viernes, 14 de marzo de 2025

Capítulo 52, Arte Románico en la Rioja

 

La Rioja en el contexto del Arte Románico
Hablar de La Rioja en la Edad Media, más en concreto, de los siglos XI y XII, es referirse a un espacio geográfico impreciso, en ocasiones confuso y, en cualquier caso, cambiante por el signo de los tiempos. Esta circunstancia no es algo característico de esta pequeña porción territorial de apenas cinco mil kilómetros cuadrados, sino que forma parte del devenir geopolítico de la Península Ibérica en las centurias antedichas, en las que intervienen factores tan determinantes como la reconquista, la cada vez mayor fuerza y expansión de Castilla frente al quebradizo reino de Pamplona y contra las taifas musulmanas, o las alianzas familiares a favor de un monarca o de su contrincante.
El territorio riojano, que nunca llegó a cuajar su propia personalidad identitaria como reino y que siempre estuvo entre dos monarquías señeras, la castellana y la navarra, constituyó un solar en donde se asentaron y se vertebraron las instituciones y las formas de gobierno del entorno, y en su interior se acabaron desarrollando con todo su potencial aquellas corrientes culturales y artísticas que se transmitían por el norte de la Península Ibérica.
De estos aspectos vamos a tratar a continuación, si bien, como referencia constante, en ningún momento debemos perder de vista que la obra a la que anteceden estos folios está dedicada al arte románico. Por ello, juzgamos que se debe atender también a la identidad de sus inspiradores, determinada en último momento por el propósito que perseguían.
En efecto, la Iglesia va a convertirse en la principal promotora de las edificaciones de este estilo, y de los siguientes, ya que las construcciones religiosas acogerán la liturgia como su función esencial e inexcusable. Unos edificios que, de la mano de sus distintos impulsores y según ocupen zonas rurales o urbanas, podrán ser monásticos o seculares, cenobios o catedrales y parroquias, sin olvidar las obras canónicas, a caballo entre unos y otras, pero más cercanas en el plano físico al mundo urbano que las verá erigirse.
Aunque es indudable que estos centros persiguen objetivos esencialmente religiosos, no es menos cierto que su construcción exige siempre una desmedida movilización de recursos, de tal modo que, con frecuencia, serán los miembros de la realeza o de la nobleza, sin olvidar otras implicaciones de las oligarquías e, incluso, del pueblo llano, los que colaboren o incluso protagonicen en exclusiva el papel que como promotor de las obras le correspondería desempeñar a la Iglesia. Por eso, este condicionamiento podrá entenderse como una intrusión laica y acabará provocando conflictos de intereses tanto económicos como señoriales con el componente espiritual que anima a cualquier institución religiosa. Como resultado de estos compromisos sociales, económicos y políticos, el espacio geográfico de La Rioja albergará centros religiosos de gran entidad. San Millán de la Cogolla, San Martín de Albelda, Santa Coloma, San Andrés de Cirueña, San Prudencio de Monte Laturce, Valvanera, Santa María de Nájera, Santo Domingo de la Calzada o Calahorra serán algunos de los ejemplos más destacados.
A esta gran proliferación de edificios religiosos habrá que añadir aquellas construcciones laicas que van erigiéndose conforme se desarrollan los núcleos de población riojanos, nuevos centros de atracción demográfica, económica y espiritual que requieren infraestructuras arquitectónicas para satisfacer las necesidades comerciales, administrativas o de defensa y que, a partir del siglo XII, se convertirán en los polos de atracción más importantes. Nájera, Santo Domingo, Calahorra, Arnedo o Logroño son algunos de los núcleos de población que aparecen en el panorama riojano o que muestran un importante crecimiento desde aproximadamente el año 1100.
En España se viene tomando como fecha tópica del inicio del estilo románico el año Mil. En La Rioja su arranque resulta, posiblemente, más tardío. En opinión de algunos autores, a partir de la tercera década del siglo XI; para otros, de forma contemporánea a la castellanización del territorio, hacia 1076. Por otra parte, la convivencia del románico con las nuevas tendencias que llegan de Europa se va a producir de forma bastante generalizada doscientos años después. Sea como fuere, la cronología que seguiremos en este estudio se ceñirá a dos hitos extremos: los reinados de Sancho III el Mayor de Navarra (1004-1035) y el del castellano Alfonso VIII (1158-1214), entre los que encontramos al menos cinco acontecimientos incontrovertibles: el dominio del territorio y su posterior control político por el reino pamplonés; el apogeo de la corte najerina, que supone la intensificación constructiva en especial con García Sancho III, más conocido como “el de Nájera”; la castellanización del territorio riojano a partir de 1076; la imposición de la Regla benedictina impulsada por los distintos monarcas; y por último, el Camino de Santiago y su entroncamiento decisivo con los nacientes núcleos urbanos.

De Sancho III el Mayor a Sancho IV el de Peñalén (1004-1076)
Si nos remontamos rápidamente al siglo X, Sancho I Garcés, instaurador de la nueva dinastía pamplonesa, fragua una monarquía hispano-cristiana desde la “Navarra primordial” hasta la terra Najerensis, es decir, Nájera y su área de influencia. Esta expansión territorial a costa de los musulmanes al sur del Ebro articulaba el antiguo espacio político pamplonés como un verdadero reino, homologable a escala europeo-occidental, y convertía a Pamplona en el sólido escudo oriental de la monarquía astur-leonesa y en la frontera meridional del reino.

1. Creación de un nuevo concepto de monarquía
La sustitución de una administración musulmana por otra navarra comporta la primera ordenación cristiana del territorio. Pronto aparecen tenencias al tiempo que Pamplona pierde su carácter de centro político del reino a favor de Nájera, importante núcleo organizador territorial bajo el régimen musulmán, aunque hay que precisar que aquella no llegó a perder su categoría como lugar de origen, cuna simbólica y cabeza del reino (caput regni). Así, hasta 1076 el reino de Navarra giró en torno al centro tradicional, Pamplona, y el territorio riojano sobre Nájera, donde periódicamente residirá la corte.
Del mismo modo, los distintos monarcas pamploneses llevaron a cabo una activa labor restauradora. Reconstruyeron castillos, reedificaron aldeas y potenciaron la vida espiritual y la organización religiosa a través, sobre todo, de la refundación de monasterios. Se viene afirmando que Sancho Garcés I fundó San Martín de Albelda y que el asturiano Ordoño II hizo lo propio con los cenobios najerinos de Santa Coloma, de Santa Águeda y de las Santas Nunilón y Alodia. Otros centros fueron San Prudencio de Monte Laturce, de posible origen mozárabe, San Cosme y San Damián de Viguera, San Andrés de Cirueña y, claro está, San Millán de la Cogolla.
Este acontecimiento provoca que el eje religioso y, por lo tanto, cultural, apoyado por los monarcas navarros, se vaya desplazando igualmente hacia el sur, por lo que no es de extrañar que las comunidades monásticas riojanas de Albelda y La Cogolla sean las encargadas de recoger y organizar el bagaje religioso-cultural pamplonés, eso sí, enriquecido con notables aportaciones mozárabes y astur-leonesas, sin olvidar la importancia que debieron de tener las relaciones espirituales y culturales con la Europa continental. De esta manera, La Rioja, con anterioridad al año Mil, se destaca como una región especialmente abierta al espíritu eclesial y a la cultura, en contraste con la todavía cerrada visión de los primeros establecimientos monásticos pirenaicos.

2. Transformaciones a partir del año Mil
Sobre estos precedentes debemos tomar como referencia un espectro más amplio para hablar de las transformaciones que se produjeron en toda Europa con el cambio de milenio. Se viene afirmando como una verdad irrefutable que entre finales del siglo X y el 1030 Occidente vivió un período confuso y convulso. En él se mezclaron el miedo y la esperanza. Tras haber superado sus “terrores”, conoció una época de florecimiento durante la cual se forjó la sociedad medieval. Para ello la historiografía alude invariablemente al cronista borgoñón Raúl Glaber. Éste afirmaba en esas fechas que “el mundo mismo se sacudía para despojarse de su vetustez y se revestía por todas partes como de un blanco manto de templos, y así, casi todas las iglesias de las sedes episcopales, las de los monasterios consagrados a toda clase de santos, incluso las pequeñas capillas de las aldeas, fueron construidas ahora más hermosas para sus fieles”.
Esta glosa, dirigida a Italia y a la Galia, es válida para España y, por supuesto, para el área riojana. En plena coincidencia con los gobiernos de Sancho III y de su hijo García el de Nájera van a producirse algunos de los cambios y mutaciones políticos, sociales, económicos y religiosos que marcarán el desarrollo del reino navarro durante toda la plena Edad Media.
Durante sus mandatos se transita de una etapa fundamentalmente defensiva a otra más ofensiva. A partir de 1008, los musulmanes retrocederán de sus dominios habituales hacia el sur. Este repliegue dejará paso a un cambio progresivo de valores, de intenciones y de comportamientos, que cristalizarán en la consolidación de las estructuras políticas del reino; en el auge de la corte najerillense; en la reactivación de la economía, fortalecida con la circulación del oro y la percepción de parias; en el apogeo de los monasterios, tanto como centros de espiritualidad y cultura como en la conformación de enormes dominios territoriales; en la implantación feudal, que favorecerá la jerarquización social, a la que pronto seguirá el auge urbano provocado por el interés en lograr la riqueza agraria y las rentas derivadas de su explotación; y en la reforma de la Iglesia, en la que las influencias provenientes del norte de los Pirineos acabarán por introducir, primero, la norma benedictina y, después, el rito romano. Esta nueva forma de religiosidad acabará por desmantelar los prejuicios mozárabes e hispano-visigodos, propios del particularismo hispano que vivió etapas de aislamiento, y se producirá la consiguiente “corrección” de costumbres de los hombres de iglesia, así como la restauración de templos.

2.1. La consolidación de las estructuras políticas e institucionales del reino pamplonés
El dominio del territorio y su posterior control político se produce, tal como nos lo recuerda certeramente García de Cortázar, entre 1010 y 1076, desde que Sancho III consolida la monarquía navarra hasta que el castellano Alfonso VI ocupa La Rioja a la muerte de Sancho IV en Peñalén.
La figura del rey Sancho III aparece ante nosotros desdibujada y contradictoria. Unos estudiosos opinan que estamos ante el promotor clave de la renovación del segundo milenio; para otros, su dimensión histórica es mucho menor. En tal disquisición, algo resulta innegable. El término latino maius con el que se le califica significa el “más grande”, porque su labor de gobierno fue trascendental para la historia de España al unificar el reino navarro y el condado de Aragón, al extender sus territorios por Álava y Vizcaya, al anexionarse Castilla y al incorporar a sus dominios el territorio de Sobrarbe. Del mismo modo, su papel como soberano fomentó la consolidación política de nuestro territorio, ya que La Rioja se convirtió durante la primera mitad del siglo XI en el centro de la administración de la monarquía.
Su hijo García el de Nájera mantuvo una actitud agresiva frente a la taifa de Zaragoza y afianzó el reino al ampliar la frontera oriental de La Rioja con la conquista definitiva de Calahorra en 1045. En consecuencia, la monarquía pamplonesa consolidaba sus posesiones en el valle del Cidacos. Sin embargo, su hijo Sancho IV el de Peñalén tuvo que enfrentarse, de una parte, al castellano Sancho II de Castilla en sus deseos de invadir los territorios de Pancorbo, Cerezo, Grañón y Pazuengos, que perdió; y de otra, a una conspiración tramada por sus hermanos, que le causó la muerte en Peñalén, en 1076.
A partir de ese momento, Navarra pasó a manos de Aragón y de Castilla. El aragonés Sancho Ramírez se anexionó el norte del reino, con Pamplona como centro político, y lo vincula a Aragón. Por su parte, el castellano Alfonso VI ocupa el área meridional, con Nájera al frente, y las provincias vascas. A partir de ese momento, La Rioja es considerada a todos los efectos como un territorio castellano, dentro del cual se organiza como un condado que comprende las tierras de Nájera, Grañón, Calahorra y Arnedo.

2.2. Auge de la corte najerillense
Nájera se había ido convirtiendo en el único núcleo realmente urbano. Además de las múltiples funciones derivadas de su condición política y religiosa, su situación estratégica le llevó a canalizar cierto tráfico de mercancías a media y larga distancia, y a albergar un mercado de ámbito comarcal. Estas circunstancias le convertirán en un importante foco de irradiación económica. A ello habrá que añadir la presencia de un vecindario formado, en parte, por gentes ocupadas en actividades artesanales y mercantiles, lo que ya animó a Sancho III a actualizar el estatuto urbano de la localidad; unas normas de convivencia vecinal de un enorme calado social, jurídico y económico que prefiguran los fueros posteriores de franquicias de Jaca y Estella (h. 1076/1077), y que, por su importancia, se convierten en uno de los principales fueros urbanos de la España cristiana. Tampoco debemos olvidar que la Ruta Jacobea empezaba a adquirir gran protagonismo en la propia población, tal como queda reflejado en la zona más occidental de la ciudad, en el entorno de la iglesia de San Jaime.
Asimismo, Nájera se convierte en sede episcopal, aunque sea de manera transitoria. Efectivamente, el obispo pamplonés Galindo consagró a los obispos Sesuldo en Calahorra y, de forma fugaz, a Teodorico en Tobía, pero muy pronto veremos a Tudemirus que aparece como obispo de la civitas-castellum najerense, alejada relativamente del peligro de los musulmanes del valle del Ebro y ejerciendo acciones económicas y jurisdiccionales en las comarcas riojalteñas y cameranas. La mencionada reconquista de Calahorra en 1045 por el rey García el de Nájera propició el reconocimiento como catedral del templo calagurritano de Santa María. Un año más tarde, Sancho, obispo de Nájera, fusionó los títulos de ambas sedes. Será precisamente en este momento, en plena crisis de autoridad del monarca navarro, cuando éste pretende reorganizar la diócesis. Entre otras medidas importantes, suprime el obispado de Valpuesta y encuadra sus iglesias en el de Nájera-Calahorra (1052), y promueve la gran expansión del dominio monástico de San Millán de la Cogolla10. Estos factores contribuirán a la consolidación de la monarquía navarra, con Nájera en el epicentro de la geografía del poder pamplonés. El territorio riojano supuso la ampliación del estrecho horizonte de un reino constituido inicialmente sobre el saltus al proyectarse sobre una tierra de predominio de la llanura, el ager nagerense. Así las cosas, La Rioja se benefició de su situación estratégica en las rutas abiertas a la circulación de mercancías e ideas, a través de las cuales se hicieron más frecuentes los contactos entre las dos vertientes de los Pirineos y el valle del Ebro.
Del mismo modo, Nájera llegó a ser la residencia seguramente predilecta y la más frecuentada por los monarcas pamploneses, sin olvidar que en esta época las cortes de todos los soberanos eran predominantemente itinerantes. Se fue convirtiendo en el palatium, en el centro político del reino, en donde se congregaba el aula regia, pero en ningún caso cabe afirmar que se constituyese en la capital del reino porque no fue sede exclusiva del monarca, como tampoco parece adecuado pensar en un reino de Nájera diferenciado del de Pamplona o yuxtapuesto a él. Pero de lo que no cabe ninguna duda es que Nájera se convirtió en lugar de enterramiento. Tras la muerte de García el de Nájera en Atapuerca en 1054, su cuerpo recibió sepultura en el templo de Santa María y con ello se lograba organizar en su interior un verdadero cementerio de linaje.

2.3. Reactivación de la economía
Las noticias sobre el desarrollo económico en este período son todavía escasas y proceden, sobre todo, de la información que nos proporciona la documentación monástica. Como en el resto de Europa, la agricultura es la actividad principal, y dentro de ella los cereales. El trigo, la cebada y la avena se convierten en la base de la producción y de la alimentación. Los datos los brindan aquellos textos que aluden a las pechas, a los pagos que los campesinos hacían a favor de los cenobios, y a los alboroques o robras, es decir, las cantidades de dinero o bienes con los que se cerraba una transacción comercial. A esta producción cerealística habrá que añadir la explotación vitícola, muy abundante incluso a alturas hoy impensables. Como complemento económico, la oveja resultaba ser el animal característico de la trashumancia riojana.
Un territorio muy variado en lo orográfico, bien regado y con un clima templado, reúne las condiciones idóneas para experimentar un importante proceso de enriquecimiento. El primer síntoma se observa en el aumento demográfico, a través de la creación de nuevos núcleos de población o en la repoblación de los viejos. Las direcciones del proceso son claras: de Norte a Sur o, lo que es lo mismo, de la vega del Ebro hacia el somontano y las sierras; y de Este a Oeste, en la que el Camino de Santiago va a protagonizar buena parte del progreso de las localidades por las que atravesaba. En este sentido, debemos recordar que su influencia religiosa, social y económica fue muy temprana: Sancho Garcés I, y no su descendiente Sancho III, dejó libre el tramo riojano. No en vano, a mediados del siglo X encontramos peregrinos perfectamente identificados atravesando La Rioja camino de Compostela. Pues bien, en este ir y venir de gentes, ideas y mercancías, Nájera debió de sobresalir pronto como final de etapa de primera magnitud.
El enriquecimiento riojano apunta, también, a la presencia cada vez más extendida de molinos, a la mayor especialización de funciones artesanales y a la generalización del utillaje de hierro, normalmente procedente de tierras alavesas. Este acontecimiento se manifiesta en el texto denominado “Reja de San Millán”.
Igualmente importante para el crecimiento general de La Rioja tuvo que resultar su situación de frontera frente a los musulmanes. El riesgo que siempre supone este escenario se compensaba con las aportaciones provenientes del pillaje y, más tarde, del cobro de parias, a lo que habrá que sumar un hecho significativo para el futuro del área riojana, la conquista de Calahorra en 1045. El proceso de estabilidad general del reino pamplonés se cristaliza en el cerco y asedio a los poderes musulmanes vecinos. A pesar de la gran crisis política en la que vivían, todavía mantendrán un cierto nivel económico que dilapidarán al verse obligados a comprar la paz y evitar las agresiones cristianas mediante el pago de tributos y parias. La progresiva regularización de estos cobros fue una de las grandes novedades del siglo XI. Ello permitió a los reinos cristianos obtener importantes beneficios con los que los reyes navarros pudieron organizar expediciones contra los musulmanes, pagar deudas o llevar a cabo donaciones a centros religiosos. Gracias a estas entregas, se lograron edificar muchos monasterios, iglesias y catedrales. Por su parte, Sancho III fue el primer monarca que acuñó moneda en los reinos del norte. Desde comienzos del siglo XI se citan sueldos como moneda de cuenta, y es posible que la pusiera en circulación en Nájera a imitación del sistema franco, con la diferencia de que mientras la moneda carolingia era de plata, la riojana sería en un principio de vellón y después del año 1033 de argento.
En conjunto, se puede estimar que los reinados de Sancho III y de su hijo García el de Nájera corresponden a un punto culminante de la expansión económica pamplonesa, sin embargo, dicho enriquecimiento hay que vincularlo con el de Europa en ese mismo momento y con el de los reinos peninsulares en general, justo después de la caída del Califato de Córdoba y del nacimiento posterior de los reinos de taifas.

2.4. Apogeo de los monasterios
Esta mejora de la situación económica y las buenas relaciones entre la Iglesia y los monarcas navarros son aspectos que van a favorecer a las grandes abadías riojanas. A partir de donaciones y de protección, sus dominios monásticos se irán encumbrando y enriqueciendo. Con ello, los soberanos y la aristocracia buscaban disponer de una comunidad de religiosos que rezase por la salvación de sus almas; tener la opción de asilo para la vejez; prepararse, como ya se ha visto, un lugar digno para su enterramiento; y por último, poder formarse en un gran centro cultural. En este sentido, es posible que Fernando, hijo de Sancho III, estudiara con el abad Gómez en San Millán.
Desde aproximadamente la tercera década del siglo XI, detectamos cómo se engrandecen las fortunas monásticas, tanto de los centros sólidamente instalados por lo menos desde el siglo X, caso de San Martín de Albelda o San Millán de la Cogolla, como de los que surgen en la centuria siguiente, Santa María de Valvanera y Santa María de Nájera. Paulatinamente, van recibiendo donaciones de numerosos monasteriolos y prioratos, pequeños centros religiosos que tuvieron su origen en una fundación privada. Se trataba de iglesias familiares y monasterios dotados de organización espiritual y perfectamente preparados para ejercer cierto control sobre un territorio reducido. Algunos se mantuvieron durante bastante tiempo en manos laicas, si bien la mayoría acabarían incorporándose a los grandes centros religiosos. De esta agregación será beneficiaria la comunidad de La Cogolla. Entre 945 y 1127, San Millán recibirá dieciocho monasterios, de los que la mitad corresponden al reinado de García el de Nájera.
Asimismo, las principales abadías comienzan a beneficiarse de dinero o de otros derechos para promover la religión entre los campesinos de sus alrededores y para reconstruir o levantar nuevas edificaciones. Quizá este afán constructivo, que generalmente iba acompañado también del correspondiente mobiliario, lo proporcionaría el botín de guerra y, a partir de mediados del siglo XI, la entrada de material amonedado. Tras la construcción de San Juan de la Peña, se beneficiarían del apoyo real los centros religiosos de San Millán y de Santa María de Nájera.
El rey Sancho III agrandó San Millán. Convirtió el primitivo cenobio rupestre visigodo y el posterior conjunto de edificaciones mozárabes de Suso en la abadía más importante de La Rioja. En realidad, mandó levantar la primera iglesia de orientación canónica, de doble nave, con la duda de si se construyó en ese momento el muro norte que cerraba las cuevas primitivas o si se hizo en la segunda mitad del XI. En cualquier caso, el templo se completó en el último tercio de la centuria siguiente con la capilla del santo. Del mismo modo, el monarca quiso introducir en él las ideas cluniacenses, pero el gran desarrollo artístico del que el monasterio hizo gala se opondrá a las corrientes europeistas y borgoñonas a favor de las notas tradicionales del siglo anterior. Años después, hacia 1053, la comunidad de monjes se traslada de lo alto al fondo del valle y se edifica la iglesia de San Millán de Yuso, de la que apenas sabemos nada.
El otro programa constructivo corresponde al templo najerense de Santa María, una obra votiva del monarca navarro García el de Nájera que mandó erigir en agradecimiento a la Virgen por la conquista de Calahorra en 1045. Para su construcción destinó parte del botín cosechado en esta victoria contra los musulmanes del valle del Ebro. Frente a lo que cabría esperar, esta iglesia no fue encomendada a los benedictinos, sino a una congregación de clérigos que vivían regularmente según la orden que disponen los sagrados cánones y los padres antiguos.
De este hecho se puede inferir que el soberano pamplonés era más proclive a los canónigos regulares que a los monjes.
Muy importante fue el esfuerzo constructivo, pero no menos interés pondrán los monarcas en dotar a los centros religiosos de los recuerdos de sus fundadores o de las personas vinculadas a ellos. Conocido es que Silos conservó como trofeo el cuerpo de Domingo, su restaurador. Sin embargo, San Millán sufrió grandes dificultades para conseguir los restos de Emiliano y para hacerse con las reliquias de San Félix de Bilibio, su maestro. Tradicionalmente se viene afirmando que los inconvenientes los planteó el propio García el de Nájera, al que se le atribuye el exilio de Domingo, antiguo prior emilianense, a Silos. En este sentido, el deseo del monarca de engrandecer Santa María de Nájera le llevó a dotar a esta iglesia de los restos de los santos más ilustres de la región.
Con este objeto, pretendió las reliquias de Emiliano, pero los monjes se resistieron con éxito, de tal manera que la congregación emilianense no sólo logró conservar el cuerpo del Santo, sino que además obtuvo el de San Félix. Este apoyo real a Santa María de Nájera se podría explicar, tal vez, por la mayor simpatía que mostró García el de Nájera hacia los canónigos regulares y, asimismo, por los continuos gestos de rechazo del cenobio de San Millán hacia las reformas religiosas procedentes de Europa.
Los monasterios riojanos gozaron de un gran prestigio cultural desde la segunda mitad del siglo X, sólo interrumpido a finales del siglo y comienzos del XI como consecuencia de las incursiones y destrucciones de Almanzor y de Abd al-Malik, que dispersaron comunidades de religiosos, disolvieron bibliotecas y empobrecieron su trayectoria cultural. Pero fue durante los reinados de Sancho III y de su hijo cuando los centros monásticos riojanos volvieron a experimentar un enorme desarrollo cultural. Junto a esta protección real, el cambio se fundamentó en la recuperación económica y en el avance benedictino. Muy pronto las nuevas construcciones religiosas se dotan de bibliotecas y se vuelve al esplendor de las miniaturas en los códices. A modo de ejemplo, conviene citar el estilo que el calígrafo y miniaturista Florencio impuso en San Millán. Este personaje mezclaba aires mozárabes con algunos recuerdos anglosajones, lo que le llevó a crear escuela, y ésta es la que se seguirá en el escritorio de La Cogolla por lo menos durante la primera mitad del siglo XI, ignorando las nuevas corrientes religiosas y artísticas europeas que llegaban de Cataluña y del norte de los Pirineos. Precisamente se conservan en la Real Academia de la Historia de Madrid dos excelentes muestras de este estilo: una copia del Liber commicus y otra de la Expositio Salmorum. Sin cambiar de escenario, algo similar estaba ocurriendo en los talleres de eboraria del propio monasterio, de los que saldrá el Arca de San Millán, obra de entre 1053 y 1067, cuyas piezas versan sobre la vida del titular del cenobio a partir del texto de la Vita Sancti Emiliani de San Braulio. En esta línea, Bango Torviso ha concluido recientemente en una tesis muy sugestiva que el artífice, que identifica con el escultor de origen hispano García, es un creador excepcional y, como tal, de muy difícil catalogación artística. Conoce las fórmulas de la escultura románica, pero no se encasilla con ellas. Es más, para ilustrar tal complejidad narrativa recurre a los referentes iconográficos reproducidos en los mismos códices ilustrados de miniaturas. Por lo tanto, los relieves de esta espléndida pieza son, por su estilo y por su iconografía, una obra autóctona en la que se observa más que difícilmente la influencia germánica a la que tan habitualmente se alude en razón de la consonancia del nombre de uno de sus supuestos escultores, Engelar.

