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viernes, 21 de marzo de 2025

Capítulo 55, Románico de Bizkaia y Gipuzkoa

Románico de Bizkaia y Gipuzkoa en su contexto histórico
Todavía hoy, abarcar en una obra de carácter general el estudio del Arte Románico del País Vasco sigue siendo una labor ardua y complicada que precisa un gran esfuerzo de objetividad, máxime si consideramos que el criterio prioritario para realizarlo ha sido identificar y catalogar de manera exhaustiva todos los restos artísticos encontrados, por muy modestos que puedan parecer. A ello debemos añadir las dificultades existentes para poder precisar con rigor las cronologías de muchos de estos elementos y el hecho de que el panorama con el que nos encontramos, salvo en los casos de Armentia y Estíbaliz en Álava, es el de la ausencia de edificios románicos de envergadura que en su momento actuaran como centros artísticos aglutinadores de distintas influencias e impulsores de nuevas formas hacia las comarcas cercanas.
En el caso concreto de los territorios de Bizkaia y Gipuzkoa, que son los que aquí se van a considerar, lo que la realidad nos ofrece es un reducido conjunto de construcciones conservadas más o menos de manera íntegra, todas ellas en Bizkaia, y una nómina bastante más extensa de diversos restos aislados, insertos en ocasiones en iglesias o parroquias profundamente modificadas, sobre todo a partir del siglo XIV. Ahora bien, esta situación no debería ser razón suficiente para eludir un análisis lo más completo posible de estas manifestaciones artísticas, ya que a pesar de su carácter eminentemente rural y popular son parte importante del patrimonio histórico y cultural de los dos territorios y básicas para comprender la personalidad del arte románico en el País Vasco.
Desde finales del siglo XIX la historiografía ha hecho hincapié en una serie de cuestiones que, reiteradas a lo largo del tiempo, se han ido convirtiendo en tópicos asimilados y han dificultado, en cierta medida, el surgimiento de nuevos enfoques hasta trabajos relativamente recientes. No queremos decir con esto que los estudios realizados en esas fechas carezcan de interés, sino que establecieron unas pautas de análisis e investigación en las que primaban más los aspectos locales que generales, resaltando particularidades y singularidades y relegando las visiones globales y de conjunto a un segundo plano. Aún así, el esfuerzo realizado por sistematizar e investigar el arte románico del País Vasco fue importante, y las aportaciones realizadas en algo más de un siglo han servido para establecer una serie de premisas generales que resulta prioritario considerar para comprender la irrupción y difusión del estilo románico en estas tierras.
Una de las premisas, ya apuntada en estas primeras líneas, hace referencia al carácter básicamente rural de un gran número de las construcciones románicas vascas. En la mayor parte de los casos nos encontramos con edificios bastante modestos que van incorporando diversos elementos característicos de este estilo en el contexto de una zona geográfica que, por su realidad histórica, social y económica, se considera periférica en relación a los grandes centros navarros, aragoneses, castellanos o franceses que se fueron desarrollando desde finales del siglo XI. Otra de las premisas es el desigual desarrollo artístico entre el Sur y el Norte, por lo que es principalmente en Álava donde encontramos los centros románicos de mayor riqueza artística y también una mayor implantación y difusión del estilo en relación a los territorios costeros.
Las razones esgrimidas para este hecho son varias y de diversa índole: algunas están directamente relacionadas con la orografía y la situación geográfica de Álava, lo que favorece unos contactos más estrechos con Navarra y La Rioja, focos culturales destacados del momento, al igual que el establecimiento de vías de comunicación más extensas en un territorio fronterizo que hace de puente entre algunos de los reinos más importantes de la península. En palabras de Micaela Portilla, en la introducción de Torres y Casas Fuertes en Álava: “La situación de Álava, en el vértice meridional del triángulo que forman las tres Provincias Vascongadas, ha señalado derroteros muy peculiares a su historia. Incrustada por aquel vértice entre Burgos y La Rioja y ensanchada por el norte hacia Bizkaia y Gipuzkoa, ha servido de tránsito entre la Meseta y el Valle del Ebro hacia la Cornisa Cantábrica. Por ello han atravesado Álava, en flujo y reflujo constante, corrientes guerreras y culturales y la han recorrido rutas de devoción y de comercio, caminos de comunicación entre pueblos y gentes”. A ello debemos añadir un mayor desarrollo económico en aquella época, tanto en el ámbito de la agricultura como en el de la producción ferrona, hecho atestiguado por el documento de la Reja de San Millán en el siglo XI. Para García de Cortázar, la floración de aldeas que recoge este documento datado en el año 1025 pone de manifiesto la intensa roturación del espacio central alavés, lo que provocaría la emigración de gentes tanto hacia el norte vizcaíno como hacia el sur riojano y castellanoviejo, por lo que la Llanada alavesa actuaba de bisagra entre el mundo montañoso atlántico y el mundo llano y cerealista de carácter mediterráneo.

Por otro lado, también sabemos que Álava contó con obispado propio, Armentia, hasta el siglo XI, así como con un ramal del Camino de Santiago que proporcionaba a los primeros peregrinos rutas defendidas de los ataques musulmanes y seguras ante el peligro normando que amagaba desde las costas cantábricas. Los testimonios documentales están recogidos en la Crónica Silense, que dice expresamente que los peregrinos se desviaban por las sendas de Álava, en la Crónica Najerense y en los textos navarros del Códice de Roda. Todos ellos refieren el paso de los primeros peregrinos por Álava en busca de la seguridad que ofrecían sus tierras, y así en estas Crónicas del alto medievo se repite una frase per devia Alavae peregrini declinabant timore maurorum.
Esta situación se mantuvo hasta que la política del monarca navarro Sancho III Garcés el Mayor (992?- 1035) replanteó el trazado del Camino de Peregrinación a Santiago de Compostela desplazándolo hacia tierras riojanas, lo que supuso una apuesta decidida por la zona sur del territorio en detrimento de las zonas norteñas. A pesar de que este hecho pudo relegar el ramal alavés a una relativa marginación, la situación de Álava con respecto a La Rioja, Burgos o Navarra propició que este territorio tuviese una situación claramente diferenciada de Bizkaia y Gipuzkoa en el momento en el que el Románico pleno se implantaba y difundía por los reinos peninsulares.
No sabemos si la vecindad a Burgos, La Rioja y Navarra proporcionó unos contactos que en lo artístico se convertirán en los lógicos modelos a seguir, o si la simple expansión de esos territorios más ricos encontró un fácil acomodo en Álava. En cualquier caso la penetración desde el Sur y Este parece fuera de toda duda, y una vez asentado el arte románico en Álava, éste continuó hasta Bizkaia y Gipuzkoa”.
La última de las premisas apuntadas es su tardía cronología. Si consideramos los tres períodos en los que la historiografía moderna divide el Románico: Primer Románico (1000-1075), Románico Pleno (1075-1150) y Tardorrománico (1150-principios del siglo XIII), se puede observar que la mayor parte de los edificios conservados pertenecen a la segunda mitad del siglo XII y a la primera mitad del siglo XIII. Esto no debería extrañarnos, puesto que durante los siglos del Románico la situación que encontramos en el País Vasco es la de una zona poco desarrollada y escasamente poblada, con una sociedad eminentemente rural dirigida por una nobleza local con escasos recursos y que además es la única preocupada por la estructuración del territorio, ya que los señores vivían más pendientes de su posición en las cortes navarra o castellana que de integrar sus dominios en las corrientes de modernidad dominante. A ello debemos añadir la ausencia de fundaciones monacales relevantes y de obispados propios, salvo el caso de Armentia como ya hemos señalado, por lo que la organización de la vida espiritual dependía de diversos centros que no estaban situados en su territorio, y así, eran los obispados de Burgos, Calahorra, Bayona o Pamplona y los monasterios de San Millán de la Cogolla, Nájera, San Juan de la Peña, Leire o Irache los que se repartían la práctica totalidad de Álava, Bizkaia y Gipuzkoa.

Del Primer Románico, período de formación del estilo, apenas quedan restos arquitectónicos claramente definidos. La documentación conservada, sin embargo, habla de la existencia de numerosos centros durante los siglos X y XI en Álava y Bizkaia. Para los alaveses es muy elocuente el documento de la Reja de San Millán que consigna entre las posesiones del monasterio emilianense varios centros religiosos del territorio alavés, junto con las villas del valle de Ayala. En relación a Bizkaia las investigaciones hablan de más de setenta centros atestiguados. Denominados monasterios en las fuentes documentales, dichos centros actuarían como unidades agrario-espirituales con el objetivo de organizar el territorio de acuerdo con la política de los condes o señores.
Llegados a este punto debemos realizar un breve paréntesis para aclarar varias cuestiones importantes relativas a este tema. En el caso de Bizkaia el error ha sido que en muchas ocasiones se ha asimilado el término monasterium con una iglesia, y a partir de ahí se ha utilizado para justificar cronologías excesivamente tempranas o para sugerir la existencia de numerosas iglesias en el siglo XI. La documentación conservada cita numerosos monasterios vizcaínos que son donados a los centros monásticos de San Millán de la Cogolla o San Juan de la Peña, por citar algunos de los más significativos. Dichos monasterios deben ser entendidos como unidades o espacios de poblamiento, tienen un valor territorial y lo habitual es que actúen como unidades agrario-espirituales para organizar el territorio, algo que ya hemos señalado, y que estén en manos de familias nobiliarias. Es decir, son centros señoriales y aunque sabemos que en esas unidades de poblamiento había construcciones religiosas –iglesias– la inmensa mayoría no ha llegado hasta nuestros días. Son los centros señoriales que en los siglos XIV y XV darán origen a la anteiglesia, unidad político-administrativa que venía a corresponder a la parroquia eclesiástica.
Estos monasterios altomedievales han sido denominados posteriormente iglesias propias, y se sabe que el régimen o institución de iglesias propias fue común a toda la cristiandad occidental desde el siglo V. En el caso de la Península se expandió y reforzó a raíz de la Reconquista, ya que los monarcas castellanos obtuvieron del Papa el patronato de las iglesias que se fundasen en tierras ganadas a los musulmanes. Este derecho se confirmó a través de los siglos hasta consolidarse en una regalía de la Corona. Tenían la propiedad de todas las parroquias de los lugares en los que el rey detentaba el Señorío, lo que le daba derecho a presentar personalmente a los beneficiados de cada iglesia, cederlas a particulares, enajenarlas o arrendarlas. Son las denominadas Iglesias de Patronato Real. Aunque es el monarca el que tiene la autoridad suprema sobre ellas, en realidad son los patronos autorizados por él los que a ejercen. En el País Vasco el realengo estaba muy extendido, pero además encontramos también numerosas iglesias propias, llamadas aquí diviseras que habían sido fundadas por la nobleza local y que surgieron por una necesidad evangelizadora y también como elemento aglutinador del hábitat.
El patronato supone fundamentalmente el dominio de los señores sobre las iglesias, lo que les permite gozar de sus rentas y colocar a su frente a los clérigos. Conlleva por lo tanto una importante fuente de ingresos para los nobles que gozan de él y representa al mismo tiempo una seria interferencia laica en la organización eclesiástica del Señorío. Además, este patronato se ejerce como un derecho propio y hereditario, por lo que provoca problemas y conflictos entre los nobles y señores por su posesión, y sobre todo entre patronos y clérigos por el reparto de las rentas eclesiásticas.
La evolución de estos patronatos camina de forma pareja al proceso de feudalización y, aunque en los siglos altomedievales fue una realidad importante en el norte peninsular, conforme avanza la Edad Media esta institución se irá transformando hasta convertirse en un título meramente honorífico, excepto en el País Vasco, donde se va a mantener con todos los derechos vigentes e incluso se va a consolidar, aún más si cabe, en los siglos bajomedievales. A este respecto resulta muy significativo el hecho de que en las Cortes de Guadalajara del año 1390 los obispos de Calahorra, Pamplona y Burgos expusieran los agravios que ellos y sus iglesias recibían de los condes e ricos omes e caballeros del Regno llevadores del diezmo, mientras que el rey castellano permitía que siguieran conservando sus patronatos eclesiásticos. Durante los siglos xiv y xv estos patronatos se fueron consolidando aún más debido a las mercedes otorgadas por los monarcas Enrique II y Juan II a los nobles que se alinearon en su bando político, y así los patronatos del País Vasco en aquella época estaban dominados por cinco grandes casas nobiliarias: Ayala, Avendaño, Butrón-Mujica, Guevara y Lazcano.
La pervivencia del patronato laico en el País Vasco se debe a cuestiones políticas, pero sobre todo a razones económicas, ya que las iglesias generalmente gozan de un patrimonio inicial para su mantenimiento que luego se va incrementando a través de donaciones. Este patrimonio está constituido por tierras, heredades, árboles frutales, pastos, molinos, caserías, viñas etc…, pero además están los diezmos, importante renta pagada por todos los parroquianos de los frutos de sus bienes patrimoniales y que lógicamente beneficia de forma particular a los patronos. Poder y dinero son las razones que subyacen en la pervivencia de esta institución, razones que también están en la base de la famosa resistencia al poder episcopal que van a ejercer los vizcaínos durante los siglos medievales. El obispo tiene vetada su entrada en Bizkaia y, por supuesto, no recibe ninguna renta de este territorio ni puede, en la práctica, intervenir en la vida interna de la iglesia vizcaína. Esto se traduce en la apropiación de diezmos y primicias por parte de los patronos y también en una menor presión fiscal sobre clérigos y fieles, ya que al impedirle la entrada no se le pagan ciertos derechos como la limosna, el subsidio, el sello o la visita canónica. Esta prohibición expresa a la entrada del obispo en el Señorío se recoge en el Cap. CCXV del Fuero Viejo y se mantendrá hasta el siglo XVI.

He querido arrojar algo de luz sobre esta cuestión, porque identificar los monasterios o iglesias propias existentes desde el siglo xi con construcciones religiosas románicas e incluso prerrománicas y utilizar además su significativo número como ejemplo de una importante actividad constructiva con pretensiones artísticas en fechas tempranas es una tesis que no se sostiene, a tenor del contexto socio-económico de la zona y de los escasos restos encontrados.
Las campañas arqueológicas realizadas en Álava y Bizkaia han sacado a la luz construcciones muy sencillas de reducidas dimensiones con muros de mampostería y cubierta de madera. También presentan pequeñas ventanas absidales que en ocasiones parecen reaprovechadas. Aunque todavía existen lagunas e incógnitas acerca de su cronología, algunas parecen ser un poco anteriores al siglo XI y nos hablan de las modestas pretensiones con las que los habitantes de estas tierras cubrían sus necesidades de culto. Un ejemplo significativo es el de la ermita de San Juan Bautista de Momoitio, en Garai. Aunque muy reformada en el siglo XVI, quedan algunos restos visibles de su primera fase de ocupación en el siglo XI. Bajo la cabecera se han localizado los cimientos de tres muros perimetrales que parecen corresponder a los primeros paramentos, y sobre el muro de la cabecera se abre una estrecha saetera un tanto descentrada respecto al eje del edificio, lo que nos indica que ha sido reaprovechada y que probablemente ésta no fue su ubicación original. Este tipo de ventanas absidales han perdurado de manera notoria en Bizkaia, ya que han sido reutilizadas e integradas en edificaciones posteriores. Los estudios realizados han catalogado varias piezas con forma asaetada y remates de arcos ultrapasados o circulares que parecen derivar de fórmulas decorativas del arte de repoblación.

