martes, 11 de marzo de 2025

Capítulo 35-1, Escultura de la Catedral, El Montmell, Calafell, Cornudella de Montsant, Gandesa

 

La decoración escultórica de la iglesia catedral. Siglos XII-XIII
El conjunto catedralicio y episcopal de Tarragona constituye un ejemplo de la complejidad del arte del siglo XIII en Cataluña, circunstancia que se hace extensible a la decoración escultórica. Sin embargo, muestra un abanico cualitativo y cronológico de lo que se clasifica como “románico” que parte de las últimas décadas del siglo XII y se cierra a partir de la década de 1260. Así, ofrece muestras de las relaciones con la escultura catalana coetánea y con regiones del ámbito mediterráneo occidental, especialmente del entorno renovador del 1200, la introducción de muestras del gótico en un marco arquitectónico originado dentro de los cánones del románico, y la transformación y evolución interna de los talleres. Su materialización se inscribe dentro de la serie de monumentos levantados, o modificados, en la etapa final del románico.
Además, en Cataluña, esta gran catedral será construida paralelamente al avance de los grandes monasterios cistercienses, cuya orientación hacia un planteamiento decorativo austero pudo reflejarse en ella.
La seo de Tarragona fue planteada como el edificio símbolo de una sede metropolitana recuperada, emancipada de la de Narbona (de la que hasta entonces dependían los obispados catalanes) y con grandes aspiraciones orientadas hacia la primacía hispánica. Una antigua sede que se fundamentaba, además, en una gran capital provincial romana, la antigua Tarraco. El pasado célebre y el trasfondo clásico y mediterráneo debieron marcar su carácter, aunque sólo fuera en algunos aspectos.
Su planteamiento decorativo, su ambición no siempre convertida en resultados brillantes, deben ser entendidos bajo este papel. El núcleo de este programa es, sin duda, la iglesia catedral. Más allá de las cuestiones arquitectónicas, de sus planteamientos constructivos y sus problemas espaciales, el conjunto ha de ser interpretado también como el centro de un vasto programa destinado al culto de una sede arzobispal, sus altares y las posibles reliquias con sus requerimientos litúrgicos, sus fiestas solemnes, con la obligación de satisfacer el servicio de los sacramentos y la necesidad de articular un espacio útil tanto para autoridades eclesiásticas, canónigos, etc., como para los fieles en general.
Las siguientes líneas se dedican a la decoración de la iglesia, pero su análisis no puede desligarse del de otras piezas del conjunto y de su entorno más inmediato, como el extraordinario claustro, la iglesia de Santa Tecla la Vella, la capilla de la enfermería de Sant Pau y la fachada del hospital de Santa Tecla. Su estudio debe emprenderse, sin duda, bajo los aspectos comentados anteriormente, entendiendo su especificidad en el marco del arte románico en Cataluña.
Las bases sólidas de la creación del conjunto catedralicio medieval de Tarragona, tal como puede percibirse en la actualidad con su carácter monumental y ambicioso, pueden situarse a partir de la época del arzobispado de Bernat Tort (1146-1163). Fue entonces cuando en 1154, y a raíz de una bula firmada por el papa Anastasio IV, se determinaron las diócesis del arzobispado de Tarragona.
También entonces, el prelado tarraconense establecía una comunidad de canónigos agustiniana, siguiendo el modelo de Saint-Ruf de Avignon, en Provenza, de donde él mismo procedía. También es interesante tener presente la concesión de la carta de población a los habitantes de Tarragona en 1149, por parte del arzobispo Tort y de Robert d’Aguiló, a quien se habían encargado la campaña de repoblación del territorio.
A pesar de ello, son remarcables los intentos precedentes de repoblar la ciudad y de instalar allí una nueva sede arzobispal, metropolitana. Destaca la bula emitida por Urbano II, en 1091, por la cual se restauraba la archidiócesis de Tarragona y se otorgaba el palio a Berenguer Sunifred de Lluçà, obispo de Vic. La existencia de una comunidad de canónigos, aunque fuera en estado precario e incluso provisional, queda atestada por la lápida funeraria de Bernat de Torelló, fallecido en 1087.
No es momento de entrar en los problemas planteados, hasta el momento actual, acerca de la incertidumbre existente sobre la ubicación de la antigua basílica y sobre el edificio utilizado provisionalmente hasta que la catedral actual estuviera en condiciones para el culto. Buena parte de estas cuestiones han sido tratadas en la parte correspondiente a la arquitectura, y hasta el momento no parece que, más allá de los importantes testimonios decorativos de la Antigüedad Tardía (incluido el dominio visigodo), actuaran talleres de escultura hasta muy avanzada la segunda mitad del siglo XII. Así, respecto del nuevo templo, las donaciones se van produciendo desde el inicio del último tercio del siglo XII. De modo que la primera referencia conocida remonta al 1167, cuando Pere de Queralt, en su testamento, legaba 1000 sueldos ad ecclesiam Sancte Tecle faciendam; ello sucedía en tiempos del arzobispo Hug de Cervelló (1164-1171), quien dejaba, en su testamento en 1171, ad opus ecclesiae incipiendum et ad officinas canonicae faciendas, in eodem opere, sicuti tunc ordinaverat, expenderetur. También se ha atribuido el avance de la construcción al arzobispo Berenguer de Vilademuls (1174-1194), puesto que durante su prelatura se destinaron diversas rentas de la mitra tarraconense y las vacantes de algunos canónigos para la obra de la catedral, durante doce años. Asimismo, la existencia de algunas lápidas ha conducido a suponer que en 1184 el ábside principal debía de encontrarse en un estadio constructivo avanzado. Estas referencias concuerdan, hasta cierto punto, con la primera mención del canónigo obrero, que se produce en 1185, en una bula otorgada a la Iglesia de Tarragona por el papa Julio III, donde se cita a Gerard d’Aldeja como operarius.
La importancia del arzobispado de Tarragona sitúa a sus cargos más destacados en el entorno del conde-rey, cuyas aportaciones también iban destinadas a mantener, cuando no impulsar, el avance constructivo de la catedral. Así se produjeron los legados de Alfonso el Casto, en 1194, y de Pedro el Católico, en 1212. El último cedía, en dicha fecha, el horno del Puig d’en Pallars y 300 sueldos de renta perpetua sobre los derechos reales per a que la fabrica de la Iglesia que se anave fents se anes perficionant. Debe tenerse en cuenta que la construcción y el programa decorativo del edificio debía avanzar bajo un contexto local y general no siempre favorable. No podemos ahora entrar en detalle en las vicisitudes históricas de los territorios de la Corona de Aragón a lo largo del siglo XIII. Basta poner énfasis en que, en dicho contexto la contribución del arzobispo de Tarragona afectó, sin duda, al progreso de la construcción del conjunto catedralicio.
Los datos que pueden proporcionar referencias de cara a situar cronológicamente el avance del edificio, sus replantea mientos y el alcance de su decoración escultórica son, en términos absolutos, casi inexistentes. Por ello, de gran utilidad puede ser el análisis de la escultura, de la evolución de los talleres y de su filiación. De este modo, en base a la cronología aplicada en otros monumentos, pueden fijarse algunas etapas, aunque sea en términos relativos. aunque también es cierto que, a partir de mediados del siglo XIII, algunos testimonios documentales y plásticos pueden aportar referencias para señalar el final de una producción que se inscriba dentro de los límites del románico. Este problema, en la iglesia catedral de Tarragona, se entrecruza con la cuestión del cierre del edificio. En este sentido, la referencia más utilizada es la lápida del canónigo obrero Ramon de Milà, fallecido en 1266, cuya inscripción le atribuye la construcción de diez tramos de bóveda del edificio. El estilo de la escultura que ocupa la parte triangular de la lápida manifiesta una clara relación con los recursos plásticos habituales en Tarragona, y puede clasificarse todavía en clave de románico. Se puede suponer, pues, que hacia la década de los años 1260 todavía están activos talleres que responden a la tradición del románico.
La introducción de formas góticas se detecta a partir del último tramo de las naves y en la decoración de las portadas laterales de la fachada principal. La llegada del maestro Bartomeu, procedente de Girona, contratado por el arzobispo Bernat d’Olivella (1272-1287) para trabajar para la fachada de la seo, marcará ya el cambio definitivo en la concepción del programa escultórico de la catedral, fijado en una estética gótica. De este modo, la figura del arzobispo debe de interpretarse como clave para el cambio de rumbo que experimentó el carácter de la decoración de la seo, cosa que se hace visible en la decoración figurativa de las portadas laterales, a pesar de que mantienen una composición arquitectónica equivalente a las del transepto.
En cualquiera de los casos citados se hace difícil, sin embargo, establecer una correspondencia indiscutible y unánime entre las fechas, las personalidades implicadas y las distintas fases constructivas del edificio. a pesar de que observa remos posibles correspondencias entre el origen de algunos cargos eclesiásticos y la filiación de las formas escultóricas, la dinámica de los talleres y sus tendencias también pueden responder a vías distintas de las que atañen a los benefactores.

Las partes inferiores de la cabecera
La decoración escultórica de la cabecera, que incluye las portadas y los capiteles e impostas de los pilares, muestra el trabajo de distintos talleres que, al mismo tiempo, pueden contribuir al conocimiento del avance de la construcción. En este sentido, dos de los primeros talleres conectan perfectamente con algunas de las corrientes más extendidas en el ámbito catalán, y mejor enlazadas con las tendencias gene rales, entre el último cuarto del siglo xii y la primera década del siguiente.
El primero de ellos, conecta con las producciones barcelonesas de coetáneas, deudoras de las experiencias en Girona (claustro de Sant Pere de Galligants) y cercanas al ambiente antiquizante de la escultura provenzal. En Tarragona, la presencia de esta tendencia se detecta en las partes bajas de la cabecera, incluyendo –no sin diferencias– las dos portadas y la decoración de los capiteles de la zona de los absidiolos, incluida la entrega hacia el transepto. La portada abierta en el tramo previo del ábside interno del lado de la Epístola, conocida como de Santa Tecla, se compone de dos arquivoltas lisas, de modo que concentra la escultura en los capiteles e impostas correspondientes. Los dos capiteles de la parte de la izquierda siguen un esquema basado en el corintio antiguo, con dos niveles de hojas de acanto, las volutas en los ángulos superiores y una rosácea en el punto correspondiente al dado central. a pesar del estado de deterioro, que afecta especialmente el capitel interior, destaca el aire antiquizante en el tratamiento de los motivos. Las dos piezas de la derecha, en cambio, muestran un esquema de entrelazo en el que se enmarcan palmetas y semipalmetas. El recuerdo del capitel corintio y el recurso al entrelazado recuerda la escultura de Barcelona, así como la de la iglesia del castillo de Sant Miquel de Camarasa (la Noguera, Lleida).
Mención aparte merece el relieve de mármol encastado por encima de la portada, tangencialmente al guardapolvo, que presenta el tema de la Crucifixión de Cristo, con Longinos y Estefatón, la Virgen y san Juan. Estilísticamente difiere totalmente de la portada, y coincide con las formas del taller que actuó en el frontal de altar y en el claustro de la propia seo tarraconense. El tema se desarrolla precisamente en el mismo claustro, donde de modo elocuente aparecen las figuras de los dos ladrones, Dimas y Gestas, y se prescinde de las de María y san Juan. Puede fecharse hacia 1215-1230, de modo que debió instalarse en un momento posterior a la construcción de esta parte del templo.
En las partes bajas del interior de este lado de la cabecera, sobresalen algunos capiteles y elementos de friso que pertenecen a los elementos de soporte de las bóvedas del ábside interior derecho y del tramo que le precede. Los repertorios derivados del capitel corintio antiguo adquieren distintas variantes. En otros casos aparece decoración zoomórfica, con representaciones de águilas, manteniendo un fuerte sentido del volumen y agilidad en el tratamiento de las formas. También el taller que trabajó para las piezas de esta zona se basa en repertorios de tradición antiquizante, próximos a formulaciones desarrolladas en Provenza y el Languedoc mediterráneo, o incluso en Toscana. En esta parte de la cabecera de la iglesia, no puede pasar desapercibida la puerta de sección rectangular que comunica el presbiterio con la capilla interior derecha, con una decoración geométrica en zigzag que recorre las jambas. Si bien este tema es muy frecuente, su tratamiento a base de un fuerte sentido del claroscuro le confiere una cierta personalidad. De este modo, se le localiza en otros puntos de la catedral, como en la decoración de algunos óculos, como entre los restos decorativos conservados de la iglesia también tarraconense de Santa Maria del Miracle. a su vez, se observa en conjuntos de Barcelona y su entorno artístico.
Grupo de capiteles del tramo previo a la capilla del lado de la Epístola, contigua al presbiterio

Grupo de capiteles del tramo previo a la capilla del lado del Evangelio, actualmente de Santa Maria dels Sastres 

En el lado del Evangelio, tan sólo hay que considerar la decoración del tramo previo a la estructura arquitectónica de la actual capilla de Santa Maria dels Sastres, abierta en el siglo XIV. Los capiteles correspondientes ofrecen una situación análoga a la del lado opuesto, con decoración de tipo vegetal donde aparecen de nuevo variantes del capitel corintio antiguo, o bien esquemas con palmetas invertidas, tratados siempre con un relieve vigoroso y de desenvoltura formal. Su planteamiento encaja perfectamente con la parte derecha de la cabecera.
Si prestamos atención a los datos existentes sobre las primeras etapas de la construcción de la catedral de Tarragona, esta parte de la escultura del edificio puede pertenecer a las décadas de 1180-1190. Los puntos de contacto con conjuntos de la ciudad de Barcelona no deben sorprender, ya que los arzobispos Hug de Cervelló y Guillem de Torroja habían estado vinculados con la iglesia barcelonesa; el primero había sido canónigo sacristán de la catedral, y el segundo obispo entre 1144 y 1177, antes de ocupar la sede tarraconense.

Puerta llamada de Santa Tecla, en el lado de la Epístola, de la cabecera 

La Puerta del Claustro
En este mismo tramo se sitúa la puerta que comunica la iglesia con el claustro, en el punto que se corresponde a la de San Juan o Santa Tecla, en el lado de la Epístola. Su encaje en este punto del claustro puede parecer forzado, tanto por la desviación que se observa en las bóvedas del ángulo correspondiente del claustro, como por la forma en que fueron colocadas algunas de sus piezas.
Trabajada en mármol conservado de modo casi impecable, su estilo y su iconografía la convierten en una de las piezas más estudiadas y controvertidas de la catedral. Orientada hacia el claustro, su programa iconográfico es ambicioso, si lo comparamos con el conjunto románico de la catedral, si exceptuamos el frontal de altar y el propio claustro. Bajo las arquivoltas lisas, en el tímpano aparece la Maiestas Domini rodeada por el Tetramorfo, en una composición que se ha hecho derivar de conjuntos emblemáticos como el del Portail Royal de la catedral de Chartres (1140-1150), o de la portada de la catedral de Saint-Trophime de arles, en Provenza; el capitel del parteluz está decorado por sus cuatro caras, ordenadas mediante arquitectónica, y contiene una representación de María con el Niño, asociada a una adoración de los Magos, la Natividad, a la derecha, y la Visita de los Magos a Herodes en la cara posterior, escena que normalmente permanece tapada por las puertas actuales.
La temática neotestamentaria continúa en un capitel del lado izquierdo, con el Sueño de los Magos, advertidos por el ángel, y en un capitel de la derecha, con la Visita de las Marías al Sepulcro. El resto de la decoración combina las composiciones vegetales, con esquemas derivados del corintio, y representaciones de animales afrontados.


La iconografía de la “Puerta del Claustro” coincide en muchos aspectos con la que podría detectarse en los ingresos más destacados de las iglesias. Por ello sorprende su presencia en este punto de la catedral, a pesar de ser igualmente un punto importante para la comunidad de canónigos. Fue relacionada ya hace tiempo por Victor Lassalle con conjuntos de la escultura provenzal, de modo que su carácter coincide, en un sentido general, con el aspecto antiquizante, de raíz mediterránea, que se desarrolla en otros puntos de la cabe cera, como ya hemos ido señalando. Pero al margen de sus analogías con la escultura provenzal, la puerta del Claustro permite ahondar en las vinculaciones con la escultura barcelonesa del último cuatro del siglo XII y, también en concreto, con la de la iglesia del castillo de Camarasa, que pertenece al mismo círculo artístico. De hecho, una parte de la escultura de este monumento, en parte conservada en el Museu Nacional d’art de Catalunya (MNAC 17601-05), puede entenderse como un reflejo directo de la decoración tarraconense, con un trabajo adaptado a un material pétreo distinto al mármol, y con una mayor tendencia a la simplificación técnica. Hasta cierto punto, se acentúa la tendencia a una cierta rigidez en el tratamiento de la figuración, ciertas irregularidades en la distribución de los espacios en contraste con el trabajo más ágil y convincente de los esquemas vegetales derivados del capitel corintio antiguo.
El encaje de la estructura de la puerta, que deja las piezas de la parte derecha con una parte de su superficie marmórea sin pulir, ha suscitado dudas sobre cuál era el destino original de la misma. Algunos autores, como Puig i Cadafalch, hablaron de la fachada principal. Como veremos más adelante, su composición arquitectónica coincide en muchos aspectos con las dos laterales de la citada fachada. Además, en el ángulo correspondiente del claustro, se produce una desviación de la anchura de las bóvedas como adaptación a la anchura de la propia portada, y una alteración en los relieves escultóricos de la zona, con alguna pieza de época gótica, que avalarían la hipótesis de alguna transformación posterior de esta parte del claustro. En cualquier caso, la cuestión sigue abierta, más cuando el planteamiento de una portada dotada de un programa iconográfico de cierto alcance entre la iglesia y el claustro, ofrece algunos casos semejantes en distintos ámbitos del románico.


