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domingo, 5 de octubre de 2025

Capítulo 124, Románico en el Bierzo y el Camino de Santiago de León

 

Románico en el Bierzo y el Camino de Santiago de León
A efectos prácticos, denominamos Bierzo Alto a la subcomarca situada al norte de la carretera nacional VI y que se corresponde con el partido judicial de Villafranca del Bierzo.
Aparte de la cuenca alta del Sil, incluye los valles del Valcarce, del Burbia y Cúa.
En esta comarca reducida encontraremos algunas de las construcciones románicas más importantes de la provincia de León, como las iglesias de Corullón (San Miguel y San Esteban), la emblemática iglesia de Santiago de Villafranca del Bierzo y el Monasterio de Carracedo.

 
Corullón
La localidad de Corullón domina el valle del Burbia, a unos 5 km al sur de Villafranca del Bierzo y 130 km al noroeste de León.
En la temprana fecha de 939 se documenta, en término de Corullón, la donación de la mitad de las heredades que un clérigo llamado Martinus cede al obispo de Astorga, Salomón. Su inmediatez a la iglesia de San Juan debe hacer referencia, como señala Augusto Quintana, a San Juan de Visonia o de San Fiz, perteneciente al término de Corullón hasta 1836, año en que pasó a depender de Villafranca.
En Corullón existió un monasterio, fundado por Vermudo II en 991 –un año antes que Carracedo– y restaurado a principios del siglo XII a instancias del obispado de Astorga, quien lo entregó a dos ermitaños, de nombres Pedro y Radulfo. Según Augusto Quintana, a la iglesia de este monasterio pertenecía una lápida cuya transcripción fue recogida en un ejemplar del tomo XVI de la España Sagrada propiedad del insigne erudito. En su texto se informaba de la consagración del templo y las reliquias que recondite sunt hic. El año 1125 el monasterio recibió de la reina Urraca el solar del monasterio de San Fiz de Visonia, para que restaurase en él la vida monástica. Entre 1127 y 1138 figura a la cabeza de esta comunidad de Santa Marina de Corullón (o de Valverde), el abad Florencio, futuro santo quien, en la última fecha aludida, fue trasladado al monasterio de Carracedo para su restauración. Pasó así este monasterio de Corullón a convertirse en filial del gran cenobio berciano, como certifican las confirmaciones de posesiones de Lucio III, en 1183, y de Inocencio III, en 1203, que le denomina grangiam de Sancta Marina. A finales del siglo XII aparece como granja dependiente de Carracedo, señalándose que la atienden dos monjes y dos conversos. Aún Madoz alcanzó en su Diccionario a poder referir que “en su término [de Corullón] e inmediatos a la villa se encuentran los vestigios de un santuario titulado de Santa María de Valverde, que antes fue convento edificado por el rey D. Bermudo II, é incorporado después al de Carracedo”.
En 1202, se cita en la documentación de Carracedo un monasterium Sancti Martini de Curilion cum omnibus directuris suis, que es entregado en usufructo al conde don Froila y su esposa doña Sancha por el abad de Carracedo, a cambio de su heredad en Villa Ermildo. Esta “granja” –grangiam de Sancti Martini de Curulion, se la denomina en la bula de 1203 antes citada– posiblemente se ubicase junto al cerro inmediato a la iglesia de San Miguel que aún hoy mantiene el nombre y domina el caserío, fue arrendada vitaliciamente en 1231 por el abad a Fernando Petri de Corullón.
También el monasterio de San Pedro de Montes tuvo posesiones en Corullón, al menos desde 1159, fecha en la que uno de sus monjes, Diego Pérez, entregó a la abadía varias heredades, entre ellas alguna in Corelion. Lo mismo ocurrió, en 1188, con otro monje de Montes, de nombre Pedro. La crisis del siglo XIV pudo motivar la cesión de la localidad por parte del monasterio de Villabuena a don García Rodríguez de Valcarce, adelantado del rey en Galicia y perteneciente a una de las linajudas familias más enraizadas en la comarca. Bajo su gobierno se construyó el magnífico castillo, con función residencial y defensiva, que domina la localidad. Tras pasar al patrimonio de los Álvarez Osorio, la creación del marquesado de Villafranca, en cuyos titulares recayó la propiedad, a fines del siglo XV supuso un cierto declive para el edificio, que se consumará con la construcción del castillo de Villafranca.

Iglesia de San Esteban
San Esteban, monumento nacional desde 1931 y actual parroquia de Corullón, se emplaza en la parte occidental del caserío.
La inscripción, hoy alojada en la torre y que posteriormente analizaremos, certifica la existencia del templo desde los años finales del siglo XI. En 1094, doña Elvira Eriz, viuda de Nuño García, donó a la catedral de Astorga varias propiedades, entre ellas unas enclavadas en Corullón, en la parroquia de San Esteban, que había permutado anteriormente con otras de Munio Pétriz en el mismo pueblo. El 12 de agosto de 1124, don Alón, obispo de Astorga, recibió de manos de Pedro Muñiz la iglesia de San Esteban de Corullón, junto con sus pertenencias. El donante fue también el promotor de la fábrica, como veremos al analizar la conflictiva inscripción, y posiblemente –así lo considera Augusto Quintana–, entregó ésta y sus rentas al obispado tras haberlas disfrutado durante 38 años.
En 1223, los diezmos de varias iglesias bercianas, entre ellas la que nos ocupa, son objeto de una concordia entre el obispado asturicense y los cluniacenses de Santa María de Villafranca. En otro documento de Fernando III, éste datado en 1250, el monarca toma bajo su protección al obispado y cabildo de Astorga y sus posesiones, citando entre éstas “en Bierzo el cellero que han de Villafranca, e en San esteban de Corollón, con las pertenencias”. La documentación de la catedral de Astorga también nos aporta una usurpación de la iglesia de San Esteban por parte de los herederos de Nuño Fernández, quienes se habían apropiado de la parroquia aprovechando la ausencia del obispo Martín. Una cédula de Sancho IV, datada en 1293, certifica la pertenencia de la iglesia al obispado de Astorga.
Es esta iglesia uno de los edificios señeros del románico leonés que más ha retenido la atención de la historiografía, recibiendo incluso un estudio monográfico reciente (M.ª C. Cosmen Alonso, 1985). Ya desde el somero relato de Quadrado a mediados del siglo XIX fueron principalmente dos los elementos que llamaron la atención del conjunto: la magnífica portada occidental y la inscripción fundacional incrustada en la torre. La docta mirada de Gómez-Moreno a principios del pasado siglo estableció la relación entre la escultura de su portada y la de Platerías de Santiago de Compostela y es este vínculo, y su discutida asociación a la data ofrecida por la inscripción, el causante de su frecuente cita, tanto en las obras generales sobre el románico hispano, como en los estudios monográficos sobre la seo compostelana.
Del edificio románico nos resta la nave y el cuerpo bajo de la torre, construidas en mampostería de cuarcita con refuerzo de sillares de toba en ángulos y estribos, habiendo desaparecido su cabecera original. Gómez-Moreno la suponía de ábside semicircular, siendo sustituida por la actual en el siglo XVII, ésta cuadrada y con una sacristía de finales del siglo XVIII adosada a su costado meridional. 


Lienzo Norte de la iglesia de San Esteban en Corullón
 

El interior de la nave se articula en tres tramos mediante pilastras, que se corresponden al exterior con desmochados estribos. Interiormente, los soportes alcanzan el arranque de la primitiva bóveda de cañón que cubría la nave, marcado por una imposta con perfil de nacela. Restan vestigios de los riñones de esta bóveda en los dos tramos occidentales, así como rozas de los fajones que la reforzaban. Tras el hundimiento de la cubierta abovedada se cerró el espacio con una armadura atirantada, realizada durante las obras de 1797. Dos estrechas saeteras abocinadas al interior iluminaban cada tramo de la nave, aunque las del tramo medio fueron reformadas durante las ampliaciones de la segunda mitad del siglo XVIII, que abrieron también la actual portada norte. Posiblemente también rehecho se conserva el arco de triunfo que daba paso a la cabecera.
Ante el hastial occidental de la nave se erigió una torre-pórtico, con acceso elevado desde el interior, sobre la portada. Pese a que su cuerpo alto y remate son obra de la primera mitad del siglo XIX, se conserva buena parte de su estructura, incluida la bóveda de cañón de eje transversal al de la nave que cubre el pasadizo generado ante la portada. En el cuerpo románico de la torre se abren dos vanos superpuestos, simples de medio punto en la cara sur, dos ventanas ajimezadas en la occidental y ventana con ajimez el superior y vano simple el inferior en el muro septentrional. Es precisamente bajo éste último vano donde se empotró la inscripción que más adelante estudiaremos. Al menos entre lo leonés conservado, la presencia de torre a los pies del edificio no es frecuente y menos aún el que aparezca protegiendo la portada, sólo pudiendo referir los ejemplos de Santa María del Mercado de León y la muy tardía de Salas de los Barrios, así como los más meridionales y tardíos de Santa María la Mayor de Ledesma y Santa María de la Horta de Zamora. 
Lienzo Norte de la iglesia de San Esteban en Corullón
Detalle de la torre 
Detalle de la torre 

La bella portada occidental se cuenta entre los más destacados restos, junto a San Isidoro de León, del pleno románico leonés.
Portada de la iglesia de San Esteban en Corullón

Se compone de arco de medio punto ornado con una cenefa de palmetas, puntas de clavo y cinco cabecitas de felino, y dos arquivoltas molduradas con gruesos boceles entre medias cañas y finos boceles. El conjunto se rodea con chambrana decorada con cuatro filas de tacos. El tímpano liso que llena el semicírculo apoya su dintel monolítico en una pareja de mochetas, figuradas con sendas cabezas rugientes de felino y jambas lisas, al estilo de las de San Isidoro. Las arquivoltas, por su parte, apean en jambas con dos parejas de columnas acodilladas de basas de perfil ático con lengüetas sobre fino plinto. Interesantes son los fustes de las columnas exteriores, entorchado con decoración vegetal de hojitas de parra y tetrafolias lanceoladas el izquierdo, de aire compostelano, y en parte de mármol el derecho, contrastando con el bello granito rosa en el que se levanta la portada, lo que nos habla de su posible reutilización.Los capiteles que coronan estas columnas se realizaron igualmente en granito; los del lado izquierdo presentan, el exterior, dos personajillos de hinchados mofletes y peinado a cerquillo, enredados en serpenteantes y enredados tallos con pámpanos que hacen sonar sendos cuernos, y el interior y sobre fondo de hojas lisas y carnosas con caulículos, una pareja de aves afrontadas que entrelazan sus patas y juntan sus picos. Los cimacios que coronan estos dos capiteles se decoran con un friso de palmetas. La pareja de cestas del lado derecho de la portada recibe decoración vegetal, de tallos entrelazados con bolas y caulículos el interior y hojas apalmetadas de bordes rematados por caulículos y dos volutas con dado central en la parte alta el otro. Los cimacios de estos dos capiteles se molduran con nacelas escalonadas.

Completa la decoración escultórica de San Esteban la rica serie de 36 modillones de los aleros de sus muros norte y sur, en los que se desarrollan motivos vegetales (crochets, rollos, acantos, hojas lisas), animalísticos (prótomos de cérvidos y cápridos, felinos de cabeza vuelta o engullendo hojas, águilas, mascarones monstruosos vomitando tallos o una pareja de aves, un felino contorsionista que engulle sus patas traseras, etc.) y antropomórficos. Es esta última categoría la más ampliamente representada y vemos así una serie de personajes en actitudes obscenas, mostrando los genitales, o grotescas (estirando sus labios, rostros simiescos), junto a cabecitas masculinas (una mesándose las barbas, un rabelista) y femeninas, entre la que destacan una portando una máscara monstruosa en su regazo y una escena de parto. En general y como es norma casi común, los canecillos desarrollan temas meramente decorativos o bien relacionables con lo mundano, frente al carácter religioso del resto de la iconografía.
Canecillos de la iglesia de San Esteban en Corullón
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Canecillos de la iglesia de San Esteban en Corulló
Canecillos de la iglesia de San Esteban en Corullón
Canecillos de la iglesia de San Esteban en Corullón 
Canecillos de la iglesia de San Esteban en Corullón 
Canecillos de la iglesia de San Esteban en Corullón 
El edificio viste una colección de modillones figurados con temas de carácter eróticos, obscenos y morales… canecillos localizados en las alturas, como queriendo ser poco visibles o quizás figurando lo terrenal, el mundo de los pecados reflejado en el exterior de una forma moralizante. Los vicios frente a lo sagrado; los pecados capitales frente a lo divino. Lujuria, mucha lujuria hecha arte. Más de treinta sorpresas escultóricas en granito rebosantes de simbolismo.
 