Es en el segundo tercio del siglo XII cuando las formas del Románico Pleno empiezan a difundirse por el País Vasco, aunque una vez más lo van a hacer de manera muy desigual en los distintos territorios. Es de nuevo en Álava donde comienzan a construirse templos de ambición monumental, Armentia y Estíbaliz, cuyas fórmulas artísticas corroboran su vinculación con las corrientes del románico internacional.
Sin embargo, y a excepción de estos dos edificios emblemáticos, la planimetría de las iglesias románicas que han llegado hasta nuestros días nos hablan de construcciones muy modestas y sencillas que presentan una sola nave con un único ábside. Ésta es la tónica general de las iglesias románicas conservadas en Bizkaia y Gipuzkoa. Y es precisamente la forma de las cabeceras uno de los elementos que más interés ha despertado en la historiografía debido al significativo número de cabeceras rectas que se ha podido constatar.
La persistencia de cabeceras rectas se ha querido ver en ocasiones como una característica específica del románico vasco, argumentando razones de índole cronológico o también de escasez de medios económicos. Hoy en día estas argumentaciones han ido perdiendo peso, puesto que los estudios realizados han puesto de manifiesto que la proporción entre cabeceras rectas y semicirculares es muy similar y que los edificios con cabecera recta no son más antiguos, puesto que en el caso de Bizkaia encontramos este tipo de ábside en ejemplos tempranos como Abrisketa y en otros más tardíos como Bakio o Zumetxaga. El de la escasez de medios económicos tampoco parece ser un argumento de peso, ya que también se observa la utilización de ábsides semicirculares en iglesias muy modestas y de tamaño tan reducido como las de testero plano.
Además, el modelo de iglesia modesta y de pequeño tamaño con cabecera recta está ampliamente difundido en el románico rural peninsular, por lo que la consideración de la cabecera recta como un hecho diferencial del románico de estas tierras tampoco se sostiene. Entre las posibles explicaciones para la proliferación de cabeceras rectas algunos autores aluden a la tardía cronología de estas iglesias, iglesias que presentan un románico de inercia que posiblemente muestre cierto influjo de las formas arquitectónicas propagadas por el arte cisterciense, pero readaptadas en templos con escasas pretensiones monumentales. En otra línea se manifiestan los que ven razones de índole geográfico, argumentando que las tres iglesias románicas conservadas en Bizkaia –Abrisketa, Bakio y Zumetxaga– presentan este tipo de cabecera y que lo mismo ocurre en Álava en comarcas como Zigoitia, Urkabustaiz o Kuartango, por lo que el elemento definidor sería la copia sistemática del mismo modelo en zonas cercanas, en muchos casos incluso construidas por las mismas cuadrillas itinerantes de canteros.
Otras formas arquitectónicas que se difunden desde mediados del siglo XII son el arco de medio punto, la bóveda de cañón para la nave –en muchas ocasiones apuntada por su tardía recepción ya que es característica del último período del estilo–, la bóveda de horno para el ábside y la utilización de pilares o pilastras con columnas adosadas como soportes. Las ventanas se sitúan principalmente en los ábsides, y lo habitual es que haya sólo una. Los contrafuertes son escasos, debido primordialmente a la sencillez y pequeñas dimensiones de estas iglesias. Lo más frecuente es que se limiten también a la cabecera, fundamentalmente a las semicirculares. Suelen ser columnas adosadas levantadas sobre un plinto y rematadas en capitel a la altura de la cornisa enmarcando la ventana absidal.
A la mayor parte de estos templos se accede por una única portada –portadas que se abren bajo un arco de medio punto, en ocasiones con un ligero apuntamiento por razones ya señaladas líneas arriba– y que están situadas en el lado meridional, aunque en Bizkaia también encontramos algunas portadas situadas a los pies, como la de Abrisketa o San Pelayo de Bakio. Los tímpanos son muy escasos y a excepción del de Santurtzi, conservado en el Museo Diocesano de Arte Sacro de Bilbao, son todos alaveses. Algo similar ocurre con las credencias, en varias iglesias alavesas y en Aretxabaleta, en Gipuzkoa, único ejemplo fuera del territorio alavés.
A este momento pertenece también la incorporación de la escultura monumental a los edificios. Su irrupción fue bastante tímida al principio, y progresiva desde la segunda mitad del siglo xii. Se centra fundamentalmente en capiteles y canecillos con temas figurativos, representaciones de animales o motivos vegetales, sin olvidar las decoraciones geométricas de las jambas de las columnas. Volveremos sobre este particular cuando abordemos las relaciones estilísticas del románico del País Vasco.
De algunas de las cuestiones apuntadas a lo largo de estas líneas se desprende el hecho de que la mayor parte de los edificios y restos románicos que vamos a reseñar puedan situarse en lo que la historiografía denomina Tardorrománico. Tal como manifiesta J. J. López de Ocáriz, el arte románico tuvo en esta tierra un lento despertar, pero un gran dinamismo en su expansión, expansión que coincide además con la fundación de villas y la prosperidad económica constatada desde el último tercio del siglo xii y durante la primera mitad del siglo XIII.
Hasta la muerte de Sancho el de Peñalén en 1076, la mayor parte de los tres territorios vascos estaban integrados en el Reino de Navarra. Con la desmembración del Reino que se produce en ese momento, los tres territorios pasarán a formar parte del Reino castellano de Alfonso VI y cuando en 1134 se produce la restauración del Reino de Navarra una gran parte de ellos volverán a agruparse bajo la monarquía de Pamplona. Estas oscilaciones entre Navarra y Castilla terminan en torno el año 1200, cuando con Alfonso VIII se van incorporando definitivamente a la corona castellana. El interés de los monarcas navarros y castellanos por estos territorios se pone de manifiesto en la política de creación de villas, cuyo primer impulso importante corresponde a Sancho VI el Sabio (1150-1194) para proteger la frontera con Castilla. De este modo la expansión del monarca navarro se concentra en Gipuzkoa, la Llanada Alavesa, las riberas del río Ayuda y La Rioja. Fruto de esta política es la creación de las villas de Treviño en 1161, Laguardia en 1164, San Sebastián en 1180, que es la primera guipuzcoana y costera, Vitoria en 1181, Bernedo y Antoñana en 1182 o La Puebla de Arganzón en 1192.
Posteriormente va a ser la corona castellana la que tome la iniciativa, siendo Balmaseda la primera villa vizcaína fundada en 1199. Alfonso VIII (1158-1214) iniciará una política expansiva hacia los territorios costeros, a la que más adelante nos referiremos, fundando en 1203 Fuenterrabía y en 1209 Guetaria y Motrico. El final de los enfrentamientos entre Castilla y Navarra por el control del País Vasco favorecerá su despegue económico, empezando a adquirir importancia la actividad mercantil y artesana en los centros costeros y en villas como Vitoria, que se convierte en un enclave comercial esencial para la distribución de los productos castellanos hacia los puertos del Cantábrico. Durante los reinados de Fernando III el Santo y de Alfonso X el Sabio la política de conciliación y desarrollo del País Vasco seguirá los mismos derroteros.
Es en ese momento cuando se produce el gran auge constructivo, un auge en el que también se ven inmersas las fábricas de Armentia y Estíbaliz cuyas obras avanzan levantando el cimborrio y el crucero de Armentia y el crucero y la Puerta Speciosa en Estíbaliz. En esta etapa las formas arquitectónicas utilizadas seguirán siendo las del románico pleno, pero ahora ya adaptadas a la evolución final de ese lenguaje artístico que tiende a apuntar arcos y bóvedas y a abocinar los vanos como marco propicio para la proliferación de los motivos escultóricos.
Podemos incluir también en este primer esbozo o panorama general del románico de Bizkaia y Gipuzkoa una última etapa en la que se aprecian ya algunos elementos que nos hablan de la irrupción de algunas fórmulas góticas.
Éstas se manifiestan principalmente en apeos y cubiertas y también en el tratamiento y la iconografía de los motivos escultóricos, poniendo de manifiesto el proceso de asimilación de algunos elementos, propios ya del estilo irradiado desde la Île de France. Es el caso de la iglesia de Andra Mari de Elexalde, en Galdakao, construida en la segunda mitad del siglo XIII. De dicha época conserva los dos tramos de los pies, separados por arcos apuntados, y la portada de arco trilobulado y cobijada por tres arquivoltas también de arco apuntado.
Ahora bien, como ya ha sido señalado por otros autores, aunque existan elementos que nos hagan pensar en la asimilación de formas y temas propios de las nuevas inquietudes artísticas, algunos rasgos como la ausencia de orden y claridad en la composición, la desproporción de algunos motivos figurativos y su adaptación rigurosa al marco siguen siendo románicos, demostrando que esta yuxtaposición de elementos no se debe entender como un período de transición entre los dos estilos, sino más bien como una simultaneidad de ambos estilos en un mismo momento.
Ya he señalado a lo largo de estas páginas que el Románico del País Vasco se difundió desde el Sur y el Este del territorio hacia el Norte y también de la relación geográfica, cultural e histórica del País Vasco con Navarra, La Rioja y Castilla. Hasta el momento, no hay en el lenguaje románico vasco elementos que nos hagan pensar en rasgos peculiares o autóctonos. La planimetría y las formas arquitectónicas de muchas de sus iglesias son similares a las constatadas en el románico rural del norte de la península, formas que a su vez son propias del léxico artístico del estilo. Resulta lógico pensar por lo tanto que la filiación estilística del románico del País Vasco se debe contemplar en el marco de las relaciones mantenidas con los territorios vecinos, territorios que además cuentan con significativos centros artísticos de contrastada calidad y monumentalidad.

Sin embargo, y a pesar de este hecho, durante muchos años persistió la teoría del origen nórdico de muchos de los motivos decorativos. Fueron fundamentalmente los trabajos de Gaya Nuño y Barrio Loza los que impulsaron dicha teoría, argumentando la entrada de dichas influencias por vía marítima y estableciendo un origen normando, británico o sajón para la ornamentación de fustes y capiteles. Para sus defensores, además, el origen nórdico demostraba la primacía de Bizkaia sobre Álava, ya que la vía marítima justificaba su penetración por el territorio costero y desde ahí su difusión hacia el Sur. Al eco de dichos estudios debemos añadir también los que creyeron ver una singularidad especial en la escultura románica vasca, singularidad “claramente diferenciada del románico rural de otras comarcas”, apuntando en ocasiones la existencia de un supuesto sustrato vasco y remarcando así su individualidad dentro de un estilo difundido por todo el Occidente europeo. A estas posturas debemos señalar también los autores que relacionaron la relativa sencillez y pobreza de los motivos escultóricos con la influencia cisterciense y las teorías estéticas de San Bernardo o la progresiva ampliación de las posibles filiaciones estilísticas hacia el románico catalán, castellano, silense, navarro o jaqués en diferentes estudios.

Ya he señalado que hoy día está unánimemente aceptada la teoría de la difusión del estilo desde Álava hacia los dos territorios costeros, por lo que debemos una vez más hacer referencia a las dos fábricas señeras del románico alavés, Armentia y Estíbaliz, puesto que ambas aglutinan las influencias más destacadas y notorias. En el caso de Armentia son evidentes las influencias silenses, aragonesas, navarras y castellanas en el conjunto escultórico más importante del románico del País Vasco. Paradójicamente, y a pesar de su calidad, apenas irradió su influencia a las zonas cercanas. Destaca el apostolado tallado en el ventanal de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Lasarte, templo muy cercano a Armentia, que presenta la articulación más monumental que existe de un vano en todo el románico vasco. Los doce apóstoles tratados a modo de estatuas-columnas, seis en la cara interior de la ventana y otros seis en la exterior, se han vinculado estilísticamente con el maestro del tímpano de la Ascensión de Cristo.
Un caso completamente distinto es el de Nuestra Señora de Estíbaliz, descrito como “receptor, creador y generador de algunos de los motivos escultóricos más representativos del arte románico del País Vasco”. De hecho, la difusión de su repertorio ornamental se extiende, además de Bizkaia y Gipuzkoa, por Navarra, Burgos y La Rioja, siendo la decoración de entrelazado de los fustes uno de los elementos más característicos. La búsqueda de relaciones estilísticas para este repertorio ornamental se inició en la primera mitad del siglo XX y su enorme difusión llevó a determinados autores a considerar la existencia de una escuela románica alavesa.
Sin embargo, estos motivos ornamentales son bastante habituales en la plástica románica y su análisis ha sido determinante para fijar las filiaciones estilísticas de dicho Santuario y volver la vista hacia Borgoña, uno de los centros primordiales del románico europeo. En Borgoña estaba asentado el monumental monasterio de Cluny y sabemos que en el año 1138 María Lope, sobrina del Señor de Vizcaya Diego López de Haro, donó Estíbaliz a los monjes cluniacenses de Santa María la Real de Nájera33. Nájera se va a convertir en uno de los prioratos cluniacenses más importante de la Península, y Alfonso VII en 1155 y Alfonso VIII en 1177 confirmarán la donación de Nájera a la abadía borgoñona. Esto implicó la llegada de monjes franceses y de formas artísticas románicas procedentes del otro lado de los Pirineos. Este hecho no resulta nada excepcional, puesto que Estíbaliz se integra además en la corriente borgoñona que se difunde por la Península en la segunda mitad del siglo XII y llega a la zona burgalesa y al norte de Palencia. Dicha influencia se deja sentir en dos etapas de la construcción: en el taller que a partir de la segunda mitad del siglo XII realiza el transepto, los capiteles del interior y la cubrición del crucero, y, antes de terminar la centuria, en un segundo taller que finaliza las obras de la portada Speciosa, portada que contiene la mayor parte del repertorio ornamental que se difunde no sólo por la Llanada, sino también por Bizkaia y Gipuzkoa.
Para Serafín Moralejo los capiteles figurados del interior presentan relaciones evidentes con La Madelaine de Vézelay y los cataloga como una interpretación provincial de la escultura de este templo, uno de los más emblemáticos del románico borgoñón. Pero son sin duda alguna los motivos decorativos desarrollados en la segunda etapa de influencia borgoñona los de mayor difusión. En la portada Speciosa las arquivoltas, líneas de imposta, fustes, capiteles, jambas y cimacios presentan un repertorio ornamental, fundamentalmente vegetal y geométrico, en el que destacan los entrelazados con flores tetrapétalas y frutos, roleos vegetales, palmetas, pámpanos, acantos, retículas de cestería, decoración de bolas y besantes y ajedrezados de tacos o billetes que también se han hallado en columnas, pilastras y capiteles de la iglesia de Cluny, La Madelaine de Vézelay, San Lázaro de Avallon, Paray-le-Monial o San Lázaro de Autun, por citar algunos ejemplos.
En relación al tema que estamos tratando en estas páginas, es su expansión por los territorios costeros lo que a nosotros más nos interesa, y en este sentido se sabe que para el año 1207 los elementos del repertorio ornamental de Estíbaliz estaban ya plenamente desarrollados, aunque no se sabe con certeza cuándo comenzaron a difundirse. Entre ellos se debe resaltar el modelo de capitel de acanto con trépano en los tallos, hojas carnosas lobuladas y caulículos, que pese a ligeras variaciones y alguna simplificación se extiende por numerosas iglesias alavesas además de las de Artzentales, Bakio, Fruiz y Zumetxaga, en Bizkaia, y San Miguel de Bedarreta en Aretxabaleta, en el territorio guipuzcoano. Prácticamente igual es la asimilación del modelo de fuste decorado con entrelazado, flores tetrapétalas y diversos motivos geométricos o vegetales que se ha constatado en las mismas iglesias a excepción de Artzentales. Tenemos por lo tanto un grupo de iglesias vizcaínas situadas en el entorno de la zona de Mungía, muy cerca de la costa y una iglesia guipuzcoana, que sumada a los restos románicos constatados en Arrasate, Oñati, Eskoriatza o en el Santuario de Dorleta nos hablan de la importancia del Valle de Léniz como vía primordial para la expansión de las formas románicas desde Álava hacia el Norte.
Una vez establecido el contexto general de la penetración y asimilación de las formas románicas en Bizkaia y Gipuzkoa, es el momento de aportar los datos de conjunto más relevantes en relación a ambos territorios. Comenzaremos por Bizkaia, puesto que posee los restos más significativos, así como los tres únicos edificios que han llegado más o menos íntegros hasta nuestros días.

Fueron los estudios realizados por Pedro Vázquez, a comienzos del siglo XX los primeros en abordar el análisis del románico vizcaíno. Publicados en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones en 1908 y en el Boletín de la Comisión de Monumentos de Bizkaia en 1909 sus monografías abarcaron un número significativo de iglesias, entre ellas las de Zumetxaga, San Román y San Vicente de Muxika, Santa Lucía de Igorre, Santa María de Elexalde en Galdakao, Gautegiz de Arteaga o San Pedro de Tabira, además de la pila de Kortezubi o los sepulcros de Zenarruza. A dichas monografías siguió el trabajo de Félix López del Vallado, quien data la mayor parte de los restos artísticos conservados a partir del siglo XIII, considerando que sólo Zumetxaga, San Pelayo de Bakio y Galdakao podían ser obras de finales del siglo XII o comienzos de la siguiente centuria.
La aportación de Juan Antonio Gaya Nuño aumentó el mapa del románico vizcaíno en una de las obras de mayor repercusión posterior en la que planteó el origen nórdico del repertorio ornamental y su penetración por vía marítima. Su influencia es manifiesta en las obras de Javier de Ybarra, José Antonio Barrio Loza –quien añade a los restos ya catalogados Barrika, Linares en Artzentales, Getxo, Olarte en Orozko, Maruri, Sondika, Bermejillo, Guerediaga en Abadiño, Bolíbar, Ocerimendi en Zeanuri e Ibárruri– o Ramón López Domech por señalar los más representativos. Por su parte Kosme Barañano y Javier González de Durana incrementan la nómina de restos románicos al incluir San Sebastián de Kolitza en Balmaseda, Alboniga en Bermeo, Urigoiti en Orozko, Amaza en Iurreta, Zaloa, Garai, Santa María de Bakio, Santa María de Lemoa, Santa Lucía en Arbácegui-Guerricaiz, Santimamiñe, Ermua, San Andrés de Marquina, Santa Eufemia de Bermeo y Santa María de Etxano.
Aunque de cronología todavía incierta, la ermita de San Pedro de Abrisketa en Arrigorriaga parece ser la más antigua de las tres construcciones románicas conservadas en Bizkaia. De dimensiones reducidas y arquitectura muy sencilla, la ermita presenta una única nave con dos cuerpos diferenciados. La nave se cubre con cubierta de madera y el ábside rectangular con bóveda de cañón que apoya directamente sobre el muro sin ningún tipo de refuerzos o estribos ni interiores ni exteriores.

San Pedro de Abrisketa 

Resulta curioso que, a pesar de la diferencia de altura entre la nave y el ábside, no se hayan cubierto los dos espacios por separado y la techumbre de madera, con tejado a dos aguas en el exterior, se extienda a la misma altura sobre toda la superficie apoyando en dos postes esquineros por el lado oriental y dejando la bóveda de cañón al descubierto. En el interior, el acceso a la cabecera se realiza mediante un arco triunfal de medio punto formado por once dovelas y apoyado sobre impostas de aristas rebajadas. Sobre éste se sitúa otro simulando una chambrana o arco de descarga, y en la parte superior del muro se abría un ventanal hoy cegado.
La portada del lado occidental está formada por un arco de ingreso de medio punto protegido bajo una arquivolta lisa y con impostas decoradas con taqueado, la de la izquierda, y con billetes, la de la derecha, aunque ambas piezas están muy erosionadas y deterioradas. Una sencilla cruz inscrita en un círculo y situada en el lado derecho completa la decoración. En el lado meridional encontramos otro acceso de mayor tamaño, hoy tapiado. Es sobre este muro donde pueden verse incrustados los dos relieves que presentan decoración figurativa. Situados a ambos lados de la antigua portada, en uno puede verse una representación de carácter erótico con una pareja que realiza el acto sexual. El otro está tan deteriorado que ha dado lugar a diversas interpretaciones, desde una escena de alumbramiento a una de baile, puesto que sólo se aprecia una figura desnuda muy erosionada. Su factura tosca y arcaizante propició que algunos autores los datasen en fechas muy tempranas, pero su temática se inscribe dentro de la iconografía obscena que se desarrolla en numerosas representaciones románicas, fundamentalmente del ámbito rural, teniendo además paralelismos bastante cercanos en la iglesia de Tobera o en los ejemplos cántabros de Yermo o Cervatos, por citar sólo algunos.
La temprana cronología otorgada a esta ermita por numerosos autores se fundamentaba también en los restos reaprovechados que se utilizaron en su construcción. Tanto los epígrafes funerarios y estelas sepulcrales como la ventana absidal propiciaron dataciones que oscilan entre el siglo VII y el siglo XII. Esta última es una pieza monolítica coronada por un fragmento de imposta con tiras curvas en los extremos y taqueado en el centro. Enmarcada en un cuadrado, la parte superior está decorada con una orla ondulada a base de líneas incisas y la inferior presenta dos cruces, una a cada lado del vano. La apertura del vano mutiló parte de uno de los brazos de ambas cruces. Dichas características son las que llevaron a Gaya Nuño y a Javier de Ybarra a hablar de su ascendencia visigótica a pesar de catalogar la ermita como románica.
Lecuona, por su parte convierte la ascendencia visigótica en carácter visigótico y data la ermita en el siglo VII. Otros autores insisten en la pervivencia de elementos visigodos que se reaprovechan en el románico, o añaden otros, como el estilo mozárabe o asturiano. Hoy día, y a pesar de las dificultades para precisar su cronología, ha sido catalogada como obra de mediados del siglo XII.
La ermita de San Miguel de Zumetxaga en Mungia ha sido objeto de estudio en numerosas publicaciones desde comienzos del siglo XX. Por eso ha sido descrita como la iglesia románica vizcaína más conocida, pero también más controvertida. Es un pequeño edificio de nave única y testero recto que se alza sobre anchos muros de mampostería. A la construcción románica se le añadieron una serie de contrafuertes en la cabecera para evitar su derrumbe, ya que su incorrecto asentamiento dio lugar a un gran abombamiento en el muro meridional. Sobre la cabecera se eleva una pequeña espadaña coronada por tres cruces.