Las partes elevadas del presbiterio y del transepto
La decoración correspondiente al ábside principal y a los dos tramos del presbiterio se desarrolla en dos niveles distintos. El primero se corresponde a la coronación de los pilares hasta la entrada al crucero, con sus capiteles y la línea de impostas correspondiente. Como veremos, este nivel cuenta con dos partes perfectamente diferenciadas desde el punto de vista estilístico e iconográfico. Un segundo nivel pertenece a la prolongación en altura de los tramos del presbiterio, de acuerdo con un supuesto cambio de planificación, que defendió Puig i Cadafalch, y que afectó la continuación de las obras de la catedral.
En el lado derecho se desarrolla un pequeño grupo de capiteles historiados, quizás como ciclo sintético de la historia de la Salvación, desde la Creación y la Caída del Hombre hasta la resurrección de Cristo, resumido en el grupo de capiteles del primer pilar. En concreto, se han identificado los siguientes temas, de izquierda a derecha: dos serafines, la Creación de Eva, la Reprobación de Dios a Adán y Eva tras el Pecado Original, las Ofrendas de Caín y Abel y, finalmente, la Visita de las Marías al Sepulcro.
El resto de pilares presenta decoración basada en temas zoomórficos y vegetal, con nuevas derivaciones del capitel corintio antiguo. En conjunto, se observa un taller habilidoso ante los repertorios de tipo vegetal, tal como se observa con los capiteles de hojas de acanto, cuyo trabajo se aproxima al carácter antiquizante, ágil, visible en la decoración de las partes bajas de la cabecera del templo. Sin embargo, la figuración es tosca y presenta una tendencia a la síntesis en el momento de representar los detalles de los personajes, con formas más planas y sujetas al marco arquitectónico. Las impostas de esta parte del presbiterio se decoran con motivos de carácter vegetal, mediante semipalmetas ligadas a cintas o tallos ondulantes, en ocasiones entrelazadas. El trabajo en relieve parece reforzar el efecto del contraste entre luz y sombra.
Esta tendencia y este tipo de repertorio parece tener continuidad en los capiteles y las impostas de las pilastras añadidas a los pilares, para aumentar la altura de esta parte del edificio. Sin embargo, debe de estudiarse con más detalle, lo mismo que la decoración escultórica del transepto. Tanto un caso como el otro, muestran un predominio de la decoración de carácter vegetal, con algunas concesiones a los temas de bestiario, a base de seres afrontados situados encima de hojas de acantos o bien inscritos en roleos.
En este sentido, la temática historiada desaparece por completo a partir de la conexión del transepto con los tramos de las naves, de modo que el programa decorativo del interior de la iglesia difiere profundamente, por no decir radicalmente, del de la otra gran catedral de la época en Cataluña, la Seu Vella de Lleida, estudiado recientemente por Meritxell Niñá.
También hay que recordar la decoración del óculo abierto en el segundo nivel del primer tramo del presbiterio, en el lado de la Epístola. Su decoración consiste, tanto en el interior como en el exterior, en motivos geométricos que enlazan estilísticamente con las zonas bajas de la cabecera.
La mitad izquierda de alcanza la línea de imposta del presbiterio muestra un panorama estilístico e iconográfico muy distinto al de la mitad derecha, que ha podido ser analizado y contextualizado con cierta precisión. La decoración de la línea de impostas, que marca el arranque de la bóveda del ábside, presenta una serie de palmetas yuxtapuestas, en lazadas por una cinta perlada; el motivo se desarrolla hasta la interrupción de esta línea en el muro del transepto izquierdo.
Este motivo aparece en los claustros de la catedral de Girona y del monasterio benedictino de Sant Cugat del Vallès, y responde a la influencia tolosana, tal como demostramos en un trabajo junto con Imma Lorés. Cabe recordar, antes de seguir comentando los temas, que la escultura románica en Cataluña se caracterizó, desde los años 1130-1140, por los lazos de dependencia respecto de la escultura de los monumentos tolosanos, hecho que llegó a reflejarse tras sucesivas fases de renovación hasta las primeras décadas del siglo XIII. Basta tener presente que en el propio claustro de la seo tarraconense también hay recuerdos de la escultura de Toulouse y de otros centros de su influencia, como veremos más adelante.

Los capiteles correspondientes al primer pilar están decorados con esquemas derivados del capitel corintio, en una variante que también se observa en Girona y Sant Cugat. En los dos pilares restantes, se desarrolla una rica y profusa temática figurativa, con escenas de caza, de lucha y representaciones de bestiario, compuestas ante un fondo vegetal con el que en ocasiones se entrelazan. En el pilar que separa los dos tramos del presbiterio se representan una escena de caza, flanqueada de otro capitel corintio, a la derecha, y de la lucha victoriosa de Sansón ante el león, a la izquierda; en el pilar correspondiente al crucero, aparece una escena del hombre sometiendo a las fieras, de caracterización reptiliana, flanqueada de una escena de juglaría, a la derecha, y de dos leones afrontados, a la izquierda; éste enlaza con el doble capitel encarado hacia el transepto, decorado con una representación de lucha entre dos guerreros contra un centauro y un león; cierra la serie una composición de dos cuadrúpedos alados, afrontados.

Capiteles de un pilar de la zona del presbiterio

Capiteles de un pilar de la zona del presbiterio

De este modo, el análisis de la escultura de este sector del edificio, de su estilo y repertorio, permite detectar la presencia de un taller procedente de la catedral de Girona, que trabajaría en Tarragona en torno a 1190-1200. A pesar de que las analogías entre centros relativamente distanciados entre sí puede atribuirse a la circulación de modelos o a la itinerancia de los talleres y de sus artistas, para el caso que comentamos es interesante recalcar que el arzobispo Berenguer de Vilademuls procedía de Girona, donde era abad de la colegiata de Sant Feliu.
En otro marco arquitectónico, merecen también un estudio detallado los elementos esculpidos que resiguen el contorno de los dos rosetones abiertos en los las fachadas de ambos lados del transepto. a modo de orlas, se recurre a la decoración de carácter vegetal y a los motivos geométricos, algunos de los cuales también aparecen en el rosetón del ábside mayor del monasterio cisterciense de Santes Creus. En la propia catedral, los recursos utilizados coinciden con algunos de los observados ya para la zona del presbiterio y, como veremos más adelante, para el tratamiento de la cornisa de la zona del mismo transepto.
Además, la decoración escultórica del cimborrio se sitúa fundamentalmente en torno a la línea de impostas que marca el arranque del cuerpo octogonal, en el friso que se sobrepone a la arquería ciega de la base y en el enmarcamiento de los ocho muros por lo que se refiere al interior. Por otro lado, en el exterior, la escultura se concentra en el coronamiento, en la cornisa, y en los capiteles de los pilares. El planteamiento decorativo es austero, basado en temas de carácter geométrico y vegetal. En su mayor parte responden a repertorios ya utilizados previamente en otros puntos de la catedral, como las cintas entrelazadas o en zigzag, palmetas, etc. La arquería ciega de la cornisa recurre a los arquillos entrelazados, que se observa en conjuntos arquitectónicos hispánicos del entorno del 1200. Se manifiesta, pues, una clara continuidad respecto de los talleres que trabajan en las primeras fases constructivas de la catedral.

La escultura de la nave central y de las laterales
En el desarrollo de los cinco tramos de las tres naves, la decoración escultórica aparece en los capiteles y las impostas de los pilares de las naves, que dan soporte a los arcos de separación entre la central y las laterales, en los correspondientes a los grupos de columnas adosadas correspondientes a los arcos y nervios de los tramos de la bóveda central, y los que se corresponden con los arcos de las naves laterales.
En líneas generales, se detecta una continuidad respecto de algunos de los talleres del transepto y la cabecera, en su conjunto. Entre los repertorios utilizados, predominan los temas de carácter vegetal, que dejan espacio para la figuración humana o zoomórfica en contadas excepciones, que de vez en cuando parecen retomar temas de la zona del presbiterio.
La mayor agilidad y convicción que se observa en los capiteles decorados con esquemas de carácter antiquizante, a base de hojas de acanto o similares, contrasta con las dificultades de ejecución visible en los ejemplos donde aparece la figuración, algo que ya sucedía en una parte importante de la cabecera, especialmente en las partes altas del lado derecho del presbiterio. Uno de los casos más significativos es el de la representación de un sagitario y un guerrero, cuya composición deriva, con escaso margen de dudas, al de la misma escena del presbiterio, emparentada con los talleres de Giro na y Sant Cugat del Vallès.
En otros casos, las imágenes de animales afrontados tales como aves, cápridos, etc., situados sobre motivos vegetales, responden de un modo genérico a todo el bagaje de repertorios del románico. Es en este punto donde, además, se observan puntos de contacto con otros conjuntos del entorno tarraconense, como la decoración del pórtico del antiguo Hospital de Santa Tecla, tal como ya indicó Francesca Español.
El estudio debe también abarca las bóvedas, con los motivos geométricos de los nervios en los tramos aparentemente más avanzados, y con el análisis del repertorio figurativo de las claves. En este caso, debe contemplarse la posibilidad de un programa global. Interviene aquí la atribución de las diez bóvedas que debieron ser cerradas en tiempos del canónigo obrero Ramon de Milà, fallecido en 1266, según se detalla en la inscripción de su lápida funeraria, como ya hemos comentado anteriormente.
Del mismo modo que en el transepto, el estudio de las obras debe profundizarse con el fin de poder establecer una clara compartimentación de los talleres y de su relación con la cabecera de la iglesia. Sin embargo, puede adelantarse la existencia de un plan decorativo sistemático, aunque el resultado técnico y plástico sea muy irregular y sus repertorios reiterativos. En los tres primeros pilares, la decoración de las impostas consiste en un sistema de molduras, visible también en el punto de arranque de los nervios y los arcos de la nave central, interrumpida por la presencia de los ventanales. En otros casos, se desarrolla una serie de palmetas yuxtapuestas, visible en otros casos como, por ejemplo, en la fachada del hospital de Santa Tecla. Puede sospecharse que a partir de las naves, la renovación de los talleres se produjo de modo interno, para llegar a una cierta estereotipación que sólo sería superada mediante las aportaciones de escultores más avanza dos, ya a partir de los años 1270.

La decoración de la fachada principal
La fisonomía del proyecto inicial de los muros de la fac hada principal del edificio queda transformada por el frontispicio gótico. Pero los muros de la fachada correspondientes a las naves laterales se inscriben perfectamente dentro de la caja de muros del conjunto del edificio y presentan, como veremos, estructuras decorativas que tipológicamente pueden considerarse relacionadas con la tradición del románico y que se observan en partes más tempranas de la iglesia.
El proyecto inicial debía de comprender necesariamente una puerta central, de una composición equivalente a las dos laterales que confiriera al conjunto una imagen global y homogénea. Su ausencia y su posible sustitución puede quedar compensada, en aras a un estudio actual, por el análisis de las laterales, que sin duda proporcionan pautas para aproximarnos a la supuesta composición general. Pero ello nos conduciría hacia el terreno siempre arriesgado de las especulaciones.
La composición general de la fachada comporta también la decoración de los óculos, cuya decoración escultórica se sitúa en las molduras que enmarcan la apertura. Los motivos, de carácter vegetal y geométrico, se inscriben perfectamente el carácter y el repertorio visible en otras partes de la catedral tarraconense y en los edificios que se le asocian. De hecho, y a excepción de la figuración presente en las dos portadas laterales, el estilo y los repertorios geométrico-vegetales se inscriben totalmente en el mismo proyecto que el del interior de las naves.
Sea como sea, las dos puertas laterales, abiertas ante cada una de las naves menores, coinciden en planteamiento arquitectónico y decorativo: una doble arquivolta lisa con guardapolvo, tímpano instalado sobre un dintel de lados curvados, y capiteles con sus respectivas impostas. Como en la Puerta del Claustro, el material utilizado es el mármol blanco, en contraste con la piedra usada en el resto de la fachada. Si bien el esquema general de cada portada responde a lo tradicional en términos de románico, la decoración escultórica responde a momentos más avanzados, y puede calificarse ya de perteneciente al gótico. En este sentido, y vista la diferencia de estilo que se observa entre la escultura de ambas portadas, a la homogeneidad arquitectónica se le contrapone una heterogeneidad, e irregularidad, escultóricas. La apertura de sendos óculos, también decorados, completa el planteamiento de los muros de la fachada.

La puerta del lado de la Epístola (derecha) presenta temática historiada en los capiteles y las antas, basada tanto en temas neotestamentarios, hagiográficos y, probablemente, de carácter litúrgico. El carácter tosco de la figuración, en composiciones muy apretadas, puede confundir respecto a su datación, que puede situarse ya en el último tercio del siglo xiii. Y a pesar de que algunos de los fondos de carácter vegetal responden a la propia tradición tarraconense generada desde el frontal de altar de Santa Tecla, el claustro y otros elementos del interior, debe de situarse dentro de lo gótico, tal como sucede, por ejemplo, con los relieves del claustro de la catedral de Tortosa.
En la puerta del lado del Evangelio, en cambio, la temática historiada se circunscribe al tímpano, fechable también tardíamente. La representación de la Virgen con el Niño es asociada con la adoración de los Magos, y se acompaña tam bién de la anunciación a María y el anuncio a los Pastores. Estilísticamente, pertenece netamente al gótico. En cambio, los capiteles de las jambas, con decoración de tipo vegetal, está relacionada todavía con el conjunto románico. Motivos similares se observan en el mismo interior de la catedral y también en la portada de la iglesia del Pla de Santa Maria (alt Camp), relacionada estilísticamente con los monumentos de la ciudad de Tarragona.
Pero la decoración de esta parte de la fachada no puede prescindir de la interpretación de la presencia del sarcófago paleocristiano del tipo Bethesda, encastado a escasa altura de la puerta correspondiente. Representa uno de los casos más interesantes del reaprovechamiento de unos relieves tardoantiguos en un edificio medieval en el mundo hispánico. En Cataluña, el ejemplo más destacado es el de los ocho sarcófagos reaprovechados en los muros del presbiterio de la iglesia de Sant Feliu de Girona, pero su sentido difiere del caso que nos ocupa. Originariamente producido en Roma y fechable hacia el año 400; está trabajado en mármol blanco y presenta temática neotestamentaria, organizada a modo de friso continuo.
En su momento, Serafín Moralejo hizo referencia al contraste existente entre la calidad de sus relieves y el carácter tosco de la escultura de la portada, a la vez que la presencia de la Entrada a Jerusalén en dicho relieve sugería la comparación con las portadas toscanas y provenzales que contaban con este tema, labrado en época románica. 

El coronamiento exterior: ménsulas y cornisas perimetrales
El planteamiento externo del edificio se distingue por el predominio de los volúmenes marcados por las estructuras arquitectónicas y por lo distintos cuerpos del conjunto: ábsides, naves del transepto, crucero, cimborrio y torre campanario, contrafuertes, etc. En el tratamiento de los muros dominan las superficies lisas, incluso en buena parte de las oberturas. En este apartado, la decoración escultórica se ciñe estrictamente a los elementos estructurales de las portadas, ventanales y óculos o rosetones, tal como ya hemos visto. La apariencia global del exterior de la seo es, pues, de una mar cada sencillez y contundencia de líneas, que se contrapone a la profusión y densidad de los puntos decorados con relieves. Sin embargo, es interesante hacer referencia a la decoración de las cornisas. El ábside principal ofrece una excepción relativa al presentar una estructura de carácter defensivo, en que la serie de arquillos de medio punto sustentada por las respectivas ménsulas es reforzada por cinco estructuras en forma de matacanes. En cambio, los muros del transepto y las naves están decorados con arquillos trilobulados coronados por un estrecho friso tratado con motivos geométricos, concretamente un ajedrezado. Los canecillos de soporte de los arquillos contienen cabezas humanas, animales o monstruo sas, en las que prima el carácter grotesco. Este sistema recorre la cornisa en la totalidad del transepto, en el lado meridional de la nave principal hasta el tercer tramo, si bien el segundo fue reformado con arquillos ya góticos.
En conjunto, parece que se adaptó una solución paralela mente utilizada bajo la cornisa de las cuatro alas del claustro, aunque en este caso se optó por arquillos heptalobulados.
Como en el claustro las enjutas de cada pieza presentan una rosácea. Tanto el recurso de los arquillos trilobulados como el del ajedrezado se inscriben en la tradición románica y se observa en algunos conjuntos catalanes relacionados, precisa mente, con Tarragona. El mismo motivo aparece también en el friso que corona la portada de la iglesia de Santa Tecla la Vella y entre los restos decorativos de la iglesia, del anfiteatro, de Santa Maria del Miracle.

La escultura de la catedral en el marco de la escultura del siglo XIII en Cataluña
Los distintos aspectos tratados hasta este punto se han ordenado intentando combinar criterios de cronología relativa con los relacionados con los espacios y soportes más relevantes de la decoración de la iglesia catedral de Tarragona. Se ha mostrado el estado de la cuestión cuando los conjuntos o partes han sido estudiados o para las que la historiografía ha generado aportaciones significativas. Pero se ha mostrado también las enormes posibilidades que presenta el estudio de la escultura para el análisis de la evolución del edificio.
a pesar de ello, han quedado numerosos aspectos apuntados, o sencillamente se ha prescindido de comentarlos, ya que queda pendiente su estudio detallado y contrastado. Posibles testimonios de otros altares, del mobiliario litúrgico de la iglesia, las cuestiones relacionadas con la policromía y los materiales utilizados en la escultura, los basamentos de los pilares y de los muros perimetrales, etc. También se ha omitido la decoración perteneciente al gótico, que implica abordar el tema desde una dimensión mayor. En este sentido, se apunta sin embargo un trabajo que pueda permitir fijar el cierre del edificio, especialmente por lo que se refiere a la fachada principal y al cierre de las últimas bóvedas.
La dificultad de obtener conclusiones más definitorias no obsta para entender la dimensión y el papel de la catedral de Tarragona en el marco del arte de los siglos XII y XIII en Cataluña, especialmente en este último. En sus primeras fases, parece imbricarse en las corrientes más destacadas de las últimas décadas del siglo XII y las primeras del XIII. Y muestra así puntos de contacto con algunas de las empresas más destacadas de aquella época: los conjuntos barceloneses, los claustros de la catedral de Girona y del monasterio de Sant Cugat del Vallès, la Seu Vella de Lleida, o los monasterios cistercienses. Indirectamente, se relaciona con algunos de los focos tolosanos y provenzales del siglo XII. Sin duda que el papel destacado del arzobispo de Tarragona en el marco de la Cataluña de la época influyó en la llegada de talleres y repertorios de aquellos orígenes, así como en su proyección. Posteriormente, pareció mantener aquellas tendencias a lo largo de la iglesia y del claustro, hasta que a partir de las décadas de 1260 y 1270 aparecen las formulaciones que, historiográficamente en Cataluña, se han calificado de góticas. 

Escultura del claustro catedralicio
Entre la notable serie de claustros catalanes de los siglos XII y XIII, uno de los ejemplos más destacados es el de la catedral de Tarragona, tanto por su monumentalidad como por la ambición de su proyecto y de su programa de imágenes. Efectivamente, se trata de un conjunto en el cual la aparente homogeneidad arquitectónica se complementa con la enorme riqueza de su repertorio iconográfico, que no ofrece parangón en Cataluña hasta aquel momento y que sobresale en el ámbito hispánico de su época. Asimismo, la síntesis entre los componentes relacionados con la austeridad cisterciense y la aplicación de una profusión decorativa en una serie de puntos lo convierten en un conjunto excepcional, cuyas fuentes iconográficas parecen responder a un amplio bagaje y a distintas vías de influencia.
Ya se han trazado anteriormente los aspectos arquitectónicos y constructivos del claustro, que ocupa el sector septentrional del conjunto catedralicio, ubicado entre el brazo izquierdo del transepto y el presbiterio, hecho poco frecuente pero que se explica por el aprovechamiento de muros del antiguo recinto sagrado romano para la construcción de algunas de las dependencias de la canónica y del mismo claustro. De cara al análisis de la escultura, es ahora interesante recordar algunos de sus aspectos esenciales: sus cuatro galerías dibujan un cuadrilátero ligeramente irregular, y se componen de seis tramos cada uno cubiertos con bóveda de crucería que descansan sobre pilares compuestos; cada tramo de arquería está constituido por un sistema basado en un grupo de tres arcos de medio punto, que descansan sobre pares de columnas, al que se sobrepone un arco ojival cuyo tímpano queda abierto con dos óculos calados. La estructura se separa a través de gruesos pilares, reforzados hacia el lado del patio con contrafuertes, coronados de los correspondientes capiteles.
Este esquema, de órdenes subordinados, es el adoptado con diversas variantes en los conjuntos de la orden del Císter. Y en Cataluña, se observan soluciones análogas en el claustro mayor de Santa Maria de Poblet y en el ala meridional del de Vallbona de les Monges, pero el paralelo más estrecho con el caso de Tarragona se encuentra en el claustro de Fontfroide, cerca de Narbona. Pero importa ahora resaltar que la impronta del Cister se observa también en el tema predominante entre los capiteles de las galerías, a base de hojas lisas organizadas en uno o dos registros, siguiendo recursos observados, igualmente, en Poblet, Santes Creus y Vallbona de les Mon ges. En cualquier caso, en la fisonomía decorativa del claustro también interviene la solución adoptada bajo la cornisa, con una serie de arcuaciones ciegas de forma lobulada, que dan al conjunto un aire de profusión ornamental. Este detalle ha sido considerado a menudo como deudor de las soluciones del arte hispanomusulmán, si bien cabe admitir que, en un sentido general, concuerda con el carácter decorativista de numerosos conjuntos arquitectónicos catalanes, e hispánicos en general, del entorno del 1200.

