Segovia2
Iglesia de San Quirce
San Quirce, Quílez o Quirico –de las tres
maneras se conocía la advocación de esta iglesia dedicada al mártir sirio– está
situada en la zona norte del recinto amurallado, sobre la parte alta de la
ladera que desciende hacia la propia cerca. En este barrio se concentran
algunos de los edificios más singulares de la ciudad (San Esteban, San Nicolás
y la Santísima Trinidad), formando uno de los rincones más evocadores de la
Segovia medieval.
La iglesia de San Quirce se yergue en el centro
de una plazoleta delimitada por el convento de Capuchinos, las tapias de Santo
Domingo y el Palacio de los Ortega Lara y Río, hoy Archivo Histórico
Provincial.
La noticia más antigua sobre este templo se
halla en un documento de la catedral de Segovia, difundido en su momento por
Colmenares, según el cual, en 1161 el obispo don Guillermo habría enajenado a
la antigua catedral los préstamos de Santa María de Pedraza, San Quirce de
Segovia y el diezmo de algunas heredades del Obispado, nombrando tesorero al
capellán don Raimundo. De ello se deduce una cronología temprana para la
primitiva construcción, en torno a la primera mitad del siglo XII, que sería
sustituida o ampliamente renovada a finales de la misma centuria o principios
de la siguiente. Aparece mencionada posteriormente, en 1247, en la distribución
de las rentas en el cabildo catedralicio se Segovia.
Su feligresía no parece que fuese muy numerosa
aunque sí selecta ya que se repartía por una demarcación territorial más bien
pequeña en la que se incluían varias casas de la nobleza, además de los ya
mencionados conventos de Capuchinos y de Santo Domingo. Este escaso vecindario
y la pobre dotación del curato motivaron su continua decadencia como parroquia
al tiempo que el edificio entraba en una preocupante fase de abandono que se
acentuó en el siglo XVIII. En 1731 el estado que presentaba la cubierta de la
nave era lamentable: “estaba la iglesia tan exhausta de todo que su texado
era a texa vana, con tantas lucernas y goteras que parecia hermita en
despoblado y de aquellas que de dos en dos años se va en alguna rogativa. No
había ni cosa para decir Misa, ni amitos...”. Según el Catastro de Ensenada
(1752) la comunidad parroquial de San Quirce estaba integrada por sólo once
edificios, incluida la casa rectoral. No sorprende por tanto que poco tiempo
después, en 1787, se uniera con su aneja de Santiago a la de San Esteban, sin
que ello implicara un cese del culto, el cual se mantuvo esporádicamente hasta
1847.
El número de vecinos fue decreciendo a gran
ritmo como se pone de manifiesto en las cifras consignadas en los censos
municipales y en los libros parroquiales. En el censo de la población de
Segovia de 1821 consta que a San Quirce le correspondían solamente ochenta y
nueve almas frente a las trescientas cincuenta y seis que por ejemplo tenía San
Justo y las quinientas noventa y nueve de El Salvador. El libro de matrículas
de San Esteban y sus anejos correspondientes a 1830 sólo refleja treinta
personas residentes en la demarcación de San Quirce. Señala Santos San
Cristóbal que en 1850 y en años siguientes la iglesia estaba alquilada a un
particular que debía utilizarla, entre otras cosas como pajar, tal como pudo
comprobar en su visita José María Quadrado. El estado de abandono era tal que
en 1859 el arquitecto municipal, don Miguel de Arévalo, llegó a proponer su
demolición para costear con la venta de sus materiales los planos de alineación
de la Plaza Mayor de la ciudad. Por suerte tan drástica medida no se llevó a la
práctica con este templo pero sí con otros, como San Facundo, San Román y San
Pablo, que corrieron peor suerte.
Algunos años más tarde, en un protocolo de 1865
que recoge Manuela Villalpando se hace referencia a un documento fechado el 22
de octubre de 1863, correspondiente a la Venta de Bienes Nacionales (nº 78 del
inventario antiguo y 591 de permutación), en el que se hace constar que la
iglesia de San Quirce junto con la casa rectoral, arrendadas por entonces a don
Pedro Álvarez Gil por ochenta reales anuales, había sido tasada para su subasta
en dos mil reales. No sabemos quién fue su comprador, si lo hubo, pero sí que
algún tiempo después, el 17 de julio de 1885, fue adquirida por su antiguo
arrendatario, pasando en noviembre del mismo año a manos de su hija doña María
Álvarez Rodríguez. En 1906 era propiedad de doña Petra Molina Álvarez y en 1927
la compró la Universidad Popular de Segovia por 7.000 pesetas, convirtiéndose
más tarde en sede de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, función
que todavía hoy detenta.
El edificio que ha llegado hasta nuestros días
es una construcción realizada mediante encofrado de cal y canto (recubierto en
su mayor parte de mortero de cal), con refuerzo de sillería en las esquinas. Su
fase constructiva románica parece obedecer a dos campañas diferentes que se
suceden en un corto espacio temporal. La iglesia original respondía al
prototipo de nave única rematada en un ábside semicircular precedido de tramo
recto. La nave se techaba probablemente de madera como parecen delatar tanto la
ausencia de contrafuertes exteriores como el espesor de los muros, mientras que
la cabecera lo hacía con bóveda de horno en el espacio curvo y de medio cañón
en el presbiterio. La techumbre lígnea fue sustituida en época barroca por otra
de ladrillo, que a su vez fue reemplazada por la actual en época más reciente.
El ábside principal presenta como elemento más
interesante un ventanal románico abierto en su eje que repite el mismo esquema
organizativo hacia el exterior que hacia el interior. Consta de un vano
enmarcado por una arquivolta de bocel soportada por dos columnillas con sus
capiteles, un arco de medio punto liso y un guardapolvo de finos billetes. En
el exterior, el capitel izquierdo muestra una pareja de leones encorvados que
agachan su cabeza hasta casi tocar sus patas delanteras, siguiendo un modelo muy
repetido en el románico segoviano y abulense. Margarita Vila da Vila en su
estudio sobre la escultura románica en Ávila establece dos variantes por lo que
a este motivo se refiere: una con leones provistos de larga melena, al que se
adscribirían algunos capiteles de las portadas laterales de San Vicente de
Ávila y de la portada sur de San Andrés, y otra en la que los animales carecen
de dicho atributo.
Al primer grupo pertenece el capitel de San
Quirce que tiene los paralelos más cercanos en una ventana de San Sebastián, en
el pórtico de San Millán, la portada y ábside de La Trinidad y de San Juan de
los Caballeros. Gómez Moreno encontró el origen de este motivo en algunos
capiteles del cimborrio de San Martín de Frómista (Palencia), de la capilla de
Loarre, del transepto de la catedral de Santiago de Compostela y especialmente
en dos capiteles del interior de San Isidoro de León. A estos ejemplares añade
Vila da Vila otros repartidos por tierras de Aragón, Cantabria, Galicia,
Languedoc y Gascuña. Por su parte, el capitel de la derecha se decora con dos
grifos afrontados de cabezas divergentes separados por volutas, motivo que de
nuevo nos remite a la canónica leonesa (capitel de la fachada sur), a algunos
templos abulenses (San Vicente y San Pedro) y a otros de la propia capital
segoviana (San Millán, San Esteban, La Trinidad y San Juan de los Caballeros).
Parecidas conexiones presentan los capiteles de
la parte interior de la misma ventana, uno decorado con leones afrontados que
vuelven la cabeza hacia atrás y otro con dos niveles de hojas lisas que se
rematan en volutas. Los cimacios que coronan las cuatro cestas se adornan con
florones enlazados y envueltos en tallos trenzados en cadena seguidos de un
tramo de imposta con palmetas pentafoliadas, modelos ambos que fueron
difundidos a partir del segundo taller de San Vicente de Ávila.
Como dato curioso hemos de apuntar que según
Cabello Dodero los fustes, las basas y el alféizar de esta ventana son piezas
sobrantes de la restauración de la torre de San Esteban que fueron donadas por
el párroco de ésta hacia 1927. Por las mismas fechas se debió de cerrar la
portada que se había abierto bajo este mismo ventanal para dar paso a la paja
que se almacenaba en su interior.
La parte superior del ábside se remata con dos
hileras de sillares y un alero compuesto por una línea de cornisa decorada con
lises inscritas en círculos encadenados y una colección de canecillos, la mayor
parte mutilados, entre los que se distingue alguna cabeza zoomorfa.
Portada
El acceso principal a la iglesia se hace por la
portada abierta en el muro sur de la nave, que fue restaurada en 1958 con el
apoyo de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia como atestigua la
inscripción grabada en un lateral. Prescindiendo del tejaroz que fue totalmente
rehecho y del guardapolvo que fue picado en algún momento anterior, el resto de
la portada se organiza mediante dos arquivoltas con florones inscritos en
círculos perlados y una de bocel soportada por dos columnillas con sus correspondientes
capiteles. El izquierdo presenta una sirena de doble cola mientras que el
derecho está tan erosionado que sólo se adivinan unas garras apoyadas sobre el
collarino. Cabello Dodero intuía en este segundo capitel “una de las dos
figuras iguales que parece tuvo, la cual tiene forma de ave, con cabeza humana
y grandes alas”. Todo apunta a que se trataba de una o varias sirenas
aladas que harían pendant con la pisciforme ya mencionada, muy lejos en
cualquier caso de la interpretación que dio el mismo autor, que creyó ver en
las maltrechas figuras la posible representación de dos ángeles. El modelo no
estaría muy lejos de las que aparecen en la portada occidental y torre de San
Juan de los Caballeros, en la ventana interior de San Justo, en la portada de
San Millán, el pórtico de San Martín o el ábside de La Trinidad, por citar sólo
algunos templos de la capital.
Dos portadas más se abren en el interior de la
iglesia, una en el presbiterio y otra en el muro norte de la nave, ambas
realizadas en escayola después de 1927.
Interior
En el interior, separando la nave de la
cabecera, se dispone un arco triunfal de medio punto doblado, soportado por dos
columnas coronadas por capiteles. El derecho presenta helechos con hendidura
central en las esquinas y hojas con volutas en los frentes, de nuevo siguiendo
patrones abulenses. El del lado izquierdo muestra a un león en el centro de la
cesta flanqueado por dos aves, aunque hay que decir que en su mayor parte fue
rehecho durante las obras de 1963, dado el estado de deterioro en que se encontraba.
Recorriendo el arranque de la bóveda corre una imposta decorada con
cuatripétalas puntiagudas inscritas en círculos, también restaurada.
Torre
Planta de los tres pisos de la torre
A la estructura original del templo se
incorporó en una segunda campaña, inmediatamente posterior y por lo tanto
también románica, la torre con su capilla inferior, construido todo ello con
encofrado de cal y canto reforzado en las esquinas con sillería. Este nuevo
elemento fue adosado al lado meridional de la cabecera románica, abarcando todo
el muro exterior del presbiterio y el arranque del hemiciclo, lugar éste donde
se ubicó el cuerpo prismático que aloja la escalera de caracol, a la que se
accede directamente desde el interior. En la planta baja se dispone una capilla
o estancia cuadrada de gran altura que se cubre con una bóveda de crucería
formada por dos nervios constituidos por boceles que se cruzan en el centro
pero sin compartir una clave común, originalidad propia de las iglesias
segovianas y que puede considerarse como un estadio previo al desarrollo y
expansión de la crucería. Por debajo de esta bóveda y marcando su arranque se
dispone una imposta corrida en forma de nacela. Esta estancia se remata por su
lado oriental por medio de un ábside cubierto con bóveda de cuarto de esfera y
un corto tramo recto con cañón ligeramente apuntado. Separando los dos ámbitos
hay un arco apuntado soportado originalmente por dos columnas que fueron
parcialmente mutiladas al colocar la escalera de madera por la que se asciende
a unas estancias modernas. Los capiteles son vegetales, uno de ellos muy
erosionado y el otro con dos niveles de hojas estriadas muy similares a las de
un capitel del arco que comunica la nave de San Justo con la capilla del Santo
Sepulcro, cuya cronología parece rondar los primeros años del siglo XIII.
Por la escalera de caracol se asciende hasta el
cuerpo superior de la torre. Esta escalera está construida de sillería, salvo
la parte alta que es de mampostería, y remata en un arco de medio punto por el
que se entraba directamente al campanario. Por causas que desconocemos, este
último nivel quedó sin acabar, construyéndose solamente dos pilares o machones
angulares sobre los que apoyaba un tejado a una vertiente que fue sustituido
por el actual tras la restauración llevada a cabo por Francisco Javier Cabello
Dodero o por sus hijos Javier y Rafael Cabello de Castro.
Esta capilla románica tenía acceso
independiente desde el exterior y no comunicaba directamente con la iglesia. La
portada que actualmente permite el paso al templo es de factura moderna,
realizada probablemente tras la compra efectuada por la Universidad Popular. El
único acceso que tenía la capilla era la portada que se abría en el lado
occidental que fue muy alterada tras la construcción de la casa aneja. De esa
primitiva puerta todavía se conservan restos en su emplazamiento original, como
una especie de alfiz baquetonado y una columnilla con un capitel en el que se
representa a un enigmático personaje sedente con las piernas cruzadas y gesto
ensimismado. De la misma portada proceden las piezas con las que se realizó la
que se abre en el muro sur de dicha capilla. Consta de una arquivolta de bocel
dispuesta entre dos lisas y dos columnas con capiteles muy desgastados carentes
de cimacios. Uno se decora con lo que parecen dos grifos y el otro con dos
leones encorvados acompañados en el lateral de la jamba de una inscripción en
la que se lee LEONIS ORE+.
Desconocemos cual pudo ser la función de esta
capilla añadida al proyecto original, solución que por otra parte se da, con
ligeras variantes, en otros templos de la ciudad, como San Nicolás o San
Clemente. En algunos casos estas estancias comunicaban directamente con un
pórtico, estructura que no sabemos si hubo en San Quirce, o con una nave
desaparecida. Es posible que en el caso que nos ocupa, dicha estancia tuviera
un fin funerario pues se conserva empotrado en el muro un epitafio del siglo
XIV. La misma función parece que tenían las capillas de San Nicolás y de San
Clemente, ambas con arcolios funerarios.
A tenor de lo descrito hasta aquí podemos
concluir diciendo que la actual iglesia de San Quirce pudo ser erigida en los
años finales del siglo XII o comienzos del XIII siguiendo el modelo
arquitectónico más económico, tanto en lo estructural como en lo puramente
constructivo. Las únicas concesiones decorativas se formularon en las portadas,
el arco triunfal y en los capiteles del ventanal oriental, labores en las que
es perceptible la influencia de los talleres que trabajaron en las iglesias de
Ávila, especialmente en San Vicente y San Andrés, con los que se perciben las
mayores similitudes. Posiblemente una vez acabada la iglesia o al menos su
cabecera, se añadió al sur de ésta una nueva capilla y la torre. Poco tiempo
debió pasar pues la talla de los capiteles que adornaban su portada occidental
delatan, pese a su estado, la misma influencia que los de la ventana del ábside
y del arco triunfal.
