La Cataluña meridional en la Plena Edad
Media
Las fronteras y La expansión del condado
de Barcelona
Las tierras meridionales catalanas se
encontraban en los confines del condado de barcelona y de la frontera superior
andalusí en el siglo XI, al norte y al sur respectivamente. allí se configuró
una franja fronteriza, salpicada de castillos a lo largo del río Gaià y en la
cabecera del río Francolí, que marcaban los extremos de las tierras cristianas.
Al sur, Tortosa, una destacada ciudad musulmana, cerraba el extremo occidental
de la Frontera Superior de Al-Andalus. La conexión interior entre Tortosa y Lleida,
otra urbe andalusí, y el avance cristiano en tierras vecinas favorecieron la
existencia del valiato de Siurana en el siglo XI. Se desarrolló como una
circunscripción de defensa que custodiaba la comunicación entre las dos
ciudades a través de las montañas de Prades, donde se levantó una fortificación
en Siurana “sin igual en la tierra”. el control militar del valiato se
extendía hasta las partes altas del Camp de Tarragona y tenía diversas
posiciones militares en sus extremos, reconocibles en la toponimia como
Alforja, Borges, Aleixar, Almoster, Alcover y otros lugares. Las tres regiones
rodeaban la gran planicie del Camp de Tarragona, convertida en tierra de nadie
tras el abandono definitivo de Tarragona por los musulmanes a mediados del
siglo X.
Una descripción de al-Himary, Kitab al-Rawd
al-Mitar mostraba una Tarraquna abandonada y deshabitada, donde se organizaban
expediciones desde Siurana para emboscar a los cristianos, quienes a su vez
atacaban a los musulmanes. Las emboscadas respondían a la recuperación de la
ruta del litoral durante el siglo XI. Su reactivación se respaldó con la
erección de fortificaciones cristianas en la zona litoral de los extremos del
condado de Barcelona a lo largo de dicho siglo. Los cristianos controlaron la
actividad y la defensa de la ruta que seguía el trazado de la antigua Vía
Augusta desde la protección ofrecida por cerros y colinas litorales, donde
fortificaron sitios como Berà, la Pobla de Montornès, Creixell, Clarà,
Altafulla e incluso Tamarit. Las caravanas musulmanas, que seguían estas rutas
mercantiles, hacían su última parada en tierras andalusíes en el Ribat o Rápita
de Cascall, hoy Sant Carles de la Ràpita, que tuvo un impulso con toda
seguridad desde finales del siglo XI.
La expansión cristiana alcanzó el curso bajo
del río Gaià a mediados del siglo XI y se consolidó la amplia frontera contra
sarracenos o Marca del condado de Barcelona en torno al río mediante una
destacada castralización de la zona, con castillos como el Catllar o la Riera
del Gaià. Señores y campesinos se asentaron en los sitios encastillados y el
conde de Barcelona, Ramon Berenguer I, estableció en el castillo de Tamarit un
lugar principal de la defensa del distrito fronterizo. Tal era su interés por
dominar este enclave que pagó por él trescientas onzas de oro en 1049. Desde
esa posición, se emprendería la conquista de Tarragona, aunque otras
vicisitudes postergaron la ocupación militar de la ciudad muchas décadas. La
discontinuidad política o militar caracterizaba la ocupación de estos espacios
extremos cristianos y respondía a la realidad de los poderes feudales, que eran
operativos en ámbitos muy reducidos y sobre todo se movían por intereses
patrimoniales. Se construyeron torres y castillos en zonas próximas a la ciudad
de Tarragona. Linajes como el de los Castellvell o de los Claramunt ampliaron
sus ya destacados dominios en la zona entre el río Gaià y el río Francolí. Por
ejemplo, la familia Montoliu señoreaba Puigdelfí en 1066 y la de los Castell-vell
un amplio dominio que iba desde Cubelles hasta Tamarit, y más allá como Centcelles
en el río Francolí junto a Constantí. Desde las décadas centrales del siglo XI,
Tarragona estaba rodeada por una serie de poderes feudales en posiciones
militares estratégicas, como en el avanzado castillo de Montoliu u otros
enclaves tan sólo a seis kilómetros de la ciudad.

Castillo de Tamarit
A mediados de siglo XI, la conquista de la
ciudad de Tarragona se asoció a la idea de restaurar la sede metropolitana en
la misma ciudad, que se desmarcaba de soluciones anteriores y concedía a la
urbe una trascendente capitalidad en todos los sentidos. Este proyecto de
expansión del conde de Barcelona abrazaba hasta las tierras andalusíes del
Ebro, según dejaba constancia en su testamento. Ramon Berenguer I había
confiado la dirección política y militar de la reocupación de la ciudad al
vizconde de Narbona, y le concedió Tarragona cum ipso comitatu Terragonensis.
La nueva entidad territorial o condado prefiguraba una nueva circunscripción
territorial, que más tarde fue la región del Camp de Tarragona. El proyecto era
una novedad en todos los sentidos y fijó las bases de la posterior conquista y
organización del ámbito tarraconense. Sin embargo, el conde de Barcelona
pensaba en una inminente ocupación de Tarragona, y dio instrucciones precisas
para la construcción de un castillo, reservándose el derecho de recalar sus
naves, y explícitamente las que transportaban las parias. La revitalización
mercantil y de relaciones con el mundo andalusí estaba en los orígenes de la
reactivación de las tierras cercanas a la abandonada ciudad tarraconense.
La restauración de la sede abandonada fue un
resorte ideológico principal y un elemento de legitimidad destacado. Tras la
toma de Toledo, la primacía de las iglesias de todos los reinos hispanos recayó
en Toledo, como se recordaba al arzobispo de Tarragona desde el papado. Con
todo, el papa Urbano II instó a Berenguer Ramon II y a otros magnates
catalanes, como a los condes de Urgell y Besalú, a que ayudasen al obispo de
Vic en la restauración de Tarragona. Además, el pontífice concedió la carga
penitencial asociada al “peregrinaje” de los que iban a Jerusalén a los
participantes en la restauración de Tarragona. Así, a finales del siglo XI,
otros elementos de la ideología de la época como el ideario cruzado y, sobre
todo, la reforma de la iglesia incidió en el proyecto condal de ocupación de Tarragona.
En este contexto, el conde de Barcelona Berenguer Ramon II concedió la ciudad y
todos sus bienes al papa Urbano II en 1090, que vinculaba la eventual conquista
a la sede pontifical. Dicho conde estaba bajo la sospecha de fratricidio, y el
donativo podía tener un carácter penitencial. Esta donación preludiaba la
formación de una entidad de gobierno dominada por la iglesia y que se
desmarcaba de las fórmulas de poder propias de la época en la región vecina,
caracterizadas por concesiones de castillos y dependencias vasalláticas. Era
una empresa de restauración eclesial concretada en la sede episcopal
tarraconense y que más adelante situó a la ciudad y al territorio o Camp bajo
la autoridad del arzobispo. El programa dejaba atrás las pretensiones de
liderazgo, o de cierto control, que en su momento había ambicionado el conde Ramon
Berenguer I.
Todo apunta a que el obispo de Vic estaba
decidido a ocupar Tarragona, y participaba de algún modo en el ideario de
guerra “por la cruz” dirigida por la iglesia, que culminaría en el
llamamiento de Urbano II en Clermont en 1095. El obispo estableció caballeros
sujetos a su autoridad en castillos fronterizos para ejecutar la conquista de
Tarragona desde allí. Formaban lo que más tarde sería una “cofradía”
militar: vivían comunitariamente, hacían prestaciones militares o donativos y
obtendrían la remisión de sus pecados. Al parecer intentó la ocupación en 1091,
sin éxito. La estirpe condal, en la persona del conde Ramon Berenguer III
recuperó el proyecto de conquistar Tortosa, que se convirtió en su prioridad a
finales del siglo XI. Para ello, alcanzó pactos con el conde de Pallars para la
eventual ocupación militar y feudal del territorio y con los monjes
benedictinos de Sant Cugat para la restauración de la sede episcopal de
Tortosa. Era una medida ajena a las propuestas reformistas en auge, y apostaba
por una institución monástica, que era fiel a su linaje.
El empuje y la presión de los almorávides
interrumpieron la ejecución de las conquistas y la restauración eclesiástica de
Tarragona y Tortosa. Algunas novedades, y la conquista efímera de Mallorca por
los pisanos, ayudados por Ramon Berenguer III, explican que el papa Pascual II
tomase bajo su protección y tutela, por el “servicio” a la iglesia, a la
familia condal en 1116. No se mencionaba la restauración de Tarragona, pero se
reforzaban los elementos de vinculación vasallática del conde en relación al
pontífice que había tejido la anterior donación de Tarragona. A pesar de este
clima, o tal vez en este contexto, el conde de Barcelona, Ramon Berenguer III,
cambió los términos del anterior proyecto de restauración previsto por
Berenguer Ramon II hasta darle la vuelta.
Se alejaba de la vinculación específica que su
tío había establecido con el papado y que el papa había renovado.
En la nueva propuesta de restauración y de
ocupación de la ciudad, el conde libró Tarragona y su territorio al obispo de
Barcelona, Oleguer, quien pasó a convertirse en su vasallo. Como hizo con los
benedictinos de Sant Cugat, en Tortosa el conde prefería confiar la
restauración a un hombre de su ámbito de influencia, como era Oleguer. Su
cometido era impulsar la repoblación y ejercer el gobierno en el amplio
territorio y de la urbe. Con todo, el conde se reservaba tierras y un palacio,
que eran señuelos de su preeminencia en el nuevo ordenamiento. además, se
intitulaba hispaniarum marchio, y daba testimonio de su posición
principal en las eventuales conquistas hacia tierras andalusíes. Tarragona
estaba aún deshabitada en sus palabras y su ocupación era el preámbulo a
ulteriores avances hacia el sur. El territorio concedido era muy amplio, único
en relación a otros donativos coetáneos, y anticipaba las nuevas
circunscripciones asociadas a ciudades en las tierras de la Cataluña Nueva.
Tarragona abrazaba desde Tamarit hasta Montroig
por el litoral y hasta las montañas de Prades en el interior. Esta donación
situaba a Tarragona como eje del programa repoblador y en definitiva como
capital dominical, política y eclesiástica de una amplísima región.
Oleguer no ejecutó el cometido condal. Intentó
establecer una cofradía militar entre 1126 y 1128, y finalmente confió en un
prestigioso caballero normando, Robert Bordet, la ocupación de la ciudad y el
Camp en 1129. Le encomendó ejercer la guerra en defensa de la cristiandad,
prescindiendo del vínculo vasallático que tenía con el conde. No solo debía
ocupar una ciudad abandonada, sino que tenía un cometido con resonancias de
guerra santa. El arzobispo le concedió mucho poder, le nombró príncipe, y pese a
que el cargo era conocido en las fuentes eclesiásticas, era excepcional para
referir a los vasallos. el título de príncipe de Tarragona implicaba una
posición preeminente como cabeza secular, explícitamente militar o judicial al
servicio de la iglesia. A partir de ese momento, se emprendió la repoblación
del Camp de Tarragona.
Robert Bordet confió a otros señores, vasallos
suyos, la ocupación de sitios o feudos en el territorio tarraconense. La
vinculación personal comportó el pago de rentas y dependencia jurisdiccional de
los mencionados lugares a los poderes de Tarragona. Desde entonces, la ciudad
se convirtió en el centro de dominación del territorio y se inauguró una nueva
fórmula de ocupación feudal que entrañaba la dependencia de una amplia región
con una ciudad principal. Se desarrolló en Tortosa, Lleida y en las conquistas
del siglo XIII con las destacadas Mallorca y Valencia. En el mundo andalusí,
los conquistadores encontraron urbes populosas y ricas, y así Tortosa fue una
de las principales ciudades catalanas medievales en contraste con una Tarragona
bastante menos desarrollada.
Las conquistas y la ocupación feudal
Desde el condado de Barcelona se habían
proyectado las conquistas de la Cataluña Nueva, aunque el conde quedó en un
segundo plano en las acciones para ocupar Tarragona. Su protagonismo aumentó a
mediados de siglo XII, cuando lideró las conquistas de las tierras andalusíes
vinculadas a Tortosa (1148), Lleida (1149) y Siurana (1153-54). En esas
regiones repartió las tierras conquistadas, organizó los poderes feudales y
estableció algunas pautas de gobierno o con vivencia. Todo ello conllevó el
aumento de su participación, que reforzó indirectamente mediante el
establecimiento de aliados fieles en los principales centros de dominación
feudal, beneficiados con generosos donativos. La actividad militar y cierta
acción de gobierno reportaron un mayor despliegue de la autoridad condal.
La empresa de Tortosa había sido principal en
las aspiraciones expansionistas del condado de Barcelona, al menos desde
mediados del siglo XI. Ramon Berenguer IV estableció varios pactos para
impulsar la expedición, como el alcanzado con el conde Guillermo de Montpellier
en 1136. Según el acuerdo, Guillermo sería su brazo militar y el delegado de su
poder en Tortosa, por lo que le concedió la ciudad y varios castillos. Sin
embargo, el acuerdo más trascendente fue alcanzado con la república de Génova
en 1146. Los genoveses atenderían a la conquista de Tortosa como un episodio
dentro de un programa muy ambicioso de conquistas, con vértices en Almería,
Tortosa y finalmente Mallorca. Admitían, con todo, cierto liderazgo del conde
de Barcelona y para las regiones deseadas por Castilla del rey Alfonso VII. En
1146, Ramon Berenguer IV alcanzó otro convenio con su senescal, Guillem Ramon
de Montcada, quien fue beneficiado con “el señorío” de Tortosa, que se
concretó en un tercio de las rentas de la ciudad y territorio.
La condición de líder del conde de Barcelona en
las eventuales conquistas recibió el espaldarazo del papa, quien impulsó la
guerra santa también para los escenarios peninsulares. El clima de cruzada,
favoreció las contribuciones militares recibidas para la conquista de Tortosa,
que procedían de sitios lejanos, no solo de Génova, sino de Inglaterra, Francia
o Italia e hizo posible la conquista de Tortosa tras un destacado asedio. La
armada genovesa fue capital en el desarrollo militar, y templarios, ingleses,
el flanco genovés o el condal completaron el plural ejército que alcanzó la
ciudad andalusí. El conde solo pudo tomar esta ciudad, bien provista de
defensas gracias a la ayuda de otros contingentes, siendo determinante la
participación genovesa. La capacidad militar condal era reducida, y por ello
pactaba con otros condes, como haría con el de Urgell para la toma de Lleida al
año siguiente.
Pese a su dependencia militar con otros grupos
y líderes, Ramon Berenguer IV reforzó su autoridad tras sendas conquistas. En
el territorio de Tortosa, organizó el mapa patrimonial y fijó las condiciones
para la vida urbana en la ciudad conquistada. Seguramente, la consolidación de
su autoridad, y en un cierto sentido de su legitimidad, le permitió intervenir
en zonas que anteriormente habían escapado a su influencia. En este sentido,
sus acciones en la cabecera del río Francolí empezaron a limitar el auge de
importantes linajes de implantación local como los Cervera, establecidos en la
Espluga del Francolí o de los Puigverd. La fundación del monasterio
cisterciense de Poblet fue una estrategia condal para frenar el despliegue de
los Cervera en la región en 1151. La familia Cervera, y otros linajes, habían
intensificado los lazos con vasallos mediante concesiones de feudos, poco
después de la conquista de Lleida y en los prolegómenos de la del vecino
territorio de Siurana, donde aspiraban a imponerse. Las migraciones hacia los
nuevos territorios conquistados afectaron a la organización de propiedades y
señores en las tierras de la “retaguardia”. Así sucedió en la Conca de Barberà,
o en el territorio de Tarragona, cuando se aceleró la consolidación de los dominios
feudales con el propósito de frenar las usurpaciones por parte de señores
recién llegados, la marcha de vasallos, y sobre todo de pobladores al sur o
hacia Lleida. Además, la conquista del valiato de Siurana afianzó las
ocupaciones feudales, en especial en el Camp de Tarragona, al eliminarse el
peligro de los ataques andalusíes desde las montañas. Dicha conquista
fortaleció el poder condal en esas regiones, puesto que finalmente fue el único
administrador de la empresa.
En Tarragona, las relaciones entre los señores
se habían enturbiado a mediados de siglo, y en especial los lazos entre el
príncipe de Tarragona y su señor, el arzobispo. En un giro radical, el prelado
confirió los derechos de Robert Bordet a Ramon Berenguer IV en 1151. Pese a que
el conde logró cierto poder en una región que había escapado a su acción, solo
se atrevió a intitularse príncipe de Tarragona unos pocos meses, y la estirpe
de los Bordet siguió mandando durante décadas, aunque con muchas controversias
e incluso conflictos armados.
Esta familia, el arzobispo y el conde de
Barcelona o más tarde su hijo, el rey Alfonso “el Casto”, concedieron
feudos en esas fechas y en años sucesivos, que incrementaron el establecimiento
de poderes feudales en el Camp de Tarragona. Las concesiones fomentaron la
ocupación poblacional y la defensa para evitar la pérdida de pobladores y
disponer de prestaciones militares en las luchas entre los señores de
Tarragona. Mediante estas infeudaciones se fijaban las nuevas dependencias
militares y jurisdiccionales. Los vasallos beneficiarios de los feudos
recibieron el encargo de fortificar y poblar, e impulsaron la colonización
agraria. Dicha política promovida desde la cúspide del poder señorial en
Tarragona definió la organización del poblamiento en el Camp de Tarragona con
una serie de localidades destacadas y favoreció la centralidad de la ciudad en
la región. Sin embargo, no todos los vasallos mantuvieron la fidelidad a los
señores de Tarragona. Algunos señorearon territorios al margen o en
contraposición de la dominación tarraconense, como sucedió con los señores de
Cambrils, la familia llamada de Cambrils.
Las inmediaciones de Tarragona se habían
poblado en las primeras décadas del siglo XII, patente en la cadena de señores
que existía en Montgons, cuando fue infeudado nuevamente en 1149. Se
intensificó la feudalización del entorno de la ciudad y se impulsó la ocupación
feudal del litoral a partir de los años cincuenta. Los tres señores de
Tarragona libraron feudos para extender su poder y presencia a través de fieles
vasallos, y a veces un mismo sitio fue objeto de una doble infeudación, que se
explica en el contexto de la lucha por el dominio de Tarragona. Podemos
fijarnos en algunas infeudaciones, como la mitad de Riudoms que fue concedida a
Arnau Palomar por parte de Robert Bordet y Cambrils a Pons de Regumir por el
conde en 1151 y 1152 respectivamente. Ambos tenían que fortificar y poblar
dichos lugares. Luego, en 1155, Ramon Berenguer IV concedió carta de población
a Cambrils, con el objetivo de gozar de la fidelidad y de las rentas de los
lugareños. Sin embargo, las tentativas condales fracasaron puesto que un señor
establecido por Robert Bordet en 1151, de nombre Bertran de Cambrils se
convirtió en el único señor del territorio. El intento de Ramon Berenguer IV de
introducirse en el Camp de Tarragona quedó muy limitado y de hecho neutralizado
por las acciones de Robert Bordet y familia, que concedieron sitios como la
Boella, Salou, Vilafortuny o Burgà a sus vasallos.
Contemporáneamente, el arzobispo infeudó otros
sitios en ámbitos próximos como Reus en 1154, y en ocasiones fijó un acuerdo
con un vasallo diferente al establecido antes, como en Raurell o Barenys. La
exigencia del servicio de armas y de residir en Tarragona muestran como el
prelado buscaba vasallos fieles y próximos cuando se agravaba el conflicto con
los Bordet.
La ocupación feudal de la región litoral fue
una prioridad tanto en la región de Tarragona como en la de Tortosa. Tal
prioridad atendía a la necesidad de consolidar la seguridad en la zona costera
en un periodo de dinamismo comercial y seguramente respondía a dificultades en
las zonas más interiores, sobre todo las vecinas a las montañas con todavía
presencia andalusí. En el distrito de Tortosa, el conde, Ramon Berenguer IV
impulsó la ocupación de la zona en la desembocadura del río Ebro al infeudar la
aldea (1148?), Amposta (1150), la Ràpita (1150) o Camarles (1150), poco después
de la ocupación cristiana de Tortosa. Los intereses mercantiles iban trenzados
a otros políticos, y el auge del poder condal encontró en el despliegue
comercial, en especial de Barcelona, otro ámbito de desarrollo. Así, Ramon
Berenguer IV aplicó el programa de paz y tregua a las naves que circulaban en
las costas de dominación de su condado, según se reflejó en el usatge omnes
quippe naues. Según éste, las embarcaciones de Barcelona gozaban de dicha
protección de paz y tregua, según se decía sub defensionem principis
Barchinonensis a capite de Crucibus ad portum Salodi, es decir, del cabo de
Creus al puerto de Salou.
Salou marcaba el extremo de dicha
territorialidad en el sur, donde había una fortificación según la infeudación
que Guillem Bordet, hijo de Robert, había hecho a Pere Rasura en 1157. El
dominio abarcaba cien leguas infra maris, y el vasallo obtenía derechos en la
jurisdicción marítima, que era suficientemente operativa y atractiva como para
fijar los mencionados derechos. Referencias sobre salinas, caza, pesca y “honores”
con dedicación agraria confirman la ocupación poblacional y la actividad
económica diversificada en el ámbito de la Pineda y Salou a mediados del siglo
XII. No parece que la ocupación hubiese fracasado, como se ha planteado a la
hora de explicar la donación de Salou en 1194 por parte del rey Alfonso el
Casto. Seguramente, esta fue el resultado de su interés de imponer su
dominación allí en detrimento de otros señores.
En las tierras del territorio de Tarragona, los
señores situados en la cúspide del dominio tarraconense desarrollaron
estrategias para lograr prestaciones y enclaves militares o vasallos fieles,
para hacer frente a los ataques navales musulmanes, del interior y otros de
carácter feudal a mediados de siglo. Luego, una década más tarde, se llegó a la
máxima hostilidad entre dos bandos, uno asociado a los Bordet y otro al
arzobispo, y la ciudad y Camp de Tarragona padecieron los efectos de una guerra
feudal. Esta empezó a zanjarse tras el asesinato del hijo de Robert Bordet,
Guillem, en 1168 y la venganza familiar que asesinó al arzobispo en 1171, Hug
de Cervelló.
A diferencia de lo que estaba sucediendo en el
ámbito de Tarragona, en la región dertosense, así como en Lleida y en parte en
Siurana, el conde de Barcelona, Ramon Berenguer IV administró la conquista en
todos los sentidos. Los acuerdos anteriores a las empresas militares forzaron
donativos, dando importantes dominios a los genoveses, un tercio, a su senescal
y a los templarios, un tercio y un quinto de la parte condal, concretadas en
rentas en este último caso. La condición de liderazgo del conde en el reparto
se explicitó en la carta de población de Tortosa de 1149, como más tarde en la
de Lleida, donde entre otras acciones se atribuyó la función de repartir las
tierras.
Era, sin duda, una innovación respecto a las
pautas de feudalización conocidas en las tierras más al norte, donde el sistema
de infeudación y encastillamiento fueron principales. Ahora, el rector del
proceso daba cierto sentido de autoridad pública a su acción y procedía a la
plena ordenación de todos los poderes cristianos establecidos en la ciudad y en
el territorio. La situación de emergencia tras la ocupación de una ciudad
musulmana explica sus variadas y distintas actuaciones. La sucinta legislación
dertosense de la carta de 1149 perseguía la existencia pacífica entre los
nuevos pobladores cristianos y su asentamiento definitivo allí. La prioridad
era reocupar pacíficamente una urbe con una actividad económica destacada y
explotar a la población musulmana sometida. Por tanto, no se podían correr
riesgos por falta de organización o de liderazgo entre los conquistadores,
ahora más o menos sujetos a un nuevo orden. Se buscaba la paz y el equilibrio
entre los señores, los nuevos pobladores, así como neutralizar los intentos de
oposición de los conquistados. En cambio, entre los musulmanes se propició la
desunión, también de forma estratégica, algunos se exiliaron, otros fueron
esclavizados, algunos quedaron como campesinos dependientes como exaricos, como
en Miravet o Ascó, y algunas élites fueron relativamente protegidas o
favorecidas.
En el distrito de Siurana, el conde de
Barcelona libró los feudos, y aunque teóricamente estaban situados en la
dominación arzobispal del Camp de Tarragona, hizo valer su condición de
conquistador. Consciente de que su actuación iba en contra de los eventuales
derechos del señor del territorio de Tarragona, refirió los lugares del antiguo
valiato que estaban en terminos de Siurana, reivindicando así sus derechos de
conquista. Concedió, primero, carta de población de Siurana, donde encomendó a
su vasallo Bertrà de Castellet el reparto de tierras y casas. Favoreció, igual
que tras la conquista de Tortosa, la rápida repoblación y la expulsión o
neutralización de la población musulmana. Además, el conde recordaba a los
nuevos moradores que eran sus “vasallos verdaderos”, quedando Bertrà en
un segundo plano, más como representante suyo que como señor. Luego, infeudó
alforja a Ramon Gavalgand y Albiol a Joan Martorell en 1158, utilizando la
fórmula típica del Camp de Tarragona de fortificar y poblar. El interés de una
pronta imposición de los conquistadores en ese distrito de montaña motivó
también la concesión de la carta de población de Prades en 1159.
Ciudades, pueblos, castillos y
monasterios
Las conquistas de la Cataluña meridional y
Lleida tuvieron tres ciudades principales como eje de la ocupación y dominación
de su territorio. Otros centros de poder, impulsados desde mediados del siglo
XII, fueron las localidades o pueblos fortificados, los monasterios y los
grandes castillos meridionales en manos de las órdenes militares. Un nuevo
tejido de poderes y una nueva jerarquización de espacios en estas regiones
modificaron las fórmulas de ocupación que habían caracterizado la feudalización
de la Marca del condado de Barcelona. De ahí las diferencias, aún parcialmente
visibles, entre la configuración poblacional al este y al oeste del Francolí,
donde contrasta una zona ocupada con castillos al este de otra organizada en
pueblos notables que guardan más distancia entre ellos.
En Tarragona y en Tortosa se desarrollaron
fórmulas de gobierno municipal desde los inicios de la ocupación feudal. En Tarragona,
se establecieron dos jueces con competencias judiciales y cuyo cometido era
vigilar la correcta ocupación de las propiedades agrarias. A lo largo del siglo
XIII, se consolidaron las instituciones y las normativas municipales. El
arzobispo tarraconense, Bernart d’Olivella (1277-1287), incrementó las
prerrogativas de las incipientes instituciones ciudadanas, personificadas en
los jurados, al dotarles con más atribuciones judiciales, el control de la
provisión de cereales y la disponibilidad de sello y bandera, siendo estos
atributos expresión de su capacidad de gobierno al margen de la señoría. En
Tortosa, el conde Ramon Berenguer IV instauró la curia, que fue conocida como
los prohombres, y promulgó una serie de disposiciones legislativas, acordes al
texto de los Usatges, producido en su corte. Este impulso regulador se fue
ampliando y culminó en la redacción del códice monumental y excepcional de las
Costums de Tortosa entre 1272 y 1277. El texto estableció todo tipo de normas
para la vida dertosense de derecho procesal, penal y civil. Además, y como
testimonio de la proyección de la ciudad en la región, este cuerpo normativo
era vigente teóricamente en la mayor parte de las localidades del territorio de
Tortosa.
Tarragona y Tortosa fueron centrales en las
regiones feudalizadas a mediados del siglo XII y en adelante. Una descripción
de Al-Idrisi se refiere a Tarragona en esas fechas, donde el autor destacaba
las murallas y el puerto. Precisamente, la reocupación feudal de la ciudad se
produjo por tratarse de una ciudad susceptible de una buena defensa gracias a
su acrópolis amurallada y por su salida al mar. Se refería a la misma como la “ciudad
de los judíos”, comunidad que tendría un papel en el desarrollo urbano medieval
como en Tortosa. Además, el geógrafo musulmán indicaba que las murallas eran de
mármol blanco y negro, que le impresionaron por tratarse “de las pocas que
se ven en el mundo”. Agregaba que Tarragona estaba poblada, pero que había
estado desierta al encontrarse situada entre los territorios de musulmanes y
cristianos, y que en ese momento había pocos cristianos.
En Tortosa, la población musulmana que había
capitulado recibió una serie de condiciones de “seguridad” del conde Ramon
Berenguer IV, que aseguraban su permanencia de manera similar a lo acaecido con
los musulmanes de Tudela y Zaragoza. Para ello, el conde de Barcelona
establecía la teórica conservación de sus bienes, pero les obligaba a
trasladarse a la zona extramuros. Sin embargo, muchos musulmanes fueron
esclavizados y Tortosa se convirtió en un importantísimo mercado de esclavos,
que funcionó más allá de los límites regionales. Además, los mercaderes
tortosinos aportaron esclavos musulmanes procedentes de otros sitios como
Valencia, Granada, Algeciras y Ceuta a Génova. La importancia del negocio del
mercado de esclavos fue tal que se promulgaron normas sobre procedimientos y
beneficios de la captura de los cautivos fugitivos en la legislación dertosense
de los siglos XII, XIII y XIV. Por ejemplo, el libro VI de las “costumbres
de Tortosa” trataba de los servus qui fugen e de furts. Existió un
monopolio sobre la redención de esclavos, que generó rentas y un negocio
destacado en los siglos XII y XIII. También era importante la población judía,
que fue reunida en el barrio de las atarazanas musulmanas por orden y carta de
franquicia librada por el mismo conde. La previsión condal de 1149 fijaba en
sesenta casas el total de viviendas del Call, que estaría protegido por una
muralla con diecisiete torres, y podrían disponer de algunos huertos. Con las
mediadas de traslado forzoso de musulmanes y judíos, el conde consiguió
establecer en distritos diferenciados de los cristianos a los anteriores
pobladores, que además perdieron sus casas. Los judíos, a diferencia de los
musulmanes, fueron favorecidos con privilegios reales, como en 1181, y
obtuvieron algunos bienes, aunque dependían jurisdiccionalmente de los
cristianos. Ambas comunidades fueron segregadas de forma sistemática en el
siglo XIII.
La llegada de los pobladores cristianos
modificó la población de Tortosa y región. Algunos procedían de las comarcas
centrales catalanas, de Aragón y de regiones europeas, de Inglaterra, de
Limoges, Toulouse, Montpellier, otros sitios de Occitania, así como de Italia.
Los genoveses se instalaron en un barrio de la ciudad, de la que tenían una
tercera parte. Finalmente la vendieron al conde de Barcelona en 1153, aunque se
reservaron la isla Sant Llorenç o de Génova, frente a la ciudad, y el derecho
de residencia. Junto a las grandes donaciones en favor de los principales
agentes de la conquista y centros eclesiásticos, el conde hizo un traspaso
exhaustivo de las propiedades andalusíes a los nuevos propietarios cristianos.
Un conjunto importante de donaciones contenía un lote formado por un musulmán
con casas, tierras y una elocuente referencia a la producción de la finca,
infrecuente en otras transferencias coetáneas entre cristianos. Se esperaba
mantener los ritmos y formas de explotación del período islámico dada la
riqueza de su agricultura. Esto sugiere una estrategia de mantener y dar
continuidad a las actividades productivas de las tierras conquistadas.