San Miguel de Zumetxaga 

El interior de la ermita presenta un ábside elevado respecto a la nave y separado por un arco triunfal doblado y ligeramente apuntado. El arco apoya en capiteles ornamentados con elementos vegetales de los que más tarde hablaremos. Las columnas son adosadas y presentan una basa con toro y escocia. Ambos espacios se cubren con bóveda de cañón con un leve apuntamiento.
Los dos capiteles del arco triunfal y la articulación de la ventana absidal son los elementos artísticos más destacados de esta ermita. En relación a los primeros, la decoración de la parte superior del capitel consiste en caulículos muy sencillos que se juntan en el centro y en los ángulos, mientras que la parte inferior, que ocupa la mayor parte de la cesta, presenta variaciones entre ambos ejemplos.
El de la izquierda se ornamenta con hojas verticales de tallos marcados con decoración perlada y culmina con pequeñas volutas en el centro y en los ángulos. El del lado derecho presenta el mismo motivo vegetal pero rematando cada hoja con una piña. Este esquema decorativo se repite en dos de los capiteles exteriores de la ventana absidal y siguen el modelo observado en Abetxuco y otras iglesias alavesas, además de presentar paralelismos con capiteles de Bakio y Mungia.
La ventana absidal es abocinada. En el interior presenta dos arquivoltas apuntadas; la externa decora su arista con una cenefa de motivos vegetales entrelazados y la interna con roleos. En cuanto a los capiteles, el del lado derecho presenta una cabeza humana de cuya boca surgen tallos vegetales que se van entrelazando por los lados del capitel. Se trata de un motivo iconográfico que tiene su origen en el arte antiguo y del que existen numerosas representaciones en la escultura románica.
En el del lado izquierdo parece adivinarse una especie de cuadrúpedo muy erosionado entre roleos y tallos entrelazados. Al exterior presenta también dos arquivoltas apuntadas y decoradas con los mismos motivos observados en las arquivoltas del interior, pero en este caso los capiteles son cuatro. Los dos externos repiten la ornamentación de los capiteles situados en el interior del ábside, mientras que los dos internos, los más cercanos al vano, reiteran los esquemas decorativos de los capiteles del arco triunfal. Debemos destacar también los fustes de las columnas decorados con diversos tipos de entrelazados; flores tetrapétalas con un botón central, en forma de red o simples que nos remiten a los modelos difundidos desde el Santuario de Estíbaliz. El repertorio ornamental de capiteles y fustes de columnas se reitera en otras iglesias vizcaínas como Getxo, Bakio, Fruiz, Artzentales o el tímpano de Santurtzi, poniendo de manifiesto no sólo su vinculación con Álava sino también la relación entre sí.
Ya hemos señalado que el análisis de Zumetxaga ha propiciado la existencia de diversas posturas y controversias. Las cronologías han oscilado entre los siglos XII y XIV, pero sin lugar a dudas, la polémica de mayor trascendencia ha sido la esgrimida por Gaya Nuño al considerar esta ermita como el ejemplo más significativo de la influencia nórdica en el repertorio ornamental. Para este autor Zumetxaga es el mejor ejemplo del románico rural vizcaíno, sus capiteles con decoración geométrica y zoomórfica son típicamente irlandeses y los entrelazados de las columnas son “reminiscencia indudable de decoraciones de los libros de Borrow y Kelles”.
Constatada ya la influencia alavesa, queda por precisar su cronología, para lo cual no existen datos documentales o epigráficos. Una vez más debemos aludir a la difusión de los motivos decorativos de la portada Speciosa de Estíbaliz y a una fecha 1207, ya señalada, que figura en una inscripción de la ermita de San Pantaleón de Losa en Burgos. Su evidente relación con Estíbaliz proporciona un margen cronológico en el tránsito del siglo XII al siglo XIII, margen en el que debe situarse la construcción no sólo de esta ermita, sino también de otras iglesias que manifiestan vinculaciones estilísticas parejas.
Ese es el caso de la última de las iglesias vizcaínas que conserva su estructura casi completa. Nos referimos a la iglesia de San Pelayo de Bakio, para la que tampoco existen referencias documentales. Muy próxima a San Juan de Gaztelugatxe, de la que se sabe que fue donada en el año 1053 al monasterio aragonés de San Juan de la Peña, algunos autores opinan que la actividad portuaria y el crecimiento económico de la villa de Bermeo en los siglos siguientes pudo propiciar su construcción en un emplazamiento más cómodo y de mejor acceso que San Juan de Gaztelugatxe, que se encuentra justo enfrente. Las cronologías barajadas para esta iglesia oscilan entre los siglos XII y XIII, y casi todos los estudios la señalan como versión tardía del románico, o románico de fecha avanzada. Su aspecto se ha visto modificado por el pórtico añadido en todo su perímetro, además de la cubierta de madera de la nave y el campanario del lado occidental. Además, a mediados del siglo XX se realizó una importante intervención que afectó a muros y cubiertas, así como a los elementos decorativos más importantes, aunque su planimetría es la original.
Esta iglesia, aunque de dimensiones reducidas, es la de mayor tamaño entre las hasta ahora reseñadas. Su fábrica es de muros de mampostería bastante cuidada, con sillares en los esquinales, y presenta una planta rectangular y cabecera recta de menores dimensiones que la nave. El ábside está cubierto por una bóveda de cañón apuntado que arranca de una imposta corrida sobre el muro sin contrafuertes ni estribos y ésta sería también la cubierta originaria de la nave, hoy sustituida por una estructura de madera. Los restos románicos más destacados de este edificio son el arco triunfal apuntado y doblado, la portada situada a los pies de la nave y la ventana absidal en su articulación interna, ya que al exterior sólo muestra el hueco o apertura del vano.
La portada del lado occidental presenta tres arquivoltas y un arco de cierre con decoración de bolas que se repiten de forma seriada. Apoyan en una imposta con perfil de nacela y cuatro columnillas lisas y acodilladas que presentan dos capiteles a cada lado con ornamentación estilizada y esquemática a base de un óvalo enmarcado con varias líneas concéntricas que se unen en la parte superior del ángulo del capitel. Estas columnas y capiteles son muy similares a los del arco triunfal, donde también vemos los fustes apoyados en una basa con toro y escocia y un gran plinto, mientras que en los capiteles los óvalos sólo tienen dos o tres líneas concéntricas que culminan en una bola en los ángulos superiores.
El ventanal del ábside se presenta como una estrecha saetera en el exterior, mientras que en el interior tiene un amplio derrame. Es de medio punto y con una moldura con ocho bolas muy parecidas a las de la portada. Apoya en dos columnas cuyos fustes están decorados con entrelazados similares a los Zumetxaga, Fruiz y algunas iglesias alavesas, mientras que los capiteles son muy similares a los de la portada. Las basas están decoradas con una garra y una bola con caperuza en el vértice, motivo que aparece en otras iglesias vizcaínas como Fruiz, Olarte y Arteaga60. Su relación con la iglesia de Zumetxaga es evidente en el tipo de planta y la articulación del arco triunfal y de la ventana absidal, lo que ha llevado a pensar en un mismo taller o escultor y en una cronología algo posterior a la de la iglesia de Mungia.
Muy cercana a las iglesias de Zumetxaga y Bakio, con las que mantiene evidentes vinculaciones estilísticas, la portada de la parroquia de San Salvador de Fruiz es una de las más interesantes del románico vizcaíno.
Forma junto a Lemoiz, Gautegiz Arteaga y San Miguel de Linares en Artzentales el reducido grupo de portadas románicas que se han podido constatar en Bizkaia. Situada en el lado meridional, se presenta algo avanzada respecto al muro de la iglesia y aparece enmarcada por unas columnillas, un tejaroz y un zócalo sobre el que apoya todo el paño. Está compuesta por tres arquivoltas de perfil ligeramente apuntado. La interior, decorada con bocel, apoya sobre las jambas; la central, la más ancha, presenta decoración vegetal a base de hojas de acanto verticales y con poco relieve que en la parte superior se pliegan formando una pequeña voluta, excepto en la dovela central donde se aprecia una cabeza barbuda. La arquivolta externa, también con bocel, queda enmarcada por una imposta.
Los fustes de las columnas presentan los característicos entrelazados vistos en Zumetxaga o Bakio y en iglesias alavesas como Lopidana u Okariz, por citar sólo algunos ejemplos. Con una factura muy cuidada, destaca la ornamentación del fuste interno con círculos concéntricos que encierran flores, espirales y rostros humanos muy esquemáticos y estilizados que recuerdan los motivos figurativos de los capiteles. Son precisamente los capiteles de Fruiz los restos románicos más importantes de esta iglesia, ya que dos de ellos presentan temas historiados, algo poco habitual en la iconografía de estos territorios. De los cuatro capiteles de la portada, los dos internos se decoran con los mismos motivos vegetales de hojas de acanto estilizadas y piñas colgando de los ápices ya descritos en Zumetxaga y en una veintena de iglesias alavesas.

Fruiz. Portada de San Salvador 

Es en los dos externos donde aparecen las representaciones más interesantes de esta iglesia. En el de la izquierda vemos cinco personajes con un tratamiento muy esquemático de las cabezas y de los rasgos de los rostros y una composición simétrica jerarquizada. Destaca el central, que ocupa el lugar preeminente de la composición, barbado, con corona y vestido con una túnica talar hasta los pies decorada con líneas incisas y motivos geométricos en la parte central. Lo flanquean dos figuras con báculos, dignidades eclesiásticas, de los cuales uno también sujeta un libro, y ambos visten túnicas con incisiones más anchas que parece simular pliegues. Los dos de los extremos son diferentes: el del extremo derecho parece ser un músico, ya que apoya un cordófono (fídula o vihuela) en posición invertida sobre el pecho y sostiene el arco en una mano. El del lado izquierdo no presenta ningún elemento significativo que pueda clarificar su identificación, salvo que a diferencia del resto de los personajes de este capitel viste una túnica más corta y una especie de pantalones, tubrucos, que corresponden a la indumentaria típica de los campesinos en aquella época. De este modo tendríamos a toda la sociedad medieval ilustrada en imágenes. La escena ha sido vinculada a alguna celebración litúrgica en la que participarían todos los estamentos sociales, y guarda evidente relación con la representación del capitel situado en el lado contrario de la portada.
Dicho capitel nos muestra dos jinetes afrontados, uno armado de lanza y otro de escudo y espada, y en el centro un personaje que se interpone entre ambos. Este mediador, que sujeta las armas de ambos jinetes, viste una túnica hasta los pies y presenta la misma factura esquemática que los personajes situados en el primer capitel descrito. Se trata de una representación de la Pax Dei, tema perfectamente identificado y con numerosos paralelismos iconográficos en el románico peninsular. La Pax Dei es una institución creada en Aquitania a finales del siglo X. Es en el Concilio de Charroux del año 989 cuando se promulgan una serie de medidas encaminadas a terminar con la violencia de los nobles y a salvaguardar los bienes de la Iglesia dictando prohibiciones de atacar a la iglesia, a los campesinos pobres y a los clérigos. Poco a poco y en un momento de desorden político y conflictos bélicos permanentes, va a ser la Iglesia como institución la que asuma la responsabilidad de intervenir en un asunto que hasta el momento le había resultado totalmente ajeno, preservar la paz y el orden social. Conforme se va asentando el régimen feudal dicho movimiento se irá institucionalizando, conseguirá involucrar a los monarcas y señores laicos y logrará la protección inquebrantable de la Iglesia, de todos sus bienes y de todas aquellas personas que estén bajo su protección, campesinos y peregrinos con derecho de asilo. Al mismo tiempo se desarrollará la Tregua Domini, que va a limitar temporalmente las actividades bélicas acotándolas a determinados días de la semana y prohibiendo dichas actividades en fechas señaladas del calendario litúrgico, como Adviento o Cuaresma. Ambas instituciones tuvieron un importante desarrollo en el Occidente medieval durante los siglos XI y XII. Los dos capiteles deben por lo tanto leerse conjuntamente y representarían una imagen del orden y la paz social según la ideología eclesiástica de aquel momento, ya que aparecen representados todos los grupos sociales: el monarca, los caballeros, el estamento eclesiástico y el campesinado.

Capitel de la portada 

En relación a las cronologías barajadas para esta portada, oscilan entre finales del siglo xii y principios del siglo XIII, si bien las relaciones estilísticas establecidas con San Miguel de Zumetxaga indican que la fecha más indicada sería a comienzos del siglo XIII. Debemos resaltar también que junto a la portada aparece incrustado en el muro un capitel reaprovechado como pila de agua bendita decorado con motivos vegetales y volutas y, sobre la aguabenditera, dos canecillos descontextualizados.

La iglesia parroquial de Santa María de Lemoiz conserva otra de las portadas románicas más interesantes de Bizkaia. Situada en el lado meridional y bajo un pórtico rural, no parece guardar ninguna relación estilística con el románico alavés, ni tampoco con el vizcaíno de su entorno. Es una portada ligeramente abocinada y formada por tres arcos de medio punto sin ningún tipo de ornamentación. Descansan sobre una imposta con decoración de taqueado o ajedrezado. Bajo esta imposta encontramos los cuatro capiteles con motivos figurados. En uno se ve un cuadrúpedo de gran cabeza de la que surgen tallos vegetales enroscados en formas circulares. En el segundo capitel de este mismo lado, otro cuadrúpedo con garras en las patas y un hocico muy pronunciado parece pisar una serpiente con su pata delantera. Se ha querido ver en esta escena la lucha de un elefante con una serpiente. Otras identificaciones señalan que ambos cuadrúpedos podrían ser sendos elefantes por la prominencia de sus cabezas y sus orejas y por el largo apéndice que se transforma en un tallo vegetal, viendo que la supuesta serpiente también podría ser la extremidad de un motivo vegetal enlazado con las formas curvas de la ornamentación del capitel.
En el lado contrario encontramos un capitel con ornamentación vegetal muy esquemática y estilizada y un segundo capitel con una escena de difícil identificación por su estado de conservación y por el tratamiento ingenuo de las formas. Se aprecia un personaje desnudo, con báculo, que porta un libro en su mano derecha. Le acompaña un ave que sujeta una serpiente entre sus garras y completan la decoración una flor de cinco pétalos, inscrita en un círculo, y la silueta de un caballo con un tratamiento muy somero. Resulta muy complicado buscar un hilo conductor que pueda esclarecer una vinculación entre los motivos figurados de todos los capiteles. De ser cierta la identificación de la lucha del elefante con la serpiente y del águila con el mismo reptil maligno, estaríamos hablando de dos temas presentes en el Physiologus y en los Bestiarios medievales que derivan de ese famoso tratado zoológico-simbólico, algunos de los cuales están ilustrados con magníficas miniaturas. En el caso de Lemoiz, el tratamiento formal y estilístico de los capiteles nos habla de una interpretación absolutamente popular de unos temas que, además, no parecen tener ninguna relación entre sí, lo que pone de manifiesto que se ha acudido a un repertorio habitual y difundido por toda la geografía del románico para adaptarlo a sus necesidades y ofrecernos una versión bastante ruda y tosca en una obra modesta y de escasas pretensiones artísticas. En relación a sus filiaciones estilísticas se han barajado diversas opciones que van desde los tímpanos de los valles de Ayala y Mena hasta iglesias asturianas o catalanas, pero hasta el momento ninguna de estas opciones ha despejado las incógnitas en torno a su singularidad dentro del territorio vizcaíno.
En la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Gautegiz Arteaga se conserva una portada adscrita al románico tardío. Se trata de una portada de perfil bastante apuntado y con dos arquivoltas. Su ornamentación se limita a nervaduras redondeadas simulando baquetones. Están protegidas por un arco de cierre a modo de guardapolvos que queda superpuesto al muro sin apoyar en ningún tipo de imposta. La portada consta de cuatro capiteles con forma ligeramente trapezoidal. Los del lado izquierdo presentan decoración vegetal de palmetas y hojas ligeramente lobuladas de pequeño tamaño y con escaso relieve. Los del lado contrario se han realizado con un relieve mucho más pronunciado y con volutas en sus vértices.

En la comarca de las Encartaciones destaca la portada de la iglesia de San Miguel de Linares en Artzentales. Abierta en el muro sur, bajo el pórtico, su aspecto es semejante a la de San Pelayo de Bakio. Está formada por tres arquivoltas ligeramente apuntadas: la exterior baquetonada con bocel redondeado y las otras dos decoradas una con un cenefa de besantes y la otra con una arista rematada con medias bolas y otra más pequeña encima. Esta ornamentación se repite de manera seriada, por lo que su aspecto es muy geométrico.
El arco que define el intradós, también apuntado, está formado por seis dovelas que se cierran en una clave estrecha. Una línea de imposta con decoración geométrica da paso a las columnas acodilladas de fuste liso y a los capiteles ornamentados con motivos vegetales de hojas rematadas en los vértices con volutas o piñas y ya reseñados a propósito de Zumetxaga o Fruiz. Los diversos estudios realizados de esta portada extienden su cronología a lo largo del siglo XIII, siendo los primeros años de dicha centuria la datación más acertada.

