viernes, 7 de marzo de 2025

Capíotuloo 34, Románico en Barcelona-Historia

 

La expansión de la Casa de Barcelona (siglos XI-XII)
Del condado al principado. Las sedes episcopales
Las fronteras mil años atrás
¿Cuál era el panorama de la actual Cataluña mil años atrás? El territorio y sus habitantes no constituían todavía un grupo humano porque no había nada que les uniera a todos, ni tan siquiera la lengua. una frontera principal separaba la Cataluña Vieja de la Nueva, dos realidades que nada tenían en común, más bien al contrario. Esta frontera era mucho más que un hecho político. Se tra- taba de una franja de territorio en la cual, durante el siglo X, nobles guerreros empezaron a levantar castillos mientras comunidades campesinas ponían los yermos en cultivo.
En la parte más oriental, en el condado de Barcelona, esta marca fronteriza era bastante pro- funda: se extendía desde el río Llobregat hasta las proximidades del Gaià, y comprendía sobre todo las actuales comarcas del Penedès (el Alto y el Bajo) y el Garraf. Al norte de esta marca, común- mente llamada del Penedès, estaba la marca o frontera del condado de Osona, entre las aguas del Llobregat y su afluente el Cardener, por un lado, y las del cauce alto del río Anoia y más allá, hasta la zona donde nace el Gaià, en la Sierra de Queralt, por otro. Esta frontera ausonense, que cubría parte del Altiplano Central, ocupaba la mayor parte de la comarca de la Anoia. A continuación, al norte estaban las tierras fronterizas del pago de Berga, un espacio pequeño y alargado, constreñido por la presión de los vasallos del conde de Barcelona y el obispo de Vic, al Sur, y del conde de Urgell, al Noroeste. En la marca de Berga, entre Cardona y Castellfollit de Riubregós, por la Sierra de Pinós, apenas habría media docena de castillos.
tan pequeña era esta frontera, que, no obstante se extendía por algunas tierras del Bages, el Solsonès y la Anoia. Al noroeste de la marca de Berga, como se ha dicho, el espacio lo ocupaba la frontera del condado de Urgell, una extensa marca que se extendía por las tierras meridionales del Solsonès, las más extremas del Alt Urgell, las septentrionales de la Segarra (Sanaüja) y las occidentales de la Noguera, ya en aguas del Segre medio (Ponts). Más a poniente, en la Conca de Tremp, se situaban las tierras fronterizas del condado de Pallars Jussà, que tenía en los contrafuertes de la Sierra del Montsec una frontera natural solo atravesada por las aguas del Noguera Pallaresa, afluente del Segre. La progresión de los urgelenses hacia el oeste por la Noguera, al sur del Montsec, durante el siglo XI, bloquearía la futura expansión territorial de las gentes del Pallars.

En el año mil esta franja de territorio que acabamos de describir era un espacio en construcción, y lo sería todavía durante el siglo XI, obra de campesinos, clérigos y guerreros emigrados de los condados del norte y el este. un espacio formalmente arrebatado al islam, pero que debió haber sido durante largo tiempo tierra de nadie, en el sentido de ser un espacio habitado por escasa población y sin autoridades reconocidas. Pues bien, esta frontera del año mil dividía la actual Cataluña. La parte situada al norte y al este era la ocupada políticamente por los condados, originados en el siglo IX por la conquista carolingia, y emancipados políticamente durante el X. Si incluimos el Rosellón y los condados pirenaicos, a principios del siglo XI este espacio estaba sometido a la autoridad de no menos de ocho condes: los del Rosellón, Ampurias-Peralada, Besalú-Vallespir, Cerdanya-Berga-Conflent, Urgell, Pallars Jussà, Pallars Sobirà y Barcelona-Girona-Osona, a los que quizá todavía se podría añadir el condado de Ribagorza, que justamente entonces comenzaba a gravitar en la órbita navarro-aragonesa. Aunque las fronteras entre estos condados eran movedizas y separaban menos que las fronteras con el islam, no es menos cierto que delimitaban espacios de poder. No había por tanto unidad política en esta Cataluña Vieja, y ello aunque sus habitantes hablaran una misma lengua, el catalán, cuyos orígenes lejanos hay que situar en la ruptura de la unidad política del Imperio romano a raíz de las invasiones germánicas (siglo V), y la propia evolución del latín vulgar en la zona a partir del siglo VI.

Al sur y al oeste de la frontera descrita, las tierras de tarragona, Lleida y Tortosa pertenecían a al-Andalus, la España musulmana que entonces, hacia el año mil, todavía estaba unida bajo la autoridad del califa de Córdoba, pero ya muy cercana a su fragmentación en reinos de taifas, que en la futura Cataluña serían los de Tortosa y Lleida. A la postre, por tanto, tampoco aquí había o habría unidad política. y su gente, además, también estaba dividida por la historia y la cultura. Había descendientes de los hispanogodos de la época de la invasión musulmana que habían permanecido en sus tierras, donde tuvieron que aceptar la sumisión a las autoridades civiles islámicas, pero conservaron sus leyes y autoridades religiosas, como demuestra algún curioso documento del siglo X.
Junto a ellos había población árabe-bereber llegada en sucesivas migraciones desde el siglo VIII.

El abad de Ripoll y obispo de Vic Oliba, a principios del siglo XI, debe tener malas relaciones con todos ellos puesto que cuando encomienda a uno de sus vasallos algunos castillos de la frontera le hace el especial encargo de defenderla contra «paganos y perversos cristianos». Claro está, estos no pueden ser otros que los árabo-bereberes e hispano-godos habitantes al otro lado de la frontera o, mejor dicho, en aquella tierra fronteriza en disputa. Estas gentes, que durante el siglo XI estuvieron divididas por la obediencia a reyes de taifas distintos, también debían hablar lenguas distintas: árabe algunos, quizá alguna lengua bereber otros y una lengua mozárabe, con arabismos, quizá no muy distinta del catalán, los descendientes de hispanogodos.

Estos son a grandes rasgos algunos de los datos fundamentales de la geografía política e idiomática de Cataluña en el umbral del año mil, que habrán de servir para que el lector tome conciencia de los cambios esenciales que van a operarse durante los siglos XI y XII. Por supuesto, sin menos- preciar la importancia de la cultura islámica, la construcción histórica de Cataluña va a hacerse de norte a sur, y más por destrucción y expolio de los habitantes del espacio musulmán que por suma, incorporación y asimilación. A pesar de que se puedan encontrar ejemplos concretos de tolerancia y diálogo, y algunos historiadores se esfuerzan en ello, y de que se señalen herencias musulmanas en el modo de vida y cultura de las sociedades hispanocristianas, y ello se presente como un ejemplo de coexistencia, lo que acabó sucediendo en la Península y, por tanto, también en Cataluña, se asemeja más a un genocidio, a un drama de grandes dimensiones, que a un ejemplo de convivencia.
Desde esta perspectiva, y con la voluntad de explicar más lo que acabó por ser que lo que pudo ser, es lógico que a partir de ahora centremos la visión en las tierras y las gentes de los condados.
¿Cómo vivían mil años atrás? ¿Qué cambios experimentaron inmediatamente después, durante los siglos XI y XII?

El crecimiento: población, producción y mercado
El primer hecho a destacar es el crecimiento de la población, que muy posiblemente había empezado antes, en los siglos IX y X, como parecen indicar las aprisiones: la puesta en cultivo de tierras yermas en esta época, y que fue en aumento durante los siglos XI y XII. Entre las posibles causas del crecimiento demográfico, inseparable del aumento del volumen de producción, hay que destacar, desde la perspectiva de la larga duración: el avance de la pequeña producción, que por entonces se convirtió en la forma económica dominante; la transformación de las estructuras familiares con el predominio de la familia nuclear y el incremento de la natalidad, en consonancia con la propia organización de la producción; el retroceso y sustitución de antiguas formas de subyugación y explotación social por otras que daban un mayor margen de autonomía y disponibilidad de recursos al productor; el fomento de la producción cerealística que quizá no mejoró la dieta pero permitió alimentar a un mayor número de personas; el dinamismo creciente de la actividad mercantil y artesanal; los avances en la división del trabajo; el papel jugado por los señoríos, hoy diríamos, como polos de desarrollo; los impulsos dinamizadores de la economía emanados de las ciudades, y, según algunos autores, la propia presión señorial que, al tomar más renta de los campesinos, les obligó a producir más.
Lo más evidente del crecimiento demográfico de estos siglos es que la red de poblamiento se transforma y densifica. Las viejas ciudades ya no pueden retener a la totalidad de sus habitantes intramuros, de modo que se hace necesario levantar barrios extramuros. Más allá de las ciudades, en el campo, el poblamiento se hace más complejo que antes, cuando solo había, en un espacio eminentemente rural, pueblos más grandes o más pequeños (villas, villares), minúsculos núcleos (villarunculos) y explotaciones aisladas (mansi). De la debilidad del poblamiento anterior al año mil dan buena cuenta las diminutas dimensiones de las iglesias parroquiales prerrománicas. Después, durante los siglos XI-XII, los mansos se multiplican en la Cataluña Vieja, mientras que los núcleos de población concentrada, los pueblos, se hacen en muchos casos más y más grandes, y las actividades económicas se diversifican en su seno. Es el resultado de un crecimiento económico agrario que había empezado en los siglos IX y X en el interior del campo (crecimiento intravertido), y que en los siglos XI y XII se proyectó hacia fuera enlazando el campo con la ciudad a través del mercado (crecimiento extravertido). El resultado de este doble crecimiento, demográfico y económico, fue la aparición en el interior del campo de unos núcleos de población mayores que las antiguas villas, donde se celebraba mercado una vez por semana y se realizaban actividades comerciales y artesanales especializadas. Eran las villas-mercado o con mercado, pequeñas ciudades, si se quiere, eslabón intermedio entre el campo y la ciudad. Estas villas-mercado, que se multiplican por toda la geografía de los condados catalanes, constituyen la gran novedad de esta época, y su existencia tiene tanto que ver con el plus de riqueza producida por los campesinos como por los impulsos y presiones locales ejercidas por los señores.

Ajando el trigo (Santa Maria de L´Estany). 

Evidentemente, los templos románicos que habrán de acoger a esta gente que crece y se multiplica ya no podrán ser los de antes, demasiado pequeños. No pocos de estos van a ser demolidos para levantar sobre sus ruinas otros mayores y más esbeltos. Pero esta geografía del crecimiento y del románico o del primer románico no se limita a la Cataluña Vieja, la que en otro tiempo perteneció al Imperio carolingio, también se extiende a la Cataluña Nueva, cuya conquista y poblamiento es quizá la prueba más palpable del impulso que generó la sociedad catalana en los dos siglos que siguieron al año mil.

El desarrollo de la producción y el comercio, causa y efecto del crecimiento demográfico, es uno de los hechos más notables de la historia de esta época, y la base de sustentación del edificio social y político. La producción agraria, sobre todo el cereal y la viña, con el añadido y complemento de la ganadería, ganaron en extensión mucho más que en intensidad. No hubo mejoras en el rendimiento a la simiente y seguramente tampoco a la hectárea, pero la superficie puesta en cultivo no cesó de aumentar, lo que explica que, a pesar de las hambrunas de la época, inevitables en las sociedades agrarias de la era preindustrial, no se detuviera el crecimiento. El excedente campesino, que en parte captaba la renta señorial, permitió alimentar a una masa cada vez mayor de población no campesina, que así pudo radicarse en nuevos núcleos de población, las villas-mercado, donde tomaron impulso la producción artesanal y el comercio. El sistema feudal que, económicamente, así se articulaba, llevaba el mercado a la puerta de cada productor, y este mercado dirigía hacia arriba, hacia la ciudad, excedentes del agro, a la vez que hacía llegar hacia abajo, hasta los campesinos, productos manufacturados de la ciudad. De este modo, dando y tomando del campo a través del merca- do, la ciudad medieval adquiría carta de naturaleza y se diferenciaba de la ciudad antigua. Las redes mercantiles, que el poder político alentaba entonces, al conceder privilegios de feria y mercado y al otorgar cartas de población y franquicia, jugaban también su papel en la vertebración de Cataluña.

La mayor parte de los productores, por supuesto, eran campesinos que estaban al frente de sus explotaciones familiares las cuales, salvada la renta debida al señor, explotaban por su cuenta, con un margen considerable de autonomía. En la Cataluña Vieja la mayor parte de estos campesinos vivían en mansos dispersos, un hecho que el paisaje y los puntos de agua favorecían, y que el sistema sucesorio entonces implementado (la sucesión unigénita e indivisa: el hereu) consolidaba. En la Cataluña Nueva, en cambio, la población campesina habitaba preferentemente en núcleos de población concentrada, a veces llamados villas francas o villas nuevas. todos estos campesinos frecuentaban los mercados de productos en las villas-mercado donde vendían excedentes de la cosecha y compraban productos manufacturados. Pero estos no eran los únicos mercados que frecuentaban. también estaban en contacto con los mercados de la tierra, del crédito y de la renta, aunque más en los siglos XIII y XIV que antes, lo cual debe ser un indicio de la tendencia creciente de la actividad económica.

Por mercado de la tierra nos referimos a la compra-venta de tierras de labor a la que se libra- ban sectores campesinos cuando las circunstancias así lo exigían, fundamentalmente cuando había que ajustar la superficie de las explotaciones al tamaño de las familias, o cuando la adversidad (una hambruna, por ejemplo) obligaba a obtener recursos con urgencia. Por supuesto, el crédito podía ayudar a paliar una situación adversa (por ejemplo, las consecuencias de una mala cosecha), pero para obtener crédito era necesario ofrecer garantías al prestador que normalmente requería de su deudor la hipoteca u ofrecimiento en prenda de las tierras. Por lo que se ve el mercado de la tierra y del crédito funcionaban estrechamente unidos. Contra lo que pudiera parecer, los prestadores no eran siempre y en todos los casos miembros de las clases dirigentes. Por el contrario, en el mundo rural, junto a nobles y eclesiásticos (que también se endeudaban y pedían prestado), encontramos a no pocos campesinos que, cuando podían, se dedicaban a esta lucrativa actividad. El mercado de la renta anterior al censal es sobre todo el mercado del censo enfitéutico, un concepto que nos obliga a abordar el tema de la tenencia de la tierra.

Después de los conflictos por la tierra que los juicios de los siglos IX y X permiten vislumbrar, hacia el año mil, entre 950 y 1050 aproximadamente, debió llegarse a un statu quo o situación de hecho que puede resumirse del modo siguiente: el campesino compartía forzosamente la propiedad de la tierra con el señor, el cual se apropiaba, también por la fuerza, de una parte del fruto del trabajo campesino.
Los derechos de propiedad del campesino, que a veces llamamos dominio útil, y que no tenían límite temporal, consistían en el derecho a transmitir la tierra por herencia, venderla o hipotecarla, con algunas limitaciones impuestas por el señor, como la de notificar la operación antes de efectuarla, pagar por ella o respetar la primacía del señor en la adquisición de los derechos de dominio que el campesino ponía a la venta. A esta modalidad de tenencia de la tierra, que tiene lejanos orígenes romanos, los escribanos y notarios, desde los siglos XII y XIII, le dieron el nombre de enfiteusis o, mejor dicho, de establecimiento enfitéutico, expresión que traducía la idea de afincamiento estable. Desarrollada jurídicamente esta figura, sobre todo a partir del siglo XIII, los campesinos supieron sacar provecho de ella, es decir, del margen de autonomía que se les reconocía, generando entre ellos contratos de subestablecimiento, lo que, salvando las distancias, sería como subarrendamientos. Pongamos por caso dos mansos cercanos, cada cual con sus parcelas de tierra y su cantidad de fuerza de trabajo, ambos cedidos en establecimiento enfitéutico por un señor o unos señores a los que se satisfacían las correspondientes rentas. Si uno de estos mansos tenía un exceso de parcelas y a otro le faltaban, en relación con la fuerza de trabajo de cada cual, el campesino que tenía de más podía decidir subestablecer algunas parcelas a su vecino el cual le pagaría por ellas los censos o rentas que pactaran y, que siempre estarían por encima de lo que por ellas debía pagar a su señor. Pues bien, creados de este modo los censos subenfitéuticos inmediatamente fueron objeto de compraventa, dando origen a lo que antes llamábamos mercado de la renta.

No hace falta decirlo: en los mercados de la tierra, el crédito y la renta, en los que unos entraban por necesidad y otros para obtener algún beneficio, acabaron participando todos los sectores sociales (campesinos, artesanos, clérigos y nobles), sobre todo a partir del siglo XIII.

Además de los mercados mencionados, hasta cierto punto, también podría hablarse de un mercado del trabajo que, en el caso del campesinado, ha de ponerse en relación con su propia estratificación interna. En efecto, había un estrato alto de campesinos acomodados, un estrato intermedio de campesinos autosuficientes y un estrato inferior de campesinos pobres. Las características funda- mentales de los campesinos del estrato alto era la de que estaban por encima del nivel de autosubsistencia, poseían más tierra de la que podían trabajar con sus propias manos y contrataban mano de obra, al menos durante los meses punta del año agrícola. Los campesinos del sector intermedio, que debían ser los más numerosos, mantenían un cierto equilibrio entre el tamaño de la explotación y el de la familia, y vivían justo en el nivel de la autosubsistencia.
Las carestías y hambres los años de mala cosecha podía obligarles a endeudarse, una situación que podía ser inmanejable y obligarles a vender tierras y así caer en el estrato inferior de campesinos pobres. La principal característica de estos era que no tenían tierra suficiente para alimentar a sus familias y, por tanto, habían de vender fuerza de trabajo a los campesinos más acomodados. Había, por tanto, en el interior del campo desigualdades que el contacto con los mercados incrementaba.

Las causaban, en parte, las fluctuaciones de precios, que los campesinos pronto descubrieron: fluctuaciones interanuales en relación con las buenas o malas cosechas, que tenían por efecto la tendencia hacia el descenso o la subida de los precios, y fluctuaciones intra anuales, en relación con el curso del año agrícola (los precios tendían a bajar en verano después de la cosecha y a subir en primavera, cuando menguaban hasta casi desaparecer las reservas de grano de los mercados). Por supuesto, los campesinos ricos, al disponer de reservas, establecían una relación provechosa con el mercado de productos: vendían en los meses de precios altos y compraban en los de precios bajos. En cambio, los campesinos pobres, e incluso los intermedios, al disponer de escasos recursos estaban más a merced del mercado. A menudo en primavera, estación de precios altos, habiendo agotado el grano almacenado, acudían a comprarlo a crédito, obligándose a devolverlo después de la cosecha, cuando los precios bajaban. Puesto que la deuda se cifraba en dinero, según los precios del cereal en el mercado, la cantidad que debía devolverse en grano era siempre muy superior a la recibida. Para muchos, comenzaba así una rueda de endeudamiento que podía acabar con la venta de la tierra y la fuerza de trabajo (como jornaleros) a los ricos del lugar. 

Campesinos y señores
Este microcosmos campesino estaba sometido al poder señorial, que utilizaba de la fuerza y la violencia legal codificada para sustraer todo el excedente posible de la producción agraria. Aunque, en lo tocante a las relaciones de producción, cada señorío tenía sus costumbres, en general, puede decirse que los campesinos pagaban a sus señores unas rentas, censos o cánones por la tierra de la que se consideraba que el señor tenía el dominio eminente. Estos censos podían ser en dinero o en producto, y fijos o proporcionales a la cosecha. No faltaban tampoco las rentas en trabajo, es decir, los servicios o trabajos forzados que el campesino debía a su señor, en las tierras ricas del señorío que este se reservaba. Pero el señor no lo era solo de la tierra sino también de la persona del campesino al que gobernaba, juzgaba y castigaba. Esta preeminencia se traducía en la imposición de tributos o exacciones (toltas, questias), la obtención de beneficios de los llamados monopolios señoriales (del molino, el horno, la fragua, la ferrería, la notaría) y el cobro de impuestos indirectos (de tránsito y mercado).

En algunas comarcas como las de la Cataluña Vieja los señores usaron de sus poderes, y de los conocimientos de los juristas para adscribir al campesino al manso y a la tierra, e imponer un conjunto de normas mediante las cuales controlaban la movilidad, la moral sexual, los enlaces y la sucesión de los campesinos de sus señoríos y la buena marcha de sus explotaciones. Eran los malos usos que no solo garantizaban a los señores el control superior de sus campesinos, sino también ingresos importantes por las penalizaciones o pagos previstos. Nos referimos a la remensa o pago por el rescate de la libertad de movimiento; la cogucia o penalización impuesta a la mujer adúltera, la arsia o arsina o multa impuesta por el incendio fortuito o no del manso; la ferma d’espoli forçada o pago al señor por su conformidad con la hipoteca dotal sobre el manso que el campesino hacía a favor de su mujer con ocasión de las nupcias; la intestia o multa por muerte y sucesión intestada, y la eixorquia o multa por la muerte y sucesión sin descendencia. finalmente, los señores, frente a las tentativas de algunos monarcas, fundamentalmente Alfonso el Casto, de amparar judicialmente a los campesinos, impusieron a un débil Pedro el Católico la aceptación de un derecho, que deberíamos calificar de aberrante, y que permitía poderlos maltratar impunemente (Cortes de Cervera, 1202).

Capitel con el escudo de los Cardona en Santa Maria de L´Estany 

El resultado de todo ello, es la configuración de un campesinado sometido a servidumbre, es decir, un elevado nivel de subyugación que podía coincidir o no con un alto grado de explotación y con una posición económica mejor o peor por parte del campesino. En la Cataluña Vieja, que fue donde más se extendió la servidumbre, los señores tuvieron un especial interés en mantener especialmente controlados los campesinos mejor posicionados, los poseedores de las mayores explotaciones, y no tanto los más pobres. Por supuesto, a esta situación no se llegó sin tensiones y conflictos, que enmarcaron la historia de las relaciones sociales en los viejos condados durante los siglos XI y XII. En este punto, la violencia física precedió al hecho jurídico, en el sentido del trabajo de los juristas que en el siglo XIII dieron forma legal y, por tanto, mayor difusión a la adscripción, los malos usos, la remensa, el derecho de maltratar y, en general, las servidumbres.

Como no podía ser de otro modo, las servidumbres y todo lo que las acompañaba se extendieron también por la Cataluña Nueva, pero aquí la necesidad de los señores de atraer repobladores para dar vida y hacer rentables los señoríos que la conquista les reportaba les obligaron a hacer concesiones a los campesinos que, de otro modo, no habrían acudido a sus llamadas. Así poco a poco se fueron otorgando a las comunidades de repobladores cartas de población y franquicia que acabaron por crear una atmósfera contagiosa de mayores derechos y libertades, que acabarían por diluir las servidumbres. A finales del siglo XIII las dos Cataluñas ya tenían en este sentido sus características bien definidas.

Los señores, que acabarían la Edad Media residiendo más en las ciudades que en sus castillos del campo, en los siglos centrales de la Edad Media eran todavía señores castrales y, como tales, llevaban una vida más bien austera. Pero este estamento no era en modo alguno uniforme. Había alta, media y baja nobleza. La alta nobleza, es decir, los magnates, poseía grandes señoríos y numerosos castillos. Sus orígenes se remontaban a la época carolingia donde algunas familias labraron su fortuna como lugartenientes de las familias condales. Nos referimos a los vizcondes, de los que los linajes de los Rocabertí, Cardona y Cabrera eran sus más genuinos descendientes. Otras familias nobles, como los Montcada, tenían sus raíces en los castillos de los que sus ancestros fueron vicarios en el siglo X. A mediados del siglo XI era tal el número de castillos que estos linajes habían acumulado que paralelamente fue necesario abrir las filas de la nobleza a nuevos componentes. Al frente de cada castillo se colocó a un responsable, un guardián llamado castlà, vinculado al señor castellano por un pacto feudal (convenientia) que incorporaba la prestación de homenaje y el juramento de fidelidad. Este castlà, que recibía el castillo en comanda, también recibía para su sustento un feudo consistente en tierras y rentas del castillo. A partir de este su feudo el castlà contrataba y pagaba los servicios militares de caballeros (milites), es decir, guerreros que iban a formar la guarnición del castillo, y que tendrían por misión defenderlo y forzar, si era menester, a los campesinos del lugar a satisfacer las rentas, tributos y exacciones establecidas. unos administradores (batlles) se encargaban de cobrar a los campesinos las prestaciones debidas y repartirlas del modo establecido por los pactos feudales entre señores, castlans y caballeros.

Esta estructura tripartita fue la base de la nobleza feudal de Cataluña, la artífice militar de la expansión territorial y marítima. Su fuerza, puesta al servicio de la monarquía, se materializó en la conquista de la Cataluña Nueva, las Baleares y el reino de Valencia, y la incorporación del reino de Sicilia, empresas de las que obtuvo en recompensa numerosos señoríos, lo que permitió colmar las necesidades que la multiplicación de sus familias exigía. Pero la ambición no la detuvo aquí. ya en el siglo X magnates afincados en tierras de las actuales comarcas de la Garrotxa y el Pla de l’Estany se sublevaron contra el conde Guifré de Besalú y le dieron muerte. En cierto sentido, fue como una premonición porqué, apenas cien años más tarde, esta vez en la frontera del condado de Barcelona, entonces llamada Marca del Penedés, se acunó una nueva revuelta, encabezada en este caso por Mir Geribert, señor del castillo de Olèrdola. Ambas sediciones debían tener en común la voluntad de romper con el sistema político heredado de los carolingios, que otorgaba al príncipe, elegido por Dios, la potestad soberana y con ella la capacidad de actuar, sin más limitaciones que las impuestas por la ley, en cualquier rincón del reino o principado, y sobre cualquiera de sus habitantes. Mientras la primera revuelta se liquidó, vía de justicia, con la confiscación de los bienes de los rebeldes y el exilio, la segunda consiguió sus propósitos de cambio político. Aunque en apariencia el poder condal, representado por el conde Ramon Berenguer I, salió reforzado de la prueba, la paz no se alcanzó sin un pacto que equivalía, de hecho, a un reparto del poder. Los nobles reconocieron que los castillos los poseían en feudo por el conde, es decir, como un beneficio hereditario a cambio de fidelidad y servicios, y el conde aceptó, de hecho, limitar el ejercicio de su soberanía a sus relaciones con los señores, con lo que estos quedaban como “soberanos” en sus señoríos.

Templo romano junto al castillo de los Montcada (Vic). 

El feudalismo resultante sería, por tanto, un sistema de soberanías compartidas, en el que las líneas de fuerza por el juego de las infeudaciones y subinfeudaciones convergían en la figura del príncipe, señor feudal de los señores feudales. De este modo el Estado y con él el gobierno territorial virtualmente desaparecían sustituidos por la monarquía o principado feudal administrado casi como si de una gran hacienda se tratara. Por supuesto, del naufragio de la res publica se salvó un patrimonio inmaterial formado por herencias culturales, jurídicas, sobre todo, sobre los cuales se intentaría reconstruir el poder territorial del príncipe y sentar las bases de un nuevo Estado, algo que tardaría siglos en conseguirse. Las dificultades para reconstruir una autoridad central con proyección sobre el conjunto de los condados se hicieron sentir inmediatamente. A mediados del siglo XII los campesinos de los dominios condales se quejaron al conde de los malos tratos y extorsiones a que les sometían los nobles vasallos del conde, encargados de la vigilancia de estos dominios. No parece que Ramon Berenguer IV (1131-1162) hiciera nada para remediar esta situación, y su hijo y sucesor, Alfonso el Casto (1162-1196), que quiso no solo resolver el problema sino interponerse como árbitro en los conflictos entre nobles y campesinos en general, tuvo que echarse atrás y renunciar a sus pretensiones.

Muerto Pedro el Católico (1196-1213) en el sur de Francia, en la batalla de Muret (1213), la larga minoridad de Jaime I (1213-1276) fue propicia para que la nobleza no solo actuara con plena independencia en sus señoríos, sino que consiguiera hacerse con no pocas riquezas y derechos de la monarquía. Más adelante Jaime I no solo no podría recuperar el terreno perdido, sino que vería cómo la nobleza se agitaba y se oponía no pocas veces a sus decisiones, una situación que culminó en guerra abierta bajo el reinado de Pedro el Grande (1276-1285). El conflicto terminó de modo favorable a la monarquía, que, aunque no pudo cambiar las bases del sistema, sí reforzó su autoridad y consiguió que la nobleza en Cataluña abandonara el camino de la revuelta y optara en todo caso por la oposición parlamentaria al rey.

Ciudades, ciudadanos y negocios
En este camino de reconstrucción de la autoridad central, que acabará siéndolo del Estado, las ciudades y sus hombres tuvieron un especial protagonismo, sobre todo porque los monarcas encontraron en la riqueza en ellas producida el principal sostén material de sus empresas. Estas ciudades en Cataluña tenían sin excepción origen romano, pero trayectorias distintas. Mantuvieron su función de centros político-religiosos, lugar de residencia de condes y obispos, en época visigoda (siglos VI y VII), pero la invasión musulmana y posterior conquista carolingia impuso la divergencia.

Girona y Barcelona estuvieron menos de un siglo bajo dominio musulmán, hasta que, incorporadas a los dominios del monarca carolingio Carlomagno, se convirtieron en capitales de la frontera hispánica de su imperio. Esta circunstancia iba a marcar su futuro, sobre todo el de Barcelona, porque, cuando en el siglo X los condados catalanes se emanciparon de la tutela carolingia, Barcelona se convirtió en la capital de un principado que durante los siglos XI-XII extendió su dominio sobre el conjunto catalán unificándolo políticamente. En cambio Tarragona, que había sido la capital de la gran provincia tarraconense en época romana y de la archidiócesis de su nombre en tiempos de los visigodos, perdió su doble condición de cabeza civil y religiosa a raíz de la invasión musulmana, y quedó como una especie de ciudad fantasma, abandonada, durante los siglos VIII-XI. No recuperaría la capitalidad religiosa hasta muy entrado el siglo XII, por iniciativa del conde de Barcelona, Ramon Berenguer III, que obtuvo del Papa la autorización para restaurar la archidiócesis, y que encomendó esta tarea a Oleguer, obispo de Barcelona. Este, a su vez, delegó en el noble normando Robert Bordet la misión de organizar la repoblación y defensa de la ciudad y el Camp de tarragona en 1129. Lleida, la otra ciudad de tiempos de los romanos, permaneció bajo dominio musulmán más de cuatrocientos años, hasta su conquista por Ramon Berenguer IV de Barcelona y Ermengol VI de Urgell, en 1149.

Sea como fuere, al filo del 1200 estas ciudades eran muy distintas de lo que habían sido en sus orígenes antiguos. En ellas la economía pesaba más que la política. Sus habitantes no se caracterizaban precisamente por ser terratenientes y dedicarse al gobierno sino por sus actividades financieras, mercantiles y artesanales. En el estrato superior de esta sociedad urbana había banqueros y grandes mercaderes, dedicados al comercio internacional. En el estrato intermedio comerciantes con proyección local y regional, y sobre todo maestros artesanos, poseedores de talleres familiares. y, en los niveles inferiores, se alineaban los oficiales y aprendices de estos maestros y hombres y mujeres sin profesión. La mayor parte de estos ciudadanos casi con toda seguridad tenían su orí- genes en el campo, en la época del primer crecimiento (siglos IX y X). fue así como, desde el siglo XI, los excedentes de población y producción del campo posibilitaron el renacimiento urbano y la propia transformación de la ciudad en un centro de producción especializada (manufactura) y gran comercio, cuyo dinamismo creciente contagió al campo alargando la fase de crecimiento hasta el siglo XIV, y facilitando, como se ha dicho más arriba, el nacimiento de pequeñas ciudades (villas- mercado) en el interior del campo.

La gente económicamente importante de estas ciudades, la burguesía, aspiró muy pronto a alcanzar un estadio de autonomía respecto de los poderes feudales tradicionales (conde, arzobispo, obispo, señores) que le permitiera gestionar por sí misma el gobierno urbano. Normalmente lo consiguió por rescate, es decir, a cambio de dinero, una práctica que abrió especialmente el camino a la colaboración económica y política entre la monarquía y la burguesía a través de las Cortes y los Parlamentos. En este marco parlamentario, los estamentos (los ciudadanos sobre todo) pactaron con el monarca la obtención de normas jurídicas favorables (privilegios) a cambio de ayudas a la política del rey. Cuando en el siglo XIII el sistema parlamentario empezó a funcionar con cierta normalidad y regularidad, precisamente los hombres de las ciudades (se les llamó el (braç reial) fueron el principal aliado del monarca frente a las veleidades y a veces traiciones de la nobleza, y el necesario sostén económico de la gran expansión territorial y marítima, de la cual también se beneficiaron. En efecto, los banqueros o cambiadores multiplicaron sus negocios, e hicieron ambiciosas operaciones de crédito con el propio monarca como cliente. y los grandes mercaderes obtuvieron plazas privilegiadas en los mercados de las tierras por las que se extendió la soberanía de los condes de Barcelona y después reyes de Aragón. El comercio terrestre no cesó de ampliar su red y el volumen de mercancías, pero fue en el sector marítimo donde, a partir del siglo XIII, se hicieron las mayores inversiones y los más grandes negocios, al mismo tiempo que se desarrollaban las instituciones (tribunal de mar, cónsules de catalanes, lonja de mar), los métodos mercantiles (comandas, sociedades, compañías, contratos de cambio, etc.) y la infraestructura y otros medios necesarios (atarazanas, embarcaciones).

Ramon Berenguer IV (1131-1162). Dinero de Barcelona 

La moneda fue uno, si no el principal de estos medios. La circulación monetaria, que no había dejado de existir desde época romana, había experimentado, no obstante, cambios importantes. A diferencia de época romana, en que existían especies monetarias distintas, en época visigoda quizá solo existió la moneda de oro (tremis). Pero este metal desapareció de las cecas cristianas con el dominio carolingio (siglos VIII-X) cuando se impuso la moneda de plata (el dinero), que tenía, a efectos contables, dos múltiplos, el sueldo (doce dineros) y la libra (veinte sueldos). Este sistema monetario, por el que se rigieron los condados catalanes en los siglos IX y X, no impidió la circulación de moneda musulmana de plata (dírhem) y oro (dinar o mancuso). y este es, en conjunto, el numerario que heredaron los catalanes de los siglos XI y XII, con la particularidad, por un lado, que la circulación del dinar indujo al conde de Barcelona, Ramon Berenguer I, en el siglo XI, a acuñar en su ceca de Barcelona dinares condales de oro de imitación musulmana, y, por otro, que la necesidad de mayor numerario para una economía en pleno crecimiento obligó a multiplicar las emisiones de dineros de plata lo que en parte se hizo a base de disminuir su peso y ley (aleación plata/cobre). El consiguiente proceso de degradación de la moneda de plata hacia su conversión en piezas de cobre, con las rectificaciones consiguientes, un proceso al que no sería ajena la monarquía deseosa de multiplicar sus ingresos, crearía una tipología monetaria compleja con sus particulares equivalencias: diner de doblenc, diner de tern, diner de quatern, etc. Esta complejidad era tanto mayor cuanto había, además, diversas autoridades monetarias (el conde-rey, los condes y algunos obispos), y aunque la moneda barcelonesa, del conde de Barcelona, iba imponiéndose en el conjunto de Cataluña, en las tierras de Lleida y Tortosa, la moneda jaquesa, de Aragón, circuló como propia desde la conquista hasta 1285 (en Tortosa) y 1346 (en Lleida), cuando sería substituida por la moneda barcelonesa. A finales del siglo XIII, las necesidades del comercio mediterráneo y continental, al que accedían los mercaderes catalano-aragoneses, y la presencia de mercaderes extranjeros en los mercados catalanes, obligó a Pedro el Grande a acuñar el croat, una moneda fuerte de plata, de 3,3 gramos, comparable al gros entonces emitido en muchas cecas europeas.

La experiencia histórica de los europeos, en general, muestra que en los regímenes políticos autoritarios el circulante se degrada porque el poder emisor en sucesivas emisiones busca incrementar sus ganancias acuñando moneda de menos valor. A fin de evitar esta situación, a medida que las sociedades se abrieron al comercio, intentaron limitar o controlar la acción del poder emisor. En Cataluña, donde ya hay un precedente en 1075 (en el condado de Besalú), fue en asambleas de paz y tregua de 1118 cuando los catalanes obtuvieron del conde Ramon Berenguer III de Barcelona el compromiso de no mudar la moneda a cambio del pago de un tributo conocido precisamente como monedaje, que se mantendría hasta 1256. La ciudad de Barcelona consiguió después, pagando un elevado rescate, arrancar al monarca el derecho a controlar las emisiones de croats.

La iglesia y el poder
Si como decíamos antes, los hombres de las ciudades fueron grandes aliados de la monarquía a partir del siglo XIII, que es cuando la ciudad medieval alcanza su plenitud, conviene añadir ahora que la Iglesia no lo fue menos, aunque en este caso, si cabe, la reciprocidad fue mayor, y la alianza mucho más antigua. En efecto, desde los propios orígenes de los condados catalanes, en los siglos IX y X, se observa como los lazos entre el poder civil y el religioso se estrechan. Con cierta regularidad, desde finales del siglo IX, los condes consagraron a sus hijos e hijas menores a la carrera eclesiástica, y muchos fueron abades y abadesas en los principales monasterios del país, que eran entonces de obediencia benedictina, y otros, obispos en las cinco sedes que había entonces en la Cataluña condal: las de Elna (en el Rosellón), Urgell, Girona, Vic y Barcelona, con la particularidad que, en pleno siglo X, las tierras más occidentales del obispado de Urgell se separaron de la obediencia a esta sede para formar la diócesis de Roda de Ribagorza. Las familias condales, como las de la noble- za, dotaron la Iglesia de tierras y rentas, y levantaron muchas de las iglesias prerrománicas todavía existentes. Lo hicieron a la par que se introducía y extendía por los condados el diezmo, tributo teóricamente creado por los carolingios para el sostén de la Iglesia, pero del que muchos miembros de la nobleza y los propios condes se apropiaron junto con los templos por ellos construidos.

La estrecha relación y colaboración entre el poder civil y el eclesiástico no estuvo exenta de conflicto. Los condes y la aristocracia, en general, tendieron a considerar que los bienes dados a la Iglesia les daban derecho a intervenir en la vida interna de la institución y hasta a ejercer un cierto control sobre sus hombres y corporaciones. Por este camino se llegó, sobre todo a partir del siglo XI, a la venalidad de los cargos eclesiásticos (simonía) de los que condes y magnates disponían para a sus familiares aunque estos no tuvieran auténtica vocación. tal sería el caso de Guifré de Cerdanya, arzobispo de Narbona (1019-1079), que llegó a esta sede a los diez años, cuando su padre, el conde Guifré II de Cerdanya, se la compró por cien mil sueldos. Este mismo conde también compró por cien mil sueldos el obispado de Urgell para otro de sus hijos: Guillem Guifré (1040-1075). un caso distinto, pero que revela el mismo interés de los condes por tener el control sobre sedes episcopales donde colocar a miembros de su familia, lo muestra el efímero obispado de Besalú (1017-1020), creado por el papa Benedicto VIII a petición del conde Bernat Tallaferro para su hijo Gaufred. Por supuesto, no todos los jerarcas eclesiásticos eran simoníacos. Seguramente muchos vivían con preocupación la intromisión de los laicos en sus asuntos. tal sería paradójicamente el caso del abad-obispo Oliba (†1046), tío de los mencionados prelados simoníacos, pero que ha pasado a los anales de la historia de Cataluña como gran reformador.

Precisamente el anhelo reformador, parejo a la relajación de costumbres que afectaba tanto al clero secular como al regular, también tuvo sus efectos en Cataluña. La reforma impulsada por el monasterio de Cluny, de la que fue uno de sus primeros impulsores en tierra catalana el abad Garí de Cuixà (965-988), penetró con fuerza durante el siglo XI, cuando se vincularon directamente a la gran abadía borgoñona los monasterios o prioratos de Sant Pere de Casserres, Sant Ponç de Corbera, Sant Pere de Camprodon y Sant Pere de Clarà. también desde mediados de siglo, de un modo más general, se difundió la reforma gregoriana impulsada por Roma que propugnaba una moralización de la sociedad, particularmente del clero (mayor exigencia en el cumplimiento del celibato), combatía abiertamente la simonía, reivindicaba para la Iglesia la posesión de templos y diezmos y postulaba la independencia de las instituciones eclesiásticas de los poderes temporales. Como no podía ser de otro modo, la aplicación de este programa reformador chocó con enormes resistencias. La Iglesia y la nobleza, cuyas relaciones ya habían atravesado momentos difíciles, entraron entonces en una espiral de tensiones que llevaron a actos de violencia protagonizados por nobles a los que la Iglesia respondió con condenas de excomunión.

De hecho, mientras el poder condal, como poder público y arbitral, retrocedía durante el siglo XI, la violencia aristocrática se enseñoreaba de los condados. Para frenar estas violencias y llenar el vacío de poder que se producía, la Iglesia reformadora, bien representada por el abad Oliba, impulsó el movimiento de paz y tregua de Dios, al que cabe añadir la generalización de las sagreras: los entornos de los templos como espacios sagrados de paz, protegidos por las autoridades religiosas. Al principio, las asambleas de paz y tregua tenían formato religioso (las presidían prelados y asistían feligreses en general) y se prohibían las violencias bajo pena de excomunión. Pero muy pronto, sobre todo durante el siglo XII, la Iglesia cedió la presidencia a la autoridad condal que de este modo recuperó protagonismo político y liderazgo social. Al mismo tiempo, los nobles eran especialmente invitados e inducidos a asistir para obligarles a asumir los mensajes de paz y orden público que de tales asambleas emanaban.

Por otra parte, las grandes conquistas del siglo XII en la Cataluña Nueva (tarragona, 1129; Tortosa, 1148; Lleida, 1149) darían nuevas posibilidades de expansión a la Iglesia y la nobleza, con lo que cabría esperar que cesaran o disminuyeran las tensiones entre estos estamentos en la Vieja, aunque esto no sería exactamente así. Esta centuria vería cómo se ampliaba la geografía eclesiástica, con la restauración del arzobispado de tarragona (1118) y de los obispados de Lleida (1149), que absorbió el de Roda, y Tortosa (1151). Desde el punto de vista del monacato, este siglo sería además el de la llegada de nuevos impulsos reformadores, protagonizados sobre todo por los monjes del Císter que se establecieron precisamente en tierras de la Cataluña Nueva, donde fundaron los monasterios de Poblet (1150), Vallbona de les Monges (1157) y Santes Creus (1160). y, a los cistercienses, cabe añadir las órdenes militares y los cartujanos, que también llegaron a Cataluña durante el siglo XII. En el testamento de Alfonso el Batallador (1134), hospitalarios, templarios y sanjuanistas recibieron como legado el reino de Aragón, disposición que causó un grave problema político resuelto por Ramon Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, con importantes compensaciones territoriales.
Inmediatamente después, hospitalarios y templarios participa- ron en la conquista de la Cataluña Nueva donde obtuvieron castillos y tierras (Miravet, Ulldecona, Amposta). La llegada de los cartujanos se produjo algo más tarde, a finales del siglo XII, cuando Alfonso el Casto les dio tierras en los términos del actual municipio de Montsant, en la comarca del Priorat, donde levantaron el monasterio de Santa Maria d’Escaladei (1194).

Esta historia de éxitos de la Iglesia, de su expansión e implantación en las nuevas tierras, no debe hacernos olvidar la pervivencia o recurrencia de los conflictos con las familias aristocráticas. Los abades se quejaban amargamente de la resistencia de muchos a entregarles los legados testamentarios de sus familiares difuntos cuando favorecían a los monasterios y debilitaban los patrimonios particulares. A la postre, si no querían que el problema se alargara indefinidamente, tenían que negociar con los deudos de los difuntos y aplicar soluciones imaginativas como las donaciones o renuncias remuneradas. En esta especie de guerra entre Dios y el diablo, los nobles se servían no pocas veces de sus armas de combate mientras que los clérigos, sin renunciar a la violencia física, utilizaban con más frecuencia la excomunión. En el siglo XI ya lo hizo el abad de Ripoll y obispo de Vic, Oliba, que llegó a lanzar la excomunión sobre la mayor parte de la nobleza de la diócesis ausonense. y algo parecido hicieron los obispos de Girona en el largo pleito con las familias nobles de su diócesis por la posesión de templos y diezmos.30 Pero la disputa más grave, y la que mejor ilustra la interrelación entre el poder temporal y el espiritual, debió de ser la que enfrentó a la familia del caballero normando Robert Bordet, también conocido por Robert de Aguiló, y los arzobispos de tarragona.

