Románico en los Obarenes
La Obarenia es la comarca noroeste de La Rioja,
muy próxima a las provincias de Burgos y Álava, dominada por la presencia de
los Montes Obarenes, que también se extienden por Burgos.
Su paisaje es espectacular, con amplios valles
repletos de viñedos y rodeados por montañas escapadas.
Esta comarca tiene un nutrido conjunto de
iglesias románicas muy interesantes. Si ello no fuera suficiente, siempre es
posible enlazar con otras rutas románicas muy cercanas como el románico del Río
Tirón, algo más al sur, todavía en La Rioja. O recorrer unos pocos kilómetros
al oeste en busca de la importante comarca burgalesa de la Bureba, con un
románico de primer orden.
En esta página recorreremos los monumentos más
importantes de norte a sur, con el siguiente
orden: Galbárruli, Castilseco, Villaseca, Fonzaleche,
la ermita de Junquera de Treviana y la Ermita de la Concepción
de Treviana.
Galbárruli
La localidad de Galbárruli se ubica en la zona
noroeste de La Rioja, enclavada dentro de comarca de la Rioja Alta y de la
subcomarca de Haro, con los montes Obarenes al Norte y el río Tirón y sus
afluentes más al Sur. En la actualidad Galbárruli comprende la aldea de
Castilseco, y su término municipal linda con los enclaves de Sajuela y Ternero,
que pertenecen a la provincia de Burgos. Se sitúa en la vertiente meridional de
los Obarenes orientales (Peñalrayo), al pie del monte Puébarro y de la peña
Jembres. El paisaje es de colinas y cerros, con una barrera casi impracticable
cubierta por una vegetación cerrada. Forma parte de una serie de pueblos con
topónimo vasco, como Herramélluri, Ochánduri, Cihuri, Atamauri y Ollauri.
Dista de Logroño 62 km y su acceso más directo
se realiza desde la capital por la carretera Nacional 232 hasta Tirgo, tomando
a partir de allí la LR-301 y la LR-402.
En 1152 aparece citada en el fuero de Cerezo de
Río Tirón, como uno de los pueblos sometidos a su alfoz. En diciembre de 1189
Simón García de Leiva da a San Millán heredades en Castilseco y Galbárruli, en
tiempos del abad Fernando. En diciembre de 1229 se establece un acuerdo entre
los cabildos y obispos de Burgos (Mauricio) y Calahorra (Juan) por el que los
pueblos e iglesias de Galbárruli y Sajazarra, entre otros, deben ser
administrados y gobernados un año por Burgos y otro por Calahorra. De ahí su denominación
de parroquias de la “alternativa”. En 1257 Galbárruli figura en la
estimación de los préstamos del obispado de Calahorra realizada por el prelado
Aznar, dentro del arciprestazgo de Río de Oja. Al menos hasta 1900 perteneció a
las dos diócesis. Entre 1245 y 1278 el monasterio cisterciense de Santa María
de Herrera hace adquisiciones en Galbárruli. De hecho, su iglesia debió de
pasar en el siglo XIII a ser propiedad de este monasterio burgalés, ya que el
12 de agosto de 1284 el papa Martín IV ordenó al obispo de Calahorra Martín que
pagara sus diezmos a dicho cenobio. Además, la documentación de Galbárruli a
partir de los siglos XV y XVI revela que dicha parroquia era administrada por
un monje de Herrera, que hacía las funciones de cura. En 1539 la iglesia era
traspasada a Herrera a cambio de 30 fanegas de renta anuales a favor de los
premostratenses de Bujedo, y el 16 de mayo de 1548 se concede una bula
apostólica para confirmar el concierto entre ambos monasterios (Herrera y
Bujedo) sobre la iglesia de Galbárruli. No obstante, en varias ocasiones se
intentó arrebatar la parroquia a los monjes y disputarles los diezmos.
En julio de 1347 se resuelve un pleito entre el
concejo de Miranda y el monasterio de Herrera, porque el concejo pretendía,
frente al monasterio, que eran suyas unas piezas frente a Herrera, en Bayas, en
Galbárruli y en Ircio, siendo la sentencia desfavorable a Herrera. Galbárruli
fue comprado por el concejo de Miranda hacia 1338, y de hecho el 8 de marzo de
1342 este concejo se dirige al rey para decirle que las aldeas de Gorejo y de
Galbárruli habían sido compradas por él y que ahora eran suyas en propiedad,
pues algunos como Juan Núñez de Lara, señor de Vizcaya, se creían dueños de
ellas. La vecina de Castilseco, María Ruiz de Tolsantos, mujer de Pedro
Martínez de Mijancas, hacía en su testamento, firmado el 8 de febrero de 1386
(y trasladado del 9 de octubre de 1436), donaciones a la iglesia de Galbárruli,
a Santa María de Cillas en Sajazarra y a otras iglesias y monasterios de
pueblos cercanos; dejaba un asno a la casa de San Lázaro de Miranda; y mandaba
ser enterrada ante el altar de la Magdalena en la iglesia de San Julián de
Castilseco fundando una capellanía.
Galbárruli no se segregó de Miranda,
convirtiéndose en villa independiente hasta 1743 junto con otros pueblos de
esta comarca como Cellorigo, Villaseca y Villalba. Hasta 1833 en que se creó la
provincia de Logroño, todos ellos pertenecieron a la de Burgos.
Iglesia de San Esteban
Este templo, ubicado en lo alto del pueblo en
un bello emplazamiento desde el que se observa todo el valle y la grandiosa
peña de Cellorigo, fue originalmente tardorrománico de la segunda mitad del
siglo XIII y comienzos del XIV, y actualmente muestra un aspecto muy rehecho
debido a las modificaciones sufridas en los siglos XVI-XVIII, y a las
restauraciones del XX. De su época primitiva de los siglos XIII y XIV, con
influencia del arte cisterciense debido a esa pertenencia al monasterio
bernardo de Santa María de Herrera, sólo conserva los muros exteriores, en los
que probablemente se reutilizaron materiales de construcciones anteriores.
Es un pequeño edificio de carácter rural con
sillería no muy bien trabajada, cabecera rectangular más estrecha que la nave
pero de la misma altura, cubierta con bóveda de arista y dos capillas en
arcosolio que recuerdan a la cabecera de la ermita de Santa María de Sorejana
en Cuzcurrita, un arco triunfal de medio punto, y una nave de tres tramos
cubierta con bóvedas de lunetos posteriores y rematada en el hastial oeste en
una espadaña de la misma anchura, en forma de paralelepípedo. En origen no
debió de concebirse para tener bóvedas, sino para cubrirse con techumbre de
madera, pues sus muros no poseen contrafuertes. Sus dos capillas se realizarían
todavía más tarde; la de la epístola o lado sur se abre en arcosolio de medio
punto y la del evangelio o lado norte en arcosolio apuntado.
La portada principal se sitúa en el segundo
tramo sur de la nave. Todavía quedan en el muro las huellas del pórtico que la
protegía. Es sobria, sin adornos, en arco apuntado con un guardalluvias
abocelado. Hay otra secundaria en el muro norte, de medio punto y actualmente
cegada, que da la sensación de haber sido originalmente de herradura.
Los restos románicos más destacables de todo el
edificio son los canecillos del muro sur de la nave, con el perfil cóncavo, de
nacela, y decorados con esquemáticas pero graciosas e ingenuas tallas.
De izquierda a derecha hay uno aquillado, otro
con cuatro cuadrifolios, una hoja de cinco lóbulos, que parece de roble, un
reptil, –quizás lagartija o hurón–, una figura humana casi perdida, un orante o
mártir con los brazos alzados para orar o clavados sufriendo martirio vestido
con faldoncillo y cinturón, un caballero de perfil con el escudo cristiano en
forma de cometa y lanza en ristre, un monje encapuchado sujetando un libro
abierto con una mano y alzando la otra en actitud de bendecir, una pareja de cuadrúpedos
superpuestos copulando (o quizá un cazador con su presa), una forma geométrica
curva que cobija en su interior a una figurilla humana, una pareja abrazada, un
cuadrúpedo inidentificable –quizá becerro–, una cabeza de oveja, otro reptil
semejante a una lagartija o a un hurón, un barril, un modillón liso con forma
de nacela y en último lugar un animal monstruoso con grandes dientes afilados.
La cornisa de tejaroz es lisa. Los canecillos del muro norte de la nave, que
quizá se desmontó entre los siglos XVI y XVIII, han desaparecido.
Los de la cabecera son mensulones góticos lisos
con perfil convexo, en cuarto bocel.
En el centro del testero oriental hay un
rosetón de estilo gótico, inscrito en un doble marco circular con aristas sin
molduras. En el centro se sitúa una tracería calada que adopta la forma de un
círculo central con seis más pequeños dispuestos a su alrededor formando una
flor o estrella hexalobulada. Todo ello se cierra con cristales traslúcidos
modernos con dibujos, que en el círculo central semejan a una estrella de David
o sello de Salomón, y en los laterales forman dos estrellas de seis rayos, dos
cruces en aspa, una cruz vertical, un círculo y una media luna.
La espadaña del hastial oeste tiene forma de
paralelepípedo rematado a dos aguas y dos vanos rectangulares para las
campanas, aunque quizá tuvo tres originalmente. Es similar en algunos aspectos
a la de la iglesia de San Julián en Castilseco: como ella, se sitúa en el
hastial oeste, es de la misma anchura que la nave, en origen podría datar de la
misma época –siglos XIII o XIV–, y en el siglo XX sufrió una profunda reforma.
Las únicas espadañas medievales que quedan en la zona aparte de estas dos son
las de las ermitas de Santa María de Ajugarte en Casalarreina y Santa María de
Legarda en Ochánduri.
Todas las demás estructuras de la iglesia de
Galbárruli son posteriores: la sacristía en el muro norte de la cabecera y la
capilla de los López de Bastida en el primer tramo de la nave, también al
norte, se añadirían en el siglo XVI, y las bóvedas de lunetos en el XVII o
XVIII. Una restauración en el XX afectó a la fachada oeste, que se reforzó con
cuatro contrafuertes; a la espadaña, que se cerró dando sensación de torre al
suprimir su piñón de remate y se le añadió un balconaje en su lado oriental; al
pórtico sur, que fue demolido por hallarse en ruinas; y a las bóvedas, que se
rehicieron. En los años setenta se restauró su interior, retirándose el retablo
principal, barroco de la segunda mitad del XVIII.
En 2004 se restauró de nuevo bajo la dirección
técnica de Gerardo Cuadra Rodríguez. En esta ocasión se colocó una cubierta
ligera de cobre inclinada, para poder mantener las bóvedas; se restauró la
espadaña-campanario, rematándose a dos aguas con el mismo perfil de la cubierta
de la nave, y reconstruyéndose el balcón con perfiles actuales; se completaron
diversas cornisas de la sacristía y capilla septentrional con piedra
artificial; se limpió el resto de la fachada norte, pues la hiedra que la
invadía estaba produciendo graves daños en la fábrica; se arreglaron grietas de
la fachada sur; y se restauró el interior mejorando el tratamiento de las
paredes, limpiando el coro bajo y acondicionando la entrada al husillo de la
espadaña.
Arquitectónicamente, la iglesia de Galbárruli
pertenece al grupo de edificios románicos de la zona, con cabecera
cuadrangular, como los de Cuzcurrita, Sajazarra, Casalarreina y Cellorigo. En
cuanto a escultura, la de esta iglesia sería obra de algún cantero local, que
trabajó lejos de la influencia de los otros talleres de la comarca.
El templo conserva una pila bautismal
contemporánea del mismo, en la única capilla del lado del evangelio, adosada al
muro norte del primer tramo de la nave, que hoy sirve de baptisterio o capilla
bautismal. En los siglos XIX y XX estaba ubicada en un baptisterio que se
situaba entre los contrafuertes occidentales. Es una pieza románica tardía y
popular de la segunda mitad del siglo XIII o XIV, como la iglesia. Mide 104 cm
de altura total x 80 cm de diámetro del brocal, y 61 cm de altura del pie x 43
cm de altura de la taza. Presenta tipología en copa. El pie, tapado
parcialmente por la tarima, tiene una basa cilíndrica rematada en un bocel y un
alto fuste también cilíndrico de diámetro irregular, terminado en otro bocel
muy fino; la taza es más o menos semiesférica. Su estado de conservación no es
muy bueno pues da la impresión de haber sido retallada.
Castilseco
La pequeña aldea de Castilseco se ubica en la
comarca de la Rioja Alta y en la subcomarca de Haro, zona enclavada en el
noroeste de La Rioja, al lado de la provincia de Burgos, entre los montes
Obarenes y el río Tirón. Dentro de la subcomarca de Haro, Castilseco se enclava
en el territorio del Somontano Obarene, al pie de los citados montes y encima
de la llanura del río Mardancho. Perteneció a Miranda de Ebro hasta 1833, fecha
en que pasó a depender administrativamente de Galbárruli. En la actualidad sigue
siendo una aldea suya, prácticamente despoblada.
Dista de Logroño unos 60 km, y su acceso más
directo se realiza desde la capital por la carretera Nacional 232 hasta Tirgo,
tomando a partir de allí la autonómica de segunda LR-202, y el desvío de
Sajazarra, Villaseca y Castilseco, por carretera local o autonómica de tercera.
Forma parte del pequeño espacio del noroeste de
La Rioja existente entre los montes Obarenes y el río Tirón, caracterizado por
su gran cantidad de templos románicos, los cuales constituyen el mejor
exponente del románico rural riojano: iglesias parroquiales de San Julián en
Castilseco, San Román en Villaseca, San Martín en Fonzaleche, Santa María de la
Concepción en Ochánduri, El Salvador en Tirgo, Santa María de la Asunción en
Sajazarra, San Esteban en Galbárruli y San Esteban en Tormantos (esta última
sólo conserva de época románica una inscripción); ermitas de la Concepción y de
Nuestra Señora de Junquera en Treviana, Nuestra Señora de Sorejana en
Cuzcurrita, Nuestra Señora de Cillas en Sajazarra, San Román de Ajugarte en
Casalarreina, Santa María de Barrio en Cellorigo y Santa María de Arcefoncea en
Foncea, estas dos últimas en ruinas. El creciente valor de los mismos se ha
visto aumentado por su declaración como Bienes de Interés Cultural, lo cual
obliga a los municipios donde se ubican a tomar medidas concretas para
conservarlos, como por ejemplo, liberar los espacios circundantes para
facilitar su contemplación.
Esta comarca es, asimismo, la más prolífica en
escultura monumental románica, la cual se extiende por toda la construcción:
ábside, presbiterio, nave, portada y vanos. Ya desde los tiempos de Juan
Antonio Gaya Nuño, a este grupo de iglesias rurales se las denomina como grupo
riojano alavés, pues debido a la proximidad geográfica con Álava están
determinadas por su influencia, sin faltar tampoco la de la vecina provincia de
Burgos.
