Románico en la Sierra de Guadarrama de
Segovia
Características del románico en las
estribaciones de la Sierra de Guadarrama
En esta ruta que parte desde la propia capital
segoviana recorreremos algunas de las poblaciones serranas que se encuentran en
el suroeste de la provincia, en las estribaciones boscosas de la Sierra de
Guadarrama.
Se trata de pequeñas iglesias y emitas,
frecuentemente enclavadas en lugares hermosísimos, rodeados de parajes boscosos
(bosques de Valsaín y Riofrío) cuya arquitectura y escultura se muestran muy
influidos por el románico de la capital. En algunos casos son interesantes sus
portadas al disponer de alguna arquivolta con esculturas talladas de gran valor
iconográfico y simbólico.
En esta sección dedicada a la ruta románica por
la Sierra de Guadarrama de Segovia, visitaremos las ermitas de San Pedro
de la Losa y Nuestra Señora del Soto de Riofrío, en Revenga además de
las iglesias parroquiales de Navas de Riofrío y Zarzuela del
Monte.
Revenga
Localidad muy cercana a Segovia y perteneciente
al Ayuntamiento de ésta última, se encuentra enclavada en las proximidades del
macizo montañoso conocido como “La Mujer Muerta” a tan sólo 7 km de la
capital provincial.
Históricamente pocos datos conocemos sobre el
pasado remoto de la localidad.
Perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de
Segovia, estando enclavada en el sexmo de San Millán. En el documento de 1247
en el que el Cardenal Gil de Torres confirma las rentas al cabildo catedralicio
Revenga sale citada en dos ocasiones, rentando en una de ellas XI moravedis et
sexma y en la otra XX moravedis et XVIII dineros. Desconocemos cuál de las dos
cantidades puede referirse al actual asentamiento de Revenga pero en cualquier
caso parece claro la existencia de este núcleo de población al menos desde
mediados del siglo XIII.
El topónimo es sin duda traído por gentes
venidas del norte del país durante los primeros momentos de la repoblación.
Existen poblaciones con el mismo nombre en las provincias de Palencia (Revenga
de Campos) y Burgos (Revenga de Muñó).
Ermita de Nuestra Señora del Soto
Poco antes de la entrada al pueblo sale una
carretera estrecha pero bien asfaltada que conduce hacia el palacio y bosque de
Riofrío. Después de recorrer aproximadamente un kilómetro se encuentra esta
pequeña ermita apartada del camino, en un paraje conocido como “Soto de
Revenga” rodeada por un bosque de fresnos en el que pastan tranquilamente
cabezas de ganado.
Su planteamiento constructivo sigue un esquema
bastante estereotipado en las iglesias románicas que se encuentran en pequeños
núcleos rurales: cabecera con presbiterio recto y ábside semicircular y una
sola nave.
En la construcción de la cabecera se emplea
fundamentalmente la mampostería para el alzado de los muros reservándose la
sillería para reforzar los ángulos, y utilizada también en la ventana central y
en la cornisa.
Es llamativa la práctica total ausencia de
decoración de esta parte del edificio en la que tan sólo destaca la ventana,
muy sencilla, formada por un arco de medio punto trasdosado que apoya en
cimacios de nacela y algunos restos de decoración existentes en la parte alta
del presbiterio norte en la que se ven restos de dos canecillos, uno de ellos
de doble caveto, dos metopas formadas por un entrelazo vegetal y un fragmento
de cornisa decorada con pequeñas flores dentro de círculos separadas por
hojitas con forma oval. También en el presbiterio sur es posible que se
realizasen una fila de metopas en los sillares pero actualmente solamente nos
ha quedado la piedra desgastada.
Por lo que se refiere a la nave creemos que su
construcción actual no se corresponde con la fecha de realización de la
cabecera sino que fue hecha posteriormente y se reutilizaron y remontaron las
dos portadas del templo ubicadas en los muros occidental y meridional.
El acceso a la iglesia se realiza, por tanto, a
través de cualquiera de estas dos puertas.
La ubicada en el muro occidental es de pequeño
tamaño formada por un arco de medio punto, cuyo intradós se decora con baquetón
y el extradós con media caña, recogido por cimacios de doble nacela que a su
vez apoyan en jambas prismáticas aboceladas. La chambrana que protege el
conjunto está igualmente decorada con un delgado bocel.
La puerta que constituye el acceso principal al
templo está ubicada en la parte sur, remontada, adelantada respecto al muro y
construida en buena sillería. Está compuesta por un arco de medio punto apoyado
en jambas prismáticas aboceladas y decorado con dos arquivoltas.
Las dovelas que forman parte del arco de
entrada están decoradas con flores de aro, motivo repetido en la iglesia de La
Higuera, de grueso tallo que se bifurca dando lugar a una forma acorazonada en
la que se inserta el fruto, a excepción de la clave en la que se talla una
Dextera Domini.
En el extradós del arco se esculpe una cenefa
de estrellitas de cuatro puntas y una cinta vegetal que las envuelve formando
círculos.
La arquivolta interna lleva un grueso baquetón
y la sostienen dos pequeñas columnas elevadas sobre plinto muy desgastado.
Los capiteles que coronan estas columnas
también han sufrido las consecuencias del paso del tiempo ya que en uno de
ellos apenas se puede distinguir la escena tallada mientras que el otro ha sido
sustituido por una pieza de nueva factura.
La arquivolta exterior presenta, en cambio, una
mayor riqueza decorativa al abundar la variedad de motivos: en los salmeres y
en las dovelas inmediatamente superiores se tallan grandes florones de cuatro
pétalos; también aparecen una pareja de aves con los picos enfrentados o una
cigüeña con una serpiente enredada en su pico así como varias escenas
costumbristas en las que figuras humanas, solas o en parejas, parecen estar
desarrollando diferentes actividades de la vida cotidiana sin ser posible
precisar más al estar la piedra muy deteriorada.
El interior del templo destaca sobre todo por
su sencillez. La nave, cubierta por una armadura lisa de madera, da paso a la
cabecera a través de un arco triunfal de medio punto doblado cuya rosca externa
apoya en pilar y la interna en columnas adosadas sobre alto plinto con
capiteles decorados: en el del lado del evangelio se representan cuatro grifos,
dos en la cara central y uno en cada lateral de la cesta, los cuatro en la
misma postura elevados sobre los cuartos traseros y con los cuartos delanteros
asiendo pequeños cuadrúpedos y el cuello girado picoteando la parte superior de
las alas; además los grifos de la escena central tienen sus colas enroscadas.
En el lado de la epístola el capitel presenta
una escena con una figura masculina entre dos leones. La figura situada en la
parte central bendice con la mano diestra y porta báculo con la izquierda.
Lleva el cabello cortado a la altura de las orejas y viste una gruesa túnica y
pesado manto. Los leones tienen una larga melena en forma de bucles que se
extiende sobre la cabeza y el lomo, fauces abiertas, mirada levantada y apoyan
sus garras en el collarino del capitel. Su talla y fisionomía es relacionable
con los leones del arco triunfal de la ermita de Nuestra Señora de la Octava en
Peñasrubias de Pirón.
El presbiterio, cubierto con bóveda de cañón,
se divide en dos tramos por un arco fajón recogido por dos columnas adosadas al
muro coronadas por dos capiteles labrados. En el capitel del lado del evangelio
se esculpe una lucha entre caballeros finamente labrada; ambas figuras llevan
la misma indumentaria compuesta por cota de malla a la altura de las rodillas,
casco, y escudos de tipo cometa. El caballero de la izquierda porta una larga
lanza que atraviesa el escudo y el costado izquierdo del otro, el cual intenta
golpear al primero con una espada que blande en la mano derecha. Normalmente,
en la iconografía medieval, este tipo de luchas suelen tener un fondo religioso
identificándose el combate entre los caballeros como la lucha del cristianismo
contra el paganismo o generalizando la lucha del Bien contra el Mal.
Acompañan a esta escena dos enigmáticas figuras
cuyo significado es difícil de precisar: en un lateral una figura masculina con
pelo largo que vista túnica hasta las rodillas y porta un carnero a sus
espaldas agarrándolo por las patas delanteras. Este personaje masculino aparece
sosteniendo el mismo animal en un capitel con una escena ecuestre que se
encuentra en la sala capitular del Monasterio de Santa Cruz de Ribas en Ribas
de Campos, provincia de Palencia.
En el otro lateral se representa una figura
femenina con nimbo, túnica y capa, parte de la cual agarra con la mano derecha.
El otro capitel del presbiterio, el del lado de la epístola, tiene talladas
cuatro arpías con curioso tocado de melena partida al medio; las dos arpías de
las caras laterales se separan del centro mediante piñas tallas en las esquinas
de la cesta, mientas que la pareja de la cara central tienen en el medio de las
dos una gruesa hoja de acanto rematada con un fruto en forma de cogollo. Ambos
capiteles tienen un cimacio de nacela que acaba prolongándose como línea de
imposta por el presbiterio y por el ábside. Dicho ábside está cubierto con
bóveda de horno y en la parte central se abre una ventana abocinada
interiormente con forma de arco de medio punto que carece de decoración.
En definitiva, la ermita de Nuestra Señora del
Soto es un pequeño templo perteneciente a ese románico rural que en Segovia
presenta una cronología tardía, principios del siglo XIII. Por otra parte
presenta también ciertas similitudes con otras iglesias de la zona: en cuanto a
su volumetría exterior se relaciona con la ermita de San Pedro de La Losa
mientras que su escultura tiene cierta relación con las tallas que se hacen en
la iglesia parroquial de La Higuera o en la pequeña ermita de Nuestra Señora de
la Octava en Peñasrubias de Pirón.
La Losa
El antiguo despoblado de San Pedro estaba
situado próximo a la localidad de La Losa, de la que más tarde pasó a
convertirse en barrio; esta última localidad se distancia 16 km de la capital
segoviana, en dirección sur, por el antiguo camino de El Espinar. Su ubicación
en las faldas de la Sierra de Guadarrama, con una altitud de alrededor de mil
metros, y la presencia de corrientes de agua como el río Milanillos han hecho
que tradicionalmente se conozcan estos parajes por sus masas boscosas y sus
pastos, factores que han favorecido el desarrollo ganadero, como ya recoge
Martínez Moro para el siglo XVI. En relación en cierta manera con estas
características estaría, según Siguero Llorente, su nombre, que haría
referencia al empleo de trampas para atrapar la abundante caza que habitaba su
término.
Como San Peydro de la Losa aparece recogida su
presencia en el documento de 1247, en el cual quedaban referidas todas las
parroquias de la diócesis, incluyéndose en la comunidad de Segovia y más
concretamente en el sexmo de San Millán.
Ermita de San Pedro
La iglesia del antiguo poblado de San Pedro de
La Losa, hoy convertida en ermita incluida en el término de La Losa, conserva
en bastante buen estado su estructura y sus componentes; se trata de un templo
de nave única, cuya cabecera está formada por tramo recto y curvo y su nave
presenta mayor altura que aquella. Combina el uso de la mazonería con la
sillería, reservándose esta última para las partes más relevantes, ya sea por
estructura ya por ornamentación.
Al exterior, el tramo recto presenta un aspecto
tan humilde como homogéneo, con una fábrica de calicanto entre refuerzos de
sillería y con una cornisa de piedra, moldurada, sostenida por canecillos de
caveto, como única licencia decorativa.
El tramo curvo sin embargo luce una mayor
riqueza constructiva, tanto por el material –sillería mayoritariamente– como
por la presencia de abundantes motivos ornamentales; se divide en dos cuerpos,
separados por una imposta de listel y doble escocia, y tres calles organizadas
por dos semicolumnas que le recorren en toda su altura, y cuenta con un vano en
cada tramo del cuerpo bajo.
Estos, todos ellos de similares dimensiones y
composición, se singularizan por la ornamentación de los capiteles de sus
columnas; se habla por tanto de vanos de ligero apuntamiento, con arco
abocelado que apea en columnas de achaparrado canon.
A modo de segunda arquivolta se dispone otro
arco trasdosado por una chambrana de listel y chaflán que arranca desde la
imposta con perfil de filete y caveto.
Es la decoración de los capiteles, como ya se
ha indicado, la que distingue e individualiza cada vano; en el más meridional,
sobre columnas de basa ática, breve fuste liso y marcado collarino, se
distinguen dos cabezas humanas, masculina y femenina, que hoy se encuentran muy
deterioradas. En el vano central, también seriamente dañado, se aprecia a la
izquierda una escena de lucha de guerreros luciendo cota de malla, posiblemente
frente a demonios, y, a la derecha, dos parejas de grifos dispuestos simétricamente
y tallados en profundo bisel.
La ventana más septentrional es la que peor
conserva su escultura, siendo más complicado identificar los motivos que la
ornamentan, quizá una pareja de leones, a la izquierda, y otra de arpías, a la
derecha.
Conserva este templo portada a ambos lados de
la caja, siendo más rica la correspondiente al costado septentrional; la
meridional se dispone en saledizo en el espacio generado por dos contrafuertes,
todo ello de sillería. Se compone de un arco doblado de medio punto, sin
ornamentar y con arista viva, al que trasdosa un guardapolvo de tacos. Apea
este arco en jambas, sin capiteles, pero con unas piezas dispuestas a modo de
cimacio, que lucen ornamentación de flores tetrapétalas, de marcados nervios
paralelos a su perfil, inscritas en círculos cóncavos, que generan pequeñas
volutas en los espacios dispuestos entre ellos.
El resto del paramento en que se encuentra
situada esta portada está realizado en cajones de mampostería, salvo las
esquinas y el remate de la cornisa, ambos en sillería; esta cornisa presenta un
perfil de nacela y está sostenida por toda una serie de canecillos, la mayoría
de ellos de caveto, entre los que se distingue un grupo con decoración tallada
aunque mal conservada. De esta manera se puede distinguir una cabeza humana,
otra monstruosa, hojas de punta vuelta, una sirena pájaro o representaciones de
cuadrúpedos, liebres posiblemente.
Al lado contrario sitúa otra portada, quizá
mejor conservada, como el muro en general en que se sitúa; con forma de arco de
medio punto compuesto por tres arquivoltas, dos de arista viva y la intermedia
con un grueso bocel, este conjunto se dispone en saledizo, rematando en la
parte superior en una cornisa abiselada sostenida por ornados canes. Los arcos
debían apear en jambas y columnas acodilladas, pero estas últimas se han
perdido, así como sus capiteles, que aparecen hoy destrozados e irreconocibles,
siendo trasdosado el conjunto por una chambrana de listel y nacela sin
ornamentar, al igual que tampoco lo está la imposta situada en el arranque del
arco, esta con perfil de filete y chaflán.
Entre la serie de nueve canecillos con que
cuenta esta portada hay que señalar la presencia, de izquierda a derecha, de
una cabeza animal, un ave, otra cabeza animal, otra ave, una figura femenina
vestida y de vientre abultado, una serpiente, una mujer mostrando sus
vergüenzas, una figura masculina de desproporcionado falo y finalizando en una
cabeza de toro.
La cornisa que remata este muro, moldurada de
igual modo que la cabecera, también cuenta con un conjunto de canecillos, en
los que la mayoría son de caveto; sin embargo presenta otros con motivos
esculpidos cuyo estado de conservación es irregular. De este modo, se
distinguen cabezas de monstruos, hojas de penca con punta vuelta, cabezas y
figuras humanas, aves y seres híbridos. El exterior se completa con un muro
occidental cegado salvo por la presencia de un rosetón en la parte superior;
este se compone de un vano circular doblado, con perfil abocelado, rodeando
este bocel por ambas caras un cordón de puntas de clavo.
El interior de este templo, a pesar de su ya
largo periodo cerrado al culto, se conserva admirablemente intacto, siendo uno
de esos ejemplos donde mejor se puede apreciar la concepción de este tipo de
espacios. Se compone de una nave de tres tramos cubierta con bóveda ligeramente
apuntada y una cabecera de tramo recto y curvo; en la nave, dos sencillos
fajones de sillería que arrancan de ménsulas cúbicas organizan los tramos,
careciendo aparentemente de función tectónica, al estar construida la bóveda a
partir de mampostería encofrada.