Como se ha explicado más arriba, en 1129 Oleguer, obispo de Barcelona y arzobispo de Tarragona (1117-1137), de común acuerdo con el conde Ramon Berenguer III, encomendó a Robert Bordet31 la repoblación y defensa de la ciudad y el Camp de tarragona, y le dio la autoridad secular en la zona con el título de príncipe. En 1148, cuando el normando ya había avanzado en la empresa colonizadora, el nuevo arzobispo, Bernat de Tort (1146-1163), cambió los términos del pacto de 1129 en orden a crear en la ciudad y su término un coseñorío del que serían titulares el normando y el arzobispo. Viendo como sus derechos le eran así reducidos, Robert Bordet apeló al tribunal condal, que decidió a favor del arzobispo, sin duda porque Ramon Berenguer IV estaba en connivencia con el prelado. Entonces, cuando a causa de la edad de Robert Bordet, su hijo y heredero Guillem Bordet empezaba a hacerse cargo de los intereses familiares en tarragona, el arzobispo dio un paso más: entregó la ciudad y su término como feudo al conde de Barcelona que se convertía así en feudatario del prelado. El resultado de la maniobra acabó siendo un reparto del poder a tercios entre el arzobispo, el conde y los Bordet, una situación complicada que no pudo mantenerse mucho tiempo. Muerto Robert Bordet (hacia 1154), su hijo Guillem y su viuda reclamaron con más ahínco, pero sin éxito sus derechos. El arzobispo, entonces Hug de Cervelló (1163-1171), debía estar tan deseoso de deshacerse de la incómoda familia normanda que posiblemente instigó el asesinato de Guillem Bordet en 1168. Si así fue, él mismo acabaría probando la misma medicina tres años más tarde, cuando fue asesinado por Berenguer Bordet, hermano de Guillem. Este magnicidio precipitó el desenlace del pleito tarraconense: la familia normanda perdió sus derechos y tuvo que exiliarse de tarragona cuya señoría quedó en manos del arzobispo y el conde.

Se dirá con razón que la imagen de estos prelados de los siglos XI y XII no es la de la Iglesia en su conjunto, y es verdad que las disputas y violencias entre nobles y clérigos no pueden hacernos olvidar las oblaciones de hijos e hijas, las donaciones piadosas y las fundaciones de canónicas y monasterios, efectuadas por muchos nobles que, cuando llegaba la hora de la muerte, escogían sepultura en estas casas religiosas, y que a veces se recluían en ellas para pasar sus últimos días.

Cada época tiene sus costumbres, su problemática, sus novedades. Cuando en el siglo XIII la ciudad medieval llegó a su plenitud y con ella la burguesía de los negocios, a la Iglesia se le plantearon nuevos retos a los que hubo de dar respuesta. Estos desafíos tenían que ver con la mezcla de culturas e influencias religiosas que el comercio internacional y la vida urbana propiciaban, con las ganancias del dinero obtenidas sin esfuerzo, con la usura, con el valor cristiano del trabajo, con el precio y el salario justos, con la imposibilidad de cumplir con los preceptos religiosos en viaje de negocios, etc. Para dar respuesta a estos y muchos otros casos de conciencia la Iglesia transformó la práctica del sacramento de la confesión (con la difusión de los manuales de confesores) y acogió en su seno nuevas órdenes religiosas de vocación urbana, dedicadas preferentemente a la predicación y la enseñanza. Nos referimos a las órdenes mendicantes, cuyos miembros, sobre todo los frailes predicadores o dominicos y los frailes menores o franciscanos, no tenían propiedades en común y vivían de su trabajo y de las limosnas que recibían.

Después de una posible venida de francisco de Asís a Cataluña en 1214, inmediatamente se levantaron conventos franciscanos en muchas ciudades de la Corona de Aragón: Lleida (1217), Vic (1225), Barcelona (1229), Girona (1232), Palma de Mallorca (1232), Morella (1233), Monzón (1235), Montblanc (1238), Vilafranca del Penedès (1241), tarragona (1242), Perpiñán (1243), Cervera (1245), Castelló d’Empúries (1246), etc. La llegada de los dominicos a Cataluña, concreta- mente a Barcelona, se relaciona con el encuentro en la universidad de Bolonia el año 1218 de tres personalidades: Domingo de Guzmán, Berenguer de Palou, obispo de Barcelona, y Raimundo de Peñafort. Según una tradición piadosa, los dominicos se establecieron en Barcelona en 1219 por iniciativa de Domingo de Guzmán y la ayuda del mencionado obispo, aunque fue la entrada de Raimundo de Peñafort en la orden lo que convirtió el convento barcelonés en el más prestigioso de la orden en Cataluña. Siguieron después los conventos de Lleida (1228), Perpiñán (1242), Girona (1253), tarragona (1253), Seu d'Urgell (1266), Cotlliure (1290) y Puigcerdà (1291).

Mención especial merece la fundación de la orden de la Mercè, el 1218, en Barcelona, por obra del caballero Pere Nolasc, que recibió el apoyo de Jaime I y del obispo de Barcelona. La misión de los mercedarios era la redención de cautivos en tierras del islam. La orden funcionó como una especie de cofradía de hermanos laicos hasta 1317 en que pasó a ser dirigida por clérigos y se dotó (1327) de una constitución inspirada en las órdenes mendicantes. Aprobada por el papa Gregorio IX en 1235, la orden levantó sus principales conventos en Cataluña durante el siglo XIII: Girona (1234), Vic (1235), Castelló d’Empúries (1238), Tortosa (1239), tarragona (1240 o 1241), Lleida (antes del 1245), Sant Ramon del Portell (1245), Montblanc (hacia 1299) y Agramunt (hacia 1300).

Del principado feudal a la corona de Aragón
Durante los siglos XI-XIII, el gran despliegue de fuerzas humanas, demográficas, económicas, sociales y espirituales, que hemos contemplado, tuvo su exacta correspondencia en la dinámica política, la expansión territorial y marítima y la cristalización institucional. ya durante el siglo X, mientras se formaban y consolidaban las dinastías condales independientes, la vieja frontera que separaba la Cataluña Vieja de la Nueva, en la línea del Llobregat, Cardener y Segre medio, fue rebasada por las comarcas del Garraf, Penedés y Anoia, y el sur del Solsonés, el Alt Urgell y el Pallars Jussà. Durante la primera mitad del siglo XI, los avances territoriales fueron escasos en gran medida a causa de la pugna interior por el poder entre los condes y la nobleza, que se resolvió institucionalizando a todos los niveles el pacto feudal o reparto negociado de competencias o, si se quiere, de soberanía. Resuelto el contencioso, y generalizadas las convenientiae con su corolario de homenajes y juramentos de fidelidad, que afectaban sobre todo a la tenencia de los castillos, la segunda mitad del siglo XI, con la división de al-Andalus en reinos de taifas, consecutiva a la crisis y desaparición del califato de Córdoba (1031), pudo ser un momento propicio para relanzar la expansión territorial. No obstante, la expansión apenas se produjo porque las taifas de Zaragoza, Lleida y Tortosa se hicieron tributarias y vasallas del conde Ramon Berenguer I (1035-1076) y de sus descendientes, lo cual las convertía en protegidas de estos. En conclusión, durante el siglo XI, más que de expansión territorial hay que hablar de consolidación de las posiciones ganadas en la centuria anterior, con el incremento de la colonización y el levantamiento de nuevos castillos en las comarcas antes mencionadas, y algunos avances por el norte de la Noguera, la Segarra, el Urgell, la Conca de Barberà y el Alt Camp.

Por aquel entonces el conde Ramon Berenguer I, enriquecido por el oro de las parias e instigado por su segunda esposa, la condesa Almodis, deseosa de obtener una herencia para sus hijos Ramon Berenguer y Berenguer Ramon, compró los condados de Carcasona y Razés. Era los inicios de una expansión ultrapirenaica que reforzaba los vínculos de Cataluña con la Europa feudal postcarolingia. ya entonces, el núcleo formado por los condados de Barcelona, Girona y Ausona emergía como el epicentro del principado feudal catalán, una posición hegemónica que la crisis abierta en el seno de la familia condal barcelonesa puso en serio peligro. Nos referimos, claro está, al asesinato de la condesa Almodis (1071) por su hijastro y heredero, Pere Ramon, que por ello fue excluido de la sucesión de Ramon Berenguer I, y también a la posterior rivalidad entre los herma- nos sucesores, Ramon Berenguer II (1076-1082) y Berenguer Ramon II (1076-1096), que culminó con el asesinato del primero por presuntos sicarios del segundo. El conflicto, que se resolvió con un pacto que establecía la sucesión de Berenguer Ramon II a favor de su sobrino, el futuro Ramon Berenguer III, entrañó, de hecho, la pérdida de Carcasona y Razés, y consolidó el relativo bloqueo de la expansión territorial.

Con el gobierno de Ramon Berenguer III (1097-1131) las cosas empezaron a cambiar, aun- que la irrupción de los almorávides en el escenario peninsular amenazó sus dominios. Demostró ambición al atacar Tortosa y Amposta, y casar con María (1098), la hija del Cid. Contribuyó al avance de las fronteras de poniente por la Noguera y las Garrigues, colaborando con el noble castellano Pedro Ansúrez, tutor del joven conde Ermengol VI de Urgell, en la conquista de Balaguer, y presionó sobre Lleida, que también ambicionaba el rey de Aragón Alfonso el Batallador (1123). A fin de defender mejor sus fronteras introdujo en sus dominios las órdenes militares del Hospital (1109) y del temple (1123-1126). también, como se ha explicado antes, se sirvió de su estrecho colaborador, el obispo de Barcelona, Oleguer, para restaurar el arzobispado de tarragona (1118) y, a través de él, obtener los servicios del caballero normando Robert Bordet (1129) que dirigió la conquista y colonización del tarragonés y la restauración de tarragona. Como si de un pre- cedente de la expansión mediterránea se tratara, en 1114 participó, con embarcaciones pisanas, provenzales, languedocinas y catalanas, en una expedición de saqueo y castigo contra Mallorca e Ibiza, cuyos habitantes musulmanes se libraban a la piratería en perjuicio de los coaligados. Pero allí donde la voluntad expansiva de la Casa de Barcelona se hizo más evidente fue en Occitania y en la propia Cataluña. En Occitania, consiguió un cierto retorno de Carcasona y Razés a la obediencia barcelonesa mediante presión militar y pactos feudales, y obtuvo un éxito sin precedentes al incorporar a su soberanía el condado de Provenza y los señoríos de Millau, Gévaudan y Carlat por su matrimonio con Dulce (1112) heredera de estos dominios. En Cataluña afirmó la preeminencia de su linaje al conseguir por su hábil política matrimonial y el parentesco incorporar a su soberanía los condados de Besalú (1112) y Cerdanya (1117). Su autoridad y el edificio político feudal que su abuelo Ramon Berenguer I había empezado a edificar avanzaron también: con el deliberado propósito de controlar el orden público, convocó y presidió con regularidad las asambleas de paz y tregua.

La expansión continuó en época de Ramon Berenguer IV (1131-1162). La crisis abierta por la muerte sin hijos de Alfonso el Batallador (1134), las disposiciones testamentarias del difunto a favor de las órdenes militares, la entrada de tropas castellanas en Zaragoza y otras ciudades del Ebro y la forzada entronización de Ramiro II el Monje, se resolvieron en 1137 con la promesa de matrimonio de Petronila, heredera de Ramiro II, con Ramon Berenguer IV, convertido por ello en príncipe gobernante de Aragón. El flamante príncipe negoció con las órdenes y con Alfonso VII una adecuada salida a la crisis, después de lo cual consagró su atención a la expansión territorial de la entidad política compuesta que así nacía: la Corona de Aragón. Las ganancias territoriales, desde el punto de vista de las sociedades feudales de Aragón y Cataluña, aquellos años fueron extraordinarios: se ocupó y repobló Alcolea de Cinca, Xalamera, Sariñena (1141), Daroca (1142), Ontiñena (1147), Tortosa (1148), Lleida, fraga, Mequinenza (1149), Albalate (1149), Miravet (1152), las montañas de Prades y Siurana (1153), y se concedieron fueros a Alcañiz y Monforte (1157). En resumen, se alcanzaron los límites de la Cataluña actual, y Aragón amplió los suyos por el bajo Cinca, el valle del Ebro y los afluentes meridionales de este río, englobando en su avance comarcas, como la del Bajo Cinca, que fueron repobladas en parte por gentes de habla catalana. Ramon Berenguer IV también desarrolló una activa política en Occitania: ayudó a Guillem VI de Montpellier a recuperar su ciudad (1143), de la que había sido expulsado por una revuelta comunal, lo que consolidó los vínculos feudales que les unían, y gobernó la Provenza desde 1144, a raíz de la muerte de su hermano, el conde Berenguer Ramon (I de Provenza), y la minoridad de su sobrino Ramon Berenguer (III de Provenza). En su época empezó el largo conflicto con la Casa de Tolosa por la hegemonía en tierras occitanas: mientras los condes de Tolosa ayudan a los señores de Baux en sus revueltas (1145-1146 y 1150) contra el dominio de la Casa de Barcelona en Provenza, Ramon Berenguer IV se aliaba con Enrique II de Inglaterra, duque de Aquitania, contra Tolosa (1156).

El siglo XII prácticamente se cierra con el gobierno del primer conde-rey, Alfonso I de Barcelona, II de Aragón, el Casto (1162-1196). En su época, prosiguió la expansión territorial del reino aragonés con la incorporación de la comarca de la Matarraña, a la que afluyeron pobladores de habla catalana, la ocupación de Caspe y la fundación de Teruel (1170), con lo cual, a falta de Albarracín, casi se alcanzaron los límites del Aragón actual. Alfonso dedicó una especial atención a la política occitana, con especial dedicación al condado de la Provenza, del que tomó posesión en 1166, a la muerte de su primo Ramon Berenguer (III de Provenza), superando la oposición armada de Ramón V de Tolosa. Alfonso encomendó en 1173 el gobierno de la Provenza a su hermano Ramon Berenguer (IV de Provenza), que cayó asesinado en 1181, víctima del enfrentamiento entre la Casa de Barcelona-Aragón y la de Tolosa. Después de esto confió el gobierno del condado a su otro hermano Sancho que acabó destituido (1184), acusado de traición por haber firmado un tratado de paz con el conde de Tolosa. Alfonso se ocupó entonces personalmente de los asuntos de la Provenza hasta que a partir de 1189 asoció al gobierno a su hijo Alfonso (II de la Provenza), que heredó el condado en 1196. El conde-rey combatió contra los nobles afincados en la región de los Alpes del sur y contra las ciudades de Marsella y Niza que se oponían al aumento del poder condal y de la administración desde Arles, primero, y de Aix, después. La pugna por el poder en Provenza y Languedoc con la Casa de Tolosa centró gran parte de los esfuerzos militares y diplomáticos: en 1176 se firmó una primera paz con el conde de Tolosa, pero el conflicto rebrotó en 1179, en el marco de las medidas contra los cátaros adoptadas por el concilio III de Letrán, que forzó a los señores de Nimes y Beziers a buscar la protección de Alfonso. La paz definitiva se alcanzó en 1190, quizá porque los contendientes empezaron a comprender que tenían un enemigo común en la persona del rey de Francia. Otro aspecto notable a destacar del reinado de Alfonso es la ampliación de su soberanía territorial en Cataluña, con la incorporación de los condados del Rosellón (1172) y Pallars Jussà (1192), y los avances en la organización administrativa y en el reforzamiento de su autoridad: mejoró el sistema de administración de sus dominios, creó mecanismos de control fiscal, intentó frenar los avances de la señoría aristocrática y recopiló e hizo copiar en un cartulario los documentos justificativos de sus derechos de soberanía. Seguramente en su época, si no lo fue en la de su padre, un jurista anónimo, posiblemente de la corte, recopiló el derecho consuetudinario de carácter feudal que regía en el condado de Barcelona y aplicaban en palacio los jueces del tribunal condal. La compilación resultante, conocida como Usatges de Barcelona, que después recibiría un tácito reconocimiento oficial y se aplicaría más allá del condado de Barcelona, contribuía a consolidar y extender la autoridad del príncipe (el conde-rey).

La política occitana de la Casa de Barcelona-Aragón se desmoronaría en época de Pedro I de Barcelona, II de Aragón, el católico (1196-1213). Aunque heredó de su padre Alfonso el Casto la Corona de Aragón mientras su hermano Alfonso heredaba la Provenza, no por ello Pedro dejó de intervenir en Occitania donde para muchos acabaría convirtiéndose en su señor natural, el único capaz de defenderlos frente a la cruzada franco-pontificia. En 1204 se trasladó a la Provenza con el fin de mediar e imponer la paz en el conflicto que enfrentaba a su hermano con el conde de Forcalquier. El mismo año contrajo matrimonio con María de Montpellier, lo que comportó la incorporación de esta ciudad a sus dominios. y también entonces prestó vasallaje al papa Inocencio III y se hizo coronar por él en Roma, lo que debió ser una maniobra para ganarse la voluntad del pontífice y neutralizar el proyecto de lanzar una cruzada francesa contra sus súbditos cátaros. De poco sirvió el acercamiento a Roma. En 1209, con la toma de Beziers y Carcasona, empezó la cruzada, que dirigía el noble francés Simón de Montfort, y que tuvo por efecto inmediato el alineamiento de los señores occitanos en las filas de Pedro el Católico, convertido de este modo en soberano feudal de Aragón, Cataluña y gran parte de Occitania. Habiendo recibido el homenaje de los condes de Tolosa, Comminges y Foix, Pedro el Católico intentó la reconciliación con el papa Inocencio III, pactó con Simón de Montfort a quien, en prueba de buena voluntad, encomendó la tutela de su hijo Jaime (el futuro Conquistador), y negoció el matrimonio de su hermana con el conde de to- losa, pero su política conciliadora fracasó, ante la obstinación de los cruzados. Entonces, ante los hechos consumados, Pedro tomó la decisión de combatir personalmente a Simón de Montfort que le derrotó el 12 de setiembre de 1213 en la batalla de Muret donde perdió la vida.

La gran expansión
La derrota de Muret significó la ruina de la política occitana de la dinastía catalano-aragonesa. En efecto, Jaime I (1213-1276), hijo y sucesor de Pedro el Católico, no iba a desarrollar ninguna política occitana que mereciera este nombre. En 1213 estaba en manos de Simón de Montfort, el enemigo de su padre, y era un niño de apenas cinco años, y, aunque el papa obligó a que el rey niño fuera entregado a sus súbditos y entrara en sus reinos, no pudo efectivamente gobernar hasta 1225. Durante esta larga minoridad, los magnates actuaron con práctica independencia, protagonizaron no pocas rebeliones, y los más poderosos manejaron a su antojo los bienes de la corona. En este marco de dificultades, los responsables de la regencia intentaron mantener la presencia catalano- aragonesa al norte de los Pirineos donde la nobleza occitana recababa su ayuda pero el Papa les detuvo con la amenaza de la excomunión. Por otra parte, muerto en combate ante los muros de Tolosa Simón de Monfort, su hijo y heredero, Amaury de Montfort, que encontraba cada vez más y mejor resistencia, optó por retirarse cediendo los señoríos heredados de su padre en Occitania (Carcasona sobre todo) al rey de Francia. A partir de aquí los cruzados fueron sustituidos por el ejército real, y por funcionarios con los que comenzó, de hecho, la incorporación de Occitania a Francia. Entretanto la Provenza, gobernada por Ramon Berenguer (V de Provenza: 1209-1245), hijo y sucesor de Alfonso (II de Provenza), se alejaba de la Corona de Aragón y se acercaba inexorablemente a Francia al punto de que a su muerte su heredera Beatriz casó con Carlos de Anjou, hermano de Luis IX de Francia.

Cuando llegó la edad de gobernar, Jaime I, por obediencia al pontífice y por prudencia (¿temor a la superioridad militar del rey de Francia?), se desentendió de las demandas de ayuda de los occitanos y orientó la fuerza expansiva de la Corona de Aragón hacia el Mediterráneo y la Península. Así, en el Mediterráneo, dirigió personalmente la conquista de Mallorca (1229-1232), mientras magnates de su confianza conquistaban Ibiza y él mismo imponía un tratado de vasallaje a las autoridades musulmanas de Menorca. En gran medida esta fue una empresa catalana, en el sentido que la mayor parte de los combatientes fueron catalanes y, expulsados los musulmanes de su tierra, los repobladores también fueron gente de habla catalana. En la Península, en cambio, la conquista de las tierras de Valencia (1232-1245), iniciada por los aragoneses, acabaría siendo una obra conjunta de catalanes y aragoneses, aunque quizá también aquí, con el tiempo, acabaran llegando más repobladores catalanes que aragoneses. Vinculando la organización administrativa de las nuevas tierras con los proyectos sucesorios, Jaime I dotó a Mallorca y sobre todo a Valencia de instituciones propias (Cortes valencianas, gobierno municipal de la ciudad de Mallorca y de Valencia), hasta crear un reino de Valencia en pie de igualdad con Aragón y Cataluña. En su tiempo, el pacto de mutua colaboración con las ciudades se materializó en la creación de las primeras instituciones municipales de gobierno, como el Consejo de Ciento en Barcelona. y también en su época, las asambleas de paz y tregua, con la asistencia de nobles, prelados y ciudadanos bajo su presidencia se convirtieron en auténticas Cortes. Pero los éxitos militares de la expansión y el desarrollo institucional no fueron suficientes para frenar las ambiciones de la nobleza que encontró en los vacilantes proyectos sucesorios de Jaime I un nuevo motivo para agitarse, esta vez en la etapa final del reinado.

Finalmente, en cumplimiento del testamento definitivo de Jaime I, dictado en 1272, su hijo Pedro (II de Barcelona y III de Aragón), conocido como el Grande (1276-1285), heredaba Aragón, Cataluña y Valencia, mientras su otro hijo Jaime (II de Mallorca) recibía un reino de Mallorca ampliado con los condados del Rosellón y la Cerdanya más el señorío de Montpellier. Pedro el Gran- de, que había tenido graves diferencias con su padre a causa del trato demasiado indulgente dado a la nobleza por su progenitor y a causa de su desacuerdo con los repartos sucesorios proyectados, intentó llevar a cabo una política de afirmación monárquica frente a la nobleza y los estamentos en general, y una política de rectificación, de hecho, de la división de los reinos causada por la sucesión del Conquistador. Para ello no confió en las Cortes y se rodeó de funcionarios judíos mientras intentaba, sin suficiente base legal, incrementar la tributación. Estos hechos, más las disputas por la sucesión en el condado de Urgell, llevaron a un formidable alzamiento de la nobleza (1277-1278 y 1280) que Pedro el Grande aplastó en Balaguer (1280). Cesó desde entonces la oposición armada de la aristocracia en Cataluña. Esto sucedía al mismo tiempo que Pedro imponía a su hermano Jaime el tratado de Perpiñán (1279) por el cual le obligaba a reconocerse vasallo suyo. Entonces, ordenados los asuntos domésticos, Pedro se decidió dar un salto cualitativo en la expansión mediterránea, aunque esto significara desafiar a las potencias que su padre no había gozado desafiar. La historia comienza en 1262, cuando contraviniendo los deseos de Jaime I, Pedro el Grande se casó con Constanza, hija del rey Manfredo de Sicilia. Entonces ya se acentuaba el distanciamiento entre la dinastía siciliana y el Papa, al punto que en 1266 el pontífice lanzó sobre Nápoles y Sicilia las fuerzas de su nuevo vasallo, Carlos de Anjou, conde de Provenza. El angevino dio muerte en batalla a Manfredo (1266) y derrotó y ejecutó a su sucesor, Conradino (1268), después de lo cual se convirtió en nuevo rey de Nápoles y Sicilia. Este es el escenario que Pedro el Grande y su esposa Constanza de Sicilia a partir de 1279-1280 se propusieron seriamente revertir. Contando con el apoyo de un fuerte partido interior en Sicilia, prepararon la expedición que les habría de llevar a la isla cuando, como así sucedió, los propios sicilianos se levantaron contra el dominio francés (30 de marzo de 1282). Después del desembarco e incorporación de Sicilia a la Corona de Aragón se abrió un conflicto con Carlos de Anjou, el Papa y el rey de Francia, que habría de tener graves consecuencias: el Papa excomulgó a Pedro el Grande, le declaró desposeído de sus reinos y los adjudicó a la Casa de Francia (1282-1283). Inmediatamente se preparó una cruzada francesa contra la Corona de Aragón, lo que avivó de nuevo las agitaciones interiores. Para apaciguarlas, Pedro el Grande, el monarca autoritario que no había querido convocar Cortes para no transigir ante los estamentos, tuvo que convocarlas en Zaragoza, Valencia y Barcelona y promulgar en ellas una serie de constituciones que limitaban su autoridad, revalidaban los privilegios de la aristocracia y de las ciudades y consolidaban la función de las Cortes. Avanzaba de este modo, por la fuerza, el pactismo como forma de gobierno. finalmente se materializó la cruzada francesa que se dirigió contra Cataluña (1285), donde los cruzados chocaron con la resistencia de Girona y la fuerza naval de Roger de Lauria, el almirante siciliano al servicio de Pedro el Grande, que derrotó la flota francesa en el golfo de Roses, obligándoles a retirarse.

Sicilia quedó entonces incorporada a la Corona de Aragón, de la que se separaría en 1295, pero para ser gobernada por una rama de la Casa de Barcelona-Aragón, hasta que en 1409 volvería directamente a la rama principal y, por tanto, a la Corona de Aragón. Se podría decir que con la incorporación de Sicilia la expansión de Cataluña y la Corona de Aragón entraba en la fase de plenitud, que continuaría con la incorporación efectiva de Menorca por Alfonso (II de Barcelona, III de Aragón), el Liberal (1285-1291), en 1286-1287, y se cerraría con la anexión de las tierras de Alicante, Elche, Orihuela y Crevillente (1305) y la conquista de Cerdeña (1323), en tiempos de Jaime II (1291-1327). Mucho más allá en el tiempo quedaría Nápoles, el reino que Alfonso (IV de Barcelona, V de Aragón), el Magnánimo (1416-1458) ganaría en 1442, una empresa que ya no cabe situar en un contexto de crecimiento sino más bien de crisis, al menos social y política. 

Población y reorganización del territorio: castillos, parroquias y sagreras
la ocupación carolingia de Osona hacia fines del siglo VIII y la conquista de la ciudad de Barcelona en el año 801 tuvieron efectos determinantes, sin duda, sobre la organización del poblamiento en estos distritos, tanto a corto como a largo plazo. de hecho, a partir de entonces se percibe como se construye una nueva sociedad donde la llegada de contingentes francos se suma a una población autóctona mayoritaria, que la cancillería imperial considera goda (goti) de forma genérica y que la distingue de los refugiados andalusíes (hispani), quienes parecen ser, básicamente, inmigrantes de cercanía, desplazados por el propio proceso de conquista, entre quienes se cuentan tanto cristianos como musulmanes o judíos, pero también algunos vascones, castellanos o gallegos. esta diversidad y movilidad contrasta con la rigidez que imponen las fuentes jurídicas visigodas o con la que debió aplicarse durante la construcción del primer estado islámico, para quien resulta fundamental que sus protegidos permanezcan inmóviles a causa del impuesto de capitación que pesa sobre ellos. la arqueología hoy prueba, además, que durante toda la antigüedad tardía y hasta pleno siglo viii resultó habitual, especialmente en las comarcas litorales y prelitorales, el empleo de esclavos domésticos en las explotaciones agrícolas, donde constituyen un grupo social segregado del resto, fuesen adultos o niños, puesto que sus cuerpos aparecen arrojados en todo tipo de escombreras, y desvelan tanto carencias alimenticias como maltratos frecuentes.

Enfrentado al islam bajo el estandarte de una cristiandad en pleno proceso de renovación, el estado carolingio tuvo entonces la oportunidad, y supo aprovecharla, para construir un nuevo orden político y social que iba a conocer un amplio y prolongado desarrollo, si bien aquí estuvo sujeto a los propios vaivenes de una frontera que durante décadas iba a ser inestable. así, en el plano doctrinal, las primeras iniciativas imperiales pasan por el sometimiento del episcopado hispano a la jerarquía franco-romana, para lo que se integra este sector en la provincia de Narbona y se suprimen o remueven sedes, como ocurrió de buen comienzo en Empúries, Osona, Ègara y Urgell, al tiempo que se impulsaba el monacato benedictino en aras de la cristianización rural. Por otra parte, las directrices carolingias pasan por potenciar las atribuciones de marqueses y condes, jueces supremos y comandantes militares a los que debe someterse toda la población de sus respectivas áreas de influencia, incluida la iglesia. es el propio monarca quien concede estas dignidades y las distribuye entre la nobleza, así como otorga en beneficio (beneficium) tierras y recursos a sus fieles vasallos.

Bloqueado el avance franco en el entorno de los ríos Llobregat y Cardener en tiempos de Carlomagno, la revuelta de Aysun en el año 826 aún provocó la defección de los territorios centrales de Cataluña y su conversión en tierra de nadie durante medio siglo, sin que el estado carolingio ni el cordobés apenas interfirieran, una independencia de hecho que prueba tanto las contradicciones como la vitalidad y las fuerzas que aglutina la sociedad rural de esta zona. fieles al imperio y constituidos ahora en su verdadera punta de lanza, la misma ciudad de barcelona y el castillo de Terrassa son las fortificaciones principales que asumen la defensa de una frontera contigua, tal y como detalla el privilegio concedido por carlos el calvo en el año 844 a los gotos sive hispanos de ambas poblaciones o residentes en el condado. Eximiéndoles de diferentes cargas, a unos y a otros les asimila en sus derechos a los francos, con lo que deben participar, como estos, en el ejército condal y en la defensa activa de la marca, realizar tareas de exploración o de vigilancia y acoger o proporcionar monturas a los emisarios reales. en cuanto al régimen de posesión y propiedad de tierras, sus normas se inscriben en la tradición del régimen específico de los hispani, que venía aplicándose desde la conquista de Septimania y que regulaba las nuevas aprisiones, preservando los derechos del primer ocupante o los del conde, quienes capitalizan los servicios y las fidelidades debidas por los recién llegados. es aquí donde parece acabar su libertad de elección, bajo la tutela del señor que se escoja, y que debe ser el mismo que le proporcione tierras donde establecerse o yermos donde obtenerlas.

Finalmente, las tendencias políticas divergentes encuentran su conclusión hacia fines del siglo IX, cuando la iniciativa expansiva que condujo el conde Guifré el Pilós hizo retroceder la frontera de nuevo hasta el eje de los ríos Llobregat y Cardener, integrando sus distritos al dominio hereditario del linaje condal de Cerdanya. ahora se inician las series documentales de nuestros archivos, en sincronía con la implantación de su dominio en cada zona, y se fijan entonces los límites definitivos entre condados. no será fácil describir de forma sumaria y ordenada el distinto alcance de los cambios que afectan a la población y a la organización del medio rural de las comarcas de barcelona en este complejo contexto, tanto más cuando su presente espacio provincial comprende demarcaciones políticas y religiosas distintas, como los condados de Barcelona, Osona y Manresa, con sus dos obispados, además de la mayor parte del condado de Berga, perteneciente a la diócesis de Urgell, junto con algunos valles limítrofes de los condados de Girona y Cerdanya. es en estos marcos territoriales concretos donde tales transformaciones cobran sentido, puesto que los cambios que se infieren responden tanto a las iniciativas políticas de sus gobernantes como a las propias dinámicas sociales de cada demarcación. sirva de ejemplo lo sucedido, en concurrencia, en el resto de condados catalanes, donde la fijación de principados territoriales conlleva la conversión masiva de las concesiones beneficiarias carolingias en alodios hereditarios, en propiedades libres de cargas siempre adscritas al poder, bajo cualquiera de sus formas, comprendiendo tierras y derechos sobre los terrazgos, como el censo de la tasca o ciertos servicios.5 tal conversión, no obstante, se plantea más problemática en el condado de barcelona, donde los beneficios regios son pocos, o también en los condados de Osona y Berga, donde pocos derechos carolingios pueden invocarse.

Pese a sus diferencias, en los diferentes distritos también se perciben rasgos comunes, como son los de un medio rural densamente habitado y relativamente bien estructurado, donde villas y valles son las unidades básicas que subdividen el territorio, dotadas de un lugar principal (villa) y de un término o espacio específico que comprende otros lugares, villares, tierras, casas y propiedades dispersas, además de un número limitado de recursos pecuarios o forestales. Pese a que su significado pueda resultar polémico, de hecho, en toda Catalunya Vella durante los siglos IX y X la villa rural constituye el resorte fundamental del que el estado y los señores obtienen censos o servicios, siendo también el escenario donde se desarrollan las solidaridades locales o vecinales.6 Pero el pro- pio concepto de villa resulta enormemente complejo y cambiante, dada su plasmación multiforme y la distinta entidad que a cada una de ellas se le reconozca, tanto en función de su antigüedad como de la posición que ocupa en su entorno inmediato o de las diversas relaciones sociales que se verifican en su seno. no faltan, por tanto, numerosos ejemplos que pueden remontar sus raíces hasta la antigüedad, si bien es cierto que los edificios tardoimperiales que se designan con este término no superaron los primeros embates del periodo medieval, mientras que nuevas formas de explotación, más modestas pero no menos efectivas, las reemplazaron inmediatamente. dan fe de ello la arqueología y la onomástica, las cuales documentan tanto las continuidades como las innovaciones, más precoces o más tardías, y trazan la trayectoria de un largo proceso de renovación de asentamientos y de puesta en valor de yermos y de nuevas tierras, en cuya trayectoria también se acumulan villas o villares de ascendencia goda, árabe, franca u otra procedencia, habida cuenta de los antropónimos que a menudo sirven para designarlas, un proceso que aún persiste en época carolingia y condal bajo nuevos parámetros. la imagen resultante es la de un poblamiento rural de carácter disperso o semidisperso, integrado básicamente por cabañas y pequeñas explotaciones agrícolas de entidad familiar que priorizan la proximidad de sus parcelas o de ciertos recursos, si bien tienden a estructurarse en vecindarios difusos, tanto en el lugar de la villa como en sus villares.
En su dimensión social, hoy puede discutirse en qué punto este cúmulo de asentamientos debieran considerarse aldeas campesinas, aunque tal concepto genérico poco puede aportar a la comprensión del problema, no debiendo obviarse la ruptura histórica que supuso el siglo viii, ni la persistencia, después, de jerarquías regionales y locales. en la documentación escrita, estas vienen definidas por un acceso diferenciado a las rentas y servicios de sus habitantes, así como por una distribución desigual de la propiedad de la tierra. no lo olvidemos, nuestra sociedad se desarrolla en el marco de las directrices carolingias y postcarolingias, y es en ellas donde el concepto de villa encuentra su plena y más amplia aplicación, y demuestra ser una institución viva y cambiante hasta pleno siglo xi. evocadora de un régimen dominical que nunca se aplicó de modo unívoco, el núcleo de la villa, posea o no una iglesia, se asocia preferentemente a un conjunto de campos principales (condominae) que pueden constituir verdaderas reservas explotadas mediante siervos o tenentes. Pudiendo sumar hasta un centenar de vecinos, también es cierto que la mayoría de habitantes del término de una villa posee sus tierras en propiedad, al menos al comienzo, una situación que les ale- ja de la precariedad de la tenencia, aunque tiende a limitarse su enajenación a terceros, impidiendo así la concurrencia dominical. en el régimen alodial, en cualquier caso, el nexo de subordinación entre señores y campesinos aún puede considerarse un recurso fundiario, integrado por el censo de la tasca y fijado en una onceava parte de las cosechas o en un quinto del vino, además de ciertas prestaciones que no parecen superar una semana de trabajo.
frente a ellos, los derechos eclesiásticos del diezmo (decima) y de la primicia son de otra naturaleza, de origen público y atribuidos, desde un principio, al dominio condal, caracterizando así la especificidad del alodio del príncipe. de hecho, la hegemonía que manifiestan las villas en el medio rural iba a verse socavada, muy pronto, bajo los efectos de la unificación condal, que impuso nuevas instituciones militares y religiosas que acabaron por absorberlas o suplantarlas. con la erección de castillos y con el establecimiento de parroquias se tuvo acceso a nuevos recursos impositivos, des- vinculados de las relaciones de propiedad o posesión y hasta aquí apenas explorados, puesto que procedían de la autoridad imperial, ahora en crisis.

La implantación de redes castrales
tomando el relevo de la autoridad franca, la expansión de los dominios de los condes de Cerdanya a partir del último cuarto del siglo ix se acompaña de una manifiesta ocupación militar y de una efectiva restauración religiosa, lo que comporta la creación de numerosas fortificaciones e iglesias. entre las primeras, agrupadas en complejas redes castrales que estrechan sus mallas al ritmo que progresan los avances sobre el sector occidental de los condados, llegan a contabilizar- se más de ciento treinta castillos antes del año 1000. aunque el diminutivo castellum pueda ser su equivalente, castrum es entonces el término habitual que emplean las fuentes para referirse tanto a la fortificación en sí misma como a su término o jurisdicción. este doble significado es fruto de su propio desarrollo, que a corto plazo tiende a imponer el modelo de castillo jurisdiccional o castell termenat como entidad territorial hegemónica en las fronteras de poniente.

San Miguel de Lillet 

El proceso se inicia sin duda en los contrafuertes del Pirineo, especialmente en las cabeceras de los ríos Ter y Llobregat, donde durante el siglo IX se documenta un primer grupo de entidades castrales que ocupan ciertos valles o algunos pasos de montaña, como ocurre en los casos de Lillet, Brocà, Castell de l’Areny, Mogrony o Ripoll. Por su precocidad y por sus detalles, resulta especial- mente significativo el caso de Lillet, cuyos seis habitantes varones (homines commanentes) restauraron y dotaron en el año 833 las antiguas iglesias del valle con unas treinta y cinco modiatas de tierra arable, en la medida de sus posibilidades (ud potuimus). En este documento, ni el castillo ni la iglesia presentan aún una territorialidad bien definida, si bien cabe destacar la precoz relación que se establece entre ambas entidades.

Torre del castillo de Tona con la iglesia de Sant Andreu al fondo. 

Pero es tras la definitiva ocupación condal del distrito de Osona, cuya serie documental comienza en el año 881, cuando se documenta por primera vez toda una red castral integrada por más de una veintena de casos a los que se adjudican jurisdicciones extensas, si bien no llegan a afectar la totalidad del territorio y algunos se desactivan precozmente.  En su conjunto, este dispositivo jalona el curso medio del río ter hasta los confines de Girona y flanquea el entorno del llano de Vic hasta los límites del distrito de barcelona, constituyendo todo un cerco de fortificaciones en altura que ejercen funciones de atalayas interconectadas y de defensa activa mediante guarniciones permanentes. contrariamente, en el sector occidental del distrito, más accidentado, los castillos suelen encontrarse dispersos y aislados en sus valles respectivos, donde habitualmente ocupan una posición central o bloquean determinados accesos.
Datada en el año 888, junto al llano de la restaurada sede de Vic, aquí resulta ejemplar el caso de la dotación de la iglesia del castillo de tona por sus habitantes, un grupo constituido por casi medio centenar de varones donde se cuentan tanto grandes como pequeños (tam maiores quam minores). Ahora, el obispo concede al templo los diezmos y las primicias del castillo y de su distrito (de omnes aiacencias et territorio suo et fines et suos apenditios), y se consigna que la iglesia debía ser servida por el presbítero Àlvar, hijo de Centurió, dos de los seis viri inlustri que la edificaron.

Al mismo empuje expansivo del conde Guifré cabe atribuir también la extensión de la red castral que se documenta a partir de entonces en el condado de Berga y que ocupa el quebrado llano meridional de la comarca. aquí una decena de castillos figuran entre sus testimonios, dispersos por sus valles respectivos y precediendo el establecimiento de parroquias en las principales zonas habitadas, nuevas instituciones que tienden a anular sus competencias en la mitad oriental del condado. Por su papel en la zona, destaquemos aquí el caso del vir inlustro Froià, promotor de las iniciativas parroquiales del castillo de Olivan y de la Quar en 899, quien también poseyó tierras en el castillo de Avià.

Torre del castillo de Sant Pere de Ribes. 

Por otra parte, en la mitad oriental del condado de Manresa no es sino durante el siglo X cuando se documenta una quincena de castillos dispersos que ocupan distintos valles, emplazados en pasos sensibles o bien asociados a los principales espacios habitados. encabezada por la propia fortificación de la ciudad de Manresa, aquí la frontera del río Llobregat y del macizo de Montserrat constituyen un límite insalvable que solo se supera definitivamente a inicios del novecientos.

La situación de los anteriores distritos contrasta con lo sucedido en el condado de Barcelona, cuyo gobierno Abadal supuso que fue concedido al conde Guifré mediante las disposiciones secretas de la asamblea de Troyes de 878, donde se liquidaron los derechos del marqués Bernat de Gòtia. Por nuestra parte, hemos propuesto que su llegada a este condado debió producirse mediante un pacto o aclamación local, como sucediera con su hijo en Girona poco después, precediendo de poco tiempo su muerte en el año 897.16 en cualquier caso, tal cambio político implicaría efectos castrales muy limitados en los territorios de retaguardia del condado, donde inicialmente solo se documentan castillos aislados en su entorno, si bien es cierto que su número tiende a incrementarse en la comarca del Vallès occidental. Pero conviene observar, de todos modos, que algunos de estos casos aislados como el castillo de Burriac o de sant Vicenç, en el Maresme, así como el castillo de la Roca, en el Vallès oriental, también reproducen el modelo condal estandarizado de torre de planta circular y recinto anexo, similar al descubierto con la excavación del castillo gerundense de sant Maurici, en Caldes de Malavella, edificado en el siglo X.
Es a comienzos del siglo X, en cualquier caso, cuando se perciben los primeros avances a poniente del río Llobregat, que se inician con la primera noticia auténtica del castillo de Cervelló en 912 y otra del de Subirats en 917, donde el “marqués” o vizconde Ermenard y su hermano Udalgar, fieles ambos del conde Sunyer, promovían la cristianización de la zona mediante el monasterio de sant Cugat del Vallès. Será el mismo conde Sunyer quien a continuación consuma un extenso avance que traslada los límites de los condados de barcelona y Manresa hasta los confines de Lleida y de tarragona en las estribaciones orientales de la conca de Barberá, cuyos progresos ya alcanzan Tossa de Montbui en el año 937. acto seguido, entre los años 940 y 974, una serie de acuerdos de paz subscritos con los califas cordobeses sirvieron a los condes para consolidar su dominio en la zona. sus efectos son manifiestos, y llegan a sumar cerca de ochenta castillos documentados antes del siglo XI, una densa red que aquí ya cubre la integridad del territorio, sin dejar espacios intercalares fuera de control. y avancemos también que, en contraste con lo sucedido a levante del Llobregat, aquí los castillos no acogen dotaciones parroquiales, sino que se produce la situación inversa, que las parroquias figuran abiertamente entre los derechos inherentes a las fortificaciones.

Sin que apenas existan datos anteriores a su integración al dominio condal, cabe observar que no todos los castillos deben atribuirse exclusivamente a su avance, puesto que aquí y allá se perciben excepciones de todo tipo que delatan fundaciones precedentes. así es probable que ocurra con el inicial carácter regio que cabe atribuir al castillo de Puig-reig, en Berga, o con la posición de atalaya avanzada sobre el macizo de Montserrat que ocupó el desaparecido castro Marro y, aún, con los dos Castellví (castro Vetere) que se documentan en los extremos del Penedès.

Por otra parte, resulta evidente que en las nuevas construcciones castrales deben confluir iniciativas y modelos de distinta procedencia, dando lugar a un variado repertorio de recursos, fruto de un largo proceso de desarrollo. en principio, un castillo no es otra cosa que una construcción en altura que cuenta con la protección de una cerca o muralla, un tipo de fortificación que hunde sus raíces en periodos precedentes. en nuestra zona pueden servir de ejemplos remotos los importantes núcleos fortificados de Roda de Ter y de Olèrdola, que ejercen como centros territoriales, reaprovechando murallas antiguas y siendo considerados ciudades por la documentación condal. frente a ellos, los castra de los siglos IX-X escogen plataformas más reducidas, bien enriscadas sobre cumbres o bien aprovechando promontorios entre campos, protegiendo sus flancos mediante cercas que se adaptan al relieve escogido y que pueden llegar a constituir auténticos conjuntos residenciales, como los que se edifican hacia el final del proceso.