Iglesia de El Salvador
La iglesia de el Salvador se encuentra situada
extramuros de la ciudad, muy próxima a la de San Justo, en el promontorio
denominado El Cerrillo. El edificio es una construcción tardorrománica
profundamente transformada en épocas posteriores. Constaba en origen de una
sola nave rematada con toda seguridad en un ábside semicircular y con pórtico
abierto al lado sur. Al norte se eleva una recia torre prismática que en origen
rivalizaría con la cercana de San Justo. En época renacentista la iglesia fue
objeto de una profunda restauración, fruto de la cual se amplió la nave, se
construyó una nueva cabecera de planta poligonal y se modificaron los dos
cuerpos superiores de la torre, quedando también el pórtico inutilizado. Con
todo ello hoy sólo podemos contemplar de la vieja fábrica románica la torre, la
portada con su pórtico y algunos lienzos de la nave.
La torre, levantada al norte, es de planta
cuadrada y presenta un primer cuerpo construido de mampostería de granito a
espejo entre hiladas de ladrillo y sillería en las esquinas, exactamente igual
que en la iglesia de San Justo. Su aspecto macizo sólo queda roto por una
aspillera de ladrillo que proporciona iluminación a la estancia del interior.
Viene a continuación un segundo cuerpo de sillería caliza decorado en cada lado
por una pareja de arquerías ciegas sobre esbeltas columnas que se coronan por medio
de capiteles de temática vegetal.
Los ángulos se achaflanan y decoran con el
fuste de una columna provista de basa. El último piso corresponde al
campanario, que fue reformado en época mucho más moderna, en torno al siglo
XVI.
Si exteriormente la torre de El Salvador guarda
un extraordinario parecido con la de San Justo hay que decir, por el contrario,
que la articulación del espacio interior es totalmente diferente. Se accede a
ella desde la iglesia por una puerta abierta en el muro norte del presbiterio
que da paso a una planta baja donde se dispone una capilla rematada en un
ábside semicircular de buena sillería que no trasdosa al exterior. Como dato
curioso hemos de señalar que uno de los sillares del lado izquierdo lleva grabado
el juego del alquerque, entretenimiento frecuente de los canteros románicos que
vemos también en algunos pórticos de la provincia, como San Pedro de Gaíllos,
Perorrubio y San Miguel de Fuentidueña. El espacio curvo se cubre con una
bóveda de cuarto de esfera construida en ladrillo mientras que el tramo recto
lo hace con bóveda de cañón realizada con encofrado de cal y canto. La estancia
se iluminaba a través de una ventana abocinada en el eje absidal que fue cegada
en el siglo XVI por el muro del crucero de la nueva iglesia.
A media altura del muro septentrional de esta
capilla se encuentra una portadita de ladrillo a la que sólo se podía acceder
en origen mediante una escalera de mano. Una vez traspasada ésta se halla un
pequeño descansillo iluminado por una aspillera desde el que arranca, hacia la
derecha, una escalera encajada en el grosor del muro que desemboca en un
segundo cuerpo, donde se aprecia el trasdós de la bóveda del primero. Esta
solución resulta poco habitual en el románico segoviano pues lo normal es que
la escalera esté adosada al exterior o en un ángulo del interior como ocurre en
San Justo y San Esteban. Sólo la fórmula empleada en algún templo de la
provincia, como Escobar de Polendos, puede recordar lo visto en El Salvador.
Esta pequeña capilla absidal debía de comunicar
con una pequeña nave a través de un arco triunfal de medio punto moldurado con
boceles y apoyado directamente sobre las jambas. El hueco de este arco está
ocupado hoy por un retablo barroco. De nuevo, debemos recurrir a otros
edificios románicos de la provincia para encontrar soluciones similares, es el
caso de Valleruela de Pedraza, El Arenal de Orejana, Aldealengua de Pedraza o
la ermita de las Vegas de Requijada.
En el costado meridional de la iglesia, a la
derecha de la puerta de acceso, se disponen los restos del pórtico románico
formado actualmente por cinco arcos de medio punto guarnecidos por chambranas
de finos tacos, en unos casos tan erosionados que sólo se percibe una retícula
de líneas incisas. Apoya esta arquería sobre parejas de columnillas talladas en
un solo bloque que soportan capiteles dobles muy deteriorados lo que dificulta
enormemente la interpretación de algunos de ellos. De izquierda a derecha, representa
el primero arpías abrazadas por tallos vegetales, según el modelo tan repetido
por los talleres burgaleses, sorianos y segovianos de finales del siglo XII y
comienzos del XIII. El segundo se dedicó al tema de la Epifanía, con las
figuras dispuestas bajo arquerías trilobuladas y elementos acastillados. Se
distingue a la Virgen y a su lado uno de los reyes de pie seguido de los otros
dos en idéntica actitud.
La tercera cesta ofrece mayores dificultades de
interpretación dado su estado. En una de sus caras mayores aparecen
representados dos seres híbridos afrontados, una arpía y un grifo, mientras que
en la otra hay una mujer sentada cubierta con toca y junto a ella otros dos
personajes, uno realizando una genuflexión y el otro de pie. Dada su posición,
a continuación de la Epifanía y siguiendo el orden establecido en el ciclo de
la infancia de Cristo, pensamos que posiblemente se trate de la Adoración de los
Pastores, hipótesis que vendría avalada por la escena del cuarto capitel. Este
último tiene uno de sus lados mayores mutilado, pero en los otros tres se
intuye la presencia de diferentes figuras ataviadas con ropa talar que parecen
acosar a otras de menor tamaño, en algún caso blandiendo espada. Todo parece
indicar que estamos ante la representación de la Matanza de los Inocentes. El
quinto capitel se compone de acantos dispuestos en dos niveles y el último de
nuevo con arpías entre motivos vegetales.
El arco de acceso al pórtico es de medio punto
con guardapolvo, cimacio de doble corte a nacela y finos baquetones en las
jambas. Está enmarcado por finas pilastras con boceles en las aristas, si bien
sólo se ha conservado la del lado derecho, así como la columna con capitel
vegetal situada en el achaflanado esquinal del pórtico.
Se conservan también las cornisas y las
metopas, aunque actualmente el alero se encuentra muy reformado, siendo gran
parte de las cornisas lisas al igual que la mayor parte de los canecillos
restaurados. Los originales que quedan son de nacela con hojas de acanto muy
desgastadas, aunque otros están tan erosionados que es imposible apreciar su
decoración.
En cuanto a la cornisa, las pocas piezas que
quedan de la original se decoran en la parte más estrecha con entrelazo y en la
parte inferior, más ancha, con motivos geométricos, florales e incluso una con
dos serpientes enroscadas. Las metopas, por su parte, presentan una decoración
más abundante, a base de motivos geométricos, vegetales, florales y algunas
representaciones figuradas, como una pareja de arpías, un león y dos figuras
humanas bajo arquillos separados por columnas entorchadas.
Para terminar con la descripción del templo
sólo queda señalar los restos de la primitiva línea de canecillos románicos del
muro norte de la nave que fueron picados con motivo de la reforma posmedieval
En cuanto a la cronología de los testimonios románicos conservados podemos
decir que todo apunta a los años finales del siglo XII o comienzos del XIII,
momento en que debieron de construirse las iglesias de los arrabales de la
SEGOVIA / 1509 ciudad. La similitud de su torre con la de San Justo apunta al mismo
momento constructivo, mientras que la decoración de los capiteles del pórtico
parece remitir igualmente a los talleres que trabajaron en otros templos de la
ciudad. Los paralelismos más directos de su estilo los encontramos en algunas
cestas de los pórticos de San Lorenzo, San Esteban y San Juan de los Caballeros
que también pueden fecharse en el mismo momento.
Iglesia de San Sebastián
Está situada en el extremo oriental del área
urbana delimitada por las murallas, entre la Puerta de San Juan y el Postigo
del Consuelo. Aunque corresponde a una de las múltiples parroquias que
conformaban la Segovia medieval, las noticias documentales de esa época sobre
dicho templo son muy escasas. Sólo una vaga referencia correspondiente a la “Concordia
para el señalamiento de distribuciones al obispo canónigo y mesa capitular”
de 1240 fija la existencia de este templo, seguida de otras citas en los repartos
de rentas del cabildo catedralicio de 1247.
Del componente demográfico que ocupó esta zona
de la ciudad durante la Edad Media da una idea la existencia de una calle de
Serranos situada entre este templo y la muralla que posiblemente aluda, según
Ruiz Hernando, a la procedencia del contingente poblacional que formó la
colación establecida en torno a esta iglesia y otras próximas, como San Pablo,
San Román y San Juan de los Caballeros, tradicionalmente aristocráticas.
El edifico románico ha llegado hasta nuestros
días muy alterado por las reformas y ampliaciones de que fue objeto en época
barroca. Se trataba en origen de una sencilla construcción que respondía al
prototipo de nave única y ábside semicircular, con torre en el lado norte y
posiblemente una galería porticada al sur. El interior fue totalmente
transformado mientras que en el exterior todavía se aprecia buena parte de la
estructura y decoración románicas.
La parte mejor conservada es el ábside, en el
cual se detecta la intervención de un taller escultórico que trabajó en los
años finales del siglo XII o comienzos del XIII y que conocía bien los
recetarios ornamentales empleados en algunos templos abulenses y de la propia
capital segoviana. Construido de sillería caliza, se articula en tres paños por
medio de dos columnas adosadas cuyas basas quedaron ocultas bajo el actual
pavimento de la calle. Los capiteles que coronan sus fustes presentan un estado
de conservación lamentable, uno totalmente desgastado y el otro adornado con
animales de complicada identificación. En cada uno de los paños se dispone un
ventanal románico formado por dos arquivoltas lisas, una chambrana de finos
billetes y dos columnillas con sus capiteles, rematados todos con cimacios de
tetrapétalas inscritas en círculos.
La ventana central presenta en su capitel
izquierdo la figura de una sirena pisciforme de doble cola escamada flanqueada
por hojas de helecho y volutas. Este modelo tiene su antecedente remoto en las
creaciones surgidas a finales del siglo XI y comienzos del XII en torno al
Camino de Santiago, especialmente en San Isidoro de León. Según Gómez-Moreno
las sirenas del templo leonés sirvieron de inspiración para los talleres que
trabajaron en el románico de Ávila y de Segovia. En esta última provincia el motivo
alcanzó una gran difusión, como se puede ver en San Juan de los Caballeros,
Santa María del Cerro, Duratón, Perorrubio y San Miguel de Fuentidueña,
ejemplos algunos de ellos relacionados con el estilo de San Vicente de Ávila.
El capitel derecho de la misma ventana ofrece
otro motivo de clara inspiración abulense. Se trata de dos figuras de medio
cuerpo –probablemente femeninas– que apoyan sus manos sobre el collarino del
capitel. Ambas visten camisa de mangas fruncidas, túnica ceñida a la cintura,
manto con grandes pliegues zigzagueantes y toca rizada enmarcando su rostro.
Figuras parecidas las podemos ver en la portada norte de San Millán, en el
pórtico norte de San Martín y en la torre de San Juan de los Caballeros. Una vez
más el modelo lo encontramos en un capitel del ábside meridional de San Vicente
de Ávila. M. Vila da Vila identifica a tales figuras con arpías vestidas que
seguirían de nuevo tipos ya desarrollados en San Isidoro de León. A nuestro
entender se trata de un error de apreciación visual pues tanto los ejemplares
abulenses como los segovianos no presentan garras sino manos con todos sus
dedos, detalle perfectamente visible en el caso de San Sebastián. No obstante,
no descartamos el sentido negativo de estas imágenes que bien pudieran
representar a meretrices ricamente ataviadas que guardarían perfecta
correspondencia con el simbolismo de la sirena que decora la otra cesta.
Los capiteles de la ventana derecha se decoran
con volutas en el tercio superior y hojas de helecho en el resto. El izquierdo
presenta además en su parte inferior una cenefa de semicírculos muy planos,
poco usados por esta zona pero que recuerdan mucho a un motivo ornamental muy
habitual en el repertorio de algunos talleres que trabajaron en el norte de
Palencia en torno a 1200.
En los capiteles de la ventana de la izquierda
nos encontramos una vez más con helechos, en esta ocasión dispuestos en dos
niveles, y con una pareja de leones encorvados que juntan sus cabezas. En
relación con el origen de este último motivo, sus conexiones, sus paralelos y
sus fuentes de inspiración remitimos a lo ya expuesto en el caso de San Quince
donde analizamos un capitel con idéntica temática.
La decoración escultórica del ábside se
completa con la colección de canecillos que rematan sus muros, en su mayor
parte muy desgastados. Los hay de temática geométrica (pequeños cilindros
superpuestos), vegetal (hojas rematadas en punta) y figurativa (figuras humanas
y animales). Especial atención requieren los situados en los muros del
presbiterio, donde encontramos entre otros, a un músico tocando un instrumento
de cuerda y junto a él a la habitual danzarina contorsionista tocada con un
vistoso gorro. Este tema, muy prolijo en el románico segoviano, lo vemos
también en uno de los aleros de San Millán. Otra de las figuras, con tocado y
amplio manto cruzado de pliegues en zigzag, recuerda a las descritas en el
capitel de la ventana central de la cabecera y pudiera tener igualmente un
valor negativo en relación con la lujuria, de ahí su proximidad a la escena
juglaresca a la que acompaña. Por último, reseñar dos bustos: uno masculino,
con melena partida y barba, y otro femenino, con amplio tocado y manto cruzado
sobre el pecho.
La nave fue objeto de una profunda reforma que
alteró de manera considerable el aspecto exterior de sus muros. En el lado
norte los canecillos fueron picados pero se conserva una serie de metopas
profusamente decoradas a base de variados motivos florales y entrelazos
geométricos. El alero sur se halla más transformado y de su decoración sólo ha
llegado hasta nuestros días una metopa con el característico león de lomo
encorvado.
En este lado sur parece que se disponía un
pórtico del cual sólo se han conservado sus esquinas y una columna con su
capitel sólo visible desde el cuarto de la calefacción. Este pórtico románico,
que se transformó más tarde en nave o dependencia aneja, estaba abierto también
en los lados este y oeste pero sus arcos fueron cegados.
En mejor estado se ha mantenido el hastial de
poniente, donde se abre la portada principal, claramente remontada. Ésta se
dispone en un antecuerpo saliente que se corona por un tejaroz soportado por
canecillos lisos entre los que se colocan metopas ricamente decoradas con
vistosos florones, entrelazos geométricos, una sirena de doble cola, un
basilisco y dos personajes, uno de los cuales porta báculo. Las piezas que
forman la cornisa están decoradas igualmente con motivos vegetales, tanto en su
frente como en la parte inferior, igual que en la iglesia de El Salvador.
