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lunes, 17 de marzo de 2025

Capítulo 53-2, Monasterio de Yuso

Monasterio de Yuso
La fundación del primitivo monasterio emilianense de Yuso se remonta al siglo XI cuando, por deseo del rey García Sánchez III el de Nájera, se procedió al traslado de los restos de San Millán desde el edificio de Suso al recién construido monasterio de Santa María la Real de Nájera. Al bajarlos a la llanura, no pudieron moverlos, de modo que el rey decidió edificar allí un nuevo monasterio, nombrando por abad a Gomisendo. Esta noticia se recoge en la Crónica Najerense, escrita entre 1152 y 1157 según Antonio Ubieto, pero ni el milagro atribuido al Santo, ni el nombramiento de tal abad, están confirmados por las fuentes documentales, ya que Gomesano era abad desde 1037. La traslación de los restos del antiguo al nuevo monasterio se documenta fehacientemente el 29 de mayo de 1053, fecha en la que el rey García y su mujer Estefanía, junto con los obispos Sancho de Pamplona, Gómez de Calahorra y el abad de Albelda, García, fueron a San Millán, firmando entonces la carta de donación del coto de Soto al monasterio. Una historia de la traslación de las reliquias fue escrita a comienzos del siglo XIII por el monje emilianense Fernando, y a él se debe también la referencia de la dedicación a Santa María de la iglesia mandada construir por el rey García, haciendo intervenir en ella a los alarifes de Nájera. Las reliquias que se depositaron provisionalmente en la enfermería que entonces existía en el llano, acabada la nueva iglesia a los catorce años, por tanto en 1067, se colocaron en el altar de la Virgen en un arca de oro, pedrería y marfil, siendo abad don Blas. Años después acompañarían a estas reliquias las de San Felices de Bilibio, preceptor de San Millán, las cuales llegaron al monasterio de Yuso en 1090 a instancia del abad Blas II. Este traslado lo describe detenidamente Sandoval en 1601, aunque hace referencia al arca del siglo XV en la que por entonces estaban depositadas.

Nada se puede concretar sobre la fábrica y tipología del monasterio medieval de Yuso, ya que sobre él se edificó el actual en la edad Moderna, pero es fácil suponer que siguiera las pautas del estilo románico imperante en la época. Algún indicio puede observarse en los escasos restos arqueológicos encontrados en sondeos parciales efectuados durante obras de restauración en la iglesia, claustro y Salón de Reyes. Otra información ofrecen las fuentes manuscritas. Así, el 2 de noviembre de 1137 tuvo lugar una consagración de la iglesia por el obispo don Sancho, con el apadrinamiento del rey Alfonso VII, lo cual puede inducir a pensar en algún tipo de reforma constructiva. Desde finales de ese siglo también serán frecuentes las donaciones de fieles para el mantenimiento de lámparas encendidas ante las reliquias de San Millán y San Felices, que serán habituales en el siglo XIII, por las que sabemos que el cuerpo de San Millán se ubicaba en el altar de Nuestra Señora y el de San Felices, en el de San Juan (años 1220, 1268, 1269 y 1274). En este último y tras la urna de San Felices se colocó una de madera con los restos de los santos discípulos Citonato, Sofronio y Geroncio, los cuales habían sido trasladados desde el monasterio de San Cristóbal de Tobía, o de las Tres Celdas, en el siglo XII, según fuentes monásticas. Es probable que, además de estos dos altares, existiese otro bajo la advocación de San Pedro, al que se dedicó una capilla en la iglesia del siglo XVI, situada al norte de la capilla mayor, y en cuya festividad, junto a la de San Millán, el arzobispo de Tarazona concedió indulgencias a quienes visitasen la iglesia, el 30 de noviembre de 1216. También por el manuscrito del padre Romero (finales del siglo XVIII) sabemos que en tiempos del abad Juan Sánchez (1208-h.1249) el monasterio estaba cercado y se construyó un palacio porticado para huéspedes, llamado “hostal”; en un arcosolio situado entre el atrio de la cámara del abad y el último ángulo del claustro, junto a la pared de la iglesia, existía un altar de San Martín, donde se leyó la sentencia a favor del monasterio sobre los derechos de las iglesias de la Diócesis, el 31 de octubre de 1228; otro altar bajo la advocación de San Nicolás dedicó este abad el 21 de septiembre de 1222, con la asistencia del obispo de Burgos don Mauricio, día en el que, asimismo, se consagraron dos campanas. Por otro lado, el prior Rodrigo Íñiguez, en su donación de un parral a la sacristanía de San Millán, en 1241, mandó que el sacristán mantuviese una lámpara siempre encendida por la noche ante la imagen de Santa María que estaba en el claustro (en somo del panno do cuelgan los escudos) y, en octubre de 1289, el abad don Mateo ordenó que con las rentas donadas de Santa Gadea y Cihuri ardiesen por la noche dos lámparas ante el Crucifijo, la Gloriosa y la imagen de San Millán, que estaban entre el coro y el altar, y cuatro cirios sobre las tumbas de los obispos y abades enterrados en el monasterio en los días de sus aniversarios. Otro enterramiento es el concedido a don Sancho Martínez de Leiva y su mujer, quienes hicieron donación de sus bienes en 1279 con el ánimo de dotar una capilla y altar dedicado a San Millán. Además de los cálices, ornamentos y libros, no conservados, con los que fue acrecentada la sacristía del monasterio por estos donantes, la historiografía nos informa de la existencia en este siglo XIII de una campana llamada “la Bomba”, fechada por inscripción en 1269, fecha que aparece en la existente en el chapitel de la torre, de la que se documenta su fundición en 1677.

En cuanto a la información arqueológica, las catas efectuadas en la iglesia en 2000, muy dispersas en el espacio, nos indican la existencia en la capilla norte del testero de restos de un muro con zapata de grandes dimensiones y relleno de cantos y sillares, junto a cerámica gris datada en los siglos XII-XIII. Otros muros de época imprecisa aparecieron en el espacio del Salón de Reyes, durante la excavación llevada a cabo por Pilar Sáenz Preciado en el proceso de la restauración realizada por el arquitecto José Ignacio Rodríguez entre 1999 y 2000. Esta zona probablemente era la antigua hospedería del monasterio, y en ella se encontraron materiales de relleno con fragmentos de nervios de bóvedas que, dada su sección, corresponden a la iglesia del siglo XVI, la cual sufrió un derrumbe de la nave norte y parte de la cabecera en 1595. Los muros hallados se dirigían hacia la zona del claustro, excavada en parte para efectuar las obras de iluminación, durante la ejecución del proyecto de 1999-2001 firmado por Esperanza Rabanaque y Asociados. El seguimiento arqueológico llevado a cabo por Javier Ceniceros y José Antonio Tirado en el patio y las cuatro alas del claustro, al margen de las sepulturas, canalizaciones, fragmentos cerámicos o elementos de la Edad Moderna, sacó a la luz en el ala norte una estructura de planta semicircular (2,65 m de largo norte-sur; 0,77 m de alto; 2,22 m de ancho muro), construida con sillería en las caras externas y relleno de mampostería y ripio en la médula, próxima a la portada de acceso a la iglesia y con continuación bajo el interior de ésta, así como diferentes tramos de muro que podían configurar un espacio rectangular con fachada occidental bajo el Salón de Reyes y dos accesos al Sur. Estos hallazgos, sumados al de dos capiteles, uno en el ángulo noreste y otro en el ala este, dos canecillos y otros elementos arquitectónicos de menor entidad, todos ellos utilizados como relleno en la fábrica del claustro del siglo XVI, al igual que diversos fragmentos cerámicos, indican con claridad la existencia de una construcción medieval en las postrimerías del siglo XI o comienzos del XII. En Yuso se conserva uno de los capiteles, probablemente no concluido, dada la carencia de talla en la parte posterior y las tres hojas labradas de incipientes caulículos esquemáticos (0,45 x 0,45 x 0,66 m). Muy interesante es el hallazgo en una tumba del patio de una pequeña pieza circular de marfil con una cruz patada incisa, decorada con contario (Museo de La Rioja), de factura similar al nimbo que presenta la Maiestas Dei (Washington D.C., Dumbarton Oaks Collection) que formó parte de las placas de marfil que adornaban el arca de reliquias de San Millán. Este indicio revela la existencia de otros objetos desaparecidos e, incluso, ayuda a corroborar la hipótesis de un taller de eboraria emilianense. Otro fragmento de nervio enterizo de bóveda, en piedra arenisca, con parte de un baquetón y la mitad de un cuadrifolio, se conserva en el monasterio, extraído con anterioridad a los sondeos citados, que puede datarse en el siglo XIII, lo cual puede indicar posibles reformas o añadidos en la fábrica original del siglo XI.
En el siglo XIV es probable que, tras el saqueo de la abadía por las tropas que apoyaban a Pedro I, se abordase algún tipo de reparación o reforma. Así parece deducirse de los privilegios que confirmará Enrique II de Trastámara y las cuatro capellanías que fundará en 1370 y 1371, para reparamiento del dicho monasterio porque fue robado e estruido del tirano que se llamaba Rey, siendo enterrados sus partidarios en el claustro del convento. No obstante, se constata en este siglo una labor que debió de ser habitual y que estaba dirigida al control de las escorrentías procedentes de Suso que con frecuencia causarían deterioros en los edificios y propiedades cercanas al convento. La primera noticia al respecto data de 1388 en la que se nos informa del compromiso por parte de los vecinos del valle, vasallos de la abadía, de construir un cauce de piedra para conducir el agua, de modo que no dañase el llamado “parral de la torre” (situado al Este de la iglesia actual, según planos de comienzos del siglos XVII), ni los molinos de San Millán.
Desconocemos el estado de conservación del monasterio de Yuso en los dos primeros tercios del siglo XV, pero en el último se experimentaron cambios importantes durante la administración del abad Pedro Sánchez del Castillo (1477±1500), partidario de la reforma de las abadías benedictinas potenciada por los Reyes Católicos e implantada en San Millán no sin dificultades. Según el padre Plácido Romero, este abad llevó a cabo edificaciones en el monasterio con la ayuda de los vecinos de Barrionuevo, invirtiendo en obras la suma de 2.549.850 maravedís (claustro, refectorio, dormitorio, cerca del convento, unas casas y una capilla de Nuestra Señora de Quijera con su imagen), además de dotar a la iglesia con numerosos ornamentos sagrados y nuevas piezas de platería, entre ellas un arca nueva para los restos de San Felices (1487) y otra para la custodia de diferentes reliquias sueltas de San Millán, San Felices y santo Domingo de Silos (1483).

No todos los bienes muebles medievales citados por las fuentes han llegado hasta nosotros, habiéndose perdido en los saqueos de la Guerra de la Independencia los más valiosos por la riqueza de sus materiales y dispersándose otros, conservados en la actualidad en colecciones y museos nacionales y extranjeros. Nada ha quedado de la platería, oro y piedras de las arcas de San Millán, su maestro San Felices y sus discípulos, ni de la imagen de bulto de Nuestra Señora con el Niño, “de chapa de oro y piedras preciosas”, que presidía el retablo mayor, según documento notarial de 1601, o del díptico del Crucificado y el Cordero místico de bronce y esmalte (siglo XII), que cita el padre Salazar. Sin embargo, hoy pueden verse en el monasterio de Yuso gran parte de los marfiles que adornaban las urnas de San Millán y San Felices. Así mismo, su iglesia conserva una pila bautismal, ubicada en la capilla septentrional de los pies o capilla de San Miguel, donde tradicionalmente existió el baptisterio y hoy puede verse el recinto con reja de madera (siglo XVIII) que sirve a otra pila del siglo XVI. El actual emplazamiento se debe al proyecto del arquitecto Óscar Reinares, incluido en la ejecución de las obras de restauración parcial de la iglesia, tras ser restaurada por la empresa Coresal en 2004. Se trata de una pila de 1,01 m de altura total, 98 cm de diámetro de brocal, 54 cm de altura de pie y 47 cm de altura de taza. Esta última presenta gallones helicoidales y una cenefa en la parte superior en la que se labró en relieve un motivo de vástago ondulante con hojas de tres pétalos y piñas. El pie es liso y de forma ajarronada, compuesto por un balaustre elevado sobre un pedestal de doble moldura. Minerva Sáenz Rodríguez relaciona esta pila con la que hoy conserva la parroquial de Gallinero de Rioja, con una cenefa de motivos similares, al igual que otras de distintas localidades de los valles del Oja y el Tirón que debieron de salir de un taller en torno a Santo Domingo de la Calzada, todas ellas datadas a finales del siglo XII. La pila de San Millán de la Cogolla procede, según el padre Peña, de la que fue iglesia, hoy ermita, de Santa Potamia en el desaparecido barrio emilianense de San Jorge o Santurde. Fue trasladada por el abad fray Pedro de Arenzana en 1542, una vez concluida la nueva iglesia dos años antes. Posteriormente, en 1573, el abad fray Pedro de Medina llevará a Yuso los restos de esta santa discípula de San Millán, enterrada en la citada iglesia a la que se había retirado con otras santas mujeres a la muerte del maestro, colocándolos en la urna de plata que confeccionará el abad Pedro Sánchez del Castillo en 1483. Cabe señalar la existencia en el Museo del monasterio de una imagen de la Virgen con el Niño del siglo XIII y de una cruz de cobre de brazos flordelisados con expansiones ovales y decoración incisa, con las armas de Castilla y León en el nudo, del siglo XIV.