Pero, entre ambos extremos temporales, las mismas torres que los presiden constituyen una de las principales innovaciones incorporadas, las cuales pueden reducirse a dos formas básicas según su planta, los edificios angulares y los circulares. así, entre las primeras, las torres más arcaizantes suelen ser pequeñas construcciones de planta rectangular, realizadas bien mediante técnicas de encofrado, como sucede en el castillo de tona, protegida por un foso, o bien con muros de piedra y mortero, junto con otras estructuras de habitación cercanas, como se comprueba en la excavación de Castelltallat.
Por su parte, las torres de planta circular tienen su más antiguo referente en la red de “faros” que conectó las comarcas de Girona y Barcelona durante el siglo VIII, unos imponentes torreones de gran diámetro con funciones de atalaya que atribuimos a la iniciativa del emir Ibn Qatan, de quien tomaría su nombre el cerro de Montcada y cuyo castillo, hoy desaparecido, acabó denominado el linaje de senescales condales. en territorio musulmán, la evolución del modelo a corto plazo tiende a estilizar las construcciones de este tipo, reduciendo su diámetro y multiplicando su altura mediante un aparejo cercano a la mampostería, aplicando cubriciones de falsa bóveda en sus divisiones internas y mejorando sus defensas. así, en el Garraf, resulta un buen ejemplo de sus resultados la torre del castillo de sant Pere de Ribes, con basamento macizo y puerta enmarcada por un arco de herradura con dintel de tres piezas, sin duda anterior al siglo X.
Pero es el magnífico ejemplar de torre almenada de Vallferosa, en los confines de la Segarra leridana, el único caso que hasta aquí proporciona dataciones precisas en época islámica, gracias al análisis reciente de restos lígneos de sus cadalsos y matacanes.

Una vez resuelto que no se trata de una innovación del siglo X, como se propuso, las torres de planta circular se presentan como uno de los principales componentes defensivos que se aplican de forma generalizada en época condal, desde fines del siglo ix hasta más allá del XI, tanto en las construcciones castrales, primero, como en los dominios alodiales después. así, las intervenciones arqueológicas realizadas en el castillo de Callús, documentado a partir de 940 como Gundemaro o Castelleto, y en Vacarisses, atestiguado en 994, muestran que desde un principio estos cuentan con una torre circular y con un muro, cerco o cortina que define un reducido recinto anexo. de hecho, varios de estos pequeños castillos o castillejos reciben por nombre el diminutivo Castellet y su esquema es el mismo que se aplica en otras fortificaciones menores que no merecen consideración castral, como ocurre con la torre de la Penya del moro (Sant Just Desvern), que cuenta con un recinto trapezoidal anexo y diversas estructuras de habitación, tratándose posiblemente de la turre de Foreto donde fue capturada Dadil durante el ataque de Almanzor a Barcelona en 985, quien fue reducida a cautiverio en la ciudad de Huesca.

A este modelo simplificado y especializado en su función militar, cabe contraponer aún la complejidad que alcanzan las principales construcciones castrales situadas a poniente del río Llobregat durante el siglo X, dotadas de verdaderos torreones residenciales de varias plantas, con ángulos redondeados y cuidada defensa de sus accesos, como sucede en Castellví de Rosanes, Rosanes, Subirats, Gelida o Mediona, por citar algunos ejemplos. son hitos avanzados del nuevo grado de desarrollo que ahora se alcanza, mejorando las técnicas de talla y ampliando sus construcciones a partir de aquí, en función de la distinta importancia que alcancen y de las competencias que se les asignen. y, aunque sean excepción, algunos casos del extremo de la marca incluso integran poblaciones relativamente numerosas desde un principio, como ocurre con las cabañas excavadas en el entorno monumental de la Tossa de Montbui o con el muro perimetral que en 957 protegía distintas casas junto a la torre poliédrica del castillo de Òdena.

A caballo entre la experimentación y las diferentes tradiciones, muchos castillos dan fe de su construcción reciente, así como de que su iniciativa cabe atribuirla a un personaje concreto, quien fija aquí su residencia, asume su gestión y cataliza las fidelidades de la zona, especialmente durante las primeras fases del proceso. en este sentido, son explícitos los casos ausonenses de Castellterçol, cuyo fundador, Terçol (Terciolus), había muerto poco antes del año 898, y de Castellgalí, que Galí cedió a sus hijos antes del año 924. a estos cabría añadir otros ejemplos cuyo topónimo aludiría a su fundador, como sucede en el condado de Berga con castell de l’Areny (Atalasindus) y con Castelladral (Iterales), o como ocurre en el condado de Manresa con Castellolí (Odolinus), Castellbell, la Guardia o Bonifaci y Callús o Gotmar, entre otros.

No obstante, habitualmente su denominación no presenta un perfil de iniciativa personal tan marcado, puesto que suele asociarse a entidades poblacionales preexistentes de distinto rango, villas principalmente, cuyos términos rurales capitalizarían desde su fundación, tal y como sucede de forma habitual tanto en los llanos abiertos como en los valles aislados de toda la zona. Pese a que deriven de antropónimos, así parece ocurrir incluso en los casos de Clarà, Avià, Lluçà, Moià, Gaià y Vilademàger, que tomarían su nombre de topónimos preexistentes. Pero también resulta habitual, por otra parte, que el nombre de las nuevas fundaciones aluda a la posición prominente que ocupan sobre rocas, cerros o montañas, presentando un amplio repertorio léxico de carácter orográfico o cinegético, como sucede en Montaigut, Queralt, Roqueta, Subirats, Casserres, Orsal y cabrera, entre decenas de casos, siendo especialmente abundantes en las comarcas de poniente. y aunque solo una decena de ellos tomen nombre de una advocación, también es cierto que el grupo de hagiotopónimos desvela la temprana relación que se establece entre iglesias y castillos.
Poseídos por sus promotores, durante el siglo X y hasta bien entrado el XI la sumisión de estos castillos a la obediencia condal descansa sobre la figura del vicario castral (vicarius), que es su representante en la circunscripción.
Constituyendo un grupo relativamente numeroso en todos los condados, individualmente estos vicarios aparecen de forma habitual como propietarios de tierras, no solo en el castillo que se les atribuye sino también en otros lugares de su entorno, una tendencia que se acrecienta al tiempo que progresa la misma expansión condal. Pero el modelo de gestión inicial, individualizado, sufre notables cambios más allá del Llobregat, donde los condes Miró, Borrell y Ramón Borrell enajenan la propiedad alodial de numerosos castillos mediante concesiones, ventas o permutas entre sus principales colaboradores vicariales, que pueden llegar a acumular patrimonios ingentes, transacciones que no solo afectan las fortificaciones, sino que también suelen incluir las iglesias correspondientes, con sus réditos parroquiales.

En los condados de Osona y Manresa resulta especialmente significativo el caso del noble Sal·la, quien a partir del año 920 adquiere tierras de uno a otro extremo de estos distritos, y es el primer ocupante del castillo de la roqueta (primus aprehendidit de istis temporibus) y el fundador del monasterio de sant Benet de Bages, consagrado en 972 y que fue el primer cenobio que aquí se sometiese a Roma. Parientes de los vizcondes de Vic-Cardona y, posiblemente, de los vizcondes de Conflent, Isarn y Unifred, hijos de Sal·la, aún reciben consideración vicarial en tiempos de su padre, si bien es cierto que su linaje se desdibuja tras ellos, mientras ascienden a primer plano sus parientes vizcondales en el obispado de Urgell. Constituyendo numerosos linajes, es en el condado de barcelona donde buscan fortuna aquellas familias vicariales ausetanas que finalmente más prosperan en el entorno condal, como ocurre con la descendencia de los vicarios de Gurb o de Besora, quienes acumulan numerosos castillos en la marca.

Sucede otro tanto, en el condado de Barcelona, donde son el vicario Sendred y sus descendientes quienes capitalizan la defensa de la frontera tras la conquista del Penedès. de ascendencia desconocida, documentado en 938 por primera vez y casado con Truitel·la, se ha especulado que Sendred pudiera ser primo del conde Sunyer, si bien no es esto lo que cabe entender del prolijo relato de Ibn Hayyan sobre las treguas subscritas con el califa: así, en septiembre de 940 el abad Gotmar de sant Cugat fue el primero en representar a los condes Sunyer y Sunifred (de Urgell) y a los hijos de ambos, si bien el segundo no tuvo descendencia; en mayo de 941 fue Sendred quien acudió a Córdoba como mensajero de Sunyer y el “hijo de su tío paterno” para renovar el pacto; a fines de ese mismo año es el califa quien escribe a Sunyer, Aŷnād B. al-Munḏir, Gotmar abad, Sendred y otros francos del pacto. remarquemos que la narración de los hechos solo altera las referencias al conde Sunifred de Urgell y nada impide que este ya hubiese muerto en 941, sucediéndole su sobrino Ermengol, hijo del conde Sunyer, a quien corresponden las alusiones restantes. Pese a que no pertenezca a la familia condal, hoy debemos señalar que Sendred debió ser el primer vicario que gobernó la ciudadela de Olèrdola y, con ella, toda la marca.
Por la relevancia de este linaje y por el carácter ejemplar de sus actuaciones, merece la pena que nos detengamos un instante para observar la luz que proyectan sus tres hijos varones.

Es probable que Unifred Amat fuese su hijo mayor, puesto que resulta ser el principal beneficiario del patrimonio del vicario Sendred, constituyendo también su nexo de unión con el vizconde de barcelona. así, en el año 951 compró a su padre unas casas en barcelona y diversas tierras en Sarriá, Abrera y Castellví de Rosanes por mil sueldos, bienes a los que añadió la compra del castillo de Castellet al conde Borrell en 977 por sesenta pensas (libras posiblemente) y algunas tierras en el término de Olèrdola, entre otras numerosas propiedades que acumuló. Estuvo casado con Riquilda, a quien cabe identificar con la hija del vizconde Otger de Barcelona, que documentamos con vida entre los años 945-959. en cualquier caso, en el año 978 su hijo Guillem, quien también fue vicario, recibía mediante su padrino Suniol las extensas propiedades que a este había otorgado su señor Unifred y que se distribuían por la mitad oriental del condado, incluyendo los diezmos y primicias de las parroquias vallesanas de sant Fost de Campsentelles y de sant Celoni. Aunque no podamos detenernos a demostrarlo, hoy podemos afirmar también que, con Guillem, nieto de Sendred, se inicia el linaje de los Castellbell, al que finalmente se atribuye la senescalía condal. baste ahora señalar que Guillem ya debía haber muerto en el año 1041 y que estuvo casado con Adelaida, hija del vizconde Ermemir de Osona, fallecida hacia 1044.
Un segundo hijo del vicario Sendred, Sendred Màger, estaba casado con Sancha, cuyo nombre resulta insólito en nuestra zona y que sin duda pertenecía a la nobleza navarra, puesto que según los acuerdos cordobeses de 940 el conde Sunyer debía anular y anuló, de hecho, el matrimonio de su propia hija con García Sánchez de Pamplona. la consumación del enlace entre Sendred Màger y Sancha resulta ser, en cambio, la contrapartida perfecta de aquel malogrado matrimonio dinástico, mientras que sus escasas noticias les sitúan en el entorno de Olèrdola medio siglo después. Será entonces, a instancias del obispo Vives que acude a consagrar la iglesia de su castillo de Avinyó del Penedès, cuando él y su esposa reconozcan haber poseído injustamente hasta aquí sus diezmos, pertenecientes a sant Miquel d’Olèrdola y que habría usurpado su padre Sendred, pese a ser este quien las creó (quod ille adquisivit per aprisionem). Con la contrapartida de mantener su usufructo vitalicio, el obispo cerraba así una vieja reclamación que culmina con la dotación de la iglesia de Olèrdola en 992, invocando que fue en tiempos del conde Sunyer y del obispo Teodoric (904-932) cuando se estableció su competencia decimal sobre un amplio término, reduciendo ahora el castillo de Avinyó a simple cuadra dependiente (sua quadra). Fallecido Màger, en 995 su hijo Guillem debía recibir un alodio en Gelida como pago de la armadura que le debía el arcediano Sunifred Llobet, sobrino del obispo Vives y corresponsal científico del futuro papa Gerberto. aunque no lleguen a afirmarlo los textos referidos, todo hace sospechar que no fueron solo los diezmos de Avinyó sino también los de Olèrdola los que el vicario Sendred y su hijo muger pudieron retener durante décadas.

Pero fue Enyec Bofill el hijo del vicario Sendred que alcanzó mayor fortuna, quien fue hombre de confianza del conde Borrell y puede considerarse como su lugarteniente en asuntos de frontera. como tal consta en una embajada cordobesa en 971, tras un periodo de ruptura de hostilidades, si bien en 974 le substituye en esta función el vizconde Guitard, quien en 976 compró el castillo de Queralt por doscientas pessas al conde Borrell. Documentado abundantemente entre los años 963- 1003, Enyec fue ante todo un oportunista que invirtió preferentemente en la compra de derechos castrales: así, en el condado de Barcelona, en 963 obtuvo del conde miró el castillo de Masquefa con su parroquia por mil sueldos, mientras que en 992 pagó cien pessas al conde Borrell por el castillo de Cervelló con sus diezmos y primicias, que añadía a sus derechos en los castillos de Gelida y Sacama, donando al cabo los castillos de Masquefa y de Gelida al monasterio de sant Cugat; no tuvo tanta fortuna en el condado de Manresa, donde fracasó representado a Borrell al reclamar el alodio del Vallformosa a sus habitantes en 977 o donde en 996 perdió el pleito que interpusieron los herederos del vicario Sal·la sobre los diezmos de los alodios que reclamaba en l’Espelt, Valldòria y Serraïma, si bien el obispo de Vic le encomendó la mitad del castillo de Miralles y su media parroquia otorgados por el conde Borrell a la catedral en 987; pero Enyec tampoco rehusaba oportunidades urbanas ni fundiarias, como la compra al conde Borrell por treinta pessas de ciertos alodios vacantes tras el saqueo de Barcelona por Almanzor. su esposa Ega o Aigo fue hija del vizconde Isarn de Conflent o Cerdanya, mientras que su única hija El·liarda casó con Hug, miembro del linaje vicarial ausetano de Gurb, dando origen al linaje de los Cervelló.

Emparentados con las principales familias nobiliarias de su entorno, hemos visto como los descendientes de Sendred amplían su fortuna desde el ejercicio de la función vicarial en distintos castillos, titularidades que les reportan abundantes diezmos. así ocurre también con numerosos linajes vicariales de su época y, especialmente, con la parentela del vizconde Guitard, que a partir de aquí retiene la dignidad vizcondal de barcelona. aunque ciertas fortificaciones sean cedidas a las instituciones eclesiásticas, a largo término el conflicto con la iglesia estaba servido, puesto que la red castral y sus vicarios capitalizan este tipo de recursos.

Sant Miquel d’Olèrdola 

Pero tampoco la iglesia se comporta de modo distinto y de ello dan cuenta las actuaciones de los obispos de barcelona: así, el obispo Vives en 974 concedía carta de privilegios a quienes habitasen el castillo fronterizo de Montmell, eximiéndoles de cualquier servidumbre, salvo el pago de diezmos y primicias; él mismo, en 990 hacia otro tanto con los pobladores del castillo de Ribes, quienes debían satisfacer idénticas cargas, además de ciertos servicios castrales (opera ad ipsum castrum facienda), siguiendo la costumbre establecida entre Barcelona y Olèrdola y en todas las franquicias (ceteris franchitatibus); poco después es el obispo Aeci quien en 996 intercambia un alodio situado en el castillo de Cervelló con Enyec, cediéndole sus diezmos, primicias, tascas y su correspondiente señorío (senioraticum de ipsis habitatoribus). En el vecino obispado de Vic la situación no debe ser muy distinta, puesto que aquí se percibe con claridad que entre los canónigos de la catedral cabe distinguir un nutrido grupo de levitas que realizan operaciones militares y tareas de gestión al frente de distintos castillos, funciones que les equiparan a los vicarios condales.
Durante todo este proceso expansivo, castillos y vicarios se han erigido tanto en custodios de su propio territorio como en promotores de la fe cristiana. Pero esta es solo una faz de un problema poliédrico, puesto que el régimen alodial aún impera en los distritos de retaguardia, mientras que la iglesia, para entonces, ya elabora sus propias directrices sobre el destino que cabría dar a sus propios recursos.

El desarrollo parroquial
Cabe afirmar que el concepto de parroquia aplicado a una iglesia rural es, propiamente, una innovación carolingia, independientemente de las competencias pastorales adquiridas por este tipo de iglesias durante la antigüedad tardía. concebida durante los últimos tiempos de Carlomagno, la parroquia rural carolingia resulta ser un instrumento de gestión territorial absolutamente nuevo en la tradición del occidente cristiano, donde a una iglesia principal administrada por un presbítero se le asigna un término propio donde percibe los diezmos (decimae) y las primicias de sus habitantes, esto es, un 15% del conjunto de la producción de su distrito. tal modelo supone el final de la parrochia diocesana de tradición anti se inicia hacia fines del siglo IX, duran gua, sometida a la ciudad episcopal, pero su aplicación en Cataluña solo te la fase de implantación de los condados hereditarios y en el contexto de una grave crisis política, cuando los condes interfieren en las elecciones episcopales, beneficiándose ampliamente de sus recursos.
Así, tras obtener el favor de Narbona y hasta el dramático asesinato del arzobispo Arnust en 912, la familia condal de Cerdanya figura frecuentemente en la promoción de ciertas iglesias al estatuto parroquial, como ocurre en sus fundaciones monásticas de Ripoll y sant Joan de les Abadesses o como también sucede en el condado de Berga, el único distrito donde las dotaciones parroquiales adquieren carácter sistémico. en cualquier caso, es la magnífica serie de dotaciones de iglesias catalanas conservada, en su conjunto, quien mejor ilustra como la institución parroquial solo se aplica de forma puntual durante todo el siglo X, mientras que será a partir del segundo cuarto del siglo siguiente cuando se inicia una intensa fase que alcanza su apogeo en los años setenta, tras instituirse las sagreras, dándose por concluido el proceso durante el siglo XII.
Si se descarta la documentación apócrifa o dudosa, entre ellas observamos que las iglesias castrales constituyen cerca del 15% de la muestra, una proporción que aún duplican las iglesias mo- násticas, respondiendo el resto a iniciativas condales, episcopales o particulares, tanto laicas como eclesiásticas. siguiendo ciclos precisos, coincidentes con ciertos pontificados, en ellas los obispos detentan facultades dispositivas sin precedentes que les permiten interferir en la captación y redistribución de excedentes agrícolas bajo la fórmula de los censos parroquiales, que conceden a cambio de una reducida tasa anual y que, durante las primeras fases del proceso, aún añaden la tradicional dotación de tierras por parte de sus fieles. Pero su concesión también implica, en cierto modo, la renuncia del pontífice a la titularidad de la parroquia y comporta su transferencia con derechos de diezmo y primicia a la iglesia rural, una iglesia que puede permanecer, durante generaciones, en posesión de terceros. la posesión de iglesias por parte de la aristocracia carolingia no era nueva, pero ahora estas reclamaban nuevas competencias y, de aquí, su restringida aplicación inicial.
La zona analizada no escapa a estas directrices comunes y aquí la abadesa Emma, hija del conde Guifré, figura como su principal promotora, al conseguir que entre los años 898-932 se estableciesen parroquias en Aiguafreda, en el extremo meridional de Osona, así como en Parets, la roca y l’Ametlla, en el Vallès oriental barcelonés. Pero por  entonces  el  propio  conde  sigue siendo el principal detentor de derechos eclesiásticos y de él proceden los pocos títulos de iglesias que otros poseen, sean sus familiares o sus vasallos, laicos o eclesiásticos. lejos de una frontera más distante, la requisición inicial de diezmos en retaguardia acaba aquí, por ahora, mientras se concede prioridad a la instauración de otro tipo de derechos y de rentas rústicas, como los que reportan los alodios dominicales en el marco territorial de la villa.
Pero la situación va a cambiar de forma radical a mediados del siglo X, cuando las dos familias condales descendientes de Guifré emprenden caminos divergentes, que a menudo les enfrentarán y cuyas secuelas son perdurables.
Sus múltiples incidentes son bien conocidos, pero consideramos conveniente integrarlos en un mismo proceso puesto que la historiografía tiende a diversificar su lectura, adaptándolos a distintos parámetros. así, carentes de sedes episcopales en sus dominios y siguiendo la estela de cluny, el linaje condal de Cerdanya a partir del año 951 frecuentó asiduamente la sede romana, donde los pontífices prodigaron bulas a sus monasterios en las que se reconocía la propiedad de iglesias, parroquias y diezmos en sus alodios, concesiones que suponían un verdadero ataque a los derechos episcopales. A la postura de estos príncipes del Pirineo se contrapone la que inicialmente adoptan sus parientes de Barcelona, quienes pretenden legitimar su recurso habitual a los derechos eclesiásticos promoviendo hasta tres intentos fallidos de restauración del arzobispado de tarragona, ciudad a la que había renunciado el califato: siendo anticanónicas, las proclamaciones sucesivas de delà en Girona y del abad Cesari de Montserrat en 954-956 fueron neutralizadas con relativa facilidad; pero tuvo consecuencias más graves la investidura papal del arzobispo ató de Vic en el año 970, cuyo asesinato a su regreso favoreció, en cualquier caso, los intereses de la familia condal de cerdanya.56 la crisis aún se prolonga con el asesinato del obispo Froià de Osona hacia el año 991 por parte del intruso Guadall, miembro de la casa vizcondal, quien será depuesto en roma en 998. al cabo, tanto los obispos como los abades habían legitimado en roma sus propios derechos parroquiales.

En los albores del siglo XI, cuando en Cataluña se perciben las primeras aplicaciones de la institución del feudo y de sus protocolos, identificados con el fisco y con juramentos de fidelidad al obispo, Ramón Borrell (992-1017) será el último conde de barcelona que distribuya diezmos generosamente entre sus colaboradores, aunque solo lo hizo durante sus primeros años de gobierno. es él quien aglutina y conduce las fuerzas vicariales y episcopales en su efectiva pero costosa expedición cordobesa del año 1010, cuyos combates costaron la vida a los obispos de Barcelona, Osona, Girona y Urgell. Pero, en sus últimos días, el conflicto eclesiástico latente acaba dando un giro in- esperado, cuando Benedicto VIII decreta la supresión del monasterio femenino de sant Joan de les Abadesses bajo graves acusaciones de corrupción, satisfaciendo la petición de los hermanos Guifré, conde de Cerdanya, Bernart de besalú y Oliba, abad de Ripoll, a quienes concede potestades para instaurar un nuevo obispado en sus dominios, sometido al Pontífice. si bien este proyecto no llegó a ejecutarse, a partir de aquí los miembros del clan condal de Cerdanya consiguen monopolizar las dignidades episcopales de su entorno: obtenida la sede de Vic por parte del abad Oliba, el paso siguiente fue la entronización del arzobispo Guifré, hijo del conde de Cerdanya, quien gobernó la metrópoli durante sesenta años (1019-1079), tras comprar la dignidad a los vizcondes de Narbona; otros cuatro sobrinos de Oliba aún serían obispos en carcasona, Elna, Urgell y Girona. será ahora, en tiempos del obispo Oliba y de sus sobrinos, cuando el conflicto eclesiástico que venimos observando se integre en el movimiento de la Paz de Dios en su defensa de la inmunidad de la iglesia.
En este nuevo contexto, el clan condal de Barcelona se encontrará durante décadas en posición precaria, dividido y plenamente superado por las iniciativas que emprenden sus oponentes, forzados desde un principio a realizar concesiones al monasterio de Ripoll, como ocurre en el obispado de Osona: así, en un juicio celebrado en 1020, la condesa viuda Ermessenda y su hijo Berenguer restituyeron al monasterio el castillo y la iglesia de sant Pere Sacama; así también, en 1022 reconocieron los derechos centenarios que el cenobio reclamaba sobre las iglesias de Montserrat, confirmando en 1026 a santa Cecilia la donación de las iglesias de Camps (Fonollosa). En el año 1022 se consuma, en cualquier caso, la disgregación de los dominios de la familia condal, y se inicia un periodo de casi dos décadas de silencio documental durante el cual sus competencias eclesiásticas parecen estar bloqueadas: de forma excepcional, aquel año la condesa Ermessenda y su hijo Berenguer empeñaban a Bernat Sendred el castillo de Gurb con la iglesia de Granollers y sus diezmos y primicias, mientras que la condesa, sola, añadía el empeño del castillo de Sallent con sus iglesias y derechos, estableciéndose entonces los acuerdos definitivos de partición patrimonial entre madre e hijo; como consecuencia del concilio mantenido en Narbona ese mismo año, el arzobispo Guifré excomulgó a catorce prohombres de la alta nobleza vicarial, a quienes se acusa, genéricamente, de usurpar derechos eclesiásticos de la sede ausetana; constituyendo su última acción de este tipo, al año siguiente los condes Berenguer y Sancha vendían por sesenta onzas de oro a Guillem de Castellvell (nieto del vicario Sendred) el castillo de Castellví de la marca con sus bienes inmuebles, diezmos, primicias, oblaciones y servicios, obsequium y administración de justicia. En pleno desconcierto y por su paradójica expresión, entonces resulta ejemplar el caso del vicario ausonense seguí, vicario de castellar, quien en 1022 cedía a sus hijos en testamento sus alodios feudales (aulodes feales), junto con los diezmos de su castillo y los de sus torres aisladas.
Pero la iniciativa episcopal prosigue su camino y, una década después, ya interfiere en el mismo condado de barcelona: así, hacia el año 1029 o más bien en 1031, los obispos de Osona, Barcelona y Albí decretaron que Guitard Arnau retornase a la canónica el alodio de Lloberes (mas lloberes, sant feliu de codines), afirmando que en el obispado de barcelona había gente que usurpaba los derechos eclesiásticos, mientras establecían acuerdos conciliares sobre el mantenimiento de la Paz, el orden público y la celebración de los oficios de todos los santos; pero comportará consecuencias más graves la provisión en 1035 de un obispo afín en barcelona en la figura del vizconde Guislabert, cuando concurren a la consagración del cenobio de la Portella el arzobispo y los obispos de Urgell y de carcasona mientras desembarca la primera Paz de Dios con sus sacrarios, aquí se aprovecha el óbito reciente del conde Berenguer para proclamar esta elección fuera de sus dominios.
Sin que los excomulgados renuncien a sus recursos eclesiásticos, cabe esperar a la mayoría de edad de Ramón Berenguer para que la situación del condado de Barcelona comience a salir de su parálisis, aunque sus iniciativas encontraron serias dificultades frente a la oposición de su abuela, la condesa Ermessenda, del arzobispo Guifré, del obispo Guislabert y de su primo mir Geribert. Se trata de una confrontación que se prolonga durante los años 1040-1058 y que resulta bien conocida gracias a una larga tradición erudita que ha ordenado e interpretado sus evidencias. la posición de partida no deja de ser compleja, puesto que las últimas disposiciones testamentarias de Berenguer habían otorgado a su hijo Sanç los distritos de la frontera Barcelonesa, mientras que el condado de Osona había revertido en su hijo Guillem, casándose su viuda con el vizconde Udalard de Barcelona. la oposición que Ramón Berenguer suscita se traduce en traiciones en campaña o en el ataque y asalto al palacio condal perpetrado desde la catedral y el castillo vizcondal de Barcelona. Aquí, los primeros pactos locales se inician con un juicio que conviene datar hacia el año 1044 y que recoge las distintas causas que enfrentaban al conde con la familia del obispo Guislabert, donde, entre otras cosas, se reconocía al primero su derecho hereditario sobre este obispado y su correspondiente donum, no satisfecho.
Pero la discreción inicial con que actúa el conde es manifiesta, dados los pocos actos que lo vinculan a la tenencia de iglesias, parroquias y diezmos durante su primera década de gobierno.64 aún habrían de producirse las renuncias de su hermano Sanç en el año 1049 y de su hermanastro Guillem en el año 1054 para reunir la integridad de los obispados de barcelona y Osona. Pero hacia el año 1050 Ramón Berenguer ya contrariaba al arzobispo cuando retomaba la restauración de tarragona, aliándose con el vizconde de Narbona para llevar a cabo la empresa, a quien concede provisoriamente medio diezmo (decimum). con esta alianza se abre un nuevo conflicto en la ciudad de Narbona que alcanzará su cénit en 1059, cuando el vizconde presenta un memorial de agravios simoniacos contra Guifré en un concilio provenzal, primero, y ante el papa, finalmente.
Tras décadas de conflictos y con el apoyo del Pontífice, ahora en el contexto de la reforma Gregoriana, había llegado la hora de institucionalizar definitivamente la Paz de Dios en Osona, Girona y barcelona, como se hizo mediante la celebración de sendas asambleas conciliares en 1062-1063, en cuyo trasfondo se organizaba el ejército que iba a participar en la toma de Barbastro al año siguiente y que fue “una cruzada antes de las cruzadas”. Si se elimina la documentación apócrifa de las series estatutarias, aquí puede observarse como en el modelo definitivo de Paz eclesiástica acordado compartían competencias tanto el conde como el obispo, validando la institución de la Sagrera (Sacraria) y desestimando tanto el monopolio episcopal como la tregua de dios que defendía el arzobispo de Narbona en sus propios sínodos, aquella que prohibía los combates entre el anochecer del miércoles y el amanecer del lunes, entre otras excepciones. Pero en este nuevo orden la parte del león sin duda corresponde a la institución del feudo y sus juramentos de fidelidad que Ramón Berenguer impone y que, por supuesto, podrán aplicarse durante generaciones a la gestión privada de los recursos eclesiásticos.
Los efectos que acumula toda esta problemática se materializan en las numerosas iglesias rurales construidas durante todo el periodo, bien de nueva creación o bien renovando fábricas anteriores, tejiendo así los fundamentos de la red parroquial que finalmente substituye el marco jurisdiccional de la villa. el carácter fiscalizador que ahora adquiere la iglesia rural resulta especialmente perceptible durante el desarrollo local de la Paz de Dios, cuando sucesivamente se implantan sacrarios (sacraria) y sagreras (sacrariæ) en los templos. en cuanto a los primeros, su repentina aparición coincide con la llegada de la noción de Paz, documentándose por primera vez en el obispado de Osona en 1032 y en el de Barcelona en 1034, tratándose de dependencias o almacenes anejos protegidos por la Paz y que cabe asimilar a los atria de borgoña o a los cellaria del Beauvais francés, que también ampara entonces el mismo movimiento conciliar. Pero si lo que se persigue es la primera Sagrera inmune, debemos esperar aún hasta el año 1047 para que el obispo Guislabert de barcelona confirme a la iglesia de sant Cebrià de Valldoreix la posesión de un cementerio de treinta pasos eclesiásticos. En el obispado de Osona es en 1049 cuando se documentan los circuitos (in circuitu) de las iglesias de Navarclés y del castillo de la Llavinera, con sus correspondientes sacrarios, mientras que se retrasa al año 1058 la concesión de un primer cementerio de treinta pasos a la iglesia de igualada, utilizando los principales argumentos de la Paz permanente fijados cuatro años antes por un sínodo narbonés. Con las asambleas conciliares de 1062-1063 se sancionaba, en cualquier caso, su aplicación generalizada a todas las iglesias, adoptándose el término de Sagrera para referirse a su zona perimetral protegida, habitualmente de treinta pasos de extensión. así se recuperaba un antiguo canon conciliar hispano y se aplicaba de forma generalizada en las diócesis catalanas, una innovación que, por la importancia que revisten tales espacios, ha merecido una atención especial por parte del medievalismo durante las últimas décadas, originando un auténtico debate sobre su naturaleza y alcance, cuyos principales escollos hoy parecen resueltos.
Destinadas a salvación de vivos y sepultura de difuntos, como afirman los cánones conciliares y las dotaciones parroquiales, la implantación de las sagreras sin duda comporta cambios substancia- les en las pautas de organización poblacional, tanto en los asentamientos como en las necrópolis. Por una parte, su identificación inicial como cementerio garantiza que, a partir de aquí, la Sagrera centraliza esta función, con lo que se suprimen así otras prácticas funerarias residuales. Por otra parte, su trazado a menudo se perpetúa en el urbanismo tradicional de pueblos y ciudades, donde cementerios, calles, plazas o muros perimetrales aún pueden mantener la distancia reglamentaria de treinta pasos en relación al templo. Pero, de hecho, no existen dos sagreras idénticas, puesto que éstas dependen de la especificidad y de la evolución de cada caso concreto, pudiendo reducirse a quince pasos en alguna capilla o ampliarse aún, llegando incluso a medirse en palmos cuando se atienden las reclamaciones de sus vecinos, como ocurrió en Polinyà del Vallès.

Tal proyección histórica nos hizo creer a muchos que nos encontrábamos frente a un súbito fenómeno de concentración de la población en su entorno, tal vez buscando su amparo. Pero solo la práctica arqueológica puede dimensionar adecuadamente sus efectos y es con ella que las noticias escritas adquieren verdadero significado, si bien aún disponemos de pocos ejemplos de sagreras excavadas en extensión. no obstante, ciertos casos como el de la església vella de Sentmenat del Vallès, l’Esquerda o Caulers Vell muestran cuales fueron sus efectos a corto o más largo plazo, certificando tanto su carácter cementerial como la proliferación de almacenes en su seno, donde cabe distinguir los sacrarios eclesiásticos de los graneros particulares. de estos últimos, los únicos restos que se observan son concentraciones de silos subterráneos que presentan una cronología relativamente corta y cuya capacidad individualizada no excede 1 m3, tratándose de graneros familiares que pueden llegar a amortizarse con la sepultura de su titular y cuya cronología, en conjunto, no supera el siglo XIII. contrariamente, los sacrarios eclesiásticos se traducen en construcciones adosadas a los templos, que pueden funcionar como despensas y bodegas o contener una parte de los objetos litúrgicos, y que llegan a constituir verdaderas sacristías, toda una novedad que, en el siglo XI, no puede relacionarse con ninguna tradición anterior. en nuestra zona, los ejemplos excavados en Sentmenat, sant Pau de Riu-sec, l’Esquerda y sant Quirze de Pedret se sitúan a los pies de la iglesia o junto a su puerta meridional, si bien es cierto que otros casos como los de sant Julià d’Altura o Castellar Vell carecen de ellos, aunque aquí el granero eclesial corresponde a grandes silos radicados en el suelo de sus naves.

Sant Pau de Riu-sec. 

Por tanto, del análisis arqueológico parece desprenderse que la instauración de las sagreras no implica efectos determinantes sobre las áreas de residencia campesina, puesto que las iglesias románicas más bien tienden a singularizarse, con sus cementerios, en sus respectivos vecindarios. esto no impide, sin embargo, que el sector sacro afecte anteriores áreas de habitación, como las casas documentadas en seva en 1048 (mansiones que sunt sacreres), o que se construyan nuevos edificios dominicales y se impulse el establecimiento de mercados en su entorno, como ocurrió en los casos de Sabadell e igualada, que conocen un temprano proceso de urbanización que supera ampliamente el radio de su Sagrera. Será con la reorganización del hábitat durante la baja edad media, en cualquier caso, cuando un buen número de sagreras deriven en polos de atracción de la población rural, constituyendo el núcleo sobre el que se concentren pueblos compactos.

Aunque anteriormente no sean extraños los silos en las iglesias, la proliferación de graneros en la Sagrera es un síntoma inequívoco de que ahora se perciben los censos canónicos del diezmo y de la primicia entre los parroquianos. tras duplicarse los censos que pesaban sobre la mayoría de parcelas, de tales recursos se nutren tanto la iglesia como el estamento feudal, pudiendo ser que el obispo o el monasterio retengan el diezmo, mientras que la primicia se atribuya al sacerdote asignado al culto en iglesias parroquiales o capillas. otro tanto sucede con la distribución de recursos que por entonces pactan los laicos, donde la nobleza cortesana encomienda a terceros la custodia o la construcción de nuevas fortificaciones, sean castillos o cuadras, junto con ciertas fracciones de diezmos, mitades o tercios habitualmente, bien bajo concepto de alodio o de feudo. se concilia- ban, así, los derechos del señorío rural y los del dominio público, y se permitía derivar buena parte de estos excedentes hacia ciudades e instituciones, donde las élites residen. el camino a seguir ya estaba acordado, mucho antes que la codificación canónica del Decretum de Graciano unificase bajo la autoridad pontificia la diversidad normativa existente, marcando nuevos rumbos. 

Panorama de la arquitectura románica en Cataluña
La historiografía discute desde hace años lo que supuso el románico de revolución o de ruptura radical frente a las fórmulas artísticas anteriores. no hay duda de que la dicotomía entre cambio y continuidad resulta especialmente reveladora en los debates sobre el arte medieval, y es razonable asumir que la trascendencia numérica y la difusión continental del románico han podido oscurecer la correcta percepción del arraigo de sus recursos y actitudes en el arte de épocas precedentes. aun así, pese a la persistencia de valores léxicos e incluso morfológicos del pasado, no parece necesario negarle su evidente voluntad renovadora en cuanto a sintaxis se refiere, o su revolucionaria asunción de algunos argumentos conceptuales que nunca antes se habían desarrollado con tanto peso; léase, para poner dos ejemplos relacionados con la arquitectura: la armonía estructural de los edificios o el emplazamiento y densidad de su decoración figurativa. desde luego, no pretendo ahora entrar a fondo en este debate, pero sí puede ser pertinente resituarlo en el escenario concreto del inicio de la arquitectura románica de las tierras catalanas, donde está presente una controversia retórica bastante similar. mientras que los análisis clásicos del fenómeno han relacionado dicho inicio con aportes fundamentalmente exteriores, en épocas recientes se ha insistido también en la continuidad respecto a métodos y tipologías constructivas de la tradición autóctona altomedieval. Por supuesto, no tiene sentido negar las influencias externas en la génesis (y en el posterior desarrollo) del románico catalán, pero tampoco parece que deba considerarse la primera arquitectura románica en Cataluña como un asunto de mera importación tal y como se presenta en ocasiones, por analogía, quizás, con la introducción, centurias más tarde, de la arquitectura de estilo gótico. los condados catalanes no son simples receptores sino participantes directos en la gestación de unas fórmulas que efectivamente renuevan el panorama edilicio europeo hacia el año mil, y que acaban configurando el nuevo arquetipo constructivo (un arquetipo dinámico y heterogéneo, rico en particularismos) que modernamente acotamos con el término de románico. en un sentido contrario, tampoco parece coherente presentar la arquitectura catalana de principios de siglo XI en una excesivamente precoz y extraordinaria vanguardia creativa, ni tan siquiera en el trillado asunto de los abovedamientos pétreos, un alarde técnico que evidentemente no es exclusivo del ámbito catalán, aunque es cierto que lo singulariza. en fin, antes de profundizar un poco más en estas cuestiones y de hilvanar, a modo de panorámica evolutiva, una visión sintética del tema que nos ocupa, permítaseme plantear algunas consideraciones previas y justificar, ante todo, el alcance y el objetivo del texto que seguirá a continuación. texto que, como su título indica, pretende solo esbozar un panorama general de la arquitectura catalana de los siglos fundamentalmente XI y XII, asumiendo en ello un carácter forzosamente parcial e incompleto, incluso cierto desajuste analítico en la mención o ausencia de algunos edificios clave. desde el punto de vista cuantitativo, la arquitectura románica en Cataluña casi puede calificarse de abrumadora. los edificios románicos, especialmente religiosos, dominan ciertamente el paisaje histórico por lo menos en la mitad norte del país, en la denominada Catalunya Vella, que es el territorio nuclear y el ámbito de desarrollo principal de los condados nacidos en la antigua marca o frontera meridional del imperio carolingio. y la abundancia no atañe únicamente a los celebrados lares pirenaicos, sino también al resto del territorio abierto hacia el sur, por supuesto en el medio rural pero también en algunas de sus villas y ciudades más significadas. la magnitud del fenómeno es bien perceptible en los volúmenes que la Enciclopedia del Románico dedica a las provincias catalanas, en donde el número de conjuntos indexados supera con creces el de otras regiones de la Península ibérica, cuando menos porcentualmente. Se corresponde, dicho número, al de edificios conservados, y excluye por lo tanto todas aquellas fábricas de las que se tiene noticia documental pero que no han dejado rastros; que son bastantes, y entre las que se encuentran, como veremos, algunas catedrales. A todo ello, por cierto, deberían añadirse los igualmente numerosos edificios del antiguo condado del Rosellón, parte consustancial de la Cataluña del medioevo en términos políticos y culturales (y artísticos), que como se sabe quedó en el siglo XVII bajo soberanía francesa. El análisis evolutivo que se presenta a continuación estima como objeto de estudio todo el territorio completo de los condados catalanes medievales, e incluye por tanto el mencionado territorio septentrional del Rosellón (que comprende la comarca homónima y otras demarcaciones vecinas, fundamentalmente las comarcas del Conflent, el Vallespir y la alta Cerdanya), cuyo patrimonio artístico en cambio no queda recogido en la Enciclopedia. a sabiendas de que en los volúmenes correspondientes a las otras provincias catalanas habrá también estudios introductorios dedicados a la arquitectura, en el texto presente se insiste de forma particular en aquellos contextos que más pertenecen a la provincia de barcelona, aunque reitero que la panorámica pretende ser general y, por tanto, ilustrada con ejemplos de cualquiera de las provincias en las que se divide la actual comunidad autónoma catalana. la división provincial de 1833 nada tiene que ver con la organización condal del medioevo, por lo que reducir el estudio a la provincia de barcelona tendría poco sentido histórico y ofrecería una visión sesgada y muy poco coherente de la práctica constructiva en la Cataluña de los siglos XI y XII. Por lo demás, el desarrollo arquitectónico funciona de manera relativamente uniforme entre los distintos condados, que además estuvieron generalmente bajo la órbita o el directo control de los condes barceloneses; la narración conjunta, pues, es casi una necesidad epistemológica si el objetivo es trazar una evolución diacrónica del fenómeno. a dicha uniformidad interna de evolución, cabe sumar ciertas particularidades cronológicas y formales que, por lo menos en la primera mitad del siglo XI, ciertamente distancian la arquitectura catalana de la del resto de la Península Ibérica, y que además la distinguen de manera incontestable en el contexto europeo. es conocida, en efecto, la singular potencia aquí del denominado primer románico, concepto bastante equívoco que tomado en sentido estrictamente temporal permite catalogar una época de gran vigor constructivo en los condados en el momento de elaboración y definición inicial del románico. no debe desdeñarse la trascendencia de este fenómeno, pues ni la posición relativamente periférica del territorio catalán, ni la moderada (cuando no exigua) disposición económica de sus elites parecerían abogar precisamente en favor de este singular impulso. tampoco se corresponde el mismo, por lo que sabemos, con el desarrollo de las artes plásticas hacia lo románico, que es notablemente más tardío y pocas veces tan creativo como el de la arquitectura (quizás con la excepción de las artes suntuarias, de cuyos logros tempranos, sin embargo, conocemos muy poco). Por otro lado, la rotundidad y potencia de este primer románico repercutió de manera harto decisiva en la evolución posterior, de modo que la arquitectura catalana mantuvo casi siempre, quizás previsiblemente, una cierta ligazón estructural con esta primera época de auge. lo cual no implica que no se desarrollaran las novedades propias del románico pleno, claro, ni que el tradicionalismo tipológico de las construcciones del siglo XII implicara la renuncia a la experimentación formal o al empleo de procedimientos originales en la decoración –son bastante creativas, para poner un ejemplo, las estrategias para el añadido de los nuevos recursos escultóricos a la ornamentación y reelaboración simbólica de las grandes fábricas preexistentes–. aun así, de algún modo es cierto que el horizonte arquitectónico fundamental estaba ya constituido a finales del siglo XI, y sus modelos habían sido asumidos de forma persistente por los constructores locales y por los promotores de sus obras. en consecuencia, la arquitectura posterior resulta casi siempre más conservadora, tiene menos brío y es incluso algo monótona, a pesar de que no renuncia a la ambición monumental, por lo menos en sus proyectos más descollantes (aunque es verdad que estos son relativamente pocos). Hay un par de cuestiones más que deben, por lo menos, señalarse ahora. la primera está relacionada con la abundancia de conjuntos modestos conservados. la historiografía clásica, y no digamos la visión popular, insiste con frecuencia en dar relevancia a estos modelos de construcción periféricos, rústicos, claramente secundarios, que son absolutamente distantes de la realidad monumental del románico catalán y que, aunque atractivos a nuestros ojos contemporáneos, muy poco o nada aportaron a la vertebración y evolución de los principios constructivos de su época. el gusto tan actual por las ermitas rodeadas de pastos y montañas (o de apartamentos turísticos), por los bellos campanarios torcidos, por los muros de aparejo irregular, descuadrados, hermosamente imperfectos, no solo es algo ajeno a la mentalidad medieval sino que conlleva la absurda identificación del románico con algo humilde, apocado, labriego. lo que, desde luego, no se corresponde en absoluto ni con sus intenciones artísticas ni con sus verdaderos resultados. evidentemente, dicha identificación no es exclusiva del ámbito catalán, pero se da aquí con inusitada contundencia. es sintomático, en este sentido, el caso de las famosas iglesias del valle de Boí, que desde el punto de vista arquitectónico (otra cosa es hablar de sus decoraciones murales) resultan francamente irrelevantes, incluso en su propio contexto local, pero que en cambio son mencionadas constantemente como paradigma del carácter y de la personalidad del románico en Cataluña.