Con esta misma técnica está realizado el muro
occidental, salvo el óculo abierto en su parte superior, que repite la
composición vista al exterior estando aquí mejor conservado, especialmente la
chambrana de bisel y chaflán. Los muros de caja por su parte, están realizados
en técnica mixta, combinando la mampostería con la sillería, estando
organizados de manera idéntica y simétrica; así los tramos de los extremos
acogen arcos ciegos de medio punto que rematan en la parte superior a la altura
de la imposta de arranque de la bóveda, mientras que los centrales, donde se
sitúan los vanos de las puertas, son enteramente de sillería, presentando unos
meritorios arcos adintelados en los espacios correspondientes a los vanos.
A partir de un arco triunfal doblado y
apuntado, se accede a un presbiterio compuesto de tramo recto y curvo
organizados por un codillo y fajón también apuntado; las bóvedas, del mismo
material que las de la nave, son de cañón y de horno, arrancando de una imposta
de doble moldura cóncava. Conserva el presbiterio el banco corrido, con moldura
de bocel, a lo largo de toda su longitud, elemento que era habitual en los
templos para la celebración colectiva y que tantas veces se ha visto
fragmentado o simplemente eliminado.
Al interior, los tres vanos vistos fuera
cambian su perfil presentando ahora uno de medio punto, pero su composición y
proporciones son muy similares; un doble arco doblado, el interior abocelado,
que apea en jambas y columnas de corto canon, es trasdosado por un guardapolvo
con perfil de listel y chaflán, mismo perfil que luce la imposta que marca su
arranque. La decoración vuelve a centrarse en los capiteles, estando estos un
tanto deteriorados; en el vano situado más al norte, uno de ellos llena su
cesta con hojas lisas muy esquematizadas que rematan en volutas, mientras que
frente a él, lo hace con una pareja de arpías. Los del vano central representan
ambos motivos vegetales, uno con tallos entrelazados llenando la copa y otro
con dos niveles de carnosas hojas lisas de punta vuelta; repite este motivo
vegetal el capitel de la izquierda del vano más meridional, luciendo aquí las
hojas perfil apetalado. Por su parte, en el último de los capiteles, se
encuentra una pareja de híbridos, que parecen ser centauros, con fondo de hojas
rematadas en crochets. Este último vano es el único que cuenta con cimacios
ornamentados, ya que el resto son sencillas molduras de listel y caveto; aquí
sin embargo, con perfil de filete y bisel, se decora con diversidad de tallos
generando clípeos.
Los elementos decorativos de este antiguo
templo se completan con los capiteles del arco triunfal y unas ménsulas en las
que apean los arcos ciegos en su parte más próxima al presbiterio; estos
últimos elementos son de reducidas dimensiones y se ornamentan con hojas
carnosas y lisas bajo un cimacio de listel y caveto. El capitel septentrional
por su parte presenta en su cara mayor una lucha entre jinetes ataviados con
cota de malla, celada y armados con lanzas, llenando las menores una
sirena-pájaro y lo que parecer ser un basilisco; el meridional por su parte
presenta una sirena de doble cola, con marcadas escamas, melena cayendo en
mechones simétricos tapando los pechos, rostro apenas caracterizado y brazos
abiertos, en su cara central, mientras que ocupando las menores aparecen un
centauro armado con arco y un personaje vestido con cota de malla a lomos de un
grifo al que parece estar infringiendo un duro castigo; este breve repertorio
parece aludir a la lucha frente a las pasiones como camino de salvación.
No debe alejarse mucho la datación de este
templo del tercer cuarto del siglo XIII. Antes de concluir, permítaseme la
pequeña licencia de manifestar un deseo: esta iglesia, hoy considerada ermita,
es un testimonio a conservar tal cual está, es un magnífico ejemplo de
arquitectura medieval y gran parte de su valor radica en cómo ha llegado hasta
el día de hoy; justo es agradecer los esfuerzos de sus propietarios porque esto
haya sido así, como justo también sería estar al tanto para facilitarles en lo
posible que así siga siendo, evitando su deterioro bien por causas naturales
bien por desafortunadas intervenciones de pretendidos salva-patrias.
Navas de Riofrío
Localidad próxima a la capital, en dirección
sur, situada en las faldas de la vertiente occidental de la sierra de
Guadarrama. Este emplazamiento, reflejado en su nombre, ha provocado, junto a
la presencia de corrientes como los ríos Frío o Peces, que sus terrenos hayan
sido muy apreciados para la ganadería, mientras que la agricultura se dedicaba
al cultivo del cereal, principalmente. “Pocos pueblos de la provincia de
Segovia aventajan al que me ocupa por su emplazamiento y risueña naturaleza”,
decía el Vizconde de Palazuelos a finales del siglo XIX.
Ha pertenecido al sexmo de San Millán, que era
uno de los ocho que junto a la capital y sus arrabales constituían los terrenos
aquende sierra de la tierra de Segovia; su primera referencia documental, bajo
la denominación de Rio Frio, data de 1247, en el documento elaborado en tiempos
del cardenal Gil de Torres para determinar la cantidad que debían aportar las
distintas parroquias a la estructura diocesana.
En el siglo XVIII pasó a depender de la abadía
de San Ildefonso, que contaba con jurisdicción exenta vere nullius, momento que
se debe vincular a la erección del Real Sitio del mismo nombre que la abadía.
Esta localidad, tradicionalmente conocida como
Las Navillas, se segregó de La Losa en 1985, momento en que constituyó su
propio ayuntamiento.
Iglesia de la Inmaculada Concepción
El aspecto de este templo se caracteriza por
sus reducidas dimensiones y una casi total ausencia ornamental; se trata de una
iglesia de una sola nave construida en mampostería, cabecera recta y torre al
lado sur, a la que añadidos posteriores contribuyeron a acentuar su apariencia
achaparrada, sólo rota por la presencia de la citada torre, compuesta por tres
cuerpos, el inferior de mampostería en consonancia con el resto de la fábrica y
los superiores –separados por sencilla imposta– de sillería. Estos últimos
presentan un estilizado vano de medio punto por cada lado –los del primero de
ellos, cegados– y parecen pertenecer a época moderna. Del exterior hay que
citar también la presencia de una puerta cegada en el muro norte, que
aparentemente resulta de canon muy corto.
Este aspecto un tanto anodino sirve
indudablemente para que la portada meridional cobre una singular importancia;
protegida por un pequeño pórtico, el único acceso que conserva el templo es
pieza relevante por su composición y ornamentación. Un arco doblado de medio
punto apea sobre jambas acodilladas que enmarcan una columna poco esbelta; un
sencillo basamento abocelado sirve de arranque para jambas y columna, ésta
última con basa ática sobre plinto. Es a partir de los capiteles donde la
decoración escultórica se hace más destacada, ornando estas sendas parejas de
aves que se apoyan en el collarino, distinguiéndose las palomas del lado
izquierdo y los gallos en el derecho. Sobre estos capiteles, corre el cimacio
que se prolonga por todo el conjunto luciendo gran profusión de motivos
vegetales (entrelazos, tallos originando clípeos...), trabajado a bisel y con
presencia de trépano.
La arquivolta menor se cubre por una tupida
maraña de tallos entrelazados, formando círculos, trasdosada a su vez por una
moldura abiselada mucho más sencilla y estrecha de hojas de tres pétalos
inscritas en círculos secantes.
Se llega de este modo a la arquivolta exterior,
trasdosada por una chambrana de tacos, compuesta de veinticuatro dovelas todas
decoradas con relieves que hacen pensar en la posible intencionalidad de autor,
hoy un tanto compleja de interpretar. Las dovelas de arranque en ambos lados,
salmeres y contigua, cuentan con decoración de flores hexapétalas inscritas en
círculos secantes, luciendo éstos motivo de puntas de clavo, disponiéndose en
los espacios generados por estos círculos flores tetrapétalas. Las siguientes
veinte dovelas cuentan con un motivo individual cada una, ya vistos y descritos
someramente por el Vizconde de Palazuelos, contando entre ellos con la
presencia de un ciervo alado, una zancuda con rama en el pico, una sirena de
doble cola, representación de la luna y del sol, pareja de hombres con túnica y
manto, un centauro, un reptil enroscado, una figura femenina, otra
representando un obispo, lo que parece una alegoría de la concordia a partir de
tres figuras humanas, distintas aves o un basilisco. Hay además dos imágenes de
difícil identificación; una que el citado autor interpreta como el Sueño de San
José y otra donde aparece un personaje sedente caracterizado de peculiar
manera.
Se hace evidente la restauración sufrida por
esta portada tanto en los restos de pintura que quedaron de su limpieza, lo que
dulcifica mucho la apariencia de su talla, como en las piezas que aparentemente
fueron reemplazadas por otras nuevas, a pesar de que ya existan referencias de
ellas en el siglo XIX.
En la parte superior, una cornisa completa el
conjunto, compuesta de canecillos ornamentados con hojas de penca y modillones,
situándose entre ellos metopas que lucen diferentes motivos vegetales y
variaciones geométricas.
En el interior se presenta muy renovado,
distinguiéndose la única nave de la iglesia, cubierta con armadura de madera,
con coro elevado a los pies y cabecera recta a la que se accede por un arco
triunfal de medio punto que apea en jambas que cuentan con unos perfiles de
nacela como única moldura.
Por los motivos vistos entre los elementos
tallados, parece que la cronología de este templo no debe ser anterior a la
segunda mitad del siglo XIII.
Zarzuela del Monte
Núcleo situado en un bello paraje en las faldas
del Sistema Central, igualmente fue fundado en tiempos de la repoblación,
aunque son pocos los datos históricos que de él se pueden aportar. Tan sólo
aparece mencionada en 1247 en la confirmación que el cardenal Gil de Torres
hace de las rentas del obispado aportando Sarçuela veintisiete maravedís,
cantidad nada despreciable y que indica la existencia de un asentamiento de
tamaño considerable. Perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia,
ubicado dentro del sexmo de San Martín.
La iglesia de San Vicente forma una manzana
algo irregular junto con las dos construcciones adosadas al lado de la epístola
en la zona más elevada del municipio el cual se ha ido expandiendo a lo largo
de la ladera de la colina en la que está enclavada.
Iglesia de San Vicente
San Vicente es el ejemplar del románico de
ladrillo situado más al sur de la provincia de Segovia, en una zona en la que
abunda el granito. Como muchas otras de la zona, esta iglesia ha sufrido varias
remodelaciones desde se origen, siendo la más destacable de todas ellas la
fechada en el siglo XVI, momento en el que se crea la imagen actual de templo
con tres naves de distinta anchura, desarrollo longitudinal y cabecera formada
por presbiterio y ábside semicircular.
Este esquema de ampliación, característico en
la región, se basa en la sustitución de los muros de la nave primitiva por
grandes arcos o con una estructura arquitrabada, abriendo el espacio central a
las nuevas naves laterales. Esta mezcla de estilos ha provocado una gran
diversidad en los elementos estructurales siendo los de origen románico el
conjunto formado por la torre y la cabecera.
En origen la planta sería de una sola nave
coronada por la magnífica cabecera y la torre adosada en la fachada
septentrional. El ábside poligonal, asentado sobre basamento de mampostería,
está constituido por tres cuerpos albergando cada uno de ellos nueve arcos de
medio punto de ladrillo doblados. En el cuerpo central es en el se hallan los
tres vanos que iluminan el interior del edificio. Remata una cornisa de perfil
de gola que se apoya en una serie de canecillos, muchos de los cuales se han
perdido, estando decorados algunos de ellos con una sencilla bola.
El tramo recto presenta a cada lado el mismo
esquema basado en dos arcos ciegos doblados de proporción vertical encuadrados
por un recuadro de ladrillo y sobre él un friso de esquinillas. El remate de la
cornisa se repite, hallando la única diferencia en el tramo norte, en el que
los canecillos soportan una decoración diferente figurando varios animales
(aves y cabeza de carnero) así como un busto humano, que se han conservado
gracias a la existencia de una sacristía que fue derruida en una de las últimas
intervenciones.
La magnífica torre situada en la fachada norte,
de planta cuadrada, está constituida por tres cuerpos separados por simples
impostas que recorren el perímetro completo de la misma. Los dos inferiores son
de mampostería, el primero con líneas de ladrillo dobles que separan las
primeras tapias y contando únicamente con ínfimos vanos que aportan iluminación
a la escalera interior, mientras que el segundo ya sí que posee dos sencillos
arcos situados en los laterales este y oeste. El cuerpo superior de campanas,
elaborado en sillares de caliza, presenta dos arcos en cada frente de una sola
arquivolta, chambrana e imposta nacelada. La cornisa sobre la que descansa la
cubierta de armazón de madera, cuenta con canes sin decoración. Como remate
final de la torre se situó un pequeño campanil barroco sobre el alero oriental.
El interior de dicha torre, más concretamente
en el primer cuerpo, cuenta con la habitual solución del románico de ladrillo
de escalera que recorre los laterales de la misma, embutida en los muros y
cubierta por bóvedas de ladrillo escalonadas.
En ambas fachadas se perciben rasgos evidentes
de la ampliación producida en el siglo XVI. El frente sur, de corto recorrido
debido a la presencia de las construcciones adosadas, conserva piezas de
impostas y sillares de caliza de origen románico, algunos de ellos reutilizados
y recolocados, pero que podrían pertenecer al zócalo de un primitivo atrio del
que hoy nada se sabe. Son singulares los relieves de muchas de estas piezas
tales como relojes de sol, cruces simples y figuras humanas esquemáticas. En el
interior, formando parte de este mismo muro, gracias a la última restauración,
se han descubierto sillares que conservan relieves de idénticas
características. Otro indicio que podría corroborar la existencia de este
pórtico es la presencia de un arco de medio punto cegado situado en el frente
este, sobre el cual se observa la línea de cubierta original y, asimismo, en el
interior de la nave, han sido descubiertas varias losas de caliza que pudieron
formar parte del pavimento original de este espacio.
A lo largo de toda esta fachada se conserva la
cornisa románica de sencillos canes, trasladada de la nave principal al
realizar la ampliación, para mantener la cubierta a dos aguas sin
escalonamientos, ya que, tal y como se ha señalado, la altura original de esta
nave sería inferior a la actual.
El acceso al templo se hace a través de una
sencilla portada de sillería de granito fruto de las intervenciones del siglo
XVI. En el frente norte muestra el origen románico de transición gracias a una
sencilla portada de arco ligeramente apuntado con sencilla imposta y
guardapolvos, a lo que hay que unir la cornisa de canes sin decoración. Todo el
frente fue trasladado hacia el norte como consecuencia de la ampliación del
templo.
Es en el interior en donde queda más destacada
la ampliación del templo. La nave central ha sido ampliada con dos naves
laterales, la del lado de la epístola está sustentada por dos grandes arcos de
granito, mientras que en la del evangelio son dos columnas igualmente de
ladrillo las que sustentan una gran viga base de la cubierta de madera de esta
nave lateral.
Uno de los elementos más destacables de la
iglesia es su admirable artesonado mudéjar, con fina labra y dibujos
geométricos, datado en el siglo XVI que cubre por completo la nave central,
siendo una simple estructura de madera la que actúa como cubrición de las dos
naves laterales.
Separa la nave de la cabecera un espléndido
arco triunfal de medio punto doblado que descansa sobre pilastras de ladrillo
que parten de ménsulas naceladas igualmente formadas por ladrillo repitiendo el
modelo de la imposta, perteneciente al arco, que recorre toda la cabecera. El
arco está enmarcado por alfiz cuyo lado superior se encuentra cubierto por el
artesonado al que se ha hecho referencia anteriormente.
El tramo recto de la cabecera, con cubierta de
cañón y dividido en dos tramos por un arco fajón doble, presenta a cada lado
los típicos arcos ciegos rematados por friso de esquinillas. Mientras que en el
tramo curvo, son tres los vanos abiertos de medio punto doblados con ventana
saetera, y bajo los cuales, recorre todo este espacio un doble friso de las
consabidas esquinillas. La bóveda de horno que cubre el ábside es de ladrillo
visto aunque en origen contaría con la clásica decoración de pinturas murales,
de las cuales queda algún escaso resto en la cubierta del presbiterio.