La imagen exterior que hoy tenemos de los edificios del monasterio de Yuso data fundamentalmente del siglo XVII, ya que la iglesia construida en la primera mitad del siglo XVI (1504-1540) sufrió derrumbes a finales de ese siglo (1595), que afectaron a la nave norte, parte del crucero y cabecera, procediéndose a su reforma en la primera mitad del siglo XVII (entre 1617 y 1642). El claustro bajo se inició en 1548 y el alto a partir de 1571, continuándose la fábrica del resto de dependencias conventuales (sala capitular, refectorios, celdas, patio de la Luna o de San Agustín) hasta mediados del siglo XVII. En la segunda mitad de ese siglo se completó con la construcción de la nueva portería y mayordomía (hoy Cilengua –Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española–) y la cámara abacial (hoy Hostería), y se llevó a cabo la transformación de la sala capitular en sacristía. Finalmente, entre 1697 y 1752 se procedió al desmonte y configuración de la plaza con la cerca que la rodea. Desde mediados del siglo XVI y a lo largo de los siglos XVII y XVIII fue dotada de forma progresiva con diferentes bienes muebles, algunos de gran calidad e interés histórico-artístico.
Por fortuna, muchos de ellos se han conservado pese a los períodos de abandono que tuvo el edificio en el siglo XIX, tras la forzada salida de la orden benedictina que fue definitiva en 1835 con la desamortización de Mendizábal. La iglesia se mantuvo como parroquia al cuidado de monjes benedictinos, naturales del lugar, que se quedaron en él, como fray Faustino Matute, párroco de la villa, o los padres Campomanes y Carpintero, quienes se preocuparon del mantenimiento de tejados y otras necesidades de los edificios, según comenta el padre Peña. Entre 1866 y 1868 se estableció en el edificio de Yuso una casa de estudios dependiente del Colegio de Misioneros Franciscanos Observantes de Bermeo. Final mente, el 25 de mayo de 1878 llegaron a Yuso los Padres Agustinos Recoletos de Filipinas, de la Provincia de San Nicolás de Tolentino, para establecer en él un Colegio de Misioneros, que fue inaugurado el 1 de septiembre, festividad de su patrona la Virgen de la Consolación, o de la Santa Correa. Por R. D. de 6 de junio de 1931 el monasterio recibió la declaración de Monumento Histórico-Artístico. El cuidado y reformas del edificio estuvo a cargo principalmente de la orden de Agustinos Recoletos hasta que en 1966 se iniciaron proyectos de restauración por parte de la Dirección General de Bellas Artes, interviniendo los arquitectos Manuel Lorente Junquera (restauración parcial de la iglesia, 1966-1967, 1969), Antonio Fernández Ruiz-Navarro (plaza del monasterio, 1969), Fernando Chueca Goitia (cubiertas, 1973, 1975, 1978; chapitel, 1979), y Manuel Manzano-Monis López (cubiertas y bóveda del crucero en la iglesia, 1983, 1985). Desde 1985 la Consejería de Cultura del Gobierno de La Rioja promovió diferentes proyectos de restauración, entre los que cabe destacar las reformas del refectorio menor para Aula de la Lengua y de la cámara abacial para Hostería. En diciembre de 1997 la UNESCO otorgó la categoría de Patrimonio de la Humanidad a los dos edificios del monasterio emilianense, procediéndose ese año a la elaboración de un Plan Director para el de Yuso, dirigido por los arquitectos José Ignacio Rodríguez y Domingo García-Pozuelo. Las intervenciones se han sucedido desde entonces. Así, entre 1996-1998 se llevaron a cabo obras de consolidación en la entrada occidental de la iglesia por Esperanza Rabanaque y Asociados; entre 1999-2000 se realizó un Plan Museográfico para los espacios de la capilla del Santo Cristo y antigua sacristía de la iglesia, elaborado por Javier Dulín Íñiguez, Fernando Martínez Romero, Pilar Sáenz Preciado y Mª Jesús Escuín Guinea, y se procedió a la restauración del Salón de Reyes por José Ignacio Rodríguez; entre 1999 y 2001 se restauró el claustro y dotó de iluminación, según proyecto de Esperanza Rabanaque, J. Ignacio de Cabo Pascual y José Emilio Artacho Barrasa, y se llevaron a cabo los Estudios Previos y redacción del proyecto de ejecución de refuerzo estructural y/o restauración de la iglesia, por Óscar Reinares Fernández. Este último arquitecto dirigió en 2003 la Fase I de restauración de la iglesia, obra realizada por CORESAL Empresa Restauradora y patrocinada por la Fundación San Millán de la Cogolla. En 2007 ha iniciado la ejecución del proyecto de restauración integral de la iglesia, promovida y patrocinada por la Fundación Caja Madrid, la Fundación San Millán de la Cogolla y la Orden de Agustinos Recoletos. La última reforma del edificio monástico ha sido la transformación de la antigua mayordomía y las zonas conocidas como aula del cura y claustro de Santa Rita, para la sede del Centro Internacional de la Lengua Española, obra realizada por el arquitecto Javier Arizcuren en 2007.

Arca relicario de San Millán
Hacia 1225, un monje de San Millán llamado Fernando redactaba el De translatione sancti Emiliani. Allí, basado en diversa documentación y en la memoria monacal, narra como en 1030 una visión advierte a un religiosísimo varón de que el cuerpo de San Millán debía ser levantado de su sepulcro.
Enterado de ello el rey Sancho el Mayor, manda hacer un arca recubierta de gemas y propalar por todas partes la invitación a toda clase de gentes a venir el día marcado a participar en la traslación, convocando también, lógicamente, a los obispos de su reino, Julián de Oca, Munio de Álava, Mancio de Huesca y Sancho de Nájera. El 13 de abril, abierto el sarcófago, se guardan las reliquias en un arca de plata. El rey concede muchos beneficios al monasterio, promueve como abad al monje Ferrucio, los obispos conceden al monasterio las tercias episcopales de las iglesias de los pueblos de señorío de San Millán, los asistentes, según sus posibilidades, dan oro, plata, piedras preciosas y otras limosnas.
Más tarde, el rey García, hijo de Sancho, que conquistó Calahorra y nombró obispo al abad de San Millán, Guomesano, cuidó de fundar una iglesia en Nájera en honor de Santa María y trataba de llevar a ella cuerpos santos de los alrededores. Por ello fue con gran cantidad de gente y con los obispos Sancho de Pamplona, García de Álava y Gomesano de Nájera a San Millán de Arriba, y el 29 de mayo de 1056, siendo abad Gonzalo, levantaron el arca de su altar y trataron de llevarla a Nájera. Pero al llegar al valle el arca quedó fija como un peñasco y no se pudo mover. Entonces hizo reunir maestros de obras que construyeran una iglesia similar a la de Nájera para colocar el cuerpo de San Millán en ese nuevo lugar y lo necesario para instalar a los monjes que mandó cambiar de sitio.
Pasados catorce años, acabada la iglesia y fabricada un arca de oro y marfil con gemas preciosas incrustadas, el abad Blas guardó en ella el cuerpo de San Millán que se colocó en la iglesia de abajo, donde ahora se le venera.
La Crónica Najarense, redactada probablemente a mediados del siglo XII por un fraile cluniacense de Nájera, confirma en parte tales noticias al hablar de la erección del monasterio de Nájera por el rey García. A él llevó numerosas reliquias y el cuerpo del obispo de Tarazona, San Prudencio, y quiso llevar el de San Millán. Pero, cuando se bajó éste al llano, no fue posible moverlo, por lo que edificó otro monasterio allí en honor de San Millán, al que dotó con muchas riquezas, poniendo como abad a Gomisendo.
Documentos relativos al monasterio, probablemente falsos, narran hechos parecidos. Dos de ellos son fechados el 13 de abril y 14 de mayo de 1030 y exponen lo dicho en la Translatio, uno en extenso, que parecía auténtico a Paz Espeso, su publicador, y al padre Fita, otro que suprime ciertos aspectos legendarios, menos extenso, ambos haciendo referencia al traslado, a un abad Ferrucio y a la independencia del monasterio y sus iglesias respecto al obispo. Tanto Serrano, de Gaiffer como Dutton, García de Cortazar o Ubieto han considerado falsos tales documentos. Un tercero, asimismo fechado en 13 de abril de 1030, por el que Sancho el Mayor concede el vico de Madriz en honor de la traslación del cuerpo de San Millán, parece auténtico, aunque quizá interpolado, mientras un cuarto por el que García de Nájera concede el coto de Soto con motivo de la traslación del cuerpo al nuevo cenobio desde el antiguo, es un tanto dudoso, pues en él se indica cómo los tres obispos convocados, Sancho de Pamplona, Gomesano de Calahorra y Castilla Vieja y García de Álava conceden a su vez al monasterio las primicias y tercias de las iglesias y parroquias de sus collazos, así como la potestad de ordenar a sus monjes el abad. Va fechada en 29 de mayo de 1053 y debe de responder al mismo principio que los dos citados en primer lugar, atestiguando la potestad nullius del abad emilianense frente al obispo en numerosos pleitos habidos en los siglos XII y XIII, probablemente en este caso con el mantenido con don Juan Pérez hacia 1228 o don Aznar hacia 1245. No es casualidad que sea éste el tercero de los documentos que aparecían en el pergamino de la Biblioteca Nacional, pues allí se transcribirían para alegato.
Es conveniente esta extensa y, a la vez, resumida exposición de los textos referentes a la traslación de las reliquias de San Millán porque, al fin y al cabo, de ellas surgen las fechas que se barajan para la construcción del arca, habiendo sido aceptada la cronología 1053-1067 por casi todos los estudiosos. Considero que no puede darse mayor veracidad a la translatio que a la documentación aludida que, evidentemente, se basará en tradiciones monásticas pero es de una exactitud muy dudosa. Esa falta de exactitud en la propia cronología esgrimida llevaría a Ferrandis a la conclusión de fechar en 1076 la terminación del arca al sumar los años indicados al final, con números con los que el propio Fernando se contradecía líneas más arriba al precisar 1063.
Tras la exclaustración decretada por José I, el arca fue deshecha por las tropas francesas en diciembre de 1809, con objeto de aprovechar sus materiales ricos.
Así se cumplió hasta cierto punto el vaticinio de Jovellanos, que visitó el monasterio a finales de mayo de 1795 y previó que sería destruida antes de que llegara a ser publicada y reproducida en estampas. Al menos, se conservó el mueble antiguo de madera, ensayalado al interior, y la mayor parte de las placas de marfil de su recubrimiento, perdiéndose la pedrería, esmaltes y chapeado de plata dorada y oro relevados.
Bastante idea de cómo pudo ser puede hacerse con la descripción del obispo Sandoval publicada en 1601 y la del padre Mecolaeta de 1704, que no deja de ser resumen del anterior, y cuyo grabado de conjunto publicado parece más idealizado que el pintado por Pedro Ruiz de Salazar en el siglo XVII.
El armazón antiguo del arca se conservó porque se reutilizó, chapeándolo con madera más noble, al realizar una nueva tras la francesada en 1817. Se trata de la típica caja con cubierta a dos vertientes, formada por seis paneles a canto y sujetas con clavitos y cola y reforzada al exterior del solero con seis escuadras de hierro. La caja en forma de edificio es de larga tradición en lo funerario de Hispania pudiendo remontarse al menos hasta la época romana, sea para sarcófago, estela o urna cimeraria y muy común en la Edad Media como relicario. Las tablas van cajeadas en superficie para ajustar en ellas placas de marfil y diversas piedras, varias de las cuales quedarían engastadas con el recubrimiento metálico. Sus medidas actuales son 58 x 103 x 33 centímetros. Al interior va recubierta con un textil, tipo samito, en seda roja, decorada con grifos contrapuestos a árbol en tonos amarillos y azules, probablemente almeriense del siglo XI.
En el arca nueva se colocaron varias de las chapas de marfil, pero no todas, probablemente porque no se hallaron al reintegrarse los benedictinos a su monasterio y quedaron extraviadas. Varias de ellas aparecerían en el mercado de antigüedades mucho tiempo después.
Por ello, para hacerse idea del conjunto hay que recurrir a una reconstrucción basada en las descripciones hechas por Sandoval y Mecolaeta, en las plaquetas conservadas y en la infraestructura de madera ya descrita.
En uno de los frentes se situaba al centro una gran placa en mandorla (270 x 137 mm) en la que se efigiaba un Cristo sedente bendiciendo con su mano derecha alzada y sosteniendo el libro de la ley con la izquierda. La figura es de una pieza, aunque completada por otras cuatro hacia los bordes. Iba contorneada por un aro en esmalte alveolado sobre oro. En su entorno se disponían cuatro plaquitas cuadradas con los símbolos de los evangelistas, arriba una quinta triangular con el cordero místico y, bajo ella, un gran carbunclo pardo, mientras debajo había dos huecos hexagonales en punta de arpón, donde estaban las placas (102 x 37 mm) representando dos monjes postrados en tierra que llevan escapulario como sobre todo, a los que acompañan sendas inscripciones, BLASSIUS ABBA HUIUS OPERIS EFFECTOR, SUPPLEX MUNIO SCRIBA POLITOR. El resto iba recubierto de oro según los antiguos cronistas (quizá plata dorada) con relieves de dos ángeles, la figura arrodillada de Sancho y la de la reina Placencia que se señalaban con letreros en marfil SANCIUS REX SUPRADICTUS (según la descripción del padre Romero en el siglo XVIII suppetiens) y DIUAE MEMORIAE PLACENTAIE REGINAE. Todo el contorno iba recorrido con una inscripción de esmalte negro sobre el oro. Los marfiles de escriba y abad se conservan en el arca de Granda en San Millán, mientras el Pantocrátor fue al Metropolitan Museum de Nueva York, cedida en 1928 por el coleccionista Kahn, tras haber pasado por diversas colecciones europeas, la primera conocida, la grandiosa de Spitzer, donde se hallaba ya en 1890. Luego pasaría en 1940 a la Dumbarton Oaks Collection, Washington, D.C. (Acc. nº 48.12), donde se encuentra.
La figura de Cristo es impresionante, empezando por su altorrelieve. Va sentado en cátedra de respaldo bajo, calado con arquillos, como la chambrana, que son de herradura, y reposa los pies en un escabel también calado con arquitos que tienden al medio punto. Pies, cabeza y manos son de meticulosa anatomía, como el cabello recogido en crenchas a ambos lados de la raya central, bigote y barbas. El plegado de las vestiduras responde a las convenciones románicas con caídas en zigzag y ritmo de crecimiento en ondas que se hacen picudas en las piernas.
Hay que llamar la atención sobre un artificio que utiliza el eborario para realzar los valores táctiles del plegado, una serie de cortas incisiones paralelas perpendiculares a la doble línea que marcan éstos. También, en unas como hojitas escamosas que recubren los montantes de la cátedra, y en la utilización de piezas de azabache para rellenar las cuencas vaciadas de los ojos. Son tres elementos que se repetirán abundantemente en todas las placas de este relicario, pero que no se suelen ver conjuntados en la elaboración contemporánea europea, aunque el relleno oscuro de los ojos no es raro en España ni menos en Italia, dándose también en las orillas del Canal de la Mancha.
En el frente opuesto había diversas piedras preciosas engastadas en la chapa áurea (esmeraldas, rubíes, jacintos, perlas). Al centro, una placa de la muerte y exequias, cuyas dos mitades se reparten hoy entre el Museo Nazionale del Bargello de Florencia (mitad izquierda) y al que llegó en 1889 con la colección Carrandl, que debía de ser su propietario ya en 1867, y el Museum of Fine Arts de Boston, (mitad derecha), que la adquirió en 1936, tras haber pasado por anticuario de Bilbao que la poseía en 1928 y la compró de otro logroñés que la cambió por unas libras de chocolate en el valle de San Millán.
El asunto se desdobla en dos ambientes, terráqueo y celeste. En aquel, bajo doble arquería de medio punto sobre capiteles florales y pilares de sección cuadrangular con diverso decorado, aparece un clérigo revestido con manos orantes ante el cabecero de una cama de largueros entorchados, junto a la que preside una cruz procesional de brazos patados, como corresponde al ceremonial de extremaunción y encomendación del alma. En ella yace el cuerpo de San Millán y a su lado están un hachero labrado con su blandón, el báculo en forma de tau característico y un personaje encogido en actitud doliente que mesa su cabello y barba. En la rosca del arco la inscripción DE EIUS OBITU ET OBSEQUIO ASELLI PRESBITERI explica al letrado la escena. En la parte superior dos ángeles elevan un cuerpo desnudo, representación del alma del difunto, y, en su marco, hay la inscripción UBI ANGELI DEI GAUDENTES AD CELUM CONSCENDUNT AMIMAM BEATI EMILIANI PORTANTES. Conviene señalar cómo se repite el escamado del Pantocrator en una de las pilastras, en la convención celeste o en la base, así como las incisiones paralelas, como plumeado, en los paños y otros para recalcar volúmenes con sombreado. Así mismo, los pequeños toques de trépano para barbas mal rasuradas o los mayores adornando cimacios, collarinos y basamentos, recordando de lejos a elementos constructivos de San Millán de Suso, que también había en los montantes de la cátedra del Salvador y será otro de los artificios reiterativos del eborario.
Sobre esta placa, grabados en la montura aúrea, estaban el sol y la luna con sus nombres, “sol y luna” y, a sus lados, dos figuras de ángeles: el de la izquierda, con la inscripción GABRIEL ARCHANGELUS, incensaba, y el otro, con la inscripción MICHAEL ARCHANGELUS, señalando, y arriba una placa de marfil de forma triangular, de paradero desconocido, en que se figuraba la mano de Dios saliendo de una nube y, bajo ella, un ángel y un fraile alado (San Benito según Sandoval) que significarían la acogida gloriosa del alma. Todo el contorno de este frente venía ocupado por figuras de personajes de relieve en el oro con inscripción indicando de quién se trataba, a un lado MUNIO REFECTORARIUS, MUNIO PRESBYTER, MUNIO CLAVICULARIUS, ONUS OEMERUS y, al otro, GUNDISALUUS sacrista incensando, Ezinarius notator sentado escribiendo, SANCIUS MAGISTER con puntero acompañado de MUNIO INFANS y otras cabecitas de niños y, por último, DOMINICUS MAGISTER, a pie con un azote y un monjecito niño a los pies. Debajo venían tres figuras de marfil, una mujer AURIA (según Sandoval) o ARALLA (según el padre Romero) IUUAMEN AFFERENS, y un caballero GUNDESALUNS EQUES ILLUSTRI MEMORIA, que Sandoval supuso marido, actualmente desaparecidos.
En cambio se conservan casi todas las que flanqueaban la de la muerte de San Millán, con parejas de personajes acompañados de sus nombres, inscritos en las propias placas de marfil, aunque a veces figuraban en el oro. A la derecha quedaban dos monjes llevando libros PETRUS ABBA y MUNIUS ADSECLA (85 x 32 mm) y, debajo MUNIUS PROCER con una barrita en la mano, acompañado de GOMESSANUS PREPOSITUS (78 x 38 mm) el letrero de éste inscrito en el oro, que lleva en sus manos algo que podría interpretarse como puntero con puño en forma de cabeza de ave, o, mejor, llaves. Unos y otros presentan un punteado como de barba mal afeitada.


