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sábado, 15 de marzo de 2025

Capítulo 52-2, Románico en los Obarenes - Galbárruli, Castilseco, Villaseca, Fonzaleche, la ermita de Junquera de Treviana y la Ermita de la Concepción de Treviana.

 

Románico en los Obarenes
La Obarenia es la comarca noroeste de La Rioja, muy próxima a las provincias de Burgos y Álava, dominada por la presencia de los Montes Obarenes, que también se extienden por Burgos.
Su paisaje es espectacular, con amplios valles repletos de viñedos y rodeados por montañas escapadas.
Esta comarca tiene un nutrido conjunto de iglesias románicas muy interesantes. Si ello no fuera suficiente, siempre es posible enlazar con otras rutas románicas muy cercanas como el románico del Río Tirón, algo más al sur, todavía en La Rioja. O recorrer unos pocos kilómetros al oeste en busca de la importante comarca burgalesa de la Bureba, con un románico de primer orden.
En esta página recorreremos los monumentos más importantes de norte a sur, con el siguiente orden: Galbárruli, Castilseco, Villaseca, Fonzaleche, la ermita de Junquera de Treviana y la Ermita de la Concepción de Treviana. 


Galbárruli
La localidad de Galbárruli se ubica en la zona noroeste de La Rioja, enclavada dentro de comarca de la Rioja Alta y de la subcomarca de Haro, con los montes Obarenes al Norte y el río Tirón y sus afluentes más al Sur. En la actualidad Galbárruli comprende la aldea de Castilseco, y su término municipal linda con los enclaves de Sajuela y Ternero, que pertenecen a la provincia de Burgos. Se sitúa en la vertiente meridional de los Obarenes orientales (Peñalrayo), al pie del monte Puébarro y de la peña Jembres. El paisaje es de colinas y cerros, con una barrera casi impracticable cubierta por una vegetación cerrada. Forma parte de una serie de pueblos con topónimo vasco, como Herramélluri, Ochánduri, Cihuri, Atamauri y Ollauri.
Dista de Logroño 62 km y su acceso más directo se realiza desde la capital por la carretera Nacional 232 hasta Tirgo, tomando a partir de allí la LR-301 y la LR-402.
En 1152 aparece citada en el fuero de Cerezo de Río Tirón, como uno de los pueblos sometidos a su alfoz. En diciembre de 1189 Simón García de Leiva da a San Millán heredades en Castilseco y Galbárruli, en tiempos del abad Fernando. En diciembre de 1229 se establece un acuerdo entre los cabildos y obispos de Burgos (Mauricio) y Calahorra (Juan) por el que los pueblos e iglesias de Galbárruli y Sajazarra, entre otros, deben ser administrados y gobernados un año por Burgos y otro por Calahorra. De ahí su denominación de parroquias de la “alternativa”. En 1257 Galbárruli figura en la estimación de los préstamos del obispado de Calahorra realizada por el prelado Aznar, dentro del arciprestazgo de Río de Oja. Al menos hasta 1900 perteneció a las dos diócesis. Entre 1245 y 1278 el monasterio cisterciense de Santa María de Herrera hace adquisiciones en Galbárruli. De hecho, su iglesia debió de pasar en el siglo XIII a ser propiedad de este monasterio burgalés, ya que el 12 de agosto de 1284 el papa Martín IV ordenó al obispo de Calahorra Martín que pagara sus diezmos a dicho cenobio. Además, la documentación de Galbárruli a partir de los siglos XV y XVI revela que dicha parroquia era administrada por un monje de Herrera, que hacía las funciones de cura. En 1539 la iglesia era traspasada a Herrera a cambio de 30 fanegas de renta anuales a favor de los premostratenses de Bujedo, y el 16 de mayo de 1548 se concede una bula apostólica para confirmar el concierto entre ambos monasterios (Herrera y Bujedo) sobre la iglesia de Galbárruli. No obstante, en varias ocasiones se intentó arrebatar la parroquia a los monjes y disputarles los diezmos.
En julio de 1347 se resuelve un pleito entre el concejo de Miranda y el monasterio de Herrera, porque el concejo pretendía, frente al monasterio, que eran suyas unas piezas frente a Herrera, en Bayas, en Galbárruli y en Ircio, siendo la sentencia desfavorable a Herrera. Galbárruli fue comprado por el concejo de Miranda hacia 1338, y de hecho el 8 de marzo de 1342 este concejo se dirige al rey para decirle que las aldeas de Gorejo y de Galbárruli habían sido compradas por él y que ahora eran suyas en propiedad, pues algunos como Juan Núñez de Lara, señor de Vizcaya, se creían dueños de ellas. La vecina de Castilseco, María Ruiz de Tolsantos, mujer de Pedro Martínez de Mijancas, hacía en su testamento, firmado el 8 de febrero de 1386 (y trasladado del 9 de octubre de 1436), donaciones a la iglesia de Galbárruli, a Santa María de Cillas en Sajazarra y a otras iglesias y monasterios de pueblos cercanos; dejaba un asno a la casa de San Lázaro de Miranda; y mandaba ser enterrada ante el altar de la Magdalena en la iglesia de San Julián de Castilseco fundando una capellanía.
Galbárruli no se segregó de Miranda, convirtiéndose en villa independiente hasta 1743 junto con otros pueblos de esta comarca como Cellorigo, Villaseca y Villalba. Hasta 1833 en que se creó la provincia de Logroño, todos ellos pertenecieron a la de Burgos.

Iglesia de San Esteban
Este templo, ubicado en lo alto del pueblo en un bello emplazamiento desde el que se observa todo el valle y la grandiosa peña de Cellorigo, fue originalmente tardorrománico de la segunda mitad del siglo XIII y comienzos del XIV, y actualmente muestra un aspecto muy rehecho debido a las modificaciones sufridas en los siglos XVI-XVIII, y a las restauraciones del XX. De su época primitiva de los siglos XIII y XIV, con influencia del arte cisterciense debido a esa pertenencia al monasterio bernardo de Santa María de Herrera, sólo conserva los muros exteriores, en los que probablemente se reutilizaron materiales de construcciones anteriores.
Es un pequeño edificio de carácter rural con sillería no muy bien trabajada, cabecera rectangular más estrecha que la nave pero de la misma altura, cubierta con bóveda de arista y dos capillas en arcosolio que recuerdan a la cabecera de la ermita de Santa María de Sorejana en Cuzcurrita, un arco triunfal de medio punto, y una nave de tres tramos cubierta con bóvedas de lunetos posteriores y rematada en el hastial oeste en una espadaña de la misma anchura, en forma de paralelepípedo. En origen no debió de concebirse para tener bóvedas, sino para cubrirse con techumbre de madera, pues sus muros no poseen contrafuertes. Sus dos capillas se realizarían todavía más tarde; la de la epístola o lado sur se abre en arcosolio de medio punto y la del evangelio o lado norte en arcosolio apuntado.

La portada principal se sitúa en el segundo tramo sur de la nave. Todavía quedan en el muro las huellas del pórtico que la protegía. Es sobria, sin adornos, en arco apuntado con un guardalluvias abocelado. Hay otra secundaria en el muro norte, de medio punto y actualmente cegada, que da la sensación de haber sido originalmente de herradura.

Los restos románicos más destacables de todo el edificio son los canecillos del muro sur de la nave, con el perfil cóncavo, de nacela, y decorados con esquemáticas pero graciosas e ingenuas tallas.
De izquierda a derecha hay uno aquillado, otro con cuatro cuadrifolios, una hoja de cinco lóbulos, que parece de roble, un reptil, –quizás lagartija o hurón–, una figura humana casi perdida, un orante o mártir con los brazos alzados para orar o clavados sufriendo martirio vestido con faldoncillo y cinturón, un caballero de perfil con el escudo cristiano en forma de cometa y lanza en ristre, un monje encapuchado sujetando un libro abierto con una mano y alzando la otra en actitud de bendecir, una pareja de cuadrúpedos superpuestos copulando (o quizá un cazador con su presa), una forma geométrica curva que cobija en su interior a una figurilla humana, una pareja abrazada, un cuadrúpedo inidentificable –quizá becerro–, una cabeza de oveja, otro reptil semejante a una lagartija o a un hurón, un barril, un modillón liso con forma de nacela y en último lugar un animal monstruoso con grandes dientes afilados. La cornisa de tejaroz es lisa. Los canecillos del muro norte de la nave, que quizá se desmontó entre los siglos XVI y XVIII, han desaparecido.






Los de la cabecera son mensulones góticos lisos con perfil convexo, en cuarto bocel.

En el centro del testero oriental hay un rosetón de estilo gótico, inscrito en un doble marco circular con aristas sin molduras. En el centro se sitúa una tracería calada que adopta la forma de un círculo central con seis más pequeños dispuestos a su alrededor formando una flor o estrella hexalobulada. Todo ello se cierra con cristales traslúcidos modernos con dibujos, que en el círculo central semejan a una estrella de David o sello de Salomón, y en los laterales forman dos estrellas de seis rayos, dos cruces en aspa, una cruz vertical, un círculo y una media luna.
La espadaña del hastial oeste tiene forma de paralelepípedo rematado a dos aguas y dos vanos rectangulares para las campanas, aunque quizá tuvo tres originalmente. Es similar en algunos aspectos a la de la iglesia de San Julián en Castilseco: como ella, se sitúa en el hastial oeste, es de la misma anchura que la nave, en origen podría datar de la misma época –siglos XIII o XIV–, y en el siglo XX sufrió una profunda reforma. Las únicas espadañas medievales que quedan en la zona aparte de estas dos son las de las ermitas de Santa María de Ajugarte en Casalarreina y Santa María de Legarda en Ochánduri.
Todas las demás estructuras de la iglesia de Galbárruli son posteriores: la sacristía en el muro norte de la cabecera y la capilla de los López de Bastida en el primer tramo de la nave, también al norte, se añadirían en el siglo XVI, y las bóvedas de lunetos en el XVII o XVIII. Una restauración en el XX afectó a la fachada oeste, que se reforzó con cuatro contrafuertes; a la espadaña, que se cerró dando sensación de torre al suprimir su piñón de remate y se le añadió un balconaje en su lado oriental; al pórtico sur, que fue demolido por hallarse en ruinas; y a las bóvedas, que se rehicieron. En los años setenta se restauró su interior, retirándose el retablo principal, barroco de la segunda mitad del XVIII.
En 2004 se restauró de nuevo bajo la dirección técnica de Gerardo Cuadra Rodríguez. En esta ocasión se colocó una cubierta ligera de cobre inclinada, para poder mantener las bóvedas; se restauró la espadaña-campanario, rematándose a dos aguas con el mismo perfil de la cubierta de la nave, y reconstruyéndose el balcón con perfiles actuales; se completaron diversas cornisas de la sacristía y capilla septentrional con piedra artificial; se limpió el resto de la fachada norte, pues la hiedra que la invadía estaba produciendo graves daños en la fábrica; se arreglaron grietas de la fachada sur; y se restauró el interior mejorando el tratamiento de las paredes, limpiando el coro bajo y acondicionando la entrada al husillo de la espadaña.

Arquitectónicamente, la iglesia de Galbárruli pertenece al grupo de edificios románicos de la zona, con cabecera cuadrangular, como los de Cuzcurrita, Sajazarra, Casalarreina y Cellorigo. En cuanto a escultura, la de esta iglesia sería obra de algún cantero local, que trabajó lejos de la influencia de los otros talleres de la comarca.
El templo conserva una pila bautismal contemporánea del mismo, en la única capilla del lado del evangelio, adosada al muro norte del primer tramo de la nave, que hoy sirve de baptisterio o capilla bautismal. En los siglos XIX y XX estaba ubicada en un baptisterio que se situaba entre los contrafuertes occidentales. Es una pieza románica tardía y popular de la segunda mitad del siglo XIII o XIV, como la iglesia. Mide 104 cm de altura total x 80 cm de diámetro del brocal, y 61 cm de altura del pie x 43 cm de altura de la taza. Presenta tipología en copa. El pie, tapado parcialmente por la tarima, tiene una basa cilíndrica rematada en un bocel y un alto fuste también cilíndrico de diámetro irregular, terminado en otro bocel muy fino; la taza es más o menos semiesférica. Su estado de conservación no es muy bueno pues da la impresión de haber sido retallada.