Procedente sin duda de esta iglesia, se conserva sobre la puerta de la casa rectoral, situada frente al muro sur de la nave, un fragmento de relieve de 0,47 m de ancho máximo por 0,34 m de altura máxima, representando la lapidación de san Esteban. De la escena se conservan únicamente la figura del santo, nimbado y frontal, mostrando la palma de su mano izquierda mientras sostiene un libro en su diestra. Junto a él aparece la figura del ejecutor de su martirio, personaje con peinado a cerquillo que blande una piedra en su mano izquierda y sostiene en la otra una cestillo con más proyectiles. En el nimbo de San Esteban se labró la inscripción identificativa del personaje: SCI STEFANVS PRI. El remate superior de la pieza se decoró con un bocel sogueado.
La inscripción situada en la cara septrentrional de la torre nos informa tanto de la advocación del edificio como del personaje que patrocinó su construcción y del momento de ésta, junto a otros datos ciertamente confusos:
IN NOMINE DOMINI NOSTRI IESU CHRISTI ET IN HONORE(m) SANCTI STEPHANI SACRATUS EST LOCUS ISTE AB EPISCOPO ASTORICENSE NOMINE OSMUNDO IN ERA CENTIES DE[ce]NA ET BIS QUINQUAGENA ATQUE DUODENA ET IIII QUOTUM XVII KALENDAS IANUARII PER MANUS DE PETRO MONINCI ET PRESBITER CUIUS ORICO ERAT. POSTEA AD ANNOS VII EIECIT EAM ET A FUNDAMENTO CONSTRUXIT ET IN ALIOS VII FUIT PERFECTA.
Es decir, “En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y en honor de san Esteban, fue consagrado este lugar por el obispo de Astorga llamado Osmundo, en la era de cien veces diez, dos veces cincuenta y veinticuatro (1124 de la era, es decir, año 1086), en el día 17 de las kalendas de enero (16 de diciembre), por mandato de Pedro Muñiz y siendo Orico presbítero de la misma. Después de siete años la derribó entera y la reconstruyó desde sus cimientos, y en otros siete años quedó totalmente terminada”.
En primer lugar hay una cierta confusión en la interpretación de la frase PETRO MONINCI ET PR (C)UIS ORICO ERAT, que para Augusto Quintana debe interpretarse como que el sacerdote Pedro Muñiz era originario de Corullón y edificaba el templo en suelo propio. Apoya aún más su interpretación Quintana con la transcripción manuscrita y anónima de otra inscripción, hoy desaparecida, que aparece en un ejemplar de la España Sagrada de Flórez (cf. A. Quintana Prieto, 1977, p. 482, n.º 89). Dicho letrero rezaba: PETRUS MO/NNINE ET/PR. IUSSIT / HOC OPUS FACERE, es decir, “Pedro Muñoz mandó hacer esta obra”. El padre Flórez, interpretando “PR.” como abreviatura de pater presenta así al progenitor de Pedro Muñiz junto a éste edificando la iglesia.
Otra lectura, aceptada por Quadrado y Gómez-Moreno, transcribe la problemática frase como et parvis origo erat, es decir, “era modesta en su origen”, refiriéndose a la fábrica del primitivo edificio. En nuestra transcripción hemos seguido la aportada por Cosmen Alonso (1985, pp. 40-42 y 1989, pp. 409-410), en la que junto a Pedro Muñiz aparece el presbítero de San Esteban, de nombre Orico. Conocemos relativamente bien la figura del comitente de la obra de San Esteban, Pedro Muñiz, perteneciente a una de las más influyentes familias bercianas. Fue tenente de Losada de Cabrera, aparece como “imperante” en tres documentos de San Pedro de Montes fechados en 1092 y finalmente donó sus heredades de Corullón, entre ellas esta iglesia, al obispo de Astorga don Alón, en 1124.
Mayor interés para nuestro estudio encierra el hecho, claramente recogido en el texto epigráfico, de la demolición tras sólo siete años del edificio consagrado en 1086 y su reconstrucción a fundamentis en otros siete años. Ello implica que, de ser el actual edificio al que se refieren estos hechos, la iglesia de San Esteban fue definitivamente construida en torno a 1093-1100 y en este momento o inmediato a él se grabó la inscripción. Quintana Prieto señala la posibilidad de que la consagración de 1086 se refiera al momento en el que la iglesia pasó a manos de Pedro Muñiz, quien a los siete años la derribó (posiblemente se refiera más a una reforma que a un derribo total) para reformarla, dedicando otros siete más a reconstruirla.
Sea como fuere, el texto epigráfico nos sitúa la construcción de San Esteban en el umbral del cambio de siglo, es decir, el gran momento del denominado “pleno románico” (Santiago de Compostela, San Isidoro de León, Frómista). Una fecha tan temprana para un edificio rural como éste motivó cierta polémica, basada en la cronología, entre quienes la aceptaban sin reservas, como Gómez-Moreno y quienes dudaban de tan precoz datación para la escultura de la portada. No es éste el momento de entrar en dicha controversia. El análisis estilístico de la decoración de la portada occidental, sobre todo en los modelos de capiteles vegetales basados en las pencas, los entrelazos, el fuste entorchado y los personajillos de caras redondeadas aprisionados en ondulantes tallos de vid, prueba el conocimiento por parte del escultor de las grandes creaciones del mejor pleno románico hispano, principalmente y como repetidamente se ha señalado, la fachada de Platerías o, con más propiedad y como precisa Moralejo, la de la Azabachería de Santiago de Compostela, y sitúa esta escultura en unos márgenes que, insistimos que atendiendo a lo estilístico, están en torno al cambio del siglo XI al XII, es decir, en plena consonancia con la datación ofrecida por la epigrafía. 

Iglesia de San Miguel
La iglesia se encuentra a la entrada de la población, sobre la ladera de un pequeño promontorio situado junto a la carretera. Fue declarada Monumento Nacional el 4 de junio de 1931 y restaurada en 1977 y 1978 por iniciativa del Ministerio de la Vivienda según proyecto de Pons Sorolla.
La primera referencia histórica sobre el templo se halla en un documento fechado el 13 de agosto de 1120 por el que la reina doña Urraca entregó a los ermitaños de Santa Marina de Valverde el monasterio de San Martín situado “entre el monte y la parroquia de San Miguel”. Como bien señala Cosmen Alonso, durante la plena Edad Media no se la cita entre las posesiones de la diócesis de Astorga ni entre las que formaban el dominio monástico de Carracedo. Sólo algunos documentos de este último aluden a ella, como el trueque llevado a cabo en 1274 con Pedro García en el que se incluye “o quiñon de la eiglesia de San Miguel de Corullon”.
Varios han sido los autores que se han ocupado de su estudio. El primero que dio a conocer este templo fue José María Quadrado que lo relacionó con la Orden del Temple, la cual tuvo en la zona importantes posesiones, aunque tal idea no ha sido refrendada hasta la fecha con pruebas documentales. Manuel Gómez-Moreno, que definió al edificio como una construcción románica avanzada, no hizo ninguna mención a tal dependencia, pero sí José María Luengo y Martínez que la fechó hacia mediados del siglo XII. También Javier Castán se hizo eco de la tradición templaria sin llegar a descartarla del todo. M.ª Concepción Cosmen se mostró más cauta sobre este particular y fechó la construcción en la segunda mitad del siglo XII.
Se trata de una iglesia en cuya fábrica se mezclan la sillería y el sillarejo de pizarra, caliza, toba y algunas piezas de granito. Consta de una sola nave, dividida en tres tramos de distinta longitud, y un ábside semicircular sin tramo recto. A los pies se añadió posteriormente una torre de planta rectangular a la que se accede desde el interior por un sencillo arco de medio punto abierto en el muro occidental de la iglesia.

Lo más notable de este templo es su fachada meridional cuya ordenación responde a un proyecto muy maduro inspirado en la decoración del brazo meridional del crucero de San Isidoro de León.
En la parte baja se abre la portada –ligeramente adelantada respecto a la línea general del muro– formada por un vano adintelado sobre el que se dispone un tímpano liso decorado con una retícula y enmarcado por una moldura de bocel.
El arco de medio punto que lo cobija presenta un grueso baquetón entre medias cañas y se guarnece bajo una chambrana de billetes. Está soportado por una pareja de columnas provistas de sus correspondientes capiteles y cimacios.

Detalle
 

La del lado derecho presenta un fuste de dos piezas, una de ellas de mármol, rematado con una cesta vegetal –tal vez reutilizada– compuesta por hojas de acanto muy esquemáticas y sobre ellas caulículos estriados que se enroscan modo de volutas.
El capitel del lado izquierdo tiene el collarino sogueado y el resto cubierto con dos filas de cabezas antropomorfas y de animales ejecutadas con suma tosquedad. Los cimacios se decoran con tres filas de tacos. Sobre la portada se colocó un friso de tres arcos de medio punto moldurados como el de la portada y soportados por cuatro columnas de fustes monolíticos, coronadas por capiteles esculpidos con parejas de figuras humanas de aspecto muy grotesco y cimacios de tacos, salvo uno que presenta simples molduras rectas. En las enjutas se disponen tres mascarones de rasgos deformes. Junto a estos arcos aparece otro que alberga una aspillera y que se prolonga hacia abajo ocupando el espacio que queda entre la puerta y el contrafuerte más occidental de la nave.

En este muro sur se abren dos ventanas profusamente decoradas situadas sobre una imposta de billetes. Constan de una aspillera protegida por un guardapolvo taqueado y dos arquivoltas de bocel soportadas por dos parejas de columnillas con capiteles ornados con máscaras antropomorfas, figuras deformes y motivos vegetales. Los cimacios se adornan con tacos, listeles y hojas. Por encima de estas ventanas corre una imposta lisa sobre la que apoyan una serie de basas y fustes que según Cosmen Alonso pudieron formar parte de una galería ciega destinada a soportar el alero del tejado.

El muro septentrional está jalonado por cuatro contrafuertes, dos en los extremos y otros dos a lo largo del muro. En los tramos más cercanos a la cabecera se abren dos sencillas aspilleras.
El ábside se levanta sobre un alto zócalo o banco corrido de mampostería y canto rodado. Se articula en tres paños por medio de dos contrafuertes prismáticos que llegan hasta la cornisa. El paño central está perforado por una sencilla aspillera.
La cornisa –en gran parte restaurada– está sustentada por una serie de canecillos de variada temática entre los que se distingue a un exhibicionista, una parturienta, un personaje mesándose las barbas, otro sujetando una máscara, un león recostado y varios animales más. Algunos de ellos parecen directamente inspirados en los de la vecina iglesia de San Esteban. Varias piezas de la cornisa presentan también decoración de entrelazo.




En la pared exterior de una casa cercana a esta iglesia se ha conservado un relieve –posiblemente restos de un antiguo capitel– decorado con dos personajes de ojos saltones y pupilas horadadas, de estilo cercano al de los canecillos de San Miguel, a cuya fábrica pudo pertenecer en origen.
Capitel descontextualizado en un edificio del pueblo
 

En el interior, la nave se cubre con una techumbre de madera a dos aguas, aunque en origen tuvo, al menos proyectada, una bóveda de cañón dividida en tres tramos por arcos fajones que no se llegaron a hacer o no se han conservado. Actualmente los muros norte y sur están reforzados por dos pilastras rectangulares que se corresponden con los contrafuertes exteriores. Las del lado del evangelio se rematan con impostas de rombos. Otras dos pilastras se colocan delante del arco triunfal. Coronando los muros corre una imposta biselada que en origen debería haber marcado el arranque de la bóveda de cañón.
La nave recibe la luz del exterior a través de cinco vanos abiertos en los lienzos norte y sur. En el primero de los casos se trata de simples aspilleras, mientras que en el segundo son una saetera y dos ventanas abocinadas con arcos de medio punto sobre columnillas provistas de capiteles pésimamente conservados en los que a duras penas se intuye la presencia de cabezas antropomorfas y motivos vegetales.
Al ábside da paso un arco triunfal de medio punto doblado soportado por una pareja de columnas con sus correspondientes capiteles. El de la derecha lleva cimacio con pequeñas molduras de bocel y cesta cubierta de hojas carnosas con bolas en la parte superior. El de la izquierda presenta un motivo de entrelazo muy esquemático en torno a una máscara central. Durante las últimas obras de restauración se descubrió en el centro del hemiciclo una ventana compuesta por una saetera de amplio derrame cobijada por un arco de medio punto doblado soportado por una pareja de columnillas dispuestas sobre basas áticas con plinto decorado con bolas y capiteles ornados con motivos vegetales muy esquemáticos. Este espacio se cubre con una bóveda de horno construida con finas lajas de piedra.

Capitel del arco triunfal
 

El análisis de todos estos elementos no permite, ni mucho menos, establecer conclusiones categóricas y definitivas sobre la cronología del edificio. Los argumentos esgrimidos en su día por Cosmen Alonso para fijar su construcción en la segunda mitad del siglo XII son perfectamente válidos para adelantarla a la primera mitad de la misma centuria. El tipo de planta, los arcos de medio punto y las labores escultóricas que según la citada autora son síntoma de la asimilación de corrientes del románico pleno no creemos que sean argumento suficiente para llevar su cronología más allá de los años centrales del siglo. Ya hemos señalado, además, que los canecillos del ábside parecen inspirados en los de la cercana iglesia de San Esteban y no vemos un motivo aparente para retrasar demasiado su cronología respecto a ésta.