También es importante el impacto de lo
cisterciense, dada la cercanía de algunos importantes monasterios de esta
orden, como el burgalés de Santa María de Herrera, cuyo influjo se aprecia en
los templos de San Julián en Castilseco, San Román en Villaseca, Santa María de
Sorejana en Cuzcurrita, Santa María de Cillas y Santa María de la Asunción,
ambas en Sajazarra.
Como el estilo románico pervive muchísimo en
las zonas rurales y el gótico tarda mucho en imponerse, la mayoría de los
restos románicos conservados en la comarca de Haro pertenecen a una fase tardía
–que denominaremos tardorrománico–, la cual abarca los últimos años del siglo
XII y los primeros del XIII, prolongándose durante buena parte de esta
centuria. La crisis que afecta al reino castellano a finales de la Edad Media
impide en La Rioja el pleno desarrollo del estilo gótico y, paradójicamente,
explica la pervivencia de los esquemas románicos hasta los siglos XIV y XV
incluso.
Castilseco es una aldea de urbanización en
ladera y casas de piedra de arenisca, alguna de ellas blasonada. Su iglesia
parroquial, ubicada en el centro del pueblo, entre las llamadas Plaza de la
Iglesia y Calle de la Iglesia, está advocada a San Julián y Santa Basilisa, y
fue declarada Bien de Interés Cultural en 1983. No ha sido objeto de ninguna
rehabilitación, si prescindimos de unas obras realizadas en las cubiertas y en
la espadaña del templo en 1949. No obstante, la Consejería de Cultura del Gobierno
de La Rioja encargó un proyecto de restauración a los arquitectos Alfonso
Samaniego y Carlos Madrigal, que se está ejecutando en 2008.
Apenas existen noticias documentales sobre el
origen y continuidad del lugar de Castilseco durante la Edad Media. Se cita
como Casttrilseco en el fuero de Cerezo de Río Tirón, concedido por Alfonso VII
hacia 1152 –o quizá más tarde–, y como Castrosico y Castrum siccum
en el fuero de Miranda de Ebro, posterior a 1170. También aparece en otros
documentos de la época, como el de junio de 1181 por el cual Diego de Santa
María de Arce recupera el valle de Fontanellas, figurando como testigos varios
de Bujedo, Cellorigo, Foncea, Castilseco, Treviana y Villarta; en otro de 1185
referido a un tal Pedro López de Castilseco; o en otro del 29 de junio de 1186
por el que el señor Oriol hace una carta de averiguación de unas heredades de
Arce entre el señor y los frailes del monasterio de Bujedo, donde firman varios
testigos de lugares como Foncea, Castilseco, Villaseca, Saja de Suso,
Fonzaleche y San Millán de Yécora.
La primera noticia cierta sobre la iglesia de
San Julián data diciembre de 1189, cuando Simón García de Leiva da a San Millán
de la Cogolla heredades en Castilseco y Galbárruli, en tiempos del abad
Fernando: Sunt VII collaceos populatos iuxta ecclesiam Sancti Iuliani.
El 15 de octubre de 1194 Rodrigo de Morales dona a la iglesia de Santa María de
Bujedo fincas en los pueblos de Castilseco, Villaseca, Morales, Corporales y
Villabenazar.
La despoblación que afecta a la zona en el
siglo XIV se refleja en el Libro Becerro de las Behetrías, documento mandado
hacer por Alfonso XI en 1340 y terminado por su hijo Pedro I en 1352, que
recogía una relación íntegra de los pueblos y lugares que comprendían las
distintas Merindades de Castilla cuyos propietarios se acogían a un régimen
administrativo especial llamado Behetrías. En él, los pueblos de Castilseco
(Castiel Seco), Villaseca, Sajuela de Yuso y Sajuela de Suso, que pertenecían a
la Merindad de Castilla Vieja, estaban deshabitados en 1352, aunque poco
después ya se encontraban poblados de nuevo.
En el testamento de la vecina de Castilseco,
María Ruiz de Tolsantos, mujer de Pedro Martínez de Mijancas, firmado el 8 de
febrero de 1386 (y trasladado el 9 de octubre de 1436), aparecen algunos datos
sobre la iglesia de San Julián: mandaba ser enterrada ante el altar de la
Magdalena en San Julián de Castilseco fundando una capellanía, hacía donaciones
a la iglesia de Galbárruli, a Santa María de Cillas en Sajazarra y a otras
iglesias y monasterios de pueblos cercanos, y dejaba un asno a la casa de San
Lázaro de Miranda. El 8 de marzo de 1437 el concejo de Castilseco cedía al
monasterio de San Miguel del Monte dicha capellanía con la aceptación del
prior.
Otras menciones del nombre de Castilseco y de
la iglesia de San Julián aparecen en documentos de los siglos XV y XVI de la
Cofradía de Barrio y los Doce Apóstoles de Cellorigo. Entre ellos, interesa el
del 5 de julio de 1420, por el que Sancho Martínez Marrón, morador de
Galbárruli, declara bajo juramento cuáles eran las piezas y viñas que fueron de
su hermana María, la cual había ordenado en su testamento que se pagaran todos
los años de ellas, cuatro fanegas de trigo a la Cofradía de los Doce Apóstoles.
Entre las heredades que se declaran, aparece una pieza cerca de la dehesa de
Castilseco que es a sulco de pieça de la eglesia de sant Jullian de le
Castillseco, otra pieza cerca de la ermita de San Martín de Castilseco, y
otra más cerca de donde dicen La Salzera de Castilseco.
A partir del siglo XV la iglesia de San Julián
de Castilseco estuvo regida por frailes del monasterio jerónimo de San Miguel
del Monte, cercano a Miranda de Ebro, también denominado San Miguel de la
Morcuera por quedar cerca del paso, alto o desfiladero de la Morcuera, actual
paso de la Ventilla. Concretamente fue el 14 de diciembre de 1434 cuando el
obispo burgalés Pablo de Santa María la anexionaba al citado monasterio, por no
disponer de clérigo, estar mal reparada y su campanario a punto de caerse. A partir
de entonces estos frailes de San Miguel del Monte, por su proximidad a
Castilseco, tuvieron que hacer allí las funciones de cura, aunque nunca
residieron en el pueblo. El 21 de diciembre el prior del monasterio toma
posesión del beneficio y curato de Castilseco, y el 15 de mayo de 1514, es el
papa León X quien confirma ese beneficio de la iglesia de Castilseco. El 19 de
octubre de 1561 se realiza por mandato del cardenal Francisco de Mendoza,
obispo de Burgos, la liquidación de los frutos del beneficio y curato de la
iglesia de San Julián de Castilseco, y de los títulos con que el convento de
San Miguel del Monte los poseía. De la pertenencia de Castilseco a San Miguel
del Monte existe abundante documentación de los siglos XV y XVI, pero casi
todos estos manuscritos se refieren a donaciones de bienes.
Iglesia de San Julián
La iglesia de San Julián, a pesar de sus
reformas posteriores, es de estilo tardorrománico, y está construida en piedra
de sillería. Arquitectónicamente consta de una estructura muy típica en el
románico de la zona: ábside semicircular cubierto con bóveda de horno apuntada,
presbiterio rectangular más ancho cubierto con bóveda de cañón apuntada, y una
sola nave de tres tramos inicialmente pensada quizás para cubrirse con madera y
actualmente muy rehecha y enfoscada, con una portada abierta en el tramo
central del lado sur. La cabecera, que comprende el ábside y el presbiterio
hasta el arco triunfal, podría datarse a finales del siglo XII o principios del
XIII, dentro del románico tardío. La nave y portada se terminarían ya en un
siglo XIII bastante avanzado, en estilo románico arcaizante, ya que,
probablemente, cuando se acabó la cabecera, la obra se interrumpió reanudándose
la nave casi un siglo después. Desgraciadamente, el enfoscado de los muros en
el interior, especialmente los de la nave, impide de momento realizar un estudio
riguroso de los mismos, y observar si existe un cambio de cantería entre ambas
partes.
El ábside semicircular posee tres ventanas de
medio punto entre las que se intercalan cuatro columnas-estribo adosadas que lo
dividen en cinco paños. Toda la parte superior está recorrida por una cornisa
de tejaroz en nacela que rodea el perímetro de la iglesia, sujetada por
canecillos. Las ventanas están decoradas en sus dos vertientes, aunque la
central queda oculta al interior por el retablo mayor. Al exterior poseen una
rica ornamentación y similar estructura: dos arquivoltas que apean en lisos
cimacios prolongados horizontalmente y un par de columnillas acodilladas.
La orientada al Sudeste ornamenta sus
arquivoltas a base de lacerías perladas de influencia celta y cisterciense,
ejecutadas, sin duda, por un buen artista. Poseen dos diseños distintos pero
formados ambos mediante cintas perladas. El motivo del guardalluvias se compone
de dos cintas perladas que se ondulan formando una cadena de óvalos, pero mucho
más sinuosa y cuidada que las que aparecen en otras iglesias románicas de La
Rioja, como las de las parroquias de Villavelayo y Villoslada de Cameros. La
arquivolta interna, de mayor anchura, se engalana con este mismo motivo pero de
doble trenza. Son cuatro cintas perladas serpenteantes que se trenzan formando
dos cadenas de ochos enlazadas entre sí.
Las columnas acodilladas poseen basas
de garras, pequeños fustes lisos y dos capiteles con un tema vegetal idéntico
que consiste en tallos de los que se desprenden tres haces de hojas acanaladas
a cada lado y en su parte superior; dicho motivo podría ser una estilización de
la hoja de helecho.
La ventana central posee decoración floral
geometrizada en sus arquivoltas. La que sirve de guarnición presenta una línea
ondulante perlada y hojas a modo de palmetas que se disponen a ambos lados. La
arquivolta interior, en cambio, muestra una hoja continua y arrugada de perfil
rizado. Los capiteles y basas de las columnas son como los de la ventana
anterior. Ambas tuvieron que ser realizadas por un mismo artífice de esmerada
técnica, que Mª Ángeles de las Heras y Núñez denomina maestro de Castilseco.
La ventana orientada al Nordeste adorna sus
arquivoltas con una vegetación más naturalista. Su guarnición presenta
sencillos y esquemáticos cuadrifolios.
La arquivolta posee también flores de cuatro
hojas pero más carnosas, imitando formas naturales y con botón central. Las
columnas son nuevamente con basas de garras pero los temas vegetales de los
capiteles son diferentes, a base de hojas esquemáticas que se enroscan en la
parte superior formando volutas entre las que surge otra hoja también muy
estilizada en forma de palmeta. Su ejecución se debe a otro artífice de peor
calidad escultórica, que Mª Ángeles de las Heras y Núñez denomina maestro de
Villaseca porque trabajó también en este lugar.
La vertiente interna de estas ventanas es más
pobre. Su única arquivolta es lisa y está pintada imitando las dovelas; los
cimacios tampoco presentan ornamentación; las basas son de garras y los
capiteles, pobres y esquemáticos.
La ventana sudeste posee en su jamba derecha
hojas enrolladas formando volutas, y en la izquierda una cabeza humana muy ruda
y esquemática que esboza una ligera sonrisa. En la ventana nordeste presentan
los temas vegetales del exterior: hojas como helechos en la jamba izquierda y
hojas enrolladas formando volutas en la derecha.
Tanto al exterior como al interior, el ábside
está recorrido por la parte inferior de las ventanas por una imposta ajedrezada
de cuatro filas de tacos fuera y de tres filas dentro. En la vertiente externa
hay otra imposta de nacela debajo de las arquivoltas, que es una continuación
de los cimacios de los capiteles, y sólo se da en los paños de las tres
ventanas. En la vertiente interna hay otra imposta superior moldurada, ubicada
a la altura de los riñones, a ambos lados de las arquivoltas de las ventanas laterales,
y no en el espacio central.
Las cuatro columnas-estribo adosadas al
exterior del ábside arrancan de pequeños contrafuertes. Sus capiteles se alzan
hasta el tejaroz, a la altura de los canecillos, entre los que se intercalan,
dividiéndolos en cinco partes. Tres de ellos poseen motivos vegetales
esquemáticos, a modo de hojas que se enroscan formando dos volutas y dejando
entre ellas un espacio en el que se alza otra hoja en forma lanceolada. El
capitel restante, que es el segundo desde el lado sureste, presenta un motivo
figurado: dos cabezas coronadas formando una pareja de reyes, separadas por un
tallo vegetal que termina en una forma acorazonada. Su calidad técnica es
superior a la de otras cabezas con coronas que existen en el arco triunfal. Los
del exterior denotan un mayor estudio de los rasgos faciales y del cabello,
insinuando también una ligera sonrisa, propia de los albores del gótico. La
forma de sus coronas, con sus resaltes superiores, también nos anuncia este
nuevo período artístico, y quizá la intervención en él de un artista con
mayores conocimientos. Por el contrario, la mayor tosquedad de los rostros del
interior probablemente se deba a un tallista rural y no a una fecha más
temprana. Todas ellas recuerdan algo a las galerías de estatuas regias de las
fachadas góticas de algunas catedrales del siglo XIII, como la de Burgos.
Los ocho canecillos del ábside, que son los más
bellos de todo el conjunto, se decoran con motivos geométricos y figurados.
Hacia el lado sureste hay cuatro rostros humanos casi idénticos, muy sumarios,
con liso tocado. Los tres siguientes hacia el Este poseen un perfil aquillado
con el vértice achaflanado y cóncavo. El restante hacia el lado nordeste es un
modillón con cinco rollos.
Los muros exteriores e interiores del
presbiterio están recorridos por una cornisa que continúa la inferior del
ábside, aunque no se conserva en su totalidad. En la vertiente externa, la del
muro sur ya no es ajedrezada sino lisa, y la del muro norte ha desaparecido por
la construcción de la sacristía en época barroca. En la vertiente interna sigue
siendo ajedrezada, pero sólo se conserva en el lado norte hasta el arco
triunfal, por encima de la puerta de la sacristía, mientras que en el lado sur
ha desaparecido, debido a las reformas posteriores de ese lado del presbiterio,
que conllevaron la construcción de un arcosolio gótico.
Los modillones del presbiterio, cinco en cada
lado, presentan análogos motivos a los del ábside. En el muro sur hay uno de
cinco rollos y otros cuatro con cabezas humanas, similares a las del ábside,
una de ellas mutilada. En el lado norte aparecen encima del edificio de la
sacristía, dos con perfil aquillado y achaflanado, uno con estilizado tema
floral, otro con cinco rollos y otro con dos curiosas cabezas de largo cuello
que miran en dirección opuesta.
