sábado, 8 de marzo de 2025

Capítulo 34-2, San Cugat del Vallès, Cervelló, San Martí Sarrosa

 

Sant Cugat del Vallès
Ciudad situada en la comarca del Vallès Occidental, a 16 km de Barcelona, por la carretera que cruza la sierra litoral de Collserola. Se extiende al pie de la vertiente noroeste de esta sierra, en la depresión prelitoral.
La villa, cuyos orígenes no conocemos con precisión, se desarrolló bajo la jurisdicción del monasterio homónimo, para prestar los servicios y desempeñar los trabajos que una gran abadía demandaba. La iglesia de sant Pere de Octavià, hoy desaparecida, está documentada desde finales del siglo X, cuando aún debía ejercer de parroquia de un núcleo de población disperso. Una bula papal de 1120 es el primer documento que menciona la villa, y desde 1173 tiene concedido el permiso de celebración de mercado semanal, un indicio claro de su desarrollo. Parece lógico suponer que su localización inicial se situaba en torno a la iglesia de sant Pere de Octavià y al camino que la comunicaba con el monasterio, actualmente la calle Mayor.

Monasterio de Sant Cugat
el contenido del archivo y de la biblioteca de sant Cugat se ha conservado, muy parcialmente, en el archivo de la Corona de Aragón. el fondo del monasterio lo constituyen aquellos manuscritos y pergaminos que Pròsper de Bofarull consiguió retener en Barcelona, poco antes de la exclaustración de 1835 y del incendio que destruyó el monasterio. También se conservan pergaminos pertenecientes a sant Cugat, entre otros, en el archivo municipal de Sabadell y en la biblioteca del monasterio de Montserrat.
Desde el punto de vista documental, interesa destacar el Cartulario de Sant Cugat, la compilación de documentos que acreditaba y legitimaba las posesiones y derechos territoriales del monasterio. Se realizó entre 1225 y 1249, después de la reforma de la administración del dominio territorial con el fin de asegurar el cobro de los derechos de jurisdicción y propiedad. Son mil trescientos ochenta y un documentos, fechados entre el último cuarto del siglo X y mediados del siglo XIII, que hacen del códice una de las principales fuentes de información de la historia del monasterio hasta esta fecha, y el más importante cartulario monástico de Cataluña.
Por la rica información que aporta sobre el monasterio, los espacios, la liturgia y la vida cotidiana, interesa referir nos aquí a otro manuscrito, las Consuetudines Monasterii Sancti Cucuphatis o Costumario. se trata en este caso de un códice, conservado de forma incompleta, que escribió el monje Pere Ferrer entre 1221 y 1223 por encargo del abad Ramón de Banyeres. Recoge, siguiendo la tradición cluniacense de este tipo de obras, muchos de los aspectos de la vida del monasterio, de índole más material, de la organización interna de la comunidad, de los oficios litúrgicos y la descripción detallada de la jornada del monje. Nos interesarán, en particular, las referencias a los distintos espacios del monasterio y la identificación de las dependencias.
El territorio de sant Cugat y la comarca del Vallès fue ron desde antiguo una zona privilegiada de comunicaciones, y conocieron una intensa romanización. En sant Cugat, además de una importante villa romana, la conocida como can Cabassa, se han localizado restos de la ocupación de época alto imperial, en el lugar del monasterio, que hacen suponer la existencia de estructuras de explotación agrícola (depósitos, silos, dolia, etc.). A principios del siglo IV se construyó una importante fortificación, un recinto amurallado cuadrangular de unos 40 m de lado, con torres semicirculares ultrapasadas en los ángulos y semicirculares en el centro de cada uno de los lados. se trata de una tipología característica de la arquitectura militar del bajo imperio de la que no se conocen otros ejemplos en la Tarraconense.
Parece que la fortificación quedó inacabada en su lienzo norte y es aquí donde a mediados del siglo V se construyó un aula eclesial, de carácter funerario, asociada a un mausoleo doble, que en los siglos VI y VII sería objeto de distintas reformas y ampliaciones, con el añadido de un ábside de planta poligonal al exterior y ultrapasada en el interior y de pequeños mausoleos. Son los restos que han quedado visibles desde que fueran descubiertos en las primeras excavaciones de la década de 1930, momento en el cual también fueron localizados los restos de la fortificación.
La primera noticia sobre la presencia de una comunidad monástica en el lugar de Octavià es de los años 875-877. Se trata de un precepto carolingio de confirmación de bienes al abad. La fuerte penetración e implantación del monaquismo benedictino formaba parte de la reforma carolingia que estaba en marcha en los territorios de la Marca Hispánica. No existen indicios claros de las estructuras arquitectónicas que acogieron esta primera comunidad, aunque hay que suponer que en un primer momento debieron instalarse en las construcciones tardoantiguas que continuaban en pie (la fortificación) y que la basílica pudo servir como iglesia monástica.
Las numerosas campañas de excavación llevadas a cabo en el monasterio han identificado construcciones de los siglos IX y, anteriores a la gran campaña de edificación de un nuevo x monasterio cuyo inicio deberíamos situar a finales del siglo X. Estas primeras construcciones monásticas serían dos grandes edificios de dos plantas que coinciden con las alas noreste y noroeste del actual claustro, aunque no formaban ángulo entre sí y de las cuales se han conservado parte del ángulo norte del primero y la fachada suroeste del segundo con las ventanas.
Algunos indicios altomedievales encontrados en una excavación puntual en el interior de la iglesia llevan a plantear la posibilidad de que se hubiera levantado un primer templo ya en estos momentos, aunque, al no haberse excava do este sector, carecemos de datos arqueológicos.
Es también entre los siglos IX y X cuando quedará fijado el lugar del martirio de san Cucufate, para autentificar y prestigiar las reliquias del santo que poseía el monasterio. Asi mismo, se reelaboran versiones de su Passio, a partir del texto de Prudencio, en las que los monjes de Sant Cugat tuvieron seguramente un activo papel.
En los primeros años del siglo XI se estaba desarrollando una intensa actividad constructiva que dejó huella en algunos documentos del Cartulario. Por una parte, un tal Fedancio o Fedancius firma en tres documentos como testigo, en 1006, 1010 y 1012, en los que se le denomina artificem petre y architec tus et magister edorum. En 1013 el monasterio vendía una serie de propiedades a los condes de Barcelona para finalizar la obra del claustro, que debemos interpretar como una referencia a los trabajos que se llevaban a cabo en el conjunto del monasterio. Las evidencias materiales corroboran que se emprendió un gran programa constructivo, que hay que situar en el marco del impulso que experimenta el monasterio en tiempos del abad Odó, quien en 1002 obtuvo del papa Silvestre II la bula que otorgaba a San Cugat la exención episcopal. La memoria de este abad seguirá viva a lo largo de la historia del cenobio y a este respecto cabe recordar que el aniversario de su muerte era celebrado y que en el siglo XIV se le dedicó un monumento funerario en el interior de la iglesia.

Los edificios que configuran el nuevo monasterio se asientan, en parte, en el perímetro de la antigua fortificación del siglo IV. La iglesia que se edificó en este momento no es la que conservamos y sobre ella tenemos muy poca información dado que queda pendiente una investigación arqueológica.
Con todo, se ha supuesto que debía de ocupar el lugar de la actual que, construida entre los siglos XII y XIV, se mantuvo dentro del perímetro de la muralla bajo imperial que, en cierta manera funcionó como cimentación. Solo algunos restos arqueológicos de las primeras excavaciones realizadas en la década de 1930 han permitido saber que se trataba de una iglesia con tres ábsides, situados aproximadamente en el mismo lugar que la cabecera actual, aunque era un edificio más estrecho y de menor longitud. De la noticia sobre la donación de un antipendio en 1010 no deberíamos deducir que las obras estuvieran ya acabadas. en efecto, la aula-basílica tardoantigua pudo seguir en funcionamiento hasta su amortización a finales del siglo XII.
A partir de mediados del siglo XII empezó la construcción de un nuevo templo que iría sustituyendo el edificio del siglo XI. Las obras empezaron por la cabecera, pero su consecución se prolongó hasta el siglo XIV. Cuando se redactaba el texto del Costumario, solo se habían construido los ábsides y el primer tramo de las naves y, por lo tanto, las referencias a algunos de los ámbitos de la iglesia lo son aún del edificio del siglo XI. En diferentes ocasiones y a raíz de la descripción de los recorridos procesionales, sabemos de la existencia de una galilea a los pies del templo, un espacio con funciones funerarias que comunicaba con la iglesia y con el claustro. Sobre su cronología, solo sabemos con certeza que es anterior a 1220 y, por lo tanto, pudo ser también añadida en el siglo XII.

En el lado sur del templo, adosada a él y asentada sobre la torre de la muralla tardorromana, se levantó la torre campanario. Dos noticias de donaciones para esta obra informan que estaba en construcción en 1063. Se trata de una de las estructuras conservadas del siglo XI, la cual se eleva hasta una altura un poco por encima de las arcuaciones ciegas.

Las obras que mejor se conocen del siglo XI son las tres alas que cierran un gran patio claustral, mayor que el actual.
Estas definen la planta general del monasterio que siguió vigente a lo largo de los siglos posteriores. En los lados noreste y noroeste se reformaron los edificios preexistentes, se cerró el paso en el ángulo y se construyó el ala sudoeste, de la que se ha conservado toda la fachada que cierra el claustro por este costado.
En las citadas excavaciones de los años 30, además, se descubrieron los cimientos de los pilares de una galería adosada a la iglesia que, probablemente, doblaba el ángulo suroeste. La documentación del siglo XI no aporta información sobre las dependencias monásticas de los espacios de los tres costados del patio claustral. Como veremos, es en el Costumario donde encontramos información sobre la función concreta de las distintas dependencias que, muy probablemente, no habrían cambiado en lo esencial.

Fuera de este recinto principal, en torno al patio claustral, debieron de existir otros edificios que configuraban un segundo recinto monástico, de los que se han localizado algunos vestigios en el lado norte. a partir de estructuras fechadas en el siglo xi, también sabemos que el monasterio estaba fortificado. Se trata del Castrum Octavianum de la documentación altomedieval. En el lado suroeste, donde se encontraba el acceso al recinto claustral, se encontró parte de la muralla, así como un foso paralelo al exterior de la galería noroeste. Hacia mediados del siglo XII el monasterio empieza una segunda gran campaña constructiva que consistió en la completa renovación de la iglesia (no concluida hasta el siglo XIV) y el nuevo claustro. Las obras se iniciaron por la iglesia, con la construcción de una nueva cabecera. Entre 1145 y 1173, los documentos recogen distintas donaciones destinadas a obras que seguramente eran las correspondientes a los nuevos ábsides de la iglesia. son donaciones en dinero, en materiales o incluso en mano de obra y animales de carga.
En el caso de una donación de 1157 se especifica su destinación precisamente a la nueva cabecera (ad opera capitis Ecclesie S. Cucuphatis). En 1182 se instituía una misa perpetua en el altar de santa María, lo cual llevaría a suponer que la obra de los ábsides estaba prácticamente finalizada. Sin embargo, el análisis de la escultura exterior de los ábsides y las diferencias constructivas que se observan entre ellos revelan que no se trata de una obra unitaria y que algunos de los capiteles y modillones son seguramente posteriores a esta fecha.