En el interior de la iglesia se conserva una
imagen románica, posiblemente rescatada de la ermita del Santo Cristo de la
Agonía que se encontraba a las afueras del pueblo, hoy completamente
desaparecida, que representa a la Virgen entronizada con el Niño coronado sobre
su rodilla izquierda mientras éste bendice con la mano derecha y sustenta el
libro sagrado con la contraria. Se trata de una bella talla de madera
policromada del siglo XIII que mantiene su coloración original de tonos azules
para los mantos así como el rojo y dorado para sus túnicas. El rostro de ambas
figuras es ovalado, con ojos almendrados, marcadas cejas y nariz y labios de
perfil recto. Aunque se encuentra en un buen estado de conservación, la mano
derecha de la Virgen fue retallada en su momento para hacer de ella una imagen
con las vestimentas típicas de épocas posteriores.
Románico en Tierras Occidentales de
Segovia
Características del románico en las
Tierras Occidentales de Segovia
El sector occidental de Segovia, amplio
territorio llano de Tierra de Pinares que forma un triángulo
aproximado cuyos vértices son Segovia capital, Villacastín y Coca, es un extenso territorio con gran número
de muestras románicas y mudéjares.
Sin embargo estamos ante un panorama
heterogéneo, algo anómalo en el compacto románico segoviano que suele tener
unas características homogéneas en otras zonas y comarcas.
En estas Tierra Occidentales encontramos una
arquitectura popular tardía, donde se mezclan corrientes románicas de la
capital, con el mudéjar irradiado desde Cuéllar y no faltan los templos mixtos,
pero en general siguiendo unas pautas muy tardías y popularizadas. Es por ello,
que la sillería deja paso, en general, a la mampostería y el ladrillo.
No faltan las galerías porticadas, sello de
distinción del románico segoviano, aunque las tres que mencionaremos obedecen a
talleres y pautas bien distintas.
De todo este complejo repertorio, hemos elegido
las iglesias porticadas
de Madrona, Villoslada y Nieva más la
extraña ermita de Rapariegos.
Madrona
Núcleo situado a 10 km al sur de la capital
segoviana, junto a la N-110 que comunica esta con Ávila, pasando por
Villacastín; está situado por tanto a las faldas de la ladera occidental de la
Sierra de Guadarrama, formación montañosa que en tiempos dividía la extensísima
comunidad segoviana, lo que le hace contar con “aires fríos y húmedos”,
según las palabras de Madoz. Su término es regado por las aguas del río
Milanillos –aspecto que para Siguero Llorente explicaría su denominación, al
hacer referencia a “cauce de río”– y tradicionalmente se ha destinado al
cultivo de cereales y legumbres, siendo también destacada la presencia de caza
menor.
Opina Barrios García que se trata de un
topónimo tardorromano, siendo el origen de las gentes que vinieron a repoblar
este núcleo posiblemente aragonés, mientras que Martínez Moro para este mismo
aspecto se decanta por gentes del pirineo leridano. Esta localidad se incluyó
en el sexmo de San Millán, al igual que sus despoblados de Bernuy de Río
Milanos y Molingurren, de la ya citada comunidad de Segovia y la encontramos
documentalmente a mediados del siglo XIII, en la relación de parroquias que,
con motivo de establecer la cantidad que cada una de ellas debía aportar para
el sostenimiento de la mesa común, elaboró el cardenal Gil de Torres. En 1971
quedó incluida en la jurisdicción de Segovia.
Iglesia de Nuestra Señora de la Cerca
La iglesia de este núcleo se encuentra ubicada
dentro del caserío de la localidad, en su parte noroccidental, junto a la
carretera de acceso desde la citada N-110. Dispone de un amplio atrio en su
derredor, limitado y clausurado por una cerca, que se convierte en una pequeña
meseta que salva el desnivel con los terrenos circundantes.
Las formas actuales del templo son fruto de
múltiples intervenciones sobre los volúmenes originales, quedando sin embargo
testimonio de aquellos momentos; así, al exterior se percibe un templo con un
núcleo al que se le han ido adosando diferentes dependencias en casi todos sus
flancos, de tal modo que lo que sería un pequeño lugar de culto de una sola
nave y cabecera recta fue ganando dependencias como las naves laterales, la
sacristía, la torre o el pórtico, ubicado en occidente.
Está construida esta iglesia en una sillería
toscamente trabajada, con refuerzos en las esquinas de piezas de mayor calidad
y presencia de mampostería, sobre todo en las partes ampliadas.
La cabecera al exterior conserva una cornisa
sostenida por una serie de canes, distinguiéndose diferencias entre los muros
meridional y septentrional; así, en el primero de ellos presenta perfil de
nacela y los canecillos de proa de barco y caveto, comprobándose que algunos
tuvieron ornamentación tallada, hoy prácticamente desaparecida.
Por su parte, la cornisa de septentrión tiene
perfil de listel y chaflán decorando este último con diferentes motivos
vegetales como las hojas entre tallos, tetrapétalas y hexapétalas inscritas en
círculos o formas circulares de perfil cóncavo y botón central; además en esta
serie se han conservado algunos de los motivos que decoran los canes,
distinguiéndose por ejemplo representaciones animales, canes con modillones de
rollos, una liebre, hojas con la punta vuelta, figura masculina cubierta con
túnica...
El resto de los muros de estos flancos son
fruto de las ampliaciones ya mencionadas y únicamente en el correspondiente a
la parte occidental se vuelve a encontrar la sillería y esquinales
pertenecientes a la primitiva fábrica; además en este muro se sitúan también
restos de una antigua cornisa a mucha menor altura que la actual rodeando el
saledizo del anodino acceso moderno. Protegiendo este acceso se dispuso un
pórtico que ha levantado no pocas conjeturas acerca de su ubicación y
composición original; se pueden encontrar otros ejemplos de pórticos
occidentales, pero formando parte de estructuras mayores o más completas, como
son los casos por ejemplo de San Martín, en la capital, o de Duratón, por lo
que se ha pensado en el presente como muestra incompleta o inconclusa que
responde a lo que según Taracena Aguirre caracteriza este tipo de galerías
segovianas, que ciñen la iglesia por dos o tres lados. Parece en cualquier caso
que corresponde a un momento posterior al núcleo primitivo, siendo complicado aventurar
el número de crujías con que se proyectó. En la parte conservada se aprecia una
arquería cuyo ritmo viene marcado por la importancia de un arco central,
relacionado con el acceso al templo; a la izquierda de este se dispone una
teoría de cuatro arcos de medio punto sobre pares de columnas, mientras que a
la derecha únicamente hay dos, ya modernos y sin correspondencia con el
conjunto, punto este que recalca el aspecto inconcluso del elemento. En el
costado septentrional se sitúa otro arco que parece el arranque de lo que sería
otra crujía, sobre todo teniendo en cuenta la presencia de la cornisa, aunque
se vean huellas de renovaciones y piezas removidas.
Gracias a las fotografías aportadas por el
profesor Ruiz Hernando, que testimonian el estado de este elemento en el año
1973, se puede comparar la composición del pórtico antes y después de la
restauración; en aquellos años aún permanecía cegado de cualquier manera este
elemento, incluso con sillares y piezas pertenecientes a anteriores fábricas
como son aquellas en las que se aprecian perfiles abocelados u otras de chaflán
y bisel, las columnas y capiteles permanecían en su mayoría ocultos y la
cornisa en estado muy similar al actual, pero con leves variaciones, de tal
suerte que dos de los canes (2º y 18º contando desde el lado norte) han trocado
su posición, así como las metopas 2ª, 3ª y 18ª. Esta cornisa presenta un perfil
de listel y chaflán y está ornamentada con tetrapétalas inscritas en círculos,
no conservándose completamente; por su parte tanto los canes como las metopas
presentan una decoración tallada, a pesar de que algunas piezas están muy
deterioradas. La serie de los primeros está protagonizada principalmente por la
representación de distintos personajes; de este modo aparecen un hombre con
barrilillo, imágenes de guerreros, agricultores, mujeres en actitudes obscenas
o rostros tanto masculinos como femeninos. Entre las metopas por su parte, predomina
la temática vegetal de flores y tallos, siendo singular la presencia de una
pareja de grifos simétricos que contraponen sus cuerpos y juntas sus picos, en
la que comienza la serie por el lado norte. Responde por tanto esta cornisa al
modelo visto, entre otros casos, en San Martín, de capital, Torreiglesias,
Peñasrubias de Pirón o el más lejano de Sequera de Fresno, donde tanto canes
como metopas presentan decoración esculpida.
La cornisa del costado septentrional se
presenta aparentemente muy renovada, con una serie de canecillos donde se
combinan las piezas procedentes de la restauración con aquellas otras
pertenecientes a la antigua fábrica este aspecto también se hace notorio en la
propia cornisa, reduciéndose aquí la presencia de piezas añosas a la más
próxima al ángulo noroccidental, con perfil de listel y chaflán y ornada con
tetrapétalas inscritas en círculos. En este caso la decoración esculpida se
reduce a los canecillos –siendo identificables pocos de ellos por lo precario
de su estado de conservación–, puesto que las metopas carecen de ella; entre
estos elementos se distinguen un cuadrúpedo tocando la viola de arco, una
figura posiblemente femenina de marcadas pupilas o un deteriorado animal de
puntiagudas orejas.
El arco conservado en esta galería sigue el
modelo presente a lo largo de la crujía occidental; se trata de un arco de
medio punto con perfil abocelado y trasdosado por una chambrana de tacos,
estructura que se repite de idéntica manera en la cara interior. Apea esta
arquería en columnas pareadas, de fuste liso y basas de perfil ático, con un
toro inferior muy desarrollado, sobre plinto común.
Los capiteles por su parte comparten cimacio
con perfil de listel y nacela, ocupando su cesta unas esquematizadas hojas
lisas que vuelven ligeramente sus puntas, alojando en su interior un vaso
también liso, ornamentado en su parte superior por un listoncillo y una cadena
de puntas de clavo; sobre estos se disponen unos muy desarrollados ábacos de
perfil quebrado. En el interior únicamente se conserva la estructura de la
cabecera, puesto que el resto fue transformado en sucesivas adaptaciones del
espacio. Un arco doblado de medio punto con perfiles achaflanados hace las
veces de arco triunfal, estando realizado en sillería y apeando en
semicolumnas, hoy también reformadas. La imposta se compone de un perfil de
listel y chaflán y bajo ella se ubican unos ornamentados capiteles que lucen,
el de la derecha, un león de estilizadas extremidades, melena sobre el lomo y
pequeña cabeza, en la mayor de las caras, y una arpía en cada una de las
menores, motivos que parecen imitar los vistos en Caballar, por ejemplo. Por su
parte, el capitel enfrentado presenta una variación del modelo corintio,
toscamente interpretado y compuesto de unas gruesas hojas lisas.
Por lo visto y las relaciones estilísticas
referidas, parece que las partes correspondientes al templo primigenio de
Madrona no deben ser anteriores a la segunda mitad del siglo XIII.
Villoslada
La ermita de San Miguel de Párraces dista de la
localidad de Villoslada 1,5 km por la carretera que une este pueblo con el
caserío de Velagómez. Las primeras noticias históricas que se conocen datan de
1204 momento en que se la nombra Sanctes Michael iuxta Vela Gómez. En
1247 ya aparece citada en documentos de la Catedral de Segovia como Villoslada
rentando al canónigo Peregrinus Maior VII mrs. et X sls. minus III ds.
Históricamente se encontraba enclavado dentro de la Comunidad de Villa y Tierra
de Segovia, concretamente en el sexmo de la Trinidad.
La iglesia está situada en un despoblado del
que únicamente se conservan unos pajares y una casa de labranza y su entorno
natural está constituido por un cerro situado al noreste y un pequeño arroyo al
oeste. En su día el número de construcciones debió de ser mayor, ya que son
varios los restos que se han hallado en fincas próximas y, tan sólo 1 km al
noroeste, hay algún indicio de tumbas antropomorfas.
Ermita de San Miguel de Párraces
Se trata de la iglesia porticada más occidental
de la provincia de Segovia y, dadas sus características artísticas, su
construcción data del siglo XIII, aunque a lo largo de su historia ha sufrido
remodelaciones y añadidos.
Cuenta con una planta sencilla con cabecera de
ábside semicircular y tramo recto. En cierto momento la fábrica sufrió la más
importante de las intervenciones, ya que, el atrio porticado situado al sur
pasó a ser parte del interior de la iglesia. Se desplazó el pórtico hacia el
exterior y los muros que separaban el atrio de la nave, así como la puerta de
acceso, fueron desmantelados y las dovelas y sillares de esta última pasaron a
formar parte de un gran pilar interior que sustenta la cubierta y separa la nave
principal del nuevo espacio. El acceso pasó a situarse a los pies de la nave, y
sobre ella, en 1600, se levantó una espadaña elaborada en piedra y con remates
de bolas. En el siglo XIX se construyó una troje a lo largo del muro norte de
la nave, cubriendo parte del tramo recto de la cabecera, que es empleado por
las gentes que acuden a las romerías que se celebran en la ermita.
La fábrica de los muros es de cal y canto, la
piedra tallada únicamente es empleada en las partes que sustentan la
decoración, siendo el pórtico una de ellas. Dicho elemento cuenta con un vano
central que sería el acceso al atrio, a cuyos lados se distribuyen dos arcos
apoyados sobre una columna doble central. Tanto los arcos que conforman el
pórtico, como el vano central, son simples arcos de medio punto con
guardapolvos que se apoya sobre imposta de simple nacela. Las mencionadas
columnas pareadas cuentan con un capitel decorado con cuatro grandes hojas con
nervio central que rematan en bolas, las cuales han sido retalladas. Se apoya
en una basa de amplio toro y escocia.
La cabecera, al exterior, se encuentra
totalmente enfoscada, pero aún así se aprecia su fábrica de cal y canto. La
ventana exterior del ábside, de arco de medio punto con guardapolvos, cuenta
con dos pequeñas columnillas cuyos capiteles repiten la misma decoración
vegetal, pero, esta vez, con un trabajo de talla más delicado. El vano del
tramo recto que se ve desde el exterior repite el mismo esquema pero en este
caso no descansa sobre columnas. A lo largo de toda la cabecera, la cornisa se
apoya sobre canecillos con decoración de moldura de rollo.
En el interior se aprecia la cubierta de madera
con la que cuenta la iglesia. Se trata de una cubierta adintelada que cubre la
clave y las dovelas superiores del arco triunfal doble. Dicho arco se apoya
sobre sendas semicolumnas coronadas con capiteles que repiten el mismo esquema
que los anteriores, de cuatro grandes hojas en las esquinas en cuyas
terminaciones se envuelve una pequeña bola. El pie de la columna está
constituido por un podio, con una pequeña hoja decorando cada esquina, y sobre
el que se encuentra una basa de doble toro el inferior más ancho que el
superior.
El tramo recto de la cabecera está cubierto por
bóveda de cañón apuntado dividida en dos tramos gracias a la presencia de un
arco fajón que es sustentado por la línea de imposta con perfil de gola que
descansa sobre dos machones de granito salientes de los muros. En el muro norte
se abrió una puerta de acceso a la troje, dentro del cual, se descubre la
ventana de rasgos similares a la situada en el muro paralelo del presbiterio,
aunque ha sido cegada y retallada la chambrana.
Talla
románica de cristo crucificado de la ermita de San Miguel de
Párraces en la localidad de Villoslada, siglo XIII
El retablo
barroco fue realizado entre 1754 y 1768 y está presidido por una hierática
talla románica de un Cristo crucificado, recatadamente cubierto con un paño
rojo de cintura para abajo, denominada en el lugar el «Santo Cristo», que data
del siglo XIII. Otra peculiaridad de esta talla consiste en que presenta sólo
tres clavos, cuando lo habitual en los cristos románicos es tener cuatro.
Nieva
A 34 km de Segovia, a los pies de Santa María
la Real de Nieva, se localiza este municipio cuya iglesia es uno de los mejores
ejemplos de templo románico de la provincia.
