La Rioja en el contexto del Arte
Románico
Hablar de La Rioja en la Edad Media, más en
concreto, de los siglos XI y XII, es referirse a un espacio geográfico
impreciso, en ocasiones confuso y, en cualquier caso, cambiante por el signo de
los tiempos. Esta circunstancia no es algo característico de esta pequeña
porción territorial de apenas cinco mil kilómetros cuadrados, sino que forma
parte del devenir geopolítico de la Península Ibérica en las centurias
antedichas, en las que intervienen factores tan determinantes como la
reconquista, la cada vez mayor fuerza y expansión de Castilla frente al
quebradizo reino de Pamplona y contra las taifas musulmanas, o las alianzas
familiares a favor de un monarca o de su contrincante.
El territorio riojano, que nunca llegó a cuajar
su propia personalidad identitaria como reino y que siempre estuvo entre dos
monarquías señeras, la castellana y la navarra, constituyó un solar en donde se
asentaron y se vertebraron las instituciones y las formas de gobierno del
entorno, y en su interior se acabaron desarrollando con todo su potencial
aquellas corrientes culturales y artísticas que se transmitían por el norte de
la Península Ibérica.
De estos aspectos vamos a tratar a
continuación, si bien, como referencia constante, en ningún momento debemos
perder de vista que la obra a la que anteceden estos folios está dedicada al
arte románico. Por ello, juzgamos que se debe atender también a la identidad de
sus inspiradores, determinada en último momento por el propósito que
perseguían.
En efecto, la Iglesia va a convertirse en la
principal promotora de las edificaciones de este estilo, y de los siguientes,
ya que las construcciones religiosas acogerán la liturgia como su función
esencial e inexcusable. Unos edificios que, de la mano de sus distintos
impulsores y según ocupen zonas rurales o urbanas, podrán ser monásticos o
seculares, cenobios o catedrales y parroquias, sin olvidar las obras canónicas,
a caballo entre unos y otras, pero más cercanas en el plano físico al mundo
urbano que las verá erigirse.
Aunque es indudable que estos centros persiguen
objetivos esencialmente religiosos, no es menos cierto que su construcción
exige siempre una desmedida movilización de recursos, de tal modo que, con
frecuencia, serán los miembros de la realeza o de la nobleza, sin olvidar otras
implicaciones de las oligarquías e, incluso, del pueblo llano, los que
colaboren o incluso protagonicen en exclusiva el papel que como promotor de las
obras le correspondería desempeñar a la Iglesia. Por eso, este condicionamiento
podrá entenderse como una intrusión laica y acabará provocando conflictos de
intereses tanto económicos como señoriales con el componente espiritual que
anima a cualquier institución religiosa. Como resultado de estos compromisos
sociales, económicos y políticos, el espacio geográfico de La Rioja albergará
centros religiosos de gran entidad. San Millán de la Cogolla, San Martín de
Albelda, Santa Coloma, San Andrés de Cirueña, San Prudencio de Monte Laturce,
Valvanera, Santa María de Nájera, Santo Domingo de la Calzada o Calahorra serán
algunos de los ejemplos más destacados.
A esta gran proliferación de edificios
religiosos habrá que añadir aquellas construcciones laicas que van erigiéndose
conforme se desarrollan los núcleos de población riojanos, nuevos centros de
atracción demográfica, económica y espiritual que requieren infraestructuras
arquitectónicas para satisfacer las necesidades comerciales, administrativas o
de defensa y que, a partir del siglo XII, se convertirán en los polos de
atracción más importantes. Nájera, Santo Domingo, Calahorra, Arnedo o Logroño
son algunos de los núcleos de población que aparecen en el panorama riojano o
que muestran un importante crecimiento desde aproximadamente el año 1100.
En España se viene tomando como fecha tópica
del inicio del estilo románico el año Mil. En La Rioja su arranque resulta,
posiblemente, más tardío. En opinión de algunos autores, a partir de la tercera
década del siglo XI; para otros, de forma contemporánea a la castellanización
del territorio, hacia 1076. Por otra parte, la convivencia del románico con las
nuevas tendencias que llegan de Europa se va a producir de forma bastante
generalizada doscientos años después. Sea como fuere, la cronología que seguiremos
en este estudio se ceñirá a dos hitos extremos: los reinados de Sancho III el
Mayor de Navarra (1004-1035) y el del castellano Alfonso VIII (1158-1214),
entre los que encontramos al menos cinco acontecimientos incontrovertibles: el
dominio del territorio y su posterior control político por el reino pamplonés;
el apogeo de la corte najerina, que supone la intensificación constructiva en
especial con García Sancho III, más conocido como “el de Nájera”; la
castellanización del territorio riojano a partir de 1076; la imposición de la
Regla benedictina impulsada por los distintos monarcas; y por último, el Camino
de Santiago y su entroncamiento decisivo con los nacientes núcleos urbanos.
De Sancho III el Mayor a Sancho IV el de
Peñalén (1004-1076)
Si nos remontamos rápidamente al siglo X,
Sancho I Garcés, instaurador de la nueva dinastía pamplonesa, fragua una
monarquía hispano-cristiana desde la “Navarra primordial” hasta la terra
Najerensis, es decir, Nájera y su área de influencia. Esta expansión
territorial a costa de los musulmanes al sur del Ebro articulaba el antiguo
espacio político pamplonés como un verdadero reino, homologable a escala
europeo-occidental, y convertía a Pamplona en el sólido escudo oriental de la
monarquía astur-leonesa y en la frontera meridional del reino.
1. Creación de un nuevo concepto de
monarquía
La sustitución de una administración musulmana
por otra navarra comporta la primera ordenación cristiana del territorio.
Pronto aparecen tenencias al tiempo que Pamplona pierde su carácter de centro
político del reino a favor de Nájera, importante núcleo organizador territorial
bajo el régimen musulmán, aunque hay que precisar que aquella no llegó a perder
su categoría como lugar de origen, cuna simbólica y cabeza del reino (caput
regni). Así, hasta 1076 el reino de Navarra giró en torno al centro tradicional,
Pamplona, y el territorio riojano sobre Nájera, donde periódicamente residirá
la corte.
Del mismo modo, los distintos monarcas
pamploneses llevaron a cabo una activa labor restauradora. Reconstruyeron
castillos, reedificaron aldeas y potenciaron la vida espiritual y la
organización religiosa a través, sobre todo, de la refundación de monasterios.
Se viene afirmando que Sancho Garcés I fundó San Martín de Albelda y que el
asturiano Ordoño II hizo lo propio con los cenobios najerinos de Santa Coloma,
de Santa Águeda y de las Santas Nunilón y Alodia. Otros centros fueron San
Prudencio de Monte Laturce, de posible origen mozárabe, San Cosme y San Damián
de Viguera, San Andrés de Cirueña y, claro está, San Millán de la Cogolla.
Este acontecimiento provoca que el eje
religioso y, por lo tanto, cultural, apoyado por los monarcas navarros, se vaya
desplazando igualmente hacia el sur, por lo que no es de extrañar que las
comunidades monásticas riojanas de Albelda y La Cogolla sean las encargadas de
recoger y organizar el bagaje religioso-cultural pamplonés, eso sí, enriquecido
con notables aportaciones mozárabes y astur-leonesas, sin olvidar la
importancia que debieron de tener las relaciones espirituales y culturales con
la Europa continental. De esta manera, La Rioja, con anterioridad al año Mil,
se destaca como una región especialmente abierta al espíritu eclesial y a la
cultura, en contraste con la todavía cerrada visión de los primeros
establecimientos monásticos pirenaicos.
2. Transformaciones a partir del año Mil
Sobre estos precedentes debemos tomar como
referencia un espectro más amplio para hablar de las transformaciones que se
produjeron en toda Europa con el cambio de milenio. Se viene afirmando como una
verdad irrefutable que entre finales del siglo X y el 1030 Occidente vivió un
período confuso y convulso. En él se mezclaron el miedo y la esperanza. Tras
haber superado sus “terrores”, conoció una época de florecimiento durante la
cual se forjó la sociedad medieval. Para ello la historiografía alude invariablemente
al cronista borgoñón Raúl Glaber. Éste afirmaba en esas fechas que “el mundo
mismo se sacudía para despojarse de su vetustez y se revestía por todas partes
como de un blanco manto de templos, y así, casi todas las iglesias de las sedes
episcopales, las de los monasterios consagrados a toda clase de santos, incluso
las pequeñas capillas de las aldeas, fueron construidas ahora más hermosas para
sus fieles”.
Esta glosa, dirigida a Italia y a la Galia, es
válida para España y, por supuesto, para el área riojana. En plena coincidencia
con los gobiernos de Sancho III y de su hijo García el de Nájera van a
producirse algunos de los cambios y mutaciones políticos, sociales, económicos
y religiosos que marcarán el desarrollo del reino navarro durante toda la plena
Edad Media.
Durante sus mandatos se transita de una etapa
fundamentalmente defensiva a otra más ofensiva. A partir de 1008, los
musulmanes retrocederán de sus dominios habituales hacia el sur. Este repliegue
dejará paso a un cambio progresivo de valores, de intenciones y de
comportamientos, que cristalizarán en la consolidación de las estructuras
políticas del reino; en el auge de la corte najerillense; en la reactivación de
la economía, fortalecida con la circulación del oro y la percepción de parias;
en el apogeo de los monasterios, tanto como centros de espiritualidad y cultura
como en la conformación de enormes dominios territoriales; en la implantación
feudal, que favorecerá la jerarquización social, a la que pronto seguirá el
auge urbano provocado por el interés en lograr la riqueza agraria y las rentas
derivadas de su explotación; y en la reforma de la Iglesia, en la que las
influencias provenientes del norte de los Pirineos acabarán por introducir,
primero, la norma benedictina y, después, el rito romano. Esta nueva forma de
religiosidad acabará por desmantelar los prejuicios mozárabes e
hispano-visigodos, propios del particularismo hispano que vivió etapas de
aislamiento, y se producirá la consiguiente “corrección” de costumbres
de los hombres de iglesia, así como la restauración de templos.
2.1. La consolidación de las estructuras
políticas e institucionales del reino pamplonés
El dominio del territorio y su posterior
control político se produce, tal como nos lo recuerda certeramente García de
Cortázar, entre 1010 y 1076, desde que Sancho III consolida la monarquía
navarra hasta que el castellano Alfonso VI ocupa La Rioja a la muerte de Sancho
IV en Peñalén.
La figura del rey Sancho III aparece ante
nosotros desdibujada y contradictoria. Unos estudiosos opinan que estamos ante
el promotor clave de la renovación del segundo milenio; para otros, su
dimensión histórica es mucho menor. En tal disquisición, algo resulta
innegable. El término latino maius con el que se le califica significa el “más
grande”, porque su labor de gobierno fue trascendental para la historia de
España al unificar el reino navarro y el condado de Aragón, al extender sus
territorios por Álava y Vizcaya, al anexionarse Castilla y al incorporar a sus
dominios el territorio de Sobrarbe. Del mismo modo, su papel como soberano
fomentó la consolidación política de nuestro territorio, ya que La Rioja se
convirtió durante la primera mitad del siglo XI en el centro de la
administración de la monarquía.
Su hijo García el de Nájera mantuvo una actitud
agresiva frente a la taifa de Zaragoza y afianzó el reino al ampliar la
frontera oriental de La Rioja con la conquista definitiva de Calahorra en 1045.
En consecuencia, la monarquía pamplonesa consolidaba sus posesiones en el valle
del Cidacos. Sin embargo, su hijo Sancho IV el de Peñalén tuvo que enfrentarse,
de una parte, al castellano Sancho II de Castilla en sus deseos de invadir los
territorios de Pancorbo, Cerezo, Grañón y Pazuengos, que perdió; y de otra, a
una conspiración tramada por sus hermanos, que le causó la muerte en Peñalén,
en 1076.
A partir de ese momento, Navarra pasó a manos
de Aragón y de Castilla. El aragonés Sancho Ramírez se anexionó el norte del
reino, con Pamplona como centro político, y lo vincula a Aragón. Por su parte,
el castellano Alfonso VI ocupa el área meridional, con Nájera al frente, y las
provincias vascas. A partir de ese momento, La Rioja es considerada a todos los
efectos como un territorio castellano, dentro del cual se organiza como un
condado que comprende las tierras de Nájera, Grañón, Calahorra y Arnedo.
2.2. Auge de la corte najerillense
Nájera se había ido convirtiendo en el único
núcleo realmente urbano. Además de las múltiples funciones derivadas de su
condición política y religiosa, su situación estratégica le llevó a canalizar
cierto tráfico de mercancías a media y larga distancia, y a albergar un mercado
de ámbito comarcal. Estas circunstancias le convertirán en un importante foco
de irradiación económica. A ello habrá que añadir la presencia de un vecindario
formado, en parte, por gentes ocupadas en actividades artesanales y
mercantiles, lo que ya animó a Sancho III a actualizar el estatuto urbano de la
localidad; unas normas de convivencia vecinal de un enorme calado social,
jurídico y económico que prefiguran los fueros posteriores de franquicias de
Jaca y Estella (h. 1076/1077), y que, por su importancia, se convierten en uno
de los principales fueros urbanos de la España cristiana. Tampoco debemos
olvidar que la Ruta Jacobea empezaba a adquirir gran protagonismo en la propia
población, tal como queda reflejado en la zona más occidental de la ciudad, en
el entorno de la iglesia de San Jaime.
Asimismo, Nájera se convierte en sede
episcopal, aunque sea de manera transitoria. Efectivamente, el obispo pamplonés
Galindo consagró a los obispos Sesuldo en Calahorra y, de forma fugaz, a
Teodorico en Tobía, pero muy pronto veremos a Tudemirus que aparece como obispo
de la civitas-castellum najerense, alejada relativamente del peligro de
los musulmanes del valle del Ebro y ejerciendo acciones económicas y
jurisdiccionales en las comarcas riojalteñas y cameranas. La
mencionada reconquista de Calahorra en 1045 por el rey García el de Nájera
propició el reconocimiento como catedral del templo calagurritano de Santa
María. Un año más tarde, Sancho, obispo de Nájera, fusionó los títulos de ambas
sedes. Será precisamente en este momento, en plena crisis de autoridad del
monarca navarro, cuando éste pretende reorganizar la diócesis. Entre otras
medidas importantes, suprime el obispado de Valpuesta y encuadra sus iglesias
en el de Nájera-Calahorra (1052), y promueve la gran expansión del dominio
monástico de San Millán de la Cogolla10. Estos factores contribuirán a la
consolidación de la monarquía navarra, con Nájera en el epicentro de la
geografía del poder pamplonés. El territorio riojano supuso la ampliación del
estrecho horizonte de un reino constituido inicialmente sobre el saltus
al proyectarse sobre una tierra de predominio de la llanura, el ager
nagerense. Así las cosas, La Rioja se benefició de su situación estratégica
en las rutas abiertas a la circulación de mercancías e ideas, a través de las
cuales se hicieron más frecuentes los contactos entre las dos vertientes de los
Pirineos y el valle del Ebro.
Del mismo modo, Nájera llegó a ser la
residencia seguramente predilecta y la más frecuentada por los monarcas
pamploneses, sin olvidar que en esta época las cortes de todos los soberanos
eran predominantemente itinerantes. Se fue convirtiendo en el palatium, en el
centro político del reino, en donde se congregaba el aula regia, pero en ningún
caso cabe afirmar que se constituyese en la capital del reino porque no fue
sede exclusiva del monarca, como tampoco parece adecuado pensar en un reino de
Nájera diferenciado del de Pamplona o yuxtapuesto a él. Pero de lo que no cabe
ninguna duda es que Nájera se convirtió en lugar de enterramiento. Tras la
muerte de García el de Nájera en Atapuerca en 1054, su cuerpo recibió sepultura
en el templo de Santa María y con ello se lograba organizar en su interior un
verdadero cementerio de linaje.
2.3. Reactivación de la economía
Las noticias sobre el desarrollo económico en
este período son todavía escasas y proceden, sobre todo, de la información que
nos proporciona la documentación monástica. Como en el resto de Europa, la
agricultura es la actividad principal, y dentro de ella los cereales. El trigo,
la cebada y la avena se convierten en la base de la producción y de la
alimentación. Los datos los brindan aquellos textos que aluden a las pechas, a
los pagos que los campesinos hacían a favor de los cenobios, y a los alboroques
o robras, es decir, las cantidades de dinero o bienes con los que se cerraba
una transacción comercial. A esta producción cerealística habrá que añadir la
explotación vitícola, muy abundante incluso a alturas hoy impensables. Como
complemento económico, la oveja resultaba ser el animal característico de la
trashumancia riojana.
Un territorio muy variado en lo orográfico,
bien regado y con un clima templado, reúne las condiciones idóneas para
experimentar un importante proceso de enriquecimiento. El primer síntoma se
observa en el aumento demográfico, a través de la creación de nuevos núcleos de
población o en la repoblación de los viejos. Las direcciones del proceso son
claras: de Norte a Sur o, lo que es lo mismo, de la vega del Ebro hacia el
somontano y las sierras; y de Este a Oeste, en la que el Camino de Santiago va
a protagonizar buena parte del progreso de las localidades por las que
atravesaba. En este sentido, debemos recordar que su influencia religiosa,
social y económica fue muy temprana: Sancho Garcés I, y no su descendiente
Sancho III, dejó libre el tramo riojano. No en vano, a mediados del siglo X
encontramos peregrinos perfectamente identificados atravesando La Rioja camino
de Compostela. Pues bien, en este ir y venir de gentes, ideas y mercancías,
Nájera debió de sobresalir pronto como final de etapa de primera magnitud.
El enriquecimiento riojano apunta, también, a
la presencia cada vez más extendida de molinos, a la mayor especialización de
funciones artesanales y a la generalización del utillaje de hierro, normalmente
procedente de tierras alavesas. Este acontecimiento se manifiesta en el texto
denominado “Reja de San Millán”.
Igualmente importante para el crecimiento
general de La Rioja tuvo que resultar su situación de frontera frente a los
musulmanes. El riesgo que siempre supone este escenario se compensaba con las
aportaciones provenientes del pillaje y, más tarde, del cobro de parias, a lo
que habrá que sumar un hecho significativo para el futuro del área riojana, la
conquista de Calahorra en 1045. El proceso de estabilidad general del reino
pamplonés se cristaliza en el cerco y asedio a los poderes musulmanes vecinos. A
pesar de la gran crisis política en la que vivían, todavía mantendrán un cierto
nivel económico que dilapidarán al verse obligados a comprar la paz y evitar
las agresiones cristianas mediante el pago de tributos y parias. La progresiva
regularización de estos cobros fue una de las grandes novedades del siglo XI.
Ello permitió a los reinos cristianos obtener importantes beneficios con los
que los reyes navarros pudieron organizar expediciones contra los musulmanes,
pagar deudas o llevar a cabo donaciones a centros religiosos. Gracias a estas
entregas, se lograron edificar muchos monasterios, iglesias y catedrales. Por
su parte, Sancho III fue el primer monarca que acuñó moneda en los reinos del
norte. Desde comienzos del siglo XI se citan sueldos como moneda de cuenta, y
es posible que la pusiera en circulación en Nájera a imitación del sistema
franco, con la diferencia de que mientras la moneda carolingia era de plata, la
riojana sería en un principio de vellón y después del año 1033 de argento.
En conjunto, se puede estimar que los reinados
de Sancho III y de su hijo García el de Nájera corresponden a un punto
culminante de la expansión económica pamplonesa, sin embargo, dicho
enriquecimiento hay que vincularlo con el de Europa en ese mismo momento y con
el de los reinos peninsulares en general, justo después de la caída del
Califato de Córdoba y del nacimiento posterior de los reinos de taifas.
2.4. Apogeo de los monasterios
Esta mejora de la situación económica y las
buenas relaciones entre la Iglesia y los monarcas navarros son aspectos que van
a favorecer a las grandes abadías riojanas. A partir de donaciones y de
protección, sus dominios monásticos se irán encumbrando y enriqueciendo. Con
ello, los soberanos y la aristocracia buscaban disponer de una comunidad de
religiosos que rezase por la salvación de sus almas; tener la opción de asilo
para la vejez; prepararse, como ya se ha visto, un lugar digno para su
enterramiento; y por último, poder formarse en un gran centro cultural. En este
sentido, es posible que Fernando, hijo de Sancho III, estudiara con el abad
Gómez en San Millán.
Desde aproximadamente la tercera década del
siglo XI, detectamos cómo se engrandecen las fortunas monásticas, tanto de los
centros sólidamente instalados por lo menos desde el siglo X, caso de San
Martín de Albelda o San Millán de la Cogolla, como de los que surgen en la
centuria siguiente, Santa María de Valvanera y Santa María de Nájera.
Paulatinamente, van recibiendo donaciones de numerosos monasteriolos y
prioratos, pequeños centros religiosos que tuvieron su origen en una fundación
privada. Se trataba de iglesias familiares y monasterios dotados de
organización espiritual y perfectamente preparados para ejercer cierto control
sobre un territorio reducido. Algunos se mantuvieron durante bastante tiempo en
manos laicas, si bien la mayoría acabarían incorporándose a los grandes centros
religiosos. De esta agregación será beneficiaria la comunidad de La Cogolla.
Entre 945 y 1127, San Millán recibirá dieciocho monasterios, de los que la
mitad corresponden al reinado de García el de Nájera.
Asimismo, las principales abadías comienzan a
beneficiarse de dinero o de otros derechos para promover la religión entre los
campesinos de sus alrededores y para reconstruir o levantar nuevas
edificaciones. Quizá este afán constructivo, que generalmente iba acompañado
también del correspondiente mobiliario, lo proporcionaría el botín de guerra y,
a partir de mediados del siglo XI, la entrada de material amonedado. Tras la
construcción de San Juan de la Peña, se beneficiarían del apoyo real los
centros religiosos de San Millán y de Santa María de Nájera.
El rey Sancho III agrandó San Millán. Convirtió
el primitivo cenobio rupestre visigodo y el posterior conjunto de edificaciones
mozárabes de Suso en la abadía más importante de La Rioja. En realidad, mandó
levantar la primera iglesia de orientación canónica, de doble nave, con la duda
de si se construyó en ese momento el muro norte que cerraba las cuevas
primitivas o si se hizo en la segunda mitad del XI. En cualquier caso, el
templo se completó en el último tercio de la centuria siguiente con la capilla
del santo. Del mismo modo, el monarca quiso introducir en él las ideas
cluniacenses, pero el gran desarrollo artístico del que el monasterio hizo gala
se opondrá a las corrientes europeistas y borgoñonas a favor de las notas
tradicionales del siglo anterior. Años después, hacia 1053, la comunidad de
monjes se traslada de lo alto al fondo del valle y se edifica la iglesia de San
Millán de Yuso, de la que apenas sabemos nada.
El otro programa constructivo corresponde al
templo najerense de Santa María, una obra votiva del monarca navarro García el
de Nájera que mandó erigir en agradecimiento a la Virgen por la conquista de
Calahorra en 1045. Para su construcción destinó parte del botín cosechado en
esta victoria contra los musulmanes del valle del Ebro. Frente a lo que cabría
esperar, esta iglesia no fue encomendada a los benedictinos, sino a una
congregación de clérigos que vivían regularmente según la orden que disponen los
sagrados cánones y los padres antiguos.
De este hecho se puede inferir que el soberano
pamplonés era más proclive a los canónigos regulares que a los monjes.
Muy importante fue el esfuerzo constructivo,
pero no menos interés pondrán los monarcas en dotar a los centros religiosos de
los recuerdos de sus fundadores o de las personas vinculadas a ellos. Conocido
es que Silos conservó como trofeo el cuerpo de Domingo, su restaurador. Sin
embargo, San Millán sufrió grandes dificultades para conseguir los restos de
Emiliano y para hacerse con las reliquias de San Félix de Bilibio, su maestro.
Tradicionalmente se viene afirmando que los inconvenientes los planteó el propio
García el de Nájera, al que se le atribuye el exilio de Domingo, antiguo prior
emilianense, a Silos. En este sentido, el deseo del monarca de engrandecer
Santa María de Nájera le llevó a dotar a esta iglesia de los restos de los
santos más ilustres de la región.
Con este objeto, pretendió las reliquias de
Emiliano, pero los monjes se resistieron con éxito, de tal manera que la
congregación emilianense no sólo logró conservar el cuerpo del Santo, sino que
además obtuvo el de San Félix. Este apoyo real a Santa María de Nájera se
podría explicar, tal vez, por la mayor simpatía que mostró García el de Nájera
hacia los canónigos regulares y, asimismo, por los continuos gestos de rechazo
del cenobio de San Millán hacia las reformas religiosas procedentes de Europa.
Los monasterios riojanos gozaron de un gran
prestigio cultural desde la segunda mitad del siglo X, sólo interrumpido a
finales del siglo y comienzos del XI como consecuencia de las incursiones y
destrucciones de Almanzor y de Abd al-Malik, que dispersaron comunidades de
religiosos, disolvieron bibliotecas y empobrecieron su trayectoria cultural.
Pero fue durante los reinados de Sancho III y de su hijo cuando los centros
monásticos riojanos volvieron a experimentar un enorme desarrollo cultural.
Junto a esta protección real, el cambio se fundamentó en la recuperación
económica y en el avance benedictino. Muy pronto las nuevas construcciones
religiosas se dotan de bibliotecas y se vuelve al esplendor de las miniaturas
en los códices. A modo de ejemplo, conviene citar el estilo que el calígrafo y
miniaturista Florencio impuso en San Millán. Este personaje mezclaba aires
mozárabes con algunos recuerdos anglosajones, lo que le llevó a crear escuela,
y ésta es la que se seguirá en el escritorio de La Cogolla por lo menos durante
la primera mitad del siglo XI, ignorando las nuevas corrientes religiosas y
artísticas europeas que llegaban de Cataluña y del norte de los Pirineos.
Precisamente se conservan en la Real Academia de la Historia de Madrid dos
excelentes muestras de este estilo: una copia del Liber commicus y otra
de la Expositio Salmorum. Sin cambiar de escenario, algo similar estaba
ocurriendo en los talleres de eboraria del propio monasterio, de los que saldrá
el Arca de San Millán, obra de entre 1053 y 1067, cuyas piezas versan sobre la
vida del titular del cenobio a partir del texto de la Vita Sancti Emiliani de
San Braulio. En esta línea, Bango Torviso ha concluido recientemente en una
tesis muy sugestiva que el artífice, que identifica con el escultor de origen
hispano García, es un creador excepcional y, como tal, de muy difícil
catalogación artística. Conoce las fórmulas de la escultura románica, pero no
se encasilla con ellas. Es más, para ilustrar tal complejidad narrativa recurre
a los referentes iconográficos reproducidos en los mismos códices ilustrados de
miniaturas. Por lo tanto, los relieves de esta espléndida pieza son, por su
estilo y por su iconografía, una obra autóctona en la que se observa más que
difícilmente la influencia germánica a la que tan habitualmente se alude en
razón de la consonancia del nombre de uno de sus supuestos escultores, Engelar.
2.5. Implantación feudal
Como en Europa, pero más tarde que en Cataluña
y Aragón, acabará triunfando en La Rioja la denominada revolución feudal sobre
la libertad de épocas anteriores, cuando la repoblación aún no había
desencadenado la pugna de los más poderosos políticamente, que ahora
necesitaban consolidar su fuerza y superioridad económica, sobre el pequeño
campesinado con la usurpación de sus tierras y la utilización de sistemas de
coerción por la fuerza y el consentimiento de los monarcas.