En el interior, separa el presbiterio de la
nave un arco triunfal apuntado y doblado, apoyado en dos columnas dobles o
pareadas adosadas a una pilastra, con basas, fustes y capiteles dobles. El
modelo de este arco triunfal responde al llamado modelo hispano-languedociano,
y se da también en otros edificios románicos de la zona, como los de Villaseca,
Baños de Rioja y Santo Domingo de la Calzada, aunque en ellos es algo más
complejo. Las columnas del arco triunfal de Castilseco poseen basas de garras,
formadas por semicírculos que recorren el toro y una especie de lengüeta en las
esquinas del plinto. Los fustes se conservan en su totalidad en el lado sur o
de la epístola, pero en el norte o del evangelio sólo queda uno y la parte
superior del otro, que se debió de mutilar para colocar probablemente un
púlpito. Los capiteles son bastante curiosos. Los dos del evangelio son
vegetales, con dos filas de hojas lisas con nervadura central y las puntas
enrolladas de forma muy naturalista y empleo de trépano. Derivan de los
capiteles cordobeses de pencas, respondiendo por su primorosa ejecución a una
tendencia gotizante. Los dos de la epístola poseen cuatro cabezas distribuidas
por parejas dos a dos, tres de ellas coronadas y la otra con el cabello rizado
a pelo.
La sumaria y esquemática talla no permite
distinguir si alguna de ellas es femenina, pues sólo se marcan los rasgos
faciales esenciales: ojos abultados, nariz recta, gruesos labios y cabello
ligeramente insinuado distribuido en dos bandas, excepto en la cabeza no
coronada que presenta rizos muy toscos. El cuello sólo se esboza en las dos de
los extremos. Aunque quieren insinuar una suave sonrisa para animar sus
rostros, ésta no es tan naturalista como la de los rostros del exterior, sino
carente de toda expresividad. La propia forma de las coronas, a modo de
casquete sin apenas resaltes superiores y decoración de zigzag, también es
mucho más sencilla y arcaica. El tema de las cabezas reales se da también en
otras iglesias burgalesas como las de Jaramillo de la Fuente y Santo Domingo de
Silos.
El cambio de cantería al comienzo de la nave
parece indicar que la obra se interrumpió al terminar la cabecera y se reanudó
años más tarde con una mayor pobreza decorativa, por lo que su cronología debe
situarse ya en un siglo XIII avanzado. Esto sólo se aprecia en el exterior, ya
que en el interior el enfoscado y las reformas posteriores que afectaron a esta
zona lo impiden. Los muros interiores de dicha nave no conservan ningún tipo de
decoración románica, debido, por un lado, a las limitaciones económicas que
sufrieron las obras en esta nueva centuria, y por otro, a los cambios que ha
experimentado esta zona del templo en épocas más recientes.
Por tanto, la ornamentación de esta nueva fase
constructiva se ubica exclusivamente en el exterior, pero ya no posee la
riqueza de la etapa anterior. Los canecillos denotan peor calidad y una mano
más torpe y mediocre que los de la cabecera. En el muro sur se conservan
diecinueve; algunos poseen temas geométricos: nueve con perfil aquillado (unos
achaflanados y otros no), dos con rollos, uno con un barril sobre un perfil
aquillado y otro con una doble plataforma circular; los seis restantes muestran
diversas cabezas humanas: con grandes orejas, sujetando el tejaroz con los
brazos levantados a modo de atlante, calvas, con lisos peinados, y una última
con dos rostros y largo cuello. El muro norte, casi tapado por construcciones
posteriores y cortado por la ampliación de la espadaña occidental, posee siete
lisos y ocho decorados que quedan por encima de uno de los edificios adyacentes
adosados: dos con una doble cabeza, otro con una sola, tres con perfil
aquillado, uno que cubre su cóncavo perfil por una red de rombos o reticulado y
el último atravesado por la mitad por una línea de puntos de trépano.
La rústica portada meridional, todavía con
restos de un encalado moderno, se realizó en un estilo románico arcaizante,
probablemente a finales del siglo XIII.
Consta de cuatro arquivoltas apuntadas lisas y
en arista viva, pintadas de diferentes colores simulando dovelas, y
guardalluvias ornado con zigzag. Las cuatro columnas acodilladas a ambos lados
presentan basas destrozadas, fustes lisos y capiteles con motivos animales,
vegetales y humanos. En la jamba izquierda, uno muestra un motivo vegetal
esquemático, otro un ave que podría ser un águila, y los dos restantes, una
serie de rudas máscaras. En la jamba derecha, el más interior presenta un
rostro femenino con tocado de barbuquejo, y los otros tres, grotescos y
caricaturescos mascarones como los de la jamba izquierda, de carácter más
zoomórfico que humano, muy rudos, con bocas rientes y grandes orejas. El tema
del rostro femenino con tocado de barbuquejo es muy frecuente en iglesias
parroquiales de la cercana provincia de Álava, como las de Otazu, San Esteban
Protomártir en Durana, Santa Columba en Argandoña o Santa María de Ayala en
Alegría.
Pero la portada de Castilseco, por su
tosquedad, probablemente no fue hecha por un escultor sino por el cantero que
construyó la nave. Recuerda a la de Villaseca, que parece todavía más tardía
pues no tiene decoración.
En esta escultura monumental todos los temas
son decorativos y profanos, propios del románico rural. Curiosamente, no existe
ninguna figura humana completa ni ningún tema religioso ni simbólico. Llaman la
atención sobre todo esos rostros humanos tan bien modelados en relación con la
restante escultura de la zona. Las cabezas coronadas parecen de influencia
burgalesa y las demás están influidas por los canes del exterior de la girola
de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, también de finales del siglo XII
(1158-1180). Las cabezas dobles a modo de hermafroditas, compuestas de dos
rostros unidos por la línea de la oreja y la mandíbula, que miran en
direcciones opuestas, son en realidad una reutilización de un tema clásico en
la Edad Media: en la Antigüedad se representaba así a Jano, dios romano de
origen indoeuropeo, cuya bifrontalidad era signo de omnisciencia y tenía
relación con el destino, el calendario y el tiempo. De hecho, el mes de enero
recibe su nombre de este dios, reproduciéndose como una figura de doble rostro
que mira al año pasado y al futuro, y así aparece en algunos mensarios
medievales. En el románico riojano, las dobles cabezas se dan, además de en los
cuatro canecillos de Castilseco, en otro de la ermita de Santa María de
Sorejana en Cuzcurrita, y en la portada del cementerio de Navarrete, la cual
perteneció al antiguo hospital de San Juan de Acre. El templo de Castilseco
tuvo dos espadañas, siendo el único de la zona que todavía las conserva. La más
antigua se situaría sobre el arco triunfal y en origen sería contemporánea del
mismo y, por tanto, de finales del XII o comienzos del XIII. La que hay
actualmente tiene un hueco de medio punto y dos pequeños pináculos en los
extremos, y se encuentra parcialmente mutilada, pues ha perdido el piñón. Por
el despiece de las dovelas del arco, por esos dos pináculos superiores y porque
es de menor anchura que la estructura pétrea sobre la que se apoya, da la
sensación de ser una reconstrucción posterior de la original, quizá realizada
en el siglo XVI.
La que actualmente sirve de campanario se ubica
sobre el hastial oeste, ocupa toda la anchura del mismo y es contemporánea de
la nave, de finales del siglo XIII o incluso del XIV. Consta de dos huecos de
medio punto para las campanas y está rematada en un piñón triangular. Se puede
acceder a ella por una escalera situada en el interior del muro del hastial,
que es de gran espesor. En su lado oriental posee un cuerpo añadido en 1949,
según una inscripción situada en el lado sur del mismo, realizado por los constructores
locales Toribio y Gonzalo Valgañón. La campana situada más al Norte está datada
por otra inscripción en 1953. El cuerpo añadido posee hacia oriente otros dos
vanos de medio punto, y rompe hacia el Sur y hacia el Norte parte del tejaroz
de la nave. Por debajo oculta unos grandes mensulones de perfil convexo que
sujetaban la espadaña original por su lado oriental. Este tipo de ménsulas son
muy comunes en el románico tardío y en el gótico, y aparecen en otras
estructuras de la zona que hoy también quedan ocultas, como en el torreón
occidental de la parroquia de San Román de Villaseca, convertido después en
torre-campanario.
Una vez superada la etapa medieval, a partir
del siglo XVI nacerían nuevas necesidades, como ocurre en casi todos los
templos de origen románico, y comenzarían a superponerse a la fábrica original
diversos añadidos y cuerpos anexos. En esta centuria se remodelaría la espadaña
sobre el arco triunfal, se añadiría un arcosolio apuntado de estilo gótico en
el muro sur del presbiterio, con lo que se crearía un espacio para una pequeña
capilla. La construcción de este arco motivaría la pérdida de la imposta ajedrezada
románica que debía de adornar este muro. En la misma época se construyó, en el
centro del muro sur de la nave, un pórtico para proteger la portada,
actualmente cerrado por una verja de hierro. En el período barroco, hacia los
siglos XVII o XVIII, se adosó al muro norte del presbiterio una sacristía de
planta cuadrangular.
Las obras ejecutadas en el templo hacia la
mitad del siglo XX fueron muy importantes y modificaron bastante el aspecto del
mismo, tanto por dentro como por fuera. Las bóvedas actuales de los tres tramos
de la nave son de arista sobre pilas toscanas en ménsula, separadas por dos
arcos perpiaños de medio punto. Aunque a simple vista parecen barrocas, fueron
construidas en 1949, al igual que el cuerpo moderno de la espadaña occidental,
por Toribio y Gonzalo Valgañón, y costeados por Antonio López de Silanes Martínez
de Salinas. Lo curioso es que no sustituyeron a bóvedas similares barrocas,
sino a un forjado plano de madera con viguetas y revoltón, como el de la
sacristía. Ya Guillermo Rittwagen nos informaba sobre cómo era la techumbre en
1921: “Así se ve la techumbre con encuartonado y a la ligera, sin duda
porque la iglesia se hizo en dos períodos: uno inicial, próspero, y otro
holgado, lo que motivó una terminación apresurada y sin cuidado ni esmero
alguno”. Aunque desconocemos cuál fue la cubrición original de la época
tardorrománica, al saber cómo fue la posterior nos inclinamos más por una
techumbre lígnea que por una bóveda de cañón apuntado. A los pies hay un
pequeño coro alto sobre madera totalmente arruinado, iluminado por un óculo
abierto en el hastial occidental.
Al norte de la nave se adosa por el exterior
una edificación que perteneció a los hijosdalgo del lugar y sirvió para
recaudar los diezmos y primicias. Actualmente es de propiedad privada y tras
ser reconvertida en bodega, pajar y cuadra, en nuestros días se utiliza
solamente como bodega.
Concluyendo, podemos afirmar que,
arquitectónicamente, la iglesia de Castilseco pertenece al grupo de edificios
románicos de la comarca de Haro, pero sólo a los que tienen ábside
semicircular, integrado también por los templos de Villaseca, Tirgo, Ochánduri,
Treviana, Fonzaleche y las ruinas de Arcefoncea en Foncea. Escultóricamente, la
iglesia de Castilseco también pertenece al grupo de templos románicos de la
comarca, que es asimismo la zona más prolífica de la región en cuanto a
escultura monumental. Si los de Castilseco y Villaseca son muy similares en sus
procedimientos constructivos, también lo son en cuanto a su estilo escultórico,
aunque la escultura de la primera es de mayor calidad y variedad temática. A
grandes rasgos, se podrían distinguir varios grupos de operarios en la zona:
por un lado, puede constatarse la existencia de una cuadrilla itinerante con
distintos artífices que intervienen en varios templos más o menos a la vez,
concretamente en los de ábside semicircular, relacionándose más entre sí los
que trabajan en Castilseco-Villaseca, en Ochánduri-Tirgo, y en las dos ermitas
de Treviana; por otro lado, hubo varios canteros independientes, seguramente
locales, que no formaron parte del taller, en las iglesias con cabecera
rectangular: Cuzcurrita, Galbárruli y Sajazarra.
El templo de San Julián de Castilseco conserva
su pila bautismal románica. Se ubica en el último tramo del lado del evangelio,
que servía de baptisterio hasta la ruina de esta zona. A pesar de su sencillez
y ausencia de ornamentación, parece de los siglos XII o XIII, como el propio
edificio. Mide 103 cm de altura total x 101 cm de diámetro del brocal, y 54 cm
de altura del pie x 49 cm de altura de la taza. Posee tipología en copa y se
asienta sobre un podium circular de gran diámetro y poca altura.
Consta de un pie con una base cilíndrica y un
fuste también cilíndrico pero de menor diámetro rematado en una moldura, y una
taza semiesférica. Su factura es tosca, popular, debida a un artífice local,
probablemente alguno de los canteros que construyeron la iglesia. Se conserva
bien, aunque da la sensación de haber sido retallada y pintada. Actualmente,
tras el derrumbe del coro alto, se está llevando a cabo la restauración de
edificio, durante la cual se han descubierto en el presbiterio fragmentos de
pintura mural gótica.
Villaseca de Rioja
La localidad de Villaseca se ubica en la
comarca de la Rioja Alta y en la subcomarca de Haro, territorio que ocupa el
extremo noroeste de la región. Concretamente se localiza en las estribaciones
de los Obarenes, en el extremo noroccidental de los montes de Fonzaleche, donde
se abre la llanura del río Mardancho, afluente del Tirón por el Norte.
Actualmente Villaseca es una entidad local menor que depende
administrativamente de Fonzaleche. Dista de Logroño unos 60 km, y se accede
desde esta ciudad por la carretera Nacional 232 hasta Tirgo, y desde allí se
toma la autonómica de segunda 202 y el desvío de Sajazarra y Villaseca por la
LR-301. También se puede llegar por el acceso de Fonzaleche, situado a mano
derecha por la LR-302.
Villaseca aparece junto con Castilseco y
Cellorigo en el fuero de Cerezo de Río Tirón, concedido por Alfonso VII hacia
1152 o quizá más tarde, y en el de Miranda de Ebro, posterior a 1170. En un
documento del 29 de junio de 1186, por el que el señor Oriol hace una carta de
averiguación o pesquisa de unas heredades de Arce con los frailes del
monasterio de Bujedo, firman varios testigos de Foncea, Castilseco, Villaseca,
Saja de Suso, Fonzaleche y San Millán de Yécora, entre otros lugares. En 1190
se donan fincas de Villaseca al monasterio de Santa María de Herrera, y el 15
de octubre de 1194 Rodrigo de Morales vende propiedades en Villaseca y en otros
pueblos (Castilseco, Morales, Corporales, Villabenazar) al monasterio de Santa
María de Bujedo. El 9 de febrero de 1203 María Garciez y su marido dan tres
tierras en Sajazarra de Yuso al abad Sancho de Bujedo, una de ellas cerca de
Villaseca. El 22 de febrero de 1213 Ruy de Morales vende toda su heredad en
Villaseca al convento de Bujedo, y el 12 de julio del mismo año es García López
quien vende al abad de Bujedo la tercera parte de una tierra en Villaseca.