La nueva iglesia se proyectó con una mayor anchura, lo cual comportaba ganar espacio al patio claustral. La nueva cabecera se empezó a construir por el ábside norte. El macizo del muro norte incorpora una escalera de caracol que llegaba hasta la cubierta del ábside y que comunicaba con un pasadizo que recorría una parte de la fachada norte de la iglesia. Esta estructura de comunicación con las partes superiores del edificio seguramente también se proyectó para el ábside sur, pero no se llevó a cabo. Este hecho y las diferencias que presenta la decoración exterior del ábside norte respecto de los ábsides central y sur prueban que el proyecto inicial realizado en aquel experimentó cambios, que afectaron a los otros dos, y que las obras debieron sufrir una primera interrupción. Las modificaciones se concretaron en una diferente articulación de los paramentos exteriores y en el añadido de columnas adosadas con los respectivos capiteles en los ángulos del perímetro poligonal del ábside central.



Detalle del ábside 

Interior, nave central

Ábside 

Así pues, en 1182 era el ábside norte, precisamente dedicado a la Virgen, el que debía estar concluido. las obras del central y meridional, en cambio, se llevaron a cabo con posterioridad. A juzgar por la escultura, la del ábside sur es ajena a la obra del claustro, mientras que la del central es contemporánea, puesto que los capiteles y modillones exteriores son obra del mismo taller.
En este caso, estaríamos entre 1190 y 1200. La obra de la cabecera fue seguida poco después por la del primer tramo de las naves, del que destaca la ventana meridional, con dos arquivoltas con capiteles.
Con la nueva cabecera de la iglesia ya acabada y probablemente también la del primer tramo de las naves, se proyectó el nuevo claustro. La obra consistió en la construcción de las cuatro galerías, tres de las cuales se cubrieron con bóvedas de cuarto de cañón y la de la iglesia con bóveda de cañón, salvo el ángulo este, frente a la portada. En esta esquina, la cubierta debía permitir la visibilidad de la fachada de la iglesia, que se decoró con pinturas murales hasta un nivel bastante alto respecto a la portada, como veremos. La edificación de un claustro superior en el siglo XVI obligó a unificar niveles y sustituir las bóvedas de cuarto de cañón de tres de las galerías por otras aptas para soportar una edificación superior. Se optó por sustituir todas las cubiertas románicas por las pesadas bóvedas de cañón actuales, responsables en parte de los serios problemas estructurales que históricamente ha tenido el claustro. La restauración llevada a cabo a mediados de los años 90 del siglo XX tenía por objetivo resolverlos, y al mismo tiempo supuso la sustitución de muchas de las bases y columnas, dañadas por el desplome de las galerías, con elementos de nueva factura.

La galería de la iglesia implicó no solo la sustitución de la ya existente, sino también un desplazamiento de la misma puesto que el nuevo templo era más ancho. Las obras de renovación de la iglesia, que avanzarían con lentitud a lo largo del siglo XIII y no se finalizaron hasta el siglo XIV, debieron condicionar la consecución de los trabajos del nuevo claustro, que no empezaron por la galería contigua al templo, como era habitual y así se constata en muchos otros casos, sino que esta fue precisamente la última. El muro de la nueva iglesia colindante con el claustro acabaría construyéndose en toda su longitud en dos etapas diferentes que pueden apreciarse perfectamente en sendas juntas de obra.
En caso contrario, la construcción de la bóveda de cañón de la galería, cuyo arranque se conserva en el muro, no hubiera sido posible.

El claustro es de planta cuadrada, ligeramente irregular.
Las galerías están formadas por un podio seguido, con pilares en cada uno de los ángulos y dos en cada lado que alternan series de cuatro parejas de columnas y cinco arcos. En los pilares, columnas y capiteles adosados dan continuidad visual a la secuencia, al mismo tiempo que resuelven la entrega del arco. Las columnas, con los respectivos capiteles y bases, están unidas por un solo cimacio, únicamente con molduras. El grosor bastante considerable del muro y de los arcos deja las columnas suficientemente separadas una de la otra para que las caras internas de las parejas de capiteles sean perfectamente visibles. Los pilares intermedios de los lados se prolongan hacia el patio formando contrafuertes escalonados. El exterior de las galerías se acaba con un friso de arquillos ciegos, sobre modillones figurados, que marca el nivel original de la cubierta.
Estos elementos decorativos presentan una unidad en las tres galerías nororiental, noroccidental y suroccidental, por donde empezaron las obras.
Cabezas de cuadrúpedo y humanas, con un parecido importante con la escultura de los capiteles, sitúan la consecución de las cubiertas contemporáneamente a los trabajos en estas galerías. En cambio, los modillones de la galería de la iglesia, con cabezas de cuadrúpedo muy esquemáticas, son todos iguales y muy similares a los modillones de la base del cimborrio de la iglesia, una obra de realización muy avanzada dentro del siglo XIII. Ello hace suponer que la galería de la iglesia habría tenido quizás una cubierta provisional, mientras que la bóveda de cañón definitiva, junto con la reforma de la portada de la iglesia y la solución de la esquina, se habrían llevado a cabo con el impulso de las obras de la iglesia a partir de mediados del siglo XIII.

Galería oeste

Galería este

Galería noreste

Galería norte

Galería sureste 

La obra del claustro se inició hacia 1190. De esta fecha, conocemos el testamento de Guillem de Claramunt, del cartulario, quien además de ordenar ser enterrado en el monasterio de Sant Cugat, deja mil sueldos para la obra del claustro (...Primum dimito corpus et animam meam domino Deo et monasterio s. Cucuphatis cum mille sol. Barchinonensibus ad opus ipsius claustri quod facere ibi promisi, et cum meo lecto et uno mulo qui corpus meum portet...). Otro legado testamentario para la iluminación del claustro, de 1217, ahora de Saurina de Claramunt, ha sido considerado como terminus ante quem, al menos en lo referente a la escultura, aunque en este caso el dato no presenta necesariamente una relación directa con las obras de construcción.
Dos documentos del Cartulario, de 1206 y 1207, incluyen la firma como testigo de un Arnalli o Arnaldi Catelli. Se trata, sin duda, de Arnau Cadell, el escultor que estaba dirigiendo las obras del claustro y que, gracias a estos documentos, sabemos que se estaban llevando a cabo en estos años. Su profesión y su cometido, sin embargo, no lo conocemos a través de la documentación, sino gracias a la inscripción del pilar del ángulo norte del claustro que acompaña una escena de trabajo de un escultor en el capitel adosado contiguo. La inscripción (HEC EST ARNALLI / SCULPTORIS FORMA CATELLI / QUI CLAUSTRUM TALE / CONSTRUXIT P(ER)PETUALE) no solo es la firma del escultor, sino que da categoría de retrato a la imagen que se encuentra justo al lado. Así hay que entender las dos primeras líneas: esta es la figura del escultor Arnau Cadell. La imagen representa a un personaje sentado, esculpiendo un capitel corintio, mientras un monje le trae un cuenco con bebida.
La representación del escultor sigue un modelo que ya se había utilizado en un capitel del tercer taller de escultura de Notre-Dame la Daurade de Toulouse, y en un relieve del claustro de la catedral de Girona dedicado precisamente a escenas de construcción, con la presencia del obispo y los acólitos. En sant Cugat, no obstante, el modelo se adapta para ser el autorretrato del escultor, un objetivo distinto, por lo tanto, al de los dos casos precedentes. este no será el único tema del claustro cuya utilización previa se constata en estos otros dos conjuntos; y las razones que permiten explicar estas concurrencias hay que buscarlas en la procedencia de los artesanos.
En primer lugar, porque el taller al que se le encarga la construcción y la escultura del nuevo claustro, y que debe mos suponer dirigido por Arnau Cadell, venía o era de Girona. Eran artesanos que se habían formado o habían estado trabajando con anterioridad en el claustro de la catedral y que llegaron a Sant Cugat trayendo consigo los modelos utilizados en Girona. Solo así se pueden explicar las numerosas coincidencias en la composición de los capiteles, en la representación de los temas, en la construcción de las figuras o en los motivos vegetales y ornamentales. Esta hipótesis se ha visto reforzada con el hallazgo del testamento de un Arnau Cadell, dictado en Girona en 1221. Y ha permitido delimitar un grupo de escultura en torno a estos claustros cuyas características formales lo hacen fácilmente reconocible, y al que se suman otras obras de menos envergadura. Y en segundo lugar, porque la procedencia de una parte muy importante de los modelos utilizados en estos conjuntos es tolosana. En los capiteles bíblicos, y en algunas de las escenas del nuevo Testamento se reconoce aquel origen, así como en la utilización de elementos arquitectónicos para enmarcar las caras de los capiteles y ordenar la composición de las escenas. Algunos temas figurativos son de inconfundible raíz tolosana, como el ya comentado del escultor, la escena de vida cotidiana con monjes afeitándose –del que solo se conocen los ejemplares de la Daurade, de Girona y de Sant Cugat–, las abundantes representaciones de personajes con espada y escudo luchando con animales, la sirena mirándose al espejo o el personaje enredado en entrelazos. Y los repertorios vegetales, en capiteles decorativos o figurados, son igualmente deudores de la tradición tolosana: los capiteles corintios, los repertorios de decoración vegetal a base de entrelazos, los capiteles mixtos con un registro inferior de hojas de acanto y uno superior con entrelazos vegetales.

Los claustros de la catedral de Girona y, anteriormente, según pensamos, el de Sant Pere de Rodes, presentan una novedad respecto a los claustros catalanes anteriores, de mediados y del tercer cuarto del siglo XII: el relato bíblico en los capiteles de la galería de la iglesia. La introducción de una iconografía narrativa se explica por la ascendencia tolosana de los modelos y, lógicamente, por la voluntad, valiéndose de la escultura, de construir un discurso complejo. El claustro de Moissac y el de Notre-Dame de la Daurade, en fechas muy tempranas, en torno al 1100 en el primero y en la primera fase del segundo, y hacia 1120 en la segunda fase, ya habían conseguido componer una narración a partir de historias breves, las de los capiteles. A pesar de estar separadas unas de las otras por la naturaleza de los soportes, formaban parte de una historia más extensa, cuya lectura y reconocimiento requería necesariamente el movimiento del espectador. En el claustro de la catedral de Girona, los pilares y capiteles interiores de la galería de la iglesia despliegan una amplia historia de la salvación, desde la creación hasta el Juicio. En el claustro de Sant Cugat se llevó a cabo algo similar en los capiteles exentos del interior de la galería de la iglesia. en uno y otro caso, el inicio de la narración se sitúa cerca de la puerta de comunicación con la iglesia.
Es en el ángulo sureste, precisamente frente a la portada de la iglesia por donde los monjes salían al claustro después de los rezos y los oficios, donde se encuentran las primeras es cenas del antiguo Testamento, siempre en los capiteles de la parte interior de la galería.

El primer capitel adosado al pilar, y de manera excepcional puesto que el resto de temas bíblicos se encuentran en capiteles exentos, contiene una imagen de Daniel entre los leones. Siguen tres capiteles con escenas de Adán y Eva, Noé y Abraham, mucho más sintetizadas que en el claustro de Girona puesto que allí se despliegan por los relieves de dos de los pilares de la galería de la iglesia. En el primero, la creación de Adán, el pecado, la reprobación de Dios y la condena al trabajo ocupan cada una de las caras. Las escenas de la construcción del arca y del Diluvio y la de los hijos de Noé cubriendo la desnudez de su padre que yace en la viña, se concentran en el siguiente capitel. La visita de los tres ángeles a Abraham, con los tres momentos de la anunciación, el lavatorio de pies y la hospitalidad o banquete, ocupan el cuarto capitel veterotestamentario.