 

Castilseco
La pequeña aldea de Castilseco se ubica en la comarca de la Rioja Alta y en la subcomarca de Haro, zona enclavada en el noroeste de La Rioja, al lado de la provincia de Burgos, entre los montes Obarenes y el río Tirón. Dentro de la subcomarca de Haro, Castilseco se enclava en el territorio del Somontano Obarene, al pie de los citados montes y encima de la llanura del río Mardancho. Perteneció a Miranda de Ebro hasta 1833, fecha en que pasó a depender administrativamente de Galbárruli. En la actualidad sigue siendo una aldea suya, prácticamente despoblada.
Dista de Logroño unos 60 km, y su acceso más directo se realiza desde la capital por la carretera Nacional 232 hasta Tirgo, tomando a partir de allí la autonómica de segunda LR-202, y el desvío de Sajazarra, Villaseca y Castilseco, por carretera local o autonómica de tercera.
Forma parte del pequeño espacio del noroeste de La Rioja existente entre los montes Obarenes y el río Tirón, caracterizado por su gran cantidad de templos románicos, los cuales constituyen el mejor exponente del románico rural riojano: iglesias parroquiales de San Julián en Castilseco, San Román en Villaseca, San Martín en Fonzaleche, Santa María de la Concepción en Ochánduri, El Salvador en Tirgo, Santa María de la Asunción en Sajazarra, San Esteban en Galbárruli y San Esteban en Tormantos (esta última sólo conserva de época románica una inscripción); ermitas de la Concepción y de Nuestra Señora de Junquera en Treviana, Nuestra Señora de Sorejana en Cuzcurrita, Nuestra Señora de Cillas en Sajazarra, San Román de Ajugarte en Casalarreina, Santa María de Barrio en Cellorigo y Santa María de Arcefoncea en Foncea, estas dos últimas en ruinas. El creciente valor de los mismos se ha visto aumentado por su declaración como Bienes de Interés Cultural, lo cual obliga a los municipios donde se ubican a tomar medidas concretas para conservarlos, como por ejemplo, liberar los espacios circundantes para facilitar su contemplación.
Esta comarca es, asimismo, la más prolífica en escultura monumental románica, la cual se extiende por toda la construcción: ábside, presbiterio, nave, portada y vanos. Ya desde los tiempos de Juan Antonio Gaya Nuño, a este grupo de iglesias rurales se las denomina como grupo riojano alavés, pues debido a la proximidad geográfica con Álava están determinadas por su influencia, sin faltar tampoco la de la vecina provincia de Burgos.
También es importante el impacto de lo cisterciense, dada la cercanía de algunos importantes monasterios de esta orden, como el burgalés de Santa María de Herrera, cuyo influjo se aprecia en los templos de San Julián en Castilseco, San Román en Villaseca, Santa María de Sorejana en Cuzcurrita, Santa María de Cillas y Santa María de la Asunción, ambas en Sajazarra.
Como el estilo románico pervive muchísimo en las zonas rurales y el gótico tarda mucho en imponerse, la mayoría de los restos románicos conservados en la comarca de Haro pertenecen a una fase tardía –que denominaremos tardorrománico–, la cual abarca los últimos años del siglo XII y los primeros del XIII, prolongándose durante buena parte de esta centuria. La crisis que afecta al reino castellano a finales de la Edad Media impide en La Rioja el pleno desarrollo del estilo gótico y, paradójicamente, explica la pervivencia de los esquemas románicos hasta los siglos XIV y XV incluso.
Castilseco es una aldea de urbanización en ladera y casas de piedra de arenisca, alguna de ellas blasonada. Su iglesia parroquial, ubicada en el centro del pueblo, entre las llamadas Plaza de la Iglesia y Calle de la Iglesia, está advocada a San Julián y Santa Basilisa, y fue declarada Bien de Interés Cultural en 1983. No ha sido objeto de ninguna rehabilitación, si prescindimos de unas obras realizadas en las cubiertas y en la espadaña del templo en 1949. No obstante, la Consejería de Cultura del Gobierno de La Rioja encargó un proyecto de restauración a los arquitectos Alfonso Samaniego y Carlos Madrigal, que se está ejecutando en 2008.
Apenas existen noticias documentales sobre el origen y continuidad del lugar de Castilseco durante la Edad Media. Se cita como Casttrilseco en el fuero de Cerezo de Río Tirón, concedido por Alfonso VII hacia 1152 –o quizá más tarde–, y como Castrosico y Castrum siccum en el fuero de Miranda de Ebro, posterior a 1170. También aparece en otros documentos de la época, como el de junio de 1181 por el cual Diego de Santa María de Arce recupera el valle de Fontanellas, figurando como testigos varios de Bujedo, Cellorigo, Foncea, Castilseco, Treviana y Villarta; en otro de 1185 referido a un tal Pedro López de Castilseco; o en otro del 29 de junio de 1186 por el que el señor Oriol hace una carta de averiguación de unas heredades de Arce entre el señor y los frailes del monasterio de Bujedo, donde firman varios testigos de lugares como Foncea, Castilseco, Villaseca, Saja de Suso, Fonzaleche y San Millán de Yécora.
La primera noticia cierta sobre la iglesia de San Julián data diciembre de 1189, cuando Simón García de Leiva da a San Millán de la Cogolla heredades en Castilseco y Galbárruli, en tiempos del abad Fernando: Sunt VII collaceos populatos iuxta ecclesiam Sancti Iuliani. El 15 de octubre de 1194 Rodrigo de Morales dona a la iglesia de Santa María de Bujedo fincas en los pueblos de Castilseco, Villaseca, Morales, Corporales y Villabenazar.
La despoblación que afecta a la zona en el siglo XIV se refleja en el Libro Becerro de las Behetrías, documento mandado hacer por Alfonso XI en 1340 y terminado por su hijo Pedro I en 1352, que recogía una relación íntegra de los pueblos y lugares que comprendían las distintas Merindades de Castilla cuyos propietarios se acogían a un régimen administrativo especial llamado Behetrías. En él, los pueblos de Castilseco (Castiel Seco), Villaseca, Sajuela de Yuso y Sajuela de Suso, que pertenecían a la Merindad de Castilla Vieja, estaban deshabitados en 1352, aunque poco después ya se encontraban poblados de nuevo.
En el testamento de la vecina de Castilseco, María Ruiz de Tolsantos, mujer de Pedro Martínez de Mijancas, firmado el 8 de febrero de 1386 (y trasladado el 9 de octubre de 1436), aparecen algunos datos sobre la iglesia de San Julián: mandaba ser enterrada ante el altar de la Magdalena en San Julián de Castilseco fundando una capellanía, hacía donaciones a la iglesia de Galbárruli, a Santa María de Cillas en Sajazarra y a otras iglesias y monasterios de pueblos cercanos, y dejaba un asno a la casa de San Lázaro de Miranda. El 8 de marzo de 1437 el concejo de Castilseco cedía al monasterio de San Miguel del Monte dicha capellanía con la aceptación del prior.
Otras menciones del nombre de Castilseco y de la iglesia de San Julián aparecen en documentos de los siglos XV y XVI de la Cofradía de Barrio y los Doce Apóstoles de Cellorigo. Entre ellos, interesa el del 5 de julio de 1420, por el que Sancho Martínez Marrón, morador de Galbárruli, declara bajo juramento cuáles eran las piezas y viñas que fueron de su hermana María, la cual había ordenado en su testamento que se pagaran todos los años de ellas, cuatro fanegas de trigo a la Cofradía de los Doce Apóstoles. Entre las heredades que se declaran, aparece una pieza cerca de la dehesa de Castilseco que es a sulco de pieça de la eglesia de sant Jullian de le Castillseco, otra pieza cerca de la ermita de San Martín de Castilseco, y otra más cerca de donde dicen La Salzera de Castilseco.
A partir del siglo XV la iglesia de San Julián de Castilseco estuvo regida por frailes del monasterio jerónimo de San Miguel del Monte, cercano a Miranda de Ebro, también denominado San Miguel de la Morcuera por quedar cerca del paso, alto o desfiladero de la Morcuera, actual paso de la Ventilla. Concretamente fue el 14 de diciembre de 1434 cuando el obispo burgalés Pablo de Santa María la anexionaba al citado monasterio, por no disponer de clérigo, estar mal reparada y su campanario a punto de caerse. A partir de entonces estos frailes de San Miguel del Monte, por su proximidad a Castilseco, tuvieron que hacer allí las funciones de cura, aunque nunca residieron en el pueblo. El 21 de diciembre el prior del monasterio toma posesión del beneficio y curato de Castilseco, y el 15 de mayo de 1514, es el papa León X quien confirma ese beneficio de la iglesia de Castilseco. El 19 de octubre de 1561 se realiza por mandato del cardenal Francisco de Mendoza, obispo de Burgos, la liquidación de los frutos del beneficio y curato de la iglesia de San Julián de Castilseco, y de los títulos con que el convento de San Miguel del Monte los poseía. De la pertenencia de Castilseco a San Miguel del Monte existe abundante documentación de los siglos XV y XVI, pero casi todos estos manuscritos se refieren a donaciones de bienes.

Iglesia de San Julián
La iglesia de San Julián, a pesar de sus reformas posteriores, es de estilo tardorrománico, y está construida en piedra de sillería. Arquitectónicamente consta de una estructura muy típica en el románico de la zona: ábside semicircular cubierto con bóveda de horno apuntada, presbiterio rectangular más ancho cubierto con bóveda de cañón apuntada, y una sola nave de tres tramos inicialmente pensada quizás para cubrirse con madera y actualmente muy rehecha y enfoscada, con una portada abierta en el tramo central del lado sur. La cabecera, que comprende el ábside y el presbiterio hasta el arco triunfal, podría datarse a finales del siglo XII o principios del XIII, dentro del románico tardío. La nave y portada se terminarían ya en un siglo XIII bastante avanzado, en estilo románico arcaizante, ya que, probablemente, cuando se acabó la cabecera, la obra se interrumpió reanudándose la nave casi un siglo después. Desgraciadamente, el enfoscado de los muros en el interior, especialmente los de la nave, impide de momento realizar un estudio riguroso de los mismos, y observar si existe un cambio de cantería entre ambas partes.
El ábside semicircular posee tres ventanas de medio punto entre las que se intercalan cuatro columnas-estribo adosadas que lo dividen en cinco paños. Toda la parte superior está recorrida por una cornisa de tejaroz en nacela que rodea el perímetro de la iglesia, sujetada por canecillos. Las ventanas están decoradas en sus dos vertientes, aunque la central queda oculta al interior por el retablo mayor. Al exterior poseen una rica ornamentación y similar estructura: dos arquivoltas que apean en lisos cimacios prolongados horizontalmente y un par de columnillas acodilladas.

La orientada al Sudeste ornamenta sus arquivoltas a base de lacerías perladas de influencia celta y cisterciense, ejecutadas, sin duda, por un buen artista. Poseen dos diseños distintos pero formados ambos mediante cintas perladas. El motivo del guardalluvias se compone de dos cintas perladas que se ondulan formando una cadena de óvalos, pero mucho más sinuosa y cuidada que las que aparecen en otras iglesias románicas de La Rioja, como las de las parroquias de Villavelayo y Villoslada de Cameros. La arquivolta interna, de mayor anchura, se engalana con este mismo motivo pero de doble trenza. Son cuatro cintas perladas serpenteantes que se trenzan formando dos cadenas de ochos enlazadas entre sí.
Las columnas acodilladas poseen basas de garras, pequeños fustes lisos y dos capiteles con un tema vegetal idéntico que consiste en tallos de los que se desprenden tres haces de hojas acanaladas a cada lado y en su parte superior; dicho motivo podría ser una estilización de la hoja de helecho.
La ventana central posee decoración floral geometrizada en sus arquivoltas. La que sirve de guarnición presenta una línea ondulante perlada y hojas a modo de palmetas que se disponen a ambos lados. La arquivolta interior, en cambio, muestra una hoja continua y arrugada de perfil rizado. Los capiteles y basas de las columnas son como los de la ventana anterior. Ambas tuvieron que ser realizadas por un mismo artífice de esmerada técnica, que Mª Ángeles de las Heras y Núñez denomina maestro de Castilseco.
La ventana orientada al Nordeste adorna sus arquivoltas con una vegetación más naturalista. Su guarnición presenta sencillos y esquemáticos cuadrifolios.
La arquivolta posee también flores de cuatro hojas pero más carnosas, imitando formas naturales y con botón central. Las columnas son nuevamente con basas de garras pero los temas vegetales de los capiteles son diferentes, a base de hojas esquemáticas que se enroscan en la parte superior formando volutas entre las que surge otra hoja también muy estilizada en forma de palmeta. Su ejecución se debe a otro artífice de peor calidad escultórica, que Mª Ángeles de las Heras y Núñez denomina maestro de Villaseca porque trabajó también en este lugar.
La vertiente interna de estas ventanas es más pobre. Su única arquivolta es lisa y está pintada imitando las dovelas; los cimacios tampoco presentan ornamentación; las basas son de garras y los capiteles, pobres y esquemáticos.
La ventana sudeste posee en su jamba derecha hojas enrolladas formando volutas, y en la izquierda una cabeza humana muy ruda y esquemática que esboza una ligera sonrisa. En la ventana nordeste presentan los temas vegetales del exterior: hojas como helechos en la jamba izquierda y hojas enrolladas formando volutas en la derecha.
Tanto al exterior como al interior, el ábside está recorrido por la parte inferior de las ventanas por una imposta ajedrezada de cuatro filas de tacos fuera y de tres filas dentro. En la vertiente externa hay otra imposta de nacela debajo de las arquivoltas, que es una continuación de los cimacios de los capiteles, y sólo se da en los paños de las tres ventanas. En la vertiente interna hay otra imposta superior moldurada, ubicada a la altura de los riñones, a ambos lados de las arquivoltas de las ventanas laterales, y no en el espacio central.
Las cuatro columnas-estribo adosadas al exterior del ábside arrancan de pequeños contrafuertes. Sus capiteles se alzan hasta el tejaroz, a la altura de los canecillos, entre los que se intercalan, dividiéndolos en cinco partes. Tres de ellos poseen motivos vegetales esquemáticos, a modo de hojas que se enroscan formando dos volutas y dejando entre ellas un espacio en el que se alza otra hoja en forma lanceolada. El capitel restante, que es el segundo desde el lado sureste, presenta un motivo figurado: dos cabezas coronadas formando una pareja de reyes, separadas por un tallo vegetal que termina en una forma acorazonada. Su calidad técnica es superior a la de otras cabezas con coronas que existen en el arco triunfal. Los del exterior denotan un mayor estudio de los rasgos faciales y del cabello, insinuando también una ligera sonrisa, propia de los albores del gótico. La forma de sus coronas, con sus resaltes superiores, también nos anuncia este nuevo período artístico, y quizá la intervención en él de un artista con mayores conocimientos. Por el contrario, la mayor tosquedad de los rostros del interior probablemente se deba a un tallista rural y no a una fecha más temprana. Todas ellas recuerdan algo a las galerías de estatuas regias de las fachadas góticas de algunas catedrales del siglo XIII, como la de Burgos.

Los ocho canecillos del ábside, que son los más bellos de todo el conjunto, se decoran con motivos geométricos y figurados. Hacia el lado sureste hay cuatro rostros humanos casi idénticos, muy sumarios, con liso tocado. Los tres siguientes hacia el Este poseen un perfil aquillado con el vértice achaflanado y cóncavo. El restante hacia el lado nordeste es un modillón con cinco rollos.

Los muros exteriores e interiores del presbiterio están recorridos por una cornisa que continúa la inferior del ábside, aunque no se conserva en su totalidad. En la vertiente externa, la del muro sur ya no es ajedrezada sino lisa, y la del muro norte ha desaparecido por la construcción de la sacristía en época barroca. En la vertiente interna sigue siendo ajedrezada, pero sólo se conserva en el lado norte hasta el arco triunfal, por encima de la puerta de la sacristía, mientras que en el lado sur ha desaparecido, debido a las reformas posteriores de ese lado del presbiterio, que conllevaron la construcción de un arcosolio gótico.

