvaría volviendo a
ellas.
A través de
su relato conocemos no sólo los hechos cronológicamente ordenados, sino también
el espíritu de sus protagonistas, de los que da una interpretación psicológica
como dato importante para comprender el desarrollo histórico.
4. LA HISTORIOGRAFÍA EN LA ÉPOCA POSCLÁSICA
En la época
posterior a Augusto las obras históricas, al igual que el resto de la
literatura, reflejan el peligro que podía suponer para un ciudadano
manifestarse contra la familia imperial o a favor del sistema político
republicano. De la época de Tiberio son Cayo Veleyo Patérculo y Valerio Máximo,
que se caracterizan por la adulación al emperador.
El escritor
más importante de la historiografía postclásica es Tácito.
TÁCITO
P. Cornelio
Tácito no comenzó su actividad literaria hasta después de la muerte de
Domiciano, cuyo régimen despótico había paralizado toda actividad creativa.
Recuperada la libertad en el reinado de Nerva y Trajano, Tácito comienza a
escribir y a publicar sus obras con el deseo de hacer justicia al pasado y
reflexionar sobre el presente, salvando del olvido los grandes valores morales
y condenando los vicios.
Obra
literaria:
Consulta
todas las fuentes anteriores con los ojos críticos de quien quiere hacer una
obra seria y objetiva, y con esta misma idea utiliza todos los medios a su
alcance (actas, informes, testigos...) y su propia experiencia para escribir su
historia.
Con su
estilo solemne y conciso, enjuicia al Imperio como el régimen político de su
realidad histórica. Aunque para Tácito el resultado es claramente desfavorable
al régimen imperial, ve que el poder absoluto y personal es el único sistema
posible para la Roma actual, y lo único que cabe esperar es que se sucedan
buenos emperadores.
Las dos
obras importantes de Tácito, y que le hacen merecedor del título de “el más
grande historiador” de Roma, son:
·
los Annales, que comprenden el período histórico que va desde la
muerte de Augusto hasta la de Nerón.
·
las Historiae, desde ese año de la muerte de Nerón (69 d.C.)
hasta la muerte de Domiciano en el 96.
Otras obras:
En el 98
d.C. publicó Sobre la vida y
costumbres de Julio Agrícola, una biografía sobre su suegro Agrícola,
ilustre militar que fue procónsul en Bretaña y murió posiblemente víctima de la
envidia del emperador Domiciano. En esta pequeña obra, al tiempo que hace un
inmejorable estudio de la tierra y de los hombres de Bretaña, condena
claramente el régimen tiránico de Domiciano.
La Germania es un gran
estudio étnico sobre este pueblo guerrero y de costumbres sencillas, cuyas
virtudes, semejantes a las de los primitivos romanos, pueden hacer de los
germanos un peligroso enemigo de Roma.
Otros escritores:
Suetonio: Secretario
particular de Adriano. Con el emperador Adriano comienza en Roma una etapa de florecimiento
cultural con un nuevo empuje de la influencia griega, aunque en la historiografía
no encontremos grandes creaciones.
La obra más
importante de Suetonio es Vida de los
12 Césares. Su valor como historiador es bastante discutible y sus
biografías no son en realidad más que una colección de chismes y anécdotas
sobre el personaje, sin hacer el más leve intento de crítica o de relato
histórico.
Amiano Marcelino es
considerado el último historiador romano. Su obra pretende continuar la historia
donde la dejó Tácito. Es un historiador imparcial y objetivo, y por ello digno
de crédito, aunque estilísticamente no pueda compararse con su modelo.
HISTORIA
En la prehistoria, la península italiana estuvo
habitada en la época neolítica, especialmente en la cuenta del Pó, por pueblos
agricultores que construían chozas sobre pilotes; los cuales han sido
denominados terramares
(tierras negras) a causa de haber quedado sus aldeas cubiertas por la tierra,
formando colinas. En esos pueblos, cuyo origen no es trazable, se produjo la
evolución del neolítico (época de los utensilios de piedra pulida) hacia la
edad del bronce, al haberse utilizado este metal, especialmente para fabricar
puntas de armas y otros utensilios.
Durante esa Edad del Bronce, transcurrida aproximadamente
entre los años 2000 a 1000 a.C., sobrevinieron en la Europa Central, habitada
por los pueblos del tronco denominado indoeuropeo,
circunstancias desconocidas que determinaron una emigración de éstos hacia el
sur; dirigiéndose algunos hacia los Balcanes y la península griega y otros
hacia la península itálica, a través de los pasos de los Alpes.
Los pueblos indoeuropeos que penetraron en la zona
de la cuenta del Pó, son conocidos como los pueblos itálicos;
los que aparentemente se mezclaron con los preexistentes habitantes de dichas
llanuras, a lo largo de varios siglos, y en sucesivos avances se extendieron
gradualmente hacia el sur.
Organizados
en tribus, los pueblos itálicos se diferenciaron
en tres grupos predominantes, los umbríos
que se situaron al este de los Apeninos en la costa norte del Adriático,
los samnitas inmediatamente
al sur de los anteriores, en los valles y estrechas estribaciones orientales de
los Apeninos; y los latinos,
que se instalaron en la zona del Lazio, en el valle del río Tíber especialmente
en las áreas de la ribera sur, cercanas a la costa del mar Tirreno.
Estos pueblos vivieron de una agricultura
primitiva y de la cría de rebaños, especialmente ovinos, durante el segundo
milenio a.C., en la etapa de la edad de bronce; hasta que, entre los años 1000
a 600 a.C., al tiempo que ingresaron en la Edad del Hierro, aparecieron en las
costas itálicas pueblos provenientes de los territorios de civilización más
avanzada del Mediterráneo oriental, los fenicios, los etruscos y los griegos,
lo cuales, introduciendo la escritura, pusieron fin a la época prehistórica.
Primeros
habitantes
Difícil es determinar cuáles fueron sus
primeros habitantes. Los Aborígenes debieron ser anteriores a una raza
jafética, llamada de los Tirsenos[1],
Rasenas o Tirrenios, los cuales dieron su nombre al mar occidental,
mientras que el oriental lo tuvo de Adría, ciudad igualmente tirrena.
Pertenecen estos a la edad fabulosa de
Jano, Júpiter y los Sátiros, como también los Vénetos[2],
los Euganeos[3],
los Camunios[4]
y los Lepontios[5],
y tal vez los Tauriscos[6],
los Etruscos[7],
los Opicos y los Oscos[8]
o Toscos; considerados todos como diferentes de los Sículos y de los Pelasgos.
Dieciocho siglos a. C., fueron a Italia
los Iberos, los cuales, viniendo de la Armenia llegaron hasta España. A esta
raza pertenecían los Ligurios[9]
de la Alta Italia, los Ítalos que se
extendían entre la Marca y el Tíber, y los Sicanos,
considerados por algunos historiadores como originarios del Epiro, y asimilados
a los Pelasgos.
Celta es el nombre de una numerosa estirpe
nórdica, una de cuyas ramas ocupó la Italia bajo el nombre de Umbros, y se dividió en tres bandas: Oll-Umbria, entre el Apenino y el
Jonio; Is-Umbria, alrededor del Po;
y Vil-Umbria, que fue luego Etruria;
quedando el país oriental para los Iberos. La primera fecha histórica es la
fundación de Ameria, trescientos ochenta y un años antes de Roma.
Contemporáneos de estos grandes pueblos fueron otros pequeños, como los
Titanes, los Cíclopes y los Lestrigones, que parecen oriundos de la raza de Cam
y procedentes del África.
Pelasgos
Como conquistadores y civilizadores
aparecen luego los Pelasgos, gente industriosa que en todas partes precedió a
los pueblos de gran renombre. Tal vez llegaron los primeros con Peucetio y
Enotro, diecisiete generaciones antes de la guerra de Troya; nunca fueron
verdaderos dueños de la península, pero siempre estuvieron armados luchando
contra los Sículos, único pueblo de que Homero hace mención en Italia y que los
Pelasgos rechazaron hasta la isla.
Otros, procedentes de la Dalmacia,
fabricaron, 14 siglos a.C., y en la desembocadura del Po, la ciudad de Espina,
combatieron con los Umbros, y juntamente con los Aborígenes de la Sabina
fundaron ciudades en el Apenino, de las cuales aún quedan murallas de grandes
dimensiones, compuestas de enormes peñascos, unas veces toscos y otras
tallados; mientras hay quien los considera como bárbaros feroces, los elogian
otros por haber introducido el alfabeto, el hogar doméstico y la piedra de
límite, es decir, la familia y la propiedad. Sorprendidos por graves
desventuras, inundaciones, erupciones y sequías, abandonaron la Etruria,
emigraron muchos de ellos, y otros fueron sometidos a nuevos pobladores y
reducidos a la esclavitud.
Etruscos
Introducción
Fuentes
literarias, históricas, arqueológicas, epigráficas o numismáticas.
Las fuentes
históricas, nos dicen que estaban situados entre el Tíber y el Arno, el Tirreno
al este, y los Apeninos al oeste.
Las fuentes
literarias que hablan de este pueblo están impregnadas de un cierto
romanticismo y misterio, es un pueblo considerado como fatalista no es una
novedad y predestinado a un fin. Creían que el destino era ineludible, que todo
estaba previsto.
Su
cosmogonía decía que el mundo duraría unos 12000 años y de éstos, los 6000
últimos serían protagonizados por el hombre y Etruria (Toscana), solo poseía
una parcela de esos 6000 años. En cualquier caso, los planteamientos coincidían
en que este pueblo desapareció como cultura en torno al Siglo I d.C. Esto es lo
que dicen las fuentes.
Yendo a las
históricas, sorprende en primer lugar porqué los etruscos alcanzaron un alto
desarrollo cultural con respecto a los demás pueblos de la Península Itálica y
porqué además en este lugar y no en otro de condiciones similares. La respuesta
pudiera ser el amplio contacto del pueblo etrusco con el mundo griego; ya desde
el Siglo VII a.C., sobre el 650. ¿y porqué con los etruscos? Según Redondo, por
que los contactos con los griegos se habían producido con mucha mayor anterioridad,
aunque eran contactos interrumpidos con la etapa oscura del mundo griego. Pero
se plantea la posibilidad que estos contactos ya se dieran desde la época
micénica griega.
El pueblo
etrusco, aunque se desarrolla por este concepto desde el Siglo VII, sin embargo
no se convierte en un simple imitador de una cultura superior, sino que impone
su sello personal a esa aculturación impresionando incluso a los griegos y
romanos, que se benefician de los logros de este pueblo.
Aún hoy
este pueblo plantea problemas, que le hacen misterioso, pues sus propias
fuentes de información son indescifrables. Este es el caso de su escritura; se
sabe que le fue proporcionada por los griegos de Cumas (Sur de Roma) y es
griego en su variedad Calcídica, sistema de escritura que adaptaron a las
necesidades fonéticas etruscas. Se conoce, por tanto, su escritura pero no su
lengua, que no es indoeuropeo, ni está, al parecer, emparentada con ninguna
otra lengua conocida en la antigüedad.
La
epigrafía tampoco nos sirve de gran ayuda por que los epígrafes conservados
tienen escaso contenido historiográfico. Son inscripciones bien funerarias,
bien votivas. Tampoco la epigrafía nos permite conocer la estructura de su
lengua.
Hay que
recurrir, por tanto, a la arqueología que es extraordinariamente rica. Pero no deja de ser arqueología y hay que
tener presente las limitaciones de esta ciencia, que puede decir muchas cosas;
cómo vivían, qué comían, dedicación económica; pero da lugar a interpretaciones
diversas sobre el mundo del intelecto y por eso se requiere precaución de
recurrir así a planteamientos comparativos entre el mundo griego y el mundo
etrusco.
Origen del Pueblo Etrusco
Su origen y
desarrollo cultural están unidos al hecho de que no se sepan descifrar sus
escritos: uno de los temas más estudiados y rodeados de misterio con respecto a
la Antigüedad.
Su origen,
como el de otros pueblos de la Antigüedad fue definido por los griegos según el
“uso de la época”, es decir, “alguien tiene la culpa de esto”: personificación
de los inventores, situaciones y fundaciones; un mítico héroe griego funda el
mundo etrusco, origen de una migración.
Heródoto
los ubica en el mar Egeo, concretamente en Lidia (actual Turquía) y esta
suposición de Heródoto toma raíz y así, por ejemplo, Virgilio, que tenía
antepasados etruscos, utiliza indistintamente al referirse a este pueblo los
términos etrusco y lidio. La única excepción en la Antigüedad a esta hipótesis
la protagoniza Dioniso de Halicarnaso, de época de Augusto, que considera que los
etruscos son autóctonos de la Península Itálica, ya que ni su lengua, ni su
cultura, ni sus costumbres poseen paralelos entre lidios y pelagos. Es
culturalmente una excepción.
En época
moderna tenemos más datos con la arqueología y la epigrafía. En un principio se
plantearon 3 hipótesis:
I.
Origen Oriental.
II.
Origen Septentrional.
III.
Autóctona.
I) La hipótesis oriental, es la más comúnmente aceptada y se fundamenta en cuatro puntos:
Coincide lo
que dicen las fuentes y el contenido de la cultura etrusca, en gran medida
oriental, orientalización de Etruria en los siglos VII y VI a.C,
Los
rituales, de adivinación y revelación, no son exclusivos, pero son más propios
del mundo oriental.
Parece ser
que pudiera existir una relación lingüística entre el etrusco y una lengua desconocida
del mundo del Egeo.
La posible
identificación de los Etruscos o tirrenos con el término TRS.W de una
inscripción de Karnat que conmemoraba una victoria egipcia sobre los llamados
pueblos del mar.
II) Los partidarios de la teoría del origen
septentrional, se fundamentan en los siguientes
puntos:
El
planteamiento que hace Tito Livio, que postula que los etruscos tienen el mismo
origen que los pueblos alpinos, en particular los ¿retos?.
Un dato
arqueológico: plantea también la posibilidad de que la cultura Villanobina, previa al periodo
orientalizante, al Siglo VII a.C., derive de una cultura asentada en el valle
del Po, cultura de las terramonas, y que esta cultura derive a su vez de otra
cultura, conocida como cultura de los palacios
de los lagos alpinos, de Europa Central.
Un dato
lingüístico: la supuesta pertenencia de la lengua etrusca a un grupo étnico
lingüístico denominado “retotivénico”.
Basado en que han aparecido en la zona de Ratia unas inscripciones etruscas.
III) La tercera hipótesis, origen autóctono; defiende que los etruscos son un reducto del Neolítico y que su
lengua es, por tanto, anterior al estrato indoeuropeo.
La
aceptación de cualquiera de las tres teorías plantea problemas. Así, la
primera, la teoría orientalizante: la orientalización no es exclusiva del mundo
etrusco; se da en todo el Mediterráneo. Al no ser exclusiva no puede ser
argumento exclusivo. Además, en torno al año 1200 se produce la mítica
destrucción de Troya, símbolo de la crisis del mundo.
Por otra
parte, la relación del etrusco con la lengua desconocida también es muy difícil
porque solo hay un testimonio.
La teoría
septentrional, por su parte, es la que peor se presenta, no aporta una
epigrafía ni una arqueología digna de ser tenida en cuneta. Además, no se ve discontinuidad entre la cultura
Villanobina y la Etrusca.
La
autoctonía tampoco está libre de
dificultades. La opinión de Dioniso de Halicarnaso es tendenciosa. Él intenta
privar al pueblo sometido de los etruscos de un origen semejante al romano.
Redondo no
es partidario de las teorías invasionistas, cree en la autoctonía, sino del
pueblo etrusco, sí de la cultura etrusca. No hay indicios que hagan pensar que
se produjo un corte brusco desde los villanobianos a los etruscos.
Estos se
han desarrollado en el mismo lugar, aunque pudieran haber estado influidos por
un grupo dominante. Influye el mundo oriental.
Bronce final y Periodo Orientalizante
Desde el
punto de vista arqueológico está claro que la unidad cultural que presentaba la
Península Itálica se trunca en el Siglo XII a.C. y se entra en el Período del
Bronce final que no se desarrolla en todos sitios de igual forma. En Etruria la
cultura Villanobina que mostraba una
gran vitalidad y pujanza influye en otras áreas más cercanas, hacia el norte y
el sur, la Campania, en torno al siglo IX a.C.
En el
siguiente período, en torno al siglo VIII: “Periodo
Orientalizante”, llamado así porque el arte y la cultura de las regiones
mediterráneas se abren hacia las experiencias figurativas de oriente: no tanto
el pensamiento, la religión, o la política, sino la cerámica, el ornamento, las
construcciones, etc... .
En este
periodo Oriental en Etruria se puede apreciar que se rompe la homogeneidad
social de la época Villanobina: Aparece un elemento esencial en las sociedades
antiguas, la aristocracia. Surge ésta porque tiende a diferenciarse tanto en la
vida cotidiana como en la de ultratumba, lo vemos en los ajuares funerarios. Se
ha dado, pues, una diferenciación económica.
Además,
Etruria mantiene amplios contactos con los griegos, renovando posiblemente las
relaciones mantenidas previamente, antes de la desaparición del mundo micénico.
Los griegos actúan como catalizadores del desarrollo etrusco; no se limitan a
intercambiar productos, sino que también les proporcionan avances tecnológicos:
olivo, vid, etc. y el sistema de escritura.
La aristocracia será la principal receptora de estos avances,
que reforzarán su posición de privilegio en la sociedad. Aceptan no sólo estas
innovaciones sino que también la aristocracia etrusca asume la carga ideológica
que suponen las distintas innovaciones (el
banquete).
La nobleza provocará
también, es elemento dinamizador, un cambio en la propia apariencia de los
asentamientos etruscos. Su supremacía la
llevará también al ámbito de la figuración: viviendas con cimientos de piedra,
tejas, casi palacetes, frente al resto de la sociedad, marcos más adaptados a
su nueva situación y condición.
También
cambia la apariencia de la vida de ultratumba. También ahí el noble intenta
mostrarse superior. Se verán túmulos de cámara, pero el resto de la sociedad
serán los pozos o fosas. Se diferencian también onomásticamente, utilizando una
forma bimembre: nombre y gentilicio.
La realidad
social orientalizante no es la que nos refiere la historiografía clásica. Se
habla de una sociedad bipolar: aristocracia-servidumbre, sino que la estructura
social y económica de este periodo es más compleja, no existía esta
bipolaridad, había grupos intermedios: ejemplo, presencia importante de artesanos
extranjeros, sobre todo desde el 625 a. C. Destacan los extranjeros de origen
griego. Algunos de ellos incluso se conocen por las firmas de las cerámicas,
como un tal Demerato Corintio, que
abandonó su patria por motivos políticos y se estableció en Tarquinia (Etruria)
con un séquito, entre ellos artesanos (según Plinio). Estos artesanos fueron
importantes en el desarrollo de Etruria, ya que introdujeron nuevas técnicas y
perfeccionaron las ya existentes. Un hijo de Demerato se instaló en Roma, ya con
un nombre de Rey.
Existía
también una movilidad social, en el grupo de los aristócratas, no de igual modo
en el resto de grupos sociales, pues se ponían numerosas objeciones para
conceder, por ejemplo, el derecho de ciudadanía.
Periodo Arcaico, Edad Dorada del mundo Etrusco
La cultura
etrusca se extendió no sólo por Campania. Pero este proceso se produjo por
conquista o colonización. Redondo desecha la conquista porque vacilaría la
unidad de las ciudades etruscas que no se produjo nunca; solo hubo una
unificación religiosa antes de caer el mundo etrusco. Entonces fue más bien una
colonización.
Las
colonizaciones tuvieron lugar en el periodo Arcaico, periodo del comercio,
tráfico de mercancías e intereses, equilibrio mas o menos estable en el
Mediterráneo. Las relaciones entre etruscos y griegos no se rompen ni siquiera
con la fundación de Massalia (Marsella). Esta comunicación sólo se rompe cuando
los griegos pierden sus metrópolis, concretamente cuando los foceos pierden Focea de mano de los
persas.
En Córcega
fundación de una colonia. Según
Heródoto, los foceos de esta colonia se dedicaban a la piratería. Algunas
ciudades etruscas y Cartago se unieron para enfrentarse a los foceos y aquí
puede estar el primer acuerdo romano-cartaginés del que se había entendido que
Roma se consideraba una ciudad de ámbito etrusco que también firma entonces
dicho pacto. Parece ser que ganan los etruscos, pero sin embargo pierden porque
con la batalla de Alalia 545 a.C. desaparece la supremacía etrusca y Etruria no
ejerce el control. Se producen saqueos constantes de la costa etrusca que
debilitan sus ciudades. Surge una nueva potencia, Siracusa, que ha conseguido
vencer a los cartagineses en Himena en el 480 a.C. y poco después a los propios
etruscos en el mar, frente a Cumas en el 474 a.C.
A finales
del siglo V a.C. se puede decir que el proceso de fijación de las fronteras ha
terminado. Además este proceso de configuración territorial se acompañó de
fuertes tensiones sociales y políticas. Así, la monarquía deja paso a la
república en manos de un magistrado electo y no vitalicio. Dicha transición es
difícil de explicar; hay que recurrir a Grecia. Se cree que es posible que
apareciesen algunos líderes populares o tiranos griegos, cuyo apoyo son los
grupos sociales surgidos del desarrollo económico del siglo VI, comerciantes y
artesanos, consiguen así derrocar a la monarquía.
Las
consecuencias inmediatas son la aparición de tendencias isonómicas, que duraron
poco tiempo, y que en los Siglos VI-V chocaban con la visión que dan los
grecolatinos de una sociedad etrusca bipolar: ricos-pobres. El resultado de la
crisis del Siglo V sería una estratificación social pero no la bipolaridad,
porque los grupos oligárquicos se harán entonces con el poder, poniendo en
práctica sistemas políticos dirigidos a su propia autoperpetuación.
Los pasos
serían: Monarquía-República Isonómica-Crisis-Surgimiento de gobiernos
oligárquicos.
La decadencia etrusca
El comienzo
del fin empezó en Cumas. A partir de entonces los etruscos pierden su mercado y
son incapaces de recuperarlo. Siracusa ocupa su lugar. Las ciudades etruscas
cuya actividad económica se fundamenta en el comercio verán unas nuevas
circunstancias que afectarán en menor medida a las ciudades del interior.
No sólo han
perdido la influencia marina sino que sienten ya las circunstancias de esas
crisis. Los mismos territorios, además, están amenazados por pueblos montañeses
del interior, que por una crisis demográfica llevan a cabo rapiñas en
territorios etruscos antes no pisados. Las propias fuentes griegas hablan de
esta situación. Son incursiones no anexiones. Pero en el norte de la zona los
etruscos sufren la presencia de celtas que se encontraban allí desde el 600
a.C. pero que ahora se asientan de forma masiva, aunque no acaban con la
cultura etrusca que pervive hasta fechas posteriores. La primacía es ya gala,
no etrusca.
Los
problemas de los etruscos son ahora conflictos que les llevan a perder la
independencia, el primero que se producen entre
Roma y Veyes, no hay que entenderlo como un conflicto entre naciones
sino como un típico enfrentamiento entre ciudades en el mundo arcaico. Sin
grandes ayudas una y otra ciudad.
Este
enfrentamiento se produjo porque ambas ciudades tenían interés en controlar los
pasos del Tíber y otros pasos comerciales. Aunque el problema se complicó por
la necesidad que tenía Roma de nuevas tierras, lo cual llevó a la anexión, en
el 396, tras un largo asedio de 90 años. Toma la ciudad etrusca y se anexiona
Roma a Veyes.
La
situación de Etruria se agrava progresivamente y a principios del siglo IV ya
ha perdido su influencia industrial y comercial. Aunque se inicia una tímida
recuperación no alcanza muchos logros.
La
oligarquía sigue mostrando una tendencia endogámica. Los grupos medios inician
también su recuperación, pero no interesan a la aristocracia.
En el 350
se produce un nuevo enfrentamiento militar entre Roma y las ciudades etruscas
lideradas por Tarquinio que terminó finalmente en el 351 con una tregua, y en
el 311 el conflicto brota de nuevo, pero ya Roma es la dueña del Lacio. Van
cayendo poco a poco las ciudades etruscas hasta que en el 265 Volsini, centro
religioso del mundo etrusco fue destruido y Etruria desaparece de la geografía
histórica y pasa a ser parte de la historia de Roma.
Etruria se incorpora
a Roma desigualmente, porque dependiendo de las actitudes respectivas que cada
ciudad mostró con Roma. Mantuvieron una autonomía interna y se les exigían más
prestaciones de carácter financiero y militar.
En el 90
a.C., finalmente, tras la llamada “Guerra Social”, Roma concede el derecho de
ciudadanía a todos los pueblos itálicos y los antiguos tirrenos fueron ya
ciudadanos en todos los sentidos.
Instituciones Políticas
Se carece
de fuentes directas, por tanto recurrimos a otros modelos políticos
supuestamente parecidos: griegos y latinos. Información que ha de adaptarse a
la escasa información que tenemos sobre el mundo etrusco.
Se puede
ofrecer un modelo político e institucional de cierta fiabilidad, sin entrar en
detalles. Las tradiciones más antiguas hacen pensar en un primer sistema monárquico y prueba de ello son los nombres de
algunos personajes míticos que pudieron ser reyes: Alcestes de Perugia, por ejemplo, personajes de los que hay
referencias. Otros son más históricos, no míticos, que fueron reyes, como Tolumnio? de Veyes.
En la
lengua etrusca el término “rex” era
denominado LAUCHE o LACHUME, que pasó al latín como LUCUMO.
Igual que
en Grecia, en Roma un magistrado de orden sacerdotal mantuvo su término
monárquico en época postmonárquica. Los romanos odiaban la monarquía pero
mantuvieron el término “rex”,
posiblemente por connotaciones religiosas. Tomando como paralelo al “rex”
romano, se supone que el Lucumo
etrusco era la máxima autoridad de la ciudad, comandante del ejército y de la
religión pública; “Máximo Pontífice”.
Sin
embargo, se sospecha que el poder del Lucumo no fue absoluto, sino limitado por
algún órgano colegiado, es decir, el Senado
(en Grecia Areópago).
De este
órgano de notables no se tienen noticias de ningún tipo. La arqueología da
pruebas de una casta aristocrática diferenciada (para los etruscos) que tenían
que tener algún tipo de representación política. El Lucumo sería el elemento
más destacado de esta élite dominante. No sabemos igualmente si esta monarquía era
hereditaria o electiva. Ambas valen.
Desaparecido
el Lucumo, dos magistrados, llamados ZILCTH
ocuparon ese vacío de poder. Las fuentes también hablan de otro magistrado PURT o PORTNE, con una función difícil de identificar. También estaban los
CAMTHAI, que deben ser magistrados
menores, semejantes a los ediles romanos.
También
otro de nombre MARU, quizá con
vocación religiosa. Parece que no había una asamblea popular, porque la
sociedad etrusca es excesivamente oligárquica. Sí es importante destacar que a
los aristócratas debía de existir algún órgano colegiado que los representase
con funciones semejantes a las del senado, de control.
La sociedad
Bipolaridad
de la población etrusca de la que nos hablaron los autores grecolatinos basada
en el binomio: principes-servies.
Pero esa imagen no es cierta, aunque es la más difundida. Sería el primer caso
de la historia, sólo se da en algunos casos en Egipto. Hay sustanciales y
diversas diferencias o estratos económicos y cierta diversidad laboral que indican
que la actividad económica laboral se traduce en la “presión social”. La
economía depende de la sociedad y plantea, por tanto, connotaciones o
diversidad social, que tendrán un trasfondo jurídico cuando esté sancionada
jurídicamente. Cuando estos sólo por pertenecer al grupo social más elevado
económicamente pueden optar a las magistraturas (los aristoi en Grecia). Sin
una diversidad económica y actividad laboral variopinta en el mundo etrusco,
difícilmente podemos hablar de bipolaridad, pero se puede plantear dentro de
una sociedad urbana. Sí dentro de una rural, al menos teóricamente. La sociedad
urbana es la culminación de los logros espirituales y sociales del ser humano.
Ahora bien,
¿se podría relacionar esa estructura económica con una diversidad social? No,
18 ajuares funerarios distintos, no son síntoma de 18 órdenes sociales
diferentes. Los que no son aristócratas, no pueden optar a las magistraturas
como nos muestra la no existencia de una asamblea popular. No existe la
promoción política. No existe paridad política.
Entre la
aristocracia y la masa campesina hay un grupo intermedio económicamente
constatado que tiene un reflejo social difícilmente definible. La aristocracia
debe estar perfectamente definida jurídicamente. Debe actuar conjuntamente para
asegurar su supervivencia homogénea, mientras que los grupos intermedios son
heterogéneos y desunidos que habitan en la ciudad. Los aristócratas tienen el
poder de la tierra, dominan el campo. Existe también un grupo social
dependiente, también heterogéneo. Los autores que al referirse a estos grupos
dependientes vacilan a la hora de nominarlos y seto se debe a que no todos son
iguales. Unos hablan de “servi”, “plebs”,
“penestai”, “oiketai”... Vemos también en las fuentes epigráficas, que
emplean diferentes términos.
La
participación política es excluyente; sólo grupos privilegiados. Aquí radica
las diferencias entre los etruscos y Grecia o Roma con los que tuvo evidentes
contactos. Con Grecia incluso antes de la caída del mundo micénico.
Hablan los
escritores grecolatinos de forma despectiva sobre los etruscos, y también sobre
cualquier pueblo dominado. Idealización de la “patria romana” (Dea Roma) que se
divinizó. Este sentimiento no lo tenían los etruscos.