Arzentales. Capiteles de San Miguel de Linares 

De catalogación estilística y cronológica todavía bastante incierta son las portadas de la ermita de San Sebastián y San Roque de Kolitza en Balmaseda, de la iglesia de San Bartolomé de Olarte en Orozko y de la ermita de San Cristóbal en Igorre. En relación a la primera, es la inscripción que figura en la portada la que ha generado bastante confusión, ya que no se puede leer en su totalidad. Todas ellas han sido consideradas como portadas románicas en distintos estudios, pero las dataciones barajadas, muy avanzado el siglo XIII e incluso obras ya del siglo XIV, y sus características formales y estéticas hacen bastante improbable su consideración como obras románicas.

Las iglesias y portadas reseñadas hasta el momento forman el núcleo principal de las obras románicas conservadas en Bizkaia y debemos considerar que a excepción de la portada de San Miguel de Linares en Artzentales, situada en la comarca de las Encartaciones, todas las restantes se reparten fundamentalmente por las comarcas de Busturialdea y sobre todo de Uribe, es decir la zona del Munguiesado.
A este respecto resulta interesante constatar la evolución social y económica de esta zona costera durante los siglos medievales que nos ocupan. Según los especialistas, la situación de la orla costera cántabro-atlántica fue bastante lamentable hasta bien avanzado el siglo XII, puesto que estuvo regularmente sometida a las devastadoras correrías marítimas de normandos y musulmanes. Esta amenaza permanente hizo muy complicado consolidar centros de población importantes, ya que a la inseguridad de la navegación se unía el escaso desarrollo técnico de estos núcleos, imposibilitando unas actividades pesqueras y comerciales de cierto rango. Sin embargo, y ya desde el siglo XI, la zona comprendida entre la ría de Gernika, el río Nervión y la zona oeste del territorio vizcaíno, se configuró como una nueva área de aprovechamiento económico de los recursos naturales, en especial los relacionados con el mar, por parte de algunos importantes monasterios como San Juan de la Peña o San Millán de la Cogolla.
Este incipiente desarrollo tomó su impulso definitivo a partir de la segunda mitad del siglo XII. Con la separación de los reinos castellano y leonés a la muerte de Alfonso VII en 1157, sus sucesores desplegaron una intensa y programada política de promoción urbana en la periferia norteña de ambos reinos. Se produjo el nacimiento de un crecido número de villazgos, lo que transformó las estructuras jurídicas, socio-económicas y político-administrativas de esos territorios en los que las villas creadas pasan a ser piezas fundamentales en la nueva ordenación social de esas áreas. De hecho, se ha señalado la estrecha relación que existe entre la creación de las villas marítimas y los orígenes del despegue mercantil castellano, canalizado hasta finales del siglo XIII a través de estos puertos de la fachada costera cántabro-atlántica. La creación de estas villas norteñas pone también de manifiesto que se ha producido un desplazamiento de los cauces tradicionales del comercio castellano. Si hasta ahora la arteria comercial con Europa seguía las rutas del Camino de Santiago, desde principios del siglo xiii se apuesta decididamente por los ejes mercantiles verticales: los que se tienden entre los principales centros portuarios del Cantábrico y las ciudades de la Meseta.
Va a ser entonces cuando la política de Alfonso VIII fije su mirada en la costa de Bizkaia. No podemos olvidar que es precisamente durante el reinado de este monarca cuando los territorios vascos comienzan a incorporarse progresivamente a la Corona de Castilla, primero las Encartaciones, en 1179, y el resto en las proximidades de 1200, incluida la mayor parte de Álava, el Duranguesado y Gipuzkoa. El interés de la Corona de Castilla por el control de las costas del Golfo de Bizkaia obedece a la creciente importancia económica que está adquiriendo el tráfico comercial marítimo en las ciudades de la fachada atlántica europea, además de ser la zona geográfica predilecta para poder dar salida al mar a los productos castellanos. Asimismo, no podemos olvidar que dicho territorio costero ofrece al monarca la posibilidad de tener un paso directo a Aquitania, la deseada y nunca conseguida herencia de su mujer Leonor, sin tener que depender de los pasos pirenaicos navarros que le estaban vedados a causa de su enfrentamiento con la monarquía navarra.
La formación de villas en el área de la costa vizcaína se produjo, además de por el interés del monarca castellano, por la implicación activa de la iniciativa señorial, destacando como ejemplo significativo la fundación de la villa de Bermeo en el año 1236 por parte de Lope Díaz de Haro, población que va a monopolizar el tráfico comercial y pesquero del Señorío hasta que se produzca la fundación de Bilbao en el año 1300.
Como vemos, el desarrollo económico y comercial de esta zona desde finales del siglo XII coincide con las cronologías barajadas para las iglesias más importantes que se conservan, algo lógico si consideramos que las ganancias y excedencias de las bonanzas económicas suelen ser impulsoras importantes de fábricas de cierta envergadura con aspiraciones artísticas algo más ambiciosas que las de épocas más inciertas. Pero además, a dicho desarrollo debemos añadir otro elemento significativo que curiosamente también tiene lugar en la misma época. Nos referimos a la creciente importancia que va a tomar el denominado Camino de la Costa, ruta secundaria del Camino de Santiago que se extiende a lo largo del litoral cantábrico uniendo San Sebastián, Bilbao y Santander, y que comienza a ser frecuentada por peregrinos una vez que se han establecido las condiciones necesarias para convertirla en una ruta alternativa relativamente segura.
Entre ellas destaca el fin de las devastadoras incursiones de normandos y musulmanes en aquellas costas, así como la creación de las nuevas villas, aspecto al que ya nos hemos referido, en el marco del proyecto político que lleva a cabo Alfonso VIII de Castilla y que contribuye a mejorar de manera significativa las malas comunicaciones existentes hasta ese momento. Los especialistas coinciden en señalar que este camino paralelo al litoral se configura y consolida a partir de finales del siglo XII, ya que con anterioridad algunos testimonios que han llegado hasta nuestros días califican esta ruta como una senda impracticable a través de rocas, matorrales y lugares yermos que transcurre “por aquellos montes apartados, entre hombres feroces de idioma desconocido y prontos a cualquier crimen”, según cuenta el obispo de Oporto a comienzos del siglo xii cuando al volver del Concilio de Reims se ve obligado a desviarse “por caminos extraviados” hacia el litoral.
A estos dos hechos históricos tan significativos me ha parecido apropiado sumar un tercero, y es la existencia durante los siglos medievales de una serie de caminos en dirección sur-norte a través de los cuales Bizkaia recibe gentes e influencias. En el denominado camino del Nervión, por Orduña y el Valle de Ayala, se encuentran San Pedro de Abrisketa y Santa María de Elexalde de Galdakao. Pero bastante más significativo es el camino que parte desde la Llanada alavesa hacia Bermeo atravesando el Valle del Deva y el Duranguesado, y que, siendo una ruta básicamente comercial, era la tercera vía de comunicación más importante entre Bermeo-Bilbao y la meseta castellana. Aunque su máxima trascendencia hay que situarla a partir de 1399, cuando Vitoria se convierte en paso obligado para mercaderes, acemileros y viandantes que procedentes de la meseta se dirigían a Bizkaia, la utilización de dicha vía en los siglos inmediatamente anteriores sugiere una ruta muy sugestiva para la posible difusión de los repertorios ornamentales que desde Estíbaliz, muy cerca de Vitoria, se difunden hacia la comarca vizcaína donde se han constatado los restos románicos más significativos.

De cronología más tardía y con unas características singulares, la iglesia de Andra Mari de Elexalde en Galdakao merece una mención especial. Datada en la segunda mitad del siglo XIII, posee una serie de elementos que han hecho muy complicada su catalogación, de tal manera que se ha definido como “primer monumento románico de Bizkaia” y también como “gótico relacionado con la Catedral de Burgos”. La mayor parte de los autores consultados consideran que es un ejemplo de la adopción de las fórmulas del gótico temprano en una obra muy enraizada aún en el románico, por lo que fusiona elementos propios de ese estilo con el espíritu gótico: “representativa del paso entre el románico y gótico y sus ambivalencias” o “imbricación entre la tradición escultórica románica y la asimilación de algunos parámetros formales derivados del arte gótico coetáneo”.

Galdakao. Portada de Santa Maria de Elexalde 

Ya he señalado que sólo se conserva una parte de su estructura y que el elemento más destacado es la portada, localizada en el muro sur bajo el pórtico de madera y una cornisa decorada con motivos florales y nueve canecillos que alternan motivos figurativos de cabezas humanas en distintas actitudes y alguna representación animal. Presenta un arco trilobulado cobijado por tres arquivoltas de arco apuntado cubiertas por un arco de cierre que no descansa sobre las impostas, sino que apoya sobre una figura portando un libro, en el lado izquierdo, y un ángel turiferario en el derecho.
l programa iconográfico de esta portada es el más rico de toda Bizkaia y aunque no se ha podido establecer una interpretación coherente para todos los motivos figurativos, sí se han establecido sus ideas principales, vinculadas a la representación del Juicio Final. Comenzando por la arquivolta exterior, las representaciones más significativas, colocadas al modo gótico con figuras superpuestas que siguen la dirección del arco, son las figuras de los resucitados saliendo de sus tumbas al son de los ángeles trompeteros, motivos que se entremezclan con seres híbridos, representaciones animales de águilas y dos carneros enfrentados y la figura de un hombre mordido por un cerdo. En la arquivolta intermedia proliferan los temas vegetales y zoomorfos, a excepción de un tema procedente del arte antiguo y conocido en la iconografía románica como es el del espinario. En la arquivolta interna aparecen una serie de figuras femeninas que han sido identificadas como las vírgenes necias y prudentes de la parábola bíblica (Mt 25, 1-13). Hay que destacar que dicho tema iconográfico es una representación bastante habitual en las portadas de las catedrales góticas, tal como ponen de manifiesto los ejemplos constatados en Chartres, Amiens o León. En el caso de la portada de Galdakao su representación parece haberse utilizado para aludir a la separación entre los justos y réprobos que tiene lugar en el Juicio Final. Es también en esta arquivolta donde se halla uno de los motivos que más controversias ha despertado entre los especialistas que se han ocupado de esta portada. Nos referimos al ser híbrido con cabeza de perro o lobo que porta la figura de un niño sobre su hombro, mientras a sus pies aparecen dos figurillas desnudas a las que sujeta por la cuerda que rodea sus cuellos.

Galdakao. Portada de Santa Maria de Elexalde 

Identificado como San Cristóbal, como una versión temprana del Renard francés e incluso como una versión grotesca de la Caridad, hoy día parece fuera de toda duda que se trata de un cinocéfalo, ser híbrido y fantástico tradicionalmente considerado como una representación de lo monstruoso y también del paganismo. El hecho de que las dos figuras que aparecen a sus pies sean dos ahorcados evoca las escenas infernales y sus castigos, temática que figura en portadas tan significativas como la puerta sur de Chartres, el Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela o la Portada de Juicio de la Catedral de Tudela, donde los demonios sujetan con sogas por el cuello a los condenados.
Estaríamos por lo tanto ante la representación de un cinocéfalo como ser diabólico asociado a un mundo infernal desconocido e inquietante.
En cada uno de los espacios trilobulados del arco interior vemos a las dos figuras que presiden la portada: el arcángel Gabriel y la Virgen que aparecen pisando sendos reptiles o dragones, lo que otorga a esta Anunciación un cierto carácter apocalíptico. La salutación angélica señala la vía de salvación redentora en la figura de Cristo. La portada se completa con los motivos figurativos de los capiteles, cuatro a cada lado, en los que proliferan cabezas humanas con diversos tocados, seres híbridos, diversas cabezas monstruosas y un ángel que mira a la puerta en uno de los capiteles internos. Los fustes de las columnas son lisos y apoyan sobre unas basas con toro y escocia situadas sobre altos plintos de base cuadrada. Se ha visto en los motivos de estos capiteles la continuación del programa escatológico observado en las arquivoltas, estableciendo una oposición entre el bien, sugerido por las representaciones de las cabezas humanas masculinas y femeninas, y el mal, ilustrado a través de los seres híbridos y las cabezas monstruosas devoradoras.
En relación a los motivos escultóricos observados en la portada del muro norte y los restos aislados constatados en el interior de la iglesia, se ha considerado que constituyen ecos de algunos de los motivos figurativos de la portada principal.
Entre los elementos románicos aislados conservados en Bizkaia destaca sin lugar a dudas el tímpano de la iglesia de San Jorge de Santurtzi conservado en el Museo Diocesano de Arte Sacro de Bilbao. Es lo único que ha llegado hasta nuestros días de una iglesia documentada en el siglo XI y que a mediados del siglo XIII pasa a ser propiedad de Diego López de Haro III, Señor de Vizcaya. La historiografía tradicional ha recurrido al período comprendido entre estas fechas para establecer la antigüedad del tímpano, y se ha topado además con las diferencias existentes entre los motivos figurativos del mismo y los decorativos del arco que lo enmarca, de aspecto bastante más refinado y evolucionado.

Tímpano de Santurtzi (Museo Diocesano de Arte Sacro de Bilbao) 

Se trata de un tímpano tallado sobre una pieza monolítica de forma semicircular.
Su talla ruda y arcaizante ha propiciado que algunos autores lo considerasen obra de finales del siglo XI en correspondencia con la documentación conservada. Desarrolla el tema de la visión de Ezequiel (Ez 1, 5-12) en una composición claramente simétrica. El centro lo ocupa Cristo en majestad bendiciendo con la mano derecha y sujetando el Libro con la izquierda. Es un Cristo sedente sobre un gran trono de dos niveles. El escabel, sobre el que descansan sus pies desnudos, está decorado con una serie de cinco arcadas alargadas, y el asiento con respaldo aparece rematado con bolas. Le rodea el Tetramorfos, los símbolos de los cuatro evangelistas, cada uno portando su correspondiente evangelio y volviendo la cabeza para mirar al centro del tímpano. En la parte inferior vemos a San Marcos y San Lucas. Junto al león se ve la inscripción mar/cvs escrita en líneas invertidas, y sobre el toro la de lucas es apenas legible. El águila de San Juan y la representación de San Mateo, reducida a la parte superior de una figura humana, enmarcan el torso de Cristo. Todas las figuras se caracterizan por la tosquedad de su talla y la desproporción, más acusada en el caso de Cristo.
Esto contrasta con la decoración del arco que remata el tímpano, una moldura con motivos vegetales entrelazados, roleos y flores inscritas que corresponde a un románico en plenitud y que además se ha vinculado con las arquivoltas y cimacios de Zumetxaga. También el tipo de letra de las inscripciones, realizadas con líneas de pautado y unas letras carolinas en caracteres capitales, hablan de una cronología que no puede ser anterior a mediados del siglo xii. Por otro lado la fecha del segundo documento conservado, 1249, parece demasiado avanzada para un tímpano que habría que situar en el marco cronológico barajado para otros ejemplos significativos del románico vizcaíno, es decir entre finales del siglo XII y principios de la siguiente centuria. A la hora de buscar paralelos estilísticos se han barajado distintas opciones: desde el tímpano alavés del Pecado Original de Añes, por la simpleza y tosquedad de sus figuras y la cenefa que lo enmarca, hasta otros tímpanos del Valle de Mena en Burgos, en concreto el de Santa Cruz de Mena, sin que se puedan establecer similitudes muy destacadas.
En el mismo Museo Diocesano y en el Museo Arqueológico de Bilbao se conservan ocho capiteles procedentes de la iglesia de San Pedro de Mungia. La primera referencia documental sobre Mungia es de mediados del siglo XI, cuando en 1051 el abad Momo de Mungia aparece confirmando una donación, la de Santa María de Axpe en Busturia, al obispo de Armentia. También se menciona la existencia de otro documento, hoy perdido, con la consagración de la iglesia de San Pedro en 1091 por parte del obispo Pedro, obispo de Calahorra o Nájera, y otros de la misma centuria en los que se ceden algunas iglesias de la misma zona al Monasterio de San Millán de la Cogolla y en los que figuran distintos abades de Mungia.
Los capiteles conservados corresponden a diferentes partes de la iglesia: uno al arco toral que separaba el presbiterio de la nave, otro a la ventana absidal y seis pertenecientes a una portada situada en el lado occidental con tres pares de columnas acodilladas. Es el estudio realizado por Alberto Santana el que ha determinado que esta iglesia presenta en su planimetría características muy similares a las de Zumetxaga, con una única nave y un arco de triunfo separando dicho espacio de una cabecera con ventana absidal.


Capiteles de San Pedro de Mungia 

La portada en derrame, con tres capiteles a cada lado, sería algo más grande que las de Zumetxaga o Bakio, lo que ha llevado a pensar que podría haber sido la iglesia románica más grande de Bizkaia, algo que encaja perfectamente con el hecho de que sea precisamente en el Munguiesado donde se han constatado los restos románicos más importantes y significativos.
Realizados por diferentes artistas, el repertorio ornamental mayoritario despliega diversos motivos vegetales de hojas de cardina en espiral, hojas verticales con piñas y volutas en sus vértices, ya vistas en Zumetxaga y Fruiz, o decoración de espirales con perlas y zarcillos rizados. Entre ellos destaca el que presenta formas vegetales que giran en espiral, una tipología con numerosos ejemplos, tanto en la Provenza y el sudoeste francés, como en iglesias románicas navarras, castellanas y alavesas. Durante un tiempo estos capiteles fueron considerados como un grupo excepcional dentro de la escultura románica vizcaína, pero los estudios más completos han puesto de manifiesto las filiaciones estilísticas con las iglesias de su entorno y con algunos ejemplos alaveses. Según Alberto Santana, la confusión pudo venir al estar expuestos en el mismo museo capiteles procedentes de Burgos y de Sondika sin indicar su procedencia, lo que dio lugar a que muchos estudiosos considerasen que la mayoría procedían de Mungía y otorgaran a esta iglesia unas características singulares y diferentes a las del románico de su comarca.
En la antigua Colegiata de Santa María de Zenarruza salieron a la luz a principios del siglo XX dos sepulcros decorados, ambos de caja exenta y construidos en una sola pieza trapezoidal. El que se conserva en el Museo de Arte Vasco presenta una ornamentación eminentemente geométrica de cruces griegas, espirales, círculos inscritos, discos, triángulos y líneas incisas. Más conocido es el que actualmente está expuesto en el Museo Arqueológico de Bilbao. Presenta decoración en sus cuatro lados, predominando también la decoración geométrica de triángulos, dientes de sierra, discos o cruces, pero en este caso combinada con algunos elementos vegetales alargados y muy esquemáticos, flores inscritas en círculos y representaciones de aves.
Desde que Pedro Vázquez lo dio a conocer siempre se ha incluido en los estudios realizados sobre el románico vizcaíno, pero hoy día su catalogación sigue planteando serias dudas y parece poco probable una adscripción románica si se repara en el esquematismo de su decoración.