2.5. Implantación feudal
Como en Europa, pero más tarde que en Cataluña y Aragón, acabará triunfando en La Rioja la denominada revolución feudal sobre la libertad de épocas anteriores, cuando la repoblación aún no había desencadenado la pugna de los más poderosos políticamente, que ahora necesitaban consolidar su fuerza y superioridad económica, sobre el pequeño campesinado con la usurpación de sus tierras y la utilización de sistemas de coerción por la fuerza y el consentimiento de los monarcas.
La dominación de La Rioja por la monarquía pamplonesa consolida y vigoriza la red de tenencias administrativas, centros de poder que normalmente se asientan sobre las fortalezas previas que se levantaron para soportar la vida de frontera, y que acabaron vinculando su carácter militar al medio físico y humano circundante. Desde estas tenencias se organizó el territorio, los cultivos y la forma de vida de los campesinos del entorno bajo la autoridad de un tenente con el que les unían lazos de dependencia. Así, este señor gobierna en nombre del rey pamplonés un territorio más o menos extenso, la mencionada tenencia. En ella, como ya se ha sugerido, solía haber un castillo, en el que el tenente o dominante reside de manera habitual y desde el que defiende las tierras de su jurisdicción.
Estas demarcaciones menores hunden sus raíces en fechas muy anteriores, quizás en la Hispania visigoda. A través de ellas se expresa la unión entre el poder patrimonial privado y el ejercicio del poder político-público por parte de la nobleza, característica del sistema feudal, mediante el ejercicio del dominio señorial por parte de los nobles. Los tenentes, que suelen proceder de las familias nobles más poderosas de la zona, desarrollan tendencias a la patrimonialización de los cargos, de tal forma que ejercerán el poder delegado del rey pero sus funciones remiten a un contenido de poder regio que, poco a poco, se irá diluyendo a medida que se incremente la autoridad señorial.
Las primeras tenencias en aparecer son las que podemos denominar mayores.
En general, estos esbozos administrativos, que suelen tener una naturaleza ejecutiva, militar y judicial, se configurarían sobre valles, a cuya cabeza se encuentra una serie de poblaciones que reciben el pomposo título de urbs o civitas, caso de Cerezo y Grañón. Éstas se convierten en sedes de autoridades señoriales bajo dominio castellano. Desde estas tenencias se dominaban los valles del Tirón y del Oja, se intentaba hacer frente al poder leonés y se perseguía una intervención en el valle del Ebro cuando las circunstancias fuesen propicias.
Más al Este, entre 970 y 1020, Viguera aparece en la documentación como reino. Constituyó una tenencia encomendada a un príncipe de la corte navarra: primero al infante Ramiro y después a sus hijos. Este territorio fue creado como hereditas, con la que se trató de compensar al infante de su apartamiento de la sucesión al trono. Según Martín Duque, no tenemos argumentos suficientes para equiparlo al rey; a lo sumo, la hereditariedad afectaría al caudal de rentas patrimoniales que provenían en especial de su madre. El área de acción de la tenencia se extendería al menos por los valles del Iregua y del Leza, probablemente con la tenencia de Meltria. Por tanto, el reino de Viguera era una creación artificial, basada en motivos familiares, que no respondía a un área con personalidad propia, con un elemento humano y unas tradiciones jurídicas diferenciadas. Por este motivo no le resultó difícil a Sancho III el alcanzar su reversión a la corona.
Como ya se ha dicho, los monarcas navarros controlarían desde Nájera el valle del Najerilla, y quizá por su importancia como núcleo urbano en época musulmana, por su buen clima y por la feracidad de sus tierras, ya desde el siglo XI sirvió de residencia a la embrionaria corte que acompañaba al monarca navarro.
Mediante este sistema, que se mantendrá cuando La Rioja pase a manos de Castilla, los monarcas navarros acabarán gobernando las distintas regiones, someterán a sus leyes y costumbres a los habitantes, administrarán la justicia, ejercerán el mando militar y lograrán el fortalecimiento de un concepto del reino y de la autoridad monárquica sobre el mismo.

2.6. La imposición de la Regla Benedictina
La europeidad de Sancho III hay que entenderla como el deseo de participar del mismo mundo de las ideas y de las formas que el resto de los pueblos del otro lado de los Pirineos, y consistió, entre otras cosas, en una reforma eclesiástica que empezó por el monacato y siguió por el episcopado. Una de las manifestaciones externas más llamativas fue, sin duda, la proliferación de los llamados monjes negros que, desde Borgoña, se extendieron por todos los cenobios europeos con espectacular dinamismo.
En efecto, desde el año Mil la Iglesia comienza a jerarquizarse a partir de las células preexistentes y recibe ordenamientos comunes que desentonan con la infinidad de normas locales, muchas de ellas consuetudinarias, que presentaban una clara laxitud. Se viene afirmando de forma generalizada que Sancho III introdujo en su reino la regla benedictina como ideal monástico uniformador de los precedentes autóctonos y variados, pactos tan característicos de las fórmulas cenobíticas visigoda y, después, mozárabe. Sin embargo no hemos de olvidar el siguiente hecho: el manuscrito 62 de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, de 976, contiene una regla monástica femenina para ser acatada en el monasterio najerino de las Santas Nunilón y Alodia. Se transcribe a partir del comentario que sobre la Regla casinense realizó Smaragdo, abad carolino de Saint-Mihiel, a comienzos del siglo anterior. Por estas y otras noticias, Linage Conde concluye que la benedictización castellana y riojana es anterior a la navarra, aunque no faltan voces que indican lo contrario, que llegaría del Norte, a través del reino de Navarra, único camino factible para la expansión de los textos.
Sea como fuere, consta que Sancho III fue amigo del abad Oliva de Ripoll; que entró en contacto con San Odilón, abad de Cluny; que era, además, pariente de los condes de Gascuña y que tuvo grandes contactos con Guillermo el Grande, duque de Aquitania y conde de Poitiers. Estos significados personajes debieron de influir notablemente sobre el monarca. Con él se produciría una aceleración de la reforma eclesiástica, que acabará afectando preferentemente a los monasterios en lo relativo a costumbres y espiritualidad.
La introducción de la norma benedictina de Cluny debió de iniciarse en el cenobio de San Juan de la Peña hacia 1025, pasando luego a Irache y a Albelda a finales del reinado de Sancho III, aunque los cenobios siguieron sometidos a los obispos, consejeros y colaboradores del monarca desde su infancia. La reforma cluniacense tenía como objetivo la “alabanza de Dios”. Este hecho lleva a los monjes franceses a plasmar tal enaltecimiento por medio de la belleza del ceremonial y del esplendor del lugar donde Él habita, lo que se acabará convirtiendo en una de las causas fundamentales para el futuro desarrollo del románico.
Ahora bien, Sancho III, conocido como desiderator et amador agmina monacorum, chocó con los intereses de algunos monasterios y con la influencia episcopal. Es el caso de San Millán de la Cogolla, que acabará oponiéndose a las corrientes europeístas y borgoñonas, de tal manera que durante toda la primera mitad del siglo XI sus monjes defenderán los elementos culturales y espirituales más tradicionales de tiempos pasados. Pero no se trata de un caso aislado. Del mismo modo, los obispos de Pamplona, Aragón y Nájera no aceptaron el Privilegio de Exención que recibió Cluny. Es decir, los monasterios que reconocían la autoridad de los monjes franceses no estaban sometidos a la jurisdicción episcopal ni a ningún intervencionismo laico. Únicamente debían su obediencia al Papa. En este contexto, no resulta extraño encontrar a algunos abades compaginando su dignidad abadial con la episcopal, como sucedió con los de Albelda, San Millán y Nájera.
Por lo tanto, la supuesta reforma eclesiástica de Sancho III se limitó a la expansión de la norma benedictina que aún no se había impuesto en todo su reino, y se produjo más por influencia posiblemente de Ripoll que por la introducción directa del espíritu de Cluny. Habrá que esperar todavía un tiempo para ver a los monjes negros instalados en los monasterios, precisamente en el momento en que comienzan a falsificar diplomas para tratar de demostrar que ya desde entonces existía una dependencia directa de la Santa Sede.
En lo que respecta a la política unificadora y jerarquizadora, los monarcas navarros agregaron a las grandes abadías pequeños monasterios e iglesias familiares, que se habían desarrollado considerablemente como fórmula repobladora. Esto favoreció la creación de grandes dominios. Como es bien sabido, el rey García el de Nájera vinculó al monasterio emilianense varios centros religiosos de cierta entidad y donó a Santa María de Nájera en el momento de su fundación otros treinta y tres. Estas pequeñas sedes favorecerían, sin duda, la benedictización de los cenobios. Junto a este proceso, que se formalizaría en el Concilio de Coyanza en 1055, también se asiste a la creación de abadías, como la de Santa María de Valvanera, que a partir de 1035 controlará, entre otros espacios riojanos, el territorio comprendido por el Alto Najerilla.

De Alfonso VI a Alfonso VIII (1076-1214)
Desde la muerte del monarca navarro Sancho IV el de Peñalén y la inmediata ocupación castellana de La Rioja, en 1076, hasta el comienzo de la consolidación de una sociedad urbana impulsada sobre todo por Alfonso VIII en toda la Corona de Castilla, podemos decir que se abre una nueva etapa.
En primer lugar, en el propio significado del espacio riojano. García de Cortázar ha sido quien mejor ha definido esta situación: a la conquista castellana La Rioja constituye, aproximadamente, un quinto de la superficie del reino de Navarra. Y, desde luego, su parte económicamente más diversificada y, probablemente, más rica. Sin embargo, una vez que dependa del reino castellano-leonés, su extensión apenas representará un tres por ciento de las dimensiones del reino de León y Castilla.

1. El proceso de castellanización del territorio riojano
Por otro lado, La Rioja, inmersa ya en una nueva situación política, asistirá a su castellanización, definirá sus fronteras y fortalecerá sus señoríos. Tras la conquista de Toledo en 1085, pasará de ocupar una posición central en la monarquía navarra a otra periférica en la leonesa-castellana.

1.1. Tierra de frontera
La Rioja se convertirá en tierra de frontera con Navarra y Aragón, ahora ya muy alejada de los intereses de Alfonso VI, y se verá expuesta a todo tipo de golpes de mano y saqueos. El resultado fue la dominación alternativa de castellanos, aragoneses y navarros, hasta que el soberano Alfonso VIII asegure definitivamente su control para Castilla.
Coincidiendo con estos choques militares (como los saqueos de Logroño y de Alfaro por el Cid, la ocupación de las tierras riojanas por Alfonso I el Batallador o la intromisión del navarro Sancho IV aprovechando la minoría del castellano Alfonso VIII), los distintos monarcas llevan a cabo una política de repoblación y concesión de fueros, medidas que pretenden asegurar las lealtades de los habitantes de la región a favor de uno u otro contendiente.
Mientras tanto, la frontera frente al islam apenas sufrió variaciones notables. A partir de la caída de Calahorra y Valdearneto, la repoblación de la zona situada al este de la Sierra del Camero Viejo no fue tarea fácil. Sobre ella, el poderoso reino de Zaragoza, con Tudela y Tarazona al frente, ejercía una seria amenaza.
Prueba de ello es que los obispos de Calahorra continuaron residiendo en Nájera o en monasterios próximos durante la segunda mitad del siglo XI, lejos del peligro que suponía esta proximidad a la zona de conflictos. Sólo tras la muerte de al-Muqtadir de Zaragoza en 1081 y la consiguiente pugna de sus hijos por conseguir el trono, los castellanos repoblarán las zonas riojabajeñas y acabarán incorporando la zona más oriental al espacio riojano, lo que sucederá probablemente a finales de siglo.
Como conclusión, la reconquista de La Rioja Baja, muy posterior a la Alta, le conferirá unos rasgos peculiares. Estos se traducirán en un paisaje, una economía y unos grupos humanos claramente diferenciados. En las capitulaciones de las ciudades del Ebro, situadas al este de Calahorra y ocupadas por Alfonso I el Batallador, se había pactado que los musulmanes podrían permanecer en sus casas durante un año, pasado el cual se deberían trasladar a los barrios extramuros pero conservando sus bienes muebles y sus tierras de cultivo. No había motivo, por tanto, para que se produjera una emigración en masa. La población islámica permanece en La Rioja Baja y, durante mucho tiempo, superará a la cristiana.

1.2. Papel político de los monasterios
Del mismo modo que los monarcas concedieron numerosos fueros a otras tantas localidades con la intención de conseguir fidelizar a la sociedad riojana, los centros religiosos siguieron contando con su protección y apoyo. Como contraprestación, los centros espirituales acabarán vinculándose a un rey o a una dinastía. De ello dan fe numerosas crónicas y leyendas que los monjes fueron redactando en sus escritorios. Con ellas, los monasterios benedictinos castellanos elaboraron una particular concepción de la realeza, de tal modo que difundieron una imagen muy concreta, y favorable, de la imagen del rey. A cambio de que el monarca se mostrase sumiso a la tuitio eclesiástica, los cluniacenses expresaron en sus crónicas un arquetipo político: el del rex iustus frente al rex tyranus.
Junto a la primera crónica anónima de Sahagún, a la Historia Silense y a la Chronica Adefonsi Imperatoris, todas ellas de la primera mitad del siglo XII, la Crónica Najerense muestra claramente sus simpatías hacia Castilla una vez que ya se había producido la separación de León. Este texto fue escrito al parecer en Nájera, como se sabe, importante centro urbano durante el dominio pamplonés. Por este motivo, los monarcas navarros adquieren un gran protagonismo en su relación con Castilla. Escrita hacia 1160, su contenido hace hincapié en el reparto de la herencia patrimonial de Sancho III y en su interés hacia el Camino de Santiago.
Por su parte, la memoria de carácter político elaborada en el monasterio de San Millán se basó, tras el paso de La Rioja a Castilla en 1076, en el recuerdo de Fernán González. En las cartas emilianenses, el conde castellano se presenta como el gran benefactor. A mediados del siglo XII, se vuelve a recurrir nuevamente a Fernán González para redactar el documento de los falsos Votos de San Millán. Por último, Gonzalo de Berceo “puso su mester de clerecía al servicio del monasterio riojano”. En su obra sobre La Vida de San Millán, el primer poeta en lengua castellana se sirve de la biografía realizada por Braulio en el siglo VII y del texto de los Votos de San Millán.
En resumen, este conjunto de textos representa un claro vínculo entre la rememoración del pasado y el modelo de aproximación de la monarquía castellana a los territorios riojanos antes integrados en el reino de Navarra. Tras la ocupación y consolidación de La Rioja por Castilla, los monarcas castellanos se dispusieron a construir en su beneficio una tradición historiográfica propia. Perseguían, lógicamente, la aculturación ideológica de un territorio que, además, durante varias décadas, basculó entre distintos reinos al albur de las frecuentes contiendas militares.
Esta tradición historiográfica fue general en toda Castilla y León durante los siglos XI y XII. En nuestro territorio se contó desde el X con unas claras expresiones en defensa de la joven dinastía pamplonesa, que procuraba rearmar su proceso existencial en momentos de evidente fragilidad política. Así, a partir de textos como el denominado Códice Vigilano, escrito en el monasterio de San Martín de Albelda en 976, y el Códice Rotense, copiado en tierras de Nájera catorce años más tarde, los reyes castellanos encontrarían fundamentos suficientes como para trazar un programa ideológico de profundos cimientos.

2. La Iglesia a partir del siglo XI
Durante el reinado de Alfonso VI se inicia un proceso de reorganización eclesiástica que va a perseguir su reforma interna. En su favor jugaron tres aspectos fundamentales. El primero, que el gobierno del monarca castellano coincide en parte con el del pontífice Gregorio VII, promotor de la reforma de la Iglesia; después, que a partir de la segunda mitad del siglo XI las relaciones entre los territorios cristianos peninsulares y Roma fueron más habituales; y por último, que Alfonso VI verá reforzada su labor con la acometida anteriormente por el navarro Sancho III, que había intentado implantar en su reino la regla benedictina. Ello propiciará la entrada de multitud de ideas de la Europa continental y abrirá España a la comunidad mundial.

2.1. La iglesia española y sus relaciones con Roma
Si la gran aportación de la monarquía navarra fue la introducción de la regla benedictina en todos sus dominios por posible influencia oriental, de Ripoll, con Alfonso VI será Cluny quien encabezará el auge monástico. Desde mediados del siglo XI, los monasterios riojanos, como ocurrirá con los navarros y el resto de los castellanos, se van a regularizar con el apoyo de la monarquía castellana, se impondrá en ellos la disciplina benedictina de Cluny y acabará desarrollándose “el monacato románico”. De forma simultánea, el papado comenzará a intervenir directamente en la Iglesia española. Esta nueva relación ocasionó graves problemas entre los cristianos y con la monarquía. Destacan, sobremanera, el intento de sustitución del rito mozárabe por el romano y el fortalecimiento de los obispados y parroquias, células fundamentales de la estructura jerárquica que se quería implantar.
Las primeras relaciones seguras con el papado corresponden al reinado del navarro Sancho IV el de Peñalén, que coinciden con el gobierno de Alejandro II (1061-1073), muy preocupado por la unificación litúrgica. Fruto de este interés será el envío del cardenal Hugo Cándido a Navarra, Aragón, Castilla y Cataluña para abolir el rito hispánico. Pero su propósito no dio los frutos esperados. Por el contrario, alarmó a los religiosos que veían cómo se señalaba su rito como herético. Para prevenir estos posibles peligros, se envió a Roma a tres obispos: a Muño de Calahorra, a Jimeno de Oca (Burgos) y a Fortuño de Álava, acompañados de varios libros seleccionados en los monasterios. Entre ellos, el Liber Ordinum de Albelda. Se sabe que fueron examinados por el propio Alejandro II en un Concilio que tuvo lugar en Roma hacia 1065, y que fueron declarados católicos.
En 1071 encontramos a Hugo Cándido nuevamente en una misión por Aragón. Sus gestiones fueron coronadas por el éxito más completo. San Juan de la Peña o San Victorián quedaron sujetos a Roma y, a partir de ese momento, asumieron tanto la reforma monástica como litúrgica. Por su parte, la muerte del navarro Sancho IV el de Peñalén años más tarde facilitaría la incorporación de su reino al rito romano, no sin cierta resistencia en ámbitos rurales. Al mismo tiempo, Alfonso VI recibe presiones en apoyo de la causa romana, en especial de sus sucesivas mujeres, partidarias de Cluny y de los modos litúrgicos romanos. Muy poco después, el soberano ve cómo su corte y los cluniacenses patrocinaban el rito romano, mientras que el pueblo, los clérigos y algunos obispos propugnaban el mozárabe. Esta división socio-religiosa llevó a Alfonso VI a compatibilizar a partir de 1087 ambas liturgias dentro de sus dominios. Posteriormente, en una asamblea presidida en Burgos por el cardenal Ricardo, se acepta la instauración del rito romano. Desde este reconocimiento entra el derecho eclesiástico de la Iglesia universal y el papa interviene continuamente en los destinos eclesiásticos de Castilla; se amplían las relaciones de las iglesias hispanas con las continentales y se organiza el clero y las sedes metropolitanas aún no restauradas. Sin embargo, seguirá habiendo centros de resistencia a la aceptación del nuevo rito. Sirva de ejemplo San Millán, que amparó la defensa de la liturgia nacional.

2.2. El prestigio de Cluny llega a todos los rincones de la Cristiandad
Por otro lado, la nueva disciplina aportada por Cluny a muchos monasterios navarros y castellanos va a favorecer su fortalecimiento, que se plasma tanto en el desarrollo de sus dominios hacendísticos, gracias a las numerosas donaciones, como en la amplia jurisdicción que logran, sin olvidar, sobre todo, la apropiación de los diezmos de los feligreses de las iglesias que rigen los monjes y en las que ofician el culto.
Así pues, Sancho III mantuvo relaciones con Cluny, pero no con Roma. Sus hijos García el de Nájera y Ramiro apenas cultivaron estos vínculos con los monjes negros, si bien es posible que el primero de ellos visitara Roma. Será Alfonso VI, en 1079, el que incorpore Santa María de Nájera a Cluny, posiblemente animado por su esposa Constanza de Braganza, con la que acababa de contraer matrimonio. En opinión de Lacarra, el castellano trataba sin duda de borrar el recuerdo fervoroso que en esta iglesia se guardaba hacia la dinastía del fundador. La donación de Santa María a Cluny no se hizo sin resistencias, que continuaban aún en 1155, ya que a la comunidad de canónigos hispanos le sustituyó otra francesa, a cuyo frente se situaba un prior del mismo origen designado por la abadía madre de Cluny. En la carta de adhesión a la Orden otorgada por Alfonso VI no aparece, en señal de rechazo, el obispo Nunio, quien progresivamente se va retirando de Nájera a Calahorra. Esta actitud suponía no reconocer que la unión jurídica a Cluny significaba la sumisión total a la abadía madre, cabeza de una orden centralizada, vinculada directamente a Roma y exenta de la jurisdicción diocesana.
Este proceso de rápida clunización se potenció a partir de varios factores. Resultó esencial el impulso expansivo de la gran abadía francesa, como lo fue el espíritu político de Alfonso VI, que veía muy positivo su apoyo a un centro eclesiástico ubicado en la ciudad de Nájera, antiguo eje del reino de Pamplona y etapa del Camino de Santiago, sobre la que quería polarizar el dominio de Castilla. Asimismo, este monarca continuó con la política de anexión de los pequeños monasterios a las grandes abadías, suprimió las efímeras sedes episcopales en favor de los obispados de antigua solera y favoreció la implantación de los programas de reforma gregoriana en la disciplina de los clérigos y de los cabildos.
En suma, es difícil entender una Nájera cluniacense sin estos presupuestos. A partir de 1079 se convierte en un centro de irradiación de la cultura francesa y cluniacense por todo su ámbito de influencia. En este sentido, el cambio de rito acelerará la copia de manuscritos llegados de Francia y la retirada de los que contenían la liturgia tradicional. El difícil ejercicio de la copia llevaba aparejada la imitación de la letra. Pronto, con varios siglos de retraso con relación a los condados catalanes, la minúscula visigótica irá dejando paso a la letra carolina, que se generalizará alrededor del 1100.

3. La configuración definitiva de la sociedad
La inseguridad de los primeros siglos medievales había obligado a los hombres a concentrarse en aldeas o centros semiurbanos, mal comunicados y separados por grandes extensiones incultas, en los que la autoridad del tenente era indiscutible aunque todos reconocían la superioridad teórica del monarca. La lenta restauración del poder monárquico y el auge de las ciudades no va a significar que la nobleza agraria desaparezca como fuerza económica, política o social. Es más, durante siglos no sólo La Rioja sino todo Occidente continuará dependiendo en gran parte de la producción agraria y, mientras ésta sea importante, los propietarios rurales mantendrán su fuerza política y prestigio social, a veces apoyados por el propio rey castellano y por los dirigentes urbanos. De esta manera, el avance de la reconquista hacia el Sur y su alejamiento de los intereses riojanos favorecerá el protagonismo, al menos aparente, de los señores y de los campesinos.

3.1. Proceso de señorialización del espacio riojano
Durante los siglos XI y XII seguirá creciendo el número de tenencias, lo que indica un mayor dominio sobre el territorio. El paso de La Rioja a Castilla va a permitir que muchos tenentes sigan ocupando sus puestos, aunque las circunstancias políticas sean diferentes. La desaparición de los límites fronterizos entre Castilla y La Rioja y la aparición de otros nuevos frente a Navarra modifican el valor estratégico y militar de las tenencias; poco a poco se van transformando en plazas de importancia meramente económica. Esta nueva situación no impide que surjan otras nuevas: primero, sobre el valle del Oja y los Cameros; durante los gobiernos de Urraca y Alfonso I el Batallador, las de Cervera, Corella y Alfaro; mientras que con Alfonso VII y Alfonso VIII se producirá una jerarquización del espacio con el fin de colocar a un mismo señor sobre amplios territorios, aunque en ellos sigan existiendo tenencias “menores”.
Localizamos a un tenente en La Rioja Baja, sobre Calahorra, Arnedo y Cervera; a otro en la Alta, sobre Nájera, Grañón, Cerezo y Belorado; y a un tercero en Logroño. En resumen, hay una propensión a poner varias tenencias al frente de un mismo señor. Por lo tanto, la mayor jerarquización favorecerá, por un lado, el fortalecimiento de la gran propiedad de la nobleza laica y del proceso señorial en La Rioja, ya que serán los grandes propietarios los que ejercerán el poder político a través de las tenencias; y por otro, la cristalización de los grandes linajes nobiliarios. Mientras, se produce la decadencia de la tenencia menor como administración territorial.
A partir del siglo XII comienzan a testimoniarse profusamente varios linajes. Dos son los mejor documentados. El Señorío de los Cameros se acabará extendiendo sobre un tercio de La Rioja: Los Cameros Nuevo y Viejo, las cuencas altas del Najerilla hasta Anguiano; del Iregua hasta Albelda; del Cidacos y del Alhama hasta Cervera. Su importancia radicaba no sólo en su extensión y homogeneidad, sino, sobre todo, en su carácter fronterizo con Aragón y Navarra, que le dotaba de importante valor estratégico. Por su parte, el linaje de los Haro gobernará las principales ciudades realengas de La Rioja Alta, caso de Haro y Nájera.