Daniel entre los leones

Ciclo de Adán y Eva

Pecado original 

Pecado original

Construcción del arca

Los hijos de Noé con las ropas del padre

La viña de Noé

Arca de Noé. Fin del diluvio

Historia de Abraham 

A partir de este punto, empieza la historia de Cristo. Un capitel con el Anuncio a los pastores y otro con la huida a Egipto y la matanza de los inocentes son dos de los cuatro dedicados a la infancia de Cristo.

Anuncio a los pastores

Huida a Egipto

Huida a Egipto

Herodes ordena la Matanza de los Inocentes

Matanza de los inocentes 

Los que contienen las escenas principales de la Anunciación, la Natividad y la Epifanía y la Presentación de Jesús en el templo ocupan dos capiteles situados en la galería este, casi delante de la sala capitular y de nuevo cerca de la puerta de la iglesia.

Anunciación

Natividad

Adoración de los Magos

Presentación de Jesús en el Templo

Presentación de Jesús en el Templo 

La única escena de la vida pública de Cristo es el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, que ocupa el siguiente capitel, seguido del de la entrada a Jerusalén.

Milagro de la panes y peces

Milagro de la panes y peces

Entrada en Jerusalén

Entrada en Jerusalén

Lavado de los pies 

La Resurrección, en cambio, toma un papel relevante con dos capiteles dedicados respectivamente a la visita de las Marías al sepulcro, precedida de la compra de perfumes, y a la Duda de santo Tomás. Entre ambos capiteles, se encuentra otro con las escenas de San Juan Bautista, la Traditio legis y la misión de los apóstoles, que hemos interpretado como alusivas a la Pentecostés. El penúltimo capitel de esta galería está dedicado a la Dormición de la Virgen, y el último contiene la escena de la lucha de las virtudes y los vicios o Psicomaquia, con el añadido de un personaje femenino con indumentaria no militar que puede asimilarse a la figura de la Virgen.

Bautismo de Cristo

Duda de Santo Tomás

Duda de Santo Tomás

Las Tres Marías comprando perfumes 

Dormición de la Virgen

Dormición de la Virgen 

A pesar de que las obras de la galería de la iglesia fueron las últimas en realizarse, y es aquí donde hemos visto que se concentran los capiteles con historias bíblicas, la obra del claustro estaba perfectamente planificada en lo referente a la localización de los temas representados en los capiteles. La presencia de escenas bíblicas en capiteles de las otras galerías que, junto con escenas de temática monástica, se tienen que interpretar en relación con los espacios próximos y sus funciones, demuestran que la escultura del claustro respondía a un programa perfectamente establecido desde el principio. La descripción detallada de la jornada del monje y de la liturgia, contenida en el Costumario, proporciona algunas de las claves para explicar el sentido de estos capiteles bíblicos deslocalizados o fuera de la narración de la galería de la iglesia. Este es el caso, por ejemplo, del capitel de Cristo lavando los pies a los apóstoles, frente a la sala capitular. Era aquí donde la comunidad realizaba semanalmente el lavatorio de los pies y, con mucha más solemnidad, en la festividad del jueves santo.
O el caso del capitel con la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón, situado frente a lo que era la puerta, ahora tapiada, de acceso al claustro desde el exterior del recinto. El tema era una clara alusión a la avaricia y a la caridad, en la que el episodio del banquete es el que ocupa la cara visible desde la galería.
Precisamente el lugar donde se repartía diariamente la limosna entre los pobres era la puerta del claustro frente a la que se sitúa este capitel. La escena también contiene una referencia a la lujuria, en la representación de la mujer de epulón sin el tocado preceptivo.

Lucha de la virtud contra el vicio / Psicomaquia

Cristo en Majestad 

Los capiteles próximos, perfectamente visibles desde la misma entrada al claustro, refuerzan estos contenidos: uno con sirenas amamantando una cría y una segunda peinándose frente a un espejo; y otro con un personaje enredado en entrelazos. La situación de otros tres capiteles con escenas de monjes se tiene que relacionar también con los espacios próximos o con las actividades previstas en aquellas galerías. En la de la iglesia, un capitel con monjes realizando tareas de lectura y escritura recuerda que, entre las horas litúrgicas, los monjes se sentaban en un banco corrido adosado al muro y leían, tal como explica el Costumario. El capitel se encuentra en la parte exterior, pero justo en donde había el paso al patio claustral. Frente al refectorio, en la galería noroeste, se encuentra una escena con monjes dirigiéndose a la iglesia mientras uno de ellos toca la campana que avisaba de la hora del rezo. Se les caracteriza con un libro, como a los apóstoles, y el capitel presenta las caras enmarcadas con arcos y torrecillas, como en los que contienen temas bíblicos. se trata probablemente de una alusión a la vita apostólica como modelo de la vida monástica, y su situación es estratégica puesto que la comida en común de los monjes era uno de sus pilares. Próximo a este capitel se encuentra el ya comentado de los monjes afeitándose, una actividad que, a partir del Costumario, se puede deducir que se llevaba a cabo en esta galería.

 Es el octavo capitel interior del ala norte. Es una escena monacal con ocho monjes. Uno de ellos toca la campana llamando a la oración y los personajes se mueven en dirección este-oeste hacia una puerta que se abre en un ángulo. Dos de ellos llevan un libro, símbolo de las escrituras. Otros dos llevan un pergamino descarado, representación de la palabra de Dios. Dos aparentemente no llevan nada y dos más llevan objetos difíciles de identificar. El templo se representa simbólicamente con cuatro torretas con cuco adosadas a la cintra de la hornacina y la puerta de entrada mencionada. 

A partir del Costumario, también se han podido definir las funciones de los distintos edificios situados alrededor del claustro. la procesión dominical a través del claustro cita estos espacios por el orden del recorrido. Empezando desde la puerta de la iglesia y en la galería noreste, se encontraba la sala capitular y, a continuación, la enfermería en la planta baja y el dormitorio de los monjes y las letrinas en el piso superior, con la escalera de acceso en el mismo sitio que la actual, según se desprende de los hallazgos arqueológicos.

En la galería noroeste se encontraba el refectorio y la cocina; y en la galería suroeste, la bodega en la planta baja y las dependencias del abad en el piso superior. Con el claustro ya finalizado en lo referente a la escultura, y probablemente con la cubrición de la galería de la iglesia pendiente de resolver, las obras en el monasterio debieron ralentizarse hasta mediados del doscientos.
En el período comprendido entre 1211 y 1251, el enfrentamiento del cenobio con el obispo de Barcelona en defensa de la exención episcopal reconocida en la bula de 1002, obtenida por el abad Odó, es quizás una de las explicaciones posibles. En 1211, el abad se ve obligado a prestar juramento de obediencia al obispo, en una ceremonia presidida por el arzobispo de Tarragona; y en 1251 el papa Inocencio IV resuelve definitivamente la polémica a favor del obispo, sujetando el monasterio a su autoridad. A pesar de que se desconoce cuándo exactamente se retomaron las obras, las diferencias que presentan respecto a las construcciones de la segunda mitad y finales del siglo XII, junto con las circunstancias expuestas, hacen suponer que fue a partir de mediados de siglo que se retomó la actividad constructiva.
En primer lugar, y sin que ello presuponga una anterioridad cronológica, se edificó una nueva sala capitular en el mismo lugar que la anterior. Para conseguir ampliar este ámbito, la nueva construcción creció por el lado oriental, sobrepasando el perímetro de la antigua fortificación, en cuyos cimientos se asentaba el edificio del siglo XI, y elevándose en altura por encima del cuerpo que formaba el ala nororiental del claustro.
Este espacio se monumentaliza, en su interior con un gran ventanal en el muro este, muy parecido a los que se abrirán en la iglesia, y en la fachada del claustro con una nueva puerta y una ventada a cada lado, en las que se incluye decoración escultórica, con temas copiados torpemente del claustro.

Se realizaron importantes reformas en la zona oriental de la iglesia, especialmente en el ábside central, con la sustitución de la ventana original por un ventanal ya gótico. También se construyó una nueva capilla, dedicada a Todos los Santos, adosada al primer tramo de la nave de la epístola, en el ángulo formado con el campanario, con un ventanal muy similar al de la sala capitular, igual que los elementos escultóricos, obra de un maestro mediocre que copia capiteles del claustro. En la inscripción funeraria del abad Guerau de Clasquerí (1277 1294) se le atribuye la construcción y dotación de la capilla, donde instituyó el beneficio de Todos los Santos en 1291.

Las obras de la iglesia continuaron, con el añadido de un nuevo tramo, en la parte central del cual se levantó el cimborrio. De planta poligonal y con grandes ventanales, es uno de los ejemplos de este tipo de estructura característica de la arquitectura catalana del siglo XIII. Los elementos esculpidos de la base, con modillones del mismo tipo que los de la galería meridional del claustro, son un claro indicio de la ausencia de buenos escultores en las obras de estos momentos.
Diversas obras procedentes del monasterio se encuentran en la actualidad en distintos museos y archivos.

Manuscritos
El archivo de la Corona de Aragón conserva algunos manuscritos ilustrados de los siglos XI y XII, procedentes de Sant Cugat, con iniciales y, en un caso, con alguna escena exenta. Un Libri Prophetarum, Machabeorum et Regum (ACA, ms. Sant Cugat 17) es obra del siglo XI y presenta algunas iniciales decoradas con motivos vegetales y cabezas de animales, características de la miniatura catalana de estos momentos. El manuscrito contiene al principio unas pocas iniciales más elaboradas, coloreadas en verde y amarillo sobre un fondo rojo sobre el que se dibuja la inicial; el resto de las iniciales están simplemente dibujadas en negro, con alguna zona coloreada en rojo. Otros dos manuscritos destacados son ya del siglo XII. El primero, S. Augustinus. Homiliae in Evangelium Sti. Iohannis (ACA, ms. Sant Cugat 21), ha sido uno de los más tratados por los autores que se han ocupado de los códices miniados del monasterio. Contiene gran cantidad de iniciales ricamente decoradas y en las que se ha distinguido el trabajo de dos grupos de miniaturistas. Son especialmente relevantes las del fol. 130 en adelante, por la complejidad de las composiciones figuradas en ricos marcos vegetales y por su calidad, y han sido relacionadas con ilustraciones de manuscritos del archivo Capitular de Tortosa. el segundo códice es un Sacramentario (ACA, ms. sant Cugat, 47), en el que además de iniciales remarcablemente decoradas, contiene una miniatura de página entera de una Crucifixión con San Juan y la Virgen.