Monasterio de Santes Creus
La situación en Tarragona fue inestable todavía
durante décadas. Así, en 1154, se planteaba la necesidad de erigir una
fortificación para los canónigos dado que se tenía que hacer frente a los
ataques marítimos sarracenorum. Una bula de Clemente III de 1188 obligaba a
quedarse en Tarragona a quienes querían marchar y luchar en Tierra Santa, en
una clara trasposición de los espacios cruzados orientales a otros sitios en el
Occidente feudal. El papa argumentaba que la ciudad estaba muy perjudicada en
verano por los ataques musulmanes, que sometían a algunos habitantes a
cautividad. Pese a ello, la ciudad estaba recuperada a mediados del siglo XII,
las murallas, el puerto y distintas iglesias daban forma a un tejido urbano en
expansión. Había sectores ocupados, encuadrados bajo una iglesia, que daba
nombre a dicho barrio, castillos o dominación feudal. Así sucedía con el barrio
de Sant Salvador del Corral –zona del actual ayuntamiento–, y existían las
iglesias de Santa Tecla o de Santa Maria de Tarragona, Sant Miquel del Pla,
Sant Fructuós, Sant Pere o Santa Maria del Miracle. A principios del siglo
XIII, había otras iglesias como las de Nazaret o de los Sants. Las estructuras
del circo y del fofo romano fueron reaprovechadas desde temprano, como lugares
de residencia e incluso como iglesias, como sucedió con la de Sant Pere. Un
distrito conocido como la Vila Antica, tenía el palacio o castillo de la
familia Bordet, en el antiguo edificio romano del pretorio.
Sin duda, la reocupación y la reutilización de
las ruinas romanas fueron principales en la recuperación urbana. La ciudad
había ejercido fascinación por sus restos romanos, tanto en cronistas
cristianos como Orderico Vital como en los musulmanes. Según recogía la
tradición musulmana: “los edificios son grandes y tienen elevadas columnas,
de aquellas que turban las mentes en pensar como se hicieron porque hoy en día
no es posible construirlas”.
La ciudad experimentó un destacado crecimiento
en la segunda mitad del siglo XII y durante las primeras décadas del siglo
XIII, aunque en este siglo todavía había solares vacíos dentro del perímetro
amurallado. El inicio de la catedral en las últimas décadas del XII y su
progreso importante hasta los años treinta del siglo XIII refleja el
crecimiento de la urbe en todos los sentidos, así como de la autoridad
episcopal, solo asentada plenamente desde el último cuarto de siglo. En
contraposición a Tarragona, en Tortosa se levantó la catedral en el espacio de
la mezquita desde 1158 y ya se había consagrado en 1178 en presencia del rey y
de su esposa, aunque no se conserva su primera construcción. La rapidez en
ejecutar las obras del nuevo templo cristiano y su ubicación respondió
seguramente a la necesidad de mostrar la imposición y preeminencia del poder
cristiano, suplantando el espacio religioso de los vencidos.
La catedral de Tarragona y otros edificios,
como el hospital de Santa Tecla, o las capillas de Sant Pau, Santa Tecla la
Vella o Sant Llorenç construidos en fechas próximas monumentalizaron el
distrito eclesial y reflejó la dominación eclesiástica que imperaba en la parte
más alta y por extensión en toda su proyección urbana y territorial. Los
procesos constructivos reflejaban la riqueza que la ciudad estaba acumulando y
en concreto la centralidad eclesiástica ejercida por la sede episcopal que
aportaba rentas eclesiásticas de una amplia jurisdicción, como sucedía con la
de Tortosa. Esta nueva capacidad de las sedes de reunir rentas de lugares
alejados se puso de manifiesto en la expansión de la corona de Aragón en el
siglo XIII, cuando el arzobispado de Tarragona obtuvo rentas y patrimonio en
Mallorca, la cuarta parte de las rentas de Ibiza, o el obispo de Tortosa en
Valencia.
Otra singularidad de la vida urbana de Tortosa
y Tarragona fue la preeminencia comercial, que se amparó en una serie de
privilegios mercantiles obtenidos en los inicios de la ocupación cristiana y
renovados durante el medioevo. La Tortosa mercantil era importante desde la
época califal, cuando se construyeron las atarazanas, luego los genoveses y los
pisanos gozaron de privilegios mercantiles en el siglo XIII y los narbonenses
tuvieron una alhóndiga en la ciudad en la segunda mitad del siglo XII. Su presencia
confirma el rango suprarregional de dicho comercio a diferencia del más
regional de Tarragona. En ese periodo, y en las primeras décadas del siglo
XIII, los templarios explotaron el derecho del paso del río en Tortosa, y tras
una serie de controversias con los ciudadanos, una sentencia de 1241 libró el
derecho de construir y explotación del famoso puente de barcas a la ciudad.
Gracias a las Costums se conoce la variedad del comercio sujeto a la lezda en
esa ciudad, donde los cereales era el producto principal que llegaba a través
del Ebro. En la lista de mercancías figuraba: especias, seda, papel, alumbre de
castilla, azúcar, lino adobado, avellanas, anguilas, pesca salada, cobre,
tejidos de Aviñón, de Arras, de Lleida, de Génova, higos de Denia y lana. Las
procedencias y productos reflejan la importancia de la plaza mercantil
dertosense.
Las infeudaciones y las cartas de población
favorecieron la concentración de población bajo la autoridad dominical en
diversos ámbitos de la territorialidad meridional catalana. Las cartas eran
contratos agrarios colectivos, que procuraban favorecer el reparto de parcelas,
la fijación de los campesinos en la localidad, de ciertas rentas y
contribuyeron a la formación de las oligarquías rurales. Los señores lograron
nuevos interlocutores en el territorio y garantizaron la explotación de sus
tierras, mediante la concentración de población, que consolidó los pueblos que
han configurado el territorio desde el medioevo. Con todo, algunas cartas de
población formaban parte de la estrategia de algún señor de arraigar su
dominación en una zona. Así sucedió con el conde de Barcelona, quien consolidó
su presencia en los contornos del Taifa de Siurana con el fin de llevar a cabo
o monopolizar la conquista y recortar el auge de los Cervera. Mediante cartas
de población, cedió los pastos de las montañas de Prades a los pobladores de
Vinaixa en 1151 o su explotación a los habitantes de Vimbodí, reservándose la
novena, además de la ya referida fundación de Poblet.
Una vez alcanzada Siurana, otras cartas de
población, algunas concedidas por Ramon Berenguer IV y otras por otros poderes
feudales delegados afianzaron pueblos, pobladores, y derechos señoriales. Se
poblaban según las “costumbres de Siurana”, conforme a su vinculación al
distrito musulmán y para recortar la proyección del dominio del arzobispo de
Tarragona. Sucedió así en la de Alforja de 1170, la de Alcover del 1166, la de
Ulldemolins del 1166 y Falset de 1191. Sin embargo, ya en 1154, la confirmación
pontifical de las iglesias tarraconenses, a petición del arzobispo, refería las
iglesias de Alforja, Alió, Siurana y Alcover.
Como en Tortosa, la rápida fundación de
iglesias en algunos reductos musulmanes, tenía la voluntad de cristianizar y
refleja a su vez la continuidad de estas localidades andalusíes tras las
conquistas. Además, el arzobispo no quería perder el control de una zona
teóricamente suya. El impulso poblacional en las montañas de Prades vino de la
mano del castellano de Siurana, Albert de Castellvell. Concedió las cartas de
población, casi siempre con el rey como las de Vilanova de Prades (1163),
Ulldemolins (1166), Falset (1168), Escornalbou (1170), Morera (1170), Porrera,
Poboleda o Cabacés. El prelado también promovió la repoblación del Camp de Tarragona
mediante la concesión de cartas de población como la de la selva en 1164,
reclamando el juramento de fidelidad de los pobladores con su persona. Una
antigua fórmula vasallática se hacía extensiva a otros representantes locales o
pobladores, quienes con el tiempo fueron sustituyendo a los miembros vinculados
con la nobleza al frente de los sitios locales.
La feudalización de las tierras fronterizas con
Valencia, el último tramo del Ebro, se efectuó mediante la concesión de grandes
distritos castrales a templarios y hospitalarios. En el centro había una
fortificación principal, casi todas documentadas como husun. Las encomiendas de
las órdenes militares dibujaban una amplia frontera frente a Al-Andalus y se
definió un sistema de defensa de gran envergadura, inédito en las tradiciones
feudales más al norte, que estaba custodiada por guerreros fieles a los intereses
condales o monárquicos y entregados a la vida militar. De este modo, se definía
un sistema fronterizo eminentemente militar confiado a instituciones fieles.
Asimismo, daba continuidad a la articulación militar del territorio andalusí en
torno a grandes centros fortificados, situados estratégicamente y muy difíciles
de tomar al asalto.
Los templarios estuvieron al frente de las
fortificaciones urbanas de Tortosa, en La Suda, tras haber sido del senescal y
de Lleida, en la de Gardeny. Los hospitalarios obtuvieron otro emplazamiento
estratégico, Amposta, que era principal en la defensa de Tortosa, la salida al
mar del río Ebro y de la frontera meridional. El conde Ramon Berenguer IV les
concedió allí un amplio dominio y recursos para construir un castillo en 1150.
Luego, en 1153, libró a los templarios la fortificación de Miravet, y otros distritos.
Asimismo, algunas donaciones destinadas a las órdenes promovidas por Ramon Berenguer
IV y su hijo Alfonso “el Casto” borraron compromisos o donaciones
anteriores, como sucedió, por ejemplo, en la formación de las encomiendas de
Miravet, Ulldecona (1178), Amposta, Ascó (1182) y Horta (1177). De esta manera,
el conde y principalmente el rey modificaron las primeras previsiones sobre la
definición de los dominios, seguramente tras los resultados de las actuaciones
señoriales iniciales y sobre todo en el momento en que se estaba consolidando
su conquista de las tierras vecinas del Matarraña o Teruel. Otro evento
trascendente fue la concesión de la parte del rey de Tortosa a los templarios
en 1182, quienes desde entonces y hasta 1294 compartieron el dominio de la
ciudad y territorio con los Montcada.
Las órdenes militares no fueron las únicas
instituciones eclesiásticas introducidas o favorecidas para remodelar la
correlación de fuerzas feudales en un territorio y extender la dominación de
algún poder o autoridad, como hicieron el conde o el rey. La progresión del
Cister, y la introducción de otras fórmulas de organización de los regulares
operaron en esta dirección. En un extremo de la dominación arzobispal
tarraconense, el señor de Cambrils y sus dependientes actuaban al margen de la
autoridad episcopal, e incluso en su contra. La donación de Escornalbou a los
canónigos agustinos hecha por el arzobispo y el rey en 1170 incidía en el
ámbito señoreado desde Cambrils por el linaje con el mismo nombre. Así, se
introducía una dominación eclesiástica que dependía del capítulo, que era un
instrumento de los intereses arzobispales y podía revertir la situación o, al
menos, neutralizar los afanes de dominación de los señores locales en
detrimento de los derechos de los señores del territorio. En otro extremo del
dominio tarraconense estaba Santes Creus, donde los obispados de Tarragona y
Barcelona intersecaban y pugnaban por la jurisdicción. En una fórmula semejante
a Escornalbou, el obispo de Barcelona concedió a los cistercienses el honor que
tenía allí en 1160, que unido a otros donativos propició el traslado de la
comunidad cisterciense de Valldaura-Ancosa. Pese a la tentativa de extensión de
la sede de Barcelona en esa demarcación, finalmente se impuso la jurisdicción
eclesiástica tarraconense.
El monasterio de Santes Creus gozó del
patrocinio de uno de los principales linajes catalanes, el de los Montcada, y
precisamente Guillem Ramon, el senescal, había sido el artífice de la fundación
en Valldaura. Los vínculos familiares con Santes Creus convirtieron al cenobio
en panteón familiar, donde recibieron sepultura Guillem Ramon II el senescal
(1173), su hijo Ramon i de Montcada (1170), su nieto Ramon II de Montcada
(1229) y biznieto Guillem de Montcada III (1229). Los dos últimos murieron en
la conquista de Mallorca, y como ellos fueron allí enterrados Ramon Alamany de
Cervelló, Guerau de Cervelló, Galcerà de Pinós o Guillem de Claramunt II.
Algunos también habían perdido la vida en la expedición. La sepultura era la
expresión espiritual de otras garantías que la familia lograba al favorecer a
la comunidad, y que comportaba una relación de reciprocidad. Los poderes
nobiliarios emergentes alcanzaban nuevos signos de identidad al promover alguna
comunidad y a cambio esta se posicionaba a favor de sus promotores principales,
reforzándose las redes aristocráticas. Algunas garantías ofrecidas por los
regulares a sus promotores eran económicas, así los Montcada recibieron varios
préstamos de Santes Creus o los templarios “pagaron” al rey 5.000
morabetinos por Tortosa.
El conde de Barcelona, Ramon Berenguer IV, su
hijo Alfonso el Casto, y de forma distinta su descendencia fueron grandes
promotores del Cister, del Temple y del Hospital. Poblet y Santes Creus fueron
ampliamente beneficiados por ellos, así como por otras familias, a menudo de su
entorno. En 1176, el rey Alfonso escogió Poblet para ser enterrado allí, que se
convertiría en uno de los más destacados monasterios catalanes. No respondía a
ninguna tradición familiar, pero reflejaba una toma del territorio en la Cataluña
Nueva, donde intentaba imponer su autoridad. Además, establecía que si
conquistaba Valencia, debería ser sepultado allí, confirmándose la intención de
marcar los espacios vinculados a su autoridad.
Durante décadas, el patrimonio de las órdenes
regulares sobre todo del Cister, de los templarios y de los hospitalarios
aumentó de forma espectacular. La patrimonialización respondía al impulso de la
monarquía, que atrajo otros donativos nobiliarios, y al extraordinario programa
expansivo en otros ámbitos, a veces cercanos a sus dominios y otras alejados o
complementarios.
Las propiedades de los monasterios
cistercienses de Poblet y de Santes Creus, salpicaban territorios apartados de
sus cenobios como, por ejemplo, en la ribera del Ebro o en los Pirineos.
Gracias a ese despliegue, se convirtieron en grandes empresas agrarias, con una
economía diversificada y compleja que tenía una orientación mercantil. El
progreso patrimonial de templarios y hospitalarios fue igualmente importante.
Así, la orden del Hospital de San Juan desde Amposta añadió propiedades y se
convirtió prácticamente en el único dominio del Montsià durante décadas en el
siglo XIII. Agregaron Ulldecona (1178), l'Aldea y finalmente la Ràpita.
En el Montsià, como en otras regiones de la
ribera media del río Ebro, los señores, en este caso los hospitalarios,
libraron las cartas de población desde la década de los veinte del siglo XIII
hasta la de los ochenta. En ese proceso incidió la conquista de Valencia, sus
preparativos y sus consecuencias, en la zona se congregaron contingentes y la
migración hacia tierras meridionales se dinamizó tras la toma de Valencia.
Además, las regiones más avanzadas ganaron en seguridad tras la empresa. En ese
contexto, se concedieron las cartas de población para fijar el poblamiento y
las explotaciones agrarias, siendo la de Ulldecona de 1222 la primera. Con
ellas, se establecieron las condiciones del campesinado en las localidades. Los
intermediarios entre los señores, los hospitalarios, y los campesinos, fueron
los encargados de repartir las parcelas agrarias y se consolidaron como
oligarquía rural. Así sucedió en la Sénia y Alcanar a mediados de siglo. En esa
misma dirección, los hospitalarios de Amposta libraron una carta de población a
la aljama de Amposta, en la que se pactaba con los miembros más destacados de
la comunidad en 1258.
Guerreros, eclesiásticos, campesinos y
burgueses
Las sociedades establecidas en las tierras
meridionales catalanas estuvieron marcadas por el dinamismo, ocasionado por la
expansión militar hacia ámbitos vecinos y el crecimiento económico. Sin
embargo, la naturaleza guerrera del poder de los señores del territorio
afincados en el Camp de Tarragona o en la Conca de Barberà ocasionó conflictos
y manifestaciones violentas. Desde la donación de Tarragona al conde de
Barcelona el 1151, él y el arzobispo, y los Bordet por otro lado disputaron el
control del dominio tarraconense según se ha visto. La guerra feudal tuvo
momentos de violencia y otras acciones como las usurpaciones de propiedades o
derechos. Por referir uno de los varios episodios, Guillem Bordet, el hijo de
Robert, destruyó molinos y una acequia del arzobispo, se apoderó de tierras de
la reserva del prelado en la selva y de la casa de su escudero. Los ataques
iban dirigidos a la propiedad y a la condición dominical. en contraposición a
estas acusaciones vertidas por el obispo Bernart Tort, Bordet le denunció por
haber expulsado a los monjes de su iglesia de Sant Fructuós.
Tras los asesinatos referidos de Bordet y del
prelado, el rey reforzó su autoridad en el dominio de Tarragona en detrimento
de la familia normanda, que emprendió su declive en la ciudad. No obstante,
este proceso estuvo plagado de vicisitudes. Así, en 1206, y pese a que el
linaje había sido expulsado de la ciudad en épocas anteriores, el rey Pedro “el
Católico” restituyó algunos honores familiares en Tarragona a Guillem II Bordet,
e incluso le confió dos terceras partes del dominio regio. Solo la muerte de Guillem
II en 1230, sin descendencia directa, comportó la progresiva y definitiva
desaparición de la familia del escenario tarraconense.
Las alianzas con señores instalados en el Camp
de Tarragona provocaron que linajes fieles a los Bordet fuesen refractarios a
los otros señores, el arzobispo y el rey. Así sucedió con las familias de Cambrils
y Ganegod de Alforja que desplegaron diversas acciones violentas. De forma
parecida, otro vasallo importante de los Bordet, Guillem de Claramunt, miembro
de una de las principales familias pioneras tuvo una actitud desafiante con el
arzobispo. En Tortosa, pese a que la autoridad del conde estaba mejor establecida,
también tuvo que dirimir sus diferencias con los principales señores, los
genoveses y los Montcada. Como se ha visto, el rey Alfonso concedió su parte de
Tortosa a los templarios, quedando la ciudad como un condominio entre los
templarios y los Montcada hasta finales del siglo XIII.
La Suda de Tortosa
Junto a los poderes feudales tradicionales
emergían nuevos grupos de poder como los burgueses, que lograron derechos
trascendentes en el siglo XIII. En Tortosa, desde finales del siglo XII, los
ciudadanos o burgueses pugnaron con los señores para participar en el ejercicio
de la justicia y alcanzaron su participación según se reflejaba en las Costums:
Item an los ciutadans de Tortosa execution e.ls feyts criminals en
defaliment que el veguer no u vula fer. En el siglo XIV, la ciudadanía de
Tortosa, en realidad los notables de la ciudad, alcanzaron el pleno control
jurisdiccional. En Tarragona la ciudadanía era una condición destacada y con
más derechos que un simple habitante. Pese a la comprensión generosa de
ciudadano de les Costums, los ciudadanos por antonomasia eran los
prohombres o los llamados ciudadanos honrados. Mientras que en Tortosa, los
burgueses lucharon contra los poderes feudales tradicionales hasta alcanzar
prácticamente el control de la ciudad, los conflictos en Tarragona se
dirimieron, sobre todo, en el marco de los poderes feudales. con todo, hubo
reivindicaciones ciudadanas frente a la autoridad dominical, como la negativa a
contribuir a las obras de la sede en 1214. Una sentencia determinó que eran
pagos voluntarios, aunque no se dio satisfacción a la provisión de más
parroquias reclamada por los tarraconenses, conminándoles a seguir los oficios
celebrados por canónigos e ir a la catedral para las grandes celebraciones.
Como signo de progreso de las exigencias burguesas, los prohombres de Tarragona
se incorporaron al gobierno local desde la segunda mitad del siglo XIII.
Las ciudades, Tarragona y Tortosa, estuvieron
sujetas a la dominación de señores muy destacados, aunque, durante el siglo
XIII e inicios del XIV, el patriciado urbano se integró al gobierno de dichas
ciudades.
Contemporáneamente, dichas urbes se
convirtieron en destacados centros económicos en la región, siendo el comercio
una actividad clave de dicha preeminencia. Sin embargo, en un mundo agrario
como el medieval, uno de los elementos de poder para la ciudad fue la
dominación sobre parte de las rentas agrarias de la región, más tarde
conformadas también como impuestos. Desde finales del siglo XII y a lo largo
del siglo XIII, los señores de sendas ciudades como el arzobispo de Tarragona,
el obispo de Tortosa, los Montcada, el Temple ampliaron sus propiedades en sus
regiones, en un proceso que compartían con otros señoríos de órdenes regulares
según se ha visto. Por otra parte, ambas ciudades tuvieron suficiente entidad
jurídica para recibir beneficios tras las conquistas de Mallorca y Valencia
como casas, almacenes o una alhóndiga, diferentes a los patrimonios alcanzados
por sus prelados. Tales beneficios contribuían a la expansión o extensión de
las actividades propias de la ciudad en un ámbito regional alejado. Además,
gentes de Tarragona, Tortosa, y Prades obtuvieron caballerías de tierra en
Mallorca, quienes con otros de Constantí, Riudoms, Riudecols, la Selva y Valls
contribuyeron a la repoblación cristiana. La Cataluña meridional fue también un
sitio de emigración ya en el siglo XIII.
Nuevos grupos sociales participaban del
crecimiento económico en la Cataluña Meridional. Algunos pertenecían a la
ciudadanía emergente y otros a las oligarquías rurales. Los señores cedían la
disponibilidad de los honores o la gestión de rentas, impuesto o monopolios a
los ciudadanos y lugareños del territorio. Así, las infeudaciones fueron
perdiendo peso en beneficio de otras fórmulas de gestión de la tierra. Sin
embargo, el juramento de fidelidad se mantuvo como el referente de dependencia,
ahora exigido a los grupos sociales en ascenso y en pro de la autoridad
dominical. Los tarraconenses beneficiados con “honores”, tierras en
tenencia, estaban obligados a dichos juramentos de fidelidad frente al
arzobispo de tarragona como hacían los nobles. Algunos casos apuntan a una
situación parecida en Tortosa. Localidades del Camp juraron también fidelidad
al prelado como Montroig, Valls, Cambrils o el Pla de Santa Maria el 1272 o el
1309, y en adelante, dando testimonio de la consolidación de las oligarquías
rurales. Las comunidades agrarias de los pueblos del Montsià también juraban
fidelidad a la orden del Hospital en el siglo XIII. La proliferación de las
expresiones de dependencia señalaban cierto dinamismo y diversificación social,
pero mantenían la relación de sumisión y protección específica de la
dependencia feudal como eje de las nuevas ordenaciones sociales. En ese
sentido, se accedía a la ciudadania mediante un juramento de fidelidad público
y solemne en Tarragona, o se pronunciaba un juramento para acceder a la
vecindad de Tortosa. Situaciones como la vinculación a un patrón artesanal o
incluso la condición de asalariado comportaron otros juramentos de fidelidad.
Los lazos entre personas proliferaron al ritmo
del crecimiento económico y dinamismo social, que favorecieron el incremento de
intermediarios en la gestión agraria, de los alquileres urbanos, del comercio,
como los mediadores en el circuito del trigo en Tortosa y finalmente en la
percepción de rentas e impuestos. Algunas familias de origen mercantil
terminaron por ser también propietarios en lugares próximos a las ciudades como
los Requesens en Tarragona, conformándose un auténtico patriciado urbano. La
centralidad de ambas ciudades se tornó en exigencias diversas: militares,
fiscales y jurisdiccionales. A veces, las reclamaciones procedían de los
señores, como el prelado tarraconense quien convocó a caballeros de buena parte
de las localidades del Camp y ciudad de Tarragona en su ejército a mediados del
siglo XIII. Sin embargo, su liderazgo fue cediendo ante otros poderes. En el
terreno militar, el rey convocó en 1280 a todos los habitantes de la
jurisdicción tarraconense del arzobispo en virtud del Princeps namque y, luego,
la ciudadanía empezó a ocuparse de la defensa de la ciudad.
Tarragona y Tortosa impusieron su centralidad
en sendas regiones, donde ejercían cierto liderazgo político, a veces
dominical, y una mayor dominación económica. Todo ello se acompasó de múltiples
resistencias locales. En este sentido, las exigencias señoriales o fiscales,
promovidas desde Tarragona, provocaron la reacción de los síndicos de las
principales localidades del Camp, con un papel destacado de la Selva y a veces
de los mismos ciudadanos de Tarragona. Los habitantes de Montroig junto con
otros del Camp fueron reprendidos por Jaime I por haberse levantado en contra
de sus exigencias en 1274. En el último cuarto de siglo, se sucedieron las
revueltas, como la de los tarraconenses de 1276 en contra de un pago exigido
por el prelado, uniéndose a ella los gobiernos locales de Valls, el Pla y
Montroig. Las localidades del Camp se unieron para afrontar el incremento de
presión fiscal o del poder dominical. De este modo, los habitantes de la Selva
junto los de Tarragona asaltaron el castillo del rey en 1282, sede de la
autoridad del poder regio. El ataque a un sitio fortificado refleja el alcance
de la eficacia de su organización. La represión del monarca fue radical, cuyas
tropas atacaron la Selva con gran violencia. Frente a estas resistencias, el
rey y el arzobispo hicieron frente común.
La resistencia de las localidades secundarias
de la región de Tarragona era el resultado de una destacada conexión entre
Tarragona y las localidades más pobladas del Camp: la Selva, Cambrils, Reus,
Valls, e incluso Montblanc, amén de un rosario de otros pueblos. algunas de
ellas llegaron a tener feria y suficiente peso específico para asociarse entre
si y protestar ante distintas situaciones. La situación en el territorio de
Tortosa fue bien distinta, la preeminencia de Tortosa en la ribera del Ebro catalán
no coincidió con el desarrollo de pueblos destacados, y sólo un par de
localidades en su amplia región, Ulldecona y Gandesa, tuvieron algún
protagonismo. el auge de Tortosa la colocó entre las principales ciudades de
Cataluña, seguramente la tercera después de Barcelona y Perpinyà.
Arquitectura románica en las comarcas de
Tarragona durante los siglos XI al XIII
El románico llegó tarde a la Cataluña
meridional. Al amparo del progresivo distanciamiento del islam tras la muerte
de Almanzor, el ímpetu del abad Oliba y sus contemporáneos había salpicado la
Cataluña norte de románico lombardo. Más lento se presentaba el avance por las
tierras del sur.
La zona de el Vendrell fue objeto de una
primera labor repobladora por parte del monasterio de San Cugat del Vallès,
cercano a Barcelona. Pero en la franja costera, la iniciativa parece que se
debió, en un principio, al interés personal de los condes de Barcelona,
encaminada a la recuperación de Tarragona ciudad.
La penetración cristiana en esa zona se veía
dificultada esencialmente por la casi total ausencia de límites fronterizos
naturales que proporcionaran una eficaz línea de avanzada.
Los condes habían consolidado ya, a mediados
del siglo XI, los límites occidentales en el curso del río Gaià, que nace en
las sierras de la Brufaganya y Queralt, en la comarca tarraconense de la Conca
de Barberà, y discurre, prácticamente en dirección norte-sur, recorriendo el Alt
Camp y el Tarragonès hasta desembocar en Tamarit. Más inseguro quedaba el
condado hacia el sur y el oeste, hasta alcanzar la línea del río Francolí, que
desciende desde la Espluga de Francolí y vierte sus aguas al Mediterráneo junto
a la ciudad de Tarragona.
Para ampliarlo y consolidarlo, es reconquistada
en el primer cuarto del siglo XII la vieja Tarraco y su territorium,
probable territorio de la antigua civitas romana y visigoda, entre el río Gaià,
los montes Carbonarios y su continuación hasta el Coll de Balaguer y el mar.
Las correrías incontroladas de los musulmanes que dominaban las cadenas
montañosas circundantes, con focos principales en Prades y Siurana, y la amplia
abertura a los peligros del mar, acentuaban el carácter de inseguridad que retrasaba
continuamente el fenómeno repoblador de las tierras. De ahí la necesidad de
completar la pacificación con la expulsión de los musulmanes de la cordillera
prelitoral y de Tortosa, al filo de la mitad del siglo XII, y la toma de
Mallorca y Valencia, ya en el XIII. La zona se había convertido en una
auténtica “tierra de nadie”.
Arquitectura y repoblación
A pesar del abandono reinante, el atraer
moradores de la Cataluña septentrional hacía tarea difícil el repoblamiento, y
se llamó con frecuencia a inmigrantes extranjeros, fundamentalmente de Italia y
de Francia, para engrosar el reducido número de habitantes que había llegado a
la ciudad en aquella primera etapa.
Entre ellos, gentes del Poitou, a quienes se
entregaron tierras en la capital, que afrontaban con el Francolí. La labor
realizada durante los siguientes veinte años fue dura, dedicada más a la
restauración y defensa de todo tipo de fortalezas que a una repoblación
sistemática con construcciones importantes. el 3 de septiembre de 1149 se
concedía una Carta Libertatis a los habitantes de Tarragona, conocida
por dos documentos de la misma fecha, de contenido esencialmente idéntico, con
unas normas fundamentales de carácter general, que dejaban amplio margen para
emprender tareas repobladoras particulares, con la subsiguiente concesión de
cartas y franquicias, para los nuevos establecimientos en los diferentes
lugares del futuro Camp de Tarragona.
Cuando se establecieron de manera definitiva en
la sede metropolitana tarraconense el arzobispo y la comunidad de canónigos, en
torno a 1150, habían transcurrido, desde los primeros intentos, aproximadamente
cien años.
A excepción del Ebro, ningún otro río ofrecía
caudal y anchura suficientes como para hablar de una auténtica frontera
natural. Por eso se establecieron castillos a lo largo del río Gaià. Indica Emilio
Morera que a la muerte del conde Ramon Berenguer I, en 1076, quedaba
fortificada la línea del Gaià, a partir de su desembocadura, con los castillos
de Tamarit, Altafulla, Montornès, Creixell y Puigdelfí, que enlazaban con los
de Albà, Celma, Cabra, Montagut, Querol, Pinyana y Santa Perpètua. Los de
Forès, Barberà y Conesa se unían ya con los levantados por iniciativa de los
barones de Queralt, que tuvieron en Santa Coloma de Queralt su propio castillo,
una gran torre redonda que se ha conservado. A estos tendría que añadirse la
concesión hecha en 1060 del llamado Puig de Ullastret, entre Altafulla y Tamarit,
con la condición expresa de levantar allí un castillo. Esta es una exigencia
que aparece insistentemente en los documentos. La obligación expresa, contraída
por el concesionario, de levantar un castillo para defender el territorio que
le es entregado y, con frecuencia, de edificar una iglesia, es decir algún
lugar de culto. Cabe preguntarse qué tipo de construcción podemos entender por
castillo cuando, en la segunda mitad del siglo XI, se conceden tierras en la
desembocadura del Gaià.
Casi sistemáticamente se menciona el vocablo
latino castrum, equivalente en el occidente medieval a oppidum o castellum,
en el sentido de un recinto amurallado, a veces con una simple empalizada, con
una torre de defensa en su interior. Ese fue exactamente el tipo de castillo
que se construyó en un principio, como avanzada desde el curso del río Gaià
hacia Tarragona y el Francolí. Otra cosa son las numerosas ampliaciones y
reformas que se hicieran posteriormente en esos emplazamientos iniciales.