Los modillones del presbiterio, cinco en cada lado, presentan análogos motivos a los del ábside. En el muro sur hay uno de cinco rollos y otros cuatro con cabezas humanas, similares a las del ábside, una de ellas mutilada. En el lado norte aparecen encima del edificio de la sacristía, dos con perfil aquillado y achaflanado, uno con estilizado tema floral, otro con cinco rollos y otro con dos curiosas cabezas de largo cuello que miran en dirección opuesta.
En el interior, separa el presbiterio de la nave un arco triunfal apuntado y doblado, apoyado en dos columnas dobles o pareadas adosadas a una pilastra, con basas, fustes y capiteles dobles. El modelo de este arco triunfal responde al llamado modelo hispano-languedociano, y se da también en otros edificios románicos de la zona, como los de Villaseca, Baños de Rioja y Santo Domingo de la Calzada, aunque en ellos es algo más complejo. Las columnas del arco triunfal de Castilseco poseen basas de garras, formadas por semicírculos que recorren el toro y una especie de lengüeta en las esquinas del plinto. Los fustes se conservan en su totalidad en el lado sur o de la epístola, pero en el norte o del evangelio sólo queda uno y la parte superior del otro, que se debió de mutilar para colocar probablemente un púlpito. Los capiteles son bastante curiosos. Los dos del evangelio son vegetales, con dos filas de hojas lisas con nervadura central y las puntas enrolladas de forma muy naturalista y empleo de trépano. Derivan de los capiteles cordobeses de pencas, respondiendo por su primorosa ejecución a una tendencia gotizante. Los dos de la epístola poseen cuatro cabezas distribuidas por parejas dos a dos, tres de ellas coronadas y la otra con el cabello rizado a pelo.

La sumaria y esquemática talla no permite distinguir si alguna de ellas es femenina, pues sólo se marcan los rasgos faciales esenciales: ojos abultados, nariz recta, gruesos labios y cabello ligeramente insinuado distribuido en dos bandas, excepto en la cabeza no coronada que presenta rizos muy toscos. El cuello sólo se esboza en las dos de los extremos. Aunque quieren insinuar una suave sonrisa para animar sus rostros, ésta no es tan naturalista como la de los rostros del exterior, sino carente de toda expresividad. La propia forma de las coronas, a modo de casquete sin apenas resaltes superiores y decoración de zigzag, también es mucho más sencilla y arcaica. El tema de las cabezas reales se da también en otras iglesias burgalesas como las de Jaramillo de la Fuente y Santo Domingo de Silos.
El cambio de cantería al comienzo de la nave parece indicar que la obra se interrumpió al terminar la cabecera y se reanudó años más tarde con una mayor pobreza decorativa, por lo que su cronología debe situarse ya en un siglo XIII avanzado. Esto sólo se aprecia en el exterior, ya que en el interior el enfoscado y las reformas posteriores que afectaron a esta zona lo impiden. Los muros interiores de dicha nave no conservan ningún tipo de decoración románica, debido, por un lado, a las limitaciones económicas que sufrieron las obras en esta nueva centuria, y por otro, a los cambios que ha experimentado esta zona del templo en épocas más recientes.
Por tanto, la ornamentación de esta nueva fase constructiva se ubica exclusivamente en el exterior, pero ya no posee la riqueza de la etapa anterior. Los canecillos denotan peor calidad y una mano más torpe y mediocre que los de la cabecera. En el muro sur se conservan diecinueve; algunos poseen temas geométricos: nueve con perfil aquillado (unos achaflanados y otros no), dos con rollos, uno con un barril sobre un perfil aquillado y otro con una doble plataforma circular; los seis restantes muestran diversas cabezas humanas: con grandes orejas, sujetando el tejaroz con los brazos levantados a modo de atlante, calvas, con lisos peinados, y una última con dos rostros y largo cuello. El muro norte, casi tapado por construcciones posteriores y cortado por la ampliación de la espadaña occidental, posee siete lisos y ocho decorados que quedan por encima de uno de los edificios adyacentes adosados: dos con una doble cabeza, otro con una sola, tres con perfil aquillado, uno que cubre su cóncavo perfil por una red de rombos o reticulado y el último atravesado por la mitad por una línea de puntos de trépano.
La rústica portada meridional, todavía con restos de un encalado moderno, se realizó en un estilo románico arcaizante, probablemente a finales del siglo XIII.
Consta de cuatro arquivoltas apuntadas lisas y en arista viva, pintadas de diferentes colores simulando dovelas, y guardalluvias ornado con zigzag. Las cuatro columnas acodilladas a ambos lados presentan basas destrozadas, fustes lisos y capiteles con motivos animales, vegetales y humanos. En la jamba izquierda, uno muestra un motivo vegetal esquemático, otro un ave que podría ser un águila, y los dos restantes, una serie de rudas máscaras. En la jamba derecha, el más interior presenta un rostro femenino con tocado de barbuquejo, y los otros tres, grotescos y caricaturescos mascarones como los de la jamba izquierda, de carácter más zoomórfico que humano, muy rudos, con bocas rientes y grandes orejas. El tema del rostro femenino con tocado de barbuquejo es muy frecuente en iglesias parroquiales de la cercana provincia de Álava, como las de Otazu, San Esteban Protomártir en Durana, Santa Columba en Argandoña o Santa María de Ayala en Alegría.
Pero la portada de Castilseco, por su tosquedad, probablemente no fue hecha por un escultor sino por el cantero que construyó la nave. Recuerda a la de Villaseca, que parece todavía más tardía pues no tiene decoración.
En esta escultura monumental todos los temas son decorativos y profanos, propios del románico rural. Curiosamente, no existe ninguna figura humana completa ni ningún tema religioso ni simbólico. Llaman la atención sobre todo esos rostros humanos tan bien modelados en relación con la restante escultura de la zona. Las cabezas coronadas parecen de influencia burgalesa y las demás están influidas por los canes del exterior de la girola de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, también de finales del siglo XII (1158-1180). Las cabezas dobles a modo de hermafroditas, compuestas de dos rostros unidos por la línea de la oreja y la mandíbula, que miran en direcciones opuestas, son en realidad una reutilización de un tema clásico en la Edad Media: en la Antigüedad se representaba así a Jano, dios romano de origen indoeuropeo, cuya bifrontalidad era signo de omnisciencia y tenía relación con el destino, el calendario y el tiempo. De hecho, el mes de enero recibe su nombre de este dios, reproduciéndose como una figura de doble rostro que mira al año pasado y al futuro, y así aparece en algunos mensarios medievales. En el románico riojano, las dobles cabezas se dan, además de en los cuatro canecillos de Castilseco, en otro de la ermita de Santa María de Sorejana en Cuzcurrita, y en la portada del cementerio de Navarrete, la cual perteneció al antiguo hospital de San Juan de Acre. El templo de Castilseco tuvo dos espadañas, siendo el único de la zona que todavía las conserva. La más antigua se situaría sobre el arco triunfal y en origen sería contemporánea del mismo y, por tanto, de finales del XII o comienzos del XIII. La que hay actualmente tiene un hueco de medio punto y dos pequeños pináculos en los extremos, y se encuentra parcialmente mutilada, pues ha perdido el piñón. Por el despiece de las dovelas del arco, por esos dos pináculos superiores y porque es de menor anchura que la estructura pétrea sobre la que se apoya, da la sensación de ser una reconstrucción posterior de la original, quizá realizada en el siglo XVI.
La que actualmente sirve de campanario se ubica sobre el hastial oeste, ocupa toda la anchura del mismo y es contemporánea de la nave, de finales del siglo XIII o incluso del XIV. Consta de dos huecos de medio punto para las campanas y está rematada en un piñón triangular. Se puede acceder a ella por una escalera situada en el interior del muro del hastial, que es de gran espesor. En su lado oriental posee un cuerpo añadido en 1949, según una inscripción situada en el lado sur del mismo, realizado por los constructores locales Toribio y Gonzalo Valgañón. La campana situada más al Norte está datada por otra inscripción en 1953. El cuerpo añadido posee hacia oriente otros dos vanos de medio punto, y rompe hacia el Sur y hacia el Norte parte del tejaroz de la nave. Por debajo oculta unos grandes mensulones de perfil convexo que sujetaban la espadaña original por su lado oriental. Este tipo de ménsulas son muy comunes en el románico tardío y en el gótico, y aparecen en otras estructuras de la zona que hoy también quedan ocultas, como en el torreón occidental de la parroquia de San Román de Villaseca, convertido después en torre-campanario.
Una vez superada la etapa medieval, a partir del siglo XVI nacerían nuevas necesidades, como ocurre en casi todos los templos de origen románico, y comenzarían a superponerse a la fábrica original diversos añadidos y cuerpos anexos. En esta centuria se remodelaría la espadaña sobre el arco triunfal, se añadiría un arcosolio apuntado de estilo gótico en el muro sur del presbiterio, con lo que se crearía un espacio para una pequeña capilla. La construcción de este arco motivaría la pérdida de la imposta ajedrezada románica que debía de adornar este muro. En la misma época se construyó, en el centro del muro sur de la nave, un pórtico para proteger la portada, actualmente cerrado por una verja de hierro. En el período barroco, hacia los siglos XVII o XVIII, se adosó al muro norte del presbiterio una sacristía de planta cuadrangular.
Las obras ejecutadas en el templo hacia la mitad del siglo XX fueron muy importantes y modificaron bastante el aspecto del mismo, tanto por dentro como por fuera. Las bóvedas actuales de los tres tramos de la nave son de arista sobre pilas toscanas en ménsula, separadas por dos arcos perpiaños de medio punto. Aunque a simple vista parecen barrocas, fueron construidas en 1949, al igual que el cuerpo moderno de la espadaña occidental, por Toribio y Gonzalo Valgañón, y costeados por Antonio López de Silanes Martínez de Salinas. Lo curioso es que no sustituyeron a bóvedas similares barrocas, sino a un forjado plano de madera con viguetas y revoltón, como el de la sacristía. Ya Guillermo Rittwagen nos informaba sobre cómo era la techumbre en 1921: “Así se ve la techumbre con encuartonado y a la ligera, sin duda porque la iglesia se hizo en dos períodos: uno inicial, próspero, y otro holgado, lo que motivó una terminación apresurada y sin cuidado ni esmero alguno”. Aunque desconocemos cuál fue la cubrición original de la época tardorrománica, al saber cómo fue la posterior nos inclinamos más por una techumbre lígnea que por una bóveda de cañón apuntado. A los pies hay un pequeño coro alto sobre madera totalmente arruinado, iluminado por un óculo abierto en el hastial occidental.
Al norte de la nave se adosa por el exterior una edificación que perteneció a los hijosdalgo del lugar y sirvió para recaudar los diezmos y primicias. Actualmente es de propiedad privada y tras ser reconvertida en bodega, pajar y cuadra, en nuestros días se utiliza solamente como bodega.
Concluyendo, podemos afirmar que, arquitectónicamente, la iglesia de Castilseco pertenece al grupo de edificios románicos de la comarca de Haro, pero sólo a los que tienen ábside semicircular, integrado también por los templos de Villaseca, Tirgo, Ochánduri, Treviana, Fonzaleche y las ruinas de Arcefoncea en Foncea. Escultóricamente, la iglesia de Castilseco también pertenece al grupo de templos románicos de la comarca, que es asimismo la zona más prolífica de la región en cuanto a escultura monumental. Si los de Castilseco y Villaseca son muy similares en sus procedimientos constructivos, también lo son en cuanto a su estilo escultórico, aunque la escultura de la primera es de mayor calidad y variedad temática. A grandes rasgos, se podrían distinguir varios grupos de operarios en la zona: por un lado, puede constatarse la existencia de una cuadrilla itinerante con distintos artífices que intervienen en varios templos más o menos a la vez, concretamente en los de ábside semicircular, relacionándose más entre sí los que trabajan en Castilseco-Villaseca, en Ochánduri-Tirgo, y en las dos ermitas de Treviana; por otro lado, hubo varios canteros independientes, seguramente locales, que no formaron parte del taller, en las iglesias con cabecera rectangular: Cuzcurrita, Galbárruli y Sajazarra.

El templo de San Julián de Castilseco conserva su pila bautismal románica. Se ubica en el último tramo del lado del evangelio, que servía de baptisterio hasta la ruina de esta zona. A pesar de su sencillez y ausencia de ornamentación, parece de los siglos XII o XIII, como el propio edificio. Mide 103 cm de altura total x 101 cm de diámetro del brocal, y 54 cm de altura del pie x 49 cm de altura de la taza. Posee tipología en copa y se asienta sobre un podium circular de gran diámetro y poca altura.
Consta de un pie con una base cilíndrica y un fuste también cilíndrico pero de menor diámetro rematado en una moldura, y una taza semiesférica. Su factura es tosca, popular, debida a un artífice local, probablemente alguno de los canteros que construyeron la iglesia. Se conserva bien, aunque da la sensación de haber sido retallada y pintada. Actualmente, tras el derrumbe del coro alto, se está llevando a cabo la restauración de edificio, durante la cual se han descubierto en el presbiterio fragmentos de pintura mural gótica. 


