lunes, 10 de marzo de 2025

Capítulo 34-4, Románico en Berguedà y Osona, Barcelona

 

Románico en Berguedà y Osona, Barcelona
Un románico rural sencillo y armónico será la constante que encontraremos en las comarcas barcelonesas de Berguedà y Osona.
En este capítulo he elegido Sant Jaume de Frontanyà, Sant Pere de Casserres, Sant Andreu de Sagàs y Sant Vicenç d'Espinelves. 

Sant Jaume de Frontanyà
Sant Jaume de Frontanyà, el municipio más pequeño de Cataluña –con un censo en el 2006 de 31 habitantes–, se encuentra en la zona este de la comarca del Berguedà colindante con el Ripollès. Se llega a Sant Jaume tomando, a la salida de Berga, la carretera C-26 en dirección a Vilada y Borredà y en esta localidad tomar la BV-4656.
Las primeras noticias relativas al municipio hay que buscarlas en el acta de consagración de su iglesia, del año 905. Esta primera iglesia no se ubicaba en el lugar actual, sino cerca del santuario dels Oms. Sant Esteve de Tubau (o de Montner) se encuentra algo alejado del núcleo urbano y debió de ser la iglesia de Montner, lugar ya citado en el acta de consagración de Sant Jaume.

Iglesia de Sant Jaume
Del conjunto canonical de Sant Jaume de Frontanyà queda solamente en pie la magnífica iglesia dedicada al apóstol Santiago, ejemplo paradigmático de la arquitectura del primer románico en Cataluña (en su fase tardía), que se alza en la plaza central del pequeño pueblo homónimo. Históricamente vinculado al obispado de Urgell, desde el siglo XVII el templo forma parte de la diócesis de Solsona, en el arciprestazgo de Berga.
La primera edificación religiosa en el lugar fue una pequeña iglesia instalada en lo alto de un cerro próximo, cuya dedicación el año 905 por el obispo de Urgell Nantigís (900-914) es conocida mediante el acta de consagración y dotación, conservada en el archivo Capitular de la Seu d’Urgell. La importancia de dicha consagración se constata por la presencia testimonial del conde Miró de Cerdanya y de su hermano Guifré II, conde de Barcelona. Pese a la tradicional interpretación historiográfica sobre una supuesta repoblación de la Cataluña central basada en el establecimiento de monasterios e iglesias parroquiales, lo cierto es que la documentación constata que el templo se alzó (como casi siempre) en un terreno ya densamente poblado.

La primitiva iglesia edificada a comienzos del siglo X, dedicada ya a Santiago, fue conocida luego como Sant Jaume de Frontanyà Vell (viejo) por oposición al templo nuevo. Este se empezó a construir hacia mediados del siglo XI y estaba acabado, a la vista de su uniformidad y tecnología, hacia el final de la misma centuria; no se conserva, en este caso, acta de consagración que certifique el inicio del culto. Por el contrario, existen varias donaciones que constatan la realidad de los trabajos arquitectónicos, al menos a partir de la década de 1060. La más interesante de ellas, publicada en 1967 por Francesc Martínez Solsona, vincula la campaña edilicia con el célebre magnate urgelitano Arnau Mir de Tost, vizconde de Àger y personalidad de primera línea en la política catalana del siglo XI. Arnau Mir, junto con su esposa Arsendis, dona en 1066 un alodio en Bolvir y sus posesiones en Viladonja a la ecclesia Sancti Iacobi qui edificatur in valle de kastro que voccant Fron tiniano in comitatu berguitanu. Los términos de la donación no solo permiten asegurar que la nueva iglesia estaba ya siendo edificada, sino que apuntan incluso a la existencia previa de una comunidad de presbíteros, establecidos, cabe suponer, en el templo primitivo. A dichos presbíteros el texto demanda cantos por la mañana y la tarde, así como sacrificios para los fieles. Lo cierto es que de dicha comunidad primigenia nada más se conoce, solo que no actuaba bajo los mandatos de la regla agustiniana, cuya introducción no se produjo hasta el segundo cuarto del siglo XII.
Entre las donaciones al templo de los años siguientes, algunas de las cuales explícitamente ad opera, cabe destacar la realizada por el noble Folc Sunifred de Lluçà, quien otorga una onza de oro en 1074. Señor del castillo homónimo, era hermano del obispo de Vic Berenguer Sunifred (1079 1099), dinámico impulsor del movimiento canonical en sus tierras ausetanas.
Aunque por el momento Sant Jaume aparece solo documentada como parroquial, como se ha dicho es indudable que acogía ya una comunidad religiosa; la monumentalidad de su arquitectura no se entiende sin ese trasfondo y, aunque hoy en día la vieja hipótesis de una tipología edilicia asociada a este tipo de instituciones ha perdido apoyo entre los especialistas, algunos de sus rasgos son compartidos por otros templos canonicales de cronología cercana, especialmente la definición en planta de nave única y transepto.
La adopción de la regla agustiniana por la comunidad de Frontanyà está bien documentada en el año 1140, siendo su primer prior registrado Ramón Arnau.
En sus mejores tiempos, la canónica alcanzó probablemente un número máximo de cinco o seis canónigos, quienes por supuesto contaban con personal auxiliar, lo que permite pensar en una comunidad de tamaño medio, similar a la vecina de Santa Maria de Lluçà. al prior Ramón Arnau se suele considerar además (aunque sin confirmación documental) el impulsor de las obras del ahora desaparecido conjunto de dependencias canonicales.
Estas se centraban en un claustro de dimensiones reducidas, del que se conserva solo alguna pieza suelta que, como se advertirá más adelante, puede fecharse a mediados de la duodécima centuria.
A lo largo de los siglos XII y XIII, Sant Jaume de Frontanyà se convierte en uno de los centros religiosos más poderosos de la región y en la punta de lanza de los intereses más orientales del obispado de Urgell. Su prosperidad es incontestable hasta finales de siglo XIII, Aunque la falta de documentación no permite conocer los motivos concretos de su pujanza, tal vez relacionada con el apoyo de la poderosa familia Mataplana, en cuya baronía se emplazaba. Sus buenas relaciones con el poder se observan en la concesión franca de todas sus posesiones en la zona de ripoll por parte del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, en documento fechado en 1155. En el ámbito de la jurisdicción religiosa, los priores de Frontanyà ostentaron también el decanato del Berguedà, una de las sub divisiones administrativas del obispado de Urgell establecidas a lo largo del siglo XIII para la mejora de la administración del amplísimo territorio diocesano.
El auge de la institución empezó solo a declinar con el avance de los tiempos y de los nuevos argumentos devocionales y religiosos de la sociedad tardomedieval. A finales del siglo XIV desaparecen los priores residentes en el monasterio y se suceden los comanditarios, lo que sin duda acentúa la pérdida de poder de la canónica, cuyas abundantes rentas suelen ser gestionadas al margen de sus necesidades específicas, desde el exterior. La comunidad, reducida al parecer a dos únicos canónigos dedicados al servicio pastoral, subsiste sin embargo hasta 1592, momento de la extinción de las canónicas regulares en Cataluña. Un año después era creado el obispado de Solsona, escindido de la Seu d’Urgell, y desde entonces el título (y los beneficios) del priorato de Frontanyà lo ostentan canónigos de la catedral solsonense de Santa Maria.
La iglesia mantuvo sus funciones parroquiales en época moderna. A mediados del siglo XIX se dotó al interior del templo de un revestimiento de aire neoclásico, de aspecto similar al todavía conservado en la cercana iglesia monástica de Santa Maria de Serrateix, obra también decimonónica. En Frontanyà, desaparecido el claustro románico, se construyó en su lugar una rectoría (siglo XVII) que subsistió hasta el siglo XX. Entre 1962 y 1966 se realizó una restauración general de todo el con junto bajo mandato de la Diputación de Barcelona, arrasando se dicha rectoría para mejorar la visión panorámica de la iglesia y suprimiéndose el revoque neoclásico del interior de esta, que muestra hoy el aparejo original de los muros románicos.
La iglesia de Sant Jaume es un edificio de grandes dimensiones, con más de 30 m de largo en el eje principal y una altura que sobrepasa los 11 m en el interior de la nave y los 15 en el crucero. En planta tiene forma de cruz latina, con una sola nave de gran tamaño y un crucero de potente desarrollo, al cual se abren el ábside central y los dos grandes absidiolos laterales, sedes respectivas del altar mayor dedicado al apóstol Santiago y de dos altares secundarios bajo las advocaciones de san Juan y san Pedro. Corona el crucero un exuberante cimborrio de doce costados (más anchos los cuatro que encaran el doble eje del templo) que sobresale de una base cuadrada perfectamente expresada en el exterior, lo que confiere al alzado un cuidadoso y elegante juego de volúmenes, típico de los diseños del primer románico catalán.



El aparejo es también característico de la época, a base de sillarejo de tamaño medio, desbastado con esmero y articulado en hiladas perfectamente regulares.
Los muros laterales no disponen de ornamentación alguna, y ambos parecen ligeramente realzados. Por su parte, tanto fachada como cabecera se adornan con los característicos arquillos ciegos y lesenas. En el ábside central los arquillos se agrupan en series de cinco, separados por lesenas planas que conectan con el zócalo; los arquillos se sitúan cinco o seis hiladas por debajo de la cornisa, lo que no es habitual y tal vez pueda considerarse producto de un sobrealzado (que de haberse producido no parece posterior a la obra o, por lo menos, está montado con idéntico aparejo). En los ábsides laterales no se desarrollan lesenas.

La fachada oriental de la base cuadrada del cimborrio ostenta una original decoración del mismo tipo, con dos grupos de seis arquillos en cada lado y, en el centro, una arcada que corona un gran ventanal abocinado, flanqueada por dos arcadas algo más pequeñas.
Por otro lado, bajo la cornisa del cimborrio se abre un friso continuo de pequeños nichos ciegos, recurso igualmente muy característico de la articulación paramental de la arquitectura del primer románico; los nichos no son tan profundos como en otros templos catalanes, y se sitúan en número de cinco en los costados principales, más dos en cada uno de los lados secundarios.
En la fachada occidental se desarrolla el mismo tipo de estructuras de adorno paramental, a base de lesenas y arquillos ciegos, consiguiéndose un tipo de fachada sobria pero no completamente lisa, que es igualmente característica de la arquitectura catalana de la época (Sant Ponç de Corbera o Santa Maria de Terrassa ofrecen una solución parecida). El campanario original debió ser de espadaña simple, a la cual en el siglo XVI se adosó un cuerpo rectangular a modo de torreón con el objetivo, según se precisa en algunos documentos, de proteger al párroco cuando conjuraba tormentas en lo alto de la iglesia. Parece ser de la misma época, sino incluso posterior, el gran óculo trazado en el centro de la fachada, que sustituye una ventana primitiva posiblemente de medio punto.
Encima de este óculo, y justo debajo del friso a doble vertiente de arquillos ciegos, se dibuja otro pequeño vano en forma de cruz, motivo bastante habitual en otros templos de la zona (quizás debido precisamente a la influencia de este).
La principal entrada a la iglesia se sitúa en esta fachada occidental, donde se abre una sencilla portada de arco de medio punto, ligeramente resaltada por un dovelaje bien tallado y monumentalizada por una modesta pero efectiva escalinata en expansión, posiblemente original. Hubo tres accesos más al interior del templo: dos de ellos en la fachada oeste de cada brazo del transepto y el tercero en el primer tramo de la fachada meridional de la nave. Actualmente funciona solo el acceso del costado sur del transepto, aunque el despiece de su sencilla portada indica que se trata de una refección moderna.
Tanto esta puerta como la que conducía a la nave debían comunicar con el desaparecido claustro canonical aunque, como se ha dicho, la construcción de dicho claustro parece claramente posterior a la iglesia, ya del siglo XII. En cualquier caso, con anterioridad debió existir ya algún tipo de espacio auxiliar precedente, no articulado con galerías claustrales, que probablemente organizaba las primeras dependencias canonicales (preagustinianas).
El interior de la iglesia es de gran sobriedad, resaltada por el actual aspecto desnudo de los muros, resultado de la restauración del siglo XX. La nave se divide en dos únicos tramos, definidos por un sólido arco fajón; en la parte más occidental del primer tramo se halla un coro moderno, desde el cual parte una escalera hacia el campanario. El espacio interior se ilumina mediante el ventanal circular ya mencionado de la fachada oeste, y también gracias a dos ventanas en arco de medio punto, de tamaño relativamente modesto y doble derrame, situadas en el muro meridional. Hay otras ventanas iguales en los respectivos hastiales del transepto y en cada uno de los tres ábsides.
El crucero de grandes dimensiones, delimitado por cuatro grandes arcos torales, va cubierto por una bella cúpula de tendencia más ochavada que esférica, montada con absoluta precisión sobre cuatro pequeñas trompas. Toda la estructura es extraordinariamente elegante, trabajo de un maestro de obras muy dotado en el manejo de volúmenes.
Tanto los brazos del transepto como la nave se cubren con bóveda de cañón, que arranca –en la nave– de una imposta que recorre incluso las pilastras que sostienen los arcos, intensificando la percepción de un espacio unitario y bien articulado.
Los tres ábsides abiertos en batería al transepto se cubren con bóveda de cuarto de esfera y tienen cierta profundidad, contando con un pequeño tramo presbiteral que antecede al espacio absidal propiamente dicho. Mientras los absidiolos laterales no cuentan con decoración, en el muro del ábside mayor se abre una sucesión de cinco gran des nichos semicirculares enmarcados por pequeños arcos rebajados y separados entre sí por columnitas adosadas, sin basa ni capitel. Esta feliz solución ornamental es nuevamente un rasgo arquetípico del primer románico y tiene en la relativamente cercana iglesia de Sant Vicenç de Cardona un precedente y (quizás) un estímulo claro. Por otra parte, la ausencia de cualquier tipo de recurso escultórico no resulta excepcional en este tipo de edificios del siglo XI.


Se ha mencionado ya la desaparición del claustro románico, sustituido en época barroca por una rectoría. Durante la demolición de esta a mediados de siglo XX salieron a la luz varios elementos del antiguo claustro (algunos capiteles y basas de columnas), que habían sido amortizados. En el interior de la iglesia se conserva todavía hoy uno de esos capiteles (la historiografía afirma la existencia de otro, que no se ha podido localizar), muy erosionado, en el que se aprecia una representación de leones afrontados; sin duda debe ser obra del siglo XII, lo que confirmaría la erección de las galerías claustrales en un momento posterior a la instauración de la canónica regular agustiniana en 1140. La degradación material del capitel no permite evaluar correctamente el estilo de la talla, aunque su composición y repertorio iconográfico no parecen alejados de los modos habituales de la escultura del cercano monasterio de Santa Maria de Ripoll.
Incluso podría vincularse más estrechamente la obra con los trabajos escultóricos del también vecino claustro de Santa Maria de Lluçà, obra derivada de los talleres de Ripoll (o de Ripoll Vic) donde aparece alguna pieza de iconografía idéntica a la conservada en Sant Jaume. En este sentido, la construcción del claustro de la canónica de Lluçà, que se ha situado cronológicamente a mediados de siglo XII, puede valer como referencia contextual para las obras claustrales en Frontanyà. Nada sabemos aquí, desafortunadamente, de las dependencias canonicales que debieron rodear el claustro.

Desde un punto de vista estrictamente arquitectónico, el templo es un ejemplo magnífico de las formas maduras del primer románico, de gusto muy austero y sin interés por la decoración escultórica, pero inteligentemente trazado según los principios fundamentales de este tipo de construcción, que busca siempre la armonía y la interconexión entre sus partes. Nada se conserva del ornamento que debió presentar el interior en época románica, de donde procede en cambio un interesantísimo fragmento de frontal de altar, o más posiblemente de retablo (del tipo horizontal, característico del primer gótico), elaborado seguramente a finales de siglo XIII en estilo gótico lineal y conservado en el Museu Diocesà i Comarcal de Solsona (nº inv. 19).
Levantado, en términos generales, durante el tercer cuarto del siglo XI, Sant Jaume de Frontanyà puede relacionarse con otros edificios catalanes contemporáneos que presumen de soluciones similares, que buscan el equilibrio entre las partes sin renunciar a ciertos alardes compositivos fundamentados en la oposición y el contraste de volúmenes, y que reducen su intención ornamental externa a los clásicos elementos paraméntales (arquillos ciegos, lesenas, nichos) asociados con su tecnología constructiva. Debe situarse, pues, entre los mejores proyectos conservados del primer románico en Cataluña, solo un peldaño por debajo de Sant Vicenç de Cardona o de Sant Pere de Àger, por referir dos iglesias emblemáticas del periodo. Entre los edificios que se han considerado más estrictamente próximos cabe citar, por lo menos, Sant Ponç de Corbera, Santa Eugènia de Berga y Sant Llorenç de Munt, si bien su parecido con ellos responde básicamente al diseño en planta y/o a la existencia de cimborrio sobre el crucero, pues otras de sus soluciones son bastan te distintas y bastante más acusada su intención monumental. En ese mismo sentido, su relación –incluso dependencia– con la iglesia ausetana de Sant Martí Sescorts, propuesta en ocasiones por la historiografía, resulta a mi parecer bastante menos evidente.