Las referencias históricas
Para entender la amplitud y la ambición del proyecto del claustro hay que situarse en lo que representa la construcción de la catedral tarraconense y su entorno, en el marco de una Cataluña que sigue empeñada en su expansión territorial hacia el sur y hacia el suroeste. En este sentido, queremos insistir en que se trata de un edificio de enorme valor simbólico, como sede de una demarcación arzobispal recuperada después de los siglos de dominio andalusí y, además, emancipada de la sede metropolitana de Narbona.
La documentación aporta indicios de actividad durante las primeras décadas del siglo XIII, seguramente entorno a la figura de Ramon de Rocabertí (1198-1215): en 1214 se firma ba un contrato entre el pavorde Ramon de Sant Llorenç y el canónigo Ramon Guillem, en el cual se asignaba la cuadra de Dalmau y una pensión de dos cientos sueldos anuales sobre las rentas de la Pavordía, de la cual podían disponer sus obreros, dejándose además a disposición del segundo las canteras del primero; la segunda referencia la aporta el testamento del mismo arzobispo quien, en 1215, lega 1000 sueldos para las obras del claustro (operi claustri); esta referencia se ha utilizado tradicionalmente como prueba de que, en aquellas fechas, el conjunto no estaba completado. Quizás por este motivo se ha visto en las señales heráldicas que recorren algunas impostas de la galería septentrional la alusión a Ramon de Rocabertí y a su predecesor, Ramon de Castellterçol (1194-1198), o, de modo también verosímil, del canónico camarero coetáneo de Roca Bertí, Berenguer de Castellet, tal como sostienen, entre otros, Emma Liaño. a pesar de las dificultades y reservas que conlleva un análisis estilístico y temático, las comparaciones con otros conjuntos de la época contribuyen a confirmar los indicios aportados por la documentación y las señales heráldicas, tal como comentaremos más adelante, también en relación con el sucesor de Rocabertí, Aspàreg de la Barca (1215-1233).

El programa iconográfico
Los elementos básicos del programa iconográfico se localizan en los capiteles e impostas de los arcos de las cuatro galerías, decorados sistemáticamente tanto en los pares de columnas como en los pilares. Además, la escultura también está presente en las claves de bóveda (conservadas parcialmente las originales), las ménsulas de los muros perimetrales y, en el exterior, los capiteles de los contrafuertes y las ménsulas de las arcuaciones. En el conjunto, y desde la óptica del trabajo escultórico, no podemos omitir la decoración de la fachada de la sala capitular, abierta en un extremo de la galería meridional, ni la puerta contigua que debía comunicar con el dormitorio. La puerta que comunica el claustro con la iglesia debe de tratarse a parte, puesto que muestra un planteamiento estructural e iconográfico distinto, tal como señalaremos más adelante.

Sala capitular 

La temática historiada queda fundamentalmente repartida en tres áreas muy concretas de las galerías, con los temas agrupados en pilares o en pares de columnas contiguos a aquéllos. Su selección puede recordar las series de otros claustros catalanes historiados, como los de la catedral de Girona, Sant Cugat del Vallès o Santa Maria de l’Estany, aunque solamente de modo parcial. Veremos cómo, efectivamente, una parte de los temas pertenecen a episodios del antiguo y del Nuevo Testamento. Sin embargo, los detalles, la organización del programa y su distribución dentro del conjunto difieren claramente de los precedentes románicos catalanes, a la vez que es radicalmente distinto al de la Seu Vella de Lleida, donde predomina la decoración de carácter vegetal y geométrico.
El primero de estos ciclos se localiza en el ala meridional, y ocupa concretamente los siete capiteles del tercer pilar, con tres grupos de escenas basadas en el Génesis, pertenecientes a los ciclos de adán y Eva, junto con y Caín y Abel, Abraham e Isaac, y Jacob y José. Así, las piezas que dan soporte a los nervios de la bóveda de la galería desarrollan un pequeño ciclo dedicado a la Caída del hombre: el Pecado original en el capitel central, la reprobación de Dios a Adán (la figura de Eva no aparece), y la representación de la condena al trabajo, con Adán y Eva vestidos con túnicas de piel a la izquierda; en cambio, las dos escenas situadas en capitel de la derecha, parece orientarse hacia la enemistad de Caín y Abel, con la Celosía de Caín hacia Abel, amamantado por Eva, y los respectivos trabajos de Caín, como agricultor, y de Abel como pastor. El interés de ambas escenas, al margen de la dificultad de determinar sus fuentes precisas, radica en su proximidad con algunas producciones artísticas imbricadas en el arte del 1200 y marcadas por un claro bizantinismo. Es palpable el recuerdo de las escenas de la condena al trabajo de la decoración pictórica de la sala capitular de Sigena (Museu Nacional d’art de Catalunya, MNAC 68704), en la que Eva aparece alimentando a Abel mientras Caín parece extender los brazos, de modo parecido a Tarragona; igualmente una ilustración del llamado Salterio anglo catalán, conservado en París (BNF, Ms. Lat. 8846, fol. 1r), muestra un gesto análogo en la representación correspondiente del tema. 


Visita de los ángeles a Abraham (o teofanía de Mambré), en el pilar historiado del ala meridional 

En general, destaca el planteamiento sintético de las escenas, en que el número de personajes queda reducido al mínimo, sin dar concesiones a lo narrativo o a referencias espaciales. Este carácter se refleja también en los dos capiteles de la arquería, a la izquierda, donde aparecen la Visión de Mambré y el Sacrificio de Isaac; en este caso, en una sola representación se sintetizan el momento en que Isaac es conducido al lugar del sacrificio, montado en el asno, como el momento en que el ángel ofrece el cordero ante el gesto de Abraham. Se trata, sin duda, de una de las composiciones más singulares del claustro, donde uno de los posibles precedentes aparece en uno de los frisos del claustro de la catedral de Girona, con una representación para cada momento. La presencia de Abraham y de Isaac adquiere carácter de prefiguración de la muerte de Cristo.
En el lado opuesto, el ciclo dedicado a José y a Jacob, de nuevo adquiere un sentido en que se prefigura a Cristo.

Más allá de la galería sur, los restantes puntos donde se desarrolla la temática historiada se sitúan en la galería norte.
desarrolla la temática historiada se sitúan en la galería norte. En el pilar del ángulo nororiental se organiza una selección de temas del antiguo y Nuevo Testamento, intercalados y combinados, además, con dos relieves teofánicos.
En con junto, como veremos, se mantiene el carácter sintético y la reducción del número de personajes, con ausencias que no deben pasar desapercibidas y que no pueden atribuirse a cuestiones compositivas o estrictamente formales. Uno de los aspectos que tradicionalmente llamó más la atención fue la presencia en esta zona de dos temas pertenecientes al ciclo de Caín y Abel, como supuesta continuación de las representaciones del pilar historiado de la galería meridional.
Ello hizo pensar que existía un cierto desorden en la colocación de los capiteles o en la ordenación de los temas, idea que actualmente puede considerarse totalmente superada, tal como hemos comentado anteriormente. además de dichas representaciones, en el pilar también aparecen temas del ciclo de Noé, en relación con temas relativos a la Pasión y Resurrección de Cristo, tal como veremos.

Si iniciamos la explicación desde el relieve, a modo de friso, que se sitúa en la parte situada en la galería oriental, el primer motivo es una Maiestas Domini rodeada del Tetramorfo, donde destaca la presencia de un dragón a los pies de Cristo, detalle poco habitual en el ámbito catalán. a continuación, se desarrolla parte del ciclo de Noé, con representaciones relacionadas con el Diluvio. En esta parte del pilar, es interesante subrayar que aparecen cinco episodios repartidos entre los tres capiteles adosados, desde la orden divina de construcción del arca hasta la oración de acción de gracias tras el diluvio. El sentido particular de este grupo de escenas podría explicarse por el paralelismo establecido entre las aguas del Diluvio y las del Bautismo de Cristo, recordando también que el arca simboliza la Iglesia, sin la cual no es posible la Salvación.
Tras una escena de banquete a menudo identificada como la representación de Lot emborrachado por sus hijas, y que ha sido asociada al Banquete del rico Epulón por Esther Lozano y Marta Serrano, aparece el capitel dedicado a Caín y Abel, con las respectivas ofrendas a la izquierda y la muerte de Abel a la derecha. El grupo insiste en la dualidad fraternal, que se observaba ya en el capitel del ala meridional, insistiendo en Caín como figura del mal y en Abel como figura del bien y anuncio tipológico de la figura de Cristo. Por su localización, el conjunto refuerza la presencia de la muerte de Abel como prefigura la muerte de Cristo, dada la proximidad con el tema de la Crucifixión. Nuevamente, ambas escenas tienden a la simplificación. Interesa también destacar que el arma de la muerte de Abel es una piedra, objeto que no observamos en los ejemplos presentes en Cataluña y sí, en cambio, en un capitel del claustro de Saint-Bertrand de Comminges que, como veremos, es uno de los conjuntos relacionados con el taller de Tarragona. El friso de la derecha contiene una representación del Arma Christi: Cristo en pie, con las llagas explícitamente visibles, centra la composición flanqueado por figuras de ángeles que muestran los símbolos de la Pasión, entre los que sobresale como de costumbre la cruz. El tema no presenta precedentes conocidos, o conservados, en Cataluña, pero cabe recordar que con distintas variantes y soluciones compositivas aparece en obras de las últimas décadas del siglo XIII y de principios del XIII.
Las referencias a la Pasión de Cristo se evidencian en el capitel que pertenece al lado interno de la arquería, donde se representa la Crucifixión. La composición cuenta, en la cara principal, con Cristo en la cruz, Longinos y Estefatón, mientras sorprende la ausencia de María y san Juan; en cambio, las dos caras laterales están ocupadas por los dos ladrones, cuyas dimensiones superan incluso la imagen de Cristo; la insistencia en una dualidad entre Dimas y Gestas parece seguir la contraposición entre Caín y Abel. El capitel que hace pareja con el precedente recupera temas del Génesis centrándose en el ciclo del vino de Noé.
Mientras en el lado interno, de visualización dificultosa, aparece Noé en la viña, las caras principal y externa representan la Embriaguez de Noé y sus hijos cubriendo su desnudez. Dado el paralelismo que ofrece con la Pasión de Cristo, en tanto que la desnudez de Noé puede interpretarse como prefigura de Cristo desprovisto de sus vestiduras, se justifica la relación entre el capitel de la Crucifixión y el de Noé. El ciclo del vino aparecía también representado en el claustro de la catedral de Girona, así como en el de Sant Cugat del Vallès, donde figura también la parte dedicada al Diluvio.

Finalmente, los dos capiteles que dan soporte al arco perteneciente a la galería oriental, presentan un segundo grupo de temas neotestamentarios. a la derecha, el Descendimiento de la Cruz, y a la izquierda la Visita de las Marías al Sepulcro, como alusión a la resurrección de Cristo.
Cabe resaltar la relación tipológica que se establece entre los temas del antiguo Testamento seleccionados, concreta mente del Génesis, con aquéllos basados en el Nuevo, y centrados especialmente en la Pasión y la Resurrección de Cristo. Otra cuestión es determinar el significado global del pilar, la intención de su programa, y su relación con todo el conjunto. a ello hay que añadir un doble capitel historiado situado en uno de los pilares de la galería septentrional, la alusión a la resurrección de Cristo es retomada con las representaciones de la Incredulidad de Tomás y el Noli me tangere.
La galería septentrional presenta, además del capitel citado, dos pares de capiteles dedicados a la Infancia y la Vida Pública de Cristo, y un pilar con escenas relativas a los milagros póstumos de san Nicolás de Bari.
Con una sola excepción, cada uno de los temas ocupa estrictamente una cara, persistiendo la tendencia a la síntesis en el número de personajes y en los detalles de las composiciones. Del mismo modo que en los grupos anteriormente tratados, la ordenación de los temas no se rige por un sentido narrativo. Así, la Natividad se representa en la cara del doble capitel que se orienta hacia la galería. La composición presenta los personajes muy apretados y la simplificación de los detalles y las figuras dificulta la identificación del sentido de alguno de ellos. La figura de María aparece recostada en un ángulo de la composición, totalmente cubierta, recordando composiciones del tema del mundo bizantino. No deja de ser muestra de una tendencia o de unos modelos totalmente distintos a los de la representación del mismo tema en el capitel del mainel de la puerta que comunica el claustro con la iglesia, a la que nos hemos referido ya en ocasiones anteriores. En cambio, son interesantes las analogías compositivas con obras del mundo bizantinizante del entorno del 1200. A su derecha se representa el anuncio a los Pastores, de tal modo que la separación entre las dos escenas sólo se manifiesta por el hecho de situarse en caras distintas; sin este cambio de plano, puede interpretarse que Natividad y anuncio a los Pastores forman parte de un único marco compositivo, tal como sucede en numerosos ejemplos bizantinos y bizantinizantes; en esta dirección, es suficiente recordar algunos conjuntos musivarios.

Si la lectura se continúa siguiendo un orden narrativo, hay que hacer referencia al capitel correspondiente al exterior, y a la derecha del anuncio a los Pastores, donde aparece un tema poco frecuente, la adoración de los Pastores. La representación adquiere un sentido del movimiento, un cierto aire familiar quizás no del todo conseguido, pero que será una de las constantes de algunos de los ejemplos de historiación del claustro. Este carácter fue el que hizo ver a algunos autores el reflejo de nuevas corrientes, más inclinadas hacia un cierto naturalismo y más próximas al espíritu del gótico. Hasta el momento, el tema no se hace visible en conjuntos escultóricos en Cataluña, pero hay que contar con algún ejemplo significativo en el mundo hispánico más o menos coetáneo al conjunto tarraconense, en la portada de la iglesia de Santo Domingo de Soria y en el claustro de la catedral de Tudela. El capitel correspondiente al lado externo presenta, en dos caras, la adoración de los Magos. Siempre se ha puesto de manifiesto el gesto verosímil de Jesús, que se inclina y alarga los brazos para aceptar la ofrenda; ello responde a un carácter sin duda avanzado, dentro del siglo XIII, y que aleja el conjunto tarraconense de los conjuntos precedentes en Cataluña. El grupo es completado por la representación de las Bodas de Caná que queda, por tanto, contiguo a la izquierda de la Natividad.

Adoración de los magos 

El siguiente doble capitel pone énfasis en episodios de la vida pública de Cristo. En él se desarrollan, por este orden, la Presentación en el Templo, Jesús disputando con los Doctores, el Bautismo de Cristo, la Entrada a Jerusalén y las Tentaciones de Cristo en el pináculo del templo y en el desierto.

Presentación en el templo

Jesús entre los doctores

Bautismo

Bodas de Caná 

La imposta correspondiente a dichos capiteles ofrece en sus cuatro caras representaciones de los trabajos de los meses, tema que en el ámbito catalán cuenta con el preceden te escultórico de la portada de Ripoll. Ya llamó la atención a Puig i Cadafalch, quien describió detenidamente las doce escenas, que responden a fuentes diversas. El pilar que precede estos grupos de capiteles con temática neotestamentaria está totalmente dedicado a san Nicolás. Previamente, se podría afirmar que de nuevo, la presencia de un ciclo hagiográfico concuerda con momentos más avanzados.

Temas historiados aparte, las representaciones con figuración humana, a base de escenas de lucha, de juglaría o de figuras de atlantes aparecen en capiteles de la galería meridional y en impostas de las cuatro alas del claustro. En ocasiones, los personajes quedan integrados en esquemas de carácter vegetal o geométrico-vegetal, en otras, las escenas se desarrollan directamente sobre el fondo neutro determinado por el propio marco arquitectónico. De un modo genérico, las diversas escenas de lucha pueden interpretarse como signo de la discordia y, en algún otro caso, como imagen de la lucha entre las fuerzas del bien y las del mal. Y en un sentido victorioso, aparece en el ala septentrional la lucha de Sansón ante el león, a la que se yuxtapone otra imagen de enfrenta miento de un soldado contra un león.
Hemos avanzado anteriormente la importancia y la variedad de los temas de bestiario, sea de modo aislado y en distintos marcos compositivos, sea de un modo claramente articulado en algunos casos. En este sentido, merece un comentario aparte la serie de representaciones que ocupan los capiteles e impostas de un pilar del ala sur, donde las alusiones a las fuerzas del mal y, más concretamente al peligro del engaño y de las trampas que tiende el diablo, parecen dominar el sentido global del conjunto. así lo hacen pensar las representaciones del engaño del zorro ante el gallo y las aves, o el más conocido tema del gato que simula estar muerto, transportado a modo de cortejo fúnebre por ratones, para lanzarse sobre ellos. En ambos casos, parecen fundirse las bases de la literatura medieval con las representaciones del bestiario. Tanto la imagen del zorro como la del gato pue den interpretarse como imagen del engaño, del diablo. Este sentido puede aplicarse también a la figura de una sirena-pez que aparece en la cara estrecha de una de las impostas del mismo pilar.
 




Los motivos vegetales y geométricos ocupan también una parte importante de la decoración de los capiteles e impostas del claustro. además del ya citado tema predominante, de las hojas lisas de claro paralelismo con el mundo cisterciense, algunos capiteles presentan esquemas geométrico-vegetales, con profusión de palmetas, cintas y piñas, algunos de ellos relacionados también con los conjuntos ca talanes marcados por la influencia tolosana. Del análisis de la escultura del conjunto no podemos olvidar las ménsulas que dan soporte a los tramos de bóveda, situadas en los muros de la caja claustral, ni las claves de bóveda, que en algunos casos han perdido la totalidad de su relieve. Respecto del exterior, cabe destacar los capiteles de los contrafuertes y los canecillos que dan soporte a los arcos polilobulados. En líneas gene rales, repertorios y estilo responden al conjunto del claustro.
La selección y la disposición de los temas muestran la existencia de un programa global, cuyo sentido más visible se percibe en la concentración de los ciclos historiados. Sin duda, la organización de las dependencias de la canónica, la vida de la comunidad y las necesidades derivadas de la liturgia determinaron aspectos fundamentales de dicho programa de imágenes. Para ello, nos remitimos a los estudios de Gerardo Boto y Esther Lozano. En otro orden de cosas, debemos subrayar cómo en los temas del antiguo Testamento se pone énfasis en la dualidad entre personajes, especialmente en el caso de Caín y Abel. En este sentido, e independientemente de la fecha exacta a la que pertenecieran estos ciclos, cabe recordar los sucesivos contextos de conflicto derivados entre los canónigos, el arzobispo, incluso el conde-rey, que quizás se vieran reflejados en aspectos o detalles del programa. Paralelamente, la sede del arzobispado podría también haber reflejado la lucha contra las herejías. algunos motivos figurativos, zoomórficos, pueden aparecer como referencia a las mismas, como se hace patente en el pilar del ala meridional dedicado al zorro y a otros seres del bestiario. En una línea similar, el programa iconográfico de la Seu Vella de Lleida ha sido explicado bajo esta óptica por Meritxell Niñá en su tesis doctoral sostenida en 2014. La lucha contra las herejías era parte programática significativa en el IV Concilio Lateranense, en 1215, cuyo reflejo en Cataluña vino marcado por el Sínodo de Lleida, de 1238, presidido por el arzobispo Pere d’Albalat. Estos datos nos sirven para insistir en este contexto el cual, sin embargo, estaba ya latente en las últimas décadas del siglo xii. El responsable o responsables del programa iconográfico del claustro eran sin duda conscientes de dicho contexto, visible en la catedral. así lo muestra el texto de la lápida funeraria del canónigo Pere de Tarragona, fallecido en 1209 (Museu Diocesà de Tarragona, inv. 249), a quien se refiere como “la muerte de los judíos y un martillo para los herejes, a quienes fustigó con dos opúsculos que escribió”. Queda, en este sentido, un camino a recorrer que analice hasta qué punto el contexto social e histórico en todas sus vertientes pudo influir en la confección de tan poliédrico y vasto programa de imágenes. 