Al otro lado quedaban arriba, RAMINIRUS REX seguido de APPARITIUS SCHOLASTICUS (82 x 38 mm), ambos con sendas cajas de estructura centralizada en las manos y vestimenta de caballeros, y, debajo, aparecían GUNDISALVUS COMES y SANCIA COMITISA, placa en paradero desconocido, mientras las anteriores fueron, como la siguientes, del banquero y coleccionista ruso Alexander von Stieglite, quien las destinaría al Museo de la Escuela de Arte, que fundara en San Petersburgo en 1878. En 1925, tras la Revolución, como muchos otros objetos de tal Museo, pasaron a engrosar las colecciones del Ermitage. En una banda inferior, bajo una inscripción parcialmente borrada en la que se leía GARSIAS […] VIGILANUS NEGOTIATOR. PETRUS COL. COLLEGAE OMNES, había otras tres pequeñas plaquitas. En la de la derecha (61 x 45 mm) se ve un adulto barbudo, sentado en silla ante un soporte de pie salomónico, trabajando con una herramienta de remate curvo, que tanto puede querer ser rascador de platero, como cincel o espátula, una gran plancha que sujeta con sus manos otro personaje imberbe. Su inscripción nos indica que se trata de EUGELRAM MAGISTRO ET REDOLFO FILIO. Al centro, un personaje a caballo lleva sobre su hombro un gran colmillo que le ayudan a descargar otro situado delante y dos más detrás. Todos ellos van revestidos con el escapulario benedictino, como miembros del collegio monacorum. Así no extraña atribuir a esta placa la inscripción aludida con el oro de encima. Fue de la colección Schevitch, que actuó como diplomático en España, subastada en París en 1906, y luego pasó al Kaiser Friedich Museum, donde se hallaba en 1920, pero quedó destruida al fin de la Guerra Mundial. Medía 69 x 66 mm. Al extremo izquierdo quedaba una tercera plaquita, cuyo paradero es desconocido, que Sandoval describe así “están dos figuras, la una tiene un martillo y unas tenazas en las manos y en las tenazas un clavo: y otro que parece muchacho con un pedazo de marfil en las manos que tiene escrito: Simeone discípulo: estos fueron los artífices desta obra”. A éste se atribuiría el Garçias de la inscripción de encima.

En los laterales había veintidós placas de marfil alusivas a San Millán, unidas mediante pasadores de lo mismo y un adhesivo al soporte de madera y, probablemente, también sujetas por el recubrimiento metálico que presentaba veintiséis figuras relevadas alternando con ellas, entre las que habría apóstoles y evangelistas además de otros santos.
Se disponían en dos órdenes por cada lado, seis arriba en las vertientes y cinco, casi doble de anchas, en las costaneras. Dos de las estrechas y seis de las anchas se labraron en dos pedazos. A excepción de las dos primeras de cada costado, que representaban al santo en su apoteosis, próximo al Cristo Juez, parece como si no hubiera habido un desarrollo lógico en su colocación ni desde el punto de vista cronológico ni taumatúrgico, aunque todas obedecen como fuente a la narración de la Vita que redactara para oficio y lectura el obispo Braulio en el siglo VII, de modo que escenas que corresponden a los primeros capítulos están arriba, al comienzo, junto a otras más tardías. Ello podría obedecer a remodelaciones y reparaciones diversas en el mueble litúrgico, que es de suponer las hubiera a lo largo de sus más de setecientos años de uso.
Pero, de todas formas, casi todas las placas, a excepción de las dos citadas y de la historia del senador de Parparinas, presentan dos asuntos superpuestos que pueden corresponder o no a un mismo episodio y leerse bien de arriba a abajo, bien de abajo a arriba, o no guardar secuencia clara uno con otro.
Las describiremos empezando por las de las vertientes y de izquierda a derecha, indicando las que se hallan fuera del monasterio o en paradero desconocido.
La primera (167 x 76 mm) se reparte en dos escenas encerradas en arcos de medio punto, sobre columnas de fuste entorchados con las consabidas basas y capiteles delimitados por la torcida ondulante en cuya rosca se graba la inscripción alusiva. En la parte inferior, FUTURUS PASTOR HOMINUM ERAT P(A)ST(O)R OUIUM, aparece Millán sentado hacia la izquierda sonando un cuerno con su derecha y con el cayado del revés en la otra, mientras tres ovejas ante él ramonean un arbusto. En primer plano, frontal y como colgando de su hombro en disposición bastante inverosímil, se representa la cítara con la que, según San Braulio, ocupaba sus ocios y que, por tanto, es necesario representar, aunque el artista estuviese más acostumbrado a ver un pastor tocando el cuerno que la cítara. Arriba, UBI EREMUM EXPETIT MONTIS DIRCECII, San Millán, en postura forzada, asciende una pronunciada cuesta sembrada de vegetación espesa atendiendo a la llamada de la divinidad cuya mano aparece arriba a la derecha. El marco es parecido al de la escena inferior pero debe llamarse la atención sobre las hojitas que ocupan las enjutas, de sabor un tanto musulmán.
También, sobre como se imagina el suelo, con formas acaracoladas semiocultas por la vegetación que las cubre, más patentes abajo en la piedra que sirve de asiento al santo. Es otra convención muy característica que repetirá el eborario y no es excesivamente frecuente, aunque recuerde los santos del arca de San Pelayo de San Isidoro de León y, mucho más lejos, obras carolingias del taller de Carlos el Calvo. Posiblemente se tenía delante alguna pieza de éstas o de sus derivados a través de la llamada escuela de Winchester. Fue adquirida muy recientemente (1987) por el Metropolitan Museum de Nueva York.
A continuación venían otros asuntos desaparecidos, mientras, como veremos, en la otra vertiente se hallaban episodios intercalados entre los dos anteriores. Así se ignora el paradero, acaso destruidas, de las tres plaquetas siguientes.
Una mostraba al obispo Didimio sedente bendiciendo a San Millán con el letrero UBI DIDIMO EPISCOPO ECCLESIAM DELEGAVIT y, abajo, dos clérigos ante el obispo sentado y la inscripción UBI PREFATI CLERICI INCUSAUERUNT. La siguiente mostraba a Emiliano partiendo la manga de su túnica y dándola a dos pobres, leyéndose de MANICIS SUAE TUNICAE, mientras debajo dos mendigos apalean al que recibió el manto, leyéndose de PALLIO PAUPERIBUS EROGATO. La otra presentaba dos episodios diferentes situados en la narración de Braulio antes que el inmediatamente citado. Abajo, San Millán curando a una tullida con el epígrafe PER EIUS BACULUM HEC CLODA SANATUR y arriba otro milagro posterior en que San Millán sana a una hija del curial rotulada de MAXIMI FILIA ENERGUMENA LIBERATA correspondientes respectivamente a los párrafos 17 y 23 de la edición de Vázquez de Parga. Las postrimeras de ese lado se conservan distribuidas en dos compartimentos con sus correspondientes arquillos en que se inscriben las escenas. Una (171 x 74 mm) se dedica a enfrentamientos con el demonio de los párrafos 14 y 30. Abajo aparecen el santo a la izquierda y el diablo a la derecha abrazados en combate. A éste se le figura con cuerpo humano provisto de alas emplumadas, manos rematadas en uñas de garras, pies de gallo con recios espolones y rostro leonino rematado en cuernos, a uno de los cuales se agarra Millán, caracterizado como joven que, para estar más desembarazado en la pelea, ha colgado su capa del arquillo que sirve de enmarque en el que continúa la inscripción alusiva que, por su longitud, debe iniciarse en una franja separada de las dos escenas: CONLUCTATIO + DEMONIS CUM EMILIANO. En la parte superior vemos a la derecha un diablo, con el mismo aspecto que en la escena inferior, hablando al santo al que señala con el índice de su mano derecha, de la que han desaparecido las uñas de felino, mientras éste aparece sedente con su derecha bendicente, como conjurando la aparición, y el báculo en tau en la izquierda. Detrás de él, una figura con tocas, erguida en extraña postura obligada por el marco, es lo único que claramente define la escena que explicará el rótulo del arco, IRRISIO DIABOLI PRO MULIERIBUS, como acusación al santo de vivir con mujeres consagradas en su edad provecta, pues sus profundas entradas en la cabeza son comunes a muchas otras escenas, lo mismo que el bastón en tau. La última placa (171 x 70 mm) corresponde al párrafo 18, como revelan los textos grabados en los arquillos que enmarcan los dos episodios en que se cuenta, separados por una cenefa de las características escamas.
Arriba, el santo a la izquierda, bendice y toca con su mano derecha la frente de una mujer cubierta con tocas arrodillada ante él (UBI SCORI ANCILLA ILLUMINATUR AB IPSO). Las hojitas de los entrepaños han sido sustituidas por frutos como fresas o moras. Abajo se lee UBI VALE FACIT POST RECEPTA SALUTE. Efectivamente, la mujer semiincorporada reverencialmente hace gesto de despedida hacia el santo que, en postura un tanto inverosímil, parece marchar tras haber solucionado el problema, pero gira la mitad superior del cuerpo hacia la sanada para aceptar el agradecimiento. A señalar en las bocamangas de ésta unos letroides que hay también arriba en la derecha del santo, repitiendo caracteres como H y O, que enriquecen como bordado la vestidura y que aparecen en alguna otra historia. Además, los leves puntos de trépano para sugerir barba incipiente en el santo en el acto de la curación.