Pila de agua bendita
En el interior de la iglesia, en el lado meridional del primer tramo de la nave, se conserva una pequeña pila de agua bendita que tal vez pueda considerarse románica, aunque debido a su sencillez es difícil establecer una cronología precisa. Su receptáculo circular va coronado por una gruesa moldura, mientras que en la parte inferior se esculpe en relieve una ma no que metafóricamente sostiene el conjunto. Sobre ella, en el frontis del receptáculo, se halla grabado el monograma IHS.
También en el interior del templo, a la derecha de la puerta principal de entrada, se halla una sencilla pila bautismal de buen tamaño, montada sobre pie circular y sin decoración alguna. Puede ser de tradición románica, pero es imposible asegurar su cronología. En cualquier caso, está claro que su emplazamiento original no era el lugar donde ahora se encuentra.

Casserres
Casserres se sitúa en la parte sur del Berguedà, a unos 13 km de Berga. Se accede desde la C-16 tomando, a la altura de Gironella, la carretera BV-4132.
La primera referencia documental de Casserres data del año 798, cuando se estableció una línea de fortificaciones que tenía como puntos destacados Cardona y Casserres y que llegaba hasta Osona. A pesar de la importancia que debió de alcanzar el castillo de Casserres, no conservamos ningún vestigio de la construcción. A finales del siglo XI se menciona como posesión del condado de Cerdanya, en el vizcondado de Berga. El trovador Guillem de Berguedà, hijo primogénito de los vizcondes, poseyó este castillo y lo legó, a finales del siglo XII, a su hermano Berenguer. Por aquella época el vizcondado de Berga –y por lo tanto también Casserres– era una posesión real, pero la población fue concedida a los Berga como recompensa, probablemente, por su participación en la conquista de Mallorca. En 1309 el último representante del linaje de los Berga lo vendió al rey Jaime II el Justo.

Iglesia de Sant Pau
La iglesia de Sant Pau de Casserres está situada a unos 3 km al norte de Casserres, a mano derecha de la carretera que une dicha población con Gironella. Cabe señalar que el templo está situado dentro del antiguo término del Castillo de Casserres, una plaza fuerte de la cual tenemos noticia por primera vez en el año 789, cuando Luis el Piadoso de Aquitania le encarga al conde Borrell el ocuparla militarmente para repoblarla. Según el acta de consagración de la iglesia, esta había sido construida por el conde de Barcelona, Guifré el Pilós, en honor de San Pablo de Narbona para ejercer funciones parroquiales para los habitantes de la villa del castillo y su término, si bien no fue consagrada hasta el 20 de enero de 907, por orden de su hijo y sucesor Miró. El acto fue llevado a cabo por el obispo de Urgell, Nantigís, quien días antes, el 12, consagraba la de Sant Martí d’Avià y, al día siguiente, el 21, la de Sant Martí de Puig-Reig. Se trataba, pues, del fruto de la política de defensa y repoblación del conde Guifré el Pilós, continuada por su hijo Miró, para crear una línea fronteriza para proteger las tierras de la zona sur del condado de Cerdanya –el pagus de Berga– de los ataques musulmanes, conformada, entre otros por los castillos de Avià (898), Clarà (907), Casserres o Puig-Reig (907), así como de una serie de templos para el culto.
Situado en medio del vizcondado de Berga, a lo largo del siglo XI el templo recibe toda una serie de donaciones de personajes locales, si bien su máximo benefactor parece ser la familia vizcondal, que controlaba entonces el feudo del castillo de Casserres. Así, se sabe que el vizconde Guillem había donado a la iglesia de Sant Pau “el mas de Puig con todos sus olivos y pertenencias”, tal y como confirma su hijo, el célebre trovador Guillem de Berguedà en su testamento de 1187 (serra, R., 1996). En él se dice también que el castillo pasaría a su muerte, acontecida en 1196, a su hermano Berenguer, mientras que “el Mas de Vilar de Casserres” revertiría en la Orden de San Juan de Jerusalén. Parece que en el siglo XV la iglesia de Sant Pau se convirtió en priorato de los monjes agustinos, para posteriormente ser, desde finales del siglo XVII, convento de capuchinos y, por último, entre 1878 y 1884, sede del seminario, cuando después de la Tercera Guerra Carlista, el de Solsona fue cerrado temporalmente. En 1890, el templo perdió su carácter parroquial y pasó a depender de la iglesia de la Mare de Déu dels Àngels de Casserres.

El edificio actual responde en gran parte al realizado, con toda probabilidad, en el último tercio del siglo XII para sustituir a la vieja iglesia del siglo X. No obstante, la estructura románica, consistente en una sencilla planta de nave única –con la puerta situada al sur–, y en una cabecera compuesta por un ábside semicircular y un amplio presbiterio con dos arcosolios apuntados a los lados, fue profundamente alterada en la época moderna (siglo XVIII), al abrirse a ambos lados de la nave dos capillas cuadrangulares, así como una sacristía en el muro sur del presbiterio.

La nave está cubierta con una bóveda ligeramente apuntada y corrida que arranca sobre una cornisa situada sobre ambos muros laterales.




Destaca la entrada en la cabecera, enmarcada por poderosos pilares sobre los que se alza el arco presbiteral apuntado, cuyo tramo se limita por dos paños murales donde se abrieron dos arcosolios apuntados, en el que el del sur da paso a la sacristía añadida en época moderna. El presbiterio engarza con el ábside a través de un no menos poderoso arco de medio punto, más bajo que el presbiteral y cuyo vano se abocina en el arco que encuadra la bóveda de horno del cascarón absidal. En medio de la pared semicircular del ábside se abre una elegante ventana de doble derrame, cuya articulación es semejante, tanto en el interior como en el exterior del edificio: el vano se abocina en dos arcos, el externo apoyado sobre dos columnas –con basa, fuste, capitel y cimacio–, y el interior, que enmarca la ventana propiamente dicha. Cabe señalar, sin embargo, como es habitual, que la ventana presenta al exterior una decoración de capiteles corintios más rica, así como una articulación de la rosca del arco en chaflán. La acción del tiempo en la piedra arenisca ha desgastado, no obstante, los perfiles de las dovelas y obligó a sustituir los fustes por unos nuevos.

En el exterior, sobre el muro occidental se alza una espadaña de dos arcos de medio punto adovelados, si bien la fachada queda oculta por el edificio de la rectoría que se le adosó posteriormente. Destaca, sin embargo, la puerta abocinada que se abre al sur de la nave, que se compone de tres arcos. Los dos interiores son lisos y sencillos, si bien el propiamente dicho del vano de la puerta presenta en las esquinas de las jambas una moldura de mediacaña. Por su parte, el más externo, se articula de una manera más sofisticada, siguiendo los modelos propios del último tercio del siglo XII en Cataluña, con finas columnas con capiteles figurados y decoradas impostas, así como una arquivolta adovelada y enmarcada por una chambrana con decoración ajedrezada en su cara interior. No obstante, cabe señalar que cuando en 1906 el arquitecto Lluis Domènech i Montaner fotografía la portada, esta estaba bastante deteriorada, en particular, los dos capiteles figurados así como las impostas (Granell, L, Ramón, e. 2006, p. 219). Por eso, en la restauración de 1979, estos fueron sustituidos por los elementos que actualmente contemplamos en la misma, que suponen una recreación libre del original, sobre todo, los capiteles, que representan los símbolos alados de los Evangelistas: el águila de san Juan y el león de san Marcos, a la izquierda; el ángel de san Mateo y el toro de san Lucas, a la derecha. Afortunadamente los origina les se conservan en el arcosolio abierto a mano izquierda de la puerta, sosteniendo una urna funeraria de época gótica, en los que todavía se distinguen, a pesar de la erosión, las figuras de cuadrúpedos alados.

Todo el edificio está construido en sillares de piedra bien cortada, dispuestos en hiladas horizontales y unidos con mortero de cal y arena. Su sencilla estructura de nave única, cubierta con bóveda apuntada corrida, coincide con otros edificios de la zona fechados en la segunda mitad del siglo xii y pertenecientes a los dominios de la familia vizcondal de Berguedà, como Sant Martí de Puig-reig (posterior a 1145), San Sadurní de Fonollet, documentado en 1167 o San Andreu de Cal Pallot.

De todos ellos, quizás el ejemplo de Sant Pau de Casserres sea el más maduro, pues en él, el tramo de presbiterio está plenamente desarrollado y diferenciado con respecto a la nave, e incluso parece que los arcosolios laterales fueron construidos en la misma campaña. Por otra parte, la chambrana de la fachada sur de Casserres presenta la misma decoración ajedrezada que el de la fachada occidental de Puig-reig. Todo apunta a una fecha de realización del edificio en el último tercio del siglo XII, quizás coincidiendo con las donaciones realizadas a la iglesia antes de 1183 por el vizconde Guillem de Berguedà, y confirmadas y enriquecidas por su hijo el trovador en su testamento de 1187, efectivo en 1196. De hecho, el presbiterio con arcosolio de la iglesia de Casserres podría haber sido el paradigma seguido para reformar, tras 1196, el de Sant Martí de Puig-reig. Ambos edificios responden, sin duda, al modelo de arquitectura más utilizada por la Orden del Temple en estas tierras centrales de Cataluña entre finales del siglo XII y la primera mitad del XIII. 

Pinturas murales (MDCS 4)
El conjunto de pinturas murales del segundo cuarto del siglo xiii que decoraba el arcosolio del muro sur se conserva actualmente en el Museu Diocesà i Comarcal de Solsona (MSCS 4). Con motivo de las obras llevadas a cabo en el siglo XVIII, las pinturas se habían cubierto con una capa de cal y una puerta abierta para dar acceso a la nueva sacristía habría destruido la parte inferior central del ciclo. Tras su redescubrimiento, durante la Guerra Civil, las pinturas fueron arrancadas e ingresadas en 1940 en el Museo de Solsona. No obstante, en el trascurso de unos trabajos de restauración efectuados en la iglesia durante el verano de 1979, se descubrió tras la capa de cal del muro sur de la nave, en la enjuta del arco de entrada a la capilla meridional, otro fragmento de pintura mural, actualmente conservado in situ, con la figuración de un diablo que formaba parte de una escena de psicostasis (Carbonell, E., 1980, p. 61-62). De ello se deduce, que el primitivo ciclo pictórico que decoraba el arcosolio del presbiterio se extendía a la pared sur de la nave, si bien con las reformas barrocas –apertura de la puerta de la sacristía y del arco de la capilla sur–, este ha llegado a nosotros de ma nera muy fragmentaria.

Pinturas de Sant Pau de Casserres, instalación en el Museu Diocesà i Comarcal de Solsona 

Aunque se desconoce el motivo concreto por el que se va a realizar un conjunto pictórico de estas dimensiones, todo apunta a que la decoración del arcosolio responde a la necesidad de servir de marco para un enterramiento, tal y como sucedía en la cercana Sant Martí de Puig-reig o en la célebre iglesia del monasterio de San Miguel de Foces (Huesca). En todo caso, el programa escatológico de Sant Pau de Casserres no presenta duda alguna sobre esta función funeraria, con muestras de una espiritualidad que podíamos definir incluso como genuinamente gótica. Toda la composición está centrada en la pared interior del arcosolio, dividida en dos registros. En el superior, sobre un fondo azul metálico, Cristo, surgiendo de las nubes, se representa de medio cuerpo, con los brazos abiertos y con la parte izquierda de su torso cubierta por una túnica roja. El Hijo del Hombre de la Segunda Parousia (Mt. 24, 29-31) y el Juicio Final del Apocalipsis (20,5-6, 13-14) muestra así las llagas sangrantes de su cuerpo –palmas de las manos y costado–, y se acompaña a ambos lados de la escena del Alfa y la Omega, el Sol y la Luna, y de dos figuras que resucitan de sus sepulcros. Dicho motivo recuerda, precisamente, figuraciones propias de los juicios de las portadas góticas monumentales, como el del célebre tímpano central de la fachada occidental de Notre-Dame de París (ca. 1200).
El tema se completa en Casserres, en el intradós de la parte superior del arcosolio, con la figuración, sobre fondo rojo, del Cordero de Dios victorioso en el cenit así como, a ambos lados, de una pareja de ángeles que suenan unas trompetas. Por su parte, en el registro inferior, que se conserva muy fragmentario debido a la apertura de la puerta de la sacristía, se aprecia sobre un fondo de estrellas, la parte superior de dos arcángeles. El de la izquierda es, sin duda alguna, san Miguel luchando con la bestia del Apocalipsis (12, 7-9), pues la figura, inclinada y en tres cuartos, hace el gesto de clavar con su brazo derecho una lanza con el mango en forma de cruz sobre el dragón de las siete cabezas que todavía se distingue en el lado izquierdo. A la derecha, se repite la representación del arcángel Miguel, que, en este caso, sostenía la balanza dentro de una escena de psicostasis (Alcoy, R., 1987; Yarza, J., 1990; Rodríguez Barral, P., 2007).

Intradós del arcosolio, el Cordero de Dios victorioso. 

Ambos temas, que concuerdan con el contenido escatológico apocalíptico del ciclo, se encuentran también en una obra atribuida al maestro principal de las pinturas de Casserres, el denominado frontal de los Arcángeles (MNAC 3913), donde igualmente se incluye la mención a la leyenda del monte Gargano, tan relacionada con el culto micaélico en la Edad Media, y que, no por casualidad, se encuentra también en la parte inferior derecha del intradós del arcosolio. Así, sobre un fondo ocre, un hombre tensa su arco para disparar una flecha envenenada sobre el buey de su rebaño que se había escapado sobre la cima del monte Gargano, a la entrada de una cueva. Según el relato, la flecha le vino de vuelta por orden de san Miguel, que moraba en la gruta (Leyenda Dorada, 1987, II, p. 621). La escena de Casserres se articula de un modo muy similar a la del citado frontal de los Arcángeles: el arquero se dispone en la parte inferior izquierda, mientras que el toro está encaramado sobre una serie de volutas que simulan la frondosidad de la montaña sagrada. Más problemática es la identificación del recuadro que le hace pendant en Casserres, en la parte inferior izquierda del intradós del arcosolio. Para R. Alcoy (1987) y J. Yarza (1990) se trata de un Varón de los Dolores, es decir, un Cristo con el torso desnudo, que se habría repintado muy posteriormente sobre el fondo de estrellas original. Por ello, cabe la posibilidad de que originalmente se hubiese figurado allí la continuación de la leyenda de la aparición de san Miguel en Gargano, con la representación del arcángel ante el obispo de Siponto y su comitiva, tal y como aparece en las pinturas góticas de la ermita de San Miguel de Barluenga (Huesca). 

Enjuta del arcosolio, lado derecho: el Pecado Original.

Intradós del arcosolio, lado izquierdo: ángeles trompeteros del Apocalipsis

  Intradós del arcosolio, lado derecho: ángeles trompeteros del Apocalipsis                   

Pilastra izquierda: san Pablo de Narbona y un acólito 

El ciclo se completa en toda la superficie mural colindante con el arcosolio así como en las pilastras que lo enmarcaban. Así, en las enjutas aparece, a mano izquierda, un ángel turiferario, que alude al ritual funerario de incensar a los difuntos, así como, a la derecha, una misteriosa ave zancuda que sostiene con su pico un pez. Esta ha sido identificada por R. Alcoy (1987), siguiendo la propuesta de R. Safaçon para el portal de Ripoll, con una garza, por el hecho de considerarse la más fuerte de las aves, que, como un Cristo victorioso conduce a las almas a la salvación. No obstante, bien pudiese tratarse de una grulla, que era símbolo de la previsión y vigilancia del buen cristiano contra las ase chanzas del demonio. De hecho, dicha ave, que era entonces representación habitual de los manuscritos iluminados de los bestiarios, se encuentra representada hacia 1220 en la viga del baldaquino de Tost (MEV 5166) (Castiñeiras, M., 2008, pp. 52-53). En la parte superior del frontispicio aparece un registro con escenas bíblicas: a la derecha, el Pecado Original, en el momento en el que Adán –Adam– acaba de engullir el fruto prohibido que la serpiente ofrece a Eva, mientras que a la izquierda, se distingue tan solo la parte inferior de tres personajes –uno sentado y otros dos de pie– en los que se ha querido ver una Anunciación, con una María sedente y el ángel Gabriel y la sirvienta de pie. Este relato de pecado y salvación, se continuaría en la parte inferior del muro externo del arcosolio, con la representación de la Epifanía, ya que son perfectamente distinguibles, bajo arcos, la figuración de los tres Reyes Magos en el lado izquierdo, mientras que en el derecho se situaría la Virgen con el Niño y san José o un profeta (Alcoy, R., 1987; Yarza, J., 1990). Por último, en las pilastras que conformaban el espacio del presbiterio y enmarcaban el arcosolio, se encuentra, a la izquierda, un monumental san Pablo de Narbona, titular de la iglesia –PAV(LVS)–, vestido de obispo, con mitra triangular de dos puntas y acompañado de un acólito, así como, a la derecha, un gigantesco san Cristóbal que lleva un Niño sobre sus hombros. Cabe recordar que, más allá de su importancia como patrón de la iglesia, el culto a san Pablo de Narbona, cuya fiesta se celebraba el 22 de marzo, se hallaba entonces muy extendido en Cataluña, en particular en la diócesis de Vic (GudIol i Cunill, J., 1901 1905). Por otra parte, resulta significativo el hecho de que se haya incluido en Casserres una representación de san Cristóbal, pues este se consideraba “abogado” ante la muerte, y su figuración se constata en otros programas murales de tipo escatológico, como el de Barluenga en estrecha relación con la historia de san Miguel.
El fragmento descubierto en 1979, bajo la capa de yeso en la pared sur de la nave nos induce a pensar en un extenso ciclo de pinturas que iba más allá de la decoración del arcosolio (Carbonell, E., 1980). De hecho, este se halló en la enjuta derecha del arco de entrada a la capilla sur. Cabe suponer, por lo tanto, que antes de la apertura de este vano en época barroca, el muro meridional de la nave estaba cubierto por un amplio ciclo de pinturas. Se trata de la figuración de un gesticulante demonio que intenta poner de su parte la balanza en una escena de psicostasis, tal y como sucede en una de las escenas del frontal de los Arcángeles.