La puerta propiamente dicha consta de tres
arquivoltas de medio punto, una de bocel guarnecida por cenefas de tripétalas y
otras dos decoradas con complicados motivos vegetales de talla muy plana. A los
lados se disponen sendas columnas con capiteles figurados muy deteriorados. El
de la derecha se adorna con cuatro figuras parcialmente mutiladas, dos de ellas
con alas que bien pudieran representar grifos o arpías. El otro capitel muestra
a un personaje desnudo que es atacado por una serpiente y por dos grotescos
seres alados que parecen grifos. La escena, que no ofrece dudas respecto a su
sentido condenatorio y punitivo, puede hacer referencia al castigo del pecador.
Por último hay que señalar la existencia de una
torre prismática elevada junto al muro norte de la cabecera a la que se accede
desde la sacristía mediante una escalera de caracol. Consta de tres cuerpos
claramente diferenciados por el material y aparejo constructivos. El cuerpo
bajo es de perfecta sillería y se cubre con una bóveda que queda oculta por el
cielo raso de la sacristía. El segundo nivel está construido con muros de
encofrado de cal y canto que se solapan en las esquinas. En el exterior este
cuerpo se decora en cada cara con dos arcos de ladrillo de triple rosca. El
remate superior o campanario es de factura más moderna.
Iglesia de Santa Eulalia
Extramuros y en el extremo sur de la ciudad
medieval, preside la iglesia de Santa Eulalia la plaza de su nombre, una de las
más recoletas aunque conserve hoy sólo meros vestigios de su estructura
porticada y de los palacios que la rodeaban, a decir de Chaves Martín, “el
conjunto más homogéneo de arquitectura del siglo XVI de Segovia”, pues
concentraba buena parte de la nobleza establecida en los arrabales. Por
desgracia, en la segunda mitad de la década de los años 70 del pasado siglo no
fue éste argumento suficiente para evitar que la especulación y la incultura
actuasen más rápidamente que la incoación de la plaza como Conjunto
Histórico-Artístico. Para llegar hasta el templo, algo apartado de las
tradicionales rutas turísticas de la ciudad, deberemos tomar desde la Plaza del
Azoguejo la calle que asciende ante la Academia de Artillería, siguiendo por la
calle Muerte y Vida, la Plaza de Somorrostro y la actual calle de José
Zorrilla.
La más antigua referencia al templo es la
recogida en el documento de distribución de rentas entre el obispo y el cabildo
segoviano, ratificado ante las disputas suscitadas por el cardenal Gil de
Torres en 1247, donde se cita entre las destinadas a la mesa episcopal en la
ciudad a Sancta Olalia, aportando XXXIII moravedis et IIII soldos et medio.
Era la parroquia más importante del arrabal meridional de Segovia, y centro
junto a San Miguel y Santa Columba de buena parte de la vida social y comercial
de la ciudad. En la reorganización parroquial de 1843 le fue agregada la
cercana de Santo Tomás.
Su situación al pie del hoy soterrado y
canalizado río Clamores dejaba al templo a merced de sus crecidas, como la bien
documentada de junio de 1733, narrada en un manuscrito de Juan Antonio Martín
recogido por Laínez: “Entró el agua en el atrio de la iglesia de Santa
Eulalia, llegando a igualarse a las gradas del pórtico, sin penetrar en la
iglesia, convirtiéndose la plaza de Santa Eulalia en un lago enfurecido y
aterrador…”.
Ya Quadrado había intuido a fines del siglo XIX
su carácter cuando decía que “gran reforma han sufrido sus tres naves, pero
en su distribución revelan la procedencia bizantina, que con menos alteración
patentizan el ábside menor de la derecha, la sencilla puerta lateral y la parte
inferior de la cuadrada torre, en cuyos lados resaltan tres cegadas ventanas:
su portada principal pertenece á la decadencia gótica”. Y es que Santa
Eulalia esconde tras las reformas barrocas y añadidos posteriores buena parte
de su estructura románica, que es la de un templo de tres naves, separadas por
pilares cruciformes sobre los que hoy voltean bóvedas de lunetos y dividida en
cuatro tramos en origen. De su capilla mayor nada sabemos, aunque debía estarse
renovando a principios del siglo XVII, pues en la inscripción que refiere el
colapso del templo en 1629 se dice que “aún no estaba acabada esta capilla
mayor”. Sea como fuere, y aunque es más que probable que la actual mantenga
los muros laterales del presbiterio románico –hoy cubierto con una cúpula sobre
trompas–, el supuesto ábside fue eliminado y sustituido por un tramo con
testero recto y bóveda de lunetos. Mejor suerte corrió el tramo recto del
ábside de la epístola, éste conservado como capilla manteniendo su carácter pese
a las reformas y cuyos muros, junto con los de la torre dispuesta al norte de
la capilla mayor, nos sirven para determinar la profundidad del tramo
presbiterial de ésta.
Da paso al absidiolo sur un arco triunfal
apuntado y doblado que apea en machones con semicolumnas en los frentes,
labrados a hacha con marcas de cantero, cubriéndose con bóveda de cañón
apuntado que parte de imposta nacelada. Las citadas columnas, parcialmente
rasuradas en su zona baja, conservan bajo cimacios de nacela una pareja de
bellos, estilizados y sorprendentes capiteles de refinada talla. En el del lado
del evangelio volvemos a encontrar una extraña composición que ya vimos en la
capital en sendos capiteles de la ventana del ábside norte de San Martín y otro
del atrio meridional de San Millán, con la cesta lisa, sólo recorrida por dos
finas bandas de contario en el centro y bajo la abultada embocadura, a modo de
un jarrón del que brotan en la parte superior hojas de agua de cuyas puntas
penden brotes, apalmetado el central y dos cogollos envolviendo una piña en los
laterales, todo bajo un piso superior de hojitas. En el lateral que mira a la
nave se dispuso la figura masculina de un músico tocando la viola con arco,
ataviado con túnica ceñida con cinturón cuyos pliegues parecen seguir el cierto
movimiento al que se dota al personaje. Su rostro muestra abultados ojos con
pupilas vaciadas con trépano, labios carnosos y melena que le cae sobre los hombros.
El capitel frontero se orna con dos pisos de
acantos rematados en prominentes volutas y entre ellos palmetas, y en la cara
que mira a la nave se dispuso una figura femenina ataviada con túnica de largas
mangas y velada, que alza su brazo derecho como dirigiéndose al músico de la
otra cesta y coloca su otra mano en la cintura, quizás insinuando un paso de
baile. La escena que ambos forman tiene en cualquier caso tintes más profanos
que sacros, no descartando una alusión a las costumbres populares anteriores a
la Cuaresma, como vimos en los más procaces ejemplos de Rebollo, Navares de
Ayuso, Aldehuela o El Olmillo.
De las naves poco podemos conocer salvo su
perímetro, máxime cuando estas fueron reconstruidas entre 1629 y 1631 tras el
hundimiento de parte del edificio –suponemos que sus bóvedas–, según reza una
inscripción pintada en la entrada de la capilla mayor: AVN NO ESTABA
ACA/BADA ESTA CAPILLA / MAYOR, QVANDO SE / VNDIÓ EL CVERPO DE LA / YGLESIA,
BIERNES ONCE / DE MAYO DE 1629 A LA VNA / DE LA NOCHE. RECONOCI/DOS LOS
FELIGRESES / A TANTA MERCED CO/MO DIOS LES IZO RE/EDIFICARON EL TEN/PLO CON SVS
LIMOSNAS / ACABOSE EN IVNIO DE 1631 / A DIOS TRINO Y VNO / LA GLORIA.
Debía contar el templo con tres portadas y
rodearse de atrios al menos en sus fachadas norte y sur. En el siglo XVI o ya a
principios del siguiente se debió reformar la occidental, pues en 1597 se
encargan unas trazas para su portada a Pedro de Brizuela, el más activo
arquitecto del momento en la ciudad. Quizás tras la ruina se transformó y cerró
el atrio septentrional, del que resta la esquina occidental, con ángulo
achaflanado y recorrido por una columna entrega rematada en sencillo capitel
vegetal de hojas lisas con pomas. Se remontó además la portada, de arco de
medio punto con boceles en los ángulos y arquivolta también abocelada, mediando
entre ambos arcos otro bocel. Apean en jambas de aristas baquetonadas en las
que se acodilla una pareja de columnas de capiteles renovados en época moderna.
En el aparejo de mampostería de este muro son numerosos los sillares románicos
reutilizados y algunas dovelas aboceladas, que inferimos correspondían a ésta u
otra portada.
Imagino que al sur se abría otra galería, de la
que nada resta. Sí que era de antiguo conocida la existencia en el muro
meridional del tercer tramo de la nave de una portada románica, que había
quedado englobada en las dependencias parroquiales que la envolvían. Estas han
sido parcialmente demolidas durante las obras de restauración que en el momento
de escribir estas líneas se están llevando a cabo en la iglesia, con lo que
pudimos, gracias a la gentileza de la Delegación de Fomento de la Junta de Castilla
y León en Segovia y de los operarios encargados de la misma, realizar un
detenido examen de la misma. Se conserva en realidad parte –suponemos que toda,
aunque en el estado de las obras no pudimos constatarlo– de la fachada
meridional de la nave del evangelio del templo, aparejada con mampostería
encofrada. En su remate se disponía una hoy perdida cornisa sustentada por
canes de doble nacela, labrados a hacha y en algún caso con marcas de cantero.
En el centro del tramo y en un antecuerpo de
sillería rematado por imposta de espinosas rosetas entre tallos, se abre
SEGOVIA / 1519 una bella portada de arco de medio punto con doble baquetón en
las aristas como las jambas sobre las que reposa, y la rosca ornada con clípeos
formados por cuatro tallos entrecruzados de los que brotan flores de arum que
se enfrentan en su interior, flores de las que a su vez surgen pequeños tallos
que se entrecruzan, exornándose con banda de abilletado. Este ornamental diseño,
que vemos en templos de la ciudad como San Millán o La Trinidad, lo
encontraremos en otros de la provincia como Duratón, Caballar, La Cuesta,
Sotosalbos, Ortigosa del Monte, Tenzuela, Santa Marta del Cerro o la ermita del
Carrascal de Pedraza. Rodean al arco otras dos arquivoltas, la interior de
grueso bocelón exornado con banda de dos líneas de ovas, y la externa lisa, con
la rosca ornada con clípeos con contario y lazos geométricos, al estilo de la
portada del nártex de San Martín y algunas iglesias de la zona del Pirón, una
de cuyas dovelas aparece recogida en el interior. Una chambrana de triple
hilera de billetes rodea a los arcos, que apean en jambas escalonadas en las
que se acodilla una pareja de columnas para recibir la arquivolta interna. Bajo
imposta de hojas de hiedra de espinoso tratamiento vemos una pareja de
capiteles, el occidental con una pareja de arpías afrontadas a ambos lados de
un tronco central del que brotan tallos que las enredan, ambas de larga
cabellera y fina ejecución. En la otra cesta vemos una pareja de personajes
masculinos acuclillados con aire simiesco y sujetando con sus manos las sogas
que aprisionan sus tobillos, tema que ya señalamos en un capitel interior de La
Trinidad y en otros dos de San Millán.
La más evidente huella de su pasado románico
hasta las actuales obras es la torre de planta cuadrada y potentes muros de
sillería dispuesta el norte de la primitiva cabecera. Conserva de la original
sus dos pisos bajos y ciegos, de paramentos lisos, sobre los que se alza un
tercero entre impostas de cuarto de bocel y nacela, también sin vanos pero aquí
matadas las aristas por columnas entregas que recorrerían el chaflán hasta el
alero y decorados sus muros con series de tres esbeltos arcos ciegos. Son éstos
de medio punto, moldurados con tres cuartos de bocel en esquina retraído y
doblados por otros lisos sobre los que se sitúa una chambrana corrida de cuarto
de bocel que los va enlazando, con el curioso detalle –apenas visible desde el
nivel de la calle–, de haberse grabado en las enjutas círculos concéntricos
festoneados, como si se hubiese previsto disponer florones. Los arcos
interiores apean en columnas acodilladas de estilizados fustes sobre muy
desgastadas basas áticas, coronándose con capiteles de hojas lisas espatuladas
con nervio central hendido y pomas en las puntas, bajo cimacios de nacela que
se continúan como imposta por los muros sin invadir las columnas angulares. Su
esbeltez y refinamiento nos la ponen en relación con la torre de San Justo o la
de Sotosalbos, debiendo suponer que sobre este piso se alzaría como en aquellas
el de campanas, hoy rehecho en nuestro caso.
En el cuerpo bajo de la torre, en cuyo ángulo
sudoriental se inscribe el husillo que alberga la escalera de caracol que le da
servicio, se instaló la capilla de Nuestra Señora de la Luz, hermosa estancia
tardogótica cubierta por una bóveda de crucería cuyos nervios arrancan de
ménsulas con las armas de los patronos. Bajo la cornisa corre la leyenda: ESTA
CAPILLA ES DE FRANCISCO NUÑEZ Y URSULA DAVILA SU SEGUNDA MUJER Y HEREDEROS DE
AMBAS PARTES.
En definitiva, es la de Santa Eulalia una de
las iglesias románicas que, pese a las transformaciones de siglos sucesivos, ha
conservado parte de su estructura, destacando la desmochada torre, y un notable
conjunto de escultura en su interior y portada meridional, obra probablemente
de los años finales del siglo XII o quizá mejor las primeras décadas del
siguiente.
Iglesia de la Santísima Trinidad
La iglesia de la Trinidad se emplaza en el
corazón de la Segovia medieval, entre la calle de su nombre, que por el sur
discurre hasta la Plaza de San Facundo, y las que portan el de las otras dos
parroquias que la rodeaban, la de San Nicolás por el norte, y la de San Quirce
al noroeste. La cabecera aparece hoy enfrentada con excesiva proximidad al
Palacio de Mansilla, sede del Colegio Universitario, hecho que impide su
correcta contemplación, mientras que el hastial, frente al convento de las
Madres Dominicas de Santo Domingo el Real –antiguo palacio románico del que se
ocupó el profesor Ruiz Hernando en el capítulo correspondiente–, cierra por el
oeste una recoleta placita.
Garci Ruiz de Castro, al referirse en su
Comentario sobre la primera y segunda población de Segovia a la iglesia que nos
ocupa la hace fundada por el legendario –o al menos no documentado más que por
la tradición– Día Sanz, uno de los “capitanes” de las milicias segovianas. Para
Colmenares, la presencia de crismones pintados en las dos portadas es prueba de
que La Trinidad, como San Antón, existía ya bajo la dominación visigoda,
sirviendo para diferenciar los templos católicos de los arrianos. Tal afirmación,
pese a ser ya rebatida por José Amador de los Ríos y Carlos de Lecea, tuvo
prolongadas secuelas. Nuevamente el monumento es el primer testimonio fiable,
pues su reflejo en la documentación es ya tardío, apareciendo en el reparto de
las rentas entre el obispo y el cabildo de 1247.
Se trata de uno de los edificios románicos de
la capital que mejor ha conservado su estructura, e incluso la secuencia de la
evolución del estilo, y ello a pesar de las restauraciones de que ha sido
objeto, de criterio especialmente discutible en cuanto a la renovación de su
escultura la de los años 40 del siglo XX.