Caso curioso: el
llamado estatus de la mujer en la sociedad etrusca. El caso de Esparta ya se
conocía (pero en Esparta era total), la mujer podía hacer lo que quisiera, el
adulterio no estaba considerado, su papel primordial era tener hijos, llevar
una vida licenciosa; asistía a espectáculos y a banquetes, tenía la misma
capacidad jurídica que un hombre, podía poseer bienes y esclavos. En el caso de
Roma también, pero siempre el administrador era su marido. La explicación es
que la aristocracia etrusca era endogámica y trae muchos problemas y el varón
es el que guerrea y está amenazada, por tanto, por la escasez de varones hasta
el punto que algunas familias para no desaparecer echaron mano de las mujeres (Oligantropía?).
También pueden tener cierta importancia los sistemas matriarcales del mundo
etrusco.
Las ciudades
Nacen en el
territorio etrusco sobre otros centros anteriores, no hay ruptura sino una
evolución de la anterior cultura Villanoviana.
Otros, en cambio, desaparecen. Eran lugares fácilmente defensibles, con agua
cerca, con un clima bueno, cerca del mar pero a suficiente distancia del mismo
(para que puedan servirse de las ventajas del mar y librarse de los piratas).
Su
literatura sagrada se preocupa de los asentamientos de las ciudades que hay que
entender como una reelaboración que puede valer para ciudades “ex novo” pero no para las anteriores. “Etrusco ritu” (nombre del rito que se
hacía para fundar una ciudad): un sacerdote ayudándose de la “groma” hacía el rito. El sacerdote
vestido con un traje procedía a la delimitatio
del asentamiento urbano con una pareja de bóvidos y un arado, bóvidos vírgenes,
según algunos, pero realmente eran purificados. Cuando llegaba al espacio de la
puerta levantaba el arado y todo lo delimitado se consideraba sagrado.
Ninguna
ciudad etrusca se creó bajo este sistema pues no son el acto exclusivo de un
fundador sino el resultado de un proceso evolutivo.
Estos
principios urbanísticos tan evolucionados son relativamente recientes,
posteriores al siglo VII a.C. No es otra cosa que el esfuerzo de racionalización
de una sociedad para entender el mundo racional y su explicación con el como
divino.
Los etruscos
dotados de un grado de civilización muy superior al de las poblaciones itálicas
de esos territorios, se impusieron culturalmente sobre ellas, desarrollando una
estructura de ciudades-estado unidas por una comunidad de religión y de
cultura, similares a las de la antigua Grecia, de las cuales fueron las
principales Ceres, Clusium, Tarquinia y
Veyes. Dotados de grandes condiciones para la industria y el comercio, así
como pueblos obviamente navegantes, los etruscos prosperaron en la elaboración
del bronce y el hierro para la fabricación de armas y otros instrumentos
bélicos como corazas y carros de guerra y en la fabricación de elementos
ornamentales de oro, que comercializaron en toda el área del mar Tirreno,
especialmente con los griegos y los fenicios.
El contacto
con los griegos de las cercanas colonias de Sicilia y el sur de la península
italiana, ejerció importante influencia en algunos aspectos de la civilización
etrusca; especialmente en la arquitectura y la pintura. Cabe a los etruscos
haber introducido en la arquitectura griega una importante innovación que luego
sería transmitida a la civilización romana, al emplear en sus construcciones las
bóvedas y arcos.
La religión
etrusca, poco conocida, se centraba en el culto de los muertos que enterraban
en cámaras subterráneas decoradas son pinturas y relieves; claro antecedente de
las catacumbas romanas. Otros elementos religiosos, también transmitidos a los
romanos, los constituían las prácticas de adivinación del porvenir,
especialmente a través del estudio del vuelo de las aves y el estado de las
entrañas de los animales sacrificados a los dioses.
La dominación etrusca se extendió sobre el territorio
norte-central de la península italiana, desde la llanura del Po hasta el sur
del río Tíber, abarcando el Lazio y los límites de la Campania; con lo cual,
ejerció una poderosa influencia sobre los latinos habitantes del sur del Tíber;
a los cuales impulsó hacia más avanzados estadios de civilización, en los
cuales se integraron en gran medida los elementos institucionales y culturales
de la civilización etrusca.
Los pueblos itálicos en el siglo VIII a.
C.
Hacia el siglo VIII a.C. en que según la leyenda se fundó la ciudad
de Roma coexistían en el área centrada
en el mar Tirreno, las civilizaciones fenicia, griega y etrusca. Esta última
directamente colindante con los pueblos itálicos, principalmente los latinos
habitantes de la zona del Lazio, al sur del río Tíber, había desarrollado con
ellos una convivencia que permitió a los latinos, sin perder su identidad
étnica, asimilar muchos componentes de la superior civilización etrusca.
Los etruscos, aliados con los
cartagineses, habían logrado expandir su hegemonía desde la llanura del Po
hasta bien al sur del río Tíber; pero debieron enfrentar en el siglo VI a.C. la
presión que desde las estribaciones de los Alpes ejercía otro pueblo, los galos
cisalpinos, que invadieron las fértiles llanuras de la cuenca del Po.
Enfrascados los etruscos en resistir a los galos, por un lado, y los griegos y
cartagineses en sus contiendas por el dominio en el Tirreno, se establecieron
las condiciones que habrían de permitir que la novel ciudad de Roma lograra
finalmente imponer su dominio.
En el siglo VIII a.C., la ciudad latina más
importante era la ya antigua Alba, situada al sur del río Tíber y a cierta
distancia de las costas del mar Tirreno; que atribuía su origen a descendientes
del héroe troyano Eneas, emigrado al Lazio desde Troya, cuando esta ciudad
fuera tomada por los griegos, según los relatos efectuados por Homero en “La
Ilíada”.
Fundación de Roma.
Los
orígenes remotos de la ciudad de Roma, se pierden en la leyenda; siendo
seguramente anteriores al año 754 a.C. en que ulteriormente las autoridades
romanas fecharon su fundación.
Del mismo
modo, siendo improbable que su fundación haya surgido de una acción explícita y
deliberada, las tradiciones romanas posteriores adornaron su surgimiento con
diversas leyendas, recogidas especialmente por el historiador romano Tito
Livio, que vinculan el origen de Roma a un linaje de dioses y héroes.
Roma y la loba del Capitolio
Según la
leyenda de los orígenes de Roma, un hijo del héroe troyano Eneas, (hijo de
Marte, el dios de la guerra y de una princesa latina), Ascanio, había fundado
sobre la orilla derecha del río Tíber la ciudad de Alba Longa; ciudad latina
sobre la cual reinaron numerosos de sus descendientes, hasta llegar a Numitor y
su hermano Amulio. Este último destronó a Numitor; y para evitar que tuviera
descendencia que pudiera disputarle el trono, condenó a su hija Rea Silvia a
permanecer virgen como vestal, sacerdotisa de la diosa Vesta.
Sin
embargo, Marte, el dios de la guerra, engendró en Rea Silvia a los mellizos
Remo y Rómulo. Por ese motivo, al nacer los mellizos fueron arrojados al Tíber
dentro de una canasta, la cual encalló en la zona de las siete colinas situadas
cerca de la desembocadura del Tiber en el mar; siendo recogidos por una loba
que se acercó a beber, y que los amamantó en su guarida del Monte Palatino,
hasta que fueron hallados y rescatados por un pastor cuya mujer los crió.
Cuando
fueron mayores, los mellizos restituyeron a Numitor en el trono de Alba Longa,
y decidieron fundar, como colonia de Alba Longa, una ciudad en la ribera
derecha del Tíber, en donde habían sido amamantados por la loba; y ser sus
Reyes.
Cerca de la
desembocadura del Tíber existían las siete colinas: los montes Capitolio,
Quirinal, Viminal, Aventino, Palatino, Esquilino y Celio. Rómulo y Remo
discutieron acerca del lugar donde fundar la ciudad; y resolvieron la cuestión
consultando el vuelo de las aves, a la usanza etrusca. Mientras sobre el
Palatino Rómulo divisó doce buitres volando, su hermano en otra de las colinas
sólo vió seis. Entonces, Rómulo, con un arado trazó un recuadro en lo alto del
monte Palatino, delimitando la nueva ciudad, y juró que mataría a quien lo
traspasara. Despechado, su hermano Remo cruzó despectivamente la línea, ante lo
cual su hermano le dió muerte, quedando entonces como el único y primer Rey de
Roma. Según la versión de la historia oficial de Roma antigua, eso había
ocurrido en el año 754 a.C.
La imagen de la llamada loba capitolina - en
referencia al otro Monte cercano, el Capitolio - amamantando a los mellizos, es
el símbolo de la ciudad de Roma. Se trata de una escultura en bronce, que se
considera de origen etrusco, datada alrededor del año 470 a.C., que se conserva
en el Museo Capitolino de Roma; y a la cual Dante alude en su “Divina Comedia”.
Otra
leyenda ligada a la fundación de Roma, es la del rapto de las sabinas. Según
ella, los primeros pobladores de Roma deseaban casarse con unas jóvenes de la
tribu de los Sabinos, que habitaban sobre la cercana colina del Quirinal; pero
sus padres se opusieron. Remo invitó a las familias sabinas a una fiesta
religiosa en Roma, en cuya oportunidad las jóvenes sabinas fueron raptadas; lo
que determinó a los sabinos a desafiar a los romanos a una guerra, que no pudo
llevarse a cabo porque las sabinas se interpusieron entre ambos bandos.
En los
hechos, las colinas cercanas a la desembocadura del Tíber habrían contado con
diversas aldeas latinas desde bastante tiempo antes de la época en que la
leyenda ubica la fundación de Roma; las cuales probablemente terminaron
creciendo hasta integrarse en una única ciudad. Hacia el siglo VII a.C., la
expansión etrusca en la zona del Lacio las colocó bajo una dominación no
demasiado opresiva, lo cual queda de manifiesto por la presencia de los reges
etruscos, pero que impulsó el predominio de las costumbres, la cultura y la
economía de los etruscos.
A pesar de
que conforme a la leyenda Roma habría sido fundada como una colonia de la
latina Alba Longa, la originaria población latina fue integrada rápidamente con
muchas personas de origen etrusco; lo que llevó a que rápidamente se haya
convertido en una importante plaza industrial y comercial cuyo trazado,
arquitectura, monumentos y otros elementos, tuvieran afinidad con la cultura
etrusca.
La época de los
reges (reyes) y la expansión romana en el Lacio.
Siguiendo el modelo de todas las
primitivas ciudades itálicas, la forma política inicial en la Roma antigua, fue
la de una república de base
aristocrática, gobernada por un rex
vitalicio, pero electivo. La tradición le adjudica haber tenido siete, los
cuatro primeros latinos, y los tres últimos etruscos: Rómulo, Numa Pompilio, Tulo Hostilio, Anco Marcio, Tarquino el Antiguo,
Servio Tulio y Tarquino el Soberbio.
Bajo los reinados de Tulio Hostilio y de Anco
Marcio los romanos conquistaron su ciudad madre de Alba, y fundaron la ciudad-puerto
de Ostia en la desembocadura del Tíber; que actualmente continúa siendo la
puerta marítima de Roma.
La conquista
de Alba también fue presentada bajo la forma de una leyenda, conforme a la
cual, en vez de ir a la guerra, los pobladores de Roma y de Alba decidieron que
la rivalidad entre ambas ciudades fuera resuelta mediante un combate entre tres
guerreros por cada bando. Por Alba pelearon tres hermanos llamados los Curiacios, y por Roma otros tres hermanos llamados los Horacios.
Los Curiacios
dieron muerte a dos de los Horacios;
pero el tercero, simulando huir, logró separarlos y matarlos uno a uno. Lo
cierto es que la ciudad de Alba fue arrasada totalmente por los romanos, que
incorporaron a sus habitantes como ciudadanos de Roma.
Bajo el régimen de los reges Roma alcanzó un importante
desarrollo. Habitada por campesinos latinos que cultivaban tierras en sus
proximidades, pronto fueron asimilados e integrados en la ciudad los pueblos
vecinos, principalmente sabinos; y seguramente la población latina originaria
quedó posteriormente bajo la hegemonía de etruscos a consecuencia de su expansión
en el centro de la península italiana; los cuales aportaron otras actividades,
especialmente en la industria y la artesanía, y en el comercio y la navegación,
así como costumbres más refinadas.
La incorporación de esos habitantes
influyó de manera muy importante en la propia fisonomía de la ciudad; que
comenzó a tener casas de mejores materiales y con mayores comodidades y
decoraciones. Sin embargo, mientras los nuevos pobladores cumplían actividades
cada vez más intensas y productivas en el comercio a través del puerto o del
mercado, y prosperaban los talleres en que se trabajaban el hierro y el cobre,
o las maderas, los originales habitantes latinos de la nobleza terrateniente,
continuaban apegados a sus actividades agrícolas; aunque seguramente participaban
del auge económico vendiendo sus productos a precios crecientes.
Durante los reinados de sus tres últimos reges, que fueron de origen
etrusco, Roma consolidó su dominio sobre la zona del Lacio. Luego que Roma
hubiera ido abarcando las colinas cercanas, ocupando el Capitolio donde se
construyeron los principales templos, y el Quirinal que habitaran los sabinos,
el rex Servio Tulio rodeó
todo el territorio de las colinas con una muralla de piedra, dando origen a que
Roma fuera designada como “la ciudad de
las siete colinas”.
El período etrusco de Roma se destacó
además por la realización de grandes obras públicas, especialmente la
construcción de la cloaca máxima,
que drenando los pantanos existentes en los valles situados entre las colinas,
permitió rellenarlos y hacerlos habitables. También en esta época fueron construidos
numerosos templos en la zona del monte Capitolio, cercano al valle que más
tarde sería la sede del Foro romano cuyas ruinas se encuentran
actualmente a sus pies.
De cualquier manera, con el paso del
tiempo se fue acentuando la influencia política y económica de los
“extranjeros”, sobre todo etruscos; suscitándose un creciente antagonismo con
los patricios latinos.
Según las crónicas de historiadores
antiguos, como Dionisio de Halicarnaso y Tito Livio, cuando su muerte puso fin
al reinado de Anco Marcio, fue
elegido como su sucesor un etrusco que había alcanzado gran prestigio y éxito,
que asumió su reinado con el nombre de Tarquino
el Soberbio. Según las mismas crónicas, Tarquino impulsó la
conquista romana de las comarcas del Lacio; con lo cual incorporó un territorio
de importante riqueza, convirtiéndose Roma en un gran centro comercial de
industrial, incluso en el comercio marítimo ya que sus naves transportaban
mercaderías a Córcega, Sicilia, e inclusive Cartago y a las ciudades de Grecia.
Aunque en realidad, el reinado de Tarquino
el Soberbio transcurrió seguramente en forma contemporánea con la
declinación del poder etrusco; de donde resultó el surgimiento de la influencia
romana en los territorios antes dominados por ellos.
Ello aportó a Roma grandes riquezas. Los reges
comenzaron a emplear en sus actividades costumbres de gran ceremonial; en Roma
se levantaron palacios y se ejecutaron importantes obras públicas. El área comprendida
entre los montes Palatino y Capitolio, en que se habían instalado
preferentemente los etruscos, se convirtió en un gran centro de comercio e
industria.
Hacia los fines del siglo VI a.C., la
dominación etrusca sobre Roma comenzó a declinar, como consecuencia del
debilitamiento del poder etrusco a causa de los ataques e invasiones de los
pueblos de la galia cisalpina
en el valle del Pó.
Según la leyenda, no obstante la expansión
que Tarquino el Soberbio aportó a Roma, su gobierno despertó gran descontento
entre las familias patricias de la ciudad, cuya influencia política ignoró.
Hacia el año 509 a.C., un episodio originado en la pretensión amorosa de un hijo
de Tarquino contra Lucrecia una
mujer casada que por tal motivo se suicidó frente a su esposo desencadenó una
revuelta que culminó con la expulsión de Tarquino y la modificación del sistema
de gobierno de la ciudad. En vez de un rex
vitalicio, los romanos decidieron nombrar dos magistrados de gobierno, los cónsules, y otorgarles autoridad
temporal, solamente por un año.
Lo cierto es que, probablemente a
consecuencia del debilitamiento del poder etrusco, en el 509 a.C. los jefes de
las gens latinas de Roma lograron expulsar la dinastía etrusca; y
establecieron lo que se denomina como la república patricia.
Estructura social, política y religiosa de Roma
antigua.
La estructura social y política de la
ciudad romana a partir de la época de los reges, estaba compuesta por
una reunión de gens (la
unidad social inmediatamente superior a la tribu), cuyos jefes integraban un Senado que dirigía el
nombramiento del rex; el cual a su vez procedía a designar los
integrantes del Senado cuando surgía una vacante.
Cada una de
las gentes estaba encabezada
por una familia de antiguo origen latino, en torno a la cual se agrupaban
numerosas otras familias más recientes, todas las cuales se consideraban
ligadas por los lazos de provenir de un antepasado común, lo que implicaba una
comunidad de religión familiar; y se colocaban bajo la protección de la gens,
que asumía el nombre de quien se consideraba el primero de sus ancestros, el pater.
Las gentes
conformaban el grupo de los patricios (aquellos que descienden de un mismo
pater); únicos a los cuales estaba permitido rendir culto a Júpiter, cuyo jefe
integraba el Senado, y entre cuyos miembros el rex escogía los funcionarios del
Estado. El fundador del linaje de la gens era un personaje tradicional, tenido
como un héroe, al que se designaba como el genio; cuyo nombre se integraba al
nombre de las personas. En Roma, cada persona
tenía un nombre compuesto de tres términos, como Cayo Julio César: el primero
era su nombre personal individual, el segundo el de la gens a que pertenecía, y
el tercero el de su familia directa.
Además de
los miembros patricios o nobles de la gens, ésta se integraba con
los clientes; quienes
dependían de los patricios aunque tenían la condición de hombres libres,
estaban bajo su protección, y tenían la obligación de servirles, acompañarlos a
la guerra y prestarles obediencia, a cambio de lo cual los nobles debían
proveer a su subsistencia y defenderlos. De tal manera, el poderío y prestigio
de cada familia noble estaba en función de la mayor cantidad de clientes con
que contara.
Desde un
punto de vista jurídico, los nobles y sus clientes integraban el populus romano como ciudadanos;
es decir, poseían el derecho a tener bienes, y a contraer matrimonio,
engendrando en consecuencia hijos legítimos que les sucedieran y heredaran esos
bienes y derechos.
La
estructura de las gentes perduró en Roma mucho más allá de la época de
los reges, existiendo algunas muy importantes como la gens Julia de la cual salieron
grandes personajes de la historia romana.
Los
pobladores provenientes de los territorios conquistados no integraban el patriciado, sino que constituían
la
plebe o plebs; carecían de derechos
jurídicos, no podían tener patrimonio, no podían rendir el culto religioso
exclusivo de las gentes, y quedaban obviamente excluidos de todo derecho
político dentro del sistema institucional de la civitas romana.
Esta
situación, característica de la inicial organización de la sociedad romana en
la época de los reges, fue evolucionando en el transcurso de los cinco
siglos de la República; dando lugar a la aparición de nuevas instituciones y
funcionarios del Estado, que poco a poco fueron permitiendo a los miembros de
la plebe ingresar en algunos elementos propios de la civitas o
ciudadanía romana.
La
autoridad política en que residía la suma del poder constitucional del Estado
romano, como representante del populus
era el Senatus o Senado. Por
tal motivo, tradicionalmente las leyes romanas eran encabezadas con las letras S.P.Q.R., iniciales de “Senatus populus que romanus”,
expresión latina traducible por “El Senado y el pueblo romano”. El término senatus alude a la edad
avanzada, la senectud, de sus integrantes.
El Senado
estaba integrado en forma vitalicia por los jefes de las familias patricias,
alrededor de 300, por lo cual era la máxima expresión, a la vez, del poder
político y económico de la aristocracia de Roma.
En el
Senado se discutían todos los asuntos importantes para el Estado romano; y de
hecho era el que gobernaba, ya que si bien las leyes debían se aprobadas por
los comicios éstos solamente podían aceptar o rechazar lo que proponía
el Senado; y su influencia sobre los cónsules era manifiesta.
En los
hechos, todas las grandes cuestiones y decisiones de la historia de Roma,
fueron tratadas y resueltas por el Senado; de manera que los grandes
lineamientos de la política romana fueron determinados generalmente por el
patriciado.
Cuando el
régimen constitucional de los reges
fue sustituido en la república patricia por el de los cónsules, estos funcionarios recibieron el mismo grado de
autoridad suprema que aquellos tenían: el “imperium”,
aunque delimitado por la duración anual de su mandato y por el hecho de ser
compartido entre los dos magistrados.
En
principio, la idea de asignar igual autoridad en las mismas materias a dos
magistrados no parece que fuera acertada; ya que la exigencia de que ambos
coincidieran fácilmente resultaría en una inoperancia no compatible con los
intereses de gobierno del Estado, ni tampoco la posibilidad de que cualquiera
de ellos dejara sin efecto lo que el otro decidiera. Los cónsules ejercían
autoridad fundamentalmente en materia judicial y militar; con lo cual, en los
hechos, normalmente actuaban cada uno por su lado, de manera que la potestad de
cada cónsul de oponerse a lo resuelto por el otro raramente era ejercida.
Las
dificultades inherentes al régimen constitucional romano para obtener un
desempeño adecuado de sus magistraturas, se resolvían acudiendo a la
institución de la dictadura. El dictator
era designado en sustitución de los magistrados normales, cuando así resultaba
necesario para afrontar circunstancias extraordinarias que significaban un
peligro para la supervivencia del Estado. Las autoridades normales quedaban en
suspenso, y el dictador ejercía temporariamente la suma de los poderes del
Estado; determinando una especie de restablecimiento de la autoridad monárquica
con carácter extraordinario y delimitado generalmente en el plazo de seis
meses.
Desde los
inicios de la organización de las instituciones de gobierno en Roma, la fuente
última de legitimidad de sus magistraturas residía en las asambleas llamadas comicios.
Inicialmente,
existieron los comicios curiados.
Estaban integrados exclusivamente por los patricios; únicos que, por revestir
la titularidad de la civitas,
ser ciudadanos, tenían derecho a intervenir en la resolución de los asuntos de
la ciudad y del Estado.
La
totalidad de los integrantes de la ciudad los ciudadanos se organizaba en 30 curias; que eran en sí mismas
unidades de votación, es decir que primero debía alcanzarse una decisión dentro
de cada curia, y luego se computaban los 30 votos del conjunto de las curias.
Tradicionalmente, los comicios curiados
eran los electores del rex, los que aprobaban las leyes propuestas
por los magistrados, los que declaraban la guerra, y los que actuaban como
tribunal de justicia en los casos más trascendentales.
Las curias
eran una circunscripción militar, a la vez que territorial. Cada curia debía
proveer al ejército 100 soldados de infantería y 10 a caballo. El ejército se
componía, en consecuencia, de 3000 soldados infantes y 300 caballeros,
organizados en legiones; a partir
del cual Roma comenzó su prolongada historia de acciones guerreras.
De acuerdo
con los preceptos religiosos, los comicios curiados solamente podían reunirse
en los dias fastos señalados por los cónsules, cuando los augures determinaban
que podrían inaugurarse.
Los comicios centuriados surgieron a
consecuencia del proceso constitucional que llevó a la caída de los reges;
para cuando la participación de la plebe en el ejército había llevado a que
constituyera una asamblea en que participaban tanto patricios como plebeyos. Su
nombre derivó, consecuentemente, de que el ejército se componía de centurias,
a cada una de las cuales se asignó un voto.
La crónica
histórica romana atribuyó el establecimiento de los comicios centuriados a
reformas efectuadas por el sucesor de Tarquino
el antiguo, Servio Tulio
en las instituciones políticas de la constitución de Roma; pero lo más probable
es que hayan sido resultado de un proceso evolutivo bastante extenso.
Los
comicios centuriados que no estaban condicionados a reunirse conforme a los
preceptos religiosos paulatinamente asumieron las atribuciones más acordes con
su integración militar; especialmente lo relativo a la guerra y la paz, y a la
aprobación de leyes de importancia para el Estado; en tanto que los comicios
curiados fueron quedando solamente a cargo de los temas de índole religiosa.
En la época
de Servio Tulio se introdujo en los
comicios centuriados una reforma, estableciendo el llamado voto censitario; mediante el cual el número de votos se
ajustaba según la riqueza. De modo que a partir de ello y durante alrededor de
700 años los comicios curiados, que constituían el fundamento de la legitimidad
de las autoridades romanas, fueron dominados por los económicamente más
dotados.
La reforma
se hizo extensiva también al sistema de reclutamiento del ejército. En
contrapartida de su mayor influencia en los comicios, quienes contaban con más
medios económicos debieron prestar servicios más extensos en las legiones del
ejército; así como pagar más impuestos para sustentarlo. Los carentes de
recursos fueron eximidos del servicio militar, como de los tributos fiscales.
La reforma
de Servio Tulio apuntó a debilitar el poder político de la antigua nobleza
formada por el patriciado de origen latino y agrícola, otorgando preeminencia a
los nuevos pobladores de origen “extranjero”, mayoritariamente comerciantes e
industriales de origen etrusco; pero al mismo tiempo excluía a los plebeyos no
pudientes de toda incidencia en las decisiones de los comicios centuriados.
La
estructura social y religiosa del
patriciado romano se basaba en la jerarquía familiar absoluta del pater familias, investido de la
autoridad de la patria potestas.
En base a ella, ejercía una autoridad ilimitada sobre su esposa, hijos, demás
descendientes y clientes, que le debían total obediencia; al punto que
podía juzgar su conducta y castigarlos hasta con la esclavitud o la muerte.
Además
de una unidad económica puesto que el pater familias disponía de todo
el patrimonio familiar a su exclusivo arbitrio la familia romana era igualmente una unidad
religiosa, fundada en el culto a los antepasados, los manes. El fuego
sagrado que simbolizaba la tradición religiosa familiar, debía arder
permanentemente en el altar de los dioses donde se ofrendaba el pan y el vino
durante los cultos domésticos.
Adicionalmente
a los manes, la familia
romana rendía culto a los lares
y a los penates; espíritus
guardianes de los campos cultivados y de las despensas.
La
religión doméstica era la que determinaba el vínculo familiar, haciendo que la
mujer al casarse debiera abandonar la de su familia, para adoptar la de la
familia de su marido, dejando de pertenecer a la familia de sus padres y
hermanos.
Aparte de las religiones familiares y de
las gentes, exisía la religión oficial del Estado romano,
que era común para todos los ciudadanos. Era una religión politeísta y antropomórfica, en cuanto contaba con diversos dioses
a los que se asignaba forma humana.
La religión originaria de los pueblos
itálicos era sumamente primitiva; por lo cual, además de la importante
influencia etrusca, la religión romana recibió una gran influencia griega por
medio del contacto con la civilización de las ciudades de la Magna Grecia;
dando lugar a la adaptación de sus mitos y leyendas.
Los dioses romanos más importantes eran:
Júpiter — el equivalente romano del
Zeus griego, que siendo dios del cielo, del aire y del trueno, ocupaba en nivel
superior entre todos los dioses.
Juno — esposa de Júpiter con
quien compartía el reinado sobre los dioses; equivalente por tanto a la Hera de
los griegos.
Marte — dios de la guerra que,
según la leyenda romana, había sido el padre de los mellizos Rómulo y Remo; por
lo cual se le consideraba protector de la ciudad y origen de las virtudes
guerreras y viriles de los romanos.
Vesta — diosa del hogar ciudadano,
y por tanto protectora del espíritu tradicional de las familias, por lo cual
cada familia tenía en su casa un santuario de Vesta con un fuego sagrado
siempre encendido (de donde proviene, precisamente, la palabra “hogar”). Seis sacerdotisas
vírgenes tenían a su cargo preservar el culto de Vesta y conservar en su templo
principal el fuego siempre encendido. Estas sacerdotisas eran elegidas entre
las hijas de las familias romanas más ilustres, debiendo servir como tales
durante 30 años en que debían guardar castidad; por cuanto de violar ese voto o
descuidar el fuego sagrado, eran condenadas a ser enterradas vivas.
Juno — dios que tenía la facultad
de conocer tanto el pasado como el porvenir, por lo cual era representado con
una cabeza de dos caras; guardián de las puertas de la ciudad y de aquellas de
las casas de los romanos. En su templo las puertas se abrían en tiempo de
guerra y se cerraban en tiempo de paz, a causa de una leyenda conforme a la
cual el dios podría salir del templo que habitaba si era necesario para
proteger las puertas de la fortaleza romana. El nombre de Jano es origen de la
designación del mes de Enero, en latín Januarium, trasuntado en muchos
idiomas como en January y Janeiro; porque se le atribuía también ser el dios de
todo lo que se iniciaba.
Saturno — dios de la vegetación y de
la agricultura al cual los campesinos rendían culto en unas fiestas anuales
llamadas “saturnales”.
Neptuno — dios de las aguas y el
mar, representado portando un tridente con el cual pescar.
Vulcano — dios del fuego.
Plutón — dios de los dominios de
los muertos.
Mercurio — dios del comercio,
representado con los pies sobre una rueda alada.
Venus — diosa de la belleza
femenina.
Minerva — diosa de la inteligencia.
Ceres — diosa de las cosechas.
La religiosidad de los romanos tenía
importantes componentes de índole superticiosa, en su gran parte provenientes
de la influencia etrusca; como la de practicar la adivinación mediante la
búsqueda de indicios de la voluntad de los dioses.
