miércoles, 18 de diciembre de 2024

Capítulo 81, Románico soriano- Ágreda y su comarca, Santa María de Huerta, Alpanseque

 

Arte Románico en Ágreda y su comarca
Aunque Ágreda pertenece geográficamente a la comarca de Campo de Gómara, hemos dedicado una página en exclusividad para esta villa dada su riqueza monumental románica: iglesias de la Virgen de la peña, San Juan y San Miguel. También por su cercanía, citaremos las iglesias de los vecinos pueblos de Muro de Ágreda, Montenegro de Ágreda, Valdegeña y Ólvega 

Ágreda
Población situada en el extremo noreste de la provincia, a unos 45 km de la capital soriana, siguiendo la carretera N-122 en dirección a Tarazona.
Las noticias más antiguas sobre su existencia se remontan a época romana, si bien son escasos los restos conservados de aquellos momentos. Con el nombre de Aregrada aparecía citada en el Itinerario de Antonino, en la vía que unía Asturica Augusta (Astorga) con Caesaraugusta (Zaragoza). Sin embargo, el auge de la plaza fuerte de Ágreda se corresponde con la Edad Media. Su estratégica posición en la ruta natural que comunicaba las Tierras Altas del Duero con el valle del Ebro hizo de la villa un lugar disputado, primero entre musulmanes y cristianos, y más tarde entre castellanos, navarros y aragoneses.
En el año 915 Sancho Abarca conquistó Ágreda pero poco tiempo después volvió a caer en poder de los musulmanes que controlaban toda la cuenca del río Queiles. Con la toma de Tudela y Tarazona por parte de Alfonso I el Batallador en 1119, las tierras de Ágreda pasaron también a control cristiano, garantizando así el monarca la continuidad de estas conquistas con la repoblación de Soria que iba a iniciar ese mismo año.
Antes de su constitución en cabeza de una Comunidad de Villa y Tierra pasó por el régimen de tenencia, al frente de la cual estaba, entre 1128 y 1132, un tal Jimeno Íñiguez. Poco tiempo después, en torno a 1134, tras la muerte del rey aragonés, Ágreda se incorporó a los dominios de Alfonso VII que emprendió la repoblación de la villa con gentes procedentes de Yanguas, San Pedro Manrique y Magaña, lugares donde los cristianos llevaban largo tiempo establecidos. La procedencia de estos repobladores quedó perpetuada en los nombres de las tres parroquias que fundaron: Nuestra Señora de Yanguas –luego de los Milagros–, Nuestra Señora de Magaña y San Pedro. Además de estas parroquias había ya por entonces otras tres dedicadas a San Juan Bautista, San Miguel y Santa María de la Peña. Posteriormente quedó constituida la citada Comunidad de Villa y Tierra que fue asignada eclesiásticamente a la diócesis de Tarazona.
Una vez repoblada la villa, se organizó su concejo del que formaban parte seis representantes de las seis parroquias que había –los Seises– que eran elegidos alternativamente por el estado de la nobleza y por el del común.
Durante los siglos siguientes y hasta la unificación de los reinos hispanos mantuvo su condición de ciudad fronteriza, jugando un importante papel tanto en los períodos de guerra como en los de paz. Aquí se firmaron treguas y pactos, y se concertaron los esponsales de algunos miembros de la realeza. En 1204 se firmaron los límites entre Castilla y Aragón y en 1296 el acuerdo pactado entre doña María de Molina y don Alfonso de la Cerda. En 1221 se celebró la boda de doña Leonor, hija de Alfonso VIII, con Jaime I de Aragón. Al mismo tiempo coexistieron en sus respectivos barrios la población cristiana, la judía y la morisca en un verdadero crisol cultural que dejó sus huellas en el paisaje arquitectónico de la localidad.
En los siglos XVI, XVII y XVIII Ágreda vivió al amparo de la familia Castejón, en sus variados entronques, que dejó en la villa importantes palacios y casonas. Por entonces ya había comenzado a menguar su preponderancia histórica. 

Iglesia de Nuestra Señora de la Peña
La iglesia de la Virgen de la Peña de Ágreda fue consagrada el 23 de octubre de 1194 por el obispo de Tarazona, Juan Frontín, según documento transcrito por José Hernández y citado por Gaya: Dicata est ecclesia ista in honorem Dei et Beatæ Mariæ a Dno. Joanne Tirasonensi Episcopo X kal. Novembris anno ab incarnatione Domini MCLXXXXIIII). Nicolás Rabal recoge la existencia de un manuscrito en el que se hace referencia a la consagración del templo y las reformas tardogóticas.


Exteriormente rodeada casi de modo asfixiante por edificaciones añadidas, presenta al interior una excepcional estructura dúplice de naves, rasgo que comparte con la cercana de Cerbón y, en la provincia de Burgos, con la de Villaute. Ambas naves, levantadas en mampostería y de similar trazado aunque distinta anchura, se dividen en tres tramos cubiertos con bóveda de cañón apuntado sobre impostas achaflanadas, reforzada por fajones doblados, comunicándose entre sí el segundo y tercer tramo a través, como en Cerbón, de un gran formero rebajado que abarca ambos, de aspecto rehecho. Apean los fajones contra los muros en responsiones prismáticos con semicolumnas adosadas de basas áticas sobre altos plintos, mientras que los que delimitan el segundo y el tercer tramo de cada nave lo hacen en ménsulas de dos rollos, sobre la clave del formero.

Planta 

La portada se abre en un antecuerpo del segundo tramo de la nave de la epístola. Se compone de arco y tres arquivoltas de medio punto, todos con la arista achaflanada y rodeados por chambrana de idéntico perfil, que apean en jambas escalonadas –las del arco matadas sus aristas con un bocel– coronadas por imposta de listel y bisel.
Los arcos presentan sumaria decoración incisa en los chaflanes, en todo similar a la de la portada de San Juan Bautista de la misma villa, obra sin duda de los mismos artífices.
El arco recibe en su chaflán, rosca y banda que lo rodea, motivos de estrígilas, ondas, entrelazos, tallos y espigas; en la arquivolta interior se suceden los tallos ondulantes con hojas apalmetadas, entrelazos y hojitas excavadas y nervadas. La segunda arquivolta muestra sucesión de óvalos, trenzas y líneas onduladas, y la tercera un tallo serpenteante que acoge en sus meandros brotes avolutados. La chambrana, por su parte, se orna con una sucesión de flores octopétalas casetonadas. El relieve, casi esgrafiado, y los motivos que la decoran “faltan en absoluto en la cuenca del Duero”, como bien señalaba Gaya. Sobre la portada, la nave corona su muro con una hilera de canes de nacela, salvo uno decorado con una hojita, que soportan la cornisa, moldurada con un bisel.

Portal.


Detalle de la Portada de la Iglesia de Santa María de La Peña. Ágreda, Soria 

La decoración escultórica del interior se centra en los capiteles que recogen los fajones de ambas naves, la mayoría con temas vegetales y todos de tosca factura. De los que recogen el primer fajón de la nave meridional, el entrego al muro sur es vegetal, de rudos helechos y grandes hojas lanceoladas y lobuladas de acusado nervio central y piñas; en el capitel frontero se representa una tosca Psicostasis, en la que el arcángel San Miguel aparece sosteniendo la balanza y un objeto esférico, mientras en la otra cara un ángel psicopompo alzan sobre su regazo la cabecita que simboliza el alma del justo.


Psicostasis 

En el capitel que recibe contra el muro al segundo fajón de esta misma nave sur se plasmó la escena del Pecado Original; la lectura se inicia por la cara oriental, en la que aparece el árbol del Paraíso cargado de frutos, a cuyo tronco se pega la serpiente, la cual acerca su cabeza a la de Eva incitándola al pecado. En el frente de la cesta se representa a Eva, en forzada contorsión y cogiendo uno de los frutos esféricos que cuelgan del árbol, tras el cual aparece la figura de Adán, con el gesto habitual de llevarse la mano a la garganta y, como su compañera, ocultando su sexo con la otra. Una hoja lobulada del tipo a las del primer capitel descrito completa la decoración. Caracterizan estas dos cestas figuradas su torpe composición y escasa definición anatómica de las figuras, así como las desproporciones y ausencia de detalles, carencias técnicas que no impiden la gran expresividad de las escenas. Iconográficamente, ambas figuraciones actúan, por un lado como advertencia contra el pecado y, por otro, como consuelo al cristiano que sigue el recto camino, el cual encontrará la salvación tras el juicio.
Los dos capiteles que apean el fajón del primer tramo de la nave del evangelio presentan la misma decoración vegetal, a base de vástagos anillados que se resuelven en volutas y, entre ellos, hojas lobuladas y bolas, coronándose por cimacio de nacela con perlas. El siguiente capitel, hacia el este, es una aún más torpe cesta, en cuyo frente se dispone un bárbaramente tallado león pasante, mientras que una cruz griega flordelisada ocupa la cara oriental. El último de los fajones, parcialmente solapado por la ménsula que recoge el nervio crucero de la cabecera, es vegetal, con hojas de agua apenas marcadas rematadas en caulículos. Frente a esta cesta, el arco recae en una ménsula compuesta de cimacio de nacela sobre dos canes, uno de tres finos rollos y el otro con una hoja pinjante acorazonada.


Interior de la Iglesia de la Virgen de la Peña. 

Las dos cabeceras románicas fueron sustituidas en época tardogótica por sendas capillas cuadradas, comunicadas entre sí por un formero apuntado. La meridional se cubre con una bóveda de crucería estrellada de ocho puntas, con las claves decoradas por las armas de los Castejones, y alberga un lucillo bajo arco conopial que contiene la estatua de alabastro de un eclesiástico de dicha familia, a la que suponemos mecenas de la obra. La capilla que remata la nave del evangelio, dedicada a la Trinidad, se cierra con bóveda de terceletes con escuditos lisos. Rabal, en el señalado manuscrito, refiere que esta capilla fue “restaurada y ensanchada por el licenciado Juan de Torenzo, colegial de Santa Cruz de Valladolid, hijo y beneficiado de Ágreda”, en el año 1520.