Fundada por repobladores llegados desde La
Rioja, ya se tiene constancia de su existencia desde 1247, momento en la que
figura con el nombre de Nieptam rentando al canónigo Petrus Guillelmi
ration prestamera IX mrs., medietas tercie clericorum. El hecho de que
ambas poblaciones se encuentren tan próximas tiene su origen a finales del
siglo XIV, más concretamente en 1392, momento en el que se aparece la Virgen
María a un pastor en una cueva del pizarral del Nieva en la que se encuentra la
talla de la Señora y como consecuencia de estos hechos la reina Catalina de
Lancaster, esposa del rey Enrique III de Castilla, manda edificar una ermita en
la que dar culto a la imagen; paralelamente se inició la construcción de un
monasterio de dominicos y se produjo el asentamiento de la población. Así con
el paso de los años Santa María la Real de Nieva, que es como se denominó a la
nueva población, fue tomando protagonismo en detrimento del asentamiento
primitivo de Nieva.
Iglesia de San Esteban
La iglesia de San Esteban, enclavada en el
centro del conjunto urbano en el lateral suroeste de la plaza, es de una sola
nave, con doble cabecera, la románica, situada al este, es de tramo recto y
hemiciclo, mientras que la situada en el frente opuesto, edificada en el siglo
XVII según los parámetros barrocos, es de cabecera recta precedida por un corto
transepto. En la fachada sur se halla el pórtico románico con su consabido
ábside, que posteriormente pasó a formar parte del interior del templo, y ejerció
su función de atrio uno nuevo de estilo barroco.
La primera fase constructiva tendría como
resultado la nave con su cabecera así como la torre situada en el tramo previo
al presbiterio; en un segundo momento se llevaría a cabo la edificación en el
frente meridional del segundo ábside así como del atrio.
El ladrillo cuenta con un gran protagonismo en
todo el edificio, habiéndose empleado la mampostería únicamente en el
levantamiento del ábside lateral, así como en el basamento de la cabecera y en
otra serie de elementos ocultos por varias capas de enlucido.
El exterior muestra una magnífica cabecera, el
ábside principal sigue los cánones del románico de ladrillo, creando un
hemiciclo poligonal de nueve paños, asentado sobre un zócalo de mampostería
enlucida y dividido en tres alturas. Como remate un sencillo friso de
esquinillas sobre el que se asienta una cornisa de triple escalón.
La decoración exterior del tramo recto
únicamente es visible en el frente norte. Se trata de dos arcos doblados de
proporción vertical, enmarcados por alfiz, sobre el que se sitúan una línea de
seis rectángulos estrechos y con la misma cornisa del ábside.
El acceso al templo se realiza por sendas
puertas situadas al norte y sur. La primera de ellas cuenta con cuatro roscas
de medio punto con perfil nacelado apoyadas sobre una imposta de ladrillo
cortada con el mismo perfil y un sencillo alfiz sirve como marco. La segunda se
trataría de aquella que comunicaría el atrio románico con la nave. Sigue el
mismo esquema que la anterior siendo la única diferencia el número de roscas,
en este caso tres en vez de cuatro. A esto habría que añadir que sobre los
laterales del alfiz descansan los arcos fajones que sustentan la bóveda de
cañón que ejercía la función de cubierta para el atrio.
El atrio es una de las partes más importantes
del templo. Aunque en el siglo XVII se decidió ampliar la iglesia, se respetó
su estructura primitiva. Con un vano central a través del cual se accede al
espacio interior, a cada lado se distribuyen tres arcos de medio punto en
ladrillo que descansan sobre sendas columnas pareadas cuyos capiteles sustentan
una magnífica decoración.
Comenzando por el más alejado de la cabecera,
todos ellos tallados por sus cuatro lados, cuentan con el mismo cimacio de
perfil de gola.
Cuatro grifos flanquean los laterales del
primero de ellos. Esta misma iconografía se encuentra en el lateral derecho del
segundo, pero ahora los grifos presentan una talla más cuidada, mientras que el
lateral izquierdo muestra una escena de lucha entre dos jinetes.
El tercero de los capiteles muestra a cuatro
leones, siendo dos amarrados por la cabeza por una figura humana, y entre los
cuales hay motivos vegetales entrelazados. El último de ellos vuelve a contar
con iconografía basada en animales fantásticos, pero ahora son cuatro arpías
las que se hallan en cada una de las esquinas del mismo.
El atrio fue rematado por un ábside que
actualmente es ocupado por la sacristía, pero que en origen daría cabida a una
pequeña capilla a la cual se accedería a través de un arco ligeramente apuntado
y doblado, sobre el que hay un friso de esquinillas, y en cuyos laterales se
sitúa un arco de medio punto cegado de destacada proporción vertical. Al
exterior, el ábside, elaborado con mampostería enfoscada, únicamente cuenta con
el ladrillo para los elementos decorativos, más concretamente dos líneas de verdugadas
así como un friso de esquinillas y la cornisa idéntica a la del ábside
contiguo. En el interior no se conservan los rasgos originales que ya fue
decorado con yeserías góticas y barrocas.
En el interior del templo, la nave está
dividida en tres tramos por arcos fajones apuntados de ladrillo, siendo el más
próximo a la cabecera, dividido a su vez en dos tramos más estrechos por otro
arco fajón doblado de menor altura que actúa de refuerzo ya que la torre se
asienta sobre este espacio. La línea de imposta nacelada, bajo la cual se sitúa
un friso de esquinillas, recorre toda la longitud de los muros, que a su vez
cuentan con un arco ciego doblado apuntado en cada tramo.
El acceso a la cabecera se realiza a través un
arco de medio punto doblado, cuya luz se vuelve a ver reducida respecto a los
arcos anteriores, que se apoya sobre la imposta que recorre toda la cabecera.
En cuanto al tramo recto precedente del ábside, es dividido en dos tramos por
un arco fajón idéntico al anterior, habiendo en cada uno de los tramos un arco
ciego de medio punto doblado. La iluminación interior se consigue a través de
tres vanos que corresponden con tres de los arcos externos. Se trata de tres
arcos dobles en ladrillo que se asientan sobre una línea de imposta que
únicamente se encuentra en el hemiciclo.
Durante la última intervención de restauración
fueron sacados a la luz restos de las pinturas murales que decoraban el
interior; en la mayor parte de los casos solamente se conservan las capas
preparatorias tal y como ocurre en el ábside y muros de la nave, pero en el
muro norte del atrio, junto a la cabecera del mismo, y muy próximo a la bóveda,
aún se percibe la presencia de tres personajes.
Presumiblemente se trata de la escena de la
Anunciación a los Magos del Nacimiento del Señor, ya que parte de las alas del
ángel todavía son visibles, y los personajes van ataviados con los atuendos y
tocados propios de su rango.
El último de los elementos destacables de la
iglesia es su magnífica torre, situada sobre el último tramo de la nave, de
planta rectangular, cuenta con dos cuerpos ambos edificados en ladrillo que
parten de un basamento de ladrillo a partir de un arco apuntado que descarga
todo el peso sobre los muros de la nave. Ambos cuerpos repiten el mismo esquema
de doble arcada en los frentes largos y uno en los cortos. Los vanos del cuerpo
inferior son de arco levemente apuntado doble sobre imposta de ladrillo y rematados
por friso superior de esquinillas, mientras que los del superior son de arco de
medio punto con imposta que recorre todos los frentes y sin remate alguno. El
clásico chapitel barroco de pizarra cubre la torre.
El acceso a la torre, que se ha mantenido hasta
hace unos años, se realizaría desde el interior del atrio románico a través de
una escalera que conduciría a la parte superior de la bóveda abriéndose un arco
apuntado de descarga tanto en el muro norte como en el sur en el interior de la
torre. Para acceder a los dos cuerpos con los que cuenta dicha torre dos tramos
de escaleras en ladrillo son el acceso al primer cuerpo, mientras que para el
segundo se optó por la madera para elaborar los peldaños.
Este modelo se verá repetido en otra serie de
iglesias de la provincia como son la de San Clemente y la Santísima Trinidad de
Segovia o la parroquial de Carbonero.
Rapariegos
Dista Rapariegos alrededor de 60 km de la
capital segoviana, llegándose hasta allí desde esta última tomando primero la
N-605 y después la N-601, a la altura de Montuenga, en dirección a Olmedo.
Situada en la zona occidental de la provincia,
cercana a los límites provinciales que le separan de Valladolid y Ávila, se
ubica en medio de amplias extensiones de terreno llano, habitualmente dedicados
a su explotación agrícola, especialmente de cereal; es esta una de las
localidades que en la actualidad pertenecen a la jurisdicción segoviana pero
que hasta el siglo XIX dependieron de la abulense, concretamente hasta 1833.
Como ya se ha comentado para otros núcleos que
vivieron las mismas circunstancias, Rapariegos se incluía en el tercio de La
Vega, dentro del arcedianato de Arévalo; no hay constancia de repoblación en
esta zona durante el siglo X, aunque algunos autores como Martínez Díez señalen
siguiendo la lógica que si esta sí está constatada en tierras más meridionales,
tanto Olmedo como Arévalo debieron vivir procesos paralelos. No es sin embargo
hasta la época de Alfonso VI cuando queda recogida la presencia de estas
tierras entre las conquistas de aquel monarca, como se refleja en la crónica
del obispo don Pelayo.
Opina Barrios García que debieron ser gentes
aragonesas del prepirineo las que, acompañando a otras de origen navarro,
levantasen algunos núcleos de esta zona entre los que se incluiría Rapariegos.
Documentalmente, la existencia de esta
parroquia queda recogida en el documento fiscal elaborado en 1250, por parte
del cardenal Gil de Torres, siendo la cantidad que aportaba de XV morabetinos,
lo que refleja una feligresía de tamaño medio.
En la actualidad, tras los cambios comentados,
se incluye en el partido judicial de Santa María de Nieva.
Ermita del Cristo de la Moralejilla
Situada en la parte oriental del término
municipal, apartada del núcleo, se llega hasta ella por caminos de tierra en
buen estado, haciendo lo llano de este terreno que se pueda contemplar
perfectamente desde todas direcciones.
Esta ermita, cuyo origen se atribuye a haber
sido hospital templario, se situó en una encrucijada entre pequeños núcleos de
población, hoy desaparecidos; de esta manera en las proximidades del núcleo
actual se situaban pequeños lugares como Carias, Palacios de la Vega o Moraleja
de Santa Cruz (que aún conservaba nueve vecinos en 1650), que mantiene la
ermita que ocupa estas líneas.
Se trata realmente de un templo cuya
singularidad en la comarca ha sido destacada en numerosas ocasiones; es pieza
donde la historia de estas tierras queda reflejada, donde quedan recogidos los
diferentes avatares que allí acaecieron, particular síntesis de la riqueza
cultural de estas localidades.
Al exterior se distingue la estructura de un
templo de tres naves, con cabecera triabsidal y crucero no marcado en planta,
donde se combinan diferentes técnicas constructivas, como se verá; su cabecera
presenta por tanto tres ábsides levantados sobre zócalo de mampostería –con
huellas evidentes de haber sido recrecidos–, compuestos de tramos recto y
curvo, siendo parte de la singularidad a la que se hacía referencia el hecho de
estar compuestos de sillería bien labrada, en la actualidad rejuntada y en parte
oculta, en ejemplo parecido y cercano al presente en Espinosa de los Caballeros
(Ávila), que no viene sino a enriquecer el valor de lo excepcional. El ábside
central, de mayor tamaño y altura, es el más rico de los tres; presenta una
composición de dos cuerpos separados por un sencillo vierteaguas y tres calles
divididas por semicolumnas, contando además este ábside, en su tramo curvo, con
una cornisa en piedra, con perfil de listel y nacela, pudiéndose distinguir
tres tipos de piezas empleadas en su sostén.
Por una parte los canecillos, cuyo estado de
conservación dificulta su lectura, pero en los que aún puede distinguirse su
perfil en proa de barco y sencillos motivos vegetales de hojas con carnosos
nervios, mientras que todos sus frentes se ven recorridos por sencillas
incisiones rectas. Los espacios entre ellos son ocupados por unas metopas de
ornamentación incisa que tiene como motivo único variaciones sobre el tema del
círculo que da origen a variadas formas (rosetas, cruces patadas, abstracciones
vegetales...). Las piezas de más cuidada talla son los capiteles de las
columnas adosadas, siendo su composición idéntica: collarino abocelado, equino
decorado y ábaco prismático con mínima decoración de paralelas incisas. La
diferencia viene del motivo tallado en la cesta, el más meridional presenta dos
cabezas femeninas, de facciones muy desgastadas, indicada melena y disposición
confrontada, mientras que en el septentrional se dispone una pareja de hojas de
cuyas puntas vueltas cuelgan frutos en forma de bola.
Se encuentra en este ábside una inscripción que
según Cándido María Ajo testimonia que fue reedificado en 1795, siendo además
según este autor correlativa a otra que pudo leer bajo la tribuna, lo cual debe
responder a las obras de recrecimiento.
Un codillo organiza el paso al tramo recto y
este a los ábsides laterales, mucho más sencillos y de menor altura,
conservando el septentrional restos de un canecillo y una metopa muy
deteriorados que parecen señalar la altura original del mismo. Su cornisa se
compone de diversos frisos de ladrillo y presentan unos vanos, sin duda
posteriores, ya que la huella del único vano original se conserva en el ábside
central.
Un transepto marcado en altura da paso al
cuerpo de naves, donde se produce un cambio de fábrica; lo que en la cabecera
era sillería aquí son muros de mampostería entre verdugadas de ladrillo,
haciendo convivir dos concepciones arquitectónicas diferentes, una más
relacionada con el arte europeo occidental, mientras que la otra se vincula a
las peculiares circunstancias históricas de estos reinos.
En el muro meridional, se sitúa una portada
donde si bien el motivo ornamental varía, los recuerdos de los ejemplos vistos
en Montuenga, por citar una localidad cercana, están muy presentes; un triple
arco ligeramente apuntado, que arrancaría en nacela, aparece remarcado por un
alfiz rectangular en el que dos sucesivos frisos de esquinillas entre otros a
sardinel componen esta decorada portada; señala Ajo González que su original
perfil se debe a la adaptación que ha sufrido “para dar paso a los brazos de
la cruz”. El muro occidental se organiza en torno al eje marcado tanto por
la portada como por el vano de iluminación dispuesto sobre ella; se trata de
una portada de cuatro roscas de medio punto, enmarcadas por un sencillo y
sobrio alfiz sin apenas otra decoración que un friso de ladrillos en la parte
superior y presentando un canon llamativamente achaparrado que hace pensar en
un más elevado nivel actual del suelo que la circunda. Centrado con ella, en la
parte superior y abriendo un muro de bandas de mampostería entre verdugadas de
ladrillo, aparece un vano muy esbelto también enmarcado por recuadro de
ladrillos, cuya parte superior se decora con breve friso de ladrillo en nacela,
todo ello fruto de la última restauración.
La misma diferenciación entre cabecera y cuerpo
de naves se mantiene en el interior; de este modo, los ábsides y el crucero
están realizados en sillería, mientras que en el cuerpo de naves lo
predominante es el ladrillo. A pesar de su distinto tamaño, la composición y
estructura de los ábsides es similar, presentando un tramo recto y un tramo
curvo organizados por un codillo y cubriéndose estos con bóvedas de cañón y de
horno, respectivamente, que arrancan de impostas de perfiles rectos y de nacela
sin ornamentar. Estos espacios se comunicaban por pequeños arcos de medio punto
dispuestos en los tramos rectos de los distintos ábsides, de los que aún quedan
testimonios, situándose de igual manera en los extremos de los ábsides
laterales, allí cegados. Por otra parte, el paso hacia el crucero se hacía a
través de otros arcos, estos doblados de medio punto, distinguiéndose la arista
viva de los laterales y la arista viva junto a otro de bocel y moldura exterior
ornada con tetrapétalas en el triunfal del ábside mayor.