Los procedimientos de adivinación se
basaban en el examen de las vísceras de los animales sacrificados en el altar
de los dioses, y en la interpretación del vuelo de las aves. Los especialistas
en la adivinación mediante el estudio de las vísceras se denominaban arúspices; en tanto que los augures realizaban los
“augurios” mediante la interpretación del vuelo de las aves.
A los arúspices
correspondía lo relativo a los prodigios;
hechos de producción excepcional como los terremotos y los desastres
climáticos. Los augures se
ocupaban preferentemente de escrutar el futuro en relación a los hechos
políticos y especialmente militares, con particular referencia a los momentos
previos a las grandes batallas; de manera que casi ninguna decisión importante
de gobierno era tomada sin consultarlos previamente. Los augures
determinaban los días fastus
en los cuales las actividades públicas serían beneficiosas, y los días nec fastus en los cuales esas
actividades quedaban interdictas.
El culto religioso se expresaba en
ceremonias de ofrendas
consistentes en presentar a los dioses alimentos u objetos valiosos; y también
mediante las libaciones. El
sacrificio de animales como cerdos, ovejas o toros, precedía al acto de la
adivinación mediante el estudio de sus vísceras.
La dirección del ceremonial religioso
estaba a cargo de sacerdotes, que salvo en casos especiales como el de las vestales eran simples
ciudadanos. Los sacerdotes se agrupaban en colegia,
de los cuales el de los Pontífices,
encabezado por el “Pontífice máximo”,
tenía el cometido de velar por la conservación de la pureza de la religión.
Siglo VI
a.C.
La política de afirmación del poder real y el apoyo
a los estratos sociales excluidos de la organización gentilicia desencadenaron
la revuelta del patriciado que en el año 509 a.C. consiguió expulsar al último
rey de Roma, Tarquinio el Soberbio (534-509 a.C.), y sustituir seguidamente el
régimen monárquico por uno nuevo de carácter colegiado, la res publica,
o dicho en otras palabras, la República romana. Por consiguiente, el año 509
a.C. marcó el fin de los mandatos unipersonales del monarca dando lugar al
gobierno de dos cónsules, jefes anuales del Estado y del Ejército, como
representantes del conjunto de los ciudadanos. A partir de entonces, la
aristocracia patricia dominaría la política, la religión y el Derecho, debido a
que solamente sus miembros reunían los requisitos para poder acceder a las más
altas magistraturas, al Senado y a los cargos sacerdotales.
La historiografía antigua, es decir, la analística
romana, ofreció un conjunto de relatos heroicos con el único propósito de
aportar una imagen de una Roma que progresivamente se engrandecía, y que
concentró en el año 509 a.C. el lento proceso de creación de un nuevo orden
constitucional. En este sentido, la ausencia de fuentes contemporáneas no hace
sino que los dos primeros siglos de la República romana sean un periodo repleto
de lagunas y de controversias, si bien contamos con los datos aportados por la
arqueología y documentos dispersos para tratar de resolverlas.
Recién instaurado el régimen republicano, el
expansionismo que practicó Roma a lo largo del siglo V a.C. transformó
radicalmente sus bases políticas y económico-sociales.
En la centuria y media en que fue gobernada por
reyes, y sobre todo cuando los etruscos debieron consolidar su hegemonía sobre
las ciudades del Lacio para atender a su defensa contra las invasiones de los
galos en la llanura del Po, Roma consiguió reemplazar aquella hegemonía por la
suya propia.
La situación interna de Roma no pasó ni mucho menos
desapercibida entre sus vecinos. Según la tradición historiográfica, Tarquinio
el Soberbio recurrió al apoyo de las ciudades etruscas para lograr que le
repusieran por la fuerza en el poder, si bien es posible poner en duda el papel
que se le otorga al antiguo monarca en los sucesivos conflictos.
Servio Tulio (578 a 534 A.C.)
Dio entrada
en el ejército a todos los propietarios, ya fuesen patricios o plebeyos;
solamente quedaban excluidos los que no podían costearse el equipo militar.
Reorganizó el ejército tomando como base el patrimonio económico de cada
ciudadano, según una división en 5 clases en función de su situación económica
y sus equipos eran:
Clase I,
eran los que ganaban más de 100.000 ases, llevaban yelmo, coraza, grebas,
escudo redondo metálico (clipeus, la versión romana del hoplón), espada y lanza
larga con regatón.
Clase II,
ganaban 75.000 ases, tenían que costearse un yelmo, un escudo rectangular
de madera (scutum), grebas, un pectoral, una lanza y una espada.
Clase III,
ganaban 50.000 ases, llevaban yelmo, escudo rectangular, podían llevar placa
pectoral, el escudo de madera (scutum) más corto, espada y lanza.
Clase IV,
ganaban 25.000 ases, no llevaban casco, el escudo era de madera más pequeño.
Llevaban una lanza y una jabalina. Se les denominaron acenti.
Clase V,
ganaban 11.000 ases, solo llevaban hondas o arcos. Se les denominaron leves.
Capitecensi,
eran hombres no armados que servían como armeros, herreros, trompeteros y
similares.
Clases de soldados de Servio
Tulio: de izquierda a derecha: équite o jinete, clases I a V.
Los
soldados de cuarta y quinta clase, se empleaban como escaramuzadores, delante
de la falange, al replegarse, formaban dos filas detrás de la
falange.
Por encima
de ellos estaban los équites, que eran la aristocracia del ejército, y agrupaba
a los ciudadanos con fortunas por encima de 100.000 ases. Estaban armados de
yelmo, lanza de acometida, grebas y espada larga.
Clases de infantes de Servio Tulio de izquierda
a derecha: clase I similar a los hoplitas con yelmo, coraza, grebas, escudo de
metal, lanza y espada; la clase II con yelmo, escudo de madera, grebas y
pectoral (opcional), lanza y espada; la clase III con yelmo, pectoral
(opcional), escudo de madera, lanza y espada; clase IV solo escudo de madera
(opcional), lanza y jabalinas; clase V honda u arco o venablos.
Para
facilitar el reclutamiento dividió la ciudad en cuatro tribus urbanas: la
Palatina, la Collina, la Esquilina, y la Suburbana, y los hombres en dos
categorías: iuniores (de 15 a 45 años) empleados en el servicio activo y
seniores (de 45 a 60 años) quienes formaban el ejército de reserva y pasarían a
ser denominadas posteriormente legiones urbanas, los infantes que habían
servido 20 veces durante 6 meses y la mitad si fuesen jinetes, estaban exentos.
El número
de centurias en cada clase variaba, de forma que había 80 en la primera clase,
20 en las clases segunda, tercera y cuarta, y 30 en la quinta clase; en total
eran 170 centurias de combatientes de infantería en total 17.000 efectivos. A
las que hay que sumar los équites o jinetes que eran 10 turmas (300 jinetes)
por legión.
El ejercitó
contó entonces con 4 legiones, y el mando ya no sería el rey sino dos cónsules
nombrados, si estaban juntos, el mando lo ostentaban en días alternos. La
legión fue la unidad táctica militar y dentro de ella se distinguían: la
infantería pesada (clase uno a tres), la infantería ligera (clase IV y V acenti
y leves) y la caballería. La legión se dividía en centurias. Estuvo compuesta
de 4.200 soldados de infantería (al añadir a los 3.000 de la época anterior
1.200 soldados armados con palos y hondas, los acenti y leves) y 300 de
caballería. Servio Tulio agregó además 2 centurias de obreros (fabri) con la
misión de transportar las máquinas de guerra y 3 centurias de corneteros y
trompeteros (cornicines, tubicines).
Ejército romano-etrusco siglo VI AC: 1
soldado clase I; 2 soldado clase II; 3 soldado clase IV, 4 hondero clase V; 5
cornicen o trompetero
La legión
seguía siendo de una formación de 3.000 hombres divididos en 10 grupos de 50
hombres con un fondo de 6 filas al principio, 8 cuando se replegaran la la
clase IV y V. Una centuria eran 2 filas de 50 hombres y estaban mandadas por un
centurión que mandaba la primera fila y un optio que mandaba la segunda. Cada
centuria tenía como distintivo un haz de heno atado y alzado en el campo de
batalla al que llamaban manipulo, pero a diferencia de la falange podían
aumentar los intervalos entre las clases, dándoles mayor profundidad y
movilidad flexibilidad, estas centurias homogéneas se les denominaron acies, y
empezó a denominarse la formación en tripex acies.
A finales del año 509 a.C., un ejército etrusco
formado por las tropas de las ciudades de Veyes y de Tarquinia, y capitaneado,
teóricamente, por Tarquinio el Soberbio y Arrunte como segundo al mando de la
caballería, marchó decididamente contra Roma. El ejército romano le salió al
paso a las afueras de Roma con los cónsules Publio Valerio Publícola al mando
de la infantería y Lucio Junio Bruto al mando de la caballería.
Como
prólogo existió un duelo singular entre Arrunte y Bruto que concluyó con ambos
heridos de muerte. A continuación, chocaron sendos ejércitos. El ala derecha
del ejército romano comandada por Publícola derrotó magistralmente a las tropas
de Veyes, mientras que el ala izquierda adoleció notablemente la falta de
liderazgo a causa de la baja de Bruto y fue derrotada por las tropas de
Tarquinia al mando de dos hijos de Tarquinio el Soberbio, Sexto y Tito.
La batalla
acabó con cuantiosas bajas en ambos ejércitos, retirándose los dos a sus
respectivos campamentos. Publícola optó entonces por arriesgarse al asalto
nocturno logrando poner en fuga a los etruscos. No obstante, el ejército romano
logró la victoria por la mínima.
En el 508 a.C. Lars Porsenna, rey etrusco de la
ciudad de Clusium, decidió atacar Roma tras ser incitado por Tarquinio el
Soberbio. Además de su ejército contaba con el apoyo de la ciudad de Gabii, de
la ciudad latina de Tusculum, cuyo dictador, Octavio Mamilio, era yerno de
Tarquinio el Soberbio, y de algunos mercenarios.
El primer obstáculo de Lars Porsenna fue la recién
creada colonia de Sigluria en cuyo apoyo acudieron los cónsules Publícola y
Espurio Lucrecio Tricipitino. Los romanos fueron derrotados, ambos cónsules
heridos y la pequeña colonia arrasada.
En esa época Roma se encontraba situada en la
orilla oriental del Tíber, y únicamente tenía en la otra orilla un puesto
defensivo avanzado en el monte Janículo. Lars Porsenna tomó este monte para
derrotar a continuación al ejército formado junto al Tíber. La lucha fue brutal
pero finalmente el ala izquierda romana cedió después de que sus comandantes
fueran heridos, lo que provocó el pánico en el resto del ejército provocando
que huyeran de vuelta a Roma a través del puente Sublicio.
Según relata la Crónica cumana, una
tradición literaria de origen griego, en torno al año 505 o 504 a.C. la
dinastía gobernante en Roma fue expulsada por Lars Porsenna que desde la ciudad
etrusca de Clusium procuró extender su poder sobre todo el Lacio, frente a la
Liga Latina, formada por 29 ciudades, y sobre la Campania, frente a las
ciudades griegas entre las que prevalecía Cumas. La alianza de la Liga Latina y
el tirano de Cumas, Aristodemo, rompió con los planes de conquista tras la
derrota del hijo de Porsenna, Arrunte, en la ciudad latina de Aricia –en la actualidad
el barrio de Ariccia, en Roma–. Porsenna se refugió entonces en Roma, donde,
bajo su protectorado, la aristocracia patricia romana puso en funcionamiento el
nuevo régimen republicano. La posterior muerte de Porsenna iba a dejar a Roma
enfrentada a la Liga Latina.
La Liga Latina se alzó contra Roma a instancias de
Tarquinio el Soberbio. Esta ruptura envalentonó a los exiliados fidenates que
en el año 500 a.C. consiguieron reconquistar Fidenae y posicionarla contra
Roma. Un año más tarde hubo un intento de recobrar Fidenae, pero el sitio
fracasó.
Se sucedieron los intentos de uno y otro bando sin
que ninguno lograra una ventaja significativa. Pero la preocupación romana iba
en aumento, por lo que se optó por nombrar a un dictador extraordinario en la persona
de Aulo Postumio Albo, quien, secundado por Tito Ebucio Helva, fue capaz de
reunir un ejército de 23.700 infantes y 1.000 jinetes.
Octavio Mamilio, líder de Tusculum, era el
principal impulsor de la Liga Latina anti romana. El ejército latino contaba
con 40.000 infantes y 3.000 jinetes, y entre sus filas figuraban un buen número
de romanos exiliados.
La batalla decisiva tuvo lugar en las proximidades
del hoy desaparecido lago Regilo, donde ambos bandos se lanzaron animosos a un
combate que resultó extremadamente duro. Carecemos de fuentes que permitan
datar con exactitud la contienda, si bien es posible situar el conflicto en el
año 496 a.C. siguiendo la información que nos aporta Tito Livio –en realidad,
la batalla del lago Regilo podría ser un conflicto legendario pues son muy
exiguas las fuentes que den testimonio de este acontecimiento.
Coroliano recibiendo a las madronas
romanas. Éstas encabezadas por su esposa y por su madre le suplican que levante
el asedio de Roma. Óleo de Raphael Lamar. Los trajes y los uniformes no se
corresponden con la época.
Tarquinio resultó prontamente herido cuando atacó a
Postumio. Mientras tanto, Ebutio atacó a Mamilio, pero fue herido en el brazo,
mientras que Mamilio sufrió una herida menor. Las tropas de Tarquinio el
Soberbio, integradas por exiliados romanos, comenzaron a hacer retroceder a los
romanos, y Marco Valerio, un destacado aristócrata romano, cayó atravesado por
una lanza cuando intentaba dar muerte a Sexto. En ese momento, Postumio llevó
tropas de refresco de su propia guardia personal al frente de la batalla.
Mamilio fue derrotado seguidamente por Tito Herminio, quien falleció
inmediatamente después.
Postumio ordenó a los caballeros que desmontasen y
atacaran a pie, y pronto los latinos acabaron por verse forzados a retirarse.
El campamento latino fue asimismo capturado por los romanos. Postumio y Ebutio
pudieron regresar a Roma con los honores del triunfo. A partir de ese momento,
el primero fue conocido con el sobrenombre de ‘Regillensis’.
Hay que traer a colación que una leyenda afirmaba
que los Dioscuros, Cástor y Pólux, habrían ayudado al ejército romano en su
victoria, transfigurados como dos jóvenes caballeros, y que Postumio habría
ordenado levantar un templo en su honor en el Foro –esta batalla sería
considerada por Roma como un acontecimiento decisivo para lograr el
afianzamiento de la República, por lo que no es de extrañar la inclusión de
elementos divinos en el relato posterior.
Al año siguiente, se tomó Fidenae y se emprendió
una limpieza de bandas de latinos insumisos.
Fue en el año 493 a.C. cuando los conflictos
concluyeron con la firma del foedus Cassianum.
Siglo V a.C.
Poco después, y a lo largo de casi todo el siglo V
a.C., Roma mantendría una guerra federal contra los ecuos, los volscos y los
sabinos, todas ellas poblaciones apenínicas que subsistían gracias a la caza y
al pastoreo y que emprendieron varias incursiones en las ricas y fértiles
tierras del Lacio.
La guerra de los ecuos nos muestra en la persona
del dictador Cincinato lo que era entonces un jefe romano. En el año 458 a.C.,
después de haber cercado al enemigo y terminado la guerra en dieciséis días,
volvió a su campo, en las proximidades del Tíber, y continuó modestamente las
faenas agrícolas.
En lo que se refiere a las relaciones con los
sabinos, a mediados del siglo V a.C. el expansionismo romano por territorio
sabino y la forma de acuerdos comerciales pusieron fin al problema.
Las guerras con los volscos requirieron que el
patriciado romano debiera efectuar sucesivas concesiones políticas a la plebe,
sobre todo cuando al volver del combate los ejércitos integrados por los
plebeyos amenazaron con sublevarse. El caso más significativo fue la
sublevación del monte Sacro a fines del 493 a.C., durante la cual los soldados
rehusaron retornar a sus hogares y amenazaron con fundar una nueva ciudad en
ese lugar, lo que culminó con la concesión del derecho de designar dos tribunos
de la plebe que, aunque no conformaron una magistratura integrada al sistema
del Estado, se convirtieron en adelante en propulsores de los intereses de los
plebeyos.
Al mismo tiempo que los griegos de Oriente se
preparaban para afrontar una gran lucha contra los persas, los griegos de
Occidente, dirigidos por Geón de Siracusa, derrotaban a la flota cartaginesa
dirigida por Amílcar, hijo de Magón, y obligaban a Cartago a romper la
coalición etrusca, siendo la consecuencia inmediata de esta ruptura el fin del
poder marítimo de Etruria. La victoria de Cumas, lograda por Hierón, aliado de
los romanos, sobre los etruscos, les arrebató el dominio del Tirreno en el 474
a.C.
Pero la ruptura de la liga etrusco-fenicia no es
suficiente para explicar el rápido decaimiento del poderío marítimo etrusco. Es
decir, habría que añadir además los elementos que galos y romanos ofrecieron al
dominio etrusco en el continente.
Fuera de los compromisos comunes con la Liga
Latina, Roma puso en funcionamiento una política expansionista de forma
independiente. La poderosa y cercana ciudad etrusca de Veyes extendía sus
dominios hasta el Tíber. Esa proximidad entre las dos localidades acrecentó
sobre manera la enemistad entre ambas por el control en la explotación de las
salinas del Tíber y el dominio de las rutas comerciales. Según la tradición
historiográfica, el conflicto armado entre Roma y Veyes comenzó en el 483 a.C.
con motivo de la posesión de Fidenae, plaza vecina de Roma en manos de Veyes, y
el control del valle de Cremera.
Tras varios años de contiendas, Roma logró sus
primeros éxitos con el dominio de la orilla derecha del Tíber, el control de
las salinas y la anexión de Fidenae en el 426 a.C. Estos éxitos empujaron al
entonces dictador extraordinario Marco Furio Camilo a emprender la ofensiva
final con el asedio de Veyes, lo que ocurriría en el 396 a.C. tras una
legendaria resistencia de diez años por parte de la ciudad etrusca –en
realidad, el conflicto contra Veyes fue el primero de larga duración–. Veyes
sólo obtiene el apoyo de las ciudades etruscas de Capua, Falerii y Tarquinia,
mientras que la también etrusca Caere, apoya a los romanos. El dictador de Roma
derrotó en Nepi a los dos aliados y prosiguió el asedio con tal vigor que antes
de llegar al término de su dictadura, la ciudad fue conquistada. La
construcción de una galería subterránea que, desde el campo de los sitiadores conducía
al gran templo de Juno, decidió la definitiva caída de Veyes. Las fuentes
añaden a la construcción de la galería, la de la obra que dio por resultado el
repentino desbordamiento del lago Albano. No obstante, esta conexión de ambos
recursos de guerra es imaginaria, debido a que no era posible que un trabajo
tan colosal pudiera llevarse a cabo en pocos meses, sobre todo cuando las
necesidades del sitio tenían ocupada a la mayor parte de la juventud romana.
A partir de este momento, el Estado tomaría a su
cargo el pago del estipendio militar, cuyos fondos debían suministrar las
décimas del agro público que ya se exigieron con cierto rigor. Y merced a esta
importante novedad, Roma podría prolongar cuanto quisiese sus contiendas.
Los habitantes de Veyes fueron vendidos como
esclavos y el territorio de la ciudad fue confiscado y repartido entre los
colonos romanos. No obstante, el fructífero triunfo resultó contraproducente
porque surgieron en Roma graves disidencias en cuanto a su aprovechamiento.
Patricios y plebeyos adinerados pretendieron arrendar esas tierras al Estado
para ser cultivadas por los vencidos convertidos en esclavos. Pero el
descontento que ello produjo en el resto de la plebe determinó que finalmente
se concedieran pequeñas parcelas a algunos de sus integrantes, lo que no
resultó suficiente para zanjar las disputas entre los plebeyos.
Con la conquista de Veyes, Roma consiguió duplicar
su territorio hasta alcanzar una extensión de 2.500 kilómetros convirtiéndose
de esta manera en la ciudad más importante de todo el Lacio.
La República consular.
Aunque no
existen casi elementos documentales que permitan establecer con cierta
objetividad el proceso que determinó la caída de la reyecía en la Roma primitiva; ocurrida aproximadamente hacia fines
del siglo VI a.C., luego de haber conducido el surgimiento y la expansión de
Roma durante un siglo y medio; cabe suponer que ello haya sido resultado del
enfrentamiento político de la antigua nobleza patricia y agraria de origen
latino, con los ascendientes sectores más modernos, de origen principalmente
etrusco.
El régimen
de los reges fue sustituido
por la república de los Cónsules,
igualmente electos en los comicios, pero cuyo mandato solamente duraba un año;
pero aunque este sistema republicano rigió durante cinco siglos, hasta que
Augusto inauguró el Imperio, su sistema constitucional tuvo una evolución
marcada por numerosas reformas en gran medida resultantes de importantes luchas
civiles.
La nueva
República Consular romana, que aparentemente había sustituido un rex por
dos cónsules, en realidad lo sustituyó por el Senado. En términos
constitucionales modernos, se debilitó enormemente el “poder ejecutivo”, para
otorgar la autoridad al Senado.
El Senado,
integrado por los jefes de las antiguas gentes, era representativo de la
oligarquía patricia. Pero se evidenció incapaz de gobernar eficazmente, y sobre
todo, de defender la ciudad contra sus numerosos enemigos. La ciudad que los
siete reges habían hecho crecer, expandirse y enriquecerse durante un
siglo y medio, ya ni figuraba como centro económico de trascendencia en el área
del mar Mediterráneo, medio siglo después de implantarse el consulado y el
predominio senatorial.
El
historiador romano Polibio, recogió el texto de un Tratado entre Roma y
Cartago, suscrito en el primer año de la República Consular, por el cual Roma
renunciaba a navegar y comerciar en todo el Mediterráneo oriental en beneficio
de la colonia de origen fenicio; tan sólo a cambio del compromiso cartaginés de
no interferir en la zona del Lacio. Un Tratado que evidenciaba la necesidad de
Roma de renunciar a sus ambiciones de desarrollo marítimo, ante la urgencia de
atender las rebeliones en sus territorios próximos, comprometiendo a los
cartagineses a no intervenir. Aunque la Historia determinaría que llegado su
momento, Roma volvería a ocuparse de Cartago.
Al
debilitamiento político y militar de Roma, sucedió de inmediato una rebelión de
los pueblos etruscos, que invirtió los términos del dominio, quedando Roma bajo
el dominio etrusco durante algunos años; aunque a principios del siglo V a.C.
Roma había recuperado su independencia.
La vida política en la Roma consular.
La
República consular tuvo una vida política interna pautada por la oposición
entre la oligarquía patricia de origen latino, y los llamados “plebeyos” — es
decir, los que no pertenecían a las gentes tradicionales —
mayoritariamente de origen etrusco. Ello fue agravándose a medida que se
sucedían las guerras infructuosas.
Se formó
una conjunción entre los plebeyos adinerados y los más desposeídos; sobre la
base de postular leyes que aliviaran la situación de los deudores (que por las
normas vigentes caían en la esclavitud) y para restablecer el poder político de
los antiguos comicios, debilitados frente al Senado.
El poder de
los plebeyos se incrementó a consecuencia de la reforma realizada en el año 495
a.C., determinando la división de la población de la ciudad en 21 tribus que
debían percibir los impuestos de guerra y levantar las tropas. Los jefes de
estas tribus adquirieron así un cierto poder político, lo que en el transcurso
de algunos años les permitió imponer al patriciado la creación de nuevos
magistrados, llamados tribunos de la
plebe, originariamente 4 que en el año 471 a.C. fueron aumentados a 5.
La elección
de los tribunos de la plebe era realizada por una asamblea distinta de los
comicios curiados y de los comicios centuriados, los comicios por tribus o comicios tribados; donde no pesaba el voto censitario ni la necesidad de
autorización ni de rituales religiosos para reunirse.
Esas
modificaciones institucionales se vieron reforzadas progresivamente. Primero,
se crearon otros magistrados llamados ediles,
especie de asistentes de los tribunos. Luego, se otorgó a los tribunos un
derecho de veto respecto de las decisiones del gobierno; y finalmente se les
permitió proceder a la convocatoria de los comicios tribales toda vez que lo
creyeran conveniente.
El continuo
incremento de poder político de los plebeyos frente a los patricios romanos,
permitió que en el año 462 a.C., el tribuno Terentilio Arsa propusiera una ley
limitando los poderes de los cónsules; lo cual desató una grave crisis política
que se prolongó por más de una década.
Como
conclusión de los conflictos institucionales, finalmente se suprimieron todas
las magistraturas y asambleas, y se estableció una especie de Consejo de diez
magistrados, los decenviros; a los cuales que encargó a la vez ejercer el
gobierno y preparar una nueva constitución.
Los
primeros decenviros cumplieron su misión en un año; formulando lo que se conoce
como la Ley de la X Tablas. Sin embargo, el espíritu componedor de su propuesta
terminó por desagradar a todos los bandos; tanto por la eliminación de los
poderes del patriciado como por la de las magistraturas plebeyas.
Se
incorporaron entonces, en el año siguiente, 3 nuevos decenviros, originarios
del sector plebeyo; lo cual llevó a los patricios, temerosos de perder
posiciones, a aprobar leyes que adicionaron dos tablas más, prohibiendo los
matrimonios entre patricios y plebeyos, originándose así la célebre Ley de las
XII Tablas, que constituye un antecedente esencial del Derecho Romano.
Descontentos
patricios y plebeyos con la labor de las decenviros, aunque persistiendo sus
diferencias, acordaron abolir el decenvirato; aprovechando la circunstancia de
la derrota de los 8 decenviros que comandaban a las legiones romanas en la
guerra contra los sabinos y ecuos, en el año 449 a.C. Dando comienzo a una
práctica que Roma volvería a presenciar, las legiones se sublevaron, marcharon
sobre Roma y abolieron el decenvirato restableciendo la constitución anterior.
De todas maneras, la obra legislativa civil y
penal realizada por el decenvirato perduró en Roma durante siglos; pasando a
constituir el fundamento de su ordenamiento jurídico y social que constituye la
esencia del legado de Roma a la civilización occidental.
Mientras
los ataques externos se atenuaron y casi desaparecieron en la segunda mitad del
siglo V a.C., las disidencias políticas internas siguieron pautando la historia
de Roma.
En el 444
a.C., el tribuno Canuleyo propuso derogar la ley que prohibía el matrimonio
entre patricios y plebeyos; al tiempo que otros reclamaban que los plebeyos
también pudieran ser nombrados cónsules.
El
patriciado, que dominaba en Senado, prestó aprobación a la lex canuleya, que
por otra parte permitía a los patricios acceder a las riquezas de muchos
plebeyos mediante el matrimonio. Se esperaba que esa concesión llevara a
retirar la pretensión plebeya de acceder al consulado; pero no fue así. De modo
que, en algunas oportunidades, el Senado permitió que en vez de dos cónsules se
eligieran tres tribunos militares, investidos de consulari potestate (potestad
consular); pero los plebeyos insistían en designarlos todos los años.
Finalmente,
Roma debió atender los acuciantes problemas militares, al estallar una sucesión
de guerras, que incluse llevaron a la destrucción de la ciudad; aunque
culminaron en su total predominio sobre el territorio peninsular italiano.
Las guerras itálicas;
la destrucción de Veyes y la invasión de los galos.
Las “leyes licinias”
En el siglo
y medio en que fue gobernada por los reges y sobre todo cuando los
etruscos debieron aflojar su hegemonía sobre las ciudades del Lacio para
atender a su defensa contra las invasiones de los galos en la llanura del Pó,
Roma había logrado sustituir aquella hegemonía con la suya propia, y dar forma
a la Confederación Latina.
Pero
durante el siglo V a.C., las ciudades latinas debieron enfrentar la amenaza de
los etruscos del norte que, conjurada la amenaza gala tentaban recuperar su
antiguo poder y también de las tribus itálicas que desde los montes Apeninos
incursionaban frecuentemente en los valles del Lacio.
Los sabinos ocupaban las estribaciones de
los Apeninos hacia el nor-este; seguidos hacia el sur por los Ecuos; en tanto que los Volscos se
desplegaban hacia el sur, en la zona de la Campania. Todos ellos eran
poblaciones pastoriles, de ambicionaban ocupar las fértiles tierras del Lacio;
y que repetidamente invadían los territorios latinos, obligando a Roma a
mantener permanentes guerras defensivas; especialmente con los volscos.
Las guerras
con los volscos requirieron que el
patriciado romano debiera efectuar sucesivas concesiones políticas a la plebe;
sobre todo cuando al volver del combate los ejércitos integrados por los
plebeyos, amenazaron con sublevarse. El caso más importante fue la sublevación del monte Sacro, en el 493
a.C., en que los soldados se rehusaron a retornar a sus casas y amenazaron con
fundar una nueva ciudad en ese lugar; lo que culminó con la concesión del
derecho de designar dos Tribunos de la plebe, que, aunque no conformaron una
magistratura integrada al sistema del Estado, se convirtieron en adelante en
propulsores de los intereses plebeyos.
Entre los
episodios de las permanentes guerras de romanos y volscos, se destaca la traición
de Coriolano; un gran militar
patricio que, malquistado con la plebe, fue desterrado a instancias de los
tribunos. Coriolano se pasó entonces al bando de los volscos, bajo cuyo mando llegaron
a poner sitio a Roma; pero cuando su madre le reprochó su traición a la patria
romana, ordenó levantar el sitio a sus soldados, aunque por eso luego fue
condenado a muerte por los mismos volscos.
