La
Catalunya de los Monasterios del Císter
Este recorrido abarca las tierras más
septentrionales de Tarragona.
No cabe duda que son los monasterios
cistercienses de Poblet y Santes Creus los que emergen con justificado
protagonismo.
Estos monasterios cistercienses, junto al de
Santa María de Vallbona de les Monges, han bautizado la zona media de Tarragona
(Conca de Barberà y Alt Camp) como la "Ruta del Císter" o la
"Catalunya del Císter".
Vimbodí
El municipio de Vimbodí se halla en la comarca
de la Conca de Barberà, a unos 52 km de Tarragona y junto al importante eje
viario que componen las carreteras N-240 y PP-2. el hallazgo de vestigios
prehistóricos y romanos dentro de los límites del término municipal permite
suponer una notable continuidad de ocupación poblacional del lugar. durante la
etapa andalusí el territorio de Vimbodí fue una zona de frontera, ocupada en
épocas tranquilas y abandonada en favor de la difícil orografía de las cercanas
montañas de Prades y Siurana en momentos de tensión bélica.
Uno de los primeros documentos que hacen
referencia a Vimbodí se fecha hacia 1079, cuando Ramon Berenguer III conquista
la zona. En 1151 Ramon Berenguer IV concede carta de población a la villa y
años más tarde, en 1172, se documenta la donación por parte de Alfonso el Casto
de la villam de Avimbodino al cercano cenobio cisterciense de Poblet. A
partir de entonces la historia del municipio ha estado permanentemente ligada a
la del monasterio, pese a que las relaciones entre uno y otro no siempre fueran
fáciles. Tanto Jaime el Conquistador (1272) como Pedro el Ceremonioso (1367) y
Martín el Humano (1410) confirmaron todas las posesiones del monasterio de
Poblet, incluida la villa de Vimbodí.
Monasterio de Santa Maria de Poblet
La abadía de Santa Maria de Poblet, uno de los
monasterios cistercienses más importantes de europa, se levantó en la actual
provincia de Tarragona, en una zona de la Cataluña meridional que, tras la
reconquista, era preciso repoblar a mediados del siglo XII para consolidar la
tarea llevada a cabo por los condes de Barcelona. La lucha contra el islam se
había convocado a modo de cruzada y los avances de las tropas tenían que ir
acompañados de medidas que garantizaran la seguridad. Así surgieron pequeños
núcleos fortificados, pueblos de regular tamaño y ciudades, para propiciar la
permanencia de una población fija. La antigua Tarraco había sido ya
recuperada en 1119, pero continuaba sufriendo los ataques de los piratas que
llegaban desde Mallorca y de los últimos reductos musulmanes en la Cordillera
Prelitoral. Hacia 1150 la situación mejoró notablemente. Cayeron Siurana y
Prades, ambas en la cordillera, y cayeron las ciudades de Lérida, en el camino
hacia el reino de Aragón, y Tortosa, en la desembocadura del Ebro, la única
línea que podía considerarse frontera natural por el Sur. En esa tarea jugaban
un papel importante los monasterios. No solo eran centros de religión y de
saber, sino que contribuían, además, de manera extraordinaria, a la prosperidad
económica del territorio donde se ubicaban, roturando las tierras, aplicando
nuevas técnicas y proponiendo una eficaz organización para el trabajo en común.
Se habla de una pauperitas fecunda, una pobreza productiva, cuando se
hace referencia a la riqueza que se alcanzaba en los monasterios del Cister,
para lograr la autosuficiencia frente a las presiones del poder, algo que se
demostró muy difícil de lograr.
Ramon Berenguer IV de Barcelona recurrió
entonces a la orden del Cister para favorecer la repoblación. En 1150 donaba el
conde un extenso territorio junto al río Francolí a la abadía cisterciense de
Fontfroide, cerca de la ciudad francesa de Narbona. Tres años más tarde, los
monjes se hallaban definitivamente instalados en el lugar denominado, según se
dice, Hortus Popletus, el bosque donde hay álamos. De ahí vendría el
nombre de Poblet. Ya en el momento de la fundación el conde mostraba su deseo
de que tuvieran “tierra suficiente para construir allí el monasterio con
claustro, dormitorio, refectorio y todas las dependencias pertinentes, y un
cementerio alrededor”. Los documentos hablan con frecuencia, a partir de
entonces, de la donación en propiedad a la abadía de tierras de labor, molinos,
pastos, animales e incluso granjas y campos ya cultivados, en ocasiones con la
oposición de la monarquía, porque esas donaciones mermaban su capacidad
recaudatoria. Las construcciones rurales preexistentes, las levantadas por los
propios monjes en los primeros tiempos de su establecimiento en Poblet y los
vestigios de yacimientos prehistóricos y romanos podrían explicar, en parte, la
disposición anómala y el estado de algunos edificios del conjunto monástico.
También habría influido en ello, y probablemente de manera más decisiva, la
existencia de numerosos acuíferos, en una zona rodeada de bosques y montañas.
La comunidad pudo ocupar, en ese primer
momento, unas sencillas construcciones situadas muy cerca del monasterio
actual, en el camino hacia Prades. Probablemente donde se halla la Granja
Mitjana, en la cual se conoce la existencia de una villa romana, insuficientemente
estudiada, que no sería la única en condiciones habitables en las inmediaciones
de Poblet, a juzgar por la considerable cantidad de materiales romanos
reutilizados en la muralla y otros puntos del monasterio. Cuenta la leyenda que
en ese lugar había o había habido ermitaños. Todo ello mientras se levantaban
los primeros edificios, de carácter en cierto modo provisional, previos al
monasterio definitivo. Es preciso considerar que se ha establecido como media
un plazo de treinta o cuarenta años desde que se produce el establecimiento
hasta que se comienza la fábrica definitiva de un monasterio. Todo indica que,
como ya era habitual en las grandes abadías, también existió desde el principio
en Poblet un proyecto claro o planificación, en cuanto al número y condición de
los edificios previstos, el tamaño y el lugar en que deberían realizarse, así
como el orden de prelación de unos sobre otros. el claustro resultó ser el
distribuidor de todas las dependencias monásticas.
El núcleo primitivo y su transformación
Al fondo del claustro, en la parte más
reservada de la clausura y alejada de la puerta de acceso desde el exterior del
monasterio, se conservan algunas construcciones de la primera época. Las más
importantes, sin descartar otras de menor envergadura, la enfermería antigua y
la iglesia de San esteban, a la que se añadió más tarde un claustro ahora
notablemente transformado. La actual capilla de San Esteban ha sido relacionada
por Altisent con la donación ad construendam ecclesiam infirmorum,
realizada entre 1170 y 1185 por el ex-abad Esteban I, durante el período en que
fue obispo de Huesca. El mismo historiador opina que la nave que acompaña esta
capilla fue la primera de las construcciones definitivas emprendidas en Poblet,
destinada a enfermería, pero utilizada en un principio, provisionalmente, como
dormitorio y refectorio a un tiempo, y conocida sucesivamente como refetoret
o comedor de carne y, más recientemente, como Juego de pelota. A esta nave
haría referencia, según Agustí Altisent, la cita documental explícita más
antigua que se conoce. Fue en 1163, en tiempos del citado abad Esteban I,
cuando Arnau de Bordells hizo un donativo ad edificandum domum petrinam in
monasterio Populeti, probablemente la primera edificación de piedra y no de
tapial o materiales deleznables.
Por esas fechas y los años siguientes se
extraía piedra de las canteras del término de L’Espluga Jussana. Se trata de un
edificio de dimensiones medias, sencillo y robusto aunque bien trabajado, cuya
bóveda ha desaparecido con el paso del tiempo. Queda, no obstante, el arranque
de lo que debió ser cañón apuntado, sin ningún tipo de imposta señalada. Hacia
el nordeste, en el extremo del muro exterior, se encuentra adosada la Capilla
de San esteban, que sería dedicada por el mismo abad a su homónimo y abad de
Cîteaux Étienne Harding, dispuesta en sentido perpendicular al Juego de pelota y
orientada ya en la dirección que tendría, años después, la iglesia mayor.
Situada en una zona de desniveles del terreno,
la Capilla de San Esteban consta de dos plantas. La inferior de menor altura, a
la que siempre se ha atribuido un uso funerario a modo de cripta, como
pudridero, de aparejo más grande e irregular en el interior, y la planta alta
como iglesia propia mente
dicha, cubierta con bóveda de cañón apuntado sobre una gruesa moldura que hace
de imposta.
Solo una sencilla ventana románica parece haber
iluminado el conjunto, en la cabecera plana de la capilla, además de la de la
cripta. La muralla del siglo XIV recreció, o tal vez consolidó, la torre cuadrangular
que hay sobre la capilla. En torno a San esteban debió haber otras dependencias
que desaparecieron con la construcción del cerco amurallado. Se sabe, en
concreto, que adjunta a la cabecera de esta pequeña iglesia estuvo la domus
abbatis, la residencia del abad, de la cual solo queda una abertura cuadrangular
tapiada al lado de la ventana románica, desde donde el abad podría asistir a
los oficios religiosos.
Capilla y claustro de San Esteban
Capilla de San Esteban
domus abbatis
Pedro el Ceremonioso debió derribarla. Tal vez
ya no se usaba en el siglo XIV, pues el abad Copons construyó para el mismo uso
las salas que llevan su nombre, ya plenamente góticas y probablemente más
seguras y lujosas. No falta en este núcleo primitivo del monasterio el
correspondiente patio. Es el claustro de San Esteban, de proporciones mucho más
reducidas que el claustro mayor.
Las arcadas de medio punto de las galerías
descansaban originariamente en pares de columnas. al parecer esos soportes se
hallaban muy deteriorados a principios del siglo XV y fueron sustituidos por
pilares cuadrangulares en tiempos de Fernando de Antequera. El intradós
moldurado de los arcos pertenece a una etapa muy avanzada del siglo XIII, pues
parece derivar de los tramos prolongados en la galería más antigua del claustro
mayor. Y, a su vez, el de San Esteban sirvió de modelo al llamado claustro del
locutorio, colindante ya a la sala capitular. En este claustro, las molduras
del intradós, algo más complejas, adoptan formas típicamente del XIV aunque los
arcos sean de medio punto, una forma utilizada con mucha frecuencia en la zona.
También los reyes dispusieron de unos aposentos
en esa parte del monasterio, antes de que se construyera el Palacio Real
mandado levantar por Martín el Humano en 1397. Se trata de las llamadas Cámaras
Reales, pues la corte era itinerante y el rey disponía de diferentes
residencias de mayor o menor importancia por todo el territorio. Se encuentran
tangentes longitudinalmente al Juego de pelota, entre la Torre de San esteban y
la Torre de las armas, con la que prácticamente forman un todo unitario. Estas
dependencias han sido transformadas, por dentro y por fuera, a lo largo del
tiempo.
No hay duda de que tienen su origen en el siglo
XIII, de modo que la muralla mandada hacer por Pedro el Ceremonioso en el XIV trasdosó
literalmente su fachada exterior, por razones de seguridad, condenando seis
amplias arcadas románicas que constituían una galería o mirador hacia la
llanura. Otras aberturas más pequeñas, igualmente del XIII, fueron convertidas
en saeteras, en la parte inferior de la construcción. Teniendo en cuenta que el
nivel del suelo ha sido considerablemente elevado tanto en el Juego de Pelota
como a lo largo de todo el perímetro exterior del muro del XIV, es fácil
entender que las saeteras, ahora tan bajas, resultaban entonces adecuadas para
la defensa. Ya en el siglo XX, el P. Morgadas reconvirtió en ventanas esas
saeteras y colocó en los huecos elementos hallados por diferentes puntos del
monasterio, fuera de su contexto original. El resultado produce el efecto
engañoso de unas ventanas geminadas prerrománicas.
Al cabo de algunos años, terminada la guerra
con Castilla, el propio Pedro el Ceremonioso hizo reformas en las Cámaras
Reales. Construyó una serie de arcos diafragma apuntados, redistribuyó los
espacios y abrió en las estancias nuevas ventanas, en esta ocasión góticas,
además de otras obras, como era de esperar de un monarca que remodeló y adaptó
capillas y salones en palacios más importantes que su residencia populetana. La
Alfajería de Zaragoza y el Palacio Real Mayor de Barcelona, entre ellos. No
sabemos cuál es el origen de la llamada Torre de las armas, donde han aparecido
unas pinturas murales posteriores al románico. Probablemente se trate del lugar
donde se instalaba habitualmente la tropa que acompañaba al rey y su séquito,
antes ya incluso de que se levantara la muralla, en el extremo más apartado de
la iglesia y de las dependencias de uso habitual de los monjes una vez
construido todo el conjunto monástico. De ese modo la conducta de los soldados
no afectaría al orden y recogimiento con que debía transcurrir la vida de la
comunidad.
Muy cerca de este núcleo de San Esteban se
encuentra el antiguo archivo. Sobre la sala capitular, desde la sacristía hasta
el locutorio, buscando en estos dos edificios extremos la base sólida que le
negaba la sala, demasiado diáfana.
Cuando se construyó ya estaba hecho el
dormitorio, pues se aprovechó el espacio en que el capítulo, como edificio
cuadrado, sobresale al rebasar en anchura la gran nave superior, y las
arcuaciones decorativas que ésta tiene como remate quedaron visibles desde el
interior de la nueva dependencia. Tiene un único acceso, desde el propio
dormitorio de monjes. Dada la cronología probable de la misma, entre los
últimos años del siglo XIII y la llegada del abad Copons en 1316, y las formas
de los elementos arquitectónicos y decorativos, el archivo puede considerarse
ya gótico.
Planificación definitiva del conjunto
monástico
Instalados, pues, los cistercienses de manera
provisional en unas construcciones destinadas a perdurar, aunque algunas de
ellas con una finalidad distinta al uso que se les daba en un principio, la
comunidad acometió la obra verdaderamente importante. Formular el proyecto de
planificación del futuro monasterio. La iglesia principal, la sala capitular y
todas las dependencias necesarias, ordenadamente repartidas en torno al espacio
cuadrangular donde se ubicaría el patio con funciones de claustro mayor.
El claustro fue situado al norte de la iglesia,
en vez de construirlo al sur, según la fórmula más frecuente, con la que se
aprovecha mejor la luz y el calor solar, y se logra una mayor protección frente
a las inclemencias del tiempo. Mucho tendrían que ver en ello los mencionados
accidentes del terreno, con una fuerte pendiente y numerosos desniveles. Y a su
vez, la cercanía de la sierra de Prades, una parte de la Cordillera Prelitoral
cubierta de nieve en invierno que, junto con La Riba, se interpone entre las
tierras de Poblet y la costa, impidiendo los efectos reguladores del clima que
afectan a las zonas más próximas al mar. Ante una climatología inevitablemente
rigurosa, los monjes pudieron optar por la funcionalidad. La iglesia se levantó
al sur del claustro, en el punto más alto de todo el conjunto monástico. Desde
ese lado, y adecuadamente canalizada, el agua procedente de los manantiales de
la montaña abastece las fuentes del claustro, insistiendo en el valor simbólico
del Hortus conclusus, evocador del Paraíso, y cumpliendo las funciones
higiénicas necesarias tanto para los monjes como para las dependencias
monásticas. La fuente del lavacrum, en el templete del claustro, el
refectorio y la cocina se sitúan en la galería norte de ese patio central,
donde aprovechando los acuíferos y el desnivel del terreno resulta más fácil la
limpieza y la evacuación de los residuos.
Nº 1: Antigua capilla de San Esteban, funeraria, del siglo XII. Nº 2: Enfermería vieja del siglo XII. Nº 3: Claustrillo de San Esteban o de la enfermería, siglo XIII. Nº 5: Biblioteca del siglo XIV. Nº 6: Sala Capitular. Nº 7: Capilla primitiva, después sacristía antigua. Nº 8: Pandas del claustro del siglo XIII. Nº 9: Panda de principios del siglo XIII, la más antigua. a: Lavabo en el claustro. Nº 10: Antiguo dormitorio de conversos, después convertido en lagares. Nº 11: Cocina y dependencias. Nº 12: Refectorio de finales del siglo XII. Nº 13: Calefactorio y barbería. Nº 14: Antiguo refectorio de conversos y después bodegas. Nº 15: Atrio del claustro mandado construir por el abad Copons. Nº 16: Sacristía nueva del siglo XVIII. P.R.: Puerta Real que da acceso al conjunto del monasterio.
Coincide esta disposición con la de la abadía
de Font Froide, casa madre de Poblet. Se encuentra el monasterio francés al pie
de montañas más escarpadas que las de Prades y la Cordillera Prelitoral
catalana, de modo que los monjes que acudieron a Poblet pudieron perfectamente
aprovechar ideas y experiencias puestas en práctica en su lugar de origen.
Se conserva la casi totalidad de los edificios
principales. La iglesia mayor, con el ángulo del claustro alojado entre la nave
lateral sur y el correspondiente brazo del crucero. en la galería septentrional
se hallan algunas de las dependencias de carácter más puramente doméstico, como
el lavacrum o templete del lavabo, el refectorio y la cocina. A la galería
oriental se abren la sacristía vieja, la sala capitular, la escalera de acceso
al dormitorio y el locutorio de monjes, a partir del cual y alineadas en el
mismo eje, se construyeron las salas de monjes ocupadas actualmente por la
biblioteca. Forman do parte de todo este conjunto oriental, como un piso alto
solidario arquitectónica y cronológicamente con la planta inferior, se
encuentra el dormitorio de monjes. Sus grandes dimensiones nos indican que el
número de miembros de la comunidad llegaría a ser, según las previsiones hechas
en el momento de su construcción, muy elevado. Frente a esta parte oriental,
que podríamos considerar la más privada de la clausura, y en la galería
occidental del claustro, están las dependencias reservadas a los hermanos
conversos o legos, personas menos integradas en el monasterio.
Tangente a la mencionada galería occidental de
claustro, en la parte más próxima a la iglesia, se sitúa una nave que ha tenido
diferentes usos. El nivel más inferior se empleó como cilla, una despensa o
almacén de provisiones sobre la que se construyó la nave utilizada como
dormitorio de conversos. debió tener cubierta de madera, una estructura a doble
ver tiente sobre arcos diafragma, puesto que este edificio ya esta ba
sobreelevado y no se pensaba construir otro piso encima. Pero la cubierta fue
sustituida por bóvedas de crucería góticas extremadamente austeras, en cuyas
claves aparece el escudo del abad Copons (1316-1348), quien convirtió en época
del Gótico ese edificio en lagar. Conocido por esa causa como el Cubar, es
ahora una sala diáfana, restaurada y preparada para diferentes usos. Sobre esta
nave y sobre la galilea se hallan las salas del palacio mandado construir por
el rey Martín el Humano en 1397.
Escudo del abad Copons
Enfrente, al otro lado del llamado atrio del
abad Copons, estaba el refectorio de conversos. Una obra del siglo XIII prevista
al parecer para soportar sobre sí el granero. Era una disposición adecuada, si
se tiene en cuenta que esta dependencia debe estar elevada, para aislarla de
las humedades, además de bien ventilada, para evitar el deterioro del grano.
De mayor anchura que las salas de monjes, este
edificio consta de dos naves en la planta baja, separada por cuatro poderosos
pilares poligonales que soportan las bóvedas y dispone de dos ventanas por
tramo, una a cada lado. La planta superior se cubre con una estructura de
madera sobre arcos diafragma apuntados, mucho más ligera. Copons transformó el
piso inferior en bodega y el abad Juan Martínez de Mengucho convirtió en el
siglo XV el granero en dormitorio de monjes ancianos. Entre ambas
construcciones quedaba un amplio paso que permitía el acceso hacia el claustro.