La dominación de La Rioja por la monarquía
pamplonesa consolida y vigoriza la red de tenencias administrativas, centros de
poder que normalmente se asientan sobre las fortalezas previas que se
levantaron para soportar la vida de frontera, y que acabaron vinculando su
carácter militar al medio físico y humano circundante. Desde estas tenencias se
organizó el territorio, los cultivos y la forma de vida de los campesinos del
entorno bajo la autoridad de un tenente con el que les unían lazos de
dependencia. Así, este señor gobierna en nombre del rey pamplonés un territorio
más o menos extenso, la mencionada tenencia. En ella, como ya se ha sugerido,
solía haber un castillo, en el que el tenente o dominante reside de manera
habitual y desde el que defiende las tierras de su jurisdicción.
Estas demarcaciones menores hunden sus raíces
en fechas muy anteriores, quizás en la Hispania visigoda. A través de ellas se
expresa la unión entre el poder patrimonial privado y el ejercicio del poder
político-público por parte de la nobleza, característica del sistema feudal,
mediante el ejercicio del dominio señorial por parte de los nobles. Los
tenentes, que suelen proceder de las familias nobles más poderosas de la zona,
desarrollan tendencias a la patrimonialización de los cargos, de tal forma que
ejercerán el poder delegado del rey pero sus funciones remiten a un contenido
de poder regio que, poco a poco, se irá diluyendo a medida que se incremente la
autoridad señorial.
Las primeras tenencias en aparecer son las que
podemos denominar mayores.
En general, estos esbozos administrativos, que
suelen tener una naturaleza ejecutiva, militar y judicial, se configurarían
sobre valles, a cuya cabeza se encuentra una serie de poblaciones que reciben
el pomposo título de urbs o civitas, caso de Cerezo y Grañón. Éstas se convierten
en sedes de autoridades señoriales bajo dominio castellano. Desde estas
tenencias se dominaban los valles del Tirón y del Oja, se intentaba hacer
frente al poder leonés y se perseguía una intervención en el valle del Ebro
cuando las circunstancias fuesen propicias.
Más al Este, entre 970 y 1020, Viguera aparece
en la documentación como reino. Constituyó una tenencia encomendada a un
príncipe de la corte navarra: primero al infante Ramiro y después a sus hijos.
Este territorio fue creado como hereditas, con la que se trató de compensar al
infante de su apartamiento de la sucesión al trono. Según Martín Duque, no
tenemos argumentos suficientes para equiparlo al rey; a lo sumo, la
hereditariedad afectaría al caudal de rentas patrimoniales que provenían en
especial de su madre. El área de acción de la tenencia se extendería al menos
por los valles del Iregua y del Leza, probablemente con la tenencia de Meltria.
Por tanto, el reino de Viguera era una creación artificial, basada en motivos
familiares, que no respondía a un área con personalidad propia, con un elemento
humano y unas tradiciones jurídicas diferenciadas. Por este motivo no le
resultó difícil a Sancho III el alcanzar su reversión a la corona.
Como ya se ha dicho, los monarcas navarros
controlarían desde Nájera el valle del Najerilla, y quizá por su importancia
como núcleo urbano en época musulmana, por su buen clima y por la feracidad de
sus tierras, ya desde el siglo XI sirvió de residencia a la embrionaria corte
que acompañaba al monarca navarro.
Mediante este sistema, que se mantendrá cuando
La Rioja pase a manos de Castilla, los monarcas navarros acabarán gobernando
las distintas regiones, someterán a sus leyes y costumbres a los habitantes,
administrarán la justicia, ejercerán el mando militar y lograrán el
fortalecimiento de un concepto del reino y de la autoridad monárquica sobre el
mismo.
2.6. La imposición de la Regla
Benedictina
La europeidad de Sancho III hay que entenderla
como el deseo de participar del mismo mundo de las ideas y de las formas que el
resto de los pueblos del otro lado de los Pirineos, y consistió, entre otras
cosas, en una reforma eclesiástica que empezó por el monacato y siguió por el
episcopado. Una de las manifestaciones externas más llamativas fue, sin duda,
la proliferación de los llamados monjes negros que, desde Borgoña, se
extendieron por todos los cenobios europeos con espectacular dinamismo.
En efecto, desde el año Mil la Iglesia comienza
a jerarquizarse a partir de las células preexistentes y recibe ordenamientos
comunes que desentonan con la infinidad de normas locales, muchas de ellas
consuetudinarias, que presentaban una clara laxitud. Se viene afirmando de
forma generalizada que Sancho III introdujo en su reino la regla benedictina
como ideal monástico uniformador de los precedentes autóctonos y variados,
pactos tan característicos de las fórmulas cenobíticas visigoda y, después,
mozárabe. Sin embargo no hemos de olvidar el siguiente hecho: el manuscrito 62
de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, de 976, contiene una regla
monástica femenina para ser acatada en el monasterio najerino de las Santas
Nunilón y Alodia. Se transcribe a partir del comentario que sobre la Regla
casinense realizó Smaragdo, abad carolino de Saint-Mihiel, a comienzos del
siglo anterior. Por estas y otras noticias, Linage Conde concluye que la
benedictización castellana y riojana es anterior a la navarra, aunque no faltan
voces que indican lo contrario, que llegaría del Norte, a través del reino de
Navarra, único camino factible para la expansión de los textos.
Sea como fuere, consta que Sancho III fue amigo
del abad Oliva de Ripoll; que entró en contacto con San Odilón, abad de Cluny;
que era, además, pariente de los condes de Gascuña y que tuvo grandes contactos
con Guillermo el Grande, duque de Aquitania y conde de Poitiers. Estos
significados personajes debieron de influir notablemente sobre el monarca. Con
él se produciría una aceleración de la reforma eclesiástica, que acabará
afectando preferentemente a los monasterios en lo relativo a costumbres y espiritualidad.
La introducción de la norma benedictina de
Cluny debió de iniciarse en el cenobio de San Juan de la Peña hacia 1025,
pasando luego a Irache y a Albelda a finales del reinado de Sancho III, aunque
los cenobios siguieron sometidos a los obispos, consejeros y colaboradores del
monarca desde su infancia. La reforma cluniacense tenía como objetivo la “alabanza
de Dios”. Este hecho lleva a los monjes franceses a plasmar tal
enaltecimiento por medio de la belleza del ceremonial y del esplendor del lugar
donde Él habita, lo que se acabará convirtiendo en una de las causas
fundamentales para el futuro desarrollo del románico.
Ahora bien, Sancho III, conocido como
desiderator et amador agmina monacorum, chocó con los intereses de algunos
monasterios y con la influencia episcopal. Es el caso de San Millán de la
Cogolla, que acabará oponiéndose a las corrientes europeístas y borgoñonas, de
tal manera que durante toda la primera mitad del siglo XI sus monjes defenderán
los elementos culturales y espirituales más tradicionales de tiempos pasados.
Pero no se trata de un caso aislado. Del mismo modo, los obispos de Pamplona,
Aragón y Nájera no aceptaron el Privilegio de Exención que recibió Cluny. Es
decir, los monasterios que reconocían la autoridad de los monjes franceses no
estaban sometidos a la jurisdicción episcopal ni a ningún intervencionismo
laico. Únicamente debían su obediencia al Papa. En este contexto, no resulta
extraño encontrar a algunos abades compaginando su dignidad abadial con la
episcopal, como sucedió con los de Albelda, San Millán y Nájera.
Por lo tanto, la supuesta reforma eclesiástica
de Sancho III se limitó a la expansión de la norma benedictina que aún no se
había impuesto en todo su reino, y se produjo más por influencia posiblemente
de Ripoll que por la introducción directa del espíritu de Cluny. Habrá que
esperar todavía un tiempo para ver a los monjes negros instalados en los
monasterios, precisamente en el momento en que comienzan a falsificar diplomas
para tratar de demostrar que ya desde entonces existía una dependencia directa de
la Santa Sede.
En lo que respecta a la política unificadora y
jerarquizadora, los monarcas navarros agregaron a las grandes abadías pequeños
monasterios e iglesias familiares, que se habían desarrollado considerablemente
como fórmula repobladora. Esto favoreció la creación de grandes dominios. Como
es bien sabido, el rey García el de Nájera vinculó al monasterio emilianense
varios centros religiosos de cierta entidad y donó a Santa María de Nájera en
el momento de su fundación otros treinta y tres. Estas pequeñas sedes favorecerían,
sin duda, la benedictización de los cenobios. Junto a este proceso, que se
formalizaría en el Concilio de Coyanza en 1055, también se asiste a la creación
de abadías, como la de Santa María de Valvanera, que a partir de 1035
controlará, entre otros espacios riojanos, el territorio comprendido por el
Alto Najerilla.
De Alfonso VI a Alfonso VIII (1076-1214)
Desde la muerte del monarca navarro Sancho IV
el de Peñalén y la inmediata ocupación castellana de La Rioja, en 1076, hasta
el comienzo de la consolidación de una sociedad urbana impulsada sobre todo por
Alfonso VIII en toda la Corona de Castilla, podemos decir que se abre una nueva
etapa.
En primer lugar, en el propio significado del
espacio riojano. García de Cortázar ha sido quien mejor ha definido esta
situación: a la conquista castellana La Rioja constituye, aproximadamente, un
quinto de la superficie del reino de Navarra. Y, desde luego, su parte
económicamente más diversificada y, probablemente, más rica. Sin embargo, una
vez que dependa del reino castellano-leonés, su extensión apenas representará
un tres por ciento de las dimensiones del reino de León y Castilla.
1. El proceso de castellanización del
territorio riojano
Por otro lado, La Rioja, inmersa ya en una
nueva situación política, asistirá a su castellanización, definirá sus
fronteras y fortalecerá sus señoríos. Tras la conquista de Toledo en 1085,
pasará de ocupar una posición central en la monarquía navarra a otra periférica
en la leonesa-castellana.
1.1. Tierra de frontera
La Rioja se convertirá en tierra de frontera
con Navarra y Aragón, ahora ya muy alejada de los intereses de Alfonso VI, y se
verá expuesta a todo tipo de golpes de mano y saqueos. El resultado fue la
dominación alternativa de castellanos, aragoneses y navarros, hasta que el
soberano Alfonso VIII asegure definitivamente su control para Castilla.
Coincidiendo con estos choques militares (como
los saqueos de Logroño y de Alfaro por el Cid, la ocupación de las tierras
riojanas por Alfonso I el Batallador o la intromisión del navarro Sancho IV
aprovechando la minoría del castellano Alfonso VIII), los distintos monarcas
llevan a cabo una política de repoblación y concesión de fueros, medidas que
pretenden asegurar las lealtades de los habitantes de la región a favor de uno
u otro contendiente.
Mientras tanto, la frontera frente al islam
apenas sufrió variaciones notables. A partir de la caída de Calahorra y
Valdearneto, la repoblación de la zona situada al este de la Sierra del Camero
Viejo no fue tarea fácil. Sobre ella, el poderoso reino de Zaragoza, con Tudela
y Tarazona al frente, ejercía una seria amenaza.
Prueba de ello es que los obispos de Calahorra
continuaron residiendo en Nájera o en monasterios próximos durante la segunda
mitad del siglo XI, lejos del peligro que suponía esta proximidad a la zona de
conflictos. Sólo tras la muerte de al-Muqtadir de Zaragoza en 1081 y la
consiguiente pugna de sus hijos por conseguir el trono, los castellanos
repoblarán las zonas riojabajeñas y acabarán incorporando la zona más oriental
al espacio riojano, lo que sucederá probablemente a finales de siglo.
Como conclusión, la reconquista de La Rioja
Baja, muy posterior a la Alta, le conferirá unos rasgos peculiares. Estos se
traducirán en un paisaje, una economía y unos grupos humanos claramente
diferenciados. En las capitulaciones de las ciudades del Ebro, situadas al este
de Calahorra y ocupadas por Alfonso I el Batallador, se había pactado que los
musulmanes podrían permanecer en sus casas durante un año, pasado el cual se
deberían trasladar a los barrios extramuros pero conservando sus bienes muebles
y sus tierras de cultivo. No había motivo, por tanto, para que se produjera una
emigración en masa. La población islámica permanece en La Rioja Baja y, durante
mucho tiempo, superará a la cristiana.
1.2. Papel político de los monasterios
Del mismo modo que los monarcas concedieron
numerosos fueros a otras tantas localidades con la intención de conseguir
fidelizar a la sociedad riojana, los centros religiosos siguieron contando con
su protección y apoyo. Como contraprestación, los centros espirituales acabarán
vinculándose a un rey o a una dinastía. De ello dan fe numerosas crónicas y
leyendas que los monjes fueron redactando en sus escritorios. Con ellas, los
monasterios benedictinos castellanos elaboraron una particular concepción de la
realeza, de tal modo que difundieron una imagen muy concreta, y favorable, de
la imagen del rey. A cambio de que el monarca se mostrase sumiso a la tuitio
eclesiástica, los cluniacenses expresaron en sus crónicas un arquetipo
político: el del rex iustus frente al rex tyranus.
Junto a la primera crónica anónima de Sahagún,
a la Historia Silense y a la Chronica Adefonsi Imperatoris, todas
ellas de la primera mitad del siglo XII, la Crónica Najerense muestra
claramente sus simpatías hacia Castilla una vez que ya se había producido la
separación de León. Este texto fue escrito al parecer en Nájera, como se sabe,
importante centro urbano durante el dominio pamplonés. Por este motivo, los
monarcas navarros adquieren un gran protagonismo en su relación con Castilla.
Escrita hacia 1160, su contenido hace hincapié en el reparto de la herencia
patrimonial de Sancho III y en su interés hacia el Camino de Santiago.
Por su parte, la memoria de carácter político
elaborada en el monasterio de San Millán se basó, tras el paso de La Rioja a
Castilla en 1076, en el recuerdo de Fernán González. En las cartas
emilianenses, el conde castellano se presenta como el gran benefactor. A
mediados del siglo XII, se vuelve a recurrir nuevamente a Fernán González para
redactar el documento de los falsos Votos de San Millán. Por último, Gonzalo de
Berceo “puso su mester de clerecía al servicio del monasterio riojano”.
En su obra sobre La Vida de San Millán, el primer poeta en lengua
castellana se sirve de la biografía realizada por Braulio en el siglo VII y del
texto de los Votos de San Millán.
En resumen, este conjunto de textos representa
un claro vínculo entre la rememoración del pasado y el modelo de aproximación
de la monarquía castellana a los territorios riojanos antes integrados en el
reino de Navarra. Tras la ocupación y consolidación de La Rioja por Castilla,
los monarcas castellanos se dispusieron a construir en su beneficio una
tradición historiográfica propia. Perseguían, lógicamente, la aculturación
ideológica de un territorio que, además, durante varias décadas, basculó entre
distintos reinos al albur de las frecuentes contiendas militares.
Esta tradición historiográfica fue general en
toda Castilla y León durante los siglos XI y XII. En nuestro territorio se
contó desde el X con unas claras expresiones en defensa de la joven dinastía
pamplonesa, que procuraba rearmar su proceso existencial en momentos de
evidente fragilidad política. Así, a partir de textos como el denominado Códice
Vigilano, escrito en el monasterio de San Martín de Albelda en 976, y el Códice
Rotense, copiado en tierras de Nájera catorce años más tarde, los reyes castellanos
encontrarían fundamentos suficientes como para trazar un programa ideológico de
profundos cimientos.
2. La Iglesia a partir del siglo XI
Durante el reinado de Alfonso VI se inicia un
proceso de reorganización eclesiástica que va a perseguir su reforma interna.
En su favor jugaron tres aspectos fundamentales. El primero, que el gobierno
del monarca castellano coincide en parte con el del pontífice Gregorio VII,
promotor de la reforma de la Iglesia; después, que a partir de la segunda mitad
del siglo XI las relaciones entre los territorios cristianos peninsulares y
Roma fueron más habituales; y por último, que Alfonso VI verá reforzada su labor
con la acometida anteriormente por el navarro Sancho III, que había intentado
implantar en su reino la regla benedictina. Ello propiciará la entrada de
multitud de ideas de la Europa continental y abrirá España a la comunidad
mundial.
2.1. La iglesia española y sus
relaciones con Roma
Si la gran aportación de la monarquía navarra
fue la introducción de la regla benedictina en todos sus dominios por posible
influencia oriental, de Ripoll, con Alfonso VI será Cluny quien encabezará el
auge monástico. Desde mediados del siglo XI, los monasterios riojanos, como
ocurrirá con los navarros y el resto de los castellanos, se van a regularizar
con el apoyo de la monarquía castellana, se impondrá en ellos la disciplina
benedictina de Cluny y acabará desarrollándose “el monacato románico”.
De forma simultánea, el papado comenzará a intervenir directamente en la
Iglesia española. Esta nueva relación ocasionó graves problemas entre los
cristianos y con la monarquía. Destacan, sobremanera, el intento de sustitución
del rito mozárabe por el romano y el fortalecimiento de los obispados y
parroquias, células fundamentales de la estructura jerárquica que se quería
implantar.
Las primeras relaciones seguras con el papado
corresponden al reinado del navarro Sancho IV el de Peñalén, que coinciden con
el gobierno de Alejandro II (1061-1073), muy preocupado por la unificación
litúrgica. Fruto de este interés será el envío del cardenal Hugo Cándido a
Navarra, Aragón, Castilla y Cataluña para abolir el rito hispánico. Pero su
propósito no dio los frutos esperados. Por el contrario, alarmó a los
religiosos que veían cómo se señalaba su rito como herético. Para prevenir
estos posibles peligros, se envió a Roma a tres obispos: a Muño de Calahorra, a
Jimeno de Oca (Burgos) y a Fortuño de Álava, acompañados de varios libros
seleccionados en los monasterios. Entre ellos, el Liber Ordinum de Albelda. Se
sabe que fueron examinados por el propio Alejandro II en un Concilio que tuvo
lugar en Roma hacia 1065, y que fueron declarados católicos.
En 1071 encontramos a Hugo Cándido nuevamente
en una misión por Aragón. Sus gestiones fueron coronadas por el éxito más
completo. San Juan de la Peña o San Victorián quedaron sujetos a Roma y, a
partir de ese momento, asumieron tanto la reforma monástica como litúrgica. Por
su parte, la muerte del navarro Sancho IV el de Peñalén años más tarde
facilitaría la incorporación de su reino al rito romano, no sin cierta
resistencia en ámbitos rurales. Al mismo tiempo, Alfonso VI recibe presiones en
apoyo de la causa romana, en especial de sus sucesivas mujeres, partidarias de
Cluny y de los modos litúrgicos romanos. Muy poco después, el soberano ve cómo
su corte y los cluniacenses patrocinaban el rito romano, mientras que el
pueblo, los clérigos y algunos obispos propugnaban el mozárabe. Esta división
socio-religiosa llevó a Alfonso VI a compatibilizar a partir de 1087 ambas
liturgias dentro de sus dominios. Posteriormente, en una asamblea presidida en
Burgos por el cardenal Ricardo, se acepta la instauración del rito romano.
Desde este reconocimiento entra el derecho eclesiástico de la Iglesia universal
y el papa interviene continuamente en los destinos eclesiásticos de Castilla;
se amplían las relaciones de las iglesias hispanas con las continentales y se
organiza el clero y las sedes metropolitanas aún no restauradas. Sin embargo,
seguirá habiendo centros de resistencia a la aceptación del nuevo rito. Sirva
de ejemplo San Millán, que amparó la defensa de la liturgia nacional.
2.2. El prestigio de Cluny llega a todos
los rincones de la Cristiandad
Por otro lado, la nueva disciplina aportada por
Cluny a muchos monasterios navarros y castellanos va a favorecer su
fortalecimiento, que se plasma tanto en el desarrollo de sus dominios
hacendísticos, gracias a las numerosas donaciones, como en la amplia
jurisdicción que logran, sin olvidar, sobre todo, la apropiación de los diezmos
de los feligreses de las iglesias que rigen los monjes y en las que ofician el
culto.
Así pues, Sancho III mantuvo relaciones con
Cluny, pero no con Roma. Sus hijos García el de Nájera y Ramiro apenas
cultivaron estos vínculos con los monjes negros, si bien es posible que el
primero de ellos visitara Roma. Será Alfonso VI, en 1079, el que incorpore
Santa María de Nájera a Cluny, posiblemente animado por su esposa Constanza de
Braganza, con la que acababa de contraer matrimonio. En opinión de Lacarra, el
castellano trataba sin duda de borrar el recuerdo fervoroso que en esta iglesia
se guardaba hacia la dinastía del fundador. La donación de Santa María a Cluny
no se hizo sin resistencias, que continuaban aún en 1155, ya que a la comunidad
de canónigos hispanos le sustituyó otra francesa, a cuyo frente se situaba un
prior del mismo origen designado por la abadía madre de Cluny. En la carta de
adhesión a la Orden otorgada por Alfonso VI no aparece, en señal de rechazo, el
obispo Nunio, quien progresivamente se va retirando de Nájera a Calahorra. Esta
actitud suponía no reconocer que la unión jurídica a Cluny significaba la
sumisión total a la abadía madre, cabeza de una orden centralizada, vinculada
directamente a Roma y exenta de la jurisdicción diocesana.
Este proceso de rápida clunización se potenció
a partir de varios factores. Resultó esencial el impulso expansivo de la gran
abadía francesa, como lo fue el espíritu político de Alfonso VI, que veía muy
positivo su apoyo a un centro eclesiástico ubicado en la ciudad de Nájera,
antiguo eje del reino de Pamplona y etapa del Camino de Santiago, sobre la que
quería polarizar el dominio de Castilla. Asimismo, este monarca continuó con la
política de anexión de los pequeños monasterios a las grandes abadías, suprimió
las efímeras sedes episcopales en favor de los obispados de antigua solera y
favoreció la implantación de los programas de reforma gregoriana en la
disciplina de los clérigos y de los cabildos.
En suma, es difícil entender una Nájera
cluniacense sin estos presupuestos. A partir de 1079 se convierte en un centro
de irradiación de la cultura francesa y cluniacense por todo su ámbito de
influencia. En este sentido, el cambio de rito acelerará la copia de
manuscritos llegados de Francia y la retirada de los que contenían la liturgia
tradicional. El difícil ejercicio de la copia llevaba aparejada la imitación de
la letra. Pronto, con varios siglos de retraso con relación a los condados
catalanes, la minúscula visigótica irá dejando paso a la letra carolina, que se
generalizará alrededor del 1100.
3. La configuración definitiva de la
sociedad
La inseguridad de los primeros siglos
medievales había obligado a los hombres a concentrarse en aldeas o centros
semiurbanos, mal comunicados y separados por grandes extensiones incultas, en
los que la autoridad del tenente era indiscutible aunque todos reconocían la
superioridad teórica del monarca. La lenta restauración del poder monárquico y
el auge de las ciudades no va a significar que la nobleza agraria desaparezca
como fuerza económica, política o social. Es más, durante siglos no sólo La
Rioja sino todo Occidente continuará dependiendo en gran parte de la producción
agraria y, mientras ésta sea importante, los propietarios rurales mantendrán su
fuerza política y prestigio social, a veces apoyados por el propio rey
castellano y por los dirigentes urbanos. De esta manera, el avance de la
reconquista hacia el Sur y su alejamiento de los intereses riojanos favorecerá
el protagonismo, al menos aparente, de los señores y de los campesinos.
3.1. Proceso de señorialización del
espacio riojano
Durante los siglos XI y XII seguirá creciendo
el número de tenencias, lo que indica un mayor dominio sobre el territorio. El
paso de La Rioja a Castilla va a permitir que muchos tenentes sigan ocupando
sus puestos, aunque las circunstancias políticas sean diferentes. La
desaparición de los límites fronterizos entre Castilla y La Rioja y la
aparición de otros nuevos frente a Navarra modifican el valor estratégico y
militar de las tenencias; poco a poco se van transformando en plazas de
importancia meramente económica. Esta nueva situación no impide que surjan
otras nuevas: primero, sobre el valle del Oja y los Cameros; durante los
gobiernos de Urraca y Alfonso I el Batallador, las de Cervera, Corella y
Alfaro; mientras que con Alfonso VII y Alfonso VIII se producirá una
jerarquización del espacio con el fin de colocar a un mismo señor sobre amplios
territorios, aunque en ellos sigan existiendo tenencias “menores”.
Localizamos a un tenente en La Rioja Baja,
sobre Calahorra, Arnedo y Cervera; a otro en la Alta, sobre Nájera, Grañón,
Cerezo y Belorado; y a un tercero en Logroño. En resumen, hay una propensión a
poner varias tenencias al frente de un mismo señor. Por lo tanto, la mayor
jerarquización favorecerá, por un lado, el fortalecimiento de la gran propiedad
de la nobleza laica y del proceso señorial en La Rioja, ya que serán los
grandes propietarios los que ejercerán el poder político a través de las
tenencias; y por otro, la cristalización de los grandes linajes nobiliarios.
Mientras, se produce la decadencia de la tenencia menor como administración
territorial.
A partir del siglo XII comienzan a
testimoniarse profusamente varios linajes. Dos son los mejor documentados. El
Señorío de los Cameros se acabará extendiendo sobre un tercio de La Rioja: Los
Cameros Nuevo y Viejo, las cuencas altas del Najerilla hasta Anguiano; del
Iregua hasta Albelda; del Cidacos y del Alhama hasta Cervera. Su importancia
radicaba no sólo en su extensión y homogeneidad, sino, sobre todo, en su
carácter fronterizo con Aragón y Navarra, que le dotaba de importante valor
estratégico. Por su parte, el linaje de los Haro gobernará las principales
ciudades realengas de La Rioja Alta, caso de Haro y Nájera.
3.2. El Camino de Santiago y la
intensificación del fenómeno urbano
Por otro lado, y como un hecho general a toda
Europa, se incrementa el fenómeno urbano, en el que confluyen componentes
estratégicos y económicos. Logroño, Navarrete, Nájera, Santo Domingo de la
Calzada y Grañón son poblaciones que irán surgiendo en unos casos o prosperando
en otros en la línea del Camino de Santiago. Por esta ruta llegarán peregrinos
camino de Compostela, pero también grupos de artesanos y de mercaderes. Con
ellos se acrecentarán las construcciones románicas, aunque poco después
comenzarán a aparecer las primeras manifestaciones de un arte nuevo, urbano, a
tono con el nuevo estilo de vida que lentamente se insinúa en La Rioja, el
gótico.
Igualmente importante para el fortalecimiento
de los núcleos urbanos será el proceso de afirmación del poder castellano
frente a los numerosos enfrentamientos contra los reinos vecinos. Como fruto de
estas fricciones rebrotará la concesión de privilegios a numerosas poblaciones
fronterizas, con los que se pretendía asegurar la lealtad de los habitantes del
valle del Ebro.
Logroño recibe de Alfonso VI un fuero en 1095
con el que se repoblaría su esquilmado territorio. Además, esta población se
había convertido en paso obligado hacia las tierras navarras y en cabeza de
puente sobre la frontera que marca el río Ebro. Este privilegio foral será
llamado a tener una gran difusión por tierras vascongadas. Por su parte, el
aragonés Alfonso I concede un fuero a Viguera con anterioridad a 1134. Más
tarde, el castellano Alfonso VII confirma a Nájera sus derechos forales en
1136. Por último, al norte del gran río, y como enclaves estratégicos y humanos
en su lucha contra Alfonso VIII por la posesión de La Rioja, el navarro Sancho
VI creará las villas de Laguardia en 1164 y San Vicente de la Sonsierra en
1172. Con estas repoblaciones a ambos lados del Ebro se reforzará la frontera
entre Navarra y Castilla.
El empuje demográfico que soporta toda Europa a
partir de mediados del siglo X permite ampliar y completar también la red de
poblamiento riojano. La ocupación del espacio al sur de la región se percibe
antes de 1087. Hacia estas fechas documentamos Villanueva (junto a Pazuengos),
Ojacastro, Zorraquín y Valgañón. Del mismo modo, la presión demográfica queda
de manifiesto con la ampliación de las poblaciones más antiguas a partir de
nuevos barrios. Grañón ya en el siglo X, Tricio, Anguiano, Tobía y Nájera posteriormente
serán ejemplos claros. De todos ellos, esta última localidad evidencia un mayor
desarrollo urbano y una diversificación de la actividad económica más clara.