La parroquia de Villaseca se cita dentro del
arciprestazgo de Río de Oja en la concordia realizada en 1257 por el obispo de
Calahorra Aznar sobre la asignación de las parroquias y distribución de sus
rentas y frutos. A partir de los siglos XIII y XIV Villaseca y otros pueblos de
su entorno como Cellorigo, Villalba y Galbárruli, pasan a formar parte de
Miranda de Ebro para repoblarla: Cellorigo en 1288, Villalba de Rioja hacia
1305, Galbárruli en 1320 y Villaseca en 1329. Esta última pasa a Miranda el 4 de
agosto de 1329 por privilegio y carta del rey Alfonso XI, a causa del mal
comportamiento, tanto de caballeros y escuderos como de hombres poderosos, que
obligaban a que los moradores del lugar se marcharan del mismo. Al acogerse al
realengo, los vecinos de Villaseca pasaban a ser vasallos del monarca y
quedaban amparados y defendidos por él.
En el siglo XIV las pestes hacen que muchos
lugares de la zona se despueblen, como Castilseco, Villaseca, algunos de
Sajazarra (Jembres, Hormaza, Cillas), de Cuzcurrita (Tironcillo, Sorejana), de
Treviana (Junquera, San Pedro) y de Foncea (Arcefoncea). Así lo muestra el
Libro Becerro de las Behetrías, donde los pueblos de Castilseco, Villaseca,
Sajuela de Yuso y Sajuela de Suso, que pertenecían a la Merindad de Castilla
Vieja, aparecen como lugares yermos en 1352, aunque poco después se debieron de
poblar otra vez. Villaseca fue aldea de Miranda de Ebro hasta 1743 y villa
hasta 1890. Tras la creación de la provincia de Logroño, en 1833, pasó a
pertenecer a Fonzaleche.
Iglesia de San Román
El urbanismo de esta aldea tiene cierto
encanto, pues todavía conserva junto a la iglesia de San Román, situada en la
denominada Plaza de la Iglesia, parte de la antigua cerca del Cortijo con una
puerta abierta en arco apuntado, que daba acceso a dicha plazoleta, todo ello
de época gótica. En la Edad Media este lugar era el centro desde donde partían
las callejas de distribución y la citada puerta de acceso al recinto.
Posteriormente el pueblo se expandió poblando las carreras que van hacia
Sajuela, Villela, Galbárruli, Fonzaleche y Sajazarra. Posee sólidas
edificaciones pétreas del siglo XVIII, que alternan con otras de ladrillo del
XX, y todavía se conserva en un alto en la salida hacia Miranda la picota en
forma de rollo, fechada en 1743, utilizada para la ejecución de la justicia.
La iglesia de San Román de Villaseca es un
bello templo románico tardío que, al igual que el de San Julián en Castilseco,
fue comenzado a finales de siglo XII y terminado ya muy avanzado el XIII, con
elementos protogóticos (bóvedas de nervios) e influencia cisterciense
(decoración casi exclusivamente vegetal). Es una de las iglesias medievales más
tardías de la comarca de Haro, y, de hecho, probablemente fue pensada para
bóvedas de crucería.
Está construida en sillería. Consta de la
típica estructura románica de ábside semicircular cubierto con bóveda de cuarto
de esfera, presbiterio rectangular más ancho con bóveda de cañón apuntado, nave
de tres tramos con cañón apuntado en el primer tramo y los dos últimos de
arista y de ladrillo, añadidos en el siglo XVIII, y portada meridional
apuntada. La escultura es protogótica con predominio de ornamentación vegetal
influenciada por el arte cisterciense del siglo XIII.
La bóveda de cuarto de esfera del ábside
aparece reforzada por dos nervios de perfil cuadrangular que la dividen en tres
paños, arrancan de la clave del arco fajón que separa ábside y presbiterio y
van a parar a dos semicolumnas adosadas de refuerzo que se sitúan entre las
tres ventanas.
La vertiente interna de las tres ventanas
absidales es de gran pobreza decorativa. Son de medio punto, con estrecha
saetera derramada hacia el interior, una sola arquivolta en arista viva y dos
columnillas acodilladas sin cimacio. Poseen basas de garras, estrechos fustes
con restos de pintura simulando sillares, y capiteles vegetales. De los seis
capiteles, cinco son iguales, a base de dos hojas enrolladas en espiral; el
otro, en la jamba derecha de la ventana sur, es distinto, con una fila de hojas
muy alargadas de forma lanceolada. Flanqueando la ventana central se alzan las
dos columnas adosadas que sujetan los nervios de la bóveda. Sus capiteles son
idénticos, con dos filas de hojas como pencas que se enroscan terminando en
hojitas de cinco lóbulos.
Recorren el ábside dos impostas formadas por
una sencilla moldura. La inferior va por debajo de las ventanas y la superior
por encima de ellas, sirviendo de imposta a la bóveda y de cimacio a los
capiteles de las columnas de refuerzo.
En el exterior del ábside hay tres ventanas con
decoración mucho más rica pero exclusivamente vegetal. Todas ellas poseen dos
arquivoltas de medio punto, guarnición, cimacios lisos, dos pares de
columnillas acodilladas con basas de garras, capiteles vegetales cistercienses
y estrecha saetera. La orientada al Sur tiene las dos arquivoltas baquetonadas
y la guarnición de tallos o roleos que encierran hojitas de trébol. Los cuatro
capiteles muestran dos filas de hojas, la inferior lisa a modo de pencas y la
superior enroscándose en forma de espiral. Las arquivoltas de la ventana este, sí
se ornamentan, la más pequeña, por medio de cuadrifolios en torno a un botón
central, muy carnosos y abultados, con las nerviaciones de las hojas marcadas
de modo muy naturalista. La siguiente arquivolta ostenta vástagos ondulantes
que se entrelazan y terminan en hojitas como de hiedra. El motivo de la
guarnición es un tallo ondulado a cuyos lados se disponen hojas parecidas a
palmetas. En los capiteles afloran hojas muy alargadas de forma lanceolada,
como en uno del interior. La ventana norte posee las dos arquivoltas
aboceladas, y la guarnición como la de la ventana sur: roleos que encierran
hojitas treboladas. Los capiteles se adornan en este caso con una fila de hojas
que terminan en bolas.
Las dos impostas exteriores del ábside, una por
debajo de las ventanas y la otra sirviendo de cimacio a los capiteles, son
sencillas molduras en nacela, con baquetón y filetes. Cuatro
semicolumnas-estribo adosadas lo recorren de arriba a abajo dividiéndolo en
cinco paños. Arrancan de altos plintos y sus capiteles son de ínfima calidad
escultórica, esquemáticos y labrados muy superficialmente.
Uno está borrado y los demás contienen barras
verticales con algún motivo central: una cara y un extraño objeto parecido a un
martillo. Los canecillos también son esquemáticos y vulgares. De Sur a Norte
afloran: rollo o barril, borrado, dos rollos, cabeza humana, cabeza humana,
cara entre dos rollos, rollo bajo una cabeza animal, cabeza humana, figura
humana, borrado, cabeza humana y forma esquemática que tal vez sea una cabeza
animal sin terminar, con un rollo.
Un arco fajón apuntado y sencillo separa ábside
y presbiterio. Apea en dos parejas de columnas dobles con capiteles corintios
degenerados, de hojas estriadas de perfil sogueado. Los canecillos del
presbiterio presentan motivos similares a los del ábside. En el muro sur
aparecen dos rollos, cabezas humanas, una cabeza animal y un borracho o
individuo con un barril. Los del muro norte sólo se pueden ver desde el tejado
de la sacristía. Son hombrecillos acurrucados, cabezas y bustos humanos
inexpresivos y cabezas de vaca o carnero. En esta zona todavía se conserva la
cornisa de tejaroz ajedrezada de tres filas de tacos.
Presbiterio y nave se separan mediante un arco
triunfal sencillo y apuntado que apea en tres columnas a cada lado, dos gruesas
en el centro y una acodillada más fina que no llega al suelo pues queda
suspendida como si fuera una ménsula, característica del estilo cisterciense
del siglo XIII. Probablemente se hizo para soportar bóveda de ojivas. Los seis
capiteles son todos iguales, corintios, con dos hojas de acanto enrolladas
sobre sí mismas con perfil lobulado, dejando en medio un espacio en forma de corazón
en el que surge una palmeta.
El cimacio es liso. Este arco triunfal responde
al llamado modelo hispano-languedociano, y se da también en otros edificios
románicos de la zona como los de Castilseco, Baños de Rioja y Santo Domingo de
la Calzada.
Los tres tramos de la nave se separan por arcos
fajones. El del primer tramo es doblado, apuntado, y apea en pilares
cruciformes con columnas pareadas en su frente. Los cuatro capiteles son muy
esquemáticos, con una serie de incisiones verticales rayadas como decoración. Quizá
no se pensaron para ser esculpidos sino para ser pintados.
Las basas son curiosas, con bolas en las
esquinas y estrías o acanaladuras verticales en vez de la escocia cóncava, lo
que les da un aspecto arcaizante. Los dos tramos restantes se separan por un
arco perpiaño que apea en pilastras sin columnas y se cubren con bóveda de
arista. Del segundo tramo es románico el muro sur, siendo el tercero parte de
la casa fuerte que se le agregó en el gótico tardío.
Capitel del interior
En el exterior, la nave sólo posee canecillos
en el muro sur, todos muy rudos.
Canecillos de muro sur de la nave
Tres de ellos presentan franjas o acanaladuras
verticales; seis, perfil aquillado; tres, modillones de rollos; seis, pequeños
atlantes que sujetan con sus manos el tejaroz y unas estructuras de forma
cúbica con una cruz; uno, incisiones en forma de estrella o cruz de seis
brazos; dos, perfil de nacela; y tres, perfil de cuarto bocel.
La portada, bajo pórtico de madera, se abre en
el segundo tramo meridional de la nave. Posee arquivoltas apuntadas y
baquetonadas, guardapolvo y seis columnillas acodilladas a cada lado de las
jambas. Los cimacios son corridos y lisos, y los capiteles muy estilizados, más
bien bocelillos o capiteles-imposta corridos; tampoco tienen decoración. Es una
portada más propia de cantero que de escultor, de estilo protogótico, realizada
ya muy avanzado el siglo XIII. Recuerda a la de Castilseco, pero es más sencilla
y más tardía, si cabe.
El hastial oeste se remata con un torreón
defensivo de dos cuerpos, el superior de ladrillo, incorporado en los siglos
XIV o XV a la iglesia románica y convertido luego en torre-campanario, que
interiormente posee mensulones similares a los de la espadaña de San Julián en
Castilseco, estructuras muy comunes en el románico tardío y en el gótico. Otros
elementos de carácter defensivo añadidos en la zona occidental de la iglesia en
esta época fueron la cerca con una puerta gótica en arco apuntado, y una casa fuerte
de la que todavía queda una ventana gótica geminada en el muro sur del último
tramo de la nave, junto a la portada, los cuales delimitarían un recinto o
Cortijo similar al de la iglesia parroquial de El Salvador en Tirgo, que
serviría para protegerse de los ataques del enemigo en estos tiempos de tanta
inseguridad e inestabilidad. Estas estructuras de carácter defensivo, que
presenta el ámbito occidental de las iglesias de Tirgo y Villaseca, pudieron
tener la misión de proteger la línea del río Tirón, y por ello ambas podrían
considerarse como iglesias-fortaleza.
En el siglo XVI se construyeron las capillas
laterales de la iglesia como brazos de crucero en el primer tramo de la nave;
en el XVII el remate de la torre, el pórtico del sur y la sacristía al norte de
la cabecera; en el XVIII el realce general de muros de mampostería para el
tejado, la bóveda de ladrillo de los dos últimos tramos de la nave y el muro
diafragma ante el tambor del ábside, sobre el que se colocó el retablo mayor.
Es posible que en el siglo XIX se realizarán más obras.
En 1989 la iglesia fue restaurada por el
Gobierno de La Rioja bajo un proyecto de Enrique Aranzubía Álvarez fechado en
1986. Se eliminó el recrecimiento del muro de mampostería del exterior de la
construcción, restituyendo el remate de la cubierta; se entarimó el pavimento
del interior; se devolvió a la cabecera su estructura interna original
eliminando el retablo y el muro que ocultaba el ábside, trasladando el altar y
arreglando los muros de piedra en las zonas en contacto con el terreno de dicho
ábside. Antes de la restauración, la cabecera quedaba en un plano más elevado
que la nave, a la altura de las tres ventanas, lo cual se suprimió eliminando
los dos peldaños del primer tramo.
Arquitectónicamente, la iglesia de Villaseca
pertenece al grupo de edificios románicos de la comarca de Haro, pero sólo a
los que tienen ábside semicircular, integrado también por los templos de
Castilseco, Tirgo, Ochánduri, Treviana, Fonzaleche y Arcefoncea. Casi todos
tienen cuatro columnas adosadas que los compartimentan en cinco paños y tres
ventanas en el ábside, aunque las de Villaseca poseen un detalle que las
diferencia de las demás: debido a la mayor anchura del ábside, dichas ventanas
también son más anchas y sus arquivoltas descansan en dobles columnas a cada
lado, en vez de en una sola. Todos estos ábsides se cubren con bóveda de cuarto
de esfera apuntada, excepto el de Fonzaleche, que por ser el más primitivo la
lleva de horno, y el de Villaseca, que por ser el más avanzado la posee más
evolucionada, más protogótica, pues aunque es de cuarto de esfera apuntada,
descansa en dos nervios que la dividen en tres paños.
Escultóricamente, la iglesia de Villaseca
también pertenece al grupo de templos románicos de la cuenca del Tirón, en los
que podemos distinguir varios grupos de operarios. Entre ellos destaca una
misma cuadrilla itinerante con distintos artífices que intervienen en varios
templos más o menos a la vez, concretamente en los de ábside semicircular:
Castilseco, Villaseca, Fonzaleche, Treviana, Ochánduri y Tirgo, relacionándose
más entre sí los que trabajan en Castilseco-Villaseca, en las dos ermitas de
Treviana (La Concepción-Junquera), y en Ochánduri-Tirgo. A los dos primeros
artífices, Mª Ángeles de las Heras y Núñez los denominó maestro de Castilseco y
maestro de Villaseca, respectivamente, y se diferencian en que el primero posee
una buena técnica y usa el trépano, y el segundo utiliza una técnica menos
depurada. Concluyendo, la iglesia de Villaseca tiene especial relación con la
de Castilseco, pero su escultura es de menor calidad y variedad temática. Su
decoración monumental es similar en algunas zonas, pero en general la ejecución
es menos esmerada y con mayor influencia cisterciense por la abundancia de
temas vegetales y la escasez de temas zoomórficos y figurados.
Esta iglesia conserva su pila bautismal
románica. Realmente, casi todas las fuentes bautismales románicas de esta
cuenca se encuentran todavía en sus iglesias primitivas. Dada su tosquedad y
ausencia de ornamentación, probablemente fueron ejecutadas por alguno de los
constructores de aquellas.
Incluso es posible que alguno de los
ejemplares, que conserva intacta la tipología románica, pertenezca al siglo
XVI. Por ello, debemos considerarlas simplemente como de tradición románica,
pues carecen de rasgos significativos para adscribirlas a este estilo. Al no
poseer ningún tipo de decoración, la cronología es muy difícil de determinar;
pueden ser románicas, góticas o incluso renacentistas. Es curioso que las pilas
de algunas de estas iglesias (Sajazarra, Castilseco, Villaseca, Fonzaleche y
Galbárruli) sean completamente lisas, siendo de gran riqueza, sin embargo, su
escultura monumental. La que nos ocupa se podría datar en el siglo XIII, como
el propio templo. Se ubica en el lado del evangelio a los pies. Mide 90 cm de
altura total x 88 cm de diámetro del brocal, y 50 cm de altura del pie x 40 cm
de altura de la taza. De tipología en copa, consta de una base en forma de
pilar cuadrangular, un toro y una taza semiesférica. Su estado de conservación
es bastante deficiente, con restos de cemento, encalado moderno, roturas, etc.
También se custodia en esta iglesia la Virgen
de la Cuesta, talla gótica de la segunda mitad del XIII o comienzos del XIV, de
carácter popular. Procede de la pequeña ermita del mismo nombre, de los siglos
XVI y XVIII y reconstruida en 1988, situada sobre la colina que domina el
pueblo, al lado del cementerio, desde donde se contemplan los pueblos de
Cellorigo y Galbárruli.
Treviana
El municipio de Treviana se ubica en la comarca
de la Rioja Alta y en la subcomarca de Haro, zona situada en el noroeste de la
región, separada del País Vasco y de Burgos por los montes Obarenes y regada
por el río Tirón, afluente del Ebro procedente de Burgos. Dentro de la comarca,
Treviana pertenece al Somontano Obarene, articulándose en torno al valle del
río Aguanal, afluente del Tirón. Dista de Logroño 56 km, y su acceso más
directo se realiza desde la capital por la carretera Nacional 232 hasta Tirgo,
tomando a partir de allí el desvío de Treviana, situado a mano izquierda por la
carretera local LR-303.
La primera mención aparece en un dudoso
documento del año 903, en que un monasterio de San Andrés de Treviana es
sometido por el matrimonio Diego Obecoz y Gontroda al de San Mamés en Molinos
de Obarenes. En 1052 dicho cenobio es incorporado al de Santa María la Real de
Nájera, dependencia confirmada por Alfonso VII el 25 de noviembre de 1155 y por
Alfonso VIII el 14 de marzo de 1175. Sin embargo, el 5 de mayo de 1199 figura
en la bula del papa Inocencio III como parte integrante del patrimonio del
monasterio de San Millán de la Cogolla.
En el siglo XI Treviana se menciona en
numerosos documentos, de los que citamos una selección. El 6 de diciembre de
1028 figura la tercia de Treviana en la donación que Sancho el Mayor efectúa a
San Millán de la Cogolla de las villas que fueron de Oveco Díaz. En 1049 el
monasterio de San Miguel de Pedroso poseía unas viñas en Treviana, que fueron
donadas por García el de Nájera a San Millán de la Cogolla, y en el mismo año,
el citado monarca autorizó al monasterio a poner un guarda propio en ellas.
Existen también numerosas donaciones de casas y viñas efectuadas por
particulares; por ejemplo, en 1058 Juan Peláez y su mujer ceden a San Millán
sus casas en Treviana reservándose el usufructo de por vida y permitiendo a sus
hijos y nietos vivir en ellas bajo dependencia del cenobio emilianense. La
villa debió de tener un palacio en esta época pues en 1068 el señor Aznar
Garcéis de Adensa y su mujer Toda lo donan a San Millán y a su abad Pedro junto
con tres viñas. En 1081 se vuelve a citar un palacio en Treviana cuando Miguel
vende a San Millán unas casas en el pueblo. En 1085 Diego Vélaz de Treviana se
entrega a San Millán y ofrece varias de sus heredades, y en 1086 es el noble
Muño Téllez quien cede unos bienes situados en Treviana al monasterio de San
Millán.
En el siglo XII la villa se sigue citando en
las fuentes con asiduidad. Aparece, por ejemplo, en el fuero de Cerezo de Río
Tirón, concedido por Alfonso VII hacia 1152. Tanto Treviana como Junquera
debieron de ser donadas por los monarcas castellanos a los condes de Haro,
señores de Vizcaya, por los grandes servicios que habían prestado a la Corona.
Así, por una donación de 1162 sabemos que entonces Treviana estaba gobernada
por Sancho Díaz de Treviana, hermano de Lope Díaz de Haro, IX señor de Vizcaya.
En 1175, estando el rey Alfonso VIII en Belorado, visitará el pueblo, pues el
documento 23 de julio, por el que da a Fernando Martín y a sus hijos la villa y
castillo de Paracuellos, se expide desde Treviana. En 1177 es reclamada ante la
corte inglesa como una de las plazas arrebatadas por Alfonso VIII a Sancho el
Sabio tras las paces de 1167. En 1181 hay una pesquisa sobre la pertenencia del
valle de Fontaniellas a favor de Diego de Arcefoncea, figurando como testigo el
presbítero de Treviana Petrus Arenton. En 1183, Urraca Garciez, mujer de Sancho
Díaz de Treviana, citado anteriormente, dona un solar de Baños de Rioja a Santo
Domingo de la Calzada.
En el siglo XIII el pueblo sigue figurando a
menudo en la documentación, pero sus iglesias continúan sin mencionarse. En
1240 el clérigo Iust y el caballero Lope Pérez, ambos de Treviana, y el clérigo
Juan Domínguez y su escudero Roy Sánchez, ambos de Junquera, son testigos de la
prestación de homenaje y vasallaje de los vecinos de Fonzaleche al abad de San
Millán de la Cogolla. Entre 1252 y 1257 el prelado de Burgos Aparicio manda
realizar una estimación de los préstamos de su obispado, en la cual figura Treviana
con sesenta y cinco maravedíes y Junquera con treinta. En 1377 Treviana es
donada a Diego López de Estúñiga, y posteriormente se pone en encomendación de
Pedro Fernández de Velasco. Las pestes del siglo XIV hacen que muchos lugares
cercanos comiencen a despoblarse, desapareciendo Junquera y San Pedro,
topónimos donde actualmente se ubican sus dos ermitas románicas.
Antigua Ermita de la Concepción (hoy
capilla del cementerio)
La que fue ermita de la Concepción, hoy capilla
del cementerio, se ubica en un alto a las afueras del pueblo. Es un edificio en
ruinas construido en sillería, que aunque no está documentado, denota un estilo
románico tardío de finales del siglo XII o principios del XIII. Se sitúa en el
llamado pago de San Pedro, despoblado en el siglo XIV, lo que induce a pensar
que probablemente la ermita de San Pedro y la de la Concepción estuvieron
próximas.
Sólo conserva la cabecera, compuesta por
presbiterio rectangular cubierto con bóveda de cañón apuntada y ábside
semicircular con bóveda de cuarto de esfera apuntada, pues la nave fue
derribada en 1821 para destinar el recinto a cementerio. Hoy únicamente quedan
de ella los arranques de los muros norte y oeste, que sirven de cerramiento y
acceso al camposanto, pues todo el muro sur desapareció con la reforma. Los
muros sur del ábside y presbiterio también han sido muy transformados y no
conservan ni ventanas, ni tejaroz ni canecillos. Sólo un ingreso de medio punto
en el presbiterio, como pensado para una capilla posterior. Por la ausencia de
contrafuertes en lo que queda del muro norte, probablemente se cubrió con
techumbre de madera a dos vertientes. Fue restaurada en 1970 y en los años
noventa se le arregló el tejado.
Tanto su estructura arquitectónica como su
decoración escultórica son muy similares a la ermita de Nuestra Señora de
Junquera, y, de hecho, ambas debieron de ser ejecutadas por el mismo equipo de
artistas. La ermita de la Concepción es de menores proporciones, y en ella
contrasta la austeridad decorativa interna con la riqueza del exterior.
El ábside posee una ventana orientada al Este,
derramada a doble vertiente y con una estrecha aspillera. En su vertiente
interna presenta una arquivolta pentalobulada que apea en una sobria imposta de
nacela que recorre todo el interior de la cabecera y sirve de cimacio a los
capiteles de las dos columnas acodilladas y entregas. Arquivoltas
pentalobuladas como ésta hay también en la vertiente interna de las ventanas de
los ábsides de la ermita de Junquera y de la iglesia de Nuestra Señora de Tres
Fuentes en Valgañón, esta última en la cuenca alta del Oja. Otra imposta lisa
recorre el interior a altura del arranque de las ventanas. El capitel izquierdo
presenta una combinación de elementos vegetales con humanos; en la parte
inferior hojas como palmetas sobre las cuales aparecen volutas flanqueando una
cabeza barbada que sustituye a los caulículos. En el capitel derecho afloran
hojas como veneras y pencas. Las basas son de garras.
La vertiente externa del ábside es mucho más
rica. La ventana oriental posee dos arquivoltas baquetonadas de medio punto y
guardalluvias con rosáceas de ocho pétalos y botón central trepanado, al igual
que los cimacios. En vez de un par de columnillas como en el interior, aquí
aparecen dos pares, también acodilladas y entregas.
Las basas son de garras y los capiteles,
vegetales y zoomórficos. Los dos de la jamba izquierda muestran dos cuadrúpedos
afrontados con cabeza común y una arpía parecida a un búho. En la jamba
derecha, otra arpía similar y hojas con volutas de las que cuelgan piñas.
Recordemos que las arpías y las sirenas-ave poseen en el arte románico cuerpos
de pájaro, y eso dificulta en gran manera su identificación, aunque en este
caso podrían ser arpías por sus colas enroscadas.
Debajo de la ventana corre una sobria imposta
de nacela y a la altura de los capiteles, sirviéndoles de cimacio, otra con
rosetas de ocho pétalos y puntos de trépano en sus botones. La citada ventana
estaba flanqueada por dos haces de tres columnas, más gruesa la central, de los
que hoy sólo se conserva el de la derecha, que sujeta el tejaroz mediante un
raro capitel con dos cabezas humanas con su correspondiente mano derecha, y, en
el centro, un libro abierto.
El cimacio de este capitel se orna con una
banda en zigzag, como algunos fragmentos de la cornisa de tejaroz. De los
canecillos que la sujetaban sólo se conservan seis. Representan, de izquierda a
derecha, un hombrecillo acurrucado desnudo (¿o una hoja enrollada?), una cabeza
de animal fantástico, un hombre en cuclillas haciendo sus necesidades; en el
Noroeste, una cabeza humana con la boca abierta, un juglar soplando un extraño
instrumento medieval en forma de barrilete y una cabeza de cerdo. El guardalluvias
de la ventana llega hasta el tejaroz, lo que hace suponer que la parte superior
del ábside fue desmontada y rebajada. Los canecillos de los hombrecillos
acurrucados, uno desnudo y el otro defecando, se integran dentro de lo que en
la temática de la escultura románica se denomina iconografía obscena.
La unión exterior de ábside y presbiterio tiene
lugar mediante una columnilla albergada en el rincón, sin capitel, quizá
perdido al rebajar el nivel del tejaroz, solución arquitectónica que se da
también en la ermita de Junquera, en la de la Ascensión en Santansensio de los
Cantos, situada en el valle del Oja, y en templos de la Bureba (Santa María en
Navas de Bureba, San Andrés en Soto de Bureba, San Facundo en Barrios de
Bureba, San Pelayo en Valdazo).
El presbiterio posee una ventana en su muro
norte semejante a la del ábside. Interiormente se adorna con arquivolta
pentalobulada, cimacio liso y dos columnillas acodilladas y entregas con basas
de garras y capiteles con hojas parecidas a palmetas o veneras sobre las que
aparecen volutas. Las impostas del presbiterio son continuación de las
absidales: la inferior corre por debajo de la ventana y la superior sirve de
cimacio a los capiteles, siendo ambas de perfil de nacela.
En su vertiente externa la ventana está
flanqueada por dos gruesos contrafuertes prismáticos. Presenta doble arquivolta
baquetonada con guardalluvias y cimacios de rosetas de ocho pétalos y botón
central trepanado. Este guardalluvias también llega hasta el tejaroz, de lo que
se deduce que la zona superior del presbiterio pudo rebajarse. Las basas de las
cuatro columnas acodilladas son de garras, y los capiteles, vegetales,
zoomórficos e híbridos. Uno de la jamba izquierda muestra hojas con piñas y
entre ellas una cabeza de pelo ondulado. El otro posee tres hojas de las que
cuelgan otras semejantes a palmetas con volutas en la parte superior. En la
jamba derecha se representan dos graciosas sirenas-aves parecidas a búhos, como
las anteriores.
La cornisa del tejaroz conserva en algunas
zonas su motivo de zigzag; de los canecillos, sólo se decoran dos con un águila
y un cuadrúpedo difícil de identificar, con la cabeza en forma de rollo.
El presbiterio termina en un arco triunfal
abocinado, apuntado, doblado hacia la cabecera y triple hacia la nave, pues en
el lado del evangelio hacia ésta se conserva el arranque de una tercera rosca.
Apoya en pilastras con una sola robusta columna adosada. Los capiteles son de
corta proporción y entregos, semejantes a impostas, y su motivo vegetal
continúa por las pilastras. Son hojas como veneras y piñas que cuelgan de
volutas y entre ellas hay otras hojas de tres pétalos. El cimacio es liso y se
continúa por el interior de la cabecera como imposta de las bóvedas.
Como ocurre en el cementerio de Navarrete, que
también reaprovechó restos de un edificio románico, en los muros del de
Treviana existen piezas empotradas que proceden de la ermita. Concretamente en
el muro que cierra el recinto por el Este, junto al ábside, hay un capitel
embebido que presenta el mismo motivo vegetal que los de las ventanas (hojas
con volutas enroscadas en espiral), y al lado de la puerta de entrada se
amontonan otros fragmentos pétreos también románicos pero sin decoración.
La ermita de la Concepción de Treviana posee
algunas diferencias con respecto al grupo de edificios románicos del valle del
Tirón con ábside semicircular, integrado por la ermita de Nuestra Señora de
Junquera en esta misma localidad, y por las iglesias parroquiales de
Castilseco, Villaseca, Tirgo, Ochánduri, Fonzaleche y Arcefoncea. Por ejemplo,
la ventana axial del ábside de la ermita de la Concepción en Treviana, y las
tres del ábside de la iglesia de San Román en Villaseca poseen arquivoltas que
descansan en dobles columnas a cada lado, en vez de en una sola. Las dos
ermitas de Treviana tienen una ventana en el centro y las otras dos se
situarían en los muros del presbiterio, como en Ochánduri, aunque en la
actualidad, debido a las reformas posteriores que han experimentado los templos
de Treviana, sólo conservan la del muro norte en el de la Concepción y la del
muro sur en el de Junquera.
Estos dos ábsides trepeanenses tienen otros
elementos singulares que los alejan de los templos del Tirón y los asemejan más
a los burgaleses de la Bureba (Santa María en Navas de Bureba, San Andrés en
Soto de Bureba, San Facundo en Barrios de Bureba, San Pelayo en Valdazo), los
cuales se estaban construyendo en el último tercio del siglo XII: ventanas con
arquivoltas polilobuladas en vez de medio punto en su vertiente interna; haces
de tres columnas-contrafuerte en el ábside, la central más gruesa, con ventana
en el centro; utilización de una fina columnita junto a un estribo prismático
en la unión de ábside y presbiterio; y multiplicación de arquivoltas en el arco
triunfal.
Precisamente esta última característica los
diferencia de los templos del Tirón, pues si en aquellos los arcos triunfales
suelen apoyar en columnas, bien simples como ocurre en Fonzaleche, Tirgo y
Ochánduri, o bien pareadas como las de Castilseco y Villaseca, en las dos
ermitas de Treviana son más complejas, teniendo aspecto de portadas debido a
esa proliferación de arcos: en la ermita de la Concepción son dos pilastras con
una sola y robusta columna y al menos tres roscas de arco, y en la de Junquera,
tres pares de pilastras y tres pares de columnas acodilladas a cada lado, con
sus correspondientes arquivoltas.
Las conexiones con el valle del Oja se reflejan
en las tres características citadas en primer lugar para los templos burebanos.
De este modo, las ventanas con arquivoltas polilobuladas de influencia
musulmana se dan también en Valgañón, aunque en las dos ermitas de Treviana son
pentalobuladas, y en Valgañón son pentalobuladas y trilobuladas. Tanto el modo
de unir exteriormente ábside y presbiterio mediante una columnilla albergada en
el rincón, como la utilización de haces de tres columnas-contrafuerte en el
ábside con ventana en el centro, son dos soluciones arquitectónicas que
aparecen en Santansensio de los Cantos.
Escultóricamente, esta ermita hay que
relacionarla también con la de Junquera y con algunas de la Bureba, como las de
Navas y Soto. En ellas se debió de instalar el mismo equipo de artífices, que a
veces parecen estar relacionados con templos de los valles del Najerilla y del
Oja. Por ejemplo, los temas de rosetas de ocho pétalos y zigzag se repiten con
el mismo diseño en Treviana, Ochánduri, Tirgo y Ledesma de la Cogolla, este
último templo situado en la cuenca del Najerilla. El escultor que realiza figuras
humanas tuvo que trabajar también en Castilseco y en Ochánduri, esculpiendo un
mismo tipo de rostro con ojos abultados, nariz y boca finas, párpados y rostros
hinchados y similar tratamiento de los ropajes, a base de incisiones paralelas.
Ermita de Nuestra Señora de Junquera
La antigua villa de Junquera (Iunkaria), que
actualmente es un topónimo perteneciente a Treviana, se cita desde los siglos
IX y X. En un documento del año 959 por el que Monnio Amucoz y su mujer
Moniadona se entregan a San Esteban de Salcedo con sus bienes, aparece una
Fonte de Iuncaria, que puede ser nuestra Junquera. También aparece Iuncaria en
1004 cuando Alfonso González entrega a San Felices de Oca una viña sita en
Cellorigo. No se sabe a ciencia cierta, sin embargo, si se refiere a ella un
documento de 1006, por el que Sancho Navarro dona a las monjas de San Miguel de
Pedroso varias heredades en Junquera, ya que en este caso quizá se aluda a otra
Junquera cercana a Villagalijo. De hecho, en otro documento de 1086 se afirma
que Enneco Oriólez y su hermano Didaco debían a San Millán de la Cogolla su
parte en el monasterio de San Miguel de Villagalijo con su decanía de Junquera,
y en 1087 fueron donados por García Garcíez los collazos y divisas en Yécora y
Junquera a este monasterio de San Miguel de Villagalijo. En 1089 Eximina Didez se
entregó a San Millán con todas sus propiedades, entre las que figuraban varias
de Junquera. En 1106 doña Urraca, esposa de Alfonso I el Batallador, dona a San
Millán un solar en Junquera. En 1111 ambos donan a Oña la villa de Altable y la
viña de valle Juncaria.
En el siglo XIII aparecen algunos testigos
oriundos de la villa de Junquera, como Roy Peidrez, que en 1209 aparece en una
donación a Santo Domingo de la Calzada, y el clérigo Juan Domínguez y el
escudero Roy Sánchez, que en 1240 son testigos del homenaje y vasallaje que
hace Fonzaleche al abad de San Millán. En este mismo documento se nombran
también el clérigo Iust y el caballero Lope Pérez, ambos de Treviana. En la
estimación de los préstamos del obispado de Burgos realizada en tiempos del
prelado Aparicio entre 1252 y 1257, a Treviana se le asignaban sesenta y cinco
maravedíes y a Junquera treinta. En el siglo XIV Junquera se comenzó a
deshabitar debido a la peste, y en el XV ya era un despoblado.
Su iglesia, hoy ermita, se ubica a unos 3 km al
este del pueblo, cerca de la salida hacia la Carretera Nacional 232. Es un
edificio tardorrománico construido en sillería, que consta de ábside
semicircular cubierto con cuarto de esfera apuntada, presbiterio rectangular
más ancho cubierto con cañón apuntado, espadaña sobre el arco triunfal y nave
de tres tramos cubierta con bóvedas de arista. Al ser contemporánea de la
ermita de la Concepción, y realizada probablemente por la misma cuadrilla de
artífices, ambas poseen el mismo tipo de cabecera con haces de tres columnas en
el ábside y arcos pentalobulados en la vertiente interna de las ventanas; sin
embargo, los arcos triunfales no son exactamente iguales, aunque hay que tener
en cuenta que el de la Concepción está incompleto.
El ábside, al igual que el de la ermita de la
Concepción, está dividido en tres sectores mediante dos haces de tres columnas,
la central más gruesa. Estas columnas han perdido sus basas, y los capiteles
son cúbicos sin decoración. La unión entre ábside y presbiterio tiene lugar por
medio de dos finas y solitarias columnas en los rincones o ángulos,
característica que, junto con la forma de las columnas-contrafuerte, se repite
en la ermita de la Ascensión en Santasensio de los Cantos, y en templos cercanos
de la comarca burgalesa de la Bureba. Ha perdido el tejaroz primitivo, que hoy
es una moldura en gola, con sus canecillos y capiteles.
En el tramo central existe una ventana
descentrada, derramada a doble vertiente y con aspillera. Bajo ella corre una
imposta de nacela por todo el ábside. La vertiente externa consta de una
arquivolta de medio punto con un grueso baquetón rematando la arista, y una
moldura o cordón en zigzag. La guarnición presenta rosáceas de ocho pétalos y
botón central trepanado. Los dos capiteles de las columnillas acodilladas y
entregas contienen un mismo tema en versiones distintas: el denominado
Gilgamesh dominador de animales. En el capitel izquierdo, que parece una copia
moderna, se representa un hombre ahogando a dos pájaros que le pican en las orejas.
Su atavío es exótico, quizás de tipo musulmán, compuesto de larga túnica con
pliegues a base de ondas y un gorro tratado de igual forma. Detrás de sus colas
surgen otras dos cabezas de aves con fuertes y ganchudos picos. El capitel
derecho, al igual que su basa, con toda seguridad no es el original, pues fue
reproducido en 1957 por el entonces médico del pueblo José Luis Gil del Río. El
primitivo se debía guardar muy deteriorado en la sacristía de la ermita hasta
hace unos años, pero hoy se desconoce su paradero. La copia representa a un
personaje sentado agarrando del cuello a dos cuadrúpedos que posan una de sus
patas delanteras sobre sus rodillas y le lamen las orejas; es el tema del “señor
de los animales o de las fieras”. El atuendo del individuo es asimismo
exótico, con túnica lisa que enmarca las rodillas y gorro idéntico al anterior.
Los cuadrúpedos poseen una gran cola que se eleva por encima de sus lomos.
La vertiente interna de este vano apareció
bastante destrozada, pero aún se aprecia el arranque de su arquivolta
pentalobulada, elemento de influjo musulmán que también se da en las ventanas
internas de los ábsides de la ermita de la Concepción de Treviana y de la
iglesia de Nuestra Señora de Tres Fuentes en Valgañón. Subsisten también las
dos columnas, aunque los capiteles están rotos y apenas se distinguen sus
motivos vegetales a base de volutas.
Interiormente el ábside está recorrido por dos
molduras lisas.
Ventana del muro sur del presbiterio. Vertiente interna
En cuanto al presbiterio, en la última
restauración se descubrió parte de su muro sur con la ventana y algunos
canecillos. Exteriormente la ventana quedaba oculta por la sacristía y por la
casa de ermitaño. Ahora se ha dejado libre su parte superior, apreciándose la
arquivolta de medio punto con grueso bocel y cordón en zigzag y la guarnición
con rosetas de ocho pétalos y botón central trepanado.
También tenía saetera en el centro. De las
columnas, sólo se aprecian los dos capiteles medio ocultos en el suelo. El
izquierdo representa una cabeza de animal monstruoso; el derecho contiene un
ave con las alas desplegadas, que también podría ser un ángel o una arpía. En
la parte superior salió a la luz un fragmento de cornisa de tejaroz con
decoración de zigzag y tres canecillos con animales; dos de ellos están muy
desfigurados y el otro parece una cabeza de gato. Actualmente esta zona está
totalmente ensuciada por excrementos de aves que entran en la ermita.
Al interior la ventana apareció intacta.
Conserva en perfecto estado su arquivolta pentalobulada con baquetón y sus dos
columnas acodilladas y entregas. Los capiteles están algo deteriorados; el
izquierdo es un busto humano con los brazos extendidos que ha perdido el
rostro; el derecho contiene un motivo vegetal a base de hojas en forma de
volutas.
Antes de la restauración de 1987, el espacio
interior de ábside y presbiterio estaba oculto detrás del retablo mayor y era
en realidad el camarín de la Virgen titular de la ermita. Al desmontar dicho
retablo, se descubrió un arco triunfal bastante raro pero similar al de la
Concepción, al que posiblemente le falta una rosca. Es ligeramente apuntado y
tiene cinco arquivoltas y dos jambas formadas en cada lado por tres pares de
pilastras y tres pares de columnas acodilladas que apoyan en altos plintos y basas
áticas. Las dos columnas internas son más gruesas y en ellas apoya el arco
triunfal propiamente dicho. La multiplicación de arquivoltas en el arco
triunfal es una característica típica de algunos templos de la Bureba, y quizá
su función sea situar encima la espadaña con menos riesgo.
Jamba izquierda del arco triunfal
Capitel de la embocadura del arco triunfal en el lado izquierdo o del evangelio
Capitel de la embocadura del arco triunfal en el lado derecho o de la epístola
Los cimacios son lisos y la decoración de los
capiteles se extiende por las jambas formando una especie de imposta corrida,
como ocurre en muchas portadas románicas. El capitel de la embocadura en el
lado de la epístola presenta dos arpías o sirenas-ave afrontadas, que juntan
sus mejillas. Los otros dos capiteles y pilastras hacia la nave están bastante
desgastados; el primero está borrado y los siguientes se decoran con el tema
del individuo flanqueado por pájaros, un motivo vegetal y un centauro. En el lado
del evangelio, el capitel de la embocadura presenta el tema de Daniel entre los
leones, mediante una figura humana de pie con los brazos extendidos y dos
leones simétricos lamiéndole las manos. El rostro del individuo es idéntico a
los de la ventana absidal y a otros de la cercana ermita del cementerio de
Treviana, con las mismas mejillas hinchadas y ojos almendrados de contornos
bien remarcados. El uso de vestiduras de tipo musulmán con plegado a base de
líneas paralelas lo acerca a las de Ochánduri. Los leones poseen grandes y
abiertas fauces, melena trazada mediante esquemáticas incisiones romboidales o
cruzadas en diagonal, y larga cola que se eleva por encima del lomo, como los
cuadrúpedos de la ventana. El resto de los capiteles y pilastras presentan un
ser híbrido de cabeza humana y cuerpo de pájaro al que le sale una especie de
lobo por su derecha, un motivo vegetal con volutas, una figura humana y una
cabeza humana entre volutas.
Durante la restauración se encontraron dos
fragmentos pétreos entre los escombros que habían servido como piezas de
relleno, de ahí su excelente estado de conservación: un trozo de moldura
ajedrezada de cuatro filas de tacos (actualmente en paradero desconocido) y un
canecillo con una cabeza de cerdo de muy buena factura que lleva un objeto en
la boca. Es difícil interpretar la naturaleza del objeto atrapado, pues
apareció medio roto, pero el significado de esta pieza quizás tenga algo que
ver con este animal como símbolo de la gula y la glotonería. Otro tema similar
se da en un canecillo de la girola de la catedral de Santo Domingo de la
Calzada, que representa a otro animal –un perro– con un objeto en la boca. En
este caso la pieza podría aludir a una conocida anécdota que convierte al perro
en símbolo de la codicia al perder lo que lleva en la boca cuando lo ve
reflejado de mayor tamaño en el agua.
Esta ermita contaba con una imagen titular de
gran calidad, Santa María de Junquera, gótica de finales del siglo XIII, que se
encuentra en el Museo Frederic Marés de Barcelona, exhibiéndose una copia
moderna en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor de Treviana.
Precisamente fue a partir del gótico cuando
esta construcción comenzó a sufrir gran cantidad de refacciones con la adición
de construcciones posteriores: en los siglos XIV o XV se edificó una torre
gótica con husillo octogonal al norte del presbiterio, hoy rematada con una
discordante estructura moderna; en el XVII se prolongó la planta en forma de
cruz latina mediante crucero y nave con dos capillas a ambos lados del primer
tramo; en el XVIII se añadió la sacristía al sur de la cabecera, la casa de cofradía
y ermitaño al sur de la nave, la fachada oeste con el pórtico y la espadaña, y
una nueva cornisa de tejaroz en el ábside con capiteles que rematan las
columnas-estribo. En realidad sólo es románica la cabecera con el ábside, parte
del muro sur del presbiterio y el arco triunfal.
Fue restaurada en 1953 y 1958. La última
restauración, llevada a cabo en 1987 por Gerardo Cuadra Rodríguez, ha permitido
recuperar partes ocultas de lo románico: se ha sacado a la luz la parte
superior de la vertiente externa de la ventana sur del presbiterio con algunos
canecillos, la vertiente interna de las ventanas este y sur, y la embocadura de
la cabecera con el arco triunfal que estaba detrás de un retablo dieciochesco.
Encima de la sacristía y de la capilla sur del crucero se había construido un
salón, que ahora se ha convertido en una terraza o mirador.
Románico en San Vicente de la Sonsierra
La Sonsierra es una zona de la Comarca de la
Rioja Alta que quiere decir "bajo la sierra" y es límite
provincial con Álava. Es tierra de gran belleza y sus pueblos tienen un rico
patrimonio artístico y monumental.
La capital de esta subcomarca es San
Vicente de la Sonsierra, que es uno de los numerosos pueblos con el marchamo de
Conjunto Monumental de la Comunidad de La Rioja.
En San Vicente encontramos tres monumentos
románicos apreciables. Nos referimos a la iglesia de Santa María de la
Piscina y las ermitas de San Juan de Arriba y San Martín.
San Vicente de la Sonsierra
La Sonsierra limita geográficamente con Álava,
abarcando por el Sur desde la margen izquierda del Ebro, hasta la sierra de
Cantabria al Norte. Esta villa perteneciente al espacio de la Sonsierra, se
encuentra sobre un cerro que domina el río Ebro, a 40 km de la capital riojana
y a 11 km de Haro.
La repoblación de la Sonsierra se debió en gran
parte al magnate alavés don Marcelo y a su familia. Este personaje nominado en
tiempos del rey García de Nájera, “señor Marcello”, tuvo las tenencias
de Marañón, Alava y Grañón, y fundó la villa de Ripa, actual Rivas de Tereso,
desde donde se cree que dirigió la repoblación de la Sonsierra de marcado
carácter señorial. La documentación relativa a la Sonsierra permite presumir la
existencia de bastantes monasterios familiares, y aunque en su origen pueden
concurrir variadas circunstancias, es muy posible que fueran creados para
procurar lugares seguros a la familia y descendientes del fundador. Alrededor
de estos monasterios familiares y a su amparo, surgieron explotaciones
agrícolas y núcleos de población que desempeñaron un papel decisivo en la
colonización de la Sonsierra. La sumisión de los monasterios familiares y de
las iglesias propias a una comunidad observante, aceleró en la mayoría de los
casos la decadencia de los mismos, y la desaparición de villas y aldeas.
Se sabe que San Vicente ya existía a comienzos
del siglo X, porque en el año 919 el rey Sancho Garcés I de Pamplona y su
esposa, la reina Toda, lo donaron con todos sus términos al monasterio de
Leire. El antiguo alfoz de San Vicente llegó a reunir a finales del siglo XII
las aldeas de San Martín, San Juan, San Pelayo, Doroño, San Román, Hornillos,
Orzales, Ribas, Ábalos y Peciña. Todas desaparecieron, excepto Ábalos, Peciña y
Ribas, que se hicieron independientes.
A partir del año 1076, y tras la muerte de
Sancho IV el de Peñalén, la Sonsierra pasó, junto con Álava, al dominio de
Alfonso VI de Castilla. En 1162 Sancho VI el Sabio invadió las tierras riojanas
aprovechando la minoría de edad de su sobrino Alfonso VIII, ocupando diversas
plazas y vinculando la Sonsierra al reino de Navarra. A partir de esa anexión y
hacia el año 1172, Sancho VI dio Fuero a la villa de San Vicente, reforzando el
valor fronterizo del río Ebro entre los reinos de Navarra y Castilla. El fuero
dado a San Vicente se aseguraba la lealtad de los habitantes en la lucha contra
Castilla, estratégicamente afianzada con la construcción del Castillo realizado
hacia 1172, posiblemente sobre la estructura de una fortaleza anterior. La
villa de San Vicente, debido a su carácter defensivo, serviría de residencia al
representante del poder político, circunstancia que le dotaría de ciertas
características urbanas, como la presencia de comerciantes y artesanos.
Debajo del castillo, y defendido por él, estaba
el antiguo puente sobre el Ebro, cuya existencia y fortificación es posible que
se remonte al momento en que la villa recibe el fuero en 1172. También se ha
querido datar su construcción en tiempos de Sancho Garcés III el Mayor, e
incluso de Sancho II Abarca. Se sabe, por noticias documentales de Época
Moderna, que el puente medieval constaba de trece arcos apuntados y dos torres
defensivas, una en el centro, y probablemente otra en el acceso de la margen izquierda.
Esta construcción se reedificó a finales del siglo XVI. San Vicente por su
situación fronteriza sufrió sucesivos asedios en los siglos XIV y XV,
incorporándose a Castilla en 1463.
Ermita de Santa María de la Piscina
Aislada y situada en un montículo que dista tan
sólo 4 km de San Vicente, se halla la iglesia de Santa María de la Piscina;
cercana también a Ábalos, y al actual pueblo de Peciña. El infante Ramiro
Sánchez dispuso a través de su testamento la creación de la Divisa y Casa Real
de la Piscina, junto a la edificación de una iglesia dedicada a la Virgen en el
antiguo poblado de Peciña. Este poblado sería devastado en la segunda mitad del
siglo XIV en la guerra entre Pedro el Cruel y Enrique de Trastamara. En el último
cuarto del siglo XV, Diego Ramírez de Arellano, descendiente de Ramiro Sánchez,
fundó el palacio y reedificó Peciña en el actual emplazamiento. En el
testamento del infante, otorgado en el Monasterio de San Pedro de Cardeña el 13
de noviembre del año 1110, aparece como albacea su pariente, el abad Virila, a
quien encargó la construcción del templo. Esta iglesia debía reproducir la
imagen de la Piscina Probática, por donde Ramiro Sánchez, junto a otros nobles
navarros, había entrado en Jerusalén en 1099 en la primera cruzada bajo el
mando de Godofredo de Bouillon, y donde, según la tradición, había encontrado
un trozo de la Vera Cruz como un simbólico hallazgo. La primera referencia
explícita sobre la Piscina Probática a la que el infante Ramiro quería asemejar
su iglesia, la aporta el Evangelio de San Juan (V, 2), “Hay en Jerusalén,
cerca de la puerta de las Ovejas, una piscina llamada en hebreo Bazatá, la cual
tiene cinco pórticos…”. En esta antigua Piscina se producirían, siguiendo
la tradición bíblica, las curaciones milagrosas. Junto a la iglesia de Santa
María de la Piscina debía edificarse una Casa Divisa de caballeros nobles
descendientes del linaje de Ramiro Sánchez, que fueran Señores y Patronos de la
misma por derecho perpetuo. Según el testamento, se deduce que la Divisa Real
de la Piscina era una Orden nobiliaria de fisonomía militar y de contenido
religioso.
La historiografía acerca de Ramiro Sánchez no
se ha puesto de acuerdo en su filiación, pero es admitido y así lo confirman
algunos testimonios históricos, que el Infante Ramiro fue hijo del infante
Sancho, muerto en Rueda, a su vez hijo natural del rey García de Nájera. Todas
las crónicas refieren que el Infante Ramiro casó con una de las hijas del Cid,
Cristina, hacia el año 1098, y que tuvieron por hijo a García Ramírez, después
rey de Navarra con el nombre “el Restaurador”.
La escritura otorgada por el infante Ramiro
Sánchez es la prueba documental más importante sobre el origen de esta iglesia,
por ser el Privilegio Fundacional de la Divisa Real, aun cuando también se
considera que pueda tratarse de un documento apócrifo. La consagración del
templo la realizó el obispo de Calahorra, Sancho de Funes, en el año 1137.
Según la tradición hubo dos inscripciones sobre las puertas sur y norte que
daban testimonio del encargo hecho a Pedro Virila en nombre del infante Ramiro
en el siglo XII. La primera de existencia poco probable, originada por la
leyenda, estaría sobre la puerta principal y en ella podía leerse:
DOMINVS PETRVS VIRILA, ABBAS, FECIT. ERA
MCXLVIIII EX COMMISIONE REGIS RAMIRII, GENERIS CIDI.
En la puerta del Norte debió de existir otra
inscripción en la que estaba escrito lo siguiente
DOMINVS PETRVS ABBAS BERILLA FABRICAVIT
HANC ECCLESIAM. ERA MCLXXIIII.
Santa María de la Piscina es una de las iglesias
románicas mejor conservadas en La Rioja, porque no se modificó en procesos
constructivos posteriores. Sin embargo, en el pasado sufrió períodos de
abandono que le hicieron perder algunos elementos, y, como se verá, en el siglo
XVI algunas alteraciones que modificaron la fachada sur.
La iglesia es un edificio de sillería, que
consta de una nave, con presbiterio rectangular más bajo y estrecho que la
nave, y ábside semicircular, ligeramente más estrecho que el presbiterio. En la
fachada norte se adosa una crujía, longitudinal al espacio de la nave y más
baja que ésta. A los pies de la iglesia, sobre la bóveda del último tramo, se
eleva la torre de planta cuadrangular, de un pequeño cuerpo en el que se abre
un vano de medio punto en cada frente. La planta de la iglesia presenta cuatro
estribos en los muros norte y sur, aunque los situados al Norte se encuentran
en el interior de la crujía adosada a la iglesia, sobresaliendo en el exterior.
En la fachada principal, orientada al Sur, se
encuentra el acceso principal a la iglesia. Es de medio punto con tres
arquivoltas que descansan sobre pilastras; la arquivolta interior en arista
viva, y las dos exteriores molduradas y decoradas con bolas y con cabezas de
clavo. Una imposta con ajedrezado de tres filas recorre el exterior de la nave
en este frente.
Esta fachada se alteró en el siglo XVI al
colocar el escudo y la actual inscripción, en el momento en que la Divisa
recuperó de nuevo el Patronato, frente a los antiguos usurpadores, en la figura
de Diego Ramírez de la Piscina. La reorganización de los diviseros con los
nuevos estatutos influyó en el acondicionamiento de la Casa Solar, afectando a
reformas en la fachada sur de la iglesia que se realizaron a partir de 1537,
cuando se dictaron las nuevas ordenanzas. En torno a esa fecha, se dispuso la
colocación de un escudo sobre la portada principal. Anteriormente se encontraba
la inscripción de la que ya se ha hecho mención, y tal vez un escudo sin las
cadenas que ostenta hoy, que se añadieron una vez los caballeros del solar de
la Piscina estuvieron en la batalla de las Navas, comandados, posiblemente, por
don García Ramírez, señor de Peñacerrada.
Con la colocación de las armas de la Divisa se
alteró el aspecto original de la fachada, rompiendo la cornisa de piedra que
destacaba sobre la portada. En la restauración efectuada en el año 1975 se
rehizo el escudo del que sólo se había conservado la parte inferior. Su
descripción es como sigue: A la derecha tres bandas (de gules), y a la
siniestra un pino (de sinople) con un león (de púrpura) empinante al tronco; en
el centro cinco flores de lis. Alrededor del escudo corre una faja (en campo de
oro) con cuatro aspas, cuatro conchas, cuatro flores de lis y cuatro cruces de
San Andrés (en plata). El escudo está rodeado de cadenas que también cruzan por
varios sitios. Debajo del mismo se encuentra la siguiente inscripción:
DOMINVS PETRVS ABBAS BERILL[A] [ERA]
MILLESSIMA CENTESIMA SETVAGESIMA QU[A]RTA EX COMISIONE REMIRE REGIS NABARE.
Portada
Sobre la portada exterior quedan los restos de
la cornisa, un fragmento a cada lado de la portada, con cuatro canes o ménsulas
decoradas con figuración animal de difícil identificación. La cornisa original
del alero desapareció, pero se conservan dos canecillos, el segundo y el sexto.
El segundo canecillo, empezando a contar desde el extremo oeste, es una figura
con los brazos en la cintura que no conserva la cabeza. El siguiente canecillo
es un perro atado a un palo. El friso presenta metopas decoradas con rosetones
de ocho pétalos, inscritos en círculos.
En esta fachada, al exterior, se abre una
ventana aspillera cobijada en arco de medio punto, con decoración de ajedrezado
de tres filas en la arquivolta que apea sobre una imposta lisa. El vano abierto
en el muro sur del presbiterio presenta bolas y ajedrezado en la decoración de
sus dos arquivoltas, en los cimacios aparecen rosetas inscritas en círculos
tangentes, formadas por ocho pétalos. Los fustes de las columnas y los
capiteles añadidos en la restauración realizada en 1975 están señalados con la
letra R.
Ventana fachada sur
El exterior del ábside presenta, en la zona
inferior, un zócalo formado por dos hiladas de sillares, y a nivel del arranque
de la única ventana situada en el centro, una imposta de cuadrifolios en
círculos tangentes, que es continuación de la imposta que recorre el
presbiterio. El vano está formado por una aspillera que se enmarca en dos
arquivoltas de medio punto, decoradas con ajedrezado en tres filas de tacos y
bolas que descansan sobre columnas acodilladas en las jambas. Los capiteles y
los fustes son una reposición, y los cimacios conservados tienen, el izquierdo,
decoración de flores inscritas en roleos, y el derecho, ajedrezado en cinco
filas de tacos. En la cornisa del tejaroz del ábside se conserva en alguna zona
el ajedrezado de tres filas, y han desaparecido la mayor parte de los
canecillos. De éstos se conservan cuatro, uno está muy borrado y no es posible
distinguir su motivo. En el resto se distinguen dos figuras abrazadas muy
perdidas, un animal que parece un conejo, y otro que representa un felino con
la cabeza vuelta.
Fachada sur, ábside
Detalle de los canecillos del ábside
Ábside
Ábside
Ventana del ábside
Ventana del ábside
En la fachada norte de la iglesia se adosa,
como ya se ha dicho, una crujía más baja que la nave. Sobre su cubierta, asoma
el tejaroz del muro norte de la iglesia.