3.2. El Camino de Santiago y la intensificación del fenómeno urbano
Por otro lado, y como un hecho general a toda Europa, se incrementa el fenómeno urbano, en el que confluyen componentes estratégicos y económicos. Logroño, Navarrete, Nájera, Santo Domingo de la Calzada y Grañón son poblaciones que irán surgiendo en unos casos o prosperando en otros en la línea del Camino de Santiago. Por esta ruta llegarán peregrinos camino de Compostela, pero también grupos de artesanos y de mercaderes. Con ellos se acrecentarán las construcciones románicas, aunque poco después comenzarán a aparecer las primeras manifestaciones de un arte nuevo, urbano, a tono con el nuevo estilo de vida que lentamente se insinúa en La Rioja, el gótico.
Igualmente importante para el fortalecimiento de los núcleos urbanos será el proceso de afirmación del poder castellano frente a los numerosos enfrentamientos contra los reinos vecinos. Como fruto de estas fricciones rebrotará la concesión de privilegios a numerosas poblaciones fronterizas, con los que se pretendía asegurar la lealtad de los habitantes del valle del Ebro.
Logroño recibe de Alfonso VI un fuero en 1095 con el que se repoblaría su esquilmado territorio. Además, esta población se había convertido en paso obligado hacia las tierras navarras y en cabeza de puente sobre la frontera que marca el río Ebro. Este privilegio foral será llamado a tener una gran difusión por tierras vascongadas. Por su parte, el aragonés Alfonso I concede un fuero a Viguera con anterioridad a 1134. Más tarde, el castellano Alfonso VII confirma a Nájera sus derechos forales en 1136. Por último, al norte del gran río, y como enclaves estratégicos y humanos en su lucha contra Alfonso VIII por la posesión de La Rioja, el navarro Sancho VI creará las villas de Laguardia en 1164 y San Vicente de la Sonsierra en 1172. Con estas repoblaciones a ambos lados del Ebro se reforzará la frontera entre Navarra y Castilla.
El empuje demográfico que soporta toda Europa a partir de mediados del siglo X permite ampliar y completar también la red de poblamiento riojano. La ocupación del espacio al sur de la región se percibe antes de 1087. Hacia estas fechas documentamos Villanueva (junto a Pazuengos), Ojacastro, Zorraquín y Valgañón. Del mismo modo, la presión demográfica queda de manifiesto con la ampliación de las poblaciones más antiguas a partir de nuevos barrios. Grañón ya en el siglo X, Tricio, Anguiano, Tobía y Nájera posteriormente serán ejemplos claros. De todos ellos, esta última localidad evidencia un mayor desarrollo urbano y una diversificación de la actividad económica más clara. Desde ese momento, la red de poblamiento está ya formada y el aumento demográfico influirá decisivamente en el futuro de algunas de las villas. Este es el caso de Haro, que recibe su fuero en 1187, Navarrete lo tendrá en 1195, Santo Domingo en 1207, Entrena probablemente en 1218, Labastida en 1242 y Briones en 1256.
Todas las localidades citadas, junto a las situadas en La Rioja Baja, que seguirán el mismo proceso de crecimiento, serán las que den nuevo tono a la sociedad riojana, contribuyendo a reordenar su poblamiento en cuanto que, paulatinamente, bajo la dependencia de ellas irán cayendo, como aldeas de su jurisdicción, antiguas entidades de población rurales. A la vez, los fueros que a lo largo de siglo y medio van recibiendo las poblaciones riojanas beneficiarán a una población que se encuentra al margen de los señoríos rurales y, por ende, acabarán provocando una situación de tensión entre dos modos de vida sustancialmente diferentes, el rural y el urbano. No obstante, muchos de estos conflictos resultan confusos o mal conocidos al observar cómo algunos señoríos nobiliares tendrán también intereses jurídicos y económicos en las florecientes ciudades.
Una buena parte de las poblaciones tendrán en común el estar asentadas sobre una de las principales rutas de comunicación, el Camino de Santiago, que facilitará el intercambio de ideas, la proliferación de un comercio interregional e internacional, y brindará enormes posibilidades a las actividades mercantiles. Y si esta ruta fue capaz de unir pueblos, grandes territorios y naciones, de igual modo facilitó la unificación cultural y artística que tuvo lugar en Europa en los siglos XI y XII tras la diversidad anterior. Precisamente, la unidad artística europea en la que se extiende el románico se fundamenta en la abadía de Cluny que, al igual que la ruta de peregrinación, pretendió ser un motivo de convergencia de los intereses de la Cristiandad occidental.
A nadie se le escapa que sobre la configuración del sistema urbano riojano van a confluir los intereses del Camino. El establecimiento de comerciantes en las villas y, con ellos, de toda una actividad mercantil, fomentará la instauración de mercados y de ferias bajo la protección de los monarcas castellanos. Asimismo, este proceso de urbanización determinará el futuro de la vida rural, sobre todo a partir de 1200. La nueva orientación resultaba más dinámica, tanto en lo referido a las formas de posesión y explotación de la tierra (con más intensidad desde la aparición y desarrollo de las figuras del censo y del arrendamiento) como al mayor consumo de los bienes básicos. Al mismo tiempo, la red urbana demandaba todo tipo de construcciones civiles y religiosas. Serán estas últimas las que cuenten con el gran impulso del espíritu compostelano. Fue el viaje peregrinal el que favoreció el anhelo de erigir nuevos templos y el que propició un enorme despliegue arquitectónico, dentro del cual el románico hispano adquirió su total plenitud.
Durante más de dos siglos se fueron levantando toda suerte de edificios en el territorio riojano. Desde pequeñas iglesias hasta grandes templos y desde hospitales y casas de acogida para peregrinos hasta monasterios. En efecto, la política uniformadora y jerarquizadora impulsada por Cluny y por Roma se basaba, entre otros elementos, en la organización eclesiástica. Para ello fue necesario fortalecer la red de iglesias seculares y obispados. Esto llevó aparejado la recuperación de los instrumentos de control eclesiástico, caso de los diezmos y de las iglesias propias, que hasta ese momento solían recaer en los monasterios.
La conquista de Calahorra permitió a la monarquía navarra refundar y dotar la sede del obispo. García el de Nájera y su mujer, que se reconocían deudores “al Dios omnipotente con cuyo apoyo han rescatado de manos de los sarracenos…, ciudad tan famosa y fuerte que a los cristianos infería tamaños desastres y aflicciones”, donan en 1045 al templo de Santa María y de los Santos Mártires Emeterio y Celedonio fincas y diezmos anuales en el término calagurritano, y le reconocen el título de catedral con su derecho de iglesia mayor y madre de todas las iglesias. Un año más tarde, los mismos soberanos vuelven a concederle nuevas mercedes reales. Se le adjudicaba la décima de los ingresos del propio rey en Calahorra; sus clérigos y sirvientes quedaban exentos de todo servicio y contribución a la monarquía, y se determinaba que el cabildo se sometiese en lo civil y en lo criminal sólo al obispo. Estas dispensas se extendían a su vez a los peregrinos y a cuantos donasen sus bienes y cuerpos al servicio de los Santos Mártires.
Esta nueva ordenación jerárquica fortalece otra célula básica, la parroquia. Son numerosas las que surgen en la geografía riojana, ahora presumiblemente alejadas de los intereses de los señores laicos o de los monasterios y directamente dependientes del obispo. Frente a lo que sucedía con el levantamiento de las sedes catedralicias, la promoción y financiación de los templos parroquiales se sitúa en un plano más local. Normalmente, será la propia diócesis o los concejos correspondientes los encargados de las obras y de su financiación; no obstante, en ocasiones encontramos apoyando su construcción a nobles y monarcas.
En las primeras décadas del siglo XII, Santo Domingo de la Calzada aparece bajo la protección real y sometida al obispo calagurritano. El burgo presenta ya un contorno urbanizado, a lo que contribuyó el maestro Garsión con su pértica, que traza plazas y calles sobre una serna que había donado el abad Pedro, arcediano de la villa. En total, cincuenta y tres solares, desde el pozo al puente, sirvieron para ampliar el núcleo urbano en la misma dirección que ha mantenido hasta el día de hoy. De las mismas fechas data la presencia de la Cofradía del Santo. En 1120 sus cofrades entregan al obispo de Nájera, don Sancho, la casa de dicha hermandad. Y serán ellos mismos, bajo protección episcopal, los encargados del mantenimiento del hospital “para servicio de pobres y peregrinos” y de la ampliación del templo. Esta tarea fue encomendada al propio Garsión tal como recoge un documento posterior, de 1199, años después de que el maestro de obras hubiese fallecido. Precisamente en este texto de donación, Alfonso VIII, con el propósito de volver a ampliar la fábrica de la iglesia, entrega varias heredades quas olim dedi magistro Garsioni, predicte ecclesie Sancti Dominici fabricatori. En conclusión, debe pensarse que aunque la construcción la financiase la cofradía que la promovió, su situación estratégica sobre el Camino de Santiago y las disputas habidas por la posesión del burgo calceatense entre los obispos de Calahorra y Burgos son motivos que forzarán a recaudar medios económicos de diversas procedencias, por lo que la fábrica de esta iglesia, como la de tantas otras, será fruto del esfuerzo colectivo del propio capítulo eclesiástico, de la diócesis, de los fieles y de la oligarquía real.

Adaptación de la sociedad riojana a los nuevos tiempos
Al igual que sucedió en otros numerosos lugares, el crecimiento de la diócesis calagurritana y el proceso jerarquizador provocaría graves contrariedades a la sociedad riojana. El poder monástico, en pleno crecimiento durante el siglo XII, entrará en competencia con el clero secular, lo que se plasmará en dolorosos conflictos entre ambas colectividades. Al principio, las grandes diferencias entre el clero regular y seglar se atenuaban porque sus propósitos religiosos radicaban en distintos ámbitos: rural el primero y urbano el segundo. Pero la transformación económica les forzará a adaptarse, por ejemplo, a la nueva realidad del aumento de la circulación monetaria y de la disolución del viejo marco dominical. San Millán de la Cogolla, San Martín de Albelda, Santa María de Nájera, Valvanera o San Prudencio de Monte Laturce, que extendían su autoridad espiritual a las aldeas rurales de forma anticanónica, tendrán que disputar sus pretendidos derechos sobre el diezmo o el patronato de las viejas iglesias familiares con el obispo que los reclama una vez que va recuperando la hegemonía perdida durante siglos. Esta rivalidad provocará numerosos y largos pleitos, que propiciarán el declive del patrimonio monástico y, en consecuencia, la pérdida de su pretérito poderío.
Este debilitamiento monacal se debe también a la aparición en el territorio riojano de nuevas órdenes. Canónigos regulares, cistercienses y órdenes militares irán convirtiéndose en una alternativa espiritual y económica diferente a la adoptada varias décadas antes por los cluniacenses. A partir de 1169 surgirán nuevas fórmulas de dominios monásticos, caso de Santa María de Herrera o de Santa María de Cañas, por citar los más importantes.
Directamente vinculados al cambio económico se perciben también numerosos desequilibrios, que más tarde concluirán con la readaptación del propio sistema señorial. El reparto de las rentas provocará la lucha de las clases más pudientes, que ven como, gradualmente, van perdiendo su poder económico a costa de cederlo ante el imparable desarrollo urbano y el centralismo político. Así, será frecuente la tentativa de ampliación de los supuestos derechos señoriales laicos frente a los dominios monásticos y al avance de las ciudades. Rápidamente surgirán hermandades entre formas de organización semejantes para proteger sus respectivos intereses. A nivel religioso, San Millán y Oña se asocian con el fin de no perder su estatus religioso y económico, mientras que las villas castellanas, entre las que se encuentran Logroño, Nájera, Santo Domingo, Haro, Briones o Davalillo, se unen para hacer frente a los grandes señores territoriales.
Pero este proceso se hace más complejo cuando también concurre la progresiva dominación del campo por las ciudades, a partir de la cual localidades como Haro, Santo Domingo o Logroño adquieren numerosas aldeas próximas en un intento de protagonizar la vida económica.
Estos cambios políticos, sociales y económicos se producirán a lo largo del siglo XIII, cuando las fronteras de al-Andalus retrocedan sin tregua ante el incontenible empuje de Fernando III de Castilla y los territorios peninsulares pasen de una economía exclusivamente agraria a modos de vida en los que la industria y el comercio desempeñan un papel cada vez mayor; de un escenario en el que los individuos se diferencian por la función que realizan a otro en el que la calificación social depende de la riqueza; de una organización feudal localista y personal a un sistema político centralizado en el que el poder se halla compartido entre el monarca y los dirigentes de las comunidades; de las escuelas monásticas y episcopales a los primeros Estudios Generales; del latín como lengua oficial a los idiomas romances; etc. Este proceso evolutivo coincide con el gran desarrollo de las ciudades, que amplían sus murallas, multiplican sus actividades y ven cómo las iglesias, cada vez de mayores fábricas, se transforman en auténticas ciudades dentro de la propia villa. Habían pasado pocos años, pero un nuevo sistema constructivo, acompañado de una forma distinta de percibir la vida, de una nueva mentalidad más laica pero no siempre opuesta al espíritu religioso, comenzaba a convertirse en el nuevo testimonio de la piedad y también del poder. Eran los tiempos del Gótico. 


Arte románico en La Rioja
El románico riojano se presenta como un panorama bastante contradictorio. De un lado hay un brillante despliegue de manifestaciones en lo que se refiere a las artes decorativas. En cambio, lo monumental, en lo conservado, no es de gran brillantez. Por otro lado, en lo primero, nos encontramos con magníficas muestras pioneras en la génesis del estilo, mientras en lo segundo lo que abunda es lo de tradición, retardatorio y podríamos decir en muchos casos solecismos que rayan en lo popular.
Y, sin embargo, las condiciones para su desarrollo no podían por menos que ser muy favorables, como se ha observado en el capítulo histórico, pues en el territorio se daban una serie de circunstancias que, desde hace tiempo, vienen considerándose como favorecedoras del desarrollo del estilo. Está atravesado por el Camino de Santiago, vía de circulación intensa de formas culturales en los siglos XI al XIII. En el se halla Nájera, una de las antiguas civitas regia en la que existía un gran monasterio tempranamente entregado a Cluny como priorato por Alfonso VI, a poco de la ocupación del territorio en 1076. La población franca dedicada a los oficios aparece con relativa abundancia desde los comienzos del siglo XII en los más importantes núcleos, sean la misma Nájera, Logroño, Calahorra, Arnedo, Grañón o en el de nueva creación de La Calzada, el camino jacobeo por antonomasia. Todos ellos factores considerados siempre importantes en el desarrollo y propagación de estas formas internacionales.
Pero no quedan restos en la práctica de los edificios que pudieron construirse en estos tiempos por los grandes monasterios de la época en Nájera, San Millán de la Cogolla o Albelda, ni de los más modestos como Valvanera o San Prudencio, ni de la catedral de Calahorra. Y, no obstante, de muchos de ellos conocemos por las fuentes escritas que se levantaron de nueva planta o se rehicieron entre los siglos XI y XIII, como también de otros edificios más modestos, en general iglesias parroquiales de pequeños lugares y otros edificios, aunque, a la hora de la verdad, lo conservado no suele casar con lo documentado.
Es pues éste uno de los problemas que se afrontan al trazar una visión del románico en La Rioja.

Los inicios
A pesar de la aparente abundancia de construcciones prerrománicas más o menos conservadas desde el Tirón (San Vicente del Valle) hasta el Alhama (Cervera), con ensayos de abovedado de lo más diverso como diferente debe ser su cronología, sobre la que no se ponen de acuerdo los estudiosos, de los inicios del románico apenas si hay testimonios. Lo más importante sería la prolongación de las dos naves de San Millán de Suso que, generalmente, se viene atribuyendo a los tiempos en que Sancho el Mayor asistía a la traslación de las reliquias del santo en 1030. Es una construcción de sillería relativamente regular de planta rectangular compartimentada por una arquería de dos arcos de medio punto y cubierta por bóvedas de cañón corrido. Los arcos reposan en columnas cilíndricas, exentas unas y adosadas las extremas, con rudos capiteles prismáticos abiselados en su parte inferior y unas basas abombadas con un toro superior, unas y otras con sencilla decoración geométrica. En el último tramo hay dos portaditas con dintel bajo arco. Todo ello recuerda construcciones más o menos coetáneas en otros territorios del reino pamplonés, como Leire, San Juan de la Peña, Busa, etc, según ha sido señalado. Lo más próximo en La Rioja sería la portada en las ruinas de Santa María de Barrio de Cellorigo y algunos restos reaprovechados en Santa María de Villavelayo. Acaso un estudio detenido de Santa María de Viniegra de Arriba desvelase también partes correspondientes a esta etapa, como parece sugerir la bóveda de cañón corrido que soportan espesos muros en su nave norte.

Las artes suntuarias
Ello contribuye a que, en general, cualquier estudio o ensayo sobre el románico español o riojano se iniciase ocupándose en primer lugar de aspectos plásticos como los marfiles emilianenses o, incluso, piezas de altar, tal como la cruz de Mansilla.
Pues, además de lo hoy conservado, tenemos interesantes noticias escritas sobre otras preseas que existieron de lo que genéricamente se denomina artes suntuarias. Ya hacia 1024 conocemos la existencia de un Nuño orepze en la zona de Nájera y años después, en 1062, topamos con otro, Marguani aurifice, cuyas noticias se prolongan hasta 1085, cuando quizá ya estaba muerto. Santa María la Real de Nájera poseía dos frontales de oro. Uno de ellos, con un apostolado presidido por Cristo y escenas de su vida de relieve, amén de grandes perlas y esmaltes, habría sido ofrecido por García Sánchez y su mujer Estefanía, habiendo sido terminado en tiempos de su hijo Sancho IV y labrado por un tal Almanius. Había otra donación de este último rey (o acaso de Sancho II de Castilla y su mujer Blanca), que llevaba una Anunciación y una Visitación de relieve. De ellos hace descripciones y transcribe sus inscripciones el padre Yepes, siguiendo a Sandoval, ninguno de los cuales parece haberlos conocido sino por referencias escritas. Otras más breves figuran en el Inventario de 1334 y en otros lugares, habiendo desaparecido como consecuencia de la guerra civil del siglo XIV. En el mismo inventario aludido figuran muchos otros elementos de altar o relicario, ya en plata, ya en cristal, o en marfil. De este último material se contaban no menos de seis arcas y arquillas, siete peines, una cabeza relicario, dos cruces y dos portapaces, uno de ellos con un Calvario, mucho de lo cual procedería de las dotaciones en el siglo XI, aunque otras piezas fuesen más tardías, del XII y XIII, incluidas dos arcas de Limoges. En el monasterio de San Millán había en el altar del santo un frontal en plata dorada de buen tamaño, pues pesaba 110 marcos.
Los marfiles conservados aquí, situados sistemáticamente por la crítica en el último tercio del siglo XI, nos sugieren un foco artístico de gran brillantez en torno al monasterio. Allí labrarían el arca contenedora de las reliquias de este santo, Engelram y su hijo Redolfo junto con García y su discípulo Simeón. El arca, con la disposición en forma de edificio acostumbrada de tantos relicarios, planta rectangular con cubierta a dos vertientes, de tan antigua tradición en los monumentos funerarios, estaba recubierta de oro y plata dorada con piedras preciosas, entre las que se disponían placas de marfil, y fue parcialmente destrozada en la francesada, conservándose el alma de madera con sus textiles de recubrimiento que permiten su reconstrucción partiendo de las viejas descripciones de los padres Sandoval y Mecolaeta. Así ha llegado a la suya teórica Harris.
Tal relicario es de impresionante interés por muy diversos motivos, a pesar de haber desaparecido el recubrimiento de orfebrería y unas doce plaquetas, más partes de otras dos.
Estilísticamente es una de las primeras manifestaciones de la plástica románica en España, más o menos contemporánea de lo que se hacía por entonces en la corte de León o en otros centros europeos. son las convenciones en los plegados, con un ritmo de crecimiento en ondas, la compartimentación de las escenas, casi siempre inscritas en arquerías, la tendencia de los personajes a la sumisión al marco, aunque no sea estricta, y la misma iconografía, como la representación del alma como un cuerpo desnudo, que nos alejan por completo del mundo mágico y desorbitado que puede representar el arte mozárabe, en el que por cierto, todavía se ilustrará un códice, el Liber Conmicus, terminado en 1073 por el abad Pedro en San Millán, acaso de Suso. Pero la agilidad descriptiva, con figuras que tratan de reflejar sentimientos diversos en sus actitudes y dotan de un cierto naturalismo a las composiciones, denotan una libertad de acción muy avanzada en contraste con pequeños detalles, como regresivos, que enlazan hasta cierto punto estas placas con los productos del estilo anterior. Así las puertas en herradura en las murallas de Cantabria, que responderán a ese mirar el mundo que rodea al artífice, la sistemática utilización de elementos que recuerdan al ataurique en enjutas, encapitelados u otros elementos arquitectónicos o las escamas que recubren el sarcófago de San Millán y se ven en otros lugares, muy parecidos a las que conforman la bordura de la cruz de marfil que se dice procedente de aquí.
Pero con ser una primicia del estilo, lo es también de la narración hagiográfica visual, a base de escenas en que se refiere la maravillosa vida del santo, su poder como instrumento divino para cuidar de los que en el fían (y esto incluso más allá de la muerte). Probablemente existiera algún otro ciclo figurado antes de la construcción del arca, inspirado, como las escenas de ésta, en la Vita redactada por San Braulio. Hoy por hoy lo desconocemos pues sólo se conserva una miniatura de las dos con que contaba la única Vita ilustrada en el siglo X. Y ésta es muy distinta a lo que se ve en el arca y que recalca lo imaginativo del componedor de tales escenas.
Harris ha insistido en lo útil que es esta narración para atraer devotos peregrinos y cómo el monasterio utilizaría el arca como eficaz instrumento para allegar visitantes y recursos económicos gracias a ellos. Pero creo que ni ella ni otros estudiosos han reparado en que, si la relación de la vida del Santo envolviendo reliquias harían de estas un poderoso foco de captación propagandística, no lo sería menos la representación en la misma de los ilustres personajes que, de una manera u otra, habrían contribuido a su confección, pues ellos serían ejemplos a emular también.
Y aquí radica quizá otra de las excelencias del monumento, ya que en él aparecen o aparecían efigiados desde los promotores de la obra hasta los artífices pasando por los que de una manera u otra habían contribuido a ella. El rey Sancho Garcés IV de Pamplona-Nájera y la reina Placencia estaban arrodillados a los lados del Cristo en Majestad rodeado por el Tetramorfos en el costado principal, como a sus pies aparecían orantes el abad Blas y el escriba Munio, redactor de los textos que ayudaban a los letrados a interpretar las escenas. En el costado secundario se representaba la muerte de San Millán con el inicio de sus exequias abajo, mientras arriba dos ángeles alzan su alma al cielo. En su entorno se disponían diversas figuras de bienhechores, Ramiro, hermano de Sancho, a quien se titula rey, de acuerdo con ciertos hábitos de la corte al ser hijo y hermano de ellos, junto con Aparicio, miembro de la schola regia, al que en casos se cita acompañando al rey o a la reina Placencia, ambos aportando botes con dones, y bien conocidos a través de los documentos como benefactores del monasterio, como lo serían el conde Gonzalo y su segunda mujer, Sancha, señores de Lara, aquél relacionado con la consecución de tregua de hacia 1073 que permitía visitar el monasterio de tierras najerenses a sus súbditos castellanos. Esta última plaqueta no se conserva, como tampoco otra en que se representaba a dos oficiales, uno de los cuales era, según Sandoval, un muchacho con un pedazo de marfil y el letrero Simeone discípulo y un hombre con un martillo y unas tenazas con un clavo, sobre el que había probablemente un letrero que decía Garsías… en el oro. Ésta se correspondía con otra que existe en el Ermitage de San Petersburgo y que representa al Maestro Engelram y su hijo Redolfo trabajando con una gran chapa. Entre ellas se disponía otra que había en Berlín, y quizá desapareció en la guerra, con un caballero al que varios frailes ayudaban a descargar un colmillo de elefante y sobre el que se leía en el oro Vigilanus negotiator collegue omnes. En otras placas, unas conservadas, otras no, aparecían Auria nobilis femina, Gundisalvus eques illustri memoria y diversos frailes, como Munio procer… el abad Pedro y su ayudante Munio, los cuatro últimos conservados, y hasta ocho frailes más relacionados directa o indirectamente con la economía monástica y, al parecer, todos con ofrendas.
Todos éstos no rodearían en vano el tránsito glorioso del santo, pues servirían de acicate a clérigos y devotos para intentar emularlos en la búsqueda de un sitio próximo al santo en la gloria por éste alcanzada, mediante sus ofrendas y acciones, lo mismo que los representados.
Pero si ésta fue la intención de los comitentes al encargar el arca, ahora sirven también para conocer su proceso constructivo e, incluso, a sus autores, aquí retratados. Aunque es bien cierto que no acabamos hoy por deslindar claramente su actividad. Pues si desde la publicación de Goldsmith se suele venir aceptando que Engelram y Redolfo son los tallistas del marfil, ciertas notas tradicionales en éste parecen inclinar a considerar a García y Simeón, nombres bien hispánicos, como sus fautores, mientras a los de nombre renano se les podría tener por orfebres y, en lo que sabemos por descripción antigua de un relieve y vista del otro conservado, incluidas las herramientas, más bien serían los germánicos los trabajadores del metal. Ahora bien, el problema se complica más al toparnos en la documentación con un Forturarius García argentero en la curia de Sancho IV en 1076.
Por otro lado, en base al relato de Fernando en su Translatio Sancti Emiliani, que ya diera a conocer Sandoval, se suele considerar la obra de hacia 1067-1073. Tras la remoción de 1030, bajo los auspicios de Sancho III el Mayor, se colocarán los restos de San Millán en un arca de materiales preciosos y, después de los vanos intentos del rey García de trasladar las reliquias a Nájera, en 1053 se depositan en la enfermería de San Millán, y éste decide construir una nueva iglesia en Yuso, a la que, al acabarse en 1067, se trasladan en un arca nueva auri eborisque miro opere fabricata.
Desde luego, un abad Blas parece gobernar San Millán entre 1069 y 1080, y otro Blas, o el mismo probablemente, entre 1087 y 1093, mientras que Pedro perdurará hasta 1084 al menos. Ahora bien, la adjetivación a la reina Placencia, hace suponer que ésta ya habría muerto cuando se labra el rótulo, lo mismo que sucede con el caballero Gonzalo, probablemente Gonzalo González o Gonzalo Álvarez, ambos desaparecidos después de 1077, parece contradecir la noticia histórica. Igualmente, la mención de Sancha como mujer del Conde de Lara, puesto que casaron tras 1073.
En fin, una hipótesis atrevida sería considerar que el arca se realiza tras la ocupación de la Rioja por los castellanos en 1076, acaso invitación a éstos y, sobre todo a su rey, a colaborar con el monasterio, concediéndole tantos bienes como consiguiera de Sancho IV y su familia, y que el relato del monje Fernando no sea sino una recreación basada en necesidades monásticas del siglo XIII.
De todas formas, en lo que no parece haber duda es en colocar hacia el último tercio del siglo XI la construcción más o menos coincidiendo en fecha con la realización del Liber commicus aludido, con cuyo arte tiene tan poco que ver.
Más cercana a éste, se halla otra pieza decorada con marfil totalmente de raíz musulmana que podría ser obra de estos tiempos: el altar portátil actualmente existente en el Museo Arqueológico Nacional, cuyas plaquetas, decoradas con bestiario, desde Ferrandis al menos, vienen considerándose obra de taller derivado de lo cordobés hacia finales del siglo X, pero cuya inscripción dedicatoria, hoy incompleta, indicaba haber sido realizada, como el arca, por el abad Blas, según los padres Salazar y Mecolaeta.
Mayor ruptura con lo anterior al románico suponen todavía los marfiles procedentes del arca de San Felices, cuyos restos, según la Translatio atribuida a Grimaldo, serían llevados en 1090 por el abad Blas a San Millán desde Bilibio, con la aquiescencia de Alfonso VI y del señor de la tierra, Lope Iñiguez. Se trataba, según Sandoval, de un arca de plata y pedrería en la que iban seis placas de marfil que, contra lo que ocurre con la de San Millán, se conservan o han conservado hasta tiempos recientes todas, excepto el fragmento central de una, cuyos extremos se hallan hoy en el Museo Arqueológico Nacional, mientras a otra se le ha perdido el rastro tras la guerra mundial, y cuatro perduran en su monasterio.
Se trata de escenas equilibradas con personajes tranquilos, de carnes llenas, en que se busca un aplomo monumental lejano del expresivismo de las del arca de San Millán. El relieve es más profundo, de modo que en las cabezas se trata de altorrelieve. El movimiento tranquilo de los personajes se recalca mediante los plegados de los vestidos, que marcan las formas corporales y vuelan en las caídas, subrayados por doble incisión, muy característica, que enlaza esta serie con el lenguaje de la tan debatida manera hispanolanguedociana, del que uno de sus primeros testimonios puede ser el Beato de Saint Sever y los de más rotundidad plástica el ciclo escultórico Toulouse-Jaca-Frómista-León-Compostela. Moralejo ha subrayado como son pieza clave para confirmar la inspiración de los autores de la gran escultura en piezas de arte menor.
En el mismo San Millán se producen probablemente otros testimonios de esta corriente, cual ciertas miniaturas de las Vitae Sanctorum, el Salterio y Libro de Cánticos, el Himnario y el Misal, de la Academia de la Historia y, algo más lejos, las miniaturas de tipo románico del Beato de la misma procedencia. Aunque quizá los más finos sean dos simples dibujos, un ángel colocado junto a la escena mozárabe del robo del caballo en el códice de El Escorial citado antes y un impresionante Cristo en la Cruz que aparecía dibujado en la cubierta posterior del citado Beato y ahora se halla separado de él.
La labor del grupo de miniaturistas que decoraron estos libros emilianenses, rellenando huecos de códices contemporáneos suyos o anteriores que habían quedado incompletos, sobre los que quizá volvamos, justifica sobradamente la posibilidad de que en San Millán, quizá mejor en la cercana Nájera, donde ya había orfebres, se estableciese un eborario capaz de realizar las plaquetas de la historia de Cristo aludidas en el último cuarto del siglo XI, que pudieron, o no, decorar el arca que se hiciese para las reliquias de San Felices cuando éstas se trasladaron hacia 1090 o poco después. Pues el arca, que fue desbaratada en 1809 para despojarla de su pedrería y metales preciosos, era construcción de finales del siglo XV y de estilo gótico tardío, según puede deducirse de lo dicho por Jovellanos o Sandoval, y quizá se reutilizaron tales placas del arca anterior.
A confirmar la cronología de estos marfiles y que Nájera pudo ser uno de los hitos de la corriente monumental aludida, vendría un capitel existente en la capilla del Pilar de la catedral jaquesa que se dice proceder de Santa María la Real, que presenta unos elementos decorativos (hojas, pitones) similares a los que pueden verse en piezas de Jaca, San Isidoro de León, Compostela o la Granja de Valdecal, y con un tratamiento bastante similar. Sin duda un foco importante en las proximidades del 1100. Pero en todo caso posterior a los tiempos de erección del monasterio.
Si es cierto que el documento fundacional de Santa María la Real de Nájera, incluido el ejemplar quizá más antiguo conservado en la Academia de la Historia, no deja de ser en su tenor una de tantas falsificaciones fraguadas por los cluniacenses a lo largo del siglo XII, el fondo del mismo y las fechas que en él se dan pueden ser auténticas. Así, la de 1052 como creación y dotación, o la de 1056, como consagración. La obra no estaba acabada cuando la reina Estefanía dictaba su testamento hacia 1060-1065, y es de suponer que no lo estuviera tampoco cuando es donada hacia 1079 por Alfonso VI. A juzgar por los escasos restos conservados, hoy visibles en el monasterio o fuera de él, la obra continuaba en la segunda mitad del siglo XII.
En 1109 el pueblo de Mansilla ofrecía a Santa María una cruz de plata que todavía se conserva en el lugar, aunque reparada y restaurada en diversas ocasiones, en una de las cuales, poco después de 1600, se le haría un nuevo brazo inferior.
Su forma e iconografía recuerda hasta cierto punto elementos altomedievales, pues es patada, al modo de las visigodas o la de los Ángeles de Oviedo y como las que se representan en los Beatos u otros códices, tal que el Vigilano o el Emilianense, o la de marfil que se dice proceder de San Millán (que a lo mejor fue de Nájera), con brazos trapeciales unidos a un disco central. En el frente, a los extremos de los brazos, se representan los símbolos de los evangelistas, león, águila, toro, rellenando el resto del campo con un vástago ondulante del que surgen hojitas y racimos, que en el reverso es doble, todo ello cincelado y nielado sobre fondo dorado. Algunas de ellas o muy parecidas pueden verse en piezas musulmanas de marfil o metal, inclusa la greca del contorno, pero es curioso que casi todas se den en las orlas que enmarcan las ilustraciones románicas del Beato que, procedente de San Millán, se conserva en la Academia de la Historia. Y en él también, pero en lo mozárabe, hay una cruz con su mismo esquema, con los tetramorfos a los extremos contorneando la efigie del Cordero del círculo central, que aquí no se figura, pero se cita explícitamente junto a los cuatro seres en una inscripción que rodea a la pieza de cuarzo que ocupa el medio y con su fulgor lo evocaría, como debía suceder en la desaparecida de marfil de Nájera. Otros detalles, como el escamado del borde, la relacionan también con los marfiles emilianenses o el capitel najerino citado. Pero el primor de lo figurativo está interpretado en el nuevo estilo, pudiendo parangonarse con los trabajos del Arca Santa de Oviedo o el ara de Celanova. Románico es también el lenguaje con que se efectúa la decoración de los tres nudos que lleva el cañón para enmangar el astil, con los consabidos roleos y leones contrapuestos entre vegetación calada, en el que se inscribió la fecha de su construcción, mientras la dedicación a Santa María figura al reverso del disco central, resaltando que se trata de un encargo del pueblo mansillense a su iglesia mayor. No es de extrañar tal largueza, pues, al fin y al cabo, con ella como cruz parroquial habrían de ir los clérigos en procesión a buscar los cuerpos de los vecinos a su óbito, tal y como refleja la escena de la muerte de San Millán en su arca. Es interesante recalcar este obsequio no principesco porque sirve para documentar tempranamente quién costeaba los efectos de las parroquias. Problema aparte es precisar dónde pudo elaborarse tal objeto. Mansilla queda casi más abierta hacia tierras de Lara que hacia Nájera, y fue, como todo el alto Najerilla, de su arcedianato.
Pero, por los mismos tiempos en que se labraba la cruz, diez años después, el canónigo Girardo llegó a Logroño desde Silos por aquí, como debieron de usar ese camino los devotos de la actual Rioja para ir a aquel santuario o las gentes de Lara para visitar a San Millán en los siglos XI y XII, ruta más sencilla, a pesar de lo áspera, que remontar el Oja para buscar las fuentes del Umbría. Acaso el ambiente metalúrgico del lugar pudo propiciar el establecimiento, siquiera temporal, de algún artífice. Desde luego, tal artífice y sus comanditarios conocían la existencia de cruces elaboradas siglos antes, que todavía se conservarían y conforme a cuyo modelo se hizo el encargo.