En la otra vertiente, el relato se continúa de derecha a izquierda, ordenados ahora los episodios de acuerdo con la narración de Braulio. En correspondencia con el primero del otro lado, el último (166 x 79 mm) ilustra aquí los párrafos 8 y 9, separados por una franja y enmarcados en los consabidos arquillos. Abajo aparece el santo dormido bien envuelto en su manto, semirrecostado en un suelo conformado por los elementos enroscados a base de escamas a que ya hemos aludido, a la izquierda un ángel provisto de alas y con aureola, en la postura salutatoria que suele verse en las anunciaciones a María o José, infunde la vocación. En la rosca se lee UBI IN EUM DIUINITUS IRRUIT SOPOR. Arriba, sobre una franja perlada de separación, aparece, a la derecha el santo arrodillado, desprovisto de manto y con sus manos juntas, entregándose a la potestad de San Felices, sedente en silla de respaldo bajo con arquerías en la chambrana. Éste recoge con su derecha las manos unidas mientras en la izquierda sostiene algo rectangular, probablemente el pacto monástico por el que aquél se entrega, a que aluden los más antiguos documentos de Albelda y San Millán, relativos respectivamente a los monasterios de San Pedro y San Pablo del valle de Caradina y de San Miguel, San Pedro y San Pablo de Pedroso.
Sobre ellos, asoma bendiciente la mano de Dios. Bajo San Millán, el suelo adopta la forma enroscada ya aludida. En la rosca del arco dice UBI VENIT AD S(AN)C(TU)M FELICEM BILIUIENSEM. La anterior, de paradero ignorado presentaba arriba a San Millán curando a un monje, con la inscripción DE ARMENTARIO MONACHO SANATO, y abajo la despedida de éste besando la mano del santo con el rótulo VALE FACIUNT SE HIC, correspondiendo al párrafo 15.

San Millán da de comer a sus huéspedes con las provisiones enviadas por el senador Honorio 

A continuación vemos lo del párrafo 16 (168 x 79 mm). Encima, el santo, con libro de oraciones en la izquierda, impone su derecha sobre la cabeza de una mujer arrodillada, con las manos abiertas hacia arriba en actitud implorante. En la rosca del arco dice UBI CURAT MULIERE PARALITICA. En una de las bocamangas del santo letroides que recuerdan los vistos en la historia de la sierva de Sicario (HO), también en la manga de la curada, en la que parece leerse honoronda, pero que probablemente es otra repetición de HO. Abajo, la escena queda enmarcada en una especie de arco adintelado, en lugar de ser de medio punto, en el que se lee VALE FACTIO NOMINE BARBARA, nombre que debiera haber acompañado al rótulo superior pero que, así, sirve para aclarar mejor cuál es la mujer curada a que se refiere la historia. Y, efectivamente, el santo, a la izquierda, empuñando en la derecha su milagroso báculo en tau y portador del libro en la otra, gira hacia atrás la cabeza para escuchar la despedida de la sanada, cuyas manos se abren en agradecimiento.

Intento de asesinatoEn la siguiente placa se relata en dos registros el episodio en que dos endemoniados intentan matar a San Millán quemando con antorchas su cama y cómo al final se enzarzan ellos en una pelea ante la actitud divertida del santo. 

La siguiente plaqueta se refiere al párrafo 19 de la narración de Braulio y sus dos pasajes vienen encuadrados en esa especie de arco adintelado del pasaje inmediato anterior (166 x 74 mm). Arriba, San Millán, a la izquierda, impone su mano izquierda sobre la cabeza de un hombre arrodillado a sus pies, a la vez que empuja con su bastón en tau, que sostiene con la derecha, un diablejo que está acabando de salir de la boca del hombre. Éste aparece contorsionado, con la cabeza girada hacia la derecha y los brazos en postura forzada ante el cuerpo.
El demonio es el mismo monstruo semihumano con alas y cabeza de felino cornudo visto en otras escenas. La inscripción dice DE DIACONO QUEDAM ENERGUMINE SONATO. Aunque los personajes tratan de disponerse rellanando el espacio, el sometimiento al marco no impide que los pies de los principales lo desborden y ocupen parcialmente el dintel del arco inferior. Bajo éste, sobre un suelo con las características formas acaracoladas, se ve al santo en pie que ayuda a levantarse al sanado, dándole su mano derecha, quien aparece semiincorporado agradeciendo con su otra mano abierta hacia arriba. La mano divina bendiciente surge en el ángulo superior derecho. El rótulo reza POST RECEPTA SALUTE VALE FACTI HIC.
En la segunda (166 x 79 mm) aparece lo narrado por Braulio en los párrafos 35 a 37. Arriba, dos personajes masculinos se acercan al altar del santuario sobre el que está dispuesta un arca, de cubierta a cuatro vertientes, dispuesta sobre seis pies encima de un altar en paralelepípedo, cubierto por mantel de amplios pliegues, cuyas caídas apenas dejan ver su pie. El primero agarra el relicario e inicia una genuflexión con ojos abiertos, el segundo, que los lleva cerrados, va agarrado a él como si fuera su guía. En una franja superior se lee DE DUOBUS CECIS ILLUMINATIS. En una franja inferior se lee DE CANDELA DIUINITUS IMPLETA correspondiente a lo que se ve debajo. A la derecha, el altar de banco, de mantel cuidadosamente plegado, pero con caídas cortas que dejan ver su construcción en piedra de sillería. Sobre él, pende de cadenas una lámpara de vaso ovoide. En ella, un presbítero, revestido de casulla, estola y alba, introduce un puntero, mientras se vuelve a una mujer a la que aplica en la frente el óleo santo. Así se indica la profundidad del aceite, crecido milagrosamente, como su virtud sanatoria en Eufrisia de Banonico que recupera su vista. Al presbítero se le sugiere una barba incipiente mediante puntos de trépano y los extremos de la estola se decoran con letroides y flecos. Ambos personajes se disponen sobre una franja de escamas insinuando pavimento.
La primera corresponde al relacionado en último lugar entre los ocurridos tras la muerte del santo. De ellos sólo se conserva uno de los asuntos (70 x 73 mm). Una figura semiincorporada mueve, haciéndolas ondear, las caídas del textil que adorna un altar, presidido e identificado por un enorme cáliz, junto al que se hallan depositadas las parihuelas en las que yacía. Sobre ella, aparece una gran mano bendiciente, insinuación de la divinidad elidida, y, a la derecha, asoman dos rostros, masculino y femenino, que serán los padres de la resucitada, a los que, según Sandoval, se veía en el fragmento que falta, llevar el cuerpo en andas, siendo la inscripción completa DE PUELLA PARVULA QUE AD EIUS ORATORIUM EXANIMIS DELATA STATIUM EST RESUCITATA. Conviene resaltar el altar en forma de banco de sillería, dejado al descubierto al moverse el mantel, y los amplios lazos de ensamblaje que apuntan la puerta entreabierta del Santuario, que vemos en otras ocasiones.

Entierro del santoUn ángel avisa a San Millán del momento de su muerte y debajo de esta escena aparece su entierro en el sepulcro con su cuerpo embalsamado. 

Vayamos ahora a las placas de mayor formato que se disponían en los laterales de la parte baja, en cuyo comentario seguiremos el mismo orden que en las vertientes, basándonos en la descripción de Sandoval.
A un lado, la inicial es en la que se representa a San Millán con sus presuntos discípulos más inmediatos (164 x 121 mm). Sobre un suelo formado por los elementos acaracolados vistos en otras escenas, aparece el santo en posición frontal, en pie, con las manos extendidas y revestido de alba, casulla y estola, éstas ricamente decoradas como corresponde a la solemnidad de la celebración litúrgica más importante en un presbítero. Sirviéndoles como acólitos, convenientemente tonsurados y con sobrepelliz sobre el alba, aparecen a su derecha Asello, el presbítero colega presente en su muerte y, a su izquierda, Geroncio y Sofronio, aquellos presbíteros que informaron a Braulio de su maravillosa vida y hechos, el segundo probablemente ya desaparecido cuando redacta la Vita. El primero entrega el cáliz al santo, Geroncio pone en su mano izquierda el corporal a la vez que la coge y besa, el tercero aporta el libro.
Las figuras son de un canon muy alargado, sobre todo las de los ayudantes, que, como es acostumbrado, son de menor talla por ser menos importantes, para ocupar todo el espacio en que los encierra un arco trilobulado apeado en los consabidos capiteles con toques de trépano y fustes entorchados. En su rosca se lee S(AN)C(TU)S ASELLUS, S(AN)C(TU)S EMILIANUS ET S(AN)C(TU)S ERONCIUS ET SOFRONIUS. En sus albanegas figuran las correspondientes hojitas, y sobre él se disponen unos edificios alargados y centralizados con arquerías recuerdo a la Jerusalén celeste. Ésta, acaso, se evoca también con los pies descalzos de los discípulos, como conviene a habitantes de la gloria, que, en el caso de San Millán, van cubiertos con cáligas como corresponde a la solemnidad del resto de su indumentaria.
La siguiente chapa, desaparecida, correspondía al párrafo 26. Abajo había dos carpinteros comiendo con el letrero UBI MAGISTRI HORREI RESIDENT AD PRANDENDUM. Arriba se veía una mano bendiciente saliendo del cielo y San Millán orando con la leyenda UBI LIGNUM CREVIT PER EIUS ORATIONEM.
A continuación venía el episodio del número 24 (166 x 113 mm). A la izquierda, está Millán en pie de tres cuartos bendiciendo con su mano derecha, mientras con la izquierda parece jugar a malabarista con objetos redondeados. Se trata de las piedras que le arroja desde un ático en forma de torre un diablejo, de mucho menor tamaño, caracterizado como tal por sus alas y su cabeza leonina y cornuda, y que un broquel invisible pero inexpugnable impide que le lleguen. A la derecha parece indicársenos el principio de la historia. Dentro de un arco de medio punto con columnas y capiteles de tipo acostumbrado, enmarcado en alfiz en cuyas albanegas lucen las consabidas hojitas, una de ellas perdidas, hay una pareja. El hombre, con calzado y calzas ricas, se vuelve al santo como solicitando protección, semiinclinado y con las manos vueltas hacia arriba. Será el senador Honorio. La mujer, frontal, también aparece con las manos abiertas en señal de agradecimiento. Sobre el alfiz, dos torrecillas flanquean un cuerpo de edificio longitudinal, todos ellos con arquerías. Por la izquierda sobrevuela el diablejo citado, mientras a la derecha asoma su cabeza, como escondido para que no se le detecte. Así se evoca de paso un edificio noble, como corresponde a la categoría senatorial. A comparar con el edificio de la Jerusalén celeste. El suelo está conformado por las formas helicoidales y acaracoladas vistas en otros lugares. La inscripción correspondiente corre por los lados izquierdo y superior del marco: DE DEMONE EXPULSO A DOMO HONORII SENATORIS PARPALINENSIS.
El sueño para visitar a San Felices en Bilibio                                       La curación de un diacono poseído

Expulsando a un demonio de la casa del senador Honorio en su casa de Parpalinas. 

Después está lo relativo al párrafo 31 (165 x 115 mm). Abajo, a la derecha, un individuo tira del ronzal de un caballo que le sigue y hacia el que vuelve la cabeza, señalando con el índice de su mano derecha la dirección hacia adelante.
Detrás, semioculto por la grupa, otro, con un cayado al hombro sujeto con su derecha, camina, estirando el otro brazo con la mano abierta, como dando instrucciones al de cabeza. El suelo está compuesto de las conocidas escamas, escamas que sirven también de marco derecho, mientras en el izquierdo se lee DE EIUS CABALLO A LATRONIBUS/SUBLATO. En la parte superior está San Millán a la izquierda, en pie, como de tres cuartos, con el rostro de barba incipiente a base de los puntos de trépano, sujetando su báculo en tau con la izquierda y un libro con la derecha. Hacia él avanza un personaje de perfil con el ojo cerrado que lleva de la diestra el ronzal, mientras con la otra mano sujeta las crines del caballo que le sigue, cuyo cuerpo oculta parcialmente a otro personaje detrás de mano derecha abierta y cayado al hombro en la izquierda, en el que se aprecia un ojo cerrado y el otro con la característica pupila negra. Ambos habían quedado ciego de un ojo por su delito. El marco inferior y derecho se crean con las habituales escamas, esta vez huecas al centro, mientras que a los lados izquierdo y superior corre la inscripción: UBI POST OCULORUM AMISSIONEM ANIMAL REDUCUNT ET SATISFACIUNT.
Cascos de caballo y pies rebosan la línea del encuadre en la escena inferior, como también la mano indicadora de dirección, no sometiéndose al convenio del marco, lo que no es infrecuente en otras escenas.

Robo del caballo de San Millán por los ladrones Sempronio y Toribio

Después estaba la historia del párrafo 25 (165 x 115 mm). Arriba se encuentra San Millán tendido semiincorporado en un lecho de calidad formado por cuatro montantes entorchados con pies prismáticos y remates abultados, entre los que se dispondría un tablero recto, y tapado por un cobertor. Los pies de la cama son desmesuradamente altos para poder apreciar bajo ella dos personajes arrodillados enfrentados empuñando sendas antorchas. A la derecha e izquierda, el enmarque es de hojitas escamosas caladas, y arriba con la inscripción (DUM IACE)T INCENDUNT parcialmente perdida, al saltar una esquirla a la izquierda que ha hecho desaparecer parte de la cabeza del santo, la mano derecha en que la apoyaba y uno de los montantes de la cama. Los pies y la pierna arrodillada de los energúmenos, que en este caso no van caracterizados como diablos sino como hombres, invaden la franja separadora de la escena inferior, en que se lee SURGIT SE QUOQUE CEDUNT. Se ve a San Millán en la misma cama, de la que ahora se aprecia el tablero parcialmente y situado mucho más bajo que en la anterior, pues no hay que colocar personajes bajo él. Está su cuerpo reclinado hacia el cabecero dispuesto hacia la derecha, contemplando cómo se desarrolla una pelea hacia sus pies. Un individuo, que ha perdido la cara al astillarse el marfil, alza en su mano derecha una antorcha para golpear con ella a otro, situado tras la cama del santo, al que agarra por los cabellos, mientras el otro, encorvado, agarra los suyos y prepara su izquierda para abofetearla. El enmarque lateral e inferior es también de hojitas escamosas caladas.
En el otro costado, y de derecha a izquierda, comienza la narración, como en los de arriba, por lo correspondiente al párrafo 28 (160 x 115 mm). Arriba, bajo el epígrafe DE PARUII VINI MULTITUDINE HOMINUM SATIATA, se ve una mesa, con tres personajes tras ella y otro que se aproxima desde la derecha. Este último, por su vestimenta, más sencilla, parece un criado escanciador acercando la bebida a un personaje que abre los brazos con la cabeza y el torso vueltos hacia él, como alborozado por su presencia. Pero su postura, como resbalando hacia atrás, nos hace sospechar de entrada si no se habrá alegrado con el caldo que servía. Los otros dos personajes están de perfil, el uno con un cuenco que lleva hacia su boca con las dos manos, y el otro enfrentado, como dirigiéndole la palabra, parece como si fuera el propio Millán por su mano derecha alzada en actitud de bendecir, como intermediario de los poderes de Cristo. La mesa se interpreta con convencionalismo totalmente primitivo. Se nos muestran las caídas de un mantel cuidadosamente plegado y movido por algún vientecillo y sobre ellas, a vista de pájaro unos, de perfil otros, sus avíos, una gran fuente gallonada con un pez (acaso una fortera salomonatica como cita el testamento de doña Estefanía), una botella globular, una hogaza y un cuchillo. No se ven los pies en que pueda soportarse su supuesto tablero, pero sí los de los tres personajes que asoman bajo las caídas, como si levitaran, pues quedan por encima del presunto suelo. Bajo una franja que recibe la inscripción: REITERATIO MIRACULI UT SUPRA EN ALI UICE, hay otra escena muy similar. Un criado que avanza, esta vez desde la izquierda, empuña un odrecillo con ambas manos sirviendo en el cuenco a uno de los huéspedes, de perfil y con la cabeza levantada, como diciendo “basta”, mejor que saludando. Tras él, otro personaje parece recoger con ambas manos el cuenco que le acaba de entregar el cuarto individuo, quizá criado, por su vestimenta, aunque no es imposible que se lo esté devolviendo para que lo llene.
Delante de los tres últimos está la mesa, concebida como la de arriba, como si las caídas del mantel, de factura menos cuidada, fueran el tablero en que reposan cuchillo, pez sobre gran fuente gallonada, botella y pan al que, en este caso, se ha representado falto de un buen trozo. También los personajes parecen levitar aunque, bajo sus pies, se ha labrado un suelo con las características formas helicoidales al que no acaban de alcanzar.
La anterior se refiere a la muerte del santo que se narra en el párrafo 32 y al fin del 34 (160 x 115 mm). Arriba se ve a San Millán tendido sobre una cama, distinta a las vistas antes pero asimismo de calidad, formada por cuatro postes torneados y decorados rematados en bolas y de pies troncopiramidales y con largueros asimismo trabajados. Se puede apreciar el colchón y almohada. Bajo el cobertor, de cuidadosos pliegues, asoma el cuerpo con los brazos entreabiertos como agradeciendo la visita del ángel, alado y con aureola, que aparece desde la derecha inclinándose hacia él, con los brazos extendidos y palmas abiertas, testimonio de salutación y mensaje. Al extremo izquierdo se rellena el hueco con un arbolillo que luce dos hojitas de sabor musulmán, como las vistas en las enjutas. En franja perlada superior se inscribe: UBI DE SUO EI TRANSITU REVELATVM EST. Debajo se halla la sepultura del santo. Se ve el frente izquierdo de un sepulcro decorado con las características escamas. Dos personajes a cada extremo sostienen el cadáver, que tiene los brazos cruzados hacia el vientre, envuelto en vendas, pues su calidad habrá hecho embalsamarlo.
Detrás del sarcófago, un clérigo inciensa hacia la cabeza del difunto con un incensario labrado de forma ovoide. Al extremo izquierdo, otro individuo sostiene una cruz procesional de brazos patados, como la que aparece en la escena de la muerte, aunque menos labrada. El rótulo en la franja perlada que separa ambas escenas dice UBI A RELIGIOSIS UIRIS CORPUS EIUS UMATUM EST.
La de más adelante responde al párrafo 29 (160 x 112 mm). Arriba la escena queda desdoblada en otras dos. A la izquierda un servidor, de tres cuartos, con las manos alzadas, como explicándose, se dirige al santo, también de tres cuartos, que empuña en la derecha su báculo (prácticamente perdido). A la derecha, el santo, de perfil, arrodillado y con las manos abiertas alzadas, ora ante un altar cubierto con doble mantel, en lo que se finge una capilla mediante el consabido arquillo de medio punto, del que se aprecian los capiteles y, parcialmente, los soportes del tipo ya descrito, sobre el que monta el acostumbrado tejado para espacio rectangular flanqueado por dos cuerpos centralizados, éstos perforados por ventana y óculo. Tal construcción rompe la cenefa para la inscripción superior que dice HIC DICITIS NICIL SUPERESSE, por lo que la segunda parte se aclara en la rosca del arco HIC CHRISTU INPLORAT. Debajo falta algo más de la mitad de la escena inferior, incluida buena parte de la inscripción que decía en total (DE ADVENTANTIUM DAPIBU)S SUBITO ADLATIS. Como en la multiplicación del vino, se ve una mesa, en las caídas de cuyo mantel aparecen, de derecha a izquierda, un cuchillo, una redoma, lo que puede ser un cubilete o un trozo de queso, un mollete, otro cuchillo, otra redoma, otro queso o cubilete. Tras ella, hay dos personajes casi completos en pie, mirándose uno a otro y gesticulando con los brazos.
En el brazo del de más a la derecha se apoya la mano de un tercero al que, acaso, corresponda un brazo que se ve parcialmente sosteniendo un pescado, si no corresponde al segundo. Según Sandoval, aparecían aquí un caballero y dos de a pie con peces y panes en las manos, lo que me hace sospechar que ya en el siglo XVI faltaba algún trozo de los presentes enviados por Honorio. El suelo se compone con las escamas tan socorridas.
La penúltima responde al párrafo 33 (160 x 116 mm). Arriba se ve de frente la puerta de una ciudad en arco de herradura con sus hojas, en que se aprecian alguazas y travesaños de refuerzo, vistas desde el interior. Sobre su trasdós hay decoración vegetal. Una imposta de cuerda doble marca un segundo cuerpo, con dos grandes vanos de medio punto de apeos, roscas y entrepaños labrados por los que asoman sendas cabezas barbadas. Encima, el suelo de almenas y merlones con cuatro de éstos rematados en pirámides, la última de las cuales vuela como sugiriendo matacán aunque, quizá, el artista quiso representar el lateral con perspectiva forzada. Por ese lateral avanzan cuatro personajes barbados de tres cuartos, el de delante con bastón en su izquierda y mano derecha abierta, alzada en señal de saludo, hacia San Millán, situado al extremo derecho, que empuña su bastón en tau con la derecha, mientras sujeta un libro con la izquierda.
La faja sobre la mitad derecha y el lateral de ese lado contiene la inscripción explicativa DE EXCIDIO CANTABRIE AB EO DENUNTIATO. En la zona inferior se repite, en sentido contrario, la muralla, que ahora ocupa la parte derecha.
Presenta sus vanos cerrados y, a las tres cabezas del almenado, corresponden escudos, uno circular y dos del tipo de cometa, que parecen como colgar del muro. Desde la izquierda avanzan dos caballeros, que parecen montados a la brida, empuñando grandes espadas. El de delante, revestido de loriga de malla desde la cabeza hasta la rodilla y yelmo con protector nasal, coge del cabello a un individuo al que levanta del suelo para descargar el golpe. Se tratará del Abundancia a cuya muerte alude la Vita. Tras él, otro habitante de Cantabria espera su vez. En la franja que separa esta escena de la anterior se lee UBI LEOVIGILDO REGE CANTABROS OCCIDIT. Bajo los pies de Abundancio puede verse una pequeña forma acaracolada, sugiriendo el suelo del que es izado, y sobre el que todavía apoya el pie su compañero.

Leovigildo vence a los cántabros.
La pieza central de esta parte del relicario se ocupa, en el registro superior, de la predicación de San Millán en Cantabria, anunciando su ruina si no cesaban en sus revueltas. En el espacio inferior aparece Leovigildo montado a caballo en el momento de ajusticiar a Abundancio, previo a la destrucción de Cantabria. 

Por fin, la última por la derecha o primera por la izquierda, era la majestad de San Millán, con su figura junto al sol y la luna, representados por dos figuras con hachas encendidas, y el letrero MAIESTAS CLARA SOLE ORTO ET LUNA, al decir de Sandoval.

Multiplicación del vino
La placa derecha representa dos milagros de la multiplicación del vino y cómo logró satisfacer a grandes multitudes. 