Y hablamos de secuencia porque todo apunta a
que el actual templo no es sino el segundo que en época románica se erigió en
el lugar, a tenor de los restos de una cabecera primitiva al sur de la actual,
sobre la que posteriormente se dispuso una capilla. De esta primitiva iglesia
románica a duras penas subsiste la cimentación y parte del alzado del muro
septentrional. Las excavaciones a las que fue sometida este área entre 1986 y
1990 durante el proceso de restauración de la iglesia arrojaron materiales cerámicos
que sus responsables datan en tres fases antiguas, que abarcan desde mediados
del siglo I d.C. al siglo II d.C.
Respecto a los vestigios románicos, quedó al
descubierto la cimentación de una cabecera de tramo presbiterial y ábside
semicircular y el arranque de la nave a la que coronaba, de eje y disposición
paralela a la iglesia actual aunque algo menores dimensiones, levantada en
mampostería enlucida con refuerzo de sillares en los esquinales, arco triunfal
y sus apeos y en las gradas bajo el mismo.
Esta iglesia, suponen las autoras de los
trabajos arqueológicos (LÓPEZ-AMBITE, F. y BARRIO ÁLVAREZ, G. Y. del, 1995) y
Antonio Ruiz Hernando, se arruinó quizás debido a un incendio, siendo
transformado el espacio en época gótica por la construcción de una capilla de
probable uso funerario, cuyo muro meridional aprovecha la cimentación de la
primitiva. Es probable que tras el colapso de esta vieja iglesia se decidiese
la construcción de la actual justo al norte y a una distancia suficiente para
permitir levantar un templo de sillería y buena factura, erigido con
presupuestos mucho más ambiciosos que la destruida.
Como hipótesis pienso que debió conservarse la
cabecera de ésta, probablemente abovedada a tenor de los 80 cm de grosor de sus
muros, permitiendo un mínimo mantenimiento del culto mientras duraban las
obras. Ya en época gótica se levantó en este espacio una capilla de testero
plano y uso funerario a tenor del arcosolio gótico instalado en ella –hoy su
arco da paso al patio entre la cabecera y el Palacio de Mansilla–, capilla cuyo
muro norte corta parte del viejo ábside. Posteriores usos como osario del viejo
presbiterio, las transformaciones barrocas para capilla de la Anunciación, y
más modernas obras para sede que fue de Acción Católica completan el periplo de
usos y obras en este espacio. Pese a todo, se había conservado parte del arco
triunfal primitivo, de medio punto y doblado, recubierto con unas desaparecidas
pinturas góticas de lacería y castillos. Quedan de él apenas las desgastadas
columnas entregas sobre las que apeaba, sobre zócalos rematados en talud,
plintos y basas áticas de grueso toro inferior y amplia escocia, con labra a
hacha. La del lado del evangelio conserva toda su altura –e incluso el arranque
del arco–, y aunque del capitel apenas queda su rasurado volumen, el cimacio
que lo coronaba muestra un mínimo resto de su decoración de tallo ondulado
acogiendo en sus meandros hojitas, adivinándose su buena factura. Debe ser todo
obra de principios del siglo XII, aunque el fragmento decorativo citado invita
a no retrasarla en extremo. En el muro norte del presbiterio voltea un arco
ciego levemente apuntado, quizás adición posterior, bajo el que se encuentran
recogidas seis pequeñas basas románicas para adosar de perfil ático y grueso
toro inferior, quizás de ventana y sustituidas durante la restauración de
mediados del pasado siglo. Finalizada la nueva iglesia románica, desde su
presbiterio se habilitó un acceso de comunicación con la antigua coronado por
arco de medio punto y reconstruido como toda la decoración interior en la
referida restauración.
La iglesia románica que hoy contemplamos es un
edificio de planta basilical, con nave única coronada por cabecera articulada
como es costumbre con un tramo presbiterial y ábside semicircular. El conjunto,
dando prueba de su importancia, se levantó en buena sillería caliza con marcas
de labra a hacha y trinchante, predominando éste último –fruto de un repicado–
al exterior de la nave.
Se divide ésta en cinco tramos, de los que los
cuatro primeros se delimitan interiormente mediante columnas entregas
preparadas para recibir los fajones de una bóveda de cañón, correspondiéndose
al exterior con estribos prismáticos. Fue pues un edificio proyectado para
recibir un completo abovedamiento, hecho relativamente atípico en el románico
segoviano fuera de los focos de Sepúlveda y Fuentidueña.
El quinto tramo, que precede a la cabecera,
constituye un pseudocrucero, no destacado en planta pero sí en alzado, pues
sobre él se yergue una torre con funciones de campanario, a la que da servicio
una escalera de caracol integrada en un ensanchamiento del muro y con acceso
hoy desde el interior de la capilla que hace de sacristía, aunque resta la
primitiva portadita tras el púlpito. Este tramo se destaca al interior con su
cubierta más elevada, aunque la bóveda de lunetos que vemos es fruto de la restauración
de los años 40.
Corona la nave una canónica cabecera compuesta
de tramo recto presbiterial y ábside semicircular, cubiertos respectivamente
con bóveda de cañón levemente apuntado y de horno; la del presbiterio fue
reforzada posteriormente por un potente fajón que apea en un responsión
recogido por ménsula a la altura de la imposta que corre bajo el piso de
ventanas. Resulta llamativa la articulación de los paramentos interiores de la
cabecera, sólo distinta a la de la capilla mayor de San Millán en el número de
arcos ciegos que ornan el piso bajo del hemiciclo, cuatro aquí frente a los
seis de la iglesia del arrabal, número par que determina que caiga una pareja
de columnas en el eje. Sobre ellos se dispone, en ambas iglesias, el cuerpo de
ventanas. La arquería se extiende al presbiterio, que articula sus muros con
niveles superpuestos de arcos ciegos, de dos arcos por nivel. Tal es y debía
ser su distribución, que se cree está inspirada en la cabecera de San Vicente
de Ávila, ésta recogiendo modelos más septentrionales.
Apean estos arcos, todos de medio punto, en
dobles y simples columnas, las últimas acodilladas a los machones de los
esquinales. Las que hoy vemos en el ábside son en buena medida fruto de las
obras de restauración de Cabello Dodero, pues todo el interior de la cabecera
había sido concienzudamente repicado al revestirse el templo en 1671 de
yeserías barrocas.
Luego, en 1786, se tapiaron los arcos del
presbiterio. Ya en 1898 se habían eliminado parte de estas envolturas, y fue en
la restauración de 1941-1946 cuando, viéndose las impostas rasuradas y los
capiteles con su relieve picado –por las fotografías de Unturbe y Benito de
Frutos de aspecto similar al presente del presbiterio de San Lorenzo–, se
acometió el completamiento de las piezas que mantenían aún parte de su relieve,
según el peculiar y más que discutible criterio de Cabello, en este caso
apoyado en el yesero Toribio García. Resulta por ello difícil hacer una
valoración de la escultura interior de la iglesia, pues la mayoría de los
relieves hoy visibles, o son fruto de esta restauración o la misma los ha
desfigurado completamente, dotando incluso de una pátina al yeso para
mimetizarse con los restos originales. Para no extenderme en críticas citaré
sólo el capitel central de la arquería baja del ábside, con un Pantocrátor
rodeado por cuatro ángeles cuyo gusto es al menos dudoso, o el capitel simple
del arco bajo el que se practicó el acceso a la sacristía, de relieve
irreconocible en las fotos de Unturbe y milagrosamente resurgido en un
inclasificable estilo. Por las imágenes anteriores a este desaguisado y algunas
partes sin duda originales, la arquería recibía los temas –muchos de
inspiración abulense– recurrentes en el románico segoviano de los años
centrales y toda la segunda mitad del siglo XII: parejas de estilizados leones
afrontados y arqueados juntando sus agachadas cabezas, aves entre tallos que
las aprisionan, dragones, aves o grifos afrontados, personajes acuclillados que
asen con sus manos las maromas que aprisionan sus tobillos– tema éste repetido
en San Vicente de Ávila, portada del nártex de San Martín, portada sur de Santa
Eulalia y una ventana de San Millán–, sirenas de doble cola alzada, arpías
frontales de alas explayadas, hojas carnosas y tallos entrelazados. La mayoría
de los cimacios e impostas son nuevas, aunque hay fragmentos de las originales,
con hojitas de hiedra entre tallos.
Los capiteles interiores de las ventanas
debieron correr algo mejor suerte tras los sucesivos retablos que recubrieron
el hemiciclo y muestran su decoración vegetal de tallos trenzados y anudados en
cadeneta con piñas, preciosistamente calados, carnosas hojas picudas de nervio
central, unas espléndidas aves de largos cuellos girados picándose sus patas de
magistral tratamiento del plumaje, arpías, bajo cimacios de hojas acogolladas
con granas y tetrafolias.
Al exterior, el tambor absidal conserva su
aspecto original, alzado sobre un basamento apenas resaltado y dividiéndose en
tres paños por columnas entregas que alcanzan con sus capiteles la cornisa.
Tres impostas lo recorren horizontalmente, la inferior, con tetrapétalas en
clípeos, separa el piso bajo del de ventanas, abriéndose una en cada paño del
hemiciclo, de amplio vano rodeado por arco abocelado sobre columnas acodilladas
y otro liso doblándolo, el conjunto protegido por chambrana de triple hilera de
tacos.
Se alzan las columnas de estas ventanas sobre
basas áticas de grueso toro inferior, coronándose con capiteles ornados con
aves afrontadas, sirenas de doble cola que alzan con sus manos y dobles coronas
de carnosos crochets, bajo cimacios que se continúan como imposta por el muro,
como las restantes sin invadir las semicolumnas y aquí ornados con rosetas
pentapétalas en clípeos. Otra imposta, que combina las flores de tres y cuatro
pétalos, corre sobre los vanos.
La cornisa, recorrida por un maltrecho friso de
flores de cuatro pétalos en clípeos y espinosas hojas de hiedra, apoya en la
hilera de canes y en los capiteles de las semicolumnas, de hojas picudas uno y
el más meridional ornado con un gran felino de cuerpo arqueado agachando su
fracturada cabeza, flanqueado por una pareja de áspides de cuerpos enroscados,
que nos trae al recuerdo las muy similares composiciones de Madrona y San
Miguel de Turégano, así como otras abulenses de San Andrés, San Esteban y San Vicente.
Respecto a los canecillos, se decoran con prótomos de animales, un áspid
enroscado, hojas, rollos, aves, un personaje ataviado con manto, crochets, dos
bustos humanos, masculino con bonete gallonado y femenino con alta toca y un
descabezado lector. Los del muro sur del presbiterio son de nacela y fruto de
la restauración de Cabello, mientras que los del norte repiten los motivos del
hemiciclo, como éstos de buena factura.
Ya señalé cómo el proyecto original había
planteado el completo abovedamiento de la iglesia, excepción en lo segoviano.
Como certeramente avanza Ruiz Hernando, seguramente llegó éste a realizarse,
aunque la inestabilidad del terreno, la deficiente cimentación y los empujes de
la torre alzada sobre el tramo oriental de la nave darían al traste con esta
primitiva bóveda. No hemos conseguido ver los arranques de la misma –o de la
que la sustituyó, según Quadrado bóveda de cañón “un tanto apuntada”–
que cita Antonio Ruiz (RUIZ HERNANDO, J. A., 1996, p. 23) sobre la actual
–rehecha en la restauración de Cabello en ladrillo enfoscado–, pues deben estar
ocultos bajo el abundante guano, aunque sí es perfectamente constatable el
corte en semicírculo de la sillería sobre el arco triunfal. Este colapso, y el
evidente desplome del muro norte, obligarían a reforzar el cuerpo del templo
con un nuevo armazón interior de arcos, volteándose entonces el que dobla el
triunfal hacia el este –apeado en sendas ménsulas con una máscara vomitando
hojarasca y una cabecita perruna–, el fajón levemente apuntado que divide en
dos el presbiterio, apeado en un grueso responsión prismático que pasa sobre
las arquerías ciegas superiores reposando en una pareja de ménsulas a la altura
de la imposta inferior. En las viejas fotografías de Unturbe se observa cómo
tal imposta se continuó bajo la pilastra con florones entre tallos, aseverando
su cronología románica. Del mismo modo, fueron reforzados los pilares y arcos
occidentales sobre los que se alza la torre, doblándolos al interior ahora con
sección apuntada y aristas achaflanadas, apeados en machones semicruciformes
que refuerzan los primitivos, imbricándose de sabia manera su sillería con la
de éstos. La imposta sobre la que se alza el arco de la más occidental, a menor
altura que la primitiva, muestra ya perfil gotizante.
Pero no sólo se reforzó el armazón interior de
la iglesia, sino que, para contrarrestar los empujes de la bóveda y detener el
desplome del muro norte, se voltearon sobre potentes machones dos parejas de
arbotantes que se corresponden con el codillo del ábside, el arco triunfal y
dos de los fajones de la nave. El espacio que determinan por el norte sería
luego ocupado por dos capillas y la sacristía, aunque lo realmente excepcional
es la solución de contrarresto adoptada en época aún tardorrománica. Visible uno
de estos arbotantes en la fachada occidental, sobre la cubierta de la capilla
de los Campo es perfectamente reconocible la labra a hacha de la sillería de
sus doblados arcos rampantes y el modo en el que entestan con los estribos de
la nave. Estos refuerzos deben datar de mediados del siglo XIII.
Aunque la torre de planta rectangular que se
alza sobre el tramo oriental de la nave es considerada obra de esta segunda
campaña por los arquitectos de la última restauración (Moreno Porras-Isla y
Berdugo Onrubia, proyecto de 1984, en el que se atirantaron los muros), se cree
contar con evidencias de que la estructura no se vino abajo. Pese a desmontarse
su bóveda en los años 40 del siglo XX restan al interior sus muros, en
gradación sobre molduras los laterales y con dos vanos de iluminación los
largos, siendo perceptible cómo los refuerzos aportados tras la ruina de las
bóvedas de la nave cortan la imposta original.
Exteriormente, la visión desde la torre del
convento de Santo Domingo el Real que incluimos, nos muestra la elevación del
campanario, el piso de vanos algo descentrado respecto al eje de la nave al
incorporarse hacia el norte la caja del acceso, con su sillería trazando
sinuosas líneas que sólo se explican como movimientos de una fábrica luego
arriostrada. En el piso de campanas se abren tres vanos de medio punto en los
muros largos y dos hacia el norte y sur, todos de arcos lisos sobre pilares de
aristas aboceladas, con impostas de nacela y chambranas de cuarto de bocel. Las
esquinas de la torre se suavizan con finas columnillas rematadas por simples
capiteles vegetales de hojas lisas, salvo en el ángulo sudoriental,
evidentemente rehecho, quizás a mediados del siglo XVI con motivo de la caída
de un rayo, según refiere Garci Ruiz de Castro, contemporáneo de los hechos: “Hoy
miércoles, que se cuentam tres de agosto del año de 1552, a las quatro de la
tarde, cayó un rayo en una squina de la torre de la iglesia de La Trinidad
desta çiudad, en que se rapó una esquina de la torre y quebró çierta parte del
retablo de Nuestra Señora, en que la derrocó la corona y quemó las sávanas del
altar, y derrocó muy grandes piedras que dieron en la calle y en las ventanas
de las casas de enfrente. A un honbre dió una centella o brizna en los pechos y
no le hizo nada. Dizen que otro rayo avría 42 años que avía hendido la otra
parte de la torre” (RUIZ DE CASTRO, G., 1551 (1988), p. 35). La estabilidad
de esta torre debió ser desde el principio uno de los mayores problemas de la
fábrica, siendo numerosos los rejuntados de grietas, sustitución de sillares y
cosidos, estando documentadas intervenciones en ella desde ese siglo XVI hasta
la actualidad.