Enjuta del arco de entrada a la capilla meridional. Diablo formando parte de una Psicostasis. In situ 

Por temática y estilo el fragmento parece, pues, obra del mismo taller que se hizo cargo las pinturas del arcosolio, por lo que bien podría haber formado parte de una representación del infierno que subrayase la temática escatológica del presbiterio. Cabe recordar que esa asociación entre ciclos micaélicos e imágenes infernales se da en ejemplos inmediatamente posteriores a Casserres, como el frontal de Soriguerola (MNAC 3901) o en las pinturas de Barluenga. Por último, hay que llamar la atención sobre el hecho de que el fragmento encontrado en 1979 continúa, a la derecha, con una pintura que simula el encintado de sillares, los cuales se decoran alternativamente en ocre o en motivos vegetales gris azulado. Un conjunto similar de trompe l’oeil, en una clara imitación del mármol, se encuentra también en la iglesia del castillo templario de Santa Maria de Gardeny (Lleida), donde también aparecen cielos estrellados y temas del Juicio Final. En el más cercano ejemplo de Sant Andreu de Cal Pallot, dependiente del castillo templario de Puig-reig, nos encontramos, de nuevo, similares temas escatológicos pintados en ábside y muros de la nave.

Lamentablemente el anonimato en torno al destinatario del perdido sepulcro de Casserres no permite mayores digresiones, si bien nos sitúa en un contexto de usos y programas funerarios en alza en el primer tercio del siglo XIII.

Las pinturas de Sant Pau de Casserres han generado desde su descubrimiento y estudio un interesante debate historiográfico. Desde un primer momento, autores como Ch. R. Post (1930, ii), W. W. S. Cook y J. Gudiol (1950) las adscribieron al denominado maestro de Lluçà o del Lluçanès, cuya personalidad artística se definía a partir del altar conservado en el Museu Episcopal de Vic. Para W. W. S. Cook (1960), se trataba de un artista polifacético, activo en la primera mitad del siglo xiii, que incorpora las fórmulas bizantinas del maestro de Baltarga al taller de Ripoll. Se elaboraba así para él un amplio corpus de obras, que iban de la pintura sobre tabla (altar y cruz de Lluçà, frontales de Solanllong y de los Arcángeles), a la pintura mural (Sant Martí de Puig-reig, Sant Pau de Casserres). Desde hace décadas, sin embargo, se intenta entender al maestro de Lluçà como fruto de una versión local de 1200 del norte de Europa (Alcoy, R., 1993-1994; 2005), cuyo corpus es, en realidad, consecuencia de la acción de varios maestros, y en el cual no entrarían las pinturas murales de Puig-reig. De hecho, el primero en plantear esta deconstrucción fue J. Sureda (1981), quien al utilizar para el grupo la denominación de círculo de Lluçà o del Lluçanès, ponía de manifiesto que en él actuaban distintos artistas, entre los cuales estaría el autor de las pinturas de Casserres, que presentaba, en su opinión, una personalidad diferente tanto del responsable del altar de Lluçà como del frontal de los Arcángeles. Por otra parte, tanto J. Yarza (1979, 1990) como R. Serra (1984-1998), han insistido en que en Casserres trabaja un maestro distinto al de Lluçà, que habría que encuadrar ya en el estilo del gótico lineal y cuya actividad incluso llegan a fechar en la segunda mitad del siglo XIII (Yarza, J., 1990).
No obstante, quien mejor ha definido el horizonte estilístico de las pinturas de Sant Pau de Casserres ha sido Rosa Alcoy (1987, 1992, 2005). Para dicha autora es obvio que en la obra se encuentran dos artistas. El primero, al que se le denomina primer maestro de Sant Pau de Casserres, y es autor también del frontal de los Arcángeles y de la cruz pintada de Lluçà, se caracteriza por una “gama más rica de matices, pliegues de ropa más complejos y sofisticados, que configuran un volumen elegante y poco torturado, los ojos penetrantes pero de pupila no excesivamente dilatada, un bizantinismo reinterpretado, pero todavía bastante evidente, una voluntad decorativista” (Alcoy, R., 1992, p. 173). Este sería el responsable de los ángeles trompeteros de la parte superior izquierda del arcosolio, del Cristo mostrando las llagas, de las dos figuras de San Miguel así como del monumental San Pablo de Narbona. Por el contrario, el segundo artista o más bien su ayudante, recurre a las pupilas exageradas y a los curvados pliegues del pintor de los laterales de Lluçà, como muestra los ángeles trompeteros de la derecha o el ángel turiferario, y se muestra menos hábil en las formas (Pecado Original). Para la autora, el conjunto debería fecharse entre 1225 y 1250, una fecha plausible, puesto que el responsable principal de las pinturas de Sant Pau de Casserres seguramente tomó parte, como personalidad diferenciada, en la realización del mobiliario pintado de Santa Maria de Lluçà, en una fecha contemporánea o poco posterior a la finalización del altar pintado, datado entre 1200 y 1220. De hecho, este maestro sería el responsable de la hermosa cruz pintada del MEV, así como del frontal de los Arcángeles, cuya procedencia del Lluçanés es más que probable, y para el cual se ha sugerido incluso que pudiese haber adornado el altar de San Miguel en la misma canónica de Santa María de Lluçà. Por otra parte, la década de 1240-1250, parece ser un buen terminus ante quem, puesto que en la crestería del baldaquino de Tost (MEV 5166), los rostros de los apóstoles de la escena la Santa Cena parecen reinterpretar fórmulas del primer maestro de Sant Pau de Casserres.

 
Sagàs
El municipio de Sagàs se ubica en la zona sur de la comarca, conocida como el Baix Berguedà, y al este del río Llobregat, y a él se accede desde el pueblo de Gironella, por la carretera C-154. Su población se encuentra muy diseminada en pequeños núcleos y masías comunicados por una buena red de caminos y pistas forestales. 
La localización en el municipio de restos de sílex y de utensilios de piedra ha permitido deducir que el lugar fue ocupado desde el neolítico. En época medieval contaba con distintas parroquias, como la de Sant Martí de Biure o la de Sant Andreu de Sagàs. Desde un punto de vista artístico esta última es especialmente destacable. De Sant Andreu procede el conocido frontal románico de Sagàs, conservado entre el Museu Episcopal de Vic y el de Solsona. Durante la Baja Edad Media, y coincidiendo con un importante retroceso demográfico, Biure pasó a depender de Sant Andreu de Sagàs. Además de estas dos iglesias, el municipio cuenta con otra construcción, en este caso prerrománica, digna de mención, Santa Margarida de Sagàs. En sus inmediaciones se encuentra una torre que pudo pertenecer a un antiguo castillo del que se conservan escasísimos vestigios. En determinada bibliografía se menciona, sin precisiones, que en una casa particular se custodia una talla de la Virgen fechada en el siglo XIII.

Iglesia de Sant Andreu
La iglesia de Sant Andreu preside el pequeño núcleo poblacional de Sagàs, formado por las casas inmediatas y diversas masías diseminadas por su territorio, configuración que no difiere de la que tenía en época medieval. Puede accederse al lugar desde la autovía C-16 tomando la salida 90 hacia Gironella N. y Prats de Lluçanès y siguiendo las indicaciones hacia esta última localidad por la C-154, donde tras 7,8 km habrá que tomar un desvío a la izquierda que lleva a Sagàs por la BV-4746. Tras poco más de 1 km se divisa la silueta de la iglesia en un pequeño promontorio a mano izquierda de la carretera y tras el cual un camino con la correspondiente indicación al monumento nos lleva al pie del mismo en pocos metros.
La primera referencia documental conocida de esta iglesia se halla en una copia resumida del siglo XIII del acta de consagración que habría tenido lugar el 16 de julio de 903, según la cual fue dedicada al apóstol Andrés por el obispo Nantigís de Urgell, diócesis a la que pertenecía. Dicha consagración es una de las muchas llevadas a cabo especialmente por este y también por otros obispos urgelitanos en el con texto repoblador del territorio, proceso en el cual el obispado tuvo un papel decisivo. a partir de entonces Sant Andreu es mencionada en numerosos documentos que atestiguan tanto su ininterrumpida condición de parroquia como su relación con el vecino monasterio de Sant Pere de la Portella (o de Frontanyà), que poseía diversos derechos y tierras en el término de Sagàs, algunas de las cuales en las inmediaciones de su iglesia.
Las casas documentadas dentro del ámbito de la sagrera y los diversos mansos diseminados por el término aglutinaron a los parroquianos de Sant Andreu de Sagàs y determinaron el perfil de este pequeño núcleo de población, que creció alrededor de la iglesia y su cementerio, y que todavía hoy evidencia este origen.
Un documento del año 988 menciona, de modo impreciso, las iglesias sufragáneas que pudiera tener Sant Andreu de Sagàs (...et cum ipsas ecclesias sufraganeas), y se ha considerado que se aludiría a la pequeña iglesia de Santa Margarida de Sagàs, a 1 km de distancia al norte de Sant Andreu y que todavía conserva indicios de sus orígenes prerrománicos. En un momento indeterminado a finales del siglo XIV, seguramente a consecuencia del descenso demográfico derivado de la Peste Negra, la cercana iglesia parroquial de Sant Martí de Biure se convierte en sufragánea de Sant Andreu, que entre los siglos XVII y XVIII pasa a contar con otras dos (Sant Esteve de Valldòria y Santa Maria de la Guàrdia). Al crearse el obispado de Solsona en 1593, el término parroquial de Sagàs pasaría a formar parte de dicha diócesis, a la que todavía pertenece en la actualidad.
Sant Andreu de Sagàs es un edificio de estructura basilical de tres naves rematadas por sendos ábsides semicirculares y separadas por pilares que sustentan los arcos fajones. La nave central se cubre con bóveda de cañón corrido, mientras que las laterales lo están con bóveda de cuarto de cañón. los tramos de bóveda de juntas radiales de material cerámico que se aprecian en buena parte de la nave septentrional se deben a la restauración culminada en 1988, a la que también corresponde la pavimentación de piedra pulimentada.
Los ábsides, con bóveda de cuarto de esfera, se abren en el extremo oriental de cada nave por medio de arcos presbiterales que, al ser de mayor embocadura, proporcionan a las aberturas un perfil escalonado.

El aparejo de los muros, consistente en sillarejo desbastado y dispuesto en hiladas regulares, ha sufrido en el interior la agresión tanto de los diversos recubrimientos e intervenciones de que ha sido objeto a lo largo de su historia, como de un excesivo celo en el afán de recuperarlo a fines del siglo pasado. En los soportes, originalmente de sección rectangular pero hoy descantillados, se emplearon sillares bien tallados colocados a soga y tizón, que también se usaron en los ángulos de la fachada oeste, como se aprecia en el exterior. Exteriormente destaca la cabecera del edificio, con el ábside central de mayor tamaño flanqueado por dos absidiolos, todos ellos adosados al testero de las naves, donde se abren, sobre las laterales, los óculos ya mencionados.
En el ábside principal se aprecia la característica decoración de tantos edificios catalanes del siglo XI, a base de bandas verticales que delimitan entrepaños rematados en su parte superior por tramos de dos arquillos ciegos. Bajo estos, cada tramo aloja una profunda ventana ciega, en una original solución que aúna dos recursos que habitualmente aparecen por separado. Se ha considerado la ausencia de decoración en los paramentos de los dos absidiolos como un signo de originalidad del edificio, y aunque pudiera considerarse la posibilidad de que una hipotética secuencia de arquillos ciegos en la parte superior hubiese desaparecido a raíz de alguna modificación, también es cierto que no se observa indicio alguno de bandas verticales en el paramento. Sí que se aprecian, en cambio, al otro extremo del templo, en la parte superior de la fachada occidental, flanqueando la ventana de doble derrame que se abre en el frontis. los arquillos ciegos que con toda probabilidad perfilarían la parte superior, se perdieron a raíz de modificaciones que afectaron esta zona, y que el cambio de aparejo delata.
Los muros laterales carecen de toda decoración.

Además del mencionado vano en la fachada occidental, a ambos lados del arranque de la bóveda de la nave central se abren pequeñas ventanas de derrame simple y perfil cuadrangular, adquirido tras haber sido mutiladas horizontalmente al construirse la bóveda de piedra y que en origen debieron ser de medio punto como las que se encuentran a lo largo de los muros de las naves laterales, y que son de doble derrame. Del mismo tipo son las tres situadas, respectivamente, en el extremo oriental de cada ábside, si bien la del absidiolo norte no es original, sino que debe su configuración actual a la rehabilitación de los años ochenta del siglo pasado, como atestiguan fotografías inmediatamente anteriores en las que se aprecian su perfil cuadrangular y menores dimensiones, sin duda debido a alguna remodelación.

El edificio cuenta con dos puertas de acceso: la que se abre en la fachada occidental, con dintel bajo un arco de descarga, una austera tipología común en edificios del primer románico, y otra en la fachada meridional, con arco de medio punto formado por grandes dovelas bien talladas, abierta en el siglo XVII, y que la restauración recuperó tras haber estado tapiada largo tiempo.

En el extremo occidental de la nave sur se levanta una torre campanario prismática, con una ventana de medio punto en la parte superior de cada una de sus caras, rematada por merlones y dotada de una cubierta a cuatro aguas con tejas planas vidriadas. Su construcción, a finales del siglo XIX, modificó la fachada de poniente, que perdió así su perfil simétrico, al tiempo que asumía esta nueva monumentalización vertical.
Justo bajo el arco fajón del extremo noroccidental se halla una pila bautismal tardía de procedencia desconocida, aunque se ha supuesto que el zócalo sobre el que se aloja, formado por dovelas de extradós cóncavo dispuestas radial mente, y que se localizó durante las excavaciones en la cota de pavimento original (de tierra batida con cal), podría ser de época románica. Finalmente, en el ángulo noroccidental y delimitados por una barandilla, pueden observarse los restos de un tramo de muro prerrománico orientado de Este a Oeste y de lo que fue un horno para cerámica, construido tras derrumbarse la cubierta en esta zona entre el siglo XV e inicios del XVI, todo lo cual conllevó la segregación de la parte occidental de la iglesia, que vio reducido el espacio para el culto.
Adosada al extremo sureste se encuentra la rectoría, construida a mediados del siglo pasado, y a la que se puede acceder directamente desde la nave meridional de la iglesia.
Al norte del edificio se extiende el cementerio, cercado por un muro de piedra en el que se abre una puerta en el lado este sobre cuyo dintel se labró la fecha de 1906.