Por todo lo dicho puede advertirse que se encargó a los artífices exponer en figuras todo lo narrado por San Braulio en su Vita. Solo están exceptuados los capítulos, XIII, XIV y XV (párrafos 20 a 22 de Vázquez de Parga) que tratan de casos de endemoniados de los cuales, al fin y al cabo, ya había otras representaciones en el arca.
Se ha señalado, sobre todo por Harris, la multiplicidad de manos que han intervenido en la talla, correspondientes a más de los dos eborarios (acaso carpinteros) efigiados en la plaqueta correspondiente, Simeone y, probablemente, Garsias. Ahora bien, si es cierto que hay una fuerte desigualdad de unas a otras, sobre todo comparando la calidad del Cristo con el resto, no lo es menos que las posibles diferencias deriven más del propio sistema de trabajo en material delicado y de exiguas dimensiones en el que los arrepentimientos son casi imposibles.
A mi parecer, el maestro principal se habrá ocupado de delinear en superficie todas las plaquetas, para que luego Simeón y, probablemente, algún otro colaborador muy secundario, comenzasen a abrirlas. Como muestra de su valía para hacerse con el trabajo, habría labrado el Salvador y, luego, la mayor parte de otras, como la de San Millán con sus seguidores, la muerte y exequias, las anunciaciones y las de personajes como Blas, Munio, Ramiro con Aparicio o Pedro con Munio. Terminaría detalles en algunas más, como las relativas a San Millán joven, la casa de Honorio, la pelea con el demonio, las del incendio, que habrían de anotarse en su mayor parte al quehacer de Semeón quien sería responsable del acabado de casi todas las demás.
Las convenciones comunes a la práctica totalidad de ellas, alguna de las cuales conviene reiterar, así me lo sugieren. Una es la sistemática utilización de hojitas como escamas, tanto las cerradas, como las abiertas al centro. Estas últimas sirven, sobre todo, para fingir nubes o para enmarques, aquéllas tanto conforman éstos, como se usan de suelo, decoran el frente del sarcófago, componen tejados de edificios o las formas acaracoladas de roquedos y pisos, incluso las cabelleras en general o las plumas de las alas. Su utilización sistemática en el cielo de fondo del Pantocrator que fue de la colección Larcade en París, junto con la tipología de rostro y plegados, me hacen considerar éste como del mismo taller, probablemente de Simeón. Aparte de los brazos de cruz que se dice proceder de San Millán y pequeños tramos del reverso de la cruz de Fernando y Sancha, no los conozco en otro marfil. Otra sería esa interpretación de los suelos con formas de caracol que ya he indicado; pueden proceder de marfiles carolingios a través, quizá, de sus derivados de la escuela de Winchester, y con cierto parentesco con el cielo en que apoyan sus pies algunos apóstoles del arca de San Juan y San Pelayo de San Isidoro de León, uno de los cuales, por cierto, lo hace sobre una línea de las hojitas escamosas un tanto distintas. En cuando a las rayitas paralelas subrayando los sombreados de los pliegues que se utilizan, quizá con mayor finura, en el arca de las Buenaventuranzas procedente de San Isidoro de León, podrían buscárseles paralelos en piezas más finas y, probablemente, más tardías de las cercanías del Canal de la Mancha, como los Ancianos del Apocalipsis procedentes de Sant-Omer.
Hay aspectos que parecen más propiamente hispánicos. Así las hojitas como acanto de enjutas y otros serán imitación de la eboraria musulmana y no faltan, como tampoco el punteado de trépano, en obras como el altar portátil y los brazos de la cruz que se supone salida de aquí, donde puede verse el precedente punteado de barbas. Ello contribuirá a reconsiderar la atribución de Engelram y Rodolfo de la autoría de los marfiles y adjudicarlos a hispanos que pueden haber sido el discípulo Semeón y el presunto García. A mayor abundamiento, tanto la cruz citada, como la más tardía de Mansilla, fechada en 1109, presentan las escamas en sus bordes, escamas que se verán en las producciones del taller leonés, ya citadas, además del tratamiento de cabellos en alguno de los apóstoles citados y que no faltan en los tejados de los edificios del arca de las Buenaventuranzas como tampoco las arquerías de enmarque sobre columnas salomónicas. Las fuentes artísticas, si las hubo, desde luego serían hispánicas, como lo son las literarias. Sandoval, para publicar La Vita, utilizó “un libro gótico con iluminaciones tan notables que se colige bien su grande antigüedad”, es decir, que contenía ilustraciones. Tal libro pudo ser el mismo, o no, proporcionado por don Jorge de Beteta a Felipe II para la biblioteca de San Lorenzo, que todavía conserva la del robo del caballo y tenía otra de la lucha de San Millán con el diablo a comienzos del siglo XX. Este códice presenta la misma variante de lección al fin del capítulo XXI que tiene la edición de Sandoval. Aunque pudieron ser ediciones distintas, basada una en la otra. Y, de todas maneras, la historia de marfil no deriva claramente de la miniatura aludida.
Aunque en otro lugar se menciona ello, hay que aludir a la intencionalidad de los comanditarios con esta obra para atraer visitantes al lugar, confirmando la posesión de un cuerpo santo en un arca refulgente, pues hasta los propios marfiles estuvieron dorados, y cuajada de pedrería, como morada celeste a conseguir, y las posibilidades de salvación para los que contribuyeron con sus donativos a su culto. Por cierto que, por entonces, la orden benedictina no parece haber querido con ella mostrar los mismos afanes de antigüedad y venerabilidad de que alardearía a partir del siglo XVI. Buena prueba de ello es que, si afirma a través del arca la santidad y efectos taumatúrgicos de Emiliano, no se molesta en identificar a éste ni a los posibles componentes de su colegio con su orden concreta, mientras sí lo hace con los personajes contemporáneos de la construcción del arca, miembros de la congregación, vistiéndolos con el escapulario.
La cuestión es que hay una importante agilidad en la narración y un cierto verismo en esta complicada y larga historia en la que la imaginación suple con creces una cierta falta de destreza por parte, al menos, de uno de los eborarios y ciertos fallos en interpretaciones perspectivas. De los más aparatosos, el que nos presenta el San Millán cuidando ovejas al que la realidad exige tocar un cuerno pero la literatura pide cítara. Y ésta se coloca en un primer plano y de frente, para que se vea bien por el espectador, pues la mano no es capaz de presentarla de canto, en profundidad. Y eso que algo de la perspectiva a la antigua no es desconocida por el maestro más práctico, como lo demuestra la presentación de las camas o del manto colgado. Lo mismo podría decirse ante el posible matacán o los comestibles y levitación de los comensales, cuya representación se hace necesaria para la comprensión de la historia y la forma de hacerlo pasa desapercibida frente al realismo del caballero cogiendo del pelo al cántabro o la alegría de los invitados. No digamos ya en las peleas. Ello obliga a veces a salirse del marco impuesto.
Por último, habrá de indicarse algo sobre ubicación del taller, los artífices; lo lógico sería pensar en Nájera, donde ya hacia 1024 aparece Nuño orepze, y más tarde Marguani en 1056 y donde estaría establecido el Almanius del frontal hecho para Santa María la Real a mediados del siglo XI, aunque es cierto que a mediados del siglo XI se mencionan torneros en lugares tan próximos al monasterio como Tello en Santurde, Oveco y Gonzalo en Madriz. Allí pudieron establecerse también Rodolfo y su padre Engelram, nombre que da a conocer por primera Goldschmidt, y allí estaría Simeón y su maestro, quizá García.
Conviene hablar también de los personajes representados en el arca puesto que, al fin y al cabo, son los inspiradores y los costeadores del relicario y porque ayudan a comprender la cronología. Para mí, la Translatio del monje Fernando no es fuente para conocer la época de construcción, sino que fue precisamente el arca una de las fuentes que utilizó éste para su relato. Él mismo dice que el traslado se realiza en 1067 y, a continuación, añade que habían pasado 503 años desde la muerte del santo, error, confusión que permitió a Ferrradio darle una fecha más acertada que la que normalmente se le asigna, y más próxima a la que considera Gaborit y calculo yo.
La colaboración de los reyes Sancho y Placencia sería muy importante y por ello, y por su categoría real, se colocarían a ambos lados del Salvador. La inscripción alusiva a él, suppecciens al decir del anónimo del siglo XVIII atribuido al padre Romero, lo indica con claridad, mientras el dive memorie aplicado a doña Estefanía, me hace considerar que estaba muerta y su última mención es de 1077, precisamente en la documentación emilianense. Al abad Blas se le considera constructor del arca. Su abadiato parece iniciarse en 1069, aunque se ha querido adelantar a 1067. Desde luego, como cabeza del monasterio tanto en lo espiritual como en lo temporal o económico, era el primer interesado en su realización, que tantos beneficios podía reportar en ambos sentidos. Junto a él, ambos tendidos en postura de entregarse en cuerpo y alma, está el escriba Munio del que sabemos que era presbítero y será el redactor de tantos documentos emilianenses expedidos entre 1060 y 1087. Él sería el encargado de señalar los asuntos que debían representarse y redactar sus inscripciones, de acuerdo con la Vita de San Braulio, que habría leído y oído recitar con frecuencia y que no es imposible que hubiese copiado.
Y de su autoría serían los versos alusivos a San Millán que se leían en dos franjas a cada lado del arca y los correspondientes al Cristo Juez que contorneaban el frente principal, unos y otros esmaltados en negro sobre oro.
De los personajes que aparecen en el frente secundario, Ramiro debe de ser el hermano de Sancho, como ya observó Moret, siguiendo la costumbre de la dinastía de titular reyes a los hijos secundarios. Aparte de lo que contribuyese en materiales preciosos para el arca procedente de las parias zaragozanas, sabemos que hizo diversas donaciones en Calahorra, de la que fue señor un tiempo, y en Leza de río Leza a San Millán y en Villoria a su decanía de San Martín de Berberana en 1058, 1072 y 1079, antes de morir en la traición de Rueda. Favoreció asimismo a San Martín de Albelda, Santa María la Real de Nájera y a San Prudencio de Montelaturce, por cuyos documentos sabemos que se rodeaba con su propia curia, con mayordomo, alférez y escriba. Acaso a ella pertenecía el Aparicio escolástico oferente junto a él. A éste, sólo dos veces, en 1075 y 1076, lo vemos confirmando un documento real, como miembro de tal escola. En 1077 confirma una donación con doña Placencia. En 1086 donó una viña a la alberguería emilianense en Nájera, donde tenía otras propiedades, y otra en 1102.
El conde Gonzalo se identifica desde Ferrandis con Gonzalo Salvadórez señor de Lara. Aparece tempranamente, en 1062, en relación con San Millán en donaciones de sus padres y luego lo hará en numerosas ocasiones hasta su muerte en Rueda, aunque quizá el hecho más interesante de su actividad en beneficio del monasterio fuese su intervención en el acuerdo logrado con el rey Sancho, en guerra con los castellanos en 1073, para que se permitiese a sus gentes de Lara viajar libremente a territorio najerino para visitar a San Millán. Pero su primera mujer, Elvira, no debe fallecer hasta 1072 o 1073, casando luego con Sancha.
En cuanto a doña Auria, podría identificarse con la compañera de la reina Estefanía, viuda del rey García, a quien ésta deja en su testamento encargada de administrar sus bienes de Cañas, la alberguería de Nájera –y de ahí que se la llame a veces Auria de la Alberguería–, y de las cantidades obtenidas de la venta de su ajuar de orfebrería destinadas a invertirse en la obra de Santa María la Real, a quien ella misma cedió tierras lo mismo que a Valvanera entre 1056 y 1074. Pero sus contactos con San Millán parecen bastante exiguos. Ahora bien, si hemos de creer la lectura del manuscrito dieciochesco atribuido al padre Romero, que dice Aralla, debiéramos pensar en otra persona. La P puede confundirse con R en otras dos inscripciones del arca (expetit montes, recepta salute) y ellos nos daría el nombre de Apalla o Palla. Ello permitiría identificar al caballero Gonzalo con don Gonzalo González, que con su mujer doña Palla hacían traditio corporis et animae a San Millán en 1078 con todos sus bienes para después de sus días. Al año siguiente confirmaban en otra donación de bienes en Bañares. Don Gonzalo confirma diversos documentos relativos a San Millán entre 1055 y 1079, entre ellos la donación real en 1075 de Santa María de Bañares, en la que se le llama mediador y rector de ese territorio. Pero también el citarlo como de ilustre memoria en el arca, parece sugerirnos que ya estaba muerto.
El Pedro Abad que se representa lo fue entre 1058 y 1068, pero debió de seguir ostentando el tratamiento después, pues se le cita como tal junto a los abades Blas en 1079 y Álvaro en 1084. El libro que lleva quizá hace referencia al Liber comitis que terminara en 1073, mientras su acólito Munio no es fácilmente monje identificable. Aparte de que son varios los Munio que aparecían en el arca (refitolero, sacerdote, clavero, etc.), entre 1070 y 1085 se cita en la documentación alguno sin indicaciones que nos permitan aclarar de cuál de ellos se trata, lo que es extensible al compañero del Gomesano prepósito, quizá alguno de los varios Munios que aparecen como donantes en el cartulario, después ingresado en el convento. Muy dudoso el Munio converso de 1087. En cambio, al prepósito Gomesano se le ve actuando en negocios monásticos al menos en 1079, 1084 y 1092. Vigila o Beila es nombre harto frecuente en el este de Castilla y Álava. Probablemente, el negociante Vigilano sea el don Vigila presbítero que confirma en 1084. Junto a su nombre, la expresión collegue omnes servía, junto a los personajes del cuadrito, para resaltar que, al fin y al cabo, toda la congregación había participado en la magna obra.
En resumen, a los fieles se exponía una multitud de personajes como ejemplo a seguir en su devoción a las reliquias del santo y del monasterio, a la vez que para el espectador de hoy le dan muy atractivas pistas de cuáles eran los pasos a seguir en la elaboración de tales preseas.
Creo que debió de durar un cierto tiempo la elaboración de la misma y que, probablemente, no se terminó antes del 1080, según presumía Gaborit, de acuerdo con las fechas de actividad de los personajes indicadas arriba.