Aunque
asediados por los galos, los etruscos también hostigaban a Roma desde el norte;
especialmente desde la ciudad de Veyes. Hacia el año 410 a.C., el Senado romano
determinó ir a la guerra contra la vecina ciudad de Veyes, que por otra parte
contaba en sus alrededores con fértiles territorios.
Las guerras
de conquista emprendidas por Roma, resultaban lucrativas, para los soldados que
obtenían los beneficios de los saqueos, para el Estado que obtenía el tributo
de los sometidos, los esclavos provenientes de las poblaciones vencidas, y las
tierras “públicas” conquistadas, que generalmente terminaban en manos de la
aristocracia. En el caso de la guerra contra Veyes, la necesidad de obtener
soldados reclutados entre la plebe, para emprender dicho proyecto bélico, llevó
al Senado a disponer que los que tomaran las armas, serían retribuidos. Pero
como la guerra resultó excesivamente larga y por tanto costosa, el Senado acudió
a la institución de la dictadura a la
cual se acudía en casos de grave peligro, con el objetivo de salvar al Estado y
a sus instituciones y designó a Marco
Furio Camilo como dictator.
De tal
modo, la guerra contra Veyes culminó finalmente con su total derrota y
arrasamiento, anexando su territorio al romano (en vez de someterla a tributo,
como era frecuente en esas épocas). El fructífero triunfo resultó
contraproducente, porque surgieron en Roma graves disidencias en cuanto a su
aprovechamiento.
Patricios y
plebeyos adinerados pretendieron arrendar esas tierras al Estado romano, para
ser cultivadas por los vencidos convertidos en esclavos; pero el descontento
que ello produjo en el resto de la plebe determinó que finalmente se otorgaran
pequeñas parcelas a algunos de sus integrantes, lo que no bastó para zanjar las
disputas entre los distintos grupos de plebeyos.
Entretanto,
jaqueada por las amenazas de etruscos e itálicos, hacia el año 450 a.C., Roma
debió renunciar a su hegemonía sobre las ciudades próximas, reconocerles
autonomía, y aceptar con ellas la formación de una Confederación en pie de
igualdad. De todos modos, aunque el Estado romano no se extendía fuera de las
murallas construidas por Servio Tulio, las ciudades conformaron una alianza en
la que Roma aparecía como cabecera.
Los galos eran pueblos que habitaban buena parte
del actual territorio de Francia, pero también en las riberas del Adriático, en
la Galia Cisalpina, habitaban los llamados galos senones; un pueblo de
guerreros mucho menos civilizados que los de la península italiana. Durante el
siglo V los galos hostigaron continuamente a los etruscos en las llanuras del
Pó, al norte de los Apeninos, obligándolos a debilitar su poder sobre las
ciudades latinas. A principios del siglo IV a.C. los galos senones invadieron
Etruria a través de los Montes Apeninos, dirigiéndose hacia el sur, donde
durante cuatro años saquearon las poblaciones etruscas. Y luego, en 390 a.C.,
franquearon el Lago Trasimeno, hasta llegar a la ciudad etrusca de Chiusi, ya
en dirección a Roma.
Los romanos enviaron apresuradamente un ejército
contra los galos, el que fue totalmente derrotado en las costas del río Alia,
tras lo que los galos cruzaron el Tíber y avanzaron sobre Roma. Presas del
pánico, los romanos evacuaron a mujeres, niños y ancianos hacia ciudades
vecinas, y se fortificaron en el Capitolio, al mando de Marco Manlio. Los
senadores se negaron a abandonar la ciudad, y fueron asesinados por los galos
en el interior del Senado, que procedieron luego a saquear y destruir la
ciudad.
Según la tradición romana, los defensores del
Capitolio pudieron rechazar el ataque de los galos gracias al aviso dado por
los gaznidos de los gansos que habían encerrado en la fortaleza; dando lugar a
la leyenda de “Los gansos del Capitolio”. Finalmente, el caudillo galo aceptó
retirarse de Roma contra el pago de un importante rescate en oro, y los galos
retornaron a los territorios del Pó.
La invasión de los galos tuvo importantes
consecuencias para la historia romana. Por una parte, puso fin definitivo a la
hegemonía etrusca en el Lacio; eliminando un importante rival de Roma. Pero,
por otra parte, sometió a la República Romana a una grave humillación militar,
que no fue pasada por alto por las ciudades de la Confederación Latina; las que
de inmediato trataron de alzarse contra la hegemonía romana.
Asimismo, la destrucción causada por los galos hizo
necesario emprender la reconstrucción de Roma, hecha en gran medida con los
materiales de la destruida Veyes. Pero esa reconstrucción modificó la
estructura urbana establecida por los reges; dando lugar a la formación
de barrios de viviendas precarias en que se agrupó la plebe desposeída y
endeudada, viviendo en condiciones miserables.
Ello trajo como consecuencia nuevos choques entre
patricios y plebeyos. Manlio “Capitolino” - el jefe de la defensa del Capitolio
- se erigió en líder de la plebe, demandando concesiones de tierras y alivio de
las deudas. Pero fue acusado de intentar hacerse rey, y condenado a muerte.
De todos modos, el patriciado romano debió acudir a
la plebe para reorganizar el ejército, frente a las enseñanzas recogidas de la
derrota ante los galos, y a la necesidad de enfrentar el levantamiento de las
ciudades latinas. Ello determinó concomitantemente el otorgamiento de nuevas
concesiones hacia la plebe; que en el transcurso del siglo IV a.C. logró entre
otras cosas el acceso a todas las magistraturas del Estado, y la aprobación de
las leyes licinias que aliviaron las deudas y otorgaron tierras a los
plebeyos.
A mediados del siglo IV a.C., el poderío romano en
el Lacio se encontraba jaqueado; y en el interior la República patricia
enfrentaba toda clase de dificultades.
Aprovechando el ocaso del poder etrusco en el
norte, Roma procedió a ocupar los territorios del norte del río Tíber que
fueron integrados al Estado romano; y ocupados por colonos respaldados por
importantes fortificaciones militares.
Las dificultades militares y políticas llevaron
también a que el Senado celebrara un nuevo tratado de “amistad” y “no agresión”
con Cartago en el año 348 a.C. renovando el del año 510 a.C.
Con Cartago, Roma pactó reservar a los cartagineses
el comercio con África y Cerdeña - ampliando sus anteriores reservas - a cambio
de comprometerse a no intervenir en las costas italianas.
En el ámbito interior, 377 A.C. fueron electos en
Roma, como Tribunos de la plebe, Licinio Estolón y Sextio Laterano, quienes
propusieron las que fueron llamadas “leyes licinias”; mediante las cuales
decían buscar la reunificación política de Roma. Proponían que preceptivamente
uno de los dos cónsules fuera de origen plebeyo, se limitara la superficie de
tierras públicas que podía poseer un ciudadano romano, y se repartieran las
sobrantes entre el resto de la población plebeya.
Por diez años consecutivos los tribunos fueron
reelectos, sin obtener aprobación para esas iniciativas; pero finalmente las leyes
licinias fueron aprobadas a cambio de otras reformas, entre ellas la
creación de un nuevo magistrado, el pretor que era en definitiva un juez
civil y debía ser de origen patricio, y dos ediles curules, igualmente
reservados a los patricios, cuyas funciones pueden asimilarse a las de los
alcaldes municipales.
Disolución de la Confederación Latina.
En la Campania
— territorio sumamente fértil situado inmediatamente al sur del Lacio —
habitaba desde siglos un pueblo que los griegos habían llamado los oscos.
Primero labradores, habían alcanzado importante desarrollo urbano; y aunque
dominados sucesivamente por griegos y etruscos que les impusieron tributo,
habían prosperado sobre todo sobre las costas.
En las montañas
de los Apeninos, linderas con la Campania, habitaban los samnitas; un aguerrido
pueblo que habían iniciado una penetración en los valles de la Campania. La
expansión de los samnitas en la Campania, se había realizado en forma bastante
pacífica, creándose algunas colonias en la llanura; aunque debido a que
adoptaron rápidamente las pautas de los más civilizados griegos y etruscos,
pronto entraron en conflicto con los propios samnitas montañeses.
La intervención
romana se fundamentó esencialmente en preservar la Campania; de manera que a
poco de iniciada la guerra, se pactó un armisticio condicionado a que los
samnitas no pretendieran esos territorios. Los sidicinos y los campanenses, que
habían sido dejados por Roma librados a su propia suerte, se consideraron
traicionados. Capua, donde contaban con amplia simpatía, se alió a los
campanenses en contra de Roma, con el resultado de que los romanos avanzaron
sobre la Campania y colocaron a la ciudad de Capua bajo su dominio.
Preocupadas
ante esa expansión del poderío romano, las ciudades aliadas de la Confederación
Latina formularon pretensiones políticas, reclamando en el año 340 a.C. que se
les asignara la designación de uno de los Cónsules romanos y de varios
Senadores; lo cual determinó la negativa romana y el consiguiente estallido de
la guerra con la Confederación.
La guerra
desatada por las ciudades latinas fue propicia a los romanos. En la batalla de
Trifanum, en la frontera entre el Lacio y la Campania, los romanos destruyeron
al ejército levantado por los latinos. Como resultado, los romanos adquirieron
un gran ímpetu militar, decididos a castigar a los rebeldes de forma
definitiva; aprovechando por otra parte que los samnitas se veían constreñidos
a enfrentar, junto con los griegos, unas invasiones provenientes del Epiro.
Quebrada
militarmente la alianza latina, Roma decidió anexarse directamente los
territorios del Lacio y de la Campania, disolvió la Confederación Latina
quitando a sus ciudades toda autonomía, y estableció su monopolio comercial
prohibiéndoles comerciar entre sí.
Se incorporaron
directamente al territorio romano numerosas ciudades próximas; en tanto que
otras como Capua, Cumas, Formia y Fondo recibieron el status de civitas
sine sufragio; es decir, sus habitantes fueron equiparados a los ciudadanos
romanos salvo en sus derechos políticos. Desde el punto de vista individual,
adquirir la ciudadanía romana aunque fuera a los sólos efectos civiles, no
políticos, les resultaba sin duda en esos momentos, sumamente ventajoso.
Con esta
expansión, el territorio propiamente romano en la península alcanzaba a más de
6.000 kms.2, y 500.000 habitantes; en tanto otro medio millón lo formaban los
territorios sometidos.
Primer
guerra samnítica. La guerra de Nápoles.
La guerra con la Confederación Latina y la
consolidación del dominio romano en el Lacio, provocó la reacción de los
samnitas, que se habían visto obligados a tolerar la expansión romana en sus
fronteras. Una vez desaparecida la amenaza exterior, encontraron un fuerte
aliado en la ciudad de Nápoles, colonia griega fuertemente hostil a los romanos
que recelosamente los veía acercarse a sus territorios.
Roma tomó entonces la iniciativa frente a la
resistencia napolitana, encargando el Senado, en el año 327 a.C., al Cónsul
Quinto Publilio Filón que sitiara Nápoles. Pero éste, a su llegada frente a la
ciudad, se vio interceptado por el ejército samnita, aliado a Nápoles.
Las circunstancias colocaron entonces a Roma, en
situación de lanzarse a la conquista del sur de Italia. Sitiada, Nápoles
resistió todo el año 327; en tanto en los territorios cercanos se sucedían
combates entre romanos y samnitas. El Senado romano adoptó entonces una
decisión novedosa, que tendría enormes proyecciones institucionales abriendo el
camino que condujo al Imperio: prorrogó el mandato anual de Quinto Publilio
Filón, que fue así el primer Procónsul de la historia romana, para que
continuara la guerra.
A fines del 326 a.C. Nápoles, al no haber recibido
auxilios samnitas, no pudo continuar resistiendo el asedio romano. Hubo de
licenciar a los soldados mercenarios y aceptar una guarnición militar romana; y
si bien mantuvo su autonomía, hubo de aliarse militarmente a Roma. También en
esto Roma inició un camino, al imponer al vencido condiciones que, no siendo
terminantes, revelaron una gran sagacidad política.
Segunda
guerra samnítica. La expansión romana en la Magna Grecia.
Vencida Nápoles, los ejércitos romanos no tuvieron
inmediato interés en combatir con los samnitas; pero en 322 la plebe romana
impuso el partido de la guerra. Un ejército romano invadió entonces el
territorio samnita, para verse emboscado en un desfiladero denominado Caudio,
donde 40.000 legionarios se vieron encerrados y debieron rendirse. Los samnitas
liberaron a los romanos a cambio de condiciones sumamente duras: debieron
entregar sus armas, dejar varios cientos de jóvenes rehenes, comprometerse a
que Roma devolvería las tierras de Campania y no atacaría al Samnio; y además
debieron desfilar en señal de humillación bajo un arco armado con lanzas; lo
que ha originado la expresión idiomática de “pasar bajo las horcas caudinas”.
La humillación caudina de las legiones romanas no
podía ser tolerada por el Senado. Decididos a derrotar finalmente a los
samnitas, se realizó una reorganización del ejército y se formalizaron nuevas
alianzas con Apulia y Lucania. Los samnitas, por su parte, no aguardaron
pasivamente, sino que en el año 315 atacaron a las ciudades romanas de
Campania.
La primera batalla importante fue librada en la
frontera del Lacio, en Lautulas; donde los romanos fueron vencidos, dejando a
merced de los samnitas a la ciudad de Terracina y en grave peligro toda la
Campania.
Al año siguiente, un nuevo ejército romano logró,
sin embargo, desalojar a los samnitas de la zona de Terracina; liberar a la
ciudad de Lucera, y asegurarse toda la Campania. Ulteriormente, en el 313 a.C.,
arrojaron a los samnitas a sus montañas.
La guerra tuvo entonces un vuelco inesperado,
porque los samnitas buscaron aliarse con los etruscos, los galos y los umbríos.
Los debilitados etruscos, que se habían visto obligados a tolerar la expansión
romana al norte del Tíber, se aliaron a los samnitas y aprovecharon a atacar a
Sutrium, una de las ciudades latinas más allegadas a Roma.
La reacción de Roma no demoró. En el año 295, los
ejércitos romanos comandados por los Cónsules Fabio Ruliano y Decio Mus,
invadieron profundamente el territorio umbrío, y derrotaron al ejército de los
coaligados en la batalla de Sentino, cerca del río Rubicón, en el año 295 a.C.,
con lo cual los romanos ocuparon más territorios etruscos y la Umbría. La
derrota final del Samnio tuvo lugar en el año 290 a.C., cuando los ejércitos
romanos penetraron en los territorios de la Confederación Samnítica, arrasando
sus ciudades.
A finalizar el Siglo IV a.C., Roma se había
convertido en el Estado más grande y poderoso de la península itálica,
dominando desde el Arno las costas del Adriático y del Tirreno, hasta el sur de
Nápoles, confinando con los territorios de las colonias griegas del mar Jónico.
Aún con la derrota de los samnitas, los etruscos y
los galos retomaron la guerra contra Roma. En 285 a.C. atacaron a la actual
Arezzo, camino del Lacio; lo que volvió a desencadenar alzamientos contra el
dominio romano en Italia meridional. Finalmente Roma logró imponerse en el año
280 a.C., extendiendo su dominio hasta el Río Rubicón, donde fundó una nueva
ciudad.
Por otro lado, algunas ciudades próximas a la
colonia griega de Tarento bien al sur de la península italiana, temerosas de su
expansión, acudieron a la protección romana. Para auxiliar a Turium, ciudad
vecina de Tarento sitiada por los lucanos a instancia de ésta, Roma envió una
flota al golfo de Tarento, lo que le estaba prohibido por un antiguo tratado;
la cual fue hundida por los tarentinos, que incendiaron Turium.
Los romanos nombraron Cónsul a Quinto Emilio
Barbula, con el mandato de sitiar a Tarento; pero éstos convocaron en su
auxilio al Rey del Epiro, Pirro.
El rey Pirro poseía un ejército poderoso, en vista
de emplearlo en calidad de mercenario; de manera que desembarcó en Italia al
frente de 20.000 hombres, a principios del año 280 a.C. Tarento lo había
convocado como mercenario; pero Pirro se sintió tentado a actuar por su cuenta,
para fundar un imperio en Italia, por lo cual Tarento no aportó las tropas
adicionales que había comprometido, ni obtuvo la colaboración de otras ciudades
itálicas y griegas.
Las legiones romanas atacaron el ejército de Pirro
en el año 280 a.C., en una planicie entre las ciudades griegas de Heraclea y
Pandosia, pero fueron derrotadas principalmente por el empleo de elefantes de
combate, que los legionarios romanos enfrentaban por primera vez, aunque
igualmente infligieron al ejército mercenario muy graves pérdidas. Ante esa
situación y a pesar de que tropas samníticas y lucanas, enemigas de Roma;
penetraron en el Lacio pretendiendo dirigirse directamente hacia Roma Pirro
optó por retirarse a Tarento, hasta la primavera del año 279 a.C.
En 279 a.C. Pirro volvió a enfrentarse con los
romanos en la batalla de Asculum, venciéndolos, pero también a costa de
volver a sufrir enormes pérdidas. Ocurrió entonces que los cartagineses
aliados de los romanos atacaron las ricas ciudades griegas de Sicilia; las
que llamaron en su auxilio al único que estaba disponible: Pirro. La tentación
de apoderarse de toda Sicilia para fundar allí su imperio, hizo que Pirro
intentara pactar la paz con Roma. Unido a Cartago por sus antiguos tratados de
alianza, y al impulso de la elocuencia del anciano, ciego y respetado senador
Apio Claudio, el Senado romano reforzó su alianza con los cartagineses,
condicionando la aceptación de la oferta de paz de Pirro a que se retirara
definitivamente de territorio italiano. Roma abandonaba a Sicilia en manos de
Cartago, a cambio de posesionarse de todo el sur de Italia.
Obligado a combatir en los dos frentes, Pirro atacó
en Sicilia en el año 278, sólo con la mitad de sus fuerzas. Si bien logró
expulsar a los cartagineses y trató de imponer su dominio en Sicilia, tropezó
con la grave resistencia de sus “defendidos” a sometérsele; en tanto que Tarento,
asediada por los romanos, requería su presencia. En cuanto dejó Sicilia para
acudir a Tarento, los cartagineses la recuperaron; y entretanto Pirro fue
derrotado por los romanos en la batalla de Benevento, en el 275 A.C. De
tal manera, Pirro, desalentado por la falta de apoyo recibido de las ciudades
griegas que lo habían convocado, decidió abandonar la empresa, e ir a combatir
a los macedonios en el Epiro; donde poco después, luego de tantas batallas,
resultó muerto por el golpe de una teja.
Tarento debió rendirse a las legiones romanas en el
272 a.C., seguida de las demás ciudades de la Magna Grecia, que en su
prosperidad habían dejado de lado disponer de una fuerza militar. De esta
manera, los romanos llegaron a apoderarse de todo el sur de Italia, aunque les
tomó hacerlo hasta el año 270 a.C. Prácticamente todo el territorio del Samnio
se anexó a Roma, al igual que los de los díscolos lucanos. Las ciudades
helénicas, con Tarento al frente, fueron reconocidas como autónomas, a
condición de declararse aliadas de Roma.
El dominio romano abarcaba toda la península
italiana, y se extendía desde la Galia Cisalpina hasta el mar Jónico.
Las reformas
políticas en Roma.
Durante los largos años de guerras exteriores por
el dominio de Italia meridional y del sur, en Roma se formó una nueva
aristocracia.
El patriciado hubo de ceder lentamente privilegios
a favor de plebeyos económicamente poderosos, muchos de los cuales ocuparon
diversas magistraturas y hasta algunos llegaron al Senado.
Al mismo tiempo, los miembros de la plebe que
poseían pequeñas parcelas de tierras, debían abandonarlas frecuentemente para
cumplir el servicio militar en las legiones; de modo que no podían hacerlas
producir adecuadamente; y aún cuando percibían una remuneración como
legionarios, muchos perdieron sus tierras a manos de patricios y plebeyos
potentados.
Las actividades militares fomentaron diversas
industrias, especialmente de armas, vestuario y víveres para las tropas. Ese
movimiento económico aparejó la necesidad de sustituir las viejas monedas de
cobre, por las de plata.
Una figura se destacó con perfiles característicos;
el censor Apio Claudio. En el desempeño de su cargo, y a pesar de las
dificultades económicas y políticas, Aplio Claudio emprendió grandes obras
públicas en Roma; entre otros un enorme acueducto y la “via”, camino empedrado,
entre Roma y Capua, que fue el primer tramo de la futura Via Apia que uniría a
Roma con las ciudades más importantes de Italia, haciendo que “todos los
caminos lleven a Roma”.
Apio Claudio obtuvo que se incorporaran al Senado
numerosos plebeyos poseedores de importante fortuna. Asimismo, incorporó a los
comicios a numerosos artesanos que formaban el grupo de los nuevos
comerciantes, distribuyéndolos en las tribus urbanas y rurales, de modo que se incorporaron
a los comicios tribales, lo que los fortaleció frente a los comicios curiales.
Otra reforma política introducida en esta época,
habilitó la creación de nuevos magistrados, los duoviri navales cuya
función era hacer construir la flota armada, que Roma necesitaría para
convertirse en potencia en el Mar Mediterráneo.
Pero, sin duda la reforma más trascendental
efectuada en esta época, fue la lex Hortensia dictada en el año 287
a.C.; conforme a la cual los comicios centuriados (integrados por las “centurias”
del ejército) y los comicios tribales, que podían reunirse sin ser convocados
por el Senado, fueron habilitados para dictar leyes equiparadas a las dictadas
por los comicios curiales; y por lo tanto, obligatorias tanto para los
patricios como para los plebeyos.
A partir de ello, los proyectos presentados por los
Tribunos de la Plebe, podrían ser aprobados mucho más fácilmente.
La expansión del dominio romano sobre los vastos
territorios conquistados, determinó la necesidad de establecer un sistema para
su organización política y su gobierno; actividad en la cual Roma evidenció su
gran habilidad política y jurídica.
En épocas en que la conquista militar determinaba
el despojo total de los vencidos y su sometimiento a la esclavitud, los romanos
supieron captarlos, otorgándoles diversos grados de autonomía institucional.
Pero, sobre todo, reconociendo a los habitantes de los pueblos vencidos un
conjunto de derechos cuidadosamente delimitados; que les permitieron asociarse
al Estado romano e ir gradualmente llegando a formar parte de él. De esta
manera, con el paso de los siglos, por encima del dominio militar, el sistema
institucional y civil del Derecho Romano permitió constituir en Italia una
verdadera Nación, por primera vez en la Historia.
Casi todas las ciudades conquistadas por Roma, que
habían alcanzado un importante grado de desarrollo político como
ciudades-estado según el modelo corriente en la antigüedad mantuvieron un
importante grado de autonomía política y administrativa en lo relativo a los
asuntos de interés urbano, que a su nivel eran los que predominantemente
afectaban a sus habitantes.
Con la designación de municipia, el sistema
institucional local de las ciudades comprendía asambleas propias, las que
elegían un grupo de magistrados encargados de administrar los problemas propios
de la ciudad.
Los habitantes de los municipia gozaban
políticamente de alguna medida de los derechos que en Roma se reconocía a los
integrantes de la civitas; bastante amplia en cuanto a lo referente a su
propia ciudad. Cuando progresivamente esos derechos fueron ampliándose,
tuvieron como condición de su ejercicio estar en la ciudad de Roma; por lo cual
en los hechos fueron de muy escasa efectividad.
En cambio, se les reconocieron ampliamente los
derechos civiles propios de los ciudadanos romanos, en particular la capacidad
de tener un patrimonio, de comerciar rigiéndose por las leyes romanas, de
contraer matrimonio teniendo en consecuencia hijos legítimos capaces de heredar
su patrimonio.
Las ciudades que no fueron incorporadas al Estado
romano, permaneciendo en calidad de Estados aliados o asociados a Roma
tales como las de la Magna Grecia, que tenían rasgos culturales muy propios
conservaron formalmente todas sus instituciones políticas propias; pero estaban
privadas de la capacidad de tomar por sí la mayor parte de las decisiones
soberanas, como declarar la guerra, o celebrar alianzas sin el consentimiento
de las autoridades de Roma. Entretanto, tenían obligación de acompañar a Roma
en sus campañas militares, aportándole soldados, equipos y dinero.
Los ciudadanos de las ciudades aliadas a los que
los romanos llamaron colectivamente italianos no tenían los derechos
propios del ciudadano romano. Por lo cual, aunque en teoría podían ejercer
libremente las actividades civiles y comerciales conforme a la ley de su
ciudad; en la práctica, dada la predominante importancia económica y comercial
del sistema romano, se veían excluidos de él. De modo tal que, con el pasar del
tiempo, su mayor aspiración la constituiría ser admitidos al status de
ciudadano romano, y especialmente poder regir su vida civil, económica y
familiar, por el Derecho Romano.
Los regímenes políticos y jurídicos, tanto de los municipia
como de los italianos, eran sumamente variados; porque dentro de esos
esquemas generales, existían numerosas diferencias en el alcance y los límites
de los derechos que les eran reconocidos por el Estado romano; en seguimiento
de una concepción política que se expresaba en el que luego devino uno de
tantos aforismos latinos: “divide et impera”.
Desde el punto de vista cultural, en los primeros
siglos del dominio romano coexistían las costumbres y el idioma latino con los
de origen etrusco y griego; sin que las autoridades romanas se hayan propuesto
imponer el propio a los pueblos conquistados. Sin embargo, al mismo tiempo que
diversos elementos culturales se fusionaron, tanto en los usos y costumbres
sociales como en otros campos — como la educación, en que los griegos
terminaron ejerciendo importantísima influencia — el latín se impuso como
idioma; determinando una influencia que, a través de su continuidad en el
ámbito eclesiástico hasta tiempos muy recientes, y especialmente a través de su
derivación en las lenguas romances, perdura hasta la actualidad.
Los fenicios
de Cartago
A mediados del siglo III a.C., Roma había acumulado
dos siglos y medio de historia; y se encontraba como la última gran potencia,
recién llegada al ámbito del mar Mediterráneo; en torno al cual, a lo largo de
los siglos, habían surgido y caído varios imperios.
En Italia, la nación etrusca era poco menos que un
recuerdo. En la zona del mar Egeo, la Grecia clásica había quedado sobrepasada
por el nuevo Estado macedonio, cuyo gran general Alejando Magno había destruído
al Imperio persa, gran rival de las ciudades griegas. Pero la potencia
greco-macedonia había tenido corta vida, y se había convertido en tres
monarquías, que en los territorios de Asia Menor, Siria, la Mesopotamia del
Eufrates y el Tigris (actual Irak), y el Irán era ejercida por la dinastía de
los Seleúcidas; en Egipto, Chipre, Cirenaica (la actual Libia), el Helesponto y
Tracia por la de los Tolomeos; y en Macedonia y Grecia por los Antigónidas.
Las antiguas colonias griegas de la Magna Grecia,
que constituían en muchos aspectos el depósito de la vieja cultura helénica,
subsistían en medio de un mundo cambiante. Tarento había caído bajo el
predominio romano; y la siciliana Siracusa enfrentaba las ambiciones expansivas
de la africana Cartago, poderoso remanente de la antiquísima civilización
fenicia.
Los fenicios, de origen semita, fueron uno de los
pueblos de la época antigua del Cercano Oriente que construyeron una
civilización muy avanzada centrada en la ciudad de Tiro, en la actual
Palestina; la cual se caracterizó por haber desarrollado extensamente la
navegación y el comercio por el mar Egeo y el Mediterráneo.
Sus expediciones los llevaron a instalar bases y
factorías en las costas del Mediterráneo, algunas de las cuales se
constituyeron en verdaderas colonias, entre las que la ciudad de Cartago
alcanzó un importante desarrollo, y hacia el Siglo III a.C. se había convertido
en una verdadera gran potencia naval y comercial en el área del Mediterráneo
central.
Cartago
Como Roma, Cartago tenía una versión legendaria de
su origen. Dido, hija del rey de Tiro había huído de su ciudad cuando su
hermano mató a su esposo; y costeando el norte africano decidió fundar una
ciudad en la actual ubicación de Túnez; que fue llamada Kart Hadasht: Ciudad
Nueva.
La expansión de Cartago se atribuye a las campañas
de Alejandro Magno de Macedonia, determinantes de que huyendo de Sidón y de
Tiro, numerosos fenicios adinerados se radicaran en ella y desarrollaran la
agricultura, la industria y sobre todo el comercio marítimo.
Los cartagineses cultivaron en forma intensiva los
olivos, la viña, la producción frutícola. Obviamente elaboraron aceite y vino;
pero también tenían una importante industria metalúrgica y por supuesto naval.
Como navegantes, salieron al Atlántico y bordearon las costas de África al sur
por varios miles de kilómetros, y también la península ibérica hacia el norte;
lo cual les permitía comerciar exclusivamente muchos productos exóticos, como
el marfil.
La ciudad era una urbe sumamente moderna para su
tiempo. Mucho antes que otras contemporáneas, contaba con edificios de más de
diez pisos, y lujosos palacios con grandes jardines y piscinas. En el centro
existía una ciudadela fortificada, donde se guardaban las principales riquezas,
con capacidad para albergar 20.000 soldados, 4.000 caballos y 300 elefantes;
animales, estos últimos que los cartagineses fueron los primeros en emplear
como arma de guerra. El puerto era de enormes dimensiones, contando con 220
muelles construidos de mármol.