Sant Climent de Taüll 

La segunda cuestión a destacar es relativa a la conservación de las fábricas antiguas, algo a lo que casi nunca se presta la suficiente atención. Hay que subrayar que casi la totalidad de edificios románicos catalanes han sido restaurados en mayor o menor medida, y en la mayoría de los casos las restauraciones resultan inexplicadas y son a menudo indetectables a la vista (o se detectan con dificultades). ciertamente los casos más espectaculares son de sobra conocidos, comenzando por la restauración de la iglesia monástica de Ripoll, obra decimonónica del arquitecto barcelonés Elies Rogent que revela una interpretación personal e historicista con respecto al templo del siglo XI. sin embargo, el problema no es tanto las restauraciones antiguas, condicionadas por el idealismo imperante, como las restauraciones excesivas de épocas más recientes. estas, por un lado, han re construido los edificios de forma claramente desmesurada, priorizando la recuperación del proto tipo formal a la autenticidad de los materiales e imposibilitando, en la mayoría de casos, distinguir correctamente entre lo original y lo reedificado. ello reporta ganancias patrimoniales y turísticas, supongo, pero de hecho desafía la verdad histórica y además retiene a la estructura arquitectónica su originalidad, su verdadero valor como obra personal o colectiva de creación. Por otro lado (y es casi peor), casi siempre dichas restauraciones han despojado frívolamente a las fábricas de todo su vestuario histórico, de todos sus elementos posrománicos o posmedievales internos, externos y de su entorno, con el dudoso objetivo de revelar la pureza de las estructuras de origen. además, insisten hasta la saciedad en la visualización completamente desnuda de los interiores, lo que es dramáticamente impropio del arte del medioevo pero tanto parece gustar a los arquitectos y restauradores contemporáneos, y a la mayor parte del público.
Aclarado esto, ahondemos a continuación en la realidad constructiva del románico catalán, moviéndonos en un arco temporal que aproximadamente fluye entre la segunda mitad del siglo X y la primera del XIII. en síntesis, dicha realidad comienza con una etapa formativa cuyo germen puede retrasarse, como digo, hasta mediados de la centuria décima, pero que evidentemente culmina en las grandes construcciones del primer románico, más o menos hasta el 1040 o 1050.
Sigue una época continuista, en la que se estabilizan y se difunden los modelos anteriores, quizás simplificados, y luego una etapa más fecunda, ya en el siglo XII, en la que a los elementos de continuidad tradicional se unen las aportaciones propias del románico pleno, particularmente la escultura decorativa. la evolución final conduce a una arquitectura de pesada monumentalidad y cierto manierismo, muy característica, que entronca con la tardía recepción de novedades del primer gótico.

Los comienzos: recuperación constructiva y cambio Tecnológico
las tradiciones artísticas de los condados catalanes en la alta edad media se forjan especial mente de su relación con el mundo ultrapirenaico. los condados formaron parte desde comienzos del siglo IX del ámbito político carolingio, del que ciertamente fueron una periferia, pero con el que compartieron desarrollo, evolución y contextos, significativamente la dependencia política de la corte imperial y la difusión precoz y efectiva de las reformas religiosas y culturales impulsadas por los asesores políticos de Carlomagno. tampoco debe olvidarse, de todos modos, que los carolingios conquistaron el territorio por las armas y contra una dura resistencia local, aunque luego progresivamente las aristocracias autóctonas se organizaron junto a las dinastías llegadas del norte para conformar un sistema político-administrativo bien integrado al imperio. es poco lo que se conoce de la arquitectura anterior a mediados del siglo x. es probable que, sencillamente, las construcciones más destacadas (algunas perfectamente documentadas, por cierto) no tuvieran un acusado carácter monumental, o quizás simplemente no se han conserva do. en cualquier caso, nada parece que se levantó en este territorio meridional, en la marca de Hispania, que pudiera compararse a la gran arquitectura carolingia noreuropea.

La historiografía discutió durante bastante tiempo si las iglesias de sant Pere de Ègara, en Terrassa, y en particular el magnífico edificio martirial dedicado a san miguel, podían representar una aportación de este tipo. una prolongada investigación arqueológica sobre este antiguo grupo episcopal, con orígenes en el bajo imperio, parece haber demostrado, sin embargo, que se trata de edificios antiguos, de época hispanogoda. está claro, por lo demás, que durante mucho tiempo (a menudo hasta el siglo xi) siguieron funcionando los edificios palaciales y religiosos de tradición romano-visigótica, caso del interesante primitivo conjunto catedralicio de barcelona, por ejemplo, o de las mencionadas iglesias egarenses. tras épocas de dificultades, la segunda mitad del siglo x supone para los condados catalanes el inicio de una etapa de estabilidad administrativa y de crecimiento económico progresivo, elementos fundamentales para la sustentación de un primer impulso constructivo. todavía antes de lo estrictamente románico, con las técnicas y el vocabulario edilicio tradicionales (uso del muro encofrado, con bloques de refuerzo en los puntos clave de las fábricas, techumbres de madera, arcos ultrapasados) pero directamente imbricado en la renovación tipológica derivada de la evolución cultual del mundo tardocarolingio, se conserva el paradigmático templo de sant Miquel de Cuixà, que ejemplifica las notables posibilidades monumentales de la época y la ambición para importar (o para compartir) las novedades europeas. el contexto político parece ir en apoyo del ímpetu arquitectónico local: la nueva dinastía capeta que ocupa el trono franco queda cada vez más lejos y más débil, y en Cataluña se consolidan definitivamente las dinastías condales hereditarias, todavía sin los desajustes feudales que llegarían en el siglo XI. ello permite un prerrománico (el término es inenarrablemente inadecuado) realmente provechoso, que enfatiza la voluntad creativa de los arquitectos y sus respuestas para la principal, quizás, evolución formal del momento: el desarrollo del sector oriental de la iglesia y la monumentalización arquitectónica de sus altares.

Sant Pere de Ègara.

Sant Miquel de Ègara. 

En Cuixà, situado en la comarca hoy francesa del conflent, se consagra en el año 974 un edificio espléndido, con una enorme cabecera con ábside central cuadrangular y cuatro absidiolos semicirculares abiertos a un transepto de gran desarrollo. El modelo sigue muy de cerca lo edifica do paralelamente en Cluny II, cuya trascendencia para la definición del templo “románico” ha sido tradicionalmente subrayada. en realidad, es posible que la traza del templo catalán (de su cabecera) se basara en la fábrica borgoñona, pues el abad constructor de Cuixà, Garí, era un distinguido monje cluniacense. no se conserva ningún otro gran edificio contemporáneo a Cuixà, solo algunos templos rurales de significación escasa, como sant Quirze de Pedret o sant Julià de Boada, que observan diseños modestos y deben ser solo reflejos pálidos de una arquitectura verdaderamente monumental. Queda también, es cierto, el recuerdo documentado de numerosas iglesias de instituciones importantes, sobre todo monásticas, cuya dimensión y carácter nos son desconocidos. entre muchos otros, es el caso de sant Pere de les Puel·les en las afueras de la antigua muralla de barcelona (consagrada en 945), o de sant Benet de Bages en la Cataluña central (consagrada en 972).

La primera arquitectura románica deriva sin duda de las novedades del ambiente poscarolingio, aunque adviene, en Cataluña (no solo en Cataluña, claro), junto a un cambio tecnológico que debe considerarse trascendental. una verdadera revolución en los modos constructivos que es indudablemente significativa, aunque cabe señalar que no define por sí misma un estilo, ni tampoco pro piamente un arte “románico”. de hecho, su fulgurante aparición coexistió durante décadas con los recursos tradicionales (pero utilizados en tipologías nuevas), que se mantuvieron con éxito, como veremos, especialmente en los condados nororientales de Empúries y Rosellón.

La novedad tecnológica consiste, fundamentalmente, en la articulación de los paramentos de las fábricas sobre la base de un sillarejo de pequeñas dimensiones, extremadamente dúctil, para el que se puede utilizar casi cualquier material pétreo y que se desbasta de forma más o menos grosera. Lo relevante es que el uso de este tipo de mampostería no requiere de procesos de fabricación complejos (como sí ocurría con las técnicas tradicionales de encofrado), ni de especialistas en la talla de sillares, ni requiere tampoco de grandes canteras, ni de materiales importados. en cambio, permite el alzado de construcciones de gran tamaño, ambiciosas en su desarrollo vertical y volumétrico, y además, esto es lo fundamental, lo permite de forma rápida y mucho más barata. en cierto modo, además, esta nueva tecnología fomenta un modelo de argumentación arquitectónica que enfatiza la interrelación entre los elementos constructivos, unidos por una continuidad en los paramentos que tiende a sistematizar dichos elementos de forma orgánica y equilibrada. Resulta una arquitectura compacta, cerrada, de gran armonía formal, que además se aviene diligentemente con los abovedamientos, al parecer muy precoces en el área catalana (lo que se ha relacionado, algo vagamente, con una tradición peninsular especialmente versada en las cubiertas pétreas). en los muros exteriores, la articulación de los muros define un conjunto de recursos muy característico de trasfondo ornamental (pero, en principio, de función estática) fundados en la combinación seriada de pequeños arquillos ciegos situados bajo la cornisa –de la que, a priori, sustraen los empujes– y finas lesenas verticales asentadas sobre un zócalo continuo, que afianza la uniformidad visual de las superficies. solo muy ocasionalmente dichos recursos aparecen en los muros interiores, aunque sí es habitual en obras importantes el ornato del muro absidal con un esquema parecido, a base de arcuaciones ciegas estrechas y cóncavas.
la introducción de esta nueva tecnología de construcción se ha supuesto casi siempre de origen noritaliano, vinculada su difusión a la llegada de grupos itinerantes de canteros itálicos, los populares maestros lombardos. la hipótesis, prácticamente irrebatida, condujo a una incómoda, pero divulgadísima identificación del primer románico catalán como un “románico lombardo”, asumiendo un concepto propio de la historiografía decimonónica de los estilos regionales para cuya sustitución, de hecho, creó Puig i Cadafalch la célebre noción de “primer románico”. la teoría lombarda pretende la implantación directa en Cataluña del románico noritaliano gracias a la directa migración de sus canteros, a quienes habrían recurrido los promotores locales tras haber conocido su actividad en sus viajes y peregrinaciones a roma. es una hipótesis confortable, pero tiene por lo menos dos problemas importantes: primero, no hay rastro de los susodichos maestros lombardos en la abundante documentación catalana conservada de la primera mitad del siglo XI; y segundo, en la Italia septentrional no quedan edificios de categoría, en una cronología tan avanzada, que puedan considerarse arquetipos de las construcciones catalanas. lo último se ha querido subsanar reconociendo las dificultades de los maestros italianos para adaptar (casi nunca con verdadero éxito) los modelos constructivos de su tradición autóctona a las exigencias específicas de los promotores catalanes, particularmente a su gusto por las bóvedas de cañón, en realidad, la presencia de canteros lombardos (la supuesta itinerancia de los cuales, por cierto, sigue modelos conocidos en Italia solo para el siglo XII, no para el entorno del año 1000) es cuanto menos innecesaria para la introducción de un sistema constructivo cuya mayor virtud es, precisamente, el hecho de no requerir especialistas. aunque el debate continúa abierto, parece más razonable suponer la difusión de la tecnología –incluso si se acepta su origen estrictamente italiano y un modelo de difusión de tipo radial, lo que tampoco está claro del todo– en base a intercambios de conocimiento en ámbitos intelectuales, tal vez por la vía del monaquismo benedictino, o incluso al movimiento puntual de arquitectos o directores de obra, en lugar de suponer el trasvase de grandes grupos humanos especializados. sea como fuere, y al margen de esta polémica, lo im portante es que con la nueva tecnología se alzaron algunos de los principales edificios del siglo xi, y que sus virtudes y exigencias sentaron firmemente, en Cataluña, las bases de la arquitectura del pleno medioevo.

El primer románico, modelo de éxito
Hay que tener cuidado con las atribuciones que se dan al concepto de “primer románico”. Puig i Cadafalch, al acuñarlo, lo caracterizó (muy en la línea de la historiografía de su tiempo, por otra parte) como un estilo específico dentro del románico europeo. esta idea se suele considerar superada desde hace tiempo, y ha sido criticada tradicionalmente por el excesivo valor que otorga a la tecnología constructiva y a la decoración paramental en la caracterización del “estilo”. en un sentido opuesto, y en un característico movimiento crítico pendular, me parece que en la actualidad se subestiman en demasía los caracteres estructurales específicos de este primer románico, al que se quiere sustraer todo valor conceptual al margen de lo puramente cronológico. desde este punto de vista, el primer románico catalán (o meridional, como quizás habría que denominarlo propiamente) solo es uno de tantos primeros románicos que afrontan los problemas y objetivos propios de la gestación inicial del “estilo” partiendo de recursos más o menos particulares. Para subrayar esta multiplicidad, la historiografía francesa ha creado el similar concepto de premier âge roman, aunque entonces, repito, se desvirtúan los caracteres sinceramente específicos del modelo meridional.

En Cataluña, el arranque de este modelo constructivo se relaciona tradicionalmente con las empresas artísticas del obispo-abad Oliba, distinguido miembro de la familia condal de la Cerdanya y personaje sin duda importante en la historia catalana del siglo XI, aunque su trascendencia personal ha sido probablemente sobredimensionada. desde el punto de vista de lo artístico, no parece razonable suponer a Oliba como único o principal mediador en la génesis del románico catalán. cierto es que su actividad edilicia fue bastante notable, pero es excesivo atribuirle la difusión de un sistema constructivo específico, ni tan siquiera de la mencionada tecnología constructiva que caracteriza la época. en realidad, sus proyectos arquitectónicos recurren a fuentes y arquetipos muy distintos, y son igualmente distintas las soluciones que acaban adoptando, lo que por cierto es revelador de la notable variedad tipológica que tiene el primer “primer románico”, que luego sí se vuelve más estandarizado y reiterativo. es importante insistir en ello: pese al uso generalizado del sillarejo y de ciertos recursos decorativos que le confieren un aspecto unitario, la arquitectura catalana de la primera mitad del siglo xi es fundamentalmente diversa, muy rica en matices. además de atrevida, y ciertamente original en algunas de sus mejores propuestas. la intervención de Oliba en la erección de la iglesia monástica de sant martí del Canigo, por ejemplo, ha sido rechazada casi con seguridad, pese a que su firma aparece entre los testimonios de la primera consagración de sus altares, en el año 1009. este cenobio, cercano al de sant Miquel de Cuixà, ofrece uno de los ejemplos más precoces y relativamente bien documentados del uso del característico sillarejo desbastado, así como de otros recursos paradigmáticos de la arquitectura meridional del entorno del año mil, los cuales, además, se disponen en un edificio muy particular, en forma de iglesia doble. sin duda lo primero que se construyó fue el sector oriental de la iglesia inferior, abovedado en arista sobre finas columnas con capiteles trapezoidales.

Sant Martí del Canigó 

Tiene un formato de cripta-sala bien conocido en la europa del momento, especialmente en Italia y en el mundo germánico, aunque con una original cabecera triple que además monta directamente sobre la roca. luego se cambió de idea, pues las columnas fueron embebidas en gruesos pilares para soportar el peso de la iglesia superior, en la que destaca también la presencia de columnas, con capiteles decorados en un estilo bastante sumario. Pero el uso de columnas es inusual, en términos generales. de nuevo en la iglesia inferior, en el sector oeste, aparecen ya los pilares articulados, que serán el modelo de soporte más habitual a partir de entonces. el esquema de iglesia doble del Canigó es inédito en Cataluña, y prácticamente no tuvo continuidad. No está clara tampoco su evolución constructiva, sobre la que hay opiniones diversas.
Además de la consagración del 1009 se documenta otra posterior, en el año 1014 o 1026 (según la fuente), de modo que hay dudas sobre qué parte del edificio se corresponde con una u otra fecha. Por otro lado, el uso de decoración escultórica no debe considerarse tan extraña al primer románico como parece, aunque es verdad que el modelo constructivo no favorece precisamente su inclusión, ni en los muros exteriores ni en el interior de los templos, donde como digo no abundan las columnas; en cualquier caso, su presencia en los capiteles de Canigo tampoco debe tomarse por excepcional. en el monasterio vecino de sant Miquel de Cuixà, y esta vez sí bajo directo mandato de Oliba, la iglesia consagrada en 974 fue objeto de una esmerada reforma románica que hoy permite la contemplación de lo alzado con la tecnología tradicional del siglo X frente a la nueva construcción del XI. La ya desarrollada cabecera del templo fue ampliada con tres nuevos absidiolos, abiertos al muro testero de un espacio que envuelve el antiguo ábside mayor. Parece un deambulatorio y debió permitir en efecto la circunvalación del altar, pero en realidad es un espacio fraccionado, que además fue definido en diferentes etapas constructivas. la renovación del templo incluyó también la construcción, quizás posterior, de dos poderosas torres-campanario en los extremos del transepto, y el sobrealzamiento de las naves laterales, que se abovedaron. sin embargo, quizás lo más significativo es la reforma del sector oeste de la iglesia con la construcción de un particular cuerpo occidental, formado por una iglesia centralizada dedicada a la trinidad (de la que se conservan solo los cimientos), y una enorme cripta subterránea formada por un núcleo principal de formato anular, la llamada cripta del Pesebre, y una serie de espacios secundarios de función incierta, abovedados con cañón y organizados a partir de pilares articulados, como los de sant martí del Canigo.

Los referentes romanos tanto para la capilla superior como para la cripta parecen indiscutibles, aunque es verdad que el modelo anular del espacio subterráneo tiene paralelos tardocarolingios. Por otra parte, la dimensión metafórica de lo construido es explicitada de forma sutil, aunque algo confusa, en el célebre sermón del monje Garsias, escrito a mediados de la década del 1040, que permite asegurar la voluntad personal de Oliba tras el intrigante repertorio formal del conjunto. la vinculación con roma está presente también en la segunda de las actuaciones edilicias de Oliba, esta vez en la iglesia de su otro monasterio, santa maria de Ripoll. también aquí se encontró el abad con una iglesia de finales de siglo x, de la cual encaró una amplia reforma o, bas tante más probablemente, su total reconstrucción. Puede considerarse prácticamente seguro que la monumental cabecera de siete ábsides fue levantada por los canteros de Oliba, mientras que sobre el cuerpo de cinco naves las opiniones divergen entre los autores que lo consideran igualmente obra suya, y los que creen que, como en Cuixà, solo fue remodelado a partir del edificio anterior, que había sido consagrado en el año 977. como digo, es quizás razonable pensar que Oliba no reaprovechó prácticamente nada de la obra antigua, pues la documentación, aunque algo tardía, es explícita en considerar su proyecto como una obra levantada a fundamentis.

Sant Miquel de Cuixà 

Las dificultades en el estudio de Ripoll derivan de la restauración del siglo XIX dirigida por Elies Rogent, que lo convirtieron en un templo neorrománico sin excesiva relación con el diseño primitivo. bajo el actual pavimento hay restos de una necrópolis altomedieval, y un particular espacio abierto en medio de la nave central que acabó sirviendo como osario pero del cual se desconoce la función original, incluso su cronología. entre los aspectos polémicos del templo cabe señalar la curiosa articulación de los soportes que separan las naves laterales: la reconstrucción decimonónica planteó un sistema de influencia germánica alternando pilar y columna, que en realidad se funda menta principalmente en una afirmación de Villanueva. Aunque es difícil negar tajantemente la validez de la propuesta de Rogent, por lo menos debe señalarse que un plano de 1731, reciente mente publicado, parece revelar una separación de las colaterales únicamente a partir de columnas, quedando los pilares dispuestos solo en la nave central. 

Santa Maria de Ripoll 

Los referentes italianos y romanos se han apuntado siempre para Ripoll, cuya formulación en cinco grandes naves longitudinales rematadas por transepto de gran desarrollo se ha querido vincular directamente a san Pedro del Vaticano. la relación es sugestiva, y la documentada presencia de Oliba en roma, un factor a tener en cuenta, aunque igualmente deben señalarse las diferencias. no coincide, por ejemplo, la orientación de la iglesia, y en particular la dimensión absidada de la cabecera rivipollense, cuyos siete ábsides nada tienen que ver con la basílica vaticana y remiten, en cambio, a lo planteado en Cuixà por el propio Oliba, además de contar con algunos paralelos europeos relativamente próximos, como Saint-Remy de Reims. Por lo demás, en Ripoll se mantienen todavía muchos debates abiertos relacionados con diversos aspectos de su construcción y decoración. se discute, por ejemplo, la existencia de cimborrio, del que Rogent (que lo reconstruyó) afirma vagamente haber encontrado algunos restos; y la presencia de varios capiteles esculpidos de gran tamaño se relaciona tanto con el edificio consagrado en 977 como con la fábrica del primer románico. Por otra parte, los rastros inequívocos de una portada pictórica bajo la monumental portada del siglo XII ofrecen un atisbo mínimo de la decoración mural del templo, que había de recorrer probablemente todo su interior. La tercera obra relacionada con Oliba es por supuesto la catedral de Vic, de cuya fábrica románica se conserva solo la torre-campanario y la cripta, pues el edificio original fue sustituido en el siglo XVIII por el actual templo neoclásico. La articulación de los paramentos del campanario resulta paradigmática del buen hacer de los constructores locales, que usaron aquí un sillarejo especialmente regular, mientras que la cripta de gran tamaño sigue el esquema en sala característico de la época. incorpora además capiteles esculpidos de tipo corintio, menos rústicos de lo que a veces se consideran y que, en cualquier caso, ejemplifican el valor, aunque ocasional, de la decoración escultórica en las construcciones del siglo XI.

La traza del templo ausetano ha sido largamente discutida por la historiografía, en particular el diseño de su cabecera. sin duda la catedral contaba con una planta de cruz latina, con una gran nave única de 12 m de anchura y un poderoso transepto. este esquema parece haber sido en cierto modo dominante en el panorama catalán del momento, cuando menos en la arquitectura canonical, y es significativo que lo utilizara también la catedral de Girona. Un plano de la sede ausetana del siglo XVII, localizado en 1996, confirma la traza y algunas cuestiones polémicas que quedaron sin resolver cuando se excavó bajo el pavimento de la fábrica neoclásica en 1941-1942. está claro que la cabecera contaba con un solo ábside de gran profundidad, apto para las funciones de coro presbiteral. los muros del transepto aparecen, en el plano, surcados de una especie de capillas o arcosolios, aunque no solo en el muro este, donde su presencia como absidiolos tiene perfecto sentido, sino también en el occidental y en los hastiales. tal solución es rara en el románico, y quizás solo las capillas orientales pertenecieran al proyecto primitivo. El plano permite asegurar también la presencia de pilares de refuerzo en los muros de la nave, cuya función pudiera ser de apoyo para los arcos fajones que articulaban la cubierta en forma de gran bóveda de cañón. La catedral ausetana permite contrastar la variedad tipológica de los tres templos vinculados al abad-obispo Oliba, aunque es evidente que algunas soluciones y recursos se repiten, incluso entre espacios monásticos y catedralicios. Hubo en Vic, como en Cuixà, una segunda iglesia en posición afrontada con la fachada oeste del templo principal, herencia aquí probable del conjunto episcopal múltiple de época prerrománica, mal conocido pero que contaba al menos con tres iglesias distintas. esta segunda iglesia, dedicada a santa maría, tenía planta centralizada como el oratorio de la trinidad en Cuixà, y luego sería ampliamente remodelada en el siglo XII. aun cuando los itinerarios cultuales diferirían entre un entorno monástico como el pirenaico y uno catedralicio, cabe señalar la solvencia olibana en la programación de sectores occidentales monumentalizados, algo que, en realidad, caracteriza de forma bastante general el primer románico catalán.
Como ocurre en Vic, de la catedral románica de Girona se conserva solo una torre-campana rio, que se mantuvo en pie cuando se sustituyó la fábrica del siglo xi por el imponente templo gótico actual. la antigua catedral gerundense ha sido estudiada con detenimiento durante las últimas décadas, con resultados notables. su planta debió ser similar a la de la sede ausetana, con un profundo ábside-presbiterio, una nave única de casi 12 metros de ancho cubierta por bóveda de cañón, y un transepto corto a cuyos extremos se proyectó el alzado de grandes torres, de las que solo una (la conservada, popularmente conocida como torre de Carlemany) llegó a edificarse por completo. cabe añadir al diseño un cuerpo occidental de resonancias germánico-borgoñonas, flanqueado por otras dos torres y en cuyo piso inferior está bien documentado el entierro de varios miembros de la familia condal, singularmente la condesa Ermessenda, principal promotora de la construcción. las excavaciones en este sector occidental, así como el hallazgo de numerosas piezas esculpidas durante las campañas arqueológicas, permiten suponer un ambicioso programa ornamental en el interior de la iglesia, del que lamentablemente conocemos muy poco, y permiten también intuir algo muy interesante en la fábrica: la combinación de los nuevos recursos tecnológicos de la época –el tipo y la disposición del sillarejo de la torre-campanario responden sin duda a lo habitual en el primer románico– con técnicas tradicionales versadas en la combinación de materiales o en el uso de sillares de gran tamaño en sectores clave del edificio.

Catedral de Vic. 

Todavía menos que la sede gerundense se conoce la antigua catedral románica de barcelona, que se consagró solemnemente en el año 1058 pero de la que no queda prácticamente nada a excepción de una serie de impostas decoradas con entrelazos –que de nuevo permiten afirmar el valor de la escultura en los interiores del primer románico– y algún rastro arqueológico en la zona más occidental, ocupada, como en Girona, por una galilea o cuerpo monumental. la planta es desconocida, aunque se supone un edificio de tres naves separadas por pilares, cuya cimentación habrían aprovechado luego los soportes de la fábrica gótica. es por el momento imposible conocer el esquema la cabecera, aunque el haberse documentado tres altares permite suponer una estructura triabsidada, lo que es razonable pero sujeto a revisión. como en Girona, en la sede barcelonesa destaca el papel de los condes como promotores directos de la renovación del edificio. es cierto que su responsabilidad en ello va en cierto modo implícita con el cargo, pero cabe señalar además la persistente vinculación familiar de los obispos catalanes con las dinastías gobernantes, lo que explica su generalizado apoyo a la estabilidad del poder condal, frecuentemente amenazada por la díscola nobleza, y, en contrapartida, el auxilio tan notable de los condes para con sus empresas constructivas.

De las grandes catedrales catalanas del siglo XI, hubo de ser importante también la de la seu d’Urgell, que parece ser la sede episcopal en donde se mantuvo más tiempo un conjunto múltiple de edificios, en la tradición del alto medioevo. Las construcciones del siglo XI debieron ser monumentales, vinculadas a la acción del expeditivo obispo san Ermengol, una figura de gran talla política, bastante paralela a la de Oliba. nada queda de la iglesia catedralicia, sustituida en el siglo XII por el rotundo edificio actual, al que volveremos luego, pero sí se conserva, muy restaurada, una de las iglesias secundarias dedicada originariamente a san Pedro (hoy bajo la advocación de san Miguel). Se emplaza en el costado meridional del claustro y responde a los arquetipos habituales del momento, aunque esta vez cubierta con techumbre de madera. La existencia de ambientes claustrales, por cierto, es otro factor de debate para los conjuntos del primer románico. está claro que existieron espacios abiertos a los que se vinculaban los templos catedralicios o monásticos y sus correspondientes estructuras auxiliares, pero su articulación en galerías columnadas resueltas al estilo de lo conocido en el siglo XII es cuando menos dudosa. Solo dos edificios catedralicios del siglo XI se conservan hoy más o menos completos (aunque reformados), ambos periféricos respecto al núcleo de la Catalunya Vella: la catedral rosellonesa de Elna y la sede ribagorzana de roda de Isábena. Ambas responden a la misma idea constructiva que estamos repasando, aunque la rosellonesa mantiene también vínculos con la potente tradición local, de la que enseguida hablaremos. en roda, desde donde la sede episcopal habría de trasladarse a Lleida tras la conquista de la ciudad en 1148, el edificio del siglo XI que se conserva, de análisis complejo, es cabeza de serie de un notable grupo de edificios del Aragón nororiental que se conforman bajo el influjo de lo catalán (o al menos en su mismo contexto), entre los cuales destaca también la conocida abacial de santa maría de Obarra. Volviendo a Cataluña, todavía en la primera mitad del siglo xi y con similar empuje constructivo se edifican una serie de templos de singular trascendencia, cuya mención completa el repertorio fundamental de esta primera etapa formativa. los vizcondes de Osona son los responsables de uno de las más interesantes, la iglesia canonical de sant Vicenç de Cardona, como lo son también de la peculiar iglesia monástica de sant Pere de Casserres, cuyas tres anchas naves conforman una planta casi cuadrada, poco habitual, que en cierto modo parece un experimento fallido. en cardona, por el contrario, los canteros experimentaron brillantemente con el diseño basilical a tres naves, adaptándose a un espacio pequeño e incómodo y resolviendo con inteligencia los problemas causados por este. la canónica cardonense se ha considerado siempre el paradigma del primer románico catalán, aunque en realidad es un edificio bastante original, con pocos arquetipos directos y una influencia posterior limitada a la reproducción de algunos elementos concretos de su estructura. las bóvedas de cañón del templo, incluso la de la nave central (vinculada a un tardío cambio de proyecto), sí son paradigmáticas del interés local para con las coberturas abovedadas, mientras que su armonía volumétrica y su disposición estructural parecen tener puntos de contacto con el mundo germánico. destaca la presencia de una cripta, según el esquema de la de la catedral de Vic, y de un cuerpo occidental –con tribuna– de poco desarrollo, que debió proyectarse más potente.

Habrá que mencionar todavía otras iglesias construidas en este periodo de auge, las más interesantes de las cuales sean quizás la de Sant Serni de Tavèrnoles en las cercanías de la seu d’Urgell, y la desaparecida abacial del monasterio de sant Cugat del Vallès, el principal cenobio benedictino del condado de barcelona. Precisamente en sant Cugat se conoce la presencia de un maestro llamado Fedancio o Fedantius, quien es calificado en un documento fechado en 1007-1010 como architectus et magister Edorum (arquitecto y maestro de casas), aunque no se explicita que se trate del responsable de las obras monásticas. todavía en 1076 se documentan legados para el alzado de la torre campanario del cenobio vallesano, lo que permite suponer un final algo tardío para las obras, que debieron ser de categoría, pero que se sustituyeron por el edificio actual, comenzado en la segunda mitad del siglo XII y terminado en época gótica. al panorama descrito hasta el momento cabe sumar la arquitectura coetánea de la zona nororiental de Cataluña, correspondiente a los condados de Empúries y Rosellón. como ya se ha mencionado, en estos territorios se mantuvo durante cierto tiempo un sistema de construcción de base tradicional (altomedieval, digamos), aunque utilizado en obras que responden a necesidades y argumentos tipo lógicos perfectamente románicos. sería interesante comprobar hasta qué punto la existencia de un linaje condal desvinculado del tronco dinástico principal de Barcelona-Cerdanya-Urgell pudo tener algo que ver en ello, pues está clara también aquí la responsabilidad de las elites gobernantes en la promoción de los principales edificios. en cualquier caso, el empuje constructivo debió de ser muy notable en época temprana, y el célebre monasterio de sant Pere de Rodes ofrece el ejemplo paradigmático. la cronología de su iglesia continua discutida entre quienes la consideran de mediados del siglo X y los que, en atención a su diseño en planta y a sus recursos de ornamentación, prefieren retrasarla hasta el siglo XI. en mi opinión, lo más probable es que la construcción la iniciara el primer abad del cenobio, Hildesind, a la sazón obispo de Elna y personalidad política de primer orden en la región. la traza del templo debió diseñarse a finales de siglo X, pues el experimental diseño del sector de la cabecera es bastante característico del entorno del año mil. dicha cabecera ofrece recursos novedosos respecto a la interrelación entre la cripta y el presbiterio superior, definido por una suerte de deambulatorio fragmentado que parece una simplificación de las elaboradas cabeceras tardocarolingias y que, desde un punto de vista conceptual, puede compararse con soluciones similares (no idénticas) planteadas paralelamente en otros puntos de europa, sea en el norte de Italia (ivrea) o en la Borgoña (tournus).

Sin duda, en Rodes debe destacarse el carácter extraordinario de la escultura monumental, que culmina el ambicioso sistema de pilares articulados a partir de un doble orden de columnas de evidente inspiración romana. los capiteles, que son magníficos, ostentan un exuberante esquema corintio o se decoran con entrelazos de arranque vegetal, y encabezan cronológicamente una serie de paralelos occitanos de similar factura, quizás de menos calidad. aunque es significativa su presencia en un edificio al margen de las novedades tecnológicas del siglo XI, ofrece de nuevo un ejemplo (el mejor, de hecho) del uso de la escultura en época del primer románico, una escultura que, además, se utiliza expresamente para dimensionar simbólicamente el espacio de la iglesia. Por otra parte, la observación del interior permite constatar algunas variaciones evidentes en el proyecto de articulación de los soportes, aunque el edificio resulta finalmente compacto y equilibrado, coronado por una rotunda bóveda de cañón; muy pocos dudan de su carácter avanzado y razonablemente unitario.
La influencia de Rodes se deja sentir en algunos templos roselloneses (o en las reformas románicas de ellos), singularmente en sant Andreu de Sureda, donde se imita el modelo de doble orden de columnas para la articulación de los soportes internos. cabe todavía insistir, como rasgo regional particular, en la valorización estética de la escultura y su presencia sumamente precoz en la decoración de exteriores. ya debió tener decoración esculpida la fachada occidental de sant Pere de Rodes, aunque de lo conservado destacan por supuesto los famosos dinteles que presiden las portadas de las iglesias vecinas de Sureda y de sant Genís de fontanes.
Perfectamente datados gracias a la inscripción del segundo (dedicado en 1019-1020), junto con las piezas enclavadas en la fachada occidental de la iglesia también monástica de santa Maria d’Arles, en el Vallespir, ofrecen, con su rico repertorio figurativo, un ejemplo privilegiado del singular auge escultórico de la zona, que bebe claramente de la tradición estilística altomedieval –una escultura de planos más que de volúmenes, tallada a bisel, cuyo talante expresivo se define por la línea– pero que parece aportar ya objetivos simbólicos y un carácter propios de la plástica románica.

Sant Vicenç de Cardona. 

Finalmente, también en el Rosellón y en Empúries acabaron por afianzarse los recursos tecno lógicos del primer románico típico, aunque como en la catedral de Elna mencionada antes, estos se combinan con apuntes específicamente locales, por ejemplo, el interés por el cromatismo en la mampostería. en el resto de Cataluña, el triunfo de la construcción con sillarejo desbastado y de la serie de tipologías edilicias definidas en la primera mitad del siglo XI resulta notabilísimo. una serie de iglesias importantes se construyen al regazo de estos parámetros, progresivamente evoluciona das en particular con respecto a la regularidad y aspecto de los paramentos. la iglesia canonical de sant Pere d’Áger ofrece un primer ejemplo de dicha evolución, con un diseño muy compacto y sólido, que incluye además el recurso de los absidiolos embebidos en el muro del transepto que hemos visto ya en Vic, y que se repetirá en obras posteriores.

En la actual provincia de Barcelona, varios edificios de la segunda mitad del siglo XI revelan la consistencia de los arquetipos locales, elaborados y reelaborados con evidente sabiduría. Se reproducen en ellos las pautas de promoción marcadas por las dinastías condales, asumidas ahora por la nobleza feudal más o menos vinculada a la corte. son iglesias monásticas como sant Ponç de Corbera, sita en los montes al sur del río Llobregat y posiblemente vinculada a la familia de los Cervelló, o como sant Llorenç de Munt en la cima de la montaña homónima. o bien iglesias notables de título canonical como santa Maria de Terrassa, donde se sustituyeron finalmente las estructuras episcopales de época tardoantigua, o incluso parroquiales como santa maria de Barberá. Más al norte, en el pagus berguitano entonces todavía vinculado a los condes de Cerdanya, los templos de sant Jaume de Frontanyà, sant Llorenç prop Bagà y santa Maria de Serrateix ejemplifican la difusión y el carácter consolidado de este primer románico, en obras ciertamente monumentales pero que pocas novedades específicas aportan al desarrollo del modelo constructivo. en el extremo meridional del condado de Barcelona, una vez asegurada la marca del Penedés, se construyen también conjuntos monumentales que, junto a los viejos castillos de frontera, articulan el paisaje y la economía locales. es el caso del cenobio de sant Sebastià dels Gorgs (aunque muy poco se conserva de lo edificado en el siglo XI), o en menor medida de la iglesia de Olèrdola dedicada al santo sepulcro, uno de los más destacados ejemplos en Cataluña de una arquitectura centralizada de perímetro circular. esta fórmula tiene cierto éxito, aunque casi siempre en edificios de función auxiliar, y cierta modestia; hay ejemplos tanto en el norte del país (sant Miquel de Lillet) como en la Cataluña interior (sant Pere el Gros de Cervera).
Sin duda la arquitectura de ámbito profano tuvo también notable desarrollo en este momento, especialmente la vinculada a los castillos que, inicialmente emplazados con funciones defensivas respecto a la frontera meridional con al-andalus, pronto se convirtieron en centros de poder interior, en el complejo tejido de interrelaciones feudales propio de la época. entre las fortalezas mejor conservadas destacan algunas pirenaicas, como la de Mur y la de Llordà, en la zona del Pallars, que han sido estudiadas con cierta profundidad.
Hubo, sin duda, estructuras palatinas de cierto tamaño también en las ciudades, aunque es muy poco lo que se conserva, por ejemplo, del Palacio condal de barcelona (luego Palacio real), que era la residencia principal de los condes barceloneses. en Vic, la poderosa familia Montcada mantuvo un gran palacio urbano cuyos restos se conservan todavía hoy en el centro de la ciudad, aunque fueron destrozados a finales de siglo XIX cuando se descubrieron, en su interior, los restos de un templo romano.

Continuidad y novedades en la arquitectura del siglo XII
La evolución del primer románico debe considerarse, por un lado, en su elemento visualmente más característico, el paramento mural, y por otro con respecto a sus aspectos estructurales y volumétricos. Hacia finales de siglo XI, el valor estético de las superficies murarias ha crecido en importancia, y además la organización de los trabajos constructivos y la tendencia a la especialización de los equipos de canteros permite una evolución tecnológica que conduce a la adopción del sillar de talla como lexema básico del aparejo constructivo. Por supuesto, en el norte de europa la talla se ha impuesto desde hace tiempo, pero en los territorios meridionales su adopción es bastante más lenta debido a las ya mencionadas virtudes tecnológicas y económicas de la construcción con sillarejo. sin embargo, ya un número notable de edificios tardíos del siglo XI utilizan los sillares escuadrados y tallados para su concreta disposición en la fábrica, aunque a menudo se mantienen los recursos ornamentales tradicionales, acaso evolucionados de modo algo manierista. la canónica emporitana de santa maria de Vilabertran es paradigmática de la evolución constructiva hacia el románico pleno. incluso en su ábside mayor se observa el arranque de las lesenas típicas de la tradición paramental del siglo XI, que luego fueron suprimidas en la definitiva reorientación del proyecto edilicio. de todos modos, la iglesia no se sustrae de las prácticas habituales en cuanto a traza y a volumetría, e incluso añade un esbelto campanario que entronca perfectamente con la tradición de las grandes torres del pasado (Cuixà, Ripoll), tanto en lo formal como en lo decorativo. como se sabe, este tipo de torres-campanario muy esbeltas y de gran altura son igual mente características de muchos edificios pirenaicos, a los que demarcan territorialmente y en los que la persistencia de los elementos tradicionales suele ser más intensa. se han mencionado antes los celebrados templos del valle de Boí, edificados la mayoría de ellos (o reedificados) entre finales de siglo xi y comienzos del XII.
Ofrecen una particular visión de la tradición constructiva de la centuria anterior, tañida de un curioso barroquismo ornamental bastante rudo. como particularidad local, compartida con la vecina región del valle de aran, destaca la renuncia a los abovedamientos pétreos y el uso de potentes armaduras de madera, a las que sostienen unos característicos pilares de formato cilíndrico, inéditos en el contexto catalán, aunque no en el aragonés. otras fábricas alzadas en el entorno de 1100 responden a parámetros similares a los de Vilabertran, caso de la también emporitana iglesia abacial de sant Quirze de Colera o del templo del sant Sepulcre de Palera, situado en el vecino condado de besalú, cuyas formas apuntan ya firme mente hacia la arquitectura más característica del siglo XII. esta será de geometrías austeras y de discreta articulación ornamental, y en ella la decoración paramental del primer románico desaparece o bien se codifica de manera bastante poco ortodoxa. los arquillos ciegos bajo las cornisas absidales, por ejemplo, serán elaborados ahora con bloques bien tallados y se convierten en puntuales grecas, adornadas a menudo con ménsulas figurativas.

Santa Maria de Vilabertran 

La evolución arquitectónica que conduce al siglo XII puede ser descrita genéricamente sobre la base de tres o cuatro argumentos. el primero se ha mencionado ya: el cambio tecnológico que supone el uso de sillares y las repercusiones progresivas de dicho cambio en la articulación decorativa de los paramentos. un segundo factor a tener en cuenta es la continuidad de las tipologías constructivas y de las soluciones formales, que mantienen los valores del siglo XI, quizás incluso reduciendo su diversidad. en este sentido, es revelador el predominio de los diseños en forma de cruz latina, con cabeceras formadas a partir de grandes transeptos y una estructura de triple ábside (ocasionalmente en forma trebolada, aunque tampoco eso es una estricta novedad). también debe considerarse una evolución natural el interés, acaso incrementado, por los abovedamientos pétreos, con énfasis evidente en la bóveda de cañón articulada o no mediante fajones. es muy frecuente el añadido de la bóveda sobre templos hasta entonces cubiertos con techumbres de madera, incluso en fábricas muy modestas, para lo que se suele recurrir al refuerzo de los muros perimetrales. sobre los cruceros, la presencia de cimborrios es más ocasional, aunque no escasa. a los elementos de continuidad frente a la arquitectura del primer románico, hay que oponer la adopción de novedades que suelen arribar desde el norte, vía Languedoc o Provenza (a la sazón territorios bajo influencia política catalana). cabe reconocer que dichas novedades aparecen de for ma bastante puntual, adaptados a las estructuras tradicionales de manera relativamente superficial, sin plantear una renovación profunda de los idearios constructivos.

Monasterio de Sant Pere de Galligants. 

Paradigma de lo ambiguo en la recepción de elementos estructurales es, desde luego, el uso del deambulatorio como solución para el desarrollo oriental de los templos, que prácticamente se limita a dos casos ejemplares, las iglesias monásticas de sant Joan de les Abadesses y sant Pere de Besalú. su valor en ellas me parece que resulta más de sus connotaciones simbólicas, como forma constructiva de prestigio, y menos de su comodidad funcional relacionada con el culto a las reliquias o con aspectos procesionales, y en cualquier caso su articulación presenta en ambos casos ciertas limitaciones.
En sant Joan de les Abadesses, consagrada en 1150, la cabecera tiene formato monumental a semejanza, quizás, de modelos tolosanos, con deambulatorio y tres potentes capillas de disposición radial, que se suman a otros dos absidiolos abiertos en batería a un transepto de considerables dimensiones. el formato primitivo se conoce mal, pues la iglesia sufrió enormemente el gran terremoto de 1428, y la reconstrucción posterior se aleja del diseño original. En cualquier caso, es evidente la desproporción entre esta gran cabecera y el desarrollo escueto y reducido de la nave única del templo, que resulta claramente descompensada y que probablemente fuera una solución de emergencia, pues el modelo reclama de forma manifiesta un cuerpo de naves triple. la reducción de la idea quizás se debió a los problemas financieros de la obra, que están bien documentados, aunque también se ha relacionado con la voluntad de conservar el especial diseño del conjunto monástico, a doble claustro.