Pinturas murales de la puerta del claustro
El Museu de Sant Cugat exhibe las pinturas arrancadas del muro sobre la fachada de la puerta que comunica la iglesia con el claustro. Se trata de una franja horizontal, recuperada en los trabajos de restauración del claustro llevados a cabo en los años setenta del siglo XX, y en la que la capa pictórica ha sufrido pérdidas. Su conservación se debe a que el fragmento de muro en el que se hallaron había sido preservado, pues quedó oculto entre la entrega de la bóveda de cañón de la galería meridional del claustro en el muro de la iglesia y el piso del claustro superior, obras estas que fueron llevadas a cabo en el siglo XVI. Este fragmento ha permitido restituir la parte esencial de la decoración, centrada con la imagen de Cristo en majestad dentro de una mandorla, con los cuatro vivientes en los ángulos, de los que se distinguen el toro de Lucas y el león de Marcos en la parte inferior. A ambos lados de la mandorla, se disponían figuras sentadas, que se han identificado con los apóstoles; y también en la franja inferior, con las cabezas nimbadas de figuras alineadas. Estamos ante un magnífico ejemplo de fachada pintada, aunque sea la que comunica con el claustro, cuya decoración debió de llevarse a cabo antes de la finalización de las obras de la galería meridional. El ángulo sureste en el que se abre la puerta de la iglesia no estaba cubierto ni con la bóveda de cuarto de esfera, ni con la de cañón de las galerías, puesto que las pinturas no habrían sido visibles. la solución arquitectónica para la cubierta de este ángulo del claustro tuvo que tener en cuenta la decoración pictórica que se extendía, como mínimo, por encima de la puerta. Solución que desconocemos, puesto que en las reformas del siglo XVI se sustituyeron todas las cubiertas del claustro. Debió de llevarse a cabo ya en el siglo XIII, cuando el claustro estaba finalizado y seguramente coincide con la nueva portada de la iglesia.

Virgen de Sant Cugat
Es una imagen tallada en madera y policromada que se custodia en el Castell Cartoixa de Vallparadís (Museu de Terrassa), número de inventario 38. Aunque no conserva los antebrazos que sostenían y presentaban al niño, también perdido, la escultura tiene un gran interés no solo por su calidad, sino por tratarse de una imagen relicario que, además, ha conservado los pergaminos y reliquias originales que habían sido depositados en un reconditorio situado en la cabeza de la Virgen. A raíz de la restauración llevada a cabo en 1990, que permitió recuperar la rica policromía de la túnica y el manto, se descubrió el reconditorio, con el contenido intacto de numerosas reliquias y los pergaminos que las identificaban y autentificaban. En el texto de uno de los pergaminos, se recoge que fue el abad Ramón de Banyeres quien la vigilia de la festividad de la asunción de la Virgen de 1218 depositó las reliquias en la cabeza de esta imagen, que él mismo había encargado. La datación precisa de una obra de este tipo es al go muy excepcional y se convierte en un punto de referencia para el estudio de la imaginería.


Frontal de altar
Vendido a finales del siglo XIX, pasó por las manos de anticuarios europeos y desde mediados del siglo XX se conserva en el Museo Civico d’Arte Antica de Turín. Muy restaurado, está tallado en madera y recubierto de estuco y dorado, con piedras encastadas en el marco. En el centro, la Virgen entronizada con el niño en una mandorla y rodeados de los cuatro vivientes, separan los dos registros que se extienden a cada lado, con tres escenas en cada uno enmarcadas por irregulares arcos polilobulados. En ellas se representan episodios de la infancia de Cristo, excepto la última, en el extremo inferior derecho, que contiene la Dormición de la Virgen. Sus proporciones alargadas, el desarrollo narrativo de las escenas y la suposición de que habría correspondido al altar de santa María, consagrado en 1275 han llevado a considerarlo de unas fechas muy avanzadas del siglo XIII.
Además de estas obras, el Museu Diocesà de Barcelona conserva un encolpium, de origen oriental, y una caja circular, de origen musulmán, reutilizada como lipsanoteca, además del báculo del abad Clasquerí, del último cuarto del siglo XIII. El Museu Nacional d’Art de Catalunya también es titular de una imagen románica del Crucificado tallada en madera y fechada en el siglo XIII, que se exhibe igualmente en el Museo del monasterio, así como de la urna-relicario de san Cándido, ya de los últimos años del doscientos.

 

Cervelló
Situado en la parte oriental de la sierra de Ordal y cercano a la ribera derecha del Llobregat, el municipio de Cervelló se localiza, actualmente, en torno a la N-340. Sus vecinas son las localidades de Sant Vicenç dels Horts al Este, Vallirana y el Penedès al Oeste, Corbera, la Palma y Pallejà al Norte, y Torrelles de Llobregat al Sur.
El paisaje orográfico del término de Cervelló se ve coronado por el Montmany, la peña de Can Rafel y sobre todo la cima de Les Agulles a 652 m de altitud. Además, cuenta con las rieras de Cervelló y la de la Palma que enlaza con el antiguo barrio de la Palma de Cervelló, constituido como municipio desde 1998.
El topónimo de la villa nos remite a los Cervilione, señores de la baronía de Cervelló que do minaron el territorio hasta bien entrada la Baja Edad Media. Su escudo heráldico, con un ciervo, aparece todavía hoy en los escudos municipales de muchos de sus antiguos territorios como las villas de Cervelló, Vallirana o Gelida.
Debemos buscar los orígenes del municipio en torno al castillo y la iglesia de Santa Maria. Sin embargo, con la primitiva construcción de lo que hoy es la N-340 por Carlos III, el núcleo de población se trasladó definitivamente en torno a esta, y posteriormente también lo haría la parroquia, ya en el siglo XIX. En 1908 quedó concluida la nueva iglesia dedicada a san Esteban, obra de Antoni Maria Gallissà y Josep Font i Gumà, y la antigua parroquial situada a los pies del castillo quedó bajo la advocación de Santa Maria de Cervelló.

Iglesia del antiguo priorato de Sant Ponç de Corbera (o Sant Ponç de Cervelló)
La iglesia del Antiguo monasterio de Sant Ponç de Corbera está situada sobre un cerro de 334 m de altitud, encima de la rambla de Rafamans (o de la Palma), en la margen derecha del río Llobregat. Este punto marca el límite entre los actuales municipios de Corbera de Llobregat y de Cervelló, al que pertenece el núcleo, a pesar de que en la actualidad depende de la parroquia de Santa Maria de Corbera de Llobregat. De hecho, el acceso al monumento debe de realizarse desde la parte alta de esta última localidad (Corbera de Dalt), donde se toma la carretera BV-2421 que se dirige al barrio de l’Amunt. A partir de este punto debe de continuarse por un camino de aproximadamente 1 km, de modo que antes de acceder a los caseríos abandonados de Can Dispanya y de Can Rigol (sin señalizar), la iglesia ya es perfectamente visible gracias a su ubicación en el citado pun to elevado, actualmente poblado por un pinar casi inexistente a principios del siglo XX.
De lo que debió de ser un modesto priorato dependiente durante largo tiempo del monasterio de Sant Pere de Casserres (Osona), se ha conservado fundamentalmente la iglesia, si bien las construcciones que se le adosan en el sector suroeste han permitido esbozar algunas hipótesis sobre la estructura del pequeño monasterio. Sin duda, unas excavaciones arqueológicas en esta zona podrían aportar resultados, pero hasta el momento no nos consta que se haya planteado tal posibilidad. Sin embargo, Sant Ponç de Corbera aparece como una de las iglesias más singulares del primer románico en Cataluña, objeto de una planificación precisa y detallada, normalmente fechada hacia mediados del siglo xi, que cuenta además con algunos testimonios escultóricos de esta misma época y vestigios de pintura mural remarcables en el interior del ábside. Desde el punto de vista histórico, este priorato fue una de las muy escasas pertenencias de la gran abadía borgoñona de Cluny en los territorios de los condados catalanes a través del monasterio de Sant Pere de Casserres (Osona, que no debe de ser confundido con el centro homónimo del Berguedà). Sin embargo, no parece que el edificio conserva do muestre deudas con aquel gran centro, ni tampoco con Casserres.

Los orígenes altomedievales del monasterio no son nada claros y han dado lugar a puntos de vista diversos. La noticia conocida más antigua se remonta a 1068 y se corresponde con una donación de unas tierras que pertenecían a la iglesia.
Una segunda referencia, en 1085, hace suponer que sería un pequeño centro monástico protegido por la familia de los Cervelló. Montserrat Pagès sugirió que el conjunto fue construido bajo el patrocinio de los señores de Cervelló Alemany (desde 1025-1027) y de su hijo, Guerau Alemany I (fallecido después de 1079).
En este contexto, también pone énfasis en la figura del obispo de Barcelona, Umbert, de la misma familia Cervelló, en cuyo testamento de 1085 Sant Ponç es uno de los escasos centros beneficiados, lo que implicaría una fuerte relación de los Cervelló con dicho cenobio, hasta el punto que se sugiere que pudo ser su panteón familiar. Poco después se documenta el primer indicio de vinculación a Cluny cuando, en 1096, Ricard y Ermengarda vendían al abad cluniacense, Hugo, y al prior de Sant Ponç, Salomó, un importante alodio situado en Santa Eulàlia de Provençana (l’Hospitalet de Llobregat). Ello no asegura la anexión a Cluny, que si parece ser más evidente en un documento de 1114 en el que los monjes de Sant Ponç y los de Sant Pere de Casserres (Osona), establecieron un matrimonio en un territorio que había sido donado a aquel monasterio. Estos datos reflejan también la dependencia respecto de Sant Pere de Casserres, donde el prior de Sant Ponç ocupaba un alto cargo. Esta vinculación queda patente más tarde: así, en 1235 el prior Riambau actuaba como procurador de Casserres, que había quedado vacante tras la muerte de su prior, Benet.
También por aquellas fechas, una matriz de sello descubierta durante las excavaciones acometidas en 1990 indica material mente esta vinculación entre ambos prioratos. Contiene una inscripción en la que se lee +S(IGNUM): ARNALDUS: MATERO, que puede identificarse con el prior de Casserres Arnau de Matheró, citado en 1239 como firmante de un compromiso con el obispo de Vic; cabe pensar que se trata del mismo Arnau citado como prior de Sant Ponç en 1256. Posteriormente, un visitador de Cluny a Sant Pere de Casserres, en 1277, menciona Sant Ponç como uno de los centros que tiene sometidos. Hacia estas fechas también se detecta un contencioso con el obispo de Barcelona, al que se niegan las solicitudes de visitas pastorales, que en 1310 supondría la ex comunión del prior y la prohibición de cualquier celebración en Sant Ponç. Por aquellas fechas, el establecimiento contaba ya con un solo monje.
La vinculación con Casserres se mantuvo hasta bien avanzado el siglo XV, pero con la decadencia del centro osonense el ya escaso peso del priorato de Corbera fue disminuyendo. En 1590 fue unido al Colegio de la Congregación Claustral benedictina, primero en Lleida y más tarde en Sant Pau del Camp, en Barcelona.
Ello supuso para Sant Ponç la extinción del título prioral de modo que se convirtió, a partir de entonces, en una parroquia sufragánea de la de Santa Maria de Corbera. Poco sabemos de su funcionamiento durante los siglos posteriores y de su progresivo abandono, aunque es reveladora una visita pastoral de 1628 donde se pide que se renueve el pavimento, se emblanquezcan los muros y que se construya un retablo.
La progresiva pérdida de importancia del centro, su conversión en parroquia en época moderna y, a partir de aquel momento, la casi constante dependencia de Corbera ha permitido, como paradoja, que la iglesia románica haya llegado con su planta, estructura y concepción volumétrica casi intactas hasta entrado el siglo XIX. Es a partir de entonces, especialmente hacia las últimas décadas de dicha centuria, cuando se va desvelando el interés hacia el monumento y tienen lugar las primeras publicaciones en las que se valora su interés y se denuncia su precario estado. En 1931 fue declarado monumento de interés artístico a través de un decreto del 3 de junio. A partir de aquella fecha fue objeto de sucesivas campañas de restauración. La primera de ellas fue emprendida ya en 1933 por la asociación Amics de l’Art Vell, y consistió en obras de recimentación y de reparación de las grietas del edificio. Durante la Guerra Civil la iglesia sufrió la destrucción del retablo mayor, así como la desaparición de la imagen gótica de la Virgen de la Leche, que sin embargo fue recuperada posteriormente. En la actualidad es venerada en la iglesia parroquial de Santa Maria de Corbera (la que está expuesta en Sant Ponç es una copia). Posteriormente, la Diputación de Barcelona dirigió nuevas reparaciones entre 1942 y 1943, aunque fue necesario esperar hasta 1955-1958 para que la misma institución emprendiera una intervención de mayor alcance, dirigida por el arquitecto Camil Pallàs: en primer lugar, se rebajó el terraplén situado delante de la cabecera y, más allá de los trabajos de consolidación de la estructura, se eliminaron todos los restos de enlucido del edificio, siguiendo una opción discutible pero frecuente en aquella época. Sin embargo, ello propició el descubrimiento de los vestigios de pintura mural románica del interior del ábside y del absidiolo norte, a los que nos referiremos detalladamente más adelante. La última restauración de Sant Ponç tuvo lugar entre 1989 y 1992, fue dirigida por los arquitectos Albert Martínez y Lluís A. Berdejo, y estuvo centrada nuevamente en el refuerzo de la estructura y en diversas reparaciones, como la del pavimento. La remodelación del suelo y su repavimentación implicaron una excavación arqueológica previa, con carácter de urgencia, a cargo del Servei d’Arqueologia de la Generalitat de Catalunya, centrada especialmente en la nave.