Arca relicario de San Felices
En noviembre de 1090, de acuerdo con la Translatio atribuida al monje Grimaldo, el abad Blas de San Millán traía a su monasterio las reliquias del ermitaño Felices, sacándolas de su sepulcro sito junto al altar de la iglesia del castro de Bilibio. Para ello había contado con la anuencia y el permiso del rey Alfonso VI y, además, con el del señor de la tierra, Lope Íñiguez, y de su mujer Tecla.
No parece que pueda ponerse en duda la veracidad de tal relato, aunque Dutton haya considerado que tal texto es otro amaño del monje Fernando a comienzos del siglo XIII. La diversa documentación confirma que en esa fecha vivían todos los personajes citados y que, por entonces, en la última década del siglo XI, comienza a añadirse San Felices a San Millán en la advocación del monasterio.
Ello ha llevado a los estudiosos a considerar que, a poco de la traslación, se hizo un arca de la que procederían los marfiles de que vamos a ocuparnos. En el texto aludido no se menciona nunca un arca ni tampoco en los Miracula que lo continúan, atribuidos al mismo Grimaldo. En el Liber miraculorum beati Emiliani se menciona el altar de San Felices “que ahora se llama de San Pedro” y parece deducirse que, cuando se quería conseguir lluvia, en la misma arca se trasladaban procesionalmente las reliquias de San Millán y San Felices a Suso.
La primera cita que conozco del arca de plata en que se guardaban los restos de San Felices debe de ser de avanzado el siglo XIII, pues se menciona en un Inventario de reliquias existentes en la iglesia de San Millán de Yuso que, entre otras, registra de San Francisco, muerto en 1226.
Entonces estaba colocada sobre el altar de San Juan, ubicación del cuerpo del maestro de San Millán que se leerá en otros documentos a partir de 1268.
La cuestión es que tal arca fue mandada rehacer por el abad don Pedro Sánchez del Castillo hacia 1487-1490, según recogen diversas fuentes que no se ponen de acuerdo en el año exacto, que, probablemente, fue el 1489. Sandoval, a quien seguirá el padre Risco, dice que fue en 1451, aunque él no parece haber leído directamente la inscripción en la que figuraba tal fecha. Jovellanos indica la era 1490, mientras el manuscrito atribuido al padre Romero habla de 1487 y hace referencia a los gastos que hiciera ese abad, registrados en el Libro de la Mesa Abacial. Un anotador anónimo en el siglo XVIII del ejemplar de Sandoval existente en el monasterio coincide bastante con el anterior en una larga nota marginal manuscrita, indicando que el coste fue de cien mil maravedís, y, aunque su texto parece cortado en parte, se lee lo suficiente para que diga tal precio en referencia al Libro de la Mesa Abacial y que la inscripción colorada del arca, bajo un viril bastante chico, constaba de dos líneas concéntricas en que se leía PETRUS ABBAS FIERI IUSSIT//ERA MCCCCLXXXVIII, expresando que había habido un yerro al utilizar la palabra era en lugar de año. El 1490, del que habla Jovellanos, sugiere redondeo, mientras es muy probable que el rótulo bajo el cristal, que acaso no fuera el originario, rematase en cuatro unidades, lo que casaría con la cifra 1451 aludida por Sandoval. No sería el único ejemplo en La Rioja de difícil lectura de ciertas fechas en piezas de finales del siglo XV, a la que parecía corresponder tal relicario de acuerdo con lo que se cuenta en los propios textos de Sandoval y Jovellanos. Sabemos por otras fuentes que el mismo abad mandó construir otras piezas de orfebrería, entre ellas otra arca de plata dedicada a muy diversas reliquias, cuya traslación se verificó en 1483. El arca sería parcialmente destruida por los soldados franceses en 1809, durante la exclaustración josefina, a fin de extraer sus materiales preciosos, como sucedió con la de San Millán. Al retornar los monjes, se hizo una nueva en 1817, aprovechando la estructura de la antigua, cuatro marfiles y algún cristal que, luego, en 1944, se integrarían en la actual, construida en los talleres Granda. Otras dos plaquetas aparecerían después en el mercado.
La reconstrucción del arca gótica no es fácil aunque exista la descripción publicada por Sandoval y alguna otra referencia, incluida la de Jovellanos. Debía de seguir el mismo esquema de la realizada en 1817, caja con cubierta a dos vertientes, pues Sandoval alude a un “campo triangular” en la parte superior del frontispicio, pero la estructura de la que actualmente subsiste, conservada al interior de aquella, al fabricarse a comienzos del siglo XIX, es de prisma cuadrangular, de la mitad de la altura indicada por el obispo de Pamplona (35,5 cm). Sus lados van unidos con colas de milano y el solero es a canto. A un costado venían ocho figuras de plata sobredorada “cada una en su tabernáculo curiosamente labrado”, lo que aludirá a los pilares y tubas de encuadre. Y, efectivamente, la caja presenta en un costado cuatro como hornacinas ahuecadas que corresponderían a los cuatro tabernáculos inferiores, mientras otros cuatro habría en la vertiente. Al otro lado venían seis figuras de plata sobredorada de cada parte y cuatro placas de marfil, que eran las del Salvador con sus apóstoles, la Última Cena, la entrada en Jerusalén y las Bodas de Caná, que irían dos en la cubierta y dos en el cuerpo, separadas por parejas de apóstoles superpuestos en pilares. En uno de los frentes (ambos van cajeados) se veía la placa de la Resurrección del hijo de la viuda de Naim, arriba el blasón del monasterio, dorado y esmaltado, y encima un gran cristal contorneado por tres cruces de cinco piedras cada, acaso rubíes, esmeraldas y topacios. En el otro, estaba la Curación del ciego de nacimiento debajo de otro blasón en plata y esmalte con cuatro bandas pequeñas rayadas y otras cuatro moradas, que serían las del abad Pedro del Castillo, encima del cual estaban cuatro piedras, una parda y tres de cristal. Debajo de una de éstas, como viril, estaba el letrero colorado que, según Sandoval, decía PETRUS ABBAS FECIT ANNO 1451, tan distinto en su tenor del transcrito antes que recoge el anónimo del siglo XVIII. La tapa plana actual, con tres cerraduras para sujetarla a los laterales y manillas para extraerla, debe de ser incluso posterior al siglo XVII.
Pero vayamos a lo de la época, que interesa ahora, que son las seis placas de marfil, estuvieran en un arca anterior a la gótica o procedan de otro mueble litúrgico, tal como un frontal, puesto que todas ellas relatan pasajes cristológicos y sólo dos podrían servir de paralelos a prodigios atribuidos a Felices de Bilibio. La disposición que tenían en el arca del siglo XV parece más bien caprichosa, pues no se aprecia clara secuencia de una a otra, ni por la representación ni por el tamaño. Quizá por ello, el informante de Sandoval, que tampoco debía de ser muy ducho en temas iconográficos, no las entendió tan claramente como las correspondientes al arca de San Millán. Claro que en ellas había letreros de los que carecen éstas. Como aquéllas, éstas irían también sujetas a la madera mediante pasadores de hueso o marfil y sobredoradas.
La del frente secundario es, quizá, la más complicada de interpretar, “de quince figuras sin rétulo más de que parecen santos” dice en el libro de Sandoval. Ese número de personajes se ve en ella todos con aureola. Está compartimentada en dos registros en sentido horizontal y se compone de tres trozos (14 x 21 cm). Arriba, de izquierda a derecha, se ve una arquería de dos huecos rebajados sustentados en columnitas de capitel vegetal que se trasdosan por tres tejadillos de doble vertiente, vistos como en sección, uno en los riñones del primero y otros dos sobre el segundo, que es de menor luz. Bajo ellos, un joven, que sostiene un palo torneado o candelero, se recuesta en leve contraposto en el larguero de una cama o andas de patas en estípite y piecero y cabecero bajos con su cobertor, en el que apoya su mano derecha. Detrás, una mujer con las manos juntas y cara afligida se inclina hacia ellas, mientras delante, otro jovencito, de espaldas a ella y ya bajo el arco pequeño, se apoya con una mano en el piecero y con la otra se agarra a la última columna. Fuera ya de la arquitectura, un personaje masculino de perfil y a mayor escala, que ha de ser Cristo por su nimbo crucífero, bendice con su diestra y muestra con su izquierda abierta a un joven, que se inclina con las manos juntas, a tres mujeres que parecen hablar entre sí al acogerlo y son de la misma estatura que el Salvador. Abajo, contrapesando en diagonal a este grupo, se aprecia otro formado por otras cuatro figuras masculinas, conversando dos a dos, vestidas con amplios mantos y sujetando libros. En correspondencia con el extremo superior izquierdo, en el extremo inferior derecho se repite el doble arco, esta vez trasdosado por arquillos de medio punto, a través de los cuales asoman dos cabecitas, una de ellas perdida. Bajo el arco menor hay un joven encorvado de escala más pequeña, saludando con la mano derecha abierta y aferrándose a la columna con la izquierda que mira hacia el arco extremo, el mayor, donde se hallan dos figuras femeninas tocadas conversando, una de las cuales sostiene un paño, cobertor de las andas o camilla situadas ante ellas, en la que hay un niño desnudo sentado. Goldschmidt pensó, con dudas, que podría tratarse de la Resurrección de la hija de Jairo y de la Resurrección de Lázaro. Para Camps, muy dudosa, podría ser la Resurrección de Lázaro y la Presentación en el templo. Ruiz de Galarreta se inclinaba por la Resurrección de Lázaro y la del hijo de la viuda de Naim, mientras Peña indica este mismo asunto y la Natividad de San Juan Bautista. Para Estella se trata sólo del episodio de Naim, de acuerdo con el relato de Lucas (7, 11-18) que recogerá luego Taciano (49, 1-10), repartido en varias secuencias: “Iba Jesús camino de la ciudad llamada Naim y con él sus discípulos y mucho gentío. Y cuando estaban cerca de la puerta de la ciudad he aquí que sacaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, que era viuda e iba con ella grande acompañamiento... Así que la vio el señor, movido a compasión, le dijo: no llores. Y arrimóse y tocó el féretro y los que lo llevaban se pararon. Dijo entonces: Muchacho, yo te lo mando, levántate. Y luego se sentó el difunto y comenzó a hablar, y Jesús lo entregó a su madre […]. De todas estas cosas informaron a Juan sus discípulos.” Estella piensa que debe leerse de abajo a arriba y de izquierda a derecha, opinión que no comparto. Tampoco conozco cuál ha podido ser la fuente figurativa de esta composición, tan distante a las otonianas o románicas, con las que coincide sólo en la presencia del niño sentado en el féretro sobre las andas que, normalmente, aparecen sobre los hombros de sus porteadores. Pienso en códices del círculo de Echternach o en el frontal de la catedral de Salerno. Pero parece que arriba está claro el féretro parado junto a la mujer llorosa y dos figuritas como porteadores junto a las puertas de la ciudad, como Cristo resucita y entrega su hijo a la madre, como los cuatro apóstoles significan el cortejo. En cuanto al final, le encuentro la lógica de seguir figuraciones ya conocidas para que se identifique mejor la escena y, de paso, conseguir una mejor simetría y equilibrio compositivos, como se hace con los apóstoles respecto a los personajes de arriba.
Hay que recalcar la gran calidad de ejecución del casi altorrelieve que presentan las figuras, concebidas como de carnes rotundas que se anuncian tras las vestiduras. Éstas se pliegan en zigzag y con ritmo de crecimiento en ondas, tan característico del románico, base de un doble lineado. Su aspecto de serenidad y equilibrio los aleja conceptualmente de la obra del relicario de San Millán, confiriéndoles un aspecto de monumentalidad. Pero el equilibro contrasta con una cierta agitación que aparece en las caídas de túnicas y mantos, como si un vientecillo soplase abullonando los paños en su parte inferior, supuesto que el poco movimiento de las figuras es bastante reposado. Esta caligrafía la veremos repetirse en varias de las placas. Es común con la utilizada por ilustradores de manuscritos contemporáneos del propio monasterio y de otros lugares, como de varios escultores. También volveremos a encontrar la utilización sistemática de esa especie de secciones de edificios para sugerir la ciudad al espectador.
En el frente principal estaba un quadro a lo largo de figuras de marfil que tiene dieziséis figuras. La una es un monge revestido puesta la mano a un niño pequeño en los ojos y los demás están de pie con libros en las manos y todos tienen aureolas. Está también repartida en dos escenas superpuestas (14 x 22 cm) y se compone de tres piezas, aunque presenta alguna grieta más. Su lectura será igual a la anterior. Arriba, desde la izquierda, se ven dos arcos de medio punto desiguales apeando en columnillas de fuste salomónico, sobre cuyo trasdós aparecen tres secciones de edificios con tejado a dos vertientes y otras dos de construcciones redondas. Bajo ellos, dos personajes, dispuestos tras una mesa o altar con su cubierta textil y un tercero en pie, como saludando, dirigen su mirada hacia el exterior. Allí, un personaje de menor escala, encogido, con las piernas flexionadas y manos abiertas hacia arriba en actitud de súplica, estocado en los ojos por otro a doble escala, Cristo, pues su nimbo es crucífero, tras el que se hallan a la misma escala otros cuatro individuos, indudablemente apóstoles discípulos, pues van provistos de libro. Abajo, el personaje chiquito, con los ojos cerrados, se acerca a tientas a una extraña corriente de agua ondulante, como cascada horizontal, que gira sobre sí misma y produce un alto surtidor, situada al extremo izquierdo. De espaldas a él, a mayor escala, otra figura masculina encogida, con una mano hacia arriba en súplica y otra hacia abajo, es bendecida por un personaje con nimbo crucífero, tras el que se hallan otros cuatro portadores de libros, los dos últimos más bajos, como situados bajo dos arquillos sobre columnas salomónicas con los consabidos tejadillos en sección sobre el trasdós.
Ha de tratarse de la Curación del ciego de nacimiento que relata Juan en su evangelio (9, 1-41), tal como señalara Goldschmidt y se viene aceptando, aunque Camps pensó que, además, estaba la curación del paralítico. Los arquillos de la parte superior serían el templo con sus fariseos del que acaba de salir Jesús, templo que ya aparece con su altar en el Códice Púrpura de Rossano. Abajo el ciego se acerca tanteando a la fuente que ha sido representada de muy diversas formas. Ya es una piscina bautismal (Sant’Angelo in Formis), bien piscina alimentada por acueducto (Códice de Reichenau), o alto pilar cilíndrico del que cae potente chorro (Códice Aúreo de Nuremberg) o fachadita adosada con su pila (frontal de Salerno). Por ello no debe extrañarnos la curiosa forma que adopta aquí. A continuación vemos el nuevo encuentro propiciado por Cristo, en que el ciego se convierte. Los arquillos finales que enmarcan parte del cortejo de los apóstoles testigos serán exigencia compositiva para contrabalancear los de arriba, de modo que haya un equilibrio en la escena inferior y en el conjunto, como sucedía en la plaqueta anterior. El estilo y la manera son los mismos de aquélla, tratando de mantener la rotundidad de las formas y la doble línea en la formación de los plegados. A señalar la curiosa indumentaria de Jesús, revestido con casulla de presbítero u obispo.