Otros aspectos del románico pleno
Es en este territorio del alto Najerilla, de ásperas sierras y correspondiente hasta hace unos años a ese arcedianato de Lara del obispado burgalés, donde se hallan los restos más numerosos en la actual Rioja del románico pleno, si aceptamos como tales aquéllos cubiertos por bóvedas con generatriz de medio punto, con la iglesia de San Cristóbal de Canales y la ermita de Santa Catalina de Mansilla, antigua parroquial de Santa María, de la que acaso procediera en origen una inscripción incompleta que la fecharía en 1094 y en la que también se cita a un Sancho. Esta última acaso fue de tres naves, o bien se le adosó tardíamente una segunda nave al Norte. Aquélla destaca por conservar parcialmente la única galería porticada existente en la actual provinciaregión, que será algo más tardía que la cabecera, de forma rectangular y con arquerías ciegas al interior y exterior, que también debió de tener Santa María de Villavelayo y luego se reutilizaron en sus muros de los pies, quizá atavismo de un primer románico que algunos antropónimos (Sancho, Galindo, Enneco, Fortún, Velasco) que semejan de abolengo pirenáico y aparecen en el siglo XI en esta divisoria de aguas del Ebro y Duero, justificarían. A ellas podríamos añadir la nave central de Santa María de Viniegra de Arriba, aunque sus fajones sugieran ser más tardía.
Por lo demás, anteriores a 1160 sólo podríamos añadir las cabeceras de Santa María de Ledesma y San Martín de Fonzaleche, bien distantes entre sí pero ambas decanías de San Millán de la Cogolla. Próxima a la primera se halla San Miguel de Matute, hecha, según la inscripción de su humilde portada, por Fernando en 1169, también de generatriz de medio punto.

Ermita de Santa Catalina. Mansilla de la Sierra 

Cabecera de la iglesia de Ledesma de la Cogolla 

También lo será la más bella y más completa de las iglesitas existentes a pesar de sus restauraciones, Santa María de la Piscina en la Sonsierra. Una leyenda que si no nació sí que se desarrolló en el siglo XVI, atribuía su construcción a la piedad de Ramiro Sánchez, padre del que sería restaurador de la monarquía pamplonesa, García. Pero han de admitirse como buenas la inscripción que fecha su construcción en 1136 y el acta de su consagración por el obispo Sancho en 1137, que viera en su día don Martín Fernández de Navarrete y consideró totalmente fiables. Dominando un alto de las ondulaciones de la Sonsierra y presidiendo una necrópolis cuyas tumbas se escalonan entre los siglos X y XII, destaca por su pureza de líneas, sin columnas estribo en su ábside semicircular y la sencillez de su decoración, a base de impostas que recalcan las líneas horizontales y las curvas de los vanos tanto al exterior como al interior, recubiertas de tacos o de hojitas diversas en roleos recordando lo jaqués. La única nave se cubre con medio cañón apoyado en fajones doblados, como el presbiterio, mientras un cuarto de cañón cierra la cámara situada al lado norte. Los capiteles de los apoyos deben reflejar, en sus escenas de fuerza y sus cabecitas entre vegetación, el contraste entre las penas del infierno y lo gratificante del paraíso. Probablemente se trate en origen de iglesia o monasterio propio, y de ahí la unidad en lo constructivo, como hecha de un tirón. El recuerdo a ciertas iglesitas navarras, tal como San Adrián de Vadoluengo, levantada por Fortún Garcés Cajal antes de 1141, también con su torre apeando en el último tramo, nos puede afianzar en esta idea. Y también la cámara norte, quizá en origen cilla y habitación del clérigo, que también existe en Santa María de Arcefoncea con el mismo tipo de abovedamiento. Aunque tampoco es imposible que el fundador pensase en una eventual utilización sepulcral.

San Vicente de la Sonsierra. Ermita de Santa María de la Piscina 

A la primera mitad del siglo XII corresponderán las imágenes en madera policromada de los tres monasterios dedicados a Santa María en Nájera, Valvanera y Castejón. Forman, a pesar de buenas diferencias entre sí, un grupo muy homogéneo dentro del románico español, con sus menudos plegados en los bajos del brial que, a veces, se alzan al vuelo en remolino, como en ciertas miniaturas citadas o en las plaquetas del arca de San Felices, sus pellizones de mangas muy desbocadas o sus Niños, lateralizados y dirigidos hacia su derecha. No cabe duda de que un esquema de este tipo (quién sabe si una imagencita de venerable antigüedad) era conocido por los escultores activos en la tierra en los comienzos del siglo XII. A pesar de las afinidades existentes entre las tres, no parecen salidas de las mismas manos sino inspiradas en fuente común, aun contando con las numerosas refacciones y restauraciones sufridas a lo largo de su dilatada vida cultual. Es más que probable que, ante sus fieles, se presentasen como integrantes de un grupo de la Adoración de los Magos, primera manifestación gloriosa en público de Cristo, a juzgar por la disposición de los Niños. El rarísimo aspecto que presenta la de Valvanera se deberá a que, en principio, se concibió para recibir a los Reyes por su izquierda, y, por alguna causa, al fin éstos se dispusieron a la derecha, como es habitual en la iconografía al uso en aquellos tiempos. El único otro caso de giro tan forzado en el Niño que conozco es el de la imagen pétrea, tan ruda, que aparece en la embocadura del ábside de San Román de Escalante (Cantabria).

El tardorrománico
Los inicios de la fase tardorrománica en la Rioja pueden fecharse con bastante exactitud, alrededor de 1156-1158. Entre las dos primeras puede situarse el sepulcro de doña Blanca en Santa María la Real de Nájera, o al menos su inicio, y en la segunda se ponía la primera piedra de la luego catedral de Santo Domingo de la Calzada, según los Anales Compostelanos. Por entonces, la cofradía surgida en torno al santo había derivado en una canónica establecida hacia 1150 regida por un abad, en ocasiones el propio arcediano de Nájera, bajo el obispo Rodrigo. Este hecho y la creciente afluencia de devotos en torno al Cuerpo Santo, causa de pleitos con el prelado de Burgos, propiciarían la erección de un nuevo edificio eclesial de más amplias proporciones que el creado a comienzos del siglo XII.
Se proyecta un templo, quizá el más grande del territorio en ese momento, desde luego más largo y amplio que el que el obispo don Rodrigo reivindicaba como suyo de los cluniacenses en Nájera, Santa María la Real. Éste podría caber, incluso con su crucero acusado, si lo tenía, dentro de las naves de la nueva obra. Y en ella se iban a dar una serie de características, tanto espaciales como estructurales y decorativas que, probablemente, eran novedades en el territorio.
Como lugar destinado al culto para varios clérigos de misa custodios de las reliquias de un santo muy venerado ya y, por tanto, de gran afluencia de público que no debe estorbar las solemnidades litúrgicas, se concibe una gran cabecera con deambulatorio y tres capillas radiales en él, separadas por tramos de paño y, acaso, otras dos más en el brazo del crucero (lo que una excavación podría aclarar). Prolongándola, habría tres naves de cuatro tramos, doble de ancha la central. Pero de ese ambicioso proyecto sólo se debió de llevar a cabo la cabecera antes de 1190.
En ésta se utilizan arcos de medio punto y apuntados, bóvedas de medio o de cuarto de cañón y otras reforzadas por nervios o de crucería. Arcos de medio punto hay en la embocadura de la capilla central y los habría en las otras dos, cubiertas seguramente con medios cañones y horno, mientras, en aquélla, dos nervios surgidos de la embocadura sirven de apoyo a tres paños. De medio punto son todas las ventanas y las arquerías que aligeran el muro de cierre exterior. Pero casi todos los arcos constructivos restantes son apuntados apoyando hacia pilares compuestos con columnillas acodilladas para recibir las ojivas muy espesas de unas bóvedas de crucería de generatriz redonda, prácticamente bóvedas de arista, que cubren toda la girola. De cuarto de cañón sobre fajones es la bóveda de la tribuna, dispuesta como gran arbotante corrido para contrarrestar los empujes de la bóveda de la capilla mayor. Ésta sería de crucería en el proyecto. Hacia las naves se dispusieron pilares compuestos con semicolumnas pareadas hacia los perpiaños y únicas hacia los formeros.
Ahora bien, se tiene la sensación de que varias de estas innovaciones van experimentándose en obra, que ha debido de tener paralizaciones y cambios de replanteo, lo que se aprecia en las distintas maneras de engendrar las crucerías de la girola, de tratar sus nervios e incluso de situar sus arranques y en la propia decoración en la que, amén de diferencias en impostas corridas o concepción de las arquerías externas, se aprecia no menos de tres grupos de escultores diferentes en su lenguaje, prescindiendo de los tallistas de molduraje.
Debe tenerse en cuenta la situación política pues, tras la muerte de Sancho el Deseado, su cuñado Sancho el Sabio, quizá aprovechando las turbulencias de la minoría de Alfonso VIII, ocupa buena parte de las tierras que habían sido del reino pamplonés en el siglo XI, lo que conducirá a un período de inestabilidad a partir de 1169, cuando el castellano cuestione la actitud del navarro, inestabilidad que, por otras causas, volverá a repetirse en los primeros años del siglo XIII.
Sea lo que fuere, la cuestión es que uno de esos talleres de escultores va a estar relacionado con la tapa del sepulcro de doña Blanca, mujer de Sancho el Deseado, muerta en 1156. Esta pieza es uno de los más viejos sepulcros figurados del románico hispano, con seguridad sólo precedido por el de su lejana parienta, doña Sancha Ramírez, en Jaca, prescindiendo de la lauda de Alfonso Ansúrez, procedente de Sahagún, que obedece a otro concepto de conmemoración tumular.
La reina muere probablemente en el mismo Nájera, poco antes que su suegro, Alfonso VII el Emperador, y es lógico que su marido decida enterrarla en la ciudad que había sido su corte, donde se acuñó moneda a nombre del padre de ambos y probablemente al suyo, donde estaba el más importante priorato cluniacense hispánico y había sido hasta ochenta años antes panteón de la dinastía pamplonesa, antepasados de la difunta. Todas razones suficientes para que se labrase en Santa María la Real una sepultura de gran calidad.
Su viudo hacía memoria de este entierro en sendas donaciones al monasterio poco posteriores y lo hará también el huérfano, Alfonso VIII, en varias de las expedidas por su chancillería hasta 1175, cuyo tenor no parece dudoso entre tantos amaños y falsificaciones najerinas. Hemos de considerar que la cronología ante quem de tal labra rondará el 1158, mejor que los sucesivos años hasta que Alfonso VIII alcanzase la mayoría de edad en 1169.
Se ha llamado bastante la atención sobre la calidad estética y los diversos significados de lo representado aquí, la estrecha relación existente entre las vertientes alusivas al Juicio Divino, la inocencia, la justicia sobre los recién nacidos, la exaltación de la maternidad o el triunfo que supone la Adoración de los Magos, incluso sobre el planto y sus posibles fuentes literarias. Querría señalar yo la posibilidad de que el maestro que lo diseñó conociese diversos sarcófagos, entre otros los paleocristianos de escenas compartimentadas por arbolitos y el arriba mencionado de doña Sancha, cuya estructura de plegados en abanico tan ajustadamente se sigue en éste. Y señalar como –sea uno de los ejecutantes Leodegarius y el otro un seguidor o bien un solo tallista mejor o peor dirigido o más concienzudo en ocasiones– se acerca más en la ejecución al conjunto de San Martín de Uncastillo que a la obra firmada en la portada de Santa María de Sangüesa.
Conviene decir también que la relación najerina con Sangüesa o las Cinco Villas no acabará aquí, puesto que el sepulcro reutilizado en el siglo XIV para don Garcilaso de la Vega en el mismo monasterio responde al estilo de uno de los maestros de los ojos grandes trabajando en la ciudad navarra, aunque no sea el más abundante de aquella portada. Basta comparar tal sarcófago con el capitel doble de arpías en una de las naves laterales.
Es muy lógico pensar que, acabado el trabajo de Nájera, el maestro y equipo que dirigiese allí se establecieran en la obra que entonces se levantaba en el próximo Santo Domingo. Los estudiosos están conformes en adjudicarle un buen número de los capiteles del muro de cierre interior, en que llegan a distinguir así mismo dos manos distintas, aunque algunos hay de los talleres que trabajan el haz exterior y la arquería de la capilla mayor.
Mientras, los del exterior del cierre serían de otro grupo de artífices, cuyo estilo, más difícil de analizar dado su estado, de todas formas está relacionado con el anterior, que imitará sus composiciones en Sangüesa, caso de la Presentación en el templo. A un tercer grupo se deberá lo mayor de la escultura, los encapitelados de las arquerías de la capilla mayor y casi todo lo aparecido tras el retablo mayor. Intereses no muy compatibles con el sentido crítico del estudio han contribuido a que sobre ello se hablase como si respondieran a un plan inicial, sin tener muy en cuenta los forzados ajustes a que se someten las piezas.
En apariencia, podrían separarse La Asunción, y alguna cosa más, pero la forma de tratar los paños, tan naturalista, o los cabellos, nos indican que, en algunos casos, como en otros talleres, aquí se ha procedido también a vaciar los ojos para colocar pupilas oscuras postizas y los rostros han perdido el sentido que les daban los ojos casi saltones del David, La Trinidad o los pasajes de los apóstoles pescadores. Ello no quita para que en el mismo equipo haya más de un actuante, pues la riqueza escultórica es mucha y se hace cuesta arriba pensar en un sólo artista, máxime considerando que a este grupo, quizá el último en abandonar el tajo de las primeras etapas, se debe la mayor parte de los canes y cobijas del sofito de la cornisa del exterior.
Probablemente, los cuatro apóstoles que han aparecido en sucesivas ocasiones adosados al trasaltar formaron parte de una gran portada. Tal portada correspondería ya a obras realizadas posteriormente a la impetra del obispo don García en 1191 y a la actividad de Garsión. Estaría al Sur, mirando al antiguo mercado y acaso a ella se destinasen parte de las piezas que ahora adornan la capilla mayor, labradas con anterioridad. También posterior a esa fecha sería la prosecución de las obras hacia las naves, que durarían más de cien años, pero que en su repartimiento y forma de los pilares respondería al plan de Garsión.
El eco de este edificio llegará a muchos lugares próximos y alejados. Deudor suyo en lo arquitectónico será Santa María de Palacio en Logroño, iniciada también en románico y proseguida en gótico, una de las rarísimas iglesias medievales de tres naves conservada en el territorio, con un tipo muy similar de apoyos, distintas alturas de enjarjes, e incluso con claves decoradas. Los capiteles de su portada románica norte recuerdan los florales sencillos calceatenses, como los maltrechos restos conservados de la Anunciación y Coronación al tercer taller de escultores. Hacia el Norte, en el camino jacobeo, queda Irache, con ventanas partidas o molduradas en baquetones, claves decoradas, columnas pareadas e incluso algún tema similar en canecillos. También en Santa María de Sangüesa habrá columnas pareadas en los pilares además de los paralelos escultóricos. Obsérvese que tanto ésta, como la del monasterio de Irache, o Palacio de Logroño se concebirán con cimborrio sobre el crucero, lo que anima a imaginar si no se pensó así para la de Santo Domingo.

En las iglesitas rurales de la Rioja también hallaremos pilares con columnas pareadas o columnitas acodilladas para enjarjes de ojivas en las proximidades de la ciudad episcopal. Así en Villaseca, Castilseco, Baños de Rioja o Santasensio de los Cantos.
El sistema de adelgazar los muros de carga mediante arquerías va a ser utilizado en las iglesias de los monasterios de Fitero, donde también se dan los vanos en bífora, y de San Juan de Ortega, donde, como en aquélla, hay vanos moldurados en baquetones, y en Torres del Río o Eunate. El ábside de la iglesia de Villaseca, ya citada, se refuerza con nervios de sección rectangular, como la capilla central de la girola, sistema utilizado también en la correspondiente de la abadía de Fitero que no está lejos de la solución dada en la Oliva.
Parentescos se dan también en lo escultórico, comenzando por el establecimiento parejo, fundado por San Juan de Ortega más adelante del mismo camino, como cincuenta años después que el de la Calzada, pues la escultura de sus capiteles parece del mismo taller tercero. Ya se han citado algunos de Palacio de Logroño, de Sangüesa e Irache, pero hacia el Sur llega a Santo Domingo de Soria y hacia el Este hasta San Martín de Uncastillo (que nos daría una fecha ante quem –1178– para la terminación de la girola calceatense) o Santiago de Agüero. En fin que, como señala Poza Yagüe, la catedral calceatense se convierte en referente a través del cual tratar de explicar una parte de la evolución de nuestra plástica escultórica en el tránsito de los siglos XII y XIII. Y eso que, aunque cita monumentos de Sedano, no trae a colación otros derivados del círculo ya aludido de los maestros de los grandes ojos existentes en La Rioja, tales como los fragmentos de tímpano de Aradón en Alcanadre o San Antón en Alesón, ambas fundaciones de órdenes militares (templarios y antonianos), como el hospital de Navarrete luego sería de sanjuanistas, los de Bañares y Cerezo de Río Tirón (ahora en Los Claustros de Nueva York), tan próximos a La Calzada, o el San Pedro mutilado de la antigua colegial de Albeada. Y es que, a mi juicio, acaso haya de verse en el taller tercero aludido el origen de ese círculo que llega desde San Juan de la Peña hasta Zaragoza y desde aquí hasta Moradillo de Sedano o Grado del Pico en tierras sorianas, segovianas y burgalesas. Puesto que yo creo ver en algunas cobijas (fraile sedente, presunta danzarina) y acaso canes (comedor de hogaza) del presunto taller tercero las características de ese grupo de maestros.
Sin embargo, los tallistas importantes poca huella van a dejar en tierras riojanas aparte de los citados y el cenotafio de San Millán de la Cogolla. Aunque otros más modestos se inspirarán en su temática y composiciones para adornar las iglesitas rurales de la Rioja Alta, como Ochánduri, Baños, Tirgo, con temas bíblicos, morales o de ejemplario. Y su interpretación de motivos iconográficos se reflejará en la pintura, como muestra el frontal procedente de Arnedillo. De todas maneras, la catedral calceatense interesa también porque nos habla de los problemas que va a presentar la arquitectura religiosa durante siglos, el porqué se hace y cómo se lleva a efecto.