Santa Coloma de Queralt. Castillo
Vila-seca. Torre d’en Dolça, antiguo
castillo de Salou
En realidad, la mayor parte de los lugares
mencionados habían tenido una población anterior, pero habrían quedado
abandonados durante largo tiempo. Tal vez establecimientos prehistóricos en
algunos casos, prerromanos en otros, explotaciones agrícolas de época romana e
incluso se observan tipologías arquitectónicas visigodas, según la zona. Si
tomamos como ejemplo el caso de Tamarit, en la desembocadura del Gaià a las
puertas de Tarragona, los documentos son elocuentes. Las menciones más antiguas
que conocemos nos las proporciona el Liber Feudorum Maior, de una
escritura de venta a los condes de Barcelona, hecha por Bernart Sendred en
1049, del castro de Tamarit con todo su término: …castrum de Tamarit cum
omnibus terminis eius vel aiacenciis, pronnum vel planum, cultum vel heremum,
et omnia que ibi est et habeo vel habere debeo, quod habeo in comitatu
Barchinonensi, in termino de Terragona.
El vendedor se había apropiado de ellas por
hallarlas en parte abandonadas. El terreno comprendía altozanos y llanuras,
tierras cultivadas y otras yermas, protegidas por un castro. Poco después,
entre 1050 y 1053, el conde concedió Tamarit a un tal Sunyer, con la promesa
por parte del concesionario de que fijaría allí su residencia, “si su mujer
aceptaba seguirle”, y que daría al conde la mitad de los peces, coral y
otras cosas que sacase del mar. Es evidente que el propio Sunyer conocía las
dudas de su familia para acompañarle a un lugar de avanzada tan inseguro. Todo
parece indicar que la ocupación efectiva de Tamarit se efectuó algo más tarde y
de forma contundente.
El mismo Ramon Berenguer I hizo donación, en
1055, a Bernart Amat de Claramunt, del castillo de Tamarit, con el término y
los feudos de sus castellanos, y del vizcondado de Tarragona con su castillo
que estaba sobre la puerta del Mar, en referencia a la conocida torre del
pretorio, y la ciudad con todos su términos y anexiones, reservándose el conde
algunos derechos dentro del término de Tamarit. En el tercer cuarto del siglo
XI la línea de castillos en el Gaià estaba ya consolidada pero la ocupación
definitiva de Tarragona no se produjo hasta 1119.
Es en 1134 cuando aparece la primera referencia
concreta a la turre maiore, la torre mayor o principal de Tamarit, a la
que pronto se unieron otras, entendidas más como puntos de vigilancia que como
residencia, en lugares próximos. Ese inseguro establecimiento pesquero había
dado paso a un pueblo de pescadores cuya iglesia ya se menciona antes de
finales del siglo XII. La torre se alza en la caleta, junto a la arena de la
playa, semiarruinada y recompuesta en numerosas ocasiones. Es una construcción
de planta redonda, como la inmensa mayoría de las levantadas en la zona antes
de la época del gótico. La tipología solía ser la misma. Un muro tosco, de
mampostería de piedra y mortero, delimitaba lo que sería la planta baja. Una
vez enronado el espacio con tierra apisonada, rematada como si fuera un túmulo
con una acusada prominencia central, se cubría esta con un encofrado de cañas.
Fraguado el mortero sobre el encofrado, se retiraba la tierra por la abertura
inferior, vaciándose así el habitáculo abovedado resultante, que se aprovechaba
como establo para los animales y como calefactor natural. Las plantas
superiores no se comunicaban con la más inferior, pero sí entre ellas. La
verdadera puerta de acceso, que suele interpretarse erróneamente como ventana,
se hallaba en el primer piso de las torres. Por ella se recogía hacia el
interior la escalera de cuerda o palo, con el fin de aislar a sus moradores de
alimañas y bandoleros. Poco más se podía resistir. La distribución interior
tenía con frecuencia pisos de madera.
Este tipo de arquitectura civil y defensiva, de
torres redondas, corresponde en la provincia de Tarragona a la zona protegida
por la línea del Gaià y afecta especialmente a la comarca del Baix Penedès, la
más vinculada a Barcelona, donde se dan también los escasos ejemplos que
conocemos de iglesias del románico lombardo, a una parte del Alt Camp, de la Conca
de Barberà y del Tarragonès. Una vez restaurada la sede episcopal tarraconense,
las torres que se edificaron, tanto en el interior como en el litoral, fueron
fundamentalmente cuadradas, como las de la muralla y otras construcciones
defensivas romanas de la capital, y en muchas ocasiones se aprovecharon
materiales antiguos, de modo que se encuentran entre el aparejo numerosos
sillares almohadillados. Así ocurre en la torre de la Ermita del Camino, en Cambrils,
reformada en el siglo XIV, junto al camino real que discurría por la antigua
vía romana.
Pueblos y ciudades
Algunas localidades costeras famosas hoy por el
turismo, como Salou, a escasos kilómetros de Tarragona, tienen su origen en el
fenómeno repoblador de la edad Media. Se sabe que en 1157 Salou y su término
fueron concedidos en feudo por Roberto de Aguiló a Pere Rasura para que
edificase cerca del mar un castillo y fundara un poblado. No parece que esa
donación tuviera las repercusiones esperadas, pues el rey de Aragón Alfonso el Casto
entregaba a Ximénez de Artusella en 1194, “para siempre y para sus sucesores,
el puerto y las playas de Salou, con todas sus tierras, aguas y
pertenencias...”. el concesionario estaba obligado a poblarlo y a
mejorarlo. Hay muchas posibilidades de que la Torre d’en Dolça, que
paradójicamente se encuentra en el término municipal de Vila-seca, sea el
antiguo castillo de Salou. Situada a cierta distancia de la playa, disponía en
torno suyo de tierra cultivable, apartada de las marismas que ocupaban entonces
el litoral donde se ubica la localidad turística. Muy cerca, en la garriga, se
hallan los restos de la cantera de superficie que tomó, a su vez, el nombre de Dolça,
una de las utilizadas en la construcción de la catedral. Porque Salou había
pasado en el siglo XIII a la jurisdicción del arzobispo. En 1276, Salou estaba
formado por una fortaleza o torre, seis mansos y tres masías, algunas de ellas
deshabitadas. La torre d’en Dolça es la única torre del conjunto que rebasa
ampliamente la condición de masía, entendida como una casa de labranza, y
aparece diferenciada de los mansos, edificaciones similares a una masía que
incluían cierto tipo de defensa o torre propia, como sería el caso del Mas Galbò,
entre masía y palacio del siglo XIII, también en el término de Vila-seca. Por
el contrario, la mencionada torre d’en Dolça reúne las condiciones de un
edificio noble. En 1984 se hallaba hecha una ruina. De su amplio perímetro
rectangular solo se mantenían en pie dos de sus muros exteriores y la mitad de
un tercero, todo ello aparentemente de las primeras décadas del XIII. Había
contado al menos con tres plantas, y todavía podía verse la puerta, bien
centrada, con arco de medio punto, y algunas ventanas románicas. Ha sido
rehabilitada posteriormente y mejorado su entorno. La documentación menciona en
Salou la existencia de dos puertos (Item vacat Castelar inter ambos portus,…
Item vacat aput portum rubum media masia…), uno de los cuales, portum
rubum, se identifica con el Porroig, una punta rocosa en la zona del cabo
de Salou. De Salou partió la flota de Jaime I en 1229 a la conquista de Mallorca.
Las embarcaciones debieron fondear en la proximidad de las calas del cabo
utilizadas como puertos, aprovechando la profundidad de las aguas, únicas de
esas características en esa parte de la costa.
Una vez estabilizada la situación de la antigua
Tarraco, la repoblación cobró un nuevo empuje. El litoral y los puntos altos se
llenaron de torres de vigilancia y defensa, que alcanzaron hasta el delta del Ebro
y remontaron, por ambas orillas, el curso del río hasta Tortosa. En el interior
los repobladores se dispersaban por las tierras de cultivo o se agrupaban en
pueblos y ciudades. Poco a poco se impuso la forma urbana a la rural. En
ocasiones, en torno a un primer núcleo agrario, siempre fortificado, con una
evolución que cuesta descubrir, como el núcleo medieval de los siglos XII y XIII
en la zona de La Closa, “el recinto cerrado”, de Montbrió del Camp, en
la comarca del Baix Camp.
Del románico al gótico en el siglo XIII
Aparte de los escasos ejemplos de influencia
italiana, como la pequeña iglesia lombarda del castillo de Marmellar, en el
término del Montmell, la Ermita de San Miguel en Segur de Calafell y la
sacristía de la parroquia de esta misma localidad que corresponde a los restos
de la románica, estas últimas aparentemente triconques en su origen, las
iglesias rurales adoptan dos tipologías distintas, que coincidieron en
ocasiones en un mismo territorio. Las que se cubren con bóvedas de piedra y las
que poseen estructuras de madera a dos aguas, sobre arcos diafragma apuntados.
Las primeras predominan en el interior, donde la cordillera prelitoral
proporcionaba las necesarias canteras. Las segundas fueron más abundantes en
zonas costeras o allí donde los bosques ofrecían madera suficiente, más barata
y fácil de trabajar.
En la Conca de Barberà se contabilizan más de
una veintena del primer tipo mencionado, en diferente estado de conservación. En
general, de una sola nave y ábside semicircular en la cabecera, dimensiones
modestas y algunas formas irregulares provocadas por la adaptación al terreno,
labores de consolidación, ampliaciones o a causa de su carácter rural, como las
de Forès y el Fonoll.
Forès.
Iglesia de San Miguel, Porta de les Dones
Segur
de Calafell. Ermita de San Miguel
Un caso interesante es el del templo románico
localizado en 2008 bajo la iglesia gótica de Santa María, en la localidad de
Montblanc, capital de la Conca. El crecimiento de la villa, que contaba con la
protección real, determinó la sustitución de la románica por otra de grandes
dimensiones a partir del segundo tercio del siglo XIV, la iglesia medieval más
importante de la provincia después de la catedral y los grandes monasterios. Se
ha constatado que parte de los materiales de la vieja fueron utilizados en la
nueva construcción, una práctica común en otros casos similares.
Passanant. Iglesia de San Blas del
Fonoll
El
Pla de Santa Maria. Iglesia de San Ramon
En la misma ciudad de Montblanc convivieron con
la Santa María románica, avanzado el siglo XIII, otras iglesias que pueden
considerarse ya góticas, aunque algunas como la de San Miguel conserven una
fachada propia de los primeros momentos del Cister, debido a su proximidad con
el monasterio de Poblet. Se trata de construcciones formadas por una sucesión
variable de arcos apuntados de piedra que soportan una estructura de madera. Su
semejanza con el dormitorio de monjes de Poblet, que supera ampliamente las dimensiones
y categoría de la iglesia, hace suponer que la cronología de San Miguel no va
más allá del último tercio del siglo XIII. Se menciona con motivo del tratado
de Olerón, en 1288. La mayor parte de las iglesias de este tipo en la zona
tendrían su origen en la misma época. La facilidad con que podían levantarse y
ampliarse, según las necesidades de la población, dan fe de su extraordinaria
versatilidad. El sistema era exactamente el mismo que el de la arquitectura
doméstica, lo que explica su parecido con muchas de las construcciones
monásticas. Y una vez policromadas, en su caso, las techumbres, el resultado
podía ser espectacular.
No solo en la Conca sino también en otros
puntos de la provincia de Tarragona se utilizó la madera policromada como
material habitual en las cubiertas de los templos a partir del siglo XIII. Es
el caso del núcleo de La Selva del Camp, en la comarca del Baix Camp, y otras
localidades próximas, una zona intensamente romanizada donde se han encontrado
ruinas de villas y mosaicos de la antigüedad. La Selva fue en la edad media una
de las zonas más boscosas del Camp y una de las villas más activas, vinculada
directamente a la Mitra de Tarragona. Buena parte del casco antiguo de la
localidad conserva, aunque en menor medida que en la ciudad de Montblanc, el
tejido urbano y el tipo de construcciones domésticas de los siglos XII al XIV,
con viviendas que mantienen sus estructuras planas de madera en la planta
inferior e igualmente lígneas, pero a doble vertiente, en el piso alto, siempre
sobre arcos apuntados de piedra.
Sorprende, no obstante, encontrar en
localidades muy próximas, en la comarca del Alt Camp, iglesias importantes del
siglo xiii totalmente de piedra, con bóvedas de cañón apuntado. en Alcover, la
conocida como la sangre. Y más apartada pero en la misma comarca, la de San Ramon
del Plà de Santa María, estrechamente vinculada estilísticamente a artistas que
trabajaron en la catedral de Tarragona y en el monasterio de Santes Creus. El Baix
Camp cuenta, así mismo, con un conjunto excepcional en el municipio de Riudecanyes.
se trata de San Miguel de Escornalbou, un antiguo priorato de la Mitra
establecido en un alto promontorio, dominando el mar. Aunque el claustro y las
diferentes dependencias claustrales han desaparecido casi totalmente o se han
visto muy alteradas, la iglesia del siglo XIII merece especial atención y
precisa tareas de consolidación y restauración inmediatas.
En la cordillera prelitoral fue fundada la
cartuja de Escaladei, la primera de la Península Ibérica, que conserva de la
época del románico buena parte de la gran iglesia monástica comenzada por
iniciativa del rey Alfonso el Casto, a finales del siglo XII. Su presencia dio
origen a la comarca del priorato. Importantes castillos como el de Falset han
sido tan transformados en época moderna que casi resulta inútil mencionarlos. No
así la iglesia de Siurana, en el municipio de La Morera de Montsant, uno de los
últimos reductos musulmanes de la provincia. Situada en la cima de un
acantilado rocoso constituye un singular ejemplo del románico rural de la
época, en excelente estado, con unos relieves en el tímpano de la puerta que
suponen una exaltación de la cruz, como signo de la reciente victoria sobre el islam.
Las comarcas situadas en el curso del Ebro,
ribera l’Ebre y Baix Ebre, ofrecen ejemplos muy destacables del románico
tardío. Entre las iglesias, la de la Palma l’Ebre, dedicada a la Virgen del Rosario.
Y entre los castillos, el de Miravet, un imponente conjunto monumental de la
orden del Temple. Posee los salones y dependencias habituales en las
construcciones templarias, además de la iglesia, una obra de cantería
impecable. La ermita de la Magdalena de Berrús, en Riba-Roja l’Ebre, y la
pequeña iglesia de Sant Bartomeu de Camposines, en la localidad de La
Fatarella, de la comarca de la Terra Alta, siguen un curioso patrón común, de
bóvedas de cañón apuntado con numerosos arcos fajones. Esta última comarca
posee en la iglesia de la Asunción de Gandesa los restos de una monumental
fachada del siglo XIII, del tipo de las habituales en la llamada “escuela de
Lérida”. Los orígenes de las características formales que definen esta “escuela”,
que podría considerarse más protogótica que románica, están aún por precisar.

Gandesa. Iglesia de Santa María
Los elementos vegetales que configuran roleos
se encuentran en los numerosos restos de frisos conservados de la Tarraco
romana. Estos motivos, de carácter monumental, fueron imitados en la
ornamentación de la catedral tarraconense. Con tal fidelidad que, a no ser por
la evidente adecuación al marco del edificio medieval y por los materiales,
podrían parecer aprovechados de los propios monumentos romanos. La construcción
de la Seo de Tarragona, que tenía categoría de Metropolitana y primada, fue
comenzada antes que la de Lérida, que pertenecía a su archidiócesis. La
utilización de esos motivos romanos simplificados, que encontramos también en
otros monumentos de la ciudad de Tarragona en la misma época, indica la
posibilidad de una fuente de inspiración local. Del mismo modo, los motivos
arquitectónicos de arcuaciones ciegas polilobuladas utilizados en la decoración
del claustro y de la capilla de San Pablo, pudieron deberse a la influencia del
palacio árabe de la Alfajería de Zaragoza, utilizado por los reyes como
residencia y para actos especialmente relevantes, por su carácter suntuoso. Tampoco
parece probable que la catedral románica de Barcelona, anterior a la gótica,
sirviera de inspiración a la de Tarragona. Nada que ver la importancia de la Barcino
romana con la antigua Tarraco, capital de la provincia tarraconense, en la que
tanto Barcino como Ilerda quedaban incluidas.
La parte más meridional de la provincia es un
caso especial. Tortosa, la antigua Dertusa romana, fue el epicentro de una zona
fuertemente romanizada donde permaneció largo tiempo la población árabe. Era un
importante puerto comercial, marítimo y fluvial, que se servía de numerosas
torres como sistema de vigilancia y protección ya en época romana. Siempre
expuestas a los enemigos, han sido reconstruidas en numerosas ocasiones a lo
largo de los siglos. Todavía no está claro el alcance de la iniciativa andalusí
en la arquitectura monumental de la ciudad de Tortosa. En el entorno de la
catedral gótica han quedado numerosos restos de época romana y la frecuencia
con que se encuentran sillares almohadillados en los muros del palacio
episcopal y otras construcciones góticas importantes parece insistir en los
indicios del aprovechamiento de edificios antiguos por parte de la población
musulmana, antes de la reconquista de la ciudad, consagrados posteriormente al
culto cristiano. En realidad, es difícil mantener la hipótesis de una catedral
levantada en la época de la reconquista, realizada con las fórmulas propias del
románico, antes de que se construyera la catedral gótica en el siglo XIV. Muy
significativa fue en esa zona la presencia de las órdenes militares, en la
comarca del Montsià. Del castillo de Amposta quedan escasos restos. Mucho más
espectacular es el conjunto del castillo de Ulldecona, con sus torres. Una
circular, de finales del XII, con posible origen andalusí, y la otra cuadrada,
ya del XIII avanzado.
Las grandes construcciones
En este panorama de lento avance repoblador, de
torres que defienden las tierras de labor y vigilan la llegada del enemigo, se
promovió la construcción de pequeños templos rurales en la época del románico.
Numerosos edificios, muchos de ellos tardíos y en general austeros, que
conservaron, no obstante, el encanto de la fase inicial del estilo. Por la
misma época se restablece la sede episcopal en la antigua Tarraco, se
reconstruye la iglesia de Santa María del Milagro en el anfiteatro romano de la
ciudad en memoria de los primeros mártires y se fundan las grandes abadías
cistercienses de Poblet y Santes Creus, además de la cartuja de Escaladei. Las
obras de la catedral fueron, por definición, las más importantes. El
aprovechamiento de las construcciones romanas preexistentes marcaron de manera
determinante el desarrollo de las mismas.
Hasta tal punto, que aunque los artistas que
intervinieron llegaran de fuera, pues la ciudad había quedado prácticamente
abandonada, no precisaron escoger modelos del sur de Francia ni de la Cataluña
septentrional. Bastaba con imitar los restos del arte romano que se mantenían
–algunos aún se mantienen– in situ en la antigua capital de la
tarraconense. No solo en los aspectos decorativos, sino incluso en las técnicas
constructivas. Sin embargo, en Poblet se constata una enorme relación
arquitectónica con la casa madre de Fontfroide, sin que deba descartarse la
presencia, incluso, de maestros franceses. Menos evidente resulta lo ocurrido
en Santes Creus, pues la abadía de Grandselve de donde procedía la comunidad
cisterciense ha desaparecido.
Tanto en la catedral como en los monasterios
del Cister se siguieron inicialmente las normas imperantes en el románico. En
especial el tipo de planta, el sentido del espacio y de la luz. Pero los
problemas económicos y las condiciones específicas del modo de trabajar en la
época provocaron numerosas interrupciones que, al prolongarse en el tiempo,
facilitaron cambios en los respectivos proyectos, a la vez que se conocían las
nuevas técnicas del gótico.
Las grandes fábricas catedralicia y monásticas
vivieron a lo largo del siglo XIII el cambio de estilo. Los muros avanzaban
proporcionalmente más en longitud que en altura. Muchos espacios serían
cubiertos de forma temporal con estructuras de madera, a la espera de la
consolidación de los materiales en la parte baja. Y, cuando llegó el momento de
levantar una cubierta de piedra definitiva, la bóveda de cañón propia del
románico ya se consideraba una fórmula obsoleta. Es así como encontramos partes
de esos grandes conjuntos en las que las bóvedas de crucería gótica se imponen
sobre los muros macizos, propios del estilo románico anterior. No podemos
afirmar que el monumento catedralicio, que incluye las capillas de San Pablo y
de Santa Tecla la Vieja, y los monasterios sean románicos. Pero sí que se
comenzaron con esa forma y que ambos estilos se solaparon hasta que se impuso
definitivamente el gótico. La discutida atribución de la portada central
gótica, en la fachada principal de la catedral, al maestro Bartomeu, un
picapedrero de Gerona, pretende situar la construcción de esa portada, con
buena parte de la escultura que la complementa, en las últimas décadas del
siglo XIII. Todo parece indicar, sin embargo, que la obra realizada por
Bartomeu y sus colaboradores, por encargo del arzobispo Olivella, debe
identificarse con la puerta lateral románica del lado de la epístola y la parte
de fachada correspondiente, mientras que la portada central gótica pertenecería
al XIV, y estaría relacionada, en un principio, con el interés del rey Jaime II
por la catedral y por la reliquia de la patrona Santa Tecla.
Sustitución y destrucción
Hay que aceptar también que, en las localidades
donde se produjo un incremento demográfico notable, desaparecieron las
primitivas iglesias románicas, sustituidas en el siglo XIV por otras góticas de
tamaño mucho mayor, como ocurrió en Santa María de Montblanc. De nuevo se
produjo el mismo fenómeno con la llegada del renacimiento, cosa que no ocurre
en Cataluña hasta finales del siglo XVI, en amplias zonas de la provincia,
especialmente con la llamada “escola del camp” en el Camp de Tarragona,
y alcanza su apogeo ya en el XVII. Y, finalmente, se produjo una nueva re
novación de templos medievales avanzado el siglo XVIII, con el desarrollo de la
viticultura, de modo que se generaliza un estilo barroco, equilibrado,
relativamente austero y sin estridencias, con unas constantes muy marcadas. Más
recientemente, la especulación del suelo y el desarrollo turístico han influido
negativamente en la conservación del patrimonio artístico en general.
Escultura románica en las comarcas de
Tarragona durante los siglos XII y XIII
La escultura monumental de las tierras
comprendidas en la actual provincia de Tarragona debe ser analizada desde la
realidad de la época medieval, marcada por el peso de la archidiócesis de Tarragona
y por la importancia de la diócesis de Tortosa (como sedes eclesiásticas). en
conjunto, cabe decir que durante la etapa que incluye el último tercio del
siglo XII y gran parte xiii mantiene una relativa homogeneidad debido a razones
de orden histórico y también geográfico. en efecto, a pesar de la artificialidad
que conlleva la obligada división en provincias, que en ocasiones parten de
modo excesivo las lógicas vías de relación artística en todas sus vertientes,
nos situamos ante una zona incluida en la denominada Catalunya Nova (para su
análisis con mayor detalle, nos remitimos a las introducciones de carácter
histórico previas en este mismo capítulo). Sin embargo, debe de recordarse la
vinculación de una parte de la comarca de la Conca de Barberà con el obispado
de Vic. Y finalmente, cabría tener presente, a efectos prácticos, un contexto
sensiblemente distinto en el caso de la comarca del Baix Penedès, más asociada
a la dinámica de la región del suroeste de Barcelona, como veremos, e incluida
en los límites de su diócesis.
En conjunto, la escultura monumental estuvo
marcada por la importancia del programa decorativo de la catedral de Tarragona
y por la presencia e influencia de las tendencias y repertorios de los
monasterios cistercienses, Poblet y Santes Creus. Ello dio lugar a conjuntos
donde la tendencia a la austeridad parecía confrontarse con la propia tradición
de la escultura catalana y con el carácter renovador del entorno del 1200. También
conviene destacar que, tanto en un caso como en otro, el panorama evolucionó a
partir de la vinculación de corrientes extendidas en el Mediterráneo occidental
y de los restantes centros catalanes. Como veremos, la alusión a Girona, Barcelona,
Lleida será ineludible para comprender la fisonomía de los trabajos
escultóricos de Tarragona, Tortosa, etc. aunque quizás en este último caso, los
pocos vestigios conservados dificultan su clasificación, como muestra el
capitel de la puerta del Romeu de la catedral, en contraste con la riqueza y
varie dad de los códices conservados en el Arxiu de la catedral.
El estudio de la escultura de esta zona plantea
la problemática, paralela a la de la arquitectura, la de las transformaciones
hacia el gótico o, dicho de otra forma, del panorama considerado complejo del
siglo XIII, dado que a ojos de la historiografía su análisis en estratos no
parece tan claro como, aparentemente, en otras centurias. Aceptando tácitamente
la adopción de los términos “románico” y “gótico” como útiles
para enmarcar y clasificar las obras, y que el término de “arte del 1200”
nos sitúa ante un panorama poliédrico y heterogéneo, es innegable que nos
hallamos ante una fase de profundas transformaciones y de fenómenos
aparentemente contradictorios.
Antes de adentrarnos en el estudio de la
escultura de los siglos XII y XIII, nos parece interesante observar cómo poco o
casi nada fue objeto de reutilización tras el poderoso desarrollo de la antigua capital provincial romana de la Tarraconense, ni tan solo de los vestigios
de la decoración y del mobiliario litúrgico de la antigüedad tardía, bajo el
dominio visigodo. Ello, claro está, en relación con los edificios de nueva
planta, construidos a partir de fechas muy avanzadas del siglo XII, y
continuados, no siempre completados, a lo largo de la centuria siguiente. Sin
duda, hay que recordar una relevante y elocuente excepción, el sarcófago del
siglo IV tipo Bethesda encastrado sobre la puerta derecha de la fachada
principal de la Seo de Tarragona. Por otro lado, debería de ser analizado con
detalle el conjunto de la columna, con capitel esculpido y una pronunciada
imposta, reutilizada en una sala de la primera planta del Palau Episcopal de Tortosa.

Portada derecha de la fachada principal,
con el sarcófago tardoantiguo reutilizado
Sarcófago
Detalle de la puerta que comunica el
claustro con la iglesia
Santa Maria de Siurana (Cornudella de
Montsant, Priorat). Portada
De acuerdo con este contexto político e
histórico, en la zona del Camp de Tarragona y de las comarcas del tramo catalán
del Ebro no hay restos de escultura anteriores al siglo XII. Si bien en los
términos actuales de la provincia de Tarragona cabe citar un caso distinto, el
de la iglesia de Sant Cristòfol de Cunit (Baix Penedès), que dependía del
obispado de Barcelona; en ella se conservan unos relieves reutilizados en el
exterior, así como una imposta en el interior. Por el tipo de relieve y el
repertorio, la imposta muestra concordancias con la escultura del siglo XI desarrollada
en zonas del entorno de Barcelona, aunque su tosquedad puede dar lugar a dudas.
Los talleres de la catedral de Tarragona:
su marco de relaciones y su influencia
El programa decorativo de la catedral de Tarragona,
adoptado conforme se concretaba el avance de la construcción, permite rastrear
buena parte de la evolución de la escultura catalana de la última y prolongada
fase del románico, desde el último tercio del siglo XII hasta más allá de
1250-60. Así, se incorporan las tendencias enraizadas en el ámbito del
Mediterráneo occidental, con distintas interpretaciones del sustrato del mundo
antiguo, en parte representadas también en algunos de los centros más significativos
del norte de Cataluña. Así, los talleres activos en Tarragona, especialmente
alrededor del 1200, conectaban totalmente con el contexto internacional.
Cabe decir que circunstancias semejantes se
producían en Lleida, en la otra gran construcción de la época, la Seu Vella,
y su entorno, con interacciones con los conjuntos cistercienses –como veremos-,
y con particularidades estilísticas e iconográficas ausentes en Tarragona. el
panorama cronológico que esbozaremos a continuación permitirá profundizar en el
conocimiento de estas circunstancias.
Las primeras fases de la construcción de la
catedral tarraconense muestran el enlace con la tradición artística que unía Girona
con Barcelona durante el último tercio del siglo XII. En estos casos, nos
referimos especialmente a aquella escultura que, sobre todo en el caso del
claustro gerundense de Sant Pere de Galligants, mantenía el recuerdo de la
tradición llamada “rosellonense” con la aportación de la escultura
provenzal y languedociana, de neto carácter mediterráneo y repleto de citas
antiquizantes. Ello es visible tanto en la escultura de las partes bajas del
presbiterio como en la de las portadas, de las que la historiografía ha
subrayado especialmente la que comunica el claustro con la iglesia. Así, son
elocuentes las analogías con el grupo de escultura barcelonés, encabezado por
la puerta que actualmente comunica el claustro con la iglesia catedral, y
seguido de otros conjuntos destacables como Sant Pau del Camp. El recurso a
repertorios asociados al mundo antiguo, especialmente el capitel de tipo corintio
(o corintizante), las dificultades observables en el tratamiento de la
figuración, de apariencia más rígida, y el interés puntual en el trabajo del
mármol, unen ambos centros. Esta situación debe de obedecer los vínculos
existentes entre las sedes barcelonesa y tarraconense, a los movimientos de
prelados entre una y otra. Además, también pudo influir la estrecha vinculación
entre el arzobispo de Tarragona y las autoridades condales de Barcelona, como
sabemos implicadas en todo el proceso de recuperación y consolidación de la
sede tarraconense.
Esta tendencia se expandió en otros ámbitos de
la misma ciudad, como muestra la escultura de la iglesia de Santa Maria del
Miracle, en el antiguo anfiteatro de Tarraco. Los restos conservados de la
decoración escultórica muestran cómo fueron aplicados repertorios de carácter
geométrico idénticos a los de las primeras fases de la catedral y de los
monumentos barceloneses. También allí hay vestigios de una portada en mármol de
composición análoga a la del claustro de la catedral. Como en tantos otros
casos, estos temas tendieron a una reiteración de estereotipos, quizás
simplemente imitativas, de modo que en otros monumentos del entorno de Tarragona
se repitieron en fechas ya más avanzadas, seguramente en pleno siglo XIII, como
podemos observar en la iglesia de la Sang d’Alcover (Alt Camp) o en Santa Maria
de Siurana (Cornudella de Montsant, Priorat).
El papel de absorción de tendencias innovadoras
que la seo tarraconense mantuvo antes y después del 1200 se manifiesta también
en un sector muy concreto del presbiterio, en el lado correspondiente al
evangelio. En este caso, estilo y repertorio coinciden plenamente con los del
círculo del claustro de la catedral de Girona y del de Sant Cugat del Vallès
(que enlaza con obras de Sant Pere de Rodes), más concretamente con el taller
que trabajó en las galerías oriental, septentrional y occidental de Girona, y en
una primera fase del conjunto vallesano, atribuible al entorno artístico de la
figura de Arnau Cadell. Ello permite establecer una clara estratificación en la
evolución de los talleres de la catedral, a la vez que observar los cambios de
rumbo visibles en la decoración del conjunto, atribuibles tanto a la necesidad
de proveer de efectivos y de obra ante el avance de la construcción. La
presencia, en esta parte del edificio, de dos de los talleres más
significativos de la época, puede estar también en consonancia con la
importancia y la ambición del proyecto tarraconense, y al empuje de sus
promotores.
Probablemente, algunas piezas del claustro
reflejen el recuerdo de esta tendencia, que entronca con la escultura de raíz
tolosana. Pero es el citado claustro y las obras producidas por su taller lo
que acabará determinando la tendencia más significativa y desarrollada del
entorno de Tarragona. en realidad, una de las piezas claves del taller es el
frontal de altar dedicado a San Pablo y a Santa Tecla, situado en el
presbiterio de la iglesia catedral.