Los resultados de campañas arqueológicas acometidas en los años 1981 y 1986 han permitido trazar la historia constructiva de la iglesia de Sant Andreu de Sagàs, mucho más ajetreada de lo que su apacible apariencia permite adivinar, tras haber recuperado, en cierta medida, su aspecto original. Las mencionadas prospecciones arqueológicas localizaron una necrópolis altomedieval con diversas tumbas talladas en la roca, de tipologías diversas y correspondientes a distintas fases, que abarcarían desde el siglo IX hasta la primera mitad del XI. Estas tumbas habían sido cubiertas sucesivamente por un probable templo prerrománico primero, y por el edificio románico después, de modo que el área de enterramientos a partir de entonces quedaría localizada junto a la iglesia, en la sagrera.   
La intervención de 1986 sacó a la luz, en el subsuelo del actual templo, restos de muros y pavimentos que podrían corresponder al edificio para el cual se conoce la ya mencionada fecha de consagración del 903. Este habría sido totalmente sustituido, entre la primera mitad y mediados del siglo XI, por una iglesia de mayores dimensiones, de tres naves separadas por pilares y rematadas por sendos ábsides semicirculares. Este edificio cubrió las naves con una estructura de madera que hacia finales del siglo XI o a principios del XII sería sustituida por una bóveda pétrea, de cañón en la nave central y de cuarto de esfera en las laterales.
La construcción de dicha bóveda supuso rebajar la altura de las naves, cegando así tanto las ventanas del claristorio de la nave central como los dos óculos que se abrían en el testero oriental de las laterales. Ambos se aprecian desde el exterior, mientras que interiormente solo está abierto el de la nave norte, gracias a la solución dada por los restauradores a la cubierta de su extremo oriental, que permite apreciar cuáles fueron su altura y geometría originales. Igualmente, en la nave sur, se puede apreciar, gracias a la conservación de sus vestigios, el nivel donde se asentaba la cubierta de madera.
Adell ha remarcado la singularidad del proyecto inicial, por tratarse de un edificio cubierto con madera y dotado de claristorio en la nave central, solución poco común en el primer románico catalán (usada también en la iglesia del monasterio de Sant Pere del Burgal, Alt Urgell) para la que se han invocado modelos del norte de Italia; por el ya mencionado sistema de articulación del ábside central y por el recurso consistente en perfilar algunos de los arcos formeros con una línea de losas, común también en la arquitectura italiana y que en la catalana se limita a vanos de menor tamaño como son los de puertas y ventanas.
Independientemente de cuáles sean los orígenes geográficos de esta fórmula y de la posibilidad de que en su día no fuese tan infrecuente en el panorama catalán, lo que podemos deducir es que su uso tanto en los arcos fajones del interior como en los óculos de la cabecera y en la puerta de la fachada occidental es indicativo de un primer proyecto unitario y equilibrado.
Aunque muchas de ellas ya solo se conocen fotográficamente o arqueológicamente, fueron numerosas las intervenciones que modificaron la obra románica hasta hacerla casi irreconocible interiormente; pero el hecho de que no alteraran irreversiblemente su estructura posibilitó su recuperación. Las transformaciones más importantes –que no las primeras– tuvieron lugar hacia el siglo XVII, cuando el aspecto del templo cambiaría drásticamente, tal vez a raíz de su incorporación al recién fundado obispado de Solsona, y para adecuarse a los nuevos postulados devocionales y estéticos de la época barroca.
Las naves laterales se compartimentaron en diversas capillas y se modificó substancialmente la zona de la cabecera: se erigió un presbiterio elevado, el ábside central quedó tapado por un retablo y se modificó el absidiolo sur para convertirlo en capilla dedicada a la Virgen del rosario. Fue probablemente entonces cuando se abrieron una nueva puerta con un arco de grandes dovelas en la fachada meridional, encarada al núcleo poblacional, y un lucernario en el tramo de la nave central inmediato al presbiterio, rematado exteriormente por una torre prismática con cubierta a cuatro aguas que fue eliminado en el proceso de restauración.
Un coro elevado a poniente y un púlpito de madera adosado al segundo pilar septentrional se añadirían todavía, en fechas imprecisas, a la iglesia, cuyo sub suelo, además, pasaría a acoger enterramientos privilegiados durante los siglos XIX y XX, mientras el resto de parroquianos seguía enterrándose en cementerio anexo del exterior.
Una nueva remodelación del edificio tuvo lugar a raíz del derrumbe de las cubiertas de las naves laterales, que fueron reconstruidas a modo de bóvedas de arista de ladrillo, toda vez que se eliminaban las compartimentaciones que las habían convertido en una secuencia de capillas y se recubría todo el interior del edificio con una decoración de tradición neoclásica, de la que quedan numerosos testimonios fotográficos anteriores a su eliminación. Asimismo, se tapió la puerta abierta en la fachada sur y se abrió otra de perfil cuadrangular más al oeste, de la cual hoy solo se distingue a duras penas la huella en el muro, al haberse tapado durante la restauración que, a su vez, recuperaba la otra puerta de esta fachada.
A finales del siglo XIX se levantaba el ya descrito campanario del ángulo suroeste.
El punto de inflexión se produce tras la guerra de 1936 1939, en que la iglesia se utilizó para albergar refugiados. A partir de entonces todas las intervenciones irán encaminadas a restituir al edificio su aspecto original, comenzando por la eliminación de elementos añadidos en la zona de la cabecera (1942-1950), mientras paralelamente se construirán edificios anexos como una sacristía al norte, hoy no conservada, y la rectoría al sureste. A finales de los setenta una iniciativa local iniciaba tareas de recuperación del edificio románico, que pasarían en seguida a manos de la administración, que impulsó las ya mencionadas campañas de excavación de los años 1981, 1986 y 1987 así como las obras de rehabilitación (1987-1988) que confirieron a la iglesia su aspecto actual. El altar se halla revestido por una reproducción del frontal y laterales de época románica que un siglo atrás había pasado a formar parte de las entonces incipientes colecciones museográficas episcopales.

Frontal y laterales de altar
Repartidos actualmente entre dos museos (Vic y Solsona) se conservan el frontal y los laterales que en su día constituyeron un único conjunto destinado muy probablemente al altar de Sant Andreu de Sagàs.
Las medidas, la paleta cromática y el estilo de las pinturas, entre otros indicios, no admiten ninguna duda sobre su pertenencia a un mismo conjunto y, pese a que en la publicación donde se diera a conocer el frontal (Morgades, 1893) se indicara su procedencia de Capolat (Berguedà), la certeza del hallazgo de los laterales en Sagàs y la advocación de su iglesia al protagonista de las es cenas del frontal permiten concluir que es para Sant Andreu de Sagàs que fue realizado este mueble.
El frontal, en el Museu Episcopal de Vic desde antes de 1893 (MEV 1615), mide 171,5 cm de ancho por 100 cm de alto, utiliza la pintura al temple sobre madera y, en las bandas que enmarcan los compartimentos, así como en la mandorla que rodea la figura central, emplea una ornamentación en relieve a pastiglia en la que se han detectado restos de estaño correspondientes a una corladura.
Los laterales, ambos desde 1896 en el Museu Diocesà i Comarcal de Solsona (MDCS 11.1 y 11.2 –antiguamente 17 y 18–), miden 83 x 95 cm y también utilizan la pintura al temple sobre madera. El primero, con un ciclo de la Pasión, se ubicaría en la cara sur; el otro, con episodios del ciclo de la Infancia de Cristo, estaría situado en la cara norte del altar, como atestiguan los agujeros que ambos muestran en uno de sus ángulos superiores, vestigio del punto de unión a la pieza frontal. uno y otro sufrieron recortes del mismo tipo, que los mutilaron verticalmente y en la esquina inferior de lo que serían sus extremos posteriores, más alejados del frontal. Con ello algunas escenas se han conservado solo parcialmente. Puede calcularse, aproximadamente, que ambos laterales serían unos 20 cm más anchos. Podría relacionarse esta modificación con la adecuación de las piezas al nuevo presbiterio barroco erigido en el siglo XVII y eliminado a mediados del siglo XX.
El frontal se ajusta a la fórmula tripartita tan frecuente en este tipo de piezas, con un compartimento central ocupado por una imagen icónica de mayor tamaño y flanqueado por dos calles que, a su vez, como ocurre aquí, acostumbran a dividirse en dos pisos. Los cuatro compartimentos resultantes están ocupados por episodios de la pasión y muerte de San Andrés.
La figura central, de mayor tamaño, es la de un Cristo en majestad sedente, vestido con túnica y manto, con nimbo crucífero y que bendice con la mano derecha mientras con la otra sujeta, sobre el regazo, un libro cerrado donde se aprecia el monograma IHS. El fondo de la mandorla se halla dividido horizontalmente en dos mitades, de color negro la superior y ocupada la inferior por un motivo ornamental formado por una retícula a base de bandas perladas que originan casillas que alojan cuadrados divididos diagonalmente en dos mitades que alternan los colores rojo y verde. Dicho fondo polícromo, que debe interpretarse como la abstracción de la imitación de un tejido suntuoso, actúa como sitial sobre el cual se ha colocado el cojín en el que se sienta Cristo.
Situados en las enjutas, los símbolos antropomórficos y alados de los evangelistas acompañan la imagen teofánica. En cuanto a los episodios protagonizados por el apóstol Andrés debe iniciarse su lectura por la calle izquierda, donde se superponen dos episodios con notables similitudes compositivas e iconográficas y que posiblemente deban interpretarse, respectivamente, como el procónsul Egeas ordenando el encarcelamiento de Andrés y la posterior condena del santo a ser crucificado.
Ambas escenas son prácticamente idénticas en sus dos tercios iniciales, donde se repiten la figura sedente de Egeas y, a continuación, dos personajes que llevan preso a Andrés.

Los cambios son pocos: en el compartimento superior apenas se insinúa el trono de Egeas que, en el inferior, donde se le ha otorgado algo más de espacio, se representa a modo de sella curulis; por otra parte, uno de los esbirros lleva barba en el compartimento inferior, cuando no la llevaba en el superior. Por lo demás, actitud y vestimenta de los cuatro personajes son idénticas en ambas escenas, que divergen en el tercio final.
En la superior se ha representado una arquitectura desde lo alto de la cual un personaje hace sonar un cuerno. Debe tratarse de la ciudad de Patras, siempre mencionada en los textos sobre la vida de Andrés, el cual había convertido a su población y donde tiene lugar su encuentro con Egeas, quien pretende que los cristianos del lugar vuelvan a adorar a los ídolos. Egeas, tras la imposibilidad de convencer al apóstol, decreta su encarcelamiento. Una nueva comparecencia del santo ante el gobernante acabará con su condena a morir en la cruz. A ello debe referirse la escena inferior, donde ahora aparecen dos figuras nimbadas, tal vez apóstoles, asistiendo al prendimiento, bajo un par de grandes estrellas amarillas que destacan sobre el fondo rojo del cuarto superior derecho del compartimento.

La presencia de dos escenas tan parecidas en su argumento y en su resolución iconográfica sugiere su posible procedencia de un ciclo –hay que suponer que ilustrado– más amplio, del que se seleccionaron algunos episodios con un criterio al parecer algo aleatorio, pues por un lado se da la mencionada reiteración y, en cambio, no se representa el posterior descendimiento de la cruz y entierro de Andrés, que hubiesen constituido un excelente contrapunto a la escena del Descendimiento de Cristo del lateral. El sistema arbitrario y aparentemente caprichoso usado en la composición de las tablas, con escenas repartidas en dos compartimentos y otras, en cambio, yuxtapuestas en uno solo, probablemente deban explicarse también por la dependencia respecto a un ciclo más amplio. Ya se había invocado la ilustración de manuscritos a propósito de las pinturas de Sagàs (Cook, 1926, veía puntos de contacto con la miniatura castellano-leonesa), y recientemente se ha vuelto a insistir en ello (Castiñeiras, 2008) precisando el posible uso de modelos extraídos del ciclo neotestamentario de la Bíblia de Ripoll (Vat. lat. 5729).
En los dos compartimentos situados a la derecha del espectador asistimos (superior derecha) a la muerte tanto de Andrés como de Egeas. En el superior, a mano derecha, aparece aquel atado con cuerdas a la cruz, tal y como precisan las diferentes fuentes que tratan el asunto, que se refieren también a una luz misteriosa venida del cielo justo antes de que el santo expire, y a la que sin duda aluden las líneas onduladas trazadas verticalmente sobre la imagen. Junto al santo en la cruz aparece un episodio que, si bien no presenta dudas sobre su identificación, sí llama la atención por el modo cómo se ha representado. La inscripción DIABOLUS OCCIDIT EGEAS asegura que se trata del diablo dando muerte a Egeas.
Este aparece con las piernas dobladas y llevándose una mano al rostro, mientras es apuñalado por un personaje barbado de pelo rojizo e hirsuto. Otra figura barbada, representada solo de medio cuerpo, sujeta al procónsul desde el ángulo inferior izquierdo del compartimento. En el apócrifo Hechos de Andrés, Juan y Pedro la muerte de Egeas se produce por suicidio tras el constante rechazo por parte de su esposa Maximila, devota cristiana convertida por Andrés. En compendios de vidas de santos posteriores al frontal (Leyenda aurea, Vides de sants rosselloneses) se explica que Egeas había sido asaltado por el demonio al regresar a casa y murió ante una multitud, sin más precisiones. Tanto en ejemplos románicos como en otros posteriores el episodio suele mostrar a dos diablos abalanzándose sobre Egeas.
En Sagàs resulta llamativo no solo que se concrete que muera acuchillado, detalle que no precisa ninguna de las fuentes textuales conocidas, sino el hecho de que ni el personaje que sujeta a Egeas ni el que le clava el cuchillo presenten el aspecto que, por estas fechas, solía atribuirse al demonio. De todos modos el pelo hirsuto y rojizo, unidos al perfil caricaturesco del personaje que clava el cuchillo deben interpretarse como signos de maldad y, por tanto, atributos que le identifican con el diabolus de la inscripción.

El compartimento inferior parece complementar el que acabamos de describir.
De izquierda a derecha aparecen una mujer vestida con túnica y manto que le cubre la cabeza, dos personajes nimbados ataviados igualmente con túnica y manto, y otros dos más pequeños –tal vez niños– uno encaramado sobre los hombros del otro y levantando ambos brazos hasta alcanzar el marco de la composición, al que superpone las manos. Un cuarto personaje nimbado y vestido, como los dos ya descritos, con túnica y manto, cierra la escena a mano derecha. Tanto la mujer como los tres personajes nimbados –¿apóstoles?– hacen gestos propios de quienes asisten a un prodigio, y muestran las palmas de las manos a la altura del pecho o hacen ademán de señalar. También resulta evidente, al menos en lo que respecta a los tres hombres nimbados, que dirigen su mirada hacia arriba. Podemos concluir, por tanto, que asisten a la muerte de Andrés, y podría identificarse en este caso a la mujer como Maximila, la esposa cristiana de Egeas que, según diversas fuentes, desató de la cruz y enterró al apóstol. Sus actitudes, parecidas a las de la Virgen y los apóstoles en las escenas de la ascensión, subrayan todavía más el paralelismo entre la muerte de Andrés y la de Cristo y aconsejan descartar que se trate de la multitud que presencia la muerte de Egeas, como en ocasiones se ha sugerido. También hay que desestimar lecturas como la que proponía ver en el personajillo subido a hombros de otro una personificación del alma de Andrés ascendiendo al cielo (Gudiol).
La iconografía de la elevatio animae estaba lo bastante codificada –baste citar un ejemplo cercano como el frontal de Puigbò– como para no tener que recurrir a soluciones tan heterodoxas y ambiguas.

El lateral norte cuenta con dos registros divididos cada uno en tres compartimentos, de los cuales los situados a la izquierda del espectador se conservan solo parcialmente. En el registro superior, de izquierda a derecha, se había representado la Anunciación, ahora reducida a la Virgen y a una figurita angélica que emerge de una esquemática alusión a las nubes o al cielo, en el ángulo superior derecho. Le sigue la Visitación y, tras esta, la Natividad, donde la Virgen reposa en un lecho de altas patas junto al cual se halla José sentado y con la cabeza apoyada en una mano, según se le representa frecuentemente. El Niño, envuelto en pañales, acompañado por el buey y la mula, cuyas cabezas asoman tras la cuna, for man una compacta e ingenua composición que parece flotar sobre la cama de la Virgen. Nuevamente un ángel emerge del ángulo superior derecho.
El registro inferior ha sido más gravemente mutilado, de modo que tan solo pervive una cuarta parte de la que fuera su primera escena, de la que no se aprecia más que una figura de perfil, de rasgos caricaturescos y cabellos de punta, de innegable carácter negativo, que se ha identificado con el diablo que aconseja a Herodes. Se ha supuesto que este sería el episodio que encabezara el registro a mano izquierda, como ocurre en algunos ciclos relativos a los magos, puesto que a continuación se encuentra la Epifanía. Esta se reparte entre los dos compartimentos restantes, con dos Reyes Magos en el central y el tercero, junto a la representación frontal de la Virgen con el Niño en el regazo, en el situado a la derecha.
Del mago situado más a la izquierda no se conserva más que el busto. Los tres van tocados con grandes coronas y portan sus ofrendas con las manos veladas con el manto que visten sobre las respectivas túnicas, algo cortas. Se trata, pues, de un ciclo de la Infancia de Cristo que, pese a alguna peculiaridad formal o compositiva, sigue, en lo general, esquemas habituales.