La antigua colonia fenicia de Cartago, en los principios
del siglo III a.C. era una de las potencias más poderosas en la zona del mar
Mediterráneo, que dominaba las costas del norte de África desde la actual Túnez
hasta las que los griegos llamaron “Columnas de Hércules” el Estrecho de
Gibraltar regía sobre varias ciudades costeras en la península ibérica, y
poseía las islas que bordeaban el mar Tirreno, Córcega, Cerdeña y el oeste y
norte de la isla de Sicilia que compartían con las principales colonias griegas
de Siracusa y Messina.
Pero el poder de Cartago tenía importantes
diferencias con la índole de la potencia que tradicionalmente habían tenido los
imperios precedentes. Consecuente con la tradición fenicia, Cartago era una
potencia dedicada esencialmente al comercio marítimo. De tal manera, había
alcanzado una importante prosperidad económica y una fuerte potencialidad
especialmente naval. En ese sentido se encontraba mucho más adelantada que la
Roma de la época de los reges y de los primeros tiempos de la República
patricia.
El de Cartago era sobre todo un poderío marítimo y
comercial; que se expresaba en su numerosa flota comercial y de guerra y, más
que en la colonización de grandes territorios, en la fundación de bases navales
y factorías a lo largo de las costas de las aguas surcadas por sus navíos. El
sometimiento de las poblaciones a su poder político tenía como objetivo
principal asegurarse el monopolio de los intercambios comerciales; de manera
que los cartagineses no se preocupaban demasiado de realizar fortificaciones ni
de mantener ejércitos propios cuantitativamente importantes.
A principios del siglo III a.C., Cartago era
seguramente el imperio más rico del mundo civilizado, con una total
superioridad naval, pero con un ejército casi exclusivamente compuesto por
mercenarios y los extranjeros provenientes de sus territorios vecinos,
especialmente de Numidia donde se había desarrollado la caballería militar.
El gobierno de Cartago, al igual que en Roma,
estaba en manos de una aristocracia; aunque también enfrentaba similares
conflictos internos a los que ocurrían en Roma entre el patriciado y la plebe.
Pero la civilización cartaginesa tenía rasgos diversos de la cultura romana;
era rica y refinada, y propicia al lujo y a la innovación de las costumbres, en
oposición a la tradicionalista cultura agraria de los romanos.
Durante los primeros siglos de su existencia, Roma
había establecido con Cartago una relación basada en dos tratados de “no
agresión”, que habían reservado para cada una de ellas sus respectivas esferas
de influencia; y que han llegado hasta la posteridad fundamentalmente por los
relatos del historiador greco-romano Polibio. Sus esferas de influencia estaban
territorialmente alejadas, y la actividad comercial cartaginesa no afectaba los
intereses de las etapas iniciales de Roma, que, por muchos siglos, creció y se
expandió sobre una base puramente continental y esencialmente agraria, ajena a
todo interés naval y comercial.
Según Polibio, Roma habría celebrado con Cartago
tres tratados de no agresión y de alianza defensiva; el primero de ellos en
época muy antigua. De cualquier manera, seguramente fueron celebrados dos, el
primero de los cuales tuvo lugar en el año 510 a.C., en la época de las
invasiones de los galos, la conquista de Veyes, la sublevación de la Liga
Latina, y de las guerras samníticas. Este tratado reservó a Cartago el dominio
del mar Mediterráneo y del comercio en las costas italianas, a cambio de
asegurar a Roma la tranquilidad militar que le permitiera enfrentar esas
campañas en el interior de Italia.
El segundo tratado se celebró en el año 348 a.C.,
en la época de las guerras de Nápoles y de Tarento, cuando los cartagineses
aprovecharon hábilmente la coyuntura de la necesidad de Roma de contar con un
aliado poderoso en el Mediterráneo central, para enfrentarse al ejército de
Pirro contratado por Tarento. En este tratado, Roma dejó a merced de los
cartagineses toda la isla de Sicilia que, aunque en principio quedó en poder de
Pirro al derrotar a los cartagineses, finalmente volvió a caer bajo la
influencia cartaginesa cuando Pirro optó por retirarse para volver a luchar con
Roma en defensa de Tarento.
Pero la evolución de los hechos históricos, que
condujo a que Roma alcanzara el dominio sobre toda la península italiana, ya
sea imponiendo su autoridad o su protectorado, y se convirtiera así en la gran
potencia militar y económica que llegó a ser hacia los inicios del siglo III
a.C., había de conducir a un enfrentamiento con Cartago que, a su turno, había
alcanzado lo que vendría a ser el apogeo de su poderío.
Ese enfrentamiento con los phoeni
(fenicios), como los romanos designaban a los cartagineses, se desarrolló a lo
largo del siglo que insumieron las tres guerras púnicas, (264 a 241, 218
a 201 y 149 a 146 a.C.) que finalizaron con la derrota final y destrucción total
de Cartago, y con la imposición del predominio de Roma en todo el mar
Mediterráneo, que así se convirtió en un gran lago romano.
La guerra de Tarento, culminó con el sometimiento
de la antigua colonia griega a un protectorado romano; pero al mismo tiempo, la
estrategia seguida por Roma al convocar a Cartago en su auxilio para combatir
al ejército de Pirro en Sicilia, trajo como consecuencia que al ser vencido
Pirro, Cartago quedara ejerciendo su dominio sobre casi la totalidad de la isla
siciliana en especial la ciudad de Messina; además del que desde antes venía
ejerciendo sobre las otras islas principales del mar Tirreno, Córcega y
Cerdeña.
Los cartagineses habían dominado absolutamente la
navegación comercial en el mar Tirreno, enmarcado por las costas occidentales
de la península italiana y las tres grandes islas de Córcega, Cerdeña y
Sicilia; pero de todos modos, los romanos habían comenzado a desarrollar su
propia navegación sobre las costas italianas. De manera que al término de la
guerra de Tarento, y a pesar de su acuerdo diplomático con Roma, los
cartagineses veían con desagrado la creciente presencia romana en esas aguas.
En los hechos, el equilibrio de poderes entre Roma
y Cartago existente con anterioridad al reciente tratado, se había alterado de
manera importante luego de finalizada la guerra de Tarento. El poder
territorial de Cartago se había expandido en un área demasiado cercana a la
zona de predominio romano; y su dominio de la isla de Sicilia le dejaba en
condiciones de cruzar el angosto estrecho de Messina, e invadir el territorio
italiano ahora controlado por Roma. Al mismo tiempo, continuar convalidando el
monopolio marítimo cartaginés en el mar Tirreno se había vuelto contrario a los
intereses expansivos de Roma.
Por otra parte, un siglo de guerras y conquistas
había causado profundos cambios en Roma. La incorporación como ager publicus
(tierras públicas) de los nuevos territorios conquistados, había permitido la
formación de grandes propiedades agrarias; que el patriciado había incorporado
a su patrimonio haciendo caso omiso de las leyes licinias, al mismo tiempo
que obtenido a precios ínfimos los esclavos provenientes de los pueblos
derrotados. La victoria sobre Pirro y Tarento, había imbuido a los dirigentes
romanos de una enorme confianza en la superior capacidad militar de sus
legionarios.
Al mismo
tiempo, el contacto con las ciudades y la civilización helénica de la Magna
Grecia, produjo un gran impacto cultural en la aristocracia romana. Los griegos
se instalaron en gran número en Roma, principalmente como preceptores en la
educación de los jóvenes y como allegados y consejeros de muchos dirigentes
políticos y militares, que apreciaban su superior nivel de cultura y su gusto
por las artes.
Durante la
guerra de Tarento y la invasión de Pirro a Sicilia, la ciudad helénica de
Siracusa gobernada por Agatocles, contrató a un ejército de itálicos como
mercenarios; pero al ser licenciados se habían apoderado de la ciudad de
Messina y sus territorios aledaños bajo la denominación de mamertinos
(hijos de Marte). Los siracusanos trataron durante varios años de recuperar el
dominio en Messina, hasta que en el 270 a.C. y bajo el comando de Hierón, los
mamertinos se encontraron sitiados.
El pedido de auxilio que la ciudad de Messina
hizo entonces al Senado romano, para librarse del asedio siracusano, constituyó
la oportunidad que originó el estallido de la guerra entre Roma y Cartago. El
Senado no estaba mayormente inclinado a intervenir en Sicilia, lo cual
significaba declarar la guerra a Cartago; pero ya en Roma existía una fuerte
corriente de opinión enderezada a propiciar la expansión militar, a causa de
las ventajas que ello reportaba en el orden económico. Ante la presión de
quienes postulaban que, si Roma no se enfrentaba al poder cartaginés en Messina
terminaría prontamente bloqueada y ahogada, según resalta Polibio, el
Senado convocó a los comicios centuriados para que resolvieran la cuestión; y
en ellos triunfaron ampliamente los partidarios de ir a la guerra. La primera
guerra púnica había de durar 23 años.
Las armadas
cartaginesa y romana
Las fuerzas navales de Cartago eran muy superiores
a las de Roma, aún cuando éstas se integraban con los barcos de los etruscos y
de las antiguas colonias de la Magna Grecia.
Los barcos de combate eran de madera, y si bien
contaban con velas, se impulsaban esencialmente mediante varias filas de
remeros colocadas en forma superpuesta a lo largo de las bandas. La técnica
básica del combate naval, se basaba en que los buques estaban provistos en sus
proas de grandes espolones a nivel del agua; de manera que el atacante debía
posicionarse en forma perpendicular al buque enemigo, y tratar de embestirlo
para destruirlo y hundirlo. Las únicas armas que podían utilizarse para atacar
o defenderse a distancia, eran los arcos lanzadores de flechas, o algún tipo de
catapulta adaptada a su uso en la guerra naval, que resultaban muy poco
efectivas.
Por su parte, los cartagineses que contaban con
abundantes esclavos africanos para tripular sus naves en calidad de remeros
habían desarrollado un barco de guerra que, siendo similar al trirreme
de origen griego, contaba con dos filas más de remeros, por lo que se designa
como el quinquerreme; y que por lo tanto era superior en velocidad y
potencia de ataque, al contar con 200 remeros, más una tripulación de 120
soldados.
Los romanos, sirviéndose como modelo de un
quinquerreme cartaginés que encalló en las costas italianas del sur,
construyeron rápidamente una flota de 120 barcos; que equiparon con un nuevo
dispositivo consistente en un puente levadizo colocado sobre la cubierta
superior dotado de un gancho metálico en su extremo, que al colocarse el barco
junto al enemigo eran descendidos sobre su cubierta, lo que permitía engancharlo
y abordarlo. De esta manera, los romanos embarcaron legionarios en sus buques,
y trasladaron al combate naval las tácticas militares que aplicaban las bien
entrenadas legiones romanas, en la lucha cuerpo a cuerpo.
Conocida en Messina la decisión romana, fue
expulsada la guarnición cartaginesa; pero ya Cartago había enviado una flota y
un ejército para apoyar a Hierón de Siracusa; de modo que las legiones al mando
de Apio Claudio encontraron a Messina totalmente cercada. No obstante la
superioridad de las fuerzas navales cartaginesas, los romanos lograron cruzar
en la noche el Estrecho de Messina, derrotar a los cartagineses y sus aliados
en dos sangrientas batallas, y ocupar la ciudad.
Desde tales posiciones, los romanos desembarcaron
al año siguiente un nuevo ejército para atacar a Siracusa, y expulsar a los
cartagineses de toda Sicilia. La misión fue exitosa; Siracusa abandonó la
alianza con Cartago para aceptar el predominio romano en el año 263 a.C.
Los cartagineses reclutaron entonces un nuevo
ejército de mercenarios galos y españoles y los desembarcaron en Sicilia, donde
ocuparon la ciudad de Agrigento, desde la cual atacaron con sus barcos toda la
costa occidental italiana. Fue entonces que en Roma se adoptó la decisión de
construir una flota de quinquerremes para enfrentar el poderío naval
cartaginés.
La nueva escuadra romana de 120 quinquerremes
navegó hacia Sicilia al mando del cónsul Cayo Duilio, a principios del año 260
a.C. en busca de la armada cartaginesa, a la cual alcanzó en Miles, cerca de
Messina. En Miles se libró la primera gran batalla naval romana, que se saldó
con la total derrota de los cartagineses, en buena medida gracias al uso de los
puentes llamados gavilanes. Los romanos capturaron más de 50
quinquerremes cartagineses y pusieron en fuga al resto de su escuadra.
En Roma, el triunfo naval de Miles produjo enorme
euforia, y fue erigida una columna a la que se adosaron los espolones de los
barcos cartagineses capturados.
De cualquier manera, el poderío cartaginés en el
mar Tirreno continuaba casi intacto; lo que llevó a que durante los siguientes
tres años los romanos trataran infructuosamente de expulsarlos de Córcega y
Cerdeña; hasta que finalmente se resolvió atacar a Cartago en forma directa.
Se organizó entonces una expedición compuesta de
300 naves y 140.000 hombres, con el objetivo de atacar a Cartago; que al mando
de los cónsules Manlio Vulsa y Atilio Régulo partió desde las costas sicilianas
rumbo al continente africano, donde desembarcaron luego de vencer un intento de
resistencia cartaginés y ocuparon la vecina ciudad de Clupea. Los cartagineses
tuvieron que ocuparse de sofocar una rebelión de los númidas; con lo cual los
romanos pudieron desplazarse por el territorio obteniendo grandes botines de
guerra en ganado y esclavos.
La aparente facilidad del éxito logrado por los
romanos, los llevó a considerar que Cartago no podría resistírseles, por lo
que, cuando los cartagineses solicitaron parlamentar, hicieron volver a Italia
buena parte de sus fuerzas. Sin embargo, las negociaciones de paz planteadas
por los cartagineses eran solamente un ardid para ganar tiempo. Entretanto,
contrataron los servicios de otro ejército de mercenarios espartanos al mando
de Xantipo; el cual atacó a las legiones de Atilio Régulo infligiéndoles una
derrota total, en la cual el propio Régulo fue tomado prisionero.
Los cartagineses tomaron entonces la iniciativa de
la guerra, y enviaron a Sicilia otra expedición militar. La respuesta romana
fue el sitio y captura de Palermo en el 254 a.C. En el siguiente año 253 a.C.,
hicieron un nuevo intento de desembarco en África; aunque fueron rechazados
antes de llegar a desembarcar en tierra firme.
Emparejadas las fuerzas de ambos beligerantes,
durante la siguiente década, los enfrentamientos entre romanos y cartagineses
quedaron limitados al territorio siciliano; con alternadas victorias y derrotas
para cada uno de ellos. Los romanos casi lograron dominar toda Sicilia hacia el
año 251 a.C., cuando el cónsul Cecilio Metelo derrotó a un ejército cartaginés
cerca de Palermo, y solamente pudieron conservar en la costa occidental de la
isla la ciudad de Trápani. Pero en el 250 a.C. los cartagineses derrotaron en
Trápani a una nueva flota romana: y lo mismo ocurrió con otra flota comandada
por el cónsul Junio Paulo al año siguiente frente a las costas del sur de
Sicilia; con lo cual los romanos abandonaron el esfuerzo de lograr el dominio
marítimo en torno a la isla.
Entonces, los cartagineses reforzaron su ejército
en Sicilia, y lo pusieron al mando del general Amílcar Barca; quien luego de
reorganizar el ejército ocupó diversas posiciones en torno a Palermo; y desde
esa base se dedicó a hostigar y saquear en toda la isla y a hacer frecuentes
incursiones sorpresivas en las costas; tratando de desgastar a los romanos mediante
una guerra de escaramuzas.
Entre los ciudadanos romanos, habituados a rápidos
triunfos, cundió el desaliento; pero finalmente se comprendió que para derrotar
a Cartago era indispensable recobrar el dominio en el mar y cortar las comunicaciones
entre Cartago y Sicilia. Para ello fue armada una nueva flota de 200 naves que
en el año 242 a.C. se hizo a la mar al mando del cónsul Cayo Lutacio Cátulo,
que se trabó en combate naval con los navíos cartagineses en la batalla de las
islas Égatas, en las costas occidentales de Sicilia, en el 241 a.C.,
derrotándolos totalmente.
Amílcar Barca pidió entonces la paz que Roma,
prácticamente agotada, convino aliviada. Los cartagineses dejaron toda la isla
de Sicilia en poder de Roma, la cual mantuvo la independencia de la antigua
colonia griega de Siracusa; y aceptaron pagar una muy importante indemnización
de guerra de 2.200 talentos durante diez años. Esa indemnización probablemente
no alcanzaba para recuperar los enormes costos que la guerra había tenido para
Roma, que además había sufrido una enorme cantidad de bajas.
Asimismo, los romanos se apoderaron prontamente y
casi sin resistencia cartaginesa, de las islas de Córcega y Cerdeña, con lo
cual al término de la primer guerra púnica, Roma quedó como dueña del territorio
italiano al sur de los ríos Arno y Rubicón, y como potencia naval dominante en
todas las costas del mar Tirreno.
Esas islas estaban habitadas por poblaciones ajenas
a la cultura y el idioma de las de la península italiana; con lo cual los
romanos emplearon para gobernarlas una nueva estructura institucional; basada
en el concepto de que todo el territorio era propiedad del Estado romano.
Constituyeron con ellas las dos primeras provincias que, regidas por un
Gobernador que disponía de todos los poderes militares, civiles y judiciales,
constituirían el modelo que Roma aplicaría durante siglos para organizar su
autoridad sobre lo que en el futuro sería el Imperio Romano.
Consecuencias
— La expansión de los dominios romanos y cartagineses
La segunda guerra púnica originó importantísimos
cambios en la estructura social y económica de la República romana.
La sociedad romana, que tradicionalmente había
basado la riqueza y el poder en la propiedad agraria, fue invadida por un
enorme desarrollo de las actividades mercantiles. El crecimiento de la
construcción naval inicialmente dirigida a disponer de barcos de guerra, trajo
aparejada asimismo una gran expansión del tráfico marítimo comercial. Un
indicador del grado en que los dirigentes romanos alcanzaron grandes fortunas,
fue que los comicios tribales dictaron una ley prohibiendo a los Senadores
tener barcos de más de 300 ánforas de capacidad, y ésos solamente para
utilizarlos en la exportación de sus propias producciones agrarias.
Los negocios con el Estado vinculados al esfuerzo
de guerra se desarrollaron también en forma muy intensa, especialmente la
construcción de barcos, el equipamiento de las legiones, y su
aprovisionamiento.
Esa expansión y riqueza, trajo aparejado a su vez
el desarrollo de muchos servicios públicos; construyéndose carreteras, y
grandes edificios; así como el Estado otorgó numerosas concesiones sobre la
percepción de impuestos y para la ocupación de tierras de dominio público
adquiridas con las conquistas, y la explotación de obras de minería.
Esas actividades no fueron cumplidas solamente por
los miembros del patriciado; sino que muchos plebeyos alcanzaron grandes
fortunas, y se convirtieron en un nuevo grupo social que, al mismo tiempo que
dependía del orden patricio en cuanto éstos ejercían la autoridad política y
administrativa que discernía todas esas concesiones y contratos, tenían a su
vez como dependientes a un muy numeroso grupo de plebeyos que se ocupaban en
oficios, artesanías y trabajaban a su servicio en las numerosas labores que
esas actividades requerían.
La coincidencia de intereses de todos estos grupos,
cuya prosperidad estaba ligada al empeño bélico del Estado y la obtención de
riquezas emanadas de sus éxitos, llevó a que en los comicios surgiera un
importante partido favorable a la política de expansión militar y al
emprendimiento de las guerras de conquista; especialmente en cuanto a eliminar
el poder cartaginés para ocupar su lugar.
Mientras eso ocurría, el sector de los antiguos
propietarios terratenientes que cultivaban en Italia el trigo en pequeñas
heredades, se vio afectado en sentido contrario. Por una parte, muchos de los
cultivadores debían abandonar sus tareas agrícolas para ir a formar parte de
las legiones; que los llevaban a combatir en sitios lejanos y a conocer pueblos
de diferentes costumbres y culturas, de modo que a su retorno traían otras expectativas
y aspiraciones. El incremento de los metales monetarios hizo caer su poder
adquisitivo, de manera que la rentabilidad de los cultivos de trigo descendió
de manera importante.
Muchos antiguos campesinos abandonaron entonces el
cultivo de sus campos, para dedicarse en las ciudades al comercio o a las
artesanías. Otros se volcaron decididamente a la vida militar, que habiendo
sido antes una obligación esporádica y de corta duración, era ahora una
actividad permanente, profesional y eventualmente mucho más fructífera.
Estos cambios tuvieron ineludibles repercusiones
políticas e institucionales en la República romana. Se reformaron los comicios
centuriados rebajando el límite de fortuna de la quinta categoría la más baja
para permitir la permanencia en ellos de quienes veían disminuido su poder
económico.
La estructura misma de los comicios centuriados fue
modificada; de modo que mientras antes en cada centuria se distribuían
ciudadanos de todas las tribus; ahora se organizaron 10 centurias por cada una
de las 35 tribus, y 5 clases escalonadas según el patrimonio personal, más 18
centurias para los caballeros y 5 fuera de clase. Los comicios resultaron en
definitiva compuestos por 373 centurias que se repartían igualmente entre las distintas
escalas de riqueza; de modo que en adelante en vez de predominar los miembros
de la aristocracia predominaron los sectores de mediano poder económico, lo que
significó una importante atenuación del carácter aristocrático y agrario de la
República.
Pero el partido agrario no resignó fácilmente el
predominio político que tradicionalmente había ejercido en la República. Surgió
un líder agrario, Cayo Flaminio, que electo como tribuno de la plebe en el año
233 a.C. impulsó una propuesta de legislación agraria, consistente en que el
enorme territorio conquistado a los galos del valle del Po, que como tierras
públicas (ager publicus) estaba eriazo desde hacía 50 años, fuera distribuido
entre los plebeyos de Italia carentes de patrimonio personal. A pesar de que
esa iniciativa contribuiría a favorecer el crecimiento de la fuente de
reclutamiento militar, el Senado se opuso enérgicamente; aunque de todas
maneras Cayo Flaminio logró que su lex Flaminia fuera aprobada por los
comicios.
El que había de resultar un mero intermedio de paz
entre Roma y Cartago, fue empleado por los romanos en anexarse los territorios
al norte de los ríos Arno y Rubicón, correspondientes a la llanura regada por
la cuenca del río Po y sus afluentes, que constituía la Galia cisalpina,
ocupada por los pueblos galos del sur de los Alpes.
Las tribus de los galos, que un siglo y medio antes
habían llegado a invadir y destruir la propia ciudad de Roma, eran consideradas
por los romanos como una constante amenaza. Los galos nunca se habían resignado
a que sus territorios pasaran a propiedad del Estado romano como ager
publicus; pero ahora, la lex Flaminia implicaba un esfuerzo
organizado de colonización de sus tierras, que les despojaría de ellas
definitivamente.
Por otra parte, al terminar la primer guerra
púnica, los romanos se aplicaron a mejorar sus defensas en su frontera del
norte; culminaron la construcción de la importante carretera designada como la via
Flaminia que como todas ellas partía de Roma, y cruzando los montes
Apeninos penetraba en la región de la Umbría hasta las costas del mar
Adriático, en las proximidades de la desembocadura del río Rubicón. Al mismo
tiempo, fueron establecidas numerosas colonias militares en la frontera de la
Galia para proteger a los nuevos colonos agrícolas.
Inquietos los galos por estas actividades militares
romanas, desencadenaron la guerra. Procedieron a invadir la región de la
Etruria, en el 225 a.C., por la cual avanzaron destruyendo y saqueando; hasta
que fueron detenidos por un ejército romano en la batalla de Telamón, donde
según los historiadores romanos murieron 40.000 galos y otros 60.000 fueron
hechos prisioneros.
Luego de esa batalla, el partido agrario que había
impulsado el reparto de las tierras de la Galia, exigió la total eliminación de
los galos y la ocupación completa del valle del Po. Galia cisalpina fue
invadida por las legiones romanas en el año 224 a.C.; y para el 222 a.C., toda
la cuenca del Po fue ocupada por los romanos, que tomaron la principal ciudad
de la Galia cisalpina, la actual Milán; y se fundaron las colonias de Plasencia
y Cremona para asegurar el dominio romano en todo el norte de Italia.
Por su parte, los cartagineses afrontaron una
situación interna sumamente dificultosa, porque al regreso del ejército
mercenario de los espartanos no tenían medios para pagarle sus servicios; de
manera que se sublevaron y alzaron en armas a las tribus africanas vecinas.
Los cartagineses lograron vencer esa sublevación,
bajo el mando de Amílcar Barca, quien ya había comandado los ejércitos
cartagineses en Sicilia, contra los romanos.
Cumplida la pacificación en Cartago, la
aristocracia cartaginesa, entre la cual se destacaba la familia de los Barca,
optó por desistir de sus intereses en el mar Tirreno y el Mediterráneo central,
y se inclinó a desarrollar su colonización en la península ibérica; tal vez
considerando que ello no despertaría la oposición de Roma.
Amílcar Barca dirigió entonces sus ejércitos hacia
España, en cuyas costas existían desde mucho tiempo atrás diversos
establecimientos cartagineses; y completó el dominio de la región oriental,
aproximadamente equivalente a la actual Cataluña. Allí estableció Barca un
verdadero gobierno militar en su propio provecho, logrando incorporar a los
habitantes locales para las explotaciones de las riquezas minerales de oro y
plata.
La colonia cartaginesa establecida por Amílcar
Barca fue consolidada a su muerte, ocurrida en el 228 a.C., por su yerno
Asdrúbal; quien fundó la ciudad de Nueva Cartago, actual Cartagena.
El Senado romano, sin embargo, no tomó con
indiferencia los nuevos movimientos cartagineses en España; dado que las
riquezas minerales y la población local podrían suministrar a Cartago nuevos
medios para desatar la guerra contra Roma. Con el ascenso de Asdrúbal, Roma
buscó la alianza con las ciudades ibéricas que no estando bajo el predominio
cartaginés también recelaban de esa expansión; entre las cuales descollaba
Sagunto. Asimismo, en el año 226 celebró con Asdrúbal un tratado en el cual se
comprometió a no cruzar el río Ebro, lo cual equivalía a no avanzar sobre
Sagunto.
Asdrúbal murió en el 221 a.C., aparentemente
asesinado; con lo cual el hijo de Amílcar Barca, Aníbal Barca, que a la sazón
contaba apenas con 21 años de edad, fue nombrado por sus tropas como su nuevo
comandante. De esta manera, Aníbal alcanzó la posición que le llevaría a entrar
en la Historia como uno de los más brillantes comandantes militares de la
antigüedad; y como el más encarnizado enemigo de Roma, contra la que le había
sido inculcado un odio ilimitado, desde su más tierna infancia.
Segunda
guerra púnica (218 - 201 a.C.)
El ascenso al poder de Aníbal Barca significó el
resurgimiento del enfrentamiento bélico entre Cartago y Roma. Virtual rey de
los territorios cartagineses en la península ibérica, Aníbal inició las
hostilidades atacando a la ciudad de Sagunto, a pesar de lo prometido por su
antecesor Asdrúbal.
Aníbal sitió Sagunto, ignorando las advertencias
del Senado romano; y al cabo de ocho meses, en el año 219 a.C., la ciudad tuvo
que capitular y cayó en poder de los cartagineses.
La caída de Sagunto determinó a que el Senado
enviara a Cartago una delegación a requerir la entrega de Aníbal; lo que fue
rehusado por los cartagineses, y en consecuencia desencadenó la segunda guerra
púnica; que se prolongó por otros veinte años, entre el 218 y el 201 a.C. y que
dio lugar a una de las maniobras militares más extraordinarias de la historia.
La invasión de Italia
Quien tomó la iniciativa fue Aníbal. Impedido de
invadir Italia por mar a causa del absoluto dominio de la flota romana, diseñó
un plan militar absolutamente audaz: invadir Italia por tierra desde el norte,
cruzando a través de la cordillera de los Alpes.
Teniendo los romanos el dominio de las islas de
Córcega y Cerdeña obtenido al final de la primer guerra púnica, y ejerciendo en
consecuencia el total dominio marítimo en el mar Tirreno, resultaba totalmente
imposible a los cartagineses atacar la península por mar. Por otra parte, la
reciente conquista romana de la Galia Cisalpina, que tradicionalmente había
sido importante proveedora de soldados a los ejércitos cartagineses, permitía a
Aníbal contar con que una invasión de Italia desde el norte contaría con el
apoyo de los galos recientemente sometidos y ansiosos de sacudirse el dominio
romano; lo que le permitiría establecer en Galia una importante base de
operaciones y amenazar directamente la ciudad de Roma.
Una expedición militar desde España hasta Italia
por vía terrestre, cruzando las montañas de los Alpes, era sin duda una
aventura extraordinariamente arriesgada; pero Aníbal la llevó a cabo.
A principios del verano europeo del año 218 a.C.,
Aníbal partió desde Nueva Cartago al frente de un poderoso ejército en el cual
se integraban 12.000 jinetes de la caballería de los númidas del norte de África,
90.000 efectivos de infantería comprendidos los eficaces honderos íberos, y un
elemento absolutamente nuevo constituido por 40 elefantes de guerra. El viaje
requirió desplazarse por el territorio al norte del río Ebro hasta las montañas
de los Pirineos que separan España de Francia, cruzar en ésta el territorio de
las tribus de la Galia Transalpina, y cruzar el río Ródano para llegar a las
estribaciones de la cordillera de los Alpes, una de las más altas del mundo,
que hasta entonces nunca había sido cruzada por una fuerza militar de tal
magnitud.
La travesía de los Alpes significó un enorme
sacrificio, debiendo hacerse por pequeños senderos de montaña, entre la nieve
blanda que enlodaba el terreno, soportando el frío y la hostilidad de los
habitantes; con el resultado de que en la travesía iniciada con 90.000 hombres
y 12.000 jinetes, llegaron a la llanura italiana solamente 20.000 soldados y
6.000 jinetes.