Desde ese momento, la red de poblamiento está ya formada y el aumento
demográfico influirá decisivamente en el futuro de algunas de las villas. Este
es el caso de Haro, que recibe su fuero en 1187, Navarrete lo tendrá en 1195,
Santo Domingo en 1207, Entrena probablemente en 1218, Labastida en 1242 y
Briones en 1256.
Todas las localidades citadas, junto a las
situadas en La Rioja Baja, que seguirán el mismo proceso de crecimiento, serán
las que den nuevo tono a la sociedad riojana, contribuyendo a reordenar su
poblamiento en cuanto que, paulatinamente, bajo la dependencia de ellas irán
cayendo, como aldeas de su jurisdicción, antiguas entidades de población
rurales. A la vez, los fueros que a lo largo de siglo y medio van recibiendo
las poblaciones riojanas beneficiarán a una población que se encuentra al
margen de los señoríos rurales y, por ende, acabarán provocando una situación
de tensión entre dos modos de vida sustancialmente diferentes, el rural y el
urbano. No obstante, muchos de estos conflictos resultan confusos o mal
conocidos al observar cómo algunos señoríos nobiliares tendrán también
intereses jurídicos y económicos en las florecientes ciudades.
Una buena parte de las poblaciones tendrán en
común el estar asentadas sobre una de las principales rutas de comunicación, el
Camino de Santiago, que facilitará el intercambio de ideas, la proliferación de
un comercio interregional e internacional, y brindará enormes posibilidades a
las actividades mercantiles. Y si esta ruta fue capaz de unir pueblos, grandes
territorios y naciones, de igual modo facilitó la unificación cultural y
artística que tuvo lugar en Europa en los siglos XI y XII tras la diversidad
anterior. Precisamente, la unidad artística europea en la que se extiende el
románico se fundamenta en la abadía de Cluny que, al igual que la ruta de
peregrinación, pretendió ser un motivo de convergencia de los intereses de la
Cristiandad occidental.
A nadie se le escapa que sobre la configuración
del sistema urbano riojano van a confluir los intereses del Camino. El
establecimiento de comerciantes en las villas y, con ellos, de toda una
actividad mercantil, fomentará la instauración de mercados y de ferias bajo la
protección de los monarcas castellanos. Asimismo, este proceso de urbanización
determinará el futuro de la vida rural, sobre todo a partir de 1200. La nueva
orientación resultaba más dinámica, tanto en lo referido a las formas de
posesión y explotación de la tierra (con más intensidad desde la aparición y
desarrollo de las figuras del censo y del arrendamiento) como al mayor consumo
de los bienes básicos. Al mismo tiempo, la red urbana demandaba todo tipo de
construcciones civiles y religiosas. Serán estas últimas las que cuenten con el
gran impulso del espíritu compostelano. Fue el viaje peregrinal el que
favoreció el anhelo de erigir nuevos templos y el que propició un enorme
despliegue arquitectónico, dentro del cual el románico hispano adquirió su
total plenitud.
Durante más de dos siglos se fueron levantando
toda suerte de edificios en el territorio riojano. Desde pequeñas iglesias
hasta grandes templos y desde hospitales y casas de acogida para peregrinos
hasta monasterios. En efecto, la política uniformadora y jerarquizadora
impulsada por Cluny y por Roma se basaba, entre otros elementos, en la
organización eclesiástica. Para ello fue necesario fortalecer la red de
iglesias seculares y obispados. Esto llevó aparejado la recuperación de los
instrumentos de control eclesiástico, caso de los diezmos y de las iglesias
propias, que hasta ese momento solían recaer en los monasterios.
La conquista de Calahorra permitió a la
monarquía navarra refundar y dotar la sede del obispo. García el de Nájera y su
mujer, que se reconocían deudores “al Dios omnipotente con cuyo apoyo han
rescatado de manos de los sarracenos…, ciudad tan famosa y fuerte que a los
cristianos infería tamaños desastres y aflicciones”, donan en 1045 al
templo de Santa María y de los Santos Mártires Emeterio y Celedonio fincas y
diezmos anuales en el término calagurritano, y le reconocen el título de
catedral con su derecho de iglesia mayor y madre de todas las iglesias. Un año
más tarde, los mismos soberanos vuelven a concederle nuevas mercedes reales. Se
le adjudicaba la décima de los ingresos del propio rey en Calahorra; sus
clérigos y sirvientes quedaban exentos de todo servicio y contribución a la
monarquía, y se determinaba que el cabildo se sometiese en lo civil y en lo
criminal sólo al obispo. Estas dispensas se extendían a su vez a los peregrinos
y a cuantos donasen sus bienes y cuerpos al servicio de los Santos Mártires.
Esta nueva ordenación jerárquica fortalece otra
célula básica, la parroquia. Son numerosas las que surgen en la geografía
riojana, ahora presumiblemente alejadas de los intereses de los señores laicos
o de los monasterios y directamente dependientes del obispo. Frente a lo que
sucedía con el levantamiento de las sedes catedralicias, la promoción y
financiación de los templos parroquiales se sitúa en un plano más local.
Normalmente, será la propia diócesis o los concejos correspondientes los
encargados de las obras y de su financiación; no obstante, en ocasiones
encontramos apoyando su construcción a nobles y monarcas.
En las primeras décadas del siglo XII, Santo
Domingo de la Calzada aparece bajo la protección real y sometida al obispo
calagurritano. El burgo presenta ya un contorno urbanizado, a lo que contribuyó
el maestro Garsión con su pértica, que traza plazas y calles sobre una
serna que había donado el abad Pedro, arcediano de la villa. En total,
cincuenta y tres solares, desde el pozo al puente, sirvieron para ampliar el
núcleo urbano en la misma dirección que ha mantenido hasta el día de hoy. De
las mismas fechas data la presencia de la Cofradía del Santo. En 1120 sus
cofrades entregan al obispo de Nájera, don Sancho, la casa de dicha hermandad.
Y serán ellos mismos, bajo protección episcopal, los encargados del
mantenimiento del hospital “para servicio de pobres y peregrinos” y de
la ampliación del templo. Esta tarea fue encomendada al propio Garsión tal como
recoge un documento posterior, de 1199, años después de que el maestro de obras
hubiese fallecido. Precisamente en este texto de donación, Alfonso VIII, con el
propósito de volver a ampliar la fábrica de la iglesia, entrega varias
heredades quas olim dedi magistro Garsioni, predicte ecclesie Sancti
Dominici fabricatori. En conclusión, debe pensarse que aunque la
construcción la financiase la cofradía que la promovió, su situación
estratégica sobre el Camino de Santiago y las disputas habidas por la posesión
del burgo calceatense entre los obispos de Calahorra y Burgos son motivos que
forzarán a recaudar medios económicos de diversas procedencias, por lo que la
fábrica de esta iglesia, como la de tantas otras, será fruto del esfuerzo
colectivo del propio capítulo eclesiástico, de la diócesis, de los fieles y de
la oligarquía real.
Adaptación de la sociedad riojana a los
nuevos tiempos
Al igual que sucedió en otros numerosos
lugares, el crecimiento de la diócesis calagurritana y el proceso jerarquizador
provocaría graves contrariedades a la sociedad riojana. El poder monástico, en
pleno crecimiento durante el siglo XII, entrará en competencia con el clero
secular, lo que se plasmará en dolorosos conflictos entre ambas colectividades.
Al principio, las grandes diferencias entre el clero regular y seglar se
atenuaban porque sus propósitos religiosos radicaban en distintos ámbitos:
rural el primero y urbano el segundo. Pero la transformación económica les
forzará a adaptarse, por ejemplo, a la nueva realidad del aumento de la
circulación monetaria y de la disolución del viejo marco dominical. San Millán
de la Cogolla, San Martín de Albelda, Santa María de Nájera, Valvanera o San
Prudencio de Monte Laturce, que extendían su autoridad espiritual a las aldeas
rurales de forma anticanónica, tendrán que disputar sus pretendidos derechos
sobre el diezmo o el patronato de las viejas iglesias familiares con el obispo
que los reclama una vez que va recuperando la hegemonía perdida durante siglos.
Esta rivalidad provocará numerosos y largos pleitos, que propiciarán el declive
del patrimonio monástico y, en consecuencia, la pérdida de su pretérito poderío.
Este debilitamiento monacal se debe también a
la aparición en el territorio riojano de nuevas órdenes. Canónigos regulares,
cistercienses y órdenes militares irán convirtiéndose en una alternativa
espiritual y económica diferente a la adoptada varias décadas antes por los
cluniacenses. A partir de 1169 surgirán nuevas fórmulas de dominios monásticos,
caso de Santa María de Herrera o de Santa María de Cañas, por citar los más
importantes.
Directamente vinculados al cambio económico se
perciben también numerosos desequilibrios, que más tarde concluirán con la
readaptación del propio sistema señorial. El reparto de las rentas provocará la
lucha de las clases más pudientes, que ven como, gradualmente, van perdiendo su
poder económico a costa de cederlo ante el imparable desarrollo urbano y el
centralismo político. Así, será frecuente la tentativa de ampliación de los
supuestos derechos señoriales laicos frente a los dominios monásticos y al avance
de las ciudades. Rápidamente surgirán hermandades entre formas de organización
semejantes para proteger sus respectivos intereses. A nivel religioso, San
Millán y Oña se asocian con el fin de no perder su estatus religioso y
económico, mientras que las villas castellanas, entre las que se encuentran
Logroño, Nájera, Santo Domingo, Haro, Briones o Davalillo, se unen para hacer
frente a los grandes señores territoriales.
Pero este proceso se hace más complejo cuando
también concurre la progresiva dominación del campo por las ciudades, a partir
de la cual localidades como Haro, Santo Domingo o Logroño adquieren numerosas
aldeas próximas en un intento de protagonizar la vida económica.
Estos cambios políticos, sociales y económicos
se producirán a lo largo del siglo XIII, cuando las fronteras de al-Andalus
retrocedan sin tregua ante el incontenible empuje de Fernando III de Castilla y
los territorios peninsulares pasen de una economía exclusivamente agraria a
modos de vida en los que la industria y el comercio desempeñan un papel cada
vez mayor; de un escenario en el que los individuos se diferencian por la
función que realizan a otro en el que la calificación social depende de la riqueza;
de una organización feudal localista y personal a un sistema político
centralizado en el que el poder se halla compartido entre el monarca y los
dirigentes de las comunidades; de las escuelas monásticas y episcopales a los
primeros Estudios Generales; del latín como lengua oficial a los idiomas
romances; etc. Este proceso evolutivo coincide con el gran desarrollo de las
ciudades, que amplían sus murallas, multiplican sus actividades y ven cómo las
iglesias, cada vez de mayores fábricas, se transforman en auténticas ciudades
dentro de la propia villa. Habían pasado pocos años, pero un nuevo sistema
constructivo, acompañado de una forma distinta de percibir la vida, de una
nueva mentalidad más laica pero no siempre opuesta al espíritu religioso,
comenzaba a convertirse en el nuevo testimonio de la piedad y también del
poder. Eran los tiempos del Gótico.
Arte románico en La Rioja
El románico riojano se presenta como un
panorama bastante contradictorio. De un lado hay un brillante despliegue de
manifestaciones en lo que se refiere a las artes decorativas. En cambio, lo
monumental, en lo conservado, no es de gran brillantez. Por otro lado, en lo
primero, nos encontramos con magníficas muestras pioneras en la génesis del
estilo, mientras en lo segundo lo que abunda es lo de tradición, retardatorio y
podríamos decir en muchos casos solecismos que rayan en lo popular.
Y, sin embargo, las condiciones para su
desarrollo no podían por menos que ser muy favorables, como se ha observado en
el capítulo histórico, pues en el territorio se daban una serie de
circunstancias que, desde hace tiempo, vienen considerándose como favorecedoras
del desarrollo del estilo. Está atravesado por el Camino de Santiago, vía de
circulación intensa de formas culturales en los siglos XI al XIII. En el se
halla Nájera, una de las antiguas civitas regia en la que existía un gran
monasterio tempranamente entregado a Cluny como priorato por Alfonso VI, a poco
de la ocupación del territorio en 1076. La población franca dedicada a los
oficios aparece con relativa abundancia desde los comienzos del siglo XII en
los más importantes núcleos, sean la misma Nájera, Logroño, Calahorra, Arnedo,
Grañón o en el de nueva creación de La Calzada, el camino jacobeo por
antonomasia. Todos ellos factores considerados siempre importantes en el
desarrollo y propagación de estas formas internacionales.
Pero no quedan restos en la práctica de los
edificios que pudieron construirse en estos tiempos por los grandes monasterios
de la época en Nájera, San Millán de la Cogolla o Albelda, ni de los más
modestos como Valvanera o San Prudencio, ni de la catedral de Calahorra. Y, no
obstante, de muchos de ellos conocemos por las fuentes escritas que se
levantaron de nueva planta o se rehicieron entre los siglos XI y XIII, como
también de otros edificios más modestos, en general iglesias parroquiales de
pequeños lugares y otros edificios, aunque, a la hora de la verdad, lo
conservado no suele casar con lo documentado.
Es pues éste uno de los problemas que se
afrontan al trazar una visión del románico en La Rioja.
Los inicios
A pesar de la aparente abundancia de
construcciones prerrománicas más o menos conservadas desde el Tirón (San
Vicente del Valle) hasta el Alhama (Cervera), con ensayos de abovedado de lo
más diverso como diferente debe ser su cronología, sobre la que no se ponen de
acuerdo los estudiosos, de los inicios del románico apenas si hay testimonios.
Lo más importante sería la prolongación de las dos naves de San Millán de Suso
que, generalmente, se viene atribuyendo a los tiempos en que Sancho el Mayor
asistía a la traslación de las reliquias del santo en 1030. Es una construcción
de sillería relativamente regular de planta rectangular compartimentada por una
arquería de dos arcos de medio punto y cubierta por bóvedas de cañón corrido.
Los arcos reposan en columnas cilíndricas, exentas unas y adosadas las
extremas, con rudos capiteles prismáticos abiselados en su parte inferior y
unas basas abombadas con un toro superior, unas y otras con sencilla decoración
geométrica. En el último tramo hay dos portaditas con dintel bajo arco. Todo
ello recuerda construcciones más o menos coetáneas en otros territorios del
reino pamplonés, como Leire, San Juan de la Peña, Busa, etc, según ha sido
señalado. Lo más próximo en La Rioja sería la portada en las ruinas de Santa
María de Barrio de Cellorigo y algunos restos reaprovechados en Santa María de
Villavelayo. Acaso un estudio detenido de Santa María de Viniegra de Arriba
desvelase también partes correspondientes a esta etapa, como parece sugerir la
bóveda de cañón corrido que soportan espesos muros en su nave norte.
Las artes suntuarias
Ello contribuye a que, en general, cualquier
estudio o ensayo sobre el románico español o riojano se iniciase ocupándose en
primer lugar de aspectos plásticos como los marfiles emilianenses o, incluso,
piezas de altar, tal como la cruz de Mansilla.
Pues, además de lo hoy conservado, tenemos
interesantes noticias escritas sobre otras preseas que existieron de lo que
genéricamente se denomina artes suntuarias. Ya hacia 1024 conocemos la
existencia de un Nuño orepze en la zona de Nájera y años después, en 1062,
topamos con otro, Marguani aurifice, cuyas noticias se prolongan hasta 1085,
cuando quizá ya estaba muerto. Santa María la Real de Nájera poseía dos
frontales de oro. Uno de ellos, con un apostolado presidido por Cristo y
escenas de su vida de relieve, amén de grandes perlas y esmaltes, habría sido
ofrecido por García Sánchez y su mujer Estefanía, habiendo sido terminado en
tiempos de su hijo Sancho IV y labrado por un tal Almanius. Había otra donación
de este último rey (o acaso de Sancho II de Castilla y su mujer Blanca), que
llevaba una Anunciación y una Visitación de relieve. De ellos hace
descripciones y transcribe sus inscripciones el padre Yepes, siguiendo a
Sandoval, ninguno de los cuales parece haberlos conocido sino por referencias
escritas. Otras más breves figuran en el Inventario de 1334 y en otros lugares,
habiendo desaparecido como consecuencia de la guerra civil del siglo XIV. En el
mismo inventario aludido figuran muchos otros elementos de altar o relicario,
ya en plata, ya en cristal, o en marfil. De este último material se contaban no
menos de seis arcas y arquillas, siete peines, una cabeza relicario, dos cruces
y dos portapaces, uno de ellos con un Calvario, mucho de lo cual procedería de
las dotaciones en el siglo XI, aunque otras piezas fuesen más tardías, del XII
y XIII, incluidas dos arcas de Limoges. En el monasterio de San Millán había en
el altar del santo un frontal en plata dorada de buen tamaño, pues pesaba 110
marcos.
Los marfiles conservados aquí, situados
sistemáticamente por la crítica en el último tercio del siglo XI, nos sugieren
un foco artístico de gran brillantez en torno al monasterio. Allí labrarían el
arca contenedora de las reliquias de este santo, Engelram y su hijo Redolfo
junto con García y su discípulo Simeón. El arca, con la disposición en forma de
edificio acostumbrada de tantos relicarios, planta rectangular con cubierta a
dos vertientes, de tan antigua tradición en los monumentos funerarios, estaba
recubierta de oro y plata dorada con piedras preciosas, entre las que se
disponían placas de marfil, y fue parcialmente destrozada en la francesada,
conservándose el alma de madera con sus textiles de recubrimiento que permiten
su reconstrucción partiendo de las viejas descripciones de los padres Sandoval
y Mecolaeta. Así ha llegado a la suya teórica Harris.
Tal relicario es de impresionante interés por
muy diversos motivos, a pesar de haber desaparecido el recubrimiento de
orfebrería y unas doce plaquetas, más partes de otras dos.
Estilísticamente es una de las primeras
manifestaciones de la plástica románica en España, más o menos contemporánea de
lo que se hacía por entonces en la corte de León o en otros centros europeos.
son las convenciones en los plegados, con un ritmo de crecimiento en ondas, la
compartimentación de las escenas, casi siempre inscritas en arquerías, la
tendencia de los personajes a la sumisión al marco, aunque no sea estricta, y
la misma iconografía, como la representación del alma como un cuerpo desnudo, que
nos alejan por completo del mundo mágico y desorbitado que puede representar el
arte mozárabe, en el que por cierto, todavía se ilustrará un códice, el Liber
Conmicus, terminado en 1073 por el abad Pedro en San Millán, acaso de Suso.
Pero la agilidad descriptiva, con figuras que tratan de reflejar sentimientos
diversos en sus actitudes y dotan de un cierto naturalismo a las composiciones,
denotan una libertad de acción muy avanzada en contraste con pequeños detalles,
como regresivos, que enlazan hasta cierto punto estas placas con los productos
del estilo anterior. Así las puertas en herradura en las murallas de Cantabria,
que responderán a ese mirar el mundo que rodea al artífice, la sistemática
utilización de elementos que recuerdan al ataurique en enjutas, encapitelados u
otros elementos arquitectónicos o las escamas que recubren el sarcófago de San
Millán y se ven en otros lugares, muy parecidos a las que conforman la bordura
de la cruz de marfil que se dice procedente de aquí.
Pero con ser una primicia del estilo, lo es
también de la narración hagiográfica visual, a base de escenas en que se
refiere la maravillosa vida del santo, su poder como instrumento divino para
cuidar de los que en el fían (y esto incluso más allá de la muerte).
Probablemente existiera algún otro ciclo figurado antes de la construcción del
arca, inspirado, como las escenas de ésta, en la Vita redactada por San
Braulio. Hoy por hoy lo desconocemos pues sólo se conserva una miniatura de las
dos con que contaba la única Vita ilustrada en el siglo X. Y ésta es muy
distinta a lo que se ve en el arca y que recalca lo imaginativo del componedor
de tales escenas.
Harris ha insistido en lo útil que es esta
narración para atraer devotos peregrinos y cómo el monasterio utilizaría el
arca como eficaz instrumento para allegar visitantes y recursos económicos
gracias a ellos. Pero creo que ni ella ni otros estudiosos han reparado en que,
si la relación de la vida del Santo envolviendo reliquias harían de estas un
poderoso foco de captación propagandística, no lo sería menos la representación
en la misma de los ilustres personajes que, de una manera u otra, habrían contribuido
a su confección, pues ellos serían ejemplos a emular también.
Y aquí radica quizá otra de las excelencias del
monumento, ya que en él aparecen o aparecían efigiados desde los promotores de
la obra hasta los artífices pasando por los que de una manera u otra habían
contribuido a ella. El rey Sancho Garcés IV de Pamplona-Nájera y la reina
Placencia estaban arrodillados a los lados del Cristo en Majestad rodeado por
el Tetramorfos en el costado principal, como a sus pies aparecían orantes el
abad Blas y el escriba Munio, redactor de los textos que ayudaban a los
letrados a interpretar las escenas. En el costado secundario se representaba la
muerte de San Millán con el inicio de sus exequias abajo, mientras arriba dos
ángeles alzan su alma al cielo. En su entorno se disponían diversas figuras de
bienhechores, Ramiro, hermano de Sancho, a quien se titula rey, de acuerdo con
ciertos hábitos de la corte al ser hijo y hermano de ellos, junto con Aparicio,
miembro de la schola regia, al que en casos se cita acompañando al rey o a la
reina Placencia, ambos aportando botes con dones, y bien conocidos a través de
los documentos como benefactores del monasterio, como lo serían el conde
Gonzalo y su segunda mujer, Sancha, señores de Lara, aquél relacionado con la
consecución de tregua de hacia 1073 que permitía visitar el monasterio de
tierras najerenses a sus súbditos castellanos. Esta última plaqueta no se
conserva, como tampoco otra en que se representaba a dos oficiales, uno de los
cuales era, según Sandoval, un muchacho con un pedazo de marfil y el letrero
Simeone discípulo y un hombre con un martillo y unas tenazas con un clavo,
sobre el que había probablemente un letrero que decía Garsías… en el oro. Ésta
se correspondía con otra que existe en el Ermitage de San Petersburgo y que
representa al Maestro Engelram y su hijo Redolfo trabajando con una gran chapa.
Entre ellas se disponía otra que había en Berlín, y quizá desapareció en la
guerra, con un caballero al que varios frailes ayudaban a descargar un colmillo
de elefante y sobre el que se leía en el oro Vigilanus negotiator collegue
omnes. En otras placas, unas conservadas, otras no, aparecían Auria nobilis
femina, Gundisalvus eques illustri memoria y diversos frailes, como Munio
procer… el abad Pedro y su ayudante Munio, los cuatro últimos conservados, y
hasta ocho frailes más relacionados directa o indirectamente con la economía
monástica y, al parecer, todos con ofrendas.
Todos éstos no rodearían en vano el tránsito
glorioso del santo, pues servirían de acicate a clérigos y devotos para
intentar emularlos en la búsqueda de un sitio próximo al santo en la gloria por
éste alcanzada, mediante sus ofrendas y acciones, lo mismo que los
representados.
Pero si ésta fue la intención de los comitentes
al encargar el arca, ahora sirven también para conocer su proceso constructivo
e, incluso, a sus autores, aquí retratados. Aunque es bien cierto que no
acabamos hoy por deslindar claramente su actividad. Pues si desde la
publicación de Goldsmith se suele venir aceptando que Engelram y Redolfo son
los tallistas del marfil, ciertas notas tradicionales en éste parecen inclinar
a considerar a García y Simeón, nombres bien hispánicos, como sus fautores,
mientras a los de nombre renano se les podría tener por orfebres y, en lo que
sabemos por descripción antigua de un relieve y vista del otro conservado,
incluidas las herramientas, más bien serían los germánicos los trabajadores del
metal. Ahora bien, el problema se complica más al toparnos en la documentación
con un Forturarius García argentero en la curia de Sancho IV en 1076.
Por otro lado, en base al relato de Fernando en
su Translatio Sancti Emiliani, que ya diera a conocer Sandoval, se suele
considerar la obra de hacia 1067-1073. Tras la remoción de 1030, bajo los
auspicios de Sancho III el Mayor, se colocarán los restos de San Millán en un
arca de materiales preciosos y, después de los vanos intentos del rey García de
trasladar las reliquias a Nájera, en 1053 se depositan en la enfermería de San
Millán, y éste decide construir una nueva iglesia en Yuso, a la que, al acabarse
en 1067, se trasladan en un arca nueva auri eborisque miro opere fabricata.
Desde luego, un abad Blas parece gobernar San
Millán entre 1069 y 1080, y otro Blas, o el mismo probablemente, entre 1087 y
1093, mientras que Pedro perdurará hasta 1084 al menos. Ahora bien, la
adjetivación a la reina Placencia, hace suponer que ésta ya habría muerto
cuando se labra el rótulo, lo mismo que sucede con el caballero Gonzalo,
probablemente Gonzalo González o Gonzalo Álvarez, ambos desaparecidos después
de 1077, parece contradecir la noticia histórica. Igualmente, la mención de
Sancha como mujer del Conde de Lara, puesto que casaron tras 1073.
En fin, una hipótesis atrevida sería considerar
que el arca se realiza tras la ocupación de la Rioja por los castellanos en
1076, acaso invitación a éstos y, sobre todo a su rey, a colaborar con el monasterio,
concediéndole tantos bienes como consiguiera de Sancho IV y su familia, y que
el relato del monje Fernando no sea sino una recreación basada en necesidades
monásticas del siglo XIII.
De todas formas, en lo que no parece haber duda
es en colocar hacia el último tercio del siglo XI la construcción más o menos
coincidiendo en fecha con la realización del Liber commicus aludido, con cuyo
arte tiene tan poco que ver.
Más cercana a éste, se halla otra pieza
decorada con marfil totalmente de raíz musulmana que podría ser obra de estos
tiempos: el altar portátil actualmente existente en el Museo Arqueológico
Nacional, cuyas plaquetas, decoradas con bestiario, desde Ferrandis al menos,
vienen considerándose obra de taller derivado de lo cordobés hacia finales del
siglo X, pero cuya inscripción dedicatoria, hoy incompleta, indicaba haber sido
realizada, como el arca, por el abad Blas, según los padres Salazar y Mecolaeta.
Mayor ruptura con lo anterior al románico
suponen todavía los marfiles procedentes del arca de San Felices, cuyos restos,
según la Translatio atribuida a Grimaldo, serían llevados en 1090 por el abad
Blas a San Millán desde Bilibio, con la aquiescencia de Alfonso VI y del señor
de la tierra, Lope Iñiguez. Se trataba, según Sandoval, de un arca de plata y
pedrería en la que iban seis placas de marfil que, contra lo que ocurre con la
de San Millán, se conservan o han conservado hasta tiempos recientes todas, excepto
el fragmento central de una, cuyos extremos se hallan hoy en el Museo
Arqueológico Nacional, mientras a otra se le ha perdido el rastro tras la
guerra mundial, y cuatro perduran en su monasterio.
Se trata de escenas equilibradas con personajes
tranquilos, de carnes llenas, en que se busca un aplomo monumental lejano del
expresivismo de las del arca de San Millán. El relieve es más profundo, de modo
que en las cabezas se trata de altorrelieve. El movimiento tranquilo de los
personajes se recalca mediante los plegados de los vestidos, que marcan las
formas corporales y vuelan en las caídas, subrayados por doble incisión, muy
característica, que enlaza esta serie con el lenguaje de la tan debatida manera
hispanolanguedociana, del que uno de sus primeros testimonios puede ser el
Beato de Saint Sever y los de más rotundidad plástica el ciclo escultórico
Toulouse-Jaca-Frómista-León-Compostela. Moralejo ha subrayado como son pieza
clave para confirmar la inspiración de los autores de la gran escultura en
piezas de arte menor.