El lateral sur se centra en el tema de la Redención. Nuevamente dividido en dos registros, no se ajusta a la compartimentación regular del otro lateral. El registro superior comienza con la escena del Pecado Original, según una fórmula frecuente que presenta a Adán y Eva flanqueando el árbol, en cuyo tronco se enrosca la serpiente. Ambos intentan tapar su desnudez con una hoja que sujetan con una mano, mientras con la otra Eva señala a la serpiente, y Adán se la lleva a la garganta, en una instantánea resumida de la habitual secuencia de transferencia de la culpa.
A continuación, en un único compartimento, se suceden el arresto de Cristo, que aparece representado frontalmente al tiempo que Judas le besa, y los soldados que lo llevan preso, formando un grupo compacto con un total de seis personajes. Junto a este, asistimos al Descendimiento, con las habituales figuras de José de Arimatea sosteniendo a Cristo y a Nicodemo con las tenazas arrancando uno de los clavos que lo sujeta a la cruz. Aunque el recorte de las tablas en este punto no permita apreciarlo en su totalidad, resulta evidente que junto al Descendimiento se halla un sarcófago sobre columnas, destinado a acoger el cuerpo de Cristo. En el registro inferior no presenta divisiones y podría decirse que todo ha sido ocupado por la entrada a Jerusalén. La presencia, en el extremo derecho de lo que Cook identificó con el ala de un ángel, le llevó a considerar que formara parte de una escena de la visita al Sepulcro, desaparecida al cortarse las tablas. Pero el tamaño de las supuestas alas y la necesidad de representar, cuanto menos, el sepulcro vacío y probablemente las santas mujeres en un espacio bas tante limitado, suscitan algunas dudas, que Post ya formuló, respecto a dicha interpretación, si bien es cierto que sería totalmente apropiada desde el punto de vista iconográfico. Sin afirmarlo, podría sugerirse que se tratara simplemente de caprichosas formas rocosas que se aprecian en otros frontales de altar catalanes, algo más tardíos (Estet y Sant Climent de Taüll, ambos en el MNAC).
Ya en antiguos estudios (Bertaux, 1906) estas pinturas se relacionaron, desde el punto de vista estilístico, con las de los frontales de Sant Martí de Puigbò y de Sant Llorenç Dosmunts, ambos en el MEV. Es cierto que las tres obras comparten, aunque no siempre al unísono, los rasgos tradicionalmente invocados: el contraste cromático, acentuado por el tipo de fondos y el uso de una marcada línea negra que dibuja los personajes; la manera de trazar los rostros, con ojos grandes y almendrados, narices rectas terminadas en dos pequeños lóbulos paralelos; o el abundante uso de recursos gráficos que ornamentan la indumentaria de los personajes. Si bien existen suficientes diferencias –formales y cronológicas– como para descartar la comunidad de manos, sí puede plantearse su pertenencia a un mismo ambiente artístico, o a un “taller”. En este caso, se ha sugerido que pudiese gravitar en torno al monasterio de Ripoll, al que habitualmente se ha atribuido también el frontal de Puigbò, aunque igualmente se han señalado coincidencias con obras adscritas a un hipotético taller de Vic (además del de Dosmunts, los frontales de Santa Margarita y de Coll, todos en el MEV).
Las pinturas de Sagàs, cronológicamente, parecen apuntar hacia fines del siglo XII, fecha que permite mencionar algunos rasgos que comparte con el frontal de Espinelves (MEV), datable tam bién a finales del siglo XII, tales como el modo de representar las arquitecturas, en las que hay personajes atisbando, unas estrellas de ocho puntas de gran tamaño, o algunos recursos ornamentales.
Como ha observado la historiografía, los conjuntos con servados formados por frontal y laterales son escasos en el románico catalán, donde aparte del de Sagàs contamos los de Tavèrnoles (MNAC), Sant Romà de Vila (MNAC) y Santa Maria de Lluçà (MEV), lo que las convierte en especialmente interesantes como testigo de lo que en su día debió ser sin duda más frecuente. Destaca el ejemplar de Sagàs por ser el único que despliega ciclos narrativos en dichos laterales. A ello se une el relato hagiográfico del frontal, bastante rico y poco corriente, no solo en el ámbito del románico catalán, donde no se conserva nada comparable, sino en un contexto general.
El frontal que nos ocupa, dedicado a san Andrés, remarca los puntos en común de la pasión de este con la de Cristo, en un elocuente ejercicio de imitatio Christi al que la biografía del apóstol se prestaba fácilmente: el prendimiento de Cristo y el de Andrés; la crucifixión de ambos; y si Herodes estuvo en uno de los compartimentos mutilados, probablemente se pondría en paralelo con el responsable del martirio de Andrés. De hecho, es tal la asimilación entre ambas pasiones que, a primera vista, el frontal de Sagàs podría pensarse que está protagonizado por Cristo, que lo preside desde el compartimento central. Por otro lado, la relación del programa de las tablas de Sagàs con el altar que en su día ornaran, era estrecha.
La celebración eucarística que se realizaba sobre el mismo es continuamente aludida por las escenas de los laterales, que giran en torno a la Encarnación y la Redención; y el propio altar ha sido asimilado por la exégesis al cuerpo de Cristo descendido de la cruz y colocado en el sepulcro. Las probables reliquias del santo titular que debían guardarse en su reconditorio –el llamado sepulchrum– tendrían su contrapartida visual en los episodios protagonizados por aquel en el frontal.

 

Espinelves
El municipio de Espinelves es un núcleo rural ubicado en un pequeño promontorio dentro del valle homónimo, en la zona de les Cuilleries, muy cercano a la población de Viladrau por la banda de poniente. Aunque pertenece a la comarca de Osona, debido a la situación geográfica fronteriza que posee, se inscribe dentro de la demarcación de la provincia de Girona. Para llegar se debe tomar el Eix Transversal (C-25) hasta la salida 199.
Las primeras noticias históricas sobre la población se remontan a un documento del año 943 en el que se menciona la venta de unas viñas situadas en la parroquia de Sant Vicenç, en la viíla que vocant Spinalbes. Se trataba de un pequeño núcleo rural situado en el término jurisdiccional del castillo de Sant Llorenç del Munt, que pasó a manos del vecino castillo de Meda cuando fue convertido en canónica agustiniana. A este mismo término pertenecían también los municipios de Sant Juliá de Vilatorta, Folgueroles o Sant Sadurní d'Osormort, con quien compartiría municipalidad durante varios siglos.

Iglesia de Sant Vicenç d'Espinelves
La iglesia de Sant Vicenç se encuentra en el centro de la población de Espinelves, donde, desde el siglo X, presta servicio como parroquia perteneciente a la diócesis de Vic. Los archivos del monasterio de Sant Llorenç del Munt, conservados en el Archivo Episcopal de Vic, recogen diferentes noticias de la parroquia de Espinelves durante el siglo XI, que se corresponden con la fase más antigua que se conserva de la iglesia dedicada a san Vicente.
Durante el siglo XII, el templo fue objeto de importantes reformas, en las que se construyó el actual campanario y se añadió una nave lateral al antiguo edificio.
Estas modificaciones, probablemente realizadas para dar esplendor y ampliar la capacidad de la iglesia, culminaron con la consagración presidida por el obispo Ramon Xetmar de Vic el 21 de febrero de 1187. Se conservan varias copias modernas del acta de consagración, que describen la ceremonia y mencionan los dos altares de la iglesia dedicados a San Vicente y Santiago: sancti Vicentii levite et martinis et beati Jacobi apostoli quaorum altaria in eadem basilica site sung. En el acta también se menciona como la ampliación del templo fue posible gracias al legado del diácono Arnau, clérigo que no ha podido ser identificado.
Durante los siglos XVI y XVII, la iglesia fue nuevamente objeto de diferentes modificaciones, la más importante de las cuales fue la eliminación del ábside dedicado a Santiago para construir una capilla de planta circular. También se encalaron sus paredes, se construyó una capilla lateral y se abrió el muro que separaba las dos naves con un gran arco que las comunicaba y que todavía se conserva. A finales del siglo XVII el templo de Espinelves constaba de cuatro altares. Los dos ya mencionados y los dedicados a la Virgen del Rosario y a Nuestra Señora de la Piedad. En la actualidad la iglesia de Sant Vicenç d'Espinelves se conserva en buen estado gracias a la restauración a la que fue sometida durante los años setenta del siglo XX. Durante dicho proceso el templo fue objeto de numerosas modificaciones e intervenciones, que a día de hoy dificultan la distinción entre sus partes originales y aquellas que han sido posteriormente reintegradas. No obstante, la restauración permite ver con detalle las fases de edificación propias de los siglos XI y XII.

La iglesia de Sant Vicenç d'Espinelves presenta una planta compuesta por una capilla lateral moderna al norte y dos naves paralelas, que tienen como elemento más destacado sus dos ábsides semicirculares. Ambos presentan una decoración típica del periodo, con tres grupos de cinco arcuaciones ciegas separadas por dos lesenas en el ábside de la nave principal. La ornamentación del ábside de la nave lateral es similar, con nueve arcuaciones ciegas que ocupan todo su espacio, de menor tamaño que el principal.

En su interior, el presbiterio presenta un doble arco triunfal de medio punto en ambas naves, que da paso a la característica bóveda de cuarto de esfera que cubre el ábside.
Ambas naves están cubiertas por bóveda de cañón y comunicadas por un gran arco de construcción moderna que atraviesa longitudinalmente gran parte de la planta del edificio. La iluminación se realiza por siete ventanas de medio punto, dos de las cuales se abren en el centro de los ábsides, son de doble derrame y están formadas por grandes dovelas. Otras dos ventanas, en el muro oeste, tienen características similares y se encuentran centradas en las dos naves del templo. El muro meridional también presenta dos ventanas, una de derrame doble próxima al espacio del presbiterio, y otra de derrame simple a la izquierda de la entrada. La capilla lateral es de factura moderna y presenta una planta cuadrada con bóveda de crucería, así como una ventana de derrame doble orientada hacia levante.
Durante el siglo XI la iglesia presentaba una planta de nave única, que corresponde a la actual nave principal y que aún conserva su antigua entrada en el interior del templo, en la parte posterior del primitivo muro meridional. La entrada presenta dos arcos de medio punto adovelados en degradación y una arquivolta decorada en su espacio intermedio. El arco superior presenta un motivo ajedrezado, decoración que recorre todas las dovelas por su ángulo exterior. Por otra parte, la arquivolta está esculpida con un motivo de sogas trenzadas, figuración que también se encuentra como decoración de la imposta del gran arco central, que probablemente es el resultado del reaprovechamiento de elementos antiguos durante las reformas realizadas en época moderna. El arco inferior tan solo presenta un pequeño canal esculpido en la parte central de cada una de las caras de la dovela, que contrasta especialmente con la decoración vegetal en forma de tallos que aparece en la imposta en la que reposa. Por su tipología, esta entrada esculpida dataría de una primera etapa de reformas en el siglo XII, momento en que se construiría el campanario y la puerta esculpida, que daría paso a un hipotético   atrio, según   postula   E.   Junyent. 

A finales del siglo XII se construyó la nave lateral con una nueva portada esculpida, procesó que concluyó con la dedicación del templo del año 1187 recogida en el acta anteriormente citada. La nueva entrada presenta dos arcos de medio punto en degradación, que están formados por grandes dovelas lisas.
Entre ambos arcos se encuentra una arquivolta lisa, que descansa sobre dos capiteles esculpidos. Todo el conjunto reposa sobre una imposta decorada con un motivo en zigzag continuo, atravesado por estrías verticales. Los capiteles descansan sobre sendas columnas lisas de base moldurada, cuyo deficiente estado de conservación dificulta sobremanera la interpretación del conjunto. El capitel de la izquierda presenta una decoración fitomórfica en la que se representan tres hojas de palmera, entre las cuales se aprecia vagamente un rostro humano. En el capitel de la derecha se distingue una figura humana, a la derecha de la cual se encuentra la representación de un ave junto con una vid.
El conjunto se encuentra muy deteriorado, debido principalmente a la calidad de la piedra y al efecto de la intemperie.


Sobre la parte oeste de la nave principal se levanta una torre campanario de planta cuadrada, que es uno de los elementos más destacados de este templo.
Su construcción obligó a reforzar la nave con un arco fajón ligeramente apuntado, que se puede observar desde el interior del templo. El campanario, que tiene tres pisos, está cubierto por un tejado a cuatro aguas. Las ventanas que se abren en las cuatro caras del primer piso son de medio punto, mientras que las cuatro del segundo son geminadas y están separadas por columnas rematadas por capiteles de forma trapezoidal. El tercer piso es resultado de alguna de las reformas posteriores a la época románica. En los dos primeros niveles, las lesenas de las esquinas configuran unos entrepaños que se coronan con series de arcuaciones ciegas, formadas en las caras este y oeste por seis arquillos, y por uno menos en las otras dos. Las arcuaciones del primer nivel se apoyan en ménsulas que presentan decoración esculpida, —como sucede a menudo con las construcciones de la segunda mitad del siglo XII—, de una factura bastante simple, en la que se incluyen rostros humanos, motivos vegetales y algún animal. Por el contrario, las ménsulas del friso de arquillos del segundo piso son lisas. Sobre los registros de arquillos, recorren horizontalmente el paramento sendos   frisos   de   dientes   de   sierra.
Bajo el campanario, se conserva el remate a doble vertiente de la fachada occidental, el cual estaba decorado con un friso de nueve arquillos ciegos dispuestos de forma escalonada, siguiendo la línea de lo que fue la primitiva cornisa del frontis. Las ménsulas esculpidas sobre las que se apoyan los arquillos se encuentran en un lamentable estado de conservación, lo cual impide una lectura clara.

Frontal de altar
En el Museu Episcopal de Vic se conserva el frontal de altar de Sant Vicenç d'Espinelves, también llamado popularmente como frontal de la Mare de Déu i els profetes (de la Virgen y los profetas) por su iconografía. Procedente de uno de los altares de la iglesia dedicada a san Vicente, el día 15 de julio de 1880 se anotó su ingreso al museo dentro del conjunto de piezas que formaba la colección del Cercle Literari de Vic. Desde este momento pasó a formar parte del que sería el núcleo fundacional del Museo Episcopal, donde se encuentra expuesto desde su inauguración en el año 1891. El frontal fue pintado al temple de huevo sobre maderas de nogal, roble y encina, que en el proceso de preparación de la tabla fueron conjuntadas mediante la técnica del entelado.
Carece de marco y presenta unas medidas de 147 cm de ancho por 88 cm de alto.
El frontal es uno de los ejemplos más brillantes de la pintura sobre tabla en el ámbito de los frontales de altar románicos, exponente destacado de la producción de los talleres de Vic. La importancia de este frontal para la historiografía del románico catalán se debe a su condición de prueba fehaciente de la relación existente entre la pintura sobre tabla y la mural, ya que es obra del llamado Maestro de Espinelves, artista ligado a los talleres de Vic al que también se le atribuyen las pinturas murales de una capilla de la iglesia de Santa Maria de Terrassa. Estas pinturas murales dedicadas a Santo Tomás de Canterbury son el punto de referencia para la datación de este frontal. El culto a este santo, martirizado en el año 1170, llegó a la Península lbérica con gran rapidez, como se puede deducir de la capilla que le dedicaron en Toledo en 1174. Estos hechos apuntan a la finalización de las pinturas murales de Terrassa en el último cuarto del siglo XII, situación que delimita un marco de actuación para el susodicho maestro.
Otro aspecto que ayuda a precisar la datación a finales del siglo XII es el estilo del frontal, que se caracteriza por una gran libertad en la composición, manifestada, por ejemplo, en figuras que abandonan su encuadre. A esto se suma la moderna paleta de colores utilizada, en comparación con frontales ligeramente anteriores como el de Santa Margarida de Vilaseca, donde predominan los amarillos y rojos. Tomando todos estos datos como referencia, parece seguro que el frontal fue preparado en algún momento del último cuarto del siglo XII, periodo que coincide con la fecha que aparece en el acta de consagración de la iglesia de Sant Vicenç. Por tanto, esta pieza del mobiliario litúrgico habría sido realizada en los talleres de Vic alrededor del año 1187, para así proveer con un frontal el nuevo altar dedicado a Santiago que se menciona en el acta de consagración de la iglesia de Espinelves.
En cuanto a su iconografía, el frontal está presidido por una Maiestas Mariae de tipo kyriotissa, que se encuentra dentro de una aureola en forma de almendra.
Dicha aureola está confeccionada siguiendo la técnica de la corladura, con unos motivos geométricos elipsoidales que imitan a la pedrería y que se pueden comparar con los que aparecen en el frontal de Sant Llorenç Dosmunts.

Ejecutados con la misma técnica y situados sobre la parte superior de la aureola, se encuentran una cruz y una especie de incensario, figuraciones que, junto con la representación de la Virgen, remiten al altar como espacio litúrgico. La figura central aparece rodeada de cuatro compartimentos, en el registro superior se pueden ver las escenas de la Adoración de los Magos y de la Entrada de Cristo en Jerusalén, mientras que en el registro inferior aparece una original serie de profetas. Como se puede comprobar, las escenas representadas reflejan momentos muy especiales de la liturgia mariana y estrechamente relacionados con las fiestas que se celebraban en la iglesia de la Rodona de Vic. Cabe recordar como el conjunto episcopal de Vic, al que en el siglo XII pertenecía la Rodona, era escenario habitual de dramas litúrgicos y actos paralitúrgicos para adornar la lectura de los textos sagrados, que durante las festividades de la Navidad y del Domingo de Ramos eran representados para dar viveza a sus enseñanzas.
La escena de la Adoración de los Magos aparece situada en el registro superior izquierdo y sigue el modelo iconográfico más extendido a partir del siglo XI por toda Europa. Los Magos CASPA/R, BALTA(sa)R y MELCIOR (como aparecen denominados mediante tres epígrafes) están representados con coronas, clámide y pantalones persas, en actitud de reverencia y adoración ante la figura hierática de la Virgen y el Niño, que presiden el frontal de altar. Una de las características más interesantes de esta escena en el frontal de Espinelves es el protagonismo que recibe la estrella, situada entre la figura central de la Maiestas Mariae y la representación en el registro superior izquierdo de los tres Magos bajo unas arcadas. Este protagonismo, que se encuentra presente en toda una serie de ejemplos próximos como las pinturas del ábside de la iglesia de Santa Maria de Taüll, recibe su explicación por la influencia de la paraliturgia catedralicia durante las celebraciones de la Navidad en la creación de programas iconográficos.
En el registro inferior del frontal de Espinelves se puede ver la excepcional representación de una serie de seis profetas, que con gestualidades personalizadas remarcan diferentes aspectos del nivel superior del frontal de altar y que según M. Castiñeiras recuerdan a la idealización de un drama litúrgico. Esta original distribución recuerda a las páginas iluminadas de algunos manuscritos de la Antigüedad tardía como el Evangeliario de Rossano, que presenta en el registro inferior de sus páginas iluminadas series de profetas realizando comentarios exegéticos sobre la escena principal. En el frontal de Espinelves, estos comentarios hacen referencia a la encarnación de Cristo y a su entrada triunfal en Jerusalén, como corresponde a los personajes del drama del Ordo Prophetarum, inspirado en el sermón pseudoagustiniano De symbolo.
Entre las características de este grupo de profetas destacan las filacterias que sostienen con las manos, donde aparecen epigrafiados sus distintos nombres. De izquierda a derecha aparecen los profetas lsaías ([IS]AIE:P(ro)PH(et)E), Jeremías (YEREMIE:P(ro)PH(et)E), el rey David (DA/VIT), Ezequiel (EZE[QUIEL:PROPHETE]), Daniel (DANIEL:P(ro)PH(et)E) y finalmente, Zacarías (ZACHARIE: P(ro)PH(et)E).

En el registro superior derecho del frontal se puede observar el tema neotestamentario de la Entrada de Cristo en Jerusalén, escena que sigue el modelo iconográfico oriental o bizantino en el que Jesús aparece montado de costado sobre la mula. El resto de la composición no presenta características originales, con los apóstoles siguiendo a Cristo y una multitud que sale a recibirlo con ramos en las manos y tendiendo ropajes en el suelo. Si se compara esta escena con la que aparece en la biblia de Ripoll, la similitud de la composición apunta a un modelo común de una clara influencia bizantina. Como senala M. Castiñeiras, esta coincidencia es debida a la estrecha relación existente entre los talleres de Vic y el escritorio de Ripoll, que favorecía la circulación de modelos iconográficos comunes y que demuestra la relación existente entre la miniatura y la pintura sobre tabla.
Como se ha podido comprobar, la composición del programa iconográfico del frontal de Espinelves contrapone una serie de escenas en las que están representadas algunas de las celebraciones más importantes de la Navidad y la Pascua. Esta especial combinación de temas iconográficos no es única, ya que encontramos representaciones similares en los laterales de altar de Sant Andreu de Sagás o en las pinturas murales del ábside de Santa Maria de Barberá del Vallés. Este hecho llamó la atención de C. R. Post, que ya lanzó, muchos años atrás, la hipótesis de que está coincidencia en la iconografía debía responder a un trasfondo litúrgico. En el caso de la Navidad se encuentran las escenas de la Adoración de los Magos y de la Procesión de los Profetas, que reflejan algunas de las prácticas que se sucedían año tras año durante las celebraciones de este periodo del calendario litúrgico. La catedral de Vic tenía una rica paraliturgia de Navidad, con la enigmática celebración de la Steyla en la que probablemente se representaban algunas de las escenas de la Infancia de Cristo y con el Ordo Prophetarum y su desenlace con el Canto de la Sibila. La Entrada de Cristo en Jerusalén, que aparece a la derecha de la Maiestas Mariae, representa el comienzo de la Pascua, así como probablemente una de las procesiones más importantes de la liturgia cristiana. No se debe olvidar la relación existente entre estas fiestas, ya que durante el día de Navidad se establecía mediante la Annunciatio cuando debía comenzar la Pascua, en una lectura de gran solemnidad y tradición en la catedral de Vic. De esta forma, el frontal simboliza el cambio estacional entre la Navidad y la Pascua, que tenía su reflejo en las diferentes funciones litúrgicas de cada una de las iglesias del conjunto episcopal de Vic y que probablemente era común a muchas de las grandes catedrales europeas, en especial a las de la zona norte de Italia.

 

Terrassa
La ciudad de Terrassa se asienta a las faldas del macizo de Sant Llorenç del Munt, en el centro geográfico de la comarca del Vallès Occidental, cuya capitalidad comparte con Sabadell. Este importante núcleo de comunicaciones, está situado a 20 km de la capital de la provincia, desde la que se llega por dos autopistas, la C-58 y la C-16, además de por el ferrocarril. La trama urbana de la ciudad medieval fue transformada en época moderna, por lo que tan solo podemos observar la morfología original en algunos sectores de la población. No en vano, la historiografía está de acuerdo en situar el génesis de la ciudad medieval en torno al Terracium Castellum, documentado a partir del siglo IX.
Las menciones al Castrum Terracense que aparecen en diversos diplomas carolingios de los siglos IX y X no hacen más que confirmar la importancia del castillo de Terrassa como punto estratégico de gran valor para la consolidación de la Marca Hispánica. Sin duda, la posición elevada del promontorio convertía el castillo en un emplazamiento privilegiado para el control de las vías procedentes de Barcelona. Alrededor del castillo de Terrassa se generó una agrupación urbana que durante el siglo XII es documentada como vila del palau, villa Palatii Terracia, delimitada por un perímetro de muralla reforzada con una serie de torres, de la que subsisten escasos testimonios físicos. El único vestigio que conservamos en parte es una torre esquinera de planta cuadrada situada en el ángulo noreste de la villa, hoy en día visible desde la plaza de la Torre del Palau.
Según los trabajos de Antonio Moro sobre el período que nos ocupa, en el tejido urbano se creó una trama con tres calles transversales –el Carrer Major, el de Baix y el de les Parres– con un ordenamiento más o menos geométrico. Las principales puertas coincidían con los caminos que unían los núcleos urbanos más importantes que en aquellos momentos rodeaban Terrassa: Manresa, Martorell, Sabadell y Barcelona. El único resto arqueológico conocido es una torre cuadrada del portal de la Font Vella. Sea como fuere, debemos esperar a los años 1173 y 1191 para encontrar las primeras referencias a la villa del Castell de Terrassa. en la actualidad, las calles del Vall, al sur, y del Raval de Montserrat, al norte, delimitan el ámbito de expansión del recinto original de la villa de Terrassa en los siglos XIII y XIV.

Conjunto episcopal de Égara
En el límite sur del actual barrio del antiguo pueblo de Sant Pere de Terrassa se halla el conjunto medieval de las iglesias de Égara, conocido como las iglesias de Sant Pere. Era un lugar habitado desde el neolítico final, como lo demuestran los restos hallados. A partir del siglo IV a.C. hay un poblado de época ibérica que perdura hasta la romanización. También se conservan restos de una villa romana de época republicana.
Égara, topónimo romano con posibles antecedentes ibéricos, alcanza el estatus jurídico de municipio romano en el año 139, según vemos en las inscripciones de dos pedestales reutilizados en la construcción de las iglesias medievales. La primera es una dedicatoria al emperador Antonino Pío, del año 139: D(ECRETO) D(ECURIONUM) M(UNICIPIUM) F(LAVIUM) EGA- RA. La segunda inscripción es una dedicatoria al magistrado Quintus Granius Optat, diunviro de Egara, que puede fecharse entre los años 120 y 140. Además, se conservan cerca de cincuenta lápidas con inscripciones romanas. El municipio se hallaba en la ruta de la Vía Augusta que pasaba por Arraona (actual Sabadell).
Este conjunto medieval, rico y complejo, está formado por tres iglesias, Santa Maria, Sant Miquel y Sant Pere. Veremos brevemente los fondos documentales y los conjuntos arquitectónicos y artísticos conservados, y su problemática, hasta llegar al período románico que nos ocupa en este capítulo.
El esplendor del conjunto se da con la sede episcopal de Égara, que fundada en 450 terminará con la conquista islámica del territorio. Por ello, resulta importante señalar los hechos históricos más remarcables de este período para poder entender la complejidad y singularidad de los restos conservados, así como su pervivencia y reutilización en la época románica. En el año 450 el obispo Nundinario de Barcelona divide su diócesis en dos partes. En los territorios del interior funda la diócesis de Égara, y nombra a Irineo como primer obispo. Así, en las actas de un concilio en santa María Mayor, celebrado en el año 465, aparece mencionado el nuevo obispado de Roma. En la sede se suceden una serie de obispos bien documentados como Ireneo (450-465) o Nebridio (516-540), que era hermano de Elpidio, obispo de Huesca, de Justiniano de Valencia, y de Justo de Urgell. Sabemos además que Nebridio asiste a los concilios de Tarragona (516) y Girona (517), y al II Concilio de Toledo del 527, donde consta como obispo de Égara. Es precisamente en esta etapa cuando se construye el conjunto monumental.
Conocemos también los nombres de otros obispos, como Sofronio (589-592), que asiste al III Concilio de Toledo (589); Ilergio (599-610); Eugenio (633), que firma las Actas el IV Concilio de Toledo (633), presidido por Isidoro de Sevilla; Juan (683-693), que constituye el último citado antes de la invasión islámica, y que además asistió a los concilios XV (688) y XVI (693) de Toledo. Por otra parte, cabe seña lar que el día 13 de enero de 615 se celebró un concilio en la catedral de Égara, presidida por el obispo de Tarragona, Eusebio. Finalmente, después de la invasión islámica, cuando Carlomagno conquista los territorios y funda la llamada Marca Hispánica, este no restaura la diócesis de Égara, que pasa así a depender de la diócesis de Barcelona.

Las iglesias de Terrassa forman un conjunto que tiene una trayectoria de continuidad en la historia, pero con una época concreta que lo hace único en el panorama del patrimonio europeo. Esta época es la Alta edad Media; ya que desde el siglo IV, con antecedentes anteriores, hasta el siglo XII, los tres edificios religiosos, Santa Maria, Sant Miquel y Sant Pere, muestran una evolución compleja de la arquitectura y del arte que enlaza el mundo antiguo con la Alta Edad Media.
Tanto la arqueología, realizada de manera sistemática a partir de la ejecución del Plan Director (iniciado en 1995), el estudio en alzado del conjunto, de soportes y técnicas, como la reciente musealización, finalizada en 2009, ponen de manifiesto la importancia y la evolución del conjunto monumental en toda su complejidad.
El conjunto episcopal está formado por un patio central, de carácter cementerial, al que se abren la catedral de Santa Maria, el edificio funerario de Sant Miquel y la iglesia de Sant Pere. El Plan Director ha establecido las distintas fases y cronologías de estos edificios. La primera fase, con una cronología entre mediados del siglo IV y el año 385, comprende una basílica de una sola nave, en el actual emplazamiento de santa Maria; en los muros sur y norte de esta basílica se abren sendas cámaras afrontadas, a la manera de dos ábsides contrapuestos, destinadas a enterramientos.
En una segunda etapa, se construye sobre ella la nave de una segunda iglesia, de la que se conserva el pavimento de mosaico (hoy en el exterior, frente al edificio actual) y un primer baptisterio al este del templo, que la arqueología sitúa entre los años 385 y 420-430.

 Panorámica del conjunto episcopal visigótico de Égara, en Terrassa. 

Este baptisterio poligonal detrás del ábside, al este de la basílica de Santa Maria, es una construcción octogonal con una piscina de base cuadrada y lados curvos, como pueden verse en la zona del Adriático y en la Provenza. El modelo poligonal de piscina viene del norte de Italia, a través de modelos provenzales.
A partir del año 450 se construye la primera catedral, de una sola nave, y un baptisterio con piscina de planta octogonal, situado al oeste de la iglesia. En el siglo VI el templo se amplía y se construye la iglesia de tres naves, que mantiene el mismo baptisterio anterior, a los pies de la nave central. El ábside central de la iglesia de Santa Maria se reformará poco después con una cabecera, rectangular en el exterior y de arco de herradura en planta en el interior. Esta catedral comunicaba por una puerta lateral con un pasadizo, posiblemente cubierto, que nos conducía al edificio martirial: la iglesia de Sant Miquel.
Es este el momento, según los hallazgos arqueológicos, cuando se construye el edificio de Sant Miquel y la iglesia de Sant Pere, que se realiza con tres naves, así como los espacios de la residencia episcopal.

El edificio de sant Miquel, de carácter funerario, posee planta central de cruz griega con cúpula en el centro sostenida por ocho columnas, que determinan un espacio central, y que nos recuerda edificios de la zona del Adriático. Los capiteles son de tradición romana, algunos de ellos derivados del corintio. Bajo el ábside, de planta poligonal en el exterior y circular en el interior, se halla la cripta trilobular con un altar en la parte central y tres ventanas; el pavimento es también de opus signinum.
En el exterior había un pórtico perimetral. Por su parte, en Sant Pere, la cabecera, que está formada por el transepto y la cella trichora, el ábside trilobulado, sigue el sistema constructivo de la cabecera de santa Maria y del edificio de san Miquel. el ábside trilobulado fue frecuente en las iglesias de los siglos V y VI, sobre todo en el norte de África, y tiene una continuidad posterior. la iglesia tenía tres naves. el ábside central está cubierto por un retablo de piedra, posiblemente construido poco después de la obra de la iglesia.

Vista general de Sant Miquel con la iglesia de Sant Pere al fondo 

Iglesia de San Miguel
La iglesia de San Miguel se sitúa en el centro del recinto, entre las otras dos iglesias. Durante los siglos VIII-X la iglesia parece dedicada a un uso diferente al del culto. Puig i Cadafalch, responsable de las primeras excavaciones arqueológicas al inicio del siglo XX, pensó que el edificio era un baptisterio. En la actualidad, se cree que la función del edificio era la de venerar el entierro de un santo mártir, aún no descubierto, y ejercer de edificio funerario, como lo demuestran los restos de varias tumbas integradas como un elemento destacado en su interior y la existencia de una cripta subterránea con un entierro. Es el edificio que menos cambios ha experimentado desde la época de la sede episcopal de Égara. Conserva todavía muchos elementos originales, y su estructura es esencialmente la misma. Contaba con una galería exterior, probablemente cerrada con columnas, excepto en la zona este, donde se encuentra el ábside del siglo VI.
Es la única de las tres iglesias que conserva la planta primitiva original, la cual es cuadrada, donde se inscribe una cruz griega con nichos en los ángulos. El edificio tiene un plano central, con ocho columnas que soportan la cúpula; alrededor está la nave o galería, con ángulos exteriores rectos e interiores curvados. Se conservan dos puertas antiguas, al norte y a poniente; la puerta de acceso actual es posterior y se encuentra a mediodía. El ábside, situado en la zona este y fechado aproximadamente en el siglo VI, tiene planta de herradura por dentro, con exterior poligonal de siete caras. Alrededor de la iglesia debió haber una galería. La cubierta es de bóvedas de arista a los cuatro lados y debió sufrir modificaciones: en el paramento superior, bajo un arco de baldosa delgada, se abre un ventanal de herradura con un dovejaje parecido, en un muro de relleno muy mal dejado que contrasta con las hiladas regulares de piedras cuadradas del lado bajo. El ábside conserva pinturas que se pueden relacionar estilísticamente con las inferiores del de Santa María y el retablo de San Pedro. La fachada sur fue reconstruida durante el siglo XVII, con piedras más uniformes y cuadradas que las originales.

En el interior, en el centro de la planta cuadrada, se alza un cimborrio cubierto por una cúpula y sostenido por ocho columnas hechas de fragmentos visigóticos aprovechados, con cuatro capiteles tardo-romanos. Los ocho capiteles tienen decoración vegetal muy estilizada, pero de tipos diferentes, con cadenas de perlas u hojas de acanto que se atornillan en vueltas. Las columnas de los ángulos son más gruesas que las del centro y de los lados; además, las de los ángulos tienen el fuste de granito, mientras que las de los lados lo tienen de mármol blanco o gris. Una gran parte de los muros actuales son todavía medievales, así como tres de las bóvedas. Las otras cinco fueron reconstruidas en el siglo xvii, después de un derrumbe parcial. Se pueden identificar fácilmente porque las partes reconstruidas se hicieron con una disposición de ladrillos en forma de pliega de libro, que se diferencian del estilo del resto del edificio. Cabe destacar el pavimento, original del siglo vino, en opus signinum, con un característico color rosado, excepto en la zona central del edificio.

Interior 

Cripta de Sant Celoni: Bajo el ábside está la cripta, con capilla absidal trilobada. La puerta de acceso está en el muro sur y data del siglo XVII. Las puertas antiguas, al norte y al oeste, hasta no hace mucho estaban tapiadas. Los muros de tipo romano, con hileras alternadas de pequeños sillares y ladrillos, y las características de la planta y de las aberturas hacen pensar que se trata de un edificio construido a caballo de los siglos VI y X. Se cree que conservaba una tumba, que habría sido profanada en un momento desconocido. El recinto subterráneo conserva el rebozado y las paredes originales del siglo VI, así como algunos rastros de pintura rojiza de la misma época. Tenía un único acceso, unas escaleras situadas a la izquierda del altar, en el lado norte de la iglesia. El techo, recubierto por una capa blanquecina, es la única parte que se tuvo que reconstruir, ya que se había hundido en una época posterior.

Pinturas murales: El ábside conserva pinturas murales que se datan entre los siglos VI y X, según unas fuentes, o XI, según otras. La pintura se dispone en tres niveles o registros: en el registro superior, con un Cristo en majestad dentro de una mandorla; en el registro siguiente están los cuatro ángeles sosteniendo el óvalo, con el cuerpo curvado para adaptarse a la forma de la cúpula, y dos formas en los extremos que recuerdan el sol y la luna; en el registro inferior se encuentran seis personajes agachados a cada lado, que llevan túnica larga, palio y sandalias y que se han identificado como los doce apóstoles, a pesar de la falta de referencias iconográficas. Se trata de figuras agachadas, con las manos unidas en señal de respeto y mirando hacia la escena central. Los pigmentos mejor conservados son los ocres, rojos, negros y verdes. Se consideran unas pinturas únicas en Europa con respecto a su época y a su estado de conservación.