La estrategia de Aníbal de infligir una primer
derrota a los romanos para ganarse el apoyo de los galos cisalpinos, resultó
acertada. Los galos se alzaron contra el dominio romano, pasando Aníbal a tener
el total dominio de la Galia Cisalpina.
De esta forma, Aníbal podía disponer, como había
previsto, de una amplia base territorial en la frontera norte de los
territorios romanos y estar en consecuencia en condiciones de llevar un ataque
contra la propia ciudad de Roma. Reforzadas sus tropas con los guerreros galos,
la eficacia militar de éstos resultaba potenciada por su empleo bajo la
superior capacidad de comando del cartaginés.
Las batallas
de Tesino y de Trebia (218 a.C.)
Los romanos que por su parte habían preparado un
ejército para invadir España y otro para atacar directamente a Cartago
enviaron apresuradamente unas primeras fuerzas al norte, al mando de Publio
Cornelio Escipión, hacia la frontera de Etruria, en la llanura del Po, detrás
del río Arno. Escipión se enfrentó a los cartagineses sobre las costas del lago
Tesino; pero fue superado por la caballería númida; por lo que debió replegarse
al sur del Po, hacia las costas del río Trebia, donde se le uniría el grueso de
las legiones para formar un ejército de alrededor de 40.000 soldados con lo que
superaba a los no más de 30.000 cartagineses.
Entretanto, con el apoyo de los galos, Aníbal había
logrado cruzar el Po más al Este, y avanzar hacia el sur.
Urgidos por lograr un triunfo sobre los
cartagineses que desalentara el alzamiento de los galos, los generales romanos
atacaron a una formación de caballería númida en la costa norte del río Trebia,
la cual pareció huir atravesando el río; pero cuando los romanos lo cruzaron a
su vez, se encontraron con un poderoso ejército en plan de batalla, precedido
del cuerpo de elefantes y flanqueado por una formación de caballería a cada
lado. Derrotados, los romanos debieron refugiarse en la ciudad de Plasencia.
Las batallas del lago Tesino y del río Trebia,
consolidaron la supremacía cartaginesa en la llanura del Po, que quedó fuera
del dominio romano.
La batalla del lago Trasimeno (217 a.C.)
Sustituídos en el mando de los ejércitos romanos
los cónsules Cornelio y Sempronio por sus sucesores Flaminio y Servilio,
recibieron del Senado la orden de cubrir los accesos a Roma por Rimini y por
Arezzo.
Al llegar la primavera del año 217 a.C., Aníbal
simuló dirigirse hacia Roma por la ruta de Arezzo donde estaba el ejército
comandado por Flaminio adoptando la táctica de incendiarlo todo a su paso,
para provocar la ira del romano y atraerlo en su persecusión; pero desviándose
sorpresivamente, aprovechó entonces las condiciones del terreno, utilizando un
paso en que las costas del lago Trasimeno llegaban hasta las estribaciones
montañosas de los Apeninos, obligando a pasar entre dos escarpadas cadenas
montañosas.
Perseguido por los romanos, Aníbal dividió su
ejército en tres grupos, uno de los cuales permaneció oculto a la entrada del
desfiladero, en tanto el segundo quedó en el centro y el tercero se formó a la
salida, dominada por una colina; de modo que cuando llegaron las legiones
romanas, las dejaron ingresar en el desfiladero, y así se encontraron
totalmente rodeadas por las fuerzas cartaginesas; que les infligieron una
gravísima derrota que incluso costó la vida al cónsul Flaminio.
La derrota que el ejército de Aníbal infligió a los
legionarios romanos en la batalla del lago Trasimeno, en el 217 a.C., costó
unos 15.000 muertos y otros tantos prisioneros; y dejó libre el camino directo
hacia Roma. En una muestra de habilidad política y estratégica, Aníbal dejó
libres a todos los prisioneros provenientes de las ciudades italianas, dejando
establecido que su enemigo eran los romanos; buscando con ello instar a un
levantamiento de las ciudades latinas, en la misma forma que lo había logrado
en Galia.
La batalla
de Cannas: el triunfo de la caballería (216 a.C.)
Las circunstancias imponían en Roma acudir a la dictadura,
para salvar sus instituciones en su total integridad. Se nombró dictator
a Quinto Fabio Máximo; quien habiendo sido anteriormente el embajador enviado a
Cartago a raíz de la toma de Sagunto, tenía buen conocimiento de los
cartagineses. Cuatro nuevas legiones fueron reclutadas para ponerlas bajo su
mando.
A pesar de que hubiera estado en condiciones de
atacar directamente hacia la ciudad, Aníbal optó por dejarla de lado y
continuar hacia el sur; pensando tal vez que con ello evitaba establecer a las
fortificaciones romanas un sitio que habría sido largo y difícil. Su objetivo
era obtener el apoyo de las ciudades vasallas de Roma en el centro y sur de
Italia, y lograr hacerse del puerto de Tarento, que le permitiría conectarse
con Cartago por mar y así obtener importantes refuerzos.
A su paso por Apulia, Samnio y Campania, Aníbal
repitió su táctica de devastar los campos, para provocar la ira de los romanos
y atraerlos a una gran batalla en condiciones favorables para él. Sin embargo,
Fabio Máximo siguió una táctica prudente; que teniendo en cuenta la situación
de aislamiento en que se encontraba el ejército cartaginés, alejado de sus
bases, estuvo dirigida a provocar su agotamiento. En vez de presentarle una
batalla frontal, se dedicó a una guerra de escaramuzas. Pero su táctica no fue
comprendida en Roma por quienes ansiosamente pretendían un enfrentamiento que
condujera rápidamente a una victoria. Fabio Máximo fue bautizado como “cuntactor”
o contemporizador; y al término de su mandato fue sustituído por los cónsules
Terencio Varrón y Emilio Paulo Emilio, a quienes se encomendó realizar un
inmediato enfrentamiento militar con los cartagineses. Un error determinado por
la ansiedad, que sería nefasto para la causa romana.
Los nuevos cónsules reclutaron un ejército de más
de 100.000 hombres, y en el 216 a.C. se dirigieron a presentar batalla a
Aníbal, cuyas fuerzas se encontraban acantonadas bastante al sur, en la región
de Apulia, sobre las costas del mar Adriático, en la llanura de Cannas.
La superioridad numérica del ejército romano, que
duplicaba al cartaginés, no fue óbice para que una vez más, Aníbal les
infligiera una importante derrota. El factor decisivo para ello fue la
superioridad de la caballería cartaginesa integrada por los jinetes númidas
(provenientes de Numidia, en el norte africano), y de los honderos ibéricos.
La infantería romana se agrupó en un único frente
compacto, flanqueada por una caballería inferior a la cartaginesa; en tanto que
los cartagineses presentaron un frente de infantes galos mucho menos denso,
dejando atrás dos bloques de 6.000 hombres cada uno, protegidos por la
caballería situada igualmente a ambos lados, frente a la caballería romana. De
tal modo, la caballería cartaginesa anuló prontamente a la romana, y se ubicó
en la retaguardia de los legionarios; en tanto que cada uno de los bloques
cartagineses, los atacó por ambos flancos.
El ejército romano quedó totalmente cercado, y
perdió en la batalla 60.000 soldados, entre ellos el cónsul Emilio Paulo y
varios senadores; en tanto que las bajas cartaginesas no llegaron a 6.000, de
los cuales 4.000 eran galos. La concepción táctica de Aníbal en Cannas, que era
totalmente novedosa, al emplear la retaguardia de su ejército no para cubrir
las bajas de las primeras líneas, sino para efectuar una hábil y decisiva
maniobra envolvente, se convirtió en un factor decisivo de su victoria.
La batalla de Cannas, que fué una de las que
enfrentó los ejércitos más numerosos en la antigüedad, significó un cambio
fundamental en la concepción militar. A partir de ella, y por muchos siglos, la
caballería pasó a ser el factor decisivo en el combate.
La consecuencia inmediata de la gravísima derrota
romana en Cannas fue la sublevación de las ciudades italianas contra el dominio
de Roma. Capua, predominante ciudad de la Campania y antigua oponente al
predominio romano, y Siracusa la más importante ciudad siciliana de la Magna Grecia,
fueron las más importantes defecciones que permitieron a Aníbal sentar sus
reales en el sur de Italia. Los pueblos lucanos, los brucios, los samnitas y
buena parte de los apulios, y hasta el Rey Filipo de Macedonia, se unieron a
los cartagineses.
De todos modos, Roma estaba lejos de haber sido
derrotada. A pesar de que en algunos ambientes romanos cundió el derrotismo, el
joven Publio Cornelio Escipión que había estado en las batallas de Tesino y de
Cannas, logró exaltar el patriotismo de los romanos. Al regreso del cónsul
Varrón, fueron prohibidas todas las expresiones de duelo por la derrota, y
presente en el Senado recibió el agradecimiento por su esfuerzo. Disponiendo
todavía de los recursos del Lacio y de Etruria, tenía los medios de reclutar nuevos
ejércitos; mientras Aníbal, aún con el apoyo de los italianos sublevados, había
sufrido muchas bajas en su fuerza originaria, y estaba muy lejos de poder
recibir los refuerzos desde Cartago.
Se reclutaron dos ejércitos; uno de los cuales, al
mando del pretor Marco Claudio Marcelo, se dirigió a Sicilia para recuperar
Siracusa y logró evitar que Aníbal pudiera apoderarse de inmediato de un puerto
sobre el mar Tirreno impidiéndole recibir refuerzos; en tanto que otro fue
confiado a los dos Escipiones para combatir en España a los cartagineses al
mando de Asdrúbal.
Carente de fuerzas suficientes como para intentar
el ataque hacia Roma, Aníbal debió permanecer en Capua, aguardando que llegaran
nuevas fuerzas en su auxilio, desde Cartago o desde España. Pero Roma seguía
teniendo el dominio naval del Mediterráneo, de modo que esos refuerzos no
pudieron llegarle sino en forma muy tardía. El plan de Aníbal era conquistar
Sicilia para estar en fácil comunicación con Cartago.
Aparentemente, los romanos habían aprendido la
lección resultante de haber abandonado la táctica de Fabio Máximo; y optaron
por evitar nuevas grandes batallas con Aníbal; el cual permaneció acampado en
el territorio italiano desde el 216 hasta el 203 a.C.
Durante varios años romanos y cartagineses llevaron
a cabo acciones bélicas sin lograr imponerse unos a otros. En el 215 a.C. los
romanos aprovecharon que Asdrúbal debió dejar España para atender una
sublevación del rey de los Númidas, y reconquistaron los territorios al sur del
Ebro. Los cartagineses atacaron Cerdeña sin obtener éxito. En el 214, Aníbal
logró aliarse con Filipo de Macedonia y obtener el apoyo de Siracusa, mientras
en Cartago preparaban un ataque contra Sicilia, donde conquistaron Agrigento.
Pero los romanos enviaron nuevas fuerzas para reconquistar su dominio sobre
Siracusa a la que impusieron un bloqueo. Aníbal logró finalmente apoderarse del
importante puerto de Tarento en el 212 a.C., pero de inmediato Siracusa tuvo
que capitular ante el ataque romano, en el mismo año 212 a.C., a pesar del
ingenio de Arquímedes, sabio físico y matemático, que intentó incendiar los
barcos romanos mediante espejos ustorios, de forma cóncava, que
concentraban sobre ellos los rayos del sol.
Luego de ello, tocó el turno a Capua, de la cual
los romanos volvieron a apoderarse en el 211 a.C. a la cual infligieron un
terrible castigo, matando a todos sus dirigentes y deportanto a la totalidad de
su población; con lo cual en toda Italia disminuyó enormemente el prestigio de
Aníbal.
En el mismo año 211 a.C. Asdrúbal regresó de África
a España, pero debió enfrentarse a las legiones comandadas por los dos
Escipiones, que a pesar de que le causaron varias derrotas murieron en los
combates. El Senado confirió entonces el mando al joven Publio Cornelio Escipión,
aun cuando no había alcanzado la edad requerida. Los romanos finalmente,
lograron apoderarse de Cartagena, que era la capital de los cartagineses en
España, obteniendo un enorme botín en oro y materiales de guerra.
En el 210 a.C., los romanos recuperaron en Sicilia
la ciudad de Agrigento de manos cartaginesas, lo cual impedía a Asdrúbal acudir
por mar en auxilio de Aníbal; por lo cual se preparó para volver a invadir
Italia por el norte. Asdrúbal logró cruzar los Pirineos y luego los Alpes, e
invadir Italia por la llanura del río Po. Su designio era unirse con Aníbal en
Apulia, al sur de Roma.
Los romanos despacharon al sur un ejército al mando
de Claudio Nerón para hostigar a Aníbal; y otro al norte para detener a
Asdrúbal, al mando de Marco Livio. Este último decidió aguardar a los
cartagineses sobre la vía Flaminia. Entretanto, Claudio Nerón logró interceptar
el mensajero portador de un correo de Asdrúbal a su hermano; lo que determinó
que enviara 7.000 soldados en auxilio de Marco Livio, los que arribaron las
márgenes del río Metauro justo a tiempo para decidir la victoria en la batalla
que estaban librando romanos y cartagineses. En la batalla del río Metauro, en
el 207 a.C., el ejército cartaginés que iba a reforzar a Aníbal fue destrozado.
Asdrúbal fue muerto, y su cabeza arrojada en el campamento de Aníbal.
Ante la derrota del ejército de su hermano, Aníbal
debió evacuar Apulia y Lucania, y se retiró a las montañas del sur de Italia,
con sus reducidas fuerzas, desde donde continuó hostigando a los romanos en la
región de Calabria. El rey Filipo de Macedonia, un aliado que nunca había
puesto mucho empeño en el combate, se retiró de la guerra. Entretanto, Publio
Cornelio Escipión había logrado imponer el dominio romano en toda España.
Escipión “Africanus”
Como en otros momentos trascendentes de su
historia, Roma encontró, esta vez en Publio Cornelio Escipión, el líder dotado
de la capacidad de superar las extremas dificultades que debió afrontar luego
de la tremenda derrota de Cannas.
Publio Cornelio Escipión era respectivamente hijo y
sobrino de los dos Escipiones, los generales romanos, que comandaron las
campañas que Roma llevó a cabo en España durante la contienda con Aníbal, para
desalojar de allí a los cartagineses; y que murieron en esos combates.
Siendo apenas un adolescente, había combatido
valerosamente, como jefe de falange y de cohorte en las batallas de Tesino y
Trasimeno. Dotado de un físico considerado bello y proveniente de una familia
prestigiosa, era un gran orador que a su retorno de la batalla de Cannas junto
con el derrotado cónsul Varrón, había logrado levantar el ánimo de los romanos
para renovar su resistencia contra Aníbal.
Era tenido por extremadamente piadoso, dado que
antes de cualquier emprendimiento importante requería la aprobación de los
dioses. En octubre del año 218 a.C., a los 16 años de edad, había combatido en
la batalla de Tesino, junto a su padre al que salvó la vida. En el 211 a.C.,
cuando recibió el mando del ejército sitiador de Cartagena, dijo a sus tropas
que había tenido un sueño en el cual el dios Neptuno, rey de las aguas, le
había prometido que lograrían cruzar el pantano que les impedía alcanzar la
ciudad, y se arrojó a las aguas que cruzó corriendo. Lo que los soldados
creyeron obra de un milagro — y que les permitió conquistar Cartagena y toda
España — fue en realidad consecuencia de que Escipión, al contrario de sus
soldados todos campesinos, conocía el fenómeno las mareas que hizo descender el
nivel de las aguas.
De tal manera, Escipión que hizo correr el rumor
de que su verdadero padre era Júpiter se convirtió no solamente en un jefe
militar exitoso, sino en un verdadero ídolo de las multitudes de los
legionarios y de los romanos; y junto con su hermano Lucio Cornelio Escipión
inició una de las primeras grandes dinastías políticas en la antigua Roma. Y
cuando logró vencer a los cartagineses en su propio territorio, fue distinguido
con el apodo de africanus, “El Africano”.
La batalla
de Zama (202 a.C.)
Investido del enorme prestigio emanado de su
campaña en España, Escipión propuso un plan similar al intentado por Régulo
para poner fin a la primer guerra púnica: atacar a Cartago directamente, de
modo de que para defenderse los cartagineses tuvieran que llamar al ejército de
Aníbal obligándolo a abandonar sus posiciones en Italia.
Escipión desembarcó en África al frente de un
ejército de 35.000 hombres, en el 204 a.C.
Tal como Escipión lo había previsto, debiendo
afrontar una guerra defensiva, y perdida España, Cartago debió convocar a
Aníbal a su retorno desde Italia. Aníbal, que había dejado Cartago junto a su
padre Amílcar Barca, siendo un niño, y que a los 29 años había partido de
Cartagena para invadir Italia, retornó a ella 36 años después; luego de 15 de
campañas en Italia sin haber sido vencido definitivamente, para tomar el mando
contra las fuerzas de Escipión.
Los ejércitos romanos y cartagineses, prácticamente
de iguales fuerzas, se mantuvieron acampados uno frente a otro durante varios
meses. Entretanto, Escipión, en vez de atacar directamente a Cartago, logró
pactar con el destronado rey de Numidia, Masinisa, a quien ayudó a derrotar a
su rival Sifax, aliado de los cartagineses. La alianza con Masinisa —que iba a
ser un importante y prolongado factor político para Roma en África permitió a
Escipión incorporar a su ejército la excelente caballería númida.
Según algunas crónicas, Escipión mantuvo con Aníbal
una breve entrevista, en la cual, aunque no llegaron a un acuerdo, surgió una
recíproca simpatía. Y luego, romanos y cartagineses se enfrentaron una vez más
en la llanura de Zama, cercana a Cartago.
Escipión había aprendido la lección de Cannas, y
esta vez contaba él con la caballería númida. Los elefantes, que Aníbal había
dispuesto en número de 80 confiando que dispersarían a los legionarios, se
espantaron ante los sonidos de trompetas y el impacto de las flechas de los
arqueros; y se volcaron sobre los propios jinetes cartagineses que eran
atacados por la caballería romana. La caballería cartaginesa, que era el
sustento del ataque de Aníbal, quedó derrotada y fue perseguida por los jinetes
númidas.
Aníbal había colocado en la primera línea de su
infantería un cuerpo de mercenarios, respaldados por dos cuerpos de veteranos
de la campaña de Italia; pero éstos, ante el descalabro de la caballería no
avanzaron, con lo que los mercenarios se sintieron traicionados y se volvieron
contra aquellos. En medio de la confusión consiguiente, retornó al campo de
batalla la caballería romana que había perseguido y dispersado a la
cartaginesa; con lo cual los cartagineses se vieron totalmente rodeados,
pereciendo 20.000 de ellos, la tercera parte de su fuerza, y quedando otros
tantos como prisioneros.
Aníbal, montando en su caballo, logró escapar
apenas, con un resto de sus soldados, para presentarse todavía ensangrentado
ante el Senado cartaginés, dar cuenta de su derrota; y aconsejar que enviaran a
Roma una embajada de paz.
La derrota de Zama representó para Cartago la
imposición de los términos de paz dictados por Roma. Debió ceder importantes
territorios al númida Masinisa; renunciar definitivamente a todos los
territorios de España, entregar todos los elefantes de guerra y toda su flota
de guerra y mercante a los romanos, comprometerse a no alistar mercenarios y a
no ejercer ninguna clase de acción militar sin previo permiso de Roma. Además,
Cartago se obligó a pagar a Roma una indemnización de guerra de 10.000 talentos
de oro, entregando 200 por año durante medio siglo.
En tales condiciones la Cartago de origen fenicio,
que había sido la mayor y más rica potencia comercial y naval del Mediterráneo,
desaparecía como tal, y quedaba convertida en vasallo de Roma; que así surgía
como la nueva gran potencia militar y mercantil, de origen latino.
Inicialmente Aníbal permaneció en Cartago, donde se
convirtió en jefe de un partido que intentaba establecer un nuevo orden
político en la ciudad; lo que suscitó la oposición de los senadores y
comerciantes a quienes se acusaba de la derrota, que de tal modo denunciaron en
Roma que Aníbal estaba preparando una revancha militar. A pesar de que Escipión
intentó disuadir al Senado romano de que Aníbal fuera detenido y seguramente
muerto, éste debió huir de Cartago. Llegó hasta el cercano puerto de Tapso
desde el cual embarcó para el reino de Antioquía (en Siria), cuyo Rey Antíoco
III lo recibió como asesor militar en su lucha contra Roma. Cuando Antíoco fue
derrotado, Aníbal pudo huir hacia Creta y luego al reino de Bitinia.
Un balance de los factores que condujeron al
triunfo de Roma sobre Cartago al final de la segunda guerra púnica, implica
tomar en cuenta:
La ventaja estratégica que representó para Roma el
dominio de Sicilia, Córcega y Cerdeña, que junto con su nuevo poderío naval
impidió a Cartago atacar Italia desde el mar.
La posibilidad que tuvo Roma de asumir durante casi
toda la campaña italiana de los cartagineses una actitud defensiva; resguardada
por la fidelidad que en general mantuvieron las poblaciones latinas, sin que
los breves alzamientos de los galos y algunos pueblos itálicos afectaran la
unidad fundamental del poder romano.
El sistema de reclutamiento militar romano, fundado
en el servicio militar ciudadano y obligatorio que aunque los ejércitos
cartagineses eran más profesionales y más eficientes desde el punto de vista
militar y estaban dirigidos por brillantes estrategas si bien por tal motivo
lograron resonantes triunfos iniciales, a la larga, aislados de sus bases y
superados por los permanentes refuerzos de que disponían los romanos, se vieron
inexorablemente superados.
El impulso bélico de los cartagineses estaba
fundado en el enorme poder espiritual de los Barca especialmente Aníbal, al
que se había inculcado un odio total hacia Roma pero en Roma existía un
sistema institucional que suministraba a su esfuerzo bélico un sustento mucho
más fuerte en la sociedad romana, que pudo considerarse ilegítimamente agredida
por Cartago.
Dominio
romano del Mediterráneo (200 - 146 a.C.)
La victoria de Escipión ante Cartago, tuvo en Roma
una enorme repercusión; y en cierto modo inauguró el proceso por el cual un
gran general victorioso se convirtió en un personaje político de primera línea.
Llamado honoríficamente a partir de entonces como “el Africano”,
Escipión recibió en Roma toda clase de honores y aclamaciones.
Por otra parte, el final de la segunda guerra púnica
marcaría el comienzo de una política expansiva de Roma, que en breve lapso la
conduciría a ser la potencia indiscutiblemente dominante en todo el mar
Mediterráneo.
En el lapso de las 5 décadas siguientes, entre el
200 y el 146 a.C., Roma emprendió una política de expansión en toda la cuenca
del Mediterráneo; sometiendo sucesivamente a los tres reinos que habían
sucedido al Imperio Macedónico de Alejandro Magno, en Macedonia, Siria y
Egipto.
Esa política tuvo caracteres particulares.
Indudablemente, el Senado deseaba obtener para Roma una total seguridad
territorial; que impidiera la repetición de situaciones como la creada por la
invasión cartaginesa. Pero, por otra parte, existían factores que hacían no
deseable la expansión territorial bajo el gobierno directo de Roma, y la
consiguiente obligación que ello representaría de asegurar ese dominio mediante
la fuerza militar.
El potencial militar de las legiones romanas era
sin duda superior al de cualquier otra fuerza en su época; pero para su
reclutamiento Roma dependía excesivamente de sus aliados itálicos. Solamente la
mitad de las tropas legionarias estaba formada por ciudadanos romanos, para los
cuales el servicio militar no era una profesión sino una obligación patriótica;
pero aún éstos presentaban importantes problemas de disciplina cuando las
legiones debían permanecer por largos períodos en territorios alejados de sus
tierras. La oficialidad al mando de las legiones debía provenir del patriciado;
pero la nobleza no contaba con una cantidad de integrantes que le permitiera
proveer todos los funcionarios civiles y militares necesarios para sostener y
dirigir ejércitos muy numerosos. En esta época, los ciudadanos romanos eran
solamente alrededor de 250.000.
Por lo tanto, la política seguida por el Senado fue
destruir a todo poder que pudiera significar una amenaza para Roma, pero
utilizar para ello la fuerza militar sólo cuando fuera indispensable;
intentando previamente constituir alianzas y en general reconocer autonomía a
estados y ciudades bajo condiciones que les impidieran adquirir poder militar,
celebrar alianzas entre sí, o involucrarse en guerras contra Roma.
Esta estrategia se convirtió en un modelo de acción
política, históricamente conocido como “dividir para reinar”: divide et
impera. Sin embargo, a largo plazo Roma no tuvo otra solución que
incorporar al Imperio los territorios sometidos.
Hacia el final de la segunda guerra púnica se
habían operado importantes cambios en los equilibrios de poder en el
Mediterráneo oriental y en el Cercano Oriente.
En 204 a.C., al morir el faraón egipcio Ptolomeo V,
el poderío egipcio en Oriente se encontró totalmente debilitado. Los reyes de
Macedonia, Filipo V, y de Siria, Antíoco III, invadieron de común acuerdo las
posesiones egipcias en Palestina y Grecia. Antiguas colonias griegas, como
Rodas, Chíos, y Bizancio, intentaron defenderse por sí, ante la inoperancia de
la monarquía egipcia; pero prontamente acudieron a pedir el auxilio de Roma.
La guerra y
el vasallaje de Macedonia
Durante la segunda guerra púnica, luego de la
batalla de Cannas, el rey Filipo V de Macedonia había apoyado a Aníbal, para
facilitarle el acceso a las comunicaciones marítimas por el mar Adriático, en
la costa este de la península italiana. A su vez, los romanos se apoyaron en los
etolios que ocupaban el territorio de la actual Albania y que recelaban de
las intenciones de Filipo V de someterlos para establecer bases que les
permitieran controlar la navegación del Adriático e impedir la llegada de
refuerzos cartagineses en socorro de Aníbal.
Al término de la segunda guerra púnica, Roma,
enormemente agotada por el tremendo esfuerzo bélico realizado, se enfrentaba
todavía revueltas contra su dominio en España y en la Galia Cisalpina. Sin
embargo, el Senado romano había tomado conciencia de la vulnerabilidad de
Italia luego de albergar un ejército cartaginés invasor durante tres lustros; y
recelaba enormemente del poderío y riqueza de Macedonia, regida por Filipo V,
que había sido aliado de Aníbal. Además las ciudades del sur de Italia
dominadas por Roma en época reciente eran de origen griego, y ya el antecesor
de Filipo V, Pirro, había intervenido en las luchas que condujeron a su
dominación; por lo que un posible retorno de las ambiciones macedonias sobre el
sur de Italia no era de descuidar.
De tal manera, a pesar de que los comicios
rechazaron inicialmente la iniciativa de ir a la guerra contra Macedonia,
finalmente el Senado logró imponerse; y en el año 200 a.C., se inició la que se
designa como segunda guerra de Macedonia; por considerarse primera la librada
en tiempos de Aníbal.
Al principio, la guerra se desenvolvió sin combates
de importancia; por cuanto los romanos intentaban principalmente formar
alianzas contra Filipo V, con las poblaciones greco-macedonias. Los romanos desembarcaron
en Iliria un ejército al mando del cónsul Publio Sulpicio Galba, pero se
mantuvieron a la expectativa; mientras Filipo V atacaba a las tropas que
defendían la ciudad de Atenas. Transcurrido un año, las fuerzas romanas optaron
por invadir Macedonia, al tiempo de su flota, unida a flotas de las ciudades de
Rodas y Atalo, atacaba costas e islas bajo dominio macedonio. Sucedido Publio
Sulpicio por el cónsul Vilio, éste pretendió emprender acciones más decisivas
en Tesalia; pero se encontró con firme resistencia macedonia, lo que condujo a
una situación de estancamiento militar, con ambos ejércitos enfrentados sin
decidirse a combatir.
Fue finalmente el sucesor de Vilio, el cónsul
Flaminio, el que realizó movimientos tendientes a envolver a las fuerzas
macedonias, lo que determinó a Filipo V a retirarse de Tesalia hacia Macedonia.
Flaminio se dedicó a atacar Corinto, con el apoyo de los aqueos; pero ante la
impaciencia que cundía en Roma por la lentitud de la guerra, decidió invadir
Macedonia, lo que obligó a Filipo V a presentarle batalla. El combate tuvo
lugar en la llanura de Cinocésfalos (cabezas de perro), en el 197 a.C.; y se
saldó con el triunfo romano.
Roma aceptó la continuidad del reino macedonio a
pesar de las pretensiones de las ciudades griegas aliadas de destruirlo; porque
era una barrera defensiva contra las tribus bárbaras del norte de Grecia. Pero
Filipo V debió renunciar a las posesiones de Grecia, Tracia y Asia Menor, y a
las islas del mar Egeo, pagar tributo a Roma por diez años, y reducir su
ejército a no más de 5.000 hombres; quedando convertida Macedonia en un estado
vasallo del Senado romano, sin cuya anuencia no podía emprender ninguna acción
de guerra ni celebrar alianza alguna.
Un decreto de Flaminio difundido en 196 a.C., durante
los juegos del Istmo de Corinto en homenaje al dios Poseidón, en la ciudad de
Corinto proclamó la libertad de las ciudades-estado de la Grecia clásica; que
de tal modo recuperaban la condición autónoma que habían tenido durante la
dorada época de la antigua Grecia.