Suelen aprovecharse años de bonanza en que la primicia y los donativos o aportaciones personales son copiosos, como tales bienes, incluidos los bienes propios y específicos de la fábrica, son administrados por obreros (mayordomo es el que vigila los ingresos capitulares destinados a manutención de los clérigos, la casa por excelencia) y como, en ocasiones, tales bienes por diversas causas, no son suficientes y las obras se paralizan, como sucederá en tantas pequeñas parroquias de las localidades de este territorio que, en general, es difícil que superen los ciento setenta metros cuadrados de superficie interior.
No tenemos prácticamente pistas de cómo se compensaba a los canteros por su trabajo. De Garsión sabemos que recibió diversos bienes del rey Alfonso VIII, pero algo percibiría del cabildo y a él estaría agradecido cuando le donó a su vez aquellos bienes. otro momento he pensado que, acaso, una forma de corresponder sería también la concesión del disfrute de un beneficio eclesiástico, como se hiciera con el mazonero Clemente en San Cristóbal de Calahorra en los inicios del siglo XIII y, quizá, con Arnaldo en la catedral de la misma ciudad a finales del XII. Las impetras nos informan de que se admitía colaboración por parte de los fieles poniendo sus manos, o prestando sus medios de producción, como en veredas no obligadas, con la contraprestación de beneficios espirituales.
Normalmente se construye una cabecera (y una portada en casos) y, cuando vuelven a existir fondos, se hará la nave, que puede abovedarse o quedar cubierta con madera para esperar mejores tiempos. Los ejemplos que se pueden citar son muchos, incluidas aquellas iglesitas en las que la nave no salió de cimientos hasta doscientos o trescientos años después. En este último caso estarían San Román de Ajugarte, Santasensio de los Cantos, Santa Lucía de Briones, Santa María de Bueyo o San Pedro de Nalda, mientras en San Román de Villaseca, San Julián de Castilseco, la Asunción de Sajazarra, las ermitas de Treviana o San Bartolomé de Logroño, las obras se reiniciarían menos de cincuenta años después. Por cierto que la última citada presenta tres ábsides en paralelo, único ejemplar conservado de triple cabecera en la región, que probablemente tuvieron también Santa María de Nájera, San Millán de la Cogolla de Yuso y la catedral de Calahorra, mientras en Santa María de Palacio de Logroño acaso hubo girola, a juzgar por el inusitado desarrollo en solar de su actual cabecera y alguna alusión tardía a capilla redonda en trasaltar.
Obras posteriores a lo principal de la iglesia serían también las galerías porticadas del sur existentes en San Cristóbal de Canales, y en Santa María de Viniegra de Arriba, la primera, de rica imaginería datable hacia finales del siglo XII, mientras la otra, muy cerrada como conviene a su clima extremo, será reconstrucción de hacia 1500.
Muchos pórticos serían simplemente de estructura lígnea, apoyando en la imposta sobre la portada sur o en mechinales y, en su mayoría, serán sustituidas por otros andando el tiempo. Todos ellos servirían para entierro de las personas de calidad, cuyos cuerpos quedarían resguardados de la intemperie y sus espíritus iluminarían en las decisiones que adoptase el concejo, del que solían ser lugar de reunión.
Tardíamente nos lo revela el caso de San Martín de Fonzaleche, donde se juntó al concejo para prestar vasallaje al abad de San Millán de la Cogolla en 1240. Años más tarde o a finales del siglo XIII, observamos que los pobladores de Tirgo o los de Villaseca pertenecen en su inmensa mayoría a la capa social de los hidalgos, terratenientes por tanto, lo que nos sugiere que buena parte de las pequeñas iglesitas rurales serían debidas en su mayor parte a estas gentes, únicas por otro lado capaces de aportar bienes en concepto de primicia o de donativos para estas construcciones.
Pues habrá iglesias construidas por el común, por el pueblo de fieles, sean señores o labradores, a su conveniencia, y otras a iniciativa relativamente privada, ya señorial o monástica. La calidad de la construcción variará con ello, siendo las primeras, casi siempre, de mayor amplitud y calidad, como perceptoras de mejores ingresos. A propósito de las iglesias rurales, es conveniente señalar el parentesco que guardan las de Villaseca y Castilseco con las de la comarca de Miranda de Ebro y, el todavía más estrecho, de las dos de Treviana con respecto a las de la Bureba, singularmente con las de Navas y los Barrios, que no se limita a lo constructivo sino también a lo decorativo, repitiéndose los temas y su interpretación, de manera que uno se siente tentado a pensar que el mismo equipo contaba con canteros constructores y canteros tallistas o, incluso, que los mazoneros que las levantaron desempeñaban indistintamente ambos especialidades.
Y al citar estas dos últimas iglesitas, sin duda de carácter vecinal, hay que llamar la atención sobre sus arcos de triunfo abocinados por varias arquivoltas que reducen su luz transformando el santuario en algo relativamente cerrado. Así, probablemente era también el de San Cristóbal de Canales y lo eran Santiago de Sajuela, Santa María la Antigua de Aguilar de Alhama, Santa María de Plano en Leza, Santa Fe de Palazuelos, San Martín de la Nava en San Vicente de la Sonsierra, y San Esteban de Viguera. En casos, los primeros sobre todo, se explica por cargar sobre tal lugar la espadaña campanario, tan necesaria para convocar a las gentes, pero en otros templos como el Salvador de Tirgo, la Asunción de Sajazarra, San Felices de Ábalos, San Román de Ajugarte y tantos otros de amplio arco triunfal, también éste sirve o, servía de asiento para la espadaña. En San Esteban de Viguera se ha explicado como recurso litúrgico de cerrar el santuario en momentos determinados al común de los fieles, de acuerdo al ritual hispánico. Lo más simple sería considerar que actuaban como acceso, antes de la construcción de la nave, pues tampoco las iglesias en cuestión son grupo homogéneo de uso o destino en principio, las tres últimas seguro decanías de otros monasterios, mientras la mayoría parroquias de aldehuelas. Obsérvese que la cronología de todas ellas es muy dispar, pudiendo atribuirse la más antigua al siglo XI y la más moderna a comienzos del siglo XIII.

Otras manifestaciones
No son abundantes los restos pictóricos murales que han llegado a nuestros días, casi todos eliminados al modernizarse los templos a lo largo del tiempo, incluso modernamente. Destacan los de San Esteban de Viguera por ser los mejor conservadas, aunque su dibujo, muy elemental, y la pobreza de su colorido, contrastan con la viveza y seguridad de trazo del frontal que hubo en Arnedillo en el que las escenas representadas de la Adoración de los Magos y la Presentación tanto recuerdan iconográficamente a las esculturas de Santa Domingo de la Calzada y sus secuelas. Éste es quizá el objeto de arte mueble más interesante de la producción riojana en el románico tardío, aunque alguna otra pieza de calidad haya llegado a nuestros días, tales como el Crucifijo de Santiago el Real de Logroño o el muy maltrecho del Museo de la Rioja procedente de San Millán de la Cogolla, mientras las imágenes de la Virgen, en general relicario, responden a fórmulas menos imaginativas, casi todas siguiendo el modelo de las arriba citadas o de la de Rocamador, como las de Cañas. Excepción, quizá, es la de Santa María de Palacio de Logroño, en piedra, que, a veces, ha sido puesta en relación con Leodegarius pero debe de ser unos cuantos años posterior al 1200 por su atuendo, el tratamiento de paños y alegría en la expresión.
Varias de estas imágenes tardías (Virgen del Monte de Cervera, Virgen de Yerga de Autol, Virgen de Posadas) nos anuncian algo de la constante pervivencia del estilo hasta tiempos avanzados, imitándose los modelos, cosa que también nos dice el propio sepulcro de Santo Domingo de la Calzada, respecto al de San Millán de la Cogolla.
Pero va a ser en lo constructivo donde la inercia del románico va a sentirse con más fuerza. Testimonio primerizo sería el arranque de los muros de los ábsides de la iglesia monasterial de Cañas, el templo gótico más emblemático en La Rioja, sacados de cimientos mucho después de que se ochavase la capilla mayor de la catedral calceatense. Pero ello ya era así en la primitiva catedral gótica burgalesa. 

Frontal de altar procedente de Arnedillo. 

Más llamativa es la proliferación de templos de planta rectangular que se cubrirán con bóvedas de cañón apuntado, muy frecuentes en los pequeños lugares de la sierra pero que no van a faltar en los terrenos del llano. Probablemente, los canteros medianamente informados han considerado que éstas eran mucho más sencillas de construir y de sostenerse que las ojivales, de relativamente complicados cálculos. Todas tienen la cabecera plana, a veces más estrecha y baja que la nave, pero muchas veces de la misma anchura que ella, de la que se diferencian por la cesura que puede marcar un arco triunfal apeado en pilastras con una imposta como capitel, en general lisa, aunque alguna lleva decoración. Los fajones tanto pueden arrancar de pilastras adosadas como del propio muro sobre ménsulas. El interior suele ser oscurísimo, dada la escasa iluminación y, en su mayor parte, los muros son de mampostería con refuerzos de sillería en esquinazos, huecos y pilastras, si las hay. Sus vanos son estrechas aspilleras, cuando no han sido remodelados posteriormente, a excepción del ingreso, situado al Sur, unas veces apuntado, con una moldura de guardapolvo y zapatas marcando su arranque, otras veces de medio punto y sin decoración alguna. Suelen tener una espadaña sobre el hastial de los pies, aunque a veces ésta prolonga tal muro hacia el Sur, de modo que cierra el atrio por ese lado.
Cuando se conserva, la cornisa del tejaroz presenta canes muy rudos, sin decorar en la mayor parte de los casos, con perfil de nacela en las más antiguas y abocelados en las que parecen más recientes.
Desde hace muchísimo he considerado que tales iglesitas tenían algo que ver con la escasez de medios por un lado y por otro con la implantación del Cister por aquí. La mayor parte se hallan en lugares despoblados, convertidas en ermitas hace siglos o bien abandonados recientemente. También en territorio donde convergían los derechos de Santa María de Herce y San Prudencio de Monte Laturce (Torremuña, Larriba, la Santa, etc) o en sus proximidades (Leza, Terroba, Zenzano, Ambas Aguas) o bien los de Santa María de Herrera y sus cercanías (Galbarruli, Villalba, Santa María de Cillas en Sajazarra, San Juan de Arriba en San Vicente de la Sonsierra).
De las más antiguos serían San Martín de Leza (que fue de San Prudencio) y Santa María de Yerga en Autol, sucesora del primitivo asentamiento del monasterio de Fitero, ambas probablemente del siglo XIII. Ésta llevaba cañón en la nave y crucería en la cabecera, lo mismo que San Juan de San Vicente de la Sonsierra, fundada en 1385 como enterramiento de don Diego López de Abalos.
Entre las más modernas andarían las extintas parroquiales de Zenzano, Larriba, Bucesta y El Collado, esta última de comienzos del siglo XV, como muy temprano, si su nave es contemporánea de la portada y poco anterior a sus pinturas murales. Las referencias cronológicas de unas y otras son, aparte de las dichas, muy vagas. Sabemos que en Santa María de Cillas se llevaba a efecto una avenencia sobre alcances de términos para pastos entre el concejo de Sajazarra y el monasterio de Herrera en 1330. Sobre Santiago de Jubera sabemos que fue santuario de devoción que atraía a peregrinos de muy diversos lugares de tierras sorianas y de la Ribera de Navarra antes de 1353.
La cuestión es que la bóveda de cañón apuntado va a tener larga perduración y no sólo en lo que se refiere a edificios religiosos sino a otro tipo de construcciones como casas fuertes, castillos o bodegas, en las que se utilizará hasta entrado el siglo XVI, lo que no va a ser exclusivo de La Rioja.
Ello nos da pie para recordar que en románico también se dan edificios no templarios en La Rioja de cierta significación.
Así se pueden citar los castillos de Davalillo, próximo a San Asensio, o de San Vicente de la Sonsierra. El primero, cuyo poblado desapareció antes de 1520, fue construido de un tirón a finales del siglo XII o comienzos del XIII para vigilar precisamente, junto con el de Briones, la actividad de los navarros en la Sonsierra y sus incursiones hacia Castilla y está concebido como alcázar. Su tipo de aparejo, los elementos constructivos, incluso la capillita en los bajos de la torre del homenaje, no parecen poderse situar después de 1250. El otro servía para lo propio en el territorio navarro. El hecho de que fuera más bien ciudadela en torno a la que quedó el poblado, ha hecho que sufriera múltiples remodelaciones además de servir de cantera, pero aún conserva, además del trazado general de la cerca, la que creo que fue su torre original y el posible aljibe o bodega abovedados que no deben de ser muy posteriores al momento en que la hacía construir el tenente Fernando Moro, hacia los mismos años, alrededor de 1172, en que Sancho el Sabio concedía su fuero.
Así mismo, habría que referirse a las fuentes, de las que se conserva numerosos ejemplares con elementos constructivos de tipo románico, derivando de las estructuras similares de la romanidad. Suelen consistir en un edículo o arca de planta rectangular, donde se recogen las aguas captadas, que acusa en su muro de cierre frontal de cantería bien aparejada, la rosca de la bóveda de medio cañón o de cañón apuntado que las cubría. La del Campillo en Torrecilla en Cameros o la de Briñas, próxima al Ebro, son de las más interesantes. Las de Montalbo, Ajamil o la de San Pelayo de Ribafrecha van también abovedadas con medio cañón, las dos últimas bastante reformadas en sus frentes posteriormente. La de los Mártires de Ocón, es de cañón apuntado, como la de Cellorigo, muy maltrecha, y la de Soto de Cameros, ésta realizada en sillarejo apreciable a pesar de la monumental fachada que se le añadió en el siglo XVIII.
La tecnología tradicional seguirá conservando este sistema de arca para captación de aguas hasta el siglo XVIII al menos en muchos pueblos serranos.
También se construyen o reparan puentes por entonces aunque, probablemente, los grandes dispuestos por Domingo de la Calzada o Juan de Ortega a quienes tantos se atribuyen, fueron de madera40, a lo mejor sobre pilares pétreos. A pesar de las numerosas reconstrucciones que han sufrido, alguno se conserva en parte o en todo en rutas poco frecuentadas ahora.
El más significativo puede ser el del Priorato en Cihuri de origen romano, que debió de ser profundamente reparado hacia 1200. A los tiempos del románico corresponderá el arco de la margen izquierda levemente apuntado y el tajamar y espolón de la cepa principal. En la misma ruta es posible que lo sea el del camino de Villaseca en Sajazarra, de medio punto en cuidada sillería, como alguno de la comarca de Cervera, la metrología de cuyas piezas parece adecuarse más a estos tiempos que remontar a lo romano o musulmán, y lo será el que hay sobre el Teba en Canales de la Sierra, aunque en sillarejo.

Puente de Cihuri 

Y al mencionar a Santo Domingo de la Calzada no hay por menos que referirse a la estructura urbana de la ciudad creada en torno a su santuario.
Puede considerarse que es al final del siglo XII, en el tardorrománico, cuando aparece una tipología urbanística que tiende a la distribución hipodámica, estructura que será alabada en las Partidas de Alfonso X. Diversos textos de por entonces nos informan de reformas o nuevas poblaciones acometidas a instancias de los monarcas castellanos y navarros, Sancho el Sabio o Alfonso VIII ante todo, para mejorar las posibilidades de este territorio en zona de fricción.

De entre 1160 y 1220 son la mayor parte de las pueblas que se llevan a efecto en La Rioja y en la Sonsierra de Navarra, en su mayor parte derivadas del fuero de Logroño, entre ellas las de Laguardia (1164? y 1208) y San Vicente de la Sonsierra (1172?), que señalan cómo las casas deben ser de tres por doce estados en planta, y las de Labraza (1196) y Viana (1219), que los establecen en cuatro por doce, lo que indica una planimetría estudiada. Esa planimetría se seguirá en el burgo de Santo Domingo, cuando el abad Pedro (1162-1169), años del señorío de Sancho el Sabio de Navarra, dé a poblar la mitad de la serna, haciendo que el maestro Garsión reparta en solares con su pértiga un total de cincuenta y tres estados. Cuando ya la ciudad está en poder de Alfonso VIII, unos veinte años después, el abad Diego (c. 1170-1198) da a poblar la otra mitad de la serna, desde el pozo hasta la era, y de nuevo interviene Garsión en el reparto de solares. Así surgirá la calle de Barrio Nuevo, primer ejemplo bien documentado de este tipo de urbanización regular. Hacia estas fechas hay otras noticias menos concretas a poblamientos de zonas en localidades del territorio.
Así Bernardo de la Tenda da a poblar el arrabal de Logroño en la segunda mitad del siglo XII. Doña Toda Ruiz reparte en quiñones el Palomar de Alfaro en 1211 para hacer poblado. Los concejos grañoneses de Santa María y San Millán llegan a un acuerdo en 1170 para trasladar sus viviendas a la serna de Domingo Núñez. Alfonso VIII hace nueva puebla en Nájera, que sufrió pavoroso incendio a finales de siglo.
A estos tiempos considero que obedecen la configuración del Logroño actual en los primeros tramos de las actuales calles Mayor y Herrerías, además de los alrededores de la antigua iglesia del Salvador, que contribuirán a conferirle aspecto de bastida y la de la zona de Nájera al norte de Santa María la Real, tan distinta en la distribución de sus parcelas a la que hay al suroeste del monasterio. La estructura del barrio de Aquende en Miranda de Ebro, cuyo fuero es otorgado por Alfonso VIII hacia 1180, también confirmaría esto.
Creo, no obstante, que, cuando se va a generalizar el sistema, es en el siglo XIII como consecuencia del cierto auge económico y demográfico que contribuirá a la ampliación de Logroño que ya ha superado su cerca antigua al norte de la calle Mayor, del propio Santo Domingo de la Calzada, en que se configurará la calle de Isidoro Salas y, más tarde, la del Pinar.
El ejemplo más característico de todos será Grañón, cuyo casco viejo, con tres calles longitudinales orientadas de Este a Oeste, conforman un rectángulo de ángulos ochavados, con solares que se acercan a los tres por doce estados de los fueros o sus múltiplos o divisores. El corresponsal para el Diccionario de Madoz dice que estuvo cercado de murallas, de las que algún resto informe se apreciaba al Norte hace unos años, y las calles a los lados de su línea teórica se llaman Barbacana y Cercas. La calle principal es la central (Santiago-Mayor) en la que se halla la iglesia parroquial de San Juan y en la que estuvo la de Santiago, reducida a ermita más tarde y desaparecida ya en el siglo XIX, que es el antiguo camino jacobeo. Hay dos calles transversales, de Norte a Sur, una de ellas dirigida hacia las plazas que se abren a norte y sur de la iglesia en la calle principal.

Grañón. Casco urbano 

Grañón debía de contar con varios barrios o concejos en diseminado que se citan en la documentación desde el siglo X hasta comienzos del siglo XII, y contaba con su fuero y su mercado desde inicios del siglo XII o antes. Alfonso VIII creó una nueva puebla que prometía deshacer en su testamento de 1204. En relación con ella estarían la adquisición de una serna para poblar al monasterio de San Millán en 1178, los pobladores venidos de Redecilla y Villarta antes de las cortes de Nájera (1185), o el castillo nuevo que se menciona en 1199. Quizá la estructura actual deriva de estos hechos, o bien del final del siglo XIII.
En 1256 Alfonso X la entregaba con sus fueros y privilegios como aldea a la villa de Santo Domingo, de la que todavía era en 1264. Pero no lo era ya en 1270, en que debe volver a manos del señor de la tierra. En 1286 lo era don Diego López de Haro, que hace referencia a la puebla nueva. Para estos últimos tiempos, Santo Domingo de la Calzada era ya una ciudad realenga y con importante feria, pero no así en los tiempos de Alfonso VIII, que quizá intentaba crear en Grañón un poblado para doscientos cincuenta vecinos que, además de atender los servicios del Camino, contribuyese al desarrollo comercial entre Rioja, Bureba, tierras de Lara y el norte burgalés y Álava y fuese también controlador del territorio junto con Cerezo y Belorado.
Más parecido en planta a Santo Domingo de la Calzada es el próximo Bañares, casco muy alargado y con más sentido de camino, pues su eje (calle Real) es el antiguo de Haro a San Millán. Al Este se disponen una o dos calles longitudinales en las que los solares más regulares, entre calle Nueva y Cárcava (ahora Cura Lope) cerraban la cerca en codo con la misma solución de la calle del Medio o Isidoro Salas en Santo Domingo o la de la Judería en Nájera. De ese modo, sólo dejaban puertas al Norte y al Sur. Al Oeste hay una serie de manzanas irregulares que serán vestigio de uno de los antiguos núcleos, entre los que estaba la iglesia de Santa María, dependencia de San Millán de la Cogolla, actualmente sacada fuera del lugar, y con espacio vacío (la plaza) que sería mercado. El castillo bajo medieval se levantó extramuros, al Sur. Pero de las actividades no estrictamente rurales del poblado antes del siglo XV nada conozco.

Como bastidas se deben configurar en el siglo XIII también Sajazarra y Briones, como apoyo a la defensa fronteriza.
Sajazarra es otra de las pueblas nuevas creadas y mandadas deshacer por Alfonso VIII en 1204, como Grañón, Nájera, Baños, Ibrillos, Caranca y Frías.
Nótese que alguna de ellas (Grañón, Nájera, Frías) prosiguió su historia de puebla más o menos libre, lo que nos consta no debió de suceder con Caranca, ni acaso con Baños o Ibrillos. Desde luego, debió de ser ideada por el rey muy cerca ya del 1200, supuesto que allí había establecido él un monasterio cisterciense desde 1171, que pasaría a Herrera luego y que todavía en 1193 hizo donaciones en ella a San Millán de la Cogolla. Alfonso X daba en 1253 al concejo diversos términos propios del monasterio de Herrera y en 1255 los dados por Alfonso VIII a San Millán, con lo que habrá de considerarse que la puebla definitiva es obra de este último. El casco se adapta a la cima de un cerro contorneado en tres de sus lados por el río Mardancho con una forma aproximada al trapecio. Dentro de él hay nueve manzanas longitudinales formando seis calles longitudinales de sentido Este-Oeste, y cuatro transversales, de las que las más extremas marcan el contorno de la muralla.
Cuatro cantones marcan el eje Norte-Sur, sin salidas directas al exterior, que tampoco debió de tener el eje Este-Oeste (la Fuente). Se conserva una puerta en la muralla en la que debió de ser vía principal, anterior a la organización de la actual puebla y lateral a ella, pero donde debían de estar a Norte y Sur las plazas públicas (las tres principales actuales son mucho más tardías, dos del siglo XIX y otra del XV-XVI), una de ellas, quizá del mercado, junto a la iglesia, situada en el ángulo noreste. Otra iglesia debió de haber donde hoy se alza el castillo del siglo XV, sucesor acaso de una torre más antigua, a juzgar por la necrópolis allí existente.
De Briones las noticias son menos concretas. Existente de antiguo, Alfonso X le daba fuero en 1256, quizá como plaza fronteriza frente a la navarra de San Vicente de la Sonsierra. Su casco antiguo, que aún conserva restos de la cerca y dos puertas tardías, una ya del siglo XVI, seguía el contorno del cabezo, con forma cuadrangular en la que sobresalen dos espolones, uno hacia el ángulo noroeste, donde se hallan los restos del castillo bajomedieval, que sucedería al de los Haro que hizo derribar San Fernando, y otro hacia el sureste, en el que estaba la iglesia de San Juan, sustituida en el siglo XVIII por la ermita del Cristo. Hacia el centro se halla la iglesia mayor y, en sus proximidades y en las de los dos ángulos citados, se observa un asentamiento relativamente inorgánico, mientras el resto presenta manzanas bastante regulares.
Lo mismo sucede con San Asensio, concedido hacia 1254 al concejo de Davalillo y que absorbería a los pobladores de éste en el transcurso del tiempo, concebido con manzanas regulares alargadas entre el alto de las Eras y la antigua iglesia del Salvador. Y también con Cuzcurrita, a cuyos habitantes concedió Alfonso X beneficios. Al Sur, en torno a la iglesia de San Miguel, queda el poblado inorgánico anterior al siglo XIII, mientras que las manzanas existentes entre Carnicerías y segundo Cantón son totalmente regulares. En la Rioja Baja se deberá a los tiempos de Alfonso X la configuración nueva de El Burgo de Alfaro. El cabezo de Alfaro con su castillo y sus iglesias de San Juan, San Esteban y la mayor, San Miguel, era por si una plaza fuerte antigua. Pero la barriada moderna (siglo XII/XIII) de El Burgo debía de quedar alejada del núcleo principal, así que se crea La Puebla, citada ya en 1283, con manzanas alargadas entre las antiguas calle Mayor y calle Muro Alto, en la que, mucho después de haberse integrado los pobladores de El Burgo, acabará instalándose su iglesia de Santa María, ya en el siglo XVI.
Vemos pues que el sistema de parcelación bien documentado a finales del siglo XII, va a perdurar en localidades creadas ex novo o reformadas a lo largo del siglo XIII y aún llegará más lejos en el transcurrir de la Edad Media. Ejemplos tardíos podrían ser los de la Villanueva de Logroño, Santa Coloma e incluso Foncea o Pedroso.
Si en principio el sistema parece haberse aplicado a localidades que servían a los intereses del rey, luego va a generalizarse. Pues los beneficios que suponían en sus orígenes las nuevas pueblas, de conseguir un solar barato y libertades individuales, entre ellas no estar sometido a las duras prestaciones personales y poder disponer libremente de sus propiedades, lo que no sucedía con collazos y vasallos de monasterios y señores, a cambio de ciertas prestaciones menos onerosas al rey, van a extenderse a lugares de dominio monástico y señorial a partir del siglo XIV. 