El arco triunfal se corona con una pareja de
capiteles, vegetal de hojas lisas espatuladas el del lado de la epístola y con
un fracturado felino arqueado entre áspides el del evangelio, similar al visto
en el exterior del ábside. En cuanto a las cestas que rematan las semicolumnas
de la nave, muestran capiteles de doble piso de hojas lanceoladas y nervadas,
otras lisas picudas, acantos de fuertes escotaduras y aun hojas hendidas,
algunos completados burdamente con yeso. También muy maltrecha se encuentra la
imposta sobre la que voltea la bóveda, de flores tetrafolias en clípeos
formados por tallos anudados.
Portadas
Posee el templo dos portadas, resultando la
abierta a poniente más monumental e incluso algo sobredimensionada respecto a
la sencilla composición del hastial, dividido en dos pisos, el inferior ocupado
por el acceso; en el superior, rematado con piñón volado y levemente
retranqueado, se abrió un ventanal para dar luz a la sombría nave.
El acceso, abierto en el notable espesor del
muro, se compone de arco de medio punto liso sobre jambas de aristas aboceladas
y cuatro arquivoltas, la interior y la tercera con tres cuartos de bocel
retraído entre nacelas, mientras que la segunda y la exterior son lisas,
rodeándose el conjunto por chambrana decorada con tres filas de finos billetes.
Apean los arcos en jambas escalonadas en las que se acodillan dos parejas de
columnas, matándose con boceles las aristas del arco y de la segunda y cuarta
arquivoltas. Sobre los capiteles corre una imposta decorada con tetrapétalas de
espinoso tratamiento –hojas de hiedra, como supone Ruiz Hernando– en el lado
norte, y tallos anudados dibujando clípeos que acogen flores de arum
enfrentadas en el sur, efectista motivo y caso “marca de taller” que
veremos en numerosos ejemplos, así en los atrios de San Millán o en una imposta
del palacio de la Plaza de Avendaño, en la capital, y en La Cuesta, Caballar,
La Asunción de Duratón, pórtico de Sotosalbos, ermita del Carrascal de Pedraza,
un cimacio del triunfal de Santa Marta del Cerro, etc.
Las cestas se decoran, comenzando la lectura
por el erosionado capitel exterior del lado izquierdo, con un apenas
identificable motivo, muy probablemente una pareja de híbridos de los que sólo
se reconocen las alas y las colas de reptil. En el capitel interior de este
lado norte vemos dos parejas de aves opuestas que giran sus cuellos para juntar
los picos y unen también las colas, formando así una forma acorazonada en la
que se acogollan las hojas que nacen de los tallos que envuelven sus cuellos,
composición que gozó de un cierto predicamento y que ya vimos en un capitel
interior de ventana de la expatriada iglesia de San Martín de Fuentidueña,
repitiéndose el esquema en la portada occidental de San Miguel de Turégano, en
una cesta del atrio sur de San Millán de la capital, en otra de la portada de
Tenzuela o, con más seco estilo, en la portada occidental de la Vera Cruz
segoviana. En el capitel interior del lado derecho se afrontan dos basiliscos
de colas que se enroscan sobre sus cuerpos, envolviendo sus cuellos y
rematándose en cabecitas de serpientes, motivo también visto en Turégano; por
último, en la cesta exterior de este lado sur se afrontan dos estilizados
leones de cuellos agachados juntando las desaparecidas cabezas en el ángulo,
mientras sus colas penden entre sus cuartos traseros. Este último constituye
uno de los motivos más reiterados en la iconografía románica segoviana y
abulense.
Sobre la portada, en el piso superior de este
hastial, se abre una amplia ventana rasgada de doble abocinamiento, rodeada por
un arco de grueso baquetón y otro exterior liso, ambos de medio punto y a los
que rodeaba una erosionada y perdida chambrana. El arco interior apea en una
pareja de columnas acodilladas de basas áticas y capiteles decorados, el norte
con una pareja de leones afrontados del tipo ya visto, mientras en el
meridional, muy desgastado, apenas distinguimos una figura humana entre ramajes.
La portada meridional muestra una similar
tipología, con arco de medio punto rodeado por cuatro arquivoltas alternamente
lisas o con grueso baquetón entre medias cañas y chambrana de tacos, que apean
en jambas escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas. Las
impostas que coronan éstas muestran, hacia los pies doble banda de tallos
enrollados acogiendo brotes, y hacia el este tallos enlazados dibujando
círculos en los que se disponen dos lises enfrentadas, según el ornamental
diseño que ya vimos en la portada occidental. Sus capiteles, como todo el
exterior, fueron víctimas de la bujarda, que buscando eliminar los revocos
acabó llevándose por delante parte del relieve.
El exterior del lado izquierdo del espectador
muestra tallos entrelazados con brotes y aves, así como una figura humana
alanceando a un dragoncillo.
En el interior volvemos a encontrar otro de los
motivos recurrentes del románico segoviano, como son las parejas de grifos
rampantes atrapando pequeños cuadrúpedos, afrontados, volviendo sus cuellos,
enlazando sus colas; composición ya vista en Adrada de Pirón, Torreiglesias, La
Cuesta, Caballar, Santiago de Turégano, Revenga, o, en la capital, en un
capitel de la portada occidental de San Martín, interior de San Millán, ábside
meridional de San Juan de los Caballeros, etc.
En los capiteles del lado oriental el exterior
repite la maraña de tallos entrelazados en cadeneta acogiendo brotes y escenas
de cacería de aves con arco y personajillos alanceando cuadrúpedos, todo hoy
muy erosionado pero recordando motivos vistos en las iglesias de la zona del
Pirón –San Juan del Arenal (Orejana), Peñasrubias, Santo Domingo de Pirón– o
sendas cestas del atrio septentrional de San Martín y los meridionales de San
Juan de los Caballeros, San Lorenzo y San Esteban. La cesta interior aparece historiada
con dos escenas del ciclo de la Infancia de Cristo; bajo sendos arquillos vemos
en la cara externa la Visitación, y en la interior, de malhadada composición,
la Natividad, con San José sentado en un escaño llevándose la diestra al
mentón, con los pies apoyados en una forma a modo de tela ondulada sobre la que
se dispone María en un lecho y, encima, el buey y la mula dando calor con su
aliento a una cuna en la que ya apenas se reconoce al Niño. En el arco que
enmarca la escena, aquí doble, son apenas visibles tres figuras angélicas que
surgen de lo alto.
Sobre el solar de la nave de la primitiva
iglesia arruinada se alzó, probablemente ya en los inicios del siglo XIII, un
pórtico en todo similar al de San Clemente, adosado como aquel a la fachada
meridional, con cornisa sobre canes de nacela y la esquina achaflanada,
recorrida como en otros pórticos segovianos por una columna de capitel vegetal.
Consta de portada enfrentada con la de la iglesia en un breve antecuerpo, de
arco de medio punto, arquivoltas de boceles y cavetos y jambas con medias cañas
en las aristas.
Consta la arquería de un arco hacia el este y
otros cuatro hacia los pies, alzados sobre dobles columnas y banco de fábrica,
todos de medio punto con chambranas naceladas y coronados por estirados
capiteles, bajo cimacios de nacelas escalonadas. Son estas cestas vegetales, de
hojas lisas o estriadas de puntas vueltas con palmetas, y aun otros con
helechos. El del extremo oriental, con un mascarón alado, fue repuesto en el
siglo XVI y aunque muestra bien a las claras su renaciente estética consigue
–como otras intervenciones de esta época en iglesias románicas de la capital–
no desentonar del conjunto. Hacia el oeste se abre la galería mediante amplio
arco de medio punto y chambrana de nacela, arco cuyo salmer penetra en el
esquinal sudoccidental de la nave, dejando patente su posterioridad. El pórtico
permaneció con sus arcos cegados hasta que estos se liberaron con motivo de la
Catorcena de 1940.
Citemos, aunque escapa del marco cronológico de
esta obra, la magnífica capilla que bajo el patronato de los Del Campo –cuyo
palacio es frontero con la parroquia– se abrió al norte del tercer tramo de la
nave, aprovechando el espacio delimitado por dos de los arbotantes que vimos
reforzaron esta fachada en una segunda campaña románica. Fundada a fines del
siglo XV o principios del siguiente, destaca por su portada hacia la nave,
magnífico elemento que rezuma goticismo, de arco rebajado y sobre él otro conopial,
con tejadillo imitando lajas, cresterías, cardina y doseletes calados. Fue
renovada tras la ruina de su cubierta en 1944, y en su interior se conserva la
pila bautismal de la iglesia.
Su copa es semiesférica, de 140 cm por 69 cm de
altura, y su labra a trinchante invita a considerarla de finales de la Edad
Media si no posterior. Sin embargo, parece reutilizar en tenante románico, de
29 cm de altura y ornado un junquillo sogueado en la base de la copa y un friso
de palmas inscritas en clípeos anudados sobre los que doblan sus puntas, con
piñas entre ellas. Recuerda las vistas en Turégano, Sotosalbos, etc. En la
fachada occidental de esta capilla se dispuso una portada de apuntado arco abocelado
con chambrana, sobre impostas de nacela y jambas también aboceladas, enmarcada
por alfiz prolongado hasta el suelo, al estilo de las numerosas portadas de la
arquitectura civil de la ciudad. Desconocemos su procedencia, y lo mismo ocurre
con el remate de vano con tracerías góticas dispuesto sobre él.
Junto a un espléndido patrimonio de arte
mueble, La Trinidad atesora un rico elenco de testimonios epigráficos. De los
más próximos a la fecha de su construcción destacamos el situado en el codillo
meridional del presbiterio con el ábside, dentro del actual cuarto de calderas,
donde se grabó una bella inscripción en la que leemos: + OSSA P(E)RE/GRINI
CVI AM/BVNT HIC / REDITA FINI / DONET CU(M) / SUPER IN REQUIE / CVI CONDITOR /
… [ERA] M / CC XL IIII / VII IDVS SE/PTEMBRIS OBIT, que, con la ayuda que
desde aquí agradecemos de la profesora Margarita Torres, creemos vendría a ser
algo como “los huesos de este peregrino, que anduvieron deambulando, aquí se
restituyen hasta que el Creador le conceda el descanso. Murió en la era de
1244, el 7 de los idus de septiembre (7 de septiembre de 1206)”. No hay duda
sobre la fecha, que nos proporciona además un límite ante quem para la
construcción al menos de la cabecera.
En la jamba izquierda –occidental– de la
portada meridional quedan hoy meros vestigios de otro epitafio, destruido por
la inmisericorde bujarda que “limpió” el paramento de su encalado
durante los años 40. En lo que acertamos a entender, reza: + HIC: IACET
AR/NALDO: ET: VXOR: EI / MAOBIA ET H CO…V / OB[IIT?] XVII KAL OCTO[BRIS].
El Marqués de Lozoya leía el nombre del finado como Sirnaldus. Aunque carece
del año, debe datar de fines del siglo XII o principios del XIII. Con las dudas
que impone su conservación traducimos como “aquí yace Arnaldo y su esposa
Maobia y… murió [dudoso] a 17 días de las kalendas de octubre (15 de
septiembre). Existe otro epitafio de una dama fallecida en 1272 grabado en el
muro sur al este de la portada, sobre un sepulcro, y otros tantos más en el
interior.
Resumiendo el devenir de esta bella iglesia,
digamos que sucede a una frustrada edificación de la primera mitad del siglo
XII, debiéndose erigir en una campaña sucesiva en torno a los años centrales
del mismo, acorde con las relaciones establecidas con San Millán de la capital
y, quizás por vía indirecta, con San Vicente de Ávila, ampliada con un pórtico
en el tránsito de esta centuria a la siguiente. Por estas fechas debió
producirse el colapso de la cubierta de la nave, lo que obligó a su sustitución
y a reforzar la estructura tanto interior como exteriormente, añadiendo dos
parejas de arbotantes al norte, los primeros incorporados a una estructura
románica que nosotros conocemos, pues esta reforma no parece rebasar los años
centrales del siglo XIII.
Iglesia de La Vera Cruz
A la iglesia de la Vera Cruz accedemos por la
empinada cuesta que desde el arrabal segoviano de San Marcos, a la vera del
Eresma y los pies del Alcázar, asciende hasta la cercana localidad de
Zamarramala, núcleo que ostentó municipalidad propia hasta fechas muy
recientes.
Colmenares no dudó en afirmar que fueron los
caballeros templarios los encargados de fundar el templo, alzando un edificio a
imitación del Santo Sepulcro hiero-solimitano y dotándolo con una reliquia de
la original cruz del Gólgota.
En una sintética aunque sólida monografía,
Merino repasaba los pareceres historiográficos que se apuntaron al considerar
la inquietante alcurnia templaria de la Vera Cruz (Bosarte, Madoz, Flórez,
Amador de los Ríos, Quadrado y Lampérez), mientras Cabello Lapiedra en la
temprana fecha de 1919 rechazaba una progenie templaria, considerando que la
supuesta fundación era revisable pues sus auténticos responsables habían sido
los caballeros de la Orden del Santo Sepulcro, de la que –por cierto– fue
miembro y secretario, que nos dejaron su enseña en forma de cruz con doble
traviesa pintada en los muros, portada occidental, cubierta del edículo y
torre.
Cabello y Dodero consideraba además el breve
papal de Honorio III (13 de mayo de 1224) localizado en la parroquial de
Zamarramala que autentificaba la reliquia del lignum crucis, haciendo
referencia expresa a los templarios, diploma que debía ser un falso del siglo
XVI pues el concienzudo Demetrio Mansilla no había localizado referencia alguna
al mismo en los registros pontificios. La iglesia sería heredada más tarde por
los caballeros del Santo Sepulcro. El mismo Mansilla recogía una confirmación
de 1199 suscrita por el papa Inocencio III de las posesiones pertenecientes a
la orden de Calatrava donde se aludía a unas casas, viñas y otros bienes en
Segovia (MANSILLA REOYO, Demetrio, La documentación pontificia hasta
Inocencio III (965-1216), Roma, 1955, doc. 186). Merece mayor
crédito la confirmación de 1228 del patrimonio de la orden del Santo Sepulcro
por parte de Honorio III en 1228 consignando dentro del obispado segoviano la
ecclesiam Sancti Sepulcri (BRESC-BAUTIER, Geneviève, Le cartulaire du
chapitre du Saint-Sépulcre de Jerusalem, París, 1984, pp. 39-44).
Para el marqués de Lozoya, la apuesta templaria
se vería ajustada por los evidentes paralelos que la Vera Cruz planteaba con
respecto al templo luso de Tomar que, efectivamente, perteneció a la orden del
Temple (cf. GRAF, G. N., MATTOSO, J. y REAL, M. L., Portugal/1, (col. “La
Europa Románica, 12), Madrid, 1987, pp. 229-242). Ramírez volvería a
remarcar la semejanza estructural entre ambos edificios, quizás emulando los
caballeros portugueses el modelo segoviano, convirtiendo su templo en verdadera
iglesia-relicario.
La Vera Cruz, fue una de la docena y media de
encomiendas de las que dispuso la Orden del Santo Sepulcro en la corona de
Castilla (MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, La orden y los caballeros del Santo
Sepulcro en la corona de Castilla, Burgos, 1995, p. 154; vid. además PIAVI,
Luis, Establecimientos de la Sagrada Orden Militar y Pontificia del Santo
Sepulcro, Madrid, 1893, pp. 354-360). Martínez Díez apostaba por una
adscripción sanjuanista, aunque a renglón seguido aducía que los argumentos
eran entecos, pues entre los préstamos de la ciudad de Segovia elencados el 14
de septiembre de 1247 figuraba la misma iglesia del Santo Sepulcro con que por
aquel entonces era conocida la Vera Cruz, adscribiéndola al patrimonio
diocesano (cf. MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, Los templarios en la Corona de
Castilla, Burgos, 1993, p. 156).
San Cristóbal refiere la existencia de
documentos –que no llega a publicar– pertenecientes a la orden de Malta donde
se detallaba que la encomienda de la Vera Cruz –unida a la encomienda del Santo
Sepulcro de Toro– pertenecía en 1522 al Santo Sepulcro. El templo fue visitado
en 1528 por Hernando de Fonseca, comendador de la orden en Toro, y el 23 de
septiembre de 1531 pasaba a depender de la orden de Malta.
Existen otras referencias de Gabriel M. Vergara
en alusión a la Vera Cruz como parte de la encomienda de Miraflores,
funcionando como parroquial de Zamarramala hasta su definitivo traslado en 1692
a la recién alzada iglesia de la Magdalena (cf. VERA, Juan de, “La iglesia
de la Bendita Magdalena de Zamarramala”, ES, III, 9, 1951, pp. 474-477),
cuando se obtuvo permiso de la Sacra Asamblea de San Juan de Jerusalén para
conducir la santa reliquia del lignum crucis (estauroteca en forma de cruz
patriarcal del primer tercio del siglo XVI obrada por el platero Diego del
Valle, aunque con aditamentos posteriores, cf. ARNÁEZ, Esmeralda, “Orfebrería
religiosa en Zamarramala”, en Zamarramala. Su historia, su arte y su vida,
Segovia, 1981, pp. 177-178), el Santísimo Cristo del Sepulcro, ornamentos,
alhajas y campanas hasta el nuevo templo, quedándose la Vera Cruz como ermita,
a la vera de la que los vecinos de Zamarramala se comprometían a construir una
vivienda para el santero encargado de un edificio que siguió perteneciendo a
los sanjuanistas.
Tras la francesada dejó de celebrar culto con
regularidad. La desamortización de 1835 ocasionó devastadores efectos sobre su
enjalbegada y esgrafiada fábrica, siendo utilizada como refugio de arrieros,
transeúntes y vagabundos que no dudaron en preparar toda suerte de fogatas,
afeando los muros del interior.
Cuando Sicilia reconocía la Vera Cruz en 1843
criticaba duramente su roñoso estado de conservación: “albergue de arañas,
pulgas, hormigas, escarabajos y ratones, que a manera de un ejército de
zapadores, lo están minando desde todos los cimientos. Sin embargo, está aún en
pie la ermita del Santo Sepulcro...”, vaticinando amargamente:
“Probablemente no lo estará dentro de un año; porque los animales no son
ciertamente responsables de las obras del hombre, ni el Ser Supremo les ha
impuesto la obligación de respetar la Antigüedad”. El inquieto viajero estuvo a
punto de acertar en su agorero juicio. Apuntaba Amador de los Ríos en 1847: “causa
pena [...] que la ignorancia del último cura que tuvo á su cargo esta iglesia,
haya cubierto de yeso, sin duda para hermosearlos, sus muros y columnas, lo
cual puede, no obstante, corregirse fácilmente”.
El edificio pasaría en 1849 a manos de la Junta
Provincial de Monumentos, siendo visitado por Street a inicios de la década de
1860, cuando aún se abría a la feligresía durante ciertas fechas del año.
Abandonado a su suerte a fines del siglo XIX e inicios del XX, llegó a ser
utilizado como corraliza e infravivienda temporal.
Fue finalmente declarado Monumento Nacional por
decreto de 4 de julio de 1919 a instancias del informe presentado por los
ponentes conde de Cedillo por la Academia de la Historia y Ricardo Velázquez
Bosco por la Real de San Fernando, fecha en que a duras penas se sostenía en
pie, siendo custodiado por la Comisión Central de Monumentos y la indispensable
munificencia del consistorio segoviano.
Entre 1947 y 1948 fue objeto de obras de
consolidación dirigidas por Cabello y Dodero, arquitecto conservador de la
Ciudad Monumental de Segovia, que se centraron en la reposición de cubiertas,
bóvedas y solados, además de la consolidación de la torre con la adición de una
nueva escalera y una abrasiva limpieza de paramentos verticales.
La iglesia fue cedida por el Ministerio de
Educación Nacional a la Orden de Malta –heredera de los sanjuanistas– el 11 de
mayo de 1949, cuando al frente de la Dirección General de Bellas Artes figuraba
el ilustre historiador segoviano Juan de Contreras y López de Ayala, marqués de
Lozoya, haciéndose solemne toma de posesión el 31 de mayo de 1951. Desde
entonces la orden viene celebrando en el templo sus ceremonias anuales, su
presencia se hace evidente en las orapeladas banderas de las diferentes circunscripciones
que cuelgan de los muros de su interior. Los caballeros de la orden custodian
cada Viernes Santo el traslado y solemne procesión del Cristo yacente y la
reliquia del santo madero desde la parroquial de Zamarramala.
El inmediato entorno rocoso sobre el que se
yergue el templo, hizo las veces de consustancial necrópolis, pues se encuentra
horadado por toda suerte de tumbas antropomórficas excavadas en el mismo bancal
de arenisca que sirve de cimentación al templo, perfectamente visibles a la
vera de la batería absidal. Una instalación de gran valor paisajístico, toda
una joya de la topografía hispana, sobre una escueta y abrigada barranca con
vistas a la capital.
Frente al sector meridional del templo, una
especie de cubo de planta aproximadamente cuadrangular y aparejo de sillería
muy restaurado, hace las veces de mirador y refuerza el sector sudoriental del
mismo, donde afloran horizontales las abundantes caries del roquedo. Durante la
restauración de los años 40 quedó constancia de la existencia contigua a la
torre de restos de ruinas semienterradas entre la fuerte pendiente que
desciende hasta la vaguada. Describía Cabello la presencia de una cámara con
bóveda de cañón seguido de sección apuntada que pudo haber sido el primer
cuerpo de un campanil exento o una torrecilla correspondiente a alguna cerca
desaparecida. Para San Cristóbal se trata de los restos de la arruinada ermita
de San Miguel, documentada a lo largo del siglo XVI como aneja a la Vera Cruz y
desbaratada durante el siglo XIX (más allá de la estéril iconografía
proporcionada por Antón Van der Wyngaerde, queda constancia de la ermita de San
Miguel en un escueto dibujo de Avrial y Flores, apreciable con mayor claridad
en un cliché de ca. 1870 de Laurent y otro de inicios del siglo XX de Alois
Beer). El espacio fue utilizado como osario parroquial cuando el templo pasó a
depender de Zamarramala. Sabemos además que junto a la Vera Cruz existió una
casa destinada a vivienda del comendador de la encomienda (amenazaba ruina a
mediados del siglo XVII), y en el fondo del barranco aledaño, al que se accedía
mediante una escalera, una fuentecilla para abastecer el templo y la casa y una
huerta que suministraba verduras a disposición del santero de turno.
La singularidad de su perfil y peculiarísima
planta convierten al edificio en uno de los más atractivos del románico
segoviano, alimentando desde hace décadas una bienaventurada cohorte de
turistas, amantes del arte y simples curiosos, pero también a toda suerte de
esotéricos incubadores de las más descabelladas teorías.
La mezcolanza del paisanaje convierte la visita
a la Vera Cruz en una experiencia verdaderamente entretenida, sobre todo si el
paseante se anima a dar prudente coba a cuantos ansiosos iluminados esperan ver
corroboradas sus mistéricas elucubraciones geodésicas, sus energéticos meandros
telúricos haciendo gravitar maquetas plateadas o collares de vítreas amebas y
hasta sus proverbiales instituciones sobre sinfónicas reverberaciones del más
allá. Nos percatamos a templo cerrado que las losas de la planta baja del
edículo andan desencajadas y bailan descontroladas.
Exterior
Exteriormente tiene planta dodecagonal con
leves contrafuertes de sección cuadrangular en las esquinas que arrancan de
plintos prismáticos montados sobre un zócalo de sillería que corre a lo largo
de todo el perímetro de templo. Tres de los doce paños –los orientales– embocan
la triple cabecera absidal semicircular cubierta con bóvedas de horno y
perforada por ventanales de medio punto en el centro de los ábsides (con
chambranas abilletadas al exterior). Al interior la planta es circular
(exceptuando los paños rectos ocupados por las dos portadas). La unión entre la
batería absidal y la planta centralizada del templo forzó un atrevido esviaje
del aparejo. Los triunfales son ligeramente apuntados, de perfil cuadrangular
reforzado con una imposta el mayor y baquetonados los laterales.
a-
Portada
sur
b, c, i, j- Deambulatorio
k- Edículo central
d- Capilla del lignum crucis
bajo la torre
e- Ábside de la
epístola
f- ábside central
g- Ábside del evangelio
h- Sacristía
l- Portada occidental
Los ábsides van precedidos de tramos
presbiteriales rectos cubiertos con bóveda de cañón. En el sector meridional,
entre la portada meridional y el presbiterio del ábside de la epístola, se alza
una torre de planta cuadrangular rompiendo la simetría axial del edificio,
mientras que en el septentrional lo hace una sacristía de planta semicircular y
apariencia mudéjar construida en mampostería y verdugadas de ladrillo. Como ha
señalado la crítica, parece evidente que el grueso del edificio fue alzado en un
solo impulso constructivo.
El cuerpo bajo de la torre, donde se instala la
capilla del lignum crucis, se alzó en mampostería sobre un poderoso
basamento granítico y fue reforzado mediante sólidos contrafuertes de sillería
que coronan en talud en las esquinas.
Interiormente se cubre con una bóveda de
crucería cuyas nervaturas diagonales de sección baquetonada reposan sobre
capiteles-ménsula y cimacios lisos. Su cronología parece coetánea a la del
templo. Por encima, se alzan otros dos cuerpos medievales –las esquinas
baquetonadas–, en el arranque. Casi todo el desarrollo del campanario es de
cronología tardorrománica. Presenta vanos aspillerados y abocinados en cuyo
intradós se aprecian bien las improntas del encofrado original, rematándose el
nivel superior a fines del siglo XVI (en 1582 quedan documentadas
reparaciones), donde figuran parejas de luengos vanos de medio punto abiertos a
los cuatro vientos. La capilla del lignum crucis, aunque del siglo XIII,
fue dotada en 1507 por la marquesa de Denia, doña María de Guzmán (con 50.000
maravedíes para la adquisición de 37 obradas de tierra), donde quedó sepultada.
El grueso del aparejo exterior del templo
emplea sólido mampuesto, encofrado, sugiriendo a Lampérez la impronta de
alarifes mudéjares, reservando la sillería para los contrafuertes y los paños
de las dos portadas meridional y occidental, los aleros y los vanos
aspillerados. Los canecillos de la batería absidal son nacelados, algunos muy
magullados, empleándose otros de perfil con doble nacela en el resto de los
aleros exteriores y simple ladrillo en las cornisas de la sacristía
septentrional.
Interior de la iglesia. El edículo
dodecagonal con sus dos pisos, una "palmera" que sostiene la
bóveda. Una construcción insólita en España, cuyo mayor parecido estaría de la
Charola templaria del Convento de Cristo (Tomar, Portugal) de planta
octogonal, datada en torno al 1162 y promovida por el maestre templario Gualdim
Pais.
Es sobresaliente y excepcional el soberbio
edículo central del interior del templo, trasunto de la planta principal, posee
igualmente doce paños. Rodeando este bloque se alza una bóveda de cañón de
desarrollo anular, reforzada con fajones de sección rectangular que descargan
sobre capiteles vegetales, medias columnas adosadas y basas de altos plintos,
conformando así una docena de tramos trapezoidales (la estructura de las
semicolumnas recordaría los templos del Santo Sepulcro de Pisa, Rieux-Minervois
y Tomar). La capilla inferior del edículo se cierra con una bóveda de crucería
de nervaturas aboceladas que apoyan sobre cuatro sencillas cestas de acantos.
Cuenta con cuatro vanos apuntados, doblados y baquetonados (sólo al este y
oeste) abiertos a los cuatro puntos cardinales que desde la nave anular
permiten el acceso al interior del edículo, indiscutible corazón del edificio.
Los otros lienzos del polígono presentan arquerías ciegas ligeramente
apuntadas.
La capilla superior del edículo central se
cubre mediante una bóveda estrellada trabada con cuatro nervios entrecruzados
–dos a dos, dejando remanente rectángulo central– que apoyan sobre imposta
nacelada y canes lisos, una fórmula que nos remite al crucero de San
.Sus muros quedan asimétricamente perforados por
ocho ventanas de medio punto–abiertas hacia occidente, norte y sur– y dos
saeteras abocinadas sin aparente funcionalidad (a norte y sur). Hacia el ábside
mayor se abre un ventanal apuntado doblemente baquetonado y muy cerca, se
dispuso una aguabenditera apuntada. El acceso hasta el edículo se realiza desde
el nivel de la nave anular utilizando un doble tramo de escalera –de moderno
antepecho esgrafiado– orientado a poniente que apoya sobre un gran arco de medio
punto de cronología posterior al núcleo monumental. Entre los dos niveles del
edículo corre una imposta nacelada –a modo de anillo– que rodea además las
semicolumnas que recogen los empujes de los fajones de la bóveda.
Es interesante la mesa de altar allí dispuesta
(66 x 130 longitud x 75 cm de altura), carente de ara, va decorada con series
de arquillos enrecruzados y zigzagueantes –sobre fustes de tal guisa– al estilo
del claustro soriano de San Juan de Duero. Su ornamentación corre a lo largo de
un frontal y dos laterales, quedando liso el otro de los frontales, dato que
corroboraría haber sido concebida para prestar servicio adosada a un muro. Se
ha afirmado que pudo servir de peana al Cristo yacente instalado en la Vera
Cruz hasta 1692, hipótesis que no convencía a Merino dadas las atusadas
dimensiones de la mesa de altar. El mueble dispone de basamento y mesa superior
con perfiles nacelados de 20 cm de altura.
La sillería del edículo central ha sido muy
retocada en época moderna a juzgar por las improntas en su labra. Pero llama
aún más la atención el intensísimo abujardado al que fue sometido el interior
del templo durante las restauraciones de la década de 1940, práctica cruenta
que ha dado al traste con tanta información gliptográfica.
Sobre la bóveda estrellada del edículo
superior, existen curiosas cámaras con alcance desde los aleros septentrionales
de las cornisas exteriores y la portezuela rectangular abierta hacia el muro
septentrional del mismo y cuyo acceso sólo es posible con una escalera de mano,
cerrándose desde dentro.
Desde ésta, penetramos en un pequeño vestíbulo
que enlaza –salvando dos escalones de gran altura– con un enigmático ámbito de
apenas 2 metros de longitud, 1,10 de ancho y altura de 1,98 que se cubre –al
igual que el vestíbulo anterior– con bóveda de cañón, acusándose al exterior
sobre la cubierta del deambulatorio “adosada al muro Norte del edículo
central que se eleva a modo de linterna en el edificio, con la proporción y
dimensiones aproximadas de un sepulcro” (CABELLO DODERO, F. J., 1968, p.
9). Esta segunda cámara dispone de una saetera abierta a la bóveda nervada del
edículo.
Cuando tales espacios fueron detectados durante
la restauración de Cabello, el marqués de Lozoya creyó ver la existencia de una
desaparecida linterna al estilo de la de Torres del Río (en Segovia se
extradosa un nivel de cornisa con canes nacelados, nada que ver con la enhiesta
linterna del templo navarro) mientras que Merino –siguiendo el criterio de
Cabello– optaba por considerar allí la existencia de una celda penitencial,
hipótesis que también refería Ruiz Montejo. Cabello consideró más ajustada la función
de archivo y tesoro (también Huerta y Castán inferían esta utilidad).
Resulta más sugestiva una explicación
litúrgica, en relación con el ciclo de Semana Santa (el ceremonial de la
Adoración de la Cruz del Viernes Santo, conmemorando los correspondientes
pasajes de Depositio, Elevatio y Visitatio Sepulchri), pues semejantes cámaras
–en ámbitos carolingios como la colegiata de Essen– hacían referencia al Santo
Entierro de Cristo, cuando esculturas o reliquias permanecían aisladas en
cámaras elevadas desde el Viernes Santo hasta el día de Resurrección (aluden al
tema MARTÍNEZ DE AGUIRRE, Javier y GIL CORNET, Leopoldo, Torres del Río.
Iglesia del Santo Sepulcro, Pamplona, 2004, pp. 93-98).
Conservamos intacta la lápida de consagración
del edificio, adherida al paño meridional del edículo interior: HEC SACRA
FVNDANTES/ CELESTI SEDE LOCENTVR/ ATQVE SVBERRANTES IN EADEM/ CONSOCIENTUR
DEDICATIO/ ECCL(es)IE BEATI SEPULCRI IDVS/ APRILIS ERA M CC XL VI (Los
fundadores de este lugar sagrado sean llevados a la mansión celeste, y sus
sucesores puestos en la misma que les acompañen. Dedicación de la iglesia del
Santo Sepulcro en el día de los idus de abril [día 13]. Era de 1246). El
Marqués de Lozoya prefería considerar el sustantivo “svberrantes” sinónimo de “gubernantes”,
entendiendo por tales a los notables de una congregación. Hasta hay autores que
aluden a “atque gubrerrantes in eadem consocientur”, traduciéndolo
libérrimamente como “se asocien quienes se extraviaron”.
Conocida por Diego de Colmenares desde antiguo,
incurrió en errores de transcripción y datación solventados posteriormente.
Tenemos pues una fecha irrefutable de dedicación, la tardía de 1208, posterior
con mucho a la de otros célebres templos segovianos como San Juan de los
Caballeros y San Millán.
Pero, con buen criterio, sospechaba Merino que
semejante epígrafe pudo ser trasladado desde otro edificio pues su tipología
pétrea (procedente tal vez de Bernuy o Valseca) no encaja con el resto del
aparejo del edificio –que se labró en material procedente de las canteras
cercanas– y aparece instalada en el hueco dejado por un ventanal ciego y no
empotrada directamente sobre la caja muraria.
Los capiteles del interior resultan sumamente
simples, emulando modelos familiares a los de muchas abadías cistercienses, por
más que Lampérez no apreciara rasgos bernardos en el templo. Son piezas
vegetales ornadas con sencillos acantos carnosos, algunos de tímidas pencas y
bolas. Las basas áticas del edículo inferior presentan escocia superior, en
algún caso sogueada, erosionados toros con arquillos entrecruzados, sogueados y
series de triángulos incisos o perlados, además de garras en las esquinas.
Preside la mesa del altar mayor de la cabecera
un Cristo crucificado del siglo XIII tallado en madera policromada cuyos pies
sujeta un único clavo (aseguraba San Cristóbal haber sido comprado a un
anticuario tras la restauración del retablo mayor en 1951). La imagen apoya
sobre una basa tardorrománica ornada con doble sogueado en el toro, clavos en
su escocia y contario en el podium.
Un esquema ornamental muy próximo a alguna de
las basas del edículo. No parece pieza exenta, sino tallada para adosar, aunque
sus dimensiones –58 cm de longitud x 38 cm de anchura– no coinciden ni con las
del interior del templo ni con las de las portadas. ¿Pudo formar parte de un
desaparecido atrio o de alguna construcción aledaña? Es una hipótesis que no
podemos contrastar, por más que quede constancia documental de la existencia de
un pórtico frente a la portada meridional –muy reparado en 1592– que dejó
huellas en el cuerpo bajo de la torre. El hallazgo de un cliché fotográfico en
el Archivo de Benito de Frutos documentando esta basa conservada en la Vera
Cruz nos ha permitido confirmar su procedencia original en la ermita de San
Medel de Bernuy de Porreros.
Aparecen magullados restos de pinturas murales
con un Cristo atado a la columna y un San Cristobalón de cronología moderna
–siglos XVI o XVII– en el lienzo de acceso a la capilla del lignum crucis.
Cabello infería que los restos más antiguos podían representar una comitiva de
nobles uno de los cuales porta una cruz (tal vez el emperador Heraclio durante
la fiesta de la Exaltación de la Cruz del 14 de septiembre), aunque no podemos
corroborarlo.
Se presentan otros dos deteriorados plafones
pintados cuadrangulares de finales del siglo XV en el ábside mayor, tal vez
correspondiendo a sendos evangelistas o profetas con filacterias, además de un
par de fragmentos de la Santa Cena –también en la capilla del evangelio–
(proceden de la entrada a la capilla de la torre del lignum crucis) y una
posible donante vestida a la usanza morisca trasladados a lienzo en el tramo
del presbiterio de la capilla de la epístola (se ha hablado de una infundada
participación del Maestro de Contreras). Las pinturas aparecieron tras la
limpieza de paramentos efectuada durante la restauración de Cabello en 1947-48
y fueron restauradas por César Prieto.
Situada
en los bajos de la torre e incorporada a la primitiva construcción en las
primeras décadas del siglo XVI. El retablo-reliquia del Lignum Crucis sigue el
gótico de Juan Guas, cuya ejecución, si aceptamos la fecha de 1520,
pertenecería a un discípulo del maestro hispanoflamenco.
El muro oriental de la capilla lateral,
instalada en coincidencia con el cuerpo bajo de la torre, se engalana con un
excelente retablo pétreo cuajado de tracerías flamígeras y refinadas cardinas,
datado en 1520 –un par de leones sostienen un escudo de armas y otra pareja de
ángeles las arma christi– fue encargado por el comendador Maldonado para
albergar la venerada reliquia del lignum crucis.
Junto a uno de los paños septentrionales se ha
conservado un modesto retablo hispanoflamenco con escenas de la pasión y
resurrección de Cristo, terminado en 1516, cuando era comendador Fray Juan de
Ávila, apoya sobre un altar cuyo frente presenta una lauda de pizarra del siglo
XVI. En origen, este retablo debió presidir el altar mayor, aunque no pareció
convencer mucho a Bosarte cuyo arte calificaba entonces (1804) “de suma
imbecilidad”. Fue restaurado por Francisco Núñez Losada en la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando en 1951, a expensas de la orden de Malta,
salvándolo de las tremendas goteras y las deyecciones de los vencejos que
lamentablemente lo habían embadurnado.
Frente al ábside mayor y el de la epístola, el
pavimento mantiene las graníticas laudas funerarias de diversos particulares de
Zamarramala (Tobar, Crespo, Espirdo, Andrés, Luengo, Bermejo, Pablos, Ondero,
Mesonero, Maroto, Paradinas, de la Guerra o Moreno) que datan del siglo XVII.
En cuanto al ábside de la Epístola, cuenta
con un altar con una imagen románica de la Virgen de la Paz, advocación de la
iglesia desde que en 1692 dejara de ser parroquia de Zamarramala, sobre un
pequeño pedestal con el escudo de la Orden de Malta. En el suelo hay dos
lápidas sepulcrales del siglo XVII.
En el acceso al absidiolo de la epístola se ha
instalado una superviviente estela funeraria discoidal –con su correspondiente
vástago– de cronología medieval y considerables proporciones ornada con una
simple cruz latina. En el mismo acceso desde la portada meridional apreciamos
una aguabenditera sobre una basa del siglo XIII que parece retallada en época
moderna, junto a fragmentos de una cubierta de sarcófago de incierta cronología
medieval.
El ábside del Evangelio forma
la Capilla del Sagrario, con un sagrario de plata y una copia de una
imagen de San Juan Bautista, patrón de la Orden de Malta, cuyo original se
encuentra en la sede de la Orden en Madrid. A la izquierda está la puerta de
ladrillo de la sacristía, construida en el siglo XV con forma también absidial
y bóveda de cascarón.
Portada
La portada habitual de acceso se corresponde
con la meridional, es de medio punto y cuenta con triple arquivolta, un par
baquetonadas y otra lisa (se aprecian aquí marcas diagonales de colocación) y
chambrana abilletada que arranca de un cimacio nacelado. A cada lado surgen dos
columnas acodilladas entre una jambilla abocelada que apoyan sobre podium,
maltrechas basas y rematan en capiteles figurados (a la derecha acoda una cesta
con arpías afrontadas cuya esquina encastillada apoya sobre una microcolumnilla
con capitel vegetal y otra de acantos ramificados; a la izquierda un capitel
con dos personajes que asoman sobre hojas de acanto y parecen portar una
especie de huso en su mano junto a las tres esquinas encastilladas como en el
capitel del lado derecho y otra más de acantos trepanados).
Sobre la misma chambrana se empotró un
bajorrelieve tardorrománico muy deteriorado en el que podemos adivinar la
escena de las Marías ante el sepulcro vacío de Cristo. En una de las dovelas de
la arquivolta lisa de la portada meridional advertimos la presencia de una
inscripción apenas legible a causa de la erosión pero que Quadrado transcribía
como: HIC JACET DION. A(...), OBIIT VII FEBRARII SUB Q. CLAVE TENET
FERETRUM. ERA MCCLXXXVII [año 1249] y el marqués de Lozoya como: HIC IACET
ALON(sus) H/ [...] NAVAIO OBIIT VIII/ [...] FEBRARI SOB O/ ECLE [...] XIII E/ E
M CE LXXX VII, perfectamente congruente con la inmediata escena del
bajorrelieve superior.
Más allá de las preferencias del finado, una
escena similar –con las Marías ante el sepulcro– sale a relucir en un capitel
del interior del templo navarro de Torres del Río y el tímpano figurativo del
interior de San Justo de Segovia, cuya topografía templaria no imitó en
absoluto la rotonda de la anástasis.
En San Justo se venera además al Cristo de los
Gascones, imagen yacente articulada que participaba en el parateatral ritual de
la Pasión, suspendida desde la bóveda del presbiterio durante la Semana Santa
(cf. AZCÁRATE LUXÁN, Matilde, Las pinturas murales de las iglesias de San Justo
y San Clemente de Segovia, Segovia, 2002, pp. 27 y 103-104).
En el acceso a la capilla advocada al Santo
Sepulcro, sita en el piso bajo de la torre del mismo templo de San Justo,
aunque incluyendo aquí un pasaje de la historia de Santa Elena, madre del
emperador Constantino, responsable de favorecer la construcción del templo con
la rotonda de la anástasis circundando el Santo Sepulcro de Jerusalén. Elena,
tras reconocer el auténtico lignum crucis con la ayuda del judío Judas, futuro
obispo de Jerusalén con el nombre de Ciriaco (Pasionario Hispánico), ordenaba
custodiar la venerable reliquia en el interior de un relicario de oro y gemas.
Carrero consideraba que en el tímpano de San
Justo se verificaba una excepcional síntesis iconográfica de dos escenas (la
visita de las Marías al sepulcro y la representación del rico relicario
auspiciado por Elena tras el hallazgo de la lignum crucis que fue depositado
ante el Santo Sepulcro, representado en San Justo como un altar provisto de
cruz relicario y cubierto con baldaquino).
Resulta curioso que en las pinturas
supervivientes del ábside de San Justo, junto a la maiestas de la cuenca
absidal, la Crucifixión y el Descendimiento (hemiciclo), aparezca un ciclo de
la Pasión, representándose en el muro presbiterial una Santa Cena del siglo
XIII. La misma escena de la que tenemos menguados testimonios pictóricos
–aunque daten ya del siglo XV– en el acceso a la capilla del lignum crucis de
la Vera Cruz. Sin duda, son pistas que nos ilustran sobre la celebración de
ceremonias que asumían la representación de dramas litúrgicos –incluyendo el
pasaje de la visitatio sepulchri– durante la Semana Santa (sobre la Vera Cruz
tenemos noticias tardías, de finales del siglo XVI, informando de la erección
de un monumento el día de Jueves Santo).
La portada occidental, que salva el desnivel
hacia el camino de Zamarramala mediante cuatro escalones, cuenta con triple
arquivolta de chevrons y una deteriorada chambrana abilletada que apoya sobre
cimacio decorado con acantos. A cada lado se disponen tres capiteles con
motivos de arpías de alas explayadas, aves afrontadas, dos personajes
flanqueando una máscara, guerreros combatiendo junto a leones y otros seres de
aspecto demoniaco doblegando a una víctima. Las tres columnillas de cada lado,
junto al intradós baquetonado, parten de un destrozado podium abocelado y
maltrechas basas áticas de altos toros sobre plintos cajeados apenas visibles
por efecto de la sañuda erosión.
La portada dispone además gruesas mochetas
graníticas y un tímpano liso, sobre éste se pintó una cruz patriarcal con dos
traviesas (para algunos remite a la orden de Malta), en las enjutas se
conservan esgrafiadas sendas cruces patadas de Malta. Por encima corre un
tejaroz con destrozado alero ornado con hojas de aro y deteriorados canecillos
entre los que se adivinan acantos, un bóvido, aves, máscaras antropomórficas y
un probable exhibicionista. Pautando los canes se disponen placas pétreas
cuadrangulares a modo de metopas en las que se advierten motivos de rosetas y
flores cuadripétalas muy deterioradas. Hacia el interior de la misma portada
occidental se aprecian algunas piezas molduradas reaprovechadas entre el
aparejo románico del paño correspondiente. Sobre ambas portadas se abren vanos
de medio punto (baquetonado el occidental).
Concluía Ruiz Montejo afirmando que la Vera
Cruz es un templo-relicario vinculado a la anástasis o la cúpula de la Roca –o
de Omar, alzada por el califa Abd al-Malik para rivalizar con el Santo Sepulcro
de los cristianos– de Jerusalén, inclinándose por la orden del Santo Sepulcro
como responsable de su construcción, aunque en realidad, cualquier orden
militar pudo haber sido su comitente.
Para Merino, la Vera Cruz compendiaba las
tipologías de la anástasis –el santuario de la tumba de Cristo definido por
Piva como verdadero “juego de cajas chinas”– y el martyrium constantiniano
(vid. FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Etelvina, “Estructura y simbolismo de la capilla
palatina y otros lugares de peregrinación: los ejemplos asturianos de la Cámara
Santa y las ermitas del Monsacro”, en Las peregrinaciones a Santiago de
Compostela y San Salvador de Oviedo en la Edad Media, Oviedo, 1990, pp.
337-338), integrando una planta de tres naves y otra centralizada dodecagonal
en referencia al Santo Sepulcro de Jerusalén (vid. además BRESC-BAUTIER,
Geneviève, “Les imitations du Saint-Sepulcre de Jerusalem (IX-XV siècles).
Archéologie d’une dévotion”, Révue d’Histoire de la Spiritualité, 50
(1974), pp. 319- 342; DAVID, Massimiliano “El Santo Sepulcro de Jerusalén:
génesis y metamorfosis de un modelo”, en El arte en el Mediterráneo en la
época de las cruzadas, ed. de Roberto Cassanelli, Barcelona, 2001, pp. 85-92),
simbolizando el edículo la tumba de Cristo y la capilla superior la anástasis
de la resurrección.
La Vera Cruz es un edificio único que carece de
émulos directos en la arquitectura medieval pues ninguna otra construcción
repite la estructura de rotonda con deambulatorio simple y edículo central a
dos niveles, a lo sumo se dan espacios centralizados (Laon, Metz, Montmorillon,
Saint-Clair d’Aiguilhe en Puy, Montmajour, Eunate, Torres del Río y San Marcos
de Salamanca), edificios con deambulatorio simple en un solo nivel (San Pedro
de Consavia en Asti, Santo Stefano de Bolonia, Tomar, Cambridge, Norhampton,
iglesias del temple de París y Londres), en dos o más niveles (capilla palatina
de Aquisgrán, baptisterio de Pisa, Santo Tomás in Lémine en Almenno San
Salvatore, San Lorenzo de Mantua, San Miguel de Fulda y Neuvy) o con doble
deambulatorio (Santo Stefano Rotondo en Roma y San Benigne de Dijon), se
perciben aires, pero de facsímil, ni hablar. Aunque deberemos coincidir con
Piva en que en el concepto de copia se reconocen una pluralidad de modelos
cruzados y “correctos” (o “corruptos”), concebidos como “sucedáneos”
de la tumba-anástasis para quienes –tras la primera cruzada– jamás podrían
peregrinar a Jerusalén. Y las copias pudieron admitir varios destinos
funcionales: mausoleos, contenedores de reliquias, martyria, capillas
funerarias u osarios, santuarios, baptisterios, oratorios privados o capillas
de hospital y de órdenes militares.
El mismo Merino insistía en señalar que la Vera
Cruz se alzó según un pie de 28.78852 cm, ajeno al que por entonces se
utilizaba en Castilla, el dodecágono de su planta parte de cuatro triángulos
equiláteros, empleando compositivamente un sistema ad triangulum secundum
germanicam symetriam que caracterizaba la construcción de época gótica. Ramírez
no dudaba en calificar a la Veracruz –junto a Tomar– como las dos “reconstrucciones”
occidentales más evocativas del templo de Salomón, además, el templo segoviano
debería leerse como nuevo sepulcro de Cristo, suerte de recuperación simbólica
de la Jerusalén real tomada al infiel.
Sin ningún género de dudas ha sido la
historiografía germana la responsable de elaborar los más concienzudos estudios
sobre la Vera Cruz de Segovia. Sutter descartaba un origen templario, abogando
por una fundación –como seguramente ocurrió en Torres del Río– de la orden del
Santo Sepulcro, sintetizando lo esencial del modelo hiero-solimitano, ámbito
idóneo para albergar una reliquia del lignum crucis imitando la roca del
Gólgota instalada sobre la tumba de Adán, figura habitualmente representada a
los pies de la cruz de Cristo en tantas piezas medievales. El feligrés podía
ascender por uno de los tramos de la escalera de acceso occidental, venerar la
santa reliquia, y descender por su gemelo (como debió ocurrir en Jerusalén
hacia el siglo XII).
El altar del edículo superior simbolizaría a un
tiempo el ara crucis y el sepulchrum domini, un mismo lugar para conmemorar el
Gólgota y el Santo Sepulcro: síntesis entre el antiguo y nuevo Adán que
auspician la redención del género humano (algo similar ocurre en la capilla del
Santo Sepulcro de Görlitz, de ca. 1481-1504), resultando las columnas
corintizantes y las basas sobre altos pedestales remedo de lo que algunos
peregrinos comprobaron en el Santo Sepulcro de Jerusalén, como aporta el
testimonio de Jacinthus al hablar de una docena de columnas sobre pedestales
redondos y capiteles dorados y los dibujos de Cornelis de Bruyns (1689) y Horn
(1724). Allí pudo representarse la depositium in sepulchrum posterior a la
adoratio crucis del Viernes Santo.
Para Sutter, los cuatro accesos para la planta
baja del edículo, la considerada capilla de Adán, harían referencia a los
cuatro puntos cardinales del mundo, creado bajo la omnipresencia de la
inmediata bóveda celeste. Insiste además en la importancia de la mística de la
luz, resaltando que los ocho vanos del edículo superior remachan su referente
de Tierra Santa –como debió ocurrir en la Jerusalemskerk de Brujas–, aunque
enfatizados con velas, pudiendo el fiel contemplar la reliquia desde el
ventanal oriental abierto hacia el deambulatorio.
Monasterio cisterciense de Santa María y
San Vicente el Real
El monasterio de monjas cistercienses de Santa
María y de San Vicente está situado extramuros de la ciudad, en el valle del
río Eresma, sobre la pendiente ladera de la ribera derecha y junto al camino
viejo de Bernuy, valle que ha sido históricamente asiento de comunidades
monásticas y conventuales. Muy cerca y aguas abajo los premostratenses (1144),
hoy en ruinas, y los jerónimos (1447), y más allá, en La Fuencisla, los
trinitarios (1210), hoy convento de carmelitas descalzos de San Juan de la
Cruz. En la orilla opuesta y casi enfrente, Santo Domingo de Guzmán fundaba en
1218 la primera casa de dominicos en España.
El farallón calizo que corona la ladera le
defiende de los rigores del invierno, y los manantiales que brotan en las
cercanías, y han sido sabiamente encauzados hacia el monasterio, le proveen de
agua para los usos domésticos, al tiempo que la cacera del río riega las
huertas.
La primera fundación de los monjes de San
Bernardo en Segovia fue la de Sacramenia, hacia 1142, seguida de la de Santa
María de la Sierra (Sotosalbos), ambas masculinas y cuyas casas pasaron a raíz
de la desamortización a manos privadas. De la primera se conserva la iglesia y
parte de las dependencias monacales, de la segunda la iglesia en ruinas. San
Vicente es la tercera fundación y aún permanece habitado por la comunidad
cisterciense.
No es conocida, con exactitud, la fecha de
fundación de este cenobio, que la tradición considera el veterano de entre los
de la ciudad, al menos por lo que a congregaciones femeninas se refiere. El
primer escritor local que escribe sobre San Vicente es Garci Ruiz de Castro
(1551), si bien son parcas las noticias. Poco más añade Colmenares (1637),
quien dice ser “antiquísimo” y que junto a él está la ermita de San
Valero. La mención a esta ermita es extraña, ya que al presente no queda ni
huella, ni recuerdo, ni noticia de la misma. No sabemos si con anterioridad a
la renovación de la iglesia existió el letrero, rehecho en 1676, en que se
afirma que en el 919 se habría levantado un monasterio femenino sobre el solar
de un templo romano dedicado a Júpiter y destruido por un incendio. De ser así,
Colmenares no haría sino repetir la tradición. Ahora bien, en dicha inscripción
se afirma que a instancias de Alfonso VII el Emperador, la comunidad
benedictina adoptó el hábito de Cister, lo que sí coincide con la realidad
histórica, hecho que se sitúa en torno a 1156.
En el archivo del monasterio, cuidadosamente
conservado por la comunidad, se guarda parte de la documentación que, en otro
tiempo, debió de ser numerosa, y entre ella una serie de privilegios reales. El
29 de marzo de 1211, Alfonso VIII le otorgaba un privilegio de amparo, que es
conocido por la confirmación de Fernando III (1235). En octubre de 1256,
Alfonso X el Sabio, gran favorecedor del monasterio, les aumentaba las tierras
de labor. El privilegio, en que por cierto se nombra a la primera abadesa de nombre
conocido, María Jiménez, fue confirmado por los sucesivos monarcas. Siguen toda
una serie de privilegios y exenciones, entre los que cabe destacar los de
Alfonso XI de 1321 y de 1345, Enrique IV (1455), Isabel la Católica (1476),
Felipe II (1562) y Felipe III (1599).
Ya en 1285 consta la existencia de un altar
dedicado a Santa María y San Vicente. A principios del siglo XIV, durante el
abadiato de doña Urraca López y en fecha anterior a 1337, tuvo lugar el primer
incendio, que debió de arrasar el edificio románico, salvo parte de la iglesia,
en concreto la cabecera. Otro habría de acaecer en 1616- 1617, incendio que
supuso la renovación de toda la casa en el estilo por entonces en boga, el
barroco, con bóvedas de ladrillo, enfoscadas y ligeramente decoradas. Esta obra
fue realizada por el más famoso arquitecto de la ciudad, Pedro de Brizuela,
quien la debió de finalizar en 1619, según consta en la bóveda del claustro.
Desde entonces a nuestros días las obras han sido de reparos y adecuación a las
necesidades que los cambios del tiempo imponen, como las numerosas celdas, a
modo de apartamentos, dispuestas sin orden ni concierto, preparadas para las
monjas de alcurnia, pues San Vicente era un monasterio notable.
San Vicente es pues el resultado de tres
grandes campañas constructivas: el edificio románico, el que le sustituyó a
raíz del incendio del XIV y la reforma de Pedro de Brizuela. Es, en suma, un
palimpsesto, tan curioso pintoresco como difícil de desentrañar. A ello hemos
de añadir las grandes diferencias de cotas entre los lados norte y sur al estar
en una fuerte pendiente. Al margen de la problemática fecha del 919, no hay
duda de que existió el monasterio románico, hoy terraplenado y subsumido en
estructuras posteriores, con una iglesia al Sur y claustro al Norte.
Precisamente en el claustro, y en la pared de la iglesia, queda embutida una
dovela, con flor de cinco pétalos inscrita en una circunferencia, pintada de
azul y rojo. El motivo es recurrente en el románico en Segovia, pero la talla
es más burda y con aspecto más antiguo. Así mismo en el claustro, y cubierto
por una trampilla, quedan la clave y dovelas de una portada o ventana.
El resto está soterrado, prueba evidente del
recrecimiento en altura del actual claustro de los siglos XV y XVII. Un tercer
elemento románico apareció en la panda de poniente y a ras de suelo. Se trata
de una losa, de regular tamaño, decorada con un arco de medio punto que cobija
otros dos, con los perfiles exornados con diversos motivos. Por lo que se
refiere a la pintura mural que luce en la panda sur, en la pared de la iglesia,
se hace muy difícil la lectura pues fue rehecha en diversos momentos.
Donde el románico se muestra a la vista es en
la iglesia y en la portada de paso al corralón, en que se disponen las
viviendas del capellán y dependientes. Se trata de una portada, de doble rosca
y arquivolta de cuarto de bocel, sobre impostas de medio caveto. Las jambas
externas son de sillería y mampostería, muy alteradas, y las internas han sido
rehechas por completo no hace mucho, siguiendo el modelo de las de bocel en el
ángulo. En el siglo XVII se introdujo el escudo de Castilla en la clave.
La portada entesta en el ábside. Es éste de
mampostería y a media altura se abre una ventana, también de medio punto. Al
revocarse todo el paramento en el siglo XVII se hizo necesario rebanar la
arquivolta superior, sin embargo quedan huellas de los medios cavetos en que se
resolvían las impostas. En el ángulo que forman las dos roscas hubo columnas,
torpemente sustituidas recientemente por unos fríos fustes. A la izquierda de
la ventana queda parte de la caña que dividía el cilindro absidal, rematada por
un capitel de hojas esquemáticas que se revuelven, a modo de caulículos, en las
esquinas. Sobre el capitel debió apoyar la cornisa, de la que nada queda.
La rareza de esta cabecera radica en la
ausencia de codillo en la parte en que debía levantarse el tramo del
presbiterio –sí lo tiene en cambio al interior–, así como en su exagerada
altura en relación con el ancho. De hecho en el frente sur, cuyo muro se
continúa sin solución de continuidad, como hemos dicho por ausencia de codillo,
se produce un brutal escalonamiento, de unos seis metros, justo a la altura del
muro que divide el ámbito interior en dos espacios. La cabecera estaba
abovedada. Los cambios operados en esta parte –la denominada grada hondona– y
la subdivisión horizontal en celdas y altillos hace difícil establecer su
relación con el presbiterio de la actual iglesia, que también juzgo obra
románica, y en cuyo frente plano se ha dispuesto el retablo barroco.
En principio, pudiera tratarse de un mismo
edificio, sin embargo la elevada altura que alcanza la bóveda de la cabecera
con respecto a la de la iglesia de hoy día sugiere lo contrario, lo que explica
el escalón arriba aludido. Justo donde se produce este salto se abre una
pequeña portada románica de medio punto, que consta de un grueso bocel y rosca,
casi del mismo ancho, y arquivolta de cuarto de bocel. Las impostas de medio
caveto y las jambas debieron adornarse con boceles en los ángulos. La portada,
hoy cegada, sólo podría explicarse como el acceso reservado a los seglares en
aquel punto situado entre el coro de las monjas y el ábside. No obstante,
siguen planteándose serias dudas.
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