Tres capillas rectangulares se abrieron durante el siglo XVI a la nave septentrional. La más occidental, bajo el cuerpo de la moderna torre, fue fundada en 1567, se cubre con bóveda de crucería simple y acoge un sepulcro bajo arcosolio. Las otras dos, de similar arquitectura, están dedicadas respectivamente a San Juan Bautista y Nuestra Señora del Moncayo. Al sur del tercer tramo de la nave de la epístola se abrió, también en el siglo XVI, una capilla de planta poligonal, cubierta por bóveda de crucería arriñonada. 

La pila bautismal, en buen estado de conservación y situada en la capilla central de las abiertas a la nave del evangelio, presenta copa troncocónica, de 122 cm de diámetro por 71,5 cm de altura. Decora su frente con un listel en la embocadura, una cenefa de zigzag con perlado en los ángulos sobre una serie de arquillos de medio punto sobre pilares y, en la zona inferior, grandes arcos de medio punto entrecruzados. Su decoración la aproxima a los ejemplares de Nuestra Señora de los Milagros de la propia Ágreda, Pozalmuro y El Espino.
Otras dos pilas bautismales de traza románica se situaban al realizarse este estudio (noviembre de 1998), en el exterior del templo, frente a la portada meridional. Ambas son de copa troncocónica lisa; una, de 118 cm de diámetro por 79 cm de altura, decora su embocadura con un bocel, mientras la otra, de 99 cm de diámetro por 74 cm de altura, es totalmente lisa. Una de ellas, sin que sepamos precisar cuál, procede de la antigua iglesia de Nuestra Señora de Yanguas, en la misma villa de Ágreda. Igualmente, en la referida fecha era visible la recién excavada necrópolis de tumbas excavadas en la roca que rodea la cabecera y muro meridional del templo.

 
Iglesia de San Miguel Arcángel
Está situada detrás del Palacio de los Castejones, junto a una plaza a la que da nombre. Tuvo una gran significación histórica en la villa, pues según cuenta Nicolás Rabal en su atrio tenía lugar el nombramiento de los Seises que formaban parte del concejo.
El edificio actual es una construcción del primer cuarto del siglo XVI, levantada sobre el solar de una iglesia tardorrománica de la que sólo se conservó una torre situada en el ángulo que forma el muro norte de la nave con la capilla de Santa Ana. Consta de cuatro cuerpos de sillería arenisca separados por impostas decoradas con boceles y bolas. En el cuerpo inferior se abre una simple ventana abocinada, mientras que en cada cara del segundo se disponen parejas de arcos ciegos.
Mayor interés presenta el tercer nivel, en cuyos lados se abren ventanas geminadas con capiteles vegetales e historiados, visibles sólo en los lados norte, este y oeste.
La ventana del lado septentrional presenta el capitel derecho decorado con un hombre y una mujer desnudos, mientras que en el izquierdo aparece otra figura muy desgastada e imposible de identificar. El capitel doble del centro muestra en un lateral a un clérigo y a un caballero con espada, y en el otro a un acólito portando un incensario acompañando a otro clérigo con báculo que parece bendecir a otro personaje con bastón que camina hacia él tal vez un pobre. Esta escena, de claro sentido religioso, se contrapone a la del anterior capitel en el que parece evidente la alusión al pecado de la lujuria.
Los de la ventana oriental –hoy cegada– se decoran con hojas muy esquemáticas y roleos, mientras que los del lado occidental se decoran con similares motivos vegetales, además de dos personajes, uno con túnica y el otro desnudo sujetando una serpiente que parece aludir al castigo de la lujuria.
No hemos llegado a ver, sin embargo, el capitel que Gaya Nuño describió como “la representación mutilada de un hombre tocando un violín”. 


Portada gótica

El cuerpo superior de la torre se cubre con una bóveda de crucería y se remata con una terraza almenada. Para el mencionado autor está cubierta era signo inequívoco de una datación tardía que en ningún caso sería anterior a finales del siglo XII. Sin embargo, coincidimos con Martínez Frías en que este último cuerpo fue añadido en el siglo XVI para que resaltara por encima de las nuevas cubiertas del templo.




 

Iglesia de San Juan Bautista
La iglesia de San juan Bautista es una construcción del siglo XVI, con algunas reformas barrocas. De su primitiva fábrica románica sólo conserva una portada abierta entre dos contrafuertes del muro sur.
Consta de un arco de ingreso de medio punto, tres arquivoltas y guardapolvo. Salvo la primera arquivolta que es totalmente lisa, el resto de los arcos presentan la arista achaflanada y decorada con motivos vegetales de tosca ejecución, muy parecidos a los de la portada de Nuestra Señora de la Peña, sin duda labrada por las mismas manos. El arco de ingreso recibe en su chaflán y rosca una decoración a base de tallos ondulantes y hexapétalas inscritas en círculos, mientras que la segunda y tercera arquivoltas se adornan con una banda en zigzag y tallos sinuosos que acogen brotes avolutados y piñas. Por último, el guardapolvo se orna con flores octopétalas y hexapétalas inscritas en cuadrados.

Las tres arquivoltas descansan en tres parejas de columnillas coronadas por capiteles vegetales e historiados, tallados con suma torpeza. Los del lado izquierdo se decoran con una figura alada que sostiene en sus manos dos cabezas de rasgos sumarios; a continuación dos grandes hojas junto a un personaje erguido; y en el de la arquivolta interior una enigmática escena con cinco figuras sedentes sobre las que reposan acostadas otras dos que parecen portar libros abiertos. Para Ortego esta escena representaba el momento en que Gonzalo Gustios recibió las cabezas de los Siete Infantes de Lara, interpretación que en cierto modo mantuvo Sáinz Magaña. Dejando de lado tan descabellada lectura, pensamos que el sentido último que preside estas representaciones está en relación con la muerte y la salvación del alma, queriendo mostrar en este capitel al difunto en su lecho, mientras que en el primero descrito aparecería su alma reposando en manos de un ángel psicopompo, tema que se repite en un capitel de Nuestra Señora de la Peña.
Los capiteles de la derecha muestran, de dentro afuera, a tres personajes de pie, uno con un libro abierto en sentido horizontal y otro arropado con un manto en el que envuelve los brazos; a continuación una cesta con grandes hojas de perfiles lobulados que acogen bayas y, en el último, tres arpías.
Los cimacios se decoran con tallos entrelazados que acogen pequeñas volutas y otros idénticos a los de las arquivoltas.


La portada se remataba originalmente con un tejaroz del que sólo se ha conservado un canecillo decorado con un personaje tocando un cuerno.
Ante la falta de paralelos cercanos en el occidente soriano, Gaya Nuño supuso que la portada de San Juan había sido realizada en el último cuarto del siglo XII por maestros inspirados por las creaciones aragonesas.
Por último, hay que señalar la existencia en su entorno de una necrópolis rupestre con enterramientos que, según Carlos de la Casa, van de los siglos X/XI al XIV.

 
Románico en la comarca de Arcos de Jalón, Soria
Arcos de Jalón es la capital de la comarca de su mismo nombre que ocupa la esquina sureste de la provincia de Soria.
No es, sin duda, la zona de más abundante románico de Soria. Por el contrario, se trata de unas tierras poco pobladas cuyas aldeas suelen tener escasos vestigios románicos en sus iglesias y ermitas.
Una gratísima excepción a este panorama sobresale especialmente. Nos referimos al imponente Monasterio cisterciense de Santa María de Huerta.
Otro magnífico ejemplo del románico de la Comarca de Arcos de Jalón es la iglesia porticada de Villasayas. También nos ocuparemos de las interesantes portadas de las iglesias de Alpanseque y Romanillos de Medinaceli. 

Villasayas
Villasayas se sitúa a 53 km de Soria y a unos 15 km al sur de Almazán por la carretera de Barahona. La localidad se emplaza al sur de las sierras de Bordecorex y Hontalvilla, y es regada por el río Bordecorex.
Se incluía en el ámbito de la Tierra de Almazán aunque, como señala José Ángel Márquez, al no constar su inclusión en ninguno de los dos sexmos en que ésta se articulaba, debía de ser villa exenta y contar con un status especial, al igual que otros casos como Velamazán, Barca o Cabanillas. En la Estadística de la diócesis de Sigüenza, de 1353, su beneficio curado va unido al de Fuentegelmes, aunque se señala que “en la eglesia de villa sayas ay quatro beneficios de los absentes val de renta cada uno 50 mrs”. En 1514 su señor, Diego de Mendoza, vendió la localidad con su jurisdicción a los condes de Monteagudo, Antonio y María de Mendoza. 

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
Si los edificios, como la arquitectura misma, son un arte en constante mutación y renovación, la iglesia parroquial de Villasayas nos ofrece un casi completo compendio de lo que significa la renovación de los estilos, siempre desde la perspectiva del ámbito rural.

La sucesión de campañas constructivas se inicia con el templo románico –objeto de este estudio–, realizado en las últimas décadas del siglo XII, del que no nos resta sino probablemente el perímetro de la nave con su portada meridional, las responsiones del arco triunfal y la galería porticada al sur. A fines del siglo XV o principios del XVI, y como en tantos otros casos estudiados por Martínez Frías, se procedió a sustituir la cabecera románica por una capilla cuadrada más amplia, con contrafuertes angulares y cubierta con bóveda de terceletes, a la que se accede desde la nave a través de un arco triunfal netamente apuntado, éste también tardogótico, aunque aprovechó los soportes del primitivo.
Pocos años después de esta reforma se dotó al recinto que rodea el edificio de una bellísima portada renacentista, datada epigráficamente en 1537 y compuesta de arco de medio punto encuadrado por dos columnas de capiteles compuestos, y entablamento coronado por crestería. A mediados del siglo XVII se reformó el cuerpo de la iglesia, pues en el interior recogemos una inscripción con la fecha de 1646. Nuevas e importantes actuaciones tuvieron lugar a mediados del siglo XVIII, momento en el que se remozaría el interior, se abrió la capilla cuadrada al sur de la cabecera, y se construyó la sacristía –datada en 1767– en sustitución de una primitiva, de la que restan vestigios en el muro norte de la cabecera. Finalmente, en 1887, se alzó la torre cuadrada adosada al hastial occidental.