Románico riojano a través de su escultura monumental
Si la riqueza simbólica del arte románico se refleja, ante todo, en su escultura monumental, con más motivo en La Rioja, donde la pintura y las artes decorativas –que son el otro soporte fundamental de la iconografía– nos han legado muestras muy escasas, a excepción de la eboraria y de la miniatura. Este tipo de escultura, aunque está ligada a la arquitectura en forma de relieve y, por tanto, es siempre en piedra y se halla totalmente condicionada por el marco arquitectónico, ofrece al observador de nuestros tiempos todo un mundo mágico, lúcido y absurdo a un tiempo, disperso por ábsides, naves, galerías porticadas, claustros, torres, portadas, ventanas y cornisas de tejaroz de los templos, los cuales decoran profusamente sus basas, fustes, capiteles, canecillos, arquivoltas, guardalluvias, roscas de arco, impostas, cimacios, ménsulas, molduras, cornisas, jambas, claves, dinteles, tímpanos, óculos y demás elementos arquitectónicos. El renacimiento de la plástica, tras haber estado en decadencia desde los últimos tiempos del Imperio Romano, realmente se produce a partir del siglo XI, con la aparición del arte románico, y por ello la escultura monumental invade por completo los edificios, por dentro y por fuera, con objeto de atraer la atención de los fieles.
Ahora bien, dicha escultura tiene casi siempre una doble intencionalidad, pues puede adquirir un sentido iconográfico, encerrando un significado o contenido simbólico, o aparecer como puro ornamento, con una finalidad únicamente estética o embellecedora. Aunque a menudo se intentan buscar programas iconográficos, lo cierto es que la mayoría de las iglesias suelen estar llenas de elementos inútiles, puramente decorativos y vacíos de contenido, que sólo persiguen la contemplación de los motivos que representan y no su comprensión. Quizá las piezas se tallaban por partes y cada cantero o escultor hacía el trabajo a su manera, sin preocuparse del resultado de conjunto y sin tener en cuenta un diseño general. Incluso a veces los capiteles, canecillos y demás elementos que ejercen de soporte de esta escultura, no se labraban in situ, sino que eran traídos de fuera por encargo, y de ahí su falta de sentido. Por otro lado, no todos los artistas eran profundamente religiosos y de vez en cuando se liberaban de los programas didácticos impuestos por los obispos o abades, ejecutando temas totalmente profanos o desordenando pasajes bíblicos y colocándolos en zonas altas y oscuras donde no podían ser vistos, lo que demuestra que sólo los impulsaban fines estéticos, no docentes. Además, cuando los artistas medievales esculpían lo que la Iglesia les ordenaba, utilizaban diversas fuentes gráficas (estampas, grabados, tejidos, manuscritos, repertorios de fuentes como jeroglíficos, emblemas o alegorías), sin conocer en muchos casos su significado y sin comprometerse para nada con su obra. Esta escultura ornamental que no se supedita a un cuerpo doctrinal fijo, es muy frecuente sobre todo en los medios rurales, donde los artesanos locales gozaban de una situación de mayor aislamiento y libertad, reflejando en sus obras fantasías individuales, ideas y sensaciones sueltas, a menudo irracionales.
Pero hay ejemplos, indudablemente –y son ellos los que van a protagonizar este capítulo–, en los que existe un significado en relación con el dualismo bien/mal típicamente medieval. En ellos se intenta realizar bien una reflexión teológica, intentando expresar los misterios de la fe, los premios y castigos después de la muerte, el temor a la condenación y la necesidad del arrepentimiento, o bien resaltar ciertos valores simbólicos de variado origen (literatura, mitología, culturas antiguas), aunque a menudo esa referencia o fuente original no se recuerde.
Esta escultura llamada “iconográfica” suele plantear serias dudas a los investigadores sobre quiénes eran sus destinatarios. Si iba dirigida al pueblo llano, sí que podría tener en muchos casos una finalidad didáctica o pedagógica, reflejando el tan manido ideal de los monjes cluniacenses como instructores de los rudos e iletrados fieles en las verdades de la religión cristiana y en la existencia de una realidad superior. Es, en definitiva, la consideración de los templos románicos como “Biblias de piedra” o como vehículo para enseñar la religión, lo cual no se puede aplicar a todos los casos, ya que los feligreses no solían tener la suficiente formación intelectual como para entender algunos mensajes, que a veces reflejaban preocupaciones teológicas no recogidas en las Sagradas Escrituras sino fruto de una elaboración individualizada para un lugar y una situación histórica concretos. Consecuentemente, es lógico pensar que muy a menudo el pueblo supuestamente indocto tuvo que necesitar de las explicaciones de los sacerdotes para comprender esta escultura, que se situaría en templos parroquiales y en catedrales.
Por el contrario, si se orientaba exclusivamente hacia el clérigo, estaría elaborada por un experto teólogo y su fin sería intelectual y simbólico, con niveles superiores de lectura no accesibles a los simples creyentes. A veces, por ejemplo, se intentaba a través de ella, enseñar un nuevo dogma o combatir una herejía. En estos casos la temática es difícil de descifrar pues no se hizo con fin docente para un amplio auditorio, sino para la intelección de la minoría de los eclesiásticos o simplemente para Dios, y por ello se colocó a menudo en los claustros monásticos, a veces incluso acompañada de letreros explicativos que evitaran confusiones. De todos modos, esta circunstancia se da en contadas ocasiones, pues la teoría de que las iglesias románicas eran como “enciclopedias” del conocimiento de la época, sólo es aplicable a los grandes edificios. Probablemente haya que aceptar la realidad de que únicamente en ellos se dan verdaderos ciclos coherentes y eruditos, reflejándose en la mayoría de los templos –incluidos los de La Rioja– asuntos locales y corrientes.
Ahora bien, pese a las limitaciones del arte románico riojano, su escultura contiene una cierta variedad iconográfica, pues el repertorio de temas representados es bastante amplio. Lo que no vamos a encontrar en estas iglesias es un programa completo, pero sí una serie de imágenes sueltas que nos muestran el mundo medieval tal y como lo concebía el hombre del románico. Incluso en un territorio tan reducido geográficamente, va a quedar suficientemente demostrada la universalidad temática del arte de la Plena Edad Media, circunstancia que no se dará con tanto énfasis en los estilos posteriores. En esta época se despliegan los mismos temas –aunque con distintos niveles de planteamiento y compresión, como queda dicho–, tanto en las ermitas de las aldeas como en las iglesias y catedrales de las ciudades. Todo se incluye dentro de una misma reacción estética que afectó por igual a la mitad norte de la Península Ibérica, Francia, Alemania, Inglaterra e Irlanda, con sus respectivas diferencias de matices.
De ahí que en La Rioja aparezcan todos los temas y motivos fundamentales del arte románico, que sumariamente podríamos clasificar en geométricos, vegetales, animales, humanos e híbridos. Por regla general, los geométricos, vegetales e híbridos se suelen esculpir como puro ornamento, mientras que los figurados (zoomórficos y humanos) pueden adquirir en ciertas ocasiones un sentido iconográfico o simbólico. Ahora bien, evidentemente, una afirmación tan simple como ésta no está exenta de excepciones: por ejemplo, los primeros pueden tener un significado (el zigzag en las arquivoltas es a menudo un símbolo solar) y los segundos carecer de contenido (las cabezas animales y humanas de los canecillos son casi siempre puramente decorativas).
Aunque en estas líneas voy a intentar incidir sólo en aquéllos temas con un cierto mensaje, no podemos dejar de plantearnos el problema de si el arte románico ha de calificarse de simbólico o no. Es cierto que los símbolos son más necesarios en el ámbito religioso que en ningún otro, ya que los seres sobrenaturales a que hace referencia toda religión precisan de ellos para su representación, pero tampoco hay que verlos donde no existen, admitiendo en numerosos casos el valor únicamente decorativo de muchos motivos. Además, en el románico es frecuente retomar símbolos no cristianos (egipcios, mesopotámicos, sasánidas, helénicos, romanos, celtas, germanos, islámicos...), reinterpretándolos con un significado cristiano pero desconociendo el que un día tuvieron en esas culturas olvidadas.
Del centenar aproximado de templos románicos, o restos de ellos, que existen en La Rioja, sólo poseen escultura monumental la mitad aproximadamente, y la mayoría se encuentran en la Rioja Alta, repartidos por los valles de los ríos Tirón, Oja y Najerilla. El valle del Tirón es el más prolífico, pero su escultura, por desarrollarse en un ámbito exclusivamente rural, es de carácter popular; sin embargo, las otras dos cuencas, si bien poseen un número algo menor de monumentos decorados (valle de Ojacastro en el Alto Oja y sierra de la Demanda en el Alto Najerilla), cuentan con algunos de mayor envergadura, como la catedral de Santo Domingo de la Calzada o los monasterios de Nájera y San Millán de la Cogolla. Los templos románicos de la Rioja Baja que se ornamentan con relieves se sitúan en las cuencas fluviales del Iregua (sierra de Camero Nuevo), Leza y Jubera (sierra de Camero Viejo) y Alhama (sierra de Alcarama), así como en el llamado valle o tierra de Ocón, entre las cuencas del Jubera y del Cidacos, pero no pueden compararse ni en calidad ni en cantidad con los anteriores. En la cuenca del Cidacos, muy escasa en restos románicos, no subsiste ninguno con labras.
La ribera del Ebro, que atraviesa la región de Oeste a Este, posee muestras escultóricas tanto en la Rioja Alta (zona de la Sonsierra, única que queda en la margen izquierda del río), como en la Media (Logroño y Navarrete), y en la Baja (Alcanadre), pero tampoco son muy abundantes. Por último, no hay que ignorar los fragmentos depositados en el Museo de La Rioja en Logroño, en el de Nájera y en el Diocesano y Catedralicio instalado provisionalmente en los claustros de las catedrales de Calahorra y Santo Domingo de la Calzada, y en la parroquia de Santa María de Palacio en Logroño, así como algunas piezas que se encuentran fuera de la región (catedral oscense de San Pedro de Jaca y monasterio burgalés de Santa María de Bujedo). Pero de lo mencionado, los ejemplos en los que vamos a profundizar, por poseer relieves esculpidos de cierta entidad, van a ser exclusivamente algunos de la Rioja Alta (Najerilla, Oja, Tirón, Sonsierra), y Media (ribera del Ebro a su paso por Logroño y pueblos cercanos).
Todo ello se da en un ámbito exclusivamente religioso: monasterios, iglesias o ermitas. No se conserva nada en arquitectura militar o civil (castillos, torres fuertes, palacios, hospitales), ya que estas tipologías han sobrevivido peor al paso del tiempo, en el caso de la arquitectura militar por su propia función bélica, y en el caso de la civil, porque apenas debieron de existir construcciones de calidad aparte de los palacios reales, que en muchos casos además eran las propias fortalezas militares. La portada y las dos ventanas del hospital de San Juan de Acre en Navarrete pertenecieron a la iglesia y no al hospital propiamente dicho, y lo mismo ocurre con el Cristo hallado en el alto de San Antón, entre Alesón y Ventosa, el cual procede de la ermita que hubo al lado del hospital antoniano. Ahora bien, esto no quiere decir que los temas vayan a ser estrictamente religiosos; por el contrario, abunda más la temática profana. Y aunque vamos a intentar incidir en el sentido o mensaje de esta escultura, no nos queda más remedio que aceptar que fue realizada en general con una función ornamental, y sólo en muy escasa proporción adquirió un propósito semántico.

El Valle del Najerilla
En la Edad Media, el Najerilla fue el valle de los monasterios por antonomasia (Santa María la Real en Nájera, Santa María de Valvanera en Anguiano, Yuso y Suso en San Millán de la Cogolla, Santa María de San Salvador en Cañas), pero como ya se ha indicado, la mayoría sólo han llegado a nuestros días reedificados.
Al margen de la arquitectura monástica, la comarca de Nájera es una zona de eminente carácter rural, constituida por un grupo de iglesias de diverso interés. Es preciso destacar el fragmento escultórico de finales del siglo XII hallado en el alto de San Antón –emplazamiento situado entre Alesón y Ventosa donde antaño hubo una ermita dedicada a San Antón con un hospital para peregrinos–, que hoy custodia el Museo de La Rioja en Logroño. Es un Cristo en majestad, que, aunque siempre se ha pensado que pudo formar parte de un tímpano de portada, quizá perteneció a la jamba izquierda de un vano, pues el lado derecho de la figura está esculpido sobre un fondo mientras que el otro está tallado también por la espalda. La imagen, bastante mutilada, es frontal, está sentada sobre un trono y ha perdido la cabeza y las manos, por lo que desconocemos su actitud, posiblemente bendiciente y portadora del libro sagrado. Sus caracteres estilísticos revelan la mano de un buen artista relacionado con otras obras riojanas, concretamente con los llamados maestros de los ojos grandes y con el estilo del segundo maestro de Silos, corriente relacionada también con el círculo aragonés del taller de Agüero o de San Juan de la Peña. Sería un equipo de artistas cuya influencia se puede apreciar además de en La Rioja (Alto de San Antón en Alesón, Santa María de Aradón en Alcanadre, San Martín de Albelda, San Juan de Acre en Navarrete, catedral de Santo Domingo de la Calzada, Santa María de la Antigua en Bañares, Nuestra Señora de Tres Fuentes en Valgañón y sepulcros de Garcilaso de la Vega en Nájera, de San Millán de la Cogolla en Suso y de Santo Domingo de la Calzada), en Zaragoza, Huesca, Navarra, Soria, Burgos, Segovia, Zamora, Ávila, Palencia, Cantabria y Galicia.

En el valle medio del Najerilla se ubica la pequeña iglesia parroquial de Santa María en Ledesma de la Cogolla, con algunos canecillos en el ábside y muro sur del presbiterio con cabecitas de monstruos de fauces abiertas pero rientes, a excepción de uno con boca rugiente. Estas cabezas que en el románico suelen encarnar al demonio, no siempre producen horror, sino que en ocasiones su fealdad es risible y quedan reducidas a carátulas que nos hacen muecas como las máscaras escénicas de la Antigüedad. De la portada destacamos sus capiteles zoomórficos con el tema tan frecuente en el románico de los animales simétricos y afrontados con cabeza común, que en este caso son aves.
Remontando el cauce del Najerilla hacia el Suroeste nos encontramos con el grupo de la sierra de la Demanda, que es uno los más antiguos de la región, desarrollado desde finales del siglo XI hasta la mitad del XII, perteneciente al obispado de Burgos. Por su cercanía a esta provincia, este foco está determinado por su influencia, siendo un ejemplo más de las múltiples degeneraciones rurales del taller de Santo Domingo de Silos, y apreciándose en él la mano de la misma cuadrilla itinerante de escultores. Un elemento arquitectónico común que se da en algunas iglesias burgalesas de esta zona y en una de las riojanas, es la galería porticada al Sur, y también hay una comunidad de estilo en los motivos decorativos. Concretamente, en la ermita de San Cristóbal en Canales de la Sierra se aprecian relaciones con el tercer taller de Pineda de la Sierra, y con otras iglesias burgalesas de la sierra de la Demanda del siglo XII: San Millán de Lara, Lara de los Infantes, Jaramillo de la Fuente, Vizcaínos de la Sierra, Hoyuelos de la Sierra, Palacios de la Sierra, Barbadillo del Pez, Riocavado, Neila y Terrazas.

Ermita de San Cristóbal en Canales de la Sierra. Uno de los tres capiteles historiados de la galería porticada, con Cristo flanqueado por dos monos agachados 

En la galería porticada de esta ermita hay cuatro capiteles, tres de los cuales son historiados. El más cercano a la puerta de entrada representa a San Pedro acompañado de dos personajes y de dos criaturas monstruosas, en una escena difícil de interpretar. Para Mª Ángeles de las Heras Núñez tal vez se narre el momento de la fundación de la Iglesia, ya que refleja la superioridad jerárquica de San Pedro sobre los demás Apóstoles, que podrían estar representados por las figuras que lo flanquean. José Gabriel Moya Valgañón propone el tema de San Pedro y la entrega de la ley o Traditio Legis. Atendiendo a los dos monstruos, Juan Antonio Gaya Nuño apuntó el tema de San Pedro con otros Apóstoles en una escena de tentaciones, y si nos fijamos sólo en el diablo que tira piedras a la figura de la izquierda, también podríamos interpretar esta mitad de la pieza, en opinión de F. J. Ignacio López de Silanes, como el martirio de San Esteban, santo titular de la ermita.
El siguiente capitel historiado es exento y presenta en sus cuatro esquinas monos en cuclillas, agachados como si fueran atlantes soportando el peso del cimacio; en un frente, una escena de pugilato con dos hombres que luchan a pie; y en el otro frente, Cristo triunfante pisando la cabeza de una serpiente, en una composición que recuerda a la de Daniel entre los leones. Los cuatro animales de las esquinas podrían ser alegorías del demonio y desencadenantes de las fuerzas del mal, y los luchadores podrían aludir en sentido escatológico al castigo interminable de los iracundos. Mª Jesús Álvarez-Coca interpreta el conjunto como la victoria de Cristo sobre el vicio, el pecado y el demonio, al que aplasta triunfalmente, con el premio de la Jerusalén celeste para los que le sigan. Para Mª Ángeles de las Heras simboliza el enfrentamiento del hombre, hijo de Adán y víctima del pecado, contra las fuerzas del mal mediante una lucha despiadada cuerpo a cuerpo, de la que será librado por la figura del Redentor.
El último capitel de este pórtico presenta en la izquierda un personaje atacado a la vez por un león y por un monstruo híbrido que le muerde en la mano; la mitad derecha la ocupan tres máscaras vomitando tallos vegetales; y el cimacio presenta fieras persiguiendo a aves que se continúan con palmetas. La mordedura tal vez simbolice el contagio por el pecado, como aparece en otros ejemplos de la zona del Duero y Soria. Si trasladamos esto a un plano moral, como hace Manuel Guerra, este combate anónimo entre un hombre y una bestia simbolizaría la lucha entre valores antagónicos, el conflicto entre las obras buenas y malas. En cuanto a las máscaras, Mª Ángeles de las Heras piensa que podrían ser la típica representación de la Madre Tierra como cuna y tumba del hombre; los tallos del lado izquierdo simbolizarían el pecado y los del lado opuesto, la conducta moral sana. El cimacio sigue en la misma línea, pues son animales fieros que atacan a animales tímidos, fauna telúrica que agrede a otra celeste.

El ábside de la ermita de Santa Catalina en Mansilla de la Sierra está recorrido por canes decorados, entre los que destacamos dos engullidores y dos hombrecillos que sacan una gran lengua y la sujetan con sus manos. Las cabezas engullidoras nunca son humanas, ya que el cristianismo considera al hombre como imagen de Dios y por ello, un rostro humano nunca puede mostrarse como devorador de otro; sería como un acto de canibalismo. El simbolismo del engullidor ha sido interpretado de variadas formas. Aunque Santiago Sebastián se refiera a la creencia de los antiguos sobre la salida del alma por la boca en el momento de la muerte, todavía arraigada dentro de la iconografía cristiana, el significado que estos temas poseen en el románico es diferente. Algunos los relacionan con la escatología musulmana; para otros son diablos engullidores que inspiran un gran temor, pues devoran a los condenados conduciéndolos al infierno. Pero Gerard de Champeaux y Dom Sébastien Sterckx aportan una significación positiva: estas cabezas que tragan, engullen o regurgitan los cuartos traseros de hombrecillos, realizan en sus víctimas una verdadera metamorfosis proporcionándoles la inmortalidad. El monstruo andrófago devora pero al mismo tiempo confiere a la víctima una vitalidad peculiar, transformándola por el paso a través de la muerte y capacitándola para reaparecer a una vida nueva. Devoran al hombre viejo para que nazca el nuevo mediante una transformación interior, una regeneración, como le ocurrió a Jonás tras ser tragado por la ballena. Sería la fase final del mito del héroe que sale del cuerpo del monstruo engullidor, la vuelta atrás del proceso devorador. Por eso a veces estas bocas se abren más como salida que como entrada, y algunas figuras parecen más ser vomitadas que engullidas. Su significado se invierte, siendo metáforas de la resurrección de los muertos, de la victoria sobre el infierno.
Los otros dos canes de Mansilla de la Sierra que muestran hombrecillos sacando una gran lengua y sujetándola con sus manos, podrían ser alegorías de la mentira y la calumnia, las cuales se simbolizan por el sufrimiento de la lengua (cortándola, enganchándola, mordiéndola, colgando a los condenados de ella) o por una cabeza con dos lenguas. Incluso podrían simbolizar alegóricamente la gula si no están sacando la lengua sino comiendo un tremendo bocado. Sacalenguas similares aparecen también en algunos capiteles de los pilares exentos de la nave central de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, pertenecientes ya a la fase gótica del siglo XIII, donde quizá hayan perdido su simbolismo y tengan únicamente un carácter burlesco y jocoso.
El arco triunfal de Mansilla posee un capitel en el lado norte o del evangelio con tres monstruosas cabezas de pelo erizado semejando elementos vegetales; la del centro es otro sacalenguas y las otras dos vomitan tallos ondulantes. Las máscaras animales o humanas que engullen y vomitan tallos vegetales, los cuales enlazan a animales dibujando círculos, tiene su origen en los tejidos sasánidas. Ya se conocía desde la antigua Mesopotamia y es uno de los numerosos motivos que el arte románico recupera inspirándose en el cercano y lejano Oriente. Por otro lado, las cabezotas de cuyas fauces nacen tallos se dan también en la Antigüedad clásica griega y romana de donde pasaron al mundo medieval. Hay una cierta identidad entre estas figuraciones y la máscara china, la máscara india o la máscara azteca de Tlaloc, y a juicio de Olivier Beigdeber y Manuel Guerra, todas ellas representan a la máscara de la Tierra. Pero este tema ha suscitado otras opiniones bien diferentes; por ejemplo, según el criterio de Francisco Íñiguez Almech, penetró en el románico por la vía de la escatología musulmana, la literatura y el arte árabes. Los entrelazados complicadísimos que aprisionan a aves o figuras humanas y brotan de una boca perteneciente a una feroz cabezota, aluden entonces a Iblis, principe del infierno musulmán que atrae y repele con su aliento a las almas condenadas en continuo torbellino. Ahora bien, estas imágenes sólo tendrían significado infernal cuando van unidas a otras de la vida de ultratumba. Iconográficamente tienen relación con las cabezas cuyos cabellos se transforman en hojas y cuyas barbas se prolongan en follajes, que en el románico y gótico inglés se denominan green man (hombre de la primavera u hombre vegetal) y green woman (mujer vegetal). Una de ellas, en versión femenina, existe en la iglesia parroquial de Santa María de Palacio en Logroño.

En la parroquia de Santa María en Villavelayo, los cuatro capiteles de la portada sur contienen motivos historiados donde el arte popular llega a su máxima expresión. Cada uno de los dos interiores muestra seis figurillas humanas extremadamente toscas, que en opinión de Juan Antonio Gaya Nuño, quizás aludan a la Última Cena. Los dos exteriores poseen temas animalísticos de lucha entre el hombre y el animal. El de la jamba izquierda representa a una especie de culebra, serpiente, escorpión, ballena o pez gigantesco que intenta tragar o vomitar a un individuo, ambos en posición paralela a la cuerda, siendo quizás una tosca alusión a Jonás y la ballena. El de la jamba derecha representa a otro personaje que es atacado por dos serpientes que le muerden las orejas. Es un tema curioso, extraño y difícil de interpretar el que presenta serpientes que agarran o muerden las orejas de otros animales o de seres humanos. Tal vez recurriendo a la mitología griega se pueda esclarecer algo sobre él, ya que algunos mitos aluden a serpientes que lamen o lavan los oídos de diversos personajes (Heracles, Melampo, Tiresias, Casandra, Héleno y los hijos de Laocoonte), proporcionándoles el don de la profecía y ayudándoles a entender el lenguaje de las aves. En realidad, si hubo alguna influencia, ésta llegó al románico como pervivencia del mundo antiguo pero vacía de contenido o moralizada. En la Edad Media este tema se convirtió en alegoría del pecado o de ciertos vicios haciendo referencia a torturas de condenados en la vida del más allá.

Canecillos Santa María en Villavelayo. 

Pero lo que más sorprende en Villavelayo es la cantidad de canecillos (cerca de cien), que decoran su tejaroz, bordeando todo el perímetro de la construcción. Aunque los hay con diversos motivos, abundan las cabezas, bustos y figuras humanas desnudas en diferentes posturas: con los brazos pegados al cuerpo, con los brazos como si fueran orantes, sentados o haciendo sus necesidades, simulando a espinarios por su forma de doblar las piernas… En cuatro de ellos aparecen parejas en posturas grotescas y obscenas, abrazándose, besándose o en el momento del coito, y al lado de uno de estos amantes, un individuo muestra un falo de tamaño desorbitado. La temática obscena del románico incluye imágenes procaces que aunque para el hombre de hoy resulten indecentes o vergonzosas, no era así para las gentes de la época, donde tenían un sentido burlón y jocoso. Si en un principio su finalidad fue moral por la influencia del monacato, con el tiempo se convirtieron en entretenimientos picarescos de los artistas, y de ahí que esta iconografía se desenvuelva más en el ámbito rural que en el arte oficial. Incluso el viejo tema del espinario clásico fue transformado en un motivo obsceno, donde su postura era aprovechada para exhibir sus genitales. El de Villavelayo, sin embargo es un espinario púdico, pues éstos no se han esculpido.

En la parroquia de Santa María de la Asunción en Viniegra de Arriba se halló, durante la restauración de las cubiertas, un canecillo decorado con una gran cabeza de león y con un pequeño guerrero tumbado clavándole su espada y sujetando un escudo normando en forma de cometa, típico de los cristianos. Este tema de lucha contra un animal utilizando armas, se da también en otro capitel de Santa María de Sorejana en Cuzcurrita, y nos revela que no se trata de ninguno de los héroes bíblicos que luchan con el león, como David o Sansón, sino de una alegoría del pecado. En realidad estos individuos luchan contra sus vicios, contra las fuerzas del mal o contra los instintos inferiores de su naturaleza. Aunque Hércules sí utilizó armas antes de desquijarar al león de Nemea pues al principio lo atacó con flechas y espada, es descabellado pensar que en estas dos modestas iglesias se haga referencia al héroe mitológico.

El Valle del Oja
En la cuenca del Oja se incluye la escultura de mayor calidad de toda la región, la más oficial y urbana, que coincide con localizaciones dentro del camino de Santiago o cercanas a él, destacando por antonomasia la de la catedral de El Salvador en Santo Domingo de la Calzada.
En ella, la escultura monumental de las etapas tardorrománicas de finales del siglo XII y comienzos del XIII (1158-1180 y 1180-1235) se sitúa en la cabecera (capilla axial, pilastras adosadas al muro interno de cierre de la girola, pilares exentos de la girola, capilla mayor, ventanas, cornisa de tejaroz, canecillos y restos de la primitiva portada sur). Sólo aquí podemos hablar de un estilo más refinado y de maestros con cierta personalidad –aunque no conozcamos sus nombres–, que transmiten su modo de trabajar a los miembros de su taller. En cuanto a la temática, confluyen iconografías típicamente españolas con otras de allende los Pirineos.

Catedral de El Salvador en Santo Domingo de la Calzada. Capitel semidestruido del que sólo se conserva la figura de San José, y capitel con el tema del hombre dominando a los animales 

En el interior de la girola, de finales del siglo XII, los temas figurados pertenecen a algunos momentos del Antiguo Testamento (Job en el muladar con su mujer y sus tres amigos), pero se hace hincapié sobre todo en el Nuevo, con pequeños ciclos de la vida de Jesús y de la Virgen, escogiendo los instantes gloriosos para exaltar su labor de Redentor y Corredentora, respectivamente. A veces también se intenta transmitir un mensaje de salvación y vida eterna mediante la contraposición entre la virtud y el pecado, entre el cielo y el infierno. Si en un principio hubo orden en estos asuntos, hoy quizá aparezcan algo desordenados si se trastocaron con las nuevas exigencias de capiteles para los arcos diagonales de las bóvedas ojivales de la girola, donde se ubica una serie vegetal más tardía, datada en la segunda etapa constructiva del siglo XIII. En general, unos desaparecieron por las reformas de la cabecera, otros se añadieron y otros fueron picados. Si los peregrinos accedían al templo por la puerta románica que hubo en el transepto sur, tenían dos posibilidades en su deambular por la girola: o contemplaban la escultura desde el extremo meridional, contigua a la entrada, o desde el lado norte, después de haber cruzado la capilla mayor. A tenor del orden de los capiteles historiados, los promotores debieron de concebir el programa iconográfico pensando en la segunda posibilidad, pues el capitel de la Maiestas Domini se sitúa al lado del transepto norte, y desde allí los capiteles historiados continúan hacia el Sur con una serie de la vida de la Virgen: en el interior, Anunciación-Coronación, Epifanía, ¿Natividad? y Asunción; y si tenemos en cuenta los del exterior, habría que añadir la Huida a Egipto y la Presentación en el Templo. El ciclo se completa con temas de la vida de Jesús, como los dos capiteles con escenas de pescadores en el mar de Tiberíades o Genesaret en Galilea, los cuales han sido objeto de varias interpretaciones: mientras Joaquín Yarza Luaces piensa en la Tercera o postrera aparición a sus seguidores o Segunda pesca milagrosa y en la Vocación de San Pedro respectivamente, para Isidro Bango Torviso en ellos se representa el Llamamiento de los primeros discípulos, también denominado Vocación o Conversión de los Apóstoles, concretamente las conversiones de Pedro en uno de los capiteles y de los hijos de Zebedeo, Juan y Santiago, en el otro. También se hace referencia al ciclo de las Parábolas, como el capitel que alude a la de las Vírgenes Prudentes y Necias, acompañado de un cimacio con los Ancianos del Apocalipsis.