En el mismo San Millán se producen
probablemente otros testimonios de esta corriente, cual ciertas miniaturas de
las Vitae Sanctorum, el Salterio y Libro de Cánticos, el Himnario y el Misal,
de la Academia de la Historia y, algo más lejos, las miniaturas de tipo
románico del Beato de la misma procedencia. Aunque quizá los más finos sean dos
simples dibujos, un ángel colocado junto a la escena mozárabe del robo del
caballo en el códice de El Escorial citado antes y un impresionante Cristo en
la Cruz que aparecía dibujado en la cubierta posterior del citado Beato y ahora
se halla separado de él.
La labor del grupo de miniaturistas que
decoraron estos libros emilianenses, rellenando huecos de códices
contemporáneos suyos o anteriores que habían quedado incompletos, sobre los que
quizá volvamos, justifica sobradamente la posibilidad de que en San Millán,
quizá mejor en la cercana Nájera, donde ya había orfebres, se estableciese un
eborario capaz de realizar las plaquetas de la historia de Cristo aludidas en
el último cuarto del siglo XI, que pudieron, o no, decorar el arca que se
hiciese para las reliquias de San Felices cuando éstas se trasladaron hacia
1090 o poco después. Pues el arca, que fue desbaratada en 1809 para despojarla
de su pedrería y metales preciosos, era construcción de finales del siglo XV y
de estilo gótico tardío, según puede deducirse de lo dicho por Jovellanos o
Sandoval, y quizá se reutilizaron tales placas del arca anterior.
A confirmar la cronología de estos marfiles y
que Nájera pudo ser uno de los hitos de la corriente monumental aludida,
vendría un capitel existente en la capilla del Pilar de la catedral jaquesa que
se dice proceder de Santa María la Real, que presenta unos elementos
decorativos (hojas, pitones) similares a los que pueden verse en piezas de
Jaca, San Isidoro de León, Compostela o la Granja de Valdecal, y con un
tratamiento bastante similar. Sin duda un foco importante en las proximidades
del 1100. Pero en todo caso posterior a los tiempos de erección del monasterio.
Si es cierto que el documento fundacional de
Santa María la Real de Nájera, incluido el ejemplar quizá más antiguo
conservado en la Academia de la Historia, no deja de ser en su tenor una de
tantas falsificaciones fraguadas por los cluniacenses a lo largo del siglo XII,
el fondo del mismo y las fechas que en él se dan pueden ser auténticas. Así, la
de 1052 como creación y dotación, o la de 1056, como consagración. La obra no
estaba acabada cuando la reina Estefanía dictaba su testamento hacia 1060-1065,
y es de suponer que no lo estuviera tampoco cuando es donada hacia 1079 por
Alfonso VI. A juzgar por los escasos restos conservados, hoy visibles en el
monasterio o fuera de él, la obra continuaba en la segunda mitad del siglo XII.
En 1109 el pueblo de Mansilla ofrecía a Santa
María una cruz de plata que todavía se conserva en el lugar, aunque reparada y
restaurada en diversas ocasiones, en una de las cuales, poco después de 1600,
se le haría un nuevo brazo inferior.
Su forma e iconografía recuerda hasta cierto
punto elementos altomedievales, pues es patada, al modo de las visigodas o la
de los Ángeles de Oviedo y como las que se representan en los Beatos u otros
códices, tal que el Vigilano o el Emilianense, o la de marfil que se dice
proceder de San Millán (que a lo mejor fue de Nájera), con brazos trapeciales
unidos a un disco central. En el frente, a los extremos de los brazos, se
representan los símbolos de los evangelistas, león, águila, toro, rellenando el
resto del campo con un vástago ondulante del que surgen hojitas y racimos, que
en el reverso es doble, todo ello cincelado y nielado sobre fondo dorado.
Algunas de ellas o muy parecidas pueden verse en piezas musulmanas de marfil o
metal, inclusa la greca del contorno, pero es curioso que casi todas se den en
las orlas que enmarcan las ilustraciones románicas del Beato que, procedente de
San Millán, se conserva en la Academia de la Historia. Y en él también, pero en
lo mozárabe, hay una cruz con su mismo esquema, con los tetramorfos a los
extremos contorneando la efigie del Cordero del círculo central, que aquí no se
figura, pero se cita explícitamente junto a los cuatro seres en una inscripción
que rodea a la pieza de cuarzo que ocupa el medio y con su fulgor lo evocaría,
como debía suceder en la desaparecida de marfil de Nájera. Otros detalles, como
el escamado del borde, la relacionan también con los marfiles emilianenses o el
capitel najerino citado. Pero el primor de lo figurativo está interpretado en
el nuevo estilo, pudiendo parangonarse con los trabajos del Arca Santa de
Oviedo o el ara de Celanova. Románico es también el lenguaje con que se efectúa
la decoración de los tres nudos que lleva el cañón para enmangar el astil, con
los consabidos roleos y leones contrapuestos entre vegetación calada, en el que
se inscribió la fecha de su construcción, mientras la dedicación a Santa María
figura al reverso del disco central, resaltando que se trata de un encargo del
pueblo mansillense a su iglesia mayor. No es de extrañar tal largueza, pues, al
fin y al cabo, con ella como cruz parroquial habrían de ir los clérigos en
procesión a buscar los cuerpos de los vecinos a su óbito, tal y como refleja la
escena de la muerte de San Millán en su arca. Es interesante recalcar este
obsequio no principesco porque sirve para documentar tempranamente quién
costeaba los efectos de las parroquias. Problema aparte es precisar dónde pudo
elaborarse tal objeto. Mansilla queda casi más abierta hacia tierras de Lara
que hacia Nájera, y fue, como todo el alto Najerilla, de su arcedianato.
Pero, por los mismos tiempos en que se labraba
la cruz, diez años después, el canónigo Girardo llegó a Logroño desde Silos por
aquí, como debieron de usar ese camino los devotos de la actual Rioja para ir a
aquel santuario o las gentes de Lara para visitar a San Millán en los siglos XI
y XII, ruta más sencilla, a pesar de lo áspera, que remontar el Oja para buscar
las fuentes del Umbría. Acaso el ambiente metalúrgico del lugar pudo propiciar
el establecimiento, siquiera temporal, de algún artífice. Desde luego, tal
artífice y sus comanditarios conocían la existencia de cruces elaboradas siglos
antes, que todavía se conservarían y conforme a cuyo modelo se hizo el encargo.
Otros aspectos del románico pleno
Es en este territorio del alto Najerilla, de
ásperas sierras y correspondiente hasta hace unos años a ese arcedianato de
Lara del obispado burgalés, donde se hallan los restos más numerosos en la
actual Rioja del románico pleno, si aceptamos como tales aquéllos cubiertos por
bóvedas con generatriz de medio punto, con la iglesia de San Cristóbal de
Canales y la ermita de Santa Catalina de Mansilla, antigua parroquial de Santa
María, de la que acaso procediera en origen una inscripción incompleta que la fecharía
en 1094 y en la que también se cita a un Sancho. Esta última acaso fue de tres
naves, o bien se le adosó tardíamente una segunda nave al Norte. Aquélla
destaca por conservar parcialmente la única galería porticada existente en la
actual provinciaregión, que será algo más tardía que la cabecera, de forma
rectangular y con arquerías ciegas al interior y exterior, que también debió de
tener Santa María de Villavelayo y luego se reutilizaron en sus muros de los
pies, quizá atavismo de un primer románico que algunos antropónimos (Sancho,
Galindo, Enneco, Fortún, Velasco) que semejan de abolengo pirenáico y aparecen
en el siglo XI en esta divisoria de aguas del Ebro y Duero, justificarían. A
ellas podríamos añadir la nave central de Santa María de Viniegra de Arriba,
aunque sus fajones sugieran ser más tardía.
Por lo demás, anteriores a 1160 sólo podríamos
añadir las cabeceras de Santa María de Ledesma y San Martín de Fonzaleche, bien
distantes entre sí pero ambas decanías de San Millán de la Cogolla. Próxima a
la primera se halla San Miguel de Matute, hecha, según la inscripción de su
humilde portada, por Fernando en 1169, también de generatriz de medio punto.
Ermita de Santa Catalina. Mansilla de la Sierra
Cabecera de la iglesia de Ledesma de la Cogolla
También lo será la más bella y más completa de
las iglesitas existentes a pesar de sus restauraciones, Santa María de la
Piscina en la Sonsierra. Una leyenda que si no nació sí que se desarrolló en el
siglo XVI, atribuía su construcción a la piedad de Ramiro Sánchez, padre del
que sería restaurador de la monarquía pamplonesa, García. Pero han de admitirse
como buenas la inscripción que fecha su construcción en 1136 y el acta de su
consagración por el obispo Sancho en 1137, que viera en su día don Martín Fernández
de Navarrete y consideró totalmente fiables. Dominando un alto de las
ondulaciones de la Sonsierra y presidiendo una necrópolis cuyas tumbas se
escalonan entre los siglos X y XII, destaca por su pureza de líneas, sin
columnas estribo en su ábside semicircular y la sencillez de su decoración, a
base de impostas que recalcan las líneas horizontales y las curvas de los vanos
tanto al exterior como al interior, recubiertas de tacos o de hojitas diversas
en roleos recordando lo jaqués. La única nave se cubre con medio cañón apoyado
en fajones doblados, como el presbiterio, mientras un cuarto de cañón cierra la
cámara situada al lado norte. Los capiteles de los apoyos deben reflejar, en
sus escenas de fuerza y sus cabecitas entre vegetación, el contraste entre las
penas del infierno y lo gratificante del paraíso. Probablemente se trate en
origen de iglesia o monasterio propio, y de ahí la unidad en lo constructivo,
como hecha de un tirón. El recuerdo a ciertas iglesitas navarras, tal como San
Adrián de Vadoluengo, levantada por Fortún Garcés Cajal antes de 1141, también
con su torre apeando en el último tramo, nos puede afianzar en esta idea. Y
también la cámara norte, quizá en origen cilla y habitación del clérigo, que
también existe en Santa María de Arcefoncea con el mismo tipo de abovedamiento.
Aunque tampoco es imposible que el fundador pensase en una eventual utilización
sepulcral.
San Vicente de la Sonsierra. Ermita de Santa María de la Piscina
A la primera mitad del siglo XII corresponderán
las imágenes en madera policromada de los tres monasterios dedicados a Santa
María en Nájera, Valvanera y Castejón. Forman, a pesar de buenas diferencias
entre sí, un grupo muy homogéneo dentro del románico español, con sus menudos
plegados en los bajos del brial que, a veces, se alzan al vuelo en remolino,
como en ciertas miniaturas citadas o en las plaquetas del arca de San Felices,
sus pellizones de mangas muy desbocadas o sus Niños, lateralizados y dirigidos
hacia su derecha. No cabe duda de que un esquema de este tipo (quién sabe si
una imagencita de venerable antigüedad) era conocido por los escultores activos
en la tierra en los comienzos del siglo XII. A pesar de las afinidades
existentes entre las tres, no parecen salidas de las mismas manos sino
inspiradas en fuente común, aun contando con las numerosas refacciones y
restauraciones sufridas a lo largo de su dilatada vida cultual. Es más que
probable que, ante sus fieles, se presentasen como integrantes de un grupo de
la Adoración de los Magos, primera manifestación gloriosa en público de Cristo,
a juzgar por la disposición de los Niños. El rarísimo aspecto que presenta la
de Valvanera se deberá a que, en principio, se concibió para recibir a los
Reyes por su izquierda, y, por alguna causa, al fin éstos se dispusieron a la
derecha, como es habitual en la iconografía al uso en aquellos tiempos. El
único otro caso de giro tan forzado en el Niño que conozco es el de la imagen
pétrea, tan ruda, que aparece en la embocadura del ábside de San Román de
Escalante (Cantabria).
El tardorrománico
Los inicios de la fase tardorrománica en la
Rioja pueden fecharse con bastante exactitud, alrededor de 1156-1158. Entre las
dos primeras puede situarse el sepulcro de doña Blanca en Santa María la Real
de Nájera, o al menos su inicio, y en la segunda se ponía la primera piedra de
la luego catedral de Santo Domingo de la Calzada, según los Anales
Compostelanos. Por entonces, la cofradía surgida en torno al santo había
derivado en una canónica establecida hacia 1150 regida por un abad, en
ocasiones el propio arcediano de Nájera, bajo el obispo Rodrigo. Este hecho y
la creciente afluencia de devotos en torno al Cuerpo Santo, causa de pleitos
con el prelado de Burgos, propiciarían la erección de un nuevo edificio
eclesial de más amplias proporciones que el creado a comienzos del siglo XII.
Se proyecta un templo, quizá el más grande del
territorio en ese momento, desde luego más largo y amplio que el que el obispo
don Rodrigo reivindicaba como suyo de los cluniacenses en Nájera, Santa María
la Real. Éste podría caber, incluso con su crucero acusado, si lo tenía, dentro
de las naves de la nueva obra. Y en ella se iban a dar una serie de
características, tanto espaciales como estructurales y decorativas que,
probablemente, eran novedades en el territorio.
Como lugar destinado al culto para varios
clérigos de misa custodios de las reliquias de un santo muy venerado ya y, por
tanto, de gran afluencia de público que no debe estorbar las solemnidades
litúrgicas, se concibe una gran cabecera con deambulatorio y tres capillas
radiales en él, separadas por tramos de paño y, acaso, otras dos más en el
brazo del crucero (lo que una excavación podría aclarar). Prolongándola, habría
tres naves de cuatro tramos, doble de ancha la central. Pero de ese ambicioso
proyecto sólo se debió de llevar a cabo la cabecera antes de 1190.
En ésta se utilizan arcos de medio punto y
apuntados, bóvedas de medio o de cuarto de cañón y otras reforzadas por nervios
o de crucería. Arcos de medio punto hay en la embocadura de la capilla central
y los habría en las otras dos, cubiertas seguramente con medios cañones y
horno, mientras, en aquélla, dos nervios surgidos de la embocadura sirven de
apoyo a tres paños. De medio punto son todas las ventanas y las arquerías que
aligeran el muro de cierre exterior. Pero casi todos los arcos constructivos restantes
son apuntados apoyando hacia pilares compuestos con columnillas acodilladas
para recibir las ojivas muy espesas de unas bóvedas de crucería de generatriz
redonda, prácticamente bóvedas de arista, que cubren toda la girola. De cuarto
de cañón sobre fajones es la bóveda de la tribuna, dispuesta como gran
arbotante corrido para contrarrestar los empujes de la bóveda de la capilla
mayor. Ésta sería de crucería en el proyecto. Hacia las naves se dispusieron
pilares compuestos con semicolumnas pareadas hacia los perpiaños y únicas hacia
los formeros.
Ahora bien, se tiene la sensación de que varias
de estas innovaciones van experimentándose en obra, que ha debido de tener
paralizaciones y cambios de replanteo, lo que se aprecia en las distintas
maneras de engendrar las crucerías de la girola, de tratar sus nervios e
incluso de situar sus arranques y en la propia decoración en la que, amén de
diferencias en impostas corridas o concepción de las arquerías externas, se
aprecia no menos de tres grupos de escultores diferentes en su lenguaje,
prescindiendo de los tallistas de molduraje.
Debe tenerse en cuenta la situación política
pues, tras la muerte de Sancho el Deseado, su cuñado Sancho el Sabio, quizá
aprovechando las turbulencias de la minoría de Alfonso VIII, ocupa buena parte
de las tierras que habían sido del reino pamplonés en el siglo XI, lo que
conducirá a un período de inestabilidad a partir de 1169, cuando el castellano
cuestione la actitud del navarro, inestabilidad que, por otras causas, volverá
a repetirse en los primeros años del siglo XIII.
Sea lo que fuere, la cuestión es que uno de
esos talleres de escultores va a estar relacionado con la tapa del sepulcro de
doña Blanca, mujer de Sancho el Deseado, muerta en 1156. Esta pieza es uno de
los más viejos sepulcros figurados del románico hispano, con seguridad sólo
precedido por el de su lejana parienta, doña Sancha Ramírez, en Jaca,
prescindiendo de la lauda de Alfonso Ansúrez, procedente de Sahagún, que
obedece a otro concepto de conmemoración tumular.
La reina muere probablemente en el mismo
Nájera, poco antes que su suegro, Alfonso VII el Emperador, y es lógico que su
marido decida enterrarla en la ciudad que había sido su corte, donde se acuñó
moneda a nombre del padre de ambos y probablemente al suyo, donde estaba el más
importante priorato cluniacense hispánico y había sido hasta ochenta años antes
panteón de la dinastía pamplonesa, antepasados de la difunta. Todas razones
suficientes para que se labrase en Santa María la Real una sepultura de gran calidad.
Su viudo hacía memoria de este entierro en
sendas donaciones al monasterio poco posteriores y lo hará también el huérfano,
Alfonso VIII, en varias de las expedidas por su chancillería hasta 1175, cuyo
tenor no parece dudoso entre tantos amaños y falsificaciones najerinas. Hemos
de considerar que la cronología ante quem de tal labra rondará el 1158, mejor
que los sucesivos años hasta que Alfonso VIII alcanzase la mayoría de edad en
1169.
Se ha llamado bastante la atención sobre la
calidad estética y los diversos significados de lo representado aquí, la
estrecha relación existente entre las vertientes alusivas al Juicio Divino, la
inocencia, la justicia sobre los recién nacidos, la exaltación de la maternidad
o el triunfo que supone la Adoración de los Magos, incluso sobre el planto y
sus posibles fuentes literarias. Querría señalar yo la posibilidad de que el
maestro que lo diseñó conociese diversos sarcófagos, entre otros los paleocristianos
de escenas compartimentadas por arbolitos y el arriba mencionado de doña
Sancha, cuya estructura de plegados en abanico tan ajustadamente se sigue en
éste. Y señalar como –sea uno de los ejecutantes Leodegarius y el otro un
seguidor o bien un solo tallista mejor o peor dirigido o más concienzudo en
ocasiones– se acerca más en la ejecución al conjunto de San Martín de
Uncastillo que a la obra firmada en la portada de Santa María de Sangüesa.
Conviene decir también que la relación najerina
con Sangüesa o las Cinco Villas no acabará aquí, puesto que el sepulcro
reutilizado en el siglo XIV para don Garcilaso de la Vega en el mismo
monasterio responde al estilo de uno de los maestros de los ojos grandes
trabajando en la ciudad navarra, aunque no sea el más abundante de aquella
portada. Basta comparar tal sarcófago con el capitel doble de arpías en una de
las naves laterales.
Es muy lógico pensar que, acabado el trabajo de
Nájera, el maestro y equipo que dirigiese allí se establecieran en la obra que
entonces se levantaba en el próximo Santo Domingo. Los estudiosos están
conformes en adjudicarle un buen número de los capiteles del muro de cierre
interior, en que llegan a distinguir así mismo dos manos distintas, aunque
algunos hay de los talleres que trabajan el haz exterior y la arquería de la
capilla mayor.
Mientras, los del exterior del cierre serían de
otro grupo de artífices, cuyo estilo, más difícil de analizar dado su estado,
de todas formas está relacionado con el anterior, que imitará sus composiciones
en Sangüesa, caso de la Presentación en el templo. A un tercer grupo se deberá
lo mayor de la escultura, los encapitelados de las arquerías de la capilla
mayor y casi todo lo aparecido tras el retablo mayor. Intereses no muy
compatibles con el sentido crítico del estudio han contribuido a que sobre ello
se hablase como si respondieran a un plan inicial, sin tener muy en cuenta los
forzados ajustes a que se someten las piezas.
En apariencia, podrían separarse La Asunción, y
alguna cosa más, pero la forma de tratar los paños, tan naturalista, o los
cabellos, nos indican que, en algunos casos, como en otros talleres, aquí se ha
procedido también a vaciar los ojos para colocar pupilas oscuras postizas y los
rostros han perdido el sentido que les daban los ojos casi saltones del David,
La Trinidad o los pasajes de los apóstoles pescadores. Ello no quita para que
en el mismo equipo haya más de un actuante, pues la riqueza escultórica es
mucha y se hace cuesta arriba pensar en un sólo artista, máxime considerando
que a este grupo, quizá el último en abandonar el tajo de las primeras etapas,
se debe la mayor parte de los canes y cobijas del sofito de la cornisa del
exterior.
Probablemente, los cuatro apóstoles que han
aparecido en sucesivas ocasiones adosados al trasaltar formaron parte de una
gran portada. Tal portada correspondería ya a obras realizadas posteriormente a
la impetra del obispo don García en 1191 y a la actividad de Garsión. Estaría
al Sur, mirando al antiguo mercado y acaso a ella se destinasen parte de las
piezas que ahora adornan la capilla mayor, labradas con anterioridad. También
posterior a esa fecha sería la prosecución de las obras hacia las naves, que durarían
más de cien años, pero que en su repartimiento y forma de los pilares
respondería al plan de Garsión.
El eco de este edificio llegará a muchos
lugares próximos y alejados. Deudor suyo en lo arquitectónico será Santa María
de Palacio en Logroño, iniciada también en románico y proseguida en gótico, una
de las rarísimas iglesias medievales de tres naves conservada en el territorio,
con un tipo muy similar de apoyos, distintas alturas de enjarjes, e incluso con
claves decoradas. Los capiteles de su portada románica norte recuerdan los
florales sencillos calceatenses, como los maltrechos restos conservados de la
Anunciación y Coronación al tercer taller de escultores. Hacia el Norte, en el
camino jacobeo, queda Irache, con ventanas partidas o molduradas en baquetones,
claves decoradas, columnas pareadas e incluso algún tema similar en canecillos.
También en Santa María de Sangüesa habrá columnas pareadas en los pilares
además de los paralelos escultóricos. Obsérvese que tanto ésta, como la del
monasterio de Irache, o Palacio de Logroño se concebirán con cimborrio sobre el
crucero, lo que anima a imaginar si no se pensó así para la de Santo Domingo.
En las iglesitas rurales de la Rioja también
hallaremos pilares con columnas pareadas o columnitas acodilladas para enjarjes
de ojivas en las proximidades de la ciudad episcopal. Así en Villaseca,
Castilseco, Baños de Rioja o Santasensio de los Cantos.
El sistema de adelgazar los muros de carga
mediante arquerías va a ser utilizado en las iglesias de los monasterios de
Fitero, donde también se dan los vanos en bífora, y de San Juan de Ortega,
donde, como en aquélla, hay vanos moldurados en baquetones, y en Torres del Río
o Eunate. El ábside de la iglesia de Villaseca, ya citada, se refuerza con
nervios de sección rectangular, como la capilla central de la girola, sistema
utilizado también en la correspondiente de la abadía de Fitero que no está
lejos de la solución dada en la Oliva.
Parentescos se dan también en lo escultórico,
comenzando por el establecimiento parejo, fundado por San Juan de Ortega más
adelante del mismo camino, como cincuenta años después que el de la Calzada,
pues la escultura de sus capiteles parece del mismo taller tercero. Ya se han
citado algunos de Palacio de Logroño, de Sangüesa e Irache, pero hacia el Sur
llega a Santo Domingo de Soria y hacia el Este hasta San Martín de Uncastillo
(que nos daría una fecha ante quem –1178– para la terminación de la girola calceatense)
o Santiago de Agüero. En fin que, como señala Poza Yagüe, la catedral
calceatense se convierte en referente a través del cual tratar de explicar una
parte de la evolución de nuestra plástica escultórica en el tránsito de los
siglos XII y XIII. Y eso que, aunque cita monumentos de Sedano, no trae a
colación otros derivados del círculo ya aludido de los maestros de los grandes
ojos existentes en La Rioja, tales como los fragmentos de tímpano de Aradón en
Alcanadre o San Antón en Alesón, ambas fundaciones de órdenes militares
(templarios y antonianos), como el hospital de Navarrete luego sería de
sanjuanistas, los de Bañares y Cerezo de Río Tirón (ahora en Los Claustros de
Nueva York), tan próximos a La Calzada, o el San Pedro mutilado de la antigua
colegial de Albeada. Y es que, a mi juicio, acaso haya de verse en el taller
tercero aludido el origen de ese círculo que llega desde San Juan de la Peña
hasta Zaragoza y desde aquí hasta Moradillo de Sedano o Grado del Pico en
tierras sorianas, segovianas y burgalesas. Puesto que yo creo ver en algunas
cobijas (fraile sedente, presunta danzarina) y acaso canes (comedor de hogaza)
del presunto taller tercero las características de ese grupo de maestros.
Sin embargo, los tallistas importantes poca
huella van a dejar en tierras riojanas aparte de los citados y el cenotafio de
San Millán de la Cogolla. Aunque otros más modestos se inspirarán en su
temática y composiciones para adornar las iglesitas rurales de la Rioja Alta,
como Ochánduri, Baños, Tirgo, con temas bíblicos, morales o de ejemplario. Y su
interpretación de motivos iconográficos se reflejará en la pintura, como
muestra el frontal procedente de Arnedillo. De todas maneras, la catedral
calceatense interesa también porque nos habla de los problemas que va a
presentar la arquitectura religiosa durante siglos, el porqué se hace y cómo se
lleva a efecto.
Suelen aprovecharse años de bonanza en que la
primicia y los donativos o aportaciones personales son copiosos, como tales
bienes, incluidos los bienes propios y específicos de la fábrica, son
administrados por obreros (mayordomo es el que vigila los ingresos capitulares
destinados a manutención de los clérigos, la casa por excelencia) y como, en
ocasiones, tales bienes por diversas causas, no son suficientes y las obras se
paralizan, como sucederá en tantas pequeñas parroquias de las localidades de
este territorio que, en general, es difícil que superen los ciento setenta
metros cuadrados de superficie interior.
No tenemos prácticamente pistas de cómo se
compensaba a los canteros por su trabajo. De Garsión sabemos que recibió
diversos bienes del rey Alfonso VIII, pero algo percibiría del cabildo y a él
estaría agradecido cuando le donó a su vez aquellos bienes. otro momento he
pensado que, acaso, una forma de corresponder sería también la concesión del
disfrute de un beneficio eclesiástico, como se hiciera con el mazonero Clemente
en San Cristóbal de Calahorra en los inicios del siglo XIII y, quizá, con
Arnaldo en la catedral de la misma ciudad a finales del XII. Las impetras nos
informan de que se admitía colaboración por parte de los fieles poniendo sus
manos, o prestando sus medios de producción, como en veredas no obligadas, con
la contraprestación de beneficios espirituales.
Normalmente se construye una cabecera (y una
portada en casos) y, cuando vuelven a existir fondos, se hará la nave, que
puede abovedarse o quedar cubierta con madera para esperar mejores tiempos. Los
ejemplos que se pueden citar son muchos, incluidas aquellas iglesitas en las
que la nave no salió de cimientos hasta doscientos o trescientos años después.
En este último caso estarían San Román de Ajugarte, Santasensio de los Cantos,
Santa Lucía de Briones, Santa María de Bueyo o San Pedro de Nalda, mientras en
San Román de Villaseca, San Julián de Castilseco, la Asunción de Sajazarra, las
ermitas de Treviana o San Bartolomé de Logroño, las obras se reiniciarían menos
de cincuenta años después. Por cierto que la última citada presenta tres
ábsides en paralelo, único ejemplar conservado de triple cabecera en la región,
que probablemente tuvieron también Santa María de Nájera, San Millán de la
Cogolla de Yuso y la catedral de Calahorra, mientras en Santa María de Palacio
de Logroño acaso hubo girola, a juzgar por el inusitado desarrollo en solar de
su actual cabecera y alguna alusión tardía a capilla redonda en trasaltar.