Por el desarrollo de su estilo, por el formato
que presenta el grupo del registro principal, la pieza permite determinar el
marco artístico y el contexto de relaciones con otros monumentos. en los
capiteles y las impostas, pero también en las claves de bóveda y ménsulas de
soporte de los tramos de bóveda del claustro se resigue la labor de un taller
de relativa homogeneidad, cuyo trabajo más sustancial pudo desarrollarse
durante el primer tercio del siglo XIII, aunque en algunas partes, como en las
galerías septentrional y oriental, pudo prolongarse hasta fechas más tardías. GudIol
ya intuyó la importancia de este conjunto, su papel como definidor de un
estilo, y posteriormente se detectaron ejemplos, aislados, del recuerdo de la
escultura tolosana. Posteriormente, se ha precisado en su origen: en primer
lugar, su relación de identidad con la escultura de la puerta de la Anunciata
de la Seu Vella de Lleida, más ampliamente con una tendencia renovadora
del entorno del 1200, en la que la familiaridad con conjuntos pirenaicos
situados dentro de la órbita artística tolosana como Saint-Bertrand de Comminges
deja entrever recuerdos de las aportaciones de la escultura de la toscana,
entorno a las figuras de Guglielmo y Biduino. Al mismo tiempo, el tipo de
figuración, de relieve y las formas de abordar la composición de los capiteles,
sitúan las obras de la catedral, especialmente las del claustro, al mismo nivel
que el de buena parte de los conjuntos hispánicos del entorno del 1200. Es sin
duda otra vía en la que conviene profundizar, visto que en otros casos, no
lejanos al tarraconense, existen claros indicios de relación, como en el caso
barcelonés de los capiteles del antiguo hospital de Sant Nicolau, vinculados a
la escultura del entorno compostelano del pórtico de la gloria.
Otras obras de la catedral y el fragmento de un
tímpano hallado en unas obras de un patio del ayuntamiento de Tarragona
mantienen el estilo del claustro y el frontal, obras que deben pertenecer al
margen cronológico situado entre 1215 y la época del arzobispo Aspàreg de la Barca
(1215-1234). Esta figura podría adquirir un papel relevante en la aplicación de
las fórmulas relacionadas con Lleida y con Comminges, dada su trayectoria
anterior a la llegada a Tarragona, tal como exponemos en tratar monográficamente
de la escultura del claustro y de la catedral. A todo ello se aproxima una
pieza errática, un capitel historiado conservado en el Museu Nacional d’Art de Catalunya
(MNAC 5290), trabajado en mármol como buena parte de las obras tarraconenses.
Las fórmulas estilísticas desarrolladas en el
claustro pudieron tener su reflejo en la continuación de las obras de la
iglesia. Algunos de sus rasgos son también visibles en la capilla de Sant Pau,
de la enfermería, o en Santa Tecla la Vella.
Además, la decoración del antiguo Hospital de Santa
Tecla responde perfectamente a la tendencia visible en las naves de la
catedral, donde parece producirse una cierta tendencia a la reiteración de
estereotipos. Francesca español estudió la difusión de este círculo más allá,
también, de la ciudad de Tarragona, de modo que sus fórmulas son totalmente
visibles en la iglesia de Santa Maria del Pla de santa Maria, en detalles de
los monasterios cistercienses de Poblet y Santes Creus, incluso en el
benedictino de Sant Cugat del Vallès.
El Pla de Santa Maria (Alt Camp).
Detalle de la portada
El estilo tarraconense pudo mantenerse hasta
completado el tercio central del siglo XIII, como lo muestran los relieves de
algunas laudas sepulcrales fechables entre 1250 y 1270, en las que los esquemas
compositivos y los motivos ya tradicionales se combinan con aspectos
iconográficos alejados de lo que en términos convencionales consideramos
habitualmente como “románico”.
Fuera de Tarragona y de los conjuntos que de un
modo u otro reflejan su influencia, cabe citar la decoración de Sant Miquel de
Forès (Conca de Barberà), que reúne repertorios simplificados como las puntas
de diamante (visibles también en Tarragona y en Lleida), pero con puntos de
contacto con obras del entorno de la comarca de la Anoia (Barcelona),
pertenecientes ya a fechas avanzadas del siglo XIII. Del ámbito de lo que
actualmente es la provincia de Tarragona, en la zona del Baix Penedès, cabe
citar la conservación de dos pilas bautismales, con interesante decoración en
relieve: la primera, y más significativa, la de Sant Jaume dels Domenys; la
segunda, de mayor sencillez, pertenece a la iglesia de Banyeres del Penedès.
ambas engrosan la amplia serie de objetos de este uso que ha conservado la
comarca del Penedès, más vinculada al ámbito barcelonés.
Escultura en Los monasterios
cistercienses
El aspecto global del claustro de Tarragona nos
conduce a la imagen arquitectónica y decorativa de los monumentos de la orden
del Císter, marcados por una buscada austeridad que conllevaba la ausencia
originaria de figuración. cabe, pues, analizar este contexto, que marcó
profundamente la fisonomía de numerosos conjuntos entre las tierras de Tarragona
y Lleida. La alusión al centro ilerdense nos viene inducida en la medida que la
fidelidad unos repertorios fue ligeramente media tizada por unos talleres, con
su propia tradición, que actuaron en algunos de estos conjuntos, como ejemplo
del entrecruzamiento de talleres y modelos que se produjo entre las grandes
catedrales y los citados monasterios a lo largo del siglo XIII.
En cualquier caso, parte la decoración del
claustro mayor de Poblet, con el lavabo incluido, el propio lavabo de Santes
Creus y las fachadas de ambas salas capitulares son la muestra más evidente de
la tendencia hacia la fidelidad a las pautas de austeridad de la orden. Pero el
panorama es más complejo de lo que aparenta, en este caso, la relativa
homogeneidad de la decoración, a causa del lento avance de las obras. De este
modo, la decoración de una parte importante de los dobles capiteles se basa en
el habitual tema de las hojas lisas, distribuidas en registros, cuyo posible
gran referente sea, para los conjuntos catalanes, la decoración del claustro de
Fontfroide, también evocado en ocasiones como referente arquitectónico para la
configuración del claustro de la catedral de Tarragona.
En el caso de Poblet, es significativa la
problemática de las galerías primitivas del claustro, especialmente la
meridional, o de la portada de la galilea con el relieve del crismón
trinitario, que nos sitúan ante fechas muy avanzadas del siglo XIII, y en
ocasiones no antes de 1250. Una parte de la decoración también está emparentada
con modelos procedentes de la Seu Vella de Lleida. Por otro lado, la
labor de talleres vinculados con Tarragona se ha detectado en las claves de
bóveda de la sala capitular, con un interesante ciclo dedicado a la redención;
nos hallamos ante un nivel estilístico semejante al de algunos tramos de las
naves de la seo y, como se ha señalado reiteradamente, la portada del Pla de Santa
Maria, citada ya anteriormente. Por lo que se refiere a Santes Creus, los
indicios nos sitúan ante un panorama semejante al populetano, de modo que la
actuación de talleres diversos se detecta en distintos puntos. transformado el
claustro, del conjunto queda para confirmar esta línea la decoración del lavabo
y de la fachada de la sala capitular. Seguramente, en este caso una de las
piezas más llamativas es el sepulcro de Guillem II de Montcada (muerto en
1229), obra relacionada nuevamente con los talleres derivados de la catedral de
Tarragona. Dentro de las pautas de relativa austeridad, los repertorios
utilizados a lo largo del siglo XIII, incluidos motivos de carácter vegetal o
de entrelazo, se mantendrán en la decoración de las dependencias de los
conjuntos, incluso más allá de 1300.

Sarcófago
de Guillem II de Montcada. Claustro de Santes Creus
Reflexiones en torno a las figuras de
los promotores y de los artífices de las obras
Más allá de los epítetos que la historiografía
ha introducido y adoptado para dar nombre y clasificar algunos maestros,
talleres y círculos artísticos, no existe por el momento ningún nombre propio
asociado a una obra del ámbito que nos ocupa. Sólo la asociación mediante la
comparación estilística ha permitido delimitar alguna figura, en especial el
llamado Mestre del Frontal de Sant Pau i Santa Tecla, en Tarragona. Además, se
hace difícil establecer una relación directa entre algunos de los nombres de
maestros de obras de la catedral de Tarragona y las producciones escultóricas,
a pesar de piezas reveladoras como la lauda funeraria del canónigo obrero Ramon
de Milà (fallecido en 1266). Esta pieza, sin embargo, es útil para fijar unos
márgenes para la pervivencia de las fórmulas artísticas desarrolladas en Tarragona
desde el primer tercio del mismo siglo XIII, a partir de las obras del claustro
y del frontal de altar citado ya en varias ocasiones.
En este sentido, la historiografía ha puesto
énfasis en el papel de impulsores de los arzobispos de Tarragona, si bien su
plasmación en conjuntos precisos de escultura sigue siendo dificultosa. Así,
puede parecer justificable asociar a la figura de Guillem de Torroja
(1171-1175), antes obispo de Barcelona, la vinculación entre la escultura de
ambas seos, o a Berenguer de Vilademuls (1175 1194), antes abad de Sant Feliu
de Girona, la identidad con el círculo de escultura de Girona y Sant Cugat. Y
se ha asociado la construcción del claustro a Ramon de Rocabertí (1198-1215)
por los datos que proporciona la lectura de su testamento y por la
identificación de sus armas en algunas impostas del conjunto.
Igualmente, nos hemos referido anteriormente a
la figura de Aspàreg de la Barca (1215-1234), que anteriormente había ocupado
cargos en Toulouse y en Saint-Bertrand de Comminges. No siempre estos datos
coinciden con exactitud con los resultados de los análisis derivados del
estilo, de los repertorios y sus modelos. Sin duda, la documentación no siempre
facilita datos más fidedignos, como los que permiten relacionar a Pere d’Albalat,
también arzobispo, con determinadas obras del monasterio de Poblet (1238-1251),
que pueden aportar indicios para la propia catedral. Y la información existente
sobre los restantes responsables de la gestión del edificio no aporta datos
suficientes como para establecer una gradación neta, fijar los cambios de rumbo
en la decoración o especular justificadamente sobre posibles interrupciones de
las obras.
En cualquier caso, la propia importancia
simbólica del conjunto y la dimensión política de los arzobispos explica por sí
misma la variedad de talleres que actuaron en aquel conjunto, como sucede
también, desde una orientación distinta, con los monasterios cistercienses. Tanto
en un caso como en otro, la figura de los condes-reyes mantuvo también su
interés y efectuó sus aportaciones en beneficio de las obras. Respecto de Tortosa
poco puede afirmarse al respecto, a pesar del papel que pudieron desarrollar figuras
como el obispo Gaufred, teniendo en cuento su origen y filiación provenzales. También
podemos trazar, en fechas más tardías, la configuración de la portada de Gandesa
y su vinculación con la orden del temple, a través de Lleida.
En conjunto, se dibuja un panorama en el que
artistas y talleres debieron de actuar indistinta mente en un conjunto u otro,
adaptando recursos y modelos, reutilizando repertorios, y en concordancia con
la naturaleza de cada centro y las exigencias de cada espacio o marco
arquitectónico.
Muestras de las transformaciones de la
escultura más allá de 1250
Las fórmulas derivadas de la renovación del
1200 y su fusión o adaptación con las del Císter fueron acaparando la
decoración escultórica hasta bien entrado el siglo xiii. no será hasta los años
1260-1270 que se detectará la incorporación de fórmulas derivadas de lo que se
acepta, convencionalmente, como una escultura gótica de raíz francesa. sea como
fuere, y más allá del debate terminológico, estos cambios se detectan
especialmente en las obras de la fachada de la catedral de Tarragona, en lo que
queda del claustro de la de Tortosa, así como en diversos conjuntos,
especialmente tímpanos de portadas de toda la región. en algunos casos, es
innegable la fusión entre repertorios originados en el románico con las nuevas
fórmulas, así como la incorporación de una escultura avanzada en un marco
compositivo de base románica.
Este sería el caso controvertido de las
portadas de la fachada principal de la seo tarraconense, donde bajo un esquema
compositivo semejante al de las puertas de la cabecera, se incorporan elementos
de calidad diversa asociados a los inicios de lo gótico. en este punto, es
sobradamente conocida la diversidad de puntos de vista sobre cuál pudo ser la
participación de Maestro Bartomeu, contratado por el arzobispo Bernart d’Olivella,
aspecto que no es oportuno tratar en estas páginas, dedicadas al arte románico.
Pero más allá de la consideración de posibles
inercias, de talleres estancados y de calidad técnica limitada, también hay que
admitir la existencia de escultores cuya formación ya es distinta, a pesar de
que su capacidad técnica tampoco estuviera muy desarrollada. Por todo ello, nos
referiremos a una serie de obras y conjuntos que, a pesar de haber sido
publicados indistintamente en publicaciones dedicadas tanto al románico como al
gótico, deberían de ser analizadas como parte de esta última etapa.
El caso de la portada de l’Assumpció de Gandesa
(Terra Alta) representa la adopción de un esquema desarrollado especialmente en
Lleida, Agramunt y su entorno, de una parte de sus repertorios, pero mediante
la incorporación de nuevos temas y bajo una estética algo ruda pero avanzada. No
se trata del único ejemplo de esta extendida tipología (con ejemplos en Aragón)
que muestra una figuración y algunos motivos de tipo vegetal pertenecientes
claramente al gótico, pero el conjunto que nos ocupa es suficiente revelador,
independientemente de la dificultad de establecer una datación precisa. Cabe
también destacar que este unicum en tierras del tramo final del Ebro, no lejos
de Torrotas, puede deberse a la vinculación con la orden del Temple y,
particularmente, con la comanda precisamente leridana de Gardeny, tal como se
expone en detalle en el estudio monográfico de este conjunto llevado a cabo por
Carles Sánchez.
Ejemplifican perfectamente esta situación los
tímpanos, y en conjunto las portadas, de Santa Maria de Barberà de la Conca y
de Santa Maria de Bell-lloc, en Santa Coloma de Queralt (ambas en la Conca de Barberà.
Y, por otro lado, muestra esta problemática la siempre aludida portada de Gandesa,
tradicionalmente emparentada con la llamada escuela de Lleida. En Barberà y Bell-lloc,
la temática mariana que preside ambos tímpanos no debería de considerarse
indicio de una clasificación u otra. Al fin y al cabo, se inscriben en una
tradición que, si nos atenemos a los ejemplos conservados, nos sitúa ante obras
clave fechables a partir de 1150, como la portada de Cornellà de Conflent, el
relieve casi desaparecido de Santa Maria de Manresa (Bages) o, más próximo
cronológicamente, la portada del transepto de Vallbona de les Monges (Urgell,
Lleida). Es necesario, sin embargo, emprender un estudio detallado de la
iconografía de cada uno de ellos, así como de su filiación estilística, para
poder concretar en su significación, datación y clasificación. Un caso
semejante lo constituye el de la portada, reaprovechada en una fachada del
barroco, de la iglesia de Santa Maria de Sarral, también en la Conca de Barberà.
En este caso, la composición de temática mariana se sobrepone a un
enmarcamiento de carácter geométrico, que deriva, sin duda, de los relieves del
claustro de Poblet y de los conjuntos situados en torno a la Seu Vella
de Lleida.
Esta problemática es extensible sin duda al
terreno de la escultura en madera, a las imágenes de culto. Debemos afirmar que
en ningún caso las tallas conservadas en este ámbito pueden ser calificables
como románicas, a pesar de que se mantengan, a grandes rasgos, algunas
tipologías. En este sentido, la imagen desaparecida de la Virgen de Paretdelgada
(la Selva del Camp), y la imagen robada de Siurana (Cornudella de Montsant),
pertenecen ya al gótico, a pesar de lo que se haya podido escribir en alguna
ocasión.
La ilustración de manuscritos en
Tarragona (siglos IX al XIII): el scriptorium de Santes Creus, y los fondos del
Arxiu Històric Arxidiocesà de Tarragona y de la Biblioteca del Arxiu Capitular
de la Catedral de Tortosa
La variedad de los manuscritos conservados en
las bibliotecas y en los archivos de la provincia de tarragona ilustra las
múltiples directrices culturales que definieron la producción artística de la
Catalunya Nova entre los siglos XI y XIII, ejemplificando su evolución. Tales
códices resultan ser una fuente valiosísima para hacer hipótesis sobre la
producción pictórica de la provincia tarraconense y otras regiones limítrofes,
de la cual, las diferentes vicisitudes históricas y bélicas, entre otras la
guerra civil española de 1936, han borrado inevitablemente todo indicio.
La práctica totalidad de los códices de la
provincia de Tarragona se asigna a la actividad de los scriptoria locales, cuyo
comienzo va atribuido seguramente a los años inmediatamente posteriores a la
conquista cristiana de Tarragona, ratificada por el conde Ramon Berenguer III en
1116, y el derrocamiento de la taifa de Tortosa en 1148 a manos de su sucesor Ramon
Berenguer IV. Las fechas de la fundación del monasterio cisterciense de Santes
Creus en 1150 y de la fundación de las canónicas agustinianas de las catedrales
de Tortosa y Tarragona, acontecidas en 1153 y 1154 respectivamente, van por lo
tanto referidas al inicio de la actividad de dichos scriptoria. Las órdenes
monásticas revistieron un papel fundamental en la constitución de los centros
de creación de libros de la región, en línea con el resto de lo que ocurre en
europa desde el siglo XII; no solo los copistas cistercienses del monasterio de
Santes Creus y los canónigos amanuenses que acatan la regla de San Agustín en Tarragona
y Tortosa dieron vida a importantes realidades de producción manuscrita, sino
que a través de frecuentes e intrincadas relaciones con diversos monasterios
catalanes, provenzales y, probablemente más allá de las fronteras, promovieron
un fecundo intercambio con otros scriptoria, que se manifiesta tanto en el
plano material de la circulación de las obras como en la movilidad de los
miniaturistas.
Scriptorium de Santes Creus (Biblioteca
Pública de Tarragona)
La diligente actividad del scriptorium
abacial dio vida a un amplio número de códices medievales, conservados en la
biblioteca pública de Tarragona, anteriormente biblioteca provincial, creada en
1846 para custodiar los manuscritos sustraídos a los entes eclesiásticos del
territorio tarraconense a raíz de la desamortización sufrida entre 1822 y 1835.
Poco después de su traslado a Tarragona, los códices fueron objeto de
diferentes estudios y registros, entre los cuales cabe destacar los trabajos de
Jaume Bofarull, Sanç Capdevilla, Sanç y Eufemio Fort i Cogul. A Jesús Leonardo Domínguez
y Sánchez-Bordona, director de la biblioteca entre 1942 y 1963 se le reconoce
el mérito de haber redactado el primer estudio sistemático de los manuscritos
de la abadía de Santes Creus, investigación evidentemente favorecida por el
descubrimiento del primer inventario conocido, redactado en el último cuarto
del siglo XII.
Los comienzos del scriptorium de Santes
Creus se atribuyen a las décadas sucesivas a la fundación de la abadía: en
diciembre de 1150, gracias a la generosidad del senescal de Barcelona, Guillem
de Montcada y gracias a un muy vasto diseño de organización monástica de los
territorios recién anexionados a la corona, bosquejado por Ramon Berenguer IV,
se donaron unas tierras a la comunidad cisterciense de Nôtre-Dame de Grandselve,
en las cercanías de Toulouse, con el fin de edificarles un monasterio. El abad Guillem,
beneficiario de tal donativo, se estableció por lo tanto con parte de la
comunidad, en un primer momento en Valldaura y después, en torno a 1160, en Aiguamúrcia,
donde enseguida se comenzó la construcción del cenobio, favorecida por las
considerables donaciones de los Montcada.
Los códices más antiguos de la primitiva
biblioteca de Santes Creus, datados en el siglo X, pertenecen al grupo de
manuscritos llevados por el abad Guillem de Grandselve (1151-1154) y sus monjes
desde la abadía tolosana; el estilo de las miniaturas nos descubre la
procedencia francesa, italiana y catalana, aunque a menudo la indeterminación y
lo elemental de la decoración no nos permite una adjudicación geográfica exacta.
Entre estos manuscritos se incluye la Expositio Epistolae ad Romanos (BPT ms.
148), cuya decoración se reduce a una única y gran inicial P que abre el
texto (fol. 1r): la letra y la decoración caligráfica que se despliega en el
trazado superior de la letra se ejecuta en rojo con trazos rápidos,
probablemente por el copista de la obra. Entre la decoración constituida por
elementos geométricos, una estrella de cinco puntas, espirales y anillos, es
visible un fugaz retrato de un obispo, reconocible por la mitra, quizá sea la
efigie de San Agustín, que se menciona en el título superior como autor de la
obra. Algo más rica es la decoración de la copia de la Concordia regularum
patrum videlicet beati benedicti (BPT ms. 69): numerosas iniciales
caligráficas con estrechamientos en las aperturas en rojo o pardo, en su
mayoría exentas de decoración, marcan el inicio de los párrafos, mientras en
algunos casos presentan motivos de meandros (I fol. 146v), entrelazados (H fol.
48r, I fol. 140v, A fol. 141v, P fol. 146v, F fol. 154r), o florales (Q fol.
174r, extraordinaria por la forma romboidal que contiene una flor pentapétala ,
y Q fol. 174v). Única en todo el manuscrito es la inicial que abre la B (fol.
1r), decorada en rojo y pardo, con motivos de meandros, nudos y con
terminaciones semejantes a flores de lis.

Expositio epistolae ad Romanos de san
Agustín (BPT, ms. 148, fol. 1r).
Concordia reguralum patrum videlicet
beati benedicti (BPT, ms. 69, fol. 174r).
De Roda de Isábena (Ribagorza, Huesca) proviene
el códice que incluye la Collectanea Canonica (BPT ms. 26), ilustrado
por tres grandes iniciales formadas por tallos vegetales entrelazados que dejan
a la vista la superficie del pergamino, que surgen del pico de pequeñas cabezas
de aves; las iniciales están dispuestas sobre fondo rojo y enmarcadas por pinceladas
amarillas (S fol. 29v y 147v), enriquecidas por añadidos de oro (A fol. 42r). Pequeñas
iniciales en rojo rellenas en amarillo y a veces decoradas en su interior por
finas líneas rojas onduladas, caracterizan además los párrafos. Digna de
mención, la relación de las provincias eclesiásticas españolas (fol. 25r)
repetido en el canon sinóptico decorado por arcadas sobre columnas rematadas
por cruces (fol. 191v). Para finalizar, el universo decorativo del manuscrito
incluye un arbor consanguinitatis realizado en amarillo y rojo,
ejecutado según un esquema descendente (fol. 101v). Decorado únicamente por
iniciales se encuentra el códice incompleto de De officiis ecclesiasticis de
amalario de Metz (bpt ms. 149); entre las numerosas pequeñas iniciales
adornadas por terminaciones florales en rojo y negro, se distinguen dos grandes
S, una de ellas subdividida y envuelta en espirales vegetales que rematan en
cabezas de aves (fol. 31v), la otra S, con un estrechamiento central que
contiene una flor y extremos formando nudos (fol. 47r); destacan finalmente dos
letras formadas por cánidos, que a pesar de su rápida ejecución resultan muy
expresivas (C fol. 35v; B fol. 46v). debido a sus semejanzas con los
manuscritos creados en San Cugat, Vic y Ripoll, es posible atribuir dicho
códice a la zona del monasterio ripollés, hipótesis por otra parte confirmada
por Anscari Manuel Mundó. Datada en el siglo XI, no sin ciertas dudas debido a
su estilo maduro, está la Expositio Super Apocalipsim, de Haymo de
Halberstadt (bpt ms. 149), cuya decoración consta únicamente por una gran P
inicial, delineada en negro-pardo, que se despliega sobre más de la mitad de la
columna derecha de la página de inicio. Tupidos elementos vegetales ocupan la
apertura central y se entrelazan en la letra, terminando en cabezas de dragones
y serpientes, mientras dos elegantes pavos reales enrollan los largos cuellos
al elemento vertical de la inicial. El trazo delicado –algunas veces
superpuesto– nos dejaría suponer la intención originaria de pintar la inicial.

Collectanea canonica. Rituale. Diplomata
Ecclesiastica (BPT, ms. 26, fol. 191v).
La disposición del texto en dos columnas, la
monumentalidad y el naturalismo de la fauna y la flora que viven en la letra
revelan una fuerte influencia clásica e italiana, que podría encontrar
explicación en el origen ripollés del códice; por lo demás, cómplice la
ausencia de colores, son visibles algunas analogías con la decoración de la
copia de De Civitate Dei de Tortosa (ATC ms. 20). Del scriptorium
de San Cugat del Vallès proviene probablemente la Expositio in epistolas
divi Pauli (bpt ms. 146), miniado a inicios del siglo XII. Dividido en dos
columnas, el texto está adornado por grandes iniciales “perladas” en
cuyo interior encuentran lugar esquemáticas decoraciones vegetales pintadas en
rojo o en azul, en contraste con el azul o el rojo del fondo de la letra. Más
allá de las evidentes analogías con los manuscritos vallesanos (en particular, ACA
ms. 47) el códice presenta semejanzas con el sacramentario ms. 82 de Tortosa
asignado al scriptorium de la catedral dertosense y en cuya ejecución
fueron contemplados los mismos modelos ripollenses que inspiran la Expositio de
Santes Creus.
Entre los primeros códices asignados al scriptorium
de Santes Creus se encuentran las Epistolae divi Pauli cum notis
marginalibus (BPT ms. 158) de la segunda mitad del siglo XII.
La decoración
de las iniciales P, las únicas que adornan el manuscrito, se puede atribuir al
trabajo de dos o más minia turistas.
Epistolae Sancti Paulii cun glossis
(BPT, ms. 158, fol. 70r).
Junto a las iniciales de tipo
vallense-ripollense perladas y decoradas con motivos vegetales y animales
fantásticos en rojo y azul (P fol. 159r y 162v) o rojo y amarillo (fol. 144r),
sobresale una inicial en el fol 70r. De estilo diferente que recuerda las
soluciones compositivas y cromáticas adoptadas en los talleres ingleses activos
en los mismo años. Un personaje vestido con una túnica corta de color verde con
bordes rojos está representado en el momento de entrar en un enmarañado jardín,
representado en la apertura de la letra y compuesto por una policromía en
verde, rojo y dorado; el tipo de figura desentona notablemente con los ejemplos
contemporáneos de pinturas catalanas. Las restantes iniciales del códice
presentan en cambio un estilo mixto entre la policromía de la inicial del fol.
70r y las soluciones utilizadas por los scriptoria vallenses-ripollenses (fol.
31v, 96v, 108v, 120v, 128v, 134v bis, 140v y 152v). La presencia de tres tipos
de iniciales diferentes induce a pensar en la intervención concomitante de dos
artistas, uno de formación catalana o provenzal y el otro, en cambio, educado
en algún scriptorium foráneo, quizá de paso hacia Santes Creus, que
pinta según su propio estilo las iniciales dibujadas por el otro.
Realizado en los mismos años, pero de
decoración más parecida a los ejemplares creados en Cataluña es la composición
m.165, en parte copiada y miniada en el monasterio de Santes Creus. La
decoración del manuscrito consiste en diversas iniciales en azul y rojo, entre
las cuales destaca la O del fol. 113v, en la cual el rey Salomón, representado
con un particular sentido del dinamismo, ocupa el espacio central de la letra.
Un considerable número de manuscritos datados
entre finales del siglo XII y comienzos del siglo XIII, cuya decoración se
limita a unas pocas iniciales, pueden ser atribuidos a la producción del scriptorium
de Santes Creus a caballo entre el románico y el gótico: desde simples y
caligráficas iniciales rojas sobre fondo amarillo, como en el ms. 63 (Comentaria
super Cantica Canticorus, P fol. 48v), la decoración evoluciona en sentido
gótico dando vida a iniciales rojas llenas de trazos negros dispuestos en bandas
y aureolas (ms. 71, U fol. 1r) o habitadas por cuadrúpedos rampantes (ms. 28, Liber
scintilla rum, Liber antiheresis, Super Sacramentum Comunionis, De
virtute Sancte Crucis et Sacramento Altaris). El paso entre la decoración
románica de las iniciales al gótico en ejecución en estos años en el scriptorium
se ejemplifica además por el ms. 97, que concentra fragmentos de diferentes
códices (Expositio super Apocalipsim Iohannis evangelista, De lapidibus
civitatis celestis, De nativitate Antichirsti, De corpore et sanguine, De
corpore Domini, Oratio); junto a iniciales en rojo y amarillo, a veces
acompañadas por motivos que recuerdan hojas carnosas (G fol. 44v), aparecen en
el manuscrito iniciales góticas en rojo y azul (R fol. 16v).
Inspirado en modelos ultrapirenaicos y quizá
realizado en un scriptorium francés, está el manuscrito de los Sententiarium
libri VI de Pedro Lombardo (ms. 123), miniado en las primeras décadas del
siglo XIII. Recortadas sobre un recuadro azul intenso, algunas ricas y
elaboradas iniciales en amarillo tenue están formadas por dragones enredados en
racimos vegetales (V fol. 3r) o están decoradas según el estilo cisterciense
por hojas carnosas (C y O fol. 1v); más esenciales resultan en cambio dos
grandes C en los folios 44 y 77 que alojan en su interior, respectivamente, a Adán
y Eva y una escena de un maestro con su discípulo.
La transición entre románico y gótico se
demuestra finalmente por la decoración del ms. 55 que contiene, entre los
varios legajos, el Libello de miraculis sancte Marie y el De
Constantinopolitana civitate. Dos dibujos circulares del mundo y de la
órbita solar, realizados en rojo y negro y decorados por escuetos motivos
vegetales, ocupan los folios 118r y 118v del manuscrito. Mientras son numerosas
las iniciales rojas monocromas decoradas por palmetas y hojas carnosas (F fol.
1r) y las letras rojas en las cuales se articulan intrincados motivos vegetales
en verde, en algunos casos ampliados sobre el margen blanco de la página (I
fol. 93v), semejantes a las iniciales que decoran la copia del Malum punicum,
ms. 19, miniado en el siglo XIII.
Setentarium libri IV de Pedro Llombardo
(BPT. ms. 123, fol. 3r).
Arxiu Històric Arxidiocesà de Tarragona
El núcleo de manuscritos conservados en el Arxiu
Històric Arxidiocesà de Tarragona está compuesto por una concentración más bien
abigarrada, y a pesar de que tales fragmentos estén a menudo constituidos por
un folio o una doble página del original manuscrito, resulta posible trazar
líneas de guía respecto a la evolución de la decoración. numerosos fragmentos
provienen de los diferentes archivos parroquiales de la zona, otros de la
abadía de Santes Creus, otros también de los scriptoria de la Catalunya Vella,
más sensibles a la influencia francesa. Hasta el día de hoy no puede
constatarse la existencia de un scriptorium en la catedral de Tarragona,
no obstante, su presencia dentro de la canónica agustiniana sería verosímil,
sobre todo a fin de producir los códices necesarios para hacer frente a las
necesidades litúrgicas de la comunidad. del resto, excepción hecha de los
códices atribuibles a otros scriptoria, una serie de fragmentos presenta
características unitarias que podrían sugerir la existencia de un centro de
creación de libros tarraconense activo desde mediados del siglo XII, es decir,
a continuación de la fundación de la canónica agustiniana que tuvo lugar en
1154.