Retablo gótico de San Miguel: Las pinturas murales han llegado hasta la actualidad gracias a que fueron tapadas por un retablo gótico durante varios siglos. El retablo está dedicado a san Miguel y cuenta con escenas laterales como las del Juicio Final, la lucha entre los ángeles y los demonios, o la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, y está en perfecto estado de conservación. Su colocación frente al altar de San Miguel impidió que se degradaran o se arrancaran las pinturas murales del siglo VI. El retablo fue realizado por Jaume Cirera y Guillem Estaràs y actualmente se encuentra en la iglesia de Santa María.

Pila bautismal: En la intervención de Puig i Cadafalch se construyó una pica bautismal que durante muchos años del siglo XX marcó la estética de esta iglesia, pero fue eliminada en la última restauración finalizada en 2009.

Sant Miquel de Terrassa, con Sant Pere al Fondo

Columnas

Columna con capitel

Capitel 

Columnas y ábside

Pinturas murales

Detalle de las pinturas murales

Detalle de las pinturas murales


Cúpula
 

Cripta de Sant Celoni 

Iglesia de San Pere
La sede de Égara disponía de un gran edificio dedicado a las ceremonias más destacadas, la antigua catedral, pero también necesitaba una iglesia parroquial, dedicada al culto parroquial cotidiano de la comunidad de fieles que vivía en su entorno. Esta era la finalidad de la iglesia de San Pedro, situada al norte del recinto, a la izquierda de la zona de acceso, y que casualmente aún mantiene su función parroquial. Es la más grande de las tres iglesias y da nombre al conjunto episcopal y también al antiguo pueblo de San Pedro, que se formó alrededor y que actualmente es un barrio zaragozano. La bendición de la iglesia está documentada en 1489.


Fachada con la puerta de acceso
 

El edificio conservado actualmente es un edificio románico, del siglo XII, aunque conserva algunos muros y elementos de la construcción original del siglo vino. La versión inicial del edificio era más amplia y con más dependencias, tal y como se puede observar en la señalética exterior del edificio, con zonas resaltadas con granito negro, como la planta de la nave lateral del siglo VI, que sobresalía de la actual fachada sur. Se conservan también restos del muro de esta nave y de la escalinata de acceso a la puerta original, que quedaba justo enfrente de la puerta actual. El edificio tiene una sola nave con ábside trilobulado y transepto, posiblemente del siglo VI; la cubierta es de bóveda de cañón. La cabecera (el ábside y el transepto) es de época prerrománica (siglos IX y X) y la nave es del siglo xii. La puerta de acceso, muy sencilla, se abre al muro sur y está enmarcada por cuatro arquivoltas lisas. Destacan los restos de un reloj de sol medieval en esta fachada. La luz entra en el interior por dos grandes ventanas a ambos lados de la puerta y por las tres ventanillas del ábside. La fachada está coronada por una cornisa con un friso decorado y sostenido por ménsulas en forma de cabezas humanos. Tiene dos campanarios, uno de espadaña, de origen románico, en el muro que da a la plaza del Rector Homs, por donde se accede al recinto, y otro más moderno cerca del transepto.
·       Fuente de San Nebridio: Detrás del ábside de San Pedro hay una fuente moderna dedicada a san Nebridio, construida en 1950 para conmemorar el XV centenario del obispado de Égara y decorada con un mosaico realizado por el artista local Santiago Padrós. 

En el interior, el ábside tiene un suelo de mosaico policromo del siglo IX, según Barral del siglo XI, de motivos geométricos, según la tradición romana. El ábside central queda cerrado por un retablo de piedra con dos renglones de pinturas murales del siglo xi todavía de tipo prerrománico, los dos superiores dentro de arcos ciegos a modo de nichos, con la representación de san Pedro, Jesús, los evangelistas y otras figuras bíblicas. Todos estos elementos denotan un cierto renacimiento clasicista carolingia. En el muro norte de la nave hay fragmentos de pinturas murales góticas del siglo XIV, de estilo primitivo. En su suelo se pueden observar señalizaciones de varios entierros de planta rectangular, entre los que destaca el situado transversalmente en la fachada sur, un poco más allá de la puerta de entrada a la iglesia. Se trata de la única tumba de todo el recinto que se encontró elevada respecto al pavimento del siglo vi, lo que implica que debía ser el sepulcro de alguna personalidad importante.
Entre 1678 y 1683 Jaume Oliveras y Miquel Dalmau construyeron la capilla de Sant Valentí, situada en el lateral norte de la iglesia, a la izquierda de la nave. Se decoró con un retablo del siglo XVII. Las figuras escultóricas que se ven son posteriores, ya que las originales fueron quemadas durante la Guerra Civil. Más adelante, en 1880, Joaquim Salas i Anglada hace la capilla del Santísimo, con pinturas murales de Ricard Marlet de 1948.

Interior 

Hacia el final del siglo XIX se hizo una primera restauración, dirigida por Puig i Cadafalch, con el derribo de la lucerna realizada en el siglo XVIII sobre la cúpula del ábside. En 1918, Rafael Masó hizo el encuaido del retablo del ábside y también la restauración del altar mayor construyendo una nueva ahora en el proceso. No obstante, su participación desapareció en medio de la Guerra Civil dejando únicamente la cruz diseñada por él mismo que encontramos en el actual altar mayor de San Pedro como testigo. Durante los años 1975 y 1976 se llevó a cabo la limpieza de los muros interiores con el derribo de contrafuerte del ábside, ya que no hacían ninguna función. También se hizo una excavación del ábside bajo el retablo.

Retablo pétreo 

En el interior de la iglesia se conserva un retablo pétreo del siglo X. Se cree que es el único existente en el mundo de su época y características. El retablo se encuentra parcialmente mutilado en la parte inferior, ya que en algún momento de la historia se practicó una abertura para hacer un armario de uso eclesiástico. A nivel formal, tiene dos renglones de nichos por encima de una gran viga de madera, sobre la que se pueden ver algunas escenas. En el registro inferior, los cuatro evangelistas, representados por los animales y símbolos clásicos de la iconografía cristiana: el águila de San Juan, el león de San Marcos, el toro de San Lucas y el hombre o ángel de San Mateo. Hay dos personajes más que presencian la escena, pero se ven muy parcialmente.
Las excavaciones promovidas por el Plan Director han aportado datos que determinan una unidad de acción, no solo en la construcción de las cabeceras de santa Maria y sant Pere y del edificio de sant Miquel, sino también en la realización de la pintura mural de los ábsides. Todo ello ha sido estudiado a partir del análisis de los materiales de soporte de los muros y los enlucidos de las paredes donde se realizaron las pinturas, así como de las mismas pinturas. sus resultados.
La decoración del ábside de santa Maria presenta una composición en bandas paralelas, con escenas que se han interpretado como un programa dedicado a la advertencia al clero del enfrentamiento con Dios, y escenas de la vida de Cristo, con Pedro y Pablo; y en otro registro la Virgen con apóstoles y profetas.
En el ábside de sant Miquel aparecen, bajo una teofanía de Cristo y ángeles, dos grupos de seis personajes arrodillados en actitud de taparse la boca con la mano.

A. Grabar identificó el tema con la iconografía del silencio, a la espera de la revelación, que se indica también con las cortinas recogidas que enmarcan la escena; pero esta interpretación ha sido superada por la historiografía más reciente, que ha definido que estamos ante la Ascensión, pero mezclando la escena previa de la enseñanza de Cristo a los apóstoles. Aunque los últimos estudios aducen argumentos que parecen válidos tanto para definir el programa iconográfico como para cuestionar la cronología más antigua atribuida a estas pinturas, no proporcionan a nuestro entender argumentos definitivos, pues realmente es difícil fechar y definir los conjuntos de pintura mural de Terrassa ante la casi inexistencia de ejemplos de pintura conservados. Dichos estudios asignan a las pinturas una cronología de finales del siglo IX.
El caso de las pinturas del retablo pétreo que cierra la parte central del ábside de Sant Pere, posiblemente posteriores a las de los otros dos conjuntos, y fijadas por la historiografía ya en el siglo X, también presentan problemas de identificación iconográfica. En la parte inferior, personajes difíciles de interpretar con temas posiblemente del Antiguo Testamento; en la zona superior en un primer nivel aparecen cinco personajes alados y nimbados; en las cuatro hornacinas del registro inferior, los símbolos de los evangelistas; en las dos hornacinas del registro superior, dos personajes: el de la izquierda identificado como san Pedro, y el de la derecha que lleva una cruz, como Jesucristo.
Se conservan capiteles romanos aprovechados de los siglos IV y V, y capiteles pertenecientes al siglo VII en Sant Miquel y en Santa Maria. Respecto al mobiliario litúrgico, en Terrassa se conserva el ara de altar de Santa Maria, que puede fecharse entre los siglos IV y VI; el de la iglesia de Sant Pere, fechado en los siglos VI-VII, y un fragmento de un tercer ara de la misma época que podría corresponder a Sant Miquel. en Terrassa, el fragmento del mosaico de los pavos reales ha sido fechado entre finales del siglo IV y principios del V, y por tanto es anterior a la creación del obispado en el año 450; otro mosaico, actualmente en el exterior frente a Santa Maria, también pertenece a la primera mitad del siglo V.
Hay casi un vacío documental en torno a las iglesias de Égara desde fines del siglo VII hasta el XI, solo con algunas donaciones del siglo X y un juicio celebrado en Santa Maria el 24 de julio de 1017, que parte de la historiografía atribuyó a la consagración de las nuevas iglesias. Con la reorganización territorial después de la conquista carolingia, se funda el Terracium castellum, y después el Castrum Terracense (Terraccie), que aparece documentado en 937. Se abandona así el término Égara. Más tarde la villa de Terrassa aparece documentada por primera vez en 1180, lejos, sin embargo, del territorio que ocupan el conjunto de las iglesias. No hay que olvidar tampoco que la conquista carolingia supuso también la supresión del obispado, y, con ello, el antiguo conjunto episcopal se convirtió en parroquia.

Las excavaciones también han puesto de manifiesto que en el siglo XI se inicia lo que será la transformación románica del conjunto de las tres iglesias: se destruye el corredor de Sant Miquel, también se eliminan las naves y el transepto sur de la iglesia parroquial de Sant Pere; se derriban los corredores de cierre de la parte oeste del recinto, y, finalmente, se construye la nueva iglesia de Santa Maria en el emplazamiento de la antigua catedral, que conserva su cabecera.
Resulta de especial relevancia analizar, aunque brevemente, las intervenciones más importantes que han tenido lugar en el conjunto, pues estas explican la situación actual de los edificios y, en concreto, la obra románica del conjunto. Las intervenciones para el estudio, y los trabajos arqueológicos y de restauración del conjunto de las iglesias de Égara comienzan ya en el siglo XIX. Citaremos los más significativos. en primer lugar, los estudios y primeras actuaciones del arquitecto Francisco de Paula Villar en 1895 en la iglesia de Sant Pere consistieron en la eliminación de construcciones recientes añadidas, para buscar las formas originales románicas, así como la sustitución del pavimento interior.
Es entonces cuando se retiró el retablo mayor barroco y se mostró el retablo de piedra que cubre el “absidiolo” central de la cabecera trilobulada. En esa misma campaña se pusieron a la luz las pinturas góticas con escenas de la Pasión de Cristo en el muro norte. Posteriormente, a partir de 1906, comienza una amplia etapa de intervenciones, dirigidas por J. Puig i Cadafalch y J. Martorell, el primero, desde la presidencia de la Diputación de Barcelona y de la Mancomunitat de Catalunya, y el segundo, desde el servicio de Catalogación y Conservación de Monumentos de la Diputación de Barcelona. Fruto de estos trabajos se propone entonces la función de baptisterio para la iglesia de Sant Miquel, y bajo este criterio se inicia su restauración, que supone la construcción de la piscina bautismal central, así como la realización de la fenestella confessionis que comunica con la cripta (si bien estudios posteriores han definido claramente el carácter funerario del conjunto de sant Miquel). Estamos en el período 1906-1929, y entra en el proyecto el Institut d’Estudis Catalans. También, en esa época, se desmontó el retablo del ábside de Sant Miquel, lo que puso al descubierto las pinturas murales.

Iglesia de Santa Maria
En santa Maria, se realiza el descubrimiento y consolidación de los mosaicos exteriores. Se restauran también las cubiertas, y en dichos trabajos se encuentran ánforas de los siglos V y VII como relleno de las bóvedas. Se derriban asimismo añadidos arquitectónicos que permiten ver el pórtico adosado en el lado sur de la iglesia, y se ponen al descubierto los muros de lo que podía ser el claustro medieval. Se retiró también el retablo barroco del altar mayor, y así se descubren las pinturas murales góticas, que después serían arrancadas por J. Gudiol en 1937, lo que puso al descubierto las primitivas que hoy vemos. En 1917 se retira un retablo barroco de la nave, que permitirá descubrir las pinturas románicas dedicadas a Santo Tomás de Canterbury, que en 1927 se arrancaron y consolidaron. En Sant Pere las excavaciones en el exterior pusieron de manifiesto la estructura de tres naves de la primitiva iglesia.
El año 1947 comienza una importante etapa de investigaciones arqueológicas en la iglesia de Santa Maria, dirigidas por J. serra Ràfols y e. de Fortuny; se trabaja en la cabecera del templo y en la nave se descubre la piscina bautismal.
En 1959 se realizaron excavaciones arqueológicas dirigidas por S. Alavedra, en el exterior de las iglesias, dando lugar a estructuras arquitectónicas, enterramientos desde la antigüedad hasta la Baja edad Media. A partir de 1975 y con más intensidad a partir de 1980, el arquitecto J. Ambrós comienza las restauraciones del interior de Sant Pere que permitieron ver los procesos arquitectónicos de encaje de las estructuras románicas de la nave con las anteriores del transepto y cabecera. En el exterior se demolieron los contrafuertes del siglo XVII situados en la cabecera. A continuación se restauraron las cubiertas de santa Maria; en el ábside apareció un gran muro posiblemente el arco triunfal, hoy desaparecido, de ingreso al ábside. En Sant Miquel, a partir de 1980, en la reparación de las cubiertas se encontraron hasta tres fases distintas, siendo la actual de cobertura de los brazos de la cruz, con bóveda de arista realizada, quizás según documentación, a principios del siglo XVII.
Las excavaciones realizadas en los años 80 y 90 del siglo pasado, dirigidas por A. Moro, en el entorno de las iglesias, determinaron la secuencia cronológica que se extiende desde aproximadamente de 150 a.C. hasta la Alta edad Media.
A continuación, con el Plan Director redactado en 1998 por la Generalitat de Cataluña y el Ayuntamiento de Terrassa, comienzan estudios arqueológicos exhaustivos, documentales e históricos, de restauración y conservación de los propios edificios y de los bienes muebles ligados al conjunto de Égara. se proyecta la urbanización del entorno por parte de RGA Arquitectos, así como también el proyecto museo- lógico que hoy podemos ver, diseñado por el equipo técnico del Museu de Terrassa. Desde 1999 hasta 2003 se realizan las campañas arqueológicas dirigidas por A. Moro y F. Tuset. entre 2001 y 2003 se realizó la restauración de la iglesia de Sant Pere, según proyecto de A. Pastor y e. Coll del Servei de Patrimoni de la Generalitat de Cataluña; la iglesia de Sant Miquel se restaura en 2005; y Santa Maria entre 2007 y 2008. Se han restaurado los conjuntos murales, tanto los primeros como la capilla románica dedicada a Santo Tomás en la iglesia de Santa Maria, y se ha musealizado el conjunto, tanto el interior de las iglesias como el entorno, poniendo de manifiesto todas las estructuras conservadas.

Por último, analizaremos brevemente el arte románico de las iglesias de Sant Pere de Terrassa, el cual no es posible entender sin el estudio previo y sistemático de las estructuras precedentes. Del 18 octubre de 1113 es el documento fundacional del monasterio prioral de santa Maria, en el que el obispo de Barcelona, Ramon, transfiere a la abadía de san Rufo de Avignon en la Provenza y a su abad Olegario, las iglesias de Santa Maria y Sant Pere de Égara, para que instauren la orden de canónigos agustinianos. A partir de este momento la iglesia de Sant Pere se convierte en parroquia y la de Santa Maria en iglesia monacal. Esta situación perduraría hasta fines del siglo XVI.

La iglesia románica de santa Maria, orientada de este a Oeste, fue consagrada el 2 de enero de 1112, por el obispo Ramon de Barcelona. Fue construida, siguiendo el estilo románico lombardo, adosando el transepto y la nave única al antiguo ábside. El ábside es cuadrangular en el exterior y en planta de arco de herradura en el interior, con tres ventanas.


Nave y ábside
 

La planta de cruz latina del período románico viene señalada por el crucero de la iglesia, coronado por un cimborrio octogonal sobre pechinas, semicircular en el interior y octogonal en el exterior.