La guerra y
el vasallaje de Siria
Por su parte, Antíoco III que reinaba en Siria como
uno de los sucesores de Seleuco — el general de Alejandro Magno que a su muerte
se había proclamado rey del Asia Menor — en el año 195 a.C. había dado asilo al
cartaginés Aníbal luego de su derrota, cuando huyó de Cartago para eludir ser
entregado a los romanos. Siguiendo los consejos de Aníbal, y guiado asimismo
por su ambición de conquistar toda el Asia Menor y Egipto, mientras Filipo V se
enfrentaba a los romanos, Antíoco III aprovechó para apoderarse de las ciudades
griegas de la costa sur de Asia Menor, y también Lisimaquia, en el propio
territorio griego de Europa.
Las ciudades acudieron a Roma, invocando el
reciente decreto romano que les devolviera su estatuto de autonomía. Roma envió
a Escipión “Africanus” en calidad de embajador — quien de esta manera
pudo finalmente conocer a su antiguo enemigo Aníbal — con la misión de
intimarlo a abstenerse de cualquier acción militar.
Sin embargo, a fines del 192 a.C., Antíoco III
inició la invasión de Grecia, contando con el apoyo de los eolios; lo cual
obligó a los romanos a enviar sus legiones, que expulsaron de Grecia al
ejército Sirio. Luego de una batalla naval en que las flotas aliadas de Roma y
Rodas destruyeron en Chíos a la flota siria comandada por Aníbal el cartaginés,
los romanos, bajo el mando de Lucio Cornelio Escipión, hermano de Publio “Africanus”,
atacaron a Antíoco III en su propio territorio del Asia Menor, y lo derrotaron
en la batalla de Magnesia en el 190 a.C.
La victoria romana sobre Antíoco III que le valió
a Lucio Cornelio Escipión el título de “Asiaticus” determinó que fuera
sometido a una situación equivalente a la de Filipo V, ya que aunque su reino
no fue anexado al Estado romano debió colocarse bajo su vasallaje,
especialmente impedido de realizar ninguna acción militar por su propia
iniciativa. Las ciudades griegas recuperaron su autonomía; Rodas y el rey de
Pérgamo recibieron territorios que los sirios debieron ceder en recompensa
por su colaboración con Roma Antíoco debió pagar indemnización de 15.000
talentos de oro que Roma conservó como botín de guerra, y renunciar a tener
flota naval y elefantes de guerra.
La muerte de
Aníbal (183 a.C.)
Entretanto, Aníbal debió huir nuevamente de la
corte de Antíoco III, refugiándose finalmente en el vecino reino de Bitinia.
Cuenta el historiador Tito Livio que los romanos
exigieron su entrega; ante lo cual, consciente de que sería entregado, se
envenenó en el año 183 a.C., diciendo que lo hacía para devolver la
tranquilidad a los romanos. En ese mismo año moría en Roma su gran rival
militar y posiblemente su admirador, Escipión “Africanus”.
La guerra
con Perseo de Macedonia (171 - 168 a.C.)
El trato magnánimo que Roma había dispensado a
Filipo V de Macedonia, no produjo los resultados esperados. Durante los veinte
años siguientes a la derrota siria, permanentes disturbios políticos
requirieron la intervención de las legiones en el Cercano Oriente; lo que
determinó el surgimiento de una resistencia al protectorado romano que impulsó
el reavivamiento del poder de Filipo V. A pesar de su vasallaje, el rey
macedonio se dedicó a fortalecer su dominio en los actuales Balcanes, y a
forjar una alianza con las tribus del norte del río Danubio. En el año 179 a.C.
fue sucedido por su hijo Perseo, quien recibió un reino rico y fortalecido.
Perseo se casó con la hija del rey de Siria, y
cultivó excelentes relaciones con Rodas y con las tribus aqueas de Grecia,
convirtiéndose en referente necesario del resentimiento contra Roma. Eso
suscitó el recelo del rey de Pérgamo, fiel aliado de los romanos, quien abogó
ante el Senado por declarar la guerra contra Macedonia antes de que Perseo
pudiera consolidar sus fuerzas.
Nuevamente las legiones romanas invadieron
Macedonia, pero sorpresivamente debieron soportar sucesivas derrotas; lo cual
causó un verdadero impacto al prestigio romano entre las poblaciones griegas,
que, incluso en Rodas, tendieron a inclinarse a favor de los macedonios. Sin
embargo, Perseo no supo aprovechar la oportunidad favorable; con lo cual los
romanos se rehicieron al mando del nuevo cónsul Paulo Emilio quien derrotó a
Perseo en la batalla de Pidna en el año 167 a.C.
Ante el fracaso de su anterior política y frente a
la oposición de los senadores encabezados por Catón a una anexión directa de
Macedonia, se adoptaron medidas enormemente drásticas. Las familias nobles de
Macedonia fueron deportadas a Italia, se cerraron las minas de oro del rey de
Macedonia, sus ciudades fueron saqueadas y 150.000 macedonios fueron vendidos
como esclavos. Las ciudades griegas que habían flaqueado en su lealtad a Roma
fueron severamente castigadas: cientos de aqueos fueron llevados Italia entre
ellos el historiador Polibio y Rodas, que había intentado una mediación entre
Perseo y Roma, fue privada de todas sus colonias y entregada al dominio de
Atenas.
Sin embargo, pocos años después, Roma tendría que
avenirse finalmente a asumir el dominio directo sobre Macedona y Grecia, justo
en momentos en que había vuelto a encontrarse en guerra con Cartago.
Tercera
guerra púnica (149 - 146 a.C.) - Delenda Carthago
La paz alcanzada tras la derrota en la segunda
guerra púnica, permitió a Cartago recomponer exitosamente sus actividades
comerciales. Explotando sus conocimientos y relaciones con los pueblos
mediterráneos y sus habilidades para el comercio, los cartagineses lograron
reconstruir rápidamente su imperio comercial, proveyendo a las poblaciones
costeras del Mediterráneo de la gran producción de vinos y aceites de olivo
provenientes de los cultivos en su territorio circundante. Pero esas
producciones competían eficaz y directamente con las exportaciones de la
campiña latina, lo cual dio lugar al surgimiento en Roma de un fuerte partido
contrario a Cartago.
En Roma era influyente senador Catón, quien había
ocupado anteriormente la magistratura romana de Censor, cuya función era velar
por el mantenimiento de las costumbres tradicionales y lideraba el llamado partido
tradicionalista; destacándose por su severidad contra las nuevas modas que
los romanos adoptaban siguiendo las culturas de Oriente y de Grecia, a
consecuencia de la gran prosperidad económica y del contacto con la superior
cultura griega, resultante de las triunfales guerras recientes.
En el Senado, Catón se convirtió en el líder de la
prédica contra Cartago; haciéndose famoso porque todas sus intervenciones,
sobre cualquier tema que fuera, las finalizaba expresando “Delenda Carthago”,
(en latín: “Cartago debe ser destruida”).
La rebelión
de los celtíberos en España (154 - 133 a.C.)
La sumisión al dominio romano en la península
ibérica, luego de la derrota y expulsión de los cartagineses, no había quedado
consolidada. El territorio de España había sido dividido para su gobierno en
dos regiones; “citerior” (cercana) sobre la costa del Mediterráneo donde
la colonización era más antigua, y “ulterior” (lejana), región poblada
por tribus celtíberas y lusitanas, que resistieron el dominio romano.
Los celtíberos desencadenaron un alzamiento
generalizado, contra el dominio romano, en el 154 a.C. Los romanos no
apreciaron debidamente la gravedad de la situación; hasta que en 153 a.C. las
fuerzas enviadas contra los insurrectos fueron reiteradamente derrotadas en las
serranías españolas, sufriendo cerca de 10.000 bajas. Esto llevó a que se
negociara una transitoria paz con los sublevados; pero en 151, encargado del
mando de las fuerzas romanas el cónsul Licinio Lúculo, se desencadenó una
violenta campaña contra los pueblos rebeldes, que se prolongaría por varios
años debido a los nuevos sucesos producidos en el norte de África.
La
destrucción de Cartago (149 - 146 a.C.)
Entretanto, la situación en Cartago se agravaba.
Confiado en el respaldo de Roma, y probablemente alentado por ella, Masinisa
el rey de Numidia que había obtenido abundantes territorios a expensas de
Cartago luego de la derrota de ésta en la segunda guerra púnica hostigaba
abiertamente a Cartago apoderándose reiteradamente de mayores territorios; y
cuando el conflicto era sometido al arbitraje romano conforme a los términos
del vasallaje cartaginés, siempre recibía un fallo favorable.
Esto creó en Cartago un creciente fortalecimiento
del odio contra Roma; hasta que en el año 151 el partido más fuertemente
contrario a Roma obtuvo el poder, desterrando a numerosos dignatarios
moderados. Éstos se asilaron en Numidia, obteniendo que Masinisa exigiera que
fueran repuestos en el gobierno de Cartago; procediendo, Masinisa, ante el
desconocimiento de esa exigencia, a invadir el territorio cartaginés.
Otro general de nombre Asdrúbal comandó las fuerzas
cartaginesas, que derrotaron totalmente al invasor númida; lo cual proporcionó
al partido romano de la guerra contra Cartago la ocasión que aguardaba. La
declaración de guerra de Cartago contra Masinisa fue considerada una violación
de las condiciones de paz con Roma; y a pesar de que en Cartago fue derrocado
el gobierno y Asdrúbal fue enviado a Roma como emisario de paz, en el Senado
prevaleció el lema catoniano de destruir definitivamente a Cartago, aunque
urgidos por la premura en liquidar la rebelión en España, los romanos
procedieron con especial perfidia.
Enviado a Sicilia un poderoso ejército y una flota,
al mando de los cónsules Manlio Manino y Lucio Marco Censorino, los
cartagineses hicieron un nuevo intento de evitar la guerra, enviando otra
embajada de paz a Roma. Entonces, el Senado concedió un mes para que 300
miembros de las familias patricias de Cartago fueran entregados como rehenes al
ejército de Sicilia; lo cual fue cumplido, en tanto que los romanos
desembarcaban en África en las cercanías de Cartago y ordenaban a los
cartagineses que entregaran todas sus armas, lo que también fue acatado.
Publicaron entonces los cónsules romanos la orden
del Senado de destruir totalmente Cartago y ser internados todos sus pobladores
a más de 20 Kms. de la costa del Mar Mediterráneo; pero ello desató la
determinación de los cartagineses de defenderse por todos sus medios. De manera
que cuando las legiones llegaron frente a Cartago, se encontraron con una
fortaleza que no podrían vencer fácilmente.
La nueva
insurrección de Macedonia - Andrisco (149 - 148 a.C.)
Al tiempo que debía enfrentar la rebelión de las
tribus ibéricas en España y un nuevo sitio a Cartago, el Senado romano se
encontró con una nueva insurrección contra su dominio, en Macedonia; donde un
individuo llamado Andrisco se proclamó hijo de Perseo al parecer falsamente
y logró colocarse al frente de todos los pueblos macedonios para sublevarlos
contra el dominio romano.
Si bien el ejército romano enviado a Macedonia al
mando del pretor Quinto Cecilio Metelo logró imponerse prontamente contra los
sublevados; inmediatamente surgió otra insurrección de la Liga Aquea de
ciudades griegas, que declaró la guerra a Esparta, que permanecía fiel a Roma.
Ante la gravedad de la situación, que Cartago
podría aprovechar aliándose contra Roma con los rebeldes ibéricos y con las
ciudades griegas, el Senado acudió a otro de los Escipiones. Escipión Emiliano,
hijo de Paulo Emilio “Asiaticus” a la vez que hijo adoptivo de “El
Africano” uno de cuyos amigos más cercanos fue el historiador Polibio que
fue el relator de las guerras entre romanos y cartagineses a quien se designó
Cónsul a pesar de no haber alcanzado la edad para ejercer dicho cargo; y se le
envió a África a tomar el mando del ejército sitiador ad delendam
Carthaginem.
Finalmente, los ejércitos romanos lograron derrotar
la rebelión en Grecia y Macedonia en el año 147 a.C.; y abandonando la antigua
política de vasallaje, Macedonia pasó a ser provincia romana.
Destrucción
final de Cartago (146 a.C.)
El sitio y la toma de Cartago por los romanos no
fue fácil. Luego de reorganizar sus ejércitos, recién en el año 146 a.C. logró
Escipión Emiliano penetrar en la ciudad; en la que debieron luchar casa por
casa durante seis días para llegar a la ciudadela en que 50.000 cartagineses
estaban atrincherados, aunque finalmente debieron rendirse.
Cartago fue totalmente arrasada. La población
sobreviviente, fue dispersada en los territorios interiores; y todo el
territorio que había sido cartaginés quedó convertido en la nueva provincia
romana de África.
Con la destrucción total y final de Cartago, la
antigua civilización semítica originada por los fenicios de Palestina quedaba
casi desaparecida del ámbito del Mar Mediterráneo, en que había llegado a
florecer y prosperar. Prontamente, ese mar pasaría a ser el gran lago que los
romanos designarían como “mare nostrum”; cuando el último vestigio
cartaginés en España, la ciudad de Numancia, siguiera el mismo destino de
Cartago.
Destrucción
de Corinto (146 a.C.)
Concomitante con la toma y destrucción de Cartago,
nuevamente estalló la revuelta en Grecia; donde los aqueos, a pesar de la
derrota de los macedonios, revivieron en el mismo año 146 a.C. sus alianzas con
los pueblos griegos de los beocios, los fócidos y otros, y volvieron a declarar
la guerra a Esparta.
Inmediatamente, el ejército romano de Macedonia
comandado ahora por el cónsul Lucio Mummio, asistido por la flota aliada del
rey Atalo II, derrotó a los aqueos en la batalla de Leucopetra apoderándose de
la ciudad de Corinto. Corinto fue totalmente destruida al igual que lo fuera
Cartago; y los territorios de las ciudades griegas rebeldes anexados a la nueva
provincia romana de Macedonia.
Cerco y
destrucción de Numancia (133 a.C.)
La situación en la España ulterior se agravó
también en forma contemporánea con la destrucción de Cartago y de Corinto. Las
tribus lusitanas se alzaron contra los romanos, lideradas por Viriato; un
pastor de ovejas que estaba impulsado por un profundo odio a los romanos, a
causa de las matanzas de miles de miembros de sus tribus por parte de los
romanos, que había presenciado.
Los romanos lograron finalmente que Viriato fuera
asesinado, con lo cual los combates quedaron localizados en la antigua colonia
de Numancia, que ofreció tenaz resistencia. El Senado romano comisionó entonces
a Escipión Emiliano para que se trasladara desde la destruida Cartago a imponer
a Numancia un sitio dirigido a obtener su rendición. Pero los pobladores de la
ciudad, viéndose definitivamente derrotados, optaron por incendiarla en el 133
a.C., pereciendo en ella la mayor parte de sus habitantes; y convirtiéndose así
el sitio de Numancia en una verdadera epopeya de la historia de la antigüedad.
El Mare
nostrum
Transcurrido el primer tercio del siglo II a.C., y
cuando la república romana contaba alrededor de medio milenio de existencia, el
Mar Mediterráneo que constituía el centro geográfico de la civilización
había pasado a ser un lago romano.
El predominio romano se ejercía prácticamente sobre
todos los territorios con costas sobre el Mediterráneo, desde la península
ibérica hasta los territorios balcánicos y griegos, el Asia Menor y la costa
norte de África, donde estuviera Cartago. Permanecían no sometidos a la
condición de provincias otros Estados que formalmente eran independientes, pero
que no solamente no pesaban ante el poderío romano, sino que prontamente irían
a ser efectivamente conquistados, como Pérgamo (obsequiado a Roma por el Rey
Atalo en su testamento), Egipto, la Galia trasalpina (actual Francia), el
Ponto, Siria y Judea; aun cuando en muchos de esos territorios se prolongaron
guerras sucesivas.
La posición dominante que habían ocupado a lo largo
de la historia Atenas, Corinto y finalmente Cartago, fue asumida por Roma; de
modo que en toda la extensión del Mediterráneo el tráfico comercial fue
realizado por los navíos romanos, y comerciantes de origen romano se
establecieron por miles en todas las ciudades importantes de sus costas.
El estatuto jurídico exclusivo de los ciudadanos
romanos, el Derecho Romano, que les permitía celebrar los contratos del commercium,
les otorgaba un importante privilegio frente a los no ciudadanos; quienes se
veían excluidos de esas actividades. Las riquezas acumuladas en Roma como resultado
de los tributos impuestos a los territorios sometidos, de las indemnizaciones
de guerra y de los tesoros saqueados, proveyeron abundantes capitales que los
ciudadanos romanos podían recibir en préstamo pagando bajos intereses, para
emprender sus negocios, entre los cuales el tráfico de esclavos ocupaba lugar
prominente, o prestándolo a su vez en los territorios dominados a interés muy
superior.
De tal manera, el auge de la actividad comercial y
del trasporte marítimo, generó necesariamente el surgimiento de actividades típicamente
bancarias y financieras; que operaban en locales situados en las proximidades
del Foro romano, que de tal modo quedó convertido en la verdadera “City” de la
antigüedad.
Las necesidades del commercium llevaron a
que la vieja moneda romana, el as que databa del siglo IV a.C., y
consistía en una chapa de cobre con la imagen grabada del dios Jano, se tornara
insuficiente tanto como medio de intercambio como a los efectos de la
conservación del valor. De tal manera, ya desde fines del siglo III a.C.
comenzaron a acuñarse en Roma monedas de plata, que consistieron en el sestercio
que valía dos ases y medio, el quinario que valía cinco ases, y el denario
que valía diez y que terminó siendo la palabra empleada para referirse a todo
signo monetario, de donde proviene la palabra “dinero”. Más adelante, la
necesidad de contar con medios más importantes para los intercambios llevó a
utilizar el oro, metal con el cual se acuñaron monedas desde la época de Julio
César.
El
desarrollo cultural
Las campañas militares romanas llevaron a grandes
cantidades de romanos y de latinos a conocer las costumbres y las condiciones
de vida de pueblos que, en muchos casos, tenían una antigüedad de civilización
muy superior, y habían evolucionado en mucho mayor grado en diversos aspectos
culturales.
Inevitablemente, ello desarrolló en ellos la
apreciación de esas superiores condiciones culturales; lo cual se vió
potenciado por la llegada a Roma, en calidad de esclavos, de muchos personajes
dotados de importantes capacidades culturales y artísticas; que no fueron
utilizados para cumplir tareas serviles sino que rápidamente se convirtieron en
preceptores y educadores de los niños y jóvenes de las familias económicamente
más pudientes, llamados a ser en pocas décadas los dirigentes de la política,
el comercio, las artes, y otras áreas determinantes de la actividad en la
sociedad romana.
La expansión de la riqueza entre los ciudadanos
romanos, muchos de ellos recientemente enriquecidos a través de los negocios vinculados
a las actividades bélicas como el aprovisionamiento de los ejércitos o la
apropiación de las tierras públicas conquistadas y de sus pobladores reducidos
a la esclavitud o las surgentes actividades financieras, de navegación o
comercio, otorgó un gran impulso a la economía. Se desarrollaron grandes
actividades de construcción, no solamente de grandes edificios y obras
públicas, sino también de grandes y medianas residencias privadas.
Roma y otras ciudades italianas en que residían
numerosas familias pudientes, se convirtió en una ciudad dotada de grandes
distritos residenciales, en los que las casas estaban finamente construidas en
materiales altamente sólidos y duraderos, rodeadas de hermosos jardines en que
predominaron los célebres pinos de Roma, dotadas a menudo de sistemas de
distribución de agua que permitía incorporar numerosas fuentes.
Los numerosos romanos adinerados pudieron entonces
asimilar la fastuosidad y el lujo que habían podido conocer en los países de
origen griego, donde a menudo existían reyes que vivían en lujosos palacios
rodeados de una amplia corte de nobles, utilizando vestidos y joyas sumamente
ostentosas, y consumiendo alimentos de origen exótico preparados en formas
sumamente refinadas, empleando especias, condimentos y vinos provenientes de
distantes países.
El gusto por el lujo y el refinamiento originario
especialmente el Cercano Oriente y el Egipto, introdujo en las costumbres
romanas el uso de los cosméticos y los perfumes por parte de las mujeres
romanas; así como un tipo de actividad social igualmente ostentosa, en que las
grandes fiestas a menudo de rasgos orgiásticos, y los aparatosos desfiles
cumplieron la función simbólica de exteriorizar la riqueza y el poderío de sus
anfitriones y organizadores u homenajeados.
A pesar de que desde el punto de vista cultural
Roma había surgido imbuida de una importante influencia etrusca y también de
las ciudades de la Magna Grecia situadas en Italia y Sicilia, la
intensificación de los vínculos con la civilización helenística del Cercano
Oriente produjo un gran empuje de la penetración de la cultura griega entre los
romanos; dando origen a lo que se designa como civilización greco-romana.
Los esclavos de origen griego dotados de superior
nivel cultural, desempeñaron entre las familias dirigentes romanas actividades
no solamente de preceptores de sus hijos, sino de auxiliares y aún consejeros
en las actividades comerciales o políticas de sus amos; llegando incluso a
ejercer actividades profesionales, como la de la aplicación de los
conocimientos médicos de la época.
Los “gréculos” como despectivamente se designaba a
los griegos cultos que cumplían esas funciones, fueron los primeros en enseñar
a los romanos la filosofía, la retórica y la gramática. Los más influyentes
romanos los patrocinaban, y reunían en sus casas estatuas y libros,
provenientes del saqueo de las ciudades griegas. Emilio Paulo, el Cónsul que
había derrotado a Perseo de Macedonia hizo educar a sus hijos mediante la
biblioteca que le había capturado; el menor de sus hijos fue adoptado por
Publio Cornelio Escipión, hijo de El Africano, y con el nombre de Publio
Cornelio Escipión Emiliano comandó la destrucción final de Cartago.
Se dice que Escipión Emiliano, educado en el
helenismo, sugirió a filósofo estoico Panecio el libro “De los deberes”
que se convirtió en el principal texto de estudio de la juventud patricia de
Roma.
Se produjo una rápida asimilación, a nivel
religioso, de las deidades tradicionales romanas con sus equivalentes griegas;
generándose nuevas prácticas del culto de características afines a las griegas,
especialmente en aquellos aspectos esotéricos o misteriosos.
Componentes culturales casi desconocidos o poco
desarrollados por la tradición romana, pero muy cultivados por los griegos,
como la literatura, el drama, la escultura, fueron adoptados o adquirieron
nuevos impulsos; al tiempo que las disciplinas humanísticas en que los griegos
se habían destacado, como la especulación filosófica, la retórica y el
refinamiento oratorio, se incorporaron prontamente entre los círculos mejor
educados de la sociedad romana.
Entre ellos, se desarrolló el teatro, que rivalizó
con las luchas de gladiadores como entretenimiento. Livio Andrónico, natural de
Tarento donde fue hecho prisionero de guerra, representó en la escena la
Odisea, en el año 240 a.C. A partir de allí los actores tuvieron su lugar en la
sociedad romana, organizando los juegos escénicos en los principales
festejos públicos de Roma.
El teatro romano se desarrolló directamente como
una copia del teatro griego. Uno de sus primeros autores principales fue Quinto
Ennio, que habiendo estudiado en la griega Tarento emulaba las obras de
Eurípides. Pero el más célebre autor teatral romano fue Tito Maccio Plauto,
nacido en el 254 a.C. y fallecido en el 184 a.C.; que se dedicó a escribir
obras satíricas en que se burló de los hechos corrientes y las costumbres de
los romanos, incluso sus dioses. Terencio, esclavo cartaginés liberado por su
amo en virtud de su talento, fue otro autor de famosas obras del teatro romano.
Estas transformaciones culturales, y sus
repercusiones en otros órdenes de la vida de la sociedad y las instituciones
romanas, no se llevaron a cabo sin oposición. La ostensibilidad de las nuevas
costumbres, la exhibición del lujo y de conductas exageradas en la vida de
relación, suscitaron en muchos círculos de la sociedad romana una importante
resistencia; surgiendo un movimiento defensor de los valores y costumbres
tradicionales, que sustentó que esas innovaciones terminarían por minar lo
esencial de la cualidad del pueblo romano, y destruir las virtudes en base a
las cuales Roma se había engrandecido.
La acelerada rapidez con que el contacto con los
componentes culturales de origen griego se implantó especialmente entre las
nuevas generaciones, facilitó que los ciudadanos más maduros desarrollaran una
oposición a tales cambios. El lujo y sobre todo su ostentación, así como el
desarrollo por la vida cómoda y placentera, impulsaron a que se señalaran como
superiores los valores de austeridad, dedicación heroica al servicio
patriótico, y el respeto por las tradiciones.
Entre las instituciones romanas existía de antiguo
un magistrado, el Censor, cuya función esencial consistía en velar por la
conservación de las estructuras tradicionales de la sociedad y del Estado; de
manera que encajaba perfectamente en la situación suscitada por la renovación
de costumbres y actitudes culturales que se intensificó en gran medida entre la
segunda y la tercera guerra púnica, cuando Roma ya había alcanzado un lugar de
preeminencia en el mundo civilizado.
Marco Porcio Catón, que había ocupado la
magistratura de Censor y tuvo una extensa carrera política en la Roma de
principios del Siglo II a.C., se constituyó en el líder del partido
tradicionalista; destacándose por sus numerosas iniciativas para gravar con
fuertes impuestos los artículos de lujo. Los publicanos, que eran
concesionarios de la recaudación de impuestos en las provincias, y que
frecuentemente hacían grandes abusos sobre sus poblaciones, fueron uno de sus objetivos
preferidos.
Las guerras púnicas tuvieron consecuencias
importantes en la estructura institucional de la República Romana.
Desde la aprobación de la lex Hortensia en el año 287
a.C., los comicios curiales fueron siendo Sustituídos en la práctica por
los comicios tribales a los que aquella les asignó la potestad de dictar
las leyes, que al ser aplicables tanto a patricios como a plebeyos significaron
incorporar a estos últimos a la ciudadanía y los habilitaron a ejercer sus
actividades civiles bajo el Derecho Romano. De hecho, en el siglo II a.C. los
antiguos comicios curiales habían dejado de ser convocados; en tanto que
los comicios centuriados que se reunían en el Campo de Marte y en que
los ciudadanos se clasificaban por su patrimonio tenían una influencia
reducida a reunirse solamente para designar los magistrados, mientras las leyes
eran dictadas por los comicios tribales que se reunían en el Foro.
De todos
modos, el principal órgano de gobierno de la República Romana siguió siendo el
Senado, que se componía de alrededor de 300 senadores que por lo general habían
desempeñado antes las más importantes magistraturas, y que por ser vitalicios
en algunos casos llegaban a ejercer predominante influencia.
En la
realidad en el Senado era donde se analizaban y discutían todos los grandes
asuntos del Estado, y donde se tomaban las decisiones que pautaron el
desenvolvimiento histórico de la República. Si bien eran los comicios los que
debían aprobar la guerra o la paz, la influencia del Senado al respecto casi
siempre fue decisiva. Además, el Senado intervenía en todos los asuntos
importantes del Estado, dirigiendo la política militar y en las relaciones
diplomáticas, aprobaba los Tratados, regulaba los recursos presupuestales, fijaba
los impuestos, determinaba la creación de Provincias y sus límites, designaba
sus gobernadores y les daba instrucciones para el ejercicio de su función; y en
definitiva, todos los magistrados y funcionarios debían responder ante el
Senado de su actuación.
Formalmente,
el Senado era un cuerpo consultivo, atribución que se fundaba en la experiencia
atribuida a los senadores por su anterior actividad como magistrados; y en
consecuencia, no podía dictar leyes, y sus decisiones eran llamadas senatus
consultus. Pero aunque no tenían fuerza de ley ni de decisiones ejecutivas,
en los hechos todos los magistrados cuyas decisiones debían ser previamente
consultadas al Senado, acataban su pronunciamiento.
El Senado
se reunía en el edificio de la Curia Romana; que actualmente existe en pie en
la zona arqueológica del Foro de Roma y cuyas puertas de bronce se dice están
en la iglesia catedral de Roma. Aunque solamente los senadores podían ingresar
a las sesiones, las puertas de la Curia permanecían abiertas permitiendo a los
ciudadanos seguirlas desde fuera del edificio.
El Cónsul o
el Pretor presidían las sesiones, otorgando la palabra a cada senador en el
orden resultante de la precedencia de la magistratura que habían desempeñado;
de modo que emitía su opinión a favor o en contra de la pregunta formulada, y
luego se ubicaba a derecha o izquierda, según que estuviera a favor o en
contra.
Tradicionalmente,
el Senado era simbolizado con una insignia consistente en una corona de laurel,
presidida por las letras con que se anunciaban sus decisiones, S.P.Q.R., Senatus
Populus Que Romanus: El Senado y el pueblo romano.
Hacia el final de las guerras púnicas, existía un
conjunto de magistrados, todos los cuales eran elegidos por los comicios y
desempeñaban sus cargos por un año; aunque paulatinamente, sobre todo a
impulsos de las urgencias de la guerra, poco a poco fue prorrogándose el
mandato de algunos de ellos, hasta que finalmente llegó a admitirse su carácter
vitalicio.
Los magistrados políticamente más importantes eran
los Cónsules, que de tiempo antiguo eran dos, y que ejercían las atribuciones
de gobierno y especialmente tomaban el mando de los ejércitos.