El taller y su contexto
Una parte sustancial de la escultura del claustro presenta una identidad estilística absoluta con la escultura del frontal de altar dedicado a san Pablo y santa Tecla, trabajado en mármol. Se trata de una pieza excepcional, en realidad la única que se conserva en este material en Cataluña, donde el soporte habitual es la madera con escenas pintadas o con tallas aplicadas. No podemos ahora entrar en detalle sobre su iconografía y su relación con el contexto del culto a santa Tecla en Tarragona. Pero la figura de san Pablo, o incluso la de santa Tecla en el registro central del frontal, ofrecen un planteamiento de detalle por sus dimensiones que han permitido concretar en la contextualización del conjunto y, en consecuencia, del claustro. Especialmente significativo es el tratamiento de las vestiduras, a base de múltiples pliegues, agrupados en haces, que producen un claro efecto decorativista, que incide en un aspecto suntuoso apropiado para el papel del frontal como objeto de altar y relacionado sin duda con componentes litúrgicos y cultuales. Este tratamiento es también el que permite la aproximación estilística con las dos figuras del arcángel Gabriel y de María que se insertaban en sendos nichos abiertos en las enjutas de la puerta de la Anunciata de la Seu Vella de Lleida. La identidad, sino la serie de analogías, entre la puerta de la Anunciata de Lleida y el frontal y el claustro tarraconenses han comportado la búsqueda de conclusiones acerca de la datación de dichas obras. Recordando que la documentación relativa a Tarragona aportaba indicios de actividad hacia 1215, esta misma fecha consta en la lauda funeraria de Guillem de Roques, encastrada en el muro de la citada puerta.
A parte de los repertorios ornamentales, que pueden reflejar distintas fuentes de repertorios dentro y fuera del arte en Cataluña, es el tratamiento de la temática historiada y de la figura humana la que puede proporcionar más datos para situar el conjunto y subrayar sus aportaciones. La manera de abordar el capitel, de organizar las composiciones y de tratar las figuras constituye una novedad en el románico en Cataluña, si exceptuamos algunos ejemplos del interior de la Seu Vella de Lleida. Hay que señalar, de entrada, que el relieve es normalmente bajo y determina un modelado ligero, de formas blandas, que discurren casi pictóricamente sobre la superficie del capitel. Las escenas de los registros laterales del frontal de Santa Tecla, al que nos hemos referido anteriormente, participan plenamente de estos rasgos, cuya única excepción de encuentra en los capiteles del pilar dedicado a san Nicolás. En este caso, las escenas discurren ante un fondo cuya profundidad viene marcada por un marco vegetal de hojas acabadas en volutas en los ángulos, y las figuras sobre salen claramente del marco arquitectónico del capitel. Pero en general, las composiciones de los capiteles historiados se organizan disponiendo de un mínimo de personajes, con una fuerte tendencia a la síntesis, eliminando detalles que parecen reducir la representación a sus elementos esenciales. Los personajes se configuran mediante unas proporciones pesadas, con cabezas redondeadas, con los pómulos marcados, redondeados, del mismo modo que el mentón, los ojos proporcionalmente grandes, almendrados y lisos. En algún personaje se marcan las pupilas de los ojos, como se observa en la figura de Cristo del Arma Christi. Se observa una leve tendencia a la expresividad en algunas escenas, como sugiere la figura de José en la escena en la que Jesús es encontrado en el Templo disputando con los Doctores. Lógicamente, estos recursos se simplifican en la figuración que se desarrolla en las impostas, donde se impone la reducción notable de los personajes, sea directamente sobre un fondo liso, sea enlazado o coordinado con esquemas geométrico-vegetales. En estos casos, se man tiene la vivacidad de las escenas, donde siguen destacando las dimensiones de las cabezas, la importancia de los gestos y un marcado dinamismo de las composiciones.

De todas maneras, y más allá de posibles hipótesis sobre la cronología de uno y otro conjunto, conviene subrayar la común relación de dependencia con la escultura de talleres del entorno tolosano. Hay que recordar los capiteles del pilar del ángulo suroccidental del claustro, con motivos y un carácter también cercano al grupo gerundense de los capiteles del presbiterio de la misma seo tarraconense y, por tanto, con elementos decorativos utilizados de modo generalizado en los claustros de la catedral de Girona y del monasterio de Sant Cugat del Vallès. a la utilización de unos repertorios que tienen origen inmediato en centros catalanes, relacionados a su vez con focos tolosanos como Saint-Étienne o la Daurade, hay que recordar los vínculos más directos con otros centros marcados por la influencia tolosana o, en general, del mundo languedociano, fechados con posterioridad. Hemos señalado, por ejemplo, puntos de contacto con el claustro de Saint-Bertrand de Comminges o la portada de Saint-Just de Valcabrère, tanto desde el punto de vista de determinados repertorios como del planteamiento compositivo de los capiteles.

Comminges y Valcabrère, sin embargo, plantean un tratamiento austero de la figura humana, en su versión monumental visible en las columnas del claustro y portada respectivas. Ello no es motivo para alejar estos conjuntos respecto de Tarragona. Pero el tratamiento más profuso y detallado que hemos observado en la figura de san Pablo del frontal de altar, equivalente al de las estatuas de la puerta leridana de la Anunciata, refuerza la proximidad entre Lleida y Tarragona, visibles igualmente entre el resto de la decoración de la portada y el claustro. Así pues, el taller que actuó en Tarragona había asimilado una serie de fórmulas de repertorio y de estilo que se habían desarrollado en el entorno tolosano y en centros de su influencia, en fechas tardías que podríamos situar en el último cuarto del siglo XII.
 
En este punto, en que la escultura de Lleida y Tarragona no puede desligarse de la serie de obras agrupadas en torno al escultor Ramon de Bianya, repartidas precisamente entre el Rosellón (Elna, arles, Sant Joan el Vell en Perpinyà) y el entorno leridano (Seu Vella, Anglesola, Vallbona de les Monges), también llaman la atención algunos puntos en común con las producciones de entornos como los de Guglielmo y Biduino, en Toscana, especialmente por lo que se refiere al segundo. Por el momento, las analogías sólo parecen existir a nivel estilístico, especialmente en el tratamiento de la figura humana: la comparación entre algunos relieves como los de San Casciano, en Settimo, y San Leonardo al Frigido permiten observar similitudes en la configuración de las cabezas y en los pliegues ritmados de las vestiduras, incluso en el sentido del movimiento y de los gestos. Es prematuro determinar la naturaleza de estas coincidencias, quizás atribuibles simplemente a un transfondo común, del que no deben excluirse los conjuntos de la zona de Comminges citados anteriormente o algunos conjuntos de la escultura provenzal, como la fachada de Saint-Gilles-du-Gard.

Desde los primeros estudios que trataron el claustro, como Émile Bertaux o Puig i Cadafalch, ya se evidenció la relación con los conjuntos cistercienses, tanto desde el punto de vista arquitectónico como escultórico. aparte del sistema de organización de los pórticos mediante el sistema de órdenes subordinados, que efectivamente observamos en claustros del Císter (Poblet, Fontfroide entre los más próximos a Tarragona), destaca el uso generalizado de la austera decoración a base de hojas lisas, motivo apropiado al espíritu inicial de la orden cisterciense. En el caso de Tarragona, el uso de este tema puede también relacionarse con la proximidad estilística con el claustro de Vallbona de les Monges. Tanto la portada del transepto de la iglesia como el ala meridional del conjunto actúan como puente, si cabe la expresión, entre determinadas soluciones estilísticas de la Seu Vella de Lleida y el frontal y claustro de Tarragona. aquí, sin embargo, el recurso a un sistema de decoración caracterizado por la simplicidad compositiva y por la austeridad, bajo un número considerable de variantes, puede interpretarse tanto como el reflejo del ambiente marcado por el Císter durante la época de realización de los trabajos, aplicado de un modo consciente, o bien como una solución ornamental práctica y rápida ante la gran cantidad de elementos a decorar. a favor del primer motivo también se puede aludir al soporte de los condes-reyes tanto hacia los monasterios del Císter como hacia las dos grandes catedrales o, sencillamente, a la diversidad de contactos entre dichos centros. En cualquier caso, este planteamiento austero, que domina en una gran parte del claustro y en todas sus galerías, contrasta con la profusión y variedad decorativa que dominan en las impostas del conjunto y en una parte significativa de los capiteles.
En el contexto hispánico en general, la escultura del claustro parece concordar con la de diversos conjuntos del entorno del 1200, de modo que se inscribe perfectamente en el panorama de renovación generado desde las últimas décadas del siglo XII. Este es otro aspecto en el que conviene avanzar, ahondando tanto en las analogías de carácter icono gráfico como en las relaciones y contactos existentes entre las diversas zonas, las sedes episcopales, etc. Si para la escultura de la iglesia podíamos recordar los orígenes y la trayectoria de arzobispos como Guillem de Torroja o Berenguer de Vilademuls, entrado el siglo XIII Aspàreg de la Barca (1215-1234) había sido hasta entonces obispo de Pamplona (1212-1215).
Pero la figura de aquel arzobispo nos trae de nuevo a los centros de la vertiente norte del Pirineo. Aspàreg (o Sparagus), emparentado con la familia del conde-rey Pedro el Católico, y luego consejero de Jaime el Conquistador, había sido, preboste de Saint-Étienne de Toulouse, y obispo de Saint-Bertrand de Comminges (1205-1206). De todas las autoridades eclesiásticas tarraconenses, esta es la más relacionada con el entorno languedociano, tolosano y pirenaico.
Su biografía, pues, es muy sugestiva en el momento de comprender, desde una óptica específica, los puntos de encuentro existentes entre la escultura del claustro (y del frontal de altar) y los centros tolosanos, el claustro de Comminges y la portada de Valcabrère, entre otros. Ello nos conduciría, sin embargo, a decantar la cronología de buena parte de los relieves en el período 1215-1233, correspondiente a su gobierno, activo también en el citado contexto de lucha contra las herejías. Tampoco se aleja de la cronología vigente para la Puerta de la Anunciata de Lleida, basada en una inscripción de 1215. Ello no obsta para atribuir el inicio, o algunos de los trabajos, a la figura de sus predecesores, especialmente Ramon de Rocabertí.
A primera instancia, puede parecer que la difusión que tuvo el taller del claustro fue escasa. Gudiol intentó determinar una llamada “escuela”, cuyos límites fueron trazados más tarde por Francesca Español. Ciertamente, hay ciertas concordancias con algunos elementos esculpidos de los centros cistercienses de Poblet y Santes Creus, así como con la iglesia del Pla de Sta. Maria (alt Camp). además, en el pro pio entorno catedralicio podemos rastrear consecuencias del estilo y de los repertorios del claustro en relieves funerarios fechados en la década de 1260, tal como se observa en dos relieves funerarios conservados en el propio Museo Diocesano de Tarragona.
En muchos aspectos, incluido el de la escultura, el claustro actúa como una pieza singular dentro de la catedral, que en su totalidad constituye una de las grandes empresas constructivas del suroeste de Cataluña, de la llamada Catalunya Nova, junto con la Seu Vella de Lleida y los monasterios cistercienses de Poblet, Santes Creus y Vallbona de les Mon ges. En este marco de la escultura de finales del románico en Cataluña, comprendido entre las últimas décadas del siglo xii y una parte importante del XIII, el claustro y su catedral se inscriben en un panorama decorativo caracterizado por una cierta heterogeneidad de fuentes y una relativa variedad de planteamientos estilísticos. Planteamientos que inscriben este panorama dentro de un marco internacional donde el componente mediterráneo constituye una de las bases de las distintas soluciones del arte del 1200.

El frontal de altar de San Pablo y Santa Tecla
A pesar de la imponente presencia del retablo gótico cuatrocentista del gran escultor Pere Joan, el frontal de altar de mármol dedicado a San Pablo y Santa Tecla luce, a sus pies, como una de las obras excepcionales de la catedral de Tarragona. ante dicho retablo, el altar está situado sobre una plataforma de dos gradas, cuyos bordes también están trabajados en mármol blanco. Sin embargo, se ha planteado que su ubicación original no es la actual, si no que se situaba en el centro del ábside, de modo que habría sido trasladado en época gótica, quizás en el momento de la consagración de 1331.
El frontal de altar está trabajado en mármol, del mismo modo que una parte importante de las obras realizadas por el propio taller en las galerías del claustro y en algún otro relieve de la propia catedral, como el que se encastó encima de la puerta de Santa Tecla. Como pieza de mobiliario de altar, es único en Cataluña, donde la mayor parte del mobiliario de altar conservado de los siglos XII y XIII está trabajado en madera policromada, en ocasiones con las figuras talladas y aplicadas. El recurso al mármol en una pieza clave del culto y la liturgia de la catedral, el altar principal, puede interpretarse como un signo del prestigio y del poder de la sede metropolitana, recuperada y emancipada de Narbona; un prestigio fundamentado, además, en la antigua Tarraco, capital provincial y religiosa. Pero no olvidemos el uso de este material en conjuntos, en el mobiliario litúrgico de monumentos romanos del siglo XII o, también, en otros ámbitos del románico europeo, como es el caso del frontal de Notre Dame de Beaune.
La composición del conjunto está basada en un registro central, con la representación que preside el frontal, flanqueado por ocho recuadros dispuestos en dos niveles a cada lado y separados por columnillas, que contienen escenas de la vida de santa Tecla, desde la predicación de san Pablo, el sometimiento a los martirios, muerte y ascensión del alma a los cielos. Se trata de un esquema habitual en esta tipología de objetos, que en el caso de Cataluña cuenta con una larga tradición, si nos atenemos a los frontales trabajados en madera y policromados. En su origen, el frontal tarraconense estaba flanqueado por una columna a cada lado cuyo capitel, decorado con hojas de acanto, tiene una estructura arquitectónica idéntica a los del claustro, y estaba rematado por una cornisa moldurada. Posteriormente, posiblemente a principios del siglo XIV, con motivo del traslado del altar, fue ensanchado, de modo que le fueron añadidas sendas placas de mármol en los extremos de la mesa, así como nuevas columnillas de soporte, en este caso de sección octogonal y decoradas de roleos de carácter vegetal. El conjunto reposa sobre un zócalo, que abarca desde las bases de las columnas originales hasta la cenefa de carácter vegetal que resigue el cuerpo inferior del antipendio.
En el registro central se sitúa San Pablo, sentado majestuosamente en una silla tipo tijera, inscrito en una mandorla, acompañado de la imagen de la paloma del Espíritu Santo y de la Mano de Dios. Con la mano derecha bendice a su discípula, Santa Tecla, que aparece representada de lado, con la pierna derecha flexionada y las manos juntas en actitud de oración. algunos autores identificaron la figura central como la de Cristo, aunque el nimbo y la calva no dejan lugar a dudas. Pablo y Tecla, asociados en la misma composición, junto a las referencias teofánicas del Espíritu Santo y la Dextera Dei, aluden de modo simbólico a la predicación del primero, seguida por la noble virgen de Iconio.
La representación de los episodios se inicia en los dos recuadros superiores de la izquierda. En el recuadro interno aparece la predicación de Pablo en Iconio, bajo la atención de Tecla, desde una ventana; dicha escena enlaza con la del registro externo, donde bajo un sistema ornamental de cintas que enmarcan una palmeta y dos leones afrontados, aparece la madre de Tecla, Tehoclina, denunciando ante su prometido, Tamiris, cómo Tecla seguía la predicación de Pablo. En la parte inferior de este mismo lado izquierdo aparece Tecla ante el juez y entregada al verdugo, para ser objeto de la condena a la hoguera, representado en el siguiente registro. ante un fondo de carácter vegetal, surge del ángulo izquierdo la imagen divina, aludiendo a su intervención, que frustra el martirio.
Al otro lado de la composición, aparece Tecla lanzada a los animales, vestida, con las manos en actitud de oración, y rodeada de leones y osos que la lamen; de las nubes representadas en los ángulos superiores aparecen un ángel y, de nuevo, la mano de Dios, en gesto de bendición; a su derecha, se representa el episodio de la protección por parte de la reina Trifenia; en la parte inferior interna aparece en el episodio en que Tecla se lanza a la laguna repleta de animales venenosos, con el cuerpo desnudo; finalmente, a la derecha, se representa su muerte y la ascensión de su alma. El programa del frontal, con el énfasis puesto en la figura de Pablo y los milagros vinculados con la vida de la santa, con la insistencia en la intervención divina, se corresponde a la costumbre que se va acentuando a lo largo del siglo xiii, en que la temática de los frontales de altar se amplía claramente hacia ciclos hagiográficos. En algunos de estos casos, el conjunto está presidido en ocasiones por el santo titular (San Martín, San Clemente, San Pedro, etc.). En este sentido, el papel de Tecla como noble virgen se corresponde perfectamente con la titularidad de la iglesia tarraconense, y enlaza a su vez con la figura de Pablo, vinculado con su legendaria presencia en Tarragona en su supuesto viaje a la antigua Hispania. Y concuerda con la dedicación de la catedral a santa Tecla, cuyo culto en Tarragona está atestiguado desde la antigüedad tardía y se rastrea en el transcurso de la restauración de la sede tras el dominio andalusí.
El conjunto muestra en síntesis diversos episodios de la vida de la santa, asociada a Pablo, probablemente recogidas en diversas fuentes. Se han citado en ocasiones las actas de Pablo y Tecla como fuente, aunque dicho apócrifo ofrece otros episodios y en relación con sus viajes, suplicios y el papel de Pablo o incluso de Trifenia, no presentes o interpretados de modo sintético en el frontal.
Por todo ello, deberá de profundizarse en el estudio del conjunto, en relación a sus antecedentes, fuentes, y especialmente a su papel en el culto y la liturgia de la catedral.
Los registros están separados por columnillas, siguiendo un sistema que, de modo genérico, es habitual en la organización compositiva y el enmarque de escenas en el mobiliario litúrgico. También los fondos de las escenas combinan los motivos vegetales y arquitectónicos, de acuerdo con los requerimientos de cada uno de los temas. Tanto en un caso como en otro, presentan coincidencias con la decoración de los capiteles del claustro. Esta circunstancia es extensible a la totalidad de aspectos estilísticos de la pieza que, tal como demostramos en su momento, es la pieza clave del taller que hacia el primer tercio del siglo XIII, trabajó en la catedral. así, a excepción del cuerpo central, que por sus dimensiones ofrece otros referentes, la figuración se caracteriza por unas formas planas, de proporciones pesadas pero de disposición animada, de expresiones simplificadas pero de clara vivacidad, con un tratamiento elocuente del movimiento y de la gestualidad, a pesar de que los detalles alcancen, en algunos casos, una cierta imagen de tosquedad.
Tal como planteamos en su momento, el frontal es una de las piezas claves del mismo taller que abordó los trabajos escultóricos del claustro, con el valor añadido que aporta la única referencia de un grupo figurativo de ciertas dimensiones, el de san Pablo y santa Tecla, que ha permitido detectar lazos estilísticos con otros conjuntos coetáneos. así, de entrada, sobresalen los contactos directos con una parte de la Seu Vella de Lleida, concretamente con la Puerta de la Anunciata, abierta en el transepto sur de la catedral y fechada hacia 1215, planteados por Francesca Español. La reiteración en el uso de los pliegues, de recorridos paralelos y angulados, se observa en las dos figuras que componían el grupo de la anunciación, situadas en los nichos abiertos en las enjutas del cuerpo de la citada portada. De hecho, el estudio detallado de los repertorios de las arquivoltas y de los capiteles de las jambas, permite reconocer relaciones de identidad de repertorios y aspectos técnicos entre la portada leridana y el claustro y frontal tarraconenses De ahí se derivaría una tendencia que alcanzaría su difusión en otros monumentos del entorno, así como en la propia catedral de Tarragona, que ya hemos tenido ocasión de tratar en páginas precedentes.
En sí mismo, y como obra del taller que actuó en la catedral, el frontal también muestra puntos de contacto con manifestaciones artísticas del entorno del 1200 desarrolladas en las dos vertientes del Pirineo y marcadas por el recuerdo del mundo tolosano, donde destacan Saint-Bertrand de Comminges y Valcabrère.
La documentación alusiva a la seo tarraconense durante la década de 1220 puede entrever la existencia de este altar, ya que testimonia la presencia de culto en el altar principal. No debemos de olvidar, además, que una parte de la historiografía asoció su realización a la figura del arzobispo Aspàreg de la Barca (1215-1233), figura de la que hablaremos también en función de las obras del claustro, pero a la que aludimos ahora en relación con una de las obras maestras de la escultura catalana del siglo XIII y una pieza excepcional de mobiliario litúrgico.