Villaseca de Rioja
La localidad de Villaseca se ubica en la comarca de la Rioja Alta y en la subcomarca de Haro, territorio que ocupa el extremo noroeste de la región. Concretamente se localiza en las estribaciones de los Obarenes, en el extremo noroccidental de los montes de Fonzaleche, donde se abre la llanura del río Mardancho, afluente del Tirón por el Norte. Actualmente Villaseca es una entidad local menor que depende administrativamente de Fonzaleche. Dista de Logroño unos 60 km, y se accede desde esta ciudad por la carretera Nacional 232 hasta Tirgo, y desde allí se toma la autonómica de segunda 202 y el desvío de Sajazarra y Villaseca por la LR-301. También se puede llegar por el acceso de Fonzaleche, situado a mano derecha por la LR-302.
Villaseca aparece junto con Castilseco y Cellorigo en el fuero de Cerezo de Río Tirón, concedido por Alfonso VII hacia 1152 o quizá más tarde, y en el de Miranda de Ebro, posterior a 1170. En un documento del 29 de junio de 1186, por el que el señor Oriol hace una carta de averiguación o pesquisa de unas heredades de Arce con los frailes del monasterio de Bujedo, firman varios testigos de Foncea, Castilseco, Villaseca, Saja de Suso, Fonzaleche y San Millán de Yécora, entre otros lugares. En 1190 se donan fincas de Villaseca al monasterio de Santa María de Herrera, y el 15 de octubre de 1194 Rodrigo de Morales vende propiedades en Villaseca y en otros pueblos (Castilseco, Morales, Corporales, Villabenazar) al monasterio de Santa María de Bujedo. El 9 de febrero de 1203 María Garciez y su marido dan tres tierras en Sajazarra de Yuso al abad Sancho de Bujedo, una de ellas cerca de Villaseca. El 22 de febrero de 1213 Ruy de Morales vende toda su heredad en Villaseca al convento de Bujedo, y el 12 de julio del mismo año es García López quien vende al abad de Bujedo la tercera parte de una tierra en Villaseca.
La parroquia de Villaseca se cita dentro del arciprestazgo de Río de Oja en la concordia realizada en 1257 por el obispo de Calahorra Aznar sobre la asignación de las parroquias y distribución de sus rentas y frutos. A partir de los siglos XIII y XIV Villaseca y otros pueblos de su entorno como Cellorigo, Villalba y Galbárruli, pasan a formar parte de Miranda de Ebro para repoblarla: Cellorigo en 1288, Villalba de Rioja hacia 1305, Galbárruli en 1320 y Villaseca en 1329. Esta última pasa a Miranda el 4 de agosto de 1329 por privilegio y carta del rey Alfonso XI, a causa del mal comportamiento, tanto de caballeros y escuderos como de hombres poderosos, que obligaban a que los moradores del lugar se marcharan del mismo. Al acogerse al realengo, los vecinos de Villaseca pasaban a ser vasallos del monarca y quedaban amparados y defendidos por él.
En el siglo XIV las pestes hacen que muchos lugares de la zona se despueblen, como Castilseco, Villaseca, algunos de Sajazarra (Jembres, Hormaza, Cillas), de Cuzcurrita (Tironcillo, Sorejana), de Treviana (Junquera, San Pedro) y de Foncea (Arcefoncea). Así lo muestra el Libro Becerro de las Behetrías, donde los pueblos de Castilseco, Villaseca, Sajuela de Yuso y Sajuela de Suso, que pertenecían a la Merindad de Castilla Vieja, aparecen como lugares yermos en 1352, aunque poco después se debieron de poblar otra vez. Villaseca fue aldea de Miranda de Ebro hasta 1743 y villa hasta 1890. Tras la creación de la provincia de Logroño, en 1833, pasó a pertenecer a Fonzaleche.

Iglesia de San Román
El urbanismo de esta aldea tiene cierto encanto, pues todavía conserva junto a la iglesia de San Román, situada en la denominada Plaza de la Iglesia, parte de la antigua cerca del Cortijo con una puerta abierta en arco apuntado, que daba acceso a dicha plazoleta, todo ello de época gótica. En la Edad Media este lugar era el centro desde donde partían las callejas de distribución y la citada puerta de acceso al recinto. Posteriormente el pueblo se expandió poblando las carreras que van hacia Sajuela, Villela, Galbárruli, Fonzaleche y Sajazarra. Posee sólidas edificaciones pétreas del siglo XVIII, que alternan con otras de ladrillo del XX, y todavía se conserva en un alto en la salida hacia Miranda la picota en forma de rollo, fechada en 1743, utilizada para la ejecución de la justicia.
La iglesia de San Román de Villaseca es un bello templo románico tardío que, al igual que el de San Julián en Castilseco, fue comenzado a finales de siglo XII y terminado ya muy avanzado el XIII, con elementos protogóticos (bóvedas de nervios) e influencia cisterciense (decoración casi exclusivamente vegetal). Es una de las iglesias medievales más tardías de la comarca de Haro, y, de hecho, probablemente fue pensada para bóvedas de crucería.
Está construida en sillería. Consta de la típica estructura románica de ábside semicircular cubierto con bóveda de cuarto de esfera, presbiterio rectangular más ancho con bóveda de cañón apuntado, nave de tres tramos con cañón apuntado en el primer tramo y los dos últimos de arista y de ladrillo, añadidos en el siglo XVIII, y portada meridional apuntada. La escultura es protogótica con predominio de ornamentación vegetal influenciada por el arte cisterciense del siglo XIII.

La bóveda de cuarto de esfera del ábside aparece reforzada por dos nervios de perfil cuadrangular que la dividen en tres paños, arrancan de la clave del arco fajón que separa ábside y presbiterio y van a parar a dos semicolumnas adosadas de refuerzo que se sitúan entre las tres ventanas.
La vertiente interna de las tres ventanas absidales es de gran pobreza decorativa. Son de medio punto, con estrecha saetera derramada hacia el interior, una sola arquivolta en arista viva y dos columnillas acodilladas sin cimacio. Poseen basas de garras, estrechos fustes con restos de pintura simulando sillares, y capiteles vegetales. De los seis capiteles, cinco son iguales, a base de dos hojas enrolladas en espiral; el otro, en la jamba derecha de la ventana sur, es distinto, con una fila de hojas muy alargadas de forma lanceolada. Flanqueando la ventana central se alzan las dos columnas adosadas que sujetan los nervios de la bóveda. Sus capiteles son idénticos, con dos filas de hojas como pencas que se enroscan terminando en hojitas de cinco lóbulos.
Recorren el ábside dos impostas formadas por una sencilla moldura. La inferior va por debajo de las ventanas y la superior por encima de ellas, sirviendo de imposta a la bóveda y de cimacio a los capiteles de las columnas de refuerzo.
En el exterior del ábside hay tres ventanas con decoración mucho más rica pero exclusivamente vegetal. Todas ellas poseen dos arquivoltas de medio punto, guarnición, cimacios lisos, dos pares de columnillas acodilladas con basas de garras, capiteles vegetales cistercienses y estrecha saetera. La orientada al Sur tiene las dos arquivoltas baquetonadas y la guarnición de tallos o roleos que encierran hojitas de trébol. Los cuatro capiteles muestran dos filas de hojas, la inferior lisa a modo de pencas y la superior enroscándose en forma de espiral. Las arquivoltas de la ventana este, sí se ornamentan, la más pequeña, por medio de cuadrifolios en torno a un botón central, muy carnosos y abultados, con las nerviaciones de las hojas marcadas de modo muy naturalista. La siguiente arquivolta ostenta vástagos ondulantes que se entrelazan y terminan en hojitas como de hiedra. El motivo de la guarnición es un tallo ondulado a cuyos lados se disponen hojas parecidas a palmetas. En los capiteles afloran hojas muy alargadas de forma lanceolada, como en uno del interior. La ventana norte posee las dos arquivoltas aboceladas, y la guarnición como la de la ventana sur: roleos que encierran hojitas treboladas. Los capiteles se adornan en este caso con una fila de hojas que terminan en bolas.


Las dos impostas exteriores del ábside, una por debajo de las ventanas y la otra sirviendo de cimacio a los capiteles, son sencillas molduras en nacela, con baquetón y filetes. Cuatro semicolumnas-estribo adosadas lo recorren de arriba a abajo dividiéndolo en cinco paños. Arrancan de altos plintos y sus capiteles son de ínfima calidad escultórica, esquemáticos y labrados muy superficialmente.
Uno está borrado y los demás contienen barras verticales con algún motivo central: una cara y un extraño objeto parecido a un martillo. Los canecillos también son esquemáticos y vulgares. De Sur a Norte afloran: rollo o barril, borrado, dos rollos, cabeza humana, cabeza humana, cara entre dos rollos, rollo bajo una cabeza animal, cabeza humana, figura humana, borrado, cabeza humana y forma esquemática que tal vez sea una cabeza animal sin terminar, con un rollo.


Un arco fajón apuntado y sencillo separa ábside y presbiterio. Apea en dos parejas de columnas dobles con capiteles corintios degenerados, de hojas estriadas de perfil sogueado. Los canecillos del presbiterio presentan motivos similares a los del ábside. En el muro sur aparecen dos rollos, cabezas humanas, una cabeza animal y un borracho o individuo con un barril. Los del muro norte sólo se pueden ver desde el tejado de la sacristía. Son hombrecillos acurrucados, cabezas y bustos humanos inexpresivos y cabezas de vaca o carnero. En esta zona todavía se conserva la cornisa de tejaroz ajedrezada de tres filas de tacos.

Presbiterio y nave se separan mediante un arco triunfal sencillo y apuntado que apea en tres columnas a cada lado, dos gruesas en el centro y una acodillada más fina que no llega al suelo pues queda suspendida como si fuera una ménsula, característica del estilo cisterciense del siglo XIII. Probablemente se hizo para soportar bóveda de ojivas. Los seis capiteles son todos iguales, corintios, con dos hojas de acanto enrolladas sobre sí mismas con perfil lobulado, dejando en medio un espacio en forma de corazón en el que surge una palmeta.
El cimacio es liso. Este arco triunfal responde al llamado modelo hispano-languedociano, y se da también en otros edificios románicos de la zona como los de Castilseco, Baños de Rioja y Santo Domingo de la Calzada.
Los tres tramos de la nave se separan por arcos fajones. El del primer tramo es doblado, apuntado, y apea en pilares cruciformes con columnas pareadas en su frente. Los cuatro capiteles son muy esquemáticos, con una serie de incisiones verticales rayadas como decoración. Quizá no se pensaron para ser esculpidos sino para ser pintados.
Las basas son curiosas, con bolas en las esquinas y estrías o acanaladuras verticales en vez de la escocia cóncava, lo que les da un aspecto arcaizante. Los dos tramos restantes se separan por un arco perpiaño que apea en pilastras sin columnas y se cubren con bóveda de arista. Del segundo tramo es románico el muro sur, siendo el tercero parte de la casa fuerte que se le agregó en el gótico tardío. 


Capitel del interior 

En el exterior, la nave sólo posee canecillos en el muro sur, todos muy rudos.

Canecillos de muro sur de la nave 

Tres de ellos presentan franjas o acanaladuras verticales; seis, perfil aquillado; tres, modillones de rollos; seis, pequeños atlantes que sujetan con sus manos el tejaroz y unas estructuras de forma cúbica con una cruz; uno, incisiones en forma de estrella o cruz de seis brazos; dos, perfil de nacela; y tres, perfil de cuarto bocel.
La portada, bajo pórtico de madera, se abre en el segundo tramo meridional de la nave. Posee arquivoltas apuntadas y baquetonadas, guardapolvo y seis columnillas acodilladas a cada lado de las jambas. Los cimacios son corridos y lisos, y los capiteles muy estilizados, más bien bocelillos o capiteles-imposta corridos; tampoco tienen decoración. Es una portada más propia de cantero que de escultor, de estilo protogótico, realizada ya muy avanzado el siglo XIII. Recuerda a la de Castilseco, pero es más sencilla y más tardía, si cabe.
El hastial oeste se remata con un torreón defensivo de dos cuerpos, el superior de ladrillo, incorporado en los siglos XIV o XV a la iglesia románica y convertido luego en torre-campanario, que interiormente posee mensulones similares a los de la espadaña de San Julián en Castilseco, estructuras muy comunes en el románico tardío y en el gótico. Otros elementos de carácter defensivo añadidos en la zona occidental de la iglesia en esta época fueron la cerca con una puerta gótica en arco apuntado, y una casa fuerte de la que todavía queda una ventana gótica geminada en el muro sur del último tramo de la nave, junto a la portada, los cuales delimitarían un recinto o Cortijo similar al de la iglesia parroquial de El Salvador en Tirgo, que serviría para protegerse de los ataques del enemigo en estos tiempos de tanta inseguridad e inestabilidad. Estas estructuras de carácter defensivo, que presenta el ámbito occidental de las iglesias de Tirgo y Villaseca, pudieron tener la misión de proteger la línea del río Tirón, y por ello ambas podrían considerarse como iglesias-fortaleza.
En el siglo XVI se construyeron las capillas laterales de la iglesia como brazos de crucero en el primer tramo de la nave; en el XVII el remate de la torre, el pórtico del sur y la sacristía al norte de la cabecera; en el XVIII el realce general de muros de mampostería para el tejado, la bóveda de ladrillo de los dos últimos tramos de la nave y el muro diafragma ante el tambor del ábside, sobre el que se colocó el retablo mayor. Es posible que en el siglo XIX se realizarán más obras.
En 1989 la iglesia fue restaurada por el Gobierno de La Rioja bajo un proyecto de Enrique Aranzubía Álvarez fechado en 1986. Se eliminó el recrecimiento del muro de mampostería del exterior de la construcción, restituyendo el remate de la cubierta; se entarimó el pavimento del interior; se devolvió a la cabecera su estructura interna original eliminando el retablo y el muro que ocultaba el ábside, trasladando el altar y arreglando los muros de piedra en las zonas en contacto con el terreno de dicho ábside. Antes de la restauración, la cabecera quedaba en un plano más elevado que la nave, a la altura de las tres ventanas, lo cual se suprimió eliminando los dos peldaños del primer tramo.
Arquitectónicamente, la iglesia de Villaseca pertenece al grupo de edificios románicos de la comarca de Haro, pero sólo a los que tienen ábside semicircular, integrado también por los templos de Castilseco, Tirgo, Ochánduri, Treviana, Fonzaleche y Arcefoncea. Casi todos tienen cuatro columnas adosadas que los compartimentan en cinco paños y tres ventanas en el ábside, aunque las de Villaseca poseen un detalle que las diferencia de las demás: debido a la mayor anchura del ábside, dichas ventanas también son más anchas y sus arquivoltas descansan en dobles columnas a cada lado, en vez de en una sola. Todos estos ábsides se cubren con bóveda de cuarto de esfera apuntada, excepto el de Fonzaleche, que por ser el más primitivo la lleva de horno, y el de Villaseca, que por ser el más avanzado la posee más evolucionada, más protogótica, pues aunque es de cuarto de esfera apuntada, descansa en dos nervios que la dividen en tres paños.
Escultóricamente, la iglesia de Villaseca también pertenece al grupo de templos románicos de la cuenca del Tirón, en los que podemos distinguir varios grupos de operarios. Entre ellos destaca una misma cuadrilla itinerante con distintos artífices que intervienen en varios templos más o menos a la vez, concretamente en los de ábside semicircular: Castilseco, Villaseca, Fonzaleche, Treviana, Ochánduri y Tirgo, relacionándose más entre sí los que trabajan en Castilseco-Villaseca, en las dos ermitas de Treviana (La Concepción-Junquera), y en Ochánduri-Tirgo. A los dos primeros artífices, Mª Ángeles de las Heras y Núñez los denominó maestro de Castilseco y maestro de Villaseca, respectivamente, y se diferencian en que el primero posee una buena técnica y usa el trépano, y el segundo utiliza una técnica menos depurada. Concluyendo, la iglesia de Villaseca tiene especial relación con la de Castilseco, pero su escultura es de menor calidad y variedad temática. Su decoración monumental es similar en algunas zonas, pero en general la ejecución es menos esmerada y con mayor influencia cisterciense por la abundancia de temas vegetales y la escasez de temas zoomórficos y figurados.
Esta iglesia conserva su pila bautismal románica. Realmente, casi todas las fuentes bautismales románicas de esta cuenca se encuentran todavía en sus iglesias primitivas. Dada su tosquedad y ausencia de ornamentación, probablemente fueron ejecutadas por alguno de los constructores de aquellas.
Incluso es posible que alguno de los ejemplares, que conserva intacta la tipología románica, pertenezca al siglo XVI. Por ello, debemos considerarlas simplemente como de tradición románica, pues carecen de rasgos significativos para adscribirlas a este estilo. Al no poseer ningún tipo de decoración, la cronología es muy difícil de determinar; pueden ser románicas, góticas o incluso renacentistas. Es curioso que las pilas de algunas de estas iglesias (Sajazarra, Castilseco, Villaseca, Fonzaleche y Galbárruli) sean completamente lisas, siendo de gran riqueza, sin embargo, su escultura monumental. La que nos ocupa se podría datar en el siglo XIII, como el propio templo. Se ubica en el lado del evangelio a los pies. Mide 90 cm de altura total x 88 cm de diámetro del brocal, y 50 cm de altura del pie x 40 cm de altura de la taza. De tipología en copa, consta de una base en forma de pilar cuadrangular, un toro y una taza semiesférica. Su estado de conservación es bastante deficiente, con restos de cemento, encalado moderno, roturas, etc.
También se custodia en esta iglesia la Virgen de la Cuesta, talla gótica de la segunda mitad del XIII o comienzos del XIV, de carácter popular. Procede de la pequeña ermita del mismo nombre, de los siglos XVI y XVIII y reconstruida en 1988, situada sobre la colina que domina el pueblo, al lado del cementerio, desde donde se contemplan los pueblos de Cellorigo y Galbárruli.