Apean estos arcos en esbeltas semicolumnas
sobre altos plintos y basamentos, presentando además decorados capiteles; de
esta manera, en el ábside septentrional se distingue de una parte una pareja
de, hoy descabezados leones ingenuamente representados y de otras hojas planas
rematadas en volutas, de recuerdos cistercienses, repitiéndose los motivos en
el ábside contrario, aunque trabajados por otra mano. Por su parte en el ábside
central los motivos que se encuentran son parejas de aves picando unos tallos,
a la izquierda, y toscas arpías entre maraña de tallos, a la derecha. Ha sido
destacada tradicionalmente, la desviación que presenta el ábside central con
respecto al conjunto, siendo aventurado decantarse por ninguna de las
propuestas queda recogido como un aspecto más de la singularidad de este
templo.
En el crucero organizado a continuación se
termina la labor en sillería de la ermita del Cristo de la Moralejilla,
suponiendo además que concluyese aquí una campaña constructiva, un impulso, un
proyecto, que no se vio completado nunca y que muestra las huellas tanto de la
transición entre fábricas como de las dificultades constructivas que se
debieron sufrir al llevarlo a cabo.
Este crucero se organiza en torno a un
cuadrangular espacio central, abierto en todos sus flancos por arcos de medio
punto y cubierto por bóveda de medio cañón, cuyo eje corre transversal al
sentido de las naves; plantea Ramos Pérez la interesante posibilidad de incluir
el proyecto original una torre en este punto. Lo conflictivo de este espacio se
pone de manifiesto ya en los apeos, siendo los más próximos al presbiterio unos
anómalos pilares cruciformes y los abiertos a la nave, anodinos prismas. Esta
situación vuelve a ponerse de manifiesto en las naves laterales, donde las
bóvedas de cuarto de cañón paralelas al eje de las naves han visto reforzados
los muros en los que apeaban, de tal manera que el septentrional lo hace con un
arbotante adosado, de sillería, mientras que en el muro meridional es un
esbelto triple arco ciego, realizado en ladrillo.
De los arcos que conforman el espacio central
ya se ha visto el triunfal; frente a este, el que comunica con la nave central,
presenta una triple arquivolta de medio punto, la menor de arista viva,
baquetón en la central y arista viva trasdosada por una chambrana decorada con
tetrapétalas inscritas en círculos en la exterior. Más sencillos son los
laterales, con arista viva desornamentada, salvo la cara externa del
septentrional, donde un grupo de triple arquivolta se trasdosa por un
guardapolvos decorado con puntas de diamante.
El conflicto señalado en la transición del
crucero se evidencia también comparando el arranque de las naves; la
septentrional parece conservar huellas, en forma de arco de medio punto, de
haber estado planteada con estilizado canon basado sobre todo de su estrechez,
mientras que en la meridional no llegó a levantarse este arco, siendo
sustituido por un arbotante de ladrillo
A partir de este punto se construyó un cuerpo
de naves que ya corresponde a otro momento, el abandono de la sillería en
beneficio del ladrillo y la cal así lo ponen de manifiesto; se trata de tres
naves organizadas por arquerías dobladas de medio punto que apean en pilares
compuestos, sobre las que corre un friso de esquinillas formando una teoría de
alfices. En el muro occidental se conserva una portada, ya vista en el
exterior, cegada con una única rosca de ladrillo; en eje con esta, en la parte
superior, se sitúa un muy estilizado y muy rehecho vano.
Por todo lo dicho anteriormente, las
conclusiones a las que se puede llegar en este templo quedan sujetas a las
aportaciones que la arqueología pueda proporcionar; es mi opinión que el templo
se proyectó e inició por la cabecera, siguiendo un modelo conocido de iglesia
de tres naves y tres ábsides, donde la central resulta llamativamente más ancha
(modelo que podría relacionarse con ejemplos de Olmedo, Cuéllar...). Una vez
realizados los tres ábsides y los tramos septentrional y central del crucero,
se produjo un parón en la fábrica que hizo necesario reforzar el muro
septentrional y los pilares; a partir de aquí, se continua la obra, pero ya con
otra técnica, lo que se constata en el brazo meridional del crucero y el cuerpo
de naves.
Propone Santamaría López una datación
cronológica cercana a la segunda mitad del siglo XII, mientras que Ajo González
la sitúa en torno al siglo XI; parece sin embargo que la cabecera no debe ser
anterior al siglo XIII, mientras que las naves se irían a la primera mitad de
ese siglo.
que las naves se irían a la primera mitad de
ese siglo. Recibió la declaración de Bien de Interés Cultural a finales del
siglo pasado, concretamente en 1995.
Románico en la comarca de Turégano y el
Pirón
Características del románico en la
Comarca del Río Pirón y Turégano
La geografía de esta ruta se corresponde con la
franja nororiental de la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia, regada
por el río Pirón y que tiene a Turégano como su principal y
más conocida población.
Las aldeas de esta zona han sufrido una fuerte
sangría demográfica en las últimas décadas por el poder de atracción de la
capital segoviana, con sus mejores posibilidades y comodidades modernas.
El románico de estas tierras cercanas a la
ciudad de Segovia es abundante y homogéneo. Especialmente influido por las
modas y estilos imperantes en la capital, comparten con ésta su general
carácter tardío, probablemente fechables en el siglo XIII.
Hay que añadir que muchas de estas tierras
pertenecieron al Obispado de Segovia durante la Edad Media. algo que de lo que
ha quedado constancia en la calidad de algunos de sus templos.
Algunas construcciones se conservan
aceptablemente y forman un conjunto de gran monumentalidad arquitectónica como
la iglesia-castillo de San Miguel de Turégano y los templos
de Sotosalbos, Caballar y La Cuesta, aunque en ésta, sus
tres naves se deben a una ampliación gótica. En otros casos, las construcciones
serán más modestas, levantadas con calicanto, y su interés se centrará en
portadas y galerías porticadas.
El rasgo común y principal del románico del
Pirón es la exuberancia de decoración floral y vegetal de sus portadas. La
decoración de rosetas inscritas en círculos perlados y las flores de aro de
formas acorazonadas constituyen el principal carácter unificador del románico
de esta comarca.
En lo referente a la escultura figurada, será
el repertorio animalístico, tan abundante en toda la provincia y de gran
importancia en la capital, una constante en estas iglesias. No falta nunca la
amplia colección de leones, arpías, grifos, centauros, dragones y aves,
frecuentemente enmarañados por selva vegetal, de inspiración silense.
En algunas iglesias se repite el motivo
común de lucha entre guerreros cubiertos con cota de malla y el tormento de
pecadores a manos de malignos demonios.
No obstante, hay algunos capiteles figurados
con escenas bíblicas como el de la iglesia de San Miguel de Turégano que
representa una bella Anunciación o la Adoración de los Reyes Magos que podemos
ver en uno de los capiteles del pórtico de Sotosalbos. Además, hay que
significar los retablos pétreos dentro del ábside de la iglesia de Santiago de
Turégano con la hierática representación del Apóstol junto a un Cristo en
Majestad rodeado por el Tetramorfos (en la Parusía).
Iglesias románicas en la Comarca del Río
Pirón y Turégano
A lo largo del Valle del Pirón y las
proximidades de Turégano (al nordeste de la ciudad de Segovia) se esparcen
decenas de iglesias románicas. He elegido, por su importancia, las de
Sotosalbos, Pelayos del Arroyo, Caballar, La Cuesta, Tenzuela, Torreiglesias,
Muñoveros, Viollovela de Pirón, Peñarrubias de Pirón, Adrada de Pirón y
Basardilla, además de las propias de Turégano.
Turégano
Se encuentra Turégano a 34 km al norte de
Segovia, próximo ya a la Tierra de Pinares, en la confluencia de los arroyos de
las Mulas y del Arenal o Valseco, que dan lugar al de Santa Ana, tributario del
río Cega.
Aparte la antigüedad del poblamiento en época
prehistórica y romana y la probabilidad de un asentamiento bajo dominio árabe,
que trataremos al estudiar la iglesia de San Miguel, la primera mención
medieval a la localidad aparece en la documentación catedralicia y data de
1116, cuando el concejo segoviano dota a su catedral de la heredad de
Sotosalbos, que delimita ab illa carrera que uadit a Septempublica in
Secobiam usque ad summitatem serrem et ab illa semita que uadit a Torodano ad
Butraco usque a Pirum, donación confirmada por Alfonso I de Aragón en 1122.
El lugar pasó en 1123 a señorío episcopal por cesión de la reina Urraca al
obispo Pedro, junto con Caballar y sus pertenencias, siendo ratificada por su
hijo Alfonso Raimúndez en ese mismo año, luego en 1136 y 1139, y por bula de
Inocencio II en el último año citado. Nuevamente se menciona Thorodano de modo
indirecto en 1137, señalando esta vez como límite de una donación el camino que
conducía de Turégano a Fuentidueña por Cantalejo.
La propiedad del lugar incluía los derechos
sobre sus habitantes, constituyéndose así en parte del señorío episcopal, tal
como lo reafirma otro documento de 1149 del mismo Alfonso VII. El obispo
Guillermo cedió de su propio en 1161, para ampliar los ingresos del tesorero
episcopal, llamado entonces Raimundo, los diezmos de sus rentas agrícolas en
las proximidades de Segovia, en la serna de Riomilanos et in Torogano et in
serna de Cega. Ya el 10 de julio de 1232 se expidieron en la villa sendos
documentos de indulgencias concedidas a quienes visitasen la Catedral segoviana
en el día del aniversario de su consagración, firmados respectivamente por don
Bernardo y por el arzobispo toledano don Rodrigo Jiménez de Rada.
En el reiteradamente citado documento de
reparto de rentas entre el obispo y dignidades del cabildo segoviano, rubricado
por el legado pontificio, cardenal Gil de Torres, en septiembre de 1247, entre
las posesiones de la mesa episcopal se cita en lugar preferente Turuegano
cum pertinentiis suis et dominio vassallorum, derechos ampliados por el
obispo don Blasco en 1295 mediante compra de cierto heredamiento. A mediados
del siglo XIII, en la provisión de la mesa episcopal aparecen citadas dos
parroquias en Turégano, las de Sancti Yague y la de Sant Migael. Sin embargo,
la primera referencia documental a la iglesia de Santiago la encontramos en un
documento de 29 de noviembre de 1258 por el que el obispo y el cabildo acuerdan
distribuir entre los pobres, y el sobrante entre ellos, las rentas asignadas a
ciertas comidas comunitarias, entre ellas in portione de Sancti Iacobi de
Torodano, octo morabetinos. Consta la existencia de otras iglesias en la
localidad, como la de San Pedro del Burgo, que ya en el siglo XVI se había
anejado a la parroquia de San Juan, además de otra con categoría de ermita y
dedicada a Santa María del Burgo. La de San Juan, que estaba en la zona alta
del pueblo –teso del cementerio–, debió ser reformada a mediados del siglo XV,
pues la visita pastoral de 1446-1447 dice de ella que “rrepara se de nuevo”.
Eran, sin embargo, las hoy subsistentes las que nucleaban los dos barrios
principales de la villa, el del Castillo (El Altozano) y el bajo o de
Bobadilla, articulándose ambos en torno a la gran plaza. En la citada visita,
publicada por Bonifacio Bartolomé, se las califica a ambas de “buenas”,
añadiendo de la de Santiago que “quieren adobar los órganos e el portal”.
A mediados del siglo XIX, el Diccionario de Madoz nos informa de la reciente
anexión de la iglesia de San Miguel a la parroquia de Santiago.
Iglesia de Santiago Apóstol
La iglesia parroquial, dedicada a Santiago
Apóstol, preside la plaza del mismo nombre, inmediata a la Plaza de España o
Mayor, la principal de la villa, y al antiguo Palacio y caballerizas de los
obispos.
Es un edificio de notables proporciones, de
planta basilical con una colateral añadida al norte, potente torre a los pies y
cabecera compuesta de tramo recto y ábside semicircular. Es precisamente esta
estructura oriental la única superviviente del primitivo templo románico tras
las sucesivas reformas que lo transformaron fundamentalmente a lo largo de los
siglos XVII y XVIII.
Durante la primera mitad del siglo XVII, al ir
asumiendo esta parroquia la preponderancia sobre el resto de las de la villa
debido a su posición central dentro del entramado urbano, se decidió la
ampliación del viejo edificio. Muy probablemente en esta segunda campaña se
derribó la nave primitiva, alzando en su lugar la actual, notablemente más
espaciosa y provista de una colateral al septentrión compuesta por tres tramos
cubiertos con bóvedas de arista, y quizás el tramo abovedado y retranqueado que
funcionaría como capilla oriental.
Tanto la nave como la torre alzada a los pies
se construyeron en mampostería con refuerzo de sillares en los esquinales y
encintados de vanos, siendo en su aparejo numerosas las piezas labradas a hacha
procedentes de la primitiva construcción románica.
Incluso, sobre la actual portada meridional,
adintelada y en la que campea una escultura de Santiago Matamoros inscrita en
una hornacina bajo frontón triangular, observamos un sillar románico con arista
matada por bocel.
Probablemente a estos trabajos se refiera la
cita recogida en la visita que a “estas obras” realizó el obispo Fray
Pedro de Tapia el 19 de noviembre de 1642, del Libro Iº de Difuntos de San
Miguel conservado en el Archivo Parroquial.
Casi un siglo y medio después se alzó la
irregular capilla abierta al norte del presbiterio, dedicada a San Antonio, así
como la actual sacristía.
Contemporáneas de éstas serían la capilla de La
Soledad, abierta al muro meridional del presbiterio, y la llamada “sacristía
vieja”, que comunicaba con la citada capilla y fue demolida durante los
trabajos de restauración de 1990.
Ayudan a fechar estas estructuras –que fueron
recubriendo completamente la primitiva cabecera– tanto la inscripción labrada
en el dintel de la puerta abierta en el muro norte de la colateral –“Siendo
cura el Licenciado Antonio Conde, Julio, 24, de 1707 años”–, como las
distintas referencias recogidas en los Libros de Fábrica conservados.
Si la construcción de las referidas capillas de
San Antonio y La Soledad, a ambos lados del presbiterio, y de las dos
sacristías, llegaron a recubrir casi por completo el exterior de la cabecera
románica, algo similar ocurrió al interior, donde los muros laterales del tramo
recto fueron perforados para dar acceso mediante sendos arcos a dichas
capillas, quedando el hemiciclo oculto tras un retablo neoclásico.
Por los Libros de Fábrica del Archivo
Parroquial sabemos que, el que hoy vemos, no es sino al menos el tercer retablo
con el que se dotó a la capilla mayor del templo. La primera referencia
proviene del Libro de Visitas de Santiago de Turegano. Libro I y 2 y varia.
Fundaciones Antiguas, cuya visita de 1549 se inicia haciendo referencia a que “primeramente
fallo en la capilla mayor un retablo de pincel de la ebocación del señor
Santiago con la ymagen del señor Santiago de bulto”.
Este retablo, probablemente de estilo gótico,
fue sustituido en el primer cuarto del siglo XVI por otro renacentista, obra
del ensamblador Juanes de Aldaba y del pintor Alonso de Herrera. En el Libro de
Cuentas de la Yglesia de Santiago de la Villa de Turegano.
Años de 1735 a 1758, un “Ynbentario de todas
las alajas y Ornamentos de la Yglesia de Santiago de esta villa de Turegano”,
efectuado el 20 de junio de 1736, describe este perdido retablo como “un
altar antiguo sobre dorado que está en la capilla mayor de dicha yglesia con la
Ymagen de bulto del Santo titular, un christo en la cruz y su custodia”.
Unos años después, en 1754, otro inventario nos
sigue hablando del “retablo antiguo sobre dorado que era en la capilla maior
de dicha Yglesia”, incluyendo entre las imágenes “una ymagen de bulto
del santo titular que esta colocado en dicho Altar, un christo en la Cruz, San
Ramón y San Blas, y una custodia con el santissimo sacramento en ella”.