Los manuscritos que se pueden datar entre los
siglos IX y XII, en su mayoría compuestos por biblias, sacramentarios, Misales
y textos para la oración, parecen atribuibles o por lo menos relacionados a los
scriptoria de Ripoll y Vic; entre estos sobresale una hoja perteneciente a una
biblia del siglo XI (ms. 18.7) en la que destaca una gran P trazada fugazmente
a pluma con perfiles rojos y ocres, decorada con dos cabezas de cánidos
adosadas desde donde surge un tallo enroscado a la apertura de la letra. son muchos
los fragmentos decorados por pequeñas iniciales rojas o negras entrelazadas a
elementos vegetales, como en el ms. 21.3 o el ms. 20.3. También algunos códices
posteriores, que pueden ser fechados en el siglo XII manifiestan fuertes
semejanzas con la producción ripollesa, en concreto el Leccionario ms. 20.14,
con iniciales rojas, negras y amarillas que surgen de feroces cabezas y racimos
vegetales; el ms. 20.15 con grandes iniciales rojas, negras, azules y amarillas
en vueltas por hojas lobuladas (G fol. 1v), el ms. e-1 (1) y el ms. 21.7. Con
una decoración mucho más original está el folio del ms. 20.6, decorado en el
siglo XII con una S inicial formada por dos zorros sobre un fondo rojo y
amarillo; los colores y esquematización de las figuras, así como el mismo tipo
de encuadre, parecería enviarnos a la producción local, quizá al scriptorium
de Santes Creus. También al scriptorium abacial se atribuye con
seguridad el Commentarius ms. 18.6, ejecutado en el siglo XII.
Semejante al lenguaje figurativo adoptado por
los miniaturistas de Santes Creus parece ser la decoración del sacramentario
ms. 22.14 y del gradual ms. a-8 (1), ambos fechados del siglo XII, y
provenientes de Alcover, sito a escasos kilómetros al norte de Tarragona. El
estilo de la decoración, constituida por iniciales foliáceas, entrelazadas y
perladas, realizadas en amarillo, rojo y azul, nos remite a algunos códices
poco posteriores atribuidos al scriptorium tarraconense, como los
antifonarios ms. 20.10 y 20.11, y los fragmentos 22.10 y 22.11.
Letra P (AHAT, ms. 18.7) Arxiu Històric
Arxidiocesà de Tarragona
Letra S (AHAT, ms. 20.6) Arxiu Històric
Arxidiocesà de Tarragona
Biblioteca del Arxiu Capitular de la
catedral de Tortosa
La biblioteca del Arxiu capitular de Tortosa
reúne un amplio número de manuscritos; el primer inventario redactado en 1354
contaría con ciento once, mientras que el registro de 1420 cataloga doscientos
setenta y cuatro, testimoniando así la rápida actividad de producción librera
del scriptorium en el siglo XIV. Los registros y primeros análisis
sistemáticos de las obras datan de finales del siglo XIX; en 1896 señalamos el
estudio de Henri Denifle y Émile Chatelain, terminado por la obra del archivero
del capítulo tortosino, Ramon o ‘Callaghan i Forcadell al año siguiente, y por
el trabajo de Jordi Rubiò i Balaguer y Ramon d’Alòs Monet, publicado entre
1913-1914, por el Institut d’Estudis Catalans. El censo completo y definitivo
de los manuscritos dertosenses fue puesto a punto por Enric Bayerri i Bartomeu
en 1962, que no obstante amplía el número de manuscritos de origen provenzal
respecto a aquéllos que la literatura posterior hubiera establecido
convincentemente.
Tras la toma cristiana de los territorios de
bajo Ebro en 1148, el restablecimiento de la antigua diócesis tortosina fue
advertido como un acto necesario para ratificar el derrocamiento del dominio
árabe sobre la zona, sobre todo gracias al papel del último baluarte cristiano
meridional el cual, desde el principio, encabezó la ciudad de Tortosa. Por
decisión de la curia papal, el deber de restaurar la sede episcopal y el culto
cristiano se asignó a Gaufred, canónigo del monasterio agustiniano de Saint-Ruf
de Aviñón. Gaufred, ascendido a la sede episcopal dertosense en 1151, condujo
con si un pequeño grupo de monjes agustinianos, que se establecieron en la
canónica aneja a la catedral de Santa Maria de les Estrelles de Tortosa desde
1153.
El nacimiento del scriptorium se
relaciona con la presencia de los canónigos regulares aviñonenses, que
proveyeron a la biblioteca de la catedral con manuscritos creados en su
monasterio de origen. sin embargo, la existencia e importancia de la producción
miniaturista tortosina ha sido refutada o contradicha por una parte de la
crítica, aunque frente a una numerosa y constante producción de libros, parece
en cambio aclarada la centralidad de Tortosa en el panorama de la
miniaturística románica de la Catalunya Nova. en concreto, María Eugenia Ibarburu
Asurmendi se ha mostrado más bien escéptica acerca de la existencia de un
taller tortosino antes de mediados del siglo XII, admitiendo sin embargo la
presencia de algunos artistas extranjeros que permanecieron en Tortosa durante
breves períodos y que, por ejemplo, realizaron las miniaturas del De
Civitate Dei de San Agustín y de un sacramentario gregoriano (ATC ms. 20 y
56). Por otro lado, siempre distinta la opinión de estudiosos locales como
Jordi Rubió i Balaguer, Ramon d’Alòs Monet y José Matamoros sancho, que
apoyados por Enric Bayerri i Bartomeu, han propugnado la presencia del scriptorium;
más recientemente, Carlos Mancho i Suárez y Miguel Dels Sants Gros i Pujol han
relanzado dicha hipótesis, que en vista de la homogeneidad estilística y
litúrgica de algunos códices sobre los que nos detendremos más adelante, parece
configurarse como probable. El scriptorium de la catedral dertosense, no
debía ser sin embargo particularmente grande ni desarrollado; la decoración no
parece ser rica ni elaborada, los programas decorativos vienen relegados como
mucho a iniciales y pocas páginas completas, y por los análisis de los códices
se deduce que las figuras del miniaturista y copista estaban a menudo
superpuestas. en fin, el radio de difusión de las obras tortosinas no debía ser
muy amplio si los únicos ejemplares identificados más allá de los límites
ciudadanos se encuentran en Tarragona, como por ejemplo, la copia de la
Expositio in Epistolas Pauli, fechada en el siglo XII (bpt ms. 146).
Los manuscritos aviñonenses fueron esenciales
para los comienzos del scriptorium de la catedral de Tortosa; adoptados
como modelo de referencia, muchas de las características paleográficas,
textuales y decorativas serán repetidas, sin embargo no siempre con los mismos
resultados. el primitivo núcleo de las obras llevadas desde Aviñón incluye
aproximadamente treinta y cinco códices, entre los cuales un sacramentario
gregoriano gelasiano, más conocido como el Misal de San Rufo (ACT ms.
11). Este último códice, seguramente el más representativo y valioso de entre
los manuscritos traídos por Gaufred, se realizó en el scriptorium de la
catedral aviñonense de Nôtre-Dame des Doms en torno al 1125-1130 para
enriquecer la colección de textos litúrgicos del monasterio de Saint-Ruf. Permanece
aún irresoluta la cuestión de la contextualización artística de las cubiertas
decoradas con esmalte champlevé que actualmente decoran el códice, que
representan una Maiestas Domini en el anverso y una crucifixión en el
reverso. Reconociéndole la afinidad con obras creadas en Limoges, Santo Domingo
de Silos y catalanas, recientes estudios han estrechado la zona de creación al
área catalano-provenzal y fijado la datación hacia inicios del siglo XIII. La
decoración del misal está formada por iniciales decoradas por tallos vegetales,
alguna de las cuales contiene vigorosos retratos de los santos relativos a cada
uno de los días de su solemnidad, una crucifixión (fol. 16v) y una Maiestas
Domini (fol. 17r) a página completa.

Misal de San Rufo (ACT, ms. 11).
Reverso.
La representación del Cristo en Majestad revela
un conocimiento de la iconografía bizantina del pantocrátor y, más en concreto,
el artífice de las dos páginas miniadas en su totalidad debía tener una gran
proximidad, ciertamente, a las creaciones franco-carolingias y cluniacenses. En
virtud de tales comparaciones, la crítica es unánime al reconocer como centro
de creación de dicho manuscrito el suroeste de Francia, hipótesis confirmada
posteriormente con las comparaciones entre el ms. 47 de Sant Cugat, realizado
en 1182, y el ms. 58 de la bpt, datado en el siglo XII, ambos asignados a
Francia meridional.
Misal de San Rufo (ACT, ms. 11).
Anverso.
Misal de San Rufo (ACT, ms. 11, fol.
17r). Maiestas Domini.
Sacramentario Gregoriano (ACT, ms. 41,
fol. 50v). Crucifixión.
El núcleo de los códices franceses provenientes
de Aviñón no representó, sin embargo, la única fuente de inspiración para los
copistas y miniaturistas activos en el scriptorium dertosense en sus comienzos; a través del
examen minucioso de los manuscritos más antiguos que se conservan en el archivo
capitular, emerge un considerable grupo de obras realizadas en otros
importantes centros de producción de libros catalanes y junto con Tortosa, bien
seguidores de artistas foráneos o bien fruto de intercambios y regalías entre
altos prelados. por ejemplo, del monasterio de sant Joan de les Abadesses
proviene el sacramentario gregoriano ms. 41, datado hacia mediados del siglo XII,
probablemente conseguido a través del obispo Ponç de Monells (1165-1193), que
fue antes abad del monasterio de Sant Joan desde 1140. El códice está decorado
por iniciales ornamentales y por una crucifixión desplegada sobre el fol. 50v.
La utilización de los colores, la caída de los paños y la fisonomía de los
rostros nos remiten a las decoraciones de los manuscritos atribuidos a la
órbita de Girona, de ahí se deduce la gran importancia que ofrece el códice en
cuanto al intercambio de manuscritos que se llevaba a cabo entre las diferentes
comunidades agustinianas de Cataluña. No obstante, el sacramentario gerundense
ocupa, dentro del scriptorium de Tortosa, un lugar de particular relieve
ya que se constituyó como el modelo para la realización de los demás
sacramentarios gregorianos; y específicamente, el legado del antiguo rito
visigótico presente y el orden de los libros del códice, por lo que se define
como un sacramentario pirenaico, serán introducidos en los sacramentarios ms.
93, 34, 56, 140 y 82 realizados en Tortosa entre el último cuarto del siglo XII
y los primeros decenios del siglo XIII. La ornamentación de los ms. 93 y 34
presenta algunas características comunes como las tonalidades cromáticas
encendidas, la combinación de rojos, naranjas y azules vivos, la superficie del
pergamino a la vista en algunas zonas, sobre las cuales las figuras se delinean
únicamente mediante siluetas de contorno pardo. Los códices 140 –invalidado por
recargados repintados posteriores– y el 82 se diferencian de los dos citados
anteriormente por los caracteres de trazos góticos de las miniaturas sobre todo
en las iniciales habitadas por leones rampantes y grifos que señalan el paso a
una expresión protogótica y a trazos heráldicos, mientras que los colores
vivos, tradicionalmente usados en el taller tortosino, se sustituyen por tintes
más oscuros como el morado, verde oscuro o marrón.
De origen ripollense y no exento de influencias
cistercienses es, en cambio, el códice De Civitate Dei de San Agustín de
Hipona, realizado a finales del siglo XII. La decoración se despliega en
cinco páginas enteramente miniadas, reubicadas en 1916 al inicio del texto: el
zodiaco (fol. 1r), la defensa de la ciudad de dios (fol. 1v), la Jerusalén
celeste (fol. 2r), la Maiestas Mariae (fol. 2v) y la creación (fol. 5r).
Sobre el plano argumental, las miniaturas denotan una transposición altamente
conceptual y una puntual atención a sutiles aspectos teológicos; por ejemplo,
la escena de la Maiestas Mariae, durante mucho tiempo considerada una
asunción, puede ser leída como una alegoría de la iglesia en virtud de la
disposición jerárquica de Cristo, la Virgen y bajo ellos, una figura con el
pastoral y el libro, quizá San Agustín, rodeado de fieles y discípulos. La gran
precisión compositiva, acentuada por la única presencia del dibujo, el
naturalismo de las anatomías y la extraordinaria expresividad, muestran el profundo
conocimiento del arte clásico del miniaturista, probablemente a través de
manuscritos carolingios e italianos, debido a la aparición de conocidos y
específicos elementos iconográficos. también se extraen de la tradición
bizantina numerosos detalles como, por ejemplo, la iconografía de los diablos
en la “defensa de la ciudad de dios” o la figura de la Virgen orante,
elementos que sitúan convincentemente el manuscrito en la órbita de los scriptoria
de Ripoll y Girona. Son realmente sorprendentes las similitudes con el evangelario
de Cuixà (Médiathèque de Perpignan, ms. 1). Las miniaturas son atribuibles
a la misma mano del copista, que añade su propio nombre en el folio 408v,
firmando como Nicolaus Bergedanus, o sea de Berga: ego nicolaus
bergedanus scripsi hoc quidem quidquid de mense may usque ad mensem
septembris. v[er] n.... d[e]b[e]t. La presencia del cartucho final ha
abierto un encendido debate entre los estudiosos, algunos de los cuales han
negado la paternidad de Nicolaus, mientras que otros han acercado el códice a
la pintura contemporánea de Berga, estableciéndolo como lugar de origen,
mientras que según otra fascinante hipótesis, el autor, de formación ripollesa,
habría ejecutado la obra durante un breve período de permanencia en Tortosa,
teoría que podría encontrar confirmación justo por la unidad estilística entre
escritura y decoración, y por la naturaleza rápida y caligráfica de las
imágenes, realizadas casi exclusivamente mediante trazos de siluetas negros. Dignas
de mención, por fin, las 21 iniciales decoradas por elementos vegetales en las
cuales, aunque con diferentes niveles de complejidad compositiva, cuadrúpedos y
criaturas monstruosas constituyen la policromía misma de las letras. En cuanto
a su influencia figurativa, también por las iniciales del ms. 20 tortosino,
parecería acertada la influencia de las mismas soluciones decorativas del scriptorium
de Ripoll y, probablemente, de la producción miniaturista cisterciense.
También otros manuscritos, algunos de los cuales,
creados seguramente en Tortosa, muestran referencias evidentes al estilo de los
códices provenientes de Ripoll y Vic, como el l’Ars Grammati cae de Prisciano
(ms. 74), los Dialoghi del pseudo Agustín (ms. 113), el Moralia in
Job de Gregorio Magno (ms. 30), un salterio (ms. 51) y la Summa
de Justiniano (ms. 129). La ornamentación del Ars Grammaticae, compuesta
por iniciales adornadas con racimos vegetales terminados en hojas carnosas, no
alcanza sin embargo los resultados estilísticos de los modelos ripollenses y
ausonenses; tal desviación podría constituir una evidencia posterior del origen
tortosino del códice, con mucha seguridad copiado a finales del siglo XI de uno
de los numerosos manuscritos provenientes de Ripoll que se encontraban en el scriptorium
de la catedral. Se descubren además afinidades con los códices atribuibles a
los scriptoria de Vic y Ripoll, en las siluetas que enriquecen el texto
tortosino de los Dia loghi del pseudo Agustín, colocadas durante el
curso de la primera mitad del siglo XII en los ángulos inferiores externos de
los folios, algunas veces sin ninguna relación con el contenido del párrafo al
que se refieren, ejecutadas con trazos rápidos.
En el scriptorium de la catedral de Tortosa
se realizó también la copia de Moralia in Job de Gregorio Magno (ATC ms. 30),
fechado con seguridad en 1156 por una donación insertada en el texto, referida
en el pie de página, concedida por Ramon Berenguer IV a la diócesis dertosense.
Grandes iniciales formadas por espirales vegetales y hojas carnosas, dispuestas
sobre fondos rojos y azules, caracterizan la decoración del códice. Parecidas
iniciales decoran el Salterio glosado ms. 51 del último tercio del siglo XII;
si para el planteamiento de los contenidos el códice se atribuye a la tradición
aviñonense y por tanto al monasterio de Saint-Ruf, la decoración en cambio
puede tender al Liber Sententiarium de Pedro Lombardo de la Biblioteca Pública
de Tarragona (BPT ms. 123) y a otros códices realizados en el scriptorium
cisterciense de Santes Creus, parecidos que se manifiestan sobre todo en el
acercamiento de azul y rojo y de la elección de la misma estructura compositiva
de las le tras entrelazadas a intrincados racimos vegetales. Más incierta y
difícil, en cambio, es la atribución geográfica del ms. 129 de la Summa de
Justiniano; igualmente decorado por iniciales realizadas por el entrelazado
de elementos vegetales sobre fondos azules y rojos; decorado hacia finales del
siglo XII con pocas iniciales sobre fondos azules y rojos, el códice podría
quizá ser adscrito, sin embargo, al scriptorium tortosino.
No atribuibles, con seguridad, a la producción
librera dertosense son, en cambio, dos códices que contienen las Homeliae
quorundam sanctorum patrum, los ms. 62 y 196, es decir la primera y segunda
parte del mismo volumen desmembrado en época no establecida. La decoración de
los manuscritos recobra la corriente bizantina que se difunde en la época en la
Catalunya Vella entre finales del siglo XII y principios del siglo XIII;
los retratos alojados en las iniciales, entre los que se encuentra el de San Agustín
(N fol. 61r), recuerdan la antigua tradición pictórica de naturaleza abreviada
transmitida por el arte bizantino. Justo en virtud de tales influencias el scriptorium
de origen de los códices podría estar localizado en la Cataluña septentrional,
sujeto a influencia ripollesa. En definitiva, la línea a trazos ondulados que
delinea las letras y la asociación de colores azules y rojos, visibles sobre
todo en la inicial con la efigie de San Agustín, nos recuerda soluciones
semejantes a las adoptadas en las pequeñas iniciales que decoran los párrafos
del Expositio super Apocalipsim de Haymo de Halberstadt (bpt ms. 149, N
fol. 72v), quizá proveniente del scriptorium de Sant Cugat del Vallès.
Tarragona
Tarragona es la más meridional de las cuatro
provincias catalanas y la capital de la comarca del Tarragonès. Su ubicación a
la orilla del Mediterráneo la convierte en un centro de atracción turística de
primer orden. El origen de esta ciudad se remonta a la antigua Tarraco romana.
La muralla que rodeaba toda ciudad fue la
primera gran construcción que los romanos llevaron a cabo poco después de
establecerse en el lugar y la que dio origen a la futura Colonia Iulia Urbs
Triumphalis Tarraco, capital de la Hispania Citerior o Tarraconensis.
La primera muralla –que sería muy reducida y
rodearía únicamente la parte más alta de la ciudad– posiblemente fuera de
madera, realizada con troncos a modo de empalizada. Fue entre los años 217 y
197 a.C., cuando se levantó la primera muralla de piedra. Para ello se
utilizaron bloques ciclópeos en su base y sillares en las partes más altas.
además, los puntos más vulnerables fueron reforzados con torres. En la
actualidad, en la ciudad se conservan tres de estas torres, la del Arzobispo,
la del Cabiscol y la de Minerva. En torno a los años 150 y 125 a.C., la muralla
creció en extensión, altura y anchura, englobando toda la ciudad hasta el
puerto. De esta última época se conserva la Porta dels Socors (la Puerta
de los Socorros), una de las puertas de acceso a la ciudad, que se usaba para
el tránsito rodado. Las siete puertas restantes únicamente se conocen por
referencias escritas.
La muralla ha sido, a lo largo de la historia,
la edificación más importante de la ciudad. Los primeros núcleos urbanos
necesitaban defenderse de las agresiones externas y como sucedía en otras
muchas urbes, fue el monumento mejor cuidado, y además servía para delimitar la
ciudad del campo. Cuando la ciudad dejó de ser plaza militar, en 1854, la
muralla se convirtió en un obstáculo para el desarrollo de la nueva urbe, de
manera que se convirtió en cantera para la construcción de otros edificios.
Para evitar el espolio, en 1884 fue designada Monumento Histórico Artístico.
Mucho más tarde, en el año 2000, el Conjunto arqueológico de Tarraco,
fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
La ciudad medieval se desarrolló en el espacio
limitado por la muralla romana.
Se reaprovecharon los edificios antiguos
derruidos y se construyeron los nuevos utilizando los elementos que ya
existían. El cronista musulmán Al Idrisi (1100-1166) nos dice “es una ciudad
de los judíos y tiene una muralla de mármol, construcciones reforzadas y torres
fortificadas”.
En 1091, se restauró la sede episcopal de
Tarragona que hasta esos momentos se encontraba en la ciudad gala de Narbona.
Pero la ciudad no será reconquistada definitivamente hasta el año 1116 por
Ramon Berenguer III. La ocupación y repoblación de su territorio fue un
problema en esos momentos de la reconquista. Hubo un primer intento en el año
1119, cuando se le da en feudo al obispo Oleguer de Barcelona; pero viendo la
imposibilidad de conseguirlo, diez años después decide nombrar vídamo
(vice-señor) del lugar al normando Robert de Aguiló. Este guerrero normando
reparó la muralla romana, reducida por aquel entonces a la zona alta de la
ciudad, y construye una nueva que cierra el flanco sur, separando la plaza de
representación del Concilio Provincial y el circo, la que hoy conocemos como Mur
Vell (Muro Viejo). Las torres laterales, que también eran edificios
romanos, se convirtieron en los castillos del obispo de Vic y de Robert de Aguiló.
Otra torre, junto a la antigua plaza del recinto de culto, pasó a ser el
palacio fortaleza del arzobispo y cuando se reparó la muralla romana, una de
las torres se convirtió en el castillo del Pavorde.
De época medieval se ha conservado un conjunto
interesante de edificios y elementos defensivos, como la catedral, la capilla
de Santa Tecla la Vieja, los restos del antiguo hospital, parte de las murallas
con sus torres, el Castillo del Rey, Sant Miquel del Pla, Sant Lorenç y los
vestigios sacados a la luz en la infinidad de excavaciones arqueológicas
realizadas por toda la ciudad (Rambla Vella, calle Enrajolat, calle de la Vía
Romana, Plaza de la Font, Baixada del Roser, calle Granada, calle Civaderia,
calle Cavallers, etc.).
Catedral de Santa Tecla (arquitectura)
El visitante que se dirige hacia la catedral
por el camino natural de la Calle Mayor, la antigua vía axial de la ciudad
romana, tiene como fondo la estampa de la fachada principal de la catedral, con
su ventana diáfana inacabada. Y cuando se aproxima y da comienzo el penoso
ascenso de las gradas que le conducen al llamado Pla de la Seu, el Llano de la
Catedral, se enfrenta al monumento tal y como sus constructores desearon que lo
hiciera. De arriba a abajo, siguiendo el orden jerárquico previsto en la contemplación
de los símbolos que lo componen.
El gran rosetón, primero. Tras él, apareciendo
poco a poco, la puerta central gótica, flanqueada por dos más pequeñas, y el
conjunto escultórico con sus imágenes. Cristo Juez sobre los hombres y, en un
plano inferior, la Virgen con el Niño, los apóstoles y los profetas, próximos
ya al suelo, pero sin confundirse con la gente que los observa desde la plaza.
Es como si el telón se levantara finalmente, a punto para la representación, en
un escenario que se halla enmarcado por los restos de la acrópolis romana. La
antigua muralla, con su basamento ciclópeo, envolvía por tres de sus lados el
amplio espacio de ese desnivel superior, donde se construirían los edificios
catedralicios y claustrales.
Más abajo, callejuelas y casas quedaban
delimitadas transversalmente por el antiguo circo. La catedral se levantó cómo
un monumento medieval integrado en la ciudad romana.
En el siglo III a. C. Roma había ocupado la
parte más elevada de un cerro frente al Mediterráneo, para instalar allí un
campamento militar desde donde dirigir las operaciones contra los cartagineses
en la Segunda Guerra Púnica. Terminado el conflicto, el campamento dio paso a
la ciudad. Aprovechando la estabilidad que proporcionaba la llamada pax
romana, se urbanizó progresivamente la parte más accesible, por la ladera.
Plazas, construcciones públicas y viviendas se extendieron sobre los diferentes
desniveles que, a modo de terrazas, descendían hasta el llano. Y la población
se volcó hacia el mar.
Llegado el siglo I d. C., la acrópolis, que
había perdido ya su carácter militar, se convirtió en un gran espacio sagrado.
Como núcleo principal del mismo, el emperador Tiberio autorizó la construcción
de un templo dedicado a la memoria de Augusto, para promover el culto imperial.
Ese primer templo, mencionado por el historiador Tácito y restaurado en el
siglo II por orden de Adriano, durante su estancia en la antigua Tarraco,
ocupaba el lugar preferente en una gran plaza porticada, a imitación del Foro
de Augusto en la capital del Imperio. El Edicto de Milán, promulgado por
Constantino el año 313, supuso un pacto de tolerancia a favor de los seguidores
de Cristo. La comunidad cristiana, que sin duda era numerosa, podría disponer
de un lugar de culto equiparable, al menos, al templo pagano. al imponerse
definitivamente el cristianismo tras el Decreto de Teodosio en 380, con rango
de religión oficial, ese lugar de culto de los primeros cristianos adquiriría
especial relevancia.
Las dudas sobre la ubicación de lo que debió de
ser la basílica paleocristiana podrían haber quedado resueltas tras las
excavaciones arqueológicas llevadas a cabo, en los últimos años, en el entorno
de la catedral. En el curso de esas intervenciones ha aparecido un importante
espacio, de proporciones considerables, con lo que parece ser un nicho
cuadrangular, probablemente una de las exedras para la colocación de estatuas
que jalonaban el temenos, el muro perimetral del área sacra romana.
Se trata de la conocida como “Gran Sala axial”, de mayores proporciones
incluso que el templo de Augusto, alineada con el eje longitudinal del mismo y
con el de la actual catedral. Es posible que ésta fuera la primera basílica
dedicada a Santa Tecla en la ciudad de Tarragona.
Theodor Hauschild, a partir de sus excavaciones
en la zona exterior del ábside mayor catedralicio, que continuaban en la línea
iniciada por Joan Serra Vilaró, apreció una importante reforma en la Gran Sala
axial, realizada durante el siglo V, consistente en la incorporación de una
doble columnata, para distribuir el interior en tres naves, además de la
sustitución de la cubierta. Siglos más tarde, ya en la primera mitad del XIII,
y una vez consagrada al culto una amplia zona de la seo medieval, que se hallaba
entonces en plena construcción, la antigua basílica habría cedido sus funciones
a la catedral nueva. Destinada desde entonces ya únicamente a uso funerario de
eclesiásticos ilustres, pasaría a denominarse “la vieja”. De ese
cementerio parece proceder el sarcófago paleocristiano “de Betesda”, del
siglo IV, incrustado en el muro frontal de la fachada de la catedral, y las
cenizas de San Cipriano, obispo visigodo del siglo VII.
La invasión árabe del siglo VIII supuso, en la
práctica, el abandono de la antigua Tarraco. Los viajeros musulmanes que
la visitaron describieron la imagen de una ciudad fantasmagórica y desierta,
donde cualquier peligro podía esconderse entre las ruinas de su pasado
glorioso. Hay que esperar al siglo XI, y al interés de los condes de Barcelona
en su expansión hacia tierras más meridionales, para encontrar síntomas claros
de restauración de la sede episcopal. Con esa intención, Ramón Berenguer III
concedió en 1119 la ciudad y el territorium de Tarragona al obispo de
Barcelona Olegario. Diez años después, el prelado confiaba al caballero Roberto
de Aguiló, o de Bordet, la tarea de llevar a cabo la feudalización de la
capital y de su territorio. La vida regresaba poco a poco a la ciudad.
Aunque San Olegario fuera nombrado primer
arzobispo de la Tarragona recién recuperada, es más que probable que nunca se
instalara en la ciudad. La situación era tan inestable, el peligro musulmán tan
cercano, que seguramente vivió y murió en Barcelona, donde tiene su sepultura
en la catedral. El primero que fijó su residencia y que se esforzó por
reorganizar la sede episcopal fue Bernat de Tort. Llegaba procedente de la
abadía de San Rufo, de la ciudad francesa de Aviñón, e instauró en la Iglesia
un capítulo de canónigos regulares de San Agustín. Según el canónigo Blanch
había recibido el palio como arzobispo en 1146 e hizo donación de la ciudad al
conde de Barcelona en 1151, una fecha significativa, pues acababan de caer de
nuevo en poder de los cristianos todos los enclaves estratégicos para acceder a
lo que sería el conjunto de la Corona de Aragón y al Ebro, por el Noroeste y
por el Sur. Pero fue en 1154 cuando Bernat de Tort suscribió la Ordinatio de
vita regulari in ecclesia Tarraconensi, las normas bajo las que debía
organizarse la vida comunitaria de los canónigos de Tarragona. La restauración
eclesiástica definitiva de la antigua sede episcopal era inminente.
Las primeras dependencias de la canónica
El lugar elegido no era otro que el area
sacra donde se había construido en época de los emperadores Flavios el
templo romano dedicado a Augusto. Había en esa elección una clara
intencionalidad simbólica. Instaurar el culto cristiano sobre el espacio del
culto pagano. Pero también contaban razones de tipo práctico. La existencia de
numerosas construcciones de carácter monumental que, aunque abandonadas o en
ruinas, eran perfectamente recuperables para su nuevo fin, además de
proporcionar una casi inagotable cantera de materiales nobles. El documento,
muy prolijo en cuanto a las obligaciones y buenas costumbres de los
eclesiásticos, qui ibidem canonicam et Apostolicam vitam ducant, que
debían llevar allí una vida según las normas de la Iglesia y como habían vivido
los apóstoles, proporciona datos muy valiosos acerca de los primeros edificios
y el uso al que se destinaban. Aunque resulta muy difícil interpretar esos
datos, sabemos que el arzobispo les entregaba una fortaleza que él “edificaba”
allí, dono ipsam fortitudinem seu monitionem, quam ibi ediffico, para
que la conservaran y habitaran a perpetuidad. La expresión podría referirse a
la reconstrucción que él mismo promovía de los restos romanos ya existentes
convirtiéndolos en una auténtica fortaleza sobre la roca viva, para que fuera
más fácil defenderse de los ataques por mar de los sarracenos, navegantium
Sarracenorum. El Mediterráneo había perdido desde hacía tiempo su condición
de Mare Nostrum.
En esa fortaleza debían de distribuirse,
aprovechando los desniveles naturales del terreno, las officinas inferius et
su perius, en referencia expresa a la bodega, el granero encima del
refectorio, además del dormitorio, la cocina y la sala capitular, todo ello
diferenciado sicut distinctum est. También les hacía donación de una
capilla inferior y superior, contigua a la fortaleza, ipsam capellam
inferius et superius, quae contigua est ipsi fortitudini. Tras hacer
provisión de propiedades y rentas a la canónica, el prelado ordenaba que los
domingos y fiestas de guardar, a la hora tercia, celebraran la misa mayor en la
iglesia de Santa Tecla, in ecclesia Sanctae Theclae celebrantur. En este
mismo lugar debían celebrarse los concilios y la consagración de los
arzobispos. Estamparon en el correspondiente pergamino su firma, ante el
notario de Tarragona Seteredo, el cardenal legado de la Santa Sede, el conde
Ramón Berenguer IV de Barcelona y el propio arzobispo Bernat de Tord, además de
varios obispos. Así se establecieron los primeros canónigos en la parte más
alta de la vieja Tarraco, al amparo de la poderosa muralla romana, desde
donde se dominaba el campo, la ciudad y el mar.
Puesto que los capitulares procedían de un
monasterio y, según sus ordenanzas debían llevar una vida similar a la
monástica, es de suponer que la evolución constructiva siguió también un
proceso semejante al de las fundaciones que llevaban a cabo las órdenes
religiosas. Si tomamos como referente el caso de los monasterios cistercienses
de Poblet y Santes Creus, próximos ambos a Tarragona, de la época de la
catedral y suficientemente documentados, veremos cómo se habilitaron en un
principio edificios con funciones polivalentes. Más tarde, levantadas ya las
grandes construcciones específicas, esos edificios se mantuvieron en uso,
aunque no todos ellos conservaron necesariamente el mismo destino. Esto hace
suponer que Bernat de Tord y el cabildo tarraconense, en un primer momento,
adaptarían a sus necesidades algunas dependencias romanas ya existentes,
mientras se reservaban los espacios más destacados para los edificios de mayor
rango, que se levantarían en el futuro.