 

Carracedo del Monasterio
Desde Ponferrada tomamos la N-VI en dirección a La Coruña. Aproximadamente a unos 13 km nos encontramos un cruce que, a la derecha, nos conducirá directamente –tras un kilómetro de recorrido– a la localidad de Carracedo del Monasterio.
El pueblo de Carracedo del Monasterio se encuentra situado en el valle del río Cúa, afluente del Sil, y pertenece a la comarca del Bierzo (en el conocido como “Bierzo bajo”), Ayuntamiento de Carracedelo y Partido Judicial de Ponferrada y consta en la actualidad de una población cercana a los 700 habitantes. En sus orígenes la villa se denominaba San Martín de los Carros (hoy San Martín de Carracedo), uno de los cinco barrios que conforman Carracedo junto con los de San Juan, Las Colonias, El Teso y La Roda. El monasterio se encuentra a las afueras de la localidad.
Los orígenes del monasterio de Santa María de Carracedo se remontan –según la documentación conservada en los Archivos Diocesano de Astorga e Histórico Nacional de Madrid y en la Biblioteca Nacional de Madrid (Indicador o Cartulario, Libro de Protocolos y Manuscrito 714, obra de fray Jerónimo de Llamas, respectivamente)– al bienio 990-992, momento en el que el hijo del rey leonés Ordoño III, el monarca Vermudo II (conocido como “el Gotoso”, 985-999), dona a instancias del que fuera obispo de Astorga, Sampiro, su villa de Carrazetum con todas sus pertenencias, casas, incluido su palacio, para fundar un monasterio que, además de acoger monjes fugitivos que huían del poder islámico (los dhimmíes, mal llamados “mozárabes”) y de las razzias de Almanzor –algunos procedentes, según fray Antonio de Yepes siguiendo a fray Prudencio de Sandoval del no lejano monasterio de San Pedro de Montes, restaurado por San Genadio en el 895– sirviera de panteón real: se trata del monasterio dedicado a San Salvador, Santa María siempre Virgen y San Miguel Arcángel, posteriormente también destruido por Almanzor. Una fundación acreditada en el 994 por un documento de dotación recogido en el Cartulario que tiene como protagonistas al noble Todingo y su hermana Todill.
Con esta última noticia se inicia un oscuro período histórico del que apenas tenemos noticias documentales (salvo la confirmación de una donación efectuada por el notario real Sampiro en 1030) que concluirá en 1138, justo cuando el monasterio se encontraba sumido en una profunda crisis. Fue entonces cuando doña Sancha, hija de Raimundo de Borgoña y de la reina Urraca, y hermana del rey Alfonso VII, decide incorporarlo al monasterio de Santa Marina de Valverde (Corullón), otra fundación de Vermudo II (991). La llegada del abad benedictino Florencio y sus monjes procedentes de Valverde supuso un fuerte impulso a la revitalización de la vida monástica de Carracedo como reconocerá el papa Inocencio II (1130-1143) un año más tarde, en 1139; y lo hará hasta el punto de convertirse en cabeza del Infantado de El Bierzo y en uno de los más prestigiosos cenobios leoneses, llegando a ejercer jurisdicción sobre varios monasterios del norte de España: leoneses (San Martín de Montes, San Miguel de las Dueñas, Toldanos), zamoranos (San Martín de Castañeda), asturianos (Santa María de Valdediós) y gallegos (Villanueva de Oscos, Belmonte, Monfero y Penamayor).
¿Supuso este hecho la adopción de la regla cisterciense y el cambio de advocación de san Salvador a Santa María? Partiendo de la documentación conservada ésta es una cuestión que, hoy por hoy, tiene difícil respuesta. Los únicos datos ciertos que poseemos son, primero, que su incorporación o dependencia de la casa madre de Cîteaux tuvo lugar el año 1200, en tiempos del abad Amigo (1190-1214), cuando el capítulo general celebrado dicho año acepta su filialidad y, segundo, que su adscripción definitiva a la Orden del Cister se producirá tres años más tarde, en 1203, pues de esa fecha se conserva en el Cartulario una confirmación de tal acontecimiento otorgada por el papa Inocencio III (1198-1216) en la bula Licet filia regit.
Sobre lo que no caben dudas es que desde mediados del siglo XII Carracedo acaparó multitud de donaciones regias, pero sobre todo particulares, como la de Pedro Gutiérrez (de sobrenombre Cristiano, segundo hijo del conde Gutiérrez Eriz y sobrino del obispo de Astorga, Gimeno Eriz) que en 1142 donó varias de sus posesiones al monasterio de Carracedo al hacer su profesión religiosa; y allí permanece hasta 1150, año en el que Alfonso VII le hace “carta de donación y firmeza” del monasterio de San Martín de Castañeda, en el que permaneció hasta 1152, año en el que Pedro Cristiano fue elegido obispo de Astorga. Desde mediados del siglo XII se inicia en Carracedo una etapa que Durany y Rodríguez consideran “de ampliación e intensificación del dominio señorial de Carracedo” y que se prolongará hasta mediados del siglo XIII. Y en esta situación adquiere un papel protagonista el beneficio que supuso para el cenobio su integración en la orden pues el papado le eximirá de impuestos pontificios y la monarquía le eximirá de pagar los pechos reales desde 1205, entregándole fuero propio en 1213. De esta forma, y gracias también a las innumerables donaciones recibidas de particulares que querían recibir sepultura en el monasterio, su dominio económico y territorial se extenderá, con 31 granjas, por El Bierzo y Galicia. Una situación de esplendor que empezaría a declinar a finales de dicha centuria y durante el siglo XIV, cuando su dominio fue puesto en almoneda mediante cesiones temporales o definitivas, cuando se produce la encomienda o cesión de bienes a un señor a cambio de protección, que en el caso de Carracedo correspondió a la familia García Rodríguez de Valcárcel.
A comienzos del siglo XVI, en 1505, y tras superar una fase de general decaimiento como consecuencia de la acción directa de los abades comandatarios, Carracedo se adhiere a la Congregación de Castilla y se reorganiza en siete prioratos, iniciándose así un período de recuperación económica en el que se acometerán, como veremos más adelante, sucesivas construcciones y ampliaciones de los edificios monásticos. Una etapa de esplendor que a finales del siglo XVIII (1796) permitirá abordar la construcción de un nueva iglesia sobre el solar que ocupó la primitiva, empresa abortada en el siglo XIX debido a la invasión napoleónica y, sobre todo, a la desafortunada desamortización de Mendizábal (1835), pues a raíz de tales sucesos el monasterio sufre una importante destrucción y la comunidad abandona el cenobio, produciéndose entonces la venta de la mayor parte de sus dependencias a manos privadas, la ruina de muchas de ellas y la desaparición de los ricos fondos que antaño guardaban su biblioteca y archivo.
Un estado de abandono y ruina progresiva del que no le salvó ni siquiera su declaración como Monumento Histórico-Artístico Nacional el 9 de noviembre de 1928. Y a pesar de las primeras restauraciones efectuadas por Luis Menéndez Pidal entre 1960 y 1970, será a partir de 1985, cuando la Diputación de León (junto con el obispado de Astorga, actuales propietarios del edificio) encargue un proyecto de restauración, cuando se inicie la auténtica restauración y consolidación del monasterio (1988-1991). Las obras proyectadas por los arquitectos Susana Mora y Salvador Pérez fueron acompañadas de una “lectura histórica a través de la arqueología” efectuada por Fernando Miguel Hernández y por un profundo estudio histórico realizado por José A. Balboa de Paz. Una vez concluida su restauración el que fuera refectorio monástico alberga, desde 1995, una exposición permanente sobre el Monacato y el Cister.
Y, para concluir, destacar el gran apego que los lugareños tienen al monasterio puesto de manifiesto en el hecho de que fuera entre sus muros donde el 29 de agosto de 1810 se eligieron los primeros representantes democráticos de los leoneses a las Cortes de Cádiz.

Monasterio de Santa María
El monasterio conserva en la actualidad unas 30 estancias o dependencias (la mayoría en ruinas) dispuestas –como es norma en los monasterios cistercienses– alrededor de un gran claustro rehecho en ladrillo siguiendo modelos góticos a mediados del siglo XVI; claustro en el que se ubicaba una fuente que alcanzó a ver Jovellanos en 1792, “con taza de una piedra de enorme diámetro; se dice traída de Castro-Ventosa. En medio una columna, encima otra taza pequeña y en ella un niño sentado cogiendo con las manos unas cabezas de peces, por cuyas bocas sale el agua. Curiosa escultura del mismo tiempo…” y que hoy podemos admirar en la Alameda de Villafranca del Bierzo. Procedencia de Castro Ventosa que en nada puede extrañarnos pues sendos privilegios de los monarcas Fernando II (1186) y Alfonso X (1210) recogidos por Mercedes Durany autorizaron a reaprovechar, para la construcción del cenobio, piedra procedente de esa ya por entonces despoblada y arruinada localidad leonesa cercana al monasterio.
En la panda occidental de este claustro se alza la iglesia, orientada de este a oeste e iniciada, según fray Jerónimo de Llamas, el 17 de octubre de 1138; en la planta baja de la oriental la sacristía –comunicada directamente con la iglesia–, un pasadizo, el locutorio –locutorium o auditorium, espacio en el que el abad distribuía los trabajos cotidianos de los monjes y que se comunicaba con el huerto monástico– y la sala capitular mientras que en la superior se localiza el espacio denominado “Palacio Real” (del siglo XIII, compuesto por tres salas, una de ellas dedicada ya en época tardía a archivo); y en la planta baja de la sur el Refectorium de los monjes (como ya hemos indicado convertido ahora en sala de exposiciones), la cocina, del siglo XVII –común para monjes y conversos– y la despensa o cillería, rehechas entre los siglos XVI-XVIII.

Muy poco es lo que podemos decir de su iglesia, ahora parroquial, en numerosas ocasiones ampliada y renovada, y de sus constructores, aunque se ha podido conocer el nombre de algunos de los posibles maestros o encargados de obras (magister operis) que trabajaron a lo largo del siglo XIII (1202-1283): Juan Petri (Petri de Opera, 1202), Martinus (1214), Pedro López (Petrus Lupi Magister de opera, 1217- 1219), Juan Munionis (1235), Juan Pérez (1273), Simón Juliánez (1275) y, finalmente, Juan López (1283). Únicamente conservamos una descripción de la misma antes de su definitiva destrucción, del estado en que se encontraba siglos después, en 1792, gracias a las anotaciones que el ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos dejó en sus Diarios después de la visita que realizó dicho año: “por el gusto de la de Val-de-Dios, aunque más pequeña… es larguísima, estrechísima, y por lo mismo parece altísima. Se piensa en obra y no se hace. Los planos, de un chapucero del país son miserables; los de D. Guillermo Casanova, más magníficos de lo que permiten las facultades del monasterio; los que hizo últimamente un arquitecto de León, fueron reprobados en la Academia de San Fernando. El abad actual (se refiere a fray Roberto de Palencia), desea conservar la iglesia actual, y yo estaría por ella si las paredes pudieran sufrir una bóveda y adornarse la capilla mayor, que es ruinísima…”. Pero la intención conservadora del abad fray Roberto de Palencia con respecto a la iglesia se desvaneció con su sucesor, fray Zacarías Sánchez, pues junto con los 45 miembros que formaban entonces la comunidad monástica decidió construir un nuevo templo. Según los datos aportados por González García, el proyecto del nuevo edificio fue obra del arquitecto leonés Francisco de Ribas y su ejecución corrió a cargo del aparejador Pedro Antonio Piñeiro, iniciándose las obras en 1796.
La iglesia primitiva estaba dotada de una cabecera escalonada de tres ábsides semicirculares, crucero no desarrollado en planta, una torre cilíndrica en el ángulo noroeste y tres naves, de cinco tramos cada una, cubiertas con madera (según la documentación conservada), planimetría que también encontramos en las iglesias monásticas de Carrizo y San Miguel de las Dueñas, aunque en este último más simplificada pues consta de una sola nave. Una disposición o tipología planimétrica que parece responder al prototipo de iglesias cluniacenses “románicas plenas” –como Frómista o San Isidoro– que Fernández, Cosmen y Herráez han tachado de conservadurista por cuanto que su renovación arquitectónica se hace sobre las bases ya existentes de un edificio claramente benedictino.
Demolida la cabecera, el crucero y dos naves (la central y la norte), de su primitiva fábrica de tres naves –en la que se emplearon, básicamente, como materiales constructivos los más abundantes en la zona, el granito y la pizarra (en sillares paralelepípedos algo irregulares pero bien escuadrados para los muros) y la madera para la cubierta de las naves– únicamente han llegado hasta nuestros días dos tramos de los pies, los restos de una primitiva torre campanario circular (que conserva la parte baja de sus muros decorados con rosetas helicoidales, probablemente erigida con anterioridad a la etapa cisterciense), una pequeña parte de la nave sur (con tres vanos, uno muy sencillo de acceso que comunicaría directamente con el claustro, la denominada “Puerta de Monjes” y los otros dos en forma de saetera con un amplio derrame al interior) y los muros de una capilla funeraria localizada en el exterior del templo, al norte, ya que el resto del edificio fue sustituido –como ya hemos dicho– a partir de 1796 por un templo neoclásico inacabado cuya fachada, articulada en tres calles mediante contrafuertes, refleja su división interior en tres naves.
La presencia de estos restos han permitido confirmar (después de los estudios realizados por Gómez-Moreno, Lampérez, Cosmen y, muy especialmente, Miguel Hernández) la existencia de una serie de campañas constructivas bien diferenciadas: en las dos primeras (iniciadas en 1138 y concluidas antes de 1187, año en el que –según Manrique, el cronista de la orden– fue oficialmente consagrada la iglesia), se habría erigido, en opinión de Miguel Hernández, la cabecera, el crucero y el tramo de las naves en el que se emplazaba el coro de monjes: estas dos campañas conforman la que podríamos denominar “etapa precisterciense”. La tercera campaña, que inaugura la “fase cisterciense”, se iniciaría hacia 1190 con el abadiato de Amigo, artífice de la integración de Carracedo a la Orden del Cister en el momento previo a la eclosión económica y espiritual que se producirá a principios del siglo XIII. A lo largo de esta campaña, que contó con el auxilio y colaboración económica del obispo de Astorga, D. Lupo, y de los propios fieles, se continúa con la construcción de la iglesia, se trabaja en los soportes (columnas, capiteles) y en las pandas claustrales del capítulo y del refectorio. Y, por último, una cuarta campaña constructiva que iniciada hacia 1248 no concluirá hasta después de 1286 –pues en ese año, según un documento recogido en el Cartulario de San Martín de Castañeda, el rey Sancho IV concede a Carracedo 286 maravedís “para la obra de buestra Yglesia…”–, concretamente hacia 1311, año en el que en opinión de Miguel y Balboa se pueden dar por concluidas las obras de la iglesia.
Estudios históricos e investigaciones arqueológicas que, a su vez, han permitido confirmar una serie de datos relevantes a la hora de conocer la disposición del edificio primitivo: que la nave central era más alta y prácticamente el doble de ancha que las laterales (según Gómez-Moreno, nos encontraríamos ante un edificio de unos 15 m de anchura); que las naves se dividían en cinco tramos y que en cada uno de ellos se abría un vano de iluminación; que los soportes empleados eran pilares cuadrangulares sobre altos plintos o zócalos rematados por una arista en forma de baquetón y con columnas lisas adosadas sobre las que volteaban los arcos perpiaños y formeros, algunos de acusada herradura y rasgo de arcaísmo; o que el actual muro norte del templo asienta sobre sus precedentes románicos mientras que el actual muro sur no es sino la primitiva arquería que separaba las naves central y meridional convenientemente macizada. Además sabemos también que, como en el monasterio de Santa María de Carrizo, la iglesia estuvo parcialmente cubierta con techumbre de madera, con armaduras planas probablemente mudéjares.
Claustro
Claustro 