Obras posteriores a lo principal de la iglesia
serían también las galerías porticadas del sur existentes en San Cristóbal de
Canales, y en Santa María de Viniegra de Arriba, la primera, de rica imaginería
datable hacia finales del siglo XII, mientras la otra, muy cerrada como
conviene a su clima extremo, será reconstrucción de hacia 1500.
Muchos pórticos serían simplemente de
estructura lígnea, apoyando en la imposta sobre la portada sur o en mechinales
y, en su mayoría, serán sustituidas por otros andando el tiempo. Todos ellos
servirían para entierro de las personas de calidad, cuyos cuerpos quedarían
resguardados de la intemperie y sus espíritus iluminarían en las decisiones que
adoptase el concejo, del que solían ser lugar de reunión.
Tardíamente nos lo revela el caso de San Martín
de Fonzaleche, donde se juntó al concejo para prestar vasallaje al abad de San
Millán de la Cogolla en 1240. Años más tarde o a finales del siglo XIII,
observamos que los pobladores de Tirgo o los de Villaseca pertenecen en su
inmensa mayoría a la capa social de los hidalgos, terratenientes por tanto, lo
que nos sugiere que buena parte de las pequeñas iglesitas rurales serían
debidas en su mayor parte a estas gentes, únicas por otro lado capaces de
aportar bienes en concepto de primicia o de donativos para estas
construcciones.
Pues habrá iglesias construidas por el común,
por el pueblo de fieles, sean señores o labradores, a su conveniencia, y otras
a iniciativa relativamente privada, ya señorial o monástica. La calidad de la
construcción variará con ello, siendo las primeras, casi siempre, de mayor
amplitud y calidad, como perceptoras de mejores ingresos. A propósito de las
iglesias rurales, es conveniente señalar el parentesco que guardan las de
Villaseca y Castilseco con las de la comarca de Miranda de Ebro y, el todavía más
estrecho, de las dos de Treviana con respecto a las de la Bureba, singularmente
con las de Navas y los Barrios, que no se limita a lo constructivo sino también
a lo decorativo, repitiéndose los temas y su interpretación, de manera que uno
se siente tentado a pensar que el mismo equipo contaba con canteros
constructores y canteros tallistas o, incluso, que los mazoneros que las
levantaron desempeñaban indistintamente ambos especialidades.
Y al citar estas dos últimas iglesitas, sin
duda de carácter vecinal, hay que llamar la atención sobre sus arcos de triunfo
abocinados por varias arquivoltas que reducen su luz transformando el santuario
en algo relativamente cerrado. Así, probablemente era también el de San
Cristóbal de Canales y lo eran Santiago de Sajuela, Santa María la Antigua de
Aguilar de Alhama, Santa María de Plano en Leza, Santa Fe de Palazuelos, San
Martín de la Nava en San Vicente de la Sonsierra, y San Esteban de Viguera. En
casos, los primeros sobre todo, se explica por cargar sobre tal lugar la
espadaña campanario, tan necesaria para convocar a las gentes, pero en otros
templos como el Salvador de Tirgo, la Asunción de Sajazarra, San Felices de Ábalos,
San Román de Ajugarte y tantos otros de amplio arco triunfal, también éste
sirve o, servía de asiento para la espadaña. En San Esteban de Viguera se ha
explicado como recurso litúrgico de cerrar el santuario en momentos
determinados al común de los fieles, de acuerdo al ritual hispánico. Lo más
simple sería considerar que actuaban como acceso, antes de la construcción de
la nave, pues tampoco las iglesias en cuestión son grupo homogéneo de uso o
destino en principio, las tres últimas seguro decanías de otros monasterios,
mientras la mayoría parroquias de aldehuelas. Obsérvese que la cronología de
todas ellas es muy dispar, pudiendo atribuirse la más antigua al siglo XI y la
más moderna a comienzos del siglo XIII.
Otras manifestaciones
No son abundantes los restos pictóricos murales
que han llegado a nuestros días, casi todos eliminados al modernizarse los
templos a lo largo del tiempo, incluso modernamente. Destacan los de San
Esteban de Viguera por ser los mejor conservadas, aunque su dibujo, muy
elemental, y la pobreza de su colorido, contrastan con la viveza y seguridad de
trazo del frontal que hubo en Arnedillo en el que las escenas representadas de
la Adoración de los Magos y la Presentación tanto recuerdan iconográficamente a
las esculturas de Santa Domingo de la Calzada y sus secuelas. Éste es quizá el
objeto de arte mueble más interesante de la producción riojana en el románico
tardío, aunque alguna otra pieza de calidad haya llegado a nuestros días, tales
como el Crucifijo de Santiago el Real de Logroño o el muy maltrecho del Museo
de la Rioja procedente de San Millán de la Cogolla, mientras las imágenes de la
Virgen, en general relicario, responden a fórmulas menos imaginativas, casi
todas siguiendo el modelo de las arriba citadas o de la de Rocamador, como las
de Cañas. Excepción, quizá, es la de Santa María de Palacio de Logroño, en
piedra, que, a veces, ha sido puesta en relación con Leodegarius pero debe de
ser unos cuantos años posterior al 1200 por su atuendo, el tratamiento de paños
y alegría en la expresión.
Varias de estas imágenes tardías (Virgen del
Monte de Cervera, Virgen de Yerga de Autol, Virgen de Posadas) nos anuncian
algo de la constante pervivencia del estilo hasta tiempos avanzados, imitándose
los modelos, cosa que también nos dice el propio sepulcro de Santo Domingo de
la Calzada, respecto al de San Millán de la Cogolla.
Pero va a ser en lo constructivo donde la
inercia del románico va a sentirse con más fuerza. Testimonio primerizo sería
el arranque de los muros de los ábsides de la iglesia monasterial de Cañas, el
templo gótico más emblemático en La Rioja, sacados de cimientos mucho después
de que se ochavase la capilla mayor de la catedral calceatense. Pero ello ya
era así en la primitiva catedral gótica burgalesa.
Frontal de altar procedente de Arnedillo.
Más llamativa es la proliferación de templos de
planta rectangular que se cubrirán con bóvedas de cañón apuntado, muy
frecuentes en los pequeños lugares de la sierra pero que no van a faltar en los
terrenos del llano. Probablemente, los canteros medianamente informados han
considerado que éstas eran mucho más sencillas de construir y de sostenerse que
las ojivales, de relativamente complicados cálculos. Todas tienen la cabecera
plana, a veces más estrecha y baja que la nave, pero muchas veces de la misma
anchura que ella, de la que se diferencian por la cesura que puede marcar un
arco triunfal apeado en pilastras con una imposta como capitel, en general
lisa, aunque alguna lleva decoración. Los fajones tanto pueden arrancar de
pilastras adosadas como del propio muro sobre ménsulas. El interior suele ser
oscurísimo, dada la escasa iluminación y, en su mayor parte, los muros son de
mampostería con refuerzos de sillería en esquinazos, huecos y pilastras, si las
hay. Sus vanos son estrechas aspilleras, cuando no han sido remodelados
posteriormente, a excepción del ingreso, situado al Sur, unas veces apuntado,
con una moldura de guardapolvo y zapatas marcando su arranque, otras veces de
medio punto y sin decoración alguna. Suelen tener una espadaña sobre el hastial
de los pies, aunque a veces ésta prolonga tal muro hacia el Sur, de modo que
cierra el atrio por ese lado.
Cuando se conserva, la cornisa del tejaroz
presenta canes muy rudos, sin decorar en la mayor parte de los casos, con
perfil de nacela en las más antiguas y abocelados en las que parecen más
recientes.
Desde hace muchísimo he considerado que tales
iglesitas tenían algo que ver con la escasez de medios por un lado y por otro
con la implantación del Cister por aquí. La mayor parte se hallan en lugares
despoblados, convertidas en ermitas hace siglos o bien abandonados
recientemente. También en territorio donde convergían los derechos de Santa
María de Herce y San Prudencio de Monte Laturce (Torremuña, Larriba, la Santa,
etc) o en sus proximidades (Leza, Terroba, Zenzano, Ambas Aguas) o bien los de
Santa María de Herrera y sus cercanías (Galbarruli, Villalba, Santa María de
Cillas en Sajazarra, San Juan de Arriba en San Vicente de la Sonsierra).
De las más antiguos serían San Martín de Leza
(que fue de San Prudencio) y Santa María de Yerga en Autol, sucesora del
primitivo asentamiento del monasterio de Fitero, ambas probablemente del siglo
XIII. Ésta llevaba cañón en la nave y crucería en la cabecera, lo mismo que San
Juan de San Vicente de la Sonsierra, fundada en 1385 como enterramiento de don
Diego López de Abalos.
Entre las más modernas andarían las extintas
parroquiales de Zenzano, Larriba, Bucesta y El Collado, esta última de
comienzos del siglo XV, como muy temprano, si su nave es contemporánea de la
portada y poco anterior a sus pinturas murales. Las referencias cronológicas de
unas y otras son, aparte de las dichas, muy vagas. Sabemos que en Santa María
de Cillas se llevaba a efecto una avenencia sobre alcances de términos para
pastos entre el concejo de Sajazarra y el monasterio de Herrera en 1330. Sobre
Santiago de Jubera sabemos que fue santuario de devoción que atraía a
peregrinos de muy diversos lugares de tierras sorianas y de la Ribera de
Navarra antes de 1353.
La cuestión es que la bóveda de cañón apuntado
va a tener larga perduración y no sólo en lo que se refiere a edificios
religiosos sino a otro tipo de construcciones como casas fuertes, castillos o
bodegas, en las que se utilizará hasta entrado el siglo XVI, lo que no va a ser
exclusivo de La Rioja.
Ello nos da pie para recordar que en románico
también se dan edificios no templarios en La Rioja de cierta significación.
Así se pueden citar los castillos de Davalillo,
próximo a San Asensio, o de San Vicente de la Sonsierra. El primero, cuyo
poblado desapareció antes de 1520, fue construido de un tirón a finales del
siglo XII o comienzos del XIII para vigilar precisamente, junto con el de
Briones, la actividad de los navarros en la Sonsierra y sus incursiones hacia
Castilla y está concebido como alcázar. Su tipo de aparejo, los elementos
constructivos, incluso la capillita en los bajos de la torre del homenaje, no
parecen poderse situar después de 1250. El otro servía para lo propio en el
territorio navarro. El hecho de que fuera más bien ciudadela en torno a la que
quedó el poblado, ha hecho que sufriera múltiples remodelaciones además de
servir de cantera, pero aún conserva, además del trazado general de la cerca,
la que creo que fue su torre original y el posible aljibe o bodega abovedados
que no deben de ser muy posteriores al momento en que la hacía construir el
tenente Fernando Moro, hacia los mismos años, alrededor de 1172, en que Sancho
el Sabio concedía su fuero.
Así mismo, habría que referirse a las fuentes,
de las que se conserva numerosos ejemplares con elementos constructivos de tipo
románico, derivando de las estructuras similares de la romanidad. Suelen
consistir en un edículo o arca de planta rectangular, donde se recogen las
aguas captadas, que acusa en su muro de cierre frontal de cantería bien
aparejada, la rosca de la bóveda de medio cañón o de cañón apuntado que las
cubría. La del Campillo en Torrecilla en Cameros o la de Briñas, próxima al
Ebro, son de las más interesantes. Las de Montalbo, Ajamil o la de San Pelayo
de Ribafrecha van también abovedadas con medio cañón, las dos últimas bastante
reformadas en sus frentes posteriormente. La de los Mártires de Ocón, es de
cañón apuntado, como la de Cellorigo, muy maltrecha, y la de Soto de Cameros,
ésta realizada en sillarejo apreciable a pesar de la monumental fachada que se
le añadió en el siglo XVIII.
La tecnología tradicional seguirá conservando
este sistema de arca para captación de aguas hasta el siglo XVIII al menos en
muchos pueblos serranos.
También se construyen o reparan puentes por
entonces aunque, probablemente, los grandes dispuestos por Domingo de la
Calzada o Juan de Ortega a quienes tantos se atribuyen, fueron de madera40, a
lo mejor sobre pilares pétreos. A pesar de las numerosas reconstrucciones que
han sufrido, alguno se conserva en parte o en todo en rutas poco frecuentadas
ahora.
El más significativo puede ser el del Priorato
en Cihuri de origen romano, que debió de ser profundamente reparado hacia 1200.
A los tiempos del románico corresponderá el arco de la margen izquierda
levemente apuntado y el tajamar y espolón de la cepa principal. En la misma
ruta es posible que lo sea el del camino de Villaseca en Sajazarra, de medio
punto en cuidada sillería, como alguno de la comarca de Cervera, la metrología
de cuyas piezas parece adecuarse más a estos tiempos que remontar a lo romano o
musulmán, y lo será el que hay sobre el Teba en Canales de la Sierra, aunque en
sillarejo.
Puente de Cihuri
Y al mencionar a Santo Domingo de la Calzada no
hay por menos que referirse a la estructura urbana de la ciudad creada en torno
a su santuario.
Puede considerarse que es al final del siglo
XII, en el tardorrománico, cuando aparece una tipología urbanística que tiende
a la distribución hipodámica, estructura que será alabada en las Partidas de
Alfonso X. Diversos textos de por entonces nos informan de reformas o nuevas
poblaciones acometidas a instancias de los monarcas castellanos y navarros,
Sancho el Sabio o Alfonso VIII ante todo, para mejorar las posibilidades de
este territorio en zona de fricción.
De entre 1160 y 1220 son la mayor parte de las
pueblas que se llevan a efecto en La Rioja y en la Sonsierra de Navarra, en su
mayor parte derivadas del fuero de Logroño, entre ellas las de Laguardia (1164?
y 1208) y San Vicente de la Sonsierra (1172?), que señalan cómo las casas deben
ser de tres por doce estados en planta, y las de Labraza (1196) y Viana (1219),
que los establecen en cuatro por doce, lo que indica una planimetría estudiada.
Esa planimetría se seguirá en el burgo de Santo Domingo, cuando el abad Pedro
(1162-1169), años del señorío de Sancho el Sabio de Navarra, dé a poblar la
mitad de la serna, haciendo que el maestro Garsión reparta en solares con su
pértiga un total de cincuenta y tres estados. Cuando ya la ciudad está en poder
de Alfonso VIII, unos veinte años después, el abad Diego (c. 1170-1198) da a
poblar la otra mitad de la serna, desde el pozo hasta la era, y de nuevo
interviene Garsión en el reparto de solares. Así surgirá la calle de Barrio
Nuevo, primer ejemplo bien documentado de este tipo de urbanización regular.
Hacia estas fechas hay otras noticias menos concretas a poblamientos de zonas
en localidades del territorio.
Así Bernardo de la Tenda da a poblar el arrabal
de Logroño en la segunda mitad del siglo XII. Doña Toda Ruiz reparte en
quiñones el Palomar de Alfaro en 1211 para hacer poblado. Los concejos
grañoneses de Santa María y San Millán llegan a un acuerdo en 1170 para
trasladar sus viviendas a la serna de Domingo Núñez. Alfonso VIII hace nueva
puebla en Nájera, que sufrió pavoroso incendio a finales de siglo.
A estos tiempos considero que obedecen la
configuración del Logroño actual en los primeros tramos de las actuales calles
Mayor y Herrerías, además de los alrededores de la antigua iglesia del
Salvador, que contribuirán a conferirle aspecto de bastida y la de la zona de
Nájera al norte de Santa María la Real, tan distinta en la distribución de sus
parcelas a la que hay al suroeste del monasterio. La estructura del barrio de
Aquende en Miranda de Ebro, cuyo fuero es otorgado por Alfonso VIII hacia 1180,
también confirmaría esto.
Creo, no obstante, que, cuando se va a
generalizar el sistema, es en el siglo XIII como consecuencia del cierto auge
económico y demográfico que contribuirá a la ampliación de Logroño que ya ha
superado su cerca antigua al norte de la calle Mayor, del propio Santo Domingo
de la Calzada, en que se configurará la calle de Isidoro Salas y, más tarde, la
del Pinar.
El ejemplo más característico de todos será
Grañón, cuyo casco viejo, con tres calles longitudinales orientadas de Este a
Oeste, conforman un rectángulo de ángulos ochavados, con solares que se acercan
a los tres por doce estados de los fueros o sus múltiplos o divisores. El
corresponsal para el Diccionario de Madoz dice que estuvo cercado de murallas,
de las que algún resto informe se apreciaba al Norte hace unos años, y las
calles a los lados de su línea teórica se llaman Barbacana y Cercas. La calle principal
es la central (Santiago-Mayor) en la que se halla la iglesia parroquial de San
Juan y en la que estuvo la de Santiago, reducida a ermita más tarde y
desaparecida ya en el siglo XIX, que es el antiguo camino jacobeo. Hay dos
calles transversales, de Norte a Sur, una de ellas dirigida hacia las plazas
que se abren a norte y sur de la iglesia en la calle principal.
Grañón. Casco urbano
Grañón debía de contar con varios barrios o
concejos en diseminado que se citan en la documentación desde el siglo X hasta
comienzos del siglo XII, y contaba con su fuero y su mercado desde inicios del
siglo XII o antes. Alfonso VIII creó una nueva puebla que prometía deshacer en
su testamento de 1204. En relación con ella estarían la adquisición de una
serna para poblar al monasterio de San Millán en 1178, los pobladores venidos
de Redecilla y Villarta antes de las cortes de Nájera (1185), o el castillo nuevo
que se menciona en 1199. Quizá la estructura actual deriva de estos hechos, o
bien del final del siglo XIII.
En 1256 Alfonso X la entregaba con sus fueros y
privilegios como aldea a la villa de Santo Domingo, de la que todavía era en
1264. Pero no lo era ya en 1270, en que debe volver a manos del señor de la
tierra. En 1286 lo era don Diego López de Haro, que hace referencia a la puebla
nueva. Para estos últimos tiempos, Santo Domingo de la Calzada era ya una
ciudad realenga y con importante feria, pero no así en los tiempos de Alfonso
VIII, que quizá intentaba crear en Grañón un poblado para doscientos cincuenta vecinos
que, además de atender los servicios del Camino, contribuyese al desarrollo
comercial entre Rioja, Bureba, tierras de Lara y el norte burgalés y Álava y
fuese también controlador del territorio junto con Cerezo y Belorado.
Más parecido en planta a Santo Domingo de la
Calzada es el próximo Bañares, casco muy alargado y con más sentido de camino,
pues su eje (calle Real) es el antiguo de Haro a San Millán. Al Este se
disponen una o dos calles longitudinales en las que los solares más regulares,
entre calle Nueva y Cárcava (ahora Cura Lope) cerraban la cerca en codo con la
misma solución de la calle del Medio o Isidoro Salas en Santo Domingo o la de
la Judería en Nájera. De ese modo, sólo dejaban puertas al Norte y al Sur. Al
Oeste hay una serie de manzanas irregulares que serán vestigio de uno de los
antiguos núcleos, entre los que estaba la iglesia de Santa María, dependencia
de San Millán de la Cogolla, actualmente sacada fuera del lugar, y con espacio
vacío (la plaza) que sería mercado. El castillo bajo medieval se levantó
extramuros, al Sur. Pero de las actividades no estrictamente rurales del
poblado antes del siglo XV nada conozco.
Como bastidas se deben configurar en el siglo
XIII también Sajazarra y Briones, como apoyo a la defensa fronteriza.
Sajazarra es otra de las pueblas nuevas creadas
y mandadas deshacer por Alfonso VIII en 1204, como Grañón, Nájera, Baños,
Ibrillos, Caranca y Frías.
Nótese que alguna de ellas (Grañón, Nájera,
Frías) prosiguió su historia de puebla más o menos libre, lo que nos consta no
debió de suceder con Caranca, ni acaso con Baños o Ibrillos. Desde luego, debió
de ser ideada por el rey muy cerca ya del 1200, supuesto que allí había
establecido él un monasterio cisterciense desde 1171, que pasaría a Herrera
luego y que todavía en 1193 hizo donaciones en ella a San Millán de la Cogolla.
Alfonso X daba en 1253 al concejo diversos términos propios del monasterio de
Herrera y en 1255 los dados por Alfonso VIII a San Millán, con lo que habrá de
considerarse que la puebla definitiva es obra de este último. El casco se
adapta a la cima de un cerro contorneado en tres de sus lados por el río
Mardancho con una forma aproximada al trapecio. Dentro de él hay nueve manzanas
longitudinales formando seis calles longitudinales de sentido Este-Oeste, y
cuatro transversales, de las que las más extremas marcan el contorno de la
muralla.
Cuatro cantones marcan el eje Norte-Sur, sin
salidas directas al exterior, que tampoco debió de tener el eje Este-Oeste (la
Fuente). Se conserva una puerta en la muralla en la que debió de ser vía
principal, anterior a la organización de la actual puebla y lateral a ella, pero
donde debían de estar a Norte y Sur las plazas públicas (las tres principales
actuales son mucho más tardías, dos del siglo XIX y otra del XV-XVI), una de
ellas, quizá del mercado, junto a la iglesia, situada en el ángulo noreste. Otra
iglesia debió de haber donde hoy se alza el castillo del siglo XV, sucesor
acaso de una torre más antigua, a juzgar por la necrópolis allí existente.
De Briones las noticias son menos concretas.
Existente de antiguo, Alfonso X le daba fuero en 1256, quizá como plaza
fronteriza frente a la navarra de San Vicente de la Sonsierra. Su casco
antiguo, que aún conserva restos de la cerca y dos puertas tardías, una ya del
siglo XVI, seguía el contorno del cabezo, con forma cuadrangular en la que
sobresalen dos espolones, uno hacia el ángulo noroeste, donde se hallan los
restos del castillo bajomedieval, que sucedería al de los Haro que hizo
derribar San Fernando, y otro hacia el sureste, en el que estaba la iglesia de
San Juan, sustituida en el siglo XVIII por la ermita del Cristo. Hacia el
centro se halla la iglesia mayor y, en sus proximidades y en las de los dos
ángulos citados, se observa un asentamiento relativamente inorgánico, mientras
el resto presenta manzanas bastante regulares.
Lo mismo sucede con San Asensio, concedido
hacia 1254 al concejo de Davalillo y que absorbería a los pobladores de éste en
el transcurso del tiempo, concebido con manzanas regulares alargadas entre el
alto de las Eras y la antigua iglesia del Salvador. Y también con Cuzcurrita, a
cuyos habitantes concedió Alfonso X beneficios. Al Sur, en torno a la iglesia
de San Miguel, queda el poblado inorgánico anterior al siglo XIII, mientras que
las manzanas existentes entre Carnicerías y segundo Cantón son totalmente
regulares. En la Rioja Baja se deberá a los tiempos de Alfonso X la
configuración nueva de El Burgo de Alfaro. El cabezo de Alfaro con su castillo
y sus iglesias de San Juan, San Esteban y la mayor, San Miguel, era por si una
plaza fuerte antigua. Pero la barriada moderna (siglo XII/XIII) de El Burgo
debía de quedar alejada del núcleo principal, así que se crea La Puebla, citada
ya en 1283, con manzanas alargadas entre las antiguas calle Mayor y calle Muro
Alto, en la que, mucho después de haberse integrado los pobladores de El Burgo,
acabará instalándose su iglesia de Santa María, ya en el siglo XVI.
Vemos pues que el sistema de parcelación bien
documentado a finales del siglo XII, va a perdurar en localidades creadas ex
novo o reformadas a lo largo del siglo XIII y aún llegará más lejos en el
transcurrir de la Edad Media. Ejemplos tardíos podrían ser los de la Villanueva
de Logroño, Santa Coloma e incluso Foncea o Pedroso.
Si en principio el sistema parece haberse
aplicado a localidades que servían a los intereses del rey, luego va a
generalizarse. Pues los beneficios que suponían en sus orígenes las nuevas
pueblas, de conseguir un solar barato y libertades individuales, entre ellas no
estar sometido a las duras prestaciones personales y poder disponer libremente
de sus propiedades, lo que no sucedía con collazos y vasallos de monasterios y
señores, a cambio de ciertas prestaciones menos onerosas al rey, van a
extenderse a lugares de dominio monástico y señorial a partir del siglo XIV.
Románico riojano a través de su
escultura monumental
Si la riqueza simbólica del arte románico se
refleja, ante todo, en su escultura monumental, con más motivo en La Rioja,
donde la pintura y las artes decorativas –que son el otro soporte fundamental
de la iconografía– nos han legado muestras muy escasas, a excepción de la
eboraria y de la miniatura. Este tipo de escultura, aunque está ligada a la
arquitectura en forma de relieve y, por tanto, es siempre en piedra y se halla
totalmente condicionada por el marco arquitectónico, ofrece al observador de
nuestros tiempos todo un mundo mágico, lúcido y absurdo a un tiempo, disperso
por ábsides, naves, galerías porticadas, claustros, torres, portadas, ventanas
y cornisas de tejaroz de los templos, los cuales decoran profusamente sus
basas, fustes, capiteles, canecillos, arquivoltas, guardalluvias, roscas de
arco, impostas, cimacios, ménsulas, molduras, cornisas, jambas, claves,
dinteles, tímpanos, óculos y demás elementos arquitectónicos. El renacimiento
de la plástica, tras haber estado en decadencia desde los últimos tiempos del
Imperio Romano, realmente se produce a partir del siglo XI, con la aparición
del arte románico, y por ello la escultura monumental invade por completo los
edificios, por dentro y por fuera, con objeto de atraer la atención de los
fieles.
Ahora bien, dicha escultura tiene casi siempre
una doble intencionalidad, pues puede adquirir un sentido iconográfico,
encerrando un significado o contenido simbólico, o aparecer como puro
ornamento, con una finalidad únicamente estética o embellecedora. Aunque a
menudo se intentan buscar programas iconográficos, lo cierto es que la mayoría
de las iglesias suelen estar llenas de elementos inútiles, puramente
decorativos y vacíos de contenido, que sólo persiguen la contemplación de los
motivos que representan y no su comprensión. Quizá las piezas se tallaban por
partes y cada cantero o escultor hacía el trabajo a su manera, sin preocuparse
del resultado de conjunto y sin tener en cuenta un diseño general. Incluso a
veces los capiteles, canecillos y demás elementos que ejercen de soporte de
esta escultura, no se labraban in situ, sino que eran traídos de fuera por
encargo, y de ahí su falta de sentido. Por otro lado, no todos los artistas
eran profundamente religiosos y de vez en cuando se liberaban de los programas
didácticos impuestos por los obispos o abades, ejecutando temas totalmente
profanos o desordenando pasajes bíblicos y colocándolos en zonas altas y
oscuras donde no podían ser vistos, lo que demuestra que sólo los impulsaban
fines estéticos, no docentes. Además, cuando los artistas medievales esculpían
lo que la Iglesia les ordenaba, utilizaban diversas fuentes gráficas (estampas,
grabados, tejidos, manuscritos, repertorios de fuentes como jeroglíficos,
emblemas o alegorías), sin conocer en muchos casos su significado y sin
comprometerse para nada con su obra. Esta escultura ornamental que no se
supedita a un cuerpo doctrinal fijo, es muy frecuente sobre todo en los medios
rurales, donde los artesanos locales gozaban de una situación de mayor aislamiento
y libertad, reflejando en sus obras fantasías individuales, ideas y sensaciones
sueltas, a menudo irracionales.
Pero hay ejemplos, indudablemente –y son ellos
los que van a protagonizar este capítulo–, en los que existe un significado en
relación con el dualismo bien/mal típicamente medieval. En ellos se intenta
realizar bien una reflexión teológica, intentando expresar los misterios de la
fe, los premios y castigos después de la muerte, el temor a la condenación y la
necesidad del arrepentimiento, o bien resaltar ciertos valores simbólicos de
variado origen (literatura, mitología, culturas antiguas), aunque a menudo esa
referencia o fuente original no se recuerde.