Un espacio que permaneció a la intemperie al menos hasta 1316 en que accedió al
abadiato Ponce de Copons pues, según indica la heráldica, fue cubierto por este
abad, con la colaboración del monarca. Es el llamado atrio del abad Copons, con
su escudo repetidamente representado en el arranque de los arcos y el escudo
real en la clave de la bóveda. Todavía puede verse el deterioro que la erosión
causó en los elementos decorativos de la portada de acceso al claustro,
realizada en el siglo XIII, antes de la construcción del atrio. especialmente
en buena parte de los capiteles de las jambas.Todas estas construcciones medievales quedaron
definitivamente protegidas dentro del cerco de la muralla más interior, mandada
construir por Pedro el Ceremonioso en la segunda mitad del siglo XIV.
La obra de la iglesia
Las noticias sobre la construcción de la
iglesia resultan bastante confusas. aunque el documento de 1163 habla de
donativos ad edificandum domum petrinam in monasterio Populeti, para
edificar una casa de piedra en el monasterio de Poblet, el término domus, casa,
puede referirse en general al lugar de vivienda común de los monjes y resulta
demasiado ambiguo para pensar que tenga que ver directamente con el edificio de
la iglesia. Otro documento de 1166 indica que el señor de L’Espluga de
Francolí, localidad vecina de Poblet, permitía a los monjes extraer de las
canteras existentes en su jurisdicción toda la piedra que fuera menester para
construir “el monasterio y sus dependencias”, incluso del sitio de donde
ya la sacaban en ese momento. A partir de 1170 las noticias empiezan a
mencionar concretamente la construcción de la iglesia. así en el testamento de
Hugo de Cervelló, arzobispo de Tarragona, de 1171, se deja ad opus
Populenensis ecclesiae xx mº, veinte maravedís para la obra de la iglesia
populetana. El Padre Altisent recoge la opinión de Anselme Dimier, partidario
de situar la construcción de la iglesia entre 1170 y 1190, apoyado por citas
documentales aportadas por Jaime Santacana, como el donativo de Pere Oló
destinado también a la construcción de la iglesia, de 1170, y otros legados
como el de Ramón de Boixadors que dejaba en su testamento, en 1184, una masía
en Tarrés, operi ecclesie predicti monasterii. En su opinión, las obras
del templo pudieron comenzar hacia 1170 y prolongarse, en lo esencial, hasta
finales de ese mismo siglo XII.
La cabecera
En el texto de Altisent se aprecia cierta
indefinición sobre el momento de la finalización de la iglesia. Las posibles
dudas del conocido historiador están plenamente justificadas, aunque en su
Historia de Poblet indica que eso podría haber ocurrido a finales del XII pues,
a partir de 1200, la documentación se refiere ya únicamente a donativos para
ornamentos y lámparas destinados a las diferentes capillas. En concreto, indica
que en los documentos se habla desde 1185 de lámparas para iluminar la iglesia.
Especialmente significativa es la donación de una casa en Montblanc, hecha por
el conde Armengol VIII de Urgel en 1191 para que, de las rentas, se comprasen
ornamentos de altar. Al igual que el donativo real de 1193, para proveer de
cera la candela que debía arder constantemente “ante el altar de la Virgen
María en la iglesia de Poblet”. La abadía de Santa María de Poblet tuvo
necesariamente un altar mayor dedicado a la Virgen, bajo cuya advocación se
hallaba desde su fundación. Lo tendría en la antigua dependencia que hizo al
principio las funciones de iglesia y, por supuesto, en el lugar preferente de
la cabecera del nuevo templo, desde el momento en que la evolución de las obras
lo hiciera posible. Tal vez esto ya había ocurrido en 1193 o más bien se trataba
de hacer previsiones para un hecho inminente, pues el propio rey deseaba ser
enterrado en el monasterio.
Sin embargo, un simple análisis del edificio
nos permite plantear la hipótesis de que sólo se había terminado, y no era poca
cosa, la cabecera. El mismo Altisent advierte que se podían usar las capillas
de la cabecera mientras continuaban las obras en el resto del templo. Algo que
puede considerarse normal en una construcción de tan grandes proporciones.
Cîteaux y Clairvaux, las dos abadías más importantes de la orden del Cister,
tuvieron en principio cabeceras muy semejantes, con capillas cuadradas a los
lados del ábside mayor, igualmente plano.
Las ampliaciones que se efectuaron en las
mismas unos años después de su construcción dotaron a la iglesia de Cîteaux de
una girola envolvente, con capillas, aunque conservando una forma exterior
cuadrangular. en Clairvaux, por el contrario, el ábside fue rodeado por una
girola con nueve capillas radiales de fondo plano, de modo que la forma
exterior, aunque poligonal, mantiene un mayor parecido con el semicírculo.
entre estos dos modelos de planta, en Poblet se escogió el derivado de
Clairvaux. Basilical, con amplio transepto y una monumental cabecera cuyo
altar, en el ábside, constituye el centro en torno al cual discurre la girola,
rodeada en este caso por cinco capillas o absidiolos dispuestos de manera
radial. el absidiolo axial, en el centro, ha estado desde su origen dedicado a San
Salvador. Los del lado del evangelio cambiaron su titularidad en diferentes
momentos, pero se sabe que el de San Juan Bautista, situado junto al Salvador,
precedía en orden jerárquico al de los Santos Pedro y Pablo. Y los colaterales
del lado de la epístola, que también conservan todavía la advocación inicial,
son el de San Miguel y el de San Vicente, respectivamente. Los que se abren al
crucero eran el de San Antonio Abad, el más próximo a la sacristía vieja, y el
de San Bartolomé, el más cercano a la nueva.
Presbiterio y actual coro de los monjes.
Construida por Jaime Cascalls y Jorge de Dios
El crucero y la nave central de la iglesia
populetana mantienen hasta los pies la anchura del ábside, y las laterales, la
anchura de la girola. No había antes de 1200 en Poblet más capillas que las
cinco del deambulatorio y, en su caso, las dos de la cara oriental de los
brazos del crucero además, naturalmente, del ábside propiamente dicho, rodeado
por la girola, todo ello ya en uso. Solo en el siglo XIV, a iniciativa del abad
Copons, se levantaron otras capillas, en este caso góticas, a lo largo de la
nave lateral de la epístola. Las lámparas y los ornamentos citados en los
últimos años del siglo XII e, incluso, en 1200, solo podían estar destinados a
las capillas de la cabecera. es muy probable que la idea de dotar la cabecera
del templo de todo tipo de detalles y ornamentos relacionados con el culto,
para trasladar definitivamente todos los oficios religiosos a la iglesia mayor,
aunque faltara mucho para estar terminada, pueda relacionarse con los deseos de
Alfonso el Casto. Aparte de donaciones menores que no dejan de ser
significativas, como la anteriormente citada de 1193, el monarca fue muy
generoso con la orden del Cister y en concreto con Poblet. Otorgó testamento en
Perpiñán en diciembre de 1194. Después de la preceptiva fórmula de
identificación, Ego Ildefonsus Dei gracia Rex Aragone, et comes Barchinone,
et mar chio Provincie…, indicaba su intención de ser sepultado en el
monasterio de Poblet, Dimitto siquidem corpus meum domino Deo et beate Marie
Semper virginis ad sepeliendum in monasterio Populeti, al que también hacía
entrega, a perpetuidad, de su real corona, Dono etiam atque concedo eidem
monasterio imperpetuum Regiam Coro nam meam. E incluso destinaba al
monasterio, como religioso, a su hijo Fernando, el menor de los varones, que
fue en efecto monje de Poblet y abad de Montearagón a las puertas de Huesca, Alium
vero filium meum minorem Ferrandum nomine offero Deo et beatae Mariae ut sit
monachus in monasterio Populeti… el fallecimiento del rey Alfonso en 1196 y
la colocación de su sepulcro en la cabecera, al lado de la epístola, pudo
suponer la adecuación definitiva y la consagración de ese importante espacio.
Cuando Pedro el Ceremonioso mandó construir los Sepulcros Reales, en la que se
llamó Capilla Real en el centro del crucero, la tumba del rey Alfonso fue
renovada y encabezó la serie de los sepulcros monumentales colocados en ese
mismo lado.
Iglesia. Bóvedas de la girola
Girola
La continuación de la obra de la iglesia hacia
los pies tuvo que producirse a partir de los primeros años del siglo XIII.
Teniendo en cuenta la envergadura de la nave transversal, las novedades
técnicas experimentadas en la bóveda que se colocó en el punto exacto del
crucero y los problemas de estabilidad que se observan, como consecuencia en
parte de la escasez de apoyos para la nave central, tan similar formal mente a
la del transepto, no parece posible que el templo estuviera acabado en su
totalidad a finales del siglo XII.
El mero hecho de haber realizado, en algo menos
de treinta años, una cabecera de tal envergadura resultaba un gran éxito.
Ignoramos, como es habitual, los nombres de quienes idearon y llevaron a cabo
este proyecto. Las marcas de cantero se repiten y son abundantes, lo cual
indica que el número de trabajadores también lo era y que las obras
transcurrieron con suficiente rapidez.
Signos, objetos, letras en diferentes
posiciones y un nombre, IOHA(N), que aparece esporádicamente. Se
trataría de un lapicida que sabía escribir al menos su nombre, pero no podemos
asegurar si coincide con un Magister operis, el maestro de la obra o sea
el arquitecto, porque la práctica totalidad de ellos, como otros artistas,
también era analfabeta. Tal vez era un monje y, por lo tanto, un hombre culto. En
cualquier caso, este nombre propio constituye una pista interesante, pues
figura en algunos elementos importantes de la construcción como es la base de
un pilar entre la girola y el crucero, punto que requería una formación técnica
especial. Los trabajadores se limitaban a marcar los sillares con punzones
siguiendo las líneas de las ranuras trazadas en una plantilla, de manera que
una letra, o cualquier otro signo, puede aparecer en diferentes posiciones,
incluso invertida, aparentando representar grafías distintas, como P, D
y B. esa palabra, a modo de marca, que hemos señalado, se encuentra en
varios puntos de la cabecera. Incluso realizó el autor líneas de pautado para
escribir el nombre que aquí se interpreta como IOHA(N). Tenemos en la
zona pocos ejemplos para comparar. La letra que suponemos H tiene gran
parecido con la n, aunque en nuestro caso la diagonal se pone en
dirección contraria, más propia de la H. La mayor semejanza se encuentra
con inscripciones funerarias de las últimas décadas del siglo XII y 1202.
Pero, aunque buena parte de las marcas sin
nombre continúe a lo largo de las naves, no podemos afirmar que siempre
pertenezcan a la misma persona.
Creemos que las marcas de cantero son, salvo
raras excepciones, sólo marcas personales que permitían al lapicida cobrar por
la obra realizada. Y esas marcas pasaban probablemente de padres a hijos en el
ámbito familiar. También podían haber pertenecido algunas de ellas a un taller
o cuadrilla con un jefe que contrataba y una marca de representación colectiva.
La pervivencia de la marca pudo alcanzar en ocasiones toda una vida o, incluso,
varias generaciones.
No obstante, las características formales de
esta parte del templo no coinciden con las de los brazos del crucero, ni con el
crucero propiamente dicho. Pero sí coinciden las características de la girola
con las de la nave del evangelio, la única original conservada de las dos
laterales sin alteraciones, puesto que la existente en el lado de la epístola
fue rehecha en el siglo XIV.
Capilla
de San Salvador en la girola
La cabecera resultó ser un claro ejemplo de la
experimentación propia de su momento artístico, aunque en Poblet se utilizaron
con frecuencia los precedentes de Fontfroide, desde donde pudieron llegar,
acompañando a los primeros fundadores, monjes expertos en las técnicas de la
arquitectura.
Los cinco absidiolos del deambulatorio pueden
considerarse la parte más antigua del templo. Totalmente románicos, con sus
respectivas bóvedas de horno, constituyen una corona de apoyos envolvente con respecto
al conjunto de la cabecera y pudieron ser realizados al mismo tiempo que los
otros dos que se abren en el muro oriental del crucero, preparatorios para la
fase de construcción de este último e independientes de la girola. Precisamente
la girola incorpora lo que pueden ser las primeras bóvedas de crucería gótica
realizadas en el monasterio, todavía incipientes, con nervios de sección
circular sobre sus cinco tramos trapezoidales, muy similares a los de la nave
lateral del evangelio, que se repiten en los dos tramos que flanquean el altar.
Fuertemente afianzado por la doble envoltura de las capillas absidales y el
deambulatorio, el ábside central pudo alcanzar la considerable altura de 19.34
m, que marca las dimensiones de la nave mayor. La bóveda que cubre el ábside,
de tendencia cupuliforme reforzada con arcos, se asemeja a las de algunas
construcciones de la época, en clara relación con otras del sur de Francia,
como las de las abadías de Sénanque y Léoncel, entre otras, y tal vez fue el
precedente de la del cimborrio de la catedral de Lérida.
La colocación del monumental retablo mayor,
construido entre 1527 y 1529, ocultó la visión completa de la cabecera, igual
que ocurrió en numerosas iglesias a partir del Renacimiento. Pero todo parece
indicar, en el caso de Poblet, que Damián Forment, el autor del retablo por
encargo del abad Pere Caixal, pretendía ser cuidadosamente respetuoso con la
fábrica medieval. El retablo fue proyectado sin las guirnaldas barrocas que
ahora lo unen por los lados con los pilares de la girola. Solo estaban
previstos los elementos arquitectónicos, las pilastras y columnas de alabastro
que limitan por los lados la mazonería renacentista, y la propuesta del
escultor era colocarlo más adelantado, dejando sendos huecos verticales por los
que irrumpiera la iluminación natural procedente de las ventanas, en este
momento ocultas detrás del retablo. Y del mismo modo, por la parte alta, no
llegaba a impedir el paso de la luz, destacando el cuerpo superior del ático y
el Calvario, con un calculado efecto escénico. es de suponer que el riesgo que
implicaba la falta de apoyos en una obra de tales dimensiones, impulsó a la
comunidad a encargar la realización de los colgantes a modo de nexo con los
pilares, ya en el siglo XVII, desvirtuando la idea inicial.
Obra importante de Damián
Forment (1527-1529). Posiblemente la más completa de su arte renacentista.
Trabajada en alabastro, sufrió considerables daños en 1835.
La construcción de las naves
Hacia 1200, con la cabecera terminada y en uso,
era necesario levantar al menos un tramo de cada una de las na ves laterales
para acometer la construcción del crucero, que sin duda ya estaba previsto. Un
muro provisional cerraría el espacio ya consagrado al culto.
Crucero
Bóveda del crucero sobre la Capilla Real
En realidad la nave transversal anuncia lo que
sería la nave central de templo, con los arcos de descarga en la parte alta y
unas ménsulas semejantes a las de Fontfroide para los arcos fajones. Como es
lógico, las naves laterales debieron comenzarse antes de levantar la parte alta
del crucero, como paso previo a la construcción de las bóvedas del mismo y de
la nave central, puesto que las laterales ejercen la función de contrafuertes
de las mismas. Las bóvedas de las naves transversal y central son semejantes,
aunque no exactas, y las diferencias que observamos en ellas con respecto a las
bóvedas de la girola y de la nave lateral podrían explicarse por una
interrupción temporal de la obra.
Nave lateral del evangelio
Nave lateral de la epístola
Nave central hacia los pies
Ignoramos el alcance de esa posible
interrupción. Pero no sería extraño que coincidiera con un período de crisis
económica en un monasterio comenzado, al amparo del poder, con tan grandes
ambiciones constructivas. Poblet había disfrutado del favor del conde Ramon
Berenguer IV, como fundador, y de su hijo Alfonso el Casto como financiador.
Pero con el acceso al trono de Pedro el Católico, que no mantuvo buena relación
con el Cister, el monasterio pudo quedar en mala situación hasta la época de
Jaime I. Es preciso tener en cuenta la relativa brevedad del reinado de Pedro
el Católico, desde 1196 hasta 1213, y que Jaime I el Conquistador accedió al
trono a la edad de 6 años, en un momento de gran inestabilidad para la Corona,
por lo que el interés de este monarca por el monasterio de Poblet debió
manifestarse con posterioridad, cuando tendría unos treinta años.
Si se paralizaron las obras o si discurrieron
con mayor lentitud, las circunstancias debieron provocar un cambio en la
dirección de las mismas, que naturalmente afectó a los criterios
arquitectónicos. Superado ese período incierto, la Iglesia.
Nave lateral del evangelio Iglesia. Nave
lateral de la epístola construcción debió avanzar rápidamente bajo las
directrices de un nuevo maestro que estaría también al frente de las obras del
refectorio, a juzgar por las semejanzas de esta de pendencia claustral con la
nave mayor.
Una nueva crisis afectó a las obras unos años
más tarde. Las marcas de los canteros sufren en la iglesia de Poblet un cambio
notable en los últimos tramos de las naves, los más próximos a la fachada
principal. Desaparecen unas, se transforman o se incorporan las más y en los
capiteles de los pilares correspondientes se muestra un tímido interés por lo
decorativo que no encontramos en los anteriores, con hojas y otros elementos de
carácter vegetal siempre sencillos, además de alguna filigrana de cestería como
otras que vemos en la parte del claustro realizada en un momento avanzado del
siglo XIII.
Seguramente se produjo entonces un punto de
inflexión, una interrupción más o menos larga, de la que se derivaría la
decisión de prolongar un tramo más la galería del claustro tangente a la
iglesia, en cuyo ángulo hay una puerta que comunica con el templo. A partir de
ahí el claustro es, en el resto de las galerías hasta encontrarse de nuevo con
la iglesia, plenamente gótico. Las aportaciones de benefactores como Berenguer
de Puigverd y el obispo de Huesca Jaime Sarroca, hijo natural y consejero del
propio rey Jaime permitirían la terminación de la última parte de la iglesia y,
aunque de manera bastante descuidada, de la galilea, convertida en una especie
de panteón de personajes ilustres.
En el crucero se levantó una monumental bóveda
de crucería capialzada con una clave discoidal de gran tamaño, muy semejante a
la utilizada en el mismo espacio de la iglesia de Fontfroide, así como en
algunos templos románicos de la región francesa de auvernia. Tanto desde el
punto de vista constructivo como desde el punto de vista formal, la bóveda del
crucero es la parte más moderna de la zona oriental de la iglesia de Poblet. es
evidente que, entonces, no estaba previsto elevar en el punto exacto del crucero
un cimborrio a modo de torre con su interior visible desde la iglesia. La obra
del llamado cimborrio de Poblet fue promovida más tarde, en el siglo XIV por el
abad Copons, un hombre culto, conocedor de París y del Gótico francés, y
resulta un magnífico ejemplo de la plenitud de la arquitectura gótica. Queda,
como incógnita sin resolver, la pregunta de si Ponce de Copons, tan dado a
plantear soluciones arquitectónicas atrevidas, pretendía o no eliminar la
bóveda de crucería capialzada ya existente y dejar visible desde la iglesia el
interior del cimborrio, aumentando así la iluminación del espacio interior ante
el ábside y sobre la Capilla Real. es probable que así fuera.
El cimborrio de Poblet es, en su estado actual,
un falso cimborrio, una construcción sobre la bóveda del crucero, que no cumple
la función simbólica propia de los antiguos ciboria de los que deriva
este tipo de elementos arquitectónicos, al no estar abierto por su base hacia
la iglesia. Hay que pensar que todavía estaban muy próximas, en el siglo XIII,
las normas de austeridad que desaconsejaban la utilización de elementos arquitectónicos
demasiado elevados u ostentosos en las iglesias cistercienses por lo que, en un
primer momento, no se proyectó, como tal, esa magnífica construcción gótica.
Puesto que no conocemos con certeza la
cronología de las naves longitudinales del templo, hay que recurrir como tantas
veces al análisis detallado del edificio y a la lógica constructiva. Las
laterales, que aportan estabilidad a la central, deberían ser, necesariamente,
anteriores a ésta. Sólo la del lado del evangelio se conserva como hemos dicho
en su estado original, con sus bóvedas de crucería todavía muy imperfectas. Su
aspecto indica que es una continuación de las realizadas en la girola. Pero la
del lado de la epístola, que sería idéntica a su colateral, se vio afectada por
un grave peligro de derrumbamiento en tiempos del abad Ponce de Copons, en el
siglo XIV, y tuvo que ser rehecha. Los últimos estudios técnicos parecen
indicar que el abad decidió aceptar la participación económica de familias
nobles que, a modo de donantes, financiaran la construcción de capillas
laterales hacia el exterior, tal como había ocurrido en la iglesia de la casa
madre de Fontfroide. Pero, al rasgarse los muros perimetrales, la estructura se
resintió. no solo la de la nave lateral afectada, sino también la nave central.
Hoy en día es perfectamente apreciable la inclinación de los muros.
Se ignora por el momento, aunque se intuye, de
qué fórmula se sirvió Copons, de dónde la tomó y quién fue el artífice. El caso
es que logró elevar unas nuevas bóvedas de crucería, esta vez plenamente
góticas.
En cuanto a la nave central, se siguió la
tradición y la práctica bien conocida de la bóveda de cañón apuntado, tal como
la vemos en la nave transversal. Sin duda se trataba de aplicar un tipo de
cubierta probada durante siglos en espacios de dimensiones muy ambiciosas. Con
la separación transversal de tramos que dibujan los arcos fajones, unida a los
sucesivos arcos de descarga de los muros laterales por encima de los formeros y
a la menor masa que recibían estos últimos bajo los huecos de las ventanas, se
pretendía concentrar los pesos en los pilares, aligerándolos, aunque el
resultado fue muy discutible, incluso es posible que perjudicial. Aparentemente,
una vez utilizada la bóveda de crucería gótica en la girola y en las naves
laterales, aunque de una manera un tanto imperfecta, propia de una etapa
protogótica, procedía llevar a cabo algo semejante en la nave central. Pero es
tal la magnitud de ese espacio y la altura a la que deberían haberse lanzado
los nervios cruzados, que probablemente se renunció desde un principio al uso
de unas soluciones constructivas que considerarían menos experimentadas, para
la nave mayor. Unas prácticas que solo se habían destinado en la iglesia de
Poblet, de momento, para cubrir espacios poco problemáticos.
De acuerdo con la hipótesis anteriormente
expuesta sobre la evolución cronológica de las obras, antes de llegar a los dos
tramos de los pies pudo haberse producido una interrupción. no excesivamente
larga, porque ciertas marcas de cantero continúan. Pero suficiente para que
algunos pica pedreros abandonaran la obra. Todo ello coincidiendo con el cambio
en el proyecto del claustro, que resultó ampliado. La obra de la iglesia, tras
esos últimos cambios, pudo alcanzar la fachada occidental muy avanzado ya el siglo
XIII.
La portada principal y la galilea
A esta época pertenecería la portada principal,
con su arco de medio punto y sus arquivoltas molduradas. es preciso destacar la
importancia de la decoración de esta portada populetana, escondida en la
penumbra de la galilea y tras la fachada barroca de los siglos XVII y XVIII. Encontramos
en ella el crismón, elevado a la categoría de tema capital del tímpano, en la
puerta que preside la entrada principal del templo. Tras el vandálico saqueo
sufrido por Poblet a raíz de las desamortizaciones y exclaustraciones sucesivas
de los monjes, la pieza de piedra con el relieve se encontró encastada en el
muro del extremo meridional del crucero, sobre la entrada de la Sacristía
nueva. Desde los primeros tiempos del arte cristiano el crismón fue considerado
emblema de la divinidad. Su presencia en los tímpanos de las portadas equipara
este símbolo con otras formas de representación teofánica más repetidas.
Los estudios realizados especialmente en las
últimas décadas, aunque el interés por el tema arranca de mucho antes, están
demostrando cómo el viejo signo constantiniano basado en el anagrama del nombre
de Cristo había adquirido a lo largo de la edad media un significado
trinitario.
Puerta principal en la galilea
El crismón colocado en las puertas de las
iglesias que se levantaban en los nuevos territorios recordaba la cruzada
contra el Islam, además de significar su incorporación a la Corona, pues en
Poblet, que había sido fundado en tierras recuperadas al Islam, alfonso el
Casto, el hijo de la reina Petronila de Aragón y el conde barcelonés Ramon
Berenguer IV, ratificó la incorporación del lugar a la Corona eligiendo
sepultura en este monasterio. No olvidemos que San Juan de la Peña había sido
el monasterio preferido por los reyes de Aragón y buena parte de la nobleza
aragonesa, mientras el de Ripoll lo era por la nobleza catalana.
Crismón
Alfonso el Casto, como titular de la
recientemente fundada Corona de Aragón, optó por Poblet, también un monasterio
nuevo, alejado de cualquier precedente, para que descansaran sus restos
mortales.
Pero el crismón populetano pertenece a una
etapa muy avanzada del Románico. el preciosismo en las formas y los trazos de
las letras dispuestas en pendilia en los brazos de la cruz son propios, al
menos, de la década de 1260, por la coincidencia que se observa con textos
epigrafiados de esa época.
En ese momento el Islam ya no constituía una
amenaza cerca na. Y sin embargo hacía tiempo que se vivía otro tipo de cruzada.
al menos dos abades de Poblet se vieron directamente implicados en la lucha
contra la herejía albigense, lo mismo que la casa madre de Fontfroide. El
monasterio debió acoger entonces a quienes huían de los cátaros, lo cual
explicaría la gran cantidad de estelas funerarias anónimas conservadas en el
cementerio de laicos de Poblet con la cruz del Languedoc en relieve. el crismón
podía estar destacando, como contraataque, la doble naturaleza de Cristo y su
cometido redentor.
Una vez terminada esta fachada, pasó algún
tiempo hasta la construcción del atrio o galilea, pero no demasiado, pues la
portada no llegó a deteriorarse por la erosión. Se advierte una gran
improvisación en la obra del atrio, como si hubiera sido comenzado, abandonado
y recuperado sucesivamente, sin demasiado esmero, pues los arcos de las bóvedas
no encajan adecuadamente en los muros, ni respetan el frontis ligeramente
avanzado donde se abre la puerta. Consta en los documentos que, en 1298, ya se
precisaba algún tipo de intervención en la galilea. En algún momento pudieron
llegar a utilizarse restos de lápidas funerarias para realizar parte de la
obra. En una de las ménsulas, al lado de la puerta, quedan restos de una
inscripción gótica muy mal conservada, en la que parece leerse HIC,
probablemente el comienzo de la fórmula habitual HIC IACET…, empleada
para los epitafios. no sabemos si el documento de 1298 se refiere a la
necesidad de reparar la galilea o de terminarla porque, sin acabar, no reuniría
las condiciones necesarias para su uso.
Allí se conservan, entre otros monumentos
funerarios, las tumbas del citado Jaime Sarroca y de Berenguer de Puigverd,
ambas ya góticas. Las dos estuvieron siempre en la galilea. Sarroca, el obispo
de Huesca hijo natural y consejero del rey Jaime I, murió en 1289 en Poblet,
donde había decidido ser enterrado. El señor de Puigverd falleció también en el
monasterio, aunque en 1298. Los dos habían hecho importantes donativos a la
comunidad. En tiempos del abad Guimerá (1564-1583) se vació el muro lateral de
la galilea para alojar la pequeña capilla del Santo entierro. Jaime I había
muerto en 1276. Su sucesor, Pedro el Grande, no mostró el mismo interés por
Poblet. Tanto él como Jaime II prefirieron Santes Creus, en cuya iglesia se
levantaron sus respectivos mausoleos. La pérdida del favor real pudo perjudicar
la obra de la galilea populetana.
El acceso al abadiato del abad Ponce de Copons
en 1316 marcó en Poblet el momento de plena aceptación del Gótico. Copons dejó
su sello en los puntos más decisivos del monasterio, rivalizando con el propio
monarca en la promoción artística. De todas sus iniciativas, la más arriesgada
y comprometida fue, como hemos dicho, la reconstrucción de la nave lateral de
la epístola. No hay duda de su intervención, pues su escudo figura en las
claves de varias bóvedas indicando su patrocinio. La inclinación de la parte
alta de la nave mayor es perfectamente visible y aún plantea en la actualidad
dudas a propósito de su estabilidad.
Entrada al claustro
El claustro mayor y las dependencias
claustrales
Ignoramos en qué momento se empezó la
construcción del claustro, donde se observan también gran cantidad de marcas de
cantero. en la mención que hace Finestres a un legado de 1208 no se hace
referencia a este hecho concreto, ni se cita explícitamente ninguna obra en
Poblet. Tan sólo la entrega al abad y al convento de los diezmos de Menargues,
sin especificar a qué fin debían ser destinados. a pesar de todo, en esa época
el recinto del claustro ya estaría planificado o incluso comenzándose la
galería correspondiente por la parte meridional, tangente a la iglesia, de modo
que las dependencias más urgentes no interfirieran en las que se levantaran con
posterioridad y reservándose el espacio adecuado para todas ellas.
En el lado norte del patio que se convertiría
en claustro, frente a las naves de la iglesia y en sentido perpendicular a
ellas de forma que resultara fácilmente ampliable en caso de necesidad, se alzó
el refectorio. Es un edificio rectangular, muy semejante a los comedores de
otros monasterios cistercienses. Poderosos muros, ventanas abocinadas y bóveda
de cañón apuntado con fajones, que se apoyan en pilastras sobre ménsulas a
media altura, como las de la nave central de la iglesia y las de Fontfroide,
que se realizaba a lo largo del siglo XIII. El aspecto plenamente románico del
refectorio puede confundir en cuanto a la cronología. es prácticamente
imposible que su construcción se llevara a cabo en el último tercio del siglo XII,
como suele decirse en las publicaciones, coincidiendo con la cabecera del
templo principal. en realidad, empezamos a encontrar el tipo de ménsulas que se
usaron en el refectorio en el transepto de la iglesia y, las más parecidas, en
la nave central, no en la cabecera. Como hemos argumentado antes, la nave
central pertenece ya al siglo XIII. El refectorio y la nave central de la
iglesia responden a un proyecto muy semejante, probablemente del mismo magister
operis. Sin embargo, las numerosas marcas de cantero del refectorio,
distintas de las del templo en su mayor parte, indican que los obreros fueron
también distintos. Ambas construcciones, la nave central de la iglesia y el
refectorio, pudieron comenzarse al mismo tiempo, pero el comedor, de menor
extensión y altura, se terminaría antes. No falta el púlpito para el lector.
Las grandes proporciones de este edificio comedor preveían una comunidad muy
numerosa.
Refectorio
Refectorio
El templete o lavacrum del claustro de Poblet
es una pequeña obra maestra. Su forzada alineación con los edificios de esa
parte del claustro corrobora lo que indica su estilo. Que se construyó antes
que el refectorio, cuya puerta no se abre en el centro de la fachada de esta
dependencia, sino casi en la esquina occidental, de manera anómala, para poder
situarla frente al templete. Y, por supuesto, antes que la propia galería del
claustro, en la primera mitad del siglo XIII.
De planta hexagonal, con abundante repertorio
de columnas destinadas a todos y cada uno de los elementos de la parte alta, el
templete se cubre con una bóveda de tendencia cupuliforme sin ser una auténtica
cúpula, de un modo muy semejante a las bóvedas nervadas de plementos con
aparejo curvado en cola de milano. Los tres nervios cruzados que refuerzan la
bóveda le dan un falso aspecto de crucería gallonada. Los arcos del nivel
intermedio no son apuntados, condicionados por la curiosa forma de esta bóveda,
que guarda alguna relación con la del ábside de la iglesia, mientras que los
nervios y la forma de colocar los sillares de los ángulos recuerdan
directamente la bóveda del crucero, aunque naturalmente a menor escala. Todo
indica que se aprendía de las experiencias obtenidas en otros edificios de la
orden y de las propias.
Las aberturas romboidales en las enjutas de las
ventanas dobles parecen responder más a razones estéticas y de iluminación que
a una necesidad constructiva. Se trata de una fórmula muy habitual en otros
monasterios cistercienses de la época, usada incluso en el claustro de la
catedral de Tarragona que, desde el punto de vista arquitectónico, aunque no
tanto en el ornamental, es muy semejante al de Poblet.
La fuente está reconstruida y se custodian
diferentes fragmentos antiguos en el museo. Los restos pictóricos forman parte
del revestimiento rojo que se conserva también en otras zonas del claustro. el
pasillo que comunica el templete con la correspondiente galería del claustro es
obra del siglo XIV, pues es evidente que supone un enlace cubierto frente al
refectorio para subsanar el error en el cálculo de las medidas, aparentemente
de las primeras décadas de esta centuria, con una decoración escultórica, de
temática vegetal, muy interesante.
Justo al lado del refectorio se encuentra la
antigua cocina, ahora algo transformada, que conserva el espacio y los muros
originales, el pasaplatos y una bóveda de crucería capialzada, en cuya clave
discoidal se abría el orificio para la salida de humos. Aunque este edificio
podría pertenecer a la primera mitad del siglo XIII, su bóveda de crucería
central pudo construirse varias décadas más tarde, incluso a finales de la
centuria, cuando comenzamos a encontrar en la catedral de Tarragona y otros
monumentos importantes de la zona molduras y arcos parecidos. Así lo sugieren
los nervios de sección poligonal y las ménsulas en forma de pirámide invertida
en las que éstos descansan. Su semejanza con la bóveda del crucero de la
iglesia es evidente, aunque esta última parece ser anterior y habría servido de
precedente. El hecho de que no podamos, de momento, datar con precisión la
bóveda del crucero hace necesario ser prudentes con la cronología de esta
dependencia, pero los arcos y molduras de este tipo corresponden en Tarragona,
como pronto, a las décadas de 1290 a 1310. Un análisis minucioso de las marcas
de cantero y de la técnica empleada para la construcción de la bóveda de la
cocina podría precisar mejor lo que aparenta. es decir, que esta dependencia
tendría en origen una bóveda de cañón apuntado paralela al claustro que, más tarde,
habría sido parcialmente derribada y sustituida en su parte central por la de
crucería que ahora vemos.
De ser cierta esta hipótesis, la cocina habría
sido construida poco antes que el dormitorio, pues las ménsulas de los fajones
resultan muy parecidas en ambos casos, aunque las de la cocina serían más
antiguas, y carecen de decoración escultórica en razón del lugar que ocupan.
Recordemos que los primeros datos conocidos sobre el comienzo del edificio en
cuya planta superior se construyó el dormitorio se remontan a 1243 y 1247, y
que la obra se prolongó varias décadas.
Por tanto, el refectorio se levantaría en el
siglo XIII, a la vez que la nave central de la iglesia, proyectado probable
mente por el mismo arquitecto y llevado a cabo por picapedreros diferentes.
Pero, debido a sus menores dimensiones, se terminaría antes que el templo. La
cocina se dispuso junto al refectorio, en sentido paralelo al claustro y
tangente al mismo, con una bóveda de cañón apuntado. En este caso no parece que
interviniera el mismo arquitecto, sino otro cuya experiencia fue aprovechada
como precedente para los arcos diafragma del dormitorio y sus correspondientes
ménsulas. Aún no se había levantado la correspondiente galería del claustro. Estaríamos,
pues, en el segundo tercio de esa misma centuria, antes de que se construyera
la bóveda de crucería de la parte central de la cocina hacia 1290-1310, a
juzgar por las formas facetadas de los nervios que componen la crucería. Y
antes, en cualquier caso, del acceso al abadiato de Ponce de Copons en 1316.
Cocina
Cocina
La galería meridional
La forma de los arcos de la galería meridional
del claustro, del templete del lavabo y de la fachada de la sala capitular
indica que se construyeron en ese orden cronológico. Se trata de la galería más
antigua, que habría sido comenzada a principios del siglo XIII a partir del
crucero de la iglesia, tangente y solidaria con la nave lateral de ésta, con la
idea ya comentada en este mismo texto de servir de apoyo a la nave lateral
correspondiente.
Quedan aún, en el muro que comparte con la
iglesia, las huellas de una bóveda anterior que habría cubierto inicialmente
esta galería, o bien no había pasado de una fase preparatoria. Una bóveda que
podría haber sido sustituida más tarde, en caso de haberse realizado, por la de
crucería gótica actual, quedando así definitivamente unificada con las restantes
galerías del claustro. Por la parte del jardín vemos el reflejo exterior de los
arcos que corren en sentido longitudinal, arcos formeros apuntados, decorados
simplemente con una moldura. Bajo ellos, dobles ventanas con medio punto, sobre
las habituales columnas y capiteles en los que predominan cuidadas labores de
cestería, filigranas vegetales y hojas de lirio planas, muy propias del Cister.
En el último tramo hacia los pies, rebasada ya
la esquina fallida en el punto en que se decidió prolongar más la galería,
perfectamente identificable por la parte del jardín, tanto el arco formero como
las dos ventanas que alberga resultan menos esbeltos, porque ocupan un espacio
ligeramente más largo. Tampoco es igual el aparejo del muro, que se ve más
irregular, ni las molduras, con detalles algo más evolucionados. este cambio de
idea parece coincidir con la decisión antes comentada de prolongar dos tramos
más hacia los pies la nave de la iglesia.
Detalle de capitel
“La obra del dormitorio” y la
galería oriental
El último paso de esta evolución se encuentra
en la fachada de la sala capitular.
Se trataba aparentemente de mantener las formas
de la única galería construida en el claustro, como se había hecho en el
templete. Pero numerosos detalles, entre ellos la riqueza de molduras en
impostas y arquivoltas, además de la decoración de los capiteles, nos sitúan en
un momento bastante avanzado del siglo XIII, ya en la segunda mitad, como el
resto de la sala.
Indudablemente esa parte oriental del claustro
tenía una importancia capital para la vida monástica. Allí proyectaban levantar
la sacristía, al lado de la iglesia, y a continuación la sala capitular, el
locutorio de monjes jóvenes y las salas de monjes, convertidas actualmente en
biblioteca, a lo largo de todo lo cual, y en el piso alto, se construiría el
dormitorio mayor.
Las obras, en ese orden y de abajo hasta
arriba, comenzaron por la sacristía, un pequeño edificio comunicado
exclusivamente con la iglesia, cubierto con cañón apuntado que, según una
costumbre habitual, fue también capilla privada del abad, del mismo modo que
ocurrió con las sacristías catedralicias. Entre la escasa documentación
conocida aparecen suficientes datos como para establecer una cronología muy
aproximada. Y las recientes restauraciones han podido precisar la evolución,
los problemas y numerosos detalles del conjunto. A la “obra del dormitorio”
se destinaba un legado del conde de Urgell en 1243, que aún no se había hecho
efectivo en 1262, una expresión demasiado ambigua pues la obra del dormitorio
está íntimamente ligada a las construcciones que tiene debajo. Más concreta y
descriptiva resulta la cesión de ciertos diezmos y primicias hecha por el
arzobispo de Tarragona Pedro de Albalate en 1247, “para la construcción de
la sacristía, la sala capitular, el locutorio, el noviciado y el dormitorio”.
El término noviciado hace referencia, según se cree, a la nave que pasó muy
pronto a ser sala de monjes y que a continuación fue ampliada con otra de
dimensiones similares, a un nivel algo inferior, adaptándose al terreno.
Sala capitular
Sala capitular
Dormitorio de los conversos
En el documento se indican pues, exactamente,
todas las dependencias de esa parte oriental del claustro dispuestas casi en un
único bloque. algunas donaciones de 1246, 1248 y 1249 se refieren,
respectivamente, a “la obra del capítulo y del claustro de los monjes”,
a “la obra del nuevo dormitorio de los monjes” y a “la obra del nuevo
capítulo y del dormito rio de los monjes”. La sacristía ya estaba terminada
en 1250, cuando se regalaba un cáliz de plata “para el servicio de la
capilla que será hecha en la nueva sacristía” y se asignaba una cantidad
para el sacerdote que celebraría una misa diaria “en la sacristía nueva”.
Todos los datos, además de las marcas,
concuerdan en que esos edificios avanzaron con rapidez, aunque también
planteaban sus propios retos. Tanto la sacristía como el locutorio y las salas
de monjes, con sus gruesos muros, sus poderosos pilares y sus bóvedas ofrecían
a priori una base sólida para un dormitorio de tan grandes dimensiones.
Precisamente en previsión de la construcción del dormitorio en la planta
superior, el espacio de cada una de las salas de monjes se dividió en dos
naves, con sus correspondientes bóvedas de crucería, formadas por arcos recios,
de sección cuadrada, en los que no se aprecian concesiones a lo superfluo,
buscando solamente la estabilidad, pues el pavimento de la más lejana se
encuentra a un nivel inferior. El desconocimiento de las características del
subsuelo provocó problemas de asentamiento ya en el momento de la construcción,
y soluciones de emergencia para resolverlos.
Ménsula bajo un arco del dormitorio
Dormitorio de los monjes
Dormitorio de los monjes
También se vieron afectadas en alguna medida
por otros factores, incluido el terremoto de 1792. No así la sala capitular. Su
propia condición de sala de reuniones, la tradición de la planta centralizada
para este tipo de dependencias y la delgadez de los soportes para no
obstaculizar la visión de los asistentes convertía este edificio en el más frágil
de todo el lado oriental. La pared de fondo, aunque bien reforzada lateralmente
por la sacristía a un lado, y la caja de la escalera y el locutorio al otro, sobresale
ampliamente como ya hemos dicho del perímetro longitudinal del dormitorio, cuyo
muro discurre en ese punto por encima de la sala, con el único apoyo de los dos
finos pilares donde descansan las bóvedas. Para solventar el problema se lanzó
en el muro del dormitorio un amplio arco de descarga, que facilitara el
deslizamiento de los pesos lateralmente, en ambos sentidos, evitando el
desplome vertical en la zona más débil de la sala inferior.
Halladas, pues, las soluciones técnicas para
estas obras que dependían íntimamente unas de otras, el capítulo y el
dormitorio resultaron ser las más espectaculares. Las elegantes bóvedas góticas
de la sala capitular, sus esbeltos pilares octogonales donde convergen los
arcos moldurados, los capiteles decorados con una finura que perece derivar de
la eboraria o las claves claramente vinculadas con algunos artistas que habían
trabajado en la catedral de Tarragona, convierten este edificio, de dimensiones
hasta cierto punto modestas, en el primer salón suntuoso, de carácter casi
palacial, de los construidos hasta entonces en el monasterio. Junto con los
escultores del claustro se observa la participación de escultores que
trabajaron en el claustro de la catedral, próximos al maestro del llamado
frontal de Santa Tecla. Terminada su labor en Tarragona, algunos de ellos
pudieron ser contratados en Poblet, gracias a la influencia del arzobispo Pedro
de Albalate. este prelado falleció en 1251 en el monasterio y fue enterrado en
él, en cumplimiento del deseo que había manifestado. Concretamente en el
extremo del brazo meridional del crucero, por donde ahora se accede a la
sacristía nueva, lo que nos permite pensar que en torno a esa fecha o poco más
el crucero de la iglesia se hallaba terminado. Se encuentra también la huella
de esos artistas en la iglesia de San Ramón, de la localidad tarraconense de el
Pla de Santa María. Y haciendo un recorrido inverso, una cuadrilla de
picapedreros que había trabajado en el refectorio y en la nave central de la
iglesia de Poblet ayudó al arzobispo de Tarragona Bernat de Olivella a
reconstruir la cabecera de la iglesia de San Miguel de Escornalbou, que
pertenecía a la Mitra, ya en el último cuarto del siglo XIII.
Los relieves de las claves de bóveda de la sala
capitular merecen una atención especial. No solo por su calidad, sino
fundamentalmente porque entre ellos se encuentran algunos de los escasos
ejemplos del siglo XIII con temática historiada que se conocen en Poblet. Aunque
dos de las claves de los tramos adyacentes a la sacristía vieja solo presentan
decoración floral, se intuye en el conjunto de las restantes la posibilidad de
un programa iconográfico relacionado con la Salvación, en el que se incluirían
algunos matices. La nave central es la más evidente. Al cruzar la puerta de
entrada a la sala aparece la imagen de la Maiestas Domini, la Majestad
del Señor. Corresponde a la visión apocalíptica de Dios entronizado, con la
mano derecha alzada en actitud de bendecir y el libro cerrado en la izquierda. En
la tapa se lee abreviada la palabra S(ANCTUS) y el nimbo es crucífero,
destacando así la doble naturaleza de Cristo. Distribuidas por la orla que la
enmarca, acompañan a la Maiestas las figuras del Tetramorfos, el ángel, el
león, el toro y el águila, asimiladas en la edad media con los evangelistas
Mateo, Marcos, Lucas y Juan, respectivamente.
En la clave central, la Virgen con el niño,
figura imprescindible en el proceso redentor. No es extraño que la Virgen sea
el centro de esta composición, porque su representación está estrechamente
vinculada a la devoción de los siglos XII y XIII y, en especial, a la
iconografía bernarda. Indica Rafael Durán que, para San Bernardo, María es
mediadora entre los hombres y Cristo, una idea que ha cristalizado en el lema
de la mariología bernardina, Ad Iesum per Mariam. De la devoción mariana
de San Bernardo derivan algunas leyendas. La más curiosa, la de la Lactatio,
relata el episodio en que el santo, arrodillado ante la Virgen que amamanta a
Jesús, comparte a distancia con el hijo la leche que brota del pecho de la
madre. La ficción se fundamentada en textos de las obras del propio santo, como
el siguiente párrafo de la dominica infraoctava de la asunción: “¿Qué teme
llegar, y acercarse a María, nuestra fragilidad humana? nada tiene de áspera,
ni desabrida; nada de ceñuda; toda es suavidad, y a todos ofrece el más humano
abrigo, y el néctar de sus pechos…”. en el retablo de los Santos Bernardo y
Bernabé, de hacia 1360, que se conserva en la cercana iglesia de Santa María de
Montblanc, la escena de la Lactatio se representó literalmente, como muestra
del arraigo que esta leyenda alcanzó en el entorno del monasterio de Poblet.
Pues bien, cien años antes, cuando se realizó
la clave de la sala capitular populetana, el artista representó en ella una Virgo
Lactans, una Virgen de la Leche, omitiéndose, seguramente por prudencia, la
presencia de San Bernardo en una fecha tan temprana. La iconografía de la Virgo
Lactans, que comienza a difundirse en Cataluña hacia 1260, dio pie a la
variante iconográfica de la Lactatio que acabamos de comentar, y se encuentra
también en otros ejemplos del arte gótico.
Cristo cuelga del madero de la cruz en el
episodio de la Crucifixión de la tercera bóveda, en presencia de un Juan
evangelista que se lamenta inclinando la cabeza sobre su mano, y de María, que
vuelve a ofrecer en esta ocasión un singular protagonismo. es la madre que
señala su vientre con ambas manos, llorando la muerte del hijo que llevó en sus
entrañas.
Esta iconografía redentora se ve completada por
la re presentación, en la primera clave junto a la sacristía, de la Dextera
Dei, la mano derecha de dios, como plasmación del Espíritu Santo, que forma con
el Padre y el Hijo la Santísima Trinidad, el símbolo niceno-constantinopolitano
que se halla en el fundamento del Credo. no olvidemos que los cátaros
rechazaban el dogma de la Trinidad y el papel protagonista de Poblet en el conflicto
de los albigenses.
Al otro lado de la Maiestas, en la bóveda más
próxima a la escalera del dormitorio, aparece el arcángel san Miguel
sosteniendo la balanza en su mano derecha. es el tema de la Psicostasis, o
pesaje de las almas, otro de los temas recurrentes del arte medieval. Pero en
esta ocasión la balanza, de un tamaño muy reducido, parece estar representada
más como una advertencia que formando parte del acto concreto de la valoración
de las obras buenas o malas del género humano. en este sentido, se estaría
destacando el papel intercesor del arcángel ante el Juez supremo, al final de
los tiempos, en consonancia con el que se atribuye a la Virgen y a san Juan.
En el mismo lado del san Miguel, en la clave
central, ve mos una venera, una vieira o concha de peregrino que apoya con su
presencia la tradición jacobea. Y, finalmente, aparece en la última bóveda un
serafín con tres pares de alas, tal como se describe en las visiones de Isaías
y Ezequiel a los componentes de esta jerarquía angélica, símbolo de la custodia
y vigilancia permanente que ejercen sobre el Trono de Cristo: “Vi al Señor
sentado sobre un trono alto y sublime –dice el primero–, y sus haldas henchían
el templo. Había ante Él serafines, que cada uno tenía seis alas. Con dos se
cubrían el rostro y con dos se cubrían los pies, y con las otras dos volaban, y
los unos y los otros se gritaban y se respondían ¡Santo, Santo, Santo…!”.
no es raro encontrar asociados símbolos jacobeos con el tema de san Miguel y
los serafines, acompañando a la Maiestas, en conjuntos románicos
monumentales.
El mensaje de los relieves de la sala capitular
se vio reforzado en Poblet unos años más tarde con los temas historiados de las
bóvedas de la galería del claustro que corre a lo largo del edificio donde se
encuentran estas mismas dependencias. debió ser la primera que se levantó
después de la galería me ridional que creció solidaria con la nave lateral de
la iglesia. Sin duda era importante disponer de un paso que permitiera a los
monjes trasladarse por toda esa zona del claustro a cubier to de las inclemencias
del tiempo. a diferencia de la anterior, las arcadas, sus tracerías y las
bóvedas de crucería son ya claramente góticas, y pertenecen al último cuarto
del siglo xiii o tal vez ya a 1300. Solo en unas pocas claves permanece su
decoración escultórica, no en muy buen estado. a juzgar por los temas que se
ven en las que se conservan, el orden más correcto para su lectura podría ser
desde la puerta de la iglesia, en la parte más meridional de la galería, en
dirección hacia el ángulo más septentrional, ante el antiguo locutorio.
Sala capitular. Maiestas Domini
Sala capitular. Virgo Lactans
Sala capitular. dextera dei
Sala capitular. Crucifixión
Sala capitular. San Miguel arcángel
Sala capitular. Venera o concha de
peregrino
Sala capitular. Serafín
Nada tienen que ver estilísticamente con los
relieves de la sala capitular. Según parece se comenzaba con el Ciclo de la
Infancia, que podría narrarse en las cuatro primeras, con escenas que es
imposible identificar con seguridad.
Aparentemente se suceden la anunciación, la
Visitación, la Natividad y una Adoración de los Reyes Magos que, en parte, se
intuye. Se iniciaría el Ciclo de la Pasión en el tramo ante la entrada de la
sala capitular con la Crucifixión, para seguir con las que se hallan en mejor
estado y no plantean dudas. En primer lugar el descendimiento de la cruz,
seguido del Descensus ad Inferos, que ha llegado hasta nosotros
prácticamente completo. Jesús, con el báculo rematado por el signo de la cruz,
ha bajado a los Infiernos para ayudar con su propia mano a Adán a salir de las
profundidades donde el primer hombre esperaba la llegada de la Redención. Adán
es un anciano y la boca de entrada a los Infiernos, como el Hades de la
mitología clásica, es una caverna identificada con las fauces abiertas del
monstruo bíblico Leviatán. En el círculo exterior envolvente, la inscripción,
ya gótica, que ha sido completada después de la reciente restauración del
claustro, pone en boca de Cristo: +SURGITE: ADAM: CAPTIVITATIS: CUM: OMNIUM:
SOCIOR(UM : TUOR(UM), “Sal, Adán, de la cautividad, con todos tus
compañeros”. La letra, muy cuidada, podría corresponder a la última década
del siglo XIII, aunque resulta difícil de precisar.
Y la última clave, en el ángulo nordeste del
claustro, corresponde a la Visitatio Sepulchri. Es el momento cumbre del
relato. La fórmula usada en la época para representar la Resurrección de Cristo
el domingo de Pascua. Las Santas Mujeres se presentan ante el sepulcro con los
perfumes y lo encuentran vacío. La tapa ha sido removida. El lienzo de la
mortaja asoma por el frente del sarcófago. Un ángel les pregunta Quem
quaeritis in sepulchro, cristicolae?, ¿a quién buscáis en el sepulcro,
cristianas? Y se entabla un diálogo en que el ser celestial les informa de
la resurrección, Surrexit de sepulchro, para que ellas lo anuncien a las
gentes. El texto, que formaba parte de un largo poema, servía también de base a
una representación teatral que se escenificaba en las iglesias durante la edad
media, con gran participación popular.
Un ambiente muy distinto se respira en el
dormitorio. Una inmensa nave de equilibradas proporciones con una sucesión de
19 arcos diafragma, sobre los que descansa una cubierta de estructura de madera
a doble vertiente. discurre longitudinalmente por encima de las dos salas de
monjes, habilitadas como biblioteca. Se trata, como hemos comenta do, de una
tipología frecuente en el área tarraconense. Algo derivado directamente de la
arquitectura doméstica, aunque destaca por sus dimensiones, extraordinariamente
funcional, pues permite una continua ampliación mientras haya espacio
disponible, con la simple adición de más arcadas y sobre ellas la
correspondiente techumbre. Pero el dormitorio de Poblet desborda cualquier
aspecto meramente funcional para convertirse en una construcción emblemática.
de acuerdo con la norma de San Benito, los dormitorios monásticos eran salas
diáfanas, sin compartimentar y bien ventiladas. Generalmente austeras. En el
caso de Poblet destaca la perfección arquitectónica y la delicada decoración
escultórica de las ménsulas, con relieves que parecen también relacionados con
trabajos en marfil e ilustraciones de libros, totalmente distintos de los de la
sala capitular. Cuando se comenzó, ya estaba terminado el crucero, pues el
rosetón correspondiente al brazo septentrional, idéntico al de Fontfroide,
quedó incorporado a la nueva dependencia. El dormitorio dispone, como es
habitual, de una escalera que comunica con el claustro, en la que se realizó
una reforma hacia 1300, y otra, de carácter más monumental, que permite el
acceso a la iglesia.
En la visita de 1298, el visitador de la orden
consideraba necesario reparar las cubiertas del dormitorio, además de las de la
iglesia, la galilea o atrio de la misma y otras dependencias que lo
requirieran. No es extraño que ya hubiera zonas deterioradas si se tiene en
cuenta la envergadura de lo construido, el tiempo transcurrido entre el
comienzo y el final, y que la cubierta de madera no resiste como la piedra las
inclemencias del tiempo.
Escalera del dormitorio a la iglesia
Finalización de la obra del claustro
En cualquier caso, parece claro que la
sacristía, la sala capitular, las salas de monjes y el dormitorio eran
dependencias ya terminadas en torno a esa fecha. no así el claustro, mencionado
también por el visitador en 1300 y en 1302.
Prohibía en concreto que se dedicasen esfuerzos
a ninguna obra, “excepto la obra del claustro ya empezada”. Buena parte
de las galerías estaba cubierta y en funcionamiento, pues se menciona que la
comunidad se paseaba por el claustro. En especial las galerías utilizadas por
los monjes, es decir la más antigua al lado de la iglesia, la del refectorio y
la de la sala capitular, que había necesitado una adaptación, que supuso la
contracción de un tramo, para salvar en el ángulo el encuentro con la galería
románica. Más retrasada se encontraría la parte occidental del claustro,
todavía por acabar, junto a los edificios destinados a los conversos, es decir,
las dos grandes salas próximas a la entrada principal del monasterio, con
acceso desde el llamado atrio del abad Copons. Tal vez las dimensiones no
fueron perfectamente calculadas, se intentó hacer un paso directo o bien se
consideró necesario ampliar por los pies la iglesia. en cualquier caso, se
prolongó el claustro cuando ya estaba preparada la esquina.
Las arcadas de esta parte del claustro
corresponden estilísticamente a lo que era propio en la zona entre la segunda
mitad del siglo XIII y los comienzos del xiv. en realidad, pueden considerarse
ya góticos. Ventanales tripartitos, capiteles de filigrana, cestería, tallos
entrelazados y, en general, un cierto parecido con la decoración utilizada en
la llamada “escuela de Lérida”, derivada probablemente de la
coincidencia cronológica.
El claustro quedó totalmente cubierto con
bóvedas de crucería, también góticas, y sus muros se llenaron de sepulturas de
las familias de la nobleza local benefactoras de la comunidad, Morell,
Vall-llebrera, Alinyà, Copons y otras.
Todas ellas pertenecen al siglo XIV. Y en el
pavimento, la tumba del abad Vicente Ferrer, fallecido en 1411. Las obras
realizadas a partir del abadiato de Ponce de Copons nada tienen ya que ver con
el Románico.
Un hospital para pobres y peregrinos
Un ramal secundario del Camino de Santiago
pasaba por Poblet. No resulta extraño que se mantuviera desde su origen en el
monasterio esa preferencia por la devoción a San Salvador en la capilla axial
de la girola, como en la catedral compostelana, pues la mayor parte de las
iglesias españolas hasta el siglo XII la tenían. Más aún puesto que se observa
en el entorno próximo esa misma costumbre, que puede enlazar a su vez con la
ruta jacobea, reflejada también en un elevado número de iglesias del entorno
que tienen como titular a Santiago bajo el nombre de san Jaime. Altisent
constata datos concretos de peregrinos a Compostela, Roma, Jerusalén y otros
centros de peregrinación en el último cuarto del siglo XIV. Sin embargo, no hay
duda de que esa circunstancia se produjo mucho antes y parece confirmarla no
solo la advocación de las capillas de la girola sino también la iconografía de
la sala capitular, con la viera o venera y el San Miguel arcángel en sendas
claves de bóveda. Los que procedían de Italia, de las islas mediterráneas o de
Valencia, seguirían la Vía Agusta, desde el norte o desde el Sur, hasta
Tarragona, para continuar hacia Montblanc y Poblet.
En efecto, es más que probable que uno de los
trazados del llamado Camino del Ebro pasara por Poblet, hacia Lérida y
Zaragoza, donde el Pilar constituía una cita obligada. El monasterio contaba
con un Hospital de Pobres y Peregrinos, cuyos vestigios han desaparecido bajo
el edificio de la Hospedería construida recientemente, mencionado a finales del
siglo XIII, aunque podía haber sido construido varias décadas antes. Junto al
hospital se alzó la Capilla de Santa Catalina, conservada, todo ello fuera de
la muralla del siglo XIV, pero protegido luego por el cerco exterior.
Esta capilla es también del XIII, pequeña, de
una nave rectangular cubierta con bóveda de cañón apuntado y puerta en arco de
medio punto. Había sido consagrada a mitad de esa centuria por el dominico
aragonés Andrés de al Aalate, uno de los fundadores del convento de
predicadores de Tarragona cuya llegada a esta ciudad promovió su herma no el
arzobispo Pedro de Albalate, un prelado muy generoso con Poblet. El hospital
constaba de una larga nave formada por una sucesión de diez arcos diafragma
apuntados, de los que se ha localizado el basamento de siete, que debían estar
cubiertos por una estructura de madera a doble vertiente.
Este tipo de arquitectura ofrece unas grandes
posibilidades de adaptación, al no estar condicionada por pesadas bóvedas de
piedra, y permite todas las ampliaciones necesarias mientras haya espacio
disponible, simplemente con añadir más arcos y prolongar la cubierta, todo ello
con muy bajo coste.
A corta distancia de Santa María de Poblet, en
la ciudad de Montblanc, existieron en la edad media dos hospitales, que
permiten formarse una idea. el de Santa Magdalena y el fundado por Jaume Marsal
en 1339. Ambos conjuntos se han conservado. Aunque el segundo se convirtió
posteriormente en convento, el testamento del promotor ofrece una descripción
minuciosa e interesantísima de la forma y los usos que se seguían en ese tipo
de instituciones benéficas, en una época relativamente temprana. en relación
con la probabilidad del paso de un ramal del Camino de Santiago por Poblet
podría estar la leyenda que acompaña la supuesta llegada a Mont Blanc de la
imagen de la Virgen de la Serra. La leyenda no se refiere en realidad, como
suele decirse, a la estatua gótica de algo más de la mitad del siglo XIV que se
venera como titular en ese convento de clarisas, sino a la llamada Creu Verde
que se halla al pie del presbiterio de la misma iglesia, de un momento muy
avanzado del siglo XIII, que constituye sorprendentemente una representación
muy antigua de la iconografía de la Virgen del Pilar, columna incluida, en la
que la figura de la Virgen propiamente dicha habría sido cambia da de lugar con
respecto al soporte en época desconocida.
Aiguamúrcia
Aunque se trata del municipio más extenso de la
comarca del Alt Camp, la pequeña localidad está situada a orillas del río Gaià.
El acceso principal desde Tarragona se efectúa por la carretera N-340 en
dirección a Santes Creus.
En los diferentes núcleos habitados que
conforman el municipio encontramos abundantes vestigios de época romana y
medieval. Destacan dos construcciones casi desaparecidas: la Torre de Milà y la
Torre Forgell. Para acceder al Mas Milà, es necesario llegar hasta la ermita
del Pla de Manlleu (los automóviles deben estacionarse en Can Fesol, a unos 2
km de la ermita) y ascender por el monte. La torre de Milà, un edificio de
planta circular que seguramente cubría la vigilancia del castillo de Selma,
apenas es reconocible entre las ruinas de una masía derrumbada cubierta de
vegetación. Para llegar a la torre Forgell no existe camino alguno, se
encuentra en el Turó de Cal Gatelló, un pequeño montículo cercano a la
población del Pla de Manlleu. Es de planta cuadrangular y pudo haber acogido
una casa fuerte totalmente arruinada.
Monasterio de Santa María de Santes
Creus
La orden del Cister levantó dos importantes
monasterios masculinos en la Cataluña meridional, en la actual provincia de
Tarragona, con la finalidad de consolidar la población tras la reconquista. Uno
es el de Santa María de Poblet, que mantuvo desde el principio su
establecimiento original. El otro, no muy alejado de Poblet y siempre su rival,
fue el de Santes Creus. Su fundación corrió a cargo de la abadía cisterciense
de Grandselve, próxima a la ciudad francesa de Toulouse. El noble Ramón de
Montcada y sus hijos habían hecho donación al abad de una propiedad en
Valldaura, en la montaña de Collserola cerca de Barcelona, a finales de 1150, vivente
beato Bernardo abbate monasterii Clarevallis, en vida de San Bernardo, abad
de Claraval, para que se construyera bajo su filiación un monasterio dedicado a
Santa María. Pero el lugar, escaso en acuíferos, no se consideró adecuado.
Falló también un segundo intento en 1155, impulsado por el conde de Barcelona
Ramón Berenguer IV, esta vez en Espluga d’Ancosa, junto a la Llacuna, cuyas
condiciones medioambientales resultaron igualmente desfavorables, con el
agravante de su excesiva proximidad al poderoso monasterio de Sant Cugat del
Vallès. Finalmente, el 2 de junio de 1160, un grupo de señores feudales
compuesto por Gerard Alemany de Cervelló, Gerard de Jorba y Guillem de
Montagut, ofrecieron al abad Pedro de Valldaura y a sus monjes una serie de
propiedades a la orilla del río Gaià, en el lugar de Santes Creus, “para que
construyeran allí la iglesia, el claustro y todas las dependencias convenientes
al monasterio”. Estas familias se mantuvieron siempre como protectores e
impulsores del mismo. El paraje era conocido desde antiguo por ese nombre,
vinculado a una antigua leyenda de pastores recogida en el códice de fray
Bernat Mallol, hacia 1411. En 1720 fue copiada por Joan Salvador, también monje
del monasterio, en el manuscrito que lleva por nombre Compendium Rdi Ptis Bernardi Mallol. Cuenta que el lugar
era yermo, estaba sin cultivar, a pesar de que abundaban en la zona prados y
manantiales, por lo que era conocido como el “campo de la contradicción”.
Los pastores que bajaban con el ganado desde los puertos de la Cerdaña para
pasar el invierno cerca del mar, solían dar un descanso a sus rebaños en ese
campo y a menudo pernoctaban en él. Muchas veces, mientras cuidaban la manada
en las vigilias de la noche, veían resplandecer allí unas luces. En el lugar
exacto donde habían visto brillar las luces la noche anterior, ponían cruces. Y
puesto que el campo se llenó de cruces, olvidado ya el nombre de “campo de
la contradicción”, pasó a llamarse “campo de las cruces”, …et
quia totus ipse campus plenus erat cruci bus, omisso nomine contrarietatis,
fuit vocatus campus de crucibus.
Así aparecía citado ya en el siglo IX, y en un
documento de 21 de diciembre de 976, con motivo de una concordia firmada entre
Vivas, obispo de Barcelona, y Guitardo de Muradén, sobre los castillos de Albà
y Selma, …meam dominicaturam que vocant de Sanctas Cruces super ripam
fluminis Gaiano, denominación que acompañó durante un tiempo a la de
Valldaura…, cenobio Sancte Marie Vallis Lauree vel Sanctarum Crucium,
cuando comenzó a usarse el nuevo emplazamiento. Del mismo modo, el abad Pere de
Puigverd (1158-1184), protagonista del traslado, es citado en ocasiones como
abad de Valldaura, Petri Abbas Vallis Lauree et omnis conventus nostre domus
de Sancte Crucibus… Hacia 1168-1169, zanjado el litigio a causa de la
jurisdicción territorial entre el arzobispado de Tarragona y el obispado de
Barcelona por el papa Alejandro III, que reconoció a Santes Creus como casa
dependiente directamente de Roma y desligada de toda jurisdicción episcopal, el
asentamiento pudo considerarse definitivo.
Una vez instalados los monjes, el monasterio
disfrutó de la protección de reyes y nobles. Ya en 1166 Alfonso el Casto les
concedía, para siempre, toda la leña y madera que necesitaran, ligna et
fustam… quantumcumque necessarium habebitis semper… Mediante ese privilegio
de transcendencia excepcional, el rey les permitía talar los árboles de las
montañas de Siurana, un extensísimo territorio desde el llamado Coll de
Balaguer, en el Perelló, hasta el Coll de Cabra, para construir todos los
edificios de su casa o, lo que es lo mismo, todo el conjunto monástico. Poco
después se sucedían donaciones como la otorgada por Guillem de Pontils, en
febrero de 1173, de una gran propiedad en el término del castillo de Selmella,
con sus bosques, manantiales y piedras. Al día siguiente el abad compraba la
propiedad de Fontscaldetes, en el mismo término, con mención expresa de la roca
de Cabarrasa. El mismo año adquiere un terreno, con agua y piedra, cerca de
Vila-rodona. Todo indica que habían encontrado la forma de proveerse de
materiales para la construcción de la gran obra monástica. Pero el impulso más
notable se produce en la década de 1180. Entre 1182 y 1188 quedaba asegurado el
abastecimiento de agua, tan necesaria para la comunidad, leña, madera y, sobre
todo, piedra.
Buena parte de la leña estaría destinada a los
hornos donde se fabricaba el mortero de cal. Se requerían muchos cuidados para
la cocción de las piedras calcáreas, en hornos cónicos durante tres días a
novecientos o mil grados de temperatura, hasta que perdían el gas carbónico
para convertirse en cal viva.
Durante la fase de extinción, la cal, dispuesta
en recipientes de madera, se mezclaba al cincuenta por ciento con agua para
enfriarla, removiéndola con un instrumento de hierro hasta terminar con la
ebullición. Finalmente, para obtener el mortero, se añadían lentamente hasta
tres cuartas partes de arena de río, para conseguir la necesaria consistencia
plástica. Con madera muy seca se obtenían las cuñas que una vez mojadas en las
canteras se dilataban y resquebrajaban los bloques de piedra para convertirlos luego
en sillares. De madera se hacían los andamios y las cimbras que daban forma a
arcos y bóvedas. También las estructuras con que se cubrían provisionalmente
los espacios, a la espera de la terminación de las partes altas e, incluso, las
vigas para soportar los tejados exteriores. En estos casos se utilizaban
árboles de tronco recto y diámetro uniforme desde la base hasta las ramas, por
lo general de los bosques locales.
Si se tiene en cuenta que muchas de estas
prácticas no podían llevarse a cabo en los días más rigurosos del invierno, se
comprende la lentitud con que evolucionaban las obras. Especialmente
significativa es la adquisición en 1187 de un monte al lado del monasterio, en
el cual había una cantera, illum montem, in quo est petraria…, y la
donación de otros dos con las mismas características.
Canteras cercanas, como era habitual, para
facilitar el trabajo y economizar gastos, aunque la calidad de la piedra no
fuera la misma.
El curso del Gaià había constituido una
frontera natural en el avance de la reconquista. Para defenderla, los
repobladores habían construido toda una línea de castillos, desde poderosas
torres a simples puntos de vigilancia, en una zona de colinas y bosques en la
que abundan restos romanos y visigodos. Al amparo de esa orografía propia de la
Cordillera Prelitoral, en un valle frondoso, se conservaba según la leyenda un
eremitorio dedicado a la Santísima Trinidad. La pequeña comunidad pudo
instalarse en construcciones preexistentes o improvisadas mientras se
levantaban los primeros edificios con función polivalente, previos al
monasterio definitivo. Es de suponer que, como era habitual en las abadías del
Cister, tuvieron que transcurrir varias décadas hasta que se comenzaron los
edificios principales, pero el estudio de esa etapa inicial de Santes Creus se
complica a causa de la desaparición de buena parte del conjunto, que quedó
extramuros tras la decisión del rey Pedro el Ceremonioso de fortificar el monasterio
en 1375, aprovechando como muralla los potentes muros perimetrales de la
iglesia y del claustro. No obstante, al igual que en todas las grandes abadías
incluida la de Poblet, el claustro resultó ser el distribuidor de todas las
dependencias monásticas.
Uno de los enigmas de Santes Creus es el
llamado claustro de la enfermería o claustro posterior. Se trata de un gran
patio rectangular construido con elementos reutilizados de discutida
procedencia, fuera del perímetro amurallado del siglo XIV. Más allá de ese
patio de la zona oriental, ambientado con surtidores, cipreses y otras plantas
que introducen un toque romántico, se conserva una parte de las dependencias
más antiguas. En época medieval pertenecían a lo más reservado de la clausura.
El único edificio entero es la capilla de la Santísima Trinidad, que al parecer
toma el nombre del citado eremitorio. La historiografía coincide en considerar
este edificio y las ruinas que lo acompañan como el primitivo núcleo monástico,
comenzado hacia 1170 con funciones varias, de manera provisional, mientras
cobraban forma poco a poco los futuros edificios principales. Podría compararse
esta situación con los primeros tiempos del monasterio de Santa María de
Poblet, donde los edificios iniciales, el llamado Juego de pelota y la capilla
adjunta de San Esteban, fueron destinados finalmente a los monjes ancianos y
enfermos. El proceso era el mismo que se seguía habitualmente en catedrales y
monasterios, mediante una rigurosa planificación, una especie de racionalismo
constructivo, en virtud del cual los diferentes espacios se adecuaban con
fidelidad a las diversas actividades que en ellos se ejercían.
Arco entrada a la Capilla de la
Trinidad, Monestir de Santes Creus
Capilla de la Trinidad
La capilla de la Trinidad es un edificio de
sillar, macizo y pequeño. Rectangular, ligeramente sobreelevado con respecto al
nivel general, por encima de lo que podría haber sido, como ocurre en Poblet,
una cripta con funciones de pudridero, aunque este aspecto no ha podido ser
comprobado. La puerta se abre al Sur, para beneficiarse del sol en un clima
bastante riguroso, y el interior se cubre con una bóveda de cañón apuntado
característica del siglo XII. Ni un solo elemento decorativo, pero quedan en
los muros interiores dos pequeños nichos en el presbiterio, que corresponden a
la credencia donde se colocaban los objetos de culto y al lavamanos, las
huellas de los bancos para los monjes y, en el exterior, las de algunas
construcciones de menor importancia, ya desaparecidas. La capilla de la
Trinidad pasó a ser la de la enfermería cuando se trasladaron a la iglesia
mayor las funciones religiosas que afectaban a toda la comunidad. Tal vez
tuvieron en su día cierto relieve los escasos restos de muros y arcos de medio
punto, aparentemente muy rehechos, que se ven en el solar del lado meridional
de la capilla. Se conocen como “estancias de la reina Petronila”. La
reina Petronila de Aragón, madre del rey Alfonso el Casto, murió en 1173,
demasiado pronto para disfrutar de aposentos nobles en Santes Creus. En
realidad la expresión alude al lugar donde se ubicaron las primeras
dependencias que ocupaban el rey, su familia y su séquito cuando se alojaban en
el monasterio, antes de que fuera construido el Palacio real gótico del siglo XIV.
No obstante, en el ángulo sudoriental del conjunto monástico, queda una torre
conocida como “Torre del homenaje”, destacada junto al edificio
utilizado en su día como caballerizas del Palacio real. Todavía puede verse en
los muros de esta torre cuadrada de aparejo desigual, producto del abandono y
las adaptaciones llevadas a cabo en diferentes épocas, restos de un posible
remate almenado o un matacán y una ventana gótica, de hacia finales del XIII en
la cara este, seguramente abierta con posterioridad a la construcción
primitiva.
Dice Vives i Miret que fue Pedro el grande
quien dispuso la construcción del primer Palacio real en Santes Creus hacia
1280. Sobre esa propuesta se ha fraguado la idea de un palacio monumental, en
torno a un patio, en la parte posterior del monasterio. Chueca Goitia opina que
hacía las funciones de capilla la ya existente de la Trinidad y sitúa al Norte
de ese supuesto proyecto tan ambicioso la “Sala de Paramentos o Tinell
mayor, lo que pudiéramos llamar el Aula Regia”, a la cual estaría adosada
la “Torre del homenaje”. Añade que en la parte oriental y meridional
estaban las habitaciones privadas de los soberanos y que el palacio se extendía
hacia poniente hasta alcanzar los edificios conventuales, de modo que “se
aprovecharía el escritorio de los monjes (actual bodega) alternativamente como
Cancillería Real”…“Este primer palacio se destruyó en gran parte con
motivo de una riada que debió suceder entre 1315 y 1327”. Chueca se hacía
eco, en su teoría, del entusiasmo desbordante de Vives i Miret por todo lo concerniente
al monasterio. Rebasada ampliamente la época feudal, la denominación “Torre
del homenaje” no deja de ser una expresión arcaica no exenta de
romanticismo, una forma literaria que se mantiene, del mismo modo que la imagen
del rey de Aragón celebrando recepciones y banquetes oficiales en el idílico
retiro de Santes Creus, o privando de sus actividades cotidianas a la
comunidad, para destinar ocasionalmente la sala de monjes a funciones de alta
burocracia resulta, cuando menos, sorprendente.
Sabemos que el rey no tenía una residencia
fija, que la corte era itinerante y que disponía de lugares donde alojarse en
diferentes puntos de la Corona.
Especialmente en las ciudades importantes,
donde podían reunirse las Cortes, y también en los monasterios, sobre todo para
descansar y pernoctar con motivo de los frecuentes traslados y viajes.
Pedro el Ceremonioso reformó en el siglo XIV muchas
de esas residencias, ampliándolas o mejorando su habitabilidad, y
enriqueciéndolas con lujosos salones y hermosos miradores con vistas al campo o
al mar. Un rey constructor era un rey poderoso. Pero la situación de Pedro el Grande
en la década de 1280, la última de su vida, no fue precisamente boyante.
La conquista de Sicilia a los Anjou por parte
de Pedro el Grande y su aceptación de la corona de este reino en agosto de 1282
había provocado un duro enfrentamiento con el papa. El monarca fue excomulgado
por el pontífice el 9 de noviembre de ese mismo año y en enero del año
siguiente era desposeído formalmente de su reino. La lucha contra el rey de
Aragón adquirió entonces el carácter de cruzada, capitaneada por Carlos de
Anjou que contaba con el apoyo del papado. La conquista de la ciudad de Gerona,
sitiada por los franceses, solo fue frenada por la mortandad que provocó una
epidemia de peste. Sin la ayuda de Castilla por causa de la excomunión, con
cuyo rey había firmado en 1281 el Tratado de Campillo, de paz y colaboración,
el rey Pedro reclamó la intervención de la nobleza aragonesa. Pero los nobles
aragoneses, contrarios desde el principio a la conquista de la isla y unidos
frente al monarca, le hicieron pagar caro un acuerdo para participar en la
contienda. El rey se vio obligado a firmar en 1283 el Fuero de Aragón o
Privilegio de la unión, con las reivindicaciones de la nobleza. Un yugo del que
no se liberó definitivamente la corona hasta 1348.
No parece que la fecha de 1280 fuera el momento
más adecuado para promover un ambicioso proyecto de palacio monumental en
Santes Creus.
La llamada “Torre del homenaje” y
algunas construcciones adyacentes podían servir, por el momento. Su posición
estratégica hace pensar que la torre pudo ser o formar parte de la primera
residencia de los reyes en el monasterio, vinculada al mismo pero
suficientemente distanciada de la enfermería, que incluía la capilla de la
Trinidad, y de la clausura como para no interferir en la rutina diaria de los
monjes. Cuando se construyó el Palacio real del XIV pudo pasar a tener un papel
únicamente defensivo, destinada a la milicia que acompañaba en sus viajes al
monarca, algo semejante a la llamada Torre de las Armas en el monasterio de
Poblet. Eso justificaría la existencia de las antiguas caballerizas del Palacio
real al lado mismo de la torre, ya en la parte meridional, con el gran arco,
parcialmente tapiado hoy en día, que daba acceso a los carruajes.
No procede que entremos a comentar en este
trabajo las hipótesis sobre el palacio o los palacios del siglo XIV, porque no
corresponden ya a la época del Románico.
Planificación definitiva del conjunto
monástico
Una vez instalados los monjes en esas
construcciones utilizadas provisionalmente como residencia y lugar de culto de
la comunidad, era preciso formular el proyecto y planificar el futuro conjunto
monástico. La iglesia como elemento principal, la sala capitular y el resto de
dependencias necesarias para el uso doméstico, repartidas funcionalmente en
torno al espacio destinado a convertirse en claustro. Los numerosos acuíferos
de la zona, constantemente mencionados en los documentos, y el propio río Gaià,
que discurre prácticamente en dirección Norte-Sur hacia el Mediterráneo,
proporcionaban suficiente agua para las labores agrícolas. Los manantiales
podían abastecer las fuentes del claustro, potenciando su significado simbólico
como Hortus conclusus y solucionando, a su vez, las necesidades
higiénicas de la comunidad monástica.
El templo ocuparía, como es habitual, el punto
más alto. Orientada correctamente al Este, con una ligera inclinación hacia el
Norte, la iglesia acoge el claustro al Sur, en el ángulo que forman la nave
lateral de la epístola y el brazo meridional del transepto, según la fórmula
más habitual que no se cumplió en Santa María de Poblet. De acuerdo con esa
disposición, la sacristía se construyó junto al crucero, la sala capitular a
continuación y, por este orden, la escalera de acceso al dormitorio desde el
patio, los espacios destinados a locutorio y la sala de monjes, junto a la cual
se encuentra un sombrío habitáculo considerado como la antigua cárcel.
En el piso superior, se halla el dormitorio de
monjes, que forma un todo solidario con las dependencias de la planta baja,
hasta tal punto que los documentos llegan a hablar del dormitorio para
referirse a todo el conjunto. Exactamente lo mismo ocurre con Poblet, cuando se
ofrecen legados a “la obra del dormitorio” o a “la obra del nuevo
capítulo y del dormitorio de monjes” indistintamente.
Expresiones como estas referidas a un monumento
pueden ayudar a una mejor comprensión de otros similares, más aún si se trata,
como en este caso, de la misma orden religiosa. Frente a esta galería oriental
que puede considerarse la más privada de la clausura, en la parte del claustro
próxima ya al exterior, estuvieron las dependencias destinadas a los hermanos
conversos o legos, personas menos integradas en la comunidad, que tuvieron un
corredor o paso propio para comunicarse con la iglesia desde una puerta situada
en el tramo de los pies, en el lado de la epístola, diferente de la de los
monjes. Toda esta última zona no se ha conservado y también han llegado muy
maltrechas las construcciones adheridas a la galería sur. En ella tuvo que
estar el refectorio o comedor, mencionado en los documentos, al que prestaría
servicio el templete de la fuente o lavacrum. El refectorio, que se
construyó, o más probablemente se continuó en el siglo XIV, no se ha
conservado. Solo una línea vertical de dentellones de piedra parece indicar
dónde estaba el más interior de los muros, pues en la época del gótico los
edificios monumentales tenían muro doble y relleno. Aproximadamente a 1,5 m de
distancia de esa huella se encuentra una sala cubierta con estructura de madera
sobre nueve arcos diafragma, cuya construcción clausuró las ventanas
correspondientes de la pared de la sala de monjes. Esto indica que su
cronología es posterior a la misma y al refectorio desaparecido y se
aprovecharían al hacerla materiales de otros edificios anteriores. Sí se ha
conservado el lavacrum, una pieza emblemática de los monasterios del
Cister, perfecta mente integrada en el conjunto del claustro gótico.
Cuenta fray Bernat Mallol que el primero de
enero de 1375, en medio de la mayor hambruna del siglo, “que afectó a todas
las partes del mundo”, comenzó en el monasterio la obra de la muralla.
Primero por el claustro y el dormitorio, hasta terminar por la iglesia el 20 de
febrero de 1378, Anno Domini MCCCLXXV prima die mensis ianuarii in quo
videlicet anno fuit magna caristia victualium in omnibus partibus mundi a
seculo inaudita fuit inceptum opus murorum per claustri et dormitorii dicti
monasterii et continuando opera dictorum murorum a dicta prima die januarii ad
vigesima diem febroarii anni Domini MCCCLXXVIII perfecti sunt murii et omnia
opera facta supra ecclesiam et dormitorium et claustrum monasteri prefati.
El enorme grosor de los muros de los edificios
había facilitado la posibilidad de llevar a cabo una fortificación eficaz, con
un coste muy inferior al originado si se hubiera levantado una muralla de nueva
planta. Más aún en una época de escasez y hambruna. Es posible que la decisión
pudiera limitar la expansión de la comunidad. Pero el poder del monasterio
había sido restringido de forma drástica varias décadas antes, en el momento en
que el mismo rey Pedro el Ceremonioso optó definitivamente por Poblet, en vez
de Santes Creus, como panteón de la monarquía. La época gloriosa del
monasterio, durante los reinados de Pedro el grande y Jaime II, era ya
historia.
La obra de la iglesia
Según Bartomeu de Lardenosa, abad entre 1375 y
1379, la iglesia mayor de Santes Creus fue comenzada en septiembre de 1174. Es
decir, que empezaban a cavarse las zanjas para la cimentación. Fray Bernat
Mallol lo confirma, Anno Dominice Incarnationis MCLXXIIII menses setembris
cepit hedificari ec clesia maior monasteri de Santis Crucibus in honore
gloriose Dei Genitrix semperque virginis Marie presente domine Petro abbate
eiusdem monasterii cum toto conventu eiusdem… Era abad Pere de Puigverd y
papa Alejandro III.
La iglesia tiene planta típicamente
cisterciense, con su habitual forma de T.
Reproduce casi con exactitud, aunque a escala
reducida, el plano de la abadía de Cîteaux, principal de la orden, en la
primera mitad del siglo XII, antes de que su cabecera fuera ampliada con una
gran girola cuadrangular de doce absidiolos.
Aunque Cîteaux fue destruido por la Revolución
francesa, se sabe que su longitud total rondaba los 100 m. Tenía planta
basilical, cinco ábsides de fondo plano, mayor y más profundo el central, de
anchura equivalente a la correspondiente nave longitudinal, dos naves
laterales, y una larga nave transversal a la que se abrían los cuatro ábsides
menores. El Cister exigía simplificación, entendida como lucha contra el
ornato, corrección en la búsqueda de las formas proporcionadas en los espacios
y precisión reflejada en el corte limpio y exacto de la piedra. Presumían de
tener los mejores tallistas de la época y las construcciones más sólidas.
Cuidaban extraordinariamente la cimentación. grandes zapatas colocadas a un
mínimo de dos o tres metros de profundidad, cuyas dimensiones rebasaban
ampliamente la anchura de los muros que debían soportar, formaban la base de
los cimientos, realizados con materiales cortados en bloques enteros, no de
deshecho y cascotes como solían ser los de las construcciones más modestas. Pero
esas enormes fábricas monásticas, de poderosos muros y altas bóvedas, podían
resultar extraordinariamente costosas y se prolongaban mucho en el tiempo.
El abad Puigverd debía sentirse muy seguro
sobre el futuro de su abadía para acometer una obra semejante.
La elección de construir un testero con muros
muy gruesos y ábsides planos, al modo de Cîteaux y los orígenes del Cister,
garantizaba la solidez de la cabecera y la celeridad de la edificación. Al
contrario de Poblet, donde fue preciso fabricar varios espacios envolventes de
manera concéntrica, para conseguir los absidiolos semicirculares primero, la
nave de la girola después y, finalmente, el ábside propiamente dicho, las obras
de Santes Creus pudieron avanzar con mayor rapidez, teniendo en cuenta que el establecimiento
definitivo se produjo más tarde.
Alfonso el Casto añadía en su testamento, en
1194, más allá de la mencionada donación de 1166 y de cualquier otra, la
considerable cantidad de mil maravedís “para la obra de Santes Creus”, Dimitto
opere de Sanctis Crucibus mille morabetinos, e incluso ciento cincuenta
maravedís más para que permaneciera siempre encendida –se supone en el altar–
una candela, et CL morabetinos ad unam candelam perpetuo illuminandam.
El documento hace referencia a la obra, pero no directamente a la iglesia mayor
y su altar, aunque sin duda ya existía un altar dedicado a su patrona, la
Virgen María, en el monasterio. Mucho más explícita es la noticia que aporta
fray Bernat Mallol. En la festividad de Pentecostés, el día 22 de mayo de 1211,
la comunidad formada por el abad Bernardo, en referencia a Bernat d’Ager
(1199-1222), y cuarenta y cinco monjes, se trasladaba a la iglesia nueva, Anno
Domini MCCXI, XI kalendas iunii in die penthecostes circa horam terciam
conventus dicti monasterii transmutavit se in ecclesiam novam presidente domino
Bernardo cum quadraginta quinque monachis. Es decir, en la cabecera podía
celebrarse culto en 1211.
Una cuadrilla de al menos dieciséis
picapedreros había trabajado en la construcción de los cuatro ábsides
laterales, a juzgar por las marcas de cantero conservadas. Dispuestos de dos en
dos, constituyen un poderoso apoyo para el ábside central. Los del lado del
evangelio, al Norte, se encuentran más deteriorados por la erosión y atacados
por la humedad. Tal vez sea por eso, pero aparentan ser los más antiguos. Los
del lado de la epístola se mantienen en mejor estado, aunque han sido
transformados por el recrecimiento de los muros para construir sobre ellos dos
cámaras contiguas. Los nervios facetados de sus bóvedas de crucería, perdidos
en una de ellas, indican que estas salas pertenecen a la década de 1300-1310,
al igual que la esbelta ventana gótica, de pequeño tamaño, que las ilumina.
Ábsides del lado del evangelio
Ábsides
del lado de la epístola
Los sillares son grandes, bien escuadrados
gracias a la dureza de la piedra utilizada en esa parte baja de la
construcción, y de tamaño un tanto irregular. En ocasiones se cortaron pequeños
encajes que parecen buscar una mejor trabazón del aparejo, mientras fraguaba el
mortero. Se cubren con bóveda de cañón apuntado en sentido longitudinal y en
cada uno de ellos se abre una ventana, todas románicas, con un acusado derrame
para favorecer la entrada de luz con la menor pérdida de muro posible, salvo la
del extremo sur, de cronología más avanzada.
Nave con el ábside central
El ábside central fue el último de los cinco.
Precisaba el apoyo de los anteriores. Algo más profundo y aproximadamente el
doble de ancho, parece haber sido realizado en dos etapas, con cierta distancia
entre ambas. En la parte inferior, hasta aproximadamente la imposta de los
arcos de las tres ventanas, idénticas a la mencionada del absidiolo meridional,
trabajaron entre ocho y diez obreros, algunos de ellos diferentes de los
anteriores, con piedra extraída de la misma cantera. De ahí hacia arriba, la piedra
cambia, prueba de que se usaba otra cantera, aparentemente menos dura, y cambia
o se renueva la cuadrilla de picapedreros. El sillar se regulariza y reduce su
tamaño. Desde ese punto ya no se altera hasta la cornisa superior. Es la zona
de la terminación de las ventanas y del rosetón, que fue trasladado a Poblet en
la década de 1990 para ser restaurado por Miquel Vendrell y recolocado
posteriormente en su lugar.
La fachada exterior del ábside central estaba
rematada, como ocurrió con las de los brazos del crucero, con un piñón
triangular, fiel reflejo de la cubierta superior, a doble vertiente, como es
habitual en obras semejantes.
Ningún documento conocido permite explicar esta
constatación tan evidente en cuanto al cambio en los materiales. Sabemos que el
monasterio poseía varios lugares de los que extraer piedra, en especial las dos
propiedades con canteras en uso mencionadas entre 1182 y 1188, de color y
calidad distintas.
Probablemente se estaban continuando por el
crucero los muros perimetrales hasta el nivel alcanzado en los cuatro
absidiolos, con las correspondientes bóvedas, pero no era conveniente levantar
todavía la parte alta del ábside central por razones de seguridad. El mortero
de cal con que se trabajaba en la edad media fraguaba muy lenta mente y podía
tardar años en adquirir suficiente solidez. Las construcciones avanzaban por la
base más rápido que hacia arriba.
De modo que la bóveda del ábside principal, que
debía resultar solidaria con las de la nave transversal, a su misma altura,
pudo quedar sin fabricar durante algún tiempo. Y con ella las fachadas que la
delimitan exteriormente. No sería extraño que se colocara una estructura de
madera a modo de cubierta provisional para la capilla mayor e incluso para el
crucero, que permitiera el uso litúrgico de esa amplia zona mientras continuaba
la obra. Algo semejante ocurrió con casi total seguridad en la catedral de Tarragona
donde, a pesar de una probable consagración hacia 1230, no se cubrieron con
bóvedas de piedra los tramos previos al ábside central y el crucero hasta
aproximadamente la mitad de la centuria.
Y lo mismo en Santa María de Vallbona, el
tercer cenobio cisterciense de la Cataluña Nueva, femenino en esta ocasión,
donde tanto el ábside mayor como el crucero y la nave pudieron mantener
cubiertas de madera hasta una fecha cercana a 1300. Los cambios en la piedra se
habrían producido en Santes Creus ante la necesidad de explotar varias canteras
a un tiempo, escogiéndose el material más fácil de trabajar para las bóvedas,
tal vez por iniciativa de algún especialista en la aplicación de las nuevas
técnicas del gótico para las bóvedas de crucería.
La del ábside mayor puede ser la primera gran
bóveda del gótico en Santes Creus. Dos arcos cruzados de sección cuadrada, con
una sencilla clave cruciforme de decoración discoidal, semejantes a los que
encontramos en Poblet en construcciones protogóticas en pleno siglo XIII. Las
ménsulas angulares que las soportan repiten el modelo troncopiramidal
invertido, rematado por hojas de lirio planas, típico del Cister. Tuvo dos
ventanas románicas, una a cada lado, con el alféizar en pronunciado derrame
para enfocar mejor la luz hacia el punto central del espacio. Y en el testero
propiamente dicho, el magnífico rosetón encajado en el luneto, bajo el plemento
oriental. Contrasta este gran óculo tan decorado con la austeridad monacal de
las ventanas. El círculo más exterior repite el tema del llamado billete jaqués
y en los interiores se alterna el bocel y la media caña hasta llegar al vano
central, de ocho radios con arcuaciones y un bonito nudo en el núcleo, formado
por un tallo, como la eternidad, sin principio ni fin.
En este gran óculo se esconde una carga
simbólica que va mucho más allá de su aspecto formal. El rosetón simboliza la
Divinidad y su permanencia eterna. Y recibe la primera luz del amanecer
proyectándola hacia el interior del templo.
Pero, situado sobre las tres ventanas, a su vez
fuentes de luz, representa la síntesis de las tres personas de la Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu, en un único Dios. Se recuperaba de este modo
la tradición trinitaria de Santes Creus, desde el legendario eremitorio
primitivo y la capilla de la Trinidad, para incorporarla a la nueva iglesia. No
hay que olvidar el importante papel jugado por el Cister en la lucha contra la
herejía albigense, que se negaba a aceptar, entre otras cosas, la doble naturaleza
de Cristo. Para los cátaros era imposible que Dios, principio del bien, se
hubiera encarnado. Negaban, por tanto, la naturaleza divina de Cristo. Cuando
el papa Inocencio III organizó la lucha contra los albigenses, confió la
dirección de la misma al arzobispo de Narbona, prelatura a la que había
accedido siendo abad de Cîteaux. No era otro que Arnaud Amaury, el mismo Arnau
Amalric que había sido abad de Poblet entre 1196 y 1198, citado por Agustí
Altisent en el abadologio populetano. Uno de sus sucesores en el abadiato de
Poblet, Pere de Curtacans, que a su vez participó en la dirección de la
cruzada, murió en extrañas circunstancias en 1214 como consecuencia de ello.
Anselme Dimier destaca la fuerte implicación en esta causa de la abadía de
Fontfroide, casa madre de Poblet. También intervino muy activamente en la lucha
contra la herejía la de Grandselve, de donde procedía la comunidad de Santes
Creus. Entre la rica colección de códices, el monasterio poseía una copia del
siglo XII de la obra de Boecio De consolatione philosophiae libri V. De
Sancta Trinitate libri IV. Para completar el tema de la Trinidad, quien
ideó el rosetón de Santes Creus quiso representar en él la imagen del mundo. La
prueba evidente de la poderosa fuerza de Dios, creadora del universo.
Mucho antes de que Pierre d’Ailly escribiera en
1410 su Ymago mundi, la imagen del mundo, otros pensadores y teólogos
habían descrito el universo según las teorías de los filósofos de la
Antigüedad. Las visiones de la monja alemana Hildegarda de Bingen expresadas en
su obra Sci vias, “Conoce las vías” (del Señor), de entre 1141 y
1151, cobraron un especial carácter profético en el siglo XII. Ella misma se
definía como el vehículo transmisor de lo que le comunicaba “la Luz viva”,
identificando a Dios con la Luz. Un cierto número de copias del manuscrito de
Hildegarda fueron ilustradas. Destaca el magnífico volumen sobre su tercera
visión conservado en la Biblioteca Statale de Lucca, de hacia 1230, con diez
bellas ilustraciones a toda página, que completan el relato de la monja
benedictina. Santa Hildegarda vio una esfera, rodeada de un círculo de fuego.
La esfera es signo de Dios.
Dios Padre, con su Hijo unigénito nacido de una
virgen, posee una gloria tan grande que todas las criaturas se iluminan con la
claridad de su luz. La Tierra creada por Él se renueva periódicamente en el
interior de los círculos concéntricos de los cuatro elementos. Fuego, aire,
agua y tierra. Y con ellos los vientos, como hálito divino. Los filósofos
antiguos dieron nombre a los cuatro vientos cardinales y a los ocho
colaterales. El artista que ilustró el ejemplar de Lucca situó, como en los
mapas actuales, en la parte superior de la página el Norte y los vientos
aparecen como pequeñas cabezas de animales, que aportan con su soplo los
efectos beneficiosos o no, según sea su procedencia y orientación. Cuando se
difundió el Sci vias, el texto contaba ya con la aprobación del papa
Eugenio III (1145-1153), un cisterciense discípulo de Bernardo de Claraval, y
del propio San Bernardo. No es de extrañar que el Cister hiciera suya la visión
de Hildegarda y que su eco llegara hasta el rosetón de Santes Creus.
Los cuatro vientos cardinales están
representados por los cuatro radios axiales, a los que se añadieron dos radios
más en aspa, en representación de la X, inicial del nombre de Cristo en griego,
el Hijo, como si se tratara de un crismón.
Finalmente, los ocho vientos colaterales ocupan
ordenadamente su lugar en forma de pequeñas cabezas de animales que asoman
entre las arcuaciones del interior del círculo.
Con independencia de la posible interpretación
simbólica, se observa que el rosetón arranca formalmente de ejemplos del primer
gótico francés, simplificándolos. Especialmente importante, como precedente, es
el rosetón que se alza sobre las tres grandes ventanas del Pórtico Real de la
fachada occidental de la catedral de Chartres, cuyas magníficas vidrieras sobre
el tema del Juicio Final se colocaban ya hacia 1215. Villard de Honnecourt
reprodujo esta obra en su Cuaderno, en torno a 1225-1235, en el folio 15v de lo
que se ha con servado de ese famoso manuscrito de la Biblioteca Nacional de
París. Todavía no existían entonces los grandes rosetones de las fachadas
góticas de las catedrales de París, Reims o Amiens y, aunque la colocación de
un rosetón en la fachada occidental es especialmente propio del gótico, nada
impide que en un período inicial su estructura se desarrollara a partir del
semicírculo y el arco de medio punto, tan significativos del Románico. Eso
situaría la construcción de esta parte de la cabecera de la iglesia de Santes
Creus en un momento clara mente posterior a estas fechas. Este esquema
compositivo se encuentra en el ábside central de la iglesia de la abadía
cisterciense de Silvacane, en Francia, comenzada un año después y de menores
dimensiones, donde se repite de forma parecida en la fachada occidental. Para
intentar precisar algo más, podemos fijarnos en los rosetones de los extremos
del crucero en la catedral de Tarragona, que era Metropolitana y Primada, lo
que explicaría una más que probable relación. La fachada del lado del evangelio
estaba ocupada por el edificio del refectorio de los canónigos y solo aparece
por el exterior la zona que ocupa la ventana circular. En el lado de la
epístola, sin embargo, toda la fachada es exenta. Vemos en ella las dos
ventanas románicas de la parte inferior y un cambio de material justo por
debajo del rosetón, como en Santes Creus, porque también se produjo un lapso en
la obra. El resultado final fue un óculo de gran tamaño, con doble número de
radios que el del Santes Creus, y una serie de molduras concéntricas entre las
que se incluye la decoración de billetes y zig-zags que vemos en el monasterio.
El conjunto fue también rematado a doble vertiente, con arcuaciones ciegas. La
obra del crucero tarraconense con su cimborrio se terminaba poco después de la
mitad del siglo XIII. Todo esto hace muy poco probable la fecha de entre 1193 y
1211 que se ha propuesto en alguna ocasión para el de Santes Creus y puede
servir como punto de referencia cronológica respecto a esta obra tan singular
que influyó, a su vez, en otras construcciones, entre ellas la iglesia de San
Ramón en la cercana localidad de El Pla de Santa Maria.
La construcción de las naves
La fecha de 1211, en que comienza a celebrarse
culto en la iglesia, debió marcar un punto de inflexión en el proceso
constructivo. Conseguido el primer gran reto, es decir el tras lado de la
comunidad de la vieja capilla a la iglesia nueva, la obra podía continuar sin
prisas por las partes altas del espacio ya consagrado, y por los cimientos y
los muros del resto del templo, aunque la situación económica no fuera
favorable.
Tal vez el abad y sus monjes habían advertido
que se avecina ban malos tiempos. Disponían de tierras y granjas, procedentes
de las donaciones de la nobleza, pero no tanto de rentas, más propias del
patrocinio de la monarquía. La disminución de la llegada de hermanos legos
había dejado muchas tierras de labor baldías, hasta el extremo de verse
obligados los monjes a alquilarlas, con la consiguiente merma de ingresos.
Desde el testamento de Alfonso el Casto en
1194, dos años antes de morir, Santes Creus no había vuelto a recibir, en
cuanto a donaciones, nada parecido.
El propio rey Alfonso escogió para enterrarse
el monasterio de Poblet. Pedro el Católico pensaba igualmente en Poblet, pero
acabó enterrado en Sigena. Y Jaime I se inclinó por Poblet, de nuevo. Hubo que
esperar al sucesor de este último, a partir de 1276, para que el monasterio
recuperara el favor real. En 1282, pocas fechas antes de la guerra de Sicilia,
Pedro el Grande otorgó el primero de sus dos testamentos, …Eligimus nobis
sepulturam in monasterio Santarum Crucum ordinis Cisterciensis quod constructum
est in diocesi Terraconensis.
Cumplía el mandato de su padre por el que se
obligaba a elegir sepultura en Santes Creus que, según este documento, se
hallaba consolidado como monasterio, con suficientes edificios para el
desarrollo normal de la vida de la comunidad, lo que no significa que todas las
construcciones que hoy conocemos hubieran sido ya realizadas. Esa es la
interpretación que debe darse a la frase quod constructum est, “que
está construido”. Dejaba al monasterio un legado que rebasaba ampliamente
los mil maravedís del rey Alfonso.
Nada menos que diez mil maravedís, que debían
ser aplicados “a la obra del monasterio”, sin indicar concretamente a
qué parte, además de los habituales encargos piadosos. Y otro legado igual, y
con la misma finalidad, a la obra del monasterio de Poblet. Su monumento
funerario, una espléndida obra del gótico realizada ya a principios del siglo XIV,
se conserva en el crucero de la iglesia, al otro lado de la de su hijo Jaime II,
el gran protector del monasterio. En su epitafio se recordó que el rey Pedro, Rex
Aragonensis comesque et dux Barcinonensis, había destacado por la audacia y
el poderío en la guerra, por ser magnánimo, por derribar a los poderosos, ser
justo con todos, adorador de Cristo y devoto de la Virgen María. Había
fallecido en 1285. El segundo y último testamento, ya en su lecho de muerte,
lleva fecha del 2-3 de noviembre de este último año.
Después de cumplir con la iglesia en la
cuestión siciliana, se ratifica en su deseo de ser enterrado en Santes Creus.
Aunque seguía por terminar, no se menciona en esta ocasión la obra del
monasterio.
A lo largo de todo ese tiempo, desde la
desaparición de Jaime I hasta el reinado de Pedro el Grande, la obra de la
iglesia, una parte de la cual ya estaba dedicada al culto, transcurriría a un
ritmo muy lento hasta completar la planta basilical de cruz latina que ahora
vemos. Pero la reciente iniciativa real habría supuesto un nuevo impulso. Así lo
indica la clave de bóveda del cuarto tramo de la nave central, contando del
crucero hacia los pies para seguir el proceso de la construcción, donde figuran
las armas del rey. De eso se deduce que, desde aquel 1211 en que comienza el
culto en la cabecera hasta el final del reinado de Pedro el grande, se habían
realizado la bóveda del ábside central, las de los tramos de las naves
laterales y central más próximos al crucero, las del crucero mismo con la
puerta del cementerio, la práctica totalidad de las naves laterales y las de
los tramos segundo y tercero de la central. Quedaría, aún, por hacer la
penúltima bóveda y por definir el último tramo a los pies, que incluía una
reflexión sobre el modelo de fachada. Y tal vez se habían colocado ya algunas
vidrieras. Vidrieras sin estridencias, co mo marcaba la orden, hechas con
vidrios incoloros, a veces grisalla, formando motivos geométricos variados,
entrelazos o nudos, temas vegetales pintados e, incluso, flores de lis, que
podrían interpretarse como símbolos marianos, según la época, o patrocino de la
monarquía, en tiempos de Jaime II y Blanca de Anjou. Solo se conservan in situ
catorce de estas vidrieras, reparadas en numerosas ocasiones, y en diferente
estado.
Nave central desde el crucero, con el
ventanal apuntado con vidrieras sobre la portada occidental al fondo
Poco o nada había cambiado el proyecto desde el
principio. Muros perimetrales extraordinariamente gruesos y poderosos, y
pilares realizados con un concepto similar a un muro horadado cuyos huecos, en
arco de medio punto con función de formeros, configuran prácticamente cortas
bóvedas de cañón. Nada indica en ellos la previsión de bóvedas de crucería.
Tal vez se había pensado cubrir todo el
edificio con bóvedas de cañón apuntado, como las de los ábsides laterales. Pero
esa idea habría quedado descartada rápidamente en el momento de construir las
partes altas del ábside central y del crucero.
De ahí la necesidad de disponer ménsulas en los
ángulos para recibir los nervios o arcos cruzados de las bóvedas de crucería y
las diferencias que se observan entre las ménsulas del crucero y las de las
naves. En la nave transversal del crucero todas las ménsulas son del mismo
tipo, tanto las de los arcos fajones como las de los nervios. Pirámide
invertida y ramos de hojas planas. Idéntico sistema en el ábside mayor, lo que
confirma la hipótesis de la relación cronológica entre esas partes. Excepto en
la bóveda central, el crucero propiamente dicho, donde hay una bóveda de
crucería capialzada, ligeramente elevada, que indica que fue la última en
realizarse por razones de estabilidad y que se quiso destacar por el valor
simbólico de la zona donde se encuentra. En las naves laterales, previas a la
construcción de la central puesto que le sirven de contrafuertes, se prescindió
de las ménsulas. Los arcos fajones arrancan de una sencilla imposta y los
nervios se incrustan directamente en los ángulos de las esquinas. Sin embargo,
las ménsulas de los fajones de la nave central destacan por su originalidad.
Series paralelas de molduras convexas reviven, monumentalizando, el remoto tema
de los modillones de rollos propio del arte islámico, sin aparente relación
directa con el mismo. Se trataría de un elemento meramente decorativo
incorporado al repertorio ornamental cristiano de los artistas hispanos, como
ocurre con las arcuaciones ciegas polilobuladas que figuran insistentemente en
la catedral de Tarragona y su entorno próximo, además de otros puntos de la
Corona de Aragón. Lo más lógico es que se siguieran modelos como los que
aparecen en la Aljafería, el palacio musulmán reutilizado tras la reconquista
donde se alojaba el rey durante sus estancias en Zaragoza, y que no deban
buscarse en Santes Creus o en Tarragona alarifes mudéjares entre los obreros,
cuyo poder de decisión para elegir los elementos decorativos habría sido
irrelevante.
Nave lateral del evangelio
Nave lateral de la epístola desde el
crucero
Bóveda
sobre la que se asienta el cimborrio del crucero
Ménsulas de la nave
El resultado de esa iglesia, de aspecto macizo
e inmenso, es espectacular aunque no sea en realidad excepcionalmente grande. Y
de una extrema austeridad, si no se tiene en cuenta el enorme coste de su masa
de piedra. Todo ello, unido a la forma de las ventanas con sus arcos de medio
punto y el derrame que ayuda a difundir la luz procedente del exterior, permite
adscribir el templo a la corriente del Románico del siglo XIII, en una fase
tardía del estilo, que convive con el uso de bóvedas de crucería, deliberadamente
simples, para cubrir las partes altas, propias ya del primer gótico. Fuera de
cualquier tipo de improvisación, en la iglesia de Santes Creus se había
impuesto la estética de la línea. La aparente simplicidad de la arquitectura
desnuda.
La fachada principal
Cuando se llega a Santes Creus por la Puerta de
la Asunta, con su arquitectura y esgrafiados barrocos a modo de decorado, para
acceder a la Plaza de Sant Bernat Calbó, aparece enfrente una fachada
excepcional. Un gran ventanal gótico empequeñece la portada. Nada que ver con
la sobriedad de los muros, ni con las ventanas de los extremos, sino con una
forma nueva de interpretar la arquitectura en función de la luz, producto de un
nuevo impulso constructor que afectó a la parte central de la fachada en torno
a 1300. Por encima, almenas y merlones de la fortificación del siglo XIV. La
historiografía suele indicar que el frontis de la iglesia pertenece a dos
épocas y estilos diferentes. Románicas las pequeñas ventanas laterales,
románica igualmente la puerta central, que posee arco y arquivoltas
semicirculares, y gótico el ventanal superior. Vives i Miret recoge una nota de
1379 del abad Ladernosa en la cual se dice que, con las obras realizadas en
1280 se terminó la construcción de la iglesia, desde la parte del coro hasta la
puerta de entrada. Creus Coromina comparte esa opinión, extraída del llamado
libro de Pedret, un compendio histórico del monasterio de 1720 que, al parecer,
fue pasto de las llamas en 1936. Y añade que esas obras fueron financiadas por
Jaime II, cuyo escudo figura en la última clave de bóveda de la iglesia, en la
nave del evangelio. En ocasiones resulta difícil interpretar los documentos,
más aún si son traslados o copias de otros anteriores y han desaparecido. No es
posible que la fachada que ahora vemos estuviera terminada en 1280. Pero sí
que, en un período de poco más de dos décadas, a partir de esa misma fecha, los
trabajos pudieron culminar brillantemente toda la fachada occidental.
Ignoramos la razón por la que el último tramo
de las naves es más corto y conforma espacios cuadrados, en vez de
rectangulares, en las naves de los lados. Como si hubieran previsto levantar
sendas torres que, finalmente, no se hubieran llevado a cabo. La tradición del
Románico llega hasta las ventanas de los extremos, que se diferencian de otras
del mismo tipo por la adición de un sencillo guardapolvo enmarcando el arco de
medio punto. Y, si bien la portada se abre hacia la plaza con un arco
semicircular, esta vez con tres arquivoltas molduradas típicas del siglo XIV,
hay que recordar que el arco de medio punto se encuentra en las puertas de
varias iglesias de la localidad de Montblanc y de L’Espluga de Francolí,
cercanas al monasterio de Poblet. A pesar del tipo de arco, la puerta pertenece
sin duda a la época del gótico.
Fachada occidental
Portada occidental de la iglesia
Durante ese período se mantuvo en la cuenca
septentrional del Mediterráneo una tendencia, derivada del mundo clásico, en
que el arco de medio punto convivió con el arco apuntado, especialmente cuando,
como en este caso, no planteaba problemas estructurales. Por el contrario, todo
indica que se limitó deliberadamente la altura de la puerta, condicionada por
el gran ventanal gótico, con su vidriera de época que, además de proporcionar
iluminación al atardecer a una nave de por sí oscura, constituye el principal
atractivo de esta fachada.
Por su estilo y su derrame facetado, esta
ventana, de considerables proporciones, puede situarse cronológicamente en la
primera década del siglo XIV, realizada ya en el reinado de Jaime II, y está en
relación con otras de la catedral de Tarragona, y de los monasterios de Santa
María de Vallbona y Bellpuig de les Avellanes, estos dos últimos en la
provincia de Lérida. Junto a las jambas, cuyos capiteles pueden pertenecer a
uno de los artistas del claustro de Vallbona, quedan aún restos de lo que fue o
iba a ser un porche avanzado. La construcción de las fortificaciones de la
segunda mitad de la misma centuria alteró la terminación original de la parte
alta. La obra de esta monumental fachada supuso un estallido de modernidad con
respecto a lo hecho anteriormente. La decisión de Pedro el grande al elegir su
sepultura en Santes Creus y la predilección de su hijo Jaime II por el
monasterio resultaron fundamentales para la aceptación plena y decisiva del
nuevo estilo en el siglo XIV.
El claustro mayor y las dependencias
claustrales
La lenta obra de la iglesia debió de concentrar
buena parte de los esfuerzos constructivos durante largo tiempo.
Los monjes, que ya utilizaban la zona del
templo habilitada para el culto, necesitaban disponer junto a la iglesia de los
edificios adecuados para la vida en comunidad. No hay duda de que el proyecto
inicial contemplaría la existencia del claustro románico en el lugar que
actualmente ocupa el claustro gótico y que ese gran patio actuaría de
distribuidor de todas las dependencias claustrales. Según el códice de fray
Bernat Mallol, el 22 de marzo de 1226 los monjes se traslada ban a la iglesia
mayor para las vigilias matutinas, Anno Domini MCCXXV, XI kalendas aprilis
commutatus est conventus predictus in maiori membro ecclesie predicti
monasterii ad vigilias matutinas. Se trata del primer rezo de las
veinticuatro horas del día, todavía de noche cerrada, por lo que se
sobreentiende que el dormitorio común estaba en funcionamiento, total o
parcialmente, y comunicado directamente con la iglesia. Esa es la razón por la
que existe la monumental escalera de piedra del brazo meridional del crucero,
habitual en esos monasterios, que describe el Padre Villanueva cuando se
refiere al reconditorio donde se encontraba el archivo, sobre los ábsides
laterales de la epístola. “Al lado de la puerta de la sacristía hay una
escalera grande y descubierta que ocupa una buena parte del crucero, por la
cual se sube al dormitorio común… En esta pieza se halla el archivo y
biblioteca”. Hablaremos de esta pieza más adelante, al describir la
sacristía y la escalera de caracol que sube hasta las cubiertas exteriores de
la iglesia. Villanueva ya pudo verla comunicada directamente con el dormitorio.
El mismo Mallol indica que la primera piedra del dormitorio había sido colocada
en 1191, Anno Domini MCLXXXXI positus fuit primus lapis in fundamento
dormitorii quod fuit edificatum in predicto monasterio quarto kalendas augusti
domino Ugone abbate presente, en tiempos del abad Hugo II (1185-1198). La
dependencia destinada a dormitorio común ocupaba siempre el piso alto en
catedrales y monasterios, por razones de seguridad y funcionalidad, pues se utilizaba
únicamente durante unas horas por la noche, al contrario que otras dependencias
que debían resultar más accesibles durante todo el día. El edificio en cuya
planta superior se encontraba el dormitorio, solía tomar el nombre del mismo.
Así, a la “obra del dormitorio” de Poblet se destinaba en 1243 un
importante legado. Una expresión demasiado ambigua pues la obra del dormitorio
estaba íntimamente ligada a las construcciones que tenía debajo. Mucho más
concreta y descriptiva resulta otra donación, relacionada también con Poblet, “para
la construcción de la sacristía, la sala capitular, el locutorio, el noviciado
y el dormitorio”, teniendo en cuenta que el noviciado fue finalmente sala
de monjes. Puesto que en Poblet sacristía, capítulo, locutorio y sala
constituían la planta baja del gran edificio cuya planta superior ocupaba
totalmente el dormitorio, es de suponer que la primera piedra colocada en
Santes Creus en 1191 correspondería también al comienzo de todo un conjunto
similar.
Claustro mayor. Puerta románica de acceso a la
iglesia en el ángulo nordoriental.
El claustro mayor de Santes Creus es sin duda
el más importante del gótico en Cataluña. Fue promovido por Jaime II y Blanca
de Anjou en el siglo XIV para sustituir un proyecto anterior sin terminar. Es
muy difícil en estos momentos conocer con exactitud el carácter y alcance de la
construcción desaparecida, que había sido realizada durante el siglo XIII. En
situaciones similares se comenzaba por la galería norte, tangente a la iglesia
en sentido longitudinal, solidaria con el muro de la misma, con lo que se
lograba un eficaz sistema de apoyo. Pero también era necesario proporcionar
cuanto antes un paso a cubierto que comunicara la cabecera de la iglesia con
las dependencias más usadas por la comunidad, que se encontraban en la zona
oriental del espacio destinado a claustro. No es fácil apuntar cuáles fueron en
este caso las prioridades. La solidez de los robustos muros de la iglesia de
Santes Creus era indiscutible. Así que es posible que se comenzara el claustro
por la parte de la sala capitular e incluso sería razonable pensar que por el
ángulo nordoriental correspondiente, donde todavía queda la puerta que pudo ser
el acceso original al templo desde el patio. En ambas galerías pueden verse en
los muros las huellas de las viejas bóvedas, probablemente de arista. Las de
crucería gótica del siglo XIV las superaron ampliamente en altura y, con el
tiempo, albergaron bajo arcosolios las sepulturas de los benefactores. También
la planta del nuevo claustro rebasó la anterior. Todo indica que se alargó un
tramo hacia el Oeste, como ocurrió en Poblet, para facilitar un paso hacia la
iglesia por la puerta del penúltimo tramo, a los pies, desde el corredor que
discurría tangente a las dependencias de los conversos. Parece confirmar esta
hipótesis la situación del lavacrum, el templete que cobija la fuente del
lavabo, frente a la entrada donde estuvo el refectorio o comedor, igualmente
desaparecido. En el proyecto del siglo XIII el lavacrum quedaría centrado con
respecto a la galería meridional. De ese modo el claustro habría adoptado la
forma de un cuadrado perfecto, el Hortus conclusus evocador del Paraíso.
De todos los sepulcros que vemos actualmente en
el claustro, solo puede considerarse románico el de Guillem II de Montcada, en
la galería oriental.
Guillem de Montcada y Bearn murió en la batalla
de Portopí, con motivo de la conquista de Mallorca en 1229, como hemos
comentado anteriormente. Su pérdida quedó reflejada en el relato de la crónica
real y su participación en la contienda, en las imágenes de los murales
trasladados al MNAC procedentes del Palacio Aguilar de Barcelona. Resulta
interesante la decoración de la cara frontal del vaso fúnebre, donde los palos
de bezantes alternan con columnillas de fuste helicoidal, en una composición
que recuerda algunos sarcófagos de la Antigüedad tardía.