Otros restos aislados pero significativos del románico de estas tierras son el conjunto de canecillos que se han conservado de la antigua iglesia de San Vicente Mártir de Ugarte en Muxika. Citada en un documento del año 1082 por su donación al Monasterio de San Millán de la Cogolla, casi nada queda del templo primitivo, aunque se sabe que existía una portada esculpida que fue destruida en las obras de refracción de 1754.
En el gran pórtico actual del lateral sur se colocaron los canecillos y algunos trozos de imposta, aunque el encalado al que fueron sometidos complica en cierta medida la identificación de sus motivos figurativos, que son lo más interesante de este conjunto. Entre los temas esculpidos se ha sugerido la existencia de representaciones alusivas a dos castigos de amplia tradición en la iconografía románica y que además suelen ilustrarse juntos: la usura o avaricia y la lujuria, a través de la iconografía de un hombre atacado por dos serpientes y con una bolsa que le cuelga del cuello y la imagen de la mujer mordida por serpientes o sapos que le succionan los pechos.

Canecillos de San Vicente de Ugarte 

Más dudosa es la identificación del canecillo que muestra a una figura masculina barbada y dispuesta de pie que parece estar flanqueada por dos columnas o sujetando dos seres monstruosos. De ser correcta la primera identificación, podríamos estar hablando de Sansón, tema que además podría estar relacionado con el canecillo en el que se ven dos figuras recostadas, una de mayor tamaño que la otra, a la que acoge en su regazo, y que aludiría al episodio de Dalila cortándole los cabellos. Este último canecillo se había visto como una imagen de la Virgen con el Niño. El quinto canecillo muestra a un músico tañendo un cordófono, y el siguiente otra figura masculina barbada que porta una lanza y parece tocar un cuerno. Sería la representación de una escena cinegética, temática muy difundida también en la iconografía románica, y estaría relacionado con el cuadrúpedo del séptimo canecillo. El último muestra una figura animal de difícil identificación.
Dichos motivos no son en absoluto extraños a los repertorios figurativos que se utilizan en el románico para ornamentar elementos escultóricos marginales o secundarios, como ménsulas, capiteles o canecillos. En ellos es habitual observar temas con un propósito didáctico y moralizante, entre otros de carácter profano como los músicos y juglares o las escenas de caza que ilustran pasatiempos y actividades de ocio de la época y que en algunos casos, además de ser testimonio de la vida cotidiana de aquellos siglos, encierran también un componente aleccionador.106 En todo este conjunto, y de ser correcta la identificación propuesta para el episodio de Sansón destruyendo el templo de Dagón en Gaza (Jc 16, 29-30) y el de Dalila cortándole los cabellos (Jc 16, 19), destaca la representación de dichos motivos, puesto que en el País Vasco es prácticamente nula la presencia de temas procedentes del Antiguo Testamento.
El tema del castigo de la lujuria se reitera en un relieve que figura en un pequeño sillar de arenisca, capitel o canecillo, y que hoy día se utiliza como agua benditera en la cercana parroquia de Santiago Apóstol de Kortezubi. En él figura la conocida iconografía de la femme aux serpents, una mujer desnuda que se tapa el sexo con las manos mientras que de los dos extremos del relieve surgen sendas serpientes que le succionan los pechos. Presenta ciertas similitudes estilísticas con los canecillos de San Vicente de Ugarte, por lo que parece probable la idea de que proceda de dicha iglesia.

Entre las ventanas absidales románicas que han subsistido en fábricas profundamente transformadas en los siglos posteriores destaca la de la iglesia parroquial de Santa María de Barrika. Es una ventana abocinada de arco de medio punto con tres arquivoltas. Otro arco de medio punto y de mayor tamaño la enmarca, a modo de guardapolvo, prolongándose hasta la base con una decoración de bolas similares a las de Bakio o San Lorenzo de Urgoiti en Orozko. Las arquivoltas también presentan una ornamentación basada de diferentes tipos de bolas, mientras que la tercera, la de menor tamaño, remata el filo del vano con un fino cordón.
La decoración de los capiteles, seis sobre las columnas adosadas de fuste liso y dos sobre las jambas, se ha realizado en base a diferentes motivos geométricos. Aunque de factura algo tosca y arcaizante, se ha vinculado a otros ejemplos románicos de la zona. Con una articulación mucho más sencilla debemos mencionar las ventanas absidales de la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora de Bakio, de la iglesia de San Lorenzo de Bermejillo en Güeñes o las dos de la ermita de San Román de Muxika Ugarte.
Otros restos aislados son las piezas o sillares de arenisca con motivos figurativos localizados en la ermita de Santa María Magdalena de Arantzai en Berriatua y en la iglesia de San Miguel Arcángel de Ahedo en Carranza, las molduras o líneas de imposta de la parroquia de San Torcuato de Abadiño o de la iglesia de San Juan Evangelista de Berriz, en la que también se han catalogado tres modillones con billeteado. Canecillos son también los restos de la parroquia de Santa María de Getxo.
Para finalizar este recorrido debemos mencionar los ejemplos más significativos de tallas románicas que se han conservado. Entre ellas destacan las Andra Mari de la iglesia de San Pedro Apóstol de Arantzazu en Arratia, bastante deteriorada y depositada en el Museo Diocesano de Arte Sacro de Bilbao; la de la Basílica de la Asunción de Nuestra Señora de Lekeitio, la Antigua, que tras varias restauraciones presenta un estado de conservación bastante bueno; la procedente de Santa María de Colindres en Cantabria, pero también perteneciente a la colección del citado museo bilbaíno; y la Andra Mari de Elexalde en Galdakao, expuesta en el lado derecho del retablo plateresco que preside la iglesia.
Todas ellas presentan tipologías vinculadas a las tallas románicas de la Virgen con el Niño: La Virgen como Sedes Sapientiae o Trono de la sabiduría. Son representaciones con acusada frontalidad, de composición estrictamente simétrica y estática, siempre sedentes con el niño sentado en su regazo; la actitud es serena, rígida y bastante hierática. Ambos permanecen inexpresivos, aislados y con mirada ausente sin mostrar ningún gesto de acercamiento entre sí, porque prima la solemnidad y el carácter divino de la representación. Aparecen coronados y el niño, además de bendecir, suele portar el libro de las Sagradas Escrituras y la esfera o globo terráqueo en su mano.

De la ermita de Santa Catalina de Antzoriz en Lekeitio se conserva la talla de un Cristo depositado hoy en el Museo Diocesano de Bilbao y que está parcialmente mutilado, puesto que le faltan los brazos. Todo hace pensar que debió de pertenecer al conjunto escultórico de un tímpano, ya que sólo está tallada su cara frontal. Se trata de un Cristo sedente, barbado y con los cabellos largos y ondulados. Una túnica le cubre los hombros y el cuerpo, dejando al descubierto el torso.
Entre las piezas de orfebrería del citado Museo destacan tres cruces de carácter procesional, la de la iglesia de Santo Tomás de Bolibar en Ziortza, la de la parroquia de San Andrés Apóstol de Etxebarri y la de la ermita de San Miguel de Alzusta en Zeanuri. Datadas en el siglo XIII, dos de ellas han sido consideradas como obras góticas en función de sus características estilísticas.

En relación a Gipuzkoa, el panorama es todavía más incierto y la mayor parte de los restos románicos constatados son restos aislados, sin haberse podido catalogar una construcción románica que se haya conservado de forma más o menos íntegra. Uno de los problemas fundamentales del románico guipuzcoano ha sido precisamente el empeño que han puesto durante mucho tiempo los especialistas en demostrar su existencia. Ha habido una cierta inclinación a catalogar como románicos muchos restos medievales, e incluso modernos, que escapan a la cronología del estilo, lo que en cierta medida ha desvirtuado la importancia de los que han llegado hasta nuestros días.
Entre ellos destacan, sin lugar a dudas, los dos ventanales de la iglesia de Santa Eulalia de Bedoña en Arrasate/Mondragón, los dos arcos geminados con parteluz procedentes de la iglesia de San Miguel de Bedarreta en Aretxabaleta y colocados a modo de espadaña sobre la entrada del cementerio y un capitel vaciado utilizado como aguabenditera en el cementerio de Zegama. De adscripción y cronología mucho más problemática e incierta es el grupo de portadas de perfil mayoritariamente apuntado y escasa ornamentación, cuyos elementos presentan escasas relaciones con el léxico románico. En el mismo caso se hallan algunos restos aislados y pilas bautismales, cuyos motivos decorativos parecen relacionarse con repertorios difundidos entre los siglos XIII y XVI.

Mondragón. Santa Eulalia de Bedoña 

Los primeros estudios que dieron a conocer el arte románico guipuzcoano fueron los de Félix López del Vallado, quien señalaba como románicos los restos encontrados en San Andrés de Astigarribia en Motrico, Santa Eulalia de Bedoña en Arrasate, San Miguel de Idiazábal, San Juan de Abaltzisketa, San Esteban de Tolosa, San Miguel de Bedarreta en Aretxabaleta, la Antigua de Zumárraga, Nuestra Señora de Itziar y San Miguel de Oñati, apuntando que la exigua nómina de restos románicos era consecuencia de las reconstrucciones realizadas en el siglo XVI. Siguiendo su estela, Carmelo Echegaray cita los mismos ejemplos, excluyendo San Miguel de Oñati, y justifica su limitado número por el dinero llegado de América, responsable de las numerosas reconstrucciones posteriores y añadiendo como nueva causa de dicha escasez el empleo de la madera como material primordial, material perecedero que propició el hecho de que esas iglesias desapareciesen. A estos primeros trabajos siguieron las aportaciones de Luis Peña Basurto –que añade la iglesia de Santa María de Ugarte en Amezketa datándola en los siglos X u XI–, Juan San Martín –que concentra su atención en la zona de Eibar y en el Valle de Léniz y relaciona los restos románicos con la existencia de una ruta de peregrinación a Santiago a través de Bizkaia y Gipuzkoa en los siglos X y XI–, o de nuevo Luis Peña Basurto en colaboración con Luis Pedro Peña Santiago, que aumentan la nómina de restos románicos localizados, de nuevo, en el Valle de Léniz.
Pero sin duda alguna fue Manuel Lekuona el que amplió la nómina de obras románicas en este territorio, ya que enumera hasta veintiocho restos románicos, estableciendo además la existencia de tres tipos diferentes de románico en estas tierras: el románico elemental, en el que incluye las portadas de arco de medio punto; el románico sencillo en el que engloba las de arco apuntado pero con capiteles románicos, y el románico suntuoso en el que incluye dos de las escasas obras catalogadas hoy día realmente como románicas: el capitel de Zegama y Santa Eulalia de Bedoña, entre otras mucho más controvertidas. A pesar de la más que dudosa adscripción al románico de muchas de las obras catalogadas por Lekuona, autores posteriores han seguido su estela, como es el caso de los trabajos publicados por José Luis Orella y Edorta Kortadi o el más reciente de Isabel Esnaola.

Ya he señalado que son los restos hallados en Arrasate y Aretxabaleta los más significativos. En relación a la iglesia parroquial de Santa Eulalia de Bedoña en Arrasate se conservan dos ventanas de estilo románico que aparecen hoy día colocadas de manera superpuesta en el extremo occidental de la iglesia. Sólo la superior conserva su aspecto primitivo, mientras que la inferior ha perdido los arcos, que han sido sustituidos por un dintel. La ventana superior, bastante abocinada, está compuesta por dos arquivoltas de medio punto y una chambrana. Las arquivoltas son de baquetón, mientras que la chambrana o guardapolvos y los cimacios están decorados con bolas, ornamentación frecuente en la mitad norte de Álava y también en algunas iglesias vizcaínas como San Pelayo de Bakio. Apean sobre cuatro capiteles que destacan por sus motivos esculpidos, básicamente animalísticos, como son los dos caballos afrontados que se pueden ver en el primer capitel dispuesto sobre la columnilla de la izquierda, o las dos aves bebiendo de la misma copa que aparecen en el segundo y que se completa con una carátula de cuya boca surgen dos caulículos o dos elementos serpenteantes en la parte superior. En el lado contrario uno de los capiteles presenta decoración vegetal de hojas planas con piñas en sus vértices, y el otro, un motivo figurativo en el que un hombre desnudo aparece flanqueado por dos serpientes que es enroscan formando espirales y círculos.
Se ha querido ver en esta representación una fórmula simplificada y mal entendida de la iconografía de la lujuria o una posible imagen de la avaricia.
La ventana inferior se encuentra bajo una sencilla cornisa de esquema similar al del alfeizar sobre el que apoya. El vano presenta dos columnas de fuste liso con capiteles decorados. En el de la izquierda vemos dos animales difíciles de identificar y de larga cola que juntan sus cabezas y sus patas delanteras en el ángulo del capitel. Se aprecian restos de la parte inferior de una representación humana en el ángulo del mismo. En el del lado contrario otros dos cuadrúpedos parecen flanquear a un personaje desnudo del que todavía se ve su cabeza y la parte inferior del cuerpo. Ambas escenas son muy similares y algunos de los animales podrían ser leones, aunque presentan una factura muy ingenua y bastante tosca. Estamos, sin embargo, ante dos motivos expresivos pero complicados de interpretar. Se ha barajado la posibilidad de que hagan referencia a la representación de castigos infernales, pero también se ha apuntado el hecho de que dichas representaciones podrían estar relacionadas con el tema de Daniel en el foso de los leones. De ser así sería algo bastante inusual, primero, porque ya hemos señalado que entre los escasos temas figurativos que existen en la escultura románica de estos territorios no hay temas historiados vinculados al Antiguo Testamento, y segundo, por la repetición del tema en dos capiteles de un mismo ventanal, aunque es posible que los escultores lo reprodujeran sin conocer su significado. Los autores que se han ocupado de su análisis destacan la relación de estos ventanales con obras del norte de Álava, considerando que serían dos ventanas absidales realizadas en el contexto de un románico de carácter rural y de cronología tardía.
En el interior del edificio se han encontrado restos descontextualizados de otra ventana con capiteles vegetales y bolas en los ápices, y en el interior de la casa cural unas impostas con decoración de bolas y dos columnillas con capiteles figurativos de origen incierto y situadas como decoración en una chimenea.

La fachada del cementerio de Bedarreta, en Aretxabaleta, corresponde a la portada de la antigua iglesia de San Miguel Arcángel del barrio del mismo nombre. Fue la antigua parroquia de Aretxabaleta hasta que se construyó en el siglo xvi la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. La portada presenta cuatro arcos apuntados con jambas lisas y tiene una espadaña en la parte superior en la que aparecen unos restos románicos encastrados. Son dos arcos de medio punto separados por una columna con capitel que hace las funciones de parteluz.
El hueco en el que abre es curvo y está recorrido por una imposta. Los arcos están formados por una arquivolta y una chambrana. En las chambranas o arcos exteriores figuran unos relieves de animales monstruosos de cuerpo alargado que se muerden las colas. Parecen ser serpientes o reptiles y un cuadrúpedo. La ornamentación se cierra con una fina línea de doble cordón. Los interiores se decoran con medias bolas, el de la izquierda, y unos elementos geométricos difíciles de precisar el de la derecha. El elemento más destacado de este conjunto es el parteluz o columna central, la más decorada de todo Gipuzkoa y de filiación estilística indudable con los repertorios ornamentales difundidos desde Estíbaliz. Presenta un amplio cimacio con decoración de tallos entrelazados y un capitel de hojas de acanto dispuestas en dos niveles, con una destacada labor de trépano y puntas de taladro en los tallos para dar profundidad al relieve. Las hojas se doblan en la parte superior y se remata con una pequeña cabeza entre caulículos. El fuste de la columna presenta el característico entrelazado de flores tetrapétalas con botón visto en la Puerta Speciosa.

Aretxabaleta. San Miguel de Bedarreta 

Aretxabaleta. San Miguel de Bedarreta 

La articulación estructural y ornamental de este elemento ha llevado a considerar que puede tratarse de una hornacina o credencia realizada en piedra y con motivos escultóricos. Las credencias se abrían en los muros del ábside cercanos al altar y se utilizaban para guardar el ajuar litúrgico. En Álava se han conservado las de San Pedro de Quilchano, Nuestra Señora del Granado en Albaina, San Juan de Markinez y la de la San Vicentejo. A día de hoy no sabemos nada de lo que pudo haber sido la antigua iglesia de San Miguel de Bedarreta, pero por las evidentes relaciones que presenta este elemento con la escultura de Estíbaliz, podría considerarse incluso obra del mismo taller. Además, de ser una credencia, sería la más ornamentada de las vascas lo que pondría de manifiesto la relevancia de la antigua iglesia.
Si a los restos constatados en Bedoña y Bedarreta, añadimos las portadas de Arenaza en Aretxabaleta, Uribarri y Udala en Arrasate, Apotzaga, Gellao y Bolibar en Eskoriatza, los tres relieves esculpidos de Dorleta o los vanos de Zarimutz (Eskoriatza) e Izurrieta (Aretxabaleta), debemos reiterar un hecho ya señalado, y es la importancia del Valle de Léniz como zona receptora del románico alavés, así como su situación estratégica para canalizar las influencias alavesas hacia el norte del territorio. Esto no debería resultar extraño, puesto que son bien conocidas las relaciones económicas y culturales que dicho valle ha tenido, y tiene todavía hoy, con la zona de la Llanada y los valles del norte alavés.
A la cercanía geográfica debemos añadir que durante el siglo XII la dinastía de los Guevara, de origen alavés, y más adelante reconocidos como Señores de Oñate, garantizaba la estabilidad del reino de Navarra sobre las posesiones situadas a caballo entre Álava y Gipuzkoa frente a las pretensiones de la monarquía castellana. De hecho, Ladrón Iñiguez gobernaba los tres territorios en 1135 bajo la jurisdicción del monarca navarro. Los Guevara mantuvieron los lazos entre ambos territorios fronterizos durante una parte importante de la época de expansión del Románico por estas tierras, a lo que debemos añadir que el Valle de Léniz constituía un arciprestazgo incluido en la archidiaconía de Álava, archidiaconía que para la Diócesis de Calahorra era una herencia del antiguo obispado de Álava en Armetia, lo que nos lleva a añadir las relaciones espirituales a las políticas y económicas ya resaltadas.