Pero, poco después, queda constancia de la realización, por el maestro
ensamblador segoviano Francisco Rodríguez, de “la echura del retablo nuevo
que se a puesto en la capilla mayor”, correspondiendo esta vez ya al actual
retablo, que no se doró hasta algunos años después, ya que es en 1776 cuando en
las cuentas del Libro de Fábrica se anota el gasto de 10583 reales de vellón
como “el coste que a tenido el dorar el Retablo Mayor de dicha Yglesia y
tablero que esta detras de la Custodia, lo qual se a ejecutado por Lorenzo
Villa, Maestro Dorador vecino de la Ciudad de Segovia”. Tanto el entallador
Francisco Rodríguez como el estofador Lorenzo Villa realizaron también los “tres
santos para los tronos del Retablo Mayor de dicha Yglesia, que son San Pedro,
San Pablo y Santiago”.
Es probable que el retablo renacentista de Juan
de Aldaba y Alonso de Herrera se consumiese por un incendio del que no tenemos
noticias expresas, aunque las huellas dejadas por el humo en el revoco que
cubre el hemiciclo, junto al hecho de que poco más de un siglo después se
acometa la construcción de otro retablo, animan a pensar que este hecho sucedió
en los años centrales del siglo XVIII. El actual, de correcta factura, es un
ejemplar de tres calles delimitadas por pilastras y columnas corintias exentas,
con las antes referidas tallas de San Pedro y San Pablo en hornacinas de las
calles laterales y un monumental sagrario en la central, coronada por un
frontón curvo partido que deja ver la imagen del titular del templo –que porta
venera en la capa, libro y bastón– cobijada en la hornacina del ático que ocupa
el cascarón absidal.
1. Pórtico Sur, 2. Nave, 3. Ábside, 4. Sacristía, 5.
Capilla de la Virgen del Rincón, 6. Campanario, 7. Baptisterio, 8. Pórtico
Oeste (tapiado),9. Mazmorra de Antonio Pérez, 10. Capilla de Cristo del Amparo,
11, Marcas de cantería.
Trazada a grandes rasgos la evolución de la fábrica y sus aditamentos, centrémonos en la descripción de los vestigios del primitivo templo románico. Estos se ciñen, como señalamos, a la cabecera, compuesta de tramo recto presbiterial y ábside semicircular acodillado al anterior.
Ambos se levantaron en buena sillería caliza
labrada a hacha y en la que son frecuentes las marcas de cantero, cubriéndose
el presbiterio con bóveda de cañón apuntado –moderna y desafortunadamente
rejuntada– y el hemiciclo con bóveda de horno. En el transcurso de las obras de
restauración llevadas a cabo por la Junta de Castilla y León entre 1989 y 1991,
cuando fue demolida la denominada “sacristía vieja” que solapaba buena
parte del ábside y cuya huella puede verse al exterior en la roza de su
cubierta, sobre la ventana meridional, y en la chambrana y parte de la imposta
rasuradas, se acometió la liberación de gran parte del sector hoy visible del
tambor absidal, así como el rebaje de la cubierta de la capilla meridional.
Podemos así contemplar la primitiva estructura de la cabecera, aún parcialmente
oculta por la sacristía, cuyo volumen solapa la ventana más septentrional del
hemiciclo, y su cubierta la cornisa del muro norte del presbiterio.
Aunque sigue un esquema tradicional románico,
se aparta ligeramente de la mayoría de las cabeceras segovianas en la ausencia
de semicolumnas articulando el tambor, rasgo éste que comparte con las de
Duruelo, Cerezo de Arriba, La Cuesta o Torreiglesias.
En altura se establecen tres niveles mediante
dos líneas de imposta. La inferior, de simple nacela y muy deteriorada, corre a
la altura del alféizar de las ventanas, mientras que la superior, ornada con
las recurrentes tetrapétalas de tratamiento espinoso inscritas en clípeos
ornados con banda contario, continúa por el muro la línea de los cimacios que
coronan las columnas acodilladas. Éstas recogen los arcos de las ventanas,
levemente apuntados y rodeados por chambrana de triple hilera de billetes, alzando
sus fustes –en dos casos fruto de la reciente restauración– sobre basas de
perfil ático degenerado y plintos, rematándose por capiteles figurados con la
lucha de dos parejas de infantes ataviados con cota de malla –similar a otro de
la cabecera de Sequera del Fresno–, un combate de jinetes, arpías y una pareja
de aves de largos cuellos picándose las patas, algunos similares a otros de San
Cristóbal de Segovia y la portada de Tenzuela.
El coronamiento del muro del hemiciclo, a todas
luces modificado, muestra una cornisa decorada con rosetas que apoya
directamente en el muro, sin canes.
También alterado parece el muro meridional del
presbiterio, aunque conserva la hilera de canecillos románicos, de buena
factura, decorados con hojarasca, el prótomo de un felino, un personaje
grotesco con patas de ave, una arpía con capirote, una serpiente enroscada, un
busto femenino similar a otro de Caballar, una escena de parto, una máscara
monstruosa engullendo a un avaro, una pareja abrazándose, etc.
Ya en el interior, da paso a la cabecera un
arco triunfal apuntado y doblado que reposa en una pareja de semicolumnas
coronadas por espléndidos capiteles, de fustes rasurados a media altura para
ampliar la visión del altar y acoger un púlpito elevado, del que se da noticia
en los Libros de Fábrica en el momento de la adquisición de un tornavoz para el
mismo.
El capitel del lado de la epístola se orna con
una pareja de aves picando las ramas del árbol que actúa de eje de la
composición, sobre fondo vegetal de acantos de profundas escotaduras rematados
por piñas o caulículos. La misma refinada factura muestra el capitel del lado
del evangelio, ornado con dos parejas de grifos rampantes afrontados, que alzan
sus cuartos delanteros sobre unos muy perdidos leones, mientras vuelven sus
cuellos hacia atrás, enredándose las colas de los que ocupan el frente de la cesta.
De los cimacios de ambas cestas apenas si quedan fragmentos del meridional,
habiendo sido sustituidos por piezas de yeso, suponemos que durante la última
restauración. Sobre todo el de los grifos guarda relación con los relieves de
Caballar, Revenga, La Losa, Perorrubio o, en menor medida, con otros de San
Juan de los Caballeros.
El acceso tras el retablo neoclásico que cubre
el hemiciclo nos depara la previsible visión del interior de las ventanas que
daban luz a la primitiva capilla, así como la más sorprendente de una pareja de
relieves que flanquean la ventana central. Ambos, con unas dimensiones de 1,52
m de altura por 0,50 m de ancho y labrados en caliza dorada, se encastran bajo
impostas historiadas entre las columnas acodilladas de las ventanas. La gruesa
capa de yeso que cubre los relieves y la escasa perspectiva que permite el
retablo dificultan su lectura y hacen que la descripción se mueva parcialmente
por el sinuoso terreno de la hipótesis.
Como al exterior, interiormente el hemiciclo se
articula en tres niveles, delimitados por una imposta con perfil de listel y
nacela bajo las ventanas, sus cimacios, y la imposta sobre la que arranca el
cascarón absidal; estas dos últimas, además, repiten la decoración vista al
exterior, rodeándose los arcos con chambranas abilletadas.
En cuanto a los capiteles, los de la ventana
septentrional, oculta al exterior por la fábrica de la sacristía, muestran una
pareja de lo que parecen pavos reales bebiendo de la fuente de la vida o
picando una baya, y otra pareja de aves afrontadas. Entre ésta y la abierta en
el eje se encastró un altorrelieve con un personaje masculino, barbado y con
larga cabellera, quien, en posición frontal y descalzo, viste manto de pesados
pliegues en zigzag y acostados, mientras porta un libro abierto en su mano izquierda
y lo que pare ce un cayado en su diestra.
Sobre él se dispone una serie de tres figuras,
dos bustos humanos y un prótomo de lobo. Los capiteles de la ventana central se
decoran con una serie de personajes sedentes, alguno de aire simiesco, que
parecen llevarse sus manos al cuello (el izquierdo) y una pareja de leones
afrontados.
Entre esta ventana y la meridional se dispuso,
sobre una repisa de cuarto de bocel, un magnífico grupo escultórico, con la
representación, en la zona superior, del Pantocrátor bendicente inscrito en la
mandorla y rodeado del Tetramorfos, bajo las figuras de dos ángeles portadores
del sol y la luna, éstos emplazados en la imposta que, en las enjutas de los
arcos, corona el relieve.
Bajo la visión celestial, agrupados en dos
alturas, aparecen seis personajes. Los tres del registro superior visten túnica
corta y se muestran de pie portando cayados, mientras que sobre los que se
alzan aparecen arrodillados, siendo éstos bien visibles gracias a haber sido
eliminado aquí el revoco.
Claramente se observa que en el grupo inferior
se ha buscado la caracterización fisonómica: el primero de ellos es un joven de
larga cabellera y fino bigote, la segunda es una mujer de rictus sonriente
ataviada con toca con barboquejo, y el tercero, barbado, porta un bonete
gallonado. Creemos que guarda relación con el tema aquí representado la
iconografía del único capitel visible de la ventana meridional –el relieve de
su compañero es absolutamente irreconocible–, en el que, cierto es que con
reservas debido a la gruesa capa de ennegrecido enlucido que lo cubre,
acertamos a interpretar una escena de castigos infernales, con al menos dos
demonios torturando a una o varias figuras.
Avanzar una interpretación de las imágenes
hasta aquí descritas resulta arriesgado, pese a lo cual, y con toda prudencia,
creemos ver una representación de la Segunda Parusía y un Juicio Final como “digresión
marginal en una aparición escatológica”, según expresión de Yves Christe
(CHRISTE, Yves, Les Grands Portails Romans. Études sur l’iconologie des
théophanies romanes, Ginebra, 1969, p. 61). Las tres figuras inferiores de los
bienaventurados, situadas al pie de la Teofanía, podrían así interpretarse como
San José, caracterizado por el bonete y el bastón “en tau”, la Virgen y,
probablemente, San Juan Evangelista. Mayores reservas mantenemos en cuanto a la
identificación de la figura del otro relieve. Al aparecer con los pies desnudos
no cabe duda de su categoría de visión supraterrena, pudiendo ser así, en
función del libro que porta, bien un apóstol o un profeta, aunque el cayado
también podría convenir a su interpretación como la figura de Santiago el
Mayor, santo titular del templo. Estos conceptos e imágenes extraídas del
evangelio de Mateo y el Apocalipsis, plasmados en unos relieves excepcionales
por su marco, creemos funcionarían como elementos doctrinales, ejemplificando
la liturgia y moviendo a la devoción, al modo de los retablos lígneos que se popularizarán
a partir de la época gótica. En ese sentido, tras el retablo del siglo XVIII,
no se oculta sino el primitivo retablo de la iglesia románica.
En cuanto al estilo de estas esculturas, y a
falta de un estudio más detenido de las mismas que sólo será posible tras su
liberación del revoco, la cuidada talla y ciertos rasgos de su caracterización
anatómica inducen a aproximarlas a las realizaciones de algunos de los talleres
tardorrománicos más activos del área navarro-aragonesa (círculo del denominado
“maestro de San Juan de la Peña”, sobre todo en San Pedro el Viejo de Huesca),
y las obras de la seo de Santo Domingo de la Calzada, cuya influencia se deja
sentir en la comarca de las Cinco Villas de Aragón y, en Castilla, en la
catedral de El Burgo de Osma y algunos templos de la capital soriana, aunque
también en la provincia de Segovia es perceptible su impronta en ejemplos como
Languilla y Grado del Pico. De confirmarse estas conexiones, la cronología de
estos relieves debería situar se en un margen cronológico entre las dos últimas
décadas del siglo XII y las primeras del XIII. Los rostros de los personajes
arrodillados no dejan de recordar algunas de las cabecitas que vemos en las
pilas bautismales de Rebollo, Aldealengua de Pedraza o en la aguabenditera de
Escobar de Polendos.
A este excepcional hallazgo escultórico debe
unirse, para acrecentar aún más el interés del mismo, el de los claros
vestigios de policromía que los cubre, protegida por la gruesa capa de revoco,
y de los que únicamente se adivinan tonos rojos de intensa vivacidad. Esta
policromía es muy probablemente la original, constituyendo así su estudio una
inmejorable oportunidad para aproximarnos al conocimiento del aspecto real de
los relieves románicos, dada la escasez de elementos escultóricos románicos que
la han conservado. A ello se une la presencia, en los laterales del piso bajo
del hemiciclo, de pinturas murales geométricas en damero con tonos ocres y
blancos, muy similares a otras que decoran el zócalo del acceso al ábside del
evangelio de la iglesia de San Miguel de Turégano. Su cronología –bajomedieval
o posterior– está por determinar, aunque claramente medievales son las que
decoran la bóveda del ábside, imitando el llagueado de la sillería con dobles
trazos rojos y brotes vegetales.
Conserva además la iglesia de Santiago un buen
ejemplar de pila bautismal románica, emplazada hoy en el tramo occidental de la
colateral. Presenta copa semiesférica de 143 cm de diámetro por 64 cm de
altura, decorada con marcados gallones y cenefa de tallos ondulantes y brotes
en la embocadura. Se alza sobre un deteriorado tenante circular de 22 cm de
alto, a su vez decorado con un junquillo sogueado y unos muy gastados motivos
vegetales. Es notable su similitud con las pilas de las iglesias de Valle de
San Pedro, San Juan de Pedraza y Caballar, guardando relación con las de San
Miguel de la misma villa y La Asunción de Torreiglesias, ésta epigráficamente
datada en 1168.
Por último, en la sacristía del templo se
conserva una Virgen románica sedente, llamada Nuestra Señora del Burgo,
desgraciadamente mutilada para ser transformada en imagen vestidera y
posteriormente completada, añadiéndose quizás la cabeza, ambos brazos y una
desproporcionada figura del Niño. Presenta en su actual estado 75 cm de altura,
26 de ancho y aproximadamente 21 de profundidad. Aposentada en un sitial, viste
María manto y capa con fiador, alzando sus pies sobre la figura de un dragón de
cola enroscada. El Niño, desaparecido, se asentaba sobre su pierna izquierda.
Sin duda la pieza merece una cuidadosa restauración.
Iglesia de San Miguel Arcángel
El origen del recinto fuerte de Turégano en el
teso que domina la población, que durante tiempo se creyó arrancaba de una
fortificación musulmana, parece tras las últimas excavaciones (2005) que debe
encuadrarse en un origen cristiano.
Pese al voluntarioso y apasionado discurso de
don Plácido Centeno, no existe argumento histórico alguno fuera de la conjetura
que permita asegurar la existencia de un elemento fortificado en Turégano
anterior al medievo, ni huellas de su dominio en época condal. Ni siquiera la
posibilidad apuntada por Cooper en relación a este recinto exterior, del que
dice “parece árabe, ocupando probablemente el lugar de una muralla romana
anterior”, pasa de ser una hipótesis razonable que deberá esperar
confirmación arqueológica.
La muralla de doble recinto de tapial reforzada
con cubos cuadrados y protegida por foso es indudablemente obra anterior a la
construcción del castillo bajomedieval, aunque quizás –según nueva conjetura de
Cooper– no sea sino la cerca del primitivo asentamiento, contemporánea de la
propiedad episcopal de la localidad, verificada por donación real de 1123, la
cual se refiere del modo habitual a la totalidad del realengo en la misma, sin
referencia alguna a fortificación o iglesia preexistente.
Aproximadamente en el centro de este primitivo
recinto murado, que por sus reducidas dimensiones parecía proteger más al “barrio
alto” que a todo el poblado, se erigió bajo probable patrocinio episcopal
uno de los templos románicos más ambiciosos de toda la provincia, y ello en los
últimos años del siglo XII o primeros del siguiente. A tenor de las referencias
documentales, es probable que esta iglesia se encastillase posteriormente, para
sufrir ya en la segunda mitad del siglo XV e inicios del XVI una extraordinaria
mutación que la transformó en el magnífico monumento que hoy contemplamos.
Y es que la importancia de Turégano dentro del
señorío episcopal segoviano se vio reforzada durante el turbulento aunque
artísticamente prolífico periodo en el que la sede es presidida por don Juan
Arias Dávila (1461-1497). Este prelado, como confiesa en su testamento, la “guarnesçio
e rreparo porque estaba tan facil de tomar que qualquiera tyrano facilmente lo
pudiera ocupar y poseer e consiguientemente apropiar asy los frutos e rrentas
de la yglesia y aquel no se debio de menospreciar ni dexar syn rreparar porque
en el mismo lugar tenia el obispado mayor parte de sus rrentas que en lugar de
todo el obispado”.