Treviana
El municipio de Treviana se ubica en la comarca de la Rioja Alta y en la subcomarca de Haro, zona situada en el noroeste de la región, separada del País Vasco y de Burgos por los montes Obarenes y regada por el río Tirón, afluente del Ebro procedente de Burgos. Dentro de la comarca, Treviana pertenece al Somontano Obarene, articulándose en torno al valle del río Aguanal, afluente del Tirón. Dista de Logroño 56 km, y su acceso más directo se realiza desde la capital por la carretera Nacional 232 hasta Tirgo, tomando a partir de allí el desvío de Treviana, situado a mano izquierda por la carretera local LR-303.
La primera mención aparece en un dudoso documento del año 903, en que un monasterio de San Andrés de Treviana es sometido por el matrimonio Diego Obecoz y Gontroda al de San Mamés en Molinos de Obarenes. En 1052 dicho cenobio es incorporado al de Santa María la Real de Nájera, dependencia confirmada por Alfonso VII el 25 de noviembre de 1155 y por Alfonso VIII el 14 de marzo de 1175. Sin embargo, el 5 de mayo de 1199 figura en la bula del papa Inocencio III como parte integrante del patrimonio del monasterio de San Millán de la Cogolla.
En el siglo XI Treviana se menciona en numerosos documentos, de los que citamos una selección. El 6 de diciembre de 1028 figura la tercia de Treviana en la donación que Sancho el Mayor efectúa a San Millán de la Cogolla de las villas que fueron de Oveco Díaz. En 1049 el monasterio de San Miguel de Pedroso poseía unas viñas en Treviana, que fueron donadas por García el de Nájera a San Millán de la Cogolla, y en el mismo año, el citado monarca autorizó al monasterio a poner un guarda propio en ellas. Existen también numerosas donaciones de casas y viñas efectuadas por particulares; por ejemplo, en 1058 Juan Peláez y su mujer ceden a San Millán sus casas en Treviana reservándose el usufructo de por vida y permitiendo a sus hijos y nietos vivir en ellas bajo dependencia del cenobio emilianense. La villa debió de tener un palacio en esta época pues en 1068 el señor Aznar Garcéis de Adensa y su mujer Toda lo donan a San Millán y a su abad Pedro junto con tres viñas. En 1081 se vuelve a citar un palacio en Treviana cuando Miguel vende a San Millán unas casas en el pueblo. En 1085 Diego Vélaz de Treviana se entrega a San Millán y ofrece varias de sus heredades, y en 1086 es el noble Muño Téllez quien cede unos bienes situados en Treviana al monasterio de San Millán.
En el siglo XII la villa se sigue citando en las fuentes con asiduidad. Aparece, por ejemplo, en el fuero de Cerezo de Río Tirón, concedido por Alfonso VII hacia 1152. Tanto Treviana como Junquera debieron de ser donadas por los monarcas castellanos a los condes de Haro, señores de Vizcaya, por los grandes servicios que habían prestado a la Corona. Así, por una donación de 1162 sabemos que entonces Treviana estaba gobernada por Sancho Díaz de Treviana, hermano de Lope Díaz de Haro, IX señor de Vizcaya. En 1175, estando el rey Alfonso VIII en Belorado, visitará el pueblo, pues el documento 23 de julio, por el que da a Fernando Martín y a sus hijos la villa y castillo de Paracuellos, se expide desde Treviana. En 1177 es reclamada ante la corte inglesa como una de las plazas arrebatadas por Alfonso VIII a Sancho el Sabio tras las paces de 1167. En 1181 hay una pesquisa sobre la pertenencia del valle de Fontaniellas a favor de Diego de Arcefoncea, figurando como testigo el presbítero de Treviana Petrus Arenton. En 1183, Urraca Garciez, mujer de Sancho Díaz de Treviana, citado anteriormente, dona un solar de Baños de Rioja a Santo Domingo de la Calzada.
En el siglo XIII el pueblo sigue figurando a menudo en la documentación, pero sus iglesias continúan sin mencionarse. En 1240 el clérigo Iust y el caballero Lope Pérez, ambos de Treviana, y el clérigo Juan Domínguez y su escudero Roy Sánchez, ambos de Junquera, son testigos de la prestación de homenaje y vasallaje de los vecinos de Fonzaleche al abad de San Millán de la Cogolla. Entre 1252 y 1257 el prelado de Burgos Aparicio manda realizar una estimación de los préstamos de su obispado, en la cual figura Treviana con sesenta y cinco maravedíes y Junquera con treinta. En 1377 Treviana es donada a Diego López de Estúñiga, y posteriormente se pone en encomendación de Pedro Fernández de Velasco. Las pestes del siglo XIV hacen que muchos lugares cercanos comiencen a despoblarse, desapareciendo Junquera y San Pedro, topónimos donde actualmente se ubican sus dos ermitas románicas.

Antigua Ermita de la Concepción (hoy capilla del cementerio)
La que fue ermita de la Concepción, hoy capilla del cementerio, se ubica en un alto a las afueras del pueblo. Es un edificio en ruinas construido en sillería, que aunque no está documentado, denota un estilo románico tardío de finales del siglo XII o principios del XIII. Se sitúa en el llamado pago de San Pedro, despoblado en el siglo XIV, lo que induce a pensar que probablemente la ermita de San Pedro y la de la Concepción estuvieron próximas.
Sólo conserva la cabecera, compuesta por presbiterio rectangular cubierto con bóveda de cañón apuntada y ábside semicircular con bóveda de cuarto de esfera apuntada, pues la nave fue derribada en 1821 para destinar el recinto a cementerio. Hoy únicamente quedan de ella los arranques de los muros norte y oeste, que sirven de cerramiento y acceso al camposanto, pues todo el muro sur desapareció con la reforma. Los muros sur del ábside y presbiterio también han sido muy transformados y no conservan ni ventanas, ni tejaroz ni canecillos. Sólo un ingreso de medio punto en el presbiterio, como pensado para una capilla posterior. Por la ausencia de contrafuertes en lo que queda del muro norte, probablemente se cubrió con techumbre de madera a dos vertientes. Fue restaurada en 1970 y en los años noventa se le arregló el tejado.
Tanto su estructura arquitectónica como su decoración escultórica son muy similares a la ermita de Nuestra Señora de Junquera, y, de hecho, ambas debieron de ser ejecutadas por el mismo equipo de artistas. La ermita de la Concepción es de menores proporciones, y en ella contrasta la austeridad decorativa interna con la riqueza del exterior.

El ábside posee una ventana orientada al Este, derramada a doble vertiente y con una estrecha aspillera. En su vertiente interna presenta una arquivolta pentalobulada que apea en una sobria imposta de nacela que recorre todo el interior de la cabecera y sirve de cimacio a los capiteles de las dos columnas acodilladas y entregas. Arquivoltas pentalobuladas como ésta hay también en la vertiente interna de las ventanas de los ábsides de la ermita de Junquera y de la iglesia de Nuestra Señora de Tres Fuentes en Valgañón, esta última en la cuenca alta del Oja. Otra imposta lisa recorre el interior a altura del arranque de las ventanas. El capitel izquierdo presenta una combinación de elementos vegetales con humanos; en la parte inferior hojas como palmetas sobre las cuales aparecen volutas flanqueando una cabeza barbada que sustituye a los caulículos. En el capitel derecho afloran hojas como veneras y pencas. Las basas son de garras.
La vertiente externa del ábside es mucho más rica. La ventana oriental posee dos arquivoltas baquetonadas de medio punto y guardalluvias con rosáceas de ocho pétalos y botón central trepanado, al igual que los cimacios. En vez de un par de columnillas como en el interior, aquí aparecen dos pares, también acodilladas y entregas.
Las basas son de garras y los capiteles, vegetales y zoomórficos. Los dos de la jamba izquierda muestran dos cuadrúpedos afrontados con cabeza común y una arpía parecida a un búho. En la jamba derecha, otra arpía similar y hojas con volutas de las que cuelgan piñas. Recordemos que las arpías y las sirenas-ave poseen en el arte románico cuerpos de pájaro, y eso dificulta en gran manera su identificación, aunque en este caso podrían ser arpías por sus colas enroscadas.

Debajo de la ventana corre una sobria imposta de nacela y a la altura de los capiteles, sirviéndoles de cimacio, otra con rosetas de ocho pétalos y puntos de trépano en sus botones. La citada ventana estaba flanqueada por dos haces de tres columnas, más gruesa la central, de los que hoy sólo se conserva el de la derecha, que sujeta el tejaroz mediante un raro capitel con dos cabezas humanas con su correspondiente mano derecha, y, en el centro, un libro abierto.

El cimacio de este capitel se orna con una banda en zigzag, como algunos fragmentos de la cornisa de tejaroz. De los canecillos que la sujetaban sólo se conservan seis. Representan, de izquierda a derecha, un hombrecillo acurrucado desnudo (¿o una hoja enrollada?), una cabeza de animal fantástico, un hombre en cuclillas haciendo sus necesidades; en el Noroeste, una cabeza humana con la boca abierta, un juglar soplando un extraño instrumento medieval en forma de barrilete y una cabeza de cerdo. El guardalluvias de la ventana llega hasta el tejaroz, lo que hace suponer que la parte superior del ábside fue desmontada y rebajada. Los canecillos de los hombrecillos acurrucados, uno desnudo y el otro defecando, se integran dentro de lo que en la temática de la escultura románica se denomina iconografía obscena.
La unión exterior de ábside y presbiterio tiene lugar mediante una columnilla albergada en el rincón, sin capitel, quizá perdido al rebajar el nivel del tejaroz, solución arquitectónica que se da también en la ermita de Junquera, en la de la Ascensión en Santansensio de los Cantos, situada en el valle del Oja, y en templos de la Bureba (Santa María en Navas de Bureba, San Andrés en Soto de Bureba, San Facundo en Barrios de Bureba, San Pelayo en Valdazo).

El presbiterio posee una ventana en su muro norte semejante a la del ábside. Interiormente se adorna con arquivolta pentalobulada, cimacio liso y dos columnillas acodilladas y entregas con basas de garras y capiteles con hojas parecidas a palmetas o veneras sobre las que aparecen volutas. Las impostas del presbiterio son continuación de las absidales: la inferior corre por debajo de la ventana y la superior sirve de cimacio a los capiteles, siendo ambas de perfil de nacela.
En su vertiente externa la ventana está flanqueada por dos gruesos contrafuertes prismáticos. Presenta doble arquivolta baquetonada con guardalluvias y cimacios de rosetas de ocho pétalos y botón central trepanado. Este guardalluvias también llega hasta el tejaroz, de lo que se deduce que la zona superior del presbiterio pudo rebajarse. Las basas de las cuatro columnas acodilladas son de garras, y los capiteles, vegetales, zoomórficos e híbridos. Uno de la jamba izquierda muestra hojas con piñas y entre ellas una cabeza de pelo ondulado. El otro posee tres hojas de las que cuelgan otras semejantes a palmetas con volutas en la parte superior. En la jamba derecha se representan dos graciosas sirenas-aves parecidas a búhos, como las anteriores.
La cornisa del tejaroz conserva en algunas zonas su motivo de zigzag; de los canecillos, sólo se decoran dos con un águila y un cuadrúpedo difícil de identificar, con la cabeza en forma de rollo.
El presbiterio termina en un arco triunfal abocinado, apuntado, doblado hacia la cabecera y triple hacia la nave, pues en el lado del evangelio hacia ésta se conserva el arranque de una tercera rosca. Apoya en pilastras con una sola robusta columna adosada. Los capiteles son de corta proporción y entregos, semejantes a impostas, y su motivo vegetal continúa por las pilastras. Son hojas como veneras y piñas que cuelgan de volutas y entre ellas hay otras hojas de tres pétalos. El cimacio es liso y se continúa por el interior de la cabecera como imposta de las bóvedas.

