Románico en Almazán y sus Tierras
Ciertamente, el románico en Tierras de Almazán
presenta unas características variadas -y en ocasiones contrapuestas- que se
superponen en numerosas iglesias:
· Rasgos mudéjares.
· Escultura silense.
· Sobriedad cisterciense.
Además de visitar la histórica villa de
Almazán con su románico islamizado, visitaremos otros importantes
monumentos como las iglesias de Nepas, Matamala de Almazán, Barca,
Maján, Perdices y Viana de Duero.
Almazán
Se sitúa Almazán a 35 km al sur de la capital
provincial, en un recodo del Duero. Su nombre árabe –“el fortificado”–
es significativo del origen del actual poblamiento, aunque éste, a tenor de los
vestigios encontrados en los parajes del “Guijar” y el “Soto Ocáliz”,
se atestigua desde la primera Edad del Bronce. Si la dominación romana dejó los
restos de una posible villa en el “Arroyo del Tejar”, datada en los
siglos IV-V d. de C., no ocurre lo mismo durante el período visigodo, por lo
que hemos de suponer la despoblación del lugar o al menos su escasa relevancia.
Así las cosas, todo apunta a que la definitiva
ocupación del núcleo de Almazán se produjo durante la última fase de la
dominación islámica del alto Duero. El carácter defensivo que la propia
toponimia revela, sugiere retrasar esta fundación a la segunda mitad de la
tortuosa décima centuria, época en la que la presión militar de los condes
castellanos obligó al poder musulmán a fortalecer su “Marca Media”, con
la plaza de Medinaceli –reforzada en 946– como base. El acceso al califato de
Alhakem II supondrá un estancamiento e incluso un retroceso del avance
cristiano, que llega a perder sus avanzadas en San Esteban de Gormaz y Osma. La
construcción de la impresionante fortaleza de Gormaz (963) y el azote que
supuso el genio militar de Almanzor, significaron casi un siglo de retraso en
los planes de reconquista. La plaza fortificada de Almazán no cayó en manos
cristianas hasta finales del siglo XI, bajo el empuje del conde Gonzalo Núñez
de Lara y tras la toma, por Fernando I, de Gormaz, Aguilera y Berlanga. En 1098,
Alfonso VI donaba al monasterio de San Millán de la Cogolla, la iglesia que, junto
a una hereditate erema de su villa recientemente poblada (mea populatura
que vocatur Almazan), había sido construida en honor de San Félix y Santa
María (edificata ecclesia in honore Sancti Felicis et Sancte Marie, et fuit
vocatus locus ille sub uno nomine Sancta Maria de duas Ramas).
Sin embargo, este dominio fue efímero, pues
Almazán volvió a caer bajo el yugo musulmán durante la campaña que puso cerco a
Berlanga en 1113. Cuando retorne al control cristiano, quizá en 1115, lo hará
bajo la tutela del rey de Aragón y Navarra, Alfonso I el Batallador, quien,
ante lo exiguo de la población –agrupada en el entorno del castillo, en el
cerro llamado “El Cinto”–, decidió en 1128 promover una repoblación de
la villa, a la vez que bautizarla con un nuevo nombre que no tuvo ningún éxito
(illo tempore quando prefatus rex populabat illam populationem d’Almazan
quam cognominabat Placentiam), integrándola en lo religioso dentro del
obispado de Tarazona. Desde agosto hasta diciembre del citado año se debía
encontrar el monarca en Almazán –pues firma en ella varios documentos de
donación–, dentro de su campaña de consolidación de esta área frente al leonés
Alfonso VII, en la que, además de fortificar Almazán, atacó –sin éxito– la
cercana villa de Morón. En el testamento de Alfonso I, redactado durante el
asedio de Bayona en octubre de 1131, legó al monasterio de San Salvador de
Oviedo Sanctum Stephanum de Gormaz et Almazanum cum omnibus suis
pertinenciis, concesión que renovó en la confirmación del mismo de 1134.
Evidentemente, como la mayoría de las peregrinas mandas testamentarias del
aragonés, tal donación quedó a la postre sin efecto.
Tras la muerte del belicoso aragonés, recuperó
Alfonso VII en 1140 el dominio de la villa, que para entonces había caído
dentro del territorio diocesano de Sigüenza. Consta este hecho en el diploma de
donación en prestimonio del obispo al capellán del Emperador –transcrito por
Minguella– en el que se trata, además de ciertas aceñas y un puente, de un
Almazán viejo, al referirse a ipsam casam que est in illa aldeia super
Almazan vetus.
Es así este período inmediato a la nueva
repoblación de 1128 el del definitivo despegue de la villa, cabeza de una
Comunidad de Villa y Tierra formada por 61 aldeas divididas en dos sexmos, el
de Cobertelada y el de la Sierra. En lo urbano la villa se articulaba en torno
a diez parroquias y colaciones. A finales del siglo XII se dotó al núcleo
central de una potente muralla que protegía a siete de las colaciones, quedando
las otras tres como arrabales. Estos barrios, dispuestos en torno a otras
tantas parroquias, eran: intramuros los de San Miguel, San Vicente, Nuestra
Señora del Campanario, Santa María de Calatañazor, San Esteban, Santo Domingo,
San Andrés; y extramuros: San Pedro, Santiago y El Salvador. Junto a las
parroquias, cuatro de las cuales han conservado su pasado románico (la de San
Pedro sólo reutiliza sillares labrados a hacha en su moderna fábrica), al menos
desde el año 1200 y probablemente desde 1178 se certifica la presencia en
Almazán de los hospitalarios, con un priorato dedicado a San Juan. También en
la primera mitad del siglo XIII, hacia 1230, fundaron los premonstratenses un
monasterio dedicado a Nuestra Señora de Allende el Duero, más tarde unido como
priorato al vallisoletano de Retuerta.
La importancia estratégica que alcanzó la villa
dentro de la Frontera Media musulmana dio lugar a la construcción de unas
murallas tan magníficas que sirvieron para nombrar al lugar, pues Almazán
significa “el fortificado”. Sin embargo nada queda de aquellos muros, al
menos nada significativo, pues la población sería totalmente renovada tras la
conquista definitiva de Alfonso I en 1128, momento en el que este monarca
levantará muro magno et alto. Desde entonces pasa a convertirse también en un
punto estratégico dentro del camino que recorre de este a oeste los reinos
peninsulares, siguiendo el curso del Duero –vadeado mediante un puente
construido entre 1128 y 1140–, en las tierras limítrofes con Aragón.
Aunque el recinto ha catalizado la atención de
varios autores, ha sido el historiador local José Ángel Márquez quien más
profundamente ha analizado el origen y desarrollo de las murallas, fechando la
construcción de lo que hoy podemos ver en los momentos finales del siglo XII.
En cierto modo este encintado surgía ya con ciertas estrecheces pues deja
extramuros un arrabal frente al puente, con tres de las diez colaciones de que
se componía la villa, aunque ciertos indicios indican la posibilidad de que en
algún momento posterior hubiera algún tipo de cerramiento de este sector
urbano, quizá con una simple unión de las casas formando apretadas manzanas,
como apunta Márquez Muñoz y como parece sugerir el rudimentario plano de la
villa dibujado en 1753.
En la parte más elevada de la población se
ubicó el castillo, del que no existen muchas noticias históricas y ninguna que
nos haga suponer su estructura. Abandonado en el siglo XV por los Hurtado de
Mendoza, señores de la villa, para construir su palacio junto a la iglesia de
San Miguel, y desprovista la villa de la importancia militar de siglos
anteriores, comenzó su ruina, que se consumó en las centurias siguientes hasta
su completa desaparición a comienzos del siglo XIX, en el contexto de la Guerra
de la Independencia.
Mejor suerte han tenido las murallas, aunque lo
que queda debe ser sólo una sombra de lo que se intuye: un poderoso recinto en
el que se abrían cuatro puertas y tres postigos. Su traza es irregular, de
tendencia poligonal, construida a base de sillarejo y mampostería, con muros de
2,5 m de espesor, sin torres en ninguno de los tramos y precedida por una
barrera de la que quedan restos en el sector occidental. Del conjunto quedan
tres puertas, la más occidental, llamada del Mercado, flanqueada por dos torres
cuadradas, con un acceso conformado por un cuerpo, también cuadrangular,
cubierto por dos bóvedas de cañón apuntado, flanqueadas por arcos del mismo
tipo y con otro arco doble en el centro, entre el que se deslizaba el
rastrillo. La Puerta de Herreros, situada hacia el sureste, se ubica entre dos
torreones semicirculares, con el acceso igualmente cubierto por bóveda de cañón
entre dos arcos apuntados, un esquema que se repite en la Puerta de la Villa,
coronada ahora por la torre del reloj construida a comienzos del siglo XIX. Los
dos postigos que sobreviven, el de San Miguel y el de Santa María, son
prácticamente iguales, simples aperturas en el muro conformadas interior y
exteriormente por arcos de medio punto, con bóvedas de cañón en el interior. Se
han perdido la Puerta de Berlanga y el Portillo de San Vicente, ambos
derribados a fines del siglo XIX, manteniéndose buena parte del trazado, aunque
con muy desigual estado, con tramos como el del entorno de la Puerta de
Herreros que conservan prácticamente toda su altura.