 

El Montmell
El Montmell se sitúa en la zona norte de la comarca del Baix Penedès. Se llega a la localidad desde Tarragona por la Autopista AP-7 hasta el enlace con la AP-2, con salida a La Bisbal del Penedès, por la TV-2402, o bien por la n-340. También se puede acceder desde la carretera de Valls C-246 en dirección a El Vendrell, pasando por el collado de Santa Cristina.
La localidad de El Montmell se compone de ocho núcleos urbanos: La Juncosa de Montmell, Aiguaviva, Marmellar, actualmente abandonado, Can Ferrer de la Cogullada y de cuatro urbanizaciones de construcción más reciente. Las ermitas se encuentran en la sierra del norte del Baix Penedès, como la de Sant Marc, de factura románica, así como numerosos caseríos en ruinas.
La primera noticia histórica sobre El Montmell data del año 974, cuando Vives, obispo de Barcelona y señor de las tierras, de acuerdo con el conde Borrell, ordenó su repoblación mediante una carta de población y franquicia, con la intención de afincarse en las zonas fronterizas. Para apoyar la defensa se construyeron, en la cima del monte, el estratégico castillo de Montmell, actualmente en ruinas, el de Can Ferrer de la Cogullada al nordeste y el de Marmellar al Este, además de numerosas torres de vigilancia.
En la ladera del monte se alzan el castillo del Montmell y la iglesia, ambos edificados entre los siglos xi y xii. La fortaleza pertenecía al obispado de Barcelona y fue escenario de diversos comba tes, especialmente durante la guerra contra Juan ii. En la actualidad tan solo restan algunas ruinas de la antigua torre rectangular. Muy cerca del castillo se encuentran los restos de la antigua iglesia de Sant Miquel, de nave única cubierta con bóveda de cañón, ampliada con posterioridad con una segunda nave separada de la primera por dos grande arcos.
La actual iglesia parroquial, consagrada en el siglo xvi, fue dedicada también a san Miguel. Se construyó con la intención de sustituir al antiguo templo del castillo de difícil acceso para los habitantes de El Montmell. El obispado barcelonés mantuvo su dominio a lo largo de los siglos, conservando toda una serie de derechos y prerrogativas sobre los habitantes del término, las cose chas, el ganado y otros asuntos domésticos.
De la misma época se conserva una construcción rectangular y restos del lienzo de la muralla del antiguo castillo de Marmellar. La fortaleza se sitúa en la cima de una colina, y a sus pies se encuentra el antiguo templo del castillo, una construcción románico-lombarda del siglo xi –de una nave y ábside cubierto con bóveda de cañón– que durante un tiempo se utilizó como fortificación. En su interior se encontraron diversas pinturas murales que fueron restauradas y trasladadas al Mu seu nacional d’Art de Catalunya. En el pueblo deshabitado de Marmellar se encontraba una iglesia del siglo xvii que preservaba en su interior una pila bautismal, probablemente procedente de la ca pilla del castillo; dicha pila fue trasladada, posteriormente, a la iglesia de Sant Jaume dels Domenys.

Castillo e iglesia de Sant Miquel de Montmell
El castillo y la iglesia de Sant Miquel de Montmell se encuentran encumbrados en la ladera sur de la Talaia, a una mayor altura que el resto de castillos del Penedès. El panorama que se divisa desde el altozano es impresionante, ya que domina buena parte del Campo de Tarragona.
Para llegar hasta el castillo partimos de la Juncosa de Montmell, por la carretera en dirección a Masllorenç, y a unos 150 m tomamos, a mano derecha, una pista forestal conocida como la antigua carretera del Montmell. Continuamos por este camino unos dos kilómetros hasta llegar a un Área recreativa Forestal. A continuación, y ya a pie, abandonamos la pista principal, y continuamos por un camino empinado. Desde este punto la ascensión se complica un poco, pero tras diez minutos de subida alcanzamos el Collet de Sant Pere o del Montmell, sobre el que se encuentran, a la izquierda, los restos del Castell de Montmell y, a la derecha, la Creu del Mular.
Una vez que alcanzamos la iglesia de Sant Miquel del Montmell, continuamos el ascenso hasta el cerro de la mon taña, que es donde se encuentran las ruinas de la fortaleza. Actualmente, del castillo prácticamente no se conservan vestigios, apenas unos cuantos muros datados en el siglo xii y de es casa altura pues se encuentra muy deformados o derrumbados, lo que impide averiguar la superficie total de su perímetro. De todas formas, aunque quedara alguna dependencia en pie y en buen estado junto con alguna muralla, probablemente no pertenecería al castillo de época románica, sino a una edificación posterior, realizada con motivo de las guerras durante los siglos XVII y XVIII, por ser considerado un lugar privilegiado de observación. Asimismo, a inicios del siglo XVIII, se conoce la presencia de guarnición militar en el lugar.
El castillo de Montmell no fue nunca una fortificación de grandes dimensiones, ya que tuvo que adaptarse al reducido espacio edificable que ofrecía el emplazamiento. De la misma manera, los espacios en que se distribuye el recinto no pertenecen a la época fundacional, sino que son el resultado de una importante reforma bajomedieval llevada a cabo durante los siglos xiii y xiv, así como de posteriores modificaciones de época moderna. Por su buena situación estratégica, el castillo fue ocupado sucesivamente, especialmente con ocasión de grandes conflictos bélicos, desde la Guerra Civil del siglo XV, hasta las guerras carlistas del siglo XIX.
Antes del año mil, ya se menciona documentalmente el castillo del Montmell, considerado vanguardia de la Marca. En el año 974, el obispo Vives de Barcelona concedió franquicias a los pobladores del castillo, mencionado en los documentos como Monte Macellum. El privilegio excusó de todo censo a los habitantes con derechos, de venta y cambio de casas, torres y viñas, bajo el amparo del obispo, dando a entender que el castillo era propiedad del obispado de Barcelona.
En 1078, el obispo de Barcelona, Umbert, entregó a Dalmau Ponç Guerau, Pere Mir y su mujer Guisla, y Guillem Ponç, la torre del Codony –construida en piedra y cal y ubicada en el término del castillo del Montmell, con las casas, tierras y viñas, cultivos y baldíos– que se encontraba deshabitada y abandonada por culpa de los sarracenos. Diez años después, se estableció la cuadra de Codony, término del castillo del Montmell en el extremo de la Marca, realizado por Ramon Seniofred, sobrino de Guillem Ponç, a Guifré Isarn y su mujer Ermengarda. En el año 1094, Pere Mir de Banyeres y su mujer Guisla, llevaron a cabo la encomienda del castillo del Montmell a Ramon Montfar, a quien otorgaron feudos de la dominicatura de Aiguaviva.
En 1125, Berenguer de Sant Hilari realizó la concesión del castillo del Montmell a los hermanos Berenguer y Guerau de Montfar, otorgándoles por siempre el honor de la localidad de Aiguaviva. En 1150, Pere Ponç de Banyeres, donó a Berenguer de Santa Eulàlia, los departamentos del castillo del Montmell, la mitad de los pleitos y todos los cuarteles mientras no esté en el castillo, salvo cuando esté, que serán la mitad. incluso, le otorgó el dominio del caserío de Avellana junto con sus pertenencias y alodios, a la Juncosa.
A mediados del siglo XII, concretamente en el año 1157, Bernat de Montesquiu y el obispo Guillem de Barcelona, llevaron a cabo la definición del diezmo del Montmell y sus términos. Ese mismo año, moría Ponç de Banyeres, a causa de unas heridas recibidas, dejando a su hija Guisla, entre otros, como heredera del castillo de Montmell. A finales del siglo XII la sede barcelonesa emprenderá una política de recuperación de derechos en el término de Montmell, de manera que el castillo se convierte en objeto de ventas y primicias; un buen ejemplo es la donación de Berenguer de Santa Eulàlia y su mujer Sança, a la iglesia de Barcelona, de todas las adquisiciones que hicieron a Ponç Pere de Banyeres, y a su hija Guisla, al castillo y término del Montmell.
En el año 1205, Berenguer de Monfar y su mujer venderán también sus derechos sobre el término y cinco años después, Pere Cirac, obispo de Barcelona, entrega el castillo a Guerau de Palamós. De esta manera se desvinculaba de Montmell el linaje de los Banyeres, que durante los siglos XII y XIII poseyeron sus feudos.
A lo largo de este siglo se relacionan los señores Aiguaviva, que en el año 1215, donan sus derechos y diezmos sobre el castillo de Montmell al obispo de Barcelona. Finalmente, a mediados del siglo XIV, El Montmell sería segregado al término de Vila-rodona, con 52 fuegos.
El castillo ocupa una superficie total de unos 300 metros cuadrados y presenta planta casi cuadrangular. El espacio se estructura a partir de una habitación central alrededor de la cual se organizan cuatro espacios constructivos. La bóveda del espacio central incorporaba arcos fajones apuntados, tal y como lo demuestran los arranques moldurados, conservados en los muros laterales. En el muro de cierre suroeste, de unos 80 cm de anchura, se hallan dos vanos: el de menores dimensiones, y situado en el tramo central del muro, perteneciente a una ventana, mientras que el del extremo norte, probablemente más tardío, daría acceso a la planta baja de la estancia. El sector que presenta un mayor número de elementos constructivos conservados es el ala nordeste, también de planta rectangular, y articulado en dos espacios bien diferenciados. La mitad sur, corresponde a una cisterna cubierta con bóveda apuntada.
inicialmente, durante los siglos X y XI, se construyó una torre rectangular con paredes de 1,10 m de grosor. Poseía dos plantas y una altura aproximada de 10 m. En época posterior, se añadieron los muros que conformaron el castillo, además de edificar una pequeña capilla (de unos 5,20 x 2,20 m) que todavía conserva restos de pintura en sus muros. Finalmente, un pequeño cercado y un baluarte frente a la puerta de entra da, completan el recinto.

En relación a la iglesia de Sant Miquel del castillo de Montmell, situada algo más abajo que el castillo, prácticamente no existe documentación histórica que proporcione datos sobre su fundación. Sin embargo, se sabe que la capilla mantuvo el culto hasta el siglo XIV, momento en el que se trasladó al pie de la montaña. El nuevo templo de Sant Miquel, de estilo gótico, hoy en día totalmente en ruinas, se sitúa junto con el foso y las casas que lo rodeaban. Fue parroquia hasta el siglo XVII.

La vieja iglesia románica de Sant Miquel presenta una nave de 17 m de longitud y otra más reducida situada al lado de la pared de la montaña, ambas de planta rectangular. La separación entre ambas naves se realiza mediante un par de grandes arcos de medio punto sobre columna que a su vez soportan las bóvedas de cañón. La construcción se levanta sobre un suelo rocoso con grandes desniveles, lo que impide que la segunda nave alcance la longitud de la principal, que resulta unos cuatro metros más larga.

La cabecera, orientada, presenta planta semicircular y su exterior, muy restaurado, aparece decorado con tres bandas lombardas, que llegan hasta el zócalo, y arcos ciegos. En los dos grupos centrales se abren dos ventanas de medio punto y doble derrame.
En el muro norte se encuentran la portada principal y una pequeña ventana saetera en la parte superior. Después de su restauración, el acceso a la iglesia se abrió en el muro sur, casi a los pies de la nave principal. El acceso primitivo se encontraba en un lugar del muro en el que hoy se observa un arco de medio punto fracturado por una pequeña saetera. Frente a la puerta actual, y junto a un silo, se hallan cuatro escalones de piedra que ayudan a salvar el desnivel.
La nave central se encuentra cubierta por una bóveda de cañón y separada del espacio absidal por un arco triunfal. En contacto con este se encuentra otro más pequeño, del que aún se aprecian las aristas. El arco fajón del centro de la cubierta baja hasta el piso, mientras que en el presbiterio descansa sobre una ménsula de la gran columna que soporta los dos arcos formeros de medio punto, que unen las dos bóvedas y las dos naves. Sobre ellos, en el muro norte, des cansa la bóveda de cañón que cubre a la nave más pequeña. Hacia los pies de la nave central aparecen dos orificios por donde pasarían las cuerdas de las campanas, pertenecientes a un campanario hoy inexistente. Asimismo, en el centro de la nave aparecen otros dos orificios más, aunque en esta ocasión tapiados, lo que indicaría que la construcción del templo se hizo en dos etapas.

Todo el conjunto, de gran sobriedad, especialmente en su interior, fue realizado con sillería, mientras que en el resto del edificio predomina la piedra sin trabajar procedente de los alrededores, algunas de tonalidades rojizas, sobre todo en la zona del ábside.
En el año 1949 se llevaron a cabo obras de restauración. La construcción del edificio probablemente sea obra de me diados del siglo xi, ampliada a inicios del XII.
En el exterior de la iglesia, a unos 50 m –justo al lado del sendero que baja a la fuente–, se halla parte de una pila bautismal de inmersión, sin decoración alguna, de la que se conserva la base. Probablemente perteneció a la iglesia primitiva de Sant Miquel. Sus medidas actuales, dentro de lo que se ha podido conservar, son de 92 cm de ancho y unos 40 cm de alto, y por la insinuación de su perfil, se puede deducir que era de forma octogonal, con los laterales muy verticales.

Castillo e iglesia de Sant Miquel de Marmellar
Marmellar es el pueblo más oriental del término de El Montmell y de la comarca del Baix Penedès. Se encuentra deshabitado y en estado ruinoso desde los años setenta del siglo XX.
Desde Tarragona, se llega por la carretera E-90 que va de Valls a El Vendrell.
También se puede acceder desde Sant Jaume dels Domenys, por la carretera que va a Aiguaviva y al Pla de Manlleu. Una vez en el Pla de les Ventoses, tomamos la pista de la urbanización Talaia Mediterrània, que sale a ma no derecha, hasta encontrar una carretera que baja a la riera de Marmellar, en la partida conocida como Les Encantades, que nos deja al pie del castillo, que aparece a mano derecha. La fortaleza se ubica en medio del valle de la riera de Marmellar, un poco alejado de la llanura del Penedès.
Dentro del recinto fortificado coexistían el castillo, un lugar de residencia señorial y la iglesia dedicada al arcángel san Miguel, que aparece adosada a los muros del castillo. Sobre esta fortificación, de tradición románica, apenas se dispone de noticias documentales. La primera referencia corresponde al año 1023 y se encuentra en una venta realizada por los condes de Barcelona a Guillem Amat de Castellvell. En el año 1041, Marmellar ya aparece como castillo, mientras que en el siglo XII la fortaleza pertenecerá a los señores Banyeres. En el año 1157, cuando Ponç de Banyeres murió a consecuencia de unas heridas, dejó como heredera universal del castillo de Marmellar, entre otros, a su hija Guisla, casada con Guillem de Santmartí.
Durante el siglo XIII, el castillo pasó a depender del monasterio de Santa Maria de Terrassa, también de la orden de San Rufo, hasta que en 1241 su prior lo traspasó a Guillem de Cadireta.
En el siglo XIV su posesión fue cambiando de mano, de manera que si en 1358 pertenecía a la familia de los Anglesola, según un censo realizado entre 1365-70, en el que consta la existencia de nueve fuegos; el señor de entonces era Albert de Claramunt y poco más tarde, en 1376, el castillo de Marmellar –que contaba con 15 fuegos– era posesión de Bertran de Gallifa. A finales de esa centuria el castillo formó parte del lote que el rey Pedro el Ceremonioso otorgó a Bernat de Fortià, hermano de la reina Sibil.la de Fortià, cuarta esposa del rey Pedro. El término volvió al patrimonio real tras la muerte del monarca.
A partir del siglo XV, las noticias sobre el castillo apenas existen pues dejó de cumplir la misión para la que fue crea do, la defensa de los caminos abiertos durante el siglo XI por las tierras del Penedès para ir avanzando la frontera por los dominios musulmanes tarraconenses.

El muro de la fortaleza, de piedra y cal, asienta sobre un basamento pétreo y de él se conservan paños enteros. A lo largo del muro se abren varias saeteras, junto con once canecillos en hilera dispuestos a lo largo de las plantas principal y Desde 1600, la iglesia de Marmellar fue sufragánea de Sant Jaume dels Domenys.

La iglesia es una obra de los siglos XI y XII, plenamente integrada en las formas lombardas. Es un edificio de planta rectangular que cuenta con una nave cubierta con bóveda de cañón (que todavía conserva el molde del encañado original utilizado en el transcurso de su construcción). En el centro de la nave, destacan un arco fajón de medio punto con imposta y un arco formero muy grueso, también de medio punto, que comunica la nave con la capilla añadida posteriormente, en la que aparece un vano medio destruido. Finalmente, la cabecera –a la que se accede por un arco triunfal de medio punto– se cubre con la acostumbrada bóveda de horno. Del campanario, así como de la cubierta, no queda ningún resto.

El ábside, semicircular y ligeramente más estrecho que la nave, presenta al exterior tres ventanales de medio punto y doble derrame. Su parte superior aparece decorada con fajas lombardas y series de tres arcos ciegos entre ellas. Al sur se añadió al ábside una capilla lateral de planta rectangular que también se cubrió con bóveda de cañón. El acceso, muy re formado, se encuentra en la fachada de poniente, que aparece horadada por una ventana cruciforme. En la actualidad, prácticamente todo ha desaparecido y tan solo se conservan res tos de sillares de piedra, dovelas y algún fragmento de muro.