Como la iglesia catedral tenía que imponerse al
templo pagano, su sitio estaba en el punto más importante del area sacra,
sustituyendo, como signo de victoria, lo que ya se considera con bastante
probabilidad la antigua construcción dedicada a Augusto. Solo faltaba escoger
un patio cuadrangular, con funciones de claustro, donde se ubicaran
definitivamente las diferentes dependencias de la canónica. Las formidables
paredes del muro perimetral del temenos, el gran recinto sagrado de
época romana, se alzarían entonces imponentes, como se han encontrado en las
recientes intervenciones, dibujando con su ángulo nordoriental el marco
perfecto de lo que hoy el claustro catedralicio. Los límites de este recinto,
junto con los restos del supuesto templo romano, condicionaron totalmente,
desde el primer momento, la distribución de lo que sería todo el conjunto
medieval y la evolución de las obras de la catedral. Esta es la hipótesis
mantenida por la autora de este estudio desde su tesis doctoral, defendida en
1977 y dada a conocer a partir de entonces en varias publicaciones. La teoría
ha quedado confirmada al encontrarse buena parte de esos muros romanos que
rodean el claustro, con motivo de las obras realizadas en las llamadas Casas
viejas de los canónigos.
Identificar todas y cada una de las
dependencias mencionadas en el documento de 1154, sobre el plano actual y con
las modificaciones que se han sucedido a lo largo de los siglos, supone todo un
reto al que podemos, no obstante, proponer una aproximación. Si recurrimos una
vez más a los modelos monásticos veremos cómo las primeras construcciones se
localizan en la zona más reservada del recinto, cercanas al punto donde se
situarían los edificios principales, aunque suficientemente distanciadas como
para permitir el desarrollo de las futuras obras de los mismos. Entre las
construcciones romanas habilitadas en esa zona como officinas por los
canónigos, en esa primera etapa, hay una gran nave que formaría parte del
pórtico del temenos y discurre por el nordeste tangente al claustro, en el
sentido de la actual Calle de San Pablo. Ha sido utilizada durante años como
parte del Museo Diocesano y actualmente está en desuso. Dadas sus grandes
dimensiones, es probable que se hubiera compartimentado para alojar, como indica
el documento, la bodega, los graneros, el refectorio, el dormitorio, la cocina
y la sala capitular, como ámbitos distintos, sicut distinctum est. Solo
en el caso de los graneros, Orrea, se dice que deben estar sobre el refectorio.
El resto es una mera enumeración. Sin embargo, esa enorme sala permite suponer
una distribución lógica, dividida en dos plantas. En el extremo norte de la
planta inferior, donde la roca avanza hacia el claustro, se encontraría la
bodega. A continuación el refectorio o comedor con la cocina adjunta, y la sala
capitular al Este. En la planta superior, y en el mismo orden, los graneros,
bien ventilados y aislados de la humedad del suelo, que ahí es abundante, y el
dormitorio, que por razones de seguridad suele estar en alto, ya en la parte
más oriental. De ese modo, la bodega quedaría semienterrada por el desnivel del
terreno al Norte, en la parte más fría, mientras la cocina, situada entre el
refectorio y la sala capitular, ejercería la función de calefactor, caldeando
esa parte del conjunto.
Una vez desmanteladas las llamadas Casas viejas
de los canónigos para proyectar en su lugar las nuevas dependencias del Museo
Diocesano, han salido a la luz las adaptaciones he chas desde el siglo XII. En
la parte más oriental está el espacio cuadrangular cuya planta inferior
serviría de sala capitular inicialmente. Es una construcción medieval. No se
apoya en el muro romano, que forma en torno suyo una especie de recinto
avanzado, y en la parte más alta se abrieron varios huecos casi desaparecidos.
a juzgar por su forma y dimensiones pudieron ser saeteras. No olvidemos que el
arzobispo menciona en el documento la construcción de una fortaleza para
defenderse de los sarracenos. Las excavaciones han sacado a la luz, entre ambos
muros, diferentes conducciones de agua antiguas. Con el paso del tiempo,
trasladada de lugar la sala del capítulo, esta parte baja sería transformada en
hueco para la escalera de acceso desde el claustro al dormitorio. Actualmente
quedan las esquinas y parte de los muros del edificio medieval, con una bóveda
de crucería hecha o rehecha imitando las de los tramos más próximos del
claustro, del siglo XIII. Al Nordeste sale roca viva. A continuación, hacia el
Norte, estaría la cocina.
No demasiado grande, con la misma profundidad
de lo que podría ser la sala capitular de entonces. Un muro ennegrecido sobre
una arcada podría confirmar su función, pues no se aprecian huellas semejantes
en el entorno, pero el espacio está muy transformado. Siguiendo en la misma
dirección aparece un arco diafragma apuntado de grandes dimensiones y lo que
pueden ser los arranques de otros seis. Se trata del dormitorio común de los
canónigos, por encima de una buena parte del refectorio. Parece que la planta inferior
pudo cubrirse con una estructura plana de madera, mientras que en el dormitorio
sería a doble vertiente, sobre los citados arcos diafragma. Figura en sus
dovelas una sola marca, la cruz latina pomada, que podemos considerar ya del
siglo XIII, contemporánea de los ábsides laterales de la iglesia, en donde
también se encuentra. En el último espacio, hasta casi el límite del muro del
claustro, se observan unos arcos de menor altura, ligeramente apuntados.
Fueron levantados sobre pilastras irregulares,
no encarcelados en al muro romano, y alternan dovelas modernas con otras
anteriores donde aparece la misma cruz pomada medieval. El arquitecto Elías
Rogent llevó a cabo una intervención en esa zona, aunque ignoramos su alcance.
Podría tratarse de una reconstrucción in
situ o bien de arcos hechos de nueva planta aprovechando piedras de otros
que se hubieran derrumbado. Seguramente corresponde a la parte del refectorio
sobre la cual estaba la dependencia usada como granero. Detrás de toda esa
zona, en la roca, se ha conservado una cisterna que recogería el agua de boca y
para la limpieza, además de lo que parece ser una fosa séptica. Todo en función
del uso doméstico propio de unos edificios de grandes dimensiones, cuya
construcción se prolongaría durante bastante tiempo. En el extremo norte, donde
la roca parece estrangular el espacio del antiguo pórtico romano, hay una serie
de muros que compartimentan una zona triangular, casi una cueva, que pudo
formar parte de la bodega.
Hay varias razones para suponer que esa nave
era el resultado de la reconstrucción que el arzobispo estaba haciendo y
fortificando en 1154. Una razón importante, su proximidad a la iglesia de Santa
Tecla, entregada por el arzobispo Tord a los canónigos para las grandes
celebraciones, que coincide probablemente como se ha dicho con el edificio
romano conocido como Gran Sala axial, utilizada ya desde época paleocristiana.
Esto podría confirmar la teoría propuesta, a mediados del siglo XX, por Serra
Vilaró. Otra, que las capillas construidas en el claustro, invadiendo el
terreno de lo que podría la fortaleza realizada por Bernat de Tord, son
posteriores al momento en que los capitulares abandonaron la vida en comunidad,
por lo que algunas de esas officinas pudieron estar, hasta entonces, en uso. Y,
finalmente, que al lado de la fortaleza, se encontraba según la Ordinatio,
una capilla también de dos plantas, inferius et superius, para el culto
diario. Todo parece indicar que esa capilla era ya, en si misma, una torre o
fortaleza y que pudo ser el edificio de carácter polivalente donde se instaló
el pequeño grupo llegado de Aviñón junto con el arzobispo, hacia 1151.
Utilizado este edificio de dos plantas como residencia provisional y lugar de
culto a un tiempo, ya sería considerado capilla contigua a la fortaleza tres
años más tarde. Se trata, probablemente, de la construcción cuadrada del
extremo sudoriental del claustro, conocida impropiamente en la actualidad como
Capilla del Corpus Christi, que resultaría prácticamente adyacente a la sala
capitular de la planta baja de la fortaleza y al dormitorio, en la parte alta
de la misma. Los canónigos podían acudir desde el patio, en el temenos elegido
como futuro claustro, a la capilla inferior para los rezos a lo largo del día y
desde el dormitorio a la superior, para los nocturnos.
Todas esas obras de adecuación de la
construcción romana se llevarían a cabo con materiales procedentes de los
monumentos circundantes. En un primer momento solo se precisaba compartimentar
los espacios, reforzar la seguridad reduciendo las aberturas y rehacer las
cubiertas dotándolas de algún tipo de sistema que facilitara la defensa. Si
consideramos que se trataba de dependencias para uso doméstico, es lógico que
siguieran patrones semejantes a los utilizados en las localidades que se
repoblaban en el territorio durante la segunda mitad del siglo XII. Una
cubierta plana de madera para la planta inferior y una estructura del mismo
material a doble vertiente, sobre arcos diafragma apuntados de piedra, para la
parte alta.
Todavía resulta más difícil interpretar la gran
sala que, por el lado noroccidental del temenos, forma ángulo recto con la que
suponemos es la habilitada como vivienda por los canónigos a partir de 1154.
Disponía también de una cubierta con estructura de madera sobre arcos
diafragma, pero no pa rece responder con claridad a ninguna de las funciones
que se mencionan en la Ordinatio. Podría haber sido un espacio
equivalente a las salas de monjes monásticas, donde se realizaban distintos
tipos de tareas. al menos una parte del mismo.
Pero, de ser así, debería haberse mantenido en
uso hasta el último cuarto del siglo XVI, cuando se produjo el proceso de
exclaustración de los canónigos. Y, sin embargo, ya se construían en su
interior capillas góticas a comienzos del siglo XIV, concretamente desde 1317.
En caso de descartar esta última posibilidad, podríamos pensar que estaba
destinada a algún uso oficial y protocolario. Solo podía haber dos tipos de
actos que precisaran un escenario semejante, fuera de lo normal.
Los relativos a las ceremonias eclesiásticas
relacionadas con los concilios y la consagración de los arzobispos, y otras
celebraciones derivadas de la Coronación del rey de Aragón.
Los concilios debían celebrarse solemnemente en
la iglesia de Santa Tecla mencionada en 1154, puesto que aún no existía la
actual catedral. Y, en cuanto al ordo coronationis del rey, se trataba
de un rito sacramental cuyo ministro ordinario en Aragón era el arzobispo de
Tarragona y, a partir de 1318 el de Zaragoza. Es de suponer que deberían
haberse llevado a cabo en la Catedral Metropolitana y Primada de Tarragona, y
para ello estarían previstos los correspondientes festejos. Según Antonio Durán
Gudiol, “las partes sustanciales del rito, con sus respectivas fórmulas,
eran la unctio con óleo crismal, la impositio coronae o coronación y la
colación de las insignias reales: la virga o cetro y el pomum o globo de oro.
Se completaba la ceremonia con la professio o declaración pronunciada por el
rey al principio y, al terminarla, la assignatio solii o entronización. acción
previa al sacramental era la investidura de caballería, con la bendición y
entrega de la espada al rey”.
Sin embargo el primer rey de Aragón ungido y
coronado fue Pedro el Católico, no en Tarragona, sino en Roma, donde se había
personado para ser armado caballero, accipere cingulum militare, y
recibir la corona de los reyes, accipere regium diadema, de manos del
papa Inocencio III, quien le honró con el regalo de las insignias reales.
Incluían el manto púrpura y la mitra, lo que induce a creer que Pedro II fue
coronado según un Pontifical del siglo XII que solo contemplaba la coronación
del emperador. aunque el rey Pedro decidiera coronarse en Roma, para mantener
el prestigio de los reyes de Aragón, es de suponer que se disponía, en el
conjunto catedralicio de Tarragona, de algún salón, una especie de Aula
Regia, pensado para celebrar ese tipo de acontecimientos.
Tal como ha aparecido en las excavaciones de
los últimos años, el edificio que comentamos conservaría en el siglo XII toda
la monumentalidad de su pasado romano, hasta que sus grandes aberturas fueron
condenadas con motivo de la construcción de las galerías del claustro en el
siglo XIII. En su interior han aparecido poderosos arcos apuntados de piedra, a
modo de arcos diafragma, que soportarían una cubierta de madera, todo ello
medieval. Pero no se ven indicios claros de varias plantas, sino que podría
tratarse de un salón de grandes dimensiones, en buena parte de su extensión
totalmente diáfano. Cualquiera de las dos hipótesis propuestas en cuanto a la
posibilidad de un uso protocolario de la sala o de una parte de la misma parece
posible, pero una de ellas cobra más fuer za al recordar un hecho histórico
ocurrido entre 1206 y 1207.
El papa Inocencio III concedía y confirmaba, in
signum gratiae specialis, a Pedro el Católico y a sus sucesores que
pudieran ser solemnemente coronados en Zaragoza, con la intervención del
arzobispo de Tarragona como ministro ordinario del rito.
El arzobispo Ramón de Rocabertí, amigo y
compañero del rey en diferentes negociaciones políticas, había conseguido para
el monarca el privilegio de trasladar esa ceremonia a una ciudad más segura,
que había logrado librarse de los ataques musulmanes en 1118 y que contaba con
el lujo oriental del palacio árabe de la Alfajería para celebrar el acceso al
trono del nuevo rey. Si la sala del temenos tarraconense ya no era
necesaria para un uso tan importante, no había razones para mantener su estado
original. Unos días antes el mismo rey Pedro había tomado “bajo su
protección” la obra de la seo y en 1212 concedió trescientos sueldos de
renta perpetua sobre los derechos reales en la ciudad, con lo que eso supone
como garantía de continuidad, “para que avanzase la fábrica de la iglesia”.
Comienza la obra de la iglesia catedral
Efectivamente, hacía unos cuarenta años que se
habían comenzado las obras de la catedral propiamente dicha. Las primeras
noticias hablan de los preparativos, de la recaudación de fondos que se hacía
de muy diversas maneras y tenía un importante empuje en legados testamentarios
como el de Pere de Queralt, que dejaba en 1166 mil sueldos de los dos mil que
le debía el obispo de Barcelona, ad ecclesiam Sancte Tecle faciendam,
para hacer la iglesia de Santa Tecla. Es posible que, una vez muerto el
donante, esa cantidad no fuera realmente ingresada. Más concreto en sus
términos, y más directo, es el testamento del arzobispo de Tarragona Hugo de
Cervelló, muerto en 1171 a manos de los descendientes de Roberto de Aguiló. En
el texto se refleja el inminente comienzo de los trabajos, ad opus ecclesiae
incipiendum, para comenzar la obra de la iglesia et ad officinas
canonicae faciendas, y para hacer las dependencias de la canónica. De la
lectura minuciosa de este documento se deducen diferentes aportaciones. Aparecen
unos restos de cantidades mayores, que se dedicarían a la obra catedralicia. La
suma de mil maravedíes, citada habitualmente en las publicaciones sin analizar
adecuadamente, no se ofrecía íntegra y solo la mitad de la parte ofrecida
correspondía a la iglesia, dándose la otra mitad para las dependencias
canonicales, que se hallarían en proceso de rehabilitación. Tampoco parece
probable que se recuperara la considerable cifra de dos mil áureos que
adeudaban al arzobispo los templarios de Montpellier. Y finalmente, sí es muy
significativo el dato de ofrecer su personal, las mulas, la mitad del pan y del
vino y otras cosas útiles, síntoma claro del interés del difunto por dar un
impulso definitivo a la construcción, que todavía contaba con escasos medios
materiales.
Las obras de cimentación se empezaron en una
fecha imprecisa muy próxima a ese acontecimiento de 1171. No conocemos al
primer maestro ni cuál era exactamente el proyecto inicial, que se desarrolló
dentro del estilo románico.
No es posible que se pensara entonces en un
edificio de las dimensiones del actual, ni tampoco con ese amplio crucero y
tantos ábsides. En ese caso se habría previsto el espacio necesario para los
mismos, aunque sí se plantearían llegar más allá del templo de augusto para
superarlo. Un simple análisis de la planta permite apreciar el obstáculo que
representó para su expansión final la presencia del recinto donde se ubicó el
claustro y, en él, algunas construcciones como el refectorio definitivo que
sustituyó al de Bernat de Tort, para el desarrollo simétrico de todo el
conjunto.
Los trabajos habían comenzado, como era
habitual, por la cabecera. alineada con el eje del supuesto templo romano y con
el de la llamada Gran Sala axial, y obligada por el terreno, seguía una
orientación anómala con una importante desviación hacia el Nordeste, que se
mantuvo inalterable hasta su conclusión.
Planta del conjunto catedralicio
El ábside mayor se alzó imponente.
Semicircular, rematados sus gruesos muros exteriores por un camino de ronda y
cinco matacanes, tiene el aspecto de una poderosa torre de defensa. Y es que,
como dice la bula enviada por el papa Clemente III a las iglesias de la
diócesis, “las comarcas tarraconenses eran atacadas por los sarracenos y
asoladas en verano por los navíos piratas, que devastaban las zonas costeras”.
Incluso los reos de delitos y pecados que solo el romano pontífice podía
absolver, obtenían el perdón si colaboraban en la construcción de las defensas
de la ciudad y de la catedral. Esa situación de riesgo explica que las únicas
siete ventanas que iluminaban entonces el ábside sean Muros y vanos románicos
en los tramos previos al ábside mayor Ventana circular donde previsiblemente
debía abrirse la puerta hacia el cementerio tan reducidas y estén colocadas en
la parte más alta, abiertas dentro del cuarto de esfera de la bóveda absidal.
Corrían malos tiempos para la obra de la
catedral. Y, aún así, no se escatimó la decoración ni se redujeron las
dimensiones. Por el interior, el arco de triunfo de ese ábside indica que
tenían la intención de cubrir la correspondiente nave con una bóveda de cañón
apuntado propia del tardorrománico, sin emplear aún las bóvedas de crucería que
se utilizaban des de la primera mitad del siglo XII en el Gótico francés. Y que
los arcos fajones serían doblados con sendos arcos de sección circular a ambos
lados. Se levantaron, incluso, los muros del primer tramo de la nave junto al
ábside, donde las ventanas altas son románicas y por el exterior se observan
los restos de una puerta. El óculo o ventana circular en lo alto y el tejaroz a
modo de marquesina, protegiendo lo que debía ser la entrada.
Todo parece indicar que en ese momento no se
tenía intención de construir ábsides laterales sino, tal vez, nave única, a
pesar de las considerables dimensiones que marcaba el ábside central. Más tarde
se cambió de opinión y con la construcción del ábside lateral dedicado a san
Olegario se ocupó el espacio de ese hueco, desapareciendo la entrada prevista.
En la parte ya edificada había quedado definido el tipo de pilares que se
mantendría definitivamente en todo el templo. Muros muy gruesos, con poderosas
pilastras o pilares formados por un núcleo cruciforme, para soportar en sentido
transversal los arcos fajones y en sentido longitudinal los arcos formeros,
decorados con parejas de medias columnas en sus caras. Y columnillas en los
codillos de los ángulos, que debían servir de apoyo a los arcos doblados. Pero
más tarde, al aplicarse bóvedas de crucería góticas, esas columnillas fueron
utilizadas para los correspondientes arcos cruzados. Se trata de un tipo de
pilar de gran firmeza, que resulta común a un cierto número de iglesias
importantes, entre las que se encuentran algunas que pueden considerarse total
o parcialmente protogóticas, que alcanzaría la catedral de Lérida y más allá la
de Tudela, además de la primitiva cabecera de la catedral de Sigüenza. Es decir
que, habiéndose comenzado con las características propias del estilo que
denominamos Románico, conviven con la aplicación del germen de un estilo
artístico posterior, el Gótico, que solaparía o superpondría al anterior sus
propios elementos y técnicas, fundamentalmente median te la colocación de
bóvedas de crucería.



Capiteles
Capiteles
Según una tradición no documentada que recogen
algunos autores como Emilio Morera en su Tarragona Cristiana, se habría
producido una primera consagración de la catedral hacia 1230, año en que el
arzobispo Aspargo de la Barca convocó un concilio provincial. La noticia podría
ser cierta si se tiene en cuenta, además, la existencia de un enorme muro,
localizado en las recientes excavaciones, que corta en sentido transversal al
eje de la iglesia, en la zona bajo el cimborrio, cerca de los púlpitos góticos.
Con una estructura de madera sobre los muros y pilares ya existentes, todo ese
espacio desde el arco de triunfo del ábside, podría haberse dedicado al culto.
El mortero de cal usado en la Edad Media tardaba mucho tiempo en fraguar y las
obras se extendían por las partes bajas antes de que se construyeran las
pesadas bóvedas de piedra.
También Blanch aporta alguna noticia a favor de
esa primera consagración de la cabecera del templo, en el sentido de que el
arzobispo Aspargo había prohibido celebrar en el altar mayor a quienes no
fueran canónigos de la seo, “excepción hecha, por respeto, de los obispos de
otras diócesis”. La magnífica pieza de mármol con relieves dedicados a la
historia de Santa Tecla que decora actualmente la parte delantera de la mesa
del altar mayor, pudo formar parte de ese primer altar. Sea a modo de frontal
como ahora la vemos o a modo de incipiente retablo, siendo más probable lo
primero. Fuera de ese recinto acotado, las obras continuarían lentamente. La
razón de esa lentitud, una vez atenuado ya desde el año anterior, tras la
conquista de Mallorca en 1229, el peligro de los ataques sarracenos y el enorme
gasto que suponía organizar la defensa, era la necesidad de acometer varias
obras a un tiempo, además del templo catedralicio. Por una parte la sacristía y
su entorno, junto al ábside mayor en el lado norte, levantada de nueva planta
pues no parece que existieran en ese punto construcciones reutilizadas.
Y por otra, la realización de las galerías del
claustro.
La sacristía
La sacristía es un edificio rectangular, de
grandes pro porciones, como correspondía a la Catedral Metropolitana y Primada.
Aunque no parece imprescindible que estuviera comunicada por el Nordeste con el
espacio que suponemos capilla inferior, que pronto pasó a ser sala capitular,
sería posible sugerir esa hipótesis, porque los huecos donde se alojan los
armarios-vitrina de la llamada Sala del Tesoro parecen indicar la existencia de
un amplio paso entre ambas, posteriormente tapiado. Un espacio destinado a sacristía
catedralicia, que pudiera utilizarse provisionalmente desde la capilla inferior
y la basílica durante un cierto período de tiempo, antes de la primera
consagración. El aparejo del muro de la sala capitular resulta suficientemente
irregular en ese punto como para sospecharlo, a pesar de los retablos de la
colección permanente del museo.
Las sacristías eran un tipo de dependencias
que, por los objetos que en ellas se custodiaban, no solían tener más aberturas
que la que llevaba a la iglesia. En ningún caso hacia el claustro. Pero,
teniendo en cuenta las sucesivas adaptaciones que se hicieron en esas
primitivas construcciones, no sería extraño que nos encontremos ante una
excepción puesto que la cabecera de la catedral tardó en ser consagrada al
culto. Proyectada la sacristía de forma solidaria con el ábside de la catedral,
quedó luego comunicada directamente con el presbiterio por el tramo anterior al
ábside, cuando las obras avanzaron lo suficiente. Estaba iluminada hacia el
temenos por tres ventanas altas de arco de medio punto, marcadamente
abocinadas, con el derrame en forma de luneto, por encontrase ya en la bóveda
de cañón apuntado, que pueden verse desde el sobreclaustro, y una más por la
parte del ábside de la iglesia.
Es evidente que en esas construcciones
iniciadas a partir de 1171 se tenía en cuenta la necesidad de proteger
especialmente el tesoro catedralicio. Ya hemos publicado con anterioridad que
en el extremo suroccidental de la sacristía estaba previsto construir una
torre, como refugio y último recurso defensivo, en la parte más interior del
recinto. Era un punto seguro entre los edificios de nueva planta realizados
hasta entonces, que formaba un bloque con el ábside de la iglesia y la
sacristía, pues en ese momento, con el resto de la catedral y el actual
refectorio sin terminar de construir, la parte del temenos destinada a claustro
resultaría muy vulnerable por el Suroeste. Pueden verse todavía por el
exterior, entre la sacristía y la capilla gótica de los Sastres, importantes
restos de ese edificio sin terminar, con los dentellones de sus muros al aire.
El momento de la interrupción de esta obra podría ser la etapa de seguridad que
sucedió a la conquista de Mallorca, de modo que la construcción de la torre se consideraría
innecesaria y no prosperó.
Finalmente se amplió el proyecto de la iglesia
y se levantó el campanario al otro lado del ábside, comenzado todavía románico
y terminado con dos pisos góticos en el siglo XIV. En el nuevo proyecto, que
contemplaba la construcción de ábsides laterales, el poderoso basamento
cuadrado de la torre pasaría a ejercer la función de envoltorio para la
primitiva capilla románica bajo la advocación de Santa María, a modo de
absidiolo semicircular, la que usaban los presbíteros de la catedral, que se
llamó posteriormente “de los Sastres”. Las reformas llevadas a cabo en
ella durante la segunda mitad del siglo XIV transformaron el semicírculo en
polígono para adaptarla al Gótico. La construcción tendría entonces, como era
habitual, dos muros concéntricos y relleno entre ambos, de modo que se
eliminaría el más interior, además del relleno, para darle el actual aspecto
poligonal. El espacio que ocupa la sacristía particular de la capilla de los
Sastres se obtuvo mediante el vaciado de parte del muro de la torre, que fue horadado
varias veces más. Una es la puerta de la sacristía, para ir hacia la nave
central de la catedral. Otra es precisamente el paso de comunicación
resultante, que conduce de la sacristía a la iglesia. Y una tercera sería el
estrecho pasillo entre la citada nave central y la capilla de los Sastres, bajo
las pinturas que representan al arzobispo Pere de Clasquerí ante la Virgen con
el Niño. De lo que tendría que ser el lado suroccidental no quedan
aparentemente más restos que los que se ven desde el sobreclaustro.

Capilla gótica de Santa María de los
Sastres en la base de la torre románica frustrada

En el ángulo norte del basamento de esa torre
se alojó una espectacular escalera de caracol, de 1,70 m de radio y 0,50 de
diámetro en el eje. No es una escalera común. Arturo Zaragozá propuso, en
primera instancia, que podía tratarse de una de las llamadas Vía de San Gil. De
esta tipología, supuestamente heredada de la antigüedad, se conocen pocos
ejemplos. Este autor observa que en ella, “en el lugar que corresponde a
cada escalón se tiende una bóveda entre el macho central y el muro externo.
aunque no se forma pro piamente una bóveda helicoidal el resultado es la
apariencia de una espléndida palmera helicoidal. El referente a la bóveda
continua es indudable”. Y la relaciona con la escalera de cañón helicoidal
del castillo de Maniace, en Siracusa, como una variante de la misma. Opina que
“la escalera parece estar asociada a la inmediata capilla de los Sastres, de
modo que su construcción podría datarse en el tercer cuarto del siglo XIV”.
En una investigación posterior, el mismo autor ha creído oportuno retrasar en
el tiempo la fecha, al apreciar el parecido de la escalera con la puerta de la
sacristía, y con las puertas del claustro y del cementerio en la catedral,
todas ellas probablemente del segundo cuarto del siglo XIII. Ciertamente parece
ser así pues, a pesar de su monumentalidad y de la perfectamente calculada
precisión de su estructura, la escalera es del XIII. No dejan lugar a dudas las
marcas de cantero. Tanto las de las paredes de la caja cilíndrica como las de
los peldaños. Y está directamente relacionada con su entorno arquitectónico más
inmediato. Pertenece al momento en que se construyen las puertas de
comunicación con el claustro y con el cementerio, una vez decidido que se
abandonaba lo que suponemos un proyecto de nave única, sustituyéndolo por otro
más ambicioso con ábsides laterales escalonados en planta y un amplio crucero.
En esa parte de la seo la escultura se inspira directamente en el arte clásico.
También algunas soluciones arquitectónicas. Sobre las citadas puertas, y en su
cara interior, se construyeron unos arcos en derrame, aparentemente como arcos
de descarga, de modo que, por encima del arco de medio punto de las puertas y
desde los extremos de su diámetro, se despliegan sucesivamente otros dos, cada
uno con un peralte más alto. En la del claustro, algo más antigua, se remata
todo ello con un poderoso arco de sección toral, semejante a la de los nervios
cruzados de la bóveda del correspondiente tramo. La del cementerio queda
enmarcada por una moldura de varios boceles que recorre buena parte de los
muros de la catedral, como ocurre en la iglesia de San Miguel de Escornalbou,
que pertenecía a la Mitra tarraconense. Al lado, en el arco de triunfo del
ábside de san Olegario, se encuentran unos capiteles y frisos de una tradición
clásica tan viva que, junto con los del exterior de la puerta del claustro,
constituyen uno de los grupos de elementos ornamentales más bellos del conjunto
catedralicio. En un caso, los relieves del capitel quedaron sin terminar, lo
que podría indicar que se labraban in situ.
Ayudaría a resolver las dudas sobre esa
escalera de caracol averiguar qué función tuvo en su día, pues no parece haber
razones importantes basadas en la funcionalidad para una escalera tan
monumental del siglo XIII en ese punto, tratándose de una torre de refugio y
defensa. Solo se sabe que en algún momento se perdió su memoria y apareció
oculta tras un gran mueble a mediados del siglo XX, junto a la sacristía
catedralicia. Habitualmente las sacristías eran utilizadas también como
capillas u oratorios privados por parte de los prelados en las catedrales o de
los abades en los monasterios.
Por eso habría en ella un altar, situado, como
el que existe actualmente, en el extremo opuesto a donde cabría esperar, pues
es posible, como acabamos de decir, que en un principio el acceso a la
sacristía se hubiera realizado desde la antigua capilla inferior, al hallarse
en obras y aún sin consagrar el ábside mayor de la catedral. Y por eso se
construiría frente a él, en el siglo XIV, el coro elevado sobre un atrevido
arco escarzano, en cuyas ménsulas se intuye la figura de santa Tecla y se ve la
de san Pablo, una con menos precisión que la otra.
Su famosa estructura de madera policromada
sirve de techo a la citada Sala del Tesoro.
Quedan restos, incluso, de la
pequeña escalera de caracol que conducía al coro en la pared lateral exterior.
Esta sacristía románica sufrió una importante transformación hacia 1500. Se
levantó un muro propio de finales del Gótico, muy cuidado, contra el arco y la
barandilla del coro, con una puerta central. El espacio quedó compartimentado
en un primer momento en dos ámbitos distintos. El más próximo a la puerta que conduce
a la iglesia mantuvo las funciones de sacristía y capilla a un tiempo. El más
alejado quedó dividido, a su vez, en otros dos, creándose una planta baja
cubierta por la estructura de madera del coro y un piso alto encima de la
misma. En la planta inferior de este último se abrió un ventanal hacia el
claustro. Una decoración de crochet recorre por el exterior el arco apuntado.
En los salmeres, sendas ménsulas con carátulas
dedicadas a San Pablo, reconocible por la barba larga y la calvicie de su
iconografía tradicional, y a Santa Tecla, como una joven coronada. En la clave,
la cabeza mitrada de un arzobispo, en alusión al pre lado promotor de esta
obra. Pero por el interior, la ventana recupera la arquitectura del claustro,
con unas columnillas de mármol y capiteles del siglo XIII. La escasa altura del
fuste parece indicar que fueron cortadas y adaptadas para el lugar escogido como
un mirador hacia al jardín del claustro.