El recinto, como es lógico, ha sido restaurado
en numerosas ocasiones a lo largo de los siglos, destacando el lienzo que se
halla en el entorno del llamado Rollo de las Monjas, cuya construcción hay que
suponer seguramente ya de finales de la Edad Media. A pesar de la falta de
utilidad militar específica de todo el recinto a partir del siglo XVI, el
conjunto amurallado se conservó relativamente completo hasta el siglo XIX.
Todavía a comienzos del siglo XVI algunas disposiciones del concejo adnamantino
castigan con multas a quienes extraigan arena de la “dicha çerca ni en toda
la barbacana por cuanto los muros e çerca de la dicha villa reçebian mucho daño”.
Aún durante la Guerra de la Independencia, en 1810, sus muros sirvieron de
refugio al cura Merino acompañado por 1.600 hombres, según recoge M. Blasco,
siendo incendiada posteriormente la población por el general francés Duvernet,
hecho que con toda seguridad fue el comienzo de la ruina del conjunto
amurallado.
Iglesia de San Miguel
La iglesia de San Miguel Arcángel se sitúa en
el extremo septentrional de Almazán, junto a la muralla y al borde del cortado
que domina el Duero. Tras haber sido liberada de los múltiples añadidos
posmedievales que la envolvían, hoy preside la Plaza Mayor de la localidad,
entre el Ayuntamiento y la magnífica fachada renacentista del palacio de los
Hurtado de Mendoza.
Es la de San Miguel una iglesia de planta
basilical, construida en sillería arenisca y compuesta de tres naves
–notablemente más ancha la central– separadas por irregulares pilares
cruciformes con semicolumnas en los frentes, rematada la mayor por cabecera de
amplio presbiterio y ábside semicircular, y testeros planos al exterior las
colaterales. El notorio esviaje y la irregularidad general del templo se debe
–como ya señalase Gaya, y dejando a un lado peregrinas interpretaciones
simbólicas– a la necesaria adaptación al tajo que forma el Duero por el costado
septentrional, denunciando una falta de previsión topográfica en el trazado del
perímetro.
Cabecera
La cabecera de la nave se compone de tramo
recto presbiterial liso y ábside semicircular, levantado éste sobre un
semienterrado zócalo moldurado. Se compartimenta el tambor del hemiciclo en
tres paños mediante cuatro finas semicolumnas adosadas, abriéndose en cada
lienzo una ventana en torno a un estrecho vano fuertemente abocinado, que
constan de arco doblado de medio punto sobre columnas. De la prácticamente
rehecha ventana meridional sólo resta el rudo y erosionado capitel derecho,
figurado con un personajillo, acuclillado y desnudo, en actitud procaz. Muy
restaurada aparece también la ventana septentrional, cuyo arco se decoraba con
hojitas entre vástago ondulante, ornándose el capitel conservado con dos
representaciones maléficas atormentando a una figura central.
La ventana abierta en el eje es la mejor
conservada; decora las roscas de sus arcos con retícula romboidal y entrelazo y
las semicolumnas, sobre altos podios y plintos, muestran basas de perfil ático
de grueso toro inferior con bolas. El capitel derecho se orna con un mascarón
humano de barba de puntas rizadas, y el izquierdo con labor de cestería y una
cabecita monstruosa en el ángulo.
Viene a paliar la pobreza decorativa de lo
hasta aquí descrito la interesante cornisa, que remata el hemiciclo, moldurada
con haz de tres boceles sobre una serie de arquillos-nicho trilobulados que
reposan en canes de rollos, nacela y doble bocel. Este tipo de cornisas son
especialmente numerosas en el románico tardío gallego y zamorano. Los capiteles
de las semicolumnas del ábside no interrumpen la complicada estructura, sino
que actúan como soporte del mismo, bajo especie de troneras cruciformes caladas.
Su decoración es vegetal, a base de hojas carnosas de puntas vueltas, rizadas o
rematadas en volutas, tallos y piñas y palmetas.
Otro aspecto a resaltar es el tratamiento
volumétrico del presbiterio obedeciendo a imperativos estructurales. El
presbiterio, uniforme en su interior, se divide en dos cuerpos bien
diferenciados al exterior: uno es continuidad del ábside en forma y magnitud,
mientras que el otro ostenta mayor grosor de sus muros y una elevación
equivalente a la de la nave principal, circunstancias que se aprecian en la
planta y en la imagen siguiente. La única razón de ser de tal distinción
es la de disponer de un cuerpo suficientemente robusto y alto como para servir
de riostra a los pilares que forman la embocadura del presbiterio (equilibrados
en las demás direcciones) absorbiendo los empujes de los arcos 19-21 y 20-22.
La linterna octogonal, sobreelevada más tarde
en ladrillo para obtener su actual aspecto y funcionalidad de torre campanario,
está ejecutada con buena sillería y presenta en cada una de sus aristas una
esbelta columna adosada, y en cada una de sus caras una ventana de arco
de ojiva formado por un baquetón que se prolonga por
las jambas hasta reposar en sus respectivas basas a modo de
columnillas sin capitel ni elemento de interrupción con el arco. En su
intradós, suplementos lobulados puramente decorativos. La cornisa que discurre
por el contorno superior es similar a la del ábside si bien los arquillos
carecen de lóbulos.
Linterna
Portada
La portada meridional es fruto de las
intervenciones posmedievales, que hicieron desaparecer igualmente la
occidental, si es que la hubo. De la primitiva portada norte del templo, hoy
cegada, no quedan sino vestigios en el tramo medio. Eliminadas buena parte de
las estancias adosadas por las sucesivas restauraciones, básicamente la de
1936, hoy sólo alteran el primitivo aspecto, además del moderno cuerpo
occidental de la nave, del siglo XVIII, una capilla neoclásica abierta al
norte, otra al sur y el pórtico meridional.
Interior
Interiormente, la cabecera muestra el tramo
recto presbiterial abovedado con cañón apuntado, que parte de una imposta
moldurada con tres filas de billetes entre junquillos. En el lado del evangelio
se abrió en el siglo XVI un lucillo de arco rebajado, mientras que en el muro
de la epístola se abría una hoy cegada puerta de arco de medio punto, así como
el acceso a la escalera de caracol inscrita en el pilar del triunfal que da
servicio al cimborrio, ambas románicas.
Comunica la cabecera con la nave un arco
triunfal apuntado y doblado que recae en semicolumnas adosadas. La de la
epístola se corona con un capitel figurado con cinco felinos enredados en
tallos que ellos mismos vomitan, bajo cimacio de palmetas inscritas en tallos.
El capitel del lado del evangelio recibe dos parejas de leones afrontados
compartiendo cabeza en los ángulos de la cesta, sobre un fondo de grandes hojas
nervadas rematadas en caulículos. El cimacio se orna con florones inscritos en
clípeos.
Capitel señalado con el número 23. Grupo
de animales cuadrúpedos acuclillados que muerden una soga común de la misma
traza que la que, formando un doble sinusoide a lo largo del cimacio, va
encerrando en sus bucles hojas y rosetas.
Capitel señalado con el número 24. Animales
de rostro leonado que comparten una sola cabeza por pareja. Tienen entre sus
fauces una bola como la que decora los vértices del cimacio semejante a los
frutos esferoides de algunos capiteles vegetales. Una sucesión de rosetones
inscritos en círculos tangentes decora el cimacio.
El hemiciclo, por su parte, se cubre con bóveda
de horno generada por un arco apuntado sobre semicolumnas, que parte de imposta
con tres filas de billetes. Sus capiteles se ornan, el del lado del evangelio
con una figura humana acuclillada flanqueada por dos leones, probable
representación de Daniel en el foso, sobre un fondo de hojas lisas con bolas;
el del lado de la epístola es vegetal, de hojas ramificadas acogiendo piñas. Al
interior, las ventanas absidales repiten el esquema exterior, decorándose sus capiteles
con motivos de cestería, hojas lanceoladas de acusados nervios y cuadrúpedos
afrontados.
Capitel
señalado con el número 25. Capitel señalado con el número 25. En el centro de
la cara frontal del capitel, un ser humano, de cuya deteriorada figura sólo
resta la cabeza y las piernas, aparece sentado escoltado por dos leones que
apoyan sus cabezas sobre las rodillas de aquél en gesto de sumiso reposo. El cuerpo del templo ha sufrido numerosas y
notables alteraciones, sorprendiendo lo angosto de sus colaterales, rematadas
por testeros planos al exterior. Interiormente, sin embargo, se disponen
absidiolos semicirculares excavados en el grosor del muro, al modo de las
soluciones vistas en la capital (San Juan de Rabanera), en la ermita de los
Mártires de Garray o en la misma iglesia de San Vicente de Almazán, por
ejemplo.