Esta escultura llamada “iconográfica”
suele plantear serias dudas a los investigadores sobre quiénes eran sus
destinatarios. Si iba dirigida al pueblo llano, sí que podría tener en muchos
casos una finalidad didáctica o pedagógica, reflejando el tan manido ideal de
los monjes cluniacenses como instructores de los rudos e iletrados fieles en
las verdades de la religión cristiana y en la existencia de una realidad
superior. Es, en definitiva, la consideración de los templos románicos como “Biblias
de piedra” o como vehículo para enseñar la religión, lo cual no se puede
aplicar a todos los casos, ya que los feligreses no solían tener la suficiente
formación intelectual como para entender algunos mensajes, que a veces
reflejaban preocupaciones teológicas no recogidas en las Sagradas Escrituras
sino fruto de una elaboración individualizada para un lugar y una situación
histórica concretos. Consecuentemente, es lógico pensar que muy a menudo el
pueblo supuestamente indocto tuvo que necesitar de las explicaciones de los
sacerdotes para comprender esta escultura, que se situaría en templos
parroquiales y en catedrales.
Por el contrario, si se orientaba
exclusivamente hacia el clérigo, estaría elaborada por un experto teólogo y su
fin sería intelectual y simbólico, con niveles superiores de lectura no
accesibles a los simples creyentes. A veces, por ejemplo, se intentaba a través
de ella, enseñar un nuevo dogma o combatir una herejía. En estos casos la
temática es difícil de descifrar pues no se hizo con fin docente para un amplio
auditorio, sino para la intelección de la minoría de los eclesiásticos o
simplemente para Dios, y por ello se colocó a menudo en los claustros
monásticos, a veces incluso acompañada de letreros explicativos que evitaran
confusiones. De todos modos, esta circunstancia se da en contadas ocasiones,
pues la teoría de que las iglesias románicas eran como “enciclopedias”
del conocimiento de la época, sólo es aplicable a los grandes edificios.
Probablemente haya que aceptar la realidad de que únicamente en ellos se dan
verdaderos ciclos coherentes y eruditos, reflejándose en la mayoría de los
templos –incluidos los de La Rioja– asuntos locales y corrientes.
Ahora bien, pese a las limitaciones del arte
románico riojano, su escultura contiene una cierta variedad iconográfica, pues
el repertorio de temas representados es bastante amplio. Lo que no vamos a
encontrar en estas iglesias es un programa completo, pero sí una serie de
imágenes sueltas que nos muestran el mundo medieval tal y como lo concebía el
hombre del románico. Incluso en un territorio tan reducido geográficamente, va
a quedar suficientemente demostrada la universalidad temática del arte de la Plena
Edad Media, circunstancia que no se dará con tanto énfasis en los estilos
posteriores. En esta época se despliegan los mismos temas –aunque con distintos
niveles de planteamiento y compresión, como queda dicho–, tanto en las ermitas
de las aldeas como en las iglesias y catedrales de las ciudades. Todo se
incluye dentro de una misma reacción estética que afectó por igual a la mitad
norte de la Península Ibérica, Francia, Alemania, Inglaterra e Irlanda, con sus
respectivas diferencias de matices.
De ahí que en La Rioja aparezcan todos los
temas y motivos fundamentales del arte románico, que sumariamente podríamos
clasificar en geométricos, vegetales, animales, humanos e híbridos. Por regla
general, los geométricos, vegetales e híbridos se suelen esculpir como puro
ornamento, mientras que los figurados (zoomórficos y humanos) pueden adquirir
en ciertas ocasiones un sentido iconográfico o simbólico. Ahora bien,
evidentemente, una afirmación tan simple como ésta no está exenta de
excepciones: por ejemplo, los primeros pueden tener un significado (el zigzag
en las arquivoltas es a menudo un símbolo solar) y los segundos carecer de
contenido (las cabezas animales y humanas de los canecillos son casi siempre
puramente decorativas).
Aunque en estas líneas voy a intentar incidir
sólo en aquéllos temas con un cierto mensaje, no podemos dejar de plantearnos
el problema de si el arte románico ha de calificarse de simbólico o no. Es
cierto que los símbolos son más necesarios en el ámbito religioso que en ningún
otro, ya que los seres sobrenaturales a que hace referencia toda religión
precisan de ellos para su representación, pero tampoco hay que verlos donde no
existen, admitiendo en numerosos casos el valor únicamente decorativo de muchos
motivos. Además, en el románico es frecuente retomar símbolos no cristianos
(egipcios, mesopotámicos, sasánidas, helénicos, romanos, celtas, germanos,
islámicos...), reinterpretándolos con un significado cristiano pero
desconociendo el que un día tuvieron en esas culturas olvidadas.
Del centenar aproximado de templos románicos, o
restos de ellos, que existen en La Rioja, sólo poseen escultura monumental la
mitad aproximadamente, y la mayoría se encuentran en la Rioja Alta, repartidos
por los valles de los ríos Tirón, Oja y Najerilla. El valle del Tirón es el más
prolífico, pero su escultura, por desarrollarse en un ámbito exclusivamente
rural, es de carácter popular; sin embargo, las otras dos cuencas, si bien
poseen un número algo menor de monumentos decorados (valle de Ojacastro en el
Alto Oja y sierra de la Demanda en el Alto Najerilla), cuentan con algunos de
mayor envergadura, como la catedral de Santo Domingo de la Calzada o los
monasterios de Nájera y San Millán de la Cogolla. Los templos románicos de la
Rioja Baja que se ornamentan con relieves se sitúan en las cuencas fluviales
del Iregua (sierra de Camero Nuevo), Leza y Jubera (sierra de Camero Viejo) y
Alhama (sierra de Alcarama), así como en el llamado valle o tierra de Ocón,
entre las cuencas del Jubera y del Cidacos, pero no pueden compararse ni en
calidad ni en cantidad con los anteriores. En la cuenca del Cidacos, muy escasa
en restos románicos, no subsiste ninguno con labras.
La ribera del Ebro, que atraviesa la región de
Oeste a Este, posee muestras escultóricas tanto en la Rioja Alta (zona de la
Sonsierra, única que queda en la margen izquierda del río), como en la Media
(Logroño y Navarrete), y en la Baja (Alcanadre), pero tampoco son muy
abundantes. Por último, no hay que ignorar los fragmentos depositados en el
Museo de La Rioja en Logroño, en el de Nájera y en el Diocesano y Catedralicio
instalado provisionalmente en los claustros de las catedrales de Calahorra y
Santo Domingo de la Calzada, y en la parroquia de Santa María de Palacio en
Logroño, así como algunas piezas que se encuentran fuera de la región (catedral
oscense de San Pedro de Jaca y monasterio burgalés de Santa María de Bujedo).
Pero de lo mencionado, los ejemplos en los que vamos a profundizar, por poseer
relieves esculpidos de cierta entidad, van a ser exclusivamente algunos de la
Rioja Alta (Najerilla, Oja, Tirón, Sonsierra), y Media (ribera del Ebro a su
paso por Logroño y pueblos cercanos).
Todo ello se da en un ámbito exclusivamente
religioso: monasterios, iglesias o ermitas. No se conserva nada en arquitectura
militar o civil (castillos, torres fuertes, palacios, hospitales), ya que estas
tipologías han sobrevivido peor al paso del tiempo, en el caso de la
arquitectura militar por su propia función bélica, y en el caso de la civil,
porque apenas debieron de existir construcciones de calidad aparte de los
palacios reales, que en muchos casos además eran las propias fortalezas
militares. La portada y las dos ventanas del hospital de San Juan de Acre en
Navarrete pertenecieron a la iglesia y no al hospital propiamente dicho, y lo
mismo ocurre con el Cristo hallado en el alto de San Antón, entre Alesón y
Ventosa, el cual procede de la ermita que hubo al lado del hospital antoniano.
Ahora bien, esto no quiere decir que los temas vayan a ser estrictamente
religiosos; por el contrario, abunda más la temática profana. Y aunque vamos a
intentar incidir en el sentido o mensaje de esta escultura, no nos queda más
remedio que aceptar que fue realizada en general con una función ornamental, y
sólo en muy escasa proporción adquirió un propósito semántico.
El Valle del Najerilla
En la Edad Media, el Najerilla fue el valle de
los monasterios por antonomasia (Santa María la Real en Nájera, Santa María de
Valvanera en Anguiano, Yuso y Suso en San Millán de la Cogolla, Santa María de
San Salvador en Cañas), pero como ya se ha indicado, la mayoría sólo han
llegado a nuestros días reedificados.
Al margen de la arquitectura monástica, la
comarca de Nájera es una zona de eminente carácter rural, constituida por un
grupo de iglesias de diverso interés. Es preciso destacar el fragmento
escultórico de finales del siglo XII hallado en el alto de San Antón
–emplazamiento situado entre Alesón y Ventosa donde antaño hubo una ermita
dedicada a San Antón con un hospital para peregrinos–, que hoy custodia el
Museo de La Rioja en Logroño. Es un Cristo en majestad, que, aunque siempre se
ha pensado que pudo formar parte de un tímpano de portada, quizá perteneció a
la jamba izquierda de un vano, pues el lado derecho de la figura está esculpido
sobre un fondo mientras que el otro está tallado también por la espalda. La
imagen, bastante mutilada, es frontal, está sentada sobre un trono y ha perdido
la cabeza y las manos, por lo que desconocemos su actitud, posiblemente
bendiciente y portadora del libro sagrado. Sus caracteres estilísticos revelan
la mano de un buen artista relacionado con otras obras riojanas, concretamente
con los llamados maestros de los ojos grandes y con el estilo del segundo
maestro de Silos, corriente relacionada también con el círculo aragonés del
taller de Agüero o de San Juan de la Peña. Sería un equipo de artistas cuya
influencia se puede apreciar además de en La Rioja (Alto de San Antón en
Alesón, Santa María de Aradón en Alcanadre, San Martín de Albelda, San Juan de
Acre en Navarrete, catedral de Santo Domingo de la Calzada, Santa María de la
Antigua en Bañares, Nuestra Señora de Tres Fuentes en Valgañón y sepulcros de
Garcilaso de la Vega en Nájera, de San Millán de la Cogolla en Suso y de Santo
Domingo de la Calzada), en Zaragoza, Huesca, Navarra, Soria, Burgos, Segovia,
Zamora, Ávila, Palencia, Cantabria y Galicia.
En el valle medio del Najerilla se ubica la
pequeña iglesia parroquial de Santa María en Ledesma de la Cogolla, con algunos
canecillos en el ábside y muro sur del presbiterio con cabecitas de monstruos
de fauces abiertas pero rientes, a excepción de uno con boca rugiente. Estas
cabezas que en el románico suelen encarnar al demonio, no siempre producen
horror, sino que en ocasiones su fealdad es risible y quedan reducidas a
carátulas que nos hacen muecas como las máscaras escénicas de la Antigüedad. De
la portada destacamos sus capiteles zoomórficos con el tema tan frecuente en el
románico de los animales simétricos y afrontados con cabeza común, que en este
caso son aves.
Remontando el cauce del Najerilla hacia el
Suroeste nos encontramos con el grupo de la sierra de la Demanda, que es uno
los más antiguos de la región, desarrollado desde finales del siglo XI hasta la
mitad del XII, perteneciente al obispado de Burgos. Por su cercanía a esta
provincia, este foco está determinado por su influencia, siendo un ejemplo más
de las múltiples degeneraciones rurales del taller de Santo Domingo de Silos, y
apreciándose en él la mano de la misma cuadrilla itinerante de escultores. Un elemento
arquitectónico común que se da en algunas iglesias burgalesas de esta zona y en
una de las riojanas, es la galería porticada al Sur, y también hay una
comunidad de estilo en los motivos decorativos. Concretamente, en la ermita de
San Cristóbal en Canales de la Sierra se aprecian relaciones con el tercer
taller de Pineda de la Sierra, y con otras iglesias burgalesas de la sierra de
la Demanda del siglo XII: San Millán de Lara, Lara de los Infantes, Jaramillo
de la Fuente, Vizcaínos de la Sierra, Hoyuelos de la Sierra, Palacios de la
Sierra, Barbadillo del Pez, Riocavado, Neila y Terrazas.
Ermita de San Cristóbal en Canales de la Sierra. Uno de los tres capiteles historiados de la galería porticada, con Cristo flanqueado por dos monos agachados
En la galería porticada de esta ermita hay
cuatro capiteles, tres de los cuales son historiados. El más cercano a la
puerta de entrada representa a San Pedro acompañado de dos personajes y de dos
criaturas monstruosas, en una escena difícil de interpretar. Para Mª Ángeles de
las Heras Núñez tal vez se narre el momento de la fundación de la Iglesia, ya
que refleja la superioridad jerárquica de San Pedro sobre los demás Apóstoles,
que podrían estar representados por las figuras que lo flanquean. José Gabriel
Moya Valgañón propone el tema de San Pedro y la entrega de la ley o Traditio
Legis. Atendiendo a los dos monstruos, Juan Antonio Gaya Nuño apuntó el tema de
San Pedro con otros Apóstoles en una escena de tentaciones, y si nos fijamos
sólo en el diablo que tira piedras a la figura de la izquierda, también
podríamos interpretar esta mitad de la pieza, en opinión de F. J. Ignacio López
de Silanes, como el martirio de San Esteban, santo titular de la ermita.
El siguiente capitel historiado es exento y
presenta en sus cuatro esquinas monos en cuclillas, agachados como si fueran
atlantes soportando el peso del cimacio; en un frente, una escena de pugilato
con dos hombres que luchan a pie; y en el otro frente, Cristo triunfante
pisando la cabeza de una serpiente, en una composición que recuerda a la de
Daniel entre los leones. Los cuatro animales de las esquinas podrían ser
alegorías del demonio y desencadenantes de las fuerzas del mal, y los
luchadores podrían aludir en sentido escatológico al castigo interminable de
los iracundos. Mª Jesús Álvarez-Coca interpreta el conjunto como la victoria de
Cristo sobre el vicio, el pecado y el demonio, al que aplasta triunfalmente,
con el premio de la Jerusalén celeste para los que le sigan. Para Mª Ángeles de
las Heras simboliza el enfrentamiento del hombre, hijo de Adán y víctima del
pecado, contra las fuerzas del mal mediante una lucha despiadada cuerpo a
cuerpo, de la que será librado por la figura del Redentor.
El último capitel de este pórtico presenta en
la izquierda un personaje atacado a la vez por un león y por un monstruo
híbrido que le muerde en la mano; la mitad derecha la ocupan tres máscaras
vomitando tallos vegetales; y el cimacio presenta fieras persiguiendo a aves
que se continúan con palmetas. La mordedura tal vez simbolice el contagio por
el pecado, como aparece en otros ejemplos de la zona del Duero y Soria. Si
trasladamos esto a un plano moral, como hace Manuel Guerra, este combate
anónimo entre un hombre y una bestia simbolizaría la lucha entre valores
antagónicos, el conflicto entre las obras buenas y malas. En cuanto a las
máscaras, Mª Ángeles de las Heras piensa que podrían ser la típica
representación de la Madre Tierra como cuna y tumba del hombre; los tallos del
lado izquierdo simbolizarían el pecado y los del lado opuesto, la conducta
moral sana. El cimacio sigue en la misma línea, pues son animales fieros que
atacan a animales tímidos, fauna telúrica que agrede a otra celeste.
El ábside de la ermita de Santa Catalina en
Mansilla de la Sierra está recorrido por canes decorados, entre los que
destacamos dos engullidores y dos hombrecillos que sacan una gran lengua y la
sujetan con sus manos. Las cabezas engullidoras nunca son humanas, ya que el
cristianismo considera al hombre como imagen de Dios y por ello, un rostro
humano nunca puede mostrarse como devorador de otro; sería como un acto de
canibalismo. El simbolismo del engullidor ha sido interpretado de variadas
formas. Aunque Santiago Sebastián se refiera a la creencia de los antiguos
sobre la salida del alma por la boca en el momento de la muerte, todavía
arraigada dentro de la iconografía cristiana, el significado que estos temas
poseen en el románico es diferente. Algunos los relacionan con la escatología
musulmana; para otros son diablos engullidores que inspiran un gran temor, pues
devoran a los condenados conduciéndolos al infierno. Pero Gerard de Champeaux y
Dom Sébastien Sterckx aportan una significación positiva: estas cabezas que
tragan, engullen o regurgitan los cuartos traseros de hombrecillos, realizan en
sus víctimas una verdadera metamorfosis proporcionándoles la inmortalidad. El
monstruo andrófago devora pero al mismo tiempo confiere a la víctima una
vitalidad peculiar, transformándola por el paso a través de la muerte y
capacitándola para reaparecer a una vida nueva. Devoran al hombre viejo para
que nazca el nuevo mediante una transformación interior, una regeneración, como
le ocurrió a Jonás tras ser tragado por la ballena. Sería la fase final del
mito del héroe que sale del cuerpo del monstruo engullidor, la vuelta atrás del
proceso devorador. Por eso a veces estas bocas se abren más como salida que
como entrada, y algunas figuras parecen más ser vomitadas que engullidas. Su
significado se invierte, siendo metáforas de la resurrección de los muertos, de
la victoria sobre el infierno.
Los otros dos canes de Mansilla de la Sierra
que muestran hombrecillos sacando una gran lengua y sujetándola con sus manos,
podrían ser alegorías de la mentira y la calumnia, las cuales se simbolizan por
el sufrimiento de la lengua (cortándola, enganchándola, mordiéndola, colgando a
los condenados de ella) o por una cabeza con dos lenguas. Incluso podrían
simbolizar alegóricamente la gula si no están sacando la lengua sino comiendo
un tremendo bocado. Sacalenguas similares aparecen también en algunos capiteles
de los pilares exentos de la nave central de la catedral de Santo Domingo de la
Calzada, pertenecientes ya a la fase gótica del siglo XIII, donde quizá hayan
perdido su simbolismo y tengan únicamente un carácter burlesco y jocoso.
El arco triunfal de Mansilla posee un capitel
en el lado norte o del evangelio con tres monstruosas cabezas de pelo erizado
semejando elementos vegetales; la del centro es otro sacalenguas y las otras
dos vomitan tallos ondulantes. Las máscaras animales o humanas que engullen y
vomitan tallos vegetales, los cuales enlazan a animales dibujando círculos,
tiene su origen en los tejidos sasánidas. Ya se conocía desde la antigua
Mesopotamia y es uno de los numerosos motivos que el arte románico recupera
inspirándose en el cercano y lejano Oriente. Por otro lado, las cabezotas de
cuyas fauces nacen tallos se dan también en la Antigüedad clásica griega y
romana de donde pasaron al mundo medieval. Hay una cierta identidad entre estas
figuraciones y la máscara china, la máscara india o la máscara azteca de
Tlaloc, y a juicio de Olivier Beigdeber y Manuel Guerra, todas ellas
representan a la máscara de la Tierra. Pero este tema ha suscitado otras
opiniones bien diferentes; por ejemplo, según el criterio de Francisco Íñiguez
Almech, penetró en el románico por la vía de la escatología musulmana, la
literatura y el arte árabes. Los entrelazados complicadísimos que aprisionan a
aves o figuras humanas y brotan de una boca perteneciente a una feroz cabezota,
aluden entonces a Iblis, principe del infierno musulmán que atrae y repele con
su aliento a las almas condenadas en continuo torbellino. Ahora bien, estas
imágenes sólo tendrían significado infernal cuando van unidas a otras de la
vida de ultratumba. Iconográficamente tienen relación con las cabezas cuyos
cabellos se transforman en hojas y cuyas barbas se prolongan en follajes, que
en el románico y gótico inglés se denominan green man (hombre de la
primavera u hombre vegetal) y green woman (mujer vegetal). Una de ellas,
en versión femenina, existe en la iglesia parroquial de Santa María de Palacio
en Logroño.
En la parroquia de Santa María en Villavelayo,
los cuatro capiteles de la portada sur contienen motivos historiados donde el
arte popular llega a su máxima expresión. Cada uno de los dos interiores
muestra seis figurillas humanas extremadamente toscas, que en opinión de Juan
Antonio Gaya Nuño, quizás aludan a la Última Cena. Los dos exteriores poseen
temas animalísticos de lucha entre el hombre y el animal. El de la jamba
izquierda representa a una especie de culebra, serpiente, escorpión, ballena o
pez gigantesco que intenta tragar o vomitar a un individuo, ambos en posición
paralela a la cuerda, siendo quizás una tosca alusión a Jonás y la ballena. El
de la jamba derecha representa a otro personaje que es atacado por dos
serpientes que le muerden las orejas. Es un tema curioso, extraño y difícil de
interpretar el que presenta serpientes que agarran o muerden las orejas de
otros animales o de seres humanos. Tal vez recurriendo a la mitología griega se
pueda esclarecer algo sobre él, ya que algunos mitos aluden a serpientes que
lamen o lavan los oídos de diversos personajes (Heracles, Melampo, Tiresias,
Casandra, Héleno y los hijos de Laocoonte), proporcionándoles el don de la
profecía y ayudándoles a entender el lenguaje de las aves. En realidad, si hubo
alguna influencia, ésta llegó al románico como pervivencia del mundo antiguo
pero vacía de contenido o moralizada. En la Edad Media este tema se convirtió
en alegoría del pecado o de ciertos vicios haciendo referencia a torturas de
condenados en la vida del más allá.
Canecillos Santa María en Villavelayo.
Pero lo que más sorprende en Villavelayo es la
cantidad de canecillos (cerca de cien), que decoran su tejaroz, bordeando todo
el perímetro de la construcción. Aunque los hay con diversos motivos, abundan
las cabezas, bustos y figuras humanas desnudas en diferentes posturas: con los
brazos pegados al cuerpo, con los brazos como si fueran orantes, sentados o
haciendo sus necesidades, simulando a espinarios por su forma de doblar las
piernas… En cuatro de ellos aparecen parejas en posturas grotescas y obscenas,
abrazándose, besándose o en el momento del coito, y al lado de uno de estos
amantes, un individuo muestra un falo de tamaño desorbitado. La temática
obscena del románico incluye imágenes procaces que aunque para el hombre de hoy
resulten indecentes o vergonzosas, no era así para las gentes de la época,
donde tenían un sentido burlón y jocoso. Si en un principio su finalidad fue
moral por la influencia del monacato, con el tiempo se convirtieron en
entretenimientos picarescos de los artistas, y de ahí que esta iconografía se
desenvuelva más en el ámbito rural que en el arte oficial. Incluso el viejo
tema del espinario clásico fue transformado en un motivo obsceno, donde su
postura era aprovechada para exhibir sus genitales. El de Villavelayo, sin
embargo es un espinario púdico, pues éstos no se han esculpido.
En la parroquia de Santa María de la Asunción
en Viniegra de Arriba se halló, durante la restauración de las cubiertas, un
canecillo decorado con una gran cabeza de león y con un pequeño guerrero
tumbado clavándole su espada y sujetando un escudo normando en forma de cometa,
típico de los cristianos. Este tema de lucha contra un animal utilizando armas,
se da también en otro capitel de Santa María de Sorejana en Cuzcurrita, y nos
revela que no se trata de ninguno de los héroes bíblicos que luchan con el león,
como David o Sansón, sino de una alegoría del pecado. En realidad estos
individuos luchan contra sus vicios, contra las fuerzas del mal o contra los
instintos inferiores de su naturaleza. Aunque Hércules sí utilizó armas antes
de desquijarar al león de Nemea pues al principio lo atacó con flechas y
espada, es descabellado pensar que en estas dos modestas iglesias se haga
referencia al héroe mitológico.
El Valle del Oja
En la cuenca del Oja se incluye la escultura de
mayor calidad de toda la región, la más oficial y urbana, que coincide con
localizaciones dentro del camino de Santiago o cercanas a él, destacando por
antonomasia la de la catedral de El Salvador en Santo Domingo de la Calzada.
En ella, la escultura monumental de las etapas
tardorrománicas de finales del siglo XII y comienzos del XIII (1158-1180 y
1180-1235) se sitúa en la cabecera (capilla axial, pilastras adosadas al muro
interno de cierre de la girola, pilares exentos de la girola, capilla mayor,
ventanas, cornisa de tejaroz, canecillos y restos de la primitiva portada sur).
Sólo aquí podemos hablar de un estilo más refinado y de maestros con cierta
personalidad –aunque no conozcamos sus nombres–, que transmiten su modo de trabajar
a los miembros de su taller. En cuanto a la temática, confluyen iconografías
típicamente españolas con otras de allende los Pirineos.
Catedral de El Salvador en Santo Domingo de la Calzada. Capitel semidestruido del que sólo se conserva la figura de San José, y capitel con el tema del hombre dominando a los animales
En el interior de la girola, de finales del
siglo XII, los temas figurados pertenecen a algunos momentos del Antiguo
Testamento (Job en el muladar con su mujer y sus tres amigos), pero se hace
hincapié sobre todo en el Nuevo, con pequeños ciclos de la vida de Jesús y de
la Virgen, escogiendo los instantes gloriosos para exaltar su labor de Redentor
y Corredentora, respectivamente. A veces también se intenta transmitir un
mensaje de salvación y vida eterna mediante la contraposición entre la virtud y
el pecado, entre el cielo y el infierno. Si en un principio hubo orden en estos
asuntos, hoy quizá aparezcan algo desordenados si se trastocaron con las nuevas
exigencias de capiteles para los arcos diagonales de las bóvedas ojivales de la
girola, donde se ubica una serie vegetal más tardía, datada en la segunda etapa
constructiva del siglo XIII. En general, unos desaparecieron por las reformas
de la cabecera, otros se añadieron y otros fueron picados. Si los peregrinos
accedían al templo por la puerta románica que hubo en el transepto sur, tenían
dos posibilidades en su deambular por la girola: o contemplaban la escultura
desde el extremo meridional, contigua a la entrada, o desde el lado norte,
después de haber cruzado la capilla mayor. A tenor del orden de los capiteles
historiados, los promotores debieron de concebir el programa iconográfico
pensando en la segunda posibilidad, pues el capitel de la Maiestas Domini se
sitúa al lado del transepto norte, y desde allí los capiteles historiados
continúan hacia el Sur con una serie de la vida de la Virgen: en el interior,
Anunciación-Coronación, Epifanía, ¿Natividad? y Asunción; y si tenemos en
cuenta los del exterior, habría que añadir la Huida a Egipto y la Presentación
en el Templo. El ciclo se completa con temas de la vida de Jesús, como los dos
capiteles con escenas de pescadores en el mar de Tiberíades o Genesaret en
Galilea, los cuales han sido objeto de varias interpretaciones: mientras
Joaquín Yarza Luaces piensa en la Tercera o postrera aparición a sus seguidores
o Segunda pesca milagrosa y en la Vocación de San Pedro respectivamente, para
Isidro Bango Torviso en ellos se representa el Llamamiento de los primeros
discípulos, también denominado Vocación o Conversión de los Apóstoles,
concretamente las conversiones de Pedro en uno de los capiteles y de los hijos
de Zebedeo, Juan y Santiago, en el otro. También se hace referencia al ciclo de
las Parábolas, como el capitel que alude a la de las Vírgenes Prudentes y
Necias, acompañado de un cimacio con los Ancianos del Apocalipsis.