Paulatinamente fue estableciéndose una suerte de
carrera política que los romanos llamaron “carrera de los honores” que
marcaba la secuencia de magistraturas que una persona solía desempeñar, y al
mismo tiempo estableció una especie de precedencia entre ellas:
El cuestor era un magistrado de rango municipal y
ejecutivo, que era considerada la magistratura de mayor jerarquía;
Los ediles curules integraban una especie de
asamblea municipal;
Los pretores eran una especie de jerarcas
policiales a la vez que órganos judiciales, que tenían por función resolver los
conflictos entre los ciudadanos, por lo cual tuvieron una gran influencia en la
construcción del Derecho Romano en cuanto sus fallos solían adquirir carácter
de normativa permanente. Ello fue así no solamente en cuanto a las leyes
civiles, sino también en el aspecto procesal, por cuanto otorgaban las “actio”
o acciones, habilitando qué tipo de cuestiones podrían serles sometidas;
Los cónsules que ejercían las funciones de
administración y gobierno a nivel político y militar, y que por lo tanto
investían el poder del Estado con funciones ejecutivas, aunque ello se veía
limitado por su corta duración y su dependencia política del Senado;
Los censores cuya principal importancia consistía
en que designaban a los senadores cuando se producía una vacante, eligiendo
entre los ciudadanos considerados más ilustres y más respetables por su
capacidad para integrarlo. Eran en cierto modo los depositarios de las
tradiciones romanas, y encargados de preservar por todos los medios las
virtudes y valores que representaban el poderío de Roma; entre ello, les
competía vigilar el mantenimiento de esos valores a través de las costumbres de
la sociedad.;
Los tribunos eran designados como una especie de
voceros ante los comicios, siendo su principal función e importancia la de
tener la iniciativa de proponer leyes, así como podían convocar los comicios;
lo que los constituyó en un factor fundamental en la evolución política de la
República Romana, especialmente a partir del primer tercio del Siglo II A.C.
Desde el punto de vista político, quien
verdaderamente gobernaba en Roma era el Senado. En los hechos, todos los
magistrados dependían del Senado, en cuanto éste podía impartirles directivas,
otorgarle o negarle los medios para ejercer sus funciones exitosamente, y
habilitarlos en definitiva para integrarse al mismo Senado para culminar su
carrera política.
El Senado o los magistrados que respondían a sus
directivas, dominaban en gran medida a los comicios; porque éstos solamente
podían reunirse si eran convocados por los cónsules, los pretores y los
tribunos; y cuando se reunían, solamente podían tratar los asuntos y proyectos
que se les sometían, para aprobarlos o rechazarlos. Los magistrados, por otra
parte, difícilmente proponían a los comicios ningún tema o ningún proyecto que
previamente no hubiera contado con la aprobación del Senado.
Hasta el final de las guerras púnicas, ese
predominio del Senado en la dirección de los asuntos del Estado romano tuvo
como consecuencia una gran unidad y coherencia en sus decisiones; que fue
factor fundamental para que Roma llegara a alcanzar la posición dominante,
primero en Italia y luego en todo el ámbito del Mediterráneo.
Al mismo tiempo, mientras Roma cumplió un proceso
histórico de continuada expansión, los resultados de sus conquistas le
permitieron disponer de medios para resolver las tensiones internas;
especialmente mediante el reparto de las ager publicus, las tierras
públicas en que eran convertidos los territorios conquistados y la utilización
de sus anteriores ocupantes como esclavos, lo cual tuvo especial aplicación en
la conquista de la Galia cisalpina.
Sin embargo, la prolongación y expansión de las
guerras de conquista, y especialmente la necesidad de aumentar el tamaño y el
número de sus ejércitos, tuvo una importante consecuencia política y a la larga
institucional, que terminó alterando la fisonomía misma del Estado romano.
El núcleo dirigente de la sociedad romana,
conformado por el patriciado proveniente de las originales familias gentilicias
y distinguido de la plebe, se encontró modificado a través del proceso cumplido
durante la etapa de la conquista de Italia; durante el cual surgieron numerosos
plebeyos poseedores de importante respaldo patrimonial.
La incorporación de los nuevos plebeyos
económicamente poderosos a la ciudadanía romana, permitiéndoles tanto ingresar
a las magistraturas del Estado como a la calidad de sujetos del Derecho Romano
entre lo cual la posibilidad de contraer matrimonio legal y tener derechos de
sucesión patrimonial entre sí y con los patricios originó el surgimiento de
un agrupamiento ampliado de habilitados a influir en la conducción de los
asuntos del Estado, que fue designada como la nobilitas o nobleza.
Formalmente, todos los ciudadanos romanos podían
aspirar a desempeñar las magistraturas del Estado; pero éstas eran honorarias,
por lo cual solamente quienes tuvieran otros medios propios de sustentarse,
podían en los hechos asumirlas. Además de lo cual, en la sociedad romana eran
los integrantes de la nobleza los que gozaban de prestigio y consideración
general sobre todo en base a su tradición familiar, como para ser nombrados
para ocupar esas magistraturas. Era ocasional que algún individuo reuniera
méritos personales propios como para llegar a ocupar las magistraturas públicas
como lo hizo Marco Porcio Catón y entonces se le conocía públicamente como
un “hombre nuevo”, que pasaba a incorporarse a la nobleza.
El proceso de las guerras púnicas y su resultante
colocación de Roma en la calidad de gran potencia mediterránea, fue cumplido en
buena medida no por iniciativa sino con renuencia por un Estado romano que,
especialmente a consecuencia de la invasión cartaginesa de la península
italiana, debió asumir esas guerras como expresión de su propia defensa. Lo
cual explica, en cierta medida, que en principio Roma se haya limitado a conjurar
los peligros provenientes de sus enemigos; y solamente haya asumido la
estrategia de destruir a Cartago, como último recurso.
Entre las razones determinantes de esa actitud
estratégica romana, se cuenta el sistema de reclutamiento de sus ejércitos, compuestos
por legiones integradas por ciudadanos que eran principalmente agricultores,
propietarios de fundos rurales, que debían dejar de atender sus cultivos en el
supuesto de que ello era por poco tiempo. Estos mismos ciudadanos eran los que
integraban los comicios; y en consecuencia se conducían en ellos cada vez menos
en consideración a los sentimientos patrióticos y a los grandes intereses del
Estado, y cada vez más atendiendo a sus propias situaciones e intereses
personales.
Estos soldados ciudadanos y pequeños propietarios
rurales formaron las legiones que combatieron en Galia, lucharon contra los
cartagineses en Italia y en África, y terminaron imponiendo el dominio romano
en España, en Macedonia, en Grecia y el Asia Menor. Las enormes pérdidas de vidas
que ocasionaron esas guerras entre los ciudadanos romanos son difícilmente
contabilizables; pero las crónicas de la época estiman que alrededor del 40% de
los ciudadanos romanos murieron en ellas.
El servicio en las legiones durante extensas
campañas sucesivas considerando que las actividades militares debían tener
lugar en épocas de buen tiempo, que eran las mismas apropiadas para la
realización de cultivos y cosechas y también en lugares cada vez más
distantes para retornar de los cuales eran necesarios prolongados viajes por
mar, determinó que necesariamente los legionarios debieran abandonar sus
predios rurales a veces por dos o tres lustros; y aunque en algunos casos
pudieran obtener importantes botines de guerra, con más frecuencia resultaban empobrecidos
y habían perdido su arraigo para el trabajo de la tierra, y también sus mejores
años para llevarlo a cabo, encontrándose físicamente envejecidos y agotados.
Cierto número de ciudadanos campesinos, que habían
debido descuidar sus propiedades por tales motivos, debieron contraer
importantes deudas que luego se encontraron imposibilitados de cancelar. Por
otra parte, la abundancia de esclavos provenientes de los pueblos conquistados,
suministró una fuente de mano de obra; pues fueron cientos de miles los
esclavos traídos de las conquistas en Macedonia y el Cercano Oriente.
Aunque cierto número de esclavos, especialmente los
provenientes de las ciudades griegas, poseían conocimientos adecuados para
emplearlos en actividades mercantiles y administrativas; la mayor parte sólo
eran capaces de realizar un trabajo servil, especialmente en la producción
agrícola en los predios de los grandes terratenientes de la nobleza.
El proceso generado por las guerras púnicas y sus
consecuentes conquistas territoriales en el Mediterráneo, produjo en Roma un
efecto similar al ocurrido durante la conquista de Italia. Surgieron muchos que
hicieron fortuna mediante actividades de suministros a los ejércitos, o
aprovechando oportunidades de comercio resultantes de la nueva posición de
Roma; los cuales, no disponiendo de la ciudadanía y la capacidad jurídica
propia de los romanos, se integraron en lo que se llamó el “orden ecuestre”, de
los caballeros, compuesto por los no ciudadanos propietarios de una
fortuna no menor de 400.000 sestercios.
En consecuencia, la nobleza disponía del estatuto
de ciudadanos, que les daba acceso a los cargos y funciones de gobierno y
administración del Estado, y tenían generalmente importantes riquezas
fundamentalmente de orden inmobiliario; pero en cuanto eran magistrados o
senadores no podían particular en actividades de comercio, por lo cual
empleaban sus excedentes en adquirir más tierras, especialmente las de los
antiguos legionarios arruinados. Los caballeros, entretanto, retenían fundamentalmente
las actividades comerciales e industriales, dominaban la navegación comercial y
los grandes negocios con las nuevas colonias romanas; y poseían por lo tanto
una riqueza de naturaleza principalmente mobiliaria, pero no podían participar
directamente en el gobierno del Estado, salvo ejerciendo influencia sobre los
nobles a través de diversos vínculos sociales.
El
reformismo agrario de los Gracos.
La situación surgida de la evolución económica y
social producida por las guerras púnicas, ya hacia mediados del siglo II a.C.,
culminada la segunda de ellas, tendía a dividir la sociedad romana entre una
tendencia tradicionalista, que intentaba frenar el proceso de la evolución
económica y social; y otra que podría denominarse modernizadora que tendía a
acompañarlo, y se beneficiaba de ese desarrollo.
En cierto modo, Roma había sido conducida a las
guerras púnicas llevada involuntariamente por el desenvolvimiento de los hechos
históricos. Empujada por la necesidad de defenderse del ataque cartaginés,
frente al cual reaccionó mediante una estrategia que le condujo no solamente a
destruir al adversario, sino a protegerse de todos los que recelaban de su
creciente poderío, atacándolos y sometiéndolos a su vez.
Los enormes beneficios económicos obtenidos a
consecuencia de las guerras, originaron en Roma una corriente favorable a la
continuidad de las conquistas y al consecuente desarrollo de las actividades
comerciales e industriales. Estaba integrada fundamentalmente por los miembros
de las familias patricias tradicionales y terratenientes; por los romanos
plebeyos enriquecidos en gran medida dedicados a la industria; y por el novel orden
ecuestre de los caballeros, que se ocupaban principalmente de las
actividades mercantiles especialmente la navegación comercial, el tráfico de
esclavos, las concesiones para recaudar los impuestos en los territorios
conquistados otorgadas a los Publicanos y los préstamos a interés.
Impedidos los ciudadanos romanos nobles de ejercer
el comercio, a causa del ejercicio de los cargos públicos, extendían sin
embargo sus propiedades territoriales; ya fuera por la compra de las tierras de
los agricultores italianos arruinados por el servicio militar, como por la
concesión legal u ocupación de hecho de los ager publicus decomisados a
los pueblos conquistados, en la Galia Cisalpina, en España y en otras legadas
provincias, nominalmente administradas desde Roma.
Pero, por otro lado, un importante sector de
quienes, especialmente en el Senado, se preocupaban por la suerte del Estado
romano, recelaban de los efectos destructivos de sus valores tradicionales;
resultantes tanto del contacto con las civilizaciones de origen griego juzgadas
decadentes, como de los efectos también destructivos derivados del abandono de
los campos por sus ciudadanos dedicados a la actividad agrícola, obligados a
prestar el servicio militar en legiones cada vez más grandes y combatiendo en
territorios más lejanos.
En el bando tradicionalista, se reunieron los que,
sin dejar de pertenecer al patriciado y a la nobleza, o siendo hombres
nuevos en ella como Marco Porcio Catón consideraban enormemente
perjudicial tanto la introducción de las costumbres a su juicio decadentes de
la civilización helenística que a su juicio pervertía la educación de las
nuevas generaciones, como la desaparición del sustento económico y social del
Estado romano antiguo, constituido por los pequeños y medianos campesinos del
Lacio y sus alrededores; ya fuera para incorporarse al núcleo de los nuevos
ricos o, mucho más frecuentemente para quedar como empobrecidos habitantes
marginales de las ciudades, dedicados a vivir como servidores en las industrias
y artesanados, o peor aún, como desocupados dependientes de la caridad del
Estado.
La prédica de Catón el Censor cuya inicial
condena de las nuevas costumbres resultara entre molesta y graciosa
fructificó sin embargo en importantes núcleos de la sociedad romana; hasta que
el sector tradicionalista encontró dos importantes líderes en los hermanos
Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio Graco, nietos de Escipión El Africano,
históricamente conocidos como Los Gracos.
El clan de
los Escipiones.
Los hechos que pautaron la historia romana
colocaron en el centro de la actividad política a la familia patricia de los
Escipiones, surgida de la gens Cornelia.
Publio Cornelio Escipión, padre, fue electo Cónsul
en el 218 a.C. y combatió en la batalla de Tesino, donde fue herido y salvado
por su hijo del mismo nombre.
Cneo Cornelio Escipión, hermano de Publio, fue el
general inicialmente enviado a combatir a los cartagineses en España, para
evitar que Asdrúbal Barca pudiera acudir a Italia en auxilio de su hermano
Aníbal, durante la segunda guerra púnica.
Los dos primeros Escipiones murieron durante las
campañas contra los cartagineses de Asdrúbal, en el España; Publio en el año
211 a.C. en Cástulo, y Cneo al año siguiente cerca de Tarragona.
Publio Cornelio Escipión, hijo de Publio y sobrino
de Cneo, asumió el mando a la muerte de su padre, y continuó combatiendo a los
cartagineses en España hasta vencerlos en el 211 a.C. Luego, nombrado Cónsul en
el 205, llevó la guerra hasta la misma Cartago, derrotando a Aníbal en la
batalla de Zama en el 202; con lo que recibió el título honorífico de El
Africano.
Lucio Cornelio Escipión, hermano de Publio, también
comandó las legiones romanas en la guerra contra el rey seléucida Antíoco III,
en el 190 a.C., mereciendo por su parte el título de El Asiático.
Cornelia, hija de Publio Cornelio Escipión, fue
esposa de Tiberio Sempronio Graco; que siendo Tribuno opuso su veto a la
condena de Lucio Cornelio Escipión y luego fue electo Censor en España. El
matrimonio tuvo 12 hijos, de los cuales sobrevivieron solamente 3, Tiberio,
Cayo y Cornelia. Los varones, Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio Graco,
nietos de El Africano, también se dedicaron a la política en Roma, siendo ambos
Tribunos de la Plebe, Tiberio en el 134 a.C., y Cayo en el 123 a.C.; y ambos
murieron violentamente a consecuencia de ello.
Publio Cornelio Escipión Emiliano, que vivió del
185 a 129 a.C., hijo menor del Cónsul Paulo Emilio, ingresó a la gens
Cornelia a la muerte de su padre, por adopción de El Africano. Combatió en la
batalla de Pidna en 168 a.C.; y fue electo Tribuno militar destacado en España
en el 151 a.C. Durante la tercera guerra púnica, fue nombrado Cónsul en el 147
a.C., y comandó la destrucción de Cartago, siendo designado como El Africano
Menor. Nuevamente Cónsul en el 134 a.C., se le encargó someter la rebelión de
Numancia en España, que finalmente ocupó en el 133 a.C. para constatar que sus
habitantes habían preferido suicidarse. Cuando regresó a Roma, fue un
prominente dirigente del sector tradicionalista.
Publio Cornelio Escipión Nasica, Cónsul en 138
a.C., se convirtió luego en Senador tradicionalista, oponiéndose tenazmente a
los proyectos agrarios de Tiberio Graco; al punto que encabezó el combate en
que éste encontró la muerte.
Tiberio Sempronio Graco, se crió junto a su madre
viuda, Cornelia hija de Publio Cornelio Escipión “El Africano”. Tuvo como
preceptor al filósofo griego Blosio, al que se adjudica gran influencia en su
educación.
Cornelia, al contrario de la enorme mayoría de las
mujeres romanas, había incursionado en las disciplinas intelectuales; y
frecuentemente reunía en su casa un importante grupo de artistas, filósofos e
ilustres personalidades políticas, incluso el historiador greco-romano Polibio.
En ese “círculo de los Escipiones”, Tiberio escuchaba discutir, por tanto,
acerca de los principales asuntos del Estado. Discusiones que repercutían
directamente en los ambientes y a menudo en las decisiones del gobierno romano.
La situación que allí se exponía, no auguraba un buen futuro para la sociedad y
el Estado romano.
En toda Italia, la abundancia de esclavos
traficados por decenas de miles desde el centro comercial ubicado en la isla
griega de Delos hacía florecer las industrias, mientras la agricultura del
trigo, el olivo y la vid cedía terreno frente a los nuevos latifundios
ganaderos. Cientos de esclavos griegos de superior condición intelectual
educaban a los jóvenes de las familias económicamente potentadas, y asistían a
sus amos en numerosas tareas de administración de sus riquezas, o de política,
introduciéndolos en las disciplinas humanísticas y llevándolos a alejarse de
las durezas de la vida agraria y militar que había encumbrado a Roma.
El trigo y el aceite de oliva abundaban a bajo
precio, provenientes de las provincias de Sicilia, de España o de África donde
eran producidos por el trabajo esclavo; lo que arruinaba los cultivos de los
pequeños agricultores italianos.
Mientras en España Viriato recomponía sus fuerzas
rebeldes tras cada derrota infligida por los ejércitos romanos, en Roma era
cada vez más difícil reclutar nuevas legiones. Escipión Emiliano que al tomar
el mando en España encontró que en los campamentos de las legiones sitiadoras
de Numancia abundaban esclavos, mercaderes y prostitutas, y los soldados hasta
se bañaban se convirtió en el portavoz de la nobleza senatorial
tradicionalista, sustentando que Roma debía recomponer el sector de sus
ciudadanos pequeños y medianos propietarios rurales, que tenían muchos hijos y
habían provisto las legiones que conquistaron Italia y vencieron a Cartago.
Siguiendo esas ideas, en el año 145 a.C., el
Tribuno Licinio Craso y el Pretor Cayo Lelio, propusieron una ley agraria,
dirigida a restablecer la pequeña propiedad rural; pero debieron retirarla ante
la fuerte oposición surgida en el Senado.
Entretanto, la guerra surgida de la rebelión de los
lusitanos que había desatado Viriato en España durante los años 143 y 142 a.C.,
y que había finalizado con el asesinato de Viriato, volvió a estallar en el 137
ante la rebelión de Numancia, y la derrota del Cónsul Hostilio Mancino al
frente de 20.000 legionarios. La guerra de Numancia significaba para los romanos
un grave problema; por lo cual se aprobó una nueva ley para permitir que
Escipión Emiliano, que ya había sido Cónsul en la conquista de Cartago, pudiera
serlo nuevamente en el 134 a.C., para hacerse cargo de la lucha en España
donde su cuñado Tiberio Sempronio Graco era Cuestor del ejército y finalmente
conquistara Numancia en el 133 a.C.
Tiberio Graco había participado a los 20 años en la
conquista de Cartago, bajo el mando de Escipión Emiliano. Pasó enseguida a
España como Cuestor del ejército, donde intervino en forma destacada en las
negociaciones diplomáticas que precedieron a la conquista de Numancia, gracias
al prestigio que había alcanzado allí su padre, del mismo nombre. A su regreso
a Roma, fue electo Tribuno de la Plebe en el año 133 a.C.
En su actuación en África y España, Tiberio Graco
había advertido las graves dificultades que enfrentaban los ejércitos romanos
para reclutar buenos legionarios; y las condiciones lamentables en que se
encontraba la disciplina militar. Consideraba que era imperioso recomponer la
pequeña propiedad agraria romana; al tiempo que albergaba un enorme rencor
contra la aristocracia senatorial, que había rechazado el Tratado de paz que
había celebrado con Numancia en el año 136, comprometiendo su honor.
Desde su cargo de Tribuno de la Plebe, Tiberio
Graco propuso nuevamente una ley agraria; por la cual se limitaba la tenencia
de tierras públicas a los ciudadanos romanos solteros al equivalente a 125 Has.
actuales, que aumentaban a 750 si tenían un hijo y a 1.000 si tenían dos o más.
Se ordenaba que se recuperaran las tierras públicas excedentes, así como las
ocupadas ilegalmente por los no ciudadanos, originarios del Lacio y otras
regiones italianas; aunque se les permitiría participar en el reparto de los
sobrantes luego de asignar a los ciudadanos romanos parcelas de alrededor de 7 Has,
con prohibición de venderlas y obligación de pagar un impuesto. La distribución
de las tierras quedaría a cargo de una comisión de tres personas que cada año
serían elegidas por los comicios tribales.
La propuesta de Tiberio Graco desató enormes
resistencias, tanto entre los integrantes de la nobleza como entre los latinos
prominentes, que habían recibido grandes adjudicaciones de tierras públicas, y
que habían realizado grandes inversiones para explotarlas, especialmente en la
compra de esclavos.
Cuando Tiberio Graco formuló su propuesta, el otro
Tribuno de la Plebe, Marco Octavio Cecina que respondía a los opositores a la
ley, opuso su veto. Tiberio Graco acudió entonces al procedimiento existente
para la destitución de los magistrados, pero invocó como fundamento para que
los comicios cesaran a Octavio Cecina, que no había defendido los intereses de
la plebe. Octavio fue así destituido, la ley fue aprobada, y se nombró para
ponerla en ejecución a un triunvirato integrado por el propio Tiberio Graco, su
hermano Cayo y su suegro Apio Claudio.
Tiberio Graco fue acusado de haber violado la
constitución romana por haber promovido la destitución ilegal de Octavio
Cecina; por lo cual al cesar en su cargo de Tribuno, le aguardaba ser juzgado.
En consecuencia, Tiberio intentó ser reelecto; lo que era una nueva violación
constitucional a la cual ni siquiera sus amigos se atrevían. Cuando los
comicios se reunieron para tratar la reelección de Tiberio, no tuvo votos
suficientes para obtenerla, pero logró postergar la reunión contando con que al
día siguiente asistirían muchos campesinos que no habían llegado a Roma a
tiempo, porque estaban levantando sus cosechas.
El día siguiente, mientras se reunían los comicios
tribales el Senado se reunió a su vez en un templo cercano. Escipión Nasica
acusó a Tiberio y sus partidarios de provocar una revolución, por lo que el
Senado aprobó un senatus consultus ultimum disponiendo que se impidiera
la reunión de los comicios. Escipión Nasica y un grupo de senadores y
caballeros, se dirigieron a hacer cumplir el mandato del Senado, dando muerte a
Tiberio y a varios cientos de sus seguidores.
No obstante, aunque con dificultades, la ley
agraria de Tiberio Graco fue llevándose a la práctica; y como resultado, el
registro de ciudadanos romanos se incrementó en alrededor de 80.000 en los
siguientes 30 años.
De cualquier manera, la aplicación de la ley
agraria suscitaba importantes controversias; especialmente entre los latinos,
que desposeídos de las tierras ocupadas luego quedaban relegados por los
ciudadanos romanos en el proceso de nuevos repartos. En el año 125 a.C., fue
electo Cónsul Marco Fulvio Flaco, quien era partidario de la ley agraria, y
para superar esa situación propuso extender los derechos de la ciudadanía
romana a todos los latinos e itálicos. Sin embargo, su propuesta despertó la
oposición de todos los niveles de ciudadanos romanos, y el Cónsul debió
retirarla.
Entretanto Cayo Graco, que había estado presente en
la muerte de su hermano Tiberio, y había sido miembro del triunvirato ejecutor
de su ley así como Cuestor en Cerdeña, fue elegido Tribuno de la Plebe en el
año 123 a.C.
Cayo Graco buscó congraciarse con el orden
ecuestre, integrado por los que sin formar parte de la nobleza senatorial,
registraban una importante fortuna como publicanos, comerciantes y también
terratenientes. Propuso entonces una ley por la cual los caballeros tendrían la
posibilidad de integrar los tribunales judiciales que juzgaban los magistrados
a los que se acusaba de enriquecerse en forma ilícita. Asimismo, propuso que se
adoptara en las nuevas provincias de Asia el sistema de recaudación de
impuestos aplicado en Sicilia, que beneficiaba a los publicanos.
Al mismo tiempo, para granjearse el apoyo de la
plebe propuso una lex frumentaria por la cual el Estado debía adquirir
grandes cantidades de trigo para entregarlo a los desocupados, una lex
viaria disponiendo la construcción de caminos y carreteras para darles
ocupación, y una lex militaris que excluía del servicio militar a los
menores de 16 años, y disponía que el Estado proveyera el equipo de los
legionarios; medidas que repetidas posteriormente a lo largo de la historia dan
razón al proverbio romano nihil novus sub soli: nada hay nuevo bajo el
sol.
Asimismo, Cayo Graco desplegó una intensa actividad
para el cumplimiento de esas disposiciones, ocupándose personalmente de que se
hicieran los contratos para la construcción de los graneros que albergarían el
trigo adquirido por el Estado, y de los caminos y carreteras; lo que le vinculó
directamente con numerosos publicanos, e importantes caballeros.
Deseoso de reducir la población excedentaria de
Roma, Cayo Graco propuso además la creación de tres nuevas colonias sobre el
Mediterráneo, una de ellas sobre la antigua Cartago, ofreciendo a quienes
acudieran a ellas el otorgamiento de grandes extensiones de tierras.
El prestigio político que de tal manera alcanzó
Cayo Graco fue enorme; al punto de que logró ser reelecto Tribuno en el 122 a
pesar de que el mismo intento había costado la vida de su hermano invocando
que la brevedad de los mandatos de los magistrados les impedía cumplir
adecuadamente sus proyectos.
Sin embargo, Cayo Graco cometió el error de adoptar
la propuesta de Marco Fulvio Flaco de otorgar la ciudadanía a todos los
habitantes de Italia; lo que desató la oposición tanto de los senadores como de
los caballeros, y de los ciudadanos tanto campesinos como de la plebe urbana.
Sus opositores en el Senado, que se habían encontrado impedidos de detener sus
proyectos debido a su enorme prestigio, lograron que el otro Tribuno de la
Plebe Livio Druso, interpusiera su veto, que fue aclamado en los comicios.
Cayo Graco debió ir a instalar la nueva colonia en
Cartago, ausencia que fue aprovechada por Livio Druso para proponer a los
comicios varias leyes demagógicas que superaban sus iniciativas. Cuando Cayo
retornó a Roma, había perdido buena parte de su anterior prestigio. Se había
murmurado en Roma que en la colonia de Nueva Cartago sucedían fenómenos
sobrenaturales porque estaba sobre el territorio que había sido maldito en
nombre de los dioses; de modo que el Tribuno Minucio Rufo propuso revocar la
ley de colonias de Cayo Graco.
Los hechos se repitieron. Cayo Graco concurrió a
los comicios reunidos en el Capitolio a defender su ley, acompañado por un
grupo de amigos y esclavos armados. Nuevamente Escipión Nasica proclamó en el
Senado que se estaba ante un motín revolucionario, y el Senado volvió a aprobar
un senatus consultus ultimum. El Cónsul Opimio se dirigió al Capitolio
para detener a Cayo Graco, sin que nadie se opusiera a su paso. Cayo Graco
debió huir cruzando a nado el río Tíber, y ordenó a un esclavo que le quitara
la vida.
[1] Hacia el siglo VIII a.C. comenzaron a
llegar los primeros colonos a la península itálica, los fenicios y los griegos.
Estos se encontraron una cultura floreciente en la región Toscana que se
denominaban a sí mismos rasna o rasenna; los griegos los llamaron tirrenos o
tirsenos y los latinos, etrusci o tusci de donde viene el nombre de la
Toscana.
[2] Los vénetos eran un pueblo antiguo de origen indoeuropeo
del mismo grupo de los ilirios (ya incluidos por Heródoto entre ellos). Habitó
en el noreste de Italia, en una región que se corresponde con el actual Véneto.
[3] Antiguo pueblo umbro situado en la costa
del Adriático: los euganeos se enfrentaron varias veces con los vénetos y los
ligures).
[4] Procedentes del valle lombardo de los
Alpes centrales, al norte del lago de Iseo.
[5] Los leponcios o lepontios fueron un antiguo pueblo que ocupaba ciertas
regiones de la Recia (en lo que modernamente son Suiza e Italia) en los Alpes
durante la época de la conquista romana de ese territorio. Los leponcios han sido descritos de manera diversa, como una tribu celta, ligur,
recia y germana.
[6] Tauriscos pueblo celta que
habitaba los Alpes Orientales, Norico y Panonia. Plinio el Viejo afirma que tauriscos eran conocidos
anteriormente como noricos.
[7] Pueblo de la antigüedad cuyo núcleo
geográfico fue la Toscana (Italia), a la cual dieron su nombre. Eran llamados tyrsenoi,
o, tyrrhenoi (Tirrenos), por los griegos; y tusci, o luego etrusci,
por los romanos; ellos se denominaban a sí mismos rasenna o rašna
(Rasenas).
[8] Pueblo de la antigua Italia prerromana,
que habitaban en el sur de Italia y cuyo origen es desconocido. Hablaban el
osco.
[9] Habitaban el sudeste francés y el
noroeste italiano. Probablemente enraizado en el complejo cultural neolítico
del Mediterráneo occidental, no está aún esclarecido si se trata de un pueblo
preindoeuropeo o indoeuropeo de una oleada anterior a los celtas y a los
latinos.
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