Curación de la hija de la viuda de Naín 

De las cuatro que adornaban uno de los laterales, la que en Sandoval se denomina “de dos mesas con sus ánforas” se conserva parcialmente en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid (15,8 x 7,1 cm y 15, 7 x 4, 6 cm), faltándole la parte central. El Estado adquirió ambos trozos en Vitoria en 1942 y en Burgos en 1986, respectivamente. Ya Camps advirtió, al publicar la parte izquierda, que se representaba en ella el Milagro de las Bodas de Caná, opinión confirmada por Moralejo, que hizo una reconstrucción del total al dar a conocer la segunda. Como en las anteriores, el asunto se divide en dos registros. Arriba hay tres personajes sentados tras una mesa, el primero, con capa corta anudada al hombro, parece dirigir una súplica, con manos abiertas hacia arriba, a los otros, mientras la mujer que hay a continuación, con toca cerrada hasta los hombros, parece dirigirse al tercero, del que queda algo menos de la mitad y ha de ser Cristo por ser el único que lleva nimbo y además es crucífero. De la mesa, rebordeada por moldura en cuarto bocel, se ve una mitad del tablero a vista de pájaro, como volcada hacia el espectador, con un pan y un cuchillo en la misma posición y una fuente de pie con pescado de perfil, mientras las caídas del mantel, de amplios pliegues ondulantes con rica orla, se representan de frente.
Abajo hay un poyo de sillería sobre tres columnitas y, encima, tres grandes jarros de cuerpo y asas labrados. De espaldas a ellos, un hombre en pie sujeta algo que no se ve, pues parte de sus manos iban en el fragmento que falta. En el otro trozo se repite arriba el poyo con tres jarros, mientras abajo se ve un hombre de aspecto joven, con manto corto afiblado, probablemente de pie, que recibe un objeto esferoidal de alguien de quien solo se ve un fragmento de mano, pues el resto estaría en lo desaparecido, con el que conversa. Van situados tras una mesa con perspectiva similar a la de arriba, aunque su mantel no lleva la orla rica, en la que se hallan una hogaza o mollete, otro medio pan y parte de una fuente o tajador con vianda. Moralejo reconstruye el conjunto situando otros dos personajes tras Cristo arriba, el que ofrece o recibe abajo más un servidor que recogería en un jarro el líquido contenido en otro, que sería lo que estuviese sosteniendo el joven de la parte inferior izquierda. Acaso lo que recibe, o entrega, el individuo de la derecha sea un reciente globular con vino tales como los que se ven en el arca de San Millán y en tantas representaciones islámicas y cristianas anteriores al siglo XIII. Aunque aquí sólo esté dotada de aureola la figura de Cristo, es indudable que estamos ante el mismo escultor de las otras historias, según revelan las formas en general. Hay que destacar cómo se ha hecho la cesura del asunto por el soporte de las seis tinajas que menciona el evangelio, por cierto, próximas a la disposición de mesas de altar románicas. Ello nos ayuda a comprender mejor que la historia debe leerse de un tirón desde la izquierda arriba a la derecha abajo, haciendo abstracción del corte. Esto puede aplicarse perfectamente a la historia del ciego y nos explicaría mejor la presencia de la ciudad sugerida en que se inscriben los dos apóstoles inferiores, con estricta sujeción al marco y simetría respecto al templo, a la izquierda en la parte de arriba. Y también servirá para leer adecuadamente la historia de la Resurrección, considerando que se iniciase en la parte superior, de modo que la dueña llorosa sea la madre, los dos personajillos bajo las arquerías, los porteadores que salían de Naim y que, al final, a la derecha, abajo del registro, se repita el féretro con el muchachito sentado junto a la ciudad para equilibrar la simetría y porque los sistemas de representación así lo requerían desde antiguo.
En ese frente se hallaba también la que no cabe duda representa la Entrada en Jerusalén (13 x 20 cm), dividida en cuatro fragmentos que en origen debieron de ser tres y a la que el texto de Sandoval denomina “la entrada de Egipto”. Cristo, con nimbo crucífero, avanza hacia la derecha sobre montura aparejada con un tejido con fimbria bendiciendo con su derecha mientras sujeta las riendas con la izquierda. Tras la grupa aparecen dos personajes, del delantero de los cuales se ve que sostiene un libro y una llave, luego será Pedro, y sus pies asientan en formas acaracoladas como suelo. Ante el burro, escalonadas en altura, hay cuatro figuras como de jóvenes también con aureolas. El de más abajo, en pie, levemente inclinado, esgrime en su izquierda dos palmas y en la derecha un hacecillo de ramas apuntado hacia el suelo. El siguiente se echa hacia delante, como si fuera a postrarse, sujetando con las dos manos otro hacecillo. Sobre ellos, como flotando en el aire, otro sostiene un vástago con tres palmas y un cuarto extiende una túnica ante él. El conjunto se encuadra entre dos torrecillas de tres cuerpos, con vanos redondos o de herradura a diversas alturas, rematadas en tejados cónicos. Se trata de la ciudad de Jerusalén a la que entra Jesús con sus discípulos, significados por los dos apóstoles, mientras las gentes tienden ramas o sus vestidos a su paso (Mateo, 21,7-8; Marcos 11, 7-8; Lucas, 19, 35-40) o llevan ramas en las manos (Juan, 12, 12-14). El Evangelio de Nicodemo (1, 3) indica que son los hijos de los judíos los que reciben a Cristo, por lo que a veces se les representa como niños, y Taciano (11, 6-9) precisa que las ramas son de olivo. Lo esencial de la composición, en este caso concreto, parece calcado de alguna miniatura. Basta compararla con los códices de Echternach de El Escorial o el Museo de Nuremberg. Pero no es imposible que estuviese contaminada por lo oriental, de donde saldrían los dos muchachos voladores que, en origen, andarían subidos a un árbol en lugar de salir de la torre derecha.
La Última Cena (15x 25 cm) se nos presenta contaminada por la traición de Judas. Está formada por tres piezas, la central con una esquirla desprendida. La historia se muestra en un escenario de arco trilobulado sobre columnillas de fuste salomónico que se trasdosa con las características secciones arquitectónicas evocando la ciudad. Una gran mesa rectangular, similar a las ya descritas, pero cuyo tablero se ve entero ahora, corta en dos el escenario junto con las caídas frontales de su tapete que cierran por abajo. Sobre ella se ve un pan, un cuchillo, una fuente con pez, un medio pan, otra fuente con pez, otro pan, una tercera fuente con pez, un cuchillo y otra media hogaza. Tras la mesa aparecen Cristo y los apóstoles de medio cuerpo, todos nimbados y relacionándose entre sí, cinco a su derecha y seis a la izquierda, que más parecen estar de pie que sentados.
El último de la derecha alarga la mano para coger una media hogaza, mientras el primero debe de ser Pedro, a juzgar por la llave que lleva en una mano, además del libro en la izquierda. El que le sigue presenta una hermosa cuchilla. Si lo identificáramos con San Pablo que, aunque históricamente no pudo participar en el acto no deja de representarse a veces en él, estaríamos probablemente ante la más antigua figuración del mismo en el arte español en este asunto. A la izquierda, el que está junto a Cristo y se dirige a él, lleva un rollo en su derecha y será Juan por su aspecto juvenil. Su manto va anudado al hombro, como el del extremo, mientras en otros se sujeta con una fíbula. En ese mismo lado, el penúltimo también sobrepasa la línea de la mesa, de donde parece haber cogido un trozo de comida. Al centro, Jesús sujeta contra el borde del tablero un libro con su izquierda a la vez que alarga la otra mano por encima de éste para ofrecer un bocado a Judas Iscariote, que se sitúa en el lado opuesto de la mesa. Está arrodillado y con las manos hacia adelante, de acuerdo con el texto de Juan (13, 26-27) en que al traidor se le denota por recibir un trozo de pan mojado de manos de Cristo. Esta delación, frecuente en el románico hispano, suele ir acompañada por la actitud de Judas cogiendo otro bocado, un pez normalmente, tal como se aprecia en San Isidoro de León, San Baudelio de Berlanga o la Biblia de Ávila, y que ya se ve en los comienzos del siglo XI en algún manuscrito otoniano. Así se concordaban, como lo hizo Taciano (155, 13 y 20), lo que dice el evangelio de Juan con lo advertido por Mateo (26, 23) y Marcos (14, 20). Quedamos con la duda de si esas manos alzadas en cuenco no estarán dirigidas hacia el pescado más que orantes.
La variedad de actitudes de todos los personajes, con el romper la barrera de la mesa que hacen los dos citados, contribuyen, junto con la disposición de Cristo y Judas, a mitigar el aspecto hierático del conjunto.
Pero el hieratismo se acusa fuertemente, en cambio, en la sexta placa, que representa a Cristo con ocho apóstoles (17,3 x 24,7 cm), cuyo paradero desconozco. Estaba formada por tres piezas. Como en la anterior, un arco, esta vez pentalobulado, sobre columnillas salomónicas y trasdosado por las secciones de edificios acostumbradas, casi todos arquillos de medio punto, enmarca nueve personajes. El central, totalmente frontal, es Cristo, con las manos abiertas de frente, en salutación y revestido de pontifical, como Supremo Sacerdote. Los otros están también de frente, aunque sus cabezas se vuelven hacia Cristo, en cuya dirección señalan sus dedos índices o saludan con la mano abierta, en tanto que en la otra sujetan un libro, casi todos siguiendo el rito de manos veladas, aunque los dos de los extremos lo hacen extrayéndolas del manto. De acuerdo con las convenciones al uso, sus alturas se escalonan, concediendo importancia relativa a cada personaje a la vez que se someten al marco. El interés por la simetría es muy intenso, revelándose en detalles tales como hacer que los situados a la derecha de Cristo señalen o saluden con la mano derecha y lleven el libro en la izquierda, mientras en los de ese lado sucede al contrario, cambiando de mano. Otro tanto podría decirse de los mantos abrochados, que los presentan sólo los situados a ambos lados en segundo plano, aunque uno lo sea con fíbula y el otro anudado. O las estilizaciones vegetales, como las hojitas que aparecen entre sus pies o los del propio Cristo, éstas de formas helicoidales. El inmovilismo es casi total, hasta el punto de que los característicos revoloteos inferiores en mantos sólo se perciben y con dificultad en los dos apóstoles inmediatos a Jesús.
En cuanto al asunto aquí figurado puede que haya de considerarse como Cristo Sumo Sacerdote presidiendo el colegio evangélico, derivado probablemente de una composición oriental.
Esta pieza no se colocaría en el arca reconstruida en 1817, probablemente por no hallarse ya en el monasterio. En el propio siglo XIX salió de España, pasando por la colección tolosana de Edgar Barry y la parisina de Spitzer. Cuando ésta se vendió a partir de 1893, pasaría a la colección Figdor de Viena y, tras las subastas de esta última en 1930, iría a parar a Berlín, donde se pierde su pista. Acaso desapareció en la segunda guerra mundial.
Estos marfiles, que no han tenido el éxito de crítica de los del arca de San Millán, acaso por ser de iconografía más habitual, tienen una calidad de ejecución muy superior, como se indicaba arriba. Pero es bien cierto que sus sistemas de representación los hacen mucho más fríos. Aunque, como también se decía, pueden ser originarios de un arca, también podrían proceder de un frontal con la historia de Cristo, tal como el de la catedral de Salerno, que hubiese habido en el propio monasterio de San Millán, donde, al final del siglo XII, había uno que llevaba nada menos que ciento diez marcos de plata (más de 25 kilos) y doscientos cincuenta y seis maravedís de dorado (casi un kilo de oro) y, probablemente, algún otro.
Diversos indicios inclinan a considerar que el artífice conocía las plaquetas del arca de San Millán o que se le sugirió que se acomodase en detalles a ellas. Así, las columnitas entorchadas, los esbozos de edificios en altura, los arquitos de herradura que no semeja saber componer, la vegetación convencional de suelos o el desdoblamiento en altura de las historias. Aunque no dejan de ser lugares comunes en la época. Ello indicaría que trabajó allá o en el propio Nájera, probablemente en los alrededores del año 1100.
Y de lo que no cabe duda, como señaló Moralejo en su día, es que se trata de un decisivo eslabón en el desarrollo de la corriente escultórica hispanolanguedociana que se difundirá entre Toulouse y Santiago de Compostela en los finales del siglo XI y los cominos del XII.

 

 

 

 

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