Otros restos se encuentran, como ya se ha indicado, en la antigua nave sur: se trata de dos vanos y de la portada que daba acceso, desde la iglesia, al claustro; esta última consta de una sola arquivolta de medio punto moldurada y tachonada con bezantes entre dos orlas ajedrezadas y apea sobre una pareja de columnas, faltando en la actualidad la de la derecha; su imposta se decora con sencillas combinaciones de elementos geométricos. Pero otros han desaparecido para siempre, como es el caso del espacio funerario o capilla que alcanzó a ver semiderruida Gómez-Moreno y que se localizaba “a la parte septentrional junto al crucero…”, un espacio –con planta cuadrangular (de 6 m de lado) y 6 lucillos sepulcrales de arco apuntado abiertos en tres de sus muros– que en un principio pudo haberse cubierto con bóveda de cañón apuntado o bien con bóveda de crucería y que el insigne arqueólogo granadino dató, y tras él Franco y Cosmen, en la primera mitad del siglo XIII: se trata del panteón nobiliar de los García Rodríguez de Valcárcel, un ámbito que para Fernando Miguel responde “a los modelos de capillas funerarias extendidas en los monasterios cistercienses… particularmente gallegos (Sobrado, Melón y Oseira)…” y que pudo iniciarse en la segunda mitad del siglo XIII (tal vez como capilla funeraria de los Froilaz, “promotores y comitentes del monasterio antes que los Valcárcel…”) y concluirse en 1338, fecha recogida en un epitafio al que nos referiremos más tarde.
Y perteneciente también a un románico muy tardío, ya casi protogótico (finales del siglo XII, primera mitad del XIII), nos encontramos en la panda oriental del claustro –además del ala de novicios, un cubo-contrafuerte erigido en 1634 y restos de la cimentación de la antigua sala de monjes, reformada en el siglo XVIII– y a continuación de la sacristía (datada a comienzos del último tercio del siglo XII y de la que se conservan intactos su muro sur y parte del occidental), con la sala capitular, la única de entre todos los monasterios cistercienses leoneses que conserva su primitiva traza. Una estancia que en 1792 Jovellanos nos describió así (incluso llegó a dibujar su planta): “Las cuatro columnas que se representan en el medio, son un agregado de columnillas delgadas con basa y capitel común, sobre las cuales vienen a reposar las fajas que se reúnen en el ábside de la bóveda superior, que es toda de buena barroqueña. Tiene cuatro ventanas, dos a los lados de la puerta del claustro, y otras dos al lado de un altar que hay al frente…”.
Esta dependencia se abre a la panda o crujía oriental del claustro por medio de una portada de arco de medio punto abocinado y triple arquivolta sobre otras tantas parejas de columnas acodilladas y aparece flanqueada por sendos vanos, uno de medio punto y otro geminado, este último con su doble arco de medio punto descansando sobre una única columna central con capiteles y basas desarrolladas, un rasgo más de apego a la tradición. Su interior, de planta cuadrangular, se distribuye (como en los monasterios de Santa María de Poblet y en Las Huelgas, provincia de Burgos) en nueve espacios de iguales dimensiones mediante cuatro soportes centrales en forma de haces de estilizadas columnas con fustes monolíticos sobre basas áticas y plintos poligonales, mientras que su espacio aparece cubierto por otras tantas bóvedas de crucería cuatripartita muy capialzadas que apoyan en los muros mediante ménsulas.
Portada de acceso desde el claustro a la iglesia (puerta de monjes)
 
Portada de acceso desde el claustro a la iglesia
Portada de la iglesia 

Una estancia que fue empleada como espacio cementerial (como nos recuerda también Jovellanos) pues en sus muros laterales se abrieron seis lucillos sepulcrales en los que reposan los restos de otros tantos abades, uno de ellos Diego, fallecido en 1155; enfrente el de Bernardo y en “el primero de la izquierda está el cuerpo de San Florencio…”.
Respecto a su cronología Valle, Cosmen y Balboa y Miguel piensan, por su semejanza en cuanto al tipo de soporte utilizado, sistema de cubiertas, ménsulas, etc., que su modelo se encuentra en la sala capitular del monasterio cisterciense de Santa María (Sobrado de los Monjes, La Coruña), a su vez inspirada en la francesa de Fontenay, y que su construcción se inició en torno al último tercio del siglo XII concluyendo su cubrición en torno a los años 30 del siglo XIII, mientras que Valle la sitúa en torno a los años 1210-1215, poco después de la integración del cenobio en la Orden del Cister, y la considera obra del mismo taller, “sin duda de filiación borgoñona...” que trabajó en Sobrado y nexo de unión entre los monasterios cistercienses gallegos, asturianos y leoneses que formaban parte del antiguo Reino de León.
Puerta de la sala capitular
Capiteles portada sala capitular
Capitel portada de la sala capitular
Capiteles portada sala capitular 
Sala capitular del monasterio de Santa María de Carracedo. Es una de las pocas estancias bien conservadas del edificio, hoy en ruinas. La cubierta es del siglo XVI pero se conserva la portada de acceso románica. Es una gran sala cuadrada con cuatro columnas cuyos capiteles muestran temas animales y vegetales.
Sala capitular
Capiteles están decorados con temas vegetales y animales.
Capitel de la sala capitular
Capitel de la sala capitular
Capitel de la sala capitular 
Capitel de la sala capitular
Capitel de la sala capitular 
Capitel de la sala capitular
Hornacinas con sepulcros abaciales sala capitular 

Y junto a la sala capitular se localizan dos estancias abovedadas, de poco más de dos metros de anchura, que junto con la antecámara y oratorio de la planta primera y las habitaciones identificadas como celda y dormitorio conforman lo que Miguel Hernández denomina “cuerpo torreado” o “palacio abacial”, y que data en un momento avanzado de la segunda mitad del siglo XIII: la primera, un pasadizo al que se accede por una puerta de jambas molduradas, ménsulas con decoración de rollos y arco de remate de medio punto ligeramente capialzado, que podría haber servido para comunicar el claustro con otras dependencias monásticas tales como el huerto. Y a continuación el locutorium, con idéntico tipo de acceso; un estrecho callejón cubierto con bóveda de cañón sobre fajones y repisas cuya decoración se picó a propósito, presentando, a un lado, unos poyos bajo arco para sentarse.
"Cocina de la Reina"; en el Monasterio de Santa María de Carracedo
Capitel en la cocina de la reina
Estancia de carácter palacial, cuyos distintos usos se desconoce. Es significativo su artesonado mudéjar, situando la cronología de la sala entre la segunda mitad del XIII y principios del XIV.
A continuación de esta estancia accedemos, por una escalera del siglo XVI, a la planta alta, en donde encontramos tres salas que se conocen popularmente como “Palacio Real”, como la residencia privada de doña Sancha, aunque no hay constancia documental de que así fuera.
La primera de ellas, utilizada probablemente como oratorio del abad y posteriormente como archivo, como señala Jovellanos, presenta planta cuadrada cubierta por una bóveda de crucería de ocho nervios abocelados que confluyen en una clave decorada con la figura de la Virgen inscrita en una mandorla y rodeada por los símbolos del Tetramorfos. Estos nervios apoyan sobre ménsulas en unos muros que aparecen articulados por arcuaciones de medio punto y apuntados con molduras y repisas que, mediante trompas, permiten pasar del rectángulo a un octógono rematado por cornisa de nacela. En el muro occidental de esta estancia se abre otro acceso que comunica con una dependencia o antecámara cubierta con una bóveda de cañón apuntado reforzada por un arco fajón sobre repisas decoradas con parejas de grifos y leones.

Una dependencia en la que una portada ya gótica abierta en su muro septentrional –apuntada y con un bello tímpano en el que se representa a la Virgen muerta rodeada por los doce apóstoles y una arquivolta decorada con ángeles músicos– da paso a la estancia conocida popularmente, según una tradición recogida por José María Quadrado, como “Cocina de la Reina” o “Cocina de Reyes”, que muy bien pudo formar parte de las habitaciones del abad.
Puerta que comunica la Cocina de la Reina con la antigua sala del abad.
 
Tímpano que representa a la Virgen muerta rodeada de los apóstoles, enmarcado por una arquivolta con cinco ángeles músicos, a otra estancia que fue tardíamente archivo, pero que originalmente pudo ser el oratorio del abad. 

Este espacio, de planta cuadrada de 10,65 m de lado, se cubría por un alfarje mudéjar o armadura de madera con bóveda central ochavada de finales del XIII o principios del XIV (que alcanzaron a ver Gaspar Melchor de Jovellanos y José María Quadrado y de la que se conservan doce tablas o fragmentos policromados en el museo de San Marcos de León) soportado por un entramado de diez arcos apuntados con perfiles moldurados sobre cuatro esbeltas y estilizadas columnas exentas protogóticas con capiteles corintios y elevadas sobre basamentos o plintos cilíndricos, y ocho ménsulas del tipo cul-de-lampe decoradas con motivos vegetales. De ella afirmó José María Quadrado que “estaba cubierta en el centro por ochavada cúpula con artesones esmaltados de estrellas, y alrededor por ocho techumbres de madera más sencillas…”; una tipología de cubrición que, como han señalado Fernández, Cosmen y Herráez, guarda una cierta relación con la desplegada en la arquitectura gallega de aquellos momentos. En su muro occidental, en el que mira al claustro, se abren dos grandes saeteras y dos grandes óculos de perfiles abocelados, y en el meridional dos vanos geminados de medio punto y una pequeña saetera. En opinión de Balboa y Miguel nos encontramos ante una dependencia –más del siglo XIV que del XIII– que si en un principio pudo haber servido de dormitorio de los monjes, “la constancia de dos fases constructivas diferentes y la presencia de la chimenea… la aproximan a un uso como sala de audiencia del abad o, incluso, como estancia noble…”. Según Jovellanos, a finales del siglo XVIII estuvo destinada a panera.
Óculo en el palacio de la Reina
Bóveda nervada 
Bóveda del palacio de la Reina 

Su fachada se articula mediante una portada, de medio punto con doble arquivolta sobre dos pares de columnas, y a su izquierda un vano geminado apuntado y un pequeño óculo a su derecha. Dicha fachada se abre a una bella terraza cubierta a modo de balcón o galería-mirador: es el denominado “Mirador de la Reina”, sobre el que José María Quadrado escribió: “Nada más bello, nada más ideal que el aspecto de esta galería, desde el pie de la ruinosa escalera que baja a un patio obstruido de malezas, tal vez un tiempo amenísimo jardín…”. Con un innegable aire de obra civil –pues esta zona del edificio ha sido considerada, como ya hemos dicho, parte de un Palacio Real cuyos orígenes podrían remontarse a finales del siglo X o bien como “Palacio del Abad”– y una cierta reminiscencia prerrománica, este espacio se cubre con tres bóvedas transversales de cañón y se abre al exterior mediante una arquería de tres arcos –de medio punto y mayor luz los laterales y apuntado y estrecho el central– soportadas por dos pares de columnas estilizadas.

Mirador de la Reina, Monasterio de Santa María de Carracedo
 

Y para concluir hay que destacar el refectorio, situado junto a las salas de invierno del abad, en la panda sur del claustro y perpendicular a la iglesia; utilizada hasta hace poco como vivienda particular y redescubierta a raíz de las últimas intervenciones arqueológicas, todavía conserva la parte baja de sus muros medievales y restos visibles del púlpito en el tercer tramo del muro occidental, desde el que se efectuaban las lecturas que eran escuchadas por los monjes mientras comían: es del tipo de los conservados en Santa María de Huerta (provincia de Soria), Veruela, Rueda, etc., aunque más modesto: escalera con tres arcos rampantes sobre columnas y cubierta de cañón sobre arcos fajones que apoyan sobre ménsulas. Las cubiertas actuales de la estancia (bóvedas de terceletes) son más tardías y corresponden a las reformas efectuadas en el siglo XVI ya que la original, de cuatro tramos, fue de madera sobre arcos diafragmas; y lo mismo ocurre con los amplios vanos, surgidos a partir de reformas efectuadas en el siglo XVIII. Esta interesante dependencia monástica se data entre el último tercio del siglo XII y el primero del XIII.
Refectorio del Monasterio de Santa María de Carracedo 

En cuanto a la escultura decorativa, y como ya hemos dicho, se conservan varios accesos primitivos, siendo éstos unos de los principales focos de localización de la ornamentación escultórica. Uno se abre en la parte más oriental del muro meridional del templo y servía para comunicarlo con el claustro: se trata de la “Puerta de Monjes”, sencilla, de arco de medio punto doblado sobre jambas con aristas en baquetón y acodilladas que albergaban un par de columnas, de las que sólo se conserva la de la izquierda, con un capitel con astrágalo en bocel y cesta de doble fila de hojas enroscadas en los ángulos a modo de volutas. Su biselada línea de imposta aparece recorrida por motivos estrellados en relieve y tanto el guardapolvos como el arco interno aparecen enmarcados por una fila de tacos o billetes mientras que el arco doblado que cierra el vano se acentúa exteriormente con baquetones y medias cañas recorridos por sencillas rosetas.
El otro acceso, la portada occidental, presenta un mayor desarrollo ornamental, con dos pares de columnas acodilladas y jambas lisas rematadas por ménsulas que representan rudas cabezas de bóvidos; sus impostas se ornan con motivos estrellados y palmetas asimétricas mientras que en su tímpano se tallaron en el siglo XIV las armas de Castilla y León. En los capiteles que rematan las columnas, con sus astrágalos lisos, se reproducen motivos vegetales, excepto en uno ciertamente arcaico en el que se representa una pareja de animales fantásticos (cuadrúpedos con cabeza humana).
Capitel de la antigua portada de la iglesia
 