Parece que, independientemente del más que
probable encastillamiento de la iglesia previo a su episcopado –se cita como
prisión episcopal “una torre del castillo” ya entre 1438 y 1442–, es a
partir de las obras patrocinadas por Arias Dávila cuando en el carácter del
monumento comienza a primar lo militar sobre lo litúrgico, aunque como hasta
hoy sin menoscabo del segundo aspecto, materializándose este hecho en la
denominación del mismo como fortaleza ya desde 1475. Sobre cuándo inicia este
obispo las obras, parece que el momento inicial rondará el año 1471, fecha del
no conservado concierto entre los vecinos de Turégano y Veganzones con el
prelado “sobre el hedificio de la fortaleza que se avia de hazer”, según
recoge un inventario del Archivo Catedralicio de 1543.
Siguiendo a Cooper, con las matizaciones
introducidas en las fases constructivas por Mora-Figueroa, las obras acometidas
por Arias Dávila corresponden al recinto perimetral, de planta rectangular con
torres circulares en los ángulos, y al forro y transformación de la zona
oriental de la iglesia –cabecera y tramos cuarto y quinto–, sobre la que se
alzó una triple torre de ángulos romos, de las que la central –que embutió en
su fábrica al primitivo campanario alzado sobre el tramo que antecede al
presbiterio de la capilla mayor–, más elevada, funciona como torre del
homenaje. En su interior, un auténtico laberinto de escaleras y accesos, bien
protegidos, dan acceso a una serie de cámaras abovedadas a distintos niveles,
todo levantado en fuerte encofrado de calicanto y revestimiento externo de
mampostería.
El proyecto de Arias Dávila fue continuado por
su sucesor en la cátedra segoviana, el obispo Juan Arias del Villar
(1498-1501), recubriendo completamente los muros del cuerpo de la iglesia con
calicanto y forro exterior de buena sillería, muros que se alzan por encima de
tres metros sobre el nivel de la cornisa románica. Si en el hastial occidental
de la iglesia se añadieron a los matacanes y almenas tres torres circulares en
los ángulos y centro –ésta última ante la primitiva portada de poniente–, la fachada
meridional recibió una monumental portada avanzada sobre el ingreso al templo,
flanqueada por dos torres de planta poligonal hasta la imposta y circular sobre
ella.
Finalmente, entre 1521 y 1543, siendo obispo
don Diego de Rivera, se completó el castillo con la torre norte, que alberga
una magnífica escalera de caracol de Mallorca que da acceso directo a los
adarves, obra atribuida a Juan Gil de Hontañón. Una completa idea del aspecto
del castillo al poco de finalizar las obras la ofrece la tasación realizada en
1549 y publicada por Ruiz Hernando (1975). La silueta actual se completó con la
gran espadaña alzada sobre la fachada sur de la iglesia, que data de los primeros
años del siglo XVIII (ca. 1703).
A San Miguel de Turégano parece convenirle, más
que la comúnmente aceptada denominación de castillo–iglesia, la de iglesia
usurpada por un castillo. Y es que, en justicia, su volumen exterior fue
literalmente suplantado por la fortaleza mandada edificar por el obispo Juan
Arias Dávila, que también alteró –aunque en menor medida– el espacio interior
del templo. La interesantísima relación entre ambas estructuras, la primera
religiosa y la otra tanto señorial y penitenciaria como marcadamente defensiva,
pese a su apasionante interés, escapa forzosamente a las pretensiones de estas
líneas. Subrayemos sólo que la dualidad espacial que ofrece, con unos volúmenes
exteriores que en nada se corresponden con el espacio interior, hacen de este
edificio uno de los más llamativos del Medievo hispano, amén de convertir su
estudio en un auténtico rompecabezas, que nubló su lectura entre otros a
Lampérez, por lo que, hasta que no se acometa en él un estudio arqueológico,
documental y artístico realmente profundo, las opiniones que aquí avancemos
deben ser tomadas como provisionales. Y hecha esta rápida introducción al
conjunto del monumento, nos centraremos en lo que podemos saber del templo
románico, verdadero objeto de nuestro estudio.
Interiormente nos hallamos ante una más que
notable iglesia de planta basilical sin transepto y tres naves, aproximadamente
el doble de ancha la central, coronada por cabecera también triple de ábsides
semicirculares escalonados precedidos por tramos rectos, cerrados los primeros
por bóvedas de horno y los presbiterios con cañón apuntado sobre impostas de
nacela. Levantado combinando la sillería con el calicanto, las naves se cubren
con bóvedas de cañón apuntado, marcándose los tramos con fajones doblados; las
de las colaterales se realizaron en encofrado, mientras que la de la central
fue alzada en sillería, cerrándose a mayor altura, aunque no queden evidencias
de que contase con iluminación directa. Parten estas bóvedas de impostas con
perfil achaflanado en la central y de nacela de las colaterales.
Caracteriza al templo la irregularidad de los
cinco tramos que componen sus naves, cuyos paramentos interiores en las
colaterales se arman con arquerías ciegas apuntadas que adelgazan el muro,
siendo especialmente difícil de explicar la falta de ortogonalidad del tercero
de la central. Sobre el inmediato al presbiterio de la capilla mayor, de unos
3,90 m de profundidad, esto es, casi metro y medio menos que los restantes, se
alza una torre rectangular hoy prácticamente absorbida por la estructura del donjon
del castillo bajomedieval.
Hacia el interior, fruto de la misma reforma,
se redujo la altura de este espacio construyéndose la bóveda de terceletes que
hoy vemos y modificándose los pilares. No obstante, conserva la torre su
primitiva bóveda de cañón apuntado del mismo eje que la nave, sobre impostas
ornadas con tres filas de tacos, oculta por la bóveda de crucería citada aunque
visible a través de un hueco practicado sobre el presbiterio. No conservamos
vestigios del remate de la torre, situada como la de La Trinidad de Segovia o
Navares de Ayuso en el tramo que antecede al presbiterio, aunque por
proporciones no parece que tuviera un cuerpo superior sobre lo conservado.
Resta visible el alzado del muro occidental de
esta torre sobre la cubierta de la nave central, mostrando su buen aparejo de
sillería y en el centro un arco de medio punto –cegado y parcialmente alterado
al colocarse en su vano una ladronera– al que rodean otro con grueso bocel que
apea en columnas acodilladas y uno exterior liso, rodeado por chambrana de
finos billetes. Las citadas columnas, sobre basas áticas y plintos, se coronan
con capiteles de los que el más meridional es vegetal, con grandes hojas estriadas
de puntas rizadas sobre las que se anudan tallos y remate de gruesos
caulículos, similar a otro de una ventana absidal del cercano templo de
Torreiglesias. Su compañero muestra una pareja de aves de largos cuellos y
penacho sobre un fondo de hojas picudas de nervio central, bajo cimacio con las
consabidas tetrapétalas en medallones, que se continúa como imposta por todo el
muro de la torre.
El muro oriental de ésta, visible desde la
estancia abovedada sobre el presbiterio de la capilla mayor, está forrado con
una hoja de ladrillo, aunque las dos catas practicadas en él permiten
corroborar al menos la existencia de sendas columnas. Es también visible parte
de la ventana que se abría en el muro meridional de la estructura, al haberse
aprovechado el vano para dar acceso a la gran cámara superior del donjon. Por
lo observable, repite el esquema del arco occidental, coronándose la columna
derecha con un muy maltratado capitel ornado con una pareja de sirenas de
cabellera partida que alzan su doble cola, similares a otras de la portada sur
de Duratón, ventana absidal de San Sebastián de Segovia, etc.; poco podemos
decir de la otra columna, casi completamente embutida en el recio hormigón del
castillo, salvo que el capitel que la corona es vegetal, con piso inferior de
hojas picudas y otras nervadas y tallos sobre ellas.
La capilla mayor, avanzada sobre las laterales,
quedó integrada en el muro oriental de la estructura torreada de la fortaleza.
Mantiene abierto, pese a ello y las reformas, el vano central de los tres que
daban luz al altar, semioculto por el retablo de 1677 y transformado en el
siglo siguiente al realizarse un transparente.
De las ventanas laterales sólo podemos
contemplar sus arcos de medio punto sobre columnas rematadas por capiteles
vegetales de hojas afalcatadas y collarino sogueado. Resta además el arco
triunfal de esta capilla mayor, levemente apuntado y doblado, que apea en
machones con semicolumnas en los frentes de basas y fustes rasurados, pero aún
coronadas por sus capiteles.
En el del lado del evangelio vemos un grifo
afrontado a un ave, bajo cimacio de tetrapétalas en clípeos, mientras que el de
la epístola, igualmente mutilado, se decora con una serpiente alada de
enroscada cola y cabecita monstruosa en la cara que mira al altar –nos recuerda
a similar motivo del triunfal de Torreiglesias y un can de Duratón– y, tras un
caulículo, en el frente se disponía un cuadrúpedo hoy descabezado,
probablemente un león a tenor de la cola que pende sobre sus cuartos traseros.
También al alzarse la torre del homenaje se reformaron, para reforzar los
apoyos, los dos formeros del cuarto tramo de la nave, practicándose dos arcos
apuntados de comunicación con las colaterales, que quedan así aisladas de la
nave en su sector oriental.
Las reformas emprendidas por el obispo Juan
Arias Dávila en la segunda mitad del siglo XV para construir su castillo sobre
el templo dejaron tras el ábside de la epístola un espacio condenado, sólo
accesible en altura hasta que fue perforado el rudo y moderno hueco que hoy le
da servicio. Podemos así contemplar parte del exterior del hemiciclo, con su
muro de mampostería enfoscada y la ventana abierta en el eje, recercada de
sillería y compuesta de saetera rodeada por arco de medio punto sobre impostas abiseladas
y chambrana de nacela. Tras ser cegado, este espacio fue utilizado como
mazmorra por los obispos segovianos y, en su nombre, por los tenentes del
castillo. La sustancial transformación de la iglesia significó la desaparición
del ábside del evangelio en planta, aunque conserva parte del alzado de su
tambor, incluida la línea de la primitiva cornisa, con sus canes rasurados.
Aunque en menor medida que la cabecera, también
el cuerpo de la nave sufrió adaptaciones con la construcción de la fortaleza,
sobre todo encaminadas a reforzar los soportes adaptándolos a nuevas cargas,
así como a añadir espacios volados sobre las zonas orientales de las
colaterales, conservados dos con función seguramente de trojes. Como señalamos,
las naves se distribuyen en cinco tramos irregulares, siendo el oriental más
corto que los restantes, a modo de crucero destacado en altura por un cimborrio.
Hacia los pies se observa la triple rosca del arco que da paso al tramo,
molduradas las extremas con boceles entre nacelas y cenefa de ajedrezado, y la
central en arista viva con banda de triple junquillo; hacia el interior del
crucero, la parte del arco visible sobre la bóveda de crucería que se añadió,
muestra doble rosca en arista viva y banda de triple junquillo. Parte este
toral de una imposta ajedrezada.
Dividen las naves pilares de sección cruciforme
hacia los fajones, con semicolumnas en los frentes para recogerlos, y lisa para
recibir los formeros, también doblados y apuntados, con los salmeres reforzados
por piezas labradas a hacha que los arriñonan.
El segundo y cuarto tramo de la nave tienen una
longitud aproximada de 5,30 m, mientras que el tercero acerca su planta al
cuadrado en la central, con unos 5 m por lado. Los tramos occidentales de las
colaterales –algo más cortos, de aproximadamente 4,35 m– se cubren con bóvedas
de crucería de plementería encofrada y nervios de sección rectangular que apean
en columnillas acodilladas en los pilares de la nave y los ángulos
sudoccidental y noroccidental, mientras que en los otros ángulos se embuten en
el muro apoyando en breves ménsulas.
En cualquier caso, este tramo de poniente –que
Lampérez consideró como posible obra posterior al resto de la iglesia– debió
plantearse para albergar una estructura hoy desaparecida, bien fuesen unas
improbables torres, bien una tribuna, pues el tramo es casi un metro más corto
que los restantes y los formeros que se abren a la nave son más elevados,
igualmente apuntados, pero dotados de triple rosca frente a la doble de los
otros.
En el apartado escultórico, los capiteles de
los fajones de la nave muestran el dominio de la temática vegetal, con hojas
lisas, otras partidas rematadas por volutas, hojas lisas con grandes
caulículos, helechos con pomas, hojas lanceoladas y nervadas, acantos, etc.
Dentro de lo figurativo destaca la pareja de cestas que coronan las columnas
del arco triunfal de la capilla meridional, sobre todo el del lado de la
epístola. En él, y bajo arquitecturas figuradas de arquerías trilobuladas sobre
columnas de capitelillos vegetales sobre los que se disponen formas
encastilladas –tipo de encuadre que vemos en los pórticos de San Esteban o San
Lorenzo, en la capital, así como en Sotosalbos, San Pedro de Gaíllos, Duratón,
etc.–, asistimos a una representación de la Anunciación en el frente,
flanqueada en los lados cortos por una pareja de arpías de cola de reptil y,
una de ellas, con la cabeza velada. La escena central nos muestra al arcángel
anómalamente sentado, avanzando hacia María una especie de cetro; ésta, sentada
en un trono cuyas patas son prótomos de felino, cubre su cabeza con un velo y
demuestra su sorpresa con el gesto de asirse la muñeca con la diestra.
Los acaracolados cabellos de Gabriel traen al
recuerdo la figura de idéntico tema en la ermita de las Vegas de Requijada. El
capitel frontero, de similar estilo, se orna con una pareja de fieros leones
devorando a dos personajillos desnudos que yacen en tierra, sobre un fondo
vegetal de una gran palmeta y caulículos.
En un capitel del fajón que separa el segundo
del tercer tramo de la nave de la epístola vemos dos parejas de arpías, las
centrales masculinas, coronadas y barbadas y las otras femeninas, tocadas con
velo, sobre fondo de hojas lisas partidas con bay en las puntas. Junto a éste,
en la misma nave y sobre similar fondo vegetal se disponen cuatro híbridos de
cuerpos de ave, cola de reptil y cabezas de cánido con largos capirotes, de los
cuales los centrales muerden las bayas. Estas dos cestas muestran una cuidada
factura, que también detectamos en otras de temática vegetal.
La visión desde la torre del homenaje del
espacio que normalmente ocuparía el patio de armas es sorprendente, ocupado
como está por las sobrecubiertas de las naves, de las que se extradosa la
central, a doble vertiente, mientras que las laterales aparecen hoy
aterrazadas. Es visible en la nave la rasurada línea de canes que marca la
altura de la cornisa, conservándose algunos de simple nacela, otro con un rollo
e incluso un muy maltratado relieve en el que a duras penas reconocemos una
arpía.
Originalmente la iglesia poseía al menos dos
portadas, de las que resta como acceso la muy modificada abierta en el tercer
tramo de la colateral sur, y otra en el hastial occidental, ésta inutilizada y
parcialmente emparedada por las reformas de fortificación del siglo XV, dando
hoy complicado acceso a una garita de vigilancia del castillo.
La portada meridional aparece hoy parcialmente
oculta por las dos torres que fortificaron la entrada, fruto según Cooper de la
continuación de la fortaleza bajo el obispo Juan Arias del Villar (1498-1501),
cuyo escudo campea sobre el acceso, protegido por un rastrillo. Poco es pues lo
que podemos observar de la primitiva portada románica, siendo sólo visibles las
jambas, que repiten el doble bocel del arco de medio punto, cuya rosca aparece
decorada con entrelazos, de diseño similar al que vemos en la portada a la
torre de San Justo de Segovia. De las impostas sólo resta la oriental, ornada
con espinosas tetrapétalas inscritas en clípeos de tallos anudados con banda de
contario. Apenas se vislumbra la arquivolta interior, moldurada con tres
cuartos de bocel en esquina retraído extradosado por greca de entrelazo.