Pinturas murales
Pero lo más interesante de la iglesia de Sant Miquel de Marmellar se encuentra en su interior, en la decoración pictórica, al fresco, localizada en el ábside y en el arco triunfal. El conjunto fue trasladado en el año 1962 al Museu nacional d’Art de Catalunya (MNAC) y allí fueron restauradas. no obstante, en Marmellar todavía se pueden apreciar algunos restos de policromía, de color rojizo, en el intradós de las ventanas y en las juntas de las dovelas, probablemente con la intención de simular un aparejo regular.
A causa de su mal estado de conservación ya antes del traslado, su lectura resulta complicada. En el semicírculo absidal, concretamente en el centro de su cubierta abovedada, aparece representado –dentro de un gran círculo irregular– un varón de pie, con barba y largos cabellos, vestido hasta los pies, con los brazos abiertos y levantados en actitud orante. Bendice con la mano derecha mientras que con la izquierda parece sujetar un libro. El fondo de este espacio circular es tuvo cubierto de estrellas, como todavía se alcanza a ver en la parte inferior. A la derecha de la figura central aparece un personaje, apenas visible que parece estar dotado de dos o tres pares de alas, las intermedias muy cortas, y cubierto con un largo ropaje. Entre estas dos figuras, una cruz ponderada con pie se inscribe dentro de un fondo aureolado.
En toda la parte central del ábside, de lado a lado, entre el gran círculo superior y los tres vanos, aparece toda una serie de personajes, diez u once, que como si de una comitiva se tratase caminan en procesión, de derecha a izquierda.
Entre los personajes hay hombres y mujeres mezclados, calzados y vestidos con túnicas, que parecen llevar la cabeza cubierta, además de diferentes objetos en las manos (como una palma, una cruz u otros objetos de más difícil interpretación). Las dimensiones de estos personajes varían en función del espacio en los que aparecen representados (los de mayor tamaño se sitúan a la derecha). La procesión parece dirigirse hacia una construcción que aparece representada en el extremo izquierdo del ábside, que quizás pudiera representar una ciudad.
Entre los vanos, sobre todo en el espacio central, se con servan restos de pintura que parecen representar una arquitectura civil (una villa). Bajo estos, y ocupando toda la zona inferior del ábside, se observan personajes de pie, mirando al frente, distribuidos en grupos de dos o tres individuos y con una indumentaria análoga a todos los precedentes. Los espacios libres fueron uniformemente cubiertos, en la parte inferior con un ajedrezado oscuro sobre fondo blanco y en la parte superior con una forma de tablero de damas.
El arco triunfal aparece cubierto de pinturas hasta la altura de los vanos. En medio del arco, dos discos con cintas imitan un dispositivo de tejidos que habrían estado desplegados cubriendo la bóveda. A cada lado encontramos registros de escenas superpuestas separados por bandas cromáticas decoradas con esquematizados motivos vegetales, en forma de pequeñas espirales contrapuestas.
El registro superior es prácticamente idéntico en ambos lados. Cuatro personajes en posición frontal dotados de alas desplegadas, pero con los pies ladeados, algunos cruzando los brazos sobre el pecho y otros levantándolos en posición de plegaria. Alternativamente, a cada individuo de gran tamaño se le representa con uno de pequeño dispuesto a su costa do. Las vestimentas de estos personajes, que llegan hasta los pies, aparecen ricamente decoradas con motivos geométricos en zigzag, estrellas o simples líneas paralelas.
En el registro sur, un hombre barbudo y una mujer, vestidos de forma diferente a los anteriormente descritos y con los brazos cruzados delante del pecho, aparecen a ambos lados de un árbol de seis ramas. A la izquierda, otro personaje más pequeño parece portar un bastón en la mano y se dirige hacia los personajes que le preceden, vestido con un traje decorado con pequeñas estrellas. Tras él, una cruz ponderada monumental aparece en el fondo.
En la parte inferior del lado norte aparecen representa dos otros tres individuos, y en la misma actitud, aunque en este caso de mismas dimensiones; no obstante, el personaje de la derecha parece adquirir una mayor relevancia, por su vestimenta blanca decorada con motivos rojos y, sobre todo, por llevar la cabeza cubierta con un velo oscuro, bordeado también de rojo. El resto de personajes llevan un atuendo muy complejo, donde predomina tonalidades negras y rojas.
En el extradós del arco triunfal la decoración se distribuye en las cuatro fajas superpuestas ornamentadas con motivos vegetales muy estilizados, en forma de espirales y de follaje, de color ocre, gris y diferentes tonalidades verdosas.
Iconográficamente, resulta muy difícil determinar la identidad de los personajes representados, tanto por el tipo de pintura como por el estado de conservación que presentan. En cambio, las grandes líneas del programa iconográfico parecen muy coherentes, ya que se representan historias de la Salvación, presididas, en la zona del ábside, por el Cristo de la Ascensión, representado dentro de una mandorla circular, acompañado por un arcángel. Bajo ellos, los personajes en procesión siguiendo una fórmula iconográfica clásica de procesión fúnebre y que parecen portar consigo los instrumentos de la pasión. En la parte inferior del ábside, bajo los vanos, se observan una serie de personajes rígidos, en posición frontal, probablemente la Virgen, los Apóstoles y los Santos.

En la bóveda aparecen, en los dos primeros registros, los ángeles y serafines formando la corte celestial del Cristo. En el registro inferior derecho aparece representada la Expulsión del Paraíso, con Adán y Eva situados a cada lado del árbol, acompañados de un ángel, tal y como narran las escrituras sagradas del Antiguo Testamento. Como fondo aparece la cruz, símbolo de la redención prometida a raíz del castigo de los primeros padres de la Humanidad. En el lado izquierdo del arco triunfal los tres personajes podrían representar la Anunciación, o la Visitación.
En su conjunto, el programa iconográfico del ábside de Marmellar aparece centrado en la idea de la redención y en el marco general de una iconografía de la Salvación. La Ascensión de Jesús hacia el reino celestial, que vemos representados por los ángeles y serafines, en la parte superior del arco triunfal, representa su victoria sobre la muerte a través de la resurrección, pero sobre todo anuncia su retorno al fin de los tiempos, del gran Juicio Final.
Estilísticamente, la forma predomina sobre la línea. Los personajes se tratan de forma simple y desproporcionada, resultan rígidos y frontales, con grandes ojos descentrados, na rices esbozadas, boca muy grande, manos y pies desproporcionados, etc. El tratamiento de las vestimentas se ha resuelto con grandes superficies de color, ahorrándose el tratamiento anatómico. Las vestimentas aparecen decoradas con motivos geométricos, muy originales y variados, y muy interesante resulta también la decoración vegetal de la cenefa y arcadas. Las pinturas datan del siglo XI, concretamente entre los años 1040 y 1050, y son contemporáneas a la arquitectura románica del conjunto.
Actualmente, el edificio se encuentra abandonado y en estado ruinoso, a pesar de las obras de restauración llevadas a cabo, y el castillo ha ido degradándose hasta nuestros días. 


Calafell
Calafell es un pueblo costero que presenta tres núcleos de población bien diferenciados: la villa, la Playa de Calafell, de unos 4 km de longitud, y Segur de Calafell. Desde Tarragona se accede directamente a la población por la autopista AP-7 o bien por la n-340 dirección Barcelona hasta llegar a El Vendrell, donde se toma la carretera C-246 hasta Calafell.
El topónimo Calafell figura documentado desde el año 999, en una escritura relacionada con la venta de tierras, propiedad de los condes barceloneses, ramon Borrell I y su esposa Ermessenda, a Gombau, personaje de importancia en la corte condal. En el pergamino de donación aparece por primera vez el término con la forma Calaphell. Sin embargo, la formación del lugar se inicia a comienzos del siglo XI, como parte del territorio repoblado desde Olèrdola, dentro del término del Castell de Sant Esteve de Castellet.
La segregación de Calafell del municipio de Castellet se produjo a raíz de una disputa territorial entre el abad de Sant Cugat del Vallès, Guitart, y el noble de Castellet, Bernardum Odegarii, sobre los términos de Santa Oliva, Calders y Castellet. En julio de 1037 se celebró el juicio, aunque sin demasiado éxito al no poderse esclarecer el derecho legítimo de ambos sobre dichas tierras, puesto que cada uno mantenía su propio alegato: el abad basándose en una supuesta donación efectuada por el rey franco Ludovico y el noble Bernat defendiendo su derecho de primer ocupante. Fue así que no hubo más remedio que recurrir al “Juicio de Dios”, judici de Déu Omnipotent pels albats, una práctica consagrada por el derecho medieval. Finalmente, siete años después, la solución legal fue partir y delimitar el terreno. En agosto de 1044, mediante un acuerdo, se estableció que el abad donaba en feudo el término de Calafell a Bernat Odger y a sus sucesores, desde Calaf al mar. Dicha donación permitió a los pobladores del castillo liberarse del dominio de la abadía. Posteriormente, en 1076, Rotllan Bernat, hijo de Bernat Odger, vendió su parte del castillo y del término de Castellet, que incluía Calafell, al conde ramon Berenguer I, pasando de esta forma a la jurisdicción condal.
En cuanto a la población, en 1358, en tiempos del señor Bernardí de Castellbisbal, se censa ron en este lugar 44 fuegos (unas cuarenta familias), mientras que en el censo de 1497 solamente constaban ya 18 fuegos, seguramente debido a la peste y a la guerra civil catalana. El aumento de la población se produjo entre los siglos XVIII y XIX gracias al auge de la pesca y, fundamentalmente, a partir de los años sesenta del siglo pasado, con la promoción del turismo.
En relación a otras construcciones localizadas en el municipio de Calafell, que a lo largo de la historia han sido consideradas románicas, destaca la Torre d’en Viola, en realidad un fortín fusilero erigido con motivo de la guerra civil catalana para vigilar el paso del torrente en caso de ataques repentinos por parte de la caballería española. Responde a una construcción de tipo defensivo perteneciente al siglo XVII, corroborada por las intervenciones arqueológicas en la zona, dirigidas por Joan Santacana, durante la década de los años noventa del siglo XX.

Castillo e iglesia de la Santa Creu
El castillo y la iglesia, que forman parte de un mismo recinto fortificado, se sitúan en el casco viejo del municipio, concretamente en la parte alta del pueblo sobre una colina que se eleva a pocos kilómetros de la costa.
En la actualidad se mantienen en pie buena parte de las murallas, que en diferentes épocas fueron reformadas y reconstruidas, así como las cisternas y los huecos donde iban dispuestas las vigas pertenecientes a construcciones ya desaparecidas. Este recinto fortificado de planta poligonal se encuentra rodeado por diferentes muros que se han adaptado a la forma de la roca original. Los muros se edificaron mediante sillares escuadrados y en ellos se disponen, en la parte baja, ventanas saeteras dispuestas de forma alineada. El conjunto arquitectónico contempla un patio central en el que se abría un antiguo pozo.
Probablemente, en el mismo lugar, hubo anteriormente un poblado medieval, con cabañas construidas a partir de troncos clavados en la roca y paredes hechas de barro. Estas construcciones se pueden observar aún en algunos puntos de la roca que sostiene el castillo y se trata de habitáculos resguardados cerca de las iglesias y de las zonas fortificadas, no muy lejos de los torrentes y los cultivos.
El edificio defensivo aparece mencionado por primera vez en el año 1037 como ipsum castrum que dicunt Kalafell, a raíz de la disputa territorial que hemos señalado anteriormente. En el año 1076 Rotllà Bernat, hijo de Bernat Otger, vendió su mitad del edificio al conde Ramon Berenguer I, que ya poseía la otra mitad. De este modo, el castillo de finales del siglo XI respondía ya a una auténtica fortificación. no se conoce el motivo de su construcción, aunque fue forjado como una fortificación subsidiaria, como en el caso de El Castellet, con jurisdicción propia y unas rentas asignadas.
La conexión entre la iglesia y el castillo se produjo posiblemente a finales del siglo XIV. Por aquel entonces un fuerte muro, con una torre adosada de planta semicircular que servía de contrafuerte, unía el templo y el palacete al castillo, delimitando la vivienda señorial de la zona de los establos, la prisión, la entrada y la iglesia. Sobre la fortaleza se construyó una residencia con grandes ventanales y techumbre de vigas sostenidas por ménsulas, junto con un escudo heráldico que la presidía, perteneciente a los señores Palou. La residencia no debía ser muy grande –puesto que no ocupaba la totalidad del bastión primitivo– y seguramente se trataba de una estancia noble con servicios adyacentes. Este tipo de habitáculos solían responder más a pabellones de caza que a residencias, habituales entre la nobleza del país. Diversas fuentes apuntan a cómo el rey Juan I, y sobre todo Juan II, participaron en diversas monterías organizadas para la caza del jabalí en esta zona.
A raíz de un documento de mediados del siglo XIV se conoce que los Castellbisbal tenían graves dificultades económicas y muchas deudas, hasta el punto de tener que vender las competencias sobre el castillo de Calafell. El 7 de julio de 1381 dichas competencias fueron adquiridas por los señores Palou a los procuradores del monarca Pedro el Ceremonioso. Los nuevos residentes realizaron obras en el castillo, levantaron las murallas (mucho más toscas que las antiguas) y establecieron un nuevo sistema defensivo basado en el uso de las bombardas, un sistema considerado bastante avanzado para la época –puesto que hacía poco que se había introducido en Cataluña– que estuvo vigente hasta bien entrado el siglo XVI. A finales del mismo, el paso de ronda y las saeteras de bombarda fueron abandonados, ya que se extendió el espacio dedicado a cementerio. Sin duda alguna, el tipo de defensa mejoraba adaptándose a los nuevos tiempos, aunque su uso cambió, ya que se construyó una residencia adaptada a la función del pabellón de caza.
En el año 1420, los Palou fortificaron la iglesia románica, situada en el extremo norte de la roca, y anularon una buena parte del sistema defensivo de este muro, suprimiendo una saetera de bombarda con la intención de edificar una pequeña habitación y fonda como prisión señorial, a la que se accedía por una estrecha portezuela. Enfrente se instaló una habitación para el posible cuerpo de guardia.
En el lado sur se construyó una gran cisterna rectangular con bóveda de cañón que a su vez comunicaba con el pozo antiguo de la fortaleza.
Al lado de la muralla, se localizaban diferentes habitaciones: en un lado las destinadas al cuerpo de guardia y en el otro, orientado al mar, probablemente la sala más noble, con unos grandes ventanales decorados con finos elementos arquitectónicos, basas de columnitas muy delgadas rematadas por capiteles jónicos invertidos. Los capiteles muestran hojas lisas y la imposta aparece decorada con pequeñas rosas. Este tipo de elementos arquitectónicos recuerdan bastante al empleado en iglesias y conventos barceloneses de mediados del siglo XV.
En el momento en que se construyó esta zona del edificio, se creyó útil aprovechar unas antiguas escaleras, construidas en la misma roca que, sin duda alguna, fueron utilizadas para comunicar la gran sala gótica con el paso de ronda del castillo.
A pesar de que todos estos elementos aparezcan fragmentados (capiteles, impostas, bases de columna, entre otras), son suficientes para atribuir al conjunto una cronología en torno a la primera mitad del siglo XV. Asimismo, la presencia de un escudo de armas perteneciente a la casa Palou ayuda a precisar mucho más la cronología del conjunto, indicando el año 1381 como el de la adquisición de la fortaleza, iniciando las obras poco después.
Durante los siglos siguientes, el sistema defensivo y la residencia fueron derruidos. Se reutilizaron los sillares para construir el actual muro de contención, que junto con la portada y el camino adoquinado de acceso, datan de finales del siglo XVIII, según el estudio del material cerámico exhumado en las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo por Joan Santacana durante los años ochenta en este sector. El derrumbe de parte del castillo facilitó su transformación en cementerio a finales del siglo xvii, sobre todo debido al crecimiento poblacional de la zona en la segunda mitad del siglo XVIII. En la Guerra dels Segadors, las tropas de Felipe IV entraron y saquearon el recinto, derruyendo definitivamente las construcciones internas que quedaban, excepto la iglesia.

La construcción de la iglesia, según los datos aportados por las intervenciones arqueológicas realizadas en este sector, corresponde al primer tercio del siglo XI. A esta información hay que añadir alguna que otra noticia documental, del año 1015, que apuntan a su posible existencia. Sin embargo, la primera referencia clara a la iglesia se encuentra en el documento que transcribe la donación de una porción de tierra por parte de Bergais y su mujer Alamsura, a Dios y a la Virgen Maria de Calafell, en el año 1189, confirmando así la existencia de la parroquia, bajo la advocación de la Santa Cruz. Se trataba pues, de una iglesia y un cementerio pertenecientes a una pequeña comunidad o parroquia rural.
Sin embargo, ya en el año 999 un documento menciona La Cova que hi ha a Calafell. Parece que a lo largo de los siglos VIII y IX, cuando el territorio todavía estaba deshabitado, había gente que acudía a enterrar a sus difuntos en el espacio rocoso donde se encuentra la iglesia. Lo más probable es que existiese un primitivo santuario, probablemente construido en madera, de una sola nave, que hubiera precedido la obra románica, aunque se desconoce cualquier dato sobre esta posible construcción. Lo que sí es seguro es que a finales del siglo X y principios del XI, cuando parecía que estas tierras empezaban a ser de nuevo repobladas se construyó una pequeña capilla. Ésta se encontraba rodeada por una necrópolis de tumbas de tipo antropomórfico, alineadas en la misma roca y adosadas al ábside, formando pequeñas agrupaciones. Hay sepulturas en el ábside, por el exterior, y en una de las naves. En la zona norte de la iglesia hay cuatro, y en la pared este otras cuatro. Todas son tumbas de adultos, orientadas hacia el suroeste. En todo caso, se trataría de una etapa cronológica claramente anterior al siglo X, aunque tuvo continuidad una vez construido el primer templo románico, ya que los enterramientos continuaron dentro de la iglesia reutilizando las tumbas.