La arquivolta superior, a modo de guardapolvos, aparece decorada con el popular motivo geométrico de los billetes, del taqueado, un tipo de ornamentación presente también en los guardapolvos exteriores de los vanos abiertos al sur.
Pero además de estos accesos todavía se conservan –empotrados en el muro septentrional exterior de la actual fachada neoclásica– restos del acceso que se abría en el crucero medieval de la iglesia: se trata de un tímpano semicircular decorado con un Pantocrátor sedente e inscrito en una mandorla y rodeado por unos símbolos del Tetramorfos cuya talla en medio relieve, escasa plasticidad y ausencia de expresividad “despistó” a Gómez-Moreno que dató el conjunto –a excepción de la representación de San Juan– en el siglo XVI. Nos encontramos con una iconografía que en tierras leonesas sólo encontraremos repetida en el tímpano reutilizado en la iglesia parroquial de Castroquilame, datado por Gómez-Moreno en el siglo XII. Actualmente se data el conjunto entre el último tercio del siglo XII y principios del XIII.
Este tímpano aparece enmarcado por una moldura que descansa sobre dos figuras a modo de telamones o estatuas-columnas que encarnan al emperador Alfonso VII la de la derecha y al abad Florencio (representado con su báculo abacial) la de la izquierda, los dos principales impulsores de la revitalización monástica de Carracedo, aunque para Jovellanos la última no representaría al abad Florencio sino “el obispo que consagró la iglesia…”. Dos figuras que, plásticamente, se han relacionado con una serie de obras del último cuarto del siglo XII fundamentales para el desarrollo del protogótico (Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela y Cámara Santa de la catedral de Oviedo). A los pies de estas figuras y sobre sus respectivas cabezas se han ubicado una serie de capiteles (4 en total, dobles los inferiores) que por su decoración se han relacionado con los de la portada occidental: en ellos se representan tanto escenas de la vida de Cristo (como la “Adoración de los Reyes Magos” y una posible “Dormición de la Virgen”) como motivos vegetales (simples hojas y follajes distribuidos en dos filas), animales fantásticos (monstruos, demonios), un león devorando a un hombre, etc.
Otros elementos a destacar son los óculos o rosetones y los conocidos como “ojos de buey”; entre los primeros elementos –tan abundantes en obras del románico tardío– destaca el situado sobre la portada occidental (como en Sandoval), de considerables dimensiones, con sus perfiles abocinados y decorados con infinidad de elementos vegetales y geométricos: rosetas inscritas en círculos, lóbulos, hojarasca a bisel, y un gran baquetón en zigzag, todo “en consonancia con la fase final de la construcción del edificio…” para Fernández, Cosmen y Herráez, mientras que la celosía interior presenta una tracería geométrica. Otro elemento de este tipo encontramos en el muro oriental del Palacio Real, decorado con roleos y una ancha orla ajedrezada, y otros dos en el muro occidental de la “Cocina de la Reina” con una decoración muy similar a la de los anteriormente descritos.
Rosetón desde el interior de la iglesia
Rosetón cocina de la Reina
Rosetón en la hospedería 

En el lado opuesto y dando vista al desaparecido claustro de las celdas, encontramos una hermosa portada de medio punto y doble arquivolta abocelada decorada con rosetas y, a sus lados, otro óculo más de la serie y un elegante ventanal geminado de arcos apuntados y moldurados.
Y si en los capiteles de la sala capitular nos encontramos con una decoración esculpida básicamente vegetal –aunque no falten representaciones de cuadrúpedos y animales fantásticos ajenos, en principio, a la ornamentación cisterciense– en las claves y ménsulas, además de temas fitomórficos, encontramos un ángel y un orante, y en las caras laterales de los zócalos o plintos sobre los que apoyan los soportes aparecen motivos geométricos incisos o en bajorrelieve, manifestación ornamental que también comparten los plintos en Santa María de Carrizo. De su portada destacar el motivo de las rosetas y sus bellos frisos y capiteles, los primeros decorados con estilizadas hojas de nervios muy acentuados y los segundos con bordes enroscados a modo de volutas bajo los que encontramos, en uno de ellos, dos aves afrontadas.
Algunas basas, áticas, aparecen decoradas con garras, un motivo que desarrollado a comienzos del siglo XIII será una constante en el gótico, y los capiteles –como ocurre en los de los tramos de los pies de la iglesia– presentan astrágalos en bocel y su cesta decorada con elementos fitomórficos (hojas) distribuidos en dos filas. En otros casos, como ocurre en la “Cocina de la Reina”, alguno de los capiteles y basas de los vanos geminados, presentan sus collarinos y sus toros decorados con un tema que nos retrotrae a la arquitectura prerrománica astur-leonesa de los siglos IX y X: el sogueado.
Muy cerca de la actual puerta de acceso, y enmarcado por los restos escultóricos de la antigua portada que hemos descrito en el apartado anterior, podemos leer el siguiente epígrafe: EFIGIES S. FLORENTII ABBATIS ET ALFONSI IMPERATORIS QUAE AD PRINCIPALEM VETERIS ECCLESIA PORTAM COLLOCATTAE ERANT (“Las efigies del abad Florencio y del emperador Alfonso estaban colocadas junto a la puerta principal de la vieja iglesia”).
Resulta evidente que el contenido o narratio de la inscripción hace alusión a las dos figuras que la enmarcan, así como a la posición que ocupaban en la antigua iglesia románica.
Y bajo la línea de imposta derecha de la portada meridional, la que unía el claustro y la nave sur de la iglesia, aparece una lápida incompleta que Jovellanos leyó: ERA M. POST / CARRACEDO / EDEM ANNO IV y Gómez-Moreno: ERA MCCC / X CARRACECC / EDEM CAINC / EIV.
Inscripción en la portada de acceso del claustro hacia la iglesia
 

Un hallazgo importante, pues ha servido para ofrecer una fecha ante quem para la construcción del cuerpo bajo de las naves de la iglesia primitiva, ha sido el del epígrafe o intitulatio de Gualterius. Su descubrimiento, dado a conocer por Fernando Miguel, en la cara norte de un contrafuerte conservado en la fachada, le ha permitido afirmar que dicha parte del templo fue concluida, a más tardar, en 1186, fecha de la muerte del abad que con este nombre gobernó el monasterio desde 1157. Sin embargo sabemos que en 1218 un maestro borgoñón está trabajando en el monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós, un maestro de obras que en opinión de José Carlos Valle sirve de hilo conductor, de nexo de unión entre las iglesias cistercienses castellanoleonesas, desde Moreruela (1170) a Valdediós (1218). A cuál de los dos personajes puede referirse el citado epígrafe es una cuestión todavía por resolver, máxime cuando en el abadologio publicado por el cronista benedictino fray Antonio de Yepes figuran dos abades con este nombre, uno en 1087 y otro entre los años 1157 y 1172.
Según Jovellanos en la sala capitular, “Parece que hay inscripciones, pero hoy hay delante unos asientos de madera que harto deslucen esta graciosísima pieza…”. Y no le faltaba razón pues en los trabajos realizados por Miguel Hernández apareció, bajo la ventana septentrional, la siguiente inscripción: ERA MCCLXXI (año 1233), que ha sido interpretada como la datatio de la finalización de las obras. Y también en esta sala se conservan dos epitafios: uno perteneciente al abad Diego, fallecido en 1155, tallado en la tapa del sarcófago que se encuentra en el lucillo central del muro norte:
ERA MCLXXXXIII ET Q DICITUR XVIII IA /NUARII KLS DORMIVIT PRECLARUS ABBA / DIDACUS CUIUS ANIMAM POLSIDEAT XPS / PRO CUIUS / AMORE DUM MANET IN CORPORE PLURIMOS SUS... IXITMENTE RETINUIT / CORPUS CASTIGO ET SERVITUTI SUBIETO VIXIT IN SCO PROPOSITO ANNIS X ET VII / PAUPERIE XPI CRUCEM / QUE E SECUTUS N UT CARNALIS SET QUASI SPALIS SET QA MORS NULLI DIDACE PARCIT HONORI VIVAS IN ETERNUM / DICO CIUNCTUS AMORI GREX CARRACEDENSIS DOLEAT PASTORE SUBLATO DU VIXIT PASTOR GREX FUIT IN REQUIE / SET PASTORI ABSTUTLIT DE LABORES GREGI ADIDIT DOLORES /... INCIDE EULOGIUS SEPULCRI TUIT UT SUCURRAS IUVENI IN AGONE POSITO ORACIONIBUS TUIS / DULCIA POETARUM CARMINA SCRIBERE NOLUI IDI.
Y el otro, que aparece formando parte del intradós del arco del lucillo central del muro sur, pertenece al abad Bernardo:
ABBAS BERNARDUS IA / CET HIC PROBO ET VENE / RANDO MORIBO EGREGIUS / CUI DEUS ESTO PIUS (“Aquí yace el egregio abad Bernardo...”).
Inscripción en un sepulcro de la sala capitular
 

En un epígrafe empotrado en medio de los lucillos septentrionales localizados en el panteón de García Rodríguez de Valcárcel, podemos leer el siguiente epitafio: AQUÍ IASE GARCIA RODRIGUES DE VALCA / CER ADELANTADO MAIOR DE / GALISIA. FISO ESTA CAPILLA / MORIO A XXIIII DE SETIEMBRE / ERA DE MIL CCCLXVI AÑOS (“Aquí yace García Rodríguez de Valcárcel, Adelantado Mayor de Galicia. Hizo esta capilla. Murió el 23 de septiembre del año 1328”).


Villafranca del Bierzo
Esta importante localidad, que tradicionalmente se ha disputado con Ponferrada la capitalidad de El Bierzo, se encuentra en el extremo nororiental de la provincia, en el fondo del valle, al pie de la sierra del Cebreiro que dan paso a Galicia, en la confluencia de los ríos Burbia y Valcárcel, de ahí que en el Codex Calixtinus se cite como Villafranca in Bucca Valliscarceris. Es un importante hito en el Camino de Santiago, vía que ha jugado un importante papel en el nacimiento y posterior desarrollo de la villa.
Su origen tradicionalmente se ha relacionado con el establecimiento de una comunidad de monjes benedictinos procedentes directamente de Cluny, en tiempos del rey Alfonso VI (1066- 1109), el priorato de Santa María de Cruñego, Cluniego o Cluniaco, cuya primera intención era atender a los peregrinos, parece ser que con especial dedicación a los de procedencia francesa. Sin embargo M. Durany sostiene que esa referencia en realidad parte de una interpretación errónea de la documentación y que el lugar que después se conocerá como Villafranca ya existía al menos desde el siglo X bajo el nombre de Burbia y así aparece citado en sendos documentos del Tumbo de San Julián de Samos, de los años 976 y 1009. Del año 943 databa un documento de la colección diplomática de la catedral de Astorga, conocido hoy sólo por una regesta de su Tumbo Negro, en el que Curia y su hermano Miguel hacen donación al monasterio de San Cristóbal de Astorga y a Dominga, abadesa del monasterio de Moral de “una corte cerrada en Villafranca del Bierzo, cerca de la Vereda hacia Piedrafita”, aunque por no habernos llegado el original desconocemos el contenido exacto del mismo. Ya en 1119 es el centro de una circunscripción administrativa y a partir de este momento es cuando comienza a aparecer el nuevo nombre. Así ocurre en 1120, cuando la reina Urraca entrega a la abadía borgoñona de Cluny la iglesia de San Nicolás que sita est in villa Burvia, que alio nomine nuncupatur Villa Franca y la dualidad se mantendrá durante una treintena de años, hasta que en 1147 se impone de forma definitiva el nuevo nombre.
Según la misma autora será en realidad poco después de esta primera relación con Cluny cuando esa gran abadía benedictina decide establecerse en la villa berciana, fundando el monasterio bajo la advocación de Santa María, en fechas que se pueden situar entre 1120 y 1131. El posterior desarrollo del priorato, a pesar de algunos enfrentamientos con los obispos de Astorga a lo largo del siglo XII, jugará cierto papel en el crecimiento de la villa, aunque ya a mediados del siglo XIII está sumido en un decaimiento tal que provocará su rápida ruina y desaparición.
El auge de Villafranca coincide precisamente con la época de desarrollo del arte románico. Poco a poco y a lo largo de los siglos XII y XIII acuden a repoblar gentes de diversos sitios, entre ellos alemanes, ingleses, italianos y sobre todo francos, cuya multitudinaria presencia –41 menciones de inmigrantes francos entre 1147 y 1250, frente a 38 del resto de lugares, incluidos los pueblos del entorno, según los estudios de Durany– será la que dé nombre a la población. A mediados del siglo XII la actividad comercial está en pleno auge, constando la existencia de “mercado”, de un grupo de burgueses, de un puente sobre el río Burbia y, ya desde 1160, de tres iglesias: la primitiva parroquia de San Nicolás, Santa María de Cluny y Santiago. La concesión por el rey Alfonso IX de un fuero en el año 1192 no hace sino potenciar el desarrollo, con la atracción de nuevos pobladores, de modo que a principios del siglo XIII al primitivo núcleo se le han sumado ya dos nuevos barrios, el vico maiori, al otro lado del Burbia, y el barrio sicco, constituyendo prácticamente una verdadera ciudad –aunque sin muralla–, a la que a comienzos del siglo XIII acuden también los franciscanos y buen número de judíos que acaban conformando una aljama. También los grandes monasterios del entorno, Santa María de Carracedo y San Pedro de Montes, se beneficiaron del desarrollo de Villafranca, mediante las donaciones de sus habitantes o mediante la concesión de privilegios por parte de algunos monarcas, como el diezmo real de la villa que en 1159 cedió Fernando II a Carracedo.
Siempre fue villa vinculada al realengo y aunque a veces se enajenaron ciertas rentas, lo fueron hacia personajes del linaje real, como las que entregó Fernando II a su tercera esposa Urraca López, quien las seguirá manteniendo aún después de la ruptura del matrimonio, titulándose también “señora” o “tenente” del lugar.
No obstante durante la baja Edad Media se acabará por constituir en señorío, a cuyo frente se sucederán grandes linajes como los de La Cerda (en el siglo XIV), los Enríquez (finales del siglo XIV), los Castro-Osorio (mediados del XV) y finalmente, ya a comienzos del XVI, los Álvarez de Toledo, quienes ostentarán también el título de marqueses de Villafranca, desde que en 1486 los Reyes Católicos lo crearan para el matrimonio formado por D.ª Juana Osorio y Bazán y D. Luis Pimentel y Pacheco.
De su esplendor en época románica han sobrevivido tres edificios, dos de ellos prácticamente en su integridad, Santiago y San Juan de San Fiz –aunque éste perteneció a la cercana localidad de Corullón–, y el otro, el convento de San Francisco, manteniendo algunos restos.