La portada occidental fue inutilizada por el
mismo forro que dobló el muro durante las obras bajo el obispo Arias del
Villar, siendo utilizado el vano para dar acceso a una de las torres de
vigilancia. Constaba de arco de medio punto –cerrado por un tímpano, a tenor de
las piezas salientes escalonadas conservadas en su zona baja– de rosca decorada
con tallos de los que brotan flores de arum, salvo los salmeres, con árboles de
ramas simétricas (“hom”), y la clave, con arabesco de entrelazos. Se
extradosa el arco con una nacela, siendo sólo medianamente visible la
arquivolta interior, moldurada con grueso baquetón entre nacelas.
Apean los arcos en jambas escalonadas, y la
arquivolta visible en una pareja de columnas a ellas acodilladas, sobre basas
áticas de grueso toro inferior aplastado, escocia recta y toro superior
atrofiado, sobre plintos. De los capiteles que las coronan, el más
septentrional recibe dos parejas de estilizadas aves opuestas que vuelven sus
picos hacia los racimos que brotan de un arbusto cuyas ramas se enredan al
cuerpo de las aves, con similar composición y tratamiento al capitel derecho de
la portada de Tenzuela y a otro de la portada occidental de La Trinidad de
Segovia; el cimacio y la imposta que lo prolonga reciben una finísima
decoración de hojas nervadas y trepanadas de bordes incurvados y ramillete
central, motivo que con similar tratamiento volvemos a encontrar en Caballar y
en la capital, así en la desmontada portada de la casa románica de la Plaza de
Avendaño. El otro capitel se orna con una pareja de gallos afrontados enredados
en follaje, mientras que su cimacio recibe exquisitos acantos helicoidales de
gran volumen, casi exentos, animados por puntos de trépano, que vemos también
en algunos cimacios de San Esteban o San Martín de Segovia.
Victoriano Borreguero veía en el acceso
meridional un “extraordinario parecido con la portada de San Juan de los
Caballeros de Segovia”, siguiendo una relación con el templo segoviano ya
señalada por Avrial, quien añadía a su lista de parentescos el de San Millán.
Siendo numerosas las referencias a motivos vistos en el románico de la capital
(San Martín, pórticos de San Juan de los Caballeros, San Millán y San Esteban),
el taller escultórico que trabajó en San Miguel de Turégano amalgama fuentes
muy diversas, encontrándose concomitancias tanto con las iglesias de su entorno
geográfico –Caballar, Tenzuela, Torreiglesias, La Cuesta, Revenga, Adrada de
Pirón, Sotosalbos, etc.– como con otras relativamente más alejadas, caso del
foco de Duratón. En general el tratamiento y la temática nos lleva a relacionar
los relieves de la portada oeste con otros de Tenzuela, La Asunción de Duratón,
la portada occidental de La Trinidad, la de la torre de San Justo y el atrio
sur de San Millán de Segovia.
Con los datos con los que contamos, creemos que
la secuencia constructiva de la iglesia manifiesta una cierta unidad, no siendo
sustanciales los cambios de diseño salvo quizás en el tramo occidental de las
tres naves, donde parecen reflejarse soluciones algo más avanzadas, sin que
nosotros veamos la dualidad de campañas románicas que supone Ruiz Montejo.
Es evidente que las obras de la fortaleza
supusieron una sobrecarga de las estructuras portantes de la iglesia románica,
que ya desde el momento de la ampliación y pese a los refuerzos incorporados
hicieron resentirse a los pilares y bóvedas de la misma. De las segundas hay
referencia temprana en el inventario de julio de 1502 publicado por Contreras
Jiménez, donde se refiere la necesidad de “reparos sobre la yglesia que esta
para se hondir la boveda sy no se rrepara que son menester de madera, teja y
otras cosas, porque non se caygan las dichas (tachado: bovedas troque) sy se
cahen haran danna de mas un cuento y non se restauran con el”. Actualmente
es bien visible la fatiga de los pilares del tramo que antecede a la capilla
mayor, preparados para recibir el campanario románico pero no así los empujes
de la parte occidental de la torre del homenaje del castillo tardogótico. Quizá
fruto de las reformas de principios del siglo XVI sea el reforzamiento de los
pilares fronteros a la portada sur, literalmente forrados hasta los capiteles.
En el tramo de los pies de la colateral norte
se conserva la bella pila bautismal románica del edificio. Presenta copa
semiesférica de 124 cm de diámetro en la embocadura (136 cm con el resalte de
los gallones) y 66 cm de altura, interiormente avenerada y con el frente
animado por salientes gallones. Se alza sobre un pie de 27 cm de altura ornado
con junquillo sogueado, bocel decorado con hojitas y junquillo, mostrando
indudables conexiones con los ejemplares de Torreiglesias, Caballar, San Juan
de Pedraza, Valle de San Pedro y la iglesia de Santiago del mismo Turégano.
Bibliografía
AJO GONZÁLEZ Y SÁINZ DE ZÚÑIGA, Cándido María,
Historia milenaria de un pueblecito de Castilla. Rapariegos, Segovia, 1956.
ALCOLEA, Santiago, Segovia y su provincia,
(col. “Guías Artísticas de España”), Barcelona, 1958.
ANGULO LÓPEZ, Julio Miguel, Las ermitas en la
provincia de Segovia, Segovia, 2004.
AVRIAL Y FLORES, José María, “El castillo de
Turégano”, Semanario Pintoresco Español, septiembre de 1839 (ahora en ES, V,
13-14, 1953, pp. 121-127).
BARTOLOMÉ HERRERO, Bonifacio, “Las visitas
pastorales como fuente para el estudio de la geografía diocesana. La diócesis
de Segovia según una visita de 1446”, Memoria Ecclesiae, 14, 1999, pp. 295-307.
BARTOLOMÉ HERRERO, Bonifacio, “Las visitas
pastorales como fuente para el estudio de la geografía diocesana. La diócesis
de Segovia según una visita de 1446”, Memoria Ecclesiae, 14, 1999, pp. 295-307.
BARRIO GOZALO, Maximiliano, Estudio
socio-económico de la iglesia de Segovia en el siglo XVIII, Segovia, 1982.
BARRIO MARINAS, Eustasio del, La Santísima
Virgen en Segovia. Sus apariciones, ermitas, advocaciones en la ciudad y en los
pueblos de la provincia. Itinerarios de las ermitas y santuarios, Segovia,
1954.
BARRIOS GARCÍA, Ángel, “Repoblación de la zona
meridional del Duero. Fases de ocupación, procedencias y distribución espacial
de los grupos de repobladores”, Studia Historica. Historia Medieval, III, 2,
1985, pp. 33-82.
BARTOLOMÉ HERRERO, Bonifacio, “Las visitas
pastorales como fuente para el estudio de la geografía diocesana. La diócesis
de Segovia según una visita de 1446”, Memoria Ecclesiae, 14, 1999, pp. 295-307.
BORREGUERO VÍRSEDA, Victoriano, “Turégano. El
tesoro encerrado en la iglesia de Santiago”, en El Adelantado de Segovia,
lunes, 12 de agosto de 1991, p. 7.
BORREGUERO VÍRSEDA, Victoriano, El señorío
episcopal de Turégano (Otras historias de Castilla), Segovia, 1991.
BOTO VARELA, Gerardo, Ornamento sin delito. Los
seres imaginarios del claustro de Silos y sus ecos en la escultura románica
peninsular, Burgos, 2000
CENTENO ROLDÁN, Plácido, Turégano y su castillo
en la iglesia de San Miguel. Estudio crítico de su historia y arquitectura,
Segovia, 1957 (2ª, 1974).
CHUECA GOITIA, Fernando, Historia de la
Arquitectura española. T. I. Edad Antigua y Edad Media, Madrid, 1965 (Ávila,
2001).
COBOS GUERRA, Fernando y CASTRO FERNÁNDEZ, José
Javier de, Castilla y León. Castillos y fortalezas, León, 1998.
COLMENARES, Diego de, Historia de la Insigne
Ciudad de Segovia y Compendio de las Historias de Castilla, Segovia, 1637
(nueva edición anotada, a cargo de la Academia de Historia y Arte de San
Quirce, Segovia, 1982, 3 tomos).
COLORADO Y LACA, Eugenio, “El castillo de
Turégano”, ES, VIII, 22-23, 1956, pp. 55-76.
CONTRERAS JIMÉNEZ, María Eugenia, “Las
fortalezas del obispo de Segovia: Turégano y Lagunillas”, Castillos de España,
2ª época, 95, junio de 1988, pp. 59-66.
COOPER, Edward, Castillos Señoriales de
Castilla de los siglos XV y XVI, Madrid, 1980-1981, 2 vols.
DÍAZ MARTÍN, Luis Vicente, Colección Documental
de Pedro I de Castilla. 1350-1369, Valladolid, 1997-1999, 4 vols.
FRUTOS GÓMEZ, Benito de, “Monumentos, artes y
panoramas de Segovia y su provincia. Fotografías y breves anotaciones”, La
Ilustración Española y Americana, nº 18 y 19, 15 y 22 mayo 1920, pp. 282-290.
GARMA RAMÍREZ, David de la, Rutas del románico
en la provincia de Segovia, Valladolid, 1998.
GIL FARRÉS, Octavio, “¿Mudéjar? ¿Románico de
ladrillo?”, Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, XX, 1984, pp.
159-175.
GONZÁLEZ ALARCÓN, María Teresa, “Relación de
artistas que trabajaron en las parroquias rurales del Arcedianato de Segovia
durante los siglos XVII y XVIII”, ES, XLI, 98, 1998, pp. 111-283.
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Julio, “La Extremadura
castellana al mediar el siglo XIII”, Hispania, XXXIV, 127, 1974, pp. 265-424.
GÓMEZ-MORENO, María Elena, “Iconografía mariana
en Segovia. VII Exposición de Arte Antiguo (1954)”, ES, VII, 20-21, 1955, pp.
415-440.
GUDIOL RICART, José y GAYA NUÑO, Juan Antonio,
Arquitectura y escultura románicas, (col. “Ars Hispaniae”, V), Madrid, 1948
HERBOSA, Vicente, El Románico en Segovia, León,
1999.
HERNÁNDEZ RUIZ DE VILLA, Rafael, Geografía e
historia de algunos pueblos de la provincia de Segovia al finalizar el siglo
XVIII, Segovia, 1965.
LAGARÓN COMBA, Manuel, “Imágenes eróticas en el
románico segoviano”, Historia 16, XXV, nº 311, marzo de 2002, pp. 80-91.
LAMPÉREZ Y ROMEA, Vicente, “Notas sobre algunos
monumentos de la arquitectura cristiana española. X. El castillo-iglesia de
Turégano”, BSEE, XII, 137, 1904, pp. 129-133.
LAMPÉREZ Y ROMEA, Vicente, Arquitectura civil
española de los siglos I al XVIII, Madrid, 1922, 2 tomos (ed. facsímil, Madrid,
1993).
LAMPÉREZ Y ROMEA, Vicente, Historia de la
Arquitectura Cristiana Española en la Edad Media según el estudio de los
Elementos y los Monumentos, Madrid, 1908-1909, 2 tomos (ed. facsímil,
Valladolid, 1999).
LECEA Y GARCÍA, Carlos de, La Comunidad y
Tierra de Segovia. Estudio histórico-legal acerca de su origen, extensión,
propiedades, derechos y estado presente, Segovia, 1893.
LINEHAN, Peter, “A Survey of the Diocese of
Segovia”, Revista Española de Teología, 162/1, 1981, pp. 163-206.
MADOZ, Pascual, Diccionario
Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar,
Madrid, 1845-1850 (ed. facsímil, Segovia, Valladolid, 1984).
MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, Las Comunidades de
Villa y Tierra de la Extremadura castellana, Madrid, 1983.
MARTÍNEZ MORO, Jesús, La Tierra en la Comunidad
de Segovia. Un proyecto señorial urbano, 1088-1500, Valladolid, 1985.
MARTÍN POSTIGO, María de la Soterraña,
“Donación del lugar de San Frutos por Alfonso VI a Silos (1076). Reconstitución
del privilegio por las fuentes. Estudio diplomático”, ES, XXII, 65-66, 1970,
pp. 333-396.
MONTALVO, Juan José de, De la Historia de
Arévalo y sus sexmos, Valladolid, 1928, 2 vols. (2ª ed., Ávila, 1983).
MORA-FIGUEROA, Luis de, Glosario de
Arquitectura Defensiva Medieval, 2ª ed., Cádiz, 1996.
MORENO ALCALDE, María P., La arquitectura
gótica en la Tierra de Segovia, Segovia, 1990.
MONTERDE ALBIAC, Cristina, Diplomatario de la
reina Urraca de Castilla y León (1109-1126), (col. “Textos Medievales”, 91),
Zaragoza, 1996.
PASCUAL TEJEDOR, Vicente, Segovia pueblo a
pueblo, Arevalillo de Cega, 1998.
PÉREZ HIGUERA, María Teresa, Arquitectura
Mudéjar en Castilla y León, Valladolid, 1993.
PONZ, Antonio, Viaje de España, 3. Tomos
IX-XIII. Trata de Sevilla, de Castilla y León y de la Corona de Aragón, Madrid,
1788 (1988).
QUADRADO, José María, España. Sus monumentos y
artes. Su naturaleza e historia. Salamanca, Ávila y Segovia, Barcelona, 1884
(1979)
RAMOS PÉREZ, Demetrio, “Papeletas de arte
mudéjar castellano. La ermita del Santo Cristo de la Moralejilla junto a
Rapariegos”, BSAA, X, 1936, pp. 67-72.
RIVERA BLANCO, Javier (coord.), Catálogo
Monumental de Castilla y León. Bienes Inmuebles declarados, vol. II, Salamanca,
Segovia, Soria, Valladolid, Salamanca, 1995.
RODRÍGUEZ-MOÑINO SORIANO, Rafael, Semblanza de
la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia (Legajos y Expedientes Históricos.
Los Sexmos, los Hombres, las Villas y los Paisajes), 2ª ed., Madrid, 2004.
RUIZ HERNANDO, José Antonio, La arquitectura de
ladrillo en la provincia de Segovia. Siglos XII y XIII, Segovia, 1988.
RUIZ MALDONADO, Margarita, “La lucha ecuestre
en el arte románico de Aragón, Castilla, León y Navarra”, Cuadernos de
Prehistoria y Arqueología de la UAM, 3, 1976, pp. 61-90.
RUIZ MONTEJO, Inés, El románico de villas y
tierras de Segovia, (col. “La noche de los tiempos”), Madrid, 1988
SANTAMARÍA LÓPEZ, Juan Manuel, Segovia
románica, Segovia, 1988.
SERRANO FATIGATI, Enrique, “Excursiones
arqueológicas por las tierras segovianas: Cuadro general, Sepúlveda y Santa
María de Nieva”, BSEE, VIII, 1900, pp. 8-12, 28-34 y 59-66.
SIGUERO LLORENTE, Pedro Luis, Significado de
los nombres de los pueblos y despoblados de Segovia, Madrid, 1997.
SAINZ CASADO, Pablo, Villoslada: ermita
románica en un antiguo cruce de caminos, Segovia, 1998.
SÁINZ SÁIZ, Javier, El románico rural en
Castilla y León, León, 1995.
TARDÍO DOVAO, Teresa, Ermitas y santuarios de
Segovia, (col. “Segovia al paso”, 4), Segovia, 1997.
TARDÍO DOVAO, Teresa y MIGUEL CALVO, Carlos F.
de, “La devoción popular y sus centros. Ermitas y santuarios de la provincia de
Segovia (Según D. Pascual Madoz)”, Aproximación antropológica a Castilla y
León, 15, 1988, pp. 191-218.
VILLAR GARCÍA, Luis Miguel, Documentación
medieval de la Catedral de Segovia (1115-1300), (col. “Documentos y estudios
para la historia del Occidente peninsular durante la Edad Media”, 15),
Salamanca, 1990.
VIZCONDE DE PALAZUELOS, “Por tierras de
Segovia. Excursión a La Losa, Navas de Riofrío y Revenga”, BSEE, III, nº 27,
1895, pp. 45-53.
No hay comentarios:
Publicar un comentario