En el Valle del Goierri y en la cabecera del río Orio se encuentra la ermita de San Bartolomé del barrio de Andueza en Zegama. La ermita, hoy aneja al cementerio, es de estilo barroco, pero junto a la puerta de entrada se puede ver un capitel románico vaciado y utilizado como aguabenditera. Dicho capitel es el tercer resto románico guipuzcoano cuya catalogación no ofrece dudas. El capitel esta ornamentado con una máscara monstruosa de dientes afilados de cuya boca salen tallos vegetales entrelazados decorados con una fila de besantes. Este motivo ha sido relacionado con el que aparece en uno de los capiteles de la ermita de San Miguel de Zumetxaga, y nos remite nuevamente al repertorio difundido desde el Santuario de Nuestra Señora de Estíbaliz.
Ya hemos apuntado líneas arriba la existencia de una serie de portadas de catalogación compleja y cronología incierta. La mayor parte de ellas son de perfil apuntado, aunque no faltan algunos ejemplos que presentan arco de medio punto. Es el caso de las portadas de Nuestra Señora del Rosario de Ugarte en Amezketa, para algunos especialistas la portada románica más antigua de Gipuzkoa, aunque en ningún caso pueda datarse en los siglos X u XI como se ha señalado en algún estudio; la portada de la parroquia de San Pedro en Pasaia, situada ahora en el cementerio de la localidad; y la de la antigua iglesia de Santa María de Balda, que hoy forma parte de la capilla del cementerio de Azkoitia. La ausencia de ornamentación es otra de las características de estas portadas y añade una dificultad más si cabe a su datación y adscripción.

Zegama. Ermita de San Bartolomé de Andueza 

Mucho más numerosas son las que han sido catalogadas de manera imprecisa como románico de transición, al presentar una articulación más o menos abocinada y con arquivoltas apuntadas. Datadas en un siglo XIII avanzado o incluso en la centuria siguiente, presentan una factura bastante sencilla con arquivoltas lisas y otras ornamentadas con taqueados, dientes de sierra o puntas de diamante. Las jambas se articulan con columnillas acodilladas de fuste liso que en ocasiones casi han desaparecido, y los capiteles se han reducido a cimacios corridos con algunos billetes o tacos como única ornamentación. Una de las más ricas por los motivos geométricos, los mascarones o las derivaciones esquemáticas de motivos vegetales que presentan sus arquivoltas y cimacios es la portada de la parroquia de San Juan Bautista de Abaltzisketa, que ha sido relacionada con la tolosana de San Esteban, hoy en el baptisterio de la parroquia de Santa María de Tolosa.
Otros ejemplos son la de la ermita de Santa Marina de Argisain en Albiztur, la de la iglesia del convento de San Agustín en Hernani, la de la ermita de Santa Engracia en Segura o la de la parroquia de San Miguel de Urnieta. Muy próximas entre sí y de articulación similar son las de Santa Catalina de Elduain, la de la parroquia de San Martín de Tours de Berastegui o la de San Andrés Apóstol de Berrobi, todas ellas sin decoración.
A ellas debemos añadir las localizadas en el Valle de Léniz, como son la portada de San Miguel Arcángel de Bolibar, con el perfil exterior de arco de medio punto y el interior adintelado, la de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Gellao, con tres arcadas apuntadas, y la de San Miguel de Apotzaga, todas ellas en Eskoriatza. En Arrasate la de San Esteban de Udala y la de la parroquia de San Miguel de Uribarri, y en Aretxabaleta la de la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora de Arenaza. Todas ellas son portadas de articulación sencilla y austera, sin apenas ornamentación.
Ya hemos apuntado que las cronologías otorgadas a los restos constatados en el territorio guipuzcoano son imprecisas pero bastante avanzadas, en ningún caso anteriores al siglo XIII y en otros extendiéndose hasta la siguiente centuria. Varias son las razones que inducen a dichas dataciones. Por un lado y en relación a los que presentan ciertas filiaciones estilísticas con el románico alavés, el hecho de que los repertorios de Estíbaliz se difundiesen desde finales del siglo XII y durante los primeros años del siglo xiii, pero también debemos considerar las circunstancias histórico-políticas, sociales y económicas. De la trascendencia del siglo XIII en relación a la fundación de nuevas villas en todos los territorios vascos ya hemos hablado y también de las políticas de los monarcas castellanos favoreciendo rutas y caminos situados en un eje sur-norte que les permita dar salida a sus productos a través de los puertos del Cantábrico.

En el caso de Gipuzkoa, y además de Donostia, fundada en 1180 por el monarca navarro Sancho VI el Sabio, Alfonso VIII de Castilla otorgará cartas de población a Fuenterrabía en 1203 y a Motrico y Guetaria en 1209. Avanzado ya el siglo XIII Alfonso X el Sabio hará lo propio con Tolosa en 1256, Mondragón en 1260 o Vergara y Villafranca en 1268, defendiendo las nuevas villas realengas, pero también protegiendo y asegurando caminos y rutas renovadas a través de este territorio con un objetivo marcadamente comercial118. Y es en este contexto en el que debemos hablar de una ruta europea que atraviesa Gipuzkoa, la ruta de peregrinación y comercio que, a través de Bayona y San Juan de Luz, llegaba a la frontera guipuzcoana, remontaba el curso del río Oria y cruzaba el puerto y el túnel de San Adrián para, a través de Álava, llegar hasta La Rioja y Burgos.
Los hallazgos arqueológicos realizados en el túnel de San Adrián y los restos encontrados en las laderas alavesas del puerto han puesto de manifiesto la utilización de este paso en los siglos XI y XII, cuando Navarra y Castilla pugnaban por extender su poder y sus límites hacia Álava y Gipuzkoa, pero va a ser el siglo xiii el momento en el que se convierte en uno de los caminos más transitados entre Castilla y la frontera hacia Europa. Una de las razones, ya señalada, era la búsqueda por parte de Alfonso VIII de Castilla de una ruta que le permitiese llegar a los territorios gascones, dote de su mujer Leonor, sin atravesar el territorio navarro. Así, el túnel de San Adrián facilitaba el paso entre Álava y Gipuzkoa, y las riberas del Oria ofrecían un descenso seguro hacia la frontera francesa.
Por otro lado la fundación de villas a lo largo de la ruta proporcionaba seguridad y protección, además de centros de aprovisionamiento a los comerciantes y lugares de apoyo y acogida en el camino a los peregrinos, por eso su consolidación la convertirá en una de las más importantes arterias comerciales entre Castilla y Europa, sobre todo con Francia, Flandes y Alemania. Nos ha parecido importante señalar este hecho, puesto que un número significativo de las portadas reseñadas se encuentran precisamente a lo largo de este camino y creemos que su desarrollo en los siglos bajomedievales y también en época moderna favorecería y mejoraría la situación económica y social de la zona, creando, sin lugar a dudas, un contexto favorable para la construcción de edificios religiosos. 

Guipuzcoa
Idiazabal
Idiazabal se sitúa en pleno Goierri guipuzcoano, a 50 km de San Sebastián, limitando con la sierra de Aizkorri y Aralar y con Navarra. Para llegar a este pueblo hay que tomar la N-I en dirección a Vitoria-Gasteiz; tras pasar Olaberria, la salida 412 conduce directamente al centro del pueblo.
El poblamiento de Idiazabal se comprueba desde el Neolítico en las laderas de los montes circundantes, donde aún hoy abundan los caseríos que ya están organizados en barrios. Sin embargo, el asentamiento en el valle que hoy es el núcleo urbano del municipio es posterior. Idiazabal aparece citada como Iviazaval en un documento de 1199, cuando ya era “Universidad”. En 1384 se anexionó a Segura para recibir el apoyo y protección de esta villa, aunque manteniendo la jurisdicción sobre sus montes y tierras. Ya en 1615 consigue el título de villa de manos del rey Felipe III.

Iglesia de San Miguel Arcángel
La iglesia parroquial es un edificio construido en el siglo XVI, de planta rectangular con tres naves de igual altura cubiertas por bóveda de crucería.


Portada
 

Portada 

A los pies de la construcción, bajo un pequeño alero, abierta a una pequeña plaza, está la portada, perteneciente a un momento en el que las formas románicas se funden con soluciones decorativas claramente góticas. Consta de seis arquivoltas de bocel adornadas con motivos geométricos a base de zigzag, espigas y bolas. El guardapolvo presenta una tracería gótica de arcos trilobulados.

Detalle de la portada

Detalle de la portada 

Detalle de la portada

Detalle de la portada 

Detalle de la portada 

En las bases de las arquivoltas, ahí donde apoyan en el cimacio, se ven símbolos decorativos de relieve muy plano: hexapétalas inscritas en círculos, motivos solares, bolas, círculos lobulados, anagramas de Cristo con grafía claramente gótica, etc.
Bajo los arcos corre una línea de imposta decorada con una moldura sogueada en el borde superior y líneas de zigzag superpuestas y ajedrezados en el resto. Debajo, donde deberían estar los capiteles, aparecen de nuevo las decoraciones anteriores, al igual que en las basas, repitiendo los motivos y alternándolos, con un total de setenta y nueve motivos y quince variantes. Sin embargo, también hay lugar para la decoración figurativa, como el caso de dos esquemáticos personajes alados, situados en la jamba derecha, que pueden identificarse como un ángel y un demonio, unidos por una lazada serpenteante, y el inferior, el supuesto demonio, con una serpiente a sus pies. En las basas también se repite un motivo heráldico, el roble y el lobo, alusivo al linaje de los Lazcano, señores de estas tierras con potestad para decidir sobre los asuntos del municipio, y que seguramente fue labrado en época gótica. Además en la jamba izquierda aparece representada una cruz decorada con espiga. También en las jambas se ve una molduración con baquetones, bandas de zigzag y bolas colocadas aleatoriamente, igual que en las arquivoltas, y en los espacios cóncavos entre los motivos decorativos geométricos y el cuerpo de la jamba, pequeñas caras como mascarones sonrientes de ojos almendrados, barbilla picuda y nariz ancha.

Los motivos decorativos de esta portada permiten datarla en un momento muy tardío que bien puede rondar los años finales del siglo XIII o los primeros del XIV.
Dentro de la iglesia, junto al altar, se conserva una pila bautismal procedente de la ermita de Gurutzeta, enclavada en un alto, y que fue posiblemente la primera parroquia de Idiazabal, antes de que se afianzara la población en el valle que hoy forma el casco urbano. La pila consta de un pie moderno y una copa de traza antigua, aunque con evidentes signos de haber sido abujardada en época más reciente. Se decora con una franja superior de arcos de herradura bajo la que discurre una cenefa de toscos dientes de sierra unidos a una serie de arcos de medio punto que recorren la parte inferior de la copa. Esta decoración, especialmente los arcos de herradura, ha sido interpretada por algunos autores como signo de antigüedad, llevando su datación al siglo XI o incluso a fechas más tempranas. Sin embargo, no se puede descartar que tal decoración corresponda a un simple arcaísmo propio de una cronología más moderna.

Tolosa
La villa de Tolosa se encuentra situada a unos 26 km de San Sebastián, a orillas del río Oria. Es el centro de la comarca guipuzcoana de Tolosaldea.
Aunque el lugar presenta indicios de ocupación humana desde época prehistórica –como demuestran los sílex encontrados en excavaciones del barrio de San Esteban–, su organización, al menos espiritual, corresponde a la Edad Media. En el concilio celebrado en septiembre de 1023, se especifica que la zona de Tolosa, entonces formada por pequeños asentamientos poblacionales, origen de los futuros barrios de la villa, estaba sujeta la jurisdicción espiritual del obispado de Pamplona.
En el año 1200 Guipúzcoa pasó a manos castellanas, y en 1256 Alfonso X el Sabio fundó la villa de Tolosa, unificando con una muralla los barrios preexistentes. Bautizó a la villa con este nombre siguiendo una costumbre por la cual las nuevas villas recibían el nombre de una villa ya importante y prestigiosa, como era entonces el caso de Toulouse, en Francia. Tolosa se convertía así en una de las villas, junto con Segura y Ordizia, que ofrecía la seguridad y fortaleza de sus murallas a los viajeros del camino entre Francia y Castilla a su paso por Guipúzcoa, además de a los habitantes de otras aldeas y poblaciones, muchas de las cuales, en situaciones de especial inquietud o conflicto, se fueron anexionando o separando de estas villas. Algunas de estas poblaciones vinculadas a Tolosa fueron Abaltzisketa, Amezketa, Andoain, Ibarra o Irura, entre otras.
Ya en la edad contemporánea Tolosa fue un bastión conservador en la Tercera Guerra Carlista, aunque ya con el gobierno liberal fue proclamada capital de Guipúzcoa entre 1844 y 1854, año en que la capitalidad pasó a San Sebastián.

Iglesia de Santa María (Tolosa)
Esta iglesia renacentista conserva, en el baptisterio, a la derecha de la puerta de entrada, hacia la nave lateral, una portada románica de transición perteneciente a la desaparecida iglesia de San Esteban, del barrio del mismo nombre. En el año 1918, viendo el peligro de ruina que esta obra corría, se trasladó piedra a piedra a la parroquia, con la ayuda de las familias Irazusta-Zalakain y Sesé-Zalakain.
Originalmente se colocó como marco de la pila bautismal gótica, pero hoy en día acoge una pequeña capilla con la imagen de Nuestra Señora de Izaskun, muy venerada en Tolosa, aunque su santuario se encuentra en la vecina Ibarra.

Esta portada, adelantada sobre el muro, presenta seis arquivoltas y sobrearco apuntados. De dentro afuera, las cuatro primeras arquivoltas presentan decoración moldurada y de baquetones. La quinta muestra un grueso baquetón cubierto por una fila de grandes dientes de sierra, junto con una moldura exterior de zigzag, y con una pequeña basa decorada con ondas. La arquivolta exterior es baquetonada con arista en su centro, y aparece flanqueada por dos filas de taqueado. El sobrearco presenta decoración de puntas de diamante en todo su recorrido.
El conjunto de las arquivoltas apea sobre un cimacio corrido, completamente decorado con motivo de ajedrezado. Bajo él, las jambas, muy sencillas, se articulan con columnas y semicolumnas flanqueándolas, y capiteles muy esquemáticos con forma de cesta, sin decoración. Las basas son asimismo sencillas y aparecen ligeramente elevadas del suelo. El muro sobre el que se adelanta la portada es un muro de sillería con los flancos exteriores también decorados con columnillas. En la parte superior, a ambos lados de los arcos, aparecen dos espacios horadados, que debieron de contener alguna imagen o escudo. Hay una tradición que afirma que esta portada era la de la antigua iglesia de Santa María, que fue trasladada con la construcción de la nueva iglesia a la de San Esteban, y vuelta a traer a la parroquia a comienzos del siglo XX. Es una portada elegante y sencilla, de gusto rural, muy parecida, tanto en dimensiones como en decoración, a la de Abaltzisketa, fechable a finales del siglo XIII.

Detalle de la portada 

Abaltzisketa
Esta pequeña localidad guipuzcoana, de poco más de 300 habitantes, se enclava en un precioso entorno natural a los pies del monte Txindoki, en el lado guipuzcoano de la Sierra de Aralar, y al amparo del Santuario de Larraitz. Pertenece a la comarca de Tolosaldea, dominando el valle de Amezketa y el cauce del Oria. Desde San Sebastián, situada a 40 km, se accede por la N-I en dirección a Vitoria-Gasteiz. Tras pasar Tolosa se ha de tomar la salida 431 hacia la localidad de Alegia, atravesándola y circulando por la GI-2133 en dirección a Amezketa. Cuando se llegue a esta población, hay que continuar por la misma carretera unos 3 km más hasta Abaltzisketa.
Al igual que otras localidades de la provincia, los orígenes de Abaltzisketa no están del todo claros. Y como en otros casos ya conocidos, la documentación recoge la anexión voluntaria de la población a la jurisdicción de Tolosa en el año 1374, aunque manteniendo su independencia administrativa. En 1615 Abaltzisketa, al igual que la vecina Amezketa, consigue la categoría de villa de manos de Felipe III, y en 1617 también se unió a la Comunidad del Bozue Mayor, para un aprovechamiento conjunto con Amezketa, Alzo y Baliarrain, de las tierras de pasto y bosque de los montes Enirio y Aralar.

Iglesia de San Juan Bautista (Abalcisqueta)
El edificio parroquial es una construcción realizada entre 1564 y 1628, de planta rectangular, cubierta con bóveda de crucería (solución gótica que se mantendrá en las iglesias guipuzcoanas durante siglos). Como curiosidad conserva en su torre una campana fabricada en la misma localidad en 1493.
En el lado norte, bajo el pórtico, se encuentra la puerta de entrada a la iglesia, un ejemplar románico muy tardío, fechable a finales del siglo XIII. Está adelantada sobre la línea general del muro, y consta de seis arquivoltas y sobrearco apuntados. Las primeras se decoran con gruesos baquetones acompañados de dientes de sierra, cenefas de zigzag y algún mascarón de talla plana. El sobrearco o guardapolvo se adorna con cuatripétalas, dispuestas a modo de puntas de clavo, y una cabeza antropomorfa de tosca factura en la clave.
El conjunto de arcos reposa sobre una línea de imposta decorada con labores de ajedrezado. Bajo ésta, y colocados entre las jambas, se disponen esbeltos fustes a modo de columnas que se elevan sobre toscas basas de garras y se rematan en formas semicirculares que simulan capiteles. El ornato de éstos es extremadamente sencillo, a base de simples temas geométricos y derivaciones esquemáticas de motivos vegetales, todo con un carácter rústico, habitual en este románico de factura popular. El flanco exterior izquierdo también presenta esta decoración, mientras que el derecho ha desaparecido al adosar la base de la torre.
La portada se corona por un tejaroz sostenido por ocho canecillos que, de nuevo, presentan decoración esquemática de sabor popular. Se distingue algún motivo esférico, en aspa y un mascarón muy tosco.
La de Abaltzisketa es un ejemplo de las portadas románicas de transición al gótico que se conservan en Gipuzkoa, caracterizadas por el apuntamiento de los arcos y la austeridad decorativa que, si existe, queda reducida a elementos geométricos, vegetales y algunos mascarones. Muy similar a ésta es la portada de San Esteban, que hoy se puede ver en el baptisterio de Santa María de Tolosa. 