Iglesia de Santiago Apóstol
La iglesia de Santiago se emplaza en la zona oriental de Villafranca, en un altozano cercano al castillo, a la vera del Camino de Santiago y en zona de sensible desnivel.
En el revelador documento de mayo de 1162 por el que el papa Alejandro III confirma propiedades y derechos de la diócesis asturicense al obispo Fernando, no aparece como propio ningún templo en Villafranca, aunque el obispado recibía tributos de los existentes. No obstante, en torno a 1186, el pontífice Urbano III concede licencia al obispo Fernando para la erección de una “iglesia nueva” en suelo propio “cerca de Villafranca”. En 1228 ya aparece dentro de las posesiones de la diócesis en Villafranca, además de tierras y derechos, una iglesia con sus pertenencias, iglesia que se precisa como esta de Santiago en un documento de donación datado en 1295. Un año antes, la iglesia había recibido la donación pro anima, compartida con el obispado asturicense, de la mitad de los bienes de una señora de nombre Inés.
Constituye este templo dedicado al Apóstol uno de los monumentos capitales del románico berciano y por ende del leonés. Bien conservada su estructura original, similar a la cercana de San Juan de San Fiz de Corullón, aparece como un templo de nave única sin división de tramos y cabecera orientada compuesta por tramo recto presbiterial y ábside semicircular, el conjunto levantado en sillarejo de pizarra con inclusión de algunas piezas graníticas de refuerzo en las zonas más expuestas.


Dos portadas dan acceso a la nave, una sencilla abierta en el hastial occidental y la más monumental, conocida como la “Puerta del Perdón”, en el muro septentrional.
Únicamente la adición de una capilla rectangular –la capilla de las Angustias, obra del siglo XVIII– en el lado sur de la nave y la irregular sacristía a ella yuxtapuesta alteran la arquitectónicamente sencilla estructura original. La nave se cubre con cielo raso de madera fruto de las intervenciones restauradoras de los años 1958-1959 y lígnea debió ser su cubierta original, como denota la ausencia de estribos en los muros laterales. Recibe luz la amplia nave a través de seis vanos abocinados con doble derrame. Un banco corrido sigue el perímetro de nave y cabecera. Da paso a ésta un arco de triunfo de medio punto que descansa sobre una pareja de columnas adosadas de basas con perfil ático degenerado y capiteles vegetales. El presbiterio se cubre con bóveda de medio cañón y el hemiciclo absidal con bóveda de horno. Tres ventanas de medio punto, profundamente abocinadas, con derrame interno y umbral escalonado, se abren en el ábside, una en el eje y dos laterales. Bajo ellas corre por el paramento interno una imposta moldurada con listel y un bocelillo. En altura marca el arranque de la bóveda una sencilla imposta moldurada en listel.
Tres ventanas de medio punto iluminan el presbiterio


Ventana central del ábside.
 

Exteriormente, el hemiciclo absidal, asentado sobre un zócalo que se adapta al acentuado desnivel, articula su tambor en tres paños mediante columnas adosadas que alcanzan la cornisa, con sus capiteles decorados con simples hojas lisas pegadas a la cesta. Horizontalmente se divide el muro en dos pisos delimitados por una moldura de listel y bocelillos como la interior que corre bajo el nivel de las ventanas. Éstas presentan idéntica estructura de saeteras de aristas aboceladas enmarcadas por arcos de medio punto con bocel sobre columnas de basas áticas degeneradas y capiteles vegetales de hojas carnosas de puntas vueltas (ventana sur), parejas de aves afrontadas y muy erosionado personajillo vestido con túnica (ventana central), arpía y capitel de crochets y hojita acorazonada (ventana norte). En las chambranas y cimacios se combina la decoración geométrica de billetes, boceles, rosetas y clípeos. Corona los muros de la cabecera una cornisa moldurada con bisel y soportada por canes lisos y de nacela.

De los dos accesos que presenta el templo, el correspondiente al hastial occidental es una sencilla portada de arco y doble arquivolta de medio punto, todos lisos y apeando sobre jambas escalonadas, recibiendo los cimacios y chambrana un simple bisel. Una pequeña espadaña moderna corona este muro occidental.
Mucho mayor desarrollo presenta la llamada Puerta del Perdón, protegida por tejaroz sobre canes de nacela, abierta en el muro norte –al trazado del Camino de Santiago– que permaneció cegada hasta las obras de 1948, responsables también del desmonte del retablo mayor. Se abre en un profundo antecuerpo del muro septentrional y está formada por un arco apuntado moldurado con dos gruesos baquetones entre medias cañas que apoya en sendas parejas de dobles columnas.
Puerta del Perdón. Portada septentrional de la iglesia Jacobea del Camino de Santiago Francés. Construida en el primer tercio del siglo XIII, presenta una bella ejecución y arco ligeramente apuntado. Queda abierta en los años Jacobeos.
 

Se rodea de tres arquivoltas abocinadas, profundamente decoradas, de interior a exterior, con sucesión de finos boceles entre medias cañas la primera y motivos vegetales de brotes, hojas rizadas y palmetas de tratamiento espinoso en la rosca e intradós la segunda.

La arquivolta externa es iconográfica, con la particularidad de que las figuras siguen la línea del arco, abandonando así la tradicional disposición radial, y que se tallan en varias dovelas, debido posiblemente a la carencia de bloques de tamaño y calidad suficientes. Se representa aquí al Colegio Apostólico, agrupados sus miembros en parejas y en comunicación entre sí, vestidos con largas túnicas y realizando gestos de adoración con sus manos alzadas mostrando las palmas, gestos que elevan la atención hacia la figura central, en la clave del arco, rodeada de acantos enredados, que representa a Cristo en Majestad, con el Libro sobre su mano izquierda y bendiciendo con la diestra.
Su disposición, que excede la rosca de la arquivolta, así como la tosquedad de su rostro, están en consonancia con el cierto desorden en el montaje de las piezas de las arquivoltas. Rodea el conjunto una chambrana decorada con un friso de palmetas y tallos enroscados, entre los que aparece un mascarón monstruoso.
Los capiteles que soportan el arco y las arquivoltas reciben una interesante decoración, destacable tanto por su iconografía como por su tratamiento plástico.
Capiteles de la portada septentrional.
 

En la parte izquierda de la portada se desarrollan temas de los ciclos cristológicos de la Natividad y Pasión, presentados en un claro desorden compositivo. En el capitel doble que soporta el arco aparece una representación de la Epifanía con los personajes dispuestos bajo arquillos de medio punto.
Vemos así las monturas de los tres magos en la cara corta interior y a éstos, presentando las ofrendas, realizando el más cercano a María una respetuosa genuflexión (prosquinesis) y avanzando al Niño su presente. En el ángulo exterior de la cesta aparece la figura de la Virgen, con el Niño bendicente sobre su regazo realizando un gesto hacia el mago y tras ellos y como es frecuente, la representación de un San José medio adormecido, la cabeza apoyada sobre su diestra y luciendo largas barbas de mechones partidos.
Le sigue por la izquierda la escenificación del sueño de los magos, con el ángel que les previene emergiendo de un mar de nubes en la parte alta del capitel. Tras los Magos aparece la representación arquitectónica de un arco almenado.
En el capitel siguiente volvemos a ver a los tres reyes, esta vez montados en sus caballos ricamente ajaezados, en la representación de su camino de vuelta desde Belén a Oriente tras la advertencia divina.
La crucifixión.
La visita de los Reyes Magos a Herodes.

El ángel apareciéndose a los magos en sueños.
 

El capitel siguiente nos presenta una síntesis del Calvario y las Tres Marías miróforas, con un Crucificado, de cuatro clavos, coronado, con el paño de pureza y muerto, flanqueado por un afligido san Juan que se lleva la mano al mentón; a la derecha de Cristo vemos a la Virgen con un gesto de su mano mostrando la palma, María la madre de Santiago, María Magdalena, portando los pomos de perfumes, anacronismo éste que condensa los pasajes de la Crucifixión y Resurrección.
En el frente del machón que flanquea la portada aparece una esquemática representación de Jerusalén o del palacio de Herodes, con tres pisos de arquillos de medio punto, seguida del mismo Herodes, presentado a la manera tradicional, sentado y coronado. Ante él y bajo arquillos, los tres magos, coronados y a caballo.
Varias son las consideraciones que se desprenden de la iconografía de estos capiteles. En primer lugar las presencia de la Crucifixión es relativamente atípica en la iconografía románica, pese a que encontremos casos como los de Santo Domingo de Soria, la catedral del Pamplona o San Pedro el Viejo de Huesca y, en cierta medida, su presencia dentro del contexto del ciclo de la Natividad aquí plasmado no deja de sorprender.
De algún modo, más que un ciclo de la Natividad los personajes que aquí conducen la narración son los magos (interrogatorio ante Herodes, Epifanía, aviso del ángel y vuelta a Oriente), siguiendo la narración del texto de Mateo (2, 1-12), que recogen fielmente los apócrifos Protoevangelio de Santiago (XXI, 1-14) y Evangelio del Pseudo Mateo (XVI, 1-2). Es evidente el desorden en la colocación de los temas. Iniciando la lectura de izquierda (machón) a derecha (capiteles del arco), y eludiendo el Calvario, los asuntos siguen el orden siguiente: llegada de Oriente y presentación ante Herodes - regreso a Oriente - sueño y anuncio del ángel - Epifanía, cuando el orden narrativo sería: llegada de Oriente y presentación ante Herodes-Epifanía - sueño y advertencia del ángel - vuelta a Oriente.
Es relativamente frecuente la dualidad vida-muerte en las representaciones de la Natividad plasmadas en los dos “tronos”, el que supone la Theotokos del pasaje de la adoración y el significado por el rey Herodes. Un ejemplo claro de esta contraposición la vemos en un capitel del claustro francés de Moissac. La presencia sintetizada de la Crucifixión y Resurrección en Villafranca podría en este contexto verse como complementaria de tal dualidad, con la victoria de la vida través del sacrificio de la Cruz.
Frente al carácter historiado de la parte analizada hasta ahora, los capiteles de la derecha son meramente decorativos, algunos de gran belleza, como el doble que recoge el arco, decorado con tallos entrelazados, racimos de uva y crochets, que como los de la portada de San Esteban de Corullón guarda un aire de familia respecto a lo compostelano.
Le sigue hacia el exterior de la portada una cesta de enrevesada y torpe composición en la que se agolpan un glouton y ocho leoncillos en dos niveles, afrontados y rampantes. Vemos en el siguiente dos arpías veladas compartiendo cabeza en el ángulo de la cesta y bajo ellas otra pareja de arpías con toca, una de ellas con barbuquejo. El capitel extremo se decora con una hoja de acanto de corte clásico entre palmetas, mientras que en el machón aparece una cabecita simiesca y un friso de palmetas.
Capiteles de la portada septentrional.
Los capiteles del lado derecho están labrados con motivos vegetales y zoomórficos.
El interior del edificio se caracteriza por la parquedad de su escultura, recibiendo únicamente los capiteles de las ventanas absidales somera y bastante deteriorada decoración vegetal, con dos filas de hojas de puntas vueltas y otros con crochets.
Cabecera de la iglesia (s. XII). La iglesia con nave única y simplicidad en sus formas. Similitud con las de finales del XI. Preside la talla de un crucificado datado hacia el siglo XIV.
 

Los cimacios se decoran con billetes, entrelazos y hojitas trilobuladas. Destacan, sin embargo, los capiteles que coronan las columnas del arco triunfal, ambos vegetales y ornados, el del lado del evangelio, con dobles hojas lisas con crochets y en el frente una representación del hom cargado de frutos. En el capitel del lado de la epístola vemos hojitas lisas en las caras laterales y una máscara humana en el centro. La talla de estas cestas es tosca, más cercana a los relieves de las ventanas absidales que al cierto refinamiento de la portada septentrional.
En definitiva, la iglesia de Santiago de Villafranca se presenta como un monumento en el que se suplen las escasas pretensiones de su arquitectura –que podríamos calificar de retardataria– con la exhuberante y recargada decoración de la portada norte. Pese a la ausencia de datos seguros, hemos de considerar el momento de construcción del edificio en torno a la última década del siglo XII y principios de la centuria siguiente. Así lo indican con rasgos estilísticos. De confirmarse la referencia a esta iglesia de Santiago de los documentos antes aludidos de 1186 y 1228 podríamos ceñir aún más las obras a los últimos años del siglo XII. La inscripción, hoy prácticamente perdida por la erosión, que se grabó en un sillar del contrafuerte que ciñe por el norte el arranque del hemiciclo, fue a duras penas transcrita por Gómez-Moreno como:
… era m ccxxviii xvi kl sep … … it don Bardon Bonet …….. … iemri …………………….. … eus in be ………………....
Pese a su carácter fragmentario, proporciona así fecha de la era de 1228 (año 1190), en consonancia con las apreciaciones cronológicas anteriores.