Incluso se colocaron por el interior, a los
lados, los típicos bancos de piedra conocidos como conversadores. Todo indica
que el espacio debajo del coro se habilitó como una lujosa estancia, la Sala
del Tesoro, aprovechando como techo la estructura de madera policromada. Pero
al otro lado del muro divisorio, que rebasó la altura del coro, se levantó otra
estructura de madera plana, esta vez sin decorar, para cubrir la zona de la
sacristía que se usaba también como capilla, por debajo de la bóveda de piedra de
la primera mitad del siglo XIII. Como la planta inferior había quedado, a
partir de estas reformas, sin iluminación directa, se abrieron hacia la galería
del claustro otros dos ventanales, en época más reciente, y se dotó a la
sacristía de una cisterna para uso del aguamanil. No faltan las pequeñas
alacenas para colocar los candiles. La escalera de caracol que comentamos,
utilizada como acceso a esa parte alta que ahora ocupa el ropero, termina
cerrada, poco antes de alcanzar la bóveda de la sacristía, por grandes losas de
piedra.
Con todo ello se habían conseguido una serie de
habitáculos reservados, uno de ellos la Tesorería, que empieza a mencionarse en
el siglo XVI. En 1516 se realizó una obra semejante en la catedral de Tarazona,
junto a la cabecera.
Sacristía y oratorio en la planta baja,
biblioteca y tesorería en la superior. Y otras del mismo tipo existieron por
toda la Corona de Aragón, como en las catedrales de Jaca y Valencia. Esta
intervención en la sacristía tarraconense se debe, muy probablemente, a la
iniciativa del arzobispo aragonés Gonzalo Fernández de Heredia. Gran humanista
y hombre de confianza de Fernando el Católico, Fernández de Heredia vivió en
Nápoles, en la Corte Pontificia del valenciano Rodrigo de Borja, papa Alejandro
VI, y en Roma, de donde fue gobernador.
Regresó a España, acudió a informar al rey
sobre los asuntos de Italia, e hizo en septiembre de 1500, en vísperas de la
fiesta de la patrona Santa Tecla, su entrada solemne en Tarragona. Según
Blanch, nada más llegar mandó hacer las puertas de madera revestidas de hierro
y bronce de la portada principal. Poco después reunió al cabildo para
justificar su ausencia y comunicarles su decisión de retirarse a Escornalbou,
dejando para suplirle al obispo de Nicópolis. Había ejercido el cargo desde
1490, mediante procuradores, lo cual no impidió que promoviera obras
importantes en la catedral, como el órgano para las misas matinales, que se
celebraban en la capilla de los Sastres, sobre la puerta del claustro, en 1499.
Falleció en noviembre de 1511. Sin duda el arzobispo tendría buenas razones
para reformar la sacristía tardorrománica y proteger, especialmente, sus
documentos y su biblioteca.
La construcción del claustro y las
dependencias claustrales
De manera muy distinta evolucionó la
construcción del claustro. Reconstruidas y adaptadas al uso, a partir de la
segunda mitad del siglo XII, dos grandes construcciones romanas y delimitado el
patio que ejercería como distribuidor de todas las dependencias del conjunto
catedralicio, era necesario facilitar el tránsito a cubierto entre todas ellas.
a juzgar por la gran diversidad de orificios que se observan por las paredes,
parece que pudo haber algunas crujías de madera. Transformar esos porches
provisionales en una obra de cantería no resultaba fácil. Los muros romanos,
con sus enormes ventanas y puertas, no eran adecuados para recibir las series
de arcadas y las bóvedas de piedra de un claustro medieval. La solución era
trasdosarlos, forrarlos de piedra en su totalidad, condenando de ese modo los
huecos. Pero eso suponía clausurar buena parte de esas primeras dependencias de
la canónica que, encajadas en los desniveles del terreno, sólo disponían de
ventilación hacia el patio, por donde precisamente se debían tapiar. En el caso
de que la bula papal de 1207, a propósito de la coronación del rey en Zaragoza,
hubiera sido decisiva para liberar prácticamente toda la sala del lado
noroeste, solo quedaría por resolver el problema de las dependencias nororientales.
Los graneros y el dormitorio de la planta superior rebasarían sin problemas la
altura de las bóvedas del claustro.
No así las de la planta baja, afectando
especialmente al refectorio, la cocina y la sala capitular. La bodega, por
definición, sería un caso aparte. Habría, pues, que hacer un nuevo refectorio,
con la cocina adjunta, todo ello más capaz, y un nuevo capítulo. A largo plazo,
las ruinas romanas que habían facilitado la instalación de los canónigos en
Tarragona se habrían convertido en un grave obstáculo.
Una vez las funciones del culto se trasladaron
a la parte habilitada en la nueva catedral, los canónigos acudirían a ella para
los rezos de todas las horas del día.
No sería ya necesario mantener las dos plantas
diferenciadas de la capilla que iba a convertirse en nueva sala capitular, pero
sí se precisaba una escalera que comunicara el dormitorio con la planta del
claustro. La escalera, que ocuparía el hueco dejado por la vieja sala capitular
del arzobispo Tord, ha desaparecido, aunque se conserva la pequeña puerta de
acceso del siglo XIII, con un tímpano de tres piezas, contemporánea de la
fachada de la sala capitular, nueva aunque más decorada. La reforma del edificio
donde se alojaba la antigua capilla, para dedicarla a su nuevo destino como
sala de reuniones, consistiría esencialmente en dos intervenciones. Por una
parte, la eliminación de la estructura de madera que conformaría el piso alto,
para convertir la estancia en un espacio diáfano, que fue cubierto con una
bóveda de cañón apuntado. Y por otra, la realización de la correspondiente
fachada hacia el patio. En este punto se reforzó el muro, doblándolo por el
interior, y se construyó un arco de descarga de considerables proporciones para
alojar en el hueco resultante la puerta de la fachada y las dos ventanas que la
flanquean, todo ello perfectamente centrado.
La distribución exactamente simétrica de los
huecos de la fachada obligó a desviar la correspondiente bóveda cuando llegó
hasta allí la galería del claustro.
En 1330 se produjo una nueva intervención en el
recinto, ya de estilo gótico. El arzobispo Juan de Aragón concedía licencia en
esa fecha al canónigo Guerau de Rocabertí, prepósito de la seo, para construir
una capilla dedicada al Corpus Christi en la pared de fondo, ocupando
terreno del cementerio adjunto, con derecho a sepultura en ella para él y su
familia. De ahí que la sala capitular románica sea también conocida como Capilla
del Corpus Christi.
Faltaba todavía sustituir el refectorio. De los
cuatro lados del patio, solo quedaba disponible uno, en la parte suroccidental,
para situar un edificio tan capaz. Pero tenía la ventaja de ser una
construcción de nueva planta, que podía crecer parejo con el claustro. Ése fue,
por supuesto, el lugar escogido. En 1181 el arzobispo había limitado el número
de canónigos a dieciocho, por un espacio de doce años, pues gastaban tanto en
la defensa contra los sarracenos que no les llegaba para mantenerse. Pero las circunstancias
habían cambiado. Ya no había que ocuparse hasta ese punto de la defensa, había
más recursos, los canónigos introducían en el comedor a su gente, invitaban con
frecuencia a otros comensales y recibían a los eclesiásticos que acudían con
motivo de las grandes celebraciones. La sala se ajustó prácticamente a la
longitud de la galería del claustro, aunque no totalmente.
Es probable que ya se pensara construir el
crucero y la escasez de espacio entre la parte del refectorio ya realizada y la
nave mayor obligara a reconsiderar la longitud prevista. Toda la obra refleja
una gran austeridad. Bóveda de cañón apuntado y ventanas de falsos arcos por
encima de la imposta desde donde arranca la misma, para rebasar la altura de la
bóveda que pensaban hacer en la galería correspondiente del claustro. Esa
acusada simplicidad se alteró cuando los canónigos quedaron dispensados de mantener
la vida en comunidad, a finales del siglo XVI. La superficie quedó dividida en
dos grandes ámbitos. En 1582 el arzobispo aragonés Antonio Agustín encargó la
construcción de la Capilla del Santísimo en el espacio más próximo a la
iglesia. El proyecto respetó en gran medida la arquitectura medieval, y la
adaptó al gusto y necesidades del Renacimiento. La parte restante se mantuvo en
su estado original, deteriorada por las humedades y el abandono. Recientemente
ha sido recuperada para las dependencias del Museo Diocesano. La cocina se
encontraba en el extremo noroccidental, en la zona donde se construyeron las
capillas tardogóticas, junto a una cisterna antigua de gran capacidad, que se
ha conservado. En el jardín del claustro, frente a la puerta del edificio
original, hubo un aljibe, con un rebosadero a modo de lavabo, y muy cerca de
este lo que parece ser un pozo de nieve.
En las primeras décadas del siglo XIII la
situación debía ser caótica. Todo el conjunto catedralicio se hallaba en obras.
No sabemos cuándo se terminó el refectorio que,
como se ha dicho, no alcanzó toda la longitud que se pretendía en principio,
para permitir la construcción del correspondiente brazo del crucero, que no se
había previsto en el primer proyecto, ni conocemos el momento en que comenzaron
a cubrirse definitivamente las galerías del claustro. El primer intento
importante parece vinculado a la prelatura de Ramón de Rocabertí, entre 1199 y
1215, favorecido por sus buenas relaciones con el monarca. Durante este período
formó parte del cabildo de Tarragona el canónigo Berenguer de Castellet.
Ocupaba el cargo de canónigo camarero, camerarius,
entre 1193 y 1202 según Capdevila, una dignidad bajo cuya responsabilidad se
encontraba el control de la obra del claustro, diferente del cargo de
operarius, que se encargaba de la obra de la iglesia específicamente. No
tenemos noticias de este personaje. Solo que la obra del claustro no disponía
entonces de rentas propias, es decir, de presupuesto y que en esas
circunstancias poco podía hacer el canónigo, a no ser que las financiara
personalmente él mismo con el apoyo directo del arzobispo y la ayuda
excepcional de donaciones. Y eso es lo que pudo ocurrir. El canónigo camarero
tenía asignada la dominicatura de Reus y la de Vilaseca pero, al no tener una
renta especial para encargarse de la obra del claustro, el 8 de enero de 1214
se llegó a un acuerdo entre el camarero y el prepósito. El segundo
pasaría una pensión anual al primero y se comprometía a poner a su disposición
las canteras además de mantener a los maestros de la obra. De ese modo la
construcción del claustro tendría una asignación económica propia.
Ramon de Rocabertí mantuvo un largo y enconado
enfrentamiento con los habitantes de la ciudad y del territorio de Tarragona
por la negativa de unos y otros a colaborar en la construcción de la catedral.
Desistió finalmente y, decidido a impulsar la obra del claustro, donó en su
testamento la cantidad de mil sueldos, dimitto operi claustri Terrachone
mille solidos. En los cimacios de los capiteles de la galería noroccidental
del claustro aparecen entremezcladas representaciones de castillos y roques,
más abundantes los segundos, sin un orden claro de prelación, que podrían
corresponder al canónigo Castellet y al arzobispo Rocabertí, en una época en
que comenzaba a utilizarse la heráldica.
Entre una fecha ligeramente anterior a 1200 con
el canónigo Berenguer de Castellet y otra en torno a 1215, aprovechando el
legado testamentario del arzobispo. Contamos, para apoyar esta cronología, con
las marcas de cantero que se asocian a la heráldica, coincidentes con algunas
de la parte más antigua del ábside central de la iglesia del monasterio de
Santes Creus, que suponemos recién realizada en esa época. En el intervalo, las
nuevas circunstancias de la coronación real pudieron alterar las perspectivas
de uso de la gran sala romana.
Es poco probable que, sin resolver las
dificultades de los muros en el temenos romano, podamos remontarnos a la
época del arzobispo Ramon de Castelltersol, predecesor de Rocabertí, cuyas
armas coincidirían con el castillo de Castellet.
Una serie de capiteles con historias dedicadas
a san Nicolás de Bari podría relacionarse con la devoción a este santo del rey Alfonso
el Casto, que dejaba en su testamento 300 sueldos anuales hasta que se acabara
el conjunto catedralicio. Una manda muy importante, in perpetuum, por su
previsión en el tiempo. Dadas las circunstancias de la época, no sabemos cuál
fue realmente su alcance.
El claustro tiene planta cuadrangular, con una
irregularidad ligera pero apreciable. No encontramos en sus muros sillares
cuidadosamente labrados, de tamaño uniforme o colocados con exquisita
perfección. Se trata de una obra realizada con materiales procedentes de las
ruinas que había en el entorno o acumulados en los almacenes donde se guardaban
en la Edad Media los restos de las construcciones romanas desmontadas. Bloques
pequeños y grandes encajan entre sí, sin importar que tengan inscripciones
antiguas ni la orientación de sus letras. Eso forma parte de la singularidad
del conjunto, como una característica propia, lo mismo que la falta de
coordinación entre los arcos de las bóvedas y algunos de los soportes. Otra
cosa es el cálculo de las proporciones, que se llevó a cabo con rigor,
adaptándose en todo momento a las necesidades que planteaba la misma obra.
Cada uno de los lados se divide en ocho tramos.
Las galerías se planteaban desde el punto central de su longitud, con el
correspondiente arco fajón transversal, y avanzaban dos tramos por lado
prácticamente exactos hacia cada extremo. Una vez delimitadas las proporciones
de lo que sería el tramo angular, en la esquina correspondiente, se unía con
los tramos ya trazados mediante un espacio o tramo regulador, que podía
absorber las pequeñas desviaciones en las medidas que se hubieran producido
durante el recorrido. al contrario que los muros perimetrales, los restantes
elementos, tanto arquitectónicos como escultóricos, eran obras nuevas,
retalladas en general sobre los restos proporcionados por los edificios
antiguos, como es el caso los revestimientos marmóreos, un material que no
existe en las canteras de la zona.
De cara al jardín central se abren tres
ventanales por tramo, con arcos de medio punto enmarcados por otro apuntado y
dos óculos con celosías, en su mayor parte modernas.
Es el reflejo exterior de uno de los arcos de
la bóveda de crucería con que se cubren. Las bóvedas son pues góticas, de un
Gótico relativamente incipiente que podemos considerar como protogótico en esa
zona, que se solapa con los rasgos románicos de las aberturas hacia el jardín,
con sus cenefas de puntas de diamante, o de los capiteles historiados, y que
importa elementos decorativos de origen islámico incorporados a la temática
ornamental cristiana, como las series de arcuaciones ciegas lobuladas que discurren
bajo el alero. Con formas tan exactas a los modelos de la Alfajería, las mismas
cuadrillas pudieron difundir esta temática, y por la misma razón, en la
catedral ilerdense, donde no alcanzan tanta variedad y número como en
Tarragona. Si a ello le añadimos que algunas de las medias columnas del frente
de los pilares, hacia el jardín, albergaban tubos cerámicos para conducir hasta
el subsuelo las aguas pluviales del sobreclaustro, podremos entender mejor la
complejidad del recinto.
Es difícil precisar con total exactitud la
cronología de las cuatro galerías completas. Podemos pensar como se ha dicho,
en base a la heráldica y a la escasa documentación existente, que la más
antigua sería la del Noroeste, comenzada poco antes de 1200, gracias al interés
de Berenguer de Castellet y Ramón de Rocabertí, y aprovechando la considerable
cantidad de mil sueldos que se menciona en el testamento de este arzobispo en
1214. Apoya esta hipótesis el número y estilo de los capiteles historiados, con
una sugerente iconografía en el extremo norte, donde se encuentra la actual
Capilla de la Virgen del Claustro, que indica la importancia dada a los
espacios circundantes. Incluso aparece en una ménsula la cabeza mitrada de un
arzobispo, posible memoria de Ramón de Rocabertí. En esa etapa se habría
llegado a rebasar el ángulo nordoriental con varios tramos más, donde continúan
apareciendo en los cimacios los castillos y, especialmente, los roques. Era el
legado de Ramón de Rocabertí. Coincidiría este punto con el espacio destinado a
bodega, donde se mantendría como único vano la puerta de acceso diferente de la
actual, de factura moderna, y con una parte del refectorio, la que discurría
paralela, al otro lado del claustro, de la obra ya en marcha del refectorio
nuevo. Pero probablemente hubo que esperar algún tiempo para cubrir el resto de
la galería que continúa a lo largo del primitivo refectorio, hacia la sala
capitular, hasta que fuera sustituido por el refectorio definitivo. Tal vez por
eso no volvemos a encontrar capiteles historiados en esa zona, donde predominan
las hojas de lirio planas con formas variadas, y en los cimacios es frecuente
un motivo ornamental que recuerda la palmeta tan abundante en monumentos como
la catedral de Jaca o el castillo de Loarre. Una temática que podría haber
llegado de la mano de artistas conocedores del Románico aragonés, lo mismo que
los polilóbulos de remoto origen islámico e imitados de los de la Alfajería,
favorecidos por la nueva situación que se planteaba con el traslado a Zaragoza
de la coronación real.
Otro edificio ya casi terminado y que no
precisaba modificaciones en la parte baja sería la sacristía. Por lo tanto es
posible que se construyeran a continuación, junto a ella, los tramos centrales
del correspondiente lado del patio, donde abunda de nuevo la escultura y los
temas historiados. No así los de los ángulos, pendientes como estaban de
solucionar el encuentro con la fachada ya realizada de la sala capitular y de
decidir sobre la puerta de comunicación con la iglesia, hasta el punto de que
en esas dos bóvedas angulares se adoptaron soluciones idénticas. E idénticas a
algunas del crucero de la iglesia son las marcas de cantero del tramo frente a
esa puerta, desviado para ampliar el espacio y acoger con ella un conjunto
escultórico excepcional. En el resto son ya muy abundantes los capiteles con
decoración vegetal, en especial las hojas de lirio planas tan propias de la
estética cisterciense, lo cual puede considerarse indicio de una mayor
modernidad. Eso sitúa la última etapa del claustro tarraconense en relación
directa con el monasterio de Poblet. Fundamentalmente durante la prelatura del
arzobispo Pedro de Albalate.
Un gran impulso a la obra catedralicia
No se sabe con exactitud cuándo ocupó el cargo
Pedro de Albalate, un noble aragonés docto en Teología y amigo de Jaime I, pues
su predecesor Guillem de Montgrí, aunque aceptó la elección, jamás se preocupó
de ser confirmado por el papa y nunca se consagró arzobispo. Siempre constó
como electo. Tal vez ya ejercía como arzobispo Pedro de Albalate, más o menos
oficiosamente, desde 1234, cuando el de Montgrí se fue por cuenta propia a
conquistar Ibiza, asumiendo él mismo los costes. O de forma oficial en 1239 cuando
su predecesor renunció definitivamente al cargo para el que había sido elegido,
dejando la solución en manos del papa, y se fue a vivir de las rentas de Ibiza
y Formentera a Gerona, donde promovió numerosas obras de arte y en cuya
catedral ocupó el cargo de sacristán mayor hasta su muerte en 1273. Pedro de Albalate
fue el gran impulsor de la continuación de las obras de la seo tarraconense.
Blanch lo describe como un hombre infatigable y emprendedor.
Acompañó al rey en 1238 a la conquista de
Valencia, pagando su propia tropa de sesenta soldados de caballería y numerosos
de a pie.
Consiguió que la catedral valenciana fuera
sufragánea de la de Tarragona, lo que proporcionaba importantes ingresos.
Con todo ello aumentó extraordinariamente el
patrimonio de la Mitra y obtuvo grandes beneficios económicos para la Iglesia y
para el cabildo. Además de celebrar ocho concilios provinciales, asistió al
concilio de Lyon de 1245.
Allí se entrevistó con el papa Inocencio IV, al
que puso en antecedentes de las penurias de la catedral. La “magnificencia”
con que había sido comenzada la iglesia de Tarragona desbordaba sus
posibilidades y las obras avanzaban con demasiada lentitud. Con la comprensión
del pontífice y las consiguientes indulgencias concedidas en 1248 a quienes
colaboraran económicamente en la construcción, pretendía incrementar
notablemente los fondos destinados al edificio catedralicio. Murió el arzobispo
en 1251. Fue enterrado en la iglesia del monasterio de Poblet, al que había
entregado una cuantiosa suma para comenzar a construir algunas de sus
dependencias claustrales más relevantes.
Las obras de la iglesia de Poblet habían
comenzado aproximadamente cuando las de la catedral, pero con un planteamiento
distinto. Hacia 1200 se había terminado la cabecera y el crucero, en torno a
1240. La parte de la seo que suponemos pudo consagrar el arzobispo Aspargo de
la Barca en 1230, no parece que contemplara todavía la existencia de la nave
transversal.
No obstante, pronto se vio que la Catedral
Metropolitana y Primada no podía prescindir de espacios tan significativos como
el crucero ni permanecer totalmente al margen de las nuevas tendencias
artísticas. La idea inicial de construir una pesada bóveda de cañón desde los
tramos más cercanos al ábside fue descartada y los pilares que ya estaban
prepara dos para soportarla fueron adaptados para la colocación de bóvedas de
crucería góticas. Pero la esencia de la bóveda de crucería conlleva la
concentración de pesos, la ligereza de los muros y una verticalidad que
resultaba inviable con los elementos ya existentes y la inestable irregularidad
del subsuelo. así pues, el adelgazamiento de los muros no se produjo, aunque sí
se alcanzó la altura necesaria con el recrecimiento de los mismos. Para
lograrlo, el anónimo maestro de la obra recurrió a la costumbre romana de la
superposición de pisos de columnas, como también se ve en algunas catedrales
italianas de la época. Antes de levantar sobre ellos esas bóvedas, era preciso
construir apoyos laterales. Plantearse la realización de otros ábsides
flanqueando al central y calcular la posibilidad de un amplio crucero. Por la
parte nordoriental sobraba espacio. No así al Noroeste, con la sacristía ya
prácticamente en funcionamiento, un proyecto de torre junto a ella, el nuevo
refectorio a punto de terminar y en plena ebullición las galerías del claustro.
Ya hemos dicho que el proyecto de la torre fue abandonado. En su interior se
alzó un ábside semicircular, transformado en el siglo XIV en la capilla gótica
más hermosa de la catedral, la conocida como de los Sastres. Todavía pueden
verse en la parte alta los restos de la ventana axial románica y, en el suelo,
la huella del perímetro del semicírculo donde habría estado el banco presbiterial
de piedra, semejante al del ábside mayor, que co mo él fue nivelado
posteriormente con un nuevo pavimento.
El ábside dedicado a san Olegario ofrecía al
otro lado la correspondiente réplica al dedicado a Santa María. Su trazado
semicircular, igualmente románico, con su bóveda de horno esta vez bien
conservada, interceptó el hueco del proyecto de portada lateral, del que se
conservan el óculo y el tejaroz.
Las primeras bóvedas góticas de la iglesia
fueron las que preceden a estos dos ábsides. Los nervios de sección circular y
los plementos, más apoyados en los arcos que integrados en ellos, indican una
cierta inseguridad ante los retos de la técnica de un nuevo estilo. En ambos
casos recuerdan los de la girola y la nave septentrional de Poblet, aunque
mucho más logrados y próximos a obras aragonesas como las dos ca pillas del
pseudocrucero de la iglesia del monasterio oscense de Santa María de Santa Cruz
de La Serós. Por el contrario, las bóvedas de crucería de los dos tramos que
preceden al ábside mayor ya pueden considerarse plenamente góticas, hechas para
sustituir la cubierta de madera provisional, en esos tramos fundamentales para
la elevación del cimborrio.
Los capiteles de las pilastras son similares,
en lo ornamental, a los de las naves del otro lado del crucero. El tramo ante
la capilla de los Sastres era el punto obligado para situar la puerta que
comunicara la iglesia con el claustro. Y el de la capilla dedicada a san
Olegario, cuyo ábside había interceptado el hueco de esa posible puerta
anterior, era el adecuado para abrir una puerta hacia Santa Tecla. O hacia el
cementerio, que lo mismo daba, porque la antigua basílica de Santa Tecla,
considerada ya “vieja”, y el espacio en torno a la cabecera del nuevo
templo estaban destinados a uso funerario para eclesiásticos ilustres. En esta
última puerta escasean los elementos ornamentales por el exterior. Solo un
relieve, de buena calidad, cuyas formas se encuentran también en Poblet. Pero
en el interior, el rico acompañamiento ornamental recupera los modelos romanos
con una gran perfección.
Estamos ante una etapa artísticamente
brillante. Las marcas de cantero coinciden con buena parte de las que se
encuentran en toda la cabecera de la catedral. Es decir, que la singularidad
que caracteriza ese momento depende más de la presencia de un buen arquitecto,
con la colaboración de excelentes escultores, que de la llegada de nuevos
picapedreros.
En todo el conjunto abundan las llamadas marcas
de cantero, que dejaban en los bloques de piedra los trabajadores para
justificar su labor y cobrar por ello. Pero resulta difícil establecer con
precisión la cronología de buena parte de las mismas, porque muchas se repiten
durante casi cien años, lo que indica la existencia de varias generaciones de
una misma familia o taller trabajando en la misma obra, con su propio signo
identificativo. Conforme avanzó la construcción, algunas de las marcas fueron
variando, se complicaron las formas y se redujeron de tamaño, adecuándose a lo
habitual en la época del Gótico.
La puerta del claustro
La puerta del Claustro plantea una de las
muchas incógnitas de la catedral. Su magnífica riqueza escultórica, en la que
se resume toda la doctrina de la Redención, atrae especialmente al visitante.
Está conformada por diferentes elementos arquitectónicos, todos ellos de
mármol. Enmarcado por arquivoltas torales aparece un tímpano demasiado pequeño,
que se completa con una pieza a modo de dintel, del mismo tipo de piedra sin
decorar, hasta descansar en el parteluz central. La utilización de dos bloques
en un mismo tímpano se repite en otras puertas de la catedral. Demasiado corto
el fuste de la columna y demasiado grandes el capitel y su base. Sin embargo,
los elementos de las jambas están perfectamente equilibrados con el tamaño y la
altura de los restantes capiteles y ménsulas del claustro. algunos relieves son
tan realistas e impactantes como si fueran directamente obras romanas. Incluso
paleocristianas. Y no lo son. Fueron realizados en el siglo XIII, imitando
modelos antiguos con materiales recuperados de los monumentos romanos. Resulta
evidente que el tímpano y el parteluz no se ajustaban a las dimensiones
marcadas por la galería del claustro.
Que fue preciso adaptar esos dos elementos y
construir para ellos un marco adecuado a su importancia, de acuerdo con la
escenografía requerida para el programa iconográfico de la portada, para el
mensaje que se quería transmitir en un punto frecuentado a diario por los
canónigos. Incluso el pretil y las arcadas del tramo más próximo de la galería
fue desviado, probablemente antes de acabarse, para dotar de una mejor
perspectiva al conjunto, y se deformó la bóveda de un modo parecido a lo que
ocurrió ante la fachada de la sala capitular.
Queda por resolver si esos elementos fueron
realizados para esa puerta o si estaban destinados, como parece, para otro
lugar. En este último caso, podrían haber sido preparados para la puerta
románica que no llegó a utilizarse al quedar interceptado su acceso por el
mencionado ábside lateral. Eso explicaría las desproporciones del parteluz,
cuya columna tuvo que ser acortada considerablemente. En su destino original, a
juzgar por el punto donde se sitúan el tejaroz y el óculo, el hueco habría sido
mucho más alto que las bóvedas del claustro.
Puerta del claustro
Detalle
El crucero y el cimborrio
En el momento en que se realizaban esos cambios
ya había entrado a formar parte de la historia de la catedral un lapicida
desconocido. Puede ser un magister operis, un arquitecto o maestro de la
obra, sin identificar. En cualquier caso, un especialista. Su marca personal,
una S de gran tamaño que parece sacada de una inscripción romana. Encontramos
lo que parece ser una de sus huellas más antiguas en la ventana que rasga la
bóveda, en la parte alta de la sacristía, que estaría terminándose
definitivamente a la vez que se decidía la ampliación del proyecto de la
iglesia. Tal vez también había recibido provisionalmente antes una cubierta de
estructura de madera.
Luego, en las bases de los pilares bajo el arco
de triunfo de los ábsides laterales, en los de los tramos previos, en el toral
del cimborrio más cercano al ábside mayor y, desde ahí, por la totalidad del
crucero. No tiene que extrañarnos verla en la bóveda de la sacristía, que podía
estar terminándose con motivo de la consagración de la cabecera de la catedral.
a él se deben también las ventanas más bajas del ábside central, para iluminar
directamente el altar, que se abrieron más tarde que las altas, una vez
olvidado el peligro de los piratas. La que ocupa el punto axial, la única
totalmente de mármol, podría ser una réplica exacta de la de algún monasterio
del Cister, solo que con un material noble. Su presencia está vinculada a lo
que sería el proyecto definitivo de la catedral. Tres naves, más otra
transversal a modo de crucero, manteniendo el tipo de bóveda de crucería que se
utilizó en los primeros tramos de la nave central hasta encontrase con la
fachada principal.
Esta decisión suponía eliminar totalmente los
restos del templo romano dedicado a augusto cuyo límite nordoriental se
encuentra, según parece, en el crucero catedralicio.
Crucero. Brazo noroccidental hacia el
refectorio
Por la parte del cementerio y del hospital
recién construido, ningún obstáculo se oponía a esa ampliación. No ocurría lo
mismo por la parte del claustro donde, además del propio recinto romano
adaptado como tal, se alzaba el refectorio. La solución resultó asimétrica,
aunque verdaderamente ingeniosa y monumental. El brazo correspondiente hacia el
hospital tiene los dos tramos cubiertos con bóvedas de crucería gótica, más
grande el más exterior, con rosetón arriba y ventanas bajas. El lado opuesto,
por el contrario, solo tiene uno de crucería y tres de cañón apuntado, que
decrecen sucesivamente en altura, anchura y profundidad hasta encontrarse con
la pared del comedor de los canónigos. No falta el rosetón, en la parte alta,
en un lienzo de muro donde el material de construcción cambia de color, como
ocurre en el de la cabecera de la iglesia del monasterio de Santes Creus.
El resultado de esta solución asimétrica fue un
curioso juego de perspectiva arquitectónica, con el que se consigue
magistralmente el deseado efecto de profundidad para prolongar, visualmente,
ese brazo del transepto y simular que posee la longitud del otro. En el centro,
en el crucero propiamente dicho, se construyó uno de los elementos más logrados
del conjunto catedralicio. Es el cimborrio, con forma de octógono ligeramente
irregular que, con los arcos enlazados de su bóveda de crucería gallonada, evoca
simbólicamente lo divino y su eterna permanencia, sin principio ni fin. Su
atrevida estructura gótica, con arcos que descansan en ménsulas con forma de
pirámide invertida idénticas a las que vemos en la capilla de Santa Tecla la
Vieja, fue imitada en el cimborrio del monasterio de San Cugat del Vallés,
posterior y algo más evolucionado, pues incorpora un tambor. Los arcos que
configuran la bóveda de crucería gallonada del cimborrio tarraconense arrancan
de su base, es decir, de los poderosos arcos torales. Son las ventanas las que
con su esbeltez, producen el efecto de elevación. Porque el cimborrio de
Tarragona no tiene tambor. El precedente formal más próximo se encuentra en el
templete del claustro de Poblet, el lavacrum, con sus contrafuertes angulares,
en el equivalente del monasterio de Santes Creus, en la capilla de San Pablo y
en el propio claustro de la catedral. Pero la gran diferencia era la altura
donde debía colocarse. De modo que el arquitecto dio más longitud a los cuatro
lados del octógono que descansan en los torales y menos a los cuatro que vuelan
en el vacío, sobre trompas muy abiertas, para hacer la transición más suave
entre el cuadrado y la forma octogonal. El maestro de la obra había decidido no
asumir más riesgos.