El ábside de la iglesia fue construido mediante sillarejo, con arcuaciones entre lesenas del tipo lombardo. El templo consta de dos naves rectangulares: la norte es la primitiva, cubierta con bóveda de cañón reforzada por arcos fajones. La cabecera, cerrada por un ábside semicircular de estilo lombardo, se ornamenta con lesenas entre las cuales destacan grupos de cinco arcos ciegos. En medio de cada uno de los sectores se emplaza una ventana saetera. En época posterior fue utilizada como torre de defensa, ya que la iglesia se encontraba integrada en los muros exteriores del castillo. Permanecen aún en pie los pilares de la vieja espadaña –de doble vano y grandes sillares– datada en el siglo XVIII. Posteriormente, los arcos fueron restaurados en ladrillo
En el interior se observan dos tramos cubiertos con bóveda de cañón y refuerzo de arcos fajones sobre sencillos pilares cuadrangulares, así como el arco triunfal que permite el acceso al ábside, bajo el que se abre una pequeña cripta, probablemente del siglo XVI, que no subterránea en su totalidad por lo que el pavimento del presbiterio se encuentra algo más elevado. Se accedía al altar mediante una escalera lateral. Es probable que la cripta formase parte de la estructura prerrománica originaria, como una especie de cueva-santuario excavada en la montaña. Durante el periodo barroco, la tradición religiosa localizó en una ventana, hoy en día cegada, en la parte derecha de la cripta, una Virgen milagrosa, la Mare de Déu de la Cova, una talla supuesta mente románica, una theothokos, que fue destruida en 1936. De hecho, la primera vez que se nombra documentalmente la Virgen es en el siglo XII, concretamente en el legado testamentario de 1189 que Bargais y Almansura hacen a la Verge Maria de Calafell.
La nave, de 9 m de longitud y casi 4 m de ancho, se encuentra ligeramente desviada respecto al eje central del ábside. Los muros fueron coronados con una bóveda de cañón, de aparejo escuadrado y dividida en sectores a partir de tres arcos torales. Estos arcos descansan sobre pilastras adosadas al muro encima dotadas de capiteles de estilo geométrico simple. La segunda nave, es un poco más elevada que la anterior.
Después de esta primera fase constructiva, fueron muchas las modificaciones que se realizaron en la iglesia. La ampliación más importante se produjo en la zona sur, reventando el muro y construyendo un arco rebajado de más de 7 m, al punto de obligar a trasladar la portada románica de sitio. La nueva obra se realizó con un aparejo vagamente regular, mientras que en las esquinas se usaron sillares rectangulares de grandes dimensiones. La construcción se tuvo que adecuar a una estructura ya preexistente, probablemente una casa fortificada con almenas, de la que todavía se conservan algunas paredes. El ábside, de planta semicircular y bóveda de cuarto de esfera, carece de decoración al interior, fue sobrealzado y convertido en torre de defensa. El sistema constructivo de esta nave y de la bóveda es análogo al de la cisterna, edificada entre los años 1381 y 1420. Seguramente los dos trabajos fueron realizados simultáneamente.
A finales del siglo XIII, la iglesia dedicada a la Santa Cruz ya era la parroquia de la villa, y así se mantuvo hasta la construcción de la nueva iglesia en el núcleo urbano, bendecida en el año 1806. A partir de entonces, y hasta la última década del siglo XX, el edificio sirvió como capilla del cementerio.

A lo largo de los siglos XVI y XVII, se construyó el edificio del “comunidor”, elevado por encima de la bóveda de la nave románica de la iglesia. Un edificio curioso e intrigante a la vez, que ha sido poco estudiado como la mayoría de los existentes en Cataluña. En su interior alberga una mesa de piedra, que seguramente correspondería a la misma época, aunque no se sabe su procedencia exacta. En este edificio, una especie de conjuratorio, el párroco se guarecía para exorcizar las tempestades y al mal tiempo en general, exhortando a los espíritus malignos que se alejaran mediante antiguos rituales. Es a finales de este siglo, cuando se dan nuevas disposiciones con la intención de que todas las iglesias se provean de comunidor. La ceremonia era precedida por una solemne procesión, entre el día 3 de mayo, fiesta de la invención de la Santa Creu, hasta el día de la fiesta mayor, el 14 de setiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz.
El frontispicio sur fue derribado entre los siglos XVII y XVIII para ampliar la iglesia con una segunda nave. La portada románica, datada del siglo XII, fue trasladada al nuevo muro sur, donde aún se puede observar parte de su dovelaje original, así como el óculo que iluminaría la nave. En su interior, alberga un rosetón del siglo XVIII. El actual vestíbulo de entrada, antiguo altar mayor, pertenece al siglo XIV. La fachada oeste fue igualmente modificada para construir una pequeña habitación.
El interior de la iglesia fue decorado en su totalidad con pinturas murales relacionadas con las del Sant Sepulcre d’Olèrdola, datadas entre los años 1030 y 1050. La decoración pictórica se distribuye en tres ámbitos: el ábside, la cripta y uno de los muros laterales. Los dos principales fragmentos conservados en el ábside se sitúan entre los vanos: uno representa un coro de ángeles entre cenefas en forma de greca, el otro muestra una iconografía imprecisa.
Sin embargo, en la cripta, la mayor parte de la pintura del siglo XI se encuentra bajo otras del XIX. Aunque hoy en día solo se conservan las del ábside, hay indicios que demuestran que toda la nave es tuvo pintada con fuertes colores vivos, destacando los rojos y negros. En el muro lateral se observa un personaje con barba y sin nimbo, situado dentro de una barca que levanta los brazos al cielo en actitud orante. Su identificación puede ser interpretada con el ciclo de Jonás, o bien con la imagen de Noé. Destaca el tratamiento lineal del personaje por encima del color, representado con líneas rojas sobre fondo blanco, así como la barca, de forma invertida, a partir de líneas blancas sobre un fondo rojo. Las similitudes entre estas pinturas y las pertenecientes al Sant Sepulcre d’Olèrdola, son tan notables que los dos conjuntos podrían haber sido realizados con pocos años de diferencia y por el mismo taller. En cambio, la pintura mural situada en la cripta es posterior al de las pinturas del ábside, tanto por la técnica utilizada, como por la iconografía representada. Finalmente, en la decoración mural restante, contemporánea a la de la cripta, situada a lo largo de la pared lateral, se observan representaciones arquitectónicas. La restauración de las pinturas fue llevada a cabo por Joan Santacana durante la última década del siglo XX.



Del siglo XI datan también la base del altar, con una rústica cruz grabada en su parte frontal y una pila bautismal, muy rústica y sin decoración alguna, situada al lado de la entrada principal de la iglesia, con un diámetro exterior de 88 cm y 63 cm de altura.


Cornudella de Montsant
Cornudella de Montsant es un municipio situado al noroeste de la comarca del Priorato, a los pies de la sierra de Montsant y de las montañas de Prades. Dista 45 km de la capital provincial, Tarragona, que se recorren a través de la T-11 y la C-242 que conduce hasta la villa. Con una extensión de 64 km2, limita al sur con Porrera, al este con la Febró, al Norte con Ulldemolins y Prades, y al oeste con la Morera de Montsant. el término comprende, además de la villa y cabeza del municipio, los pueblos de Siurana de Prades y albarca.
Las primeras referencias documentales a la villa se remontan al siglo xii. el lugar aparece mencionado con el nombre de Cornutella en un documento de donación de la reina sancha a Joan y Miquel Navarro. Posteriormente, en el 1193, la propia sancha ordenó fijar los límites del término. Ya en la centuria siguiente (1258), el rey Jaime I donó a Jaume de Puigverd cuatro “masos” de Cornudella que habían sido confiscados a sus anteriores propietarios. La villa pasó a formar parte de la denominada baronía de Entença desde su creación el 1324.

Iglesia de Santa Maria de Siurana
La iglesia de Santa Maria de Siurana se alza en el extremo occidental de la península rocosa de Siurana, en un lugar de gran belleza paisajística que premia al visitante con una magnífica vista del Priorat y las montañas de Prades.
Eclipsada por el cercano monasterio de Escaladei, son pocas las noticias conocidas de la iglesia de santa Maria. Las primeras menciones documentales del templo nos remiten a mediados del siglo XII, concretamente al año 1154, cuando la iglesia es mencionada en la bula expedida por el papa Anastasio IV.
Un decenio después se documenta el primer sacerdote del que tenemos constancia –Pere–, que ya oficiaba en el año 1164. Todo parece indicar que la parroquia estaba totalmente organizada a finales de la centuria y contaba con diversas iglesias sufragáneas. en los años 1279-80 se documenta el pago del diezmo por parte de la iglesia, una prueba inequívoca del retroceso de la parroquia, que habría visto disminuidas sus competencias en favor de Cornudella de Montsant, Ulldemolins y Prades.

La iglesia se ajusta perfectamente a los parámetros de la arquitectura románica catalana del último cuarto del siglo xii e inicios del XIII. Se trata de un edificio de modestas dimensiones, con una sencilla nave románica cubierta con bóveda ligeramente apuntada que se entrega a un ábside semicircular cubierto mediante cuarto de esfera. en el exterior, el ábside presenta una ventana abocinada decorada con una arquivolta que apoya en dos capiteles esculpidos con motivos vegetales.
La sencillez y austeridad decorativa del interior tan solo se ve alterada por la moldura biselada que divide el perímetro mural horizontalmente e indica el arranque de la bóveda de cañón. La imposta presenta una decoración a base de un doble zig-zag en el sector este de la nave, mientras que en el tramo del ábside está decorada con un motivo ajedrezado. sin duda, la mayor excepcionalidad arquitectónica de Siurana son los dos absidiolos abiertos en la cabecera, que tiene sus paralelos en diversos templos románicos catalanes de finales del siglo XII como santa Maria de Porqueres.
La iglesia presenta un aparejo homogéneo, en sillería muy bien escuadrada y perfectamente asentada, con sillares escuadrados de medianas y grandes dimensiones con numero sas marcas de cantero. esta pulcritud del paramento tan solo se ve interrumpida por la cornisa que corona el ábside central y recorre todo el perímetro del edificio. En lo que concierne a las aberturas del edificio, hay que sumar a la absidal otras ventanas, una ubicada en el lado norte y otra en el lado sur, así como el óculo del hastial occidental y las dos aspilleras de los absidiolos. el resto de la volumetría externa del edificio se completa con la torre-campanario adosada a los pies, cuya fac tura evidencia una construcción tardía.
La práctica totalidad del perímetro de la iglesia asentaba directamente en la roca natural, y de hecho algunos afloramientos rocosos persisten todavía hoy a la vista en el pavimento del absidiolo sur. Junto a ellos, se conservan una serie de marcas que podrían atribuir se a una estructura de altar, actualmente desaparecida.
Por último, conviene señalar que en el interior del templo se custodiaba una imagen gótica de la Virgen tallada en madera de álamo con restos de policromía y dimensiones importantes (85 x 35 cm), desaparecida en el año 1979. Las semejanzas con otras tallas de similares características –como la Virgen procedente de Santa Maria d’Olp, Pallars Sobirà– sitúan la pieza en un marco cronológico próximo a finales del siglo XIII.

La portada, abierta en el muro norte, se resuelve a partir de tres arquivoltas lisas que apoyan sobre una imposta corrida con una decoración de líneas onduladas que discurre sobre los seis capiteles, decorados con motivos vegetales y figurados. Por su parte, el guardapolvo presenta una banda en zig-zag que discurre por todo el arco, un motivo que se repite en la moldura que recorre el sector este de la nave y que aparece de forma frecuente en conjuntos catalanes de finales del siglo XII e inicios de la centuria siguiente, como el claustro de Sant Pau del Camp, Sant Miquel de Camarasa y Sant Martí Sarroca.
Los capiteles presentan una decoración que se repite a ambos lados de la portada. así, en el capitel interior vemos una decoración a base de hojas de acanto, el central tiene pencas lisas y piñas mientras que el exterior presenta el episodio de Daniel el foso de los leones. Una figura masculina, de aspecto rudimentario y cara grotesca, alza una mano mientras acomoda la otra sobre el perizoma, en presencia de cuatro leones dispuestos alrededor de la cesta. En el caso de Siurana, asistimos a una escena de factura tosca y composición sumamente esquemática que rehúye de los modelos de representación más habituales del episodio –Daniel orante, pensativo, señor de los animales o juez– propuestos por E. L. Scheifele.
Se trata de un tema iconográfico bien conocido desde época paleocristiana y que adquirió una notable popularidad en la plástica románica. Al ejemplo de Santa Maria de Siurana, cabe añadir las diversas variantes del mismo tema que aparecen en un capitel de Sant Cugat del Vallès (Vallès occidental), en Santillana del Mar, Santa María de Hoyos y Rioseco (Cantabria), en sendos capiteles de la catedral de Jaca y San Pedro del Castillo de Loarre (Aragón), así como en un folio del beato de Las Huelgas, actualmente en la Pierpont Morgan Library de Nueva York. Fuera del territorio Peninsular el episodio aparece en una gran variedad de soportes artísticos (pinturas murales, miniaturas, esmaltes, etc.), entre los que es preciso mencionar la portada de Saint-Trophime de Arles (Francia), un capitel del coro del Duomo de Módena (Italia), las pinturas de la basílica de san Clemente de Roma (iglesia baja) o un capitel procedente de Notre-Dame la Daurade, conservado en el Musée des Augustins de Toulouse.
Por otra parte, en los modillones de la puerta dos figuras masculinas de aspecto arcaico y con larga túnica alzan los brazos con los que parecen sostener el dintel monolítico.

En el tímpano se esculpió una Crucifixión de aspecto arcaizante, presidida por la imagen del salvador con los ojos abiertos, diadema real, semidesnudo y únicamente cubierto con el perizoma. aunque sin clavos, pertenecería al llamado grupo de los Cristos de cuatro clavos, un recurso típico de los crucifijos románicos. Con los brazos tendidos horizontal mente, se yergue sobre la cruz con la misma majestad que sobre un trono. Por encima de la cruz se representa el sol y la luna, elementos que acompañan frecuentemente las escenas de la crucifixión y que aparecen de forma prematura en el evangeliario de rábula (siglo VI), donde encontramos por primera vez los elementos simbólicos de posteriores crucifixiones: el sol y la Luna, el Lancero, el Portaesponja y los soldados echando a suertes la túnica sin costura.
Completan la composición dos cuadrúpedos estilizados que cabe identificar con leones (Liaño, Carbonell), y no como los símbolos de los evangelistas Marcos y Lucas (Puig i Cadafalch, Dalmases José, Ocón). Asimismo, bajo el Cristo triunfante se disponen una serie de arcadas con ocho personajes, cuatro a cada lado, interpretados como apóstoles a tenor de las inscripciones que los acompañan: PHELIP Y ANDREA (a la izquierda) y PAUL, IACOB y TOMAS a la derecha. Es remarcable el protagonismo que adquieren los dos personajes más próximos a la Crucifixión, que fueron esculpidos en dos arcadas de mayor tamaño. En este sentido, los rasgos de la figura de la izquierda sugieren que posiblemente se trata de una mujer, de modo que no podemos descartar que el escultor decidiera acompañar el colegio apostólico con una tosca representación de la Virgen, a la izquierda, y José de Arimatea, a la derecha. En los ángulos inferiores, ocupando media arcada, encontramos la representación del árbol de la vida, vinculado a la idea de resurrección y vida eterna que desprende el tímpano.
Con todo, nos encontramos ante una escena de rigidez y frontalidad absoluta que incorpora esquemas habituales de las teofanías románicas catalanas, recurrentes en la escultura en piedra (Sant Genís de Fontanes, Rosellón) y sobre todo en la pintura sobre tabla (Frontal de Esterri de Cardós, MNAC) de la que parece extraer el esquema, de modo que no es de extrañar que se incluyan los motivos habituales en estas re presentaciones como los apóstoles bajo arcadas.
En Siurana nos encontramos ante una Crucifixión alegórica y triunfal que incorpora ciertos elementos iconográficos de interés –el sol y la luna, leones, colegio apostólico– si la comparamos con otras representaciones del mismo tipo –tímpanos de Sant Pèir d’Escunhau y Sant Miquel de Vielha, Val d’Aran– esculpidas en Cataluña a finales del siglo XII e inicios de la centuria siguiente.

 

Gandesa
Gandesa se asienta en un pequeño altiplano de 368 m de altitud delimitado por los ríos Ebro y Algars, en el sector meridional de la Terra Alta. Dista 37 kms de Tortosa y 80 de la capital provincial, Tarragona, que se recorren a través de la N-420.
Aunque Gandesa vivió su período de máxima esplendor en los siglos medievales, la singularidad geográfica del lugar favoreció la presencia de asentamientos estables desde época ibérica, que tuvieron continuidad tras el proceso de romanización acaecido en la Península. En este sentido, resulta de gran interés el yacimiento del Coll del Moro, donde se ha documentado una secuencia ininterrumpida de pobladores desde el siglo VIII a.C. Posteriormente, Gandesa fue una importante alquería bajo el dominio andalusí, que contó con castillo propio. tras la conquista del territorio por parte de Ramon Berenguer IV en el año 1153, la ciudad fue entregada a Pietro Della Rovere, Maestre del Temple de Provenza y de Hispania, como parte integrante del gran término de Miravet. En el año 1192, los templarios otorgaron carta de población a un grupo de cinco hombres a través de la encomienda leridana de Gardeny. El comendador de Miravet inició entonces un litigio que culminó con una nueva carta (abril de 1194) concedida por él. Los repobladores, queriendo perpetuar un lugar de culto, levantaron una nueva iglesia en el siglo XIII, probablemente en el mismo espacio en el que se conservaba la mezquita. Prueba del crecimiento y la prosperidad de la villa es la creación de la subencomienda de Gandesa, documentada a partir del 1282. Es posible que entonces se construyese el castillo, que albergaría al comendador junto a una pequeña comunidad. a principios del siglo XIV, con la abolición de la Orden del Temple (1312), la villa se convirtió en una encomienda hospitalaria, dependiente de la castellanía de Amposta.
Entre los edificios y casales de origen medieval cabe destacar la Presó, nombre con el que se conoce el antiguo palacio de los preceptores de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén.

Iglesia de l’Assumpció
Las primeras menciones documentales del templo son tardías y se remontan a finales del siglo xiii, concreta mente al año 1278, cuando la iglesia es mencionada en la relación de la décima papal recaudada en la diócesis de Tortosa, en la que contribuyó con 120 sueldos. tras estas primeras noticias, un largo silencio documental envuelve al edificio en los años posteriores. Debemos esperar hasta inicios de la centuria siguiente para hallar nuevas menciones al templo, que en el año 1314 fue visitado por el obispo de Tortosa Francesc Paolac.
El interés de la portada esculpida de l’Assumpció ha motivado un olvido parcial de los valores arquitectónicos del monumento. La construcción actual se presenta como una amalgama de reformas que enmascaran el proyecto original, del cual subsisten, no obstante, importantes vestigios constructivos de la primitiva iglesia, englobados en la estructura actual del edificio. Entre ellos, conviene mencionar el ábside de la fachada este –parcialmente mutilado en el 1936–, así como la ventana románica ubicada en el muro norte. Más significativa es la portada que da acceso al templo, decorada con un conjunto de arquivoltas que descansan en columnillas acodilladas, cuyos capiteles presentan un friso esculpido con motivos decorativos.
Así, el templo actual de l’Assumpció de Gandesa es el producto de una gran reforma asumida en los siglos XVII y XVIII, en la que se aprovecharon diversos elementos de la fábrica románica construida por iniciativa de los templarios, que debía presentar nave única y ábside poligonal orientado al este, cubierto mediante bóveda de cuarto de esfera nervada al estilo provenzal. En origen, el ábside presentaba siete caras –de las que solo perviven cuatro–, penetradas por cinco ventanas de doble derrame.

A finales del siglo XVII la capacidad del templo debió ser insuficiente para una población en franco crecimiento. Se encargó entonces la ampliación del edificio románico al maestro de casas Ignasi Gascón. El nuevo templo fue construido con un eje ortogonal al de la nave románica partiendo del centro de la puerta antigua. Su planta se compone de tres naves con tres tramos cada una cubierta con bóvedas cuatripartitas nervadas con aristones, presbiterio central de planta cuadrada cubierta con cúpula y dos capillas laterales a cada lado del presbiterio.
En dicha intervención se colocó el nuevo ábside en el sur y el antiguo se conservó a manera de crucero. El ábside románico está precedido por un gran arco triunfal de doble columna con capiteles que presentan temas vegetales y zoomórficos de influencia oriental. Sus nervios parten del suelo para encontrarse en una clave central de la bóveda esférica, formando columnas con basas y capiteles parecidos a los del arco triunfal, excepto los dos primeros, que apoyan en ménsulas por encima de sendos armarios litúrgicos laterales. a tenor de los restos conservados, cabe pensar que en origen la iglesia debía presentar una planta y dimensiones similares a la cercana parroquia de Sant Salvador de Horta de Sant Joan, con nave única rematada por un ábside poligonal. De hecho, Horta y Gandesa compartieron un mismo dominio territorial, y una misma composición y volumetría de pilares exteriores. Por otra parte, intervenciones recientes han puesto al descubierto el arranque de ojivas diagonales al arco triunfal. Tal y como ha precisado Joan Fuguet, este hecho indica que la nave primitiva presentaba bóveda de crucería. 