La interpretación de los resultados de la excavación de 1990 y su confrontación con el análisis de la documentación y de la fisonomía arquitectónica final del monumento han permitido confirmar las grandes etapas históricas del edificio, pero también aportar algunos testimonios materiales de gran interés, como la matriz de sello del prior Arnau de Matheró, ya comentada. En primer lugar, se descubrieron un total de once silos excavados en la roca y bajo un pavimento de tierra del siglo XVI, en la zona de los dos tramos situados más hacia el oeste. El análisis de los restos materiales ha permitido fecharlos en una fase inicial de la construcción, desde mediados del siglo XI, aunque debieron de entrar en desuso entre los siglos XIII y XV y quedar totalmente cubiertos en el siglo XVI. Sea como sea, esta fórmula de almacenaje mediante silos se con sidera propia de los siglos XI y XII, para ser progresivamente abandonada a partir del siglo XIII. Otro hallazgo significativo consistió en un horno de fundición de campanas, excavado en el centro del tramo central de la propia nave, correspondiente también a la época prioral del conjunto.
La iglesia es de planta de cruz, con una nave articulada en tres tramos y un transepto rematado en el centro por un ábside y en los brazos por dos amplios absidiolos. El crucero está culminado por un cimborrio cubierto con cúpula sobre trompas, que da soporte a una torre campanario de sección cuadrada. Está asentada prácticamente sobre la roca, lo que obligó a nivelar el terreno mediante un amplio basamento, prácticamente desde el transepto, a pesar del cual la nave mantiene una marcada inclinación que acentúa la sensación de amplitud de la cabecera. La nave de la iglesia está cubierta con bóveda de cañón, reforzada por arcos fajones que la compartimentan en tres tramos perfectamente definidos.
De hecho, dichos arcos arrancan de impostas biseladas que coronan sus correspondientes pilastras que definen, a cada lado, tres arcos ciegos que acentúan la articulación interna de los muros y de cada uno de los tramos al descansar sobre pilares. Este tipo de articulación es visible también en la contrafachada. De acuerdo con los trabajos llevados a cabo en 1990, parece que en el tramo contiguo al crucero se dispuso una tribuna, que debió de ser desmontada en las reformas del siglo XVI, tal como sugieren Marina Miquel y Josep M. Vila. No se dispone de más datos para establecer alguna hipótesis sobre el momento de construcción, la estructura y los mate riales de esta supuesta tribuna, que aparecía en otros centros monásticos catalanes como Sant Llorenç prop Bagà (Berguedà), para no citar los ejemplos más desarrollados y célebres de Santa Maria de Serrabona y Sant Miquel de Cuixà, en el ámbito rosellonés. En cualquier caso, su presencia sería razonable y tendría relación con la circulación de los monjes y la separación de los espacios dentro de la iglesia.

En el lado opuesto, el arco correspondiente se abre a una cabecera de amplitud notable, con el ábside central, el transepto y sus absidiolos. Mientras que los brazos del transepto se cubren con bóvedas de cañón dispuestas en paralelo a la de la nave central, el crucero está rematado por una cúpula sobre trompas, que se refuerza mediante dos arcos paralelos a la nave, tal como ya señaló Puig i Cadafalch en el primer análisis detenido y riguroso del edificio. Sabemos que este es un tema bastante frecuente en la arquitectura catalana del siglo XI, aunque externamente llama la atención el amplio volumen prismático del cimborrio, que está rematado con una cubierta de cuatro vertientes.
Siguiendo con el interior de la iglesia, los tres espacios absidales, cubiertos como de costumbre por una bóveda de cuarto de esfera, están precedidos de un tramo presbiterial de ciertas dimensiones, intercomunicados mediante puertas de arco de medio punto abiertas en el grueso del muro, sin ningún resalte.
Dichos accesos que comunican las capillas de la cabecera son poco habituales en edificios del entorno, y deben de estar relacionados con algún factor distintivo de la organización del culto y la liturgia. Joan-Albert Adell nos recuerda, en este caso, su presencia en iglesias del ámbito rosellonés y ampurdanés, como Sant Genís de Fon- tanes, Sant Andreu de Sureda o Sant Pere de Rodes, no aso- ciadas a los rasgos dominantes de la arquitectura del primer románico meridional en Cataluña. También se cita la comunicación entre los absidiolos de Sant Miquel de Cuixà. Cabe recordar que todas estas iglesias pertenecieron a monasterios benedictinos, como lo fue el priorato de Sant Ponç.

La imagen interna del edificio queda, pues, netamente articulada a través de los elementos constructivos a los que hay que añadir las entradas de luz y las tres hornacinas que se hallan dispuestas en el ábside principal, siguiendo el mismo eje visual de las tres aberturas situadas en el tercio superior del muro, prácticamente en el arranque de la bóveda. Uno a uno, los elementos que componen el interior de Sant Ponç son habituales en la arquitectura del llamado primer románico meridional. Por lo que respecta a los ingresos, cabe des- tacar la puerta de la fachada occidental, con arco de medio punto y de cierta amplitud; además, en su origen, hay que contemplar un acceso en el lado norte de la nave, cercana al transepto correspondiente, actualmente cegada, y las que comunicaban con las dependencias priorales, abiertas en las fachadas oeste y sur del brazo meridional del transepto, tam- bién cegadas. Las ventanas, siempre de doble derrame y sin resaltes, se sitúan en los extremos de los tramos previos a los absidiolos, en el extremo norte del transepto, en cada uno de los paños de la fachada norte de la nave y en el frontispicio; en este caso cabe señalar la existencia de dos niveles, con dos ventanas abiertas en el intermedio y una geminada en el superior (que trataremos más adelante por su decoración escultórica). Igualmente, cabe señalar la abertura cruciforme practicada en la cara oeste del transepto norte, motivo también habitual en la arquitectura del primer románico. De ello resulta una construcción cuyas aberturas se sitúan regularmente, siguiendo su articulación en planta y alzado, con la lógica excepción del muro sur de la nave y el frente oeste del brazo correspondiente del transepto, donde quedaban adosadas las dependencias priorales.


Externamente, Sant Ponç de Corbera constituye un ejemplo excelente de la gradación de volúmenes, que quedan acentuados en parte por su singular asentamiento en un punto elevado –como ya quedó dicho anteriormente– y en un terreno desnivelado. En cualquier caso, el perfil nítido del volumen de la nave tiene como contrapunto la potencia de la cabecera, con los salientes del transepto y la gradación marcada por el cimborio y la torre campanario de dos niveles. Como sabemos, la superposición de la torre campanario sobre el cimborrio aparece en diversos edificios del románico en Cataluña, y del mismo Baix Llobregat, incluso en fechas posteriores al siglo XI.
Lo que distingue nuestro conjunto es el perfil prismático del cuerpo del cimborrio, que en Cataluña solo se ha observado en Santa Cecília de Voltregà (Osona). En otro orden de cosas, conviene tener presente el acceso hacia la torre campanario mediante una escalera externa que arrancaba en el muro norte, al nivel de la cabecera y que culminaba desde la cara este del cuerpo. Tras la última restauración el acceso quedó clausurado por motivos de seguridad.

El conjunto de la construcción está basado en un aparejo constituido por sillarejo de material calcáreo, escuadrado de manera rápida y de dimensiones irregulares que determinan una tendencia a la irregularidad en las hiladas. Este material se combina en algunos puntos, como los perfiles de los arcos por bloques de arenisca o gres rojizo alternados no siempre sistemáticamente con los de calcárea. En las bóvedas, el sillarejo se talló para dar lugar a piezas más alargadas. Otro elemento habitual en las portadas y ventanas son las dovelas extradosadas mediante una hilera de losas planas, como subrayó Adell.
Todo el exterior está articulado plásticamente mediante el recurso a las bandas y a las arcuaciones, aunque hay diferencias sustanciales entre los ábsides y el resto de los muros.

La disposición de las arcuaciones en la cabecera mantiene un orden de un arco amplio entre cada banda, que enmarca las ventanas correspondientes. Este sistema es prácticamente excepcional en los edificios catalanes del siglo xi, si exceptuamos escasísimos ejemplos como el de los absidiolos de Santa Maria de Palau de Rialb (Noguera). En cualquier caso, no debería de extrañarnos esta peculiaridad, teniendo en cuenta algunos referentes de la antigüedad tardía o el recurso de soluciones similares en otros puntos del Mediterráneo, como el caso de Istria y Dalmacia, entre otros, o en construcciones altomedievales de otros puntos de Europa central y occidental. El resto de las superficies externas de los muros viene ordenado mediante el sistema de bandas y arcuaciones (tradicionalmente llamadas “lombardas”), como es sabido muy frecuente en el ámbito catalán del siglo XI.

Es difícil aproximarse a lo que debieron ser las dependencias monásticas, transformadas por dos construcciones situadas en el sector suroccidental de la iglesia. Adell sugiere que fueron iniciadas con posterioridad a la iglesia, lo que explicaría que la puerta del transepto sur no comunicara, aparentemente, con el recinto, lo que habría obligado a abrir un segundo acceso en la fachada oeste del transepto sur. Quizás la puerta que aparece en el muro que hace ángulo con la fachada occidental de la iglesia se corresponda con otro de los accesos originales al recinto prioral. Solo una exploración arquitectónica y arqueológica detenida en esta zona permitiría aportar datos más precisos sobre el conjunto.

Además de la rica articulación plástica del exterior, y de los interesantes restos pictóricos de la cabecera que trataremos más adelante, en Sant Ponç hay muestras muy significativas de decoración escultórica, situadas en puntos muy concretos, como son las ventanas geminadas de la fachada occidental y de la torre campanario. En ambos casos, el relieve se aplicó en la cara inferior externa de las zapatas, asentadas sobre columnas coronadas por sendos capiteles lisos.
Tanto en un punto como en otro, se trata de bajorrelieve obtenido mediante la talla a bisel, que definen motivos de carácter vegetal ordenados simétricamente.
En el caso de la fachada, la zapata del ventanal ofrece un motivo basado en una palmeta invertida rodeada de cuatro semipalmetas, dispuestas simétricamente, obtenida sencillamente a base de incisiones. De hecho, no puede descartarse que se trate de una pieza instalada sin ser completada, de modo que lo que es visible no es más que una fase del desarrollo de la decoración. La comparación con los relieves de los ventanales geminados del nivel superior del campanario reforzarían esta hipótesis. En este punto, los motivos están claramente tallados a bisel, de modo que los motivos se hacen visibles mediante el contraste de luz y sombra, que define composiciones de palmetas y semipalmetas dispuestas, como en la fachada, simétricamente.


Esta técnica y repertorio se corresponden perfectamente a la tendencia dominante de la decoración escultórica de Cataluña durante el siglo XI, que presentaría conjuntos tan significativos como los de la iglesia de Sant Pere de Rodes (primer tercio de siglo), o de los elementos ornamentales de las iglesias monásticas rosellonesas de Sant Genís de Fontanes (hacia 1019-1020) y Sant Andreu de Sureda (hacia 1030). Tratándose de una tendencia muy extendida, se hace innecesario el trabajo de buscar paralelos claros, aunque es interesante tener presente, desde un punto de vista tipológico, el llamado capitel mensuliforme del claustro de Sant Sebastià dels Gorgs (Alt Penedès) y, en el Rosellón, el ejemplo de Sant Nazari de la Clusa (L’Ecluse), cuya ventana geminada de la fachada también presenta decoración escultórica a base de motivos geométricos tallados a bisel. Como centros más próximos que adoptaron este tipo de decoración, hay que citar la catedral de Barcelona, cuya fecha de consagración en 1058 puede aportarnos un referente significativo; tampoco hay que olvidar algunas piezas reaprovechadas como canecillos en el ábside de Sant Pau del Camp, en la misma ciudad de Barcelona. En otro orden de cosas, conviene remarcar que este tipo de decoración no aparece, en cambio, en Sant Pere de Casserres, centro con el que Sant Ponç mantuvo una estrecha relación, tal como hemos señalado anteriormente.

Hemos señalado anteriormente que la restauración de los años 1950 puso al descubierto una serie de vestigios de pintura mural románica que habían quedado cubiertos por revestimientos murales de épocas posteriores a la medieval.

Quizás en estos momentos podamos lamentar los criterios de intervención que buscaban ofrecer una imagen del edificio románico a base de piedra vista, que implicaba la eliminación de enlucidos y, con ello, de otros posibles restos de decoración mural. Los restos de Sant Ponç aparecen en la cabecera, entre la zona meridional del ábside principal y el absidiolo norte. Así, entre las ventanas central y derecha del ábside central aparece un motivo de carácter vegetal, a base de cintas perladas que se entrelazan y que generan espacios en los que se inscriben una palmeta, en un caso, y un motivo de estructura radial, en el otro. Las cintas se transforman en tallos que, a su vez, crean amplias semipalmetas en los ángulos de la composición, claramente desproporcionada e irregular. Los motivos están trabajados en un tono blanco, de contornos rojizos tratados sobre un fondo entre ocre y amarillento. Los vestigios continúan hacia el ventanal sur, donde se organizan distintos registros superpuestos que contienen temas de carácter zoomórfico: se distinguen un cuadrúpedo con cola acabada en flor de lis y un pavo. En el extradós del arco hay restos de una composición geométrica que se aproxima a un ajedrezado que, probablemente, intentaba organizar plásticamente las arquivoltas mediante formas arquitectónicas. Otro vestigio se localiza en la hornacina de la derecha donde aparece una cruz potenzada, pintada de color rojo, junto con restos de una inscripción casi ilegibles que Pagès transcribió como SI[…], a la izquierda, y como VICTA[…] CZAX […], a la derecha, y Borrell en la parte inferior.

El último fragmento a citar se sitúa en el absidiolo norte (a pesar de que a menudo se ha dicho que se trataba del correspondiente al lado sur), donde a media altura del muro aparece en una doble franja de semipalmetas bajo una inscripción fragmentaria en la que puede leerse todavía […] A[…] PERIVN. Hasta el momento, no ha habido ningún intento de descifrar su sentido, cosa que debería de abordarse en un estudio más profundo del todo el conjunto. En otro orden de cosas, conviene señalar el estado de conservación de estos fragmentos, que requieren de una consolidación, ya que se observan pérdidas si nos atenemos a las primeras fotografías realizadas hace ya algunas décadas.

El conjunto pictórico de Sant Ponç solo puede valorarse por lo que conserva, si bien muestra una tendencia hacia lo geométrico y vegetal, hacia lo simbólico con ausencia de figuración humana. Más allá de lo dicho, hablar de un posible programa se convierte en pura especulación si tenemos en cuenta que nada podemos decir de la bóveda del ábside, donde debería de haberse representado una teofanía. Sí que es remarcable la presencia de temas de carácter geométrico vegetal entre las ventanas del ábside, en un punto donde lo más frecuente es la figuración, si nos atenemos a los numero sos conjuntos catalanes fechables a partir de las dos últimas décadas del siglo XI. En este sentido, puede haber un reflejo del mundo de los tejidos que se colgaban en los muros, si nos atenemos a los motivos circulares entrelazados (véanse algunos casos de decoración pictórica de altares o los seres afrontados del muro del ábside de Sant Miquel de Cruïlles, en el Baix Empordà).

La datación de estos vestigios ha sido controvertida. Por un lado, la simplicidad del repertorio y el diseño algo rudimentario de la composición hicieron pensar en que la decoración mural era prácticamente contemporánea a la construcción de la iglesia, tal como pensaba Joan Ainaud, entre otros. Pero este mismo carácter también podría indicar un planteamiento tardío y estereotipado, muestra de la per vivencia de fórmulas existentes durante los siglos XI, XII y XIII, como señaló Eduard Carbonell desarrollando la opinión de Josep Gudiol. Por nuestra parte, creemos que hay que poner de relieve la correspondencia entre la decoración escultórica de la iglesia, especialmente del detalle de la fachada occidental, tal como ya hicimos en Catalunya Románica y el carácter vegetal de la decoración pintada, con motivos de tipo floral como palmetas y semipalmetas claramente coincidentes.
Ello podría reflejar la ejecución de un programa decorativo, iconográfico, homogéneo y coherente como parte de la edificación durante el siglo XI. Sin que ello sirva de indicio de pertenencia a un mismo taller, ni tan solo a una tendencia, pueden ser interesantes las comparaciones con los vestigios de las arcuaciones de la fachada de la iglesia monástica de Santa Maria de Ripoll, escondidos tras la portada del siglo XII pero todavía conservados, con algunos vestigios de Sant Pere de Rodes, donde aparecen motivos de bestiario o temas de carácter vegetal. También es sugerente la proximidad con los registros superpuestos con motivos de bestiario de Sant Joan de Boí (conservadas en el MNAC), fechados hacia los inicios del siglo XII, donde también se tiende hacia las tonalidades basadas en rojos y ocres. El recurso al ajedrezado es también propio de decoraciones de carácter arquitectónico, como podríamos ver en otros casos relativamente cercanos, como el exterior del campanario de Sant Feliu del Racó (Vallès Occidental). Sin duda, Sant Ponç ofrece otros elementos que deberán de ser analizados más detenidamente, como la cruz de la hornacina de la derecha, que puede ser un nuevo indicio de una tendencia anicónica más propia de una cronología alta, entre mediados y finales del siglo XI, que de fechas más avanzadas del románico.

De Sant Ponç de Corbera no se han conservado elementos de mobiliario pertenecientes a la época románica. Si bien es cierto que se ha mencionado la imagen de la Virgen de la Leche, normalmente fechada hacia el siglo xiii sin más precisiones, cabe señalar que sus rasgos y composición responden a la época gótica, motivo por el cual no insistiremos ahora en esta talla.
Todos los indicios nos permiten situar el conjunto monástico de Sant Ponç a mediados del siglo XI bajo la promoción de la familia de los Cervelló. Su posterior vinculación a la parroquia de Corbera habría ido transformando su nomenclatura, cosa explicable también por su acceso más directo desde esta última localidad. Puig i Cadafalch, Adell y todos aquellos que han tratado la iglesia desde la óptica arquitectónica pudieron subrayar su construcción madurada, detallada, aunque no exenta de algunos titubeos. Desde una concepción evolutiva de la arquitectura del primer románico en Cataluña, nos situaríamos ante una muestra ya avanzada, con un uso más generalizado y atrevido de las soluciones constructivas y plásticas. A menudo ha sido comparada con otro de los grandes ejemplos de esta tendencia, el de Sant Jaume de Frontanyà, aunque la planta, los cuerpos del alzado y su planteamiento mural ofrezcan ciertas diferencias. Por ello, y en base a su relación con el obispado de Barcelona y los Cervelló, es también oportuno orientar las miradas hacia el entorno barcelonés, donde la propia catedral, o la iglesia del castillo de Cervelló, han sido ejemplos que también se han considerado, más allá de las diferencias de envergadura y de tipología obvias existentes entre ellos. A ello hay que añadir testimonios escultóricos y pictóricos nada desdeñables que creemos prácticamente coetáneos al monumento, sino poco posteriores al mismo. La variedad de recursos constructivos y plásticos, que hacen hasta el momento innecesario buscar antecedentes concretos, convierten Sant Ponç en una de las obras maestras de la arquitectura catalana del siglo XI, en una joya de dimensiones modestas, cuya historia posterior no siempre afortunada facilitó que su estructura y valores plásticos llegaran casi intactos hasta nuestros días.

 

Sant Martí Sarroca
El antiguo conjunto castral de sant Martí Sarroca, del que forma parte la iglesia románica de santa Maria, se halla en la población homónima en la comarca del Alt Penedès, a 9 km de Vilafranca, en la carretera BV-2122 en dirección a Torrelles de Foix y Pontons. El edificio, contiguo al castillo palacio bajomedieval, ocupa una posición dominante respecto al entorno.
El enclave en el que se asienta la iglesia de santa Maria tuvo un papel estratégico durante el siglo x en el avance de la frontera de los condados catalanes hacia territorio musulmán. Más adelante, durante el gobierno del conde de Barcelona Ramon Berenguer I la línea fortificada que señalaba el extremo real de esta avanzadilla cristiana, integrada por los castillos de sant Martí Sarroca, Pontons, Mager, Foix, Montagut y Celma, entre otros, acabó consolidándose. Estas posiciones cristianas se vieron gravemente afectadas por la gran invasión almorávide que en 1108 destruyó el Penedès. Desconocemos qué incidencia tuvo este episodio sobre el castillo de Sant Martí, pero si fue destruido, la propia fábrica de la iglesia constituye un testimonio irrefutable de la recuperación que siguió a este hecho devastador.
Del castillo altomedieval no quedan restos visibles. Fue remodelado totalmente en la Baja Edad Media, hasta adoptar la apariencia palaciega que ostenta en la actualidad, con estancias propias de la arquitectura señorial de época gótica, comprendida su notable aula maior. Algunas de estas reformas corresponden al período en el que sant Martí Sarroca se situó en la órbita áulica. Perteneció por entonces al infante Martín (el futuro Martín el Humano) y más tarde a Violante de Bar, la esposa del rey Juan I.

Iglesia de Santa Maria
En su estado actual, la iglesia de santa Maria presenta planta de cruz latina, el crucero en su intersección con la nave se cubre con una cúpula sobre pechinas y la na ve con una bóveda de cañón ligeramente apuntada, apoyada sobre arcos fajones. tanto la imposta que recorre el perímetro de la nave, como los capiteles que coronan las columnas de las que arrancan los arcos de refuerzo están decorados. también lo están los que adornan el exterior y el interior del ábside. Este profuso aparato escultórico constituye uno de los rasgos distintivos de la fábrica y la emparenta con otra construcción de idéntica naturaleza: la capilla castral de Camarasa, consagrada a san Miguel.
En 1906, el obispo de Barcelona, salvador Casañas, encargó al arquitecto Josep Puig i Cadafalch la restauración de la iglesia de sant Martí Sarroca en el transcurso de la cual se descubrieron parte de los muros del edificio originario, lo único que sobrevive de la fábrica que documentamos por vez primera en 1060.
Parece haberse tratado un edificio de una sola nave con ábside semicircular en la cabecera y con una torre campanario de planta cuadrada adosada al muro sur.
Cuando Puig realizó estos trabajos estaba ultimando su afamada Arquitectura románica a Catalunya y la antigua capilla castral tuvo un lugar en ella. Era el primer estudio en profundidad que se le dedicaba, aunque los autores del segundo volumen dedicado a Cataluña de los Recuerdos y Bellezas de España ya se habían hecho eco de su carácter singular. Fue la literatura romántica la que reivindicó el edificio literaria y gráficamente, puesto que en la publicación el apartado que comentamos se acompaña de dos litografías de Francesc Xavier Parcerisa que reproducen el interior y el exterior del ábside.
A partir de lo conservado y lo descubierto, Puig planteó un proceso constructivo con el que, según lo expusimos en su momento (1992), discrepamos en parte. En su opinión, la iglesia era el resultado de tres momentos de obra sucesivos.
Los cimientos del ábside y de los muros perimetrales aparecidos bajo el pavimento, correspondían al edificio del siglo XI, al igual que los restos de la torre campanario. Esta iglesia había sido sustituida por una nueva fábrica durante el siglo XII y, a comienzos del XIII (se conserva un acta de consagración que data del año 1204), se había construido la cabecera actual, comprendido el transepto y la cúpula sobre pechinas situada sobre su intersección con la nave.

Vista general Església romànica de Santa Maria, Sant Martí Sarroca

Puig hizo este análisis atendiendo exclusivamente a la arquitectura. Pero, si en paralelo al estudio de estos aspectos se tienen en cuenta los materiales escultóricos que complementan la fábrica, tanto en su interior como en su exterior, la lectura propuesta no funciona. Hay que advertir que estamos ante unas realizaciones cuyo rasgo dominante es su unidad formal. salvo la escultura de la puerta monumental abierta en el muro norte, claramente anterior, según veremos, los restantes elementos plásticos que adornan el edificio tanto en la cabecera como en la nave son obra de un único taller, mediocre en la ejecución, pero solvente en los resultados generales. si los capiteles se analizan en detalle, las carencias son evidentes, pero su multiplicación las neutraliza, a la par que confiere una suntuosidad a los paramentos totalmente excepcional en la arquitectura catalana del románico internacional. Como viene reconociendo la historiografía, el efecto solo es equiparable al que se consigue en otra fábrica contemporánea: Sant Miquel de Camarasa.

El edificio del siglo XI y la portada septentrional añadida avanzado el siglo XII
La primera referencia conocida sobre la iglesia data de 1060 y la hallamos en el testamento de Mir Geribert, señor del lugar; a esta le siguen nuevas noticias de los años 1067 y 1078 (ca.). Aunque esta fábrica del siglo xi no haya pervivido, debía de presentar los rasgos usuales del denominado primer románico (aparejo de pequeño tamaño y de formato irregular) y ostentar en sus muros exteriores, comprendidos los del campanario, el repertorio plástico que le es privativo: arcos ciegos, dientes de sierra y franjas “lombardas”. La iglesia, de acuerdo con los hallazgos de Puig, respondería a la tipología más común, una nave rematada a occidente por un ábside semicircular, y sus dimensiones se acomodarían a las propias de una capilla castral. Al tener adscritos derechos parroquiales, desde estos espacios se velaba por la salud espiritual de los integrantes de la guarnición militar que vigilaban la fortaleza, al igual que por la de los primeros colonos establecidos a su socaire.
Avanzado el siglo XII, a esta fábrica se le incorporó una portada monumental.
Son las vinculaciones formales y compositivas que descubre su escultura las que permiten invocar esta cronología. La puerta carece de tímpano y el aparato decorativo se concentra en los seis capiteles de los que arrancan las tres arquivoltas que definen el abocinamiento de la abertura. En los capiteles se combinan composiciones fitomórficas de ascendente tolosano-rosellonesa con otras historiadas y por encima de ellos discurre una imposta ocupada por un motivo muy común a los edificios de esta filiación: el ajedrezado.

La localización del edificio en el área limítrofe entre la Catalunya Nova y la Catalunya Vella añade interés a estos testimonios escultóricos que pasamos a analizar. La historiografía venía circunscribiendo la incidencia en el ámbito catalán de las fórmulas tolosano-rosellonesas a la zona contigua al pirineo o las ciudades de Girona y Vic y sus respectivos entornos. En su momento ya sostuvimos que la influencia de esta escuela escultórica se documentaba en proyectos localizados mucho más al sur, uno de ellos esta portada. Tras analizar la temática de estos capiteles vamos a retomar los argumentos que lo prueban.
De los seis ejemplares, los dos situados en la zona interior se decoran con sendas variantes de una misma composición: unas hojas de acanto que rematan en volutas en los ángulos del capitel y que presentan cabezas humanas que emergen por detrás del elemento fitomórfico.
Si seguimos con las piezas situadas a nuestra izquierda, en el capitel central, a pesar de las pérdidas importantes que presenta, parece poder identificarse una Ascensión. Se aprecia la presencia de una figura vestida con túnica, con sus manos levantadas a la manera de un orante, a la que flanquean dos figuras aladas (faltan sus cabezas). La composición de sant Martí Sarroca puede ponerse en relación con relevan tes ejemplos del tema apuntado. En particular, con los que presiden la puerta Miègeville en Saint-Sernin de Toulouse o la del Perdón en san Isidoro de León. En estos tímpanos la Ascensión se despliega en un solo plano; en Sarroca, cada ángel ocupa una de las caras del capitel y la figura de Cristo se sitúa en el vértice. La figura de Cristo ostenta habitualmente nimbo crucífero, un extremo que en nuestro caso no pode mos confirmar por el deterioro de la pieza.
Contiguo al capitel analizado se halla, al exterior, uno que presenta duplicado un mismo asunto en sus dos caras: un personaje vestido con túnica corta cabalga un león y se aboca hacia sus fauces para dominarlo. Se trata del episodio protagonizado por dos personajes del Antiguo testamento (David y Sansón) pero en este caso el pelo corto del protagonista es concluyente. Estamos ante una imagen de David venciendo al león.


Si nos trasladamos a los capiteles situados a nuestra derecha, el central muestra a dos leones afrontados en el vértice del capitel por encima de cuyos cuerpos emerge la cabeza de un personaje (la zona inferior de la figura ha desaparecido) que con sus manos tira fuertemente de su cabello. se trata de un gesto inequívoco en la Edad Media, al igual que lo era mesarse la barba: es la expresión palmaria del dolor y la desesperación. Este detalle imprime un significado especial al tema desplegado en el capitel de Sarroca, puesto que confiere a los leones que flanquean al individuo una dimensión gastrocéfala. Es la proximidad de estos félidos lo que parece condicionar la gestualidad del personaje. En este contexto no podemos pasar por alto hasta qué punto el arte románico recurre a los félidos devoradores como instrumento “visual” de la punición del pecado. El último capitel, emplazado al exterior de esta zona de la portada, lo presiden dos grifos afrontados. Los cuerpos de ambos cuadrúpedos ocupan las dos caras de la cesta y sobre sus lomos aparecen las alas distintivas.
En la puerta de Sant Martí Sarroca se combinan asuntos de naturaleza decorativa con otros de carácter historiado, si bien exentos del valor iconográfico que pueden asumir en otros contextos. Esta constatación evidencia que su artífice, como en otros muchos casos, no ha pretendido construir ningún género de programa iconográfico y que, por encima de cualquier otra consideración, en la elección de los temas ha primado su valor ornamental.
El análisis de esta portada conlleva abordar también sus conexiones formales y de ellas se derivan, como veremos, consideraciones de carácter general que atañen al desarrollo de la escultura románica catalana. En Sarroca se repiten fielmente tres composiciones que previamente hallamos en la puerta monumental del antiguo priorato de Covet, en el Pallars Jussà. Nos referimos a los dos capiteles interiores que comparten idéntica decoración vegetal, con cabezas humanas emergiendo por detrás de las grandes hojas de acanto, y al presidido por David venciendo al león. En Covet existe otro motivo iconográfico que también reaparece en Sarroca: el personaje desesperado que estira sus cabellos. Allí la figura se sitúa en la arquivolta exterior, junto a otros personajes negativos, de acuerdo con la interpretación planteada por el profesor Joaquín Yarza. El tema no es nuevo. Lo hallamos en sendos capiteles de las iglesias de Leyre (navarra) y de sos del Rey Católico (Zaragoza), donde las figuras que tiran de sus cabellos aparecen por duplicado en los vértices de la cesta. Estos testimonios no son para nada irrelevantes. Su adscripción a la escuela languedociana que divulga sus fórmulas a través del Camino de Santiago es importante en nuestra argumentación.

Historiográficamente, desde Georges Gaillard, la secuencia estilística que deriva de las primeras experiencias tolosanas, se ha reconocido en muchos monumentos escultóricos del norte peninsular, desde el reino de Aragón a Compostela. Los territorios orientales inicialmente quedaron excluidos de esta ruta de transmisión de modelos. El estudio de Joaquín Yarza sobre la portada de Covet, entre otras aportaciones posteriores, puso de manifiesto cuan inexacta era esa perspectiva. Las fórmulas y composiciones elaboradas tempranamente en el ámbito tolosano también se divulgaron hacia Cataluña y Covet, la escultura del claustro de la catedral de la seu d’Urgell, o los capiteles del desaparecido claustro de Sant Serni de Tavèrnoles lo certifican. Los testimonios localizados en áreas catalanas más meridionales que reunimos con posterioridad (1996) insisten en esta misma lectura. se trata de una influencia tolosana temprana y anterior, a la difusión hacia Cataluña de fórmulas equivalentes por parte de los talleres roselloneses, una realidad que la historiografía reconoce desde antiguo.

Las coincidencias entre las portadas de Covet y Sarroca en lo relativo al uso de un repertorio ornamental común se hacen extensibles al ajedrezado que se despliega en sus respectivas impostas. También se encuadran en este contexto las pequeñas cabezas humanas y los frutos de formato circular que desde las jambas y arquivoltas de Covet incrementan la suntuosidad de la portada; un recurso que consigue efectos similares en la puerta que comunica el claustro con la catedral de la Seu d’Urgell. En Sarroca estos motivos se presentan extremadamente simplificados, pero aún así, los descubrimos integrados en el escaqueado de la imposta.
Estas semejanzas formales y compositivas no hacen más que evidenciar una realidad: los maestros formados en la tradición tolosana difundieron sus recetas de oficio en la zona contigua al pirineo y son testimonio de ello Covet, la Seu d’Urgell o Sant Serni de Tavèrnoles. Pero también existen evidencias de esta penetración estilística en zonas más meridionales. En el Penedès lo confirman tanto la portada de la iglesia castral de sant Martí Sarroca como la del priorato benedictino de Sant Sebastià dels Gorgs. En las inmediaciones de Barcelona, un capitel aislado que se conserva en la iglesia de Valldoreix puede asignarse, según lo sostuvimos en su momento, a la producción directa del maestro de Covet y de esta constatación se infieren interesantes implicaciones en la línea apuntada.

La reedificación de la iglesia en torno a 1200
Ignoramos las razones, pero muy avanzado el siglo XII se decidió sustituir el edificio del primer románico por otro nuevo, salvando el elemento que se había incorporado a la fábrica poco antes. La portada monumental abierta en el muro norte sobrevivió y alguno de sus capiteles incluso sirvió como modelo al nuevo taller responsable de la reedificación.
La empresa era ambiciosa. se trataba de levantar una nueva nave, de mayor anchura que la precedente, y una cabecera con transepto y cúpula en su intersección con la nave. Además, el taller responsable de la obra se servía de unos recursos formales que incrementaban el tiempo invertido en la construcción. Es lo que se deduce de la multiplicación de columnas adosadas tanto al exterior como al interior del ábside, de los capiteles que las coronan, o de las molduras que a manera de guardapolvo perfilan las ventanas abiertas en esta zona de la iglesia; asimismo, de las ménsulas que se despliegan en las partes altas del edificio a lo largo de todo su perímetro exterior. El resultado es de una suntuosidad infrecuente en el panorama catalán contemporáneo. Sus antecedentes apuntan hacia el sudoeste francés, donde los paramentos exteriores e interiores de numerosos edificios románicos descubren ecos directo del mundo romano en cuyos monumentos se han inspirado sus artífices.

Ábside

Detalle

Detalle

En Sant Martí Sarroca no tenemos datos directos para fijar los márgenes cronológicos de esta empresa, salvo la que proporciona un acta de consagración. La ceremonia tuvo lugar en 1204 y la presidió el obispo de Vic, Guillem de Tavertet. Asistieron a ella tanto el señor del castillo, Ferrer de Santmartí, como su esposa, Alamanda de Castellvell o Subirats, a quienes debemos considerar promotores directos de la remodelación. Esta noticia permite situar la conclusión del espacio cultual, quizá el ábside, quizá la cabecera en su totalidad, comprendido el transepto, con una cierta seguridad en 1204. Lo que no parece que deba incluirse en este margen temporal es la reedificación completa de la nave hasta los pies de la iglesia. Resulta más plausible considerar que los trabajos continuaron después de 1204 y que la conclusión definitiva del edificio no se produjo hasta 1210-1215 o incluso más allá.



La obra arquitectónica avanzó y en paralelo se incorporaron a la fábrica numerosos capiteles ornamentados con motivos fitomórficos o con entrelazos vegetales, en menor grado los consagrados a temas zoomorfos. El repertorio es variado pero cuando se analiza en detalle resulta adocenado debido a su bajo nivel de ejecución. A pesar de ello, es interesante advertir la coincidencia formal existente entre estas piezas y las de otros monumentos del románico catalán. Ocurre con la escultura arquitectónica de la iglesia castral de Camarasa, en la Noguera, con el claustro de Sant Benet de Bages o con el de Sant Pere de les Puel·les en Barcelona, obras fechables todas ellas entre el 1200 y los primeros decenios del siglo XIII y eslabones de una prolífica escuela escultórica (Camarasa y sant Martí Sarroca se revelan como sus testimonios más antiguos) que hermanó tardíamente zonas muy distantes de la Cataluña medieval.

Epílogo
La iglesia de santa Maria en Sant Martí Sarroca ha seguido abierta al culto hasta nuestros días. tras su reconstrucción tardorrománica vivió una época de esplendor en los siglos del gótico con la renovación de su mobiliario litúrgico. Es entonces cuando se emprende la obra del soberbio retablo pictórico, por fortuna conservado, destinado a presidir el principal espacio cultual. La instalación del mueble conllevó la disolución del orden románico que imperaba en la cabecera del edificio, al menos visualmente. La forma semicircular del ábside dejó de percibirse desde la nave, suplantada por la superficie plana del retablo. Las vicisitudes por las que pasó la iglesia en época moderna modificaron este estado de cosas. El mueble conoció diversos traslados y aunque podría haber se destruido, sobrevivió. nunca fue devuelto al que fue su emplazamiento primitivo. Puig i Cadafalch desestimó hacerlo cuando restauró el edificio.

Hay que atribuir a los autores del volumen de los Recuerdos y Bellezas de España, que a comienzos del XIX reconocieron a la iglesia su categoría como monumento y la convirtieron en icono románico, la responsabilidad de su temprana restauración. El impacto de la obra en el imaginario colectivo de las élites intelectuales catalanas decimonónicas es innegable. Pero se trataba de un texto que glosaba un segmento de ese pasado y excluía otros y sus directos vestigios. Los Recuerdos nada dicen del retablo. Puig i Cadafalch tampoco se interesó por él. Eran los testimonios arqueológicos que encerraba el edificio y la propia fábrica lo que atrajo el interés del arquitecto e historiador que se sirvió de ellos para trazar una primera versión de la crono-historia del monumento que estudios posteriores han podido acotar con aportaciones nuevas. La historiografía debe mucho a estos trabajos pioneros, al igual que la iglesia de sant Martí Sarroca su supervivencia material a los autores de los Recuerdos que la reivindicaron tempranamente con su verbo romántico y sus hermosas litografías.

Dos capiteles del Museu Nacional d’Art de Catalunya
El Museu Nacional d’Art de Catalunya conserva dos capiteles esculpidos procedentes de sant Martí Sarroca (MNAC 24026 y 24027). Ingresaron en el museo en 1908 como depósito de la Junta de restauración de la iglesia parroquial de sant Martí Sarroca a la Diputación de Barcelona, si bien su compra se formalizó en 1913. En este sentido, su presencia puede rastrearse en la relación de objetos que ingresaron entonces en el museo, donde se citan dos “capiteles románicos” que sin duda pueden ser identificados con los que nos ocupan. Ambos miden 35 x 77 x 21 cm, y coinciden totalmente en cuanto a temática, estilo y material.

Capitel (n. inv. 24026) © MNAC-Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona 

Cada pieza está trabajada por tres de sus caras mediante decoración de carácter vegetal consistente en una amplia hoja, centrada cada ángulo, compuesta de folíolos dispuestos inclinados en simetría, de modo que ocupan toda la altura de la cesta bajo un ábaco compuesto de dados. El tipo de repertorio coincide totalmente con la decoración de diversos capiteles del interior de la iglesia de santa Maria de sant Martí Sarroca, coincidencia que puede hacerse extensible al estilo. sin embargo, desconocemos cuál pudo ser la ubicación original de las piezas. su cronología está, sin duda, en total correspondencia con las fechas del conjunto decorativo de la iglesia, especialmente de la parte correspondiente al interior y debe situarnos, por tanto, hacia el primer tercio del siglo XIII.

Virgen con el niño desaparecida y tablas de un edículo del MNAC
En sant Martí Sarroca debió de existir, desde inicios del siglo XIII, un edículo presidido por la imagen tallada de la Virgen con el niño y flanqueado por tablas que permitían cerrarlo decoradas con tallas aplicadas y decoración estricta mente pictórica. De este conjunto solo queda, actualmente, el testimonio fotográfico de la talla, desaparecida en 1936, y dos tablas conservadas en el MNAC (inv. 15924-15925). De todas estas piezas hay noticia desde el año 1906, cuando fueron descubiertas durante los trabajos de restauración dirigidos por Puig i Cadafalch.
La imagen de la Virgen con el niño es conocida a través de sendas fotografías de 1906 y 1930. Había sido descubierta emparedada en la ventana situada enfrente de la portada norte durante los trabajos de restauración y seguidamente restaurada. presenta una composición marcada por la monumentalidad y la frontalidad, con la imagen entronizada y el niño dispuesto en el centro de la composición. pronto fue encuadrada por Gudiol i Ricart dentro de un grupo caracterizado por su monumentalidad, fechable a inicios del siglo XIII. Entre sus paralelos más directos se citaba un ejemplo geográficamente muy cercano, la Virgen de santa Maria del Pla del Penedès, conservada actualmente en el Museu Episcopal de Vic (MEV 828). por otro lado, las dos tablas, descubiertas igualmente en 1906, pasaron a formar parte de las colecciones del Museo de Barcelona, del mismo modo que los dos capiteles citados más arriba. Tanto una como otra conservan restos de bisagras, lo que permitió pensar desde un comienzo que funcionarían como elementos de cierre de un cuerpo central, a modo de edículo, de tal forma que las imágenes talladas responderían a la cara interna y las pintadas a la externa, quedando estas últimas visibles mientras el mueble se mantuviera cerrado.
La primera de las tablas (MNAC 15924; 106 x 39 x 17 cm) presenta una talla aplicada de María, representada de pie y orientada hacia la izquierda, en una actitud de relacionarse con un segundo personaje, muy probablemente ante la salutación del arcángel Gabriel, como parte de la escena de la Anunciación a María. En cambio, la otra cara presenta una figura pintada de San Pedro, también de pie, perfectamente identificable a través de su atributo, las llaves. La segunda pieza (MNAC 15925; 112 x 34 x 13,5 cm) presenta una talla aplicada de un rey, de modo que fue identificada como uno de los Magos de una representación de la Epifanía. Aparece de pie, orientada hacia su izquierda. En la cara opuesta se representa a san pablo, caracterizado por la calva y por la espada que sostiene con la mano derecha.
El tratamiento de las imágenes se corresponde sin duda con el de la imagen de la Virgen, lo que permite atribuirlas a un mismo taller y fecharlas en la misma época. En cambio, el estilo de las dos figuras pintadas (san pedro y san pablo) denotan una etapa aparentemente posterior, indudablemente de los inicios del gótico. Esta diferenciación entre ambas ca ras sorprende y se ha atribuido a una segunda intervención en el conjunto. sin embargo, se precisa de un estudio detenido de las dos tablas, especialmente de sus aspectos técnicos y materiales, para poder precisar en la datación y la relación entre anverso y reverso de los batientes.
De acuerdo con la hipótesis de restitución planteada por Folch i Torres, a la izquierda se situarían las tallas de los Magos, que en combinación con la Virgen con el niño, habrían integrado la Epifanía; a la derecha, se habría representado la Anunciación. teniendo en cuenta algunos paralelos como el del edículo de sant Martí d’Envalls (en Angostrina, en la parte actualmente francesa de la Cerdanya), tradicionalmente fechado hacia los inicios del siglo xiii, se ha propuesto para el conjunto de Sarroca una datación similar.

 

 

 

 

 

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