Cimborrio sobre el crucero
En el subsuelo de la catedral, bajo el
cimborrio, se halla un poderoso muro transversal. Muy cerca del mismo se han
encontrado una serie de orificios alineados en la misma dirección. Se cree que
podrían ser los agujeros donde encajaran los puntales para el andamiaje que
sirviera de apoyo en la construcción del cimborrio, usando el muro de piedra
como zapata. Ciertamente, el muro coincide en la práctica con la vertical del
correspondiente arco toral del cimborrio.
Aproximadamente hasta ahí llegaría la parte de
la catedral ya consagrada y sería interesante saber si bajo los dos torales de
la nave transversal que soportan el cimborrio existe algo semejante, porque
podría darse la coincidencia de que se hubieran aprovechado, total o
parcialmente, paredes ya iniciadas en la primera fase como zapatas que
reforzaran los cimientos donde debían situarse esos otros dos arcos. De ese
modo, con la ayuda de los correspondientes puntales clava dos en el suelo por
la parte exterior de esos muros, podrían haberse levantado los andamios para la
construcción del cimborrio. al lado mismo, en los restos de construcciones
romanas, se encontraba la cantera de la que podían abastecerse de material de
piedra. De hecho, los pilares de la nave central se asientan sobre la
cimentación que los arqueólogos han atribuido al podium del templo de Augusto,
en la parte que ocupaban sus restos, pues la longitud del templo era muy
inferior a la de la nave de la catedral. Todo esto ocurría en las décadas
inmediatamente anterior y posterior a 1250. Suenan como protagonistas los
nombres del arzobispo Pedro de Albalate, del maestro Bernardo y del canónigo
obrero Ramon de Milà, quien con una buena administración de los recursos
económicos había financiado antes de morir en 1266, según dice su epitafio, la
construcción de diez bóvedas.
Con cierta frecuencia los investigadores han
sucumbido a la tentación de localizar las decemvoltas del canónigo Ramon de
Milà. Normalmente sin demasiado éxito. En este momento de revisión sobre
publicaciones anteriores, se intenta proponer una hipótesis algo diferente, en
base al análisis estilístico de las bóvedas y a lo que parece la evolución
lógica de la construcción. Puesto que la probable consagración provisional de
la cabecera se habría llevado a cabo antes de que se comenzara la ampliación
del proyecto con los ábsides laterales y los tramos previos correspondientes,
el espacio dedicado al culto estaría cubierto por una estructura de ma dera,
como era habitual en esos casos.
Mientras no estuvieran hechas las bóvedas de
crucería de los tramos previos a esos ábsides laterales, además de otros dos
tramos de cada una de las naves laterales más allá del crucero previsto, no
sería posible levantar las de las naves central y transversal. Y para levantar
el cimborrio era preciso construir las bóvedas de crucería de esas dos naves
principales. Sobre este supuesto se observa que entre esas bóvedas hay nueve
cuyos arcos tienen la misma sección.
Son las dos que enlazan el ábside mayor con la
nave transversal, las dos del brazo sudoriental del crucero, las dos de la nave
central hacia los pies y las tres del brazo noroccidental, de las cuales solo
una es de crucería y las demás de cañón apuntado en solución decreciente, en
perspectiva arquitectónica como hemos comentado con anterioridad. Hay que
aclarar que esa misma sección continúa en todos los tramos de la nave central
hasta la fachada principal. Pero ya sabemos con seguridad que, al menos los dos
últimos, son del siglo XIV. Y también hay que advertir que las ventanas y el
remate superior externo del segundo tramo de la nave central, hacia los pies,
son idénticos a las fachadas del crucero. Es decir, que algo ocurrió en ese
punto, que por ahora no podemos explicar. Tal vez se trate de un remate
incompleto cuyos elementos decorativos se terminaran algo más tarde, o de la
caída de una parte del muro superior, que fuera reparada posteriormente. Solo
nos falta una para completar las diez. Y no debería ser otra sino el cimborrio
mismo, que no podía construirse sin las anteriores. Pero estilísticamente el
cimborrio es muy diferente. a juzgar por sus formas, incluso aparenta ser más
antiguo. Y eso, desde el punto de vista constructivo, no resulta aceptable.
Sería razonable pensar que esas diferencias se deben a la intervención de un
maestro distinto, especializado en elementos de carácter centralizado, con una
bóveda gallonada más difícil de levantar que una crucería cuatripartita.
Lo más importante de esta información sobre
arzobispos, canónigos obreros y maestros es que conocemos, por primera vez, el
nombre de un arquitecto de la catedral. aparece citado en el Necrologio, la
relación de difuntos que por diversas razones se mencionaban directamente en la
misa a lo largo del año. EADEM DIE ANNO MCCLVI OBIIT FRATER BN.
MAGISTER OPERIS ECCLESIAE. El hermano Bernardo, maestro de la obra de la iglesia,
había fallecido el once de marzo de 1256. El nombre de Bernardo y la
calificación de hermano, tenían que corresponder a un monje cisterciense,
probablemente de Poblet, dada la relación existente entre los máximos
responsables de ambas fábricas. Tal vez Bernardo fuera el autor de una obra tan
singular como el cimborrio. La cita no es un caso excepcional. El maestro
Enrique, MAGISTER OPERIS BURGENSIS ECCLESIAE, aparece tam bién en una
fecha relativamente próxima en el Necrologio de la catedral burgalesa. Había
muerto en 1277. Por fortuna para nosotros, algunos arquitectos merecían el
honor de ser recordados. Es interesante que el canónigo Milà dejara en su
lápida funeraria constancia de tan buena gestión en las obras de la iglesia.
Catorce años, de los más de veintiséis que duró su labor como responsable de
las mismas, coincidieron con la prelatura de Benet de Rocabertí, un arzobispo
que pretendió recuperar las buenas costumbres iniciales de la canónica y solo
consiguió un enfrentamiento constante con el cabildo, verbal y armado, hasta el
punto de que los canónigos se negaron a acudir para celebrar en la catedral
durante cuatro años.
Terminación de las naves y la fachada
principal
Cuando Bernat de Olivella sucedió a Benet de
Rocabertí en torno a 1272, se propuso acabar la obra de la iglesia. Según el
canónigo Blanch en su archiepiscopologio, Olivella se retiró a
Escornalbou, una de las posesiones de la Mitra de Tarragona, de donde los
arzobispos eran priores por derecho propio, con un mínimo de personal a su
servicio y la intención de ahorrar. No es seguro que lograra cumplir totalmente
el deseo de reducir gastos. Las últimas investigaciones demuestran que la
iglesia de San Miguel de Escornalbou se encontraba en tan mal estado que tuvo
que rehacerse por completo la cabecera y construir una cripta, para nivelar y
controlar los deslizamientos del terreno. El mismo autor indica que Feu fer
las dos navades que estan més prop del portal major, ço és, la de la Capella de
Sant Miquel y Capella de les Verges.
Tomada al pie de la letra, la información de
Blanch indica que este arzobispo mandó realizar los dos tramos más próximos a
los pies de la nave lateral de la epístola, donde están las capillas góticas
dedicadas respectivamente a san Miguel y a santa Úrsula y las once mil
vírgenes. Esta última parte del texto parece más una interpretación de Blanch
que una referencia documentada, pues en época de Olivella no se habían
construido esas capillas, ambas del siglo XIV. La noticia es demasiado confusa.
Es preciso considerar que toda esa información procede de copias y que quienes
hicieron los traslados en el siglo xvii pudieron añadir opiniones e
interpretaciones propias. Lo cierto es que los tres –no dos- últimos tramos de
las dos naves laterales fueron cubiertos con bóvedas de crucería diferentes a
los anteriores. Y que esos tres tramos eran imprescindibles, para terminar la
nave central y, por lo tanto, previos. Las dos puertas de la fachada principal
que les corresponden son, en lo arquitectónico, similares. arcos en
semicírculo, arquivoltas torales, puntas de diamante y el uso como material del
mármol, procedente de los monumentos romanos de la ciudad. No obstante, una de
ellas parece algo más antigua que la otra. Es la del lado de la epístola, la
que ve el visitante a su derecha al llegar a la plaza.
Tal vez sea la rudeza de los relieves de sus
capiteles, con una iconografía muy interesante, que incorpora en su temática
momentos de la vida de san Bartolomé, el apóstol por el que Bernat de Olivella
parece haber sentido una devoción especial, algo que comentaremos al estudiar
Santa Tecla la Vieja.
El tímpano de esta puerta, no se decoró. En la
del evangelio, al otro lado, aparentemente un poco más moderna, se prescindió
del uso de capiteles historiados para centrar toda la atención en el tímpano,
donde con un estilo ya protogótico se presentan episodios de la infancia de
Cristo, según una composición que parece tomada de un frontal de altar y una
temática idéntica a la de la ermita de Bell-lloc, en la localidad tarraconense
de Santa Coloma de Queralt, aunque de diferente mano.
Podemos apoyar también la hipótesis del
patrocinio de Olivella por las diferencias estilísticas que se observan en el
final de estas dos naves con respecto a los tramos anteriores. Todas las
bóvedas de crucería de la nave central, incluyendo las de los dos tramos que
preceden al ábside, tienen como hemos comentado nervios idénticos, de sección
semicircular sobre base cuadrada. No ocurre lo mismo con los dos prime ros
tramos de las naves laterales, necesariamente anteriores a los de la central
pues le ofrecían su apoyo, donde los nervios de las bóvedas tienen la misma
sección circular que los de las primeras cubiertas de crucería realizadas en la
iglesia en los tramos de las puertas del claustro y del cementerio, lo cual
indica que se imitó a las primeras. Los tramos que, siguiendo a Blanch,
suponemos de la época de Bernat de Olivella se hallan ya vinculados al muro de
cierre de la catedral que les sirve de apoyo en la parte correspondiente. Tanto
los capite les de los pilares interiores como los nervios de las bóvedas están
cuidadosamente decorados, con temas vegetales los primeros, en los que no se
olvida el clasicismo de que se hace gala en toda la catedral, y con una cinta
central de pequeños rombos los arcos. aunque a primera vista pudiera pensarse
que se trata de las típicas puntas de diamante que tanto proliferan por el
claustro y en las dos puertas románicas de la fachada principal ya comentadas,
no es así, porque la for ma de los elementos geométricos y los restos de
policromía conservados indican que se pretendió imitar una exquisita labor de
taracea. En una de las claves discoidales aparece la imago clipeata de
un personaje mitrado, en probable alusión al arzobispo que promovió la obra.
Añade Blanch a lo anterior que el arzobispo
Olivella Feu lo frontispici de la Seu envés la plaça y lo portal
major… Cuando se refiere a ese portal mayor, Blanch describe la puerta
central de la fachada principal de la catedral. El pilar del parteluz con la
imagen de la Virgen, el Juicio Final del tímpano, los apóstoles y los profetas
de las jambas. Eso forma parte de la tendencia interpretativa del autor, que ha
provocado muchas confusiones. Es evidente que el cronista, en el siglo xvii, no
diferenciaba sobre artistas y estilos del modo que se hace actualmente, por lo
que incluyó en una iniciativa del siglo xiii algunas obras que están
perfectamente documentadas en una etapa muy avanzada, incluso, del xiv. Estas
frases del texto del archiepiscopolgio se completan con la noticia dada
por el mismo Blanch de que el 30 de agosto de 1282 mestre Bertho meu,
picapedrer de la ciutat de Gerona, un picapedrero, el maestro Bartomeu,
había recibido todo el dinero que se le debía a él mismo y a sus compañeros por
la obra que habían hecho en el portal de la seo. Sanç Capdevila, en 1935, vio
confirmada la opinión de Blanch en una nota de un antiguo inventario, también
del XVII, del archivo de la Mitra, el Índex vell: Item un trallat de un acte
ab que lo archebisbe Don Bernat de Olivella y lo Capitol donaren a obrar a
mestre Bartomeu lo portal major de la Seu de Tarragona y la finestra eo O que
es sobra lo dit portal, prometentli 20 sous cada semana per son salari…
Olivella y el cabildo habían encargado a Bartomeu que hiciera el portal mayor
de la seo y la ventana circular que había encima, en junio de 1277, por un
salario de 20 sueldos semanales. Ignoramos el número de miembros del grupo que
acompañaba a Bartomeu. La edición del famoso índice llevada a cabo por Salvador
Ramón y Xavier Ricomà a finales del siglo XX puntualiza el sentido de la frase,
…lo portal major de la Seu de Tarragona y la finestra e lo que és sobre lo
dit portal…, al referirse a la ventana y a lo que hay encima de la puerta.
La historiografía se ha ocupado insistentemente
sobre el asunto del maestro Bartomeu y la atribución al mismo de las esculturas
de la puerta central de la fachada. En un primer momento los estudiosos
aceptaron sin reservas la interpretación de Blanch. Recientemente algunos
autores han afirmado de nuevo que el maestro Bartomeu realizó la puerta
principal, el gran rosetón, que sería la ventana, y muy en concreto las
estatuas de apóstoles de la parte más interior de las jambas. Jaume Barrachina
no se plantea dudas al respecto, añadiendo alguna precisión no documentada a la
información que proporciona el canónigo, pues dice que Olivella encargó a
Bartomeu que “acabase” la portada principal de la catedral: El 1277
Bernat d’Olivella encarregà a Bartomeu que acabés la portalada principal de la
catedral de Tarragona.
Esta supuesta cláusula del encargo le da pie
para considerar a Bartomeu, el “picapedrero” gerundense, como el “lapicida,
escultor y arquitecto” introductor del Gótico radiante en el arte catalán
medieval: Si no hagués estat per l’encàrrec d’aquesta portalada… segurament
ni se sospitaria la seva probable tasca como lapicida (escultor i arquitecte o,
en tot cas, tracista) introductor del gòtic radiant a Catalunya. El viaje
realizado por el arzobispo Olivella a Francia acompañando al rey, en especial
al concilio de Lyon de 1274, habrían proporcionado al arzobispo, según este
estudioso, un conocimiento del Gótico que habría decidido aplicar a la obra
tarraconense, de modo que se retiró a Escornalbou para ahorrar gastos
suntuarios i dedicar-les a la façana.
Una dedicación concreta que no figura en
ninguno de los mencionados índices.
Sorprende al citado autor que el único
estipendio conocido sea tan escaso y consista únicamente en veinte sueldos por
semana, honorario d’un bon operarisense més distinció. De la misma
opinión en cuanto a las atribuciones es Josep Bracons cuando, añadiendo nuevas
suposiciones, afirma que esta fachada principal había sido construida en el
siglo XIII con la participación del maestro Bartomeu, que realizó en ella las
primeras estatuas: Recordem que aquesta façana principal de la catedral de
Tarragona havia estat construïda al segle XIII amb la participació del mestre
Bartomeu, que hi realitzà les primeres estàtues, i que l’obra tingué
continuitat durant les primeres dècades del segle XIV.
Y añade que parece como si, “completada la
parte estructural de la portada y consagrada la catedral, la realización de los
complementos decorativos restantes (rosetón, tímpano, estatuas) hubiera ido
retrasándose, y así llegamos hasta los años setenta del siglo XIV”.
Se trata de un tema delicado, que merece varias
consideraciones. En el siglo XVII, para el archivero Blanch y para el autor de
las anotaciones del Índex vell, el portal mayor de la seo no podía ser otro que
la puerta central de la fachada principal. La anotación que se recoge en el
Índex vell es un breve extracto del texto de un traslado o copia de un encargo
que figuraba en un documento de 1277 no localizado, reseñado en ese índice. En
el índice no se habla de esculturas, sino de la puerta, la ventana y de un
exiguo salario semanal para el maestro y sus compañeros, lo cual es más propio
de una obra de cantería que de un importante conjunto escultórico. En el recibo
de 1282 mencionado por Blanch se califica a Bartomeu como picapedrero, un rango
inferior, cuando habitualmente son los términos lapicida y magister operis los
utilizados para arquitectos. Un picapedrero, que además cobra un salario tan
bajo, probablemente es un albañil y picador de piedra.
El viaje del arzobispo Olivella a Lyon con
motivo del concilio de 1274, difícilmente podía haber puesto en con tacto al
prelado con el Gótico radiante, pues la fachada de esta catedral francesa se
levantó en el siglo XIV. Pero sí pudo conocer un monumento excepcional. La vía
de la costa buscaba por el Este las Bocas del Ródano, en Provenza, la antigua “Provincia”
romana, y llegaba a Saint-Gilles.
Desde allí, remontando el curso del río, se
alcanza Lyon. Era una de las cuatro vías del Camino francés, que tuvo su apogeo
en el siglo xii con las peregrinaciones a Santiago de Compostela. La fachada de
la abadía de Saint-Gilles, iniciada hacia 1125 de una forma tan vinculada a la
estética clásica, pudo indicar a Bernat de Olivella un modelo a seguir para su
fachada tarraconense.
Según esta hipótesis, el arzobispo se habría
podido plantear una triple portada como la de Saint-Gilles, siempre con arcos
de medio punto, más amplio el de la puerta central, y una tendencia hacia la
horizontal que todavía se observa en la parte alta, inacabada, de las puertas
laterales de la catedral de Tarragona.
Detalle
del tímpano de la puerta principal de la catedral de Tarragona
Pero en la fachada de esta última, la portada
central se diferencia claramente de las dos laterales. Estas últimas, con sus
correspondientes arcos de medio punto y sus óculos de reducido tamaño, pueden
pertenecer a una fase tardía del Románico, aunque los relieves del tímpano de
la lateral del Noroeste pertenezcan ya al Protogótico.
Portal noroeste
Fachada principal. Puerta lateral del
evangelio. Tímpano con la Anunciación a la Virgen, el Anuncio a los pastores,
la duda de san José y la Adoración de los Reyes Magos
Portal suroeste
Capiteles de la puerta lateral de la
epístola
Capiteles de la puerta lateral de la
epístola
Sarcófago en la pared
Las excavaciones más recientes han confirmado
la existencia de un muro de cierre provisional aparentemente de comienzos del
siglo XIV en el penúltimo tramo de la nave central hacia los pies. Coincide
este hallazgo con una información de Blanch, que no aparece en la edición de su
manuscrito realizada en 1985, pero es recogida por el comensal Marí en su Archiepiscopologium
y por Sanç Capdevila. Esa información hace referencia al arzobispo de Tarragona
Rodrigo Tello, el prelado sevillano que amenazó con la excomunión a los
canónigos obreros que hicieran mal uso de los fondos de la obra. Desde la
desaparición de Ramon de Milà no se había avanzado en las bóvedas de la nave
mayor. Según esa información, el mismo arzobispo pagó “de su propio peculio”,
es decir financió, la bóveda del penúltimo tramo hacia la fachada en 1305. La
dureza de las palabras con que el arzobispo acompaña esta iniciativa deja bien
claro que las obras de la catedral no habían alcanzado todavía el penúltimo
tramo de la nave central y que, como ocurrió con la posible inauguración de la
cabecera hacia 1230, se habría levantado un gran muro a modo de cierre
provisional, esperando mejores tiempos. La arqueología ha acudido también en
este caso en nuestra ayuda. En el penúltimo tramo hacia los pies ha aparecido
el muro transversal con materiales que corresponden a las primeras décadas del
siglo XIV.
Había pasado bastante tiempo desde que se
realizó la parte de la fachada correspondiente a las naves laterales,
probablemente en la prelatura de Olivella, y la obra quedó inacabada, cuando ya
se disponía de al menos una puerta de acceso, si no de las dos, en la fachada
principal, hacia la catedral. El cambio que se observa en la portada central es
espectacular. Del ocre dorado de la piedra de la cantera del Mèdol, a la dura
piedra de Llisós, mucho más blanca, que llega hasta la parte más alta de la
fachada sin terminar. En la década de 1990 se unificó con pintura ocre el color
de la fachada de modo que el cambio de material es, desde el punto de vista
cromático, casi inapreciable. Por el interior, la diferencia es igualmente
clara. Se habían hecho solamente las pilastras que reciben los arcos de las
bóvedas de las naves laterales, en una de las cuales, la del lado del
evangelio, figura el escudo del canónigo Ponç de Guàrdia, que ya era obrero con
Olivella en 1283 y falleció en 1302, en tiempos de Tello, cuya amenaza no
dejaba en buen lugar al obrero. El escudo está acompañado de la Tau de santa
Tecla, distintivo de la Mitra de Tarragona, que debía figurar por orden de
Bernat de Olivella en todos los encargos hechos por él o por otros en su
nombre. Todo ello en un entorno decorativo absolutamente propio del Románico. Y
la puerta central, con su complemento escultórico, es plenamente gótica.
Desde hace tiempo se ha defendido la hipótesis
de que el encargo de Olivella tenía que referirse a una de las puertas
laterales de la fachada que, con la nave central tapiada tres tramos más
adentro, podía hacer la función de puerta principal. La propuesta ha sido
posteriormente suscrita por diversos estudiosos.
Pero en base a la descripción de Blanch se
añadió en su día a esa hipótesis la búsqueda de un conjunto escultórico
relacionable con el monumento funerario del rey Pedro el Grande en Santes
Creus, que la documentación ha vinculado con un Bartomeu también gerundense. La
imposibilidad de establecer una relación clara con los relieves de este
sepulcro, a partir de la reciente restauración, nos conduce de nuevo a las
fuentes, dejando a un lado las bienintencionadas interpretaciones de Blanch, o
sea al encargo a un maestro de nombre Bartomeu en 1277, para hacer una puerta,
una ventana y parte de un muro por un salario semanal de 20 sueldos, sin
mencionar ningún tipo de escultura, y al recibo que entregaba en 1282 un
maestro Bartomeu, picapedrero de la ciudad de Gerona, no necesariamente
escultor, con motivo de haber terminado de cobrar la obra que él y sus
compañeros habían hecho en el portal de la seo. Las fechas de Ponç de Guàrdia
rebasan ampliamente la prelatura del arzobispo Bernat de Olivella y la presencia
en Tarragona de Bartomeu. El escudo de este canónigo se encuentra en un capitel
claramente románico.
Las dos últimas bóvedas de la nave central
estaban todavía por hacer, o haciéndose, en 1305. Un muro de piedra del siglo XIV
cerraba ese espacio sin construir. Como comparación, hay que tener en cuenta
que el 1 de mayo 1298 el rey Jaime ii colocaba la primera piedra de la catedral
de Barcelona, donde las obras de la cripta de Santa Eulalia retrasaron hasta
varias décadas después la construcción del resto de la cabecera y,
naturalmente, de la puerta de San Ivo, cuya estructura arquitectónica, que no
ornamental, es muy seme jante a la de la portada tarraconense que nos ocupa. El
cierre definitivo de la parte central de la fachada de la catedral de
Tarragona, con la puerta y el gran rosetón presidido por la carátula que
simboliza la Fuerza de Dios creadora del universo, según las visiones de
Hildegarda de Bingen, se debe, muy probablemente, a la iniciativa del arzobispo
Jimeno de Luna.
La obra estaría relacionada con la adquisición
en armenia de la reliquia del brazo de santa Tecla por el mismo Jaime II.
Jimeno de Luna pudo haber jugado en esta obra un im portante papel que hasta
ahora no ha sido tenido en cuenta.
Pertenecía a la noble familia aragonesa de los
Luna y aspiraba a la sede episcopal de Zaragoza cuando quedó vacante la de
Tarragona. La ocasión fue aprovechada por el papa Juan XXII para frenar
momentáneamente el fulgurante ascenso del infante Juan de Aragón, hijo de Jaime
II y Blanca de Anjou, que todavía era entonces menor de edad. Pero el arzobispo
supo afrontar con habilidad la situación y sortear el casi inevitable
enfrentamiento con el monarca. Siempre vinculado al papa de Aviñón, colaboró
para que el rey Jaime llevara a cabo la conquista de Cerdeña y le apoyó en su
empeño por conseguir la preciada reliquia de santa Tecla.
La parte arquitectónica de la puerta central,
plenamente gótica, constituiría el escenario imprescindible para la entrada
solemne de la reliquia de la patrona, llevada en procesión durante una
espectacular ceremonia en la que participó, naturalmente, el monarca, en 1321.
La prelatura de Jimeno de Luna alcanza de 1317 a 1327, fecha en que fue
nombrado arzobispo de Toledo, cediendo la sede tarraconense, esta vez sí, al
infante Juan de Aragón, quien consagró la catedral en 1331. En esta fecha sí
podían estar colocadas las estatuas de un artista hasta ahora sin identificar,
que han sido atribuidas al picapedrero Bartomeu sin una justificación
convincente. Las inscripciones que las acompañan, comparadas con los epitafios
que se leen en las lápidas funerarias de la catedral y en el lapidario de la
capilla de Santa Tecla la Vieja coinciden con esa época. Era canónigo obrero en
la catedral Hugueto de Cervelló (1309-1334). Sus armas, junto con las de Jimeno
de Luna, figuran en el segundo piso del campanario de la seo tarraconense,
donde también se encuentran ménsulas relacionadas estilísticamente con los
apóstoles de la portada, aunque de menor calidad, lo mismo que en los púlpitos
de la iglesia y en el exterior de la capilla de la Presentación. Las
diferencias entre la arquitectura de la puerta en cuestión y las bóvedas de los
tres últimos tramos de las naves laterales, con las correspondientes puertas
románicas, todo lo cual se atribuye con mucha lógica a Olivella, es evidente.
Resulta cuando menos extraño que ya se hubiera contratado en 1277 no solo la
arquitectura completa de la puerta central, rosetón incluido, sino también
buena parte de la escultura monumental, con el consiguiente riesgo para la
misma en medio de las obras. Es evidente que la portada central corresponde a
un proyecto distinto. El equilibrio entre la verticalidad propia del Gótico y
la tradición del frontón romano que pervive en el gablete no oculta el deseo de
emular la fachada occidental de la catedral de Reims, con los tímpanos de las
portadas sustituidos por vidrieras y las estatuas de las jambas extendiéndose
por los contrafuertes. Pero la idea no podía pertenecer a Olivella. Venía de
más al Norte. De la catedral de Reims, donde se coronaban los reyes de Francia.
Tan solo unos años antes había fallecido la primera esposa de Jaime II, Blanca
de Anjou. El rey de Aragón podía desear un escenario semejante.
Las fórmulas del Gótico se habían impuesto
definitiva mente en la catedral de Tarragona, sobre un trazado románico que se
había adaptado a las ruinas de la antigüedad en la acrópolis de la ciudad
romana. al menos una de las puertas laterales de la fachada, con casi total
seguridad las dos, estaría ya terminada en época de Bernat de Olivella, unos
años an tes de finalizar el siglo XIII, con lo que el espacio del antiguo
templo pagano quedaba totalmente rodeado por la nueva catedral, aunque Olivella
no hubiera logrado terminarla del todo antes de morir, como era su deseo. Había
pasado más de un siglo desde que se comenzaran las obras. El camino había sido
largo y penoso, y la tarea hasta el final prometía ser dura. Casi encima de una
de esas puertas se colocó un sarcófago paleocristiano, cuyo tema principal es
un pasaje bíblico muy significativo, por lo que simboliza de reconocimiento de
la iglesia catedralicia como la Nueva Jerusalén, recuperada de los dioses
paganos para la fe cristiana. La Entrada triunfal de Cristo en Jerusalén.
El pavimento
Hay grandes diferencias en el enlosado que
reviste el piso de la catedral en los distintos puntos de la misma. Dejan do a
un lado las capillas laterales, que deben considerarse en este asunto como
edificios en si mismas, el pavimento general ofrece tres zonas bien
delimitadas. El ábside central con sus tramos previos, el crucero y las naves.
El presbiterio es la zona más rica. La composición fue realizada por
yuxtaposición de placas de mármol que configuran franjas transversales, con
motivos entrelazados. Una forma de opus sectile relacionada con los pavimentos
llamados cosmatescos, tan abundantes en Italia, especialmente en Roma y su
entorno, aunque no exclusivamente, de la mano de la familia Cosmati y sus
seguidores, entre los siglos XI y XIII. El origen clásico de este motivo parece
ser claro. Del mosaico de la antigüedad pasó al paleocristiano y podemos verlo
en el área tarraconense en las laudas sepulcrales musivas de la necrópolis de
San Fructuoso y otras. Pedro de Palol estudió en su Tarraco hispano visigoda
este motivo que se halla en el mosaico de Optimus de la citada necrópolis y en
fragmentos marmóreos locales.

Detalle del pavimento del ábside mayor
Esta decoración fue relativamente abundante. La
pervivencia de un tipo de mosaico de ascendencia romana en zonas fuertemente
romanizadas del Sudoeste de Francia y Cataluña he sido puesta de manifiesto
especialmente por los estudios de Henri Stern, Marcel Durliat o, más
recientemente por Xavier Barral. En los monumentos estudiados por ellos,
aparecen motivos geométricos circulares entrelazados o yuxtapuestos, que
alternan la mayor parte de las veces con temas florales o escenas derivadas del
mosaico clásico y emparentadas con la pintura medieval. Muchos de los ejemplos
franceses y catalanes están datados en las postrimerías del siglo XI y algunos
de ellos se hallan en lamentable estado de conservación. Por el contrario, el
presbiterio de la seo tarraconense mantiene bien su pavimento. No hay otro tipo
de temas que no sea el geométrico. Y, cronológicamente, debe considerarse
posterior a esas fechas.
En un estudio anterior consideramos posible una
datación de hacia 1230. Con posterioridad, Barral coincidió en la posibilidad
de situarlo en el primer tercio del siglo XIII. En estos momentos, teniendo en
cuenta que en 1171 estaban a punto de comenzarse las obras del ábside mayor
desde los cimientos, que hasta 1230 no parece que se hubiera producido una
primera consagración, y que en ese momento seguramente habría en la parte
consagrada provisionalmente una cubierta de madera, pensamos que puede ser
prematuro suponer la existencia, entonces, de un pavimento tan elaborado,
cuando todavía tendrían que construirse las bóvedas de los dos tramos que
preceden al ábside. Más aún teniendo en cuenta que el pavimento se halla a la
altura de lo que fue el banco presbiterial, por lo que sería colocado sobre un
primer pavimento más antiguo y mucho más sencillo. Queda, en el centro del
hemiciclo, un espacio relativamente grande sin este tipo de enlosado, que
podría corresponder, según Barral, a la antigua cátedra episcopal, que el
mosaico habría rodea do. Esta hipótesis nos llevaría a una fecha próxima a la
mitad de la centuria. Consideremos que de 1268 han sido datados los paneles
procedentes de la abadía de Westminster que se conservan en el British Museum.
Aparentemente, la mayor parte de las piezas que
componen el espectacular pavimento de la catedral fueron realizadas a partir de
fustes serrados de columnas romanas de diferentes tamaños. Todas ellas de
mármol, en colores blanco, negro y ocre, desde una tonalidad clara al rojizo,
colocadas en función de dibujar entrelazos circulares y concéntricos. Solo al
llegar a la línea de los pilares tangentes a los ábsides laterales se
incorporan al esquema general piezas poligonales, aparentemente más tardías. No
podemos opinar sobre las dos franjas de rombos que cruzan transversalmente ni
dónde se puede situar el trabajo que en 1375 cobraba Bernat de Vallfogona ratione
cuiusdam operis del losament quod facio ad caput dicte ecclesie, por el
enlosado que hacía junto a la cabecera, seguramente el que incorpora formas
poligonales góticas, más alejadas del círculo de las románicas.
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