Urnieta
Este municipio pertenece a la comarca de Donostialdea, y está situado a 12 km de San Sebastián.
Urnieta aparece con la denominación Urmetta en un documento de 1644, y en 1663 como Urmeta. La etimología es confusa: algunos expertos han querido ver su origen en Uroneta, que significa “lugar abundante en agua”. Otros lo han asociado a la producción férrea con Burnieta, abundancia en hierro. También hay quien lo relaciona con un “paraje de terreno ondulante”, debido al significado del prefijo ur, variante de or, como altozano. Una última teoría afirma que el verdadero origen de Urnieta es Izan-ere-ta, pueblo de camino o pueblo en la calzada, relacionándolo con las peregrinaciones del Camino de Santiago, del que parece ser que fue un pueblo-etapa en el transcurso de una vía secundaria por Gipuzkoa.
Urnieta perteneció a la jurisdicción de San Sebastián, pero no se sabe a ciencia cierta cuándo se constituyó como entidad administrativa independiente, “Universidad” en este caso, o incluso cuándo obtuvo carta de villazgo. Se conservan los datos de, por ejemplo, un representante por Urnieta en la Junta General de Guetaria en 1397, así como una exención de contribuciones recogida en una Real Cédula expedida por Enrique III en 1399, por lo que se deduce que en este siglo Urnieta ya se habría escindido de San Sebastián.

Iglesia de San Miguel (Urnieta)
L a iglesia parroquial de Urnieta se encuentra emplazada en el centro del casco histórico, situado en lo alto de una loma, junto con otros edificios de interés, como la ermita-humilladero de Santa Leocadia, la casa Konseju Zahar o la Casa Consistorial, todas en torno a la plaza de San Juan.
El edificio fue construido en el siglo XVI en estilo gótico, aunque presenta ampliaciones posteriores, como la torre, levantada en 1903. La portada, bajo un pórtico moderno, se adscribe al románico de transición, muy sencillo: consta de cuatro arquivoltas apuntadas labradas en arista en piedra caliza, que se apoyan en una imposta corrida a modo de capitel, también lisa, y jambas de piedra, la exterior mutilada al acoplar el pórtico. No es posible datarla con seguridad, pero podríamos hablar de fechas comprendidas entre los siglos XIII y XIV.

Mondragón
Esta localidad de la comarca del Alto Deba está situada a unos 70 km de Donosti-San Sebastián y a 40 de Vitoria-Gasteiz. Se encuentra en la parte suroeste de la provincia, en un entorno montañoso donde destacan las cumbres de Udalaitz, Murumendi o Kurtzetxiki, y donde se unen los ríos Deba y Aramaio.
Existen varios yacimientos prehistóricos en estas tierras, relacionados con las numerosas cuevas que se abren en las montañas, como es el caso de Lezetxiki o Labeko, pertenecientes al Paleolítico Medio y Superior. Su época de mayor esplendor comienza en los siglos centrales del medioevo, tras la incorporación del territorio a la corona de Castilla, y gracias a la concesión de la Carta Puebla a la villa, por Alfonso X el Sabio en 1260. Fue en este momento cuando pasó a denominarse Mondragón. Los siglos posteriores estarán marcados por los enfrentamientos y las guerras de bandos entre los oñacinos y los gamboinos. En el siglo XV sufrió un incendió que destruyó la villa. La proliferación de ferrerías hidráulicas de la zona impulsó la producción de hierro, que se prolongaría en tiempos sucesivos.
En la actualidad acoge numerosos barrios cuyos orígenes estás relacionados la explotación de los recursos naturales, como es el caso de Bedoña, Musakola, Udala, Garagarza, Uribarri y Gesalibar Santa Agueda.

Iglesia de Santa Eulalia de Bedoña
Antes de entrar en Arrasate hay que girar a la izquierda por la GI-3554, y dirigirse por una carretera que lleva a Bedoña. Se extiende en un pequeño altozano que abre paso hacia Kurutzeberri y los montes que van hasta Aizkorri. Su existencia se remonta a época medieval, como testimonian los restos que encontramos en la iglesia de Santa Eulalia. Este edificio ha sido modificado a lo largo de los siglos. Hoy presenta un aspecto moderno, como podemos ver en la torre añadida posteriormente.
En la parte superior del muro norte encontramos dos ventanas de estilo románico superpuestas. La superior es un vano compuesto por dos arcadas de medio punto, de gran volumen y acentuado abocinamiento. La arcada exterior está rodeada de un guardapolvo o chambrana, decorado con medias bolas, así como las impostas de ambos lados. Estos arcos presentan en su perfil una moldura redondeada, remarcada por una línea incisa, a modo de sencilla decoración. Sin embargo, pese a la tosquedad de estos elementos, los cuatro capiteles están finamente trabajados con una ornamentación animalística y vegetal muy particular.
El primer capitel, dispuesto sobre la columnilla de la izquierda, nos muestra dos caballos que juntan sus cabezas en el ángulo exterior. Junto a éste, hay otro capitel también con motivos animalísticos, como son dos pájaros que beben de una misma copa, y sobre sus cabezas, otra de cuya boca salen dos serpientes. Frente a estos capiteles encontramos otros dos, uno de ellos con decoración vegetal formado por amplias hojas planas con unas bolas o piñas en sus ápices. El último capitel del lado derecho nos muestra un personaje masculino desnudo que levanta los brazos, y a cada lado de éste una serpiente formando círculos y espirales, ocupando todo el espacio.

Capiteles de la ventana superior

Capiteles de la ventana superior 

La ventana del nivel inferior se encuentra bajo una pequeña cornisa muy sencilla, de igual factura que el alfeizar en el que se apoya. Este vano adintelado está flanqueado por dos columnas decoradas con motivos figurativos. El capitel dispuesto a la izquierda presenta dos cuadrúpedos de larga cola que juntan sus patas delanteras y las cabezas en el vértice. Uno de ellos podría ser un león rampante, mientras que el otro parece mostrar rasgos de primate. El capitel de la derecha tiene otros dos animales cuadrúpedos de cabeza redondeada, que parecen estar agarrando por las piernas a un tercer personaje en la parte central.

Capiteles de la ventana inferior 

En el interior del edificio encontramos restos descontextualizados de otra ventana. Se trata de unos capiteles formados por anchas hojas planas con unas bolas en sus ápices y motivos circulares en los espacios triangulares existentes entre las hojas. Además se han conservado algunos fustes de columnas, que podrían corresponder al mismo conjunto escultórico, y unas molduras circulares con decoración de bolas, como las que hemos visto en los vanos exteriores.
También podemos ver una pila bautismal compuesta por una ancha copa de sencilla ornamentación, con unas líneas verticales que dividen el espacio superior de la copa en ocho partes iguales. De la misma forma, el pie de la pila tiene forma de prisma con base hexagonal ligeramente achatada, y también está dividido en seis secciones. Carece de basa y se apoya directamente sobre el pavimento.
En el interior de la casa cural podemos observar otros restos que hoy sirven de decoración en una chimenea. Se trata de dos impostas ligeramente arqueadas, con una decoración de bolas como las descritas anteriormente.
En los laterales encontramos dos columnillas procedentes de una ventana, en la que los capiteles presentan una decoración figurativa. Los fustes de estas columnas son lisos, y las basas también están trabajadas. Los capiteles son los elementos más destacables de este conjunto. El de la izquierda representa un rostro redondeado y achatado con barbuquejo, y tiene los ojos saltones, nariz ancha y una ligera sonrisa. Frente a él, encontramos otro personaje de rasgos claramente negroides, con ojos saltones, ancha nariz, labios carnosos y una pequeña melena con flequillo que enmarcan la figura. Las basas presentan una decoración de toro y escocia muy tosca, pero con una línea de dientes de sierra y un pequeño saliente en el vértice que recuerda a la decoración “de garra”, repetida en numerosos ejemplos del románico vizcaíno.

Pila bautismal 


Astigarribia
Astigarribia es un barrio rural del municipio de Motrico. Se ubica en la vertiente del río Deva en su orilla izquierda, en el tramo final del mismo, frente al antiguo convento hospital de Sasiola, a pies del Camino de Santiago. La iglesia de San Andrés está considerada la más antigua de Guipúzcoa y está catalogada como conjunto monumental dentro del bien cultural del Camino de Santiago.

Iglesia de San Andrés de Astigarribia
Astigarribia fue seguramente el primitivo emplazamiento de Mutriku, aunque hoy es un barrio formado por unas pocas casas alrededor de la iglesia de San Andrés, y varios caseríos diseminados por las laderas del valle donde se enclava. La primera mención a Astigarribia se realiza en 1086, cuando el Conde de Guipúzcoa y Vizcaya, Don Lope, y su esposa Doña Ticlo, donan al monasterio de San Millán de la Cogolla la iglesia de “(…) S. Andree apostoli et vocato Stigarrivia, inter Vizcahia et Ipuzcua sito (…)”, renovándose y ratificándose esta donación en 1091 por los propios donantes y el rey castellano Alfonso VI. Además, en 1108 el obispo de Bayona consagró de nuevo la iglesia de San Andrés de Astigarribia a petición del abad de San Millán. Todos estos testimonios están recogidos en los cartularios del monasterio emilianense.
Astigarribia es uno de los puntos del Camino de Santiago en su trazado de la costa, por lo que no es de extrañar que en pleno siglo XI tuviera una especial importancia como zona de refugio y reposo de los peregrinos. El lugar también contó, siglos después, con un astillero documentado, ya que el río Deba era entonces navegable y en las inmediaciones del actual barrio existía actividad naval.
Todos estos datos explican lo extraordinario de su templo, único en Gipuzkoa. La parroquia de Astigarribia es una iglesia dentro de otra, y alberga en su interior la única ventana prerrománica conservada en la provincia. Esta ventana, intestada en el muro oriental, en el centro de la cabecera de la iglesia, presenta cuatro arcos de herradura, abocinados, con sus respectivas jambas. El arco interior, el más cerrado, apenas está separado en su estrangulamiento por un espacio de cuatro centímetros. Sobre esta ventana, otra –un simple vano– se abre a la iglesia. Ambos vanos están realizados en piedra arenisca, en el inferior trabajada en finos sillares a modo de lajas y dovelas.
Este muro oriental es, según los estudios, el original de la primera iglesia, datada en el siglo XI. Este edificio, tal y como demuestran los restos encontrados en las excavaciones, sería una construcción de tres naves con cabecera única –la central–, y recta (se conservan parte de las esquinas de los muros laterales de la cabecera, hoy desaparecidos, en la cimentación), y con su parte superior terminada en ángulo, como con un tejado a dos aguas. Posteriormente, la iglesia se amplió, tanto en anchura como en altura, posiblemente en el siglo XII, quizá aprovechando aquella reconsagración de 1108. Sin embargo, se puede ver hasta dónde llegaba la construcción primitiva en las líneas estratigráficas marcadas en la piedra, coincidiendo con el tercer pilar de madera que sustenta la cubierta actual.
Más tarde, en el siglo xiii, se construyó la segunda ampliación, defensiva, que envuelve la primera con forma rectangular, a modo de caja, y deja un pasillo de unos tres metros y medio entre ambos muros en los lados norte, este y sur de la construcción, pudiéndose apreciar las ventanas desde ese pasillo, pero no desde el exterior. Hoy la puerta de acceso se sitúa a los pies del templo, en el lado oeste, donde se halla el coro, ya del siglo XVIII, y la torre, moderna. Este muro es el único punto de unión de las dos iglesias, además de la cubierta de madera, única, que cubre a la vez ambos espacios, por lo que se aprecia perfectamente, desde el coro, el vacío entre ambas. Está cubierta está realizada con técnicas de ensamblaje naval, y pertenece al siglo XVI, coincidiendo en fechas con la presencia de un astillero en Astigarribia, a orillas del Deba.
Tradicionalmente se había adscrito la ventana de herradura de la cabecera del interior al periodo visigótico, pero recientes estudios de Arqueología de la Arquitectura rechazan esta hipótesis, situando la fecha de ejecución más temprana de la iglesia de Astigarribia en el siglo XI. Además, el arco de herradura utilizado es mucho más cerrado que los visigóticos, y la cabecera única y recta es un rasgo característico del arte prerrománico de repoblación. Sí sorprende en cierta manera la ventana superior, que podría relacionarse con las cámaras del tesoro del arte asturiano (abiertas hacia afuera y sin acceso desde el interior), que a su vez las recuperan del arte visigótico (justo al contrario, con acceso desde el interior y ciegas al exterior, como en este caso).
De todos modos, la cronología prerrománica es más acorde al desarrollo histórico de Astigarribia como punto del Camino de Santiago, y también a otros restos arqueológicos hallados en el lugar, como son una sepultura antropomorfa o la calzada medieval que pasa junto al muro norte, hoy tapada por un camino moderno. Aún así, no deja de ser el documento arquitectónico en uso más antiguo de la provincia de Gipuzkoa.

 

Vizcaya
Muxika
Muxika es un municipio situado a poco más de 30 km al este de Bilbao, en la comarca de Busturialdea, formado actualmente por un total de veintisiete barrios. El municipio es heredero de la antigua anteiglesia de Ugarte de Múgica, denominada originalmente San Vicente de Ugarte. Con este nombre aparece en la noticia más antigua que hay sobre el lugar, que data de 1082. En ese año don Lope Iñiguez y doña Tecla donaron al monasterio riojano la iglesia de Sancti Vincenti de Vharte.
La historia de esta zona está ligada a la poderosa familia de los Múgica que establecieron aquí su solar a principios del siglo xiv, tras una división del linaje de los Avendaño. Hurtado García de Avendaño dividió sus posesiones entre sus tres hijos, entregando a Juan Galíndez las tierras de Múgica. Éste levantó aquí, en el barrio de San Román, una casa-torre que sería el inicio del nuevo linaje. Desde entonces su nombre se incorporó al de la anteiglesia, que pasaría a denominarse Ugarte de Múgica.
Más tarde, se mantuvo el nombre de Ugarte para el barrio principal y Múxica, Mújica o Múgica para el municipio. En los años 80 del pasado siglo XX se adoptó como denominación oficial Muxika.

Iglesia de San Vicente Mártir de Ugarte
Esta iglesia se encuentra en la parte oeste del barrio de Ugarte. Como se indica más arriba, en 1082 fue donada por Lope Iñiguez y su esposa al monasterio de San Millán de la Cogolla, pero más tarde acabaría perteneciendo a la familia de los Múgica. Según Iturriza y Delmas, su fundación podría datar del siglo X, siendo de este modo anterior a la ermita de San Román.
El edificio actual es una construcción del siglo XVIII en la que se han conservado algunos restos anteriores, como los canecillos románicos del muro sur y dos ventanas góticas en el lado norte.
En el muro sur, bajo el pórtico, se reutilizaron ocho canecillos bajo una cornisa decorada con motivos vegetales muy sencillos. Estos canecillos presentan una ornamentación figurativa de talla muy tosca que evidencia el trabajo de canteros populares.
El primero, empezando por la izquierda, es la imagen habitual de la lujuria, representada mediante una mujer acechada por dos serpientes que muerden sus pechos, al tiempo que con sus colas aprisionan los pies. Esta representación guarda un gran parecido con la que decora un capitel de Kortezubi, tal como ya apuntaron Juan Antonio Gaya Nuño y Agustín Gómez Gómez, entre otros.
El siguiente canecillo muestra a dos personajes, uno recostado sobre el regazo del otro, que Pedro Vázquez identificó como la Virgen con el Niño. No se puede descartar que guarde relación con el anterior y que trate de representar también la lujuria mediante una pareja yaciendo en el lecho. Agustín Gómez, por su parte, se inclinaba por Dalila y Sansón, en correspondencia con la figura del canecillo siguiente, donde aparece un personaje sujetando dos columnas rematadas en los extremos por cabezas monstruosas, a modo de gloutons, y que identifica con Sansón destruyendo el templo de Dagón, en Gaza.

Pareja en el lecho y personaje entre columnas (¿Sansón?) 

A continuación aparece una serie de cinco canecillos de fácil identificación, salvo el situado a la izquierda, donde a duras penas se atisba una figura antropomorfa en movimiento, cuyo deterioro impide ir más allá en su descripción. Siguen después un músico tañendo un des proporcionado cordófono, un posible cazador portando lanza y olifante, y dos cuadrúpedos que probablemente formen parte de la misma composición cinegética. Esta distribución de las figuras que componen la escena de cacería recuerda a la de algunas iglesias castellanas, como se puede ver en el alero de San Pedro de Caracena, en la portada de Alpanseque –ambas en la provincia de Soria–, o en un capitel de Santa María de la Vega, en Salamanca.
En resumen, hay que señalar que se trata de piezas labradas de una forma muy tosca, lo que manifiesta la intervención de un cantero poseedor de una técnica poco depurada. El interés se halla, sobre todo, en la iconografía desplegada, con temas, como la lujuria, el juglar o la escena de caza, que integraron, a menudo, los recetarios ornamentales de los maestros de finales del siglo XII y comienzos del XIII, cronología que podemos hacer extensiva a los canecillos de San Vicente de Ugarte.

 Musico                                                               Cazador                                            Mujer con serpientes

 

Mungia
Esta localidad de la comarca de Uribe está emplazada a medio camino entre Bilbao y Bermeo, en la ribera del río Butrón.
La primera referencia documental sobe el lugar se halla en una donación que hicieron los Señores de Vizcaya al monasterio de San Millán de la Cogolla en 1051. Entre los confirmantes se menciona a un abad de Mungia. Hay que suponer que en esos momentos no sería más que una pequeña aldea con escasa población concentrada en torno a una iglesia.
Con el paso del tiempo se fueron asentando en la zona importantes familias nobiliarias que levantaron aquí sus torres y casas-fuertes, como los Villela, Butrón y Avendaño. Los enfrentamientos entre algunas de ellas motivó que se solicitara al infante don Juan, por entonces Señor de Vizcaya, la concesión del título de villa. En 1376 se otorgó dicho título a Mungia, que pasó a regirse por el fuero de Logroño. Pronto se convertiría en uno de los centros religiosos más importantes en la margen izquierda de la ría de Guernica.
Otras de las iglesias y ermitas de esta jurisdicción son la de Santa Magdalena en Iona, la de San Bartolomé en Berreaga, en el monte del mismo nombre y hoy desaparecida, o la de San Pedro, entre las más destacables.