Capiteles de la girola Santo Domingo de la Calzada
Pero no todo son temas religiosos, pues hay
bastantes capiteles en la girola con motivos de animales afrontados, tanto
reales como fantásticos: buitres de cuellos entrecruzados que pican sus patas,
esfinges con collar, aves parecidas a pavos reales con cuellos vueltos hacia
atrás que pican frutos, arpías con gorro frigio, tanto femeninas como
masculinas, belicosos centauros luchando, dragones de cuellos sinuosos… Todas
estas especies reflejadas en el arte románico proceden de las descripciones
incluidas en los textos antiguos, como El Physiologus (escrito entre los siglos
II y IV d. C.), fuentes que originarán en el Medievo los llamados “bestiarios”,
proporcionando un simbolismo basado en un análisis de las costumbres de los
animales. Aunque estos repertorios incluían muchos seres híbridos y
monstruosos, para la mentalidad medieval todos ellos eran reales, y no dudaban
de su existencia. Con el tiempo se fueron moralizando y sus comportamientos se
convirtieron en alegorías de los vicios y virtudes del hombre, aunque a veces
las interpretaciones fueran incoherentes y contradictorias y con ambivalencia
en el mensaje, ya que un mismo animal podía significar una cosa y la contraria
(Cristo y Satanás, o una virtud y un vicio). En esta especie de zoología
mística, el bien y la virtud eran expresados por animales benévolos o nobles,
mientras que el mal y los vicios se asimilaban a bestias deformes o fieras,
cuya fealdad tenía como fin provocar el rechazo de los espectadores.
El hecho de atribuir a esta fauna un papel
decorativo sin trascendencia o hacerla expresión del bien o del mal, dio lugar
a la corriente de los que sólo veían las formas en sí mismas insistiendo en su
carencia de sentido, y a la escuela iconográfica, que siembre buscaba una
lectura simbolista, postura hoy bastante inaceptada. Gerardo Boto Varela aborda
este dilema planteado por la historiografía, apuntando que para resolver el
enigma de si los seres teriomórficos fueron esculpidos para ser “leídos”
o solamente para ser “contemplados”, hay que tener en cuenta, por un
lado, su ubicación en el propio edificio, y por otro, la presencia en su
entorno de otro tipo de temas que nos ayuden a interpretarlos y que pueden
complementar o reforzar su significado, como la presencia a su lado de iconografía
religiosa o moralizante. Por ejemplo, en Santo Domingo de la Calzada, la
proliferación de numerosos monstruos en los capiteles de la girola y en los
canecillos, con un aparente desorden y sin una hilazón narrativa lógica, hace
pensar que fueron esculpidos para ser “contemplados” y no “leídos”.
A pesar de que el abanico de posibilidades es
bastante amplio, el citado autor llega a la conclusión, tras el análisis de los
temas zoomórficos de los templos románicos hispanos más representativos, de que
la mayoría de ellos fueron esculpidos únicamente como motivos ornamentales.
Ahora bien, estos animales de carácter decorativo también eran necesarios en un
templo, pues lo engalanaban y embellecían, y le incorporaban un componente
lúdico, persuasivo, de atracción y recreación visual, muy necesario para los
fieles que acudían a ellos. Debido a la laguna documental de esta época, es muy
difícil conocer las reacciones y emociones que estas imágenes monstruosas
pudieron provocar en las gentes de los siglos XII y XIII cuando las
contemplaban, pero todo parece apuntar que el ornamento fue también una
necesidad devocional. Los promotores perseguirían además captar la atención de
la audiencia, para que ésta se complaciera en aspectos lejanos a sus propias
experiencias –la contemplación de animales exóticos procedentes de mundos
lejanos, por ejemplo– y se liberara un poco de las pesadas cargas que le
imponía su vida cotidiana.
La iconografía del exterior de la girola
calceatense se relaciona en algunos capiteles de las ventanas con los temas
religiosos del interior: los dos citados (Huida a Egipto y Presentación en el
Templo) completarían el ciclo de la Infancia de Jesús, y otros continuarían con
el ciclo de la Vida Pública, como el de la Entrada de Jesús en Jerusalén, sin
olvidar los hagiográficos, como el de San Martín partiendo la capa con el
pobre, o el de la liberación de San Pedro de la cárcel por un ángel, según los
Hechos de los Apóstoles. Este último, situado en el exterior de la capilla
axial, dedicada a este Apóstol, complementaría otro ciclo iniciado en el
interior con el capitel de la Vocación de San Pedro. Los canecillos, aunque
también contienen alguno de tema bíblico (Sansón/David desquijarando al león),
se relacionan con asuntos de las peregrinaciones, de la vida cotidiana, o con
repertorios moralizantes de fábulas, exempla o apólogos extraídos de fuentes
orientales y occidentales, y de ahí la presencia otra vez de temas zoomórficos
(monos, perros, águilas, serpientes, arpías, mantícoras…).
En general, en la escultura de Santo Domingo no
hay un sentido claro y completo. No parece que se concibiera con un programa
iconográfico unitario, pues lo que se conserva nos induce a pensar en programas
parciales, no totales. De hecho, los artistas románicos tendían a desarrollar
secuencias iconográficas breves dispuestas en ámbitos delimitados de los
templos.
Para Isidro Bango Torviso, si tenemos en cuenta
también la escultura de la capilla mayor, de la que nos ocuparemos en breve,
parece incidirse en los temas de la Trinidad, de Jesucristo como Salvador y de
la Virgen. El programa Trinitario y la Primera Venida del Hijo de Dios se
hallaría en la zona del presbiterio, llamada precisamente capilla de la
Trinidad; el Cristo Salvador enseñando las llagas en su Segunda Venida, que fue
una de las primeras advocaciones del templo, aparece en la embocadura de la girola
por el lado norte, y la Asunción de la Virgen a los cielos, que fue otra de las
advocaciones originales de la iglesia, en el arco de ingreso a la girola por
del lado opuesto. Las ideas generales del programa se debieron de concentrar en
estos tres puntos, obedeciendo el resto de la escultura a determinados
programas parciales (los ciclos referidos a Cristo, a la Virgen, a San Pedro, a
pasajes del Antiguo Testamento o de las parábolas…), que en algunos casos se
iban desarrollando e incluso modificando conforme avanzaban las obras, y por
ello dan la sensación de un aparente desorden.
Ahora bien, si analizamos las cuatro pilastras
descubiertas en la capilla mayor cuando se desmontó el retablo, quizá tengamos
que modificar en parte estas conclusiones, aportando otras hipótesis que
tampoco son definitivas, dada la pérdida de gran parte de las esculturas.
Centrándonos en los dos frentes de pilastra con figuración, en el de la
izquierda aparecen de abajo a arriba el rey David músico, el profeta Isaías y
un arcángel, quizá San Gabriel formando parte de una Anunciación. En el otro
frente de pilastra hay una figura mirando hacia arriba que se ha identificado
con San Juan Bautista como precursor, anunciando y señalando al que ha de
venir; encima, María, tal vez completando esa escena de la Anunciación iniciada
en la otra pilastra, una cruz y una paloma posándose sobre ella, símbolos de
Cristo; y finalmente, la Trinidad Paternitas mediante una bella imagen que
consiste en representar a Dios Padre sentado a modo de anciano venerable,
sosteniendo en el centro de su regazo a Jesucristo Niño bendiciendo y sobre la
cabeza del Padre, el Espíritu Santo en forma de paloma.
Según el criterio de los investigadores como
Juan Francisco Esteban Lorente o José Gabriel Moya Valgañón, todos los restos
aparecidos detrás del retablo –y otros existentes en diversos lugares del
templo– pertenecen a la antigua portada románica que había en el brazo sur del
primer crucero, denominada “del Santo y de los Profetas” y también “de
los Apóstoles”, realizada dentro de la segunda etapa constructiva del
templo, datada entre 1180 y 1235, en la que se terminó la cabecera y se
construyeron la nave del crucero y las tres longitudinales. No pueden ser
originarios de los frentes de las pilastras de los arcos de la capilla mayor
porque están colocados de modo forzado y fragmentario, y se nota que fueron
encajados allí a posteriori, pudiendo haber sido anteriormente restos de
arquivoltas, de un tímpano, quizás de un parteluz y de varios relieves sobre
placas rectangulares. Observándolos detenidamente, podemos deducir que el
programa iconográfico de dicha portada sería una segunda Parousía, con
personajes del Antiguo Testamento (profetas, reyes o jueces) como antecedentes
de los del Nuevo (Apóstoles), todos ellos rodeando a la Santísima Trinidad del
tímpano, que sería la manifestación de esa segunda venida de Cristo.
En cuanto a la filiación estilística de toda
esta escultura, se aprecian diferentes estilos producto de varias cuadrillas
que intervinieron de modo más o menos simultáneo y se influyeron mutuamente.
Debido a las diferentes etapas constructivas por las que tuvo que pasar el
edificio románico, su escultura también debió adaptarse a la moda y a las
consiguientes evoluciones estilísticas de los diferentes talleres que
participaron. En el interior, fundamentalmente se aprecia una mano en las
pilastras empotradas en el anillo externo de la girola (la del maestro
Leodegarius, posiblemente borgoñón, cuyo taller trabajó en Sangüesa,
Uncastillo, Sos del Rey Católico y Nájera), y otra en los pilares exentos y en
la capilla mayor (relacionada con la denominada corriente aragonesa de los
maestros de los ojos grandes y con el estilo del segundo maestro de Silos o
maestro de la Anunciación). En el exterior existe una mano en los capiteles de
las ventanas y por lo menos dos más en la zona del tejaroz (alero, canecillos, capiteles-contrafuerte
y sofito), todas ellas con fuertes concomitancias con las del interior.
Entre los restantes templos decorados de la
cuenca del río Oja, podemos distinguir dos zonas bien diferenciadas. Por un
lado se encuentra el sector norte del valle, más cercano a Santo Domingo de la
Calzada y colindante con el del Tirón, siendo lo más destacable la ermita de
Santa María de la Antigua en Bañares, única muestra de la comarca con
influencia del foco calceatense, que posee en su portada un tímpano de hacia
1200 con la escena de la Epifanía. En él, la Virgen entronizada se sitúa en el
centro sosteniendo sobre la pierna izquierda al Niño en actitud bendiciente, y
los Magos surgen por su derecha, como es habitual, para efectuar sus ofrendas.
El más próximo pone una rodilla en tierra en actitud de sumisión y adoración al
Niño (prosquinesis prostratio) y se quita la corona en señal de respeto hacia
la Virgen; el segundo señala la estrella y se vuelve hacia el último, que
inclina sus rodillas para adaptarse al estrecho espacio del marco. A la
izquierda de María se halla San José sentado con aspecto de anciano
meditabundo. El último personaje, situado a su lado y también sedente, es
difícil de identificar, pero podría ser el profeta Isaías, que es el más
frecuente en estas escenas porque algunos de sus escritos hacen referencia a la
existencia de una virgen que parirá.
Ermita de Santa María de la Antigua en Bañares. Tímpano con la Epifanía y el crismón
Debe relacionarse con este tímpano un crismón
flanqueado por un león y un toro, ubicado en la clave del arco lobulado del
ingreso. En este contexto, dichos animales no son símbolos ni de Cristo ni de
los Evangelistas sino que tienen un sentido protector al situarse a la entrada
del templo. Para Juan Francisco Esteban Lorente, la asociación de Epifanía y
crismón es una comparación entre la Primera Parousía y la Segunda: la primera
venida de Cristo estaría representada por su nacimiento, siendo el crismón trinitario
el mensaje de su segunda llegada al final de los tiempos, expresada en el
capítulo cuatro del Apocalipsis bajo diferentes signos, entre ellos la
Trinidad. El citado autor estudia una serie de crismones aragoneses con este
significado simbólico, que debe aplicarse a los crismones trinitarios del
círculo jaqués entre los que se incluye el de Bañares, siendo el que más se le
asemeja el tímpano de la portada sur del claustro de San Pedro el Viejo en
Huesca, que presenta en la parte superior un crismón trinitario en un gran
círculo sostenido por ángeles, y, debajo, la Adoración de los Magos.
En cuanto a su filiación estilística, tiene ese
sentido naturalista propio de la escuela de influencia aragonesa y castellana
que se extiende por varias regiones del norte de la Península, de la que
hablábamos más arriba. La Virgen y San José respetan los modelos románicos,
mientras que los Magos presagian el naturalismo gótico debido a las posturas
que adoptan, indicadoras de lo tardío de este tímpano. La talla también es de
transición, con un relieve muy abultado, casi exento.
Es precisamente en el valle del Oja donde se
encuentran los dos únicos tímpanos esculpidos de la región que se conservan
íntegros y en su lugar de origen, pues además del de Bañares en el Norte, hay
otro en el Sur, en Valgañón. La otra subcomarca del Oja sería, por tanto, el
sector meridional o cuenca alta, denominado también valle de Ojacastro o
Valdezcaray, con origen en la sierra de la Demanda. Las construcciones
existentes aquí forman un grupo compacto en el que probablemente trabajó la
misma cuadrilla de operarios utilizando la piedra rojiza de las canteras de
Ezcaray y Zorraquín. Por la pobreza de sus labras, de estilo tosco y
esquemático, a base de caligráficos pliegues y rasgos faciales realizados
mediante incisiones, Juan Bautista Merino Urrutia apuntaba que debieron de
construirse con anterioridad al foco formado en Santo Domingo de la Calzada
poco después del comienzo de su catedral en 1158, siendo la excepción del grupo
la antigua iglesia parroquial de Nuestra Señora de Tres Fuentes en Valgañón, hoy
convertida en ermita. Ésta es algo posterior y cuenta con una ornamentación más
abundante y de mejor calidad, que quizá se deba en parte a artífices que
trabajaron en la catedral calceatense, o que vieron lo que se estaba
esculpiendo allí.
Iglesia de Nuestra Señora de Tres Fuentes en Valgañón. Tímpano con la Anunciación
El tímpano de su portada sur contiene un
bajorrelieve de la Anunciación con una iconografía un tanto extraña, pues en el
centro se halla la Virgen sedente y a derecha e izquierda la flanquean los
arcángeles San Gabriel y San Miguel. María aparece alzando la mano derecha con
la palma hacia afuera –típico gesto de Anunciación–, y los dos arcángeles que
la flanquean se arrodillan como signo de veneración con el gesto de genuflexión
típico de los varones (con una sola rodilla en tierra) y levantan su mano derecha
en señal de saludo y respeto. El situado a la diestra de la Virgen es San
Gabriel porque lleva el bastón de heraldo y la señala con el dedo índice. El de
su izquierda probablemente sea San Miguel porque lleva una espada en el
cinturón destacando su carácter guerrero. El movimiento de estas figuras y de
sus ropajes nos delata la mayor modernidad del tímpano con respecto al ábside.
A pesar de su deterioro, podemos deducir que por el estilo de las figuras y sus
gestos (recoger un extremo de sus atavíos dejando un trozo de tela por la parte
superior), pertenece a principios del siglo XIII.
Del ábside de finales del XII destacan algunos
capiteles de las ventanas con temas zoomórficos. En el exterior de la ventana
sur se recurre al de los animales afrontados, que en el capitel izquierdo son
dos leones con cabeza común, y en el derecho, dos grifos sin cabeza común,
todos ellos de índole decorativa. En la ventana septentrional, también en la
vertiente externa, el capitel izquierdo representa una lucha entre un león y un
dragón alado de dos cabezas (serpiente anfisbena, que camina hacia los dos lados),
que en este caso podría encerrar el simbolismo de la lucha entre el bien y el
mal. Respecto a los canecillos, los de mejor factura son dos del tramo sureste
del ábside. Uno de ellos representa a un hombre de avanzada edad, casi calvo y
barbado, que parece sonreír, del que se dijo, aunque sin ninguna base
documental, que quizás se tratara de un retrato del obispo don Mauricio, que
consagró la ermita en 1224 según una inscripción existente en uno de sus muros.
El otro es una terrorífica cabeza de cuello velludo o escamoso, representando
una vez más al demonio
La iglesia parroquial de San Esteban en
Zorraquín posee dos capiteles historiados en su portada bastante toscos, cuyo
artífice debió de ser uno de los artesanos rurales perteneciente al primer
taller citado. En la jamba izquierda aflora el tema de la Lapidación de San
Esteban, titular del templo, y el de la jamba derecha es una cabeza en el
centro flanqueada por grandes hojas terminadas en moras, que tradicionalmente
se ha interpretado como la cabeza de San Vitores, patrón del pueblo, que murió
decapitado y vivificó unos morales milagrosamente. Su composición es idéntica a
la de unos capiteles sueltos de procedencia desconocida que se guardan en la
iglesia de Valgañón, lo que demuestra la identidad de labra de algunas zonas de
ambas iglesias.
Iglesia parroquial de San Esteban en Zorraquín. Capitel de la portada, con la Lapidación de San Esteban
El Valle del Tirón
La cuenca del Tirón recorre parte de la zona
oriental de Burgos y ocupa el extremo noroeste de La Rioja, pequeño espacio
donde se apiñan los edificios románicos en gran cantidad. Son un conjunto
homogéneo de pequeñas iglesias que constituyen el denominado grupo riojano
alavés, pues debido a la proximidad geográfica con Álava, están determinadas
por su influencia, así como por la cisterciense. Su escultura es de carácter
rural, pues en ellas vamos a ver actuar de nuevo a cuadrillas itinerantes que
van de un lugar a otro dejando su huella, en vez de a un maestro que da
personalidad a su grupo o taller. Hubo un grupo con distintos artífices que
trabajó más o menos a la vez, en los templos de Castilseco, Villaseca,
Treviana, Ochánduri y Tirgo, relacionándose más entre sí los que trabajaron en
Castilseco-Villaseca, en las dos ermitas de Treviana (La Concepción-Junquera) y
en Ochánduri-Tirgo. Por otro lado, en esta zona hubo también canteros
independientes, seguramente locales, que no formaron parte del taller, en Fonzaleche,
Cuzcurrita, Galbárruli y Sajazarra.
En la parroquia de San Julián en Castilseco
llaman la atención las cabezas humanas. Las hay coronadas y distribuidas por
parejas en dos capiteles (uno del ábside y el del arco triunfal en el lado
sur), y dobles, a modo de hermafroditas, compuestas de dos rostros unidos por
la línea de la oreja y la mandíbula, que miran en direcciones opuestas, en
cuatro canecillos del presbiterio y nave. Estas cabezas dobles son en realidad
una reutilización de un tema clásico en la Edad Media, pues en la Antigüedad se
representaba así al dios Jano, que tenía relación con el destino, el calendario
y el tiempo. El mes de Enero recibió su nombre de aquél, reproduciéndose como
una figura de doble rostro que mira al año pasado y al futuro. De ahí que sea
el dios de todos los comienzos, nacimientos, transiciones, pasajes, y por eso
sus santuarios son los arcos, las puertas y las galerías sobre lugares de paso.
Con su doble rostro vigila las entradas y las salidas, el pasado y el porvenir,
simbolizando por ello la vigilancia, los mensarios medievales y en las iglesias
románicas, el mes de Enero suele aparecer asimilado a Jano, considerándose
también como dios protector de las puertas y de su tránsito. En La Rioja, las
cabezas bifaciales aparecen además de en Castilseco, en Cuzcurrita y Navarrete.
Probablemente en los dos primeros templos, por hallarse en canecillos
dispuestos aleatoriamente, tengan un valor decorativo; sin embargo, quizá pueda
atribuírsele a la de Navarrete, por su ubicación en el remate de la portada,
ese significado de Enero o Jano como dios protector de las puertas.
Iglesia parroquial de San Julián en Castilseco. Canecillos
En la ermita de Santa María de Sorejana
Cuzcurrita de Río Tirón hay otros canecillos con rostros masculinos adornados
con turbantes como si fueran moros, y una pareja abrazada, donde se distingue
muy bien a la mujer porque lleva un tocado de barbuquejo que le cubre la cabeza
enmarcando el rostro. Los capiteles del arco triunfal se adornan con temas muy
recurrentes en el románico, a los que ya hemos hecho alusión. En el lado de la
epístola hay una cabeza femenina con toca en el ángulo derecho y una máscara vomitando
cardinas en la mitad izquierda, como en otros capiteles citados en Canales y
Mansilla de la Sierra, por ejemplo. En lado del evangelio ostenta temas de
lucha entre el hombre y el animal: en la mitad izquierda, un individuo lucha
contra un león, y en la parte derecha, otro es atacado por dos serpientes –o
por una bicéfala– que se enrollan alrededor de su cuerpo y le muerden las
orejas o le susurran al oído. En cuanto al personaje que lucha con el león, la
presencia de armas nos revela que no se trata de ningún héroe bíblico ni
mitológico, sino que es una alegoría del pecado o de los vicios, como ocurre en
un canecillo de Viniegra de Arriba. Respecto a la otra figura, de nuevo se
recurre al tema de las serpientes que agarran o muerden las orejas de otros
seres, presente también en Villavelayo.
La iglesia parroquial de Santa María de la
Concepción en Ochánduri es quizá la más importante de la comarca en cuanto a su
escultura monumental, por la interesante interpretación simbólica que se puede
realizar de algunas de sus piezas, como por ejemplo, los capiteles del arco
triunfal. El del lado norte o del evangelio presenta en su frente una lucha de
caballeros que se ha identificado tradicionalmente con la de Roldán y Ferragut.
Esta contienda es un episodio del ciclo carolingio incluido en la denominada
Crónica del Pseudo Turpín, que en realidad es el libro cuarto de los cinco que
componen el Codex Calixtinus o Liber Sancti Jacobi, obra colectiva del siglo
XII que recogía tradiciones y leyendas que circulaban por la ruta jacobea. El
combate entre el paladín franco Roldán y el gigante sirio Ferragut ocurrió en
Nájera tras la tercera expedición del emperador Carlomagno, saliendo victorioso
el primero al clavarle una lanza en el ombligo al segundo, que era su único
punto vulnerable. Es una canción de gesta de las que cantaban los juglares a
los peregrinos, que refleja el típico tema de la contienda caballeresca entre
el cristiano y el monstruo pagano, enemigo de la fe. Los romances medievales
divulgaron la leyenda, y el arte románico la esculpió en muchas iglesias del
camino de Santiago. Cerca del Alto de San Antón, lugar cercano a Nájera situado
entre Alesón y Ventosa, hay una mesetilla presidida por una cruz a la que aún
se le llama “Poyo Roldán”, porque desde allí el paladín franco avistó el
castillo de Nájera donde se encontraba su adversario. En el capitel de
Ochánduri, ambos se atacan con largas lanzas; la de Ferragut embiste contra el
escudo de Roldán y éste clava la suya en el ombligo del adversario, como se
cuenta en el relato. Los escudos se diferencian según la norma más
generalizada: el cristiano lo presenta en forma oblonga, de cometa o almendra,
y el musulmán circular, a modo de rodela. En los laterales hay otras dos
escenas: un hombre desnudo con una palma montado sobre un animal fantástico y
un Cristo crucificado de cuatro clavos y corona de rey.
En el capitel sur o de la epístola se esculpe
en su mitad izquierda el tema de la Tentación de nuestros primeros padres con
las figuras de Adán y Eva a ambos lados del árbol y la serpiente, siguiéndose
la iconografía habitual: en la izquierda, la serpiente enroscada al árbol se
dirige a Eva ofreciéndole la manzana; en el otro lado Adán tras la caída, lleva
su mano derecha a la garganta por el atragantamiento del bocado y cubre los
pudenda con la izquierda. La mitad derecha exhibe otra vez la figura humana sobre
el animal fantástico con la palma, y en el ángulo destaca un personaje que
dobla una pierna y coge el tobillo de la otra como intentando esbozar
acrobáticamente un paso de danza.
Iglesia parroquial de Santa María de la Concepción en Ochánduri. Capitel del arco triunfal en el lado de la epístola. El Pecado Original
La interpretación de estos capiteles es
compleja. Margarita Ruiz Maldonado afirma que lo representado en el del lado
norte no es la contienda de Roldán y Ferragut, sino la de David y Goliat,
símbolo también de la victoria de Cristo sobre Satán. Para demostrarlo
relaciona ambos capiteles, ya que en los dos aparece en un lateral la figura
montada sobre un animal fantástico que alza su diestra con la palma de la
victoria en señal de triunfo. En el de la epístola se representa además de a
Adán y Eva, a un personaje que la citada autora identifica con David danzante,
y de ahí su relación con los dos caballeros enfrentados en el otro capitel. Por
otro lado menciona algunos ejemplos en que junto a dos guerreros enfrentados se
esculpe un tercer personaje a horcajadas de un león forzando sus fauces e
identificado como David desquijarando al león. Relaciona, por tanto, los temas
de lucha ecuestre con diferentes escenas de la vida de David (luchando con
Goliat, desquijarando al león y danzando ante el arca), para demostrar que
representan la contienda superbia-humilitas. David, de quien desciende el
Mesías, es la figura Christi por excelencia, destacándose por su humildad y su
fe ilimitada. Goliat, por el contrario, es la personificación de la soberbia y
del demonio. De hecho la tradición cristiana siempre identificó al gigante con
Satán. Los capiteles de Ochánduri simbolizarían, a su juicio, el triunfo de la
humildad sobre la soberbia. En el del evangelio, la contienda caballeresca
representa a David matando a Goliat porque en la Edad Media se consideró a este
personaje bíblico como modelo de caballero. Su valentía al matar a Goliat (el
demonio) sólo fue superada por la victoria de Cristo en la cruz. Por eso se
esculpe también a Cristo crucificado y una alegoría del triunfo mediante el
personaje con la palma sobre el animal fantástico. En el capitel de la
epístola, junto al pecado de Adán y Eva que representa la soberbia, se sitúa la
humildad simbolizada por David danzante, todo ello rematado por el personaje
alegórico del triunfo. El conjunto significaría que Jesús crucificado es el
nuevo Adán que culmina la obra redentora salvando a la humanidad de la caída de
nuestros primeros padres. Las dos imágenes que sintetizan el cristianismo son
precisamente las que aparecen aquí: Adán y Eva junto al Árbol del Conocimiento
y Cristo clavado en el Árbol de la Cruz.
En este templo hay dos capiteles más con el
ciclo del Génesis. En uno de la vertiente externa de la ventana sur del
presbiterio, que hoy da al interior de la sacristía, se talló otra escena del
Pecado Original con el árbol en cuyo tronco se enrosca la serpiente en el
centro, y las figuras de Adán y Eva en diferentes actitudes a ambos lados de
este eje de simetría.
Sus consecuencias, es decir, la Expulsión del
paraíso y posterior Condena a trabajar el resto de sus días, se representan en
otro capitel situado justo enfrente, en la ventana norte del presbiterio. En él
se esculpen dos momentos diferentes en el tiempo pero sucesivos: a la derecha,
el ángel expulsándolos del paraíso con la espada en la mano, y en el resto de
la superficie, nuestros primeros padres fuera del Edén, él trabajando la tierra
y ella hilando. Como según el Génesis, tras cometer su falta, Dios los castigó
con el trabajo –sin el cual no podrían obtener el alimento de la tierra– y con
la muerte, perdiendo así el paraíso y la inmortalidad para la que fueron
creados, el cultivar la tierra en el hombre y el criar hijos e hilar en la
mujer, eran para la mentalidad medieval las dos faenas que resumían el
cumplimiento de la sentencia. En el capitel de Ochánduri, como ya han pecado,
no se hallan desnudos sino ataviados con exóticas túnicas talares. Eva se cubre
además con un tocado de barbuquejo que le tapa enteramente la cabeza y el
cuello, lo cual denota su condición femenina.
La ventana central del ábside en su vertiente
externa también posee capiteles con temas historiados: en el izquierdo hay dos
figuras esbozando un paso de danza y el derecho representa a un hombre ahogando
a dos pájaros por el cuello. Los bailarines del primer capitel pueden
relacionarse con otra figura danzante del interior que representa al rey David.
De hecho, este personaje bíblico era la única justificación que encontraba la
música y la danza dentro del recinto eclesial. Corroborando esta afirmación vemos
que el elemento religioso (David) se ubica en el interior, mientras que el
profano (danzantes) queda relegado al exterior del templo.
El capitel del individuo ahogando a dos pájaros
refleja el tema iconográfico del hombre entre dos animales simétricos, tan
extendido por el arte antiguo y medieval. Tradicionalmente se ha interpretado
según la mitología mesopotámica como Gilgamesh dominador de animales; según la
tradición griega como Orfeo amansando a las fieras o Alejandro ascendiendo al
cielo transportado por grifos; según la bíblica-cristiana como la creación de
los animales, Adán dándoles nombre antes de la caída o Daniel entre las fieras.