“La obra del dormitorio” y la
galería oriental
Puesto que el dormitorio estaba en uso en 1226,
podemos deducir que, entre la colocación de la primera piedra en 1191 y ese
1226, se había construido al menos la parte correspondiente al pequeño
habitáculo de la sacristía, la sala capitular y, parcial o totalmente, el
propio dormitorio, cuya envergadura es menor que la del dormitorio de Poblet.
Suman treinta y cinco años en los que habría que incluir la continuación de los
trabajos en la cabecera y el crucero de la iglesia.
Entre ese grupo de dependencias que iban a
ocupar la planta baja del conjunto edificado en el ala oriental del futuro
claustro, la más destacable es la sala capitular, pero se construyó primero la
sacristía, necesariamente tangente a la iglesia. Pequeña y dividida en dos
tramos, uno de ellos deformado, comparte espacio en longitud con el habitáculo
del armarium para los libros, abierto hacia el claustro, que fue transformado
posteriormente en capilla dedicada a la Asunción de la Virgen. La sacristía tendría
un pequeño hueco al Este hacia el exterior, para permitir la entrada de luz, y
una única puerta hacia el interior del templo, además de las dos hornacinas del
lado de la epístola, una con funciones de credencia y la otra para el
lavamanos. En el ángulo nordoriental, el muro fue engrosado para adaptarlo a la
caja de la escalera de caracol que accede a las cubiertas superiores de la
iglesia y, a media altura, a las salas donde se custodiaba, entre otras cosas,
el archivo.
De nuevo es Chueca, apoyándose en Vives i
Miret, quien propone un uso diferente para estas dos salas, anterior a su
función de archivo. “un complicado sistema de pasadizos comunicaba las
estancias reales con un oratorio situado encima de las capillas colaterales del
ábside (la de la Epístola), que ahora se conoce con el nombre de archivo. Desde
allí las personas reales podían asistir a las ceremonias de la iglesia”.
Está comprobado que en las estancias reales
había espacios de devoción privada. Así ocurría en Poblet en el siglo XIV, pues
Pedro el Ceremonioso encargó “unos oratorios” al escultor Jaume
Cascalls, que no eran otra cosa que retablos destinados a oratorios privados en
las Cámaras Reales que se encontraban en el extremo más oriental del
monasterio, anteriores al Palacio real de Martín el Humano. No está tan claro
que hubiera tribunas altas, a modo de salas, en la cabecera de la iglesia. Al
menos no en Poblet, donde no se encuentra nada parecido, mientras que la zona
del crucero destinada al Panteón Real fue considerada Capilla Real.
La posibilidad de que las salas construidas en
Santes Creus sobre los dos ábsides laterales del lado de la epístola tuvieran
la función de una tribuna resulta difícil de explicar.
Por una razón de oportunidad, pues los períodos
de presencia de los reyes en el monasterio serían demasiado breves como para
llevar a cabo una obra tan costosa. Pero, sobre todo, porque resulta imposible
visualizar desde allí las ceremonias que se realizan en el altar. El grosor del
muro, la altura de la única ventana que se abrió en ese lateral del ábside
mayor y la inclinación del derrame de la misma no lo permiten. Sí está
comprobado que en el siglo XIV comenzaban a proliferar en diferentes lugares
dependencias prácticamente aisladas, auténticas cámaras de seguridad para
custodiar el tesoro. A principios del XVI hay constancia documental de la
construcción de algunas otras. El acceso solía efectuarse desde la sacristía.
En ocasiones, como el “reconditorio” de la catedral de Valencia, fue un
recinto totalmente incomunicado al que solo se llegaba mediante una escalera
portátil. Se trataba de conseguir la máxima reserva. Tener a buen recaudo los
documentos acreditativos de propiedades, donaciones o privilegios podía ser más
importante, si cabe, que conservar objetos de valor.
Aunque la caja y los peldaños del caracol de
Santes Creus conservan las marcas de cantero originales, hay indicios claros de
que la escalera ha sido transformada en época más moderna. Con motivo de la
construcción de la llamada Torre de las Horas, en el siglo XVI, la escalera
quedó comunicada con la iglesia al tiempo que se aislaba de la sacristía, con
la intención de proteger mejor los objetos de culto que se guardaban en esta
última. Ambos tramos se cubren con bóveda de crucería, con el mismo tipo de
nervios de sección cuadrada que encontramos en las naves del templo, pero el
arco fajón que los separa descansa sobre una pilastra mono lítica poligonal.
Por su forma y tamaño no se adecúa al resto de la construcción, sino al tipo de
capiteles y cimacios que vemos en la sala capitular contigua. Podría haber sido
adapta da al lugar que ocupa para reforzar la bóveda, con motivo de alguna de
las reformas efectuadas en la sacristía, sin descartar que esta pequeña
dependencia hubiera sido cubierta original mente con estructura de madera o con
una bóveda de cañón, como el locutorio y el paso que conduce al llamado
claustro posterior, antes de recibir bóvedas de crucería.
La fachada de la sala capitular hacia el
claustro guarda gran semejanza con la misma dependencia de la catedral de
Tarragona y con la equivalente de Poblet, entre las cuales la de Santes Creus
podría ocupar, a juzgar por sus características, un lugar cronológicamente
intermedio. La de Tarragona se habilitaba como tal en torno a 1230 y la de
Poblet se comenzaba algo antes de 1250, año en el cual estaba terminada la
sacristía adjunta, con la que comparte uno de los muros. La evolución
estilística apoya esta hipótesis. En los tres casos se mantuvo el modelo
habitual que disponía sendos ventanales flanqueando la puerta de entrada. Así
se facilitaba la participación silenciosa en las actividades que se realizaban
en la sala por parte de los miembros de la comunidad que, o bien no cabían en
la sala o no estaba autorizados a intervenir directamente en ellas. Ventanas y
puerta siguen el mismo trazado y dimensiones. Seguramente estaban condicionadas
por las medidas de los tramos del claustro antiguo, cuyas bóvedas dejaron su
huella enmarcando las arquivoltas molduradas que adornan los arcos de medio
punto de la fachada. La temática vegetal de los capiteles coincide con la
habitual en el Cister.
Pero predominan las molduras sobre las aristas
y las formas redondeadas sobre la sección cuadrada. Podemos hablar de un
cuidado refinamiento perfectamente compatible con los preceptos de la orden. En
su interior, las tres salas capitula res que comentamos configuran espacios
centralizados, de planta cuadrada, en el caso de la catedral como producto de
la reutilización de una dependencia anterior, por lo que solo es comparable la
parte correspondiente a la fachada. Las dos monásticas siguen una tipología semejante,
con mayores pretensiones en Poblet. Más reducida la de Santes Creus, constituye
no obstante un magnífico ejemplo, realizado con la intervención de artistas
especialmente cualificados y unas concesiones al ornato en lo arquitectónico
completamente inéditas hasta entonces en este monasterio, que fueron
ampliamente superadas en la sala capitular de Poblet, donde se encuentran los
únicos relieves del siglo XIII con temática historiada de todo el conjunto
populetano. Consciente de la necesidad de disponer de un dormitorio adecuado
para los monjes, la comunidad de Santes Creus optó por mantener en la sala
capitular ese extraordinario grosor de los muros que caracteriza esta abadía.
Tres ventanas románicas, con el típico derrame y la moldura en bocel recorriendo
los cantos, iluminan generosamente toda la dependencia. Para los arcos fajones
y formeros se prefirió la misma sección cuadrada, extremadamente simple, que
tan buenos resultados estaba dando en las bóvedas de crucería de la iglesia.
Los nervios cruzados, por el contrario, se adornan con molduras y pequeñas
claves discoidales, propias del primer gótico, y convergen todos ellos,
integrándose sobre los cimacios de las cuatro columnas centrales, así como en
las correspondientes ménsulas encastadas en los muros.
Al lado de la sala capitular, hacia el Sur, se
encuentra la segunda escalera del dormitorio. La que no comunica directamente
con la iglesia. Es un espacio estrecho, rectangular, que incluye una cámara de
menor tamaño en la parte posterior, para mantener una base transversal
uniformemente sólida en toda la planta baja. idéntica función estructural
realizan el locutorio y el paso abovedado que comunica con el llamado claustro
posterior, que permitía a su vez acceder a la capilla de la Trinidad, la
enfermería de monjes y el resto de construcciones de la zona más antigua del
conjunto monástico.
Alineado con la galería meridional del
claustro, este paso conducía directamente desde la monumental Puerta Real del
siglo XIV, a poniente, hasta el Palacio Real, también gótico. Por último,
rebasando ya las dimensiones del claustro, se extiende longitudinalmente hacia
el sur la sala de monjes. Fue transformada en bodega en época moderna y ahora
forma parte del recorrido turístico. Recibía la luz mediante ventanas románicas
de gran tamaño, con el característico derrame, tres a cada lado, puesto que no
existía la nave de arcos diafragma que ahora vemos adosada a la pared
occidental. Dos gruesas columnas delimitan las dos naves del edificio de los
monjes y sirven de apoyo a las seis bóvedas de crucería gótica de la cubierta,
propias del siglo XIII. Capiteles, ménsulas y arcos recuperan de nuevo en esta
construcción la extrema sobrie dad propia de toda la planta inferior, donde la
sala capitular constituye la única y destacada excepción.
Dormitorio de monjes
Firmemente sustentado sobre todas estas
dependencias discurre el dormitorio. El sistema escogido, una nave cubierta con
estructura de madera a dos aguas sobre arcos apuntados de piedra. El uso de
arcos diafragma era el sistema habitual en todas las construcciones domésticas
de las comarcas tarraconenses.
Y el dormitorio común constituía el espacio
doméstico por excelencia. El mismo modelo se adoptó en Poblet, muy superior en
esbeltez y proporciones. La versatilidad que ofrece este tipo de construcción,
fácil de ampliar, de reformar y de reparar podría explicar las diferencias que
se aprecian en el aparejo, por dentro y en especial por fuera, e incluso en la
escasa decoración de la sala del dormitorio de Santes Creus, que no tuvo
necesariamente que ser realizada en una sola etapa. Se comenzó, sin duda, por los
tramos tangentes al crucero de la iglesia, poco antes de esa fecha de 1226 en
que empezó a utilizarse. Se ha creído ver en los relieves que decoran las
ménsulas de los tres primeros tramos motivos relacionados con las familias
Montcada y Claramunt, como probables benefactores de la obra, en una época en
que comenzaban a fijarse los distintivos heráldicos. Pero según esta hipótesis,
fundada en noticias que proporciona Eufemià Fort, el inicio del dormitorio
propiamente dicho debería retrasarse hasta 1229 o 1230, lo cual no parece
probable pues no podría encontrarse en uso en 1226. En la base de esta
propuesta se hallan las donaciones efectuadas a raíz de la muerte de algunos
miembros de esos linajes en la Conquista de Mallorca, en concreto Guillem y
Ramón de Montcada, pero no hay ninguna mención a que deban ser empleadas para
comenzar la obra del dormitorio. En cualquier caso, esa parte de la sala sería
la más antigua. Desde ahí se puede pasar del dormitorio a la escalera y al
reconditorio por una pequeña puerta más moderna, de modo que Villanueva
consideró el archivo como un anexo del dormitorio. Por lo general, predominan
en el resto los temas vegetales, en forma de ramos de hojas de lirio planas
distribuidas por la superficie de las ménsulas que presentan algunas variantes.
Los muros laterales de cierre, entre las arcadas, han sufrido importantes
alteraciones provocadas por la apertura de ventanas alojadas bajo arcosolios.
Son huecos que no se corresponden con los originales, más pequeños y
distribuidos de forma que proporcionaran únicamente la ventilación directa
necesaria, según la Regla de San Benito, vigente también en los monasterios
cistercienses.
El lavacrum
El único resto conservado de ese claustro
desaparecido es el lavacrum, el templete que cobija la pila de la fuente. El
agua, que mantenía el simbolismo de purificación y regeneración, cumplía en la
práctica una función higiénica imprescindible frente a la puerta del refectorio
o comedor de los monjes. No es fácil adivinar si el templete para el lavabo es
anterior o posterior a la sala capitular. Por su aspecto menos decorado se
diría que es más antiguo. Pero no siempre la austeridad es sinónimo de
antigüedad en estos casos. También el dormitorio aparenta ser más antiguo que
la sala capitular que tiene debajo, lo cual, desde el punto de vista
arquitectónico, es imposible. Se trataba aparentemente de cuidar más los
detalles del Capítulo, una sala que, junto con la iglesia, constituía el núcleo
principal de la vida monástica, mientras para el dormitorio primaba la
funcionalidad y la necesidad de terminar con rapidez una dependencia, cuyo uso
permitiría acudir a rezar a la iglesia directamente a cualquier hora de la
noche. Su parentesco con el de Poblet no deja lugar a dudas.
Ambos son hexagonales y se abren al jardín
mediante vanos geminados enmarcados por arcos más amplios. Tienen en los
tímpanos esos óculos, circulares y romboidales alternativa mente, que tanto
caracterizan los claustros cistercienses de la época, en parte decorativos,
pues no son necesarios para aligerar pesos, y en parte funcionales para
iluminar mejor el interior. Podríamos decir que constituyen un precedente for
mal directo para los primeros cimborrios góticos construidos en Cataluña,
especialmente el de la catedral de Tarragona.
Solo que en el caso de los monasterios sin
asumir el riesgo que comporta elevar tales elementos arquitectónicos a la
altura de las bóvedas catedralicias. De cualquier modo, el templete de Santes
Creus representa un paso más avanzado en el proceso evolutivo que el de Poblet.
Se abandona la bóveda nervada de tendencia cupuliforme que vemos en el templete
populetano y se aplica directamente la bóveda de crucería gótica, siempre con
esa predilección por los arcos de sección cuadrada típica de Santes Creus. A falta
de otros da tos indicativos, sería lógico aceptar que, por ello, es también
algo más moderno. Nos situamos a mediados del siglo XIII.
La existencia del lavacrum en ese punto indica
que en esa galería meridional estaba prevista la construcción del refectorio.
Al parecer, esta dependencia no llegó a construirse en el siglo XIII o, al
menos no de forma definitiva. Según Fray Bernat Mallol, el refectorio o comedor
fue comenzado en 1302. Años más tarde, en 1332, el arquitecto inglés Reinard de
Fonoll era contratado “para hacer el claustro y el refectorio de Santes
Creus”, una frase que puede interpretarse como una continuación más que
como un inicio, siempre en relación con el claustro gótico.
El claustro posterior
Tratar de averiguar con exactitud el origen,
cronología y función del claustro posterior, es tarea casi imposible. Podemos
indicar que los arcos apuntados que lo conforman son propios del siglo XIII,
aproximadamente de la misma época que los del dormitorio de monjes. Y que sobre
esas arcadas de piedra, el muro se recreció con materiales pobres. Según Vives
i Miret, cuya opinión hizo suya Chueca, discurría por esa parte alta un
complicado sistema de pasadizos que alcanzaba la iglesia, en la parte de la
supuesta tribuna que fue archivo.
La propuesta es, sin duda, sugestiva, aunque
plantea muchas incógnitas. La más destacada es, posiblemente, la existencia de
un edificio en ruinas adosado a la pared exterior del dormitorio, contra la
sala capitular. Fue una construcción noble, de tres plantas, levantada con
anterioridad al recrecimiento del claustro sobre las arcadas, pues dispone en
el primer piso de varias ventanas hacia la parte que ahora queda dentro de la
galería. Ventanas góticas ajimezadas, del siglo XIII avanzado, similares a las
que se ven en el muro de enfrente, en el piso superior.
Hay una del mismo tipo en la “Torre del
homenaje” y otra en uno de los ábsides de la iglesia. Seguramente las de la
torre y el ábside fueron reaprovechadas y pertenecían a la parte desaparecida
de este edificio, que permanece injusta mente olvidado. Todavía quedan en pie
varios de los arcos que soportaban las estructuras de madera de los forjados, y
las correspondientes ménsulas. una tradición oral no confirmada propone que
allí se copiaban e ilustraban los códices que se producían en el monasterio, el
auténtico Scriptorium monástico, que estaría comunicado con el
dormitorio mediante una escalera, aún visible, en el interior del muro. Poblet
contó con una construcción equivalente destinada a archivo en el mismo lugar.
Este edificio adosado al dormitorio debería haber tenido en el siglo XIII las
otras tres fachadas exentas, lo cual resulta difícil de encajar con los
desiguales muros del patio.
Un hospital de pobres
“A todos los forasteros que se presenten, se
les acogerá como a Cristo…”. Así comienza el capítulo LIII de la Regla de
san Benito, que añade más adelante: “Muéstrese la máxima solicitud en la
acogida de los pobres y de los peregrinos, porque en ellos se recibe más a
Cristo; que el respeto que infunden los ricos se hace honrar por si mismo”.
Las abadías cistercienses construyeron albergues de acogida a la entrada de sus
monasterios. Fuera de la clausura, para no perturbar el recogimiento de los
monjes. Santes Creus también tuvo en el siglo XIII un albergue, conocido como
Hospital de pobres, entre el recinto más exterior y el camino que conduce hacia
la Puerta de la Asunta. No se conoce el punto exacto de este edificio
desaparecido, que tendría alguna semejanza con el de Poblet. Solo unos pocos datos.
Guillem Giner, un donado que se hallaba acogido en el Hospital de pobres del
monasterio, dejaba en 1244 unos dineros para la capilla que se levantaba junto
al mismo, …capelle novi infirmitorii pauperum que ibidem est incoata. La
capilla era consagrada al culto en 1250.
Precisiones cronológicas
La parte medieval de un monasterio de las
dimensiones y características del de Santa María de Santes Creus no puede
asignarse a una sola corriente artística. Las circunstancias históricas suelen
definir diferentes etapas en la construcción.
El interés de la nobleza, el favor de la
monarquía, las epidemias o la guerra marcan momentos de esplendor, períodos de
estabilidad y situaciones de flaqueza. Catalogar el monasterio de Santes Creus
como un conjunto románico sería un error. Pero, antes de la introducción
definitiva del gótico radiante, del gótico francés, que se produjo en el siglo
XIV, convivieron en él a lo largo del XIII fórmulas constructivas y espaciales
típicas del Románico, con unas bóvedas de crucería propias de la fase
protogótica. Un nuevo estilo que se impone lentamente sobre la base de otro
anterior. En la misma situación se encontraron otros monasterios y catedrales
de la época. Suele ser, por tanto, de gran ayuda recurrir a esos ejemplos para
salvar las lagunas documentales de unos con otros.
En esta ocasión, se puede utilizar la
información que proporcionan el monasterio de Poblet y la catedral de
Tarragona, para acercarnos al proceso evolutivo de Santes Creus, extrapolando
la información entre unas obras y otras.
Destrucción y recuperación
Un monasterio como Santes Creus, que disfrutó
de la consideración de panteón de la nobleza y de la monarquía, se vio limitado
en sus aspiraciones por el cambio del favor real. Con ser significativa, esa
circunstancia no afectó tanto a su prosperidad como las desastrosas
consecuencias de los episodios sobrevenidos a partir de la supresión de los
monasterios regulares en España en 1820 y la desamortización de 1835. La
comunidad de monjes se vio obligada a abandonar el monasterio. Se sucedieron
los incendios, el vandalismo y el pillaje. Pero el conjunto monumental no llegó
a sufrir una destrucción tan sistemática y prolongada como el de Poblet.
incluso los sepulcros reales fueron respetados. A partir de 1884 se han ido
llevando a cabo diferentes tareas de recuperación y restauración, incentivadas
en las últimas décadas por la inclusión en las rutas turísticas. La comunidad
nunca ha regresado.
Bibliografía
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