Ermita de San Miguel de Zumetxaga
Para llegar hasta Zumetxaga hay que continuar por la carretera BI-631, por una fuerte pendiente con curvas hacia la derecha, sin adentrarse en la población de Mungia. En el enlace con la carretera BI-2101, giraremos hacia la izquierda, alcanzando a pocos kilómetros la localidad. La ermita se encuentra en una colina de las estribaciones del monte Jata, en un descampado rodeado de robles, junto a un pequeño caserío.
Es un edifico compuesto por una sola nave rematada en una cabecera de planta cuadrada, todo ello construido con gruesos muros de mampostería reforzados por contrafuertes, añadidos ante el abombamiento hacia el exterior que presentaba el muro sur. En el interior, ambos espacios se cubren con bóveda de cañón apuntado, siendo la de la nave de factura moderna. El ingreso al ábside se hace a través de un arco triunfal apuntado y doblado que apoya sobre dos columnas provistas de capiteles vegetales y basas con garras. Sobre la cabecera se eleva una pequeña espadaña que alberga la campana. A esta estructura románica se le añadió un pórtico moderno en el lado occidental.

Planta 


Vista desde el lado sureste 

Tiene tres accesos, entre los que cabe destacar el que se abre en el muro sur. Está compuesto por tres arcadas de perfil apuntado superpuestas creando un acentuado abocinamiento, pero con las dovelas escuadradas y sin decoración. Asimismo, tanto las impostas como las basas y los plintos sobre los que se apoyan son de carácter muy geométrico.
El elemento más notable de este edificio, desde el punto de vista artístico, es su ventanal absidal. Está formado por dos arquivoltas apuntadas, la interior lisa y la exterior con la arista decorada por una cenefa de motivos vegetales entrelazados que se repite en los cimacios. Estas arquivoltas descansan sobre dos parejas de columnillas con sus correspondientes capiteles. Los que soportan la arquivolta interior se adornan con grandes hojas de acanto, piñas colgando de los ápices y volutas, recordando a los del arco triunfal y a los de las portadas de Artzentales y San Salvador de Fruiz.
Los de la arquivolta exterior se decoran con un cuadrúpedo entre motivos vegetales, el de la izquierda, y con una máscara vomitando tallos entrelazados, el de la derecha. Este último motivo se repite en uno de los capiteles conservados en la iglesia de Santa María de Getxo. Los fustes presentan una decoración muy cuidada que cubre toda su superficie, a base de encestados, redes de rombos, círculos y cuatripétalas que unen sus extremos formando recuadros en los que se inserta un botón.
Este esquema compositivo que presenta el ventanal al exterior, se repite en el interior con leves modificaciones. En vez de cuatro capiteles, son dos, decorados como los de la arquivolta exterior: un animal entre motivos vegetales y una máscara antropomorfa arrojando tallos. Uno de os fustes es liso y el otro se adorna con la característica retícula formada por flores de cuatro hojas.
La decoración de estos fustes, que tienen en Estíbaliz y otras iglesias alavesas su centro de inspiración, remite a ejemplares más cercanos, como Bakio y Fruiz.



Por otra parte, hay que mencionar la existencia de una pila aguabenditera de posible cronología medieval, situada junto a la portada occidental. Consta de una pequeña copa gallonada y un pie cilíndrico decorado con pequeñas bolas en sus extremos.
Se han señalado numerosas cronologías para datar la construcción de este edificio, del mismo modo que se le han adjudicado influencias de los talleres alaveses o del arte nórdico. J. A. Gaya Nuño y A. Gómez Gómez la han incluido entre las construcciones de mediados y finales del siglo XII.

 

Bakio
Esta población de la comarca de Uribe está situada 31 km al norte de Bilbao, muy cerca de la costa.
En la documentación antigua fue denominado como Basigo de Baquio, siendo hoy el nombre de su principal barrio, considerado como el primer núcleo poblacional. En el siglo XX se le fueron añadiendo otros barrios, como San Pelayo y Zubiaurralde, hasta entonces pertenecientes a Bermeo.
A partir del siglo xiii proliferó la construcción de ferrerías y molinos hidráulicos en torno al río Estepona, promovida por familias nobles, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días. Además de la iglesia parroquial, ubicada en el barrio de Basigo, hay numerosas ermitas en el municipio, como la de San Pelayo, San Martín, Santa Úrsula, San Esteban, San Cristóbal y Santa Catalina.

Ermita de San Pelayo
Para acceder al edificio deberemos continuar por la carretera BI-3101 hacia Bermeo y, tras una pendiente, alcanzaremos a pocos metros la ermita dedicada a San Pelayo. Se sitúa en una ladera muy próxima al mar por donde, según la tradición, trascurría el camino jacobeo. Según I. García Camino, existen algunos indicios documentales que sugieren la fundación de este edificio en el siglo XI, cuando, en 1053, el Señor de Vizcaya y su esposa donaron al monje Zianno el monasterio de San Juan de Gaztelugatxe, situado en las proximidades. En los documentos del siglo XI consta la existencia de un monasterio dedicado a San Miguel de Bermeo, que podría relacionarse con este de Bakio, entregado más tarde por doña Tecla al monasterio de San Millán de la Cogolla.
Es un pequeño edificio de fábrica de mampostería, con sillares en los esquinales, y de planta rectangular con cabecera recta. Hoy se encuentra rodeado por un pórtico rural de madera y una pequeña torre-campanario. A mediados del siglo XX se realizaron fuertes intervenciones sobre la estructura del edificio, en sus cubiertas y muros, y una restauración de sus elementos decorativos más destacable.
Los restos románicos que se hacen visibles en este edificio de fundación medieval son una portada a los pies de la nave, un ventanal absidal y el arco triunfal del interior.

Planta 

La portada está formada por cuatro arquivoltas ligeramente apuntadas, sin decoración, bajo una moldura que hace de guardapolvos y está decorada con bolas que se repiten de forma seriada, y que recuerdan a la ventana de la iglesia de Santa María de Barrika y de San Lorenzo de Urgoiti. Bajo las impostas, sin decoración, se encuentran las cuatro columnas acodilladas, con sus respectivos capiteles. Éstos están distribuidos dos a dos en los laterales, y tienen una decoración estilizada, es decir, una forma ovalada con líneas curvas concéntricas que parece abrirse en capas por la mitad. Los fustes de las columnas, formados por dos piezas, se apoyan sobre basas de toro, escocia y pequeño plinto.
Desde el exterior podemos ver también una estrecha saetera en el muro de la cabecera, sobre un fragmento modulado, ambos elaborados con grandes sillares pero lisos y sin decoración.

Portada 

En el interior del edificio podemos apreciar el arco triunfal que divide dos espacios: la cabecera, más estrecha y cubierta por una bóveda apuntada, y el resto de la nave, con techumbre moderna. Este arco es de perfil apuntado y está enmarcado por dos columnas que presentan una decoración en los capiteles muy parecida a la de la portada descrita anteriormente. En este caso, más sencillo y con una bola que pende del ángulo superior.

Interior 

Interior. Ventana de la cabecera 

Pero la atención se centra en el ventanal del testero, formado por un vano abocinado rodeado por una arquivolta lisa y un guardapolvo decorado con medias bolas. La arquivolta descansa sobre una pareja de columnillas provistas de basas decoradas con bolas en los vértices y capiteles que repiten las mismas formas que los de la portada. Los fustes se decoran con entrelazos y motivos geométricos, muy del gusto del románico vasco y del norte de Burgos. La correspondencia más cercana puede establecerse con la portada de San Salvador de Fruiz y la ventana de San Miguel de Zumetxaga, por lo que su cronología podría encuadrarse dentro de los años finales del siglo XII.

Ventana de la cabecera

 

Fruiz
Fruiz es una localidad perteneciente la comarca de Uribe, a 27 km de Bilbao. Está situada en un terreno bastante accidentado, excepto en la parte de ribera, a los pies del cerro Buteol, bañada por el río Oka.
Según J. Caro Baroja, el topónimo de esta localidad proviene de un nombre propio de origen latino Furius, unido al sufijo -icus. De manera que del nombre Furicus o Furunici, habría derivado el actual topónimo Frúniz. Esta forma, en castellano, derivó a su vez en Fruiz en el lenguaje oral, oficializando así su forma vasca.
Según Delmas, el significado de esta anteiglesia procede de una casa solar fundada a principios del siglo VIII por Fortunio Fruiz, quién venció a los asturianos en Básigo de Bakio.

Iglesia de San Salvador
La mayor parte del edificio que ha llegado hasta nuestros días data del siglo XVIII, a excepción de la gran torre renacentista que se integra a través de dos arcadas apuntadas en el gran pórtico de tipo rústico que rodea la iglesia. De época románica sólo se ha conservado la portada, un capitel y unos canecillos reaprovechados.


Detalle
 

En el muro sur encontramos la portada románica, abierta en un cuerpo avanzado de sillería que se remata con una imposta lisa, salvo en el lado derecho donde se pueden ver restos de un ajedrezado. Los laterales de este antecuerpo van rematados en toda su altura con un fuste liso. La puerta propiamente dicha está compuesta por tres arquivoltas apuntadas, dos de ellas decoradas con boceles, y la central con hojas de acanto finamente trabajadas, que se repiten de forma seriada en cada dovela. Recuerda inevitablemente a la decoración de algunas arquivoltas del románico alavés, como la portada sur de la ermita de San Juan de Markinez.
Estas arquivoltas se apoyan sobre las líneas de imposta marcadas por ornamentación de billeteado. Los elementos más característicos de esta portada son los capiteles, distribuidos dos a dos en cada uno de los laterales. Los exteriores presentan escenas historiadas, mientras que los interiores nos muestran motivos geométricos y vegetales.

Iglesia de origen románico aunque lo que queda del siglo XII es la portada sur, protegida por un pórtico perimetral. 

Portada

Portada

Capiteles de la portada sur 

Capiteles de la portada sur 

En el primer capitel que encontramos en el lateral izquierdo aparece, en la parte central y presidiendo la escena, un rey con una corona seguido por un séquito formado por cuatro personajes Dos de éstos llevan báculos (posiblemente abades), otro un libro y el cuarto es un músico que toca un instrumento de cuerda parecido a la viola. Todas estas figuras, de cabeza desproporcionada y alargada, muestran un tratamiento de la talla bastante tosco.
El otro capitel con el que hace pareja está ornamentado con decoración vegetal muy geométrica, formada por grandes hojas que envuelven la base del capitel y unas piñas que cuelgan de los ápices, como los que podemos ver en la ermita de San Miguel de Zumetxaga.
En los capiteles del lateral derecho vemos repetida la misma decoración vegetal, mientras que el que se dispone en la parte exterior de la portada muestra dos jinetes pertrechados con lanza, espada y escudo, que son separados por un personaje mediador colocado entre ellos. Esta escena ha sido interpretada como la Paz o Tregua de Dios, tema muy difundido en el románico que cuenta con magníficos ejemplares en tierras de Burgos, Palencia y Cantabria.
Las columnas, que arrancan bajo los finos collarinos, tienen una decoración geométrica muy cuidada. Los fustes exteriores muestran encestados cruzados por toda su superficie, mientras que los de las columnas interiores presentan una decoración de círculos, el de la izquierda, y de cuadrados con líneas verticales y horizontales intercalados, el de la derecha. Este efecto plástico, a base de decoración geométrica, podemos relacionarlo de nuevo con las ermitas de San Miguel de Zumetxaga y San Pelayo de Bakio, así como con varios ejemplares alaveses datados a finales del siglo XII o principios del XIII.

Las basas de estas esbeltas columnas sobre amplios zócalos son casi cúbicas y, pese a que se ha perdido parte de la decoración que debieron de llevar, se intuye un pequeño saliente en la esquina a modo de uña en el vértice. Este motivo decorativo, añadido a la transición de basa circular a plinto de planta cuadrada, se repite en la ermita de San Bartolomé de Olarte, en Orozko, y en la iglesia parroquial de la Asunción de Nuestra Señora de Gautegiz, de Arteaga.
Junto a la portada lateral del templo, también románica pero más sencilla, encontramos, incrustados en el muro, un capitel reaprovechado como pila de agua bendita. Presentaba una sencilla decoración de grandes volutas en los ángulos y unas esferas en el centro.
Sobre este capitel vaciado se hallan dos canecillos completamente descontextualizados, cuyos motivos ornamentales no pueden identificarse.

Portada occidental, canecillos y capitel vaciado

 

Galdakao
Esta población se localiza en la comarca del Gran Bilbao, a unos 11 km al suroeste de la capital vizcaína. Está situada en el valle de Ibaizabal, al pie de la sierra de Ganguren.
Según Julio Caro Baroja, su topónimo procedería de la derivación de nombre latino Galdus, remontando de este modo el origen del asentamiento a época romana. Éste habría evolucionado en Galdinus, que a su vez habría derivado en Galdacanum y Galdacano en castellano.
Pese a que la ocupación de estas tierras parece que comenzó en época romana, los primeros testimonios no los encontraremos hasta la Edad Media. Consta que tuvo una iglesia parroquial dedicada a Santa Marina en el monte de Ganguren, pero en el siglo XIII se construyó la de Santa María de Elexalde, en pleno centro del núcleo poblacional, fundada por Sancho de Galdácano y Torrezábal, en beneficio de sus feligreses. En 1375 el lugar quedó unido al vecindario Bilbao, en el que permaneció hasta 1630.

Iglesia de Santa María de Elexalde
La iglesia se halla en el barrio de Elexalde, en la parte más alta de la localidad. El edificio que hoy vemos presenta dos partes claramente diferenciadas: la más antigua (mediados del siglo XIII) corresponde a los dos tramos más occidentales de la nave, y la más moderna (siglo XVI), al resto del templo.
En el muro de los pies se eleva una esbelta espadaña en la que son perceptibles dos huecos cegados, y sobre ellos una serie de canecillos entre los que destaca uno decorado con un personaje que levanta los brazos, a modo de atlante. En la parte superior del mismo muro, bajo el remate triangular, se empotraron dos relieves más: uno muestra a un lector con un libro abierto en sus manos y el otro una cabeza de animal mostrando los dientes.

Galdácano - barrio de Elexalde, Iglesia de Andra Mari 

Debajo del campanario se pueden observar los capiteles erosionados por el tiempo además de observar unas ventanas románicas tapiadas. 

Canecillos de la espadaña 


Relieves de la espadaña
 

Portada
En el muro sur se abre la portada principal, de factura más bien gótica. Está formada por un arco de ingreso trilobulado, tres arquivoltas apuntadas profusamente decoradas y un guardapolvo de motivos vegetales que apoya en los laterales sobre un ángel turiferario y un personaje portando un libro. En las dovelas que forman el arco trilobulado se colocaron las figuras del arcángel San Gabriel y de la Virgen, componiendo la escena de la Anunciación, mientras que las arquivoltas se decoraron con imágenes alusivas a la segunda venida de Cristo y al Juicio Final, tales como la resurrección de los muertos y las Vírgenes Necias y Prudentes.
No faltan otro tipo de motivos, como animales diversos, una arpía, un hombre acosado por un cerdo o jabalí, el Espinario, cabezas humanas entre hojarasca, personajes ataviados con manto de cuerda y pellote (indumentaria característica del siglo XIII) y un ser demoníaco acompañado de unas figuras desnudas que representas las almas de los condenados. En cada lado se distribuyen cuatro columnillas con sus correspondientes capiteles. En el lado izquierdo se aprecian dos cabezas femeninas con tocados de barbuquejo, dos grifos acosando a un personaje y un grotesco mascarón mordiendo la cola de dos arpías. Los capiteles del lado derecho se adornan con otras dos cabezas humanas, en este caso de ambos sexos, una cabeza monstruosa y un ángel.

Portal

Columnas y Capiteles de la portada sur 

Columnas y Capiteles de la portada sur

Portada románica de transición 

Capiteles portada sur 

Coronando esta portada se dispone una cornisa soportada por nueve canecillos decorados con cabezas antropomorfas y un animal, motivos que también se pueden ver al otro lado de la puerta (que, por cierto, conserva todavía los viejos herrajes medievales), en el arco que da al interior de la nave.
En el muro norte hay otra pequeña puerta formada por un arco de acceso apuntado, una arquivolta de bocel y un guardapolvo con dos figurillas en los extremos. A los lados hay una pareja de columnillas rematadas en sendos capiteles decorados con aves afrontadas separadas por un tallo vegetal.

Interior
Ingresando en el interior del templo, podemos ver la cubierta de las dos partes en las que hemos dividido el edificio. Se trata de una crucería simple con nervios, pero mientras en la parte medieval descansan sobre pilares formados por columnillas adosadas y dotados con capiteles vegetales, en la parte renacentista descansan sobre gruesas columnas exentas, sin capiteles. Los capiteles más antiguos muestran distintas tallas, es decir, mientras unos tienen un aspecto más tosco –con pocas y finas hojas lobuladas sobre finos tallos y muy geométricos–, otros tienen una decoración más cuidada y recargada, con motivos vegetales formados por amplias hojas más naturalistas, que ocupan toda la superficie del capitel, con figuras pareadas.
También en el interior podemos ver dos canecillos reaprovechados, con formas figurativas, como una extraña cabeza redondeada con orejas de animal y un hombre en cuclillas.
Por último, cabe mencionar la talla románica de la Virgen con el Niño situada en el lado derecho del retablo mayor. Recientemente restaurada, muestra una policromía dorada de colores muy cálidos. María, con fina corona, se presenta sedente en un trono, con un rostro muy alargado y el cabello oculto bajo la toca que cae por los hombros.
El escote de su túnica, ligeramente triangular, es de color granate con estarcido dorado. Bajo esta túnica lleva otra de colorido más oscuro, que en la parte de los pies muestra una sucesión de pliegues muy planos, bajo los cuales asoma el típico calzado puntiagudo. Con una mano se muestra en actitud de bendecir mientras que con la otra sostiene al Niño que aparece sentado en el centro del regazo. Éste bendice con su diestra, al tiempo que sostiene con la otra mano las Sagradas Escrituras. Viste una túnica blanca con pliegues verticales y horizontales, y lleva una corona real. Las características físicas de ambas figuras son muy parecidas, destacando la rigidez y seriedad de sus rostros. Esta talla puede datarse a comienzos del siglo XIII.

 

 

 

 

 

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