Capiteles de la girola Santo Domingo de la Calzada 

Pero no todo son temas religiosos, pues hay bastantes capiteles en la girola con motivos de animales afrontados, tanto reales como fantásticos: buitres de cuellos entrecruzados que pican sus patas, esfinges con collar, aves parecidas a pavos reales con cuellos vueltos hacia atrás que pican frutos, arpías con gorro frigio, tanto femeninas como masculinas, belicosos centauros luchando, dragones de cuellos sinuosos… Todas estas especies reflejadas en el arte románico proceden de las descripciones incluidas en los textos antiguos, como El Physiologus (escrito entre los siglos II y IV d. C.), fuentes que originarán en el Medievo los llamados “bestiarios”, proporcionando un simbolismo basado en un análisis de las costumbres de los animales. Aunque estos repertorios incluían muchos seres híbridos y monstruosos, para la mentalidad medieval todos ellos eran reales, y no dudaban de su existencia. Con el tiempo se fueron moralizando y sus comportamientos se convirtieron en alegorías de los vicios y virtudes del hombre, aunque a veces las interpretaciones fueran incoherentes y contradictorias y con ambivalencia en el mensaje, ya que un mismo animal podía significar una cosa y la contraria (Cristo y Satanás, o una virtud y un vicio). En esta especie de zoología mística, el bien y la virtud eran expresados por animales benévolos o nobles, mientras que el mal y los vicios se asimilaban a bestias deformes o fieras, cuya fealdad tenía como fin provocar el rechazo de los espectadores.
El hecho de atribuir a esta fauna un papel decorativo sin trascendencia o hacerla expresión del bien o del mal, dio lugar a la corriente de los que sólo veían las formas en sí mismas insistiendo en su carencia de sentido, y a la escuela iconográfica, que siembre buscaba una lectura simbolista, postura hoy bastante inaceptada. Gerardo Boto Varela aborda este dilema planteado por la historiografía, apuntando que para resolver el enigma de si los seres teriomórficos fueron esculpidos para ser “leídos” o solamente para ser “contemplados”, hay que tener en cuenta, por un lado, su ubicación en el propio edificio, y por otro, la presencia en su entorno de otro tipo de temas que nos ayuden a interpretarlos y que pueden complementar o reforzar su significado, como la presencia a su lado de iconografía religiosa o moralizante. Por ejemplo, en Santo Domingo de la Calzada, la proliferación de numerosos monstruos en los capiteles de la girola y en los canecillos, con un aparente desorden y sin una hilazón narrativa lógica, hace pensar que fueron esculpidos para ser “contemplados” y no “leídos”.
A pesar de que el abanico de posibilidades es bastante amplio, el citado autor llega a la conclusión, tras el análisis de los temas zoomórficos de los templos románicos hispanos más representativos, de que la mayoría de ellos fueron esculpidos únicamente como motivos ornamentales. Ahora bien, estos animales de carácter decorativo también eran necesarios en un templo, pues lo engalanaban y embellecían, y le incorporaban un componente lúdico, persuasivo, de atracción y recreación visual, muy necesario para los fieles que acudían a ellos. Debido a la laguna documental de esta época, es muy difícil conocer las reacciones y emociones que estas imágenes monstruosas pudieron provocar en las gentes de los siglos XII y XIII cuando las contemplaban, pero todo parece apuntar que el ornamento fue también una necesidad devocional. Los promotores perseguirían además captar la atención de la audiencia, para que ésta se complaciera en aspectos lejanos a sus propias experiencias –la contemplación de animales exóticos procedentes de mundos lejanos, por ejemplo– y se liberara un poco de las pesadas cargas que le imponía su vida cotidiana.
La iconografía del exterior de la girola calceatense se relaciona en algunos capiteles de las ventanas con los temas religiosos del interior: los dos citados (Huida a Egipto y Presentación en el Templo) completarían el ciclo de la Infancia de Jesús, y otros continuarían con el ciclo de la Vida Pública, como el de la Entrada de Jesús en Jerusalén, sin olvidar los hagiográficos, como el de San Martín partiendo la capa con el pobre, o el de la liberación de San Pedro de la cárcel por un ángel, según los Hechos de los Apóstoles. Este último, situado en el exterior de la capilla axial, dedicada a este Apóstol, complementaría otro ciclo iniciado en el interior con el capitel de la Vocación de San Pedro. Los canecillos, aunque también contienen alguno de tema bíblico (Sansón/David desquijarando al león), se relacionan con asuntos de las peregrinaciones, de la vida cotidiana, o con repertorios moralizantes de fábulas, exempla o apólogos extraídos de fuentes orientales y occidentales, y de ahí la presencia otra vez de temas zoomórficos (monos, perros, águilas, serpientes, arpías, mantícoras…).
En general, en la escultura de Santo Domingo no hay un sentido claro y completo. No parece que se concibiera con un programa iconográfico unitario, pues lo que se conserva nos induce a pensar en programas parciales, no totales. De hecho, los artistas románicos tendían a desarrollar secuencias iconográficas breves dispuestas en ámbitos delimitados de los templos.
Para Isidro Bango Torviso, si tenemos en cuenta también la escultura de la capilla mayor, de la que nos ocuparemos en breve, parece incidirse en los temas de la Trinidad, de Jesucristo como Salvador y de la Virgen. El programa Trinitario y la Primera Venida del Hijo de Dios se hallaría en la zona del presbiterio, llamada precisamente capilla de la Trinidad; el Cristo Salvador enseñando las llagas en su Segunda Venida, que fue una de las primeras advocaciones del templo, aparece en la embocadura de la girola por el lado norte, y la Asunción de la Virgen a los cielos, que fue otra de las advocaciones originales de la iglesia, en el arco de ingreso a la girola por del lado opuesto. Las ideas generales del programa se debieron de concentrar en estos tres puntos, obedeciendo el resto de la escultura a determinados programas parciales (los ciclos referidos a Cristo, a la Virgen, a San Pedro, a pasajes del Antiguo Testamento o de las parábolas…), que en algunos casos se iban desarrollando e incluso modificando conforme avanzaban las obras, y por ello dan la sensación de un aparente desorden.
Ahora bien, si analizamos las cuatro pilastras descubiertas en la capilla mayor cuando se desmontó el retablo, quizá tengamos que modificar en parte estas conclusiones, aportando otras hipótesis que tampoco son definitivas, dada la pérdida de gran parte de las esculturas. Centrándonos en los dos frentes de pilastra con figuración, en el de la izquierda aparecen de abajo a arriba el rey David músico, el profeta Isaías y un arcángel, quizá San Gabriel formando parte de una Anunciación. En el otro frente de pilastra hay una figura mirando hacia arriba que se ha identificado con San Juan Bautista como precursor, anunciando y señalando al que ha de venir; encima, María, tal vez completando esa escena de la Anunciación iniciada en la otra pilastra, una cruz y una paloma posándose sobre ella, símbolos de Cristo; y finalmente, la Trinidad Paternitas mediante una bella imagen que consiste en representar a Dios Padre sentado a modo de anciano venerable, sosteniendo en el centro de su regazo a Jesucristo Niño bendiciendo y sobre la cabeza del Padre, el Espíritu Santo en forma de paloma.
Según el criterio de los investigadores como Juan Francisco Esteban Lorente o José Gabriel Moya Valgañón, todos los restos aparecidos detrás del retablo –y otros existentes en diversos lugares del templo– pertenecen a la antigua portada románica que había en el brazo sur del primer crucero, denominada “del Santo y de los Profetas” y también “de los Apóstoles”, realizada dentro de la segunda etapa constructiva del templo, datada entre 1180 y 1235, en la que se terminó la cabecera y se construyeron la nave del crucero y las tres longitudinales. No pueden ser originarios de los frentes de las pilastras de los arcos de la capilla mayor porque están colocados de modo forzado y fragmentario, y se nota que fueron encajados allí a posteriori, pudiendo haber sido anteriormente restos de arquivoltas, de un tímpano, quizás de un parteluz y de varios relieves sobre placas rectangulares. Observándolos detenidamente, podemos deducir que el programa iconográfico de dicha portada sería una segunda Parousía, con personajes del Antiguo Testamento (profetas, reyes o jueces) como antecedentes de los del Nuevo (Apóstoles), todos ellos rodeando a la Santísima Trinidad del tímpano, que sería la manifestación de esa segunda venida de Cristo.
En cuanto a la filiación estilística de toda esta escultura, se aprecian diferentes estilos producto de varias cuadrillas que intervinieron de modo más o menos simultáneo y se influyeron mutuamente. Debido a las diferentes etapas constructivas por las que tuvo que pasar el edificio románico, su escultura también debió adaptarse a la moda y a las consiguientes evoluciones estilísticas de los diferentes talleres que participaron. En el interior, fundamentalmente se aprecia una mano en las pilastras empotradas en el anillo externo de la girola (la del maestro Leodegarius, posiblemente borgoñón, cuyo taller trabajó en Sangüesa, Uncastillo, Sos del Rey Católico y Nájera), y otra en los pilares exentos y en la capilla mayor (relacionada con la denominada corriente aragonesa de los maestros de los ojos grandes y con el estilo del segundo maestro de Silos o maestro de la Anunciación). En el exterior existe una mano en los capiteles de las ventanas y por lo menos dos más en la zona del tejaroz (alero, canecillos, capiteles-contrafuerte y sofito), todas ellas con fuertes concomitancias con las del interior.

Entre los restantes templos decorados de la cuenca del río Oja, podemos distinguir dos zonas bien diferenciadas. Por un lado se encuentra el sector norte del valle, más cercano a Santo Domingo de la Calzada y colindante con el del Tirón, siendo lo más destacable la ermita de Santa María de la Antigua en Bañares, única muestra de la comarca con influencia del foco calceatense, que posee en su portada un tímpano de hacia 1200 con la escena de la Epifanía. En él, la Virgen entronizada se sitúa en el centro sosteniendo sobre la pierna izquierda al Niño en actitud bendiciente, y los Magos surgen por su derecha, como es habitual, para efectuar sus ofrendas. El más próximo pone una rodilla en tierra en actitud de sumisión y adoración al Niño (prosquinesis prostratio) y se quita la corona en señal de respeto hacia la Virgen; el segundo señala la estrella y se vuelve hacia el último, que inclina sus rodillas para adaptarse al estrecho espacio del marco. A la izquierda de María se halla San José sentado con aspecto de anciano meditabundo. El último personaje, situado a su lado y también sedente, es difícil de identificar, pero podría ser el profeta Isaías, que es el más frecuente en estas escenas porque algunos de sus escritos hacen referencia a la existencia de una virgen que parirá.

Ermita de Santa María de la Antigua en Bañares. Tímpano con la Epifanía y el crismón 

Debe relacionarse con este tímpano un crismón flanqueado por un león y un toro, ubicado en la clave del arco lobulado del ingreso. En este contexto, dichos animales no son símbolos ni de Cristo ni de los Evangelistas sino que tienen un sentido protector al situarse a la entrada del templo. Para Juan Francisco Esteban Lorente, la asociación de Epifanía y crismón es una comparación entre la Primera Parousía y la Segunda: la primera venida de Cristo estaría representada por su nacimiento, siendo el crismón trinitario el mensaje de su segunda llegada al final de los tiempos, expresada en el capítulo cuatro del Apocalipsis bajo diferentes signos, entre ellos la Trinidad. El citado autor estudia una serie de crismones aragoneses con este significado simbólico, que debe aplicarse a los crismones trinitarios del círculo jaqués entre los que se incluye el de Bañares, siendo el que más se le asemeja el tímpano de la portada sur del claustro de San Pedro el Viejo en Huesca, que presenta en la parte superior un crismón trinitario en un gran círculo sostenido por ángeles, y, debajo, la Adoración de los Magos.
En cuanto a su filiación estilística, tiene ese sentido naturalista propio de la escuela de influencia aragonesa y castellana que se extiende por varias regiones del norte de la Península, de la que hablábamos más arriba. La Virgen y San José respetan los modelos románicos, mientras que los Magos presagian el naturalismo gótico debido a las posturas que adoptan, indicadoras de lo tardío de este tímpano. La talla también es de transición, con un relieve muy abultado, casi exento.

Es precisamente en el valle del Oja donde se encuentran los dos únicos tímpanos esculpidos de la región que se conservan íntegros y en su lugar de origen, pues además del de Bañares en el Norte, hay otro en el Sur, en Valgañón. La otra subcomarca del Oja sería, por tanto, el sector meridional o cuenca alta, denominado también valle de Ojacastro o Valdezcaray, con origen en la sierra de la Demanda. Las construcciones existentes aquí forman un grupo compacto en el que probablemente trabajó la misma cuadrilla de operarios utilizando la piedra rojiza de las canteras de Ezcaray y Zorraquín. Por la pobreza de sus labras, de estilo tosco y esquemático, a base de caligráficos pliegues y rasgos faciales realizados mediante incisiones, Juan Bautista Merino Urrutia apuntaba que debieron de construirse con anterioridad al foco formado en Santo Domingo de la Calzada poco después del comienzo de su catedral en 1158, siendo la excepción del grupo la antigua iglesia parroquial de Nuestra Señora de Tres Fuentes en Valgañón, hoy convertida en ermita. Ésta es algo posterior y cuenta con una ornamentación más abundante y de mejor calidad, que quizá se deba en parte a artífices que trabajaron en la catedral calceatense, o que vieron lo que se estaba esculpiendo allí.

Iglesia de Nuestra Señora de Tres Fuentes en Valgañón. Tímpano con la Anunciación 

El tímpano de su portada sur contiene un bajorrelieve de la Anunciación con una iconografía un tanto extraña, pues en el centro se halla la Virgen sedente y a derecha e izquierda la flanquean los arcángeles San Gabriel y San Miguel. María aparece alzando la mano derecha con la palma hacia afuera –típico gesto de Anunciación–, y los dos arcángeles que la flanquean se arrodillan como signo de veneración con el gesto de genuflexión típico de los varones (con una sola rodilla en tierra) y levantan su mano derecha en señal de saludo y respeto. El situado a la diestra de la Virgen es San Gabriel porque lleva el bastón de heraldo y la señala con el dedo índice. El de su izquierda probablemente sea San Miguel porque lleva una espada en el cinturón destacando su carácter guerrero. El movimiento de estas figuras y de sus ropajes nos delata la mayor modernidad del tímpano con respecto al ábside. A pesar de su deterioro, podemos deducir que por el estilo de las figuras y sus gestos (recoger un extremo de sus atavíos dejando un trozo de tela por la parte superior), pertenece a principios del siglo XIII.
Del ábside de finales del XII destacan algunos capiteles de las ventanas con temas zoomórficos. En el exterior de la ventana sur se recurre al de los animales afrontados, que en el capitel izquierdo son dos leones con cabeza común, y en el derecho, dos grifos sin cabeza común, todos ellos de índole decorativa. En la ventana septentrional, también en la vertiente externa, el capitel izquierdo representa una lucha entre un león y un dragón alado de dos cabezas (serpiente anfisbena, que camina hacia los dos lados), que en este caso podría encerrar el simbolismo de la lucha entre el bien y el mal. Respecto a los canecillos, los de mejor factura son dos del tramo sureste del ábside. Uno de ellos representa a un hombre de avanzada edad, casi calvo y barbado, que parece sonreír, del que se dijo, aunque sin ninguna base documental, que quizás se tratara de un retrato del obispo don Mauricio, que consagró la ermita en 1224 según una inscripción existente en uno de sus muros. El otro es una terrorífica cabeza de cuello velludo o escamoso, representando una vez más al demonio

La iglesia parroquial de San Esteban en Zorraquín posee dos capiteles historiados en su portada bastante toscos, cuyo artífice debió de ser uno de los artesanos rurales perteneciente al primer taller citado. En la jamba izquierda aflora el tema de la Lapidación de San Esteban, titular del templo, y el de la jamba derecha es una cabeza en el centro flanqueada por grandes hojas terminadas en moras, que tradicionalmente se ha interpretado como la cabeza de San Vitores, patrón del pueblo, que murió decapitado y vivificó unos morales milagrosamente. Su composición es idéntica a la de unos capiteles sueltos de procedencia desconocida que se guardan en la iglesia de Valgañón, lo que demuestra la identidad de labra de algunas zonas de ambas iglesias.

Iglesia parroquial de San Esteban en Zorraquín. Capitel de la portada, con la Lapidación de San Esteban 

El Valle del Tirón
La cuenca del Tirón recorre parte de la zona oriental de Burgos y ocupa el extremo noroeste de La Rioja, pequeño espacio donde se apiñan los edificios románicos en gran cantidad. Son un conjunto homogéneo de pequeñas iglesias que constituyen el denominado grupo riojano alavés, pues debido a la proximidad geográfica con Álava, están determinadas por su influencia, así como por la cisterciense. Su escultura es de carácter rural, pues en ellas vamos a ver actuar de nuevo a cuadrillas itinerantes que van de un lugar a otro dejando su huella, en vez de a un maestro que da personalidad a su grupo o taller. Hubo un grupo con distintos artífices que trabajó más o menos a la vez, en los templos de Castilseco, Villaseca, Treviana, Ochánduri y Tirgo, relacionándose más entre sí los que trabajaron en Castilseco-Villaseca, en las dos ermitas de Treviana (La Concepción-Junquera) y en Ochánduri-Tirgo. Por otro lado, en esta zona hubo también canteros independientes, seguramente locales, que no formaron parte del taller, en Fonzaleche, Cuzcurrita, Galbárruli y Sajazarra.

En la parroquia de San Julián en Castilseco llaman la atención las cabezas humanas. Las hay coronadas y distribuidas por parejas en dos capiteles (uno del ábside y el del arco triunfal en el lado sur), y dobles, a modo de hermafroditas, compuestas de dos rostros unidos por la línea de la oreja y la mandíbula, que miran en direcciones opuestas, en cuatro canecillos del presbiterio y nave. Estas cabezas dobles son en realidad una reutilización de un tema clásico en la Edad Media, pues en la Antigüedad se representaba así al dios Jano, que tenía relación con el destino, el calendario y el tiempo. El mes de Enero recibió su nombre de aquél, reproduciéndose como una figura de doble rostro que mira al año pasado y al futuro. De ahí que sea el dios de todos los comienzos, nacimientos, transiciones, pasajes, y por eso sus santuarios son los arcos, las puertas y las galerías sobre lugares de paso. Con su doble rostro vigila las entradas y las salidas, el pasado y el porvenir, simbolizando por ello la vigilancia, los mensarios medievales y en las iglesias románicas, el mes de Enero suele aparecer asimilado a Jano, considerándose también como dios protector de las puertas y de su tránsito. En La Rioja, las cabezas bifaciales aparecen además de en Castilseco, en Cuzcurrita y Navarrete. Probablemente en los dos primeros templos, por hallarse en canecillos dispuestos aleatoriamente, tengan un valor decorativo; sin embargo, quizá pueda atribuírsele a la de Navarrete, por su ubicación en el remate de la portada, ese significado de Enero o Jano como dios protector de las puertas.

Iglesia parroquial de San Julián en Castilseco. Canecillos 

En la ermita de Santa María de Sorejana Cuzcurrita de Río Tirón hay otros canecillos con rostros masculinos adornados con turbantes como si fueran moros, y una pareja abrazada, donde se distingue muy bien a la mujer porque lleva un tocado de barbuquejo que le cubre la cabeza enmarcando el rostro. Los capiteles del arco triunfal se adornan con temas muy recurrentes en el románico, a los que ya hemos hecho alusión. En el lado de la epístola hay una cabeza femenina con toca en el ángulo derecho y una máscara vomitando cardinas en la mitad izquierda, como en otros capiteles citados en Canales y Mansilla de la Sierra, por ejemplo. En lado del evangelio ostenta temas de lucha entre el hombre y el animal: en la mitad izquierda, un individuo lucha contra un león, y en la parte derecha, otro es atacado por dos serpientes –o por una bicéfala– que se enrollan alrededor de su cuerpo y le muerden las orejas o le susurran al oído. En cuanto al personaje que lucha con el león, la presencia de armas nos revela que no se trata de ningún héroe bíblico ni mitológico, sino que es una alegoría del pecado o de los vicios, como ocurre en un canecillo de Viniegra de Arriba. Respecto a la otra figura, de nuevo se recurre al tema de las serpientes que agarran o muerden las orejas de otros seres, presente también en Villavelayo.

La iglesia parroquial de Santa María de la Concepción en Ochánduri es quizá la más importante de la comarca en cuanto a su escultura monumental, por la interesante interpretación simbólica que se puede realizar de algunas de sus piezas, como por ejemplo, los capiteles del arco triunfal. El del lado norte o del evangelio presenta en su frente una lucha de caballeros que se ha identificado tradicionalmente con la de Roldán y Ferragut. Esta contienda es un episodio del ciclo carolingio incluido en la denominada Crónica del Pseudo Turpín, que en realidad es el libro cuarto de los cinco que componen el Codex Calixtinus o Liber Sancti Jacobi, obra colectiva del siglo XII que recogía tradiciones y leyendas que circulaban por la ruta jacobea. El combate entre el paladín franco Roldán y el gigante sirio Ferragut ocurrió en Nájera tras la tercera expedición del emperador Carlomagno, saliendo victorioso el primero al clavarle una lanza en el ombligo al segundo, que era su único punto vulnerable. Es una canción de gesta de las que cantaban los juglares a los peregrinos, que refleja el típico tema de la contienda caballeresca entre el cristiano y el monstruo pagano, enemigo de la fe. Los romances medievales divulgaron la leyenda, y el arte románico la esculpió en muchas iglesias del camino de Santiago. Cerca del Alto de San Antón, lugar cercano a Nájera situado entre Alesón y Ventosa, hay una mesetilla presidida por una cruz a la que aún se le llama “Poyo Roldán”, porque desde allí el paladín franco avistó el castillo de Nájera donde se encontraba su adversario. En el capitel de Ochánduri, ambos se atacan con largas lanzas; la de Ferragut embiste contra el escudo de Roldán y éste clava la suya en el ombligo del adversario, como se cuenta en el relato. Los escudos se diferencian según la norma más generalizada: el cristiano lo presenta en forma oblonga, de cometa o almendra, y el musulmán circular, a modo de rodela. En los laterales hay otras dos escenas: un hombre desnudo con una palma montado sobre un animal fantástico y un Cristo crucificado de cuatro clavos y corona de rey.
En el capitel sur o de la epístola se esculpe en su mitad izquierda el tema de la Tentación de nuestros primeros padres con las figuras de Adán y Eva a ambos lados del árbol y la serpiente, siguiéndose la iconografía habitual: en la izquierda, la serpiente enroscada al árbol se dirige a Eva ofreciéndole la manzana; en el otro lado Adán tras la caída, lleva su mano derecha a la garganta por el atragantamiento del bocado y cubre los pudenda con la izquierda. La mitad derecha exhibe otra vez la figura humana sobre el animal fantástico con la palma, y en el ángulo destaca un personaje que dobla una pierna y coge el tobillo de la otra como intentando esbozar acrobáticamente un paso de danza.

Iglesia parroquial de Santa María de la Concepción en Ochánduri. Capitel del arco triunfal en el lado de la epístola. El Pecado Original 

La interpretación de estos capiteles es compleja. Margarita Ruiz Maldonado afirma que lo representado en el del lado norte no es la contienda de Roldán y Ferragut, sino la de David y Goliat, símbolo también de la victoria de Cristo sobre Satán. Para demostrarlo relaciona ambos capiteles, ya que en los dos aparece en un lateral la figura montada sobre un animal fantástico que alza su diestra con la palma de la victoria en señal de triunfo. En el de la epístola se representa además de a Adán y Eva, a un personaje que la citada autora identifica con David danzante, y de ahí su relación con los dos caballeros enfrentados en el otro capitel. Por otro lado menciona algunos ejemplos en que junto a dos guerreros enfrentados se esculpe un tercer personaje a horcajadas de un león forzando sus fauces e identificado como David desquijarando al león. Relaciona, por tanto, los temas de lucha ecuestre con diferentes escenas de la vida de David (luchando con Goliat, desquijarando al león y danzando ante el arca), para demostrar que representan la contienda superbia-humilitas. David, de quien desciende el Mesías, es la figura Christi por excelencia, destacándose por su humildad y su fe ilimitada. Goliat, por el contrario, es la personificación de la soberbia y del demonio. De hecho la tradición cristiana siempre identificó al gigante con Satán. Los capiteles de Ochánduri simbolizarían, a su juicio, el triunfo de la humildad sobre la soberbia. En el del evangelio, la contienda caballeresca representa a David matando a Goliat porque en la Edad Media se consideró a este personaje bíblico como modelo de caballero. Su valentía al matar a Goliat (el demonio) sólo fue superada por la victoria de Cristo en la cruz. Por eso se esculpe también a Cristo crucificado y una alegoría del triunfo mediante el personaje con la palma sobre el animal fantástico. En el capitel de la epístola, junto al pecado de Adán y Eva que representa la soberbia, se sitúa la humildad simbolizada por David danzante, todo ello rematado por el personaje alegórico del triunfo. El conjunto significaría que Jesús crucificado es el nuevo Adán que culmina la obra redentora salvando a la humanidad de la caída de nuestros primeros padres. Las dos imágenes que sintetizan el cristianismo son precisamente las que aparecen aquí: Adán y Eva junto al Árbol del Conocimiento y Cristo clavado en el Árbol de la Cruz.
En este templo hay dos capiteles más con el ciclo del Génesis. En uno de la vertiente externa de la ventana sur del presbiterio, que hoy da al interior de la sacristía, se talló otra escena del Pecado Original con el árbol en cuyo tronco se enrosca la serpiente en el centro, y las figuras de Adán y Eva en diferentes actitudes a ambos lados de este eje de simetría.
Sus consecuencias, es decir, la Expulsión del paraíso y posterior Condena a trabajar el resto de sus días, se representan en otro capitel situado justo enfrente, en la ventana norte del presbiterio. En él se esculpen dos momentos diferentes en el tiempo pero sucesivos: a la derecha, el ángel expulsándolos del paraíso con la espada en la mano, y en el resto de la superficie, nuestros primeros padres fuera del Edén, él trabajando la tierra y ella hilando. Como según el Génesis, tras cometer su falta, Dios los castigó con el trabajo –sin el cual no podrían obtener el alimento de la tierra– y con la muerte, perdiendo así el paraíso y la inmortalidad para la que fueron creados, el cultivar la tierra en el hombre y el criar hijos e hilar en la mujer, eran para la mentalidad medieval las dos faenas que resumían el cumplimiento de la sentencia. En el capitel de Ochánduri, como ya han pecado, no se hallan desnudos sino ataviados con exóticas túnicas talares. Eva se cubre además con un tocado de barbuquejo que le tapa enteramente la cabeza y el cuello, lo cual denota su condición femenina.
La ventana central del ábside en su vertiente externa también posee capiteles con temas historiados: en el izquierdo hay dos figuras esbozando un paso de danza y el derecho representa a un hombre ahogando a dos pájaros por el cuello. Los bailarines del primer capitel pueden relacionarse con otra figura danzante del interior que representa al rey David. De hecho, este personaje bíblico era la única justificación que encontraba la música y la danza dentro del recinto eclesial. Corroborando esta afirmación vemos que el elemento religioso (David) se ubica en el interior, mientras que el profano (danzantes) queda relegado al exterior del templo.
El capitel del individuo ahogando a dos pájaros refleja el tema iconográfico del hombre entre dos animales simétricos, tan extendido por el arte antiguo y medieval. Tradicionalmente se ha interpretado según la mitología mesopotámica como Gilgamesh dominador de animales; según la tradición griega como Orfeo amansando a las fieras o Alejandro ascendiendo al cielo transportado por grifos; según la bíblica-cristiana como la creación de los animales, Adán dándoles nombre antes de la caída o Daniel entre las fieras. En cuanto a su lectura iconológica, podrían ser tanto motivos decorativos de origen oriental exentos de contenido, como temas carácter simbólico: el triunfo del mal si la bestia domina al hombre, o la superación del pecado y el triunfo del bien si es el hombre quien apacigua al animal. Para identificar el tema correctamente hay que tener en cuenta también el tipo de animal que aparece. El asunto de Alejandro está muy claro porque son grifos, aunque a veces por una errónea transmisión del tema, se plasman águilas o leones. Si son aves o cuadrúpedos habrá que pensar en el tema de Gilgamesh (asimilable al denominado “el señor de los animales” si son leones o “el hombre cautivando pájaros” si son aves) y en el de Daniel, donde siempre aparecerán leones. En Ochánduri, mientras el individuo apresa a las aves por el cuello, ellas le susurran al oído. A simple vista esta composición parece ser la del héroe Gilgamesh ahora cristianizado para representar el dominio del espíritu sobre las malas pasiones, o el tema denominado “hombre cautivando pájaros”; no obstante, el gesto de las aves que pican en las orejas tal vez derive de algunas ilustraciones antiguas que muestran a Hércules y a otros personajes míticos acariciando dos serpientes mientras éstas le lamen o limpian los oídos para concederles el don de la profecía.
Pasando al interior del templo, la vertiente interna de esta misma ventana del ábside, que estaba oculta por el retablo mayor, nos descubrió una sorpresa iconográfica cuando éste se desmontó durante su restauración. El capitel izquierdo parece relatar una simple batalla entre caballeros y soldados a pie de distintos bandos, pero el derecho presenta el tema obsceno o erótico más espectacular de toda la región: un hombre y una mujer desnudos realizando el acto sexual, ambos con órganos reproductores bastante exagerados. La mujer parece forzada a esta acción pues con gesto desagradable intenta impedirla. La identificación de la figura masculina resulta compleja pues lleva tonsura clerical, lo cual induce a pensar que es clérigo o monje, moralizando bastante el asunto; sin embargo, posee pezuñas de cabra, quizás intentando emular a los sátiros de la mitología griega, o faunos romanos, de carácter sensual, lujurioso y lascivo, que pasaron al arte románico como símbolos del demonio. En este caso el sentido del capitel no puede ser jocoso sino moralizante, pues su aparición no sólo en el interior de la iglesia sino en el lugar más sagrado de la misma, nos quiere advertir de los peligros del pecado de la carne, y más aún si éstos son cometidos por el estamento eclesiástico.