La falta de rigor en el diseño, ya comentada al
principio al hablar de la planta, se pone de manifiesto también en el
tratamiento de los arcos de las naves laterales. En la primera de las imágenes
adjuntas se muestra el primer arco (11-12) de la nave izquierda caracterizado
por su reducida luz, por poseer número impar de dovelas (cinco en el
arco interior y siete en el exterior), y porque este último es sensiblemente de
medio punto mientras que el interior, no concéntrico con aquél, es ojival. Por
su parte, el arco correspondiente (15-16) de la nave derecha que refleja la
segunda de las imágenes es más abierto, se compone de un número par de dovelas,
por lo que no tiene clave, y sus arcos interior y exterior son apuntados y
concéntricos.
Aquí, estas capillas-nicho se cierran con
bóveda de cascarón generada por arcos netamente la bóveda, determinados por la
traza de estrella de ocho puntas que dibujan los arcos, aparecen perforados por
ocho óculos, cuatro de ellos diminutos, mientras que en el espacio central
libre se abre una linterna octogonal sobre trompillones a modo de canes. Los
ocho nervios sobre los que apea la plementería reposan en capiteles pinjantes
profusamente decorados, cuyos prominentes cimacios continúan la decoración de
bifolias acogolladas que recorre la imposta.
Comenzando por el capitel-ménsula oriental que
se corresponde con el eje longitudinal de la nave, y en el sentido de las
agujas del reloj, nos encontramos en primer lugar con un curioso combate de
caballeros cabalgado sendas arpías masculinas, ambas enjaezadas. El caballero
de la izquierda blande una espada con su diestra, mientras ase por las barbas a
su montura; el derecho, por su parte se defiende tras un escudo de cometa,
porta la espada aún colgando del cinturón y parece tirar del freno de la arpía
que monta, con rostro de efebo y acaracolados cabellos.
El capitel siguiente se decora con una pareja
de híbridos de cuerpo de ave, largos cuellos inclinados de marcada espina
dorsal y cabezas de felino, sobre fondo vegetal de recortados acantos con piñas
en las puntas; siguen dos capiteles vegetales de similar diseño, uno con dos
coronas de hojas nervadas de carnosas puntas vueltas y el otro con dos hileras
de acantos de marcadas escotaduras y puntas replegadas. Siguen dos capiteles
vegetales idénticos, ambos con amplias hojas de acanto de nervios trepanados y volutas
en los ángulos, entre los cuales se intercala otro figurativo, en este caso
mostrando una pareja de felinos, especie de hienas de pelaje dividido en
mechones sobre su lomo, que devoran un cordero, todo sobre fondo de acantos del
tipo ya visto.
El último capitel se orna con una pareja de
aves de largos cuellos, especie de pelícanos.
Tanto la calidad de estos relieves, como su
temática y composición, evidencian la progenie burgalesa de su estilo
–calificarla de silense nos parece reduccionista–, probablemente tamizada por
el taller activo en la sala capitular de la catedral de El Burgo de Osma
durante el último tercio del siglo XII. Nada tiene que ver esta experta mano
con las responsables del resto de la decoración arquitectónica de San Miguel de
Almazán, aunque sí parece la misma que labró el bello frontal de altar al que
nos referiremos al final de este estudio.
Cimborrio
de la iglesia de San Miguel, en Almazán
Volviendo a la descripción de las naves, el
segundo tramo de la principal se cubre hoy día con una bóveda gótica de
crucería (principios del siglo XV, según Martínez Frías), que apoya en ménsulas
con escudos lisos. El tramo occidental de la caja de muros, aproximadamente a
la altura del primer pilar, fue totalmente transformado en el siglo XVIII,
levantándose esta parte en mampostería y ladrillo.
El primer tramo de la nave se cubre así con una
moderna bóveda de arista con yeserías.
Formeros y fajones de las colaterales, ambos
apuntados y doblados, recaen en las semicolumnas dispuestas en los pilares que
dividen las naves, éstos de sección cruciforme, aunque manifestando una
irregularidad acorde con la falta de ortogonalidad del trazado del edificio.
Los capiteles que coronan dichas semicolumnas
son fundamentalmente vegetales, decorados con hojas lanceoladas de acusado
nervio central y profundas nerviaciones, de puntas vueltas acogiendo
caulículos, bolas o piñas; los hay de helechos, hojas lisas, lobuladas, secas
variaciones del acanto, hojas de agua decoradas con decoración tipo ataurique,
cadenetas de entrelazos, etc. Entre los figurados, sólo en uno aparece la
figura humana, con dos pequeños personajes vestidos con túnica corta que asen
por el cuello, con ambas manos, a dos parejas de pavos reales; las otras dos
cestas con figuras recurren a la simetría, afrontando dos parejas de cápridos
rampantes bajo serpientes uno, y cuatro felinos rampantes entre hojas de palma
el otro. El estilo de estos relieves es mucho más seco que el de los capiteles
del cimborrio, obra de un taller indígena, técnicamente peor dotado. Pese a que
buen número de basas son fruto de las restauraciones, se conservan algunas
originales, de tipo neumático, con dos pequeños toros superiores separados por
un canalillo y grueso toro inferior con bolas (ornados con semibezantes y uno
con una serpiente) y sobre plinto, en algunos casos ornado con motivos
geométricos.
Durante los trabajos de acondicionamiento de la
capilla-nicho del lado del evangelio, realizados en febrero de 1936, y bajo una
mesa de altar también de cronología románica, fue descubierto –según refiere
Gaya Nuño– el magnífico frontal de altar. Labrado en un bloque de arenisca de
0,8 × 1,20 × 0,29 m, los maltrechos relieves que decoran su frente manifiestan
un refinado estilo acorde con el de los capiteles-ménsula de la bóveda del
transepto.
En la parte central se representa la escena del
martirio de Santo Tomás Beckett, arzobispo de Canterbury, por sicarios del rey
de Inglaterra Enrique II, en 1170. Avanzan hacia el santo cuatro descabezados
guerreros, ataviados con cotas de malla y blandiendo espadas en sus diestras;
dos de ellos se protegen con escudos de cometa y mientras el del extremo hunde
su arma en el cuerpo de un acólito, ataviado con ropas talares y portador de un
gran báculo, el otro decapita a Santo Tomás, quien recibe el martirio arrodillado
ante el altar y mostrando las palmas de sus manos, mientras un ángel recoge su
alma en un paño. La parte izquierda del frontal nos muestra una escena de
resurrección en la que un ángel levanta la tapa de un sepulcro del que surge un
personaje, que recibe el incienso de dos ángeles turiferarios que emergen en un
violento escorzo de las nubes. El deterioro de esta parte del relieve no
permite aproximarlo más al suceso representado en las pinturas murales góticas,
también en penoso estado, que decoran la capilla meridional de San Nicolás de
Soria, en las que asistimos también a una escena de resurrección, posiblemente
la del joven que da testimonio de la santidad de Tomás de Canterbury, según el
relato de Santiago de la Vorágine. Lo cierto es que este asesinato conmovió a
los reinos cristianos, máxime por la rápida canonización del santo tras su
muerte, en 1173, y parecería lógico pensar que la devoción a su culto en
tierras castellanas (iglesia dedicada al santo en Salamanca, capilla en la
catedral de Toledo) se relacione con un deseo de expiación por parte de la
Corte, siendo Leonor, la esposa de Alfonso VIII, hija del inglés Enrique II y
Leonor de Aquitania.
Pese al deterioro, afloran detalles
estilísticos que ponen de manifiesto el origen burgalés del maestro. Así, el
tenante de la mesa de altar ante la que es asesinado el santo inglés,
representada en visión lateral, consiste en un fuste cuádruple y torso coronado
por un capitel vegetal fuertemente inspirado en los nos 49 y 59 del claustro de
Santo Domingo de Silos (según la numeración de Pérez de Urbel). El diseño de
esta cesta vegetal, con hojas en forma de pelta de puntas vueltas con cogollos
o piñas, lo rastreamos en la sala capitular del monasterio de La Vid, también
significativamente ligado a un fuste de cuatro haces torsos y en la propia sala
capitular de El Burgo de Osma. La cabeza seccionada de Santo Tomás, la única
conservada de las figuras del frontal, nos muestra pese a su deterioro la
composición de rostro que caracteriza el románico de la capital soriana (Santo
Domingo, frontal de San Nicolás, baldaquinos de San Juan de Duero) y talleres
relacionados, como el burgalés de Moradillo de Sedano. Vemos así la barba
geométricamente dispuesta en mechones abultados, la boca de comisuras caídas o
las grandes orejas tras las que se recoge la cabellera. El tratamiento plástico
de la túnica del ángel que abre el sepulcro, en la parte izquierda del frontal,
recuerda al de las figuras del capitel de la infancia de la catedral de El
Burgo de Osma y la arquivolta de Santo Domingo de Soria. Hay en ellas una
cierta pesadez y el abultamiento de los tejidos en las articulaciones y
caderas, con incisiones en forma de cuña circundándolas. También la mutilada
figura del ángel que sostiene en un paño la cabecita que simboliza el alma de
Tomás Beckett encuentra referentes en el tímpano de Santo Domingo, del mismo
modo que la pareja de ángeles turiferarios surgiendo de las nubes en la parte
izquierda del frontal nos remite al relieve de la Anunciación del claustro de
Silos, la portada occidental de San Vicente de Ávila, etc.