 

Arbas del Puerto
Arbas del Puerto se sitúa en el límite septentrional de la provincia de León, en la vertiente sur del Puerto de Pajares que comunica la Meseta con Asturias, a 1 km del alto. Su ubicación, equidistante de Oviedo y León (56 km) y en la cumbre del penoso puerto, convirtió al lugar en idóneo para la instalación de una alberguería, regida por una comunidad de canónigos que garantizase la protección a los numerosos viajeros y peregrinos que transitaban entre ambas ciudades mediante la atención hospitalaria.
Desde su fundación, que se pierde en una maraña legendaria, y a falta de datos históricos precisos, la abadía y hospital recibieron el favor de la Corte leonesa y castellana, tal como se refleja en la documentación y en la epigrafía del propio edificio. En opinión de Vicente García Lobo, quien sigue en esto a Ramón Menéndez Pidal, la fundación de la alberguería de Arbas fue obra del conde Fruela Díaz en torno al año 1116, fecha de la venta del monte de Arbas al abad Sancho por parte del conde y su esposa Estefanía. Ya en la donación realizada por la reina Urraca en 1117 se especifica que va destinada ad illa albergaria quæ sunt constructa in illo porticu de Arbas. La comunidad monástica estaba instalada al menos desde 1092, según certifica la venta que a nombre de fray Domingo de Santa María de Arbas se realiza en ese año. En 1132 se atestigua la vida canónica de la comunidad, al citarse a Fernando Gil como “canónigo de Arbas” en un documento de donación de unas casas y una tierra en León, que dicho canónigo cedió a la propia colegiata en la que profesaba. Cuatro años después, en 1136, recibe la canónica y su abad don Monio la donación del monasterio de San Miguel de Parayas, otorgada “para la obra del hospital”, que debía estar siendo ampliado o reformado.
De la regesta documental publicada por Vicente y José Manuel García Lobo podemos extraer algunos datos interesantes, como el nombre de algunos abades y el tipo de bienes que van conformando el dominio: iglesias, derechos en monasterios, villas, casas, solares, prados, montes y viñas, exenciones, derechos y jurisdicciones. Junto a alguna propiedad inmueble en León, en la costa asturiana y derechos en zonas más alejadas como Mayorga o Toro, el núcleo del dominio radicaba en los territorios de Lena, Gordón y Luna.
En 1151 la canónica recibe del Emperador el monte de Castro Nigro, poblado por iniciativa de la abadía, quien concede carta puebla en 1153 a quienes allí se instalasen, tornando así su topónimo al de Población.
Los principales benefactores de la abadía y hospital fueron los monarcas leoneses Urraca, Alfonso VII, Fernando II y sobre todo Alfonso IX. Su etapa de mayor esplendor correspondió al siglo XII y la primera mitad del siguiente, al menos en cuanto a la ampliación del dominio.
En 1195 recibió totum ganatum, quem habeo in grege Sancte Marie de Aruis en el testamento del deán de la catedral de León, Martín Miguélez; en julio de 1214, Alfonso IX realizó una importante donación en territorio de Luna al abad don Martín Muñoz, con la obligación de que éste construyese una capilla junto al albergue ad serbitium peregrinorum et requiem defunctorum et ut semper unus ex dictis prefati monasterii misam ibidem celebret. Esta capilla, según la opinión general, se correspondería con el actual templo, aunque quizá sería más razonable pensar que se refiera a la adosada al septentrión de la iglesia, pues parece fecha tardía para el inicio de la construcción.
En 1216, con motivo de la asistencia del monarca a la reunión del capítulo de Arbas, concede a la abadía, junto al portazgo de Puente de los Fierros, cien aranzadas de viña en la vega de Toro, que junto a las sesenta también en Toro anteriormente concedidas por el propio rey en 1214 y las adquiridas mediante compra y donación sobre todo en territorio de Mayorga, debían garantizar el abastecimiento de vino para la alberguería.
La comunidad de canónigos de Arbas sólo explotaba directamente una pequeña parte de tan extenso dominio, percibiendo los beneficios de arrendamiento del resto. Entre otros privilegios, como la jurisdicción temporal sobre su señorío, la colegiata gozaba de plena autonomía en lo eclesiástico, con independencia del obispado de Oviedo, motivo éste de disputas entre ambas instituciones, que llegarán a su culmen, ya en el siglo XIX, con la posición de rebeldía de los párrocos de Casares y Cubillas, entre otros, frente la autoridad del abad.
La relajación en la observancia de la regla de San Agustín llevó a la secularización canónica de la abadía, por acuerdo con el prelado ovetense, en 1419.
En 1582, Felipe II le sustrajo el derecho jurisdiccional, derecho que cinco años después vendió a los vecinos del concejo, aunque parece que fue recuperado poco después por el abad. Junto a este factor de inestabilidad, García Lobo señala como causas del declive de la colegiata de Arbas, a partir del siglo XVIII, el absentismo (ya patente en la requisitoria del abad don Marcos Bravo a uno de sus canónigos en 1667) y la mala administración de los bienes, que obligó a acudir en socorro de sus miembros a la Santa Sede, a instancias de los monarcas. Por su mediación se construyeron las actuales viviendas de los canónigos, adosadas al oeste de la iglesia y datadas epigráficamente en 1723, pues según se dice en las que habitaban éstos eran indignas.
Finalmente, la desamortización resolvió una situación ya delicada y significó el fin de la canónica, que desde 1968 pasó a ser regida por el prior de San Isidoro de León.
Del pasado medieval de la insigne institución de Santa María de Arbas del Puerto nos ha llegado prácticamente íntegra su magnífica iglesia, uno de los ejemplares más sobresalientes del tardorrománico en la actual provincia de León, aunque, como veremos y sobre todo en el apartado decorativo, debamos vincularla artísticamente más al románico asturiano que a las producciones leonesas.

Colegiata de Santa María
El templo, construido en excelente sillería de arenisca parduzca, es de modestas dimensiones y presenta planta basilical de tres naves, más ancha la central, divididas en tres tramos y rematada por una cabecera también triple.
La capilla mayor es semicircular, precedida por un profundo tramo recto presbiterial y avanzada en el desarrollo del hemiciclo respecto a las capillas rectangulares que rematan las colaterales. Llama la atención, en primer lugar, la disposición de la cabecera, que evoca tanto modelos rigoristas (Santa María de Sandoval, Santa Cruz de la Zarza de Ribas de Campos) como zamoranos (La Magdalena de Zamora) y los recurrentes asturianos (San Juan de Amandi, San Vicente de Serrapio).



El presbiterio de la capilla mayor es más profundo incluso que los ábsides laterales y se cubre con una bóveda de crucería de nervios moldurados con un haz de tres boceles, más grueso el central, nervios que reposan en finas ménsulas con decoración vegetal. En su clave se esculpió un tosco Agnus Dei enmarcado en un florón, curioso por el costumbrismo de su aspecto claramente caprino y su actitud –aparece ramoneando–, que contrasta con el mensaje pascual de la cruz patada que porta. Dan luz a este espacio sendas ventanas en ambos muros, abiertas sobre la imposta con dos hileras de finos billetes. Ambas son de medio punto y derrame hacia el interior, con la arista interna decorada con bandas de perlado y bocel con dos hileras de semibezantes. La ventana septentrional aparece cegada por la cubierta del absidiolo norte y lo mismo debió ocurrir con la meridional, liberada en el momento de la restauración de Luis Menéndez-Pidal.
El hemiciclo se alza sobre un breve zócalo moldurado interiormente con un bocel y al exterior con un chaflán ornado con dientes de sierra tumbados. Toda la simplicidad de líneas del exterior del tambor absidal, cuyo liso paramento de excelente sillería con predominio de sogas y asentada casi a hueso sólo se ve interrumpido por las tres ventanas abocinadas que le dan luz y animado por la cornisa sobre canes que lo corona, contrasta con el exuberante exotismo de la disposición interior del hemiciclo.
El paramento interno del tambor se dispone en dos niveles, el inferior liso y delimitado por el zócalo y una imposta ornada con dientes de sierra tumbados, y el del piso alto curiosamente lobulado, al excavarse en su espesor cinco exedras, abriéndose ventanas con derrame hacia el interior en la central y laterales. La disposición en paños cóncavos de este paramento evoca tanto los ya citados referentes asturianos (Amandi) como los zamoranos (La Magdalena de Zamora).
Interior de la colegiata
Interior de la colegiata
 

Entre los lóbulos se asientan columnillas adosadas, entre boceles con semibezantes, que recogen los nervios de la bóveda también gallonada que cierra el hemiciclo. Se asienta ésta sobre una imposta primorosamente decorada con pentapétalas inscritas en clípeos perlados. Los nervios se ornan profusamente con los motivos geométricos y vegetales recurrentes en el templo: decoración calada tipo ataurique, tallos ondulantes que acogen palmetas y piñas, dientes de sierra y boceles quebrados formando una trama romboidal y haz de tres boceles. La clave es vegetal, con un florón formado por cinco palmetas. Los nervios son recogidos por cuatro columnillas y en otras dos reposa el arco que genera la bóveda, apuntado y doblado.
Interior de la cabecera
 

En los capiteles se manifiesta la misma temática vegetal y estilo que en los de la nave, con pencas, caulículos con bayas, tallos, hojas lisas de nervio central perlado, tallos helicoidales y brotes carnosos, hojas con piñas, etc. José María Luengo recogía en su artículo publicado en 1946 (fig. 9) la presencia en el ábside central del sumidero de las abluciones, casi en el eje y sobre el zócalo del basamento, desgraciadamente eliminado.
Bóveda del ábside central de una exquisita talla y la imagen de la Virgen del Puerto en el centro.
 
Vista de la nave central desde el altar, con el coro alto al fondo.
 

Los ábsides laterales presentan un tramo recto y pequeñas capillas retranqueadas de testero plano, ambos espacios cubiertos con bóvedas de cañón que arrancan de impostas molduradas con listeles y nacelas. En el testero se abren ventanas de medio punto fuertemente abocinadas al interior. La propuesta de remate del muro de cierre de los absidiolos realizada por José María Luengo (op. cit., fig. 12), pese al evidente desatino que representa en esta zona de montaña plantear una vertiente que dé aguas contra un muro, parece corresponder con la idea original de coronamiento a piñón de los testeros, idea que debió llevarse a efecto, como prueban las rozas en el muro, el desagüe aún visible y las dos ventanas laterales del presbiterio. Posiblemente ya en época medieval se puso remedio a este problema, elevándose los muros eliminando la vertiente interior y dejando la cubierta a un agua actual.
Dan paso desde la nave a los tres ábsides sendos arcos triunfales, de medio punto y doblados los laterales y apuntados los de la capilla mayor. Todos apoyan en pilares con semicolumnas adosadas y acodilladas sobre zócalo moldurado con un bocel. Las basas, sobre finos plintos, presentan perfil ático de fino toro superior, escocia y grueso toro inferior con decoración de dientes de sierra y lengüetas de hojitas y cogollos. Los fustes son monolíticos y en los capiteles se despliega un rico muestrario de temática vegetal: hojas lisas o lobuladas de puntas vueltas en dos pisos, a veces acogiendo piñas, tallos perlados enredados, hojas lanceoladas de nervio central perlado con pomas o barrilillos, etc. Los cimacios se decoran con cinco filas de finos billetes.
El arco triunfal del ábside central muestra similar distribución, aunque complicándose los soportes para recoger los formeros de las colaterales. Sus capiteles reciben tallos perlados enredados de los que brotan hojitas lobuladas y volutas (lado del evangelio) y maraña de tallos entrelazados con palmetas sobre una corona de hojitas dentadas y planas (lado sur). Los cimacios presentan palmetas en clípeos de tallos anudados y brotes inscritos en tallos. Es una constante en la decoración del templo encontrar la disposición pareada de los motivos, tanto en estos capiteles del interior como en la portada meridional que más abajo describiremos.
Las tres naves, divididas en tres tramos, se separan mediante robustos pilares de sección cruciforme con semicolumnas adosadas en sus frentes, que se alzan sobre altos zócalos cilíndricos al estilo de los de San Isidoro de León, San Pedro de las Dueñas o San Pedro de Villanueva. Estos zócalos de Arbas se ornan profusamente con dientes de sierra tumbados y semibezantes.
Sobre los pilares reposan los formeros, de medio punto y doblados, y los perpiaños que delimitan los tramos de las colaterales, éstos apuntados y sencillos. Sus capiteles reciben temática vegetal de idéntica factura a los de la cabecera, con entrelazos, hojas carnosas de puntas vueltas, hojas lisas con pomas, crochets, helechos, etc. y cimacios con rosetas pentapétalas en clípeos perlados de primorosa factura.
Los tramos de las naves laterales se cubren con bóvedas de arista de tosco aparejo, mientras que la nave central recibe en sus tres tramos sendas bóvedas dieciochescas de terceletes. Uno de los interrogantes que plantea el edificio es el de la cubierta original de esta nave, dividiéndose las opiniones entre una estructura de madera a doble vertiente (Gómez-Moreno, Luengo) y una bóveda de cañón (Lampérez). Los dos primeros autores esgrimen como argumentos para su postura la apertura de ventanas en la nave y la endeblez de los contrafuertes en relación a la altura de esa posible bóveda, aunque ambas reflexiones se desvanecen si tenemos en cuenta un probable recrecimiento de los muros de la nave cuando a principios del siglo XVIII se ejecutan las actuales bóvedas. No hay, sin embargo, argumentos concluyentes que nos permiten avalar la hipótesis de Lampérez.
La temática de todos los capiteles del templo se basa en decoración vegetal de diferentes tipos.
Capiteles de los arcos fajones
Capiteles. Motivo vegetal.
Capiteles. Motivo vegetal
Capiteles. Motivo vegetal
 
Capiteles. Motivo vegetal
 

El templo presenta dos portadas de época románica y evidencias de una tercera, desaparecida, en el muro septentrional.
La principal es la abierta en un antecuerpo del muro meridional, hoy solapado y alterado por el pórtico del siglo XVIII, con tres tramos de bóvedas de crucerías y combados que envuelve el edificio por el sur. Se alza sobre un zócalo escalonado profusamente decorado con botones vegetales y doble hilera de semibezantes en los chaflanes y se compone de arco de medio punto, tres arquivoltas y chambrana decorada con entrelazos y brotes. Apea el arco en semicolumnas y las arquivoltas en tres parejas de semicolumnas acodilladas. Siguiendo con la tendencia barroca ya vista en el interior, aquí la decoración lo invade todo, desde el zócalo, las basas, las aristas matadas con medias cañas de las jambas, los capiteles, cimacios y hasta los intradoses y roscas de los arcos.

La portada principal del templo se sitúa en el lado meridional, protegida por un pórtico obra del siglo XVIII. Se compone de un arco de medio punto y tres arquivoltas que apoyan en semicolumnas. El conjunto presenta una decoración muy profusa a base de dientes de sierra, hojas nervadas y lengüetas vegetales. En la rosca de las arquivoltas encontramos una decoración figurada con pequeñas cabezas humanas, cuadrúpedos y serpientes.

Como en el interior, los capiteles repiten la decoración de forma pareada: los cuatro del lado izquierdo del espectador presentan una corona inferior de hojitas nervadas de puntas vueltas y una superior de tallos anudados de los que penden palmetas. Los capiteles del lado derecho reciben un piso inferior de hojas nervadas de puntas vueltas y dos pisos de hojas avolutadas y perladas, con palmetas pinjantes en los ángulos. Los cimacios presentan decoración de entrelazo perlado. Las basas, de perfil ático y con lengüetas vegetales, decoran la escocia con perlas y el desarrollado toro inferior con semibezantes, taqueado o la ya vista doble hilera de dientes de sierra.

Capiteles en la portada meridional.
Capiteles en la portada meridional.
 

El arco, moldurado con dos boceles, decora su rosca con una retícula romboidal perlada. La arquivolta interior presenta en el intradós un casetonado ornado con cabecitas humanas sobre hojarasca y prótomos de felino vomitando tallos; en su rosca vemos dos boceles quebrados en zigzag entre nacelas y acabados en basas.
La segunda arquivolta presenta en su intradós tetrapétalas inscritas en clípeos y bocel, y en la rosca decoración figurada (de izquierda a derecha): cabeza humana de boca abierta, tres cuadrúpedos, el central de rugientes fauces, una cabecita humana sobre hojarasca, un personaje vestido con ropas talares portando un libro en su mano izquierda y mostrando la palma de la derecha, otro clérigo con un irreconocible objeto en su diestra y alzando una pequeña cruz en su diestra, un ave picoteando una baya o fruta, la cabeza una rapaz en la clave, un personaje vestido con larga túnica de pliegues paralelos, una pareja de aves picoteando un pez, dos serpientes enroscadas atacando a un batracio, un león de rugientes fauces y otra serpiente mordiendo los cuartos traseros de un león. La arquivolta exterior tiene el intradós liso y dos boceles quebrados a modo de chevrons en la rosca.
La otra portada conservada es la abierta en el centro del hastial occidental. Más sencilla que la abierta a la vera del camino hacia Oviedo, se compone de arco de medio punto y tímpano liso soportado por dos mochetas decoradas con dos naturalistas prótomos de bóvido y oso. El arco es de perfil liso, rodeado con una chambrana ornada con cuatro filas de finos billetes y descarga en una pareja de columnas acodilladas. Presentan éstas cimacios con tallos ondulantes y brotes y capiteles vegetales de tallos anudados y palmetas pinjantes de puntas rizadas.
Las basas repiten el modelo de las vistas y apoyan en un zócalo ornado con dos hileras de semibezantes y bolas en los chaflanes.
Portal del hastial  occidental de la colegiata
Portal occidental
 

Hay evidencias de una tercera portada, enfrentada a la meridional y abierta en el muro norte de la iglesia. En este costado norte se adosó en época imprecisa (siglo XIII, según Luengo) una capilla originalmente compuesta de tres tramos toscamente abovedados, que hoy se ven reducidos a dos. En su interior se custodia un sarcófago de orejeras y reutiliza una dovela con boceles quebrados en zigzag en su testero, quizá procedente de la eliminada portada septentrional.
Completa la decoración escultórica del edificio la serie de canecillos de los aleros de la cabecera y muro meridional de la nave.
En el ábside, bajo la cornisa moldurada con una nacela tachonada de puntas de clavo y bajo ella un listel, mediacaña y bocelillo, se disponen quince canes de buena factura, decorados con hojas incurvadas y anilladas, otra de roble, un tallo con hojas rizadas, rollos y dientes de sierra y figuras animales y humanas, entre las que destacamos un busto masculino de severo rictus con barba y cabello acaracolado, dos figuras femeninas sedentes, una oveja o cordero, un simio o can sentado y amarrado por el cuello con una soga, un prótomo de felino y una pareja de cuadrúpedos, quizá liebres. Más sencillos son los de los muros de la nave y tejaroz del antecuerpo de la portada sur, ya que junto a alguno de hojarasca y un personaje acuclillado predominan los geométricos de simple nacela, proa de barco, rollos y dientes de sierra, la mayoría restaurados. 
Canecillos en el alero del ábside central.
Canecillos
 
Canecillos
Ábside norte decorado con canecillos de motivos geométricos.
 

Se conservan un lucillo sepulcral románico en el muro meridional de la iglesia, con arco al interior y exterior, a la derecha de la portada. Fue horadado para dar paso a la sacristía desde la nave, aunque la restauración del pasado siglo, que suprimió el tramo occidental de aquella, lo devolvió a su primitivo aspecto. El arcosolio, al interior, presenta arco de medio punto con arista ornada por bocel entre dos bandas de dientes de sierra y chambrana con tres filas de billetes y al exterior la decoración es más profusa, con la rosca del arco ornada con tres boceles quebrados y bandas de perlado entre ellos –similar a la decoración de la portada sur– y chambrana con tallo ondulante y zarcillos.
A la estructura arquitectónica descrita se fueron añadiendo nuevos elementos, básicamente durante el último cuarto del siglo XVII y el primero del XVIII. Fundamentalmente estas obras se materializan en la torre cuadrada de los pies, en la estructura porticada que envuelve todo el costado meridional del edificio románico y la sacristía sur que la prolonga. A falta de los libros de fábrica, los numerosos testimonios epigráficos nos sitúan cronológicamente el proceso constructivo.
Empotrada en el muro septentrional que ciega el arco de la torre aparece una inscripción que reza: ESTA OBRA HIZO EL NOBLE D[on] MARCOS BRAVO DE LA SERNA, CAPITÁN Q[ue] FUE DE INFANTERIA ESPAÑOL EN ARAGÓN Y CATALUÑA, ARZ[edia]NO DE BALDERAS, DIGN[i]DAD I CAN[ónig]O DE LEÓN, ABBAD DESDE SANTA IGL[esi]A COLEG[iata] DE SANTA M[aría] DE ARBAS Y CAPELLÁN DE SU MAGESTAD. AÑO 1679. ÆTATIS SUÆ TRIGESIMO ET TERTIO ANNO. SANTA MARIA ORA PRO EO. Don Marcos Bravo, era abad al menos desde 1661 y debió fallecer antes del 14 de marzo de 1679, pues en esa fecha aparece documentado en dicho cargo don Justo de la Mar y Carrió. Desconocemos a qué obras se refiere el epitafio, al estar la lápida desplazada y reutilizada.
La torre que se adosó al hastial occidental de la nave central se documenta epigráficamente en la inscripción ubicada en el arco de ingreso: HIZOSE ESTA TOR[r]E REINANDO EN ESPAÑA/ LA MAGESTAD DE DON CARLOS SEGUNDO/ SIENDO ABAD DON TORIVIO DE ZIENFUEGOS/ DEL [h]ABITO DE SANTIAGO Y CAPELLÁN DE [h]ONOR/ DE SU MAGESTAD, AÑO DE 1693.
Algunos años después se ocupó el tramo occidental de la nave con un coro alto, al que se accedía desde la colateral norte y eliminado en la última restauración y trasladado al primer piso de la torre. Bajo el arco que lo comunica actualmente con la nave, corre la inscripción: REGNº PHI V, HVIVSQ ANTIQMI AEDIS V? QVIANT BTE, D. JOSEPHO A FUENTES CASTAÑEDA, RVEo, Sn JACOBI MATE, MISIONTO CHORUS, HC, CACAPSIINTRASAEDIFICATE/ ANNO DOMINI MDCCXVI (es decir, el año de 1716). En la clave de la bóveda del tramo central de la nave, rodeando el escudo de la Orden de Santiago, se lee: HIZOSE EL AÑO DE 1715 ABAD J. FUENTES. Este abad, don José Fuentes y Castañeda, está al cargo de la comunidad cuando se acometen las obras del coro, abovedamiento de la nave y construcción de la sacristía y aparece en la documentación hasta 1727. En la bóveda estrellada de la sacristía, adosada al sur del templo, aparece la fecha de 1727 y, en una de las claves, la leyenda: HVIC OPERI FUIT FINIS ABBTE D. IOSEPHO A. FUENTE S V.
En dos claves de la bóveda del pórtico (ángulo suroccidental) se lee: AÑO DE 1734 ME FECIT” y “F[e]R[na]ND[u]S, A COMPOSTIZO. En la clave central campea el escudo de la abadía, compuesto por un león rampante y coronado que sostiene una espada ante una representación arquitectónica (creemos que de un puente) sobre la que hay doce estrellas y como fondo una venera y sobre ella una corona real. Rodea el escudo la leyenda: ARMA HVIVS INSIGNIS ECCLESIAE. Finalmente, en el reloj de sol situado en el exterior del acceso al pórtico, se lee: AÑO 1733/ FDS, A COMPOSTIZO.
Las reformas y restauraciones del templo han contribuido a dificultar la ya de por sí compleja aproximación al proyecto original, sobre todo en lo relativo a la disposición de la cabecera. En las fotografías publicadas por Gómez-Moreno, Luengo y Viñayo observamos cómo se había unificado, en fecha imprecisa, la sobrecubierta de los ábsides laterales con la del presbiterio, prolongando los muros de aquéllos en altura con ruda mampostería de lajas. También el ángulo noroccidental de las naves manifiesta inequívocos signos de reparaciones. El templo sufrió el saqueo durante la Guerra Civil, siendo quemada la imagen de su titular, hoy sustituida por una réplica de la Virgen de Santa María Gradefes. La restauración de mediados del siglo XX corrió a cargo de la Dirección General de Bellas Artes, bajo las directrices del arquitecto Luis Menéndez-Pidal y Álvarez (†1975), cu-yo sepulcro bajo arcosolio se encuentra en el muro septentrional. Actualmente el bello edificio precisa urgentemente una nueva intervención que solucione sobre todo los problemas de humedades, acrecentados al permanecer la mayor parte del año cerrado.
En definitiva, Santa María de Arbas aparece como un excepcional epígono del románico hispano, asimilando en sus formas y ornatos soluciones arquitectónicas diversas, desde las más enraizadas en la arquitectura del románico pleno, como la distribución de los pilares de las naves, a las más avanzadas y propias de los edificios rigoristas de las primeras décadas del XIII; la tradición románica más arraigada en las tierras de Asturias con fórmulas de recuerdo zamorano y salmantino, dando la sensación de que los extraños límites medievales de las diócesis se hubieran impuesto a los geográficos, pues nada similar encontramos en tierras leonesas. Bien meridiana es la conexión estilística de su decoración con la de los templos asturianos de San Juan de Amandi, Santa Eulalia de Ujo, San Antolín de Sotiello, etc., donde encontramos ese horror vacui, la exuberancia decorativa, similar temática vegetal, repetición pareada de motivos, etc.
Es innegable que tales identidades, por encima de la similar disposición de la cabecera que encontramos en el templo de San Vicente de Serrapio, nos conectan nuestro edificio con los talleres escultóricos que trabajan a caballo de los siglos XII y XIII en los valles por los que discurre el concurrido camino de peregrinación a San Salvador de Oviedo, por un lado, y con el foco de Villaviciosa, por otro. Las conexiones son evidentes con el templo de San Juan de Amandi, donde junto a la articulación interna de paños cóncavos del ábside, similar al hemiciclo de Arbas, encontramos en su portada occidental e interior los boceles quebrados en zigzag, los motivos vegetales de vástagos anudados, palmetas pinjantes y cabezas de pico mordiendo el bocel ya vistos en la portada principal del templo leonés, así como las dobles hileras de semibezantes, todo con un tratamiento quizá algo más rudo en el templo asturiano.
En los capiteles del triunfal de San Antolín de Sotiello encontramos una sorprendente identidad con los de la parte derecha de la portada sur de Arbas, hasta en el mismo cimacio de entrelazo perlado y en el triunfal de Santa Eulalia de Ujo volvemos a encontrar las hojas de puntas vueltas con piñas y las palmetas rizadas.
La identidad de talleres escultóricos parece pues evidente y debe relacionarse, tanto en lo arquitectónico como en lo decorativo, con los fluidos contactos entre el románico zamorano y el asturiano –a cuya progenie responde este templo de Arbas–, que aún nos desconciertan y parecen reivindicar la necesidad de un estudio más profundo de tales relaciones.



 

 

 

 

 

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