Como ocurre en el cementerio de Navarrete, que también reaprovechó restos de un edificio románico, en los muros del de Treviana existen piezas empotradas que proceden de la ermita. Concretamente en el muro que cierra el recinto por el Este, junto al ábside, hay un capitel embebido que presenta el mismo motivo vegetal que los de las ventanas (hojas con volutas enroscadas en espiral), y al lado de la puerta de entrada se amontonan otros fragmentos pétreos también románicos pero sin decoración.

La ermita de la Concepción de Treviana posee algunas diferencias con respecto al grupo de edificios románicos del valle del Tirón con ábside semicircular, integrado por la ermita de Nuestra Señora de Junquera en esta misma localidad, y por las iglesias parroquiales de Castilseco, Villaseca, Tirgo, Ochánduri, Fonzaleche y Arcefoncea. Por ejemplo, la ventana axial del ábside de la ermita de la Concepción en Treviana, y las tres del ábside de la iglesia de San Román en Villaseca poseen arquivoltas que descansan en dobles columnas a cada lado, en vez de en una sola. Las dos ermitas de Treviana tienen una ventana en el centro y las otras dos se situarían en los muros del presbiterio, como en Ochánduri, aunque en la actualidad, debido a las reformas posteriores que han experimentado los templos de Treviana, sólo conservan la del muro norte en el de la Concepción y la del muro sur en el de Junquera.
Estos dos ábsides trepeanenses tienen otros elementos singulares que los alejan de los templos del Tirón y los asemejan más a los burgaleses de la Bureba (Santa María en Navas de Bureba, San Andrés en Soto de Bureba, San Facundo en Barrios de Bureba, San Pelayo en Valdazo), los cuales se estaban construyendo en el último tercio del siglo XII: ventanas con arquivoltas polilobuladas en vez de medio punto en su vertiente interna; haces de tres columnas-contrafuerte en el ábside, la central más gruesa, con ventana en el centro; utilización de una fina columnita junto a un estribo prismático en la unión de ábside y presbiterio; y multiplicación de arquivoltas en el arco triunfal.
Precisamente esta última característica los diferencia de los templos del Tirón, pues si en aquellos los arcos triunfales suelen apoyar en columnas, bien simples como ocurre en Fonzaleche, Tirgo y Ochánduri, o bien pareadas como las de Castilseco y Villaseca, en las dos ermitas de Treviana son más complejas, teniendo aspecto de portadas debido a esa proliferación de arcos: en la ermita de la Concepción son dos pilastras con una sola y robusta columna y al menos tres roscas de arco, y en la de Junquera, tres pares de pilastras y tres pares de columnas acodilladas a cada lado, con sus correspondientes arquivoltas.
Las conexiones con el valle del Oja se reflejan en las tres características citadas en primer lugar para los templos burebanos. De este modo, las ventanas con arquivoltas polilobuladas de influencia musulmana se dan también en Valgañón, aunque en las dos ermitas de Treviana son pentalobuladas, y en Valgañón son pentalobuladas y trilobuladas. Tanto el modo de unir exteriormente ábside y presbiterio mediante una columnilla albergada en el rincón, como la utilización de haces de tres columnas-contrafuerte en el ábside con ventana en el centro, son dos soluciones arquitectónicas que aparecen en Santansensio de los Cantos.
Escultóricamente, esta ermita hay que relacionarla también con la de Junquera y con algunas de la Bureba, como las de Navas y Soto. En ellas se debió de instalar el mismo equipo de artífices, que a veces parecen estar relacionados con templos de los valles del Najerilla y del Oja. Por ejemplo, los temas de rosetas de ocho pétalos y zigzag se repiten con el mismo diseño en Treviana, Ochánduri, Tirgo y Ledesma de la Cogolla, este último templo situado en la cuenca del Najerilla. El escultor que realiza figuras humanas tuvo que trabajar también en Castilseco y en Ochánduri, esculpiendo un mismo tipo de rostro con ojos abultados, nariz y boca finas, párpados y rostros hinchados y similar tratamiento de los ropajes, a base de incisiones paralelas.

Ermita de Nuestra Señora de Junquera
La antigua villa de Junquera (Iunkaria), que actualmente es un topónimo perteneciente a Treviana, se cita desde los siglos IX y X. En un documento del año 959 por el que Monnio Amucoz y su mujer Moniadona se entregan a San Esteban de Salcedo con sus bienes, aparece una Fonte de Iuncaria, que puede ser nuestra Junquera. También aparece Iuncaria en 1004 cuando Alfonso González entrega a San Felices de Oca una viña sita en Cellorigo. No se sabe a ciencia cierta, sin embargo, si se refiere a ella un documento de 1006, por el que Sancho Navarro dona a las monjas de San Miguel de Pedroso varias heredades en Junquera, ya que en este caso quizá se aluda a otra Junquera cercana a Villagalijo. De hecho, en otro documento de 1086 se afirma que Enneco Oriólez y su hermano Didaco debían a San Millán de la Cogolla su parte en el monasterio de San Miguel de Villagalijo con su decanía de Junquera, y en 1087 fueron donados por García Garcíez los collazos y divisas en Yécora y Junquera a este monasterio de San Miguel de Villagalijo. En 1089 Eximina Didez se entregó a San Millán con todas sus propiedades, entre las que figuraban varias de Junquera. En 1106 doña Urraca, esposa de Alfonso I el Batallador, dona a San Millán un solar en Junquera. En 1111 ambos donan a Oña la villa de Altable y la viña de valle Juncaria.
En el siglo XIII aparecen algunos testigos oriundos de la villa de Junquera, como Roy Peidrez, que en 1209 aparece en una donación a Santo Domingo de la Calzada, y el clérigo Juan Domínguez y el escudero Roy Sánchez, que en 1240 son testigos del homenaje y vasallaje que hace Fonzaleche al abad de San Millán. En este mismo documento se nombran también el clérigo Iust y el caballero Lope Pérez, ambos de Treviana. En la estimación de los préstamos del obispado de Burgos realizada en tiempos del prelado Aparicio entre 1252 y 1257, a Treviana se le asignaban sesenta y cinco maravedíes y a Junquera treinta. En el siglo XIV Junquera se comenzó a deshabitar debido a la peste, y en el XV ya era un despoblado.
Su iglesia, hoy ermita, se ubica a unos 3 km al este del pueblo, cerca de la salida hacia la Carretera Nacional 232. Es un edificio tardorrománico construido en sillería, que consta de ábside semicircular cubierto con cuarto de esfera apuntada, presbiterio rectangular más ancho cubierto con cañón apuntado, espadaña sobre el arco triunfal y nave de tres tramos cubierta con bóvedas de arista. Al ser contemporánea de la ermita de la Concepción, y realizada probablemente por la misma cuadrilla de artífices, ambas poseen el mismo tipo de cabecera con haces de tres columnas en el ábside y arcos pentalobulados en la vertiente interna de las ventanas; sin embargo, los arcos triunfales no son exactamente iguales, aunque hay que tener en cuenta que el de la Concepción está incompleto.

El ábside, al igual que el de la ermita de la Concepción, está dividido en tres sectores mediante dos haces de tres columnas, la central más gruesa. Estas columnas han perdido sus basas, y los capiteles son cúbicos sin decoración. La unión entre ábside y presbiterio tiene lugar por medio de dos finas y solitarias columnas en los rincones o ángulos, característica que, junto con la forma de las columnas-contrafuerte, se repite en la ermita de la Ascensión en Santasensio de los Cantos, y en templos cercanos de la comarca burgalesa de la Bureba. Ha perdido el tejaroz primitivo, que hoy es una moldura en gola, con sus canecillos y capiteles.
En el tramo central existe una ventana descentrada, derramada a doble vertiente y con aspillera. Bajo ella corre una imposta de nacela por todo el ábside. La vertiente externa consta de una arquivolta de medio punto con un grueso baquetón rematando la arista, y una moldura o cordón en zigzag. La guarnición presenta rosáceas de ocho pétalos y botón central trepanado. Los dos capiteles de las columnillas acodilladas y entregas contienen un mismo tema en versiones distintas: el denominado Gilgamesh dominador de animales. En el capitel izquierdo, que parece una copia moderna, se representa un hombre ahogando a dos pájaros que le pican en las orejas. Su atavío es exótico, quizás de tipo musulmán, compuesto de larga túnica con pliegues a base de ondas y un gorro tratado de igual forma. Detrás de sus colas surgen otras dos cabezas de aves con fuertes y ganchudos picos. El capitel derecho, al igual que su basa, con toda seguridad no es el original, pues fue reproducido en 1957 por el entonces médico del pueblo José Luis Gil del Río. El primitivo se debía guardar muy deteriorado en la sacristía de la ermita hasta hace unos años, pero hoy se desconoce su paradero. La copia representa a un personaje sentado agarrando del cuello a dos cuadrúpedos que posan una de sus patas delanteras sobre sus rodillas y le lamen las orejas; es el tema del “señor de los animales o de las fieras”. El atuendo del individuo es asimismo exótico, con túnica lisa que enmarca las rodillas y gorro idéntico al anterior. Los cuadrúpedos poseen una gran cola que se eleva por encima de sus lomos.


La vertiente interna de este vano apareció bastante destrozada, pero aún se aprecia el arranque de su arquivolta pentalobulada, elemento de influjo musulmán que también se da en las ventanas internas de los ábsides de la ermita de la Concepción de Treviana y de la iglesia de Nuestra Señora de Tres Fuentes en Valgañón. Subsisten también las dos columnas, aunque los capiteles están rotos y apenas se distinguen sus motivos vegetales a base de volutas.
Interiormente el ábside está recorrido por dos molduras lisas.

Ventana del muro sur del presbiterio. Vertiente interna

Ventana del muro sur del presbiterio. Vertiente externa 

En cuanto al presbiterio, en la última restauración se descubrió parte de su muro sur con la ventana y algunos canecillos. Exteriormente la ventana quedaba oculta por la sacristía y por la casa de ermitaño. Ahora se ha dejado libre su parte superior, apreciándose la arquivolta de medio punto con grueso bocel y cordón en zigzag y la guarnición con rosetas de ocho pétalos y botón central trepanado.
También tenía saetera en el centro. De las columnas, sólo se aprecian los dos capiteles medio ocultos en el suelo. El izquierdo representa una cabeza de animal monstruoso; el derecho contiene un ave con las alas desplegadas, que también podría ser un ángel o una arpía. En la parte superior salió a la luz un fragmento de cornisa de tejaroz con decoración de zigzag y tres canecillos con animales; dos de ellos están muy desfigurados y el otro parece una cabeza de gato. Actualmente esta zona está totalmente ensuciada por excrementos de aves que entran en la ermita.

Al interior la ventana apareció intacta. Conserva en perfecto estado su arquivolta pentalobulada con baquetón y sus dos columnas acodilladas y entregas. Los capiteles están algo deteriorados; el izquierdo es un busto humano con los brazos extendidos que ha perdido el rostro; el derecho contiene un motivo vegetal a base de hojas en forma de volutas.
Antes de la restauración de 1987, el espacio interior de ábside y presbiterio estaba oculto detrás del retablo mayor y era en realidad el camarín de la Virgen titular de la ermita. Al desmontar dicho retablo, se descubrió un arco triunfal bastante raro pero similar al de la Concepción, al que posiblemente le falta una rosca. Es ligeramente apuntado y tiene cinco arquivoltas y dos jambas formadas en cada lado por tres pares de pilastras y tres pares de columnas acodilladas que apoyan en altos plintos y basas áticas. Las dos columnas internas son más gruesas y en ellas apoya el arco triunfal propiamente dicho. La multiplicación de arquivoltas en el arco triunfal es una característica típica de algunos templos de la Bureba, y quizá su función sea situar encima la espadaña con menos riesgo.

Jamba izquierda del arco triunfal

Capitel de la embocadura del arco triunfal en el lado izquierdo o del evangelio 

Capitel de la embocadura del arco triunfal en el lado derecho o de la epístola 

Los cimacios son lisos y la decoración de los capiteles se extiende por las jambas formando una especie de imposta corrida, como ocurre en muchas portadas románicas. El capitel de la embocadura en el lado de la epístola presenta dos arpías o sirenas-ave afrontadas, que juntan sus mejillas. Los otros dos capiteles y pilastras hacia la nave están bastante desgastados; el primero está borrado y los siguientes se decoran con el tema del individuo flanqueado por pájaros, un motivo vegetal y un centauro. En el lado del evangelio, el capitel de la embocadura presenta el tema de Daniel entre los leones, mediante una figura humana de pie con los brazos extendidos y dos leones simétricos lamiéndole las manos. El rostro del individuo es idéntico a los de la ventana absidal y a otros de la cercana ermita del cementerio de Treviana, con las mismas mejillas hinchadas y ojos almendrados de contornos bien remarcados. El uso de vestiduras de tipo musulmán con plegado a base de líneas paralelas lo acerca a las de Ochánduri. Los leones poseen grandes y abiertas fauces, melena trazada mediante esquemáticas incisiones romboidales o cruzadas en diagonal, y larga cola que se eleva por encima del lomo, como los cuadrúpedos de la ventana. El resto de los capiteles y pilastras presentan un ser híbrido de cabeza humana y cuerpo de pájaro al que le sale una especie de lobo por su derecha, un motivo vegetal con volutas, una figura humana y una cabeza humana entre volutas.
Durante la restauración se encontraron dos fragmentos pétreos entre los escombros que habían servido como piezas de relleno, de ahí su excelente estado de conservación: un trozo de moldura ajedrezada de cuatro filas de tacos (actualmente en paradero desconocido) y un canecillo con una cabeza de cerdo de muy buena factura que lleva un objeto en la boca. Es difícil interpretar la naturaleza del objeto atrapado, pues apareció medio roto, pero el significado de esta pieza quizás tenga algo que ver con este animal como símbolo de la gula y la glotonería. Otro tema similar se da en un canecillo de la girola de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, que representa a otro animal –un perro– con un objeto en la boca. En este caso la pieza podría aludir a una conocida anécdota que convierte al perro en símbolo de la codicia al perder lo que lleva en la boca cuando lo ve reflejado de mayor tamaño en el agua.