Existen varios capiteles que, como el de la
imagen de abajo (el 4), exhiben motivos vegetales a base de hojas que envuelven
frutos en forma de bolas (3 y 18), fusiformes (10), piñas (13, 17 y 26),
arracimados (9), o se enroscan en volutas (21).
Nº 4
Nº 26
Capitel señalado con el número 14.
Duplica simétricamente una misma escena: un individuo casi desnudo, de cabeza y
cuello enormemente desproporcionados y ojos frontalmente abiertos, todo él de
un tosco primitivismo más propio de las tallas de San Miguel de San
Esteban de Gormaz que de esta iglesia, mantiene con cada mano, asiéndolo
por el cuello en actitud de estrangulamiento, una pavo real o ave parecida,
cuya figura ostenta mayor riqueza en la labra que la humana. Este personaje se
asemeja al que figura en el capitel del lado occidental de la galería
de San Miguel de Andaluz. El cimacio se adorna con finos entrelazos.
Capitel señalado con el número 19.
También de forma simétrica, representa dos chivos que, apoyados sobre sus patas
traseras, se yerguen uno frente al otro y se tienden una de las patas
delanteras. Una serpiente de doble cola preside en lo alto la escena.
Capitel señalado con el número 20.
Reproduce un recurso ornamental muy utilizado en el románico como es el
trenzado imitando una labor de cestería en mimbre. Aquí el cordón es doble,
como lo es el del primer capitel de Silos (hay otro de filamento
sencillo) que ha servido de modelo para tantos otros en nuestro país.
Capitel señalado con el número 22. Sobre
un fondo vegetal dos parejas de cuadrúpedos de cuerpo equino se levantan sobre
los cuartos traseros y giran al frente sus cabezas en un gesto de violentísima
torsión del cuello. El cimacio de este capitel se decora con parecido entrelazo
de doble hilo al visto en el capitel anterior.
En resumen, nos encontramos ante uno de los
edificios más notables y enigmáticos del románico soriano, donde
arquitectónicamente confluyen elementos propios del léxico maduro de tierras
occidentales –galaicas y leonesas–, presentes en la tipología de la cornisa del
ábside, con otros exóticos como la bóveda de nervios, de probable raigambre
cordobesa aunque utilizada en la arquitectura del románico pleno del suroeste
de Francia y área navarra (L’Hôpital-Saint-Blaise, Sainte-Croix d’Oloron-Sainte
Marie, Santo Sepulcro de Torres del Río). En lo decorativo se evidencian dos
facturas bien delimitadas, fruto de dos equipos que quizá trabajen al mismo
tiempo: un taller local, compuesto al menos por dos artistas –uno de muy
limitados recursos y otro de seco estilo aunque mejor dotado (arco triunfal)–
actúa en la cabecera y capiteles de las naves, y el otro deja su huella en los
capiteles del cimborrio y en el frontal de altar. Este último es deudor de la
mejor corriente escultórica de raíces burgalesas, que penetra en la provincia
remontando el Duero y dejará sus más notables frutos en la sala capitular de la
catedral de El Burgo de Osma. Muestra de su oficio la dejan en los capiteles
ménsula del cimborrio y en el frontal de altar, rondando la cronología de estas
obras las dos últimas décadas del siglo XII.
Matamala de Almazán
Localidad situada a 9 km al oeste de Almazán, a
cuya Comunidad de Villa y Tierra perteneció, formando parte del sexmo de
Sierra. Como toda esta comarca debió de repoblarse definitivamente hacia 1128,
año en que Alfonso I el Batallador organizó la puebla de Almazán y
probablemente también de su entorno.
Iglesia de la Inmaculada Concepción
El único testimonio románico conservado en su
iglesia parroquial es la portada que se abre al mediodía. Está formada por un
cuerpo saliente en el que se abren un arco de medio punto liso y tres
arquivoltas apoyadas sobre otras tantas parejas de columnas, todas ellas con
capiteles figurados y cimacios de palmetas. La primera se decora con una
moldura sogueada, la segunda con frutos esféricos y cabezas barbadas y la
tercera con un simple bocel.
Dos de las arquivoltas están formadas por
sendos baquetones, uno liso y el otro sogueado. En la arquivolta central se
dispone una hilera de bolas entre las que se intercalan dos curiosas cabezas
barbadas opuestas por los cráneos, de forma que una mira hacia abajo y la otra
hacia arriba, y una cara lampiña al otro lado de la puerta que mira también
hacia arriba. La arquivolta exterior, de menor sección que las demás actuando a
modo de chambrana, va decorada con una suerte de palmetas trazadas con geometría
de líneas retas.
Enmarcándolo todo lleva una chambrana con
motivos vegetales muy esquemáticos.
Los capiteles del lado izquierdo exhiben, de
dentro afuera, dos aves que picotean un racimo, acompañadas en el lateral de un
búho o lechuza; una pareja de trasgos afrontados y dos arpías. Los del otro
lado se ornan con una sirena de doble cola, dos dragones separados por una piña
y una pareja de cuadrúpedos con la cabeza agachada. Desde el punto de vista
estilístico e iconográfico estas piezas suponen un seco remedo de la impronta
dejada en estas tierras por la escultura tardorrománica burgalesa, que se extiende
por la provincia a partir de los talleres que trabajan en El Burgo de Osma. Se
trata de temas fosilizados, difundidos por maestros de segunda fila en unas
fechas muy tardías, que en este caso pueden rebasar ya el 1200.
Nepas
La localidad de Nepas se sitúa en la comarca de
Almazán, al norte de la sierra de Perdices, a 13 km al noreste de la villa
adnamantina por la carretera de Gómara y a 48 km al sur de Soria.
Se encuadraba en la Comunidad de Villa y Tierra
de Almazán, dentro del sexmo de la Sierra. En la Estadística de la diócesis de
Sigüenza realizada en 1353 su beneficio va unido al de la iglesia de Almonecir.
Iglesia de San Adrián
La iglesia parroquial de Nepas se sitúa,
rodeada por un pretil que delimita el recinto –con puerta de arco conopial
donde campean los escudos de Pedro González de Mendoza obispo de Sigüenza de
1467 a 1495–, en la zona alta del caserío, exenta de otras edificaciones.
Mantiene prácticamente completa la estructura del templo románico, que se alzó
en la sillería de caliza local de mediana calidad, y ello pese a las
importantes reformas bajo y posmedievales. La obra antigua se compone de nave
única –hoy dividida en cuatro tramos– con portada al sur y cabecera compuesta de
profundo tramo recto presbiterial y ábside semicircular. Aunque Martínez Frías
cree que las semicolumnas que reciben los fajones de la cubierta tardogótica de
la nave pudieran reaprovechar parte de unas anteriores románicas, pensamos que
en origen la nave se proyectó para cubrirse con madera.
El espacio interior se encuentra totalmente
transformado por las intervenciones posteriores, quedando oculto el paramento
interno del hemiciclo tras el retablo barroco dieciochesco. Al exterior, en
cambio, se observa el tambor románico del hemiciclo, alzado sobre un breve
zócalo moldurado y dividido su paramento en tres lienzos mediante dos
semicolumnas adosadas. Se disponen éstas sobre basas de perfil ático con
lengüetas, y sus capiteles alcanzan la achaflanada cornisa, integrándose en la
línea de canes que la soportan. Los canes se ornan con rollos o presentan
perfil de cuarto de círculo, mientras que los capiteles reciben sumaria y ruda
ornamentación: uno presenta la cesta lisa, con dos bolas en los ángulos, y el
otro se figura en un ángulo con un personaje que sostiene un objeto alargado
con ambas manos, una bola en el centro y, en el ángulo opuesto, lo que quizá
sea una máscara humana sobre un tallo, todo de somera y bárbara talla (Gaya lo
interpretaba como una escena de lucha).

Exterior del templo
Exterior del templo Portada
La portada se abre en un antecuerpo del muro
meridional, hoy ceñido por dos potentes estribos fruto de la reforma
tardogótica y coronado por tejaroz soportado por cuatro muy erosionados
canecillos. Se compone el acceso de arco de medio punto liso, sobre jamba de
arista matada por bocelillo y coronada por imposta moldurada en nacela. En
torno al arco se voltearon dos arquivoltas también lisas, que recaen en jambas
escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas de fustes
monolíticos y semienterradas basas. Las rematan, bajo la imposta de listel y
nacela, erosionados y toscos capiteles; en los dos del lado izquierdo y el
externo del lado derecho del espectador se repite el mismo diseño, con
desproporcionados cuadrúpedos afrontados que comparten cabeza en el ángulo de
la cesta. El capitel interior del lado derecho muestra a dos personajes con los
brazos en jarras flanqueando un mascarón monstruoso de puntiagudas orejas, como
los anteriores, obra de un artífice popular y poco diestro.

Portada
Esta fachada meridional del templo, que como
prueban los hoy inútiles canzorros empotrados en su paramento debió albergar un
pórtico de madera hoy perdido, mantiene, también sin función al igual que la
norte, la serie de canecillos de la primitiva cornisa, la mayoría de rollos y
otros simplemente decorados con bolas. En el muro norte, enfrentada a la
portada descrita, es visible al exterior la roza del arco de medio punto de la
portada que se abría en este lado.
A finales del siglo XV o inicios del XVI, como
señala Martínez Frías, el templo sufrió una reforma de su nave, realzando sus
muros en aproximadamente 1,5 m y disponiendo soportes interiores y
contrafuertes externos para recibir los arcos fajones y los tres tramos de
bóvedas de terceletes que cierran el cuerpo del templo. Asimismo, en el siglo
XVI y con modos austeramente renacentistas se amplió la nave hacia el oeste,
eliminando el hastial románico y añadiendo un corto tramo –interiormente
cerrado por una bóveda de crucería simple– sobre el que se alzó una airosa
torre rectangular, realizada en buena sillería. Los vanos de medio punto para
campanas, uno en cada lateral y dos en la fachada occidental, se completan con
una esbelta galería de tres arcos de medio punto sobre columnas dóricas. El
acceso al cuerpo alto de la torre se efectúa desde el interior a través de un
garitón que se extradosa en el muro norte de la misma, sobre una trompa y a
partir de unos tres metros de altura. En el muro sur de la torre se abre una
pequeña ventana de arco conopial.

Capiteles portada Modillones de la portada
También la cabecera fue alterada en época
gótica y renaciente, con el añadido de dos capillas cuadradas al norte y sur
del presbiterio, que dotan a la planta del actual aspecto de cruz latina. Ambas
se levantaron en mampostería y la del costado del evangelio, con cornisa de
gola, se cubrió con simple crucería, mientras que la abierta al sur, algo más
tardía y con contrafuertes angulares, recibe una bóveda de terceletes.
El espacio interior acabó de perder su
primitivo carácter a fines del siglo XVIII y principios del XIX, momento en el
que se alzó sobre el presbiterio –ahora transformado en pseudocrucero– un
cimborrio en sillarejo. Éste, cuadrado al exterior y octogonal sobre trompas al
interior, se cubre con cúpula estrellada y aparece ornado con yeserías datadas
en 1805.
En el fondo de la nave, y posteriormente
vaciado para hacer funciones de pila aguabenditera, encontramos un capitel
románico de notables dimensiones (54,5 cm de frente, 46 cm de lado corto y 59
cm de altura), que pensamos pudiera corresponderse con uno de los que recibía
el primitivo arco triunfal. Su tosca decoración, consonante con la de la
portada y el exterior del hemiciclo, nos muestra, sobre un piso inferior de
hojitas lisas lanceoladas, un ave o híbrido de larga cola en el frente y dos
torpes y erosionados dragoncillos de cola enroscada en cada lateral,
separándose las figuras, en los ángulos de la cesta, por hojas cóncavas con
bolas en sus puntas.
La obra románica presenta caracteres muy
rurales, pudiendo encuadrarse en el último cuarto del siglo XII o inicios del
XIII. Aunque los modillones de rollos son recurrentes en el románico de la zona
de Almazán y valle del Bordecorex, como bien apreciara Gaya Nuño, hay que
vincular la “pobreza de decoración con los escasos restos románicos de la
tierra de Gómara”, pues es en los cercanos templos de Soliedra, Borjabad,
Nolay, Torralba de Arciel y Alpanseque donde encontramos las mayores
similitudes respecto a esta de Nepas, que en el primer caso citado se extienden
también a lo constructivo.
Nolay
Se dispone el caserío de Nolay en un estrecho
cerrete, cuya cima cónica estuvo ocupada por un castillo o torre, tal como
confirma el nombre de alguna calle, aunque ningún resto visible queda ya. Hoy
es la iglesia que se alzó a su lado la que destaca sobre las casas, rodeada por
un alto bancal con función de atrio. Estamos en una zona de transición del
Campo de Gómara a la Tierra de Almazán, a unos 15 km de esta villa, hacia el
noreste.
Apenas si tenemos algunos datos de la historia
del lugar durante la Edad Media, aunque no cabe duda de que la comarca en que
se halla sufrió una intensa actividad guerrera, desde que a mediados del siglo
X Medinaceli se convierte en capital de la Frontera Media musulmana y hasta que
en 1128 el rey Alfonso I de Aragón acomete la definitiva repoblación de
Almazán. En todo este lapso de tiempo seguramente es cuando pudo jugar un papel
de vigilancia la torre de Nolay, dentro de una zona densamente fortificada. De
este modo, junto con las torres o castillos de Serón de Nájima, Maján, Borque
(hoy despoblado), Soliedra, Moñux y Almazán, formaba parte de una línea que
defendía los accesos a Medinaceli y a las otras ciudades –después aragonesas–
del valle del Jalón.
Tras la conquista cristiana Nolay se convierte
en aldea de la Tierra de Almazán, bajo dominio aragonés hasta la muerte del rey
Alfonso I en 1134, momento en que pasó a manos castellanas. Dos años después,
el legado papal, cardenal Guido, logra poner de acuerdo a los obispos de Osma y
Sigüenza que se disputaban el dominio sobre las iglesias de estas poblaciones
recién conquistadas, quedando la villa adnamantina y toda su jurisdicción
dentro de la diócesis seguntina, donde permaneció hasta mediados del siglo XX.
En la Estadística de las iglesias de este
obispado, de 1353, figura con el nombre de Nohalay, y en su iglesia había un
beneficio curado que rentaba trescientos maravedís y otros tres beneficios
ausentes de diverso valor.
Iglesia de San Clemente Papa
El templo parroquial se construyó a base de sillería
y mampostería arenisca, presentando ábside semicircular, presbiterio recto y
una nave, con sacristía al norte y pórtico al mediodía, flanqueado en el lado
de poniente por una esbelta torre rectangular. Del conjunto, a época románica
corresponden la cabecera y la nave, incluyendo la portada.
Toda la capilla mayor es de buena sillería, con
macizo cuerpo absidal, que parte de podio rematado en moldura de medio bocel,
listel angular y chaflán.
Dos semicolumnas dividen el hemiciclo en tres
paños, surgiendo de destacados zócalos cuadrangulares para rematar bajo la cornisa,
con capiteles de corta cesta lisa, coronada por dos bolas, en el caso del
meridional, o por ovas, en el septentrional. Los canecillos soportan una
cornisa de listel y chaflán y en total se cuentan trece canecillos: cuatro de
liso chaflán, otros tantos con media bola, dos con un cilindro horizontal,
otros dos con dos cilindros y uno más con tres cilindros, un motivo éste donde
Martínez Tercero ha querido ver influencias musulmanas.
En el paño meridional del podio, junto a la
correspondiente columna, hay una llamativa inscripción trazada en cinco
renglones, que ocupan cuatro sillares, lo que evidencia su ejecución con
posterioridad a la obra del templo. Dice lo siguiente:
ERA: M: CC: L: XXX: VI: ARBORES: ISTOS:
PLANTAVIT: EGIDI(us): I : A(n)IA: EI(us) SIT CVM Xo
Es decir: “En la era milésima ducentésima
octogésima sexta (año 1248), estos árboles plantó (plantaron) Egidio y Ania.
Que Cristo esté con ellos”.
El nombre de la que suponemos esposa de Egidio
es difícil de interpretar, aunque hemos optado por esta solución al ser la
letra N una de las que más frecuentemente se abrevian con el trazo horizontal
superior.
Inscripción que testimonia la plantación
de unos árboles por parte de Egidio y su esposa en 1248 (era 1286).
Volviendo a la arquitectura, llama la atención
el hecho de que una fábrica tan bien trazada como es la del ábside y con la
articulación en tres paños, no vaya acompañada de ningún tipo de vano, aunque
en el presbiterio parecen quedar restos de una saetera en el muro meridional.
Este tramo recto fue cubierto en el lado norte por la sacristía –que sólo deja
visto el alero– y en el sur reforzado por un contrafuerte, también de hechura
más tardía. Los canecillos repiten las formas de los vistos en el ábside, aunque
ahora predominan los de tres cilindros.
Mucho más modesta es la nave, cuya construcción
es mayoritariamente de mampuesto –y canto rodado en el lado norte–, aunque a
juzgar por el corto sector de sillería de la parte anterior, parece que la
primera intención era continuar con la fábrica de la cabecera. La zona de los
pies y el sector final del muro norte, entre los dos contrafuertes ahí
existentes, es ya una renovación posmedieval, incluso del siglo XIX, si hacemos
caso de la ventana que porta la fecha de 1890.
En el lado norte hay una pequeña puerta, con
arco apuntado, de jambas sencillas, rematadas por una imposta que sólo hacia el
intradós muestra un perfil ondulado. El alero conserva 21 canecillos, con los
mismos tipos de la cabecera. Por lo que respecta a la fachada sur, ha perdido
la cornisa y sólo doce de los canecillos son originales, pues los demás son
recreaciones modernas. Los románicos presentan formas geométricas, generalmente
con cilindros en número y posición diversa.
La portada se dispone más bien hacia el segundo
tercio del muro, situada a ras de paramento. Consta de dos sencillas
arquivoltas de medio punto, la interior con bocelillo en la arista y la
exterior cortada en nacela. Ésta descansa en columnillas acodilladas, sobre
zócalo alto, con el tipo de basa habitual y con capiteles vegetales sumamente
toscos: el de poniente con tres grandes hojas ovaladas, dos de las cuales
acogen bolas, y el oriental con un esquema similar, aunque sólo con dos hojas,
alternando con una piña y una especie de bola colgando de un tallo. Los
cimacios e impostas son un raro tipo de doble bocel, cuyos extremos no están
rematados, lo cual, unido a la forma saliente y rota del zócalo, da pie para
pensar que muy posiblemente esta portada ha perdido una tercera arquivolta, lo
que la haría avanzar sobre el paramento.
Los capiteles,
toscamente labrados, muestran sencillos motivos vegetales. El izquierdo (en la
imagen de arriba) exhibe tres hojas ovales y un par de bulbos; el
derecho repite la hoja y bulbo de la arista y completa la decoración con
piñas.
Torre
En el interior la nave aparece casi
completamente revocada, mostrando una saetera abocinada encima de la portada.
Mientras, la cabecera muestra su magnífica sillería vista, si bien el hemiciclo
está oculto completamente por el retablo neoclásico. El desnudo presbiterio se
cubre con bóveda de cañón apuntado, sobre imposta de nacela, y en el muro sur
luce una credencia con pequeño arco de medio punto, sobre la que se llega a ver
el abocinamiento de una antigua saetera, destruida por el ventanal moderno.
tigua saetera, destruida por el ventanal
moderno. El arco triunfal es apuntado y doblado, con semicolumnas dispuestas
sobre podio, con basas bien trazadas, de doble toro y escocia, y capiteles
vegetales. El del lado norte se ornamenta con grandes hojas lanceoladas, con
marcados nervios que dan una configuración de palmas, la del frente acogiendo
una piña, mientras que tras las de los laterales aparecen series estriadas.
Similar decoración hay en el lado sur, aunque ahora el frente está ocupado por
dos hojas más estrechas de cuyos extremos penden piñas. Ambos capiteles
conservan restos de policromía en azul y rojo y los cimacios son de nacela.
o y los cimacios son de nacela. Nos hallamos
ante un templo en el que contrasta la buena arquitectura de la cabecera con una
pobre construcción en la nave, por lo que cabe pensar que una mengua de los
recursos del concejo imposibilitó rematar el templo como debía de haberse
concebido en origen. Al menos dos escultores intervinieron también, uno en cada
fase, aunque ninguno demostró la más mínima pericia en su oficio, sobre todo el
de la portada, cuyas realizaciones fueron verdaderamente simples. En todo caso
no creemos que haya mucha diferencia entre un momento y otro, y seguramente la
misma cabecera ya se empezó a construir en los primeros años del siglo XIII.
Curiosa es la inscripción alusiva a la
plantación de árboles por parte de Egidio y de su esposa, en un ámbito que sin
duda entonces correspondía al cementerio. Es posible que más que tratar de
ornamentar alguna sepultura, el matrimonio tratara de amenizar un espacio
verdaderamente público y concurrido, usado durante la Edad Media para las más
diversas actividades, al margen de la funeraria.
Perdices
Se sitúa Perdices junto a la sierra de su
nombre, a 40 km al sur de Soria y a 8 km al este de Almazán, a cuya Comunidad
de Villa y Tierra pertenecía, dentro del sexmo de Sierra.
Iglesia de San Pedro Apóstol
La iglesia parroquial de San Pedro de Perdices
se encarama en un altozano que preside por el norte el caserío. Constituye uno
de los más interesantes ejemplares del románico rural soriano, tanto por su
excepcional estado de conservación como por sus elementos formales, propios
como veremos de la última fase del estilo.
Es un templo de planta basilical, con nave
única cubierta con parhilera, cabecera excepcionalmente desarrollada, dos
portadas, la principal abierta al sur y frente a ella otra secundaria, y
espléndida espadaña sobre el hastial occidental. El conjunto se levantó
combinando la buena sillería caliza para la cabecera, espadaña y portada con la
mampostería del cuerpo de la nave.
Sin duda es la cabecera el elemento más
interesante del conjunto y ciertamente así lo entendió el tracista, pues ocupa
prácticamente la misma longitud que la nave.
Se compone de ábside poligonal y un amplio
tramo recto, éste cubierto con bóveda de cañón apuntado sobre imposta con
perfil de listel y nacela y reforzada por dos fajones moldurados con un
baquetón, que reposan en ménsulas lisas.
Da paso al presbiterio, desde la nave, un arco
toral apuntado y doblado que recae en una pareja de dobles columnas sobre alto
banco de fábrica, cuyas basas se molduran con un fino toro superior, escocia y
toro inferior muy desarrollado, con garras. Las coronan capiteles
individualizados de ruda talla.
En el más oriental del muro sur asistimos al
combate de un tosco personaje de rasgos simiescos, vestido con una especie de
pelliza o corta cota de malla, que clava su espada en el lomo de un león de
larga cola. En la cesta inmediata vemos la escena de Sansón desquijarando al
león, junto a una hoja lanceolada de acusados nervios cuya punta es mordida por
un mascarón felino.
En la pareja de capiteles del muro norte, el
que mira al altar se decora con una torpe representación angélica de alas
explayadas que encadena a la monstruosa figura de una serpiente de tres
cabezas. La otra cesta recibe lo que parece querer representar una celebración
litúrgica, presidida por dos personajes vestidos con ropas talares, uno
portador de un báculo, acompañados de otro, más pequeño, con una especie de
campanillas que alza con un vástago. En la cara occidental completa la
decoración una cuarta figura, quizá femenina, que sostiene un paño o
filacteria.
Capiteles del triunfal
Da paso al ábside un grueso fajón que recae
también en dobles semicolumnas adosadas; de los capiteles del lado del
evangelio uno es liso con dos bolas en los ángulos, y el otro se decora con una
pareja de arpías de alas explayadas. Vegetal, con dos hojas lisas rematadas en
volutas y ramillete central, es la decoración de la cesta que mira a la nave en
el muro meridional, aunque retendrá nuestro interés el otro capitel, pues pese
a lo descuidado del relieve, iconográficamente resulta excepcional, al representar
la escena de la Liberación de San Pedro, patrón de la iglesia. En la cara que
mira al este vemos al apóstol, de pie, barbado y sosteniendo con la diestra las
llaves que son su atributo, mientras que con la otra mano señala a una puerta
(las del Cielo o las de su prisión). En el frente de la cesta se dispone un
ángel de amplias alas que ase por los brazos a una figurilla que así escapa de
su presidio, probablemente el propio San Pedro. Este relato, narrado en los
Hechos de los Apóstoles, 12, 1-17, es relativamente infrecuente en la plástica
románica, aunque lo recogemos en algunos ciclos hagiográficos en templos a él
dedicados, caso de un capitel del claustro navarro de San Pedro de la Rúa de
Estella y de los ejemplos franceses de Moissac, Mozat o Vézelay.

Capitel de la Liberación de San Pedro,
en el ábside



El ábside de San Pedro de Perdices presenta
planta semidecagonal tanto exterior como interiormente. Al exterior el tambor
de cinco lados aparece reforzado en los ángulos por cuatro semicolumnas
adosadas, cuyos capiteles alcanzan la cornisa, ornándose con hojas lisas
acogiendo bolas, hojitas lanceoladas y piñas y uno con dos aves afrontadas que
alzan sus patas, de cola serpentiforme enroscada. La cornisa, de perfil de
nacela, es soportada por sencillos canes lisos. Esta simplicidad estructural
contrasta con su disposición interior. Se cubre el ábside con una bóveda
gallonada de cuatro nervios moldurados con un haz de tres boceles, que
confluyen en la clave de modo algo abrupto. Apean estos nervios en cuatro
columnas adosadas de fuste triple, cuyos cimacios se integran en la imposta de
listel y nacela sobre la que se alza la bóveda, mostrando sus capiteles
decoración vegetal de grandes hojas lisas con volutas, hojas apalmetadas de
marcados nervios y dos parejas de cuadrúpedos de largas patas, cabezas y
cuellos reptiliformes y una serpiente.
En el eje y paños laterales se abren tres
angostas ventanas fuertemente abocinadas al interior. La disposición del
paramento interior del ábside y su cubierta recuerdan a soluciones vistas en lo
zamorano (Santa María Magdalena de Zamora), lo leonés (Santa María de Arbas del
Puerto), y las iglesias de San Juan de Rabanera y San Nicolás de Soria, sin que
podamos por ello precisar influencia alguna en nuestro ejemplo.
La nave se levantó en mampostería, excepto en
la zona inmediata a la cabecera, antecuerpo de la portada sur y hastial
occidental, siendo notorias varias reparaciones en su aparejo, sobre todo en
las zonas altas, donde se interrumpe la cornisa achaflanada original.
La portadita abierta al norte es muy simple, de
arco de medio punto doblado sobre impostas de chaflán con bolas; en el muro
septentrional se conserva la serie de canes lisos, salvo uno ornado con una
bola. Mayor desarrollo tiene la portada meridional, abierta en un antecuerpo y
compuesta de arco de medio punto liso y tres arquivoltas, sobre jambas
escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas, el conjunto sobre
un basamento moldurado con un bocel. La arquivolta interior presenta perfil de chaflán
con bolas, la media –que recae en jambas de arista abocelada– muestra un grueso
baquetón entre mediascañas, y la exterior recibe chaflán ornado con tres
hileras de tacos, protegiéndose todo con una chambrana reticulada. Las columnas
de los codillos, sobre basas áticas de grueso toro inferior, se coronan con
sencillos capiteles vegetales de hojitas lanceoladas con nervios incisos,
crochets, hojas cóncavas acogiendo piñas y hojas lisas rematadas en volutas.
Sobre ellos corre una imposta moldurada con doble bocel.

Portada norte
Portada
Portada sur
Capiteles de la portada
Capiteles de la portada
Espadaña
Sobre el hastial occidental destaca la bella y
monumental espadaña, en cuyo cuerpo bajo liso sólo se abre una saetera que da
luz a la nave. Sobre éste, y separado por una imposta de simple listel, se
dispone el cuerpo de campanas, compuesto por cuatro amplios vanos de medio
punto y remate en piñón, que en los laterales del muro soportan, al sur tres
canes finamente labrados con bustos humanos (uno mitrado, otro con barba y el
tercero femenino, con toca con barboquejo), y al norte dos canes decorados con
un florón y un crochet.
Destaquemos por último, en el interior del
templo, la presencia de una pila bautismal de cronología románica bajo el coro
alto de madera que ocupa el fondo de la nave. Labrada a hacha, tiene copa
troncocónica lisa, de 91 cm de diámetro y 61 cm de altura, ornándose sólo su
embocadura con tres junquillos.
Junto a la portada se conserva también una
recargada pila aguabenditera de 95 cm de altura, compuesta de doble basa con
bolas, capitelillo vegetal de hojas de marcados nervios y pila cuadrada de
ángulos achaflanados con bolas.
Otro fragmento de basa o capitel con motivos de
cestería y varias estelas funerarias completan los vestigios románicos del
edificio.
Aunque no tenemos referencias concretas a la
construcción de este edificio, su vocabulario arquitectónico nos hace pensar en
una cronología tardía para su construcción, a finales del siglo XII o inicios
del XIII, y sus autores parecen ajenos a la eclosión constructiva y ornamental
del próximo foco de Almazán, pues tanto la planta poligonal del ábside como su
bóveda son extrañas al mismo e inéditas en lo soriano.
Pila aguabenditera
Viana de Duero
La localidad de Viana se sitúa a 43 km al sur
de Soria y 7 al noreste de Almazán, a cuya Comunidad de Villa y Tierra
pertenecía, integrada en el sexmo de Sierra. En lo eclesiástico dependía, como
Almazán, del obispado de Sigüenza.
Iglesia de San Bartolomé
Es la iglesia de Viana un templo de planta
basilical, con nave única levantada en sillería de caliza y cabecera compuesta
de tramo recto presbiterial y ábside semicircular, cubiertos estos ámbitos
respectivamente con bóveda de cañón apuntado y de horno. Sucesivas reformas y
añadidos entre los siglos XVI y XIX contribuyeron a desfigurar el aspecto
exterior de la obra románica, hasta el punto que sólo su cabecera ha pasado a
la historiografía como tal. Un atento examen del muro septentrional de la nave,
levantado en sillería y coronado por una cornisa moldurada en nacela, sobre
canes de idéntico perfil, nos revela, no obstante, la contemporaneidad de su
fábrica respecto a la del presbiterio y ábside. El hastial occidental y la
torre cuadrada adosada al sur, en cambio, corresponden ya a intervenciones de
inicios del siglo XVI. Una inscripción dispuesta en un escudito del muro
meridional de la torre, bajo la representación de un cuchillo, nos proporciona
la fecha de 1502 (AÑO DE M·D·I·I), con una mínima duda sobre el último numeral.
Posmedievales son las dos capillas rectangulares, cubiertas con sendas cúpulas,
que se abrieron al norte y sur del presbiterio, la meridional datada
epigráficamente en 1830 por una inscripción sobre la ventana, aunque
probablemente documente una reforma. Con su añadido, el templo adoptó en planta
una falseada apariencia de cruz latina. Un moderno trastero continúa el muro de
esta capilla sur, contribuyendo a enmascarar el muro románico, muy alterado en
esta parte, pero del que resta la simplísima portada meridional románica, de
arco y una arquivolta, ambos de medio punto y lisos, sobre jambas escalonadas
coronadas por imposta de listel y chaflán, acceso que Teógenes Ortego
consideraba posmedieval.
La nave –originalmente suponemos que cerrada
por cubierta de madera– recibió en el siglo XVI bóvedas de terceletes, de las
que sólo resta el arco acanalado que antecede al presbiterio y el responsión
del primer tramo, siendo sustituida tras su hundimiento por el actual cielo
raso con yeserías, de fines de los años 60 del siglo XX.
Es pues la cabecera –levantada en dorada
sillería de caliza– la estructura más significativa y mejor conservada del
edificio románico.
El ábside semicircular, que se alza sobre un
rotundo zócalo moldurado con un bocel, compartimenta su tambor en cinco paños
mediante cuatro semicolumnas de basas con perfil ático, de fino toro superior,
escocia y grueso toro inferior, con bolas y garras, y plinto que apea en el
zócalo. Coronan estas semicolumnas, bajo la cornisa, sumarios capiteles
vegetales de hojas cóncavas con piñas, otras treboladas, lisas y lanceoladas
con bolas, así como parejas de tallos anudados rematados en volutas.
Los canecillos son de rollos y nacela entre dos
rollos, tanto en el hemiciclo como en el muro norte del presbiterio.
Daba luz al altar la hoy cegada ventana del
eje, compuesta por una estrecha saetera en torno a la cual se dispone un arco
peraltado –labrado en un único bloque– de arista abocelada y que decora su
rosca con una fina banda de contario. Este arco apea en sendas columnas
acodilladas rematadas por toscos capiteles vegetales, el izquierdo de hojas
lisas con bolas en las puntas y rosetas en clípeos, y el derecho con hojas
lanceoladas y nervadas con bolas, ambos con ábaco ornado con retícula
romboidal. Como señalaba Ortego, hay un cierto aire de familia entre este
ábside y el de la cercana iglesia de Perdices, con soluciones comunes como el
recurso a las dobles columnas en el triunfal y la seca decoración vegetal de
sus capiteles, por otro lado no muy alejada del estilo del escultor peor dotado
que trabaja en San Miguel de Almazán.
Ventana de aspillera
Uno de los capiteles cimeros de las
columnas adosadas al paramento exterior del ábside lleva labradas hojas, piñas
y bulbos que recuerdan mucho a los motivos ornamentales del Monasterio de Santa
María de Huerta. Obviamente, el tendido aéreo que con sus cables trenzados
emula un segundo astrágalo, las grapas, los angulares metálicos de
fijación y demás chatarra aneja no pertenecen a la traza medieval de la fachada
sino que constituyen una irreverente profanación artística de estas piedras
románicas que no merecen el maltrato de cuantos desaprensivos las utilizan
espuriamente.
Los otros tres capiteles, muy similares
entre sí, responden al tipo del de la imagen de haces de vástagos cuyos
extremos se enrollan formando volutas. Los modillones que soportan el
alero son de rollos como el que aparece a la izquierda de la imagen. Con
respecto al infame cableado vale lo dicho anteriormente.
Ya al interior y como antes señalamos, el
presbiterio, cubierto por bóveda de cañón apuntado, vio sus muros horadados por
dos formeros de medio punto en ladrillo, que dan paso a las capillas laterales.
Entre el tramo recto y el ábside –éste parcialmente oculto por el retablo
barroco– se dispone un arco doblado y apuntado que apea en sendas parejas de
dobles columnas, con doble bisel entre los fustes, de basas con grueso toro
inferior con bolas sobre plinto moldurado, que apoya en el zócalo. Las coronan capiteles
dobles, con decoración vegetal a base de hojas nervadas de puntas rematadas en
volutas, collarino de doble anillo y cimacio con retícula romboidal en el lado
del evangelio y ajedrezado en el lado de la epístola. Estos cimacios continúan
la línea de imposta que marca el arranque del cascarón absidal, de simple
chaflán, habiendo sido mutilada por las actuaciones posmedievales la imposta
del presbiterio. En la capilla meridional, al exterior, se conserva un pequeño
arco de medio punto abocelado, labrado en un sillar como el absidal, que debe
corresponder a una ventana románica, previsiblemente a la suprimida del muro
sur del presbiterio, o bien una de las de la nave.
En el lienzo meridional del tambor absidal, al
exterior, se grabó una desmañada inscripción que reza:
ERA T MILLE SIMA DVCENTE SIMA L XX U I:
I
Es decir, “En la era milésima ducentésima
septuagésimo séptima”, que se corresponde con el año 1239. Esta datacion
nos proporciona una fecha avanzada dentro del siglo XIII, acorde con el
carácter tardío e inercial de lo conservado. Otra inscripción se sitúa en un
sillar reutilizado en el esquinal de la capilla meridional, aunque la erosión
lo hace casi ilegible.
Señalemos, por último, la presencia de una
tosca pila aguabenditera, monolítica, de dudosa cronología. De 1,03 m de altura
total, su fuste circular presenta un ligero éntasis y la copa –0,30 × 0,33 m–
sólo aparece levemente insinuada, careciendo por completo de decoración.
Barca
Barca se sitúa a unos 35 km al este de El Burgo
de Osma y a 50 km al sur de Soria. La propia toponimia induce a pensar a José
Ángel Márquez en la importancia de la localidad como punto de vadeo del Duero
para las mercancías. Debió contar con un recinto fortificado y gozar de una
cierta autonomía. Según Márquez, Barca no se incluía en la Tierra de Almazán y
pasó con el tiempo a formar parte del señorío de los Mendoza. Su importancia la
hace aparecer repetidamente en las controversias sobre propiedades y límites
que enfrentaron a las diócesis de Osma, Tarazona y Sigüenza, a cuya autoridad
eclesiástica se sometió la localidad hasta el siglo XX. Aparece así Barcam en
la sentencia del cardenal Guido, de hacia 1136, confirmada en el citado año por
Alfonso VII y ratificada por sendas bulas de Inocencio II en 1138 y de Eugenio
III en 1146.
Iglesia de Santa Cristina
La iglesia parroquial se ubica en la zona más
elevada del caserío. El edificio fue totalmente reconstruido en estilo
neoclásico durante el siglo XVIII, presentando hoy una nave dividida en cuatro
tramos con bóvedas de lunetos, torre a los pies y cabecera cuadrada cubierta
con cúpula sobre pechinas. Esta reforma integral preservó, no obstante, la
galería porticada que se extiende a lo largo del muro meridional, así como
vestigios de la portada, algunos sillares románicos reaprovechados en la nueva
fábrica y varias piezas recogidas en el interior.
La galería porticada, pese a las evidentes
reformas que alteraron su primitiva disposición, constituye uno de los más
notables ejemplares de la provincia, máxime tras la reciente liberación de sus
arcos en la década de los 80 del siglo XX. Se alza sobre un murete de aristas
aboceladas y consta, en su actual configuración, de nueve arcos de medio punto
de chambranas abiseladas sobre columnas pareadas coronadas por capiteles
dobles, salvo en los arcos extremos, que apoyan contra el machón en sendas
estatuas-columna.
La portada original de la galería fue
sustituida en el siglo XVIII por la hoy visible, más amplia y compuesta de arco
de medio punto sobre impostas de filete. Se inicia la serie de seis arcos del
lado occidental con una estatua-columna representando un atlante, muy mutilado
al cegarse el pórtico. De tamaño natural, alzaba sus brazos flexionados en
actitud de sustentar el peso del arco, ciñendo su indumentaria con cinturón.
Los capiteles son todos vegetales y de somera
talla, mostrando hojas carnosas lobuladas y volutas, hojas lisas lanceoladas
muy pegadas a la cesta, en un caso avolutadas y acogiendo bayas, helechos,
pencas con brotes y piñas y hojas cóncavas con bolas y dos niveles de pomas.
En el lado oriental de la galería, contra el
machón, se disponen dos estatuas-columna sobre un haz de tres fustes, sin duda
el elemento escultórico más interesante del conjunto.
Figuran dos muy mutilados personajes ataviados
con largas túnicas y mantos, sentados en una especie de cojines, uno de ellos
cruzando las piernas, y ambos portando filacterias que sostienen con ambas
manos.
Ambos personajes, que podemos identificar como
profetas, presentan severas mutilaciones; el único del que se ha conservado la
cabeza presenta el rostro rasurado, observándose únicamente su barba rizada.
El abarrocamiento de los paños, con pliegues
abultados, en cuchara, recogidos en haces zigzagueantes, etc., nos parece
estilísticamente consonante con el tipo de las dos parejas de arpías masculinas
que decoran sendos capiteles de esquina –arbitrariamente unidos a modo de
capitel doble, como apunta Izquierdo Bertiz– sobre las figuras. Los híbridos,
afrontados dos a dos, presentan rostro humano de concepción cuadrada, ojos
globulosos y abultados, largos cuellos, cuerpo escamoso y cola de reptil. Todo
nos lleva a relacionar esta escultura, de mediana calidad, con los talleres
burgaleses del tercer cuarto del siglo XII (así Silos, Moradillo de Sedano o
Cerezo de Riotirón) que dejaron su impronta en las cercanas iglesias de
Villasayas y Torreandaluz.
Capiteles de la galería
En la cornisa, sobre la clave del arco
de entrada, se ven dos modillones con formas humanas y, entre ambos,
una piedra labrada con apariencia de haber sido reubicada extemporáneamente,
que representa un jinete sobre su montura.
El pórtico conserva, evidentemente remontada,
la cornisa nacelada sobre una serie de canecillos, algunos lisos o de simple
nacela.
Entre los figurados vemos un fracturado músico
tocando el salterio; otro acuclillado y con los carrillos hinchados haciendo
sonar un instrumento de viento; un guerrero tocado con yelmo atacado por un
dragoncillo al que ase con su mano izquierda por el cuello, mientras descargaba
un golpe de su arma con su desaparecida diestra; un arremolinado brote vegetal;
un tosco guerrero ataviado con cota de malla y protegido por un escudo de
cometa; un erosionado rabelista; una hoja carnosa; un personaje femenino y tallos
enredados, todo de ruda labra.
Entre los canes, hoy arbitrariamente
distribuidos, se colocaron metopas decoradas con florones de botón central
inscritos en clípeos sogueados u ornados con banda de contario.
Sobre la moderna portada de la galería se
incrustó un tosco relieve con un personaje cabalgando a un cuadrúpedo, quizá
Sansón desquijarando al león. Fragmentos de la primitiva cornisa del pórtico
fueron reutilizados en dicho acceso, dos con tallos serpenteantes que acogen
brotes carnosos y otros dos con octopétalas en clípeos.
De la primitiva portada, abierta entre dos
desmochados contrafuertes del muro meridional de la iglesia, sólo el arco,
moldurado con un bocel, y la arquivolta con bocel sogueado, ambos de medio
punto, son originales. Retazos de este lienzo del muro sur fueron aprovechados
por la fábrica dieciochesca, que al realzarse dejó sin función a los simples
canecillos que aún presenta, lisos la mayoría y otros decorados con ajedrezado,
un mascarón monstruoso de grandes fauces abiertas o personajes con los brazos en
jarras.
Entre los restos escultóricos recuperados del
primitivo edificio y que hoy se custodian en el interior de la parroquia,
destaca un bello capitel doble de 52 cm de ancho por 40 cm de altura, ornado
con cuatro híbridos afrontados dos a dos sobre un fondo vegetal de hojas
apalmetadas y volutas en los ángulos. Sus cuerpos son de ave y reptil, alados y
escamosos, con pezuñas de equino y rostros felinos de ojos globulosos y aire
rugiente, tocados con capirotes. Su fina talla y tratamiento remite a la
corriente escultórica de progenie burgalesa que parece tener su referente
principal en el claustro de Santo Domingo de Silos y su jalón intermedio en
territorio soriano en la sala capitular de El Burgo de Osma. Antes de ser
reutilizado como ambón –su actual función–, la pieza, sin duda procedente de la
primitiva galería porticada y de estilo similar a los capiteles de arpías sobre
los profetas, fue usada como tenante de la pila bautismal, permaneciendo
semienterrada.
Vemos también un muy erosionado capitel
sencillo, de 36 cm de ancho × 40 cm de altura. Sobre un fondo de hojas nervadas
con bolas aparecen cuatro personajes barbados ataviados con túnica; dos de
ellos portan sobre sus hombros irreconocibles objetos, a modo de mayales. Su
talla es ruda, alejada de la cuidada ejecución del capitel anteriormente
descrito.
La hermosa pila bautismal de Barca, tallada en
un bloque de caliza, presenta copa troncocónica de 1,10 m de diámetro y 0,74 m
de altura, sobre basamento cilíndrico de 0,19 m de altura. La decoración
aparece dividida en dos franjas por un junquillo; la inferior muestra una
sucesión de bastoncillos verticales, y la superior se orna con una serie de
seis cruces de Malta con perla central y cuatro pequeñas cruces griegas entre
sus brazos, separadas entre sí por junquillos, además de una especie de
laberinto y una extraña forma cruciforme.
Conserva también la iglesia una pequeña pila
aguabenditera, de 44 cm de altura, a modo de columnilla labrada en un solo
bloque, en el que se individualizan la basa, de toro inferior prominente y
pequeño filetillo, corto fuste cilíndrico y pequeño capitel vaciado haciendo de
copa, de decoración vegetal a base de crochets y palmetas en el frente.
Próximo Capítulo: Ágreda y su comarca, Santa María de Huerta, Alpanseque
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