El cimborrio se apoya sobre cuatro arcos torales sobre impostas, que delimitan uno la nave, dos el crucero y el cuarto el presbiterio. Este arco triunfal que separa presbiterio y crucero, descansa sobre impostas y estas sobre pilares, que quizás sustituyeron columnas existentes en un momento anterior. Sobre el cimborrio se eleva un campanario de planta cuadrada, coronado por cubierta a cuatro vertientes, con dos registros de ventanas. Mientras que la nave está cubierta por una bóveda de cañón apuntada, el transepto presenta una bóveda de cañón semicircular.
En la restauración de la cubierta en 1980, se apreció un cambio de plan al sustituir la de medio punto por la apuntada. En el lateral sur de la nave, junto al transepto, aparece un pórtico con cuatro arcos de medio punto; en esta zona se encontraron a nivel de cota cero grandes muros, que quizás podrían haber pertenecido a un claustro construido con posterioridad a la construcción de la iglesia, ya en el siglo XII.
En el exterior, la nave y el crucero se hallan cubiertos por tejas de tipo árabe realizadas por artífices locales como lo demuestran los nombres, frases –algunas en hebreo–, motivos decorativos inscritos en la teja, o bien trazados cuando la teja todavía no está cocida. sin embargo, en el cimborrio, encontramos muestras de tégulas romanas. la restauración de cubiertas ha puesto de manifiesto, en el caso del transepto norte, una reforma posiblemente del siglo XVI, al encontrar restos de cerámica de esta época en el relleno de la bóveda. La iglesia tiene tres puertas, la principal en el oeste, a los pies de la iglesia, y dos puertas más en el transepto.

Pechinas de la cúpula del cimborrio 

La decoración de arcuaciones ciegas y bandas lombardas se halla en la fachada de ingreso a la iglesia, en el muro norte y en el cimborrio octogonal. Las arcuaciones se reúnen en grupos de dos o tres, separadas por las bandas lombardas. Por su parte, en la fachada principal, se han encastrado sendas lápidas de los siglos XII y XIII dedicadas, respectivamente, a los presbíteros Arnau Bernat y Pere de Toudell.
En el interior, y utilizadas como materiales en la construcción del transepto, se hallan lápidas y pedestales de época romana.
La única decoración pictórica mural románica es la que se halla en la hornacina abierta en el muro sur del transepto. Está dedicada al martirio de Santo Tomás Becket, arzobispo de Canterbury, ocurrido el 29 de diciembre de 1170. Del siglo XIII, ya góticas, son las pinturas que cubrían la cabecera de la iglesia, arrancadas en 1937 para recuperar las primitivas; estas pinturas del siglo XIII se hallan expuestas en plafones.

Pinturas murales de Santo Tomás Becket
las pinturas murales que decoran el absidiolo del brazo sur del transepto de la iglesia de santa Maria fueron des- cubiertas en el año 1917. Los frescos narran el martirio de Santo Tomás Becket, arzobispo de Canterbury, a manos de los hombres del círculo regio de Enrique II Plantagenet. El episodio fue el desenlace del enfrentamiento abierto que entre 1162 y 1170 mantuvieron ambos personajes: por un lado, Becket, como defensor de la independencia del clero inglés, se proclamó la encarnación humana de la voluntad divina y excomulgó al rey; por otra parte, Enrique II, como representante del poder laico y la justicia regia, acusó a la iglesia de malversación de fondos. Tras los concilios de Clarendon y Norhampton y su posterior exilio bajo la protección del papa Alejandro III, primero en la abadía de Pontigny y posteriormente en Sens, Becket fue asesinado el 29 de diciembre de 1170, cuando era arzobispo de Canterbury, primado de Inglaterra y legado de la Santa Sede. Su rápida canonización el 21 de febrero 1173 fue fundamental para la difusión del culto oficial.
Los milagros obrados por intersección de Becket –que convirtieron Canterbury en un centro de peregrinación de carácter taumatúrgico y penitencial–, así como la pronta divulgación de su vita en códices, fueron determinantes para que la difusión del culto pronto alcanzara unas cotas muy significativas en el Occidente medieval.
El ciclo pictórico de Terrassa, enmarcado por un gran arco triunfal, se dispone en la totalidad de la superficie de la exedra, dividida en tres registros. la zona superior está presidida por la imagen de Cristo en majestad, entronizado, enmarcado por una mandorla decorada con flores de cuatro pétalos en alternancia con círculos de color rojo y azul. Cristo, vestido con túnica verde y manto rojo, realiza una imposición sobre las cabezas de dos personajes con dos objetos identificados con mitras (Ainaud, 1976; Sureda, 1981) o libros (Soler i Palet, 1918; Gudiol i Cunill, 1927; Carbonell, 1975; Guardia, 1998-1999), a la manera de las ceremonias de ordenación de obispos. La historiografía es prácticamente unánime en el reconocimiento de ambos personajes: Tomás Becket (a la derecha de Cristo) y Edward Grim (a la izquierda).
La indumentaria de Becket, provisto de palio blanco con cruces negras y casulla de color verde, no alberga dudas sobre la identificación. Por otro lado, tanto el hecho de que Edward Grim fuese testigo ocular del martirio del arzobispo, como su protagonismo en la difusión del culto y los milagros del santo, resulta determinante para justificar su presencia a la izquierda de la Maiestas. Entre la mandorla y los dos personajes se insertaron siete candelabros, habitualmente asociados a escenas del Apocalipsis, cuya colocación ha sido atribuida a los habituales procesos de descontextualización de ciertas imágenes que se producen en la época. no podemos obviar, sin embargo, que tanto la inclusión de los candelabros como las estrellas que rodean la Maiestas confieren un carácter escatológico a la escena, en la que ambos personajes parecen hallar la salvación mediante la imposición de Cristo.

Absidiola con el martirio de Santo Tomás Becket 

Una amplia franja de color azul que esconde una inscripción ilegible da paso al registro central, en el que se representan de forma sintética tres momentos del martirio. En primer lugar, a la izquierda del espectador, tiene lugar la acusación y escarnio. Gracias a las narraciones de los biógrafos de Becket sabemos que el arzobispo mantuvo un diálogo con los verdugos antes de la agresión. Esta escena se traduce en el registro izquierdo de los frescos, presidido por cinco personajes. el primero por la izquierda es Edward Grim, vestido con túnica de ceremonia de color blanco estampada con círculos rojos. Precede a la figura de Santo Tomás, que viste la habitual indumentaria eclesiástica –palio blanco decorado con cruces negras, túnica roja y mitra–, mientras sostiene el báculo, coronado con una forma en espiral decorada con la cabeza de un animal.
Completan la escena los verdugos, que acusan y señalan al arzobispo. En este sentido, cabe recordar que las numerosas Vitae escritas tras la muerte de Becket revelan su identidad: fueron Reginald Fitzurse, Guillermo de Tracy, Hugo de Moreville y Ricardo el Bretón. Sin embargo, en Terrassa, el número de verdugos representados se reduce a tres: los dos primeros señalan con el dedo al arzobispo, mientras que el tercero se prepara para desenfundar la espada con la que cometerá el crimen. Es obligado subrayar el detallismo de las vestiduras, que siguen la moda la época. Los tres personajes visten gambesón o túnica corta que deja entrever las calzas, sujetadas a las bragas mediante un cordón, así como botas de perfil alargado, cerradas y bajas, adornadas con viras o tiras de cuero.

A continuación tiene lugar el asesinato del arzobispo. Un primer agresor vestido con túnica farfada y cabello trenzado sostiene la espada con la que acaba de cortar la parte superior de la cabeza de Becket, justo por la parte que cubría la mitra, en la que se observan una serie de líneas paralelas que evocan las gotas de sangre. En un heroico gesto para protegerlo, Grim resulta herido en su brazo izquierdo por el segundo de los verdugos, que sujeta la espada doblada por el golpe acometido. Desde un punto de vista formal, resultan muy expresivas las diferentes actitudes gestuales de les personajes; destacan las manos de Becket, que se disponen en una actitud resignada, una articulación frecuente en escenas de dolor y martirio como sucede en el caso de María en los pies de la Cruz, en algunas figuraciones de santos en el momento de su martirio o en escenas de la Pasión. Los paralelos entre el martirio de Becket y la Pasión de Cristo son evidentes, y no atañen tan solo al modelo de representación. Juan de Salisbury, en su particular Vita de Becket, compara el escarnio que sufrió el arzobispo antes de su exilio con los gritos de los judíos contra Cristo. Del mismo modo, en algunas arquetas de Limoges el martirio de Becket es acompañado por la escena de la Crucifixión, episodio que evoca la Passio de Jesús y que equipara a ambos personajes. Sin duda, en Terrassa nos hallamos ante una narración fiel a las fuentes textuales, aunque con algunas variaciones, como el número de verdugos representados y la ausencia de cualquier alusión espacial a la catedral de Canterbury, especialmente al altar. Este último será un elemento habitual en la iconografía de Becket. Aparece, por ejemplo, en la decoración pictórica de la iglesia de los santos Giovanni y Paolo de Spoleto, donde además se observan algunas analogías con Terrassa, como la presencia de dos verdugos en el momento del martirio y la actitud de Grim, que protege al arzobispo con su brazo.
El altar también figura en el relieve custodiado en la iglesia de san Miguel de Almazán (Soria), una de las obras más destacadas en relación con el culto a Tomás Becket en la Península Ibérica.

El ciclo culmina con la deposición del cuerpo del mártir en el sepulcro y la ascensión de su alma. El cuerpo, envuelto en un sudario, es depositado por dos personajes. El de la derecha es el mismo que aparece en las escenas anteriores, por lo que es plausible su identificación con Edward Grim. Por otro lado, la historiografía está de acuerdo en reconocer en el segundo la figura de Juan de Salisbury, uno de los principales difusores del culto del arzobispo. Salisbury tuvo un papel determinante en la rápida canonización de Becket, a la vez que defendió de forma vehemente los milagros producidos semanas después de su muerte. Sobre el sepulcro, decorado con arquillos que acogen figuraciones cruciformes, el alma del difunto es transportada en un lienzo por dos ángeles psicopompos, exactamente como se representa en numerosas arquetas lemosinas que contienen escenas del martirio de Becket. en Terrassa, la escena sigue el modelo habitual de las escenas de muerte y ascensión de santos, bien conocido en Cataluña y escrutable en algunos ejemplos como el frontal de Puigbò, dedicado al martirio de san Martín.
Por último, el registro inferior de los frescos está ocupado por los habituales cortinajes pintados que contienen en sus pliegues los vestigios de una inscripción. los autores que se han ocupado de su estudio han propuesto diversas variantes de las inscripciones, condicionadas por la degradación de las pinturas. El registro central está separado del inferior mediante una franja de color rojo en la que puede leerse THOMA BO [NORUM] [zona deteriorada] NVS S(an)C(t)A PLVS VALET ARTE SUA. En cuanto a la lectura del registro, Milagros Guàrdia ha sugerido que los tituli que acompañan el ciclo pictórico de Becket podrían aludir a sus capacidades milagrosas post mortem. Anteriormente, T. Borenius había insinuado que las inscripciones de Terrassa podrían ser el final de un hexámetro, citando como paralelo la segunda antífona del segundo nocturno de maitines de la fiesta de translación de santo Tomás instituida el 1220.
En nuestra opinión, las inscripciones pudieron ser extraídas de los poemas escritos por los monjes de Christchurch, Benito de Peterborough y Guillermo de Canterbury, autores de los tituli que acompañaban habitualmente la recopilación de milagros del santo, que probablemente eran conocidos por la comunidad agustiniana de Terrassa, o bien del rico corpus litúrgico destinado tanto a la celebración del oficio divino como de la misa (salterios, breviarios, misales), que contenían referencias al arzobispo de Canterbury. En las arcuaciones que forman los cortinajes hallamos los vestigios de una segunda inscripción en la que puede leerse: PRO XR(ist)O…..SPOLIARI NON DUBITAVIT VIVIT QVM –zona deteriorada– (THO)MAS QUE(m) SEMP(er) AMAVIT. Bajo la escena de la cuenca absidal hay una amplia franja de color azul que contenía una primera inscripción con letras blancas, hoy totalmente perdida. no obstante, todavía se intuyen algunas letras con la fecha de la muerte del arzobispo: THOMAS (…) IIII·K·IANVARII.
La capilla está enmarcada por un arco triunfal decorado con motivos geométricos y figurativos. El extradós del arco presenta una serie de círculos concéntricos entrelazados en los que se inscriben flores blancas de ocho pétalos. esta decoración ornamental se interrumpe para dar paso a dos ángeles turiferarios, que sostienen un lienzo en el que yace una figura nimbada en el interior de una mandorla. La escena presenta gran similitud con la ascensión del alma del santo representada en el registro central, de manera que podría tratarse de la duplicación del alma del mártir.
Tanto el detallismo como la veracidad del ciclo narrativo de Terrassa denotan un conocimiento preciso de las tradiciones textuales de las vitae por parte de los agentes implicados en la realización de la obra. Recordemos que la rápida canonización de Becket tres años después de su muerte contribuyó a la difusión de su culto por toda la Cristiandad occidental, siendo especialmente relevante en los territorios Plantegenet (Reino de Sicilia, Ducado de Aquitania, Reino de Castilla) donde el episodio tuvo una pronta traducción icónica en marfiles, arquetas-relicarios y ciclos pictóricos. En la Península Ibérica el culto al arzobispo de Canterbury se adoptó de forma prematura. En el año 1177 se dedicó un altar a Becket en la catedral de Toledo, mientras que un documento de 1180 habla de la fiesta de Santo Tomás de Canterbury celebrada en la catedral de Salamanca. Del mismo modo, en el año 1186 el obispo Bernat de Berga hacía consagrar un altar en la catedral de Barcelona, situado sobre la galilea, hecho que demuestra que el episodio gozó de una rápida difusión en los reinos hispánicos.
Sin embargo, en el caso de Terrassa, debemos vincular la selección del ciclo con el papel jugado por las canónicas agustinianas y su abadía madre, San Rufo de Aviñón, como agentes difusores del culto y la iconografía de Santo Tomás Becket (el cual se había formado en el priorato agustiniano de Merton, en Surrey, antes de ser nombrado canciller regio). Recordemos que la iglesia de Santa Maria de Terrassa había sido consagrada el 2 de enero de 1112. Tan solo un año más tarde, se redactó el documento fundacional del monasterio prioral, en el que el obispo de Barcelona donaba a san Rufo de Aviñón, y a su abad Oleguer, la iglesia de Santa Maria para que instaurasen la comunidad de canónigos agustinianos fundada anteriormente en Sant Adrià del Besòs. No cabe duda que los promotores del ciclo pictórico tenían un especial interés por destacar esta obra y el contenido de su mensaje. De ahí que las pinturas estén ubicadas en un lugar privilegiado, muy próximo al altar principal, en un espacio de paso obligado entre el claustro y la canónica. En este peculiar contexto, la presencia de un escriba de origen anglonormando en el seno de la canóniga de Santa Maria de Terrassa –documentado como Harveus en textos del último cuarto del siglo XII– podría resultar determinante para comprender el proceso de selección y creación de las pinturas, cuyo carácter documental denota un alto conocimiento del episodio.

La mayoría de autores consideran que para la realización de este absidiolo se excavó el paramento, en una época posterior a la fábrica de la iglesia, es decir, que la exedra fue realizada ex professo para albergar las pinturas que hoy contemplamos. No obstante, no podemos descartar que el absidiolo en el que se dispone el ciclo de Tomás Becket existiera desde inicios del siglo XII como altar de uso de la comunidad de canónigos, el cual pudo se reconsagrado y pintado, a finales del siglo XII. Las pinturas murales de Terrassa han sido atribuidas al denominado maestro de Espinelves, autor del frontal de altar de la Mare de Déu i els profetes (Madre de Dios y los Profetas) o de Espinelves, conservado en el Museu episcopal de Vic. Recogiendo el testigo de Ch. l. Kuhn, que subrayó el parentesco formal entre las pinturas de Terrassa y el frontal de altar, W. W. s. Cook y J. Gudiol establecieron una única identidad para ambas obras, atribuidas al maestro de Espinelves. En este sentido, resulta sugerente la gran semejanza entre el rostro de Juan de Salisbury, representado en Terrassa, y el rey Melchor del frontal de Espinelves. También hallamos analogías formales en el tratamiento de cabellos, barbas e indumentaria. Es especialmente sintomático el tratamiento del cabello, concebido a partir de dos grandes bloques divididos por incisiones curvilíneas, tal y como podemos observar en el Cristo de Terrassa y el representado en el frontal vigitano. Por lo que se refiere a la indumentaria, tanto Gaspar como Melchor visten túnica corta que deja ver la terminación de las medias, un recurso utilizado de forma análoga en uno de los verdugos de Terrassa.
A tenor de estas similitudes, resulta plausible que el pintor del frontal de Espinelves y el autor de las pinturas murales de Terrassa hayan sido la misma persona. Sin embargo, nos hallamos ante un artista que es mucho más brillante en la técnica de la pintura sobre tabla y que presenta ciertas dificultades en determinadas composiciones como la articulación de las figuras de perfil. Todo apunta a que se trata de un artista instruido en el seno del taller catedralicio de Vic, formado en la técnica de pintura sobre tabla pero conocedor de la técnica mural, que desarrolló su actividad en la diócesis de Vic –Espinelves, catedral de Vic– y en Terrassa. En el corpus del maestro de Espinelves debemos incluir, además, un fragmento de pintura mural procedente de la catedral vigitana (MEV, 9 702) cuyos cortinajes nos remiten indudablemente a las composiciones de Terrassa.

En cuanto a la cronología, la canonización de Becket en el año 1173 debe ser tomada obligatoriamente como límite inferior o post quem para el ciclo pictórico de Terrassa. Las características formales de las pinturas y la conexión con el denominado frontal de Espinelves nos sitúan en una cronología anterior al año 1200, probablemente en el decenio 1180-1190.

 

 

 

 

 

 

 

 

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