Esta ermita contaba con una imagen titular de gran calidad, Santa María de Junquera, gótica de finales del siglo XIII, que se encuentra en el Museo Frederic Marés de Barcelona, exhibiéndose una copia moderna en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor de Treviana.
Precisamente fue a partir del gótico cuando esta construcción comenzó a sufrir gran cantidad de refacciones con la adición de construcciones posteriores: en los siglos XIV o XV se edificó una torre gótica con husillo octogonal al norte del presbiterio, hoy rematada con una discordante estructura moderna; en el XVII se prolongó la planta en forma de cruz latina mediante crucero y nave con dos capillas a ambos lados del primer tramo; en el XVIII se añadió la sacristía al sur de la cabecera, la casa de cofradía y ermitaño al sur de la nave, la fachada oeste con el pórtico y la espadaña, y una nueva cornisa de tejaroz en el ábside con capiteles que rematan las columnas-estribo. En realidad sólo es románica la cabecera con el ábside, parte del muro sur del presbiterio y el arco triunfal.
Fue restaurada en 1953 y 1958. La última restauración, llevada a cabo en 1987 por Gerardo Cuadra Rodríguez, ha permitido recuperar partes ocultas de lo románico: se ha sacado a la luz la parte superior de la vertiente externa de la ventana sur del presbiterio con algunos canecillos, la vertiente interna de las ventanas este y sur, y la embocadura de la cabecera con el arco triunfal que estaba detrás de un retablo dieciochesco. Encima de la sacristía y de la capilla sur del crucero se había construido un salón, que ahora se ha convertido en una terraza o mirador.

 

Románico en San Vicente de la Sonsierra
La Sonsierra es una zona de la Comarca de la Rioja Alta que quiere decir "bajo la sierra" y es límite provincial con Álava. Es tierra de gran belleza y sus pueblos tienen un rico patrimonio artístico y monumental.
La capital de esta subcomarca es San Vicente de la Sonsierra, que es uno de los numerosos pueblos con el marchamo de Conjunto Monumental de la Comunidad de La Rioja.
En San Vicente encontramos tres monumentos románicos apreciables. Nos referimos a la iglesia de Santa María de la Piscina y las ermitas de San Juan de Arriba y San Martín. 

San Vicente de la Sonsierra
La Sonsierra limita geográficamente con Álava, abarcando por el Sur desde la margen izquierda del Ebro, hasta la sierra de Cantabria al Norte. Esta villa perteneciente al espacio de la Sonsierra, se encuentra sobre un cerro que domina el río Ebro, a 40 km de la capital riojana y a 11 km de Haro.
La repoblación de la Sonsierra se debió en gran parte al magnate alavés don Marcelo y a su familia. Este personaje nominado en tiempos del rey García de Nájera, “señor Marcello”, tuvo las tenencias de Marañón, Alava y Grañón, y fundó la villa de Ripa, actual Rivas de Tereso, desde donde se cree que dirigió la repoblación de la Sonsierra de marcado carácter señorial. La documentación relativa a la Sonsierra permite presumir la existencia de bastantes monasterios familiares, y aunque en su origen pueden concurrir variadas circunstancias, es muy posible que fueran creados para procurar lugares seguros a la familia y descendientes del fundador. Alrededor de estos monasterios familiares y a su amparo, surgieron explotaciones agrícolas y núcleos de población que desempeñaron un papel decisivo en la colonización de la Sonsierra. La sumisión de los monasterios familiares y de las iglesias propias a una comunidad observante, aceleró en la mayoría de los casos la decadencia de los mismos, y la desaparición de villas y aldeas.
Se sabe que San Vicente ya existía a comienzos del siglo X, porque en el año 919 el rey Sancho Garcés I de Pamplona y su esposa, la reina Toda, lo donaron con todos sus términos al monasterio de Leire. El antiguo alfoz de San Vicente llegó a reunir a finales del siglo XII las aldeas de San Martín, San Juan, San Pelayo, Doroño, San Román, Hornillos, Orzales, Ribas, Ábalos y Peciña. Todas desaparecieron, excepto Ábalos, Peciña y Ribas, que se hicieron independientes.
A partir del año 1076, y tras la muerte de Sancho IV el de Peñalén, la Sonsierra pasó, junto con Álava, al dominio de Alfonso VI de Castilla. En 1162 Sancho VI el Sabio invadió las tierras riojanas aprovechando la minoría de edad de su sobrino Alfonso VIII, ocupando diversas plazas y vinculando la Sonsierra al reino de Navarra. A partir de esa anexión y hacia el año 1172, Sancho VI dio Fuero a la villa de San Vicente, reforzando el valor fronterizo del río Ebro entre los reinos de Navarra y Castilla. El fuero dado a San Vicente se aseguraba la lealtad de los habitantes en la lucha contra Castilla, estratégicamente afianzada con la construcción del Castillo realizado hacia 1172, posiblemente sobre la estructura de una fortaleza anterior. La villa de San Vicente, debido a su carácter defensivo, serviría de residencia al representante del poder político, circunstancia que le dotaría de ciertas características urbanas, como la presencia de comerciantes y artesanos.
Debajo del castillo, y defendido por él, estaba el antiguo puente sobre el Ebro, cuya existencia y fortificación es posible que se remonte al momento en que la villa recibe el fuero en 1172. También se ha querido datar su construcción en tiempos de Sancho Garcés III el Mayor, e incluso de Sancho II Abarca. Se sabe, por noticias documentales de Época Moderna, que el puente medieval constaba de trece arcos apuntados y dos torres defensivas, una en el centro, y probablemente otra en el acceso de la margen izquierda. Esta construcción se reedificó a finales del siglo XVI. San Vicente por su situación fronteriza sufrió sucesivos asedios en los siglos XIV y XV, incorporándose a Castilla en 1463.

Ermita de Santa María de la Piscina
Aislada y situada en un montículo que dista tan sólo 4 km de San Vicente, se halla la iglesia de Santa María de la Piscina; cercana también a Ábalos, y al actual pueblo de Peciña. El infante Ramiro Sánchez dispuso a través de su testamento la creación de la Divisa y Casa Real de la Piscina, junto a la edificación de una iglesia dedicada a la Virgen en el antiguo poblado de Peciña. Este poblado sería devastado en la segunda mitad del siglo XIV en la guerra entre Pedro el Cruel y Enrique de Trastamara. En el último cuarto del siglo XV, Diego Ramírez de Arellano, descendiente de Ramiro Sánchez, fundó el palacio y reedificó Peciña en el actual emplazamiento. En el testamento del infante, otorgado en el Monasterio de San Pedro de Cardeña el 13 de noviembre del año 1110, aparece como albacea su pariente, el abad Virila, a quien encargó la construcción del templo. Esta iglesia debía reproducir la imagen de la Piscina Probática, por donde Ramiro Sánchez, junto a otros nobles navarros, había entrado en Jerusalén en 1099 en la primera cruzada bajo el mando de Godofredo de Bouillon, y donde, según la tradición, había encontrado un trozo de la Vera Cruz como un simbólico hallazgo. La primera referencia explícita sobre la Piscina Probática a la que el infante Ramiro quería asemejar su iglesia, la aporta el Evangelio de San Juan (V, 2), “Hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las Ovejas, una piscina llamada en hebreo Bazatá, la cual tiene cinco pórticos…”. En esta antigua Piscina se producirían, siguiendo la tradición bíblica, las curaciones milagrosas. Junto a la iglesia de Santa María de la Piscina debía edificarse una Casa Divisa de caballeros nobles descendientes del linaje de Ramiro Sánchez, que fueran Señores y Patronos de la misma por derecho perpetuo. Según el testamento, se deduce que la Divisa Real de la Piscina era una Orden nobiliaria de fisonomía militar y de contenido religioso.
La historiografía acerca de Ramiro Sánchez no se ha puesto de acuerdo en su filiación, pero es admitido y así lo confirman algunos testimonios históricos, que el Infante Ramiro fue hijo del infante Sancho, muerto en Rueda, a su vez hijo natural del rey García de Nájera. Todas las crónicas refieren que el Infante Ramiro casó con una de las hijas del Cid, Cristina, hacia el año 1098, y que tuvieron por hijo a García Ramírez, después rey de Navarra con el nombre “el Restaurador”.
La escritura otorgada por el infante Ramiro Sánchez es la prueba documental más importante sobre el origen de esta iglesia, por ser el Privilegio Fundacional de la Divisa Real, aun cuando también se considera que pueda tratarse de un documento apócrifo. La consagración del templo la realizó el obispo de Calahorra, Sancho de Funes, en el año 1137. Según la tradición hubo dos inscripciones sobre las puertas sur y norte que daban testimonio del encargo hecho a Pedro Virila en nombre del infante Ramiro en el siglo XII. La primera de existencia poco probable, originada por la leyenda, estaría sobre la puerta principal y en ella podía leerse:
DOMINVS PETRVS VIRILA, ABBAS, FECIT. ERA MCXLVIIII EX COMMISIONE REGIS RAMIRII, GENERIS CIDI.
En la puerta del Norte debió de existir otra inscripción en la que estaba escrito lo siguiente
DOMINVS PETRVS ABBAS BERILLA FABRICAVIT HANC ECCLESIAM. ERA MCLXXIIII.

Santa María de la Piscina es una de las iglesias románicas mejor conservadas en La Rioja, porque no se modificó en procesos constructivos posteriores. Sin embargo, en el pasado sufrió períodos de abandono que le hicieron perder algunos elementos, y, como se verá, en el siglo XVI algunas alteraciones que modificaron la fachada sur.
La iglesia es un edificio de sillería, que consta de una nave, con presbiterio rectangular más bajo y estrecho que la nave, y ábside semicircular, ligeramente más estrecho que el presbiterio. En la fachada norte se adosa una crujía, longitudinal al espacio de la nave y más baja que ésta. A los pies de la iglesia, sobre la bóveda del último tramo, se eleva la torre de planta cuadrangular, de un pequeño cuerpo en el que se abre un vano de medio punto en cada frente. La planta de la iglesia presenta cuatro estribos en los muros norte y sur, aunque los situados al Norte se encuentran en el interior de la crujía adosada a la iglesia, sobresaliendo en el exterior.
En la fachada principal, orientada al Sur, se encuentra el acceso principal a la iglesia. Es de medio punto con tres arquivoltas que descansan sobre pilastras; la arquivolta interior en arista viva, y las dos exteriores molduradas y decoradas con bolas y con cabezas de clavo. Una imposta con ajedrezado de tres filas recorre el exterior de la nave en este frente.
Esta fachada se alteró en el siglo XVI al colocar el escudo y la actual inscripción, en el momento en que la Divisa recuperó de nuevo el Patronato, frente a los antiguos usurpadores, en la figura de Diego Ramírez de la Piscina. La reorganización de los diviseros con los nuevos estatutos influyó en el acondicionamiento de la Casa Solar, afectando a reformas en la fachada sur de la iglesia que se realizaron a partir de 1537, cuando se dictaron las nuevas ordenanzas. En torno a esa fecha, se dispuso la colocación de un escudo sobre la portada principal. Anteriormente se encontraba la inscripción de la que ya se ha hecho mención, y tal vez un escudo sin las cadenas que ostenta hoy, que se añadieron una vez los caballeros del solar de la Piscina estuvieron en la batalla de las Navas, comandados, posiblemente, por don García Ramírez, señor de Peñacerrada.

Con la colocación de las armas de la Divisa se alteró el aspecto original de la fachada, rompiendo la cornisa de piedra que destacaba sobre la portada. En la restauración efectuada en el año 1975 se rehizo el escudo del que sólo se había conservado la parte inferior. Su descripción es como sigue: A la derecha tres bandas (de gules), y a la siniestra un pino (de sinople) con un león (de púrpura) empinante al tronco; en el centro cinco flores de lis. Alrededor del escudo corre una faja (en campo de oro) con cuatro aspas, cuatro conchas, cuatro flores de lis y cuatro cruces de San Andrés (en plata). El escudo está rodeado de cadenas que también cruzan por varios sitios. Debajo del mismo se encuentra la siguiente inscripción:
DOMINVS PETRVS ABBAS BERILL[A] [ERA] MILLESSIMA CENTESIMA SETVAGESIMA QU[A]RTA EX COMISIONE REMIRE REGIS NABARE.

Portada 

Sobre la portada exterior quedan los restos de la cornisa, un fragmento a cada lado de la portada, con cuatro canes o ménsulas decoradas con figuración animal de difícil identificación. La cornisa original del alero desapareció, pero se conservan dos canecillos, el segundo y el sexto. El segundo canecillo, empezando a contar desde el extremo oeste, es una figura con los brazos en la cintura que no conserva la cabeza. El siguiente canecillo es un perro atado a un palo. El friso presenta metopas decoradas con rosetones de ocho pétalos, inscritos en círculos.
En esta fachada, al exterior, se abre una ventana aspillera cobijada en arco de medio punto, con decoración de ajedrezado de tres filas en la arquivolta que apea sobre una imposta lisa. El vano abierto en el muro sur del presbiterio presenta bolas y ajedrezado en la decoración de sus dos arquivoltas, en los cimacios aparecen rosetas inscritas en círculos tangentes, formadas por ocho pétalos. Los fustes de las columnas y los capiteles añadidos en la restauración realizada en 1975 están señalados con la letra R.

Ventana fachada sur 

El exterior del ábside presenta, en la zona inferior, un zócalo formado por dos hiladas de sillares, y a nivel del arranque de la única ventana situada en el centro, una imposta de cuadrifolios en círculos tangentes, que es continuación de la imposta que recorre el presbiterio. El vano está formado por una aspillera que se enmarca en dos arquivoltas de medio punto, decoradas con ajedrezado en tres filas de tacos y bolas que descansan sobre columnas acodilladas en las jambas. Los capiteles y los fustes son una reposición, y los cimacios conservados tienen, el izquierdo, decoración de flores inscritas en roleos, y el derecho, ajedrezado en cinco filas de tacos. En la cornisa del tejaroz del ábside se conserva en alguna zona el ajedrezado de tres filas, y han desaparecido la mayor parte de los canecillos. De éstos se conservan cuatro, uno está muy borrado y no es posible distinguir su motivo. En el resto se distinguen dos figuras abrazadas muy perdidas, un animal que parece un conejo, y otro que representa un felino con la cabeza vuelta.