Iglesia parroquial de Santa María de la Concepción en Ochánduri. Capitel de la vertiente interna de la ventana del ábside. Pareja realizando el acto sexual 

La iglesia parroquial de El Salvador en Tirgo es también de las más interesantes.
Si nos fijamos en los motivos zoomórficos de las ventanas, veremos que el vano central del exterior del ábside exhibe una sirena pez de doble cola que sujeta con sus manos las dos extremidades marinas, único ejemplar de este tipo existente en el románico riojano. Las sirenas adoptan dos variantes: la sirena-ave, tipo más antiguo, con cuerpo de pájaro y cabeza femenina como la arpía, y la sirena-pez, más reciente y conocida para el hombre moderno, compuesta de busto femenino y cola de pescado. Esta nueva modalidad no se inventó en el Medievo pues aparece, si no en el arte, al menos en la literatura, a finales del mundo antiguo. En la Edad Media no afloran hasta la aparición de los bestiarios en los siglos XII y XIII, y pese a la carga simbólica que encierran (lujuria, seducción, tentación, sexo, dualidad femenina...), en ámbitos tan rurales como éste la suelen perder. El tipo de sirena-pez representada en Tirgo, la de cola bífida con dos puntas divergentes sujetadas con sus dos manos, es el más frecuente. También se conocía desde la Antigüedad, pero no es un tipo literario pues no se menciona en los textos medievales. Simboliza más que ningún otro tipo la lujuria, la tentación y el pecado, ya que su postura es claramente sexual. Ahora bien, existen autores que para explicar su presencia en la escultura románica se atienen únicamente a razones de estética. Por ejemplo, Jurgis Baltrusaitis piensa que su origen se debe a las exigencias de la simetría y a la necesidad de llenar las superficies. Aunque es consciente de que el monstruo existió con anterioridad a las formas gráficas, le atribuye una razón de ser puramente plástica y mantiene que su difusión obedeció sólo a su carácter ornamental.

Iglesia parroquial de El Salvador en Tirgo. Capitel de la vertiente externa de la ventana central del ábside con sirena-pez de doble cola 

El capitel de la ventana sur del ábside presenta dos aves afrontadas y simétricas, que se sitúan a ambos lados de un tronco de árbol y parecen picotearlo, quizá evocando el viejo tema del Árbol de la Vida. Otro motivo similar pero muy deteriorado –dos aves afrontadas y simétricas picando a ambos lados de una hoja de cinco pétalos– existe en una franja decorativa situada en la jamba izquierda de la portada sur de Nuestra Señora de Sorejana en Cuzcurrita. En nuestra región poseemos un antecedente prerrománico de este tema en una de las placas esculpidas del martyrium de la iglesia de Santa Coloma, de gusto árabe, decorada con dos animalillos a ambos lados de un Árbol de la Vida. También denominado árbol de la verdad, cósmico u hom, es un antiguo símbolo tomado de la iconografía oriental y adoptado por el cristianismo, pero no pretendemos aplicar su significado a los ejemplos riojanos, que deben ser considerados como un caso más de simbolismo perdido.

Iglesia parroquial de El Salvador en Tirgo. Capitel de una columna-estribo del ábside con la Femme aux serpents 

De las cuatro medias columnas que refuerzan el ábside de Tirgo destacamos la que representa el tema simbólico de la lujuria mediante una figura de mujer desnuda de gesto deforme y desagradable, con las piernas cruzadas, que con sus manos sujeta dos serpientes que la torturan lamiéndole los pechos; a los lados la flanquean dos figuras monstruosas con garras de ave rapaz y hocico de cocodrilo, demonios típicos situados junto a los condenados para aumentar su tormento. Uno de los canecillos del ábside de Ochánduri quizá represente el mismo tema, pues en él aparece un busto humano mirando hacia arriba con repelencia, mientras que dos serpientes le succionan unos senos ya desaparecidos por el desprendimiento de la piedra. En uno de los relieves del lado izquierdo de las jambas superiores de la portada de San Bartolomé en Logroño hay una escena parecida, ya gótica, donde un lagarto devora los senos de una mujer.
El castigo del pecado de la lujuria femenina se representa en estos casos mediante el tema de la femme aux serpents, o mujer desnuda con dos serpientes que le succionan los senos y a veces sapos que le devoran el sexo. El tema procede de la imagen pagana de la Madre Tierra amamantando a sus criaturas, muy frecuente en la Antigüedad. Es otro ejemplo de iconografía no cristiana que en el románico se moraliza y se dota de contenido cristiano. Pero esta imagen que en principio tenía significado positivo se va a transformar profundamente en la Edad Media: la fecundidad que suponían los niños, animales o serpientes al pecho se torna peyorativa, con un sentido de ataque y castigo.
Los canecillos del ábside son también historiados pues presentan bustos humanos y animales. Destacamos la carátula cuadrada con una enorme boca abierta sacando la lengua y cabellos erizados, símbolo del demonio, y otra de animal monstruoso con boca abierta y ojos saltones. La forma más típica de representar a Satanás es precisamente ésta: con cabeza cuadrada, dentadura completa, bocaza abierta rasgada hasta las orejas y ancho rictus que le aproxima al animal, y cabellera erizada y flamígera. Estos cabellos llameantes suelen mostrarse en tufas separadas a modo de llamas y son atributo del diablo porque reflejan el suplicio infernal más importante que espera a los condenados, el fuego. Además de la carátula de Tirgo, en un cimacio de la capilla axial de la catedral de Santo Domingo de la Calzada hay dos máscaras demoníacas mordiendo o vomitando tallos vegetales con idéntico cabello flamígero y orejas puntiagudas.
Otro canecillo de Tirgo representa un tema muy frecuente en la escultura románica dentro de las luchas zoomórficas: el de los animales depredando, en este caso mediante la imagen de un águila apresando a un cuadrúpedo, que también aparece en Canales de la Sierra, Santo Domingo de la Calzada, Ochánduri y Navarrete. Suelen ser escenas en que un ave rapaz, águila generalmente, se abate sobre un cuadrúpedo que puede ser conejo, liebre, cordero, ternero o carnero, lo apresa entre sus garras y a veces le ataca con su pico. En principio fue un asunto decorativo de ascendencia mesopotámica, transmitido por el arte árabe y por los tejidos orientales a Occidente, que después adquirirá variados significados. En el románico se moraliza encarnando a vicios como el orgullo, la devastación, la gula –si el animal atacado es un conejo–, o la violencia –si es un cordero–. En general el cuadrúpedo arrebatado por la rapaz es el alma caída víctima del demonio, aunque también puede invertirse su significado encarnando al alma elevada hacia las esferas terrestres por la gracia redentora.
Los dos capiteles del arco triunfal de Tirgo presentan en el lado de la epístola cuatro arpías-macho afrontadas en los ángulos y en el del evangelio la Adoración de los Magos. Estas arpías son varoniles, barbadas y con gesto sonriente como otras de Santo Domingo de la Calzada. Existe una gran problemática entre las arpías y las sirenas-pájaro porque prácticamente se identifican desde un punto de vista formal: cabeza femenina y cuerpo de ave. Como sus simbolismos sí son diferentes, las segundas, al ser más malignas, se representan de un modo horrible, añadiéndoles colas de serpiente, escorpión, o garras de ave rapaz, rasgos de los que suelen carecer las sirenas. Aunque para convertir a una sirena en arpía basta afearla, en el románico riojano ni las arpías tienen fealdad excesiva ni las sirenas son especialmente bellas, de ahí la dificultad para distinguirlas. El origen de todas ellas se halla en la mitología griega, pero las arpías masculinas son un tipo creado específicamente por el arte románico.
La Epifanía del otro capitel presenta una iconografía diferente de las habituales, pues las cinco figuras que intervienen se colocan bajo arquerías –como en el frontal pintado procedente de Arnedillo– que quizás sean una prefiguración de la Jerusalén celeste, representada en el Medievo mediante arquitecturas que simulan una ciudad. El personaje que ocupa el arco de la esquina derecha, totalmente destrozado, debió de ser San José, relegado siempre a una posición marginal a la izquierda de María. Ésta parece ser la figura en pie del siguiente arco, también mutilada y sin rastros del Niño. A su diestra se ubican los tres Reyes Magos bajo sus correspondientes huecos, con actitudes que anuncian el gótico: el primero se arrodilla con gesto de adoración (prosquinesis prostratio), el segundo se vuelve hacia el tercero, hoy acéfalo, y le señala la estrella.

Las dos ermitas de Treviana, la que estuvo advocada a la Concepción, hoy capilla del cementerio, y la de Nuestra Señora de Junquera, comparten algunos de los temas de su escultura. De la ermita del cementerio destacamos sus capiteles de animales afrontados (cuadrúpedos con cabeza común y sirena-aves o arpías parecidas a búhos) y sus canecillos de tema obsceno (hombrecillo acurrucado desnudo y otro en cuclillas defecando). Precisamente uno de repertorios temáticos de esta iconografía gira en torno a la satisfacción de las necesidades naturales o fisiológicas; por otro lado, los personajes desnudos se consideraban muy pecaminosos ya que en el Medievo nadie –ni siquiera los esposos– mostraba su desnudez entera.

Ermita de Nuestra Señora de Junquera en Treviana. Capitel del arco triunfal con el tema de Daniel entre los leones 

En la ermita de Nuestra Señora de Junquera también es lo zoomórfico lo más importante. Los dos capiteles de las columnillas de la ventana central del ábside en su vertiente externa contienen el ya citado tema de Gilgamesh dominador de animales en versiones distintas. En el capitel izquierdo aparece un hombre ahogando a dos pájaros que le pican en las orejas, asunto llamado “el hombre cautivando pájaros”, tema similar al ya visto en Ochánduri. El capitel derecho es una reproducción del original que representa el tema del “señor de los animales o de las fieras”, mediante un personaje sentado agarrando del cuello a dos cuadrúpedos que le lamen las orejas.
Respecto a los del arco triunfal, el del lado de la epístola presenta dos arpías o sirenas-ave afrontadas, que juntan sus mejillas. En el lado del evangelio se exhibe un tema bíblico, el de Daniel entre los leones, mediante una figura humana de pie con los brazos extendidos y dos leones simétricos lamiéndole las manos. Los leones poseen también larga cola que se eleva por encima del lomo, como los cuadrúpedos de la ventana. Como Daniel no es un subyugador de monstruos ni un matador de leones, su representación ha de ser diferente a la de Gilgamesh, y esta diferencia la sabían muy bien los artistas del románico y por eso esculpían al profeta rezando en actitud orante con las manos levantadas, entre dos leones que le miran y no se atreven a acercarse, o que le lamen los pies o las manos. Supone la victoria del hombre indefenso sobre las fieras hambrientas, que lo respetan gracias al influjo milagroso de Dios. Por ello se consideró como prefigura de Cristo en el sepulcro –Daniel en el foso de los leones– y de Cristo resucitado –Daniel liberado–, y se convirtió en símbolo de la esperanza de ayuda de Dios, de la salvación espiritual y del enfrentamiento del justo contra el maligno.

La ribera del Ebro
El Ebro atraviesa la zona norte de La Rioja, arrastrando a su paso diversas influencias regidas por la proximidad geográfica con las regiones colindantes.
En la Rioja Alta, la Sonsierra es una zona sometida a la influencia navarra, ya que perteneció a este reino hasta el siglo XV. El único resto a destacar es la ermita de Santa María de la Piscina en San Vicente de la Sonsierra, en cuya escultura pudieron intervenir varios canteros locales sin ninguna relación con otros de la zona, con un estilo caracterizado por la proporción corta de las figuras y la tosquedad de la ejecución. Los seis capiteles en que apean los tres arcos fajones de la bóveda de la nave presentan temas no muy bien identificados todavía. Los del primer tramo muestran cintas entrelazadas imitando labor de cestería con cabecitas humanas en la parte superior, y figuras humanas atadas con una cuerda, a modo de prisioneros o condenados. Los del tramo central contienen figuras híbridas afrontadas en las esquinas. En el último tramo sólo es original el del evangelio, con grandes hojas y una cabecita humana en el centro, siendo el de la epístola una reproducción moderna que imita a aquél. Aunque se ha hablado de alusiones a luchas de la época, probablemente reflejen la contraposición entre las penas del infierno (escenas de fuerza con individuos atados, que serían los condenados) y la felicidad del paraíso (cabecitas entre vegetación como símbolo de los bienaventurados), puesto que en el románico el cielo se representa a menudo mediante un frondoso jardín que entre sus árboles y hojas cobija cabezas y figuras humanas como símbolo de las almas felices, llamadas almas-flores.

En la Rioja Media destacan Logroño y Navarrete. La iglesia de San Bartolomé en Logroño conserva escultura figurada en la cabecera del siglo XII, concretamente en la vertiente externa de la ventana del ábside, hoy oculta por un edificio colindante. Allí hay dos capiteles con cabezas que según Mª Ángeles de las Heras representan el espíritu del bien y el del mal. El de la izquierda, de gesto serio con pelo a raya en medio y dos bucles laterales, nariz ancha y ojos almendrados, sería un ángel, y el de la derecha, con cabello cubriéndole la frente, nariz achatada, ojos redondos y grandes orejas, un demonio de faz simpática.
El resto de la escultura de temática no geométrica ni vegetal se ubica en la portada, gótica de finales del siglo XIII o comienzos del XIV, pero con fuertes reminiscencias románicas en las jambas inferiores, que parecen de comienzos del siglo XIII. En esta zona hay capiteles que por los asuntos representados parecen más románicos que góticos, pues tal vez allí se reaprovecharon materiales anteriores o con arcaísmo en su iconografía. Entre los zoomórficos los hay de luchas entre animales tanto reales como fantásticos, y entre animales y seres humanos, que constituyen diversos eslabones del programa de la portada, centrado en temas relacionados con el Juicio Final, el juicio de Dios, y las luchas entre el bien y el mal, entre los justos y los pecadores, entre los salvados y los condenados. En una atenta observación de esta zona, que queda muy cerca del espectador, pueden verse sirenas ave y arpías con capucha (los tocados con que suelen adornarse estas criaturas –bonete, capucha, gorro frigio– tienen sentido fálico, lo que refuerza su carácter sexual), una sirena-pez de una sola cola llevando un pez en una mano, un lagarto, un dragón, un grifo, un basilisco...
Entre los temas humanos los hay profanos y religiosos. Entre los primeros destacamos una escena de juglaría muy interesante porque apenas las hay en el románico riojano. Es un capitel muy mal conservado que contiene a un hombre y una mujer doblando inverosímilmente su cuerpo con el tronco hacia atrás, formando con sus cuerpos un arco y juntando sus cabezas en el centro, ambas perdidas. Como si de un truco de magia se tratase, simulan atravesar su cintura con una espada y con la otra mano se agarran al collarino. El juglar-contorsionista se dobla hacia nuestra derecha. La bailarina-contorsionista dispone su cuerpo simétricamente al de su compañero, y aún se distinguen algunos mechones de su larga melena (las juglaresas solían llevar el pelo suelto como símbolo de la lujuria).
En cuanto a lo religioso, uno de los capiteles presenta el tema de la elevatio animae o alma que es ascendida al cielo en forma de figura desnuda por dos ángeles en un lienzo llamado caelum. En Roma, el dios Caelus (Cielo) era una divinidad que, doblando la cabeza, se encargaba de sostener con sus manos el firmamento, representado a modo de velo o paño curvado. En el románico sus manos fueron reemplazadas por las de dos ángeles situados uno a cada lado, sosteniendo y tensando los dos extremos del caelum pero manteniendo su configuración abovedada. A partir de este momento esta iconografía sirvió para representar simbólicamente el tema de la elevación de las almas a las moradas celestes tras la muerte por ángeles psicopompos.
Uno de los capiteles más expresivos de esta portada es el de la Expulsión del paraíso. Siguiendo el relato bíblico, se ha esculpido el árbol genesíaco en la izquierda, el ángel con la espada de fuego en el centro, y Adán y Eva junto a las puertas del paraíso en la derecha, todavía desnudos pero cubriendo sus genitales con sendas hojas vegetales. Eva, con una mano apoyada en la mejilla en señal de tristeza y dolor por el acto cometido, entreabre las puertas del Edén dispuesta a abandonarlo para siempre.

La otra iglesia logroñesa con restos románicos es la parroquia de Santa María de Palacio, cuya escultura se concentra en el último tramo de las tres naves y en el interior del cimborrio. Casi todos los capiteles de los tramos occidentales del cuerpo de naves contienen temas híbridos en los que se mezclan hojas vegetales, animalillos, monstruos, cabezas y figuritas humanas. Destacamos los bicharraquillos con capucha en graciosas y diferentes actitudes, y las carátulas con rasgos humanoides y grotescas figuras humanas que asoman entre los adornos foliáceos. Mª Teresa Álvarez Clavijo nos ofrece una interpretación iconográfica: toda esta amalgama de seres trata de reflejar, por un lado, un mundo infernal lleno de calamidades, pecados y castigos, representados a través de diversos seres fantásticos malignos, y por otro, un mundo feliz encarnado por las figurillas híbridas que asoman entre la hojarasca, alusión a las almas felices del paraíso.
Pero quizá lo más interesante sea la escultura oculta en el cimborrio octogonal. En las ocho ménsulas salientes de los vértices del octógono hay cabezas humanas y ángeles que originalmente se verían desde abajo, pues esta torre-linterna estuvo abierta iluminando el templo (hoy están ocultas pues el crucero se cubrió posteriormente con una cúpula barroca y el cimborrio quedó sin función). Aunque el programa iconográfico podría estar relacionado con la subida de las almas puras al cielo, como señala Mª Teresa Álvarez Clavijo, nosotros proponemos otra hipótesis: teniendo en cuenta que se conservan tres ménsulas con tres cabezas en cada una de ellas, si suponemos que la ménsula que falta en el paño oeste contendría otras tres, harían un total de doce cabezas, que podrían encarnar no a querubines sino a los doce Apóstoles. El conjunto escultórico del cimborrio seguiría siendo, en uno u otro caso, una representación del cielo.
En el paramento oriental del octógono hay dos altorrelieves que representan a Cristo con corona de rey y a San Pedro con las llaves a su derecha, ambos sedentes, que probablemente fueron arrancados de otro lugar –quizá de algún tímpano de la portada de la iglesia primitiva–, e incrustados aquí posteriormente. Entre los fragmentos sueltos que custodia esta iglesia, destacamos una escultura de un ángel, hoy expuesta en el Museo instalado en el claustro, que debe de ser San Gabriel porque lleva una vara de heraldo en la mano izquierda y levanta la derecha con su dedo índice en señal de respeto, saludo y bendición.
Está adosado a un haz de cuatro columnas torsas con sus correspondientes capiteles y aunque hoy se halla aislado, su estado fragmentario parece sugerir que en origen acompañó a otra figura de la Virgen María, de la que debe de ser parte el vestigio escultórico compuesto por una cabeza femenina cubierta por un velo y coronada por dos ángeles, también adosado a un haz de cuatro columnas entorchadas. Como las proporciones de las cabezas de ambos coinciden, es posible que formaran parte de una escena de Anunciación-Coronación de la que ignoramos su ubicación originaria dentro de la iglesia. A pesar de su deterioro, todos estos vestigios (cabezas del cimborrio y fragmentos de Cristo, San Pedro, San Gabriel y Virgen María) poseen una calidad estilística bastante notable, y presentan grandes semejanzas entre sí.
Otra figura de San Pedro sujetando las llaves del cielo se conservaba empotrada en los muros del Gobierno Militar e Intendencia de Logroño, derribado en el año 2000, que en el Medievo pertenecieron a la iglesia de Santa María de Valcuerna, situada extramuros de la ciudad. Actualmente se desconoce el paradero de esta pieza, aunque es posible que esté guardada en almacenes municipales. Uno de los fragmentos pétreos hallados en el yacimiento arqueológico, donde se descubrió parcialmente la planta del templo románico, es un Apóstol similar identificado con San Bartolomé por una inscripción que conserva en la rosca de arco lateral que remata la pieza en el lado izquierdo: [Ba]RTOLOMEVS APOS[tolus]. La forma curva de los bloques donde se esculpieron ambos y de la rosca que los remata –donde se sitúa la inscripción de San Bartolomé y donde probablemente hubo otra identificando a San Pedro– nos llevan a pensar que quizás pertenecieron a una arquivolta con el Apostolado dispuesto longitudinalmente.

Siguiendo en la comarca de la Rioja Media, en Navarrete son de gran interés los restos de la iglesia del hospital de la Orden de San Juan de Acre, actual portada del cementerio, donde se recurre a menudo a las luchas simbólicas, tanto a pie como a caballo, y tanto entre hombres como entre hombres y animales, intentando plasmar un programa iconográfico relacionado con la lucha entre el bien y el mal, lo cual concuerda perfectamente con los ideales guerreros y caballerescos de la Orden Militar del Hospital de San Juan de Acre. Por ejemplo, en el capitel que remata el hastial de la puerta central, aparecen dos guerreros luchando a caballo, y en los capiteles de las dos ventanas que flanquean la puerta, podemos ver luchas ecuestres, combates de pugilato a pie, San Miguel alanceando al dragón (en dos ocasiones) y San Jorge alanceando al dragón, temas que se complementan con los de otros capiteles guardados en dependencias municipales, pero procedentes de aquí, que representan a más personas enfrentándose, en este caso a basiliscos y arpías. En las ventanas se pueden ver otros asuntos de animales depredando, como el de la máscara terrorífica que lleva entre sus fauces a un cordero, flanqueada por dos extrañas figuras en actitud de ataque, una enrollándole en la oreja un báculo y otra agarrándosela con la mano. Probablemente sean alegorías del pecado o de ciertos vicios, haciendo referencia a temas escatológicos, a torturas de condenados en la vida del más allá.
Otro capitel cercano a éste es un águila que ha atrapado con sus garras a un cordero y se lo lleva volando, junto a un perro que observa la escena, y a su lado hay otro con dos hombrecillos comiendo y bebiendo, que por su atuendo podrían ser pastores o peregrinos. Si relacionamos esta escena con la anterior, como hicieron Juan Pedro Morín y Jaime Cobreros, no serían peregrinos jacobeos con sombrero, esportilla y bordón, sino pastores con zurrón y cayado, que por entretenerse en placeres materiales –comer y beber– no han advertido que un águila se lleva a uno de los corderos de su rebaño, lo cual sí ha sido observado por el perro guardián. De este modo, de un tema puramente anecdótico hemos pasado a otro simbólico; lo que parecía un descanso de peregrinos se ha transformado en una advertencia evangélica encarnada por la negligencia de estos pastores.

Siguiendo con la ribera del Ebro, en La Rioja Baja el resto más importante es el fragmentado tímpano procedente de la ermita de Santa María de Aradón en Alcanadre, que representó en origen una escena de la Epifanía, de la que hoy sólo queda la Virgen con el Niño, custodiada en la parroquia de la localidad.
Presenta el modelo de María frontal con Jesús sobre su rodilla izquierda en posición de tres cuartos, el cual cruza las piernas en una actitud idéntica a la de algunos niños de la imaginería exenta en madera (los de Santa María la Real en Nájera y Nuestra Señora de Castejón en Nieva de Cameros, y con una ligera variante, el de Valvanera), postura que obedece a una imitación de un estilo elegante de sentarse de procedencia bizantina, utilizado por los reyes u otros personajes de alto rango –temporal o espiritual– como símbolo de poder.
Al maestro o taller que realizó el altorrelieve de Aradón se le ha relacionado con la escultura de otras iglesias aragonesas, navarras, sorianas y burgalesas, concretamente con el círculo de maestros pertenecientes al llamado “taller de Agüero o de San Juan de la Peña”, que parece ser una corriente de inercia del arte aragonés de finales del siglo XII, compuesta de diferentes escuelas surgidas de ese primitivo taller. Una de ellas sería la procedente de Castilla, que José Gabriel Moya Valgañón denomina de los “maestros de los ojos grandes”, aportando principalmente los característicos ojos abombados y saltones, cuya mano se aprecia en otros hitos del románico riojano, ya citados.

Portada del cementerio de Navarrete, procedente del antiguo hospital de San Juan de Acre. San Miguel alanceando al dragón, y glouton 

Iglesia parroquial de Santa María en Alcanadre. Relieve de la Virgen con el Niño, procedente de un tímpano con la Epifanía que hubo en la ermita de Santa María de Aradón

 

 

 

  


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