La cornisa del alero de la nave de la iglesia
conserva restos de decoración de filas de clavos dispuestos de tres en tres, y
en el friso se conservan canecillos dispuestos entre metopas de flores de ocho
pétalos inscritas en círculos. Uno de estos canecillos tiene por motivo una
doble hacha o labrys, otro con forma de modillón, y otro más con forma
acaracolada, pero la mayoría son lisos, producto de la restauración.
La crujía adosada al Norte, longitudinal al
espacio de la nave, tiene tres accesos y dos ventanas saeteras bajas, con arcos
en derrame al interior. El acceso abierto en el muro norte es de medio punto y
adintelados a Este y Oeste. Esta nave, como se verá, formaba parte de las
construcciones anexas a la iglesia que integraban la Casa de la Real Divisa,
cuya construcción, según estableció en su testamento Ramiro Sánchez, debía de
ser inmediatamente posterior a la iglesia. Al Oeste todavía se pueden observar
los mechinales de estas edificaciones desaparecidas. Los franceses al mando del
general Verdier, al destruir la aldea de Orzales, y con el pretexto de que los
españoles no pudieran fortificarse en aquella casa, mandaron incendiarla en
1808, quedando sólo las paredes maestras, que mandó derribar Martín Zurbano en
enero de 1836.
La fachada oeste presenta un refuerzo de dos
estribos en las esquinas, y una ventana en el centro formada por una saetera,
con una arquivolta al exterior, que tiene guarnición ajedrezada de tres filas
de tacos, sobre una imposta lisa. La torre campanario asoma sobre el hastial,
ubicada sobre la bóveda del último tramo de la nave.
Fachada occidental
La nave de la iglesia mide 14,90 m de largo,
por 3,80 m de ancho, y consta de cuatro tramos de tamaño irregular; en el
tercero que es el más amplio se abren sendas puertas abocinadas, la del muro
sur es la principal de acceso a la iglesia, y la del norte, a eje con la
anterior, comunica con la nave colindante. La nave se cubre con una bóveda de
cañón ceñida por tres arcos fajones de medio punto, doblados, que apoyan sobre
pilastras a las que se adosan columnas, una por cada pilastra, que arrancan de
podios con basas áticas.
El ábside se cubre con una bóveda de cuarto de
esfera. En el eje del ábside se abre una ventana aspillera con derrame interior
y dos arquivoltas en los frentes que apean en dos columnillas acodilladas en
las jambas. El presbiterio, también cubierto con bóveda de cañón, presenta una
anchura ligeramente mayor que el ábside. Su ventana es igual que en el
exterior, pero varían los cimacios; el izquierdo tiene un ajedrezado en cinco
filas, y el derecho trifolios encerrados en círculos.
Como se verá más adelante, las impostas que
recorren la nave difieren de las trazadas en el ábside y el presbiterio, lo que
pone de manifiesto la actuación de dos artífices diferentes en la construcción.
Una de las impostas que recorren el perímetro interno de la nave presenta
decoración de bolas, y la otra, en un nivel más alto que aquélla, es lisa. El
ábside y el presbiterio lo recorre una imposta ajedrezada con tacos dispuestos
en tres filas, cuya riqueza ornamental se subraya por una cornisa inferior paralela
a la imposta, decorada con cuadrifolios inscritos en círculos tangentes.
Los capiteles son historiados, excepto en el
último tramo de la nave donde tienen motivo de palmetas. La escultura de los
capiteles ofrece la posibilidad de una interpretación simbólica, pero dentro de
la ambivalencia que ofrecen los temas. En el primer tramo de la nave, y en el
muro sur, el capitel presenta cintas entrelazadas imitando labor de cestería
como en el cimacio. Éste presenta cesterías de doble trenza, mientras que el
encestado del capitel es irregular ya que no sigue una red geométrica determinada,
sino que adopta un diseño más libre y laberíntico. Los espacios libres de la
parte superior se rellenan con cabecitas humanas en el frente y en las
esquinas.
También en el primer tramo, en el capitel del
muro norte, se esculpen figuras humanas de tosca talla y corta proporción,
agarradas unas a otras y atadas entre sí con una gruesa cuerda. Se trata de
prisioneros o encadenados, que se han venido identificando como cautivos de
guerra, procedentes de las luchas de la primera cruzada, en la cual según la
tradición, participó el infante Ramiro Sánchez, fundador de la iglesia. Esta
interpretación de carácter épico se puede hacer extensiva a los enfrentamientos
que padeció la zona de la Sonsierra durante la Edad Media, por ser zona
fronteriza entre Navarra y Castilla. Otra posible interpretación daría al
contenido de este capitel un carácter simbólico, identificando estas figuras
con alegorías del pecado o de los vicios. Uno de estos personajes aparece
montado sobre otro a modo de jinete, lo que puede significar, en un sentido
moralizante, la lucha de pasiones en el hombre y su sometimiento al pecado.
Los capiteles del tramo central representan
parejas de extraños cuadrúpedos afrontados dos a dos en las esquinas. En el
capitel del muro sur, apoyan sus patas traseras en el collarino, enlazan las
delanteras y juntan las cabezas, tal vez en una escena de lucha. En el del muro
norte también aproximan sus cabezas, pero apoyan todas las extremidades en el
collarino sin abrazarse. El resto de los espacios se rellenan en el centro y en
los costados con caras humanas que rematan en volutas vegetales hacia las esquinas.
Los cimacios son de roleos que envuelven a flores de seis pétalos formando
círculos tangentes.
En el último tramo, el capitel original es el
situado en el muro norte, formado por grandes hojas como pencas en las
esquinas, dispuestas en tres filas superpuestas. Las superiores se enroscan en
espiral, y las otras terminan en bolas, siendo nervadas las de la fila inferior
y lisas las de la segunda. El cimacio es liso. El del muro sur es similar pero
realizado en 1975. Las figuras de estos capiteles son de proporciones cortas y
de tosca labra, cuya ejecución se pone en relación con un cantero local sin ninguna
relación con obras de la zona.
Existió un capitel, desaparecido, perteneciente
a la nave de la iglesia y constatado, bibliográficamente en 1973 por J. E.
Uranga Galdiano y F. Iñiguez Almech, y en 1978 por Mª J. Álvarez Coca.
Representaba una figura con un libro, y otra con una escuadra; ambas de canon
corto, y vestiduras tratadas a base de estrías, y que tal vez aludieran al
constructor del templo. Es posible que la ubicación original de este capitel
estuviera en el último tramo, en el muro sur. Lamentablemente, se desconoce su
actual paradero. La imagen titular de la iglesia era una Virgen sedente con
niño, en piedra, y de estilo gótico, que se conserva en la actualidad en la
Ermita de la Virgen de los Remedios de la localidad.
Imagen de Santa María de la Piscina
Adosada a la fachada norte de la iglesia, se
encuentra la crujía longitudinal al espacio de la nave, que se cubre con una
bóveda de cuarto de cañón. Presenta tres saeteras derramadas hacia el interior;
de éstas, dos son bajas y se encuentran junto a la puerta abierta en el muro
norte; la otra, abierta en el muro este, es más alta y se encuentra sobre la
puerta. Además de la puerta de comunicación con la nave, posee otras tres
abiertas en cada uno de los frentes exteriores. La portada de acceso hacia la nave
de la iglesia es un arco de medio punto con dos arquivoltas lisas, en arista
viva sobre pilastras. Desde el interior de esta crujía, los otros tres vanos
son, adintelados los abiertos en los muros este y oeste, y en arco de medio
punto el orientado al Norte. Algunos autores como Mª Ángeles de las Heras
atribuyeron a la nave norte la función de Sala de Juntas de la Divisa. No
obstante, en la documentación existente en el Archivo de la Real Divisa, se
constata que hacia el Norte y el Oeste se prolongaban una o más dependencias
con muros de mampostería, y que una de estas dependencias funcionó como Sala de
Juntas. Esa sala permaneció en estado de ruina desde el año 1643 hasta su
desplome en 1653, y así prosiguió, sin ser reconstruida, obligando a los
caballeros a realizar la junta anual en otro cuarto hasta el fin de las
reuniones en 1739. Por tanto, es dudoso el fin a que se destinó esta nave,
cerrada por gruesos muros de sillería, y que posee dos ventanas de defensa, que
tal vez haya que relacionar con antiguos reductos defensivos creados junto a
las iglesias. No hay que olvidar el carácter militar de la Divisa en su origen
y el emplazamiento estratégico de la zona, vital en las luchas entre Castilla y
Navarra. Asimismo, si tomamos en consideración las noticias que sobre la Casa
se dieron en 1661, y que en parte se reiteran en 1709, recogidas por Narciso
Hergueta, parece que habrían existido dos torres fuertes en los extremos de la
Casa, si bien la documentación de la Real Divisa, que es de Edad Moderna, no
menciona esas edificaciones. Otra consideración sobre el uso de esta nave,
posterior a la iglesia y datada en el siglo XIII, es que pudo servir como
capilla que albergara el legendario fragmento de la Vera Cruz u otra reliquia.
En los muros del ábside y del presbiterio
quedan restos de pinturas que formaban una parte importante del valor simbólico
y artístico del templo. La descripción que poseemos de las pinturas de la
iglesia de Santa María de la Piscina es de principios del siglo XX. Narciso
Hergueta realizó en el año 1906 una descripción de las mismas, y aunque ya se
encontraban en mal estado, los fragmentos conservados permitían ver parte del
tema representado. En el espacio que hay entre la cornisa que sirve de imposta
a la bóveda y la inferior, se encontraban escenas que reflejaban la toma de
Jerusalén por el infante Ramiro, y la representación de la Piscina Probática.
En el lado de la epístola, había dos grupos de pinturas; en la zona superior de
las mismas, un plano de color morado que representaba la Piscina. A la derecha
del plano se encontraba una figura que parecía una mujer, y a la izquierda
otra, a la que faltaba la cabeza, que tenía zapatos puntiagudos negros, y que
apuntaba con el dedo índice de la mano derecha el semicírculo del plano de la
Piscina, donde debía de encontrarse el trozo de la Vera Cruz. A su lado, había
otra figura con túnica plegada hasta los pies, con las manos delante del pecho,
unidas por los pulgares y abiertas hacia afuera, gesto que en la antigua
iconografía cristiana era señal de inocencia y pureza. Junto al hueco de la
ventana del presbiterio había una composición, de la que Narciso Hergueta sólo
pudo distinguir un árbol, y en la mitad de su tronco una maza de muchas puntas
y restos de otra figura más alta que el árbol. En la zona inferior de estas
representaciones se apreciaba una mano y una cabeza con nimbo crucífero, en la
que Julián Cantera Orive distinguía además, que la figura enarbolaba una
bandera con una cruz, por lo que la interpretó como Cristo en su descenso al
limbo, deduciendo de ello, que en este registro inferior se representaban
escenas de la Pasión y Muerte del Señor.
En la actualidad, el enlucido sobre el que
estaban los frescos ha desaparecido en gran parte, quedando escasos restos. A
la derecha de la ventana del presbiterio se aprecia la parte inferior de una
figura con túnica roja y pies desnudos muy delineados de contorno azul. A su
alrededor hay capas de encalados y restos de pigmentos de tonalidades rojas y
azules, lo mismo que en la bóveda del ábside, sobre la cornisa de cuadrifolios,
y en otras zonas de los muros, como el ajedrezado de la imposta. Debajo de la ventana
del presbiterio se observa una figura sin cabeza con manto rojo y sobre ella lo
que parece una pequeña cabeza muy desdibujada. También en el muro del ábside,
bajo la cornisa de cuadrifolios, aparece un nimbo junto a restos de encalado y
pigmentos de una figura desaparecida. Es probable que las pinturas se
realizaran a comienzos del siglo XIII, a juzgar por el estilo que se perfila en
los escasos fragmentos que han quedado, y por las fotografías más antiguas de
Santa María de la Piscina, algunas de las cuales proceden de Photo Club de
Burgos, y fueron publicadas por Adolfo Castillo Genzor.
En la construcción del templo, según apuntó Mª
Ángeles de las Heras, hubo dos artífices. Es posible que, al igual que muchas
otras iglesias, ésta se comenzara por la cabecera, y que se consagrara una vez
edificada. Se proseguiría después con la nave, tal vez en el último tercio del
siglo XII.
La cabecera tiene mayor riqueza ornamental,
especialmente por las guarniciones de las ventanas del ábside y el presbiterio,
concebidas con arquivoltas decoradas a base de ajedrezado de tres filas de
tacos y de bolas. La propia estructura de las ventanas es diferente a las de la
nave, presentando columnas acodilladas en las jambas. Asimismo, las impostas
que recorren la cabecera, tanto al interior como al exterior, son
ornamentalmente más ricas que las de la nave, y se trazaron a diferente altura.
La técnica en el tratamiento de los motivos
ornamentales es distinta, y aunque se percibe un intento de imitación para
seguir el prototipo creado, se observa la intervención de distintas manos,
cuyas diferencias abarcan también a los aspectos estructurales. La secuencia de
dos arcos en derrame para enlazar el presbiterio con la nave parece forzada, y
proporciona menor entidad al arco triunfal, más destacado en otras iglesias
riojanas. Estos contrastes son los que hacen pensar que existieron dos artífices,
y dos momentos de intervención en el siglo XII. Los capiteles y los motivos
ornamentales de los cimacios corresponden a la época del proyecto de la nave,
en el último tercio del siglo XII. La singularidad de este edificio radica,
según ha expresado José Gabriel Moya Valgañón, en la dificultad de establecer
paralelos con otras construcciones próximas tanto de templos riojanos como
navarros.
En el año 1975 se llevó a cabo la restauración
de esta iglesia, reproduciéndose elementos desaparecidos, como los capiteles y
fustes que hoy llevan la letra R. Asimismo, se restauraron las bóvedas y
cubiertas, y se rehizo el escudo de la fachada del que sólo se conservaba la
parte inferior. Los trabajos llevados a cabo bajo la dirección del arquitecto
Francisco Pons Sorolla, afectaron también a la consolidación de la torre. A
partir de ese año, se realizaron excavaciones arqueológicas en el entorno de la
iglesia, que descubrieron una necrópolis en la ladera que desciende al este de
la misma, y un poblado a 80 m al Sur, que ya existía antes de la época de la
fundación. La mayoría de los enterramientos son antropomorfos de variadas
tipologías.
Entre las tumbas se encuentra una piscina
circular de 146 cm de diámetro y 50 cm de profundidad, y otra de mayores
dimensiones, de 230 cm de diámetro N-S, y 250 cm de diámetro E-O.
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