Fachada sur, ábside 

Detalle de los canecillos del ábside 

Ábside 

Ábside 

Ventana del ábside 

Ventana del ábside 

En la fachada norte de la iglesia se adosa, como ya se ha dicho, una crujía más baja que la nave. Sobre su cubierta, asoma el tejaroz del muro norte de la iglesia.
La cornisa del alero de la nave de la iglesia conserva restos de decoración de filas de clavos dispuestos de tres en tres, y en el friso se conservan canecillos dispuestos entre metopas de flores de ocho pétalos inscritas en círculos. Uno de estos canecillos tiene por motivo una doble hacha o labrys, otro con forma de modillón, y otro más con forma acaracolada, pero la mayoría son lisos, producto de la restauración.

La crujía adosada al Norte, longitudinal al espacio de la nave, tiene tres accesos y dos ventanas saeteras bajas, con arcos en derrame al interior. El acceso abierto en el muro norte es de medio punto y adintelados a Este y Oeste. Esta nave, como se verá, formaba parte de las construcciones anexas a la iglesia que integraban la Casa de la Real Divisa, cuya construcción, según estableció en su testamento Ramiro Sánchez, debía de ser inmediatamente posterior a la iglesia. Al Oeste todavía se pueden observar los mechinales de estas edificaciones desaparecidas. Los franceses al mando del general Verdier, al destruir la aldea de Orzales, y con el pretexto de que los españoles no pudieran fortificarse en aquella casa, mandaron incendiarla en 1808, quedando sólo las paredes maestras, que mandó derribar Martín Zurbano en enero de 1836.

La fachada oeste presenta un refuerzo de dos estribos en las esquinas, y una ventana en el centro formada por una saetera, con una arquivolta al exterior, que tiene guarnición ajedrezada de tres filas de tacos, sobre una imposta lisa. La torre campanario asoma sobre el hastial, ubicada sobre la bóveda del último tramo de la nave.

Fachada occidental 

La nave de la iglesia mide 14,90 m de largo, por 3,80 m de ancho, y consta de cuatro tramos de tamaño irregular; en el tercero que es el más amplio se abren sendas puertas abocinadas, la del muro sur es la principal de acceso a la iglesia, y la del norte, a eje con la anterior, comunica con la nave colindante. La nave se cubre con una bóveda de cañón ceñida por tres arcos fajones de medio punto, doblados, que apoyan sobre pilastras a las que se adosan columnas, una por cada pilastra, que arrancan de podios con basas áticas.
El ábside se cubre con una bóveda de cuarto de esfera. En el eje del ábside se abre una ventana aspillera con derrame interior y dos arquivoltas en los frentes que apean en dos columnillas acodilladas en las jambas. El presbiterio, también cubierto con bóveda de cañón, presenta una anchura ligeramente mayor que el ábside. Su ventana es igual que en el exterior, pero varían los cimacios; el izquierdo tiene un ajedrezado en cinco filas, y el derecho trifolios encerrados en círculos.

Como se verá más adelante, las impostas que recorren la nave difieren de las trazadas en el ábside y el presbiterio, lo que pone de manifiesto la actuación de dos artífices diferentes en la construcción. Una de las impostas que recorren el perímetro interno de la nave presenta decoración de bolas, y la otra, en un nivel más alto que aquélla, es lisa. El ábside y el presbiterio lo recorre una imposta ajedrezada con tacos dispuestos en tres filas, cuya riqueza ornamental se subraya por una cornisa inferior paralela a la imposta, decorada con cuadrifolios inscritos en círculos tangentes.
Los capiteles son historiados, excepto en el último tramo de la nave donde tienen motivo de palmetas. La escultura de los capiteles ofrece la posibilidad de una interpretación simbólica, pero dentro de la ambivalencia que ofrecen los temas. En el primer tramo de la nave, y en el muro sur, el capitel presenta cintas entrelazadas imitando labor de cestería como en el cimacio. Éste presenta cesterías de doble trenza, mientras que el encestado del capitel es irregular ya que no sigue una red geométrica determinada, sino que adopta un diseño más libre y laberíntico. Los espacios libres de la parte superior se rellenan con cabecitas humanas en el frente y en las esquinas.






También en el primer tramo, en el capitel del muro norte, se esculpen figuras humanas de tosca talla y corta proporción, agarradas unas a otras y atadas entre sí con una gruesa cuerda. Se trata de prisioneros o encadenados, que se han venido identificando como cautivos de guerra, procedentes de las luchas de la primera cruzada, en la cual según la tradición, participó el infante Ramiro Sánchez, fundador de la iglesia. Esta interpretación de carácter épico se puede hacer extensiva a los enfrentamientos que padeció la zona de la Sonsierra durante la Edad Media, por ser zona fronteriza entre Navarra y Castilla. Otra posible interpretación daría al contenido de este capitel un carácter simbólico, identificando estas figuras con alegorías del pecado o de los vicios. Uno de estos personajes aparece montado sobre otro a modo de jinete, lo que puede significar, en un sentido moralizante, la lucha de pasiones en el hombre y su sometimiento al pecado.

Los capiteles del tramo central representan parejas de extraños cuadrúpedos afrontados dos a dos en las esquinas. En el capitel del muro sur, apoyan sus patas traseras en el collarino, enlazan las delanteras y juntan las cabezas, tal vez en una escena de lucha. En el del muro norte también aproximan sus cabezas, pero apoyan todas las extremidades en el collarino sin abrazarse. El resto de los espacios se rellenan en el centro y en los costados con caras humanas que rematan en volutas vegetales hacia las esquinas. Los cimacios son de roleos que envuelven a flores de seis pétalos formando círculos tangentes.
En el último tramo, el capitel original es el situado en el muro norte, formado por grandes hojas como pencas en las esquinas, dispuestas en tres filas superpuestas. Las superiores se enroscan en espiral, y las otras terminan en bolas, siendo nervadas las de la fila inferior y lisas las de la segunda. El cimacio es liso. El del muro sur es similar pero realizado en 1975. Las figuras de estos capiteles son de proporciones cortas y de tosca labra, cuya ejecución se pone en relación con un cantero local sin ninguna relación con obras de la zona.
Existió un capitel, desaparecido, perteneciente a la nave de la iglesia y constatado, bibliográficamente en 1973 por J. E. Uranga Galdiano y F. Iñiguez Almech, y en 1978 por Mª J. Álvarez Coca. Representaba una figura con un libro, y otra con una escuadra; ambas de canon corto, y vestiduras tratadas a base de estrías, y que tal vez aludieran al constructor del templo. Es posible que la ubicación original de este capitel estuviera en el último tramo, en el muro sur. Lamentablemente, se desconoce su actual paradero. La imagen titular de la iglesia era una Virgen sedente con niño, en piedra, y de estilo gótico, que se conserva en la actualidad en la Ermita de la Virgen de los Remedios de la localidad.

Imagen de Santa María de la Piscina 

Adosada a la fachada norte de la iglesia, se encuentra la crujía longitudinal al espacio de la nave, que se cubre con una bóveda de cuarto de cañón. Presenta tres saeteras derramadas hacia el interior; de éstas, dos son bajas y se encuentran junto a la puerta abierta en el muro norte; la otra, abierta en el muro este, es más alta y se encuentra sobre la puerta. Además de la puerta de comunicación con la nave, posee otras tres abiertas en cada uno de los frentes exteriores. La portada de acceso hacia la nave de la iglesia es un arco de medio punto con dos arquivoltas lisas, en arista viva sobre pilastras. Desde el interior de esta crujía, los otros tres vanos son, adintelados los abiertos en los muros este y oeste, y en arco de medio punto el orientado al Norte. Algunos autores como Mª Ángeles de las Heras atribuyeron a la nave norte la función de Sala de Juntas de la Divisa. No obstante, en la documentación existente en el Archivo de la Real Divisa, se constata que hacia el Norte y el Oeste se prolongaban una o más dependencias con muros de mampostería, y que una de estas dependencias funcionó como Sala de Juntas. Esa sala permaneció en estado de ruina desde el año 1643 hasta su desplome en 1653, y así prosiguió, sin ser reconstruida, obligando a los caballeros a realizar la junta anual en otro cuarto hasta el fin de las reuniones en 1739. Por tanto, es dudoso el fin a que se destinó esta nave, cerrada por gruesos muros de sillería, y que posee dos ventanas de defensa, que tal vez haya que relacionar con antiguos reductos defensivos creados junto a las iglesias. No hay que olvidar el carácter militar de la Divisa en su origen y el emplazamiento estratégico de la zona, vital en las luchas entre Castilla y Navarra. Asimismo, si tomamos en consideración las noticias que sobre la Casa se dieron en 1661, y que en parte se reiteran en 1709, recogidas por Narciso Hergueta, parece que habrían existido dos torres fuertes en los extremos de la Casa, si bien la documentación de la Real Divisa, que es de Edad Moderna, no menciona esas edificaciones. Otra consideración sobre el uso de esta nave, posterior a la iglesia y datada en el siglo XIII, es que pudo servir como capilla que albergara el legendario fragmento de la Vera Cruz u otra reliquia.

En los muros del ábside y del presbiterio quedan restos de pinturas que formaban una parte importante del valor simbólico y artístico del templo. La descripción que poseemos de las pinturas de la iglesia de Santa María de la Piscina es de principios del siglo XX. Narciso Hergueta realizó en el año 1906 una descripción de las mismas, y aunque ya se encontraban en mal estado, los fragmentos conservados permitían ver parte del tema representado. En el espacio que hay entre la cornisa que sirve de imposta a la bóveda y la inferior, se encontraban escenas que reflejaban la toma de Jerusalén por el infante Ramiro, y la representación de la Piscina Probática. En el lado de la epístola, había dos grupos de pinturas; en la zona superior de las mismas, un plano de color morado que representaba la Piscina. A la derecha del plano se encontraba una figura que parecía una mujer, y a la izquierda otra, a la que faltaba la cabeza, que tenía zapatos puntiagudos negros, y que apuntaba con el dedo índice de la mano derecha el semicírculo del plano de la Piscina, donde debía de encontrarse el trozo de la Vera Cruz. A su lado, había otra figura con túnica plegada hasta los pies, con las manos delante del pecho, unidas por los pulgares y abiertas hacia afuera, gesto que en la antigua iconografía cristiana era señal de inocencia y pureza. Junto al hueco de la ventana del presbiterio había una composición, de la que Narciso Hergueta sólo pudo distinguir un árbol, y en la mitad de su tronco una maza de muchas puntas y restos de otra figura más alta que el árbol. En la zona inferior de estas representaciones se apreciaba una mano y una cabeza con nimbo crucífero, en la que Julián Cantera Orive distinguía además, que la figura enarbolaba una bandera con una cruz, por lo que la interpretó como Cristo en su descenso al limbo, deduciendo de ello, que en este registro inferior se representaban escenas de la Pasión y Muerte del Señor.

En la actualidad, el enlucido sobre el que estaban los frescos ha desaparecido en gran parte, quedando escasos restos. A la derecha de la ventana del presbiterio se aprecia la parte inferior de una figura con túnica roja y pies desnudos muy delineados de contorno azul. A su alrededor hay capas de encalados y restos de pigmentos de tonalidades rojas y azules, lo mismo que en la bóveda del ábside, sobre la cornisa de cuadrifolios, y en otras zonas de los muros, como el ajedrezado de la imposta. Debajo de la ventana del presbiterio se observa una figura sin cabeza con manto rojo y sobre ella lo que parece una pequeña cabeza muy desdibujada. También en el muro del ábside, bajo la cornisa de cuadrifolios, aparece un nimbo junto a restos de encalado y pigmentos de una figura desaparecida. Es probable que las pinturas se realizaran a comienzos del siglo XIII, a juzgar por el estilo que se perfila en los escasos fragmentos que han quedado, y por las fotografías más antiguas de Santa María de la Piscina, algunas de las cuales proceden de Photo Club de Burgos, y fueron publicadas por Adolfo Castillo Genzor.

En la construcción del templo, según apuntó Mª Ángeles de las Heras, hubo dos artífices. Es posible que, al igual que muchas otras iglesias, ésta se comenzara por la cabecera, y que se consagrara una vez edificada. Se proseguiría después con la nave, tal vez en el último tercio del siglo XII.
La cabecera tiene mayor riqueza ornamental, especialmente por las guarniciones de las ventanas del ábside y el presbiterio, concebidas con arquivoltas decoradas a base de ajedrezado de tres filas de tacos y de bolas. La propia estructura de las ventanas es diferente a las de la nave, presentando columnas acodilladas en las jambas. Asimismo, las impostas que recorren la cabecera, tanto al interior como al exterior, son ornamentalmente más ricas que las de la nave, y se trazaron a diferente altura.
La técnica en el tratamiento de los motivos ornamentales es distinta, y aunque se percibe un intento de imitación para seguir el prototipo creado, se observa la intervención de distintas manos, cuyas diferencias abarcan también a los aspectos estructurales. La secuencia de dos arcos en derrame para enlazar el presbiterio con la nave parece forzada, y proporciona menor entidad al arco triunfal, más destacado en otras iglesias riojanas. Estos contrastes son los que hacen pensar que existieron dos artífices, y dos momentos de intervención en el siglo XII. Los capiteles y los motivos ornamentales de los cimacios corresponden a la época del proyecto de la nave, en el último tercio del siglo XII. La singularidad de este edificio radica, según ha expresado José Gabriel Moya Valgañón, en la dificultad de establecer paralelos con otras construcciones próximas tanto de templos riojanos como navarros.
En el año 1975 se llevó a cabo la restauración de esta iglesia, reproduciéndose elementos desaparecidos, como los capiteles y fustes que hoy llevan la letra R. Asimismo, se restauraron las bóvedas y cubiertas, y se rehizo el escudo de la fachada del que sólo se conservaba la parte inferior. Los trabajos llevados a cabo bajo la dirección del arquitecto Francisco Pons Sorolla, afectaron también a la consolidación de la torre. A partir de ese año, se realizaron excavaciones arqueológicas en el entorno de la iglesia, que descubrieron una necrópolis en la ladera que desciende al este de la misma, y un poblado a 80 m al Sur, que ya existía antes de la época de la fundación. La mayoría de los enterramientos son antropomorfos de variadas tipologías.
Entre las tumbas se encuentra una piscina circular de 146 cm de diámetro y 50 cm de profundidad, y otra de mayores dimensiones, de 230 cm de diámetro N-S, y 250 cm de diámetro E-O.

 

 

 

 

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