Comenzaremos el estudio de los vestigios románicos por los pilares con semicolumnas adosadas que soportaban el primitivo arco triunfal, y que, como dijimos, hoy siguen cumpliendo tal función dentro de la estructura gótica, aunque la columna y la parte baja del capitel del lado de la epístola fueron rasurados y retallados en el momento de disponer en este lado el púlpito. Este capitel se decora con estilizadas hojas cóncavas lisas de cuyas puntas penden piñas, y el cimacio que lo corona, como la imposta que recorre todo el pilar, con un friso de tetrapétalas en clípeos.
El capitel del lado del evangelio es también vegetal, con hojas avolutadas de seco tratamiento muy similares a las de un capitel de la ermita de Rioseco de Soria, ornándose su cimacio y la imposta que corona el machón con cinco filas de menudo ajedrezado. Ambas basas manifiestan un evolucionado perfil, con fino toro superior, escocia, toro inferior trapezoidal sobre dos junquillos y fino plinto.
La bella portada del templo se abre entre dos contrafuertes del muro sur de la fábrica moderna. Se compone de arco de medio punto y dos arquivoltas, la interior figurada y la otra moldurada con un grueso bocel entre mediascañas, todo rodeado por chambrana ornada con series de dos carnosas hojas acogolladas, algunas acogiendo piñas. Apean los arcos en jambas escalonadas rematadas por impostas de listel, bocel y nacela, acodillándose dos columnas para recoger la arquivolta interior.
El capitel de la columna más occidental, de buena factura, se decora con dos arpías simétricamente dispuestas en torno a una fracturada hoja de bordes lobulados. Ambos híbridos presentan largos cuellos, rostros de efebo, cuerpo de ave con cola de reptil y pezuñas de cabra que apoyan en el facetado astrágalo, siendo una composición recurrente en la plástica del románico tardío, por ejemplo en la portada de La Cuenca, en la burgalesa de Vizcaínos de la Sierra o en un capitel interior de ventana de Gredilla de Sedano.
El capitel de la columna derecha es de más tosca ejecución, historiándose con el combate de dos infantes, ataviados con camisa y túnica corta, contra sendos leones rampantes, de puntiagudas orejas y rugientes fauces. Pese a la erosión de la cesta, vemos cómo el personaje de la cara interior se protege con un escudo de cometa, mientras que el de la otra cara clava su espada en el cuello de su oponente.
La arquivolta figurada nos muestra un complejo muestrario de la fauna fantástica que caracteriza a la mejor escultura castellana del último cuarto del siglo XII, con las figuras colocadas en disposición radial. En el sentido de las agujas del reloj observamos en primer lugar a dos arpías de rostro de efebo y cabellos acaracolados, simétricamente opuestas, con las alas explayadas y los largos y escamosos cuellos vueltos hacia su compañera, según un modelo de éxito que vemos ya en un fragmentado relieve de arco del lapidario de Silos. Le sigue un personaje, ataviado con túnica de mangas fruncidas y ceñida por cinturón, que cabalga sobre un grifo portando una maza, similar a uno que monta un camello en la sala capitular de El Burgo de Osma; tras él se dispone un ave de plumaje minuciosamente trabajado, contorsionándose para picotearse la enhiesta cola, en actitud de desparasitarse u ordenarse las plumas. En la clave aparecen dos híbridos de cabeza felina de rugientes fauces, largo cuello escamoso y cuerpo de reptil alado. Continúa la serie con un trasgo de cabeza felina, largo cuello, cuerpo de reptil alado y pezuñas de cabra, que aparece enredado en un ondulante tallo del que brotan cogollos y granas, y dos bellísimos grifos opuestos que vuelven sus cabezas. Tras ellos, completando la decoración, vemos un dragón de grandes y puntiagudas orejas o cuernos, largo cuello, cuerpo alado cubierto de escamas cuya cola remata en tallos con brotes y tras él, en actitud de perseguirle, un híbrido de amenazador aspecto, con cabeza felina de rugientes fauces, cuerpo alado de reptil y larga cola enroscada.


La galería porticada que recubre la fachada meridional de la nave es el elemento más característico del templo, y recientemente ha recobrado su primitivo aspecto al liberarse sus arcos tras permanecer durante muchos años cegados, hecho que, lamentablemente, supuso un severo deterioro del relieve de sus capiteles.


Aparentemente, el pórtico ha mantenido en lo fundamental su primitiva disposición, pese a haber sido restaurado, en algunas partes probablemente remontado y sin duda realzado. Se compone de una portada y dos series de cuatro arcos de medio punto, sobre basamento de fábrica de ángulos decorados con boceles y aristas.
Los arcos apean en dobles columnas de capiteles dobles coronados por cimacios moldurados con listel y nacela o bisel, fustes unidos y basas con perfil ático de toro inferior aplastado y más desarrollado, sobre plinto, muchos restaurados. Contra los machones de los extremos, y al igual que ocurre en la galería de Barca, con la que son evidentes los paralelismos, los arcos apean en sendas estatuas-columna. Al igual que allí, es la figura de un atlante, en actitud de sostener el muro con un brazo y llevarse la mano izquierda al vientre, la que ocupa el extremo occidental.

Pese al avanzado deterioro, aún advertimos que la figura se encuentra encadenada. En el extremo oriental del pórtico, la parte sin duda más remozada, recogía el arco una también destrozada figura sedente que sostiene una filacteria. El probable apóstol o profeta viste túnica y manto de abultados pliegues y apoya sus pies en una especie de escabel.

De los ocho capiteles de la galería, cinco son vegetales y repiten el esquema de hojas carnosas pegadas a la cesta en su base, que adquieren gran volumen en su remate. El primero por el oeste, muy erosionado, muestra hojas lanceoladas rematadas en volutas, y el siguiente, de bella factura, se decora con palmetas entre acantos avolutados. El tercer capitel parece fruto de una reforma o, en cualquier caso, no corresponde a la serie original, pues muestra la cesta casi lisa, con torpes hojas lisas talladas en dos planos y sin apenas relieve. El capitel que apoya sobre el machón de la portada, que repite el modelo del situado sobre los profetas de la galería de Barca, se decora con dos parejas de arpías de largos cuellos vueltos y colas de reptil enredadas en sus patas, que se enfrentan dos a dos en los ángulos de la cesta.
La portada de la galería se abre aproximadamente en su centro, aunque no exactamente alineada respecto a la portada de la iglesia. Se compone de arco de medio punto liso sobre impostas de listel y nacela, rodeándose de un tornapolvos achaflanado, cuyas dovelas centrales reciben decoración de bolas.

Al exterior de la galería, sobre el arco de acceso, se encuentra un grupo escultórico formado por tres figuras que escenifican la Anunciación. Representa a la Virgen María flanqueada por un ángel a su derecha y por San José a su izquierda. Éste, sentado como María, adopta una actitud pensativa simbolizada por la forma de reclinar la cabeza sobre su mano alzada. Los tres relieves lucen en sus vestiduras abundantes pliegues y caídas onduladas de los paños similares a los de la cariátide que aún se conserva y muy parecidos a los de las figuras de la ya mencionada galería de Barca con la que se da un verdadero hermanamiento estilístico.

En las enjutas de la portada, al exterior, se incrustaron dos muy desgastados relieves; en el de la izquierda apenas distinguimos la silueta de un personaje cabalgando y quizás desquijarando a un león, probable representación de Sansón con el león de Timna que encontramos en Barca en un relieve sobre la portada de la galería. En la enjuta derecha vemos un descabezado personaje sentado sobre un cojín o silla rematada por cabezas de leoncillos, ataviado con túnica y manto.
Cariátide del extremo oriental.Esta cariátide, no tan estropeada como la del otro extremo, aún conserva por el interior su primitivo aspecto y deja ver la figura de aire monacal (también sugiere un profeta o un apóstol) sentado, con los pies sobre un pedestal, cuyo hábito talar se pliega finamente. Lleva entre las manos una filacteria o cinta de pergamino.
Cariátide del extremo occidental.Resulta de todo punto irreconocible. Fue destrozada sin miramiento a martillo y cincel cuando se cegó la galería, y aún se puede observar la escotadura superior en la que encajaba el cerramiento.
Capitel adosado al machón izquierdo.Este capitel figurativo representa unas fabulosas aves de trastornados cuellos que concluyen en cabezas humanas, y que vuelven hacia adelante por entre las patas sus cónicas colas.

Capitel adosado al machón derecho.
En las caras sur y norte, un cuadrúpedo leonado que gira la cabeza hacia el interior. En la cara central, dos individuos que, por su actitud dinámica y por estar unidos por una de sus manos, pudieran representar una pareja de danzarines.

Quinto capitel exento.
Aves quiméricas similares a las representadas en el otro capitel figurativo, de colas cónicas que esconden bajo el cuerpo y cabezas que en este caso son de dragón.

En ambas enjutas del arco central de acceso al pórtico existen sendos bajorrelieves sobre piedras rehundidas, de los que, el de la izquierda, representa a un caballero o simple jinete.


El de la derecha, un personaje sentado de difícil identificación. Las dos tallas se encuentran muy deterioradas. 

Continúan los arcos por el este con el único capitel historiado del conjunto –muy rasurado–, que parece representar, entre ramajes, el combate de dos personajes ataviados con túnicas cortas, dispuestos en el frente de la cesta, contra dos bestias –quizá leones– que aparecen en los laterales. Le sigue un bello capitel de hojas lisas y carnosas de puntas vueltas, tras el cual vemos el mejor conservado de entre los figurativos, con dos parejas de dragones opuestos en cada frente y otros dos híbridos en las caras cortas, todos de fauces rugientes y orejas puntiagudas, alados, con escamoso cuerpo de reptil, pezuñas de cáprido y colas enredadas entre sus patas. Concluye la serie con un capitel vegetal de buena factura, que muestra grandes hojas lisas de puntas rizadas y anudadas a modo de cogollo y palmetas entre ellas.

Sobre la portada de la galería se recolocaron las tres placas esculpidas que componen la escena de la Anunciación de María. A la izquierda vemos al arcángel, de cabellos acaracolados, que rodilla en tierra extiende su brazo hacia la Virgen. Ésta, que porta velo y corona y aparece sentada, vuelve su cabeza hacia el mensajero y alza su diestra mostrando la palma, mientras con la otra mano recoge un pliegue de su abarrocado manto. Tras ella aparece San José, en la tradicional actitud pensativa de llevarse la mano a la sien mientras apoya la otra sobre un bastón en “tau”. Desconocemos el primitivo emplazamiento de este relieve.

Se adivinan al menos dos manos en la escultura de la portada y galería, aunque ambas dentro de una misma campaña. El cuidado estilo se traduce en un minucioso tratamiento de los plumajes y texturas de los híbridos, de correcta composición y expresividad. Las figuras humanas –de corto canon– muestran rostros de construcción cuadrada, mofletudos, con ojos globulosos y saltones; el barroco recargamiento de plegados en los pesados paños, con pliegues abultados, en cuchara, en “uve”, recogidos en haces zigzagueantes, fruncidos en las mangas, etc., son elementos, junto a la propia iconografía desarrollada, que aproximan a la escultura de Villasayas de un modo directo a la ya citada y geográficamente próxima galería porticada de Barca. Ambas participan de la corriente más prolífica del románico tardío castellano, introducida en el territorio de Soria por los talleres burgaleses del tercer cuarto del siglo XII, que tienen como principal referente la segunda campaña decorativa del monasterio de Santo Domingo de Silos y junto a ella, las realizaciones de Moradillo de Sedano, Cerezo de Riotirón, Butrera, Ahedo del Butrón, etc.

Como señala Elizabeth Valdez, la secuencia de introducción de esta corriente en tierras sorianas encuentra su primer eslabón en la catedral de El Burgo de Osma, para trasladarse posteriormente a los grandes edificios de Soria y Almazán. En Villasayas es patente el referido influjo burgalés en la composición y factura del relieve de la Anunciación, que deriva del modelo de anunciación-coronación establecido en Silos y repetido en Gredilla de Sedano, aunque es con la Anunciación de El Burgo con la que tiende más netos lazos; lo mismo podríamos decir de los híbridos de la arquivolta de la portada, directamente deudores de los que pueblan las arquerías y dos capiteles de la sala capitular de El Burgo de Osma. También encuentran sus referentes en El Burgo las dobles hojas acogolladas de la chambrana. Aunque pueden establecerse paralelismos con la escultura de Santo Domingo (Bestiario del rosetón) y San Juan de Rabanera (hojas acogolladas, Bestiario de las trompas del crucero) de la capital, éstas parecen obedecer más a un origen común de los modelos que a una influencia.Con todos estos datos, la aproximación cronológica nos sitúa en las dos últimas décadas del siglo XII como la fecha más probable de la campaña románica de Villasayas.

 

Santa María de Huerta
La abadía de Santa María de Huerta está instalada a orillas del Jalón, en el límite sureste de la provincia de Soria, a tiro de fusil de tierras aragonesas. Accedemos al lugar desde Medinaceli por la desdoblada N-II (km 178), o bien desde Almazán, Morón, Monteagudo de las Vicarías y el ramal que, dirigiéndose hasta Ariza, penetra en el interior de la provincia de Zaragoza para conectar con la N-II, desde donde arribamos hasta Santa María de Huerta en dirección a Madrid.
Su más temprano origen parte del monasterio de Cántavos (ca. Deza, en el concejo de Almazán), donde hacia 1142 o 1144 y a instancias del rey Alfonso VII, tras la toma de Coria, se instalaba el abad Radulfo y su comunidad procedente de Verduns (Gascuña), abrazando la regla bernarda en 1158. En torno a 1162, y ante la escasez de agua en Cántavos, se trasladaba definitivamente hasta el fértil valle de Santa María de Huerta –donde Cántavos poseía una granja al menos desde 1152– con el especial apoyo de Alfonso VIII de Castilla, Alfonso II de Aragón y su hijo don Pedro. La casa fue agrandando sus dominios escalonadamente hasta alcanzar las cuencas del Jalón, Tajuña y Júcar: Boñices, Estenilla, Alcardench, Benevívere, Arandilla, Molina y Gludex; salinas en Terceguela y Medinaceli y los derechos de pastos y portazgos, coincidiendo con las luchas combinadas de castellanos y aragoneses por la toma de Cuenca; heredades y propiedades en Serón, Almazán, Deza, Lodares, Villalba, Grisén, Terrer, Borja, Ambel, Magallón, Valera, Zuera, Ariza, Albalate, Albaladejo, Belimbre, Montuenga, Ateca, Calatayud, etc., se irán incorporando sucesivamente. Figuras como los Manrique de Lara, señores de Molina de Aragón y Fernando III el Santo se encuentran entre sus mentores y protectores. Se conoce con precisión el coto monástico de este monasterio, que para Pérez-Embid resultó un caso excepcional; a consecuencia de estar encajado en el seno de un estrecho valle, sus allegados, collazos, familiares y otros pobladores se establecieron a escasos metros de la puerta abacial.
Otra época especialmente brillante fue la del abadiato de Martín de Finojosa (1166-1186), futuro obispo de Sigüenza (se retiró nuevamente a Huerta en 1192 hasta su fallecimiento en 1213, poco después de consagrar la casa de la Oliva), vecina circunscripción secular con la que la abadía sostuvo numerosos litigios. Su sobrino Rodrigo Jiménez de Rada, futuro primado toledano y enterrado en el mismo monasterio será otro de sus protectores.
En 1175 el monasterio recibió 200 mencales para terminar la obra del dormitorio, aún no finalizado en 1200, cuando fue objeto de nuevas donaciones. En 1179 Alfonso VIII perdonaba al cenobio hortense una deuda como donativo a la edificación colocando primum lapide in fundamento (quizá en referencia a la iglesia). El mismo monarca amojonaba los términos monásticos en 1184. Parece evidente que el grueso de las edificaciones monacales ya estaban rematadas antes de 1250, coincidiendo con importantes donaciones como la de Nuño Sancho (†1206), hermano mayor de Martín de Finojosa, que ofreció parte del botín obtenido tras la toma de Cuenca y de su propia mujer, doña Marquesa, pagando la obra de la galería claustral septentrional donde fueron instalados sus enterramientos.
Herido durante la francesada y tocado de muerte tras la desamortización de 1835, Santa María de Huerta no reinstaura la vida monástica hasta 1930 gracias a un grupo de monjes llegados desde la casa de Viaceli (Santander). 

Monasterio de Santa María de Huerta
Todo el conjunto se encuentra cercado por un muro reforzado con ocho cubos almenados. Se accede al cenobio superando una portada datada en 1771 que da acceso a un amplio compás. Una excavación previa a la urbanización de la plazuela frontera abierta hacia la hospedería y la Calle Comandante Palacios, descubrió la planta de algunas viejas dependencias agrarias. El bloque de la hospedería y su patio se sitúa hacia occidente del conjunto medieval, data de 1582 y tiene acceso desde una portada clasicista abierta al compás meridional. La construcción de la hospedería moderna durante unos años de relativa pujanza económica –coincidente con las visitas de Carlos V y Felipe II– destruyó el nártex o galilea cubierta con dos tramos de crucerías (aún se ve uno de sus perfiles) que se alzaba junto al hastial occidental del templo cisterciense. A la derecha, se conserva un grueso contrafuerte que remata en talud junto al que estaba adosada una atarjea o galería abovedada de inicios del siglo XIX para intentar acabar con las incesantes humedades del templo.
Las dependencias monásticas se extienden hacia el norte del templo, tal y como ocurre en Alcabaça, la Oliva o Palazuelos, siguiendo los planteamientos habituales de la orden. Sólo el refectorio de conversos parece quedar ajeno al esquema ideal, pues a causa de requisitos topográficos está orientado este-oeste, y no norte-sur.

Fachada del monasterio Santa María de Huerta, en Soria, junto con la representación en miniatura del propio monasterio 

La portada occidental, muy retocada por las recientes reintegraciones y reimplantes, es apuntada, con chambrana de puntas de clavo y cinco arquivoltas ornadas con dientes de sierra, boceles y arquitos de medio punto –recordando curiosamente a la de la humilde iglesia parroquial de Castillejo de Robledo– que apoyan sobre retocado cimacio con listel, dos boceles, dos escocias con improntas de gradina prolongadas por el frente, jambas acodilladas y seis capiteles vegetales con esquemáticas palmetas. Los fustes, basas prismáticas y podium están rehechos. La portada occidental mantiene restos de su primitiva policromía tardogótica, con rosetas, líneas quebradas y zigzagueantes pautadas con puntos, así como una ilegible leyenda en el intradós (Martínez Frías leía DOMUS MEA DOMUS ORATIONIS VACABITUR) en tonos rojos, azules, negros y blancos. Sobre la misma se abre un rosetón –que parece imitar al del refectorio– con doble chambrana de puntas de clavo, dos baquetones y tracería que desgrana doce arquitos polilobulados coincidentes en un óculo central.

Entrada al recinto 

Fachada de la iglesia con la portada descentrada por la adición del cuerpo del claustro
del siglo XVI. Se aprecian las huellas del desaparecido nártex


Portada

Rosetón 

El hastial occidental, verdadera pantalla adherida al bloque eclesial, remata a piñón y presenta cornisa con perfil de listel, baquetón y escocia sostenida por canecillos vegetales, de rollos y de toscas máscaras zoomórficas muy erosionadas. En el resto de los aleros del templo los canes mantienen un único modelo con sólidos modillones de cinco rollos recordando las ménsulas del interior de la nave central.

Canecillos románicos

Canecillos románicos 

Canecillos románicos 

Canecillos románicos 

Canecillos románicos 

El paramento meridional revela grandes contrafuertes de perfil cuadrangular (los dos occidentales coronados por talud y los dos orientales con remate piramidal y prolongándose en la nave central). Entre los contrafuertes occidentales se abren dos saeteras de medio punto con dintel superior, y entre los orientales –que poseen remate piramidal– otras dos ventanas cuadrangulares. Desde la nave central los vanos entre los contrafuertes son de medio punto. Resultan llamativos los canecillos que soportan los aleros, con perfil de rollos, incluso en las esquinas.
La gran iglesia de Huerta tiene planta de cruz latina, acusado crucero y cabecera con cinco capillas, semicircular la mayor y planas las colaterales. Presenta tres naves, más ancha la central, separadas por medio de grandes pilares de sección cuadrangular, delimitando cinco tramos. Las colaterales fueron muy reformadas entre 1632 y 1635, durante el abadiato de Manuel de Cereceda aprovechando las suculentas rentas obtenidas por fray Francisco de Bernardo. Se rebajaron entonces en unos 40 cm los tramos tercero, cuarto y quinto de las naves laterales (los más orientales), enmascarando los pilares originales del tramo más occidental y cubriéndolos con bóvedas de arista enyesadas que apean sobre impostas clasicistas. En 1668 se revocaron muros y bóvedas de todo el templo y en el siglo XVIII se enmascaró con yeserías barrocas que no fueron retiradas hasta la restauración de la década de 1970. 

Alzado este

Alzado norte

Alzado oeste

Sección transversal 

Los tramos de la nave central están delimitados por fajones apuntados que apoyan sobre potentes pilares de sección cruciforme con zócalo baquetonado y grandes ménsulas de rollos –como en los templos de Santes Creus y Oya– en los cuatro pilares orientales; los pilares de los tramos occidentales de la nave mayor fueron modificados cuando se reformaron las colaterales y se construyó un coro alto. De hecho, los fajones de la nave central carecen de capiteles, cuyo lugar ocupan gruesas impostas lisas baquetonadas, como las presentes sobre las grandes ménsulas de rollos, en coincidencia con las colaterales. Los dos tramos más orientales de la nave central se cubren con bóvedas de ojivas, cuyas nervaduras ostentan perfil de triple baquetón, como en la seo conquense. Para los tres tramos más occidentales se recurre a bóvedas estrelladas de terceletes.

Interior hacia la cabecera

Interior hacia los pies 

Los vanos que iluminan la nave central son apuntados o de medio punto con columnillas acodilladas. Todas las claves de las bóvedas de la nave mayor presentan claves polícromas con motivos heráldicos del siglo XVIII. El mismo perfil de triple baquetón presente en los dos tramos orientales de la nave mayor, aunque de mayor grosor, aparece en las crucerías de los cinco tramos del transepto, apeando sobre ménsulas y grandes capiteles troncocónicos con leves prótomos vegetales. Los fajones del transepto descansan sobre semicolumnas adosadas cuyas cestas tienen un marcado carácter geométrico, con ábaco listado y esquemáticos motivos espirales que simplifican los modelos vegetales.

El transepto está recorrido en sentido horizontal por dos líneas de imposta: una se dispone bajo los ventanales, la otra prolonga la línea de cimacios que corona los capiteles. Los hastiales del transepto están perforados por ventanales abocinados de medio punto con alféizares escalonados; otras dos ventanas dan luz –desde oriente y occidente– a cada uno de los tramos del transepto (a excepción del tramo más septentrional del brazo septentrional, donde sólo se perforó el lateral oriental). En el hastial meridional se encuentran dos arcosolios de medio punto entre los que se abre una puerta de medio punto que da paso a la capilla del relicario, obra de planta octogonal en ladrillo que data del siglo XVIII.

Brazo transepto sur

Brazo transepto norte.  En el muro del testero, la escalera que conducía al dormitorio de los monjes. 

En el hastial septentrional se abre la puerta de acceso a la sacristía del siglo XVII –aunque en la actualidad ocupa además lo que fue sala capitular sobre la que estuvo instalado el dormitorio–, una empinada escalera de acceso hasta el claustro alto, la puerta del viejo dormitorio y el husillo de la torre.

Capilla mayor 

La capilla mayor semicircular cuenta con tramo presbiterial recto al que da paso un triunfal apuntado, está cubierto con bóveda de ojivas cuyas nervaduras poseen sección de triple bocel y el hemiciclo absidal –aunque permanece oculto por el retablo– con bóveda de horno reforzada por seis nervaduras que se unen en la misma clave. El tramo presbiterial aparece perforado hacia el este y oeste por sendas ventanas de medio punto abocinadas. Groseras pinturas obradas por el genovés Bartolomé Matarana (1580-1581) ornan el presbiterio y parte del hemiciclo de la capilla mayor. El retablo mayor fue alzado por el escultor bilbilitano Félix Malo en época del abad Rafael Cañibano (1763-1767). Estas reformas fueron promovidas por los duques de Medinaceli (con anterioridad fue capilla funeraria de los de la Cerda) que encargaban un nuevo retablo a Sebastián de Benavente y habilitaron el espacio como panteón familiar al tiempo que incluían los cenotafios de San Martín de Hinojosa y de don Rodrigo Jiménez de Rada. Los restos de los Medinaceli fueron más tarde trasladados hasta la colegiata de la villa soriana homónima.

El ábside mayor se encuentra flanqueado por cuatro capillas colaterales de testero plano, de norte a sur advocadas a San Miguel, San Pedro, San Martín y la Magdalena; todas ellas –como debió suceder en Matallana– se abren al transepto mediante triunfales apuntados y doblados que apoyan sobre capiteles de esquemáticos acantos, aunque las cestas del brazo norte aparecen rasuradas. Se cubren con ojivas de gruesas nervaduras aboceladas que apean sobre ménsulas angulares. Una línea de imposta con perfil de bocel y listel recorre todo el frente oriental de la batería absidal a la altura de los cimacios de los capiteles, las semicolumnas de los fajones del transepto –formulando una suerte de anillos al estilo de Moreruela, Sacramenia y Gradefes– y el interior de las mismas capillas. En los muros de las capillas colaterales se mantienen relicarios rectangulares y credencias cuadrangulares en las de San Martín y la Magdalena. Aún se aprecian restos de pinturas murales con temas geométricos y vegetales de inicios del siglo XVI. La capilla extrema del brazo septentrional cuenta con una pila bautismal de inicios del siglo XIII, tiene perfil acampanado, zócalo baquetonado y registro superior con círculos entrecruzados.

San Miguel

San Pedro

San Martín de Tours 

Santa María Magdalena 

La capilla de la Magdalena conserva sus pinturas murales, con los ciclos de la vida de Cristo y de la Virgen en el testero y derrame de la ventana absidal (Anunciación y ángeles con los atributos de la Pasión, la aparición de Cristo a la Magdalena y Cristo con la cruz a cuestas ayudado por el Cireneo) y de San Benito (bajo la imposta de la ventana se representa su misa, enfermedad y entierro). El frontal del muro acoge las imágenes de Jeremías, Salomón, Dios Hijo, Gabriel y la Virgen María.

En el alféizar de la ventana se custodia la talla en madera policromada de la Virgen con el Niño de Huerta, pieza de inicios del siglo XIII de madera policromada –repintada– de 59 × 24,5 × 21 cm. La talla representa iconográficamente el prototipo de Sedes Sapientiae, en el que María está concebida como trono de su Hijo que, a su vez, se muestra como la segunda de las personas divinas, la Suprema Sabiduría. La Virgen y el Niño se caracterizan por su total deshumanización, que se consigue mediante la rigidez de las posturas, el hieratismo y la frontalidad absoluta, eliminando así cualquier tipo de relación personal entre ambos. No obstante, este distanciamiento emocional queda en parte mitigado por un tímido acercamiento de María que parece dejar sentir su protección maternal. La Virgen está sentada sobre un banco sin respaldo, con los brazos doblados en ángulo recto y protegiendo al Niño con las manos pero sin llegar a tocarlo. El rostro oval, de correctas facciones, transmite calma y serenidad, que pueden ser debidas a las alteraciones introducidas por la moderna policromía. Su cabeza se cubre con un velo muy ceñido sujeto por la corona, dejando ver parte de su cabello. Viste manto que cae desde los hombros cubriendo ambos brazos y túnica adornada con orofrés en el cuello y en el borde inferior. Bajo esta indumentaria asoma el típico calzado puntiagudo. Jesús, con el aspecto de adulto que le caracteriza, se sienta sobre el centro del regazo materno acentuando así la simetría de la composición. Se muestra bendiciendo con la mano derecha y sujetando un libro abierto con la izquierda. Porta túnica, manto y corona. Desde el punto de vista iconográfico se han establecido paralelismos, más o menos atinados, con las otras imágenes de nuestro país: una talla del Museo de Vich, Nuestra Señora de la Hiniesta de Zamora, dos ejemplares del Museo Marès y la navarra de Eristáin. En cuanto a la cronología, si bien por los aspectos compositivos e iconográficos se podría datar a lo largo de la segunda mitad del siglo XII, hay otros detalles –entre los que destaca el tratamiento más naturalista de los pliegues inferiores del manto mariano– que pueden conducir a una cronología más avanzada, en torno a los primeros años del siglo XIII.

Se conserva un coro bajo occidental de fines del siglo XVI, abierto a la nave mayor del templo por medio de un gran arco rebajado, y al conjunto del mismo mediante una reja obrada en época de fray Felipe García (1776). El coro bajo presenta seis tramos –dos por nave– que apoyan sobre grandes pilares de sección cuadrangular y sencillas ménsulas. Los dos tramos de la nave central se cubren con bóvedas estrelladas de terceletes y combados, las claves están ornadas con florones. Los tramos de las colaterales se cubren con crucerías cuyas nervaduras tienen perfil de triple baquetón y cuatro escocias. En el último tramo del lado de la epístola se encuentra hoy el sepulcro de don Rodrigo Jiménez de Rada (†1247) que desde 1660 se hallaba empotrado –como el de San Martín de Finojosa– en un profundo arcosolio de la capilla mayor. Es pieza de mediados del siglo XIII y está labrado en maltrecha arenisca (220 cm de longitud × 60 cm de anchura y 106 de altura), apoya sobre tres peanas ornadas con leones y presenta en su frente la figura del eclesiástico vestido con ricos atuendos episcopales.

En el paramento del antepenúltimo tramo de la nave del evangelio se conservan otros restos de pinturas murales con una gran imagen de San Cristóbal; son obra de los primeros años del siglo XVI, anteriores a la construcción del sotocoro que selló parte de las mismas. Se trata de una advocación común para aquellos edificios que habían sufrido daños. Sobre el último tramo de la nave del evangelio de abre un vano rebajado correspondiente a la puerta de conversos. En el segundo tramo de la nave del evangelio advertimos la presencia de un fracturado capitel vegetal del siglo XIII con su correspondiente fuste rematado en una especie de ménsula vegetal. En el paramento superior del antepenúltimo tramo de la nave de la epístola también se conservan restos de un ciclo pictórico dedicado al Juicio Final.

En el tramo más oriental de la nave del evangelio se abre la puerta de monjes que da paso al claustro, desde donde ostenta portada apuntada con arquivoltas que combinan baquetones y escocias apoyando sobre capiteles de crochets, fustes y basas áticas.

Desde el exterior la austera batería absidal y los brazos del transepto de Huerta revelan bien a las claras el uso de grandes contrafuertes sobre los que apoyan arcos ciegos de medio punto horadados por los ventanales, como en el ábside de Monasterio de Rodilla, y que para Gaya Nuño resultaba una derivación de lo poitevino. Las esquinas del brazo meridional se encuentran fuertemente achaflanadas, rematando antes de la línea de aleros en sendas ménsulas de rollos. Las capillas colaterales presentan grandes arcos ciegos rebajados perforados por aspilleras de medio punto entre sus contrafuertes; los hastiales del crucero presentan dobles arcos apuntados de descarga. 

Secuencia constructiva
Respecto a la secuencia constructiva del templo: cabecera, crucero, pilares cruciformes de la nave y muros exteriores de las colaterales, debieron alzarse entre 1179 y 1200 (Lambert y Martínez Frías). Hacia el primer cuarto del siglo XIII se abovedaron los dos tramos inmediatos al crucero y se trazó la fachada occidental. Las obras se paralizan entonces hasta inicios del siglo XVI, cuando se cerraron los tres últimos tramos de la nave central. El coro se alzó hacia el segundo cuarto del mismo siglo.
La sacristía, instalada en la panda oriental del claustro, inmediata al brazo septentrional del crucero y al que tiene acceso por una puerta reformada en 1602, posee planta rectangular y dos tramos cubiertos de cañón con lunetos de yeserías decoradas. Entre ambos tramos se dispone un fajón sobre pilastras cajeadas, las mismas que se disponen en los ángulos de la estancia. La sacristía de fines del siglo XII debió cubrirse con una bóveda de cañón, modificándose durante el siglo XVI, época a la que corresponde el actual espacio, al igual que la puerta de salida hacia el claustro.

Reja del coro

Sacristía 

El coro situado en alto, tiene una sillería comenzada en 1557 y finalizada en 1578, destacan en ella un relieve de la Virgen con el Niño flanqueada por San Benito y San Bernardo de Claraval que preside el coro. El órgano de 1633 y de estilo renacentista asoma al interior del templo por el lado del evangelio. El coro ocupa los dos últimos tramos del templo y se encuentra como hemos dicho en alto. El sotocoro o parte inferior del coro se cierra por una reja de hierro forjado y dorado al fuego de gran belleza, realizada en 1775, que se alza sobre un zócalo de jaspes. En este espacio se encuentra el sepulcro vacío del arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada, cuyos restos en la actualidad se encuentran en el Altar Mayor junto con los de su tío el abad San Martín de Finojosa. Este sepulcro está fechado entre el siglo XIII y XIV, está realizado en piedra y conserva restos de policromía.

En el lado del evangelio encontramos dos puertas de salida al claustro, la situada en el primer tramo es de arco apuntado y por ella salían los monjes reglares al claustro, en el quinto tramo una puerta con arco rebajado permitía la salida de los conversos aunque en este caso la salida se realizaba al conocido como pasillo de conversos, junto a la cilla. 

Claustro gótico
En función de los condicionantes acuíferos, el claustro reglar de Huerta –de los Caballeros– se dispone al norte del templo. Aunque muy modificado, mantiene sus cuatro galerías de ocho desiguales tramos cubiertos con crucerías de aboceladas nervaduras, que apoyan sobre ménsulas vegetales en los paramentos internos y columnillas coronadas por cestas de crochets adosadas a los machones hacia el vergel (existen modelos más evolucionados con hojas de parra, florones, acantos y hojas lobuladas). Lo vegetal se ciñe también a las claves claustrales.
Cada panda se abre al patio mediante seis arcadas, las cuatro centrales apuntadas (de mayor luz la de la panda del refectorio) y el resto de medio punto cobijadas por arcos apuntados perforados por óculos y luz variable. Muñoz Párraga consideraba que las bóvedas de la panda oriental se alzaron con posterioridad a la construcción de las dependencias mientras que las otras tres lo hicieron simultáneamente con sus estancias.

Patio interior 

El claustro bajo medieval se transformó hacia 1533 durante las obras de construcción de las galerías superiores, reforzándose entonces los contrafuertes. A fines del XVII, durante el abadiato de fray Pedro de los Herreros (1695- 1698) se alzaron los arcos de medio punto con sus correspondientes óculos. Hacia 1768 fueron tabicados con paños de sillería hasta enlazar con el poyo y se perforaron las ventanas (época de fray Victoriano Martín). De los lienzos de Lucas de la Madrid representando a San Bernardo sólo se conserva el del ángulo noreste de la panda del refectorio. El claustro fue restaurado entre 1963 y 1964, eliminando los revocos de cal y renovando elementos como la bóveda y columnillas del ángulo sureste.
En las pandas oriental, meridional y septentrional se abrieron varios arcosolios funerarios con interesantes acotaciones cronológicas en función de los epitafios. La galería meridional se construyó tras el fallecimiento de don Rodrigo Jiménez de Rada por sus albaceas don Bugo (†1256) y don Gil Sánchez (†1259) según se indica en un epígrafe: “En esta sepoltura yace el dean don Ruse/ lus de Toledo y en las otras sepolturas,/ que estan cerca de esta, yacen dos arce/ dianos, que andaban siempre con el arz/ obispo don Rodrigo y al uno decian Bugo,/ y al otro don Gil Sanchez, los cuales hi/ cieron este paño de claustro, y dieron/ aqui los libros, y ornamentos que fueron/ de dicho arzobispo, como testamentarios/ suyos, que lo mando asi hacer, pasaron de/ esta vida el año de 1256 y el de 1259”. En la misma crujía estuvieron, además, las sepulturas de los Ximénez de Montuenga y la del citado don Ruselus, deán de la catedral de Toledo.

Panda del Capítulo

Panda del Mandatum

Panda del Refectorio 

En la galería oriental surge el cenotafio de los condes de Molina (con arco de descarga de medio punto cobijando un vano geminado con arquitos apuntados y óculo en la enjuta, una placa marmórea engastada en el muro acoge el epitafio: “Lux patriae clipeus populi gladiusque/ malorum sub petra petrus tegitur co/ mes inclitus ista. Obiit IIII idus I (Ja/ nuarii) Era MCCXL” (1202)), a su lado aparecen las sepulturas de don Semerique (conde de Molina) y de su hermano don Pedro Manrique (†1223) con arco de descarga apuntado cobijando arcos lobulados y gran óculo foliado en la enjuta. A su lado aparece otro arco ligeramente apuntado acogiendo un hueco geminado con dos arquitos de medio punto sostenidos por columnas pareadas en el centro, éste fue cegado a fines del siglo XIII para ser utilizado como enterramiento de don García de Bera (el epígrafe existente sobre los arquitos, traslado del antiguo, hace un lisonjero panegírico del legendario ocupante).

En la galería septentrional estaban colocadas las tumbas de los caballeros Roldán Pérez de Medrano, Nuño Martínez (†1263) que fue alférez de Fernando III el Santo, don Nuño Sancho de Finojosa (†1206), hermano del abad Martín, y su mujer doña Marquesa: “En esta sepultura yace Nuño Sancho el/ noble, rico, home de Finojosa, y doña Mar/ quesa su muger. Este caballero fue muy/ temido de los moros, y vencio muchas ba/ tallas de ellos y hallose en la gran ba/ talla, y cerco, que el rey don Alfonso el/ VIII de este nombre puso sobre Cuenca/ quando la gano el año 1176 [...] todo lo que le cupo en Cuenca de su parte/ lo dio a este monasterio de Huerta: y hoy/ dia habemos una granja, que se llama Al/ badalejo, cerca de Cuenca, y la casa de la/ Moneda de Cuenca; y demas de esto nos/ dio mil quinientos mencales de oro para/ hacer este paño que esta junto al refec/ torio, donde esta enterrado: Paso de es/ ta vida el año de 1206”.

El armarium se encuentra en el ángulo suroriental del claustro, en el primer tramo de la panda oriental y junto a la puerta de monjes. El primitivo nicho de medio punto debió transformarse hacia mediados del XIII, planteando un vano geminado apuntado y baquetonado, con óculo superior, que apoya sobre cestas de crochets, columnillas y basas áticas lisas, cuando fue reutilizado como enterramiento del linaje de los Molina.

Armariolum 

En la panda de Levante se encontraba la Sala Capitular y sobre esta el dormitorio de los monjes que tenía comunicación directa con la iglesia. La sala capitular fue suprimida en tiempos del abad fray Mateo Nava (entre 1599-1602). Solo se conserva la puerta y las dos ventanas laterales que la flanquean. Esta sala capitular era un espacio de planta cuadrada, con cuatro columnas centrales exentas que sustentaba una bóveda formada por nueve tramos de crucería. La sala capitular se fechaba hacia el siglo XIII. En la actualidad esta dependencia ha desaparecido para construir en su lugar una gran sacristía en el siglo XVII y a continuación la "sala de profundis".

Sala Capitular

A continuación de la antigua Sala Capitular se encontraban distintas dependencias como eran: la escalera de subida al dormitorio, el locutorio y el pasaje que salía a la huerta del convento. A continuación de estas dependencias se hallaba una gran sala rectangular paralela al refectorio que era la Sala de Monjes. Todos estos espacios han desaparecido, sobre ellos y sobre parte de lo que fue la sala de monjes se levanta en la actualidad la conocida como "Sala de Profundis", que era la sala donde los monjes cantaban un salmo antes de cada comida. Esta sala fue mandada levantar siendo abad fray Mateo Nava (entre 1599-1602). El locutorio en los monasterios era el espacio donde el monje encargado repartía las tareas cotidianas a los monjes, mientras que la Sala de Monjes era el lugar donde los monjes de coro realizaban su trabajo diario, como podría ser el "scriptorium" u otras actividades de corte más intelectual, ya que las manuales estaban reservadas para los monjes conversos.
Sobre la sala capitular se encontraba el dormitorio de los monjes, fue suprimido en el siglo XVII por el abad fray Mateo Nava en el proceso renovador de esta parte de la panda que hemos venido comentando. El dormitorio era una gran sala utilizada como dormitorio común y vestidos tal como ordenaba la regla cisterciense. A horas regladas tenían que acudir a la iglesia a las distintas oraciones. La sala-dormitorio fue costeada por Nuño Sancho, hermano de San Martín de Finojosa y por el arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada.

Al refectorio de la galería septentrional se accede desde una portada apuntada decorada con triple arquivolta de chevrons, boceles y escocia que apoyan sobre capiteles vegetales finamente labrados, recordando otras cestas de Las Huelgas.

Portada del Refectorio

Refectorio 

Refectorio
El soberbio refectorio de Santa María de Huerta (34 × 10 m y 15 m de altura) presenta cuatro tramos separados por fajones apuntados y cubiertos con crucerías sexpartitas que apoyan sobre baquetones y ménsulas voladas. Las nervaduras presentan grueso baquetón central flanqueado por otros dos más finos separados por finas escotaduras (muy similares a los de los dos tramos inmediatos al crucero de la nave mayor de la iglesia, naves laterales de las catedrales de Cuenca, Sigüenza y el cenobio de Las Huelgas). En la clave del segundo tramo una figura masculina con mandorla y ángeles podría hacer alusión a San Bernardo, a decir de Martínez Frías, su refinada talla parece conectar con ciertas esculturas tardorrománicas palentinas (Santiago de Carrión de los Condes y Moarves). Las otras tres claves ostentan temas vegetales, hojas de acanto y hojas lobuladas, caladas y helicoidales. Las nervaduras de las crucerías y los fajones arrancan de fustes retallados que apoyan sobre ménsulas de acantos y rematan en cestas de crochets.

Refectorio - Bóveda - Clave: Trinidad 

Los capiteles permanecen enlazados mediante una línea de imposta, que a la altura de los cimacios recorre la totalidad de los muros de la estancia. En la zona baja de la sala aparecen treinta ventanas apuntadas con acusado derrame hacia el interior, provistas de chambranas apuntadas y separadas por columnillas –con fustes anillados y capiteles de crochets– que descansan sobre zócalos poligonales situados a unos 250 cm del pavimento. La zona alta del muro del testero –dividido en dos por la nervadura de la bóveda– se encuentra perforada por otros dos ventanales apuntados, presentan columnillas pareadas con cestas de crochets y albergan vanos geminados y óculos foliados en las enjutas. Hacia el exterior los mismos ventanales cuentan con chambranas que apoyan sobre una máscara de león y otra antropomórfica. Un gran rosetón aparece también hacia los pies, semejante al del pórtico septentrional de Las Huelgas, describe tracería formada por doce arquillos de medio punto y columnillas radiales que parten de un óculo central tetrafoliado.

Refectorio ventanas 


El refectorio contó con notables vidrieras –ya desaparecidas– importadas desde Flandes en 1510 y que fueron pagadas por el duque de Medinaceli.
Cuenta con un púlpito sostenido por una columna en el costado oriental del tercer tramo. Está decorado con tracerías vegetales de sabor mudéjar (quizá date de hacia 1510, cuando se instalaron las vidrieras) y presenta acceso desde una escalera embutida en el interior del mismo paramento (como en Poblet y Rueda) que se abre hacia el refectorio mediante seis arquillos rampantes (exceptuando el primero y los dos últimos que son apuntados) apoyando sobre fustes octogonales y capiteles de crochets, hacia el interior se cubre con losas planas. El refectorio está comunicado con la cocina mediante un vano adintelado en forma de “T” que perfora los pies del lienzo izquierdo. Las grandes proporciones (una sola nave) y singular luminosidad del refectorio de Huerta sólo son lejanamente comparables con el normando de Bonport (cuyas dimensiones de 29 × 10 m resultan por lo demás sensiblemente inferiores).

Peldaños y púlpito del refectorio (comedor) del monasterio cisterciense de Santa María de Huerta

Peldaños y púlpito del refectorio (comedor) 

Púlpito 

La estancia debió iniciarse hacia 1215 a expensas de Martín Muñoz de Finojosa, mayordomo mayor de Enrique II, que fue enterrado en el claustro; Polvorosa recogía la existencia de una inscripción ya desaparecida trazada sobre el acceso al refectorio monacal que rezaba: “Don Martin de Finojosa, y sus hijos ricos/ homes, que murieron en servicio de Dios,/ y del rey en una batalla contra moros./ estos nobles, caballeros hicieronm este/ refectorio con este lienzo de claustro,/ y dieron muchos, y ricos dones y hereda/ mientos, como parece por escrituras. ya/ cen estos caballeros en dos arcos, que/ estan junto a la capilla de la Madalena”. En 1223 su hijo Diego Martínez de Finojosa se comprometía a donar al abad Gonzalo 100 áureos de los 1.500 prometidos por su progenitor para hacer frente a las obras del refectorio. Durante el mismo año Rodrigo Jiménez de Rada colaboraba pecuniariamente a la construcción de la estancia.

Sin duda haciendo gala de una considerable modestia, era para Lambert una de las mejores construcciones góticas fuera de las fronteras de Francia. Consideraba el mismo autor que en su construcción intervinieron dos maestros diferentes (originalmente la cubierta del refectorio se planteó con bóvedas de cañón apuntadas al estilo de los de Valbuena, la Oliva, Rueda y Sacramenia), facturas netamente separadas por la línea de imposta que recorre los muros.
Añadía Martínez Frías cómo la disposición de los falsos apeos que sirven de punto de arranque a los arcos de las bóvedas no están dispuestos exactamente en el centro de los entrepaños que separan las ventanas, lo cual resultaba indicio evidente de que las zonas altas no se construyeron al mismo tiempo que las bajas a pesar de la habilidosa emsambladura trabada entre ambas.

Exteriormente la misma hipótesis parece reafirmarse al comprobar cómo los muros fueron reforzados con posterioridad para intentar contrarrestar los fuertes empujes de las bóvedas de crucería. De otro lado, los estribos exteriores, aparecen subdivididos en dos por una imposta en talud que recorre los muros: los contrafuertes son prismáticos y lisos hasta la línea de la imposta, adoptando a partir de allí un perfil escalonado (existe incluso un contrafuerte empotrado en una de las ventanas del refectorio, lo cual reafirmaría que su erección fue posterior a las de las zonas bajas).
Sería incluso posible suponer que el arquitecto que remató la singular estancia del refectorio hortense procediera del norte de Francia (Lambert apuntaba con excesivo arrojo hacia tierras borgoñonas) y que don Martín de Finojosa, supervisor de las obras del monasterio, fuera también el encargado de la obra de Las Huelgas de Burgos. Similares aires de renovación técnica se advierten además en las naves laterales de las catedrales de Cuenca y de Sigüenza, donde don Martín ocupó la cátedra episcopal entre 1186 y 1191. 

Claustro alto
El hermoso claustro alto data de los años 1531-1547 y parece obra del taller de Alonso de Covarrubias (Camón Aznar). Sus señeros medallones platerescos –como en la casa vallisoletana de Santa María de Valbuena– lo convierten en uno de los más interesantes del plateresco hispano. En la misma crujía septentrional del claustro se dispone la cocina, y en la occidental el pasaje o callejón de conversos, con acceso particular hacia la iglesia por la puerta de conversos del último tramo de la nave del evangelio, aunque ocupado ahora por una escalera de cuatro tramos construida durante el siglo XVII por el padre Urosa. Sobre el pasillo y la cilla se hallaba el dormitorio de conversos.

Claustro alto


Medallones: Izq. Don Rodrigo Jimenénez de Rada; dcha. Alfonso VIII de Castilla

Parte inferior: Guerrero, posiblemente Almanzor; quizás el "Moro Montesinos"

Dcha. San Martín de Finojosa; izq. Alfonso VII de Castilla

Dcha. profeta Daniel; izq. la Sibila

Medallones - Soy y Luna

Águila imperial y escudo del Cister

Izq. Doña Blanca de Castilla; dcha. Enrique IV de Castilla

María de Aragón y Juan II de Castilla  

Cocina
La cocina monacal, contigua al refectorio en el ángulo noroeste del claustro (existe acceso desde el mismo mediante un vano muy rehecho apuntado y doblado), posee planta cuadrangular de nueve metros de lado y está dividida en ocho tramos separados por fajones apuntados y cubiertos con crucerías de claves geométricas a modo de ruedas dentadas que apoyan sobre cul-de-lampes y cuatro columnillas centrales rematadas por cestas de crochets entre las que se encuentra el hogar, recordando a la de Saint-Pierre de Chartres. El hogar está dotado de una chimenea de grandes dimensiones con muros inclinados por el interior y rectos al exterior, perforados por un vano rectangular y otros dos apuntados. El tiro fue cerrado mediante una armadura pétrea sostenida por dos arcos apuntados que apoyan sobre ménsulas. La construcción de la cocina parece coatánea a la del refectorio (Martínez Frías señalaba cómo el mismo taller debió trabajar en la cocina y en las zonas altas del refectorio).

Hacia occidente se halla la estancia conocida como “caballeriza de Alfonso VIII”, de planta rectangular y dimensiones de 10 × 30 m, está dividida en dos naves y seis tramos por columnas monolíticas de anchas basas y capiteles prismáticos sobre los que apean fajones y formeros apuntados (en los muros reposan sobre ménsulas de cinco rollos). Aunque algunos autores señalaron que cubría funciones como sala capitular (Catalina, Marqués de Cerralbo, Pérez de Urbel y Gaya Nuño) o como cilla, lo más lógico es suponer que se utilizara como refectorio de conversos (Polvorosa y Martínez Frías), formando ángulo recto con la cilla. La puerta de acceso se abrió en 1547 y sobre la misma se trazó un epígrafe datando la fundación monástica de Huerta en 1142 (“Aldephonsus Hispaniarum Rex Piisimus Catholicus. Fundavit. Anno 1142”). Este refectorio de conversos presenta notables paralelismos con la sala de trabajos de Valbuena y constituye una de las estancias más antiguas del conjunto soriano, coetánea a la primera campaña del templo.
La entrada al refectorio de conversos, que también era utilizada como Sala de Reunión de los mismos, se realiza a través de un doble arco de medio punto sin decoración que apoya directamente en el suelo. Este espacio además de sala de trabajo, era el refectorio de los conversos o legos y en el piso alto se encontraba el dormitorio de conversos.
Los conversos o legos eran monjes que se ocupaban de las tareas manuales, en contraposición a los monjes de coro que se encargaban de los temas litúrgicos e intelectuales. Muchos de ellos eran iletrados y por ese motivo no podían acceder a cargos eclesiales. Ambos grupos de monjes hacían vidas separadas en distintas partes del monasterio y solo hacían vida en común en contadas ocasiones.

Refectorio de los conversos

Refectorio de los conversos 

El calefactorio se abre en el ángulo nororiental (aún se conservan restos del tiro de la chimenea), convertido en escalera durante el siglo XVIII. La cilla posee planta rectangular de 27 por 8 metros y está cubierta con una armadura de madera, se sitúa a continuación el pasillo de salida de clausura, entre la cilla y el refectorio.

Cilla o Almacén de estilo románico del siglo XII-XIII. De planta rectangular, se cubre con un alfarje de influencia mudéjar de madera y cinco arcos de diafragma de medio punto que apoyan directamente sobre los muros laterales y llegan al suelo. En cada uno de los tramos se abre una ventana de medio punto abocinada.
Sobre esta planta se encontraba un segundo piso que cumplía la misma función. Se cree que la cubierta de este segundo piso fuera de madera a doble vertiente sobre arcos de diafragma. A partir de 1620 este espacio superior fue utilizado como biblioteca.
La cilla servía para el almacenaje de víveres, principalmente agrícolas. Ha sufrido modificaciones con el paso del tiempo, la más importante fue el acortarla por ambos lados para abrir unos pasillos de comunicación entre ambos claustros en el siglo XVII. Hoy es usada como sala de audiovisuales.
El claustro moderno instalado hacia la hospedería occidental se alzó entre 1582 y 1628. 


Alpanseque
Alpanseque se sitúa a unos 30 km al sur de Almazán, muy cerca de Barahona y del límite provincial con Guadalajara.
Los restos arqueológicos encontrados en sus inmediaciones prueban la ocupación de estas tierras desde época antigua. Sin embargo, su nombre parece tener una raíz árabe que estaría en relación con la presencia musulmana en estas tierras, situadas a medio camino de las plazas fortificadas de Almazán y Medinaceli. La reconquista de esta zona fue lenta y no quedó concluida hasta las primeras décadas del siglo XII, momento en que habría que situar también la repoblación de Alpanseque. Poco tiempo después se integró en la recién constituida Comunidad de Villa y Tierra de Medinaceli.
La única referencia documental de la época en que aparece citado su nombre es una concordia, fechada el 4 de noviembre de 1197, entre el obispo de Sigüenza, don Rodrigo, y los clérigos de varias aldeas de Medinaceli. Entre los locativos que acompañan a estos últimos figura alpansec. 

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción

La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción es un edificio románico muy transformado en épocas posteriores. Desde el punto de vista arquitectónico su estructura es muy parecida a la que en origen tuvieron las iglesias de Romanillos de Medinaceli y Barcones, levantadas, como ésta, a finales del siglo XII o principios del XIII. Constaba de una sola nave y un ábside semicircular precedido de tramo recto al que se abría, en su lado septentrional, una dependencia que hacía las veces de sacristía o capilla. En el siglo XVIII se construyó una nueva cabecera, se reformó todo el interior y se levantó la torre, proceso similar al de los templos antes mencionados.
Así pues, de la primitiva fábrica románica únicamente se ha conservado la caja de muros de la nave y la dependencia del lado norte. Se observan, sin embargo, dos fases constructivas dentro de ese período, fácilmente perceptibles en el lado meridional. Por un lado está el tramo correspondiente al antiguo presbiterio, realizado en perfecta sillería y coronado por una imposta de bisel. A continuación, un ancho contrafuerte da paso a la nave cuyo paramento se encuentra jalonado por un esbelto contrafuerte que llega hasta la cornisa –como los de Romanillos y Barcones– y otro más grueso, rematado en talud, que da paso al cuerpo saliente en el que se abre la portada románica. La cornisa en esta parte presenta perfil de nacela y canecillos en forma de rollos y proa de barco, además de algunos lisos.

En el lado norte, coincidiendo con el muro del antiguo presbiterio, se dispone una estancia de planta cuadrada, cubierta con una bóveda de cañón que arranca de una imposta de bisel. En origen comunicaba con el interior de la iglesia a través de una puerta, actualmente cegada, lo que hace pensar en su posible utilización como sacristía. En el exterior se remata con una cornisa de similares características a la de la nave. En 1718 se levantó, en este caso de mampostería, otra estancia en el ángulo que formaba esta sacristía con la nave, aprovechando para ello materiales antiguos –cornisas y canecillos–, procedentes tal vez de aquellas partes que habían sido desmanteladas durante la reforma de la iglesia.

El interior del templo fue también transformado por completo, conservándose únicamente el arco triunfal, apuntado y doblado, y tres arcos fajones apuntados que pudieron soportar una primitiva bóveda de cañón, como en Romanillos de Medinaceli.

El elemento más interesante del edificio es la portada que se descubrió, en 1985, en el muro sur y que fue dada a conocer al año siguiente por José Ángel Márquez. Presenta un tímpano esculpido, tres arquivoltas de medio punto soportadas por otros tantos pares de columnas y chambrana muy erosionada con decoración de roleos. Destaca por su interés el tímpano en el que se representa un crismón sostenido por dos clérigos ataviados con manípulo y estola. La inclusión de este tema simbólico y ornamental en los tímpanos románicos es bien conocida en el área aragonesa, desde donde irradió hacia Navarra y Álava. El tema también penetró en Castilla, dejando muestras del mismo en San Martín de Frómista (Palencia), Nuestra Señora de la Peña en Sepúlveda (Segovia) y Santa Cruz de Mena (Burgos). En la propia provincia de Soria tenemos otros ejemplos, aunque no asociados a tímpanos, en Romanillos de Medinaceli, Alaló, La Barbolla, San Bartolomé de Ucero y en la pila bautismal de Velilla de la Sierra. Estos crismones aparecen en ocasiones flanqueados por otras figuras, ya sean de leones u otros animales (Jaca, Santa Cruz de la Serós o Santa Cruz de Mena), ángeles (San Pedro el Viejo de Huesca, Sepúlveda y Armentia) y santos (San Miguel de Uncastillo), pero nunca de clérigos como en este caso. Esto refuerza la carga simbólica del tema al mostrarnos unidos en la misma escena a Cristo y a su representación en la Tierra que es la Iglesia.

El tímpano esta guarnecido alrededor por una decoración de tipo geométrico y vegetal a base de cintas en zigzag, estrellas, volutas, cruces inscritas en círculos y tallos ondulantes. La talla es muy tosca y de escaso relieve.





Dos de las arquivoltas se decoran con boceles y otra, la central, con motivos geométricos en la rosca (tacos, zigzag, volutas, etc.) y dos escenas cinegéticas o pastoriles a lo largo de la nacela tallada en la arista. En el lado izquierdo de la arquivolta aparece un personaje portando una lanza y tocando un cuerno u olifante, al que acude un animal que es perseguido por un can. En el otro lado se representa una escena similar, con un personaje lanza en mano, acompañado de dos cuadrúpedos. Dada la torpeza de la talla resulta complicado tratar de discernir el sentido de estas representaciones, pues ambas reúnen detalles propios de un episodio venatorio y de pastoreo. Como bien señala José Ángel Márquez, la utilización de la cuerna por parte de los pastores para reunir el ganado ha sido una costumbre que se mantuvo en tierras sorianas hasta no hace muchos años. Sin embargo, el objeto alargado terminado en punta que portan estos personajes no parece que sean cayados sino más bien instrumentos de caza. Recordemos que estos temas ya aparecen en otras iglesias románicas de la provincia, como en Santa María de Tiermes, San Pedro de Caracena (en la galería y en los canecillos del ábside) y en el claustro de San Pedro de Soria.

Los capiteles del lado derecho de la portada se decoran con dos aves separadas por una piña y una sirena de doble cola acompañada de una serpiente. En el primer capitel del lado izquierdo volvemos a encontrar una escena de caza, con un personaje que clava su lanza a un animal que está siendo acosado por un perro al que es fácil de identificar por el collar que porta. El capitel del centro muestra a cuatro púgiles en pleno combate, como en Berzosa y Mezquetillas. La siguiente cesta se decora con dos parejas de aves afrontadas que picotean de un mismo fruto o beben de un recipiente.
Los cimacios se ornan con tallos ondulantes que albergan pequeños zarcillos y rematan en las esquinas con grotescas cabecitas.

En el interior, se han conservado algunas piezas románicas que han sido adaptadas a nuevas funciones. En primer lugar destacaremos los dos soportes de las pilas aguabenditeras que están formados por cuatro basas con sus fustes tallados en un solo bloque. Por otra parte, sirviendo de base a la pila bautismal que está colocada en el presbiterio, hay dos capiteles procedentes de una antigua ventana. Uno de ellos parece tener un trasfondo eucarístico, con dos aves bebiendo de una misma copa o cáliz, en una composición muy parecida al de la portada. El otro muestra a una sirena de doble cola.
Todas estas labores escultóricas ponen de manifiesto la intervención de un taller de segundo orden, influido por las corrientes aragonesas que pudieron llegar, como bien apunta Ruiz Ezquerro, a través de la propia diócesis de Sigüenza, a la que pertenecía Alpanseque. No hay que olvidar que gran parte de su territorio era aragonés y que entre los años 1192 y 1221 rigió los destinos de la sede el obispo don Rodrigo, que tenía ese mismo origen.

Próximo Capítulo:  Berlanga de Duero, Caracena, Montejo de Tiermes, Caltojar, Aguilera

 

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