En cuanto a su lectura iconológica, podrían ser tanto motivos decorativos de
origen oriental exentos de contenido, como temas carácter simbólico: el triunfo
del mal si la bestia domina al hombre, o la superación del pecado y el triunfo
del bien si es el hombre quien apacigua al animal. Para identificar el tema
correctamente hay que tener en cuenta también el tipo de animal que aparece. El
asunto de Alejandro está muy claro porque son grifos, aunque a veces por una
errónea transmisión del tema, se plasman águilas o leones. Si son aves o
cuadrúpedos habrá que pensar en el tema de Gilgamesh (asimilable al denominado
“el señor de los animales” si son leones o “el hombre cautivando
pájaros” si son aves) y en el de Daniel, donde siempre aparecerán leones.
En Ochánduri, mientras el individuo apresa a las aves por el cuello, ellas le
susurran al oído. A simple vista esta composición parece ser la del héroe
Gilgamesh ahora cristianizado para representar el dominio del espíritu sobre
las malas pasiones, o el tema denominado “hombre cautivando pájaros”; no
obstante, el gesto de las aves que pican en las orejas tal vez derive de
algunas ilustraciones antiguas que muestran a Hércules y a otros personajes
míticos acariciando dos serpientes mientras éstas le lamen o limpian los oídos
para concederles el don de la profecía.
Pasando al interior del templo, la vertiente
interna de esta misma ventana del ábside, que estaba oculta por el retablo
mayor, nos descubrió una sorpresa iconográfica cuando éste se desmontó durante
su restauración. El capitel izquierdo parece relatar una simple batalla entre
caballeros y soldados a pie de distintos bandos, pero el derecho presenta el
tema obsceno o erótico más espectacular de toda la región: un hombre y una
mujer desnudos realizando el acto sexual, ambos con órganos reproductores bastante
exagerados. La mujer parece forzada a esta acción pues con gesto desagradable
intenta impedirla. La identificación de la figura masculina resulta compleja
pues lleva tonsura clerical, lo cual induce a pensar que es clérigo o monje,
moralizando bastante el asunto; sin embargo, posee pezuñas de cabra, quizás
intentando emular a los sátiros de la mitología griega, o faunos romanos, de
carácter sensual, lujurioso y lascivo, que pasaron al arte románico como
símbolos del demonio. En este caso el sentido del capitel no puede ser jocoso
sino moralizante, pues su aparición no sólo en el interior de la iglesia sino
en el lugar más sagrado de la misma, nos quiere advertir de los peligros del
pecado de la carne, y más aún si éstos son cometidos por el estamento eclesiástico.
Iglesia parroquial de Santa María de la Concepción en Ochánduri. Capitel de la vertiente interna de la ventana del ábside. Pareja realizando el acto sexual
La iglesia parroquial de El Salvador en Tirgo
es también de las más interesantes.
Si nos fijamos en los motivos zoomórficos de
las ventanas, veremos que el vano central del exterior del ábside exhibe una
sirena pez de doble cola que sujeta con sus manos las dos extremidades marinas,
único ejemplar de este tipo existente en el románico riojano. Las sirenas
adoptan dos variantes: la sirena-ave, tipo más antiguo, con cuerpo de pájaro y
cabeza femenina como la arpía, y la sirena-pez, más reciente y conocida para el
hombre moderno, compuesta de busto femenino y cola de pescado. Esta nueva
modalidad no se inventó en el Medievo pues aparece, si no en el arte, al menos
en la literatura, a finales del mundo antiguo. En la Edad Media no afloran
hasta la aparición de los bestiarios en los siglos XII y XIII, y pese a la
carga simbólica que encierran (lujuria, seducción, tentación, sexo, dualidad
femenina...), en ámbitos tan rurales como éste la suelen perder. El tipo de
sirena-pez representada en Tirgo, la de cola bífida con dos puntas divergentes
sujetadas con sus dos manos, es el más frecuente. También se conocía desde la
Antigüedad, pero no es un tipo literario pues no se menciona en los textos
medievales. Simboliza más que ningún otro tipo la lujuria, la tentación y el
pecado, ya que su postura es claramente sexual. Ahora bien, existen autores que
para explicar su presencia en la escultura románica se atienen únicamente a
razones de estética. Por ejemplo, Jurgis Baltrusaitis piensa que su origen se
debe a las exigencias de la simetría y a la necesidad de llenar las superficies.
Aunque es consciente de que el monstruo existió con anterioridad a las formas
gráficas, le atribuye una razón de ser puramente plástica y mantiene que su
difusión obedeció sólo a su carácter ornamental.
Iglesia parroquial de El Salvador en Tirgo. Capitel de la vertiente externa de la ventana central del ábside con sirena-pez de doble cola
El capitel de la ventana sur del ábside
presenta dos aves afrontadas y simétricas, que se sitúan a ambos lados de un
tronco de árbol y parecen picotearlo, quizá evocando el viejo tema del Árbol de
la Vida. Otro motivo similar pero muy deteriorado –dos aves afrontadas y
simétricas picando a ambos lados de una hoja de cinco pétalos– existe en una
franja decorativa situada en la jamba izquierda de la portada sur de Nuestra
Señora de Sorejana en Cuzcurrita. En nuestra región poseemos un antecedente
prerrománico de este tema en una de las placas esculpidas del martyrium de la
iglesia de Santa Coloma, de gusto árabe, decorada con dos animalillos a ambos
lados de un Árbol de la Vida. También denominado árbol de la verdad, cósmico u
hom, es un antiguo símbolo tomado de la iconografía oriental y adoptado por el
cristianismo, pero no pretendemos aplicar su significado a los ejemplos
riojanos, que deben ser considerados como un caso más de simbolismo perdido.
Iglesia parroquial de El Salvador en Tirgo. Capitel de una columna-estribo del ábside con la Femme aux serpents
De las cuatro medias columnas que refuerzan el
ábside de Tirgo destacamos la que representa el tema simbólico de la lujuria
mediante una figura de mujer desnuda de gesto deforme y desagradable, con las
piernas cruzadas, que con sus manos sujeta dos serpientes que la torturan
lamiéndole los pechos; a los lados la flanquean dos figuras monstruosas con
garras de ave rapaz y hocico de cocodrilo, demonios típicos situados junto a
los condenados para aumentar su tormento. Uno de los canecillos del ábside de Ochánduri
quizá represente el mismo tema, pues en él aparece un busto humano mirando
hacia arriba con repelencia, mientras que dos serpientes le succionan unos
senos ya desaparecidos por el desprendimiento de la piedra. En uno de los
relieves del lado izquierdo de las jambas superiores de la portada de San
Bartolomé en Logroño hay una escena parecida, ya gótica, donde un lagarto
devora los senos de una mujer.
El castigo del pecado de la lujuria femenina se
representa en estos casos mediante el tema de la femme aux serpents, o mujer
desnuda con dos serpientes que le succionan los senos y a veces sapos que le
devoran el sexo. El tema procede de la imagen pagana de la Madre Tierra
amamantando a sus criaturas, muy frecuente en la Antigüedad. Es otro ejemplo de
iconografía no cristiana que en el románico se moraliza y se dota de contenido
cristiano. Pero esta imagen que en principio tenía significado positivo se va a
transformar profundamente en la Edad Media: la fecundidad que suponían los
niños, animales o serpientes al pecho se torna peyorativa, con un sentido de
ataque y castigo.
Los canecillos del ábside son también
historiados pues presentan bustos humanos y animales. Destacamos la carátula
cuadrada con una enorme boca abierta sacando la lengua y cabellos erizados,
símbolo del demonio, y otra de animal monstruoso con boca abierta y ojos
saltones. La forma más típica de representar a Satanás es precisamente ésta:
con cabeza cuadrada, dentadura completa, bocaza abierta rasgada hasta las
orejas y ancho rictus que le aproxima al animal, y cabellera erizada y
flamígera. Estos cabellos llameantes suelen mostrarse en tufas separadas a modo
de llamas y son atributo del diablo porque reflejan el suplicio infernal más
importante que espera a los condenados, el fuego. Además de la carátula de
Tirgo, en un cimacio de la capilla axial de la catedral de Santo Domingo de la
Calzada hay dos máscaras demoníacas mordiendo o vomitando tallos vegetales con
idéntico cabello flamígero y orejas puntiagudas.
Otro canecillo de Tirgo representa un tema muy
frecuente en la escultura románica dentro de las luchas zoomórficas: el de los
animales depredando, en este caso mediante la imagen de un águila apresando a
un cuadrúpedo, que también aparece en Canales de la Sierra, Santo Domingo de la
Calzada, Ochánduri y Navarrete. Suelen ser escenas en que un ave rapaz, águila
generalmente, se abate sobre un cuadrúpedo que puede ser conejo, liebre,
cordero, ternero o carnero, lo apresa entre sus garras y a veces le ataca con
su pico. En principio fue un asunto decorativo de ascendencia mesopotámica,
transmitido por el arte árabe y por los tejidos orientales a Occidente, que
después adquirirá variados significados. En el románico se moraliza encarnando
a vicios como el orgullo, la devastación, la gula –si el animal atacado es un
conejo–, o la violencia –si es un cordero–. En general el cuadrúpedo arrebatado
por la rapaz es el alma caída víctima del demonio, aunque también puede
invertirse su significado encarnando al alma elevada hacia las esferas
terrestres por la gracia redentora.
Los dos capiteles del arco triunfal de Tirgo
presentan en el lado de la epístola cuatro arpías-macho afrontadas en los
ángulos y en el del evangelio la Adoración de los Magos. Estas arpías son
varoniles, barbadas y con gesto sonriente como otras de Santo Domingo de la
Calzada. Existe una gran problemática entre las arpías y las sirenas-pájaro
porque prácticamente se identifican desde un punto de vista formal: cabeza
femenina y cuerpo de ave. Como sus simbolismos sí son diferentes, las segundas,
al ser más malignas, se representan de un modo horrible, añadiéndoles colas de
serpiente, escorpión, o garras de ave rapaz, rasgos de los que suelen carecer
las sirenas. Aunque para convertir a una sirena en arpía basta afearla, en el
románico riojano ni las arpías tienen fealdad excesiva ni las sirenas son
especialmente bellas, de ahí la dificultad para distinguirlas. El origen de
todas ellas se halla en la mitología griega, pero las arpías masculinas son un
tipo creado específicamente por el arte románico.
La Epifanía del otro capitel presenta una
iconografía diferente de las habituales, pues las cinco figuras que intervienen
se colocan bajo arquerías –como en el frontal pintado procedente de Arnedillo–
que quizás sean una prefiguración de la Jerusalén celeste, representada en el
Medievo mediante arquitecturas que simulan una ciudad. El personaje que ocupa
el arco de la esquina derecha, totalmente destrozado, debió de ser San José,
relegado siempre a una posición marginal a la izquierda de María. Ésta parece ser
la figura en pie del siguiente arco, también mutilada y sin rastros del Niño. A
su diestra se ubican los tres Reyes Magos bajo sus correspondientes huecos, con
actitudes que anuncian el gótico: el primero se arrodilla con gesto de
adoración (prosquinesis prostratio), el segundo se vuelve hacia el tercero, hoy
acéfalo, y le señala la estrella.
Las dos ermitas de Treviana, la que estuvo
advocada a la Concepción, hoy capilla del cementerio, y la de Nuestra Señora de
Junquera, comparten algunos de los temas de su escultura. De la ermita del
cementerio destacamos sus capiteles de animales afrontados (cuadrúpedos con
cabeza común y sirena-aves o arpías parecidas a búhos) y sus canecillos de tema
obsceno (hombrecillo acurrucado desnudo y otro en cuclillas defecando).
Precisamente uno de repertorios temáticos de esta iconografía gira en torno a
la satisfacción de las necesidades naturales o fisiológicas; por otro lado, los
personajes desnudos se consideraban muy pecaminosos ya que en el Medievo nadie
–ni siquiera los esposos– mostraba su desnudez entera.
Ermita de Nuestra Señora de Junquera en Treviana. Capitel del arco triunfal con el tema de Daniel entre los leones
En la ermita de Nuestra Señora de Junquera
también es lo zoomórfico lo más importante. Los dos capiteles de las
columnillas de la ventana central del ábside en su vertiente externa contienen
el ya citado tema de Gilgamesh dominador de animales en versiones distintas. En
el capitel izquierdo aparece un hombre ahogando a dos pájaros que le pican en
las orejas, asunto llamado “el hombre cautivando pájaros”, tema similar
al ya visto en Ochánduri. El capitel derecho es una reproducción del original
que representa el tema del “señor de los animales o de las fieras”,
mediante un personaje sentado agarrando del cuello a dos cuadrúpedos que le
lamen las orejas.
Respecto a los del arco triunfal, el del lado
de la epístola presenta dos arpías o sirenas-ave afrontadas, que juntan sus
mejillas. En el lado del evangelio se exhibe un tema bíblico, el de Daniel
entre los leones, mediante una figura humana de pie con los brazos extendidos y
dos leones simétricos lamiéndole las manos. Los leones poseen también larga
cola que se eleva por encima del lomo, como los cuadrúpedos de la ventana. Como
Daniel no es un subyugador de monstruos ni un matador de leones, su representación
ha de ser diferente a la de Gilgamesh, y esta diferencia la sabían muy bien los
artistas del románico y por eso esculpían al profeta rezando en actitud orante
con las manos levantadas, entre dos leones que le miran y no se atreven a
acercarse, o que le lamen los pies o las manos. Supone la victoria del hombre
indefenso sobre las fieras hambrientas, que lo respetan gracias al influjo
milagroso de Dios. Por ello se consideró como prefigura de Cristo en el
sepulcro –Daniel en el foso de los leones– y de Cristo resucitado –Daniel
liberado–, y se convirtió en símbolo de la esperanza de ayuda de Dios, de la
salvación espiritual y del enfrentamiento del justo contra el maligno.
La ribera del Ebro
El Ebro atraviesa la zona norte de La Rioja,
arrastrando a su paso diversas influencias regidas por la proximidad geográfica
con las regiones colindantes.
En la Rioja Alta, la Sonsierra es una zona
sometida a la influencia navarra, ya que perteneció a este reino hasta el siglo
XV. El único resto a destacar es la ermita de Santa María de la Piscina en San
Vicente de la Sonsierra, en cuya escultura pudieron intervenir varios canteros
locales sin ninguna relación con otros de la zona, con un estilo caracterizado
por la proporción corta de las figuras y la tosquedad de la ejecución. Los seis
capiteles en que apean los tres arcos fajones de la bóveda de la nave presentan
temas no muy bien identificados todavía. Los del primer tramo muestran cintas
entrelazadas imitando labor de cestería con cabecitas humanas en la parte
superior, y figuras humanas atadas con una cuerda, a modo de prisioneros o
condenados. Los del tramo central contienen figuras híbridas afrontadas en las
esquinas. En el último tramo sólo es original el del evangelio, con grandes
hojas y una cabecita humana en el centro, siendo el de la epístola una
reproducción moderna que imita a aquél. Aunque se ha hablado de alusiones a
luchas de la época, probablemente reflejen la contraposición entre las penas
del infierno (escenas de fuerza con individuos atados, que serían los
condenados) y la felicidad del paraíso (cabecitas entre vegetación como símbolo
de los bienaventurados), puesto que en el románico el cielo se representa a
menudo mediante un frondoso jardín que entre sus árboles y hojas cobija cabezas
y figuras humanas como símbolo de las almas felices, llamadas almas-flores.
En la Rioja Media destacan Logroño y Navarrete.
La iglesia de San Bartolomé en Logroño conserva escultura figurada en la
cabecera del siglo XII, concretamente en la vertiente externa de la ventana del
ábside, hoy oculta por un edificio colindante. Allí hay dos capiteles con
cabezas que según Mª Ángeles de las Heras representan el espíritu del bien y el
del mal. El de la izquierda, de gesto serio con pelo a raya en medio y dos
bucles laterales, nariz ancha y ojos almendrados, sería un ángel, y el de la
derecha, con cabello cubriéndole la frente, nariz achatada, ojos redondos y
grandes orejas, un demonio de faz simpática.
El resto de la escultura de temática no
geométrica ni vegetal se ubica en la portada, gótica de finales del siglo XIII
o comienzos del XIV, pero con fuertes reminiscencias románicas en las jambas
inferiores, que parecen de comienzos del siglo XIII. En esta zona hay capiteles
que por los asuntos representados parecen más románicos que góticos, pues tal
vez allí se reaprovecharon materiales anteriores o con arcaísmo en su
iconografía. Entre los zoomórficos los hay de luchas entre animales tanto
reales como fantásticos, y entre animales y seres humanos, que constituyen
diversos eslabones del programa de la portada, centrado en temas relacionados
con el Juicio Final, el juicio de Dios, y las luchas entre el bien y el mal,
entre los justos y los pecadores, entre los salvados y los condenados. En una
atenta observación de esta zona, que queda muy cerca del espectador, pueden
verse sirenas ave y arpías con capucha (los tocados con que suelen adornarse
estas criaturas –bonete, capucha, gorro frigio– tienen sentido fálico, lo que
refuerza su carácter sexual), una sirena-pez de una sola cola llevando un pez
en una mano, un lagarto, un dragón, un grifo, un basilisco...
Entre los temas humanos los hay profanos y
religiosos. Entre los primeros destacamos una escena de juglaría muy
interesante porque apenas las hay en el románico riojano. Es un capitel muy mal
conservado que contiene a un hombre y una mujer doblando inverosímilmente su
cuerpo con el tronco hacia atrás, formando con sus cuerpos un arco y juntando
sus cabezas en el centro, ambas perdidas. Como si de un truco de magia se
tratase, simulan atravesar su cintura con una espada y con la otra mano se
agarran al collarino. El juglar-contorsionista se dobla hacia nuestra derecha.
La bailarina-contorsionista dispone su cuerpo simétricamente al de su
compañero, y aún se distinguen algunos mechones de su larga melena (las
juglaresas solían llevar el pelo suelto como símbolo de la lujuria).
En cuanto a lo religioso, uno de los capiteles
presenta el tema de la elevatio animae o alma que es ascendida al cielo
en forma de figura desnuda por dos ángeles en un lienzo llamado caelum.
En Roma, el dios Caelus (Cielo) era una divinidad que, doblando la cabeza, se
encargaba de sostener con sus manos el firmamento, representado a modo de velo
o paño curvado. En el románico sus manos fueron reemplazadas por las de dos
ángeles situados uno a cada lado, sosteniendo y tensando los dos extremos del caelum
pero manteniendo su configuración abovedada. A partir de este momento esta
iconografía sirvió para representar simbólicamente el tema de la elevación de
las almas a las moradas celestes tras la muerte por ángeles psicopompos.
Uno de los capiteles más expresivos de esta
portada es el de la Expulsión del paraíso. Siguiendo el relato bíblico, se ha
esculpido el árbol genesíaco en la izquierda, el ángel con la espada de fuego
en el centro, y Adán y Eva junto a las puertas del paraíso en la derecha,
todavía desnudos pero cubriendo sus genitales con sendas hojas vegetales. Eva,
con una mano apoyada en la mejilla en señal de tristeza y dolor por el acto
cometido, entreabre las puertas del Edén dispuesta a abandonarlo para siempre.
La otra iglesia logroñesa con restos románicos
es la parroquia de Santa María de Palacio, cuya escultura se concentra en el
último tramo de las tres naves y en el interior del cimborrio. Casi todos los
capiteles de los tramos occidentales del cuerpo de naves contienen temas
híbridos en los que se mezclan hojas vegetales, animalillos, monstruos, cabezas
y figuritas humanas. Destacamos los bicharraquillos con capucha en graciosas y
diferentes actitudes, y las carátulas con rasgos humanoides y grotescas figuras
humanas que asoman entre los adornos foliáceos. Mª Teresa Álvarez Clavijo nos
ofrece una interpretación iconográfica: toda esta amalgama de seres trata de
reflejar, por un lado, un mundo infernal lleno de calamidades, pecados y
castigos, representados a través de diversos seres fantásticos malignos, y por
otro, un mundo feliz encarnado por las figurillas híbridas que asoman entre la
hojarasca, alusión a las almas felices del paraíso.
Pero quizá lo más interesante sea la escultura
oculta en el cimborrio octogonal. En las ocho ménsulas salientes de los
vértices del octógono hay cabezas humanas y ángeles que originalmente se verían
desde abajo, pues esta torre-linterna estuvo abierta iluminando el templo (hoy
están ocultas pues el crucero se cubrió posteriormente con una cúpula barroca y
el cimborrio quedó sin función). Aunque el programa iconográfico podría estar
relacionado con la subida de las almas puras al cielo, como señala Mª Teresa
Álvarez Clavijo, nosotros proponemos otra hipótesis: teniendo en cuenta que se
conservan tres ménsulas con tres cabezas en cada una de ellas, si suponemos que
la ménsula que falta en el paño oeste contendría otras tres, harían un total de
doce cabezas, que podrían encarnar no a querubines sino a los doce Apóstoles.
El conjunto escultórico del cimborrio seguiría siendo, en uno u otro caso, una
representación del cielo.
En el paramento oriental del octógono hay dos
altorrelieves que representan a Cristo con corona de rey y a San Pedro con las
llaves a su derecha, ambos sedentes, que probablemente fueron arrancados de
otro lugar –quizá de algún tímpano de la portada de la iglesia primitiva–, e
incrustados aquí posteriormente. Entre los fragmentos sueltos que custodia esta
iglesia, destacamos una escultura de un ángel, hoy expuesta en el Museo
instalado en el claustro, que debe de ser San Gabriel porque lleva una vara de
heraldo en la mano izquierda y levanta la derecha con su dedo índice en señal
de respeto, saludo y bendición.
Está adosado a un haz de cuatro columnas torsas
con sus correspondientes capiteles y aunque hoy se halla aislado, su estado
fragmentario parece sugerir que en origen acompañó a otra figura de la Virgen
María, de la que debe de ser parte el vestigio escultórico compuesto por una
cabeza femenina cubierta por un velo y coronada por dos ángeles, también
adosado a un haz de cuatro columnas entorchadas. Como las proporciones de las
cabezas de ambos coinciden, es posible que formaran parte de una escena de Anunciación-Coronación
de la que ignoramos su ubicación originaria dentro de la iglesia. A pesar de su
deterioro, todos estos vestigios (cabezas del cimborrio y fragmentos de Cristo,
San Pedro, San Gabriel y Virgen María) poseen una calidad estilística bastante
notable, y presentan grandes semejanzas entre sí.
Otra figura de San Pedro sujetando las llaves
del cielo se conservaba empotrada en los muros del Gobierno Militar e
Intendencia de Logroño, derribado en el año 2000, que en el Medievo
pertenecieron a la iglesia de Santa María de Valcuerna, situada extramuros de
la ciudad. Actualmente se desconoce el paradero de esta pieza, aunque es
posible que esté guardada en almacenes municipales. Uno de los fragmentos
pétreos hallados en el yacimiento arqueológico, donde se descubrió parcialmente
la planta del templo románico, es un Apóstol similar identificado con San
Bartolomé por una inscripción que conserva en la rosca de arco lateral que
remata la pieza en el lado izquierdo: [Ba]RTOLOMEVS APOS[tolus]. La
forma curva de los bloques donde se esculpieron ambos y de la rosca que los
remata –donde se sitúa la inscripción de San Bartolomé y donde probablemente
hubo otra identificando a San Pedro– nos llevan a pensar que quizás
pertenecieron a una arquivolta con el Apostolado dispuesto longitudinalmente.
Siguiendo en la comarca de la Rioja Media, en
Navarrete son de gran interés los restos de la iglesia del hospital de la Orden
de San Juan de Acre, actual portada del cementerio, donde se recurre a menudo a
las luchas simbólicas, tanto a pie como a caballo, y tanto entre hombres como
entre hombres y animales, intentando plasmar un programa iconográfico
relacionado con la lucha entre el bien y el mal, lo cual concuerda
perfectamente con los ideales guerreros y caballerescos de la Orden Militar del
Hospital de San Juan de Acre. Por ejemplo, en el capitel que remata el hastial
de la puerta central, aparecen dos guerreros luchando a caballo, y en los
capiteles de las dos ventanas que flanquean la puerta, podemos ver luchas
ecuestres, combates de pugilato a pie, San Miguel alanceando al dragón (en dos
ocasiones) y San Jorge alanceando al dragón, temas que se complementan con los
de otros capiteles guardados en dependencias municipales, pero procedentes de
aquí, que representan a más personas enfrentándose, en este caso a basiliscos y
arpías. En las ventanas se pueden ver otros asuntos de animales depredando,
como el de la máscara terrorífica que lleva entre sus fauces a un cordero,
flanqueada por dos extrañas figuras en actitud de ataque, una enrollándole en
la oreja un báculo y otra agarrándosela con la mano. Probablemente sean
alegorías del pecado o de ciertos vicios, haciendo referencia a temas
escatológicos, a torturas de condenados en la vida del más allá.
Otro capitel cercano a éste es un águila que ha
atrapado con sus garras a un cordero y se lo lleva volando, junto a un perro
que observa la escena, y a su lado hay otro con dos hombrecillos comiendo y
bebiendo, que por su atuendo podrían ser pastores o peregrinos. Si relacionamos
esta escena con la anterior, como hicieron Juan Pedro Morín y Jaime Cobreros,
no serían peregrinos jacobeos con sombrero, esportilla y bordón, sino pastores
con zurrón y cayado, que por entretenerse en placeres materiales –comer y beber–
no han advertido que un águila se lleva a uno de los corderos de su rebaño, lo
cual sí ha sido observado por el perro guardián. De este modo, de un tema
puramente anecdótico hemos pasado a otro simbólico; lo que parecía un descanso
de peregrinos se ha transformado en una advertencia evangélica encarnada por la
negligencia de estos pastores.
Siguiendo con la ribera del Ebro, en La Rioja
Baja el resto más importante es el fragmentado tímpano procedente de la ermita
de Santa María de Aradón en Alcanadre, que representó en origen una escena de
la Epifanía, de la que hoy sólo queda la Virgen con el Niño, custodiada en la
parroquia de la localidad.
Presenta el modelo de María frontal con Jesús
sobre su rodilla izquierda en posición de tres cuartos, el cual cruza las
piernas en una actitud idéntica a la de algunos niños de la imaginería exenta
en madera (los de Santa María la Real en Nájera y Nuestra Señora de Castejón en
Nieva de Cameros, y con una ligera variante, el de Valvanera), postura que
obedece a una imitación de un estilo elegante de sentarse de procedencia
bizantina, utilizado por los reyes u otros personajes de alto rango –temporal o
espiritual– como símbolo de poder.
Al maestro o taller que realizó el altorrelieve
de Aradón se le ha relacionado con la escultura de otras iglesias aragonesas,
navarras, sorianas y burgalesas, concretamente con el círculo de maestros
pertenecientes al llamado “taller de Agüero o de San Juan de la Peña”,
que parece ser una corriente de inercia del arte aragonés de finales del siglo
XII, compuesta de diferentes escuelas surgidas de ese primitivo taller. Una de
ellas sería la procedente de Castilla, que José Gabriel Moya Valgañón denomina
de los “maestros de los ojos grandes”, aportando principalmente los
característicos ojos abombados y saltones, cuya mano se aprecia en otros hitos
del románico riojano, ya citados.
Portada del cementerio de Navarrete, procedente del antiguo hospital de San Juan de Acre. San Miguel alanceando al dragón, y glouton
Iglesia parroquial de Santa María en Alcanadre. Relieve de la Virgen con el Niño, procedente de un tímpano con la Epifanía que hubo en la ermita de Santa María de Aradón
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