El deambulatorio de sant Pere de Besalú sí conserva su estructura primigenia.
Se despliega alrededor del altar mayor mediante una serie de magníficas columnas dobles coronadas por capiteles de gran calidad, pero los tres absidiolos radiales son de desarrollo muy reducido y, en realidad, se han convertido prácticamente en pequeños nichos perforados en el grueso del muro, sin proyección exterior. no hay, en este caso, desproporción entre la cabecera y el resto del templo, una estructura férrea y algo sombría de tres naves y transepto, cubierta con pesadas bóvedas. el último elemento imprescindible para el análisis de la arquitectura catalana del siglo XII es evidentemente la introducción de la escultura como argumento decorativo fundamental. aunque se ha mostrado ya la presencia de escultura en el primer románico, no cabe duda que su desarrollo e importancia es menor, y además parece que poco relacionada estilísticamente (incluso técnica mente) con la escultura musculada y de volúmenes altos propia de la centuria doceava. está claro también que el interés por la plástica es inherente al cambio de tecnología constructiva y al arraigo de equipos de canteros especializados, algunos de probable origen foráneo como revelan las pautas de estilo e iconográficas de sus trabajos. en realidad, esta escultura del románico maduro llega de forma tardía al ámbito catalán, pero luego se desarrolla con gran intensidad, básicamente en exteriores y menos en la ornamentación interior de los templos. además de formar parte de los nuevos proyectos, se incorpora superficialmente a los conjuntos antiguos. en este sentido, es paradigmática la anexión de grandes portadas a fachadas de edificios preexistentes, y también la construcción de amplios claustros decorados con extensos repertorios figurativos. aunque no es lugar aquí para analizar los pormenores estilísticos de dicha escultura, debe señalarse quizás la existencia de dos grandes focos escultóricos: uno en el Rosellón, que cuenta con canteros versados en la talla del elegante mármol autóctono, y otro nacido al amparo de las obras de Ripoll y de la catedral de Vic. a ellos deben sumarse, luego, otro tipo de formulaciones que suelen tener ascendencia tolosana o languedociana en general, aunque articulada de modos distintos.
Los edificios de nueva planta más interesantes del siglo XII son probablemente los dos ya mencionados de sant Joan de les Abadesses y sant Pere de Besalú, así como la iglesia de sant Pere de Galligants en Girona, y la contundente y emblemática catedral de santa Maria de la seu d’Urgell. en el monasterio de Galligants, las obras de construcción de la iglesia actual parece que pue den relacionarse con un legado testamentario del conde Ramón Berenguer III, fechado en 1131. es una fábrica de tres naves y transepto, de muros y pilares muy sólidos que confieren al interior un aspecto pesado, pese a los puntuales adornos en forma de particulares líneas de imposta y de sencillas grecas perladas. contribuyen también a la riqueza ornamental las semicolumnas que articulan los pilares en la nave central, coronadas por capiteles de gran tamaño cuyas fórmulas estéticas se han relacionado con la escultura de Saint-Sernin de Toulouse.
Es este uno de los más precoces conjuntos en que se advierte de forma directa en Cataluña el influjo de la extraordinaria plástica tolosana.
La cabecera del templo resulta francamente original, aunque quizás su extraño plantea miento responde a variaciones en el proyecto edilicio: al ábside principal se suman dos pequeños absidiolos abiertos en el costado sur del transepto, y otros dos de mayor tamaño situados en el costado norte, uno de ellos ubicado en el extremo. no se conoce el motivo de tan particular diseño, aunque se lo ha querido relacionar con el alzado de una torre campanario precisamente sobre este lado septentrional del transepto.
La escultura también está presente en el interior de sant Pere de besalú, aunque aquí las fórmulas revelan un gusto clasicista que se ha relacionado menos con lo languedociano y más con la plástica provenzal. el ornato escultórico de su fachada, en cambio, responde a planteamientos típicos del foco rosellonés, en un ejemplo de lo habitual del trabajo de diferentes equipos de escultores en un proyecto constructivo, incluso al mismo tiempo. a mediados de siglo XII, la villa de Besalú se convirtió en uno de los centros constructivos más activos de toda Cataluña: al margen del templo monástico de sant Pere, se levantaron obras monumentales en la iglesia canonical de santa maria y en el templo parroquial de sant Vicenç. aunque las tipologías son distintas, los tres edificios comparten un modelo constructivo similar, de líneas pesadas y firmes pero paradójicamente estilizado en sus soluciones estéticas, rigurosas y muy armónicas, con un aparejo de granito característico de la zona, bellamente tallado. este particular modelo bisaldunense ofrece, en realidad, una original aproximación a los esquemas occitanos y en general meridionales, y una búsqueda compartida con ellos de referencias en el arte clásico romano o tardorromano. aunque algo genérica, su influencia puede rastrearse en una larga serie de templos de la región catalana oriental, desde la canónica de Santa Maria de Lledó hasta la parroquial de santa Maria de Costoja, o incluso en Santa maria de Porqueres, cerca de Banyoles. la vitalidad constructiva de la Cataluña interior es quizás menos relevante en el siglo XII, aunque hay también obras notables de la madurez estilística del románico pleno. un ejemplo bastante particular es la iglesia monástica de sant Pere de Camprodon, al norte de Ripoll, todavía en el territorio histórico del condado de besalú, entonces integrado ya plenamente a los dominios de los condes de barcelona. consagrada en 1169, destaca por su elegante austeridad formal, con una planta en cruz latina, cubierta de la nave única en cañón apuntado y una curiosa cabecera de ábsides cuadrangulares, el mayor de gran desarrollo. sobre el crucero se alza un característico cimborrio octogonal, coronado por un pequeño campanario de dos pisos.

El afianzamiento del movimiento canonical permite también la consolidación de conjuntos monumentales para las comunidades agustinas, y el alzado ex novo de varios templos interesantes. en la diócesis de Vic hay dos ejemplos paradigmáticos de ello: santa maria de Lluçà y santa Maria de l’Estany, canónicas ambas íntimamente vinculadas al capítulo catedralicio ausetano. la formulación de sus diseños sigue las pautas habituales del momento, consolidando un tipo de iglesia de nave única, generalmente con transepto, que preside un conjunto arquitectónico centralizado por pequeños claustros que capitalizan el desarrollo escultórico. un esquema similar en planta ofrece la iglesia monástica de sant Benet de Bages, que sustituyó a un templo del siglo X con un edificio de líneas claras y compacto, centro de un conjunto organizado también a los flancos de un claustro de dimensiones reducidas. también en la ciudad de barcelona, o en sus aledaños al menos, se construyen o se reforman a lo largo del siglo XII varios edificios interesantes. destacan particularmente los templos abaciales de sant Pere de les Puel·les, situado frente a las murallas nororientales, y de sant Pau del Camp, emplazado en el área agrícola del suroeste de la ciudad. Curiosamente, ambos parten de una traza que tiende más o menos a la forma de cruz griega. en la abacial femenina de les Puel·les dicho formato lo ostentaba ya el edificio prerrománico primitivo, que fue ampliamente remodelado en los años centrales de la centuria y consagrado en 1147.
En sant Pau del Camp, la planta tiene el habitual esquema de nave única y cabecera triabsidada, pero la gran dimensión del transepto y el énfasis en el crucero cupulado igualmente parecen apuntar, más lejanamente, a las formas centralizadas. la iglesia románica sustituyó también aquí a un edificio anterior, desconocido, y se caracteriza por un notable manierismo decorativo que apunta a fechas tardías, aunque las obras están documentadas solo en 1127.
Cabe destacar además su singularísimo claustro de arcuaciones trilobuladas, fechado a finales de siglo XII o incluso más tarde. todavía en el área de influencia de la ciudad condal, pero más al sur, en la pujante área del Penedès, el robusto templo de sant Martí Sarroca se rige por una monumentalidad cerrada y vertical, y asume un desarrollo escultórico muy amplio y espectacular, tanto en el interior como en el exterior. las formas corpulentas y los altos volúmenes de sus capiteles, con preferencia por los tipos corintios y un evidente apego a la elaboración ornamental por encima de la figuración, son característicos ya de la fase final del románico.

Todavía en el románico pleno, no hay duda de que el último gran templo alzado en Cataluña durante el siglo XII es el de santa maria de la seu d’Urgell, la gran catedral pirenaica. Es además cabeza de serie de un numeroso grupo de edificios de la región noroccidental catalana que o bien siguen sus formas de manera clara y evidente, o por lo menos se inspiran en algunos de sus elementos más característicos. revelan estos conjuntos la trascendencia y poderoso impacto de la prolongada cantera urgelitana, cuyos trabajos empezaron en la segunda década del siglo XII, gracias al impulso del enérgico obispo Ot, y no terminaron hasta finales de la misma centuria. el monumental templo, que sustituyó a la catedral anterior del siglo XI, ofrece una lectura renovada de los asuntos tradicionales de la arquitectura local: desarrollo horizontal y gusto por los espacios amplios, plan ta en forma de cruz latina, abovedamientos generalizados y de cierta complejidad, y austeridad decorativa en el interior.
Todo ello se combina con un par de elementos muy particulares, que se han asociado siempre con el influjo más o menos directo de la arquitectura del norte de Italia: el esquema de la fachada occidental, con su perspectiva unitaria y su acusada dimensión ornamental, y la soberbia galería abierta que se dispone en lo alto del gran ábside mayor, que luego continua, ya cerrada, por el muro oriental del transepto. ambas soluciones son inéditas en el contexto catalán, y lo cierto es que su presencia la seu no se ha explicado todavía de manera realmente satisfactoria. Por supuesto, la historiografía los ha relacionado a menudo con el documentado maestro de obras de la catedral, Raimundo Lambardo, del cual se conserva un interesantísimo contrato de obras, fechado en 1175. el nombre del maestro se ha considerado a veces un indicio de su procedencia italiana, pero ya se demostró a comienzos de siglo XX que el término “lambardo” no aparece en el texto contractual como apellido gentilicio sino como calificativo de oficio, pues el vocablo está bien documentado en tierras catalanas como sinónimo de constructor o maestro de obras.
Por lo demás, otros documentos conservados en el archivo catedralicio parecen haber demostrado la procedencia local del maestro, que unos años más tarde firma un contrato de compraventa como Raimundus de Nargo lambardus, es decir como Raimundo de Nargó (Nargó es un pueblo vecino a la seu d’Urgell), “el lombardo” (o el constructor).
Aclarada, creemos, la polémica sobre el origen del personaje, cabe señalar también que su contrato supone solo la finalización de las obras catedra licias, pues el famoso texto explicita que sus trabajos deben dar por concluidas las partes altas de la catedral: cubiertas, cimborrio y arranque de las torres.
Raimundo efectivamente cumplió con lo establecido por escrito en 1175, aunque su aportación resulta algo menos correcta y firme que lo edificado en las campañas anteriores. Por cierto, la catedral finalmente no se concluyó, pues les torres de los extremos del transepto deberían haberse alzado como verdaderos campanarios, y en cambio quedaron casi al nivel de los tejados, es decir, significativamente, tal y como se le pidió al maestro que los dejara.

Dicho todo esto, insisto en que santa maria de la Seu dÚrgelles el más distinguido edificio del románico maduro catalán, la obra más monumental entre las construidas en el siglo XII y el ejemplo paradigmático de la continuidad de las modelos tradicionales y de su adaptación a las puntuales novedades externas.
El influjo italiano se limita firmemente a los dos elementos ya mencionados, que en cierto modo son un añadido exógeno a un diseño de lo más conservador.
Por otra parte, también la ornamentación escultórica evoca en aspectos específicos al mundo itálico (algunos motivos iconográficos y, especialmente, la disposición de la escultura en la fachada occidental), pero estilísticamente se ha relacionado sobre todo con el entorno tolosano y con la vecina tradición rosellonesa, es decir con modelos ya perfectamente conocidos y difundidos en Cataluña. la catedral tiene un cuerpo de tres naves, con la central cubierta por bóveda de cañón y las laterales por bóvedas de arista, y un gran transepto culminado por los dos torreones inacabados.
El gran ábside mayor preside la contundente cabecera, flanqueado por cuatro absidiolos más pequeños, dos por costado, que quedan embebidos en el muro. desde el exterior, la fábrica tiene un aparatoso aspecto defensivo, condicionado sin duda por el trasfondo bélico de la segunda mitad del siglo XII en la zona, enfrentado el bando episcopal con los poderosos señores feudales de su entorno. como decía, la sede urgelitana fue modelo o inspiración de una serie de templos pirenaicos de menor ambición monumental, pero casi siempre de calidad. uno de ellos es la iglesia abacial de santa maria de Gerri, en el Pallars, cuya relación con el obispo Ot, que había sido su abad, explica la reinterpretación de un similar modelo arquitectónico. también la hoy catedral románica de Solsona debió de tener puntos de contacto con la obra de la seu, aunque de ella quedan única mente los ábsides, inseridos en el actual templo tardogótico. en la comarca francesa del conflent, santa maria de Cornellà es un templo interesantísimo, edificado en el siglo XI pero tardíamente reformado en su sector oriental, donde la nueva cabecera resulta claramente una imitación simplificada de la de la catedral de la Seu, con los mismos recursos ornamentales y el característico color ocre y aspecto brillante de los sillares, perfectamente tallados.
Presenta también paralelismos evidentes la fábrica de santa Maria de Covet, en el sector meridional del Pallars, que dispone de una peculiar galería porticada en el interior de su fachada occidental, y de una portada escultórica de complejo valor iconográfico. rasgos más puntuales del influjo urgelitano se han destacado en algunos templos de situación más meridional y más tardíos, como santa maria d’Agramunt, iglesia muy interesante que comparte ya las formas adoptadas por los grandes proyectos episcopales del tardorrománico catalán.

El románico en fechas tardías
La fidelidad a las fórmulas románicas es ciertamente característica de la europa mediterránea, donde el apego a las estructuras tradicionales desafía con tenacidad la difusión del nuevo estilo gótico nacido en la Île-de-France. Es tentador vincular dicha resistencia a las cualidades específicas de la sociedad y la cultura meridionales, a su más directo vínculo con la antigüedad romana, aunque el asunto es, por supuesto, bastante complejo. sea como fuere, durante casi toda la primera mitad del siglo XIII, en Cataluña se construye bajo pautas tradicionales, es decir siguiendo argumentos románicos que no aportan demasiadas novedades, acaso una concepción más recargada de sus líneas elementales que se suele calificar, con cierto sentido, de manierista. debe destacarse, además, el uso generalizado de la bóveda de cañón apuntado (lo que, desde luego, no es para nada un indicio del gótico), lo mismo que un repertorio escultórico muy interesante, de formulación decorativista, que suele tener gran desarrollo especialmente en las portadas.
La larga duración de las principales campañas constructivas, que acaban por alcanzar el siglo xiv o incluso el XV, permite observar en los mismos conjuntos como las formas románicas comparten espacio con el vocabulario gótico de importación, mediante el cual se concluyen las fábricas.
Sin embargo, difícilmente puede concretarse la existencia de un verdadero estilo “de transición” entre ambos modelos, propuesto en ocasiones por la historiografía, pues los aportes góticos en todo caso se adaptan a (o motivan la adaptación de) los diseños románicos originales, pero sin condicionarlos a priori. el espacio geográfico por excelencia en este periodo final del románico será la Catalunya Nova, el territorio meridional conquistado a los musulmanes por los condes de barcelona, que luego debe abastecerse, necesariamente, de edificios para el culto cristiano. aunque abundan las construcciones rurales, de pretensiones limitadas, cabe señalar la importancia de dos proyectos catedralicios de gran envergadura, en tarragona y Lleida, y también el inicio de las obras de los grandes monasterios cistercienses que dominaran el panorama religioso del siglo XIII, en particular santa maria de Poblet.
Tal vez el edificio más significativo es la catedral o Seu Vella de Lleida, que se construye a partir de 1203. su primer maestro de obras, el documentado Pere de coma, hubo de ser también el autor de su traza primitiva, que retoma una tipología plenamente tradicional sobre la base de una planta de cruz latina. la sede leridana es un edificio ambicioso en lo monumental, con cuerpo de tres naves y una cabecera de enorme desarrollo que contaba inicialmente con cinco grandes ábsides escalonados (originales quedan solo dos) abiertos al espacioso transepto. el edificio tiene la solidez característica de la arquitectura del románico tardío, y un aspecto bastante unitario y armónico pese al escaso desarrollo longitudinal de las naves, de solo tres tramos. Hoy parece aceptado que se ideó un sistema de cubiertas fundamentado en la bóveda de cañón apuntado, aunque más tarde se decidió cambiar este primer diseño por las actuales bóvedas de crucería góticas. ello motivó la irregular adaptación de los grandes pilares articulados de la nave, para añadir el apoyo de los nervios superiores.
El cimborrio que se alza sobre el crucero contiene también elementos léxicos propios del gótico, especialmente en las ventanas, pero hay que subrayar la base estrictamente románica del edificio, cuyos volúmenes y relaciones espaciales beben de la tradición autóctona (incluso todavía de modelos confeccionados en el lejano siglo XI) y nada tienen que ver con los novedosos esquemas de importación francesa o languedociana.

Seu Vella de Lleida 

El modelo constructivo de la Seu Vella tiene una repercusión bastante amplia en la Catalunya Nova, aunque es todavía mayor el influjo de la escultura que decora sus numerosos portales, de efusivo carácter ornamental y escasa intención figurativa. la potencia de este desarrollo plástico ha permitido definir una “escuela de Lleida” que representa quizás el principal aporte tardío a la escultura románica en Cataluña. aparece ya en fase seminal en la magnífica portada de santa maria de Agramunt, y luego en otros templos menores del entorno leridano, como sant Pere de Cubels o santa maria de Verdú.
En sentido estrictamente arquitectónico, incluso la catedral de tarragona parece deber algo a la sede leridana. su construcción fue, comprensiblemente, un proyecto de enorme trascendencia eclesiástica, pues hubo de levantarse ex novo un edificio para la recuperada sede metropolitana tarraconense, luego de la repoblación y reorganización feudal de la ciudad y de su entorno llevado a cabo a partir de 1130.
Las obras catedralicias no se iniciaron hasta el tercio final del siglo XII, de modo que el proyecto primitivo es notablemente anterior al de la catedral de Lleida. su diseño original era probablemente muy simple (una basílica de tres naves y triple cabecera), pero luego se remodelaría y monumentalizaría precisamente al calor del influjo leridano, quizás a partir de la década de 1230. La fábrica definitiva repite en efecto la tipología templaria de la Seu Vella, aunque la cabecera debe adaptarse a la extraña ubicación del claustro en su ángulo nororiental, condicionada por el incómodo emplazamiento del conjunto en el lugar más elevado de la ciudad (donde la arqueología ha confirmado recientemente que se alzaba el viejo templo romano de Tarracó, dedi cado a augusto). las naves son de gran altura y, como en Lleida, cubren siempre con bóvedas de crucería; se corona el crucero con un cimborrio octogonal, de bellos ventanales ojivales.

Podemos terminar con una breve mención al manido asunto del arte cisterciense, al que en ocasiones se ha querido dotar de identidad específica como frontera entre lo románico y el gótico posterior. en realidad, resulta improbable hablar de una arquitectura específicamente cisterciense al margen del contexto general, aunque es cierto que algunos rasgos elementales caracterizan ocasionalmente los proyectos de los monjes blancos, entre ellos una sobriedad decorativa que popularmente se vincula al carácter austero de la orden, pero que, como se sabe, habría de ser progresivamente abandonada. en Cataluña, el principal cenobio cisterciense es el de Poblet, por lo menos desde el punto de vista constructivo.
Su iglesia abacial estaba en obras ya en la década del 1160, y ofrece una cabecera con deambulatorio que todavía cabe considerar románica, aunque la postrera solución de sus cubiertas con bóvedas de crucería es influencia ya del gótico francés meridional. La iglesia dispone de un cuerpo de naves triple, con la central cubierta con la característica bóveda de cañón apuntado y las colaterales finalmente con bóvedas de crucería góticas (que sustituyeron a las bóvedas de arista previstas en el proyecto original). finalmente, los templos abaciales de los otros dos grandes monasterios cistercienses catalanes, santes Creus y Vallbona de les Monges, son notablemente distintos a Poblet y se caracterizan por su sector oriental con cabecera plana, más típica de la orden.
Santes Creus es un conjunto de envergadura, con cabecera de cinco ábsides cuadrangulares y estructura basilical de tres naves, donde destaca sobremanera la peculiar resolución del apoyo inferior de los fajones de la nave central, que se articula mediante unos inéditos modillones escalonados de gran tamaño, que dan un curioso aspecto a los pilares de soporte, por otra parte inarticulados.
El templo de Vallbona es de dimensiones considerablemente menores, y organizado además en una única nave muy estrecha, con poderoso transepto y tres ábsides también de planta cuadrada. ambos edificios ostentan cobertura en crucería, de nuevo añadida a posteriori tras una variación del diseño tardorrománico primitivo, que debió ser otra vez en bóveda de cañón apuntado. 

La escultura románica en piedra y en madera
Desde que en 1954 se completó la edición de los tres volúmenes de Puig i Cadafalch dedicados a la escultura románica de la colección Monumenta Cataloniae, no se ha publicado ningún volumen específico de síntesis sobre esta disciplina en Cataluña a pesar de los numerosísimos trabajos e investigaciones llevados a cabo estos últimos más de sesenta años. Tampoco hay un trabajo general dedicado a la talla en madera, a pesar de la gran riqueza de testimonios conservados, como veremos en los apartados dedicados a esta disciplina. Quizá estas ausencias no debieran de sor prendernos, puesto que, en este caso, la talla pétrea y en madera de época románica en Cataluña ha debido competir con el peso monumental de la arquitectura y el esplendoroso colorido de la pintura, estrella especial no solo de algunos monumentos que todavía las conservan, sino también de algunos museos.
En cualquier caso, esta práctica que debió de abordar el espacio y el relieve, sin duda alguna desarrollada en función de la arquitectura, del espacio y de las necesidades cultuales y litúrgicas, constituyó, como es bien conocido, una de las grandes aportaciones del románico al arte europeo de la edad media. en cualquier caso, Cataluña ofrece un largo abanico cronológico que comprende, casi sin interrupción, la evolución de la escultura desde el año 1000 hasta avanzado el siglo XIII, a pesar de no haber jugado un papel de centralidad como el que desempeñaron algunos focos del mundo hispánico, del mediterráneo y de la europa occidental. así, desde sant Pere de Rodes hasta la Seu Vella de lleida, pasando por la portada de Ripoll, los relieves del singular maestro de Casbestany o la Virgen del claustro de Solsona se dibuja un panorama casi continuo, rico en todas las vertientes, plagado de obras maestras y cuya cronología, función y significación siguen siendo motivo de debate.
Paralelamente, la realización de imágenes de culto en madera policromada y de otros objetos de mobiliario litúrgico aportó piezas ineludibles en una historia del arte medieval. ellas pertenecen a diversas tipologías y ofrecen algunas singularidades, como la modalidad de crucifijo de tipo triunfante, las Majestats (majestades) o los excepcionales conjuntos del descendimiento de la cruz, con sus siete personajes. es indudable que Cataluña cuenta con la fortuna de haber conservado una gran cantidad de piezas, entre ellas obras maestras como la majestad Batlló, la Virgen de Ger o el cristo de Mijaran.
Las páginas que ahora siguen pretenden mostrar un estado de la cuestión y un avance de problemáticas relativas, en primer lugar, a la escultura pétrea. Hemos optado por una agrupación basada en la cronología y en los distintos grupos o círculos desde una base estilística. sin duda, se notarán ausencias dado que nos hemos centrado en los casos más tratados.
Por lo que se refiere a la talla en madera, hemos optado por una ordenación tipológica, ante la dificultad de mostrar una gradación cronológica como la que la historiografía ha ordenado en el caso de la escultura arquitectónica. sin embargo, también se han planteado cuestiones relativas a los talleres y, de modo significativo, a sus conexiones con los monumentos realizados en materiales pétreos.

La escultura en piedra
La primera mitad del siglo XI:
Primeros interiores y fachadas decorados con escultura los primeros planteamientos claros de una decoración escultórica de carácter monumental pueden situarse en dos grupos perfectamente definibles: en primer lugar, el de la serie de capiteles de tipo corintio de Ripoll y Vic, entre otros; en segundo lugar, el de la decoración de interiores y fachadas del ámbito rosellonés y ampurdanés, donde destaca sant Pere de Rodes, que iba en paralelo a importantes aplicaciones en el mobiliario litúrgico. en ambos grupos una decoración basada en la talla a bisel, de escasa profundidad, que basa su visibilidad en los efectos de claroscuro, y unos primeros casos elocuentes de valoración y planteamiento plástico de los interiores a través del relieve, más cercana a la tradición altomedieval que a las tendencias que se desarrollarán en europa a partir de mediados del siglo XI.
En diversas construcciones de la zona comprendida entre Ripoll y el centro de Cataluña se desarrolló un tipo de decoración de tipo corintio para los capiteles de las columnas. se trata de la serie de los anteriormente llamados capiteles de “tipo califal”, que conserva muestras elocuentes en Ripoll, en la cripta de la catedral de Vic, en sant Benet de Bages y en sant Mateu de Bages, entre otros.
Inicialmente fueron fechados en el siglo X, basándose en una serie de consagraciones de los edificios celebradas hacia los años 970, y fueron relacionados con los capiteles del mundo califal, utilizando como muestras ejemplos de la mezquita de córdoba.
También se asociaron a este grupo los vestigios atribuidos al baldaquino de Cuixà perteneciente, también, a la época de Oliba. Pero en el estado actual de la cuestión, esta escultura parece estar más vinculada al conjunto de construcciones levantadas por el abad y obispo Oliba y algunos de sus coetáneos.
Así parecen confirmarlo el tratamiento de las hojas de acanto, decoradas con palmetas, visible en uno de los capiteles de Ripoll, inacabado, en concordancia con otras manifestaciones de las primeras décadas del siglo XI.
A este mismo grupo se incorporaron dos capiteles de Cornellà de Llobregat, con las hojas de acanto completamente trabajadas mediante palmetas y motivos a bisel. este cambio de datación nos abre una nueva necesidad, ya que nos obliga a replantear el estado de la cuestión relativo a los escasos restos escultóricos fechados normalmente hacia el siglo X, como los elementos geométricos, vegetales, incluso tímidamente figurativos, a menudo situados en el arco de entrada del presbiterio de pequeñas iglesias pertenecientes a dicha época. ello conllevaría, de nuevo, analizar con profundidad su arquitectura. es, sin duda, un campo de la decoración de los edificios altomedievales, si se quiere “prerrománicos”, que se muestra claramente distinto respecto de otros territorios de la Península ibérica, que debe de ser revisado a tenor de los cambios propuestos para los capiteles antes citados.

Santa Maria de Ripoll. Capitel (primer tercio del siglo XI). 

Casi paralelamente a Ripoll y Vic, desde las primeras décadas del siglo XI una serie de monumentos del ámbito oriental del Pirineo en sus dos vertientes incorporó la decoración escultórica en el interior y en las fachadas de las iglesias. se trata del grupo rosellonés-ampurdanés compuesto por una tríada ineludible de monumentos que arquitectónicamente también han sido agrupados: Sant Genís de fontanes y Sant Andreu de Sureda (Rosellón) y Sant Pere de Rodes (alt Empordà). Por un lado, perviven testimonios de programas figurativos, centrados por teofanías, mediante un relieve plano basado en el efecto del contraste entre luz y sombra, heredero tanto del ámbito bizantino co mo de formulaciones tardoantiguas y altomedievales. nos atrevemos a apuntar que, en un sentido estricto, este tipo de relieve se sitúa más dentro de lo llamado prerrománico que de lo románico. sin embargo, en la relación plástica que va estableciendo con el edificio, al valorar la fachada. sería el caso de sant Genís de fontanes, fechable entre 1019-1020 por la inscripción que conserva, y el de sant Andreu de Sureda, donde además de la teofanía del dintel conserva una serie de elementos reutilizados que enmarcan el ventanal de la propia fachada. Fotografías antiguas demuestran que en sant Pere de Rodes también hubo decoración figurativa, deducible también por el ventanal con servado en la fachada occidental, pero este conjunto se distingue por el programa decorativo sistematizado del interior, aplicado en el arco triunfal del presbiterio y en los pilares de separación de las naves. el programa decorativo está claramente articulado y ordenado en los pilares de las naves, al combinar el capitel de tipo corintio con el de entrelazo de modo sistemático.
Por otro lado, la sensación de volumen, la agilidad de las composiciones de los capiteles vegetales está totalmente en acorde con el carácter antiquizante que caracteriza el planteamiento del sistema de soportes del interior.
En otro orden de cosas, el repertorio de los entrelazados hace conectar directamente esta escultura con el Languedoc mediterráneo, tal como también sucede con la decoración de las mesas de altar decoradas a base de lóbulos, asociadas a talleres del entorno narbonés. dentro de esta escultura del siglo XI entra también la decoración de la fachada oriental de san ta maria d’Arles (Vallespir).
El sentido del relieve parece estar más desarrollado que en las vecinas sant Genís y sant Andreu de Sureda, lo que ha situado la decoración de esta iglesia monástica en un momento posterior, a mediados del siglo XI, en concordancia con la consagración del año 1048. recientemente, a la serie de capiteles del monasterio ampurdanés puede incorporarse un grupo de capiteles de entrelazo descubiertos en la catedral de Girona, lo que amplía el alcance de dicha tendencia. de hecho, los vestigios de escultura del siglo XI de dicha seo van más allá de este tipo de capiteles asociados directamente a los de sant Pere de Rodes: una serie de fragmentos de cornisa o imposta muestran recuerdos del mundo antiguo, junto con otros que pertenecen al interior de la nave de la iglesia del monasterio femenino de sant Daniel.
No olvidemos que en ambos casos, la figura de la condesa Ermessenda de carcasona se alza como impulsora común, si tenemos en cuenta su vinculación con las obras del cenobio femenino en 1018 y con su papel en relación con la construcción de la seo gerundense, recordemos consagrada en 1038.

Sant Andreu de Sureda (Rosellón). Dintel (ca. 1030). 

De algunos de estos elementos, en especial los de las dos fachadas rosellonesas, no debemos de olvidar que parte de la historiografía consideró que se trataba de piezas reutilizadas procedentes del mobiliario de altar. se trata de una cuestión que no podemos considerar totalmente cerrada, más teniendo en cuenta que paralelamente se producían una serie de tablas de altar, en mármol reutilizado, decoradas a base de lóbulos, que de nuevo presentan una larga trayectoria precedente en los talleres narboneses desde la alta edad media.
Buena parte de estas tablas de altar se han fechado en el siglo XI, entre ellas las de la catedral de Elna (Rosellón), sant Andreu de Sureda, o las sedes situadas ya en la vertiente sur como la Seu dÚrgell y, también, Girona.
Algunas de estas piezas han sido asociadas a consagraciones de los edificios del siglo XI, aunque como muestra de la larga vigencia de esta tipología podemos recordar que el ara de altar de saint-Sernin de Toulouse, pertenece a la consagración del 1096, en un contexto artístico y cultural distinto del que ahora estamos analizando.
Los repertorios asociados a este relieve plano, con un uso frecuente de la talla a bisel, fueron también aplicados a puntos más meridionales hasta más allá de mediados del siglo XI. es el caso de la decoración del interior de la catedral de barcelona o de la canónica de sant Pere d’Àger entre los más destacados, aunque también alcanza conjuntos más modestos como los prioratos de sant Sebastià dels Gorgs (alt Penedès) y sant Ponç de Corbera (Baix Llobregat).
Respecto de los precedentes del primer tercio de siglo se acentúa el uso de los repertorios geométricos y vegetales, tallados a bisel, con puntuales testimonios de figuración.
Pero, como es sabido, la decoración en relieve de la alta edad media no debía consistir, exclusivamente, en el uso de materiales pétreos. el estuco o, en un sentido más amplio, el yeso, podía revestir los muros con elementos en relieve, combinados con policromía. cabe presumir que en este caso han desaparecido muchísimos testimonios, que sin duda transformarían el panorama del aparato decorativo de los edificios.
Sin embargo, algunos fragmentos, como los conservados entre los restos de la iglesia monástica de sant Serni de Tavèrnoles, excesivamente restaurados, muestran el posible alcance de estos programas decorativos, y el uso del relieve plano con motivos vegetales y de figuración. en fechas aparentemente más avanzadas se trabajaba en la iglesia catedral de Elna (Rosellón), cuya decoración aplicada en los pilares de soporte del interior muestran un repertorio decorativo de carácter ligeramente variado, aunque un sentido débil del relieve. también se ha fechado en el siglo XI, ya en fechas más avanzadas, el conjunto de sant Miquel de Fluvià. Esta iglesia está fechada en función de su consagración, en 1066, y contiene una decoración aplicada al interior de la nave que parece derivar de soluciones habituales en la primera mitad de la centuria.

¿Una escultura hacia 1100?
Si bien los elementos básicos de la escultura de la primera mitad del siglo xi están determinados con cierta claridad, hemos visto como el panorama de la segunda mitad es desigual y aparentemente discontinuo.
Esta situación se detecta también ante el vacío, quizás aparente, del entorno del 1100, en doble contraste con la eclosión de la escultura monumental en buena parte de europa, mundo hispánico incluido, y con las numerosas campañas de decoración pictórica en aquellas mismas fechas en Cataluña.
Sin embargo, hay diversos ejemplos que merecen ser considerados, algunos de ellos relacionados con el mobiliario. en este sentido, es remarcable asociar a este momento la cátedra de la catedral de Girona, trabajada en mármol, puesta en paralelo con el célebre Tapiz de la Creación. también ha sido fechada hacia esta misma época la portada de sant Joan el Vell de Perpinyà, de innegable recuerdo antiquizante.

Santa Maria d’Artés (Bages). Detalle de la decoración del exterior del ábside (¿primeras décadas del siglo XII?). 

Quedan por clasificar de modo satisfactorio una serie de conjuntos que, tratando la figuración de un modo generalizado, con un cierto sentido del volumen, muestran un desarrollo rígido de las composiciones. ciertamente, puede tratarse de obras realizadas por escultores de escaso nivel técnico, pero algunos de los motivos parecen enlazar con la escultura languedociana del entorno del 1100. el caso más significativo es el de lo que ha sobrevivido del claustro del monasterio de sant Esteve de Banyoles, que enlazan directamente de una serie de capiteles de origen incierto (conservados en el MNAC), pero que sin duda se asocian a algún monumento del entorno de Girona o del Empordà. Hemos tratado este caso en ocasiones anteriores, y no podemos descartar una cronología alta del conjunto, sin descartar otras posibilidades. También en Girona, unos fragmentos atribuidos a un cancel, enlazan directamente con las esculturas de Moissac y Toulouse del 1100. La concepción arquitectónica de los capiteles y los esquemas compositivos no tienen nada que ver con la escultura rosellonesa y ripollesa del segundo tercio del siglo XII.
Toda esta escultura está en proceso de estudio, de modo que es prematuro aventurar una cronología u otra. aunque podríamos aventurar que estemos ante otra manifestación prematura, quizás algo anterior o paralela a las primeras rosellonesas y ripollesas, centrada entorno a Girona, que no tuvo continuidad. Quizás a esta época, o a las primeras décadas del siglo XII, pertenece la decoración del ábside de la iglesia de santa maria d’Artés (en la comarca del bages), que mantiene los procedimientos técnicos de la tradición escultórica del siglo XI.

La incorporación al llamado románico pleno
Si exceptuamos los ejemplos citados en las líneas precedentes, se acepta generalmente que los primeros ejemplos donde la escultura en Cataluña asume las aportaciones generales del románico se sitúan en el ámbito rosellonés, en puntos como Cuixà o Serrabona, que podrían situarnos hacia las décadas de 1120-1140, como veremos más adelante. a partir de estos conjuntos, se irán desarrollando diversos talleres y tendencias, más o menos clasificados y situados, que marcarán de modo regular la mayor parte de las obras de las décadas centrales del siglo XII. en numerosos casos, los escultores se han relacionado con importantes focos foráneos, en especial toulouse, de donde irán llegando estímulos de un modo casi continuado hasta las primeras décadas del siglo xiii. en cualquier caso, el estado actual de la cuestión muestra un cierto desfase entre las dataciones propuestas para los monumentos tolosanos y los catalanes, lo cual debe de interrogarnos sobre cuál pudo ser la vigencia de determinadas soluciones estéticas y cuál fue su vía de transmisión.

Los talleres roselloneses y su marco de influencia
Tal como avanzábamos, a partir de las décadas de 1120-1140 floreció en la vertiente norte del Pirineo oriental una escultura aplicada a portadas, ventanales, claustros y otros elementos arquitectónicos, producida muy a menudo en mármol local procedente de diversas canteras. entre los grandes centros de atracción se incluyen sant Miquel de Cuixà, el priorato de santa maria de Serrabona, y posteriormente centros como la canónica de Cornellà de conflent y el claustro de la catedral de Elna (Elne). en el edificio ampliado por Oliba tuvieron lugar, desde tiempos del abad Gregori, diversas transformaciones. la primera de ellas consistió en la construcción del claustro con una línea de arcos. destruido a lo largo del siglo XIX, es difícil establecer una periodización, pero un relieve que contenía la inscripción alusiva al abad Gregori (1127-1144) (también arzobispo de tarragona entre 1144 y 1146) ha permitido establecer una vinculación entre las obras y el abad arzobispo. Cuixà representa, en este sentido, el primer gran claustro catalán decorado con escultura, tras otros intentos situados tímidamente entorno al 1100, con un repertorio basado en temas de carácter figurativo y vegetal que gozará de gran desarrollo en toda la zona.18 al mismo tiempo se irá introduciendo en la escultura rosellonesa el uso del trépano para marcar puntos clave de la composición, lo que acabará constituyendo uno de los elementos característicos de la decoración de las tribunas de Cuixà y, de un modo más sistemático y ordenado, de Serrabona, cuya datación se sitúa en torno a la consagración de 1151.
Las soluciones de Cuixà y Serrabona se fueron desarrollando ampliamente en numerosos con juntos, entre los que podemos destacar la iglesia de sant Jaume de Vilafranca de conflent, donde se construyeron dos portadas en el lado septentrional que seguían, en primer lugar, los materiales y los repertorios del claustro de Cuixà y, en las soluciones más cercanas a la tribuna de Serrabona.
Además, los recursos técnicos y formales, así como los repertorios de carácter figurativo y ornamental, son netamente visibles en diversos conjuntos de la vertiente meridional del Pirineo, casi desde la Seu dÚrgellhasta sant Pere de Rodes, pasando por Ripoll y Besalú. Marcel Durliat delimitó el alcance de este vínculo, analizado desde la óptica rosellonesa. Pero algunas de las producciones fechables entre mediados del siglo XII y 1170, como el ventanal de sant Pere de Besalú y los capiteles de sant Pere de Camprodon (reutilizados ahora como soporte del ara de altar de la parroquial de santa maria), podrían replantear en algunos casos el sentido de las relaciones. en todos los casos, un aspecto clave puede ser el material, escasamente mármol en esta zona. sin embargo, no hay duda que todo el tercio nororiental de Cataluña, desde el Rosellón hasta el Ripollès, forman en determinadas fechas una unidad artística de cierta homogeneidad.
Una parte de este territorio marcado por el recuerdo de la escultura rosellonesa es la zona de la Cerdanya, bajo el obispado de Urgell, lo que parece haber tenido su eco, precisamente, en la catedral de la seu d’Urgell, cuyo programa decorativo, en conjunto, marca otro capítulo especial dentro de la escultura catalana del siglo XII, no ajena a recuerdos del norte de Italia. El claustro de dicha catedral mantiene los rasgos estilísticos generales en el conjunto, que tienen su prolongación con el claustro desaparecido del monasterio benedictino de sant Serni de Tavèrnoles, del cual sobrevivieron algunos capiteles, parte de los cuales se conserva en el MNAC. En la Seu dÚrgellno es extraño hallar recuerdos de la escultura tolosana.

Sant Miquel de Cuixà (Conflent). Capitel del claustro (segundo cuarto del siglo XII). 

Quizás en este sentido, y también desde el punto de vista compositivo, los capiteles del nártex de Santa Maria de Gerri de la Sal se emparentan con la Seu.
En este grupo podría incluirse la celebrada portada de Santa Maria de Covet (Pallars Jussà), que a su vez ofrece recursos propios de monumentos de otras regiones del mundo hispánico. Casi nunca se ha estudiado la portada norte de Santa Maria de Solsona, de cuya parte derecha se conserva in situ un gran relieve con la imagen de San Miguel venciendo al dragón.
Evidentemente, la actividad en estas zonas no se circunscribió solamente a las fechas compren didas entre 1140 y 1170, ni se centró en el ámbito de la fuerza de los talleres roselloneses. Paralelamente, en sant Pere de Rodes y en Ripoll se estaba trabajando en dos portadas monumentales, cada una de signo diverso, pero que marcaron dos de los aspectos más atractivos y tratados de toda la historia del arte medieval en Cataluña. como en tantos otros casos, se actualizaban partes de algunos de los grandes edificios del siglo XI.
La portada del monasterio de santa maria de Ripoll es quizás la obra escultórica cumbre del siglo XII en territorio de los condados catalanes. concebida como un arco honorario profusamente decorado y adosado a la fachada del siglo XI, se presenta como una alusión al pasado glorioso de la época del abad Oliba. no es el momento de extenderse en el análisis de un amplio y minucioso programa iconográfico, presidido por la Maiestas Domini del friso superior y caracterizado por los ciclos veterotestamentarios o por la presencia, en el intradós de la puerta, de las representaciones de los trabajos de los meses. Desde el punto de vista estilístico, la portada fue asociada a la herencia de los talleres tolosanos, concretamente entorno a la figura de Gilabertus, cuya firma ahora desaparecida fue leída en dos relieves de la portada de la sala capitular de saint-Étienne de Toulouse. sea en este caso, sea en comparación con los capiteles del llamado segundo taller de la Daurade tolosana, Ripoll muestra puntos de contacto en la concepción de las figuras, de la indumentaria, aunque nada queda de la fluidez compositiva de toulouse. la portada rivipullense muestra una síntesis, donde la profusión decorativa aplicada a la puerta propiamente dicha, en las arquivoltas y las jambas, también refleja recuerdos de conjuntos italianos y, concretamente, de la Lombardía de las primeras décadas del siglo XII.
Se acepta como datación para el conjunto las décadas de 1140-1150, durante el abaciado de Pere Guillem. Al mismo tiempo, se abordaban otras actuaciones que actualizaban y remodelaban el edificio del siglo xi y su mobiliario litúrgico. así parece suceder con el sarcófago del conde barcelonés Ramón Berenguer III, y también con el baldaquino.
De este se conservan algunas piezas, en especial las cuatro basas, cuyo trabajo recuerda el de la portada. actualmente, puede atribuirse a las fechas centrales del siglo XII su realización, en concreto entre 1141 y 1151, cuando es rehecho el mobiliario y, concretamente, cuando se sabe que se encarga el baldaquino.
En proximidad con estas fechas debió de iniciarse la remodelación del claustro y sus galerías, arrancando con la adosada a la iglesia monástica. La selección de los temas mantiene el carácter de los conjuntos roselloneses, en la medida que no se recurre a la historiación. tradicionalmente se ha fechado en la época del abad Ramón de Berga (1172-1205), lo que implicaba un momento algo tardío y se conjuntaba perfectamente con la cronología del conjunto paralelo, el ala meridional del claustro de la catedral de Elna. Nuevamente aquí, vemos los contactos con la escultura rosellonesa, que en la zona del ripollés ofrece otros ejemplos destacables como los capiteles de sant Pere de Camprodon, trabajados en mármol. De todos modos, la comparación directa con el baldaquino refuerza la hipótesis que situaba el conjunto en fechas más cercanas a la misma portada.

Santa Maria de Ripoll. Detalle de la portada (ca. 1134-1151). 

Otro importante conjunto del siglo XI que fue remodelado entonces fue la catedral de Vic. el edificio de Oliba fue objeto de la construcción de una portada, de la realización de un cuerpo en el centro de la nave, así como de una transformación de la iglesia de santa maria la rodona.  establecer una relación directa con el taller del claustro de Ripoll, y entrever la actividad hacia los años 1160.

Entre los ámbitos rosellonés y ampurdanés se encuentran algunos de los testimonios más ambiciosos de una de las figuras y tendencias más personales, brillantes y controvertidas de todo el románico, el llamado maestro de Casbestany (o del tímpano de Casbestany). el amplio alcance de su producción, localizable también en el Languedoc (más concretamente, en el Aude, en torno a Carcasona), en Toscana y en Navarra, motivaron que su interés sobrepasara el ámbito de lo hispánico o catalán, para ver en él uno de los grandes testimonios de la llamada itinerancia de artistas y talleres. actualmente, tienden a aceptarse como obras suyas, sino de su estilo, obras tan alejadas geográficamente como el tímpano de Errondo (Navarra, conservado en The Cloisters de Nueva York), el sarcófago de Saint-Hilaire d’Aude, un capitel historiado de Sant’Antimo (Toscana) o la portada de Sant Pere de Rodes, entre muchas otras.
La abundante literatura dedicada a dichas obras ha subrayado normalmente el transfondo antiquizante de los relieves, en especial en relación con la escultura de los sarcófagos del siglo IV, y la singularidad de los recursos estilísticos aplicados en base a una figuración contundente. de hecho, este insigne maestro anónimo, parece haber surgido de los talleres tolosanos, con los que muestra fuertes vínculos, pero su personalidad mantuvo una gran permeabilidad, visible por ejemplo a raíz de su experiencia en toscana.
Su datación ha sido objeto de una de las mayores controversias existentes respecto del arte medieval, aunque las décadas centrales del siglo XII parecen constituir su marco temporal de actuación, si nos atenemos a la fecha de 1163 que se propuso para la portada de Sant Pere de Rodes.
Frente a hipótesis que sitúan el conjunto en fechas avanzadas, casi próximas al 1200, es importante tener en cuenta el conjunto de la cabecera de sant Pere de Galligants, en Girona, refleja de nuevo la convivencia de sus capiteles historiados con repertorios relacionados, indiscutiblemente, con el mundo tolosano.
En ocasiones se ha recurrido al célebre testamento de Ramón Berenguer III, en 1131, para tener una referencia cronológica para el conjunto; por otro lado, también en Girona se conservan sarcófagos del siglo IV, reutilizados junto a otros en el presbiterio de sant feliu, que muestran referentes que, sea a partir de estos mismos, sea a partir de otros conservados en otras áreas, utilizó el maestro anónimo que nos ocupa.

Santa Maria de Cabestany (Rosellón). Tímpano (mediados del siglo XII). 

En sant Pere de Galligants también se detectó la presencia del estilo del maestro de Casbestany, filtrado con una fuerte presencia de motivos propios de la escultura del entorno del 1100 en toulouse. Pero nos interesa ahora referirnos a la obra del claustro, marcada por su homogeneidad, que debe de situarnos hacia las décadas de 1160-1170. En este conjunto se funden los repertorios ya experimentados del mundo rosellonés y los ecos de otras formulaciones de raíz antiquizante, no alejadas de la escultura del Languedoc mediterráneo. algunas de estas soluciones nos conducen a sant Pere de Rodes.
Durante las décadas centrales del siglo XII no podemos olvidar otros conjuntos, que ofrecen tanto recuerdos de la influencia de repertorios de Francia, como el interior de sant Joan de les Abadesses hasta una síntesis de elementos relacionados con Ripoll, el Rosellón y otros centros languedocianos y provenzales, como es el caso de Santa Maria de Besalú.

Los claustros de Sant Pere de Rodes, la catedral de Girona y Sant Cugat del Vallès y su radio de influencia
De la excelente serie de claustros románicos catalanes, una de las más homogéneas es la que une los conjuntos de Sant Pere de Rodes, la catedral de Girona y el monasterio de Sant Cugat del Vallès.
Además, su estudio ha permitido establecer una secuencia que ilustra perfectamente la evolución de los talleres y su adaptación a las tendencias sucesivas, desde la década de 1160 hasta principios del siglo XIII. Tal como sucedió en la portada, el claustro fue destruido, de modo que los testimonios recuperados se hallan dispersos entre diversas colecciones. en su detenido estudio sobre el conjunto, Immaculada Lorés distinguió tres grupos en el conjunto: el primero, constituido por piezas relacionadas con la tradición de la zona, marcada por la irradiación de la escultura rosellonesa; el segundo, es el que se vincula con la catedral de Girona. El tercero sería de calidad mediocre y el más tardío.
El claustro de la seo gerundense debió de realizarse durante las dos últimas décadas del siglo XII. en una primera fase, marcada por el recuerdo de la escultura tolosana, se trabajaron los relieves de la nave adosada a la iglesia catedral, con un interesante ciclo historiado en el que las imágenes veterotestamentarias de los frisos de los pilares se intercala con las representaciones neotestamentarias de los capiteles. el segundo taller muestra una evolución hacia un tratamiento más verosímil de la figuración, con un ligero mayor sentido del volumen.
Este es el taller cuya mano se localiza en una primera fase del claustro de Sant Cugat del Vallès, cuya datación se basa en un legado testamentario de 1190 y en los datos que aporta la figura del escultor Arnau Cadell. Su firma aparece junto a uno de los capiteles del ángulo nororiental del conjunto y se identifica con unas fórmulas desarrolladas a lo largo de las galerías occidental, septentrional y oriental. El análisis del cartulario permitió, igualmente, encuadrar las escenas de acuerdo con el funcionamiento del claustro en el marco de la abadía. Las transformaciones del grupo se manifestaron especialmente en el taller de origen gerundense con el abandono de la rigidez de conjuntos anteriores, una mayor verosimilitud en el tratamiento de las figuras, de sus gestos y movimientos. estos cambios se perciben no solo en la primera fase del claustro de Sant Cugat del Vallès sino también en otros conjuntos, como las portadas de Santa Maria de Manresa y de Sant Pere de Santpedor (Bages), así como muy especialmente en un sector del presbiterio de una de las grandes construcciones iniciadas en aquella época, la catedral de Tarragona.
En el propio claustro vallesano, los capiteles de la galería septentrional muestran ya una mayor desenvoltura respecto del marco arquitectónico, y señalan ya una datación hacia la segunda década del siglo XIII.
La canónica de Santa Maria de Solsona fue objeto de una profunda renovación en el siglo XII, que supuso, entre otras obras, la construcción de un claustro, que fue sustituido en el siglo XVIII. Una buena parte de los trabajos se atribuyen a la época de Bernat de Pampe (1161-1195), bajo cuyo gobierno se consagró, además, la iglesia en 1163. La aportación de Solsona radica en la presencia, por primera y, quizás, única vez en Cataluña, del formato de la columna figurada, que recuerda a referentes occitanos. Esto es evidente con la columna que presenta dos personajes de una Anunciación (María y José), y queda en estado de controversia con la célebre Virgen del claustro. Esta obra, del mismo modo que los escasos capiteles recuperados, muestran deudas con la escultura tolosana del entorno de Gilabertus y, en conjunto, de los talleres más avanzados de los claustros tolosanos. sin embargo, las noticias sobre el creciente culto a la Virgen del claustro, todavía vigente, han planteado desde un principio si esta escultura en piedra caliza local fue concebida como imagen de culto o en cambio, formaba parte del aparato decorativo del claustro para convertirse, a partir de mediados del siglo XIII, en objeto de devoción.
Anteriormente hemos tratado sobre el claustro de Sant Pere de Galligants aludiendo a sus analogías con la escultura del Languedoc mediterráneo. De hecho, la presencia de algún capitel historiado y de versiones del capitel corintio permite establecer algún paralelismo con el mundo provenzal. Este aire se manifiesta, igualmente, en una serie de producciones del entorno de Barcelona, en parte dependientes de las del claustro gerundense, y de Tarragona y de otros centros a los que aludiremos más adelante. Quizás la obra más relevante de este círculo sea la puerta que actualmente comunica el claustro con la iglesia catedral barcelonesa. Trabajada en mármol reutilizado de obras de época romana, es un conjunto problemático por su emplazamiento y función originales. tam bién destaca la escultura del monasterio de Sant Pau del Camp así como una galería del patio del palacio episcopal barcelonés. Esta tendencia se detecta plenamente en el conjunto de la cabecera de la iglesia del castillo de Camarasa (comarca de la noguera), una parte de cuyos capiteles se con serva en el MNAC. se enlaza, así, con otra pieza excepcional, la puerta del claustro de la catedral de tarragona, de nuevo en mármol, edificio cuyas primeras etapas decorativas ofrecen numerosos contactos con la escultura provenzal.

Sant Miquel de Camarasa (la Noguera). Grupo de capiteles del crucero (último cuarto del siglo XII) 

También en Sant Martí Sarroca (alt Penedès) y en el claustro del monasterio benedictino de Sant Benet de Bages (Bages) se detecta sin duda el reflejo de este círculo. sin embargo, también se han detectado deudas con la escultura de Poitou y Saintonge.
De este modo, Barcelona y su entorno determinaron una tendencia escultórica que, bajo la influencia de los conjuntos provenzales y con unas semejanzas con otros puntos del mediterráneo, en especial tierra santa, se caracteriza por su aire antiquizante. y si bien la antigüedad mostró diversas fórmulas en Cataluña durante la época románica, esta se distingue por su carácter decorativo que se combina con una desenvoltura de las composiciones, especialmente cuando se trata del repertorio vegetal. en la catedral de barcelona, en sant Pau del Camp, cristaliza una corriente que, por primera vez, sitúa la ciudad en el panorama artístico con un planteamiento monumental y con unos rasgos claramente definidos, en consonancia con el poder creciente de la ciudad. el contexto histórico, la dinamización del comercio y de la sociedad favorecieron, sin duda, esta pequeña eclosión que tuvo algunas secuelas más simples más allá de mediados del siglo XIII.

Entorno al arte del 1200 y su versión mediterránea en Cataluña
En concordancia con las transformaciones que experimentaron las artes, y en concreto la escultura, europeas a partir de 1180, en Cataluña se detectan una serie de novedades basadas en una nueva mirada a la antigüedad. A diferencia de las manifestaciones precedentes, la figuración adquiere un tratamiento más desenvuelto, más interesado en mostrar los gestos, el sentido del volumen, de modo que se produce un alejamiento de la supeditación a esquemas geométricos y a composiciones de cierta rigidez. así, los conjuntos catalanes se inscriben en el arte del 1200, en su versión meridional, mediterránea, tal como sucedía paralelamente con las artes pictóricas. 
De unas inscripciones en sendos relieves funerarios roselloneses la historiografía creó una de las firmas más destacadas del entorno del 1200 en el ámbito catalán, Ramón de Bianya. Se sitúan, de entrada, en la catedral de Elna y en otro relieve conservado ahora en el claustro de la misma catedral, procedente de l’Eula. En un trabajo ya clásico de Marcel Durliat, su estilo se detectó en la portada de Sant Joan Vell de Perpinyà y en otros ámbitos de la Catalunya Nova con ciertas variantes, en especial en las zonas altas del presbiterio de la Seu Vella de Lleida, en unos relieves de Anglesola (Urgell). 
Posteriormente, su estilo se ha detectado en la portada del monasterio cisterciense de Vallbona de les monges, así como en algunas piezas del claustro de Sant Pere de Rodes también se han relacionado con su círculo. Sea como fuere, de la misma mano de dicho autor, de su taller y de su entorno, se delimita un trabajo de clara raíz antiquizante, con un trabajo del cuerpo humano más verosímil en los gestos, el movimiento y el planteamiento de la indumentaria, donde radican sus rasgos más determinantes, con la multiplicación de líneas.
Así, es uno de los artífices de una renovación, que enlaza con las obras toscanas de Guglielmo y Biduino, pero que también ofrece similitudes con obras del ámbito languedociano mediterráneo, si tenemos presente el pilar procedente de Saint-Paul Serge de Narbona (conservado en el Musée des Augustins, Toulouse).
Otro de los conjuntos aparentemente iniciado hacia las primeras décadas del siglo XIII es el claustro de Santa Maria de l’Estany. Por un lado, contiene una serie de capiteles historiados cuyas soluciones estilísticas se sitúan al mismo nivel que los capiteles situados en el triforio de Sant Feliu de Girona. Ello muestra, pues, los contactos entre ambos centros. Otras piezas, de cronología dudosa y probablemente muy avanzada, muestran un repertorio decorativo y figurativo que ha sido asociado al mundo cortesano y profano, que está siendo objeto de estudio.
Enlazando con las primeras décadas del siglo XIII, algunos talleres de Lleida y Tarragona mantienen fórmulas acuñadas por la firma Ramón de Bianya.
Particularmente, el llamado maestro de Sant Pau i Santa Tecla, a quien pueden atribuirse las figuras de la Puerta de la Anunciata de la Seu Vella de Lleida y el frontal de altar de la catedral de Tarragona, como parte de un taller que durante el primer tercio del siglo XIII abordó gran parte del mayor claustro medieval de Cataluña el de la seo tarraconense. Su construcción, su programa iconográfico, estaban concebidos para situarse al nivel de lo que representaba la sede arzobispal, restaurada recientemente tras el dominio andalusí, en alianza y en estrecha relación con el conde de Barcelona.

Sant Joan Vell de Perpinyà (Rosellón). Detalle de la portada

Catedral de Tarragona. Capiteles del claustro. Primer tercio del siglo XIII. 

Sin duda, la obra que permite establecer el enlace entre Lleida y Tarragona es el magnífico frontal trabajado en mármol delicado a San Pablo y a Santa Tecla.
Ofrece algunos de los elementos característicos de una tendencia que recurre una cierta esbeltez en el diseño de la figura humana de formato monumental y a la proliferación de pliegues en el tratamiento de la indumentaria, cuando observamos las figuras de Pablo y Tecla del amplio registro central. Un decorativismo visible también en los detalles ornamentales, que cuenta con algunos de sus antecedentes en los modelos occitanos ya más avanzados, en especial de los últimos talleres tolosanos. Las escenas dedicadas a Santa Tecla muestran la tendencia a composiciones apretadas, con las figuras tratadas de modo más simplificado, un relieve plano, soluciones que se generalizan en el claustro. El testamento del arzobispo Ramón de Rocabertí de 1214 y un contrato de obras para el uso de unas canteras han sido siempre los argumentos para fechar este gran conjunto a partir del primer cuatro del siglo XIII.
La impresión global es la de un conjunto donde se sintetizan el peso de la orden cisterciense con la necesidad de incorporar la temática historiada y adaptarse a un cierto decorativismo, apreciable más en los detalles de la escultura de las impostas, en los arquillos polilobulados de la cornisa o en los entrelazos de los óculos. a diferencia de tantos ejemplos precedentes (Girona, Sant Cugat del Vallès, Santa Maria de l’Estany), los ciclos historiados se concentran en determinados puntos de las galerías, especialmente en tres de los pilares que conforman las arquerías y en un grupo de dobles columnas. La combinación e interacción de temas del antiguo y del nuevo testamento indican un programa general que alude a la caída y a la redención, si bien la localización consciente de los motivos en puntos muy concretos también debía de responder a motivos de funcionamiento del claustro y a componentes derivados de la liturgia. del mismo modo, destaca la presencia de un ciclo dedicado a san Nicolás, que incluye representaciones de sus milagros póstumos.
Como decíamos, otros aspectos de la decoración de los capiteles muestran un indiscutible paralelismo con los repertorios austeros del Císter, a través de los capiteles de hojas lisas tan visibles en Poblet y en Santes Creus, en este caso en el lavabo del claustro y en la fachada de la sala capitular. Pero un universo distinto se abre en la incansable variedad del trabajo de las impostas, con todo tipo de repertorios figurativos, especialmente de luchas, de bestiario, así como vegetales y geométricos, entre los que destaca el ciclo de los trabajos de los meses, en una imposta del ala noroccidental.
El claustro de Tarragona, seguramente trabajado a lo largo del primer tercio del siglo XIII, aparece como una suma, como un todo de carácter enciclopédico, que parece responder a las aspiraciones de la sede. También es cierto que en algunos puntos, en especial en la galería oriental, el nivel de calidad disminuyó, y que otros relieves de la catedral muestran el recuerdo de los trabajos más relevantes del claustro y del frontal. si nos atenemos a la cronología de algunas laudas funerarias, podemos establecer que hacia los años 1260 el estilo del claustro pervivía, filtrado con elementos iconográficos netamente góticos.
Uno de los aspectos que definían la fisonomía general del claustro de Tarragona eran las coincidencias con los conjuntos cistercienses que desde mediados del siglo XII se iban construyendo en las comarcas tarraconenses. las coincidencias no son solamente a nivel de repertorios, a través del tipo de hojas lisas ordenadas en uno o dos registros, o en repertorios que más tarde ganarán en sentido ornamental. Existen también analogías estructurales, tanto en la forma de ordenar las arquerías como en la fórmula adoptada para la fachada de la sala capitular. se trata de relaciones a las que se hizo referencia antiguamente, pero que todavía hay que ordenar y replantear, para trazar un panorama claro sobre las relaciones artísticas que existieron entre los monasterios de Poblet, Santes Creus y Vallbona de les Monges (este en el Urgell), y las Seos de Tarragona y Lleida, entre el último cuatro del siglo XII y la primera mitad del XIII.

Las transformaciones del siglo XIII y su fusión con el gótico
La ciudad de Barcelona ofrece un reducido número de capiteles procedentes del antiguo hospital de Sant Nicolau, posteriormente convento de Sant Francesc, altamente significativo. Hacia los años 1200-1220 trabajó allí un taller directamente relacionado con el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela. Así se detectó en tres capiteles que contienen temática figurativa y vegetal, conservados en el MNAC. Su interés radica en que sitúan Barcelona en un estadio evolutivo equiparable a uno de los talleres de escultura más significativos de los inicios del gótico en la Península Ibérica. En cierta medida, en Barcelona se incorpora una figuración que refleja una mayor agilidad en la disposición de los personajes, y una mayor teatralidad, deudora de las aportaciones compostelanas. ¿Cuál sería el reflejo o, sencillamente, la incidencia de la escultura de Sant Nicolau sobre otros centros barceloneses o catalanes? se trata de una pregunta sobre la cual todavía hay que trabajar de manera profunda. Pero los vínculos que este conjunto demuestra con el gran taller compostelano plantea una cuestión importante sobre las relaciones entre el arte catalán y el del resto del mundo hispánico, que hasta el momento parecen ser muy puntuales. En cualquier caso, y por lo que se refiere a la escultura, nos interesa saber hasta qué punto las transformaciones que afectaron los conjuntos catalanes de la época mantuvieron un ritmo y una evolución análogos, o no, a los conjuntos aragoneses, castellanos, leoneses o compostelanos, entre otros.
Hemos visto anteriormente como el entorno de Ramón de Bianya actuaba en la Seu Vella de Lleida, cuyas primeras fases escultóricas muestran conexiones con tendencias de gusto antiquizante, de acuerdo con el espíritu del arte del 1200, y fechables durante las dos primeras décadas del siglo XIII. Incluso se intentó ver la influencia de Benedetto Antelami en parte de los capiteles del transepto. Se irá avanzando, así, en el conjunto más ambicioso desde el punto de vista del programa iconográfico, con abundancia de temática historiada aplicada tanto en el presbiterio, el crucero y los arcos de entrada a los ábsidiolos, como en los pilares de soporte de las naves. la construcción, y parte de la decoración esculpida, iban a completarse hacia mediados de la centuria.
Ello es palpable en los relieves de las zonas más próximas a los pies de las naves, en la decoración de la galería del claustro adosada a la iglesia y a las portadas. A partir del esquema compositivo y ornamental de portadas como la de Fillols se generó la idea de una llamada escuela de Lleida cuya irradiación alcanza conjuntos de una amplia área que incluye también conjuntos aragoneses. así, los ventanales de la ampliación de la iglesia de una fundación real como el monasterio de Sigena, reflejan sin duda los esquemas y los repertorios tan desarrollados en Lleida.

Seu Vella de Lleida. Puerta dels Fillols (mediados del siglo XIII) 

La amplitud monumental de estas portadas nos remite a algunos conjuntos languedocianos, tales como la portada meridional de la antigua catedral de Saint-Nazaire de Carcasona o la occidental de Notre-Dame du Bourg en Rabastens.
Sin duda, la solución adoptada en las portadas de la Seo leridana fue exitosa, pero fue objeto también de una evolución, de variantes e incluso de imitaciones, muchas de las cuales incluyen una figuración que responde a fechas avanzadas y que, si se hubieran analizado de un modo individual, se habrían incluido dentro del gótico. fuera de la seo leridana, hay que recordar la portada de Santa Maria de Solsona, que muestra una adaptación de los esquemas leridanos a algunos repertorios que forman parte de la propia tradición marcada por el claustro, al que nos hemos referido anteriormente. 
Pero la obra que mejor refleja el nivel de monumentalidad y de espectacularidad que podían alcanzar esta tipología de portada es la de Santa Maria de Agramunt (en la comarca de Urgell). Este conjunto es una obra maestra donde se aúnan los repertorios de cintas o tallos con figuración con los motivos de carácter geométrico de las arquivoltas con la inclusión de temática historiada en los capiteles de las jambas. sin embargo, el elemento más singular consiste en el grupo escultórico de la clave de la arquivolta interior, con la Virgen con el niño combinada con la anunciación a María y la Epifanía. 
Una inscripción permite fechar, por lo menos este grupo, en 1278, lo que proporciona un marco avanzado, si se comparan estas esculturas con la figuración de las arquivoltas. De hecho, una buena parte de las portadas que en su momento fueron englobadas dentro de la llamada “escuela de Lérida”, se caracterizan por unas fórmulas estilísticas equiparables a lo gótico y que, por tanto, deben de obedecer a una cronología avanzada dentro del siglo XIII, como sucede en el caso de la portada de Gandesa. Cabe decir que este fenómeno es perfectamente claro en obras del ámbito aragonés, como en la portada de San Miguel de Foces, donde los esquemas compositivos propios de Lleida se combinan con temas vegetales asociables al gótico. 
Este capítulo debe conducirnos a otra cuestión, la de la amplia cronología otorgada al románico en Cataluña a lo largo del siglo XIII y, por otro, la asociación de una producción técnicamente tosca, obra de artífices mediocres, que tiende a la esquematización a un concepto de románico arcaizante o popular. Algo parecido ha sucedido en obras de etapas precedentes, cuando obras fechables a principios del siglo XIII, de factura tosca y sencilla, se han confundido como obras prerrománicas. Todo ello ha contribuido a que algunas obras claramente fechables hacia el último tercio del siglo XIII y clasificables ya como góticas se hayan definido como románicas. Más allá de las controversias sobre la terminología, en las que no creemos oportuno ahora entrar, la atribución al románico de una serie de obras muy tardías ha encaminado hacia una desproporcionada prolongación de lo románico, tanto en la escultura pétrea como en la misma talla en madera. incluso hay ejemplos en los que la cronología fiable de los ejemplos sobrepasa la época medieval.

La Talla en madera
Es sabido que Cataluña ha conservado una gran cantidad de obras talladas en madera y policromadas de la época románica, con un nivel de calidad y un grado de variedad tipológica y estilística. Su estudio se ha centrado sobre todo en cuestiones relacionadas con las tipologías y su significación, y en su clasificación en tendencias estilísticas y talleres. Sin embargo, en las últimas décadas se ha ampliado el campo de estudio para ahondar en el problema de su función y su papel en el culto y la liturgia. Además, las restauraciones y los estudios llevados cabo sobre sus materiales constitutivos y sobre aspectos técnicos también están proporcionando resultados determinantes para su conocimiento. En el momento de abordar su estudio, hay que tener en cuenta la ausencia generalizada de referentes cronológicos claros (con alguna excepción que trataremos más adelante), su enorme diversidad tipológica, compositiva, iconográfica y estilística, que han dificultado establecer una clasificación satisfactoria para una parte importante de las obras conocidas.
Hay que añadir, desde el punto de vista crítico, que queda aún por establecer una periodización basada en las distintas modalidades y en su evolución, así como una neta delimitación entre las obras clasificables como románicas y aquellas que pertenecen a fechas más avanzadas y que parecen haber seguido esquemas compositivos asociados con las formas tradicionales. En este desajuste han intervenido varios elementos: el primero, es la dificultad de establecer una secuencia clara entre las piezas datadas en el siglo XIII que en Cataluña, en conjunto, se han relacionado más con el románico que con las transformaciones del 1200 y los inicios del gótico; en segundo lugar, interviene el tópico que alguna tipología muy propia de la época es igualmente exclusiva de la misma, tal y como se detecta cuando se tratan determinadas imágenes de la Virgen con el Niño; hay extendido un tópico según el cual se asimila la plástica románica a unas formas geometrizantes y rígidas, lo que ha llevado a clasificar obras muy toscas y de escasa calidad como románicas, cuando en realidad pertenecen a fechas posteriores a mediados del siglo XIII.
Ciertamente, los puntos de referencia son aparentemente débiles y, además, las diversas modalidades atañen no solo variantes cronológicas sino también territoriales, sea en Cataluña, en el mundo hispánico en su conjunto, o en Europa en general. sin embargo, hay tres obras que pue den datarse con precisión y que aportan puntos de referencia muy valiosos de cara a los ejemplos análogos.
En primer lugar, el cristo del 1147, datable desde la restauración de 1952, momento en que fue descubierto un reconditorio que contenía varios paquetes de reliquias y dos fragmentos de pergamino, uno de los cuales aludía a la consagración de la imagen del año 1147; en segundo lugar, la Virgen de Sant Cugat del Vallès, fechada habitualmente en la segunda mitad del siglo XII hasta que una restauración de 1989, dos pergaminos descubiertos en el reconditorio, abierto entonces, citaban su consagración el año 1218; y finalmente, un punto de referencia más tardío lo proporciona el descendimiento de Jant Joan de les Abadesses, fechado en 1251, conjunto que plantea los difíciles límites entre el arte románico y el arte gótico, y en cierta medida actúa como pieza bisagra, cerrando los estudios generales sobre la escultura en madera del románico y, también, abriendo aquellos dedicados a la imaginería del gótico.
Uno de los puntos de interés de la historiografía ha sido el de relacionar la escultura con otras técnicas artísticas. en primer lugar, desde la idea de que una parte de la producción en madera policromada, acompañada o no de elementos en estuco y de corladura, puede entenderse como una versión modesta en relación con obras trabajadas con materiales preciosos, especialmente recubrimientos de oro y plata y aplicaciones de piedras preciosas. así, se ha recurrido a las noticias documentales alusivas a frontales de altar, retablos, cruces y otros tipos de objetos trabajados en oro y plata en centros catedralicios y monásticos, de los cuales no se ha conservado más que la descripción del frontal de la catedral de Girona. De esta misma sede procede una imagen de la Virgen con el niño que estuvo recubierta de metal precioso. La fisonomía actual del conjunto está marcada por el tono oscuro de la madera de boj, material que también sirvió para elaborar las cubiertas de un evangeliario del mismo tesoro.
Pero esta superficie actuaba como alma del revestimiento metálico que confería a la imagen un aspecto lujoso, rico en reflejos, que contrastaría enormemente con la actual apariencia sobria dominante. en este sentido, conviene recordar que diversos ejemplos europeos recubiertos de metal disponían también de un trabajo muy preciso en la madera, como se observa en la Virgen de Hildesheim, fechada a comienzos principios del siglo XI. a pesar de ello, la imagen ha sido considerada más en los trabajos sobre la escultura en madera que en los de la orfebrería, quizás a causa de la excelente calidad de su talla, que incluso hizo buscar algunos paralelismos en la escultura de las primeras fases del claustro de la catedral gerundense.
De nuevo en Cataluña, hay que recordar las imágenes recubiertas de estaño, posteriores, en concreto la llamada Virgen de la Victoria, en Tuïr (Rosellón), y la de Plandogau (Pallars), pertenecientes a un grupo más amplio centrado particularmente en la zona del Massif Central francés, la existencia de estas imágenes (a las que quizás habría que añadir un tercer ejemplar de la antigua colección Vallin) puede derivar de los vínculos existentes con la región de auvernia y los caminos de peregrinación relacionados con el culto mariano.
Además, el origen de las obras puede aportar datos o indicios muy sugerentes sobre los talleres donde se produjeron y sobre el mecanismo a través del cual habrían llegado a Cataluña.

Las tipologías de imágenes
Si bien las aplicaciones técnicas de la madera en los elementos decorativos y de mobiliario de las iglesias van mucho más allá de lo que son estrictamente los trabajos escultóricos (revestimientos y policromía incluidos), en estos momentos nos interesan las imágenes y algunas muestras de mobiliario litúrgico. En general, podemos aceptar que las tipologías desarrolladas en la Cataluña de los siglos XII y XIII se corresponden con las habituales en el contexto general del románico, con una serie de particularidades y excepciones. las imágenes de la Virgen con el Niño y los crucifijos están entre los tipos que han conservado un número importante de ejemplares, con unos márgenes de variedad notables desde todos los puntos de vista. a estos, hay que añadir los grupos del descendimiento de la cruz, los calvarios y algunos ejemplos de imagen del Cristo en majestad, llamadas también del “salvador”. en otro orden de cosas, hay que añadir los frontales de altar y retablos realizados con tallas aplicadas así como otros elementos del mobiliario, en los que de hecho estarían integradas muchas de las imágenes que actualmente conocemos fuera de contexto, así como los baldaquinos o los asientos que en ocasiones cuentan con decoración esculpida.
Entre los crucifijos, su estudio ha partido básicamente de la distinción entre varias modalidades, que se sitúan entre el Christus Triumphans –en Cataluña asociada a las llamadas Majestats–, y el Christus Patiens, o Cristo sufriente, a los cuales caben añadir los llamados grupos del Calvario y los del Descendimiento de la Cruz.
Dentro de la modalidad del Cristo triunfante, la presencia de una serie amplia y coherente de Majestats es uno de los factores que distinguen Cataluña respecto de otras regiones europeas y del mundo hispánico. El punto de conexión más significativo es la región de Toscana, dadas las analogías tipológicas con el célebre Volto Santo de Lucca, objeto de gran devoción y entendido como reconocido prototipo, y otras tallas del entorno. Raramente se han conservado in situ y, por tanto, es difícil restituir su contexto original, aunque algunas de ellas han conservado figuración e inscripciones en las cruces, que aportan indicios significativos. entre los casos más sobresalientes citaremos en primer lugar una de las escasas imágenes románicas de este tipo que aún son objeto de culto, la majestad de Beget, que presenta los componentes característicos que definen el Cristo triunfante: la túnica, los brazos en horizontal y la actitud solemne y mayestática, sin expresar el dolor del sufrimiento.
Pertenecen al mismo grupo la Majestad Batlló, la Majestad de la Trinitat o de Bellpuig (Rosellón), entre otras. aunque la datación de algunas de estas imágenes debe ser revisada y podrían pertenecer a fechas más avanzadas que las décadas centrales del siglo XII, su presencia se detecta básicamente en la zona nororiental de Cataluña, desde el Rosellón y la Cerdanya hasta el entorno de Barcelona, donde destaca un ejemplo tan singular como el de la Majestad de Caldes de Montbui, en el Vallès.

Majestat Batlló (mediados del siglo XII) 

También se localizan algunos ejemplos dentro de los límites del obispado de Urgell, como lo muestran la majestad de Organyà, o como es visible en el conjunto de Sant Joan de Caselles (Andorra), en una modalidad técnica y un marco diferentes, donde la imagen de un Cristo triunfante trabajada en estuco es acompañada de las figuras pintadas de Longinos y Estefatón.
En cambio, la mayor parte de los ejemplos de Cristo sufriente se localizan en la parte noroccidental del ámbito catalán, en especial aquellos pertenecientes plenamente al siglo XII. En todo caso, su composición y su caracterización se inscriben generalmente dentro de la tradición europea. entre ellos destacan el cristo del 1147, ya citado anteriormente, el Cristo de Salardú, así como el de Cubells. En ocasiones se han intentado plantear vínculos entre las tipologías y los aspectos iconográficos de la ilustración de manuscritos y las imágenes en madera, en una vía que conviene desarrollar más ampliamente. En este sentido, es sugestiva la comparación entre algunas de estas imágenes y la ilustración de Cristo en la cruz del Te igitur del Liber Misticus, códice atribuído al escritorio de la Seu d’Urgell y que debió llegar a la iglesia andorrana de Sant Romà de les Bons con motivo de su consagración en 1164.
Entre estas dos modalidades se ha intentado distinguir una tercera, llamada de las “majestades desnudas”, que puede ser paralelo a numerosos ejemplos italianos asociados a la idea del Christus Crucifixus vigilantes, definido a partir de ejemplos italianos como el de San Leonardo di Siponto.
Se inscribe igualmente como el Christus Patiens en la tradición carolingia, cuenta con ejemplos que, aparentemente, se distribuyen por diversas zonas de Cataluña, en distintos formatos: desde las amplias dimensiones y actitud solemne de la llamada Majestad de la Portella (desaparecida), el más moderado de IX (Cerdanya), hasta el más monumental de Cabdella (Pallars), este último datable probablemente en un momento muy avanzado del siglo XIII. Esta variante desvela la necesidad de profundizar en su estudio mediante el análisis de los atributos y la indumentaria, dada la dificultad de determinar referencias cronológicas. también se ha determinado una serie aparentemente más esporádica, la de los llamados calva rios, en el que además de la figura del crucificado, aparecen estatuillas aplicadas a los extremos de los brazos de la cruz: maría y san Juan evangelista en el travesaño, mientras que los pies aparecen, cuando se ha conservado, adán resucitando. el ejemplo paradigmático de este tipo en Cataluña es el llamado calvario de tragó de noguera. Pero la definición de estos grupos ha ido siempre ligada a la presencia de las tallas aplicadas cuando, en realidad, hay diversos ejemplos del Cristo sufriente, clasificados siempre como tales, que presentan pintadas en la cruz las imágenes de María y Juan, de Adán resucitando. Esta constatación nos invita a replantear la definición y clasificación de algunas obras a través de criterios basados exclusivamente en la técnica utilizada, tal como su cede, por ejemplo, con el ya mencionado cristo de Salardú.
En realidad, nos encontramos ante tipologías materializadas mediante recursos técnicos diversos, sea la talla en madera, policromada, la pintura aplicada sobre las partes planas, a veces en contacto con obras de metalistería, en general, orfebrería, esmaltes. De hecho, el interrogante debería de plantearse en el motivo de la elección de una opción u otra. Una escala diferente viene marcada por lo que permite deducir la imagen de un San Juan en Roda de Isábena, sus dimensiones nos sitúan de nuevo al nivel de los conjuntos del descendimiento de la cruz, como los del casi vecino valle de Boí; siempre se asoció al crucifijo desaparecido en 1936, de manera que parece haber formado parte de un calvario de tamaño más monumental, al modo de los que se desarrollarán más adelante, en fechas avanzadas del siglo XIII y con un tratamiento más monumental y dramático, en consonancia con el desarrollo de estos temas en la estatuaria del gótico.
Los grupos de imágenes de los Descendimientos de la Cruz completan esta visión de las tallas relacionadas con la Pasión de Cristo y aportan, en el caso de Cataluña, una de las tipologías más singulares y controvertidas. Esto atañe especialmente a los tres grupos procedentes del Valle de Boí, en concreto los de Erill la Vall, Santa Maria de Taüll y la Natividad de Durro, sin olvidar que existió un conjunto soberbio en el Valle de Aran, si nos atenemos a las proporciones y a la calidad del impresionante torso conservado del Cristo de Mijaran. A diferencia de los otros grupos conocidos, como los del centro de Italia, o las representaciones pictóricas y escultóricas aplica das a la arquitectura, las de la ilustración de manuscritos, etc, se componen de siete personajes, siendo la diferencia respecto a los demás la presencia de Dimas y Gestas, los dos ladrones, en los extremos de la composición.

Descendimiento de la Cruz de Erill la Vall. Tallas de la Virgen y san Juan (¿segunda mitad del siglo XII?) 

En líneas generales las opiniones para la datación de los conjuntos se han balanceado entre dos puntos de vista. en primer lugar, se proponía una cronología alta en el siglo XII, basada en las analogías existentes en la indumentaria entre las figuras de María de los Descendimientos y la de las pinturas del ábside de Sant Climent de Taüll, del entorno del 1123. Junto a este parecer, que admite la continuidad del grupo en obras y dataciones más avanzadas, ha habido una opción que aportaba una cronología más baja, entre la segunda mitad del siglo xii y, en algún caso, el siglo XIII. Esta datación también quedaría justificada al haberse vinculado estos grupos con la lucha contra el catarismo.
En este debate también hay que considerar, lógicamente, el otro ejemplo conocido y compuesto nuevamente con siete personajes, el descendimiento de Sant Joan de les Abadesses, llamado Santíssim Misteri, que como hemos dicho más arriba puede datarse en 1251.
Si bien desconocemos cuál fue la composición de otros conjuntos de los cuales solo se conserva la talla de cristo, es interesante constatar que desde el Valle de Boí hasta el entorno de Ripoll, se produce una continuidad en esta tipología, que quizás podamos atribuir a los vínculos que existieron entre ambas regiones desde el siglo XI. de Santa Maria de Taüll también provienen dos tallas que formaron parte de un grupo de la Visita de las Marías en el sepulcro y cuya presencia debe de asociarse a la de los descendimientos. Algunos detalles de la indumentaria coinciden con los de las figuras de maría de los descendimientos, mientras que su estilo se aproxima claramente a las formas modeladas del Cristo de Mijaran.
En todo caso, tanto los descendimientos como este grupo de la Visitatio Sepulchri deben de plantearse en relación con la liturgia estacional y con aspectos vinculados al teatro litúrgico. Aparte del desarrollo teatral de los grupos, puede servir como muestra la imagen de Cristo del descendimiento de Santa Maria de Taüll, posterior a las de Erill y Mijaran, con los brazos articulados. Este aspecto nos sitúa también en su papel en el teatro litúrgico y, por tanto, su adaptación a nuevas vertientes del drama en fechas más avanzadas.
El notable conjunto de imágenes de la Virgen con el Niño (o marededéus), presenta una gran variedad de modalidades compositivas e iconográficas, a lo que hay que añadir las diversas series estilísticas que se ciñen a zonas o regiones concretas, para las que a menudo todavía hay que precisar su datación.
En todo caso su iconografía y composición se sitúan dentro de la imagen de maría entendida como Sedes Sapientiae, es decir, como trono de la sabiduría, tal como ya hemos comentado con la imagen de la catedral de Girona. Así fueron abordadas, en su momento, las series de tallas del Rosellón, la Cerdanya y el Conflent, estudiadas de acuerdo a un criterio que las engloba genéricamente en la escultura en madera en Francia. Desde el punto de vista de los atributos, los gestos de los dos personajes, su indumentaria, hay una cierta diversidad, que aún debe ser estudia da detenidamente.
Pero generalmente los ejemplos se caracterizan por composiciones marcadas por la frontalidad, una cierta rigidez y una tendencia a las expresiones severas de sus personajes. No obstante, algunas ejemplos probablemente avanzados cronológicamente presentan una composición distinta a la más habitual, con la posición del niño más dinámica, girado hacia un lado, entre los que cabe destacar la Virgen de la Seu d’Urgell y la de santa coloma de Andorra.
Quizás en esta línea se situaba también la Virgen del claustro de Solsona, fuera o no desde el inicio una imagen de culto o una escultura arquitectónica. Su posición, con la imagen del niño orientada hacia su derecha, inclinada respecto al eje marcado por maría, nos sitúan ante un planteamiento que, precisamente, se acerca a los ejemplos del obispado de Urgell, al que Solsona pertenecía durante la edad media.
En este panorama en el que a menudo conviene determinar posibles modelos o prototipos, sobresale una ausencia: algunas descripciones antiguas citan la Virgen de Ripoll, que habría jugado un papel significativo, si nos atenemos a la calidad y representatividad del monasterio y al hecho de haberse convertido en un importante objeto de culto que con el tiempo debió sufrir algunas transformaciones.
A pesar de que incluso podríamos dudar de que la imagen que fue maltratada y que desaparecería en 1835 fuera la románica, los testimonios gráficos y escritos de la misma son bastan te sugestivos, y se detecta una relativa coincidencia entre el sello del monasterio que se ha utilizado como referencia y una descripción del siglo XVII, con un esquema que posiblemente la apartaría de los planteamientos compositivos frontales y rígidos de las imágenes de la Sedes Sapientiae, y que la acercarían, en cambio, al de la Virgen del claustro de Solsona, que comentábamos más arriba.
Esquema, además, que sin ser idéntico ofrece puntos de contacto con el de la representación de la Virgen entronizada en un códice ripollés del siglo XI.
No obstante, la composición de imágenes románicas de centros que dependieron de Ripoll, como la de Montserrat, muestran la composición frontal, con la Virgen entronizada, que por otro lado aparece en el relieve en yeso descubierto a raíz de las obras de restauración del claustro ripollés.
De este modo, es interesante replantear cual pudo ser la difusión de la imagen de Ripoll y aproximarse a cuál pudo ser su fisonomía inicial. Aparte de las tallas de la Virgen, hay algunas imágenes del cristo o de santos aparentemente aisladas, en actitud mayestática y composición rígida y frontal. es el caso de alguna talla del Cristo entronizado, llamada también del “salvador”, en especial el Sant Salvador de Vedella (cerca de Berga), o de alguna imagen de santo obispo.
En otro orden de cosas, es importante hacer referencia a los elementos muebles utilizados en el altar que se organizaban entorno a la imagen de la Virgen, que debían componer edículos o pequeños retablos. En este sentido, hay que tener en cuenta algunas tallas aisladas de la Virgen tratadas con un espesor muy escaso que debieron pertenecer también a frontales de altar de organización similar a los anteriores. Así, se han conservado suficientes testimonios como para dar entidad a la idea de la existencia de pequeñas estructuras arquitectónicas situadas sobre el ara, a modo de edículos, que suponían la presencia de diversas imágenes y que podían incluir varias escenas. Los ejemplos más sobresalientes son el edículo de Sant Martí d'Envalls, a Angostrina (Cerdanya) y el de Sant Martí Sarroca (Penedès). Todo ello, debe hacer pensar en cuál pudo ser la disposición de algunas de las tallas, especialmente las de la Virgen con el Niño, ya que prácticamente todas han llegado hasta la actualidad totalmente descontextualizadas en relación con su presentación originaria. Los dos ejemplos mencionados tienen que hacer pensar que muchas de las imágenes aparecían resaltadas simbólicamente por una estructura, a modo de baldaquino. 

Talleres y tendencias: algunos ejemplos significativos
Hemos dicho anteriormente que a menudo los historiadores del arte han intentado ordenar este panorama complicado agrupando las obras por tipologías, estilos y épocas, tal y como hizo Josep Gudiol Ricart quien, mediante criterios basados en las analogías formales y tipológicas estableció la idea de la existencia de una serie de talleres. Así, la idea de la existencia de talleres en ripoll, o bien en Girona, la seu d’Urgell, partía de la posibilidad de que estos talleres estarían localizados en grandes centros monásticos y catedralicios.
También así nacía la idea de un taller situado en el Valle de Boí (Porter), de la Ribagorza (Gudiol) o de Erill (Bastardes), en relación con el grupo de los descendimientos de la cruz del Valle de Boí, en los que hay que incluir piezas otras tipologías, especialmente crucifijos y tallas aplicadas a frontales de altar. El estilo de las tallas que conforman los grupos del descendimiento de la cruz nos obligan a plantear el origen del taller, en el que parece primar la idea de su carácter excepcional, su originalidad. La tendencia a las formas expresivas y abstractas, las exageraciones y estilización de los rasgos de piezas como el Cristo de Mijaran no se alejan tanto de obras del entorno meridional del románico, en un sentido genérico. Así, hay detalles como el alargamiento del bigote, el planteamiento de la barba y la cabellera que estarían de acuerdo con obras del primer tercio del siglo XII, como el pórtico de Moissac. en este mismo sentido, son sugerentes las analogías entre los pliegues aplanados de la figura de San Juan del descendimiento de Erill la Vall y la representación del profeta Jeremías del parteluz de Moissac. En cambio, el sentido del volumen y las proporciones de algunas de las figuras pueden aproximarse a producciones escultóricas avanzadas, datables en torno al 1200: las figuras de María y Juan del descendimiento de Erill la Vall se caracterizan por una cierta esbeltez, en una apariencia que viene reforzada por el encogimiento de la túnica a la altura de la parte inferior de las piernas y el su ensanchamiento al nivel de los pies. Los extremos que hemos comentado muestran la complejidad del análisis de las tallas, y plantean evidentemente la validez de la comparación estrictamente estilística, se trate de los descendimientos o de piezas de otros tipos o de otras zonas. se plantea, así, la cuestión de la vigencia de determinadas fórmulas compositivas y estilísticas, técnicas. y siguiendo en la cuestión de los descendimientos de la Ribagorza y del Valle de Aran, cabe preguntarse a qué responde el hecho de que obras datables en la segunda mitad del siglo XIII como el crucifijo de Perves (Pallars) presenten puntos de relación claros con las obras anteriormente mencionadas. En la difícil tarea de determinar la localización del taller o talleres responsables de tal producción, hemos de tener en cuenta cuál pudo ser realmente el papel de los promotores de la región.

Para la datación y agrupamiento de las tallas de la Virgen ha habido intentos muy sugestivos. una de las series de imágenes de la Virgen con el Niño agrupa ejemplares de la zona de la Cerdanya y, en un sentido más amplio, del obispado de Urgell. El ejemplo más importante es el de Ger, que actúa como uno de los casos paradigmáticos junto con las de Ix, Bastanist (desaparecida en 1936), así como otras localizadas en el Pallars. No siempre se han buscado puntos de comparación entre obras de tipologías distintas, si contamos con excepciones como las ya mencionadas. Pero si seguimos las pautas que nos proporciona el ámbito de la Cerdanya detectamos analogías de estilo muy claras entre los rasgos faciales de la Virgen de Ger y el crucifijo de San Martí d’Envalls, en Angostrina.

Virgen de Ger (Cerdanya), ca. 1180. 

Por otro lado, creemos que se puede ir más lejos en el momento de interrogarse sobre el origen de estos talleres: las analogías, de entrada sorprendentes, entre la mencionada pieza de Ger y la imagen de un ángel de Colonia, relacionado con un grupo de la Visita de las Marías en el sepulcro, pueden abrir nuevas vías de investigación respecto de la cuestión que nos plantea Bamos.
Es necesario analizar a fondo cuál pudo ser el papel de centros foráneos en la llegada de prototipos, de artistas o de fórmulas y repertorios técnicos en la eclosión de los primeros talleres de escultura en madera en Cataluña, tal como sin problemas se ha planteado tradicionalmente con las escultura arquitectónica.
Quizás en algunos casos debamos de aceptar la hipótesis sobre la importación de objetos, tal como permiten sospechar las imágenes de Tuïr y Plandogau, relacionadas con un grupo del centro de Francia, como hemos visto anteriormente. En una dirección análoga, aún no se han buscado sistemáticamente los vínculos técnicos, estilísticos y tipológicos con las obras de las artes suntuarias, fueran trabajadas en metales preciosos, en marfil u otros materiales. sin embargo, los intentos de asociar trabajos de escultura en piedra con la escultura en madera nos conducen de nuevo a las relaciones entre diversas técnicas, en este caso las escultóricas. es emblemático el caso de Ripoll, que incluso va más allá y abarca el desarrollo de las técnicas pictóricas.
Por un lado, se han establecido analogías entre los relieves de la portada y los del frontal de talla de sant Pere, que hemos citado anteriormente, mientras que también se vio en la Majestad de Sant Joan les Fonts un reflejo del estilo de la Maiestas Domini de la portada ripollesa. La proyección de Ripoll afecta ampliamente la producción pictórica, con obras que se localizan en puntos marcados por su influencia.
También en Solsona se ha detectado la vinculación entre la célebre Virgen del claustro y una talla en madera, seguramente perteneciente a un mueble de altar, atribuible a la misma zona.
En la difusión de determinadas soluciones, especialmente en cuanto a modalidades o tipos, hay que plantearse igualmente sobre el papel de algunas obras marcadas por su prestigio y atracción como objetos de devoción, a una escala más reducida que la de ejemplos célebres como el ya citado Volto Santo de Lucca sobre algunas majestades catalanas. Aparte de la desaparecida Virgen de Ripoll y de la Virgen del claustro de Solsona, cabe destacar la trascendencia de la Virgen de Montserrat, que ha sobrepasado la edad media; la imagen gozó de devoción a través de los milagros que se le atribuían y que durante el siglo XIII llamaron la atención del conde-rey Jaime I el conquistador o del monarca castellano Alfonso X el sabio, quien reflejó algunos de sus milagros en las célebres Cantigas. debió realizarse entre la segunda mitad del siglo XII y el inicio del siglo XIII, y sufrió diversas transformaciones y restauraciones.
Lo que es interesante remarcar ahora es constatar como en su entorno se pueden agrupar otras piezas, determinando un círculo que nos sitúa también en Barcelona, en una imagen relacionada con la catedral. El estudio de las obras esculpidas en madera y policromadas en Cataluña tiene que dar todavía muchos resultados y debe afianzar la calidad excepcional de una parte significativa de las producciones, como muestran algunas obras que podemos considerar capitales, pero que cuenta también con un amplísimo repertorio de ejemplos de cualidades, tipos y connotaciones muy diversas. los trabajos futuros no pueden prescindir de las aportaciones de la erudición y de la investigación del siglo XX y de sus esfuerzos de conservación de un patrimonio que en cierta medida es frágil y que ha sido supeditado a numerosas transformaciones. más allá de las valoraciones formales, estilísticas, compositivas, las investigaciones deben avanzar en dos direcciones: en primer lugar, desde la óptica de su función y significación, de su papel en los edificios y ante sus espectadores potenciales, para comprender su papel en el culto, la litúrgia, la voluntad de sus promotores y su ubicación dentro del edificio, en segundo lugar, desde su vertiente técnica, mediante el análisis de sus materiales, de su policromía y de sus procedimientos.
Son vías que se complementan y que a estas alturas son imprescindibles, con el fin de reubicar en el sitio se merece una de las vertientes más relevantes y variadas del arte románico en Cataluña. 


Las artes pictóricas del románico catalán
“Per aquí’s demostra quant nos resta encara á investigar y aprendre en benefici de la vera ciencia, ex tirpant arreladas preocupacions y endreçant lo fil de la història. Per aquí tambe’s veu com á dos passos d’una vila sens recorts, pot ascondres un joyell artístich que no té parella, aduch’en los més richs museus del mon, lo qual vincla en sí la resolució de interessants problemas tocant als orige[n]s y marxa de la pintura de la edat mitjana en general y de la catalana en particular”.
Así se expresaba, hace más de ciento veinte años, Josep Puiggarí tras haber contemplado, después de un largo viaje en tren, las pinturas de Sant Quirze de Pedret, todavía en el lugar para el que fueron pintadas. Desde entonces se ha escrito mucho sobre pintura románica catalana y se ha avanzado enormemente en su conocimiento pero, parafraseando a Puiggarí, todavía nos resta mucho por investigar y aprender, y siguen planteándose interesantes problemas relativos a los orígenes y desarrollo de la pintura de aquella época. Lo que sigue no es, ni pretende ser, una síntesis más sino un recorrido temático y tipológico por las artes pictóricas de este período y por los diversos aspectos y argumentos a través de los cuales se ha abordado su estudio. Por no poder ser extenso no será tampoco exhaustivo, de modo que ni se mencionarán todas las obras ni toda la bibliografía, aunque con las que se traten de las primeras se pretende mostrar todo tipo de casos y con las que se citen de la segunda se llegará a la restante. aunque nunca podrá reconstruirse en su totalidad, la continua indagación, la revisión y superación de ciertos dogmas historiográficos y la consideración conjunta de todo tipo de obras ha de contribuir a esbozar el que fue el panorama pictórico de la Cataluña de tiempos románicos, entendiendo como tal la que se desarrolló en los condados catalanes y, por lo tanto, al margen de fronteras administrativas modernas y tomando en consideración tanto la actual andorra como los territorios que pasarían a jurisdicción francesa a fines del XVII.
Antes de emprender dicho recorrido deben tomarse en consideración diversos factores que en ocasiones se hallan entremezclados y que forzosamente condicionan todavía, de distintas mane ras, la valoración general de la pintura románica: las innumerables pérdidas y, en el reverso de la misma moneda, las diversas circunstancias que afectan a lo conservado; la mayor atención prestada tradicionalmente a las obras del período central en detrimento de las restantes; la existencia de determinados planteamientos historiográficos fuertemente enraizados y la tradicional consideración por separado de las diferentes artes pictóricas.
La desaparición de buena parte de lo que fue la pintura románica hace inevitable preguntarse hasta qué punto cualquier panorámica que se quiera trazar de la misma se alejará de lo que fue la realidad. en el caso de Cataluña minimiza muy relativamente el problema el hecho de ser el lugar donde se ha conservado una mayor densidad (ya sea mural o sobre tabla), pero circunstancias particulares concernientes a su conservación también han condicionado –para bien y para mal– su conocimiento y valoración. El elevado número de obras custodiadas en el MNAC ha hecho que constituyeran, en cierto modo, un canon. son más conocidas, han sido más estudiadas y divulgadas y algunos buenos textos sobre el tema se han articulado a partir de sus fondos, con lo cual siguen teniendo un papel protagonista que puede llegar a sesgar la percepción general del paisaje. a la inversa, pinturas murales valiosas por su calidad o por su riqueza iconográfica han ocupado un in merecido segundo plano en la historiografía, ya sea por su mal estado de conservación o por estar demasiado alejadas de las miradas.
Por otra parte, y como se ha señalado no pocas veces, desconocemos casi absolutamente los que pudieron haber sido los proyectos pictóricos ambiciosos que cabe suponer se encontrarían en los centros catedralicios y monásticos y en los más destacados establecimientos canonicales. en cuanto a los primeros solo subsisten los del complejo episcopal de la Seu d’Urgell: de la iglesia originariamente dedicada a San Miguel, y posteriormente a san Pedro, proceden las pinturas absidales (MNAC) y del templo catedralicio, dedicado a Santa María, provienen las que decoraron el absidiolo meridional, ya muy tardías, dedicadas a Santa Catalina y a las que se volverá más adelante. De la catedral de Vic, dos indicios de naturaleza diversa nos sitúan a ambos extremos de la desaparecida catedral románica. Uno es un fragmento (MEV) que sería irrisorio si no tuviera gran valor testimonial, y que muestra la parte baja de unos cortinajes hallados en el muro oriental –superviviente del edificio románico– y que se han fechado a finales del XII; otro es la imprecisa mención, en un episcopologio anónimo de la primera mitad del XVIII, de unas pinturas (¿románicas?) con una “figura grandísima del salvador” en el ábside principal. En cuanto a sedes catedralicias esto es todo, y si se menciona es para llamar la atención no tanto sobre lo conservado como sobre lo perdido. Y lo mismo debe decirse sobre las grandes abadías, de las que no conservamos mucho más. No queda nada del que pudo ser un notable ciclo pictórico en la iglesia abacial de Ripoll. Tampoco de los vestigios que un testimonio decimonónico todavía pudo apreciar en Sant Miquel de Cuixà. En sant Pere de Rodes (Alt Empordà) se recuperaron diversos fragmentos entre los cuales destacan la Crucifixión del claustro inferior (in situ) y una composición probablemente protagonizada por Cristo y los Apóstoles en el cuarto de esfera del absidiolo abierto en el hemiciclo oriental de la iglesia y cuyo estado no permite precisar ni su iconografía (extremo que sería interesante poder aclarar puesto que el lugar donde se hallan, peculiar en su configuración y también por su función, se aparta de lo habitual) ni su filiación (la gestualidad que se intuye en los personajes llama la atención). A finales de 2005 se descubrían en el ábside sur de la iglesia monástica de Sant Quirze de Colera (Alt Empordà) unos maltrechos restos en los que se aprecia, en el cuarto de esfera, a una Maiestas sedente rodeada por una mandorla y flanqueada por dos ángeles, el sol y la luna, con parte del apostolado en un registro inferior. Su proximidad estilística a conjuntos roselloneses no resulta nada extraña al pertenecer ambos territorios a la órbita de los condes de Empúries-Rosselló, circunstancia que también sirvió de telón de fondo a otras familiaridades artísticas a principios del siglo XI en cuanto a la arquitectura y a una precoz escultura monumental. fragmentos de suntuosas orlas y cortinajes (col. particular) y otros vestigios pictóricos (MEV) procedentes de sant Pere de Casserres (Osona) pueden añadirse a esta breve relación.

Sant Pere de la Seu d’Urgell. -Museu Nacional d'Art de Catalunya 

Indicios ínfimos, todos ellos, cuando consideramos qué pudo haber en otras de las numerosas abadías benedictinas, o bien en destacadas canónicas regulares. Sin duda, todo esto condiciona significativamente cualquier intento de trazar una panorámica sobre la pintura románica catalana. Y recordar esto no implica considerar menores las obras destinadas a iglesias parroquiales o prioratos; no hay más que mencionar las pinturas del ábside de Sant Climent de Taüll. En cualquier caso, la ausencia de lo que hubo en catedrales, grandes monasterios o canónicas relevantes, nos impide conocer no solo una parte sin duda significativa de obras, sino también los posibles mecanismos de transmisión de modelos y artífices.
Desde un primer momento se prestó especial atención a las pinturas situadas entre los últimos decenios del siglo XI y el entorno del 1200, lo que ocasionó que tanto lo anterior como lo posterior a estas fechas quedara convertido en una especie de periferia desatendida o infravalorada. oscuros antecedentes en un caso o epígonos retardatarios en el otro, las pinturas del XI y del XIII no han contado, por lo general, con la necesaria caracterización y han abocado a un vacío historiográfico que poco a poco va siendo colmado. Son bastante significativos los apelativos de “pinturas arcaicas” para las del siglo XI (Cook y Gudiol Ricart) que, junto a la idea de la llegada a tierras catalanas, a finales del siglo XI, de pintores foráneos –especialmente lombardos– que habrían acabado con una larga sequía pictórica y marcado definitivamente el devenir de la pintura románica catalana ha constituido, durante mucho tiempo, el planteamiento que fijaba el punto de partida para cualquier recorrido. Hoy esta idea zozobra tras recientes estudios que obligan a replantear referentes geográficos y cronológicos, como veremos. la posibilidad de que la iglesia monástica de Santa Maria de Ripoll consagrada en 1032 por Oliba contase con un ciclo de pinturas monumentales de inspiración romana que pudiesen ser, además, posible referente para otras obras, obliga a una mirada más generosa y optimista. Y si no solo se toma en cuenta la pintura mural sino todas las artes pictóricas, la mención a ripoll debe recordarnos que fue allí y durante la primera mitad del XI que se escribió el capítulo más brillante de todos los conocidos en cuanto a ilustración de manuscritos por aquellas fechas.
Al otro extremo se halla el siglo XIII, que prorroga –y no por ello desvirtúa– las fórmulas románicas de distintas maneras. en ocasiones, ciertamente, con persistencias arcaizantes, pero otras participando de las distintas versiones del llamado estilo 1200 o bien entremezclándose con la gramática del gótico lineal.
Las obras del siglo XIII, tan poco atendido por la historiografía artística, reclaman también su papel, que poco a poco van obteniendo a partir de estudios dedicados a obras concretas (círculo de Avià, baldaquino de Tost, pinturas de la capilla de Santa Catalina de la Seu d’Urgell), aportaciones valiosas pero todavía poco numerosas como para permitir una visión general más nítida y segura.
Junto a todo ello, diversas ideas que a lo largo del siglo XX habían ido sedimentando la historiografía pueden ahora ser revisadas y superadas a la luz de nuevos descubrimientos e interpretaciones. La procedencia de artistas e influencias, la agrupación de obras en torno a determinado artífice, dataciones que en un momento concreto se tuvieron por seguras, son aspectos que pueden verse replanteados. el estudio técnico de las obras ofrece valiosos datos para el conocimiento de la práctica artística y permite formular nuevas y sugerentes hipótesis.

Sant Climent de Taüll. Museu Nacional d'Art de Catalunya 

Nombres y geografías
Tras el descubrimiento y las primeras publicaciones que dieron a conocer la pintura románica catalana, aparecerían los trabajos que tenían como objetivo una necesaria sistematización y que establecieron las bases y el armazón sobre el cual habrían de sustentarse estudios posteriores que contribuirían tanto a matizar como a asentar las primeras propuestas. Mossèn Gudiol i Cunil, en los años veinte del siglo pasado, escribía el primer compendio de pintura románica catalana, en tres volúmenes dedicados respectivamente a la pintura mural, la pintura sobre madera y, publicado póstumamente, los libros ilustrados. aquella misma década, que historiográficamente puede calificarse de prodigiosa, el tema atrajo la atención de especialistas internacionales. el austriaco Wilhelm Neuss había dedicado (1922) un notable estudio a la ilustración bíblica catalana del entorno del año mil. En 1925 se publicaba en Berlín un trabajo de Gertrud Richter que tenía como protagonistas la pintura mural y sobre tabla tanto románica como gótica. Pronto sería el turno de los historiadores americanos. Walter W.S. Cook escribió una serie de extensos y encomiables artículos acerca de diversos ejemplares de pintura sobre tabla, tema al que había dedicado su tesis doctoral bajo la dirección de Chandler R. Post, autor a su vez de la amplia historia de la pintura española cuyo primer volumen veía la luz en 1930, el mismo año que, también desde Harvard, charles Kuhn publicaba su estudio sobre pintura mural. A estos tratados de tipo general hay que sumar numerosos artículos sobre obras y aspectos particulares que los habían precedido y que siguieron apareciendo también a lo largo de aquel fructífero decenio, y que en algunos casos siguen siendo trabajos de referencia (Pijoan, Folch i Torres). años más tarde, tras el fatídico paréntesis de la guerra y la inmediata pos guerra, aparecerían dos volúmenes de la colección Monumenta Cataloniae dedicados respectivamente a la pintura mural (J. Pijoan y J. Gudiol Ricart, 1948) y a la pintura sobre madera (J. Folch i Torres, 1956). La síntesis elaborada para la colección Ars Hispaniae por W.W.S. Cook y J. Gudiol Ricart en 1950 (revisada por el segundo en la edición de 1980) tuvo un notable y merecido peso en la casi definitiva sistematización de la pintura románica catalana, estableciendo un esquema que se siguió en términos generales y que otras propuestas de clasificación (J. Sureda, 1980) no lograron suplantar.
Además de estas obras debe destacarse la guía de la colección de arte románico del actual MNAC que publicara en 1973 J. Ainaud de Lasarte donde el autor formuló, aun con la brevedad impuesta por el formato, estimulantes y sagaces observaciones que, en algunos casos, han supuesto puntos de referencia para estudios posteriores. Junto a las obras pioneras y de síntesis han sido los estudios monográficos los que han ido discutiendo, matizando y reformulando las clasificaciones propuestas. y son también estos los que han abordado otros aspectos relativos a la iconografía, a la comitencia y a los procedimientos artísticos. en lo que llevamos de siglo el aumento de estudios dedicados a la pintura románica catalana ha crecido exponencialmente y los casos más afortunados habrán de permitir el avance en su conocimiento, a veces superando antiguas y sólidas tesis.
Ya en las primeras sistematizaciones se agrupaban las pinturas en torno a desconocidos maestros que, por su anonimato, tomaban el nombre de una de las obras que se les atribuía, no siempre la más destacable del grupo, como se ha podido comprobar a medida que este se ha visto amplia do o mejor definido.
Para la pintura sobre tabla se establecían talleres relacionados con centros religiosos relevantes, fueran catedralicios (Seu d’Urgell, Vic) o monásticos (Ripoll) –clasificación en ocasiones discutida alegando el carácter itinerante y presuntamente laico de sus artífices– o se agrupaban en relación a alguna zona geográfica sin precisar un foco concreto (taller de Lleida o de la Ribagorza). Para la ilustración de libros, como es natural, los scriptoria señalaban los centros de producción y establecían una pauta de clasificación. unos pocos datos cronológicos, unidos a indicios formales o iconográficos, ordenaban secuencialmente los grupos y, dentro de estos, las obras.
A grandes trazos, esta necesaria clasificación sigue siendo válida, o cuanto menos útil como principio ordenador aunque, como no podría ser de otra manera, se ha visto continuamente rede finida. Hace ya tiempo que la idea del artista itinerante de amplia trayectoria dio paso al concepto de círculo o taller. tareas titánicas inicialmente atribuidas a un solo "maestro" fueron repartidas entre otros igualmente anónimos miembros del taller o seguidores, mientras los vínculos entre ellos se replanteaban, a la par que nuevos descubrimientos engrosaban –y engrosan todavía– la nómina de obras. algunas nuevas lecturas y propuestas merecen especial atención en tanto que modifican sustancialmente el panorama que hasta hace poco había trazado la historiografía.
Tradicionalmente se ha considerado que la Lombardía había jugado un papel determinante en la configuración de la pintura románica catalana, repitiéndose de esta manera lo que también se pensaba que había acontecido, décadas antes, en el terreno arquitectónico. en este último ya hace tiempo que se ha relativizado el protagonismo lombardo.9 en el ámbito pictórico algunos estudios recientes evidencian que también aquí debe replantearse la cuestión lombarda. se ha venido afirmando ampliamente que, a fines del siglo XI, habrían llegado a tierras catalanas pintores lombardos (del área milanesa, se especificaba) que habrían trabajado en Pedret, Capolavoro de un grupo de pinturas de calidad diversa, debidas a seguidores de los primeros que habrían asumido y reinterpretado el quehacer pictórico lombardo para acabar convirtiéndolo en expresión genuina de la pintura local. Se adjudicarían al grupo –con los oportunos matices– conjuntos como Santa Maria d’Àneu, sant Pere del Burgal, sant Pere d’Àger (todos en el MNAC), Santa Maria de Cap d’Aran (Nueva York, the Cloisters), Sant Serni de Baiasca (in situ) y los de la antigua sede catedralicia occitana de Saint Lizier de Couserans (in situ) que, con la fecha de su consagración (1117) proporcionaba un referente cronológico. Otras obras de menor calidad se han considerado derivaciones del estilo característico del círculo (Orcau y Argolell, ambas en el MNAC; Sant Vicenç de Rus, en el MDCS; o las recientemente descubiertas de sant Vicenç d’Estamariu, Alt Urgell, (in situ).
Además de argumentos estilísticos que favorecían la tesis lombarda, la historiografía aducía otros iconográficos y ornamentales: la presencia de santos milaneses (Gervasio, Protasio, Celso, Nazario), las opulentas grecas, las coronas “de Monza”, e incluso temas indiscutidamente bizantinos –los arcángeles portadores de estandartes y cartelas con fórmulas petitorias– cuya presencia en conjuntos como san Vincenzo a Galliano (1007) convertían a la Lombardía en agente de su transmisión a Cataluña. Parecía más que suficiente para trabar unos sólidos fundamentos –y casi un dogma– para la pintura románica catalana, que se mantenía y enriquecía con aportaciones de la historiografía internacional. Se había logrado, además, organizar todo el proceso cronológicamente, aspecto al que volveremos. Pero estudios recientes cuestionan lo que parecía tan asumido como inamovible. Proponen, retomando algunas antiguas propuestas, relacionar el grupo de Pedret con el Lacio y la Italia meridional, depositarios de las tradiciones paleocristiana y bizantina y cuna de unos temas –iconográficos y ornamentales– que no necesitarían de intermediarios lombardos para llegar a otros lugares. Señalan además que los análisis técnicos llevados a cabo muestran quehaceres distintos a varios niveles entre los autores de los conjuntos de referencia lo mbardos y los adscritos al círculo de Pedret, de modo que no parece que estos hubiesen aprendido su oficio en la Lombardía. Incluso la insistente presencia de los santos milaneses podría explicarse no en base a un hipotético origen de los pintores –y sus modelos– sino a partir de ripoll donde en tiempos de Oliba se atestigua ya su culto. Las coronas gemadas presentes en las pinturas de la órbita de Pedret, no se parecen más a la venerada reliquia de la catedral de Monza que a las que sostienen diversas vírgenes mártires en ciclos pictóricos del Lacio y la Campania. y, por si no bastara con esto, las pinturas del ábside de Galliano, referente continuamente invocado cuando se trataba de situar en la Lombardía el punto de partida de las obras del entorno de Pedret y algunas de sus visiones teofánicas, son vistas ahora como herederas de la tradición romana. La cómoda y aparentemente sólida tesis lombarda no resiste, pues, análisis críticos en profundidad, como tampoco lo hace, como veremos más adelante, su trama cronológica.
Al margen de las obras consideradas –con los necesarios matices indicados– de perfil italiano, la historiografía había ido estableciendo otras agrupaciones cuya ascendencia debía buscarse en territorios de la actual Francia. Un caso claro en este sentido es el de las pinturas que integran el círculo (antaño “maestro”) de Osormort. Se trata de obras pertenecientes tanto a la comarca de Osona –el propio Osormort y el Brull, ambos conjuntos en el MEV– como a tierras ampurdanesas, con las pinturas de Sant Joan de Bellcaire (museu d’art de Girona), Sant Miquel de Cruïlles, Sant Esteve de Maranyà, Sant Esteve de Canapost y Sant Pere de Navata (todas ellas in situ). comparten un característico estilo claramente relacionable con la pintura aquitana y unos programas iconográficos de tipo narrativo que en ocasiones incluyen ciclos del Génesis (Osormort, Brull, Canapost), que utilizan fórmulas propias de la pintura y la miniatura de las zonas de Poitiers y tours que, paralela e independientemente, también se extendieron por Aragón. Deben añadirse al grupo las pinturas de Cervià de Ter (Gironès), cuya situación geográfica no hace sino ratificar el peso del territorio ampurdanés en este grupo de pinturas y evidenciar la poca adecuación actual del nombre que de antiguo se le asignó, pues las de Osormort no son precisamente las mejores pinturas del elenco y sitúan inmerecidamente su peso en el territorio ausonense, cuando parece irse vislumbrando que los conjuntos de mayor calidad y proximidad a lo aquitano serían los ampurdaneses que, por su mayor desconocimiento y peor estado, no han gozado del protagonismo que merecerían. retomando lo que se apuntaba al principio de este capítulo, estamos ante una clara muestra de cómo circunstancias diversas han condicionado la valoración de las obras: los dos –únicos por ahora– ejemplos ausonenses se conservan en mucho mejor estado, en un museo relevante y han interesado a la historiografía. Por su ubicación geográfica se había llegado a plantear que dependieran de pinturas hoy perdidas de la catedral de Vic. En cambio, los más numerosos conjuntos ampurdaneses –seis– se encuentran prácticamente todos in situ, en muy mal estado y son muy fragmentarios, y algunos de ellos han pasado casi desapercibidos por la historiografía. Pero lo que se aprecia en algunos restos (Cervià de Ter) denota una calidad superior a la de las pinturas que dieron nombre al grupo y su ubicación en el transepto en la iglesia permite suponer programas de notable extensión.
Es también hacia territorio galo que señalan pinturas como las de la poderosa canónica agustiniana de Santa Maria de Mur (Boston, Museum of fine arts –ábside principal–; MNAC –absidiolo sur–; restos in situ), relacionadas por la historiografía con conjuntos roselloneses (Santa Maria d’Arles, Sant Martí de Fonollar, Santa Maria de la Clusa, todos in situ), aunque es con las descubiertas en Sant Miquel de Moror (Pallars Jussà, in situ) –iglesia dependiente de la canónica de Mur– con las que comparten mayores similitudes. Se caracterizan por su paleta cromática, con notable presencia del color azul, y por destacar las figuras sobre un fondo blanco. Todas estas obras –y en general la mayoría para las cuales se ha indicado, de forma más o menos precisa, un trasfondo francés– reclaman todavía estudios tanto particulares como generales que ahonden en su conocimiento y replanteen consideraciones aparentemente sólidas del mismo modo que se ha hecho con las italianizantes del círculo de Pedret.

Santa Maria d’Àneu. Museu Nacional d'Art de Catalunya 

Las iglesias del Valle de Boí ofrecen un rico y complejo panorama pictórico nada fácil de clasificar y cuya vecindad no implica necesariamente homogeneidad.
Siempre se ha considerado que corresponden a un primer momento las pinturas de Sant Joan de Boí (MNAC), que se propone fechar alrededor de 1100. A falta de paralelos murales, se sugiere considerarlas resultado de la monumentalización de repertorios miniados tanto rivipullenses como de la Francia meridional, lo que explicaría algunas de sus peculiaridades. Una segunda etapa se fecha habitualmente a partir de la consagración de las dos iglesias de Taüll en 1123. En Sant Climent de Taüll (MNAC y restos in situ) se advierte sin dificultad la intervención de distintas manos. Junto al excelente maestro al que debemos la imagen mayestática convertida en insignia e icono de la pintura románica, trabajan otros de menor calidad, también activos en la vecina Santa Maria de Taüll. Para unos y otros se encuentran obras afines en territorio aranés (Santa Eulàlia d’Unha), aragonés (capilla de San Agustín en la catedral de Roda de Isábena) y castellano (Berlanga, Maderuelo y San Miguel de Gormaz). Al torpe artífice conocido como maestro del Juicio Final por haber pintado dicho tema en el muro occidental de Santa Maria de Taüll se le atribuyen también pinturas tanto en Cataluña (Sant Iscle i Santa Victòria de Surp, repartidas entre el MNAC, el MDSU y el Toledo art Museum en Ohio) como en Aragón (Santa Eulalia de Susín, San Esteban de Almazorre).
Otras obras, menos afortunadas en la historiografía tradicional –aunque no por ello menos interesantes– se han agrupado, no siempre de forma consensuada, en torno a una extensa nómina de “maestros” de catálogo cambiante: “de la Seu d’Urgell”; “de Santa Coloma”; “de Polinyà” primero y “de Cardona” después, al que se adjudicaron Sant Esteve de Polinyà (MDB), los ábsides laterales de Santa Maria de Barberá (in situ), Sant Martí Sescorts (MEV) y las pinturas del pórtico de Sant Vicenç de Cardona (MNAC). Respecto a este último grupo, al no ser tan claro y numeroso como otros, y debido a la dispersión de las obras, a su diferente grado de conservación, y a su irregular tratamiento historiográfico (algunas han sido escasamente atendidas y otras, como Barberá, han si do analizadas en profundidad, básicamente en su vertiente iconográfica) les ha concedido un papel inmerecidamente secundario en el conjunto de la pintura románica catalana.

Frontal de Avià. Museu Nacional d'Art de Catalunya 

A medida que se acerca el final del siglo XII se aproximan también los influjos bizantinos y el internacionalismo que caracterizan el llamado estilo 1200 que, en este caso, se perpetúa considerablemente durante el siglo XIII. Si bien algunos conjuntos de pintura mural se hacen eco –cada uno a su manera– de estas nuevas formulaciones (Sant Esteve d’Andorra la Vella –MNAC y colecciones particulares–; pinturas del ábside de santa catalina de la Seu d’Urgell –MNAC y Abegg-Stiftung–) es en la pintura sobre tabla donde hallamos el catálogo más nutrido y diversificado de este “estilo”.
Es precisamente el mencionado carácter internacional propio de las artes figurativas del momento y el continuo intercambio de fórmulas y artífices el que explica tanto el marcado bizantinismo de los severos personajes del frontal de Orellà (Conflent, in situ) o de los de Baltarga (MNAC) como las coincidencias con la miniatura inglesa del frontal de Avià (MNAC). Las ilustraciones de manuscritos como el De Civitate Dei conservado en Tortosa (Arxiu Capitular, ms. 20) o los dos cartularios reales (Liber Feudorum Maior y Liber Feudorum Ceritaniae, ambos en el archivo de la corona de Aragón), así como la denominada Viga de la Pasión (MNAC) estrechamente relacionada con uno de los miniaturistas del Liber Feudorum Maior, se inscriben también dentro de esta tendencia caracterizada precisamente –y aunque parezca paradójico– por la heterogeneidad con que se versionan unas fórmulas a veces coincidentes, resultado de las distintas traducciones a las que fue sometido el lenguaje bizantino en los diversos territorios europeos de recepción.
Se consideran más tardías y calificables ya de góticas las obras agrupadas en torno al frontal de Lluçà (MEV), entre las que destacan el frontal llamado de los Arcángeles (MNAC) y las pinturas murales de Sant Pau de Casserres (MDCS).
De carácter más ingenuo y cronología igualmente avanzada (siglo XIII), caracterizados por el uso de relieves en yeso y con corladura, son los frontales agrupados en torno al llamado taller de la Ribagorza. les caracteriza el abundante uso –en orlas y fondos– de relieves en estuco que en su día irían recubiertos de una fina lámina metálica barnizada (corladura) y comparten repertorio ornamental y algunas fórmulas iconográficas, además de proporcionarnos algunas de las poquísimas firmas con las que contamos.

De diversis artibus
Si se contempla en conjunto la bibliografía sobre la pintura mural y sobre tabla, sobre ilustración de manuscritos y la relativa a tejidos figurados, salta a la vista que han sido estudiados prácticamente siempre por separado. cada vez resulta más evidente que, pese a ciertas bondades organizativas, tratar independientemente las distintas artes empobrece su conocimiento. la interrelación existente entre ellas no se limita a casos puntuales o más o menos anecdóticos, en ocasiones citados pero pocas veces tomados en consideración como argumento metodológico. cuanto más se profundiza en esta línea mayores son las pruebas del diálogo continuado entre todas las artes figurativas, al margen –aunque a veces no tanto– de sus técnicas y formatos.
Que el llamado Tapiz de la Creación de la catedral de Girona se inscribía en una tradición nacida al amparo de los libros estaba fuera de toda duda y que las personificaciones de los vientos situados en las enjutas de su composición central aparecieran en el beato románico (hoy en Turín) surgido del escritorio catedralicio demostraba que también había tenido lugar el proceso inverso, cuando los ilustradores del manuscrito incorporaron en él imágenes procedentes del magnífico bordado, en el que además se aprecian contactos con otras miniaturas gerundenses coetáneas. se perfila así un interesante intercambio mutuo entre ambos medios. Casos parecidos debieron ser mucho más frecuentes.
Es claro que hubo intercambios entre la pintura monumental y la miniatura. Ya hemos visto cómo el vigoroso Ripoll de Oliba debió de contar con pinturas murales en su iglesia relacionables con las de las espléndidas biblias que surgieron contemporáneamente de su escritorio. También se ha propuesto vincular la Crucifixión del claustro bajo de sant Pere de Rodes con modelos miniados y explicar las pinturas de Boí a través de repertorios de este origen. de nuevo, pues, aparece con cierta insistencia la ilustración de manuscritos relacionada con programas monumentales, ya sean pictóricos o bien escultóricos. es conocida de antiguo la relación entre las biblias de Ripoll y la portada de su iglesia, y los membra disjecta de la de Sant Pere de Rodes se han relacionado también con los ciclos bíblicos rivipullenses. Lo que parece deducirse es que esto se produjo en los lugares en que se tuvo acceso, directo o indirecto, a manuscritos destacados en cuanto a su ilustración: Ripoll fue, al menos en las primeras décadas del XI, el principal centro ilustrador y Sant Pere de Rodes acogió, desde la primera mitad del XII, la llamada precisamente por ello Biblia de Rodes (París, BNF, ms. lat. 6) procedente de Ripoll. ¿Ocurriría lo mismo en otros puntos cultural y artísticamente noto rios? Si un relieve de piedra procedente con toda probabilidad de la catedral de Girona representa un tema apocalíptico muy poco frecuente en formato monumental y sin duda inspirado en el beato del 975 que se custodiaba en la ciudad ¿por qué no pensar que este manuscrito, que causó claro impacto artístico en el entorno catedralicio, pudo haber proporcionado modelos a la pintura mural?.

La influencia de las Biblias de Ripoll se extendió también hacia poniente, como parecen indicar ciertas fórmulas iconográficas bastante peculiares en pinturas ribagorzanas: es el caso de la llamativa escena de juglaría de Sant Joan de Boí afín a una de las ilustraciones de la biblia llamada de Rodes, mientras que el suplicio de Isaías de este mismo ejemplar parece haber inspirado compositivamente uno de los que padecen los santos Quirico y Julita en el frontal de Durro (MNAC), cuyo cruento repertorio ha sido descifrado recientemente a la luz de un texto apócrifo.
También se han emparentado con la miniatura otras pinturas sobre madera de cronología y estilo cercanos al 1200: el frontal de Avià con la miniatura inglesa; la llamada Viga de la Pasión (MNAC) con el Liber Feudorum Maior (ACA) y con el castellano Beato de las Huelgas.
Además de con la pintura mural, algunas pinturas sobre tabla ya se habían relacionado con la escultura en estudios pioneros (Cook). La similitud entre la elevatio animae del protagonista del frontal de Sant Martí de Puigbò (MEV) y la que se distingue todavía en el sarcófago del conde Ramón Berenguer III en Santa Maria de Ripoll, sumada a la que denotan algunos motivos ornamentales presentes en ambas piezas, abonan la idea de una producción de pintura sobre madera al amparo del monasterio.
En unos casos más admitidas que en otros, la historiografía apuntó ya desde los primeros estudios, similitudes entre pinturas murales y otras sobre tabla. Las pinturas del ábside de Sant Pere de la Seu d’Urgell (MNAC) se han puesto en relación, especialmente, con los frontales de Ix y el llamado de los apóstoles (ambos en el MNAC); el frontal de Durro con las pinturas de Boí; y un rastreo bibliográfico ampliaría la lista con otros parangones. de todos los casos quizás el más habitualmente invocado y ampliamente aceptado en este contexto sea el del frontal de Espinelves y las pinturas protagonizadas por Santo Tomás de Canterbury en Santa Maria de Terrassa (in situ) que no solo comparten estilo sino ciertos elementos de vestuario como son las ligas que exhiben dos magos de la tabla y uno de los esbirros del ábside egarense.
Pero ha sido al analizar aspectos técnicos que se ha avanzado en el conocimiento de la relación entre ambas formas de pintura. el hecho de que algunos frontales de altar de madera utilicen técnicas (estuco, corladura) destinadas a obtener resultados parecidos a los de los ejemplares de orfebrería, reducía excesivamente la valoración técnica de la pintura sobre tabla, al considerarla simplemente una versión pobre de piezas suntuosas. recientes estudios que interpretan resultados de laboratorio aportan interesantes conclusiones que permiten considerar la manufactura de la pintura sobre madera desde una nueva perspectiva, que la libera del lastre de los supuestos modelos en otros materiales. Así, las obras más antiguas (Ix, Planès, Seu d’Urgell, Ribes), anteriores a las que usaron soluciones imitativas de la orfebrería, se acercan mucho más, en cuanto a su técnica, a la elaboración de manuscritos. algunos recursos empleados en la preparación de la superficie que deberá ser pintada, el uso de pigmentos valiosos, o el empleo de sutiles láminas de estaño barniza das, son soluciones que se hallan tanto en la miniatura como en los tratados de la época relativos a su ejecución. todo ello resulta más interesante cuando se comprueba que los recetarios de estas técnicas se hallan en manuscritos custodiados en monasterios y que determinados recursos técnicos usados en la pintura mural proceden de medios como la pintura sobre tabla: en el subpedaneum del crucificado de Sorpe se ha usado lámina metálica; en las nubes de las que emerge la dextera domini que aparece en el martirio de san esteban de sant Joan de Boí se habría empleado estuco.
Si desde la iconografía se habían desvelado contactos entre la escultura y la miniatura, y la comparación formal había permitido relacionar algunas pinturas murales con otras sobre tabla, la consideración de aspectos técnicos ha llevado a plantear la posibilidad de un proceso de aprendiza je progresivo iniciado en talleres vinculados a centros religiosos y a la elaboración de manuscritos, donde también se realizaría pintura sobre tabla y cuyos artífices habrían pasado en ocasiones a ejercer la pintura mural. además de justificar las ya citadas relaciones entre algunas pinturas murales y otras sobre tabla este enfoque explicaría también la obra tan magnífica como particular que es el ábside de Sant Climent de Taüll (MNAC) tan difícil de ubicar a partir de la pintura mural que conocemos.

Comitentes
Como ocurre con otros encargos artísticos, son las élites civiles y eclesiásticas las que se encuentran tras la inmensa mayoría de empresas pictóricas, donde contamos incluso con algunos (pocos) casos en que se retrataron en la obra auspiciada. nada comparable a lo conservado en Italia, lo cual no quiere decir que la costumbre de representar al comitente no estuviera extendida en los territorios catalanes. sin duda el ejemplo más conocido es la probable condesa Llúcia de Pallars, cuya presencia en el extremo meridional del registro inferior del ábside de Sant Pere del Burgal (MNAC) la ha convertido en protagonista de varias hipótesis de relevante valor cronológico. Se consideró que su presencia en solitario –aspecto discutible puesto que en el extremo opuesto del ábside no se conserva la pintura– era indicativo de su viudedad y, por tanto, de una cronología entre 1081-1090. Se la convertía así en argumento para la datación no solo de las pinturas del Burgal sino de todo el grupo con las que estas se asociaban estilísticamente, el liderado por Pedret que, por ser considerado el punto de partida de la renovación pictórica catalana y anterior a Burgal, quedaba así fechado algo antes y, con él, dicho momento clave. Recientes valoraciones argumentan que el hecho de que Llúcia sostenga un cirio implica que se trata de un personaje ya difunto, con lo cual la fecha de las pinturas podía retrasarse y con ello, la de todo el círculo de Pedret, con lo que esto supone. También podría favorecer la hipótesis de una cronología más tardía la que se propuso no hace mucho para las pinturas lombardas de San Martino a Carugo que, junto a las de Prugiasco, se consideraban referentes –y antecedentes– de los orígenes lombardos que se atribuían a los autores de Pedret. la presencia en Carugo de los santos milaneses casto y Polemio, cuyos cuerpos no fue ron hallados hasta 1105, proporciona una fecha post quem para aquellas pinturas y obliga cuanto menos a replantearse su relación con Pedret y a retardar sin duda su fecha hasta después de 1105 si es que se admite la relación y la posterioridad respecto a Carugo. Así, habría sido en tiempos de los hijos de la condesa Llúcia cuando se pintó el ábside del Burgal, con los condes –es más que razonable pensar que Artal I estuviera representado en el extremo norte del ábside– ya traspasados pero recordados. A todo esto –y podríamos decir que corroborando dicha hipótesis– viene a sumarse el descubrimiento de un fragmento pictórico (in situ) en el muro junto al lado norte del ábside con los rostros de dos figuras jóvenes –una mujer y un clérigo– que se ha propuesto identificar como hijos de los condes mencionados. Así, el eclesiástico no sería otro que Ot, el futuro obispo de Urgell. A estas figuras todavía se añadió, en fechas posteriores y dando lugar a un palimpsesto pictórico, una tercera, femenina, que se ha querido identificar con la castellana Aldonza, que se casó con Artal II de Pallars. El estado fragmentario de las pinturas de esta zona impide saber si había más personajes o inscripciones que los identificaran, pero no merma en absoluto el enorme interés que tiene su presencia. De tratarse de miembros diversos de una misma familia, algunos ya difuntos, estaríamos ante un caso parangonable al de las pinturas de la iglesia baja de San Clemente de Roma y a otros ejemplos romanos, a los que debemos añadir elocuentes paralelos en manuscritos ilustrados. Esto engrosa, por otro lado, los argumentos que apuntan en una dirección tanto geográfica como ideológica (Roma), horizonte que ya había señalado a principios de siglo pasado el agudo observador que fue Josep Pijoan y que pronto se vio nublado por el que se convirtió en omnipresente referente lombardo. no ha sido hasta los últimos años que la historiografía ha recuperado con nuevos y ampliados argumentos, como hemos visto más arriba, esta dirección.
En el condado del Pallars el retrato del comitente debió ser algo común por esas fechas. Cercana al Burgal tanto geográfica como estilísticamente, Santa María d’Àneu (MNAC) cuenta con dos personajes caracterizados como clérigos en registros superpuestos al extremo norte del hemiciclo absidal que han dado pie a diversas interpretaciones, entre las cuales que fueran los comitentes de las pinturas que los incluyen, aunque la mal conocida historia de esta canónica no ayuda a su identificación. En Esterri d’Àneu (MNAC) hallamos una versión tosca de la figura femenina del Burgal que, como allí, sostiene lo que debemos interpretar también como un cirio. Y, todavía, en santa Eulàlia d’Estaon (MNAC), en el intradós del arco que precede al ábside, subsisten las figuras, hoy acéfalas, de un clérigo con casulla en el lado norte y de otro personaje con vestimenta laica en el sur, ambos a la altura del registro intermedio.

Sant Pere del Burgal. Probable representación de la condesa Llúcia de Pallars. -Museu Nacional d'Art de Catalunya 

A estos ejemplos pallareses podemos añadir el caso de Sant Martí de la Cortinada (Andorra, in situ), donde entre una peculiar iconografía se aprecian personajes que se ha propuesto identificar con comitentes. Se hallan en el intradós de un arco formero cegado y representan, a uno y otro lado, a sendos personajes oferentes: el de la izquierda porta un recipiente (¿un cáliz?) con las manos veladas mientras que el de la derecha, claramente un laico identificado como Arnalsv (probable alteración de Arnalus, que algunos identifican con el noble Arnau de Caboet, †1170) sujeta un candelabro idéntico a los de hierro de esta época que se conservan en diversos museos. no parece descabellado pensar en que se trate de ofrendas de objetos litúrgicos. también se ha querido ver a un comitente en el clérigo de pequeño tamaño junto a la figura episcopal de san martín pintados en el muro que ciega el arco. y, sin afirmarlo, se ha sugerido que entre los personajes que presencian la crucifixión de Pedro en el absidiolo sur de santa maria de Barberá pueda distinguirse un obispo contemporáneo a la ejecución de las pinturas.

De algunos grandes prelados ya se suponía un papel destacado en los quehaceres de encargos pictóricos. El caso de Oliba, mucho más conocido por el notable papel jugado en el terreno arquitectónico, no debe olvidarse aquí, aunque sea a partir de un perdido pero al parecer ambicioso ciclo que pudo haber auspiciado en la iglesia monástica de Ripoll y quizás también en Cuixà. Es el obispo Ramón de Roda el que más frecuentemente se ha invocado en relación a pinturas de su época y, sea casualidad o no, su itinerario vital y profesional dibuja una interesante red de intercambios artísticos. Intervino en la consagración de las iglesias de Santa Maria y Sant Climent de Taüll en 1123, y la semblanza de estas últimas pinturas con las de la capilla de San Agustín (consagrada por él mismo en 1116) de la catedral de Roda de Isábena, sede de la que era obispo, le señalan como posible responsable de la participación en ambos sitios de unos mismos pintores. además, la particularidad iconográfica de los símbolos de los evangelistas en medallones portados por ángeles se encuentra tanto en el cuarto de esfera del ábside de Sant Climent de Taüll como en diversos ejemplos escultóricos de la zona de Comminges –cuna del prelado– así como en los tenantes de altar de la propia catedral de Roda de Isábena. Las recientemente descubiertas pinturas de Ourjout (Les Bordes-sur Lèz), a tan solo 40 km de Durban, donde nació el obispo rotense, pueden relacionarse con las de Santa Maria de Taüll. todo ello ratifica además el espectro cronológico de estas obras que, por lo general, se fechan a partir de la consagración de las iglesias de taüll en 1123.
Ya hace tiempo que se relacionó la notable actividad pictórica llevada a cabo en las iglesias del Valle de Boí con el patrocinio de los Erill, señores feudales de la zona que al parecer se libraron a una casi frenética actividad constructiva gracias a la recompensa obtenida del rey alfonso el batallador por haberle ayudado en la conquista cristiana de territorios aragoneses. Diversos estudios recientes han sugerido otros nombres y argumentos en relación a la comitencia de pinturas murales, entre los cuales cabe destacar el papel jugado por los canónigos agustinianos (Moror, Terrassa).

La pintura sobre tabla no nos ha dejado imágenes de comitentes. es probable que esto se explique por el hecho de que conservamos obras que fueron modestas, la mayoría destinadas a iglesias parroquiales. lo que sabemos de encargos más ambiciosos indica que en ellos pudo ser más corriente la imagen o la indicación de quien había posibilitado la obra, como tal vez ocurriese en el perdido frontal de oro de la catedral de Girona donde la inscripción Gisla cometissa fieri iussi pudo acompañar la imagen de dicha condesa. No conocemos nada parecido en los frontales de madera conservados que tardíamente aludirán, como mucho, a su artífice.
Habrá que esperar a los últimos años del siglo XII para encontrar, entre los folios de un manuscrito, una imagen de quien comisionó la obra. Es el caso del monarca Alfonso el Casto (†1196), re presentado en el primer folio del cartulario conocido como Liber Feudorum maior (Barcelona, archivo de la corona de Aragón, cancillería real, reg. 1), donde le vemos junto a quien fue designado para compilar la documentación, Ramón de Caldes, y un escriba, todos ellos ocupados con documentos. configuran una interesante y original representación que persigue subrayar la implicación en la labor administrativa de sus protagonistas.

Ámbitos y programas
Desde los inicios de la arquitectura pública cristiana ya se explotaron de forma conveniente las posibilidades semánticas que ofrecía el espacio del templo de modo que, consuetudinariamente, el ábside acogió en su cuarto de esfera las visiones teofánicas con las adecuadas imágenes y escenas complementarias, además de temas de resonancias eucarísticas y reservó, con las oportunas jerarquizaciones, el resto del espacio absidal a la narración, ya fuera bíblica o hagiográfica. Con todos los matices y precisiones que se quieran, tan pertinente y provechosa puesta en escena de mostró su validez perpetuándose en el tiempo y la geografía. la pintura mural catalana no escapa a dicha ordenación. Circunstancias posteriores han condicionado y sesgado frecuentemente la visión contemporánea de los programas pictóricos de aquella época. la aparición de los grandes retablos hizo que muchas iglesias vieran renovar y transformar significativamente el interior de su cabecera y, con ello, la decoración de la misma. Diversas pinturas románicas quedaron ocultas tras los nuevos vehículos del relato sacro, lo que a veces supuso su salvación, pues la desaparición visual no necesariamente implicaba la física. Así, no son pocas las pinturas románicas absidales que han reaparecido tras un largo olvido al retirarse muebles posteriores que las escondían. Resulta bien elocuente –e interesante por todo lo supone la obra y el momento– la fotografía tomada en 1907 del ábside principal de Sant Climent de Taüll que permite vislumbrar, tras los pináculos de un gran retablo, una de las pinturas de mayor renombre en el panorama pictórico románico. Y todavía hoy las pinturas de Sant Serni de Baiasca (Pallars Sobirà) solo pueden ser vistas tras el retablo barroco que cierra el ábside. Cuantitativamente, circunstancias como esta se traducen en un buen número de pinturas absidales conservadas, lo que no debe abocar a una falsa e inmerecida imagen de monotonía iconográfica. Es cierto que todas ellas reiteran las visiones teofánicas y que frecuentemente estas van acompañadas, en un registro inferior, por el colegio apostólico, que en ocasiones incluye la presencia de la Virgen. esta, en diversos ejemplos catalanes (Burgal, Sant Climent de Taüll, Ginestarre, Estaon, Argolell, Santa Coloma d’Andorra, les Bons, Anyós y también en el singular frontal de Martinet) presenta una particular iconografía de evidentes resonancias eucarísticas y eclesiológicas, al sostener un cáliz. En iglesias de advocación mariana es común que el ábside esté presidido por una Virgen Theotokos acompañada de los reyes magos (Santa Maria de Taüll, Santa Maria d’Àneu, las casi idénticas de Santa Eulàlia d’Estaon y Santa Maria –o era Mare de Diu– de Cap d’Aran, Santa Maria de Ginestarre y Sant Romà de les Bons).
Otras veces se encuentran en el hemiciclo absidal escenas narrativas, entre las que destacan las relativas al Génesis de los conjuntos del llamado círculo de Osormort. unos pocos ejemplos, como veremos más adelante, indican que en este espacio tuvieron también cabida episodios hagiográficos relacionados con el santo titular correspondiente. algunos arcos preabsidales pueden prolongar la secuencia del registro pertinente (en Burgal o en Sant Climent de Taüll continuaba el apostolado) o incluir temas a modo de glosas de los episodios protagonistas. las figuras de Caín y Abel en actitud oferente son frecuentes en intradoses de arcos y ventanas absidales y, por tanto, cercanos al altar, debido a su carácter sacrificial que les vincula con la eucaristía. en Santa Maria de Taüll, su ubicación en el primer arco absidal los acercaba física y semánticamente a los tres magos, portadores también de ofrendas, situados a su misma altura en el cuarto de esfera.

Absidiolo sur de Sant Quirze de Pedret con pinturas de las vírgenes necias. Museu Nacional d'Art de Catalunya 

En edificios con diversos ábsides, las posibilidades se multiplicaban. en ocasiones se integraban en un programa general, complementando lo expuesto en el ábside principal, como demuestran los pocos casos en que hemos conservado más o menos completa la secuencia pictórica de los tres ábsides fruto de una misma campaña. un ejemplo de ello es el de Sant Quirze de Pedret, donde un apostolado en el que destaca san Pedro (absidiolo norte) confluye en su sentido eclesiológico con la imagen de la parábola de las vírgenes necias y sabias (absidiolo sur), metáfora por otra parte del Juicio final que sirve de adecuado contrapunto al singular programa apocalíptico que ocupa el ábside central. en santa maria de Barberá del Vallès (in situ) se han conservado las pinturas de sus tres ábsides, de los cuales el central acoge, además de la consabida imagen mayestática del cuarto de esfera, dos registros narrativos de temática cristológica y se complementa con otras escenas en el arco presbiteral, donde destaca un infrecuente juicio de salomón. los absidiolos exhiben la Traditio Legis acompañada de un ciclo dedicado a los Santos Pedro y Pablo (sur) y la leyenda de la Invención de la Cruz (norte). en Santa Maria de Mur el absidiolo norte fue ocupado por una Ascensión de Cristo con el apostolado y la Virgen. restos en otros lugares (algunos de ellos mencionados en este texto, como sant Climent de Taüll, Àger, Colera) son testigos de la extensión del programa pictórico a toda la cabecera.
Hasta hace bien poco no podíamos sino lamentar la ausencia de cualquier testimonio pictórico en las criptas catalanas. el descubrimiento de las pinturas de la de Sant Miquel de Moror (Pallars Jussà, in situ) las convierte, por ahora, en única e interesante muestra de lo que no tuvo porque ser ninguna rareza, como atestiguan los ejemplos de otros territorios, tanto en la Península (Roda de Isábena) como fuera de ella.
Conjuntos como Sant Joan de Boí, Sant Pere de Sorpe, Santa Maria de Taüll, demuestran claramente que el interior de las iglesias debía cuanto menos ambicionar el recubrimiento pictórico de todos sus muros (e incluso de sus soportes, como sucede en los tres ejemplos mencionados). Lamentablemente ninguno de los casos en que se conservan pinturas de las naves ha llegado completo hasta hoy, de modo que no es posible conocer bien su programa general. El caso más llamativo por lo infrecuente de sus temas es indudablemente Boí, que en aparente desorden yuxtapone en los muros de las naves laterales algún episodio hagiográfico y un nutrido arsenal de imágenes profanas –que no por ello tienen por qué escapar a una exégesis teológica– mientras expone en el muro occidental otras alusivas al juicio final.

Un recorrido atento por la pintura mural catalana permitiría reunir numerosos indicios de su extensión por todo el interior de muchas iglesias. A modo de ejemplo, pueden mencionarse los interesantes restos ya invocados de Cervià de Ter (in situ), que se reparten entre los muros norte y sur del transepto, lo que lleva a suponer –tanto como a lamentar– la probable pérdida de buena parte de lo que debió ser un ciclo notable. En Canapost (in situ) las pinturas se hallan en la bóveda del transepto y parte de la que cubre el ábside de planta cuadrangular. Y no es el único caso en que son las bóvedas las que acogen las pinturas. Ocurre cuando un ábside de planta cuadrangular obliga a un abovedamiento de cañón, lo que hemos de considerar una variante “forzada” del cuarto de esfera absidal (Pedret, Fenollar, Santa Coloma d’Andorra, Sant Víctor de Dòrria, etc.). Pero interesan ahora las bóvedas del resto del edificio por lo que implican de extensión de la superficie pictórica y, por lo tanto, del programa iconográfico. Desgraciadamente, y aunque los testigos son suficientes como para demostrar su normalidad, siempre se trata de pinturas parcialmente, por no decir muy escasamente, conservadas. un caso destacable es el de Sant Tomás de Fluvià (Alt Empordà), con un ciclo de la Pasión que ocupa todo el tramo oriental de la bóveda apuntada. En Barberá del Vallès, las pinturas que hubo en la bóveda del crucero se perdieron al incendiarse la iglesia en 1936, pero se conoce su original distribución radial con los ancianos del apocalipsis adorando a Cristo.

Pinturas del pórtico de Sant Vicenç de Cardona. Museu Nacional d'Art de Catalunya 

Circunstancias especiales pudieron motivar también el emplazamiento –y la temática– de las pinturas. la llegada de reliquias de Santo Tomás de Canterbury hizo que se le dedicara en Terrassa un ciclo pictórico en un absidiolo del brazo sur del transepto. En Sant Pau de Casserres (MDCS) un ámbito sepulcral centrado por un arcosolio alojaría no solo el correspondiente sepulcro, sino unas pinturas, ya tardías, todas ellas de temática adecuada al contexto funerario.
Pequeñas capillas ubicadas en espacios particulares podían también ser pintadas, como se infiere de las procedentes de primer piso del campanario de sant Pere de Sorpe (MDSU). De modo más discreto, determinadas pinturas podían acompañar pequeños ámbitos de uso litúrgico, como parece ser el caso de los dos cálices que en Sorpe flanquean una abertura hoy cegada (posible credencia) en el intradós de uno de los arcos que separan las naves.
Los soportes arquitectónicos también se pintaban. en ocasiones se imitaba el veteado del mármol, con mayor o menor fortuna, o se decoraban de modo diverso, pero en otras acogían figuración. la consideración de personajes bíblicos y destacados prelados como pilares de la institución eclesiástica, unida a la cómoda adecuación de una figura de pie a un soporte vertical, hermanaron iconológicamente a apóstoles, obispos y abades con columnas, pilares, montantes y maineles. aunque son especialmente conocidos y alabados algunos ejemplos escultóricos (claustro de moissac) la pintura mural no desdeñó tan feliz asociación y son buena prueba de ello diversos ejemplos entre los cuales algunos catalanes (Sorpe, Sant Climent de Taüll, santa maria de taüll, etc.). en Sant Climent de Taüll, las pilastras que separan el ábside central de los laterales ostentan sendas figuras nimbadas (in situ), una de las cuales, por el báculo y los restos de una inscripción, muy probablemente sea el titular de la iglesia; el otro, igualmente nimbado y parece que también provisto de báculo, podría ser san cornelio, cuyas reliquias se depositaron en el altar con motivo de la consagración, como proclama la inscripción conmemorativa pintada en el cercano pilar circular del extremo nordeste.
El muro de poniente ha resultado ser una de las zonas más desfavorecidas en cuanto a conservación de pinturas. siempre se menciona el Juicio final de Santa Maria de Taüll (MNAC), que compensa la rudeza estética con su indudable valor testimonial. En Boí también se desarrolló en es te muro un ciclo de resonancias escatológicas del que restan fragmentos dispersos que muestran un dragón apocalíptico de siete cabezas y escenas relativas tanto al paraíso (seno de Abraham) como al infierno (castigos). Muy poco pero suficiente para afirmar que, como en otros lugares, el interior de la fachada occidental debió acoger, si se pintaba, una iconografía escatológica, coincidente con lo que ocurría en otros lugares (Torcello) y proclamarían más adelante en el exterior las portadas esculpidas, de acuerdo con lo que una concepción simbólica de la iglesia y de los puntos cardinales aconsejaba. los ya mencionados vestigios de cortinajes de la catedral de Vic no indican otra cosa que allí también se pintó el muro de poniente, pero no sabemos con qué alcance ni qué sujeto.
En el exterior, en fachadas al amparo de pórticos, hubo también pinturas. Tras la extraordinaria portada esculpida que a mediados del siglo XII se adosó a la fachada de la iglesia monástica de Ripoll, se conservan todavía restos pictóricos. Mucho más explícitas son las pinturas que constituían una verdadera portada pintada en el muro meridional de sant Joan de Boí (MNAC), con un crismón de gran tamaño sostenido por ángeles. Más tarde, las bóvedas de arista del pórtico de Sant Vicenç de Cardona alojaron también pinturas (hoy en el MNAC). De los cinco tramos solo los tres centrales las conservan y representan, respectivamente, la Presentación en el templo y la Flagelación a ambos lados de un Cristo en majestad. Se desconoce si todo el ámbito, panteón funerario de los condes de cardona, estuvo pintado. estos y otros indicios más modestos (un agnus dei en mandorla portada por ángeles en el intradós de la puerta sur de Santa Maria de Riquer, en el Conflent; otro Agnus Dei en el tímpano de una puerta del claustro de Santa Maria de Vilabertran), amplían considerablemente el radio de acción de la pintura mural.
Tampoco debemos olvidar la pintura en otras dependencias eclesiásticas. En cuanto a los claustros, se han mencionado ya el inferior de sant Pere de Rodes, que ostenta una Crucifixión así como un león en sendas enjutas de la galería oriental y el tímpano de la puerta del de Vilabertran. Otros restos, escasos, aparecieron sobre la puerta que comunicaba el de Sant Cugat del Vallès con la iglesia. La existencia de pinturas en otras dependencias monásticas o canonicales es indudable pese a su casi nula conservación, y tanto testimonios escritos como vestigios nos enseñan que la pintura mural no se limitaba ni mucho menos a los edificios de culto. en el monasterio de Sant Cugat, además de las pinturas aludidas del claustro, parece que las hubo en el refectorio y en la sala capitular.
A todo esto habría que añadir la posibilidad de que en ocasiones fuesen imágenes pintadas las que completasen figuras o escenas esculpidas (como el caso de Sant Joan de Caselles en andorra) y también la pintura no figurativa que se utilizó tanto en interiores como en exteriores (campanario de santa maria de taüll).

Temas
Una de las principales tramas iconográficas fue, tras la bíblica, la hagiográfica. La pintura románica catalana no destaca por su riqueza en este terreno y es en los frontales donde se concentra su peso, aunque no cabe duda de que, como ocurrió en otros lugares, los muros de las iglesias también debieron albergar más escenas protagonizadas por santos de las que han llegado hasta hoy. en ocasiones se trata de la lógica presencia de episodios vinculados a sus titulares. En Pedret, tres fragmentos en muro del arco triunfal evidencian que los santos patrones de la iglesia –Quirico y Julita– tuvieron su lugar entre las imágenes que allí se desplegaban. Se ha propuesto identificar los episodios de la conversión y bautismo de san Pablo entre las descoloridas pinturas de Sant Pau de Fontclara (in situ, Baix Empordà) y recientemente se ha reconocido la crucifixión de San Pedro –resto de un posible ciclo más amplio– en un fragmento pictórico de sant Pere d’Àger. En el ábside de Sant Esteve de Maranyà (Baix Empordà, in situ) se dedicaron tres escenas al santo titular, cuya pasión es puesta en paralelo con la de Cristo, según el tan recurrente mecanismo explotado por la literatura y la iconografía hagiográficas. Y en Sant Martí Sescorts, se pintó en el ábside un ciclo dedicado al titular del que perviven algunos fragmentos, entre los cuales se distingue la partición de la capa (MEV).
La popularidad de los mencionados Esteban y Martín explicaría que, en un catálogo tan exiguo, aparezcan en más de una ocasión, con los episodios más populares de sus respectivas historias, en iglesias que no estaban bajo su advocación. En Sant Joan de Boí asistimos a la lapidación del primero, mientras que una inscripción (SS Martins) atestigua que una imagen o más probablemente una escena protagonizada por el obispo de Tours estaría entre las pinturas perdidas de esta iglesia. La partición de la capa, el episodio más popular de su repertorio, ya mencionada a propósito de Sescorts (y que pudo haber estado en Boí), se ha querido ver también en el registro alto del muro sur de Santa Maria de Taüll, junto a otros, dos de los cuales podrían ser también hagiográficos, si es que se refieren a la vocación de Pedro como se ha propuesto, aunque no puede asegurarse. en santa maria de Barberá (Vallès occidental, in situ), el ábside sur, expone los martirios de Pedro y Pablo bajo la Traditio legis del cuarto de esfera.

Sant Joan de Boí. Lapidación de san Esteban. Museu Nacional d'Art de Catalunya 

Los casos mencionados hasta aquí se integran en un programa más amplio, pero otros ciclos hagiográficos se pintaron por motivos concretos en momentos y lugares diversos. Siempre ha llamado la atención, por varias razones, el absidiolo del brazo sur del transepto de Santa Maria de Terrassa (in situ), totalmente dedicado a Santo Tomás Becket, el arzobispo de Canterbury asesinado en su propia catedral en 1170 y canonizado tres años después. A partir de entonces la inmediata y galopante expansión de su culto e historia alcanzaron Terrassa. en la catedral de la Seu dÚrgell se pintaría tardíamente (mediados del siglo XIII), en un estilo todavía anclado en el románico pero receptivo a nuevas propuestas del gótico lineal, un ciclo dedicado a Santa Catalina (actualmente repartido entre el MNAC y la fundación Abegg, en suiza) como alegato visual de la predicación antiherética en el contexto de la encendida lucha político-religiosa que sostenía el obispado contra los vizcondes de Castellbò y el catarismo. Y descubrimientos recientes engrosan el catálogo de la pintura hagiográfica tras descifrarse una escena poco frecuente al parecer relacionada con San Nicolás en la cripta de la iglesia de Sant Miquel de Moror.
Hay poco más en cuanto a escenas narrativas, testigos escasos de lo que debió ser mucho más corriente. es lícito imaginar que sant Pere de Rodes contara con un relato pictórico monumental de su santo titular, que sí tuvo versión esculpida en la portada. Puesto que este también fue el caso de Vic, podemos igualmente considerar que pudo haber allí otro ciclo protagonizado por el apóstol (como fue el caso a principios del XV en el espléndido retablo esculpido por Pere Oller para el altar mayor). en la Seu dÚrgell es muy probable que existieran ciclos pintados de las vitae de dos obispos santos de la sede, Ot y Ermengol. Y es a propósito de estas y otras vidas que conocemos textualmente que debe consignarse tanto como lamentarse la nula conservación de ciclos hagiográficos ilustrados.
Junto a los episodios narrativos contamos con imágenes de santos, frecuentemente prelados, para los cuales ya se ha comentado la habitual –que no obligatoria– asociación a los soportes del edificio, pero también se encuentran breves secuencias de retratos (Santa Eulàlia d’Estaon –con una serie de santas vírgenes coronadas entre las cuales están la titular, Lucía y, tal vez, Inés–; Sant Vicenç de Estimariú –donde no quedan más que dos figuras de un grupo más numeroso que debió de extenderse por el registro bajo–; o Sant Quirze de Pedret, con bustos de santos entre las grecas) que pueden obedecer a razones diversas, no siempre conocidas. algunas podrían ser de orden litúrgico o estar relacionadas con devociones particulares. así, los santos Félix y Pastor en el intradós de los arcos formeros de sant Pere de Sorpe eran el primero y el último citados en un texto de la liturgia hispana que conmemoraba los mártires de la persecución de Daciano.
Ya se ha mencionado, por otras razones, la presencia de santos milaneses en diversos conjuntos del llamado círculo de Pedret. En recuadros entre la greca superior de Sant Quirze se identifican unos posibles Celso y Pierio (además de Juan y Pablo) y la evidencia de que las pinturas se extendían por toda la nave permite suponer que la nómina de santos pudo ser amplia. En Santa Maria de Cap d’Aran, Gervasio y Protasio (col. particular) compartían el intradós del arco triunfal, ubicación que será bastante corriente, puesto que es donde aparecen también en Sorpe (Gervasio, Protasio, Ambrosio y otro no identificado) y donde debió estar en sant Julià d’Estavar (Cerdanya francesa) el titular (no conservado) y su esposa y compañera de martirio, Basilisa (in situ).

Uno de los rectores de la programación iconográfica desde fines del siglo XI fue la reforma gregoriana, cuyo punto álgido coincide también con el de la pintura románica catalana, donde encuentra eco en repetidas ocasiones, como también ocurre en los programas escultóricos. Dos imágenes de Sant Pere de Sorpe ya llamaron la atención tiempo atrás en ese sentido. También se advirtieron los tintes reformistas en los absidiolos de Pedret (MNAC), con el colegio apostólico presidido por un San Pedro entronizado en el septentrional y una elocuente personificación de la iglesia en el meridional. Después se han hecho extensivos a otros programas pictóricos del círculo de Pedret, dado su carácter igualmente eclesiológico y a los retratos de comitentes presentes en algunos de ellos, que entroncan con la piedad laica promovida por el movimiento reformista. En Santa Maria de Barberá del Vallès (in situ) un tema caro a la reforma, la Traditio legis, preside el absidiolo sur, que se completa con un ciclo dedicado a los Santos Pedro y Pablo, que siempre remiten a roma. y se vinculan igualmente a este ambiente temas y personajes en las pinturas de Santa Maria de Taüll y sant Miquel de Moror. El empeño reformista del obispo ramón de Roda-Barbastro se tradujo, entre otras cosas, en las reiteradas dedicaciones a santos papas romanos (clemente, cornelio).

Al margen –y nunca mejor dicho– de los programas e imágenes de contenido religioso, absolutamente hegemónico, discurre la pintura de temática profana. El caso más llamativo por la cantidad y variedad de sus temas es el de Boí, que nos proporciona una portentosa escena de juglaría –a la que se volverá a hacer referencia más adelante–, un lisiado exhibicionista y un intrigante repertorio de animales e híbridos que no acaban de encajar –ni por hechura ni por su disparatada nomenclatura– con los propios del bestiario y para los que se ha insinuado un posible trasfondo astronómico. Así, imágenes aparentemente de repertorio, podían derivar, a veces malinterpretadas y siempre descontextualizadas, de un medio erudito como pudo ser un manuscrito de temática astronómica o enciclopédica. algo de esto podría estar también tras algunas imágenes de las zonas altas de Santa Maria de Taüll o tras los bustos femeninos que aparecen en el intradós del primer arco preabsidal de sant Pere de Sorpe. El mensario o el zodíaco, cómodamente asentados en los programas cristianos, hallaron también un vehículo apropiado en las artes pictóricas monumentales: desde el más destacado del Tapiz de la Creación, directamente alimentado por una tradición erudita, a las versiones mucho más modestas de Sorpe u Ourjout (fuera de territorio catalán pero que cabe citar por su parentesco con santa maria de taüll). también se ha propuesto identificar como figuras zodiacales las del arco triunfal de sant Víctor de Dòrria, descubiertas no hace mucho.
La naturaleza profana de estos y otros temas no impide, por supuesto, su lectura teológica o un papel determinado en el programa en el que se integran. Pero con independencia de esto, resulta clara su codificada ubicación en ciertas zonas que podríamos calificar de periféricas, más que secundarias: registros bajos, especialmente, pero también zonas elevadas (Santa Maria de Taüll) o, como en el caso de Boí, los intradoses de los arcos, lo que ha llevado a compararlos acertadamente con las arcuaciones de algunas tablas de cánones igualmente pobladas por animales e híbridos. Lo que queda del pavimento de Ripoll nos invita a pensar en la posibilidad de que la iconografía de carácter profano tuviera cabida en hipotéticos suelos musivos que, en todo caso, habríamos de presuponer solo en contados ámbitos relevantes como grandes abadías y catedrales. y, finalmente, en algunos casos debería tomarse en consideración la finalidad apotropaica que pudiera atribuirse a algunas figuras de carácter negativo con las que se pretendería, precisamente, ahuyentar el mal y evitar su entrada, por lo que resulta apropiada y común su presencia alrededor de puertas y venta nas. tal podría ser el caso de las serpientes pintadas en las enjutas de la decoración que enmarca la puerta abierta en el muro sur de Santa Maria de Taüll.

Es frecuente hallar algunos de estos temas, muchos de los cuales propios de los bestiarios, alojados entre motivos ornamentales y cortinajes figurados que tan frecuentemente, y en todas partes, ocupan el registro inferior de los muros pintados. El recurso fue casi la norma en las pinturas del círculo de Pedret, y es en las que le dan nombre que encontramos el repertorio más variado, desde el pigmeo armado con una lanza a lomos de un ave o el elefante encerrados en los meandros de la greca que ocupa la cenefa que limita el registro bajo, hasta la sirena de cola doble a modo de bordado en los cortinajes figurados que lo engalanan. Por suntuosos, deben consignarse los de Sant Miquel de Cruïlles (Baix Empordà, in situ), colgando de una greca y ocupados por leones afrontados. Pueden añadirse todavía otros ejemplos, sin ánimo alguno de exhausitividad, como el de Santa Maria de Taüll (MNAC) o el de Santa Eulàlia d’Estaon (MNAC), terriblemente mutilado pero que todavía permite apreciar lo que parecen escenas de caza y restos lamentablemente ilegibles de inscripciones. también se incluye figuración (entre la que se ha propuesto ver a un juglar) en los medallones del tejido simulado procedente del derrame de una ventana absidal de Sant Martí Sescorts (MEV). Otras veces las imitaciones de tejidos se pintaron sobre la fábrica de los altares (Santa Maria de Taüll, Sant Romà de les Bons). En todos los casos emulaban a los tejidos reales, mucho más caros que la pintura cuando eran lujosos. muchos de estos se importaban, como es bien sabido y resulta evidente por su factura, pero otros, bordados sobre tela, se realizaron en el propio territorio y deben ser tenidos en cuenta en cualquier recorrido que tome en consideración las imágenes que, aunque fuera ocasionalmente, poblaban el interior de los templos.

Sant Pere de Sorpe. Arcos presbiteriales del lado norte. Museu Nacional d'Art de Catalunya 

Pintura sobre Tabla y “Pintura de aguja”
La pintura sobre madera, por lo que sabemos y conservamos, se concentró en elementos ubicados en la zona del presbiterio: frontales y laterales de altar, baldaquinos de diverso formato y vigas, asociadas o no a estos últimos, además de cruces y, más escasamente conservados, pequeños retablos o edículos de altar que combinan escultura y pintura. Todos ellos constituyen complementos semánticos y ornamentales del altar.

Baldaquino de Toses. Museu Nacional d'Art de Catalunya 

El elevado número de frontales catalanes conservados de esta época los convirtió pronto en tema de estudio de modo que una y otra cosa desembocaron también en un lógico intento de clasificación, como ya se ha indicado más arriba. compositivamente suelen basarse en un esquema tripartito, con una imagen de mayor tamaño y porte icónico en el compartimento central, mientras que los otros dos suelen dividirse en dos registros. la imagen principal acostumbra a ser un cristo o una Virgen en majestad o, excepcionalmente, el santo titular. Los compartimentos que la flanquean pueden acoger al apostolado (Ix, Seu d’Urgell); episodios hagiográficos (Puigbò, Durro, Sagàs, Llanars, Dosmunts, Rotgers, etc.) que relatan visualmente la historia del santo cuyas reliquias cabe suponer custodiadas en el propio altar; o presentan escenas evangélicas relacionadas con la encarnación y la redención, en consonancia con la celebración de la eucaristía que tenía lugar sobre la misma mesa. Otros formatos compositivos derivan de circunstancias especiales, como ocurre con el de Tavèrnoles (MNAC) –al que se hará referencia más adelante– o con el de Martinet (Worcester art Museum), con una ascensión única entre los frontales pintados y que condiciona su organización en dos registros, tal vez inspirada en programas monumentales o de otra naturaleza. otras veces el formato es indicativo de una cronología ya avanzada (Sant Climent de Taüll) al optar por los registros superpuestos donde se suceden las escenas, solución que será propia de piezas del primer gótico.

No podemos asegurar hasta qué punto fue corriente que los frontales se vieran acompañados también por los correspondientes laterales. Mientras no se lleve a cabo un sistemático análisis que permita detectar rastros de los sistemas de encaje de estos frontales con hipotéticas tablas a ambos costados, debemos contentarnos con enumerar los casos en que se ha conservado todo el conjunto formado por frontal y laterales: Sagàs (MNAC y MDCS), Tavèrnoles (MNAC), Sant Romà de Vila (MNAC) y Santa Maria de Lluçà (MEV). Nos demuestran que, complementando siempre la icono grafía principal de la parte delantera, las piezas a ambos lados podían acoger figuras (Tavèrnoles y otros ejemplos de probables laterales huérfanos del frontal al que en su día acompañaron, como los de Aurós –MNAC– o Mataplana –MNAC y MEV–); escenas únicas (Lluçà, Sant Romà de Vila); o bien desplegar diversos episodios bíblicos (Sagàs).

Sobre el altar se erigieron baldaquinos en materiales diversos. Los más ricos emplearon la orfebrería, como atestigua la documentación en relación al que había en el monasterio de Ripoll, o como demuestra el conservado en la catedral de Girona –este ya de época gótica–, o bien se realizaban en piedra, caso del que existía en Cuixà, descrito con cierto detalle en las fuentes. Pero, como ocurría con los frontales y laterales de altar, cuando las posibilidades o necesidades eran otras, se recurrió a la madera pintada. ejemplares como el reconstruido de Toses o el de Estimariú (ambos en el MNAC) siguen la fórmula común de la cubierta a cuatro aguas sostenida por cuatro columnas, pero en el caso catalán debemos subrayar, por tratarse de una tipología según parece exclusiva, los formados por un plafón que se sostenía sobre vigas encajadas transversalmente en el ábside. el más antiguo conservado, aunque de modo fragmentario, es el de Ribes (MEV) que, por otro lado, es el de mayor calidad artística. Otros corresponden ya a momentos posteriores (como los de Tost –MNAC y MEV– y Tavèrnoles –MNAC–) receptivos a las fórmulas del 1200.

No tendría sentido obviar los tejidos cuando se habla de artes pictóricas. Algunos de ellos, bordados, se han realizado con lo que significativamente se denomina pintura de aguja que, al margen de su distinto soporte y medios, es más lo que la une que lo que la separa de la pintura mural o sobre tabla. como en todas partes, la conservación de tejidos –especialmente figurados– es poco corriente, lo cual todavía confiere más importancia a ejemplares ya de por sí extraordinarios. en el caso catalán la estrella es, sin duda, el bordado conocido como Tapiz de la Creación de la catedral de Girona, excepcional por su tamaño –todavía mayor en su día–, rica iconografía y función que, sea cual sea, no pudo ser sino relevante. Más modestos, pero testimonialmente interesantes y que cito como muestra de la variedad tipológica que pudo darse en este medio, son otras piezas.
Del llamado Estendard de sant Ot (Barcelona, Museu Tèxtil i d’lndumentária) no podemos asegurar que tuviera que ver con el santo obispo de la Seu dÚrgell (†1122) más allá de haberse hallado, a principios del siglo XX, en el interior de un relicario asociado a su altar en la catedral. Un frontal de seda bordada, al parecer procedente también de la sede urgelitana y hoy en el Victoria & Albert de Londres, atestigua que junto a los más suntuosos de orfebrería (que en el caso catalán conocemos pero no conservamos) debieron realizarse otros en tela, cuyo valor material era sin duda superior a los de madera. ambas piezas (estandarte y frontal) comparten soluciones ornamentales y recursos técnicos, de modo que se les debe considerar coetáneos y surgidos de un mismo taller, e incluso probablemente vinculados a un mismo ámbito de culto.

Pintura en los libros
A lo largo de los párrafos precedentes se han mencionado manuscritos ilustrados en más de una ocasión, precisamente porque su estudio ha ido –errónea y frecuentemente– casi siempre separado del de la pintura. los casos citados de relación de la miniatura con las restantes artes figurativas evidencian que los intercambios debieron ser tan constantes como fecundos y aconsejan considerarlas conjuntamente en la medida de lo posible.
Que durante buena parte del siglo XI el centro dominante en el terreno de los libros, ilustrados o no, fue Ripoll, parece indudable por ahora. el esfuerzo bibliográfico que se llevó a cabo durante el largo período en que Oliba rigió la abadía (1008-1046) supuso, como ocurriera en la Tours carolingia, el acopio de ejemplares bíblicos, algunos de los cuales sin duda ilustrados. esto permitiría no solo la creación en la propia abadía de los ejemplares bíblicos iluminados más destacables de todos los conocidos de su época sino la configuración de un heterogéneo y rico corpus de icono grafía bíblica que habría de nutrir ciclos monumentales (pinturas murales perdidas y portada de la propia iglesia monástica, portada de sant Pere de Rodes). Es probable que, además de modelos y obras, la fecunda abadía exportara también artífices, lo que explicaría la casi omnipresente impronta rivipullense en buena parte de lo que, en ilustración de libros, se llevó a cabo hasta bien entrada la primera mitad del siglo XII. El eco de Ripoll resuena con fuerza tras el centro que, desde finales del XI y durante el primer cuarto del xii, parece haber sido el más activo en cuanto a ilustración de libros se refiere: Girona. al amparo de la catedral se realizará una versión románica del Beato del año 975, y se ilustrará una original compilación homiliética.86 la ilustración gerundense denota una clara y continuada conexión con Ripoll. algo parecido ocurre en la abadía benedictina de Sant Miquel de Cuixà (Conflent), de donde procede un interesante ejemplar de los evangelios de hacia 1120 que incluye, en sus folios iniciales, una serie de imágenes cuyas particularidades han permitido descifrarlas como recreaciones de los principales focos de culto de la abadía. En lo que a la ilustración se refiere, el escritorio catedralicio de Vic no parece haber sido un centro muy ambicioso y, además de evidenciar contactos con Ripoll y Girona, parece haberse dedicado a proporcionar manuscritos a sus parroquias, en una dinámica tal vez parangonable a la que se dio en el ámbito del mobiliario de altar pintado que, a su vez, interrelaciona pintura y manuscritos.
De otros scriptoria sabemos menos, puesto que también es poco lo que conservamos. desconocemos si se debe a que su producción fue limitada o que, una vez más, el azar esconde o transforma la realidad. en todo caso, y a tenor de lo conocido, la Seu dÚrgell parece haber desarrollado también una labor más enfocada al abastecimiento parroquial (de nuevo podemos pensar en una producción de frontales y otra de manuscritos destinados a las parroquias) que no parece haber sucumbido a los encantos de la tradición rivipullense y sí, en cambio, estar más vinculado a otra anterior y de perfiles pirenaicos, y cuya mirada se dirigía también hacia el oeste. Precisamente la relación entre la serie de ilustraciones de las llamadas Actas del concilio de Jaca y el frontal de Tavèrnoles (MNAC) estrechan una vez más los vínculos entre pintura de libros y la pintura en otros formatos y, en este caso concreto, evidencian los lógicos intercambios artísticos que, en otras artes, hubo entre territorios aragoneses y catalanes occidentales, en el contexto de complejas luchas y cambiantes mapas en cuanto a la jurisdicción episcopal.
A medida que se avanza en el siglo XII el escenario se modifica: los nuevos centros eclesiásticos –catedrales, parroquias, nuevas fundaciones cistercienses– que se han puesto en marcha tras la conquista cristiana de la Catalunya Nova parece, mientras no se pueda argumentar de otra manera, que se nutren de personal y códices venidos de otros lugares. el carácter utilitario de los necesarios libros litúrgicos los aleja de la ambición artística y la ilustración suele ser escasa y temáticamente reiterativa. en el archivo capitular de Tortosa se conservan dos interesantes ejemplares que ejemplifican tanto la recepción de obras extranjeras (Misal de San Rufo) como de otras que podrían provenir de un escritorio de la Catalunya Vella como el ejemplar del De Civitate Dei, depositario en lo iconográfico de algunas fórmulas de tradición ripollesa y a la vez deudor de un estilo que señala al internacionalismo del 1200. las canónicas agustinianas pudieron jugar un papel activo en este campo, y con ello se evidencia que junto a los capítulos artísticos mejor conocidos de los monasterios y catedrales también se escribieron otros a su amparo. la cancillería real de barcelona se encuentra tras los cartularios conocidos como Liber feudorum maior y Liber feudorum Ceritaniae (archivo de la corona de Aragón, canc. reg. 1 y 4 respectivamente) en un contexto de amplia y ambiciosa actividad compiladora.
Es posible, tal y como se ha apuntado, que sea el mismo entorno regio el que explique las afinidades entre algunas de las ilustraciones del primero y obras relacionadas con el entorno de la reina sancha de castilla, esposa de alfonso el casto.
A excepción del De Civitate Dei de Tortosa y de los cartularios, el panorama, al menos a partir de lo conservado, tiene poco que ver con los amplios e iconográficamente desbordantes ciclos de las biblias rivipullenses o con la producción gerundense de otras épocas. son especialmente numerosos los sacramentarios y misales donde predomina el preceptivo tándem formado por una Maiestas y un calvario que, en algunos casos, presenta algún elemento de interés, como cuando delatan haberse inspirado en las cubiertas de cobre esmaltado de producción lemosina que tan frecuentemente encuadernaron manuscritos y que debemos añadir a la cada vez más nutrida relación de obras que atestiguan los constantes intercambios entre las diversas artes.

Ceremonial y pintura
Algunas fugaces menciones a lo largo de este texto invitan a cerrar su recorrido deteniéndose en algunos casos donde, más allá de lo evidente y habitual, se han propuesto lecturas que asocian determinadas obras pictóricas al ceremonial litúrgico en sus diversas facetas. Como se indicaba más arriba, ya desde antiguo fue tan común como apropiado situar temas de resonancias eucarísticas en las inmediaciones del altar, ya fuera en los muros, o en los elementos que recubrieran la propia mesa y en sus inmediaciones. los frontales con episodios de la infancia de cristo son buenos ejemplos de ello (Avià, Espinelves, Mosoll, Cardet, Rigatell), como adecuados complementos visuales para los conceptos de ofrenda, redención y encarnación y para su expresión litúrgica y devocional.
Junto a estas conexiones semánticas generales, y podríamos decir que universales, se han propuesto otras más concretas. se ha señalado el predominio del color rojo en algunos de estos frontales como alusión a la encarnación, o la explícita “elevación” del cuerpo de cristo sobre el altar en la escena de la presentación al templo del frontal de Mosoll, que hallaría su contexto en las prescripciones del IV concilio lateranense (1215) y su fuerte componente antiherético.

Viga de la Pasión. Museu Nacional d'Art de Catalunya

Frontal de Sant Serni de Tavèrnoles. Museu Nacional d'Art de Catalunya 

La viga llamada de la Pasión (MNAC) desarrolla un programa de claro contenido pascual, y lo mismo ocurre con algunos frontales. la pérdida de la policromía, castiga inmerecidamente al que se considera procedente de Sant Climent de Taüll (MEV) con una interesante iconografía totalmente relacionada con el santo sepulcro. En el de Solanllong (integrante de la recentísima donación Várez Fisa al museo del Prado) la Visita al sepulcro se ve acompañada por episodios vinculados a la resurrección, entre los cuales en el el Noli me tangere que permite la inclusión de la magdalena, a quien está dedicada la capilla de la que procede.
Otras veces se ha propuesto relacionar pinturas tanto murales como sobre tabla con el teatro litúrgico. ya se había invocado el Officium Stellae a propósito de algunas estrellas llamativas en representaciones de la epifanía, ya fuera por su tamaño (frontal de Espinelves) o por su duplicidad (ábside de Santa Maria de Taüll). Los profetas, cuya presencia en distintos programas románicos europeos ya se había relacionado con dramas litúrgicos como el Ordo Prophetarum, adquieren relevancia en el frontal de Espinelves, probable producto de un taller vinculado a la catedral de Vic, que pudo haber traducido en sus escenas prácticas litúrgicas y paralitúrgicas que tendrían por escenario el entorno catedralicio y, en especial, la rotonda dedicada a la Virgen y sus celebraciones marianas.
En otro orden de cosas, la peculiar composición e iconografía del frontal de Tavèrnoles (MNAC) puede explicarse a partir de su inspiración en las imágenes que acompañaron a determinada documentación episcopal. Si por un lado ello le confería un acento propagandístico especial mente necesario en la diócesis urgelitana, en continuo conflicto con la vecina de Roda-Barbastro, por el otro recordaba simbólicamente la consagración, un siglo atrás, del ara que revestía.
El matiz conmemorativo que se propone para el frontal de Tavèrnoles como recordatorio de la consagración es parangonable a las inscripciones que –ya sean lapídeas, ya sean pictóricas, como la ya mencionada del pilar de Sant Climent de Taüll– graban en la iglesia fechas relevantes que, por otro lado, eran también consignadas en los calendarios de los manuscritos litúrgicos y recordadas anualmente con las celebraciones de las fiestas preceptivas. los “retratos” de comitentes, sin excluir otras intenciones y lecturas, encajan también en este contexto, sin olvidar que entroncan con una antigua tradición que cuenta entre sus ejemplos más brillantes y conocidos con los mosaicos absidales de iglesias de Rávena de los siglos VI-VII (San Vitale, Sant’apollinare in Classe) que, entre otras cosas, evocan permanentemente la propia ceremonia de consagración. Pero pueden concretarse, a la luz de recientes propuestas, otras interesantes alusiones o incluso representaciones de la consagración. la llamativa y enigmática presencia de juglares y saltimbanquis en una de las naves laterales de la iglesia de sant Joan de Boí (MNAC) ha sido interpretada en relación a la celebración llevada a cabo en motivo de la consagración de la iglesia.95 la interesante viga procedente del monasterio ampurdanés de Sant Miquel de Cruïlles (MAG) recrea detalladamente una procesión cuyos miembros, perfectamente ataviados y provistos de todos los enseres necesarios, avanzan cantando.

Una afinada lectura la aleja definitivamente de las propuestas que, condicionadas por la dedicación de la iglesia a San Miguel, veían en ella la procesión al monte Gargano y la sitúa también en un contexto de evocación de la ceremonia de consagración del propio templo.96 y es precisamente en relación a la consagración de la iglesia monástica de santa maria de Ripoll en 1032 que se han interpretado los peculiares primeros folios de la biblia que se realizó en su escritorio.

Puede que sea un colofón adecuado a este recorrido un caso que permite referirse tanto a la pintura mural y sobre tabla como a los libros, a los comitentes, a la ubicación de las pinturas y a de terminadas intenciones: la conocida inscripción pintada en el pilar nororiental de Sant Climent de Taüll que recuerda la consagración de la iglesia en 1123. Se mencionan en ella dos santos papas, uno de ellos el titular, que muy probablemente fueron también pintados en las pilastras que separan los ábsides. en contenido, sus términos son casi idénticos a los que constaban en la auténtica de reliquias de Santa Maria de Taüll, iglesia consagrada justo un día después por el mismo obispo ramón de Roda-Barbastro, y según una fórmula afín a la del acta de consagración de la iglesia aragonesa de Santa María de Alaón, oficiada el año anterior por este prelado. Todas ellas se corresponden con el ordo de consagración de una iglesia incluido en el llamado Pontifical de San Ramón (Tarragona, Biblioteca Provincial, ms. 26, f. 203v) realizado en roda durante su pontificado. Formalmente, la inscripción se asemeja en su disposición a la que aparece en el frontal de Sant Llorenç Dosmunts (meV).

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