Entre los años 1980 y 2009 se llevaron a cabo diversas actuaciones en el conjunto destinadas a recuperar la iglesia y su entorno. En el marco de estas intervenciones se restauró el campanario y las cubiertas del edificio, se recuperó el arco de inicio del ábside de la iglesia primitiva y se procedió a la restauración del ventanal románico de la fachada norte. Su Planta incluyó además una campaña de excavaciones en diversos puntos del subsuelo de las naves de la iglesia.
La portada, abierta en el hastial septentrional, es por su valor iconográfico y la riqueza escultórica de sus elementos la obra que ha suscitado mayor interés del edificio. Se compone de un arco de medio punto con un abocinamiento muy desarrollado, integrado por siete arquivoltas –decoradas con motivos fitomórficos fuertemente geometrizados y de gusto islámico–, que apean en pilares acanalados y columnas cuyos fustes reposan sobre basas de grueso toro y estas a su vez en un pequeño basamento. Sus respectivos capiteles, rematados por cimacios de variada temática (roleos y tallos estilizados, zigzags, flores inscritas en círculos), se prolongan a modo de friso escultórico que recorre todo el cuerpo y decoran sus cestas con motivos historiados y vegetales.
Situada en un cuerpo sobresaliente, la portada está coronada por una cornisa decorada con motivos vegetales, y soportada por una rica colección de quince canecillos esculpidos. Entre ellos destacan varias figuras enormemente expresivas (cabezas de animales y humanas) a modo de grotescos mascarones y cuadrúpedos muy toscos. Uno de los personajes sostiene un cuerpo de gran tamaño casi cilíndrico, en cuya parte superior presenta una pieza que actúa a modo de pico o boquilla y que, con toda probabilidad, debemos identificar con un aerófono, concretamente un dolio.
Por otro lado, la arquivolta exterior presenta una decoración ornamental con un motivo en zig-zag. Se trata de un recurso habitual en los conjuntos tradicionalmente situados en la órbita de la escuela escultórica de Lleida, y que hace acto de presencia en las portadas de Agramunt, Cubells, Verdú, Vilagrassa, así como en la propia puerta del Fillols de la catedral leridana, considerada como el origen de la escuela.
La siguiente arcada acoge una moldura estriada con anillas. A continuación, una arquivolta lisa da paso a la cuarta arcada, donde hallamos una profusa decoración geométrica con arcos apuntados. Nuevamente nos hallamos ante una fórmula ornamental recurrente de esta escuela escultórica, y que reencontramos con una factura muy similar en la portada de Santa Maria d’Agramunt. Las dos arquivoltas siguientes están decoradas con una moldura plana con decoración vegetal de tijas y motivos zoomórficos la primera, y un zigzagueado con un coronamiento de puntas de diamante la segunda. Por último, el arco más interior de la portada presenta la habitual decoración a base de cintas entrelazas.
Las arquivoltas están flanqueadas por una chambrana poblada de motivos vegetales a base de hojas, cintas y tijas entrelazadas. tan solo dos de las dovelas escapan de esta decoración y presentan motivos figurativos. En la primera dos aves beben de un mismo cáliz depositado sobre un tallo entrelazado, mientras que en el margen izquierdo de la misma composición, una figura masculina ofrece la copa a otra ave.
En general, las representaciones de pavos reales bebiendo de un cáliz o de una fuente (Fuente de la Vida) simbolizan un renacimiento espiritual, asociado con el bautismo y con la eternidad del alma. No obstante, aunque el tema aparece recurrentemente en la plástica románica, en ejemplos tan elocuentes como la fachada de la catedral de Módena (Italia), la portada de Notre-Dame des Miracles de Mauriac (Cantal, Francia), o en sendos capiteles de San Martín de Aguilera (Soria) o San Pedro de Aibar (Navarra), en Gandesa encontramos la inclusión de iconografías inusuales, como la figura masculina que sostiene la copa y el pez que yace sobre la misma, que otorgan un carácter excepcional a la escena.
La otra dovela figurativa del arco externo acoge la representación de una figura masculina, muy erosionada, que sujeta una especie de cesta con la mano izquierda, mientras con la derecha sostiene un objeto de difícil identificación debido a la erosión de la piedra.

Por su parte, los capiteles incluyen distintos tipos de entrelazado y decoración vegetal –algunos ya vistos en las arquivoltas– e incorporan representaciones insólitas cuya interpretación todavía no ha sido esclarecida por la historiografía: personajes coronados, otros enredados en tallos o individualizados bajo arcadas, algunos que podrían recordar bufones, etc. Comenzando la lectura por la parte izquierda de la portada, la imposta en la que apea la arquivolta interior de la portada acoge una inusitada escena con una celebración o banquete, presidida por una figura central de mayor tamaño vestida con túnica y situada en el vértice del capitel. Con la mano izquierda sostiene la menorá o candelabro de los siete brazos, mientras que con la derecha sujeta un ornamento vegetal que se asemeja a una hoja de parra.
A la izquierda, bajo un motivo vegetal con flores de cinco pétalos, seis figuras ataviadas con una especie de corona o diadema unen sus manos e intercambian una serie de hojas lanceoladas. El espacio situado a la derecha de la zona central acoge la representación de personajes con aspecto grotesco que nos remite nuevamente al ámbito cortesano, donde las fiestas se llevan a cabo: en la parte superior, una figura femenina ricamente vestida y con un birrete de copa alta que recuerda al hábito asirio, yace estirada en un lecho; justo debajo, dos personajes se besan mientras que en el espacio restante, una figura masculina con la cabeza totalmente torsionada sujeta por los pies a otro personaje que se agarra a una de las hojas del registro superior. En el registro derecho todavía es visible la mitad del cuerpo de una figura de la larga cabellera, hecho que demuestra que el relieve fue recortado en un momento posterior a su materialización.

Capiteles lado izquierdo 

Capiteles lado izquierdo 

Capiteles lado derecho 

Capiteles lado derecho 

La presencia de la menorá, hasta el momento inadvertida por la historiografía, así como otros detalles de sumo interés como la indumentaria de clara ascendencia asiria de algunos personajes, nos hace pensar en un origen veterotestamentario para el episodio, aunque su identificación todavía hoy resulta confusa. La escena podría ponerse en relación con algunos episodios bíblicos en los que reina el espíritu cortesano como el banquete de Belsasar (Daniel 5, 1-31) o la conquista de Jerusalén por Nabucodonosor II (Daniel 1, 1-20), aunque debemos ser cautelosos con la interpretación de la misma. tan solo un estudio monográfico sobre la escultura de Gandesa podría resolver la interpretación iconográfica del conjunto y aportar nuevos datos sobre las fuentes documentales utiliza das para la confección del episodio.
En las cestas siguientes se van sucediendo una serie de motivos vegetales y esquemas geométricos con entrelazados de influencia musulmana a base de hojas lanceoladas y tallos, que en el caso de los capiteles interiores surgen de las fauces de una cara monstruosa. asimismo, el capitel exterior de la portada repite el motivo de las aves bebiendo en el cáliz ya visto en la decoración de las arquivoltas.
El friso del lado izquierdo presenta ciertas fisuras e irregularidades en la piedra que evidencian traslados y reaprovechamientos de los relieves, probablemente en un momento posterior a la articulación del portal. La narración se inicia en el lateral izquierdo, donde podemos ver una profusa decoración vegetal con flores de seis pétalos y hojas lanceoladas que preceden a la escenificación de una cabeza monstruosa con las fauces abiertas, situada en la esquina y rodeada de vegetación. Bajo la misma, se representa un personaje masculino que sostiene dos hojas de palma y está ataviado con una corona ornamentada con una pequeña cruz en el centro. Prosigue la decoración con unos medallones en los que se inscriben pájaros, y una sección probablemente incompleta en la que se representan cuatro personajes situados bajo arcadas. Es en este relieve donde precisamente se hacen más evidentes los desajustes: en el lado izquierdo todavía es visible el arranque de una quinta arcada, mientras en la derecha la culminación de la misma se ve interrumpida por el inicio de la escena colindante, hecho que corrobora definitivamente que el relieve fue recortado. De hecho, el friso del registro derecho de la portada contiene un relieve también interrumpido y de características similares, con seis personajes situados bajo arcuaciones de medio punto. Por ello, cabe pensar que probablemente ambos relieves formaron parte de un friso decorativo de mayor tamaño que fue recortado y reaprovechado en un momento indeterminado en el nuevo portal.

Relieves del extremo izquierdo de la portada 

Relieves del extremo izquierdo de la portada 

Uno de los personajes del registro izquierdo, bajo las arcadas, se representada desnudo y con una especie de cuerda o soga alrededor del cuello, mientras una de las figuras del registro opuesto está tocando un instrumento de viento. Finalmente, el friso del registro izquierdo de la portada culmina con dos figuras de aspecto grotesco sobre una fronda vegetal de hojas lanceoladas.
Por su parte, los capiteles de la jamba derecha acogen una profusa ornamentación vegetal que repite los motivos entrelazados del lado izquierdo, aunque las dos cestas ex ternas incorporan figuras enmarcadas por tijas perladas a modo de arcuaciones. En el tratamiento de los capiteles se hace evidente la predilección del escultor por los repertorios musulmanes, con elementos decorativos que nos remiten indiscutiblemente a los trabajos ornamentales de la yesería mudéjar.
Del mismo modo, la imposta que soporta el arco de entrada contiene una escena historiada con siete personajes. Las tres figuras de la izquierda aparecen coronadas y sujetan un objeto en sus manos: el de la derecha tiene una rama con hojas y un pájaro; el del medio sostiene una pequeña cruz patada, mientras que el tercero presenta una rama con hojas en la mano izquierda y un cirio en la derecha. Por último, la figura que ocupa el ángulo sujeta un libro y es flanqueado por dos personajes ricamente vestidos y en actitud jovial, que alzan ambos brazos y tienen aves sobre sus cabezas. Sin duda, nos encontramos ante una escena inusual y de carácter excepcional. No en vano, la inclusión de la cruz patada, asociada a los templarios, podría ser uno de los elementos determinantes para identificar la escena de Gandesa, cuya inusitada iconografía posiblemente debe ponerse en relación con la participación de los templarios en la construcción y la decoración escultórica de la iglesia. No podemos olvidar que Gandesa fue la villa más importante del término del castillo de Miravet y sede de una importante subencomienda a partir del 1280.

Relieves del extremo derecho de la portada 

Relieves del extremo derecho de la portada 

Tradicionalmente, el portal de la iglesia ha sido incluido en el marco de difusión de la denominada escuela escultórica de Lleida, cuyo origen se sitúa en las obras de la puerta dels Fillols de la Seu Vella, construida hacia el 1220. Lo cierto es que el esquema compositivo y volumétrico de la escultura de Gandesa es muy afín a las obras de la órbita de la escuela, como Santa Maria de Agramunt, Santa Maria del Castell de Cubells, Santa Maria de Verdú y Vilagrassa. La parentela es especialmente palpable en la composición de las arquivoltas, que como se ha indicado están repletas de motivos ornamentales como palmetas caladas, puntas de diamante, dientes de sierra y el típico baquetón segmentado por motivos anulares.
Teniendo en cuenta que las obras históricamente vinculadas a esta escuela se hallan en un espacio geográfico próximo, alrededor de la capital leridana, la presencia de un portal con similares características en la provincia tarraconense resulta todavía hoy sorprendente. Sin embargo, no podemos olvidar que tanto Lleida como Gandesa fueron piezas importantes en la configuración de la Catalunya Nova tras la conquista del territorio por parte de Ramon Berenguer IV el año 1153. Probablemente la presencia de un portal propio de la escuela leridana en la provincia de Tarragona se debe a las conexiones entre Gandesa y Gardeny (Lleida), importantes posesiones de la Orden del Temple en los nuevos territorios conquistados. De hecho, la repoblación de Gandesa –en el distrito templario de la Ribera– fue iniciativa de la encomienda leridana de Gardeny, constituida a partir del año 1149.
Según Joan Fuguet, en la capilla del castillo de Gardeny, los templarios ensayaron la tipología de portada de la escuela de Lleida incluso unas décadas antes de iniciarse las obras de la Seu. El propio autor sugiere que los canteros de Gardeny pudieron trabajar en Gandesa, antes o al mismo tiempo que la sede leridana.

Con todo, si bien el sustrato leridano parece evidente y se manifiesta en el léxico arquitectónico (basta observar las afinidades estructurales de sus portadas), y el préstamo de ciertos motivos ornamentales, el conjunto gandesano no posee el pleno desarrollo en el empleo de la profusa fronda vegetal con entrelazos, tal y como encontramos en las portadas de Agramunt, Verdú o Vilagrassa, siguiendo los prototipos de la porta dels Fillols de la Seu Vella de Lleida. Del mismo modo, los capiteles y relieves historiados de Gandesa delatan un eco decididamente local que no parece inmediato a lo leridano, donde apenas hay espacio para la narración. a ello hay que añadir la inclusión de iconografías inusuales en Catalunya –como la escena de corte representada en una de las impostas del conjunto tarraconense – que avalan la excepcionalidad del conjunto y lo aleja ligeramente de los modelos clásicos de la escuela de Lleida. Más clara parece la similitud entre Gandesa y la portada de Santa Maria de Cubells, también adscrita a la órbita leridana, donde encontramos la repetición de ciertos elementos decorativos –motivos con céntricos con cintas perladas, hojas nervadas– y una serie de detalles iconográficos compartidos, como las aves estilizadas y los personajes representados bajo arcadas.
Desde el punto de vista historiográfico, fijar parámetros de dependencia respecto a la escuela de Lleida resulta útil a efectos de clasificación estilística, pero ello no debe hacernos perder de vista la singularidad y la fuerte personalidad de la fachada de Gandesa respecto a los modelos mencionados. En cuanto a la cronología, el análisis de las relaciones estilísticas de la escultura permite asignar un marco cronológico relativamente preciso para la construcción de la portada, entre el año 1220 (según inscripción de la puerta de la Anunciata de Lleida) y el tercer cuarto del siglo XIII. Este límite coincide plenamente con el crecimiento de la villa de Gandesa, que en el 1192 había recibido carta de población del comendador de Gardeny.

 

 

 

 

 

Bibliografía
Ainaud de Lasarte, Joan, Art romànic: Guia, Barcelona, 1973.
Barral i Altet, Xavier, Les pintures murals romàniques d’Olèrdola, Calafell, Marmellar i Matadars (Estudi sobre la pintura mural del segle XI a Catalunya), Barcelona, 1980.
Barral i Altet, X., “Historiografia i Bibliografia del romànic català”, en Catalunya Romànica, vol. I, Barcelona, 1994, pp. 169-188.
Bastardes i Parera, Rafael, Els davallaments romànics a Catalunya, barcelona, 1980.
Bertaux, Émile, "La sculpture chrétienne en Espagne des origines au XIVe siecle", en Histoire de l'Art, JI. Formation, expansion et évolution de l'Art Cothique. Prémiere partie, París, 1906, pp. 214-295.
Boto Varela, Gerardo, “Nova et vetera en las canónicas catalanas: agustianianos y aquisgranenses”, en Yarza Luaces, Joaquín y boto Varela, Gerardo (coords.), Claustros románicos hispanos, león, 2003, pp. 305-323.
Bracons i Clapés, Josep, Catàleg d’escultura gòtica del Museu Episcopal de Vic, Vic, 1983.
Camps i Sòria, Jordi, “Crist de 1147”, en Prefiguració del Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona, 1992, pp. 143-145.
Camps i Sòria, Jordi, “imágenes para la devoción: crucifijos, descendimientos y vírgenes en la Cataluña románica. Tipología y talleres”, en Mobiliario y ajuar litúrgico en las iglésias románicas, Aguilar de Campoo, 2011, pp. 79-103.
Camps i Sòria, Jordi, “Tarragona, Barcelona y la iglesia del castillo de Camarasa. Comitentes y talleres de escultura en Cataluña a finales del siglo XII”, en Quintavalle, Arturo Carlo (ed.), Medievo: I Committenti, Atti del Convegno internazionale di studi, Parma, 21-26 setembre 2010, Milán, 2011, pp. 352-358.
Camps i Sòria, Jordi y Lorés i Otzet, Immaculada, “Sant Joan Evangelista”, en La Col·lecció somiada. Escultura medieval a les col·leccions catalanes, Barcelona, 2002, pp. 166-169.
Carbonell i Esteller, Eduard, “la arquitectura religiosa en la Cataluña del siglo IX al X”, en Camps i Sòria, Jordi (dir.), Cataluña en la época carolingia. Arte y cultura antes del románico (siglos IX y X), Barcelona, 1999, pp. 207-213.
Carbonell i Esteller, Eduard, L’Art romànic a Catalunya. Segle XII, Barcelona, 1974-1975, 2 tomos.
Castells Catalans, els, Barcelona, 1967-1979, 6 tomos.
Català i Roca, Pere, “los castillos de la reconquista en Cataluña”, Boletín de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, 71 (1971), pp. 18-31.
Carbonell i Esteller, Eduard, L’Art romànic a Catalunya. Segle XII, Barcelona, 1974-1975, 2 tomos.
Cataluña romànica, 1984-1998, 27 tomos.
Cook, Walter William Spencen, La pintura mural románica en Cataluña, Madrid, 1956.
Cruañes i Oliver, Esteve y Viella i Torras, Xavier, Piques basptismals d’immersió del Penedès i el seu entorn, Vilafranca del Penedès, 1984.
Fort i Cogul, Eufemià, El Senyoriu de Santes Creus, Barcelona, 1972.
Dalmases i Balañà, Núria de y Giralt-Miracle, Daniel, Argenters i joiers de Catalunya, Barcelona, 1985.
Español Bertrán, Francesca, “El Mestre del frontal de Santa Tecla i l’escultura romànica tardana a la Catalunya Nova”, Quaderns d’Estudis Medievals, 23-24 (1988), pp. 81-103.
Español Bertrán, Francesca y Yarza Luaces, Joaquín, El romànic català, Manresa, 2007.
GudIol Ricart, José y Gaya Nuño, Juan Antonio, Arquitectura y escultura románicas, Madrid, 1948 (col. ars Hispaniae, V).
Moralejo Álvarez, Serafín, “artistas, patronos y público en el arte del Camino de Santiago”, Compostellanum, XXX, 3-4 (1985), pp. 395-430.
Puig i Cadafalch, Josep, “Un Relleu de Vic”, en Spanish Medieval Art. The Cloisters, Nueva York, 1954, p. 330.
Puig i Cadafalch, Josep, Falguera, Antoni de y Goday, Josep, L’Arquitectura romànica a Catalunya, Barcelona, 1909 1918, 3 tomos en 4 volúmenes (ed. facsímil: 1983, 2001).
Ríus i Serra, José, Cartulario de Sant Cugat del Vallès, Barcelona, 1945-1981, 4 tomos.
Serra i Vilaró, Joan, Santa Tecla la Vieja, Tarragona, 1960.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario