CAPÍTULO
XII
LA VIDA ECONÓMICA DE GRECIA EN EL PERIODO CLASICO
El período de la historia de Atenas llamado «siglo de oro de Pericles» constituye el período de más alto
florecimiento económico, político y cultural de aquel Estado, por lo cual su
estudio atrae, desde hace mucho, la atención de los hombres de ciencia.
En la historiografía de otros países, ese estudio se ha regido a
menudo por modalidades tendenciosas, proclives a modernizar la vida económica y
social de esa época; y tales tendencias engendran frecuentemente una directa
falsificación del material histórico.
Se sobrentienden que tales modalidades falsifican la realidad
histórica. Esta manera de encarar tendenciosamente la historia de la Grecia
antigua ya se manifestó plenamente hacia finales del siglo XIX, en las
obras de los más destacados representantes de la historiografía burguesa
alemana: Duncker, Iu, Schwartz, R. Pelman, E. Meier y otros. Por ejemplo,
E. Meier afirma que los pueblos antiguos pasaron por las mismas etapas de
desarrollo que los países europeos durante la Edad Media y los tiempos
modernos. Al período histórico reflejado en el epos homérico, lo denomina «Edad Media griega». A partir de los
siglos VIII-VII a. C., Grecia según su criterio inició la etapa del desarrollo
que en el siglo V la llevó al capitalismo, en todas las particularidades que le
son propias. De esta manera, E. Meier divide la historia de la humanidad en
ciclos, cada uno de los cuales termina con el capitalismo que, en su opinión, constituye
la etapa más alta que da fin al desarrollo.
Este punto de vista fue íntegramente tomado por R. Pelman y por Iu
Beloch, quienes también afirmaban que Grecia, en el siglo V a. C., era «un país capitalista». Ciertamente, al
lado del expuesto punto de vista, existía otro, vinculado al nombre del
economista e historiador burgués K. Bücher, quien, a diferencia de E. Meier,
consideraba que, a lo largo de toda la época antigua, imperó en Grecia la
economía doméstica cerrada (oikos),
en que la vida económica de la sociedad tenía por base a la familia, la casa.
El problema principal de la producción, en opinión de Bücher, se
reducía a la satisfacción de las necesidades de la familia ensanchada por la inclusión
en su seno de los esclavos y de la «servidumbre
de la gleba[1]», y que el
comercio no desempeñaba ningún papel de importancia. Lo común en los puntos de
vista de E. Meier y de K. Bücher, que encontraron no pocos partidarios, es que
ambos, en sus definiciones de la economía de la antigüedad, no parten del Modo de Producción que fundamenta la
realidad histórica de las relaciones sociales, sino del desarrollo del
intercambio que tratan muy arbitrariamente.
En nuestros días, las ideas de Bücher casi han perdido ya su
influencia sobre la historiografía burguesa, y el punto de vista de E. Meier y
sus modalidades modernizadoras han sido, en mayor o menor grado, heredadas.
La utilización, en las obras dedicadas a la historia de la antigua
Grecia, de categorías y términos correspondientes a las épocas feudal y
capitalista, desconociendo al mismo tiempo las particularidades históricas del
régimen esclavista, son igualmente características también para el historiador
de Munich, Bengtson, y para el catedrático florentino Gianelli, para el francés
Cloché y para el inglés Freeman.
Incluso puede percibirse cierta influencia de esta orientación en
las obras de hombres de ciencia ingleses, progresistas, ubicados en las
posiciones del marxismo, como John Thompson Watson. Pero las modalidades de
tendenciosa modernización son especialmente características de algunos historiadores
norteamericanos. Por ejemplo, en The ancient Greeks, libro de W.
Prentice, catedrático de la Universidad de Princetown, de los EE. UU., la
caracterización de la Atenas del siglo V a. C. como de un Estado capitalista es
más intensa aunque la hecha por E. Meier. En ese libro, Prentice escribe acerca
del desarrollo «industrial» de
Atenas, que condujo a dicha ciudad no sólo hacia el capitalismo, sino hacia la
dominación política de los ciudadanos, a los que compara con el actual
proletariado.
Se sobreentiende que Prentice silencia el carácter esclavista de
la democracia ateniense a la que, a fin de cuentas, define como una «dictadura del proletariado» peculiar,
por la cual siente un odio feroz. Escribe Prentice: «El triunfo completo de la
democracia en la Atenas del siglo V a. C., representaba el ilimitado poder del
más amplio grupo de electores, los más irracionales, más fanáticos y más
irresponsables.»
En la historiografía norteamericana contemporánea existe otra
orientación más, que aprovecha en no menor grado las modalidades de
modernización tendenciosa de la historia antigua y la falsificación de los
hechos históricos. Los representantes de esa orientación (Marsh, Cramer, Zimmern
y otros), idealizando omnímodamente el régimen político de los antiguos atenienses
del tiempo de Pericles, pintan el Estado capitalista norteamericano como
heredero directo y continuador de las tradiciones de la antigua democracia y
hablan de «la gran misión histórica de la democracia norteamericana». Para
«fundamentar» esta tesis singular,
Marsh, por ejemplo, en su libro Modern Problems in the ancient World, publicado
en 1942, compara sin reservas a los desocupados norteamericanos con los
productores directos de la antigua Grecia que habían perdido su trabajo, e
intenta explicar la aparición de la potencia marítima de Atenas con el afán del
gobierno ateniense de «liquidar el
desempleo»; y Zimmern desenvuelve todo un programa de la «expansión democrática de USA»,
remitiéndose a la experiencia de los antiguos atenienses, para «evitar
errores que habían resultado fatales para el experimento de Atenas».
Resulta así que la modernización de las relaciones
económico-sociales y políticas de la antigüedad es aprovechada, como antes,
para probar tales o cuales doctrinas, muy lejanas por su contenido de la
historia antigua. La diferencia a este respecto entre los hombres de ciencia burgueses
actuales, y sus predecesores del siglo XIX, reside no tanto en las nuevas
modalidades, como en el carácter de las exposiciones que tratan de fundamentar
mediante un empleo arbitrario del material de la historia antigua. Los
historiadores marxistas, principalmente, se hallan en otro camino.
Cuando Carlos Marx escribió acerca del elevadísimo florecimiento
interior de Grecia, que coincidió con la época de Pericles, tenía presente el
florecimiento de la economía esclavista y de la antigua cultura esclavista. En
vinculación con ello, cabe recordar las expresiones de Engels, notables por su
profundidad, sobre el papel desempeñado por el esclavismo en el desarrollo histórico
de la sociedad antigua: «Nada más fácil que descargarse con todo un
torrente de frases comunes acerca del esclavismo, etc., derramando una ira de
elevada moral sobre tales oprobiosos fenómenos... Y, ya que hemos comenzado a
hablar de esto, hemos de decir, por contradictorio y hereje que ello parezca,
que la introducción del esclavismo en medio de las condiciones de aquel
entonces constituyó un gran paso hacia adelante.» Un poco antes, anota Engels: «Sólo el esclavismo hizo posible
la división del trabajo en escala más grande, entre la agricultura y la
industria, creando de esta manera las condiciones para el florecimiento de la
cultura del mundo antiguo, para la cultura griega. Sin el esclavismo no hubiera
habido ni Estado griego ni arte ni ciencias griegas; sin el esclavismo no
hubiera habido tampoco ningún Estado romano.»
Por todo ello, hay que considerar el florecimiento de la vida
económica, política y cultural de Atenas y de toda Grecia, a mediados del siglo
V a. C., en relación indisoluble con la marcha general del desarrollo
económico-social de la sociedad griega de aquella época.
Las peculiaridades históricas de este desarrollo pueden ser ilustradas
y confirmadas mediante una serie de datos de la historia de la economía
agrícola de aquel tiempo y del desarrollo de las actividades artesanales y
comerciales en Atenas y otras ciudades de Grecia.
1. La economía rural
Las condiciones del desarrollo económico en las diversas regiones
de la antigua Grecia eran sumamente heterogéneas. Mientras en algunos lugares
los oficios y el comercio comenzaron a desarrollarse relativamente pronto, en
otros se mantuvieron al nivel de la agricultura y ganadería primitiva. Sin
embargo, en adelante la economía rural no perdió su valor y significación.
Incluso, en regiones tales como el Ática, en la que el suelo era
poco apto para la agricultura, y en cuya ciudad principal Atenas se habían
desarrollado relativamente temprano los oficios y el comercio, la economía
rural desempeñó siempre gran papel y la situación de un agricultor era
considerada como una de las más honrosas.
Muchas comunidades de la Grecia del siglo V permanecían siendo, en
lo fundamental, comunidades agrícolas. En las mismas se sentía hostilidad hacia
el comercio y hacia los oficios, por cuanto el desarrollo de éstos perturbaba
la igualdad de los miembros de la polis y los antiguos pilares de la moral
tribal. Entre las regiones agrícolas de Grecia hay que señalar, en primer
lugar, a Beocia, Tesalia y Esparta,
y luego a la Argólida.
La existencia de grandes propiedades territoriales puede hacerse
constar, probablemente, sólo en Tesalia. Según el testimonio de Demóstenes
(quizá, no muy fidedigno), unos cuantos latifundios tesaliotas estaban en
condiciones de armar por su cuenta un gran destacamento de hoplitas
mercenarios. Había pocos campesinos libres en Tesalia; los productores básicos
eran allí los penestai[2],
fijados a sus parcelas.
El territorio de Esparta era considerado propiedad del Estado y
distribuido entre los ciudadanos que gozaban de plenos derechos, miembros de la
comuna de «iguales».
Las parcelas de los espartanos apenas si podían superar, por
término medio, las quince hectáreas. De esta manera, y si no se cuenta a los
reyes, que poseían tierras también en los distritos de los periecos[3], y a algunas familias de
más rancio abolengo, en Esparta predominaba más bien la propiedad rural
mediana.
En la Atenas del tiempo de Solón, un pequeño propietario o un thete[4],
podía recoger de sus tierras, según parece, no más de 200 medimnos[5], esto es, unos 104
hectolitros de granos, o 79 hectolitros de vino o aceite. Un zeugita[6]
poseía aproximadamente tres o cuatro hectáreas de viñas, o de doce a veinte hectáreas
de tierra de labranza; las economías mixtas (de cereales y de huertos) apenas
si superaban las diez hectáreas.
Las fincas más grandes, que daban hasta 500 medimnos, no superaban las 30-50 hectáreas. Posteriormente, al pasar del censo agrícola de Solón al censo monetario, el dueño de una de estas fincas podía convertirse en propietario de un talento, y la cantidad de ciudadanos de esta clase no era, sin embargo, muy grande. Así, pues, en Atenas predominaba, incondicionalmente, en el siglo V a. C., la pequeña propiedad agraria.
Las fincas más grandes, que daban hasta 500 medimnos, no superaban las 30-50 hectáreas. Posteriormente, al pasar del censo agrícola de Solón al censo monetario, el dueño de una de estas fincas podía convertirse en propietario de un talento, y la cantidad de ciudadanos de esta clase no era, sin embargo, muy grande. Así, pues, en Atenas predominaba, incondicionalmente, en el siglo V a. C., la pequeña propiedad agraria.
A mediados del mismo siglo no era posible contar con un millar de ciudadanos,
siquiera, que estuviesen en condiciones de comprar y mantener un caballo para prestar
servicios en la caballería. Hay que descontar también el hecho de que sólo la
cuarta, o aun la quinta parte del suelo ático, podía ser aprovechada para los
cultivos gramíneos, en virtud de lo cual la producción propia de cereales en
Atenas no alcanzaba a satisfacer las necesidades de la población, que iba en
aumento.
Carecemos de datos acerca de la importancia de cereales a Atenas
en el siglo V, pero en el siglo IV entraban en el Pireo anualmente cerca de
800.000 medimnos de cereales importados, al tiempo que la producción general de
la propia Ática en el mismo período no superaba los 427.000 medimnos, cantidad
esta última que no podía satisfacer las necesidades de más de 70.000 personas.
Las pequeñas y
medianas propiedades agrarias
En todas las ciudades-Estado griegas se atribuía gran valor a la
agricultura. En las polis en que el poder se hallaba en manos de los oligarcas,
la población libre tenía limitados sus derechos, los pequeños agricultores
sostenían una lucha encarnizada por la conservación de sus parcelas. El temor a
las conmociones sociales obligaba a menudo a los gobernantes a hacer concesiones.
Además, cuando los campesinos se arruinaban disminuía la capacidad
beligerante de la polis, por cuanto la masa de la milicia civil en muchísimas
comunas griegas se componía de campesinos que se armaban por su propia cuenta.
En cambio, en las polis en las que el gobierno era democrático, la conservación
de las posesiones rurales pequeñas y medianas era dictada por los intereses de
la mayoría de los ciudadanos. Precisamente con esto se explica, en grado
considerable, la presencia en algunas polis de un control estatal sobre el
sistema de posesión de tierras.
Aristóteles dice a este respecto lo siguiente: «Para
formar una clase campesina de la población dentro de un Estado son,
indiscutiblemente, necesarias y útiles algunas disposiciones legales elaboradas
en los tiempos antiguos en muchos Estados...»
Aristóteles tiene aquí presente la prohibición de adquirir en
propiedad terrenos de extensión superior a las parcelas establecidas. En otras
oportunidades se permitía adquirir terrenos en propiedad, sólo partiendo desde
cierta distancia y en dirección hacia la ciudad y hacia la acrópolis. En
algunas polis se conservaba durante un tiempo prolongado la prohibición de vender
las parcelas primitivas (cleros).
El mismo objeto perseguía la ley atribuida a Oxilos (legendario rey de la Elida), según la cual era prohibido
hipotecar y tomar en hipoteca cierta y determinada parte de la parcela.
Uno de los métodos que se practicaba en Atenas, con el fin de
conservar la mediana y pequeña propiedad de la tierra, era la expedición de cleruquías[7].
Durante el período de la primera Liga marítima ateniense pertenecían a Atenas
ciertas extensiones en los territorios de las ciudades aliadas, las cuales eran
entregadas a los clerucos atenienses. Por una parte, esto permitía la
disminución de la población más indigente en el Ática, y los emigrados,
asegurados con una buena parcela, formaban en el territorio subyugado una
colonia militar; por otra parte, de esta manera se mantenía un control político
y militar del Estado ateniense sobre las comunas aliadas. Ciertamente, no
siempre desempeñaron ese papel los pequeños agricultores que labraban la tierra
por sus propias manos; en períodos posteriores de la colonización, los clerucos podían vivir en Atenas
arrendando su parcela a terceros.
Agricultura y
horticultura
Tesalia, Beocia, la llanura comprendida
entre Corinto y Sición, y una serie
de regiones del Peloponeso Elida,
Argólida, Laconia, Mesenia eran consideradas las regiones más fértiles de
Grecia. En las mismas cobró gran desarrollo la agricultura y el cultivo de las
gramíneas, en especial el trigo, mijo y cebada.
En las regiones poco fértiles de la Grecia europea, los
inconvenientes para el desarrollo de la agricultura estaban constituidos por la
pobreza del suelo, la escasez de riego, la tala de bosques y la creciente
competencia de los cereales importados que hacía bajar los precios del cereal local.
En estas regiones se observa el desarrollo de cultivos tales como
los del olivo y la vid. Desde los tiempos más tempranos, la olivicultura estaba
ampliamente desarrollada en toda Grecia, especialmente en el Ática.
El Estado ateniense y algunos ciudadanos particulares poseían grandes
cantidades de olivares diseminados por el Ática. Dichos olivares se hallaban
bajo el control general del areópago,
que enviaba inspectores y celadores para la recolección de determinada parte de
las aceitunas destinadas a la elaboración del aceite para la diosa Atenea, considerada
protectora de la olivicultura.
Los mismos inspectores tenían la obligación de informar al areópago acerca de las personas que
talaban los «sagrados árboles». La regulación de la olivicultura se realizaba
por vía legislativa. Se remonta a los tiempos de Solón una ley de acuerdo con
la cual la distancia entre dos olivos no podía ser menor de seis pies. Durante
el Gobierno de Pisístrato, los atenienses, controlados y estimulados por el
Estado, plantaron olivos en el Ática, antes carente de árboles. Esta
preocupación por el desarrollo de la olivicultura se explica en grado
considerable por el hecho de que dicho cultivo, en general, desempeñaba gran papel
en la vida cotidiana de todos los griegos. El aceite de oliva era empleado en
la alimentación, encontraba aplicación en la perfumería y con fines de
iluminación, y tenía uso en el culto religioso. Finalmente era uno de los
artículos de la exportación griega, especialmente del Ática.
Al lado de los olivos se cultivaba, casi en todas partes, la vid.
Este cultivo representaba ciertas ventajas para el campesinado mediano y
pequeño. El plantar nuevos olivos era, desde el punto de vista económico, poco
ventajoso, en vista de que era necesario esperar unos 16 ó 18 años para
cosechar los primeros frutos, mientras que la uva no requería tanto esmero y
daba fruto mucho antes. En los contratos de arriendo se estipulaba a menudo
como una de las condiciones del arriendo, el plantar vides y olivos. Los
mejores vinos de uva se producían en las islas de Quíos, Lesbos, Cos, Rodas y
Tasos. El vino se exportaba hacia varios países: las regiones litorales del mar
Negro, Egipto, Italia.
Escena
de fabricación de vino por sátiros, bajorrelieve dionisíaco en un altar que
datación incierta, Museo Arqueológico Nacional de Atenas
La ganadería
En gran número de regiones griegas estaba ampliamente difundida la
ganadería. Existían buenos pastizales en Tesalia, Beocia, Etolia, Acarnania,
Arcadia, Mesenia y el Quersoneso de Tracia, y en la Grecia jónica, en Magnesia
y en Colofón. En los territorios en que abundaban los buenos campos de pastoreo
florecía la cría de ganado equino y vacuno.
En las regiones que carecían de amplios pastizales predominaba la
cría del ganado menor: asnos y mulos, animales básicos para el trabajo y
también cabras, ovejas y cerdos.
Los toros y los bueyes tenían alto precio, y en muchas partes se
prohibía sacrificar los bueyes de trabajo; en Atenas, la matanza de estos
últimos era considerada un sacrilegio, y los culpables eran juzgados por el
areópago.
Los habitantes de los distritos suburbanos se ocupaban de la
horticultura y de la apicultura.
La miel de Himeto, por
ejemplo, gozaba de gran notoriedad. Con todo, las hortalizas producidas en el
Ática no alcanzaban a abastecer a la población ateniense, y en el mercado ateniense vendían sus hortalizas los
campesinos beocios y otros.
Formas de posesión y
utilización de la tierra
No sólo en Atenas, sino también en otras polis griegas, el Estado
tendía a ejercer cierto control sobre la economía agraria, llegando el Estado a
ser un gran terrateniente. En el Ática, cada demos tenía posesión sobre una
parte del terreno comunal, labrantío o de praderas, que cedía en arriendo a
particulares. Las formas y condiciones del arriendo eran variadas: a plazo corto
o largo (40 años) o vitaliciamente. Al cerrar el trato se requería generalmente
una caución (equivalente a veces a una anualidad del arriendo), y se
estipulaban minuciosamente las condiciones: no talar los árboles frutales,
labrar la tierra tomada en arriendo, cuidar de los edificios que hubiera en el
terreno, plantar parras u olivos, etc. En el caso de no pagar a tiempo lo que
correspondía por el arriendo se aplicaban medidas coercitivas: se declaraba
nulo el contrato, o se embargaban todas las frutas maduras, o se llegaba
incluso en algunos casos a privar de sus derechos civiles no sólo al
arrendatario, sino a toda su familia. Parte de los pastizales del Estado se
cedían en arriendo, parte quedaban para uso común de los ciudadanos que
abonaban por ello una determinada tasa. En algunos casos, y por ciertos
servicios prestados al Estado, el derecho de llevar animales al campo fiscal de
pastoreo era otorgado también a los metecos, como un privilegio especial. De
esta manera, el Estado no se ocupaba directamente de la explotación de los
terrenos de su pertenencia.
Las maneras de explotar la tierra eran varias. En Esparta, Tesalia
y Creta, la trabajaba coercitivamente la población dependiente y la que carecía
de derechos civiles (ilotas, penestai,
claritas); en otras partes, la tierra era labrada por sus propietarios. El
trabajo de los esclavos encontraba aplicación en fincas rurales de diversos
tipos, pero la pequeña y mediana propiedad prefería el trabajo de los hombres
libres, que se reclutaban entre los campesinos arruinados.
A diferencia de Roma, la cantidad de esclavos empleados en la
agricultura no era grande. Se calcula que en el Ática no había más de 16.000
esclavos ocupados en las labores agrarias. Ni siquiera en las fincas cuya
producción iba sólo al mercado era notable la cantidad de esclavos.
Como muestra de una hacienda agraria que trabajaba exclusivamente
para el mercado, puede servir la del propio Pericles. Según el testimonio de
Plutarco, Pericles vendía íntegramente la cosecha anual, y luego adquiría en el
mercado los productos que necesitaba. Es claro que la finca de Pericles, con un
esclavo administrador, constituía un ejemplo de economía rural adelantada en el
siglo V a. C. Al lado de fincas como ésta había también algunas de pequeños labriegos
que consumían en forma directa parte considerable de sus productos. Atenas, en
el siglo V, era una polis donde predominaba la pequeña propiedad y el
campesinado libre, junto a lo cual había también campos de mayores dimensiones,
propiedad de familias aristocráticas, donde se aplicaba en escala más amplia
tanto el trabajo libre como el de esclavos.
Desde el comienzo de la guerra del Peloponeso, el cuadro sufrió un
brusco cambio. La destrucción sistemática de campos, huertas y plantaciones del
campesinado ático por las huestes espartanas, la guerra prolongada que privó a
la economía agraria de una parte considerable de sus brazos tuvo gran
trascendencia. Al regresar después de la guerra a su aldea, el campesino ateniense
encontraba destruida su casa, la tierra en un estado de completo abandono, los
olivares y viñedos arrasados. Desde entonces se hizo notable el desarrollo del
proceso de concentración de tierras en manos de los poseedores de gran cantidad
de esclavos.
2. Los centros económicos de Grecia en el
siglo V a. C.
Desde el comienzo del siglo V, la situación de los lugares
económicamente más desarrollados de la sociedad griega, anteriormente
localizados en Asia Menor y en las islas del archipiélago, pasó a manos de la
Grecia europea. Al mismo tiempo adquirieron gran significación económica
ciudades de Sicilia y de la Grecia Magna. Entre las polis de la Grecia central
se destacaron particularmente, al comienzo del siglo V, Atenas, Corinto y Egina. El ascenso de Corinto fue parcialmente
determinado por su ubicación geográfica, excepcionalmente favorable, junto a
los golfos Sarónico y Corintio, lo cual transformó a la ciudad en centro
intermediario del comercio entre los países orientales y occidentales del mar Mediterráneo.
La expansión comercial de Corinto se había extendido hacia el Sur, a Argos; hacia
el Norte, a Acarnania, Etolia y Epiro; hacia el Noroeste, a Epidamne, y a
través de Corcira, a Sicilia, y finalmente hacia el Noroeste, a la Calcídica.
Uno de los rivales más peligrosos de Corinto a lo largo de mucho
tiempo fue la isla de Egina, pero en
el año 457 la misma sufrió una derrota en la guerra contra Atenas, por la cual
fue obligada a entregar su flota a los atenienses, demoler las murallas y
entrar en la Liga marítima ateniense. Después de eso, Egina entró en decadencia
y no pudo recuperar jamás su posición anterior.
Atenas obtiene un valor excepcional en la vida de toda Grecia
durante las guerras médicas.
Antes de ellas, Atenas había sido preferentemente un Estado
agrícola, aun cuando ya en el siglo VI el comercio tenía gran peso específico
en su economía. Las guerras con los persas constituyeron un punto de inflexión
en el desarrollo del poderío económico y político ateniense.
Son características de las polis griegas en el siglo V el aumento
demográfico y el desarrollo de la esclavitud, del comercio y de los oficios
manuales. Los ensayos para determinar la población de Atenas en cifras aunque
fuera por aproximación, no han dado hasta ahora resultados satisfactorios.
Generalmente se toma como punto de partida las indicaciones de Herodoto
acerca de la cantidad de ciudadanos atenienses durante las guerras contra
Persia y de los testimonios de Tucídides referentes a las fuerzas armadas de
Atenas en el año 431.
Basándose en estas fuentes, así como en otros datos indirectos, Beloch, por ejemplo, determinó hipotéticamente
la cantidad de ciudadanos de Atenas hacia el año 431, como de 110.000 a 140.000, y cerca de 70.000 los esclavos. Pero estos
cálculos de Beloch siguen siendo muy discutidos.
A. Francotte calcula la cantidad de ciudadanos, junto con sus
familiares, para esa misma época, en 96.620
personas, el número de metecos en
45.800 y el de esclavos en 75.000 a
150.000.
Según los cálculos de G. Glotz,
los ciudadanos, junto con sus familias, sumaban entre 135.000 y 140.000, los metecos
65.000 a 70.000, y los esclavos 200.000
a 210.000.
D. Hemm da cifras más reducidas: ciudadanos con sus familias, 60.000; metecos, 25.000, y
esclavos, 70.000. Las cifras aducidas, aun cuando en esencia no dejan de
ser hipotéticas, y considerablemente divergentes entre sí, dan, a pesar de
todo, cierta idea de la relación aproximada entre las diversas categorías de la
población ateniense: metecos había alrededor de dos veces menos que ciudadanos,
y la cantidad de esclavos correspondía aproximadamente a la de ciudadanos y
metecos juntos.
Si el cálculo de la población de una sola ciudad es tan
dificultosa, el problema de establecer la cantidad total de la población de
Grecia resulta mucho más complicado aún. Una hipótesis sostiene que en la época
clásica en Grecia había de siete a ocho millones de griegos, de los que la
mitad poblaba la metrópoli y la otra mitad las colonias. En regiones tan
pobladas como Corinto, Corcira, Quíos y
Samos, la densidad podía alcanzar a
80 personas por kilómetro cuadrado. Sin embargo, la población de la
totalidad del Peloponeso (superficie: 22.300 km2) apenas si superaba el millón
de personas, de manera que era dos veces menos densa que la población de las
regiones comerciales-artesanales.
Una densidad menor aún era la de la parte noroeste de Grecia,
desde la Lócrida hasta la Macedonia superior, donde la población moraba en
pequeñas aldeas no fortificadas, separadas entre sí por bosques. Las ciudades
más grandes por el número de sus habitantes eran en la Grecia del siglo V, sin
duda, Atenas en Grecia propiamente
dicha, y Gela, Siracusa y Acragante (Agrigento).
Es factible admitir que cada una de estas ciudades contaba con no menos de 100.000
habitantes; al parecer, la población de Corinto
se acercaba a los 60.000, y las de Esparta,
Argos, Tebas y Megara oscilaban entre los 25.000 y los 35.000 habitantes.
Con el desarrollo de la esclavitud y con la emigración hacia las ciudades de gran cantidad de metecos, los
ciudadanos comenzaron a abandonar gradualmente la artesanía y el comercio al
por menor. Ciertamente, en centros
comerciales-industriales tan grandes como Atenas y Corinto, los ciudadanos, sin
perder sus derechos civiles, se ocupaban también en oficios manuales. Sin embargo,
los artesanos, en su aplastante mayoría, pertenecían a la masa de los
ciudadanos más indigentes, que carecían de propiedad territorial.
Mapa de la Hélade y sus polis.
Un artesano enriquecido, sin dejar de trabajar él mismo, adquiría
esclavos e inclusive abría un negocio para la venta de sus productos. Cuando,
gracias a ello, su bienestar aumentaba más aún, se desprendía de su oficio
dejándolo en manos de sus esclavos, bajo el mando y control directo de un
esclavo-administrador. La competencia desarrollada por los talleres en que se utilizaba
el trabajo de esclavos, tornaba frecuentemente muy grave la situación del
pequeño artesano libre.
Las inscripciones atenienses del siglo IV que se refieren a las
construcciones hechas en Eleusis dan
testimonio de la gran demanda de artesanos foráneos.
La necesidad de brazos era a menudo tan grande, que se enviaban
personas con la misión específica de buscarlos en las ciudades vecinas. Este
predominio, aun cuando sólo numérico, de artesanos forasteros y de obreros,
tanto en el siglo V como en el IV, no era casual. En su inscripción ateniense
(años 410-409) figura un informe sobre los salarios pagados al construirse el
Erecteón, en cada 71 artesanos hay 35 metecos, 20 ciudadanos y 16 esclavos.
Unos ochenta años más tarde, como lo atestiguan unos informes análogos de
Eleusis, el peso específico de los metecos se hizo aún más grande: de cada 94
artesanos, 45 eran metecos (y éstos, junto con los forasteros, 54); el porcentaje
de los ciudadanos oscilaba entre el 28 y el 21 por 100, y el de los esclavos,
entre el 23 y el 21.
Los Estados cuyo comercio y oficios estaban desarrollados
procuraban incrementar la cantidad de metecos, puesto que del número de los
mismos dependía, en grado considerable, el desarrollo del artesanado en la
ciudad. La atracción e incorporación de los extranjeros en Atenas había
comenzado ya en el siglo VI, en tiempos de Solón; continuó durante el Gobierno
de Pisístrato y Clístenes, y en el siglo V, Temístocles se atuvo a la misma
política. Es curioso hacer notar que la gran masa de metecos que anteriormente
llenaba otros centros comerciales
industriales Mileto, Calcis, Corinto, Egina se había, por decirlo así,
precipitado hacia Atenas. En parte eran oriundos de otras ciudades griegas y en
parte provenían de las colonias.
Había dos motivos que los obligaba a abandonar sus ciudades
nativas: las revueltas políticas, tan frecuentes en la historia de toda ciudad
griega, y el desarrollo general del comercio exterior que provocaba la
gravitación masiva de los grandes centros industriales sobre todas las capas dedicadas
al comercio ya la artesanía.
La situación de los metecos en Estados tales como Atenas puede ser
caracterizada brevemente de la siguiente manera. Todo extranjero que viviera en
Atenas un mes podía ser anotado en la categoría de los metecos, pero para ello
tenía que encontrar a un próstata (protector)
que lo presentara y lo defendiera ante el Estado. De tenerlo, el meteco era
anotado en la lista de uno de los demos áticos, de acuerdo con su domicilio.
Como ya señalaremos, no se le otorgaban derechos civiles.
También estaba privado del derecho a adquirir propiedades territoriales
y, según la ley de Pericles (año 451), le estaba prohibido contraer nupcias con
una ciudadana ateniense. En todo lo demás, el meteco en nada se diferenciaba de
los ciudadanos atenienses, conservaba la libertad personal, se hallaba bajo la
protección de las leyes y podía tomar parte en los cultos religiosos.
Se les había otorgado a los metecos el derecho a escoger el lugar
de residencia; por lo general, se asentaban en las ciudades o en los demos
suburbanos, especialmente en el Pireo. Por servicios prestados al Estado se les
podía conceder algunos privilegios como la exención parcial de ciertos
impuestos o, lo que raras veces sucedía, el derecho a adquirir alguna tierra en
propiedad. En este último caso, ello coincidía comúnmente con la llamada isotelia, esto es, con la igualación
del meteco, en cuanto a derechos de propiedad, con los ciudadanos; la isotelia podía
ser hereditaria. Solamente en casos excepcionales los metecos obtenían la
totalidad de los derechos civiles, pasando así a la categoría de ciudadanos.
Todo meteco estaba obligado a pagar un impuesto al Estado (metoikón) de 12 dracmas; las mujeres
solteras y las viudas que no tenían hijos adultos pagaban sólo seis dracmas.
Los metecos acaudalados cumplían con las obligaciones sociales (liturgias).
Todos los metecos debían prestar el servicio militar, lo que, en función de su
estado físico, cumplían en las filas de los hoplitas o de los peltastas, pero
especialmente en la flota.
Las ocupaciones usuales
de los metecos eran el comercio y la artesanía.
En las inscripciones funerarias atenienses son mencionados metecos molineros,
bañeros, pintores de brocha gorda, tintoreros, pintores de jarrones, doradores,
peluqueros, arrieros de mulas, cocineros, panaderos, etc. En el oficio textil,
al lado del meteco trabajaba también su mujer. De la curtiduría se ocupaban
generalmente los esclavos liberados y anotados en la categoría de los metecos
estaba ocupada en la producción cerámica y en la metalurgia; por las
inscripciones se conocen nombres de metecos fundidores, herreros, cerrajeros,
armeros, curtidores, etc. Resulta así que no había casi ningún oficio en que
los metecos no desempeñaran un papel más o menos considerable. No podían tener,
como ya hemos dicho, propiedades inmuebles.
3. La esclavitud en la polis griega
Cantidad de esclavos
en Grecia
El desarrollo en Grecia de las fuerzas productivas con sus
correspondientes relaciones sociales de producción determinó el crecimiento de
la esclavitud. El número de esclavos creció en las ciudades griegas con mayor
rapidez que el de los metecos. Tanto los ciudadanos como los metecos utilizaron
las ramas del artesanado. En el siglo V, los esclavos eran utilizados en la
agricultura muy escasamente, pero en el IV su trabajo adquirió también allí
valor decisivo.
Las fuentes no dan nociones estadísticas precisas acerca de la
cantidad de esclavos existentes en los centros adelantados de Grecia. Las
cifras que dan Ctesias, autor de los
siglo III-II a. C. (400.000 esclavos
para el Ática), Aristóteles (470.000
para Eginia), Timeo (640.000 para Corinto)
son absolutamente exageradas. Como ya señaláramos, ha de suponerse que el
número de esclavos en Atenas en el período de su mayor florecimiento oscilaba
entre los 75.000 y los 150.000. Pese
a emplearse también el trabajo libre, en la producción artesanal predominaba el
trabajo de los esclavos.
Categorías y nombres de
los esclavos en varios lugares en la antigua Grecia:
·
Andrapoda "," hombre
de pies "a diferencia de Tetrapoda" cuatro patas
"(animales) (prisioneros de guerra)
·
Doulos (poseído por su maestro "Kyrios").
·
Gymnetes (Argos)
·
Ilotas (Esparta)
"pertenece" al Estado formado después de Esparta conquistó Laconia y
Mesenia, Tras las revueltas de Esparta se convirtió en un estado de guerreros (hoplitas),
que obtuvo algo de tierra (kleros) y Helotes fueron responsables de
cultivar la tierra y producir las mercancías.
·
Hypomeiones (Esparta) los que no tenía suficiente para pagar el sisitia
(phitidia), por lo que hizo más no pertenecen a la clase de omoioi
(iguales). Las comidas comunes de Creta son sin duda una mejor gestión de
los lacedemonios, porque en Lacedemonia cada uno paga un tanto por cabeza, o,
si no, la ley, como ya he explicado, le prohíbe el ejercicio de los derechos de
la ciudadanía. Por supuesto, incluso entre los iguales, no todos eran
iguales algunos tenían más privilegios.
·
Korynephoroi (Sición)
·
Penestae (Tesalia) (considerará
que pertenecen a los pelasgos de edad (eolios que vivían en Tesalia), similar a
los ilotas que trabajaban para los aristócratas de Tesalia.
Fuentes de esclavos
Generalmente, los esclavos eran traídos a Grecia desde lejos; el
desarrollo de la esclavitud a partir de los siglos VII-VI a.C. en todas las
polis comerciales-industriales se debió fundamentalmente a la coerción extraeconómica
de los no-griegos, «bárbaros», a los
que el propio Aristóteles consideraba como esclavos natos. Así y todo, la
esclavización de griegos por griegos no constituía ningún fenómeno raro.
Así, en tiempos de Polícrates,
tirano de Samos, los habitantes de la isla de Lesbos, hechos prisioneros de
guerra, aherrojados con fuertes cadenas, fueron enviados, como esclavos, a
trabajar en la fortificación de la ciudad de Samos. Durante la guerra del
Peloponeso, los atenienses que cayeron prisioneros de los siracusanos tras el
desastre de la expedición a Sicilia fueron enviados como esclavos a las
canteras.
La transformación en esclavos de la población de una ciudad
conquistada era, sin embargo, una excepción, y no eran los varones los que con
mayor frecuencia sufrían esto, sino las mujeres y los niños; pero, por lo general,
los prisioneros eran canjeados o rescatados por sus conciudadanos o por el
Estado.
La esclavitud por deudas impagadas fue abolida en Atenas por
Solón, pero se conservó en algún que otro lugar de Grecia. Los metecos y los
libertos volvían al estado de esclavitud en el caso de no cumplir sus
obligaciones con el Estado. Las personas que se adjudicaron ilegalmente los
derechos de ciudadanía y los extranjeros que contra las disposiciones de la ley
contraían nupcias con ciudadanos atenienses, también eran castigados con la esclavitud.
Sin embargo, la masa fundamental de los esclavos estaba compuesta
por los no griegos. La mayor parte provenía de Iliria, Tracia, Lidia, Frigia, Siria y Paflagonia; muchos eran
traídos a Atenas también de los mercados del litoral del mar Negro.
Las más importante fuentes de provisión de esclavos eran las
guerras. Después de la batalla del Eurimedonte[8],
Cimón trajo al mercado de esclavos más de veinte mil.
La isla de Quíos[9]
era considerada como el más grande de estos mercados.
También gozaban de notoriedad los mercados de Efeso, Samos, Delos, Chipre y, posteriormente, Tesalia, Bizancio y el litoral septentrional del mar Negro, pero el
centro principal del comercio esclavista en el siglo V era Atenas, donde casi
mensualmente se organizaban subastas de esclavos; los que en ellas quedaban sin
haber sido vendidos eran trasladados a otros lugares. En el mercado se exponía
a los esclavos sobre un tablado y su vendedor, quizá también un esclavo, o un
liberto, elogiaba ante los compradores las cualidades físicas de su mercancía.
Los precios oscilaban en función de la oferta y la demanda y de la mayor o
menor cualificación del esclavo. En el año 418, un esclavo varón valía, término
medio 167 dracmas; una mujer, en 135 a 220 dracmas. Los esclavos que trabajaban
en las minas valían, en el siglo IV, de 154 a 184 dracmas. Los esclavos artesanos
tenían precios más elevados. Se conoce un caso de venta de veinte esclavos
tallistas en marfil por 40 minas.
Los hijos de esclavos, al igual que la de una persona libre y una
esclava, pertenecían a aquel propietario en cuya casa habían nacido. Por otra
parte, el padre libre podía declarar libre a su hijo, si bien esta criatura,
aun así, no obtenía los plenos derechos de ciudadanía. Solamente en circunstancias
muy especiales (por ejemplo, en los casos de gran disminución del número de ciudadanos),
los hijos de los matrimonios entre personas libres y esclavas se tornaban ciudadanos
con plenos derechos. En general, los esclavos natos eran relativamente pocos;
según las inscripciones de Delfos, de los 841 esclavos libertos, sólo 217 lo
eran de nacimiento.
Así, pues, todo lo que no es conocido acerca de las fuentes de la
esclavitud en Grecia habla del imperio de la directa coerción extraeconómica.
Marx ha caracterizado el sistema de la antigua esclavitud de la siguiente
manera: «... el sistema de esclavitud, por cuanto el mismo representa la forma
dominante del trabajo productor en la agricultura, manufactura, navegación, etcétera,
tal como lo era en los Estados desarrollados de Grecia y Roma, conserva
elementos de la economía natural. El mismo mercado de esclavos recibe
constantemente la contemplación de su mercancía fuerza de trabajo mediante la
guerra, la piratería, etc., y esta piratería, a su vez, ocurre sin el proceso
de transformación, representando la apropiación del trabajo ajeno mediante la
directa coerción física».
Situación de los
esclavos en Grecia
Desde el punto de vista jurídico, el esclavo no era considerado un
ser humano. No tenía familia; las relaciones familiares entre esclavos y
esclavas no eran consideradas como matrimonios; los hijos de una esclava eran
una cría perteneciente al amo de la madre. Los esclavos estaban completamente
en poder de sus amos. El propietario podía obligar al esclavo a ocuparse de
este o aquel oficio, podía venderlo o matarlo. Sólo posteriormente, el derecho
del esclavista a matar a su esclavo quedó limitado por la ley.
En el Ática, por ejemplo, estaba prohibido matar a un esclavo.
Pero el areópago que, por lo general, como ya hemos señalado, juzgaba los
delitos de índole criminal, no entendía en las causas de muerte violenta de los
esclavos, y el que la cometía era condenado sólo a una expulsión temporal:
podía regresar haciendo el holocausto expiador y pagando al perjudicado propietario
del esclavo muerto «el precio de la
sangre».
Cuando la arbitrariedad del amo se tornaba inaguantable, el
esclavo podía recurrir al «derecho de
asilo». Para su ejercicio eran considerados, por ejemplo, en Atenas, el
llamado Teséion (el templo de
Hefaistos, estaba en el Ágora ateniense) y el santuario de las Euménidas. Ese asilo era considerado inviolable y,
según una ley ática, el esclavo que recurría a la protección de una deidad ya
no regresaba al amo anterior, sino que era revendido a otras manos.
El esclavo no podía ocuparse de ningún negocio propio, ni atender
independientemente causa alguna, y en los casos en que un juzgado necesitaba su
testimonio, éste era dado bajo torturas, puesto que el esclavo, en opinión de
los griegos, no podía prestar juramento a la par que un hombre libre, y prestar
fe a los testimonios de un esclavo se consideraba imposible. La multa a que se
condenaba a un esclavo era reemplazada por la flagelación, y cada golpe equivalía
a un dracma. Si el esclavo actuaba con el conocimiento de su amo recibía
cincuenta azotes, y si obraba sin el conocimiento de aquél, el castigo era de
cien azotes. Un esclavo complicado en un homicidio sufría la pena de muerte.
Los castigos corporales y las torturas a que eran sometidos los
esclavos eran un fenómeno habitual. A solicitud del dueño, el esclavo era herrado
con grillos y encerrado en un calabozo bajo y estrecho, dentro del cual no
podía enderezarse, ni acostarse, ni sentarse. Se los extendía sobre bloques de
madera de diferentes formas, se los privaba de alimentos, se los enviaba a efectuar
trabajos pesados (a un molino, o a las minas). A los esclavos fugitivos se les
ponía en la frente marcas con hierro candente.
En Atenas, los esclavos se hallaban en situación relativamente
mejor que en otros Estados griegos. Los temores a que los esclavos, sometidos a
condiciones insoportables, pudieran sublevarse fácilmente determinaron la
intromisión del Estado en las relaciones entre los esclavos y sus propietarios,
acarreando la prohibición de represiones arbitrarias respecto a aquéllos. Tal
situación de los esclavos atenienses indignaba a los adversarios de la
democracia. «En cuanto a los esclavos y metecos, en Atenas hay una grandísima
licencia, y allí ni te es lícito golpear a nadie ni te cederá el paso ningún
siervo», se queja el Pseudo-Jenofonte
en la República de los atenienses,
expresando con ello la expresión de
los esclavistas atenienses más reaccionarios y recalcitrantes.
Es factible suponer que en sus relaciones con los esclavos
domésticos los atenienses manifestaran mayor humanismo que los habitantes de
otras ciudades. Por ejemplo, en las comedias de Aristófanes se puede hallar a
menudo entre los personajes a un esclavo que está enseñando y aleccionando a su
dueño.
No debe olvidarse, sin embargo, que la mayor parte de nuestros
conocimientos se refieren a los esclavos del Estado, cuya situación era
considerablemente mejor que la de los esclavos de otras categorías.
Aplicación de trabajo
de los esclavos en las diversas ramas de la economía.
En la situación de los esclavos pueden notarse grandes
diferencias. Conocemos esclavos que trabajan de sirvientes domésticos,
maestros, médicos, mercaderes (inclusive gran des); y, por otra parte, sabemos
de esclavos de las minas, del transporte, donde se apreciaba no la calificación,
sino la resistencia y la fuerza física. Los propietarios de esclavos
consideraban a veces ventajoso estimular a algunos de sus esclavos,
colocándolos en situación privilegiada con respecto a los restantes. Algunos de
esos esclavos llegaban a tener un bienestar mayor o menor, poseer bienes
muebles e incluso inmuebles, y tener familia (desde luego, con el permiso del dueño
y bajo su protección). Con tales esclavos se llenaban, en esencia, las filas de
los libertos.
Empero, al lado de éstos, existían miles, y decenas de miles,
especialmente en las minas, que se hallaban sometidos a intolerables
condiciones de trabajo. A éstos se aplicaba, en grado mayúsculo, el consejo de
Jenofonte: «Hacerlos entrar en razón mediante el hambre»; los esclavos
recibían alimentos sólo en cantidad que les impedía morirse de hambre. La
pesadez de su trabajo se duplicaba aún por el hecho de que, para impedir que se
escaparan, les ponían grillos.
Una gran cantidad de esclavos era utilizada para el servicio
doméstico. En las familias pudientes, a la cabeza de esta servidumbre, se
hallaba un esclavo-inspector, que a veces gozaba de ilimitada confianza por
parte del amo. Los ricos propietarios de esclavos varones y mujeres salían a la
calle, como regla general, acompañados de esclavos o esclavas; a menudo los
esclavos acompañaban a su dueño en viajes y campañas militares. El esclavo,
puesto como yayo al cuidado de un niño, acompañaba a su pupilo también al
gimnasio y a la escuela, llevando sus enseres. Así y todo, la cantidad de
esclavos domésticos en Atenas jamás alcanzó cifras tan grandes como
posteriormente en Roma. La cantidad de 50 esclavos domésticos ya se consideraba
sumamente grande. Entre éstos hay que anotar por separado a las mujeres
esclavas, ocupadas en hilar y tejer, bajo la supervisión de la dueña y de sus
hijas. La mayor parte de sus trabajos tendía a satisfacer las necesidades de
los miembros de la familia; los excedentes eran vendidos en el mercado. Además
de los esclavos que se utilizaban para el servicio directo del propietario y de
su familia, podía haber en la casa, y a menudo los había, esclavos que conocían
un oficio y que, en tales casos, aportaban al dueño ingresos pecuniarios. De
entre las esclavas se reclutaban flautistas, citaristas, bailarinas y
prostitutas.
Además de los esclavos que habitaban en la misma casa en que
moraban los amos, que trabajaban para el mercado, o que se cedían en arriendo
por plazos cortos, por ejemplo, para los trabajos en el campo o en algunos
talleres, existía en Grecia una categoría de esclavos artesanos y mercaderes
que vivían separados del amo, a quien estaban obligados a pagar una suma determinada;
ostentaban una denominación especial: la de «esclavos que viven separados». Su situación era considerada
privilegiada. Inclusive podían tener sus familias.
Así como había esclavos propiedad de particulares, los había
también del Estado. Como ya dijéramos, tal esclavo se hallaba en mejores
condiciones y gozaba de una mayor independencia que los que eran propiedad
particular. Podía tener domicilio, familia y propiedades. La policía de Atenas
era generalmente reclutada entre los esclavos escitas. Al comienzo, los mismos
vivían en carpas en el ágora ateniense, y posteriormente en los terrenos del areópago.
Estos esclavos habían conservado su indumentaria escita (razón por la cual así
se los llamaba: «escitas»), y estaban armados de dagas cortas y de fustas. El
destacamento de escitas se compuso primero de 300 hombres, número que luego
ascendió hasta 1.200. Había también en Atenas esclavos del Estado que eran
artesanos u obreros, ocupados en los trabajos públicos, tales como la erección de
templos, astilleros, etc. Con frecuencia los esclavos eran utilizados en la
flota como remeros y marineros; a veces, en casos extremos, se los reclutaba
para las filas del ejército, casos en que, en recompensa de su valentía, se les
otorgaba la libertad.
En situación especial se encontraban los esclavos que desempeñaban
funciones de heraldos, escribas, secretarios, contadores. Tales esclavos, por
regla general, eran adscriptos en propiedad a determinadas magistraturas. Estas
categorías se dividían a su vez en dos grupos: servidores inferiores, que
recibían del Estado sólo los alimentos, y servidores superiores, ocupados en el
desempeño de funciones de mayor o menor responsabilidad. Una de tales funciones
llenadas por esclavos del Estado era la de secretario del archivo público; ese
esclavo no sólo cuidaba de las leyes del Estado, sino que también las conocía,
y en los casos en que era necesario estaba en condiciones de suministrar los
informes que se le exigían.
Las obligaciones de carceleros también eran cumplidas en Atenas
por los esclavos. A la orden del colegio de las Once, en cuya jurisdicción se
hallaban las prisiones, esos esclavos ejecutaban las torturas sobre los
recluidos, y uno de ellos llevaba a cabo las penas de muerte.
Cuando alguien infería una ofensa a un esclavo del Estado, éste
apelaba al ciudadano libre bajo cuya protección estaba, quien ocupaba su lugar
ante el tribunal, pues los esclavos del Estado gozaban de una protección
especial establecida por la ley. Cuando el acusado era él, el esclavo del
Estado se presentaba personalmente ante los jueces, y el veredicto era
ejecutado por el Estado.
La liberación de los
esclavos
La manumisión de los esclavos constituía un fenómeno raro. Se
realizaba mediante el pago de un rescate por el propio esclavo, de acuerdo con
el testamento del amo, o en virtud de un acta especial que determinaba la
liberación por su dueño. A veces, en los momentos que ofrecían peligro para la
existencia de la polis, por ejemplo, en los casos de excepcional tensión bélica,
el Estado mismo otorgaba la libertad a los esclavos, con el fin de alistarlos
en calidad de guerreros. En tales oportunidades, los esclavos manumitidos eran
incorporados a las filas de los metecos, pero pagando un impuesto especial de
tres óbolos. Con respecto a su anterior amo, el esclavo, aun ya manumitido,
conservaba una serie de obligaciones de orden material, a veces sólo vitalicias
cesaban con el fallecimiento del amo y otras hereditarias se transmitían para
con los descendientes del amo.
4. La producción artesanal
La explotación del trabajo de los esclavos en las actividades
artesanales se cumplían a lo largo de tres líneas fundamentales: la explotación
directa del esclavo, la entrega del esclavo «en arriendo» a plazos más o menos
prolongados y la autorización de trabajar independientemente a cambio de un
tributo determinable en cada caso, a pagar por el esclavo a su amo.
El pequeño taller
esclavista como forma realizadora de la producción artesanal.
La forma predominante de la producción artesanal en Grecia era el
pequeño taller.
Tales talleres (ergasterios)
existían en todas las ramas de la producción artesanal.
A la cabeza del taller o de los talleres estaba el propietario de
los esclavos, quien tomaba parte por sí mismo en los trabajos, o bien vigilaba
e inspeccionaba el de los esclavos; a veces los talleres quedaban bajo la
dirección de esclavos-inspectores.
Generalmente, los talleres reunían de entre tres o cuatro a diez o
doce esclavos.
Talleres con cantidades mayores de esclavos (como, por ejemplo, la
armería del padre del orador Demóstenes, con sus 32 ó 33 esclavos, y talleres
con cien o más esclavos) eran sumamente raros, y los que conocemos datan
especialmente del siglo IV. El trabajo en esos talleres era realizado con
instrumentos sumamente sencillos. El proceso de la producción en los mismos no
se caracterizaba por una unidad interna basada en la división técnica del
trabajo. Los esclavos trabajaban en esos talleres independientemente unos de
otros, y cada uno de ellos realizaba todas las fases productoras necesarias
para la elaboración del tal o cual objeto. Desde luego, a pesar de todo
existían en los talleres algunos rudimentos de la división del trabajo,
especialmente en las grandes ciudades; pero, por regla general, ello constituía
una excepción o una casualidad; no había rama de la producción artesanal en que
se presentara ninguna especialización estable y determinada de los esclavos.
En la mayoría de los casos que nos son conocidos (los que se
refieren principalmente ya no al siglo V, sino al IV), los talleres y los
esclavos artesanos ocupados en los mismos, constituían tan sólo una parte de
los bienes totales del esclavista. Las inversiones para la organización de tales
talleres y para la compra de materia prima, los gastos para la compra o
arriendo de esclavos y para la adquisición de los primitivos instrumentos, no
agotaban toda la fortuna del rico esclavista. Los beneficios obtenidos en el
comercio o en la industria, por lo general no eran invertidos en ampliar la
producción, sino en toda clase de operaciones crediticias: se transformaban en
capital usurario o se invertían en la compra de tierras.
De esta manera, el propietario de un taller era con frecuencia, al
mismo tiempo, mercader y usurero, y a veces también terrateniente.
Lo expuesto da testimonio de la escala, aun relativamente
moderada, del desarrollo de la producción artesanal en la Grecia del siglo V a.
C. y de su carácter estancado.
Organización del
trabajo en los ergasterios
Las representaciones gráficas de los talleres que acabamos de
describir, que se ven con frecuencia en las pinturas de las ánforas, permiten
aclarar también el equipamiento técnico de algunos ergasterios. En todas esas
imágenes, los talleres griegos surgen ante nosotros con sus instalaciones
técnicas, muy primitivas aún, y con el bajo nivel de la productividad del
trabajo.
La ausencia, casi total, de cualquier recurso mecánico destinado a
hacer más fácil o más rápido el proceso de producción, constituye uno de los
rasgos característicos de la artesanía griega. El empleo mismo del trabajo de
esclavos representaba un freno para el desarrollo de la técnica. La absoluta
falta de interés económico del esclavo por su trabajo, por una parte, y el bajo
precio de la fuerza de trabajo junto a la persecución de la mayor ganancia, por
otra, contribuían a que una serie de instrumentos y herramientas, conocidos
inclusive en la antigüedad más remota, se aplicara tan sólo en casos rarísimos.
El deseo de conseguir la mayor ganancia hacía que los propietarios de esclavos,
que explotaban el trabajo de los mismos en las minas y en las canteras, se
negaran a mejorar las instalaciones, a aplicar las más primitivas poleas para
el levantamiento de las cargas, etc. El ergasterio griego nada tiene de común
con una fábrica. Sólo hace recordar lejanamente a la manufactura, porque no encontramos
en la antigüedad nada de aquello que es característico de la misma: «Al obrero colectivo compuesto de muchos
obreros parciales.»
Algunas veces, los propietarios de esclavos los cedían en
arriendo. El trabajo de tales esclavos era ampliamente aplicado en la minería,
y en menor medida en otras producciones. En algunos casos, el amo ofrecía al
esclavo la posibilidad de tener una economía independiente, con la obligación
de pagar a su dueño una determinada suma. A veces, uno de estos esclavos
alquilaba su trabajo a otro propietario. Con frecuencia, entre los propietarios
de talleres había metecos.
Papel del trabajo
libre en la producción artesanal
El predominio del trabajo de los esclavos, no significaba en
Grecia un total desalojo del de los productores libres. La originalidad de la
producción artesanal griega residía en que, no obstante el gran interés que
tenían algunos Estados, especialmente aquellos en los que escaseaba la tierra
laborable, en el desarrollo de los oficios, los artesanos gozaban ante la
sociedad de un respeto mucho menor que los agricultores, sobre todo en las
ciudades en que dominaba la oligarquía. Sería erróneo pensar que los ciudadanos
de las polis griegas, en particular los atenienses, no se ocupaban en general
de los oficios manuales. Si bien, de acuerdo con las ideas de los antiguos
pensadores que pintaban el cuadro del Estado esclavista ideal, un ciudadano que
gozaba de plenos derechos civiles no tenía que ocuparse en oficios; en cambio,
en la práctica, los atenienses carentes de tierra habían empezado a ocuparse de
la artesanía aun desde la época de Solón.
El gobierno democrático de Atenas del siglo V a. C. estimulaba la
ocupación de los ciudadanos en la artesanía. Tal política era provocada tanto
por la falta o escasez de obreros cualificados como por la necesidad de
proporcionar medios de vida a la población no ocupada en la agricultura. Y
algunas profesiones que requieren cualificación especial y dones naturales, como,
por ejemplo, las de escultor o de arquitecto, y otras, hasta gozaban de mucho
respeto, y ocuparse en ellas no menoscababa en nada la dignidad de ciudadano
con pleno goce de los derechos. En el mundo antiguo predominaban ciertas ideas
según las cuales había oficios que deshonraban en mayor o menor grado a un hombre
libre, y los ciudadanos no se ocupaban en absoluto de ellos.
Se puede advertir, que, en algunas ramas, el hijo, por tradición,
heredaba la profesión del padre. Más no existía en Grecia el círculo gremial
cerrado. Los artesanos libres, por lo común, trabajaban individualmente, sin
unificarse en corporaciones; a menudo eran ayudados por sus familiares: la
esposa y los hijos varones. Y ni bien se presentaba una posibilidad, adquirían esclavos
para cumplir esa ayuda. Por el contrario, un artesano empobrecido se veía
forzado a vender su fuerza de trabajo, con lo que él mismo se transformaba en
obrero asalariado.
Encontramos así obreros libres, asalariados, tanto en los talleres
como en las obras de construcción.
Atenas, centro de la
producción artesanal griega
A partir del siglo VI, Atenas comienza a desempeñar un papel
siempre creciente dentro del sistema de las relaciones económicas de las polis
griegas. El triunfo en las guerras médicas y la organización de la Liga
marítima ateniense van creando una firme base para el florecimiento, tanto
político como económico, de este Estado. Atenas se hace más poderosa como
importadora de cereales y también como mercado de esclavos, pues cereales y
esclavos representaban las mercancías principales y las más imprescindibles
para toda polis. Las obras de construcción emprendidas por Pericles en amplia
escala, la producción de armas que requería permanentemente gran cantidad de
brazos, los diversos oficios que estaban desarrollándose ampliamente en Atenas,
provocaron una constante afluencia en masa de artesanos forasteros, de mercaderes
y de esclavos. En comparación con tal afluencia de extranjeros y esclavos, el
peso específico de los ciudadanos atenienses en la producción artesanal y la
actividad comercial, fue disminuyendo gradualmente.
Hacia finales del siglo V la paga habitual de todos los operarios,
desde el arquitecto hasta el artesano, que tomaban parte en la erección del
Erecteón, era de un dracma diario. La valoración uniforme de todas las
categorías del trabajo de los operarios representa la consecuencia de la débil
diferenciación del propio proceso productivo. La demanda de brazos, habiendo
gran cantidad de esclavos y de artesanos libres sin ocupación, se satisfacía
con facilidad. Anotemos, de paso, que la demanda y la oferta, dentro de los
marcos de la sociedad esclavista, jamás llegaban a niveles excepcionalmente
elevados. El punto de referencia para establecer la citada tasación era el
costo de lo necesario para la manutención de una persona adulta.
Ya hemos dicho que los ciudadanos participaban en la actividad
artesanal en grado considerablemente menor que los metecos. Y a éstos les
convenía trabajar en tal o cual ciudad sólo en los períodos de su florecimiento
económico; ni bien la ciudad en que vivían y trabajaban comenzaba a
experimentar serias dificultades económicas, los artesanos no vacilaban en trasladarse
a otra.
Estela
del zapatero Jantipo, h. 430-420 a. C., Museo Británico
Era completamente natural que tal circunstancia repercutiera de
manera perniciosa sobre la marcha general del desarrollo económico de los
Estados griegos. Para el desarrollo de la pequeña artesanía doméstica no había,
en general, condiciones favorables. Un artesano solitario sólo podía contar con
el mercado local, pues los mercados exteriores eran servidos principalmente por
los talleres que utilizaban, en calidad de fuerza de trabajo, a los esclavos.
La metalurgia
La extracción y elaboración de metales tenían un valor esencial en
la vida económica de Grecia. El hierro
se extraía de la Laconia, de muchas islas del mar Egeo y del litoral
meridional del Ponto Euxino (en
Calibes). La plata era más rara; además del Ática (yacimientos del Laurión) se
extraía de la isla de Chipre, de Sifnos
y del Pangeo[10] (en el sudoeste
de Macedonia).
Más raro aún era el oro, lo cual dio pie a la hipótesis de que la
mayor parte del oro encontrado en abundancia en los sepulcros de Micenas (de
mediados del II milenio a. C.) no era de procedencia local, sino importado,
quizá, del Asia Menor.
En la Grecia del siglo VI propiamente dicho eran conocidos los
yacimientos de oro de la isla de Sifnos.
La investigación realizada en esas minas ha establecido que, a finales del
siglo VI, en su mayor parte estaban inundadas. En el siglo V gozaban de mayor
notoriedad las minas de Tasos y del
Pangeo.
De la escasez de oro en Grecia hablan sus sistemas monetarios,
todos basados no en el oro, sino en la plata.
Se ha conservado un informe según el cual Hierón, tirano de Siracusa,
teniendo necesidad de oro, envió a Grecia a unos hombres, que tras largas búsquedas,
lo encontraron en Corinto.
El descubrimiento de filones o yacimientos de este u otro metal al
parecer ocurría en la mayor parte de los casos en forma casual. La extracción
era iniciada en el sitio en que el mineral se hallaba a flor de superficie, o
cerca de ésta. Para la extracción de plata se practicaban a veces talas y
picadas en los bosques, e incluso se cavaban pozos.
Los trabajos se efectuaban mediante herramientas muy primitivas:
mazos, cuñas, picos y palas. Para la extracción del mineral se abrían en el
suelo galerías de escasa altura (no más de un metro, y a veces menos aún). De
trabajarse veinticuatro horas diarias, sólo era posible avanzar, durante un
mes, diez metros en total.
Esclavos
griegos trabajando en una mina
Junto a las galerías, en el siglo V se comenzaron a abrir también
pozos. La mayor profundidad alcanzada fue de 119 metros. En la actualidad se
han descubierto hasta 2.000 de esas excavaciones. La extracción del mineral se
realizaba con las manos, quebrando los filones del metal y a veces calentando
el filón y enfriándolo con un chorro de agua. En el último caso, la extracción
del mineral se tornaba algo más fácil, porque se abrían grietas. El trabajo en
las angostas y bajas galerías, a la luz mortecina de unos pequeños candiles de
arcilla, con un aire pesado y a gran profundidad, era agotador. Como ya
señaláramos, en las minas trabajaban mayormente los esclavos. La jornada de
trabajo era extraordinariamente intensa, sin descanso regular. Según el
testimonio de Jenofonte, los esclavos que trabajaban en los pozos de minas tenían
tan sólo cinco días de descanso por año.
El mineral llevado hasta la superficie era desmenuzado en morteros
y molinos manuales; luego se lavaba en recipientes especiales y finalmente,
previa calcinación, era dirigido a los hornos de fundición. En el Laurión, la
plata se extraía de la mina durante el proceso de fundición, en el cual se
eliminaban también los otros agregados naturales al metal. La plata fundida en
los hornos se colaba formando lingotes. Probablemente, dichos hornos eran pequeños,
pero nada podemos afirmar al respecto, pues nada ha llegado sobre esto hasta nuestros
tiempos. La madera para la combustión debía traerse desde otras regiones, pues
el Laurión había sido talado muy tempranamente.
Los yacimientos del Laurión pertenecían al Estado, el que
explotaba directamente una parte de ellos, cediendo otra en arriendo. Para éste
eran principalmente admitidos los ciudadanos, y sólo en casos excepcionales
metecos que habían obtenido la isotelia. Por lo general, el arriendo era a
corto plazo: los yacimientos en marcha por tres años, y los filones que aún no
eran explotados y que requerían reconocimientos e instalación de un sistema de
pozos y galerías, probablemente por diez años. En las minas de muchos
arrendatarios trabajaban cerca de 20.000 esclavos. El Estado cedía en arriendo
los yacimientos sólo sobre pequeños lotes de tierra, y cuando los trabajos
requerían su ampliación, los arrendatarios debían adquirir (pagando, desde luego)
al Estado los lotes contiguos, que eran igualmente pequeños. La materia prima
que salía de esos yacimientos era vendida por los arrendatarios, ya en los
mercados, ya en el mismo sitio a los mercaderes.
El tratamiento del metal se realizaba a mano; al parecer, la
fundición, la colada. Para dar forma a estos objetos, se usaba una maquinaria
especial cuya construcción no es desconocida. El invento de la misma se
atribuía al arquitecto Teodoros, de Samos.
El hierro era fundamentalmente empleado para forjar las armas y
los instrumentos de trabajo. Una rama importante de la producción metalúrgica
era el acuñamiento de monedas. Los metales de color se destinaban a la
preparación de la vajilla doméstica y de ornamentos. Son conocidas las vajillas
metálicas y copas de plata y de oro, sin hablar ya de brazaletes, anillos, telas
entretejidas con hebras de oro, coronas de oro, etc.
En el ámbito del tratamiento de los metales, la especialización en
el oficio se hallaba ya bastante desarrollada; en las obras de autores de la
antigüedad encontramos menciones de cuchilleros, armeros, orfebres, etc. Los
ingresos de los talleres que se ocupaban del trabajo en metales eran bastante
considerables. El conocido hombre de fortuna del siglo IV, Pasión, por ejemplo,
había cedido en arriendo a un esclavo suyo manumitido, un taller de escudos por
la paga de un talento anual, y dicho taller daba una ganancia neta de cien
minas. La cuchillería del padre de Demóstenes daba treinta minas de beneficio
limpio. No conocemos las condiciones del trabajo de los esclavos en los
talleres, pero puede decirse, con seguridad, que aun cuando hubiera sido menos
severo y agotador que en las minas, a pesar de todo reinaba la más absoluta arbitrariedad
y los esclavos sufrían el tratamiento más cruel; también la jornada era extraordinariamente
larga.
La producción de
cerámica
La producción de cerámica era una rama no menos importante de la
producción artesanal ateniense. Ya en el siglo VI a. C. se había desarrollado
en gran manera, hasta el punto de superar la producción análoga de otras
ciudades griegas. La existencia de un demos de «calderero» (ceramista), la
denominación de Cerámico dada al barrio artesano de la ciudad de Atenas, señalan
que la confección de vajilla artística y común desempeñaba gran papel en la
economía ateniense. Ya en el siglo VI existían en Atenas grandes talleres de
cerámica que utilizaban el trabajo de esclavos. La existencia de esta clase de
talleres queda testimoniada por la triple firma puesta sobre ánforas que han llegado
hasta nuestros tiempos: del propietario del taller, del alfarero y del artista
que ejecutaba las pinturas sobre el jarrón; en algunos casos, hay solamente dos
firmas: la del propietario y la del pintor.
Entre los alfareros atenienses de la segunda mitad del siglo VI se
encuentran no pocos que llevaban nombres no griegos; por ejemplo, Amasis, Colco, Taleido, etc.,
nombres que indican el origen de los operarios. En cuanto a firmas tales como
«pintó un Lidio», o «pintó un escita», pertenecían al parecer a artistas
esclavos. Hay una suposición según la cual el conocido pintor ceramista del
siglo V, Epicteto, era un esclavo.
Otro artista célebre, Duris, era al
parecer, un meteco.
Entrada de Heracles en el Olimpo (rodeado de Atenea
y de Poseidón). Olpe ático de figuras negras de Amasis, 550-530 a. C.
Dioniso y dos ménades
con una liebre. Inscripción:
ΔΙΟΝVSOS ("Dionysos"), AMASIS MEΠOIESEN ("Amasis me hizo").
Cabinet des médailles de la Bibliothèque nationale
de France, Paris. Cabinet des médailles de la
Biblioteca Nacional de París.
Merced a la gran cantidad de imágenes en los recipientes
conservados hasta nuestros tiempos, se hizo posible seguir con precisión el
proceso del trabajo en los talleres ceramistas.
Sobre una de las ánforas, por ejemplo, el pintor expuso el proceso
de extracción de la arcilla; sobre otro, una hidria (cántaro para agua), con
pinturas negras, el pintor representó escenas de todas las etapas básicas del
trabajo; la formación del jarrón en el platillo circular giratorio que era
movido a mano, la revisión de las ánforas listas; en otra pintura vemos a un
joven que se lleva un jarrón que acaba de ser hecho; al lado de una columna,
empuñando un bastón, hay parado un anciano, dueño o capataz, que está vigilando
el trabajo; delante del mismo se ve un esclavo que lleva a cuestas una pesada
carga de carbón de leña; otro esclavo está encendiendo el fuego en un horno.
Encima del horno, para calcinar y templar los jarrones, se ve el mascarón de un
sátiro que otrora tuviera significado mágico, pues, según las creencias de los
griegos, servía de protección para las vasijas contra los malos espíritus y
contra el mal de ojo.
Arquero escita, tondo de un plato de figuras rojas
de Epicteto, ca. 520 a. C–500 a. C., Museo Británico
Entre los distintos talleres y sus respectivos propietarios
existía la más encarnizada competencia. Trabajando, literalmente, codo con
codo, los alfareros atenienses se conocían perfectamente uno al otro, y con
frecuencia recurrían a los más diversos artificios y astucias para denigrar la
producción del vecino y ensalzar la propia. Ha llegado hasta nuestros tiempos una
curiosa inscripción en uno de los jarrones: «Este jarrón lo hizo Eutímides, jamás hubiera podido hacerlo Eufronio».
Esta original publicidad de sus productos, ideada para denigrar al competidor,
es sumamente característica.
Tanto en la producción cerámica corno en la metalúrgica, la unidad
económica dirigente era el taller, que aprovechaba la labor de los esclavos. De
entre los alfareros anónimos de esos talleres se destacaban ante todo los
especialistas pintores. En algunas oportunidades se invitaba a trabajar en un
taller a pintores de renombre, ciudadanos o metecos. Esto de atraer a un taller
a un célebre pintor representaba, desde luego, muchas ventajas, y quizá por
esto mismo los nombres de pintores destacados (por ejemplo, tales como Epicteto
o Duris) se encuentran en jarrones salidos de distintos talleres.
Evidentemente, dichos pintores trabajaban en esos talleres alternativamente.
Los productos de cerámica eran exportados ampliamente. Esta rama
de la producción desempeñaba un gran
papel en la economía de Atenas. Al lado de los productos que se distinguían por
sus cualidades altamente artísticas y por la finura de la confección, en Atenas
era producida la cerámica al por mayor, trabajada grosera, toscamente, sin
revestimiento ni pintura, que servía
para satisfacer las necesidades de la gente pobre del lugar; se producían
también tejas para techar edificios, y envases para servir de tara, de peso
muerto, en el transporte de ciertas y determinadas mercancías.
Duris: Peleo levantando a Tetis, medallón de copa
de la Fase IV, borde de doble meandro, Cabinet des médailles
La producción textil
A diferencia de la producción cerámica y metalúrgica, las que,
casi desde el mismo momento en que surgieron, se destacaron como oficios
independientes, la hilandería y la tejeduría fueron, en lo fundamental, ramas
de la producción doméstica, también en el siglo V a. C. La labor femenina en
esta producción seguía siendo la predominante, aun cuando no la exclusiva. Del tejer
y del hilar se ocupaban tanto las mujeres de las familias indigentes, con el
fin de llevar al mercado un trozo de tela o un ovillo de hilo, como las armas
de casa ricas, rodeadas de hijas y de esclavas. Según dice Platón, la mujer es
dueña de la lanzadera y del huso. Con frecuencia, cuando fallecía una mujer se ponía en su
sepulcro el huso, como en la de un guerrero se ponía la espada y las flechas.
Mujer
hilando, enócoe del Pintor de Brygos, hacia 490 a. C. Museo Británico
En primer lugar, esta producción estaba destinada a satisfacer las
necesidades de la familia, y sólo los excedentes se llevaban al mercado. Por
las manos de las mujeres tejedoras e hilanderas pasaba la totalidad del proceso
productivo, desde el esquile de las ovejas hasta la costura de los vestidos; y
sólo el teñido de los hilos o de la tela constituía un proceso aparte en el que
estaban ocupados los varones.
Entre la materia prima que sufría transformaciones en la
producción, el mayor valor entre los griegos lo tenía la lana. Los tejidos de
lino estaban difundidos en menor cantidad, por lo menos en el período temprano.
Así y todo, a partir del siglo VI ya entraron en uso en el Ática, al lado de los
anteriores vestidos de lana, también túnicas femeninas de lino. La seda aparece
sólo en tiempos posteriores, y su uso es limitado.
La lana era por excelencia el material viril,
motivo suficiente para que su prestigio y adoración no tuvieran competencia.
Desde luego, era “culta”: casi todos los filósofos no vestían sino mantos de
lana; Sócrates, el más ecologista, tenía a mal incluso que la lana se tiñera.
¿Respetable? Augusto se erigió en ejemplo de virtud entre otros motivos porque
limitaba su guardarropa a prendas de lana tejidas en bajo su propio techo.
Por último, la lana constituía el único
material en cierta medida impermeable de que disponían nuestros antepasados. Si
se hila con mucho pelo y se le permite mantener una gran parte de su aceite
natural (lanolina), la lana, por su propia estructura ensortijada, forma
cámaras de aire que además de repeler el agua actúan como un termostato. En
este sentido debe entenderse la siguiente explicación de Plutarco:
"Parece
que los vestidos dan calor al hombre, no porque en realidad no calienten, ya
que los vestidos en sí mismos son fríos (por esa razón, muchas veces, las
personas que sienten calor o tienen fiebre cambian unos vestidos por otros),
sino que el calor que el hombre despide de su propio cuerpo es guardado y
mantenido por el vestido que rodea el cuerpo, y así no le permite que se
disperse de nuevo".
El lino y la influencia jónica. El lino ingresó en la rústica civilización doria como un nuevo y raro artículo de lujo, cuyo consumo fue tempranamente limitado por Solón. También entraron en la casta civilización grecolatina, por medio de los géneros más sutiles, las transparencias en el vestir, muy del gusto de las mujeres y recelo principal de la mojigatería masculina.
Lino se ha encontrado en la Argólida, datado
2400-2000 a.C., importación de los colonos procedentes de Egipto y Asia Menor;
en este último lugar su datación alcanza los 6000 años (Chatal Hüyük). En
Grecia se aclimató sin dificultad en distintas regiones: Tracia, Macedonia,
Acaya, y algunas islas como Creta, Chipre y Amorgos. Sin embargo, el centro
productor más justamente famoso fue Alejandría.
La moda de los vestidos de lino comenzaría a
finales del siglo VI a.C. en Atenas con la asimilación de la cultura jonia,
influencia de profunda repercusión en todas las disciplinas artísticas (se introduce
el orden jónico en una cella del Partenón), y que Onians explica como fruto de
la alianza entre Atenas y Jonia para aunar fuerzas militares:
"La
influencia jonia, o mejor dicho egea, sólo aparece en Atenas realmente a
finales del siglo VI a.C. con la introducción paulatina del mármol tanto en la
arquitectura como en la escultura, y con el préstamo de motivos tales como el
chitón jónico, que sustituyó al sencillo peplo dórico en la tipología de
escultura femenina erguida. Tras las guerras Médicas, cuando los atenienses y
su flota se vieron en situación de dirigir la ofensiva egea contra los
bárbaros, aún tuvieron ciertos reparos para identificarse con los jonios. Quizá
podamos clasificar así la inclusión de elementos jónicos en el Partenón,
iniciado en el 448 a.C., pero hemos de decir que éstos ocupan posiciones
secundarias (...) Sólo cuando el liderazgo ateniense estuvo amenazado y Atenas
se vio dirigiendo a sus apáticos aliados jonios contra los dorios, los
atenienses utilizaron el arte para declarar abiertamente sus vínculos con los
jonios. Gracias a falseamientos genealógicos, afirmaron que Erecteo, rey del
Ática, fue el abuelo de Ion, el antepasado de los jonios".
Sin embargo, acerca del vestido jonio Herodoto
redactó su propia versión y harto más divertida: al parecer, luego de una
guerra entre Atenas y Egina cuya fecha ignoramos, quizás el año 485 a.C., los
eginetas obtuvieron una victoria tan aplastante que murieron todos los
atenienses menos uno, el infortunado que se acercó a Atenas y anunció el
desastre; en cuanto escucharon esta noticia, las mujeres de los soldados
fallecidos se dejaron llevar por la histeria y se abalanzaron sobre el
superviviente y lo acribillaron con los alfileres de sus vestidos; los
atenienses consideraron que la carnicería de las mujeres era peor que la
derrota y, a falta de resolución sobre qué castigo imponerles, les obligaron a
abandonar su vestido habitual por el de Jonia, esto es, sustituir el
tradicional vestido dorio de lana prendido desde los hombros con alfileres, por
la túnica de lino que no los precisaba.
Según Abrahams, el vestido dorio se tejía con
lana y su túnica recibía el nombre de peplo; la túnica de lino, el de chitón.
El lío terminológico se complica porque chitón fue originalmente la palabra
para designar el lino, la fibra y el tejido de lino, pero con el tiempo terminó
denominando la túnica realizada con dicho tejido y por fin cualquier túnica.
Además, ambos vestidos o túnicas -o simplemente tejidos, de lana y lino-
llegaron a combinarse del mismo modo que el orden jónico arquitectónico terminó
mezclándose con los órdenes dórico o corintio.
Con el desarrollo de la vida urbana y del intercambio comercial,
la producción casera, doméstica, fue resultando insuficiente. Fuera de unos
pequeños artesanos libres que trabajaban para el mercado, con el fin como se
expresaba un poeta de la antigüedad de «no
morir de hambre», fueron apareciendo en cantidad creciente talleres
textiles en los que trabajaban esclavos y esclavas.
Las inscripciones atenienses han conservado los nombres de gran
cantidad de libertos ocupados en la tejeduría y en la hilandería. A veces,
también los ciudadanos libres conseguían medios de vida ocupándose de la
artesanía textil. Tal fue el recurso de cierto Aristarco: por consejo de Sócrates,
aprovechó la llegada a su casa, desde el Pireo, de unas parientas pobres,
ofreciéndoles que se ocuparan de esos dos oficios. En otras polis griegas encontramos
a esclavos y esclavas, especialistas en confeccionar costosos y abigarrados
tejidos, y que trabajaban exclusivamente para el mercado. Los talleres en que
se aplicaba el trabajo de esclavos, producían capas para varones que tenían
difusión en toda Grecia. Además de los talleres ocupados propiamente de
tejeduría e hilandería, existían también en Atenas talleres bataneros de paños,
en los que trabajaban, con preferencia, varones. Megara, Corinto y Egina eran
célebres por la confección de vestidos para la clase pobre y para esclavos;
Mileto, Chipre y Quíos tenían fama de productores de tejidos caros, de vestidos
y de alfombras; Siracusa producía tejidos multicolores de lana siciliana.
El peplo
era la prenda femenina más extendida entre las mujeres de la antigua Grecia.
Existían dos tipos de peplo:
-Peplo dórico, tejido de lana de forma
rectangular con un pliegue inicial llamado apotygma, que quedaba sobre pecho y
espalda de forma que hacía una sobrefalda. Se sujetaba por los hombros con unas
fíbulas, y por la cintura con un cinturón. Con el paso de los años las telas se
fueron decorando con ornamentos y cenefas varias.
-Peplo jónico o quitón, tela de lino y más elaborado que el anterior, era el que llevaban las mujeres de clase social más alta. El trozo de tela era más larga por lo que se tenía que ajustar con dos cinturones, además de las típicas fíbulas. Los cinturones servían para alargar o acortar el vestido según el gusto de la dama.
El himatión
era un manto amplio y envolvente, una especie de chal. Se llevaba sobre el
propio cuerpo o más habitualmente, encima de un quitón.
Se envolvía
o enrollaba sobre un hombro y no constaba de una atadura o fijación, a
diferencia de la clámide.
Cuando el
himatión se llevaba sólo (sin quitón) y servía tanto como quitón y como manto,
se le llamaba aquitón.
Los trabajos de
construcción de edificios
La erección de templos, de edificios públicos y de obras de
defensa en Atenas solían ser decretadas por la asamblea popular, la cual creaba
en todos los casos una comisión especial de funcionarios, para vigilar la
marcha de tales o cuales obras. En las
obligaciones de los miembros de tales comisiones (llamados epístatas) entraba
la redacción y la firma de los contratos
que se celebraban con los subarrendatarios. Un arquitecto, basándose en la
disposición de la asamblea, componía el plan de la obra, en el cual entraban
los diseños, los dibujos, como también la descripción detallada del trabajo
proyectado para ser ejecutado.
Entre los edificios, hay que distinguir la edificación de casas
particulares, ejecutadas por sus propietarios por propia cuenta, y la
construcción de templos privados, que pertenecían a las hermandades religiosas.
Como materiales básicos de construcción se usaban el granito, la
piedra caliza y el mármol, los cuales eran adquiridos por el Estado a través de
los epístatas citados y, en casos aislados, se cedía en arriendo su adquisición
a personas aisladas, incluyendo el acarreo. El granito necesario para las obras
era traído de las canteras, que eran propiedad del Estado o de particulares.
Los trabajos de construcción atraían una gran cantidad de ciudadanos libres
como de metecos y esclavos.
El florecimiento de la edificación en Atenas corresponde a la
época de Pericles, cuando se desenvolvió una amplia actividad edificadora,
tanto para la fortificación de la ciudad, por medio de la equipación y
reconstrucción del Pireo, como para la erección de edificios del culto.
Esta clase de trabajos públicos era realizada por el Estado,
guiando directamente las tareas o cediéndolas en arriendo, en subastas
públicas. En el último caso, la responsabilidad por la obra era cargada
íntegramente sobre los contratistas. Los trabajos se cedían en arriendo simultáneamente
a varios contratistas; y eran aceptados sobre bases iguales, también por metecos
y por ciudadanos libres.
Las construcciones
navales
En relación directa con el crecimiento del poderío político y
militar de Atenas, había adquirido gran valor y significado la construcción
naval. Hacia el comienzo de la guerra del Peloponeso, Atenas disponía de 300
trieres, sin contar la flota aliada de Lesbos y Quíos. La construcción de una
triere era costosa, término medio, cerca de un talento ático. La madera para las
construcciones navales se importaba a Atenas desde la Macedonia, la Calcídica,
la Italia meridional, el Asia Menor y el Ponto. Era el Estado quien entendía en
las grandes obras de construcción y equipamiento de las naves. En los
astilleros trabajaban esclavos, tanto del Estado como privados, pero la
dirección de los trabajos y el cumplimiento de las operaciones de mayor responsabilidad
eran encomendados a los especialistas en construcciones navales, que eran ciudadanos
o metecos.
En el desarrollo de la construcción de naves, la asamblea popular
desempeñó un papel igual al que cumplió en otras obras de significado nacional.
Cada vez que se inauguraba una obra, la asamblea elegía una comisión para que
se ocupara de los correspondientes trabajos, compuesta de un tesorero y de
inspectores de astilleros. La asamblea popular determinaba también la cantidad
de trieres y de tetreres (barcos con tres y cuatro filas de remeros,
respectivamente), cuya construcción estaba proyectada para el año que corría.
La propia construcción de los cuerpos de las naves se cedía, por regla general,
a concesionarios, en subastas públicas; y el equipamiento y aparejamiento de
las mismas eran efectivizados por el propio Estado.
El puerto y los astilleros que, en tiempos anteriores, se hallaban
fuera de los límites de la ciudad de Atenas, fueron incluidos, tras la erección
de los Largos Muros en el siglo V, dentro de los límites de la ciudad. El Pireo
quedó orgánicamente ligado con el resto de Atenas, y su rada, profunda y
amplia, quedó convertida en principal puerto ateniense, simultáneamente militar
y comercial.
Otros dos puertos atenienses Zea y Muniquia servían de apostaderos
para barcos de guerra solamente. En ambos puertos había cobertizos para recibir
buques. En el siglo IV fue construido un depósito para guardar los aparejos y
otros implementos de las naves.
La técnica de la construcción de puertos, embarcaderos, astilleros
y nuevos barcos fue desarrollándose a la par del crecimiento del poderío
económico y político de Atenas. Se multiplicó la cantidad de los cobertizos y
los tipos de naves de guerra y mercantes se hicieron más diferenciados entre
sí. Las naves de guerra se dividieron ya en dos clases: la primera comprendía a
las naves propiamente dichas que daban cabida solamente a la tripulación estrictamente
normalizada; la segunda comprendía naves de transporte destinadas a llevar destacamentos
de desembarco, caballos, víveres y otros materiales. Las naves de guerra provistas
de velamen podían ser puestas en movimiento también por el trabajo de los
remeros, mientras que las naves de transporte y los buques mercantes eran, en
lo fundamental, buques a vela y requerían tripulaciones insignificantes.
5. Desarrollo de la producción e
intercambio de mercancías en el siglo V a. C.
La importancia del desarrollo de la producción e intercambio de
mercancías en Grecia durante el siglo V a. C. no admite lugar a dudas. Como en
todas partes ese desarrollo en la Grecia de la antigüedad estuvo orgánicamente
ligado con el nivel del desarrollo de las fuerzas productivas y con las
correspondientes relaciones de producción, que presuponían ya la aparición de
la propiedad privada, el crecimiento de la división social del trabajo, la
separación del trabajo agrario de los oficios manuales y el desarrollo de la
esclavitud. Engels anota que el desarrollo de este proceso se hace
evidentemente en tiempos muy tempranos: «Hasta
donde alcanza la historia escrita...».
Desgraciadamente, en lo que atañe a las particularidades y formas
de la producción e intercambio de mercancías durante la antigua época
esclavista, no puede considerarse como suficientemente estudiado en la
historiografía soviética. Si bien estos problemas, indudablemente muy
importantes, de la historia antigua, se hallaron siempre dentro del campo visual
de los investigadores soviéticos, su estudio no asumió aún un carácter tan
profundo como merece. Más todavía: el papel de la producción e intercambio de
mercancías en la vida económica de toda la Grecia antigua es abiertamente
subestimado por muchos investigadores soviéticos en una serie de casos. Pero es
el hecho que, después de las guerras greco-persas, el desarrollo de esos
fenómenos en la vida económica de toda la sociedad griega dio un considerable
paso adelante en comparación con la época precedente, y el peso específico de
los giros comerciales creció inconmensurablemente. Fueron surgiendo en la
Grecia balcánica nuevos centros económicos, cuyos giros comerciales alcanzaron
escalas jamás vistas en aquellos tiempos. Y Atenas fue transformándose precisamente
en uno de esos centros, mejor dicho, en el centro más grande de todo el mundo
helénico de aquel entonces. A mediados del siglo V el Pireo se convirtió en el
puerto comercial más grande de todo el mar Egeo, y en la época de Pericles se
transformó en el centro del comercio de toda la cuenca del Mediterráneo. Las avenidas
costaneras del Pireo, de la parte mercante, que era la oriental, estaban
atestadas de depósitos; los de cereales se encontraban en el linde de las
partes militares y mercante de ese puerto. Un poco más lejos estaba situada la
plaza comercial del Pireo, con los negocios, las oficinas de los banqueros y
las mesas de los cambistas. Adyacente al Pireo había un emporio delimitado que
era el lugar para la descarga de mercancías. Todo lo que se descargaba fuera de
ese sitio era considerado contrabando. Más allá de este emporio comenzaba la
ciudad propiamente dicha. En su parte central, durante los siglos V y IV,
residían los propietarios de los barcos, los mercaderes, los grandes usureros,
los empresarios, etc., y en las periferias, los remeros, los cargadores y otros
cuyas actividades estaban vinculadas con el mar. A través del Pireo se
efectuaba la exportación de aceite de oliva, vino, miel, mármol, plomo, plata proveniente
de los yacimientos del Laurión, lana, objetos metálicos, cerámicas, etc.
Durante el siglo V se daban cita en el Pireo las naves de casi
todo el Mediterráneo. Allí desembarcaban los cereales de Egipto, de Sicilia y
del Bósforo, el pescado del mar Negro, ganado, cueros, lana de Mileto,
alfombras de Persia y de Cartago, óleos aromáticos de Arabia, bronce y calzado
de Etruria, telas de lino, papiros de Egipto, cobre de Eubea y de Chipre, brea,
cáñamo, maderas de Macedonia y Tracia para construcciones navales, cera,
maderas del Cáucaso y de Iliria, minio de Quíos, etc. Y a este mismo puerto era
traídos los esclavos.
Gran parte de estas mercancías estaban destinadas no a los
consumidores atenienses, sino que allí se revendían y trasladaban a otros
barcos para ser enviados más lejos, a otras ciudades y diferentes países. El
giro global del Pireo, hacia comienzos de la guerra del Peloponeso, era gravado
por derechos aduaneros que alcanzaban la cantidad de 37 a 48 talentos anuales,
lo cual para aquellos tiempos era una suma exorbitante.
Las vías marítimas septentrionales llevaban desde el Pireo hacia
la Calcídica, Tracia, la Propóntide y el Ponto; las orientales conducían a
Quíos, Lesbos y los puertos del Asia Menor; las meridionales, a través de
Delos, a Samos o a través de Paros y Naxos, a Rodas, y de allí hacia Chipre,
Fenicia, Egipto y la Cirenaica; las vías occidentales se dirigían a Italia,
Sicilia y más hacia el Oeste.
Buscando puntos de apoyo para el comercio, los atenienses
procuraban fundar factorías en todas partes. Así lograron firmarse en las
costas de la Calcídica, en Potídea, en Olinto y en Anfípolis, fundada por ellos
mismos. Lucharon por la posesión de las minas del Pangeo, hasta la subida al
trono de Filipo II de Macedonia. Este mismo país constituía para ellos un gran
mercado proveedor de materias primas (madera para la construcción de barcos) y pescado
tracio.
Desde tiempos muy tempranos, los atenienses tendieron también
hacia el Ponto. Habían fundado cleruquías en el Quersoneso tracio y en la costa
meridional del Ponto, en Sínope y en Amisos. Igualmente habían quedado bajo la
influencia ateniense las ciudades griegas del litoral occidental y
septentrional del mar Negro.
Como hemos dicho más arriba, en el Occidente los atenienses habían
fundado Turios. Al mismo tiempo, habían cerrado trato con Segesta, Leontini y
Región.
Todas estas ciudades, según lo proyectado por los atenienses,
debían desempeñar el papel de puntos de apoyo para el ulterior desarrollo de
sus actividades comerciales en el occidente griego. Hay que subrayar, empero,
que precisamente en el Occidente, Atenas tropezó con su rival más fuerte y
peligroso:
Corinto. La lucha contra él constituyó, como es sabido, una de las causas
de importancia de aquel gran conflicto que entró en la historia con la
denominación de guerra del Peloponeso.
Comercio interior
El comercio interior estaba circunscripto en el siglo V
principalmente a operaciones en tierra firme. Dada la escasa extensión de los
territorios de las polis griegas, toda salida al mar en barco equivalía a salir
fuera de las fronteras del país.
El comercio terrestre, por decirlo así, quedaba generalmente
delimitado por las fronteras de un solo Estado. El carácter montañoso de la
región, las constantes guerras que las polis griegas sostenían entre sí, la
falta de desarrollo de vías terrestres de comunicación y, por lo mismo, el alto
costo del transporte de mercancías por tierra, la ausencia casi completa de
ríos navegables, más la simultánea abundancia de cómodas vías de comunicación
marítima, eran las condiciones que hicieron imposible un desarrollo más o menos
considerable del comercio interior.
Finalmente, la sociedad esclavista, como tal, sólo podía
desarrollarse y existir contando con una amplia red de ciudades-colonias
limítrofes con las tribus locales, desde las cuales se las proveía de los
productos básicos: los esclavos. Asimismo, constantemente se hacía sentir la
escasez de cereales en la Grecia central, donde nunca alcanzaban a abastecer a
la población, lo cual hacía necesario proveerse de ellos en Sicilia, Egipto y
el Ponto. Todo esto estimulaba el desarrollo del comercio exterior.
Para el buen funcionamiento del comercio interior se necesitaba,
antes que nada, una red de caminos transitables. Y la preocupación por tales
caminos sólo se ponía de manifiesto en los Estados tan desarrollados como
Atenas. Las vías atenienses satisfacían simultáneamente las necesidades
comerciales y militares. Dos de ellas unían al Pireo con Atenas; una, trazada
dentro de los Largos Muros, y la otra, bordeada en toda su extensión por
olivos, llegaba a las puertas atenienses. Había otras tres carreteras que
terminaban en las fronteras de Beocia: una iba desde Eleusis hasta Platea, otra
desde Atenas hasta Tebas, y la tercera desde Atenas hasta la ciudad limítrofe
de Oropos. La poca extensión de estas vías indica el reducido desarrollo del
comercio interior terrestre. Había, en general, pocos caminos, los que, además,
eran bastante incómodos y mantenidos en mal estado. Las carretas de cuatro
ruedas que se utilizaban para el transporte de cargas no podían, ni mucho
menos, pasar en todas partes; además, la falta de bueyes en el Ática (había que
adquirirlos en Beocia) dificultaba el uso de esas carretas. Por tales razones,
la forma habitual de transportar cargas era de largas caravanas de asnos o
mulos, conducidas por arrieros.
Los gastos para el transporte terrestre eran muy grandes; llegaban
a veces hasta la mitad del costo de las mismas cargas; el transporte marítimo
resultaba, desde luego, incomparablemente más barato.
Del comercio interior se ocupaban mayormente los pequeños
acaparadores y los mercaderes ambulantes. Estos últimos caminaban a pie, al
lado de sus acémilas cargadas, o distribuían su mercadería llevándola a
cuestas.
Comerciaban preferentemente con vituallas, productos de cacería,
pequeños enseres domésticos, vestidos, flores, etc. Además de ellos, había
también tenderos establecidos en las plazas comerciales. Al lado de algunas de
sus tiendas se instalaban a veces pequeños talleres. Los dueños de dichas
tiendas vendían tanto productos confeccionados en esos talleres, como los que
adquirían a otros mercaderes artesanos.
En las plazas destinadas al comercio se vendían también productos
agropecuarios: cereales, panes horneados, hortalizas y verduras, frutas,
pescados y toda clase de objetos, atenienses e importados, así como ganados y
esclavos. A cada especie de mercadería le estaba destinado un lugar especial.
La mercancía se colocaba al aire libre o en carpas improvisadas a la ligera. En
las ciudades en las que el giro comercial era grande, el Estado, según parece,
construía, por cuenta propia, galerías techadas para el comercio. A propuesta
de Pericles, en el Pireo se construyó una galería destinada al comercio de
harina.
Acudían también al mercado los esclavos «que vivían separados» de
sus dueños, con el fin de vender sus productos; los artesanos libres que
trabajaban individualmente, por su propia cuenta, quienes vendían vajilla,
armas, lana; y campesinos con hortalizas y cereales. Allí mismo eran vendidas
las mercancías confeccionadas en los talleres, grandes y pequeños, en que trabajaban
esclavos. Los mercados de las grandes ciudades comerciales eran frecuentados no
sólo por gentes de la ciudad y de las aldeas, sino también por extranjeros
llegados de lejanas y cercanas regiones.
Además de los mercados en que el comercio al detalle se efectuaba
cotidianamente, se organizaban, al lado de los grandes santuarios, o durante
las fiestas, ferias especiales que atraían a vendedores y compradores de gran
número de ciudades griegas. La inviolabilidad de los templos y la costumbre de
hacer las paces durante las fiestas panhelénicas garantizaban a los mercaderes
la seguridad durante sus viajes. Entre esas ferias gozaba de gran popularidad
la que tenía lugar en Delfos.
La vigilancia general del comercio en los mercados estaba
encomendada en las ciudades griegas, a funcionarios especiales llamados
agoránomoi, los que debían percibir el impuesto establecido para las ferias y
velar por el orden, poner fin a los malentendidos que surgían durante la
concertación de algunos negocios, etc. Los agoránomoi tenían también derecho a imponer
multas u otros castigos, por mala fe en pesos y medidas, por falsificación, por
mala calidad de la mercancía, etc.
El comercio de cereales en Atenas estaba bajo la vigilancia de
otros funcionarios, los sitofílaques (cuidadores de cereales), de los que había
cinco en Atenas y cinco en el Pireo. En las otras ciudades, en las que la
cuestión de la provisión de cereales no era tan aguda como en el Ática, estas
obligaciones se encomendaban a los agoránomoi.
Para vigilar los pesos y medidas, la asamblea popular elegía
funcionarios llamados metrónomoi.
Desarrollo del
capital usurario
Un personaje imprescindible en todo mercado era el trapezita (el cambista). La variedad de
monedas, la diversidad de valores y las oscilaciones en el acuñamiento crearon
la necesidad de cambiar unas monedas por otras. Por el cambio del dinero, los
cambistas cobraban cierta suma, a veces bastante considerable. La venta y
reventa de moneda foránea y el cambio de ésta por la local fueron inicialmente
las operaciones básicas de los trapezitas.
El cambio de monedas de las diversas ciudades debió cobrar real
importancia con la ampliación del comercio exterior. Cada nueva región incluida
en el sistema del comercio común, volcaba al mercado su propia moneda, con lo
cual se complicó la actividad de los cambistas, quienes debían estar al tanto
de todos los sistemas monetarios, saber distinguir la calidad de cada moneda,
ver claramente la correlación de los diversos sistemas. El pago y el cobro de
dinero en tales circunstancias crecieron hasta convertirse en una
complicadísima operación. Como resultado de todo ello, los trapezitas fueron
transformándose gradualmente, de simples cambistas, en intermediarios en las
transacciones comerciales, y se convirtieron en una especie de «banqueros» sui
generis, que recibían depósitos y efectuaban los cálculos necesarios.
Hicieron su aparición las operaciones sin dinero en efectivo, en
que prolongadas disputas y transacciones junto a las mesas de los cambistas
eran reemplazadas por órdenes verbales y personales del depositante acerca del
traspaso de dinero de su cuenta a la de otro, o acerca del pago de dinero en
efectivo a la persona o al trapezita señalado por aquél. De aquí que surgiera para
los trapezitas la necesidad de introducir cuentas personales para cada
depositante. Tales operaciones aparecieron en el siglo V a. C., pero su
desarrollo concierne principalmente al siglo IV.
Además de los trapezitas, el mismo papel, sino mayor aún, en las
operaciones financieras, era desempeñado por los grandes centros en torno de
los templos importantes, administrados por los anfictiones. A los templos afluían, en forma de dádivas y presentes, enormes recursos pecuniarios.
Las riquezas de los templos aumentaban más aún mediante el arrendamiento de sus
propiedades territoriales, del cobro de multas en dinero y de préstamos. Los
dineros de estas últimas operaciones alcanzaban a veces grandes dimensiones. La
inviolabilidad de los templos determinó que se les entregara, para guardarlo,
el dinero no sólo de poseedores privados, sino el del Estado. Una cantidad de
polis se convirtieron así en deudores de los templos, y otra de grandes
esclavistas, políticamente influyentes, fueron sus depositantes.
Comercio exterior
Como ya hemos señalado, el comercio marítimo era vitalmente
necesario para Grecia y para su periferia colonial. Paralelamente con este
comercio, fue desarrollándose también un mayor dominio en la técnica de
navegar. Aun cuando ésta, durante el siglo V y la mayor parte del siglo IV, se
realizaba, por regla general, a lo largo de las costas, en casos de necesidad
algunos se animaban a efectuar travesías más extensas. Lo mismo puede decirse
respecto a la duración de los viajes marítimos. La navegación comercial seguía
realizándose con preferencia durante los meses estivales, de abril a septiembre
inclusive; así y todo, se conocen casos aislados de travesías hiemales.
Entre los mercaderes que realizaban operaciones en países
extraños, formaban una categoría determinada aquellos que tenían barco propio,
al que gobernaban como capitanes; diferían de ellos los que transportaban sus
cargas en barcos ajenos. Los primeros se denominaban naucleroi y los segundos emporoi.
Tanto los mercaderes como los propietarios de barcos, al no
disponer de suficiente cantidad de dinero en efectivo, se veían constantemente
obligados a acudir en busca del mismo a los trapezitas, o simplemente a los
proveedores. En calidad de prenda o
garantía, se ponía a disposición del acreedor el barco o la carga, o ambos a la
vez; a veces el préstamo se contraía empeñando el flete a percibir por el
propietario del barco por el transporte de la carga. La tasa del interés de
esos empréstitos marítimos, dado el riesgo involucrado en este tipo de operaciones,
era muy elevada: oscilaba entre el 10 y el 30 por 100, o más, en función de lo
que durara el viaje mercante. La perspectiva de obtener beneficios muy grandes
en caso de culminar felizmente la expedición mercante, obligaba a los
mercaderes griegos y a los propietarios de barcos a conformarse con tan altos
intereses.
Posición del Estado
respecto al comercio
En relación directa con el crecimiento de los giros comerciales y
con ampliación de los mercados, surgió la necesidad de introducir cierta
organización en las relaciones comerciales.
Esta necesidad fue percibida tanto por los participantes directos
e inmediatos, o sea, los mercaderes, como por el Estado. Sobre esta base fueron
surgiendo algunas uniones de mercaderes y de propietarios de barcos, en forma
de sociedades.
Un significado incomparablemente mayor tuvo la intervención del
Estado en las relaciones mercantiles. El comercio desempeñaba importante papel
en la vida de toda polis. Para salvaguardar y apoyar el comercio marítimo se
creaban fuertes flotas. Con el objeto de proveer al Estado de las mercancías
más necesarias, Atenas celebraba, en nombre de la asamblea popular, tratados
comerciales con otras polis.
El Estado ateniense también prestaba atención especial a la
regulación del comercio cerealista, debido a que en el mismo se hallaban
interesados no sólo los círculos comerciales vinculados con el producto en
cuestión, sino toda la población ateniense. Una dilación o demora temporal del
cereal siciliano provocaba inmediatamente el alza del precio del pan; los acaparadores
y mercaderes, con fines de lucro mediante una venta más beneficiosa del cereal,
creaban a veces un falso pánico en el mercado cerealista de la ciudad. Luchando
contra semejantes abusos, el Estado permitía la concesión de grandes
empréstitos sobre cereales. Estos, de acuerdo con las leyes atenienses, sólo
podían ser importados por el puerto del Pireo. Desde luego, aun cuando dichas
medidas introdujeron cierto orden en el comercio cerealista, resultaron, a
pesar de todo, insuficientes.
La intervención del Estado en el comercio privado no se limitó a
la regulación del comercio cerealista. Entre los artículos más importantes de
los ingresos del Estado se encontraban los aranceles que cobraba sobre los
giros globales que efectuaba el comercio. Los derechos al cobro de dichos
aranceles, así como de otros impuestos, eran cedidos, en subasta pública, a concesionarios
aislados, o uniones de algunos concesionarios. Por ejemplo, durante la guerra
del Peloponeso, el derecho a cobrar dichos impuestos en el Pireo se vendía en
subasta pública anual por la suma de 30 talentos, pero, en realidad, el total
de esos derechos era mucho mayor que la consignada por el Estado. Los derechos
aduaneros comerciales se cobraban también en todos los grandes puertos de los
mares Mediterráneo y Negro. El cobro de los mismos era efectuado, previa
verificación de las cargas de todo barco que llegaba, o zarpaba, por los
funcionarios aduaneros. Al ser descubierta una carga oculta, la misma era
confiscada o los derechos aduaneros se decuplicaban.
En caso de desórdenes en el sistema monetario, y en los de
apremiante necesidad de dinero, el Estado se apropiaba del monopolio para la
venta de las mercaderías importadas. En algunas ciudades se declaraba por
cierto tiempo el monopolio para la exportación de cereales o del aceite de la
cosecha del año que corría. Al acaparar los cereales, o el aceite, u otros
productos a precios fijos, el Estado los vendía a los precios más altos
posibles, en mercados extranjeros. Más se trataba sólo de medidas pasajeras, y
ulteriormente era restablecida la libertad de comercio.
A veces el Estado, con el fin de aprovisionarse y de poder hacer
frente a sus necesidades, prohibía la exportación de ciertos productos. Esto
repercutía en Atenas, en primer lugar, sobre los cereales. Frecuentemente,
durante la guerra, se ponían interdicciones sobre la exportación de víveres y
de materiales bélicos, para que no cayeran en las manos del enemigo.
Carecemos de noticias acerca de leyes comerciales de los siglos
V-IV. Empero, la existencia de tribunales especiales que entendían en los
asuntos de comercio, en las acusaciones motivadas por las leyes y las
pertinentes defensas, señalan la indudable existencia de una legislación comercial
en los Estados griegos. Probablemente, se refieren a ese tiempo los primeros
ensayos de codificación en el comercio marítimo, de los cuales más tarde se
aprovechó ampliamente la isla de Rodas.
6. Ingresos y gastos del Estado ateniense
Fuentes de ingresos
No sería completo el cuadro de la vida económica de Grecia si no
tocáramos la actividad financiera de las polis griegas. Tenemos a este respecto
nociones tan sólo fragmentarias, y que, en su mayor parte, atañen no al siglo
V, sino a los siglos posteriores. Únicamente es posible formarse una idea más o
menos completa de la vida financiera del Estado ateniense.
Después de constituida la Liga marítima ateniense, la base de la
economía de ese Estado la constituyeron los tributos (foros) que los atenienses
percibían anualmente de los miembros de dicha Liga, los ingresos producidos por
la monopolización del acuñamiento de monedas, y los de una serie de monopolios
comerciales en los puertos aliados. Al comienzo, la recaudación total del foros
era de 400 talentos anuales. Al parecer, la cantidad de foros ingresadas por la
mayoría de las comunas aliadas a lo largo de los primeros cincuenta años (años
478 a 426) oscilaba muy poco: el aumento de los ingresos generales de Atenas hacia
el tiempo de la guerra de Arquídamo (de 460 a 600 talentos) encuentra su
explicación más bien en el aumento del número de las comunas aliadas que en el
del foros pagadero por cada una de las ciudades. Por lo general, el foros era
integrado una vez al año, durante los grandes festejos dionisiacos. Por la demora
en el pago de ese tributo, los aliados eran castigados con la imposición de una
suma complementaria, y en caso necesario, hasta con una expedición punitiva. La
sexagésima parte de la suma general del foros ingresaba en el fondo estatal
intangible, el tesoro de la diosa Atenea.
Formaban también parte permanente de los ingresos del Estado, los
que se percibían de las posesiones estatales, las que a menudo eran bastante
considerables (por ejemplo, los ingresos de los yacimientos del Laurión, de las
canteras y de las salinas). No pocos ingresos obtenía el tesoro del Estado de
los aranceles aduaneros: de los impuestos sobre el derecho a vender las mercancías
en los mercados, y sobre las mercancías de exportación. Al parecer, en el siglo
V no existían aranceles únicos: los productos de primera necesidad eran
gravados con aranceles bajos, y los menos imprescindibles con aranceles más
elevados. En el siglo IV fue establecido ya un arancel único del uno por ciento
del valor de la mercancía.
Las inscripciones conservadas hasta nuestros tiempos nos hablan
asimismo de impuestos aplicados a las ventas de bienes raíces y por
arrendamientos. En todas estas ocasiones, el Estado cobraba impuestos a su
propio favor. En tales oportunidades, el porcentaje oscilaba entre el medio y
el cinco por ciento; generalmente, cuando el precio de venta subía, el impuesto
descendía. Al tesoro del Estado ingresaban también los derechos procesales y
las multas impuestas por los jueces, así como los dineros obtenidos con la
venta de bienes confiscados. Los metecos y los libertos pagaban a favor del
Estado impuestos directos; la población ciudadana estaba libre de ellos.
Las liturgias
Sobre los ciudadanos pudientes gravitaba la obligación de entregar
una parte de sus ingresos a la sociedad. Se trata de las llamadas liturgias. El contenido semántico de
este vocablo puede ser definido como «actividad
a favor de Estado». La aparición de las liturgias se remonta a la época
en que el desempeño de funciones oficiales no era todavía remunerado, cuando el
ejército era armado por los ciudadanos, cuando el Estado carecía aún de
ingresos estables y, en virtud de ello, los ciudadanos acaudalados que lo
gobernaban, teniendo en cuenta sus propios intereses, consideraban un timbre de
honor tomar a su cargo considerables erogaciones para satisfacer necesidades
sociales, de interés general para toda la ciudadanía.
Los metecos ricos eran traídos a cumplir las obligaciones de las
liturgias a la par que los ciudadanos, pero no podían participar en las
liturgias de índole militar, como tampoco en las que estaban vinculadas con el
culto.
Las liturgias más importantes, que se repetían periódicamente,
eran las vinculadas con la organización de los festejos: la coregía y la
gimnastarquia. El corega tenía que reclutar un coro para que apareciera en las
representaciones teatrales de las fiestas, proveerlo de las vestimentas necesarias,
pagar su aprendizaje y alimentar a todos sus miembros en tanto durasen el aprendizaje
y las fiestas. En la mayor parte de los casos, durante estas competiciones
teatrales, cada una de las filai áticas presentaba su coro. Las gimnastarquia
consistía en la organización de torneos gimnásticos, por ejemplo, carreras con
antorchas, que se organizaban en Atenas cinco veces al año. Además de los
gastos para el adiestramiento de los que tomaban parte en dichos torneos, los
gimnastarcas tenían que ocuparse de la iluminación y ornamentación del lugar en
que se realizaban. Al igual que los coregas, se presentaba, por parte de cada
filai, a elección del arconte-basileus.
La liturgia vinculada con la guerra era la trierarquía. Los gastos
para la construcción de nuevas trieres y para su equipamiento de mástiles y
velamen corrían a cargo del Estado. Las obligaciones del trierarca fueron
inicialmente las de cuidar del buen estado del barco y de su equipamiento, lo
cual a veces implicaba grandes gastos, especialmente cuando se trataba de barcos
viejos. Al parecer, durante el siglo V los gastos de los trierarcas para
mantener a los barcos en buen estado, habían crecido: la adquisición de
pequeños objetos para el aparejamiento del barco también había pasado al
conjunto de obligaciones del trierarca, quien, además, tenía que alistar a la
tripulación, darle la pertinente instrucción y, en algunos casos, pagarle los emolumentos.
Durante el período en que Atenas tuvo a su disposición 400 barcos,
en las listas de los trierarcas fueron anotados 1.200 ciudadanos acaudalados,
de manera que cada uno de ellos no fuera trierarca más que una vez cada tres
años. Durante los años de su trierarquía, el ciudadano debía abandonar todas
sus ocupaciones habituales y vigilar personalmente el barco. Para hacer más
llevadero lo gravoso de la liturgia, el trierarca quedaba eximido de todas las
otras liturgias y de los impuestos extraordinarios. Después de la expedición a
Sicilia, cuando los gastos para la construcción y mantenimiento de la flota
habían crecido y la crisis financiera de Atenas era más profunda, los
atenienses se vieron precisados a renunciar a las trierarquías personales y
pasar a una forma nueva, a la sintrierarquía; se autorizó a que se reunieran
dos o tres trierarcas para ocuparse de un solo barco. Tal reforma, empero, no
aportó gran alivio a los trierarcas, sino que engendró desorden e
irresponsabilidad. Debido a ello, la sintrierarquía existió durante muy poco tiempo.
Aparentemente, a raíz de la oposición ofrecida por los ciudadanos
ricos al sistema de las trierarquías, a los ciudadanos que soportaban liturgias
superiores a sus medios y fuerzas, se les otorgó el derecho a transferir su
liturgia a otros ciudadanos más pudientes. Llegamos a enterarnos de esto sólo
por las fuentes del siglo IV; más cabe suponer que tal disposición ya estaba en
vigor también en el siglo V. En las coregías era el arconte y en las
trierarquías el estratega quien determinaba el breve plazo (tres días) para
presentar queja contra una liturgia injustamente aplicada. En ese plazo, el
ciudadano gravado con una liturgia debía llamar para hacerse cargo de la misma
a otro de más fortuna que él y libre de otras obligaciones. Este otro ciudadano
podía aceptar la liturgia, o bien dar su conformidad a cambiar de bienes y
recursos con el que se había quejado. Este último, tras efectuarse el cambio de
fortunas, tenía la obligación de responder de la liturgia, haciendo uso de los
bienes que acababa de recibir. En torno de las liturgias se desarrollaba en el
Estado ateniense la lucha entre los ciudadanos ricos y los pobres; durante los
períodos de predominio de los oligarcas se suprimían, a la vez que las instituciones
democráticas, también las liturgias.
El éisfora
Cuando el Estado ateniense pasaba por períodos difíciles, los
ciudadanos y los metecos eran gravados con un impuesto directo extraordinario
provisional (el éisfora). Fue introducido en Atenas, por primera vez, alrededor
de los años 428-427. No se sabe cómo se cobraba en el siglo V: algunos hombres
de ciencia suponen que, en ese tiempo, se trataba de un impuesto sobre los ingresos
y rentas que daban los bienes raíces. Empero, por cuanto también estaban
sujetos a este impuesto los metecos, que pagaban un sexto del total del mismo,
es más probable la suposición de que ya en el siglo V, al igual que en el IV,
se tratara de un impuesto sobre los bienes raíces y sobre los bienes muebles.
En el año 428 la cantidad total recaudada por el éisfora se calculaba en 200
talentos.
El éisfora era el impuesto más odiado en Atenas, porque, de
acuerdo con las tradiciones establecidas y arraigadas, el impuesto directo se
consideraba incompatible con la libertad ciudadana, razón por la cual se
recurría a él en casos extremos. Incluso, cuando se recababa dicho impuesto
durante un tiempo prolongado, se lo consideraba siempre como una medida perentoria.
Resulta así que el Estado ateniense disponía de diversas fuentes
de ingresos; pero todos los medios recaudados en el Ática eran
incomparablemente inferiores a las sumas que ingresaban de los aliados de
Atenas. De esta manera, el poderío económico del Estado ateniense en el siglo V
estaba estrechamente vinculado a la subyugación política y militar de las otras
ciudades griegas.
Los gastos del Estado
ateniense
Los gastos para celebrar los sacrificios y las fiestas religiosas
importaban una parte bastante considerable del presupuesto nacional. Había en
Atenas mayor cantidad de fiestas que en cualquier otra polis. En los años
410-109 se gastó en los grandes festejos panateneos cinco talentos y diez minas
y en los animales sacrificados, 51 minas y 74 dracmas. Sumaban grandes cantidades
también los premios que se distribuían en los torneos. A los vencedores de las competiciones
ecuestres, o gimnásticas, se les entregaba centenares de ánforas con óleo
sagrado y coronas de oro o plata. En las competiciones militares los premios
eran toros que se valuaban en una mina por cabeza. Sumas mayores aún se
gastaron durante las épocas de Cimón y de Pericles para la fortificación de
Atenas: en la erección de los Largos Muros, en fortificar el promontorio del Sunión,
el Pireo, Eleusis y otros puntos del Ática. A esos gastos hay que agregar
también los que se invirtieron en la construcción de edificios públicos. La
cantidad total de los gastos en construcciones se elevó durante los años del
Gobierno de Pericles, al parecer, a una cantidad entre seis y ocho mil
talentos.
Una parte importante en el presupuesto ateniense era el de los
gastos militares. Antes de Pericles, la manutención del ejército, tanto de la
infantería como de la caballería, no costaba nada al Estado, puesto que cada
ciudadano debía armarse y mantenerse a sus propias expensas.
Pero luego esos gastos fueron tomados por el Estado a su cargo, es
decir, los pagaba el fisco.
Hay que tener presente a este respecto que, a mediados del siglo
V, además de los 3.350 guerreros acuartelados en la propia ciudad de Atenas, existía
un ejército permanente terrestre y naval fuera de la ciudad. También implicaba
grandes gastos la manutención de la flota, que contaba hasta de 200 a 300
trieres. Asimismo se gastaban grandes sumas de dinero en sostener la influencia
ateniense entre los aliados. Durante el Gobierno de Pericles, cuando la
política para con los aliados era, si no suave, por lo menos moderada, la
ejercitación del control sobre los aliados exigía gastos relativamente
pequeños. Pero durante los años de la guerra del Peloponeso, cuando el foros de
los aliados fue elevado muy considerablemente y la oposición de los mismos se
volvió especialmente peligrosa, los gastos para mantenerlos en obediencia
crecieron repentinamente. Además de la flota de guerra, eran mantenidas por
cuenta del Estado dos naves fiscales: la Salamina y la Paralos, destinadas al
cumplimiento de toda clase de embajadas.
En resumidas cuentas, los gastos anuales a mediados y finales del
siglo V, en Atenas, se calculan más o menos en una suma que iba de 30 a 40
hasta 80 talentos. En tiempos de guerra, los gastos estatales crecían
bruscamente. El asedio de Samos, por ejemplo, costó a Atenas más de 1.275
talentos, y el de Potídea, entre 2.000 y 2.400 talentos. El costo de la
expedición a Sicilia que, según Tucídides, fue ciertamente la empresa bélica
más costosa de los atenienses, se calcula, como mínimo, entre 4.500 y 5.000
talentos.
Para terminar, hay que detenerse aún en los gastos para el pago de
los empleos nacionales.
La remuneración de los miembros de la heliea, que había
introducido Pericles, representó primero dos óbolos diarios para cada uno de
los jueces. Desde los tiempos de Cleón, se elevó a tres óbolos; y así fue
también en el siglo IV. La cantidad total de gastos consumidos por la remuneración
de los heliastas dependía de la cantidad de días en que celebraba sesiones la heliea
y de la cantidad de jueces que tomaban parte de ellas. Alrededor del año 425,
el gasto total en asuntos judiciales llegó a 50-60 talentos. La paga a los
miembros del Consejo, también introducida durante el Gobierno de Pericles,
representaba un gasto anual de 15 a 20 talentos.
Los arcontes, que tenían a su disposición a personal subordinado,
eran pagados de la siguiente manera: cada uno de ellos recibía diariamente
cuatro óbolos, y el Estado tomaba por su cuenta los alimentos del heraldo y el
flautista.
Todos los hechos que acaban de exponerse dan testimonio de que en
el siglo V a. C. existía en Grecia una producción e intercambio de mercancías bastante
desarrolladas. La particularidad histórica del desarrollo económico de Grecia
consistió precisamente en que, estando concentrada la propiedad privada sobre
los medios de producción en las manos de la clase de los esclavistas, el
trabajo de los productores básicos, es decir, de los esclavos, era explotado
por aquéllos con métodos de coerción extraeconómica. Según dice C. Marx, se
trataba de «apropiación natural de la fuerza ajena de trabajo, mediante la
directa coerción física».
De esto se desprende con claridad absoluta, que, fuera de la
dependencia del grado de desarrollo del comercio, la producción de mercancías
en la antigua Grecia esclavista no pudo alcanzar su forma más elevada, esto es,
no pudo ser de forma y esencia capitalistas. Los investigadores soviéticos
tienen que demostrar, mediante el profundo estudio de las fuentes y mediante la
generalización de los hechos, el carácter específico de la producción de
mercancías durante la época antigua y su papel en el desarrollo de la economía
esclavista, y desenmascarar hasta el fin las anticientíficas «concepciones»
burguesas sobre esta cuestión, las que tratan de identificar la producción de
mercancías en el mundo antiguo con la producción capitalista, y «probar» así la
índole «sempiterna» del capitalismo.
Próximo Capítulo: La Guerra del Peleponeso
Próximo Capítulo: La Guerra del Peleponeso
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Vasili
Vasílievich Struve: Historia de la antigua Grecia. Biblioteca Tercer Milenio —
Grecia antigua
[1] El siervo de
la gleba era un servidor que no tenía el derecho de salir de su campo, del
lugar donde trabajaba. Tenía que trabajar allí toda su vida, estaba ligado a la
tierra. No era, por lo tanto, un hombre libre en toda la fuerza del término,
pero, a pesar de no ser un hombre libre, tenía innumerables derechos. Tenía el
derecho a la tierra, y el señor no lo podía echar.
La servidumbre de la gleba era un estado intermedio
entre la esclavitud y la libertad.
[2] El penestai,
en Tesalia eran una clase de trabajadores no libres ligados a la tierra,
cuya situación era comparable a la de los espartanos ilotas.
[3] Según la constitución de Esparta, la sociedad espartana estaba dividida
en tres grupos:
Homoioi
(los iguales). Espartanos de pleno derecho.
Periecos Perioikoi. No son ciudadanos, pero se encargan
de la vertiente artesanal y comercial de la economía.
Hilotas.
Esclavos del estado. Se trata del escalón más bajo de la sociedad espartana.
[4] La Reforma social de Solón decidió terminar con los
derechos de casta, adaptando los derechos y deberes de los ciudadanos a sus
respectivas rentas, procediendo a la división de la población en cuatro clases. Este sistema político, en el que en función de la
renta de cada clase (unidad de medida: medimno) se
le adjudican ciertos derechos políticos y responsabilidades, se conoce como timocracia (timokratia).
·
Pentakosiomedimnoi (Pentacosiomedimnos): producen más de 500 medimnos.
·
Hippeis: son los que producen más de 300 medimnos. Su nombre
proviene de su pertenencia a la caballería (pueden permitirse pagar un caballo)
·
Zeugitai: son los que producen entre 200 y 299 medimnos. Son la
masa de los labradores o pequeños campesinos que formaban el ejército hoplita
(podían pagarse el casco, la espada corta, la coraza…)
·
Thetes: producen menos de 200 medimnos
Había de tributar como de quinientos
medimnoi el que sacase de tierra propia quinientas medidas entre áridos y
líquidos; como caballeros los que sacasen trescientas, o como algunos dicen los
que pudieran criar un caballo, y éstos dan como prueba el nombre de la clase,
como deducido de este hecho, (…). El tributo de un par pagaban los que
cosechaban entre áridos y líquidos doscientas medidas, y los restantes pagaban
el impuesto como thetes, sin participar en ninguna magistratura.
[5] El medimno era una unidad de medida de volumen para
los áridos, cuyo valor absoluto variaba de una localidad a otra, como de hecho
fue el caso para todas las unidades del mundo antiguo
[6] Los Zeugitas eran miembros del tercer censo
creado con las reformas constitucionales que Solón
introdujo en Atenas.
[7] Una cleruquía designa la asignación por sorteo
de lotes de tierra cívica (klêros) a los clerucos soldados-ciudadanos y, por extensión,
también designa un tipo de colonia militar. Se encuentran clerucos
de Atenas en el siglo IV a. C., y en el reino lágida de Egipto a partir del fin del siglo
IV a. C.
[8] El río Eurimedonte, actualmente río Köprü
Çay, es un corto río de Turquía que discurre por el sur del país, por
las provincias de Isparta y Antalya, y desemboca en el golfo de Antalya, en el mar Mediterráneo.
Junto a su desembocadura tuvo lugar la
famosa batalla del Eurimedonte, en torno al 467 a. C.
Con esta victoria comparable a Maratón y Salamina, el estratego ateniense Cimón demostró su extraordinario talento militar. Se anticipó a la flota persa-fenicia y la atacó en su propia base capturando o destruyendo 200 trirremes.
Con esta victoria comparable a Maratón y Salamina, el estratego ateniense Cimón demostró su extraordinario talento militar. Se anticipó a la flota persa-fenicia y la atacó en su propia base capturando o destruyendo 200 trirremes.
Gracias a esta batalla se puso fin al
dominio persa en aguas de Chipre y Asia Menor, lo que supuso un
importantísimo éxito para la joven Liga de Delos
[9] La isla de Quíos es una isla griega en
el mar Egeo
situada próxima a la costa de Turquía
[10] El monte Pangeo está cerca de la
antigua ciudad de Anfípolis, enclavado en la Tracia occidental. En la
antigüedad, el monte
Pangeo era un monte sagrado consagrado al culto del dios
Dioniso, y muy famoso por sus
minas de oro y plata.
Pisístrato tirano de Atenas, permitió la explotación de
las minas y la colonización de la región del Helesponto. Gracias a su política
y el oro del Pangeo
el comercio creció y la ciudad de Atenas se enriqueció.
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